El Yo y su Cerebro - Popper y Eccles

Citation preview

Karl R. Popper John C. Eccles

EL YO Y SU CEREBRO

EDITORIAL LABOR, S.A.

Traducción: C. Solís Santos Cubierta: Jordi Vives

2.3 edición: 1993

Traducción autorizada de la edición original T he S e l f a n d its B ra in

© Sir Karl Popper y Sir John Eccles, 1977 Springer-Verlag, Berlín, Heidelberg, Nueva York © Editorial Labor, S. A. Escoles Pies, 103. 08017 Barcelona, 1993 Grupo Telepublicaciones

Depósito legal: B. 1827-1993 ISBN: 84-335-1301-X Printed in Spain - Impreso en España Impreso por Fisán. Jaume Piquet, 7. 08017 Barcelona

A nuestras esposas

Cada jorn ada es un escen ario en el q u e, para bien o para m al, u n a d r a m a tis p erso n a , el «yo», representa u n a com ed ia, u n a farsa o u n a tragedia hasta el m o m en to en qu e cae el telón. C. S. S h errin gton, 1947

L os seres h u m a n o s son los ú n ico s qu e gu ían su co n d u cta por el co n o c im ie n to de lo o cu rrid o an tes de su n acim ien to y por la p revisión de lo qu e p u ed a ocurrir d esp u és de su m uerte. D e ese m o d o , so lo los seres h u m a n o s se orien tan con u n a luz q u e no se lim ita a ilu m in ar el terreno sob re el qu e pisan. Peter B. M ed aw ar y Jean S. M ed aw ar, 1977

Prefacio

El problem a de la relación entre nuestro cuerpo y nuestra mente resulta en extrem o difícil, especialm ente por lo que respecta al nexo existente entre las estructuras y procesos cerebrales por una parte y las disposiciones y acontecim ientos mentales por otra. Sin pretender ser capaces de prever futuros desarrollos, los autores de este libro consideran im probable que el problem a llegue a resolverse algún día, en el sentido de que vayam os a com prender realm ente dicha relación. A nuestro entender, tan sólo podem os tener la esperanza de progresar un poco aquí y allá, y es con esa esperanza con la que hem os escrito este libro. Somos plenam ente conscientes del carácter considerablem ente hi­ potético y modesto de lo que hem os llevado a cabo-, som os conscien­ tes de nuestra falibilidad. Con todo, creem os en el valor intrínseco de todo esfuerzo hum ano por profundizar en la com prensión de noso­ tros mismos y del m undo en que vivimos. Creem os en el hum a­ nismo; esto es, en la racionalidad hum ana, en la ciencia hum ana y en otras realizaciones hum anas, por falibles que sean. No nos dejamos im presionar por las m odas intelectuales periódicas que desprecian a la ciencia y a otros grandes logros hum anos. Otro motivo adicional que nos ha llevado a escribir este libro es que am bos consideram os que la desmitificación del hom bre ha ido ya bastante lejos-, incluso dem asiado lejos. Se dice que debíam os apren­ der de Copérnico y D arw in que el lugar del hom bre en el universo no es tan excelso o tan exclusivo com o en cierta ocasión se pensó. Puede que así sea-, pero después de Copérnico hem os aprendido a apreciar cuán m aravillosa y rara, incluso tal vez única, es nuestra pequeña Tierra situada en este gran universo. Asimismo, después de D arw in, hem os aprendido m uchas cosas acerca de la increíble orga­ nización de todos los seres vivientes de la Tierra, así com o acerca del puesto único del hom bre entre las demás criaturas. Estos son algunos de los aspectos en los que estam os de acuerdo los

dos autores del libro, si bien discrepam os tam bién en un cierto núm ero de puntos im portantes, aun cuando esperam os que estos últim os se cla­ rifiquen en el diálogo que constituye la Parte III del libro. No obstante, no estaría de más m encionar de entrada una diferen­ cia im portante entre los autores, relativa a las creencias religiosas. U no de nosotros (Eccles) cree en Dios y en lo sobrenatural, m ientras que el otro (Popper) podría calificarse de agnóstico, si bien cada uno de nosotros no sólo respeta profundam ente la postura del otro, sino que sim patiza con ella. Dicha diferencia de opiniones carece de im portancia por lo que respecta a la discusión de algunos problem as, especialm ente los p u ra­ m ente científicos, por más que se inm iscuya en nuestra discusión acerca de problem as de carácter más filosófico. Consiguientem ente, uno de nosotros se inclina a defender la idea de la superviviencia del alm a hum ana, al m odo de Sócrates en el Fedón platónico, m ientras que el otro se inclina por una posición agnóstica m ás cercana a^la de Sócrates en la Apología de Platón. Además, si bien am bos sóm os evolucionistas, Eccles cree que la brecha que separa la conciencia anim al de la autoconciencia hum ana es más ancha de lo que piensa Popper. Con todo, estam os de acuerdo en m uchos puntos im portan­ tes, com o en la desconfianza hacia las soluciones m uy simples, pues sospecham os que hay m uchos enigm as profundos a resolver. En este libro discutirem os largo y tendido nuestra tesis central del interaccionism o psicofísico, por lo que no deseamos m encionar aquí m ás que uno o dos puntos relativos al método. E ntre ellos, estam os de acuerdo en la im portancia de una presen­ tación que se esfuerce por ser clara y simple. Las palabras deberían usarse correcta y cuidadosam ente (por más que sea bien cierto que no hayam os conseguido siem pre tal cosa), si bien consideram os que su significado no debería convertirse en tem a de discusión ni debería­ mos perm itir que la dom inase, com o tan a m enudo ocurre en los escritos filosóficos contem poráneos. Aun cuando en ocasiones sea útil indicar en cuál de sus diversos sentidos utilizam os una palabra, no es posible hacer tal cosa definiéndola, dado que toda definición tiene que hacer uso esencial de térm inos indefinidos. Siempre que ha sido posible hem os recurrido a térm inos no técnicos, prefiriéndolos a los técnicos. Sin em bargo, para decirlo brevem ente, en lo que estam os intere­ sados no es en el significado de los térm inos, sino en la verdad de las teorías; verdad que en gran m edida es independiente de la term inolo­ gía empleada. A este respecto, habría que decir algo acerca del uso de los térm i­ nos, «alma». «mente», «yo», «conciencia del yo», etc. En general.

hem os tratado de evitar la palabra «alma», dado que en nuestra len­ gua posee fuertes connotaciones religiosas, cosa que no ocurre exac­ tam ente así con las palabras «Seele,», «anima» o «psiq u é>. La palabra «mente» se utiliza com o en el lenguaje ordinario (por ejemplo, «tengo en m ente tal y cual»), y hem os tratado de evitar sus connotaciones filosóficas, pues lo im portante es no prejuzgar una cuestión por la term inología empleada. Tal vez habría que m encionar que hem os decidido no hacer alu­ sión a la parapsicología, de la que ninguno de nosotros ha tenido experiencia directa. Se podría decir que este libro es un intento de cooperación inter­ disciplinaria. U no de nosotros (Eccles) es un científico del cerebro que se vio llevado a este cam po de investigación por el interés que ha experim entado toda su vida hacia el problem a del cerebro y la mente. El otro (Popper) es uri filósofo que a lo largo de toda su vida se ha sentido insatisfecho con las principales escuelas filosóficas, a la vez que ha estado profundam ente interesado por la ciencia. Am bos son dualistas e incluso pluralistas, así com o interaccionistas. Su coopera­ ción ha sido dictada por el deseo de aprender uno del otro. Los capítulos P (Popper) y E (Eccles) constituyen las partes I y II del libro. Se escribieron independientem ente, en parte en la Villa Serbelloni y en parte posteriorm ente, durante los dos años que han transcurrido desde entonces. La Parte III se basa en la grabación de un diálogo que se desarrolló día tras día, tal com o se señala en las fechas y horas. El diálogo surgió espontáneam ente de las diversas discusiones que m antuvim os m ientras paseábam os por los amables terrenos de la Villa Serbelloni; especialmente de las discusiones sobre problem as en los que estábam os en desacuerdo. Hemos decidido pre­ sentarlo más o menos en su form a original. (No obstante, al final elim inam os alguno^ de los temas de nuestro diálogo, dado que se trataron luego por extenso en nuestros respectivos capítulos, aun cuando el precio pueda haber sido en algunos casos la pérdida de continuidad.) El diálogo m uestra que algunos de nuestros puntos de vista cam biaron a la luz de las críticas surgidas de diversa guisa día tras día. K a r l R. P o p p e r Jo h n C. E c c l e s

Agradecimientos

Deseamos expresar nuestro agradecimiento, en primer lugar, a los doctores Ralph Richardson y Jane Alien de la Fundación Rockefeller (del Bellagio Study y el Conference Center) por haber gestionado la invitación al centro. El doctor William Olson. director del centro, y la señora Olson hicieron gala de su maravillosa hospitalidad en el más atractivo de los cielos académicos, la Villa Serbelloni, en el lago de Como. Durante el mes de septiembre de 1974 estuvimos allí con nuestras esposas en calidad de huéspedes. Sus domi­ nios resultaban ideales para deambulear y charlar entre las sesiones dedica­ das a redactar nuestros capítulos respectivos y, ocasionalmente, el desarrollo del diálogo peripatético se grababa en sesiones diarias que constituyen ahora la Parte III de este libro. J. C. E. K. R. P.

Resulta patente la influencia que sobre mis secciones han ejercido las discu­ siones mantenidas con Sir John Eccles, en especial la larga discusión de 1974 que, tras ser grabada, se reproduce ahora en este libro. Además ha hecho comentarios críticos a mis secciones y ha sugerido diversas mejoras importantes. Lo mismo se puede decir de Sir Ernst Gombrich, así com o de mi esposa, quien pasó a máquina y criticó en detalle diferentes versiones del manuscrito. Me ha prestado una ayuda inmensa Jeremy Shearmur. ayudante mío (Research Assistant), gracias a la generosidad de la Fundación Nuffield. Exa­ minó minuciosamente una versión anterior, criticando la presentación de mis argumentos y sugiriendo el remedio en m uchos casos. Ha hecho asi­ mismo importantes contribuciones positivas que señalo en los lugares perti­ nentes. Desearía dar también las gracias a la señora P. Watts por su trabajo al mecanografiar el manuscrito definitivo y a Daniel Miller por su ayuda con las pruebas. K. R. P.

Sin el ejemplo, el ánimo y la crítica suministrados por Sir Karl Popper no hu­ biese osado expresar mis ideas sobre el problema del cerebro y la mente del modo en que aparecen en las secciones filosóficas de mis capítulos. Deseo dar las gracias a mi esposa Helena por sus valiosos comentarios al manuscrito, por haber compuesto muchas de las ilustraciones y por haber realizado gran parte del trabajo mecanográfico. La mayor parte de este ma­ nuscrito se completó durante el período de mi estancia en Buffalo. Mi ayu­ dante, la señorita Virginia Muniak, ha hecho una contribución especial­ mente notable al mecanografiar las doce horas de grabación de nuestros diálogos (Parte III). La señorita Tecla Rantucci prestó su valiosísima ayuda en la construcción de algunas de las figuras, así com o con su pericia fotográ­ fica. Deseo expresar mi gratitud hacia los numerosos neurólogos que cito a continuación por su amable permiso para reproducir las figuras procedentes de sus publicaciones e incluso, en algunos casos, por suministrarme las figuras para su reproducción; se trata de los doctores G. Alien, T. Bliss, A. Brodal. A. Gardner Medwin, N. Géschwind, G. Gray, A. Hein, R. Held, D. Hubel. E. Jones. H. Kornhuber. B. Libet. B. Milner, T. Powell, R. Sperry. J. Szentágothai, C. Tr-ewarthen. N. Tsukahara y T. Wiesel. J. C. E.

Nuestra relación con los editores no ha sido la típica de los negocios. El doctor Heinz Gótze, presidente de la Springer-Verlag, se ha tomado un pro­ fundo interés personal durante el largo período de incubación de más de dos años, resultando de una maravillosa ayuda para ambos. Tan pronto com o se entregó el manuscrito, a finales de marzo de 1977, la eficiencia de su equipo, en especial la señorita Monika Brendel y el señor Kurt Teichmann. ha dado com o resultado su publicación en sólo seis meses, algo notable tratándose de un libro de este tamaño y complejidad. K. R. P. J. C. E.

índice

P A R T E I, p o r K arl R . P o p p e r C a p ítu lo P 1 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9.

E l m a te r ia lis m o s e s u p e r a a sí m is m o ......................................

3

El argumento de Kant .................................................................................................. Hombres y máquinas.................................................................................................... El materialismo se supera a sí m ism o ....................................................................... Consideraciones sobre el término “real".................................................................. El materialismo, la biología y la muerte ................................................................... La evolución orgánica .................................................................................................. Nada hay nuevo bajo el sol. El reduccionismo y la “causación descendente" .. La emergencia y sus críticos ....................................................................................... Indeterminismo; la interacción de niveles de em ergencia.....................................

3 4 5 9 12 13 15 24 35

3 ...........................................................................

41

Interacción: los Mundos 1, 2 y 3 ............................................................................... La realidad del Mundo 3 ............................................................................................. Objetos incorporales del Mundo 3 ............................................................................. La captación de un objeto del Mundo 3 ................................................................... La realidad de los objetos incorporales del Mundo 3 ............................................. El Mundo 3 y el problema del cuerpo y la mente ..................................................

41 44 47 49 53 54

C a p ítu lo P3 C r ític a d e l m a te r ia lis m o .................................................................... 16. Cuatro posiciones materialistas o fisicalistas............................................................ 17. El materialismo y el autónomo Mundo 3 ................................................................. 18. Materialismo radical o conductismo radical ............................................................ 19. Pampsiquismo ................................................................................................................ 20. Epifenomenalismo......................................................................................................... 21. Una reformulación de la refutación del materialismo debida a J. B. S. Hald a n e ................................................................................................................................. 22. La llamada teoría de la identidad ................................................................................ 23. ¿Acaso la teoría de la identidad escapa al destino del epifenomenalismo?......... 24. Nota critica sobre el paralelismo. La teoría de la identidad como forma de paralelismo .................................................................................................................... 25. Consideraciones adicionales sobre algunas teorías materialistas recientes ......... 26. El nuevo materialismo prometedor ........................................................................... 27. Resultados y conclusiones ...........................................................................................

58 58 63 68 75 81

100 105 109 111

C a p ítu lo P 4

A lg u n a s c o n s id e r a c io n e s e n t o r n o al y o ..................................

113

28. Introducción ................................................................................................................... 29. Los “yo" ..........................................................................................................................

113 115

C a p ítu lo P 2 10. 11. 12. 13. 14. 15.

L o s M u n d o s 1, 2 y

85 93 98

30. 31. 32. 33. 34. 35. 36. 37. 38. 39. 40. 41. 42.

El espíritu en la m áquina............................................................................................ Aprender a ser un y o ................................................................................................... Individuación................................................................................................................. Autoidentidad: el yo y su cerebro............................................................................. El enfoque biológico del conocimiento e inteligencia humanos ......................... Conciencia y percepción............................................................................................. La función biológica de la actividad consciente e inteligente.............................. La unidad integradora de la conciencia ................................................................... La continuidad del yo .................................................................................................. Aprender de la experiencia: la selección natural de las teorías............................ Crítica a la teoría de los reflejos incondicionados y condicionados.................... Tipos de m em oria........................................................................................................ El yo anclado en el Mundo 3 .....................................................................................

C a p itu lo 43. 44. 45. 46. 47. 48. 49. 50. 51. 52. 53. 54. 55. 56.

P5

C o m e n t a r io s

h is t ó r ic o s

en

to rn o

a l p r o b le m a

117 122 126 129 136 139 141 143 146 149 152 156 162

d el

c u e r p o y la m e n t e ...............................................................................

166

La historia de nuestra imagen del universo............................................................. Un problema a resolver por cuanto sig u e ............................................................... El descubrimiento prehistórico del yo y del Mundo 2 .......................................... El problema del cuerpo y la mente en la filosofía g rieg a ..................................... Explicación conjetural frente a explicación ú ltim a................................................ Descartes: un desplazamiento del problema del cuerpo y la mente ................... Del interaccionismo al paralelismo: los ocasionalistas y E spinosa..................... La teoría de Leibniz de la mente y la materia: del paralelismoa la identidad ... Newton, Boscovich, Maxwell: el final de la explicación última ......................... La asociación de ideas como explicación últim a.................................................... Monismo neutral .......................................................................................................... La teoría de la identidad después de Leibniz. de Kant a Feigl ............................ Paralelismo lingüístico................................................................................................. Mirada final al materialismo......................................................................................

166 169 172 178 192 197 202 206 211 217 220 223 226 229

C a p ítu lo P 6

S u m a r i o ........................................................................................................

234

B ib lio g r a fía d e la P a r te I ...................................................................................................

236

P A R T E II, p o r J o h n C . E c c le s C a p ítu lo E l 1. 2. 3. 4. 5. 6.

...............................................................................

257

R esum en........................................................................................................................ Introducción anatóm ica................................... .......................................................... Disposición columnar y concepción modular del córtex cerebral ..................... Interacción modular ................................................................................................... 4.1. Patrones de acción e interacción modular ...................................................... Las conexiones de las áreas corticales...................................................................... Conexiones del sistema lím b ico ................................................................................

257 259 265 272 274 275 279

C a p ítu lo E 2 7. 8. 9.

10.

E l có rtex cereb ral

L a p e r c e p c ió n c o n s c ie n t e .................................................................

R esum en........................................................................................................................ Introducción ................................................................................................................. Percepción cutánea (somestesis)................................................................................ 9.1 Vías hacia el área sensorial primaria del córtex ............................................ 9.2 Análisis temporal de la percepción cutánea .................................................... 9.3 Areas sensoriales secundarias y terciarias ....................................................... Percepción visual ..........................................................................................................

282 282 284 286 286 288 293 294

11. 12. 13. 14:

10.1 De la retina al área visual primaria del córtex............................................. 294 10.2 Estadios de lareconstitución de la imagen visual ....................................... 298 10.3 La imagen visual percibida ............................................................................. 304 Percepción auditiva ..................................................................................................... 306 Percepción olfativa ....................................................................................................... 306 Coloreado emocional de las percepciones conscientes............................................................ 307 Epílogo ............................................................................................................................................. 308

C a p itu lo E 3 15. 16. 17. 18. 19. 20.

21. 22. 23.

C a p ítu lo E 4 24. 25. 26. 27. 28. 29. 30. 31. 32.

E l m o v im ie n t o v o lu n ta r io .............................................................

Resum en...................... ................................................................................................... Introducción ................................................................................................................... La unidad motora .......................................................................................................... La corteza m otora.......................................................................................................... El movimiento voluntario ........................................................................................... Controles cerebelares del movimiento voluntario.................................................. 20.1 El circuito cerrado a través de la parte intermedia del cerebelo ............... 20.2 El circuito abierto a través de los hemisferios cerebelares ........................ Los circuitos abiertos a través de los ganglios basales............................................ La síntesis de diversos mecanismos neuronales implicados en el control del movimiento voluntario................................................................................................ Discusión general ..........................................................................................................

3 1o 310 312 312 316 318 322 324 326 326 327 329

L o s c e n t r o s d e l le n g u a je d e l c e r e b r o h u m a n o .....................

332

R esum en.......................................................................................................................... Introducción ................................................................................................................... La afasia........................................................................................................................... Experimentos en cerebros abiertos ............................................................................. Inyecciones intracarótidas de amytal sódico ............................................................. La prueba de escucha dicótica ..................................................................................... La mente autoconsciente y el lenguaje....................................................................... Substratos anatómicos de los mecanismos del lenguaje......................................... La adquisición del lenguaje..........................................................................................

332 333 334 337 339 340 341 343 347

C a p ítu lo E 5

L e s io n e s g lo b a le s d e l c e r e b r o h u m a n o ....................................

349

33. Resum en.......................................................................................................................... 34. Introducción .................................................................................................................... 35. Investigaciones sobre el cerebro humano tras seccionar la comisura: Comisurotomía ........................................................................................................................... 36. Discusión de la com isurotomía.................................................................................... 37. Investigaciones sobre el cerebro humano tras lesiones importantes..................... 38. Ablación de hemisferios ............................................................................................... 39. Resumen de las capacidades lingüísticas descubiertas mediante las lesiones globales.................................................... ......................................................................

349 351

C a p ítu lo E 6 40. 41. 42. 43. 44. 45. 46. 47.

352 364 370 371 373

L e s io n e s c e r e b r a le s l i m i t a d a s .........................................................

375

Resum en........................................................................................................................... Introducción ................................................................................................................... Lesiones del lóbulo temporal ...................................................................................... Lesiones del lóbulo parietal......................................................................................... Lesiones del lóbulo occipital ..................... .................................................................. Lesiones del lóbulo frontal........................................................................................... Lesiones del sistema lím b ico........................................................................................ El hemisferio dominante y el hemisferio menor .....................................................

375 377 377 383 386 387 392 393

C a p ítu lo E 7 48. 49. 50. 51. 52. 53. 54. 55.

L a m e n t e a u t o c o n s c ie n t e y e l c e r e b r o .......................................

399

R esum en.......................................................................................................................... Introducción ................................................................................................................... La mente autoconsciente y el cerebro ...................................................... Hipótesis sobre la interacción de la mente autoconsciente y elcerebro de relación........................................................................................................................... La hipótesis sobre los módulos corticales y la mente autoconsciente.................. El sueño, los sueños y otras formas de inconsciencia............................................. La plasticidad de los módulos abiertos....................................................................... Recapitulación................................................................................................................

399 401 402

C a p ítu lo E 8 56. 57. 58. 59. 60. 61. 62. 63. 64. 65. 66.

405 410 416 419 419

L a m e m o r ia c o n s c ie n te : p r o c e s o s c e r e b r a le s im p lic a ­ d o s e n e l a lm a c e n a m ie n t o y r e c u p e r a c ió n ..........................

424

R esum en.......................................................................................................................... Introducción .................................................................................................................... Cambios estructurales y funcionales quizá relacionados con la m em oria.......... La llamada “teoría del desarrollo” del aprendizaje ................................................. Función de la mente autoconsciente en la memoria a corto p la zo ....................... Función del hipocampo en el aprendizaje y la m em oria........................................ Hipótesis sobre los acontecimientos neuronales del almacenamiento de me­ moria ............................................................................................................................... Recuperación de m em oria............................................................................................ Duración de la m em oria............................................................................................... Respuestas plásticas de la corteza cerebral ................................................................ Amnesia retrógrada.......................................................................................................

424 426 428 433 436 438

B ib lio g r a fía d e la P a r te

P A R T E III Diálogo Diálogo Diálogo Diálogo Diálogo Diálogo Diálogo Diálogo Diálogo Diálogo Diálogo Diálogo

II ...............................................................................................

443 449 452 453 456 458

D iá lo g o s e n tr e lo s d o s a u to r e s

I .................................................................................................................................... II ................................................................................................................................. III ...............:................................................................................................................ I V ................................................................................................................................ V ................................................................................................................................. V I ................................................................................................................................ VII .............................................................................................................................. VIII ............................................................................................................................. I X ................................................................................................................................ X ................................................................................................................................. X I ................................................................................................................................ XII ..............................................................................................................................

477 491 505 519 530 546 560 573 586 598 615 630

B ib lio g r a fía d e la P a r te I I I ..............................................................................................

635

í n d i c e o n o m á s t i c o .................................................................................................................

637

í n d i c e d e m a t e r i a s .................................................................................................................

647

Parte I

Capítulo P1

1.

El materialismo se supera a sí mismo

El argumento de Kant

Hacia el final de su Crítica de la razón práctica, 1 Kant dice que hay dos cosas que llenan su m ente de creciente y renovada adm iración y respeto: los cielos estrellados sobre su cabeza y la ley m oral en su interior. La prim era de estas dos cosas simboliza para él el problem a de nuestro conocim iento acerca del universo físico,2 así com o el pro­ blem a de nuestro lugar en dicho universo. La segunda corresponde al yo invisible, a la personalidad hum ana (así com o a la libertad h u ­ m ana, com o nos explica). M ientras que la prim era aniquila la im por­ tancia del hom bre considerado com o parte del universo físico, la segunda eleva inconm ensurablem ente su valor com o ser responsable e inteligente. Creo que Kant está esencialm ente en lo cierto. Com o dijo en una ocasión Josef Popper-Lynkeus. cada vez que un hom bre m uere se destruye todo un universo. (Es algo fácil de com probar si nos identifi­ cam os con ese hom bre.) Los seres hum anos son irreem plazables y, por el hecho de serlo, está claro que son m uy distintos de las m áqui­ nas. Son capaces de disfrutar de la vida, de sufrir y de enfrentarse conscientem ente a la m uerte. Cada uno de ellos es un yo; son fines en sí mismos, com o decía Kant. Este punto de vista me parece incom patible con la doctrina m ate­ rialista según la cual los hom bres son máquinas. En este capítulo introductorio me propongo plantear cierto n ú ­ m ero de problem as, subrayando la im portancia de algunas cosas que tal vez den que pensar al materialista o al fisicalista. Al mismo tiempo, deseo hacer justicia a los grandes logros históricos del m ate­ 1 Immanuel Kam [1788], Beschlufi (págs. 281-285). : Para Kant, dicho conocimiento se halla representado por la astronomía; es decir, la mecánica newtoniana, incluyendo la teoría de la gravitación.

rialismo; m as deseo aclarar inm ediatam ente que rio tengo la inten­ ción de plantear ninguna pregunta del tipo «qué es», com o por ejem ­ plo, «¿qué es la mente?» o «¿qué es la materia?». (De hecho, una de mis tesis principales resultará ser la necesidad de evitar las preguntas del tipo «qué es».) M enos aún es mi intención responder sem ejantes preguntas; esto es, no trato de ofrecer lo que en ocasiones se deno­ m ina una «ontología».

2.

Hombres y máquinas

La doctrina según la cual los hom bres son m áquinas o robots es bastante antigua. Al parecer, su prim era form ulación clara y vigorosa se debe al título de un famoso libro de La M ettrie, E l hombre m á ­ quina [1747], si bien fue H om ero el prim er escritor que jugó con la idea de ro b o ts.1 No obstante, por com plicadas que sean, está claro que las m áqui­ nas no son fines en sí mismos. Pueden ser valiosas por su utilidad o por su escasez; incluso determ inado ejem plar puede ser valioso por ser históricam ente único. Sin em bargo, las m áquinas se tornan en algo sin valor si no poseen un valor de escasez, pues si hay m uchas del m ism o tipo estam os dispuestos a pagar para que se las lleven. Por el contrario, valoram os las vidas hum anas a pesar del problem a de la

1 La Mettrie no negaba la existencia de experiencias conscientes. Además reaccionaba enérgicam ente contra la teoría cartesiana, según la cual los animales (no así el hombre) son meros autómatas. (Véase más abajo la sección 56.) En el libro 18 de la ¡liada, hay dos pasajes en los que «Hefaistos, el famoso artesano» se considera el creador de máquinas-robot. (El térm ino «robot» lo introdujo Karel Capek.) En el prim er pasaje, Hefaistos está trabajando en la construcción de algo así com o cam areros (o mesas de té) automáticos. En el segundo, está asistido en su trabajo por habilidosas jóvenes forjadas en oro, un metal poseído de poderes peculiares. El prim er pasaje (373-377) podría traducirse com o sigue: Mesas de tres patas estaba construyendo, veinte en total, para disponerlas en torno a su bien construida sala. Les había puesto ruedas de oro forjado, para que pudiesen acudir por sí m ismas al banquete de los dioses, a su voluntad, y volver luego, dejando perplejo a todo el m undo. He aquí el segundo pasaje (417-420): Criadas construidas de oro ayudaban solícitamente a su amo. Con el aspecto de muchachas genuinas. mostraban su agudo entendimiento con su inteli­ gente conversación, su eficiencia y su habilidad. (En las dos últimas líneas quizá puedan encontrarse indicios de la lectura que ha hecho de Hom ero Gibert Ryle.)

superpoblación, el más grave de los problem as sociales de nuestro tiempo. Incluso respetam os la vida de un asesino. Debem os adm itir que, tras dos guerras m undiales y bajo la am e­ naza de nuevos medios de destrucción en masa, se ha producido un terrorífico deterioro del respeto por la vida hum ana en algunos estra­ tos de nuestra sociedad. Todo ello hace que sea especialm ente urgente reafirm ar en lo que sigue un punto de vista del que, según creo, no tenem os razón alguna para desviarnos: la opinión según la cual los hom bres son seres en sí m ismos y no «meramente» máquinas. Podem os dividir en dos categorías a quienes sostienen la teoría de que los hom bres son m áquinas. Por un lado, están quienes niegan la existencia de acontecim ientos m entales, de experiencias personales o de la conciencia; o bien quienes tal vez digan que el problem a de si existen es de im portancia secundaria, pudiendo dejarse tranquila­ mente sin resolver. Por otro lado, están aquellos que adm iten la existencia de acontecim ientos mentales, si bien afirm an que se trata de «epifenómenos», que todo se puede explicar sin ellos, dado que el m undo material está causalm ente cerrado. Mas, pertenezcan a una u otra categoría, me parece a mí que am bos olvidan la realidad del sufrim iento hum ano y la significación de la lucha contra el sufri­ miento innecesario. Así pues, considero que la doctrina según la cual los hom bres son m áquinas no sólo está equivocada, sino que además es proclive a socavar la ética hum anista. Con todo, esta m ism a razón hace que sea tanto más necesario subrayar que los grandes defensores de tal doc­ trina, los grandes filósofos materialistas, eran casi todos ellos defenso­ res de la ética hum anista. De Demócrito y Lucrecio a H erbert Feigl y A nthony Quinton, los filósofos materialistas han sido en general h u ­ manistas y luchadores en pro de la libertad y la ilustración, m ientras que, por asi decir, sus oponentes han sido en m uchas ocasiones todo lo contrario. Así pues, precisam ente porque considero que el m ateria­ lismo está equivocado, precisam ente porque no creo que los hom bres sean m áquinas o autóm atas, deseo hacer hincapié en la im portante y aun vital función que ha desem peñado la filosofía materialista en la evolución del pensam iento y la ética hum anos.

3.

El materialismo se supera a sí mismo

En cuanto m ovim iento filosófico, el m aterialism o ha resultado una fuente de inspiración para la ciencia. Ha dado a luz dos de los progra­ mas de investigación científica más viejos y aun hoy más im portan­ tes. dos tradiciones científicas que se han fundido tan solo m uy re­

cientemente. U no de ellos es la teoría del plenum de Parm énides, que se transform ó en la teoría dé la continuidad de la m ateria y que, con Faraday y M axwell, Riem ann, Clifford y, en nuestro tiem po, con Eínsteín, Schródínger y W heeler, se transform ó en la teoría de cam ­ pos de la m ateria y en la geom etrodinám ica cuántica. Otro de ellos es el atom ism o de Leucipo, Demócrito, Epicuro y Lucrecio, que ha term inado por desem bocar en la teoría atóm ica m oderna y en la m ecánica cuántica. Con todo, hasta cierto punto estos program as de investigación se han superado a sí mismos. Am bos program as de investigación partie­ ron de la teoría de que la m ateria, en el sentido de algo extenso en el espacio o algo que ocupa espacio (o partes del espacio), era algo últim o, esencial, substancial; es decir, una esencia o substancia que ni necesitaba ni era susceptible de explicación ulterior, constituyendo por tanto un principio en térm inos del cual podría y habría de expli­ carse todo lo demás. Esta concepción de la m ateria se vio superada por vez prim era a m anos de Leibniz y Boscovich (véase más abajo la sección 51). La física m oderna contiene teorías explicativas de la m ateria y de las propiedades de la materia, tales com o la propiedad de ocupar un espacio (denom inada antaño la propiedad de la «im pene­ trabilidad») o las propiedades de elasticidad y cohesión, así com o los «estados» de la m ateria (o «estados de agregación»: sólido, líquido o gaseoso). Al explicar así la m ateria y sus propiedades, la física m o­ derna supera el program a original del materialism o. De hecho, fue la propia física la que produjo los argum entos con m ucho más im por­ tantes en contra del m aterialism o clásico. Resum iré brevem ente los más im portantes de dichos argum entos. (Véanse tam bién las secciones 47-51, más abajo.) El m aterialism o clásico de Leucipo o Dem ócrito, así com o las teorías posteriores de Descartes o Hobbes, supone que la m ateria o cuerpo, o «substancia extensa», llena partes del espacio o quizá todo el espacio. El em puje o el im pacto se convierte en la explicación de la interacción causal («acción por contacto»). El m undo no es sino un m ecanism o de relo­ jería com puesto por cuerpos que se em pujan m utuam ente com o en ­ granajes. Dicha teoría se vio superada por vez prim era por la gravitación new toniana, expresada en térm inos 1) de tracción y no em puje y 2) de acción a distancia en lugar de acción por contacto. El propio N ew ton encontraba absurda sem ejante c o sa ,1por más que ni él ni sus 1 Véase mi [ 1963(a)] pág. 106 (lexio de la nota 20 al capítulo 3), así com o la sección 48, más abajo.

sucesores (especialmente Lesage2) tuvieron éxito en sus intentos de explicar la atracción gravitatoria en térm inos de empujes. Sin em ­ bargo, esta prim era brecha en el blindaje del m aterialism o clásico se reparó merced a una extensión de la idea de m aterialismo: los suceso­ res del new tonianism o aceptaron el em puje gravitatorio com o propie­ dad «esencial» de la m ateria que ni precisaba ni era susceptible de explicación ulterior. U no de los acontecim ientos más im portantes de la historia de la autosuperación del m aterialism o fue el descubrim iento del electrón, debido a J. J. Thom son y que diagnosticó (así com o H. A. Lorenz) com o una dim inuta esquirla de átomo. Así el átom o, lo indivisible por definición, se podría dividir. Mala cosa era ésta, si bien se podría llegar a un reajuste considerando a los átom os com o sistemas de partículas m enores cargadas, electrones y protones, que podrían to­ m arse com o trozos pequeñísim os de m ateria cargados. La nueva teoría podría explicar el em puje entre trozos de m ateria (la «impenetrabilidad de la materia») mediante la repulsión eléctrica de partículas igualm ente cargadas (la capa electrónica de los átomos). Se trataba de algo convincente, si bien destruía la idea de que el em puje era «esencial», dependiendo de la propiedad esencial de llenar el espacio que poseía la m ateria, así com o la idea de que el em puje era el modelo de toda acción física causal. Hoy día se conocen otras partículas elem entales que no pueden interpretarse com o trozos car­ gados (o no) de m ateria (m ateria en el sentido del materialismo), dado que son inestables: se desintegran. Además, incluso las partículas estables com o los electrones se pueden aniquilar por pares, con la producción de fotones (cuantos de luz); y tam bién se pueden crear a partir de un fotón (un rayo gamma). A hora bien, la luz no es materia, aunque podam os decir que luz y m ateria son form as de energía. Así pues, la ley de la conservación de la m ateria (y de la masa) hubo de ser abandonada. La m ateria no es una «substancia», ya que no se conserva: se puede destruir y crear. Incluso las partículas más estables, los nucleones, se pueden destruir por colisión con sus anti­ partículas, transform ándose su energía en luz. La m ateria resulta ser energía m uy com prim ida, transform able en otras formas de energía y, por consiguiente, posee la naturaleza de un proceso, dado que se puede convertir en otros procesos tales com o la luz y. por supuesto, m ovim iento y calor. Se podría decir, pues, que los resultados de la física m oderna - Véase mi [1963(a>] pág. 107 (nota 21 al capítulo 3). ’ Más abajo, en la sección 51, se podrán encontrar más cosas acerca del papel desempe­ ñado por la teoría de N ew ton en la decadencia del esencialismo.

sugieren que deberíam os abandonar la idea de una substancia o esen­ cia.4 Sugieren que no hay una entidad idéntica a sí m ism a que per­ sista a lo largo de todos los cam bios en el tiem po (aun cuando ocurra así con trozos de m ateria en condiciones «ordinarias»); que no hay u n a esencia que sea el duradero soporte o poseedor de las propieda­ des o cualidades de las cosas. A hora el universo se nos aparece no com o un a colección de cosas, sino com o un conjunto interactuante de sucesos o procesos (como subrayaba especialm ente A. N. W hitehead). Así pues, un físico m oderno podría decir perfectam ente que las cosas físicas -cu erp o s, m ateria- poseen una estructura atóm ica; pero, a su vez. los átom os poseen una estructura que difícilm ente se podría describir com o «material» y no cabe duda de que no se podría consi­ derar «substancial»: con el program a de explicar la estructura de la m ateria, la física ha de superar el m aterialismo. Todo este desarrollo m ás allá del m aterialism o fue un resultado del propio program a m aterialista de investigación. (Por eso hablo de la autosuperación del m aterialism o.) Ha dejado intacta la im portancia y la realidad de la m ateria y de las cosas materiales: átom os, m olécu­ las y estructuras de moléculas. Incluso se podría decir que ha condu­ cido a un aum ento de su realidad, ya que com o m uestra la historia del m aterialism o, especialm ente la del atom ism o, la realidad de la m ateria la consideraban dudosa no sólo los filósofos idealistas del tipo de Berkeley y Hum e, sino tam bién físicos com o M ach, en la época m ism a del surgim iento de la teoría cuántica. Mas a partir de 1905 (año del escrito de Einstein sobre la teoría m olecular del m ovim iento brow niano) las cosas com enzaron a m ostrar otro aspecto, e incluso M ach cam bió sus opiniones, al m enos tem poralm ente,5 no m ucho antes de su m uerte, cuando se le hizo ver en una pantalla de centelleo los destellos debidos a las partículas alfa, los fragm entos de átom os de radio desintegrándose. Se aceptaron los átom os com o algo realm ente «real», podríam os decir, cuando dejaron de ser «atómicos», cuando dejaron de ser trozos indivisibles de m ateria, cuando adquirieron una estructura.

4 Ahí está, por supuesto, el hecho de que la física contem poránea opera con la conjetura de que la cantidad de energía en un sistema cerrado se conserva. Mas ello no quiere decir que necesitemos en física algo así com o una substancia: la teoría de Bohr, Kramers y Slater [1924] suponía que la energía se conserva tan sólo com o media estadística. Años más tarde, Bohr hizo una sugerencia similar, antes de la conjetura de Pauli sobre la existencia del neutrino; también Schródinger [1925] sugirió una teoría semejante. Ello m uestra que los físicos estaban totalmente dispuestos a abandonar la única propiedad de la energía por la cual se asemeja a la substancia, asi com o que no existe una necesidad a priori tras esta idea. 5 Véase Blackmore [1972], págs. 319-24.

Se podría decir, pues, que la teoría física de la m ateria ya no es materialista, aun cuando haya retenido gran parte de su carácter original. Aún opera con partículas (por más que ya no estén confina­ das a «trozos de materia») y con fuerzas, pero ha añadido cam pos de fuerzas y diversas form as de radiación; esto es, energía radiante. De este m odo se ha convertido en una teoría de la m ateria. C om o John Archibald W heeler [1973] señala, «la física de partículas no es el punto de partida adecuado de la física de partículas, sino que lo es la física del vacío».6 Así pues, el m aterialism o se ha superado a sí mismo. El punto de vista según el cual los anim ales y los hom bres son m áquinas en un sentido mecánico, punto de vista que se desarrolló originalm ente bajo la inspiración del libro de La M ettrie El hombre m áquina (véase la sección 56), ha sido sustituido por el punto de vista según el cual los anim ales y los hom bres son m áquinas electroquímicas. El cam bio es im portante. Con todo, por las razones enunciadas al com ienzo del capítulo, esta versión m oderna de la teoría según la cual los hom bres son m áquinas me parece que aunque quizás esté un paso más cerca de la verdad, no resulta más aceptable que la vieja versión mecanicista del materialismo. M uchos filósofos m odernos que sostienen este punto de vista (especialmente U. T. Place, J. J. C. Smart y D. M. Arm strong) se denom inan a sí m ismos «materialistas», confiriendo así al térm ino «materialismo» un significado que difiere un tanto de su significado primitivo. Otros que sostienen opiniones m uy similares, especial­ m ente la opinión de que los hom bres son m áquinas, se dan el nom ­ bre de «fisicalistas», térm ino debido, por lo que sé, a Otto N eurath. (Ese es el caso de Herbert Feigl, quien considera la existencia de la conciencia hum ana com o uno de los problem as más im portantes de la filosofía.) La term inología, por supuesto, es com pletam ente irrelevante, si bien no hem os de pasar por alto una cosa: la crítica del viejo m ateria­ lismo. aun cuando fuese concluyente, no es necesariam ente aplicable a la prevaleciente versión fisicalista del materialismo.

4.

Consideraciones sobre el término «real»

En general, trato de evitar preguntas del tipo «qué es» y aún m ás las del tipo «qué quiere usted decir con», ya que me parecen proclives al " John Archibald W heeler [1973], pág. 235. Com o señala W heeler (pág. 229), esta importante idea puede retrotraerse hasta William Kingdon Clifford [1873], [1879], [1882],

peligro de sustituir los problem as reales por problem as verbales (o problem as acerca del significado). Sin em bargo, en esta sección, me desviaré del p rin cip io 1 para discutir brevem ente el uso o significado de un térm ino, el térm ino «real», que se ha utilizado en la sección anterior (en la que he dicho que los átom os se aceptaron com o algo «real» cuando dejaron de ser «atómicos»). Me da la im presión de que el uso más central del térm ino «real» es el que se hace para caracterizar cosas materiales de tam año ordina­ rio, cosas que puede m anejar un bebé y (preferiblemente) m eter en la boca. A partir de ahí, la usanza del térm ino «real» se extiende prim ero a cosas m ayores, cosas dem asiado grandes para que las m anejemos, com o trenes, casas, m ontañas, la tierra y las estrellas, así com o a cosas m enores, com o partículas de polvo o insectos dim inutos. Por supuesto, se extiende también a los líquidos y al aire, a los gases y a las m oléculas y átomos. ¿Qué principio rige esta extensión? Mi sugerencia es que las enti­ dades de las que conjeturam os que son reales deben ser capaces de ejercer un efecto causal sobre cosas prim a facie reales; es decir, sobre cosas m ateriales de tam año ordinario: que podam os explicar cambios en el m undo m aterial ordinario de las cosas por los efectos causales de entidades que conjeturam os com o reales. N o obstante, está el problem a ulterior de si existen o no esas entidades cuya realidad conjeturam os. M uchas personas se m ostraban reacias a aceptar la existencia de los átom os, si bien su existencia se adm itió am pliam ente tras la teoría de Einstein acerca del m ovim iento brow niano. Einstein propuso la teoría bien contrastable según la cual las pequeñas partículas suspen­ didas en un líquido (cuyos m ovim ientos son visibles con un m icros­ copio, siendo por tanto «reales») se movían com o resultado de los im pactos aleatorios de las moléculas en m ovim iento del líquido. Su conjetura era que las pequeñas moléculas aún visibles ejercían efectos causales sobre esas cosas reales m uy pequeñas aunque «ordinarias». Tal cosa sum inistró buenas razones en favor de la realidad de las m oléculas y, subsiguientem ente, de los átomos. Mach, a quien no le gustaba trabajar con conjeturas, se convenció (durante algún tiem po al menos) de la existencia de átom os por los elem entos de juicio observables sum inistrados por los efectos físicos de su desintegración. La existencia de los átom os se convirtió en

1 Aunque estoy planteando aquí algo del estilo de las preguntas «qué es», no estoy haciendo «análisis del significado». Tras mi discusión de la palabra «real», hay una teoría; la teoría de que la m ateria existe y de que este hecho es de importancia crucial, si bien algunas otras cosas que pueden interactuar con la materia, com o las mentes, tam bién existen; véase más abajo.

conocim iento com ún cuando la desintegración artificial de los áto­ mos provocó la destrucción de dos ciudades habitadas. Sin em bargo, el problem a de la aceptación de tales elem entos de juicio no es com pletam ente simple. M ientras que ningún elem ento de juicio puede ser concluyente, parecem os inclinarnos a aceptar algo (cuya existencia ha sido conjeturada) com o efectivam ente existente si su existencia se corrobora, por ejemplo, mediante el descubrim iento de efectos que esperaríam os hallar si existiese. Con todo, podríam os decir que esta corroboración indica, en prim er lugar, que ahí hay algo; al m enos el hecho de esta corroboración habrá de explicarse mediante una teoría ulterior. En segundo lugar, la corroboración indica que la teoría que entraña las entidades reales conjeturadas puede ser verdadera o estar próxim a a la verdad (poseer un buen grado de verosimilitud). (Quizá sea m ejor hablar de la verdad o vero­ similitud de las teorías que de la existencia de entidades, ya que la existencia de las entidades form a parte de una teoría o conjetura.) Teniendo en cuenta estas reservas, no hay razón para no decir, por ejemplo, que no sólo los átomos, sino también los electrones y otras partículas elem entales se aceptan hoy día com o algo realm ente existente debido, digamos, a sus efectos causales sobre las em ulsiones fotográficas. Aceptamos las cosas com o «reales» si pueden actuar causalm ente o interactuar con cosas materiales reales ordinarias. Se habrá de adm itir, sin em bargo, que las entidades reales pueden ser concretas o abstractas en diversos grados. En física aceptam os com o reales fuerzas y cam pos de fuerzas, dado que actúan sobre cosas materiales. Mas dichas entidades son más abstractas y quizá también más conjeturables o hipotéticas que las cosas materiales ordi­ narias. Las fuerzas y los cam pos de fuerzas están ligados a cosas m ateria­ les, a átom os y a partículas. Poseen un carácter disposicional: son disposiciones a interactuar. Así. se pueden describir com o entidades teóricas m uy abstractas^si bien las aceptam os com o reales puesto que interactúan con las cosas materiales ordinarias de un m odo directo o indirecto. Resum iendo, com parto con los materialistas de viejo cuño el punto de vista según el cual las cosas materiales son reales, e incluso el punto de vista según el cual, para nosotros, los paradigm as de realidad son los cuerpos materiales sólidos. Tam bién com parto con los m odernos materialistas o fisicalistas la opinión de que las fuerzas y campos de fuerzas, cargas y dem ás -esto es. las entidades físicas teóricas distintas de la m ateria- son también reales. Además, aunque tengo la conjetura de que. en la prim era infan­ cia. tom am os nuestra idea de realidad de las cosas materiales, no

sugiero que las cosas m ateriales sean en ningún sentido «últimas». Por el contrario, habiendo aprendido m ucho acerca de fuerzas físicas, sucesos y procesos, podem os descubrir que las cosas materiales, espe­ cialm ente las sólidas, han de interpretarse com o procesos físicos m uy especiales en los que las fuerzas moleculares desem peñan una fun­ ción dom inante.

5.

El materialismo, la biología y la mente

El m aterialism o representa un gran m ovim iento y una gran tradición no sólo en física, sino tam bién en biología. N o sabemos dem asiado acerca del origen de la vida sobre la Tierra, pero parece en gran m edida com o si la vida se originase con la síntesis quím ica de m olé­ culas gigantes autorreproductoras, evolucionando por selección natu­ ral, com o afirm arían los materialistas siguiendo a Darwin. Parece así que en un universo material puede em erger algo nuevo. La m ateria m uerta parece poseer más potencialidades que la simple reproducción de m ateria m uerta. En particular, ha producido m entes -s in duda en lentas etap as- term inando con el cerebro y la m ente hum ana, con la conciencia hum ana de sí y con la conciencia hum ana del universo. Así, com parto con los m aterialistas o fisicalistas no sólo el hinca­ pié que hacen en los objetos materiales com o paradigm as de realidad, sino tam bién la hipótesis evolucionista. Mas nuestros cam inos pare­ cen apartarse cuando la evolución produce las m entes y el lenguaje hum ano. Y divergen aún más cuando las m entes hum anas p rodu­ cen historias, m itos explicativos, herram ientas y obras de arte y de ciencia. Todo esto, según parece, ha evolucionado sin violación alguna de las leyes de la física. Mas con la vida, incluso con form as inferiores de vida, la resolución de problem as hace su entrada en el universo; y con las form as superiores, los propósitos y objetivos perseguidos conscientem ente. No podem os m enos de adm irar que la m ateria pueda superarse a sí m ism a de esta form a, produciendo mentes, propósitos y todo un m undo de productos de la m ente hum ana. U no de los prim eras productos de la m ente hum ana es el lenguaje hum ano. De hecho, conjeturo que fue él el prim ero de estos produc­ tos. evolucionando el cerebro y la mente hum ana en interacción con el lenguaje.

6.

La evolución orgánica

A fin de com prender m ejor esta interacción, deberíam os considerar un aspecto de la teoría de la selección natural que algunas veces se pasa por alto. La selección natural se considera a m enudo com o el resultado de una interacción entre el ciego azar que trabaja desde dentro del orga­ nismo (mutación) y las fuerzas externas sobre las que el organism o no tiene influencia alguna. Los objetivos y preferencias del orga­ nismo no parecen tener lugar si no es com o producto de la selección natural. Las teorías de Lam arck, Butler o Bergson, según las cuales los objetivos o preferencias del anim al pueden influir en su evolu­ ción, parecen chocar con el darw inism o, al introducir la herencia de los caracteres adquiridos. Este punto de vista está equivocado, tal com o parecen haber des­ cubierto independientem ente unas cuantas personas, especialmente los dos darw inistas J. M. Baldwin y C. Lloyd M organ, quienes deno­ m inaron a su teoría «evolución orgánica».1 La teoría de la evolución orgánica parte del hecho de que todos los organism os, especialm ente los superiores, poseen un repertorio más o m enos variado de conductas a su disposición. Al adoptar una form a nueva de conducta, el organism o individual puede cam biar su medio. Incluso un árbol puede m eter una raíz en una fisura entre dos rocas, forzar su separación y dar así acceso a un suelo de una com po­ sición quím ica diferente a la de su entorno inmediato. Lo que resulta más significativo, un anim al puede adoptar conscientem ente una pre­ ferencia por un nuevo tipo de alim ento, com o resultado del ensayo y error. Ello equivale a cam biar el medio en la m edida en que nuevos aspectos del medio asum en un nuevo significado biológico (ecológico). De este modo, las preferencias y habilidades individuales pueden llevar a la selección e incluso a la construcción de un nuevo nicho ecológico por parte del organism o. M ediante esta acción indivi­ dual, el organism o puede «elegir», com o si dijéramos, su m edio;2 y de este modo puede exponerse y exponer á sus descendientes a un nuevo conjunto de presiones selectivas características del nuevo m e­ dio. Así, la actividad, las preferencias, la habilidad y las idiosincrasias del anim al individual pueden influir indirectam ente sobre las presio­ 1 En el gran libro de Sir Alister Hardy, The Living Streani [1965], se puede hallar una contribución im portante a la idea de evolución orgánica. 2 Aunque yo crea personalm ente que los animales y los hom bres pueden tom ar decisiones genuinas, un materialista podría, por supuesto, decidir interpretar esas preferencias y elecciones com o algo que en última instancia no sería más que el resultado del azar y de filtros selectivos. Sin embargo, no me ocupo aquí de discutir esta cuestión.

nes selectivas a las que está expuesto y con ello puede influir sobre el resultado de la selección natural. Tom em os un ejem plo de sobra conocido. Según Lam arck, la pre­ ferencia por ram onear entre las ram as más altas de los árboles llevó a los antecesores de la jirafa a alargar sus cuellos y, a través de la herencia de los caracteres adquiridos, a nuestra jirafa. Según el darw inism o m oderno («la teoría sintética») esta explicación resulta real­ m ente inaceptable, dado que los caracteres adquiridos no se heredan. Con todo, eso no quiere decir que las acciones, preferencias y eleccio­ nes de los predecesores de la jirafa no hayan desem peñado un papel fundam ental (aunque indirecto) en su evolución. Por el contrario, crearon un nuevo medio para sus descendientes, con nuevas presio­ nes de selección que son las que han llevado a la selección de los cuellos largos. Hasta cierto punto se puede decir incluso que a m e­ nudo las preferencias resultan decisivas. Es m ucho más probable que un nuevo hábito trófico lleve por selección natural (y m ediante m uta­ ciones accidentales) a nuevas adaptaciones anatóm icas, que el cam ino inverso; es decir, que cam bios anatóm icos accidentales im pongan nuevos hábitos alim enticios, ya que los cam bios que no están adapta­ dos a los hábitos del organism o difícilmente habrían de tener un valor positivo en la lucha por la vida. El propio D arw in escribió: «[...] a la selección natural le resultaría fácil adaptar la estructura del anim al a sus hábitos cam biados [...]». No obstante, continúa: «Resulta [...] difícil decidir, y no tendría im ­ portancia para nosotros, si en general los hábitos cam bian prim ero y las estructuras después, o si son ligeras modificaciones en la estruc­ tura las que llevan al cam bio de hábitos, ocurriendo probablem ente a m enudo am bas cosas casi sim ultáneam ente».3 Estoy de acuerdo en que ocurren am bos casos, siendo en am bos la selección natural la que trabaja sobre la estructura genética. Con todo, sigo pensando que en m uchos casos, y en algunos de los más interesantes, cam bian prim ero los hábitos. Se trata de los casos denom inados «evolución orgánica». Sin em bargo, discrepo de Darw in cuando dice que el problem a carece de «im portancia para nosotros», pues pienso que im porta m u ­ cho. Los cam bios evolutivos que com ienzan con nuevos patrones de com portam iento -c o n nuevas preferencias, nuevos propósitos por parte del an im al- no sólo hacen más com prensibles m uchas adapta­ ciones, sino que revisten los objetivos y propósitos subjetivos del

Charles Darwin [1859], capítulo VI, «Sobre el origen y transiciones de los seres orgánicos con estructura y hábitos peculiares». El pasaje citado en el texto es la versión que se encuentra en la quinta edición y en las siguientes. Véase M orse Peckham (ed.) [1959], capítulo VI, oraciones 92 y 93 (pág. 332 de esta edición de variaciones).

anim al de un significado evolutivo. Además, la teoría de la evolu­ ción orgánica hace com prensible que el m ecanism o de la selección natural se torne más eficiente cuando se dispone de un repertorio de conducta más amplio. De este m odo, m uestra el valor selectivo de determ inada libertad innata de conducta, frente a una rigidez de con­ ducta que debe hacer m ucho más difícil que la selección natural produzca adaptaciones nuevas. Asimismo, se torna m ás com prensible el modo en que ha em ergido la m ente hum ana. Com o apunta Sir Alister Hardy (en el subtítulo de su libro The Living Stream ), esta «reformulación» de la teoría darw inista puede elucidar «su relación con el espíritu del hombre». Se podría decir que al decidirse a hablar, el hom bre ha decidido desarrollar su cerebro y su mente; que el lenguaje, una vez creado, ejerció la presión selectiva bajo la cual ha tenido lugar la em ergencia del cerebro hum ano y de la conciencia del yo. Pienso que estos puntos poseen algún interés para el problem a del cuerpo y la mente, dado que, com o se sugirió en la sección 4 más arriba, no sólo conjeturam os que algo es real cuando es capaz de afectar a los objetos físicos, sino que además nos inclinam os a aceptar su existencia si dichos efectos se ven corroborados. El punto que nos ocupa en esta sección -e l m odo en que nuestras decisiones, pensa­ mientos, planes y acciones llevan a una situación que a su vez posefe repercusiones sobre nosotros, incluso sobre la evolución del cerebro h u m a n o - sugiere que en la evolución y conducta de los anim ales superiores, en especial del hom bre, hay pruebas a favor de la existen­ cia de una experiencia consciente. Estos puntos constituyen un pro­ blem a para quienes niegan que exista la conciencia e incluso para quienes adm iten que existe la conciencia a la vez que pretenden que el m undo físico es causalm ente com pleto (véase el capítulo P3).

7.

Nada hay nuevo bajo el sol. El reduccionismo y la «causación descendente»

U no de los dogm as filosóficos más antiguos se resum e en el dicho (del Eclesiastés) «Nada hay nuevo bajo el sol». En cierto m odo eso es algo que tam bién entraña el m aterialism o, especialm ente en sus for­ mas más viejas de atom ism o e incluso de fisicalismo. Los m aterialis­ tas sostienen - o sostenían- que la m ateria es eterna y que todo cam ­ bio consiste en el m ovim iento de trozos de m ateria y en los cam bios consiguientes en su ordenación. Por regla general, los físicos sostie­ nen que las leyes físicas son eternas. (Hay excepciones, com o los

físicos Paul Dirac y John A rchibald W heeler; véase W heeler [1973].) Realm ente es difícil no pensar tal cosa, ya que lo que denom inam os leyes de la física es el resultado de nuestra busca de invariantes. Así pues, aun cuando u n a ley física resultase ser variable, de m odo que (digamos) u n a de las constantes físicas fundam entales aparentem ente resultase cam biar con el tiem po, deberíam os intentar sustituirla por u n a nueva ley invariante que especifique la tasa de cambio. El punto de vista según el cual nada hay nuevo bajo el sol está incorporado de algún m odo en el significado original de la palabra «evolución»; evolucionar significa desenvolver y evolución signifi­ caba originalm ente el desenvolvim iento de lo que ya estaba allí; ha de tornarse m anifiesto lo que ya está allí preformado. (Desarrollar, para­ lelam ente, significa desem paquetar lo que está allí.) Podríam os decir que ese significado original está superado hoy en día, al m enos a partir de D arw in, aun cuando aún parezca desem peñar su papel en la visión del m undo de algunos materialistas o fisicalistas. Hoy día, algunos de nosotros hem os aprendido a usar de m odo distinto el térm ino «evolución», pues pensam os que la evolución - l a evolución del universo y especialm ente la evolución de la T ie rra - ha producido cosas nuevas: novedades reales. Mi tesis en esta sección es que deberíam os ser m ás conscientes de esta novedad real. Según la teoría física actual, parece que el universo en expansión se creó a sí m ism o hace varios miles de millones de años con una gran explosión. La historia de la evolución sugiere que el universo no ha dejado nunca de ser creador o «inventivo», tal com o sugiere Kenneth G. D en bigh.1 El punto de vista m aterialista y fisicalista usual es el de que todas las posibilidades que se han realizado en el transcurso del tiem po y de la evolución tienen que haber sido potencialm ente preform adas o preestablecidas desde el comienzo. Tal cosa constituye o bien una trivialidad expresada de un m odo peligrosam ente confundente, o bien un error. Es trivial que nada pueda ocurrir a m enos que esté perm i­ tido por las leyes de la naturaleza y por el estado precedente, aun cuando sería confundente sugerir que podam os saber siem pre qué es lo que se excluye de esta m anera. Mas si se sugiere que el futuro es y ha sido siem pre predictible, al m enos en principio, entonces se trata de un error, por todo lo que sabem os y por todo lo que podem os aprender de la evolución. La evolución ha producido m uchas cosas que no eran predictibles, al m enos por parte del conocim iento h u ­ mano.

1 Véase Kenneth G. Denbigh [1975].

Algunas personas piensan que desde el principio había algo así com o u na mente, algo psíquico inherente a la m ateria, aun cuando sólo m ucho m ás tarde se haya convertido en sentiente y en concien­ cia, en la evolución de los anim ales superiores. Se trata de la teoría del «pampsiquismo»: todo (toda cosa material) posee un alm a o algo así com o un precursor o rudim ento de alm a (véase tam bién la sec­ ción 19, más abajo). Pienso que la m otivación tras estos puntos de vista, sean m ateria­ listas o pampsiquistas, es «nada hay nuevo bajo el sol» o «nada puede em erger de nada». El gran filósofo Parm énides enseñaba tal cosa hace 2500 años, deduciendo de ello la im posibilidad del cambio, de modo que éste tiene que ser una ilusión. Los fundadores de la teoría ató­ mica, Leucipo y Demócrito, le siguieron en la m edida en que enseña­ ban que lo único que existe son los átom os inalterables que se m ue­ ven en el vacío, en el espacio vacío. Así pues, los únicos cambios posibles son los m ovim ientos, colisiones y recom binaciones de áto­ mos, incluyendo entre ellos los átom os sutilísimos que com ponen nuestra alma. Incluso algunos de los más im portantes filósofos vivos (como Quine) enseñan que tan solo puede haber entidades físicas y que no hay sucesos m entales o experiencias mentales. (Algunos otros establecen un com prom iso y adm iten que hay experiencias mentales, aunque dicen que son en cierto sentido sucesos físicos o que son «idénticos» a sucesos físicos.) En contra de todas estas opiniones, sugiero que el universo, o su evolución, es creador y que la evolución de anim ales sentientes con experiencias conscientes ha sum inistrado algo nuevo. Al principio dichas experiencias eran de tipo más rudim entario y, posteriorm ente, de un tipo superior. Finalm ente surgió esa especie de conciencia del yo y ese tipo de creatividad que, según sugiero, encontram os en el hombre. Con la em ergencia del hom bre, pienso que la creatividad del universo se ha hecho obvia. En efecto, el hom bre ha creado un nuevo m undo objetivo, el m undo de los productos de la m ente hu­ mana; un m undo de mitos, de cuentos de hadas y de teorías científi­ cas, de poesía, de arte y de música. (Llam aré a esto «M undo 3», en contradistinción con el M undo 1 físico y el M undo 2 subjetivo o psicológico; véase más abajo la sección 10.) La existencia de las gran­ des e incuestionables obras creativas del arte y la ciencia m uestra la creatividad hum ana y, con ello, la del universo que ha creado al hombre. A lo que aquí me refiero con la palabra «creativo» es a lo que se refiere Jacques M onod [1970], [1975] cuando habla de la impredictibilidad de la em ergencia de la vida sobre la tierra, de la impredictibili-

dad de las diversas especies y particularm ente de nuestra propia espe­ cie hum ana: «[...] éram os im predictibles antes de que apareciésemos», dice. ([1975], pág. 23.) C uando utilizo la idea confesadam ente vaga de evolución crea­ dora o evolución em ergente, pienso al m enos en dos tipos distintos de hechos. En prim er lugar, está el hecho de que en un universo en el que en un m om ento no existiesen otros elem entos (según nuestras teorías actuales) más que, digamos, el hidrógeno y el helio, ningún teórico que conociese las leyes que entonces operaban y se ejem plifi­ caban en ese universo podría haber predicho todas las propiedades de los elem entos m ás pesados que aún no habían surgido, ni podría haber predicho su em ergencia, por no hablar de todas las propiedades incluso de las más simples m oléculas com puestas, com o el agua. En segundo lugar, parece haber com o m ínim o las siguientes etapas en la evolución del universo, algunas de las cuales producen cosas con propiedades que son com pletam ente im predictibles o emergentes: 1) La em ergencia de los elem entos más pesados (incluyendo los isóto­ pos) y la em ergencia de líquidos y cristales. 2) La em ergencia de la vida. 3) La em ergencia de la sensibilidad, 4) La em ergencia (junto con el lenguaje hum ano) de la conciencia del yo y de la m uerte (o incluso del córtex cerebral hum ano). 5) La em ergencia del lenguaje hum ano y de las teorías acerca del yo y de la m uerte. 6) La em ergencia de productos de la m ente hum ana com o los mitos explicativos, las teo­ rías científicas o las obras de arte. Podría resultar útil por varias razones (especialm ente de com para­ ción con la tabla 2: véase más abajo) disponer algunos de estos esta­ dios de la evolución cósm ica en la siguiente tabla 1.

M undo 3 (lo s p rod u ctos d é la m en te hu m an a)

M undo 2 (el m u n d o de las ex p erien cia s subjetivas)

M undo 1 (el m u n d o de los o b jeto s físicos)

(6) Obras de arte y de ciencia (incluyendo la tecnología) (5) Lenguaje hum ano. Teorías acerca del yo y de la m uerte (4) Conciencia del yo y de la m uerte (3) Sensibilidad (conciencia animal) (2) Organism os vivos (1) Los elem entos más pesados; líquidos y cristales (0) Hidrógeno y helio

Tabla 1 Algunos estadios de la evolución cósmica

Es obvio que se han om itido m uchas cosas en esta tabla, así com o que está en exceso simplificada. Con todo, posee la ventaja de resu­ m ir m uy brevem ente lo que aparece com o algunos de los m ayores acontecim ientos de la evolución creadora o de la evolución em er­ gente. Hay un poderoso prejuicio en contra de la aceptación del punto de vista de la evolución em ergente. Se trata de la intuición de que, si el universo consta de átom os o de partículas elementales, de m odo que todas las cosas sean estructuras de sem ejantes partículas, enton­ ces todo suceso del universo debiera ser explicable y en principio predictible en térm inos de la estructura de partículas y de la interac­ ción de partículas. Así, nos vem os llevados a lo que se ha denom inado el programa del reduccionismo. A fin de discutirlo, recurriré a la siguiente tabla 2.

(12) (11) (10) (9) (8) (7) (6) (5) (4) (3) (2) (1) (0)

Nivel de los ecosistemas Nivel de poblaciones de metazoos y plantas Nivel de metazoos y plantas m ulticelulares Nivel de tejidos y órganos (¿y de esponjas?) Nivel de poblaciones de organism os unicelulares Nivel de células y de organism os unicelulares Nivel de orgánulos (y quizá de virus) Líquidos y sólidos (cristales) M oléculas Átom os Partículas elem entales Partículas subelem entales Lo desconocido: ¿partículas subsubelem entales? Tabla 2: Sistem as biológicos y sus componentes

La idea reduccionista que se esconde tras esta tabla es que los sucesos o cosas de cada nivel deberían explicarse en térm inos de los niveles más bajos. Com o crítica a esta tabla 2, perm ítaseme señalar que debiera ser m uchísim o más compleja: al m enos debería m ostrar algunas ram as com o un árbol. Así, está claro que (6) y (7) distan de ser hom ogéneos. Además, las entidades del nivel (8) no form an parte en ningún sen­ tido de las entidades del nivel (9). Con todo, lo que ocurre en (9) -digam os, en los pulm ones de una

persona que sufra de tuberculosis- es cierto que puede explicarse en parte en térm inos de (8). Además, (10) puede ser un ecosistema (medio) de (8), o parte de un ecosistema de (8). Todo ello m uestra la existencia de un cierto desorden en nuestra tabla. (H ubiera sido fácil construir un a tabla en la que estas dificultades no fuesen tan obvias com o en la Tabla 2; pero aun así hubiesen seguido existiendo: el biosistem a no está intrínsecam ente organizado en una nítida jerarquía de estadios.) N o obstante, olvidém onos de estas dificultades y volvam os a la consideración de la idea intuitiva de que los sucesos y cosas de uno de los niveles superiores se pueden explicar en térm inos de lo que sucede en los niveles inferiores; más específicamente, que lo que o curre en un todo se puede explicar por m edio de la explicación de la estructura (la ordenación) e interacción de sus partes. Esta idea reduccionista es interesante e im portante, y cada vez que logram os explicar las entidades y sucesos de un nivel superior m ediante los del nivel inferior, podem os hablar de un gran éxito científico y podem os decir que hem os contribuido substancialm ente a la com prensión que tenem os del nivel superior. Com o programa de investigación, el reduccionism o no sólo es im portante, sino que form a parte del program a de la ciencia, cuyo objetivo es explicar y com ­ prender. Sin em bargo, ¿poseem os realm ente buenas razones para esperar que se consiga una reducción a los niveles inferiores? Paul Oppenheim e Hilary Putnam , quienes han sum inistrado ([1958], pág. 9) una tabla un tanto parecida a la tabla 2, han dicho que poseem os buenas razones no sólo para aceptar un programa de investigación reduccio­ nista y para esperar sucesivos éxitos por ese cam ino (con lo cual estoy plenam ente de acuerdo), sino tam bién para esperar o creer que el programa acabe teniendo éxito. Estoy en desacuerdo con esto último: no creo que haya ejem plos de reducciones com pletas y con éxito (exceptuando quizá la reducción de la óptica de Young y Fresnel a la teoría del cam po electrom agnético de M axwell -v éase la nota 2, más adelante—, reducción que no encaja exactam ente en la tabla 2). Ade­ más, no creo que Oppenheim y Putnam discutan nunca las dificulta­ des inherentes, por ejemplo, a las regiones superiores de nuestra tabla 1, com o es el caso de la dificultad de reducir a la psicología, y luego a la biología, las subidas y descensos del déficit de la balanza de pagos británica y su relación con el producto nacional bruto. (Debo este ejem plo a sir Peter M edaw ar. quien en su [1974], pág. 2, habla de la reductibilidad del «déficit de la balanza de pagos».) O ppenheim y Putnam (op. cit., pág. 11) aluden a un famoso pasaje, que tam bién cita M edaw ar ([1969], pág. 16; [1974], pág. 61), en el que J. S. Mili

proclam a la reductibilidad de la sociología a la psicología hum ana. Mas no discuten la debilidad de este argum ento de Mili (que yo he señalado en mi [1945(c)]. cap. 14; [1958(0], cap. 4). De hecho, la tan m encionada reducción de la quím ica a la física, por más im portante que sea, dista de ser com pleta y m uy posible­ m ente' sea incompletable. Algunas propiedades de las moléculas (principalm ente de las simples m oléculas biatómicas), com o algunos espectros m oleculares o los sistemas cristalinos del diam ante y el grafito, se han explicado en térm inos de la teoría atómica; pero esta­ mos realm ente lejos de poder afirm ar que todas o la m ayoría de las propiedades de los com puestos quím icos se puedan reducir a la teoría atómica, aun cuando sea altam ente sugestiva lo que se podría llam ar la «reducción en principio» de la quím ica a la física.2 De hecho, se pueden utilizar los cinco niveles inferiores de la tabla 2 (que coinci­ den más o m enos con los de la tabla de O ppenheim y Putnam ) a fin de m ostrar que poseemos razones para considerar que este tipo de program a intuitivo de reducción choca con algunos resultados de la física m oderna. En efecto, esta tabla sugiere lo que podríam os caracterizar com o el principio de la «causación ascendente». Según este principio, en nuestra tabla 2 la causación se puede trazar de un nivel inferior a otro superior, pero no viceversa; es decir, lo que ocurre en un nivel superior se puede explicar en térm inos del nivel inm ediato inferior y, en últim a instancia, en térm inos de partículas elem entales y de las leyes físicas pertinentes. A prim era vista, parece que los niveles supe­ riores no pueden actuar sobre los inferiores. Sin em bargo, la propia física ha superado la idea de la interacción partícula-partícula o átom o-átom o. U na red de difracción o un cristal (que pertenece al nivel (5) de nuestra tabla 2) es una estructura com ­ pleja (y periódica), espacialm ente m uy extensa, de billones de m olé­ culas; pero interactúa com o una única estructura periódica extensa con los fotones o las partículas de un haz de fotones o partículas. Así pues, tenem os aquí un ejemplo im portante de «causación descen­ dente», para utilizar una expresión de D. T. Campbell-[1974]. Esto es,

2 La «explicación en principio» la discute criticamente F. A. von Hayek [1955]; véase su [1967], págs. 11 y sig. La «reducción en principio» constituye un caso especial. La reducción con m ayor éxito relativo que conozco es la de la óptica de Young-Fresnel a la teoría de Maxwell. Con todo, 1) esta teoría se desarrolló posteriorm ente a la teoría óptica de Young-Fresnel y 2) ni la teoría «reducida» ni la reductora eran completas; las teorías de la emisión y la absorción - la mecánica cuántica y la electrodinámica cuántica- faltaban aún (y faltan en parte). Otro ejemplo importante de reducción incompleta es la mecánica estadística. Para una discusión más plena de la reducción, véase mi artículo [1974(z2)].

el todo, la m acroestructura, puede actuar com o un todo sobre un fotón, u na partícula elem ental o un átomo. (El haz de partículas en cuestión puede tener una intensidad tan baja com o queram os.) Los láseres, m áseres y hologram as constituyen otros tantos ejem ­ plos físicos de causación descendente: esto es, de estructuras m acros­ cópicas del nivel (5) que actúan sobre partículas elem entales o fotones del nivel (1). Existen tam bién m uchas otras m acroestructuras que constituyen ejem plos de causación descendente: todo dispositivo sim ­ ple de retroalim entación negativa, com o la válvula de seguridad de u n a m áquina de vapor, es una estructura m acroscópica que regula sucesos del nivel inferior, com o el flujo de m oléculas que constituye el vapor. La causación descendente es im portante, por supuesto, en todas las m áquinas y.herram ientas construidas para algún fin. C uando em ­ pleam os u n a cuña, por ejem plo, no nos preocupam os de la acción de sus partículas elem entales, sino que utilizamos una estructura, con­ fiando en ella para guiar las acciones de sus partículas elem entales constituyentes, a fin de que actúen concertadam ente para obtener el resultado deseado. Las estrellas no han sido diseñadas, pero podem os considerarlas com o «máquinas» no planeadas que ponen a los átom os y partículas elem entales de su región central bajo una terrible presión gravitatoria, con el resultado (no planificado) de que algunos núcleos atóm icos se funden para form ar los núcleos de elem entos m ás pesados. He ahí un excelente ejem plo de causación descendente, de la acción de toda la estructura sobre sus partículas constituyentes. (Las estrellas, dicho sea de paso, constituyen buenos ejem plos de la regla general según la cual las cosas son procesos. Asimismo, ilustran el error que consiste en distinguir entre «todos» -q u e son «más que la sum a de sus partes»—y «meros agregados», pues en cierto sentido u n a estrella es u n a «mera» acum ulación, un «m ero agregado» de sus átom os constituyentes.3 Sin em bargo, constituye un proceso, u n a estructura dinám ica. Su estabilidad depende del equilibrio diná­ m ico entre su presión gravitatoria, debida a su solo tam año, y las fuerzas repulsivas entre sus partículas elem entales densam ente uni­ das. Si estas últim as resultan excesivas, la estrella explota. Si son m enores que la presión gravitatoria, se desplom a form ando un «agu­ jero negro».) Los ejem plos m ás interesantes de causación descendente se hallan en los organism os y en los sistemas ecológicos, así com o en las 3 Es un «agregado» com o un «montón de arena» o un «montón de piedras»; véase la nota 2 a la sección 8.

sociedades de organism os. U na sociedad puede seguir funcionando aun cuando m ueran m uchos de sus m iem bros, si bien una huelga en una industria esencial, com o pueda ser el sum inistro de energía eléc­ trica, puede causar un gran sufrim iento a m uchas personas indivi­ duales. U n anim al puede sobrevivir a la m uerte de m uchas de sus células y a la elim inación de uno de sus órganos, com o pueda ser una pierna (con la m uerte consiguiente de las células que form an el ór­ gano); pero la m uerte del anim al lleva, andando el tiempo, a la m uerte de sus partes constituyentes, incluidas las células. Creo que estos ejem plos hacen obvia la existencia de la causación descendente, tornando problem ático al m enos el éxito com pleto de cualquier program a reduccionista. Peter M edaw ar (en su [1974]; confróntese tam bién su [1969], pági­ nas. 15-19) discute críticam ente la reducción, recurriendo a la si­ guiente tabla 3.

(4) (3) (2) (1)

Ecología/sociología Biología Quím ica Física

Tabla 3: Tabla usual de reducción M edaw ar sugiere que la verdadera relación que media entre los niveles superiores e inferiores de estos temas no es sim plem ente la de reductibilidad lógica, sino que resulta más bien com parable a la rela­ ción que existe entre los tem as m encionados en la tabla 4.

(4) (3) (2) (1)

G eom etría m étrica (euclídea) G eom etría afín Geom etría proyectiva Topología

Tabla 4: Diversas geometrías La relación fundam ental entre las disciplinas geométricas superio­ res recogidas en la tabla 4 y las inferiores no resulta fácil de descu­ brir, aunque no cabe duda de que no es la de reductibilidad. Por

ejem plo, la geom etría m étrica, especialmente en la form a de geom e­ tría euclídea, es tan sólo reductible en parte a la geom etría proyectiva, por m ás que los resultados de la geom etría proyectiva sean todos válidos en una geom etría m étrica dotada de un lenguaje lo suficiente­ m ente rico com o para em plear los conceptos de la geom etría proyec­ tiva. Así pues, podem os considerar a la geom etría m étrica com o un enriquecimiento de la geom etría proyectiva. Relaciones similares es­ tán vigentes entre los otros niveles de la tabla 4. El enriquecim iento es en parte de conceptos, pero principalm ente es de teorem as. M edáw ar sugiere que las relaciones entre niveles consecutivos de la tabla 3 pueden ser análogas a las de la tabla 4. Así, la quím ica puedé considerarse com o un enriquecim iento de la física, lo que explica por qué es en parte, aunque no totalm ente, reductible a la física. Lo m ism o se puede decir de los niveles superiores de la tabla 3. Por tanto, los tem as de la tabla 4 no son obviam ente reductibles a los de niveles inferiores, por más que en un sentido clarísim o los niveles inferiores sigan siendo válidos en los niveles superiores y por más que estén contenidos de algún modo en los niveles superiores. Además, algunas de las proposiciones pertenecientes a los niveles superiores son reductibles a los niveles inferiores. E ncuentro m uy sugestivas las consideraciones de M edawar. N a­ turalm ente, sólo resultan aceptables si abandonam os la idea de que nuestro universo físico es determ inista, de que la teoría física, junto con las condiciones iniciales prevalecientes en un m om ento dado, determ ina com pletam ente el estado del universo físico en cualquier otro m om ento. (Véase la discusión de Laplace en la sección si­ guiente.) Si aceptam os este determ inism o fisicalista, entonces la ta­ bla 4 no se puede considerar análoga a la tabla 3. Si lo rechazam os, la tabla 4 puede servir de clave para la tabla 3, así com o para la tabla 1.

8.

La emergencia y sus críticos

La idea de evolución «creadora» o «emergente» (a la que he hecho alusión en la sección 7) es m uy simple y un tanto vaga. Alude al hecho de que en el transcurso de la evolución ocurren cosas y suce­ sos nuevos con propiedades inesperadas y realm ente impredictibles; cosas y sucesos que son nuevos en el sentido en que se puede consi­ derar nueva una gran obra de arte. Sin em bargo, los críticos de la em ergencia han puesto en tela de juicio esta impredictibilidad. El reto ha procedido principalm ente de tres partes: de los determ inistas, de los atom istas clásicos y de los paríidarios de una teoría de las capacidades o potencialidades.

1) La form ulación más famosa del punto de vista determ inista se debe a Laplace ([1819]; [1951]. págs. 4-5): «Debemos [...] considerar el estado presente del universo com o un efecto de su estado anterior y com o causa del siguiente. Supongam os [...] que una inteligencia su ­ piese cuáles son todas las fuerzas que anim an a la naturaleza y los estados de todos los objetos que la com ponen en un m om ento dado; [...] para [esta inteligencia] nada seria incierto; y el futuro, así com o el pasado, estaría presente ante sus ojos». Si se acepta este determ inism o laplaciano, nada en absoluto puede ser impredictible en principio. De este modo, la evolución no puede ser emergente. El pasaje de Laplace que acabam os de citar procede de la Intro­ ducción a sus Ensayos filosóficos sobre la probabilidad. Su función, en este punto, es dejar bien sentado que la teoría de la probabilidad -ta l com o la concibe Laplace- se ocupa de sucesos de los que tene­ mos un conocim iento subjetivo insuficiente, y no de sucesos aleato­ rios objetivamente indeterm inados, que no existen. (Nótese que el determ inism o laplaciano no adm ite excepción alguna: la afirm a­ ción de que hay sucesos objetivam ente aleatorios equivale al inde­ term inism o, aun cuando tales sucesos aleatorios sean raras excep­ ciones.) La tesis determ inista resulta intuitivam ente m uy convincente - si nos olvidam os de nuestros propios m ovim ientos voluntarios- en la medida en que los átom os se consideren com o cuerpos rígidos indivi­ sibles (si bien Epicuro introdujo un atom ism o indeterminista). Mas la introducción de átom os com puestos y partículas subatóm icas, com o los electrones, sugirió otra posibilidad: la idea de que las colisiones atómicas y m oleculares pueden no poseer un carácter determinista. En nuestra época, parece que el prim ero que sacó esto a la luz fue Charles Sanders Peirce. quien subrayaba que hem os de suponer el azar objetivo a fin de com prender la diversidad del universo. Lo m ismo se puede decir de Franz E x n e r.1 La respuesta a Laplace con­ siste, brevem ente, en decir que la física m oderna acepta la existencia de sucesos objetivam ente aleatorios y de probabilidades o tendencias objetivas. 2) Desde el punto de vista atomista, todos los cuerpos físicos y todos los organism os no son sino estructuras de átomos. (Véase la tabla 2 en la precedente sección 7.) De este m odo, no puede haber 1 Véase Erwin Schródinger ([1957], capíiulo VI, pág. 133). Estas consideraciones de Schródinger provienen de una conferencia pronunciada en 1922. Allí dice Schródinger (páginas 142 y sig.) que las ideas de Exner las discutió por primera vez en 1919. En el capítulo III del mismo libro (pág. 71), Schródinger da 1918 com o fecha de la conferencia de Exner y, en la dedicatoria de Schródinger [1929], dicé'que Exner discutió la cuestión en sus conferencias publi­ cadas en 1919. (Sobre Peirce, véase mi [1972(a)], capitulo 6, págs. 212-13.)

novedades que no sean novedades en la ordenación. Dada la ordena­ ción precisa de los átom os, señala este m odo de argum entar, debería ser posible en principio derivar o predecir todas las propiedades de toda nueva ordenación, partiendo del conocim iento de las propieda­ des «intrínsecas» de los átomos. Por supuesto que nuestro conoci­ m iento hum ano de las propiedades de los átom os, así com o de su ordenam iento preciso, será en general insuficiente para este tipo de predicción. Mas, en principio, tal conocim iento se puede m ejorar, y así, prosigue la argum entación, hem os de aceptar que la nueva orde­ nación y sus resultados son en principio predictibles. En la sección 7 precedente, se dio una respuesta parcial al ato­ m ismo. El meollo de la respuesta es que las nuevas ordenaciones atóm icas pueden conducir a propiedades físicas y quím icas que no son derivables a partir de un enunciado que describa la disposición de los átom os, ju n to con el enunciado de la teoría atómica. Hay que adm itir que algunas de esas propiedades se han derivado con éxito a partir de la teoría física, siendo m uy im presionantes tales derivacio­ nes; pero, con todo, parece que el núm ero y com plejidad tanto de las diversas m oléculas com o de sus propiedades son ilimitados, con lo que pueden transcender cum plidam ente las posibilidades de la expli­ cación deductiva. Algunas propiedades im portantes, entre ellas espe­ cialm ente algunas de las propiedades del D N A , se com prenden bien sobre la base de la estructura atómica; sin em bargo, aunque el p ro ­ greso realizado es de lo más im presionante, nos hallam os m uy lejos -h a y quien diría que infinitam ente lejos- de derivar o predecir in­ cluso la m ayoría de las propiedades de las infinitam ente diversas m acrom oléculas, a partir de los prim eros principios. 3) Hay un tercer argum ento (que se podría diagnosticar com o una form a débil del «preformacionismo») que aunque sea tal vez m enos claro, con todo resulta intuitivam ente atractivo. Está íntim am ente relacionado con los dos argum entos precedentes, y se puede exponer de la siguiente m anera. Si en el transcurso de la evolución del uni­ verso parece que em erge algo nuevo —un nuevo elem ento quím ico (esto es, una nueva estructura de núcleos atóm icos)-, entonces las estructuras o partículas físicas im plicadas tienen que haber poseído previam ente lo que podríam os denom inar la «disposición» o «poten­ cialidad» o «capacidad» de producir las propiedades nuevas, bajo co n ­ diciones apropiadas. En otras palabras, la posibilidad o potencialidad de entrar en la nueva com binación o estructura, así com o la posibili­ dad o potencialidad de producir con ello la nueva propiedad, en apariencia im predictible o em ergente, tiene que haber estado allí antes del suceso. U n conocim iento suficiente de esta posibilidad o potencialidad inherente u oculta nos perm itiría en principio predecir

el nuevo estadio evolutivo y la nueva propiedad. Así pues, la evolu­ ción no puede ser creadora o emergente. Si este tercer argum ento se aplica especialm ente al problem a de la (em ergente en apariencia) evolución de la m ente o de la experiencia consciente, entonces conduce a la doctrina del pam psiquism o (que se discutirá m ás am pliam ente en la sección 19). Me resulta interesante que los argum entos del 1 al 3 aquí bosque­ jados hayan sido dirigidos m uy recientem ente contra la idea de la evolución em ergente por el gran psicólogo de la Gestalt y filósofo W olfgang Kóhler ([1960]; [1961], págs. 15-32). En la época en que escribió este artículo, Kóhler había estado ocupándose del problem a de la em ergencia y del problem a del cuerpo y la m ente durante m ás de cuarenta años: cuarenta años antes había publicado un libro originalísim o sobre Las «Gestalten» físicas en reposo y en el estado estacionario ([1920]; que yo sepa no ha sido traducido del alemán). En su libro trataba de contestar a los argum en­ tos de su antiguo profesor, el psicólogo Cari Stum pf, que se oponía al materialism o y al paralelism o psicofisico, defendiendo la interacción y la evolución em ergente. Kóhler había sido tam bién estudiante de Max Planck, el gran físico y determ inista, por lo que el libro de Kóhler de 1920 hacía alarde de una considerable visión física. Lo leí siendo estudiante, poco después de que se publicara, y me produjo una gran impresión. Su tesis central implícita se podría enunciar del siguiente modo: el m aterialism o y el paralelismo epifenom enalista no quedan refutados por la existencia de «todos» m entales o de Gestalten, ya que las Gestalten pueden tener lugar en la física y ser explicadas com pletam ente. (Un ejem plo simple viene dado por una pom pa de ja b ó n .2) Sin duda este m odo de pensar llevó a Kóhler a exigir, cua­ renta años más tarde, que todas las totalidades (organism os vivos, experiencias gestálticas) fuesen explicadas físicam ente.3 Sin em bargo, los argum entos del 1 al 3 se basan en la física clásica y su carácter aparentem ente determinista. En el libro de Kóh­ ler [1960] no se alude al hecho de que la nueva teoría atóm ica - la m ecánica cu án tica- ha echado por la borda el determ inism o estricto. : Incluso un montón de piedras posee una Forma en el sentido de Kóhler (aunque no creo que Kóhler fuese consciente de ello); véase mi [1944(b)], pág. 129, [1957(g)], pág. 83. Distinguía allí un todo, en el sentido de una Forma, de un todo en el sentido de una totalidad, y negaba que pudiésemos conocer un objeto en el sentido de conocer la totalidad de sus propiedades. Véase también el diálogo X. 3 Es interesante el hecho de que Kóhler ([1961], pág. 32) se aproxime al pampsiquismo, si bien llega a la conclusión de que el pampsiquismo no resulta completamente compatible con su posición materialista: «[...] si [el pampsiquismo] fuese verdadero, entonces [...] mostraría que los científicos [físicos] no nos han suministrado una descripción adecuada de la naturaleza» (esto es, de la naturaleza de los átomos).

Ha enriquecido la física con la introducción de enunciados de proba­ bilidad objetiva en la teoría de partículas elem entales y átomos. Com o consecuencia de ello, deberíam os abandonar el determ inism o laplaciano. Ciertam ente, m uchos de los enunciados que antes eran estric­ tam ente causales en la física clásica acerca de objetos macroscópicos, se han reinterpretado com o enunciados de probabilidad que señalan probabilidades próxim as a 1. La explicación causal ha sido sustituida, al m enos en parte, por la explicación probabilística. A hora bien, si tom am os en cuenta el cam bio de la física clásica (new toniana) a la física atóm ica m oderna, con sus probabilidades objetivas, entonces encontram os a nuestra disposición una defensa plena de la idea de la evolución em ergente, en contra de las críticas com o las de Kóhler de 1 a 3. Podemos adm itir que el m undo no cam bia en la m edida en que perm anezcan invariantes ciertas leyes universales; pero existen otros aspectos legales im portantes e intere­ santes -especialm ente propensiones prooabilísticas- que cam bian de­ pendiendo del cam bio de situación. Por lo tanto, mi respuesta a Kóhler es simple. Puede haber leyes invariantes y em ergencia, ya que el sistem a de leyes invariantes no es lo bastante com pleto y restrictivo para evitar la em ergencia de nuevas propiedades legales. La probabilidad se tornó im portante en la teoría física sobre todo con la teoría m olecular del calor y de los gases y, en el siglo XX, con la teoría atómica. Al principio, siguiendo la interpretación de Laplace. la función desem peñada en la física por la teoría de la probabilidad se tom aba subjetivam ente. Se suponía que los sucesos físicos estaban plenam ente determ inados objetivam ente. Si teníam os que usar m étodos probabilistas en lugar de m étodos estrictam ente determ inistas, ello se debía tan sólo a nuestra falta subjetiva de conocim ientos relativos a las posiciones y velocidades precisas de las moléculas, átom os o partícu­ las elementales. D urante m ucho tiempo, los físicos adoptaron esta interpretación subjetivista de la probabilidad. Así, Einstein se adhirió a ella (véase la carta que me dirigió, reproducida al final de mi [1959(a)], así com o mis com entarios en el m ism o lugar, pág. 457, párrafo tercero); Heisenberg se inclinaba a favor de ella, e incluso M ax Born, el fundador de la interpretación estadística de la m ecánica ondulatoria, parecía adoptarla en algunas ocasiones. No obstante, con la proclam ación de la fam osa ley de Rutherford y Soddy [1902] de la desintegración radiactiva, se hizo patente una interpretación alterna­ tiva: los núcleos atóm icos radiactivos se rom pían «espontáneamente»; cada uno de los núcleos atóm icos poseía una tendencia o propensión a desintegrarse, dependiendo de su estructura. La tendencia o propen­

sión se puede m edir por la «semivida», una característica constante de la estructura del núcleo radiactivo. Se trata del lapso de tiem po que precisa la m itad de un núm ero dado de núcleos (con una estructura dada) para desintegrarse. La constancia objetiva de la sem ivida y su dependencia de la estructura nuclear m uestran que hay una tendencia o propensión medible, objetiva y constante en el núcleo, dependiente de su estructura, que le hace descom ponerse en una unidad elegida de tiem po.4 De este modo, la situación en física conduce a la aceptación de probabilidades objetivas o tendencias probabilísticas. Sugiero que se trata de una idea sin la cual la física atóm ica m oderna (la m ecánica cuántica) resulta difícil de entender. Sin em bargo, dista de ser una idea universalm ente aceptada por los físicos, pues aún subsiste la vieja teoría subjetiva de Laplace, de la que hay que distinguir tajante­ mente la interpretación de propensiones. (Hace tiem po que sostengo la tesis de que la extraña función desem peñada por «el observador» en algunas interpretaciones de la m ecánica cuántica se puede explicar com o un residuo de la interpretación subjetivista de la teoría de la probabilidad que debería elim inarse.5) Existen varias razones que indican que las propensiones probabilistas objetivas se pueden considerar com o generalizaciones de situa­ ciones causales, y las situaciones causales, com o casos especiales de propensiones. (Véase mi [1974(c)], sección 37.) Con todo, es im por­ tante constatar que los enunciados que establecen probabilidades o propensiones distintas de 0 y 1 no se pueden derivar de leyes causales de tipo determ inista (junto con condiciones iniciales) o de leyes que afirm an que un tipo determ inado de sucesos tiene siem pre lugar en determ inada situación. U na conclusión probabilista sólo se puede derivar a partir de prem isas probabilísticas; por ejemplo, premisas acerca de propensiones iguales. Mas es posible, por otra parte, deri­ var enunciados acerca de propensiones iguales o próxim as a 0 o 1 -y , por tanto, de carácter cau sal- a partir de premisas típicamente probabilistas. 4 Quizá sea este el argumento más fuerte en favor de lo que he denominado «la interpreta­ ción de propensiones de la probabilidad en física ». Véase mi [1957(e)], [ 1959(a)], y [1967(k)]; así como mi respuesta a Suppes en [1974(c)]. La propensión es la disposición ponderada (Verwirklichungstendenz) de una cosa en determinada situación a asumir cierta propiedad o estado. Como muestra el ejemplo de los núcleos radiactivos, las propensiones pueden ser irreversi­ bles: pueden determinar una dirección del tiempo (la «flecha del tiempo»). No obstante, algunas propensiones pueden ser también reversibles: la ecuación de Schródinger (y así, la mecánica cuántica) es reversible respecto al tiempo, y la propensión de un átomo en determinado estado a pasar al estado S2 absorbiendo un fotón, será igual en general a la propensión a realizar el paso inverso, emitiendo un fotón. 5 Véase, por ejemplo, mi [1967(k)]; véase también, más arriba, la nota 1 y el texto.

Com o consecuencia, podem os decir que un enunciado típica­ m ente tendencial, com o pueda ser un enunciado sobre la propensión a desintegrarse de un determ inado núcleo inestable, no se puede derivar a partir de una ley universal (de tipo causal) más condiciones iniciales. Por otra parte, la situación en la que tiene lugar un suceso puede influir en gran m edida sobre una propensión; así por ejemplo, la llegada de un neutrón lento a las proxim idades de un núcleo puede influlir en la propensión del núcleo a capturar el neutrón y desinte­ grarse subsiguientem ente. A fin de ilustrar la significación que posee la situación para que tenga lugar la probabilidad o propensión de un suceso, considerem os el lanzam iento de una m oneda. Podem os decir que si la m oneda no está cargada, la probabilidad de que salga «cara» será igual a 1/2. Pero, supongam os que lanzam os la m oneda sobre una mesa con hendiduras y ranuras dispuestas en diferentes direcciones, destinadas a hacer que la m oneda quede de pie. En ese caso, su propensión, a quedar con la «cara» hacia arriba será considerablem ente m enor que 1/2, si bien será igual a su propensión a quedar con la «cruz» hacia a rrib a,6 dado que la propensión de la m oneda a quedar de pie habrá pasado de cero a algún valor positivo (digamos, al 3 %). La situación es m uy sim ilar si consideram os la propensión que m uestra un átom o de hidrógeno, tom ado al azar, a pasar a form ar parte de determ inada m acrom olécula (digamos, un ácido nucleico): la presencia o ausencia de un catalizador (una enzima) puede represen­ tar u na gran diferencia -c o m o la presencia o ausencia de ranuras en la m esa sobre la que se arroja la m oneda-. La probabilidad o propen­ sión será cero para un átom o de hidrógeno tom ado al azar en cual­ quier parte del universo, aunque la probabilidad o propensión será considerable en el caso de un átom o de hidrógeno de un organism o en las inm ediaciones de una enzim a apropiada. Sugiero que esta idea de la dependencia situacional de la probabi­ lidad o propensión de un suceso interesante puede arrojar alguna luz sobre los problem as de la evolución y la emergencia. Según las opiniones cosmológicas actuales, entre los sucesos em ergentes más im portantes se encuentran quizá los siguientes. (Se corresponden con los puntos del 1 al 4 de la tabla 1.) a) La «cocción» de los elem entos más pesados (aparte del hidró­ geno y el helio que se supone que han existido desde la gran explo­ sión inicial). b) El com ienzo de la vida sobre la Tierra (y tal vez en otros lugares). 6 Véase mi [1957(e)], donde se menciona brevemente este ejemplo, en la pág. 89.

c) La em ergencia de la conciencia. d) La em ergencia del lenguaje hum ano y del cerebro hum ano. De estos sucesos, el o, la em ergencia de los elem entos, parece predictible m ás bien que em ergente. Parecía com o si pudiésem os explicar en principio la form ación de los elem entos m ediante las trem endas presiones que tienen lugar en el centro de una estrella inmensa. A prim era vista, las propiedades de los nuevos elem entos pueden parecer tam bién predictibles más bien que em ergentes, si tenem os en cuenta las regularidades de la tabla periódica de los ele­ mentos, regularidades que han sido explicadas en gran m edida con ayuda del principio de exclusión de Pauli y de otros principios de la teoría cuántica. Sin em bargo, lo que habría que explicar es no sólo la tabla de los elem entos, sino la secuencia de núcleos atóm icos -lo s isótopos- con sus propiedades características. A ellas pertenece, espe­ cialm ente, el grado de estabilidad o inestabilidad de núcleo atómico, lo que para los núcleos inestables significa la probabilidad o propen­ sión de su desintegración radiactiva. La propensión de un núcleo a desintegrarse (m edida m ediante la semivida) se encuentra entre las propiedades más características de un isótopo radiactivo. D icha pro­ pensión cam bia según el isótopo de que se trate, variando desde menos de una m illonésim a de segundo a más de un millón de años, aunque se m antiene constante para todos los núcleos de la m isma estructura. A unque se conocen m uchísim as cosas acerca de la estruc­ tura nuclear -sab em os que la estabilidad del núcleo depende en gran m edida de sus propiedades de sim etría-, parece com o si el valor preciso de la sem ivida de un núcleo hubiera de perm anecer por siem ­ pre com o propiedad em ergente, com o una propiedad im predictible a partir de las propiedades de sus constituyentes.7 Por lo que respecta a b, el origen de la vida, ya he dicho que la probabilidad o propensión de que un átom o, tom ado al azar en el universo, pase a form ar parte (en una unidad de tiem po dada) de un organism o vivo ha sido siem pre y es aún indistinguible de cero. Ciertam ente, era cero antes de la em ergencia de la vida, e incluso suponiendo que haya m uchos planetas en el universo capaces de sostener la vida, la probabilidad en cuestión ha de ser aún inm ensura­ blem ente pequeña. Otra propiedad emergenie parece ser la propensión de ciertas moléculas a form ar cristales capaces de reflejar la luz de cierta longitud de onda: la emergencia de superficies de colores. Las propiedades ópticas de un cristal complejo —de una disposición de moléculas compleja, periódica o no, espacialmente extensa—y por tanto las propiedades de los analizadores espectrales pueden no ser tampoco plenamente predictibles a partir de las propiedades de fotones y átomos aislados, por más que sean predictibles las de ordenaciones simples y altamente simétricas, y por más que a partir de espectrogramas de rayos X se puedan deducir muchas cosas acerca de la estructura de moléculas muy complejas.

Jacques M onod [1970] escribe: «La vida ha aparecido sobre la Tierra; ¿cuál era la probabilidad de que tal cosa ocurriese antes del suceso?». Y sum inistra buenas razones para responder que la probabi­ lidad era «virtualm ente cero».8 Las razones son que aun cuando un gene desnudo, sintetizado por azar, se encontrase en una sopa de enzim as, habría una probabilidad cero de que las enzim as -m oléculas m uy com plejas y especializadas- encajasen con el gene, ayudándolo en sus dos funciones principales: la producción de nuevas enzim as y su propia replicación; funciones para las que se requieren enzim as precisam ente adecuadas. (M onod estim a que se precisan unas 50 enzim as distintas para tal fin; según el principio «un gene, una en ­ zima», el núm ero de genes precisos se elevaría tam bién a 50. Pero el sistem a original es probable que haya sido m ucho más prim itivo.) A un cuando en el caso del origen de los elem entos podám os sum inistrar alguna explicación de cóm o puede haber tenido lugar, parece que no podem os dar explicación alguna del origen de la vida, pues u n a explicación probabilista ha de trabajar con probabilidades próxim as a 1 y no con probabilidades próxim as a 0 para no hablar de probabilidades virtualm ente igual a 0. (Véase mi [1959(a)], seccio­ nes 67-8.) D a vértigo la cantidad de conocim ientos recientem ente adquiridos acerca de los genes y las enzim as, y lo que parece ser condición m ínim a de la vida. Sin em bargo, es precisam ente este conocim iento detallado el que sugiere que las dificultades en el m odo de explicación del origen de la vida pueden ser insuperables, por más que poseam os alguna idea de las condiciones necesarias para que ocurra este aconte­ cim iento. M uchas cosas hablan en favor del carácter único del su ­ ceso. Bajo esas circunstancias, m uchas de las propiedades de los orga­ nism os vivos pueden ser impredictibles: em ergentes. (Entre ellas se encuentran las propiedades de su desarrollo.) Lo m ism o ocurre con las propiedades de es'pecies nuevas que surgen en el transcurso de la evolución. Por lo que a e s e refiere, es difícil decir algo sobre la em ergencia de la conciencia. Tenem os en este punto teorías que se oponen radi­ calm ente entre sí. Dos de ellas son el pam psiquism o, que afirm a que incluso los átom os tienen u n a vida interior (de tipo m uy primitivo), y esa form a de conductism o que niega experiencias conscientes incluso al hom bre. A m bos puntos de vista eluden el problem a de la em ergen­ cia de la conciencia.9 Luego está el punto de vista cartesiano, según el

8 Véase Jacques M onod [1970], pág. 160; [1971], pág. 144; [1972], pág. 136.

cual la conciencia sólo aparece con el hom bre, siendo los anim ales autóm atas inanim ados; punto de vista que resulta claram ente preevolucionista. Sugiero que poseemos razones para aceptar la opinión de que hay estadios superiores e inferiores de conciencia. (Piénsese en los sueños.) Si el hecho de que los anim ales no pueden hablar fuese u na razón suficiente para negarles conciencia, sería tam bién razón suficiente para negársela a los bebés antes de que aprendan a hablar. Además, existen buenos elem entos de juicio en favor de la teoría de que los anim ales superiores sueñan (mal que les pese a M alcolm y W ittgenstein). El punto de vista más razonable parece ser el de que la conciencia es una propiedad em ergente de los anim ales que aparece bajo la presión de la selección natural (y por consiguiente, sólo después de la evolución de un m ecanism o reproductivo). Hasta dónde se retrotraen en el tiem po sus antecedentes y si hay o no estados similares en las plantas, son problem as que, aunque interesantes, considero que tal vez perm anezcan siem pre sin respuesta. Con todo, me parece digno de m ención que el gran biólogo H. S. Jennings [1906] señala que la observación de la conducta de la am eba le produjo la fuerte im pre­ sión de que era consciente. Vio síntom as de actividad e iniciativa en su conducta. Ciertam ente, si un anim al con libertad de m ovim iento ha de usar su libertad, tiene que ser un explorador activo de su medio. Sus sentidos no son m eros registradores pasivos de inform a­ ción, sino que los usa activam ente com o «sistemas perceptivos», a fin de «recoger información», com o subraya J. J. Gibson [1966]. Pero los sistemas perceptivos no bastan: hay un centro de actividad, de curio­ sidad, de exploración, de planificación; hay un explorador, la mente del animal. Así pues, podem os especular sobre las condiciones de em ergencia de la conciencia, aunque sea claram ente algo nuevo e impredictible: emerge. Por lo que a ¿/respecta, se estim a que el cerebro hum ano contiene diez mil millones de neuronas, interconectadas por quizá diez veces ese núm ero de sinapsis; además, este sistema increíblem ente com ­ plejo está en una agitación casi constante. F. A. von Hayek ha suge­ rido ([1952], pág. 185) que nos ha de resultar imposible llegar a explicar alguna vez el funcionam iento del cerebro hum ano con cierto detalle, ya que «cualquier aparato [...] ha de poseer una estruc­ 9 Hay también una excéntrica versión egocéntrica del conductismo que solo otorga con­ ciencia al ego; tan solo a uno mismo y a nadie más: una forma psiquista de solipsismo. Véase el capítulo 9 de Sidney Hook [1960], [1961],

tura de un grado de com plejidad superior al que poseen los objetos» que trata de explicar. M onod, haciendo referencia a este tipo de argum entos, señala que aún nos hallam os «lejos [...] de esa últim a frontera del conocim iento».10 ¿Cómo ha em ergido el cerebro? Tan sólo podem os hacer conjeturas. La mía es -v éase la sección 5, más a rrib a - que fue la em ergencia del lenguaje hum ano la que creó la presión selectiva bajo la cual ha em ergido el córtex cerebral y, con él, la conciencia hum ana del yo. De los tres argum entos en contra de la em ergencia enunciados al com ienzo de esta sección, he contestado más o m enos, según creo, a los argum entos extraídos del determ inism o y del atom ism o. Pero aún queda por responder el tercer argum ento -a q u el según el cual las partes físicas que constituyen una nueva estructura (como es un orga­ nismo) han de poseer previam ente la posibilidad o potencialidad o capacidad de producir la estructura nueva en cuestión. Así, un cono­ cim iento pleno de las posibilidades o potencialidades preexistentes nos hubiera perm itido predecir las propiedades de la nueva estructura que, por consiguiente, ha de ser en principio más bien predictible que em ergente. Pienso que se puede hallar respuesta a esto si sustituim os las ideas clásicas de posibilidad o potencialidad, o capacidad o fuerza, por su nueva versión: por probabilidad o propensión. Com o hem os visto, la prim era em ergencia de una novedad com o la vida puede cam biar las posibilidades o propensiones del universo. Podríam os decir que las entidades nuevam ente em ergentes, tanto m icro com o m acro, cam ­ bian las propensiones, m icro y m acro, en sus inm ediaciones. Introdu­ cen nuevas posibilidades, probabilidades o propensiones en sus inm e­ diaciones:11 crean nuevos campos de propensiones, del m ism o modo que u na nueva estrella crea un nuevo cam po gravitatorio. La asim ila­ ción de m ateria inanim ada por parte de un organism o posee una propensión o posibilidad cero si está fuera del cam po del organism o. D entro de tal cam po puede hacerse m uy probable. (Com o he tratado de m ostrar en [1974(c)], sección 37, un análisis formal en térm inos de propensiones se puede aplicar a las explicaciones causales y probabilísticas de sucesos, de m anera análoga al m odo en que em pleam os fuerzas -gravitatorias o electrom agnéticas- en la física clásica.) Hay una ilustración sorprendente del modo radical en que la prim itiva evolución de la vida sobre la Tierra puede haber cam biado las condiciones y probabilidades o propensiones de que tengan lugar los sucesos que constituyen la evolución posterior. Me refiero a la 111 Monod [1970], pág. 162; [1971], pág. 146; [1972], pág. 137. " Se puede hallar una sugerencia parecida a ésta en R. A. Fisher [1954], págs. 91-2.

teoría de A. I. Oparin y J. B. S. Haldane, según la cual el oxígeno estaba ausente de la prim itiva atm ósfera de la Tierra, apareciendo posteriorm ente com o resultado de la actividad de m oléculas fotosintéticas com o la clorofila. Así, pueden tener lugar norm alm ente sucesos evolutivos que antes eran im posibles e impredictibles. Esta es mi respuesta a la pretensión de Kóhler [1960] de que la m ism a idea de evolución entraña necesariam ente un «postulado de invariancia», que form ula del siguiente modo: «M ientras que la evo­ lución tuvo lugar, las fuerzas básicas, los procesos elem entales y los principios generales de acción perm anecieron iguales a com o habían sido siem pre y siguen aún siéndolo en la naturaleza inanim ada. Tan pronto com o [...] se descubra un nuevo proceso elem ental o un nuevo principio de acción en un organism o, el concepto de evolución en su sentido estricto se tornará inaplicable».12 Tal vez; pero m ientras que los invariantes pueden continuar m anteniéndose para las entidades físicas elem entales (átomos, estructuras inanimadas), a suficiente dis­ tancia de las estructuras recientem ente emergidas, en los cam pos de éstas pueden ser la regla huevos tipos de sucesos, ya que juntam ente con ellas em ergen nuevas tendencias y nuevas explicaciones probabi­ lísticas. '■

9.

Indeterminismo; la interacción de niveles de emergencia

La concepción «natural» del universo parece ser indeterminista: el m undo es un producto intencional, la obra de dioses o de Dios; en el 12 W olfgang Kóhler [1960]; véase [1961], págs. 23 y sig. Es interesante que toda esta discusión parezca retrotraerse a la discusión de comienzos del siglo xix acerca del catastrofismo en geología, que era lo que sin duda tenía en mente Thom as Huxley cuando dijo aquellas cosas tan parecidas a estas consideraciones de Kóhler. Véase su [1893], pág. 103, donde escribe: «La teoría de la evolución [...] postula el carácter fijo de las reglas de operación de las causas del m ovim iento en el universo material [...] la evolución ordenada de la naturaleza fisica a partir de un substrato y una energía entraña que las reglas de acción de dicha energía deben ser fijas y definitivas». Más recientemente, la constancia de las leyes naturales ha sido puesta en tela de jucio por parte de algunos materialistas dialécticos, com o David Bohm [1957], '' U na objeción interesante a este argum ento es la planteada por Jerem y Shermur: aunque adm itam os propensiones, no eludimos la idea de preformación; simplemente, tenemos varias posibilidades preformacionistas en lugar de una. Mi respuesta es que podem os tener una infini­ tud de posibilidades abiertas, lo que significa abandonar el preformacionismo; y esta infinitud de propensiones posibles puede aún elim inar un núm ero infinito de posibilidades lógicas. Las propensiones pueden elim inar posibilidades, consistiendo en ello su carácter de ley. He sugerido algo por el estilo, hace m uchos años, al tratar de explicar la visión del m undo de la interpretación de propensiones de la probabilidad en mi P o s i s c r i p i aún no publicado. La infinitud de las posibilidades o propensiones inherentes es importante, ya que una doctrina probabilista de la preform ación no difiere por otra parte lo suficiente de una doctrina determi­ nista de la preformación.

caso de H om ero, de dioses bastante arbitrarios. El dem iurgo plató­ nico es un artesano \ cosa que puede rastrearse incluso hasta el m otor inm óvil de Aristóteles. En este sentido, la opinión de Aristóteles sigue siendo indeterm inista; cosa im portante, ya que tenía u n a elaborada teoría de las causas, si bien la m ás im portante de ellas era la causa final. Lo que m ovía el m undo era el propósito, haciéndolo aproxi­ m arse a su meta, a su fin, a su «perfección». Así lo hacía mejor. Tal cosa m uestra que la idea aristotélica de una causa final no puede describirse diciendo de ella que era u n a causa (determ inante) en nues­ tro sentido. Es el «alma», sea anim al o hum ana, o bien razón divina, la que es el principio del m ovim iento. Tan sólo el m ovim iento de los cielos es com pletam ente legal y racional. Los acontecim ientos del m undo sublunar están influidos, aunque no com pletam ente determ i­ nados, por los cam bios legales de las estaciones, estando tam bién sujetos a otras causas finales, sin que exista la m enor sugerencia de que éstas se puedan resum ir m ediante leyes invariantes, por no ha­ blar de leyes mecánicas. Para Aristóteles, la causa no es m ecánica y el futuro no está plenam ente determ inado por leyes. Los fundadores del determ inism o, Leucipo y Dem ócrito, fueron tam bién los fundadores del atom ism o y del m aterialism o m ecanicista. Leucipo decía (DK, B2):2 «Nada ocurre al azar o sin causa, sino que todo ocurre según la razón y por necesidad». Para Dem ócrito, el tiem po no es cíclico, sino infinito y los m undos eternam ente se gene­ ran y se corrom pen: «Las causas de las cosas [...] no tienen com ienzo, sino que desde un tiem po infinito y preordenadas por necesidad son todas cuantas cosas han existido, existen ahora y habrán de venir». (DK A 39.) Además, Diógenes Laercio nos inform a acerca de las enseñanzas de Dem ócrito (IX. 45): «Todas las cosas suceden de acuerdo con la necesidad, pues el torbellino es la causa de la génesis de todas las cosas y a eso lo llam a necesidad». Aristóteles {De generatione anim alium , 789b2) se queja de que Dem ócrito no conocía la causa final: «Demócrito om itió la causa final y de ese m odo refiere a la necesidad todas las operaciones de la naturaleza». Aristóteles (Física, 196a24) se queja adem ás de que según Dem ócrito (pues pa­ rece aludir a él) nuestros cielos y todos los m undos están regidos por el azar (y no sólo por la necesidad), si bien aquí «azar» no parece significar aleatoriedad, sino ausencia de propósito o causa final.3

1 Para el indelerm inism o de Platón, véase el pasaje del Fedón, citado más abajo, en la sección 46. 2 DK = Diels & Kranz [1951-2], 1 Cf. Cyril Bailey [1928], págs. 140 y sig. También DK, A69. Bailey (págs. 142 y sig.) arguye, quizá correctamente, que, para Demócrito, «azar» significaba aquellas causas mecánicas

Demócrito consideraba que todas las cosas eran generadas por un torbellino de átom os, los cuales chocaban unos con otros em puján­ dose o tam bién tirando unos de otros, ya que algunos de ellos estaban provistos de ganchos m ediante los que podían trabarse y form ar filamentos. (Cf. DK A66, así com o Aecio, I 26,2).4 La visión atomista del m undo era claram ente m ecánica, cosa que no impedía a D em ó­ crito ser un gran hum anista (véanse, más abajo, las secciones 44 y 46). Hasta mi propia época, el determ inism o de carácter más o m enos m ecánico siguió siendo la opinión dom inante de la ciencia. Los nom ­ bres m ás famosos en los tiem pos m odernos son los de Hobbes, Priestley, Laplace e incluso Einstein. (N ew ton era una excepción.) La física solo se tornó indeterm inista con la m ecánica cuántica, con la inter­ pretación probabilística de la am plitud de las ondas de luz debida a Einstein, con la interpretación de Heisenberg de sus fórm ulas de indeterm inación y, en especial, con la interpretación probabilística que hizo Max Born de las am plitudes de onda de Schródinger. A fin de discutir las ideas del indeterm inism o y del determ inism o, introduje en 1965 (véase mi [ 1972(a)], capítulo 6) la m etáfora de nubes y relojes. Para un hom bre com ún, una nube es m uy impredictible y, ciertam ente, indeterm inada: los caprichos del tiem po son algo proverbial. Frente a ella, un reloj es m uy predictible y, sin duda, un reloj perfecto es un paradigm a de sistema material, m ecánico y deter­ minista. Tom ando, para em pezar, a las nubes y relojes com o paradigm as de sistemas indeterm inistas y determ inistas, podem os form ular del m odo siguiente el punto de vista de un determ inista, com o es el caso de un atom ista democríteo: Todos los sistemas físicos son en realidad relojes. Así, todo el m undo es un sistem a de relojería a base de átom os que se em pujan com o los engranajes de una rueda dentada. Incluso las nubes form an parte del reloj cósmico, por m ás que la complejidad e impredictibilidad práctica de sus m ovim ientos m oleculares puedan hacernos concebir la ilusión de que no son relojes, sino nubes inde­ term inadas. La m ecánica cuántica, especialmente bajo la form a debida a Schródinger, ha tenido cosas im portantes que decir sobre este tema. Ciertam ente, nos dice que los electrones form an una nube en torno al objetivas que, subjetivamente, son «inaccesibles al hombre». (La aleatoriedad objetiva se intro­ dujo mucho más tarde en el atomismo, merced a la teoría de la «desviación» de Epicuro.) 4 Véase H. Diels (ed.) Doxographi Graeci [1929].

núcleo atóm ico, así com o que las posiciones y velocidades de los diversos electrones de esta nube son indeterm inados y por tanto inde­ term inables. M ás recientem ente, las partículas subatóm icas se han diagnosticado com o estructuras complejas, y David Bohm [1957] ha discutido la posibilidad de que pueda haber u n a infinitud de sem ejan­ tes niveles jerárquicos. (El nivel 0 en la tabla 2 de la sección 7 estaría apoyado en niveles negativos.) Si esto fuese cierto, haría posible la idea de un cosm os com pletam ente determ inista, basado en relojes atómicos. Sea com o sea, la interpretación del núcleo atóm ico com o un sis­ tem a de partículas en m ovim iento rápido y de los electrones que lo rodean com o una nube electrónica, basta para destruir la vieja intui­ ción atom ista de un determ inism o mecánico. La interacción entre átom os o entre m oléculas posee un aspecto aleatorio, un carácter de azar; «azar» no sólo en el sentido aristotélico, en el que se opone a «propósito», sino azar en el sentido de estar sujeto a la teoría probabilística objetiva de los sucesos aleatorios más bien que a algo así com o leyes m ecánicas exactas. Así pues, ha resultado ser errónea la teoría de que todos los sistem as físicos, incluyendo a las nubes, son en realidad relojes. Se­ gún la m ecánica cuántica, hem os de sustituirla por la tesis opuesta, tal com o sigue: Todos los sistemas físicos, incluyendo los relojes, son en realidad nubes. El viejo m ecanicism o resulta ser una ilusión creada por el hecho de que sistemas suficientem ente pesados (sistemas que constan de unos pocos miles de átom os, com o las grandes m acrom oléculas orgá­ nicas, y otros sistemas más pesados) interactúan aproxim adam ente según las leyes de relojería de la m ecánica clásica, suponiendo que no reaccionen quím icam ente. Los sistemas de cristales -lo s cuerpos físi­ cos sólidos que m anejam os en las herram ientas ordinarias, com o nuestros relojes de pulsera o de pared, y que constituyen los avíos principales de nuestro m ed io - se com portan aproxim adam ente (aunque sólo aproxim adam ente) com o sistemas m ecánicos determ i­ nistas. Ciertam ente, ésta es de hecho la fuente de nuestras ilusiones m ecanicistas y determ inistas. Todo engranaje de nuestros relojes es una estructura de cristales, u n a red de m oléculas unidas, com o los átom os en las moléculas, por fuerzas eléctricas. Es extraño, pero de hecho es la electricidad lo que subyace a las leyes de la mecánica. Además, todo átom o y toda m olécula vibran con una am plitud que depende de la tem peratura (o viceversa); si el engranaje se calienta, el reloj se parará porque sus dientes se expanden. (Si se calienta más aún, se fundirá.)

La interacción entre el calor y el reloj resulta m uy interesante. Por una parte, podem os considerar que la tem peratura del reloj se mide por la velocidad media de sus átomos y m oléculas en vibración. Por otra parte, podem os calentar o enfriar el reloj poniéndolo en contacto con un m edio caliente o frío. Según la teoría actual, la tem peratura se debe al m ovim iento de los átom os individuales, a u n ­ que al m ismo tiem po se trata de algo que pertenece a un nivel dife­ rente del de los átom os individuales en m ovim iento - u n nivel holístico o em ergente—, ya que se define m ediante la velocidad media de todos los átomos. El calor se com porta de m anera m uy parecida a un fluido («calórico»), y podem os explicar las leyes de este com portam iento recurriendo al m odo en que un aum ento o dism inución en la veloci­ dad de un átom o - o grupo de aío m o s- se extiende a átom os vecinos. Esta explicación se puede describir com o una «reducción»: reduce las propiedades holísticas del calor a las propiedades del m ovim iento de los átom os o moléculas. Con todo, la reducción no es com pleta, pues hay que utilizar nuevas ideas - la idea de desorden molecular y de prom ediar- que sin duda pertenecen a un nuevo nivel holístico.5 Los niveles pueden interactuar entre sí. (Lo cual constituye una idea im portante para el interaccionism o de la m ente y el cerebro.) Por ejemplo, no sólo es que el m ovim iento de cada átom o particular influya en los m ovim ientos de los átom os vecinos, sino que la veloci­ dad media de un grupo de átom os influye sobre la velocidad media del grupo de átom os vecino. De este modo (y en eso consiste la interacción de los niveles, incluyendo la «causación descendente»), in­ fluye sobre las velocidades de m uchos átom os individuales del grupo, aunque no podam os decir de qué átom os individuales se trata sin investigar los detalles del nivel inferior. Así pues, cualquier cam bio en el nivel superior (tem peratura) influirá sobre el nivel inferior (el m ovim iento de los átom os indivi­ duales). Tam bién se puede decir lo contrario. Con todo, por supuesto, un átom o individual, o incluso m uchos átom os individuales, pueden aum entar su velocidad sin elevar la tem pratura, debido a que algunos otros átom os vecinos individuales pueden dism inuir al m ismo tiem po su velocidad. A tem peratura constante, este tipo de cosas suceden continuam ente. Así, tenem os aquí un ejemplo de «causación descen­ dente», del nivel superior actuando sobre el nivel inferior. (Véase también la sección 7.) 5 La cuestión es si la segunda ley (probabilista) de la term odinám ica es com pletamente reductible a la interacción de átomos o moléculas individuales. Mi respuesta es-, las conclusiones probabilistas requieren premisas probabilistas (y por tanto no individualistas) para su derivación.

Me parece que esto constituye otro ejemplo im portante del princi­ pio general según el cual un nivel superior puede ejercer una influen­ cia dom inante sobre otro inferior. La dom inancia unilateral se debe, en este caso al m enos, al carác­ ter aleatorio del m ovim iento térm ico de los átom os y, por consi­ guiente, sospecho, al carácter nebuloso del cristal. En efecto, parece que si el universo fuese per impossibile un reloj determ inista perfecto, no habría producción de calor ni estratos y. por consiguiente, no tendría lugar sem ejante influencia dom inadora. Esto sugiere que la em ergencia de niveles o estratos jerárquicos, y la de una interacción entre ellos, depende de un indeterm inism o fundam ental del universo físico. C ada nivel está abierto a influencias causales procedentes de niveles inferiores y superiores. N aturalm ente, esto repercute considerablem ente sobre el pro­ blem a del cuerpo y la m ente; sobre la interacción entre el M undo 1 físico y el M undo 2 mental.

Capítulo P2

10.

Los Mundos 1, 2 y 3

Interacción: los Mundos 1, 2 y 3

Sea o no la biología reductible a la física, parece que todas las leyes físicas y quím icas tienen vigencia para las cosas vivas, plantas, ani­ males y aun virus. Las cosas vivas son cuerpos materiales. Como todos los cuerpos materiales, son procesos, y com o algunos otros cuerpos'm ateriales (las nubes, por ejemplo), son sistemas abiertos de moléculas: sistemas que intercam bian algunas de sus partes constitu­ yentes con el medio. Pertenecen al universo de las entidades físicas o estados de cosas físicas, o estados físicos. Las entidades del m undo físico -procesos, fuerzas, cam pos de fuerzas- interactúan entre sí y, por tanto, con los cuerpos materiales. Así, conjeturam os que son reales (en el sentido discutido más arriba, en la sección 4), aunque su realidad siga siendo conjetural. Además de los objetos y estados físicos, conjeturo que hay esta­ dos mentales y que dichos estados son reales, ya que interactúan con nuestros cuerpos. Un dolor de m uelas constituye un buen ejem plo de un estado que es a la vez mental y físico. Si se tiene un mal dolor de muelas, éste puede constituir una fuerte razón para visitar al dentista, lo que en ­ traña un cierto núm ero de acciones y de m ovim ientos físicos del cuerpo. La caries dental - u n proceso físicoquímico m aterial- com ­ portará así efectos físicos, si bien lo hace m erced a sensaciones dolorosas y a instituciones existentes, com o la m edicina dental. (En la m edida en que no se sienta dolor, se puede ser inconsciente de la caries y no visitar al dentista; o bien se pueden concebir sospechas por otras razones y visitarlo sin esperar a que llegue el dolor. En am bos casos, lo que explica la acción y los m ovim ientos del cuerpo es la intervención de ciertos estados mentales; algo así com o una conjetura, com o el conocim iento.) Hay otros tipos de estados m entales que explican las acciones

hum anas. U n m ontañero puede ir de escalada, «forzando a su cuerpo a avanzar», aun cuando su.cuerpo esté exhausto. En ese caso habla­ m os de su am bición, de su deseo de alcanzar la cum bre y de su determ inación, en cuanto estados m entales que pueden hacerle conti­ nuar la escalada. O bien, un conductor puede pisar el freno porque ve que el sem áforo se pone rojo: es su conocim iento del código de circulación el que le hace com portarse de ese modo. Todo esto es perfectam ente obvio; incluso trivial. Con todo, la realidad de los estados m entales ha sido negada por parte de algunos filósofos. Otros adm iten que los estados m entales son reales, aunque niegan que entren en interacción con el m undo de los estados físicos; opinión que, a mi m odo de ver, es tan inaceptable com o la negación de la realidad de los estados mentales. El problem a de si existen los estados físicos y m entales y de si interactúan o si se relacionan de otra m anera se conoce com o el problem a del cuerpo y la m ente o la m ente y el cuerpo o com o el problem a psicofísico. U na de las soluciones concebibles de este problem a es el interaccionism o; la teoría de que los estados mentales y físicos interactúan. Esto conduce más exactam ente a describir el problem a del cuerpo y la m ente com o el problem a del cerebro y la m ente, ya que se aduce que la interacción se localiza en el cerebro. A lgunos interaccionistas (especialm ente Eccles) han llegado a form ular el problem a del cuerpo y la m ente com o el problem a de describir con el m ayor detalle posi­ ble el «nexo» entre el cerebro y la m ente («el nexo cerebro-mente»). Puede decirse que la adopción del interaccionism o constituye una solución al problem a del cerebro y la mente. N o cabe duda de que sem ejante solución debería apoyarse en una discusión crítica de los puntos de vista rivales, así com o de las diversas críticas al interaccio­ nismo. Se podría describir el interaccionism o com o una especie de p rogram a de investigación, pues plantea m uchas preguntas detalla­ das, cuya respuesta exige diversas teorías detalladas. Se dice a veces que el objetivo de la solución del problem a del cerebro y la m ente es hacer com prensible la interacción entre cosas tan diferentes com o estados o sucesos físicos y estados o sucesos mentales. C oncedo que la m eta fundam ental de la ciencia sea am pliar nues­ tra' com prensión; pero creo tam bién que es poco probable que se llegue a alcanzar una com prensión plena, así com o un conocim iento com pleto. Además, la com prensión puede ser engañosa; durante si­ glos parecíam os tener una com prensión perfecta del funcionam iento de los m ecanism os de relojería en los que los engranajes y ruedas dentadas se im pulsan m utuam ente. Sin em bargo, todo eso resultó ser

una com prensión m uy superficial, dado que el im pulso que un cuerpo físico daba a otro hubo de explicarse m ediante la repulsión entre los electrones negativam ente cargados de las capas de sus áto­ mos. Con todo, esta explicación y com prensión resulta t/ambién su­ perficial, com o m uestran los fenóm enos de la adhesión y cohesión. Así pues, no resulta fácil alcanzar una com prensión últim a, ni si­ quiera por lo que respecta a la parte más elemental de la física. Y cuando nos fijamos en la interacción entre la luz y la m ateria, accede­ mos a una región del conocim iento que dejó perplejo a uno de los m ayores pioneros de este campo: Niels Bohr; tanto es así, que dijo que en la teoría cuántica debíam os renunciar a la esperanza de com ­ prender nuestro tem a de estudio. N o obstante, si bien parece que el ideal de com prensión plena ha de ser abandonado, con todo, una descripción detallada puede producir una com prensión parcial. Por consiguiente, ni siquiera en la física es posible una com pren­ sión del tipo de la que en un tiem po considerábam os equivocada­ mente poseer en el caso del im pulso mecánico. Difícilmente podem os esperar algo sim ilar en el caso de la interacción entre el cerebro y la mente, por más que un conocim iento más detallado del funciona­ m iento del cerebro pueda llevarnos a esa com prensión parcial que, al parecer, es posible en la ciencia. En esta sección, he hablado de estados físicos y de estados m enta­ les. Con todo, considero que los problem as que nos ocupan se pue­ den clarificar considerablem ente si introducim os una división tripar­ tita. Prim ero, está el m undo físico -e l universo de las entidades físi­ c a s- al que hacía alusión al com ienzo de esta sección; es a lo que denom inaré «M undo 1».1 En segundo lugar, está el m undo de los estados mentales, incluyendo entre ellos los estados de conciencia, las disposiciones psicológicas y los estados inconscientes; es lo que deno­ m inaré «M undo 2». Pero hay tam bién un tercer m undo, el m undo de los contenidos del pensam iento y, ciertam ente, de los productos de la m ente hum ana; a esto lo denom inaré «M undo 3», y se discutirá en las pocas secciones que siguen.

1 He adoptado la sugerencia de Sir John Eccles [1970] en el sentido de hablar de «Mundo 1», «Mundo 2» y «Mundo 3», en lugar de «primer mundo», «segundo mundo» y «tercer mundo», tal com o hacía antes de que Eccles publicase su libro Observando la realidad, donde hace la mencionada sugerencia.

11.

La realidad del Mundo 3

Creo que se logrará aum entar nuestra com prensión de las cosas estu­ diando el papel que desem peña el M undo 3. Por M undo 3 entiendo el m undo de los productos de la m ente hum ana, com o las historias, los m itos explicativos, las herram ientas, las teorías científicas (sean verdaderas o falsas), los problem as científi­ cos, las instituciones sociales y las obras de arte. Los objetos del M undo 3 son obra nuestra, aunque no siem pre sean el resultado de u na producción planificada por parte de hom bres individuales. M uchos de los objetos del M undo 3 existen bajo la form a de cuerpos materiales y, en cierto sentido, pertenecen tanto al M undo 1 com o al M undo 3. Ejem plo de ello son las esculturas, los cuadros y los libros, sea que se dediquen a temas científicos o literarios. Un libro es un objeto físico y, por consiguiente, pertenece al M undo 1, si bien representa una contribución significativa de la m ente hum ana por lo que se refiere a su contenido: lo que perm anece invariante en las diversas copias y ediciones. Pues bien, ese contenido pertenece al M undo 3. U na de mis tesis principales consiste en afirm ar que los objetos del M undo 3 pueden ser reales, en el sentido explicado m ás arriba, en la sección 4; y eso no sólo por lo que respecta a su materialización o incorporación, sino tam bién por lo que atañe a sus aspectos del M undo 3. C om o objetos del M undo 3, pueden inducir a los hom bres a producir otros objetos del M undo 3, actuando por ello sobre el M undo 1, y considero argum ento decisivo para tener a algo por real la interacción -a u n q u e indirecta- con el M undo 1. Así, al producir una obra nueva, un escultor puede anim ar a otros escultores a copiarla o a producir esculturas similares. Su obra - n o tanto por sus aspectos materiales com o por la nueva form a que ha cread o - puede influir sobre ellos m ediante experiencias de sus M undos 2 e, indirectam ente, m ediante el nuevo objeto del M undo 1. Quien se oponga a esta opinión de que los objetos del M undo 3 son reales podrá responder a este análisis que lo único que está aquí en danza son objetos del M undo 1. U na persona da form a a uno de esos objetos y con ello incita a otros a imitarle: nada más está entre manos. T rataré de responder a esto ofreciendo otro ejem plo que tal vez sea m ás convincente, com o es la producción de u n a teoría científica, su discusión crítica, su aceptación provisional y su aplicación, que puede transform ar la faz del m undo y, por consiguiente, el M undo 1. Por regla general, el científico productivo parté de un problema. T ratará de com prender el problem a, lo que constituye usualm ente

u n a tarea intelectual prolongada: un intento procedente del M undo 2 de captar un objeto del M undo 1. Se ha de adm itir que para ello puede utilizar libros (u otras herram ientas científicas en su m ateriali­ zación en el M undo 1). M as su problema puede no aparecer en u n ­ ciado en esos libros; por el contrario, puede descubrirlo al hallar una dificultad en las teorías enunciadas. Tal cosa puede entrañar un es­ fuerzo creador, necesario para captar la situación problem ática abs­ tracta de un m odo más adecuado que antes, si es que resulta posible. A continuación, puede dar con una solución, con una nueva teoría, que puede recibir diversas form ulaciones lingüísticas. Elige una de ellas, y entonces discutirá críticam ente su teoría, pudiendo m odifi­ carla en gran m edida com o resultado de la discusión. Si m ás adelante se publica, la discutirán otros, basándose en criterios lógicos y tal vez en nuevos experim entos realizados para ponerla a prueba, con lo que la teoría puede ser rechazada si falla. Tan sólo después de estos esfuerzos intensam ente intelectuales puede descubrir alguien una po­ sible aplicación técnica de gran alcance, que actúe sobre el M undo 1. A todo esto puede seguir objetándose que no he hecho m ás que describir la conducta de personas, incluyendo su uso de libros, etc., así com o su com portam iento social y profesional, incluyendo su há­ bito de escribir. N o he sum inistrado ninguna razón, puede alegar un conductista, para aceptar que las teorías posean una existencia propia, al m argen de las personas cuya conducta verbal pueda ser im por­ tante. Con todo, mi tesis es que si no adm itim os a los problem as y teorías com o los objetos de estudio y crítica, entonces nunca com ­ prenderem os el com portam iento de los científicos. Hay que adm itir, por supuesto, que las teorías son producto del pensam iento hum ano (o, si se quiere, de la conducta hum ana; no discutiré acerca de palabras). Sin em bargo, poseen determ inado grado de autonomía; objetivam ente, pueden tener consecuencias en las que nadie ha pensado todavía y que pueden ser susceptibles de descubri­ miento. Se pueden descubrir en el m ism o sentido en que es posible descubrir un anim al o u n a planta que, aunque existentes, son aún desconocidos. Podría decirse que el M undo 3 es un producto h u ­ m ano tan sólo por lo que respecta a su origen y que las teorías, una vez que existen, com ienzan a tener una vida propia: producen conse­ cuencias anteriorm ente invisibles y producen nuevos problemas. El ejem plo que em pleo norm alm ente proviene de la aritmética. Se puede decir que un sistema num érico lo construyen o inventan los hom bres en lugar de descubrirlo. Mas la diferencia entre núm eros pares e im pares o divisibles y prim os es un descubrim iento: esos conjuntos característicos de núm eros están ahí, objetivam ente, una

vez que existe el sistem a num érico, com o consecuencia (inesperada) de la construcción del sistema, con lo que sus propiedades son sus­ ceptibles de descubrim iento. Hay conductistas que piensan que la verdad de « 2 x 2 = 4» ha de explicarse por convención hum ana; que esta ecuación es verdadera porque la hem os aprendido en la escuela. Pero no es asi; se trata más bien de u na consecuencia de nuestro sistema de núm eros, siendo traducible a todos los lenguajes, suponiendo que no sean dem asiado pobres. Es u na verdad invariante respecto a la convención y traduc­ ción. La situación es sim ilar por lo que respecta a toda teoría científica. Objetivam ente, toda teoría posee un vasto conjunto de consecuencias im portantes, hayan sido descubiertas ya o no. (De hecho, se puede m ostrar que en un tiem po dado tan sólo se puede descubrir una fracción de ellas.)1 La tarea objetiva de los científicos - u n a tarea tercerm undana que regula su «conducta verbal» en cuanto «científi­ cos»- es descubrir las consecuencias lógicas pertinentes de la nueva teoría, discutiéndolas a la luz de las teorías existentes. De este m odo, los problem as se pueden descubrir en vez de in­ ventar (aunque algunos problem as - n o siem pre los más interesantespuedan considerarse inventados). Ejemplo de ello es el problem a de Euclides de si hay un prim o que sea el m ayor de todos-, el problem a correspondiente sobre los prim os entre sí; el problem a de si es verda­ dera la conjetura de Goldbach, según la cual todo núm ero par m ayor que 2 es la sum a de dos prim os; el problem a de los tres cuerpos (y el problem a de los n cuerpos) de la dinám ica new toniana, y m uchos otros. (Constituye una equivocación fatal creer que pueda haber una teoría adecuada -s e a psicológica, conductista, sociológica o históricade la conducta de los científicos que no tom e plenam ente en cuenta el carácter tercerm undano de la ciencia. Se trata de un punto im por­ tante del que m uchas personas no son conscientes.) Estas consideraciones me parecen decisivas, y establecen la objeti­ vidad del M undo 3 y su autonom ía (parcial). Además, puesto que es obvia la influencia de las teorías sobre el M undo 1, establecen la realidad de los objetos del M undo 3.

Véase, por ejemplo, la sección 7 de mi autobiografía [1974(b)] y [1976(g)].

12.

Objetos incorporales del Mundo 3

M uchos objetos del M undo 3 están incorporados a objetos del M undo 1, tales com o libros, nuevas m edicinas sintéticas, com putado­ ras o aeroplanos. Todos ellos son artefactos materiales que pertene­ cen al M undo 1 y al M undo 3. La m ayoría de las obras de arte son de este tipo. Algunos objetos del M undo 3 existen únicam ente de form a codificada, com o las partituras musicales (quizá nunca interpretadas) o com o los discos. Otros -poem as, quizá, y teorías- pueden existir tam bién com o objetos del M undo 2 en form a de recuerdos, quizá también codificados com o huellas m ném icas en ciertos cerebros h u ­ manos (M undo 1), con los que perecen. ¿Acaso hay objetos incorporales del M undo 3? ¿Acaso hay obje­ tos del M undo 3 que no estén incorporados, com o los libros, los discos o las huellas m ném icas (sin que existan tam poco com o recuer­ dos del M undo 2 ni com o objetos de las intenciones del Mundo^2)? Pienso que esta pregunta es im portante y que su respuesta es «sí». Tal respuesta está implícita en lo que he dicho en la sección anterior del descubrim iento de hechos, problem as y soluciones cientí­ ficos y matemáticos. Con la invención (¿o descubrim iento?) de los núm eros naturales (cardinales) tom aron existencia los núm eros pares e impares, incluso antes de que alguien señalara el hecho o llamase la atención acerca de él. Lo m ismo se puede decir de los núm eros primos. De ahí se siguieron otros descubrim ientos (los descubrim ien­ tos son sucesos del M undo 2 y pueden ir acom pañados de sucesos del M undo 1) de hechos tan simples com o que no puede haber más de un prim o par. a saber, el 2; que no puede haber más que una terna de prim os impares consecutivos (a saber, 3, 5 y 7); y que al aum entar, los prim os se hacen progresivam ente más raros. (Véase tam bién el diálogo XI.) Estos descubrim ientos crearon una situación problem á­ tica objetiva que provocó el planteam iento de nuevos interrogantes, com o el siguiente: ¿Con qué rapidez aum enta la escasez de los pri­ mos? Y también. ¿Hay infinitos prim os (y prim os entre sí)? Es im por­ tante darse cuenta de que la existencia objetiva e incorporal de estos problem as precede a su descubrim iento consciente, del m ism o modo que la existenca del Everest precede a su descubrimiento. Tam bién es im portante el hecho de que la conciencia de que existen estos proble­ mas lleve a la sospecha de que pueda existir objetivam ente un cam ino para solucionarlos y para buscar conscientem ente ese camino. La búsqueda no se puede com prender sin com prender la existencia obje­ tiva (o tal vez la inexistencia) de m étodos y soluciones incorpóreos todavía por descubrir. A m enudo descubrim os un nuevo problem a a través de nuestro

fracaso a la hora de dar con una solución deseada a un problem a más viejo, dado que del fracaso puede surgir un nuevo problem a, com o es el de dem ostrar la im posibilidad objetiva de resolver el viejo pro­ blem a (en las condiciones dadas). Tal dem ostración de imposibilidad llevó en tiem pos de Platón al descubrim iento de la irracionalidad de la raiz cuadrada de 2; esto es, de la diagonal del cuadrado unidad. Un ejem plo sem ejante, que tam bién parece haber atraído la atención de Platón, es el problem a de cuadrar el círculo; su im posibilidad (en las condiciones admitidas) no fue dem ostrada hasta 1882 por Lindem ann. Algunos de los problem as m atem áticos más famosos han sido resueltos de este modo; si no m ediante la solución positiva original­ m ente buscada, al m enos, m ediante una dem ostración de im posibili­ dad. «Quizá sea este hecho im portante -escribe Hilbert en su famosa conferencia “ Los problem as m atem áticos” [1901], [1902]-, [...] el que dé lugar a la convicción (com partida por todos los m atem áticos, au n ­ que hasta ahora no esté apoyada por una dem ostración) de que todo problem a m atem ático definido debe ser susceptible de un resultado exacto, sea m ediante la respuesta a la pregunta planteada, o sea m e­ diante la dem ostración de la im posibilidad de su solución [...]. T om e­ mos un poblem a definido sin resolver, tal com o el problem a de [...] la existencia de un núm ero infinito de núm eros prim os de la form a 2" + 1 [y tam bién de los núm eros divisibles del m ism o tipo]. Por ina­ bordables que nos parezcan estos problem as [...] poseem os la firme convicción de que su solución ha de seguirse de un núm ero finito de pasos puram ente lógicos.» Está claro que Hilbert defiende aquí no solo la existencia objetiva de los problem as matem áticos, sino también la existencia de las solu­ ciones, de uno u otro tipo, antes de descubrirlas. A unque tal vez vaya un poco lejos su pretensión de que sem ejante convicción sea «com­ partida por todos los matemáticos» - h e conocido a m atem áticos que piensan de otra form a-, incluso quienes piensan que las propias m a­ tem áticas son incom pletas (y no sim plem ente su formalización) pien­ san en térm inos de problem as y soluciones tanto descubiertos, y por ende preexistentes, com o sin descubrir; de problem as y soluciones que aún no se han hallado. La razón principal por la que considero tan im portante la existen­ cia de objetos incorpóreos del M undo 3 es la siguiente. Si los objetos incorporales del M undo 3 existen, entonces no puede ser cierta la doctrina según la cual nuestra captación o com prensión de un objeto del M undo 3 depende siem pre de nuestro contacto sensible con su incorporación m aterial, com o por ejemplo, de nuestra lectura de un

enunciado de una teoría que aparece en un libro. C ontra tal doctrina afirm o que el m odo más característico de captar los objetos del M undo 3 se sirve de un m étodo que depende poco, si es que depende algo, de que estén incorporados o de que usem os nuestros sentidos. Mi tesis es la de que la m ente hum ana capta los objetos del M undo 3 por un m étodo que si no siem pre es directo, es al m enos indirecto (y que discutiremos); un m étodo que es independiente de su incorpora­ ción y que, en el caso de aquellos objetos del M undo 3 (como los libros) que pertenecen tam bién al M undo 1, hace abstracción del hecho de su incorporación.

13.

L a ca p ta c ió n de u n o b jeto del M u n d o 3

¿Cómo captam os un objeto intelectual del M undo 3, tal com o un problem a, una teoría o un argum ento? El problem a es viejo y debo aludir aquí a Platón. Según parece. Platón fue el prim ero en contem plar algo parecido a nuestros M undos 1, 2 y 3. Establece un agudo contraste entre el m undo de los «objetos visibles» (el m undo de las cosas materiales, que se corresponde estrecham ente, aunque tal vez no com pletam ente, con nuestro M undo 1) y un m undo de «objetos inteligibles» (que se corresponde vagam ente con nuestro M undo 3). Además, habla de las «afecciones del alma» o «estados del alma», que corresponden a nues­ tro M undo 2. A unque el m undo de Platón de objetos inteligibles corresponde de alguna m anera a nuestro M undo 3, en m uchos aspectos resulta m uy distinto. C onsta de lo que él denom inaba «formas», «ideas» o «esencias», los objetos a los que hacen referencia los conceptos o nociones generales. Las esencias m ás im portantes de este m undo de form as o ideas inteligibles son el Bien, la Belleza y la Justicia. Estas ideas se conciben com o inm utables, com o atem porales y eternas, y de origen divino. Por el contrario, nuestro M undo 3 es en su origen un producto hum ano (es un producto hum ano a pesar de su autonom ía parcial, discutida en las secciones 11 y 12, m ás arriba); sugerencia qué habría sorprendido a Platón. Además, aunque hago hincapié en la existencia de los objetos del M undo 3, no pienso que existan las esencias; esto es, no atribuyo ninguna condición a los objetos o refe­ rentes de nuestros conceptos y nociones. Las especulaciones en torno a la verdadera naturaleza o a la verdadera definición del bien o la justicia conducen, en mi opinión, a bizantinism os verbales que deben evitarse. Me opongo a lo que he denom inado «esencialismo». Así pues, en mi opinión, las esencias ideales de Platón no desem peñan

ninguna función im portante en el M undo 3. (Es decir, el M undo 3 de Platón, aunque en cierto sentido constituye una clara anticipación de mi M undo 3, me parece una construcción equivocada.) Por otra parte. Platón nunca hubiera adm itido entidades tales com o los pro­ blem as y las conjeturas -especialm ente las falsas- en su m undo de objetos inteligibles, por más que, al abordar este m undo, operase con conjeturas o hipótesis que debían contrastarse m ediante sus conse­ cuencias. Su llam ado m étodo «dialéctico» es un m étodo hipotéticoded u ctiv o .1 A hora bien. Platón describía la captación de las form as o ideas com o una especie de visión: los ojos de nuestra m ente inous, razón), los «ojos del alma», están dotados de intuición intelectual y pueden ver u na idea, una esencia, un objeto perteneciente al m undo inteligible. U na vez que hem os conseguido verla, captarla, conocem os dicha esencia; podem os verla «bajo la luz de la verdad». U na vez alcanzada, esta intuición intelectual es infalible. Se trata de un punto de vista que ha ejercido la m ayor influencia sobre quienes, com o yo, aceptan el problem a de «¿Cómo podem os com prender o captar una teoría?». Mas, aunque acepto el problem a, no acepto la solución de Platón, o tan sólo bajo una form a considera­ blem ente modificada. Prim ero, adm ito que haya algo así com o una intuición intelectual; pero afirm o que dista de ser infalible y que se equivoca con más frecuencia que acierta. En segundo lugar, sugiero que resulta más fácil com prender cóm o hacemos objetos del M undo 3 que com prender cóm o los com ­ prendem os, captam os o «vemos». Ciertam ente, trataré de explicar la com prensión de los objetos del M undo 3 en térm inos de su construc­ ción o reconstrucción. En tercer lugar, sugiero que no tenem os nada que se parezca a un órgano del sentido intelectual, si bien hem os adquirido la facultad de argum entar o razonar, que de algún modo se asemeja a un órgano. Según mi m anera de ver las cosas, podem os com prender la capta­ ción o com prensión de los objetos del M undo 3 com o un proceso activo. Hemos de explicarla com o la construcción o recreación de dicho objeto. A fin de com prender una frase latina difícil, hem os de construirla: ver cóm o está hecha, reconstruirla o rehacerla. A fin de com prender un problema, hem os de ensayar al m enos las soluciones más obvias y descubrir que fracasan; entonces redescubrim os que hay ahí una dificultad, un problem a. A fin de com prender una teoría, 1 Véase mi [1940(a)], ahora capítulo 15 de mi [ 1963(a)]. Véase tam bién mi [ 1960(d)], ahora Introducción a [ 1963(a>], así com o la sección 47, más abajo.

prim ero hem os de com prender el problem a en vista de cuya solución se ha inventado la teoría, a fin de ver si ésta funciona m ejor que cualquiera de las soluciones más obvias. A fin de com prender algún argum ento difícil, com o la dem ostración de Euclides del teorem a de Pitágoras (hay dem ostraciones más sencillas de este teorema), tene­ mos que hacer el trabajo nosotros mismos, tom ando plena conciencia de lo que se supone sin dem ostración. En todos estos casos, el cono­ cim iento se torna «intuitivo», tras haber adquirido la sensación de que podem os realizar el trabajo de reconstrucción a voluntad, siem pre que queram os. Esta m anera de ver la captación intelectual no supone la existen­ cia de «ojos de la mente» ni de órganos m entales de percepción. Tan sólo supone nuestra capacidad de producir ciertos objetos del M undo 3, especialmente de carácter lingüístico. No cabe duda de que, a su vez, esta habilidad es el resultado de la práctica. Un bebé com ienza haciendo ruidos de gran simplicidad. Ha nacido con el deseo de copiar, de reconstruir em isiones lingüísticas más complicadas. Lo decisivo es que aprendem os a hacer cosas, haciéndolas en situaciones apropiadas, incluyendo entre ellas las situaciones culturales: aprende­ mos a leer y a argum entar. Todo esto ofrece un aspecto m uy distinto del de la teoría plató­ nica de los ojos intelectuales. Con todo, la neurofisiología del ojo y del cerebro sugiere que el proceso implicado en la visión física no es de carácter pasivo, sino que consiste en una interpretación activa de las entradas codificadas. En m uchos aspectos es com o resolver pro­ blemas mediante hipótesis.2 (Incluso las entradas están ya parcial­ m ente interpretadas por la recepción de los órganos de los sentidos, y nuestros órganos de los sentidos m ismos pueden estar ligados a hipó­ tesis o teorías -teo rías acerca de la estructura de nuestro medio y acerca del tipo de inform ación más necesario y más útil para noso­ tros-.) N uestra percepción visual se asemeja más al proceso de pintar un cuadro selectivamente (donde «la construcción va antes que la comprobación», com o dice Ernst G om brich3) que al proceso de to­ m ar fotografías aleatoriam ente. Hay que adm itir que Platón no sabía nada de estos aspectos de la visión. N o obstante, m uestran que des­ pués de todo hay algunas analogías im portantes entre nuestra capta­ ción intelectual de un objeto del M undo 3 y nuestra percepción vi­ sual de un objeto del M undo 1.

2 Véanse los capítulos E2 y E7, así com o las referencias que allí aparecen a la obra de Hubel y Wiesel. 5 Véase Sir Ernst Gom brich [1960], [1962] y ediciones posteriores, así com o J. J. Gibson, [1966],

Hay m uchas sem ejanzas entre la visión óptica y la com prensión de los objetos del M undo 3: podem os establecer la conjetura de que un bebé aprende a ver explorando activam ente las cosas y m anipu­ lándolas por ensayo y e rro r.4 Sin em bargo, aprender a percibir a través de la acción es en gran m edida un proceso natural. A prendem os a descodificar las señales codificadas que nos llegan: las descodificamos de m anera casi com ­ pletam ente inconsciente, autom ática, en térm inos de cosas reales. Aprendem os a com portarnos y a experim entar com o si fuésemos «realistas directos»; es decir, aprendemos a experim entar directam ente las cosas com o si no hubiese necesidad alguna de descodificar. (Tengo la conjetura de que ocurre así con todos los órganos de los sentidos y que un m urciélago que depende del radar acústico «ve» los obstáculos m ateriales oídos tan «directamente» com o los puedan ver ópticam ente otros m am íferos.) Lo m ism o ocurre con los objetos del M undo 3; si bien aquí el proceso de aprendizaje no es natural, sino cultural y social. Esto vale p ara el proceso de aprendizaje m ás fundam ental del M undo 3, com o es el proceso de aprender un lenguaje. La descodificación se torna en gran m edida en algo inconsciente para los usuarios del lenguaje y los lectores de libros. Con todo, parece haber diferencias. A lgunas veces nos topam os con una oración com plicada, aunque correcta, que de­ bem os leer dos o tres veces antes de entenderla; algo que rara vez ocurre en el caso de la percepción visual, aunque sucede regular­ m ente con las ilusiones ópticas especialm ente diseñadas. (Por regla general, som os incapaces de descodificarlas correctam ente; de hecho podría decirse que no existe una descodificación «correcta».) Poseem os u n a curiosidad innata con base genética y un instinto de exploración que nos hace exam inar activam ente nuestro m edio físico y social. En am bos cam pos som os activos resolutores de p ro ­ blemas. En el caso de la percepción sensorial, en condiciones norm a­ les, eso nos lleva a una descodificación inconsciente casi sin fallos. E n el cam po cultural, nos lleva antes que nada a aprender a hablar y, m ás tarde, a aprender a leer y a apreciar la ciencia y el arte. En el caso de m ensajes sencillos, el lenguaje y la lectura se convierten en un proceso descodificador casi tan inconsciente com o la percepción óptica. La capacidad de aprender un lenguaje descriptivo y argum en­ tador posee una base genética, siendo específicam ente hum ana. Se podría decir que la base genética m aterial se supera aquí a sí misma.

