El teatro de Mira de Amescua: Para una lectura política y social de la comedia áurea 9783865279569

Este estudio sobre la obra de Amescua viene a suplir la falta de monografías de conjunto que sitúen al autor en el puest

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El teatro de Mira de Amescua: Para una lectura política y social de la comedia áurea
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Table of contents :
ÍNDICE
ABREVIATURAS
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO PRIMERO. EL ORDEN POLÍTICO (I): LA MONARQUÍA Y SUS FORMAS DE GOBIERNO
CAPÍTULO SEGUNDO. EL ORDEN POLÍTICO (II): EL MUNDO DE LOS VALIDOS Y LA FORTUNA VOLTARIA
CAPÍTULO TERCERO. EL ORDEN SOCIAL: LA NOBLEZA Y SUS PRIVILEGIOS
BIBLIOGRAFÍA

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BIBLIOTECA ÁUREA HISPÁNICA Universidad de Navarra Editorial Iberoamericana

Dirección de Ignacio Arellano, con la colaboración de Christoph Strosetzki y Marc Vitse

Biblioteca Áurea Hispánica, 46

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EL TEATRO DE MIRA DE AMESCUA Para una lectura política y social de la comedia áurea

ANTONIO MUÑOZ PALOMARES

Universidad de Navarra • Iberoamericana • Vervuert • 2007

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Bibliographic information published by Die Deutsche Nationalbibliothek. Die Deutsche Nationalbibliothek lists this publication in the Deutsche Nationalbiografie; detailed bibliographic data are available on the Internet at http://dnb.ddb.de

Agradecemos a la Fundación Universitaria de Navarra su ayuda en los proyectos de investigación del GRISO a los cuales pertenece esta publicación. Agradecemos al Banco Santander Central Hispano la colaboración para la edición de este libro.

Derechos reservados © Iberoamericana, 2007 Amor de Dios, 1 – E-28014 Madrid Tel.: +34 91 429 35 22 Fax: +34 91 429 53 97 [email protected] www.ibero-americana.net © Vervuert, 2007 Wielandstr. 40 – D-60318 Frankfurt am Main Tel.: +49 69 597 46 17 Fax: +49 69 597 87 43 [email protected] www.ibero-americana.net

ISBN 978-84-8489-240-3 (Iberoamericana) ISBN 978-3-86527-279-9 (Vervuert)

Depósito Legal:

Cubierta: Cruz Larrañeta Impreso en España por Fareso Este libro está impreso íntegramente en papel ecológico sin cloro.

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ÍNDICE

Abreviaturas ....................................................................................

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INTRODUCCIÓN .......................................................................

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CAPÍTULO PRIMERO: EL ORDEN POLÍTICO (I). LA MONARQUÍA Y SUS FORMAS DE GOBIERNO El poder y sus formas. La monarquía......................................... Los poderes del rey. ................................................................... El origen del poder real ............................................................ El rey y la religión .................................................................... El rey y la ley............................................................................ El rey, fuente de justicia y honor............................................... La ética y el poder .................................................................... El rey tirano ..............