4 Cf. tam bién los experim entos de R. Held y A. Hein [1963], de los que inform a Eccles en [1970], pág. 67, así com o en el capítulo E8.

ya que se convierte en la base del aprendizaje cultural, de la participa­ ción en una civilización y en las tradiciones del M undo 3.

14.

La realidad de los objetos incorporales del Mundo 3

Así pues, aprendem os a construir objetos del M undo 3, a com pren­ derlos y a «verlos», no por visión o contem plación directa, sino m e­ diante la práctica, m ediante la participación activa. Tam bién aprende­ mos a «sentir» los problem as abiertos, incluso aquellos que aún no han sido form ulados, lo cual puede incitarnos a pensar, a exam inar las teorías existentes, a descubrir un problem a vagam ente sospechado y a producir teorías con la esperanza de resolverlo. En este proceso pueden desem peñar cierta función las teorías publicadas -la s teorías incorporadas-. Pero tam bién pueden desem peñar una función las relaciones lógicas, aún no exploradas, entre las teorías existentes. Tanto esas teorías com o sus relaciones lógicas son objetos del M un­ do 3 y, en general, el que esos objetos estén o no incorporados no establece diferencia alguna por lo que respecta a su carácter de obje­ tos del M undo 3 o por lo que respecta a su captación en el M undo 2. Por tanto, una situación problem ática lógica aún no descubierta y aún no incorporada puede resultar decisiva para nuestros procesos de pensam iento, pudiendo conducir a acciones con repercusión en el M undo 1 físico, com o por ejemplo, a una publicación. (Otro ejemplo sería la búsqueda y el descubrim iento de una nueva dem ostración de un teorem a matem ático que habíam os barruntado.) De este modo, los objetos del M undo 3, incluso las posibilidades lógicas que no han sido exam inadas plenam ente, pueden actuar sobre el M undo 2, es decir, sobre nuestras mentes, sobre nosotros, y noso­ tros, a nuestra vez, podem os actuar sobre el M undo 1. No cabe duda de que este proceso se puede describir sin m encio­ nar lo que denom ino M undo 3. Así. podem os decir que. incitados por su conocim iento del M undo 1, ciertos físicos (Szilard. Fermi. Einstein) sospecharon la posibilidad física de fabricar una bom ba nuclear, y que estos pensam ientos pertenecientes al M undo 2 lleva­ ron adelante la realización de su conjetura. Las descripciones de este tipo son perfectam ente correctas, si bien ocultan el hecho de que por «su conocim iento del M undo 1» se entiende teorías que pueden ser investigadas objetivam ente, tanto desde un punto de vista lógico com o desde un punto de vista em pírico, siendo objetos del M undo 3 más bien que del M undo 2 (por más que puedan ser captados, dispo­ niendo así de correlatos en el M undo 2); de m odo similar, las pala­

bras «sospecharon la posibilidad física» quieren decir que establecie­ ron conjeturas acerca de teorías físicas, objetos una vez m ás del M undo 3 que pueden ser exam inados lógicamente. Es totalm ente cierto que el físico se interesa prim ariam ente por el M undo 1; pero a fin de aprender más cosas acerca del M undo 1, ha de teorizar, lo que entraña que ha de utilizar com o herram ientas objetos del M undo 3. Tal cosa le obliga a interesarse por sus herram ientas, por los objetos del M undo 3, por más que quizá ese interés sea secundario. Sólo podrá hacer «ciencia aplicada», investigando tales objetos y elabo­ rando sus consecuencias lógicas. Sólo de esa m anera podrá utilizar com o herram ientas sus productos del M undo 3, a fin de cam biar el M undo 1. Así pues, incluso los objetos incorpóreos del M undo 3 pueden considerarse reales, y no solo los artículos y libros en que se publican nuestras teorías físicas, o los instrum entos m ateriales que se basan en dichas publicaciones.

15.

El Mundo 3 y el problema del cuerpo y la mente

U n a de las conjeturas centrales que propongo en este libro es que la consideración del M undo 3 puede arrojar alguna nueva luz sobre el problem a del cuerpo y la mente. Enunciaré brevem ente tres argu­ mentos. El prim er argum ento es com o sigue. 1) Los objetos del M undo 3 son abstractos (aún más abstractos que las fuerzas físicas); pero aun así. son reales, pues constituyen herram ientas poderosas para cam biar el M undo 1. (No pretendo dar a entender que sea ésta la única razón para considerarlos reales, ni que sean sim plem ente herram ientas.) 2) Los objetos del M undo 3 poseen efectos sobre el M undo 1 sólo a través de la intervención hum ana, la intervención de sus creadores; más concretam ente, poseen dichos efectos gracias a que son captados, lo que constituye un proceso del M undo 2, un proceso m ental o, más exactam ente, un proceso en el que entran en interacción los M undos 2 y 3. 3) Por tanto, hem os de adm itir la realidad tanto de los objetos del M undo 3 óomo de los procesos del M undo 2, aun cuando pueda no gustarnos adm itirlo por deferencia, digamos, hacia la gran tradición del materialism o. Considero que éste es un argum ento aceptable, aunque, por su­ puesto, está expuesto a que alguien niegue alguna de las suposiciones

en que descansa. Se puede negar que las teorías sean abstractas, que posean algún efecto sobre el M undo 1, o se puede pretender que las teorías pueden afectar directam ente al m undo físico. (Creo, com o es natural, que va a resultar m uy difícil defender cualquiera de estas opiniones.) El segundo argum ento depende en parte del prim ero. Si adm iti­ mos la interacción de los tres m undos y, por consiguiente, su reali­ dad, entonces la interacción entre los M undos 2 y 3 que podem os com prender hasta cierto punto, quizá pueda ayudarnos algo a com ­ prender m ejor la interacción entre los M undos 1 y 2, problem a que form a parte del del cuerpo y la mente. En efecto, hem os visto que uno de los tipos de interacción entre los M undos 2 y 3 («la captación») se puede interpretar com o la cons­ trucción de objetos del M undo 3 y com o su puesta a prueba por selección crítica. Parecería ser cierto algo sim ilar por lo que respecta a la percepción visual de un objeto del M undo 1, lo que sugiere que debiéram os considerar activo al M undo 2 -debiéram os considerarlo productivo y crítico (construcción y com probación)-. Mas tenem os razones para pensar que esto precisam ente se realiza m ediante proce­ sos neurofisiológicos inconscientes. Quizá eso haga algo más fácil «comprender» que los procesos conscientes puedan actuar por proce­ dim ientos semejantes; hasta cierto punto es «comprensible» que los procesos conscientes realicen tareas semejantes a las realizadas por procesos nerviosos. Un tercer argum ento que tiene im portancia para el problem a del cuerpo y la mente está relacionado con la condición del lenguaje hum ano. La capacidad de aprender un lenguaje - e incluso la poderosa necesidad de aprender un lenguaje- parece form ar parte de la dota­ ción genética del hom bre. Por el contrario, el aprendizaje concreto de un lenguaje particular, aunque esté influido por m otivos y necesida­ des innatas e inconscientes, no constituye un proceso regulado por genes, por lo que no es un proceso natural, sino cultural; un proceso regulado por el M undo 3. Así pues, el aprendizaje del lenguaje consti­ tuye un proceso en el que disposiciones con base genética, evolucio­ nadas por selección natural, se im brican en cierta m edida e interac­ túan con procesos conscientes de exploración y aprendizaje, basados en la evolución cultural. Todo esto apoya la idea de una interacción entre el M undo 3 y el M undo 1 y. a la vista de nuestros argum entos anteriores, apoya la existencia del M undo 2. Algunos biólogos em inentes (Huxley [1942], M edaw ar [1960], Dobzhansky [1962]) han discutido la relación que hay entre la evo­ lución genética y la evolución cultural. Podríam os decir que la evolu­

ción cultural continúa la evolución genética por otros medios: por m edio de los objetos del M undo 3. Algunas veces se hace hincapié en que el hom bre es un anim al constructor de herram ientas, lo cual es m uy cierto. Con todo, si por herram ientas se entiende cuerpos físicos m ateriales, entonces resulta en extrem o interesante constatar que ninguna de las herram ientas hum anas está determ inada genéticamente; ni siquiera el palo. La única herram ienta que parece tener una base genética es el lenguaje. El lenguaje es no-m aterial, y aparece bajo las form as físicas más variadas; es decir, bajo la form a de sistemas de sonidos físicos m uy diferentes. Hay conductistas que no quieren hablar del «lenguaje», sino tan sólo de los «hablantes» de uno u otro lenguaje particular. Sin em ­ bargo, hay algo más que eso. Todas las personas norm ales hablan, siendo para ellas el habla de la m ayor im portancia. Hasta tal punto es así, que incluso una niña pequeña, sordom uda y ciega, com o Helen Keller, adquirió con entusiasm o y rapidez un sustituto del habla, m ediante el que obtuvo un dom inio real del lenguaje y la literatura ingleses. Desde un punto de vista físico, su lenguaje era m uy distinto del inglés hablado, si bien disponía de una correspondencia biunívoca con el inglés escrito o impreso. No cabe ninguna duda de q u e 'h u ­ biera podido adquirir cualquier otro lenguaje en lugar del inglés. Su necesidad urgente, aunque inconsciente, era de lenguaje; lenguaje en abstracto. Según m uestra su núm ero y diferencias, los diversos lenguajes hum anos son producto del hom bre: se trata de objetos culturales del M undo 3, aunque sean posibles gracias a capacidades, necesidades y objetivos que se han establecido genéticam ente. Todo niño norm al adquiere un lenguaje m ediante una buena dosis de trabajo activo, agradable y quizá tam bién doloroso. El logro intelectual que lo acom ­ paña es trem endo. Com o es natural, tal esfuerzo tiene un poderoso efecto de retroalim entación sobre la personalidad infantil, sobre sus relaciones con otras personas y sobre sus relaciones con su m edio material. De este m odo, podem os decir que, en parte, el niño es el producto de este logro. Él m ism o es, en cierta m edida, un producto del M un­ do 3. Tam bién la conciencia que el niño posee de sí m ism o se ex­ pande, al igual que su dom inio y conciencia de su m edio material, gracias a la adquisición de esta nueva capacidad de hablar. El yo, la personalidad, em erge en interacción con los otros yo y con los arte­ factos y dem ás objetos de su entorno. Todo ello queda profunda­ m ente afectado por la adquisición del habla; especialm ente cuando el niño se hace consciente de su nom bre y cuando aprende a nom brar

las distintas partes de su cuerpo; y, más im portante aún, cuando aprende a usar pronom bres personales. Llegar a ser un ser hum ano pleno es algo que depende de un proceso de m aduración en el que la adquisición del habla desem peña una función enorm e. Se aprende no sólo a percibir y a interpretar las propias percepciones, sino tam bién a ser una persona y a ser un yo. Considero un erro r la opinión de que nuestras percepciones son algo «dado»; las «hacemos» nosotros, siendo el resultado de un trabajo activo. De m anera semejante, considero un error pasar por alto el hecho de que el famoso argum ento cartesiano «pienso, luego soy» presupone el lenguaje y la capacidad de utilizar el pronom bre (por no hablar de la form ulación del tan sofisticado problem a que dicho argu­ m ento pretende resolver). C uando Kant [1787] sugiere que el pensa­ miento «yo pienso» tiene que poder acom pañar todas nuestras percep­ ciones, no parece haber pensado en un niño (o en sí m ismo) en su estado prelingüístico o prefilosófico.1

1 Incidentalmente, no estoy de acuerdo en que, ni siquiera en el caso de un adulto, la idea de su yo o de su ego haya de ser capaz de acom pañar a todas sus experiencias. Definitivamente, hay estados mentales en los que estamos tan absorbidos en el problem a de que nos ocupamos, que lo olvidamos todo acerca de nosotros mismos. Para una discusión de Descartes, véase la sección 48. más abajo; para Kant, véase la sección 31.

Capítulo P3

16.

Crítica del materialismo

Cuatro posiciones materialistas o físicalistas

Tres de los cuatro puntos de vista que clasificaré aquí com o «m ateria­ listas» o «físicalistas» (véase, más arriba, la sección 3) adm iten la existencia de procesos m entales, especialmente la de la conciencia; pero los cuatro sostienen que el m undo físico -lo que denom ino «M undo 1»- es com pleto o cerrado. Con esta expresión doy a enten­ der que los procesos físicos se pueden com prender y explicar, y deben ser com prendidos y explicados, com pletam ente en térm inos de teorías físicas. Llamo, a esto, principio fisicalista de la clausura del M undo 1 físico. Posee una im portancia decisiva y lo tengo por el principio característico del fisicalismo o materialismo. He apuntado antes que nos enfrentam os, a prim era vista, con un dualism o o pluralism o, con interacción entre los M undos 1 y 2; he sugerido tam bién que, gracias a la m ediación del M undo 2, el M undo 3 puede actuar sobre el M undo 1. Por el contrario, el principio fisicalista de la clausura del M undo 1 o bien afirm a que hay sólo un M undo 1, o entraña que si hay algo así com o un M undo 3 o un M undo 2, no puede actuar sobre el M undo 1: el M undo 1 es com ­ pleto en sí m ismo o cerrado. Esta postura es intrínsecam ente convin­ cente, y la m ayoría de los físicos se inclinarían a aceptarla sin discu­ sión; pero ¿es verdadera? Y. en caso de aceptarla, ¿somos capaces de sum inistrar una explicación alternativa adecuada a nuestro aparente dualism o? En este capítulo, apuntaré el carácter insatisfactorio de las teorías materialistas y señalaré que no existen razones para rechazar nuestra opinión de partida, que resulta incom patible con el principio fisicalista. (Se podría añadir que. en mi opinión, la apertura del m undo físico es precisa para explicar - y no para ex cu lp ar- la libertad hum ana. Véase mi [1973(a)].) - En esta sección introductoria, distinguiré las cuatro siguientes posiciones físicalistas o materialistas:

1) El m aterialism o o fisicalismo radical, o conductism o radical. Se trata de la opinión de que los procesos conscientes y m entales no existen: su existencia se puede «repudiar» (para utilizar la expresión de W. V. O. Quine). No creo que m uchos materialistas hayan sostenido en el pasado esta opinión (véase la sección 56, más abajo), ya que está en abierta contradicción con (o intenta elim inar en últim a instancia) lo que a la m ayoría de nosotros nos parece un hecho innegable, com o por ejem ­ plo, el dolor y el sufrim iento (subjetivo). Los grandes sistemas clási­ cos del materialism o, desde los prim eros materialistas griegos hasta La Mettrie, no son «radicales» en el sentido de negar la existencia de los procesos conscientes o mentales. Tam poco es «radical» en este sentido el «materialismo dialéctico» de Marx y Lenin o el conduc­ tismo de la m ayoría de los psicólogos conductistas.1 Sin em bargo, lo que denom ino materialismo radical (o fisicalismo radical, o conductism o radical) es una posición im portante que no debe ser desestimada. En prim er lugar, porque es autoconsistente y, en segundo, porque representa una solución m uy sencilla del pro­ blem a del cuerpo y la mente: el problem a desaparece evidentem ente si no hay mente, sino tan sólo cuerpo.2(Como es natural, el problem a tam bién desaparece si adoptam os un espiritualism o o idealismo radi­ cal, com o es el caso del fenom enalism o de Berkeley o Mach, que niega la existencia de la materia.) En tercer lugar, porque a la luz de la teoría evolucionista, la materia, y en especial los procesos quím i­ cos, existían antes de que existiesen los procesos mentales. Las teorías al uso sugieren que la evolución y el desarrollo del cuerpo ha venido antes que la evolución y desarrollo de la mente, siendo la base de la evolución y desarrollo de esta. Siendo así. es com prensible que, bajo el impacto de la ciencia contem poránea, quizá debam os hacernos fisicalistas radicales, si es que poseemos una fuerte inclinación hacia el m onism o y la simplicidad, y no querem os aceptar un punto de vista dualista o pluralista acerca de las cosas. Por razones de este tipo, algunos filósofos de prim era línea, com o Quine, aceptan un fisicalismo radical o un conductism o radical (Quine [1960], pág. 264; [1975], págs. 93 y sigs.); otros apuntan a m enudo hoy día que term inarem os teniendo que aceptar algo muy semejante a un conductism o o fisicalismo radical, quizá debido a los

1 Respecto a esto, cf. las consideraciones acerca de Marx de la pág. 102 del volumen II de mi libro La sociedad abierta [1966(a)] y las consideraciones de los estoicos que aparecen en las notas 6 y 7 de la pág. 157 de mi [ 1972(a)]. 2 Con todo, algunos materialistas radicales toman en serio el problema. Véase, más abajo, la sección 25.

resultados de la ciencia o del análisis filosófico. A unque no siem pre carentes de am bigüedad, podem os encontrar sugerencias de este tipo en las obras, por ejemplo, de Ryle [1949], [1950], o de W ittgenstein [1953]; o en las de Hilary Putnam [1960] o en las de J. J. C. Smart [1963]. Ciertam ente, quizá se pueda decir que, a la hora de escribir, el m aterialism o o conductism o radical parece ser la opinión relativa al problem a del cuerpo y la m ente que está más de m oda entre la joven generación de estudiantes de filosofía. Así, es necesario discutirla. Mi crítica al conductism o o m aterialism o radical se desarrollará en tres direcciones. En prim er lugar, argum entaré que, al negar la existencia de la conciencia, esta visión del m undo simplifica la cos­ mología, aunque lo hace om itiendo más bien que resolviendo su m ayor y más interesante enigma. Además, argum entaré que un prin­ cipio que m uchos adoptan com o «científico», y que habla en favor del conductism o radical, se deriva de una mala com prensión del m étodo de la ciencia natural. Finalm ente, argum entaré que este punto de vista es falso y que está refutado por experim entos (por más que, por supuesto, siem pre nos podam os hurtar a una refutación).1 2) Todos los dem ás puntos de vista que clasifico aquí com o m ate­ rialistas adm iten la existencia de procesos m entales, en especial de los procesos conscientes: adm iten lo que denom ino M undo 2. Con todo, tam bién aceptan el principio fundam ental del ílsicalismo: la clausura del M undo 1. La m ás antigua de estas opiniones, el pampsiquismo, se retrotrae a los prim eros presocráticos y a Campanella. U na presentación elabo­ rada apareció en la Ética de Espinosa y en la Monadologia de Leibniz. El pam psiquism o es la opinión según la cual toda materia posee un rasgo interior, consistente en una «cualidad» aním ica o consciente. Asi, para el pam psiquism o, la m ateria y la m ente discurren «parale­ lam ente», com o los aspectos externos e internos de una cáscara de huevo (paralelism o espinosista). En la m ateria no viviente, el aspecto interior puede no ser consciente: el precursor aním ico de la concien­ cia se puede considerar com o «prepsíquico» o «protopsíquico». Con la integración de los átom os en m oléculas gigantes y m ateria viva, em ergen efectos m em orísticos y, en el caso de los anim ales superio­ res, em erge la conciencia. El pam psiquism o fue definido en Gran Bretaña especialm ente por parte del m atem ático y filósofo W illiam Kingdom Clifford [1879], [1886]. Clifford enseña (lo que no resulta m uy distinto del tipo de paralelism o leibniziano) que las cosas son en sí mismas substancia

' Véase mi [1959(a)], secciones 19-20.

m ental (o bien prepsiquica o bien psíquica), por m ás que, observadas desde fuera, aparezcan com o m ateria.4 El pam psiquism o com parte con el m aterialism o radical u n a cierta simplicidad de enfoque. En am bos casos, el universo es hom ogéneo y monista. Su lem a podría ser: «Realmente, no hay nada nuevo bajo el sol», lo que indica un m odo de vivir intelectualm ente confortable, por más que no resulte intelectualm ente m uy excitante. Pero, una vez adoptado el punto de vista m aterialista radical, o el pUnto de vista pam psiquista, entonces todo el universo parece encajar m aravillosa­ mente. 3) El epifenom enism o se puede interpretar com o una m odifica­ ción del pam psiquism o en el que se elim ina el elem ento «pam», confi­ nando el «psiquismo» a aquellos seres vivientes que parecen tener una mente. Com o el pam psiquism o, es en su form a usual una form a de paralelismo; esto es, del punto de vista según el cual los procesos m entales discurren paralelam ente a ciertos procesos físicos -d ig a ­ m os-, porque constituyen el aspecto interno y externo de una tercera entidad (desconocida). Sin em bargo, puede haber form as de epifenom enism o que no sean paralelistas; por el contrario, lo que considero esencial en el epifenom enism o es la tesis de que sólo los procesos físicos son ca u ­ salm ente pertinentes respecto a ulteriores procesos físicos, m ientras que los procesos m entales, aunque existan, son com pletam ente irrele­ vantes causalm ente. 4) La teoría de la identidad o la teoría del estado central es actual­ m ente la más influyente de todas las teorías desarrolladas en res­ puesta al problem a de la m ente y el cuerpo. Se puede considerar com o una m odificación tanto del pam psiquism o com o del epifeno­ m enismo. Com o el epifenom enism o, puede considerarse com o un pam psiquism o sin el «pam», aunque frente a él considera que los hechos m entales son im portantes y causalm ente efectivos. Afirma que existe una especie de «identidad» entre los procesos m entales y determ inados procesos cerebrales: no una identidad en sentido lógico, pero aun así existe una identidad del tipo de la que existe entre «la 4 Clifford m enciona varios filósofos alemanes com o precursores de este punto de vista. Así, en [1886], pág. 286, alude a la Crítica de la razón pura de Kant. Clifford alude a la edición de Rosenkranz que reim prim e el texto de la primera edición de la Crítica, véase la nota 1 a la sección 22, más abajo. Clifford menciona también a W ilhelm W undt ([1880], volum en II, páginas 460 y sig.) y a Ernst Haeckel [1878]. Representantes tardíos del pampsiquism o en Alem a­ nia son Thodor Ziehen [1913] y Bernhard Rensch [1968], [1971], La teoría de la identidad de Moritz Schlick y Herbert Feigl m uestra una cierta semejanza con el pampsiquismo, por más que no parezcan discutir los aspectos evolutivos del problema, y por tanto no digan que «las cosas en sí» o las «cualidades» de las cosas no vivas posean un carácter prepsíquico. (Véase también la sección 54, más abajo.)

estrella vespertina» y «la estrella matutina», que constituyen nom bres alternativos de uno y el m ism o planeta. Venus, por más que tam bién denoten diferentes apariencias del planeta Venus. En una de las ver­ siones de la teoría de la identidad, versión debida a Schlick y Feigl, los procesos m entales se consideran (como hacía Leibniz) com o cosas eñ sí mismas, conocidas por familiaridad, desde dentro, m ientras que nuestras teorías acerca de los procesos cerebrales -procesos que ú n i­ cam ente conocem os por descripción teórica- vienen a describir las m ism as cosas, desde fuera. Frente al epifenom enalism o, el teórico de la identidad puede decir que los procesos m entales interactúan con los procesos físicos, ya que los procesos m entales son sim plem ente procesos físicos; o, m ás exactam ente, tipos especiales de procesos cerebrales. En la sección 10, m ás arriba, he discutido brevem ente el ejem plo de la visita al dentista, a fin de ilustrar el m odo en que los estados físicos (M undo 1), nuestra conciencia (M undo 2) y los planes e insti­ tuciones (M undo 3) están todos ellos implicados en tales acciones. El carácter de nuestras teorías materialistas se puede ejem plificar por el m odo en que darían cuenta de tal incidente, y debería incluir, por ejemplo, el daño producido en la muela, la aparición de un dolor de muelas, el telefonazo al dentista para establecer una cita y la consi­ guiente visita para obtener un tratamiento. 1) Interpretación m aterialista radical: hay procesos en mi m uela que conducen a procesos en mi sistema nervioso. Todo cuando ocu­ rre consta de procesos físicos limitados al M undo 1 (incluyendo mi conducta verbal; mi pronunciación de palabras al teléfono). 2) Interpretación pampsiquista: existen los m ism os procesos físi­ cos que en 1, si bien la historia presenta tam bién otra cara. Hay una explicación «paralela» (que diversos pam psiquistas explicarán de m odo distinto) que cuenta la historia tal com o la experim entam os. El pam psiquism o no solo nos dice que nuestra experiencia «corres­ ponde» de algún m odo a la explicación física del tipo dado en 1, sino que los objetos implicados, que aparentem ente son puram ente físicos (como el teléfono), poseen tam bién un «aspecto interno» m ás o m enos sim ilar a nuestra propia conciencia interior. 3) Interpretación epifenomenalista: existen los m ism os procesos físicos que en 1 y el resto de la historia no difiere m ucho de 2, aunque existen las siguientes diferencias respecto a 2 -. a) sólo los objetos «animados» poseen experiencias «internas» o subjetivas; b) m ientras que en 2 se sugería que teníam os dos explicaciones distintas aunque igualm ente válidas, el epifenom enalista no sólo concede prioridad a

la explicación física, sino que subraya que las experiencias subjetivas son causalm ente redundantes: mi sensación de dolor no desem peña función alguna en la historia; no motiva mi acción. 4) Teoría de la identidad: lo m ism o que en 1, aunque esta vez podem os distinguir entre los procesos del M undo 1 que no se identifi­ can con experiencias conscientes (M undo 1^ : el subíndice p quiere decir «puram ente físico») y aquellos procesos físicos que se identifican con procesos experienciales o conscientes (M undo 1m ■ . el subíndice m quiere decir «mental»). Por supuesto, las dos partes del M undo 1 (es decir, los subm undos 1p y 1 n) pueden entrar en interacción. Así, mi dolor (M undo 1n) actúa sobre mi alm acenam iento de m em oria, lo que me hace buscar el núm ero de teléfono. Todo transcurre com o en el análisis interaccionista (lo cual, según creo, es lo que hace atractivo este punto de vista), con la única diferencia de que mi M undo 2 (incluyendo el conocim iento subjetivo) se identifica con el M undo 1 esto es, con una parte del M undo 1, m ientras que el M undo 3 se identifica con otras partes del M undo 1: con instrumentos o artilugios, com o la guía de teléfonos o el teléfono (o quizá con procesos cerebrales: para los teóricos de la identidad no existen contenidos del conocimiento abstracto, que constituyen el meollo de mi M undo 3).

17.

El materialismo y el autónomo Mundo 3

¿Qué aspecto ofrece el M undo 3 desde una perspectiva materialista? Com o es obvio, la m era existencia de aeroplanos, aeropuertos, bici­ cletas. libros, edificios, coches, com putadoras, gram ófonos, conferen­ cias. m anuscritos, cuadros, esculturas y teléfonos no presenta ningún problem a para ningún tipo de fisicalismo o m aterialismo. M ientras que para el pluralista son los casos materiales, las incorporaciones, de objetos del M undo 3, para el m aterialista son meras partes del M undo 1. Pero ¿qué ocurre con las relaciones lógicas objetivas que están vigentes entre las teorías (estén o no escritas), com o es la incom patibi­ lidad, la deductibilidad m utua, el solapam iento parcial, etc.? El m ate­ rialista radical sustituye los objetos del M undo 2 (experiencias subjeti­ vas) por procesos cerebrales. Entre estos, son especialm ente im por­ tantes las disposiciones a la conducta verbal: disposiciones a asentir o rechazar, a apoyar o refutar, o sim plem ente a considerar, a repasar los pros y contras. Com o la m ayoría de quienes aceptan los objetos del M undo 2 (los «mentalistas»), los materialistas interpretan usual­ mente los contenidos del M undo 3 com o si fuesen «ideas en nuestras mentes»; sin em bargo, los m aterialistas radicales tratan además de

interpretar las «ideas en nuestras mentes» - y de ese m odo tam bién los objetos del M undo 3 - com o disposiciones a la conducta verbal con base en el cerebro. No obstante, de este m odo, ni el m entalista ni el materialista pueden hacer justicia a los objetos del M undo 3, especialm ente a los contenidos de las teorías y a sus relaciones lógicas objetivas. Los objetos del M undo 3 no son m eram ente «ideas en nuestras mentes» ni disposiciones de nuestros cerebros a la conducta verbal. Además, no sirve de nada añadir a estas disposiciones las incorpora­ ciones del M undo 3, com o las m encionadas en el prim er párrafo de esta sección, ya que nada de eso capta adecuadam ente el carácter abstracto de los objetos del M undo 3 ni, en particular, las relaciones lógicas que m edian entre ello s.1 Sirva com o ejem plo el hecho de que los Grundgesetze de Frege se escribieron y se im prim ieron en parte cuando éste dedujo, a partir de u n a carta escrita por Bertrand Russell, que había una autocontradicción en sus fundam entos. Objetivam ente, esa autocontradicción había estado allí durante años. Frege no se había dado cuenta; la autocon­ tradicción no había estado «en su mente». Russel tan sólo se dio cuenta del problem a (en conexión con un m anuscrito m uy diferente) cuando el m anuscrito de Frege estuvo com pleto. Así pues, durante años hubo un a teoría de Frege (y otra sim ilar m ás reciente de Russell) que era objetivam ente inconsistente, sin que nadie tuviese el m enor atisbo del hecho o sin que el estado cerebral de nadie le dispusiese a asentir a la sugerencia «Este m anuscrito contiene una teoría inconsis­ tente». Resum iendo, los objetos del M undo 3, junto con sus propiedades y relaciones, no se pueden reducir a objetos del M undo 2. Tam poco se pueden reducir a estados o disposiciones cerebrales, ni siquiera en el caso de que adm itiésem os que todos los estados y procesos m enta­ les se pudiesen reducir a estados y procesos cerebrales. Esto es así a pesar del hecho de que podem os considerar al M undo 3 com o el producto de m entes hum anas. Russell no produjo ni inventó la inconsistencia, sino que la des­ cubrió. (Lo que inventó o produjo fue el m odo de m ostrar o probar que la inconsistencia estaba allí.) Si la teoría de Frege no hubiese sido objetivam ente inconsistente, no podría haberle aplicado la prueba de inconsistencia de Russell y no se hubiera convencido a sí m ism o de ese m odo de su carácter insostenible. Por tanto, el estado de la m ente de Frege (y tam bién sin duda el estado de su cerebro) fue resultado en

Para una discusión más detenida de esta cuestión, véase m ás abajo la sección 21.

parte del hecho objetivo de que su teoría era inconsistente, sintién­ dose profundam ente incóm odo y conm ovido al descubrir sem ejante hecho. Esta situación, a su vez, le llevó a escribir (un suceso del M undo 1 físico) las palabras Die Arithm etik ist ins Schw anken geraten («La aritm ética se tambalea»). Por tanto, hay u n a interacción entre a) el acontecim iento físico, siquiera sea en parte, consistente en que Frege recibiese la carta de Russell; b) el hecho objetivo perteneciente al M undo 3, que hasta entonces había pasado inadvertido, de que había un a inconsistencia en la teoría de Frege, y c) el acontecim iento físico, al m enos en parte, consistente en el com entario hecho por Frege acerca de la situación (del M undo 3) de la aritmética. Estas son algunas de las razones por las que sostengo que el M undo 1 no está causalm ente clausurado y por las que afirm o la existencia de un a interacción (por más que sea indirecta) entre el M undo 1 y el M undo 3. Me parece claro que dicha interacción está m ediatizada por acontecim ientos mentales, incluso parcialm ente conscientes, del M undo 2. C om o es natural, un fisicalista no puede adm itir nada de esto. Creo que el fisicalista no puede tam poco resolver otro problem a, com o es el de hacer justicia a las funciones superiores del lenguaje. Esta crítica al fisicalismo está conectada con el análisis de las funciones del lenguaje introducido por mi m aestro, Karl Bühler. Dis­ tinguía tres funciones del lenguaje: 1) la función expresiva; 2) la función señalizadora o desencadenadora, y 3) la función descriptiva (véase Bühler [1918]; [1934], pág. 28). He discutido en varios lugares la teoría de B ühler,2 añadiendo a sus tres funciones una cuarta: 4) la función argum entadora. A hora bien, com o he defendido en otra p arte,3 el fisicalista tan sólo puede enfrentarse a las dos prim eras de dichas funciones. Com o consecuencia de ello, ante las funciones des­ criptiva y argum entadora del lenguaje, el fisicalista nunca verá más que las dos prim eras (que están siem pre presentes, por otra parte), con resultados desastrosos. Para que podam os ver qué es lo que está en juego, es necesario discutir brevem ente la teoría de las funciones del lenguaje. En el análisis que hace Bühler del acto del habla, distingue entre el hablante (o, com o tam bién lo llam a Bühler, el emisor) y la persona a quien se habla, el oyente (o el receptor). En ciertos casos especiales («degenerados»), puede faltar el receptor, o puede identificarse con el emisor. Las tres funciones aquí discutidas (hay otras, com o m anda­ 2 Por ejemplo, en mi [1963(a)], capítulos 4 y 12; [ 1972(a)], capítulos 1 y 6. ' Véase especialmente mi [ 1953(a)].

tos, exhortaciones, consejos —véase tam bién John Austin [1962] donde habla de «emisiones realizativas»-) se basan en relaciones entre a) el em isor, b) el receptor y c) algunos otros objetos o estados de hecho que, en casos degenerados, pueden ser idénticos a á) o b). Sum inistraré una tabla de las funciones en la que las inferiores se sitúan abajo y las superiores, arriba. Funciones

quizá las abejas4 animales, plantas

Valores

(4) Función argum entadora

validez/ invalidez

(3) Función descriptiva

falsedad verdad

(2) Función señalizadora

eficiencia/ ineficiencia

(1) Función expresiva

reveladora/ no reveladora

hom bre

En torno a esta tabla se pueden hacer los siguientes com entarios: 1) La función expresiva consiste en una expresión exterior de un estado interno. Incluso los instrum entos simples, com o los term óm e­ tros o los semáforos, «expresan» sus estados en este sentido. Con todo, no sólo los instrum entos, sino también los anim ales (y a veces las plantas) expresan su estado interno m ediante su conducta. Asi­ m ismo ocurre con los hom bres, com o es natural. De hecho, cual­ quier acción que em prendam os, y no sólo el uso del lenguaje, es un m odo de autoexpresión. 2) La función señalizadora (Búhler la denom ina «función desencadenadora») presupone la función expresiva y, por consiguiente, se sitúa a un nivel superior. El term óm etro puede señalarnos que hace m ucho frío. El sem áforo es un instrum ento señalizador (por más que pueda funcionar a horas en que puede no haber siem pre coches por ahí). Los anim ales, los pájaros en especial, sum inistran señales de peligro; e incluso las plantas hacen señales (a los insectos, por ejem ­ plo). Finalm ente, cuando nuestra autoexpresión (sea lingüística o de

4 Quizá se pueda decir que las abejas que danzan suministran información descriptiva o táctica. Eso es lo que hace un term ógrafo o barógrafo cuando escribe. Es interesante que no parezca presentarse el problem a de m entir en ninguno de am bos casos, por más que el construc­ tor del term ógrafo pueda usarlo para inform arnos mal.

otro tipo) conduce a una reacción en un anim al o en un hom bre, podem os decir que ha sido tom ada com o una señal. 3) La función descriptiva del lenguaje presupone las dos funcio­ nes inferiores. Sin em bargo, lo que la caracteriza es que, además de expresar y com unicar (cosa que puede constituir un aspecto real­ mente poco im portante de la situación), realiza enunciados que pue­ den ser verdaderos o falsos; esto es. se introducen los criterios de verdad y falsedad. (Podem os distinguir una parte inferior de la fun­ ción descriptiva en la que las descripciones falsas caen más allá del poder de abstracción del anim al -¿las abejas?-. Tam bién encajaría aquí un term ógrafo. ya que describe la verdad si no se estropea.) 4) La función argum entadora añade los argum entos a las otras tres funciones inferiores, con sus valores de validez e invalidez. A hora bien, las funciones 1 y 2 están casi siem pre presentes en el lenguaje hum ano, aunque por regla general carecen de im portancia, al m enos cuando se com paran con las funciones descriptivas y argu­ mentadoras. Con todo, cuando el fisicalista radical y el conductista radical se enfrentan al análisis del lenguaje hum ano, no pueden traspasar el um bral de las dos prim eras funciones (véase mi [ 1953(a)]). El físicalista intentará dar una explicación física - u n a explicación causal- de los fenóm enos del lenguaje. Ello equivale a interpretar el lenguaje com o expresión del estado del hablante y. por consiguiente, com o si sólo poseyese la función expresiva. El conductista, por otro lado, se ocupará también del aspecto social del lenguaje, por más que inter­ prete que eso afecta esencialm ente a la conducta de los demás, a la «comunicación», para utilizar una palabra de moda; esto es, al modo en que los hablantes responden a la «conducta verbal» de los otros. Eso equivale a ver el lenguaje com o expresión y com unicación. A hora bien, las consecuencias de todo esto son desastrosas, ya que si todo lenguaje se considera com o una m era expresión y com u­ nicación. entonces se pasa por alto todo aquello que es característico del lenguaje hum ano frente al lenguaje animal: su capacidad de hacer enunciados verdaderos y falsos, y de producir argum entos válidos e inválidos. Esto, a su vez, tiene com o consecuencia que el fisicalista se vea im posibilitado para dar cuenta de la diferencia que existe entre la propaganda, la intim idación verbal y la argum entación racional. Tam bién habría que m encionar que la característica apertura del lenguaje hum ano - la capacidad de dar una variedad de respuestas casi infinita a cualquier situación dada, capacidad sobre la que Chom sky en especial ha llamado nuestra atención de una forma enérgica- se relaciona con la función descriptiva del lenguaje. La

im agen del lenguaje - y de la adquisición del lenguaje- que nos ofre­ cen los filósofos de tendencia conductista, com o ocurre con Quine, de hecho parece ser u n a imagen de la función señalizadora del lenguaje. Es algo que depende típicam ente de la situación dom inante. Com o ha argum entado C hom sky [1969], la explicación conductista no hace justicia al hecho de que un enunciado descriptivo pueda ser en gran m edida independiente de la situación en que se usa.

18.

Materialismo radical o conductismo radical

El m aterialism o radical o fisicalismo radical constituye sin duda una posición autoconsistente. En efecto, representa una visión del uni­ verso que ha sido adecuada en cierta ocasión, que nosotros sepamos; es decir, antes de la em ergencia de la vida y de la conciencia. Hay algo extraño que experim entan todos aquellos que sostienen y defienden ahora esta teoría: el hecho mismo de proponer una teoría (qua teoría) que parecen contradecir todas sus creencias, sus propias palabras y sus propios argumentos. A fin de vadear esta dificultad, el fisicalista radical ha de adoptar un conductism o radical y aplicárselo a sí mismo: su teoría, su creencia en ella, no es nada; tan solo la expresión física en palabras y tal vez en argum entos -s u conducta verbal y los estados disposicionales que conducen a e lla- son algo. Lo que más habla en favor del m aterialism o radical o del fisica­ lismo radical es, naturalm ente, que ofrece una visión simple de un universo sencillo, cosa que aparece atractiva porque precisam ente en la ciencia buscam os teorías simples. Con todo, pienso que es im por­ tante darse cuenta de que hay dos modos distintos de buscar sim plici­ dad, que pueden denom inarse brevem ente reducción filosófica y re­ ducción científica.1 La prim era se caracteriza por un intento de sim ­ plificar nuestra visión del m undo, y la segunda, por un intento de sum inistrar teorías audaces y contrastables de elevado poder explica­ tivo. 2 Creo que el últim o constituye un método extrem adam ente va­ lioso, m ientras que el prim ero sólo tiene valor si poseemos buenas razones para suponer que corresponde a los hechos relativos al uni­ verso. C iertam ente, la exigencia de simplicidad, en el sentido de la re­ ducción filosófica m ás bien que científica, puede resultar de hecho perjudicial, dado que incluso para intentar llevar adelante una reduc­ 1 Véase mi libro [ 1972(a)]. capítulo 8. en el que se discuten estas ideas con más detalle. 2 Véase, por ejemplo, mi [ 1972(a)], capitulo 5.

ción científica necesitamos com prender plenam ente el problem a planteado y, por consiguiente, es de vital im portancia que los proble­ mas interesantes no sean elim inados por el análisis filosófico. Si, por ejemplo, hay más de un factor responsable de un efecto, es im por­ tante que no vaciemos previam ente el juicio científico: siem pre existe el peligro de que podam os negarnos a adm itir ideas distintas de las que tengam os a m ano, disolviendo o desestim ando el problem a. El peligro aum enta si tratam os de resolver la cuestión por adelantado mediante una reducción filosófica. La reducción filosófica nos hace tam bién ciegos a la significación de la reducción científica. Creo que deberíam os considerar desde este punto de vista el enfo­ que que hace el fisicalista radical del problem a de la conciencia. No sólo asistimos en los fenómenos de la conciencia a algo que parece, desde una perspectiva cotidiana, radicalm ente diferente de lo que se halla en el m undo físico, sino que además tenem os los cam bios dra­ máticos y extraños, desde un punto de vista físico, que han tenido lugar en el entorno físico del hom bre debido, al parecer, a la acción consciente y planificada del hom bre. Es algo que no se debiera igno­ rar o elim inar dogm áticam ente. Me atrevería a sugerir que el m ayor enigm a de la cosm ología tal vez no sea la gran explosión original o el problem a de por qué hay algo más bien que nada (es m uy posible que tales problem as resulten ser seudoproblemas), sino el que el universo sea, en cierto sentido, creador; que haya creado la vida y, a partir de ella, la mente -n u e stra conciencia- que ilum ina el universo y que, a su vez, es creadora. Es este uno de los puntos más elevados del PostScript [1967] de Herbert Feigl a su ensayo The ‘M ental’ and the ‘Physical’, cuando cuenta que, en una conversación, Einstein dijo algo así como: «Si no fuera por esta ilum inación interior, el universo sería sim plem ente un m ontón de basura».4 Según nos dice Feigl, esa es una de las razones por las que no acepta el fisicalismo radical (como yo lo llamo), sino la teoría de la identidad, que reconoce la realidad de los procesos mentales y especialmente de los conscientes. Tam bién m erecería la pena tener presente que, m ientras que en la ciencia buscamos la simplicidad, constituye un problem a real que el m undo sea o no tan simple com o piensan algunos filósofos. Se ha ’ Considérese, por ejemplo, lo que haria frente al problema del enlace químico un reduc­ cionista filosófico dogmático de tendencia mecanicista (o incluso de tendencia cuántico-mecanicista). La reducción efectiva, tal como se produce, de la teoría del enlace de hidrógeno a la mecánica cuántica es m uchísimo más interesante que la afirmación filosófica de que tal reduc­ ción se logrará algún día. 4 Cf. Feigl [1967], pág. 138. Feigl traduce una conversación en alemán; he cambiado ligeramente las palabras de la traducción (cosa que también ha hecho Feigl, según su informe).

esfum ado la sim plicidad de la vieja teoría de la m ateria (la de D escar­ tes, la de N ew ton e incluso la de Boscovich), pues chocaba con los hechos. La m ism a suerte ha corrido la teoría eléctrica de la m ateria que, durante veinte o treinta años, parecía ofrecer la esperanza de una simplicidad aún m ayor. N uestra teoría actual de la m ateria, la m ecá­ nica cuántica, resulta ser (especialmente a la luz del experim ento mental de Einstein, Podolsky y Rosen, y de los resultados de J. Bell y los de S. J. Freedm an y R. A. Holt [1975]) m enos simple aún de lo que se podría esperar. Tam poco cabe duda de su carácter incom pleto, pues a pesar del resultado de Dirac, que se podría interpretar com o una predicción de las antipartículas, no se puede considerar que la teoría cuántica haya llevado a la predicción o explicación de las diversas partículas elem entales nuevas que se han descubierto en años recientes. Así. difícilm ente se puede aceptar com o decisivo el recurso a la simplicidad, incluso en el caso de la física. En concreto, no deberíam os privarnos d é problem as interesantes y desafiantes -p ro b lem as que parecen indicar que nuestras m ejores teorías son incorrectas e incom pletas- persuadiéndonos de que el m undo sería más simple si nosotros no estuviésem os en él. Pues bien, me parece que los materialistas m odernos están haciendo precisam ente eso .5 Tal vez pueda decir aquí que debería considerar al fisicalismo radical, si fuese com patible con los hechos, com o una teoría intelec­ tualm ente satisfactoria. Pero no es com patible con los hechos. Y los hechos, siendo com o son difíciles de digerir, resultan intelectual­ m ente desafiantes. Así pues, me parece que la decisión está entre la facilidad intelectual (llam ém osla presunción) y la inquietud. El conductism o radical, del que ha de depender el fisicalista radi­ cal a fin de explicarse a sí m ism o sus actividades teóricas com o «conducta verbal», deriva la m ayor parte de su atractivo de una com ­ prensión inadecuada de un problem a de método. El conductista exige, correctam ente, que toda teoría científica y, por consiguiente, tam bién las teorías psicológicas, deban ser contrastables m ediante experim entos reproductibles o, cuando menos, m ediante enunciados observacionales intersubjetivam ente contrastables: m ediante enuncia­ dos acerca de la conducta observable que, en el caso de la psicología hum ana, incluye la conducta verbal. Mas este im portante principio se refiere tan sólo a los enunciados

5 Habría que m encionar que el conflicto descrito en el texto también se podría considerar com o un conflicto entre convencionalismo y realismo en la filosofía de la ciencia. Quizá Charles S. Sherrington ([1947], pág. xxiv) deba citarse aquí: «Supongo que el hecho de que nuestro cuerpo conste de dos elementos fundamentales no ofrece una m ayor improbabilidad inherente que el hecho de que se base en uno solo».

contrastadores de una ciencia. Del mismo m odo que en física intro­ ducim os entidades teóricas -electrones u otras partículas, o campos de fuerzas, etc - a fin de explicar nuestros enunciados observables (acerca de fotografías de los sucesos que tienen lugar en cám aras de burbujas, por ejemplo), podem os introducir en psicología procesos y acontecim ientos conscientes e inconscientes, si es que resultan útiles para explicar la conducta hum ana, com o es el caso de la conducta verbal. En este caso, la atribución de una mente y de experiencias subjetivas conscientes a todo ser hum ano norm al constituye una teo­ ría explicativa psicológica que tiene aproxim adam ente el m ismo ca­ rácter que la existencia en física de cuerpos m ateriales relativamente estables. En am bos casos, las entidades teóricas no se introducen com o algo último, com o una substancia en sentido tradicional, sino que am bas crean am plias regiones de problem as sin resolver, del mismo modo que ocurre con su interacción. Mas, en am bos casos, nuestras teorías resultan bien contrastables; en física, m ediante los experim entos mecánicos; en psicología, m ediante ciertos experim en­ tos que conducen a inform es verbales reproductibles (y de ese modo, a una «conducta verbal» reproductible). Puesto que todos o la m ayo­ ría de los sujetos experim entales reaccionan en dichos experim entos con los mismos inform es fáciles de reconocer -inform aciones acerca de lo que experim entan subjetivam ente en la situación experim en­ tal-, la teoría según la cual poseen esas experiencias subjetivas resulta bien contrastada. Describiré aquí un experim ento simple que todo lector puede llevar a cabo por sí mismo, com probándolo con alguno de sus am i­ gos. Lo tom o de la obra del gran psicólogo experim ental danés Edgar Rubin [1950]. págs. 366 y sigs.). Empleo las ilusiones ópticas porque en ellas el carácter de las experiencias subjetivas se torna m uy claro. Las dos siguientes figuras están tomadas de Rubin con m uy lige­ ros cambios. En la figura 1 se verá que. dado que AB. CD y EF son paralelas y equidistantes, la línea oblicua AF queda cortada por la mitad en G, de modo que AG = GF. Explicam os todo esto a nuestro sujeto experim ental que, de esta m anera, no necesita m edir las distancias AG y GF para estar seguro de que son iguales. A continuación, le planteam os las siguientes preguntas. 1) Mire la figura 2. Usted sabe que AG = GF, dada la dem ostra­ ción indicada en la figura 1. ¿Está usted de acuerdo? Esperam os la respuesta. 2) ¿Le parece que AG es igual que GF? De nuevo, esperam os la respuesta.

P3 Crítica del materialismo

C

C

Figura 1

Figura 2

B

La pregunta 2 es la decisiva. La respuesta («No»), que se obtiene de todo (o casi todo) sujeto experim ental, se puede explicar de la m anera más directa m ediante la conjetura de que la experiencia vi­ sual subjetiva de todo sujeto se desvía sistem áticam ente de lo que todos sabemos (pudiendo dem ostrarlo) que ocurre objetivamente. Esto establece una prueba fácilmente repetible, objetiva y conductista de la existencia de la experiencia subjetiva. (Bien es verdad que sólo es así en la medida en que tom am os en serio los inform es de nuestros sujetos experim entales; un conductista radical, no obstante, puede interpretar a pesar de todo sus respuestas verbales de un modo ad lioc: quien no está dispuesto a aprender de la experiencia podrá esca­ parse siempre de la falsación.) Podríam os habernos limitado a la figura 3 (la llam ada «Ilusión de Sanders»), m idiendo AG y GB, lo que quizá resulte todavía más dramático. Sin em bargo, las m ediciones pueden dejar rastros de duda, ya que puede haber pequeños errores difíciles de detectar que sean im portan­ tes. Por otra parte, está claro que las tres líneas verticales de las figuras 1 y 2 son paralelas y equidistantes. Hay una pregunta adi­ cional: 3) ¿Su conocim iento teórico relativo a la figura 2 le ayuda a ver com o iguales las distancias AG y GF? Un experim ento semejante, aunque ligeram ente distinto, puede convencernos de que nuestros procesos m entales son frecuentem ente actividades mentales. El experim ento se sirve de una figura ambigua. (Tales figuras las utiliza W ittgenstein en sus Investigaciones filosófi­ cas., aunque, según parece, con fines y propósitos m uy diferentes.) La figura utilizada aquí (la «figura de Winson») procede de un artículo de Ernst G om brich ([1973], pág. 239). La figura m uestra de un modo am biguo el perfil de un indio am ericano y la imagen de un esquimal visto desde atrás. Quiero llam ar la atención sobre el hecho de que podam os pasar de una interpretación a otra, aunque quizá con dificultades. Parece que la m ayoría de la gente puede ver con facilidad el indio am ericano, teniendo dificultades en pasar al esquimal. (Con todo, a algunas per­ sonas les ocurre lo contrario.) Pues bien, de lo que se trata es de que podam os construir volunta­ ria y activam ente el perfil del indio, m irando su nariz, boca y barbi­ lla, pasando luego al ojo. Por lo que respecta al esquim al, podem os com enzar a construirlo partiendo de su bota derecha. (Y. por su­ puesto, podem os form ular preguntas experim entales acerca de estas actividades, que conducen a respuestas intersubjetivam ente repetibles.)

Figura 4 Tom ada de R. L. Gregory y E. H. G om brich (eds.) [1973] con la amable autorización del autor, del editor y de Alphabet and Image.

Existen tam bién otros tipos de experim entos intersubjetivam ente contrastables que constituyen pruebas m uy eficaces y convincentes de la teoría según la cual los hom bres poseen experiencias conscien­ tes. Así, por ejemplo, están los experim entos realizados por el gran cirujano del cerebro W ilder Penfíeld. Penfield [1955], m ediante un electrodo, estim uló repetidam ente los cerebros abiertos de pacientes que estaba operando en estado de plena consciencia. C uando se esti­ m ulaban de este m odo determ inadas áreas del córtex, los pacientes decían revivir experiencias visuales y auditivas m uy vivas, a la vez que eran totalm ente conscientes de cuál era el m edio en que se en ­ contraban en aquel m om ento. «Un joven paciente sudafricano que yacía en la m esa de operaciones [...] se reía con sus prim os en una granja de Sudáfrica, siendo consciente a la vez de hallarse en un quirófano de M ontreal.» (Penfíeld [1975], pág. 55.) Tales inform acio­ nes, que son claram ente reproductibles y que se han repetido en num erosos casos, tan sólo se pueden explicar, que yo sepa, adm i­ tiendo experiencias subjetivas conscientes. Los experim entos de Penfíeld han recibido a veces algunas críticas por haberse realizado ex­ clusivam ente con pacientes epilépticos. Sin em bargo, eso no afecta

para nada al problem a de la existencia de experiencias subjetivas y conscientes. Estos experim entos de Penfield pueden ser com patibles con una teoría de la identidad. No parecen ser compatibles con el fisicalismo radical: con la negación de la existencia de estados subjetivos de conciencia. Hay m uchos experim entos sim ilares.6 Todos ellos ponen a prueba y establecen, por m étodos conductistas, la conjetura -s i es que debe considerarse una conjetura más bien que un h ec h o - de que poseemos experiencias subjetivas, procesos conscientes. Hay que ad­ m itir que existen todas las razones para pensar que éstos van de la m ano de procesos cerebrales. Según parece, es el cerebro más bien que el yo quien «insiste», por así decir, en la desigualdad de las distancias que sabemos que son iguales. (Se puede hacer una conside­ ración correspondiente por lo que atañe al cam bio de Gestalí.) Sin em bargo, lo que me interesa aquí es señalar sencillam ente que pode­ mos establecer em píricam ente, por métodos conductistas. la existen­ cia de una experiencia consciente. Podría añadirse algo acerca del carácter paradójico e inusual de am bos tipos de experim entos m encionados aquí - la ilusión óptica y la estimulación cortical de Penfield-, N orm alm ente, nuestró m eca­ nismo perceptivo no está dirigido reflexivam ente hacia sí mismo, sino que se orienta al m undo exterior. Así. en la percepción norm al, podem os olvidarnos de nosotros mismos. A fin de tener las cosas m uy claras por lo que respecta a nuestra experiencia subjetiva, es por tanto útil elegir experim entos en los que haya algo fuera de lo norm al que choque con el m ecanism o perceptivo usual.

19. Pampsiquismo El pam psiquism o es una teoría m uy antigua de la que se pueden encontrar rastros en los prim eros filósofos griegos (que algunas veces se denom inan «hilozoístas»; es decir, partidarios de considerar que todas las cosas están animadas). Aristóteles (De anima 41 1a7 ; cf. Platón, Leyes 899b) nos inform a de que Tales enseñaba que «Todo está lleno de dioses», lo que puede ser una m anera de decir, sugiere 6 La moderna investigación del sueño ofrece un tipo im portante de experimento.- se ha demostrado que el m ovimiento ocular rápido indica que se está soñando, y está claro que soñar constituye una experiencia consciente (de nivel bajo). (El materialista o conductista radical ten­ dría que decir, a fin de evitar la refutación, que los movimientos oculares rápidos significan una manifestación de una disposición que haría que la gente dijese, si se le despertara, que estaba soñando (aunque en realidad no exista nada que sea un sueño). Ahora bien, tal cosa seria obviamente un m odo ad Iwc de evadir la refutación.)

Aristóteles, que «el alm a está m ezclada con todas las cosas en todo el universo», incluso con lo que norm alm ente tenem os por m ateria ina­ nim ada. Esta es la doctrina del pam psiquismo. E ntre los presocráticos, hasta Demócrito, el pam psiquism o posee un carácter m aterialista o semimaterialista, en la m edida en que la psique o m ente se considera com o un tipo m uy especial de materia. Esta actitud cam bia con la teoría ética o moral del alm a desarrollada por Dem ócrito, Sócrates y Platón. Con todo, incluso Platón ( Ti meo, 3 0 b/c) llam a al universo «cuerpo viviente dotado de un alma». El pam psiquism o, com o el panteísm o, se halla am pliam ente di­ fundido entre los pensadores renacentistas (como, por ejemplo, Telesio, Cam panella, Bruno). Se halla plenam ente desarrollado en el trata­ m iento que da Espinosa a la relación entre la m ente y el cuerpo, su doctrina del paralelism o psicofísico: «[...] todas las cosas están anim a­ das en diversos grados». ( Etica II, XIII, Escolio.) Según Espinosa, m ateria y alm a constituyen los aspectos o atributos externo e interno de una y la m ism a cosa en sí (o cosas en s/'); es decir, de la «N atura­ leza, que es lo m ism o que Dios». U n a versión m uy sim ilar de la teoría, aunque de carácter atomista, es la m onadología de Leibniz. El m undo consta de m ónadas ( = puntos) de entidades inextensas. Al ser inextensas, dichas entida­ des son alm as que, com o en el caso de Espinosa, están anim adas en grados diversos. La diferencia fundam ental respecto a la teoría de Espinosa es la siguiente: m ientras que, en Espinosa, la cosa en sí es la (inescrutable) naturaleza o Dios, de quien alm a y cuerpo no son sino los aspectos interior y exterior, Leibniz enseña que sus m ónadas -q u e constituyen las cosas en s í- son almas o espíritus, siendo los cuerpos extensos (que son integraciones espaciales de las mónadas) sus apa­ riencias externas. Por tanto, Leibniz es un espiritualista metafísico: los cuerpos son acum ulaciones de espíritus, vistas desde fuera. Por el contrario, Kant enseña que las cosas en sí son incognosci­ bles. Con todo, se sugiere con energía que, en cuanto agentes m ora­ les, nosotros m ism os som os cosas en sí. si bien que hay otras cosas en sí (las que no son hum anas) que no son de carácter m ental o espiritual. Kant no es pampsiquista. Schopenhauer tom a la sugerencia kantiana de que, en cuanto sujetos m orales -e n cuanto voluntades m orales-, som os cosas en sí, y generaliza diciendo que la cosa en sí (el Dios de Espinosa) es volun­ tad. y la voluntad se m anifiesta en todas las cosas. La voluntad es la esencia, la cosa en sí, la realidad de todo, y lo que, desde el exterior, aparece al observador com o cuerpo o materia. Podría decirse que Schopenhauer es un kantiano que se ha hecho pam psiquista. A fin de desarrollar esta idea, Schopenhauer hace hincapié en lo inconsciente:

aunque su voluntad es m ental o psíquica, en gran m edida es incons­ ciente; lo es com pletam ente en la m ateria inanim ada, y lo es incluso en gran m edida en los anim ales y en el hom bre. De este modo, Schopenhauer es un espiritualista, aunque su espíritu es fundam ental­ m ente voluntad, im pulso y apetito inconsciente m ás bien que razón consciente. Tal te o ría 1 ejerció una gran influencia sobre los pampsiquistas alem anes, ingleses y am ericanos quienes, gracias en parte al influjo de Schopenhauer, interpretaron las afinidades quím icas, las fuerzas que ligan los átom os y otras fuerzas físicas, com o la gravedad, a m odo de m anifestaciones 'externas de las propiedades voluntaristas o impulsivas de las cosas en sí que, vistas desde fuera, se nos m ues­ tran com o materia. Sirva esto com o bosquejo de la idea de pam psiquism o.2 (En Paul E dw ards [ 1967(a)] se podrá hallar una introducción histórica y crítica excelente.) El pam psiquism o posee m uchas variedades, ofreciendo lo que a sus defensores se les antoja u n a solución confortable al p ro ­ blem a de la em ergencia de la m ente en el universo: la m ente siem pre ha estado ahí, com o aspecto interior de la materia. Esta parece ser la razón por la que han aceptado el pam psiquism o diversos biólogos contem poráneos famosos, com o es el caso de C. H. W addington [1961] en Inglaterra, o B ernhard Rensch [1968], [1971] en Alemania. Es obvio que, desde un punto de vista metafísico (u ontológico), el pam psiquism o se halla más próxim o al esplritualism o que al m ate­ rialismo. Sin em bargo, m uchos pam psiquistas, desde Espinosa y Leibniz hasta W addington, Theodor Ziehen y Rensch, aceptan lo que en la sección 16, más arriba, he denom inado el principio fisicalista de la clausura del mundo físico. Creen, 3 com o Espinosa y Leibniz, que los procesos psicológicos y m entales discurren paralelam ente a los procesos físicos o materiales, sin que interactúen unos con otros; creen asim ism o que los procesos m entales (M undo 2) sólo pueden actuar sobre otros procesos m entales y que los procesos físicos (M undo 1) sólo pueden actuar sobre otros procesos físicos, de modo que el M undo 1 está cerrado y es com pleto en sí mismo. 1 Parece haber recibido la influencia de la novela de Goethe L a s a f i n i d a d e s e le c t i v a s ( D i e L a s a f i n i d a d e s [ q u í m i c a s ] se le c ta s ), donde simpatía y atracción se interpretaban com o algo próxim o a la afinidad química. Schopenhauer, que conocía a Goethe personalmente, fue muy influido por él. 2 Para una discusión más m inuciosa del problem a del cuerpo y la mente, véase el capitulo P5, más abajo. ' (Añadida en pruebas.) El profesor Rensch me ha informado am ablem ente que está en desacuerdo con el punto de vista expresado en la prim era parte de esta frase, dado que él no es un paralelista, sino un teórico de la identidad. (Pero, desde mi punto de vista, la teoría de la identidad es un caso especial - u n caso degenerado- de paralelismo; véanse también las seccio­ nes 22-24, más abajo.) W a M ve rw an d tsch afte n

Presentaré aquí tres argum entos en contra del pam psiquism o. 1) Mi prim era crítica al pam psiquism o consiste en señalar que suponer que deba haber un precursor prepsíquico de los procesos psíquicos es o una trivialidad com pletam ente verbal, o una confusión considerable. Decir que en la historia evolutiva hay algo que ha precedido en cierto sentido a los procesos m entales no sólo es trivial, sino que tam bién es vago. A hora bien, insistir en que ese algo debe ser de carácter m ental v que se puede atribuir incluso a los átom os constituye un m odo confundente de argum entar, pues sabem os que los cristales y otros sólidos tienen la propiedad de la solidez sin que la solidez (o presolidez) esté presente en el líquido antes de la cristaliza­ ción (si bien la presencia de un cristal u otro sólido en el líquido puede contribuir al proceso de cristalización). Así pues, sabem os de procesos en la naturaleza que son «em er­ gentes» en el sentido de que no conducen gradualm ente, sino por saltos, a una propiedad que no existía allí antes. Si bien la m ente de un bebé se desarrolla gradualm ente desde un estado prem ental hasta la plena conciencia del yo. no necesitamos postular que la com ida que consum e el bebé (y que en últim o térm ino constituye posible­ m ente su cerebro) posea cualidades que se puedan describir con efica­ cia inform ativa com o prem entales o de algún modo, por lejano que sea, similares a la mente. Así pues, el elem ento pan del panrpsiquism o me parece no solo gratuito, sino tam bién fantástico. (Pero yo no diría que la idea haga alarde de una gran dosis de im aginación.) 2) Com o es natural, el pam psiquism o acepta que lo que ordina­ riam ente denom inam os m ateria inanim ada o inorgánica posee una vida mental m ucho más pobre que cualquier organism o. Así. al gran paso que m edia entre la m ateria no-viva y la viva corresponderá un gran paso desde los procesos prepsíquicos a los psíquicos. Por consi­ guiente. no está m uy claro qué es lo que se gana con el pam psi­ quism o para una m ejor com prensión de la evolución de la mente, suponiendo la existencia de estados o procesos prepsíquicos. Incluso desde el punto de vista pam psíquico hay algo com pletam ente nuevo que irrum pe en el m undo con la vida y con la herencia, aunque sea en varias etapas. Sin em bargo, el tem a fundam ental del pam psi­ quism o postdarw inista era evitar la necesidad de adm itir la em ergen­ cia de algo totalm ente nuevo. Por supuesto, decir esto no equivale a negar el hecho de que existan no sólo estados m entales inconscientes, sino tam bién diferen­ tes grados distintos de conciencia. No puede dudarse de que los sueños sean conscientes, si bien lo son con un grado bajo de concien­ cia, pues hay un abism o entre un sueño y una revisión y evaluación crítica de un argum ento difícil. De modo sem ejante, un recién nacido

posee un nivel de conciencia claram ente bajo. Es posible que el logro de u na plena conciencia del yo lleve años y exija la adquisición del lenguaje. 3) A unque sin duda existe algo que se pueda considerar m em oria inconsciente -e sto es, una m em oria de la que no som os conscientes-, pienso que no puede haber conciencia sin m em oria. Es algo que se puede explicar recurriendo a un experim ento mental. Com o es bien sabido, a consecuencia de una herida, de un cho­ que eléctrico o de una droga, una persona puede perder la conciencia (y puede borrarse de su m em oria un período de tiem po anterior al acontecim iento en cuestión). Supongam os ahora que tom ando una droga, o con algún otro tratam iento, podam os borrar el registro de la m em oria durante varios m inutos o segundos. Supongam os tam bién que recibam os este tratam iento repetida­ m ente-digam os, cada p segundos- borrando cada vez nuestra m em o­ ria durante un período en blanco de q segundos (con p > q ). a) Vemos inm ediatam ente que si los períodos p se hiciesen igua­ les a los períodos en blanco q, no quedaría ningún registro memorístico durante todo el período que dura el experim ento. b) Puesto que los períodos p son un tanto más largos que los períodos q, quedará una secuencia de registros, cada uno de los cua­ les poseerá una longitud p -q . c) Supongam os ahora que ocurre b y que, además, p -q se hace m uy corto. Sugiero que en ese caso deberíam os perder conciencia de todo el período que dura el experim ento, ya que tras cada pérdida de m em oria (incluso después de despertar de un sueño profundo) se necesita un pequeño espacio de tiem po antes de poder, por así decir, reorganizarnos y volvernos plenam ente conscientes. Si el tiem po pre­ ciso para hacernos totalm ente conscientes (digamos, 0.5 segundos) excede a p -q , entonces sugiero que no habrá breves m om entos de conciencia cuya m em oria se haya borrado, sino que más bien no habrá en absoluto ningún m om ento consciente. Para decirlo de otro m odo, se precisa cierta extensión m ínim a de continuidad de la m em oria para que surja la conciencia. Así, la ato­ mización de la m em oria ha de destruir la experiencia consciente y, sin duda, cualquier form a de conciencia. La conciencia y cualquier tipo de conocim iento consciente rela­ ciona algunos de sus constituyentes con constituyentes anteriores. Así, no puede concebirse que conste de sucesos arbitrariam ente bre­ ves. No hay conciencia sin una m em oria que ponga en conexión sus «actos de conciencia» constitutivos, los cuales, a su vez, no pueden

existir a m enos que estén ligados a m uchos otros actos sim i­ lares. Estos resultados de un experim ento m ental puram ente especula­ tivo quedan corroborados, en la medida de lo posible, por algunos de los resultados de la fisiología cerebral. Se me dice que algunas drogas em pleadas com o anestesia total -e sto es, para producir inconscien­ c ia - actúan del m odo descrito, es decir, com o atom izadores más o m enos radicales de las conexiones de la m em oria y, por tanto, de la conciencia. A lgunos tipos de epilepsia parecen operar tam bién de un m odo similar. En todos estos casos, se m antienen intactas las partes de la m em oria a largo plazo, en el sentido de que, tras recobrar la conciencia, el paciente puede recordar sucesos de su vida anterior o los sucesos hasta el m om ento de la pérdida de la conciencia; siendo esta m em oria pasada (al m enos así parece) la que hace posible que el paciente m antenga su autoidentidad.4 A hora bien, este experim ento mental dice m ucho en contra de la teoría del pam psiquism o, según la cual los átom os o las partículas elem entales poseen algo así com o un punto de vista interno; un punto de vista interior que constituye la unidad a partir de la cual, por así decir, se form a la conciencia de los anim ales y de los hom ­ bres. Ciertam ente, según la física m oderna, los átom os o partículas elem entales carecen explícitam ente de m em oria; desde un punto de vista físico dos átom os del m ism o isótopo son com pletam ente idénti­ cos sea cual sea su historia pasada. Por ejemplo, si son radiactivos, su probabilidad o propensión a desintegrarse es exactam ente la m isma, sean cuales sean las diferencias en su historia radiactiva pa­ sada. A hora bien, eso quiere decir que físicamente carecen de m em o­ ria. Si se acepta el paralelism o psicofísico, su «estado interno» debe ser tam bién un estado sin m em oria, en cuyo caso no puede existir nada que pueda tenerse por estado interno, no puede haber un estado de conciencia o incluso de preconciencia de carácter consciente. Los estados sem ejantes a la m em oria tienen lugar en la m ateria inanim ada; por ejemplo, en los cristales. El acero «recuerda» que ha sido magnetizado; un cristal en crecim iento «recuerda» un fallo en su estructura. Pero se trata de algo em ergente, algo nuevo-, los átom os y las partículas elem entales no «recuerdan», si es que es correcta la teoría física actual. A sí pues, no deberíamos atribuir a los átomos estados internos, estados mentales o estados conscientes. La emergencia de la concien­ cia es un problema que no se puede evitar o mitigar con la teoría 4 Véanse especialmente las consideraciones sobre el paciente H. M. en Brenda Milner [1966],

pampsíquica. El pam psiquismo carece de base y la monadología de Leibniz ha de ser rechazada. Podría añadirse que parece ahora com o si el com ienzo de la m em oria hum ana o anim al hubiese de hallarse en el m ecanism o genético; que la m em oria en el sentido consciente es un producto tardío de la m em oria genética. La base física de la m em oria genética parece estar al alcance de la ciencia y las explicaciones que tenem os de ella parecen hacerla totalm ente independiente de cualquier efecto pampsíquico. Es decir, en lugar de una progresión directa desde los átom os sin m em oria a la m em oria del hierro m agnetizado y, poste­ riorm ente, a la m em oria de las plantas y a la m em oria consciente, parece tener lugar una inm ensa desviación a través de la m em oria genética. Así, los resultados de la genética m oderna hablan con fuerza en contra de la opinión según la cual hay algo de valioso en el pam psiquism o; es decir, hablan en contra de su poder explicativo o de su perspectiva explicativa, si bien el pam psiquism o com o tal no es metafísico (en el sentido peyorativo) y posee un contenido tan exiguo que difícilmente podem os hablar de su valor explicativo.

20. Epifenomenalismo M ientras que W illiam Kingdom Clifford era pam psiquista, su amigo Thom as Huxley era epifenom enalista. Am bos estaban de acuerdo en la adopción del principio fisicalista de la clausura del m undo físico (M undo 1). Según palabras de Clifford ([1886], pág. 260): «todos los elem entos de juicio que poseemos tienden a m ostrar que el m undo físico m archa com pletam ente por sí mismo.,.». La diferencia entre el epifenom enalism o y el pam psiquism o es fundam entalm ente esta. 1) El epifenom enalism o no afirm a que todos los procesos m ate­ riales posean un aspecto psíquico, y 2) el epifenom enalism o está m uy lejos de considerar a los estados o procesos conscientes com o las cosas en sí, tal com o hacen al m enos algunos de los pam psiquistas posleibnizianos y poskantianos. 3) El epifenom enalism o puede acoplarse a un punto de vista paralelista (como un pam psiquism o parcial) o bien puede dejar paso a una acción causal unidireccional del cuerpo sobre la mente. (Este último punto de vista está abocado a chocar con la tercera ley de N ew ton de la igualdad de la acción y reacción.)1 Criticaré aquí un 1 Este principio lo reafirm a Einstein ([1922]; [1956], capítulo 3, pág. 54) cuando dice;

epifenom enalism o paralelista, si bien mi crítica no dependerá en ab­ soluto de tal decisión. Huxley ([1898], pág. 240; cf. págs. 243 y sig.) expone m uy bien su epifenom enalism o: «La conciencia [...] parecería relacionarse con el m ecanism o de [el] cuerpo, sim plem ente com o un [...] [subproducto de su funcionam iento, careciendo com pletam ente de toda capacidad de m odificar ese funcionam iento, del m ismo m odo que el [sonido de la] sirena de vapor que acom paña al funcionam iento de una locom otora [...] carece de influencia sobre su maquinaria». T hom as Huxley era darw inista; de hecho, fue el prim ero de todos. Pero pienso que su epifenom enalism o choca con el punto de vista darw inista, ya que desde la perspectiva darw inista, nos vem os abocados a especular sobre el valor de supervivencia de los procesos mentales. Por ejem plo, podem os considerar el dolor com o una señal de peligro. Más en general, los darw inistas debieran considerar a «la mente», es decir, los procesos mentales y las disposiciones a acciones y reacciones m entales, com o algo análogo a un órgano corporal (que presum iblem ente esté estrecham ente ligado al cerebro) que hubiese evolucionado bajo presión de la selección natural. Funciona contri­ buyendo a la adaptación del organism o (cf. la discusión de la evolu­ ción orgánica de la sección 6, más arriba). El punto de vista darw i­ nista ha de ser el siguiente: la conciencia y. en general, los procesos m entales, han de considerarse (y explicarse, si ello es posible) com o el producto de la evolución por selección natural. El punto de vista darw inista se precisa especialm ente para com ­ prender los procesos m entales de carácter intelectual. Las acciones inteligentes son acciones adaptadas a sucesos predictibles. Se basan en la previsión y en las expectativas; por regla general, se basan en expectativas a largo v a corto plazo, así com o en la com paración de los resultados esperados de diversas jugadas y respuestas posibles. En este punto hace su aparición la preferencia y, con ella, la tom a de decisiones, m uchas de las cuales tienen una base instintiva. Tal vez sea de este m odo com o entran las em ociones en el M undo 2 de los procesos y experiencias m entales, «haciéndose conscientes» unas veces y otras no. El enfoque darw inista explica tam bién, al m enos en parte, la em ergencia original de un M undo 3 de productos de la m ente h u ­ mana: el m undo de las herram ientas, de los instrum entos, de los lenguajes, de los mitos y de las teorías. (Todo esto, por supuesto, pueden adm itirlo tam bién quienes se sienten reacios o dudan a la «[...] es contrario al m odo de pensar en la ciencia concebir una cosa [...] que actúa, aunque no se puede actuar sobre ella».

hora de atribuir «realidad» a entidades tales com o problem as y teo­ rías, así com o quienes consideran al M undo 3 com o parte del M undo 1 y /o el M undo 2.) La existencia del M undo 3 cultural y de la evolución cultural puede llam ar nuestra atención sobre el hecho de que haya una buena dosis de coherencia sistemática tanto en el M undo 2 com o en el 3; lo cual se puede explicar -e n p arte - com o resultado sistemático de presiones selectivas. Por ejemplo, la evolu­ ción del lenguaje se puede explicar, al parecer, tan sólo si suponem os que incluso un lenguaje prim itivo puede ser útil en la lucha por la vida y si aceptam os tam bién que la em ergencia del lenguaje posee un efecto de retroalim entación: las capacidades lingüísticas son com peti­ tivas, son seleccionadas por sus efectos biológicos, lo que conduce a niveles superiores en la evolución del lenguaje. Podem os resum ir todo esto bajo los cuatro principios siguientes, los dos prim eros de los cuales, me parece, han de aceptarlos particu­ larm ente quienes se inclinan hacia el fisicalismo o m aterialismo. 1) La teoría de la selección natural es la única teoría de que dispongam os en el presente capaz de explicar la em ergencia en el m undo de procesos orientados a un fin y. en especial, la evolución de formas superiores de vida. 2) La selección natural se ocupa de la supervivencia física {con la distribución de frecuencias de los genes que com piten en una pobla­ ción). Por tanto, se ocupa esencialm ente de la explicación de los efectos de M undo 1. 3) Si la selección natural ha de explicar la em ergencia del M undo 2 de las experiencias subjetivas o mentales, la teoría ha de explicar el modo en que la evolución del M undo 2 (y del M undo 3) nos sum inis­ tra sistem áticam ente instrum entos de supervivencia. 4) U na explicación en térm inos de selección natural resulta par­ cial e incompleta, porque ha de suponer siem pre la existencia de m uchas m utaciones en com petencia (parcialm ente desconocidas), así com o la existencia de diversas (y parcialm ente desconocidas) presio­ nes selectivas. Para m ayor brevedad, podem os aludir a estos principios com o el punto de vista darwinista. Trataré de m ostrar aquí que el punto de vista darw inista choca con la doctrina usualm ente denom inada «epi­ fenomenalismo». El epifenom enalism o adm ite la existencia de sucesos o experien­ cias m entales -e sto es. el M undo 2 -, si bien afirm a que dichas expe­ riencias m entales o subjetivas son subproductos causalm ente inefi­ cientes de procesos fisiológicos, que son los únicos capaces de poseer una eficacia causal. De esta m anera, el epifenom enalism o puede aceptar el principio fisicalista de la clausura del M undo 1, junto con

la existencia de un M undo 2. A hora bien, el epifenom enalism o ha de hacer hincapié en la irrelevancia del M undo 2, puesto que sólo los procesos físicos tienen im portancia. Así, cuando una persona lee un libro, lo im portante no es que éste influya sobre sus opiniones y le sum inistre inform ación, epifenóm enos todos ellos sin im portancia; lo que im porta es únicam ente el cam bio en la estructura cerebral que afecta a su disposición a actuar. Tales disposiciones, dirá el epifeno­ m enalista, son ciertam ente de la m ayor im portancia para la supervi­ vencia, siendo en este punto exclusivam ente donde hace su aparición el darw inism o. A unque las experiencias subjetivas de leer y pensar existen, no desem peñan la función que usualm ente les atribuim os. Por el contrario, esta atribución equivocada es el resultado de nuestra incapacidad de distinguir, por un lado, las experiencias, y por otro, el impacto, crucialm ente im portante, de la lectura sobre las propiedades disposicionales de la estructura cerebral. Los aspectos experienciales subjetivos de nuestras percepciones m ientras leem os no tienen im por­ tancia, así com o tam poco la tienen los aspectos emocionales. Todo ello es fortuito; casual más que causal. Está claro que este punto de vista epifenom enalista resulta insatis­ factorio, dado que admite la existencia del M undo 2, negándole cual­ quier función biológica. Por tanto, no puede explicar en térm inos darw inistas la evolución del M undo 2, viéndose obligado a negar lo que es obvio y más im portante, com o el im pacto trem endo de dicha evolución (y de la evolución del M undo 3) sobre el M undo 1. Pienso que este argum ento es decisivo. Para poner el problem a en térm inos biológicos, direm os que en los organism os superiores hay diversos sistemas de control estrecha­ m ente ligados, com o el sistema inm unológico, el sistema endocrino, el sistem a nervioso central y lo que podríam os denom inar el «sistema mental». No hay duda de que estos dos últim os están estrecham ente ligados, aunque tam bién lo están los otros, si bien quizá la conexión entre ellos no sea tan estrecha. No cabe duda de que el sistema mental posee su historia evolutiva y funcional, habiendo aum entado sus funciones con la evolución de los organism os inferiores a los superiores. Así pues, ha de conectarse con el punto de vista darwiniano, cosa que no puede hacer el epifenom enalism o. He aquí una crítica im portante, aunque distinta. El epifenom ena­ lismo es suicida cuando se aplica a los argum entos y a la estimación de las razones, ya que el epifenom enalism o se ve obligado a defender que las razones o los argum entos carecen realm ente de im portancia, puesto que realm ente no pueden tener influencia sobre nuestras dis­ posiciones a la acción - p o r ejemplo, a hablar y a escrib ir- ni sobre

las propias acciones. Estas se deben a efectos m ecánicos, fisicoquímicos, acústicos, ópticos y eléctricos. Así pues, el epifenom enalism o lleva con su m odo de argum entar al reconocim iento de su propia intrascendencia. Tal cosa no refuta al epifenom enalism o, sino que tan sólo significa que, si el epifenom ena­ lismo es verdadero, no podem os tom ar seriam ente com o una razón o argum ento lo que se diga en su apoyo. El problem a de la validez de este argum ento ha sido planteado, entre otros, por J. B. S. Haldane y lo discutirem os en la sección siguiente.

21. Una reformulación de la refutación del materialismo debida a J. B. S. Haldane J. B. S. Haldane ha form ulado de m anera concisa el argum ento en contra del m aterialism o m encionado al final de la sección anterior. Haldane [1932] lo expone del siguiente modo: «[...] si el m aterialism o es verdadero, creo que no podem os saber que lo sea. Si mis opiniones son resultado de procesos quím icos que tienen lugar en mi cerebro, están determ inadas por las leyes de la quím ica y no de la lógica».1 El argum ento (del que Haldane se retractó en un artículo titulado «Me arrepiento de un error» [1954])2 posee una larga historia que se puede retrotraer hasta Epicuro: «Quien diga que todas las cosas ocu­ rren por necesidad no puede criticar al que diga que no todas las cosas ocurren por necesidad, ya que ha de adm itir que la afirmación tam bién sucede por necesidad».3 Con esta form a, el argum ento se orientaba más bien contra el determ inism o que contra el m ateria­ lismo, si bien resulta sorprendente la estrecha sem ejanza que existe entre los argum entos de Epicuro y de Haldane. A m bos indican que si nuestras opiniones son resultado de algo distinto del libre juicio de la razón4 o de la estimación de las razones y de los pros y contras, 1 Véase J. B. S. Haldane [1932], reimpreso en Penguin Books ([1937], pág. 157); véase también Haldane [1930], pág. 209. ’ J. B. S. Haldane [1954], Véase también Antony Flew [1955], Un rechazo más reciente de lo que denom ino aquí el argum ento de Haldane, debido a Keith Campbell, se puede encontrar en Paul Edwards, ed. [ 1967(b)], vol. 5, pág. 186. Véase también J. J. C. Sm art [1963], págs. 126 y siguientes (y Antony Flew [1965], págs. 114-15] donde se encontrarán m ás referencias, así como la sección 85 de mi PostScript (no publicado). 3 Epicuro. Aforismo 40 de la Colección Vaticana. Véase Cyril Bailey [1926], págs. 112-13. Este puede haber sido perfectamente el argum ento central de Epicuro contra el determinism o y a favor de su teoria de la «desviación» de los átomos. 4 Cf. Descartes, Meditación IV; Principios I, 32-44.

entonces nuestras opiniones no m erecen ser tenidas en cuenta. Así pues, un argum ento que lleva a la conclusión de que nuestras opinio­ nes no son algo a lo que lleguem os nosotros por nuestra cuenta, se destruye a sí mismo. El argum ento de Haldane (o m ejor dicho, la segunda de las frases citadas arriba) no se puede sostener en la form a que aquí presenta, ya que una com putadora puede considerarse determ inada en su funcio­ nam iento por las leyes de la física, sin que por ello deje de funcionar totalm ente de acuerdo con las leyes de la lógica. Este simple hecho invalida (como he señalado en la sección 58 de mi P ostScript no publicado) la segunda frase del argum ento de Haldane, tal com o aparece expresada. Con todo, creo que el argum ento de Haldane (com o lo denom i­ naré a pesar de su antigüedad) se puede revisar para que se torne incuestionable. A unque no m uestra que el m aterialism o se destruye a sí m ismo, sugiero que m uestra que el m aterialism o se refuta a sí m ism o, ya que no puede pretender apoyarse en argum entos raciona­ les. La versión revisada del argum ento de Haldane se podría expresar más concisam ente, pero creo que queda m ás claro si se desarrolla por extenso. Presentaré la revisión del argum ento en form a de diálogo entre un interaccionista y un fisicalista. Inter accionista: Estoy totalm ente dispuesto a aceptar su refutación del argum ento de Haldane, pues la com putadora constituye un con­ traejem plo de su argum ento en su form a actual. No obstante, me parece im portante recordar que el com putador, del que he de adm itir que funciona según principios físicos y, al m ism o tiempo, tam bién según principios lógicos, ha sido diseñado por nosotros - p o r m entes h u m a n a s- para funcionar com o lo hace. De hecho, en la fabricación de un com putador se utiliza una buena dosis de teoría lógica y m ate­ mática, lo cual explica por qué funciona según las leyes de la lógica. No resulta nada fácil construir un aparato físico que a la vez que funcione según las leyes de la física, obedezca las leyes de la lógica. Tanto el com putador com o las leyes de la lógica pertenecen m anifies­ tam ente a lo que llamo aquí el M undo 3. Fisicalista: Estoy de acuerdo, si bien yo sólo adm ito la existencia de un M undo 3 físico al que pertenecen, por ejemplo, los libros sobre lógica y sobre matem áticas, así com o tam bién, por supuesto, las com ­ putadoras. Ese M undo 3 de que me habla, de hecho form a parte del M undo 1. Los libros y las com putadoras son productos del trabajo de hom bres y m ujeres; son diseños y productos de cerebros hum anos. A su vez, nuestros cerebros no han sido realm ente diseñados, sino que

son en gran m edida el producto de la selección natural. Están selec­ cionados de tal m odo que se adaptan a su medio, siendo sus capacida­ des disposicionales al razonam iento el resultado de dicha adaptación. El razonam iento consiste en determ inado tipo de conducta verbal y en la adquisición de disposiciones a actuar y hablar. Además de la selección natural, tam bién desem peña su función el condiciona­ m iento positivo y negativo que se produce a través del éxito y el fracaso de nuestras acciones y reacciones. Así ocurre con la escolarización, que no es más que el condicionam iento operado a través de un profesor que trabaja sobre nosotros, un poco a la m anera en que un diseñador trabaja en la creación de una com putadora. De este modo, nos vem os condicionados a actuar y argum entar racional o inteligentemente. Interaccionista: Parece que usted y yo coincidim os en un buen nú­ m ero de cuestiones. Estamos de acuerdo en que la selección natural y el aprendizaje individual desem peñan su función en la evolución del pensam iento lógico. Asimismo, estam os de acuerdo en que un m ate­ rialismo razonable o razonante ha de sostener que un com putador digno de confianza está construido de m anera que funcione de acuerdo con los principios de la lógica v los de la física y la electro­ química. Fisicalista: Exactam ente. Incluso estoy dispuesto a adm itir que si este punto de vista es insostenible, entonces el argum ento de Haldane subvierte de hecho el m aterialismo; tendría que adm itir que el m ate­ rialismo socava su propia racionalidad. Interaccionista: ¿Acaso no se equivocan nunca las com putadorás o los cerebros? Fisicalista: Por supuesto que las com putadoras no son perfectas, com o tam poco lo son los cerebros hum anos; ni que decir tiene que es así. Interaccionista: Mas, siendo así, se necesitan objetos del M undo 3, com o son las norm as de validez, que no están incorporados o encar­ nados en objetos del M undo 1; es algo necesario para poder apelar a la validez de una inferencia, y sin em bargo niega usted la existencia de tales objetos. Fisicalista: Lo que yo niego es la existencia de objetos incorpóreos del M undo 3; pero no acabo de ver del todo adonde quiere usted ir a parar. Interaccionista: A lo que voy es algo m uy sencillo; si las com puta­ doras fallan, ¿respecto a qué fallan? Fisicalista: Respecto a otras com putadoras o cerebros o respecto a los contenidos de libros sobre lógica y matemáticas. Interaccionista: ¿Acaso son tales libros infalibles?

Fisicalista.- Por supuesto que no; pero los errores no son frecuentes. Inter accionista: Lo dudo, pero dejémoslo estar. Insisto con la pre­ gunta: si hay un error -entiéndase, un error lógico-, ¿respecto a qué norm as constituye un error? Fisicalista: Respecto a las norm as de la lógica. Inter accionista: Estoy plenam ente de acuerdo; ahora bien, esas n o r­ m as son norm as abstractas e incorpóreas del M undo 3. Fisicalista: No estoy de acuerdo; no son abstractas, sino que repre­ sentan norm as o principios que la gran m ayoría de los lógicos -d e hecho, todos excepto un lunático m arginal- están dispuestos a acep­ tar com o tales. Inter accionista: ¿Están dispuestos a ello porque los principios son válidos, o son válidos los principios porque los lógicos están dispues­ tos a aceptarlos? Fisicalista: Pregunta capciosa. La respuesta obvia, y en cualquier caso su respuesta de usted, parecería ser «los lógicos están dispuestos a aceptar las norm as lógicas porque dichas norm as son válidas». Mas eso adm itiría la existencia de principios o norm as incorpóreas y por tanto abstractas, cuya existencia niego. No; he de dar una respuesta distinta a su pregunta: las norm as existen, en la m edida en que exis­ tan, com o estados o disposiciones cerebrales de la gente; estados o disposiciones que hacen que la gente acepte las norm as adecuadas. Por supuesto, puede usted preguntarm e ahora: «¿Qué otra cosa son las norm as adecuadas sino las norm as válidas?». Mi respuesta es: «Ciertos m odos de conducta verbal o de conectar ciertas creencias con otras, m odos que han dem ostrado su utilidad en la lucha por la vida y que por consiguiente han sido seleccionados por lá selección natural o aprendidos por condicionam iento, quizá en la escuela o quizá de otra manera». Estas disposiciones heredadas o aprendidas son lo que algunas personas llam arían «nuestras intuiciones lógicas». Adm ito que exis­ ten, frente a lo que ocurre con los objetos abstractos del M undo 3. Tam bién adm ito que no siem pre se puede confiar en ellas, ya que los errores lógicos existen; pero esas inferencias equivocadas se pueden criticar y elim inar.5 Interaccionista: No creo que hayam os progresado m ucho. Hace tiem po que he adm itido la función de la selección natural y del aprendizaje (que, incidentalm ente, yo no denom inaría «condiciona­

5 Me parece que mi fisicalista se las arregla aquí un poco m ejor que aquellos materialistas para quienes la verdad se asegura por causación directa más bien que por la eliminación del error; v.g., por selección (en parte por selección natural). Véase tam bién la sección 23, más abajo.

miento», aunque no im porta la terminología). Tam bién insistiría yo. com o usted hace ahora, en la im portancia del hecho de que a veces nos aproxim em os a la verdad m ediante la elim inación y corrección del error. Asimismo, com o usted, me inclinaría a decir que lo mismo ocurre con las inferencias equivocadas frente a las válidas: aprende­ mos que una inferencia o determ inada m anera de extraer inferencias es inválida si hallamos un contraejem plo; esto es, una inferencia de la m ism a form a lógica, con premisas verdaderas y conclusión falsa. En otras palabras: una inferencia es válida si v sólo si no existe ningún contraejemplo de dicha inferencia. Mas tal enunciado (que he sub­ rayado) constituye un ejemplo característico de principio del Mundo 3. Y si bien la em ergencia del M undo 3 se puede explicar en parte por selección natural, esto es, por su utilidad, los principios de la inferencia válida y sus aplicaciones, pertenecientes al M undo 3. no pueden explicarse totalm ente de este modo. En parte constitu­ yen resultados autónom os y no pretendidos de la construcción del M undo 3. Fisicalista: Sin em bargo, yo sigo aferrado a mi punto de vista, se­ gún el cual sólo existen las disposiciones fisiológicas (más exacta­ mente, estados disposicionales).6 ¿Por qué las disposiciones no ha­ brían de desarrollar o dar lugar a lo que podría describir com o dispo­ siciones a actuar de acuerdo con una rutina? ¿Por ejemplo, de acuerdo con lo que usted denom ina norm as lógicas de verdad y validez? El punto fundam ental es que las disposiciones resultan útiles en la lucha por la supervivencia. Interaccionista: Todo eso sonará m uy bien, pero me parece que evita la cuestión real, ya que las disposiciones han de ser disposicio­ nes a hacer algo. Si preguntam os qué es ese algo, usted parece indicar que su respuesta sería «actuar de acuerdo con una rutina». Mas. ¿acaso no podem os preguntar entonces «Qué rutina»? Creo que eso nos llevaría de nuevo a los principios del M undo 3. Pero enfoquem os las cosas desde otro punto de vista. La propie­ dad de un m ecanism o cerebral o de un m ecanism o de com putación que lo hace funcionar de acuerdo con las norm as de la lógica no es una propiedad puram ente física, por más que esté m uy dispuesto a adm itir que. en cierto sentido, está conectada con, o se basa en, propiedades físicas. En efecto, dos com putadoras pueden diferir tanto com o se quiera, si bien am bas han de operar de acuerdo con las norm as lógicas. Y viceversa; pueden diferir físicamente tan poco com o se desee, si bien esa diferencia se puede am plificar de tal modo

6 Véase Arm strong [1968], págs. 85-88.

que un a opere según las norm as de la lógica y la otra no. Esto parece m ostrar que las norm as lógicas no son propiedades físicas. (Incidentalm ente, lo m ism o vale de prácticam ente todas o casi todas las propiedades im portantes de una com putadora en cuanto tal.) Sin em bargo, según tanto usted com o yo, son útiles para la superviven­ cia. Fisicalista: Mas usted m ism o dice que la propiedad de una com pu­ tadora que la hace funcionar de acuerdo con las norm as de la lógica se basa en propiedades físicas. No veo por qué niega usted que esa propiedad sea una propiedad física. Sin duda puede definirse en tér­ m inos puram ente físicos. Sencillamente, construim os una com puta­ dora lógica que es un objeto físico. A continuación, definim os las relaciones entre su entrada y su salida com o las norm as de la lógica. De esta m anera hem os definido una norm a lógica en térm inos pura­ m ente físicos. Interaccionista: No. Su com putadora puede estropearse; es algo que puede ocurrirle a cualquier com putadora. Incidentalm ente, podría usted haber elegido com o norm a un ejem plar concreto de un texto de lógica. Sin em bargo, puede contener errores, aunque sólo sean erra­ tas. No; las norm as pertenecen al M undo 3, aunque son útiles para la supervivencia, lo cual quiere decir que poseen efectos causales sobre el m undo físico, sobre el M undo 1. Así, la propiedad abstracta y del M undo 3 de una com putadora, que podem os describir diciendo que «sus operaciones se adecúan a las’ norm as lógicas», posee efectos físicos: es «real» (en el sentido de la sección 4, más arriba). Es precisa­ m ente esta acción causal sobre el M undo 1 la razón por la que considero «real» al M undo 3 y a sus objetos abstractos. Si usted adm ite que la conform idad con las norm as lógicas resulta útil para la supervivencia, adm ite usted la utilidad de las form as lógicas y, de ese m odo, su realidad. Si niega usted su realidad, ¿por qué la similitud entre com putadoras útiles y la diferencia entre una útil y otra inútil no reside en su sem ejanza o desemejanza física, sino en su capacidad o incapacidad de funcionar de acuerdo con las norm as de la lógica? Fisicalista: Sigue usted sin convencerm e. ¿Según usted, la utilidad para la supervivencia es una propiedad perteneciente al M undo 1. com o yo creo, o la cuenta usted entre los objetos del M undo 3? Interaccionista: Depende. La utilidad de un órgano natural me in­ clino a considerarla com o propiedad perteneciente a los objetos del M undo 1, m ientras que la de las herram ientas fabricadas por el hom ­ bre puede ser una propiedad perteneciente a objetos del M undo 3. Fisicalista: Pero el cerebro y sus estados y procesos son objetos del M undo 1, así com o las expresiones verbales del tipo de enunciados y teorías. ¿N o podríam os aceptar sencillam ente una sugerencia de Wil-

liam Jam es y considerar verdadera a una teoría si resulta útil? ¿Y acaso no podem os de m anera sim ilar considerar válida u n a inferencia si es útil? Inter accionista: Puede usted, qué duda cabe; pero no ganará nada con ello. Hay que adm itir que la verdad es útil en m uchos contextos; especialm ente si se adoptan los objetivos y fines tercerm undanos de un científico, de un teórico, consistentes en explicar cosas. Desde ese punto de vista, la inferencia válida es especialm ente valiosa o «útil», ya que podem os considerar la explicación com o determ inado tipo (usualm ente abreviado) de inferencia válida. Mas, aunque en este sentido podam os decir que la verdad es útil, nos enfrentarem os con grandes problem as si tratam os de identificar (con W illiam Jam es) la verdad y la utilidad. Fisicalista: ¿Qué tipo de problem as? Interaccionista: Si una teoría verdadera se considera útil, eso se hace fundam entalm ente por la utilidad de su contenido inform ativo. Mas una teoría puede ser verdadera aun cuando su contenido infor­ mativo sea despreciable o nulo. U na tautología com o «todas las mesas son mesas» o tal vez «1 = 1» es verdadera, aunque no posee contenido inform ativo útil; todo lo cual tiene repercusiones sobre la utilidad de la validez. U na inferencia válida transm ite siem pre la verdad de las premisas a la conclusión y retransm ite la falsedad de la conclusión a una al m enos de las premisas. Pues bien, ¿es esto suficiente para m ostrar su valor instrum ental? No, puesto que, com o he m ostrado, las premisas pueden ser verdaderas y útiles, m ientras que la conclusión puede ser verdadera e inútil. La cuestión es que el contenido informativo de una conclusión válidam ente derivada no puede superar nunca al de las premisas. (Si lo excede, entonces se puede hallar un contraejem plo.) A hora bien, en una inferencia válida, el contenido inform ativo puede sufrir deterioro, pudíendo de hecho ser cero. Por ejemplo, una con­ clusión válida extraída de una teoría altam ente inform ativa y útil puede no ser más que una tautología com o «1 = 1», que no es infor­ m ativa y. por tanto, ya no resulta útil. Debería preguntarse usted por qué, en cuanto fisicalista, no ha­ bría usted de poder decir que lo que resulta útil no es tanto cada una de las distintas inferencias particulares, cuanto todo el sistema de inferencias válidas; esto es, la lógica como tal. A hora bien, no cabe duda de que es bastante cierto que es el sistema - l a lógica- lo que resulta útil. Mas para el fisicalista, el problema es que es esto precisa­ mente lo que no puede admitir, dado que el punto en litigio entre él y el interaccionista es precisam ente si existen cosas como la lógica (que constituye un sistema abstracto, independientemente de los diversos

modos particulares de conducta lingüística). El interaccionista adopta aquí el punto de vista de sentido com ún, según el cual la inferencia válida es útil, cosa que sin duda constituye una de las razones por las que acepta su realidad. El fisicalista, sin em bargo, no puede aceptar esta posición. Hasta aquí el diálogo. En él he tratado de exponer con brevedad algunas de las razones por las que no funciona una teoría materialista de la lógica y, con ella, del M undo 3. La lógica, la teoría de la inferencia válida, es sin duda un instru­ m ento valioso; aunque tal cosa no se puede clarificar m ediante una interpretación instrum entalista de la inferencia válida. De m odo se­ m ejante, tam poco pienso que se puedan clarificar ideas tales com o la de contenido informativo de una teoría (idea que depende de la de deductibilidad o inferencia válida), m ientras no superem os el enfoque materialista, punto de vista según el cual sólo se adm iten los aspectos físicos del M undo 3. No pretendo haber refutado el materialism o, aunque creo haber m ostrado que no puede pretender en justicia apoyarse en argum entos racionales, esto es, argum entos que son racionales según principios lógicos. Puede que el m aterialism o sea verdadero, pero resulta in­ com patible con el racionalism o, con la aceptación de las norm as de argum entación crítica, dado que tales norm as, desde la perspectiva materialista, aparecen com o una ilusión o, al menos, com o una ideo­ logía. Pienso que se puede generalizar el argum ento de esta sección relativo a la validez. Algunas personas sostienen7 que todo argum ento es ideológico y que la ciencia no es más que otra ideología. Sin duda se trata de un relativism o que se ataca a sí mismo. Algunas veces se acopla con la tesis según la cual no existe nada que se pueda considerar una norm a pu ra de validez o una pura teoría, sino que todo conocim iento fun­ ciona por el interés de los intereses hum anos, com o el socialismo o el capitalismo. Respuesta: ¿acaso las com putadoras de una U topía socia­ lista se van a construir de m anera distinta a las de la sociedad capita­ lista? (Por supuesto, pueden estar program adas de m odo diverso, aunque eso es algo trivial, dado que siem pre estarán diferentem ente program adas, si se usan para resolver distintos problem as.)

Quizá bajo la influencia del libro de Thom as Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas [1962].

22.

La llamada teoría de la identidad

Siempre procuro evitar la discusión acerca del significado de las pala­ bras y, por consiguiente, procuro tam bién no criticar a una teoría por el hecho de que utilice palabras equivocadas, palabras con significa­ dos equivocados o sin significado alguno. En tales casos, mi táctica normad consiste en ver si la teoría en discusión se puede reform ular o reinterpretar de m odo que desaparezcan las objeciones basadas en el significado de las palabras. Todo esto se aplica a la teoría de la identidad. (La teoría de la identidad aparece con frecuencia ligada al pam psiquism o; por ejem ­ plo, en el caso de su fundador. Espinosa, o en nuestros días, en la obra de Rensch. Sin em bargo, com o teoría ha de distinguirse clara­ m ente del pam psiquism o.) Abrigo m uchas dudas acerca de la acepta­ bilidad de form ulaciones com o «los procesos m entales son idénticos a cierto tipo de procesos cerebrales (fisicoquímicos)» tom adas tal com o suenan, teniendo en cuenta que, desde Leibniz, entendem os que «a es idéntico a b» implica que cualquier propiedad del objeto a lo es tam bién del objeto b. Ciertam ente, algunos teóricos de la identidad parecen afirm ar la identidad en este sentido, aunque me parece más que dudoso que puedan querer decir tal cosa. (Se pueden encontrar dos críticas m uy fuertes, aunque distintas, de la afirm ación de la identidad en este sentido, en Jarvis Thom son [1969] y en Saúl A. Kripke [1971]; am bas me parecen bastante concluyentes.) A la vista de esta situación, adoptaré aquí la siguiente táctica. Criticaré la teoría de la identidad, criticando una consecuencia suya más débil, com o es la teoría espinosista según la cual los procesos m entales son procesos físicos experim entales «desde dentro»; esto es, criticaré una form a de paralelismo. (U na teoría paralelista es más débil que una teoría de la identidad porque la identidad de dos líneas o dos superficies es un caso límite de su paralelismo: son paralelas a una distancia cero.) De este m odo, puedo evitar la crítica a la pretensión de la identidad y criticar con todo al m ism o tiem po la teoría de la identidad y algunas teorías más débiles. Además, al adoptar esta táctica, no cierro el cam ino a presentar la teoría de la identidad del m odo más racional y convincente posible. En alguna de sus versiones, la teoría de la identidad es muy antigua. Aparece reform ulada en Diógenes de Apolonia (DK B5). Sin duda Dem ócrito consideraba que los procesos psíquicos eran idénti­ cos a los procesos atómicos, y Epicuro (Carta I a Herodoto, 63 y siguientes) indica con claridad que considera las sensaciones y pasio­ nes (o sentimientos) com o m entales o psíquicos, y el alm a o mente, com o un cuerpo de partículas finas; ideas todas ellas que sin duda son

aún m ás antiguas. Descartes subraya el carácter distinto de lo mental (inextenso, intensivo) y de lo físico (extenso); mas el cartesiano Espi­ nosa subraya que «el orden y conexión de las ideas [mentales] es el m ism o [o idéntico] que el orden y conexión de las cosas [físicas]» ( Ética, parte II, proposición VII; parte V, proposición I, dem ostra­ ción); además, lo explica m ediante la teoría según la cual la m ente y la m ateria son dos m odos distintos de com prender, o dos aspectos de u na y la m ism a sustancia (o cosa en sí) que tam bién denom ina «N atu­ raleza» o «Dios». Supongo que esta teoría -d e l paralelism o entre m ente y m ateria, explicado por el hecho de que sean dos aspectos de un a cosa en s í- es el origen de la m oderna teoría de la identidad fisicalista, que sustituye la «Naturaleza» sea por «procesos mentales» o sea por «procesos físicos», restringiendo la tesis de la identidad a una pequeña subclase de procesos materiales: a una subclase de procesos cerebrales que identifica con procesos mentales. Resulta interesante que a m enudo se haya descrito la teoría espinosista de los dos aspectos com o teoría de la identidad. Así, el gran neurólogo decim onónico John Hughlings Jackson ([1887] = [1931], volum en II, pág. 84) distinguía las tres siguientes doctrinas acerca de la relación entre la conciencia y «los centros nerviosos superiores» del sistem a nervioso. [Las consideraciones entre corchetes las he aña­ dido yo.] 1) La «mente actúa a través del sistema nervioso». [Interaccionismo.] 2) Las «actividades de los centros superiores y los estados m enta­ les son una y la m ism a cosa, o son diferentes aspectos de una y la m ism a cosa». [Teoría de la identidad y espinosismo.] 3) A m bas cosas, aunque «manifiestam ente distintas», «tienen lu­ gar a la vez [...] en paralelismo», no habiendo «interferencia de la una sobre la otra». [Paralelismo.] Está claro que 2 com prende la teoría de la identidad y el espinosismo, m ientras que 3 presenta un paralelism o no espinosista (¿leibniziano?) distinto de 2. (El propio Jackson optaba por 3.) Tam-, bién yo consideraré aquí la teoría de la identidad com o form a más radical de paralelism o espinosista. La teoría denom inada por H erbert Feigl «teoría de la identidad psicofísica» pretende evitar las dificultades y aspectos poco plausibles del epifenom enalism o, para lo cual subraya que los fenóm enos m en­ tales - o los procesos m entales- s o n reales. (Siguiendo a Schlick, Feigl llega incluso a decir que constituyen las cosas.reales o, en term inolo­ gía kantiana, las cosas en sí.)1 Así, los procesos m entales no desem pe­ 1 Feigl ([1967], págs. 84, 86, 90). En una nota de la página 84, Feigl hace referencia a la

ñan aquí la función objetable de los epifenóm enos redundantes. Con todo, se hace la conjetura de que son «idénticos» a cierta subclase de procesos físicos que tienen lugar en nuestros cerebros. Esta es la conjetura central de la teoría. N o pretende decir que las experiencias m entales o los procesos m entales conocidos por intuición directa sean lógicamente idénticos a los procesos físicos descritos por la teoría física; por el contrario, com o subraya Schlick,'los procesos mentales de los que tenem os conocimiento por intuición, según conjetura su teoría, son «idénticos» a un tipo de procesos físicos de los que sólo podem os obtener conocimiento por descripción; «idénticos» en el sen­ tido de que los objetos que trata de describir el fisiólogo del cerebro en térm inos teóricos, resultan ser em píricam ente, en parte, nuestras experiencias subjetivas. Tal conocim iento es conocim iento teórico (e, incidentalm ente, tam bién conocim iento conjetural). O, com o le gusta decirlo a Feigl, los procesos m entales de que tenem os conocim iento por intuición, si querem os obtener de ellos conocim iento por descrip­ ción, resultan ser procesos físicos cerebrales. Así, según la teoría de Feigl, un tipo de procesos mentales, considerados com o cierto tipo de procesos cerebrales, puede consistir en el hecho de que un núm ero suficientemente grande de neuronas están haciendo todas ellas la m isma cosa m icroquím icam ente; por ejemplo, sintetizar determ ina­ das m oléculas transm isoras a un ritm o peculiar. La teoría de la identidad (o la «teoría del estado central») se puede form ular así. Llam em os «M undo 1» a la clase de los procesos del m undo físico. A continuación, dividam os el M undo 1 (o la clase de los objetos que pertenecen a él) en dos subm undos o subclases excluyentes (como en la sección 16), de m anera que el m undo 1m(m quiere decir mental) conste de la descripción en térm inos físicos de la clase de todos los procesos mentales o psicológicos.que se pueden conocer por intuición, m ientras que la clase m ucho m ayor, el M undo \p (donde p significa puram ente físico) consta de todos aquellos procesos físicos (descritos en térm inos físicos) que no son a la vez procesos mentales. En otras palabras, tenem os Crítica de la razón pura de Kant (véase Kritik der reinen Vernunft, prim era edición, pág. 361; transzendentale Dialektik, zweites Buch, dritter Paralogism = W erke de Kant, Akademieausgabe, Band 4, 1911, pág. 227; edición de Cassirer, Band 3V 1913, pág. 643 [edición de Pedro Ribas, pág. 340]), donde se m enciona ciertamente la teoría de que la cosa en sí puede tener un carácter de tipo mental. Así, obtenem os la siguiente genealogía de este tipo de teoría de la identidad: Kant - Schopenhauer (la cosa en sí = voluntad) - Clifford (cuya teoría de la identidad es una especie del género paralelismo) - Schlick - Feigl - Russell (el escrito de Russell «Mind and Matter» [1956] se discute en H. Feigl y A. E. Blumberg [1974], págs. xxn y sig., y en Feigl [1975]). Para Clifford, véase la nota 4 a la sección 16, más arriba? para algunas consideraciones adicionales sobre la historia de la teoría de la identidad, véase la sección 54, más abajo.

1) M undo 1 = M undo \ p + M undo 1,„ 2) M undo 1p x M undo \,„ = 0 (es decir, am bas clases son m utuam ente excluyentes) 3) M undo \ m = M undo 2. La teoría de la identidad hace hincapié en los siguientes puntos: 4) Puesto que los M undos \p y \ m son partes del m ism o M undo 1, no se plantea ningún problem a por el hecho de que interactúen. Está claro que pueden interactuar según las leyes de la física. 5) Puesto que el M undo 1„, = M undo 2, los procesos m entales son reales. Interactúan con los procesos del M undo 1p exactam ente tal y com o afirm a el interaccionism o. Así pues, tenem os interaccionism o (sin lágrimas). 6) De acuerdo con ello, el M undo 2 no es epifenom énico, sino real (tam bién en el sentido de la sección 4. más arriba). Por tanto, no se produce el choque entre el punto de vista darw inista y la visión epifenom enista del M undo 2, descrito en la sección 20 (así parecería ser; pero véase la sección siguiente). 7) La «identidad» del M undo \ m y del M undo 2 se puede hacer intuitivam ente aceptable considerando una nube. Físicam ente ha­ blando, ésta consta de una acum ulación de vapor de agua, es decir, una región del espacio físico en el que se encuentran distribuidas con un a determ inada densidad gotas de agua de determ inado tam año medio. Se trata de una estructura física que, desde fuera, ofrece el aspecto de una superficie reflectante blanca y, desde dentro, el de una niebla desvaída, sólo en parte translúcida. Tal com o se experim enta, resulta idéntica, en una descripción teórica o física, a una estructura de gotas de agua. Según U. T. Place [1956], podem os com parar el aspecto interno y externo de la nube con el aspecto interno o subjetivo de un proceso cerebral y con la observación externa del cerebro. Además, la des­ cripción teórica en térm inos de vapor de agua o de una estructura de gotas de agua se puede com parar a la descripción en térm inos de la teoría física, aún no conocida plenam ente, de los procesos fisicoquímicos im portantes implicados. 8) Si decim os que la niebla ha sido la causa de un accidente de circulación, tal cosa se puede analizar en térm inos físicos, señalando cóm o las gotas de agua han absorbido la luz, de m anera que los cuantos de luz, que en caso contrario habrían estim ulado la retina del conductor, no pudieron llegar a ella. 9) Los que sostienen la teoría del estado central o teoría de la identidad señalan que el futuro de la teoría dependerá de la corrobo­ ración em pírica que es de esperar del progreso de la investigación cerebral.

He presentado lo que considero el meollo de la teoría. Los puntos siguientes no los tengo por esenciales. a) La sugerencia de Herbert Feigl ([1967], pág. 22) de que la teoría no supone la hipótesis de la evolución em ergente. (Lo que para Smart constituye incluso un punto de im portancia crucial.) Pienso que la teoría sí la supone: no había M undo 1,„ antes de que emergiese del M undo 1^, sin que se pudiesen predecir sus propiedades m entales peculiares. Con todo, considero que este carácter em ergente del M undo \m está perfectam ente en orden, sin que constituya un punto débil de la teoría.2 b) Se recordará que en mi presentación de la teoría he tratado de evitar cualquier argum ento m eram ente verbal, conectado con el tér­ m ino «idéntico» o con el problem a de qué pueda querer decir que los procesos m entales o de experiencia (M undo \„, = M undo 2) son «idénticos» a objetos de nuestras descripciones físicas. Ciertam ente, tal «identidad» presenta sus dificultades. Pero, en mi opinión, no es preciso considerarla com o algo crucial para la teoría o para alguna versión de la misma, del m ism o m odo que puede no ser esencial para nuestra m etáfora de la nube la decisión de en qué sentido los tres aspectos -e l interno, el externo y la descripción en térm inos físicosson todos ellos aspectos de uno v el mismo objeto. Lo que sí considero crucial es que la teoría de la identidad se sum e al principio fisicalista de la clausura del M undo 1. Así pues, en mi opinión, una teoría que abandone el térm ino «identidad» para sustituirlo por el de «asociación m uy estrecha» (por poner un caso), sería igualm ente un error si se asocia a este principio fisicalista. c) Feigl está en lo cierto al subrayar la «realidad» de los procesos mentales, punto que a mí me parece esencial. Mas tam bién háce hincapié en el carácter de los procesos m entales com o cosas en sí. Me parece que eso lo convierte en un espiritualista más bien que en un fisicalista, aunque es algo que invita a una discusión que puede dege­ nerar fácilmente en una cuestión verbal. Tom em os de nuevo nuestra m etáfora de la nube. Me parece (aunque sería tedioso defenderlo) que la descripción física - la de la nube com o un espacio en el que se hallan distribuidas gotas de agua de cierto tip o - en cierto sentido quizá se aproxim e más a la descripción de la cosa en sí que la descrip­ ción exterior de la nube com o superficie volum inosa que refleja la

2 La cuestión está lejos de ser crucial, aunque no es m eramente verbal. Smart, en concreto, tiene una actitud distinta de la mía hacia el conocimiento científico: m ientras que me siento impresionado por nuestra inmensa ignorancia en todos los niveles, él sostiene que podemos decir que nuestro conocimiento fisico bastará algún día para explicarlo todo, incluso (citando a Peter Medawar) nuestro déficit en la balanza de pagos; véase la sección 7 más arriba.

luz, o que la experiencia interna com o u n a niebla. ¿Pero, acaso im ­ porta? Lo que im porta es que todas las descripciones lo son de la m ism a cosa real; u n a cosa que puede entrar en interacción con un cuerpo físico, com o por ejem plo, condensándose sobre él, hum ede­ ciéndolo. Pienso que podem os conceder que no hay aquí problem a alguno, si bien podem os aun criticar la teoría de un m odo no m eram ente verbal. En la sección siguiente, criticaré la teoría de la identidad en cuanto teoría fisicalista, m ientras que en u n a sección ulterior (54) señalaré que, en cuanto teoría espiritualista que bordea el pam psi­ quism o, se com padece mal con la cosm ología m oderna.

23.

¿A caso la te o ría de la id en tid ad e sc ap a al d estin o del e p ife n o m e n a lism o ?

Antes de em pezar a criticar la teoría de la identidad, perm ítasem e aclarar que la considero com o una teoría perfectam ente consistente, relativa a la relación entre la m ente y el cuerpo. En mi opinión, por consiguiente, la teoría puede ser verdadera. Lo que considero inconsistente es una teoría m ás am plia y más fuerte, com o es la visión m aterialista del m undo, que entraña el darw inism o, y que junto con la teoría de la identidad conduce a una contradicción: la m ism a que en el caso del epifenom enalism o. Hay que adm itir que la teoría de la identidad es un tanto diferente del epifenom enalism o; especialm ente desde un punto de vista intui­ tivo. Desde ese punto de vista, no se asem eja tanto a un tipo de paralelism o psicofísico1 cuanto a algo próxim o al dualism o interac­ cionista. En efecto, en vista de que 3) M undo 1m = M undo 2 tenem os que, por 4, el M undo 1 interactúa con el M undo 2. A de­ más, no se podría hacer más hincapié en la realidad del M undo 1,„ ( = M undo 2) y en su eficacia. Todo esto hace que el M undo 1 se aleje considerablem ente del epifenom enalismo. Además, la teoría de la identidad posee sobre el epifenom ena­ lismo la gran ventaja de sum inistrar una especie de explicación -r e a l­ m ente satisfactoria desde un punto de vista intu itiv o - de la naturaleza del nexo existente entre el M undo 1m y el M undo 2. En el epifeno1 La idea de que nuestros M undos 1 y 2 van paralelos sin interactuar la sugiere el epifeno­ m enalismo, ya que, com o se recordará, acepta el principio fisicalista de que el M undo 1 está causalmente cerrado.

m enalism o paralelista, dicho nexo ha de aceptarse sim plem ente com o uno de los inexplicables últim os del m undo, com o la arm onia prees­ tablecida de Leibniz. Por el contrario, en la teoría de la identidad (tom em os o no m uy seriam ente el térm ino «identidad») el nexo es satisfactorio. (Es al m enos tan satisfactorio com o el que existe entre la visión interna y externa de la realidad del espinosismo.) Todo ello parece establecer una distinción tajante entre la teoría de la identidad y el epifenom enalism o. Con todo, desde un punto de vista darw iniano, la teoría de la identidad resulta tan insatisfactoria com o el epifenom enalism o. A hora bien, nosotros (y especialmente los materialistas) tenemos necesidad del darvinism o com o única ex­ plicación conocida de la em ergencia de la conducta orientada a un fin en un m undo puram ente m aterial o físico, o al m enos, en un m undo que, en algún estadio de su evolución, estaba confinado al M undo 1p (de m odo que, en tal estadio, el M undo 1m ~ M undo 2 = 0). Así pues, sostengo la tesis de que mis consideraciones críticas acerca del epifenom enalism o se aplican tam bién aquí mutatis m utandis, aunque he de adm itir que con menos fuerza intuitiva. En efecto, la teoría de la identidad es en intención una teoría puram ente fisicalista. Su principio fundam ental sigue siendo el de la clausura del M undo 1, que lleva al lema de que la explicación (causal), en la m edida en que constituye un conocim iento por des­ cripción, ha de expresarse en térm inos de u n a teoría estrictam ente física. Eso quizá nos perm ita aceptar la em ergencia de un nuevo M undo 1m, pero no nos perm ite explicar que el rasgo característico de este M undo 1m sea el hecho de constar de procesos mentales o el hecho de estar estrechamente ligado a procesos mentales. Por otro lado, debem os exigir que todas las novedades más im ­ portantes que surgen bajo la presión de la selección natural deban ser explicadas com pletam ente en el seno del M undo 1. Para decirlo de otro m odo; respecto al punto de vista darwinista, el M undo 2 de la teoría de la identidad, lógicam ente, sigue estando exactam ente en la m ism a situación que el M undo 2 epifenoménico. En efecto, aunque sea causalm ente efectivo, tal hecho se m uestra sin im portancia a la hora de explicar cualquier acción causal del M undo 2 sobre el M undo 1. Eso es algo que debe hacerse por com pleto en térm inos del clausurado M undo 1. La cosa real, la cosa en sí y la causalidad conocida por intuición directa, desde el punto de vista del principio fisicalista y del conoci­ m iento por descripción, perm anecen fuera de la explicación física y, ciertam ente, de lo que es físicamente explicable. El principio de la clausura del M undo 1 exige aún que explique­ mos verdaderam ente en térm inos puram ente físicos el hecho de que

yo vaya al dentista. Mas, de ser así, el hecho de que el M undo 1 sea idéntico al M undo 2 -e l m undo de mis dolores, de mis deseos de librarm e de ellos y de mi conocim iento acerca del dentista- sigue siendo causalm ente redundante. Tal situación no cam bia porque afir­ m em os la verdad de otra explicación causal, esta vez perteneciente al M undo 2; de ningún m odo, ya que el m undo funciona sin ella. Mas el darw inism o explica la em ergencia de cosas o procesos sólo en el caso de que éstos representan alguna diferencia respecto a la situación anterior. La teoría de la identidad añade un nuevo aspecto al cerrado m undo físico, pero no puede explicar que tal aspecto represente una ventaja en las luchas y presiones del M undo l , 2 ya que sólo puede explicar sem ejante cosa si el M undo 1 puram ente físico contiene esas ventajas. Mas, si ello es así, el M undo 2 resulta redundante. Así pues, la teoría de la identidad, en contra de su carácter intui­ tivo, está lógicam ente em barcada en la m isma nave que la teoría paralelista, con su principio fisicalista de la clausura del M undo 1.

24.

N o ta crítica so b re el p aralelism o . L a te o ría de la id en tid ad c o m o fo rm a de p a ra le lism o

E n esta sección voy a discutir lo que se podría describir com o trasfondo em pírico del paralelism o psicofísico. Com o reflexión retrospec­ tiva, sugeriría que todo lo que pueda aparecer com o elem ento de juicio en apoyo de la teoría de la identidad, parecerá apoyar tam bién al paralelism o, todo lo cual constituye una razón adicional para inter­ pretar la teoría de la identidad com o caso especial (un «caso degene­ rado») del paralelismo. C om enzaré a partir de la relación de la percepción con otros contenidos de nuestra conciencia, e intentaré arrojar alguna luz sobre determ inadas características de la percepción, discutiendo su función biológica. Bajo la influencia tanto de Descartes com o de los em piristas ingle­ ses, se estableció am pliam ente una especie de teoría atomista de los sucesos o procesos mentales. En su form a más sencilla, dicha teoría interpretaba la conciencia com o secuencia de ideas elementales. Para lo que ahora nos ocupa, no im porta que esas ideas se considerasen átom os inanalizables o m oléculas (consistentes, digamos, en sensacio­ nes atóm icas, datos de los sentidos o lo que sea). Lo im portante es la 2

[ 1965 ],

Jerem y Shearm ur me ha llamado la atención sobre un argum ento muy similar en Beloff

doctrina de que hay sucesos m entales elem entales («ideas») y de que la corriente de la conciencia consta de una secuencia ordenada de tales sucesos. Más tarde, algunos cartesianos supusieron que a cada suceso m ental elem ental correspondía un acontecim iento cerebral definido. Se suponía que esta correspondencia era del tipo uno-a-uno. El resul­ tado es el paralelism o del cuerpo y la m ente o el paralelism o psicofísico. A hora bien, hay que adm itir que hay un núcleo de verdad en esta teoría. Si m iro una flor roja, cierro los ojos (m anteniéndom e quieto) durante un segundo y los abro de nuevo y m iro, am bas percepciones serán tan similares que reconozco la segunda percepción com o repeti­ ción de la prim era. Todos suponem os que tal repetición ha de expli­ carse por la sem ejanza de las dos irritaciones, tem poralm ente distin­ tas, de mi retina, y por los procesos cerebrales correspondientes. Si generalizamos a partir de tales consideraciones (generalización que a un hum eano en especial le parecerá válida, ya que para H um e toda conciencia consta tan sólo de tales experiencias) llegamos al parale­ lismo psicofísico. (La conm utación gestáltica de un cubo de N eck er,1 que sin duda se debe al cam biante funcionam iento del cerebro, pare­ cería añadir una ulterior confirm ación.) Por tanto, resulta com prensible que a m uchos les parezca tan conveniente, si no obvio, el paralelism o psicofísico. Con todo, trataré de com batirlo aquí. Mi objeción fundam ental será que los ejemplos de percepciones repetidas han sido mal interpretados y que nuestros estados de conciencia no han de considerarse secuencias de elem en­ tos, sean átom os o moléculas. Es verdad que he m irado dos veces con atención al m ism o objeto; 1 Lo siguiente parece ser válido para todo el mundo: si m iram os durante un tiempo sufi­ ciente al diagram a de un cubo de Necker, entonces cambia por si mismo a la interpretación

Cubo de Necker opuesta (esto es, presentando en la parte de atrás aquel lado que antes había aparecido en el frente). El efecto parece estar en relación con la tendencia que tiene cualquier cosa a desaparecer si la m iramos durante un tiem po suficiente. Esta tendencia, y quizá tam bién el efecto anterior, se puede explicar biológicamente. Es bien sabido que un ruido no m uy alto desaparece subjetiva­ mente tras cierto tiempo, a menos que le prestemos atención conscientemente. Véase también la nota 2, más abajo.

y puesto que mi m ente ha aprendido a inform arm e acerca de mi medio, me ha inform ado de este hecho. Para ello ha em itido la hipó­ tesis o conjetura: «Esta es la m ism a flor que antes (y el m ism o aspecto de ella, ya que ninguno de am bos nos hem os movido)». Pero la segunda experiencia o estado de conciencia era distinto del prim ero precisam ente porque poseía tal inform ación cuando su ­ puestam ente «identifiqué las dos experiencias». La identificación se refería a objetos y sus aspectos. La experiencia subjetiva (el «juicio», la conjetura formada) era diferente: he experim entado una repetición, cosa que no ocurrió la prim era vez. Si esto es así, entonces la teoría según la cual la conciencia es una secuencia de percepciones elem en­ tales o atóm icas (a m enudo repetitivas) está equivocada. Com o conse­ cuencia de ello, la teoría de la correspondencia uno-a-uno entre los sucesos conscientes elem entales y los sucesos cerebrales ha de aban­ donarse por carecer de base (aunque ciertam ente, no por haber sido refutada em píricamente). En efecto, si nuestros estados de conciencia no son secuencias de elem entos, entonces ya no está claro qué es lo que corresponde a qué de un m odo uniunívoco. Un paralelista podría tratar de evitar esta conclusión insistiendo en que nuestras percepciones (y los acontecim ientos cerebrales co­ rrespondientes) no son atómicas, sino moleculares; en tal caso, los átom os experienciales (postulados) y los elem entos de los aconteci­ m ientos cerebrales objetivos podrían seguir estando en una corres­ pondencia de uno-a-uno, por más que quizá no haya nunca de hecho dos experiencias m oleculares (y sus correspondientes sucesos cere­ brales) que sean idénticas. Me parece que en contra de tal opinión se pueden esgrim ir dos cosas. En prim er lugar, m ientras que la teoría original que discutíam os era directa e inform ativa, al describir com o lo hacía las experiencias efectivas com o percepciones elementales o atómicas, sugiriendo la existencia de algún suceso cerebral elemental en una relación uniunívoca con cada una de aquéllas, ahora se nos ofrece com o sustituto un fantasm a atomista. Pues, efectivam ente, la teoría sustitutiva es com ­ pletam ente especulativa, alegando sim plem ente que todas las expe­ riencias efectivas están compuestas, de algún m odo sin especificar, a base de com ponentes atómicos, de los que se supone que existen correlatos cerebrales; esto es, transfiere dogm áticam ente el atom ism o de la física a la psicología. Puede que existan tales cosas - n o podem os elim inar su posibilidad- aunque tal teoría no puede pretender apo­ yarse en ningún elem ento de juicio empírico. En segundo lugar, considerada com o teoría de la percepción, creo que se halla en el mal cam ino. Sugeriré m ás abajo que debiéram os

adoptar un enfoque biológico de la conciencia, siendo una de sus funciones perm itirnos reconocer los objetos físicos cuando los topa­ mos de nuevo. La teoría que estam os discutiendo interpreta tal cosa arbitrariam ente com o recurrencia de un suceso psicológico y de un suceso cerebral correspondiente. (La teoría de la percepción que estoy criticando form a parte, di­ cho sea de paso, de una teoría m uy popular, aunque equivocada, de la correspondencia uniunívoca entre estím ulo y respuesta o entre entrada y salida. Dicha teoría, a su vez, form a parte de la teoría, aparentem ente sostenida por Sherrington en [1906], aunque la re­ chazó en [1947], según la cual hay un tipo elemental de función cerebral atóm ica o m olecular -lo s «reflejos» y los llam ados «reflejos condicionados»- de los que todas las demás son com plejos o integra­ ciones. Véase Roger Jam es [1977],2) ¿Qué pasa entonces con la percepción? Sugiero que procedem os de un modo distinto. En lugar de com enzar con la suposición de un m ecanism o de estím ulo y respuesta uniunívoco (por más que tal m ecanism o pueda existir, desem peñando tal vez una función im por­ tante), sugiero que partam os del hecho de que la conciencia posee cierto núm ero de funciones biológicas útiles. Si volvem os a cobrar conciencia tras un período de inconsciencia, entonces surge un problem a típico: «¿Dónde estoy?» Considero que eso es un indicio de que hay una función im portante de la concien­ cia, consistente en guardar registro de nuestros paraderos en el m undo, construyendo una especie de modelo esquem ático (como ha sugerido Kenneth J. W. Craik [1943]) o un m apa esquemático, deta­ llado por lo que respecta a nuestro entorno inm ediato del m om ento, aunque m uy esquem ático por lo que atañe a regiones más distantes. Sugiero que dicho m odelo o mapa, con nuestra posición señalada en él, form a parte de nuestra conciencia ordinaria del yo. N orm alm ente existe en form a de disposiciones o program as vagos; pero podem os centrar nuestra atención en él siempre que queram os, con lo que se puede tornar más elaborado y preciso. Este m apa o m odelo consti­ tuye una de las m últiples teorías conjeturables acerca del m undo que sostenem os y llam am os casi constantem ente en nuestra ayuda, a m e­ dida que desarrollam os, especificamos y llevamos a cabo el program a y plan de acciones en que estamos com prom etidos.

; Véase también la sección 40. A este respecto, habría que hacer alusión a los experimentos que muestran que las imágenes estabilizadas, los ruidos estabilizados y los contactos estabilizados (por ejemplo, los de la ropa) muestran una tendencia a desvanecerse. En efecto, está claro que el efecto de desvanecimiento depende de algo asi com o la similitud física o estimulativa. Pero, puesto que esto lleva al desvanecimiento, hay una disimilitud de la respuesta.

Si volvem os ahora sobre la función de la percepción, teniendo esto en cuenta, sugiero que deberíam os considerar nuestros órganos de los sentidos com o auxiliares de nuestro cerebro. El cerebro, a su vez, está program ado para seleccionar un. modelo (o teoría o hipóte­ sis) pertinente y adecuado a nuestro medio, a m edida que avanzam os, para que lo interprete nuestra mente. Debería considerar que es ésta la función original y prim aria de nuestro cerebro y de nuestros órga­ nos de los sentidos -d e hecho, del sistema nervioso central que, en su form a prim itiva, se desarrolló com o un sistema de control; com o una ayuda para el movim iento-, (El sistema nervioso central prim itivo de los gusanos es una ayuda para el m ovim iento, así com o tam bién los sentidos m uchísim o más prim itivos de los hongos. Véase Max Delbrück [1974], donde aparece un inform e de sus fascinantes investiga­ ciones sobre el origen de los órganos de los sentidos en los ficomicetos.) La rana está program ada para la tarea altam ente especializada de cazar moscas en m ovim iento. El ojo de la rana ni siquiera señala a su cerebro la presencia de una m osca a su alcance si ésta no se mueve. -1 Hace años, he citado a David Katz (Anim áis and Men, cap. VI; véase mi [1963(a)], págs. 46 y sig.) en un contexto similar: «Un ani­ mal ham briento divide el m edio en cosas com estibles y no com esti­ bles. Un anim al que huye ve vías de escape y escondrijos». En gene­ ral, un anim al percibirá lo im portante de acuerdo con su situación problem ática, y su situación problem ática, a su vez, dependerá no sólo de su situación externa, sino tam bién de su estado interno: su program a, dado por su constitución genética, y sus diversos subprogramas: sus preferencias y decisiones. En el caso del hom bre, entraña objetivos personales y decisiones personales y conscientes. Volviendo ahora a nuestro experim ento que conducía a una se­ cuencia de dos percepciones prácticam ente idénticas, no niego que las dos percepciones fuesen extrem adam ente similares en cuanto a per­ cepciones: nuestro cerebro no habría cum plido su deber biológico si no nos hubiera inform ado de que nuestro medio no había cam biado del prim er al- segundo instante de tiempo. Eso explica por qué en el cam po de la percepción habrá una conciencia de repetición si los objetos percibidos no cam bian, y si nuestro programa no cambia. Pero eso no quiere decir que el contenido de nuestra conciencia se haya repetido, com o había sospechado ya. Tam poco quiere decir que am bos estados cerebrales fuesen m uy similares. De hecho, nuestro

5Véase Lettvin & otros [1959]

program a (que en este caso especial era «com pruebe su respuesta a un estím ulo repetido en dos instantes de tiem po consecutivos») no cam ­ bió entre el prim er y segundo instante, si bien los dos instantes de tiem po desem peñaron decididam ente funciones diferentes en ese pro­ gram a, precisam ente por la repetición, y sólo, eso aseguró que se experim entasen de m odos diferentes. Vemos ahora que incluso por lo que se refiere a la conciencia de las percepciones (que representa sólo una parte de nuestras experien­ cias subjetivas) no hay una correspondencia uniunívoca de estím ulo y respuesta, tal com o indica la consideración de Katz sobre los posi­ bles cambios en nuestro interés y atención. Sin em bargo, las percep­ ciones no cum plirían su misión si, en los casos en los que el interés y la atención no cambian, no hubiese algo sem ejante a la corresponden­ cia uniunívoca. Pero se trata de un caso m uy especial, constituyendo un error de bulto el procedim iento usual consistente en generalizar a partir de este caso especial, considerando al estím ulo y respuesta com o un sencillo m ecanism o de uno-a-uno. Mas, si descartam os la idea de secuencias de acontecim ientos correlacionados uno-a-uno, la idea del paralelismo psicofísico pierde su apoyo principal. Tal cosa no refuta la idea de paralelismo, pero creo que disuelve su aparente base empírica. Dicho sea de paso, la teoría de la identidad del cerebro y la mente, a la luz de las presentes consideraciones, resulta ser un caso particular de la idea de paralelismo, pues tam bién ella se basa en la idea de una correlación uniunívoca, siendo un intento de explicar racionalm ente esta correlación uniunívoca que da por supuesta acríticamente.

25.

C o n sid e ra c io n e s ad icio n ales so b re a lg u n a s teo ría s m ateria listas recien tes

El libro de A rm strong, A Materialist Theory o f the M ind[ 1968] es un libro en m uchos aspectos excelente. Sin em bargo, frente a la teo­ ría de la identidad o del estado central de Feigl -te o ría que acepta ca­ tegóricam ente la existencia de un m undo de experiencia cons­ cien te- A rm strong m inim iza la im portancia de lo que Feigl ([1967], página 138) describe com o «la ilum inación interior» de nuestro m undo por nuestra conciencia. En prim er lugar, hace hincapié, no sin justicia, en la im portancia de los estados subconscientes o incons­ cientes. A continuación, expone una teoría m uy interesante de la percepción com o proceso inconsciente o consciente para la adquisi­ ción de estados disposicionales. En tercer lugar, sugiere (sin afirm arlo

explícitamente) que la conciencia no es sino percepción interna, per­ cepción de un segundo orden o percepción (escudriñam iento) de una actividad del cerebro por otras partes del cerebro. Pero pasa por encim a, tocándolo ligeramente, el problem a de por qué ese exam en habría de producir conciencia, en el sentido en que todos nosotros estam os de sobra familiarizados con la conciencia; por ejemplo, con la evaluación consciente y crítica de la solución de un problem a. Además, nunca aborda el problem a de la diferencia existente entre la conciencia y la realidad física. El libro de A rm strong está dividido en tres partes: la Parte I constituye una revisión introductoria de las teorías acerca de la mente; la Parte II, «El concepto de la mente», constituye una teoría general de los estados y procesos m entales y, en mi opinión, tiene cosas excelentes que decir, si bien pienso que se puede criticar en térm inos neurofisiológicos. La Parte III, que es m uy esquemática, apenas contiene algo más que la simple tesis de que los estados m en­ tales, tal com o se describen en la Parte II, se pueden identificar con estados cerebrales. ¿Por qué considero que, en térm inos generales, la Parte II resulta excelente? La razón es la siguiente. La Parte II sum inistra una des­ cripción de los estados y procesos de la mente desde un punto de vista biológico; es decir, com o si la m ente pudiese considerarse com o un órgano. Por supuesto, dicha actitud se debe al hecho de que A rm strong desea identificar más tarde (en la Parte III) la m ente con un órgano. No necesito subrayar que no estoy de acuerdo con sem ejante identifi­ cación, aunque me siento inclinado a considerar la identificación de los procesos y estados m entales inconscientes con procesos y estados cerebrales com o conjetura m uy im portante. Y, aunque me inclino a suponer que incluso los procesos conscientes van de algún m odo «de la mano» de los procesos cerebrales, me parece que una identificación de procesos conscientes con procesos cerebrales puede llevar al pam psiquism o. Por m ás equivocadas que puedan ser las m otivaciones metafísicas de la teoría de A rm strong, su m étodo de considerar la m ente com o un órgano con funciones darw inistas me parece excelente y, en mi opinión, la Parte II de su libro dem uestra la fecundidad de este enfo­ que biológico. Yendo ah ora a las críticas, la teoría de A rm strong o bien puede clasificarse com o m aterialism o radical, con negación de la concien­ cia, siendo criticable por ello, o bien se puede clasificar com o una form a no totalm ente explícita de epifenom enalism o, por lo que res­ pecta al m undo de la conciencia, cuya im portancia trata de m inim i­

zar. En este caso, se aplica mi crítica del epifenom enalism o en cuanto incom patible con el punto de vista darw iniano. N o creo que esta teoría de A rm strong haya de clasificarse com o teoría de la identidad en el sentido de Feigl; esto es, en el sentido de que los procesos conscientes no están sim plem ente ligados a procesos cerebrales, sino que son de hecho idénticos a ellos. En efecto, A rm s­ trong no sugiere ni discute en ninguna parte la opinión de que los procesos conscientes puedan ser las cosas en sí de las que sean apa­ riencias ciertos procesos cerebrales. A rm strong está m uy lejos del anim ism o leibniziano. Con todo, si Arm strong estuviese más pró­ ximo a Feigl, entonces se aplicarían aquí las críticas que he expuesto en la sección 23. En cualquier caso, me parece que se aplican las críticas de la sección 20. Pienso que m uchos (aunque no todos) de los análisis de A rm s­ trong en su Parte II constituyen contribuciones duraderas a la psico­ logía biológica, por más que su tratam iento del problem a de la con­ ciencia sea am biguo y débil. La razón de dicha debilidad ha de hallarse no tanto en el hecho de que Arm strong minim ice, aunque no niegue, y no consiga discutir la significación de la conciencia, cuanto en el hecho de que ignore y no discuta (en la term inología que sea) lo que denom ino objetos del M undo 3. Tan sólo tom a en consideración el M undo 2 y su reduc­ ción al M undo 1. Sin em bargo, la función biológica principal del M undo 2, especialmente la de la conciencia, es la captación y evalua­ ción crítica de los objetos del M undo 3. Incluso apenas se m enciona el lenguaje. Siguiendo una sugerencia de A rm strong, se ha puesto de moda considerar la identificación gene - DNA com o análoga a la identificación sugerida de estado m ental — estado cerebral Mas se trata de una m ala analogía, porque la identificación de los genes con moléculas de DNA, aunque constituya un descubrimiento empírico de la m ayor im portancia, no ha añadido nada a la condición metafísica (u ontológica) del gene o del DNA. Ciertam ente, incluso antes de que se desarrollase la teoría de los genes, existía la teoría de W eism ann sobre el «plasma germinal» (Keimplasma), según la cual las instrucciones para el desarrollo se daban supuestam ente en forma de una estructura m aterial (química). Más tarde se hizo la sugerencia (basada en el descubrim iento de Mendel) de que había «partículas» en el plasm a germinal que representaban los «caracteres». Los propios genes se introdujeron originalm ente com o tales «partículas»; com o

estructuras materiales o, más exactam ente, com o subestructuras de los crom osom as. Más de treinta años antes de la aparición de la teoría del DNA de los genes, se propusieron mapas detallados de crom oso­ mas, m ostrando las posiciones relativas de los genes (cf. T. H. M or­ gan y C. B. Bridges [1916]); m apas cuyo principio se vio confirm ado en detalle por los recientes resultados de la biología m olecular. En otras palabras, se esperaba algo sim ilar a la identidad gene = DNA, cuando no se daba por supuesto, ya desde los com ienzos de la teoría del gene. Lo inesperado para algunos fue que el gene resultase ser un ácido nucleico en lugar de una proteína; lo m ism o se puede decir, por supuesto, de la estructura y función de la doble hélice. La identificación de la m en/e con el cerebro sería algo análogo a esto tan sólo si se supusiese, para empezar, que la m ente es uno de los órganos físicos, para descubrir después em píricam ente que no era (digamos) el corazón o el hígado, sino más bien el cerebro. M ientras que, desde De la enferm edad sagrada de Hipócrates, la dependencia (o interdependencia) del pensam iento, la inteligencia, las experiencias subjetivas y los estados cerebrales era algo esperado, sólo los m ateria­ listas han afirm ado una identidad, haciendo frente a considerables dificultades fácticas y conceptuales. Este análisis m uestra que no hay analogía entre las dos identifica­ ciones. La pretensión de que sean análogas no sólo carece de funda­ m ento, sino que resulta confundente. Se puede esgrim ir una crítica aún más fuerte contra la pretensión de que la identificación de procesos m entales y cerebrales sea análoga a la del relám pago con una descarga eléctrica. La conjetura de que un relám pago es una descarga eléctrica venía sugerida por la observación de que las descargas eléctricas eran com o relám pagos en m iniatura. Entonces vinieron los experim entos de Franklin que apoyaron con fuerza tal conjetura. Judith Jarvis Thom son [1969] hace consideraciones críticas muy interesantes sobre estas identificaciones. A rm strong ha publicado recientem ente un libro con argum enta­ ciones m uy claras y precisas, B elief Truth and K now ledge[\91 3]. El libro constituye esencialm ente una teoría em pirista tradicional del conocim iento, vertida a térm inos materialistas. Pero resulta frustrante que no m encione nunca alguno de los problem as de la dinám ica del desarrollo del conocim iento, de la corrección del conocim iento o del desarrollo de las teorías científicas. Q uinton, en The N ature o fT hings[\ 973], propone una teoría de la identidad que, com o la de Feigl, pero frente a la de A rm strong, subraya la im portancia de la conciencia, aunque no recurre, a la relación entre la cosa en sí y su apariencia.

¿Cómo ha de concebirse esa identidad? Q uinton alude al ejempto de A rm strong del relám pago y de la descarga eléctrica. Com o Feigl, Smart y Arm strong, considera que la identificación es empírica. Hasta aquí, m uy bien; pero no analiza cóm o procedem os em pírica­ mente a contrastar identificaciones conjeturadas. Y, com o sus prede­ cesores, no sugiere qué tipo de prueba podría considerarse com o una contrastación de la tesis de la identidad de la m ente y el cerebro, frente a una tesis interaccionista (especialmente de una que no opere con una substancia mental). Tam bién están quienes dicen sim plemente que la m ente es una actividad del cerebro y se conform an con eso. N o se puede decir m ucho en contra de tal afirmación, tal com o se form ula; el problem a surge con la pregunta de si las actividades m entales del cerebro no son más que una parte de sus diversas actividades físicas, o si hay una diferencia im portante y, si es así, qué podem os decir de tal diferencia.

26.

El n u e v o m a te ria lism o p ro m e te d o r

Últim am ente se ha puesto de m oda una retirada un tanto tibia de la teoría de la identidad. Se trata de una retirada hacia lo que se podría denom inar un «materialismo prometedor». La popularidad del ijiaterialismo prom etedor constituye quizá una reacción a algunas críticas notables que se han esgrim ido en contra de la teoría de la identidad en los últimos años. Tales críticas m uestran que la teoría de la identi­ dad resulta difícilmente com patible con el lenguaje ordinario o con el sentido com ún. En cualquier caso, parece que el nuevo m aterialism o prom etedor acepta que, en el m om ento presente, el m aterialism o no resulta sostenible. Mas nos ofrece la prom esa de un m undo m ejor, un m undo en el que los térm inos mentales hayan desaparecido de nues­ tro lenguaje y en el que el m aterialism o aparezca victorioso. La victoria sobrevendrá más o m enos del siguiente modo. Con el proceso de la investigación sobre el cerebro, es plausible que el len­ guaje del fisiólogo penetre más y más en el lenguaje ordinario y cambie nuestra visión del universo, incluso la del sentido com ún. De este modo, hablarem os cada vez m enos de experiencias, percepcio­ nes, pensam ientos, creencias, intenciones y objetivos, y cada vez más de procesos cerebrales, disposiciones al com portam iento y conducta patente. De este m odo, el lenguaje mentalista pasará de m oda y se usará exclusivam ente en inform es históricos, m etafórica o irónica­ mente. Cuando se haya alcanzado este estadio, el m entalism o será

letra m uerta y el problem a de la m ente y su relación con el cerebro se habrá resuelto solo. En apoyo del m aterialism o prom etedor se señala que eso es exac­ tam ente lo que ha ocurrido en el caso del problem a de las brujas y su relación con el diablo. Hoy día, tan sólo hablam os de brujas, si es que hablam os, sea para caracterizar una superstición arcaica, sea para hablar m etafórica o irónicam ente. Lo m ismo ocurrirá con el lenguaje m ental, según se nos prom ete; quizá no m uy pronto -q u iz á no durante la vida de la presente generación- pero sí lo bastante pronto. El m aterialism o prom etedor constituye una teoría m uy particular. Esencialm ente consta de una profecía histórica (o historicista) acerca de los resultados futuros de la investigación sobre el cerebro y de su impacto. Tal profecía carece de base, pues no se hace intento alguno de fundam entarla en un exam en de la reciente investigación sobre el cerebro. Se ignora la opinión de investigadores que. com o W ilder Penfield. com enzaron com o teóricos de la identidad para term inar com o dualistas. (Véase Penfield [1975], pags. 104 y sig.) No se realiza ningún intento de resolver m ediante argum entos las dificultades del m aterialism o, y ni siquiera se consideran alternativas al m aterialismo. Así pues, racionalm ente no parece que haya más interés en la tesis del m aterialism o prom etedor que en la tesis de que, por ejemplo, llegará el día en que queden abolidos los gatos o los elefantes por el hecho de que dejem os de hablar de ellos; o en la tesis de que elim ina­ rem os un día la m uerte dejando de hablar de ella. (En realidad, ¿no hem os elim inado las chinches por el sencillo expediente de dejar de hablar de ellas?) Al parecer, el m aterialism o prom etedor gusta de enunciar su pro­ fecía en la jerga todavía de m oda de la filosofía lingüística. Mas sugiero que se trata de algo secundario, y un fisicalista podría aban­ donar la jerga de la filosofía lingüística y responder a lo que acabo de decir por el siguiente camino. Fisicalista: «Como crítico del fisicalismo. pretende usted que los inform es relativos a la experiencia subjetiva y a las teorías em pírica­ m ente contrastables acerca de la experiencia subjetiva constituyen elem entos de juicio en contra de nuestra tesis. Con todo, com o usted m ism o subraya siem pre [1934(b)], todos los enunciados de observa­ ción están im pregnados de teoría. Además, com o usted m ism o ha sugerido ([1957(0] = [1972(a)], capítulo 5). en la historiá de la ciencia ya ha sucedido que los enunciados acerca de hechos y las teorías bien contrastadas hayan sido corregidos al ser explicados por teorías poste­

riores. Así pues, realm ente no es imposible que lo que ahora conside­ ram os com o enunciados sobre experiencias subjetivas se expliquen y corrijan en el futuro mediante teorías fisicalistas. Si tal cosa ocurre, la experiencia subjetiva quedará en gran medida en la m ism a posición en que están ahora, por ejemplo, los dem onios y las brujas. La expe­ riencia subjetiva form ará parte de una teoría antaño aceptada, aunque ya rechazada, habiéndose de corregir y reinterpretar los viejos ele­ m entos de juicio en su favor.» A unque no tengo intención de sugerir que sea imposible que las cosas puedan suceder tal y com o el fisicalista nos dice aquí (véase mi [1974(c)], pág. 1054), no pienso que tal argum ento se pueda tom ar en serio, pues lo único que dice es que ningún elem ento de juicio observacional es definitivo, más allá de toda posibilidad de corrección y que todo nuestro conocim iento es falible. No cabe duda de que todo eso es cierto, pero por sí m ism o no basta para defender a una teoría contra la crítica empírica. Tal com o está, el argum ento es m uy pobre y, com o m encionaba antes, resultaría tan aplicable al problem a de la existencia de gatos y elefantes com o al de la existencia de la experien­ cia subjetiva. A unque siempre se corre un riesgo al aceptar elem entos de juicio y argum entos com o los que uso aquí, me parece razonable aceptar el riesgo, pues lo único que ofrece el fisicalista es. por así decir, un cheque contra sus prospecciones futuras, basadas en la esperanza de que algún día se desarrolle una teoría que resuelva por él sus problemas; la esperanza, en sum a, de que pase algo.

27.

R esu ltad o s y co n c lu sio n e s

Así pues, de nuestro análisis parece desprenderse que. en el actual clim a darwinista, sólo es posible una visión materialista del m undo que sea consistente, si ésta se com bina con la negación de que exista la conciencia. Sin em bargo, com o dice John Beloff al final de su excelente libro ([1962]. pág. 258), “U na doctrina que sólo se pueda sostener recu­ rriendo a elaboradas evasiones no es m ucho m ejor que un cam elo” . 1 Además, parece que si adoptam os un punto de vista darw iniano (véase la sección 20) y adm itim os la existencia de una conciencia que ha evolucionado, nos vem os llevados al interaccionismo. Lo que denom ino punto de vista darw iniano parece form ar parte 1 En lo que no sigo a Beloff es en su actitud hacia «lo paranormal», com o él lo llama. Creo que el fisicalismo radical puede considerarse refutado, de m odo totalmente independiente de lo paranormal.

de nuestra presente concepción científica, siendo tam bién parte inte­ grante de cualquier credo m aterialista o fisicalista. Por otro lado, si se separa del punto de vista darw iniano, la teoría de la identidad m e parece consistente. Con todo, y al m argen de su incom patibilidad con los principios darw inistas, no parece ser contrastable, com o sugiere Feigl ([1967], pág. 160 y passim), por cual­ quier resultado futuro de la neurofisiología. En el m ejor de los casos, tales resultados podrán m ostrar un estrecho paralelism o entre los procesos cerebrales y los mentales; mas sem ejante cosa no apoyaría a la teoría de la identidad m ás que al paralelism o (el epifenom enalism o, por ejemplo) o incluso al interaccionismo. Quizá pueda m ostrar esto con un poco más de detalle por lo que atañe al interaccionism o. Según el interaccionism o, una actividad cerebral intensa consti­ tuye condición necesaria de los procesos mentales. Así, los procesos cerebrales tendrán lugar a la vez que cualesquiera procesos mentales y, siendo condiciones necesarias, podrá decirse que los «causan» o que «actúan» sobre ellos. Tom em os un ejem plo sencillo, com o es m irar un árbol cerrando y abriendo los ojos. El efecto causal de los cam bios nerviosos en las experiencias resulta obvio. O bien, mírese un a de las figuras que ejemplifican la conm utación gestáltica, sea iniciada por nosotros o por nuestro sistema nervioso. Tal cosa ilustra la acción del sistem a nervioso sobre la conciencia v el efecto -v o lu n ­ ta rio - de la «concentración».2 Debido al constante desarrollo de los procesos cerebrales a todos los niveles, no parece posible distinguir em píricam ente la interacción de, por ejemplo, la supuesta identidad, y tam poco se han hecho sugerencias serias acerca de cóm o podría hacerse tal cosa, por más que se haya afirm ado a m enudo que es factible (como ya hem os visto). Resum iendo, parece que la teoría darw inista, ju n to con el hecho de que los procesos conscientes existen, lleva más allá del fisicalismo; todo lo cual constituye otro ejem plo de la autosuperación del m ate­ rialism o, siendo a la vez un ejem plo bastante independiente del M undo 3. : Un buen ejemplo viene dado por la conocidísima figura denom inada «doble cruz» por W ittgenstein [1953], pág. 207. Se puede operar con ella «concentrándose» sea en la cruz blanca, sea en la negra; sea voluntariamente, sea reprimiendo la voluntad.

%

Capítulo P4

28.

Algunas consideraciones en torno al yo

In tro d u c c ió n

Este capítulo es difícil, no tanto para el lector (espero) com o para el que escribe. El problem a estriba en que, si bien el yo posee una unidad peculiar, mis consideraciones un tanto dispersas acerca de él no pretenden poseer tal unidad o sistematicidad (excepto, tal vez, al subrayar la dependencia del yo respecto al M undo 3). U na discusión en torno al yo, a las personas y personalidades, a la conciencia y a la mente es m uy proclive a llevar a preguntas del tipo «¿Qué es el yo?» o bien, «¿Qué es la conciencia?». Mas, com o he señalado a m en u d o ,1 aunque los filósofos las hayan discutido con frecuencia, las preguntas del tipo «qué es» nunca son fecundas. Están ligadas a la idea de esencias -«¿Q ué es esencialm ente el yo?»- y por tanto, a la influyente filosofía que he denom inado «esencialismo» y que considero erró­ n ea .2 Las preguntas del tipo «qué es» son proclives a degenerar en verbalism o, es decir, en una discusión del significado de palabras o conceptos o en una discusión de definiciones. Pero, en contra de lo que aún se cree generalm ente, tales discusiones y definiciones son inútiles. Por supuesto, hay que adm itir que las palabras «yo», «persona», «mente», «alma» y similares no son sinónimas, sino que poseen signi­ ficados un tanto distintos en un uso cuidadoso del lenguaje. Por ejemplo, «alma» se em plea a veces en el castellano actual con la implicación de que es una substancia que puede sobrevivir a la mente. (En alem án, la palabra «Seele» se utiliza de un m odo distinto, más semejante a la palabra castellana «mente».) No tengo intención de discutir aquí el problem a de la inm ortali­

1 Cf. mi [ 197 4(z7)]; [1 974(z8)]; [197 4(z4)]; [197 5(r)] y [1 976(g)]. : Véase mi [1975(r)] y [I976(g)]. Cf. también la nota 2 a la sección 30.

dad del alma. (M as véase la discusión que m antengo con Eccles en el diálogo XI.) Con todo, citaré aquí un breve pasaje acerca del p ro ­ blem a, con el que estoy m uy de acuerdo. Se debe a John Beloff ([1962], pág. 190). «No tengo deseo alguno de inm ortalidad personal; en realidad, yo diría que un m undo en el que mi ego fuese un adorno perm anente sería bastante pobre.» Por esta razón, trataré de evitar la palabra «alma», aunque si escribiese en alem án, quizá no me sintiese obligado a evitar la palabra «Seele». N o obstante, no seguiré discutiendo acerca de palabras, sino que las usaré m ás bien, lo m ejor que pueda, para discutir no proble­ m as verbales, sino problem as reales. H abiendo expresado mi actitud hacia el problem a de la supervi­ vencia del alm a, deseo enunciar brevem ente, antes de entrar en argu­ m entos y controversias, mi actitud hacia las cuestiones principales. Estoy de acuerdo con el gran biólogo Theodosius Dobzhansky, quien escribió poco antes de su m uerte en diciem bre de 1975:3 «No sólo estoy vivo, sino que soy consciente de estarlo. Además, sé que no perm aneceré vivo siem pre y que la m uerte es inevitable. Poseo , los atributos de conciencia del yo y de conciencia de la muerte.» N o sólo som os conscientes de estar vivos, sino que adem ás todos nosotros som os conscientes de ser un yo. Somos conscientes de su identidad a lo-largo de considerables períodos de tiem po y a través de rupturas en su autoconciencia, debidas a períodos de sueño o a perío­ dos de inconsciencia. Todos nosotros som os conscientes de nuestra responsabilidad m oral por nuestra acciones.4 Esta autoidentidad está sin duda estrecham ente ligada a la autoidentidad de nuestro cuerpo (que varía m uchísim o durante su vida, cam biando constantem ente sus partículas m ateriales constituyentes). T anto en el caso de la identidad de nuestro yo, com o en el caso de la identidad de nuestro cuerpo, deberíam os tener siem pre claro que esta identidad num érica no es u n a identidad estrictam ente lógica. (Se trata m ás bien de lo que Kurt Lew in [1922] llam aba «genidentidad»: la m ism idad num érica de una cosa que cam bia en el tiem po.) Este tipo de identidad constituye un problem a incluso con los cuerpos inani­ m ados que cam bian, y m ás aún con los cuerpos vivos; pero el pro­

3 Dobzhansky [1975], pág. 411. 4 Quizá debiera decir de entrada que, en mi discusión del yo, no voy a tener en cuenta problem as sacados del cam po de la psicologia patológica o los problem as relacionados con ellos, planteados por los resultados que se obtienen respecto a los cerebros divididos por conmisurotomía. Para una discusión del cerebro dividido, véase Eccles, capítulo E5.

blem a es todavía m ayor en el caso del yo, de la m ente o de la m ente autoconsciente.

29.

Los «yo»

Antes de com enzar con mis consideraciones acerca del yo, deseo enunciar claram ente y sin am bigüedad que estoy convencido de que los yo existen. Tal enunciado podría parecer un tanto superfluo en un m undo en que el exceso de población es uno de los problem as sociales y m ora­ les mayores. Obviam ente, la gente existe y cada uno de ellos consti­ tuye un yo individual con sentim ientos, esperanzas y tem ores, penas y alegrías, miedos y sueños, que sólo podem os conjeturar, ya que sólo son conocidos por la propia persona. Todo esto es casi dem asiado obvio com o para que merezca la pena escribirlo; pero debe decirse, ya que algunos grandes filósofos lo han negado. David H um e fue uno de los prim eros que llegaron a dudar de la existencia de su propio yo, y tuvo m uchos seguidores. H um e se vio llevado a esta posición un tanto extraña por su teoría em pirista del conocim iento. Abrazó el punto de vista del sentido com ún (perspectiva que considero una equivocación; véase mi [197 2(a)], capítulo 2) según el cual todo nuestro conocim iento es el resultado de la experiencia de los sentidos. (Tal cosa pasa por alto la trem enda cantidad de conocim ientos que heredam os y que está incor­ porada a nuestros órganos de los sentidos y a nuestro sistema ner­ vioso; nuestro conocim iento acerca de cóm o reaccionar, cóm o desa­ rrollarnos y cóm o m adurar. (Véase mi [ 1957(a)] - [1963(a)], capítulo 1, página 47.) El escepticismo de H um e le llevó a la doctrina de que no podem os conocer nada, excepto nuestras im presiones de los senti­ dos y las «ideas» derivadas de las im presiones de los sentidos. Basán­ dose en ello, defendía que no podemos tener algo así como una idea del yo; por tanto, no podem os ser esa cosa que se llam a yo. Así, en la sección «De la identidad personal» de su Tratado argum enta en contra de «algunos filósofos que im aginan que en todo m om ento som os íntim am ente conscientes de lo que llam am os nues­ tro YO»; de esos filósofos dice que «desafortunadam ente, todas esas afirmaciones positivas son contrarias a esa m ism a experiencia que se

1 [1739], Libro I, Parte IV, Sección VI (edición de Selby-Bigge [1888], pág. 251). En el Libro III [1740], Apéndice ([1888], pág. 634), H um e mitiga un tanto su tono; con todo, en este Apéndice parece haber olvidado com pletamente sus propias «afirmaciones positivas», com o las de [1739], Libro II, a las que se alude en la nota siguiente.

aduce en su favor, no poseyendo tam poco idea alguna del yo [...]. Pues, ¿de qué im presión podría haberse derivado esta idea? Tal pre­ gunta no se puede contestar sin contradicción y absurdo m anifies­ to [...]». Son palabras m uy duras que han causado una fuerte im presión en los filósofos: de H um e a nuestros días, la existencia del yo se ha considerado com o algo m uy problemático. Con todo, el propio Hum e, en un contexto ligeram ente distinto, afirm a la existencia de los yo con tanta fuerza com o la que aquí em plea para negarla. Así, escribe en el Libro II del Tratado.2 «Es evidente que la idea, o m ás bien la im presión de nosotros m ism os está siem pre íntim am ente presente en nosotros, así com o que nuestra conciencia nos sum inistra un concepto tan vivo de nuestra propia persona que no es posible im aginar que algo pueda a este respecto ir más allá de ella.» Esta afirm ación positiva de H um e equivale a la m ism a posición que atribuía, en el m ás conocido pasaje negativo citado anterior­ m ente, a «algunos filósofos», y que allí diagnosticaba enfáticam ente com o algo m anifiestam ente contradictorio y absurdo. Pero hay tam bién m uchísim os otros pasajes de H um e que apoyan la idea del yo, especialm ente bajo la denom inación de «carácter». Así, leem os:3 «También hay caracteres peculiares de diferentes [...] personas [...]. El conocim iento de dichos caracteres se basa en la observación de u na uniform idad de las acciones que fluyen de él [...].» La teoría oficial de H um e (si se puede llam ar así) es que el yo no es más que la sum a total (el haz) de sus experiencias.4 A rgum enta -co rrectam en te, en mi opinión—que hablar de un yo «subtancial» no nos resulta de gran ayuda. Sin em bargo, u n a y otra vez, describe las acciones com o algo que «fluye» del carácter de una persona. En mi opinión no necesitam os m ás para poder hablar de un yo. H um e y otros suponen que, si hablam os del yo com o substancia, entonces las propiedades (y experiencias) del yo pueden considerarse «inherentes» a él. Estoy de acuerdo con quienes opinan que ese m odo 2 [1739], Libro II, Parte I, Sección XI ([1888], pág. 317). Se encuentra un pasaje similar en [1739], Libro II, Parte II, Sección II, Sexto Experim ento ([1888], pág. 339), donde leemos: «Es evidente que [...] som os en todo tiem po íntim am ente conscientes de nosotros mismos, de nues­ tros sentimientos y pasiones...». 3 [1739], Libro II, Parte III, Sección I ([1888], pág. 403; véase tam bién la pág. 411). En otro lugar, H um e nos atribuye, com o agentes, «motivos y carácter» a partir de los cuales «un especta­ dor puede ordinariam ente inferir nuestras acciones». Véase, por ejemplo, [1739], Libro II, Parte III, Sección II ([1888], pág. 408). Véase tam bién el Apéndice ([1888], págs. 633 y sigs.). 4 Véase tam bién el texto al que corresponde la nota 1 de la sección 37, para una crítica de esta teoría.

de hablar no es fecundo. Con todo, podem os hablar de «nuestras» experiencias, utilizando el pronom bre posesivo. Es algo que me pa­ rece perfectam ente natural, que no tiene por qué dar lugar a especu­ laciones acerca de una relación de posesión. Puedo decir que mi gato «tiene», un carácter fuerte, sin pensar que ese m odo de hablar exprese una relación de posesión (en la dirección inversa a la que se da cuando hablo de «mi» cuerpo). Algunas teorías -c o m o la teoría de la posesión- están incorporadas en nuestro lenguaje. Sin em bargo, no tenem os por qué aceptar com o verdaderas las teorías que están incor­ poradas en nuestro lenguaje, por más que esa situación pueda hacer difícil criticarlas. Si decidim os que son seriam ente confundentes, podém os vernos obligados a cam biar ese aspecto concreto de nuestro lenguaje; de lo contrario, podem os seguir utilizándolo, lim itándonos a tener presente el hecho de que no debería tom arse dem asiado lite­ ralm ente (por ejemplo, la luna «nueva»). Todo esto, no obstante, no debería im pedirnos tratar de usar siempre el m odo de hablar más sencillo que podamos. Obviamente, la m em oria es im portante para la autoconciencia: difícilmente se puede decir que sean estados míos aquellos estados de los que he perdido completamente la m em oria, si no es en el sentido de que puede que recobre la m em oria de dichos estados. Con todo, pienso que la autoconciencia es más im portante que la m em oria, a pesar de la excelente respuesta de Quinton a F. H. Bradley [1883], quien escribía: «El señor Bain piensa que la m ente es una colección [= lo que H um e llam aba un haz]. ¿Ha reflexionado el señor Bain sobre quién colecciona al señor Bain?» Quinton ([1973], pág. 99) comenta: «La respuesta es que el últim o señor Bain colecciona al anterior señor Bain recopilándolo». La recopilación es im portante, aunque no lo es todo. La capaci­ dad de recolección quizá sea más im portante que la recolección efec­ tiva. N aturalm ente, no «recopilamos» continuam ente nuestros yo an ­ teriores, y vivim os más hacia el futuro -actuando, preparando el fu tu ro - que en el pasado.

30.

E l esp íritu en la m á q u in a

Quizá sea útil com entar aquí con un poco más de detenim iento el problem a del autoconocim iento y la autoobservación, así com o las opiniones de Gilbert Ryle en su notable libro E l concepto de lo m ental [1949] Los materialistas han saludado este libro com o exposición de su

credo, y el propio Ryle escribe en el libro que su «orientación general [...] sin duda podrá ser tildada inocuam ente de ‘conductista’» (página 327). Tam bién declara explícitam ente (pág. 328) «que la historia de los dos m undos es un mito». (Es de presum ir que la historia de los tres m undos sea todavía peor.) Con todo, rotundam ente, Ryle no es un m aterialista (en el sentido del principio del fisicalismo). Por supuesto que no es dualista; pero está claro que no es fisicalista o monista. Es algo que se desprende claram ente de la sección titulada «El fantasm a del mecanicismo». Escribe allí (pág. 76): «Siempre que una nueva ciencia [alude a la mecánica] consigue su prim er gran éxito, sus fanáticos acólitos im agi­ nan siem pre que todos los problem as son ya solubles»; y en este y el siguiente párrafo deja m uy claro que no tom a en serio la esperanza, o el tem or, de u n a «reducción» de las leyes biológicas, psicológicas y sociológicas a lo que denom ina «leyes mecánicas». A unque no distin­ gue entre m aterialism o clásico (mecánico) y fisicalismo m oderno, no puede haber duda de que rechazaría un m onism o fisicalista con la m ism a fuerza con que rechaza un m onism o mecanicista. A la luz de todo esto, hem os de leer el siguiente enunciado de Ryle que m uestra sin duda sus tendencias hum anistas: «El hom bre no se degrada necesariam ente, convirtiéndose en u n a m áquina, por el hecho de que se niegue que sea un espíritu en una m áquina [...]. Aún queda por dar el arriesgado salto a la hipótesis de que quizá sea un hom bre» (pág. 328). Surge el problem a de qué sea lo que Ryle quiere negar cuando dice que el hom bre no es un «espíritu en una máquina». N o habría nada que objetar si lo que quisiese negar fuese la opinión de H om ero de que la psiqué - u n a som bra que se asemeja al c u e rp o - sobrevive al cuerpo. M as fue Descartes quien rechazó con la m ayor claridad esta visión sem im aterialista de la conciencia hum ana, y Ryle llam a al m ito que rechaza el «mito cartesiano».1 Da la im presión de que con esto Ryle desease negar la existencia de la conciencia. Por algunos de sus argum entos se podría pensar sin duda que es ese el caso; pero tal im presión estaría equivocada. (Véase la pág. 206: «la observación en trañ a poseer sensaciones»; o la pág. 240: «la sensación vuelve ahora a mi pierna dormida»; o las páginas 37-8, donde se puede encontrar u n a excelente discusión de ruidos imaginarios-, así com o m uchos otros lugares.) Así pues, ¿qué es lo que niega Ryle? N o cabe duda de

1 El mito, com o han señalado tam bién otros, difícilmente se puede atribuir a Descartes. De ser algo, es una leyenda popular antigua más bien que una «leyenda bastante de moda» de carácter filosófico, com o la denom ina Gilbert Ryle ([1950], pág. 77). (Véase más abajo, la sección 44.)

que lo que pretende negar es que haya una «substancia» pensante cartesiana. Tam poco yo tengo em pacho en negar tal cosa, dado que sugiero que toda idea de substancia está basada en u n a confusión. Sin em bargo, no cabe duda de que tam bién desea negar la idea (socrática y platónica) de la m ente com o piloto de un barco: el cuerpo. Se trata de un símil que considero excelente y adecuado en m uchos sentidos; tanto es así, que podría decir de mí m ism o «creo en el espíritu de la m áquina».2 (La adecuación del símil puede com probarse por la descripción que hace el neurólogo del «automatismo» (o «petit mal»), un estado de pérdida total de la óonciencia y la m em oria que se observa algunas veces en los pacientes epilépticos: el tim onel h a abandonado el barco. *) T om ando en conjunto el libro de Ryle, parece haber una tenden­ cia general a negar la existencia de las experiencias conscientes más subjetivas, sugiriendo su sustitución por m eros estados físicos; por estados disposicionales, por disposiciones a la conducta. Sin em bargo, hay m uchos pasajes en el libro de Ryle en los que se adm ite que podem os sentir genuinam ente dichos estados. Así, en la página 102, dice Ryle que existe una diferencia entre la confesión sim ulada de un

2 Véase el diálogo IV. La teoría del piloto se discutirá más tarde; véanse, por ejemplo, las secciones 33 y 37. Quizá deba decir aquí que, aunque me opongo al «esencialismo», al plantea­ miento e intentos de responder a preguntas del tipo «qué es», con todo creo en algo que se podría denom inar la naturaleza del yo cuasi-esencial (o cuasi-substancial). El yo está conectado con lo que usualmente se denom ina el carácter o personalidad. Cambia: depende en parte del tipo físico de una persona, así com o de su iniciativa e inventiva intelectual, y de su desarrollo. Sin embargo, pienso que som os procesos psicofísicos más bien que substancias. La cuestión es aquí que la idea de esencia se tom a ciertamente de nuestra idea del yo (o del alma, o de la mente); experim entam os la existencia de un centro que es responsable y que nos controla a nosotros mismos, a nuestras personas; y hablamos de esencias (esencia de vainilla) o de espíritus (el espíritu del vino) por analogía con estos yo. Estas extensiones pueden rechazarse por antropomórficas, pero no hay nada que objetar a ser antropom órfico al discutir al hom bre (como nos ha recordado Hayek). Por extraño que parezca, el esencialismo aristotélico encaja m uy bien con los organismos biológicos que tienen una esencia en el sentido de program a genético. Tam bién conviene a las herramientas hechas por el hom bre cuya esencia es su propósito: la esencia de un reloj es medir el tiempo. (U na herram ienta es un órgano exosomático.) Estos com entarios no representan una concesión al esencialismo -a l planteam iento de preguntas de tipo «qué es»- aunque en biología, y respecto a herramientas, es fructífero plantear preguntas teleológicas del tipo «para qué sirve». 1 W ilder Penfíeld ([1975], pág. 39) nos dice: «En un ataque de autom atism o [epiléptico], el paciente cae inconsciente repentinamente, áunque, dado que otros m ecanismos del cerebro continúan funcionando, se convierte en un autómata. Puede [...] continuar adelante con cualquier propósito que su mente estuviese ordenando a su m ecanismo sensoriom otor automático en el mom ento en que dejaron de actuar los m ecanismos cerebrales superiores. O bien sigue un patrón de conducta habitual y estereotipado. No obstante, en cualquier caso, el autóm ata no puede tom ar m uchas decisiones, si es que puede tom ar alguna, si no hay precedentes de las mismas. Si el paciente C estaba conduciendo un coche [...] podría descubrir m ás tarde que se había saltado uno o más semáforos en rojo».

sentim iento y su confesión sincera. Estoy seguro de que Ryle distin­ guiría tam bién la confesión sincera «estoy aburrido» (págs. 102 y siguientes) de la supresión por cortesía de tal confesión sincera. A de­ más, no solo adm ite (pág. 105) que podam os sentir dolor, sino que adem ás señala, lo cual posee m ucho interés, lo que m uchos neurólo­ gos (incluyendo a Descartes) han descubierto; a saber, que podem os equivocarnos al localizar el dolor. Si digo que tengo un dolor en la pierna, puede tratarse de una «hipótesis causal» equivocada, un «diag­ nóstico equivocado», aun cuando pueda sentir el dolor que considero equivocadam ente que tiene su origen en una pierna am putada. Con todo, parece que hay al m enos una cuestión fáctica im por­ tante en la que Ryle y yo discrepamos. Se trata de la cuestión del autoconocim iento y de la un tanto distinta, relativa a la autoobservación. (Am bas cuestiones son distintas, porque el conocim iento no siem pre se basa en la observación.) Así pues, me parece que es susceptible de crítica la sección titu­ lada «Introspección» del capítulo VI de El concepto de lo mental. La razón de ello estriba en que hay una psicología de la introspección de considerable interés, capaz de sum inistrar resultados objetivam ente contrastables. Pienso particularm ente en las escuelas de psicología relacionadas con la escuela de W ürzburg; especialm ente en Otto Selz y en sus discípulos Julius Bahle y Adriaan D. de Groot. Yo m ism o estudié psicología con Karl Bühler, un m iem bro prom inente de la escuela de W ürzburg, y recuerdo m uy bien algo de aquellos temas. Por m ás que yo haya abandonado la psicología a causa de mi insatis­ facción con sus m étodos y resultados, y aunque me sienta inclinado a abordar el M undo 2 psicológico sobre todo desde el punto de vista de su función (biológica) consistente en relacionar el M undo 3 con el M undo 1, con todo tengo la im presión de que lo que escribe Ryle en su sección sobre la Introspección (págs. 163 y sigs.) acerca de la psicología introspectiva no se asemeja a la situación real, ni siquiera tal y com o era en mi juventud. Lo que dice Ryle quizá sea una crítica válida, aunque un tanto exagerada, de la psicología introspectiva an ­ terior a la escuela de W ürtzburg, anterior a W olfang Kóhler y la escuela de la Form a, anterior a David Katz y Edgar Rubin y Edgar T ranekjaer Rasm ussen; anterior tam bién a A lbert M ichotte o, más recientem ente, J. J. Gibson. M as no se parece en nada a lo que estas personas han hecho y siguen haciendo. Lo único que puedo decir es que, gracias a m étodos en parte introspectivos, se han desenterrado resultados reproductibles y m uy interesantes (por ejem plo, sobre las ilusiones ópticas). A hora bien, u n a de las cosas interesantes que aparecen en cone­ xión con todo esto es que Ryle parece haber intentado observarse a sí

mismo, aunque aparentem ente no ha conseguido hacer ninguna autoobservación interesante. La razón de ello parece ser que no ha recurrido al principio fundam ental de la escuela de W ürzburg: en ­ frentarse a un a tarea absorbente e interesante, para tratar después (inm ediatam ente después) de recordar y describir las operaciones m entales que intervinieron en la solución del problem a. (Hay, por supuesto, m étodos más recientes; véase por ejem plo A. D. de G root [1965], [1966], o R. L. G regory [1966].) Está claro que no podem os concentrarnos en un problem a y observarnos al mismo tiempo; mas, de algunas consideraciones del libro de Ryle, parece desprenderse que es eso precisam ente lo que trataba de hacer. Por supuesto, halló evasivo al «Yo» (que de algún m odo ligaba al «ahora»). Lo describe m uy bien; pero si hubiese tratado de seguir los conceptos de W úrzburg, podría haber obtenido m ejores resultados. Ciertam ente, con un poco de entrenam iento, se pueden obtener resultados m uy interesan­ tes.4 Por ejemplo, Julius Bahle ([1936] y especialmente [1939]) descu­ brió que un grupo de com positores de m úsica de prim era línea, entre ellos Richard Strauss, adoptan todos ellos un m étodo de descubri­ m iento y resolución de problem as que resultaba inesperadam ente sim ilar al descrito por Otto Selz [191 3], [1922], [1924] en su obra sobre tareas puram ente intelectuales. Hay tam bién m uchos inform es introspectivos de descubrim ientos científicos. Es famoso el inform e de Kekulé acerca del m odo en que obtuvo el modelo anular de la m olécula de benceno. C uando estaba medio dorm ido, vio cadenas de átom os de carbono, en la representa­ ción sim bólica inventada por él, que parecían cobrar vida, y una de ellas se enroscó com o una serpiente para form ar un anillo. Ese fue el final de una larga busca. (La observación introspectiva vino, natural­ mente, después del suceso.) Otto Loewi da una inform ación sem e­ jante ([1940]; véase tam bién F. Lembeck y W. Giere [1968], así com o el diálogo VI) acerca de su idea de cóm o contrastar la hipótesis de la transm isión nerviosa química. Hay un gran núm ero de inform es interesantes de tipo sim ilar en el famoso libro de Jacques Hadam ard, Psicología de la invención en el campo matemático [1945], [1954], En esos inform es, se llega a la solución frecuentem ente de un m odo intuitivo, repentino; aunque no se debe pasar por alto el hecho de que se alcanza tan sólo después de un trabajo duro y laborioso y tras repetidos rechazos insatisfactorios.

4 Es interesante que los argum entos de Ryle contra la introspección sean muy similares a los de Augusto Com te y que la respuesta de John Stuart Mili a Com te anticipe la de la escuela de Würzburg. Véase A. Comte [1830-42], volumen I, págs. 34-38, así com o J. S. Mili [1865(a)] (tercera edición, [1882], pág. 64). Véase William Jam es [1890], volumen I, págs. 188 y sig.

Está claro que estos m étodos críticos, aun cuando la solución final sea intuitiva, constituyen estadios necesarios que se hacen posi­ bles gracias a la existencia del lenguaje y de otras form as de sim bo­ lismo, pues en la m edida en que llevemos con nosotros una creencia intuitiva, sin una representación simbólica, form am os un todo con ella y no podem os criticarla. Mas, una vez que la hem os form ulado o escrito en form a simbólica, podem os considerarla objetivam ente com o un objeto del M undo 3, podem os criticarla y aprender de ella, incluso podem os aprender de su rechazo. Véase tam bién, más abajo, la sección 34. En los casos a que nos hem os referido, no cabe duda de que el yo es m uy activo. Hay casos m uy conocidos en que el yo es com parati­ vam ente pasivo, dependiendo sin duda casi com pletam ente de lo que com unica el sistema nervioso central. U no de los casos más simples que conozco de un yo com parativam ente pasivo m ostrado por autoobservación se debe a A ristóteles.5 Se trata del experim ento consis­ tente en presionar suavem ente uno de los ojos m ientras se está m i­ rando a un objeto. El objeto parece m overse con el aum ento de presión, aunque som os tan conscientes de la conexión causal que no nos engañam os y constatam os el carácter subjetivo de la experiencia. En la sección 18, al discutir las ilusiones, señalábam os en relación con la figura de W inson (el dibujo del esquim al/indio) que podíam os tratar activam ente de alcanzar una de las interpretaciones más bien que la otra. Casos com o estos, así com o aquellos en que som os conscientes de sufrir una ilusión y de ser incapaces de évitarlo, ilus­ tran el hecho de que a veces podam os distinguir entre lo que nos sum inistra, por así decir, el cerebro y nuestros esfuerzos activos de interpretación. La actividad del yo o de la conciencia del yo nos conduce al problem a de qué es lo que hace; de qué función realiza y, de este m odo, nos conduce a un enfoque biológico del yo. Este será el tem a de las últim as secciones de este capítulo. No obstante, antes de ello, tocaré uno de los otros tem as de este capítulo: la relación del yo con el M undo 3. 31.

A p re n d e r a ser u n y o

Mi tesis de esta sección es que nosotros -e s decir, nuestras personali­ dades, nuestros y o - estam os anclados en los tres m undos y, en espe­ cial, en el M undo 3. 5 Véase en la sección 46, más abajo, el texto a que corresponde la nota 11

Me parece de im portancia considerable que no nazcam os com o otros tantos yo, sino que tengam os que aprender que lo somos; de hecho aprendem os a ser un yo. Este proceso de aprendizaje consiste en aprender cosas acerca del M undo 1, del M undo 2 y especialmente del M undo 3. Se ha escrito m ucho (Hum e, Kant, Ryle y tantos otros) sobre el problem a de si se puede observar el propio yo. C onsidero que la pregunta está mal form ulada. Podem os - y eso es im p o rtan te- cono­ cer bastante de nosotros mismos, pero, com o he indicado antes, el conocim iento no se basa siem pre en la observación, com o cree m u­ cha gente. Tanto el conocim iento precientífico com o el científico se basa en gran m edida en la acción y el pensamiento: en la resolución de problem as. Hay que adm itir que las observaciones desem peñan u na función, pero esa función consiste en plantearnos problem as y en ayudarnos a elaborar y desbrozar nuestras conjeturas. Además, nuestro poder de observación se dirige prim ariam ente a nuestro medio. Incluso en los experim entos con ilusiones ópticas, a los que hacíam os referencia en la sección 18, lo que observam os es un objeto del medio y, para nuestra sorpresa, hallam os que parece poseer ciertas propiedades, cuando sabemos que no las tiene. Sabe­ mos eso en un sentido tercerm undano de «conocer»: poseemos teorías tercerm undanas bien contrastadas que nos dicen, por ejemplo, que una figura im presa no cam bia físicamente cuando se mira. Podem os decir que el conocim iento básico que poseemos disposicionalmente desem peña una función im portante en el modo en que interpretam os nuestra experiencia observacional. Tam bién se ha m ostrado experi­ m entalm ente (véase Jan B. Derogowski [1973]) que parte de este co­ nocim iento básico se adquiere culturalm ente. Por eso es norm alm ente tan pobre el resultado, cuando tratam os de vivir según el m andato «¡obsérvate a ti mismo!». La razón de ello no estriba, en prim er lugar, en el carácter especialm ente evasivo del ego (aunque, com o hem os visto, hay algo de verdad en la pretensión de Ryle [ 1949]1 de que es casi imposible observarse a uno m ism o tal com o es «ahora»), ya que si se nos dice «observe la habitación en que está usted sentado» o bien «observe su cuerpo», el resultado es m uy probable que sea bastante pobre. ¿Cómo obtenem os autoconocim iento? Sugiero que no es por autoobservación, sino convirtiéndonos en un yo y desarrollando teorías acerca de nosotros mismos. M ucho antes de que alcancem os concien­ cia y conocim iento de nosotros mismos, norm alm ente nos hem os hecho conscientes de otras personas, usualm ente nuestros padres. 1 Gilbert Ryle [1949], capítulo VI, (7): La evasividad sistemática del «yo».

Parece haber un interés innato en el rostro hum ano. Los experim en­ tos de R. L. Fanz [ 1961 ]2 han m ostrado que incluso los bebés m uy pequeños fijan una representación esquem ática de una cara durante períodos m ás prolongados que una disposición sim ilar aunque «sin significado». Estos y otros resultados sugieren que los niños m uy pequeños desarrollan un interés por otras personas, así com o una especie de com prensión de las mismas. Sugiero que la conciencia del yo com ienza a desarrollarse por medio de otras personas: del m ism o m odo que aprendem os a vernos en el espejo, el niño se hace cons­ ciente de sí m ism o captando su reflejo en el espejo de la conciencia que de él tienen otras personas. (Soy m uy crítico por lo que respecta al psicoanálisis, pero me parece que el hincapié de Freud en la in­ fluencia form ativa de las experiencias sociales de la prim era infancia es correcto.) Por ejemplo, me inclinaría a sugerir que cuando el niño trata activam ente de «atraer la atención sobre sí», eso form a parte de este proceso de aprendizaje. Parece que los niños y quizá los pueblos prim itivos, pasan por un estadio «animista» o «hilozoísta», en el que tienden a suponer que los cuerpos físicos están anim ados -s o n una p e rs o n a -1 hasta que esta teoría queda refutada por la pasividad de las cosas. Para decirlo de un m odo algo distinto, el niño aprende a conocer su medio, si bien las personas son los objetos más im portantes de su medio y, gracias a su interés por él - y gracias a su aprendizaje acerca de su propio c u e rp o - acaba por aprender que tam bién él es una persona. Se trata de un proceso cuyos estados finales dependen en gran m edida del lenguaje. Pero aun antes de que el niño adquiera el dom i­ nio del lenguaje, aprende a ser llamado por su nom bre y a recibir aprobación o reprobación. Y dado que la aprobación y reprobación poseen en gran m edida un carácter cultural del M undo 3, incluso se podría decir que la tem prana y aparentem ente innata respuesta del

2 R. L. Fanz [1961], pág. 66. Véase también Charlotte Bühler, H. Hetzer y B. H. TudorHart [1927] y Charlotte Bühler [1927]; estos antiguos estudios sólo obtenían (con métodos menos sofisticados) resultados positivos a una edad de más de un mes. Fanz obtuvo resultados positivos a la edad de cinco días. ’ Me parece que Peter Strawson ([1959], pág. 136) está en lo cierto cuando sugiere que la idea general de persona ha de ser anterior al aprendizaje del uso de la palabra «yo». (Sin em bargo, tengo mis dudas acerca de que se pueda establecer el carácter «lógico» de dicha prioridad.) También está en lo cierto, según pienso, cuando sugiere que ello contribuye a disolver el llamado «problema de las otras mentes». No obstante, no está de más recordar que la tem prana tendencia a interpretar todas las cosas como personas (denom inada anim ism o o hilozoísmo) precisa corrección, desde un punto de vista realista; una actitud dualista está más próxim a a la verdad. Véase la excelente conferencia de W illiam Kneale, On having a M ind ([1962], parte superior de la página 41), así com o mi discusión de las ideas de Strawson en la sección 33.

niño a una sonrisa ya contiene el prim itivo com ienzo prelingüístico de su anclaje en el M undo 3. Para ser un yo hay que aprender m ucho, especialm ente el sentido del tiem po, con uno m ismo extendiéndose al pasado (al m enos hasta «ayer») y al futuro (al m enos hasta «mañana»). Mas tal cosa entraña teoría, siquiera sea en su form a rudim entaria com o expectativa:4 no hay yo sin orientación teórica, tanto en un espacio prim itivo com o en un tiem po primitivo. Así, el yo es resultado en parte de la explora­ ción activa del medio y de la captación de la rutina tem poral basada en el ciclo de la noche y el día. (Sin duda las cosas serán diferentes en el caso de los niños esquim ales.)5 El resultado de todo esto es que no estoy de acuerdo con la teoría del «yo puro». El térm ino filosófico «puro» se debe a Kant y sugiere algo así com o «previo a la experiencia» o «libre de (la contam inación de la) experiencia»; y de ese modo, la expresión «yo puro» sugiere una teoría que considero equivocada: la teoría según la cual el ego estaba ya allí antes de la experiencia, de modo que todas las experien­ cias estuviesen acom pañadas, desde el comienzo, por el «yo pienso» cartesiano o kantiano (o tal vez por «yo estoy pensando» o, en cual­ quier caso, por una «apercepción pura» kantiana). Frente a ello, pienso que ser un yo es resultado en parte d.e disposiciones innatas y, en parte, de la experiencia, especialm ente de la experiencia social. El recién nacido tiene m uchas m aneras innatas de actuar y responder, así com o m uchas tendencias innatas a desarrollar nuevas respuestas y nuevas actividades. Entre ellas está la tendencia a convertirse en una persona consciente de sí misma, pero a fin de conseguirlo, han de ocurrir m uchas cosas. U n niño que crezca en aislam iento social no conseguirá alcanzar una plena conciencia de sí.6 7 4 Véase mi [1963(a)], capitulo 1, especialmente la pág. 47. 5 Los bebés sonrien sin duda inconscientemente. Con todo, es una especie de acción (¿mental?): es cuasi-teleológica y sugiere que el bebé opera con la expectativa psicológicamente a priori de hallarse rodeado de personas; personas que pueden ser amistosas u hostiles -am igos o extraños. Yo sugeriría que esto viene antes que la conciencia del yo. Sugeriría lo siguiente como esquema conjeturado de desarrollo: primero, la categoría de persona; luego, la distinción entre personas y cosas; más tarde, el descubrimiento del cuerpo, el aprendizaje de que se irata de algo propio; y solo más tarde, el despertar del hecho de ser un yo. 6 Véase el caso de Genie, discutido en el capítulo E4, así com o la referencia que allí se hace a Curtiss y otros [1974], 7 Después de haber escrito esta sección, Jerem y Shearm ur ha llamado mi atención sobre el hecho de que Adam Smith [1759] propone la idea de que la sociedad es un «espejo» que permite al individuo ver y «pensar acerca del propio carácter, de la conveniencia o demérito de los propios pensamientos y conducta, de la belleza o deformidad de la propia mente», lo que sugiere que si «fuese posible que una criatura hum ana pudiese desarrollarse hasta alcanzar la humanidad en un lugar solitario, sin ninguna comunicación con su propia especie», entonces no podría desarrollar un yo. (Véase Smith [1759], Parle III, Sección II; Parte III, capítulo I en la sexta edición y en las subsiguientes.) Shearm ur también ha sugerido que hay ciertas semejanzas entre

Así pues, sugiero que hay que aprender activam ente no sólo la percepción y el lenguaje, sino incluso tam bién la tarea de ser una persona. Sugiero adem ás que ello entraña no sólo un estrecho con­ tacto con el M undo 2 de otras personas, sino tam bién un estrecho contacto con el M undo 3 del lenguaje y de teorías com o la del tiem po (o algo equivalente).8 ¿Qué le ocurriría a un niño que creciese sin participación activa en contactos sociales, sin otras personas y sin lenguaje? Se conocen algunos de esos casos trágicos.6 Com o respuesta indirecta a nuestra pregunta, haré referencia a un inform e de Eccles [1970]9 acerca de un im portantísim o experim ento,, que com para las experiencias de un gatito activo y otro inactivo, diseñado por R. Held y A. Hein [1963]; se describe plenam ente en el capítulo E8. El gatito pasivo no aprende nada, y creo que le puede ocurrir lo m ism o a un niño privado de experiencia activa en el m undo social. Hay un interesantísim o inform e reciente que trata este tema. V a­ rios científicos de Berkeley trabajaron con dos grupos de ratas, uno de los cuales vivía en un m edio rico, m ientras que el otro vivía en uno em pobrecido. Las prim eras estaban en una jaula grande, en grupos sociales de doce, con un buen surtido de juguetes que se cam biaban diariam ente, m ientras que las otras vivían solas en jaulas de laboratorio norm ales. El resultado fundam ental fue que los anim a­ les que vivían en el m edio enriquecido poseían córtex cerebrales más pesados que los del m edio em pobrecido. Parece que el cerebro se desarrolla m ediante la actividad, teniendo que resolver activam ente p ro b lem as.10 (El increm ento era un resultado de la proliferación de espinas dendríticas en las células corticales y de células gliales.)

32.

In d iv id u a c ió n

En su discusión de la identidad individual y personal - l a identidad a través de los cam b io s- John Locke ([1690], [1695], libro II, capítu­ lo XXVII, secciones 4-26) parte de consideraciones biológicas, co­ m enzando con una discusión de la identidad de plantas y anim ales individuales. Se puede decir que un roble es el m ism o individuo las ideas que sostengo aquí y la «teoria social del yo» de Hegel, M arx y Engels. de Bradley y el pragm atista am ericano G. H. Mead. 8 He añadido las palabras «o algo equivalente» en vista de lo que dice W horf [1956] acerca del tiempo en los hopi. y J. C. Eccles [1970], págs. 66 y sig. Véase también la figura E8-8. Véase M ark R. Rosenzweig y oíros [ 1972(a)]; P. A. Ferchm in y otros [1975]; véase también la sección 41, más abajo.

desde su com ienzo com o bellota hasta su m uerte. Lo m ismo puede decirse de un animal. Locke tam bién señala que la identidad indivi­ dual de un hom bre consiste esencialm ente «tan sólo en una participa­ ción [...] [en] la m isma vida continuada, cam biando constantem ente partículas de materia» (sección 6). Pienso que Locke hace bien enfocando el problem a biológica­ mente y, en este punto, lo ha hecho m ejor que algunos filósofos que le han sucedido, los cuales han tratado frecuentem ente de establecer con argum entos a priori cuestiones tales com o si toda experiencia debe pertenecer o inherir a una «substancia» espiritual individual. En lugar de plantear estas cuestiones, deberíam os plantear más bien el problem a de la individuación de la m ateria viva. Está claro que los anim ales superiores son individuos; es decir, organism os individuales (o procesos, sistemas abiertos; véase más abajo). Pueden form ar parte de una familia, un rebaño u otra socie­ dad anim al, com o un enjam bre o un estado. A hora bien, estos orga­ nismos individuales ilustran lo que parece ser una tendencia m uy im portante de la vida, tal com o la conocem os en la tierra: su tenden­ cia a estar individualizada. Por im portante que sea dicha tendencia, posee excepciones, pues existen formas de vida que se desvían del principio de individuación. Hay organism os, com o las lombrices de tierra, que constituyen individuos, si bien, frente a lo que ocurre con la m ayoría de los organism os, se pueden subdividir en dos o más individuos. Hay organism os, com o los erizos de m ar, que no tienen un sistema nervioso plenam ente centralizado (véase la sección 37) y que por consiguiente no actúan com o se esperaría que lo hiciesen los individuos. Tam bién están las esponjas que no tienen sistema ner­ vioso ni carácter individual, tal com o lo conocem os en el caso de los organism os unicelulares y en el de la m ayoría de los pluricelulares, incluso en el de los virus. Tam bién hay colonias anim ales com o el buque de guerra portugués,* cuyos m iem bros especializados actúan com o órganos. Así, aunque pueda parecer a prim era vista que el principio bioló­ gico de individuación se encuentra en las estructuras y mecanismos fundam entales de la biología m olecular, tal cosa no es cierta, ya que cuando vam os a la vida pluricelular, vem os que aparecen desviacio­ nes del principio: hay estructuras pluricelulares y colonias anim a­ les o estados que no están plenam ente centralizados por un sistema nervioso o no están plenam ente individualizados. Mas parece que * Grandes sifonóforos del género Physalia que com binan varios tipos de individuos (pólipos alimentadores, tentáculos contráctiles urticantes, individuos reproductores, vesículas na­ tatorias, medusoides flotadores, escudos protectores) que actúan com o un complejo funcional. (N. del T.)

estos experim entos evolutivos, aunque es--claro que no carecen de éxito, no tienen tanto éxito com o los organism os pluricelulares indi­ viduales con sistemas nerviosos altam ente centralizados. Se trata de algo intuitivam ente com prensible, teniendo en cuenta los m ecanis­ mos de la selección natural. La individuación parece ser uno de los m ejores cam inos para establecer un instinto orientado a la defensa y a la supervivencia; y parece fundam ental para la evolución del yo. Sugiero que considerem os la existencia de personas hum anas in­ dividuales y de los yo hum anos o m entes hum anas contra este trasfondo biológico contingente y no siem pre universal del principio de individuación. Podem os conjeturar, con cierta trivialidad, que sin individuación biológica no habría em ergido la m ente y la conciencia; al m enos, no del m odo en que las conocem os por experiencia propia. Exam inem os con m ás atención la individualidad de un orgánismo. Está claro que no es exactam ente lo m ism o que la individuali­ dad de, por ejem plo, un diam ante o un trozo de metal duro. Estos trozos de m ateria sólida son cristales. Son sistemas de átom os que oscilan, átom os que fundam entalm ente ni abandonan ni se sum an al sistem a durante períodos bastante largos de tiempo: constituyen siste­ m as cerrados -cerrad o s respecto a las partículas materiales de que constan (aunque están abiertos respecto al flujo de energía)-. Frente a ellos, los organism os son sistemas abiertos, com o las llamas. Inter­ cam bian partículas materiales (y, por supuesto, tam bién energía) con el medio: poseen un metabolism o. Con todo, son individuos identifi­ c a re s . Com o indicaba Locke, son identificables incluso a lo largo del desarrollo, es decir, constituyen procesos dinám icos identificables, o quizá m ejor, sistemas materiales que sufren intercam bio de materia. C uando hablam os de un organism o, olvidam os frecuentem ente esto, ya que durante un período de tiempo suficientemente corto, un orga­ nismo está aproxim adam ente cerrado, casi com o un cristal. Así pues, el yo que cam bia perm aneciendo él m ismo, parece basarse en el cam biante organism o individual que, a pesar de ello, m antiene su identidad individual. Pero quizá podam os conjeturar algo más. M ientras que en gene­ ral no atribuim os actividad o capacidad de gestión a los cuerpos m ateriales (aun cuando estén en m ovim iento o atraigan a otros cuer­ pos, al m odo en que el Sol atrae a los planetas), atribuim os algo parecido a la actividad a una llama, a un incendio y a los procesos quím icos, especialm ente si escapan a nuestro control. Asim ism o, atri­ buim os actividad aún en m ayor m edida a un organism o, a una planta y, más especialm ente, a un anim al superior. (Dicho sea de paso, la distinción entre m ovim iento y actividad no fue claram ente estable­ cida por los filósofos griegos presocráticos, que tendían a decir que la

psique es la causa del m ovim iento en general más bien que la de un modo activo de com portam iento o m ovim iento; véase Aristóteles, De anim a 403b26-407bl 1, etc). Al atribuir actividad a un proceso inanim ado; más concreta­ m ente, al atribuir actividad a un organism o, consideram os el proceso o el organism o com o un centro de control y (a m enos que pierda el control) com o algo autocontrolado. Incluso- se puede considerar com o sistema autocontrolado (homeostático) un proceso inanim ado, com o una llam a de gas. No cabe duda de que los organism os son sistemas con autocontrol, y algunos de ellos al m enos establecen centros de control que los m antienen en una especie de equilibrio dinámico. En aquellos anim ales a los que atribuim os conjeturalm ente u na m ente o conciencia, es obvio que la función biológica de la m ente se relaciona estrecham ente con los m ecanism os de control (autocontrol) del organism o individual. Lo más plausible es que lo que usualm ente se describe com o la unidad del yo o la unidad de la experiencia consciente sea consecuen­ cia en parte de la individuación biológica, de la evolución de los organism os con instintos incorporados para la supervivencia del o r­ ganism o individual. Parece que la conciencia e incluso la razón han evolucionado en gran m edida debido a su valor de supervivencia para el organism o individual. (Véase tam bién la sección 37.) En esta sección he hecho la sugerencia de que deberíam os consi­ derar el problem a de la autoidentidad desde el punto de vista bioló­ gico. Eso m uestra que la autoidentidad es, en parte al m enos, de un carácter sorprendentem ente contingente. En secciones subsiguientes discutirem os otros aspectos de este problem a. En la sección siguiente consideraré brevem ente la concepción de la autoidentidad de Peter Strawson, y el m odo en que la autoidentidad depende del cerebro.

33.

A u to id en tid ad : el y o y su ce reb ro

¿Un niño recién nacido es un yo? Sí y no. Siente; es capaz de sentir dolor y placer; aunque no es aún una persona en el sentido de los dos enunciados kantianos:1«Una persona es un sujeto responsable de sus acciones», y «Lo que es consciente de la identidad num érica de sí 1 La prim era cita es de Die Metaphysik der Sitien [1797], Einleitung in die Metaphysik der Sitten, 4: Vorbegriffe zur Metaphysik der Sitten (philosophia practica uñiversalis) ~ Kants W erke, Akademieausgabe, Band 6, 1914, pág. 223 = edición de Cassirer, Band 7, pág. 24. La segunda es de la K ritik der reinen Vernunft, prim era edición [1781], pág. 361, transzendentale Dialektik, zweites Buch, dritter Paralogism = Kants Werke, Akademieausgabe, Band 4, 1911, página 227; edición de Cassirer, Band 3, pág. 643.

m ism o en tiem pos distintos es persona». Así pues, un bebé es un cuerpo - u n cuerpo hum ano en desarrollo- antes de que llegue a ser una persona, una unidad de cuerpo y mente. Tem poralm ente hablando, el cuerpo está antes que la mente. La m ente es un logro posterior y más valioso. Juvenal nos recom ienda pedir un alm a sana en un cuerpo sano. Con todo, para salvar la vida estam os dispuestos a que nos corten una pierna. Creo adem ás que todos nosotros nos negaríam os a som eternos a una operación que nos impidiese ser responsables de nuestras acciones, o que destruyese la conciencia de nuestra identidad num érica en distintos mom entos; esto es, una operación que salvase la vida del cuerpo, pero no la integridad de la mente. Está bastante claro que la integridad e identidad del yo tiene una base física que parece centrarse en nuestro cerebro. Sin em bargo, podem os perder partes considerables del cerebro sin que ello inter­ fiera con nuestra personalidad. Por otra parte, el daño en nuestra integridad m ental parece deberse siempre a un daño del cerebro o algún otro desorden cerebral físico. Recientem ente se ha sugerido con frecuencia, especialm ente en el caso de Straw son, que es un error suponer de entrada que haya una distinción entre el cuerpo y la mente. Deberíam os com enzar más bien con la persona integrada. Luego, podem os distinguir diversos aspec­ tos o tipos de propiedades: las que son típicam ente físicas y las que son total o parcialm ente m entales o personales. (P. F. Strawson [1959] pone ejem plos com o «pesa seis arrobas» para propiedades físicas de una persona, y «sonríe» o «está pensando» com o ejem plo de dos propiedades personales distintas. Hacia 1948, J. H. W oodger, en una conferencia que dio en mis sem inarios, hizo una sugerencia similar, en el sentido de que usam os «persona» de m anera fundam ental.) Se dice con razón que las personas se pueden identificar del mfsmo m odo que se identifican los cuerpos físicos, lo cual, se dice tam bién, resuelve el problem a de la identidad del yo. Considero m uy atractiva la sugerencia de que tom em os la persona com o prim aria, conside­ rando com o abstracción secundaria su análisis en cuerpo y mente. Desgraciadam ente, un poco más adelante tendré que plantearle algu­ nas objeciones. Pero antes, deseo decir varias cosas en favor de dicha sugerencia. Me parece, en particular, que está de acuerdo con nuestro desarrollo mental. Com o m encionaba en la sección 31, pienso que m uchas cosas hablan en favor de la conjetura de que el niño nace con un «conocimiento» de las personas: una actitud innata hacia las personas: sonríe a una edad m uy tem prana, sintiéndose atraído por el rostro hum ano y por un señuelo o imitación de una c a ra.2 Con el tiempo.

las cosas se distinguen de las personas y, andando el tiem po, el niño descubre que él m ismo es una persona com o las demás. Así, conje­ turo que genética y psicológicamente la idea de persona es cierta­ mente anterior a la de yo o a la de mente. Por tanto, no estoy de acuerdo con la crítica que hace John Beloff a Peter Strawson. Beloff escribe en su excelente libro The Existence o f M ind ([1962], pág. 193): «Todo lo que podam os llegar a saber acerca de otras personas ha de [...] venir [...], en últim a instancia, de nuestras propias experiencias de los sentidos. Si se nos urge a que justifiquem os nuestra creencia en que otras personas poseen mentes com o las nuestras, nos vem os reducidos a esgrim ir argum entos ana­ lógicos... [Así] m antener, com o hace Strawson, que nuestra propia identidad personal depende de algún m odo de nuestro reconoci­ miento de la identidad de otros aparece com o una inversión injustifi­ cada de la posición tradicional». Beloff hace m uy bien en hablar aquí de «la posición tradicional». Realmente, tal posición no es aceptada universalm ente en absoluto.3 Sugiero que se trata de otro de los «dogmas del empirismo», com o los llam a Quine. El niño pequeño se interesa activam ente por su medio. Con su conducta m uestra un conocim iento de la existencia del m undo exte­ rior que no puede haber «inferido» de su propia experiencia sensible; por el contrario, se guía por lo que se podría describir adecuadam ente com o su conocim iento innato, conocim iento que lo guía en parte en sus exploraciones y que él desarrolla y expande con sus aventuras activas. (Confróntese el gatito activo del experim ento de Held y Hein, al que se ha hecho alusión en la sección 31; véase el capítulo E8.) Además del conocim iento innato que posee el bebé de las perso­ nas, especialmente de su madre, apenas cabe duda de que el bebé tiene que aprender lo que pertenece a su cuerpo y lo que no, conoci­ m iento que precede y constituye la base de su descubrim iento de que él es un yo. La resistencia que el m undo externo ofrece a sus inten­ ciones y acciones contribuye también a este descubrimiento. Paso ahora a considerar algunas objeciones a Strawson y a otras teorías similares. A prendem os a distinguir los cuerpos de las mentes. (No se trata, com o ha defendido especialmente Gilber Ryle, de una invención filosófica. Es tan viejo com o la m em oria de la hum anidad. Véase mi sección 45.) A prendem os a distinguir las partes de nuestro cuerpo

: Véase la ñola 2 a la sección 31. R. L. Fanz [1961] com para la reacción del bebé con la de un pájaro joven; véase también mi [ 1963(a)]. pag. 381. ' Pero véase la nota 7 a la sección 31.

que son sensibles de otras (uñas, cabello) que no lo son. Todo esto form a parte de lo que podríam os llam ar la visión del m undo «natural­ mente» desarrollada. Pero más tarde aprendem os algo de las opera­ ciones quirúrgicas: aprendem os que es posible pasarse sin apéndice, sin vesícula biliar, sin parte del estómago; sin piernas y sin ojos; podem os pasar sin los propios riñones e incluso sin nuestro corazón. Todo ello nos enseña de un m odo sorprendente y chocante, que nuestros cuerpos no son imprescindibles. Tam bién nos enseña que no podem os identificar sencillam ente nuestro yo con nuestro cuerpo. Las teorías acerca del asentam iento de la m ente o la conciencia en el cuerpo son m uy antiguas. Incluso la teoría de que el cerebro es el asiento de la m ente se retrotrae al m enos hasta hace 2500 años. Se retrotrae hasta los m édicos y filósofos griegos A lcm eón (DK A 10),4 Hipócrates (De la enferm edad sagrada) y Platón ( Timeo 44D. 73D). El punto de vista actual se podría form ular tajante y un tanto sor­ prendentem ente m ediante la conjetura de que un transplante perfecto del cerebro, si fuese posible, equivaldría a una transferencia de la m ente, del yo. Pienso que estarán de acuerdo con ello los fisicalistas así com o la m ayoría de los no-fisicalistas.5 (Los que creen en la parapsicología y quienes se sientan im presio­ nados por los inform es acerca de personas poseídas por espíritus de m uertos plantearán objeciones, creo yo, a este nexo estrecho entre cerebro y mente. Véase por ejem plo W illiam Jam es [1890], vol. I, págs. 397 y sig. N o pretendo discutir aquí sobre parapsicología con algún detenim iento, ya que no tengo com petencia para ello: parece ser que uno puede perder veinte años con el tem a sin volverse com ­ petente. Ello se debe a que los resultados - o los supuestos resultadosno son reproductibles y no se pretende que lo sean. Que yo sepa sólo hay u na teoría algo prom etedora sobre el tema, aunque hasta ahora no es contrastable, debida a Robert Thouless y Berthold Paul Wiesn er.)6 A hora bien, si aceptam os la conjetura de la posibilidad de trans-

4 DK = Diels & Kranz [1951-2], 5 Cf. Anthony Quinton [1973], pág. 93. 6 En esta teoría (véase Thouless & W iesner [1947]) se sugiere que hay un dualismo de cuerpo y mente y que los actos de la voluntad (la acción de la mente sobre el cuerpo) y la percepción (la acción del cuerpo sobre la mente) constituyen los dos casos típicos de interacción. M over los m iem bros a voluntad y la percepción ordinaria son casos especiales en los que el cuerpo y la m ente implicados pertenecen a la misma persona. Se sugiere que fenóm enos tales com o la clarividencia (o percepción extrasensorial) y la telequinesis constituyen casos más generales de los mismos tipos de interacción. En ellos, los cuerpos afectan a las mentes sin utilizar los sentidos y las mentes afectan a los cuerpos sin recurrir a la inervación muscular. Aquí no diré m ás acerca de la teoría, debido a nuestra decisión, expresada en el Prefacio, de no discutir la parapsicología. Véase también Beloff [1962], págs. 239 y sigs.

plantar el yo y su cerebro, entonces hem os de abandonar la teoría de Strawson de que la persona, con sus propiedades físicas (de todo el cuerpo hum ano) y sus propiedades personales (aquellas que presentan com ponentes mentales) ha de tom arse com o algo lógicamente prim i­ tivo. (Con todo, podem os decir que es psicológicamente primitivo.) U na teoría tan sencilla y natural no valdrá, ya que el cuerpo de una persona ya no sum inistra un fundam ento infalible de su identidad personal. Tam poco podem os identificar el cerebro con la mente, com o he tratado de m ostrar extensam ente en el capítulo P3. (Ciertamente, tal cosa ni siquiera sería factible para un partidario de la teoría de la identidad, ya que no estaría dispuesto a identificar el cerebro con la m ente, sino que identificaría más bien ciertos procesos y estados de partes del cerebro con procesos m entales y estados de la mente.) Si se nos preguntase por qué, en el caso de un trasplante con éxito del cerebro, habríam os de esperar que se trasplantase tam bién la personalidad o el carácter personal, cam biándose así la identidad per­ sonal del cuerpo, entonces difícilmente podrem os responder a la pre­ gunta sin hablar de la m ente o el yo, o sin hablar de su nexo conjetu­ ral con el cerebro. Deberíam os decir también que la m ente es esencial a la persona y deberíam os predecir (sería una predicción contrastable en principio) que, tras el transplante, la persona proclam aría su iden­ tidad con el donante del cerebro, siendo capaz de «probar» su identi­ dad (sirviéndose de m edios com o los utilizados por Odiseo para de­ m ostrar a Penélope su identidad). Todo esto m uestra que consideram os la m ente y su autoidentidad com o algo crucial para la identidad personal, ya que si pensáram os, con Aristóteles, que el corazón es la sede de la mente, esperaríam os que la identidad personal acom pañase al corazón m ás bien que al cerebro. (Si he com prendido bien a Strawson [1959], esta opinión mía contradice su punto de vista y sin duda él diría que nos retrotrae al cartesianismo.) Así, en circunstancias ordinarias, podem os considerar la identi­ dad del cuerpo com o criterio de la identidad de la persona y del yo. Mas nuestro experim ento m ental, el transplante (que espero que no se realice nunca en un ser hum ano), m uestra que la identidad del cuerpo constituye un criterio tan sólo en la m edida en que entrañe la identidad del cerebro. Además, el cerebro desem peña a su vez esa función tan sólo porque conjeturam os su nexo con la mente; porque conjeturam os que, gracias a ese nexo, el cerebro es el portador de la autoidentidad de la persona. Esto explica tam bién por qué, en el caso de una pérdida patoló­ gica de la m em oria, consideraríam os la identidad del cuerpo com o

suficiente para identificar a la persona. Mas tal cosa no implica que aceptem os la identidad del cuerpo com o criterio último. Hacemos la conjetura de que el nexo entre el yo y su cerebro es estrechísimo; pero se han de recordar unos cuantos hechos im portan­ tísimos que hablan en contra de una relación dem asiado estrecha y mecánica. Se han hecho m uchos trabajos para hallar las funciones desem pe­ ñadas por las diversas áreas del cerebro hum ano. U no de los resulta­ dos es que existen lo que W ilder Penfield llam a «áreas com prom eti­ das») del córtex, así com o extensas «áreas sin compromiso». Así, por ejem plo, las áreas sensoriales y m otoras están desde el nacim iento com prom etidas con esas funciones. El centro del habla, por ejemplo, no está totalm ente com prom etido: hasta los cinco o seis años, el hem isferio derecho coopera con el izquierdo en el control de la fun­ ción del lenguaje. (Véase el capítulo E4.) Eso explica que se recupere el habla cuando el centro principal del hem isferio izquierdo sufre un daño. Si el niño tiene dem asiada edad cuando el centro del lenguaje se daña, la pérdida del habla será perm anente. La falta de com prom iso de grandes áreas del córtex se m uestra tam bién de otras m aneras. Se pueden elim inar partes considerables del córtex no com prom etido, sin que se produzca ningún daño apa­ rente en ninguna función mental. La operación para elim inar partes del cerebro en el tratam iento de ataques de epilepsia ha conseguido en algunos casos m ejorar el rendim iento intelectual. Por supuesto, todo ello no basta para refutar la opinión fisicalista de que la estructura física del cerebro, incluyendo esta plasticidad de su funcionam iento, pueda explicar todo lo referente a la mente. Ya he hablado contra el fisicalismo en el capítulo P3 y no continuaré argu­ m entando ahora. Sin em bargo, al m enos dos prom inentes científicos del cerebro han señalado que el desarrollo les recuerda la reprogra­ mación de un a com putadora. Se puede adm itir la analogía entre cere­ bro y com putadora, pudiendo señalar que la com putadora de nada sirve sin el program ador. Parece haber algunas funciones cerebrales que están en una rela­ ción uniunívoca con la experiencia-, por ejem plo, un conm utador gestáltico (véase la sección 18). Pero tiene que haber m uchos casos en los que este tipo de relación no se puede apoyar em píricam ente. Piénsese en el hecho típico de que hay oraciones que usam os una vez y nunca más. Podría haber una relación uniunívoca entre las pala­ bras y ciertos procesos cerebrales; pero la experiencia de com prender la oración es algo que está m ás allá de la com prensión de la secuencia

de las palabras (como descubrim os cuando tenem os que leer una oración difícil dos veces, antes de entenderla). Y puesto que esta experiencia puede ser una de esas diversas experiencias que son esen­ cialm ente únicas, no deberíam os suponer arbitrariam ente que haya un proceso cerebral relacionado uniunívocam ente con ella (se puede hablar de un a relación uniunívoca sólo en el caso de que haya alguna regla o ley universal que correlacione am bos procesos, y aquí no suponem os que exista tal cosa; véase tam bién la sección 24, más arriba). Por supuesto, pocos interaccionistas dudarían de la existencia de un proceso cerebral, quizá tam bién único, que se desarrolla a la vez y que interactúa con la experiencia. (Similares consideraciones se aplican a las experiencias creadoras; de hecho, podríam os considerar creadora la form ación de una frase nueva, lo que nos convertiría en creadores la m ayor parte del tiempo.) Otro problem a, sobre el que ha hecho hincapié Eccles, es que no sólo está el problem a de la identidad del yo (ligado a la del cerebro), sipo que tam bién tenem os el problem a de su unidad. A m enudo, nuestras experiencias son com plejas e incluso a veces nuestra aten­ ción se halla dividida. Sin em bargo, todos sabem os -p o r experiencia introspectiva, com o es n atu ra l- que som os uno o una. Mas no parece haber una parte definida del cerebro que corresponda a este yo uno; por el contrario, parece que todo el cerebro ha de estar en plena actividad para ligarse con la conciencia, un proceso de equipo de inimaginable com plejidad. He titulado esta sección «El yo y su cerebro» porque trato de sugerir aquí que el cerebro lo posee el yo más bien que a la inversa. El yo está casi siem pre activo. Sugiero que la actividad del yo es la única actividad genuina conocida. El yo psicofísico activo es el pro­ gram ador activo del cerebro (que es el com putador); es el ejecutante cuyo instrum ento es el cerebro. Com o decía Platón, la mente es el timonel y no, com o sugerían David Hum e y W illiam Jam es, la sum a total o el haz o la corriente de sus experiencias, cosa que sugiere pasividad. Supongo que eso no es más que la opinión que resulta de tratar de observarse a sí m ism o pasivam ente, en lugar de repensar y revisar las acciones pasadas. Sugiero que estas consideraciones m uestran que el yo no es un «ego puro» (cf. la sección 31, más arriba, concretam ente el texto que sigue a la nota 5); es decir, un m ero sujeto. Por el contrario, es increíblem ente rico. Com o el tim onel, observa y em prende la acción al m ism o tiempo. A ctúa y sufre, evoca el pasado y planea y pro­ gram a el futuro; espera y dispone. En rápida sucesión, o a la vez. contiene deseos, planes, esperanzas, decisiones acerca del m odo de

actuar, así com o una conciencia viva de ser un yo activo, un centro de acción. Además, en gran medida, debe su carácter de yo a la interacción con otras personas, otros yo, y con el M undo 3. Y todo esto interactúa estrecham ente con la trem enda «actividad» que desarrolla en su cerebro.

34.

El e n fo q u e b iológico del c o n o c im ie n to e in telig en cia h u m a n o s

Por enfoque biológico del conocim iento entiendo el enfoque que considera al conocim iento, sea anim al o hum ano, com o resultado evolutivo o adaptación evolutiva al medio, a un m undo externo. Podem os introducir aquí diversas distinciones im portantes. 1) A daptaciones heredadas frente a adaptaciones aprendidas, ad­ quiridas por organism os individuales. Las últim as serán, en especial, adaptaciones a aspectos recientem ente surgidos del medio, a aspectos de un m edio recientem ente elegido o a aspectos que son inestables. Nótese, con todo, que toda adaptación aprendida posee una base genética, en el sentido de que la herencia del organism o (su «genoma») ha de proveer la aptitud de adquirir nuevas adaptaciones. 2) Conocim iento consciente frente a conocim iento inconsciente. Se trata de u na distinción im portante en el caso hum ano, que plantea el problem a de la función biológica de la conciencia. 3) Conocim iento en sentido subjetivo (conocim iento segundom undano) frente a conocim iento en sentido objetivo (conocim iento tercerm undano). Tal distinción sólo surge en el caso del hom bre (véase mi [1972(a)]). T anto el conocim iento heredado com o el adquirido pueden ser de u n a com plejidad extrem a. (Su contenido inform ativo puede ser m uy grande.) Sin la base del conocim iento heredado, que es casi todo él inconsciente, estando incorporado en nuestros genes, no podríam os ser capaces, com o es natural, de adquirir ningún conocim iento nuevo. La filosofía em pirista clásica concibe la m ente hum ana com o u na tabula rasa, com o una pizarra vacía o u n a hoja en blanco; en blanco hasta que la percepción sensible haga una entrada («nada hay en el intelecto que no haya entrado a través de los sentidos»). Tal idea no sólo está equivocada, sino que constituye un error grotesco: tan sólo tenem os que recordar los diez mil m illones de neuronas del córtex cerebral, algunas de las cuales (las células piram idales del córtex) tiene cada u n a «un total» de conexiones sinápticas «que se estim a del orden de diez mil» (Eccles [1966], pág. 54). Puede decirse que representan las huellas m ateriales (M undo 1) de nuestro conocí-

miento heredado y casi totalm ente inconsciente, seleccionado por evolución. A unque no hay realm ente modo de com pararlos (como ocurre generalm ente con el problem a de la naturaleza frente a la educación) me inclinaría intuitivam ente a decir que la inm ensa canti­ dad de inform ación que podem os adquirir a lo largo de la vida m e­ diante los sentidos resulta pequeña com parada con la cantidad de esta base heredada de potencialidades. En cualquier caso, hay dos grandes fuentes de información: la que se adquiere por herencia genética y la que se adquiere a lo largo de la vida. Además, todo conocim iento, sea heredado o adquirido, es históricam ente una m odificación de conoci­ m iento previo; y todo conocim iento adquirido puede remitirse, paso a paso, a m odificaciones del conocim iento instintivo innato. La im ­ portancia de la inform ación adquirida reside casi com pletam ente en nuestra habilidad innata de utilizarla en conexión con (y tal vez com o corrección de) nuestro conocim iento hereditario inconsciente. Por supuesto, tam bién es inconsciente la m ayor parte de la infor­ mación adquirida a través de nuestros sentidos. Lo que constituye en gran m edida conocim iento adquirido consciente, perm aneciendo consciente durante algún tiem po, es el conocim iento teórico pertene­ ciente al M undo 3, que resulta de la construcción de teorías y, en particular, de la corrección crítica de nuestras teorías. Se trata de un proceso en el que interactúan los M undos 2 y 3. (Véase la sección 13, más arriba.) Nos vem os así llevados a la conjetura de que el trabajo inteligente, plenam ente consciente, depende en gran medida de esta interacción entre el Mundo 2 v el Mundo 3. El conocim iento inconsciente (que se hace quizá consciente com o «intuición») parece desem peñar u n a función im portantísim a en el des­ cubrim iento de nuevos problem as del M undo 3 y en la invención de nuevas teorías del M undo 3. Con todo, la función principal de la objetivación del M undo 3 consiste en hacer que nuestras teorías sean accesibles a la búsqueda consciente de fallos: a la crítica. Por más que lo que se podría llam ar nuestra «agudeza crítica» tal vez sea conoci­ m iento inconsciente, la teoría a criticar (y quizá tam bién nuestros argum entos críticos) han de ser conscientes y susceptibles de ser for­ m ulados en el lenguaje: exponem os nuestras conjeturas del M undo 3 a la selección por crítica consciente. Hay una distinción im portante entre «conocimiento» en sentido subjetivo o personal, o en sentido del M undo 2, y «conocimiento» en sentido objetivo o del M undo 3, en el sentido de «aquello que se conoce» o de los contenidos y resultados de la tradición y de la investigación. Tal vez debería subrayar que esta distinción se refiere a hechos o, si se prefiere, cosas, más bien que usos. Lo que pretendo, al establecer la distinción, es llam ar la atención sobre algunas diferen­

cias im portantes entre estos dos tipos de «conocimiento» (véase mi [197 2(a)]). Sin em bargo, algunos filósofos la han tom ado conm igo por cues­ tiones de uso, y hay quien me ha criticado, negando que en el len­ guaje ordinario «conocimiento» pueda tener el significado de lo que yo llam o conocim iento en sentido objetivo. Tal crítica está equivo­ cada desde dos puntos de vista. En prim er lugar, para lo que traigo entre m anos, carece de im portancia el hecho de que exista en el uso del inglés - o en cualquier otro idiom a- la distinción que me pro­ pongo establecer. En segundo lugar, creo que de hecho la crítica se equivoca por lo que respecta al uso. Hay que adm itir que el verbo «yo sé» o «yo conozco» se usa casi exclusivam ente en sentido perso­ nal, con un pronom bre; pero frecuentem ente se utilizan expresiones com o «se sabe que...» o bien «lo que se sabe es que...» para referirse a los contenidos de alguna tradición o investigación. Hay que adm itir que el arzobispo W hately describió correctam ente el uso subjetivo básico al escribir: «El conocim iento entraña [...] la firm e creencia [...] de lo que es verdadero [...] con fundam ento suficiente». Pero el O x­ fo rd English Dictionary, de donde se ha tom ado esta cita en apoyo del sentido segundom undano, tom a en consideración dos sentidos de la palabra «conocimiento» derivados del verbo «conocer»; el prim ero, «el hecho o condición de conocer», es mi sentido segundom undano, pero hay un segundo sentido: «el objeto del conocer; lo que se conoce o se hace conocido»; eso es mi sentido tercerm undano. (No obstante, añ a­ diría que la categoría fundam ental que se sum inistra bajo esta rúbrica «La sum a de lo que se conoce», no me parece que haga plena justicia al uso objetivo o tercerm undano, pues podem os usar tam bién el térm ino «conocimiento» para hablar de piezas aisladas de conoci­ m iento com o, por ejemplo, los resultados de la investigación actual sobre sordera de nervios, publicados en libros y revistas especializa­ dos.) Lo im portante es que no hay autocontradicción alguna en consi­ derar que el conocimiento científico o, digamos, el conocimiento histó­ rico, conste en gran m edida o totalm ente de hipótesis y conjeturas más bien que de un cuerpo de verdades conocidas y bien establecidas (véase mi Autobiografía [1974(b)], pág. 87, y [1976(g], pág. 110). Que haga hincapié en el carácter objetivo y conjetural del conocim iento cientifico no quiere decir en absoluto que niegue la im portancia de las experiencias personales o segundom undanas de quienes producen las conjeturas científicas. Antes bien, el hincapié que hago sobre la im portancia del M undo 3 de productos objetivos de la m ente hum ana puede llevar m uy bien a un m ayor respeto por las m entes subjetivas que son las que crean este M undo 3.

A este respecto, hay que decir algo sobre las diferencias de inteli­ gencia. Parece probable que haya diferencias innatas de inteligencia, au n ­ que parece casi imposible que una cuestión tan polifacética y com ­ pleja com o la inteligencia y el conocim iento hum ano innato (rapidez de com prensión, profundidad de com prensión, creatividad, claridad de exposición, etc) se pueda m edir con una función unidim ensional, com o el «cociente de inteligencia» (C. I.). Com o escribe Peter M eda­ w ar [1974(b)]: «No hace falta ser físico o siquiera jardinero para darse cuenta de que la calidad de una entidad tan diversa y com pleja com o la tierra de cultivo depende de... [una] gran cantidad de variables... [Sin em ­ bargo], solo en época reciente se ha abandonado la búsqueda de caracterizaciones univalentes de las propiedades de la tierra.»1 El univalente C.I. dista de haber sido abandonado, por más que este tipo de críticas lleve, lenta y retrasadam ente, a intentos de inves­ tigar cosas tales com o la «creatividad». Sin em bargo, es m uy dudoso que tales intentos tengan éxito,2 ya que la creatividad es también polifacética y compleja. ' Hemos de tener claro que es perfectamente posible que un gigante intelectual com o Einstein posea un C.I. com parativam ente bajo y que, entre las personas con un C.I. anorm alm ente alto, sean m uy raros los talentos del tipo que lleva a logros creativos del M undo 3 del m ismo m odo que puede ocurrir que un niño extraordinariam ente dotado en otros aspectos pueda padecer una dislexia. (Yo m ismo he conocido un genio, desde el punto de vista del C.I., que distaba de ser u n a persona prom inente.) Además, es m uy posible que, entre la m ayoría de las personas norm ales, las diferencias innatas de talento sean com parativam ente despreciables; com paradas, quiero decir, con el logro intelectual­ m ente trem endo de casi todos los niños, al ser capaces, por sus es­ fuerzos activos, de adquirir a una edad tem prana un habla hum ana con todas sus complejidades.

35.

C o n cien c ia y p ercep ció n

Según el em pirism o o sensualism o psicológico, nuestro conocim iento e incluso quizá nuestra inteligencia dependen de las entradas senso­ riales de inform ación. En mi opinión, esta teoría queda refutada por 1 Peter M edawar [1974(b)], pág. 179; véase también su [1977]. : Cf. John Beloff [1973], págs. 186-97 y 207-9, asi como las referencias que allí se hacen

un caso com o el de Helen Keller, cuyas entradas sensoriales de infor­ m ación - e r a ciega y so rd a - estaban sin duda por debajo de la media, si bien su capacidad intelectual se desarrolló m aravillosam ente desde el m om ento en que se le ofreció la oportunidad de adquirir un lenguaje simbólico. Incluso parece haber aprendido, hasta cierto punto, a «ver» y « oír» a través de los ojos y oídos de su m aestra, con quien m ante­ nía un estrecho contacto táctil (y simbólico). Sus logros lingüísticos estaban en ella unidos a una experiencia, intensa e inolvidable, de felicidad y gratitud. A unque estas experien­ cias eran poderosas y conscientes, no tenían nada que ver con la percepción sensorial. Lo que la hizo feliz no fue el contacto de la m ano de su maestra, sino el hecho de constatar repentinam ente que determ inada sucesión de contactos constituía un nombre: el nom bre del agua. (Otra experiencia consciente poderosa tuvo lugar más tarde, cuando fue acusada -equ iv o cad am en te- de plagio.) Pienso que constituye un mal hábito filosófico, adquirido por influjo del em pirism o tradicional del sentido com ún (véase el capítulo 2 de mi [ 1972(a)]) tom ar la percepción sensible, particularm ente las percepciones visuales, com o ejem plo norm al de experiencia cons­ ciente. (Véase más arriba, la sección 24.) Dicha tradición resulta com ­ prensible. S é que soy consciente; ¿mas cómo m e lo dem uestro? El problem a se resuelve con toda sencillez m irando algún objeto p ró ­ xim o y haciéndolo conscientemente. Además resulta fácil; de hecho, dem asiado fácil, pues puede hacernos pasar por alto que además de experim entar una sensación, hem os resuelto un problema consciente­ mente. Tal vez teníam os sensaciones visuales todo el tiem po (aunque quizá fuesen sólo inconscientes o no plenam ente conscientes) hasta que nos enfrentam os al problema de cóm o dem ostrarnos que éram os conscientes. Lo que ha sido para mí realm ente un ejem plo del hecho de ser consciente es la com prensión intelectual del problem a y su solución consciente, siendo sim plem ente la experiencia visual cons­ ciente un medio m anejable que form aba parte del procedim iento dem ostrativo. Sin em bargo, el em pirism o inglés -L ocke, Berkeley, H u m e- esta­ bleció la tradición consistente en tom ar la percepción sensible com o paradigm a fundam ental, si no único, de experiencia consciente y de experiencia cognoscitiva. Com o consecuencia. Hum e podía negar ser consciente de algo com o el yo, que excediese la conciencia de percep­ ciones o recuerdos de percepción.1 Sugiero que intentem os aprender a tom ar com o ejem plo de experiencia consciente cosas tales com o nuestra adm iración o placer ante una fórm ula sorprendente 1 Véase la sección 29, más arriba.

(«Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir»), o nuestra experiencia de irritación inevitable cuando nos enfrentam os a un gran problem a (¿Cómo detener la carrera de arm a­ mentos? ¿Cómo detener el aum ento de población?) o nuestros esfuer­ zos, nuestros ensayos y fracasos, al leer, releer, interpretar y reinterpretar un pasaje difícil de algún libro antiguo.

36.

L a fu n c ió n bio ló g ica de la activ id ad c o n sc ie n te e inteligente

Propongo que considerem os teleológicamente, com o consideram os la evolución de los órganos corporales, la evolución de la conciencia y de los esfuerzos conscientes de la inteligencia, así com o los más tardíos del lenguaje y del razonam iento; es decir, que los considere­ mos com o sirviendo a ciertos fines, habiendo evolucionado bajo de­ term inadas presiones de selección. (Confróntese la sección 25, más arriba.) El problem a puede plantearse del modo siguiente. La m ayor parte de nuestras acciones orientadas a un fin (y presum iblem ente la con­ ducta orientada a un fin de los animales) tiene lugar sin la interven­ ción de la conciencia1. ¿Cuáles son entonces los logros biológicos que hace posible la conciencia? Sugiero, com o prim era respuesta, la solución de problemas de tipo no ordinario. Los problem as que se pueden resolver por rutina no precisan de la conciencia. Eso puede explicar por qué el habla inteli­ gente (o, aún mejor, la escritura) resulta un ejem plo tan bueno de logro consciente, aunque, por supuesto, tenga raíces inconscientes. Com o se ha subrayado a m enudo, una de las características del len­ guaje hum ano es que produzcam os constantem ente frases nuevas -e sto es, oraciones que nunca se habían form ulado a n tes- y las com ­ prendam os. Frente a este logro im portante, recurrim os constante­ m ente a palabras (y, naturalm ente, a fonemas) que se utilizan rutina­ riam ente, una y otra vez, aunque en contextos variadísimos. Un hablante fluido pronuncia inconscientem ente la m ayoría de tales pa­ labras sin prestarle atención, excepto en el caso en que la elección de la palabra más adecuada cree un problem a; un problem a nuevo no resuelto por rutina. E rw in Schródinger ([1958], pág. 7; [1967], página 103) escribe: «[...] las nuevas situaciones y respuestas que provocan se 1 Así, John Beloff [1962] dice en alguna ocasión: «[...] todos esos procesos reflejos de los que depende la visión adecuada, com o la acomodación del cristalino, la contracción de la pupila, la convergencia binocular, el movimiento ocular, etc., tienen lugar todos ellos inconscientemente».

m antienen bajo la luz de la conciencia» y tam bién, «no [ocurre] así con las viejas y m uy transitadas»2. O tra idea m uy próxim a a ésta, relativa a la función de la concien­ cia, es com o sigue. La conciencia se necesita para seleccionar crítica­ m ente nuevas expectativas o teorías, al m enos en un determ inado nivel de abstracción. Si una teoría o expectativa tiene éxito invaria­ blem ente en ciertas condiciones, tras un período de tiem po determ i­ nado se convertirá en una cuestión rutinaria y se hará inconsciente. M as un suceso inesperado atraerá la atención y, de ese modo, la conciencia. Podem os no ser conscientes del tictac de un reloj y, a pesar de ello, «oír» que se ha parado. Com o es natural, no podem os saber hasta qué punto son cons­ cientes los anim ales, pero una novedad puede excitar su atención; o m ejor dicho, puede excitar una conducta que m uchos observadores describirían com o «atención» e interpretarían com o consciente, de­ bido a su sem ejanza con la conducta hum ana. A hora bien, la función de la conciencia quizá resulte más clara allí donde se puede alcanzar por medios alternativos un fin u objetivo (incluso quizá un fin u objetivo inconsciente o instintivo), y cuando, tras u na deliberación, se ensayan dos o más medios. Se trata de tom ar una nueva decisión. (Ahí está, naturalm ente, el caso clásico de S u l­ tán, el chim pancé de Kóhler, que encajó una caña en otra, tras m u­ chos intentos, a fin de resolver el problem a de coger una fruta que estaba fuera de su alcance: una estrategia de rodeo en la resolución de problem as.) U na situación sim ilar viene dada por la elección de un program a no rutinario o la de un nuevo objetivo, com o es la decisión de aceptar o no la invitación a dar una conferencia, adem ás de todo el trabajo que se tiene entre manos. La carta de aceptación y la anota­ ción en una agenda constituyen objetos del M undo 3 que anclan nuestro program a de acción. Tam bién son objetos del M undo 3, aunque tal vez de un nivel jerárquico superior, los principios genera­ les que podam os haber desarrollado para decidir si aceptar o rechazar tales invitaciones.

2 De hecho Schródinger fue aún más lejos, sugiriendo que, siempre que surge un nuevo problem a en un organismo, dará lugar a intentos conscientes de solución. Tal teoria resulta dem asiado fuerte, com o ha m ostrado Peter M edawar [1959] en una recensión del libro de Schródinger [1958]. M edaw ar señaló que el sistema inmunológico se enfrenta constantem ente a nuevos problemas, si bien los resuelve inconscientemente. M edaw ar me ha m ostrado parte de su correspondencia con Schródinger. en la que éste concede que M edaw ar ha producido un con­ traejemplo de su tesis. Véase también la nota 1 a la sección 38, asi com o el texto.

37.

L a u n id a d in te g ra d o ra de la co n c ie n cia

Desde el punto de vista biológico, especialm ente en el caso de los anim ales superiores, quien lucha por la supervivencia es el orga­ nismo individual. El es el que descansa, el que adquiere nuevas experiencias y habilidades, el que sufre y el que acaba m uriendo finalmente. En el caso de los anim ales superiores, es el sistem a ner­ vioso central el que «integra» (para usar la expresión de Sherrington [1906], [1947]) todas las actividades del anim al individual (y, si se puede decir así, todas sus «pasividades», que incluirán algunos «refle­ jos»), Tal vez se pueda ilustrar la fam osa idea de Sherrington de «la acción integradora del sistema nervioso», recurriendo a las innum era­ bles acciones nerviosas que han de cooperar a fin de perm itir a una persona que se m antenga de pie sin moverse. La gran m ayoría de dichas acciones integradoras son autom áticas e inconscientes; pero otras no lo son. Entre éstas se encuentran espe­ cialm ente la selección de m edios para determ inados fines (a m enudo inconscientes); es decir, la tom a de decisiones, la selección de progra­ mas. La tom a de decisiones o program ación es claram ente una función biológicam ente im portante de cualquier entidad que rija o controle la conducta de hom bres y animales. Es esencialm ente una acción inte­ gradora en el sentido de Sherrington: pone en relación la conducta en distintos m om entos con las expectativas; o, en otras palabras, rela­ ciona la conducta actual con la conducta futura o pendiente. Además, dirige la atención, seleccionando qué objetos son pertinentes y qué se ha de ignorar. Com o conjetura salvaje, sugiero que la conciencia em erge a partir de cuatro funciones biológicas: el dolor, el placer, la expectativa y la atención. Quizá la atención em erja a partir de las experiencias prim i­ tivas de dolor y placer. Pero, en cuanto fenóm eno, la atención es casi idéntica a la conciencia, ya que incluso el dolor puede desaparecer algunas veces, si se distrae la atención y se centra en otra parte. A hora surge el problem a de hasta qué punto podem os explicar la unidad individual de nuestra conciencia o de nuestro yo, por recurso a la situación biológica; esto es, recurriendo al hecho de que so­ mos anim ales en los que se ha desarrollado tanto el instinto de su­ pervivencia individual com o un instinto de supervivencia de la especie. Konrad Lorenz ([1976], págs. 46 y sig.) escribe acerca del erizo de m ar que «su sistema nervioso no centralizado [...] im pide al anim al inhibir com pletam ente u n a de las diversas vías posibles de conducta, ‘decidiendo’ así en favor de u n a vía alternativa. A hora bien, tal deci­

sión (como ha m ostrado convincentem ente Erich von Holst en el caso de la lom briz de tierra) constituye el logro fundam ental y más im portante de un órgano nervioso central de tipo cerebral». A fin de conseguir tal cosa, la situación pertinente le ha de ser indicada al órgano central de un m odo adecuado (es decir, tanto de un m odo realista com o de m anera idealizada, suprim iendo para ello los aspec­ tos que no son pertinentes). Así pues, el centro unificado debe inhibir alguna de las vías de conducta posibles, perm itiendo tan sólo que se siga una de cada vez: aquella que, según Lorenz, «contribuya a la supervivencia en la situación existente... C uanto m ayor sea el n ú ­ m ero de las vías posibles de conducta, m ayor será el rendim iento que se exija al órgano central». Así, 1) el organism o individual -e l an im al- es una unidad; 2) cada una de las diversas vías de conducta -la s piezas del repertorio co m p o rtam ental- constituye u n a unidad, siendo el repertorio com ­ pleto un conjunto de alternativas m utuam ente excluyentes; 3) el ór­ gano de control central debe actuar com o unidad (o más bien, tendrá más éxito si hace tal cosa). Estos tres puntos juntos hacen que incluso el anim al sea un agente activo resolutor de problemas: el anim al trata siem pre activa­ m ente de controlar su medio, sea positivamente, sea negativamente, cuando es «pasivo». En este últim o caso, padece o sufre las acciones de un medio (a m enudo hostil) que en gran medida*cae fuera de su control. Con todo, aun cuando se limite a contem plar, contem pla activam ente, no siendo sim plem ente la sum a de sus im presiones o de sus experiencias. N uestra m ente (y me atrevo a sugerir que tam bién incluso la m ente animal) no es nunca una m era «corriente de la conciencia», una corriente de experiencias. Por el contrario, nuestra atención activa se centra en cada m om ento precisam ente sobre los aspectos pertinentes de la situación, seleccionados y abstraídos por nuestro aparato perceptivo que incorpora un program a de selección, el cual se ajusta al repertorio de respuestas com portam entales de que disponem os. Al discutir a Hum e, considerábam os la opinión según la cual no hay un yo más allá de la corriente de nuestras experiencias, de m odo que éste no es sino un haz de experiencias. Tal d o ctrin a,1 que tan a m enudo ha vuelto a sostenerse, me parece no sólo falsa, sino tam bién refutada de hecho por los experim entos de Penfíeld a los que aludía brevem ente en la sección 18, más arriba. Penfíeld estim uló lo que denom inaba el «córtex interpretador» del cerebro abierto de sus pa­ cientes, haciéndoles con ello reexperim entar de la m anera más viva 1 Véase la sección 29, más arriba.

algunas de sus experiencias pasadas. No obstante, los pacientes con­ servaban plenam ente la conciencia de estar tum bados en la mesa de operaciones en M ontreal. Su conciencia del yo no se veía afectada por sus experiencias perceptivas, sino que se basaba en su conoci­ m iento de la localización de sus cuerpos. La im portancia de dicha localización (o la pregunta «¿Dónde es­ toy?», al recobrarse de un ataque) estriba en que no podem os actuar coherentem ente sin ella. Form a parte de nuestra autoidentidad inten­ tar saber dónde estam os en el espacio y en el tiem po, relacionarnos con nuestro pasado y nuestro futuro inmediato, con sus fines y obje­ tivos, y tratar de orientarnos en el espacio. Todo ello es m uy com prensible desde un punto de vista biológico. Desde su comienzo, el sistema nervioso central ha desem peñado la función principal de guiar o pilotar el organism o en m ovimiento. El conocim iento de su situación (la localización de la propia imagen corporal) relativa a los aspectos más im portantes biológicam ente del medio constituye un prerrequisito crucial de la función de pilotaje del sistema nervioso central. Otro prerrequisito sem ejante es la unidad centralizada del órgano conductor, del decisor que, siem pre que sea posible, encargará alguna de sus tareas a una autoridad jerárquica­ m ente inferior, a uno de los m últiples m ecanism os integradores in­ conscientes. Entre esas tareas encargadas se encuentran no sólo las tareas ejecutivas (como la de m antener el equilibrio del cuerpo), sino también incluso la adquisición de inform ación, que se filtra selectiva­ m ente antes de ser adm itida en la conciencia. (Véase el capítulo E2.) Un ejemplo de ello es la selectividad de la percepción; otro, la selecti­ vidad de la memoria. No pienso que lo que he dicho aquí o en las secciones precedentes aclare ningún misterio; mas no creo que sea necesario considerar m isteriosa la individualidad, la unidad, el carácter único del yo o nuestra identidad personal. En cualquier caso, no se trata de algo más m isterioso que la existencia de la conciencia o, en últim o térm ino, la de la vida o la de los organism os individualizados. Ciertam ente, uno de los m ayores milagros es la em ergencia de la conciencia plena, capaz de au torre flexión, que parece estar ligada al cerebro hum ano y a la función descriptiva del lenguaje. Mas si consideram os la larga evolución de la individuación y de la individualidad, la evolución del sistema nervioso central y la unicidad de los individuos (debida en parte a la unicidad genética y en parte a la unicidad de su experien­ cia), entonces no parece tan sorprendente el hecho de que la concien­ cia, la inteligencia y la unidad estén ligadas al organism o biológico individual (más bien que, por ejemplo, al plasm a germinal). En

efecto, el plasm a germ inal - e l genom a, el program a de la v id a - ha de superar las pruebas en el organism o individual.

38.

L a c o n tin u id a d del y o

Podem os decir que el yo, com o cualquier organism o vivo, se ex­ tiende a lo largo de un espacio tem poral, aproxim adam ente desde el nacim iento hasta la m uerte. A unque la conciencia se ve interrum pida por períodos de sueño, consideram os que nuestro yo es continuo. Ello indica que no identificam os necesariam ente el yo con la concien­ cia, pues hay «partes» inconscientes del yo. La existencia de tales «partes», sin em bargo, norm alm ente no perturba lo que todos conoce­ m os (sugiero) com o la unidad y continuidad del yo. El yo o el ego se ha com parado a m enudo con un iceberg, en el que el yo inconsciente sería la vasta parte sum ergida y el yo cons­ ciente, la p u nta que se proyecta fuera del agua. A unque no hay m uchos fundam entos para estim ar aquí las m agnitudes, parece con todo que lo que se selecciona, filtra y adm ite en cualquier m om ento en la conciencia es solam ente una pequeña fracción de todo aquello sobre lo que actuam os y que actúa sobre nosotros. La m ayoría de lo que «aprendemos», lo que adquirim os e integram os en nuestra perso­ nalidad, nuestro yo, lo que utilizamos en la acción o en la contem pla­ ción, perm anece inconsciente o subconsciente, com o ha sido confir­ m ado por interesantes experim entos psicológicos. Nos m uestran que siem pre estam os dispuestos a aprender -e n algunos casos m uy cons­ cien tem en te- nuevas habilidades, com o es la habilidad para evitar algo desagradable (un choque eléctrico, por ejem plo).1 Se puede con­ jetu rar que tales habilidades inconscientes de evitación desem peñan u n a función considerable en el proceso de adquisición de casi cual­ quier habilidad, incluyendo la de hablar un lenguaje. Pienso que las opiniones de Gilbert Ryle y D. M. A rm strong pueden arrojar m ucha luz sobre el yo inconsciente, que es en gran m edida disposicional y, parcialm ente al menos, físico. C onsta de dis­ posiciones a actuar y de disposiciones a esperar, que son expectativas inconscientes. N uestro conocim iento inconsciente se puede conside­ 1 Michael Polanyi [1966], en las tres primeras notas de su libro ([1967], págs. 95-97), hace algunas referencias interesantes sobre este tema. Véase especialmente R. S. Lazarus y R. A. McCleary [1949], [1951]; C. W. Eriksen [1960]; R. F. Hefferline & T. B. Perera [1963], La m ayoría de ellos aceptan una teoría del reflejo condicionado, tal com o se critica aquí en la sección 40, más abajo. El problem a de qué tipos de habilidades se adquieren por atención consciente (veáse el texto de la nota 2, sección 36) y cuáles se pueden adquirir inconscientemente debería ser el tem a de una investigación teórica y experimental más sistemática.

rar perfectam ente com o un conjunto de disposiciones a la acción, la conducta y las expectativas. Es m uy interesante el hecho de que estos estados inconscientes y disposicionales se puedan tornar en alguna medida conscientes retrospectivam ente, en el caso de que nuestra expectativa se vea frustrada; recuérdese que podem os oír que el reloj acaba de dejar de hacer tic-tac. Eso puede querer decir que ha su r­ gido un problema inesperado nuevo que exige nuestra atención, lo que ilustra u na de las funciones de la conciencia. No cabe duda de que nuestras disposiciones inconscientes son m uy im portantes para nuestro yo. La m ayor parte de lo que contri­ buye a la unidad del yo y, más específicamente, a su continuidad tem poral parece ser inconsciente. Hay un tipo de m em oria - l a capaci­ dad de evocar lo que nos ha sucedido en el pasado inm ediato- que, com o toda m em oria latente, es inconsciente, si bien puede traerse a la conciencia. N orm alm ente «conocemos» con un detalle considerable qué hem os hecho y experim entado hace un m inuto, en el sentido de que sabemos cóm o traerlo a la conciencia si quisiéramos. Esta dispo­ sición inconsciente es la que confiere al yo su continuidad de un m om ento a otro en sus estados norm ales de vigilia. He de subrayar aquí, frente al materialism o radical o conductism o radical, que estas disposiciones inconscientes a la evocación, si se desea, del pasado inm ediato, no son disposiciones a la acción ni disposiciones a ninguna conducta observable, sino que constituyen más bien disposiciones a revivir una experiencia. Esto no se puede decir de todos los tipos de m em oria, pues aprender una habilidad com o andar, m ontar en bicicleta o tocar el piano consiste en la adqui­ sición de una disposición a com portarse a voluntad, al m ismo tiempo, m uchos detalles com portam entales pueden perm anecer com pleta­ m ente inconscientes. Todo ello sugiere que hay al m enos dos tipos de estados disposi­ cionales inconscientes que pueden ser o no resultado de un proceso de aprendizaje: 1) Disposiciones a evocar en la conciencia (que pueden llevar o no a una acción consciente). 2) Disposiciones a com portarse inconscientemente. Parece que am bas influyen considerablem ente sobre el yo. El prim er tipo resulta im portantísim o para lo que podríam os considerar com o la m em oria que produce la continuidad potencial del yo o m em oria productora-de-continuidad. Podemos conjeturar que la m em oria productora-de-continuidad es un tipo de reverberación; posiblem ente reverberación de circuitos

nerviosos o algo por el estilo. Con todo, hay que com prender su función biológica. Siempre se interpreta teóricamente, a la luz de una teoría de nuestra posición en el medio, representada por un «senti­ miento» de nuestro cuerpo y su posición en una especie de modelo o mapa. Además, esta teoría se sostiene inconsciente y disposicionalm ente, com o disposición a recordar nuestra relación u orientación hacia objetos del medio, que puede ser significativa o problem ática en conexión con cualquiera de nuestras acciones o disposiciones. Así, el yo activo está orientado y anclado en el espacio por medio de las teorías o m odelos del M undo 3, respecto a los cuales poseemos la disposición a hacerlos explícitos y conscientes a voluntad. De m a­ nera sem ejante, estam os anclados en el tiem po por nuestra disposi­ ción a recordar el pasado, así com o a evocar el futuro, m ediante nuestros program as y expectativas teóricas. En el m odelo de nuestro medio, interpretado e ilum inado por nuestros program as de acción, la m em oria productora-de-continuidad traza inconscientem ente una trayectoria espacio-tem poral de nuestro pasado inm ediato, com o la estela de un aeroplano en el cielo o com o la de un esquiador en la nieve: una trayectoria que, con el paso del tiempo, se torna un tanto indistinta. La m em oria productora-de-continuidad ha de distinguirse de la m em oria en el sentido de lo que se ha adquirido por algún m étodo de aprendizaje. Se trata esencialm ente de la form ación de teorías o la form ación de habilidades por acción y selección, que lleva a disposi­ ciones inconscientes a la espera y a la acción. En esta sección, he subrayado el carácter inconsciente y disposicional de ciertos aspectos del yo, especialm ente de la m em oria. No debería m alinterpretarse tal cosa. Considero de im portancia decisiva el yo consciente y en especial su relación con el M undo 3, con el m undo de nuestras teorías acerca de nosotros m ism os y nuestro m e­ dio, incluyendo nuestras expectativas y nuestros program as de ac­ ción. Todo ello puede tom ar la form a de disposiciones, y tales dispo­ siciones representan nuestro «conocimiento» en el sentido subjetivo o sentido segundom undano. Este conocim iento disposicional form a parte de nosotros m ism os, si bien consiste, al m enos en parte, en disposiciones a «captar» objetos del M undo 3; es decir, «conoci­ miento» en sentido objetivo.

39

A p re n d e r de la experiencia: la selección n a tu ra l de las teo ría s

El yo cambia. Com enzam os siendo niños, crecem os y nos volvem os viejos. Sin em bargo, la continuidad del yo asegura que en cierto sentido el yo perm anezca idéntico. (El sentido aludido es el de la «genidentidad» de K urt Lew in [1922].) Adem ás perm anece más autén­ ticam ente idéntico que su cuerpo cam biante (que tam bién perm anece «genidéntico» en el sentido de Lewin). El yo cam bia lentam ente de­ bido al envejecim iento y al olvido, aunque cam bia m ucho más rápi­ dam ente debido al aprendizaje de la experiencia. Según la teoría aquí defendida, aprendem os de la experiencia por acción y selección. Ac­ tuam os con determ inados objetivos o preferencias, así com o con de­ term inadas teorías o expectativas, especialm ente con las expectativas de realizar o aproxim arnos a dichos objetivos: actuam os sobre la base de program as de acción. Según este punto de vista, aprender por experiencia consiste en m odificar nuestras expectativas y teorías, así com o nuestros program as de acción. Se trata de un proceso de m odi­ ficación y de selección, especialm ente mediante la refutación de nues­ tras expectativas. Según este punto de vista, los organism os pueden aprender de la experiencia sólo si son activos, si poseen objetivos o preferencias, y si producen expectativas. Puesto que podem os hablar en vez de ello de sostener teorías o expectativas o program as de acción, todo eso se puede form ular tam bién diciendo que aprende­ mos al modificar nuestras teorías o nuestros program as de acción por selección, esto es, por ensayo y elim inación de errores. (Por supuesto, nuestros objetivos o preferencias pueden cam biar tam bién en el pro­ ceso de aprendizaje, pero por regla general tales cambios son raros y lentos, por más que a veces tengan el carácter de una conversión.) La teoría del proceso de aprendizaje que he bosquejado se aplica igualm ente al aprendizaje adaptativo que tiene lugar en el nivel de la conducta anim al (donde mi teoría choca con la vieja teoría del reflejo condicionado que criticaré en la próxim a sección), así com o en el nivel de la form ación del conocim iento objetivo, com o por ejemplo, las teorías científicas. Además, se corresponde estrecham ente con la adaptación por selección natural del nivel m ás básico, el nivel de la adaptación genética. En los tres niveles de adaptación (el genético, el com portam ental y el de la form ación de teorías científicas), los cam bios significativos parten siem pre de algunas estructuras dadas. En el nivel genético, dicha estructura es el genom a (la estructura del DNA). En el nivel de la conducta anim al y hum ana, la estructura consta del repertorio genéticam ente heredado de formas posibles de conducta, así com o de

reglas de conducta m anejadas por tradición. (En el nivel hum ano, algunas de estas últim as pertenecen al M undo 3.) En el nivel cientí­ fico, la estructura consta de las teorías científicas dom inantes m aneja­ das por la tradición, y de problem as abiertos. Estas estructuras o puntos de partida siem pre se transm iten por instrucción: el genom a se reproduce com o u n a plantille y, por tanto, por instrucción; la tradi­ ción se m aneja por instrucción directa, incluyendo la imitación. Mas los nuevos cam bios adaptativos en la estructura heredada tienen lugar en los tres niveles por m edio de selección natural; por com petencia y elim inación de ensayos tentativos inadecuados. Las m utaciones o va­ riaciones más o m enos accidentales caen bajo la presión selectiva de la com petición m utua o bajo la presión de selección externa que elim ina las variaciones con m enos éxito. Así, m ientras que la poten­ cia conservadora viene dada por la instrucción, la evolutiva o revolu­ cionaria viene dada por la selección. 1 En cada uno de los niveles, la adaptación parte de una estructura altam ente com pleja que se puede considerar (un tanto m etafórica­ m ente, si pensam os en el nivel genético) com o la estructura transm i­ tida de teorías m uy com plejas acerca del m edio o com o u n a estruc­ tu ra de expectativas. Además, la adaptación (o aprendizaje adaptativo) consiste en la modificación de esta estructura altam ente com ­ pleja, m ediante ensayos de m utaciones y selección. En el nivel genético, tales ensayos de m utaciones parecen ser com pletam ente aleatorios o ciegos. En el nivel com portam ental, no son com pletam ente ciegos, puesto que se hallan influidos por el co­ nocim iento básico (m om entáneam ente constante), que incluye la es­ tru ctu ra interna del organism o, y por la (relativam ente constante) estructura de objetivos y la estructura de preferencias del organism o. En el nivel de la form ación de teorías del M undo 3, tienen el carácter de tanteos planificados de lo desconocido. Las adaptaciones del nivel com portam ental y científico son n o r­ m alm ente un proceso intensamente activo. Puedo hacer alusión al anim al joven que juega y a la conducta que Pavlov denom ina ([1927], páginas 11-12) «conducta exploratoria» y «conducta libre». (Creo que Pavlov no fue capaz de ver la significación de estas form as de con­ ducta; véase la próxim a sección.) Dichas actividades están en gran m edida program adas genéticam ente, aunque pueden estar reprim idas p or restricciones del medio. (Recuérdense los experim entos de R. Held y A. Hein, así com o los resultados experim entales de M ark R. Rosenzweig y sus colaboradores, a los que se aludía en la sección 31.) En el caso de tales restricciones, el anim al no consigue aprender y su 1 Para un análisis m ás detallado, véase mi [197 5(p)].

cerebro no consigue desarrollarse y m adurar. El nuevo desarrollo, inm ensam ente com plejo, de células gliales, espinas dendríticas y uniones sinápticas, del que nos inform a Rosenzweig y otros [1972(a)j, depende de la actividad de los sujetos y de su contacto activo con un m edio rico (Ferchm in y otros [1975]; véase tam bién el capítulo E8). En el nivel científico, los descubrim ientos son revolucionarios y creadores, siendo tam bién usualm ente el resultado de u n a gran canti­ dad de actividad, de un nuevo m odo de considerar los problem as, de nuevas teorías, nuevas ideas experim entales, nuevas críticas y nuevas pruebas críticas. En los tres niveles hay una interacción y coopera­ ción de tendencias conservadoras y revolucionarias. Las tendencias conservadoras preservan y protegen un logro estructural inm ensa­ m ente complejo, y las tendencias revolucionarias añaden nuevas va­ riaciones a estas estructuras complejas. No hallam os nada que se pueda considerar com o un procedi­ m iento inductivo o com o descubrim iento por inducción o repetición en ninguno de estos procedim ientos adaptativos de aprender cosas nuevas o de hacer descubrim ientos adaptativos. La repetición desem ­ peña de hecho u n a función en la conducta adaptativa, pero no contri­ buye a los descubrimientos. Más bien contribuye, una vez que se ha realizado el descubrim iento, a convertirlo en u n a rutina im problem á­ tica y, por tanto, a hacerlo inconsciente. (Eso ocurre con las habilida­ des m encionadas antes, com o andar, m ontar en bicicleta o tocar el piano.) La repetición o la práctica no constituye un m odo de adquirir nuevas adaptaciones, sino que es una m anera de convertir en viejas adaptaciones las nuevas; de convertirlas en conocim iento básico im ­ problem ático, en disposiciones inconscientes. He escrito m ucho contra el m ito de la inducción por repetición - e l mito según el cual descubrim os una regularidad, derivándola de repetidas observaciones o experim entos- por lo que sólo repetiré ahora uno de mis argum entos. Helo aquí. Todas las observaciones (y m ucho más aún los experim entos) están impregnadas de teoría-, son interpretaciones a la luz de teorías. Observam os tan sólo lo que nuestros problem as, nuestra situación biológica, nuestros intereses, nuestras expectativas y nuestros progra­ mas de acción hacen pertinente. Del m ism o m odo que nuestros ins­ trum entos observacionales se basan en teorías, tam bién se basan en ellas nuestros órganos de los sentidos, sin los cuales no podem os observar. No hay órgano de los sentidos que no incorpore genética­ m ente teorías anticipatorias. Podem os encontrar un ejemplo (confróntese la sección 24, m ás arriba) en la incapacidad de la rana para ver u n a m osca próxim a que no se mueva: no la reconoce com o

posible presa. Así, nuestros órganos de los sentidos son un producto de la adaptación; se puede decir que son teorías o que incorporan teorías que preceden a la observación, de m odo que no pueden ser el resultado de observaciones repetidas. La teoría de la inducción por repetición se ha de sustituir así por la teoría de la variación tentativa de teorías o program as de acción y su contrastación crítica, utilizándolas en nuestras acciones.2 El hecho de que nuestros órganos sean adaptaciones, «asu­ miendo» por tanto regularidades, com o las teorías, nos servirá para criticar la teoría del reflejo, especialm ente la del reflejo condicionado.

40.

Crítica a la teoría de los reflejos incondicionados y condicionados

Desde Descartes, Locke y Hum e, hasta Jacques Loeb, Bechterev y Pavlov, ha dom inado la escena una teoría m uy distinta acerca del aprendizaje adaptativo: la teoría reflexológica y la teoría estrecha­ m ente em parentada con ella de la asociación. Dicha teoría se extiende tam bién hasta el fundador del conductism o, J. B. W atson, y sus seguidores, e incluso hasta la prim era edición [1906] del libro de Sherrington, íntegrative Action o f the Nervous System , si bien Sher­ rington repudió dicha teoría en el prefacio a la segunda edición [1947], La teoría reflexológica constituye una teoría explicativa de la con­ ducta. U n tanto sim plificada e idealizada, se podría exponer com o sigue. La conducta anim al consta de respuestas m usculares a estímulos. El estímulo, en el caso m ás simple, es una irritación o excitación de un órgano de los sentidos; es decir, de un nervio centrípeto. La señal es transportada por el nervio centrípeto al sistem a nervioso central (cerebro y m édula espinal), donde se refleja; es decir, excita (quizá adem ás de haber sido procesada en el sistema nervioso central) un nervio centrífugo que, a su vez, es responsable de la excitación y contracción de un m úsculo. Eso causa un m ovim iento físico de al­ g una parte del cuerpo: una respuesta comportamental. La conexión nerviosa, del nervio centrípeto irritado con la excita­ ción del m úsculo, constituye el arco reflejo. En el caso m ás simple im aginable, el arco reflejo constaría de dos neuronas, la centrípeta y la centrífuga, y su unión, que Sherrington denom inaba «sinapsis».

2 Veáse mi [1934(b)J, [1959(a)L [1963(a)J y [1972(a)].

Está claro que, en general, intervendrán algunas interneuronas que no pertenecen ni al sistema centrípeto ni al centrífugo, sino al sistema nervioso central. La teoría del reflejo (que Bechterev denom ina «reflexología») con­ siste en la tesis de que, en principio, toda conducta es explicable m ediante la cooperación de arcos reflejos m ás o m enos complicados. La teoría del reflejo distingue los reflejos incondicionados o inna­ tos de los reflejos condicionados o adquiridos. Todo aprendizaje, es­ pecialmente todo aprendizaje adaptativo. se explica con ayuda de reflejos condicionados o condicionam iento. El proceso básico de con­ dicionam iento («el perro de Pavlov») es el siguiente. Supongam os que haya un reflejo incondicionado, com o la respuesta del flujo de saliva en un perro ante el estím ulo visual de algo comestible. Si se disponen las cosas de m odo que un estímulo auditivo, com o el sonido de un timbre, acom pañe al estím ulo visual varias veces, entonces el nuevo estím ulo auditivo será capaz de llevar él solo a la respuesta consis­ tente en la salivación. El nuevo reflejo condicionado (timbre-salivación) se puede «refor­ zar positivamente», prem iando al perro con com ida cuando responde, o después de haber respondido, al sonido del timbre. Hay tam bién un m étodo de «refuerzo negativo» que consiste en castigar al perro (con un choque eléctrico, por ejemplo) siem pre que no responda del m odo deseado. El refuerzo negativo resulta especial­ m ente efectivo si la respuesta condicionada es una respuesta de evita­ ción. Por ejemplo: se hace sonar un tim bre justam ente antes de que el perro reciba u na descarga eléctrica en la pata delantera derecha. Si levanta la pata cuando suena el timbre, no se le adm inistra la des­ carga. Así, levantar la pata delantera derecha cuando suena el tim bre constituye el reflejo nuevo o condicionado; el choque eléctrico consti­ tuye el refuerzo negativo. Antes de pasar a la crítica, veam os prim ero qué aspecto ofrece la teoría del reflejo desde el punto de vista desarrollado aquí, en la sección precedente. Desde nuestro punto de vista no existe ni el reflejo condicionado ni el incondicionado. Desde nuestro punto de vista, el perro de Pavlov, activamente interesado en el medio, ha desarrollado una teoría, consciente o in­ conscientem ente, y luego la ha ensayado. Ha desarrollado la teoría o expectativa verdadera y obvia, según la cual llegará la com ida cuando suene el timbre. Tal expectativa hace que fluya la saliva, tal com o lo hacía la expectativa suscitada por la percepción visual o el olor de la comida.

¿Qué diferencia hay entre las dos interpretaciones del experi­ m ento de Pavlov? Quizá a prim era vista uno se sintiese inclinado a pensar que la interpretación de Pavlov y la m ía tan sólo difieren verbalm ente. A dem ás se podría pensar tam bién que, m ientras que la de Pavlov es simple, la m ía resulta com plicada, así com o antropomórfica, cosa que no ocurre con la de Pavlov. Pero am bas interpretaciones no sólo difieren verbalm ente. La de Pavlov ve al perro com o un m ecanism o pasivo, m ientras que la m ía le atribuye un interés activo (aunque sin duda inconsciente) en su m edio, un instinto exploratorio. N o cabe duda de que Pavlov cons­ tató la conducta exploratoria del perro, m as no se dio cuenta de que no constituía un «reflejo» en su sentido: no era u n a respuesta a un estím ulo, sino una actitud general hacia el m edio, u n a curiosidad y actividad general; algo así com o el élan vital de Bergson, por m ás que tal vez resulte explicable en térm inos darw inistas, ya que es claro que puede contribuir en gran m edida a la supervivencia del organism o, si cobra un interés exploratorio activo por la estructura de su medio. F rente a ello, Pavlov ha de suponer que todas las regularidades bioló­ gicam ente im portantes a las que se adapta el organism o consisten en coincidencias, com o la del tim bre y la llegada de la com ida. Sin em bargo, la estructura del m edio al que hem os de adaptarnos y al que tiene que adaptarse el perro no se asem eja a las im presiones constantem ente unidas de Hum e. Los anim ales tienen que defenderse y buscar su cam ino en un m undo de cam bios parciales e invariantes parciales. El gato que se sienta en la hierba ju n to a la cueva de un ratón, esperando pacientem ente, no «responde» m ecánicam ente a un «estímulo», sino que desarrolla un program a de acción. La lluvia, el pedrisco y la nieve cam bian radicalm ente el m undo para pájaros y m am íferos, si bien unos cuantos de ellos se las arreglan para adap­ tarse. Las ratas, com o hem os visto, se adaptan a un «medio enrique­ cido», siendo im portante ver que no lo hacen con u n a pereza pasiva, sino m ediante un aum ento de actividad. Es la actividad la que hace que su cerebro se desarrolle, lo que constituye un caso claro de im pulso exploratorio. Quizá debiera subrayar que, desde mi punto de vista, para que algo sea un estím ulo, debe relacionarse con un program a de acción del anim al en cuestión, así com o con su relación activa con el medio. El hecho de que algo sea un estím ulo, y el tipo de estím ulo que sea, depende del anim al y de su estado transitorio. (Confróntese la sec­ ción 24, m ás arriba.) Hay que adm itir que el m ecanism o de aprendizaje postulado por Pavlov es m uy simple. Es m ucho m ás simple de lo que pudiera serlo cualquier explicación de la form ación de teorías o expectativas. Sin

em bargo, los organism os vivos no son m uy simples, y tam poco lo son sus adaptaciones al medio. Propongo la tesis de que los organism os no esperan pasivam ente que las repeticiones de un suceso (o dos) im prim an o im pongan a su m em oria la existencia de u n a regularidad o de u n a conexión regular. Por el contrario, los organism os tratan activam ente de im poner al m undo regularidades conjeturadas (y, con ellas, similitudes). De este m odo, nosotros tratam os de descubrir sim ilitudes en nuestro m undo; sim ilitudes a la luz de leyes, las regularidades que hem os inventado nosotros m ism os tentativam ente. Producim os conjeturas, sospechas, sin esperar por repeticiones; saltamos a las conclusiones sin esperar por premisas. Puede que luego haya que descartarlas o, si no las descartam os a tiem po, puede que seamos elim inados ju n to con ellas. En lugar de la teoría del reflejo condicionado y de la teoría según la cual hay estím ulos natu­ ralm ente repetibles que el organism o no puede dejar de reconocer com o el m ism o (dos gorriones nos parecen extrem adam ente sem ejan­ tes; pero no les ocurre lo m ism o a los gorriones)1, propongo esta teoría de conjeturas activam ente producidas, seguidas de sus refuta­ ciones (por un a especie de selección natural). ¿Cómo afecta a todo esto la teoría del M undo 3? Tal vez puedan ser conscientes las regularidades conjeturadas, m ediante las cuales tratam os de introducir orden en nuestro m undo, un orden al que podem os adaptarnos, y quizá sean tam bién conscientes las sem ejan­ zas que dependen de ellas. Pero, aun así, tendrán un carácter disposicional y form arán parte la m ayoría del tiem po de nuestra fisiología. Sólo si se form ulan en el lenguaje, haciéndose objetos del M undo 3, podrán ser objeto de inspección, de consideración y de crítica racio­ nal. En la m edida en que nuestras conjeturas form en parte de noso­ tros mismos, existe una gran probabilidad de que, si no están bien adaptadas, m uram os con ellas. U n a de las funciones biológicas más im portantes del M undo 2 es producir teorías y anticipaciones cons­ cientes de sucesos futuros; y la función, biológica principal del M undo 3 es hacer posible que dichas teorías sean rechazadas, perm i­ tir que nuestras teorías m ueran en nuestro lugar. Considerem os ahora el reflejo incondicionado-, por ejemplo, el famoso reflejo pupilar, que hace que nuestras pupilas se contraigan cuando aum enta la cantidad de luz y que se expandan cuando dism i­ nuye. 1 Compárese con todo esto el capítulo 1 de mi [1963(a)], especialmente las págs. 46-48; véase también mi [1959(a)], págs. 420-422.

Al parecer, tenem os aquí un genuino ejem plo de reflejo en el sentido de la teoría del reflejo, sin que se pueda negar que pueda considerarse así de m odo consistente. Con todo, desde mi punto de vista, form a parte del funcionam iento genéticam ente determ inado de un órgano -e l ojo— que sólo se puede entender desde el punto de vista de la resolución de ciertos problem as -c o m o ocurre con una teoría-; problem as de adaptación a un medio cam biante. El reflejo pupilar resuelve el problem a de m antener la cantidad de luz que llega a la retina dentro de ciertos límites definidos. De ese m odo, perm ite a la retina una m ayor sensibilidad a la luz que si estuviese desprotegida, resultando así útil cuando la luz es m uy débil. N uestros órganos son resolutores de problem as. De hecho, todos los organism os son resolutores de problem as m uy activos. N o es sorprendente que utilicemos algunas veces un arco reflejo para resolver nuestros problem as; pero hem os de abandonar la teoría del reflejo, según la cual toda la con­ ducta tiene el carácter de estím ulo-respuesta, ya que está equivocada.2 Los organism os son resolutores de problem as y exploradores de su m undo.

41.

T ip o s de m e m o ria

Com o se habrá visto por la sección anterior, me opongo a la psicolo­ gía asociacionista y a la teoría asociacionista del aprendizaje. C om pa­ rativam ente, atribuyo poca im portancia a la repetición, especialm ente a la repetición pasiva (excepto en tanto pueda llevar a que algunas acciones se hagan automáticas), y m ucha im portancia a la acción y a la interpretación a la luz de objetivos, propósitos y teorías explicati­ vas. C uando yo tenía unos diez años, descubrí que podía aprender m ejor de m em oria largos poem as, tratando de reconstruirlos. Quedé m uy sorprendido por los resultados de este método. El m étodo con­ sistía en un intento de com prender la estructura y las ideas del poem a, tratando luego de reconstruirlo sin m irar el texto, consta­ tando aquellos pasajes que resultaban dudosos. Sólo después de re­ construir el todo y de reducir al m ínim o los pasajes dudosos, los m iraba una vez. Esto bastaba, por regla general, a pesar de que yo no m em orizaba fácilmente antes de inventar el m étodo, que, por otra parte, no era un m étodo de reconstrucción fácil. La cuestión central 2 U na crítica interesante de la teoria se hallará en Robert Efron [1966]. (Su articulo critica fundam entalm ente el significado de los conceptos de la teoría, mientras que yo prefiero criticar la verdad de sus afirmaciones.) Otra discusión excelente y reciente es la de R. Jam es [1977],

era sustituir la repetición m ecánica por la construcción y, de ese modo, por la resolución de problemas. U no de los aspectos de esta experiencia fue que sentí con gran fuerza que el m étodo de reconstrucción recurría a facultades total­ m ente distintas de las subyacentes al método más m ecánico de repeti­ ción. Apelaba a la com prensión más bien que a la m em oria «mecá­ nica». Era activo más bien que pasivo y la actividad era casi sem e­ jante a la de resolver una ecuación. Desde entonces, me he dado cuenta de que hay cierto núm ero de estructuras m uy diferentes que m erecen reunirse bajo la denom ina­ ción de «memoria». Supongo que la teoría m ás antigua acerca del m ecanism o de la m em oria es la de Descartes. Resulta interesante porque se puede «reducir» a un a teoría m uy m oderna de la m em oria a largo plazo; en el siguiente sentido: cuando hablam os de un im pulso nervioso (eléctrico). Descartes habla del flujo de espíritus animales. Cuando hablam os de una sinapsis o de un botón sináptico. Descartes habla de poros a través de los cuales pueden fluir los espíritus animales. C uando enunciam os la conjetura de que la m em oria a largo plazo consta de huellas o engram as com puestos por conjuntos de botones sinápticos que aum entan por el uso, llevando así a un aum ento de la eficacia sináptica. Descartes ([1649], artículo XLII = Haldane & Ross [1931], volum en I, pág. 350) dice que «estas huellas [engramas] no son más que el hecho de que esos poros del cerebro a través de los cuales han fluido anteriorm ente los espíritus [...] han adquirido de ese modo una m ayor facilidad que los otros para abrirse una vez más en virtud de los espíritus anim ales que se m ueven hacia ellos...». Más recientem ente, esta teoría cartesiana se ha 1) am pliado y 2) m odificado, habiéndose recogido una cantidad considerable de ele­ m entos de juicio em píricos («sobre la plasticidad sináptica») en apoyo de la teoría modificada. (Véase el capítulo de Eccles E8; tam bién Eccles [1973].) 1) La teoría del aprendizaje del desarrollo sináptico, com o podría­ mos denom inarla, se ha am pliado con una teoría que resuelve los dos siguientes problemas: a) ¿Cuál es el m ecanism o del desarrollo de las sinapsis? b) ¿Cuál era el m ecanism o de la m em oria antes de que las sinapsis tuviesen tiem po de desarrollarse? La respuesta a estas dos preguntas está en la distinción entre m em oria a corto plazo y m em o­ ria a largo plazo (véase Eccles [1973]) o en u n a distinción m ás elabo­ rada aún entre m em oria a corto plazo, interm edia y a largo plazo, discutida en el capítulo E8. (Véase especialm ente la figura E8-7.) La idea fundam ental es la siguiente. C ualquier experiencia lleva a circui­ tos reverberantes en el cerebro (un engram a dinám ico, podríam os

decir), que entrañan un gran núm ero de sinapsis. Estos circuitos reverberantes constituyen la m em oria a corto plazo y /o la m em oria interm edia. Mas los circuitos reverberantes no sólo explican la m e­ m oria a corto plazo y la interm edia, sino que tam bién explican el desarrollo de las sinapsis que constituyen la m em oria a largo plazo (el engram a anatóm ico o histológico). En efecto, los circuitos reverbe­ rantes utilizan determ inado conjunto de sinapsis, y se puede m ostrar experim entalm ente (véase la figura E8-3) que la eficacia de las sinap­ sis aum enta con su uso, habiendo tam bién pruebas de que las sinapsis se desarrollan con el uso (fig. E8-4). 2) Las m odificaciones recientes fundam entales de la teoría del desarrollo sináptico de la m em oria son las siguientes: no sólo hay crecim iento de algunas sinapsis, sino que además, otras se debilitan y elim inan. (Véase M ark K. Rosenzweig y otros [1972(b)].) Además, parece haber tam bién otros cambios, quizá subsidiarios: algunos cam ­ bios quím icos (Holger Hydén [1959], [1964]) han de estar implicados en el desarrollo sináptico (Eccles [ 1966(b)]. pág. 340), existiendo trabajos experim entales que indican un crecim iento de las células gliales. Estos resultados son de lo más interesante, pero aun así, me siento insatisfecho. N o estoy convencido de que baste distinguir dos o tres m ecanis­ m os de m em oria, según su período de duración; esto es, según su carácter a corto, medio o largo plazo. Creo que deben funcionar tam bién otros m ecanism os y otras estructuras. Tengo la conjetura de que no es posible que la .resolución de problem as y la m era repetición pasiva de una experiencia funcionen del m ism o m odo, por lo que respecta a sus aspectos memorísticos. Esta conjetura se ve apoyada por varios resultados experim enta­ les; por ejemplo, por la función de la actividad en los experim entos con gatitos de Held y Hein [1963], discutidos por Eccles en el capítulo E8, así com o por los resultados de Rosenzweig y Ferchm in m encio­ nados en la sección 39. Sugiero que es útil enum erar los fenóm enos incluibles bajo la denom inación del térm ino «memoria» en su sentido más am plio, a fin de lograr una visión general de los problem as implicados. Podríam os com enzar con la «memoria» preorgánica, tal com o la m uestra una barra de hierro respecto a la «experiencia» de la m agneti­ zación; o un cristal en desarrollo respecto a una «falta». Con todo, la lista de tales efectos preorgánicos sería larga y no m uy ilustradora. 1) El prim er efecto sim ilar a la m em oria en los organism os es m uy probablem ente la retención del program a de la síntesis proteínica (enzima) codificada en el gene (DNA o quizá RNA). M uestra,

entre otras cosas, que tienen lugar errores de m em oria (mutación), existiendo una tendencia a la persistencia de tales errores. 2) Es probable que las vías nerviosas innatas constitutiyan una especie de m em oria que consta de instintos, vías de acción y habili­ dades. 3) Además de este engram a anatóm ico o estructural (2), hay una m em oria innata adicional de carácter funcional, que incluye, al pare­ cer, la capacidad innata de m aduración de diversas funciones (como aprender a andar o a hablar). Tam bién se puede m encionar aquí la m em oria inm unológica. 4) Otras capacidades innatas de aprendizaje que no están íntim a­ m ente relacionadas con la m aduración, tales com o las de aprender a nadar, a pintar o a enseñar. 5) La m em oria adquirida por un proceso de aprendizaje. 5.1) Activam ente adquirida ^conscientem ente b) inconsciente­ mente 5.2) Adquirida pasivam ente a) conscientem ente b) inconscien­ temente. 6) Ulteriores distinciones, com binables en parte con las anterio­ res: 6.1) Evocables a voluntad 6.2) N o evocables a voluntad (sino, digamos, que surgen sin evocación com o «ondas de expectación») 6.3) Habilidades m anuales y otras habilidades físicas (nadar, esquiar) 6.4) Teorías lingüísticamente form uladas 6.5) Aprendizaje de discursos, vocabularios, poemas. No parece haber razón para suponer que los procesos de adqui­ sición de estas diversas m em orias se basan todos ellos en el mismo m ecanism o simple, com o es el desarrollo de sinapsis por uso repe­ tido. Además, el tipo de m em oria que he denom inado en la sección 38 «mem oria productora-de-continuidad» es probable que se base en un m ecanismo m uy diferente del conocim iento disposicional o de la m em oria obtenida por resolución activa de problem as (o por acción y selección). 7) La m em oria productora-de-continuidad. En relación con esto existen varias teorías interesantes. Se relacionan, o al m enos así me lo parece, con lo que Henri Bergson [1896], [1911] llam a «memoria pura» (frente a los «hábitos»), un registro de todas nuestras experien­ cias en su orden tem poral adecuado. Este registro, con todo, no se halla grabado en el cerebro o en una m ateria cualquiera, según Berg­ son, sino que existe com o una entidad puram ente espiritual. (La fun­ ción del cerebro es la de actuar com o filtro de la m em oria pura, a fin

de im pedirle irrum pir en nuestra atención.) Es interesante com parar esta teoría con los resultados experim entales obtenidos por Penfield y Perot [1963] estim ulando regiones específicas de los cerebros abiertos de pacientes conscientes, descritos por Eccles en el capítulo E8. Quizá Bergson habría -pretendido que tales experim entos apoyan su teo­ ría, dado que prueban la existencia de un registro perfecto de (al m enos algunas) experiencias pasadas. Con todo, com o señala Eccles, no tenem os inform ación sim ilar de pacientes que. no sean epilépticos; además, Penfield estim ulaba el cerebro, en lugar de im pedirle actuar com o un filtro bergsoniano. La conjetura más plausible sigue pare­ ciendo ser la de que la m em oria productora-de-continuidad no está perfectam ente alm acenada ni en la m ente ni en el cerebro, y que los sorprendentes descubrim ientos de Penfield tan sólo m uestran que algunas esquirlas suyas pueden estar perfectam ente alm acenadas en algunas personas -q u iz á sólo en los epilépticos-. Por supuesto, la m em oria norm al de situaciones pasadas no posee el carácter de reex­ periencia inm ediata, sino más bien el de un confuso «recuerdo que» o «recuerdo cómo»., 8) Por lo que atañe al proceso de aprendizaje activo por ensayo y erro r o por resolución de problem as, o por acción y selección, su­ giero que debem os distinguir al m enos los siguientes estadios distin­ tos: 8.1) La exploración activa, guiada por un «saber cómo» innato y adquirido, y por un «saber qué» (básico). 8.2) La producción de una nueva conjetura, una nueva teoría. 8.3) La crítica y contrastación de una nueva conjetura o teo­ ría. 8.4) El rechazo de la conjetura y el registro del hecho de que no funciona. («No es eso».) 8.5) La repetición del proceso de 8.2 a 8.4 con m odificaciones de la conjetura original o con nuevas conjeturas. 8.6) El descubrim iento de que parece funcionar una nueva conjetura. 8.7) La aplicación de la nueva conjetura, que entraña contrastaciones adicionales. 8.8) El uso práctico y norm alizado de la nueva conjetura (su adopción). Tengo la conjetura de que sólo en 8.8 tom a el proceso el carácter de un a repetición. N o parece haber ninguna razón para suponer que cualquiera de estos procedim ientos sea m uy sem ejante en carácter o que las diversas actividades subyacentes del cerebro sean m uy similares. Supongam os

que lo único que pueden hacer las neuronas sea disparar. (Lo cual no es cierto, ya que al parecer pueden crecer, ajarse o form ar nuevas sinapsis, etc.) Mas, la com plejidad del cerebro es inm ensa, por lo que el aprendizaje, en el sentido de la producción de teorías, y las otras formas de establecer huellas de la m em oria pueden no tener lugar en el nivel de la descarga de las neuronas o en el de las estructuras anatóm icas, aunque no cabe duda de que dichos niveles desempeñan una función. Tal aprendizaje podría consistir perfectam ente en la organización jerárquica de estructuras de estructuras. (Un ejemplo no dinám ico de tales estructuras de estructuras sería un hologram a, com o descubrió Dennis Gabor.) Entre las razones que hablan en contra de una teoría puram en­ te repetitiva de las corrientes reverberantes y del crecim iento sináptico que éstas inducen, están las siguientes-, no se puede olvidar la función desem peñada en el aprendizaje por elem entos parcialm ente em ocio­ nales com o el interés, la atención o la significación esperada del suceso (véase el capítulo E8); ni se puede despreciar la tendencia a olvidar ciertos sucesos que resultan poco halagadores para la idea que tenem os de nosotros mismos, así com o tam poco la tendencia a m odi­ ficarlos en nuestra mem oria. Pienso que tales cosas no se pueden explicar mediante un m ecanism o m eram ente repetitivo; por el con­ trario, me inclino a conjeturar que sólo se pueden abordar mediante la acción que una mente con capacidad de discernim iento ejerce sobre los contenidos de la m em oria, contenidos que se relacionan con el M undo 3 de las teorías y los program as de acción. Uno de los problem as, objeto de controversia, más im portantes de la teoría de la m em oria es la discrepancia que existe entre los defensores de la teoría electrofisiológica (o sináptica) clásica del alm a­ cenam iento m nem ónico, y los defensores de una teoría quím ica (como, por ejemplo. Holgar Hydén; véase George U ngar [1974] y las referencias que cita). Este últim o grupo ha presentado pruebas que parecen indicar que los hábitos aprendidos se pueden transferir de un animal a otro m ediante la inyección de ciertos productos quím icos (que tal vez estén relacionados con «sustancias transmisoras»; véase Eccles [1973], capítulo 3 y capítulo El). A unque soy profano en este cam po, no puedo dejar de pensar que la teoría más prom etedora es la que com bine la electrofisiológica con la química; y eso por las siguientes razones: a) la teoría electrofi­ siológica parece necesaria para todos los anim ales dotados de sistema nervioso central, b) La teoría quím ica parece la única posible para las plantas (en las que, según parece, existe una especie de «memoria») y para los anim ales inferiores sin sistema nervioso. Parece que en este

nivel existe algo que se aproxim a a la m em oria y, de ser así, resulta­ ría poco plausible que tal «memoria» quím ica desapareciese com pleta­ m ente de los peldaños superiores de la escala evolutiva. Lo más probable es que desem peñe alguna función en com binación con la acción del sistema nervioso.

42.

E l y o an c la d o en el M u n d o 3

En la m ayor parte de lo que hasta aquí se ha dicho, he coordinado el yo con el organism o vivo individual, tratando de espigar de este enfoque biológico algunos hechos que expliquen la unidad, indivi­ dualidad y continuidad del yo, así com o algunos hechos que tal vez arrojen alguna luz sobre la función biológica del m ayor de los m ila­ gros: la conciencia hum ana del yo. Sin em bargo, sugiero que la conciencia hum ana del yo trans­ ciende todo pensam iento puram ente biológico. Tal vez pudiera expre­ sarlo del m odo siguiente: me caben pocas dudas de que los anim ales son conscientes, especialm ente de que puedan sentir dolor; así, un perro puede llenarse de alegría cuando regresa su amo. P ero tengo la conjetura de que sólo un ser hum ano capaz de hablar puede reflexio­ nar sobre sí mismo. Pienso que todo organism o tiene un program a, pero tam bién pienso que sólo un ser hum ano puede ser consciente de partes de dicho program a, revisándolas críticamente. La m ayor parte de los organism os, si no todos, están program a­ dos para explorar su medio, corriendo riesgos al hacerlo. Pero no corren esos riesgos conscientem ente. A unque tengan un instinto de conservación, no son conscientes de la muerte. Sólo el hom bre puede afrontar conscientem ente la m uerte en su búsqueda de conocim iento. U n anim al superior puede poseer carácter, puede tener lo que podríam os llam ar virtudes o vicios. U n perro puede ser bravo, afable y leal, o bien puede ser vicioso y traicionero. Mas pienso que sólo el hom bre puede esforzarse por hacerse m ejor, por vencer sus tem ores, su pereza, su egoísmo o por vencer su falta de autocontrol. En todas estas cuestiones, la diferencia radica en el anclaje del yo en el M undo 3. Tal diferencia está en el lenguaje hum ano, que hace posible que seamos no sólo sujetos, centros de acción, sino tam bién objetos de nuestro propio pensam iento crítico, de nuestro propio ju i­ cio crítico. Todo ello es posible gracias al carácter social del lenguaje; gracias al hecho de que podam os hablar acerca de otras personas y de que podam os com prenderlas cuando hablan de sí mismas. Me parece im portante el carácter social del lenguaje, ju n to con el hecho de que debem os nuestra condición de yo -n u e s tra hum anidad.

nuestra racionalidad- al lenguaje y, de este m odo, a los demás. En cuanto yo, en cuanto seres hum anos, som os todos nosotros producto del M undo 3 que, a su vez, es un producto de incontables m entes hum anas. He descrito el M undo 3 com o algo que consta de los productos de la m ente hum ana. Mas la m ente hum ana reacciona, a su vez, frente a esos productos; hay una retroalim entación. La m ente de un pintor, por ejemplo, o la de un ingeniero, está m uy influida por los propios objetos sobre los que trabaja, así com o por el trabajo de los demás, tanto predecesores com o contem poráneos. Esta influencia es tanto consciente com o inconsciente. Se ejerce sobre las expectativas, sobre las preferencias y sobre los program as. En la m edida en que som os el producto de otras m entes y de nuestra propia m ente, nosotros m is­ mos podem os considerarnos elem entos del M undo 3. En la sección 33, he citado las palabras de Kant: «Una persona es un sujeto responsable de sus acciones». En la m edida en que una persona sea responsable de sus acciones ante otros y ante sí misma, se puede decir que actúa racionalm ente, y se puede considerar com o un agente m oral o com o un yo moral. N aturalm ente, decir de alguien que es un «agente moral» en este sentido, no entraña un juicio positivo acerca de su responsabilidad o racionalidad; no quiere decir que actúe, de hecho, correcta, justa o moralm ente: un agente m oral puede actuar de un m odo m oral­ m ente reprochable e incluso culpable. Cóm o se hayan de juzgar m o­ ralm ente sus acciones dependerá de los objetivos perseguidos por sus acciones y, más especialmente, del modo en que haya tom ado en cuenta a otras personas y sus intereses. En su libro, en m uchos aspectos im portante. Teoría de la justicia [1971], John Rawls introduce la idea de plan de vida (tom ada de Josiah Royce; véase la nota 10 de la página 408) para caracterizar los propósitos u objetivos que hacen de un hom bre «una persona moral consciente y unificada». Sugiero introducir algunas m odificaciones en esta idea de plan de vida tercerm undano, hecho por el hom bre: lo que se necesita para establecer la unidad del yo no es la unidad de un plan de vida unificado y quizá estable, sino más bien el hecho de que haya, detrás de cada acción em prendida, un plan, un conjunto de expectativas (o de teorías), objetivos y preferencias que puedan desa­ rrollarse y m adurar; pudiendo incluso algunas veces, aunque con poca frecuencia, cam biar radicalm ente bajo el impacto, por ejemplo, de una nueva visión teórica. Es este plan en desarrollo el que, si­ guiendo a Rawls, confiere unidad a la persona, determ inando en gran parte nuestro carácter moral. Esta idea se parece m ucho a mi idea de

que el yo está anclado en el M undo 3; sólo que yo haría m uchísim o hincapié, adem ás de en los objetivos y preferencias, en las expectati­ vas y teorías acerca del universo (de los M undos 1, 2 y 3) que sostiene una persona en un m om ento determ inado. La posesión de sem ejante plan (cambiante) o conjunto de teorías y preferencias nos hace superarnos a nosotros mismos; es decir, superar nuestros deseos e inclinaciones instintivas (Neigungen, com o las llam aba Kant). En dicho plan, el objetivo más extendido es la tarea personal de proveer las necesidades de uno m ism o y los suyos. Se podría conside­ rar com o el más dem ocrático de los objetivos: elimínese, y para m uchas personas la vida se tornará un sinsentido. Ello no quiere decir que no sea necesario un estado benefactor que ayude a quienes no pueden hacerlo por sí mismos. Pero, más im portante aún es que el estado benefactor no cree dificultades irracionales .o insuperables a quienes tratan de hacer de esta tarea, la más natural y dem ocrática, un a parte fundam ental de sus objetivos vitales. Hay m ucho heroísm o en la vida hum ana: acciones que, siendo racionales, tienen objetivos que chocan con nuestros tem ores, nues­ tros instintos de seguridad y protección. Escalar m ontañas elevadas, com o el Everest, por ejemplo, siem ­ pre me ha parecido una sorprendente refutación de la visión físicalista del hom bre. ¿Cómo poder explicar con el fisicalismo o el con­ ductism o esos m odos de com batir todas nuestras inclinaciones natu­ rales, representados por la superación de dificultades por el m ero gusto de hacerlo, arrostrar peligros por el simple gusto de enfrentarse a ellos, o llegar hasta el borde del agotam iento? Quizá en unos pocos casos se pueda explicar por la am bición de conseguir un gran renom ­ bre, ya que algunos m ontañeros se han hecho famosos. Pero ha habido y hay m uchos m ontañeros que desprecian la notoriedad y la fama: les gusta la m ontaña y les gusta superar dificultades por el m ero hecho de superarlas; form a parte de su plan de vida. ¿Acaso no form a parte del plan de vida de m uchos grandes artis­ tas y científicos algo similar? Sea cual sea la explicación -a u n cuando sea la am b ició n - ésta no puede ser física; al m enos eso me parece a mí. De algún m odo, se ha hecho cargo de la situación la m ente, el yo consciente. Si se me pidiese exponer el esqueleto de este capítulo, diría que no veo razones para creer en un alm a inm ortal o en u n a substancia psíqui­ ca que exista independientem ente del cuerpo. (Dejo abierta la posibili­ dad, que considero forzada, de que los resultados de la investigación psíquica puedan cam biar mi juicio a este respecto.) Sin em bargo, hay

que reconocer que hablar de un yo substancial dista de constituir una m ala metáfora; especialm ente si recordam os que, al p a re c e r/la s «substancias» han de ser sustituidas o explicadas m ediante procesos, com o previo Heráclito. Ciertam ente, nos experim entam os a nosotros m ismos com o una «esencia»: la idea m ism a de esencia parece deri­ varse de tal experiencia, lo que explica que esté tan estrecham ente relacionada con la idea de espíritu. Quizá lo peor de esta m etáfora sea no subrayar el carácter intensam ente activo del yo. Si se rechaza el esencialismo, se puede seguir describiendo al yo com o una «cuasiesencia», o com o lo que parece esencial para la unidad y continuidad de la persona responsable. Lo que caracteriza al yo (frente a los procesos electroquím icos del cerebro, de los que depende en gran m edida el yo, dependencia que dista de ser unilateral) es que todas nuestras experiencias están ínti­ m am ente relacionadas e integradas; no sólo con nuestras experiencias pasadas, sino tam bién con nuestros cam biantes programas de acción, nuestras expectativas y nuestras teorías, con nuestros m odelos del medio físico y cultural, pasados, presentes y futuros, incluyendo los problem as que plantean a nuestras evaluaciones y program as de ac­ ción. Pero, todos ellos, parcialm ente al menos, pertenecen al M un­ do 3. Esta idea relacional del yo no es totalm ente suficiente, debido al carácter esencialm ente activo e integrador del yo. Incluso por lo que respecta a la percepción sensible y a la m em oria, el m odelo del «flujo de entrada» (y quizá el de «salida») es totalm ente insuficiente, ya que todo depende de un program a que cam bia constantem ente: hay una selección activa y una digestión en parte activa, así com o una asim ila­ ción activa, todas las cuales dependen de evaluaciones activas.

Capítulo P5

43.

Comentarios históricos en torno al problema del cuerpo y la mente

L a h isto ria de n u e s tra im ag en del u n iv e rso

El pensam iento hum ano en general y la ciencia en particular son pro­ ductos de la historia hum ana. Por tanto, dependen de m uchas cosas acci­ dentales: si nuestra historia hubiese sido diferente, nuestro pensam iento y nuestra ciencia actual (de haberla) lo habrían sido también. Este tipo de argum entos han llevado a m uchas personas a conclu­ siones relativistas o escépticas. Sin em bargo, no son en absoluto ine­ vitables. Podem os aceptar el hecho de que haya elem entos accidenta­ les (y, por supuesto, irracionales) en nuestro pensam iento, y con todo, podem os rechazar las conclusiones relativistas por su carácter autodestructivo y derrotista. En efecto, podem os señalar que pode­ mos. y así ocurre m uchas veces, aprender de nuestros errores, siendo así com o progresa la ciencia. Por equivocados que estén nuestros puntos de partida, se pueden corregir y superar, especialm ente si tratam os de localizar conscientem ente nuestros errores m ediante la crítica, com o hacem os en las ciencias. Así. el pensam iento científico puede ser progresivo (desde un punto de vista racional), al m argen de sus puntos de partida más o m enos accidentales. Además, podem os contribuir a ello m ediante la crítica, aproxim ándonos así a la verdad. Las teorías científicas del m om ento son los productos com unes de nuestros prejuicios más o m enos accidentales (tal vez históricam ente determ inados) y de la elim inación crítica de los errores. Bajo el estí­ m ulo de la crítica y de la elim inación de errores, su verosim ilitud tiende a aum entar. Tal vez no debiera decir «tiende», ya que no es una tendencia inherente de nuestras teorías o hipótesis hacerse m ás verosímiles. Más bien se trata del resultado de nuestra propia actitud crítica que sólo adm ite una nueva hipótesis si parece constituir una m ejora de sus predecesoras. Lo que exigim os de una nueva hipótesis, antes de perm itirle sustituir a una anterior, es lo siguiente-.

1) Ha de resolver los problem as que resolvería su antecesora igual de bien al m enos que ella. 2) Debería perm itir la deducción de predicciones que no se si­ guen de la teoría más vieja; preferiblem ente, de predicciones que contradigan a la más vieja; es decir, experim entos cruciales. Si una teoría satisface 1* y 2, entonces representa un progreso posible. El progreso será real, si el experim ento crucial decide en favor de la nueva teoría. El punto 1 constituye una exigencia necesaria y conservadora que evita la regresión. El punto 2 es opcional y deseable, siendo revolu­ cionario. No todos los progresos en la ciencia poseen un carácter revolucionario, aunque toda ruptura científica im portante lo es. Las dos exigencias juntas aseguran la racionalidad del progreso científico; es decir, un aum ento de verosimilitud. Esta visión del progreso científico me parece que se opone tajan­ tem ente al relativismo e incluso a la m ayoría de las variedades del escepticismo. Es una visión que nos permite distinguir la ciencia de la ideología y tom arla en serio sin encarecer o dogm atizar sus resulta­ dos, tan a m enudo deslum brantes. Algunos de los resultados de la ciencia no sólo son deslum bran­ tes, sino tam bién poco familiares y m uy inesperados. Parecen decir­ nos que vivimos en un vasto universo que consta casi com pletam ente de espacio vacío de m ateria y lleno de radiación. Sólo contiene un poco de m ateria, la m ayor parte de la cual se halla en un estado de violenta agitación, así com o una cantidad despreciable de m ateria viva y una cantidad aún m enor de m ateria viva dotada de conciencia. Según las opiniones científicas actuales, no sólo hay ingentes can­ tidades de espacio vacío de toda m ateria viva, sino que tam bién hay vastos períodos tem porales sin ella. La biología m olecular nos enseña que el origen de la vida a partir de la m ateria inanim ada tiene que ser un acontecim iento extrem adam ente improbable. Incluso bajo condi­ ciones m uy favorables -q u e son a su vez im probables- parece ser que la vida tan sólo se podría originar tras innum erables y largas secuencias de acontecim ientos, todos los cuales han de ser casi, au n ­ que no totalmente, adecuados para producir la vida. No se puede decir que esta imagen del universo que nos sum inis­ tra la ciencia contem poránea nos resulte familiar o totalm ente satis­ factoria intuitivam ente (aunque sin duda resulta intuitiva e intelec­ tualm ente excitante). Pero, ¿por qué? Podría ser perfectam ente verda­ dera o estar próxim a a la verdad: deberíam os de haber aprendido a estas alturas que la verdad resulta a m enudo extraña. O, por el con-, trario, podría estar m uy lejos de la verdad; podríam os haber malinterpretado de m anera inesperada toda esta historia o podríam os haber

m alinterpretado m ás bien las pruebas que la sustentan. A un así, es im p ro b ab le1 que no haya habido un aum ento de verosim ilitud en la evolución crítica de esta historia. Parece que hay m ateria inanim ada, vida y conciencia. Es tarea nuestra pensar acerca de las tres y de sus interrelaciones, y tam bién especialm ente, acerca del puesto del h om ­ bre y del conocim iento hum ano en el universo. Puedo m encionar, de pasada, que la extrañeza de la im agen cien­ tífica del universo me parece refutar la teoría subjetivista (y fídeísta) de la probabilidad, así com o la teoría subjetivista de la inducción o, m ás exactam ente, de la «creencia probable». En efecto, según esta teoría, las cosas familiares, las cosas a las que estam os acostum bra­ dos, deberían ser tam bién las cosas racional y científicam ente acepta­ bles. Por el contrario, la evolución de la ciencia corrige y sustituye lo fam iliar por lo no familiar. Según nuestras últim as teorías, estas cuestiones cosm ológicas difí­ cilm ente podrían resultar m enos familiares, lo que dem uestra, inci­ dentalm ente, cuánto se ha alejado la ciencia, bajo la presión de la crítica, de sus com ienzos en los mitos antropom órficos. El universo físico contiene, al parecer, diversas huellas independientes y consis­ tentes de haberse originado con una violenta explosión, el «big bang» originario. Además, la que parece ser nuestra m ejor teoría actual, predice su colapso final. Estos dos sucesos term inales se han interpre­ tado incluso com o el principio y el fin del espacio y del tiempo, por más que obviam ente, cuando decim os tales cosas, difícilm ente com ­ prendem os lo que decimos. El carácter extraño de la teoría científica, com parada con la visión más ingenua, ha sido discutido por Aristóteles, quien decía aludiendo a la dem ostración de la inconm ensurabilidad de la diagonal con el lado del cuadrado: «La adquisición del conocim iento ha de establecer un estado de la m ente com pletam ente opuesto a aquel del que partió originalm ente nuestra investigación [...] Pues, para quienes aún no han captado la razón, ha de parecer una m aravilla que exista algo [esto es, la diagonal del cuadrado] que no se pueda m edir, ni siquiera con la más pequeña de las unidades». (Metafísica 983al 1.) Lo que no parece haber visto Aristóteles es que la «adquisición de conoci­ miento» puede ser un proceso sin fin y que podem os continuar sor­ prendiéndonos por el progreso del conocim iento. Difícilmente podría haber un ejemplo más dram ático de todo esto que la historia del desarrollo de la teoría de la materia. Desde la «hylé» griega, que traducim os por «materia» y que en H om ero signi­ fica a m enudo «leña», hem os progresado hasta lo que describía en la 1 «Improbable» en el sentido de mi [1972(a)]. págs. 101-3.

sección 3, más arriba, com o la autosuperación del m aterialismo. A de­ más, algunos físicos destacados han llegado incluso aún más lejos en su disolución de la idea de materia. (Lo que no quiere decir que yo esté dispuesto a seguirlos en este punto.) Bajo la influencia de Mach. un físico que no creía ni en la m ateria ni en los átom os, y que proponía una teoría del conocim iento que recordaba el idealismo subjetivo de Berkeley, así com o bajo la influencia de Einstein -q u e de joven era seguidor de M ach-, algunos grandes pioneros de la m ecá­ nica cuántica, especialm ente Heisenberg y W igner, han propuesto interpretaciones idealistas y aun solipsistas de la m ecánica cuántica. «La realidad objetiva se ha evaporado», escribía Heisenberg [1958]. Com o dice Bertrand Russel ([1956], pág. 145): «Ha com enzado a dar la impresión de que la materia, com o el gato de Cheshire, se ha tornado cada vez más diáfana, hasta que no ha quedado de ella más que la sonrisa, provocada, presum iblem ente, por el ridículo de ver a quienes aún piensan que sigue allí». Mis consideraciones sobre la historia del pensam iento serán m uy esquemáticas. Se trata de algo inevitable, aun cuando mi objetivo principal fuese contar esa historia; lo que no ocurre. Mi objetivo fundam ental es hacer que se com prenda m ejor la situación problem á­ tica actual, relativa a la relación entre la m ente y el cuerpo, m os­ trando cóm o se gestó a partir de intentos anteriores de resolver pro­ blemas, y no sólo el de la m ente y el cuerpo. De pasada, ejemplificará mi tesis (véase especialm ente [ 1972(a)], capítulo 4) de que la historia debería escribirse com o una historia de las situaciones problemáticas.

44.

U n p ro b le m a a re so lv e r p o r c u a n to sigue

U no de los fines que me m ueven a escribir acerca de la vieja his­ toria del problem a del cuerpo y la mente es el de m ostrar la falta de fundam ento de la doctrina según la cual dicho problem a no es más que un a parte de una ideología m oderna, siendo desconocido en la antigüedad. Tal doctrina tiene un sesgo propagandístico. Se ha sugerido que quien no haya sufrido un lavado de cerebro a base de u na religión o filosofía dualista aceptaría naturalm ente el m ateria­ lismo. Se afirm a que la filosofía antigua era m aterialista, afirmación que, aunque pueda llevar a confusión, contiene su parte de verdad; y se sugiere que aquellos de nosotros que estam os interesados en la m ente y en el problem a del cuerpo y la m ente hem os sufrido el lavado de cerebro de Descartes y sus epígonos. Algo por el estilo se sugiere en el brillante y valioso libro de

Gilbert Ryle, El concepto de lo m ental [ 1949]; sugiriéndose aún con más fuerza en una emisión radiofónica, en la que Ryle [1950] habla de «la leyenda de los dos teatros» (pág. 77), que describe com o «una leyenda bastante de moda». Tam bién dice que «nosotros, los filósofos, som os los principales responsables de los térm inos generales en los que los científicos [la alusión es a Sherrington y lord Adrián] han planteado sus problem as relativos al cuerpo y la mente» (pág. 76). Por «nosotros, los filósofos» ha de entenderse aquí «Descartes y los filóso­ fos postcartesianos». Tales puntos de vista están m uy extendidos y no se encuentran exclusivam ente en un filósofo de prim era línea (y estudioso de Platón y Aristóteles) com o Ryle. W illiam F. R. Hardie, autor de A Study in Plato [1936] y Aristotle’s Ethical Theory [1968], exam ina en un ar­ tículo reciente [1976], publicado en Mind, dos libros y ocho artículos sobre Aristóteles, de quien dice: «En la m ayoría de estos artículos [y libros] se dice o sugiere de diversas m aneras que Aristóteles, para bien o para mal, no tenía un concepto de la conciencia o, al menos, no tenía uno correspondiente al nuestro». Hardie exam ina m inuciosa­ m ente el m ejor de los artículos y concluye - d e m anera no totalm ente in esperada- que Aristóteles no era cartesiano. Con todo. Hardie deja claro que. si «ser ‘consciente’ o tener una 'm ente' [es] lo que distingue a los anim ales de las plantas o lo que distingue a los hom bres de otros animales», entonces no se puede decir que Aristóteles haya «descui­ dado» la distinción, pues es él «quien nos ha sum inistrado la term ino­ logía (‘psicología', ‘psíquico', 'psicofísico'. ‘psicosomático') que usa­ m os para señalar» dicha distinción. En otras palabras, aunque Aristó­ teles pueda no haber tenido un térm ino que corresponda exactam ente a nuestra «conciencia», en su sentido am plísim o y un tanto vago, no tenía dificultades al hablar de los varios tipos de sucesos conscientes. Tam poco tenía Aristóteles ninguna duda de que el cuerpo y la m ente interactuaban. si bien su teoría de la interacción era distinta de la elaboración detallada e ingeniosa, aunque inconsistente (y, por consiguiente, insostenible), que Descartes hizo del interaccionismo. En el breve bosquejo histórico que constituye este capítulo, tra­ taré de defender las siguientes opiniones. 1) El dualism o, bajo la form a de la historia del espíritu en la m áquina (o. m ejor, del espíritu en el cuerpo), se extiende hacia la antigüedad tanto com o alcanzan los elem entos de juicio históricos o arqueológicos, por más que sea poco probable que el cuerpo se consi­ derase una m áquina antes de los atomistas. 2) Todos los pensadores, de los que sepam os lo bastante com o para decir algo concreto acerca de su posición, fueron dualistas interaccionistas, hasta Descartes inclusive.

3) Tal dualism o es m uy m arcado, a pesar del hecho de que cier­ tas tendencias inherentes al lenguaje hum ano (que, al parecer, era sólo adecuado para la descripción de cosas materiales y sus propieda­ des) parezcan inclinarnos a hablar de las mentes, alm as o espiritus com o si se tratase de un tipo peculiar (gaseoso) de cuerpos. 4) El descubrim iento del m undo moral conduce a darse cuenta del carácter especial de la mente. Así ocurre en H om ero (véase la ¡liada 24, que relata, com o clímax de todo el poem a, la visita de Príam o a Aquiles, en la que las consideraciones m orales y hum anas desem peñan una función decisiva); así ocurre en Dem ócrito y en Sócrates. 5) En el pensam iento de los atomistas, se encuentra el m ateria­ lismo, el interaccionism o y tam bién el reconocim iento del especial carácter moral de la mente; mas pienso que no sacaron las conse­ cuencias de su propio contraste m oral entre m ente y materia. 6) Los pitagóricos, Sócrates, Platón y Aristóteles trataron de su­ perar el m odo «materialista» de hablar acerca de la mente: reconocie­ ron el carácter no-m aterial de la psique e intentaron dar sentido a esta nueva concepción. U na im portante declaración que Platón atri­ buye a Sócrates en el Fedón (véase la sección 46, más abajo) trata explícitam ente de la explicación m oral de la acción hum ana en térm i­ nos de fines y decisiones, frente a la explicación de la conducta hum ana en térm inos de causas psicológicas. 7) Las alternativas al interaccionism o no surgieron hasta después de Descartes. Surgieron debido a las dificultades especiales del elabo­ rado interaccionism o cartesiano y su choque con su teoría de la causalidad en física. Estos siete apartados indican con toda claridad un punto de vista m uy distinto del que en la actualidad se halla tan extendido. A estos siete puntos añadiré un octavo: 8) Sabemos que, aunque no sepamos cómo, la m ente y el cuerpo interactúan, si bien no es nada sorprendente, dado que realm ente no tenem os una idea definida de cóm o interactúan las cosas físicas. T am ­ poco sabemos cóm o interactúan los sucesos naturales, a m enos que cream os en una teoría de los sucesos m entales y su interacción que es casi ciertam ente falsa: el asociacionismo. La teoría de la asociación de ideas es una teoría que trata a los sucesos o procesos m entales com o cosas (ideas, pinturas), y a su interacción com o algo debido a una especie de fuerza atractiva. Probablem ente el asociacionism o sea una de esas m etáforas materialistas que casi siem pre usam os al intentar hablar de sucesos mentales.

45.

El d e s c u b rim ie n to p re h istó ric o del y o y del M u n d o 2

La historia de las teorías del yo o de la m ente es m uy distinta de la historia de las teorías de la materia. Se tiene la im presión de que los m ayores descubrim ientos se hicieron en tiem pos prehistóricos y por las escuelas de Pitágoras y de Hipócrates. Más recientem ente, ha habido m ucha actividad crítica, pero escasam ente ha llevado a gran­ des ideas revolucionarias. Los m ayores logros de la hum anidad están en el pasado. Incluyen la invención del lenguaje y del uso de herram ientas artificiales para fabricar otros artefactos; el uso del fuego com o herram ienta, el descu­ brim iento de la conciencia del yo y de otros yo, así com o el conoci­ m iento de que todos habrem os de morir. Los dos últim os descubrim ientos parecen depender de la inven­ ción del lenguaje, com o quizá dependan tam bién m uchos otros. Cier­ tam ente, el lenguaje parece ser el más antiguo de estos descubrim ien­ tos, siendo el que más profundam ente se enraíza en nuestra dotación genética (aunque, por supuesto, un lenguaje específico tiene que ad­ quirirse por tradición). Tam bién tiene que ser m uy antiguo el descubrim iento de la m uerte y el sentim iento de pérdida y desamparo. A partir de la vieja costum bre de los enterram ientos, que se retrotrae hasta el hom bre de N eardenthal. nos vem os llevados a conjeturar que esas personas no sólo eran conscientes de la m uerte, sino que tam bién creían en la supervivencia, ya que enterraban a los m uertos con regalos - lo más probable es que fuesen'regalos que consideraban útiles para el viaje a otro m undo y a otra vida-. Además, R. S. Solecki [1971] nos inform a de que ha hallado en la cueva de Shanidar. en el norte de Irak, la tum ba de un hom bre de N eanderthal (quizá de varios) que, al pare­ cer, había sido enterrado en un lecho de ramas, decorado con flores.1 Tam bién nos inform a de haber descubierto el esqueleto de dos hom ­ bres viejos, uno de los cuales era «un individuo m uy minusválido», constituyendo el otro «un caso de rehabilitación» (Solecki [1971], pá­ gina 268). Al parecer, no sólo eran tolerados, sino incluso socorridos por su familia o grupo. Parece que la idea hum anitaria de ayudar al débil es m uy antigua y que debemos revisar nuestras ideas cerca del hom bre N eanderthal, que se supone que vivió en el período que va desde hace 60.000 años hasta hace 35.000. 1 Ocho años después del descubrimiento, analizó muestras del suelo una paleobotánica fran­ cesa, especialista en análisis de polen, Mme. Arleite Leroi-Gourhan, que es quien hizo este descubrim iento impresionante.

M uchas cosas hablan, al parecer, a favor de la conjetura de que la idea de la supervivencia después de la m uerte entraña algún tipo de dualism o del cuerpo y la mente. Sin duda, el dualism o no era carte­ siano. Todo apoya la idea de que el alm a se consideraba com o algo extenso: un espíritu o un espectro, com o una som bra con form a física semejante al cuerpo. Esta es, en cualquier caso, la idea que encontram os en nuestras fuentes literarias más antiguas, especial­ m ente en Hom ero, en las sagas y en los cuentos de hadas (así com o en Shakespeare). En cierto sentido, es una form a de materialism o, especialmente si aceptam os la idea cartesiana de que la m ateria se caracteriza por la extensión (tridimensional). Con todo, su carácter dualista es claro: el alm a fantasmal es diferente del cuerpo, es menos material que el cuerpo, es más sutil, más com o el aire, com o el vapor, com o el aliento. En Hom ero, tenem os una pluralidad de palabras para el alm a y para sus funciones, los «procesos de conciencia», com o los denom ina R. B. Onians [1954]: sentim ientos, percepción, pensamiento, despre­ cio, ira, etc. Haré aquí alusión solam ente a tres de estas palabras.2 (Su uso en Hesíodo es similar.) En Hom ero, es de capital im portancia zimos, la sustancia de la vida, el aliento vaporoso del alma, el material activo, sentiente y pensante relacionado con la sangre.3 Nos abandona cuando nos des­ vanecem os o. con nuestro últim o aliento, cuando m orim os. Más tarde, es frecuente que este térm ino se restrinja en cuanto a su signifi­ cado, para indicar valor, energía, espíritu, vigor. Por contraste, en Hom ero psique (por más que algunas veces se use com o sinónim o de zimos) difícilmente constituye un principio de vida, com o ocurre en autores más tardíos (Parménides. Empédocles, Demócrito, Platón, Aristóteles). En Hom ero, es más bien el triste despojo que queda cuando m orim os, la pobre som bra torpe, el fantasm a que sobrevive al cuerpo: «no está implicada en la conciencia ordinaria»; es aquello que «persiste, aún sin conciencia ordinaria [o vida ordinaria] en la casa del Hades, [...] la visible aunque impalpable sem blanza del [cuerpo] que una vez estuvo vivo».4 Así, cuando en el libro undécim o de la Odisea Odiseo visita el subm undo. la oscura y tenebrosa casa del Hades, descubre que las som bras de los m uertos están casi total­

2 Para otras dos palabras (fren o frenes y eidolon) véase las notas 5 y 8 más abajo, asi como la nota 1 a la sección 47. 10 n ians ([1954]; pag. 48). 40 p . cit.. pág. 94.

m ente sin vida hasta que las alim enta con sangre, substancia que tiene el poder de restaurar una sem ejanza de vida a la som bra, la psiqué. Se trata de u n a escena de sum a tristeza, de desesperada piedad por el estado en que sobreviven los muertos. Para H om ero, sólo el cuerpo vivo constituye un yo plenam ente consciente. El tercer térm ino, noos (o nous, en el pasaje de decisiva im portan­ cia que discutirem os aquí. Odisea 10, 240), se vierte norm alm ente de m odo adecuado com o «mente» o «entendimiento». U sualm ente, se trata de la m ente con u n a intención o un propósito (en alem án, «Absicht»; véase la Odisea 24, 474). Onians ([1954], pág. 83) lo carac­ teriza adecuadam ente com o «conciencia intencional». E ntraña por lo general un a com prensión de la situación y, a veces en Hom ero, significa inteligencia consciente o incluso conciencia inteligente del yo. En vista del hecho de que a veces se ha negado indirectam ente que haya u n a idea (dualista) de la mente anterior a Descartes, lo que haría que mi adscripción de esta idea a H om ero fuese burdam ente ahistórica, quiero aludir a un pasaje (Odisea 10, 240) que me parece absolutam ente crucial para la prehistoria y la historia inicial del p ro ­ blem a de la m ente y el cuerpo. Se trata de la historia de la transform ación m ágica del cuerpo, u n a m etam orfosis que deja la m ente intacta, constituyendo uno de los tem as más viejos y m ás extendidos de los cuentos de hadas y del folklore. Allí, en el docum ento literario casi más viejo que nos queda de nuestra civilización occidental, se afirm a explícitam ente que la transform ación m ágica del cuerpo deja intacta la autoidentidad de la m ente, de la conciencia. El pasaje, que se encuentra en el décim o libro de la Odisea, describe cóm o Circe golpeó a algunos com pañeros de Odiseo con su varilla mágica: «Tenían la cabeza, la voz, las cerdas y el cuerpo (demas5) de un cerdo, si bien su mente (nous) perm aneció intacta com o antes. De ese m odo, quedaron allí en u n a pocilga, llorando [...]». Está claro que com prendieron su terrible situación, perm ane­ ciendo conscientes de su autoidentidad. 5 En Hom ero, d e m a s (en escritores posteriores, de Hesíodo y Píndaro en adelante, se dice a m enudo s o m a ), el cuerpo, la figura o estatura del hom bre, se opone frecuentemente a la mente, la cual se designa con diversos términos, como por ejemplo, f r e n e s , véase más abajo, la nota 8 y la ¡ l i a d a 1. 113 - 115 ; cf. también la O d i s e a 5 . 212 - 13 . Véase también la I l i a d a 24 . 376 - 377 . con la contraposición del cuerpo ( d e m a s ) y la mente (no o s). la O d i s e a 18. con la contraposición entre cuerpo (el tam año corporal, m é g u e z o s . se usa aquí com o sinónim o de d e m a s . com o se puede ver por 551) y mente (frenes)-, la O d i s e a 17 . 454 . donde la form a corporal ( e i d o s ) se contrapone a la m ente (fren e s). En la O d i s e a 4 . 796 . la diosa reviste a un f a n t a s m a ( e id o lo n . similar a la p s i q u é homérica) con un cuerpo ( d e m a s ) ; compárese con la oposición entre fantasma o mente ( e i d o l o n ) y cuerpo ( s o m a ) en el fragm ento de Píndaro citado en la nota 1 a la sección 46 . más abajo.

Pienso que está bastante claro, y que tenem os todas las razones del m undo para interpretar consecuentem ente las diversas m etam or­ fosis mágicas de la antigüedad clásica y otros cuentos de hadas. Así pues, el yo consciente no es un artefacto de la ideología cartesiana, sino que constituye una experiencia universal de la hum anidad, digan lo que digan los anticartesianos contem poráneos. U n a vez visto esto, se ve tam bién que el dualism o m ente-cuerpo está de m anifiesto continuam ente en H om ero,6 y por supuesto, en los autores griegos posteriores. Este dualism o es típico de la antiquísim a tendencia a pensar en térm inos de opuestos polares, tales com o la antítesis «m ortal-inm ortal».7 Por ejemplo, dice A gam enón de Criseida (Iliada 1, 113-115): «Sabes que la prefiero a Clitem nestra, mi esposa, porque no es un ápice inferior a ella ni en cuerpo, ni en porte, ni en m ente8 ni en buenas cualidades». La oposición, o dualism o, de cuerpo y mente es m uy característico de Hom ero (véase la nota 5 de esta sección); y puesto que la mente se concibe usualm ente com o m ate­ rial, no hay ningún obstáculo a la doctrina obvia de la interacción mente-cuerpo. Por lo que respecta al dualism o, habría que dejar claro que la oposición o polaridad de cuerpo y mente no debe exagerarse: «mi mente» y «mi cuerpo» pueden aparecer perfectam ente com o sinóni­ m os de «mi persona», si bien raram ente son sinónim os entre sí. Se puede encontrar un ejemplo en Sófocles, cuando dice «Mi mente (psique) soporta el peso de mis penas y las tuyas» y, en otro lugar, «El [Creón] ha estado m aquinando astutam ente contra mi cuerpo (soma)». En am bos casos, «mi persona» (o sencillam ente «yo») podría usarse igual de bien en castellano, si no mejor; pero, tanto en griego com o en castellano, en ninguno de am bos casos podríam os sustituir una expresión (psiqué) por otra (soma).9 N o podem os hacer tal cosa, tanto en el caso de H om ero o Sófocles, com o en nuestro propio caso. Por lo que atañe a lo que acabo de decir sobre el interaccionism o - l a interacción de un alm a m aterial con un cuerpo m aterial- no 6 Hay interesantes pasajes homéricos de la Iliada que indican un dualismo (aunque, por supuesto, se trata de un dualismo materialista), como por ejemplo, los robots en forma de muchachas de oro (véase la nota 1 a la sección 2. más arriba) que se consideran claramente como robots conscientes: tienen en sus corazones entendimiento o mente (nous). (Cf. Iliada 18, 419.) Véase también la Iliada 19, 302; 19, 339 y 24, 167, pasajes en los que el habla expresa se contrapone a pensamiento tácito. También 24, 647, donde Priamo y el heraldo van a dormir al patio delantero de la choza de Aquiles. «sus mentes preñadas de preocupaciones». (E.V. Rieu. en la edición de Penguin Classics, traduce muy libremente, aunque muy bien, «con muchas cosas ocupando sus atareadas mentes».) 7Cf. G. E. R. Lloyd [1966], * Aqui el término frenes (según Onians, originalmente significaba en Homero los pulmones y el corazón) se usa en lugar de «mente»; véase Onians ([1954], capítulo 2). 9 Véase Sófocles, Edipo Rey, líneas 64 y 643; cf. E. R. Dodds [1951], pág. 159, nota 17.

quiero dar a entender que la interacción se concibiese de m anera mecanicista. El pensam iento m ecanicista consistente sólo se torna prom inente m ucho más tarde, con los atom istas Leucipo y Demócrito, aunque, com o es natural, hubiese antes u n a gran cantidad de habilidosos usuarios de la m ecánica. En tiem pos de H om ero y m u ­ cho tiem po después, había m uchas cosas que no se entendían bien, ni en térm inos m ecánicos ni en otros cualesquiera, interpretándose de m odo crudam ente anim ista, com o el rayo de Zeus. La causalidad era un problem a, y la causalidad anim ista era algo que rozaba lo divino. Además, había u n a acción divina tanto sobre los cuerpos com o sobre las mentes. La fatuidad, com o la de Helena, o la ira ciega y la obceca­ ción, com o la de A gam enón, se atribuían a los dioses. Se trataba de «un estado anorm al que [exigía] una explicación supranorm al». com o dice E. R. Dodds ([1951], pág. 9). Hay un a gran cantidad de pruebas im portantes que apoyan la hipótesis de la antigüedad -ta n to prehistórica com o histórica- de las creencias dualistas e interaccionistas relativas al cuerpo y la mente. Aparte del folklore y de los cuentos de hadas, se ve apoyada por todo lo que sabem os acerca de la religión prim itiva, los mitos y las creen­ cias mágicas. Ahí está, por ejem plo, el cham anism o con su doctrina característica de que el alm a del cham án puede dejar el cuerpo e irse de viaje, incluso a la luna, com o ocurre entre los esquim ales. M ien­ tras tanto, el cuerpo queda en un estado de sueño profundo o com a, sobreviviendo sin alim ento. «No se considera que en ese estado esté poseído por un espíritu extraño, com o la pitonisa o com o un m édium m oderno, sino que se piensa que su propia alm a deja su cuerpo [...]» (Dodds [1951], pág. 140). Dodds da una larga lista de cham anes grie­ gos prehistóricos e históricos.10 De los prim eros sólo quedan leyen­ das, si bien constituyen una prueba suficiente del dualism o. Quizá pertenezca a esta tradición la historia de los siete durm ientes de Efeso, así com o tam bién quizá la teoría de la metem psícosis o de la reencarnación. (Entre los cham anes de la época histórica, Dodds en u ­ m era a Pitágoras y a Empédocles.) Desde nuestro punto de vista, resulta interesante la distinción del antropólogo social E. E. Evans-Pritchard [1937] entre brujos (de am bos sexos) y hechiceros. Su análisis de las ideas de los Azande le llevó a distinguir los brujos de los hechiceros según que la intención consciente desem peñe o no una función. Según el punto de vista Zande, los brujos heredan genéticam ente poderes sobrenaturales es­ peciales para dañar a los dem ás, aunque son com pletam ente incons­ 10 Véase también K. Meuli [1935].

cientes de sus peligrosas potencialidades. (El mal de ojo puede ser un ejem plo de tales potencialidades.) Por el contrario, los hechiceros han adquirido las técnicas de m anipulación de substancias y encantam ien­ tos con las que pueden dañar intencionalm ente a los demás. Esta distinción parece aplicable a num erosas, si no a todas, las culturas africanas prim itivas.11 Tal aplicabilidad m uestra la existencia de una extendida distinción prim itiva entre acciones conscientem ente inten­ cionales y efectos inconscientes. Los. mitos y las creencias religiosas constituyen intentos de expli­ car teóricam ente el m undo en que vivimos -incluyendo, por su­ puesto, el m undo social- y cóm o dicho m undo nos afecta a nosotros y a nuestros m odos de vida. Parece claro que la vieja distinción de alm a y cuerpo constituye un ejem plo de tal explicación teórica. A hora bien, lo que explica es la experiencia de la conciencia; es decir, de la inteligencia, la voluntad, la planificación y desarrollo de nues­ tros planes, el uso de nuestras m anos y pies com o herram ientas, así com o el uso de herram ientas materiales y artificiales y los efectos que producen sobre nosotros. Esas experiencias no son ideologías filosófi­ cas. La doctrina que habla de un alm a substancial (o incluso material) a la que conducen tales experiencias puede que sea un mito; cierta­ mente, yo tengo la conjetura de que la teoría de la substancia en cuanto tal es un mito. Con todo, si es un mito, debe entenderse com o resultado de la captación de la realidad y efectividad de la conciencia y de la voluntad, captación que nos lleva en prim er lugar a concebir el alm a com o m ateria, com o la m ateria más sutil, y después, a conce­ birla com o una «sustancia» no-material. Quizá deba term inar resum iendo los descubrim ientos principales de este cam po que, al parecer, fueron hechos por los hom bres prim i­ tivos y prehistóricos (y en parte por el hom bre de N eardenthal, que generalm ente se clasifica com o anterior y distinto de nuestra propia especie, habiéndose establecido más recientem ente la conjetura de que habría mezclado su sangre con el Homo sapiens). La m uerte y su carácter inevitable son objeto de descubrim iento, aceptándose la teoría de que los estados de sueño y de inconsciencia se relacionan con la m uerte, siendo la conciencia, el espíritu o la m ente (zimos) lo que nos «abandona» al m orir. Se desarrolla la doctrina de la realidad y, por tanto, de la m aterialidad y substancialidad de la conciencia -d e l alm a (o la m ente)- y además, la doctrina de la com plejidad del alm a o la mente: deseo, tem or, ira, intelecto, razón o intuición (nous) son todos ellos objeto de distinción. Se reconoce la experiencia del sueño y los estados de inspiración o posesión divina. 11 S. F. Nadel [1952],

ju n to con otros estados anorm ales, así com o los estados m entales involuntarios e inconscientes (como los de los «brujos»). El alm a se identifica con el «motor» del cuerpo vivo o se considera el principio de la vida. Se capta adem ás el problem a de nuestra falta de responsa­ bilidad por actos inintencionales o por actos com etidos en estados anorm ales (o de frenesí). Se plantea el problem a de la posición del alm a en el cuerpo, que se resuelve norm alm ente con la teoría de su difusión por el cuerpo, aunque se centra en el corazón y los pulm o­ nes. (Véase Dodds [1951], capítulo 1, pág. 3, sobre la defensa de A gam enón ( /liada 19, 86 y sigs.); confróntese con Sófocles, Edipo en Colono, 960 y sigs.) N o cabe duda de que algunas de estas doctrinas constituyen una hipóstasis, por lo que han sido o han de ser modificadas por la crítica. Otras constituyen errores, si bien se hallan más próxim as a los puntos de vista y a los problem as m odernos que las teorías de la m ateria prejónicas o aun jó n icas,12 por más que se deba adm itir que ello pueda deberse al carácter prim itivo de nuestro puntos de vista m odernos acerca de la conciencia.

46.

El problema del cuerpo y la mente en la filosofía griega

Se dice a veces que los griegos eran conscientes del problem a del alm a y el cuerpo, aunque no del del cuerpo y la mente. Me parece que tal afirm ación o bien constituye un error o bien es u n a evasión verbal. En la filosofía griega, el alm a desem peñaba u n a función m uy sim ilar a la de la m ente en la filosofía postcartesiana, pues era una entidad, u na sustancia, que recogía la experiencia consciente del yo. (Puede decirse que constituye una hipótesis-casi inevitable y posible­ m ente ju stificada- de la experiencia consciente.) Además, ya en los pitagóricos del siglo V, encontram os una doctrina de la inm ortalidad del alm a, y diversos conceptos (por ejemplo, nous y p siq u é de varios autores se corresponden m uy íntim am ente con la m oderna idea de la mente. (Recuérdese tam bién que el concepto de «mente» se traduce a m enudo al alem án com o Seele, que constituye tam bién la traducción de «alma», señal de que « mente» y «alma» no son tan distintos com o indicaba el com ienzo de esta sección.) A unque a m enudo el uso de ciertos térm inos pueda ser un indicio de las teorías que se tienen y de los puntos de vista que se dan por supuesto, no siem pre ocurre así, pues teorías m uy sem ejantes o incluso idénticas se form ulan a veces con term inología m uy diversa. En realidad, algunos de los cam bios 12 Véase mi [1963(a)], capítulo 5.

más im portantes producidos después de Hom ero por lo que respecta a la m ente y al cuerpo son term inológicos, y no van paralelam ente a los cam bios teóricos.1 En lo que sigue, bosquejaré brevem ente la historia I) del alm a m aterial de A naxím enes a Dem ócrito y Epicuro (incluyendo la de la localización de la mente); II) la de la desmaterialización o espirituali­ zación de la m ente desde los pitagóricos y Jenófanes hasta Platón y Aristóteles; III) la de la concepción moral del alm a o la mente, de Pitágoras a Demócrito, Sócrates y Platón. I En Hom ero, el alm a m aterial del cuerpo vivo era un aliento vaporoso. (No está del todo claro de qué m odo este alm a-aliento se relacionaba con la inteligencia, el entendim iento o la mente.) En la tradición filosófica jonia, de A naxim enes a Diógenes de Apolonia, perm anece casi sin cambio: el alm a consta de aire. (Aristóteles nos dice que «los poem as llam ados órficos dicen que el alma, transpor­ tada por los vientos, entra del todo a los anim ales, cuando respiran».)2 Com o señala G uthrie ([1962], pág. 355), para el pensador griego del siglo v, «psique » significaba «no sólo un alma, sino tam bién alma; es decir, el m undo estaba im pregnado por una especie de m ateria anímica, lo que se indica más adecuadam ente om itiendo el artículo». N o cabe duda de que tal cosa es cierta de los pensadores materialistas de la época, quienes consideraban (el) alm a com o aire (y el alm a particular com o una porción de aire), porque el aire es la form a de m ateria más fina y ligera que se conoce. C om o dice Anaxágoras. quien quizá ya no creía en la mente material (DK 59 B12), «La m ente (nous)[...] es la cosa más rarificada y más pura; lo conoce todo respecto a todas las cosas y posee el m ayor

1 Para Homero. psiqué(o eidolon) significaba fantasma o sombra; más larde, psique loma un significado próximo al zimos homérico: el yo consciente y activo, el yo que vive y respira. De este modo, la psiqué o el eidolon se convierte en el principio de la vida, mientras que en Homero (y también algunas veces, más tarde, en Píndaro) parece haber estado dormido cuando la per­ sona estaba viva y despierta, despertando cuando la persona estaba dormida, inconsciente o muerta. (Pero no es que ningún autor haya adoptado siempre de un modo totalmente consistente estas reglas de uso.) Asi. leemos en Píndaro (Fragmento 116 Bowra = 131 Sandys (Loeb)): «El cuerpo de todo hombre sigue la llamada de la poderosa muerte: sin embargo, permanece vivo un fantasma o imagen (eidolon) de su período de vida que es lo único que surge de los dioses. Duerme mientras sus miembros están activos, aunque cuando duerme anuncia a menudo en sueños sus [de los dioses] decisiones acerca de futuras alegrías o penas». Vemos que el fantasma homérico de la psiqué. que era una proyección de todos los terrores de la edad avanzada extrema, mucho más allá de la tumba, ha perdido parte de su carácter espantoso y fantasmal, por más que queden algunas huellas del uso homérico. 2 DK 1 B 11 = De anima 410b28. (DK = Diels & Kranz [1951-2].)

poder. Además, todo lo que tiene vida (psique), el m ayor [organismo] y el m enor, todo ello está regido por la mente». H aya creído o no en un a m ente m aterial, no cabe duda de que A naxágoras distingue ta­ jantem ente la m ente de todas las demás substancias (materiales) exis­ tentes. Para A naxágoras, la m ente es el principio del m ovim iento y del orden y, por consiguiente, el principio de la vida. Antes aún de A naxágoras, Heráclito, el pensador que, entre todos los materialistas, quizá se haya alejado m ás del m aterialism o mecanicista, sum inistró una interpretación apasionante, aunque todavía m a­ terialista, de la doctrina del alm a - o del material aním ico-, ya que interpretaba toda substancia m aterial, especialm ente el alm a, com o procesos m ateriales. El alm a era fuego. Que seamos llamas, que nues­ tro yo sea un proceso, constituía una idea m aravillosa y revoluciona­ ria. U n a parte de la cosm ología de Heráclito era que todas las cosas m ateriales están en flujo-, todas ellas eran procesos, incluyendo el universo en su conjunto. Además, todas ellas estaban regidas por la ley (logos). «Los límites del alm a no los descubrirás, ni aun cuando recorras todos los cam inos; tan profundo es su logos.» (DK B45.) El alm a, com o el fuego, es apagada por el agua: «Convertirse en agua es la m uerte para las almas» (DK B36). Para Heráclito, el fuego es el proceso m aterial m ejor, más poderoso y m ás puro (y sin duda tam ­ bién el más fino). Todas estas teorías eran dualistas en la m edida en que conferían al alm a un a condición m uy especial y excepcional en el universo. No cabe duda de que las escuelas de pensadores m édicos eran tam bién con certeza m aterialistas y dualistas, en el sentido aquí des­ crito. Alcm eón de C rotona, a quien se tiene usualm ente por pitagó­ rico, parece haber sido el prim er pensador griego que localizó la sensación y el pensam iento (que parece haber distinguido tajante­ m ente) en el cerebro. Teofrasto nos inform a de «que hablaba de pasadizos (poroi) que llevaban de los órganos de los sentidos al cere­ bro» (G uthrie [1962], pág. 349). Creó de este m odo la tradición a la que se sum ó la escuela de Hipócrates, así com o Platón, aunque no Aristóteles, quien, adhiriéndose a u n a tradición m ás antigua, conside­ raba el corazón com o el sensorio com ún y, por tanto, la sede de la conciencia. El tratado m édico hipocrático. De la enferm edad sagrada, es del m ayor interés. N o sólo afirm a con gran énfasis que el cerebro «dice a los m iem bros cóm o actuar», sino que además el cerebro «es el m ensa­ jero de la conciencia (sínesisX diciéndole qué es lo que ocurre». T am ­ bién se describe el cerebro com o el intérprete (hermeneuos) de la conciencia. Por supuesto, la palabra «sínesis», que aquí se traduce por «conciencia», tam bién se puede traducir com o «inteligencia» o «saga­

cidad» o «entendimiento». Sin em bargo, el significado está claro, así com o el hecho de que el autor del tratado discute largo y tendido lo que denom inaríam os el problem a de la mente y el cuerpo y la inte­ racción de la m ente y el cuerpo. (Véanse en especial los capítulos XIX y XX.) Explica la influencia del cerebro por el hecho de que «es el aire el que le da inteligencia» (capítulo XIX); con lo que el aire se interpreta com o alma, a la m anera de los filósofos jonios. La explica­ ción de ello es que «cuando un hom bre introduce aire dentro de sí, el aire llega en prim er lugar al cerebro». (Quizá valga la pena m encionar que Aristóteles, aunque estaba m uy influenciado por la tradición médica, rechazó la conexión entre aire y alma, si bien conservó la conexión entre aire y cerebro, considerando a este últim o com o un m ecanism o para enfriar por medio del aire; una especie de radiador de refrigeración por aire.) Demócrito fue el m ayor y más consistente de los pensadores materialistas. Explicó m ecanicistam ente todos los procesos naturales y psicológicos, recurriendo al m ovim iento y colisión de los átom os y a su misión o separación, com posición o disociación. En un brillante ensayo, «Ethics and Physics in Democritus», pu­ blicado por prim era vez en 1945-46, Gregory Vlastos [1975] discute con gran detalle el problem a de la m ente y el cuerpo en la filosofía de Demócrito. Señala que Demócrito, él m ism o autor de tratados m édi­ cos, argüía en contra de la tendencia profesional a hacer de «el cuerpo la clave del bienestar tanto del cuerpo com o del alma». Sugiere que debería interpretarse en este sentido un famoso fragm ento de D em ó­ crito (DK B187). El fragm ento dice: «Es conveniente para el hom bre que haga un logos [ = ley o teoría] más bien acerca del alm a que acerca del cuerpo, pues la perfección del alm a corrige los fallos del cuerpo, m ientras que la fortaleza corporal sin razonam iento no m e­ jo ra el alma». Vlastos señala que «el prim er axiom a de este logos del alma» es el principio de responsabilidad: el agente responsable no es el cuerpo, sino el alma. Eso se sigue del principio físico de «que el alm a m ueve al cuerpo». En la física atom ista de Demócrito, el alm a consta de los átom os menores. Según Aristóteles (De anim a 403b31), son los m ism os áto­ mos que los del fuego. (No cabe duda de que D em ócrito había su­ frido la influencia de Heráclito.) Son redondos y «m áxim am ente ade­ cuados para deslizarse a través de todas las cosas y para m over otras cosas por su propio movimiento». Los pequeños átom os del alm a se distribuyen por el cuerpo de m anera que los átom os del alm a y del cuerpo alternen (véase Lucre­ cio, De rerum natura III, 371-73). Más exactam ente, «el alm a tiene

dos partes-, la una, que es racional (¡ogicos), está situada en el corazón, m ientras que la parte que no razona está dispersa por todo el cuerpo» (DK A 105). Sin duda esto constituye un intento de resolver ciertos aspectos del problem a del cuerpo y la mente. Com o Sócrates, quien enseñaba (cf. la Apología) «cuidad de vues­ tras almas», el m aterialista D em ócrito decía: «Los hom bres no obtie­ nen la felicidad de los cuerpos o del dinero; la obtienen m antenién­ dose rectos y pensando sabiamente». (DK B40.) He aquí otro frag­ m ento ético: «Quien elige los bienes del alm a elige lo más divino; quien elige los del cuerpo, lo más humano». (DK B37; cf. Vlastos [1975], págs. 382 y sig.) Com o su contem poráneo Sócrates, enseña: «Quien com ete un acto de injusticia es más desgraciado que quien lo sufre». (DK B45.) Se puede considerar a Dem ócrito. no sólo com o materialista, sino tam bién com o atom ista m onista. Mas. debido a sus enseñanzas m ora­ les. fue tam bién una especie de dualista, pues aunque desem peñe una función m uy im portante en la historia de la teoría m aterialista del alm a, tam bién desem peña una función im portante en la historia de la concepción moral del alm a y su contraste con el cuerpo, de la que tratarem os más abajo, en el apartado III. Tan sólo m encionaré aquí brevem ente la teoría de los sueños de Demócrito, Epicuro y Lucrecio {De rerum natura IV). de donde se desprende que la teoría m ateria­ lista del alm a no olvidaba la experiencia consciente: los sueños no son sum inistrados por los dioses, sino que constan de recuerdos de nuestras propias percepciones. II Acabam os de ver que la idea hom érica del alm a com o aliento -c o m o aire o com o fuego; esto es. com o una substancia corpórea m uy fin a - sobrevivió durante m ucho tiempo. Así pues, Aristóteles no estaba totalm ente en lo cierto cuando decía de sus predecesores {De anim a 405b 11): «Casi todos ellos caracterizan el alm a por tres de sus atributos: por el m ovim iento, por la sensación y por la incorporalidad». D eberíam os interpretar «incorporalidad» m ediante un térm ino más débil, tal com o «incorporalidad relativa», si querem os que esta afirm ación sea correcta, ya que la m ayor parte de sus predecesores fueron materialistas. Con todo, el desliz de Aristóteles es excusable. Sugiero que in­ cluso los m aterialistas eran dualistas que, habitualm ente, contrapo­ nían el alm a al cuerpo. Sugiero que todos ellos veían en el alm a o en la m ente la esencia del cuerpo. Obviam ente, hay dos ideas acerca de la esencia: una esencia co r­

poral y un a incorpórea. Los m aterialistas, hasta D em ócrito y más allá aún, consideraban el alm a o espíritu del hom bre com o algo análogo al espíritu del vino, o el espíritu del vino com o algo análogo al alma. (Véase la nota 2 a la sección 30, más arriba.) Así, tenem os una sustancia aním ica (material) com o el aire. Pero hay otra idea, debida, según sospecho, a Pitágoras o al pitagórico Filolao, según la cual la esencia de u na cosa es algo abstracto (como el núm ero o la razón entre números). El m onoteísm o de Jenófanes quizá sea una transición a la tradi­ ción de la incorporalidad, o quizá esté ya dentro de ella. Jenófanes, que trajo a Italia la tradición jónica, hace hincapié en que la m ente o el pensam iento de Dios es la esencia divina-, por m ás que su Dios no se conciba a sem ejanza del hom bre (DK B23-25): Solo existe un Dios, el m ayor de los dioses y los hum anos. Ni en m ente ni en cuerpo se asemeja a nosotros, los m orta­ les. Es enteram ente ojo y oído; enteram ente pensam iento.3 Desde lejos m ueve Todas la s cosas con su m ente previsora; con su poder de pensam iento. La m ente se identifica aquí con la percepción, con el pensa­ m iento, con el poder de la voluntad y con el poder de actuar. ,E n la teoría pitagórica de las esencias inm ateriales ocultas, los núm eros y las relaciones entre ellos, com o «razones» o «armonías», ocupan el lugar de los «principios» sustanciales de la filosofía jonia: el agua de Tales, lo indeterm inado de A naxim andro, el aire de Anaxím enes, el fuego de Heráclito. Se trata de un cam bio m uy chocante, que resulta m ás fácil de explicar suponiendo que fuese el propio Pitágoras el descubridor de las razones num éricas que subyacen a los intervalos m usicales concordantes:4 en un m onocordio, un instru­ m ento de u n a cuerda que es posible pisar a diversas alturas mediante un mástil móvil, se puede m ostrar que la octava corresponde a la razón 1:2, la quinta a la razón 2:3. y la cuarta a la razón 3:4 de la longitud de la cuerda. Así, la esencia oculta de las concordancias m elódicas o arm ónicas es la razón de determ inados núm eros simples 1:2:3, por más que una concordancia o arm onía, en cuanto experim entada, no sea un asunto cuantitativo, sino cualitativo. Fue un descubrim iento sorprendente. 3 El fragmento B2.4 termina aquí. Cf. Epicarmo. DK 23 B 12: «Solo la mente ve. solo la mente oye; todo lo demás es sordo y ciego». 4 La República de Platón. 530c-531c. puede considerarse como prueba de que el descubri­ miento lo hizo algún pitagórico. Para el descubrimiento y su atribución al propio Pitágoras. véase Gulhrie( [1962], págs. 221 y sig.). Véase también Diógenes Laercio vm. 12.

pero tiene que haber sido más sorprendente aún el descubrim iento de Pitágoras de que un ángulo recto (claram ente, otro asunto cuantita­ tivo) estaba conectado con las razones 3:4:5. C ualquier triángulo con lados que m antengan entre sí esta razón es rectángulo.5 Si, com o parece, fue el propio Pitágoras quien hizo este descubrim iento, enton­ ces es posible que sea verdad el inform e de Diógenes Laercio (vili, 11 y sig.): «Pitágoras pasó la m ayor parte del tiem po ocupado en los aspectos aritm éticos de la geometria». Estos inform es explican el trasfondo de la teoría pitagórica de que las esencias ocultas de todas las cosas son abstractas. Son núm eros, razones num éricas entre núm eros y «armonías». G uthrie ([1962], pá­ gina 301) lo dice de la siguiente manera: «Para los pitagóricos todo era la encarnación de un núm ero. Incluían lo que nosotros llam aría­ m os abstracciones, com o justicia, mezcla, oportunidad [...]». Quizá resulte interesante que G uthrie escriba aquí «encarnación» («incorpo­ ración»). Ciertam ente, seguim os sintiendo que la relación entre esen­ cia y aquello de lo que es esencia es com o la relación del alm a o la m ente y el cuerpo. G uthrie ha sugerido ([1962]; véase tam bién el interesante artículo de C harles H. Kahn [1974]) que, de hecho, bajo el nom bre «pitagó­ rico», se recogían dos teorías acerca del alma. La prim era, la original, probablem ente debida al propio Pitágoras, o quizá al pitagórico Filolao, era que el alm a inm ortal del hom bre era una arm onía o afinación de núm eros abstractos. Dichos núm eros y sus relaciones arm ónicas precedían y sobrevivían al cuerpo. La segunda teoría, puesta por Platón en boca de Simmias, un discípulo de Filolao, era que el alm a es un a arm onía o afinación del cuerpo, com o la arm onía o afina­ m iento de un a lira (habría que señalar que la lira no es m eram ente un objeto del M undo 1, sino tam bién del M undo 3, y lo m ism o ocurre con su afinación o armonía). Ha de perecer con el cuerpo, de la m ism a m anera que la arm onía de la lira perece con la lira. La se­ gunda teoría se hizo popular y la discutieron por extenso Platón y Aristóteles.6 Sin duda su popularidad se debió al hecho de ofrecer un m odelo fácil de captar acerca de la interacción m ente-cuerpo. Tenem os aquí dos teorías relacionadas, aunque sutilm ente distin­ tas. dos teorías que se puede interpretar que describen «dos tipos de alma» (G uthrie [1962], pág. 317), un tipo de alm a inm ortal y de rango superior, y otro tipo perecedero y de rango inferior; am bos constitu­ 5 Para la generalización de este problema, véase el capítulo 2, sección IV. de mi [1963(a)]. 6 Véase Platón. Fedón 85e y sigs.. especialmente 88c-d; Aristóteles. De anima 407b27 «[...] muchos la consideran com o la más creíble de todas [...] las teorías»; y pág. 21 del volumen XII (Select F ragm ents)áz la edición de Oxford de The Works o f Arisíotle. editado y traducido por Sir David Ross [1952], donde Temistio dice que la teoría es muy popular.

yen arm onías. Hay pruebas históricas de la existencia de am bas teo­ rías, la de Pitágoras y la de Simmias. Pero, que yo sepa, no se han distinguido claram ente antes de la discusión investigadora e intere­ sante de G uthrie acerca de Pitágoras y los pitagóricos. Podría plantearse la pregunta de cóm o enfoca la teoría que, con G uthrie, podem os considerar de Pitágoras (frente a la de Simmias), la relación existente entre el alm a (arm onía, razón entre núm eros) y el cu erp o .7 Podem os conjeturar que la respuesta a esta pregunta podría haber sido sim ilar a una teoría -p itag ó ric a- que se puede encontrar en el Timeo de Platón. Allí, el cuerpo form ado es resultado de una form a preexistente que se im prim e a sí m ism a en el espacio uniform e o indefinido (que corresponde a la m ateria prim era de Aristóteles).8 D icha form a tendría la naturaleza de un núm ero (o de una razón num érica o de un triángulo). De todo ello podríam os concluir que el cuerpo organizado lo estaría m ediante una arm onía preexistente de núm eros que, por consiguiente, podría tam bién sobrevivir al cuerpo. Los filósofos que siguieron a los pitagóricos (incluyendo a Sim ­ mias) en proponer una teoría del alm a y /o la mente, que las interpre­ taba com o esencias incorpóreas, fueron (quizá) Sócrates y (con segu­ ridad) Platón y Aristóteles. Fueron seguidos m ás tarde por los neoplatónicos. San Agustín y otros pensadores cristianos, así com o por Descartes. Platón propuso, en m om entos distintos, teorías un tanto diferen­ tes acerca de la mente, aunque siem pre estaban relacionadas con su teoría de las form as o ideas, de una m anera sem ejante a aquella en que la teoría de Pitágoras acerca de la m ente se relacionaba con su teoría de núm eros o razones. La teoría pitagórica de los núm eros y sus razones se puede interpretar com o una teoría acerca de la verda­ dera naturaleza o esencia de las cosas en general, cosa que tam bién se puede hacer con la teoría platónica de las ideas o formas. M ientras que, para Pitágoras, el alm a es una razón entre núm eros, para Platón, el alma, aunque no sea una form a o idea, es «afín» a las form as o ideas. El parentesco es m uy estrecho: el alm a es, casi exactam ente, la esencia del cuerpo vivo. La teoría de Aristóteles es, una vez más, similar. Describe al alm a com o la «prim era entelequia» del cuerpo vivo; y la prim era entelequia es, más o menos, su form a o su esencia. La diferencia fundam ental entre la teoría platónica y la aristotélica es, creo, que Aristóteles es un optim ista cosm ológico, m ientras que Pla­

7 Debo este problema a Jeremy Shearmur. quien también me ha sugerido que la relación podría ser como la que mantienen co:i la materia las ideas platónicas. 8 Véase mi [1963(a)]. capítulo 3. página 26 y nota 15.

tón es m ás bien pesimista. El m undo de Aristóteles es esencialm ente teleológico: todo progresa hacia la perfección. El m undo platónico es creado por Dios y, en el m om ento de la creación, es el m ejor m undo: no progresa hacia nada m ejor. De m odo sim ilar, el alm a de Platón no es progresiva, sino que a lo sum o es conservadora. Mas, la entelequia de Aristóteles es progresiva; tiende a un fin, a un objetivo. C onsidero probable que esta teoría teleológica - l a tendencia del alm a a un fin, el b ie n - se retrotraiga a Sócrates, quien enseñaba que la acción para el fin m ejor y con el m ejor objetivo se seguía por necesidad del conocim iento de lo mejor, así com o que la m ente o el alm a estaba siem pre tratando de actuar de m anera que produjese lo mejor. (Véase tam bién las consideraciones autobiográficas de Sócra­ tes en el Fedón, 96a y sigs., especialm ente 97d, que, siguiendo a G uthrie [1969], vol. III, págs. 421 y sigs., me inclino a considerar históricas.)9 La doctrina platónica del m undo de las esencias - s u teoría de las form as o id eas- constituye la prim era doctrina de lo que denom ino M undo 3. Pero (com o he explicado en la sección 13, m ás arriba) hay considerables diferencias entre mi teoría del M undo 3, el m undo de los productos de la m ente hum ana, y la teoría platónica de las for­ mas. Con todo. Platón fue uno de los prim eros en apreciar (junto, quizá, con Protágoras y Demócrito) la im portancia de las ideas - d e la «cultura», para utilizar un térm ino m o d ern o - para la form ación de nuestras mentes. Por lo que respecta al problem a de la m ente y el cuerpo. Platón lo enfoca fundam entalm ente desde un punto de vista ético. C om o la tradición órfico-pitagórica, considera el cuerpo com o una prisión del alm a (quizá no esté del todo claro cóm o podem os escapar de ella m ediante la transm igración). Mas, según Sócrates y Platón, el alm a o m ente o razón debe ser quien rija el cuerpo (y las partes inferiores del alma: los apetitos, que están em parentados con el cuerpo y corren peligro de ser regidos por él). A m enudo. Platón señala paralelism os entre la m ente y el cuerpo, aunque acepta un interaccionism o entre la m ente y el cuerpo sin ningún problem a: com o Freud, sostiene la 9 La lectura de Gulhrie ([1969], vol. III). cuyo libro contiene la mejor presentación de Sócrates que yo conozca, me ha convencido de que las consideraciones autobiográficas en el Fedón platónico. 96a y sigs.. son probablemente históricas. Al principio, acepté la critica de Guthrie (pág. 423. n. 1) de mi libro La sociedad abierta (vol. I, pág. 308) sin releer lo que yo habia escrito. Al preparar este pasaje, he mirado de nuevo el vol. I de mi La sociedad abierta y he descubierto que. en la pág. 308. no atacaba la historicidad del pasaje autobiográfico (Fedón 96a y sigs ), sino la historicidad del Fedón en general y del Fedón 108d y sigs. en particular, con su exposición un tanto autoritaria y dogmática de la naturaleza del cosmos, especialmente de la Tierra. Esta exposición sigue pareciéndome incompatible con la Apología.

teoría de que la m ente tiene tres partes: 1) la razón, 2) la actividad, energía o vitalidad {zimos, que a m enudo se traduce por espíritu o por valor) y 3) los apetitos (inferiores). Com o Freud, acepta una especie de lucha de clases entre las partes superiores e inferiores del alma. En los sueños, las partes inferiores pueden descontrolarse; por ejemplo, nuestros apetitos pueden hacer que un hom bre sueñe {República, com ienzo del libro IX, 5 7 Id y sigs.) que se casa con su m adre, o pueden hacer que sueñe con «un sucio hecho de sangre» (como el parricidio, añade Jam es Adams). Se da a entender claram ente que tales sueños surgen de la acción de nuestros cuerpos sobre «la parte bestial y salvaje» del alma, siendo tarea de la razón dom ar esas partes, rigiendo con ello el cuerpo. La interacción entre la m ente y el cuerpo se debe a fuerzas que Platón considera aquí, y en algunos otros lugares, com o sim ilares a fuerzas políticas m ás bien que mecánicas : u na contribución sin duda interesante al problem a de la m ente y el cuerpo. Tam bién describe la m ente com o el piloto del cuerpo. Tam bién Aristóteles tiene una teoría de las partes inferiores (irracionales) y superiores (racionales) del alma; pero la suya es una teoría biológica más bien que de inspiración política o ética. (Mas, en la Ética a Nicómaco 1102b6 y sigs., dice, aludiendo probablem ente al pasaje del sueño que aparece en Platón, que «los sueños de los hom ­ bres buenos son mejores que los de las personas comunes».) Las ideas de Aristóteles anticipan en m uchos aspectos la evolu­ ción biológica. Distingue el alm a nutritiva (que se encuentra en todos los organism os, incluidas las plantas) del alm a sensitiva y del alm a que es fuente de m ovim iento (que sólo se halla en los animales), y del alm a racional (nous) que se da tan sólo en el hom bre y que es inm or­ tal. Subraya con frecuencia que estas diversas alm as son «formas» o «esencias». M as la teoría aristotélica de la esencia es distinta de la de Platón. Sus esencias no pertenecen, com o las de Platón, a un m undo separado de form as o ideas; por el contrario, son inherentes a las cosas físicas. (En el caso de los organism os, se puede decir que vive en, el organism o com o su principio de vida.) Se puede decir que las esencias o alm as irracionales de Aristóteles son anticipaciones de la m oderna teoría de los genes: com o el DNA, planifican las acciones del organism o y lo guían a su telos, a su perfección. Las potencialidades o partes irracionales del alm a sensorial y m o­ triz de Aristóteles tienen m ucho en com ún con las disposiciones a la acción de Ryle. Son, por supuesto, perecederas y son com pletam ente similares a la «arm onía del cuerpo» de Sim m ias (si bien Aristóteles tiene m ucho que decir com o crítica de la teoría de la armonía). Pero la parte racional, la parte inm ortal del alm a es diferente. El alm a racional de Aristóteles es, por supuesto, consciente de su

yo. com o la de Platón. (Véase, por ejemplo, los Segundos Analíticos 99b20 hasta el final, con la discusión del nous, que aquí significa intuición intelectual.) Incluso C harles Kahn [1966], que está dispuesto a subrayar las diferencias entre la noción aristotélica de alm a y la idea cartesiana de conciencia, llega, tras una brillante y cuidadosísim a investigación, a la conclusión (que considero casi obvia) de que la psicología de Aristóteles posee la idea de la conciencia del y o .10 En este contexto, aludiré solam ente a un im portante pasaje que m uestra al m ism o tiem po que Aristóteles ha constatado la interacción entre nuestros órganos físicos de los sentidos y nuestra conciencia subjetiva. En Aristóteles, De los sueños, 461 b 3 1, leemos: «si un hom ­ bre no es consciente de que un dedo está presionando bajo su ojo, no sólo un a cosa parecerá ser dos, sino que podrá pensar que es dos; m ientras que si no es inconsciente [de la presión del dedo bajo su ojo], seguirá pareciendo ser dos, aunque no crea que es dos». Se trata de un experim ento clásico que dem uestra la realidad de la experiencia consciente y que la sensación no es una disposición a c re e r.11 III El desarrollo de las ideas éticas desem peña una función p rim or­ dial en el desarrollo de la teoría del alma, la m ente o el yo. F unda­ m entalm ente, son los cam bios en la teoría de la supervivencia del alm a los que resultan más sorprendentes e im portantes. Se ha de adm itir que, en H om ero y en algunos otros mitos del Hades, no siem pre se evita el problem a del prem io y el castigo del alm a por su excelencia extraordinaria o por sus fallos morales. Mas, en Hom ero, la condición del alm a que sobrevive, perteneciente a personas com unes que nunca han hecho m ucho mal, es terrible y deprim ente. La m adre de Odiseo es precisam ente una de ellas; no se la castiga por un delito, sino que sufre sim plem ente com o parte de la condición de ser un m uerto. El culto m istérico de Eleusis (y quizá lo que se llam a «religión órflca») lleva a un cam bio en esta creencia. Había una prom esa de un m undo m ejor en el futuro, si se adoptaba la religión correcta con los rituales adecuados. Para nosotros, postkantianos, este tipo de prom esa de una recom ­ pensa no parece constituir una m otivación moral. Pero caben pocas dudas acerca de que fue el prim er paso en el cam ino que lleva al

Véanse también las consideraciones acerca de W. F. R. Hardie [1976]. en la sección 44. más arriba. 11 Cf. la sección 30. más arriba, el texto de la nota 5.

punto de vista socrático y kantiano, en el que la acción m oral se hace por sí misma; en el que es su propia recom pensa, antes que una buena inversión, el precio que se paga por una prom esa de prem io en la vida futura. Se puede ver con toda claridad cuáles son las etapas de este desa­ rrollo, en el que desem peña una función im portante el desarrollo de la idea de alma, del yo, que constituye la persona actuante respon­ sable. Quizá bajo la influencia de los m isterios de Eleusis y del «orfismo», Pitágoras enseñó la supervivencia y reencarnación del alma, o metempsicosis: el alm a recibe prem io o castigo por sus acciones m ediante la calidad - l a calidad morah- de su vida siguiente. Se trata del prim er paso hacia la idea de que la bondad constituye su propio premio. Demócrito, que en m uchos aspectos recibió la influencia de las opiniones pitagóricas, enseñó com o Sócrates (como hem os visto ante­ riorm ente en esta sección) que es preferible sufrir la injusticia que com eter un acto injusto. Com o es natural, Dem ócrito, el materialista, no creía en la supervivencia, y Sócrates parece haber sido un agnós­ tico con respecto a la supervivencia (según la Apología de Platón, aunque no según el Fedón).12 Am bos argum entaban por recurso al prem io y castigo, térm inos inaceptables para el rigorism o m oral de tipo kantiano. M as am bos superaron con m ucho la idea prim itiva del hedonism o, del «principio del placer». (Cf. Fedón 68e-69a.) Ambos enseñaban que perpetrar un acto injusto era degradar la propia alma; de hecho, castigar al propio yo. A m bos hubieran aceptado la sencilla m áxim a de Schopenhauer «¡No dañes a nadie, sino ayuda a todo el m undo tanto com o puedas!» (Neminem lede; imo omnes, ut potes, juva!) Además, am bos habrían defendido este principio, m ediante lo que era en esencia una llam ada al propio respeto y al respeto de otros individuos. Com o m uchos materialistas y determ inistas. Dem ócrito no pare­ cía ver que el m aterialism o y el determ inism o son, de hecho, incom ­ patibles con su enseñanza m oral, ilustrada y hum anitaria. No veían que, aun cuando considerem os que la m oralidad no está dada por Dios, sino por el hom bre, aun así form a parte del M undo 3; consti­ tuye un producto parcialm ente autónom o de la m ente hum ana. Fue Sócrates el prim ero en darse cuenta de ello con claridad.

12 Por lo que respecta a la incompatibilidad de determinadas partes del Fedón (en especial Fedón 108d y sigs.) con la Apología de Platón, véase la nota 9 a esta sección y la pág. 308 de mi La sociedad abierta [1966(a)]. volumen I.

Hay dos com entarios de la m ayor im portancia para el problem a del cuerpo y la m ente que probablem ente sean genuinam ente socráti­ cos y que se reproducen en el Fedón, el diálogo en el que Platón describe las últim as horas de prisión y la m uerte de Sócrates. Los dos com entarios a que me refiero aparecen en el pasaje del Fedón (96alOOd), fam oso por contener algunas consideraciones autobiográficas de S ócrates.13 El prim er com entario (96b) constituye u n a de las for­ m ulaciones más nítidas del problem a del cuerpo y la m ente en toda la historia de la filosofía. Sócrates inform a de que, cuando era joven, estaba interesado en problem as del tipo «¿Acaso, com o algunos di­ cen, lo caliente o lo frío producen la organización de los anim ales por un proceso de ferm entación? ¿Pensam os con nuestra sangre, con aire o con fuego? ¿O accaso no es con ninguno de ellos, sino que es el cerebro el que produce las sensaciones (oído, vista y olfato), su r­ giendo de ellas la m em oria y la opinión? ¿Acaso el conocim iento dem ostrativo (epistéme) se deriva de la opinión y m em oria firm e­ m ente establecidas?» Sócrates deja bien claro que pronto rechazó tales especulaciones fisicalistas. La m ente, el pensam iento o la razón, deci­ dió, siem pre persigue un objetivo o un fin; siem pre persigue un propósito, haciendo lo mejor. Tras haber oído que A naxágoras había escrito un libro en el cual enseñaba que la m ente (nous) «ordena y causa todas las cosas», Sócrates estaba ávido de leer el libro; pero se sintió profundam ente frustrado cuando lo leyó, ya que el libro no explicaba los propósitos o razones subyacentes al orden del m undo, sino que intentaba explicar el m undo com o una m áquina regida por causas puram ente mecánicas. «Era com o si alguien dijese prim ero (señala Sócrates en el segundo de los dos com entarios, Fedón 98c99a) que Sócrates actúa por la razón o la inteligencia y luego, al tratar de explicar las causas de lo que hago ahora, afirm ase que estoy ahora aquí sentado porque m í cuerpo se com pone de huesos y tendones; [...] y que los tendones, al relajarse y contraerse, m e obligan ahora a doblar las piernas, siendo ello la causa de que m e siente aquí con las piernas dobladas [...]. Con todo, las causas reales por las que estoy sentado aquí, en la prisión, son que los atenienses han decidido con­ denarm e, habiendo decidido yo que [...] es más justo que perm anezca aquí y sufra el castigo que m e han impuesto. Pues, por el Can, [...] estos huesos míos hace tiem po que estarían en M egara o en Boecia [...] si yo no hubiese considerado preferible y más noble sufrir la pena que mi ciudad m e im pone que tratar más bien de escapar y huir.»

13 La historicidad de este pasaje autobiográfico la defiende de manera convincente Guthrie [1969] vol. III, págs. 421-3; véase también la nota 9, más arriba.

John Beloff ([1962], pág. 141) considera este pasaje con toda ju sti­ cia com o un a «soberbia afirm ación de libertad m oral frente a la muerte». Sin em bargo, está ingeniado con la intención de distinguir tajantem ente u na interpretación en térm inos de causas (una explica­ ción causal del M undo 1) de una explicación en térm inos de intencio­ nes, objetivos, fines, motivos, razones y valores a realizar (una expli­ cación del M undo 2 que incluye tam bién explicaciones del M undo 3: el deseo de Sócrates de no violar el orden legal de Atenas). Tam bién deja claro que am bos tipos de explicaciones pueden ser verdaderos, aunque, por lo que respecta a la explicación de una acción responsa­ ble y orientada a un fin, el prim er tipo (la explicación causal del M undo 1) seria absurdam ente irrelevante. A la luz de algunos desarrollos m odernos, podem os m uy bien decir que Sócrates considera aquí ciertas teorías paralelistas y de la identidad, rechazando la pretensión de que una explicación causal fisicalista o conductista de una acción hum ana pueda equivaler a u n a explicación en térm inos de fines, propósitos o decisiones (o a una explicación en térm inos de la lógica de su situación). Rechaza la explicación fisicalista, no porque no sea verdadera, sino por su carác­ ter incom pleto y por su falta de valor explicativo. Omite lo perti­ nente: la elección consciente de fines y medios. He aquí un segundo com entario sobre el problem a del cuerpo y la mente, m uy distinto y m ucho más im portante que el prim ero. Se trata de un enunciado en térm inos de acciones hum anas responsa­ bles; de un enunciado en un contexto esencialm ente ético. Deja claro que la idea ética de un yo m oral responsable ha desem peñado una función decisiva en la an tig u a14 discusión relativa al problem a del cuerpo y la m ente y de la conciencia del yo. La posición que adopta aquí Sócrates la subscribiría cualquier interaccionista, ya que para un interaccionista, no se puede sum inis­ trar ni siquiera una explicación plena de los m ovim ientos corporales hum anos, en cuanto movimientos puram ente físicos, en térm inos ex­ clusivam ente físicos: el M undo 1 no es com pleto, sino que está cau­ salm ente abierto al M undo 2 (y, a través de él, al M undo 3).1S

14 En tiempos modernos. Leibniz aludió repetidamente a este segundo pasaje del Fedón platónico, en conexión con sus diversas discusiones del problema del cuerpo y la mente. Véase más abajo, la sección 50. 15 Si no se insiste en este punto -si. por ejemplo, se dice que los movimientos físicos de nuestros cuerpos se pueden explicar en principio completamente, exclusivamente en términos del Mundo 1, pudiéndose complementar sencillamente esta explicación en términos de significa­ ciones-, entonces me parece que se ha adoptado sin darse cuenta una forma de paralelismo, según el cual los objetivos, propósitos y libertad humanas se convierten en un mero epifenó­ meno subjetivo.

47.

Explicación conjetural frente a explicación última

Incluso a aquellos que no están interesados en la historia, sino que lo que les interesa básicam ente es com prender la situación problem á­ tica contem poránea, les hará falta retrotraerse a dos visiones opuestas sobre la ciencia y la explicación científica, que puede verse que for­ m an parte de la tradición de las escuelas platónica y aristotélica. Las tradiciones de Platón y Aristóteles pueden describirse com o objetivistas y racionalistas (frente al sensualism o o em pirism o subjeti­ vista q ue tom a las im presiones de los sentidos com o punto de partida, tratando de «construir» a partir de ellos el m undo físico). C asi1 todos los precursores de Platón y Aristóteles eran racionalistas en este sen­ tido: trataban de explicar los fenóm enos del m undo, postulando un m undo oculto, un m undo de realidades ocultas tras el m undo feno­ ménico. Por supuesto, los que más éxito tuvieron de estos precursores fueron los atom istas Leucipo y Demócrito, quienes explicaban m u ­ chas propiedades de la m ateria, com o la com presibilidad, la porosi­ dad, los cam bios del estado líquido al gaseoso y al sólido. Su m étodo podría denom inarse el método de conjetura o hipótesis o el de explicación conjetural. Se analiza en algún detalle en la R epú­ blica de Platón (v.g., 51 Ob-511 e), en el Menón (86e-87c) y en el Fedón (85c-d). Consiste esencialm ente en hacer algunas suposiciones (en favor de las cuales podemos no tener nada que decir) y ver qué se sigue. Es decir, contrastamos nuestra suposición o nuestra conjetura explorando sus consecuencias, siendo conscientes de que, al proceder de este modo, nunca podrem os establecer la suposición. La suposi­ ción puede o no agradarnos intuitivam ente: la intuición, aunque im ­ portante, nunca es decisiva (en este método). U na de las funciones fundam entales del m étodo es explicar los fenóm enos o «salvar los fenóm enos».2 1 Las únicas excepciones las constituían algunos de los sofistas, especialmente Protágoras. El empirismo subjetivo se hizo importante de nuevo con Berkeley. Hume. Mach. Avenarius. así como con el primer Wittgenstein y los positivistas lógicos. Lo considero equivocado y no le dedicaré mucho espacio. Considero que su doctrina tipica queda recogida en lo que decía Otto Neurath. «Todo es superficie: el mundo carece de profundidad»; o lo que decía Wittgenstein-, «El enigma no existe». ( Tractatus [1921], 6.5.) 2 Este método ha de distinguirse claramente de la teoría del instrumentalismo. con la cual lo fundió Duhem. (Véase mi [1963(a)]. capítulo 3, nota 6. pág. 99. donde se pueden hallar referen­ cias a ios pasajes aristotélicos que discuten este método: por ejemplo. De cáelo 293a25.) La diferencia entre este método y el instrumentalismo consiste en que sometemos a contrastación la verdad de nuestras explicaciones tentativas, principalmente porque estamos interesados en su verdad (como el esencialista. véase más abajo), aunque no creemos que podamos establecer su verdad.

Un segundo m étodo que, en mi opinión, habría de distinguirse tajantem ente del m étodo de conjeturas o hipótesis, es el método de la captación intuitiva de la esencia; es decir, el método de la explicación esencialista (en alem án, la intuición de la esencia se denom ina « Wesensschau», en term inología de H usserl).1 Aquí, «intuición» (nous, intuición intelectual) im plica una visión infalible que garantiza la verdad. Lo que vem os o captam os intuitivam ente (en este sentido de intuición) es la propia esencia. (Véase, por ejemplo, el Fedón de Platón, 100c; así com o Aristóteles, Segundos Analíticos, esp. 100b.) La explicación esencialista nos perm ite responder una pregunta del tipo «qué es» y (según Aristóteles) enunciar la respuesta en form a de una definición de la esencia, una fórm ula de la esencia. (U na defini­ ción esencialista es una definición real.) Utilizando esta definición com o premisa, podem os intentar, una vez más, explicar deductiva­ m ente el fenóm eno, salvar el fenómeno. Con todo, si no tenem os éxito, la culpa no puede ser de nuestra premisa: ésta ha de ser verda­ dera, si es que hem os captado adecuadam ente la esencia. Además, un a explicación por intuición de la esencia es una explicación última: ni precisa ni es susceptible de explicación ulterior. Frente a ella, cualquier explicación conjetural puede dar lugar a un nuevo pro­ blema, a una nueva necesidad de explicación: la pregunta «¿por qué?» siem pre se puede reiterar, com o saben incluso los niños pequeños. (¿Por qué no ha venido papi a com er? Porque ha ido al dentista. ¿Por qué tiene que ir al dentista? Tiene una m uela dañada. ¿Por qué tiene una m uela dañada?) Las cosas son distintas con las preguntas del tipo «qué es». Aquí una respuesta puede ser final. Espero haber dejado bien clara la diferencia que hay entre la explicación conjetural -q u e , aunque esté guiada por la intuición, siem pre es ten tativa- y. por otra parte, la explicación esencialista o últim a -q u e es infalible, si está guiada por la intuición (en otro sen­ tido de la palabra). Hay, dicho sea de paso, dos m étodos correspondientes de criticar una afirmación. El prim ero de ellos («la crítica científica») critica una afirm ación extrayendo de ella consecuencias lógicas (quizás de ella en conjunción con otras afirm aciones improblemáticas), y tratando de hallar consecuencias que sean inaceptables. El segundo m étodo («la crítica filosófica») trata de m ostrar que la afirm ación no es realmente demostrable; que no es derivable de prem isas intuitivam ente ciertas, sin que sea ella m ism a intuitivam ente cierta. Casi todos los científicos critican afirm aciones con el prim er m é­

1 Véase mi La sociedad abierta. II. pág. 16.

todo, m ientras que casi toda la crítica filosófica que conozco procede con el segundo. A hora bien, lo interesante es que la distinción entre am bos m éto­ dos de explicación puede hallarse en las obras de Platón y Aristóteles: allí está tanto la descripción teórica de am bos m étodos com o su uso, m ediante ejem plos prácticos. Mas lo que falta, desde Platón hasta nuestros días, es la conciencia plena de que se trata de dos métodos, de que difieren fundam entalm ente y, más im portante aún, de que sólo el prim ero de ellos, la explicación conjetural, es válido y practi­ cable, m ientras que el segundo no es más que un espejismo. La diferencia entre am bos m étodos es más radical que la diferen­ cia que pueda haber entre dos m étodos que lleven a lo que se ha denom inado «pretensiones de conocimiento», ya que sólo el segundo conduce a ellas. El prim er m étodo lleva a conjeturas o hipótesis. A unque puede decirse que éstas pertenecen al «conocimiento» en un sentido objetivo o tercerm undano, no se pretende que sean verdade­ ras. Se puede conjeturar que lo son, pero eso es algo com pletam ente distinto. Hay que adm itir la existencia de un m ovim iento tradicional y antiguo contra la explicación esencialista, que em pieza en el escepti­ cism o antiguo; m ovim iento que ha influido sobre Hum e, Kirchhoff, M ach y tantos otros. Mas los m iem bros de este m ovim iento no dis­ tinguen los dos tipos de explicación, sino que más bien identifican la «explicación» con lo que denom ino «explicación esencialista» y, por consiguiente, rechazan toda explicación. (En lugar de ello, recom ien­ dan que tom em os la «descripción» com o tarea real de la ciencia.) Sim plificando groseram ente las cosas (com o hem os de hacer siem pre en historia) podem os decir que, a pesar de la existencia de dos tipos de explicación, claram ente reconocidas en algunos pasajes de Platón y Aristóteles, existe la convicción casi universal, incluso entre los escépticos, de que sólo el tipo esencialista de explicación constituye realm ente una explicación y que sólo ella debe tom arse en serio. Sugiero que se trata de u n a actitud casi inevitable en ausencia de u n a distinción clara entre el M undo 2 y el M undo 3. A m enos que tal distinción se establezca con claridad, no hay «conocimiento» excepto en el sentido subjetivo o del M undo 2. N o hay conjeturas o hipótesis, ni teorías tentativas y en com pe­ tencia. Tan sólo hay duda subjetiva, incertidum bre subjetiva, que es casi lo opuesto al «conocimiento». Dadas dos teorías, no podem os decir que un a sea m ejor que la otra; tan sólo podem os dudar de u n a y creer la otra. Por supuesto, puede haber diferentes grados de creencia subjetiva (o probabilidad subjetiva). Mas, en tanto en cuanto no reco­

nozcam os la existencia de un M undo 3 objetivo (y de razones objeti­ vas que pyedan hacer que una de las teorías en com petencia sea objetivam ente preferible u objetivam ente más potente que otra, au n ­ que no sepam os que alguna de ellas sea verdadera), no puede haber teorías o hipótesis diferentes con diversos grados de m érito o preferibilidad objetiva (lejos de la plena verdad o falsedad). Com o conse­ cuencia, m ientras que desde el punto de vista del M undo 3, las teo­ rías son hipótesis conjeturales, para quienes interpretan las teorías o hipótesis en térm inos de creencias del M undo 2, hay una distinción tajante entre teorías e hipótesis: de las teorías se sabe que son verda­ deras, m ientras que las hipótesis son provisionales y, en cualquier caso, aún no se sabe que son verdaderas. (Incluso el gran W illiam W hew ell -q u ie n de algún m odo se aproxim a al punto de vista aquí ex p u esto - creía en la diferencia esencial entre u n a hipótesis y una teoría definitivam ente establecida, lo que constituía un punto de acuerdo entre W hew ell y Mili.) Es interesante que Platón siem pre haga hincapié, cuando va a relatar un mito, en que éste sólo posee verosim ilitud y no verdad. Mas ello no afectó a su actitud hacia que lo que busquem os sea la certeza, que ha de hallarse en la intuición intelectual de las esencias. Está de acuerdo con los escépticos en que puede que eso no sea (o no sea siempre) posible. Pero, al parecer, el m étodo de las conjeturas lo consideran todas las partes com o un sustituto temporal, tentativo y provisional, de algo mejor. U no de los incidentes más interesantes de la historia de la ciencia se debe al hecho de que este punto de vista lo sostiene incluso Newton. Sus Principia se pueden considerar, según creo, com o la más im portante de todas las obras de explicación de la historia, y N ew ton se dio cuenta con toda claridad de que sus propias teorías de los Principia no constituían una explicación esencialista. Sin em bargo, n unca rechazó, y aceptó im plícitam ente, la filosofía del esencialismo. No sólo dijo «yo no tram o hipótesis» (esta consideración particular podría haber significado perfectam ente «yo no ofrezco especulaciones acerca de posibles explicaciones últim as, com o hace Descartes»), sino que aceptó que había de buscar explicaciones esencialistas y, si se hallaban, debían ser finales y superiores a su atracción a distancia. N unca se le ocurrió abandonar su creencia en la superioridad de una explicación esencialista en favor de su propio tipo de explicación (que creía erróneam ente que se basaba en la inducción a partir de los fenóm enos, más bien que en las hipótesis). Frente a algunos de sus seguidores, adm itía que su teoría no constituía u n a explicación, y sólo pretendía que “el m étodo m ejor y m ás seguro [es] investigar diligentem ente, prim ero, las propiedades de las cosas [...] y [sólo] des­

pués buscar hipótesis para explicarlas».4 En la tercera edición de los Principia [1726], N ew ton añadió al com ienzo del Libro III, al final de las Reglas del Razonam iento en Filosofía, «no es que yo afirm e que la gravedad sea esencial a los cuerpos», descalificando así a quienes considerasen que la fuerza de la gravedad pudiese tom arse com o una explicación esencialista.5 R esum iendo, N ew ton, probablem ente el m ayor m aestro que haya habido nunca del m étodo de explicación conjetural que «salvaba los fenómenos», estaba sin duda en lo cierto al recurrir a los fenóm e­ nos, aunque se equivocaba al creer que él había eludido las hipótesis para utilizar la inducción (baconiana). Creía correctam ente que su teoría se podría explicar m ediante otra teoría más profunda, si bien se equivocaba al creer que habría de ser u n a explicación esencialista. Tam bién se equivocaba al creer que la inercia era esencial a la m ate­ ria, una vis Ínsita inherente a la materia. (En la sección 51, más abajo, se hallará una discusión ulterior y com plem entaria de la teoría de N ew ton y su relación con el esencialismo.) Antes de pasar a Descartes y su explicación esencialista de la m ateria y la mente, me limitaré a enunciar brevem ente mi creencia en que la m ayor parte de nuestras dificultades se debe al hecho de que aún tenem os tendencia a plantear preguntas del tipo «qué es »; de que esperam os hallar algún día qué es en realidad la mente. C ontra ello, deseo señalar que no sabem os qué es la m ateria, si bien conoce­ m os ahora u na buena porción de cosas acerca de su estructura física. Así. no sabem os (por ejemplo) si las «partículas elementales» que entran en su estructura son o no «elementales» en algún» sentido pertinente de la palabra. De m odo sim ilar, aunque no sepamos nada acerca de su esencia, sabem os bastantes cosas acerca de la estructura de la mente. Sabem os algo acerca de la vigilia y el sueño. Sabemos m uchas cosas acerca de su actividad orientada a un fin, acerca de su actividad resolutora de problem as, acerca de esa actividad de la m ente que se desarrolla incluso durante el sueño, inconscientem ente, acerca de las virtudes, el heroísm o, el olvido de sí y la disposición a hacer sacrificios, acerca de los vicios, el egoísm o y el egocentrism o, y tam bién acerca de la riqueza y variedad de la personalidad hum ana. Tam bién sabem os 4 Newlon. carta a Oldenburg. 2 de junio de 1672. (Cf. Opera de Newton, ed. S. Horsley. volumen IV. págs. 314 y sig.) 5 Cf. también las cartas a Richard Bentley. 17 de enero y 25 de febrero de 1692/3. Véase mi {1963(a)] notas 20 y 21 al capítulo 3 (así com o el texto), y la Optica de Newton. cuestión 31. donde Newton menciona la posibilidad de que la atracción «se pueda realizar mediante impulso o algún otro medio que desconozco».

m uchas cosas, aunque sean dem asiado pocas, sobre las tradiciones sociales y culturales del hom bre y sobre el m odo en que nuestras m entes están ancladas en el M undo 3. Se trata de «fenómenos» (en el sentido de N ew ton) y, de algún m odo, com o N ew ton, buscam os una explicación última. No cabe duda de que com etem os un error al hacerlo, pues con la explicación conjetural ni siquiera llegamos m uy lejos. No cabe esperar otra cosa, ya que la m ente es un proceso, o un fenómeno, de la vida -d e la vida de los organism os superiores- y por más que sepamos m ucho de los organism os, especialm ente de un gran hecho unificador -e l código genético-, casi todo lo que sabemos está aún m enos unificado que nuestro conocim iento típicam ente plu­ ralista acerca de la materia. A unque debam os esforzarnos por conse­ guir la m ayor unificación posible, no hem os de esperar una respuesta a nuestros problem as de carácter esencialista o sim ilarm ente unifi­ cado.

48.

D escartes: u n d esp laz am ien to del p ro b le m a del c u e rp o y la m e n te Pienso que el alm a y el cuerpo reaccionan uno sobre otro por simpatía. Un cam bio en el estado aním ico produce un cam bio en la form a del cuerpo y, a la inversa, un cambio en la form a del cuerpo produce un cam bio en el estado del alma. A r is t ó t e l e s

Para lo que aquí me interesa, carece de interés que este enunciado program ático (del com ienzo del capítulo IV de la Fisiognómica Obras menores, 808b 11) sea del propio Aristóteles, bajo cuyo nom bre nos ha llegado, o de alguno de sus discípulos (quizá Teofrasto). Mi propósito es m ostrar que el problem a del cuerpo y la mente y su solución interaccionista constituían patrim onio com ún de la escuela aristotélica. Los m iem bros de esta escuela, que aceptaban la doctrina de la incorporeidad del alma, tam bién aceptaban, tácita aunque clara­ mente, la doctrina de que la relación entre la m ente y el cuerpo se basaba en una interacción que obviam ente no era mecánica. Com o ya he apuntado, la totalidad de los pensadores de esa época, excepción hecha de los atomistas, quienes creían en una interacción mecánica, resolvían de ese m odo el problem a del cuerpo y la mente.

En esta sección, mi tesis es sencilla. En prim er lugar, deseo su­ b rayar la existencia de un terreno com ún en Aristóteles y Descartes por lo que respecta a las doctrinas de la incorporeidad del alm a y del interaccionism o, así com o por lo que respecta a la aceptación de la idea de explicación esencialista. Sin em bargo. Descartes se vio abo­ cado a dificultades especiales con el problem a de la interacción. Para él, el problem a se convirtió en el problem a de cóm o un alm a inm ate­ rial podría actuar sobre un m undo físico de m ecanism o de relojería, en el cual toda causalidad física se basaba, esencial y necesariam ente, en el im pulso mecánico. Mi tesis es que. al intentar com binar la doctrina de la incorporeidad del alm a y de la interacción con un principio m ecanicista y m onista de causalidad física. Descartes creó u na dificultad enteram ente nueva e innecesaria. D icha dificultad con­ dujo a un nuevo desplazam iento del problem a del cuerpo y la m ente (y, con los sucesores de Descartes, al paralelism o del cuerpo y la m ente y, más tarde, a la tesis de la identidad). C om o ya he dicho. Descartes era esencialista. y sus ideas físicas descansaban en una idea intuitiva relativa a la esencia de los cuer­ pos. 1 La fiabilidad de esta intuición se consideraba garantizada por Dios. Descartes trató de m ostrar, con argum entos a partir de su «pienso, luego soy», que Dios existe y que, puesto que es perfecto, no podría perm itir que nos engañásem os cuando teníam os una intuición o percepción clara y distinta. Así pues, la claridad y distinción de nuestras percepciones (y algunos otros pensam ientos subjetivos) son para Descartes criterios de verdad fiables. Descartes definía un cuerpo com o algo extenso espacialm ente (tridim ensionalm ente). Así pues, la extensión era la esencia de la corporeidad o materialidad. (No difería m ucho de la teoría platónica del espacio, en el Timeo, o de la teoría aristotélica de la m ateria prim a.) Descartes com partía con m uchos pensadores anteriores (Platón, Aristóteles, San A gustín)2 la opinión según la cual la m ente y la conciencia del yo son incorpóreas. Al aceptar la opinión de que la extensión era la esencia de la m ateria, se veía obligado a decir que la substancia incorpórea, el alm a, era «inextensa». (Lo cual llevó a Leib1 Por «esencia» entendía Descartes las propiedades esenciales o inmutables de una substancia (para la idea cartesiana de substancia, véase la nota 1 a la sección 49. más abajo), de la misma manera que lo hacían Aristóteles o Newton (quien decía que la gravedad no puede ser esencial a la materia, dado que disminuye con la distancia). 2 Es interesante que el famoso argumento de Descartes, «pienso, luego soy», fuese anticipado por San Agustín e'n su De libero arbitrio, com o le señaló Arnauld a Descartes. (Véase Haldane y Ross [1931], vol. II. págs. 80 y 97.) Según Bertrand Russell [1945], pág. 374. se puede encontrar también un antecedente en los Soliloquios de San Agustín. En las Confesiones de San Agustín (v.g.. X. 8). así com o en su De quantitate animae. se pueden hallar muchas cosas sobre la relación entre la mente y el cuerpo.

niz a identificar las alm as con los inextensos puntos euclídeos; esto es, con las «mónadas».) La esencia de la substancia aním ica era, según Descartes, la de ser una substancia «pensante».3 «Pensante» se tom a aquí claram ente com o sinónim o de «consciente». La definición de la m ateria o cuerpo com o extensa condujo directam ente a Descartes a su versión peculiar de teoría mecanicista de la causalidad; a la teoría de que toda causación en el M undo 1 tiene lugar por empujes. En cierto modo, se trataba de una teoría antigua. Es la teoría del guerrero que em puña una espada o un venablo y se defiende con un escudo y un casco; y es tam bién la teoría del artesano, el alfarero, el constructor de em barcaciones o el herrero. (Difícilmente constituye la teoría del fundidor de bronce o hierro, ya que la aplicación del fuego recurre a un factor causal distinto del m ero em puje; tam poco es la teoría del alquim ista o del quím ico, ni la del cham án o el adivino, ni la del astrólogo; mas, por supuesto, el em puje es casi universal y cae bajo la experiencia de todo el m undo desde la infancia.) El prim er filósofo que hizo del em puje el agente causal (casi) universal fue Demócrito-, incluso la com binación de átom os se debia (en parte) a em pujes, cuando los ganchos de los átom os se trababan. De este m odo, «redujo» la tracción a empuje. Frente a ello. Descartes no aceptó el atomismo. Su identificación de extensión geom étrica y corporeidad o materialidad le im ponía aceptarlo. Esta identificación le condujo a dos argum entos contra el atom ismo. N o podía haber vacío, espacio vacío, dado que el espacio geom étrico era extensión y, por ende, la esencia m ism a del cuerpo o materia. Tam poco podía haber un límite finito a la divisibilidad, ya que el espacio geom étrico era infinitam ente divisible. Con todo. Des­ cartes aceptaba, aparte de la teoría del em puje, m uchas de las ideas cosmológicas de los atom istas (como Platón y Aristóteles). En prim erísim o lugar, la teoría de los vórtices. Se vio obligado a acep­ tar esta teoría por su definición de la esencia de la materia. Puesto que esa definición le obligaba a aceptar que el espacio estaba lleno, todo m ovim iento tenía que tener en principio la característica de un vórtice, com o el m ovim iento de las hojas de té en una taza de té. En la cosm ología de Descartes, com o en la de los atomistas, el m undo era un vasto m ecanism o de relojería con engranajes: los vór­ tices se engranaban unos en otros y se em pujaban m utuam ente. Todos los anim ales form aban parte de este inm enso m ecanism o de relojería. Todo anim al era un subm ecanism o, com o los m uñecos 3 Para la idea cartesiana de substancia, véase la nota 1 a la sección 49.

m ecánicos m ovidos por agua que, en aquella época, estaban de m oda en los jardines de algunos nobles. El cuerpo hum ano no constituía una excepción. E ra un autó­ m ata, si exceptuam os sus movimientos voluntarios. Esta era la única excepción en el universo: la m ente hum ana inm aterial podía provo­ car m ovim ientos en el cuerpo hum ano. Tam bién podía ser consciente de algunas de las im presiones mecánicas producidas por la luz física, por el sonido y el tacto, sobre el cuerpo hum ano. Está claro que esta teoría de la interacción del cuerpo y la m ente no encaja bien en u n a cosm ología en otros respectos com pletam ente mecánica. Para verlo, sólo tenem os que com parar la cosm ología cartesiana con la de Aristóteles. En la filosofía de Descartes, el alm a hum ana inm aterial e inm or­ tal corresponde m uy estrecham ente a la m ente (nous) o alm a racional de la filosofía aristotélica. A m bas están claram ente dotadas de la conciencia del yo. Am bas son inm ateriales e inm ortales. Am bas pue­ den perseguir conscientem ente un objetivo, utilizando el cuerpo com o instrum ento, com o órgano, para lograr sus fines. El alm a vegetativa de Aristóteles, así com o su alm a sensitiva (y tam bién el alm a apetitiva y locomotriz) corresponden a lo que Des­ cartes denom ina «espíritus animales». Frente a la prim era im presión provocada por el térm ino «espíritu», los espíritus anim ales de Descar­ tes form an parte del aparato puram ente m ecánico del cuerpo. Se trata de fluidos -m u y rarificados- que en los anim ales todos y en el h om ­ bre realizan gran parte del trabajo mecánico del cerebro, conectán­ dolo con los órganos de los sentidos y con los m úsculos de los m iem bros. Se transm iten por los nervios, siendo así anticipaciones de las señales eléctricas nerviosas. Hasta aquí, no hay m ucha diferencia entre las teorías de A ristóte­ les y de Descartes. Con todo, la discrepancia es m uy grande cuando consideram os la visión cosm ológica com o un todo. Aristóteles consi­ dera al hom bre com o un anim al elevado, com o un anim al racional. Mas todos los anim ales y plantas, e incluso todo el cosm os inani­ m ado, tienden hacia objetivos y fines, siendo las plantas y anim ales peldaños (quizá incluso peldaños evolutivos) que llevan de la natura­ leza inanim ada al hom bre. Aristóteles es un teleólogo. El m undo de Descartes es com pletam ente distinto. C onsta casi exclusivam ente de dispositivos mecánicos sin vida. Todos los anim a­ les y plantas constituyen dispositivos de este tipo, siendo el hom bre lo único que está verdaderam ente anim ado, verdaderam ente vivo. M u­ chas personas consideraron que esta visión del universo era inacepta­

ble y aun sorprendente. Produjo incluso dudas acerca de la sinceridad de Descartes, en el sentido de si no era quizá un m aterialista cam u­ flado que introducía el alm a en su sistema sencillam ente porque te­ mía a la Iglesia rom ana. (Se sabe que tenía m iedo a la Iglesia, porque abandonó el plan de publicar su prim er libro. El Mundo, cuando se enteró del juicio y condena de Galileo.) Quizá esa sospecha no esté fundada. Sin em bargo, es difícil des­ cartarla. Descartes aceptó el sistema copernicano y el universo infi­ nito de G iordano Bruno (porque el espacio euclídeo es infinito). En una cosm ología precopernicana, la excepción única del hom bre po­ dría ser com prensible, pero difícilmente lo es en la cosm ología copernicana. El alm a cartesiana es inextensa; pero posee una localización. Así pues, está situada en un inextenso punto euclidiano del espacio. Frente a Leibniz, Descartes no parece haber extraído esa conclusión de sus premisas; aunque localizó el alm a «principalmente» en un órgano pequeñísim o, la glándula pineal. La glándula pineal era el órgano inm ediatam ente m ovido por el alm a hum ana. A su vez, ac­ tuaba sobre los espíritus anim ales com o la válvula de un am plificador eléctrico: dirigía los m ovim ientos de los espíritus anim ales y, a través de ellos, el m ovim iento del cuerpo. A hora bien, esta teoría condujo a dos dificultades graves. La más grave de am bas fue la siguiente. Los espíritus anim ales (que son extensos) movían el cuerpo por em pujes y, a su vez, eran también m ovidos por em pujes, lo cual era una consecuencia necesaria de la teoría cartesiana de la causalidad. Pero, ¿cómo podría ejercer el alm a inextensa algo así com o un em puje sobre un cuerpo extenso? Ahí había una inconsistencia. Esta inconsistencia particular constituyó el m otivo fundam ental de la evolución del cartesianism o. Term inó por ser elim inada por Leibniz, com o veremos, y en su solución del problem a, Leibniz fue influido y anticipado en parte por Thom as H obbes.4 La segunda dificultad es m enos seria. Descartes creía que la ac­ ción del alm a sobre los espíritus anim ales consistía en desviar la dirección de sus m ovim ientos, y pensaba qye eso podía hacerse sin violar ninguna ley física, en tanto en cuanto se conservase la «canti­ dad de movimiento» (m asa por velocidad). Leibniz m ostró que eso era un error. Descubrió la ley de la conservación del m om ento (masa por movimiento en una dirección dada) y subrayó repetidam ente que la ley de conservación del m om ento exige que el m om ento, y por tanto la dirección del m ovim iento, ha de ser conservado. 4 Véase la referencia a John W. N. Watkins en la ñola 1 a la sección 50.

A unque se trata de un punto im portante contra la sugerencia específica de Descartes, no creo que las leyes físicas ele conservación planteen un problem a serio al interaccionista. Se puede m ostrar m e­ diante el hecho de que un buque o un vehículo se puedan conducir desde el interior sin violar ninguna ley física. (Y es algo que se puede hacer m ediante fuerzas tan débiles com o señales telegráficas.) Lo único que se necesita es 1) que el vehículo lleve consigo u n a fuente de energía y 2) que, a fin de cam biar de dirección, pueda com pensar el cam bio em pujando alguna m asa - p o r ejem plo, la tierra o cierta cantidad de a g u a - en la dirección opuesta. (Se podría tam bién decir: si hubiese ahí una dificultad seria, entonces nunca podríam os cam ­ biar nuestra propia dirección, com o ocurre cuándo nos levantam os de u na silla, en cuyo caso em pujam os a la tierra, por débilm ente que sea, en la dirección opuesta. De ese m odo, se preserva la ley de la conservación del m om ento.) Si, adem ás, interpretam os los «espíritus animales» de Descartes no m ecánicam ente, sino fisicalistamente, com o fenóm enos eléctricos, entonces esta dificultad particular se torna com pletam ente desprecia­ ble, ya que la m asa de la corriente eléctrica desviada es casi igual a cero, de m anera que no hay dificultad en com pensar un interruptor que cam bie la dirección de la corriente. Resum iendo, la gran dificultad de la teoría cartesiana de la inte­ racción entre la m ente y el cuerpo se halla en la teoría cartesiana de la causalidad física, según la cual toda acción física ha de producirse por em puje mecánico.

49.

Del interaccionismo al paralelismo: los ocasionalistas y Espinosa

La m ayor parte de los pensadores im portantes que siguieron a Descartes rechazaron el interaccionism o. Para entender por qué ocu­ rrió tal cosa, necesitam os echar de nuevo un rápido vistazo a D escar­ tes. Com o hem os visto. Descartes era un esencialista, y los críticos de sus ideas esgrim ieron en contra de él la objeción de que, si el alm a y el cuerpo son substancias de naturaleza com pletam ente distinta, en ­ tonces no puede haber interación entre ellas. El propio Descartes protestó contra esta objeción: «Declaro [...] [que es] una suposición falsa, que no se puede probar por ningún tipo de m edio [...], que el alm a y el cuerpo sean dps substancias cuya naturaleza diversa les im pida ser capaces de actuar la u n a sobre la otra».1 Estoy de acuerdo

con que la m era diversidad de naturaleza o esencia no crea una dificultad. Con todo, si uno acepta la teoría esencialista cartesiana de la causalidad física, adem ás del punto de vista esencialista cartesiano acerca del alm a y el cuerpo, entonces, ciertam ente, parecería difícil com prender cóm o podría tener lugar esta interacción. Eso explica el tan extendido rechazo de la interacción en la escuela cartesiana. C om o cuestión histórica, se trata de algo bastante com prensible. M as lo que quizá resulte sorprendente es que aún persista la descon­ fianza hacia el interaccionism o, basada en la sem ejanza de am bas substancias. El argum ento contra el interaccionism o, basado en la desemejanza del cuerpo y el alma, lo tom an m uy en serio incluso filósofos contem poráneos de sobresaliente m érito.2 Mas sugiero que lo que crea el problem a es solamente la idea cartesiana de causalidad física (que Descartes deriva, sin duda, de la propiedad esencial de la substancia física), y no la idea de una dife­ rencia esencial entre las substancias. A un cuando presupusiésem os la idea de explicación última basada en substancias últimas esencia lis­ tas, aun entonces la desem ejanza de las sustancias no crearía necesa­ riam ente un argum ento contra la posibilidad de su interacción; mas, desde el punto de vista de la explicación conjetural, tal dificultad sim plem ente no aparece. Ciertam ente, en el estado actual de la física (que opera con expli­ caciones conjeturales) nos enfrentam os, no con una pluralidad de substancias, sino con u n a pluralidad de tipos diversos de fuerzas y, de ese modo, con una pluralidad de distintos principios explicativos en interacción.3

1 Véase Haldane y Ross[1931], vol. II, pág. 132. La prehistoria del concepto de sustancia se retrotrae hasta los antiguos «principios» jonios: agua o lo infinito (apeiron) o aire o fuego. Puede decirse que denota todo aquello que permanece idéntico a sí mismo cuando una cosa cambia, o también que denota la cosa que es el soporte de sus propiedades (que pueden cambiar). En las Meditaciones, Descartes utiliza frecuentemente la palabra «sustancia» com o sinómina de «cosa». Sin embargo, en los Principios dice primero (I, 51), así como en la Meditación III. que una sustancia es una cosa que no depende de ninguna otra para su existencia, añadiendo que sólo Dios es una sustancia verdadera (punto de vista adoptado más larde por Espinosa). Sin embargo, inmediatamente después (I, 52-54) dice que también podemos considerar sustancias al alma y al cuerpo; a saber, sustancias creadas: habiendo sido creadas por Dios, tan sólo él las puede destruir. Como es natural. Locke estaba pensando en Descartes cuando se quejaba de la confusa idea de substancia iEssay n, xxm). En gran medida, el uso popular de «sustancia» es al menos tan claro com o el cartesiano. (Véase también Quinton [1973], Pt.I.) 2 Cf. John Passmore [1961], pág. 55. 3 J. O. Wisdom [1952] discute el electromagnetismo y sugiere que la interdependencia de las fuerzas magnéticas y eléctricas puede servir de modelo para la interacción de la mente y el cuerpo. Véase también Watkins [1974], págs. 394-5). Jeremy Shearmur ha llamado también mi atención acerca de un informe que aparece en Beloff ([1962], pág. 231), según el cual Sir Cyril Burt ha argüido «que los físicos deberían ser más tolerantes [...] con [...] el dualismo, en la medida en que la propia física, tal com o se entiende ordinariamente, es pluralista». Sobre la causalidad.

(Quizá el ejem plo físico m ás claro contra la tesis de que sólo las cosas sim ilares pueden actuar la u n a sobre la otra sea este. En física m oderna, la acción de los cuerpos sobre otros cuerpos está medida por cam pos, por cam pos gravitatorios y eléctricos. Así, lo sem ejante no actúa sobre lo sem ejante, sino que los cuerpos actúan prim ero sobre cam pos que m odifican, y entonces los cam pos (modificados) actúan sobre otros cuerpos.)4 Así pues, la dificultad de la interacción entre la m ente y el cuerpo surge sólo com o consecuencia necesaria de la teoría esencialista carte­ siana de la causalidad. La solución que prim ero se propuso frente a esta dificultad se debe a algunos cartesianos (Clauberg, C ordem oy, De la Forge, Geulincx, M alebranche), que eran tam bién «ocasionalistas». El ocasionalism o es la teoría según la cual toda causación es milagrosa; esto es. Dios interviene con ocasión de todo caso concreto de acción o interacción causal. Los ocasionalistas cartesianos aplica­ ban este punto de vista en especial a las acciones de la m ente sobre el cuerpo y del cuerpo sobre la mente. Su teoría de la intervención divina en tales ocasiones tenía cierto fundam ento en una parte im portante de la propia teoría cartesiana, dado que Descartes había apelado a la veracidad de Dios, que no podía engañarnos, cuando defendía que las ideas claras y distintas debían ser verdaderas. Eso entrañaba a) que las percepciones sensi­ bles claras y distintas son verdaderas, b) que Dios intervenía, siendo al m enos corresponsable, al poner esas percepciones en nuestras m entes en las ocasiones apropiadas; es- decir, en todas las ocasiones en que los objetos físicos percibidos actuaban sobre nuestros órganos corporales de los sentidos. Esto m uestra que los ocasionalistas eran buenos cartesianos, puesto que utilizaban una parte esencial del sistem a filosófico carte­ siano, a fin de corregir otra parte que resultaba insostenible y sin duda inconsistente con las propias definiciones esencialistas de Des­ cartes de la m ente y el cuerpo. Así. fueron los ocasionalistas quienes rechazaron por vez prim era el interaccionismo psicofísico que, hasta ese m om ento, había reinado indiscutiblem ente. Lo sustituyeron por un paralelismo psicofísico-. no había interacción entre m ente y cuerpo. Por el contrario, lo que había era un paralelism o que creaba la apariencia de interacción. En todas véase también mi [1972(a)]. Apéndice. [1959(a)]. sección 12; [1972» .'V.v.v . " y/.v -v.v.v-V-.V.V - * A

\

.

1

—* • #• *•

✓ \ ' / .........^ ..............

/ 1 1

I

t N

l

’\

^ v / . v -* l / 1 ' \ . . I. . . / ................ ■• • • \

x •Vv . V• •*• V . /.V . . . .V . . .. y •• ^

•'

^ •••••

• / / / / / "* /* y \

1

»' '

Fig. E7-4. En este esquem a de la corteza cerebral vista desde arriba, las grandes células piramidales se representan mediante puntos dispuestos en cúm ulos, cada uno de los cuales corresponde a una colum na o m ódulo, tal com o se esquematiza en las figuras E l -5 y 6, donde sólo se muestran dos células piramidales grandes pro­ yectándose, de entre los cientos de ellas que habría en una colum na. Las flechas representan descargas de im pulsos a lo largo de cientos de líneas en paralelo que constituyen el m odo de com unicación excitatoria de colum na a colum na. Tan sólo se representa un sistem a m ínim o de colum nas serialmente excitadas.

La más simple de las hipótesis sobre la interacción entre la m ente y el cerebro es aquella según la cual la m ente puede escudriñar la actividad de cada m ódulo del cerebro de relación o, al m enos, la de aquellos m ódulos que están sintonizados con sus intereses actuales. Ya hem os conjeturado que la m ente autoconsciente tiene com o fun­ ción integrar sus selecciones de la inm ensa entrada organizada que recibe del cereb&o de relación (las actividades m odulares, según esta hipótesis) a fin de construir continuam ente sus experiencias. Los m ó­ dulos seleccionados de este m odo constituyen por el m om ento el lado del M undo 1 de la línea de separación entre el M undo 1 y el M un­ do 2. Así pues, esta separación es un territorio que cam bia constante­ m ente dentro de la extensa área del cerebro de relación. Incluso hem os presentado pruebas en el capítulo E2 de que la m ente autoconsciente puede hacer pequeños ajustes tem porales a fin de corregir retrasos perceptivos. Así, los acontecim ientos del m undo exterior lle­ gan a percibirse en las relaciones tem porales correctas, independiente­ m ente de su fuerza, lo que constituye una habilidad de im portancia vital, por ejem plo, al tocar un instrum ento de percusión com o el piano. Com o se defendía en el capítulo E l, sólo los aferentes proceden­ tes de los núcleos talám icos ( a f esp., en la fig. E l -5) ejercen preponderantem ente su influencia en el nivel poderoso de las lám inas III, IV y V. Así, se conjetura que, en el equilibrio y control dinám ico de la corteza cerebral operante, existen todos los tipos de niveles por lo que respecta a sensibilidad y sutileza, que cam bian la actividad no brusca, sino ligeramente. Presum iblem ente, la mente autoconsciente no actúa sobre los m ódulos corticales con una operación a base de golpes, sino m ediante una ligera desviación. U na desviación m uy suave arriba o abajo es lo único que se precisa. Se puede conjeturar que este efecto se acum ula en las lám inas superficiales (I y II), m odulando y contro­ lando las descargas de las células piram idales que, com o es natural, influyen sobre otros módulos. Todos ellos realizan entre sí este juego de interacción. Además, conjeturaríam os que la m ente autocons­ ciente es débil con relación a la potencia de los m ecanism os sinápticos de las lám inas III, IV y V, activados por las entradas talámicas. Se trata sim plem ente de un desviador que m odifica la actividad m o­ dular con sus ligeras desviaciones. Hemos de considerar las disposiciones de la interacción m odular a través de las fibras com isurales y de asociación (cap. E l , fig. 5), que son los axones de las células piram idales de otros módulos. Así, cada uno de los m ódulos se proyecta a m uchos otros que, a su vez, descar­ gan de nuevo sobre él. Así, tenem os patrones largos y com plejos de esta interacción m utua. C onjeturam os que la m ente autoconsciente actúa m odificando ligeram ente algunos de estos m ódulos, presumí-

blem ente cientos de ellos, y que los m ódulos reaccionan colectiva­ mente a estas m odificaciones que se transm iten por los circuitos de las fibras de asociación y las callósicas. Además, la m ente autocons­ ciente aprehende o percibe continuam ente las respuestas realizadas de m anera sutil y la consiguiente construcción neuronal. U na de las características esenciales de la hipótesis es que las relaciones entre los m ódulos y la m ente autoconsciente son recíprocas, siendo esta últim a tanto un activador com o un receptor, a la m anera que se ha tratado por extenso en este capítulo y sobre la que volverem os en el capítulo E 8 sobre la m emoria. C om o consecuencia de las investigaciones (caps. E5, E 6 ) sobre lesiones globales y limitadas del cerebro hum ano, podem os conjetu­ rar que el cerebro de relación com prende una gran parte del hem isfe­ rio dom inante, particularm ente las áreas del lóbulo prefrontal. Estas grandes áreas están com puestas quizá de diversas capas continuas de corteza cerebral. Con todo, la superficie de separación de los m ódulos corticales abiertos que en un m om ento dado son del interés de la m ente autoconsciente tienen probablem ente un carácter de m anchas o parches. La interpretación que lleva a cabo la m ente autoconsciente no se ocuparía de la contigüidad anatóm ica sino de los m ódulos que se hallan en com unicación funcional mediante fibras de asociación o incluso comisurales. La operación integradora de la m ente autocons­ ciente al sum inistrar la unidad de la experiencia consciente no se vería facilitada por la proxim idad de los m ódulos. Lo que im porta es su interconexión funcional. D esarrollando más aún la hipótesis de que algunos m ódulos están abiertos al M undo 2, bajo la form a de la m ente autoconsciente, pode­ mos suponer que ésta no da una pasada superficial por sobre los módulos, com o podría pensarse si se limitase a captar los campos m icropotenciales de esa área. Por el contrario, hem os de perm itir la posibilidad de que «sondee» dentro del módulo, interpretando e influ­ yendo sobre los patrones dinám icos de las realizaciones neuronales individuales. Podem os suponer que eso es algo que se hace continua­ m ente sobre todo el ensam blaje disperso de aquellos m ódulos que procesan la inform ación de interés inm ediato (atención) para la mente autoconsciente, a fin de llevar a cabo su tarea integradora. Otra característica im portante de la interacción de la m ente autoconsciente con los m ódulos es que, merced a su interacción con los m ódulos «abiertos», la m ente autoconsciente puede interactuar indi­ rectam ente con los m ódulos «cerrados». Puesto que la m ente autoconsciente está en conexión con los m ódulos abiertos del hem isferio izquierdo que se proyectan a lo largo del cuerpo calloso, conjeturam os la existencia de una vía m ediante la

que la m ente autoconsciente penetra en el hem isferio derecho, sir­ viéndose para ello de los m ódulos abiertos del hem isferio izquierdo que, m ediante el cuerpo calloso, se com unican con los m ódulos espe­ cializados, aunque cerrados, del hemisferio derecho. Estos m ódulos, a su vez, realim entarán los m ódulos abiertos del hem isferio izquierdo por una operación sim étrica de ida y vuelta. Así, la m ente autocons­ ciente puede dedicarse al procesam iento activo de la inform ación del hem isferio derecho. Hay una gran cantidad de conexiones com isura­ les y de asociación m ediante las que los m ódulos se com unican m uy efectivam ente, tanto dentro de un hem isferio com o en el otro, a través del cuerpo calloso. Tiene que haber conexiones m uy ricas, cosa que se pone de m anifiesto por las pérdidas de funciones cerebra­ les que se producen en ocasión de la sección del cuerpo calloso o de la ablación de grandes áreas del cerebro. Por ejem plo, tanto el habla com o la m em oria verbal sufren tras la com isurotom ía o tras lesiones cerebrales m enores (caps. E5, E 6 ; Sperry [1970], [1974]; Brodal [1973]; M ilner [1974]). Sorprendentem ente, la sección del 80% ante­ rior del cuerpo calloso tiene un efecto sobre la m em oria tan deletéreo com o la sección com pleta (Sperry [1974]). El segm ento posterior in­ tacto parece no poseer ninguna eficacia para la transferencia de m e­ m oria; no obstante, tales pacientes no presentaban ninguna m uestra de com isurotom ía, según los tests descritos en el capítulo E5.

53.

El sueño, los sueños y otras formas de inconsciencia

Sabem os que, a m edida que se aproxim a el sueño, tanto el nivel de actividad cerebral com o los patrones de descargas neuronales cam ­ bian. En los patrones que norm alm ente se desarrollan, los sucesivos intervalos entre espigas poseen una disposición aleatoria en torno a algún valor m edio que puede fluctuar arriba o abajo. Los ritm os ordinarios del electroencefalogram a (EEG) m uestran tal cosa. C uando se registran las neuronas durante el sueño, se descubre que han perdido sus patrones norm ales de la vela. Algunas van más despacio, otras, más a prisa; reina un cierto caos, con estallidos de descargas. El sueño no significa que cese la actividad, sino que se parece m ás bien a una actividad desordenada (Evarts [1964]). C uando eso ocurre, yo diría que la m ente autoconsciente no encuentra nada que interpretar. Todos los m ódulos se hallan cerrados para ella. De repente, se ve privada de datos, lo que equivale a la inconsciencia. Si nada se interpreta, nada se produce. Pero, de vez en cuando a lo largo de la noche, cada 2 o 3 horas,

sabemos que se em prende alguna actividad cerebral organizada, por las rápidas ondas de bajo voltaje del EEG. Es lo que se llam a sueño paradójico. Se producen rápidos m ovim ientos oculares con diversas acciones m usculares correspondientes y entonces la m ente autocons­ ciente halla de nuevo la habilidad de interpretar los m ódulos activos en form a de los sueños, con experiencias conscientes extrañas y aun grotescas, aunque siem pre reconocibles com o sueños propios. Se puede conjeturar que durante el ciclo de los sueños la mente autoconsciente interpreta las actividades neuronales del cerebro, incluso en el caso de los acontecim ientos neuronales más desordenados que, con todo, son asim ilados a sí misma. Pueden relacionarse con sus experiencias pasadas, siendo a veces reminiscencias de otras expe­ riencias de la vida anterior. Otras veces, constituyen experiencias tan extravagantes que el sueño no parece en absoluto asimilable a nada de lo que ha ocurrido en la vida que se recuerda, sino que tiene que tener algún significado más profundo, com o pensaba Freud. En cual­ quier caso, este es el m odo en que funciona la m ente autoconsciente en relación con el cerebro. Con el despertar, la m ente autoconsciente parece recobrarse gradualm ente, hallando algunos m ódulos abiertos, una ilum inación aquí y allí en una operación som etida a patrones, y pronto la conciencia que despierta al nuevo día llega en retazos y en experiencias limitadas que se reúnen gradualm ente. Se recuerda dónde estamos, se recuerdan los planes previam ente hechos para el día que llega, se recuerda lo que se ha de hacer inm ediatam ente; entonces se reanuda el día de plena vigilia. Pienso que todo esto ha de interpretarse com o si la m ente autoconsciente hubiese estado probablem ente, por así decir, sondeando o escudriñando la corteza cerebral a lo largo de todo el sueño, en busca de algunos m ódulos que estuviesen abiertos, pudiéndose utilizar para una experiencia. Tam bién sabem os que una buena porción de «sue­ ños» se producen en la m ente autoconsciente, la cual sin duda está escudriñando continuam ente y con efectividad el cerebro de relación, por más que no se recuerden al despertar, tal vez horas más tarde. Un sueño se puede recordar si el sujeto se despierta m ientras los sucesos nerviosos asociados continúan, com o se puede ver en el registro del EEG y en los m ovim ientos oculares. Si se le despierta después de 10 m inutos o más, norm alm ente no posee ningún recuerdo del sueño, por más que los registros indiquen un estado correspondiente al so­ ñar. Además se puede estar estadísticam ente seguro de que los regis­ tros son indicadores fiables de los sueños, ya que si se despierta al sujeto durante el sueño paradójico señalado por el electroencefalo­ gram a o justam ente después, en un 90% de los casos aproxim ada­ m ente se inform a de un sueño. Estos descubrim ientos sum inistran

una inform ación im portante sobre el m odo en que la m ente autoconsciente se relaciona con el cerebro. Sugiero que está siem pre allí, escudriñando el cerebro, aunque éste no siem pre esté en un estado com unicativo. U n rasgo característico de la m ayoría de los sueños es que el sujeto de ellos experim enta la im potencia más molesta. Se halla in­ m erso en la experiencia de los sueños, aunque experim enta una frus­ trante incapacidad de em prender una acción deseada. Por supuesto, en el sueño está actuando, aunque tiene la experiencia de que lo hace com o un m uñeco. Su m ente autoconsciente puede tener experiencias, aunque no puede actuar efectivamente, lo que constituye exacta­ m ente la postura de los paralelistas, tal com o los teóricos de la identi­ dad. La diferencia entre los estados en que se sueña y los estados de vigilia constituye una refutación del paralelismo. ¡Un m undo paralelista sería un m undo de sueño! Deseo considerar ahora otros estados inconscientes. Por ejemplo, ¿qué ocurre a la m ente autoconsciente en los estados m ucho más graves de depresión cerebral que tienen lugar, antes que nada en la anestesia profunda o, en segundo lugar, en los com as de diverso tipo? Sabem os que en el com a profundo cesan todas las descargas neurona­ les. D urante un período considerable puede no haber ningún EEG. Si tal cosa ocurre durante 30 m inutos, lo más probable es que sea irreversible, en cuyo caso, los hemisferios cerebrales han m uerto, produciéndose la llam ada m uerte cerebral. Podem os preguntarnos si, durante esos estados graves de inconsciencia, la m ente autoconsciente sigue aún intentando escudriñar y encontrar algún pequeño foco que pueda sum inistrar alguna experiencia. Lo que ocurra está más allá de nuestra com prensión y puede que sea incognoscible. La siguiente situación cerebral a considerar es el estado opuesto, las convulsiones. En un acceso epiléptico, viaja por el cerebro una activación im pulsiva m uy intensa de las neuronas constituyentes. Sa­ bem os que con un cierto nivel de ocupación, con una ocupación m asiva del cerebro, el sujeto pierde la conciencia. Puede perm anecer consciente con accesos que ocupen tal vez el 50% de la corteza cerebral, pero no más. Entonces pierde la conciencia y hay un largo período antes de que vuelva en sí. Después de que ha term inado el ataque, el cerebro se recobra gradualm ente de su intensa actividad convulsiva. D urante algún tiem po, se halla en desorden y, una vez más, el sujeto no guarda registros de lo que ocurre. Podem os pensar que la m ente autoconsciente está escudriñando sin ningún resultado. Finalm ente, llegamos com o es natural al últim o extrem o, ¿qué ocurre en la m uerte? Entonces, toda actividad cerebral cesa perm a­ nentem ente. La m ente autoconsciente que ha tenido una existencia

autónom a en cierto sentido, en el M undo 2, se encuentra ahora con que ya no envía mensajes aquel cerebro que había escudriñado, son­ deado y controlado tan eficiente y efectivam ente toda una larga vida. Qué ocurre entonces es la últim a pregunta.

54.

La plasticidad de los módulos abiertos

Hemos propuesto la existencia de una función dinám ica única en los m ódulos del cerebro de relación que los hace abiertos a la transm i­ sión y recepción de inform ación de la mente autoconsciente. Pode­ mos considerar ahora la situación en el estado de plasticidad que parece tener lugar en la vida tem prana, cuando tanto el hemisferio izquierdo com o el derecho poseen una capacidad lingüística y donde el daño de las áreas lingüísticas del hem isferio izquierdo pueden dar lugar a la transferencia de la dom inancia al hem isferio derecho (M ilner [1974]). Podem os conjeturar que en ese estado primitivo, algunos m ódulos de am bos hem isferios tienen la propiedad de estar «abiertos» al M undo 2, y que los daños en el hem isferio izquierdo provocan un consiguiente desarrollo de tales propiedades m odulares en el hem isferio derecho, ju n to con la transferencia del lenguaje. Nos introducim os así en los problem as de la plasticidad de las propiedades m odulares con su relación única con el M undo 2. D urante los prim e­ ros años de vida, cuando el hem isferio izquierdo asum e el dom inio con casi el m onopolio del lenguaje, ¿se da acaso una regresión de los m ódulos «abiertos» del hem isferio derecho? Podem os tam bién pre­ guntar si la operación de escudriñam iento de la m ente autoconsciente se restringe de algún m odo a los m ódulos «abiertos» y no hay m ódu­ los «abiertos» en el hem isferio derecho (menor), tal com o indica la figura E5-7. Alternativam ente, podría haber m ódulos «abiertos», tal com o indican las flechas con astas punteadas de la parte superior de la figura E7-5, pero pierden esta propiedad tras el traum a de la com i­ surotom ía que interrum pe perm anentem ente las poderosas líneas de com unicación (los 2 0 0 millones de fibras), de m odo que el hemisferio m enor pierde su conexión con el M undo 2 (cf. cap. E5). Se discutirá más aún sobre estos tem as en los diálogos V, VII y IX.

5 5.

Recapitulación

Podem os considerar ahora brevem ente las im plicaciones de la hipóte­ sis dualista fuerte que hem os formulado. Su com ponente central con­ siste en conceder prim acía a la m ente autoconsciente. Se propone que

la m ente autoconsciente está activam ente im plicada en la búsqueda de acontecim ientos cerebrales que sean de su interés actual, la opera­ ción de la atención, si bien es tam bién un agente integrador que construye la unidad de la experiencia consciente a partir de toda la diversidad de acontecim ientos cerebrales. Y lo que es más im portante aún, se le confiere la función de m odificar activam ente los sucesos cerebrales, de acuerdo con sus intereses y deseos, y la operación de escudriñam iento m ediante la que busca se puede considerar dotada de una función activa de selección. Sperry [1969] ha propuesto algo similar. En este esquema, se considera que los fenóm enos conscientes interactúan con los aspectos fisicoquím icos y fisiológicos del cerebro, gobernándolos en gran medida. Obviamente, también se produce la relación inversa, por lo que se concibe una interacción mutua entre las propiedades fisiológicas y mentales. Aun asi, la interpretación presente tendería a restaurar a la m ente en su vieja posición prestigiosa sobre la materia, en el sentido de que los fenóm enos mentales trascienden claramente los fenóm enos de la fisiología y la bioquímica.

Se ha sugerido que esta interacción de la m ente autoconsciente y el cerebro depende de la organización de las neuronas cerebrales de los m ódulos que se definen m ediante estudios anatóm icos y fisiológi­ cos. Se propone que cada m ódulo posea una vida dinám ica intensa y sutil, basada en la interacción colectiva de sus diversos miles de neuronas constituyentes. Estos com ponentes del m undo físico (M undo 1 ) se tornan de este m odo en constituyentes m om entáneos de u na línea de separación fundam ental, estando «abiertos» a las influen­ cias (en am bas direcciones) de otro m undo, la m ente autoconsciente del M undo 2. No todos los m ódulos de los hem isferios cerebrales están «abiertos» en este sentido. Tras la operación de com isurotom ía, la m ente autoconsciente está en relación exclusivam ente con el he­ m isferio dom inante, y se propone que el área de relación se restrinja aún más a las áreas lingüísticas en el más am plio sentido, a las áreas sensoriales polimodales, particularm ente del lóbulo prefrontal, y a las áreas de ideación con las que la mente autoconsciente se com unica no verbalm ente, com o por ejem plo pictórica o m usicalm ente. Propo­ nem os que la m ente autoconsciente pueda interpretar a voluntad los m ódulos de esa gran área de activación neuronal del hem isferio do­ m inante. En cada instante, sólo se exam ina una pequeña fracción de este m odo, y gran parte de lo que se capta tan sólo se m antiene unos pocos segundos erTla m em oria a corto plazo (cf. cap. E 8 ). Así, la m ayor parte de nuestras experiencias conscientes son efímeras. Sin em bargo, la concentración en entregas especiales de la m ente auto-

55. Recapitulación

MODOS DE INTERACCION DE LOS HEMISFERIOS

Fig. E7-5. El m ism o diagrama que el de la figura E5-7. con la adición (lineas discontinuas) de posibles vias de com unicación del M undo 2 con el hem isferio menor.

consciente puede iniciar procesos neuronales de alm acenam iento que constituyen la base de la m em oria inm ediata y a largo plazo (capítu­ lo E8). H aríam os la conjetura de que la m ente autoconsciente se ocupa activamente en el proceso de establecer este alm acenam iento de m e­

m oria y de recuperar de él los recuerdos alm acenados. D esarrollare­ mos estas ideas en el capítulo E 8 . Se puede decir que la hipótesis fuerte de carácter dualista-interac­ cionista que se ha desarrollado aquí posee la ventaja de su gran poder explicativo. En principio al m enos, da explicaciones de todo el aba­ nico de problem as relativos a la interacción cerebro-m ente. Tam bién contribuye a la com prensión de algunos aspectos de la m em oria, de la ilusión y de la im aginación creadora (véase la discusión). Pero, lo que es más im portante, reintegra a la persona hum ana los sentim ien­ tos de asom bro, misterio y valor. En las discusiones habrá m uchos puntos de debate en torno al m odo en que la interacción M un­ do 3 M undo 2 es necesaria para la creación de una persona hum ana, necesaria, pero no suficiente. Finalmente, se puede afirm ar que la hipótesis es científica, ya que se basa en datos em píricos, siendo objetivam ente contrastable. Se puede subrayar que, así com o ocurre con otras teorías científicas de gran poder explicativo, la presente hipótesis ha de ser som etida a contrastación empírica. N o obstante, se afirm a que no ha sido refutada por ningún conocim iento existente hasta ahora. Se puede predecir con optim ism o que habrá un largo período de remodelación y desarrollo, aunque no una falsación irre­ cuperable. Las im plicaciones filosóficas de esta hipótesis acerca de la relación entre el cerebro y la m ente se considerarán más porm enorizadam ente en diversos lugares de las discusiones (diálogos V-XII). Tam bién con­ siderarem os allí (diálogo X) las im plicaciones term odinám icas de estas acciones conjeturadas a través de la línea de separación que m edia entre el cerebro y la mente, tal com o se esquem atiza en la figura E7-2. Si, com o se conjetura, la m ente autoconsciente no constituye una parte especial del M undo 1, esto es, de los m undos físico y biológico, es probable que posea propiedades fundam entales diferentes. A unque esté en conexión con zonas especiales del neocórtex, no es necesario que ella m ism a posea la propiedad de la extensión espacial. A parente­ mente, integra instantáneam ente lo que interpreta de los diversos elem entos dispersos del neocórtex activo, en gran m edida del hem is­ ferio dom inante, aunque quizá tam bién del hem isferio m enor del cerebro norm al (cf. fig. E7-5). Pero la pregunta acerca de dónde se sitúa la m ente autoconsciente, en principio no se puede responder. Eso es algo que se puede apreciar si consideram os algunos com po­ nentes de la m ente autoconsciente. No tiene sentido preguntar dónde están localizados los sentim ientos de am or u odio, de alegría o de miedo, de valores tales com o la verdad, la bondad y la belleza, que se aplican a apreciaciones mentales. Estas cosas se experim entan. Los

conceptos abstractos com o los de las matem áticas no tienen per se localización, aunque se pueden materializar, com o si dijésemos, en ejem plos o dem ostraciones específicas. De m odo sim ilar, aparece una localización de la m ente autoconsciente cuando sus acciones se m ate­ rializan en sus interacciones con el cerebro de relación. Otra cosa ocurre con la pregunta: ¿tiene la m ente autoconsciente algunas pro­ piedades tem porales específicas? El tiem po de la experiencia tras­ ciende al tiem po del reloj, al hacerse más lento en las em ergencias agudas y en los experim entos de Libet sobre anticipación (fig. E23D). Tam bién transciende al tiem po del reloj en el recuerdo y viven­ cia de las experiencias pasadas, así com o en la predicción im aginaria de los acontecim ientos futuros, que se pueden experim entar em ocio­ nalm ente, por ejemplo, con anticipaciones alegres o con horrendos augurios. Pero, en nuestras experiencias generales de la vigilia, los tiem pos experim entados y los del reloj se hallan virtualm ente sincro­ nizados, com o debe ser para el control efectivo de las acciones en respuesta a las situaciones presentes. Así, para fines prácticos, los tiem pos experim entados y del reloj están íntim am ente conectados. Así pues, podem os considerar que el M undo 2 tiene una propiedad tem poral, pero no espacial. Con todo, se precisan m uchas más inves­ tigaciones acerca de estas cuestiones profundas.

Capítulo E8

56.

La memoria consciente: procesos cerebrales implicados en el almacenamiento y recuperación

Resumen

En este capítulo se intenta responder a la pregunta: ¿Cóm o podem os recobrar o reexperim entar algunos acontecim ientos o alguna situa­ ción de prueba simple, com o por ejem plo un núm ero o una secuen­ cia de palabras? Este problem a se discute en dos niveles. En el prim er nivel, se trata de un problem a neurobiológico concerniente a los cam ­ bios estructurales y funcionales del cerebro que constituyen la base de la m em oria. Resulta atractivo conjeturar que, en los recuerdos que perduran durante años, hay alguna base estructural, a la m anera de un cam bio de conexiones en la m aquinaria neuronal. Eso explicaría la existencia de una tendencia a repetir los patrones espaciotem porales de actividad neuronal que han tenido lugar en la experiencia inicial. Esta repetición que tiene lugar en el cerebro estaría acom pa­ ñada de recuerdos en la mente. El segundo nivel se ocupa de la función de la m ente autoconsciente. Es esencialm ente un desarrollo de la teoría form ulada en el capítulo E7. El nivel neurobiológico de la m em oria se ilustra m ediante un estudio de la estructura sináptica y de la acción sináptica bajo las condiciones sea de actividad reforzada (figs. E8-1, 2 y 3), sea de desuso. De este modo, se m uestra que hay sinapsis m odificables que podrían ser responsables de la m em oria, ya que se encuentran consi­ derablem ente reforzadas por la actividad y agotadas por el desuso (fig. E8-4). Se concluye que las sinapsis excitadoras de las espinas (cap. E l, fig. 2D) son probablem ente las sinapsis m odificables im pli­ cadas en la m em oria. Se considera además el m odo en que la activi­ dad podría provocar el desarrollo y aum ento de la efectividad. Se reconoce generalm ente que los procesos de m em oria son tem ­ poralm ente com puestos, existiendo una m em oria m uy corta de unos pocos segundos, probablem ente una m em oria interm edia de unos segundos a unas horas, y finalm ente, una m em oria a largo plazo que

iría desde unas horas a toda una vida. Este com puesto se ilustra en la figura E8-7. En la m em oria a corto plazo, de unos pocos segundos, se puede reconocer que el suceso recordado ha de percibirse m ediante repetición verbal continua com o, por ejemplo, cuando leemos y m ar­ cam os después un núm ero de teléfono. Se conjetura que estos recuer­ dos tan breves se retienen en la m ente autoconsciente, dado que está interpretando la continua actividad de los circuitos neuronales que transportan la inform ación que hay que recuperar. Se obtienen notables elem entos de juicio a favor de esta m em oria breve de los pacientes en los que se ha llevado a cabo una elim ina­ ción bilateral de los hipocam pos (fig. E 8 -6 ). Es algo que se hace para atajar los ataques epilépticos bilaterales que implican los hipocampos. No se constató que se produciría una trágica pérdida de mem oria. Tales pacientes no pierden la m em oria de antes de la operación, pero presentan un fracaso casi com pleto a la hora de establecer nuevos recuerdos. Se hacen breves descripciones de las extraordinarias incapacitaciones que resultan de esta pérdida de todo recuerdo, excep­ tuando los de duración más breve. Se concluye que el hipocam po es necesario para llevar a cabo los procesos de alm acenam iento de todos los recuerdos, exceptuando los de tipo de repetición verbal, aunque no sea él m ismo el lugar de alm acenam iento.' Se conjetura que el hipocam po participa en la consolidación de la m em oria mediante la operación de circuitos que van especialmente del lóbulo prefrontal al hipocam po y de vuelta al neocórtex (figura E l -9, E8-7). Se sugiere tam bién que la vía del hipocam po al neocór­ tex puede actuar a la m anera de instrucción-selección, de m odo aná­ logo al de la vía de fibras trepadoras que va al cerebelo (fig. E8-9). Estos circuitos operantes propuestos (figs. E 8 - 8 , E8-10) ya se cono­ cían anatóm icam ente, aunque no se han estudiado fisiológicamente. Se sugiere que el hipocam po desem peña una función clave en este alm acenam iento de m em oria, ya que se ha m ostrado que es m uy sensible a niveles m oderados de activación. En tales condiciones, las sinapsis transm isoras m uestran una efectividad m uy aum entada y prolongada (figs. E8-1, 2 y 3). Hay m uchos tipos de investigación sorprendentes que derivan de esta teoría general del alm acenam iento de m em oria y de la función del hipocam po. Para la m em oria consciente, resulta especialmente im portante la función de la m ente autoconsciente que dirige, por así decir, los bancos de datos de la corteza cerebral, en virtud de su acción a través de la línea que separa el M undo 2 del M undo 1 (fig. E7-2). La mente autoconsciente puede provocar actividades cerebrales que resultan efectivas a la hora de retirar inform ación de los bancos de datos que probablem ente se hallan am pliam ente distribuidos por la corteza ce­

rebral. La inform ación recuperada se interpreta desde las áreas de relación del cerebro y se contrastan con los resultados esperados en virtud de lo que podríam os denom inar la función de reconocim iento de m em oria de la m ente autoconsciente. En virtud de este reconoci­ m iento de m em oria, la m ente autoconsciente puede descubrir que la recuperación del banco de datos es errónea, entablando otra investi­ gación por los bancos de datos del cerebro, en un intento de conse­ guir un recuerdo que se considere correcto. Es evidente que una interacción continua entre la m ente autoconsciente y el cerebro de relación es tan necesaria ‘en la recuperación de m em oria com o en la acción voluntaria. Se han obtenido algunos elem entos de juicio acerca de la localiza­ ción y operación de los bancos de datos del cerebro, gracias a los fascinantes descubrim ientos de Penfíeld acerca de los recuerdos de experiencias, que se recuperan m ediante una estim ulación eléctrica suave sobre la superficie del cerebro de sujetos sin anestesiar (figura E8-5). Las áreas preferidas de este fenóm eno se hallan en gran m e­ dida en los lóbulos tem porales, especialm ente en el hem isferio m e­ nor. Las experiencias del tipo descrito en el texto no se evocan m e­ diante estim ulación de cerebros norm ales, sino que se trata exclusiva­ m ente de cerebros de pacientes afectados de ataques epilépticos. Hay u na breve discusión de la duración de los diversos tipos de m em oria, sugiriéndose que hay al m enos tres procesos de m em oria distintos im plicados en la tarea de sum inistrarnos la continuidad de m em oria que experim entam os norm alm ente (fig. E8-7). En prim er lugar, está la breve m em oria de repetición, de segundos; en segundo lugar, la m em oria más larga de horas, probablem ente de tipo fisioló­ gico (potenciación postetánica) que salva la brecha que m edia entre la m em oria cortísim a y la m em oria que se desarrolla lentam ente y que depende del desarrollo sináptico, y que norm alm ente precisa para su desarrollo efectivo períodos de tiem po que se m iden en horas. Al final del capítulo se tratan las realizaciones neuronales relacio­ nadas con la m em oria; a saber, las respuestas plásticas que tienen lugar en el cerebro, estando sujetas a entradas específicas y a las respuestas activas a esas entradas (fig. E 8 - 8 ).

57.

Introducción

El tem a de este capítulo es la m em oria consciente, siendo un intento de responder a la pregunta: ¿Cóm o podem os recuperar o experim en­ tar de nuevo algunos sucesos o alguna situación de prueba sencilla, com o por ejem plo un núm ero o una secuencia de palabras? Se seña­

lará la existencia de dos problem as, el del alm acenam iento y el de la recuperación o, por lo que respecta a nuestro presente problem a de la m em oria consciente, el aprendizaje y el recuerdo. N os proponem os tratar estos problem as en dos niveles. En prim er lugar, se considerará com o un problem a neurobiológico; a saber, los cam bios estructurales y funcionales que constituyen la base de la m em oria. Se supone generalm ente que la evocación de un recuerdo entraña la repetición de m anera aproxim ada de los acon­ tecim ientos neuronales responsables de la experiencia que se evoca. El problem a no es especialm ente difícil en el caso de la m em oria a corto plazo de unos pocos segundos. Se puede conjeturar que se realiza por la continuación de los sucesos nerviosos durante la repeti­ ción verbal o pictórica. Los patrones distintivos de actividad neuronal que se sugieren en la figura E7-4 continúan circulando repetidam ente durante todo el tiem po que duran estos breves recuerdos, estando dispuestos para su interpretación. Por otro lado, en el caso de los recuerdos que duran de m inutos a años, hay que descubrir cóm o cam bian las conexiones neuronales, de m odo que tienda a estabili­ zarse cierta propensión a repetir los patrones espaciotem porales de actividad neuronal que tuvieron lugar en la experiencia inicial y que se han am ortiguado desde entonces. En segundo lugar, la función de la mente autoconsciente debe tenerse en cuenta. En el capítulo E7 hem os conjeturado que surge un a experiencia consciente cuando la m ente autoconsciente entra en una relación específica con ciertos m ódulos activados, los m ódulos «abiertos» de la corteza cerebral. En la evocación voluntaria de un recuerdo, la m ente autoconsciente debe estar de nuevo en relación con un patrón de respuestas m odulares que se asemeje a las respues­ tas originales evocadas por el suceso a recordar, de m anera que se produzca una interpretación de la m ism a experiencia aproxim ada­ mente. Hemos de considerar de qué modo está im plicada la m ente autoconsciente en la causación de los sucesos neuronales que produ­ cen la experiencia recordada a voluntad, por así decir. Además, la mente autoconsciente actúa com o árbitro o evaluador con respecto al carácter correcto o pertinente del recuerdo que se sum inistra según lo ordenado. Por ejemplo, la m ente autoconsciente puede reconocer que un nom bre o un núm ero no es correcto, ordenando un nuevo pro­ ceso de recuerdo, etc. Así, la evocación de un recuerdo entraña dos procesos distintos en la m ente autoconsciente: en prim er lugar, el de retirar de los bancos ci£ datos del cerebro y, en segundo, la m em oria de reconocim iento que juzga su corrección.

58.

Cambios estructurales y funcionales quizá relacionados con la memoria

Se han dado teorías acerca de la m em oria a largo plazo basadas en una supuesta analogía con la m em oria genética o inm unológica. Por ejem plo, se ha conjeturado que los recuerdos están codificados en m acrom oléculas específicas, en particular RNA (Hydén [1965], [1967]), o que se trata de algo análogo a la m em oria inm unológica (Szilard [1964]). Estas teorías fallan por diversas razones (cf. Eccles [1970]; Szentágothai [1971]) y no es necesario discutirlas ahora. D are­ mos cuenta brevem ente de las pruebas existentes a favor de la teoría, generalm ente aceptada, del aprendizaje por desarrollo del sistema nervioso central. En térm inos generales, siguiendo a Sherrington [1940], Adrián [1947], Lashley [1950] y Szentágothai [1971], hem os de suponer que la m em oria a largo plazo se halla de algún m odo codificada en las conexiones neuronales del cerebro. N os vem os así llevados a conjetu­ rar que la base estructural de la m em oria consiste en m odificaciones de sinapsis (cf. Eccles [1970]; Szentágothai [1971]). En los m am íferos no hay pruebas de que se produzca un desarrollo o cam bio de las vías neuronales principales del cerebro después de su form ación inicial. N o es posible construir o reconstruir vías cerebrales im portantes de tal calibre; pero tendría que ser posible asegurar los cam bios necesa­ rios de conexiones neuronales por cam bios m icroestructurales de si­ napsis (cf. Eccles [1976]). Por ejemplo, se pueden hipertrofiar o pue­ den brotar sinapsis adicionales o, por el contrario, pueden entrar en regresión. Dado que sería de esperar que la creciente eficacia sináp­ tica surgiese debido a una potente activación sináptica condicionante, se han llevado a cabo experim entos sobre diversos tipos de sinapsis, com o los ilustrados en la figura E8-1. La figura E8-1B resulta notable a la hora de m ostrar que la esti­ m ulación repetida produce un gran aum ento (de hasta seis veces) de los potenciales excitadores postsinápticos, PEPS, producidos monosinápticam ente en una m otoneurona a por fibras del haz piram idal (cf. fig. E3-3). Por el contrario, en la figura E8-1A, los PEPS generados m onosinápticam ente en esa m ism a m otoneurona por fibras la de husos m usculares (cf. fig. E3-2) no fueron potenciados. Evidente­ m ente, las sinapsis del haz piram idal m uestran un rango extrem o de modificabilidad ante lo que podríam os llam ar potenciación de f r e ­ cuencia. El m ecanism o sináptico im plicado en esta potenciación no se com prende, aunque al m enos podem os estar seguros de que se debe a un aum ento equivalente en la emisión de la sustancia transm i­ sora sináptica. M uchos tipos de sinapsis de los niveles superiores del

A Descargas

■ r r r f fv PEPS

Nervio la de extremidad anterior

Excitación monosináptica de células granulares del hipocampo 1/seg. s e g.

PEPS P EPS

10/seg.

^

A jy

3 seg.

1I seg. soy.

\ -------- -

v-

15 seg.

5 ms.

Fig. E8-1. Potenciación de frecuencia de sinapsis excitadoras. A, B. Los trazos inferiores son PEPS m onosinápticos (potenciales excitadores postsinápticos) de la m ism a motoneurona del ensancham iento cervical de la m édula espinal de un ba­ buino, produciéndose en cada caso seis estím ulos a 200 por segundo, en la vía aferente la en el caso de A, y en el haz piramidal en el casó de B. (Landgren, S., Phillips, C. G., y Porter, R., J. Physiol., 161:91 [1962]). C muestra la potenciación de frecuencia de PEPS m onosinápticos de células granulares del hipocam po (representadas en D), cuando la frecuencia de estimulación de la vía perforante (vp en D) se aum entó de 1 a 10 por segundo, y su dism inución al retornar a 1 por segundo (Bliss y L¿mo, 1973).

cerebro poseen esta capacidad de construcción operacional durante la activación intensa. La serie de figuras E8-1C, D, suministra otro ejemplo de sinapsis de una parte primitiva del cerebro, el hipocampo (cf. cap. El). El hipocampo resulta de especial interés, ya que se cree que es impor­ tante para el establecimiento de huellas de memoria, como describire­ mos más abajo. La parte D muestra las sinapsis excitadoras de la vía perforante (vp) a las dendritas de las células granulares. En C, el registro intracelular de una célula granular, durante la serie inicial con una estimulación de 1 por segundo de la vp, mostró un PEPS inicial muy pequeño, seguido por un gran PIPS. Cuando la frecuen­ cia del estímulo subía a 10 por segundo, ya en 1 s se daba una gran

Prueba

-'A t.

-r e Control

J

Amplitud

de la espiga

2 mseg.

ky “ V Sv 0,5

1

£

-lif

(J#'tM

3,5 1 15 2 ¿5 1‘ 3 1 Tétan d s , cada 20/ seg ., duran te 15 seg.

4

tt t t e 5

U,

5

Fig. E8-2. Potenciación posielánica de células granulares del hipocampo. Las m edi­ ciones se tomaron sobre el registro extracelular de la espiga positiva que aparece indicada mediante una flecha en los ejem plos de registro de la parte superior, pudiendo considerarse com o medida del núm ero de células granulares que descar­ gan im pulsos en la zona abarcada por el electrodo registrador. Para más explicacio­ nes, véase el texto (Bliss y L^mo, 1973).

potenciación del PEPS, que contrarrestaba en cierta m edida el PIPS. Después de 3 s, tras esta estim ulación, el PEPS m uy grande inundaba el PIPS, y se ve cóm o genera una descarga de im pulsos de la célula. Haciendo am ainar de nuevo la estim ulación a 1 por segundo, la potenciación de frecuencia bajaba ya considerablem ente a 0,4 s, desa­ pareciendo en 15 s. Resulta atractivo pensar que las sinapsis que responden con tanto entusiasm o durante y unos segundos después de u n a activación m oderada (potenciación postetánica) podrían ser las sinapsis modificables responsables de los fenóm enos del aprendizaje y la m em oria. La figura E8-2 m uestra un tipo m ucho más duradero de potencia­ ción postetánica en esas m ism as sinapsis del hipocam po. Se aplicó una estim ulación m uy suave de 20 por segundo, durante 15 s (300 pulsos), en el m om ento indicado por la prim era flecha (abajo). Los puntos trazados en el gráfico m uestran que sólo se dio un pequeña potenciación transitoria. Mas, con repeticiones sucesivas (en las fle­ chas siguientes) de esta estim ulación suave, aproxim adam ente cada m edia hora, se produjo un aum ento progresivo de la potenciación, de m anera que después de la quinta se produjo u n a enorm e potencia*

horas

ción de la descarga de im pulsos de las células granulares. Los regis­ tros efectivos se dan intercalados, pudiendo verse tres respuestas de prueba, com paradas con los tres controles de abajo que se dan por el otro lado. Las medidas del gráfico son de las espigas extracelülares, agudas y descendentes, señaladas por las flechas en las respuestas de la prueba. Esta gran potenciación prosiguió durante 3 h. El sorpren­ dente efecto se pudo observar en m uchos experim entos semejantes, m anteniendo plenam ente las potenciaciones incluso durante 1 0 h en los experim entos agudos. (Bliss y Líimo [1973]). En experim entos crónicos con electrodos im plantados, se observó una potenciación sim ilar varias sem anas después del condicionam iento m ediante seis trenes breves de estim ulación, 1 5/s durante 15 s (Bliss y G ardnerM edwin [1973]). En la figura E8-3A, la potenciación se desarrolló com o en la figura E8-2, aunque con episodios de estim ulación de 60 V, viéndose en B cóm o ha declinado un m edio aproxim adam ente, después de 1 2 h., aunque declinó poco más al cabo de 1 día, 6 días y 16 sem anas después. Podem os concluir que estos experim entos son buena prueba de que las sinapsis en espina de las dendritas de las

15/seg, 15 seg 30 min.

-o > T3-JE £Q. O) C Q.

5 w < Q>

3 2

" •*

....... ....V

1 0

tras potenciación

12 h.

24 h.

6 días

16 semanas

Fig. E8-3. Potenciación postelánica de células granulares del hipocampo. Las medi­ ciones de las amplitudes de la espiga, com o en la figura E8-2 (de promedios de 16 respuestas a estím ulos de 30 V), se indican en la gráfica com o diversos trenes de estím ulos (15 por segundo durante 15 s), suministrados con la potencia indicada y en los tiem pos indicados. La amplitud media aproximada de la espiga, antes de los trenes de condicionam iento, se muestra con una línea de puntos. Para más detalles, véase el texto (Bliss y Gardner-M edwin, 1973).

células granulares del hipocam po son m odificables en grado conside­ rable, m ostrando u n a potenciación prolongada que podría ser la ex­ presión fisiológica'de los procesos de m em oria. Así, los experim entos fisiológicos han señalado que las sinapsis modificables que podrían ser las responsables de la m em oria son excitadoras, siendo especialm ente prom inentes en los niveles superio­ res del cerebro. En la corteza cerebral, la gran m ayoría de las sinapsis excitadoras de las células piram idales están en las espinas dendríticas, tal com o se ilustra en las figuras E l -2 y 5. Además, V alverde [1968] y otros han sum inistrado m uchas pruebas de que esas sinapsis en espi­ nas regresan con el desuso (cf. Eccles [1970]). De ahí se conjetura que estas sinapsis en espinas de las dendritas de neuronas (tales com o las células piram idales de la corteza cerebral y del hipocam po, las células granulares del hipocam po y las células de Purkinje del cerebelo) son sinapsis modificables im plicadas en el aprendizaje. Serían las sinapsis que m uestran u n a potenciación indefinidam ente prolongada, ilustra­ das en la figura E8-2. Se j5uede im aginar que el superior funciona­ m iento de estas sinapsis se prolongaba indefinidam ente debido a un proceso de desarrollo de las espinas dendríticas que proporcionaría un cam bio estructural de gran duración. A ún no tenem os una de­ m ostración convincente de ese desarrollo m ediante m icrógrafos elec­ trónicos, aunque hay m uchas pruebas indirectas. Los cam bios conje­ turados se m uestran esquem áticam ente en la figura E8-4, donde A representa el estado norm al, y B y C, los estados hipertrofiados. En C se m uestra u n a alternativa a la hipertrofia de las espinas sinápticas de la figura E8-4B, gracias a que el aum ento de la potencia sináptica se asegura m ediante la ram ificación de las espinas, que form an de este m odo sinapsis en espina secundarias, tal com o señala Szentá­ gothai. Tenem os u n a base histológica m ucho más firm e a la hora de m ostrar los efectos del desuso, que produce una regresión y agota­ m iento de las sinapsis en espina (fig. E8-4D). Esto lo ha dem ostrado elegantem ente V alverde [1967] para las dendritas de las células pira­ m idales de la corteza visual de ratones criados con deprivación vi­ sual, habiéndose realizado ciertam ente dem ostraciones sim ilares con otras sinapsis en espina e incluso con sinapsis excitadoras de la m é­ dula espinal (Szentágothai [1971]). Así, se puede suponer que el uso norm al da com o resultado el m antenim iento de las sinapsis de las espinas dendríticas, al nivel norm al representado en la figura E8-4A. Se puede concluir que las sinapsis excitadoras en espina constitu­ yen probablem ente las sinapsis modificables que se ocupan de la m em oria, si bien, para contrastar esta hipótesis, se precisa urgente­ m ente u n a investigación experim ental m ucho más rígida, con un

D /§ /

Normal

Hipertrofia

Ramificación

En desuso

Fig. E8-4. Plasticidad de las sinapsis de espinas dendríticas. Los dibujos tienen por objeto mostrar los cam bios plásticos de las sinapsis en espina que se postulan, sea mediante desarrollo, en B y C, sea con regresión, en D. Para más detalles, véase el texto.

exam en sistemático m ediante el m icroscopio electrónico. Es sorpren­ dente que no se haya realizado aún ese estudio sistemático de las sinapsis del hipocam po, bajo condiciones que es de esperar que m os­ trasen una hipertrofia sináptica.

59.

La llamada «teoría del desarrollo» del aprendizaje

Si p ara el aprendizaje se precisa el desarrollo sináptico, debe produ­ cirse un aum ento del m etabolism o cerebral de un tipo especial, con la m anufactura de proteínas y otras m acrom oléculas necesarias para el aum ento de m em branas y m ecanism os de transm isión química. Pre­ sum iblem ente, en la teoría del desarrollo acerca del aprendizaje, debe suponerse que el RNA es responsable de la síntesis de proteínas precisas para el desarrollo. N o obstante, este supuesto desarrollo no seria el fenóm eno quím ico altam ente específico conjeturado por la teoría m olecular del aprendizaje de Hydén [1967], en la que la codifi­ cación de los recuerdos se atribuye a m acrom oléculas específicas, estando asociado cada recuerdo a m acrom oléculas únicas. En lugar de ello, los aspectos específicos estarían codificados en la estructura, particularm ente en las conexiones sinápticas de las células nerviosas que están dispuestas en patrones inim aginablem ente com plejos que se han form ado ya en el transcurso del desarrollo. A partir de ahí, lo único que parece precisarse para la reorganización funcional que se supone que constituye el substrato neuronal de la m em oria, es sim ­

plem ente el m icrodesarrollo de conexiones sinápticas que ya existen, tal com o se indica en la figura E8-4B, C, que se pueden tom ar com o m odelos de las sinapsis en espina de las células piram idales y de las de Purkinje (Eccles [1966], [1970], [1972]). El flujo de im pulsos desde los órganos receptores al sistem a nervioso (cf. cap. E2, figs. 1, 4) producirá la activación de patrones espaciotem porales específicos de neuronas conectadas m ediante descargas secuenciales de impulsos. Las sinapsis así activadas se desarrollarán hasta alcanzar una efectivi­ dad superior, echando incluso ram as para form ar sinapsis secunda­ rias; de ahí que cuanto m ás se repita un patrón espaciotem poral de im pulsos en la corteza, tanto más efectivas se tornarán sus sinapsis con respecto a otras. Además, en virtud de esta eficacia sináptica, posteriores entradas sensoriales tenderán a atravesar esas m ism as vías neuronales, evocando así las m ismas respuestas, manifiestas y psíqui­ cas, que la entrada original. N o obstante, la sola excitación sináptica frecuente difícilmente podría sum inistrar una explicación satisfactoria de los cam bios sinápticos im plicados en el aprendizaje. Debido a la incesante descarga de im pulsos de la m ayoría de las neuronas, tales sinapsis «aprendidas» serían dem asiado ubicuas. Esta crítica a la versión sim ple de la «teoría del desarrollo» del aprendizaje quizá esté contenida en las recientes sugerencias de Szentágothai [1968] y M arr [1969] de que el aprendi­ zaje sináptico es un acontecim iento dual o dinám icam ente ligado; a saber, que la activación de un tipo especial de sinapsis sum inistra instrucciones para el desarrollo de otras sinapsis activadas de la m ism a dendrita. Se puede denom inar a esto la «teoría de la conjun­ ción» del aprendizaje. Se ha sugerido originalm ente que la única operación de las fibras trepadoras de las dendritas de la célula de Purkinje del cerebelo (fig. E3-5) es la de sum inistrar «instrucciones de desarrollo» a las sinapsis en espina que son sim ultáneam ente activa­ das por las fibras paralelas. A unque se ha em pleado la palabra ins­ trucción, el proceso propuesto es análogo a la teoría de la «selección» de la inm unidad (Jerne [1967]) por cuanto recibe un aum ento de potencia un a selección de las sinapsis existentes. M ediante los experim entos más ingeniosos, Ito y M iyashita[1975] han sum inistrado las prim eras pruebas a favor de la teoría de la conjunción acerca del aprendizaje. C uando se hace rotar a los anim a­ les en torno a un eje vertical, las entradas de fibras m usgosas y trepadoras a un lóbulo especial del cerebelo (el floculo) se ocupan de controlar los m ovim ientos oculares, de m odo que la im agen visual sufra un m ínim o de perturbación. C uando la entrada de la fibra trepadora procedente de las vías visuales se superpone a la entrada de la fibra m usgosa procedente de la vía vestibular, se produce un cam ­

bio plástico, de m odo que la entrada vestibular se haga más efectiva en el control de los m ovim ientos oculares. Parece que la entrada de la fibra trepadora ha provocado una selección de las células de Purkinje que aprenden a responder más efectivam ente a sus entradas de fibras musgosas (cf. Eccles [1977(a)]). Más adelante, sugerirem os un sistema de aprendizaje análogo para la corteza cerebral. Libet y otros [1975] han propuesto m uy recientem ente un modelo de un proceso de m em oria sináptico que es al m ism o tiem po un proceso de conjunción entre dos sinapsis distintas de una célula ganglionar simpática. Se da una interacción heterosináptica entre dos tipos de entradas sinápticas a la m ism a neurona; la huella de m emoria se inicia mediante una breve entrada (dopaminérgica) en una línea sináptica, mientras que la «lectura» del recuerdo consiste sim plem ente en la capacidad desarrollada de la unidad postsináptica para producir su respuesta específica a otra entrada sináptica (colinérgica). Esta disposición suministra un cam bio «aprendido» en la respuesta a una entrada, com o resultado de una «expe­ riencia» previamente desarrollada mediante la otra entrada.

Este m odelo se basa en respuestas cuidadosam ente controladas de las células ganglionares simpáticas, que exhiben una duplicación de la respuesta a la acetilbetam etilcolina durante varias horas, tras una breve exposición al otro transm isor, la dopam ina. Además, se de­ m uestra que el MFA* cíclico está implicado en la vía metabólica que sum inistra la potenciación heterosináptica. Es evidente que este des­ cubrim iento es de gran im portancia en relación con la teoría de la conjunción sobre el aprendizaje. En neuroquím ica y neurofarm acología se han hecho ahora m u­ chos estudios detallados, debidos a Barondes ([1969], [1970]), Agranoff ([1967], [1969]) y otros, que m uestran que el aprendizaje a largo plazo (más de 3 h) no se produce cuando la síntesis proteínica cere­ bral o la síntesis de RNA se ve m uy deprim ida por envenenam iento, de las enzim as específicas m ediante ciclohexim ida o purom icina. Se conjetura queden el proceso de aprendizaje, la activación sináptica de las neuronas lleva prim ero a una síntesis específica de RNA y ésta, a su vez, a síntesis de proteínas y así, finalmente, a los cam bios funciona­ les y estructurales únicos im plicados en el desarrollo sináptico que codifica la m em oria. Desgraciadam ente, el paso crucial aún no se com prende, a saber, cóm o puede desencadenar la activación sináptica las actividades de las enzim as adecuadas. N o obstante, se sabe (Barondes [1970]) que la síntesis de proteínas críticas en el cerebro * Monofosfato de adenosina. (N. del T.)

está en acción durante los procesos de aprendizaje, y en cuestión de m inutos ha conseguido aparentem ente establecer las huellas de m e­ m oria. Estos experim entos sugieren que la m em oria a largo plazo sólo se puede establecer si existe una capacidad intacta de síntesis de proteínas, un adecuado «estado de excitación» y se dispone de la inform ación del alm acenam iento de la m em oria a corto plazo (Barondes [1970]).

60.

Función de la mente autoconsciente en la memoria a corto plazo

Considerem os una experiencia perceptiva simple y única; por ejem ­ plo, la visión por vez prim era de un pájaro o u n a flor hasta entonces desconocidos, o de un nuevo m odelo de autom óvil. Tenem os, en prim er lugar, los diversos estadios de transm isión codificada de la im agen retiniana a los diversos niveles de la corteza visual, con el reconocim iento de características com o nivel interpretativo superior hasta ah ora conocido, tal com o se decía en el capítulo E2. En un nivel posterior, proponem os que se produce la activación de los m ó­ dulos del cerebro de relación que se hallan «abiertos» al M undo 2 (cap. E7), sum inistrando la subsiguiente interpretación (de la m ente autoconsciente) la experiencia perceptiva con toda su riqueza senso­ rial. Esta interpretación de la m ente autoconsciente im plica la inte­ gración en un a experiencia unificada de las actividades específicas de diversos m ódulos, integración que sum inistra a la experiencia su ca­ rácter único (cap. E7). Además, hay una acción en am bas direccio­ nes, m ediante la cual la m ente autoconsciente m odifica la actividad m odular y al m ism o tiem po se ve afectada por ella, evaluándola posiblem ente m ediante procedim ientos de prueba de tipo entrada y salida. Hay que conjeturar adem ás que hay una interacción fuerte­ m ente organizada entre los m ódulos «abiertos» y entre éstos y los cerrados, existiendo para ese fin las inm ensas cónexiones representa­ das por las fibras com isurales y de asociación, tal com o se han des­ crito en el capítulo E l. H em os de postular adem ás la existencia de cadenas autoexcitadoras cerradas en estos patrones en m ar­ cha de interacción m odular (cf. cap. E7, fig. 4). De este m odo, se da u n a continuación en el tiem po de la actividad dinám ica orga­ nizada. En tanto en cuanto las actividades m odulares continúen en esta interacción organizada específica, supondrem os que la m ente autoconsciente es continuam ente capaz de interpretarla según sus intere­ ses y su atención. Podem os decir que, de este m odo, la nueva expe-

hipocam po

circunvolución del hipocam po (parte posterior)

Fig. E8-5. Secciones transversales esquem áticas del cerebro hum ano, mostrando la extensión estimada que se ha elim inado en la ablación temporal medial de Scoville. en el caso discutido en el texto. La extensión anteroposterior del hipocam po se muestra en el dibujo superior del cerebro, visto desde abajo, donde A, B, C y D indican el nivel de las secciones transversales de más abajo. A fines de ilustración, la parte eliminada sólo se representa en la parte izquierda, aunque se practicó la ablación en ambas partes en una sola operación (Milner, 1972).

riencia se m antiene en la m ente, com o por ejemplo, cuando tratam os de recordar om núm ero de teléfono durante el tiem po que media entre leerlo en la guía y m arcarlo. Proponem os que la actividad continuada de los m ódulos se puede asegurar m ediante la continua intervención activa o refuerzo de la m ente autoconsciente, que de este m odo puede m antener recuerdos m ediante procesos que experim en­ tam os y a los que nos referim os com o repetición verbal o no verbal (poi^ ejemplo, pictórica o musical). Tan pronto com o la m ente autoconsciente se enfrasca en otra tarea, este refuerzo cesa, el patrón específico de actividades neuronales se agota y la m em oria a corto plazo se pierde. Así, el recuerdo se torna ahora dependiente de proce­ sos de m em oria de más larga duración. M cG augh [1969] mide la m em oria a corto plazo en segundos. Por ejemplo, constituye la única operación m em orística de los pacientes con ablación bilateral del hipocam po, com o se explicará en la siguiente sección de este capítulo (M ilner [1966], [1968], [1970], [1972]). Bajo condiciones especiales que perm itían un a atención prolongada y sin interrupción, tales pacientes podían m antener irn recuerdo hasta 15 min, aunque ello depende de un proceso continuado de repetición, que suponem os debido al conti­ nuo refuerzo de las actividades m odulares de la m ente autocons­ ciente.

61.

F u n c ió n del h ip o c a m p o en el ap re n d iz a je y la m e m o ria

El estudio de pacientes con resección operatoria sum inistra pruebas fehacientes de que el hipocam po izquierdo se ocupa del estableci­ m iento o consolidación de recuerdos verbales, m ientras que el dere­ cho se ocupa de los pictóricos y espaciales. El test de laberinto y láp iz 1 constituye un interesante ejem plo de test que depende de la función del hipocam po derecho (M ilner [1967], [1972], [1974]). C uanto más radical sea la resección hipocam pal, tanto más huidiza es la m em oria. Corsi (inform e de M ilner [1974]) ha conseguido evaluar cuantitati­ vam ente la m em oria en el test de colocación de punto en línea, descrito en la sección sobre lesiones del lóbulo tem poral (fig..E6-3). Otro test valioso para el lóbulo tem poral derecho y el hipocam po recurre a la m em oria de form as irregulares construidas con alam bre doblado. Después de una resección com pleta del hipocam po derecho. 1 En este test, el sujeto ha de aprender a trazar de nuevo con un lápiz la trayectoria correcta que serpentea por un patrón rectangular de «piedras-puente» visibles.

poco queda de la m em oria a prueba tras 2 0 s, sea esta visual o táctil (M ilner [1972], [1974]). Corsi som etió a prueba las lesiones del hipocam po derecho de m anera similar, sirviéndose de un test de m em oria verbal; por ejem ­ plo, m em orizar un grupo de tres consonantes, com o pueda ser XBJ, dándose alguna actividad distrayente para evitar una repetición ver­ bal continua. Las lesiones del lóbulo tem poral izquierdo dieron com o resultado un bajo rendim iento. La resección del hipocam po izquierdo estaba implicada en esta pérdida de m em oria, siendo esta tanto más evanescente cuanto más com pleta fuese la resección (M ilner [1972], [1974]). Com o se explica más abajo, los defectos de m em oria son más graves con la ablación bilateral del hipocam po, por lo que concluye que hay un soporte del hipocam po a través de la línea media, que podría producirse por la com isura del hipocam po que liga las áreas equivalentes de los hipocam pos de am bos lados. La ablación unilate­ ral, por tanto, sum inistra pruebas acordes con las pérdidas de m em o­ ria aún más graves (el síndrom e amnéstico) que resultan de la abla­ ción bilateral del hipocam po o de lesiones de las vías que van o vienen del hipocam po (K ornhuber [1973]). M ilner [ 1966] describe un caso notable de un joven, en quien Scoville reseccionó las partes mediales de am bos lóbulos tem porales para el tratam iento de epilepsia bilateral incesante, que no se podía controlar con drogas y que lo incapacitaba com pletam ente. Se le quitó el hipocam po jum o con una pequeña área medial del lóbulo tem poral de am bos lados (fig. E8-5) (M ilner [1972]). Desde aquel m om ento, este hom bre ha presentado una pérdida grave de la capaci­ dad de establecer huellas de m em oria. Se da un fallo casi com pleto de m em oria para todos los acontecim ientos y experiencias posteriores a la lesión, esto es, tiene una am nesia anterógrada completa. Vive ente­ ram ente con recuerdos a corto plazo de unos pocos segundos de duración y con los recuerdos que conserva de antes de la operación. M ilner [1966] da cuenta gráficam ente de esta pérdida de memoria. «Su madre observa que hace el m ism o rompecabezas día tras día sin mostrar ningún efecto debido a la práctica y que lee las m ism as revistas una y otra vez sin encontrar nunca familiares sus contenidos. El m ism o olvido se aplica a las personas que ha conocido después de la operación, incluyendo a los vecinos que han visitado regularmente la casa durante los últimos seis años. N o ha aprendido sus nombres y no reconoce a ninguno de ellos si los encuentra en la calle. »Su reacción em ocional inicial puede ser intensa, pero será de corta duración, ya que el incidente que la provoca se olvida pronto. Así, cuando se le inform ó de la muerte de su tío, al que se hallaba muy apegado, se encontró extremadamente mal, aunque enseguida pareció

Fig. E8-6. Dibujo esquem ático, más sim plificado que el de la figura E l -9, que muestra las conexiones que van y vienen del neocórtex al tálamo medio-dorsal (MD). OF es la superficie orbital de la corteza prefrontal; TG es el lóbulo temporal; HG es la circunvolución del hipocam po; H I es el hipocampo; S, el septum; F, el fórnix; CC, el cuerpo calloso; EC, la corteza entorrinal; A, la amígdala; HY, el hipotálamo; OLB, el bulbo olfativo; LOT, el tracto olfativo lateral; PC, la corteza piriforme; CG. la circunvolución del cíngulo.

olvidar todo el asunto y de vez en cuando, más adelante, preguntaba cuándo iba a venir a visitarles su tío; cada vez que oía de nuevo la noticia de su muerte, mostraba los m ism os síntom as de intensa consternación, sin la m enor som bra de habituación.»

Puede m antener en su m ente sucesos ordinarios m ientras no se dis­ traiga. La distracción elim ina com pletam ente toda huella de lo que ha estado haciendo tan sólo unos pocos segundos antes. Se citan m uchos ejem plos notables de su fracaso a la hora de recordar algo tan pronto com o se distrae. M ilner [1966] resum e la situación, señalando: «Este tipo de observaciones sugieren que el único m odo en que este paciente puede mantener inform ación nueva es por repetición verbal con­ tinua, produciéndose el olvido tan pronto com o esta repetición se ve interrumpida por alguna actividad nueva que llam e su atención. Dado

que en la vida diaria es necesario que la atención cam bie constantemente, este paciente muestra una continua am nesia anterógrada. Se puede uno hacer una idea de semejante estado am nésico a través de los propios com entarios del paciente, repetidos a intervalos durante un exam en re­ ciente. Entre las pruebas, levantaba la vista repentinamente y decía con cierta ansiedad: »Me pregunto en este m om ento si he hecho o dicho algo mal. Sabe usted, en este m om ento lo tengo todo claro, pero ¿qué ha ocurrido inm e­ diatamente antes? Eso es lo que me preocupa. Es com o el despertar de un sueño; sim plem ente no recuerdo.»

Se sabe tam bién de otros tres casos en los que se produjo una am nesia anterógrada de gravedad similar, derivada de la destrucción de am bos hipocam pos (M ilner [1966]). Tras 11 años, apenas se pro­ dujo la m enor recuperación. Sin em bargo, la am nesia retrógrada va­ riable, esto es, la m em oria de sucesos anteriores a la destrucción del hipocam po, m ostro ' una recuperación continuada. Hay inform es de otros dos casos en los que la hipocam potom ía unilateral provocó una am nesia anterógrada similar, aunque existen elem entos de juicio para pensar que el hipocam po superviviente estaba seriam ente dañado. Podem os concluir que la am nesia anterógrada grave sólo se produce con una deficiencia bilateral del hipocam po grave. M ilner [1966] ha aportado pruebas en apoyo de esto, consistentes en casos con abla­ ción unilateral del hipocam po, en los que el hipocam po restante y el hemisferio cerebral de ese lado quedaron tem poralm ente fuera de com bate m erced a la breve anestesia sum inistrada por una inyección de amytal sódico en la arteria carótida, para el test de W ada (cf. cap. E4). Com o consecuencia, se produjo una grave am nesia anterógrada, que persistió tras la am nesia transitoria. Es im portante reconocer que el hipocam po no es la sede de las huellas de m em oria, dado que los recuerdos de antes de la hipocam potom ía se conservan y recuperan bien. El hipocam po es m eram ente el instrum ento responsable del establecimiento de la huella m ném ica o engram a, que presum ible­ m ente se localiza en gran m edida en la corteza cerebral, en las áreas apropiadas. En estos sujetos, a pesar del fallo agudo de m em oria, no se da un m enoscabo obvio del intelecto o de la personalidad. De hecho, viven sea en el presente inmediato, o en las experiencias recordadas de antes de la operación. Recientemente, M arlen-W ilson y Teuber [1975] han m ostrado, m ediante un procedim iento de prueba de incitación, que incluso se da un alm acenam iento m ínim o de infor­ mación de las experiencias posteriores a la operación, aunque de nada le sirve al paciente. Hay una característica un poco tranquilizadora, a saber, que aún conservan cierta capacidad para aprender actos motores. Así, él su­ jeto puede adquirir habilidades relativas a ejecuciones m otoras, com o

dibujar una línea en el estrecho espacio com prendido entre los dibu­ jos a línea doble de u n a estrella de cinco puntas, utilizando tan sólo la guía sum inistrada por la observación en un espejo de su m ano y de la estrella doble; sin em bargo, ¡no guarda recuerdo alguno de cóm o aprendió tal habilidad! Se han observado síndrom es am nésicos par­ ciales en pacientes con una variedad de lesiones en las estructuras relacionadas con el hipocampo: la circunvolución del cíngulo, el fórnix, los núcleos anterior y medio-dorsal del tálam o (Victor y otros [1971]), y el lóbulo prefrontal (cap. E 6 ). Estam os ahora en posición de considerar las vías neuronales que se ocupan del establecimiento de huellas de m em oria en el neocórtex. Podem os concluir este breve repaso de los defectos de m em oria asociados a las lesiones del hipocam po con tres afirm aciones que están de acuerdo con las concepciones desarrolladas por K ornhuber [1973]. 1) Al recobrar al recuerdo de un suceso que no está siendo repetido continuam ente en la m em oria a corto plazo, la m ente autoconsciente depende de algún proceso de consolidación o alm acena­ m iento que lleva a cabo la actividad del hipocam po. 2) El hipocam po no es él m ism o la sede del alm acenam iento. 3) C onjeturam os que la participación del hipocam po en el proceso de consolidación depende de las vías neuronales que transm iten inform ación de los m ódulos de la corteza de asociación al hipocam po y de ahí, de nuevo al lóbulo prefrontal. En el capítulo E l se hizo una breve alusión a las diversas vías por las que las áreas sensoriales prim arias de la somestesis y la visión se proyectan al sistema límbico, hallándose esquematizadas las rutas principales en la figura E l - 8 , basándose para ello en los estudios de lesiones secuenciales (fig. E l -7) de Jones y Powell [1970]. En am bos casos, hay un cam ino más directo al sistema límbico y un cam ino por el lóbulo prefrontal, a través de la corteza orbital (OF). En el sistema límbico, estas diversas entradas term inan por llegar al hipocam po (HI, en la fig. E 8 -6 ), lo que constituye un hallazgo de gran interés, a la vista de las pruebas presentadas más arriba de su función clave en la consolidación de las huellas de m em oria. Tam bién se han recono­ cido vías sim ilares en el caso del m enos estudiado sistem a auditivo (cf. fig. E 1-7I-L). El sistem a olfativo está especialm ente privilegiado, ya que se proyecta directam ente al sistema límbico (fig. E l -9). La función postulada del hipocam po en la consolidación de la m em oria requiere que haya tam bién circuitos de retorno del hipo­ cam po al neocórtex. U n circuito bien conocido va del hipocam po al tálam o M D y de ahí, a la superficie orbital (OF) y a la convexidad del lóbulo prefrontal (A kert [1964]; N auta [1971]; fig. E 8 - 6 ). Otra línea im portante de salida del hipocam po es la que va al núcleo talám ico

anterior (que no aparece en la figura E 8 -6 ), y de ahí, pasando por la circunvolución del cíngulo (áreas 23 y 24 de la figura E1-4B), a las am plias áreas del neocórtex, por las fibras de asociación (Brodal [1969]). Se precisa un estudio más detallado de estas vías en los pri­ mates, a fin de que las pruebas clínicas sobre lesiones del hipocam po y estructuras relacionadas se puedan interpretar con fiabilidad.

62.

Hipótesis sobre los acontecimientos neuronales del almacenamiento de memoria (cf. Kornhuber [1973]; Eccles [1977(b)])

La teoría aquí propuesta deriva de la de K ornhuber [1973], que se ilustra en la figura E8-7. Las áreas de asociación sensorial desem pe­ ñan una función clave, estando, en prim er lugar, en la vía de entrada al sistema límbico y a la corteza frontal y, en segundo lugar, estando en una relación íntim a de ida y vuelta con la corteza frontal, que recibe una «entrada de selección» del sistema límbico. Hay que notar que el hipocam po recibe una función dom inante en am bos circuitos límbicos. U no de los circuitos es el llamado circuito de Papez: hipo­ cam po, cuerpo m am ilar, núcleo talám ico anterior, circunvolución del cíngulo, parahipocam po, hipocam po. El otro circuito resulta de espe­ cial interés porqué lleva de las cortezas de asociación al hipocampo, pasando por la circunvolución del cíngulo y, de ahí, por el tálam o m ediodorsal (MD) al lóbulo prefrontal (cf. fig. E 8 -6 ). K ornhuber [1973] conjetura que, con neuronas especiales de las áreas de asocia­ ción sensorial, «[...] las sinapsis de los aferentes que vienen (directa o indirectamente) del sistema límbico, son esenciales para form ar la m em oria a largo plazo, m ientras que otras sinapsis de las mismas neuronas son esenciales para el procesam iento de inform ación y para la rememoración». Incluso conjetura que «la m em oria a largo plazo podría entrañar la coincidencia de aferentes talám icos y corticocorticales en una neurona cortical o colum na celular». Estos desarrollos teóricos de K ornhuber sum inistran la base de los ulteriores desarro­ llos aquí descritos. La figura E 8 - 6 sum inistra una imagen más detallada de las vías en am bas direcciones del neocórtex al hipocam po (HI). En prim er lugar, aparecen vías al hipocam po que descansan en la circunvolu­ ción del hipocam po (HG) o en una zona suya especial, denom inada corteza entorrinal (EC). Adem ás de la vía procedente del área 46, a través de la circunvolución del cíngulo (CG), m ostrada en la figura E 8 -6 , hay tam bién vías de las áreas tem porales 20 y TG y de la zona orbital del lóbulo prefrontal (OF). Por lo que respecta a las salidas, el

Fig. E8-7. Esquema de estructuras anatómicas implicadas en la selección de infor­ mación entre la memoria a corto plazo ( MCP) y la memoria a largo plazo (M L ñ . CM = cuerpo mamilar, A = núcleo talámico anterior, MD = núcleo talámico mediodorsal (Kornhuber, 1973).

hipocam po se proyecta al tálam o MD, pasando por los núcleos septa­ les (S) y de ahí, a las áreas 46 y OF del lóbulo prefrontal, aunque probablem ente las proyecciones posean una distribución m ucho más amplia. La función del lóbulo prefrontal en la m em oria se describe en el capítulo E 6 . En general, hay notables semejanzas entre los sistemas de entrada duales a las células de Purkinje del cerebelo, por un lado, y a las células piram idales del neocórtex, por otro. Hay m uchos elem entos de juicio experim entales que hablan en favor de la función de ins­ trucción-selección de la fibra trepadora sobre la entrada de la fibra paralela a la célula de Purkinje, brevem ente descrita arriba (cf. Eccles [1977(a)L hasta el punto de que se ha desarrollado en analogía con la teoría de la selección de la inm unidad de Jerne [1967], Mas surge la pregunta: ¿El sistem a de entrada dual a las células piram idales del neocórtex funciona de m anera sem ejante en el aprendizaje, pudién­ dose así conectar con la función del hipocampo? En la figura E8-7 se m uestran dos vías que convergen en la corteza frontal, la directa de las áreas de asociación sensorial, y la indirecta, por un desvío a través del sistema lím bico y del tálam o MD. Propondríam os que, en la corteza frontal, la entrada indirecta se

produciría por aferentes talám icos no específicos, procedentes del tálam o MD, que excitarían las células estrelladas espinosas que for­ man sinapsis de tipo cartucho (cf. figs. E l -5 y 6 , así com o la figura

Fig. E8-8. Esquema significativo de las conexiones en el neocórtex (cf. figs. E l -5 y E l-6). En las láminas 1 y 2 se muestran las fibras horizontales que surgen como bifurcaciones de axones de las fibras comisurales (COXfi y de asociación (/1S). así como de las células de Martinotti (MA). Las fibras horizontales hacen sinapsis con las dendritas apicales de la célula piramidal y piramidal-estrellada. Más adentro se ve una célula estrellada espinosa (CDB) que establece sinapsis en cartucho con el tallo de dendritas apicales de células piramidales (Szentágothai. 1970).

E 8 - 8 ), m ientras que la entrada directa sería las fibras de asociación que term inan com o fibras horizontales en las lám inas 1 y 2 , y que aparecen claram ente representadas en la figura E 8 - 8 . En analogía con el cerebelo, se propone que la sinapsis tipo cartucho en una célula piram idal actúe sim ilarm ente sobre las fibras trepadoras en la selec­ ción de la entrada de unas 2 0 0 0 fibras horizontales de las dendritas apicales de esa m ism a célula piramidal. Esta selección dependería de la conjunción de las dos entradas en alguna relación tem poral especí­ fica aún sin definir, provocando una potenciación duradera de las sinapsis seleccionadas de la dendrita apical. Así com o ocurre con las fibras paralelas, se supone que diversas fibras de asociación, com isu­ rales y de M artinotti se seleccionarían de entre las 2000, form ando el contexto de la actividad sináptica en cartucho sobre esa célula piram i­ dal (M arr [1970]; Eccles [1977(b)]>. Así, la actividad del sistem a de cartucho es la instrucción que selecciona para la potenciación aque­ llas sinapsis de fibras horizontales que resultan activadas en la con­ junción tem poral apropiada. Com o se indica en la figura E 8 - 8 , Szen­ tágothai [1972] propone que un solo sistema de cartucho com prenda

Fig. E8-9. La figura E8-7 nuevamente dibujada, a fin de mostrar los dos circuitos que emanan de las células piramidales del hipocampo CAS y CAI. Las conexiones con el hipocampo son como sigue: corteza entorrinal por la vía perforante a fascia dentata; células granulares de fascia dentata por fibras musgosas a células piramida­ les CA3; axones colaterales de células piramidales CA3 (colaterales de Schaffer) a células piramidales C A I; CAI al subiculum (Sub) a los cuerpos mamilares; CAS por la fimbria al núcleo septal y al tálamo mediodorsal.

las dendritas apicales de unas tres células piram idales, form ando así un sistem a de selección unitario. Para ulteriores consideraciones cuantitativas, véase Eccles [1977(b)]. Posiblemente el circuito de Papez (cf. fig. E8-7) funcione sum inistrando la activación reverberante del hipocam po con su salida CA3 a través del núcleo septal, al tálam o MD, tal com o se indica en la figura E8-9. Antes de entrar en m ás consideraciones acerca del m odo pro­ puesto de acción selectiva de la salida del hipocam po sobre las cone­ xiones neuronales inm ensam ente complejas de la corteza de asocia­ ción (cf. las figs. E l -7, E l - 8 ), tendríam os que exam inar la circulación neuronal del hipocam po, a fin de ver si está construida de m odo que funcione de m anera altam ente selectiva con respecto a las entradas que recibe del neocórtex. Recientes investigaciones de Andersen y colaboradores [1971], [1973] han m ostrado en un grado sorprendente que el hipocam po está ciertam ente organizado en u n a serie de estre­ chas laminillas transversales que funcionan independientem ente a través de toda la com pleja conexión. Esta discrim inación se m antiene en la línea de salida de las células piram idales CA3 por m edio de una estricta segregación de los axones CA3, según la posición en la fim­ bria, ocupando u na posición medial el más rostral y lateral el más caudal. Se puede presum ir que esta segregación conduce a una segre­ gación en el núcleo septal. A ndersen y otros [1971] resum en sus descubrimientos: «Una fuente puntual de actividad entorrinal pro­ yecta sus im pulsos a través de la vía de cuatro m iem bros, a lo largo de u n a rebanada o lam inilla de tejido del hipocam po, orientado nor­ m alm ente a la superficie alvear y casi sagitalm ente en la parte dorsal de la form ación hipocampal». La representación esquem ática de la figura E8-7 sum inistra un significado profundo a la característica de diseño fundam ental descu­ bierta por A ndersen y otros [1973]; a saber, que las células piram ida­ les CA3 y CAI del hipocam po son tajantem ente discrim inadas por sus proyecciones distintivas, tal com o se indican en la figura E8-9. U n a de las conexkm es sinápticas en el circuito de la figura E8-9, la corteza entorrinal con las células granulares de fascia dentata (Fase. Dent.), m anifiesta notables respuestas a la estim ulación repetitiva, lo que la haría funcionar m uy efectivam ente en un circuito reverbe­ rante, com o el propuesto para el circuito de Papez de las figuras E8-7 y E8-9. Se da un a potenciación m uy grande durante la estimulación repetitiva a 10 por segundo (fig. E8-1C), y con breves episodios repetidos, se da u n a acum ulación progresiva de potenciación que se m antiene durante horas (fig. E8-2) e incluso durante días (fig. E8-3). Así, esta transm isión sináptica operaría con una potencia considera­ blem ente aum entada durante la acción de circuito reverberante.

Com o se m uestra en la figura E8-9, esta potenciación se produciría tam bién en el circuito de las neuronas CA3 al lóbulo prefrontal, resultando así im portante para provocar una progresiva acum ulación de la activación de las sinapsis en cartucho. Es interesante que la m otivación entre a form ar parte del es­ quem a del circuito de K ornhuber (fig. E8-7). Ello entraña atención o interés en las experiencias que se codifican en las actividades neuro­ nales de la corteza de asociación y que hay que alm acenar. E ntraña un proceso de interacción m ente-cerebro. Todos sabem os que no alm acenam os recuerdos que no tengan ningún interés para nosotros y a los que no prestem os atención. Se dice, y es algo familiar, que u n a única experiencia viva se recuerda toda la vida, aunque se olvida el hecho de que la vivencia em ocional intensa se reexperim enta ince­ santem ente inm ediatam ente después de la experiencia original, fuer­ tem ente cargada em ocionalm ente. Evidentem ente, se ha producido un a larga serie de «representaciones» de los patrones de actividad cortical asociados a la experiencia original, actividad que habría de im plicar en especial al sistem a límbico, tal com o indican los fuertes m atices em ocionales. Así, debe'hallarse construida en la m aquinaria neuronal de la corteza, la propensión a la actividad de circuito rever­ berante que habría de provocar la potenciación sináptica que sum i­ nistra la m em oria. En el ulterior desarrollo de nuestra hipótesis de la m em oria cons­ ciente a largo plazo, propondríam os que la m ente autoconsciente entraría, en esta transacción entre los m ódulos del cerebro de relación y el hipocam po, de dos m aneras: en prim er lugar, m anteniendo la actividad m odular m ediante la acción general del interés o atención (el sistem a de m otivación de K ornhuber [1973]), de m anera que el circuito hipocam pal se refuerce continuam ente; en segundo lugar, de un a m anera más concentrada, sondeando los m ódulos apropiados a fin de interpretar su alm acenam iento, reforzándolo si fuese necesa­ rio, o m odificándolo por acción directa sobre los m ódulos im plica­ dos. A m bas acciones propuestas las ejerce la m ente autoconsciente sobre aquellos que poseen la propiedad especial de estar «abiertos» a ella. N o obstante, com o ya se ha propuesto, la m ente autoconsciente, por su acción directa sobre los m ódulos abiertos, puede ejercer una acción indirecta sobre aquellos m ódulos «cerrados» a los que se pro­ yectan los «abiertos» (cap. E7). Sperry [1974] ha presentado pruebas de esta acción de apoyo por parte de los m ódulos cerrados. Ha descu­ bierto que se da un pronunciado deterioro de la m em oria verbal del hem isferio cerebral izquierdo tras la com isurotom ía. Tal cosa sería de esperar si los m ódulos cerrados déí hem isferio m enor tuviesen una función indirectam ente activa en el alm acenam iento y recuperación

de m em oria, tal com o aquí se propone. Sperry [1974] hace un com en­ tario pertinente a este respecto: «Cualquier proceso de alm acena­ miento, codificación o recuperación que dependa norm alm ente de la integración de las funciones simbólicas del hem isferio izquierdo con los m ecanismos espacio-perceptivos del derecho, sufrirá tam bién una ruptura con la comisurotomía». Resulta m uy interesante el hecho de que, tras la com isurotom ía, cada hemisferio pueda aprender y recordar sus propias tareas particu­ lares-. el izquierdo, lo referente a tareas verbales y num éricas, y el derecho, las musicales, espaciales y pictóricas. Com o ya se ha indi­ cado, los respectivos hipocam pos, izquierdo y derecho, se ocupan de este alm acenam iento de m em oria. Cada hipocam po trabajaría solo, ya que la com isura hipocam pal tam bién ha quedado seccionada en la com isurotom ía. Otro hallazgo interesante es que, en la com isuroto­ mía m odificada en la que se preserva el 2 0 % posterior, el defecto de m em oria es casi tan grave com o con com isurotom ía total (Sperry [1974]). En el presente no hay explicación del grave defecto de m e­ m oria que se produce tras la com isurotom ía parcial.

63.

Recuperación de memoria

En la recuperación de un recuerdo, hem os de conjeturar adem ás que la mente autoconsciente está buscando constantem ente la recupera­ ción de recuerdos; por ejemplo, palabras, expresiones, oraciones, ideas, sucesos, imágenes, melodías, escudriñando activam ente el dis­ positivo m odular y, por su acción sobre los m ódulos abiertos preferi­ dos, trata de evocar la plena operación nerviosa organizada que pueda interpretar com o recuerdo reconocible rico en contenido em o­ cional y /o intelectual. En gran m edida, podría tratarse de un proceso de ensayo y error. Todos estam os familiarizados con la facilidad o dificultad de evocación de uno u otro recuerdo, así com o de las estrategias que aprendem os a fin de recobrar el recuerdo de nom bres que por alguna razón desconocida son refractarios al recuerdo. Pode­ mos im aginar que nuestra m ente autoconsciente se halla som etida a un continuo reto consistente en evocar el recuerdo deseado, descu­ briendo la entrada apropiada en la operación m odular que habría de sum inistrar, tras su desarrollo, la disposición apropiada en patrones de los módulos. Se propone que hay dos tipos distintos de m em oria consciente. La m em oria de banco de datos se alm acena en el cerebro y su recupera­ ción se realiza a m enudo m ediante un acto mental deliberado. E nton­ ces entra en acción otro tipo de m em oria, que podríam os denom inar

m em oria de reconocim iento. La recuperación de los bancos de datos se exam ina críticam ente en la mente, pudiéndose considerar errónea (quizá un ligero error en un nom bre o en una secuencia de números). Ello conduce a un renovado intento de recuperación que puede con­ siderarse de nuevo incorrecto; y así, hasta que se considere que la recuperación es correcta o hasta que se abandone el intento. Se conje­ tura, por tanto, que hay dos tipos distintos de m emoria: 1 ) la m em o­ ria de almacenam iento cerebral, contenida en los bancos de datos del cerebro, especialm ente en la corteza cerebral; 2 ) la m emoria de reco­ nocimiento que aplica la m ente autoconsciente en su escrutinio de las recuperaciones de la m em oria de alm acenam iento cerebral. Hay una ulterior discusión de la recuperación de m em oria en los diálogos VI y VII. Penfield y Perot [1963] han presentado una explicación m uy ilus­ trativa de las respuestas experienciales evocadas en 53 pacientes por estim ulación de los hemisferios cerebrales durante operaciones reali­ zadas con anestesia local. Estas respuestas diferían de las producidas por estim ulación de las áreas sensoriales prim arias, que eran m eros destellos de luz o sensaciones táctiles y parestesias (cap. E2), por cuanto los pacientes tenían experiencias que se asem ejaban a los sueños, los denom inados estados de ensoñación. D urante la suave estim ulación eléctrica continua de lugares de la superficie cerebral puesta al descubierto, los pacientes daban cuenta de experiencias que a m enudo se identifican com o evocaciones de recuerdos hacía tiem po olvidados. Com o señala Penfield, es com o si la pasada corriente de la conciencia se recobrase durante esta estim ulación eléctrica. Las expe­ riencias más com unes eran visuales o auditivas, aunque se daban tam bién m uchos casos de com binación visual y auditiva. La evoca­ ción de la m úsica y canciones sum inistraba experiencias m uy sor­ prendentes tanto para el paciente com o para el neurocirujano. Todos estos resultados se obtuvieron en cerebros de pacientes con un histo­ rial de ataques epilépticos. La figura E8-10 m uestra los em plazam ien­ tos de estim ulación que evocaron respuestas experienciales en toda la serie de pacientes. Es notable que los lóbulos tem porales fuesen los lugares preferidos y que el hem isferio m enor fuese más efectivo que el dom inante. Tam bién se notará que se han excluido las áreas senso­ riales prim arias. Com o resum en de estas interesantísim as investigaciones, se señala que las experiencias son de aquel tipo en el cual el paciente es un observador y no un participante, precisam ente com o en los sueños. Los momentos que se perciben más frecuentemente son brevemente estos: los momentos en que se mira u oye la acción o el habla de otros, así

Fig. E8-10. Dibujos del cerebro humano, mostrando los lugares (señalados con puntos) en los que se producían respuestas experienciales mediante estimulación eléctrica, en toda la serie de experimentos. En la fila superior, se ven los hemisferios derecho e izquierdo en presentación lateral. En la fila del medio, se ven desde arriba, con los lóbulos parietal y frontal eliminados a fin de mostrar la cara superior de los lóbulos temporales. En la línea inferior se ven desde abajo (Penfield y Perot, 1963).

como aquellos en que se escucha música. Ciertos tipos de experiencia parecen estar ausentes. Por ejemplo, los momentos en que uno trata de tomar una decisión acerca de si hacer esto o lo otro no se registran nunca. Tampoco se registran cosas tales como desarrollar actos que entrañan habilidades, hablar o decir esto o lo otro o escribir mensajes y sumar cifras. Los momentos dedicados a la alimentación, a la excitación o expe­ riencia sexual han estado ausentes, junto con los períodos de sufrimiento doloroso o llanto. La modestia no explica estos silencios. (Penfield y Perot [1963].)

Se puede concluir que la estim ulación actúa com o un m odo de recor­ dar experiencias pasadas. Podem os considerarla com o m edio instru­ mental de recobrar recuerdos. Se puede sugerir que el alm acena­ m iento de estos recuerdos es probable que se halle en áre.as cerebrales próxim as a los lugares efectivos de estimulación. Sin em bargo, es im portante reconocer que el recuerdo experiencial se evoca en áreas de la región de la función cerebral perturbada que se m uestra en los

ataques epilépticos. Es concebible que los lugares efectivos sean zonas anorm ales que son por ello capaces de actuar por vías de asociación con las áreas m ucho más am plias de la corteza cerebral que constituyen de hecho los lugares de alm acenam iento de m e­ moria.

64.

Duración de la memoria

U n análisis de la duración de los diversos procesos im plicados en la m em oria sum inistra pruebas a favor de la existencia de tres procesos de m em oria distintos (cf. M cG augh [1969]). Ya hem os presentado pruebas de que la m em oria a corto plazo, norm alm ente de unos pocos segundos, se puede atribuir a la actividad de los circuitos ner­ viosos que m antienen el recuerdo en un patrón dinám ico de im pulsos que circulan. Los pacientes con ablación bilateral del hipocam po ape­ nas tienen otra m em oria. En segundo lugar, hay una m em oria a largo plazo que perdura durante días o años. Según la teoría del desarrollo del aprendizaje, esta m em oria (o huella de m em oria) se codifica en la eficacia aum entada de las sinapsis que han estado hiperactivas durante y después del episodio original que se recuerda. En el contexto presente de la m em oria consciente, se puede conjeturar que este desarrollo sináptico podría tener lugar en m ultitud de sinap­ sis dispuestas según patrones en los m ódulos, reaccionando poderosa­ m ente en respuesta al episodio original que pone en m archa la opera­ ción de los circuitos reverberantes a través del hipocam po. Com o consecuencia de este desarrollo sináptico, la m ente autoconsciente seria capaz de desarrollar estrategias para provocar el nuevo funcio­ nam iento de los m ódulos según un patrón que se asem eja al del episodio original, de donde procedería la experiencia del recuerdo. Además, esta repetición estaría acom pañada por u n a renovada activi­ dad reverberante, a través del hipocam po, sem ejante a la original, con el consiguiente reforzam iento de la huella de m em oria. Sin em bargo, nos enfrentam os al urgente problem a de llenar la brecha tem poral que m edia entre la m em oria a corto plazo de segun­ dos y las horas precisas para el desarrollo sináptico de la m em oria a largo plazo. Barondes [1970] reseña los experim entos que ponen a prueba el curso tem poral de acción de las substancias, com o por ejem plo, la ciclohexim ida, que im piden la síntesis de proteínas en el cerebro que, en consecuencia, resulta incapaz de aprender. El tiem po aproxim ado que va desde 30 m in a 3 h parece ser necesario para el desarrollo sináptico que produce la m em oria a largo plazo. M cGaugh [1969] ha propuesto una memoria a medio plazo para salvar el bache

Fig. E8-11. Representación esquemática de las duraciones de las tres memorias descritas en el texto. Nótese la escala de tiempo logarítmica y la supuesta elevación y declinación de las memorias con el tiempo.

de segundos a horas que se extiende entre el final de la m em oria a corto plazo y el pleno desarrollo del crecim iento sináptico que sum i­ nistra la m em oria a largo plazo, tal com o se esquem atiza en la figura E 8 -1 1. Podríam os proponer que la potenciación postetánica descrita anteriorm ente (figs. E8-1C, 2, 3) sea exactam ente la precisa para salvar esta brecha. Sería inducida por las activaciones sinápticas repe­ titivas de la m em oria a corto plazo y seguiría inm ediatam ente a esas acciones, em pleando la m ism a circulación por el hipocam po que la m em oria a largo plazo. Se restringiría a las sinapsis activadas y se graduaría de acuerdo con su acción. En las figuras E8-2 y 3, las potenciaciones postetánicas que duran horas seguían a una estim ula­ ción repetitiva bastante suave de las sinapsis del hipocam po. A m e­ dida que declina este proceso fisiológico de potenciación sináptica, el desarrollo m etabólicam ente inducido acude a proporcionar una base duradera para la interpretación estratégica por parte de la m ente autoconsciente.

65.

Respuestas plásticas de la corteza cerebral

Hay ejemplos especiales de respuestas plásticas del sistema nervioso de anim ales jóvenes que se pueden considerar com o ejemplos de aprendizaje. Blakemore [1974] com unica un notable descubrim iento realizado cuando expuso a jóvenes gatitos (de 3 a 14 semanas) a bandas horizontales o verticales durante varias horas al día, estando a

oscuras el resto del tiem po. Incluso después de unas pocas horas de esta exposición, se daba u n a conversión de las células corticales vi­ suales a u n a elevada preferencia por la orientación lineal a la que habían estado expuestos, esto es, horizontal o vertical (cf. cap. E2). Si las exposiciones eran a bandas verticales y horizontales en períodos alternativos, las células corticales visuales eran de dos tipos, las de orientación horizontal y las de orientación vertical. Blakem ore su­ giere que estas respuestas adaptativas son análogas a los procesos fundam entales que subyacen al aprendizaje y a la m em oria. C ierta­ m ente, es notable que sem ejante exposición relativam ente breve pro­ duzca el desarrollo de conexiones específicas en u n a colum na visual (cf. cap. E2) responsable de las observadas especificidades de orienta­ ción. U n a respuesta plástica relacionada de las células visuales de los gatos poco después del nacim iento es la que han descubierto W iesel y Hubel [1963], siendo plenam ente discutida por Kuffler y N ichols [1976]. C uando un ojo se m antuvo cerrado unos cuantos días después del tiem po norm al de abrirlo, se descubrió que las vías del otro ojo dom inaban casi todas las células visuales de am bas cortezas visuales. N orm alm ente, en los gatitos se da una partición de estas células visuales por toda la extensión de dom inancia de uno u otro ojo con todos los grados de convergencia. A la edad m ás sensible de 3 a 4 sem anas tras el nacim iento, las vías activadas del ojo descubierto habían establecido conexiones dom inantes con todas las células vi­ suales, con exclusión de las vías del ojo cerrado. Con gatitos más jóvenes o m ás viejos, los efectos eran m enos graves. Estos defectos se deben a cam bios en la acción sináptica sobre las células corticales visuales, y no en la retina y en las vías que van a la corteza (cf. figuras E2-4 y E2-7). Tenem os aquí de nuevo cam bios plásticos en conexiones que resultan del uso, por lo que los efectos pueden consi­ derarse com o un tipo especial de aprendizaje. Otro ejem plo de la m anera en que el aprendizaje puede transfor­ m ar la interpretación de la inform ación visual lo sum inistran los experim entos de Stratton [1897], en los que se disponía un sistem a de lentes enfrente de uno de los ojos (el otro se tapaba), de m anera que la im agen de la retina se invirtiese con respecto a su orientación usual. D urante varios días, el m undo visual se hallaba irrem ediable­ m ente desordenado. D ado que se encontraba invertido, daba una im presión de irrealidad, siendo inútil para coger o m anipular objetos. Mas, com o resultado de 8 días de esfuerzo continuado, el m undo visual podía experim entarse de nuevo correctam ente, to rn án ­ dose en u n a guía fiable para la m anipulación y el m ovim iento. Si no se hace ningún esfuerzo activo, no se produce ningún aprendizaje.

Ha habido varias confirm aciones experim entales de los notables ha­ llazgos de Stratton y m uchas observaciones adicionales, debidas parti­ cularm ente a Kóhler [1951]. Los sujetos con la im agen retiniana in­ vertida han aprendido incluso a esquiar, lo que requiere una correla­ ción m uy precisa de experiencias visuales y cinestésicas. Reciente­ mente, G onshor y Melvill Jones [1976(a)], [1976(b)] han com unicado u na evaluación cuantitativa de los procesos de aprendizaje en sujetos con una inversión horizontal de sus cam pos visuales por m edio de prism as basculantes que se llevaban puestos continuam ente durante varios días. Estas y m uchas otras observaciones parecidas dem uestran que, com o consecuencia del aprendizaje activo m ediante el ensayo y error, los acontecim ientos cerebrales evocados por inform ación sensorial de la retina se interpretan de m anera que sum inistren u n a imagen válida del m undo externo que se siente m ediante el tacto y el m ovim iento; esto es, el m undo de la percepción visual se convierte en un m undo en el que uno se puede m over efectivamente. El ejem plo más elegante y delicioso de la función de la actividad en el aprendizaje visual lo sum inistran los experim entos de Held y Hein [1963], Gatitos de la m ism a cam ada pasan varias horas diarias en un dispositivo (fig. E8-12) que perm ite a uno de los gatitos una libertad bastante com pleta para explorar el m edio activam ente, com o si fuese un gato norm al. El otro, em pero, está suspendido pasiva­ m ente en un a góndola que, m ediante un sencillo dispositivo m ecá­ nico, se m ueve en todas direcciones en virtud de los m ovim ientos del com pañero de cam ada explorador, de m anera que el pasajero de la góndola está sujeto al m ism o despliegue de im ágenes visuales que el gatito activo, aunque ninguna de estas actividades la inicia el pasa­ jero. Su m undo visual se lo sum inistra algo parecido a lo que para nosotros es un a pantalla de TV. C uando no están en este dispositivo, am bos gatitos perm anecen con su m adre en la oscuridad. Tras algu­ nas semanas, las pruebas m uestran que el gatito activo ha aprendido, tan perfectam ente com o un gatito norm al, a utilizar sus cam pos vi­ suales para recibir u n a imagen válida del m undo exterior con vistas al m ovim iento, m ientras que el pasajero de la góndola no ha apren­ dido nada. U n sencillo ejem plo de esta diferencia se pone de m ani­ fiesto colocando a los gatitos en una repisa estrecha que pueden abandonar, sea por un lado, con una pequeña caída, sea por el otro con u na caída intim idante. De hecho, un estante transparente evita cualquier daño indeseable derivado de escaparse por el lado peli­ groso. El gatito activam ente entrenado siem pre elige el lado fácil, m ientras que el de la góndola elige uno u otro aleatoriam ente. La conclusión de este y m uchos otros experim entos sobre anim a­

les y hom bres es que la exploración continuam ente activa resulta esencial aun en el caso de que los adultos hayan de m antener sus existentes discrim inaciones visuales o aprender otras nuevas. Estos interesantes experim entos sobre la percepción y la conducta plantean problem as fisiológicos y anatóm icos de lo m ás notable; sin em bargo, por el m om ento, sólo podem os form ular los problem as en los térm i­ nos m ás vagos.

66.

Amnesia retrógrada

C onstituye una observación com ún que se producen pérdidas de m e­ m oria com o consecuencia de un traum atism o cerebral grave, com o p or ejemplo, un daño m ecánico que produzca inconsciencia (concusión) o los ataques convulsivos que resultan de la terapia con electrochoque. La am nesia retrógrada es norm alm ente com pleta para los sucesos inm ediatam ente anteriores al traum a, tornándose progre­ sivam ente m enos grave para los recuerdos de sucesos m ás y más tem pranos. D ependiendo de la gravedad del traum a, la am nesia retró­ grada puede cubrir períodos de m inutos, horas o días. La investigación con anim ales ha recurrido a la m em oria acum u­ lada por procedim ientos de entrenam iento para poner a prueba la am nesia retrógrada producida por un traum a aplicado en diversos m om entos después del entrenam iento. El traum a podía producirse

Fig. E8-12. Aparato para igualar el movimiento y consiguiente retroalimentación visual de un gatito que se mueve activamente (A) y otro que se mueve pasivamente ( ñ (Held y Hein, 1963).

m ediante electrochoque o m ediante diversos agentes químicos. Estos experim entos indican que el proceso de alm acenam iento de m em oria se consolida en las 6 h posteriores al período de entrenam iento. Con tiem pos más breves, los recuerdos resultan progresivam ente m ás sen­ sibles al traum a. Se puede com prender que el desarrollo de las sinap­ sis que produce la m em oria a largo plazo es m uy sensible al traum a durante m uchas horas, presum iblem ente hasta que se com plete todo el proceso de desarrollo (cf. M cGaugh [1969]; Barondes [1970]). Después de la ablación del hipocam po no sólo se producía una am nesia anterógrada grave para los acontecim ientos posteriores a la operación, sino que se daba tam bién una am nesia retrógrada seria; es decir, para los acontecim ientos que precedían a la operación en horas o días (M ilner [1972]). Aparentem ente, el traum a de la operación producía esta am nesia retrógrada que, con el transcurso del tiempo, se hacía m enos grave; esto es, los acontecim ientos anteriores a la operación se recordaban mejor.

Bibliografía de la Parte II A dam

1971] Biology o f Memory, Symposia Biologica Hungarica, 10, pp. 21-25. 1947] The Physical Background o f Perception, Clarendon Press, Oxford, p. 95. 1967] «Agents That Block Memory», en Q u a r to n , M el n echuk & S c h m it t (eds) [1967], pp. 756— 64. 1969] «Protein Synthesis and Memory Formation», en B ogoch (eds) [1969], pp. 341—53. 1964] «Comparative Anatomy of the Frontal Cortex and Thalamocortical Connections», en W a rr en & A kert (eds) [1964], pp. 372— 96. 1948] «Aphasia and artistic realization», Brain, 71, pp. 229-41. 1974] «Cerebrocerebellar communication systems», Physiological Reviews, 54, pp. 957—1006. 1973] «Organization of the hippocampal output», Expe­ rimental Brain Research, 17, pp. 152-68.

G. (eds)

A drián E .D . A g ra noff

A kert

B.W.

K.

A l a jo u a n in e T . A llen G .I . & T sukahara A n d e rsen

P.,

N. B land

B. H . & D u dar

J. D. 1971] «Lamellar organization of hippocampal excitatory pathways», Experimental Brain Research, 13, pá­ ginas 222—38. 1968] A Materialist Theory o f the Mind, Routledge Lon­ dres. 1972] «A Note on the Problem of Conscious Man and Cerebral Disconnection by Hemispherectomy», en Smith (eds) [1972],

P., B liss V. P. & S krede K. K. A rm strong D.M.

A n d e rsen T.

A ustin G ., H ayw ard

W. & R o u h e S. B ailey

von,

P.,

B o n in G . G arol H.W.

M c C ulloch B arlow H .B .

B aro ndes

S.H.

B asser L .S .

B erlucchi

G.

W.S.

&

1943] «Functional organisation of temporal lobe of monkey (Macaca Mulatta) and chimpanzee (Pan Satyrus) », Journal o f Neurophysiology, 6, pp. 121-28. 1972] «Single units and sensation: A neuron doctrine for perceptual psychology?», Perception, 1, páginas 371-94. 1969] «The Mirror Focus and Long-Term Memory Storage», en J asper , W ard & P ope (eds) [1969], pági­ nas 371-74. 1970] «Múltiple Steps in the Biology of Memory», en S chm itt (eds) [1970], volumen 2, pp. 272-78. 1962] «Hemiplegia of early onset and the faculty of speech with special reference to the effects of he­ mispherectomy », Brain, 85, pp. 427-60. 1974] «Cerebral Dominance and Interhemispheric Com­ munication in Normal Man», en S ch m itt & W o r d en (eds) [1974], pp. 65-9.

B erly ne D .B .

B lakem oreC .

B l iss T .V .P . & G a rd n er -M e d w in

A. R.

B liss

T.V.P. & L.0MOT.

B occa E., C a l e a r o C ., C assinari V. &

M IGLIAVACCA F. J.E.

B ogen

[1969] «The Development of the Concept of. Attention», en E vans & M ulholland (eds) [1969], pp. 1-26. [1974] «Developmental Factors in the Formation of Feature Extracting Neurons», en S chm itt & W o rd en (eds) [1974], pp. 105-13. [1973] «Long-lasting potentiation of synaptic transmission in the dentate area of the unanaesthetized rabbit followirig stimulation of the perforant path», Journal o f Physiology, Londres, 232, pági­ nas 357-74. [1973] «Long-lasting potentiation of synaptic transmission in the dentate area of the anaesthetized rabbit following stimulation of the perforant path», Jour­ nal o f Physiology, Londres, 252, pp. 331-56. [1955] «Testing ‘cortical’ hearing in temporal lobe tumors», Acta Oto-Laryngolica, Estocolmo, 45, pá­ ginas 289-304. [1969a] «The other side of the brain I. Dysgraphia and dyscopia following cerebral commissurotomy», Bulletin o f the Los Angeles Neurological Societies, 34, pp. 73-105.

B ogoch

S. (eds)

B r em er

F.

B rindley

G.S.

B roadbent

D.E.

B roadbent

D.E. & M.

G regory

B roca P.

B rodal

A.

[1969b] «The other side of the brain II. An appositional mind», Bulletin o f the Los Angeles Neurological Societies, 34, pp. 135-62. [1969] The Future o f the Brain Sciences, Plenum Press, Nueva York. [1966] «Neurophysiological Correlates of Mental Unity», en E ccles (eds) 1966, pp. 283-297. [1973] «Sensory Effects of Electrical Stimulation of the Visual and Paravisual Cortex in Man», en J ung (eds) [1973c], pp. 583-94. [1954] «The role of auditory localization in attention and memory», Journal o f Experim ental Psychology, 47, pp. 191-6. [1974] «División of Function and Integration of Behaviour», en S chm itt & W o rd en (eds) [1974], pp. 31-41. [1965] «On the interaction of S-R compatibility with other variables affecting reaction time», British Journal o f Psychology, Londres. 56. pp. 61-7. [1861] «Perte de la parole, ramollissement chronique et destruction partielle du lobe antérieur gauche du cerveau», Bulletin de la Société Anthropologique, París, 2, p. 235. [1969] Neurological Anatomy. In Relation to Clinical M e­ dicine, Oxford University Press, Londres. [1973] «Self-observations and neuroanatomical considerations after a stroke», Brain, 96, pp. 675—94.

B ro n o w sk i J . &

U. & R o n g u e l A.

B ellugi B u se r P.

(eds) C airns H .

C happel V.C. (eds) C homsky

N.

COLONNIER

M.L.

COLONNIER M.L. R ossignol S.

&

C ra w fo rd B .H .

C r e u tzfeld t O ., Fnnocenti G. & B rooks D .

M.

C re u t zfel d t O . & :I to

M. C ritchley M . C urtiss S., F rom kin K rashen S.,

V.,

1970] «Language, ñame, and concept», Science, 168, pá­ ginas 669-73. 1978] Cerebral Correlates o f Conscious Experience, Elsevier, Amsterdam. 1952] «Disturbances of consciousness with lesions of the brain stem and diencephalon», Brain, 75, p. 109. 1962] The Philosophy o f Mind, Prentice-Hall, Inc., Englewood Cliffs, N.J. 1968] Language and the Mind, Harcourt Brace and World, Nueva York. [Hay traducción castellana de Gabriel Ferraté, E l lenguaje y el entendimiento, Barcelona: Seix-Barral, 1972.] 1966] «The Structiiral Design of the Neocortex», en E c ­ cles (eds) [1966], páginas 1-23. 1968] «Synaptic patterns on different cell types in the different laminae of the cat visual cortex. An elec­ trón microscope study», Brain Research, 9, pp. 268-87. 1969] «Heterogeneity of the Cerebral Cortex», en J asper , W a r d & P ope (eds) [1969], pp. 29-40. 1947] «Visual adaptation in relation to brief conditioning stimuli», Proceedings o f the Roy al Society o f London B, 134, pp. 283-302. 1974] «Vertical organization in the visual cortex (Area 17) in the cat», Experim ental Brain Research, 21, pp. 315-336. 1968] «Functional synaptic organization of primary vi­ sual cortex neurones in the cat», Experimental Brain Research, 6, pp. 324-52. 1953] The Parietal L o b es , Arnold, Londres. 1974] «The linguistic development of Genie», Language, 50, pp. 528-55.

R igler D .

& R i g l e r M. D a r w in C.J.

D a v en po rt R .K .

D eeck e L., S ch eid P. & K orn huber H. H.

D ela fresn a y e J .F .

(eds)

1969] «Laterality effects in the recall of steady-state and transient speech sounds», Journal o f the Acoustical Society o f America, 35, p. 114 (A). 1976] «Cross-modal Perception in Apes» en la reunión ‘On origins and evolution of language and speech’, Annals of New York Academy o f Scien­ ces, 280, 143-149. 1969] «Distribution of readiness potential, pre-motion positivity and motor potential of the human cere­ bral cortex preceding volountary finger movements», Experimental Brain Research, 7, páginas 158-68. [1954] Brain Mechanisms and Consciousness, Ist C.I.O.M.S. Conference. Blackwell Scientific Publications, Oxford.

(eds) D eLong

M.R.

D e rfe rG .

D ic h g a n s

J. & J u n g R.

D im o n d S .J. & B e a u m o n tJ .

(eds) D o ty R .W .

G.

[1961 Brain Mechanisms and Learning, Blackwell Scientific Publications, Oxford. [1974 «Motor Functions of the Basal Ganglia: Singleunit Activity During Movement», en S c h m itt & W o r d e n (eds) [1974], pp. 319-25. [1974 «Science, poetry and 'human specificity’ an inter­ view with J. Bronowski», The American Scholar, 43, pp. 386-404. [1969 «Attention, Eye Movement and Motion Detection: Facilitation and Selection in Optokinetic Nystagmus and Railway Nystagmus», en E vans & M u l h o l l a n d (eds) [1969], pp. 348-376. [ 1 9 7 3 (a ) «Experimental Studies of Hemisphere Function in the Human Brain». en D im ond & B ea u m o n t (eds) [1973(b)], pp. 48-88. [ 1973(b) Hemisphere Function in the H um an Brain, John Wiley & Sons, Nueva York. [1975 «Consciousness from neurons», (Presentado a Acta Neurobiologiae Experimentalis.)

E c c le s

J.C.

(eds) E c c le s

J.C.

[1964 The Physiology o f Synapses, Springer-Verlag, Ber­ lín, Gotinga, Heidelberg. [1965 The Brain and the Unity o f Conscious Experience, Cambridge University Press, Londres. [ 1966(a) «Conscious Experience and Memory», en E ccles (eds) [1966(b)], pp. 314-44. [1966(b) Brain and Conscious Experience, Springer-Verlag, Berlín, Heidelberg, Nueva York. [1969 «The Dynamic Loop Hypothesis of Movement Control», en L eibovic (eds) [1969], pp. 245-69. [1970 Facing Reality: Philosophical Adventures o f a Brain Scientist, Springer-Verlag, Berlín, Heidel­ berg, Nueva York, p. 210. [Hay trad. cast. anó­ nima, Observando la realidad Springer Verlag, Nueva York, Heidelberg, Berlín, 1975.] [1972 «Possible Synaptic Mechanisms Subserving Lear­ ning», en K a rczm ar E ccles (eds) [1972], 39-61. [1973a «The cerebellum as a Computer: Patterns in space and time», Journal o f Physiology, 229, pp. 2-32. [1973b The Understanding o f the Brain , McGraw-Hill, Nueva York, p. 238. [Hay trad. cast. del Dr. Al­ berto Folch y Pi, El cerebro, morfología y diná­ mica, México: Interamericana, 1975.] [1976 «The plasticity of the mammalian central nervous system with special reference to new growths in response to lesions», Naturwissenschaften, 63, pá­ ginas 8-15. [1977a «An instructjon-selection theory of learning in the cerebellar cortex», Brain Research, 127, 327-352.

E ccles J.C., I to M . & S zentágothai J. E ttlin g er G . & S zentágothai

J.

E v ans C.R. & M u l h o l l a n d T . B.

[1977b] «An instruction-selection hypothesis of learning in the cerebrum», en B u s e r R o n g u e l -B u s e r (eds), 1978. [1977c] The Understanding o f the Brain , 2.a edición, McGraw-Hill, Nueva York. [1967] The Cerebellum as a Neuronal Machine , SpringerVerlag, Berlín, Heidelberg, Nueva York, p. 335. [1969] «Cross-modal transfer set in the monkey», Neuropsychologia, 7, páginas 41-47. [1969] Attention in Neurophysiology, Butterworths, Lon­ dres.

(eds) E varts E .V .

F eigl

H.

F outs R .S .

F ulton

J.F. (eds)

G a rd n er

B.T. & R. A.

G a rd n er G a rd n er

R.A. & B.T.

G a rd n er

G a rd n er W.J., K arnosh L. J., M c C lure C. C., G a rd n er A. K. G a zzaniga M .S . G esc h w in d

N.

&

[1964] «Temporal patterns of discharge of pyramidal tract neurons during sleep and waking in the monkey», Journal o f Neurophysiology, 27, pp. 152-71. [1967] The ‘M ental’ and the ‘Physicai, University of Minnesota Press, Minneapolis, p. 179. [1973] «Capacities for Language in Great Apes», IXth In­ ternational Congress of Anthropological and Ethnological Sciences. [1943] Physiology o f the Nervous System , 2.a edición, Ox­ ford University Press. [1971] «Two-way Communication With an Infant Chimpanzee», en S chrier & S tollmitz (eds), vol. IV, cap. 3 [1971], [1969] «Teaching sign language to a chimpanzee», Science, 165, pp. 664-72. [Hay traducción de Víc­ tor Sánchez de Zavala, «Cómo enseñar el lenguaje de los sordomudos a un chimpancé», en Víctor Sánchez de Zavala (ed.), Sobre el lenguaje de los antropoides, Madrid: Siglo XXI, 1976.] [1955] «Residual function following hemispherectomy for tumour and for infantile hemiplegia», Brain, 78, pp. 487-502. [1970] The Bisected Brain, Appleton-Century-Crofts, Nueva York. [1965(a)] «Disconnection syndromes in animal and man», Brain , Parte I, 88, pp. 237-94. [1965(b)] «Disconnection syndromes in animal and man», Brain, Parte II, 88, pp. 585-644. [1970] «The organisation of language and the brain», Science, 170, pp. 940-44. [1972] «Language and the brain», Scientific American, 226, pp. 76-83. [1973] «The Anatomical Basis of Hemispheric Differentiation», en D im ond & B ea u m o n t (eds) [1973], pági­ nas 7-24.

G e sc h w in d & L evitsky W . G lobus G .G ., M ax w ell G . & S avodnik I. G onshor A. & M elvill J o nes G .

[1968] «Human brain: left-right asymmetries in temporal speech región», Science, 161, pp. 186-7. [1975] M ind and Brain.- Philosophic and Scientific Strategies, Plenum Publishing Corporation, Nueva York. [1976(a)] «Short-term adaptive changes in the human vestibulo-ocular reflex are», Journal o f Physiology, 256, pp. 361-79^ li976(b)] «Extreme vestíbulo-ocular adaptation induced to prolonged optical reversal of visión», Journal o f Physiology, 256, pp. 381—414. [1973(a)] «Cognitive abilities following right and left hemispherectomy », Cortex, 9, pp. 266-74. [1973(b>] «Language after dominant hemispherectomy»,

G ott P .S .

Journal o f Neurology Neurosurgery and Psychiatry, 36 , pp. 1082-8. G ross

C.G.

G ross C . G ., B e n d er D . B. & R ocha - M iranda C .E . H a ssle r R .

H écaen

H.

H eim er

L.,

E bner

F.F.

& N auta W . J. H . H eld R . & H ein

H illier W .F . H olm es G .

H ook S.

(eds)

H ubel D .H .

A.

[1973] «Visual Functions of Inferotemporal Cortex», en J u n g (eds) [1973c], pp. 451-82. [1974] «Inferotemporal Cortex: A Single-Unit Analysis», en S chm itt & W o rd en (eds) [1974], pp. 229-38. [1967] «Funktionelle Neuroanatomie und Psychiatrie», en K isker , M eyer , M üller & S t ró m g ren (eds) [1967], [1967] «Brain Mechanisms Suggested by Studies of Parie­ tal Lobes», en M illikan & D arley (eds) [1967], pp. 146-66. [1967] «A note on the termination of commissural fibers in the neocortex», Brain Research, 5, pp. 171-7. [1963] «Movement-produced stimulation in the development of visually guided behaviour», Journal o f Comparative and Physiological Psychology, 56, pá­ ginas 872-6. [1954] «Total left hemispherectomy for malignant glioma», Neurology, 4, pp. 718-21. [1939] «The cerebellum of man», Brain, 62, pp. 21-30. [1945] «The organization of the visual cortex in man», Proceedings o f the Royal Society, B132 , páginas 348-61. [1961] Dimensión o f Mind, Collier-MacMillan Limited, Londres. [1967] «The Visual Cortex of the Brain» (Scientific Ame­ rican 1963) en From Cell to Organism, W.H. Freeman & Co., San Francisco, pp. 54-62. [Hay trad. cast. de Celedonio Riesco Hernández, «El córtex visual del cerebro », en R.C. Atkinson (ed.), Psico­ logía contemporánea, Madrid: Blume, 1977: 14958.]

[1971] «Specificity of responses of cells in the visual cortex», Journal o f Psychiatric Research, 8, páginas 301-7. [1962] «Receptive fields, binocular interaction and functional architecture in the cat’s visual cortex», Jour­ nal o f Physiology, Londres, ¡60, pp. 106-54. [1963] «Shape and arrangement of columns in the cat’s striate cortex», Journal o f Physiology, Londres, 165, pp. 559-68.

H ubel D.H. & W ie s e l T . N.

[1965] «Receptive fields and functional architecture in two nonstriate visual areas (18 and 19) of the cat», Journal o f Neurophysiology, 28, pp. 229-89. [1968] «Receptive fields and functional architecture of monkey striate cortex», Journal o f Physiology, 195, páginas 215-43. [1972] «Laminar and columnar distribution of geniculocortical fibers in the Macaque monkey», Journal o f Comparative Neurology, 146, pp. 421—50. [1974] «Sequence regularity and geometry of orientation columns in the monkey striate cortex», Journal o f Comparative Neurology, 158, pp. 267-94. [1965] «Activation of Nuclear RNA in Neurons and Glia in Learning», en Kimble (eds) [1965]. [1967] «Biochemical Changes Accompanying Learning», en Q uarton , M e lnechuk & S chm itt (eds) [1967], pp. 765-71.

H ydén H.

I g go

A. (eds)

INGVAR

D.H.

I ngvar D.H. & S c h w a r t z M .S .

I ngvar

D.H. & N. A. (eds)

L assen

I to

M. & M

J acobsen

iy a s h it a

C.F.

J acobsen C. F., W olf J . B. & J ackson

T.

Y.

[1973] Handbook o f Sensory Physiology, Vol. II, Sprin­ ger-Verlag, Berlín, Heidelberg, Nueva York. [1975] «Patterns of Brain Activity Revealed by Measurements of Regional Cerebral Blood Flow », en I n g v a r & L assen (eds) [1975], pp. 397-413. [1974] «Blood flow patterns induced in the dominant he­ misphere by speech and reading», Brain, 97, pági­ nas 273-88. [1975] Brain Work: The Coupling o f Function, Metabolisin and Blood Flow in the Brain, Munksgaard, Copenhague. [1975] «The effects of chronic destruction of the inferior olive upon visual modification of the horizontal vestibulo-ocular reflex of rabbits», Proceedings o f the Japanese Academy, 51, pp. 716-20. [1936] «Studies on the cerebral function of primates: I. The functions of the cerebral association areas in monkeys», Comparative Psychology Monographs, 13, pp. 3-60. [1935] «An experimental analysis of the functions of the frontal association areas in primates», Journal o f Nervous and M ental Disease, 82, pp. 1-14.

Basic Mechanisms o f the Epilepsies, Little, Brown

Ja sp e rH .H ., .

and Company, Boston.

W ard A.A. & P ope A. (eds) J ern e N .K .

J ones

E.G.

J ones E .G . & P o w ell T . P. S.

J lJN G

R.

[1967 «Antibodies and Learning: Selection versus Instruction», en Q uarton , M e lnechuk & S c H M irr(e d s ) [1967], pp. 200-05. [1974 «The Anatomy of Extrageniculostriate Visual Me­ chanisms» en S chm itt & W o rd en (eds) [1974], pp. 215-27. [1969 «Connexions of the somatic sensory cortex of the rhesus monkey. I. Ipsilateral cortical connexions», Brain, 92, pp. 477-502. [1970 «An anatomical study of converging sensory pathways within the cerebral cortex of the monkey», Brain, 93, pp. 793-820. [1973 «Anatomical Organization of the Somato-sensory Cortex», en lGGo(eds)[1973], pp. 5 7 9-620. [1954 «Correlations of bioelectrical and automatic phenomena with alterations of consciousness and arousal in man», en D elafresnaye (eds) [1954] pp. 310-339. [1967

[1973(a) (eds)

[197 3(b)

(eds)

[1973(c)

[1974

K arczm ar A.C. & E ccles J . C. (eds) K imble D .P .

(eds)

K imura D .

[1972 [1965 [1963 [1967 [1973

K imura D . & D urn fo rd M .

«Neurophysiologie und Psychiatrie», en K isker , M ey e r , M üller & S tro m g ren (eds) [1967], pp. 328-928. «Visual Perception and Neurophysiology», en J u n g (eds) [1973(b)], pp. 1-152. Handbook o f Sensory Physiology, Volumen VII/ 3A, Springer-Verlag, Berlín, Heidelberg, Nueva York. Handbook o f Sensory Physiology, Volumen V II/3 B, Springer-Verlag, Berlín, Heidelberg, Nueva York. «Neuropsychologie und Neurophysiologie des konturend Formsehens in Zeichnung und Malerei», en W ieck (eds) [1974], pp. 27-88. Brain and H uman Behaviour, Springer-Verlag, Berlín, Heidelberg, Nueva York. Anatomy o f Memory, Science and Behaviour Books, Inc., Palo Alto, California. «Right temporal lobe damage», Archives de Neurologie, París, 8, pp. 264-71. «Functional asymmetry of the brain in dichotic listening», Cortex, 3, pp. 163-78. «The asymmetry of the human brain», Scientific American, 228, pp. 70-78. «Normal Studies on the Function of the Right Hemisphere in Vision», en D im ond & B ea u m o n t (eds) [1973], pp. 25-47.

K isker K .P ., M eyer J.-E., M üller M . & S tró m g r en

1967 Psychiatrie der'Gegenwart. Forschyng und Praxis, Springer-Verlag, Berlín, Heidelberg, Nueva York.

E.

(eds.) K óhler I.

K orn huber

K rynauw

H.H.

R.A.

K u ffler S .W .

K u ffler S .W . & N ichols J. G. L ashley K .S . L aszlo

E.

L eibovic

K.N. (eds)

L e n n eb er g

L evy

E.H.

J.

L evy - A gresti J. S perry R. W . L evy J., T r ev a r th en S perry L ibet

R.

&

C. &

W.

B.

L ibet B., K obayashi T anaka T .

1951 «Uber Aufbau und Wandlungen der Wahrnehmungswelt, S-B.», Ósterreichische A kadem ie der Wissenschaften, phil.-historische Klasse, 227, pá­ ginas 1-118. 1973 «Neural Control of Input Into Long Term Me­ mory: Limbic System and Amnestic Syndrome in Man», en ZippEL(eds)[1973], pp. 1-22. 1974 «Cerebral Cortex, Cerebellum and Basal Ganglia: An Introduction to Their Motor Functions», en S chm itt & W o rd en (eds) [1974], pp. 267—80. 1950 «Infantile hemiplegia treated by removing one ce­ rebral hemisphere», Journal o f Neurology, Neurosurgery and Psychiatry, 13, pp. 243—67. 1973 «The single-cell approach in the visual system and the study of receptive fields», Investigative Opthalmology, 12, pp. 794—813. 1976 From Neuron to Brain. A Cellular Approach to the Function o f the Nervous System, Sinauer Associa­ tes, Inc., Sunderland, Mass., p. 486. 1950 «In search'of the engram», Symposia o f the Society fo r Experimental Biology, 4, pp. 454-82. 1972 Introduction to Systems Philosophy, Gordon and Breach, Nueva York y Londres. 1969 Information Processing in the Nervous System, Springer-Verlag, Berlín, Heidelberg, Nueva York. 1975 «A neuropsychological comparison between man, chimpanzee and monkey», Neuropsychologica, 13, p. 125. 1973 «Psychobiological Implications of Bilateral Asymmetry», en D im ond & B e a u m o n t (eds) [1973], pági­ nas 121-83. 1968 «Differential perceptual capacities in major and minor hemispheres», Proceedings o f the National Academy o f Sciences, Washington, 61, p. 1151. 1972 «Perception of bilateral chimeric figures following hemispheric deconnexion», Brain, 95, pp. 61-78.

H. &

1973 «Electrical Stimulation of Cortex in Human Subjects, and Conscious Memory Aspects », en I g go (eds) [1973], pp. 743-90. 1975 «Synaptic coupling into the production and storage of a neuronal memory trace», Nature, 258, pp. 155-7.

L i b e t B ., W r ig h t E . W., F e in stein B.

de Nó R.

L o r en te

L und

J.S.

L und

J.S. & R. G.

B oothe

M cF ie

J.

1977] «The physiological timing and the subjectively referred timing of a conscious sensory experience: A functional role for the somato-sensory specific projection system in man” (en prensa). 1943] "Cerebral Cortex: Architecture, Intracortical Connections, Motor Projections», F ulton (eds) [1943], pp. 274-301. 1973] «Organization of neurons in the visual cortex, Area 17, of the monkey (Macaca mulatta)», en Journal o f Comparative Neurology, 147, páginas 455-96. 1975] «Interlaminar connections and pyramidal neuron organisation in the visual cortex, Area 17, of the macaque monkey», Journal o f Comparative N eu­ rology, 159, pp. 305-34. 1961] «The efTects of hemispherectomy on intellectual functioning in cases of infantile hemiplegia», Journal o f Neurology, Neurosurgery and Psychiatry, 24, pp. 240-9.

M cG auch J.L. M ac K ay

D. M . & D. A.

J effreys

M ac L e an P .D . M arin - P adilla M .

M arley - W ilson W . D . & T euber H . L. M arr D .

M a u ssT .

M illikan C.H. & D arley F. L. (eds) M ilner

B.

1969] «Facilitation of Memory Storage Processes», en B ogoch (eds) [1969], pp. 355-70. 1973] «Visually Evoked Potentials and Visual Perception in Man», en J u n g (eds) [1973(c)], páginas 647-678. 1970] «The Triune Brain, Emotion, and Scientific Bias», en S c h m it t (eds) [1970], pp. 336-49. 1969] «Origin of the pericellular baskets of the pyrami­ dal cells of the human motor cortex: A Golgi study», Brain Research, 14, pp. 633-646. 1970] «Prenatal and early postnatal ontogénesis of the human motor cortex: A Golgi study. II. The basket-pyramidal system», Brain Research, 23, pági­ nas 185-92. 1975] «Memory for remóte events in anterograde amne­ sia: recognition of public figures from newsphotographs», Neuropsychologia, 13, pp. 353-364. 1969] «A theory of cerebellar cortex», Journal o f Physio­ logy, 202, pp. 437-70. 1970] «A theory for cerebral neocortex», Proceedings o f the Royal Society, B 176, pp. 161-234. 1911] «Die faserarchitektonische Gliederung der Grosshirnrinde», Journal fü r Psychologie und Neurologie, Leipzig, 8, pp. 410-467. 1967] Brain Mechanisms Underlying Speech and L a n ­ guage, Gruñe and Stratton, Nueva York y Lon­ dres. 1963] «Effects of different brain lesions on card sorting», Archives de Neurologie, París, 9, pp. 90-100.

[1966] «Amnesia Following Operation on the Temporal Lobes», en W hitty & Z a n g w il l (eds) [1966], pági­ nas 109-33. [1967] «Brain Mechanisms Suggested by Studies of Tem­ poral Lobes», en M illikan & D arley (eds) [1967], pp. 122-45. [1968] «Visual recognition and recall after night temporal lobe excisión in man», Neuropsychologia, 6, pági­ nas 192-209. [1970] «Memory and the Medial Temporal Regions of the Brain», en P ribram & B roa dbent (eds) [1970], pp. 29-50. [1971] «Interhemispheric differences in the localization of psychological processes in man», British Medical Bulletin, 27, pp. 272-77. [1972] «Disorders of learning and memory after temporal-lobe lesions in man», Clinical Neurosurgery, 19, pp. 421-446. [1974] «Hemispheric Specialization: Scope and Limits», en S c h m it t & W o rd en (eds) [1974], pp. 75-89. M iln er B ., B ran ch C. & R asm ussen T. M iln er B ., T aylor L. & S perry R . W . M ishkin M .

M oru zzi

G.

M ountcastle V .B .

M oun tca stle V .B . & P ow ell

T.

P . S.

M oun tca stle V.B., L ynch J. C.,

[1 9 6 4 ] « O b s e r v a tio n s o n C e r e b r a l D o m in a n c e » , e n W ols ten h o lm e & O ’C onnor (e d s ) [1 9 6 4 ], p p . 2 0 0 - 1 4 .

[1968] «Lateralized suppression of dichotically-presented digits after commissural section in man», Science, 161 , pp. 184-5. [1957] «Effects of small frontal lesions on delayed alter­ naron in monkeys», Journal o f Neurophysiology, 20, pp. 615-22. [1972] «Cortical Visual Areas and Their Interactions», en K a rczm er & E ccles (eds) [1972], pp. 187-208. [1966] «The Functional Significance of Sleep With Parti­ cular Regard to the Brain Mechanisms Underlying Consciousness», en E ccles (eds) [1966], pági­ nas 345-88. [1957] «Modality and topographic properties of single neurones of cat’s somatic sensory cortex», Journal o f Neurophysiology, 20, pp. 408-34. [1975] «The view from within: Pathways to the study of perception», Johns Hopkins Medical Journal, 136 , pp. 109-31. [1959] «Neural mechanisms subserving cutaneous sensibility, with special reference to the role of afferent inhibítíóñ in sensory perception and discrimination», Bulletin o f Johns Hopkins Hospital, 105, pá­ ginas 201-32. [1975] «Posterior parietal association cortex of the mon­ key: Command functions for operations within

G eorgopolous A .,

H .& C.

S akata A cuna

M yers R .E . N auta

W.J.H

O brador S.

P andya D .N . & K uypers H. G .

J. M

P ascal B.

P aschal

F.C.

P en field

W.

P en field J asper

W. & H.

P e n field W. & R oberts L. P en field W. P erot P. P epper

&

S.C.

P etsche H. & B razier M.

A.

(eds) P hillips

C.G.

P iercy M .

POLLEN

D.A. & H.

T aylor J.

B.

extrapersonal space», Journal o f Neurophysiology, 38, pp. 871-908. 1961] «Corpus Callosum and Visual Gnosis», en D ela fresnaye (eds) [1961], pp. 481-505. 1971] «The problem of the frontal lobe: a reinterpretation», Journal o f Psychiatric Research, 8 , pp. 167-87. 1964] «N ervous Integration A fter H em ispherectom y in M an», en S ch a lten b ra n d & WooLSEY(eds) [1964], pp. 133-54. 1969] «Cortico-cortical connexions in the rhesus monkey», Brain Research, 13, pp. 13-36. 1961] Pensées, tr. J. M. Cohén, Penguin Books Ltd., Londres. [Hay traducción castellana de una selec­ ción de los Pensamientos de Pascal, de Xavier Zubiri, Buenos Aires: Espasa Calpe, 1940. Hay una nueva traducción completa de Carlos R. de Dampierre en Madrid: Alfaguara, en prensa.] 1941] «The trend in theories of attention», Psychological Review, 48, pp. 383—403. 1966] «Speech and Perception - the Uncommitted Cor­ tex», en E ccles (eds) [1966]. 1954] Epilepsy and the Functional Anatomy o f the H u ­ man Brain, Little, Brown & Company, Boston, página 896. 1959] Speech and Brain Mechanisms, Princeton Univer­ sity Press, Princeton N.J. 1963] «The brain’s record of auditory and visual experience», Brain, 86, pp. 596-696. 1961] «A Neural-Identity Theory o f Mind», en Hook (eds) [1961], pp. 45-61. 1972] Synchronization o f EEG Activity in Epilepsies (Symposium of the Austrian Academy of Scien­ ces, Viena, Austria, Sept. 12-13, 1971), SpringerVerlag, Berlín, Heidelberg, Nueva York. 1973] «Cortical localization and ‘sensorimotor processes’ at the ‘middle level’ in primates», Proceedings o f the Royal Society o f Medicine, 66, pp. 987-1002. 1967] «Studies of the neurological basis of intellectual function», Modern Trends in Neurology, 4, páginas 106-24. 1974] «The Striate Cortex and the Spatial Analysis of Visual Space», en S chm itt & W ord en (eds) [1974], pp. 239-47.

POLTEN

E.P.

1973] A Critique o f the Psycho-physical Identity Theory,

P opper

K.

Mouton Publishers, La Haya, p. 290. 1945] The Open Society and Its Enemies, Princeton Uni-

versity Press, Princeton N.J. [Hay trad. cast. de E. Loedel, La sociedad abierta y sus enemigos, 2 vols., Buenos Aires: Paidós, 1957 (reed., 1967).] K.R.

P o pper ,

PO RTER

R.

P rem ack

D.

P ribram

K.H.

P ribram K.H. B roadbent

& D.E. (eds)

P uccetti R .

Q uarton G.C., M ELNECHUK T. & S c h m itt

1972 Objective Knowledge: An Evolutionary Approach, Clarendon Press, Oxford. [Hay trad. cast. de Car­ los Solís, Conocimiento objetivo, Madrid, Tecnos, 1974.] 1973 «Functions of the mammalian cerebral cortex in movement», Progress in Neurobiology, 1, páginas 1-51. 1970 «The education of Sarah: a chimp learns the lan­ guage», Psychology Today, 4, pp. 55-8. 1971 Languages o f the Brain, Prentice-Hall, Inc., Englewood Cliffs N.J., p. 432. 1970 Biology o f M em ory , Academic Press, Nueva York, Londres. 1973 «Brain bisection and personal identity», British Journal fo r the Philosophy o f Science, 24, páginas 339-55. 1967 The Neurosciences, The Rockefeller University Press Nueva York.

F. O.

(eds) R amón y C ajal S. R isberg J. & I ngvar D.

H.

R osadini G. & R ossi G. F. S aúl R. & S perry R . W . S avage W . SCHALTENBRANDG.& W oolsey

C. N. (eds) & B.

S cheibel M.E. S cheibel A.

P. & J.C. S c h m itt F.O. (ed.) ScHEID

E ccles

F.O. & F. G. (eds) S ch r ie r A.M. & S tollnitz F. (eds)

S chm itt

W o rd en

1911 Histologie du Systém e N erveux de l ’H om m e et des Vertébrés, Maloine, París, p. 993. 1973 «Patterns of activation in the grey matter of the dominant hemisphere during memorization and reasoning», Brain, 96, pp. 737-756. 1967 «On the suggested cerebral dominance for cons­ ciousness», Brain, 90, pp. 101-12. 1968 «Absence of commissurotomy symptoms with agenesis of the corpus callosum», Neurology, 18, p. 307. 1975 «An Oíd Ghost in a New Body», en G lobus, M ax ­ w e ll & S avodnik (eds) [1975]. 1964 Cerebral Localization and Organization, Univer­ sity of Wisconsin Press, Madison. 1970 «Elementary processes in selected thalamic and cortical subsystems: the structural substrates», en S chm itt (ed.) [1970], pp. 443-57. 1975 «Music and speech: Artistic functions of the hu­ man brain », Psychology o f Music, 3, pp. 21-35. 1970 The Neurosciences Second Study Program, The Rockefeller University Press, Nueva York. 1974 The Neurosciences Third S tudy Programm, M.I.T. Press, Cambridge Mass., Londres. 1971 Behavior o f Nonhuman Primates , Vol. IV, Acade­ mic Press, Nueva York.

S era fet in id e s E.A H oare R. D . & D river

M. V.

S hankw eiler D .P .

S herrington C .S .

S m art

J.J.C.

S mith

A.J.

S mith

L. (eds)

S o m jen G . S parks R. & G esc h w in d S perry

R.W.

S perry

R.W.,

N.

G azzaniga M. S. & B ogen J. E.

S pragu e

J.

[1965] «Intracarotid sodium amylobarbitone and cerebral dominance for speech and consciousness», Brain, 88, pp. 107-30. [1966] «Effects of temporal-lobe damage on perception of dichotically presented melodies», Journal o f Com­ parative and Physiological Psychology, 62, páginas 115-19. [1906] Integrative Action o f the Nervous System, Yale University Press, New Haven, Londres, p. 411. [1940] Man on His Nature, Cambridge University Press, Londres, p. 413. [1962] «Sensations and Brain Processes», in C happel (ed.) [1962], pp. 160-72. [1966] «Speech and other functions after left (dominant) hemispherectomy», Journal o f Neurology, Neuro­ surgery and Psychiatry, 29, pp. 467-71. [1972] Cerebral Disconnection, Chas. C. Thomas, Inc. Springfield, 111. [1975] Sensory Coding in the Mammalian Nervous System, Plenum/Rosetta, Nueva York. [1968] «Dichotic listening in man after section of neocortical commissures», Cortex, 4, pp. 3-16. [1964] «The great cerebral commissure», Scientifie A m e­ rican, 210, pp. 42-52. [Hay trad. cast. de Celedo­ nio Riesco Hernández, «La gran comisura cere­ bral», en A.C. Atkinson (ed.), Psicología contem­ poránea, Madrid: Ed. Blume,, 1977: 46-57.] [1968] «Mental Unity Following Surgical Disconnection of the Cerebral Hemispheres», en The Harvey Leetures, Academic Press, Nueva York, páginas 293-323. [1969] «A modified concept of consciousness», Psychological Review, 76, pp. 532-6. [1970] «Perception in the Absence of the Neocortical Commissures», en Perception and Its Disorders, Res. Publ. A.R.N.M.D. 48, pp. 123-138. [1974] «Lateral Specialization in the Surgically Separated Hemispheres», en S chm itt & W o rd en (eds) [1974], pp. 5-19. [1969] «Interhemispheric Relationships: the Neocortical Commisures: Syndromes of Hemisphere Deconnection», en V inken & BRU Y N (eds) [1969], páginas 273-90. [1967(a)] «The Effects of Chronic Brainstem Lesions on Wakefulness, Sleep and Behavior», en S pragu e [1967(b)], pp. 148-94. [1967(b)] Sleep and Altered States o f Consciousness, Wi­ lliams and Wilkins Company, Baltimore.

M. &

S t u d d er t - K en n ed y

1970

S h a n k w eile r D . S z entágothai

1968

J.

1969 1970

«Vision without inversión of retinal image», Psychological Review, 4 , pp. 463-81. «Hemispheric specialization for speech perception», Journal o f the Acoustical Society o f America, 48, pp. 579-94. «Structure-Functional Considerations of the Cerebellar Neuron Netword», Proc. o f the I.E.E.E., 56, pp. 960-8. «Architecture of the Cerebral Cortex », en J asper , W a r d & P ope (eds) [1969], pp. 13-28. «Les circuits neuronaux de l’écorce cérébrale», Bulletin de l'Academie Royale de Medecine de Belgique, pp. 475-92.

J. &

S zen t á g o t h a i ,

A rb ib SziLARD

rosciences Research Program Bulletin, 12.

M. A. L.

T anabe T ., Y arita I ino M., OOSHIMA Y. & T agaki S. F. T euber

H.,

H-L.

T euber H.-L., B attersby W. B en d er M . B. T oyam a K., M atsu nam i O h no T . & T o k a sh ik i S.

K.,

1971 «Memory Functions and the Structural Organiza­ ron of the Brain», en A dam (ed.) [1971], páginas 21-25. 1972 «The Basic Neuronal Circuit of the Neocortex», en P etsche & B razier (eds) [1972], pp. 9-24. 1973 «Synaptology of the Visual Cortex», en J ung (ed.) [1973], pp. 269-324. 1974 «A Structural Overview », en S zentágothai & Ar bib (eds) [1974], pp, 354-410. 1975 «The ‘module-concfpt’ in cerebral cortex architec­ ture», Brain Research, 95, 475—496. 1974 Conceptual Models o f Neural Organization, Neu-

S. &

1964 «On memory and recall», Proceedings o f the Natio­ nal Academy o f Sciences, Washington, 51, pági­ nas 1092-9. 1975 «An olfactory projection area in orbitofrontal cor­ tex of the monkey», Journal o f Neurophysiology, 38, pp. 1269-83. 1964 «The Riddle of Frontal Lobe Function in Man», en W a r r e n & A kert (eds) [1964], pp. 410-44. 1967 «Lacunae and Research Approaches to Them», en M il l ik a n & D arley (eds) [1967], pp. 204-16. 1972 «Unity and diversity of frontal lobe functions», Acta Neurobiol. Exp. Neurobiol., 32, pp. 615-56. 1974 «Why Two Brains?», en S chm itt & W o r d en (eds) [1974], pp. 71-4. 1960 Visual Field Defects A fter Penetrating Missile Wounds o f the Brain, Harvard University Press, Cambridge, Mass., p. 143. 1974 «An intracellular study of neuronal organization in the visual cortex. Experim ental Brain Research, 21, pp. 45-66.

T REVAKTHEN C.

C.B. & R. W.

T re v a rth e n S perry

D e V alois R.L. V a lver de

F.

V íctor M., A dam s R. C o l l in s G . VINKEN

D. & H.

P.J. & G. W. (eds)

B ruyn

V ogtC. & V o gtO.

W ada J.A., C larke R.J. H amm

&

A. E.

W arr en J.M. & A kert K. (eds) WEISKRANTZ

L.

W ERNER G.

W ERNICKE C.

W hite

H.H.

V.P. & E. G.

W hittaker G ray

[1973] «Analysis of Cerebral Activities That Generate and Regúlate Consciousness in Commissurotomy Patients», en D im o n d & B e a u m o n t (eds) [1973], pp. 235-63. [1973] «Perceptual unity of the ambient visual fíeld in human commissurotomy patients», Brain, 96, pá­ ginas 547-70. [1973] «Central Mechanisms of Color Vision», en J ung (ed.) [1973 a]. [1967] «Apical dendritic spines of the visual cortex and light deprivation in the mouse», Experimental Brain Research, 3, pp. 337-52. [1968] «Structural changes in the area striate of the mouse after enucleation», Experimental Brain R e­ search, 5, pp. 274-92. [1971] The Wernicke-Korsakoff-Syndrome, Blackwell Scientific Publications, Oxford. [1969] Handbook o f Clinical Neurology, Vol. 4, North Holland Publishing Company, Amsterdam. [1919] «Allgemeine Ergebnisse unserer Hirnforschung», Journal fü r Psychologie und Neurologie, Leipzig, 25, pp. 277-462. [1973] «Morphological Asymmetry of Temporal and Frontal Speech Zones in Human Cerebral Hemispheres: Observation on 100 Adult and 100 Infant Brains», Xth International Congress of Neu­ rology, Barcelona. [1964] The Frontal Granular Cortex and Behaviour, McGraw-Hill, Nueva York. [1968] «Experiments on the r.n.s. (real nervous system) and monkey memory», Proceedings o f the Royal Society, B 171, pp. 335-52. [1974] «The Interaction Between Occipital and Temporal Cortex in Vision: an Overview», en S chm itt & W o r d en (eds) [1974], pp. 189-204. [1974] «Neural Information Processing with Stimulus Feature Extractors», en S chm itt & W o rd en (eds) [1974], pp. 171-83. [1874] Der aphasiche Symptomencomplex: Eine psychologische Studie a u f anatomischer Basis, Cohn and Weigert, Breslau. [1961] «Cerebral hemispherectomy in the treatment of infantile hemiplegia. Review of the literature and report of two cases», Confinia Neurologica, Basilea, 21, pp. 1-50. [1962] «The synapse: Biology and Morphology», British Medical Bulletin, 18, pp. 223-28.

C.W.M. & O.L. (eds) W ie ck H .H . (eds)

W h it t y

[1966] Amnesia, Butterworths, Londres.

Z a n g w il l

W lE S E L

T.N. &

H ubel D. H.

M.

WlESENDANGER

W O LSTEN H O LM E

D .W . &

O ’C o n n o r M . Z a id e l

E.

Z a id e l

E. & R. W.

S perry

Z a n g w il l

Z ip p e l

Z liR IF

O.L.

H.P. (eds) E. &

C ara m a zza

A. (eds)

[1974] Psychopathologie musischer Gestaltungen, F.K. Schattauer Verlag, Stuttgart, Nueva York. [1963] «Single-cell responses in striate cortex of kittens deprived of visión in one eye», Journal o f N eu­ rophysiology, 26, pp. 1003-1017. [1969] «The pyramidal tract. Recent investigations on its morphology and function», Ergebnisse der Physiologie, Biologischen Chemie und Experimentellen Pharmakologie, 61, pp. 72-136. [1964] Disorders o f Language, Ciba Sym posium on Disorders o f Language, J. and A. Churchill, Londres.

[1973] Linguistic competence and related functions in the right cerebral hemisphere of man following commissurotomy and hemispherectomy. California Institute of Technology, Pasadena, California, Tesis. [1976] «Auditory Language Comprehension in The Right Hemisphere Following Cerebral Commissurotomy and Hemispherectomy: A Comparison With Child Language and Aphasia», en Z u r f & C a r a ­ m a z z a (eds) [1976]. [ 1972(a)] «Functional reorganization following commissurotomy in man», Biol. Ann. Rep., California Institute o f Technology, p. 80. [1972(b)] «Memory following commissurotomy», Biol. Ann. Rep. California Institute o f Technology, pá­ gina 79. [1960] Cerebral Dominance and Its Relation to Psychological Function, Oliver & Boyd, Edimburgo, p. '31. [1973] «Consciousness and the Cerebral Hemispheres», en D im o n d & B e a u m o n t (eds) [1973], páginas 264-78. [1973] Memory and Transfer o f Information, Plenum Publishing Corporation, Nueva York. [1976] The Acquisition and Break-down o f Language: Parallels and Divergencies, Johns Hopkins Uni­ versity Press, Baltimore.

Parte III Diálogos entre los dos autores

Diálogo I

20 de setiembre de 1974; 10 de la mañana E. Karl, ¿podría com enzar usted nuestra discusión con un breve com entario epistemológico? P. La opinión com ún acerca del conocim iento consiste en afirm ar que éste parte de observaciones; no obstante, podem os sustituirla por aquella según la cual el conocim iento es siem pre una modificación del conocim iento previo . 1 A prim era vista, esta opinión parece con­ ducir a un regreso infinito, si bien no creo que lo haga de un modo peligroso, com o tam poco lo hace el m isterio de la vida que, en cierto sentido, tam bién lleva a un regreso infinito. El conocim iento term ina retrotrayéndose, en últim a instancia, al conocim iento innato, al cono­ cim iento anim al, tom ando la palabra conocim iento en el sentido de expectativas. Las observaciones están siem pre ya interpretadas en térm inos de conocim iento previo; esto es, las propias observaciones ni siquiera existirían si no hubiese un conocim iénto previo que pu­ diesen modificar; por ejemplo, falsear. Es este el aspecto m etodoló­ gico que quisiera subrayar. Que yo sepa, usted estará dispuesto a aceptarlo. E. Sí, me sentiría m uy satisfecho con esas ideas. Tengo algunas m o­ dificaciones que sugerir, ya que siem pre pienso en lo que ocurre en el cerebro en todas esas condiciones. ¿Cóm o se dan de hecho nuestras percepciones sensoriales? Pienso que usted estaría de acuerdo en que, en nuestra experiencia del m undo, todo nos llega a través de los sentidos, a la m anera descrita en el capítulo E2. Todo ello se trans­ porta sobre nuestras disposiciones innatas que se derivan de las ins­ trucciones genéticas de la constitución del cerebro, así com o de la 1Véase mi [1963(a)l pág. 23, y mi sección 34.

m em oria alm acenada m ediante la que nuestro cerebro se ha hecho progresivam ente más hábil en su interpretación de las entradas. Toda la vida es un aprendizaje. A prendem os a hacer las interpretaciones más sutiles de lo que se nos da en virtud de nuestros órganos de los sentidos. Hemos de darnos cuenta de que estas ideas están implícitas en un origen evolutivo: la codificación genética es esencialm ente un concepto evolutivo. De hecho, lo más sencillo es considerar la evolu­ ción com o un m aravilloso proceso biológico de creación de la codifi­ cación genética más apropiada para las condiciones del nicho ecoló­ gico en el que resulta que nos encontram os. Quizá discrepem os en los siguientes aspectos. Siem pre pienso en mí m ism o com o algo central, en prim er lugar para mis percepciones, mi im aginación y mi medio. Antes que nada, todo me llega a mí. Luego, a partir de todo lo que hay innato en mi cerebro y todo lo que hay en él acum ulado de las experiencias, procedo a interpretar de m odo que pueda actuar de la m anera más apropiada en las diversas situaciones, asim ilando, por supuesto, el nuevo conocim iento a todos los recuerdos experienciales que ya he acum ulado. De este modo, tengo la creencia de que yo soy algo central para mis propias expe­ riencias e interpretaciones. Evito el solipsismo utilizando esas expe­ riencias para com prender a otras personas y al m undo en torno. No obstante, siento que ante todo yo he de ser lo prim ero en toda esta acción, por lo que a m í respecta. Concedo de buen grado a todo yo experim entador la m ism a prerrogativa de ser lo prim ero para su propia experiencia sensorial, para todo el inm enso cargam ento de inform ación que se vierte por sus órganos de los sentidos y que ha de interpretarse a la luz de la m em oria (cf. cap. E 8 ). N uestra m aravillosa m em oria nos ha dado a cada uno de nosotros sabiduría y entendi­ m iento en cada etapa de nuestra vida. Se relaciona con nuestras experiencias sensoriales inmediatas, aunque, lo que es más im por­ tante, se m odifica y desarrolla en virtud de todas nuestras experien­ cias. Esta es en esencia la posición de una persona civilizada y culta. P. Pienso que nuestro desacuerdo es fundam entalm ente acerca del uso de algunas expresiones hechas, si es que se las puede llam ar así; por ejem plo, «todo me llega a mí en prim er lugar» o «central para mis propias experiencias». Estas expresiones, junto con la opinión de que lodo el m undo es prim ario para el conjunto de su experiencia senso­ rial, me parecen acríticas. Lo que realm ente ocurre es, según sugiero, lo siguiente. Una vez que estoy establecido, por así decir, com o per­ sona autoconsciente, las cosas ofrecen el aspecto que sugieren esas expresiones; sin em bargo, la palabra «primario» conlleva la sugeren­ cia equivocada de que el ego es la prim era cosa, lógica o tem poral­

mente. Mas, tem poral o lógicamente, yo soy antes que nada un orga­ nism o no plenam ente consciente de mí m ismo (cuando soy un bebé). Con todo, ya a esa edad, tengo expectativas procedentes del conoci­ m iento innato, que constan de disposiciones de carácter teórico para interpretar cuanto me llega a través de los sentidos, sin las cuales los datos sensoriales que llegan no com enzarían nunca a cristalizar en percepciones, experiencias y conocim iento. Im agino que, en los pri­ m eros días de vida, los datos sensoriales que nos llegan deben ser bastante caóticos, y que sólo gradualm ente se organizan e interpretan. Pienso que eso se aplica tam bién al funcionam iento del cerebro. Estim ulado o, si lo prefiere, retado por los estím ulos sensoriales, el cerebro ha de com enzar a hacer su trabajo que, por lo que atañe a los sentidos, es fundam entalm ente de interpretación. Tal trabajo ha de estar predispuesto en gran medida; y ha de ser «primario» respecto a la experim entación sea del m undo exterior sea del ego. Sugeriría, por tanto, que es incorrecto decir que prim ariam ente todo me llega a m ío que, en prim er lugar, todo me llega a m í a través de los sentidos. Por el contrario, lo que es más bien «primario» es la disposición innata a sentir y la disposición innata a interpretar lo que llega a través de los sentidos. Así, si usted dice que yo soy central para mi experiencia, yo lo acepto, aunque tan sólo una vez que estoy ya constituido com o persona o com o un yo, lo cual es el resultado del aprendizaje. Pienso, sin em bargo, que está usted absolutam ente en lo cierto cuando afirm a que «toda la vida es aprendizaje». El aprendizaje es interpretación y formación de nuevas teorías, nuevas expectativas y nuevas habilida­ des. Antes que nada, he de aprender a ser yo mismo, y aprenderlo frente al aprendizaje de lo que no soy yo. M ediante este proceso, puedo acabar estableciéndom e a mí mismo gradualm ente. Es algo que no ocurre de un golpe; quizá lleve semanas. No me refiero a sem anas a partir del m om ento del nacim iento, sino, digamos, a partir del m om ento en que com ienza este proceso, el proceso de hacerse un yo. Quizá lleve sem anas hasta que dicho proceso está más o menos cristalizado. A partir de ese m om ento, yo soy central para mis expe­ riencias, aunque, si lo que he sugerido aquí es correcto, no habría­ mos de considerarlo com o algo prim ario, sino com o algo que es a su vez el resultado del aprendizaje. E. No creo que estem os en desacuerdo en este punto; lo que ocurre es que tenem os diferentes perspectivas. A dm itiría sin dificultad que el bebé recién nacido actúa con unos pocos instintos prim itivos que posee respecto al m odo de succionar, llorar, etc., si bien aprende muy aprisa. En pocos días aprende a seguir con los ojos, aprende incluso la voz de su m adre y a orientarse. N aturalm ente, actúa de acuerdo

con los im pulsos instintivos de un organism o prim itivo, aunque los supera enseguida. Ciertam ente, aprende m uy rápido, pienso que m u­ cho más rápido de lo que podam os imaginar. Relaciona la visión con los m ovim ientos de la m ano, viendo y tocando continuam ente, rela­ cionando el tacto y la vista, el tacto y el oído, etc. Está en m archa un proceso de aprendizaje intenso. Ahora, por supuesto, no sé cóm o decidir qué es prim ario y qué no lo es. N o creo que el problem a se pueda form ular correctam ente en este estadio. Pienso que sencilla­ m ente tenem os aquí un organism o con inm ensas potencialidades y tendencias para aprender, desarrollarse y darse cuenta gradualm ente de que posee una existencia independiente, al descubrir qué es y qué no es; es decir, el medio: lo que le pertenece, com o las m anos y los pies, y lo que no le pertenece, com o los zapatos, los calcetines, etc. A prende gradualm ente a reducirse a lo esencial y a cóm o actuar y cóm o influir sobre los acontecim ientos con m ovim ientos bajo control visual, etc. A prende a poder ordenar auditivam ente. Todo esto se desarrolla durante el-prim er año de vida. D urante todo este tiempo, es inferior a las realizaciones de otros jóvenes m am íferos, com o son todas las operaciones instintivas hábiles: estar de pie, correr y saltar, com o hacen por ejem plo los herbívoros jóvenes. Inicialm ente resulta bastante indefenso, pero aprende rápido y es m uy flexible. C reo que esta es la esencia de la infancia en el prim er año o así, hasta que, con el desarrollo del lenguaje, llega a darse cada vez más cuenta de que posee su propio yo. Entonces, pienso que se produce un cam bio a una cuestión m uy distinta, con el desarrollo de los esfuerzos lingüísticos del niño pe­ queño. A pesar de lo m ucho que se ha escrito, creo que aún infraestim am os el inm enso esfuerzo lingüístico que se da entonces. U n niño de dos años ya posee una idea del lenguaje con significado e inten­ ción. Tendem os a pensar que se aprende con facilidad el prim er lenguaje; pero, por otra parte, pienso que infraestim am os el inm enso esfuerzo experim ental y la inm ensidad del esfuerzo que hace el niño pequeño al aprender a usar el lenguaje, a nom brar las cosas y a describir las experiencias. Además, ha de relacionarse a sí m ismo, en cuanto individuo, con otros individuos que ya, al año o a los dos años, reconoce com o seres iguales a él. Hay diversos m odos de usar la palabra prim ario que deberíam os de tener en cuenta, según creo. Hasta ahora nos hem os restringido al niño recién nacido y a su prim er año o sus dos prim eros años, cuando está desarrollando su conocim iento del m undo y de sí m ismo de m anera experim ental, em pleando su cerebro, sus órganos de los sentidos y toda u n a estructura sensorial que está construida de la m anera más organizada. Por ejem plo, su tarea consiste en relacionar

sus percepciones visuales con sus percepciones táctiles y con sus percepciones cinestésicas. C onstruye una especie de m undo unificado a partir de la vista, el tacto y el m ovimiento. Es esta una m anera sencilla de considerarlo. Tenem os la explicación desarrollada por Held y Hein con los gatitos (cf. el capítulo E 8 , fig. 12) a fin de ilustrar la im portancia de lo que yo denom ino aprendizaje por participación. A veces se lo denom ina aprendizaje perceptivo. Los niños aprenden constantem ente de este modo. Creo que estam os de acuerdo. Donde creo que discrepam os es sobre el uso de la palabra prim a­ rio. En la vida adulta ordinaria, en la que podem os considerar ahora alguna nueva experiencia, hem os de ver cóm o conseguim os una com prensión e interpretación de esa nueva experiencia. Pondré com o ejem plo una especie de experim ento mental. Supongam os que nos viésemos repentinam ente transportados a la Luna com o uno de esos observadores. Nos enfrentam os repentinam ente a un paisaje extraño, donde la atm ósfera resulta infinitam ente clara, sin que hayam os desa­ rrollado los criterios ordinarios que nos indiquen las dim ensiones o las distancias. N o conocem os los tam años y todo resulta extraño. Tenem os entonces que em pezar a elaborar el m odo de interpretar nuestras experiencias. Estas nos vienen prim ariam ente de la visión y disponem os de otros trucos, com o el paralaje, para em plearlos en la interpretación. Yo diría que, en prim er lugar, nuestro observador de la Luna posee sus propias experiencias y, a partir de ahí, trata de utilizar todo tipo de habilidosas técnicas para elaborar una com pren­ sión de las relaciones espaciales de lo que le sum inistran sus expe­ riencias del m undo exterior. El m undo exterior, o el m undo lunar en este caso, es para él secundario respecto al m odo en que consigue conocer algo de él a partir de sus experiencias prim arias que le sum i­ nistran sus órganos de los sentidos. P. No estoy de acuerdo. Pienso que si nos viésemos llevados a la Luna y si se nos dejase solos con la visión, estaríam os perdidos. Tan sólo si pudiésem os enfrascarnos de un modo u otro en tareas activas, m oviéndonos por allí, etc., podríam os llegar a establecernos real­ mente en un planeta extraño, por ejemplo, o en un m edio com pleta­ m ente extraño. Así, com o usted ve, yo concedo m ucho m ás peso a la función desem peñada en la interpretación por la actividad; tanto la actividad de nuestros m iem bros com o la de nuestro cerebro. Se trata de procesos activos, cosa que tam bién es el proceso de construcción y com probación en el cerebro. El hecho de que yo haga tanto hincapié en los procesos activos se basa en que hay personas, com o Hellen Keller, que carecen de todos los sentidos más im portantes (para noso­ tros), com o la vista y el oído, siendo a pesar de todo capaces de lograr

u n a interpretación com pleta del m undo fundam entalm ente correcta. Eso es algo que ha ocurrido con personas tanto ciegas com o sordas y m udas. Por supuesto, no deseo negar que estos sentidos sean inm ensa­ m ente im portantes, y, com o usted ha señalado, es algo particular­ m ente cierto si el adulto se sitúa repentinam ente en un entorno com ­ pletam ente nuevo. Mas, aun así, desearía señalar que prim ero haría­ m os u na hipótesis acerca de dónde estábamos, para intentar luego ponerla a prueba. En otras palabras, recurriríam os a un proceso de ensayo y error, de construcción y com probación; un proceso de con­ jeturas y refutaciones. Por eso pienso que la vieja historia acerca de que los sentidos son prim arios en el aprendizaje es un error (especialm ente en el aprendi­ zaje de algo nuevo, es decir, en el descubrimiento). C reo que, en el aprendizaje, las hipótesis tienen una función prim aria, que la cons­ trucción viene antes de la com probación . 2 Los sentidos tienen dos funciones, prim ero, nos incitan a construir nuestras hipótesis y, se­ gundo, nos ayudan a comprobarlas, asistiéndonos en el proceso de refutación, o de selección. E. Sí; por supuesto que estoy de acuerdo en que nunca nos enfrenta­ m os a un encerado en blanco sin experiencias pasadas y sin com pren­ siones pasadas sobre las que interpretar un conjunto nuevo de datos sensoriales. Lo que trataba de decir es que, cuando nos enfrentam os con nuevos datos sensoriales, entonces eso es prim ario para las inter­ pretaciones. A dm ito que las interpretaciones se construyen sobre todas nuestras experiencias, innatas y aprendidas, aunque, por otro lado, creo que hem os de decir que en cada m om ento actuam os conti­ nuam ente basándonos en la inm ensa entrada de inform ación que procede de nuestros órganos de los sentidos, a fin de interpretarla, rechazarla, m odificarla y correlacionarla. Tengo que decir inm ediata­ m ente que todo ello depende de un cerebro que ha aprendido todos los m edios m aravillosam ente sutiles de interpretación sensorial en el pasado. Usted dice que siem pre estam os construyendo antes de com ­ probar. Al construir y com probar, ¿tratam os de poner nuestra expe­ riencia sensorial en relación con experiencias sensoriales anteriores, com probándolas con ellas? ¿Es eso lo que usted quiere decir? P. Trataré de form ularlo de nuevo, ya que es im portante, pues pienso que contiene uno de los elem entos claves de mi epistemología. -Se trata de una expresión de Ernst G om brich; véase para referencias el índice de su libro Art a n d Illusion[ 1960]

Quizá pueda decirlo así. No hay «datos» sensoriales. Por el contrario, hay un reto que llega del m undo sentido y que entonces pone al cerebro, o a nosotros mismos, a trabajar sobre ello, a tratar de inter­ pretarlo. Así, en un principio, no hay datos; por el contrario, se da un reto a hacer algo, esto es, a interpretar. Entonces tratam os de com ­ probar los llam ados datos de los sentidos. Digo «los llamados» porque no creo que haya «datos» de los sentidos. Lo que la m ayoría de las personas consideran un simple «dato» es de hecho el resultado de un elaboradísim o proceso. N ada se nos «da» directam ente: sólo se llega a la percepción tras m uchos pasos, que entrañan la interacción entre los estím ulos que llegan a los sentidos, el aparato interpretativo de los sentidos y la estructura del cerebro. Así, m ientras el térm ino «dato de los sentidos» sugiere una prim acía en el prim er paso, yo sugeriría que, antes de que pueda darm e cuenta de lo que es un dato de los sentidos para mí (antes incluso de que me sea «dado»), hay un cente­ nar de pasos de tom a y daca que son el resultado del reto lanzado a nuestros sentidos y a nuestro cerebro. Mi epistemología surge del siguiente modo. Trato de m ostrar en prim er lugar qué es lo que se esperaría que ocurriese con un funda­ m ento más o m enos lógico, para sugerir después que de hecho las cosas ocurran en la realidad de ese m o d o .3 Todo lo que usted me ha enseñado sobre el cerebro apoya la opinión de que ese es realm ente el caso. He aprendido, por ejemplo, que hay ciertas células que reaccio­ nan solam ente a líneas de luz inclinadas o exclusivam ente a aristas y cosas por el estilo (capítulo E2, fig. 6). Consideram os estas cosas com o resultado de la evolución; en el transcurso de la m isma, tal vez surgió la teoría de que hay líneas de luz inclinadas y paralelas, y que la distancia entre dichas líneas es de algún m odo im portante para nuestra interpretación de los retos visuales. E. Sí, pienso que ahora com enzam os a ver cuáles son nuestros res­ pectivos puntos de vista. Creo que hay un m alentendido. Se trata de un error que com ete la gente cuando no se da plena cuenta de la inm ensa com plejidad que entraña el m anejo de los datos sensoriales. Se tiende a pensar que una experiencia visual es de hecho una réplica perfecta de la im agen retiniana, cosa que, por supuesto, no es así. Hay un a gran com plejidad de interacciones que com ienzan en la retina y, com o he escrito en el capítulo E2 sobre experiencias senso­ riales, los datos visuales pasan sucesivam ente por diversos estadios en

1No se sugiere que, puesto que la inducción es lógicamente inválida, podam os decir a priori que no existe en psicología, sino simplemente que deberíamos tratar de ver si la psicología funciona sin inducción.

la corteza visual, donde se procesa y atraviesa diferentes relés. En uno de esos estadios está la tendencia de las células a excitarse ópti­ m am ente m ediante las líneas brillantes de una u otra orientación. Luego se hace m ás com plicada y acum ula gradualm ente com pleji­ dad, de m odo que podem os im aginar en principio cóm o las formas geom étricas sim ples pueden tener células especialm ente relacionadas con ellas, tal com o ocurre en el lóbulo inferotem poral (cf. el cap. E2). Pero éste aún no es el estadio de la percepción consciente. Todo esto viene antes de que se pueda tener la experiencia, así que, en cierto sentido, cuando se obtiene ésta, no se puede decir que sea prim aria. Se basa en todo este desarrollo som etido a patrones, que constituye el necesario preludio de una experiencia consciente. U na vez que se tiene esa experiencia, hay que aprender a interpretarla, pues puede ser u n a ilusión. Puede ser el resultado de todo tipo de m alentendidos y m alinterpretaciones de los datos sensoriales. Pode­ m os estar m irando un espejo, por ejemplo, y ver el objeto percibido de m anera incorrecta. Hem os de hacer todo tipo de interpretaciones, partiendo del conocim iento pasado, obteniendo así de él nuestro co­ nocim iento de lo que está dando lugar a esta experiencia. En un nivel práctico, de supervivencia, no es im portante que se disfrute de las experiencias; lo que hay que hacer es utilizarlas para com prender el m undo en el que se vive, actuando en él apropiadam ente. P. A hora pienso que andam os cerca de un acuerdo total, y espero ser capaz de m ostrarle la belleza de este m odo de ver las cosas. T oda experiencia está ya interpretada por el sistem a nervioso cien - o m il- veces antes de que se haga experiencia consciente. C uando se convierte en tal, entonces se puede interpretar, m ás o m enos cons­ cientem ente, com o u n a teoría: podem os form ular una hipótesis - u n enunciado lingüístico de u n a teo ría - para explicar estas experiencias. Este enunciado puede criticarse entonces públicam ente; puede ini­ ciarse u na discusión acerca de él. Esto es, podem os usar el lenguaje para seleccionar la m ejor de las interpretaciones de entre las diversas alternativas que se han planteado. A hora bien, lo notable es que el proceso utiliza en el últim o espacio, el superior (el proceso del M undo 3 de discusión crítica), el m ism o m ecanism o de elim inación, de ensayo y error, de construir y com probar, que se produce en los niveles inferiores. El m ism o m eca­ nism o se usa en los niveles inferiores y, luego, en los niveles superio­ res del sistem a nervioso y, finalm ente, tam bién en el nivel científico o lógico. D icho m ecanism o se objetiva - s e form ula lingüísticam ente, se incorpora a nuestras instituciones- y se convierte, por así decir, en propiedad pública.

Se trata de una aplicación de la idea heurística de que lo m ism o que ocurre en el nivel lógico habrá ocurrido en todos los niveles del organism o. A hora se dará usted cuenta de por qué considero preferible no hablar de los datos de los sentidos com o algo prim ario. Pienso que obtenem os un a bella im agen del organism o y del funcionam iento de la mente si los vem os a am bos com o entrañando u n a jerarquía de niveles en los que tienen lugar estas operaciones. Estos niveles o estratos son probablem ente al m ism o tiem po en gran m edida estratos evolutivos. Los estratos interpretativos superiores del cerebro son sucedidos por estratos aún superiores de interpretación que transcien­ den al organism o y que pertenecen al objetivo M undo 3, donde prosigue el m ism o proceso. Se puede enfocar la cuestión desde el otro extrem o, estudiando el proceso de construcción teórica en el M undo 3, ya que entraña esencialm ente el m ism o proceso que aplica el organism o de u na m anera com parativam ente mecánica; esto es, ins­ tintiva o autom áticam ente, o com o resultado de su estructura o de sus instrucciones genéticas. O, más bien, el proceso es en parte el mismo, sólo que es cada vez m enos m ecánico cuanto m ás arriba vayam os en la jerarquía de controles y revisiones. E. Debería hacer ahora un com entario final sobre el cerebro y el m odo en que ha llegado a sum inistrarnos este m aravilloso funciona­ miento. Hasta un cierto estadio, podem os explicar lo que se está desarrollando, particularm ente en el sistema visual, en donde pode­ mos ver el m odo en que la imagen retiniana se convierte, antes que nada, en un mosaico punteado. Este es el m odo en que han de transm itirla al cerebro algo así com o 108 células sensibles, m ediante 106 fibras nerviosas del nervio óptico, lo que es de nuevo una acción punteada. Luego ha de integrarse de nuevo a la luz (y sobre la base) de las conexiones neuronales form adas en el cerebro y de las m odifi­ caciones aprendidas que éstas han adoptado a lo largo de la vida, a m edida que aprendem os a interpretar cada vez con m ás sutileza los datos sensoriales que nos sum inistran, por ejemplo, los sentidos vi­ sual y somestésico. O tra cuestión es que no sólo ha de ser m anipulado com o puros datos visuales, sino que ha de mezclarse con los datos procedentes de otros órganos de los sentidos (las otras modalidades), de m anera que ahora com enzam os a poseer un m undo real, tal com o lo conocem os, con color, form a, sonido y dim ensiones, e incluso con olor. Este es el m undo que conocem os, aunque aún nos hallam os a una inm ensa distancia de ser capaces de dar cuenta de cóm o se construye este m undo a partir de los datos sum inistrados por nuestros órganos de

los sentidos. Quiero volver a nuestra cuestión inicial, relativa a esta construcción continua de la imagen del m undo que experim entam os. Esta depende de una gran operación aprendida, así com o de la estruc­ tu ra originalm ente construida por instrucciones genéticas. Esta gran operación aprendida ha sido un aprendizaje por ensayo y error, de tal m anera que nos hem os hecho más sutiles, m ás sofisticados y más listos. Hay tam bién otra cuestión. C uando tratam os del cerebro hu­ m ano, hem os de pensar que las imágenes no son sim plem ente expe­ riencias organizadas en patrones para la acción. Tam bién lo están para el disfrute, para la apreciación, para la com prensión a niveles más elevados que las m eras reacciones ordinarias para la superviven­ cia inmediata. Las reacciones para la supervivencia inm ediata se pro­ ducen en la m aravillosa ejecución de nuestro cerebro al conducir un coche en m edio del tráfico o al ir com o peatones en m edio del tráfico o lo que se quiera. Se trata de u n a operación de supervivencia y tendem os a considerar que los órganos de los sentidos nos sum inis­ tran sim plem ente la supervivencia bajo estas condiciones, siendo así que nos sum inistran m ucho más, haciendo que la vida m erezca la pena, cosa que nos hallam os lejos de com prender. P. C reo que ahora estam os m uy de acuerdo. Lo que considero im ­ portante a este respecto, en relación con nuestro libro, es que la epistem ología encaja bastante bien con nuestro conocim iento actual de la fisiología del cerebro, de m odo que am bas se apoyan m utua­ mente. Por supuesto, todo ello tiene un carácter conjetural; todo es conjetura y no hem os de ser dogmáticos. Mas, cuando usted habla de la inm ensa tarea que se abre ante el fisiólogo cerebral, com o es hallar más cosas acerca de, por ejemplo, la corteza cerebral (y de la descodi­ ficación que se produce en la corteza visual del código de acción puntual que sum inistra a la corteza visual la retina, a través del nervio óptico), sugeriría que una buena conjetura e hipótesis de tra­ bajo (una hipótesis amplia) sería que todos los procesos de integra­ ción o de descodificación son de tipo crítico o de ensayo y error. Es decir, cada uno de ellos, por así decir, viene con su hipótesis y ve si funciona. La célula nerviosa que reacciona a una línea inclinada está de hecho dispuesta a descargar o trata de hacerlo; o descarga de hecho y, si la com probación tiene éxito, descarga más, o mejor, o lo que sea. Hay u na diferencia entre que la acción encaje y que no lo haga. Yo, que no soy un fisiólogo, no me atrevería a decir cóm o se produce eso en detalle, com o es natural. Pero yo diría que es una buena hipótesis de trabajo el que cada uno de estos pasos integradores sea esencialm ente un paso consistente en una acción, en hacer de hecho algo. Así, si no nos estuviésem os m oviendo y si no m oviése­

m os nuestros m iem bros, nuestros distintos sentidos nunca se integra­ rían ni constituirían una realidad. Lo que hacem os con el tacto es controlar nuestra visión, y lo que hacem os con la vista es controlar el tacto. Es decir, los diferentes sentidos se controlan m utuam ente entre si y, obviam ente, si una persona es deficiente por lo que respecta a un sentido, presenta tam bién defectos en algunos controles y, en tal medida, puede depender más de sus com pañeros para el control, com o era el caso de Hellen Keller. E. Ahora, una vez que hem os llegado a este estadio, es im portante que refinem os nuestras ideas acerca de qué es lo que nos sum inistran las experiencias sensoriales. Por ejemplo, yo me encuentro contem ­ plando un herm oso jardín. Si usted m ira y ve las flores, podrá identi­ ficar las plantas en caso de que sea un buen botánico. Si le acom pa­ ñase un buen botánico, encontraría usted una gran cantidad de cosas interesantes en ese lugar. El botánico le enseñaría cuán sutilm ente se pueden interpretar las experiencias visuales para adquirir una com ­ prensión más nueva y profunda de algún tipo de vida botánica, con formas florales, tallos y hojas, así com o con capullos y todo eso. Lo m ism o se puede decir de nuestra com prensión de todo el m undo animal. Puedo sugerir otros ejemplos. Piense sim plem ente en el m odo en que juzgam os el m ovim iento y la acción al contem plar juegos de habilidad. En cierto modo, podem os participar en el juego, ya que hem os tenido nuestras propias experiencias. N o puede usted m irar un juego de habilidad con una apreciación propia si no ha sido entrenado para ello. Para mí, el fútbol am ericano parece un sinsentido. N unca he sabido nada acerca de él. Conozco otras form as de fútbol y de tenis. N o carezco de la com prensión de algunos juegos, pero ignoro m uchos otros. Esto lo digo sim plem ente para darle una indicación de cóm o nos entrenam os y aprendem os a interpretar nues­ tros datos sensoriales en térm inos de reacción o excitación, o habili­ dades para realizar m ovim ientos u otras acciones de un m odo que considero absolutam ente notable. Ha de darse cuenta precisam ente de lo que derivam os de nuestras experiencias aprendidas por el m odo en que las nuevas interpretaciones trascienden los m eros datos sensoria­ les que se nos sum inistran. P. Mas, la necesidad de la acción o participación la m uestran los experim entos com o el del gatito de la góndola, por ejemplo, tal com o se ilustra en el capítulo E8, figura 12. E. Sí, es cierto. Este experim ento bellam ente simple y revelador, realizado por Held y Hein, m uestra cóm o el aprendizaje por partici­

pación es necesario para apreciar las cosas m ás simples acerca de los datos sensoriales. Creo firm em ente que, a lo largo de toda nuestra vida, deberíam os m ostrarnos activos en la exploración, experim enta­ ción y com probación. Además, el m ensaje de tales experim entos es m uy im portante desde el punto de vista de Karl, que hem os estado discutiendo. Usted, por ejemplo, no puede aprender a apreciar la pintura de uno u otro período por el simple expediente de contem ­ plarla por sí mismo. Tiene usted o bien que discutir con la gente o leer la literatura critica o evaluativa. Ha de penetrar usted en las relaciones del M undo 3 con todo lo que ve, a fin de convertirse en un apreciador hum ano de ello. C reo que toda la vida ha de enriquecerse de este m odo, a fin de que no seam os sencillam ente ingenuos catado­ res de datos visuales, táctiles o auditivos, sino que nos sintam os continuam ente incitados a ser progresivam ente más capaces de ver las más sutiles relaciones espaciales y tem porales de form a, color, patrón, melodía, arm onía, etc. Esa es la esencia del arte. P. C reo que es trem endam ente im portante que, durante toda nuestra vida, evitem os convertirnos en receptores m eram ente pasivos de in­ form ación. Hay un peligro especial en la infancia: nuestras escuelas tratan a los niños com o al gatito de la góndola. Eso era especialm ente cierto cuando los niños tenían que sentarse en un banco fijo, con el fin de evitar que el niño se moviese, para que no m olestase a otros niños y, sobre todo, al m aestro. En otras palabras, nuestros niños fueron en u na ocasión gatitos de góndola. A unque no im portaría dem asiado que la gente de nuestra edad pasase el tiem po m irando la pantalla de la televisión, considero m uy poco deseable que se em plee la televisión o m áquinas de enseñar com o m edio de instrucción, de m anera que los niños desem peñen un papel pasivo: sim plem ente que se sienten y aprendan. N o niego que la televisión tenga su parte buena, si se usa con com edim iento, pero una persona joven que se está desarrollando debería ser estim ulada para que se plantease pro­ blem as y tratase de resolverlos. Además sólo deberíam os ayudarles a resolver sus problem as si necesitan ayuda. N o deberíam os indoctrinarles ni deberíam os em butirles respuestas cuando no se plantean preguntas, cuando los problem as no vienen de dentro. E. Sí; pienso que eso es verdad. Por otro lado, pienso que tenem os que hablar. Si estam os tratando de entrenar a nuestros niños para que sean buenos jugadores en un juego sofisticado, en la danza, el esquí o el patinaje, entonces es u n a tontería sentarlos en un banco y hablar acerca del esquí. Deberían esquiar y danzar, etc. Pero, por otra parte, si quiere usted form arlos en m atem áticas o en lenguaje, en expresión

lingüística, deberían dejar de m overse por ahí y concentrarse en la tarea en cuestión. D esarrollan su actividad, en este caso, tratando de resolver los problem as m atem áticos o expresando sus ideas en form a de oraciones. De este m odo, ser crítico por lo que respecta a sus realizaciones es ser de nuevo activo. P. Quisiera abundar sobre lo que hem os dicho, aludiendo a un pasaje de las páginas 47 y 48 de mi libro Conjectures and Refutations [1963(a)]. [Trad. cast. citada en la bibliografía, págs. 58-60. N. del T.] Lo que allí señalo es que, por razones lógicas, la hipótesis ha de ir antes de la observación, sugiriendo que lo que es verdad por razones lógicas es de hecho verdad para el organism o, tanto para su sistema nervioso com o para su psicología. Debería añadir que pienso que la integración de los diversos senti­ dos, así com o su cooperación m utua, es en gran m edida una cuestión de encaje y crítica m utua, com o si dijésemos, de uno de los conjuntos de interpretaciones por parte de otro. Yo sugeriría que los diversos mensajes provenientes de los diferentes sentidos (los m ensajes inter­ pretados) se revisan a la luz de la m edida en que coinciden y sum inis­ tran los m ism os resultados. E. U na cuestión de la que tenem os que darnos cuenta es que las im presiones de los sentidos, la entrada perceptiva total que poseemos, es una llam ada a la acción. En la m ayoría de los casos, se trata de una acción exploratoria, una acción orientada a conseguir una m ejor com prensión, u n a acción orientada a evitar algo. Utilizam os conti­ nuam ente todas estas entradas para producir m ovim ientos de uno u otro tipo, con lo que, por supuesto, disfrutam os. Podem os pensar en el niño pequeño que tiene sim plem ente las experiencias m ás m aravi­ llosas de m ovim iento, con volteretas y balanceos, etc., estudiándolo y experim entándolo todo. M ás adelante, nos entregam os a juegos de pelota sofisticados y a los juegos de danzas, esquí, patinaje, navega­ ción, etc. Todas ellas constituyen experiencias maravillosas, en las cuales retam os a un sentido contra otro: los m ovim ientos y fuerza de nuestras extrem idades, los sentidos de nuestros m ecanism os de orien­ tación vestibular, los sentidos del tacto, los de la visión, etc. La vida es sorprendentem ente rica, porque de este m odo podem os usar la trem enda am plitud de nuestras experiencias sensoriales, organizándolas y actuando sobre ellas, con lo que disfrutam os de una deliciosa arm onía de espacio y tiempo. P. Sin duda estoy de acuerdo con todo esto. Y, aunque no sea un fisiólogo cerebral, me gustaría añadir que, desde mi punto de vista,

estos retos ocurren solam ente dentro del cerebro. Sin em bargo, mi hipótesis afirm a que no sólo son prácticam ente todos interpretaciones dependientes del cerebro y realizadas al m odo de m ecanism os, com o si dijésemos, sino que están apoyados por una necesidad o tendencia incorporada, una necesidad de ser activo y de experim entar la alegría de realizar un a acción.4 En relación con esto, tengo una hipótesis sobre el daltonism o y la necesidad de interpretar en térm inos de color. Mi hipótesis es que podem os sum inistrar a los niños daltónicos algún sentido de la visión del color si les ponem os gafas de colores con, por ejem plo, un cristal rojo en el ojo izquierdo y uno verde en el derecho, de m anera que reciban entradas diferentes de am bos ojos. C reo que aprenderían a interpretarlas de m anera bicolor.

4 Karl Bühler acostum braba hablar del «goce de la acción (o del funcionamiento)» (Funklionslust).

Diálogo II

20 de setiembre de 1974; 5.15 de la tarde E. Vayam os a la discusión del tan controvertido problem a de cóm o aparece la conciencia en el m undo biológico. Para em pezar, pienso que la m ayoría estará de acuerdo en que los anim ales difieren de las plantas o, digamos, que los anim ales superiores difieren de las plantas en que tienen un sistem a nervioso que constituye una parte altam ente especializada del organism o y que se ocupa de recoger inform ación y reaccionar ante ella. Esto confiere a los anim ales unas funciones distintas de las de las plantas que, fundam entalm ente, son organism os con u na función m ucho m ás pasiva en toda su existencia sésil y que, en general, no m uestra ninguna respuesta, excepto el crecim iento y turgencia. C uando contem plam os toda la secuencia de evolución bio­ lógica de form as y conductas anim ales, si se desea, se puede ver todo tipo de acciones orientadas a un fin en los organism os primitivos, incluso en los protozoos, com o las am ebas o los paramecios. Si se exam ina el nivel superior, los organism os pluricelulares, se puede ver, com o en los celentéreos, un sistem a nervioso prim itivo que desa­ rrolla reacciones reflejas apropiadas en respuesta a los estímulos. Así ocurre en toda la historia de los invertebrados, hasta las form as m uy complejas, con reacciones com plicadas com o, por ejemplo, en los insectos superiores. Todos estam os familiarizados con la habilidad que m uestra la abeja para aprender el cam ino de vuelta a casa cuando sale en sus vuelos. Es u n a respuesta aprendida y además, por su­ puesto, todos estam os familiarizados con la inform ación sum inistrada sim bólicam ente en la danza de las abejas. Finalm ente, en la cum bre del árbol invertebrado, hay sistemas nerviosos aún m ás desarrolla­ dos, com o los de los m oluscos superiores. El pulpo, por ejemplo, ha sido estudiado en detalle por J. Z. Young, quien ha m ostrado que posee un cerebro m uy desarrollado con las m ás com plejas respuestas a señales y con capacidad para aprender. A hora, este es el culm en de

la historia de los invertebrados, y creo que podem os preguntar si hay pruebas de que los invertebrados poseen algún tipo de respuesta de su cerebro que se pueda clasificar com o una de aquellas que sum inistran experiencias conscientes. P. N aturalm ente, la pregunta de cóm o apareció la conciencia en la vida es increíblem ente difícil, ya que los elem entos de juicio son casi inexistentes. Lo m ism o ocurre con los elem entos de juicio acerca de cóm o apareció la vida en el m undo. La situación es m uy similar, y creo que lo único que quizá se pueda decir es que si la historia evolutiva se aplica a la vida y a la conciencia, entonces tienen que existir grados de vida y grados de conciencia. C uando m iram os a ver si hay grados de vida y de conciencia, creo que encontram os elem en­ tos de juicio razonablem ente buenos a favor de am bos, si bien creo que se trata de una pregunta dem asiado difícil para exam inarla en profundidad en estos m om entos. N o obstante, debería m encionar el hecho de que, basándonos en la autoobservación, podem os encontrar que algunas veces estam os al borde de no ser conscientes. Tam bién está el im portantísim o hecho de que m uy com únm ente tenem os una pérdida de la plena conciencia en el sueño. En el sueño m uy profundo, se da una pérdida bastante grave de la conciencia. Ciertam ente, este tipo de prueba es práctica­ m ente el único que tenem os de la existencia de grados de conciencia y, por tanto, es la única prueba de que disponem os de la posible em ergencia de la conciencia. A lgunas personas han encontrado increíble e incom prensible la idea de la em ergencia de la conciencia. Es un milagro, aunque puede que no sea un m ilagro m ayor que el que podam os despertar por la m añana y podam os recrear la plena autoconciencia más o m enos a partir de la nada. Frente a ello, se podría decir que el proceso de despertar consiste en establecer un nexo, en nuestro cerebro, con los recuerdos de períodos anteriores, lo cual es más com prensible que la creación de la conciencia de la nada o, en cualquier caso, de nada del tipo de la m em oria. Aquí, no obstante, podríam os considerar el caso de un niño recién nacido. A unque probablem ente no tenga nada que podam os llam ar m em oria, tiene por supuesto algún tipo de conoci­ miento, inform ación o expectativa, y debe sintetizar la conciencia a partir de lo que ciertam ente no lo es. A unque la recreación de la conciencia tiene lugar cada día, pienso que quizá sea tan m ilagrosa com o la aparición original de la conciencia, siendo casi tan difícil de com prender, si realm ente deseamos com prenderlo. ¿Cóm o llegó a existir la conciencia? C reo que la respuesta princi­ pal que podem os sum inistrar y que posee algunas pruebas a su favor,

aunque no m uchas, es la respuesta «por grados». Yo diría que algo sim ilar a la conciencia (no la autoconciencia, sino más bien algo parecido a nuestra conciencia, aunque de un grado inferior; digamos, la conciencia que atribuim os a un niño antes de que haya aprendido a hablar) quizá solo se pueda otorgar a los anim ales dotados de un sistema nervioso central. Mas quizá se pueda atribuir de algún m odo algo parecido a la conciencia a una etapa anterior de la evolución. Por supuesto, es m uy poco probable que podam os obtener nunca pruebas a favor o en contra de esta conjetura, e incluso si las obtene­ mos, obviam ente serán de carácter m uy conjetural. Estoy de acuerdo con usted, Jack, en que las pruebas de que otras personas poseen una m ente es infinitam ente superior a las pruebas de que disponem os a favor de que los anim ales la tengan, si bien creo que la hipótesis evolucionista nos obliga más o m enos a atribuir grados bajos de conciencia a los animales. Mi conjetura cuenta a su favor con lo que podríam os llam ar una base en parte de pruebas y en parte intuitiva. A hora bien, es difícil explicitar la parte intuitiva, aunque la base de pruebas consta no sólo de lo que he m encionado -in clu id o el niño antes de h ablar-, sino tam bién de los elem entos de juicio relativos al hemisferio m enor y sus funciones. Es decir, estoy de acuerdo con usted, Jack, en que se puede caracterizar al hem isferio m enor di­ ciendo que es algo así com o un excelente cerebro animal. Yo diría que es aún un cerebro anim al - o relacionado con un cerebro an im alpor cuanto está separado de la plena autoconciencia. Mas creo que los logros de este hem isferio m enor (aunque sea com parable a un cerebro animal) son tan elevados que hem os de atribuirle no sólo m em oria, que es una especie de prerrequisito de la conciencia, sino tam bién un cierto grado de creatividad. Tam bién está la capacidad de resolver problem as bastante abstractos. Así, tom em os, por ejemplo, el caso de la ordenación de esas tiras de viñetas que nos ha descrito usted en el capítulo E5. Esa ordenación de las tiras de viñetas me ha convencido más o m enos de que debo aceptar la conjetura de Sperry acerca del hem isferio m enor. A hora bien, todo esto me parece que hace posible al m enos la atribución de algo así com o la conciencia a los anim ales con un sistema nervioso central bien desarrollado. Sin em bargo, es m uy im ­ portante notar que, si bien tenem os todas las razones para decir que poseen un sentido del tiem po, probablem ente no sean plenam ente conscientes del tiempo, ya que ni siquiera tienen los rudim entos de una teoría de la progresión regular del tiem po (tal com o que el ayer va seguido del hoy, y el hoy va seguido del mañana). La conciencia plena depende de que se tenga una teoría abstracta que se form ula lingüísticamente. Incidentalm ente, sería interesante com probar si el

hem isferio m enor posee la com prensión del avance en el tiem po en este sentido. El ensam blaje de las bandas del com ic ha establecido el hecho de que el hem isferio m enor puede ordenar los dibujos según un a secuencia tem poral, pero eso no quiere decir que el hem isferio m enor tenga conciencia de la diferencia que hay entre ayer, hoy y m añana, y sería interesantísim o descubrir si la tiene. E. El tem a de discusión se ha transferido a los cerebros de los anim a­ les superiores, su funcionam iento y la probabilidad de que haya algo así com o una conciencia asociada a alguna de las actividades que se desarrollan en los cerebros de esos animales. Y, m ediante los anim a­ les superiores, recorrería todo el cam ino hasta los m onos antropoides. A hora bien, yo diría que no disponem os de ningún m odo adecuado de contrastarlo. N o quiero alinearm e con quienes niegan los elem en­ tos de juicio a favor de algo que podría m erecer el nom bre de con­ ciencia por el hecho de que com parta algunos de los m ism os atribu­ tos o experiencias que aparecen en nosotros cuando som os autoconscientes. La m ente autoconsciente es algo que todos conocem os, por lo que no tenem os que contrastar su existencia. La experim entam os y podem os hablar acerca de ella con los demás, aprendiendo pronto por com unicación lingüística y de otro tipo que otras personas tienen tam bién esta m ism a ilum inación interna o autoconciencia que tene­ mos nosotros, así com o que se desarrolla continuam ente a lo largo de la vigilia, interrum piéndose durante el sueño u otras ocasiones de inconsciencia, para reanudarse de nuevo. Que se trata de una expe­ riencia hum ana universal es algo que se constata por las com unica­ ciones que tienen lugar en los niveles superiores del simbolismo. Esto nos lleva a preguntarnos acerca de lo que im aginam os que pueda estar ocurriendo en un anim al durante su vida en vigilia. T om em os a un anim al dom éstico o a un m ono antropom orfo. Creo que debem os de tener m ucho cuidado, o de lo contrario em pezare­ mos a antropom orfizar la situación y a pensar que son más sem ejan­ tes a nosotros de lo que lo son en realidad. Karl ha señalado m uy oportunam ente que no tienen un sentido adecuado del tiem po, que viven en el presente. Por supuesto, sus acciones se ven modificadas por acontecim ientos pasados; aprenden de la experiencia. Están cons­ tantem ente investigando, aprendiendo y dando m uestras de una gran cantidad de operaciones dirigidas a un fin. Estoy de acuerdo con ello, aunque no estoy seguro de que haya de tom arse com o contrastación cierta de que tienen alguna conciencia. Creo que a lo sum o no es más que una indicación; así es com o yo lo tomaría. Si consideram os su inteligencia, su finalidad, su m em oria, su capacidad de aprender y las .más deliciosas operaciones de los animales, la m adre con la cría, el

apaream iento y la organización anim al en rebaños, etc., hem os de decir que poseen cierto tipo de vida social. Podem os estar de acuerdo en que todo esto puede hacernos creer que poseen cierta conciencia. A continuación, se pensará que dan m uestras de dolor cuando reci­ ben un a herida, tom ándolo com o el dolor que nosotros experim enta­ mos, y que dan m uestras de felicidad y previsión, com o un perro que va de paseo con su am o, etc. Soy consciente de todo esto. Me siento turbado al señalar que por más bonito que fuese creer que están teniendo experiencias com o las nuestras, dista de ser cierto. Por ejemplo, tom em os las reacciones al dolor, lo que constituye el más com ún de los ejem plos puestos. Puede usted tener un anim al decorticado, en el que se han elim inado todos los hem isferios cere­ brales, que seguirá reaccionando al dolor y m ostrando ira y tem or; de hecho, todo el am plio conjunto de reacciones adversas básicas. No es necesario tener los niveles superiores de la corteza cerebral para desa­ rrollar las reacciones al daño. Todo ello se puede hacer en estado inconsciente. Yo creería más bien que deberíam os basar nuestra posibilidad de conciencia anim al en cosas más sutiles, tales com o su com porta­ m iento en la vida ordinaria, en sus relaciones m utuas y con los seres hum anos, etc. Sin em bargo, hay ciertas cosas de ese nivel con las que tenem os que tener cuidado. Lo que yo quería señalar respecto a los anim ales es que es bonito ver cóm o se las arreglan en com pañía m utua com o seres vivos, así com o con otras especies de anim ales y demás, si bien una de las preguntas que a mí se me ocurre plantear es la siguiente: ¿Cóm o se ocupan de sus enferm os y de sus m uertos? El profesor W ashburn de Berkeley ha descrito el caso de una horda de m onos que iba por la selva trepando, saltando y demás, m ientras que los m onos enferm os, uno o dos de ellos, que no podían m archar a su paso, hacían esfuerzos por arreglárselas lo m ejor posible sin conse­ guirlo, term inando la m anada por continuar su cam ino, dejándolos atrás para m orir. N o se preocupa por ellos lo más m ínim o. Así pues, en el m ono no parecen existir sentim ientos de com pasión. Incluso es dudoso que Jane Goodall haya descrito m uchas cosas de estas en el nivel del chim pancé. N o estoy hablando, por supuesto, de la afección m aterna por sus hijos, ya que esto es algo instintivo e innato, pudiendo ocurrir en anim ales con un bajo grado de organización. De lo que hablo es del cuidado que se tom an los anim ales con los enferm os y los m uertos. ¿Se limitan de hecho a rechazar a los m uertos, o com ienzan a tener algún conocim iento de que los anim ales m uertos son com o ellos y que tam bién ellos habrán de m orir? N o he visto ninguna prueba de ello en los casos recogidos de anim ales salvajes. Por supuesto, los etólogos señalan en general que no se deberían

utilizar datos anecdóticos procedentes de anim ales domésticos. De­ bido a sus habilidades im itadoras, nunca se está seguro de hasta qué p unto están im itando sin com prender, en sus relaciones, digamos, con un anim al m uerto o con el am o m uerto. Este problem a es m uy im portante. M e aventuro a sugerir que, si los anim ales tienen con­ ciencia, no poseen autoconciencia del m enor nivel. Esto m e conduce a la m ás im portante de todas estas cuestiones sobre la evolución. ¿Cóm o apareció la autoconciencia en el hom bre? C reo que será un tem a de discusión posterior, pero en este m om ento m e resulta im portante revisar este problem a de la conciencia animal. Diré que quien quiera em peñarse en éllo, podrá ser perfectam ente un reduccionista, un partidario de la teoría de la identidad o lo que se desee, diciendo que el com portam iento de los anim ales, del tipo que sea, es sim plem ente el com portam iento de su m aquinaria neural, sin que sea necesario superponerle algo que es un derivado de la acción cerebral. Así, pienso que con los anim ales podem os ser paralelistas, afirm ando que sus experiencias conscientes son un derivado de las acciones neurales, aunque de hecho no pueden actuar ni producir ningún cam bio en las operaciones de la m aquinaria nerviosa. He aquí un a cuestión a debatir y pienso, Karl, que a usted le gustaría ocuparse de ella. ¿Sum inistran los anim ales alguna prueba de que sus expe­ riencias conscientes cam bien y actúen sobre su conducta? P. C oncedo sin dificultad que no hay pruebas en absoluto de que los anim ales tengan experiencias com o las nuestras, excepto por lo que respecta a la hipótesis evolucionista y a los grados de conciencia que hallam os en nosotros mismos. Así pues, no hay pruebas directas y calificaría al problem a de la conciencia de los anim ales com o un problem a metafísico, en el sentido de que cualquier hipótesis, cual­ quier conjetura acerca de ello, no es falsable; en cualquier caso, no en el m om ento presente. Y dado que no es falsable o contrastable, es metafísico. Pero, las hipótesis metafísicas son im portantes para la ciencia, al m enos en dos sentidos. Antes que nada, para tener una visión general del m undo, precisam os hipótesis metafísicas. En segundo lugar, en el estado actual de nuestra investigación, nos guiam os por lo que he denom inado «programáis de investigación metafísicos». Así, de entrada, concedería que la teoría de que los anim ales tienen conciencia es incontrastable, y por tanto m etafísica (según mi term inología), no siendo por tanto irracional que alguien niegue se­ m ejante teoría. N o obstante, pienso que m erece la pena considerar si hay alguna otra teoría acerca de la conciencia anim al que encaje m ejor en nuestro esquem a general o visión del m undo. Por lo que a

la autoconciencia hum ana respecta, me inclino a pensar que la hipó­ tesis metafísica más adecuada es que sólo surge con el M undo 3. Realmente, mi hipótesis es que sólo surge con el M undo 3 y en interacción con él. Me parece que la autoconciencia o la m ente autoconsciente tiene una función biológica definida; a saber, construir el M undo 3, entender el M undo 3 y anclarnos a nosotros m ism os en el M undo 3. Tam bién pienso que se pueden considerar las funciones posibles de los niveles inferiores de conciencia que puedan existir en los ani­ males, las cuales pueden tener tareas definidas. Quizá puedan realizar ciertas percepciones e interpretaciones que el cerebro solo no pueda realizar. Es decir, el cerebro puede sum inistrar a la conciencia anim al u na percepción incierta y poco clara, pudiendo luego el anim al expe­ rim entar con diversas interpretaciones suyas, del m ism o m odo que hacem os nosotros ensayando diferentes interpretaciones de esta per­ cepción que a prim era vista resulta patentem ente am bigua. Esa sería una posible función de los niveles inferiores de conciencia. En otras palabras, pienso que tenem os todas las razones para creer que los anim ales tienen percepciones y, de nuestra propia experiencia, pode­ m os colegir que el proceso de percepción sólo tiene lugar en parte en el órgano de los sentidos apropiado, y en parte, tiene lugar en la m ente consciente. (N o pretendo dar a entender que para ello se nece­ site la m ente aw/oconsciente). Pienso que hay tam bién otras funciones que se pueden atribuir a la conciencia. Me dice usted, Jack, que todos los síntom as del dolor pueden surgir sin que haya conciencia y acepto lo que usted me dice al respecto. Pero no tengo m uy claro este punto. Me gustaría preguntarle si los seres hum anos que no son conscientes m uestran síntom as de dolor. Creo que esa se­ ría u n a prueba m uy im portante. Quizá pueda usted decir algo so­ bre ello. E. Por lo que respecta a los seres hum anos y sus síntom as de dolor, es por supuesto bien sabido que, cuando la anestesia de una opera­ ción es un poco ligera, el sujeto reaccionará gritando y luchando, por más que, cuando se recupere de la anestesia, no recuerde tal cosa, por lo que se puede defender que no ha sentido nunca el dolor en abso­ luto. Reaccionaba sin sentir; esa es la interpretación usual. Por otro lado, se puede defender que sentía y reaccionaba, aunque ha perdido el recuerdo de ello. Siem pre nos enfrentam os a este problem a al discutir esa cuestión en los seres hum anos. Si reaccionan al dolor y luego dicen que no lo han sentido, siem pre se puede defender que han sentido el dolor y que no lo recuerdan. Así que no puedo respon­ der esta pregunta con seguridad.

P. Pienso que esto es m uy interesante e im portante, ya que pienso que podem os defender de hecho que si la m em oria se interrum pe en el sentido de cortarse en trozos pequeños lo suficientem ente a m e­ nudo y en un grado suficiente, entonces la conciencia ya no existe. Quizá si la m em oria se interrum pe pueda haber al principio episodios de conciencia, aunque, si la atomización se prolonga lo suficiente, no habrá conciencia en absoluto. (Véase mi sección 19.) H abrá tam bién probablem ente estadios interm itentes con un grado bajísim o de con­ ciencia que puede lim itar con la inconsciencia. Se ha sugerido que algunas anestesias, o incluso todas, funcionan de este m odo, atom i­ zando m ás o m enos la conciencia o interrum piendo su coherencia tem poral. U n a cuestión im portante en este punto sería la de, si la anestesia es un poco m enos profunda, un ser hum ano podría aún responder a preguntas, aunque luego olvidase el episodio com pleta­ mente. Sería m uy interesante saber algo acerca de esto, ya que repre­ sentaría un estadio interm edio; interm edio, aunque sólo ligeram ente por encim a del nivel de la inconsciencia com pleta.1 Pienso que el hecho de que dispongam os de algunos elem entos de juicio en esta dirección m uestra precisam ente cóm o podríam os, con ayuda de nuestra hipótesis metafísica, aproxim arnos cada vez m ás a algo así com o un elem ento de juicio real, que por el m om ento queda fuera de nuestro alcance. Las pruebas a que podam os llegar serán analógicas; pero, aun así, podem os aceptar pruebas analógicas de la existencia de otras m entes, sin vernos profundam ente implicados en el «problem a de las otras mentes», com o lo denom inan algunos filó­ sofos. Lo m ism o puede ocurrir con los animales. Ha m encionado usted antes el problem a de la com pasión. U na vez más, no hay pruebas reales, aunque, cuando yo era niño, tenía un gran perro que, cuando estaba enferm o, m ostraba todos los signos de la com pasión. Por supuesto, ahora puede usted decirm e que se trataba tan sólo de u n a imitación, pero de hecho m ostraba m ucha más com pasión que mis familiares, así que ¿a quién imitaba? Por supuesto, todas estas cosas distan de constituir pruebas reales; es algo que tengo m uy claro. Pero son indicios, y en el presente no podem os obtener nada m ejor, y sospecho que no podrem os tener nada m ejor hasta que sepam os m ucho más. Yo diría que es concebible que poda­ m os hacer avanzar nuestro conocim iento de la conciencia anim al si averiguam os más acerca de la relación que existe entre la conciencia hu m an a y el cerebro; es decir, acerca del problem a del cerebro y la mente. A m edida que aprendam os más sobre ello, podríam os obte­ 1Repárese que puede ocurrir algo por el estilo, especialmente cuando los niños responden preguntas y mantienen conversaciones estando dormidos.

ner, por razonam iento analógico, más inform ación acerca de la posi­ bilidad de la conciencia animal. U na vez que dispongam os de una teoría acerca del nexo que m edia entre el cerebro y la mente, nos podrá conducir a una teoría acerca del nexo entre los niveles inferio­ res de conciencia que, a su vez, quizá nos pueda llevar aún m ás lejos, a u na teoría acerca de la conciencia animal. Con todo, estoy de acuerdo con que el problem a es metafísico en el m om ento presente; aunque propongo que la hipótesis metafísica más satisfactoria, especialm ente a la vista de la historia evolucionista, es que los anim ales poseen una especie de conciencia basada en la m em oria. N o se basa en teorías abstractas. Estas conducen a la con­ ciencia hum ana del yo que, me atrevería a sugerir, evoluciona con­ juntam ente con la evolución del M undo 3. E. Perm ítam e retrotraerm e un poco. Al comienzo, recorrí toda la secuencia de invertebrados hasta el pulpo, que posee las estructuras cerebrales más complejas. Debería haber planteado allí la pregunta. Pienso que deberíam os dudar antes de poner algo com parable a la experiencia consciente en el nivel de los invertebrados, incluso en el de los m oluscos y los insectos. Ciertam ente, no los tratam os com o si pudiesen sufrir dolor o fuesen de algún m odo sem ejantes a nosotros en cuanto a tener una conciencia aparte de sus reacciones ordinarias. Avancem os ahora y pasem os a los vertebrados llegando, en pri­ m er lugar, a los peces. C uando se exam inan sus cerebros, se descubre que son realm ente m uy prim itivos respecto a los niveles cerebrales que nosotros asociaríam os con la conciencia en los niveles superiores de los vertebrados. Sabemos, por los experim entos hum anos, que el dolor sólo sobreviene cuando los im pulsos *de los órganos de los sentidos alcanzan los niveles superiores de la corteza cerebral o, al menos, del tálamo. A hora bien, en la historia evolucionista, tales niveles del cerebro no han evolucionado en el pez, en el que el cerebro anterior es el cerebro olfativo. U no podría preguntarse si hay una parte del cerebro en la que pueda realizarse u n a función que dé lugar a una experiencia consciente. Com o usted sabe, la actitud del sentido com ún consiste en tratar al pez com o si no tuviese conciencia alguna. Eso es así con todos los anfibios, entre los que la rana o un urodelo se puede considerar una vez más com o algo interesante, aunque sin más autoconciencia o experiencia consciente que el pez. Pienso que sólo cuando llegamos a los m am íferos y pájaros pode­ mos tener alguna im presión de que hay u n a conciencia en determ ina­ dos niveles de su experiencia. Eso es especialm ente cierto, por su­ puesto, cuando llegamos a los m am íferos superiores, el gato y el perro, esos grandes com pañeros del hom bre. Sin em bargo, hay m a­

míferos con cerebros m ayores y m ás complejos. Los elefantes, por ejem plo, poseen obviam ente una gran inteligencia y hay algunas pruebas de que se ocupan de sus m uertos, aunque puede tratarse de algo imitativo. Hay pruebas anecdóticas de que cuando un elefante m uere, otros elefantes cubren su cuerpo con hojas e incluso se ocu­ pan de los huesos de elefante. Luego, esos interesantes anim ales, los delfines, tienen cerebros tan grandes al m enos com o los de los hom ­ bres y, en la m edida en que se pueden estudiar, aparentem ente m ues­ tran algunos sentim ientos m utuos. Entre ellos está la ayuda que re­ cibe la m adre en el m om ento de parir. Esto podría ser una acción anim al instintiva, aunque es bonito ver en sus acciones algún tipo de cualidad hum ana, ya que presentan cerebros tan grandes y realizan funciones clarísim am ente m uy complejas. De hecho, sin em bargo, cuando se estudian anatóm icam ente sus cerebros, com o ha hecho Jansen de Oslo, parecería que una gran parte de sus hem isferios se utiliza para la localización auditiva. Las inm ensas cortezas auditivas están al parecer relacionadas con la percepción de su posición res­ pecto a las ondas de sonido del agua, las reflexiones en las rocas, etc. Al parecer, esto les sum inistra una orientación en el m edio que es obviam ente m uy im portante para ellos, y quizá obtengan tam bién señales de los peces que capturan. Esta percepción auditiva puede ser de un nivel tan com plejo y sutil que exija una buena dosis de su corteza cerebral. N o estam os seguros de qué cantidad de corteza cerebral queda para que funcione com o la corteza cerebral hum ana dedicada al lenguaje (cf. cap. E4) y otras expresiones sutiles relacio­ nadas con las actividades nerviosas superiores. Finalm ente, llegamos naturalm ente a los m onos antropoides que poseen cerebros m enores que los del elefante y el delfín, de unos 500 c m 3, o así, y tenem os tam bién todos los ejem plos de esfuerzos que se han hecho para adiestrarlos en la realización de tareas lingüís­ ticas, aunque esa es otra historia. Por el m om ento dejaré eso de lado. Las pruebas de que construyen herram ientas y pueden construir un prim itivo M undo 3 son, pienso, m uy dudosas. Yo diría que no hacen esto m ejor que otros órdenes de m am íferos inferiores, o incluso que los pájaros. U na vez que Karl haya com entado esto, m e gustaría plantear el problem a de la evolución y la conciencia y, de hecho, de la autoconciencia. ¿Cóm o alcanzó el hom bre la conciencia? Esta, creo, es la pregunta últim a a que hem os de enfrentarnos y podem os hablar de ella. P. Estoy totalm ente de acuerdo en que el cuidado de los m uertos es un punto inm ensam ente im portante en la historia de la evolución de la conciencia (véase mi sección 45) y tam bién estoy de acuerdo en

que podem os considerar el cuidado de los m uertos com o u n a de las pruebas fundam entales de la autoconciencia superior, por razones que son bastante obvias. Es decir, la conciencia del yo va de la m ano, por así decir, de la idea de que yo -e l y o - moriré-, y a la luz de ello podrem os com prender m ejor la idea del cuidado otorgado a los m uertos. Por lo que respecta a la existencia de form as inferiores de conciencia, pienso que tenem os algunas pruebas de que existen, a partir de nosotros mismos. Por lo que respecta a la pregunta con la que com enzam os -c ó m o apareció en la vida la conciencia- deseo form ular algunas conjeturas metafísicas. Yo diría que el prim er comienzo, o una etapa interm edia m uy tem prana de la conciencia, puede ser de hecho el sentido de la curio­ sidad, un sentim iento de un deseo de saber. Esta hipótesis viene sugerida por la trem enda im portancia que tiene el aspecto intelectual de nuestra conciencia para toda la evolución de la conciencia, espe­ cialm ente de la superior. Por extraño que parezca, no entraña nin­ guna ventaja, desde un punto de vista evolutivo, que algunos tipos de dolor sean conscientes. O, al menos, m ientras que hay alguna ventaja en el dolor, en la m edida en que constituye un aviso, difícilmente posee ninguna ventaja biológica la conciencia de un dolor de muelas; por el contrario, tan sólo tiene una desventaja biológica, al m enos hasta la invención de los dentistas. A nteriorm ente, antes de esa in­ vención que sin duda es un acontecim iento del M undo 3, no era ninguna ventaja tener un dolor de m uelas consciente. Por otra parte, la invención de los dentistas es una consecuencia del dolor de .muelas. Desearía form ular dos hipótesis que están estrecham ente relacio­ nadas, siendo am bas un tánto audaces. La prim era, ya la he m encio­ nado antes, es que la curiosidad es el com ienzo de la conciencia. La segunda es que, en la historia evolutiva, los anim ales jóvenes se hacen conscientes antes que los viejos. Es decir, la conciencia puede estar ligada con el período exploratorio en la evolución de los anim a­ les. Si los anim ales tienen conciencia, com o me propongo suponer, entonces es m uy posible que los anim ales pierdan su conciencia a m edida que se hacen más viejos, convirtiéndose cada vez m ás en autóm atas. De hecho se tiene una especie de im presión intuitiva de que los anim ales viejos se tornan cada vez m enos conscientes, lo que se nota especialm ente cuando se com para su conducta con la de los anim ales jóvenes, que m uestra m uchos más signos de conciencia. La evolución distintiva de la conciencia en el hom bre puede estar enton­ ces conectada con el retraso en la m aduración y el un tanto retrasado envejecim iento en el hom bre, o al m enos en algunos. Mis dos hipóte­ sis son, por supuesto, de carácter metafísico. Jack, ¿cuál es su im pre­ sión acerca de esta sugerencia?

E. Estaría de acuerdo. Digám oslo así. Deseo tom ar esta sugerencia y em plearla tan sólo para el origen de la autoconciencia del hom bre que considero de suprem o interés. La otra es más dudosa. Las cosas que me interesan son las siguientes: ¿cómo apareció la conciencia en los hom ínidos prim itivos? ¿Cuáles son de hecho las condiciones y la situación que han dado pie a su aparición? Podem os decir que esos hom ínidos eran m ás exploratorios que sus antecesores; eran más imaginativos. De alguna m anera increíble se estaban m oviendo hacia nuevos niveles de asociación con su medio. Sin duda la curiosidad y el sentido exploratorio eran en ellos elevados. Pienso que esto puede haber sido uno de los disparadores que han producido el com ienzo gradual de la autoconciencia. Mi creencia personal es que el factor más im portante fue el com ienzo de la com unicación lingüística en un nivel sofisticado. Esto fue lo prim ero que elevó a los prim itivos ho­ mínidos. P. Por supuesto, pero mi conjetura metafísica trataba de aplicarse al estadio prehum ano, al com ienzo de la conciencia. C om o conjetura metafísica, les atribuía conciencia a los anim ales superiores, sugi­ riendo que la función de la conciencia era la de extender un estado de curiosidad m ás allá de los estím ulos sensoriales que la provocan, despertando u n a curiosidad duradera que lleva a la exploración. Lo que tengo en m ente no es sim plem ente que algo que aparece en nuestro cam po de sensación pueda incitarnos, sino m ás bien que puede llevar a la curiosidad y que ésta, a su vez, lleva a la actividad exploratoria: a la exploración activa. A hora bien, por supuesto, el sentim iento de curiosidad no necesita ir acom pañado en los anim ales por la actividad exploratoria. Que lo vaya es una hipótesis incontras­ table-, un a hipótesis metafísica. Mas si observa usted la conducta de los anim ales jóvenes, entonces, m ientras que los anim ales jóvenes que juegan son en gran m edida inconscientes -e s a es una de sus cosas en can tadoras- cuando se despierta en su juego lo que se inter­ preta com o curiosidad, se tiene el sentim iento de que el juego puede ser consciente. En él hay algo más que un juego inconsciente. Se da u n a transición de un juego a algo un poco m ás formal, y es eso lo que me ha sugerido mi hipótesis metafísica. En el nivel hum ano, la hipótesis ni siquiera tiene que ser metafísica, ya que hay posible­ m ente algunos elem entos de juicio en su favor. Q uisiera añadir algo a la sugerencia que he hecho hace un rato, sobre que los anim ales jóvenes son más conscientes que los viejos. Q uiero aludir tan sólo a una conjetura que considero que puede ser contrastable y que se ha señalado a m enudo; a saber, que cuanto más viejos nos hacem os, más rápido pasa el tiempo. Se podría form ular

de esta m anera: cuanto m ás viejos nos hacem os, m enos cosas pode­ mos hacer en u na extensión dada de tiempo. M edida en térm inos de lo que hacem os en u n a extensión dada de tiem po, la extensión dada de tiem po parece m overse m ás deprisa. Pienso que tenem os buenas razones para atribuir a los niños pequeños un tiem po que se m ueve de m anera extrem adam ente lenta; es decir, para un niño (yo m ism o lo recuerdo), un día puede ser u n período trem endo en todos los sentidos. A ntes que nada, es m ucho más real com o unidad que para los adultos; y después, un niño experim enta tantísim as cosas durante un día, que trabaja .muchísim o en la adquisición de sus experiencias. Si esto es así, podría sum inistrar algún apoyo a mi hipótesis metafí­ sica general de que los anim ales jóvenes son m ás conscientes que los viejos. Por consciente, entiendo consciente de un m odo totalm ente distinto del de los hum anos. Estoy com plem entam ente de acuerdo con usted, Jack, en que lo que consideram os la conciencia plena del yo no se puede atribuir a los animales. Incidentalente, hay tam bién razones para pensar que la autoconciencia no es algo simple. Es algo m uy com plejo que aparece relativam ente tarde en la vida del niño; es decir, tan sólo después de un año o así. Así pues, hay un período trem endo de tiem po al que hem os de atribuir algo así com o un precursor de la autoconciencia, y en el cual hem os de suponer que se da un grado más bajo de conciencia. Se trata, en sí m isma, de una conjetura casi necesaria desde el punto de vista de nuestra experien­ cia, por lo que es necesario postular que existe u n a form a de concien­ cia distinta de la autoconciencia. En ese caso, no resulta difícil atri­ buírsela a los animales. N o se trata de la plena autoconciencia, no; en eso estam os de acuerdo. Mas no hay dificultad en atribuir a los anim ales una conciencia no autoconsciente. Esta es al m enos mi opinión. E. C uando pasam os al problem a de la autoconciencia, hem os de tom ar com o signo o prueba im portante de ello cóm o es que la con­ ciencia ha aparecido, no en el hom bre com o un todo, sino en cada hom bre individual, en su propio período de vida, a partir de la infan­ cia. En cierto m odo se da un cierto paralelismo. A m bas cosas ocu­ rren a través del M undo 3 y por eso se relacionan. Pienso que una de nuestras discusiones m ás im portantes debe versar acerca del M undo 3 y la conciencia. Además, pienso que podrem os decir algo m ucho más im portante sobre este problem a de la autoconciencia cuando lo tom em os en este nivel. Quizá entonces podam os volver sobre los anim ales que no poseen esta increíble experiencia de vivir en un M undo 3, crecer en un M undo 3, asim ilándoselo a sí mismos. Por el contrario, los seres hum anos viven en esta otra dim ensión suminis-

irada por los M undos 2 y 3 en interacción. Esta es, creo yo, la posición realm ente im portante. P. N o creo que hayam os alcanzado un acuerdo com pleto. Es decir, mi im presión es que, para mí, la hipótesis de la conciencia anim al es más im portante que para usted, Jack, que quizá no guste m ucho de las hipótesis metafísicas, especialm ente de esta en particular. Pero no parece haber ninguna diferencia entre nosotros por lo que atañe al carácter especifícam ente hum ano de la conciencia del yo, si nos olvi­ dam os de cosas tales com o el caso de los elefantes que se ocupan de sus m uertos.

Diálogo III

21 de setiembre de 1974; 10 de la mañana E. Karl, ¿le im portaría com enzar nuesira discusión diciendo algo acerca del M undo 3? P. El M undo 3 es el m undo de los productos de la m ente hum ana. En el transcurso de la evolución, estos productos probablem ente esta­ ban codificados exclusivam ente en el cerebro hum ano y quizá sólo de m anera fugaz. Es decir, si un hom bre prim itivo contaba una historia de caza, o algo por el estilo, la historia estaría codificada en su cere­ bro y en el de los oyentes, olvidándose enseguida y desapareciendo. Los objetos más característicos del M undo 3 son objetos más durade­ ros. Son, por ejemplo, las prim itivas obras de arte, las pinturas rupes­ tres, los instrum entos decorados, las herram ientas decoradas, las pira­ guas y objetos sim ilares del M undo 1. En esta etapa, quizá no exista aún la necesidad de postular un M undo 3 separado. Con todo, esa necesidad surge cuando aparecen obras com o las literarias, las teo­ rías, los problem as y, más claram ente aún, cosas tales com o por ejem plo com posiciones musicales. U na com posición musical posee un tipo de existencia m uy particular. Ciertam ente, al principio existe codificada en la cabeza del músico, aunque probablem ente no exista ni siquiera ahí com o una totalidad, sino más bien com o secuencia de esfuerzos o intentos; aunque el hecho de que el com positor m antenga o no la partitura total de la com posición en su m em oria no sea, en cierto sentido, realm ente esencial para el problem a de la existencia de la com posición, una vez que ésta se haya escrito. Pero la codificación escrita no es idéntica a la com posición, digamos, de una sinfonía. En efecto, la sinfonía es algo acústico y la codificación escrita es obvia­ m ente una cosa que se relaciona de m odo puram ente convencional y arbitrario con las ideas acústicas que esta codificación escrita trata de incorporar y encarnar en una form a más estable y duradera. Así, ya

ahí suige un problem a. Planteém oslo de la siguiente m anera. Eviden­ tem ente, la sinfonía Júpiter de Mozart no es ni la partitura que él escribió, lo que constituye sim plem ente una especie de enunciado codificado convencional y arbitrariam ente de la sinfonía, ni es la sum a total de las experiencias acústicas im aginadas que tenía Mozart m ientras escribía la sinfonía. Tam poco es ninguna de sus ejecuciones, así com o tam poco todas las ejecuciones juntas, ni la clase de todas las ejecuciones posibles. Esto se puede ver por el hecho de que las ejecu­ ciones pueden ser buenas o m enos buenas, sin que ninguna de ellas pueda considerarse realm ente com o ideal. En cierto modo, la sinfonía es la cosa que se puede interpretar en las ejecuciones; es algo que tiene la posibilidad de interpretarse en una ejecución. Incluso se puede decir que toda la profundidad de este objeto del M undo 3 no se puede captar en una única ejecución, sino tan sólo oyéndola una y otra vez en diferentes interpretaciones. En este sentido, el objeto del M undo 3 es un objeto real e ideal que existe, aunque no existe en ninguna parte, siendo su existencia de algún m odo la potencialidad de ser reinterpretada por las m entes hum anas. Así, antes que nada, es la obra de una m ente hum ana o de m entes hum anas, el producto de las m entes hum anas; en segundo lugar, está dotada de la posibilidad de ser captada de nuevo, siquiera sea tan sólo parcialm ente, por las m entes hum anas. En cierto sentido, el M undo 3 es una especie de m undo platónico de ideas, un m undo que no existe en ninguna parte, aunque posee una existencia, y que interactúa especialm ente con las m entes hum anas, basándose por supuesto en la actividad hum ana. Tam bién puede interactuar con las cosas físicas, por ejemplo, si una partitura musical se copia o si se im prim e un disco. Además, el disco puede operar directam ente sobre un altavoz sin que intervenga un ser hum ano. No obstante, aunque el M undo 3 quizá se conciba más adecuadam ente según procedim ientos platónicos, existen com o es na­ tural diferencias considerables entre el m undo platónico de las ideas y el M undo 3 tal com o yo lo concibo. En prim er lugar, el M undo 3 posee una historia, cosa que no ocurre con el M undo platónico. En segundo lugar, no consta, com o ocurriría con el m undo platónico ideal, de conceptos, sino fundam entalm ente de teorías y problem as; y no sólo de teorías verdaderas, sino también de teorías tentativas y ciertam ente de teorías falsas. No obstante, no entraré ahora en estas cuestiones, dado que me he ocupado de ellas en otras ocasiones . 1 E. Karl, ha hecho usted una exposición notable del M undo 3 por lo que respecta a algunas de sus manifestaciones más elevadas; pero me Cf., por ejemplo, la discusión del capítulo 3 y del 4 de mi [1972(a)] y mi sección 13.

gustaría retroceder y rastrear nuestras etapas hasta su m ism o origen. ¿Hasta dónde podem os retrotraer su com ienzo en la prehistoria hu­ m ana, identificando el origen, las más prim itivas existencias del M undo 3? C uando considero la prehistoria de la hum anidad, yo diría que lo tenem os ahí en form a de cultura instrum ental. Los hom ínidos prim itivos más antiguos que conform aban herram ientas de guijarros para un propósito tenían cierta idea de diseño, alguna idea de técnica. Esto ilustra el hecho de que probablem ente en el diseño, en el propósito y en las instrucciones de uno a otro para llevar adelante la cultura instrum ental, se puede considerar que se ha producido el com ienzo del lenguaje. Supongo que será éste el desarrollo más im ­ portante del M undo 3; el desarrollo de las realizaciones lingüísticas en las que se pueden codificar de algún m odo pensam ientos y expe­ riencias. La supervivencia de generación en generación se realizaría en la form a verbal recordada que se asegura gracias a una repetición verbal sin fin. P. A unque estoy de acuerdo con lo que usted dice, con todo, prefiero considerar que el com ienzo del M undo 3 se ha producido con el desarrollo del lenguaje, más bien que con el de las herramientas. La razón de ello es que de esta form a el M undo 3 puede hacerse a la vez externo a nosotros y objeto de crítica y de m ejora deliberada. Me parece im probable que antes de que existiese el lenguaje existiese una crítica o algo semejarite de las herram ientas. Es perfectam ente cierto que se podrían tirar por no ser útiles, aunque difícilmente podría considerarse tal cosa com o una form a de crítica, aunque quizá sea un precursor de la crítica. La crítica real, la crítica de ideas y de teorías, surge, según pienso, tan sólo con el lenguaje, y creo que es éste uno de los aspectos más im portantes del lenguaje. Quiero llam ar ahora la atención sobre este pequeño paso que media entre entretener un pensam iento en la propia cabeza, com o si dijésemos, y enunciarlo explícitamente. En tanto en cuanto no se form ule el pensamiento, form a más o m enos parte de nosotros m ism os . 2 Sólo si se form ula en el lenguaje, se convierte en un objeto distinto de nosotros hacia el que podem os adoptar una actitud crítica. Así, la pequeñísim a diferencia que existe entre pensar {qn el sentido de actuar bajo el supuesto) «hoy es sábado» y decir «hoy es sábado» representa una diferencia tre­ m enda desde el punto de vista de la posibilidad de la crítica. A unque frecuentem ente no existe una gran brecha entre pensar y hablar, : El primer paso es la objetivación en térm inos físicos. Cf., no obstante, mi discusión del teorema de Euclides (diálogo XI) para un estadio m uy posterior, después de que se haya dado una gran dosis de retroalimentación.

desde el punto de vista de la critica (y la agudización del pensam iento) la diferencia puede ser m uy grande. Por supuesto, una vez que el lenguaje se ha establecido, podem os form ular de hecho un pensa­ m iento en nuestra m ente vv criticarlo; mas eso sólo ocurre una vez que el lenguaje m ism o se ha establecido objetivam ente, por así decir, com o institución social; una vez que se ha establecido la posibilidad de objetivación. Sólo tras ello podem os tener realm ente una actitud crítica hacia los productos de nuestras propias mentes. N o obstante, estoy com pletam ente de acuerdo con usted en que quizá se pueda rastrear el M undo 3 hasta etapas anteriores, aunque no son lo m ismo que el criticable M undo 3. Por otra parte, se puede considerar la construcción de herram ientas com o una etapa superior de algo que se retrotrae al com ienzo m ism o de la vida; a saber, los organism os vivos seleccionan en cierto sentido su medio, acom odándolo a su m anera de ser. Incluso se puede decir que el m edio de un gene desnudo consta de un m odo u otro de enzimas producidas por ese gene, siendo esas enzim as algo vagam ente análogo a las herram ientas pro­ ducidas por el .cerebro hum ano. Veo perfectam ente que esto es llevar la analogía m uy lejos, pero pienso que en cierto sentido esas enzim as son casi com o herram ientas; de hecho son un m edio artificial autocreado. Lo extraño es que estos medios artificiales crecen y crecen, haciéndose cada vez m ás com plicados, term inando por hacerse criti­ cables. Ese es el gran paso que considero realm ente realizable sólo con el lenguaje. Quizá deba añadir aquí que hay dos cosas que me parecen decisi­ vam ente im portantes acerca del lenguaje. U na de ellas es que permite la criticabilidad; la otra, que da lugar a la necesidad de criticar, de­ bido a que se cuentan historias. Con la invención del lenguaje, se produce tam bién la invención de excusas, de falsas excusas, y de explicaciones falsas producidas para ocultar algo que no está del todo bien y que hem os hecho, etc. Con ello surge la necesidad de distin­ guir la verdad de la falsedad. Así, al contar historias, surge la necesi­ dad de distinguir entre verdad y falsedad y eso, según creo, explica cóm o surgió de hecho originalm ente la crítica en el desarrollo del lenguaje y del M undo 3. E. Me veo im pelido a ejercer la crítica tras esta exposición de Karl, y deseo hacerlo con toda energía, porque pienso que se puede introdu­ cir u na buena dosis de confusión al utilizar la palabra «herramienta» tal com o se prefigura en los procesos biológicos ordinarios, com o el DNA , RNA m ensajero, construcción enzimática, etc. Pienso que con las herram ientas la situación es m uy otra. Deseo sugerir que pode­ mos infravalorar m uchísim o la habilidad precisa para construir si­

quiera sea una simple herram ienta de piedra, tal com o hacían los hom bres prim itivos hace medio millón de años. El hom bre prim itivo tenía instrum entos prim itivos para construir herram ientas. No dispo­ nía de las m áquinas herram ienta que ahora tenem os nosotros. Sólo tenía lo que hacía con piedras para trabajar con piedra. Pienso que todo lo que esto implica aparece en un interesante curso de arqueolo­ gía que im parte en Berkeley el profesor W ashburn. Los alum nos tienen todo un sem estre para tratar de hacer una herram ienta de piedra com o alguno de los ejem plares que hay allí, em pleando tan sólo las herram ientas disponibles para un hom bre primitivo. Las pie­ dras se eligen cuidadosam ente a fin de que sean similares a las que tenía el hom bre primitivo. D urante m uchos años, los alum nos de ese curso se han esforzado considerablem ente, em pleando una buena dosis de palabras e instrucciones acerca de cóm o golpear la piedra a fin de que las esquirlas salgan de esta o aquella m anera; mas, en todo el semestre, ninguno ha conseguido hacer lo que podríam os conside­ rar com o un hacha de piedra aceptable. Sólo han producido objetos que el hom bre prim itivo habría tirado. Sin em bargo, hay un profesor del curso, el Dr. Desm ond Clark, que lo puede hacer. Por tanto se puede aprender. Señalo esto porque constituye un ejemplo de acción inteligente en las habilidades, en los controles del m ovim iento y en el uso de la capacidad crítica y del juicio crítico. Cóm o astillar la piedra, dónde golpear y con qué fuerza, son todos ellos problem as que han de debatirse y resolverse a fin de hacer incluso una herram ienta tan primitiva. Se trata de algo m uy distinto de lo que pueda hacer cual­ quier anim al, y pienso que exige el lenguaje y la capacidad crítica. Hemos de tener m ucho cuidado con no desestim ar esta cultura de herram ientas com o si fuese algo que se hallase sim plem ente en el nivel de una realización hum ana muy poco hábil. Teniendo en cuenta el medio y los medios de acción a su alcance, se trataba de una realización hum ana habilidosa. P. Esto me resulta, por supuesto, inm ensam ente interesante y com ­ pletam ente aceptable, ya que dice usted que este tipo de elevada construcción de herram ientas o construcción hum ana de herram ien­ tas presupone el lenguaje. Mi punto de vista era solam ente que el tipo de construcción de herram ientas que no presupone el lenguaje no me parece que esté al m ism o nivel que el tipo de construcción de herra­ m ientas que lo presupone. Por lo que respecta al m om ento en que apareció esta elevada construcción de herram ientas, no estoy lo bas­ tante inform ado; y, por lo que respecta a cuándo apareció el lenguaje, nadie está suficientem ente inform ado. Supongo que habrem os de aceptar que el lenguaje parte de comienzos insignificantes, siendo de

hecho la interacción entre la necesidad de hablar y las capacidades del cerebro la que sum inistra el reto y el estím ulo para que el cerebro se desarrolle tal com o lo ha hecho en el millón o dos millones de años pasados. Así, conjeturo que los comienzos m ism os del lenguaje se conectaban probablem ente con el cerebro aún no desarrollado, si bien el lenguaje condujo m uy pronto a un aum ento del tam año cere­ bral. No creo que discrepem os aquí. De hecho, antes yo hablaba de las herram ientas anteriores al lenguaje. Las herram ientas anteriores al lenguaje, diría yo, han de ser más prim itivas que las que usted ha descrito y que han sido investigadas por la clase de W ashburn. E. Está m uy claro que sólo podem os im aginar y tratar de reconstruir el pasado a partir de lo que ahora nos es accesible. Creo que tenem os ahora dos tipos de pruebas acerca de aquellos tiem pos primitivos. U na de ellas es la tasa de desarrollo del cerebro. Hemos de pensar en los herm osísim os moldes endocraneanos que ha hecho H olloway y que describe en un artículo reciente del Scientific American. Eso sum inistra alguna idea de la form a del cerebro con el crecim iento de peso asociado, así com o el desarrollo de diversos lóbulos. Personal­ mente, pienso que fuerzan un tanto la interpretación de los lóbulos en relación con el habla. Hay cierta tendencia a pensar que si se obtiene un aum ento en el área de los lóbulos tem porales y parietales, se da un desarrollo asociado del lenguaje. En general, yo estaría de acuerdo con ello, pero, cuando se consideran todos los azares que se dan en la reconstrucción craneana, en prim er lugar, y luego en los m oldes que se sacan de ella, entonces verem os que se trata tan sólo de un ele­ m ento de juicio sugestivo. La otra prueba que tenem os del desarrollo del lenguaje viene realm ente del desarrollo de las culturas. Prim ero está el desarrollo de herram ientas y, finalm ente, con el hom bre de N eanderthal, están las costum bres cerem oniales del enterram iento que, com o señala m uy correctam ente Dobzhansky, nos sum inistran la prim era indicación clara de que este hom bre prim itivo había desa­ rrollado ya alguna espiritualidad, alguna autoconciencia que no sólo experim entaba en sí m ismo, sino que reconocía tam bién en sus com ­ pañeros. Así, el cerem onial del enterram iento sum inistra pruebas de que el hom bre prim itivo pensaba «la m uerte le llega a esta persona, a esta criatura com o yo mismo; m e llegará a mí y, por tanto, le haré todos los honores, de m odo que se me hagan cuando tam bién yo muera». Estos, pues, son los signos de que el lenguaje le ha llegado al hom bre en un nivel elevado; y m ucho más tarde, por supuesto, tenem os las herm osas form as de arte, com o por ejemplo, las de las cuevas de Lascaux, que considero un signo de la exigencia de una

escuela de arte prim itiva, con grupos de hom bres pintando, criti­ cando, asesorando e instruyéndose unos a otros. Eso sólo podría ocurrir cuando el lenguaje estuviese m uy desarrollado. Desgraciada­ mente, cuando se trata de las formas lingüísticas, distintas de las formas de las artes plásticas, no tenem os registros hasta que avanza­ mos considerablem ente en la prehistoria, o la protohistoria, com o podría denom inarse. Antes de que se escribiese el lenguaje, tenem os pruebas de la repetición de cuentos por boca de cantores que, final­ mente, com o en la épica hom érica, se escribieron después de que fuesen repetidos durante años por bardos que hicieron profesión de la repetición de las hazañas heroicas del pasado. Ciertam ente, esta larga tradición oral se dio en el caso de Gilgamesh, la prim era gran épica de que tenem os noticia. Term inó adquiriendo form a lingüística en tiempos babilónicos, si bien la épica m isma tuvo una larga existencia sum eria antes de que tuviese lugar la prim era form a escrita, en torno al año 2000 a. de C. El m eollo de todas estas discusiones y ejemplos es su relación con el desarrollo del cerebro y de las operaciones especiales de distintas zonas del cerebro que he descrito en los capítulos E l, E2, E3, E4 y E 6 . Creo que este crecim iento no surgió espontáneam ente a modo de proceso sin causa, sino que surgió com o respuesta a las necesidades, a las imperiosas necesidades, del desarrollo lingüístico y de todos los aspectos creadores asociados requeridos por el pensam iento, por el pensam iento discursivo, por el pensam iento crítico, etc. Así pues, cerram os el círculo, retornando a la cuestión de que las pruebas que tenem os a favor de que el desarrollo del M undo 3, al com ienzo de la existencia hum ana, se puede conectar con el desarro­ llo sim ultáneo del cerebro. Es notable que no parezcan estar en fase, com o se podría pensar al principio. Sin duda el cerebro hum ano se desarrolló m ucho antes que el M undo 3 que debía m anejar. Este es uno de los m isterios de la existencia hum ana. En la época de Sum er o Egipto, yo diría que el cerebro hum ano tenía todos los atributos del cerebro hum ano m oderno, aunque hubiese hecho m uy poco en cien­ cias abstractas, e incluso en las artes creativas, especialm ente en m ú­ sica. Todo eso estaba por llegar. Podríam os preguntar cuál era el valor de supervivencia evolutiva de, por ejemplo, en tiempos neolíti­ cos, un genio m atem ático o de personas con gran capacidad de pen­ sam iento conceptual o im aginación artística. Sin em bargo, en dos o tres mil años, las prim eras grandes civilizaciones (sum erias y egipcias) fueron creadas a partir del progenitor neolítico. Creo que se trata de un misterio, porque no tenem os bastante imaginación para captar con el pensam iento las condiciones de vida en las que el hom bre prim itivo luchaba por sobrevivir, em pleando las habilidades intelec-

luales y críticas de im aginación en un m undo rudo y hostil. Es cierto que el desarrollo del cerebro tuvo lugar a una velocidad increíble en el m illón o dos de años de la era paleolítica, desarrollando en el hom bre de N eanderthal un cerebro tan grande com o el nuestro y que, com o ya he m encionado antes, estaba asociado con un cierto conocim iento de la espiritualidad primitiva. P. Sí; estoy de acuerdo. Pero me gustaría añadir algo que ya he dicho antes. Me parece que la función que condujo a todo este desarrollo es la función descriptiva del lenguaje hum ano (véase mi sección 17), frente a cosas tales com o el m ero nom brar. Lo que caracteriza a un enunciado descriptivo es que puede ser verdadero o falso y, por tanto, que tam bién puede ser usado para diferentes fines, com o para decir la verdad, esto es, para com unicar inform ación, o para m entir, com o por ejemplo, para hacer aceptables ciertas excusas o para disi­ m ular un fallo, etc. Creo que el contar historias em erge directam ente de estos inform es descriptivos, de contar m entiras o de ambos. Tanto los inform es descriptivos com o las m entiras desem peñan una especie de función explicativa. N o cabe duda de que, básicam ente, contar historias es algo que se ve estim ulado por la necesidad de explicar ciertos acontecim ientos de todo tipo no com prendidos, llevando en ­ tonces a la aparición del gusto por contar historias que creo que podem os suponer que se produjo en un estadio bastante prim itivo, m ucho antes de los im portantísim os mitos descritos en el Gilgam esh y en la épica hom érica. Prácticam ente, todos los pueblos prim itivos conocidos tienen cuentos de hadas, todos los cuales poseen una es­ tructura compleja. M uchos de ellos pueden considerarse explicativos; tam bién puede considerarse que encierran en sí un elem ento atem orizador, otro confortante, etc. A hora bien, yo creo que el aspecto real­ m ente im portante de todo esto es que conduce a algo que ciertam ente sólo es posible en este nivel de desarrollo hum ano, a saber, el desa­ rrollo de la im aginación hum ana, de la fantasía y de la inventiva. No creo que haya nada com parable en absoluto a eso en el nivel animal. Es decir, los anim ales pueden hacer algo nuevo, aunque difícilmente pueden tener vuelos de la im aginación y de la fantasía. Estos vuelos de la imaginación me parecen increíblem ente im portantes en cone­ xión con el desarrollo de una civilización superior de cultura material o com o quiera llamársele, y por razones obvias. Estas cosas llevan al pluralism o de la confección de herram ientas, a la diversidad de in­ cluso las más prim itivas civilizaciones y, luego, al hecho de que los grandes inventos no se hicieron sólo una vez o dos, sino continua­ m ente, una y otra vez, desde los prim eros m om entos. Es esto real­ m ente lo que me hace sentir que las herram ientas que usted ha

descrito, que son hasta tal punto obras de arte reales y que resultan tan difíciles de hacer, no es probable que hayan em ergido antes de los com ienzos del lenguaje. Todo esto por lo que respecta a la función descriptiva del len­ guaje. No obstante, lo interesante es que la función descriptiva del lenguaje lleva consigo la base de la función argum entadora, así com o de una actitud crítica hacia el lenguaje. Precisamente porque m entir se convierte en un posible medio, por razones prácticas y adaptativas obvias, es im portante que los hom bres distingan la verdad de la falsedad. Por esta razón precisam ente hem os incorporado la necesi­ dad de desarrollar la crítica y de desarrollar una actitud crítica hacia los inform es y, con ella, la necesidad de desarrollar un lenguaje argum entador; un lenguaje en el que la verdad de un inform e se pueda criticar o atacar, o en el que se pueda defender con inform es suplem entarios. Esto, creo, m arca el com ienzo de la argum entación en el lenguaje hum ano. Yo diría que todo habla a favor de la opinión de que estas dos funciones del lenguaje, la función descriptiva y la argum entadora, son los aspectos más característicos del lenguaje h u ­ mano, frente a los lenguajes anim ales y otros medios de com unica­ ción social. Desearía añadir la siguiente conjetura: puede que esta tensión entre descripción y necesidad de criticar la descripción sea la base del im portante problem a intelectual que la invención del lenguaje des­ criptivo pone ante el hom bre y que su lucha intelectual estim ulase el desarrollo rápido sin precedentes de todo lo que sigue; a saber, el desarrollo del lenguaje mismo, del cerebro y de la civilización. E. Hay un aspecto del M undo 3 que creo que m erece m ayor consi­ deración. En prim er lugar, hay una tendencia a considerar el M undo 3 com o inform ación, ideas, conceptos y demás, que se hallan codifi­ cados en alguna base material, asum iendo así un carácter público que lodos pueden ver y leer si tienen la habilidad apropiada de interpreta­ ción o descodificación. Esta es la m anera en que se pueden conside­ rar todas las form as de arte, las form as del arte plástico, las herra­ mientas, esculturas, desarrollos técnicos com o la rueda, así com o todos los textos lingüísticos escritos que heredam os del pasado. Pero hay otro aspecto que se ha tocado y que es im portante. Pienso que, desde el com ienzo, el M undo 3 ha tenido un com ponente de alm ace­ nam iento de mem oria. El alm acenam iento no es un medio externo, metal, piedra, papel o lo que se quiera, sino que es alm acenam iento en los cerebros de los sujetos que han m em orizado ideas creadoras, pensamientos imaginativos, historias artísticas, etc., que luego han transmitido. De hecho, es este el m odo en que se ha preservado la

literatura prim itiva antes de que se pudiese escribir. El folklore ver­ balm ente transm itido que ha pasado por innum erables etapas tiene que haber sido uno de los medios principales de desarrollo de la civilización de esos pueblos. Puede verse eso en la gente inteligente, antes de que aprenda a escribir. Pongo com o ejem plo el caso de los maories. Karl y yo hem os estado en N ueva Zelanda y estam os fam i­ liarizados con el contenido de las historias m aories y sus éxitos heroi­ cos al orientarse a través de los miles de millas de océano que hay hasta N ueva Zelanda (identificada desde la lejanía com o la G ran N ube Blanca), y volver de nuevo para llevar allí a m ás de sus gentes. Todo esto se cuenta en sus épicas recordadas que se han transm itido, recitado, repetido, y sin duda modificado y aum entado. Sin em bargo, esta historia encaja bastante bien con pruebas que sum inistran la datación del tiem po de su llegada y de dónde vinieron. Esta m em oria tribal en form a de tradición verbal ha pasado por todas las épocas, en form a de lo que podríam os denom inar poesía narrativa oral. En las últim as décadas, el profesor A. B. Lord ha hecho visitas a Yugoeslavia y Bulgaria, en cuyas áreas rem otas hay un a población relativam ente iletrada. El libro que ha escrito se titula The Singer o f Tales. E ncuentra m uchas semejanzas entre el m odo en que se cantan los cuentos con ciertos ritm os y las form as en verso que se repiten, y el m odo en que los poem as hom éricos, las obras clásicas del gran pasado, se transm itieron probablem ente durante cientos de años antes de que se escribiesen. Así, esto me lleva al siguiente desarrollo, y es que nosotros esta­ mos haciendo lo m ism o continuam ente hoy en día. N o tenem os que codificar inm ediatam ente en papel im preso o en discos o en otra form a perm anente nuestros pensam ientos e ideas. Tam bién los guar­ dam os en la m em oria. Pongo por ejemplo que, si voy a dar una conferencia a alguna parte, tengo unas cuantas notas y diapositivas a partir de las cuales trabajar, si bien recurro en gran m edida a mis propios recuerdos, de los que extraigo las ideas para la presentación que he de hacer a la audiencia. Pienso que siem pre trabajam os de un a m anera fluida entre nuestros recuerdos y lo que alm acenam os perm anentem ente en códigos de form a escrita o esquemática. P. N o creo que tenga nada im portante que añadir a esto, pero me gustaría decir que la poesía prim itiva - la épica prim itiva- puede ser un indicio de la necesidad de algo del tipo de la escritura, m ucho antes de que se desarrollase de hecho la escritura. Se podría casi decir que la necesidad no satisfecha de registros escritos es el com ienzo de la poesía: el uso del ritm o hablado para sum inistrar un apoyo a la m em oria ha conducido a lo que ahora llam am os arte poético.

E. C onsidero que todo este desarrollo de ideas relativas al M undo 3 es una de las grandes concepciones ilum inadoras y sintetizadoras que tenemos, debido a que pone en conexión tal diversidad de realizacio­ nes hum anas que tanto tienen en com ún. En cierto sentido, considero que el M undo 3 posee la que se podría denom inar una anatom ía, una fisiología y una historia. Se trata de una historia evolutiva. Es la historia de la evolución cultural del hom bre y creo que ha de ponerse en perspectiva bajo este punto de vista, considerando que el hom bre se ha desarrollado com o resultado de dos evoluciones en interacción, aunque distintas. U na de ellas es la evolución biológica mediante la necesidad y azar ordinarios por mutación y supervivencia en los térm inos de la selección natural. La otra, es el desarrollo de los procesos de pensam iento que llevan a la creatividad en un amplio espectro de realizaciones culturales: artísticas, literarias, críticas, cien­ tíficas, tecnológicas, etc. Finalmente, llegamos al nivel en el que el hom bre no sólo trata de hacer que la vida sea más aceptable y más segura, sino además, en el que intenta luchar con los inm ensos pro­ blemas del significado de la vida: ¿cuál es su objeto? ¿Cuál es la naturaleza de mi existencia? ¿Cómo enfrentarm e no sólo a la autoconciencia, sino también a la conciencia de la muerte? Todo esto ha ocurrido en la historia del desarrollo del M undo 3 y, por supuesto, todo este problem a del significado de la vida nos ha sum inistrado m aravillosos resultados en la literatura, en el arte y en la música. Se podría decir que es el grito de la hum anidad en su soledad y en su tem or por el m undo en que se halla, aunque, por supuesto, tam bién expresa su inm enso gozo y la apreciación de su existencia en el m undo. Todas estas experiencias se han producido por el desarrollo de la cultura hum ana en el M undo 3, por supuesto, con el refinam iento de los sentim ientos y la sensibilidad, así com o de la creatividad artística. Todo esto ha aparecido con el desarrollo del cerebro. Am bas cosas van de la mano. N o es que el cerebro se desarrollase prim ero y luego, repentinam ente, los hom bres descubrie­ sen que poseían un cerebro capaz de llevar a cabo todas estas realiza­ ciones. Hemos de im aginar que el desarrollo del cerebro, que consti­ tuye un proceso biológico que sum inistra un valor de supervivencia, entrañó no solam ente una m ejor supervivencia, sino tam bién un gran cúm ulo de realizaciones hum anas que alcanzan, obviam ente, su plena expresión en el M undo 3. Además la gran ventaja filosófica que sum inistra este concepto claro del M undo 3, es la de agudizar la distinción entre evolución biológica, por un lado, y la evolución cultural, por el otro. La evolución biológica sum inistra al hom bre su cerebro y su cuerpo perteneciente al M undo 1, los cuales hacen posible el desarrollo de los M undos 2 y 3 en estrecha interacción.

Pienso, por tanto, que el M undo 3 constituye un gran concepto ilu­ m inador que aclara lo que a m enudo había sido m ás bien confuso y nebuloso. P. Me gustaría com entar los dos m étodos de evolución que usted ha m encionado. El prim ero es, brevem ente, el de introducir alguna no­ vedad, anatóm ica, fisiológica o com portam ental, haciéndola que se som eta a la prueba de la selección natural. El segundo m étodo de evolución introduce algo nuevo en lugar de la selección natural; a saber, el rechazo crítico consciente, y eso, creo, constituye la diferen­ cia fundam ental entre la evolución natural y la cultural. Algunas personas han dicho que la diferencia estriba en que la evolución natural posee un carácter darw inista, m ientras que la cultural es lam arckiana, procediendo por inducción. Creo que es un error. La evolución cultural tam bién es darw inista; la diferencia estriba única­ m ente en que, en vez de selección natural, som os nosotros m ismos los que com enzam os en parte a ser responsables por m edio de la elim inación crítica de nuestros errores. Sugiero que gran parte de la novedad, aunque no toda, de la evolución se puede interpretar com o el resultado de una especie de invención, debida al organism o, de un nuevo medio, de un nuevo nicho ecológico. (Véase mi sección 6 .) A hora bien, esa cosa increíble, la invención del lenguaje, equivale a un tipo com pletam ente nuevo de cam bio de la ecología. Por ejem ­ plo, con la invención del lenguaje, los sonidos se han dividido en asignificativos y significativos. N os vem os llevados a tratar de inter­ pretar incluso los sonidos naturales, los sonidos de los pájaros, etc., para tratar de ver si tienen o no significado, o si el trueno no es quizá cierto sonido producido por un dios con un significado preciso. De este m odo, toda nuestra ecología se torna anim ada y precisa un nuevo tipo de interpretación, interpretación en un nivel consciente, o más bien autoconsciente, de carácter lingüístico. Todo ello provoca la necesidad de interpretar nuestras percepciones no sólo en cuanto percepciones, sino en cuanto percepciones que pueden expresar cierto significado oculto tras ellas. En otras palabras, ha llevado a la invención de un tipo de m undo metafísico detrás de un m undo. Este es uno de los m ayores retos que el lenguaje representa para el hom ­ bre y que term ina por llevar finalm ente a la ciencia, que es un intento de descubrir un m undo detrás del m undo com parativam ente inm e­ diato de la percepción (que, naturalm ente, tam poco es realm ente in­ mediato, sino interpretado). Esto hace aparecer un nuevo nivel de interpretación, lo que, según creo, es uno de los m ayores retos que hayan conducido probablem ente al tipo de selección natural que ha llevado después al desarrollo del cerebro.

E. Sí, estoy de acuerdo en que hem os de pensar que la imaginación creadora ha aparecido m uy pronto en la hum anidad. Com o dice Dobzhansky, cuando la prim era autoconciencia apareció en la hum a­ nidad, estaba unida a la conciencia de la muerte. A ella estaba unido el terror a la existencia; no sólo la adm iración, sino tam bién el terror y el espanto. Las m entes creadoras de aquellos tiempos prim itivos tienen que haber luchado con esta nueva ilum inación, desarrollando los mitos del origen, de los que tenem os m uchos restos. En un m o­ m ento posterior, vinieron los mitos explicativos, gracias a otro m undo invisible en el que participaban todos, confiriendo así una especie de significado m ayor, un significado cósmico, a toda la vida de la sociedad prim itiva y al m undo entorno. Podem os conjeturar que esta visión religiosa debe de haber dado lugar al prim er pensa­ m iento artístico, im aginativo y creador. N o cabe duda de que el hom bre prim itivo debe haber necesitado algo de este tipo. No obs­ tante, los únicos elem entos de juicio que tenem os de tiempos muy prim itivos son los hábitos de enterram iento, en los que vem os que se estaba haciendo algo organizado en favor de los cuerpos muertos, aunque puede haberse tratado solam ente del resultado final. Antes de la cerem onia tiene que haber tenido lugar una buena dosis de conver­ saciones, pensam iento, imaginación, creación de mitos, etc. Pienso que estam os de acuerdo en que la construcción de mitos era uno de los grandes incentivos del hom bre y, por supuesto, los mitos exigían superiores realizaciones hum anas. Con la construcción de mitos y las superiores funciones hum anas, sobrevino el m ayor valor de supervivencia del hom bre prim itivo con un cerebro capaz de todo este pensam iento nuevo, imaginativo y creador. Las tribus con jefes de este jaez serían más efectivas a la hora de cazar, en la cohe­ sión social y en la guerra, que otras tribus que no estuviesen unifica­ das o cohesionadas con este tipo de pensam iento creador. Esto, una vez más, constituye un reto al cerebro en su historia evolutiva, con la selección natural desem peñando su función del m odo característico, aunque, por supuesto, a la vez, el desarrollo cultural se construyó sobre la base del cerebro que se había desarrollado por medios bioló­ gicos y por selección. Ambas, la evolución biológica y la cultural, actúan en cierto m odo juntas, ya que la cultura sum inistra la selec­ ción natural que elige el m ejor cerebro. P. El lenguaje produce sus propios problem as, sus propias tensiones, sus propios retos y, por tanto, su propia selección, tanto natural com o crítica. E. ¿Cómo retroceder y descubrir más cosas acerca del pasado?

Pienso que uno de los problem as más im portantes a que se enfrenta el hom bre al habérselas con su existencia presente es saber más acerca de cóm o llegó a encontrarse en su estado actual, y cuál fue su pasado, cuáles los retos del pasado y cóm o se enfrentó el hom bre prim itivo a tales desafíos. Pensaría, por tanto, que una de las grandes contribuciones al futuro de la hum anidad habrá de proceder de los arqueólogos que están estudiando, haciendo más viva y más intensa­ m ente com prensible la historia pasada de la hum anidad. Pienso ade­ más que necesitam os una evaluación detallada que retrotraiga la his­ toria de los hábitos de enterram iento de hace cien mil años a tiempos anteriores, con costum bres de enterram iento aún más primitivas. M uchos descubrim ientos nuevos y valiosos acabarán apareciendo con las excavaciones en los em plazam ientos arqueológicos. Hemos de recordar que la totalidad de la arqueología, que en tanta estim a tene­ mos, sólo tiene cien años y pico de antigüedad en sus descubrim ien­ tos, interpretaciones y explicaciones detalladas.

Diálogo IV

21 de setiem b re de 1974; 3.50 de la ta rd e P. En el M undo 3 hay que hacer varias distinciones o divisiones; por ejemplo, la división entre los producios de nuestra m ente en cuanto tales, que están allí en cierto sentido (tales com o teorem as bien cono­ cidos, digamos, o un cantar m uy conocido) y las consecuencias no buscadas y aún desconocidas de esos productos, que se pueden des­ cubrir. Pero hay otra cuestión que quizá debiéram os m encionar al com ienzo, a saber, el problem a del proceso efectivo de descubri­ miento. Pienso que el proceso de descubrim iento puede describirse com o una elaboración y, en cierto sentido una desviación, de la doctrina platónica según la cual vem os las ideas o form as con un ojo interior: las formas platónicas del M undo 3. (Véase mi sección 13.) Si querem os com prender una teoría, entonces pienso que la sim ­ ple contem plación de la m ism a no nos conduce a nada, por lo que a este respecto la teoría platónica de las ideas y de nuestra m anera de captarlas resulta insatisfactoria y ha de ser revisada. Lo que sugiero es que podem os captar una teoría tan sólo si tratam os de reinventarla o reconstruirla, así com o ensayando con la im aginación todas las con­ secuencias de la teoría que nos parezcan interesantes e importantes. La com prensión es un proceso activo y no la m era contem plación de un a cosa, esperando la ilum inación. Podría decirse que el proceso de com prensión y el proceso de producción actual de descubrim iento de objetos del M undo 3 son m uy similares. A m bos son procesos de construcción y com probación . 1 La visión ordinaria (y la «captación» de un objeto visual) tam poco se limita a ser una especie de proceso fotográfico, sino que constituye un proceso de interpretación y, com o tal, sin duda constituye un 1 El aspeclo de com probación consiste en el hecho de que ha de encajar en un marco, siendo ese marco lo que denom inam os M undo 3.

asunto de ensayo y error. No se debería establecer una com paración m uy estrecha con la fotografía en color, ya que es un proceso diná­ mico. Se trata de un proceso de interacción - u n proceso de tom a y d ac a- sim ilar a aquel con el que descubrim os los objetos del M undo 3. De hecho, yo diría que el modo en que descubrim os objetos del M undo 3 o «vemos» objetos del M undo 3, para utilizar un térm ino platónico, es una especie de película a cám ara lenta del modo en que se produce en el cerebro la visión o percepción. He llegado ahora a un punto en el que no tengo las cosas totalm ente claras, pero que me fascina; a saber, que toda la relación existente entre nosotros mismos -n u e stro yo consciente y el M undo 3 es algo que definitivam ente se desarrolla a una velocidad un tanto más lenta que el proceso cerebral norm al de interpretación. Eso puede que sea así debido a que en el cerebro están ocurriendo más cosas, aunque tengo para mí que hay más que eso, y que quizá se deba al hecho de que el trabajo es realm ente más difícil y bastante más abstracto, sin que se halle estre­ cham ente relacionado con los estímulos, tal com o ocurre en el tra­ bajo norm al de interpretación. Creo que si mi conjetura acerca de la existencia de una form a inferior de conciencia se desarrollase, podría­ mos descubrir que la conciencia inferior está también conectada con un retraso tem poral , 2 aunque quizá con un retraso de tiem po más breve que el de la conciencia superior. Quizá form e parle de la fun­ ción biológica de la conciencia inferior intervenir entre la percepción y la acción m otora retrasándola de algún modo. E. Me gusta la idea que acaba usted de desarrollar acerca de las gradaciones en los tiempos en los que ocurren los procesos cerebra­ les. Hay m uchas pruebas sobre ello ahora. En varios laboratorios se ha estado trabajando con gran perfección. En el capítulo E2 he puesto ejem plos de percepción consciente, aunque debería m encionar ah ora algunos ejem plos adicionales. En prim er lugar, sabem os que se produce un juicio más rápido del reconocim iento de un rostro que ya ha sido presentado y que más larde se puede elegir de entre un conjunto de caras m ediante los m ecanismos de tipo gestáltico del lóbulo tem poral derecho. Esto es m ucho más rápido que las opera­ ciones analíticas más verbales del lado izquierdo, por lo que es señal de que existe una m aquinaria especialm ente organizada y m uy efi­ ciente en algunas partes del cerebro, precisam ente para producir un rápido reconocim iento de im ágenes de un modo gestaltista. Hay varias m aneras de dem ostrarlo. Por ejem plo, si se da una sección com pleta del cuerpo calloso, esta función del hem isferio dere’ Cf. el capítulo E2. figs. 2 y 3.

cho queda fuera de juego por lo que respecta al cam po visual proce­ dente del lado derecho (cap. E5). El reconocim iento de rostros puede seguir produciéndose, aunque lleva más tiempo. El sujeto ha de ana­ lizar la imagen en partes, a fin de ver si este rostro es el m ismo que el que recuerda. M ira las orejas, las cejas, la nariz y dem ás partes, y habla consigo m ism o durante lodo el tiempo, m ostrando así que el hemisferio izquierdo está em pleando un m ecanism o de etiquetado verbal y no el m ecanism o gestaltista que utiliza el hemisferio dere­ cho. Creo que en este proceso podem os encontrar todo tipo de ni­ veles. Creo que no podem os sobreestim ar la m aravilla y com plejidad de las funciones del cerebro cuando se ocupa de operaciones basadas frecuentem ente en una buena dosis de conocim ientos técnicos en matemáticas, en lingüística o en pensam iento espacial, así com o en los desarrollos construidos sobre ellos. Este es el modo en que tene­ mos que considerar nuestro cerebro; y en el nivel de operaciones del M undo 3, com o es natural, lo estam os poniendo m áxim am ente a prueba. Las personas m uy entregadas a alguna actividad han de lu­ char y aceptar lodos los diversos rodeos y ramificaciones de pensa­ miento. Sus críticas pueden llevarlas a rechazar alguna teoría en la que han puesto una gran cantidad de esfuerzos mentales. Han de reconocer ese fallo y tratar, m ediante la im aginación creadora, de desarrollar y form ular nuevas y mejores explicaciones y teorías. Estos son los niveles en que se desarrollan las funciones intelectuales y artísticas superiores, ya que el gran arte se consigue de la m isma m anera que la gran ciencia. P. Tengo que señalar dos cosas sobre este tema. Antes que nada, acerca de los grandes lapsos de tiem po de la prolongada actividad de resolución de problem as; en otras palabras, la actividad cerebral y mental real. Pienso que estas cosas dependen esencialm ente del M undo 3. Incluso creo que dependen de nuestra experim entación con objetos del M undo 3 com o si fuesen cosas: más o menos, experi­ m entam os con ellos según el modelo de las cosas materiales. Esto explica en parte la m etáfora platónica de m irar y ver los objetos del M undo 3 y por qué se los considera análogos a las cosas, ya que las cosas constituyen nuestra m etáfora norm al de algo que posee dura­ ción. Es el carácter duradero de los objetos del M undo 3, los objetos en los que está anclado nuestro interés, el que subyace a la coheren­ cia de nuestros diversos esfuerzos y especialm ente a la de nuestros diferentes intentos de resolver el problem a. D urante tales intentos, hay algo que experim entam os com o objeto de pensam iento, y este objeto, el problem a que estudiam os, ha de experim entarse com o algo

duradero en el tiem po, com o una cosa material. Creo que ésta es la raíz de lo que llam am os hipostasiar. Es decir, creo que de algún m odo tenem os que hipostasiar todas nuestras ideas abstractas, ya que de otro m odo no podem os volver sobre ellas una y otra vez, siendo así que necesitamos esta duración en el tiempo. El segundo punto que deseaba señalar aquí es que, cuando digo que el yo está anclado en el M undo 3, quiero decir algo similar; a saber, que de hecho está anclado en una teoría del M undo 3, en la que nos visualizam os, por así decir, a nosotros m ismos com o algo duradero: casi com o una pieza de metal, por así decir. Nos visualiza­ mos a nosotros m ism os com o estando ahí ayer, antes de ayer y, providencialm ente, podrem os estar tam bién ahí m añana... a menos que nos o cu rra algo serio. Se trata de un tipo de hipóstasis del yo que nos ayuda en nuestra autocom prensión. Sabemos de sobra que el yo no es un a sustancia material, pero, por así decir, el espíritu no-m ate­ rial en la m áquina no constituye u n a m ala hipótesis, con cuya ayuda el yo puede alcanzar la com prensión del yo. En otras palabras, pienso que tal idea constituye una etapa casi necesaria, el estadio del espíritu, en la com prensión de nosotros m ism os en cuanto un yo, aunque, por supuesto, se trata de un estadio m uy burdo e ingenuo. Sin em bargo, n unca nos desprendem os de él por com pleto, así com o tam poco nos libram os prácticam ente nunca de nuestra hipóstasis. E. Plantea usted este problem a del espíritu en la m áquina y de Gilbert Ryle. Pronuncié las Conferencias W aynflete coincidiendo con el culm en de la influencia de El concepto de lo mental. En el Prefacio señalaba yo que no se hacía justicia al estado actual de nuestra com ­ prensión del cerebro en cuanto m áquina neuronal, sino que aún seguíam os hablando acerca del cerebro cartesiano con bom bas, vál­ vulas, tuberías y fluidos corriendo por ellas. Llegué a decir que las nuevas sutilezas y com plejidades que aún sólo se com prenden débil­ m ente ofrecían más bien el aspecto del tipo de m áquina que podría habitar efectivam ente un espíritu, trabajando con ella. No lo decía com pletam ente en serio, aunque pensaba que podría plantearlo ahora que usted m enciona esta m ism a idea, sea lo que sea lo que se quiere decir con la palabra espíritu. Por supuesto, esta idea del espíritu la utilizaba Ryle en un sentido burlesco, aunque en cierto m odo yo la acepté en parte con mi propia interpretación, ya que no resulta del todo mala. P. Me ha contado usted que más tarde se lo dijo a Ryle (y creo que se encuentra tam bién en su libro ) : 3 veam os prim ero cóm o es la m áquina antes de tom ar una decisión acerca de la función del espíritu.

Yo tengo una anécdota similar. Poco después de que se publicase el libro de Ryle, di una conferencia a una sociedad de estudiantes de Oxford en la que critiqué el libro de Ryle tratando de hacer un bosquejo alternativo del problem a del cuerpo y la mente. A parente­ mente, los estudiantes estaban m uy im presionados por Ryle, aunque siem pre decían que lo que yo afirm aba era exactam ente lo que Ryle hubiese dicho. Así, totalmente desesperado, dije: de acuerdo, haré u n a confesión, creo en el espíritu de la máquina. No podrán ustedes decir que eso es exactam ente lo que ha dicho Ryle. E. Karl, cuando hablaba usted de la m anera en que pensam os acerca de nosotros mismos, de nuestros problem as y de nuestros intentos de resolverlos, pensaba en otra actitud. Yo soy un científico práctico de un cam po aún no dem asiado sofisticado, sin matem áticas m uy poten­ tes. Cuando trato de form ular una teoría o un nuevo m odo de consi­ derar críticam ente todo un dom inio de resultados, pienso siem pre en térm inos de diagram as, frecuentem ente con propiedades dinámicas. Es decir, con la imaginación conjeturo imágenes dinám icas o m ode­ los de sucesos. Por supuesto, serán modelos burdos, pero aun así tengo que construir algo con el pensam iento a fin de tratar de habér­ melas con los resultados experim entales que trato de explicar. C o­ mienzo a dibujar diagram as para ver cóm o podría ser y form ulo teorías con alguna base esquem ática que he de adm itir que es im per­ fecta. Estos modelos simplificados me permiten desarrollar mi pensa­ miento conceptual y desarrollar después ulteriores experim entos con: trastadores. P. Este método diagram ático de tram ar hipótesis tal vez se pueda subsum ir bajo el térm ino construcción de modelos. Y el método de construir modelos simplificados es m uy conocido. En realidad, quizá sea el método más extendido de form ar teorías, aunque sin duda no es el único. Einstein, por ejemplo, describe un procedim iento de m anejar símbolos; no palabras, sino símbolos, que se relacionan en­ tre sí de un modo que al principio resulta bastante confuso, si bien se tornan progresivam ente más íntim am ente relacionados . 4 Este m étodo puede presentar también un elem ento esquemático, si bien creo que por la descripción que da de él, se diría que el elem ento esquem ático resulta com parativam ente poco im portante en este modo de pensar. Pero, por supuesto, los diagram as son especialm ente útiles cuando el problem a es en parte anatómico. 1 J. C. Eccles. The Neurophysiological Basis o f M ind[\ 953]: véase la página vi. 4 Véase Hadamard [1954], págs. 142 y sig.

E. Por supuesto, naturalm ente estoy de acuerdo con que eso en tér­ m inos de lo cual pienso y que construyo son modelos. Evidente­ mente, algunos son más anatóm icos que otros, m ientras que otros son más dinám icos, con vías de flujo o con gradientes. Se ha de m odelar la naturaleza para alcanzar alguna com prensión con nues­ tros esfuerzos dentro del alcance de la creatividad del M undo 3. P. Se precisan modelos ju n to con leyes anim adoras que indiquen cóm o operan los modelos. C onjuntam ente, constituyen una teoría y sum inistran una explicación y casi, com o si dijéram os, una copia del proceso natural. E. Hay un punto que creo que debería plantear ahora, dado que estam os dando vueltas en torno al cerebro, lo que constituye una parte de nuestro tem a central. C uando Karl m encionaba los modelos anatóm icos, naturalm ente, es eso lo que son. Q uería decir que es eso lo que deben ser, ya que, en todos los niveles de com prensión que nos son accesibles ahora, hem os de basarnos en la anatom ía. Lo que sabem os del sistem a nervioso es que está construido a base de unida­ des, neuronas, con propiedades estereotipadas. Están las neuronas excitadoras y las inhibidoras, tal com o se ha descrito en el capítulo E l. Se hallan unidas m ediante m ecanism os sinápticos que funcionan de un a m anera u otra, según sean excitadores o inhibidores, y natu­ ralm ente am bos poseen líneas convergentes y se ve cóm o están todos ellos en u na especie de red, si se quiere, que al final se habrá de poner en un a red n-dim ensional a fines de cóm puto. Si cada célula, diga­ mos. conecta con otras diez células y así a lo largo de toda una ordenación serial de quizá 1 0 0 conexiones, entram os en núm eros ingentes de elem entos estructurales de una red que en nuestro m o­ delo particular se calcularía en diez dim ensiones. Creo que este es un cam po realm ente fructífero para la aplicación de la geom etría n-dim ensional. Estoy seguro de que habrán de producirse m uchos resultados com o consecuencia de este cam bio de m odelos anatóm icos a modelos geométricos. La anatom ía lleva a la geometría. Las conexiones neuro­ nales tienen todas una form a, una estructura y un patrón. Al tratar de derivar algún tipo de com prensión teórica en el nivel del M undo 3 del sistema nervioso, hem os de desarrollar enorm em ente nuestra concepción de los patrones de espacio y tiem po, dado que el constructo básico sobre el que trabaja lodo el sistem a nervioso eslá for­ m ado por patrones. Podem os considerar el inm enso núm ero de posi­ bilidades de perm utación y com binación de asociaciones de células. En el cerebro hay un núm ero relativam ente lim itado de células, si

bien las oportunidades para los patrones, las potencialidades de patro­ nes, son enorm em ente m ayores que el núm ero de células. H abrá que desarrollar teorías de patrones especialmente para este fin. P. Me gustaría hacer una observación ulterior acerca del modo en el que el yo está anclado en el M undo 3. Creo que el m odo más simple y prim itivo de expresar lo que quiero decir es señalar que sin alguna teoría consciente acerca del sueño y la interrupción de nuestra con­ ciencia por el sueño, no podem os tener semiconciencia. Tam bién pienso que es aquí donde hem os de hacer otra consideración acerca del hincapié de Dobzhansky sobre la muerte-, a saber, que nuestra idea de la relación entre el sueño y la m uerte depende m uy clara­ mente de una teoría del M undo 3 que desem peña una función muy considerable en nuestra conciencia de la muerte. La teoría es que la m uerte está de algún modo relacionada con el sueño, o algo sem e­ jante al sueño, ya que entraña una pérdida de conciencia en algún sentido sim ilar al sueño, si bien es distinto: de alguna m anera, es algo final, aunque quizá de otra no lo sea. Estas cosas están, según creo, en la raíz de cualquier teoría de la m uerte, del sueño o de la autocon­ ciencia; y aquí, por supuesto, también hace su aparición una teoría acerca del tiempo. W horf, el famoso lingüista, ha dicho que los in­ dios hopi no tienen de hecho una idea o modelo del tiempo, tai com o la tenem os nosotros; es decir, del tiem po com o algo de algún modo semejante a un a coordenada espacial. Creo que realm ente hay algo de cierto en lo que dice W horf, aunque dudo que los indios hopi no tengan un a teoría abstracta del tiem po (W horf niega que los hopi tengan en absoluto una idea abstracta del tiempo). Pienso que han de tener una idea del sueño, de caer dorm idos, de despertar de nuevo y de la repetición de estos procesos, y yo diría que tales ideas abstractas son fundam entales tanto para nuestro sentido del tiem po com o para el suyo. En cualquier caso, pase lo que pase con los hopi según W horf, estas ideas están ancladas en el lenguaje; nuestros lenguajes occidentales tienen tiem pos verbales y la idea de tiem po está natural­ m ente im plicada por la idea de tiem pos verbales. E. Me gustaría hablar un poco sobre la función de la im aginación en nuestra form ulación de teorías, en nuestra explicación de los fenóm e­ nos, en nuestra construcción del M undo 3. La im aginación parece ser un proceso de pensam iento activo que explora, rechaza, explora de nuevo, tratando continuam ente de crear una nueva síntesis, una nueva com prensión, alguna brecha en nuestros conceptos. Parecen existir varias vías que llevan al éxito. El modo que yo consideraría de m ayor im portancia consiste en llenar la mente con todas las hipótesis.

ideas, resultados, experim entos y explicaciones. De un m odo u otro, se siente cóm o se acum ula la tensión y, si se em pieza a escribir, se nota cóm o com ienzan a acudir nuevas ideas en busca de expresión. Por supuesto, puede que haya que rechazarlas, en caso de que que­ den refutadas por los conocim ientos existentes. Con todo, se tiene la im presión de que algo sucede en un determ inado estadio de pensa­ m iento acerca del tem a - u n pensam iento intenso acerca de é l- y de que la im aginación acabará triunfando y alcanzando un nuevo nivel de com prensión. En este m om ento, estoy luchando a este respecto con este gran problem a del yo y su cerebro. Tengo el sentim iento de que mi m ente está en tensión. He leído ahora una gran cantidad de cosas por lo que respecta a la neurología, y una buena dosis de cosas de tipo antropo­ lógico y filosófico, y adem ás hem os m antenido todas estas discusio­ nes. Com o consecuencia de ello, tengo perpetuam ente el sentim iento de que algo puede surgir. Q uiero decir que se puede sentir la presen­ cia de un poco de luz al final del túnel, o la llegada de algún destello de com prensión. Yo sé, por supuesto, que no hay ninguna garantía de que llegue, pero ya he alcanzado este estado de expectativa de que algo o cu rrirá en mi im aginación, portando el germ en de la verdad de este cam po tan difícil. Por supuesto, ya sé que no habrá una solución definitiva en este difícil problem a y que hem os de ser m odestos en nuestras expectativas. Si sólo podem os alcanzar u n a pequeña visión, alguna arista de este gran problem a, algún asidero adonde agarrar­ nos, donde hacernos con alguna com prensión, entonces eso nos ani­ m ará y proseguirem os en esas direcciones pasando de u n a posición a otra. Ya ve usted que tengo el sentim iento de que hay algunos descu­ brim ientos desafiantes que aún no hem os asim ilado plenam ente. Está el problem a de la com isurotom ía de Sperry y de cóm o puede el hem isferio derecho hacer esas cosas tan sofisticadas e inteligentes, com o se describe en el capítulo E5. N aturalm ente, no podría haberlas hecho si no hubiese estado entroncado originalm ente con todo el cerebro en todos los procesos aprendidos del pasado. U n a vez que se practica la com isurotom ía, el hem isferio derecho tiene que arreglárse­ las solo, podríam os decir, por lo que respecta a las conexiones cere­ brales, aunque conserva consigo todas las habilidades recordadas que puede desplegar en la reconstrucción de la historieta de dibujos que tanto le im presionaba. Estoy com pletam ente seguro de que eso no hubiera ocurrido si el cerebro se hubiese encontrado dividido desde el com ienzo de la infancia, antes de que el sujeto hubiese tenido nunca experiencia de esas tiras de dibujos. En tal caso, ese hem isferio derecho hubiera sido eternam ente un cerebro ingenuo; sin em bargo.

antes de la com isurotom ía, se había convertido ya en un cerebro adulto sofisticado. Creo que en este caso era ya un adolescente de 14 años cuando se realizó la com isurotom ía. Lleva consigo todo su pasado, y por eso también lleva algunas capacidades lingüísticas pri­ mitivas. Algunos de los aspectos más desafiantes de este problem a acerca de cóm o los acontecim ientos cerebrales nos sum inistran autoconciencia se producen cuando m anipulam os acontecim ientos de un nivel más sofisticado. Por ejemplo, lómese la siguiente situación. Estam os escuchando música. Com o ya he explicado (cf. los capítulos E2, E4. E 6 ), esto se produce mediante la m aquinaria auditiva y se elabora en prim er lugar en el lóbulo tem poral derecho. Se puede im aginar que se em ­ plea una gran cantidad de experiencia de todo nuestro conocim iento y habilidades aprendidas, a fin de sum inistrarnos el análisis y síntesis pleno, lodo el sentido de la perfección de la ejecución, las sucesiones de tiempos, las melodías, las arm onías y todo lo demás, en una secuencia temporal. Sería m uy grato que la conciencia estuviese aso­ ciada con los em plazam ientos reales en los que se desarrollan todas las operaciones neuronales increíblemente complejas, con su base en el aprendizaje del pasado, con los recuerdos y toda la estructura que se halla genéticam ente incorporada a esa área, sum inistrando las ca­ pacidades iniciales de apreciación musical. El lóbulo tem poral dere­ cho es dicha área, y con todo, según los resultados de la operación de Sperry consistente en cortar el cuerpo calloso, la autoconciencia del sujeto tan sólo se encuentra en el hemisferio izquierdo, el dom inante. Se supone que, en estas condiciones, estos sujetos desgraciadamente com isurotom izados habrán perdido virtualm ente todo su juicio y ca­ pacidad de apreciación y evaluación de la música. Quizá sea así, aunque es difícil de em itir un juicio, dado que en los casos que yo he conocido probablem ente se daba una capacidad musical m uy pe­ queña y, que yo sepa, aún no se ha contrastado este aspecto. P. ¿Por qué no aplicar a algunos músicos la técnica de W ada? E. Pregunta usted si podem os poner esto a prueba con la técnica de W ada de inyectar en la arteria carótida izquierda o derecha, en cuyo caso, con un poco de suerte, podem os dejar fuera de juego uno u otro hemisferio durante determ inado período limitado de tiempo. Que yo sepa, tam poco se ha puesto aún a prueba este procedim iento. El problem a de la prueba de W ada es que conlleva un considerable riesgo. No se desea utilizarla indiscrim inadam ente. En la actualidad, esas pruebas sólo se em plean cuando son necesarias para descubrir si hay lenguaje en el hem isferio izquierdo o derecho, ya que ello orienta

al cirujano respecto a qué partes del hemisferio cerebral puede quitar. Supongo que el test de W ada podría usarse con más provecho. C uando se sum inistra a los sujetos, podría llevarse a cabo una investi­ gación más detallada durante los pocos segundos que dura su acción. Tendrían que ser experim entos m uy bien diseñados. P. Jack, acaba usted de m encionar la im portancia de la imaginación y creo que está usted en lo cierto. No se puede sobreestim ar la im portancia de la im aginación. A hora bien, creo que el com ienzo de la im aginación se debe casi con toda certeza al lenguaje. Por su­ puesto, está tam bién la im aginación que m uestra, por ejemplo, un pintor, pero creo que la pintura es en gran m edida ilustrativa, al m enos en sus comienzos. Sigue siendo así en gran m edida en el caso de la pintura m uy evolucionada, com o las obras de los grandes m aes­ tros, y quizá se haya originado al comienzo en los diagram as que se trazan algunas veces para ilustrar una historia. Quizá merezca la pena que reúna mis sugerencias prim eras acerca de que el com ienzo de la im aginación quizá se retrotraiga al origen del lenguaje descriptivo y de las mentiras. De las pruebas con m onos realizadas por Kóhler se desprende que la im aginación, incluso la de los m onos, es extrem ada­ m ente débil. Creo que por esta razón es m uy poco probable que los m onos tengan un lenguaje descriptivo. E. Respecto a este problem a de la im aginación anim al, puedo contar cóm o se puede som eter a prueba la im aginación en un nivel m uy simple. Me refiero a los experim entos de lo que se denom ina transfe­ rencia transm odal. Es decir, se puede contrastar si se identifica com o el m ismo objeto el que se ve con la visión exclusivam ente y luego se palpa con la m ano en la oscuridad. Puede hacerse, por ejem plo, con un tetraedro o alguna otra form a geom étrica, o bien con un plátano, aunque puede ser cualquier cosa con una form a simple reconocible. Lo visto y lo palpado lo identifican incluso los niños m uy pequeños. A hora bien, en los experim entos sobre transferencia transm odal en m onos, debidos a Ettlinger y Blackmore, no se obtuvo ningún éxito en absoluto (cf. cap. E 6 ). Podían entrenarse los m onos para que respondiesen de la m anera apropiada a objetos vistos, condicionándo­ los a que realizasen las respuestas apropiadas cuando los viesen, pero no eran capaces de dar esa respuesta cuando no los veían, sino que sim plem ente los palpaban. El objeto palpado no les sum inistraba la señal que provocaba el objeto visto. Estos anim ales eslán notoria­ m ente bien dotados de sensibilidad en am bos respectos, de modo que no se trabaja con sentidos débiles. Esta prueba transm odal es para mí una prueba de la im aginación, ya que el sujeto que ve un objeto ha

de im aginarlo a fin de identificarlo mediante el tacto. Por supuesto, se trata de un bajo nivel de im aginación; es el único nivel que se puede ensayar con anim ales, e incluso ese puede ser dem asiado duro para ellos. Creo que debem os de ensayar pruebas de im aginación que com iencen en un nivel sencillo y que puedan hacerse luego más sofisticadas.

Diálogo V

22 de se tie m b re d e 1974; 10 de la m a ñ a n a E. R ecordará usted, Karl, que la noche pasada, cuando estábam os dando nuestro paseo enfrascados en nuestra discusión peripatética, planteó usted una im portantísim a crítica de la cuestión que estaba desarrollando yo. Brevemente, mi tesis era que debíam os considerar que los acontecim ientos cerebrales sum inistraban una respuesta inte­ grada com pleta al conjunto de las entradas sensoriales y de todo el pasado recordado. Además, en esa com plejidad integrada, teníam os, por así decir, todas las realizaciones hum anas. El punto siguiente era que la m ente autoconsciente se lim itaba sim plem ente a interpretar este conjunto neuronal integrado. En ello resultaba más bien pasiva; no se ocupaba de modificarlo, sino que lo tom aba tal com o venía presentado por la m aquinaria neuronal en la operación espaciotemporal organizada. Su advertencia de que con tal m anera de enfocar las cosas me vería atrapado en el paralelism o me preocupó, ya que podía ver que, si la m ente autoconsciente no hiciese m ás que inter­ pretar las realizaciones de la m aquinaria neuronal, ciertam ente esa sería u n a postura paralelista. Por supuesto, podría salvarla un tanto diciendo que la acción de la voluntad puede representar una reacción de la m ente autoconsciente sobre la m aquinaria nerviosa, aunque esa me parece u n a salida m uy poco adecuada. Por tanto, volví sobre el problem a a la luz de esta crítica y llegué a la conclusión de que me había equivocado al tratar de dar cuenta de toda la función integradora en térm inos de la m aquinaria nerviosa. Me di cuenta de que eso no era necesario. De hecho, tenem os dos niveles de integración en las realizaciones ordinarias que experim en­ tamos.

La primera es la integración suministrada por nuestras acciones en los movimientos; esto es, los movimientos de todo el organismo, correlacionados y organizados para suministrar las respuestas apro­

piadas. Hay un a unidad de expresión, y eso es algo con lo que estam os familiarizados. Desde la perspectiva m aterialista-monista, puede tratarse de u n a explicación com pleta, u n a explicación conduc­ tista de la unidad operacional de u n a persona viva. Frente a ello, tenem os la otra unidad que constituye nuestra unidad experim ental, y ahí se puede ver la dicotomía. Considerem os entonces la hipótesis de que la mente autocons­ ciente no se limita a ocuparse pasivam ente en una operación interpre­ tativa de los acontecim ientos neurales, sino que desem peña una ope­ ración de búsqueda activa. Ante ella, se despliega o presenta conti­ nuam ente la totalidad de los complejos procesos nerviosos y de acuerdo con nuestra atención y la elección e interés o tendencia, puede hacer una selección de ese conjunto de operaciones del cerebro de relación buscando ahora esto, ahora aquello, y m ezclando los resultados de las interpretaciones de m uchas áreas diferentes del cere­ bro de relación. De este modo, la mente autoconsciente consigue la unidad de la experiencia. Com o usted ve, esta hipótesis confiere un papel principal a la acción de la mente autoconsciente, una acción de selección, búsqueda y descubrim iento, así com o de integración. La m aquinaria nerviosa está ahí com o un medio siem pre cam biante y multicomplejo en el espacio y en el tiempo. Está ahí para todas las operaciones de la mente autoconsciente. Esa es, creo, la esencia de mi tesis. Hay m uchos m ás desarrollos a partir de ella, pero quería decirle que su crítica durante nuestra discusión peripatética m e ha llevado a repensar la cuestión de esta m anera. Creo que se trata de un aleja­ m iento radical de cuanto se ha definido con precisión en el pasado y que se presta ahora incluso a investigación experim ental, com o con­ taré más adelante. P. Estoy muy interesado en lo que usted dice. Pienso que los límites del paralelismo, si puedo decirlo así, son m uy interesantes. No cabe duda de que ciertos aspectos del paralelismo son válidos; pero el paralelismo tiene límites m uy graves, y es ahí donde la interacción tiene lugar, donde algo com pletam ente diferente del sistema físico actúa de algún modo sobre el sistema físico. No cabe duda de que esto está conectado con el problem a de la integración. Tam bién me he sentido m uy satisfecho con el hincapié que usted hace en la actividad, dado que, com o usted sabe por mi interés en el gatito de la góndola de los experim entos de Hein y Held (cf. cap. E 8 ), también yo siento que la actividad es m uy im portante y que el yo consciente es m uy activo. Incluso si se limita a contem plar, contem ­ pla activamente. Creo que es m uy im portante subrayar la acción.

Tam bién puedo hacer referencia a la teoría de la m ente com o un reflector . 1 Tam bién me gustaría añadir otra cuestión, a saber, que en cierto modo, la m ente autoconsciente posee una personalidad, algo así com o un ethos o un carácter m oral, siendo en parte producto de acciones pasadas. Hasta cierto punto, la personalidad se form a real­ m ente a sí m ism a activamente. Hay que adm itir que puede estar parcialm ente preform ada por la genética. M as creo que am bos pensa­ mos que no es esa toda la historia y que una gran parte de la form a­ ción se consigue realm ente por las acciones libres de la propia per­ sona. La personalidad es en parte un producto de sus propias accio­ nes libres del pasado. A hora bien, se trata de una idea im portante, aunque m uy difícil. Quizá se pudiese intentar com prenderla conside­ rando que el cerebro está de hecho form ado en parte por estas accio­ nes de la personalidad y del yo. Es decir, puede considerarse que la parte del cerebro form ada por la m em oria es en parte un producto del yo. Es en parte por esta idea por lo que sugiero que sustituyam os el título de nuestro libro, E l yo y el cerebro, por E l yo y su cerebro. E. Hay un a idea m uy im portante que se desprende de estos nuevos desarrollos. N o sólo tenem os a la mente autoconsciente interpretando activam ente el gran m uestrario de realizaciones nerviosas de las áreas de relación, sino que tam bién hem os de reconocer que dicha activi­ dad tiene u na retroalim entación, no siendo m eram ente receptora. Tam bién da o actúa. Q uisiera pensar que en cierto sentido se produce continuam ente un tom a y daca en este proceso activo, en este pro­ ceso de selección. Karl, me gustaría tom ar su idea de que el m undo físico está abierto en ciertos lugares y pensar que podam os proponer que en algunos em plazam ientos únicos del cerebro se tiene abierto el m undo físico. Podem os conjeturár que esas áreas cerebrales poseen esta propiedad de la apertura debido a un sutil diseño y equilibrio en sus características operatorias. A hora bien, esta interacción es un proceso de ida y vuelta; la m ente autoconsciente recibe y desarrolla sus experiencias en toda su am plia búsqueda y selección por el cere­ bro de relación. Pero tam bién reacciona, y com o recibe, así da. De este m odo, producirá cam bios en las realizaciones del cerebro y, a m edida que mezcle, m ueva y arm onice dichas realizaciones, term ina­ rán estabilizándose, si se m anipulan lo suficiente, en circuitos cere­ brales que se pueden relacionar con los recuerdos, tal com o se señala en el capítulo E 8 . Así pues, se puede decir que la m ente auioconsciente está contribuyendo de hecho a la m odelación de los circuitos 'V éase mi [1972 (a)]. Apéndice.

del alm acenam iento de m em oria del cerebro. Estos alm acenam ientos de m ém oria no están sim plem ente a disposición de todas las entradas perceptivas inmediatas. Al m ism o tiem po, están a disposición de la tota­ lidad del m undo percibido y del m undo del pensam iento y la im agina­ ción que constituye nuestro yo, el m undo de la m ente autoconsciente. Creo que es de la m ayor im portancia que poseam os esta retroalimentación. Si hubiese de proseguir con este tem a durante algún m o­ mento, habría de decir que un pequeño elem ento de esta retroalim entación de la m ente autoconsciente al cerebro consigue suscitar aconte­ cim ientos mecánicos en el m undo exterior por medio de músculos que m ueven articulaciones y /o que causan el habla y demás, tal com o se explica en los capítulos E3 y E4. No obstante, yo diría que hem os de considerar los m ovim ientos voluntarios tan sólo com o un pequeño com ponente, un com ponente especializado, de las realiza­ ciones totales de la mente autoconsciente al reelaborar y controlar los procesos cerebrales. C onjeturam os que todas las realizaciones intelectuales, artísticas, creadoras e im aginativas de la mente autoconsciente no resultan sim ­ plem ente de una interpretación pasiva de los acontecim ientos cere­ brales. La mente autoconsciente se ocupa activam ente de la opera­ ción trem endam ente sutil y trascendente de seleccionar, organizar e integrar estas interpretaciones. Es la instigadora de los procesos cere­ brales necesarios para la interpretación. Los procesos cerebrales, a su vez, se pueden estabilizar en un proceso de m em oria que se pueda recobrar com o recuerdo por orden de la mente autoconsciente. Creo que hacem os eso continuam ente. C uando hacem os algo, diciéndonos a nosotros mismos que hem os de recordar eso, actuam os sobre el cerebro de m anera que los circuitos neuronales puedan construir lo que perm ita una recuperación en una etapa posterior. Además, se puede disponer de algún tipo de recuerdo asociativo que perm ita efectuar la recuperación adecuada. De este modo, conferim os a la mente autoconsciente un rango inm enso de acciones, acciones realm ente efectivas, no pasivas com o en el paralelismo, en el epifenom enalism o y todas las demás teorías semejantes, com o la de la identidad psiconeural, el biperspectivismo, el doble aspecto, etc. Por el contrario, conferim os ahora a la mente autoconsciente una función m aestra en su relación con el cerebro. En varias publicaciones recientes. Sperry ha expresado una idea similar; a saber, que los acontecim ientos mentales se ocupan activam ente en dar y recibir por lo que respecta al cerebro. Incluso llega a decir que ello da razón de que la mente consciente haya evolucionado. P. Perm ítam e añadir algo a todo esto. Creo que es com pletam ente

erróneo considerar a la m em oria com o una especie de película cine­ m atográfica o de televisión de las experiencias perceptivas. Obvia­ m ente, la acción es m uy im portante para la m em oria. Si, por ejem ­ plo, recordam os cóm o hem os aprendido a tocar el piano, se trata com pletam ente del aprendizaje de un cierto m odo de acción. A de­ más, el aprendizaje de este m odo de acción es un logro típico de la m em oria del m ism o tipo que si ejecutam os al piano una com posición y som os luego capaces de repetirla sin ninguna ayuda, totalm ente de m em oria. Así pues, el elem ento de m em oria resulta extrem adam ente im portante y, dado que la acción es cuestión del carácter m oral y de su voluntad, está m uy claro que nuestro cerebro es, al m enos en parte, el producto de nuestra mente. E. Puedo ir aún más lejos en esta interacción de la m ente autocons­ ciente y la m aquinaria nerviosa. Desde el punto de vista paralelista, hay una interrelación com pletam ente rígida en la interpretación p u ra­ m ente pasiva. Creo que hem os de ser ahora m ucho más abiertos en nuestras ideas. Hay una coherencia; es decir, las operaciones de la m aquinaria nerviosa son coherentes con lo que la m ente autocons­ ciente halla aquí y allí, si bien no se limita a una zona restringida o a toda la zona. Puede elegir. Selecciona a voluntad, podríam os decir, entre toda la diversidad de la m aquinaria nerviosa en cada m om ento. Quizá se pueda pensar que eso es un derroche, que se dispone de una trem enda cantidad de acción cerebral que nunca consigue llegar a experim entarse en la conciencia y que no se alm acena en la m em oria. Se pierde irrem ediablem ente, sin que se pueda recuperar; mas eso es, naturalm ente, extrem adam ente im portante. La m ente autoconsciente ha de seleccionar. Q uedaríam os sobrecargados de inform ación si en todo m om ento hubiésem os de tener noticia de todo lo que se vierte a través de todos los sentidos. Esta es quizá una de las im portantísim as razones por las cuales opera la m ente autoconsciente y su evolución, si es que hay conciencia en los animales. Sum inistra u n a selección o preferencia de las operaciones totales de la m aquinaria nerviosa. A hora bien, otro punto que deseaba tocar aquí es que en la inte­ racción entre la m ente autoconsciente y los sucesos m entales tenem os un cam po enorm em ente rico para nuevos pensam ientos y nuevas investigaciones experim entales. Hem os de im aginar tam bién que som os capaces de jugar con el futuro y con el pasado. La mente autoconsciente no se encuentra atrapada por los sucesos inm ediatos que se desarrollan en el cerebro, sino que continuam ente los juzga y piensa en ellos en relación con los acontecim ientos pasados y con la anticipación de los sucesos futuros. U no de los ejem plos más senci­ llos que se me ocurren se relaciona con la música. C uando escucha­

mos m úsica conocida, no sólo m ezclamos las notas o arm onías inm e­ diatam ente percibidas con el pasado, que aún m antenem os en la m em oria para sum inistrar cierta unidad de melodía, sino que tam ­ bién anticipam os el futuro, todo lo cual nos sum inistra una experien­ cia única que no podría haber tenido lugar basándose tan sólo en la m aquinaria nerviosa. La m ente autoconsciente m uestra de este modo su capacidad para elevarse por sobre la m era coherencia con los patrones neurales tal com o son en un m om ento determ inado. Creo que eso nos perm ite una flexibilidad en el m anejo de las operaciones cerebrales, por el modo en que nuestra mente puede vagar sobre ellas, sacando sus recursos del pasado y construyendo el futuro. P. Me ha interesado m ucho lo que ha dicho usted de la música. Es im portante, por ejemplo, al aprender a tocar el piano o al aprender a ejecutar al piano una partitura, que el proceso consciente de ensayo se torne inconsciente. La m ente autoconsciente se ve sustitutida por u na m em oria hábil en un nivel com pletam ente fisiológico que ya no precisa atención consciente, pudiendo resultar desastrosam ente per­ turbada si de pronto le prestam os atención conscientem ente. Algunas veces la atención consciente interfiere positivam ente, pero otras veces lo hace negativamente. Deseo subrayar la gran significación de la m em oria de acciones y habilidades . 2 U na de las partes más im portan­ tes del alm acenam iento de m em oria (de la m em oria adquirida) es el recuerdo de acciones que ejemplifican habilidades, adquiridas, la m e­ m oria de saber cóm o hacer algo, m ás bien que sim plem ente la m e­ m oria de saber que tal o cual. Tenem os, por así decir, aparatos com ­ pletam ente distintos para una habilidad que hem os adquirido y para u n a habilidad que está en proceso de adquisición con la ayuda de la atención consciente hacia algunas acciones. Se trata del proceso m e­ diante el que im prim im os nuestras actividades en nuestro cerebro, entre las cuales están, por supuesto, los rasgos de nuestra personali­ dad que tam bién están im presos en el cerebro. E. Hay algo m uy im portante en las relaciones de tiem po de la mente autoconsciente con respecto a los acontecim ientos nerviosos. Ya he descrito en el capítulo E2 un experim ento de Libet que le im pulsó a desarrollar la hipótesis del adelantam iento. Las actividades corticales evocadas por un estím ulo agudo en la m ano, en el caso de sujetos hum anos conscientes, em plearon hasta m edio segundo en crear el nivel necesario para producir la conciencia. Sin em bargo, el sujeto lo adelantaba en su experiencia hasta un m om ento que coincidía con el 2 Véase también mi sección 41.

m om ento de llegada del mensaje desde la periferia a la corteza cere­ bral, lo que puede producirse casi medio segundo antes. Se trata de un acontecim iento extraordinario, que no hay m odo de explicar m e­ diante las operaciones de la m aquinaria nerviosa. Sencillam ente, ha de explicarse por el m odo en que la mente autoconsciente se hace conocedora del acontecim iento periférico, interpretando la m aquina­ ria nerviosa cuando sus respuestas se han desarrollado hasta el nivel necesario de tam año y de acción. El segundo punto es que sabemos, por los estudios de K ornhuber y otros (capítulo E3) que, cuando se desea una acción, no se desenca­ dena inm ediatam ente, sino que también en este caso la m ente autoconsciente trabaja sobre la m aquinaria nerviosa en am plias áreas del cerebro, m oldeando gradualm ente sus patrones y cam biándolos acti­ vam ente. Así, la operación nerviosa en patrones term ina instalándose en las células piram idales adecuadas de la corteza m otora, a fin de producir la acción deseada. Todo este proceso em plea aproxim ada­ m ente 0 , 8 segundos y, por consiguiente, se puede calibrar la increíble com plejidad de los acontecim ientos que tienen lugar. Se trata, una vez más, de una influencia activa de la mente autoconsciente sobre la m aquinaria nerviosa. De estos hallazgos extraigo la conjetura de que no hay una rela­ ción unitaria y simple entre los sucesos nerviosos y la mente autoconsciente. La m ente autoconsciente sólo tiene un efecto sobre el cerebro cuando éste se halla en estados especiales de actividad diná­ m ica altam ente integrada lo que. por supuesto, lleva al problem a del sueño y la inconsciencia, del com a y las convulsiones. Bajo tales condiciones, no hay autoconsciencia. Se puede conjeturar que la m a­ quinaria nerviosa no opera en un nivel en el que la m ente autocons­ ciente puede entrar en conexión con ella. Este será el tem a de poste­ riores discusiones, habiéndose considerado ya en el capítulo E7. P. En cierto m odo, se podría decir que la mente no sólo descodifica la inform ación cifrada, por ejemplo, la relativa al cam po visual, reci­ bida desde la retina y demás, sino que tam bién trata de interpretar inm ediatam ente a partir de ella el estado del m undo, en tanto en cuanto verse sobre el organism o en cuestión. Pienso que en este sentido hay algo de verdad en el realismo ingenuo o, si no se quiere denom inar realism o ingenuo, se le puede llam ar directam ente rea­ lismo. Es decir, el cerebro trata de obtener directam ente una visión de la situación del m undo exterior pertinente para el organism o. Además, no se trata sim plem ente de una percepción o Gestalt o algo por el estilo: es ella m ism a una actividad y en cierto sentido form a parte de la preparación de la acción futura, tanto por lo que respecta

al m ovim iento que está a punto de realizar, com o a este tipo de acción consistente en el desarrollo de expectativas sobre el futuro, especialmente sobre el futuro desarrollo de la situación del organism o en el m undo externo. E. Estoy m uy de acuerdo en que nuestra m ente autoconsciente no interpreta en el cerebro nada simple y unitario. Estoy seguro de que la tarea consiste en extraer del cerebro una inm ensa realización inte­ grada. Llevando las cosas al otro extrem o, sería com pletam ente ab­ surdo pensar que la m ente autoconsciente prestase alguna atención a la descarga de una célula nerviosa particular. Apenas hay algún inte­ rés en ello, ya que casi no hay inform ación alguna en la descarga de una célula. Es la operación com unitaria colectiva de un gran núm ero de neuronas lo que ha de constituir la base de la interpretación. P. Pienso que ha de distinguir usted esto de la teoría del campo. E. Estoy com pletam ente de acuerdo. Se trata de algo m uy distinto de la teoría del cam po de la Gestalt o de la teoría del m icrocam po de Pribram . A hora no hablam os de campos, sino de nuevos desarrollos operatorios en lo que podem os denom inar los módulos. Szentágothai ha constatado que la organización de la corteza cerebral consiste en m ultitud de m ódulos verticalm ente orientados, cada uno de los cuales tiene un ensam blaje com plejam ente organizado de algunos miles de neuronas (capítulo E l). Ha considerado a los m ódulos com o un microcircuito electrónico integrado, aunque m ucho más complicado. Este ensam blaje neuronal com plejo, integrado, en operación diná­ mica es el que, según pienso, está sum inistrando algo interesante a la mente autoconsciente. Pero aún surge un problema: ¿A qué presta atención de hecho la mente autoconsciente? ¿Cuál es la naturaleza de las actividades neuronales? ¿Se trata de la descarga de algunas células nerviosas o de la acción conjunta unida de las células nerviosas? Es algo que hem os de discutir más en extenso. P. Ha hablado usted m uy correctam ente de lo que la mente inter­ preta de la actividad del sistema nervioso. Me gustaría considerar más en detalle el térm ino «interpreta» o «lee». C uando leemos un libro, enseguida nos hacem os com pletam ente inconscientes de las letras e incluso de las form as de las palabras que vemos, y la m ente com ienza a interpretar o leer el significado directam ente; el significado en cuanto tal. Por supuesto, también leemos las palabras, aunque sólo en contexto y com o portadoras de un significado. Pienso que esto es m uy sim ilar probablem ente al proceso que usted describe. En la

percepción, leemos el significado del patrón de descarga neuronal del cerebro, y el significado del patrón de descarga neuronal del cerebro es, com o si dijéram os, la situación del m undo externo que tratam os de percibir. E. C uando pensam os más detenidam ente en lo que la m ente autoconsciente lee o interpreta, podem os considerar el m ódulo con su m icroejecución integrada de patrones neuronales. Se trata de algo sobre lo que aún ignoram os m uchas cosas, si bien podem os recurrir a nuestra im aginación en este respecto (cf. el capítulo E l). Podem os conjeturar que el m ódulo con 1 0 0 0 0 células nerviosas no es una estructura simple. Posee una vida interior activa con mezcla de neu­ ronas excitadoras e inhibitorias. Posee dos niveles de operación, un nivel superficial (las lám inas I y II), y un nivel m ás profundo (las lám inas III a VI), que opera con más fuerza. El m ódulo podría ser un a estructura especialm ente diseñada con la que el m undo físico, el M undo 1, consigue estar abierto al m undo de la mente, el M undo 2. Creo que esto se halla implícito en nuestra hipótesis. Debe existir una estructura y acción neuronal especial que perm ita que se establezca este nexo y que opera en am bos sentidos. Si hubiésem os de llevar la analogía m uy lejos, podríam os asim ilar el m ódulo a un transm isorreceptor de radio que funcione no sólo para transm itir a la mente, la m ente autoconsciente, sino tam bién para recibir sus mensajes. Pienso que esta idea es valiosa, porque creo, com o hem os dicho antes, que hem os de subrayar que la acción se produce continuam ente en am bas direcciones. Pienso que la mente autoconsciente no se lim ita a recibir pasivam ente, sino que trabaja activamente. C uando recibe, ejerce aún más actividad en el control del funcionam iento de la m aquinaria nerviosa. Se da en m archa una operación siempre cam biante de la m ente sobre el cerebro y, por tanto, hem os de pensar que hay u n a notable apertura del sistem a físico del cerebro. Supongo que habrem os de seguir considerando esto en térm inos reduccionistas com o un sistem a puram ente físico, aunque con la apertura a la m ente autoconsciente. A unque no esté siem pre abierto, al menos lo está en ciertos estados especiales. C uando estam os dorm idos, no está abierto, así com o tam ­ poco cuando estam os anestesiados o cuando nos hallam os en com a profundo o con un fuerte golpe en la cabeza. Pero en condiciones de vigilia norm ales, se halla abierto y se podría decir que ahí reside todo el problem a de nuestro libro. P. Tengo un a buena cantidad de preguntas que me gustaría plantear. En prim er lugar, una pregunta acerca del estado actual de esta hipó­

tesis que estam os discutiendo. Supongo que usted rechazaría ahora por com pleto la idea de que en el centro visual haya una región en la que se proyectan por así decir las imágenes visuales de un modo topológicam ente correcto, si no m étricamente correcto. Es decir, us­ ted rechazaría la teoría de la existencia de un a proyección desde la retina a dicho centro. Esta teoría es una idea típicam ente paralelista y, si se aceptase, llevaría a un nuevo problem a; a saber, cóm o se inter­ preta ahora esta imagen. Y, por así decir, no habríam os hecho más que desplazar el problem a original un paso m ás allá. A hora bien, supongo que fundam entalm ente la codificación es una codificación en el tiem po, sem ejante a la codificación recibida en un receptor de televisión, que recibe una imagen com o una sucesión puram ente tem poral de señales . 3 Asim ism o, quizá la codificación que lleva al yo consciente sea u na codificación esencialm ente tem poral, y quizá no en el espacio en absoluto. Todas estas cuestiones son, por supuesto, un tanto burdas, aunque creo que m erece la pena plantearlas. ¿Están claras mis preguntas? E. La pregunta se form ula respecto a la percepción de un cuadro que contem plam os, un paisaje o lo que sea: ¿cómo se arm a de nuevo, después de que haya sido despiezado en la retina? En la retina tene­ mos la imagen proyectada, pero para su transm isión y m anejo ha de descom ponerse toda ella en un mosaico codificado en las frecuencias de descarga del millón aproxim ado de fibras nerviosas ópticas. En el capítulo E2 de este libro hem os trazado los elem entos del m odo en que la imagen com ienza a reorganizarse. Por ejemplo, se organiza direccionalm ente (orientación), en longitud de línea, en ángulo de línea y, finalm ente, en la corteza infratem poral, en form as más com ­ plejas, de m odo que hay células que reaccionan a círculos más bien que a cuadrados, etc. Todo esto está muy bien, aunque com o usted señalará, no nos ha m ostrado en absoluto cóm o vem os una imagen, cóm o se organiza todo esto para darnos la experiencia visual que disfrutam os todos. Ahí es donde esta nueva hipótesis se torna im por­ tante. La pregunta que ahora se plantea es.- ¿Cóm o se arm a la imagen? Puede ser que nunca hallem os células con imágenes desencadenadoras verdaderam ente especializadas. Es decir, no encontram os células que respondan a algo así com o, digamos, todo un rostro. A m enudo se critica esta idea y tales células son irónicam ente motejadas de «células abuelas». Sin em bargo, hem os de explicar cóm o podem os 3 En efecto, lo que experim entam os no es meramente una imagen, sino, por ejemplo, el hecho de que un cuerpo físico está delante de otro.

identificar de un m odo global un rostro, distinguiéndolo de un vis­ tazo de otro cualquiera. ¿H em os de im aginar que, en las áreas en las que se realiza esto, hay algunas células especializadas en un tipo de cara y otro tipo de células en otro tipo de cara, y que tenem os miles de células de este tipo, cada una de ellas sintonizada para descargar ante un rostro particular? Tenem os entonces que pensar que esto se hace m uy com plicado, ya que no se trata precisam ente de un rostro a un a distancia dada, con una iluminación determ inada, con una rela­ ción de perfil dada, etc. Se trata de esa cara hum ana en las situaciones más diversas, en todas las cuales podem os aún llevar a cabo la identi­ ficación. Es un reto trem endo para la m aquinaria neural llevar a cabo sem ejante tarea discrim inadora, ya que es increíblem ente discrim inadora. D istinguim os una cara de otra cara, ésta de otra, etc., y los procedim ientos de prueba m uestran que tenem os una gran habilidad a este respecto. Quizá podam os llevar ahora la situación a otro nivel, cuando consideram os cóm o escudriña nuestra m ente autoconsciente toda la riqueza de dalos de los m ódulos de relación, seleccionando de m a­ nera holista en relación con un tiem po de vida de experiencias recor­ dadas. Por supuesto, estoy seleccionando, de entre esta inm ensa di­ versidad, la interpretación correcta de la experiencia visual aquí pre­ sentada. N o es más que un ejemplo. Pienso que todo esto representa un reto para pensar más, aunque yo señalaría que, tal com o se ha dicho en el capítulo E2, en las teorías presentes sobre la m aquinaria neuronal no hay explicación alguna de nuestra capacidad de integrar en u n a im agen coherente los dispersos acontecim ientos neuronales que surgen en los centros visuales com o consecuencia de las entradas retinianas. Según nuestra hipótesis, es la m ente autoconsciente la que realiza este increíble reensam blaje para form ar una im agen conscien­ tem ente observada. Pero tam bién podem os hacer una im agen cohe­ rente a partir de entradas polim odales de gran com plejidad. Por ejem ­ plo, las entradas visuales, auditivas y táctiles se pueden reunir para sum inistrar la experiencia de la ejecución de un instrum ento musical. P. N o carecería totalm ente de interés m encionar a este respecto una especulación de Hobbes. En cierto modo, podría decirse que Hobbes fue el inventor de la teoría ondulatoria de la luz o, más bien, de la teoría vibratoria de la luz. Su discusión era interesante, por más que no tuviese u na teoría de la propagación de la luz. El argum ento de Hobbes se puede entender m ejor com o refinam iento de un argu­ m ento de Descartes. Descartes pensaba que, en efecto, vem os del m ism o m odo que un ciego siente con su bastón a m edida que avanza. Hobbes hizo u na especie de variación sobre este tem a diciendo que el

ciego habría de palpar constantem ente, una y otra vez, renovando la presión continuam ente, por así decir, a fin de estar seguro de que nada había cambiado. En consecuencia, aun cuando nada cam bie en absoluto, y no veam os más que un color, el color ha de consistir en una vibración constante de la presión sobre nuestros ojos. Esa era la idea de Hobbes. Se trataba de un argum ento com pletam ente especu­ lativo, derivado únicam ente del hecho de que el estím ulo de ver un color persiste en el tiempo. Pienso que se podría extender este pensam iento especulativo tan interesante de Hobbes, diciendo que en general lo que actúa sobre nosotros es una sucesión esencialm ente temporal de señales, en cierto m odo sim ilar al m odo en que un receptor de televisión se ve afectado por una sucesión unidim ensional de señales en form a de vibraciones, siendo eso lo que realm ente nos afecta a nosotros y lo que interpreta­ mos o leemos cuando descodificamos. A hora, he de m encionar otro punto de conexión con este negocio de la «lectura»: del m ismo modo que cuando leemos un libro tratam os de penetrar, por así decir, a través de todos los elem entos sensoriales de la lectura hasta el signifi­ cado del M undo 3 que pretende sum inistrar el escritor, así pienso que de un modo sem ejante nosotros -n u e stro y o - lee el mensaje del cerebro penetrando hasta él a través del M undo 1 y reconstruyendo la estructura pertinente del M undo 1 (incluyendo su significado situacional para nosotros)4, del mismo m odo que en el otro caso tratam os de reconstruir la estructura pertinente del M undo 3. Pienso que es, una vez más, m uy im portante que la mente esté activa en todo esto; es decir, que no se limite a recibir pasivam ente estas señales tem pora­ les, com o pensaba Hobbes, sino que esté tratando continuam ente de interpretarlas. En esto se da una especie de resonancia; es decir, la mente trata constantem ente de plantear activam ente cuáles serán los siguientes mensajes, com parando después esas anticipaciones de los m ensajes con los m ensajes que llegan, para ver si encajan. Se trata de un proceso de construcción y com probación que de hecho trabaja con la hipótesis de que hacer y com probar entraña, desde el punto de 4 Desde el punto de vista del desarrollo, el significado parece ser el primer elemento en la interpretación. El bebé sonríe y reacciona a las sonrisas sonriendo a una edad muy temprana: de algún modo, registra la significación de las sonrisas. (Véase mi sección 31.) Después de todo, los llamados ingenios imitativos (los señuelos; cf. mi [1963(a)], pág. 381] a los que reaccionan los niños y los p iaros, com o ha descubierto Konrad Lorenz, probablemente no son tanto formas simplificadas (del pájaro madre, por ejemplo), cuanto señales desencadenadoras de reacciones altamente significativas. Esto es, el pollo reconoce en dichas formas no tanto a la madre -esto es, un determinado cuerpo físico- cuanto al portador de comida. Así, la significación de un signo visual parece ser anterior a su interpretación física. Y quizá podamos preguntarnos si no ocurrirá algo análogo cuando leemos: en cierto sentido, el significado de una palabra puede tener priori­ dad sobre su deletreo (lo cual explica en parte los errores cometidos al deletrear una palabra).

vista del cerebro, un m ensaje que es esencialm ente tem poral, com o he sugerido antes. Por supuesto, habrá m uchas partes en el cerebro en las que esos mensajes desem peñarán una función. Se podría con­ cebir a la m ente com o m anipulando activam ente el cerebro en el proceso de percepción: com o algo sem ejante a un doctor que palpa activam ente a un paciente, en vez de escuchar sim plem ente de m a­ nera pasiva (ausculta y palpa al paciente). El doctor trata activam ente de contrastar sus diversas conjeturas sobre el diagnóstico, presio­ nando diversos lugares del cuerpo del paciente, pudiendo conseguir finalm ente u na imagen integrada de la situación interna del paciente. De algún m odo, todo descubrim iento científico procede de este modo. E. Deseo plantear otro problem a. A unque, cuando se corta el cuerpo calloso, se im pide com pletam ente el acceso de la m ente autocons­ ciente a los acontecim ientos nerviosos del hem isferio derecho, ¿tenem os razones para pensar que no tiene acceso alguno a dichos acontecim ientos cuando el cuerpo calloso perm anece intacto? ¿O acaso es el cuerpo calloso un canal a través del cual trabaja la m ente autoconsciente, de m anera que con su sección im pedim os su vía norm al de acceso a los acontecim ientos del hem isferio m enor? Pode­ m os conjeturar que el acceso es de los m ódulos abiertos a los cerra­ dos, e incluso que, cuando el cuerpo calloso está intacto, la influencia callósica puede hacer que los m ódulos del hem isferio m enor estén directam ente abiertos a la m ente autoconsciente (cf. E7; figura 5). P. C uando el cuerpo calloso se encuentra intacto, tal vez todo cuanto acontece en el hem isferio m enor lleve a u n a especie de reverberación en el hem isferio m ayor, de m odo que si la m ente tiene acceso sola­ m ente al hem isferio m ayor, con todo tiene un acceso indirecto a prácticam ente toda la inform ación interesante del hem isferio m enor. De hecho sabem os que si se corta el cuerpo calloso, el paciente obtiene algo de esa inform ación indirecta a través de las repercusio­ nes sobre el lado derecho de su cuerpo de los m ovim ientos de sus extrem idades izquierdas. N o hem os de olvidar que aun cuando las señales codificadas sean m uy incom pletas, la acción de interpretación puede com pletar el mensaje. El sum inistro de las partes que faltan de la inform ación que llega es una de las funciones más im portantes en todo nivel de interpretación, especialm ente en el nivel superior. E. Estoy de acuerdo con ello. Lo que me preocupa es lo siguiente. Que considero que en el hem isferio m enor tenem os una m aravillosa m aquinaria nerviosa con toda la sutileza y m odo de operar aprendido

para m anipular, por ejemplo, una experiencia musical; incluso la com plejidad de la experiencia musical con lodos sus detalles. ¿Cómo puede esto pasar a través del cuerpo calloso hasta un área receptora desconocida para que lo interprete la mente autoconsciente? Quizá de esta m anera. Tengo la sensación de que la m ente autoconsciente, sabiendo lo que ocurre, puede ser capaz de «infiltrarse» en el hem isfe­ rio m enor para echar un vistazo allí donde se desarrollan los aspectos operatorios realm ente sutiles, globales e integradores de dicha apre­ ciación musical. Planteo estas cuestiones y creo que es posible que tengam os que cam biar aún un tanto nuestra hipótesis, otorgando a la m ente autoconsciente la capacidad de m overse en las condiciones que se dan cuando el cuerpo calloso se halla intacto, reconociendo que acontece allí algo m uy interesante, de m anera que le sea posible escudriñar los m ódulos adecuados. N aturalm ente, norm alm ente está «revoloteando» por ahí, escudriñando el hem isferio dom inante y, si el cuerpo calloso se halla intacto, puede suponer a m enudo que no hay nada interesante de que ocuparse en el hem isferio m enor. Bien, pienso que todo esto es un modo m uy burdo de hablar analógica­ mente, pero si no podem os hablar con más propiedad, hem os de hablar com o podam os. P. Me gustaría preguntar si hay pruebas de que la apreciación m usi­ cal esté tan totalm ente confinada al hem isferio m enor. Es decir, se necesitaría un a gran cantidad de elem entos de juicio para m ostrar que el hem isferio dom inante no coopera en la apreciación musical real. El hem isferio m enor puede constituir una condición necesaria para ser capaz de apreciar la música, pero puede no ser suficiente para una apreciación plena. Creo que probablem ente sea ese el caso y que hem os de trabajar con esta conjetura a m enos que se tengan pruebas reales de lo contrario. U n a de las razones para ello es que la m úsica consta m uy a m enudo de palabras que se cantan: u n a canción ordina­ ria es un a de las form as m ás simples de música. Tam bién puedo aludir a lo que ha dicho usted ayer sobre el 'origen de la épica. A parentem ente, la épica se canta a fin de obtener, con la participa­ ción del hem isferio m enor, un m odo fácil de m em orizar las palabras, ya que tanto el ritm o com o la m elodía sirven de ayuda. Creo que estas son algunas razones a priori por las que se ha de tener m ucho cuidado antes de decir que el funcionam iento del hem isferio m enor es un a condición suficiente para la plena apreciación de la música. E. Creo que esto que acaba usted de señalar es m uy oportuno. He de confesar que las investigaciones hechas hasta ahora sobre la aprecia­ ción musical del cerebro son de un nivel m uy elem ental, m uy burdo.

Es difícil llevar a cabo pruebas lo bastante discrim inatorias y sofisti­ cadas de la apreciación musical. Además, m uchos de los sujetos que llegan con algún tipo de lesión neurológica son m usicalm ente incul­ tos. Poco hay con lo que trabajar. Existen unos pocos casos m ucho más interesantes. Hay uno del que me enteré accidentalm ente. Un m úsico distinguido fue al m édico diciendo: «Doctor, algo anda mal en mi cerebro, puesto que he perdido toda capacidad de apreciación musical. A ún puedo tocar el piano, pero no significa nada para mí. N o me em ociono, no me conm uevo, no siento nada. He perdido el sentido de ,1a belleza, del valor». Se descubrió que tenía una lesión vascular én el lóbulo tem poral superior del lado derecho. Perdió toda su vida artística con una lesión vascular no m uy extensa. P. Eso sólo m uestra que esas partes del cerebro son necesarias. C ier­ tam ente, el hecho m ism o de que la perdiese m uestra que norm al­ m ente hay una cooperación entre los lados izquierdo y derecho. De lo contrario, no hubiera podido perderla tan radicalm ente. E. Sí, estoy de acuerdo con ello. Por supuesto, me gustaría poner en la m ayor m edida posible el nexo entre la m ente y el cerebro en el hem isferio dom inante, ya que eso simplifica nuestra hipótesis. Pero me resulta duro pensar que se pueda tener en el lóbulo tem poral derecho todas las funciones neuronales precisas para sum inistrar una apreciación musical y producir todo el cúm ulo de recuerdos, toda la sutileza, la inm ensa cantidad de funciones alm acenadoras que hay allí y que se proyecta de algún m odo en form a codificada al hem isferio dom inante para ser interpretada. P. N o puedo dejar de sentir que, para decirlo una vez más de m anera burda, hay u na estructura en la autoconciencia; que la autoconcien­ cia es de algún m odo un desarrollo superior de la conciencia y que quizá el hem isferio derecho sea consciente, pero no autoconsciente, si bien el izquierdo es tanto consciente com o autoconsciente. Es posible que la función principal del cuerpo calloso sea, por así decir, la de transferir las interpretaciones conscientes -p e ro no autoconscientesdel hem isferio derecho al izquierdo y, por supuesto, la de transm itir algo tam bién en la otra dirección. Realmente, creo que esta posibili­ dad ha de ser tom ada m uy en serio. Sabemos tan poco de estas cosas que uno ha de considerar algún tipo de desarrollo estructural de la autoconciencia desde un nivel bajo de conciencia. E. T erm inaré diciendo que este problem a de la transferencia com isu­ ral debería considerarse tam bién en un sentido pictórico. En los pa­

cientes con el cerebro dividido de Sperry y Bogen, se da un exam en m uy com pleto de las realizaciones del hem isferio derecho, es decir, del m enor, así com o del izquierdo, difiriendo am bos en el reconoci­ m iento y copia de dibujos. El hem isferio m enor se m uestra superior al dom inante. A este respecto, hay que adm itir que la m aquinaria para realizar toda esta evaluación detallada de patrones y de im áge­ nes, de perspectiva, de significado de formas y paisajes y demás, todo esto es procesado por la m aquinaria nerviosa del hem isferio menor. Si el cuerpo calloso ha sido cortado, el hemisferio dom inante fracasa rotundam ente en estas tareas. Es de presum ir que podría funcionar bien si recibiese los m ensajes a través del cuerpo calloso, por lo que la form a más sencilla de nuestra hipótesis sería decir que todo el procedim iento neuronal im plicado en patrones e imágenes, que toda la detallada m aquinaria neurológica, opera en lugares especiales del hem isferio m enor, transm itiéndose el resultado integrado a través del cuerpo calloso. Por supuesto, se transm ite continuam ente, com o sa­ bem os, y conjeturam os que para el reconocim iento consciente se da u n a transm isión a los lugares especiales de relación que aún no hem os situado ni siquiera en el hemisferio dom inante. Esos serían los lugares de escudriñam iento, si se quiere llam arlos así, de la mente autoconsciente. Creo que hay m uchísim os enigm as en el detallado funcionam iento cerebral, así com o m uchos problem as desafiantes que se plantean en conexión con ellos. N o obstante, cabe abrigar esperanzas, ya que estas nuevas hipótesis son tan fértiles en proble­ mas para el futuro. En los capítulos E5 y E6 se trata más extensa­ m ente este tem a de las realizaciones funcionales de los hemisferios dom inante y m enor.

Diálogo VI

23 de setiembre de 1974; 10.15 de la mañana P. Hay un gran problem a relativo al m odo en que podem os concebir la interacción entre el yo y el cerebro y, ciertam ente, otra cuestión relativa a si dos m undos com pletam ente distintos pueden estar abier­ tos el uno al otro e interactuar entre sí. He discutido esta cuestión en mi capítulo histórico P5, aunque sólo de m anera negativa; a saber, diciendo que el m odo usual de plantear el problem a es realm ente ilegítimo, dado que se basa en u n a visión de la causalidad que ha quedado superada por el desarrollo de la física. El modelo cartesiano de interacción entre cuerpos extensos que ha dado pie a este p ro ­ blem a se ha venido abajo com pletam ente sin duda alguna: resulta inaplicable a la física m oderna. N o obstante, el problem a sigue siendo m uy interesante y p ro ­ fundo. Sugiero que de hecho, en nuestra experiencia inm ediata, y en la m edida en que la experiencia inm ediata exista después de todo, tenem os u n a especie de m odelo del m odo en que el yo puede interac­ tu ar con el cerebro; y este modelo es realm ente nuestra experiencia del m odo en que el yo interactúa con la m em oria. (Pienso fundam en­ talm ente en u na tarea com o la de recordar un nom bre.) Pocas dudas puede haber de que la m em oria sea esencialm ente fisiológica y esté basada en el cerebro. Tam poco puede haber dudas de que, com o la actividad cerebral general, la m em oria es uno de los prerrequisitos de la conciencia. Sea com o sea, no cabe duda de que la m em oria posee un aspecto consciente. Esto es, podem os forzar nuestro cerebro a fin de recordar algo y, al hacerlo, nos ocupam os activam ente, interferi­ m os activam ente, por así decir, con lo que podríam os denom inar el m ecanism o de la m em oria o la centralita de la m em oria. (Si se trata o no de u n a buena m etáfora no im porta para lo que ahora tengo entre m anos.) A hora, si consideram os las m aneras en que interferim os con la m em oria, descubrim os que hay algo que es intuitivam ente accesi­

ble a nosotros y que algunas veces hay algo que resulta intuitiva­ mente inaccesible para nosotros. Es decir, de algún modo sabemos cóm o apretar el gatillo de nuestra m em oria y, al m ism o tiempo, de alguna m anera no sabem os cóm o lo hacemos. Lo que sugiero es que cuando investigam os nuestra m em oria, sentim os que estam os senta­ dos en el asiento del conductor de nuestro coche, por así decir, ha­ ciendo determ inadas cosas que pueden tener ciertos efectos. Com o el conductor, tenem os a lo sum o un conocim iento parcial de lo que estam os haciendo, de las cadenas causales que ponem os en m ovi­ miento. La com binación del sentim iento de que operam os un m eca­ nismo conocido y el otro sentim iento de que no sabem os cóm o se producen realm ente los efectos de nuestras acciones, puede tom arse com o modelo del m odo en que el yo interactúa con el cerebro. Es decir, el modo de operar del cerebro es en parte accesible y en parte inaccesible al yo. Todos los sentim ientos que acabo de describir caen bajo nuestra experiencia consciente y, por ende, dentro de un m undo, a saber, el M undo 2. Este modelo, el modelo de un conductor en un coche o, en term inología de Ryle, del espíritu en la m áquina, es m uy grosero, aunque puede tom arse com o modelo de la interacción entre am bos m undos, a saber, el M undo 1 y el M undo 2. Generalm ente se da por supuesto que no resulta m uy difícil com ­ prender la interacción dentro de un solo m undo. M as lo que yo he descrito son experiencias dentro del M undo 2, y pienso que hemos descubierto que, en prim er lugar, no es cierto que la interacción dentro de un m undo sea tan generalm ente com prensible; y no sólo en el M undo 1, según Descartes, sino tam bién en el M undo 2. En segundo lugar, aparentem ente no es m ucho más difícil com prender la interacción entre dos m undos que la interacción dentro de un mundo. Me pregunto si se podrá hacer algo con el hecho de que haya algo interm edio, por así decir; a saber, la m em oria, que posee sus aspectos conscientes ju n to a otros inconscientes. Pero haría falta un estudio aparte para exam inarlo. Lo único que me gustaría añadir es que pienso que la interacción entre el yo y la m em oria puede que sea no sólo sim ilar y análoga, sino incluso quizá la m ism a que la que existe entre el yo y el cerebro. Creo que por lo m enos esto últim o ha de ser examinado. E. La introducción que ha hecho usted esta m añana es m uy estim u­ lante y excitante. Puedo ver ante nosotros m uchos problem as intere­ santes y difíciles. En prim er lugar, creo que hem os de reparar en que, por lo que atañe a la mente autoconsciente y a la m em oria, tenem os

un a interacción con el cerebro que se ejerce en am bas direcciones. Esto es, considero que la m ente autoconsciente opera deliberada­ m ente sobre el cerebro, tratando de recobrar acciones cerebrales que conduzcan a su vez a las experiencias que desea obtener la mente autoconsciente. Podem os estar haciendo algo m uy simple. Para poner un ejem plo, podem os estar buscando una palabra o u n a expresión o una frase; podem os buscar algún recuerdo simple de este tipo. Pero creo que la m ente autoconsciente no lo puede hacer ella sola, ya que precisa al cerebro para que le sum inistre el recuerdo, y para ello busca, sondea y term ina por aceptar la respuesta. Si buscam os, por ejem plo, un sinónim o, una palabra más adecuada para expresar un pensam iento, hem os de recurrir al cerebro y recibir lo que él nos sum inistre. Quizá podam os jugar con él avanzando y retrocediendo, evaluando y juzgando. Así pues, tenem os aquí un dualism o m uy poderoso im plicado en algo que constituye u n a de nuestras experien­ cias más com unes. Quisiera decir adem ás que se precisa u n a buena dosis de aprendi­ zaje intenso para operar eficientem ente con esta interacción; es decir, para que la m ente autoconsciente trabaje efectivam ente con el cere­ bro e interactúe con él. Esto es, por supuesto, lo que ocurre con el uso eficiente del lenguaje, expresando las ideas con palabras y oracio­ nes, com probando hacia atrás y hacia adelante. Creo que hem os de reparar, en este punto, que no hay un proceso m ecánico sim ple de la m ente autoconsciente; no se accionan sencillam ente algunas claves y se obtiene un mensaje, tal com o ocurriría con el casillero de una com putadora. Las cosas son infinitam ente m ás com plicadas. La m ente autoconsciente ha de accionar la m uy com pleja m aquinaria del cerebro que está en proceso de cam bio, funcionando, em itiendo e interactuando continuam ente. N o es sim plem ente un proceso staccato, consistente en presionar u n a tecla y obtener u n a respuesta in­ m ediata y últim a. En la generación de oraciones se produce un conti­ nuo m odelado y modificación hacia adelante y hacia atrás que consi­ dero la esencia del juego de interacción desarrollado entre la m ente autoconsciente, por u n a parte, y los centros cerebrales superiores por la otra. M ientras digo todas estas cosas estoy, naturalm ente, planteando interrogantes. ¿Podem os ir aún m ás lejos y preguntar si la m ente autoconsciente posee su propia m aquinaria interna de preguntas y respuestas, o si está ligada al cerebro para ello, siendo tan sólo capaz de preguntar, recibir respuestas y preguntar de nuevo? Existe lo que se podría denom inar un nivel vertical de com unicación en am bos sentidos entre el M undo 1 y el M undo 2. ¿Acaso hay tam bién un nivel horizontal de com unicación? Sabemos que existe dicho nivel

horizontal en el M undo 1 del cerebro. Poseemos un gran núm ero de pruebas neurofisiológicas y anatóm icas de ello, tal com o se explica en los capítulos E l y E2, por ejemplo. Se podría decir que todo el cerebro es una inm ensa m áquina com pleja que opera horizontal­ mente. Pero llegamos ahora a la pregunta: ¿Hay tam bién operaciones horizontales en el M undo 2, en la mente autoconsciente, o ha de interactuar siem pre con el cerebro de relación a fin de obtener la necesaria horizontalidad de funcionam iento? P. Lo que tengo que decir encaja más o m enos con la pregunta que usted ha planteado. En el proceso de presionar a nuestro cerebro para term inar obteniendo los bienes sum inistrados por nuestra m em oria, el yo perm anece por así decir fuera, y por el m om ento perm anece com o un espectador, casi com o un receptor de esos bienes sum inis­ trados. Es decir, es precisam ente en ésos m om entos cuando vem os con claridad que hem os de establecer una distinción entre el yo cons­ ciente y sus experiencias. Bajo la influencia indirecta de Hum e, estaríam os tentados a consi­ derar al yo com o la sum a total de sus experiencias. (Cf. mi sección 53.) Pero me parece que tal teoría queda directam ente refutada por las experiencias de m em oria a que aludo. En el preciso m om ento en que la m em oria nos sum inistra algo, ni la m em oria ni el objeto sum inistrado form an parte de nosotros mismos; por el contrario, am bos están fuera de nosotros m ismos y los contem plam os com o espectadores (aunque podam os estar activos inm ediatam ente antes y después de la entrega) y, por así decir, contem plam os la entrega con asom bro. Por tanto, podem os separar nuestras experiencias conscien­ tes en cuanto tales de nuestro yo. Desde mi punto de vista no se trata tanto de una distinción vertical cuanto de una horizontal dentro de la conciencia, con el yo en un nivel más elevado que otras regiones; casi en un nivel lógico superior al de la sum a total de las experiencias. Esta idea del yo com o un espectador la describe tam bién m uy clara y vivam ente Penfield (véanse mis secciones 18 y 37). Penfield, por supuesto, discute una situación m uy artificial en la que el cerebro es estim ulado eléctricam ente. Yo diría que en circunstancias norm ales el yo es sólo un espectador en escasos m om entos y que, por regla general, es m uy activo. Quizá sea un espectador en el m om ento preciso en que su actividad lleva al éxito. Para utilizar la term inología de Ryle, «recordar» (en el sentido según el cual el recuerdo es el resultado de un esfuerzo) puede describirse com o u n a «palabra de éxito». «Yo recuerdo» equivale a «consigo recordar». Así, sólo en el m o­ mento en que su actividad lleva al éxito es realm ente el yo un especta­ dor. De lo contrario, es activo constante o casi constantem ente.

E. Sí; creo que se trata de un m uy buen com entario sobre el pro­ blem a de la verticalidad y horizontalidad. En el M undo 2 existen esas diferencias y, en cierto m odo, podem os considerar a la m ente autoconsciente com o superior a todas las experiencias y recuerdos que se le presentan. Esta relación se ilustra en la figura E7-2, del capítulo E7, donde el yo se distingue de sus experiencias en las categorías del sentido externo e interno. Siem pre que buscam os un recuerdo, u n a palabra, algo del alm a­ cenam iento pasado de nuestro cerebro, buscam os, recibim os, juzga­ mos y evaluam os con este yo consciente. Es superior a sus objetos entregados, por cuanto se puede aceptarlos o rechazarlos, usarlos, m odificarlos y ponerlos en el alm acenam iento del cerebro. Sin duda se trata de u n a idea im portante. Hemos de reconocer que se da una interacción activa. La m ente autoconsciente sondea de hecho siempre el cerebro de algún m odo para obtener o tratar de obtener de él algo que desea, alguna inform ación deseada del cerebro. A hora bien, tal cosa tiene que exigir u n a gran cantidad de operaciones aprendidas. H a de tenerse en cuenta que todo nuestro desarrollo civilizado, nuestro desarrollo cultural, no consiste en tener un cerebro con todo este alm acenam iento, sino en tener una m ente autoconsciente que pueda recuperar y saber cóm o obtener algo de m anera sutil y efectiva de dicho alm acenam iento. Posee algún modo de utilizar este inm enso alm acenam iento de m em oria que está en los patrones espaciotem po­ rales de conexión en la codificación neural, siendo tam bién capaz de recuperar esa inform ación, quizá no la prim era vez, aunque posee estrategias y trucos para la recuperación. Yo m ism o sé que tengo dificultades para recuperar ciertos nom ­ bres de personas y lugares, pero tengo trucos para hacerm e con esos nom bres. Puedo recobrar inm ediatam ente algunos nom bres de m a­ nera global y confiar en que siem pre será así. Pero sé que hay otros con los que tengo más problem as. Creo que esto es algo que todos experim entam os; me refiero a la necesidad de em plear trucos o estra­ tegias para la recuperación de m em oria, siendo esto parte del modo en que nos las arreglam os para supervisar e interpretar a voluntad el trem endo alm acenam iento de inform ación que tenem os codificado en el cerebro. Si tratam os de pensar en el tipo de sistem a de índice en fichas que precisaríam os para obtener adecuadam ente todas las reali­ zaciones hum anas de un cerebro bien educado, encontraríam os que la tarea supera con m ucho todo lo imaginable. Por supuesto, utiliza­ m os todo tipo de estrategias basadas en índices. Por eso escribim os libros y les ponem os índices; por eso hacem os índices de fichas y demás. Tenem os todo tipo de ingenios destinados a aligerar la in­ m ensa carga de la m em oria.

Si se piensa en ello, se verá que el lenguaje escrito se ha desarro­ llado esencialm ente por ese motivo. La escritura se inventó en Sum er cuando la m em oria oral dem ostró ser m uy inadecuada para el alm a­ cenam iento de las transacciones comerciales, de los asuntos económ i­ cos, de los decretos del Estado y demás. En las operaciones de go­ bierno de las prim eras grandes ciudades, las ciudades con más de cien mil habitantes, el lenguaje escrito se hizo necesario, ya que las com ­ plicaciones resultantes no podían ya alm acenarse y recuperarse en la m ente de las persona que se ocupaban por vez prim era en el control de una gran com unidad civilizada. P. Me gustaría decir algo que no es im portante, relativo a la term ino­ logía. Prefiero nuestras expresiones «la mente autoconsciente» o «au­ toconciencia» o «la conciencia superior» a la expresión «el yo puro», ya que, aunque expresiones tales com o «el yo puro» pretendían utili­ zarlas sus autores para hacer referencia al m ismo tipo de objetos al que aludim os nosotros cuando hablam os de la m ente autoconsciente, con todo dichas expresiones están m uy cargadas de teorías filosófi­ cas que en mi opinión no son realm ente aceptables. (Véase mi sec­ ción 31.) Hay otra cosa que se me ocurrió cuando hablábam os del increíble sistema de recuperación que poseemos respecto a nuestra m em oria (en mi caso, debido de algún m odo a mi edad, está em pezando a fallar, y experim ento dicho fallo com o una pérdida m uy considera­ ble, si no de mi personalidad, al m enos del aspecto intelectual, por así decir, de mi personalidad). Lo que quería decir de este sistema de recuperación que usted describe tan bellam ente es lo siguiente. Hemos hablado hace uno o dos días del desarrollo evolutivo asom ­ brosam ente rápido del aum ento de tam año del cerebro hum ano, y discutíam os los posibles retos, las posibles necesidades que hasta cierto punto puedan explicar el tipo de presión selectiva que pueda haber llevado a este desarrollo tan rápido. A hora, pienso de hecho que está m uy claro que los anim ales no habrían de tener este sistema consciente de recuperación. Es decir, pienso que hem os de distinguir dos tipos de m em oria o dos tipos de relaciones entre el yo consciente y la mem oria. U na es la memoria implícita y la otra, la explícita. ‘ La m em oria implícita está presente, por así decir, en todos nosotros. En tanto en cuanto estam os despiertos, hay cientos de cosas que están sencillam ente ahí implícitam ente, determ inando en parte lo que hace­ mos e influyendo sobre nosotros continuam ente. Pero está tam bién la m em oria explícita que usted describía al hablar del sistema de recupe1Para otras distinciones relativas a las memorias véase mi sección 41

ración. Deseo ahora ofrecer una hipótesis; a saber, que la m em oria explícita es específicam ente hum ana, y que surge junto con el len­ guaje hum ano; es decir, que el sistem a de recuperación se desarrolla juntam ente con el lenguaje hum ano. Se podrían decir m uchas cosas sobre esta hipótesis, pero entre otras cosas, explicaría la increíble dem anda hecha al cerebro y, por tanto, la increíble presión selectiva que se ejercería sobre la evolución del cerebro, debido a la em ergencia del lenguaje. N o es sólo que tengam os que aprender a hablar, ya que es u n a buena tarea; es que tenem os que aprender a usar nuestro lenguaje no sólo inconsciente­ m ente (como lo hace un niño que parlotea), sino, en ciertos casos, de m anera consciente, lo que significa realm ente que el sistem a de recu­ peración debe sernos practicable. Así pues, mi hipótesis es que el gran tam año del cerebro resulta de las exigencias hechas al sistem a de recuperación, debidas a la evolución del lenguaje. La distinción entre m em oria implícita y explícita es m uy im portante (y deberíam os in­ vestigarla m ás aún, usted especialmente, a la luz por ejem plo de los trabajos de Brenda M ilner, en los que se describen ciertos fallos tanto de la m em oria implícita com o de la explícita), aunque am bas resultan claram ente distinguibles. La m em oria explícita, dicho sea tam bién de pasada, puede ha­ cerse con el tiem po cada vez más implícita, com o ocurre, por ejem ­ plo, con la capacidad del hom bre HM de hablar y contar historias, en la explicación que da Brenda M ilner de su intento de recurrir a viejas historias. Las viejas historias eran al parecer tanto implícitas com o explícitas y por esa razón era m uy fácil recurrir a ellas, m ientras que en otros aspectos se producía un fallo de la m em oria explícita. (Véase el capítulo E8.) E. Me gusta esta clasificación de la m em oria en dos categorías. Sin em bargo, podría ir aún más lejos. Me gustaría pensar, aunque quizá de u n a m anera un poco tonta, que u n a gran cantidad de seres h um a­ nos, aunque usan el lenguaje, lo hacen de una m anera implícita. Se trata de u na especie de m area en m ovim iento en la que se encuentran inm ersos sin pensarlo, la charla ociosa, la repetición de historias, la repetición de sucesos, la inm ensa descripción de trivialidades sin ju i­ cio, sin juicio crítico, sin piedad de los oyentes. Supongo que eso es lo que usted llam aría m em oria implícita, tal com o me parece que se desprende de su descripción. P. Puede que haya u n a especie de tercer estadio interm edio. Real­ m ente tendríam os que elaborar todo esto con más cuidado. Todo lo que se dice aquí es más que una sugerencia.

E. Sí; quizá haya un espectro. Mas realm ente me da la impresión de que la idea de m em oria explícita se debería explorar más. Com o usted ve, es la que tiene lugar cuando, en la expresión lingüística, el cerebro se usa en sus niveles superiores. E ntraña una educación larga y ardua, así com o todo el desarrollo del M undo 3. Creo que eso ocurre gracias al uso de la m em oria explícita con todo su dom inio de problem as y discusiones no m enos que con la evolución de cuales­ quiera realizaciones, com o las artes, las técnicas, la artesanía, las ciencias, etc. Todo ello exige juicios críticos que surgen con el uso del lenguaje y la m em oria explícita en ese nivel. Además, supongo que podem os decir que las matem áticas en su conjunto son una especie de m em oria explícita. Así, parece que tenem os ahora una distinción tajante en vías de desarrollo. Hemos conjeturado que el M undo 2 se desarrolla debido al M undo 3. Interactúan, ayudándose m utuam ente, pero ¿no se puede decir que es la categoría de la m em oria explícita del M undo 2 la que está im plicada en esta relación simbiótica con el M undo 3, tanto por lo que respecta a su desarrollo, com o a su utilización en cualquier m om ento? Hemos de considerar de dos m aneras el M undo 3: en prim er lugar, lo utilizamos en todas nuestras acciones civilizadas y hábiles, com o las científicas, las artísticas y las creadoras; en segundo lugar, estam os continuam ente aum entándolo y, por tanto, ejerciendo una retroalim entación positiva con el M undo 3, contribuyendo en algo al gran y m aravilloso alm acenam iento de creatividad hum ana que de­ nom inam os M undo 3. Creo que sin duda es válida su descripción del espectro de la m em oria, existiendo incluso dentro de la m em oria explícita otra especie de espectro. P. Yo sugeriría que la m em oria implícita quizá sea el factor más fuerte que conform a nuestra personalidad cuando la consideram os com o algo que se desarrolla, por así decir, a lo largo del tiempo y tam bién aquí los elem entos del M undo 3 poseen su efecto. En una ocasión me decía usted que, cuando era un m uchacho, estaba usted rodeado de reproducciones de cuadros clásicos famosos. Eso sin duda ha influido sobre toda su personalidad, su modo de m irar un paisaje y su modo de disfrutar de la vida. En mi caso, lo m ism o ocurre con la música. Tengo relaciones personales muy profundas con ciertas obras musicales que, en cierto modo, están ahí implícitas, confi­ riendo. por así decir, una especie de ritm o a mi vida. En el caso del sujeto de Brenda M ilner, HM , por su descripción, uno saca realm ente una im presión de su personalidad com o algo encantador e inocente, si bien parece estar form ada en gran medida por recursos implícitos que aún conserva de la época anterior al desarrollo de su am nesia

anterógrada. H ablando en general, los planes y objetivos que tene­ mos, nuestra concepción de nuestro yo y condición están en gran m edida determ inados por nuestras pasadas interacciones con el M undo 3. Todas estas cosas, y por tanto indirectam ente los elem entos del M undo 3 m ismos, han form ado nuestra personalidad, form ando parte de nuestra m em oria implícita. E. Karl, podría usted explicar más, por favor, lo que entiende usted de hecho por m em oria implícita. ¿Qué engloba? Estoy un tanto con­ fuso por lo que respecta a ese extrem o del espectro. Con el otro extrem o no tengo dificultades, pero ¿en qué niveles habla usted de la m em oria cuando alude a la m em oria implícita? P. Por m em oria im plícita entiendo todo tipo de cosas que hayan sido experiencias pasadas, las cuales, si bien ya no están explícitam ente ante nuestra conciencia, con todo están allí, influyendo sobre nues­ tras acciones, pudiendo quizá hacerse accesible a nosotros. Mas tam ­ bién hay ahí cosas que no nos son accesibles y que me inclinaría a denom inar m em oria implícita, en tanto en cuanto no se hace explí­ cita. Incluye cosas que están m uy olvidadas aunque quizá sean recu­ perables y susceptibles de tornarse explícitas. (Por consiguiente, su­ giero que hagam os distinciones en la m em oria implícita.) Mi idea fundam ental es que nuestra capacidad de hablar es un resultado de nuestras experiencias anteriores de nuestros prim eros intentos de ha­ blar; no las recordam os explícitam ente, aunque han dejado en noso­ tros un a especie de huella, u n a especie de rasgo constante de nuestro yo y de nuestra personalidad, que continuam ente nos m oldea y que, por supuesto, está siendo a su vez constantem ente desarrollada por nuestras acciones, nuestros pensam ientos y nuestras actividades. E. A hora lo entiendo y, en cierto modo, pienso que incluye usted tam bién lo que usualm ente se llam an recuerdos subsconscientes, re­ cuerdos que no son explícitos, aunque quizá se puedan recuperar bajo condiciones especiales y, por supuesto, en cierto sentido pode­ mos estar de acuerdo con Freud en que nuestro propio carácter está en gran m edida m oldeado por las influencias que hem os aceptado en el pasado y ahora ya no reconocem os. Todo ello form a parte de la vida, de la vida norm al, y podem os tom arlo com o parte de lo dado, ya que ha m oldeado nuestro yo y nuestro carácter. Significa que tenem os ciertas actitudes, ciertos tem ores, ciertas creencias, ciertos terrrores, ciertos prejuicios, etc., que no podem os explicar. Quizá sean el resultado de incidentes no recordados de tiem pos pasados. Las observaciones caen bajo esta m ism a categoría. N orm alm ente pode­

mos m anejar todas estas cosas, pero, por otra parte, a veces escapan a nuestro control y destruyen o dañan considerablem ente nuestra per­ sonalidad. Este es el m odo en que supongo que la psiquiatría ha ejercido una buena influencia terapéutica. N o digo que todo sea bueno, pero creo que es bueno en el sentido de que reconoce estas influencias y trata de ayudar al paciente a m anejarlas de m anera racional sacándolas a la luz, y contribuyendo quizá de este modo a inm unizarlo contra ellas. P. En relación con lo que usted dice acerca de la psiquiatría, me gustaría aludir a la sección 6 del capítulo 1 de mi [1963(a)], págs. 4950. [Trad. cast. citada en la Bibliografía, págs. 61-62.] Tam bién hablaba usted de la relación existente entre la m em oria explícita y el M undo 3. A hora bien, en el sentido en que el M undo 3 está codificado en el cerebro, supongo que está fundam entalm ente codificado en la m em oria explícita, si bien deseo señalar que, en la m edida en que el M undo 3 posee un gran alcance sobre la m odela­ ción o entram ado de nuestras personalidades, probablem ente esté tam bién codificado en la m em oria implícita. Por lo que respecta al problem a de la unidad del yo, en mi opi­ nión hay varias «unidades». U na de ellas es el yo com o sujeto de acción, de actividad, y com o sujeto que recibe inform ación y demás. Se trata de un tipo de unidad que es m uy im portante. Pero también hay otro tipo de unidad, es decir, la unidad de nuestra personalidad que está de algún m odo tallada en nuestra m em oria -probablem ente en la im plícita- y que es en gran m edida el resultado de nuestras acciones anteriores. Hasta cierto punto, incluso se puede decir que esta personalidad gravada, si es que existe, en cierto sentido perte­ nece, en cuanto tal, al M undo 3. De algún modo, es realm ente el producto de nuestro yo, es u n a especie de objeto del M undo 3. (El yo com o objeto del M undo 3 incluye nuestras expectativas acerca de lo que serem os m añana y, com o subraya Dobzhansky, de nuestra muerte. En este sentido, el yo es un objeto teórico, com o ya he señalado antes, y su «unidad» es una teoría.) Quizá deba hacer m ención aquí de un problem a que se me plan­ teó en u na ocasión-, a saber, si criam os conscientem ente ciertas razas de anim ales y si no serán entonces objetos del M undo 3. Mi respuesta era: Sí, hasta cierto punto son objetos del M undo 3, com o las obras de arte; y, ciertam ente, hay una teoría rnuy antigua que dice que nuestra vida es una obra de arte. Pues bien, yo diría que esta teoría tam bién es cierta de nosotros mismos, en la m edida en que, hasta cierto punto, nuestro propio yo es un objeto del M undo 3 codificado en nuestra m em oria y en los rasgos de personalidad que nuestra

m em oria ha establecido. Hay no sólo una especie de unidad, sino tam bién algo com parable al M undo 3 en lo que el otro M undo 3, el no-personal, ha desem peñado una función decisiva. Así pues, yo diría que es im portante distinguir varias «unidades»; mas usted ha­ blaba fundam entalm ente de la unidad del yo com o sujeto de activi­ dad y centro de inform ación. E. Me gustaría com entar esta observación suya tan interesante e im ­ portante de que el yo hum ano es en cierto m odo un objeto del M undo 3. Creo que se trata de una idea terriblem ente im portante. Se puede decir que se trata de algo inm ediatam ente reconocible cuando se considera una biografía. U n a biografía es u n a obra de arte o de erudición o una historia sobre un objeto del M undo 3, a saber, un ser vivo; una autobiografía lo es aún más íntim am ente. Incluso si la gente no tiene una biografía larga, al m enos tienen historias, recuer­ dos, rem iniscencias, noticias necrológicas, etc., que m uestran que pertenece a la corriente de la civilización y la cultura a su propio m odo peculiar. Hem os de reconocer que los individuos son ejem ­ plares vivos de una vida m oral, civilizada y cultivada, siendo en ese sentido objetos del M undo 3 con un m ensaje para la hum ani­ dad. P. Eso es exactam ente lo que yo pretendía decir, y estoy com pleta­ m ente de acuerdo con usted en la interpretación que ha dado. E. Pasaré ahora a otros aspectos de la base de nuestra hipótesis dua­ lista fuerte. Deseo m encionar, siquiera sea brevem ente, que hem os de suponer que nuestra m ente autoconsciente posee cierta coherencia con las operaciones neuronales del cerebro, aunque hayam os de re­ conocer tam bién que no se trata de una relación pasiva. Se trata de u na relación activa que investiga y tam bién m odifica las operaciones neuronales. Así pues, se trata de un dualism o m uy fuerte que separa com pletam ente nuestra teoría de cualesquiera visiones paralelistas en las que la m ente autoconsciente es algo pasivo. Esa es la esencia de la hipótesis paralelista. Todas las variedades de la teoría de la identidad im plican que las experiencias conscientes de la m ente tienen sola­ m ente un a relación pasiva, com o un derivado de las operaciones de la m aquinaria nerviosa que son en sí m ismas autosuficientes. Estas operaciones nos sum inistran todas las realizaciones m otoras y además nos proporcionan todas las experiencias conscientes y las recupera­ ciones de m em oria. Así pues, desde el punto de vista de la hipótesis paralelista, las operaciones de la m aquinaria neural sum inistran una explicación necesaria y suficiente de todas las acciones hum anas.

P. Eso es exactam ente lo que yo trataba de expresar cuando, con un sentim iento de desesperación, decía en Oxford en 1950 que creía en el espíritu de la m áquina. Es decir, pienso que el yo, en cierto sen­ tido, toca el cerebro del m ism o m odo que un pianista toca el piano o que un conductor acciona los m andos de un coche. E. A m odo de reto, presentaré un breve resum en o bosquejo de la teoría, tal com o yo la veo. Hela aquí. La m ente autoconsciente está activam ente entregada en la interpretación de la m ultitud de centros activos de nivel superior de actividad cerebral, a saber, del cerebro de relación. La m ente autoconsciente hace una selección de esos centros, según la atención e interés, integrando continuam ente su selección a fin de conferir unidad incluso a las experiencias conscientes más transitorias. Además, la m ente autoconsciente actúa sobre estos cen­ tros neurales, m odificando los patrones espaciotem porales dinám icos de los acontecim ientos nerviosos. Así, de acuerdo con Sperry (1969), se postula que la m ente autoconsciente ejerce una función de inter­ pretación y control superior sobre los acontecim ientos nerviosos. P. Me parece m uy bien. El único aspecto en el que quizá debiera tratarse de hacerla más fuerte es donde usted habla del cerebro de relación; a saber, podríam os hacerla aún más fuerte aclarando que el cerebro de relación es casi, por así decir, una cuestión de elección de la mente autoconsciente. Es decir, si una parte determ inada del cere­ bro no es accesible, la m ente autoconsciente ensayará su sustitución con otra parte. Pienso que, a la vista de que, según parece, tras ciertas operaciones o lesiones el cerebro de relación cam bia de hecho su posición, no debiéram os considerarlo com o algo físicamente dado. Por el contrario, deberíam os tenerlo por algo así com o el resultado de la cooperación e interacción entre el cerebro y el yo. Así pues, yo voy un poco más lejos que usted en mi interaccionism o, por cuanto que considero cada localización del cerebro de relación com o el resultado de la interacción entre el cerebro y la m ente autoconsciente. Pero, en otros puntos, yo estaría plenam ente de acuerdo con usted. E. Tam bién es pertinente para esta discusión la explicación que se da en el capítulo E7 de lo que ocurre en el sueño. Puedo im aginar que, en la vida norm al en estado de vigilia, la m ente autoconsciente está continuam ente escudriñando y sondeando todos los m ódulos de aquellas partes del cerebro que podem os considerar accesibles a ella o aquellas partes del cerebro que son de su interés. Creo que en m u ­ chos sentidos no se preocupa de las áreas de procesam iento que ordinariam ente son de un nivel bajo, de aquellas áreas de la corteza cerebral en las que sólo hay u n a m odalidad (tal com o se ilustra en el

capítulo E l, figs. 7 y 8), y donde se producen las prim eras etapas del ensam blaje en características significativas. Los m ódulos de dichas áreas estarían perm anentem ente cerrados, careciendo de interés para la m ente autoconsciente. La m ente autoconsciente desea interpretar, quizá por elección, quizá por experiencia, las áreas corticales donde tienen lugar acontecim ientos que le resultan de interés, ya que ha de considerarse que siem pre se provoca el interés por medio de la aten­ ción. N o se lim ita a aceptar todo lo que ocurra en el cerebro, sino que hace u n a selección de lo que ocurre, según su selección e intereses. C reo que hem os de incorporar esto a la teoría. El sueño es u n a inconsciencia natural y repetida de la que desco­ nocem os hasta su razón de ser. Se conecta obviam ente con nuestro tem a actual, ya que está relacionado con la m ente autoconsciente y con la actividad del cerebro, tal com o se describe en el capítulo E7. Sabem os tam bién que soñar es bueno para nosotros. Si se despierta al sujeto exactam ente al com ienzo de un ciclo del soñar, com o se puede ver en el electroencefalogram a, y se repite en cada ciclo, noche tras noche, los sujetos se tornan considerablem ente psicóticos en unos dos o tres días. Esta actividad extraña y rara del cerebro que interpreta la m ente autoconsciente posee cierto valor saludable para nosotros, quizá debido a la inm ensa e intensa operación del cerebro durante las horas de vigilia. Se da cierto proceso de limpieza, cierto deshacerse del inm enso alm acenam iento de datos que el cerebro obtiene cada día y que salen así en los sueños. N o sé cóm o se relaciona esto con la interpretación que lleva a cabo la m ente autoconsciente. ¿Es preciso que lleve a cabo tam bién esta interpretación, o bastaría que los suce­ sos nerviosos se evacuasen com o si se tratase de un sueño, aunque sin sum inistrar un sueño? P. Lo que usted acaba de sugerir entraña casi la hipótesis de que los sueños poseen una función curativa, consistente en purgar la m em o­ ria del m aterial m ném ico indeseado o innecesario que se habría acu­ m ulado, por así decir. Pienso que esta idea podría utilizarse en una especie de teoría antifreudiana de los sueños. E. Los únicos sueños que recordam os al día siguiente son aquellos que nos despiertan. H em os sido despertados por el sueño y lo experi­ m entam os retrospectivam ente, en la m em oria, habiendo recordado el sueño con todos su aspectos extraños, y quizá luego nos durm am os de nuevo, recordándolo m ás o m enos al día siguiente. Por supuesto, la m anera m ás efectiva de recordar un sueño es, cuando despertam os en él, volver u n a y otra vez sobre él, analizándolo en detalle, organizándolo y quizá relacionándolo con otros sucesos recordados, etc.

Entonces se puede realm ente recuperar y recordar. A este respecto tenemos, naturalm ente, la notable historia de Otto Loewi, quien en un sueño tuvo una clara visión de cóm o hacer un experim ento fun­ damental sobre la transm isión quím ica del nervio vago al corazón de la rana. Había estado preocupado por el problem a, y en el sueño vio el modo de realizar este experim ento. Se despertó a la m añana si­ guiente, dándose cuenta de que había tenido un sueño, que era im ­ portante y que no podía recordar los detalles. A la noche siguiente, para estar seguro, puso un papel y un lápiz al alcance de la mano, ju n to a la cam a y, com o había previsto, el sueño le vino de nuevo, se despertó, recordó el sueño y lo escribió con lápiz y papel. A la m añana siguiente, recordó que lo había escrito y cogió ansiosam ente el papel para m irarlo, pero desgraciadam ente no pudo interpretarlo en absoluto. Así, la solución final fue, por supuesto, no fiarse del lápiz y el papel. A la tercera noche, se despertó com pletam ente y planificó por com pleto el experim ento. Llevó inm ediatam ente a cabo en su laboratorio el experim ento que había soñado, tuvo éxito y por ese descubrim iento se le concedió el Prem io Nobel en 1936, com par­ tiéndolo con sir H enry Dale, quien me contó años más tarde con todo detalle esta secuencia de tres sueños. Más adelante, Loewi simplificó m uchísim o la historia, elim inando las dos prim eras noches. La le­ yenda errónea final la contó a sabiendas Dale, en su biografía de Loewi, para las noticias necrológicas de la Royal Society. P. Ha expresado usted con gran belleza cóm o en estos casos la mente autoconsciente ha de ser m uy activa, a fin de im prim ir los sueños en la memoria. Es decir, lo norm al es obviam ente olvidar un sueño y lo extraordinario es recordarlo o reconstruirlo y hacer algo para im pri­ mirlo en la m em oria. Esto, una vez más, m uestra cuán activa es la mente autoconsciente y en qué medida es m ucho m enos activa la conciencia parcial del soñar. Quizá se podría proponer incluso una conjetura biológica acerca de por qué olvidam os tan rápida y fácil­ m ente nuestros sueños. Se debe a que la m ente autoconsciente despre­ cia activam ente el sueño com o una especie de perturbación o quim era; com o algo que no encaja en el m undo de propósitos que se le describe a la mente autoconsciente en virtud de sus teorías acerca del m undo. Del hecho de que no podamos, hacer encajar el sueño en el m undo de la vigilia, sacamos la conclusión de que no puede com probarse. Así pues, pertenece a la m ultitud de cosas hechas por nosotros que tratam os sin éxito de com probar y por tanto rechazamos. Hablo, por supuesto, de la gente corriente, no de las personas neuróticas que pueden sentirse profundam ente perturbadas por m uchos de sus sueños, especialmente si se llam a su atención sobre ellos.

Diálogo VII

25 de setiembre de 1974; 10.45 de la mañana P. Todos tenem os ciertas necesidades, una de las más fuertes de las cuales relativas al yo es la de integrar: la necesidad que tiene el yo de establecer su genidentidad (por emplear- el térm ino de Kurt Lewin [1922]). U n ejem plo de ello es la constante vuelta atrás del sujeto de Brenda M ilner, HM , a sus experiencias pasadas, ya que ese era el único punto de integración para su yo. Sin duda esta necesidad de integración constituye una de las cosas que hace que el yo actúe sobre el cerebro. Es decir, el yo tiene el im pulso o la necesidad o la tendencia a unificar y a integrar las diversas actividades del cerebro. Propondría la siguiente hipótesis relativa a la conciencia anim al. Siem pre que tengam os tanto vigilia com o sueño y un cam bio perió­ dico entre uno y otro, tendrem os tam bién de hecho conciencia, au n ­ que quizá sólo de un nivel bastante bajo; esto es, sin ninguna huella de m em oria explícita; u n a conciencia que, por así decir, es com pleta­ m ente inconsciente del yo, aunque tiene m em oria implícita. Tam bién me parece a mí que si abandonam os el paralelism o y, ju n to con él, abandonam os la búsqueda de la integración en el propio cerebro, entonces habrem os de hacer algo sim ilar tam bién con el cerebro anim al. E. C om o es natural, Karl, estoy dispuesto a aceptar estas ideas suyas acerca del cerebro y conciencia animales. Señalaría que si hem os de aceptar que hay u n a entrada del cerebro a cierta conciencia anim al, entonces hem os de proponer tam bién una acción inversa, en el sen­ tido de que la conciencia anim al no sea una entidad que haya evolu­ cionado sin propósito alguno que no sea quizá conferir cierto tipo de goce o sufrim iento a los anim ales. La conciencia anim al poseería entonces u n valor de supervivencia biológico real, y a que organizaría las realizaciones de todo el anim al y controlaría efectivam ente sus

reacciones a las situaciones. Esto quiere decir que, com o en el caso de la autoconciencia de los hum anos, hem os de pensar que la con­ ciencia anim al tiene tanto u n a entrada com o una salida. P. Esto tam bién afecta al problem a de la posibilidad de interacción de dos m undos y a mi descripción histórica de la teoría física de Descartes de la acción, la teoría del empuje. (Véase mi sección 48.) Creo que es m uy im portante constatar que hay u n a teoría similar, que data de la m ism a época que la de Descartes, sobre la interacción dentro de la mente; me refiero a la teoría de la asociación de las ideas (véase mi sección 52). D urante m uchos años, he sostenido la siguiente opinión en rela­ ción con el aprendizaje de algo nuevo, con el desarrollo de una nueva habilidad o con el descubrim iento de una nueva hipótesis: en tanto en cuanto la nueva cosa aprendida o la hipótesis a descubrir (que se im brican m utuam ente y son más o menos lo mismo) sean nuevas para nosotros, hem os de concentrarnos en ellas y prestarles una plena atención consciente. Tom em os, por ejemplo, tocar el piano. De he­ cho, tocar el piano es un ejem plo m uy bueno, ya que en él, el desarrollo de un a nueva habilidad va en cierto m odo de la m ano del desarrollo de nuevas hipótesis acerca de cóm o deberíam os tocar. Es decir, se ensayan varias hipótesis: ¿se puede hacer de este modo? No; pero puede hacerse de este otro modo, etc. Operam os tanto con hipó­ tesis com o con habilidad. Mi sugerencia aquí es sim ilar, aunque no totalmente igual, a una hipótesis de Schródinger. (Véase mi sec­ ción 36.) E. Eso está en la m ism a línea de mis opiniones acerca del aprendi­ zaje de m ovim ientos y de cóm o aprendem os un nuevo m ovim iento que hem os de exam inar. Usted lo expresa com o u n a hipótesis acerca de cóm o tocar el piano, y preprogram a los m ovimientos. Sabem os de varios circuitos de esta preprogram ación de un m ovim iento, tal com o se explica en el capítulo E3, figuras E3-6 y 7. Se vuelve con el pensam iento sobre lo que se desea hacer y cóm o se puede hacer, y eso entraña circuitos que van de la corteza cerebral a los hem isferios del cerebelo, volviendo luego al tálamo. Tam bién entraña circuitos que tal vez vayan a los ganglios basales. Asi, no sólo estam os im plica­ dos en circuitos cerebrales, sino que estam os tam bién ocupados con una buena dosis de actividad subcortical, donde se organizan las habilidades; finalm ente, una vez que se ha llevado a cabo el m ovi­ miento, hay todo tipo de disposiciones en retroalim entación que lo controlan y lo rem iten al patrón deseado. Por supuesto, cuando se realiza u na determ inada acción repetidam ente, gradualm ente se

aprende toda la secuencia correcta de contracciones m usculares y de retroalim entaciones y todo lo demás. Entonces puede hacerse auto­ mática. Ya no necesita ser preprogram ada de la m anera en que lo fue originalm ente. Quizá en tales casos se m antenga el program a para todas las realizaciones. Por ejem plo, el pianista ya no piensa en cada pequeña secuencia de m ovim ientos de la m ano y en el fraseo de cada ob ra de piano. Lo que hace ahora es adquirir u n a visión más am plia y más nítida del conjunto de creación artística de su ejecución. Este es el m odo en que aprendem os, según creo, las habilidades superio­ res. Relegamos gradualm ente al nivel autom ático el desem peño de las realizaciones más simples y nos m antenem os a nosotros, a nuestra conciencia, a nuestra m ente autoconsciente, abiertos al aspecto más creador, más altam ente evolucionado de nuestras acciones. P. Quisiera hacer unas consideraciones sobre la inducción. El hecho de que podam os aprender por repetición ha confundido a algunas personas y se ha utilizado com o argum ento en favor de u n a teoría de la inducción. M as (com o señalo en mi sección 39) creo que aprender p or repetición equivale a relegar algo de la conciencia a la subcons­ ciencia o a la m em oria, haciéndolo im problem ático (lo que significa hacerlo subjetivam ente seguro, lo cual es m uy distinto de hacerlo encajar con el m undo o hacerlo objetivam ente verdadero). Frente a esto, el problem a m uy distinto de la inducción es el descubrim iento de algo nuevo (por ejem plo, de u n a nueva teoría). Esto es algo que no se logra por repetición, sino haciendo y com probando. Producim os u n a hipótesis desde nuestro interior, por así decir, y luego la pone­ m os a prueba; esto es, la contrastam os y tratam os de falsaria y, en caso de que o curra sem ejante cosa, tratam os de producir u n a nueva hipótesis y siem pre así. Este proceso de hacer y com probar parece operar m uy rápido. Incluso opera en la percepción. E. De lo que deseo ahora hablar es de cóm o podem os establecer una huella de m em oria o qué es lo que ocurre cuando recordam os algún suceso, trayéndolo u n a vez más a la experiencia consciente; esto es, la secuencia que va desde algún suceso conscientem ente experim en­ tado, pasando por algún proceso de alm acenam iento, hasta que final­ m ente se recupera de nuevo. C onsiderarem os u n a experiencia per­ ceptiva sencilla aunque única. T om em os un ejem plo m uy sencillo. H a visto usted repentina­ m ente el uso de u n a palabra nueva que nunca había usado antes y que le gustaría usar; digam os, la palabra «paradigma» o «algoritmo» o «fonema». A hora, lo prim ero es que llégue a la conciencia para ser leída o interpretada por la m ente autoconsciente. En este nivel, se

m antiene en la m em oria por repetición verbal el tiem po que se desee, com o se explica en el capítulo E 8 . Usted podría usar la palabra de un m odo u otro, y seguir jugando con ella. M ientras usted hace tal cosa, tiene usted lo que se llam a m em oria a corto plazo del uso de esta palabra. Se puede hacer lo m ism o con un núm ero de teléfono que se desea recordar. Lo que se hace es usarlo repetidam ente. Se trata de u n a repetición verbal, aunque podría tratarse de un cuadro que se acaba de ver. M ientras prosiga esta actividad, no es necesario recurrir a algo más que a u n a m áquina neuronal continua de gran com pleji­ dad que lleva en sus operaciones espaciotem porales el recuerdo que en cualquier m om ento podrá interpretar la m ente autoconsciente, a la m anera usual de la prim era experiencia. Es decir, se trata de una experiencia continua del m ism o tipo que la inicial. Eso parece ser todo lo que ocurre. Por ejemplo, y esto es algo que sabem os perfecta­ m ente en los casos de hipocam potom ía total, cuando se ha quitado todo el hipocam po de am bas partes, el paciente no tiene más que este breve recuerdo verbal, sólo unos pocos segundos de m em oria (capítulo E 8 ). El hallazgo interesante es que pierde el recuerdo tan pronto com o se distrae. Tan pronto com o esta operación continua de recuerdo verbal cambie a otro patrón neuronal, ya no se puede reco­ brar. En nuestra vida diaria, cuántas cosas llevam os en las operaciones de repetición verbal y pictórica de nuestro cerebro. Esto es lo pri­ m ero que quería decir. Hay otros niveles de m em oria, aunque a la luz de esta historia del hipocam po, hem os de considerar que si hay que recordar algo más prolongadam ente, el hipocam po ha de entrar en la operación. Se ha m ostrado que una hipocam potom ía en el lado izquierdo lleva a un fallo del recuerdo verbal. El curso tem poral de la pérdida se ha registrado en sujetos, con el resultado de que en unos 20 seg se da un fallo (cap. E 6 ). P. ¿Puedo preguntar una cosa? Usted habla de recuerdo verbal, au n ­ que supongo que la fluidez verbal o la habilidad verbal no queda afectada. ¿O acaso se ve afectada la habilidad verbal? Esto es, ¿queda afectada el área de Broca? E. No. Estos sujetos pueden usar el lenguaje de acuerdo con su viejo alm acenam iento de m em oria. Ahí no hay ningún problem a. El de­ fecto no está en el uso o interpretación del lenguaje. El defecto está solam ente en su consolidación de nuevas experiencias verbales. De hecho, se les da a los sujetos una secuencia de núm eros o palabras para que la recuerden y se va en 20 seg. Incluso se puede representar gráficam ente la tasa de dicha pérdida.

P. Quisiera m encionar otra cuestión acerca de cóm o im prim im os las cosas en nuestra m em oria. Quizá deba m encionar u n a experiencia propia sobre núm eros telefónicos. Trato de recordar núm eros de telé­ fono con ayuda de diagramas. Por ejemplo, hay un núm ero que deseo recordar a m enudo (el teléfono de mi herm ana). En el núm ero de teléfono de mi herm ana aparecen las cifras 35-37-02. A hora bien, tenía cierta dificultad en recordar si era 35-37-02 o 37-35-02, de m odo que lo im prim í en mi m em oria con ayuda de un diagram a con form a de tejado puntiagudo, que indica que se parte de una cosa pequeña, se pasa a una grande y luego se vuelve a algo pequeño:

35

37

02

Este diagram a me ha ayudado a distinguir entre 37-35-02 y 35-37-02. N o es m ás que un ejem plo, pero pienso que el uso de tales diagram as es u n a regla m nem otécnica m uy característica y que tam bién es ca­ racterística de la construcción de teorías. Jack, usted m ism o ha dicho que al pensar acerca de teorías elabora usted un diagram a. Esto, según creo, es precisam ente un diagram a de ese estilo. En otras pala­ bras, hay un a operación mental m uy sim ilar im plicada en el intento de im prim ir algo nuevo en la m ente y en el de hallar algo nuevo. E. N o cabe duda de que se trata de algo m uy cierto. Eso es lo que está haciendo continuam ente la m ente autoconsciente. La m ente au ­ toconsciente no es pasiva, sino activa. El im portante m ensaje que he captado estos últim os días ha consistido en darm e plena cuenta de la acción de la m ente autoconsciente sobre el cerebro, no sólo en el caso de alguna acción voluntaria, sino en las operaciones ordinarias conti­ nuas que se desarrollan a lo largo de toda nuestra vida, donde los pensamientos llevan a otros pensamientos y donde los recuerdos se evocan y se experim entan de nuevo en nuestra vida m ental, recor­ dando y evocando, actuando y desarrollando. Todo esto es m uy im ­ portante. P. Lo que acaba usted de decir acerca de la acción me recuerda el gatito de la góndola. Es, por así decir, una especie de sím bolo esque­ m ático para mí de la im portancia de la actividad en todos los proce­ sos de aprendizaje y en todos los procesos conscientes. E. V olviendo ahora al hipocam po, es u n a hipótesis extraordinaria en cierto m odo que hayam os de considerar que el hipocam po actúa tan

pronto y tan efectivam ente, de m anera que, tras unos pocos segun­ dos, nos perm ite recobrar un recuerdo. Es algo que dem uestra, por supuesto, el trabajo sobre lesiones que he m encionado (cf. cap. E 8 ). Pienso que hem os de proponer que la mente autoconsciente actúa sobre los m ódulos abiertos del neocórtex, ya que nos basta pensar que en esos lugares especiales del cerebro, y bajo circunstancias espe­ ciales, el M undo 1 está abierto al M undo 2 (cap. E7). N o querem os que se abra en todas partes. Creo que se precisa cierta economía. En prim er lugar, hem os de pensar en las zonas m ínim as de apertura y ver si podem os explicar todo los fenóm enos de esa manera. Mi pri­ m era conjetura es que podem os hacerlo. P. Es una cuestión de método m uy im portante que se puede form u­ lar del siguiente modo: siem pre que se pueda conseguir el parale­ lismo, deberíam os tratar de obtener el paralelismo entre la mente y la materia; lo que ocurre es que se rom pe en alguna parte y hem os de dejar paso a la interacción. Por supuesto, deberíam os operar inicialmente con una especie de interacción mínima. Quizá debería m encionar aquí tam bién, tentativam ente, una idea que tuve hace m uchos años; a saber, que los reflejos condicionados no existen realmente. Lo que Pavlov llam aba el reflejo condicionado es la formación de hipótesis del perro. (Véase mi sección 40.) Creo que la idea del reflejo condicionado se retrotrae a la psicología asocia­ cionista de Locke. En otras palabras, el reflejo condicionado preten­ día ser el aspecto fisiológico de la asociación. Mas creo que la psicolo­ gía asociacionista está com pletam ente equivocada y, por tanto, debe­ ríam os dejar de hablar de reflejos condicionados. E. Bueno, no seamos dem asiado dogmáticos en este punto, ya que la de reflejo condicionado es una m ala denom inación. Estoy com pleta­ mente de acuerdo y además el trabajo de investigación m uestra que norm alm ente entraña la acción de la corteza, por lo que de hecho constituye u na serie m uy com plicada de sucesos. El error fue darle originalm ente el nom bre de reflejo. Realmente no es un reflejo en absoluto. Sherrington nunca hubiera creído que se trataba de un reflejo. El creía que se trataba de todo un patrón com plejo de con­ ducta del perro y que se trataba de experiencia aprendida con antici­ pación y m em oria incorporada, com o usted dice. La denom inación de reflejo ha tenido un resultado desafortunado, com o es el de dar pie, según creo, a un conductism o m uy limitado. U na actitud con­ ductista hacia el hom bre y los anim ales consiste en pensar todo el tiem po en térm inos de una ejecución refleja absurdam ente sencilla con estím ulo y respuesta y, luego, con la intervención del condicio­

nam iento operante con su caricatura del funcionam iento del sistema nervioso. P. Así es, pero no es sólo la palabra «reflejo» la que es u n a caricatura, sino que tam bién lo es la palabra «condicionado». Mi teoría es que no condicionam os nada en absoluto desde fuera, sino que retam os al cerebro a producir desde dentro, por así decir, las expectativas, hipó­ tesis o teorías que luego se han de ensayar. Por supuesto, si dichas teorías se ensayan y resultan bien, com o hem os m encionado antes, se hundirán en la parte inconsciente del cerebro, en el nivel inferior, por repetición, operando más o m enos autom áticam ente. Así pues, tanto la palabra «reflejo» com o «condicionado» constituyen malas denom i­ naciones y juntas llevan al punto de vista conductista que considero com pletam ente equivocado. E. Estoy de acuerdo con esas críticas. Pienso que no podem os so­ breestim ar las relaciones de transacción a través de la línea de separa­ ción del cerebro de relación y de la mente autoconsciente (cf. mis caps. E7, E 8 ). Pregunto ahora cóm o recuperam os los recuerdos. Creo que se trata de un a actividad funcional m uy im portante de la m ente autoconsciente. Creo que en esta recuperación la m ente autoconsciente está tratando continuam ente de recuperar el recuerdo de palabras, expresiones o im ágenes m ediante una acción que no se lim ita a ser un escudriñam iento de la disposición m odular, sino que la sondea a fin de evocar respuestas suyas y de tratar de descubrir los m ódulos preferidos, los que están relacionados con la m em oria por su organi­ zación en patrones. De ese m odo, la mente autoconsciente está de­ sem peñando, por así decir, una función m uy activa en la recupera­ ción de recuerdos que considera deseables en ese m om ento. Creo que está escudriñando continuam ente las áreas de relación cerebrales m e­ diante un proceso de ensayo y error. Todos estam os familiarizados con la facilidad y dificultad de la recuperación de uno u otro re­ cuerdo y tenem os m uchos recursos para ello. Algunos siem pre acu­ den con facilidad; siem pre podem os obtener una palabra o expresión. Por el contrario, otros son más difíciles, constituyendo todos ellos problem as para la m ente autoconsciente y un reto para ella, a fin de evocar el recuerdo deseado m ediante esta operación de escudri­ ñam iento y sondeo en los patrones m odulares. Creo que se trata de algo trem endam ente im portante en todas nuestras realizaciones cultu­ rales. P. Podría añadir algo que quizá sea un tanto trivial acerca de la

cultura y la m em oria. M uy a m enudo, recordam os solam ente que hem os leído algo en un libro, que el libro está colocado en determ i­ nado lugar y cóm o encontrarlo en el libro. Hay un tom a y daca entre la cultura alm acenada en el cerebro y la cultura externa del M undo 3, y resulta útil desarrollar la técnica de poner lo m ás posible en el M undo 3 externo . 1 Por eso tom am os notas y tenem os un aparato magnetofónico. Hay tam bién otra cuestión más. A saber, si som os activos y producim os algo, es com pletam ente insuficiente limitarse a elaborarlo en nuestra mente: aunque se trata de una etapa m uy im ­ portante, resulta insuficiente. Hemos de escribir nuestras ideas y, al escribirlas, hallam os típicam ente problem as que antes habíam os pa­ sado por alto y sobre los que luego podem os reflexionar. En otras palabras, la actividad de la mente autoconsciente relativa a una hoja de papel y un lápiz tiene una semejanza definitiva con la actividad de la mente autoconsciente relativa al cerebro. Am bas entrañan una especie de operación de ensayo y error. E. En nuestra vida de estudiosos fracasaríam os com pletam ente si lo único que pudiésem os utilizar fuese lo que recordásem os, sin tener nada escrito. Por supuesto, hubo una época en que esto era así y en la que se escribía m uy poco. Supongo que Sócrates nunca escribió nada, si bien Sócrates tuvo la suerte de tener un m ontón de gente alrededor a quienes poder sondear en busca de recuerdos. Había una atm ósfera de discusión cultivada, así com o de investigación y argu­ m entación, en la que se planteaban problem as que se respondían y criticaban. Esto es algo que se puede hacer hasta un cierto nivel en condiciones m uy favorables, sin confiarlo todo al m odo escrito; mas entonces vinieron, com o es natural. Platón y otros y lo escribieron. Lo mismo ocurrió con el N uevo Testamento. N ada se escribió en el m om ento, sino que lo escribieron de m em oria m uchos años más tarde para que lo leyésemos todos nosotros. A lgunos de los períodos más grandes de la creatividad hum ana en los niveles más elevados no gozaron de la ventaja de los libros, aunque no deseo ni por un m om ento desacreditar a los libros. Creo que nos hallam os ahora en niveles de com plejidad del conocim iento tales que hem os superado sobradam ente lo que se hubiese podido m anejar en las viejas escuelas de las disputas. Además, creo que nos hem os hecho tan sofisticados en la escritura que podem os ser ahora más autocríticos y críticos de los demás en térm inos de ideas y expresiones originales de lo que podam os serlo en form a hablada. Así, yo he aprendido una buena 1Cf. la consideración (aulobiográfica) de Auguste Forel: «No deberíamos poner en nuestro cerebro lo que podem os poner en nuestra estantería».

cantidad de cosas acerca de mí m ismo escribiendo y diagram ando mis pensam ientos. P. Considerem os el problem a de la recuperación. Pienso que si de­ seam os recuperar, digamos, un nom bre, u n a palabra o algo por el estilo de nuestro alm acenam iento de m em oria, entonces tenem os una especie de representación esquem ática de la cosa que querem os ha­ llar, antes de ir realm ente al alm acenam iento para tratar, com o si dijésemos, de hallarla. Creo que hay algo m uy im portante e intere­ sante sobre el proceso de recuperación; a saber, que ensayam os y rechazam os varias soluciones a nuestros problem as. De alguna m a­ nera, com param os lo que sale con nuestro objetivo vagam ente conce­ bido y decimos: No, no, no es eso; mas cuando lo hallam os real­ m ente, norm alm ente estam os m uy seguros de haber conseguido lo que buscábam os. Sin em bargo, en ocasiones, se alcanza u n a etapa interm edia. Es decir, algunas veces llegamos a un nom bre y decimos: Oh sí, sí, podría ser; mas aparentem ente es tan sólo algo m uy pare­ cido y podem os alcanzar más adelante la seguridad com pleta de h a­ ber alcanzado lo que realm ente buscábam os, que era un tanto dife­ rente de la cosa interm edia. Así, operam os en este punto con un objetivo o idea esquem ática, por así decir, con un cierto punto de un esquem a que podem os alcanzar, al que podem os aproxim arnos o del que podem os alejarnos. Con ayuda de tal diagram a podem os decir si hem os alcanzado o no nuestro objetivo. E. Surge otro problem a cuando consideram os si hay recuerdos no recuperables del m odo ordinario por la técnica de escudriñam iento de la m ente autoconsciente que podem os instigar deliberadam ente para el recuerdo. ¿Existe un gran alm acenam iento de m em oria que no sea recuperable a voluntad? Creo que hay pruebas de que esos recuerdos pueden evocarse bajo condiciones especiales y tenem os, por supuesto, el ejem plo de la estim ulación de Penfield del lóbulo tem poral (cf. la fig. 10 del cap. E 8 ). P. Totalm ente al m argen de los experim entos de Penfield, sugiero que u n a gran cantidad de lo que se alm acena en la m em oria y que no es recuperable consiste de hecho en habilidades y m odos de hacer cosas. Esto puede abarcar incluso la captación de nuevo de ciertos matices em otivos que nos presentan ciertas situaciones; por otra parte, ciertos olores pueden presentar ciertos m atices em otivos y eso es algo que difícilm ente se puede recuperar a voluntad; es algo que no está abierto a la recuperación, pero que a pesar de todo existe.

E. Estoy de acuerdo, por supuesto, con que los recuerdos se pueden alm acenar com o habilidades. C uando se ha aprendido plenam ente alguna acción, alguna ejecución en los juegos, en la m úsica o la danza, entonces se puede disfrutar de los efectos globales sin m oles­ tarse p or los controles de detalle, que se desarrollan de m anera in­ consciente m ediante todo tipo de circuitos que en principio sabemos que existen. Pienso que u n a de las cosas deliciosas de nuestro control de m ovim ientos es que podem os aprenderlo subconsciente y autom á­ ticam ente, con belleza, estilo y destreza. Podem os disfrutar sobrem a­ nera contem plando nuestra m anera de hacerlo, que a m enudo resulta superior a lo que creíam os poder conseguir. Se trata de una de las alegrías de la vida. Los niños pequeños disfrutan de ella m uy pronto en sus juegos y, por supuesto, los anim ales jóvenes dan la im presión de que tienen el m ism o disfrute en el juego. En todo aprendizaje, hem os de recurrir a la m ente autoconsciente durante los prim eros estadios, si bien más tarde podem os pasar al nivel de las ejecuciones autom áticas. Creo que puede ocurrir lo m ism o en otros niveles de la experiencia consciente. Por ejemplo, en el nivel sensorial-perceptivo, podem os aprender u n a buena dosis de habilidades de síntesis, de m odo que podem os obtener algún tipo de im presión holista o gestáltica que originalm ente había de form arse a partir de com ponentes pardales. Pero ahora podem os echar un vistazo y la totalidad de esta síntesis se nos ofrece por m edio de alguna habilidad aprendida pro­ funda. Estoy seguro de que no nacem os con esta m em oria global de nuestra im aginación pictórica. Del m ismo m odo que en la música, podem os im aginar habilidades aprendidas allí donde usted tiene que tratar de com prender las secuencias melódicas, la arm onía de las notas y todo el fraseo y dem ás en niveles cada vez más elevados. Todo esto form a parte del proceso de aprendizaje. Al final, se puede disfrutar de todo el conjunto o escuchar cualquier partitura musical que se quiera, discrim inando lo que se desee y mezclándolo luego todo ello en u na am able apreciación estética. De hecho, creo que toda apreciación estética nos viene de ese modo. Ha de aprenderse por partes y gradualm ente; con más y más habilidades, podem os alcanzar la síntesis con niveles transcendentes de disfrute. Así, tal síntesis autom ática se da tanto en la parte m otora com o en la sensorial, y creo que ocurre en un nivel aún más elevado en la imaginación, donde hay niveles de creatividad, de creatividad de pensam iento, de ideas y demás. Se trata de nuevo de la vida del M undo 2 en relación con el M undo 3. P. Me gustaría seguir oyendo más cosas acerca de la m em oria, espe­ cialm ente sobre las diversas distinciones acerca de ella, com o la m e­

m oria de habilidades y la del conocim iento, y cóm o la m em oria im plícita y explícita se relacionan con estas distinciones. Si la recupe­ ración a corto plazo no se relaciona, com o usted dice, con el hipo­ cam po, entonces es probable que la fisiología de, por ejem plo, la m em oria im plícita, de la m em oria a largo plazo y de las habilidades esté diferentem ente localizada. Por ejemplo, la habilidad lingüística (me refiero a saber cóm o hablar, no a saber qué decir) está al parecer localizada en el área de Broca. E. Es posible que se em pleen procesos m uy distintos para el aprendi­ zaje de las habilidades m otoras y para la recuperación de experiencias sensoriales, percepciones e ideas (cf. el capítulo E 8 ). Estoy seguro de que necesitam os m uchísim as más investigaciones sobre las posibles diferencias com o las que m edian entre la m em oria m otora y senso­ rial. Tam bién me pregunto si precisa para algo al hipocam po el in­ tento de alm acenar en la m em oria todos los estadios de un argum ento lógico o u n a prueba matem ática. N o creo que se haya contrastado esta cuestión. El proceso de aprendizaje hipocam pal se ocupa del recuerdo de los sucesos ordinarios de cada día, de lo que se acaba de decir, de lo que se ha hecho, de cóm o se llegó hasta aquí, qué ocurrió ayer y ese tipo de cosas de la vida diaria. P. Quisiera hacer u n a consideración sobre el problem a de la unidad de la autoconciencia y el paralelismo; a saber, que no deberíam os esperar hallar en el cerebro dem asiada base paralelista de esta unidad. Es decir, deberíam os llegar hasta el punto de afirm ar que la m ente autoconsciente parece concentrarse en la m itad del cerebro para reali­ zar su unidad particular. ¿Hasta qué punto es capaz, especialm ente en la infancia, de elegir, por así decir, la parte del cerebro, izquierda o derecha, en la que term inará concentrándose para la unidad autoconsciente? Se trata de u n a cuestión m uy interesante. ¿H asta qué punto se trata de algo fisiológico o hasta qué punto es de hecho psicológico? Es decir, ¿hasta qué punto desem peña alguna función la actividad? E. Creo que ha planteado usted un problem a transcendental. Es un problem a que me preocupa continuam ente. En prim er lugar, tuve que rom per con la posición según la cual suponía que la unidad de todas las experiencias se hallaba incorporada al sistem a nervioso, siendo interpretada más o m enos pasivam ente com o u n a unidad por la m ente autoconsciente. Luego vino la nueva concepción de que el sistem a nervioso funcionaba con toda su múltiple disparidad de acti­ vidad m odular am pliam ente dispersa por un área inm ensa del cere­

bro de relación, siendo leída y unificada toda esta diversidad por la mente autoconsciente en algún proceso transcendente. Se trata de una hipótesis bastante vertiginosa. Mi mente titubea al considerarla. N unca hem os com prendido esta am plia diversidad de operación de la m ente autoconsciente sobre todo este patrón de sucesos del M undo 1 que entrañan cientos de miles de unidades independientes. La mente autoconsciente sondea esta gran diversidad, sintetizándola y haciendo de ella un a unidad en cada m om ento. Esto ocurre en fracciones de segundo a m edida que nuestra m ente autoconsciente actúa sobre las actividades de nuestro cerebro, construyendo en cada m om ento nues­ tra imagen del m undo en la conciencia. Nos hallam os ahora más allá de cualquier proceso que pueda tener alguna base física en el M undo 1 , y por eso hem os de introducir algo m uy distinto, a saber, la mente autoconsciente, en el M undo 2. Es aquí donde esta idea de la interac­ ción se encontrará con la incredulidad de las personas que están acostum bradas a vivir con los pies puestos en el M undo 1. Cómo pueden hacerse al tipo de ideas que estamos desarrollando acerca del modo real en el que recibimos la conciencia y en el que la mente autoconsciente actúa e interactúa con las cortezas cerebrales. Yo sugeriría que la mente autoconsciente está escudriñando todo tipo de módulos. Lo escudriña todo y halla que puede com unicar tan sólo con algunos m ódulos, tanto dando com o recibiendo inform ación de ellos. Son los m ódulos abiertos. Puede pasar de largo por los m ódulos cerrados, com o una abeja que se encuentra con flores que no tienen nada y que sobrevuela en busca de otras. N o hay que pensar que haya ningún bloqueo de actividad en los m ódulos cerra­ dos; sim plem ente es que no hay reacción ante la mente autocons­ ciente, nada sale de ellos y por tanto nada reciben. La mente autoconsciente trata a dichos módulos com o a cualquier otra parte del M undo 1. Tan sólo está en relación con los especialísimos m ódulos abiertos y tan sólo durante los estados especiales de dichos módulos. Se ha sugerido más arriba esta idea en relación con el sueño. Cuando nos hallam os profundam ente dorm idos, la m ente autoconsciente es­ cudriña y no encuentra ningún m ódulo que reaccione lo más mí­ nimo. Es entonces cuando estam os inconscientes. Entonces, algunos módulos llegan a reaccionar un poco, desarrollando alguna actividad coherente. Eso produce que la m ente autoconsciente lea un sueño. Usted sabe que podem os divertirnos m ucho al jugar en la im agina­ ción con estas nuevas ideas. P. Pienso que todo esto plantea m uy bien lo que yo trataba de suge­ rir. N aturalm ente, queda aún un gran problem a; a saber, cuánto está físicamente predeterm inado -obviam ente hay m uchas cosas genética­

m ente predeterm inadas en la diferencia que hay entre el hem isferio dom inante y el m enor-. Es algo obvio, ya que de lo contrario seria u n a cuestión de m itad y mitad, y no una cuestión de un 90% frente a un 10% . N o obstante, no está plenam ente predeterm inado, com o sabem os por casos de lesiones, y aparentem ente exige la cooperación de la m ente autoconsciente el pleno desarrollo del dom inio de la parte izquierda del cerebro. Tam bién me gustaría hacer algunas consideraciones sobre diver­ sos aspectos de la m em oria. Antes que nada, hay un espectro que posee com o extrem os la m em oria explícita y la implícita. En segundo lugar, hay distinciones según el m odo en que la m em oria se adquiere. Aquí deseo m encionar tres puntos. 1) La m em oria adquirida por un proceso de aprendizaje que lleva a un m étodo de ensayo y error de descubrir la solución; la solución descubierta; y luego la repetición práctica que lleva a la habilidad. 2) U n proceso de aprendizaje que no parte de un a solución consciente, com o cuando el problem a tom ó tan sólo la form a de una vaga irritación. 3) La m em oria debida a un proceso que evoca nuestras acciones y elecciones activas de m anera inconsciente, form ando así nuestra personalidad. (Véase tam bién mi sección 41.)

Diálogo VIII

26 de setiembre de 1974; 10.40 de la mañana P. En mis secciones 48-56, he presentado una historia del problem a del cuerpo y la m ente desde Descartes y, especialm ente, de las etapas que llevaron al paralelism o de Geulincx, M alebranche, Espinosa y Leibniz. He tratado de m ostrar que la em ergencia del paralelism o se basa casi com pletam ente en la idea de que tenem os una teoría válida de la causación en el M undo 1; que los cuerpos se com portan exacta­ m ente com o si se em pujasen m utuam ente, provocando así su m ovi­ m iento (lo que constituye la teoría cartesiana de la causación). Había tam bién un a teoría de la causación en el M undo 2; a saber, que una idea está asociada con otra y por tanto que el recuerdo de una idea, a, conlleva com o secuela la aparición en la conciencia de la idea b. Así, hay dos teorías simples de la causación, una para el M undo 1 y otra para el M undo 2. Dadas estas teorías, es com pletam ente incom prensi­ ble que el M undo 1 y el M undo 2 puedan interactuar. Esta im posibi­ lidad de interacción aparente lleva al paralelism o de G eulincx, M ale­ branche, Espinosa y Leibniz. He criticado este tipo de justificación del paralelism o, señalando que las teorías de la causación en las que se basa se han visto com ple­ tam ente superadas y que, en la física, tenem os u n a pluralidad de diferentes tipos de causas; a saber, de fuerzas (al m enos cuatro tipos distintos de fuerzas), y que en el M undo 2 o m ente subjetiva tenem os tam bién teorías que son totalm ente distintas de las teorías de la aso­ ciación. He atacado especialm ente la teoría del reflejo condicionado que es el análogo cerebral de la teoría de la asociación de Locke. La teoría de la asociación ni siquiera se sostiene en un caso que es, por así decir, p u ra m em oria; a saber, el caso de un recuerdo, ya que en el caso de un recuerdo, lejos de esperar sencillam ente por el funciona­ m iento de la asociación de ideas, som os intensam ente activos, ope­ rando con todo tipo de m edios para conseguir la llave que abra la

puerta, por así decir, de esa parte especial de la m em oria en la que estam os interesados. Los elem entos dinám icos en nuestro pensa­ m iento y en nuestros procesos de pensam iento no son asociacionistas. Por supuesto, existe algo del tipo de la asociación, aunque no desem peña la función de un m ecanismo elem ental que le atribuyen los teóricos de la asociación. Además, en especial, no es algo caracte­ rístico de la mente, ya que el asociacionismo tiene un aspecto de «espectador pasivo» con respecto a la mente, m ientras que de hecho, durante casi todo el tiem po que som os conscientes, la m ente está activa, busca activam ente, tratando de operar con modelos, con dia­ gram as y con esquem as. Asim ism o, está constantem ente haciendo y rehaciendo y deshaciendo, probando una y otra vez la adecuación de sus construcciones. Así, hoy día son com pletam ente inaceptables las teorías de la causalidad del M undo 1 y la teoría de la causalidad del M undo 2 psicológico. Esto, por supuesto, no significa que el paralelism o esté refutado. Tan sólo quiere decir que los argum entos a prioru que parecían a posteriori, sobre los que se basaba el paralelism o son inválidos. Pero el paralelism o en sí m ismo puede aparecer sim plem ente com o una conjetura sobre las relaciones entre el cuerpo y la mente, y puede seguir siendo una conjetura válida aun cuando los argum entos que llevan a él hayan sido refutados. Creo que deberíam os intentar hoy día criticar el paralelism o no desde el punto de vista de si es dem os­ trable o se puede justificar mediante argum entos deductivos, sino desde el punto de vista de si sus consecuencias son aceptables. En otras palabras, deberíam os tratar de criticar el paralelism o no com o conclusión , sino más bien com o prem isa, com o una hipótesis de la que se siguen ciertas consecuencias. E. Karl, me gusta m ucho esto. Me gusta especialm ente el m odo en que usted subraya la relación activa de la m ente autoconsciente con el cerebro, criticando por tanto la pasividad que entraña el parale­ lismo. Yo m ism o soy de la opinión de que es esa la dificultad princi­ pal del paralelismo. Falla de este modo esencial y puedo poner varios ejem plos sacados del m odo en que pensam os sobre el problem a del cerebro y la mente. En prim er lugar, no hem os de pensar en la acción voluntaria cuando consideram os la acción de la m ente autoconsciente sobre el cerebro. Este, por supuesto, es el más patente de todos los ejem plos de la acción de la m ente sobre la m ateria o del pensam iento desencadenando una acción. Hem os tratado este tem a en otro diálogo, así com o en el capítulo E3. Com o usted dice, esta­ mos tratando continuam ente de recobrar recuerdos, de desarrollar ideas, de jugar, por así decir, con nuestros conceptos y teorías, im agi­

nando activamente. De este modo, vam os m ucho más allá de los datos presentados por nuestras experiencias sensoriales, actuando con interpretación, juicio y crítica. Todo ello entraña un lado activo en los procesos m entales o la m ente autoconsciente, siendo m uy claro que tenem os que considerar esta actividad com o algo que se ejerce sobre los sucesos cerebrales, cam biándolos a fin de producir los efec­ tos deseados. Por ejemplo, para recuperar el recuerdo que interesa en un m om ento determ inado, hem os de sondear y ensayar todo tipo de estrategias. Considero que se trata de un proceso activo trem enda­ m ente complejo, m ediante el cual la m ente autoconsciente trabaja sobre la inm ensa cantidad de acciones nerviosas que se desarrollan en la corteza cerebral, y selecciona entre ellas de un m odo m uy especí­ fico que, ciertam ente, no es autom ático. Hemos desarrollado m aravi­ llosas habilidades en el m anejo que hacen nuestros procesos mentales de los acontecim ientos cerebrales con los que se relacionan, de modo que pueden llevar a cabo las interpretaciones deseadas de los aconte­ cim ientos cerebrales, m odificando dichas interpretaciones y demás. Este es el punto principal que yo señalaría acerca de la m anera en que fracasa com pletam ente el paralelism o a la hora de dar cuenta de los fenóm enos de la experiencia. A hora bien, hay un segundo fallo del paralelism o que, a mi modo de ver, se relaciona con el prim ero, aunque es más sencillo de en u n ­ ciar. Se refiere a la unidad de la experiencia consciente que tenem os en cada m om ento. La atención revolotea de una cosa a otra. En cada m om ento, nos orientam os con relaciones especiales respecto a un elem ento del m undo perceptivo, ignorando u n a enorm e cantidad de cosas que se están vertiendo por los órganos de los sentidos. A conti­ nuación, podem os revolotear a otra característica que sea de interés en ese m om ento, etc. A hora bien, esa operación de la m ente autoconsciente que confiere una unidad en cada m om ento, parece ser una realización m uy notable. En la teoría neurofisiológica nunca se ha podido desarrollar una explicación plausible de cóm o se puede crear esta unidad a partir de u n a inm ensa diversidad. Está fuera del alcance de nuestra consideración la inm ensidad de esta diversidad de sucesos neuronales. ¿Cómo se puede unificar en la experiencia tal diversidad? N o sabemos de ningún m edio neurofisiológico, exceptuando las neu­ ronas de reconocim iento de características, que no sum inistran más que pequeños fragm entos de una imagen percibida. Tiene que haber algún m ecanism o de escudriñam iento global, tal com o el que postula­ mos para la m ente autoconsciente, para sum inistrarnos tal unidad. N ada hay en la descripción m aterial de las acciones cerebrales que explique esto lo más m ínim o. Com o ya hem os dicho, rechazo la teoría de la F orm a acerca de los cam pos, o la teoría del cam po micro-

potencial de Pribram (cf. el capítulo E7), ya que en esos casos es evidente que hace falta un hom únculo que interprete la im agen. Se ha perdido la esencial pureza materialista del paralelism o al insertar un hom únculo com o agente activo. En nuestra teoría del dualism o, la m ente autoconsciente lleva a cabo esta realización increíble e inim agi­ nable en sus relaciones con los sucesos cerebrales, tal com o'se explica en el capítulo E7. Que lo hace es algo que pone de manifiesto la unidad de la experiencia un m om ento tras otro. N o podem os dar cuenta de esta integración m ediante ninguna teoría material del sis­ tem a nervioso y, por tanto, la teoría paralelista fracasa, ya que no puede sum inistrarnos la unidad experim entada. P. Estoy de acuerdo en que es esta actividad de la m ente la que resulta incom patible con el paralelism o con acento fisicalista; un pa­ ralelism o que subraya él m ecanism o físico del cerebro. Lo que me gustaría señalar, para com enzar, es que deberíam os tratar de dar al paralelism o lo que es del paralelismo. Yo diría que hay casos en los que se da una dependencia directa de las experien­ cias de la m ente autoconsciente respecto a lo que le sum inistra el cerebro físico. Eso sería así particularm ente en el caso de las ilusiones ópticas. Resulta m uy interesante que no podam os deshacernos de una típica ilusión óptica en cuanto experiencia óptica, aun cuando este­ mos com pletam ente seguros de que se trata de u n a ilusión y tratem os activam ente de ver las cosas con su significado no ilusorio. C onsidé­ rese, por ejem plo, la ilusión M üller-Lyer . 1 Podem os m edir hasta qué punto nos equivocam os y podem os ver cóm o lo m edim os, pero aun con todo este conocim iento y toda esa interpretación consciente de nuestra mente, seguirem os siendo incapaces de deshacernos de la im presión, la experiencia visual, que nos sum inistra el cerebro. Es decir, en este caso el dualism o puede ser realm ente experim entado. Me refiero, por u n a parte, a la independencia e inactividad de la percepción, de la experiencia visual; a su dependencia respecto a funciones cerebrales superiores (aunque, no obstante, inferiores, com paradas con la interpretación última); y, por otra parte, a nuestro conocim iento de que no hem os de fiarnos de esta experiencia. (U no 1 Ilusión de Müller-Lyer. Las líneas verticales son de la m ism a longitud. (Véanse también las figuras de mi sección 18.)

estaría tentado a explicar este «dualismo» com o un dualism o entre dos m ecanism os de descodificación o interpretación; no obstante, no notam os un a doble personalidad cuando tom am os nota de este dua­ lismo.) Esto arroja u n a luz m uy interesante sobre el aspecto activo de la mente. Podem os ver aquí cóm o podem os experim entar la pasividad de la m ente y por tanto la dependencia de la m ente respecto al cere­ bro. Así, podem os describir esta ilusión óptica com o realm ente, por así decir, una experiencia epifenom énica, pudiendo contraponer nuestra experiencia de tales ilusiones a nuestras experiencias activas para ver lo diferentes que son y cóm o el paralelism o puede explicar m uy poco de esta diferencia . 2 E. El tem a de la ilusión óptica que usted m enciona es m uy intere­ sante e im portante. El hecho es que, com o dualistas, no decim os que la m ente autoconsciente no pueda elevarse por encim a de lo que acontece en el cerebro. P. Sí. Pero a veces no lo hace. E. La mente autoconsciente está siem pre trabajando, por así decir, hacia adelante y hacia atrás, pudiéndose incluso decir que en todos sus procesos perceptivos está m oldeando o m odificando las activida­ des m odulares del cerebro, a fin de obtener de ellos lo que desea. Se podría decir que se trata de un control deliberado de los sucesos cerebrales. Eso es m uy distinto del paralelismo. O btendrá de ellos lo que en cada m om ento com uniquen, aunque lo desviará continua­ m ente hacia otro m odo y buscará experiencias m ás en sintonía con lo que en ese m om ento constituye sus intereses. Pero quiero ir aún más lejos en el análisis de este tem a de las ilusiones. Algunas ilusiones, com o sabem os ahora en principio, son creadas por el procesam iento de inform ación en varios estadios de la corteza cerebral. Por ejemplo, se pueden explicar así los fenóm enos de Mach, las ilusiones de Müller-Lyer, y las postimágenes. Se ha de recordar que estam os conti­ nuam ente haciendo un buen uso de las ilusiones. Por ejemplo, el paralaje debido a la diferencia entre las im ágenes de am bos ojos se transm ite selectivamente a los m ódulos de la corteza visual (fig.E2-7) 2J. J. C. Smarl [1959] ha elaborado un excelente ejemplo de esta teoria de la identidad, refiriéndose a una postimagen débil. En este caso, realmente no hay una razón urgente para negar que algunos sucesos cerebrales se experimenten (de m anera que sean paralelos el aconteci­ miento cerebral y la experiencia, e incluso no tengo mucho que objetar a la pretensión de que quizá sean idénticos). Lo que trato de hacer es sum inistrar ejemplos que encajen más bien con el caso opuesto: el caso de la interacción dualista.

y se interpreta a fin de sum inistrarnos la percepción de profundidad. Hay u n a fusión de dos im ágenes distintas en u n a sola de otro tipo con profundidad. C uando poseem os esta habilidad, puede hacerse tam ­ bién objeto de las más bellas y apasionantes dem ostraciones. Puedo señalar los ejem plos de los estereogram as de puntos aleatorios que ha diseñado Bela Julesz [1971] que m uestran increíbles ilusiones en la experiencia tridim ensional. A quí se da, una vez más, la intervención activa de la m ente autoconsciente sobre los sucesos cerebrales. Creo que hay gran canti­ dad de ilusiones en las que podem os hacer tal cosa. Por supuesto, hay algunas ilusiones que se sabe que son ilusiones y que, a pesar de ello, no se pueden m odificar voluntariam ente. Es de presum ir que sea así debido a que la m ente autoconsciente es m uy débil en su influencia sobre el cerebro, tal com o se ha propuesto en los capítulos E3 y E7. Así, hay varias lim itaciones a su efectividad. Tam bién lleva tiem po y, en el caso de las entradas al cerebro más sutiles y sorprendentes, com o la que acabo de m encionar, lleva un tiem po m uy largo. Así, se m uestra que la relación entre la m ente y el cerebro no es algo instantáneo y autom ático, com o en la teoría paralelista. E ntraña todo un proceso de modificación lenta y gradual, así com o de escul­ pido, podríam os decir, con interacción hacia adelante y hacia atrás. C reo que no hay más rem edio que aceptarlo y, al hacerlo así, se tiene que rechazar el paralelismo. P. El problem a que ha planteado usted acerca de la acción relativa­ m ente débil de la m ente sobre el cerebro se puede explicar biológica­ mente. Es decir, hay dos tipos de ilusiones: las que nos sum inistra o im pone el cerebro y las que tienen su origen mental, com o, digamos, el cum plim iento de deseos. Al parecer, tenem os incorporado al orga­ nism o y a todo el «m ecanismo de interacción» entre el cerebro y la m ente que ésta haya de depender en m uchos sentidos del cerebro, a fin de que no caiga m uy fácilmente en ese tipo de ilusión que experi­ m entam os en la fantasía. Yo diría que todo este cam po se puede usar para m ostrar al m ism o tiem po la existencia de una especie de brecha, así com o de dependencia, entre la m ente autoconsciente y el cerebro. La cuestión principal que m uestra aquí la existencia de esa brecha es que pode­ m os ser m uy críticos respecto a una ilusión óptica y, sin em bargo, experim entarla. Es el yo el que critica la ilusión óptica, y es una especie de nivel inferior del yo el que la experim enta (cf. cap. E7, figura 2), en conform idad con lo que le sum inistra el cerebro. Se puede plantear la cuestión de si esta especie de brecha o separación entre un aparato crítico y una parte no crítica del yo puede o no

imitarse con una com putadora. Pienso que probablem ente se pueda imitar. Podríam os construir una com putadora que revisase crítica­ m ente sus entradas, aunque, de hacerlo así, de hecho tendríam os que distinguir tajantem ente las dos partes de la com putadora. Es este dualism o el que m uestra la cuestión que estam os tratando de estable­ cer. En la com putadora, tendría que haber una especie de división entre los resultados de prim er orden y los de segundo orden, que son un resultado de la revisión crítica de los de prim er orden. Este tipo de división podríam os incorporarla a u n a com putadora basándonos en nuestra propia crítica, recurriendo a la diferencia entre nuestros p ro ­ pios resultados de prim er orden y su revisión crítica com o modelo nuestro. En nuestro propio cerebro, superpuestas, hay incorporadas varias de esas jerarquías de controles, si bien, no obstante, el resul­ tado final de las actividades del cerebro se pueden distinguir del yo en el caso de u na ilusión, en tanto en cuanto podam os suponer que la ilusión que sabem os que lo es, aunque la veamos, pueda considerarse el resultado de interpretaciones del m ecanism o de descodificación del cerebro. Puede tratarse perfectam ente de un m ecanism o paralelista y puede distinguirse claram ente de nuestra actitud crítica activa hacia ella. Creo que esto no tiene una base física com pleta. Por supuesto, puede tener cierta base en el cerebro, aunque no creo que se pueda reducir plenam ente a los m ecanism os selectivos del cerebro. Que yo sepa, nunca se han discutido estas cosas. Los psicólogos se han inte­ resado m ucho en las ilusiones ópticas, aunque no creo que hayan discutido nunca la estructura jerárquica que se deriva del hecho de que pueda haber un yo que observe las ilusiones ópticas y que sea críticam ente consciente del hecho de que «tiene» u n a ilusión y de que puede discutir críticam ente la ilusión com o tal. Quisiera ahora aludir al cubo de Necker. (Véase la nota 1 a mi sección 24.) Lo interesante es que, hasta cierto punto, podem os som e­ ter al cubo de N ecker a nuestra voluntad, com o si dijéramos, y pasar, cuando lo deseamos, a u n a parte y pasar de nuevo, cuando quere­ mos, a la otra. (Véase tam bién mi sección 18.) Si podem os ver una de las dos esquinas internas del cubo en la parte frontal, eso provoca el cam bio y se puede aprender a provocarlo de esta manera. Sugiero que podríam os entrenarnos y hacer un experim ento com o el del m ovim iento del dedo; es decir, descubrir si podem os hallar que los esfuerzos precisos para cam biar la interpretación se pueden reconocer neurológicam ente. Por supuesto, precisaríam os u n a persona entre­ nada que controle la situación, ya que de lo contrario el sujeto experi­ m entaría cam bios involuntarios de u n a interpretación a otra. E. Estoy de acuerdo en que se necesita un sujeto m uy bien entre­

nado. Es algo que se necesita incluso en el caso de la tarea m ucho más sencilla de m over el dedo en los experim entos de K ornhuber (capitulo E3). Me parece que el paralelism o nos sum inistra una expli­ cación m uy poco interesante y bastante tonta de la experiencia, que no se relaciona en absoluto con la experiencia rica, viva y dom ina­ dora que todos experim entam os en nosotros mismos. El paralelism o fracasa com pletam ente en sus esfuerzos explicativos para dar cuenta de ello y, ¿qué ofrece a cambio? Nos ofrece sencillam ente la creencia de que esos sucesos nerviosos pueden dar lugar de algún m odo a las experiencias, aunque las propias experiencias no tienen cam ino de vuelta al cerebro. Operación al m ente no son más que un subproducto, siendo esa pasividad la que me fastidia. Mas he aquí la crítica final. Se trata de u n a crítica m uy sencilla que nunca m encionan ios paralelistas; hela aquí: desde el punto de vista paralelista no hay ninguna razón biológica por la que la m ente autoconsciente haya de haber evolucionado en absoluto. Si nada puede hacer, ¿cuál es su signifi­ cado evolutivo? Después de todo, yo creería que la m ente autocons­ ciente es, de algún modo increíble, un resultado de la evolución, de m odo que posee algún valor de supervivencia; con todo, sólo puede poseer un valor de supervivencia si puede hacer cosas. Biológica­ m ente es u na idea absurda pensar que la tenem os desem peñando la función de un a experiencia pasiva, sim plem ente para el goce o el sufrim iento. Hem os de pensar que se ha desarrollado por u n a presión selectiva, de m anera que lleva incorporado un valor de superviven­ cia. Ello exige que la m ente autoconsciente sea capaz de producir cam bios en el cerebro y, por ende, en el m undo. En sus experiencias, tendría u n a influencia controladora sobre el cerebro y, por tanto, sobre el organism o, el hom ínido o el hom bre que la poseyese. Esta idea del control efectivo es contraria a la opinión paralelista que en todas sus versiones se entrega a una relación puram ente pasiva. P. Estoy de acuerdo con casi todo lo que acaba usted de decir, ex­ cepto en que queda im plícitam ente respondido por algunos paralelistas con la teoría del pam psiquism o. Si es usted un evolucionista y no puede atribuir u n a función especial a la m ente (digamos, porque es usted un paralelista), entonces el pam psiquism o puede parecer que ofrece u n a escapatoria a la dificultad. El pam psiquism o es la teoría según la cual la naturaleza últim a del m undo es dualista; no, por supuesto, interaccionista-dualista, sino paralelista-dualista. Desde este punto de vista, no es preciso considerar a la conciencia com o algo con un significado biológico especial. Por supuesto, el pam psiquism o se puede criticar por otras razones (véase mi sección 19). No obstante, estoy com pletam ente de acuerdo con su argum ento

biológico y lo encuentro m uy im portante. (En este contexto, habría­ mos de m encionar el libro de Sherringtón M an on his N ature [19401, páginas 273-5.) Tam bién pienso que en este contexto podríam os hacer referencia, com o crítica a la psicología de la asociación, a los llam ados experi­ m entos de asociación libre de Freud. Estos experim entos m uestran en dos sentidos que el asociacionismo está equivocado. En prim er lugar, los experim entos m uestran que si se permite actuar a la asociación, entonces el flujo de ideas resultante es m uy distinto de lo que podría­ mos considerar el flujo «normal» de ideas. Este últim o es m ucho más orientado a un fin, siendo en parte dirigido por los problem as y objetivos del M undo 3. En segundo lugar, la «asociación libre» freudiana no es tam poco, naturalm ente, un flujo libre, sino que, com o señala el propio Freud, está determ inado por algo así com o proble­ mas y propósitos ocultos (por lo que Freud denom inaba un «com­ plejo»). Todo esto sugiere que la asociación no es realm ente el modo principal ni siquiera el más im portante de, digamos, form ar, unificar u organizar lo que se ha denom inado «la corriente de la conciencia»; es decir, el m odo en que se conexionan nuestras experiencias subjeti­ vas (o el modo en que se «conectan causalmente»). Dicho sea de paso, esta teoría de «la corriente de la conciencia» es una idea que ha tenido un efecto m uy dudoso sobre la teoría de la conciencia e incluso sobre un novelista com o Jam es Joyce. Com o es obvio, es el resultado de un modo com pletam ente pasivo de conside­ rar la mente. En los sueños, quizá seamos m enos activos que en el estado de plena conciencia y vigilia; quizá haya algo más o menos sim ilar a una «corriente de la conciencia» desarrollándose en los sue­ ños, aunque lo dudo. Pienso que la descripción «corriente de la con­ ciencia», que creo que se debe a W illiam Jam es, es una descripción de una situación m uy artificial: una descripción de una situación artificial creada sim plem ente cuando nos contem plam os tratando de no hacer nada. Entonces, cuando tratam os (activamente) de ser pasi­ vos, puede que haya algo así com o u n a corriente de la conciencia, si bien norm alm ente somos activos y no hay nada que se parezca a una corriente de la conciencia, sino, más bien, procedim ientos organiza­ dos de resolución de problem as. E. Quisiera hacer ahora algunos com entarios por lo que respecta a algo que dijo usted antes, Karl, sobre que el pam psiquism o era la única salida. Creo que eso es com pletam ente correcto. La única salida del paralelista es adoptar el pam psiquism o, y ha de aceptarse com ple­ tam ente, no sólo para la biosfera, sino tam bién para el m undo m ate­ rial inorgánico. Se pueden considerar almas m inerales, biológicas y

hum anas, etc. Creo que se trata de una idea com pletam ente tonta, aunque m uestra la m iseria del paralelismo. Considero que abrazar el pam psiquism o es un esfuerzo totalm ente desesperado por salvar la teoría paralelista más allá de toda m edida razonable, lo que para mí resulta com pletam ente inaceptable. La alternativa es im aginar que, en algún m om ento durante la evolución del hom bre o los anim ales, podríam os decir, llegaron a desarrollarse ciertas estructuras en el cerebro que están abiertas al M undo 2, esto es, donde el M undo 1 no está ya cerrado. Esto da lugar a problem as inm ensos y plagados de dificultades, com o es natural, pero, en cualquier caso, tam bién se nos plantean los problem as de la otra m anera, y pienso que lo heroico es enfrentarse a toda la inm ensidad del problem a de pensar que el M undo 1 está abierto al M undo 2 en las situaciones extrem adam ente especiales y que esta apertura se descubrió finalm ente en los procesos evolutivos, siendo explotada. Esto debe de haberse hecho m ediante el diseño de lo que sólo podem os considerar com o estructuras del M undo 1 de sensitividad transcendente, con su equilibrio dinám ico, si se quiere, de m odo que estén ahora abiertas de un m odo que hasta entonces no había sido posible. Pienso que no habríam os de aceptar la idea de que el m undo físico está com pletam ente abierto en todas las situaciones. Eso es pam psiquism o, o al m enos una versión suya. Lo que hem os de pensar es que, en los niveles altos de desarrollo biológico, los sistemas nerviosos centrales se construyeron de modo que tuviesen estas propiedades especiales. Podem os im aginar fácil­ m ente lo que ello entraña, ya que el funcionam iento del sistema nervioso de los anim ales superiores, y especialm ente el del hom bre, m uestra que ha entrado en escena algo de un orden m uy diferente. Deseo subrayar que eso es cierto en el caso del hom bre donde, con el desarrollo lingüístico y el del M undo 3, la evolución cultural ha sustituido a la evolución biológica. Todo esto resulta del hecho de que las estructuras cerebrales del M undo 1 se han abierto a la interac­ ción del M undo 2. De ahí la habilidad del hom bre de crear el M undo 3 y de interactuar con él. Esta es la historia del hom bre, y estoy seguro de que se trata de una historia m ucho más aceptable que el pam psiquism o, cuando se consideran las cosas críticamente. P. Me gustaría hacer la consideración, quizá bastante obvia, de que parece com o si este proceso de apertura al M undo 2 tuviese lugar en estadios. Es decir, al principio había probablem ente m uy poca aper­ tura, y sólo con el paso del tiem po se hizo cada vez m ayor. Esa es realm ente la razón por la que pienso que no se debería negar la conciencia a los anim ales, aun cuando, por supuesto, la autoconcien­ cia no parece estar al alcance de los animales.

E. Volvem os ahora al problem a de la conciencia anim al y yo sólo puedo reiterar mi punto de vista agnóstico. El problem a en el que estoy particularm ente interesado concierne al desarrollo de la autoconciencia y cóm o ésta le vino al hom bre en cierto estadio hom ínido prim itivo que se retrotrae hasta los australopitecos, cuando estaban creando simples instrum entos de guijarros y dando los prim eros pasos tentativos por el M undo 3; pero el M undo 3 se desarrolló m uy lentam ente con los descubrim ientos artísticos y técnicos y, sin duda, con sus contrapartidas lingüísticas. Este desarrollo se prolongó a lo largo de toda la era de los hom ínidos hasta el estadio del Homo erectus y, por tanto, a lo largo de todo el Paleolítico. Se trata de la historia de la creatividad m ás maravillosa, en la cual del M undo 3 surgió el M undo 2, la autoconciencia del hom bre. H abríam os de conjeturar que la aurora de la autoconciencia se debió a que los cerebros desarrollaron algunas nuevas propiedades relativas al len­ guaje. Quizá la llegada de la conciencia esté prefigurada en los cere­ bros de los anim ales superiores. Con todo, es im portante darse cuenta de que aún no podem os indicar algunas estructuras especiales. En los estudios con los m ejores m icroscopios electrónicos que se hayan he­ cho hasta ahora, no se encuentran estructuras especiales en el cerebro del hom bre que encajen con el desarrollo del habla, frente, por ejem ­ plo, al ,cerebro del m ono antropom orfo (cf. el capítulo E4). Aquí es donde estam os en el m om ento actual. No me cabe duda de que con m étodos aún m ás refinados se encontrarán propiedades especiales del cerebro, particularm ente en aquellas áreas especializadas en el len­ guaje, el plano tem poral y las áreas de B rodm ann 39 y 40, com o se explica en el capítulo E4. Sin em bargo, aún no sabem os qué estructu­ ras detalladas buscar. Aún carecem os de la com prensión im aginativa de los grados de refinam iento funcional que exhiben los m ódulos abiertos en estos niveles elevados de desarrollo de la m aravillosa corteza cerebral hum ana. P. N o parece que vayam os a estar de acuerdo en la cuestión de la conciencia anim al. Creo que estam os de acuerdo sobre el problem a de la autoconciencia y del hecho de que tan sólo parece surgir con el hom bre. Creo que puedo ahora m ostrar m ejor lo que quería decir sobre las form as inferiores y las form as superiores de conciencia con ayuda, un a vez más, de las ilusiones ópticas. La propia ilusión óptica es, por supuesto, u n a experiencia consciente, aunque no pertenece a la parte superior y más crítica de nuestra conciencia, ya que podem os ser m uy conscientes de que se trata de una ilusión y, con todo, no podem os desem barazarnos de ella. A hora bien, creo que es posible hacer la conjetura bastante buena de que, bajo ciertas circunstancias.

los anim ales tam bién sufren ilusiones ópticas, si bien podem os estar bastante seguros de que los anim ales no pueden criticar sus propias ilusiones ópticas. Creo que aquí tenem os tanto la conciencia animal com o la carencia de autoconciencia. Tam bién me gustaría m encionar algo en conexión con la m em o­ ria eidética. Aquí podem os tam bién enfrentarnos con uno de esos efectos que poseen un aspecto paralelista. Del m ism o m odo que de­ cíam os antes que las ilusiones poseen un aspecto paralelista, la m e­ m oria eidética parece tener un aspecto paralelista. Y sintom ática­ mente, el funcionam iento norm al del cerebro no entraña tener m e­ m oria eidética. Tam bién se podría plantear así la cuestión: el m odelo asociacionista es realm ente de asociación entre ideas eidéticas, lo cual no constituye en absoluto u n a descripción realista de la m em oria. E. La m em oria eidética lleva consigo algunos problem as notables, derivados de esta lectura m uy precisa que hace la m em oria de las experiencias pasadas. E ntraña más precisión de la que usual mente asociam os con la recuperación de m em oria, aunque creo que esto sigue siendo atribuible a sucesos cerebrales especiales de un tipo m uy selectivo y altam ente sensible. Es decir, si no es eso, ¿qué es enton­ ces? Puede ser que en el cerebro haya una recuperación m ucho más fiable y rigurosa de los patrones espaciotem porales que encajan con los de la experiencia recordada. Creo que ninguna explicación puede pasar esto por alto. El único punto que señalam os es que esta realiza­ ción del cerebro puede ser interpretada por la m ente autoconsciente. Creo que la m em oria eidética no representa ningún problem a para el dualism o. M ás bien constituye un problem a para la m aquinaria cere­ bral la realización de esta repetición tan precisa de las realizaciones som etidas a un patrón. P. Creo que hay un problem a aquí para el interaccionista o el dua­ lista. Lo que quiero decir es que de hecho deberíam os andar a la busca de experiencias que parezcan ser de carácter paralelista frente a las experiencias norm ales que son tan claram ente no paralelistas, ya que sólo de ese m odo destacam os m ucho más claram ente el carácter del no-paralelism o. Por todo lo que he leído acerca de ello, parece que la m em oria eidética es m ucho más pasiva que la m em oria nor­ mal. N o me refiero a la prim era im presión original sobre la m em oria. N o sé si es más activa o m ás pasiva. Mas el recuerdo parece ser algo en lo que el yo es en m ayor m edida más un espectador que el actor que es en los procesos norm ales de m em oria. En cualquier caso, incluso si esta interpretación particular es incorrecta, pienso que de­ beríam os andar a la búsqueda de paralelism os (en plural); creo que

hay varios tipos distintos de paralelismo. Con todo, lo im portante para la discusión que tenem os entre m anos es que el dualism o inte­ raccionista es com patible con la existencia de casos paralelistas, si bien toda teoría paralelista del problem a del cuerpo y la m ente es incom patible con la existencia de casos interaccionistas. Así, para nuestro problem a, la existencia de casos interaccionistas es lo im por­ tante. E. Estoy de acuerdo en que la m em oria eidética es m ucho más pasiva. Es com o si el sujeto estuviese escudriñando un cam po visual recuperado, siendo capaz de interpretarlo. A hora bien, esto es intere­ sante porque m uestra que la mente autoconsciente es capaz de recu­ perar de un modo tan com pleto la experiencia original.

Diálogo IX

27 de setiembre de 1974; 4.15 de la tarde E. Podem os em pezar con u n a discusión sobre las ilusiones, ya que creo que hay u n a gran variedad de fenóm enos interpretables en tér­ m inos de nuevas ideas acerca de la interacción de la m ente autocons­ ciente con el cerebro. Se me ocurre que se trata de algo que m uestra especialm ente bien la unidad de la experiencia al m irar u n a figura am bigua. Por ejem plo, me refiero a la figura de la página 276 del libro de Sherrington, M an on his N ature, donde tenem os un dibujo que se puede interpretar o bien com o una escalera o bien com o una cornisa. (Véase la nota 1, más abajo.) Lo que notam os cuando m ira­ m os dicho dibujo es una experiencia considerablem ente unitaria. M antenem os una interpretación durante un m om ento, con la m ente autoconsciente reuniendo todas las funciones m odulares en u n a fi­ g u ra significativa. Entonces, en un m om ento en que ocurre un ligero m ovim iento, se transform ará en u n a cornisa colgante. El punto inte­ resante es que no se puede obtener una interpretación parcial. Es globalm ente u n a cosa o la otra y en el m om ento del cam bio tiene que haber un ligero instante en blanco, cuando surge la nueva interpreta­ ción. Yo sugeriría que se trata de un ejem plo de la m ente autocons­ ciente que interactúa con el cerebro y lo interpreta. Hay que adm itir que hay extensos patrones cerebrales para la interpretación experi­ m entada, aunque para mí, lo interesante es la naturaleza global de la interpretación. La m ente autoconsciente hace su trabajo usual de tratar de extraer un significado de todo el funcionam iento cerebral que se relaciona con sus intereses presentes. P. N o hay duda de que, en este caso, en el aprendizaje original, la m ente autoconsciente se ocupa de interpretar la figura en perspectiva, y que la experiencia de u n a cornisa, especialm ente, es esencial para el establecim iento de la interpretación . 1 En otras palabras, no creo que

un anim al o un bebé m uy pequeño, o alguien que nunca haya visto un a cornisa sea capaz de interpretar esta figura . 2 Así pues, estoy de acuerdo en que la m ente autoconsciente está im plicada en ello. (Si bien no pretendo que esté im plicada en todos los casos de percepción o ilusión; confróntense mis consideraciones en el diálogo VIII y en el X.) N o obstante, sugiero que el aprendizaje de la interpretación de dibujos de perspectiva se ha establecido tan firm em ente en nosotros, que se ha descendido de la psicología a la fisiología del cerebro, no estando ya sujeta realm ente a nuestra voluntad y a nuestra interpreta­ ción consciente. Yo, por ejemplo, puedo m antener el dibujo en la interpretación de la escalera todo el tiempo que quiera, aunque no en la form a de la cornisa, ya que ésta pasa autom áticam ente a la form a de la escalera tras un intervalo de tiem po relativam ente corto. Aun cuando quiera m antenerla e im poner la cornisa a la figura, las escale­ ras term inarán ganando, sin que cambien espontáneam ente a la cor­ nisa, m ientras que ésta sólo se puede m antener con un esfuerzo vo­ luntario. Creo que esto muestra, en un dibujo, tanto la interacción com o el paralelismo. (Confróntese también nuestra discusión de la ilusión de M üller-Lyer del diálogo VIII.) Es decir, allí donde depen­ dem os de nuestra fisiología, podem os hablar, creo, de un tipo de efecto paralelista, mas allí donde interfiere nuestra voluntad, hay claram ente interacción. E. Karl, creo que ha hecho usted una buena exposición, aunque me parece que la cuestión sugiere que la voluntad es débil. La mente autoconsciente no es un poderoso operador en el cerebro, sino que es 1Sherrington describe la figura siguiente como «un conjunto de escalones» que «repentina­ mente y sin avisar se tornan en una cornisa colgante». Véase Man on his Nature [1940], pág. 276; edición de Penguin Books, págs. 226 y sig.

2 Esta afirmación habrá de reconsiderarse a la luz de un experim ento de Tinbergen con un gato, del que nos inform a W. H. Thorpe [1974], págs. 134 y sig.; véase especialmente la figura 41. Para la influencia del M undo 3 sobre las ilusiones ópticas, véase R. Gregory [1966], págs. 160-2, y J. B. Deregowski [1973],

un intérprete, que trata de extraer significado de él gradualm ente para m odificarlo, com o sabem os cuando buscam os activam ente el signifi­ cado o palabras o acciones causales. No es el poder lo que distingue a la acción m ente-cerebro, sino el hecho de que podam os operar volun­ tariam ente con el pensam iento. Creo que la cuestión que deseo seña­ lar es que, aunque haya u n a m áquina cerebral detrás de toda esta interpretación, con todo, la interpretación m ism a com o unas escale­ ras o una cornisa es un logro integrado de la m ente autoconsciente. P. La integración es un logro de la mente y, de hecho, un logro del M undo 3. La interpretación de los dibujos de perspectiva, com o la invención de la propia perspectiva, es un logro del M undo 3, y yo diría que se trata de uno de los logros del M undo 3 que están en parte codificados en el cerebro; y, si la codificación en el cerebro es efec­ tiva, entonces este efecto puede tornarse paralelista, aunque prim ero se haya establecido por interacción. E. Otro punto de discusión es la percepción de profundidad y para­ laje. Pienso, una vez más, que no tenem os procesos cerebrales que nos den un a pista últim a en la explicación de la percepción de la profundidad de una pintura. N aturalm ente, tenem os las dos imágenes diferenciales procedentes de am bos ojos, que van por vías distintas a niveles separados del núcleo geniculado lateral (fig. E2-7) y de ahí, a los m ódulos adyacentes de la corteza visual y, finalm ente, en un estadio posterior, convergen en células únicas de la corteza visual. Tras ello, la interpretación se torna un tanto oscura, aunque en este nivel o en un nivel posterior esta disparidad entre las dos imágenes del ojo izquierdo y derecho es reconocida por neuronas especiales (células de reconocim iento de la disparidad) y term ina por subsumirse en la síntesis perceptiva superior de la estereopsis de profundi­ dad, que constituye una interpretación global. Parece venir com o un destello a toda la imagen visual, por medio de la m ente autocons­ ciente en interacción con el cerebro. Esto, por supuesto, lleva a lo que m encionaba ayer, a los dibujos de Bela Julesz de estereogram as aleatorios de puntos que sum inistran todos los niveles de desafío a la estereopsis. P. Creo que es im portante distinguir con claridad el ego o el yo, por un a parte, y la percepción por la otra. Esto es precisam ente lo que niega, por ejem plo, Schródinger en la últim a página de su W hat is L ifé lS } Cf. E. Schródinger [1967], pág. 96.

«...¿Qué es este “Yo”? Si se analiza detenidamente, creo que se descubrirá que es poco más que una colección de datos aislados (experiencias y recuerdos), a saber, el bastidor en que se recogen. Y si se hace una atenta introspección, se descubrirá que lo que realmente se entiende por “yo" es esa especie de base sobre la cual se recogen.»

A hora bien, desde mi punto de vista, el yo no es sim plem ente el bastidor en el que se pintan nuestras percepciones. Puedo luchar contra un a percepción, com o ocurre cuando trato de m antener la interpretación de la cornisa o el cubo de N ecker sin conseguirlo. En tal caso de un esfuerzo deseado, se da m uy claram ente un choque real entre el yo y el aparato perceptivo. Me parece que se pueden interpretar estas experiencias en el sentido de que el yo, en ocasiones, posee un a estructura jerárquica que se experim enta com o una jera r­ quía de controles de distintas profundidades o alturas. Tam bién hay diversos m odos de experim entar el yo. Así, si recuerdo mi lucha por «mantener» u n a im agen, soy de nuevo un m ero observador de una experiencia pasada, aunque si lucho de hecho por «mantener» la im agen, entonces soy más yo m ismo que en ninguno de los dem ás casos de percepción o recuerdo. E. Tengo otra alternativa que ofrecer para lo que hace la mente autoconsciente cuando interpreta, en las realizaciones del cerebro, los patrones inm ensam ente variados que están presentes en cada m o­ mento. Quizá esté tratando de asegurar una interpretación unificada. Este es otro m odo de describir sus acciones. Algunos de los fascinan­ tes dibujos de Escher están construidos para vencer los intentos de un a interpretación unificada. P. Creo que la expresión «interpretación unificada» es m uy útil y abarca toda la serie de tem as relativos a la coherencia, im portancia y significado. Todas son interpretaciones unificadas; es decir, son el resultado de esfuerzos en pro de una interpretación unificada. E. Es una afirm ación m uy im portante, ya que subraya la función activa de la m ente autoconsciente, en lugar de la función paralelista, puram ente pasiva. Lucham os por esa unificación continuam ente. Hay un trem endo valor pragm ático en nuestros esfuerzos por inter­ pretar cuál es el significado o la im portancia de todos estos diversos datos que se vierten a través de nuestros sentidos. P. Por eso precisam ente hacía yo hincapié en el esfuerzo voluntario de m antener la imagen. E ra un intento activo de im poner u n a inter­

pretación unificada particular, una significación particular, al dibujo. Y en ello se puede ver, por así decir, el propio trabajo activo y luchador, así com o el fracaso debido a la más profunda im presión producida sobre el cerebro por nuestras experiencias sensoriales. E. Q uisiera pasar ahora a un terreno un tanto diferente, com o es el conjunto de la interpretación del color. Por supuesto, derivam os esencialm ente el color de un proceso de tres colores, con los conos apropiados con apreciación selectiva del color en la retina, los cuales poseen líneas de transm isión independientes. Así pues, hay un pro­ ceso de tres colores que pasa directam ente a la corteza cerebral. A hora bien, lo interesante es que se ha descubierto que se distribuyen a áreas especiales. Zeki ha encontrado que hay áreas especiales a las que van las líneas específicas de color, tras varias secuencias de trans­ misión. Luego, Sherrington constató que de hecho se mezclan los colores que llegan por am bos ojos. Si un ojo tiene en su cam po el gris y el otro el rojo, se obtiene una ilusión de bronce al fundirse las dos im ágenes retinianas. Parece com o si hubiese u n a vez más m ódulos activados en las áreas especiales de sensación de color situadas en la corteza, que son interpretadas por la m ente autoconsciente para producir un color que es un matiz, u n a mezcla. Posee todas las sutilezas de interpretación. De hecho, se puede constatar el carácter interpretativo por el aprendi­ zaje implicado. Hay un aprendizaje, un recuerdo, u n a estim ación y u n a denom inación activa de la m ente autoconsciente por lo que res­ pecta a todas sus habilidades en percepción crom ática. Luego ha de pensar usted en todas las sutilezas de color, cuando se mezclan en contrastes y som bras, etc. P. M e gustaría plantear el problem a de la validez o invalidez del artículo de Land [1959], sobre el que discutim os anteriorm ente, antes de com enzar la grabación. ¿Por qué me gustó tanto el artículo de Land? Por supuesto, no sé si será verdad lo que dice Land, ya que no he hecho los experim entos. Pero me gustó tanto este artículo porque encaja extrem adam ente bien con el punto de vista que hem os desa­ rrollado aquí. Lo interesante de la tesis de Land es que dos colores bastan para obtener el m ism o resultado que con el proceso norm al de tres colo­ res. El cerebro y el yo consciente que interpreta son tan activos que sustituyen, p or así decir, el color que falta. Lo decisivo es que el experim ento no versa acerca de diagram as abstractos, sino acerca de im ágenes de situaciones de la vida real. Las im ágenes que utiliza están coloreadas en parte con un color y en parte con tonos de gris, y

lo que dice Land es que experim entam os estas im ágenes com o si estuviesen a todo color. He de decir que realm ente no espero que estos inform es conten­ gan fallos. Si lo que dice es cierto, no me sorprendería que nuestra experiencia y nuestro aprendizaje o interpretación llegase dem asiado lejos, por así decir, alcanzando una imagen plena de, por ejemplo, un paisaje, un a rosa, etc.; es decir, se han pasado de la raya -e n el sentido de lo d a d o - apuntando a una interpretación plena. Creo que es posible incluso con el método de Land -s i sus resultados son co rrecto s- que se pueda obtener una situación sim ilar a la de la escalera, de modo que podam os pasar de una interpretación de color a otra. Así, por ejemplo, si se diera el rojo, que pudiésem os pasar del am arillo al azul y del azul de nuevo al amarillo. Por supuesto, todo esto habría de som eterse a prueba, aunque ciertam ente nada hay en la teoría de la visión del color que lo impida. E. No he visto los experim entos de Land. He oído su descripción y tengo siem pre la im presión de que en m ayor o m enor m edida ya se ha hecho todo anteriorm ente. Si vuelve usted a repasar los viejos trabajos alem anes del últim o siglo, a partir de Helmholz, verá que en ellos se m uestran cantidades inm ensas de trabajos sobre ilusiones de color. Es sencillísimo obtener colores com plem entarios con un color y el gris circundante. Entonces se hace el color com plem entario. ¿No es eso lo que se hace en la historia de Land? N o es más que un ulterior desarrollo de este sencillísimo contraste de color. N o veo en él nada esencialm ente nuevo, excepto, diría yo, un gran ingenio para producir un a sorprendente ilustración. P. Esa no es más que una de las posibles interpretaciones; concreta­ mente, la interpretación en térm inos de contraste y el efecto de colo­ res com plem entarios. M as la cosa que realm ente afirm a en mi opi­ nión Land (aunque no lo exprese con nuestras palabras) es que inter­ pretam os activam ente el dibujo de una m anera realista, lo que no depende sencillam ente de un (por así decir) efecto m ecánico de complem entariedad de color, sino de una adición o com plem entación activa hecha por nosotros mismos, utilizando sim plem ente los con­ trastes del dibujo. En otras palabras, tratam os de dar una interpreta­ ción unificada (o, en su term inología, una interpretación coherente) en térm inos de color y de nuestras experiencias de visión del color. Es im portante realizar de nuevo el experim ento y ver si se basa en la mecánica del contraste y com plem entariedad o si se basa fundam en­ talm ente en nuestros esfuerzos en pro de una interpretación unifi­ cada.

E. C iertam ente es interesante. Yo sólo he oído inform es de segunda m ano. Quiero pasar ahora a otro fenóm eno; a saber, el fenóm eno de com pletam iento de líneas de dibujos. Me refiero particularm ente a las interesantísim as discusiones del libro de Ernst G om brich, A rt and Illusion. El com pletam iento constituye la base de u n a gran parte del arte gráfico. El artista parece saber intuitivam ente en qué m edida puede confiar en el observador para rellenar lo que falta. De m anera sutil reconstruim os a partir de su dibujo figuras del tipo de las que hem os visto. Creo que este es un ejem plo interesantísim o de la m ente autoconsciente llevando a cabo u n a interpretación unificada. T om a el dibujo y trata de hacer u n a interpretación a partir de él. Creo que G om brich estaría m uy interesado en considerar nuestras nuevas teo­ rías acerca del tema. P. Sí, se trata del m ism o tipo de interpretación unificada que desem ­ peña u na función tan im portante en el arte y que hace que el arte sea interesante p ara nosotros. E. Lo que resulta m uy sorprendente es el fenóm eno de la quim era descrito en el capítulo E5 (fig. E5-5). Creo que se trata una vez más de un experim ento sobre la interacción entre la m ente y el cerebro, y del com plem ento, en un esfuerzo por term inar la figura y constituir u n a im agen perceptiva unificada. P. Esto plantea claram ente un problem a a nuestra idea de que la m ente autoconsciente no tiene acceso directo al hem isferio derecho. Me pregunto si el fenóm eno que ha descrito usted form ará parte de la tendencia, quizá innata, de ver rostros y especialm ente ojos en com ­ posiciones más bien arbitrarias a base de líneas y puntos. E. De m anera sem ejante, som os m uy diestros en los esfuerzos por extraer un retrato de bloques de distintos coloreé de estructura m uy grosera, siendo capaces a pesar de ello de reconocer el retrato. Por supuesto, el retrato norm al, com o usted sabe, es de Lincoln, si bien este fenóm eno tiene u n a larga historia, com o ilustran, por ejem plo, los retratos en m osaico de la época clásica. Me gustaría hacer referen­ cia al problem a del reconocim iento global, tanto espacial com o pictó­ rico, debido al hem isferio derecho. Este tem a se desarrolla por ex­ tenso en el capítulo E7 (cf. fig. E7-5). P. De hecho, tenem os aquí dos hipótesis diferentes a considerar. La suya es u n a de ellas. Yo, debido a mi creencia en la conciencia anim al, m e veo llevado a u n a hipótesis distinta; a saber, que el hem is­

ferio derecho posee una especie de nivel superior de conciencia ani­ mal que hace la interpretación por sí misma, lim itándose a sum inis­ trar sus resultados a la m ente autoconsciente que, com o sabemos, algunas veces depende realm ente de m anera paralelista de lo que se le sum inistra m ediante los m ecanism os interpretadores inferiores o m e­ diante la conciencia interpretadora inferior. Así pues, tenem os aquí dos hipótesis rivales. Creo que es im portante que tengam os más de una hipótesis. Esta situación puede conducir a experim entos com o, por ejemplo, los del tipo del de Sperry (los experim en­ tos con el «cerebro dividido»), que quizá nos ayuden a juzgarlas a ambas. E. Creo que en este estadio de la discusión es im portante considerar la música. Com o sabemos, la interpretación de la música, según todos los m étodos de investigación que tenem os ahora a nuestro alcance, pertenece al lóbulo tem poral derecho, con lo que las lesiones en él producen los fallos en los diversos tests de Seashore y otros, así com o u na pérdida del sentido musical y de su apreciación. A hora bien, es interesante el caso del m úsico Ravel. Tenem os elem entos de juicio del Dr. Alajouanine ([1948]; véase el capítulo E 6 ) según los cuales, al final de su vida, Ravel sufría una lesión cerebral con afasia grave, siendo una enferm edad que im plicaba am bos lados de su cerebro; no sólo los centros del lenguaje del lado izquierdo, sino tam bién los centros m usicales de la parte derecha (cf. el capítulo E 6 ). En sus Conferencias Harvey, el Dr. A lajouanine presentó un cuadro m uy complicado. Resulta realm ente único tener un inform e sobre un artista famoso, detallado de ese m odo por su médico. El inform e m uestra que Ravel había perdido com pletam ente su capaci­ dad de com poner música, así com o su capacidad de aprender nuevas com posiciones m usicales al piano, aunque aún podía ejecutar aque­ llas que había aprendido anteriorm ente, y bastante bien en cualquier caso. La otra cuestión es que aún podía reconocer y criticar lo que oía y señalar defectos en la interpretación, haciendo sorprendentes com entarios sobre los detalles de la ejecución de sus propias obras. Todo ello era posible. Con todo, por otra parte, carecía del sentido de la creación musical y de la apreciación de la m úsica que no había oído antes. E ra u na pérdida lim itada e interesante, aunque creo que no tiene gran im portancia para nosotros, para lo que ahora nos trae­ mos entre m anos, ya que la lesión cerebral m ism a era tan difusa, no estando restringida a una sola área. A lo sum o, pienso que se podría decir que era algo notable por cuanto m ostraba cuán dispersas están las funciones musicales por toda la superficie del hem isferio cerebral, pudiendo ser perfectam ente así en el hem isferio derecho.

E. No, estaba en am bos hem isferios, ya que tenía u n a afasia bastante grave. Podría haber afectado en igual m edida a am bos hemisferios. E ra u n a especie de lesión a m anchas que afectaba a algunas de las habilidades musicales de Ravel, sin privarle de su apreciación m usi­ cal o de su capacidad crítica respecto a lo que recordaba del pasado. La otra cuestión que quisiera señalar se refiere a los m ovim ientos autom áticos y al hem isferio dom inante. Es un error pensar que todo m ovim iento iniciado por el hem isferio dom inante es u n a acción deli­ beradam ente planeada por la m ente autoconsciente sobre los m ódu­ los abiertos. Lo hacem os con concentración mental y controlándolo, observando cóm o las acciones van cada vez mejor. U na vez que se han aprendido, quedan relegados al m odo autom ático. Deberíam os m encionar tam bién los instrum entos musicales, ya que tocar un instrum ento musical es uno de los controles más exci­ tantes de un m ovim iento. Al tocar al piano m ovim ientos m uy rápi­ dos, hay que reconocer que se alcanza el límite de lo controlable. De hecho, no se puede controlar m ediante circuitos de retroalim entación periféricos el m ovim iento de cada dedo a un ritm o de siete por se­ gundo, que considero aproxim adam ente com o la frecuencia más alta posible. Eso ha de hacerse secuencialm ente en frases. El control es autom ático en el sentido de que una frase lleva a otra y a otra, e incluso los m ecanism os de control de los m ovim ientos funcionan con frases en la modificación, funcionando en piezas, por así decir, y com poniendo las frases entre sí y no las unidades de m ovim iento aisladas. Todo ello ocurre dem asiado rápidam ente com o para ser controlado individualm ente. P. El aprendizaje del piano es un asunto m uy extraño. Puede que sea im aginación mía, pero creo que hay algo que se puede llam ar pulsa­ ción. Tiene que ser una cuestión de un equilibrio increíblem ente delicado desde el punto de vista del m ecanismo m otor y sus contro­ les, y eso va con la personalidad y la m ente autoconsciente. Real­ m ente conozco una anécdota m uy bonita. Soy am igo del gran pianista R udolf Serkin y conozco m uy bien su pulsación. Lo siguiente me ocurrió a mí tras haberm e encontrado con él en Interlaken. Fuim os cada uno a nuestro coche y partim os en distintas direcciones. E ra por la noche, m uy tarde, y no se podía ver nada o m uy poco. Más tarde, adelanté un coche, uno de tantos, y oí su claxon. Inm ediatam ente supe que era la pulsación de Serkin. El claxon del coche fue tocado pianissimo. Estaba concentrado en con­ ducir y no esperaba encontrarle; sim plemente, reconocí su personali­

dad en su ejecución pianissimo del claxon, y eso que era un claxon eléctrico. E. Deseo plantear el problem a de la experiencia del tiempo. Todos som os conscientes de que, en ocasiones, el tiem po parece transcurrir lentam ente, m ientras que otras veces lo hace con rapidez, y m uchas personas creen que transcurre cada vez más rápido a m edida que envejecem os, si bien no ocurre así en mi caso, sabe usted. Siento que el tiem po es aún m uy pleno y cada día es un buen día. N o obstante, aparte de eso, reconocem os que bajo determ inadas condiciones, bajo condiciones m uy atractivas, por ejemplo, digamos en una cena m uy agradable, el tiem po de toda la com ida se va sin que nos dem os cuenta ni siquiera quizá de los alim entos, debido a que hem os estado m uy ocupados en una conversación atractiva. En otras ocasiones, la cena dura m uchísim o, porque nadie le habla y, cuando lo hacen, la conversación no tiene interés, siendo incluso aburrida, con lo que uno se encuentra pendiente del tiem po hasta que se puede escapar. A hora bien, hay un aspecto particular del tiem po que resulta de sum o interés y que todo el m undo ha experim entado. Se produce en las emergencias. C uando surgen em ergenciás agudas, el tiem po pa­ rece transcurrir a cám ara lenta. Debe tratarse de una disposición de la mente autoconsciente que interpreta los m ódulos allí donde se en ­ cuentran bajo esta entrada aguda relacionada con la emergencia. La mente autoconsciente es ahora capaz de hacer más lento el transcurso del tiempo, de modo que parezca tener más tiem po para tom ar deci­ siones acerca de la emergencia. Se podría decir que la experiencia del tiempo se ha refinado en piezas m enores para sus acciones, de modo que tenga más oportunidades de responder a dicha emergencia. Mi propia experiencia de este fenóm eno de m anera intensa sólo se ha producido una vez. Fue una em ergencia m uy aguda, cuando creí que me iban a m atar en un cruce de carreteras en Suiza. Estába­ mos girando a la izquierda para entrar en una carretera principal sin nada a la vista, pero ocurría que el sol bajo nos daba en los ojos y la carretera estaba m uy cubierta de árboles. Al fondo de la carretera oscura había un camión rojo obscuro, lanzado quizá a 130 k m /h , colina abajo. Mi m ujer y yo no lo vim os hasta que em ergió de la som bra a la luz. E ra dem asiado tarde para parar, de m odo que lo único que podíam os hacer era acelerar y tratar de quitarnos del me­ dio. ¡Sin em bargo íbam os despacio, ya que acabábam os de hacer un stop! A medida que veía cóm o ese camión se acercaba cada vez más, el tiem po parecía eternizarse. Podía m irarlo pensando: ahora estoy fuera de su cam ino, no me golpeará directam ente. Podem os quitar de su cam ino la parte delantera del auto. Se estaba acercando cada vez

más y yo pensé que entonces iba a golpear la parte trasera del coche solam ente, y entonces pensé que si nos daba en la parte de atrás del coche, íbam os a dar vueltas com o una peonza, estrellándonos quizá. E ntonces, m ilagrosam ente al fin, vi que ni siquiera la parte trasera del coche era golpeada y el cam ión nos adelantaba, aunque todo a cám ara lenta. Fue la experiencia más increíble, y mi m ujer tuvo la m ism a experiencia de que el tiem po casi se detenía en esta em ergen­ cia. Y así, condujim os sin atrevernos siquiera a m irar atrás. El con­ d uctor del cam ión no pareció vernos siquiera y no hizo el m enor intento de frenar. Tuvim os que hacerlo todo nosotros. La m ente autoconsciente realizó en la em ergencia la notable fun­ ción de conducir y acelerar para pasar. El punto que quisiera señalar además es que, cuando se tiene una im presión grave de este tipo, no sólo se tiene esta experiencia del m ovim iento lento, sino que se conserva tam bién en la m em oria. Profundam ente em bebido en la m em oria está este terror de la em er­ gencia, de esa m onstruosidad roja precipitándose sobre tí, se sueña con ella de noche y, a veces, durante el día continúa recurriendo. Por supuesto, nunca la olvidaré, aunque esto form a parte de mi teoría de la m em oria, a saber, que recordam os cosas que ocurren en un breve lapso porque estam os repitiéndolas una y otra vez, dejando así esta­ blecidas huellas de m em oria para nuestro perm anente disfrute o, en este caso, terror. P. Yo tam bién tengo experiencias sim ilares e incluso tam bién algu­ nos choques de coches reales. Todas ellas apoyan este punto de vista de que el tiem po se hace más lento en u n a situación crítica. E. Se trata de un elem ento de juicio m uy im portante acerca de nues­ tro problem a de interacción. Simplem ente, se trata de algo que no se puede explicar m ediante la acción del cerebro. Los sucesos cerebra­ les, p er se, no pueden cam biarse en su decurso tem poral. Es la inte­ racción de la m ente sobre el cerebro la que produce este efecto, con la m ente autoconsciente em itiendo y recibiendo en esta intensa em er­ gencia. Así que he aquí un com entario final. N o sólo hem os de considerar que la m ente autoconsciente interpreta en u n a especie de m anera linear los acontecim ientos de los m ódulos abiertos y todas las realizaciones de los m ódulos interactuantes y demás, sum inistrándo­ nos esta experiencias, sino que además hace trucos con el tiem po. Ya hem os visto en el capítulo E2, en los experim entos de Libet, que la m ente autoconsciente influye sobre el tiem po de sensación de los estím ulos aplicados a la periferia. Se tarda, por ejem plo, m edio se­ gundo para que un choque eléctrico m uy débil en la m ano evoque de

hecho la sensación en la experiencia consciente. Ese es el tiem po que tarda en llegar hasta la m ente autoconsciente, aunque ésta, de hecho, lo adelanta aproxim adam ente al m om ento en que los im pulsos llegan a la corteza cerebral. Los ingeniosos y complejos experim entos de Libet se describen en el capítulo E2, figuras 2 y 3. La m ente autoconsciente, por así decir, influye sobre las secuencias tem porales para sus propias fines, para que todo ocurra del modo correcto. P. Así com o en las ilusiones ópticas funciona un m ecanism o que ajusta la interpretación a la realidad norm al, lo m ismo ocurre con estas ilusiones temporales. Por así decir, la interpretación tom a en cuenta un a perspectiva temporal: nos hace referir el suceso en nues­ tra experiencia intuitiva a un instante tem poral en el que debiera de ocurrir en el m undo real, según nuestros cánones de interpretar el m undo realistamente. E. Otro ejemplo de la m ente autoconsciente interpretado con una corrección de tiempos se sabe que tiene lugar en el habla. Oímos las palabras individuales en un discurso hablado, aunque no se pueden detectar brechas tem porales en el mensaje codificado que de hecho está presente en una grabación.

Diálogo X

28 de setiembre de 1974; 10.30 de la mañana P. Jack, pensaba usted que no había tenido lugar antes nada sem e­ jante a nuestra discusión crítica del paralelismo y, en cierto m odo, no es así. H ubo u n a discusión alem ana que se podría interpretar com o precursora de la nuestra. El trasfondo venía dado por la doctrina paralelista de W ilhelm W undt, que tenía u n a increíble influencia, no sólo en Alem ania, sino adem ás en A m érica e incluso en Inglaterra. La psicología de W undt era conscientem ente paralelista. A hora bien, las ideas de W undt reci­ bieron la crítica de Cari Stum pf, que hacía hincapié en el carácter holístico o gestaltista de nuestras experiencias mentales, especial­ m ente ciertas percepciones mentales. (Que yo sepa, no em pleaba el térm ino Gestalt en la prim era parte de la discusión; fue Christian von E hrenfest quien realrnente (en [1890]) introdujo por vez prim era el concepto de Form a, aplicándolo en especial a las m elodías y Form as tonales, y a la posibilidad de transportar las melodías a una clave distinta.) El argum ento de S tum pf era que nada de este tipo se puede hallar en el m undo físico y, por tanto, nada de este tipo se puede hallar en el cerebro. A hora bien, lo interesante es que este argum ento (que en ciertos aspectos es sim ilar al nuestro, por cuanto señala las dificulta­ des del paralelism o) fue contestado m uy bien por W olfgang Kóhler en 1920, en su libro interesantísim o y m uy bien inform ado -a u n q u e esencialm ente paralelista- Die physischen Gestalten in R uhe und ini stationáren Z usta n d [1920], tanto en los aspectos psicológicos com o en los fisiológicos. (Véase tam bién mi sección 8.) En su libro, dedi­ cado por el paralelista Kóhler al interaccionista Stum pf, Kóhler seña­ laba que existen Form as no sólo en el m undo mental, sino tam bién en el físico. Quizá el ejem plo más sencillo y típico sea u n a pom pa de jabón: si soplam os un poco más de aire en u n a pom pa de jabón, se

hace m ayor, aunque m antiene esencialm ente su form a global. Por supuesto, incluso una gota de agua puede considerarse com o una Form a física, y lo que lleva a su form a, com o en el caso de la pom pa de jabón, es la tensión superficial. U n ejemplo especialm ente bonito es el de una película de jabón sostenida por un m arco con un trozo delgado de hilo unido a un lazo que se ha dejado caer dentro. Si se pincha la película dentro del lazo, el hilo tom ará siem pre u n a for­ m a circular, de nuevo por causa de la tensión superficial y del hecho de que el círculo es la figura de m ayor área para un perím etro dado. A hora bien, la conjetura de Kóhler, que estaba apoyada por unas cuantas conjeturas bastante buenas acerca del cerebro, era que don­ dequiera que percibam os una Form a, hay tam bién una F orm a im ­ presa en el cerebro: que hay una Form a paralela en el funciona­ m iento del cerebro. Pienso que, en la m edida en que esta teoría pueda refutarse, todo habla a favor de que la teoría de Kóhler ha sido refutada por las más recientes investigaciones del cerebro. (Por su­ puesto, estoy pensando particularm ente en la disrupción de la imagen visual en la retina y su traducción a m uchísim os sucesos puntuales del cerebro y en el hecho de que tales sucesos puntuales no están aparentem ente plenam ente integrados de nuevo m ediante la actividad puram ente fisiológica. Aquí nosotros introducim os de hecho la activi­ dad de la mente consciente, y los experim entos acerca de los puntos al azar que usted m encionó ayer son m uy im portantes a este res­ pecto.) Así, creo que la bellísima hipótesis de Kóhler está equivocada; en cualquier caso, no es sostenible en su form a original. N uestra crítica señala otras dos dificultades del paralelism o, del m ismo m odo que S tum pf señalaba las dificultades del paralelism o anterior. N o obstante, nosotros no hacem os un hincapié particular­ m ente acentuado, com o hizo Stumpf, sobre el carácter holista de las experiencias mentales, sino que subrayam os más bien otras caracte­ rísticas suyas. Así pues, se puede decir que nuestra crítica constituye un nuevo reto que un nuevo Kóhler podría responder desde las filas paralelistas. Y si tal respuesta se produce, en cualquier caso habrem os aprendido m ucho. E. Además, probablem ente podrem os desarrollar nuestra propia teo­ ría de un modo más general, a fin de dar cuenta de los nuevos descubrim ientos, cualesquiera que éstos sean, pues creo que este es el cam ino por el que hem os de aventurarnos. Mi propia creencia, m uy fuerte, es que la totalidad de los descubrim ientos neurofisiológicos del pasado, hasta el presente y hasta el futuro, en la m edida en que podem os anticiparlo, están todos ellos en u n a m odalidad particular

(cf. cap. E2). Al final de algún nuevo logro notable en las propiedades de detección de características de las neuronas de los centros visuales, hallam os enunciados que el trabajo fisiológico parece postergar inde­ finidam ente. N o hay a la vista respuesta alguna si se pregunta por u n a interpretación ulterior de cóm o se experim entan las imágenes visuales en su am plitud y complejidad. Por ejem plo, David Hubel dirá que tiene la im presión de que estam os continuam ente apren­ diendo más y más sobre las neuronas extractoras de características y acerca de cóm o consiguen construir patrones progresivam ente más com plejos, aunque nunca se sobrepasa un estadio en el que no se nos m uestran más que pequeños destellos de simples fragm entos geom é­ tricos a los que responde específicamente cada célula. A hora bien, cóm o llega a representarse en el cerebro toda la gran im agen, es otra cosa m uy distinta. R ecordará usted, Karl, que hablábam os de estas cosas cuando nos encontrábam os arriba, en el castillo, contem plando la herm osa vista de la parte superior del lago de Com o, con las em barcaciones en el agua, las m ontañas, los pueblos en torno a la costa del lago, hasta las m ontañas que se elevan por todas partes. Hay aquí una m aravillosa im agen del tipo más diverso, todo ello con el más increíble detalle fino y en el aire diáfano. De algún m odo, a partir de la imagen finam ente punteada de nuestra retina, term inam os por experim entar u n a im agen integrada, com o resultado de todo el procesam iento cere­ bral de la transm isión codificada desde la retina. N os llega en la form a de esta im agen de viva delicia, y me parece a mí que nunca podrem os obtener este com pletam iento en el nivel neurofisiológico. Lo único con lo que trabajam os aquí es con patrones de im pulsos que señalan progresivam ente características cada vez m ás complejas. Debe haber u na lectura interpretativa. Es eso lo que creem os que nos sum inistra un a im agen unificada, y es u n a im agen que entraña todo tipo de características, tales com o luz, color, profundidad y forma. Ya ve usted a qué nos enfrentam os. El m osaico retiniano se convierte en códigos de im pulsos en las fibras del nervio óptico y en las células de la corteza visual simples, com plejas e hipercorpplejas, y luego hay que arm arlo todo de nuevo. Lo más que podem os hacer en neurofisiología es la función de extraer características que se observa en las n euronas del lóbulo inferotem poral, com o se describe en el capítulo E2. Se puede descubrir célula tras célula con la respuesta selectiva a este nivel de características geom étricas simples. Esta realización se halla m uy lejos de la im agen viva que se im prim ió en nuestra re­ tina y que experim entam os al final de todo este procesam iento ce­ rebral. El único m odo en que creo que podem os explicar la im agen es

considerando que la acción cerebral ha de convertirse en experiencia mental que, naturalm ente, es lo que term ina siendo en su reconoci­ miento. No es m ontada por el cerebro y leída com o fenóm eno unita­ rio único de la experiencia mental por la mente autoconsciente, sino que, según nuestra hipótesis, la m ente autoconsciente es la que de hecho lleva a cabo todo el proceso de montaje. Lee la diversidad, la inm ensa com plejidad de las respuestas neuronales, y crea la imagen (cf. el capítulo E7). Por supuesto, eso sólo es posible una vez que hem os pasado un a buena parte de nuestra vida aprendiendo a inter­ pretar las actividades cerebrales com o imágenes. N uestra experiencia visual del m undo externo se nos sum inistra en nuestra im aginativa interpretación del inm enso y com plejo patrón de sucesos cerebrales que se deriva de las descargas retinianas. P. Hay una cosa que me gustaría poner en tela de juicio, ya que me parece m uy posible, e incluso probable, que la percepción sea la actividad y función de alguna parte inferior de la conciencia y no de esa especie de conciencia superior que hem os dado en llam ar la mente autoconsciente. Es decir, la percepción puede tener lugar sin que seamos plenam ente conscientes o plenam ente autoconscientes, dado que de hecho puede darse ya en el nivel de los animales. El único problem a que yo plantearía en relación con esto es que usted refiere directam ente la percepción a la actividad de la mente autoconsciente. Ciertam ente, se trata de una actividad m ental, aunque creo que constituye una cuestión abierta si la función superior es necesaria para la percepción. Creo que sin duda es necesaria, por ejemplo, para el pleno disfrute y la apreciación estética de una visión escénica. Para ello se precisa sin duda la mente autoconsciente, pero ello se debe en parte al hecho de que la apreciación estética de una vista es algo que constituye casi una cuestión del M undo 3, y no sim plemente una cuestión de percepción para fines biológicos. Yo diría que las percepciones -la s percepciones integradas- poseen una finalidad biológica: la de hallar qué es lo que me am enaza allí o algo por el estilo. Eso no precisa, conjeturaría yo, la m ente autoconsciente, si bien la apreciación estética plena sólo se produce con la mente autoconsciente. E. Veo lo que quiere decir usted y, por supuesto, estoy de acuerdo. Hemos m encionado antes la función de la atención. La atención aparece cuando nos volvem os deliberadam ente hacia algún aspecto particular de los sucesos nerviosos que ha sido desencadenado de algún modo, y cuando nos concentram os en ellos con la interacción hacia adelante y hacia atrás que m antiene la m ente autoconsciente

con los m ódulos abiertos e, indirectam ente, con todos los demás módulos. P. M e ha dicho usted que el hem isferio derecho es capaz de leer im ágenes y, en ese terreno, conseguir m uchas cosas, si bien creo que es el hem isferio izquierdo quien llam a nuestra atención - e s decir, la atención del y o - sobre un objeto. O, digamos, es la m ente autocons­ ciente en interacción con el hemisferio izquierdo la que llam a la atención de nuestro yo sobre ciertos aspectos que son quizá biológica­ m ente m uy trascendentes, aunque estéticamente significativos e im ­ portantes en una imagen. Siento que hay dos aspectos en la atención: la atención biológica y la voluntaria. Katz dice (véase mi sección 24) que un anim al que huye sólo ve líneas de escape y que uno que tiene ham bre sólo ve posibles ocasiones de hallar algo que com er. En otras palabras, la atención del anim al está aquí determ inada por su situa­ ción fisiológica y biológica. Frente a ello, la atención característica de la m ente autoconsciente es un acto de la voluntad. C oncentram os conscientem ente nuestra voluntad en algún aspecto de la situación o la imagen o lo que sea. Así, pienso que la distinción entre estos dos tipos de atención habla m ucho a favor de la distinción entre una form a superior y otra inferior de conciencia integradora. E. Por supuesto, estoy de acuerdo. Hay una especie de interpretación holista o significativa de las imágenes debida al hem isferio derecho tras u na com isurotom ía (cf. cap. E5). Es algo que desconocen los sujetos conscientes, de m odo que la mente autoconsciente no se ocupa de esta interpretación holista. En el caso de los sujetos que hacían esto, ordenando, por ejemplo, las tiras de viñetas, ha de re­ cordar usted que antes de la com isurotom ía habían tenido un a larga historia de hacer y experim entar esa interpretación. Su hem isferio derecho había form ado parte de un cerebro norm al, o más •o m enos norm al, durante m uchos años, con todas las experiencias de interacción conjunta. C uando queda desconectado del hem isferio iz­ quierdo autoconsciente, retiene todas las funciones que ejercía nor­ m alm ente en conjunción con el hem isferio izquierdo. Q uisiera suge­ rir que en el hem isferio derecho tendría que haber una m uy notable operación de interacción m odular que norm alm ente ejercitarían los m ódulos abiertos del hem isferio izquierdo. De este modo, en esta interacción entre los hem isferios izquierdo y derecho, hacia adelante y hacia atrás, tenem os que la m ente autoconsciente es capaz de entrar en u n a relación m uy estrecha con todo lo que se desarrolla en las áreas especiales del hem isferio derecho que se hallan en la m odalidad de imágenes, y lo m ismo podría ocurrir con la m odalidad musical.

Me atrae la idea de que el hem isferio derecho produce una acción unificada por poseer todos esos recuerdos o establecim iento de patro­ nes de reacción. Además, actúa en la m odalidad m otora com o agente organizado unitario, utilizando la m ano izquierda. Podría haber al­ g una experiencia consciente integradora y superadora que no sum i­ nistre autoconciencia al hem isferio derecho, aunque funcione com o la autoconciencia del hem isferio izquierdo en la unificación y realiza­ ción de cierta im agen global de lo que se presenta en la vasta disposi­ ción de actividades de la inform ación codificada de los módulos. P. El problem a del carácter único del yo de la form a particular plan­ teada por Jennings (en sus conferencias Terry [1933]), y tam bién por usted, Jack, posiblem ente sea un seudoproblem a. El yo está, en parte por nuestras teorías del yo, conectado con su cuerpo y, del mismo m odo que nuestros cuerpos no son idénticos a otros cuerpos, nuestro yo no es idéntico a los demás. Así, se puede plantear el problem a de si las m entes de los gemelos idénticos son similares, de la m isma m anera que lo son sus cuerpos, pero no se puede plantear la pregunta de si podrían ser idénticas sus mentes, ya que sus cuerpos, por sim ila­ res que sean, no pueden ser idénticos. Podría, en este contexto, criticar un enfoque m uy extenso del yo que se puede encontrar, por ejemplo, en Hume. Me refiero a la consideración de uno m ism o com o un yo percipiente o com o un observador. Creo que la percepción o la observación es un tipo m uy especial de actividad, en la que el yo es com parativam ente menos activo que en otras actividades, m ientras que el cerebro hace el tra­ bajo principal de interpretación. E. Vamos a entrar ahora en una discusión sobre «El indeterm inism o no basta», artículo publicado en Encounter por Karl [1973(a)]. Lo prim ero que me gustaría señalar se refiere a la relación entre los M undos 1, 2 y 3. Estoy com pletam ente de acuerdo con la afirmación de que tiene que haber una apertura causal del M undo 1 respecto al M undo 2, pero pienso que puede surgir un m alentendido si hablam os de la apertura causal del M undo 2 al M undo 3 por acción directa. Me gustaría pensar que entre medias se inserta siem pre un paso a través del M undo 1. Esto, por supuesto, es bastante obvio si derivam os nuestras experiencias conscientes de la representación codificada del M undo 3 en algún objeto material. Entonces está claro que ha de ser percibido por los sentidos, pasando por todos los estadios del M undo 1 de recepción y transm isión. Por otra parte, está la condición más sutil en la que el M undo 3 está codificado en redes neuronales m e­ diante algún proceso de m em oria en áreas especiales del cerebro.

Aun así, subrayo que hay que obtenerlo de la codificación del M undo 1 en las conexiones neuronales. P. Sugeriría que en lugar de decir que el M undo 3 está codificado en el cerebro, dijésemos que ciertos objetos del M undo 3 están registra­ dos en el cerebro y encarnados en él, por así decir. La totalidad del M undo 3 no está en ninguna parte; tan sólo ciertos objetos individua­ les del M undo 3 están a veces encarnados, siendo así localizables. E. Se pueden retirar y expresar com o los recuerdos. N o obstante, aun allí, los objetos del M undo 3 están com o si dijésem os codificados en la m aquinaria neuronal y han de ser extraídos de ella m ediante la acción de la m ente autoconsciente. Así, en cierto sentido, el M undo 1 entra aún en la relación. Creo que se trata de una cuestión nimia, pero quería m encionarla, ya que algunos críticos podrían señalar que parecería existir cierta relación directa (clarividencia) entre la mente autoconsciente. M undo 2, y la inform ación (M undo 3) codificada en objetos sea del m undo exterior, sea del cerebro. En efecto, por su­ puesto, la historia tal com o se cuenta en «El indeterm inism o no basta» es aceptable. E ra sim plem ente esa crítica m enor la que quería hacer. P. Es m uy im portante que subraye usted este punto. N o obstante, no estoy totalm ente de acuerdo con su crítica. Es perfectam ente cierto que en m uchas de las interacciones entre el M undo 2 y el M undo 3 está im plicado el cerebro y, con él, el M undo 1. Mas, especialm ente en m uchos actos creativos que im plican los M undos 2 y 3, creo que el M undo 1 no está necesariam ente implicado, o que el M undo 1 está im plicado com o epifenóm eno del M undo 2. Esto es, algo que se desarrolla en el M undo 1, aunque depende en parte del M undo 2. (Esta es la idea de la interacción.) Por «actos creativos» entiendo cosas tales com o el descubrim iento de nuevos problem as o el descubri­ m iento de nuevas soluciones a nuestros problem as. Es perfectam ente cierto que este proceso de descubrim iento es probable que vaya acom pañado por procesos que discurren en el M undo 1, aunque no, subrayaría, paralelam ente, ya que el descubrim iento de algo nuevo es un proceso único y yo no creo que se pueda hablar de paralelism o entre dos procesos únicos que no sean analizables en procesos ele­ m entales n o rm ales.1 (Este es uno de aquellos casos a que hacíam os 1 Para decirlo más claramente, un análisis en elementos normales del proceso del Mundo 1 no habrá de corresponder al análisis del proceso único del Mundo 2, ya que el Mundo 2 no puede analizarse plenamente en elementos normales (como ideas, representaciones, sentimientos o cualquier olra cosa). Podríamos decir, de pasada, que en el intento de llevar a cabo dicho

alusión más arriba, en los que los procesos del M undo 1 pueden ser epifenom énicos respecto a lo que se desarrolla en el M undo 2.) Pero, totalm ente al margen de esto, creo que es más im portante constatar que, cuando sentim os que hay en el M undo 3 un problem a aún no plenam ente form ulado a descubrir y enunciar, entonces, en esos casos, nosotros, o m ejor aún nuestro M undo 2, trata esencial­ mente con el M undo 3, sin que el M undo 1 esté im plicado en todos los pasos. El M undo 1 sum inistra un trasfondo general; sin duda eso es verdad. Sin la m em oria del M undo 1 no podríam os hacer lo que hacemos; pero el nuevo problem a particular que deseam os plantear lo concibe el M undo 2 directam ente en el M undo 3. (Véase mi sec­ ción 13, así com o el diálogo XI.) La captación de un objeto del M undo 3 es, ante todo, un proceso activo. Ciertam ente, deseo conjeturar que los yo son los únicos agen­ tes activos del universo: los únicos agentes a los que puede aplicarse con propiedad el térm ino actividad. (Véase tam bién mi sección 32.) Mas, puesto que los anim ales son activos, deben tener algo así com o un yo, deben ser conscientes, aunque no reflexivam ente conscientes del hecho de que tienen un yo. Ser consciente de este hecho presu­ pone teoría y por tanto un lenguaje descriptivo o hum ano. U n autó­ m ata no puede ser activo o em prender acciones, y no parece com pati­ ble con la teoría evolucionista considerar a los anim ales, especial­ m ente a los superiores, com o autóm atas. Ciertam ente, parecen em ­ prender acciones orientadas a un fin. Pienso que los logros hum anos, esto es, los del M undo 3, son únicos, lo que hace tam bién únicos a nuestro yo y nuestra mente. N o creo que necesitemos, para el carácter único del hom bre, una tesis acerca del carácter genéticam ente único del hom bre. Hay que adm itir que la evolución del cerebro hum ano ha sido increíblemente rápida. Pero no fue un salto único: com o toda evolución, consistió en m u­ chos pasos pequeñitos. E. Pasaré ahora a la página de su artículo en Encounter que trata del problem a de la apertura del M undo 1 al M undo 2. Dice usted, por ejemplo, «Pero nada ganam os por decir que este M undo 1 está com ­ pletam ente cerrado a lo que he denom inado M undo 2 y M undo 3». Creo que es m uy im portante discutir este punto, porque estoy seguro de que la crítica principal a nuestro dualism o consistirá en decir que

análisis se encuentra tal vez el motivo más profundo de quienes hablan de una «corriente de la conciencia» o una «corriente de ideas». La imposibilidad de dicho análisis completo se hace especialmente obvia a la luz de la función desempeñada en el Mundo 2 por procesos inconscien­ tes que irrumpen e interceptan la secuencia de los procesos conscientes del Mundo 2.

proponem os que el m undo físico, el M undo 1, está abierto a influen­ cias de algún tipo inim aginable, influencias de u n a m ente autocons­ ciente con com unicación en am bos sentidos. Para ello hem os de proponer que el M undo 1 de ciertas áreas del lenguaje y regiones relacionadas del cerebro que he denom inado m ódulos abiertos, está abierto a estas influencias del M undo 2. Hem os de reconocer que se trata de u n a concepción m uy revolucionaria en térm inos de la ciencia m oderna. P. Estoy com pletam ente de acuerdo con lo que usted dice. Por su­ puesto, sólo en el cerebro puede haber u n a interacción entre el M undo 1 y el 2, y en este punto hem os de decir que Descartes fue realm ente un precursor. A unque sea revolucionaria para la ciencia m oderna, lo único que hacem os es retom ar de un m odo u otro la idea fundam ental de Descartes de que el M undo 1 (que para D escar­ tes era el m undo mecánico) está abierto, en el cerebro, al M undo 2. E. M e gustaría, Kari, que com entase usted más detenidam ente esta cuestión de la apertura del M undo 1 al M undo 2. Com o usted ve, hay principios fundam entales de la física que parecen quedar m alpa­ rados p o r ello, ya que no considero posible pensar en la utilización de la indeterm inación cuántica para este fin. Tal cosa confiere a los acontecim ientos u n a aleatoriedad que no sirve para nada a la h o ra de d ar cuenta de los sucesos causales m uy precisos que se encuentran en la relación entre el M undo 2 y el M undo 1, en esas especialísimas áreas del cerebro. Por supuesto, me doy cuenta de que hem os de protegernos a nosotros m ism os de críticas dem asiado severas, seña­ lando que este postulado de la apertura sólo se da en relación con ciertas estructuras m uy sofisticadas y diseñadas con gran sutileza que se hallan biológicam ente construidas, estando dotadas de increíbles propiedades en su actividad dinám ica; concretam ente, se trata de los m ódulos de la corteza cerebral (cf. el capítulo E l) y sólo algunos de esos m ódulos tendrían la propiedad de estar abiertos al M undo 2, y aun así, tan sólo en algunos estados suyos especiales (cf. cap. E7). Ya hem os tratado esta cuestión, por ejemplo, en el problem a del sueño y la inconsciencia que acom paña a diversos estados cerebrales deprim i­ dos, así com o los estados cerebrales hiperactivos en los ataques de convulsiones. E n tales casos, los m ódulos no se hallan abiertos. A de­ más, u n o pensaría que la apertura varía en cada m om ento según la excitación de la conciencia o según el aburrim iento del tem a. Así pues, aquí tenem os nuestro problem a m ás o m enos contado; pero ¿cóm o form ularlo? A ún tenem os delante esta hipótesis increíble de que hay estructuras existentes en el M undo 1 que proponem os que

tengan un a relación con el M undo 2, una relación en am bas direccio­ nes, influyendo sobre el M undo 2 y recibiendo al m ismo tiem po su influencia. Este es el problem a del que me gustaría oírle a usted hablar más en extenso. P. Por supuesto, se trata de un problem a m uy difícil. Tengo u n a gran cantidad de ideas en relación con él, aunque distan de estar m aduras. Prim ero de todo, estoy de acuerdo, com o es natural, en que la indeterm inación de la teoría cuántica no sirve en cierto sentido de ayuda, ya que conduce sim plem ente a leyes probabilísticas, y no querem os decir que cosas tales com o las decisiones libres no son más que cuestiones probabilísticas. El problem a con la indeterm inación de la m ecánica cuántica es doble. En prim er lugar, es probabilista y no nos sirve de m ucho en el problem a de la libertad de la voluntad, que no es sencillam ente cues­ tión de azar. En segundo lugar, sólo nos sum inistra indeterm inism o y no apertura al M undo 2. N o obstante, de modo indirecto, pienso que se puede hacer uso de la indeterm inación de la teoría cuántica sin com prom eterse con la tesis de que las decisiones de la voluntad libre son cuestiones probabilitarias. En este contexto he de m encionar sim ­ plem ente un punto. Las nuevas ideas poseen una sorprendente sem e­ janza con las m utaciones genéticas. Ahora, considerem os por un m o­ m ento las m utaciones genéticas. Al parecer, las m utaciones son pro­ vocadas por la indeterm inación de la teoría cuántica (incluyendo los efectos de radiaciones). C onsiguientem ente, tam bién son probabilísti­ cas y en sí m ismas no son originalm ente selectas o adecuadas, au n ­ que sobre ellas opera subsiguientem ente la selección natural que eli­ m ina las m utaciones inapropiadas. A hora, podríam os considerar un proceso sim ilar con respecto a las nuevas ideas y a las decisiones del libre arbitrio, y cosas semejantes. Es decir, se abre un nuevo abanico de posibilidades gracias a un conjunto de propuestas, por así decir, probabilísticas y m ecánico-cuánticas, de posibilidades llevadas ade­ lante por el cerebro. Sobre ellas opera entonces u n a especie de pro­ ceso selectivo que elim ina aquellas propuestas y aquellas posibilida­ des que no son aceptables para la mente, anclada en el M undo 3, que las ensaya en el M undo 3 y las com prueba con las norm as del M undo 3. Quizá sea este el m odo en que tienen lugar estas cosas, y por esa razón me gustaba tanto la sugerencia acerca de las neuronas inhibitorias que trabajan com o un escultor que corta y descarta partes de la piedra a fin de form ar la estatua. Así pues, lo que sugiero aquí es que podríam os concebir la aper­ tura del M undo 1 al M undo 2 un tanto a la m anera del im pacto de la presión de selección sobre las mutaciones. Las propias m utaciones se

pueden considerar com o efectos cuánticos, com o fluctuaciones. Tales fluctuaciones pueden tener lugar, por ejemplo, en el cerebro. Al prin­ cipio, pueden ocurrir en el cerebro cam bios puram ente probabilísticos o caóticos, y algunas de esas fluctuaciones pueden seleccionarse con vistas a un fin, a la luz del M undo 3, de m anera sim ilar a aquella en que la selección natural selecciona casi con un fin las mutaciones. N o pretendo que estas analogías se acepten fácilmente, pero al m enos m erece la pena especular acerca de ellas. (El principio de todo o nada del desencadenam iento nervioso puede interpretarse realm ente com o un m ecanism o que perm itiría arbitrariam ente que pequeñas fluctua­ ciones tuviesen efectos m acroscópicos.) La acción de la m ente sobre el cerebro puede consistir en perm itir que ciertas fluctuaciones lleven a la descarga de neuronas, m ientras que otras llevan m eram ente a u n a ligera elevación de la tem peratura del cerebro. Este es uno de los m odos posibles de «esculpir» (y salvar la ley de la conservación de la energía). Esto me conduce a la segunda cuestión: ¿Realm ente choca todo esto con alguna de las leyes fundam entales de la física y en particular con las de la term odinám ica? N o creo que debam os procuparnos en absoluto por la segunda ley de la term odinám ica. Sólo hem os de suponer que el cerebro se cansa con la actividad m ental, siendo dicho cansancio, de un modo u otro, equivalente a la producción de calor y así, a la degradación de la energía, con lo que la segunda ley se preserva. Con todos esos proce­ sos se produce u n a gran cantidad de calor y a uno se le calientan los sesos, com o se dice. El problem a es quizá diferente por lo que respecta a la prim era ley, la de la conservación de la energía. Aquí tenem os varias posibili­ dades. U n a posibilidad que nos vendría m uy bien sería que la ley de la conservación de la energía resultase ser válida sólo estadísticam ente. Si así fuese, podríam os tener que esperar por una fluctuación de energía antes de que el M undo 2 pudiese actuar sobre el M undo 1, y el lapso de tiem po en el que nos preparam os para el «m ovim iento voluntario del dedo» podría fácilmente ser lo suficientem ente largo para perm itir que tuviesen lugar tales fluctuaciones. De hecho, algu­ nos físicos han propuesto teorías en las que la conservación de la energía es válida sólo estadísticamente. Ahí estaba, por ejem plo, la teoría de Bohr, Kram ers y Slater [1925]. Pero luego fue rechazada, siendo en realidad superada por la m ecánica cuántica, en la que la prim era ley de la term odinám ica no es válida estadísticam ente, sino estrictam ente. N o obstante, Schródinger hizo más tarde [1952] otra sugerencia interesante sobre la posibilidad de que, en un nivel más

profundo, la prim era ley fuese tan sólo estadísticam ente válida. Se­ ñaló que la energía es hv. Es decir, que es proporcional a v, a la frecuencia, y las frecuencias tienen prom edios estadísticos. Así, en las frecuencias de las ondas de luz podem os tener ante nosotros un elem ento estadístico. (Para otra posibilidad, en el sentido de que se com pensen ligeras desviaciones de la prim era ley, véase mi sección 48, así com o el diálogo XII.) Quizá pueda decir algo más sobre la apertura del m undo físico (más exactam ente, del m undo de la mecánica) a otro m undo. (Ello sería tam bién u na alternativa al enfoque esbozado antes, que em plea la interpretación estadística de la ley de conservación de la energía.) En tiem pos de Oersted, la base de la física seguía siendo la m ecá­ nica new toniana. El experim ento de Oersted (en el que un cable que conduce una corriente eléctrica se pone a lo largo de una aguja magnética, desviándose ésta cuando se hace pasar la corriente) pare­ cía violar - y v io laba- la m ecánica new toniana. Es decir, resultaba que el m undo de la m ecánica (del impulso, la atracción gravitatoria y la repulsión elástica, y tam bién especialmente de la conservación de la energía mecánica) estaba de pronto abierto, abierto a un nuevo m undo, a saber, el m undo de la electricidad. Esta apertura del m undo mecánico al m undo de la electricidad fue el principal reto que llevó a un a nueva reconstrucción de la física, en la cual la electricidad se convirtió en lo básico y la m ecánica en lo derivado respecto a la electricidad. Teníam os una teoría que perm itía la reducción de la m ecánica de los em pujes a los fenóm enos eléctricos, com o la repul­ sión de los electrones negativam ente cargados. Esta reducción tuvo m ucho éxito, y durante algún tiem po pareció que se había establecido un m onism o eléctrico. Sin em bargo, no era así. N o hay un m undo monista físico de la electricidad. Hay fuerzas distintas, com o las nu­ cleares y las de interacción débil, además de las gravitatorias. Según esto, podem os decir que cada uno de los dos m undos físicos, el mecánico y el eléctrico, está, según nuestro m odo norm al de entender las cosas, «abierto» a al m enos otro m undo físico que, de un modo u otro, interactúa con el m ecánico y el eléctrico. En otras palabras, la física m oderna es pluralista (y la ley de la conservación de la energía ha de ser generalizada constantem ente siem pre que se ensancha el m undo físico). Así, no deberíam os preocuparnos dem asiado por una violación prim a fa cie de esta ley: de alguna m anera serem os capaces de arreglar las cosas. (La dificultad real consistió en generalizar la altam ente intuitiva visión del m undo mecanicista.) Esta situación hace m ucho más fácil asum ir la posibilidad de la interferencia del exterior, de algo aún desconocido que, si querem os que la física sea completa, deberíam os añadir al m undo físico.

N o obstante, no estoy necesariam ente a favor del problem a de investigación metafísico de com pletar la física (aunque a priori no tengo nada en contra). Estoy más bien a favor de decir que la física está abierta. Hay dos m aneras de proceder en este asunto de la aper­ tura, com o ha señalado en alguna parte W igner. Este tam bién cree que la física es incom pleta, pero piensa que quizá se pueda com pletar añadiéndole ciertas leyes nuevas. Creo que esto no es más que decir de otra m anera que la física está abierta a algo aún desconocido. (Yo me inclino por el m om ento a afirm ar que está abierta al M undo 2, más bien que a otras leyes físicas, ya que, que nosotros sepamos, sólo el M undo 2 puede interactuar con el M undo 3. Que interactúa efecti­ vam ente es algo de lo que tenem os m ucha experiencia, así com o del hecho de que el M undo 2 interactúa con el M undo 1; especialm ente que lo hace de m anera que perm ita que los planes y teorías del M undo 3 induzcan grandes cam bios en el M undo 1. Pienso que por estas razones tan poderosas tenem os que postular en cualquier caso la apertura del M undo 1 al M undo 2, m ientras que la m era apertura del conocido M undo 1 a una parte desconocida del M undo 1 no contri­ buye en nada a resolver el gran problem a de que los planes y teorías del M undo 3 produzcan cam bios en el M undo 1.) E. En mi discusión con Eugene W igner, saqué la im presión de que él considera necesaria u n a com pleta transform ación de la física y no sim plem ente una adición a algún aspecto de la ley física; por el contrario, habría que reconstruir toda la base de la física con una revolución que transform ase la física existente más de lo que ocurrió con la vieja física por obra de la relatividad einsteiniana y de la teoría cuántica de Planck. P. Yo m ism o espero una revolución en física, ya que me da la im pre­ sión de que el estado actual de la m ism a es insatisfactorio, aunque ésta es otra cuestión. Quiero decir que no podem os saber qué es lo que ocurrirá. Incluso con u n a revolución en física, la física actual deberá ser válida com o prim era aproxim ación, dado que nuestra fí­ sica actual está extrem adam ente bien corroborada; así, en una pri­ m era aproxim ación, nuestra física actual continuará existiendo. Mas eso no será plenam ente satisfactorio desde el punto de vista de una nueva física, com o es evidente. N o me perturba dem asiado la aper­ tu ra del M undo 1 al M undo 2, aunque estaría de acuerdo con usted en que, desde el punto de vista de la física actual, es ciertam ente un paso revolucionario. Quizá pueda añadir sim plem ente com o conclu­ sión, por lo que respecta a la segunda ley de la term odinám ica, que la segunda ley es en cualquier caso tan sólo estadística, y ya se sabe que

se viola, en cierto sentido, en lo pequeño. Es decir, se puede decir que el m ovim iento brow niano viola la segunda ley m odestam ente en todo m om ento, aunque dichas violaciones se com pensan cum plida­ m ente por lo que ocurre en las inm ediaciones del sistema (del gas o fluido) y en los m om entos precedentes y siguientes. En cualquier caso, la idea de que el cerebro se calienta en conexión con cada pensam iento creador basta de sobra para asegurar que no habrá pro­ blem a en conexión con la segunda ley. E. En este punto añadiré dos citas, una de W igner y otra de Schró­ dinger, ofreciendo un breve resum en de sus opiniones sobre la nece­ sidad de reconstruir la física. Schródinger [1967]: «El callejón sin salida es un callejón sin sa­ lida. ¿No som os nosotros los que hacem os nuestros hechos? Con todo, nos sentim os responsables de ellos, se nos castiga o alaba por ellos, según sean. Se trata de una horrible antinom ia. Sostengo que no se puede resolver con la ciencia del nivel de la actual que aún está com pletam ente sum ida en el “principio de exclusión” , aunque sin saberlo, y de ahí la antinom ia. M erece la pena darse cuenta de ello, aunque no resuelve el problem a. N o se puede elim inar el “principio de exclusión” por algo así com o u n a decisión parlam entaria. La acti­ tud-científica habría de ser reconstruida, la ciencia ha de rehacerse de nuevo. Se necesita precaución.» Eugene W igner [1969] ha dem ostrado la falacia de postular «que la vida es un proceso fisicoquímico que se puede explicar sobre la base de las leyes ordinarias de la física y la química». Llega incluso a predecir «que a fin de tratar los fenóm enos de la vida, las leyes de la física tendrán que cam biarse y no sólo reinterpretarse». P. El argum ento fundam ental en favor de la apertura del M undo 1 al M undo 3, a través del M undo 2, es sim plem ente que nuestra cultura introduce cam bios en el M undo 1. Si un escultor hace una estatua, entonces introduce un cam bio fundam ental en el M undo 1, y no podem os decir que sea un asunto exclusivam ente del M undo 1. Es decir, suponer que la obra de Miguel Angel es sencillam ente el resul­ tado de m ovim ientos m oleculares y nada más me parece algo m ucho más absurdo que suponer algunas ligeras y quizá inm edibles violacio­ nes de la prim era ley de la term odinám ica.2

2 Un materialista podría tratar de explicar lodo esto como el resultado de la selección natural. No obstante, pienso que la selección natural no basta, y que tenemos también a Miguel Angel ejerciendo una selección crítica (respecto a ciertos principios del Mundo 3). Además, incluso la teoría de la selección natural presenta un problema para el materialista.

E. He aquí algo que viene com o anillo al dedo, sacado de la página 25 de su artículo en Encounter, «El indeterm inism o no basta». Dice lo que sigue: «Así, el indeterm inism o es necesario aunque insuficiente para dar cabida a la libertad hum ana y, en especial, a la creatividad. Lo que realm ente precisam os es la tesis de que el M undo 1 es incom ­ pleto, que puede sufrir la influencia del M undo 2, que puede interactuar con el M undo 2, o que está causalm ente abierto hacia el M undo 2, y, por ende, tam bién hacia el M undo 3. Así pues, volvem os a nuestro punto central: hem os de exigir que el M undo 1 no sea com ­ pleto o “cerrado", sino que esté abierto hacia el M undo 2, pudiendo ser influido por él del m ism o m odo que el M undo 2 puede recibir la influencia del M undo 3». P. En vista de sus críticas anteriores de lo que yo decía acerca de la relación entre el M undo 2 y el M undo 3, así com o de su argum ento en el sentido de que el M undo 1 siempre interviene en cualquier interacción entre el M undo 2 y el 3, estoy com pletam ente dispuesto a aceptar que haya siem pre algún proceso del M undo 1 que tiene lugar siem pre que se desarrolla un proceso del M undo 2, y por tanto, siem pre que el M undo 2 está en contacto con el M undo 3'. Tiene que haber tam bién una cierta cantidad de procesos excesivam ente disipa­ dores de energía en el cerebro; es decir, el cerebro ha de consum ir más alim ento de lo que sería de esperar, si está en contacto con el M undo 2. De hecho, posiblem ente sea así, ya que el cerebro debe de estar en extrem o activo a fin de estar en contacto con el M undo 2. He de decir que pienso que incluso es posible concebir un punto de vista según el cual la prim era ley de la term odinám ica, la ley de la conser­ vación de la energía, se satisfaga, y según el cual se ejerza u n a in­ fluencia del M undo 2 al M undo 1. Creo que es una teoría plausible, aunque es necesario pensar más acerca de ella.

Una de las cosas que deseo señalar acercar del problema del cuerpo y la mente es la siguiente. Aun cuando el Mundo 2 pueda haber emergido a partir del Mundo 1, tiene que haberse tornado en considerable medida independiente de él, ya que en una discusión crítica ha de orientarse con normas del Mundo 3. de la lógica, por ejemplo, más bien que con el Mundo 1. Si fuese solamente un epifenómeno del Mundo 1, entonces nuestras creencias serían todas ellas ilusiones en pie de igualdad con las demás ilusiones; y eso se aplicaría a todos los «ismos». incluyendo al epifenomenalismo y la teoría de la selección natural. Así, resulta que el materia­ lismo reforzado por la teoría de la selección natural constituye una teoría metafísica que no se puede refutar; pero tampoco se puede sostener racionalmente, dado que, desde su propio punto de vista, tales opiniones metafísicas son ilusiones epifenoménicas y por tanto equivalentes. A menos que supongamos que (digamos, mediante la selección natural) ha emergido un Mundo 3 autónomo de normas autónomas de discusión crítica, todas las teorías son igualmente ilusiones epifenoménicas (incluyendo, por supuesto, la teoría de la selección natural). Véase mi sección 21.

E. El problem a con la necesidad de más energía para el cerebro bajo determ inadas condiciones es que las mediciones globales m uestran que en la actividad mental de tipo m uy intenso el consum o de oxí­ geno es sólo m uy ligeram ente superior. Se trata, por supuesto, de las mediciones de todo el cerebro llevadas a cabo por Seym our Kety y otros. Tenem os luego las m ediciones de frecuencias de descarga de neuronas cerebrales, registradas en neuronas aisladas, de Evarts, por ejemplo. Hay distintos patrones de funcionam iento de células nervio­ sas, y tenem os células grandes y pequeñas que varían su actividad, aum entándola unas y dism inuyéndola otras bajo estados especiales de actividad o en el sueño, pero aun así es difícil establecer reglas claras sobre todo ello (véase el capítulo E7). P. Quizá pueda m encionar de nuevo que en los procesos en los que el M undo 2 actúa sobre el M undo 1, no necesitam os suponer más que las m agnitudes físicas implicadas son tan pequeñas com o se de­ see; esto es, pequeñísim as (recuerde el principio todo o nada); así, quizá se hallen por debajo de cualquier medición. Lo que tiene im ­ portancia para nuestro problem a es la idea general de que sólo un cerebro m uy activo y agitado está abierto al M undo 2. E. Le voy a dar una inform ación un tanto sorprendente, derivada de experim entos realizados recientem ente por el profesor David Ingvar [1975] de Lund. H a estado em pleando xenón radiactivo, inyectado en la arteria carótida, a fin de descubrir la circulación de la corteza cerebral, siendo de hecho capaz de poner 32 ventanas registradoras en el hem isferio cerebral de ese lado, de m anera que puede evaluar la circulación de las distintas áreas. Por supuesto, esto se hace en rela­ ción con investigaciones clínicas sobre pacientes de psiquiatría y al­ cohólicos crónicos. Desde el punto de vista terapéutico, es im portante conocer la circulación de la corteza cerebral de un área a otra. Ha podido descubrir qué es lo que ocurre cuando los pacientes usan de m anera específica una u otra parte de sus áreas del lenguaje. La producción del lenguaje hablado aum enta la circulación por el área de Broca, en m enor m edida por la de W ernicke, así com o tam bién p or el área m otora im plicada en el habla. Al leer se daba un aum ento de flujo además en el lóbulo occipital, que se relacionaría con las operaciones visuales. Con las funciones lingüísticas no se daba un aum ento de flujo en el hem isferio m enor. Finalm ente, el pensam iento abstracto, tal com o la resolución en silencio de un problem a, provo­ caba un aum ento de circulación en las áreas de asociación parietal, occipital y frontal. Así pues, bajo estas condiciones hay un cam bio de circulación de un tipo específico. Lo mismo ocurre con la actividad

m anual, que provoca la circulación y una com pleja actividad neuro­ nal en la corteza sensorial m otora del cerebro, coincidiendo con lo que sugerirían las teorías acerca de las áreas implicadas. Pienso que estos resultados son im portantes porque indican un aum ento de acti­ vidad en las áreas corticales que han sido asociadas con esas funcio­ nes específicas. Ingvar es un m aestro en este cam po, y se da cuenta de las im plicaciones filosóficas de sus descubrim ientos. Quisiera añadir un com entario acerca del indeterm inism o. Si el determ inism o físico es cierto, ese es el fin de toda discusión o argu­ mento; todo ha term inado. N o hay filosofía. Todas las personas h u ­ m anas han quedado atrapadas en esta inexorable red de circunstan­ cias que no pueden rom per. Lo que creem os estar haciendo no es m ás que u n a ilusión. ¿Quién va a vivir de acuerdo con esto? Incluso ocurre que las leyes de la física y toda nuestra com prensión de la física es el resultado de la m ism a inexorable red de circunstancias. Ya no es cuestión de luchar por la verdad, a fin de com prender qué es este m undo natural, cóm o se produjo y cuáles son las fuentes de su m odo de operar. Todo ello no es m ás que ilusión. Si estam os dispues­ tos a tener este m undo físico puram ente determ inista, habrem os de perm anecer en silencio. A lternativam ente, si creem os en un m undo abierto, entonces tendrem os todo un m undo de aventuras, usando nuestras mentes, nuestro entendim iento, a fin de desarrollar ideas progresivam ente más sutiles y creadoras, lo que significa desarrollar el M undo 3. N uestra relación con el M undo 3 se convierte clara­ m ente en u n a realización h u m ana deseada. En el últim o m undo de la existencia hum ana, usam os esta apertura del M undo 1 en estas especialísim as áreas de nuestro cerebro. P. Lo ha dicho usted m uy bien; pero, una vez más, deseo sugerir una pequeñísim a corrección. Sin duda el M undo 3 es u n a «realización h u m an a deseada», aunque tiene consecuencias no planeadas incorpo­ radas, adem ás de aquellas conscientem ente deseadas. E. Estaría de acuerdo y, adem ás, es com o una gran sinfonía con distintos instrum entos ejecutando diversas partituras, com binándose el conjunto en u n a ejecución increíblem ente sintetizada y arm oniosa. Esta es la m anera en que las personas individuales, por su creativi­ dad, pueden construir u n a civilización y u n a gran cultura. N o se trata m eram ente de que un único individuo actúe deliberadam ente por su cuenta; son todas las inm ensas realizaciones de los seres hum anos lo que construye nuestro M undo 3 y, con él, el M undo 2 de cada uno de nosotros.

Diálogo XI

29 de setiembre de 1974; 5 de la tarde E. Karl, por favor, ¿querría usted hablar sobre la idea que tiene usted acerca de la relación entre el M undo 3 y el M undo 2, con respecto al teorem a de Euclides que me acaba de contar? P. Creo que este problem a es m uy im portante. A unque, por su­ puesto, hay algunos procesos cerebrales que transcurren durante todo el tiem po en que está despierto el M undo 2, y en especial cuando se halla ocupado en la resolución de problem as o en su form ulación, mi tesis es no sólo que el M undo 2 puede captar objetos del M undo 3, sino que lo puede hacer directam ente; es decir, aunque los procesos del M undo 1 puedan estar desarrollándose (de m anera epifenoménica) al m ismo tiempo, no constituyen una representación física o del M undo 1 de esos objetos del M undo 3 que tratam os de apre­ hender. Perm ítam e ejemplificarlo discutiendo el teorem a de Euclides de que para todo núm ero natural, por grande que sea, existe otro m ayor que es prim o; o, en otras palabras, que hay infinitos núm eros primos. Ciertam ente, Euclides había im prim ido en su m em oria (y así, presu­ miblemente, en su cerebro) algunos hechos acerca de los núm eros prim os, especialmente acerca de sus propiedades fundam entales. Mas creo que no hay m uchas dudas sobre qué debe de haber ocurrido. Lo que hizo Euclides, yendo m ucho más allá de los registros de m em oria del cerebro pertenecientes al M undo 1, fue visualizar la sucesión (potencialmente) infinita de núm eros naturales; los vio ante su mente avanzando y avanzando, y vio que en la sucesión de todos los núm e­ ros naturales los prim os se hacen cada vez m enos frecuentes a m e­ dida que avanzam os. Las distancias entre los núm eros prim os, en general, se hacen más y más am plias (aunque hay excepciones; por ejemplo, parece que por lejos que vayamos, siguen existiendo los

llam ados prim os herm anos,* que están separados tan sólo por un núm ero par, aunque éstos tam bién se hacen cada vez más raros). C onsiderando ahora intuitivam ente esta sucesión de núm eros, lo que no es cuestión de m em oria, descubrió que había un problem a: el problem a de si los núm eros prim os term inan o no por desaparecer, de si hay un n úm ero prim o que sea el m ayor de todos y a partir del cual ya no haya más, o si, por el contrario, los núm eros prim os continúan por siem pre. Euclides resolvió este problem a. Ni la form u­ lación del problem a ni su solución se basaban o podía interpretarse a partir del m aterial del M undo 3 codificado. Se basaban directam ente en u n a aprehensión intuitiva de la situación del M undo 3: la sucesión infinita de núm eros naturales. La solución del problem a es que, si suponem os que hay un nú­ m ero prim o que es el m ayor, entonces, con ayuda de este supuesto «núm ero prim o mayor» podemos construir otro mayor. Podem os to­ m ar todos los núm eros prim os hasta el «mayor», m ultiplicarlos todos, incluyendo al «mayor», y sum ar uno. Llam em os N al núm ero así producido. Podem os m ostrar que N ha de ser un núm ero prim o, suponiendo que los factores de AH fuesen todos los prim os existen­ tes. En efecto, si dividim os N por alguno de esos factores, el resto es uno. Así, N sólo puede tener divisores que sean m ayores que el núm ero que suponíam os ser el m ayor prim o. Se resuelve así negativam ente el problem a de si existe un prim o que sea el m ayor. El problem a em parentado de si existe un par m ayor de prim os herm anos no se ha resuelto todavía, que yo sepa. La prueba de Euclides opera con las siguientes ideas: 1) U na sucesión potencial m ente infinita de núm ero naturales. 2) U na suce­ sión finita (de cualquier longitud) de núm eros prim os. 3) U na suce­ sión tal vez infinita de núm eros primos. Euclides descubrió el proble­ m a de si la sucesión de núm eros prim os era finita o infinita; y resol­ vió el problem a descubriendo que la prim era de esas alternativas lleva a la segunda y, por tanto, al absurdo. Sin duda, operaba con esquem as y representaciones simbólicas intuitivas. Pero eran m era­ m ente u na ayuda. Ni constituían el problem a ni su solución. Pode­ mos decir que la idea m ism a de infinitud - u n a idea del M undo 3 - no puede tener u na representación cerebral directa, aunque, por su­ puesto, pueda tenerla la palabra «infinito». El problem a se tom a a partir de un a intuición de la situación del M undo 3. Por supuesto, esto sólo puede lograrse familiarizándose con la situación del M undo 3 y sus diversos aspectos. * Twin primes, también llamados «primos gemelos» o incluso contundentemente, «primos consecutivos». (N. del T.)

Lo que quiero señalar aquí es que no tiene por qué haber una representación en el M undo 1 de u n a idea del M undo 3 (por ejemplo, un modelo en térm inos de elem entos cerebrales), a fin de que poda­ mos aprehender la idea del M undo 3 en cu estió n .1 Considero que la tesis de la posibilidad de una aprehensión directa de los objetos del M undo 3 por parte del M undo 2 es generalm ente válida (y no sólo para los objetos infinitos del M undo 3, com o las sucesiones infinitas); con todo, pienso que el ejem plo de los objetos infinitos deja muy claA) que no tiene por qué estar im plicada ninguna representación en el M undo 1 del objeto del M undo 3. Por supuesto, podríam os cons­ tru ir u na com putadora program ada para una operación (como sum ar 1 a cualquier resultado interm edio) que prosiga eternam ente. Pero 1) de hecho la com putadora no funcionará eternam ente, sino que se gastará (o consum irá toda la energía disponible) en un período finito de tiem po, y 2) si se program a así, sum inistrará una sucesión de resultados interm edios, pero no el resultado final. Somos nosotros quienes interpretam os las sucesiones de resultados interm edios com o sucesión infinita, com prendiendo lo que ello significa. (No hay m ode­ los físicos [finitos] o representaciones de la idea del M undo 3 de infinitud potencial.)2 El argum ento a favor de la aprehensión directa de los objetos del M undo 3 no depende de la no-existencia de representaciones del M undo 1 de la infinitud. Me parece que el punto decisivo es el siguiente: en el proceso de descubrim iento de un problem a del M undo 3, digamos, un problem a matem ático, com enzam os por «sen­ tir» vagam ente el problem a antes de que se form ule sea en el lenguaje escrito, sea en el hablado. Sospechamos prim ero su existencia, y luego podem os hacer algunas indicaciones verbales o escritas (epifenómenos, com o si dijéramos); luego podem os form ularlo con más claridad, y después podem os hacerlo tajantem ente. (Sólo en esta últim a etapa representam os el problem a en el lenguaje.) Se trata de un problem a de hacer y com probar, y hacer de nuevo. La dem ostración com pleta del M undo 3 ha de ser críticam ente com probada con respecto a su validez, y para ello ha de ponerse en u na representación del M undo 1, en el lenguaje, preferiblem ente en el escrito. M as la invención de la dem ostración ha sido una operación directa del M undo 2 sobre el M undo 3, sin duda con ayuda del cerebro, aunque sin que se leyesen los problem as o los resultados en

1En conexión con el problema de la aprehensión de objetos del Mundo 3. véase también mi sección 13 más arriba. 2 Así pues, una metafísica materialista llevaría de manera muy consistente a una matemática finitista. en la cual el problema de Euclides se tornaría en un sinsentido.

las representaciones codificadas en el cerebro o en otras encarnacio­ nes de objetos del M undo 3. Esto sugiere que todos, o la mayoría, de los actos creadores del M undo 2 que producen nuevos objetos del M undo 3, sean proble­ mas, sean nuevas dem ostraciones o algo por el estilo, aun cuando vayan acom pañados por procesos del M undo 1, han de ser distintos que las lecturas de recuerdos y objetos codificados del M undo 3. A hora bien, esto es m uy im portante, ya que considero que este tipo de contacto directo es tam bién el modo en que el M undo 2 utiliza los objetos codificados o encarnados del M undo 3 para ver directam ente su aspecto del M undo 3, frente a su codificación. Es este el m odo en que, al leer un libro, superam os la codificación de la página y alcan­ zamos directam ente el significado. El centro del cerebro que capta el significado lingüístico (el centro de W ernicke) debe estar de algún m odo en contacto directo con el M undo 3. Algo ocurre en el M undo 1, aunque este proceso de aprehensión va más allá de lo que sucede en el M undo 1; y quizá esto sea u na razón para suponer que es realm ente el centro de W ernicke el que contiene algunos m ódulos abiertos, una apertura del M undo 1 al M undo 2. E. Sí, estoy convencido de que esta historia de Euclides indica la existencia de u n a relación directa entre los M undos 3 y 2. A hora que lo he com prendido plenam ente, resulta m uy convincente. Lleva a m uchas otras ideas que m encionaré brevem ente, aunque quisiera de­ cir antes que nada que no restringiría los m ódulos abiertos al centro de W ernicke. Las áreas ideativas son más, entrañando todo tipo de experiencias: pictóricas, musicales, em ocionales y demás. Tengo que hacer un últim o com entario que considero im portante. La conclusión que ha sacado usted y la creencia que usted me ha com unicado ahora se pueden form ular com o sigue. En las operaciones de la im agina­ ción creadora, cuando se concibe algo original que nunca se ha ex­ presado antes de ningún m odo, el M undo 2 está interactuando con el M undo 3 directam ente. Esta es la m anera de operar de la im agina­ ción creadora. Se trata del nivel superior de las realizaciones h um a­ nas. Com o interacción M undo 2-M undo 3, ocurre independientem en­ te del cerebro y se codifica luego en él. Creo que prim ero tenem os a la m ente autoconsciente explorando sus propios recursos, las inm en­ sas potencialidades que tiene a su alcance. P. Quisiera añadir algo sobre las relaciones que median entre los com ponentes del M undo 1, en donde están codificados los objetos del M undo 3, y los M undos 2 y 3. Pienso que si contem plam os una

escultura de Miguel Angel, lo que vem os es por una parte, natural­ mente, un objeto del M undo 1, en tanto en cuanto se trata de un trozo de márm ol. Por otro lado, in cluso.sus aspectos materiales, com o la dureza del m árm ol, pueden no ser intranscendentes para la apreciación del M undo 2 de este objeto del M undo 3 codificado en un substrato del M undo 1, ya que es la lucha del artista con el material y la superación de sus dificultades lo que form a parte del encanto y significación de un objeto del M undo 3. Así, en general, no deseo relegar el aspecto del M undo 1 de un objeto codificado del M undo 3 a la condición de epifenóm eno, por más que a veces lo sea. Si tenem os un libro m oderadam ente bien im preso, pero no m uy bien impreso, que no sea, por ejemplo, una edición especial, entonces el aspecto del M undo 1 de ese libro es claram ente im pertinente y, en cierto sentido, no es más que un epifenóm eno, una especie de apén­ dice sin interés del contenido del M undo 3 del libro. No obstante, tanto en el caso de la estatua de Miguel Angel com o en el del libro, con lo que realm ente entram os en contacto nosotros -n u e stro M undo 2, nuestro yo consciente- es con el objeto del M undo 3. En el caso de la estatua, el aspecto del M undo 1 es im portante; pero sólo es im por­ tante a causa del logro del M undo 3 que consiste en cam biar y m odelar el objeto del M undo 1. En todos los casos, lo que realm ente consideram os, adm iram os y com prendem os no es tanto el objeto m aterializado del M undo 3, cuanto los diversos aspectos del M undo 3, independientem ente de su materialización. Por ejemplo, una vieja edición de un libro se adm ira por su significado histórico; una vez más, un aspecto del M undo 3. Y es im portante constatar que el disfrute del M undo 2 del objeto materializado del M undo 3, tal com o el disfrute del bibliófilo al ojear una edición m uy rara de Dante, se basa en gran m edida en su conocimiento teórico de estas cosas; lo que quiere decir que, u n a vez más, los aspectos del M undo 3 desempeñan una función básica. E. Karl, hem os desarrollado y clarificado las ideas de la mente autoconsciente. N unca antes habían estado tan claras para mí, y no sólo es que estén m uy claras, sino que además podem os ahora reconocer sus múltiples propiedades. A hora encajan con las realizaciones hum a­ nas totales m ejor de lo que yo hubiese osado pensar. La mente autoconsciente es responsable del acto de atención, seleccionando de entre todas las inm ensas actividades de nuestro cerebro las bases nerviosas de nuestras experiencias de cada m om ento. La unidad de la experien­ cia consciente con todas sus cualidades perceptivas está también allí en la m em oria y en los otros aspectos superiores de la actividad mental. Mas la mente autoconsciente no se lim ita a estar allí reci­

biendo lo que se le envía. En todos estos aspectos, tanto en la parte perceptiva com o en la intelectual están activam ente im plicadas en la m odificación del cerebro. Así, está en una relación dinám icam ente activa con el cerebro, teniendo sin duda u n a posición de superioridad (cf. cap. E7). Al desarrollar nuestra hipótesis, hem os vuelto a las opiniones de pasados filósofos, de modo que los fenóm enos mentales están ascendiendo ahora por encim a de los materiales. Finalm ente, hem os acabado ahora por reconocer que, en la im a­ ginación creadora, la m ente autoconsciente está activam ente ocupada en el intercam bio M undo 2-M undo 3, produciendo nuevos, com ple­ tam ente nuevos, conceptos, ideas, problem as, dem ostraciones o teo­ rías. La im aginación creadora se ve llevada por la m ente autocons­ ciente a vuelos de im aginación que, por supuesto, constituyen los m ayores logros de la hum anidad. Podem os m irar atrás, al pasado, y considerar los grandes vuelos de la imaginación, en toda la creativi­ dad del arte, la ciencia, la literatura, la filosofía, la ética, etc., que ha hecho de la hum anidad lo que es, confiriéndonos nuestra civilización. A hora, una vez más, atribuim os este logro a la m ente autoconsciente, en prim er lugar. Por supuesto, term ina por desem peñarse a través del cerebro, codificándose allí, y expresándose com o objeto del M undo 3. N o obstante, antes que nada es la actividad de la m ente autocons­ ciente. Deseaba subrayar esta preem inencia de la m ente autoconsciente porque planteo ahora las preguntas: ¿Qué es la m ente autocons­ ciente? ¿Cóm o logra existir? ¿Cóm o está apegada al cerebro en todas sus íntim as relaciones de tom a y daca? ¿Cóm o se produce esto? Y, finalm ente, no sólo cóm o ocurre, sino ¿cuál es su últim o destino cuando, a su debido tiem po, el cerebro se desintegre? P. Me alegra que haya hecho usted tanto hincapié en la imaginación hum ana. Esta es una de las razones por las que pienso que el origen de la m ente autoconsciente va de algún modo de la m ano del origen del lenguaje, com o ya he indicado anteriorm ente. Por lo que respecta a la pregunta de qué es la m ente autocons­ ciente, creo que estas preguntas del tipo «qué es» no son en general m uy im portantes y que en realidad no son m uy buenas preguntas. Tienen u n a form a tal que no se les puede dar una respuesta real­ m ente ilum inadora. Así, a la pregunta de qué es la vida, se puede dar la insatisfactoria respuesta de que la vida es un proceso quím ico. Tal respuesta es insatisfactoria, ya que hay cientos y cientos de procesos quím icos aparte de los procesos vivos. Ciertam ente, podemos hallar algún interés en afirm ar que la vida es un proceso quím ico, pero básicam ente porque puede sugerir algunas m etáforas interesantes. Si

decim os que la vida tiene alguna sem ejanza con los procesos quím i­ cos de una llama, que es un sistem a abierto com o la llam a de una vela, entonces eso puede ser u n a m etáfora sorprendente, aunque real­ mente no vale demasiado. A hora, por lo que respecta a la pregunta «¿Qué es la mente autoconsciente?», diría prim ero, com o respuesta prelim inar, teniendo siem pre en m ente lo que acabo de decir en contra de todas las pre­ guntas de tipo «qué es»; «Es algo claram ente distinto de todo lo que haya existido anteriorm ente, que nosotros sepamos, en el mundo». Se trata de un a respuesta a la pregunta, por más que sea negativa. Sim­ plem ente subraya la diferencia que existe entre la mente y todo cuanto ha ocurrido antes. Si pregunta usted entonces si realm ente es tan com pletam ente distinta, lo único que puedo responder es: Oh, puede haber algún tipo de precursor en la no autoconsciente, aunque quizá consciente, percepción de los animales. Puede que haya alguna especie de precursor de la mente hum ana en las experiencias de placer y dolor de los anim ales, aunque, por supuesto, es com pleta­ m ente diferente de las experiencias de dichos anim ales, ya que puede ser autorreflexiva; es decir, el ego puede ser consciente de sí mismo. Eso es lo que querem os decir con la mente autoconsciente. Y si preguntam os cóm o es ello posible, entonces creo que la respuesta es que sólo es posible m ediante el lenguaje y el desarrollo de la im agina­ ción en dicho lenguaje. Esto es, sólo si nos podem os im aginar a nosotros mismos com o cuerpos actuantes y com o cuerpos actuantes de algún m odo inspirados por la mente, es decir, por nosotros mis­ mos, sólo entonces podem os hablar realm ente d e .u n yo, mediante toda esta reflexividad, m ediante lo que se podría denom inar reflexividad de relación. E. C iertam ente estoy m uy interesado en lo que usted ha dicho, y quería sim plem ente señalar la luz que podem os obtener sobre esto en el origen evolutivo del hom bre. Citaré mi libro Observando la reali­ dad [1970], pág. 62 [trad. cast., pág. 79]: «Ciertamente, uno de los problem as agudos con que se enfrenta cada hom bre en su vida es el intento de reconciliarse con su inevitable fin en la m uerte. Esto, naturalm ente, se puede relacionar con su origen evolutivo. M uere com o otros anim ales, aunque la inevitabilidad de la m uerte afecta solam ente al hom bre, dado que el hom bre en su medio ha alcanzado la autoconciencia». P. Desde un punto de vista evolutivo, considero la m ente autocons­ ciente com o un producto em ergente del cerebro; em ergente de m a­ nera sem ejante a aquella en que el M undo 3 es un producto em er­

gente de la mente. El M undo 3 em erge junto con la mente, aunque no obstante em erge com o producto de la m ente por interacción m u­ tua con ella. A hora deseo hacer hincapié sobre lo poco que se dice cuando se afirm a que la m ente es un producto em ergente del cerebro. Prácticam ente carece de valor explicativo y apenas equivale a algo más que poner un signo de interrogación en un determ inado lugar de la evolución hum ana. No obstante, creo que es lo único que podem os decir desde un punto de vista darwinista. Estoy com pletam ente seguro de que usted y Dobzhanzky hacen bien en subrayar que darse cuenta de la m uerte, del peligro de la m uerte y de su inevitabilidad, es uno de los grandes descubrim ientos que han llevado a la plena autoconciencia. Pero si es así, entonces podem os decir que la autoconciencia se torna lentam ente en autocon­ ciencia plena en el niño, ya que no creo que los niños sean plena­ m ente autoconscientes antes de que sean plenam ente conscientes de la muerte. En conexión con estas preguntas que estam os discutiendo ahora, es extrem adam ente im portante darse cuenta de que la explicación nunca es últim a. Es decir, toda explicación es en cierto sentido inte­ lectualm ente insatisfactoria, dado que toda explicación ha de partir de ciertas conjeturas definidas y estas conjeturas mismas se utilizan com o suposiciones inexplicadas a fines de explicación. Por lo que respecta a estas suposiciones inexplicadas, siem pre podem os hacernos conscientes de la necesidad o deseo de explicarlas a su vez. Pero, com o es natural, esto lleva de nuevo al m ismo problem a. Así, nos encontram os con que tenem os que detenernos en algún punto, y de este m odo llegamos a la doctrina de la no-existencia de explicaciones últimas. Y, ciertam ente, la evolución no puede tom arse en ningún sentido com o u n a explicación última. Hemos de hacernos a la idea de que vivim os en un m undo en el que casi todo lo que es m uy im por­ tante ha de quedar esencialm ente inexplicado. Hacem os lo que m ejor podem os para sum inistrar explicaciones y penetram os cada vez más profundam ente en los secretos increíbles del m undo con la ayuda del m étodo de explicación conjetural. Aun así, deberíam os tener siem pre presente que, en cierto sentido, eso no es más que arañar la superficie y que, en últim a instancia, todo queda sin explicar; especialm ente todo cuanto se refiere a la existencia. N ew ton, el hom bre que p ro ­ dujo una teoría explicativa realm ente satisfactoria del universo, fue tam bién quizás el prim ero en darse plena cuenta de esto. (Véanse mis secciones 47 y 51.) Quiero añadir que no tom o necesariam ente la existencia en el sentido de los existencialistas, sino que tengo en m ente sim plem ente el hecho de que el m undo existe y además, por supuesto, tam bién nosotros existimos en ese m undo. Por supuesto, se

trata de algo inexplicable últim am ente, y tam bién parece ser así desde el punto de vista de la m oderna teoría evolucionista, en la que la existencia de la vida es algo que se convierte en un problem a cientí­ fico. El origen de la vida puede haber ocurrido sólo una vez, y puede sér esencialm ente im probable y, de ser así, no habría de estar sujeto a lo que norm alm ente consideram os u n a explicación, ya que la explica­ ción en térm inos probabilísticos es siem pre u n a explicación de que, en condiciones dadas, un suceso es altam ente probable. E. En mi libro Observando la realidad, digo algo m uy adecuado al estado actual de la presente discusión, por lo que leeré solam ente un párrafo (de la página 83 [trad. cast., pág. 102]). «Creo que hay un misterio fundam ental en mi existencia, que supera toda explicación biológica del desarrollo de mi cuerpo (incluyendo el cerebro) con su herencia genética y su origen evolutivo; y, siendo así, debo creer lo m ismo por lo que respecta a todo ser hum ano. Del m ism o m odo que no puedo dar una explicación científica de mi origen personal -d e s ­ perté a la vida, com o si dijéramos, para hallarm e existiendo com o un yo incorporado con su cuerpo y su cereb ro - así, no puedo creer que este maravilloso regalo de una existencia consciente no tenga más futuro, no tenga posibilidad de otra existencia bajo otras condiciones inimaginables.» Cito esto ahora porque nos está llevando más lejos quizá de lo que usted quisiera, Karl, aunque es adonde yo quiero ir al considerar las im plicaciones de la mente autoconsciente que hem os estado discutiendo durante estos últim os días. Com o si dijésemos, trato de enfrentarm e plenam ente a la maravilla, al terror y a la aven­ tura de mi vida autoconsciente. Se pueden em plear todas estas pala­ bras, aunque en últim a instancia está más allá de mi im aginación o capacidad de expresión. Creo, Karl, que usted ha dado a entender esto tam bién; que hay algo inexplicable, algún misterio relativo a la existencia de cada uno de nosotros. Es así necesariam ente porque se halla más allá de cual­ quier explicación, científica o de otro tipo, en el m om ento actual. Podem os reconocer que esta existencia del M undo 2 le sobrevino al hom bre prim itivo con el desarrollo de sus realizaciones lingüísticas. El lenguaje le perm itió desarrollarse en la creatividad del M undo 3, desarrollando así más aún su propio M undo 2. A m bos juntos, el M undo 2 y el M undo 3, han dado pie a esta refinada autoconciencia que tenem os ahora y que se podría decir que constituye el últim o de los esfuerzos hum anos en su pensam iento creador. Y así, a través de los tiempos, los hom bres han preguntado: ¿Qué significa esta vida personal consciente? ¿Cómo puedo hacer lo m ejor con mi vida? ¿Qué me cabe esperar finalm ente, tras la muerte?

P. Creo que estam os de acuerdo en todos estos puntos. Donde quizá discrepem os es en otro punto que voy a plantear ahora, aunque con ciertas dudas. Se refiere a la cuestión de la inm ortalidad. Antes que nada, yo no espero u n a eternidad de supervivencia. Por el contrario, la idea de continuar por siem pre me parece m anifiestam ente aterra­ dora. N adie con suficiente im aginación com o para ju g ar con la idea de infinitud estaría de acuerdo, pienso yo (bueno, quizá no todo el m undo, pero al m enos algunas personas). Por otra parte, creo que incluso la m uerte es un elem ento de la vida positivam ente valioso. Creo que deberíam os valorar la vida y nuestras propias vidas m uchí­ sim o, aunque deberíam os de algún modo de acom odarnos al hecho de que hem os de m orir; y que debiéram os ver que es la certeza práctica de la m uerte la que contribuye en gran m edida a dar valor a nuestras vidas, y especialm ente a las vidas de las otras personas. Creo que realm ente no valoraríam os la vida si esta estuviese abocada a proseguir por siempre. Creo que es precisam ente el hecho de que es finita y limitada, el hecho de que hem os de enfrentarnos a su fin, el que confiere m ayor valor a la vida e incluso al sufrim iento final de la m uerte. Esta es una cuestión que quería aclarar respecto a la muerte. Quizá deba decir tam bién que todos los intentos de im aginar una vida eterna me parece que han fracasado com pletam ente a la hora de hacer esta idea atractiva de alguna m anera. N o preciso entrar en detalles, y lejos de mí ridiculizar tales intentos, aunque quizá deba m encionar sim plem ente que el cielo islámico me parece particular­ m ente intolerable com o ideal de la vida eterna. Pero la más terrible de todas las previsiones me parece que es la que ofrecen quienes creen en la investigación psíquica y en el espiritismo. Esto es, una especie de sem iexistencia fantasmal tras la m uerte, y no sólo es fan­ tasm al, sino que adem ás parece hallarse intelectualm ente en un nivel particularm ente bajo; en un nivel inferior al nivel más bajo de los asuntos hum anos. Esta form a de supervivencia es quizá la más desa­ gradable que se haya inventado hasta ahora. Creo que si m erece la pena la idea de supervivencia, tendría que ser diferente de cuanto podam os im aginar para que sea tolerable, y por tanto nó ha de ser nada com parable a la vida y, por ende, a la supervivencia. Hay personas que han de creer en la supervivencia para poder soportar la vida, siendo la idea de que existen esas personas y mi sim patía hacia ellas lo que me hace un tanto reacio a publicar nada en el sentido de lo que aquí he señalado. Pero si publicam os algo, deseo decir al m enos u n a cosa que encuentro m uy confortante respecto a la certeza de la muerte. Es el hecho de que la m uerte confiere valor, y en cierto sentido un valor casi infinito, a nuestras vidas, haciendo más urgente y atractiva la tarea de em plear nuestras vidas en conseguir algo para

los dem ás y de ser colaboradores de este M undo 3 que parece incor­ porar más o m enos lo que se llam a el sentido de la vida. E. Yo pienso, Karl, que está usted desorientado por los intentos b u r­ dos de describir la vida tras la m uerte. A mí me ocurre lo mismo. Pero creo que hay en todo ello algún misterio increíble. ¿Qué signi­ fica esta vida: llegar a ser prim ero para term inar dejando de ser? Nos encontram os aquí, en m edio de esta experiencia consciente m aravi­ llosam ente rica y vivida que se extiende a lo largo de toda la vida; ¿pero es ese el fin? Esta m ente autoconsciente nuestra m antiene esa relación m isteriosa con el cerebro y, com o consecuencia, consigue experiencias de am or y am istad hum anos, de las m aravillosas bellezas naturales y de la alegría y excitación intelectual sum inistrados por la apreciación y com prensión de nuestra herencia cultural. ¿Ha de ter­ m inar toda esta vida presente con la m uerte, o podem os abrigar la esperanza de que queda algún significado por descubrir? N o quiero definir aquí nada. Prenso que hay un com pleto olvido del futuro, pero procedem os del olvido. ¿Resulta que esta vida nuestra es sim ple­ m ente un episodio de la conciencia entre dos olvidos, o acaso hay alguna experiencia transcendente futura de la que nada sabemos? Creo que dejaré abiertas estas preguntas en estos m omentos. Según mi m odo de pensar, la m ente autoconsciente ocupa una posición superior, sobre el cerebro del M undo 1. Está íntim am ente asociada a él y, por supuesto, depende del cerebro para todos los recuerdos detallados, aunque en su ser esencial puede elevarse por encim a del cerebro, tal com o hem os propuesto en el caso de la im agi­ nación creadora. Así, tiene que haber un m eollo central, el yo más íntimo, que sobrevive a la m uerte del cerebro para acceder a alguna otra existencia que está com pletam ente más allá de cualquier cosa que podam os im aginar. El carácter único de la individualidad que experim ento poseer no se puede atribuir al carácter único de mi herencia de DNA , com o he defendido ya en mi C onferencia Eddington (1965), que se reim prim ió en mi Observando la realidad, capítulo 5. N uestra generación es tan misteriosa com o nuestra corrupción. ¿Acaso no podem os, por tanto, abrigar esperanzas, ya que nuestra ignorancia acerca de nuestro origen encaja con nuestra ignorancia acerca de nuestro destino? ¿Acaso no se puede vivir la vida com o una aventura m aravillosa y desafiante que posee un significado que ha de ser descubierto? P. Por supuesto, esa es realm ente la cuestión decisiva. Si hallam os que m erece la pena vivir la vida, y yo pienso que m erece m ucho la pena, entonces es el hecho de que habrem os de m orir el que confiere

en parte un valor a la vida. Si la vida merece la pena vivirse, entonces hem os de vivir con la esperanza de no haberlo hecho dem asiado mal; y este, de un m odo u otro, puede ser un objetivo buscado por sí mismo. Me gustaría subrayar aquí la palabra esperanza, que se puede interpretar com o u n a referencia al futuro (aunque no a un futuro más allá de esta vida). Si hay algo de valioso en la idea de sobrevivencia, entonces pienso que quienes dicen que no puede ser sim plem ente en el espacio y en el tiem po, y que no puede tratarse m eram ente de u n a eternidad tem poral han de ser tom ados m uy seriamente. E. Q uisiera añadir u n a cita de W ilder Penfield [1969], el gran neuró­ logo y neurocirujano. «La base física de la m ente es la acción cerebral de cada individuo; acom paña a la actividad de su espíritu, aunque el espíritu es libre, siendo capaz de cierto grado de iniciativa.» Penfield llega a decir: «Este espíritu es el hom bre que uno conoce. Ha de tener continuidad a lo largo de los períodos de sueño y com a. Supongo, pues, que este espíritu debe vivir de algún m odo después de la m uerte. N o me cabe duda de que algunos entran en contacto con Dios y tienen la guía de un espíritu más grande. Mas éstas son creencias personales que todo hom bre ha de abrazar por sí mismo. Si tuviese solam ente un cerebro, pero no una mente, no tendría que tom ar esta difícil decisión». Sherrington, en su Man on his N ature [1940], escribió en contra de la inm ortalidad, a pesar de ser partidario del dualism o. Gomo he dicho en la página 174 de mi libro Obser­ vando la realidad [trad. cast., pág. 203], me dio a entender inm ediata­ m ente antes de su m uerte, en 1952, que quizá había cam biado de opinión a este respecto, afirm ando «Para mí, ahora la única realidad es el alm a humana». P. Me satisface añadir com o últim a palabra sobre el tem a que m ien­ tras que Jack y yo parecem os discrepar en parte sobre esta cuestión (com o creo que estará m uy claro por nuestra discusión), pienso que he de hablar por am bos al decir que, a pesar de estar en desacuerdo, tom am os en serio y respetam os nuestras respectivas opiniones sobre la m ateria. Creo que am bos nos alzaríam os en contra de la falta de respeto hacia la actitud de alguien acerca de estas im portantísim as cuestiones. E. M e gustaría añadir adem ás que el hom bre anda descarriado en estos días, habiendo perdido lo que podríam os llam ar el sentido de la condición hum ana. Necesita un nuevo mensaje con el que poder vivir con esperanza y sentido. Creo que la ciencia ha ido dem asiado

lejos en la ru p tu ra de las creencias del hom bre en su grandeza espiri­ tual, sum inistrándole la idea de que es sim plem ente un insignificante ser m aterial en la frígida inm ensidad cósmica. A hora bien, esta hipó­ tesis dualista-interaccionista fuerte que proponem os aquí implica ciertam ente que el hom bre es m ucho más de lo que señala su explica­ ción puram ente materialista. Creo que hay un misterio en el hom bre y estoy seguro que al m enos es m aravilloso para el hom bre sacar la im presión de que no es sim plem ente un m ono apresuradam ente he­ cho, habiendo algo m ucho más maravilloso en su naturaleza y en su destino. P. A modo de anticlím ax, tras las cosas tan m aravillosas que ha dicho Jack, me lim itaría a m encionar que yo tam bién creo que hay un peligro en la ciencia, en el sentido de que quizá haga la vida dem asiado fácil para nosotros. La vida es una lucha en pos de algo; no sólo por la autoafirm ación, sino para la realización de ciertos valores de nuestra vida. Pienso que es esencial para la vida que haya obstáculos que superar. U na vida sin obstáculos que superar sería casi tan m ala com o una vida con obstáculos que no se pudiesen superar. (Véase tam bién mi sección 42.)

A la m a ñ a n a siguiente, 10.30 del 30 de setiem b re d e 1974 P. Por lo que respecta a la inm ensidad de nuestra ignorancia, me gustaría hacer referencia a la introducción de mi libro El desarrollo del conocimiento científico: Conjeturas y refutaciones [1963(a)], sec­ ción x, página 16 [trad. cast., pág. 25]. En dicha sección hay una alusión al libro de Nicolás de Cusa De Docta ígnorantia (Sobre la docta ignorancia). E. Karl, me gustaría plantear ciertas discusiones y críticas a la posi­ ción con que term inam os la pasada noche. He estado pensando más despacio sobre el tem a y considero que hay algo que no queda expli­ cado por las ideas que usted expresó. Se refiere al origen del yo. Después de todo, ese es el tem a del libro, el yo y su cerebro. Creo que esto plantea un problem a absolutam ente clave, ya que conocem os el carácter único del yo, del de cada uno de nosotros, y suponem os que esto es cierto de las dem ás personas. Es un carácter único que se prolonga a lo largo de toda la vida, extendiéndose ju n to con todas nuestras secuencias de m em oria. Así, se trata de u n a experiencia que creo que todos nosotros podem os com partir. A hora bien, m encio­ naba usted su origen evolutivo, señalando que de algún m odo había

em ergido en relación con el cerebro, en algún tipo de proceso evolu­ tivo em ergente. Me da la im presión de que, si en su origen es un derivado del cerebro, incluso de un m odo em ergente o, si usted quiere, transcendente, entonces, al final, nos hacem os un tanto parti­ darios de los m onistas materialistas. Puede que A rm strong diga que es un desarrollo de su teoría materialista de la mente. ¿Acaso no estará justificado al señalar tal cosa? Si es un simple derivado em er­ gente de un cerebro que se ha desarrollado en el nivel superior del proceso evolutivo, entonces considero que dam os pie finalm ente a la opinión que hace de la m ente autoconsciente un simple resultado del cerebro altam ente desarrollado. Entonces la utilizam os para actuar sobre el cerebro de todos los m odos que hem os estado considerando. Esta es mi postura. Creo que mi carácter personal único, que mi propia autoconciencia experim entada, no se explica m ediante la cuenta que se da de la em ergencia de la generación de mi propio yo. El carácter único experim entado no se explica de ese modo. El carác­ ter único genético no sirve. Se puede afirm ar que poseo mi carácter único experim entado porque mi cerebro está construido de acuerdo con instrucciones genéticas de un código genético totalm ente único, mi genom a con sus aproxim adam ente 30 000 genes (D obzhansky, com unicación personal) alineados a lo largo de la inm ensa doble hélice del D N A hum ano con sus 3,5 x 109 pares de nucleótidos. Hay que reconocer que con 30 000 genes hay una probabilidad de 10 10 000 en co n tra de que se consiga tal carácter único. Es decir, si mi carácter único del yo está ligado al carácter genéticam ente único que cons­ truye mi cerebro, entonces las posibilidades en contra de que exista con mi carácter único experim entado son de 1 0 10 000 Así, me veo obligado a creer que existe lo que podríam os llam ar un origen sobrenatural de mi única m ente autoconsciente, de mi yo único o de mi alm a única; lo que, por supuesto, da pie a todo un nuevo conjunto de problem as. ¿Cómo llega mi alm a a estar ligada a mi cerebro, con su origen evolutivo? M ediante esta idea de creación sobrenatural, eludo la increíble im probabilidad de que el carácter único de mi propio yo esté genéticam ente determ inado. N o hay p ro ­ blem a con el carácter genético único de mi cerebro. Es el carácter único de la experiencia del yo el que requiere esta hipótesis de un origen independiente del yo o del alma, que se asocia luego al cere­ bro, el cual se convierte de este m odo en mi cerebro. Es así com o el yo llega a actuar com o u n a m ente autoconsciente, trabajando con el cerebro de todas las m aneras que hem os estado discutiendo, reci­ biendo y ejerciendo u n a influencia, y realizando u n a m aravillosa función integradora, directora y de control sobre la m aquinaria n er­ viosa del cerebro.

Hay profundos problem as acerca de cóm o se origina y deja de existir esta conexión del yo con el cerebro. Tenem os u n a nueva serie de problem as, aunque por otra parte creo que estos problem as se derivan de un a hipótesis más realista que aquella que supondría que mi yo se halla en una relación em ergente transcendente con mi cere­ bro y, por tanto, según esta explicación, derivándose com pletam ente de una estructura material del M undo 1. P. Me gustaría subrayar, por si no lo he hecho antes, que la teoría evolucionista nunca nos sum inistra una explicación plena de nada de lo que se genera en el transcurso de la evolución. Podem os decir que, en el transcurso de la evolución, las aves, por ejem plo, se han desa­ rrollado a partir de los reptiles; pero, naturalm ente, eso no es una explicación. No sabemos cóm o se han desarrollado las aves a partir de los reptiles. En cierto sentido, la teoría evolucionista es terrible­ m ente débil com o teoría explicativa, y debiéram os ser conscientes de ello. Mas, en el sentido en el que, según la teoría evolucionista, el arqueopterix se ha desarrollado a partir de los reptiles, en ese sentido creo que el hom bre, por lo que sabemos, se ha desarrollado a partir de un prim o del mono. Se trata de una conjetura, aunque está bas­ tante bien fundada. Pienso que respecto a la conciencia hem os de suponer que la conciencia anim al se ha desarrollado a partir de la no-conciencia; no sabemos nada más acerca de ello. En un determ inado estadio se ha producido este increíble invento. Es algo m ucho más increíble in­ cluso que, por ejemplo, la invención del vuelo, que en sí m ismo es realm ente lo bastante extraño com o para que nos sintam os profunda­ m ente sorprendidos por él. A hora bien, me parece que la mente autoconsciente (frente a la conciencia anim al, que posiblem ente se retrotraiga a las formas precerebrales) es m uy claram ente el producto del cerebro hum ano. Mas, al decir esto, sé m uy bien que estoy di­ ciendo m uy poco, y estoy m uy deseoso de subrayar que no podem os decir m ucho más. N o es una explicación y no ha de tom arse com o tal. Tenem os la m isma situación por lo que respecta a la em ergencia de la vida a partir de algo no vivo. Es increíblem ente im probable que haya em ergido la vida alguna vez; sin em bargo, ha emergido. Puesto que es increíblemente im probable, no puede constituir una explica­ ción afirm ar que ha em ergido, porque, com o he dicho antes, una explicación en térm inos probabilísticos es siem pre una explicación en térm inos de probabilidad alta: de que, en tales y cuales condiciones, es m uy probable que ocurra tal y cual. Eso es una explicación, pero no disponem os de tal explicación para la em ergencia de la vida o para la em ergencia del cerebro hum ano.

Diálogo XII

30 de setiembre de 1974; 11 de la mañana E. En general estam os de acuerdo en nuestras opiniones acerca de todos estos inm ensos problem as de la evolución biológica. Deseo considerar ah ora m ás en extenso los problem as de la evolución con respecto al origen evolutivo de la autoconciencia. ¿H asta dónde pode­ m os retrotraer, en la línea de los hom ínidos, la obtención de la autoconciencia por parte del hom bre prim itivo? Sabem os qúe se retrotrae al m enos hasta el hom bre de N eanderthal, y podem os im aginar que, paralelam ente al desarrollo lingüístico, la autoconciencia se produjo gradualm ente en estadios evolutivos m ucho m ás tem pranos. Plantea problem as tanto a mi punto de vista com o al suyo, relativos a cóm o algo de tipo tan transcendente (sigo a Dobzhansky cuando lo llam o lo em ergente transcendente) llegó a engarzarse en un cerebro que hasta entonces no había sum inistrado autoconciencia a su poseedor. A hora bien, hay un m odo com plem entario de considerar este problem a. C onsiderém oslo desde el punto de vista de un niño, según el m odo en que la ontogenia recapitula la filogenia. Creo que aún está p or hacer la m ayor parte del trabajo sobre este desarrollo de la mente del niño y sobre el conocim iento de sí m ism o que éste tiene. Soy consciente de que Piaget ha hecho un trabajo pionero de este tipo, aunque creo que su trabajo es dem asiado dogm ático y un poco ca­ rente de im aginación. Me gustaría ver investigadores que se inspira­ sen en u n a apreciación plena de la m aravilla y del misterio de la autoconciencia hum ana entrañada en su estudio del desarrollo del niño. Deberían hacerlo con m uchas series de niños, especialm ente dotados de u n a gran habilidad e imaginación. Creo que son los más valiosos p ara estudiar. Todo este m isterio del yo y su carácter único se m e m anifestó m uy pronto en mi vida, cuando era un adolescente, sin que fuese capaz de hacer que nadie me escuchase. M e preocupo, pues, de que considerem os en nuestra hipótesis

sobre el problem a del yo y del cerebro la suprem acía del yo, del M undo 2, sobre el cerebro del M undo 1, especialm ente en su control y poder sintético. Para mí, el yo consciente es algo m uy distinto del cerebro en este sentido y aludo con aprobación a la afirm ación de Sperry de que las nuevas ideas que desarrolla «restauran a la mente su vieja posición prestigiosa sobre la materia». Así, quedo en la posi­ ción de perplejidad consistente en saber que el cerebro se ha asociado en su desarrollo evolutivo con la mente autoconsciente. P. N o me cabe duda de que ha tocado aquí usted algunas cuestiones últimas, aunque son tam bién cuestiones que, no me cabe la m enor duda, no se pueden responder, al m enos no en el presente. Con todo, pienso que hay algo así com o un posible enfoque orientado a la derivación de u n a respuesta a través del M undo 3. El M undo 3 transciende al M undo 2. Pienso que eso es m uy im portante, siéndolo tam bién que establezcamos plenam ente este punto. Hay una interac­ ción entre el M undo 3 y el 2 que, de algún modo, cae bajo el baíance de la razón. El M undo 3 no sólo transciende al M undo 1, sino tam bién al 2. Realm ente existe; y no sólo existe, sino que es activo, actúa sobre nosotros (aunque, naturalm ente, sólo m ediante interac­ ción). Concibo la relación entre el M undo 1 y el 2 com o algo similar. (Véase mi sección 15.) Lo que digo no es m ucho y no creo en absoluto que constituya una explicación. No es una explicación, sino un intento de penetrar en estos misterios por medio de la razón. Estoy dispuesto a afirm ar que hem os realizado algún progreso, pero pienso que eso es lo único que hem os podido conseguir. Han que­ dado m uchas cosas sin resolver y hay m uchas cuestiones que han quedado pendientes. Estoy totalm ente de acuerdo en que sabemos m uy poco. Creo que en este contexto es im portante recordar los límites de la explicación: el hecho de que nunca podem os conseguir explicaciones que sean plenam ente satisfactorias, en el sentido de últim as (véase el diálogo XI, así com o mis secciones 47 y 51). Están tam bién las limitaciones particulares de la explicación evo­ lucionista, que he discutido al final del diálogo XI (véase tam bién mi [ 1972(a)], capítulo 7, y mi [1976(g)], sección 37). Estoy, por tanto, lejos de cualquier tipo de seguridad acerca de que hayam os resuelto estos problem as difíciles. Por esta razón, no tom o m uy en serio su crítica de que yo estoy diciendo algo sem ejante a lo que afirm a A rm strong [1968]. No obs­ tante, pienso que hem os de tener claro cuáles son nuestras presentes limitaciones y que hay ciertas cosas que al m enos ahora parece com o si fuesen misterios eternos. Realm ente no deseo ir más allá de esto.

excepto para señalar la relación entre el M undo 2 y el 3, indicando que la relación entre el M undo 1 y el 2 es similar. Pero no soy capaz de ver que podam os ir más allá en el m om ento actual. Por supuesto, esto no quiere decir que no respete el deseo de ir más lejos o que m inim ice los problem as. Por el contrario, los problem as son dem a­ siado grandes para nosotros en el m om ento presente, lo cual hace que su reto sea aún m ayor. E. Q uisiera com entar diversos puntos, Karl, acerca del sutilísim o re­ sum en que ha hecho usted de estos inm ensos problem as a los que nos enfrentam os. Estaría de acuerdo con usted en que hay m isterios que no podem os resolver. Tratam os de resolverlos con la razón, aunque sólo podem os avanzar m uy poco. Tam bién estoy de acuerdo con usted en que deberíam os estar planteando continuam ente proble­ mas en lugar de tratar de ocultarlos. Creo que eso es lo que ocurre con las explicaciones paralelistas. Se dedican a ocultar todos estos problem as de la interacción entre la m ente y el cerebro y de hecho no queda nada, excepto la afirm ación dogm ática de que todo aquello de lo que hablam os no es más que un resultado de los sucesos cerebra­ les, que todo está determ inado y que estam os abocados sim plem ente a ser los contem pladores de un bastidor o pantalla paralelista, si usted quiere, donde de u n a m anera pasiva los sucesos m entales son inter­ pretados a partir de sucesos cerebrales, resultando así experim enta­ dos. N o hay en absoluto más problem as. Quiero dejar claro que no he dicho que yo creyese que usted estuviese en la línea de las explica­ ciones materialistas de la mente, al modo de A rm strong. N o obstante, pensaba que A rm strong podría pretender que usted había llegado a unirse a él, quizá no directam ente, sino m ediante un rodeo y sin duda en un nivel más sutil, aunque aun así, estaría usted en su m ism a línea. Sus últim as afirm aciones han dejado m uy claro que no es así, por lo que creo que esto podría ser un buen punto para resum ir esta discu­ sión. Estam os de acuerdo en que con nuestro entendim iento e inteli­ gencia canija sólo podem os aventurarnos m uy poco en los grandes m isterios que nos acechan por todos lados al tratar de dar cuenta de todo cuanto existe y experim entam os. La ciencia tiene m ucho éxito en su cam po lim itado de problem as; pero los grandes problem as, el m isterium trem endum en la existencia de cuanto conocem os, eso no es explicable de ninguna m anera científica. Así, lo dejam os tal com o está. Vivim os con misterios que hem os de reconocer si querem os ser seres civilizados que nos enfrentam os a nuestra existencia. Por su­ puesto, me gusta especialm ente su introducción del M undo 3 en el problem a, ya que tam bién yo creo que sólo a través de la llegada del M undo 3 h a aparecido el M undo 2. A m bos están unidos. Si no hay

M undo 3, no hay M undo 2. Pienso que es algo que queda bien ilustrado por el caso de la m uchacha de Los Angeles trágicam ente deprivada, que se describe en el capítulo E4. D urante 13 años y medio no tuvo M undo 3 ni tam poco M undo 2. 30 de setiem b re de 1974; 4 de la ta rd e P. Con respecto a los m ódulos abiertos y a la apertura del M undo 1 a las influencias del M undo 2, sólo deseo decir de nuevo que realm ente no me siento im presionado lo más m ínim o por el peligro de entrar en colisión, por así decir, con la prim era ley de la term odinám ica; por no hablar de la posibilidad de que la prim era ley de la term odinám ica pueda ser válida en este nivel tan sólo estadísticamente. (Cualquier violación en una dirección puede ser equilibrada estadísticam ente por otra en la dirección contraria.) Mi tesis fundam ental es que, desde el punto de vista de la energía, ocurren m uchas cosas en el cerebro en todos los niveles, siendo dichos niveles sistemas abiertos. N o cabe duda de que el cerebro es un sistema abierto de sistemas abiertos. Cualquier pérdida o ganancia en un lugar podría fácilmente estabili­ zarse mediante una ganancia o pérdida en sus inm ediaciones y la desviación, si es que la hay, de la prim era ley sería de tal naturaleza que nunca podría com probarse por medición. Así, ni siquiera podría­ mos decir si la desviación (si la hay) es o no estadística. E. En el micronivel de las operaciones, eso apenas se puede im aginar en la actualidad. Además, hem os de pensar que no ocurre com o si la mente autoconsciente participase con una potente acción, con células descargando inm ediatam ente en respuesta a su acción. Su acción es m uy débil y lenta. Puede em plear, por ejemplo, cientos de milisegundos para que se registre un efecto, com o es que la m ente autocons­ ciente obtenga un m ensaje de las operaciones de los módulos. Esta determ inación del tiem po la conocem os por la obra de Libet (capítu­ lo E2); y de nuevo, la acción en la otra dirección, com o en la obra de Kornhuber (capítulo E3), em plea hasta 800 ms en iniciar una acción. Esto significa que la m ente autoconsciente no golpea fuertem ente algunos módulos, los abiertos, sino que desvía ligeram ente su acción, lo que ha de acum ularse m ediante la interacción m odular, de m anera que las ligerísimas influencias estadísticam ente dispersas por los m ó­ dulos abiertos se eleven gradualm ente por interacción modular. Pienso que es necesaria una operación estadística para que los delica­ dísimos cam bios se eleven por encim a del ruido m ediante una intensa interacción m odular en marcha. Hay cientos de m ilisegundos para jugar con ellos, y cada conexión sináptica no em plea más que 1 ms

aproxim adam ente. Hay niveles de sutileza de funcionam iento que estarían m uy en línea con su observación de que todo se halla en un nivel m uy por debajo de todo lo medible. P. Me gustaría com parar la situación a la de un órgano eléctrico o, si usted quiere, u n a m áquina de escribir eléctrica. En principio se pue­ den ajustar los relés de tal instrum ento de m anera que se haga cada vez más sensible al más ligero toque, a fin de que term ine siendo sensible al m ovim iento brow niano (además, no hem os de olvidar el principio de todo o nada que puede aplicarse a tal instrum ento). A hora bien, en esta etapa aproxim adam ente conseguim os u n a especie de situación en la que la prim era ley de la term odinám ica no se puede com probar ya, por lo que no hay razón real para afirm ar que ha sido violada. Por el contrario, pienso que sabemos que tal estadio se puede conseguir técnicam ente y, por tanto, que un estadio que se aleje m uy ligeram ente de él sería prácticam ente indistinguible desde el punto de vista de las mediciones; con todo, puede aún estar «abierto» al yo y el yo puede incidir sobre él. Y si se interfiere con un m ovim iento ines­ perado (digamos, el m ovim iento brow niano), el yo puede corregirlo. U n a consideración final sobre la evolución. Soy un tanto crítico respecto a la teoría evolucionista y su poder explicativo, especial­ m ente por lo que atañe al poder explicativo de la selección natural. N o obstante, a pesar de esta crítica, creo que deberíam os tratar de ver hasta dónde podem os llegar con la teoría de la selección natural. Puedo m encionar de nuevo la teoría de la evolución orgánica (véase mi sección 6, el libro de Sir Alister Hardy The Living Stream [1965], así com o E rnst M ayr [1963], [1976]). Subraya que la elección del anim al es un factor causál del establecimiento de su medio, llevando así a un cierto tipo de selección. Podem os decir que el anim al es creador en un sentido casi bergsoniano o en un sentido más o m enos lam arckiano, aun cuando podam os perm anecer com pletam ente den­ tro de la teoría de la selección natural. Que la teoría de la selección natural sea suficiente es u n a cuestión distinta, aunque creo que la im portancia de este punto que acabo de m encionar fue pasada por alto, por ejemplo, por el m ism o D arw in (por no hablar de su aceptación de la teoría según la cual se pueden heredar los caracteres adquiridos).1 En cierto sentido se podría decir que los anim ales se crean en parte a sí mismos; en parte, no total­ m ente; y que el hom bre se ha creado a sí m ismo m ediante la creación de un lenguaje descriptivo y, con él, del M undo 3. 1Cf. la obra de Darwin, The Variation of Animáis and Plañís Under Domestication, segunda edición [1875], volumen I, páginas 466-70

Bibliografía de la Parte III A lajo u a n in e T.

[1948] «Aphasia and artistic realization», Brain, 71, pági­ nas 2 9 -4 1 .

A rm strong D .M .

[1968] A Materialist Theory o f the Mind, Routledge & Kegan Paul, Londres.

B ohr N ., K ram ers

[1924] «The quantum theory o f radiation», Philosophical Magazine, 47, pp. 785 -8 0 2 .

H.A. & S later J. C. D a r w in C. D eregow ski J.B.

[1875] The Variation o f Animáis and Plañís Under Domestication, 2.a edición, John Murray, Londres. [1973] «Illusion and Culture», en Gregory & Gombrich (eds) [1973], pp. 161-91.

D obzhansky T.

[1967] The Biology o f Ultímate Concern , The N ew A m e­ rican Library Inc., N u eva York.

E ccles J.C.

[1953] The Neurophysiological Basis o f Mind , Clarendon Press, Oxford. [1970] Facing Reality, Springer Verlag, N ueva York, Heidelberg, Berlín. [Hay traducción castellana anónima, Observando la realidad. Ediciones «Ro­ che», Basilea, Suiza; Springer Verlag, N ueva York, Heidelberg, Berlín, 1975.]

E hrenfels C. von

[1890] «Uber

G ombrich E . G regory R.C.

Gestaltqualitaten», Vierteljahrschrift fü r wissenschaftliche Philosophie, 14. [1960] Art and Illusion , Phaedon, Londres. [1966] Eye and Brain, W eidenfeld & N icolson, Londres. [Hay traducción castellana, Ojo y cerebro , Madrid: Guadarrama, Biblioteca del hombre moderno.]

G regory R.C. & G ombrich E. (eds)

[1973] Illusion in Nature and Art, D uckworth, Londres.

H adam ard J.

[1954] The Psychology o f Invention in the Mathematical Field, Dover, N ueva York. [Hay traducción caste­ llana de L. A. Santaló Sors, Psicología de la inven­ ción en el campo matemático, Buenos Aires: Es­ pasa Calpe, 1947.]

H ardy A .

[1965] The Living Stream, Collins, Londres.

H olloway R.L.

[1974] «The casts o f fossil hom inid brains», Scientific American, 231, Julio, pp. 106-115.

I ngvar

D.H.

J enn in g s

H.S.

[1975] «Patterns o f Brain Activity Revealed by Measurem ents o f Regional Blood Flow», en Brain Work, ed. D.H. Ingvar y N .A . Lasser, Munksgaard, Copenague, pp. 397-413. [1933] The Universe and Life, Yale University Press, N e w Haven y Oxford University Press, Londres.

J u le s z .B .

[1971] Foundations o f Cyclopean Perception, University o f Chicago Press, Chicago.

K óhler W.

[1920] Die physischen Gestalten in R uhe und im stationáren Zustand, V iew eg, Braunschweig.

L and E.H.

[1959] «Experimente in Colour Vision», Scientiflc Am eri­ can, M ayo, 1959.

L ewtn K.

[1922] Die Begrijfe der Genese in Physik, Biologie und Entwicklungsgeschichte, J. Springer, Berlín.

L ord A.B.

[1960] The Singer o f Tales, Harvard U niversity Press, Cambridge, Mass.

M ayr E.

[1963] Anim al Species and Evolution, The Belknap Press, Harvard University Press, Cambridge, Mass.

P e n fíe ld W P lace U.T. P latón

P opper K .R .

[1976] Evolution and the Diversity o f Life, The Belknap Press, Harvard U niversity Press, Cambridge, Mass. [1969] «Science, the arts and the spirit», Trans. Royal S o ­ ciety o f Cañada, 7, pp. 7 3 -8 3 . [1956] «Is consciousness a brain process?», British Jour­ nal o f Psychology, 4 7, pp. 4 4 -5 1 .

Las Leyes. El Timeo. [ 1963(a)] Conjectures and Refutations, Routledge & Kegan Paul, Londres. [Hay traducción castellana de N és­ tor M íguez, El desarrollo del conocimiento cientí­ fico: Conjeturas y refutaciones, Buenos Aires: Paidós, 1967.] [1972(a)] Objective Knowledge: An Evolutionary Approach, Clarendon Press, Oxford. [Hay traducción caste­ llana de Carlos Solís, Conocimiento objetivo, Ma­ drid: Tecnos, 1974.] [1973(a)] «Indeterminism is N ot Enough», Encounter, 40, núm. 4, pp. 20 -6 .

R yle G.

S c h r ó d in g er E.

[1976(g)] Unended Quest, Fontana/C ollins, Londres. [Hay traducción castellana de Carmen García Trevijano, Búsqueda sin término, Madrid: Tecnos, 1977.] [1949] The Concept o f Mind, H utchinson, Londres. [Hay traducción castellana de Eduardo Rabossi, E l con­ cepto de lo mental, Buenos Aires: Paidós, 1967.] [1952] «Are there quantum jumps?», British Journal fo r the Philosophy o f Science, 3, pp. 109-23. y 2 3 3 -4 2 . [1967] What is Life? & M ind and Matter Cambridge U niversity fcress. Cambridge.

S herrin g to n C.

[1940] Man on His Nature, Cambridge U niversity Press, Cambridge.

S m a rt J. J.C.

[1959] «Sensations and brain processes», Philosophical Review, LXVIII, pp. 141-56.

T horpe W .H .

[1974] Anim al Nature and H um an Nature, Methuen, Londres.

W ig n er E.P.

[1969] «Are w e Machines?», Proceedings o f the American Philosophical Society, 113, pp. 95-101.

índice onomástico Los números de página en cursiva se refieren a la Bibliografía

Acuna, C. véase Mountcastle, V. B. 293, 386, 469 Adam, G. 458 Adam, J. 187 Adams, R. D. véase Víctor, M. 442, 473 Adrián, E. D. 1 7 0 ,4 2 8 ,

458 Agranoff, B. W.

435,

458 Agustín, San 1 8 5 ,1 9 8 , 206, 236 Akert, K. 442, 458 Akert, K. véase Warren, J. M. 391, 473 Alajouanine T. 379, 458, 593, 635 Alejandro de Afrodisia 236 Alcm eón 132, 180 Alien, G. XII Alien, G. I. & Tsukahara, N. 324, 325, 326, 327, 3 2 8 ,3 2 9 , 458 Alien, J. XI Anaxágoras 180, 190 Anaxim andro 183 A naxím enes 179, 183 Andersen, P., Bland, B. H. & Dudar, J. D. 447, 458 Andersen, P., Bliss, T. V. P. & Skrede, K. K. 447, 458 Arbib, M. A. véase

Szentágothai, J. 472 Aristóteles 36, 38, 75, 76, 1 19, 122, 129, 133, 168-171, 173, 179-188, 192-194, 197-200, 206, 213, 217-219, 236 Armstrong, D. M. 9, 89, 105, 106, 107, 108, 146, 231, 236, 406, 458, 628, 631, 632,

635 Arnauld, D.

206, 230,

236 Austin, G., Hayward, W. & Rouhe, S. 371, 458 Austin, J. L. 66, 236 Avenarius, R. 192 Bacon, F. 196 Bahle, J. 120, 121, 2Jó Bailey, C. 36, 85, 236 Bailey, P., Bonin, G. von, Garol, H. W. & M cCulloch, W. S. 347, 458 Bain, A. 117 Baldwin, J. M. 13 Barlow, H. B. 403, 406, 411, 458 Barondes, S. H. 434, 435, 452, 457, 458 Basser, L. S. 340, 372, 387, 458 Battersby, W . S. véase Teuber, H.-L. 297, 303, 387, 472

Bayle, P. 230 Beaumont, J. G. véase Dim ond, S. J. 396,

461 Bechterev, W. von 152, 153 Bell, J. 70 Bellugi, U. véase Bronowski, J. 322, 347, 460 Beloff, J. 1 0 0 ,1 1 1 ,1 1 4 , 131, 132, 139, 141, 191, 203, 236 Bender, D. B. véase Gross, C. G. 302,

463 Bender, M. B. véase Teuber, H.-L. 297, 303, 387, 472 Bentham, J. 217 Bergson, H. 13, 154, 159, 160, 237 , 634 Berkeley, Obispo 8, 59, 140, 169, 192, 211, 2 1 7 ,2 2 3 ,3 2 2 Berlucchi, G. 394, 458 Berlyne, D. B. 405, 459 Blackmore, J. T. 8, 237 Blakemore, C. B. 453, 459, 528 Blakemore, C. B. véase Ettlinger, G. 294, 369, 462 Bland, B. H. véase Andersen, P. 447,

458

Bliss, T. V. P. XII Bliss, T. V. P. véase Andersen, P. 447,

458 Bliss, T. V. P. & GardnerM edwin, A. R. 431,

460

459 Bliss, T. V. P. & L^mo, T. 429, 430, 431, 459 Blumberg, A. E. 95 Bocca, E., Calearo, C., Cassinari, V & M igliavacca. F. 341,

459 Bogen, J. E. 352, 354, 368, 395, 459, 545 Bogen, J. E. véase Sperry, R. W . 368,

471 Bogoch, S. 459 Bohm , D. 3 5 ,3 8 , 237 Bohr, N ., 8, 43, 237, 608, 635 Bonin, G. von véase Bailey, B. 347, 458 Boothe, R. G. véase Lund, J. S. 271, 467 Born, M. 28, 37 Boscovich, R. 6, 70,

237 Bradley, F. H.

1 1 7 ,1 2 6 ,

237 Branch, C. véase Milner, B. 339, 377, 468 Brazier, M. A. B. véase Petsche, H. 469 Bremer, F. 354, 459 Bridges, C. B. 108, 2^5 Brindley, G. S. 297, 305, 459 Broadbent, D. E. 333, 340, 393, 459 Broadbent, D. E. & Gregory, M. 393,

459 Broadbent, D. E. véase Pribram, K. H. 470 Broca, P. 259, 332, 334, 336, 337, 377,

459 Brodal, A.

2 6 4 ,3 2 7 ,3 8 5 ,4 1 6 , 443, 459 Bronowski, J. & Bellugi, U . 322, 347, 460 Brooks, D. véase Creutzfeldt, O. 266,

XII, 263.

Bruno, G. 76 Bruyn, G. W . véase Vinken, P. J. 4 73 Bühler, C. 124, 23 7 Bühler, K. 6 5 ,6 6 ,1 2 0 , 237, 490 Butler, S. 13 Cairns, H. 370, 460 Calearo, C. véase Bocca, E. 341, 459 Campanella 60, 76 Campbell, D. T. 21, 234, 237 Campbell, K. 85 (?apek, K. 4 Caramazza, A. véase Zurif, E. 474 Cassinari, V. véase Bocca, E. 3 4 1 ,4 5 9 Chappell, V. C. 460 Chortisky, N. 67, 68, 237, 347, 460 Clark, D. 509 Clarke, R. J. véase Wada, J. A. 343, 397, 473 Clauberg, J. 204 Clifford, W . C. 6, 9, 60, 61, 81, 95, 237 Collins, G. H. véase Víctor, M. 442, 4 73 Colonnier, M. L. 266,

460 Colonnier, M. L. & Rossignol, S. 266, 269, 460 Com pton, A. H. 238 Com te, A. 121, 238 Copérnico, N. VII, 201 Cordem oy, G. de 204 Corsi, C. 3 8 0 ,3 8 1 ,3 8 3 , 439 Craik, K. J. W . 103,

238

Crawford, B. H.

305,

460 Crentzfeldt, O., Innocenti, G. M & Brooks, D. 266, 460 Creutzfedt & Ito 266,

460 Critchley, M. 347, 460 Curtiss, S. 125, 238, 347, 348, 460 Curtiss, S., Fromkin, V., Krashen, S. Rigler, D. & Rigler, M. 12^, 238, 347, 348, 460 Cusa, N icolás de 627 Dale, H. 559 Dante 619 Darley, F. L. véase Millikan, C. H. 467 Darwin, C. VII, 12, 13, 14, 16, 78, 82 83, 84, 96, 98, 99, 100, 106, 107, 111, 112, 154, 238, 516, 622, 634,

635 Darw in, C. J. 341, 460 Davenport, R. K. 369,

460 Deecke, L., Scheid, P. & Kornhuber, H. H. 318 ,4 6 0 D eG root, A. D. 120, 121, 238 Delafresnaye, J. F. 460 Delbrück, M. 104. 238 DeLong, M. R. 327, 461 Dem ócrito 5 , 6 ,1 7 , 3 6 , 37, 76, 93, 171, 173, 176, 179, 181-183, 186, 189, 192, 199, 231, 238 Denbigh, K. G. 16, 238 D eregow ski, J. B. 123, 238, 587, 635 Derfer, G. 322, 461 Descartes, R. 4, 6, 32, 57, 70, 85, 94, 100, 101, 118, 120, 125, 133, 152, 157, 169171, 173-175, 178,

185, 188, 196-209, 213, 214, 217-219, 227, 230, 234, 238, 540, 546, 547, 561, 5 7 3 ,6 0 6 Dichgans, J. & Jung. R. 405, 461 D iels, H. 3 6 /3 7 ,1 3 2 , 179, 238 D im ond, S. J. & Beaumont, J. G. 396,

461 D iógenes de Apolonia 93, 179, 238 D iógenes Laercio 36, 1 8 3 ,1 8 4 , 238 Dirac, P. 16, 70 Dobzhansky, T. 55, 114, 239 , 510, 517, 525, 555, 622, 628, 630, 635 Dodds, E. R. 1 7 5 ,1 7 6 , 178, 239 D oty, R. W . 369, 403, 406, 461 Driver, M. V. véase Serafetinides, E. A. 233, 337, 339, 342, 471 Dudar, J. D. véase Andersen, P. 447,

Eccles, J. C. véase Scheid, P. 37 8, 470 Edwards, P. 77, 85,

239 Efron, R. 156, 239 Ehrenfels, C. von 598,

635 Einstein, A. 6, 8, 10, 28, 37, 53, 70, 81, 139, 169, 239, 523, 610 Em pédocles 173, 176 Engels, F. 126 Epicuro 6, 25, 37, 85, 93, 179, 182, 231, 239 Eriksen, C. W . 146 Escher, M. C. 589 Espinosa 60, 76, 77, 93, 94, 99, 202, 203, 205207, 210, 217, 219, 220, 222, 239, 573 Ettlinger, G. & Blakemore, C. B. 294, 368, 462 , 528 Euclides 2 3 ,2 4 ,4 6 ,5 1 , 199, 201, 207, 507, 6 1 5 ,6 1 6 ,6 1 7 Evans-Pritchard, E. E. 176, 239 Evarts, E. V. 2 7 2 ,4 1 6 , 462, 613 Exner, F. 25

458 Fanz, R. L.

D uhem , P. 192 Durnford, M. véase Kimura, D. 465 Ebner, F. F. véase Heimer, L. 268, 463 Eccles, J. C. VIH, IX, 42, 43, 52, 1 14, 126, 135, 136, 157, 158, 160, 161, 239 , 262, 263, 312, 314, 321, 354, 365, 403, 428, 432, 434, 443, 444, 446, 447, 461, 523 Eccles, J. C., Ito, M. & Szentágothai, J. 324,

462 Eccles, J. C. véase Karczmar, A. G.

12 4 ,1 3 1 ,

239

465

Faraday, R. L. 6 Feigl, H. 5 , 9 ,6 1 , 6 2 , 69, 94, 95, 97, 105, 107, 109, 112, 210, 21 1, 223, 2 2 4 ,2 2 5 , 231, 240. 406, 408, 462 Feinstein, B. véase Libet, B. 292, 467 Ferchm in, P. A. 126, 151, 158, 240 Fermi, E. 53 Filolao 1 8 3 ,1 8 4 Fisher, R. A. 34, 240 F lew , A. 85, 240 Forel, A. 567 Fouts, R. S. 346. 462 .

Franklin, B. 108 Freedman, S. J. 70, 240 Frege, G. 64, 65 Fresnel, A. J. 2 0 ,2 1 Freud, S. 1 2 4 ,1 8 6 , 187, 2 1 7 ,4 1 7 , 554, 558 ,5 8 1 Fromkin, V. véase Curtiss S. 125, 238, 347, 342, 460 Fulton, J. F. 462 Furley, D. J. véase Alien R. E. C. 236 Gabor, D. 161 Gardner, A. K. véase Gardner, W . J. 371,

462 Gardner, B. T. & Gardner, R. A.

346,

462 Gardner, W . J., Karnosh, L. J., McClure, C. C., Gardner, A. K. 371,

462 Gardner-M edwin, A. R. véase Bliss, T. V. P. XII, 4 3 1 ,4 5 9 Garol, H. W. véase Bailey, G. 347, 458 Gassendi, P. 206 Gazzaniga, M. S. 352, 354, 395, 462 Gazzaniga, M. S. véase Sperry, R. W .368 ,471 G eorgopolous, A. véase M ountcastle, V. B. 293, 386, 469 Gerhardt, C. J. 240 G eschw ind, N. XII, 333, 334, 3 3 6 ,3 3 7 , 3 4 3 ,3 4 4 ,3 4 7 ,3 7 7 , 386, 462 G eschw ind, N. & Levitsky, W. 343, 344, 397, 463 G eschw ind, N. véase Sparks, R. 3 4 1 ,4 7 / G eulincx, A. 204, 206, 573 G ibson, J. J. 3 3 ,5 1 ,

120, 240 Giere, W. 121 ,2 4 4 G lobus, G. G., M axwell, G. & Savodnik, L. 240, 463 G oethe, J. W . 77, 240 Goldbach, C. 46 Goldstein, K. 386 G olgi, 260, 263, 267, 268 G ombrich, E. XI, 51, 73, 74, 240, 482, 592,

635 G onshor, A. & M elvill, Jones G. 455, 463 Goodall, J. 495 Gott, P. S. 3 7 1 ,3 7 2 , 379, 463 Gray, E. G. véase W hitaker, V. P. 261, 262, 473 Gray, E. G. XII Gregory, M. véase Broadbent, D. E. 393, 459 Gregory, R. L. 7 4 ,1 2 1 , 240, 587, 635 Gross, C. G. 302, 382,

463 Gross, C. G., Bender, D. B. & Rocha-Miranda, C. E. 302, 463 Guthrie, W. K. C. 179, 1 8 0 ,1 8 3 -1 8 6 , 190,

2 40 Hadamard, J. 1 2 1 ,2 4 /, 523, 635 Haeckel, E. 6 1 ,2 3 1 ,

241 Haldane, J. B. 35, 85, 86, 87, 241 H am m , A. E. véase Wada, J. A. 343, 397, 473 Hardie, W . F. R. 170, 188, 241 Hardy, A. 1 3 ,1 5 ,2 4 / , 634, 635 Hartley, D. 2 \1 ,2 4 1 Hassler. R. 279, 463

Hayek, F. A. von, 21, 33, 1 19, 241 Hayward, W . véase Austin, G. 3 7 1 ,4 5 5 Hécaen, H. 336, 377, 383-385, 463 Hefferline, R. F. 146,

241 Hegel, G. W. F. 126 Heimer, L., Ebner, F. F. & Nauta, W . J. H. 268, 463 Hein, A. véase Held, R. XII, 52, 126, 131, 150, 158, 241, 455, 456, 463, 81, 481, 487, 531 Heisenberg, W . 28, 37, 169, 241 Held, R. & Hein, A. XII, 52, 126, 131, 150, 158, 241, 455, 456, 463, 481, 487, 531 Helmholtz, H. 591 Heráclito, 165, 180, 1 8 1 ,1 8 3 Herodoto, 93 Hertz, H. 215 Hetzer, H. 124, 237 Hilbert, D. 48, 241 Hillier, W. F. 371, 463 Hipócrates, 108, 132, 172, 180, 242 Hoare, R. D. véase Serafetinides, E. A. 333, 337, 339, 342, 471 Hobbes, T. 6, 37, 59, 201, 206, 209, 540, 541 H ollow ay, R. L. 510.

635 H olm es, G.

297, 322,

463 Holst, E. von, 144 Holt, R. A. 70, 240 H om ero, 4, 36, 168, 171, 173-176, 179, 182, 188, 242, 511, 514

Hubel, D. H. 299, 463, 600 Hubel, D. H. & W iesel, T. N. 5 1 ,2 6 6 ,2 7 1 , 299, 300, 301, 464 Hubel, D. H. véase W iesel, T. N. 348, 454 H ume, D. 8 ,1 0 1 ,1 1 5 117, 123, 135, 140, 144, 152, 154, 192, 194, 217, 220, 242, 5 4 9 ,6 0 3 Husserl, E. 193 H uxley, J. 55, 242 H uxley, T. H. 3 5 ,8 1 , 82, 242 Hydén, H. 1 5 8 ,1 6 1 , 242, 428, 433, 464 Iggo, A. 464 lino, M. véase Tanabe, T. 307, 472 Ingvar, D. H. 273, 464, 613, 635 Ingvar, D. H. & Lassen, N. A. 464 Ingvar, D. H. véase Risberg, J. 2 1 1 ,4 7 0 Ingvar, D. H. & Schwart, M. S. 273, 464 Innocenti, G. M., véase Creutzfeldt, O. 266,

460 Ito, M. véase Creutzfeldt 266, 460 Ito, M. véase Eccles, J. C. 324, 462 Ito, M. & Miyashita, Y. 434, 464 Jackson, J. H. 94, 242 Jackson, T. véase Jacobsen. C. F. 391, 464, 390, 464 Jackson, C. F., W olf, J. B. & Jackson, T. 391,

464 James, R. 242 James, W.

1 0 3 ,1 5 6 , 9 1 ,1 2 1 ,

132, 135, 242 , 581 Jansen, J. 500 Jasper, H. H. véase Penfield, W . 288, 297, 304, 316, 469 Jasper, H. H., Ward, A. A. & Pope, A. 465 Jeffreys, D. A. véase MacKay, D. M. 298,

467 Jennings. H. S. 33, 243 , 603, 635 Jenófanes 179, 184 Jerne, N. K. 434, 444,

465 Jones, E. G.

XII, 302,

465 Jones, E. G. & Powell, T. P. S. 276, 277, 288, 294, 306, 341, 344, 347, 386, 3 9 1 ,4 4 2 ,

465 Joyce, J. 581 Julesz, B. 578, 588, 635 Jung, R. 272, 305, 384, 408, 465 Jung, R. véase Dichgans, J. 405, 461 Juvenal 130 Kahn, C. H.

1 8 4 ,1 8 8 ,

243 Kant, I. 3 ,5 7 ,6 1 ,7 6 , 81, 94, 95, 123, 125, 129, 163, 164, 188, 189, 207, 213, 214, 223, 224, 225, 243 Kapp, R. O. 243 Karczmar, A. G. & Eccles, J. C. 465 Karnosh, L. J. véase Gardner, W. J. 371,

462 Katz, D. 1 0 4 ,1 0 5 ,1 2 0 , 243 , 602 Kekulé von Stradonitz, F. A. 121 Keller, H. 56, I40,''481, 487 Kety, S. 613 Kimble, D. P. 465

Kimura, D. 233, 340, 348, 379, 380, 381, 393, 397, 465 Kimura, D. & Durnford, M. 465 Kirchhoff, C. T. 194 Kisker, K. P., Meyer, J.E., Müller, M. & Strómgren, E. 466 Kneale, W. 124, 243 Kobayashi, H. véase Libet, B. 435, 466 Kóhler, W. 27, 28, 35, 142, 243, 528, 598, 599, 635 Kóhler, I. 455, 466 Kornhuber, H. H. XII, 310, 318, 319, 320, 327, 330, 331, 439, 442, 443, 444, 448, 466 , 536, 5 8 0 ,6 3 3 Kornhuber, H. H. véase Deecke, L. 3 1 8 ,4 6 0 Krashen, S. véase Curtiss, S. 125, 238, 347, 348, 460 Kramers, H. A. 8, 237, 608, 635 Kranz, W. 36, 132, 238 Kripke, S. 93, 243 Krynauw, R. A. 372,

466 Kuffler, S. W. 295, 466 Kuffler, S. W. & N ichols, J. G. 454, 466 Kuhn, T. S. 92, 243 Kuypers, H. G. J. M. véase Pandya, D. N. 391 ,4 6 9 La Forge, L. de 204 Lamarck, J. 1 3 ,1 4 , 5 1 6 ,6 3 4 La Mettrie, J. O. de 4, 9, 59, 230, 243 Land, E. H. 5 9 0 ,5 9 1 ,

636 Landgren, S. 429 Laplace, P. S. 24, 25, 28, 29, 37, 244 Lashley, K. S. 428, 466

Lassen, N. A. véase Ingvar, D. H. 464 Laszlo, E. 406, 466 Lazarus, R. S. & McCleary, R. A. 146,

244, 245 Leibniz, G. W. von 6, 60, 62, 76, 77, 81, 93, 94, 99, 107, 191, 198, 201, 205-211, 213-215, 220, 222-225, 2 44, 573 Leibovic, K. N. 466 Lembeck, F. 1 2 1 ,2 4 4 Lenin, V. I. 59 Lenneberg, E. H. 347,

466 Leroi-Gourham, A. 172 Lesage, G. L. 7 Lettvin, J. Y. 104, 244 Leucipo 6 , 1 7 ,3 6 ,1 7 6 , 192, 244 Levitsky, W. véase G eschw ind, N. 343, 344, 397, 463 Levy, J. 394-397, 466 Levy, J., Trevarthen, C. Sperry, R. W. 357, 358, 359, 466 Levy-Agresti, J. & Sperry, R. W. 394, 395, 466 Lew in, K. 1 1 4 ,1 4 9 , 244, 560, 636 Libet, B. XII, 289, 290, 292, 294, 2 9 7 ,3 0 5 , 406, 409, 423, 466, 535, 596, 597, 633 Libet, B„ W right, E. W. & Feinstein, B. 292,

467 Libet, B., Kobayashi, H. &Tanaka, T. 435,

466 Lincoln, A. 592 Lindemann, L. L. F. 48 Lloyd, G. E. R. 175,

244 Locke, J. 126 -1 2 8 ,1 4 0 , 152, 2 0 3 ,2 0 6 ,2 1 7 219, 244, 565, 573

Loeb, J. 152 Loemker, L. E. 244 L oew i, O. 121, 244, 559 L0m o, T. véase Bliss, T. V. P. 429-431, 459 Lord, A. B. 5 1 4 ,6 5 6 Lorente de N ó R. 265, 274, 467 Lorentz, H. A. '7 ,2 1 6 Lorenz, K. 143, 144, 244, 541 Lucrecio 5, 6, 181, 244 Lund, J. S., Boothe, R. G. 271, 467 Lund, J. S. 2 6 8 ,2 7 1 ,

467 Lynch, J. C. véase M ountcastle, V. B. 293, 386, 468 Mach, E. 8 , 1 0 ,5 9 , 169, 192, 194, 220, 2 2 1 ,2 3 0 M ac Kay, D. M. & Jeffreys, D. A. 298,

467 MacLean, P. D.

392,

467 M alcolm, N . 33 M alebranche, N. 204, 206, 230, 573 Marín Padilla, M. 266, 268, 269, 271, 274,

467 M arlen-W jlson, W . D. & Teuber, H. L. 441,

467 Marr, D. 434, 446, 467 Marx, K. 5 9 ,1 2 6 M atsunami. K. véase Toyam a, K. 266, 472 M auss, T. 347, 386,

467 M axw ell, G. véase Globus, G. G. 463 M axw ell, J. C. 6, 20, 21, 211, 2 1 5 ,2 1 6 Mayr, E. 634, 636 McCleary, R. A. 146,

244, 245

McClure, C. C. véase Gardner, W . J. 371,

462 M cCulloch, W . S. véase Bailey, P. 347, 458 M cFie, J. 3 1 3 ,4 6 7 McGaugh, J. L. 438, 452, 457, 467 Mead, G. H. 126 M edawar, P. B. V, 20, 23, 24, 55, 97, 139, 142, 245 M edawar, J. S. V, 245 Mehra, J. 245 M elnechuk, T. véase Quarton, G. C. 470 M elvill, J. G. véase G onshor, A. 455,

1 7 ,3 2 ,3 4 ,

245 M organ, C. L. M organ, T. H.

13 108,

2 45 M orgenbesser, S. 245 Moruzzi, G. 272, 468 M ountcastle, V. B. 266, •284, 285, 288, 303, 308, 327, 384, 468 M ountcastle, V. B., Lynch, J. C., G eorgopolous, A. Sakata, H. & Acuna. C. 293, 303, 386,

468 M ountcastle, V. B. & Pow ell, T. P. S. 266,

468

463 M endel, G. 107 M euli, K. 176, 245 M eyer, J.-E. véase Kisker, K. P. 466 M ichotte, A. 120 M igliavacca, F. véase Bocca, E. 341, 459 M iguel Angel 6 1 1 ,6 1 9 Mili, J. 217 Mili, J. S. 2 0 ,2 1 ,1 2 1 , 195, 217, 245 Miller, D. XI M illikan, C. H. & Darley, F. L. 467 M illikan, R. A. 245 Milner, B. XII, 80, 245 , 303, 336, 339-342, 355, 3 7 3 ,3 7 8 -3 8 1 , 383, 3 8 5 ,3 8 7 -3 9 0 , 393, 396, 397, 416, 419, 437-440, 457, 467 , 552, 553, 560 M ilner, B., Branch, C. & Rasmussen, T. 339, 377, 468 Milner, B., Taylor, L. & Sperry, R. W . 341,

468 M ishkin, M.

M onod, J.

3 0 3 ,3 9 1 ,

468 M iyashita, Y. véase Ito, M. 434. 464

M ourelatos, A. P. 245 Mozart, W . A. 506 Müller, M. véase Kisker, K. P. 466 Müller-Lyer, F. 576, 577, 587 M ulholland, T. B. véase Evans, C. R. 462 M uniak, V. XII Munitz, M. K. 246 M yers, R. E. 352, 469 Nadel, S. F. 17 1 ,2 4 6 Nauta, W . J. H. 279, 281, 307, 390, 391, 392, 442, 469 Nauta, W. J. H. véase Heimer, L. 268, 463 Neurath, O. 9 ,1 9 2 N ew ton , I. 3, 6, 28, 37, 46, 70, 81, 195-198, 2 0 6 ,2 1 0 -2 1 7 Obrador, R. 373, 469 O’Connor, M. véase W olstenholm e, D. W . 474 Oersted, H. C. 609 Ohno, T. véase Toyam a, K. 266, 472 Oldenburg, H. 196 Olson, W . XI

Onians, R. B. 173, 174, 175, 246 Ooshima, Y. véase Tanabe, T. 307 ,4 7 2 Oparin, A. I. 35 Oppenheim, P. 2 0 ,2 1 ,

246 Pandya, D. N . & Kuypers, H. G. J. M. 391 ,4 6 9 Parfit, D. 246 Parménides 6, 17, 173 Pascal, B. 4 0 1 ,4 6 9 Paschal, F. C. 405, 469 Passmore, J. A. 203,

246 Pauli, W . 8 ,3 1 Pavlov, I. P. 150, 152154, 246, 565 Peirce, C. S. 25 Penfield, W. 7 4 ,1 1 0 , 119, 134, 144, 160, 246, 337, 338, 370, 426, 469, 549, 568, 626, 636 Penfield, W. & Jasper, H. 288, 297, 304, 316, 469 Penfield, W . & Perot, P. 160, 246, 450, 451, 469 Penfield, W. & Roberts, L. 333, 334, 335, 337-339, 469 Pepper, S. C. 406, 469 Perera, T. B. 146, 241 Perot, P. véase Penfield, W. 1 6 0 ,2 4 6 ,4 5 0 , 451, 469 Perrault, C. 230 Petsche, H. & Brazier, M. A. B. 469 Phillips, C. G. 3 1 7 ,4 2 9 ,

469 Piaget, J. 630 Piercy, M. 337, 339, 469 Pindaro 246 Pitágoras 5, 171, 172, 176, 179, 180, 18318 5 ,1 8 9

Place, U. T.

9, 96, 246,

636 Planck, M. 2 7 ,6 1 0 Platón VIII, 36, 48-51, 75, 76, 1 19, 132, 135, 170, 171, 173, 179, 180, 183-195, 198, 199, 206, 210, 213, 218, 219, 234, 246, 506, 519-521, 567, 636 Podolsky, B. 70 Polanyi, M. 146, 247 Pollen, D. A. & Taylor, J. H. 469 Polten, E. P. 247, 405, 406, 469 Pope, A. véase Jasper, H. H. 465 Popper-Lynkeus 3 Popper, K. R. VIII, IX, XII, 247, 394, 399, 403, 404, 408, 469, 470, 477, 489, 500, 506, 523, 524, 530, 532, 5 3 5 ,5 4 1 ,5 5 1 , 5 5 5 ,5 6 1 ,5 7 4 ,5 8 0 , 587, 600, 603, 606, 619, 622, 627, 636 Porter, R. 3 1 7 ,4 2 9 ,

470 P ow ell, T. XII P ow ell, T. P. S. véase Jones, E. G. 276, 277, 288, 294, 306, 341, 344, 347, 386, 3 9 1 ,4 4 2 , 465 Pow ell, T. P. S. véase M ountcastle, V. B. 266, 468 Premack, D. 346, 347,

470 Pribram, K. H. 411, 470, 537, 576 Pribram, K. H. & Broadbent, D. E. 4 70 Priestley, J. 37 Protágoras 186, 192 Puccetti, R. 369, 470 Putnam, H. 2 0 ,2 1 ,6 0 ,

248 Putnam, H. véase

Oppenheim, P. 2 1 ,2 4 6

20,

Quarton, G. C., M elnechuk, T. & Schmitt, F. O. 4 70 Quine, W . V. O. 1 7 ,5 9 , 68, 131, 231, 248 Quinton, A. 5, 109, 117, 1 3 2 ,2 0 3 ,2 3 1 , 249 Ram ón y Cajal, S. 261, 262, 265, 274, 470 Rantucci, T. XII Rasmussen, T. véase Milner, B. 339, 377,

468 Ravel, M. 593, 594 Rawls, J. 163, 249 Rensch, B. 6 1 ,7 7 ,9 3 , 224, 249 Richardson, R. XI Riemann, G. F. B. 6 Rieu, E. V. 175 Rigler, D. véase Curtiss, S. 125, 2 38, 347,

460 Risberg, J. & Ingvar, D. H. 273, 476 Roberts, L. véase Penfield, W , 3333 3 5 ,3 3 7 -3 3 9 , 469 Rocha-Miranda, C. E. véase Gross, C. G. 302, 463 Rosadini G. & Rossi, G. F. 342, 470 Rosen, N. 70 Rosenfield, L. C. 230,

249 Rosenkranz, J. K. F. 61 R osenzw eig, M. R. 126, 150, 151, 158, 249 Rossi, G. F. véase Rosadini, G. 342,

470 Rossignol, S. véase Colonnier, M. L. 266, 269, 460 Rouhe, S. véase Austin, G. 371, 458

Royce, J. 163 Rubin, E. 71, 120, 249 Russell, B. 64, 65, 95, 169, 198, 210, 21 1, 220, 224, 225, 249 Rutherford, E. 28, 249 Ryle, G. 4 ,6 0 ,1 1 7 121, 123, 131, 146, 170, 187, 249 , 522, 523, 547, 549, 636 Sakata, H. véase M ountcastle, V. B. 239, 386, 469 Saúl, R. & Sperry, R. W. 364, 470 Savage, W . 369, 470 Savodnik, I. véase G lobus, G. G. 463 Schaltenbrand, G. & W oolsey, C. N. 470 Scheibel, A. B. 271,

M. V. 3 3 3 ,3 3 7 ,3 3 9 , 342, 471 Serkin, R. 594 Shakespeare, W. 173 Shankweiler, D. P. 378,

471 Shankweiler, D. véase Studdert- Kennedy M. 341, 472 Shearmur, J. F. G. XI, 35, 100, 125, 185, 203 Shepard, R. 322 Sherrington, C. V, 70, 103, 143, 152, 170, 250 , 262, 312, 428, 471, 581, 586, 590, 626, 636 Sim m ias 184, 185, 187, 2 1 0 ,2 3 4 Skrede, K. K. véase Andersen, P. 447, 458 Slater, J. C. 8, 237, 608,

635

470

Smart, J. J. C. 9, 60, 85, 97, 109, 231, 250, 406, 470 471, 577, 636 Scheid, P. véase Deecke, Smith, A. 125, 250 L. 318, 460 Smith, A. J. 371, 471 Scheid, P. & Eccles, J. Smith, L. 471 C. 378, 470 Sm ythies, J. R. 250 Schlick, M. 6 1 ,6 2 ,9 4 , 95, 224, 225, 231, 250 Sócrates VIII, 76, 119, 171, 179, 182, 185, Schmitt, F. O. 4 70 186, 189-191, 209, Schmitt, F. O. véase 2 2 7 ,5 6 7 Quarton, G. C. 470 Soddy, F. 28, 249 Schmitt, F. O. & W orden, Sófocles 175, 178, 250 F. G. 250, 470 Solecki, R. S. 172 ,2 5 1 Schopenhauer, A. 76, 77, 95, 189, 225, 231, Somjen, G. 471 Sparks, R. & G eschwind, 250 Schrier, A. M. & N. 341, 471 Stollnitz, F. 470 Sperry, R. W. XII, 234, Schródinger, E. 6, 8, 251, 340, 347, 349, 25, 29, 37, 142, 250 , 351-353, 355-362, 364, 561, 588, 6 0 8 ,6 1 1 , 365, 368, 370, 371, 636 373, 393-395, 398, Schwartz, M. S. véase 401, 416, 420, 448, Ingvar, D. H. 273, 449, 471, 493, 526, 464 527, 5 3 3 ,5 4 5 ,5 5 7 , Selz.O . 120, 121, 250 5 93 ,6 3 1 Serafetinides, E. A. Sperry, R. W ., Hoare, R. D., Driver, Gazzaniga, M. S. & Scheibel, M. E.

271,

Bogen, J. E.

368,

471 Sperry, R. W . véase Levy, J. 358, 466 Sperry, R. W . véase Levy-Agresti, J. 394, 395, 466 Sperry, R. W . véase Milner, B. 341 ,4 6 8 Sperry, R. W. véase Sául, R. 364, 470 Sperry, R. W. véase Trevarthen, C. B. 3 6 1 ,4 0 2 , 473 Sperry, R. W . véase Zaidel, E. 362 ,4 7 4 Sprague, J. 370 ,4 7 1 Stollnitz, F. véase Schrier, A. M. 470 Strauss, R. 121 Strawson, P. 129-131, 133, 251 Stratton, G. M. 454, 455, 472 Strómgren, E. véase Kisker, K. P. 466 Studdert-Kennedy, M. & Shankweiler, D. 341,

472 Stumpf, C. 27, 598, 599 Suppes, P. 29 Szentágothai, I. & Arbib, M. A. 472 Szentágothai, J. XII, 266-272, 274, 275, 412, 428, 432, 434, 445, 472, 537 Szentágothai, J. véase Eccles, J. C. 324, 462 Szilard, L. 5 3 ,4 2 8 ,4 7 2 Tagaki, S. F. véase Tanabe, T. 30 1 ,4 7 2 Tales 75, 183 Tanabe, T., Yarita, H., lino. M., O oshima, Y. & Tagaki, S. F. 307,

472 Tanaka, T. véase Libet, B. 435, 466 Taylor, J. H. véase

Pollen, D. A. 469 Taylor, L. véase Milner, B. 1 4 \,4 6 8 Telesio 76 Tem istio 184 Teofrasto 1 9 7 ,2 1 9 ,

251 Teuber, H.-L. 336, 345, 393, 398, 472 Teuber, H.-L., Battersby, W. S. & Bender, M. B. 297, 303, 387,’

deValois, R. L.

301,

473 Valverde, F. 432, 473 Víctor, M. Adams, R. D. & Collins, G. H. 442,

473 V inken, P. J. & Bruyn, G. W . 473 Vlastos, G. 18 1 ,1 8 2 ,

474

Vogt, C. & Vogt, O. 347, 473

W iesner, B. 132 ,2 5 1 W igner, E. 1 6 9 ,6 1 0 , 611, 636 W illis, T. 230 W isdom , J. O. 203,

Wada, J. A., Clarke, R. J. & Hamm, A. E. 343, 397, 473 W addington, C. H. 77,

W ittgenstein, L. 33, 60, 73, 112, 252 W olf, J. B. véase Jacobson, C. F. 391,

251

472

251

Teuber, H.-L. véase M arlen-W ilson, W. D. 441, 467 Thom asius 208 Thom son, Joseph J. 7 Thom son, Judith J. 93. 108 Thorpe, W. H. 587,

636 Thouless, R. H.

132,

251 Tinbergen, N. 587 Tokashiki, S. véase Toyama, K. 266,

472 Tolm an, E. C. 224 Toyam a, K., Matsunami, K„ Ohno, T. & Tokashiki, S. 266,

464

251 Ward, A. A. véase Jasper, H. H. 465 Warren, J. M. & Akert, K. 391, 473 Washburn, S. C. 495, 5 0 9 ,5 1 0 Watkins, J. W. N. 203, 204, 206, 251 W atson, J. B. 152 Watts, P. XI Weiskrantz, L. 302304, 473 W eism ann, A. F. L. 107 Werner, G. 293, 294,

473

472 Tranekjaer Rasmussen, E. 120 Trevarthen, C. B. XII, 396, 473 Trevarthen, C. B. véase Levy, J. 358, 466 Trevarthen, C. B. & Sperry, R. W. 361, 402, 473 Tsukahara, N. XII Tsukahara, N. véase Allen, G. I. 325-329,

458 Tudor-Hart, B. H.

124,

W ernicke, C. 259, 332, 334-337, 377, 473 W hately, Arzobispo 138 W heeler, J. A. 6 , 9 ,1 6 ,

251 W hew ell, W . 195 Whittaker, V. P. & Gray, E. G. 261, 262, 473 W hite, H. H. 372, 473 W hitehead, A. N. 8, 211 W hitty, C. W. M. & Zangw ill, O. L. 251,

474

237 Turing, A. M. Ungar, G.

W iesel, T. N . & Hubel, D. H. 348, 454, 474 W iesel, T. N . véase Hubel, D .H . 51, 266, 2 7 1 ,2 9 9 -3 0 1 , 464 W iesendanger, M. 316,

232, 251

1 6 1 ,2 5 /

W horf, B. L. 525 W ieck, H. H.

126, 251,

474

W olstenholm e, D. W . & O’Connor, M. 474 W oodger, J. H. 130 W oolsey, C. N. véase Schaltenbrand, G. 470 W orden, F. G. véase Schmitt, F. O. 250,

470 W right, E. W . véase Libet, B. 292, 467 W undt, W. 61 ,2 5 2 , 598 Yarita, H. véase Tanabe, T. 307, 472 Y oung, T. 2 0 ,2 1 ,4 9 1 Yukawa, H. 216 Zaidel, E. 345, 362, 363, 374, 395, 474 Zaidel, E. & Sperry, R. W . 362, 474 Zangw ill, O. L. 337, 339, 340, 369, 474 Zangw ill, O. L. véase W hitty, C. W. M. 474 Zeki, S. M. 590 Ziehen, T. 6 1 ,7 7 , 252 Zippel, H. P. 474 Zurif, E. & Caramazza, A. 474

índice de materias Una n indica que la referencia aparece en nota.

acción, 487, 489, 532. Véase también actividad - automática, 331 - causal, 81 - interhemisférica, 393 - orientada a un fin, 605 -p r o g r a m a de, 142, 148, 151, 152, 154, 165 - repercusiones de, 15 - bajo supuestos, 507 - voluntaria, 405 acontecim ientos mentales, 5 actitud científica, 611 actividad, 481, 521, 531, 536. Véase también acción - en animales, 502, 605 - en el aprendizaje, 454, 455, 486-490 - en el aprendizaje visual, 454 - cerebral, 109, 112 - y com prensión, 519 - en la evolución, 13 - humana, 605 - mental, 73, 74 - del M undo 2, 55 acupuntura, 286. Véase también anestesia adaptación, 149 adaptaciones - heredadas frente a aprendidas, 136 - repetición en, 151 adelantamiento de la percepción, 292, 409 afasia, 333, 335, 337, 338, 342, 385 - de conducción, 337 - por lesiones, 377 - motora, 334

aferentes talármeos no específicos, 445 agente moral, 76, 163 a g n o s ia , 344

agrafía, 335, 344 agua y alma, 180 aire, alma como, 179, 181, 182, 190 a le x ia , 335, 385

alma, 93 -y a g u a , 180 -co m o aire, 179, 181, 182 - animal, 207, 230 n - como armonía, 184, 185, 210, 21 1 - cartesiana, localización, 201 - estados de, 49 - incorporeidad de, 185-187, 197-200 - inextensa, 201 - inmortalidad del, 113, 114, 200 - material, 178-183 - en pampsiquismo, 17 - como principio del movimiento, 36 - como substancia, 202 - teorías griegas, 173, 174, 178-190 - teorías morales, 182, 186-191 alma-cuerpo, problema, 178 almacenamiento de memoria,, 443-449 amígdala, 280, 281, 307-308 amnesia - anterógrada, 439, 441, 457 - retrógrada, 456, 457 anestesia, 286, 418. Véase también inconsciencia a n im a l

- actividad consciente, 13, 621 -conciencia, 142, 347, 493-496, 503, 560, 583, 592, 593

- decorticado, 495

animal hambriento, 104 - imaginación, 528 - lenguaje, 67, 346, 347 - como máquina, 9, 33 - mente, 493, 499 - preferencias, 13 - sentiente, 17 - señales, 66 - superior, 60 apertura - del Mundo 1,614 - al Mundo 2, 603, 605, fig. E 7-2 apraxia, 385 apreciación - estética, 601 - musical, 378, 379, 543, Véase también música aprendizaje, 535. Véase también memoria - adaptativo, 152-156 - por la experiencia, 149-152 - función del hipocampo en, 438-443, 570 - haciendo cosas, 51 - e importancia de la acción, 156 - individual, 87 - y repetición, 562 - teoría de la conjunción, 434 - teoría del desarrollo, 428, 433 - teoría molecular, 433 - teoría de la selección, 443-449 área auditiva primaria, 277 - de Broca, 334, 563, 570 - motora 4, 278, figs. E 1-4, E 1-8, E 3-6 - motora 6, 326, fig. E 1-7 - somestésica - primaria, 276, 278, fig. E 1-1 - y sentido cutáneo, 287 - visual primaria, 277, 294 áreas - de Bródmann, fig. E 1-4 - corticales, 293, 294, 296, 297 - polimodales, 408 - circunstriadas 18 y 19, 276 - polimodales, 402 - de relación, 403, 407 - sensoriales, 259 - primaria, 340 - secundaria, 293, figs. E 1-7, E 1-8 - terciaria, 293, figs. E 1-7, E 1-8

- de transmisión motora, 229, fig. E 1-1 armonía preestablecida, 99, 206 arqueología, 518 arte, 505. Véase también dibujo, M undo 3, m úsica - formas, 510 - y M undo 3 ,1 7 ,1 8 , 44 - novedad del, 24 - obras de, 12, 513 - poético, 514 - proceso de, 618 asociación, fibras de, 269, 275, 279, figs. E 1-5, E 8-8 asociación transmodal, 343, 344, 345, 3 6 8 ,5 2 8 asociacionism o, 217-219 - historia del, 218 - y el problem a m ente-cuerpo, 171 - teoría, 152, 574 atención, 405, 407, 415, 531, 557, 561 atómica, teoría, 21 atom ism o, 6, 8, 15, 36, 76, 102 - y Descartes, 199 - estructuras en, 25 - y N ew ton, 213 - y el problema m ente-cuerpo, 197 átomos, 19, 21, 22, 28, 35, 39, 43, 60, 78, 80, 100 - cam bios en, 17 - divisibilidad, 7 - estructura, 8 ,1 9 - indivisibilidad, 25 - “reales”, 10, 11 - visión de Dem ócrito, 37 auditivo, sistema, 442 aum ento de valor retroactivo, 292 australopiteco, 583 autoconciencia, 17, 78, 103, 114, 342, 371, 373, 394, 401, 478, 494, 496, 497, 500, 5 0 3 ,5 1 5 -5 1 7 , 531, 536538, 544, 620, 621 - y animales, 582 - aurora de, 583 - emergencia de, 18 - origen evolutivo de, 630 - residual, 373 autoconocim iento, desarrollo de, 123 - papel social en, 126 autoidentidad - y el cerebro, 1 2 9 -136,628 - relación con la identidad del cuerpo, 11

autonomía del Mundo 3, 89 autoobservación, 121 axón, 260. Véase también células - finales motores del, 313, fig. E 3-1 azar, 38 - en selección natural, 13 - visión de Demócrito, 36 bebé - desarrollo de la mente, 78 - y lenguaje, 51 “big bang" (gran explosión), teoría de, 168 biología, 103, 106, 107, 497 -molecular, 127 - reductible a física, 41 botones sinápticos, 262 Broca, área de, 334, 563, 570 Brodmann, áreas de, 265, 267, 273, 343, 408, fig. E 1-4 brujas, 110, 111, 176 bulbo olfativo, 306 cadenas autoexcitadoras cerradas, 436 cambio - como ilusión, 17 - visión materialista, 15 campo - micropotencial, 411,415 - ocular prefrontal, 279 - precentral agranular, 279 -visual, 296, 297, 455 capacidad semántica, 363, 374 carácter integrador, 407 causación, 83, 199 - ascendente, 21 -descendente, 15-23, 234 - teoría de Aristóteles, 36 - teoría de Descartes, 197-199, 202. 546,547,573 causal, efecto, 10 - interacción, 6 células nerviosas (neuronas) - “abuelas”, 539 -candelabro, 271, fig. E 1-6 - en cesta, 269, 271, figs. E 1-5, E 1-6 -estrelladas, 267, fig. E 1-5 - estrelladas espinosas, 445, fig. E 8-8 - granulares. 429-431, 447 - de Martinotti, 267, 269, figs. E 1-5, E 1-6, E 8-8

- piramidales, 266. 432. 444-447, figs. E 1-2. E 1-5 axones colaterales de, 271 dendritas de, 268. fig. E 1-5 estrelladas, 271, figs. E 1-5, E 8-8 motoras, 410 proyección de los axones de, 272 - de Purkinje, 432 - sinapsis sobrecruzadas de, 269 células (neuronas) inhibitorias, 275 - de axón corto, 267, fig. E 1-5 (S 2) - en cesta, fig. E 1-5, S 3 cerebelo, 322, 323. fig. E 3-5. Véase ta m b ié n hem isferio cerebelar - parte intermedia del, 324. 328. 329 cerebelotomía, 329 cerebro, 104-106, 479, 481-483, 490, 497-499, 520, 5 3 3 ,5 3 4 ,5 8 7 ,6 1 2 - actividad del, 109, 112, 521 - áreas comprometidas y no comprometidas, 134 - cam bios en la estructura, 84 - com o computadora, 87, 134, 135 - cualidades del, 583 - estados del, 88, 90, 104, 106-108 - estimulación del (Penfield), 74, 75, 144, 160, 289, 450, 451, 549, 568, fig. E 8-10 - fisiología del, 486 -fu n c ió n del. 103, 104, 134 - hemisferios del, 134, 542-545, 572, figs. E 1-1. E 1-4, E 5-4 - del hom ínido, 397 - hum ano, 1 2,33 evolución del, 15, 396, 510 - e identidad, 129 - lesiones, 370 - y mente, 132, 133, 365, 404, 405 - procesos del, 61, 63 - trasplante de, 132, 133 cerebro de relación, 402, 404, 406, 409, 531 - entrada del, 414 - y hemisferio dom inante, 415 - m ódulos del, 412, 414, 448, 540 ceremonial del enterramiento, 510, 517 C.I. e inteligencia, 139 ciclohexim ida, 387, 452 ciencia, 44, 496, 516 - historia, 111

ciencia e ideología, 92 - inspiraciones del materialismo. 5 - meta. 42 - y Mundo 3, 47 - como producto de la mente humana, 12 - progreso en, 166 circuito - abierto, 326 - cerrado, 324 - de Papez, 443, 447 circuitos - cerebro-cerebelares. 325, 326. fig. E 3-6 - reverberantes, 452 circunvolución -angular, 336, 337, 385, 386, fig. E 4-3. Véase también área de Brodmann 39 - del cíngulo, 276, 281. 442. 443, fig. E 1-9 - lesiones en, 442 - fornicatus, 392 - d e Heschl, 277. 306, 339-341, fig. E 4-5 -d e l hipocampo, 280, 281, 308. 443, fig. E 1-9 - vías a, 281, 443 -postcentral, 259, 287. fig. El -1 -precentral, 259, fig. El -1 - supramarginal, 336, 386, fig. E 4-3 (área de Brodmann 40) - temporal, 306 cisura de Rolando, 316, fig. El -1 clausura del Mundo 1, 58, 60, 65, 77, 81, 83, 97, 100 cóclea, 306 codificación, 539, 541 colículo - inferior, 339, fig. E 4-4 -superior, 302, 361, fig. E 5-6 color - experiencia de, 590 - interpretación, 590, 591. Véase también interpretación - percepción, 590. Véase también percepción - reconocimiento, 300, 301. Véase también reconocimiento coloreado emocional, 307 colores complementarios. 591

colum nas - del córtex, véase m ódulos - de dom inancia ocular. 300. 3Q1, fig. E 2-7 com a, 418. Véase también inconsciencia cóm ics, 362 com isura anterior, 352 com isurotomía, 321, 341, 343, 352, 364, 393, 395, 416, 420, 448, 449, 526, 527. Véase también cuerpo calloso com pasión, 498 com pletam iento, fenóm eno de, 592 com prensión, 43 - en el aprendizaje, 156 - pictórica, 362 - de teorías, 519 com prensión, 356, 363. Véase también lenguaje - verbal, 373, 374 computador neuronal, 324 computadora, 86, 87, 89, 90, 92, 232, 232 n, 617 com unicación, 67 - de chimpancés, 346 - niveles de, 548 - social, 513 - transmodal, 386 conceptos, 49 conciencia, 5, 82. 109, 217. 231. 369, 371. 491. 5 0 1 ,5 2 0 -a n im a l, véase animal - y Aristóteles, 170 - y atención, 143 -cartesian a, 188 - corriente de, 101, 1 4 4 ,4 5 0 ,5 8 1 , 605 n - com o desarrollo ulterior de la mente, 17 - distinción en, 549 - em ergencia de, 32, 80, 128. 143, 145, 492 - enfoque fisicalista radical, 69 - estadios de, 33 - estados de, 38 - evolución, 1 12, 141, 500, 629 - de existencia de problemas, 47 - formas inferiores de, 501 -f u n c ió n de, 103, 142, 147 biológica de, 141, 497 - grados de, 78, 492

conciencia humana, 583, 593. Véase también autoconciencia - integradora, 143, 602 - negación materialista de, 111 - y percepción, 139 - visión semimaterialista, 118 - del yo. Véase autoconciencia - y yo, 115 conciencia animal, 142, 347, 493-496, 503, 560, 583, 592, 593 concusión, 456 condicionamiento, 88 - negativo, 87 conducta, 46 - adopción de nueva, 13-15 - repertorio de, 144, 149 - y teoría refloxológica, 152-156, 573 - y tradición, 150 - verbal, 63, 64, 84, 403 conductismo, 32, 45, 46, 56, 59, 60, 6775 conexiones dominantes, 454 - cascada de, 277, 278 conjetura, 11, 50, 102, 482, 486 conjunción del aprendizaje, teoría de, 434 conocimiento, 95, 477-482 -adquirido, 136, 168 - animal, 477 - base de, 123 - científico, 97 n - completo, 42 - conjetural, 95 - consciente e inconsciente, 136 -definición, 138 - por descripción, 95, 99, 211, 224 - enfoque biológico, 136-139 - falibilidad de, 111 - por familiaridad, 211, 224, 225 - físico, 97 n - heredado, 115, 136 - humano en el universo, 168 - y memoria, 570 - del Mundo 1, 53 - objetivo, 194, 404 - subjetivo, 63, 194 - frente a objetivo, 136, 137 - teoría empirista de, 108, 115 - del universo-físico, 3 construcción y comprobación, 481, 482, 484,541

contenido - del pensamiento, 43, 44 - de una teoría, 91 contrastabilidad intersubjetiva, 74 control del m ovim iento voluntario, 327329 control, sistemas de, 84 convulsiones, 418 copia, falta de habilidad en, 395. Véase también dibujo copia de dibujos. Véase dibujo corea de Huntington, 327 corroboración de existencia, 11 córtex cerebral (corteza) - archi-. Véase córtex, paleo- áreas conexiones, 275-281 secundarias, 293 - de asociación, 327, fig. E 3-7 visual, 387 - circulación de, 613 - circunvolución. Véase circunvolución - disposición colum nar, 265, fig. E 1-6 -en to rrin a l, 280, 443, 447, fig. E 1-9 vías a, 281 proyecciones desde, 308 -e stim u la ció n de, 74, 75, 144, 160, 289, 290, 409, 549, 568 - inferotemporal (áreas 20 y 21), 302 - láminas, 268, 269, fig. E 1-3 - m ódulos, 265, 266, 321, 408, 412. Véase también m ódulos abiertos, 321 - motor, 316-318, 326, fig. E 1-2 - n e o - , 260, 265, 271, 280 células piramidales de, 265 estructura, 260, figs. E 1-5, E 1-6 - paleo-, 260 - piriforme, 280, 307 - prefrontal, 281 - respuestas plásticas de, 453 - som estésico, 235 -v is u a l, 266, 296, 362, 486, figs. E 2-4, E 2-5, E 5-6 estim ulación eléctrica, 297 fosfenos eléctricos de, 305 proyección a, 301, fig. E 2-7 córtex motor, células piramidales de, 320, 321, 324, fig. E 3-3 corteza - de asociación visual, 362, fig. E 1-7, E H

corteza cerebral, véase córtex cerebral - visual, 296, 303. Véase también córtex cosa en sí misma, 60, 76, 77, 81, 94, 97, 9 9 ,1 0 7 ,1 0 9 cosas materiales “reales”, 10 cosm ología, 60 -ca rtesia n a , 199 - enigm a de, 69 - m oderna, 98 creatividad, 634 - artística, 515 - humana, 17, 567 - del universo, 17 crecim iento sináptico, 453 creencias religiosas, 177 cristales, 21, 38 - em ergencia de, 18 - “memoria" de, 80 crítica, 489, 507, 516, 578, 579 - de ideas, 507 - m étodos de, 193 - del paralelismo, 574 - de teorías, 507 cubo de Necker, 101, 579, 589 cuerpo, 81. Véase también problema m ente-cuerpo - identidad de, 114 - y m ente, 130 - com o substancia, 202 cuerpo calloso, 259, 269, 273, 406, 415, 542-545, figs. E 2-4, E 5-1 - agénesis del, 406 - ausencia congénita, 364 - sección de, 308, 352. Véase también com isurotom ía - splenium de, 303 cuerpo geniculado lateral (CGL), 295, 2 9 8 ,3 0 0 , 301, figs. E 2-4, E 5-6 cuevas de Lascaux, 510 cultura - aprendizaje, 53 - desarrollo de, 550 - evolución, 55 - material, 512 - y memoria, 567 curiosidad animal, 33 cham anism o, 176 daltonism o, 490 darw inism o, 12, 13, 78, 82-84, 96, 98-

100, 106, 107, 111, 112, 154, 622, 634 datos - banco de, 427, 449, 450. Véase también m emoria - sensoriales, 482, 483 definiciones y preguntas “¿qué es?”, 113 delfines, 500 dendrita, 260, fig. E 1-2 - apical, 260 de célula piramidal, 268, fig. E 1-2 B descodificación, 486 - de señales, 52. Véase también codificación descripción, 67 - conocim iento por, véase conocim iento - física, 97 descubrim iento, 482 - de los núm eros naturales, 47 - de problemas, 46, 47 descubrimientos científicos, 121 destreza, 338, 339, 343 detección de características, 293, 302, 303, 382, 407, 600 determ inism o. argum ento contra, 85 - físico, 614 - intuición atomista de, 38 diagramas - y m emoria, 564 diálogo interaccionista-fisicalista, 86-92 dibujos - copia de, 357, 384, 395, 545 - interpretación de, 602 dicótica - prueba de escucha, 340, 348, 379 - técnica, 393 diencéfalo, 260 D ios, 35, 76, 94 - atributos de, 205 - com o mónada, 207 - en el ocasionalism o, 204 - com o substancia, 205 dios, 35, 516 discriminación visual, 456 discusión - crítica, 484 - peripatética, 530 dislexia, 337, 344 disposición, 55, 103, 110 - a actuar, 84, 89

disposición, estados de, 119 - fisiológica, 89 - a interactuar, 11. Véase también fuerzas - psicológica, 43 - a sentir, 479 - teórica, 479 dolor - “diagnóstico equivocado” de, 120 - sintom as de, 497, 501 dos lenguajes, teoría de, 226 dualismo, 110, 584, 585 - antigüedad de, 169-174, 180, 182 - hipótesis dualista, 405-410, 556 - e ilusión óptica, 576, 577 - teoría de Leibniz, 210 econom ía neuronal, 406 edem a neuroparaléctico, 338 EEG. Véase electroencefalograma efectos causales, 10 ego, 404, 405 eidolon, 179 n ejecuciones motoras, 441 elección, 13 - conciencia, papel en, 142 electricidad, m undo de, 609 electrochoque, terapia, 456 electroencefalogram a, 416, 417, 558 elefantes, 500 elem entos pesados, 18 emergencia, 24-35 - de algo nuevo, 78 - del cerebro hum ano, 31 - de la conciencia, 33, 68, 80 - de la conducta orientada a un fin, 99 - y evolución, 19, 28 - del hombre, 17 - interacción de niveles de, 35-40 - del lenguaje hum ano, 3 1 ,3 4 - de la mente, 15 - de niveles jerárquicos, 40 - de la vida, 18, 68 em oción, 307 em pirism o, 108, 139 - clásico, 136 - y conocim iento, 115 - inglés, 100 - del sentido com ún, 140 -su b jetivista, 192 empuje, 7, 201, 202

- com o causación, 199 - teoría cartesiana de, 561 energía, conservación de, 608, 609, 612 enfermedad de Parkinson, 327 engrama, 441 enmascaramiento retroactivo, 290, 305, 406, fig. E 2-3 C ensayo y error, 13, 52, 482, 484, 486, 520 entidades teóricas, 71 épica - de Gilgam esh, 511 - homérica, 511 - sumeria, 511 epifenom enalism o, 61, 62, 81-85, 949 6 ,9 8 , 107, 112, 230, 533, 577, 604, 6 0 5 ,6 1 9 epilepsia, 74 - accesos de, 418 - y el cerebro, 119, 134 - y memoria, 160 - psicomotora, 392 epiléptico, acceso, 418, 450 epistemología, 477, 482, 483, 486 época de Egipto, 511 era paleolítica, 512 escotom as, 297, 303, 386 escucha dicótica, 340, 348, 379 escudriñam iento, proceso de, 409 esencia, 6, 50 - a lm a com o, 182, 184, 185, 187 - cartesiana, 198 n - y preguntas “¿qué es?”, 113 - del yo, 165 esencialism o, 194-198, 202, 203, 21 1, 2 1 2 ,2 1 5 ,2 1 6 - aristotélico, 119 n - f i n del, 215 - new toniano, 212, 213 - oposición a, 49 - y preguntas “¿qué es?”, 119 n espacio, 524, 525 - extrapersonal, 386 - y progreso científico, 167 especialización hemisférica, 396, fig. E 6-6 espinas dendríticas, 263, fig. E 1-2 D espiritismo, 624 “espíritu en la m áquina”, 1 17-122, 522, 523, 547, 557 esplritualismo, 97, 98

estados -c er eb ra le s, 106-108 - disposicionales, 106 - físicos, 41-43 -in c o n sc ie n te s, 105, 106 -m e n ta le s, 41-43, 106, 107 estereognosis, 354 estereogramas de puntos aleatorios, 578, 588 estereopsis de profundidad, 588 estím ulo, 103, 105 - cutáneo, 286-294 - de la piel, 290, 291, fig. E 2-3 estrategia reduccionista, 403 estrellas, 34 - com o procesos, 22 estructura - de los átom os, 8 ,1 9 - en la autoconciencia, 544 ética humanista, 5 evolución, 483, 485, 492, 493, 496, 499, 501, 505, 515, 621, 629. Véase también darw inism o y selección natural - y Aristóteles, 187 - de la autoconciencia, 630 - biológica, 491, 515, 517, 582 - y cam bios, 14 - del cerebro hum ano, 396, 397 - creadora, 19, 24 -c u ltu r a l, 83, 505, 507, 515-518, 582 -e m e r g e n te , 18, 30, 97, 628 - de la jirafa, 14 - del lenguaje, 83, 346 - natural, 516 -o r g á n ic a , 13-15, 82, 634 - del pensam iento lógico, 87 - posibilidades en, 16 - significado de, 16 - teoría de, 59, 634 - del yo, 627 existencialism o, 622 expectativas, 82 - y el yo, 555 experiencia - y autoconciencia, 57, 549 - cognitiva, 405 -c o n sc ie n te , 71, 74, 75, 105, 484 integradora, 603 unidad de, 407, 575 - mental, 17, 598, 599

- del m ovim iento lento, 596 - musical, 543. Véase también m úsica - perceptiva, 534 - personal, 5 - recordada, 540 - sensorial, 478 en animales, 496 consciente, 484 interpretación de, 484 -su b je tiv a , 62, 63, 71, 74, 75, 102, 105, 110, 1 19, 206, 231, 232 - y tiempo, 595, 596 - unidad de, 531 - visual, 601 - y yo consciente, 549 experiencias -c o n sc ie n te s, 1 5 ,3 5 4 . Véase también autoconciencia y actividad neuronal, 289 de anim ales sentientes, 17 sucesos neuronales necesarios para, 285 -crea d o ra s, 135 - mentales com o sucesos físicos, 17 - sensoriales investigación de, 284 del tacto, 293 - somestésicas, 294 experim entos analíticos sobre, 291, fig. E 2-3 experim ento mental, 369 explicación, 6, 11, 83 -co n jetu ra l, 192 -1 9 7 ,2 1 1 -2 2 0 , 622 - dualista, 403 - esencialista, 211-220 - de la interacción causal, 6 - interaccionista, 403 - de leyes físicas, 39 - lim itaciones de, 631 - problemática, 629 -ú ltim a , 192-197, 211-220, 622 explicaciones probabilísticas, 28, 32 - de sucesos, 34 exploración visual, 293 expresión, 66 - verbal, 374 extensión -cartesian a, 198 - de m ente y materia, 207-209 falsación, 73

falsedad, 67, 506, 508, 512, 513 fasciculus arcuatus, 336, 337 fenóm eno de com pletam iento, 592 fenóm enos de Mach, 577 fibra. Véase también nervio - aferente, 266, 275, fig. E 2-1 - de asociación, 265, 268, 2 6 9 /2 7 3 , 414, 445, 446, figs. E 1-5, E 8-8 -c o m isu r a l, 265, 268, 273, 414, 445, 446, figs. E 1-5, E 8-8 - horizontal, 446 - de Martinotti, 445, 446, fig. E 8-8 - mielinizada, 265 - muscular, 312 - m usgosa, 434, 435 - óptica, 296 - trepadora, 434, 435 filósofos idealistas, 8 finales m otores del axón, 313, fig. E 3-1 fines, máquinas com o, 4 física, 1 1 ,4 3 , 1 0 2 ,6 0 9 - atómica, 28 - y causación cartesiana, 546 - clásica, 27, 28, 34 - estado actual de, 610 - leyes de, 16, 86 - moderna, 6 , 7 , 2 1 , 2 5 - pluralismo en, 203 n, 573, 609 - reducción de la química a, 21 - superación del materialismo por, 8 - tradición del materialismo en, 12 - transformación de, 610 fisicalism o, 3, 15, 81, 83, 110-112 - radical, 59, 67, 68-75, 111 n fisicalista(s), 9, 11, 12, 16, 65, 225, 231 - determinismo, 24 - diálogo entre interaccionistas y, 86-92 fisiología, 515 forma, 533. Véase también Gestalt - escuela de, 120, 411 fórnix, 281, 442 fosfeno, 297 frecuencia - análisis, 306 -p o te n c ia ció n , 428, 429, fig. E 8-1 fuego, alm a com o, 180, 182, 190 fuerza, 9, 208, 609 - y causación, 573 - com o entidad teórica, 71

- y mónadas, 214 - realidad de, 11 futuro, expectativas, 537 ganglio retiniano, células de, 296 ganglios basales, 260, 325-327, fig. E 3-6 gatitos, experim ento, 126, 131, 455, 456, 487, 488, 531, 564, fig. E 8-12 gene, 32, 508 - condición metafísica de, 107 - com o D N A , 107 generación de oraciones, 548 genética, 532 -c o d ific a ció n , 397, 398, 478 - código, 197, 628 - constitución, 104 - dotación, 55 - instrucciones, 397, 485, 628 - unicidad, 628 “genidentidad”, 114 geom etría, 23, 24, 72 Gestalt, 75, 101, 1 12, 536, 537, 598. Véase también forma - carácter, 407 - conceptos, 346 - impresión, 569 - m ecanism o, 521 - psicología, 27 Golgi. Véase tinción gravitación, 3, 6, 7 habilidades - y memoria, 568, 569 - y repetición, 572 habla - habilidad de, 570 - y memoria, 554 habla (lenguaje), capítulo E4 - acto de, 65 - áreas de, 134, 273, 334, fig. E 4-1 anterior, 334 - localización de, 337 posterior (W ernicke), 335, 343, 386 pruebas de radio-xenón, 273 relocalización plástica, 398 - aspecto ideativo de, 335 - com prensión y expresión, 363 - dominancia hemisférica de, 397 - evolución de, 346 - importancia de, 56

habla, interés del hom bre en el, 15 - lateralización de, 345 - m ecanism os de, 343 “hacinam iento” cerebral, 373, 398 haz olfativo lateral, 306, fig. E 1-9 haz piramidal, 278, 286, 316, 317, 324, fig. E 3-3 hem ianopia, 303, 386 hemiplejía, 371 hemirretina, 296 hem isferio - cerebelar, 323, 325-328, fig. E 3-5 -c er e b r a l, 259, 260, 265, fig. E l - 1 — áreas de relación, 403, 405-410 - derecho, 592-594 - dom inante, 308, 321, 341-343, 346, 354, 3 9 3 - 3 9 8 ,4 0 1 ,4 1 5 ,5 4 3 ,5 9 4 , 602 — actividades de, 386, fig. E 6-6 — com unicación nerviosa a, 361 — control del habla, 364 — deficiencia de, 354 — especialización en, 396 — funciones específicas, 395 — inform ación sensorial a, 360 — relación con la m ente autoconsciente, 420 - m enor, 342, 347, 356, 361, 368, 386, 393-398, 542, 543, 602 — actividades, 366 — deficiencia, 356 — funciones, 369, 394, 395, fig. E 6-6 — inyección intracarótida en, 342 hem isferotom ía, 371-373 - dom inante, 346, 372 - m enor, 346, 371 hendidura sináptica, 262 herramientas, 44, 90, 505, 507-509. Véase también M undo 3 - producto de la m ente humana, 12 - uso de objetos del M undo 3 com o, 54 H eschl, circunvolución, fig. E 4-5. Véase también circunvolución de Heschl - área auditiva primaria, 306 - frecuencias auditivas, 306 hipertrofia sináptica, 432, fig. E 8-4 hipnosis, 286 hipocam po, 280, 307, 382, 429, 441, 447 - células granulares del, 430, 431

- extensión anteroposterior del, 437, fig. E 8-5 - función en el aprendizaje, 438-443, 570 - laminillas de, 447 - y m emoria, 564, 570 - com o parte del archicórtex, 260 - señales desde, 307 - vías a, 281, 443, figs. E 8-6, E 8-7 hipocam potom ía, fig. E 8-5 - bilateral, 439, 452 - unilateral, 441 hipóstasis, 522 hipotálamo, 281, 392, 393 - proyecciones al, 307 hipótesis, 50, 102 - desarrollo de, 561 - dualista, 405-410, 419, 422, 556 - experiencia com o, 484 - nueva, 166 - paralelista, 556 - y teorías, 195 - triinteraccionista, 405 - uso de, 212 historia, 166 - del M undo 3, 506 historias, 505, 528. Véase también M undo 3 - narración de, 508, 512 - producto de la mente hum ana, 12 hombre, 3 y ss. - condición, 626 -creativid ad , !7 - decisiones, 104 -e v o lu c ió n , 15, 621, 628 - hom ínido, 583 - com o máquina, 4, 5, 9 -N ea n d erth a l, 172, 177, 510, 512, 630 - objetivos, 104 - primitivo, 509 hom ínido, 397, 502, 583 Homo erectus, 583 huso muscular, 315, fig. E 3-2 idea reduccionista, 20 idealismo subjetivo, 223 ideas - asociación de, 217-220 - claras y distintas, 206 - crítica de, 507

ideas platónicas, 49, 50 identidad - conciencia de, 114 -m en te-cereb ro, 105-109 - de los organism os, 128 - com o paralelismo, 100-105 - personal, 405 - psiconerviosa, 406, 533 - te o r ía de, 61, 63, 69, 75, 77 n, 109, 223-225, 234 - teoría de Smart, 577 n - teorías modernas, 211 identificación de personas, 130 infalibilidad, 193 ilusiones, 577, 586 - de Müller-Lyer, 576, 577, 587 - ópticas, 5 2 ,7 1 , 576, 578, 583, 587 n, 597 - temporales, 597 im agen retiniana, 298. Véase también retina - invertida, 454, 455 im agen visual, 298, 304, 599, 600 im aginación, 525, 528, 569, 620, 624 - animal, 528 -crea d o ra , 422, 517, 618, 620 - humana, 512 implicación hem isférica bilateral, 394 im presiones constantem ente asociadas, 154 im pulso, 43 inconsciencia, 76, 342, 405, 416-419, 498, 502, 536, 606 - y anestesia, 418 - com a, 418 - estado de, 43, 78 tipos de, 147 - formas de, 416 - procesos neurofisiológicos, 55 indeterminación cuántica, 606, 607 indeterm inism o, 35-40, 612 - “no basta”, 603 indiscernibles, identidad de, 210 individuación, 126-129 individualidad de los organism os, 128 inducción, 516 - invalidez de, 213, 483 n - teoría de, 562 infinitud, idea de, 616 influencia de la experiencia social, 124 información, 488, 542

inhibitorias - células (neuronas), 275 de axón corto, 267, fig. E 1-5 (S2) - neuronas, 269 (células en cesta), fig. E 1-5 (S 3) - vías postsinápticas, fig. E 3-2 (IN) - vías presinápticas, 287, fig. E 2-1 recíprocas, 315, fig. E 3-2 inmediatez - pictórica, 388 - verbal, test de, 388 inmunidad, teoría de la selección de, 434 instinto - de exploración, 52 - primitivo, 479 instrucciones genéticas, 397 instrumentalismo, teoría de, 92, 192 n integración de los sentidos, 489 - y el yo, 560 inteligencia - diferencias de, 139 - enfoque biológico, 136-139 - trabajo consciente de, 137 interacción, 65, 96, 98, 222, 226-228, 234, 4 9 7 ,5 1 0 , 5 2 0 ,5 3 1 ,5 9 6 ,6 1 2 - de cuerpo y mente, 200 - de dos m undos, 561 - dualista, 577 n - de estím ulos, 483 - hipótesis de, 405-410 -m en te-cereb ro, 109, 365. Véase también cerebro - de m ente y materia, 565 - modular, 272-275, 413, 414, 436, 633 - M undo 2-M undo 1. Véase Mundo 1 - M undo 2-M undo 3. Véase M undo 2 - de partículas, 19 - de procesos m entales y físicos, 62 - yo-cerebro, 546 interaccionismo, 42, 109, 112, 202, 206, 584, 5 8 7 ,5 8 8 - dualista, 98, 405-410 - y problema cuerpo-mente, 197 - y proceso cerebral, 135 intercambio M undo 2-M undo 3, 620 interneurona - estrellada, 267, fig. E 1-5 tipo cesta, 267, figs. E 1-5, E 1-6 (S 3) - inhibitoria, 268, 315, fig. E 3-2

interpretación, 73, 478, 479, 481, 490, 516, 542, 544 - del color, 590, 591 - de datos sensoriales, 479, 482 - de dibujos, 602 - de experiencias, 484 - de m úsica, 506 - de percepciones, 497 - unificada, 589, 591 introspección, 135 intuición, 192, 193 - intelectual, 50 - lógica, 88 - en el materialismo, 231 invariancia, postulado de, 35 invención - del lenguaje, 508, 513 - de los núm eros naturales, 47 - de problemas, 46 invertebrados, 491 investigación, programas de, 6 - del interaccionismo, 42 - del materialismo, 8 - m etafísicos, 496 - del reduccionism o, 20 investigación psíquica, 164 irritación contraria, 286 lám inas del neocórtex, 268, 269, figs. E 1-3, E 1-5 - I y II, 414, 538 entrada a, 279 excitación e inhibición, 275 interconexiones, 271 - I I I , IV y V, 414 conexiones sinápticas, 274 - subdivisiones, 265 lectura de mapas, 384 lenguaje, 55-57, 507-513, 563 - adquisición de, 79, 347, 374 - animal, 346, 347 - aspecto social del, 67 - autoconocim iento a través del, 124 - com prensión, 358, 363, 373 - y conciencia, 141 - condición de, 55 - descriptivo, 634 - y dualism o, 171 - emergencia, 34 - evolución, 346, 347, 552 - exigencias de, 396

- fisicalista, 226, 229 - funciones del, 52, 64-68 -h u m a n o , 12, 18 - importancia del, 621 - mentalista, 226, 229 - necesidad de, 55 - com o no-material, 56 - en la prehistoria, 172 - presión selectiva, 15 - y semántica, 363, 374 - sim bólico, 140 - y tiem pos verbales, 525 - uso del, 548 - uso de signos com o, 346 lenguaje com o institución social, 508 lesión - del cerebelo, 322 - del cerebro, 370, capítulos E5, E6 - del lóbulo - - f r o n t a l , 387-392 occipital, 386-387 parietal, 383-386 temporal, 377-383 leyes - de la física, 12 - físicas, 15 - físicas y químicas, 41 - invariantes, 36 - mecánicas, 36 - universales, 28 libertad, 532 - hum ana, 3 - innata de conducta, 15 - materialistas luchadores por la, 5 - de m ovim iento en animales, 33 línea de separación entre M undos 1 y 2, 404, fig. E 7-2 lingüística - área(s), 402, 415 -cap acid ad , 372-374, 396, 419, 527 pérdidas en, 396 - com unicación, 502 - desarrollo, 345 - filosofía, 110 - funciones, 613 lóbulo - frontal, 259, fig. E l - 1 desorden de, 390 lesiones, 387-392 -in ferotem p oral, 277, 302 en primates, 382

lóbulo occipital, 259, 297, figs. E 1-1, E 2-5 lesiones, 386, 387 -p a r ieta l, 259, 383-386, fig. E 1-1 lesiones, 383 -p refron tal, 307, 402, 408, 415, 442 estudios de lesiones, 387 proyecciones al, 307 -tem p o ra l, 259, 344, figs. E 1-1, E 4-5 lesiones, 377-383 localización - auditiva, 500 - visual, 381, fig. E 6-3 lógica, 91, 92 - leyes de, 86 logos, 180, 181 llegar a ser, 625 macroestructura com o un todo, 22 m acrom oléculas, 428 máquinas, 4 y ss. - y hom bres, 3, 4 - hombres com o, 5, 9 - valor de, 4 Martinotti -c é lu la , 267, 269, 445, figs. E 1-5, E 1-6. Véase también célula - fibra, 446, fig. E 8-8 matemáticas, 47 materia, 60, 231 - y física moderna, 6 - inanimada, 76, 77 - y m ente, 77, 206 - propiedad de llenar el espacio, 7 - teoría dinámica de Boscovich, 215 - teoría electromagnética, 216 - teorías, 6, 10 n, 70, 168, 215, 216 - última, 6 materialismo, 3, 8, 13 n, 15, 16, 86, 87, 105, 109-111, 229, 234, 61 1 n - autosuperación del, 5-9, 112 - y El concepto de lo mental, 117 - filósofos del, 5 - griego, 59, 178-183 - y Haldane, 85-92 - historia, 8 - mecanicista, 180, 181 - monista, 402, 531 - y M undo 3, 63 -p ostcartesian o, 230

- prometedor, 109-111, 229 -r a d ic a l, 59-63, 68-75, 106, 229 mecánica, 608, 609 -c u á n tic a , 21 n, 27, 29, 37, 38, 216 complejidad de la, 70 interpretaciones de la, 169 - newtoniana, 3 n m edio (ambiente), 104, 508, 516 médula espinal, 313, 315, fig. E 3-2 memoria, 492, 493, 499, 514, 535, 543, 5 9 6 ,6 1 6 - acontecim ientos neuronales, 443-449 - alm acenam iento de, 443-449, 513, 5 3 2 ,5 6 8 - en los átom os, carencia de, 80 - de conocim iento, 570 -c o n sc ie n te , 427, 547 - a corto plazo, 157, 158, 420, 427, 436, 442, 452, 453, 563, 570, fig. E 8-7 - y cultura, 567 - y diagramas, 564 - distinciones, 569, 570 - duración, 452, 453, fig. E 8-11 - eidética, 584, 585 - espacial, 382, 438 - estados semejantes a, 80 - explícita, 551-555 - función del hipocam po en la, 438-443 - genética, 81 - y habilidades, 568-570 - huella de, 47, 452 - implícita, 551-555 - importancia de la, 117 - inconsciente, 79, 547 - inm unológica, 428 - a largo plazo, 157, 158, 421, 436, 443, 452, 453, 457, 570, figs. E 8-7, E 8-11 - m ecanism os de, 156-162, capítulo E 8 - a m edio plazo, 157, 158, 452, fig. E 8-11 - m étodos de, 562-564 -p é r d id a de, 133 - pictórica, 438 - productora-de-continuidad, 147, 148 - de reconocim iento, 427, 450 - recuperación de, 449-452, 550, 568 -su b co n scien te, 554 - test de reacción diferida, 390 - test tonal de, 378 - t i p o s de, 156-162, 570, 572 -v e r b a l, 387, 439, 448

m entalism o, 63, 110 m ente, 10 n, 12, 81, 94, 102, 104, 231, 2 3 4 ,2 3 5 ,5 3 1 ,6 0 2 ,6 0 3 . Véase también conciencia y autoconciencia - actividad de la, 533, 534, 541 - anim al, 33, 493, 499 - asiento de la, 178, 181 - atribución de la, 71 -a u to c o n scie n te, 321, 329, 337, 341, 369, 402, 403, 405-412, 414-416, 418, 442, 448, 494, 497, 530, 531, 5 3 3 ,5 4 9 ,5 5 0 ,5 5 7 ,5 7 1 ,5 8 4 -5 9 0 , 592-597, 601, 602, 619-621, 628, 629, 631, 633 función de la, 414, 420, 427, 436 función en la memoria, 436 e interacción modular, 415, fig. E 7 -2 intervención de la, 409 y m ecanism os sinápticos, 414 y M undo 2, 412, 415, figs. E 7-1, E 7-2 operación de escudriñam iento, 419 y reconstitución de la im agen, 304 - y cerebro, 109, 365, 404, 405, 578 - y cuerpo, 98, 130, 131, 215, 220, 222. Véase también m ente-cuerpo - em ergencia de la, 15, 77 - evolución de la, 78 - función biológica, 129 - hum ana, 82, 138, 506. Véase también M undo 3 -in te ra c ció n , 214, 215, 217, 365 - y materia, 17, 206 - m ecanism o de, 217 - y m onism o neutral, 220-223 - y personalidad, 555 - producto de la, 163 - y sistem a nervioso, 94 - teoría moral de la, 76 - teorías de la, 105, 106 mente-cerebro, 132, 133, 365, 405. Véase también cerebro de relación mente-cuerpo - dualism o, 132 n - interacción, 184, 204 - problema, 15, 27, 40, 42, 54-57, 59, 61, 171, 197-202, 209, 215, 222, 225, 227, 228, 523, 585 en la filosofía griega, 178-191 historia de, 148-235

mentira, 512, 528 m esencéfalo, 260 metafísica, 496, 499, 501-504, 516 M FA cíclico, 387 microelectrodo - registro con, 265, 284, 298 m icroscopio electrónico, 262 m isterium tremendum, 632 mitos, 177 - y ciencia, 168 - emergencia de, 18 - en el M undo 3, 44 - com o productos de la mente humana, 12, 17 m odelos, construcción de, 103, 104, 5 2 3 ,5 2 4 m ódulos, 537, 538, 602, 603, 633, fig. E 1-6 -a b ie rto s, 412, 427, 571 plasticidad de, 419 - cerrados, 412, 571 interacción con la m ente, 415. Véase también m ódulos, interacción - circuito neuronal, 266 - de la corteza cerebral, 408, 410-416 - interacción, 272-275, 412-414, 436, 633, figs. E 7-3, E 7-4 - patrones de acción, 274, fig. E 7-4 - plano esquem ático, 412, fig. E 7-3 - de relación, 448, 540. Véase también cerebro de relación m oldes endocraneanos, 510 mónada, 76, 207, 214, 223 - cualidades de, 209 - rechazo de, 81 m onism o, 59, 207, 210, 216, 222, 225, 609 - y materialismo, 531 - neutral, 220-223, 226, 227 lo “físico" en, 220-223 m onos antropoides, 347, 494, 500 moral, 3, 171, 188, 189 - teoría, 76 m otivación, 448 motoneuronas, 312, 313, figs. E 3-1, E 3-2 m ovim iento - automático, 364, 594 - browniano, 8, 10 - en evolución, 324 -preprogram ación de, 329, 561

m ovim iento, puesta al día del, 329 - subsconciente, 403 -v o lu n ta r io , 310, 318, 322, 324, 328, 329, 331, 533, fig. E 3-7 control de, 322, 327 muerte, 418, 500, 501, 504, 525 - conciencia de, 18, 144, 515, 517, 621, 622, 624 - descubrimiento de la, 177 - enfrentam iento a la, 3 - supervivencia tras la, 172-174 mundo - experiencia visual de, 601 - exterior, 479 - físico, 532 M undo 1, 17, 18, 40, 51, 58, 60, 62, 63, 65, 77, 83, 90, 95, 98-100, 107, 218, 219, 229, 231, 404, 405, 505, 603607, 610-615, 617-619, 625, 629, 631, 632, fig. E 7-1 - apertura del, 1 9 1 ,6 0 3 ,6 0 5 ,6 1 4 - y causación, 573 - físico, 43, 49 - interacción con M undo 2, 41-43, 96, 404-410, 419, 423, 605-608, 610, 611, figs. E 7-2, E 7-5 - interacción con M undo 3, 41-43, 615, 618, 619 - objetos del, 51, 87, 90 -p r o c e so s , 77 M undo 2, 40, 43, 49, 53, 58, 62-65, 8284, 96, 98-100, 107, 218, 219, 583, 610-615, 617-619, 631-633, figs. E 71, E 7-2 - apertura del, 582 - y causación, 573 - conocim iento en el, 137 - y experiencia consciente, 547 - función biológica del, 84, 155 - interacción con M undo 1, 41-43, 96, 404-410, 582, 605, 608, 610, 611, fig. E 7-2 - interacción con M undo 3, 41-43, 603605, 6 1 2 ,6 1 8 -6 2 0 , 631 - objetos del, 64 - pensam ientos, 53 - procesos, 77 M undo 3, 43, 49, 58, 62-65, 83, 89, 92, 1 1 2 ,2 2 5 ,2 2 9 , 232, 2 3 4 ,2 3 5 ,4 0 3 405, 484, 485, 497, 499, 5 0 1 ,5 0 3 507, 511, 513, 515, 520, 521, 582,

583, 587 n, 588, 601, 603-605, 607, 608, 610-612, 614, 616-619, 621, 631, 634, fig. E 7-1 - autonom ía del, 45, 49, 189 - conocim iento en el, 137 - cultura en el, 567 - distinciones en el, 519 - interacción con M undo 1, 41-43, 615, 618, 619 - interacción con M undo 2, 41-43, 615, 619, 620 - objetivos del, 581 -o b je to s del, 64, 87, 107, 122, 155 captación de, 49-53 construcción de, 53 incorporaciones de, 48, 64 incorporales, 47, 53, 87 com o producto de la mente humana, 17, 43, 49 - y personalidad, 553, 555 - principios del, 611 n - problemas del, 581 - tradiciones del, 53 - y el yo, 113, 123, 125, 126, 162-165, 525 m úsculo - extensor de la rodilla, 313, fig. E 3-2 - fibra muscular, 312 - inervación del, 314, fig. E 3-1 - terminación anuloespiral, 313, 315, fig. E 3-2 música, 17, 47, 395, 505, 506, 527, 534, 535, 553, 569, 593. Véase también M undo 3 - apreciación, 378, 379, 543, 593, fig. E 6-1. Véase también apreciación - ejecución, 527 - experiencia, 543, Véase también experiencia - instrumentos, 594 m utaciones, 83 - genéticas, 607 - en la selección natural, 13 Neanderthal, 172, 177, 510, 512, 630 neocórtex. Véase córtex neolítico, tiempo, 511 nervio. Véase también fibra - de asociación, 265, 268, 269, 273, 414, 445, 446, fig. E 8-8 - comisural, 265

nervio mielinizado, 265 - óptico, 296 neurona, 260. Véase también células nerviosas - cortical, 270 - detectora de características, 407 - teñido de G olgi, 260, 261 - teoría, 262 neuronas inhibitorias, 269 (células en cesta), fig. E 1-5 (S2) nicho ecológico, 478 niño, 493, 498 n, 503 - en estado prelingüístico, 57 - pasividad en, 488 - recién nacido, experiencia del, 492 - y tiem po, 503 norm as de validez, 88 nous, 187, 190, 193, 200 - y dualism o, 174 novedad, 16, 34 nubes y relojés, 3 7 ,3 8 núcleo. Véase también ganglio basal - coclear 339, fig. E 4-4 - cuneado, 286, 287, fig. E 2-1 - de raphae, 281 - septal, 281, 307, 444 - talámico, 414. Véase también tálamo anterior, 442, 444, fig. E 8-7 núm eros, 615, 616 objetivación - del lenguaje, 508 - del m undo del hombre, 17 objetivism o, 192 objetivos, 12, 13, 14, 56 objetos abstractos, 90 observación, 1 5 1 ,4 7 7 - hipótesis antes de, 489 - papel en conocim iento, 123 ocasionalistas, 202-206 olfato, 306 - sistema, 281, 392, 442 olor. Véase olfato ontología, 4 orden - motora, 324, 327 - voluntaria, 320, 323 orientación - espacial, 384 - especificidad de, 454 - mapa de, 299

- sensibilidad de, 299 organism o, 35, 82, 233, 508 - influencia de la selección natural en el, 13 órgano - m ente com o, 106 - natural, 90 - de los sentidos, 104 órganos receptores, 284, 285 palabras, 93 - en música, 543 - reconocim iento de, 340, 341. Véase también prueba de escucha dicótica palpación, 293 pam psiquism o, 17, 27, 32, 60-62, 75-81, 93, 106, 206, 207, 211, 223, 580-582 panteísm o, 205 pantom im a del olvido generalizado, 384 Papez, circuito de, 443, 447 paralaje, 588 paralelismo, 61, 62, 77 n, 82, 93, 94, 100-105, 112, 202-211, 2 3 4 ,4 0 2 , 408, 418, 531, 533, 539, 565, 574, 580, 585, 587-589, 593, 598, 599, 604 - crítica del, 574 - emergencia del, 573 - epistem ológico, 220, 222, 226 - espinosista, 60, 94 - y fisicalism o, 576 - hipótesis, 556 - lingüístico, 226-229 - y m ente, 570 - metafísico, 220, 222 - psicofísico, 98, 105, 220, 222 paralímbico - sistema, 265. Véase también áreas de Brodmann - z o n a , 276, fig. E 1-7, D, H, L parapsicología, 132 parestesia, 288 parte intermedia, 323, fig. E 3-5. Véase también cerebelo participación, aprendizaje por, 481 pasividad, evitación de, 488 patrón - auditivo, análisis, 341 - de conducta, 384 - espaciotemporal, 292, 406, 410, 413, 550

patrón espaciotemporal de actividad, 407 dinámico, 407, 557 elaboración del, 290 interacciones neuronales en, 411 - neuronal, 538 - reaprendizaje de discrim inación, 303 - reconocim iento táctil, 355, 396 visual, 381 - teorías de, 525 pensam iento, 405, 507 - localización del, 180 - teoría de Locke, 218 PEPS. Véase potenciales percepción, 51, 75, 101, 206, 405, 483, 497, 588-590 - auditiva, 306 - cinestésica, 481 - del color, 590. Véase también color - y conciencia, 139-141, 601 -c o n sc ie n te , 104, 105, 288, 307, 405 - cutánea, 286, 288 -f u n c ió n , 104 - función biológica, 100 y ss. - e hipótesis, 562 - de im ágenes, 304, 305, 600 - interpretación de la, 57 - olfativa, 306 - profunda, véase estereognosis - sensible, 140 - táctil, 481 -t e o r ía de la, 103 - visual, 55, 294 y ss. de im ágenes, 304 m undo de la, 455 percepción consciente, coloreado em ocional de, 307 perseverancia en escritura, 385 persona - aprender a ser, 57 - humana, 422 - idea de, 125 - propiedades físicas de la, 133 personalidad, 532 - humana, 3 - y memoria, 553, 555 - del niño, 56 - com o producto de la m ente, 555 - y el yo, 554 piloto, m ente com o, 119 piramidales, células. Véase células piramidales

placer, experiencia de, 621 plan de vida, 163, 164 plano temporal, 344, 397, fig. E 4-5 plantas - y conciencia, 33 - señales de, 66 plasticidad, 372 - nerviosa, 340 pluralismo, 63, 197, 207, 210, 225 - en física, 203 n, 573, 609 poem as hom éricos, 514 poesía, 514. Véase también M undo 3 polimodales, áreas, 402 postim ágenes, 577 potenciación postetánica, 430, 431, 453, figs. E 8-2, E 8-3 - de frecuencia, 428, 429 potencial reactivo, 319-321, 327, 329, 409, 410, fig. E 3-4 potenciales excitadores postsinápticos (PEPS), 428, 429, fig. E 8-1 A, B potencialidad, 34 - de la materia muerta, 12 - de las partículas físicas, 26 - teoría de, 24 preferenciaís), 82, 104 - consciente, 13 - nuevas, 14 preform acionism o, 26 prehistoria, 507 preprogramación, 329, 330, 410, 561 presiones selectivas, 13, 14, 83 primariedad, 478, 479, 481 - de los datos de los sentidos, 485 proalimentación, 411 probabilidad, 28 - subjetiva, 194 - teoría de, 25 problema(s), 505 - abierto, 53 - captación de, 49 - com prensión, 50 - com o constituyentes del M undo 3, 506 - del lenguaje, 517 - mente-cuerpo, mente-cerebro. Véase mente historia, 169 y ss. - com o punto de partida en la ciencia, 44 - resolución de, 12, 106, 1 2 1 ,4 8 8 , 489, 49 3 ,5 2 1

problem as, resolución de, y m emoria, 157 - resolutores de, 52 proceso(s) - atóm icos, 93 -cer eb ra le s, 93-96, 106, 108, 110, 112 - conscientes, 106 - cosas com o, 22 - físicos, 77, 94, 95 - fisiológicos, 83 - materia com o, 7 - materiales, 77, 81 - mentales, 60-112 - organism os com o, 128 prodigalidad neuronal, 406 programáis), 103, 104 - desarrollo de, 562 - del reduccionism o, 19 propensiones, 30, 34 propósito(s) - y formas superiores de vida, 12 - idea de Aristóteles de, 36 - nuevos, 14 proteínas, sintesis de, 436 prótesis visual, 305 protohistoria, 511 psicología, 46 - asociacionista, 565, 581 -b io ló g ic a , 107 - inducción en, 483 n - del organism o, 489 psiqué, 178, 179 - y dualismo, 174 psiquiatría, 555 puesta al día de m ovim ientos, 330 pulvinar, 302, 361, 362, fig. E 5-6 Purkinje, células de, 268, 289, fig. E 3-6 purom icina, 435 “¿qué es?”, preguntas tipo, 193, 196, 2 1 6 ,6 2 1 - futilidad, 113 - peligros, 9 quiasm a óptico, 296, 298 quimeras, 358, 592, fig. E 5-5 racionalistas, 192 radio, transmisor-receptor, 538 radio-xenón, pruebas, 273 Ravel, lesión cerebral de, 379, 593 reacción - diferida, test de, 390

-

em ocional, 360 inteligente, 368 tiem pos de, 393, 394 realidad, 9-12, 99 aceptación de cosas com o, 11 de los átom os, 8 de los fenóm enos mentales, 94 de objetos abstractos, 90 de objetos físicos, 15 de objetos incorpóreos del M undo 3, 54 recolección, capacidad de, 117 reconocim iento - auditivo, 340 - de características 300, 302, 304, 600 - del color, 300, 301 - de la disparidad, células de, 588 - facial, test de, 380 - de melodías, 378 - m em oria de, 427, 450. Véase también memoria - de palabras, 340, 358 - pictórico, 388 - quimérico, 358, 359, fig. E 5-5 - verbal, 388 recuerdo verbal, 563 recuperación de m emoria, 568 reducción, 39 - científica, 68, 69 - filosófica, 68, 69 reduccionism o, 15-24 - programa de, 19 reflejos -c o n d ic io n a d o s, 103, 565 no existencia de, 565 teoría de, 152-156, 573 - incondicionados, 155 teoría de, 152-156 - y m emoria, 565 - vías de, 315, fig. E 3-2 reflexología. Véase reflejos refuerzo - negativo, 153 -p o s itiv o , 153 refutación, 482 regularidades de sucesos, 155 relación de cerebro y m ente, 405-416, 420, 498, 499, fig. E 7-2 relaciones - lógicas, 63 - de transacción, 566

religión y filosofía griega, 188 reloj - m undo com o, 6, 37, 40, 42 - y nube, 37 repetición, 105 - y aprendizaje, 562 - y m emoria, 566, 572 - pictórica, 563 - poca importancia de la, 156 - verbal, 563 responsabilidad moral, 163 respuesta, 103, 1Ó5 -e v o c a d a , 285, 290, 291, fig. E 2-3 experiencial, 450 retina, 294, 599, 600 - células del ganglio de la, 296 - imagen de la, 295, 298 - mapa del cam po de la, 300, fig. E 2-5 - m ecanism o sintético, 295 - unidades receptoras, 296 - retroalimentación, 411 - control de, 329 R N A , síntesis de, 435 selección, 14 - crítica, 611 n -n a tu ra l, 12-15, 33, 55, 82, 83, 87, 88, 99, 155, 5 1 5 ,6 1 1 n, 634 semivida, 29 sensación, 223 - cutánea, 285 - localización de la, 180 - y observación, 118 sensibilidad - em ergencia de, 18 - de orientación, 299 sentido(s), 479, 481 - datos de, 100 - experiencia de, 115, 131 - externo, 404, fig. E 7-2 - interno, 404, fig. E 7-2 - órganos de los, 104, 497 sentido com ún, 109 señales de animales, 66, 67 significado, 588 - de los sonidos, 516 sím bolos, 523 sinapsis - cambios microestructurales, 428 - contactos axonales, 262 - en espina, 263, 432, 433

- en espinas secundarias, 432, 433, fig. E 8-4 -excitad oras, 261, 263, 432, fig. E 1-2 - fibra horizontal, 445, fig. E 8-8 -in h ib itorias, 261, 263, 271, 313 - modificables, 430, 432 - origen del término, 262 - seleccionadas en la dendrita apical, 446, fig. E 8-8 - sobrecruzadas, 269 - tinción de Golgi, 261, fig. E 1-2 - t i p o I, 261, fig. E 1-2 - tipo II, 261, fig. E 1-2 - tipo cartucho, 267, 268, 271, 445, 446, figs. E 1-5, E 8-8 síndrome - am nésico, 439 - parcial, 442 singularidad mental, 354 síntesis de proteínas, 436 sistema - activador reticular, 370 -c er ra d o , 128 -lím b ic o , 265, 276, 279-281, 306, 307, 392, 393, 444, fig. E 1-9 conexiones, 279-281, 307, 392 proyecciones a, 279, 307 - t vías a, 281 - de m otivación, 448 - nervioso, 484, 537 central, 145, 493 - paralímbico, 265. Véase también áreas de Brodmann - de selección unitario, 447 -v is u a l, 361, 3 6 2 ,4 8 5 situaciones causales, 29 sociedad de organism os, 23 solipsism o, 478 som a de neurona, 260, fig. E 1-2 somatotopia, 297, 384, fig. E 1-1 som estesis, 286, 442 substancia, 6, 94 - concepto jonio de, 203 n - y física, 8 - interacción entre, 202, 203 - mental, 109 - “pensante" cartesiana, 119 suceso - y cerebro, 101, 103 - mental, 83, 100 -p s ic ó lo g o , 103

sueño, 33, 75 n, 416-418, 558, 559, 5 7 1 ,6 0 6 - características, 418 - ciclo, 417, 558 - com o conciencia, 78 - y “corriente de la conciencia'', 581 - estados, 450 - en filosofía griega, 182, 187 - función, 558 - paradójico, 417 - pérdida de conciencia en el, 492 sujeto moral, 76 supervivencia, 624, 625 - instrum entos para, 83 - y lógica, 90 - lucha por, 89 surco temporal superior (STS), 276, 277, fig. E 1-7 - área, 294, 343 tálamo, 260, 414, 443 - fibra aferente especifica, 271 - fibra aferente no específica, 271 - mediodorsal (MD), 442-444 conexiones a y desde, 280, 281, figs. E 1-9, E 8-6 - núcleo ventrobasal de, 287, fig. E 2-1 - relé sináptico en, 286 teleología, 186, 200 telos, 187 tem ores, 554 teoría - del aprendizaje sináptico, 157 - de las capacidades, 24 - electrofisiológica de la memoria, 161 - del estado central, 61, 95, 96, 105. Véase también identidad, teoría de - neuronal, 262 - quím ica de la memoria, 161 teorías, 44, 104, 111, 505. Véase también M undo 3 - abstracta, 499 - del aprendizaje, 433. Véase también aprendizaje - captación, 49 - científicas, 17. Véase también M undo 3 - com o constituyentes del M undo 3, 506 - crítica de, 507 - de la existencia de la materia, 10 n

-

experiencia y, 484 sobre experiencia subjetiva, 110 formación de nuevas, 479 com o hipótesis, 195 “impregnadas” de, 151 de progresión del tiempo, 493 de la selección, 434. Véase también inmunidad - y verdad, 91 - y el yo, 125 terapia de electrochoque, 456 termodinámica, leyes, 608, 610-612, 633-634 test - de clasificación de tarjetas (W isconsin), 389, fig. E 6-5 - de figuras sin sentido, 380, fig. E 6-2 - de inmediatez verbal, 388. Véase también inmediatez • - de m em oria tonal, 379. Véase también memoria - de reacción diferida, 390 - de reconocim iento facial, 380 - de Seashore, 379, fig. E 6-1 - de Wada. Véase W ada tiempo, 522 - y autoconocim iento, 126 - y autoidentidad, 145 - y autoorientación, 148 - concepto de los indios hopi, 525 - dirección del, 29 n -e x p e r ie n c ia d e , 406, 407, 503, 595597 - experiencia de m ovim iento lento, 596 - experim entos analíticos, 288-292 - y progreso científico, 167 - sentido animal de, 493 - visión de Dem ócrito, 36 tiem pos de reacción, estudios de, 394 tinción de Golgi, 260, fig. E 1-2 A, B - de neuronas, 261 - de sinapsis, 261 tiras de viñetas, 362 todo o nada, principio, 608, 634 tradición verbal, 514 traducción, 46 transferencia - interhemisférica, 394. Véase también cuerpo calloso - transmodal, 294, 345, 368, 528 transm isión intermodular, 272

unidad - de la experiencia. 531. 575 - motora, 312, 314. fig. E 3-1 - operacional. 531 validez, normas de, 88 valor de las máquinas. 4 verdad. 11, 67, 88 n, 89. 91. 506, 508. 5 1 2 ,5 1 3 - cartesiana, 198 - invariante. 46 vermis central, área, 287, fig. E 3-5 verosim ilitud, 11 - y mito, 195 - y progreso, 167 vesículas sinápticas, 261, fig. E 1-2 C. D vía - auditiva, figs. E 1-7 I-L, E 4-4 - espinocortical, 286 - neural, 365. Véase también neurona - perforante, 429 - piramidal, 273, 316 - de reflejo simple, fig. E 3-2 -so m e sté sica , 277, figs. E 1-7 A-D. E 2-1 -v is u a l, 277. figs. E l -7 E-H. E2-4. E5-6 vías - de asociación, 279, figs. E 1-7, E 1-8 - inhibitorias postsinápticas, fig. E 3-2 (IN) presinápticas, 287, fig. E 2-1 ------- recíprocas, 315. fig. E 3-2 vida, 625 - condición m ínim a de, 32 - consciente, 623 - em ergencia de, 1 8 .6 2 9 - lucha por la, 14 - com o obra de arte, 555 - origen de la, 12, 30, 31 - qué es. 620 - respeto por la, 5 vigilia, estado de, 370 visión, 442. Véase color, estereognosis - ambiental, 362 - control de la, 487 - física, 51 - ideas com o, 50 - localización de la, 381 - periférica. 361 visual - área, primaria, 277, 294

- cam po, 296, 297, 455 -c o rte za . 296, 303. Véase también corteza - corteza de asociación. 362, fig. E l -7 E-H - imagen. 298, 304, 599, 600 - localización, 381 - prótesis, 305 - sistema, 361, 362, 485 voluntad, 76, 77. 534 - acto de. 602 Wada, test de, 339, 441, 527 xenón radiactivo, 613 yo, 404, 405, 634 - actividad del, 122 - com o agente, 605 - anclado en el M undo 3, 162, 522 - aprender a ser un, 122-126 - carácter único del, 603 - y cerebro, 557, fig. E 7-2 - conciencia del, 15, 17, 122, 145, 162, 4 9 9 ,5 0 3 ,5 6 0 - consciente, 354, 366. 539 -c o n tin u id a d del, 146-148 - discusión del, 114 n - dudas sobre la existencia del. 115 - efectos del habla sobre el, 56, 57 - enfoque biológico del, 122 - com o esencia, 165 - estructura del, 589 - evolución del, 128 - existencia del, 114-117 - com o “haz de experiencias", 116, 144 - inconsciente, 146 - invisible, 3 - y Mundo. 3, 113, 123, 125, 162-165. 525 - necesidad de integración del, 560 - en la prehistoria, 172 - “puro”, 551 teoría del, 125 - com o substancia, 116 - com o sum a total de experiencias, 549 -u n id a d del, 135, 143, 16 3 ,5 5 5 yoga, 286 zimos, 179 n, 187 - y dualismo, 173 zona paralimbica. 276, fig. E l -7, D, H.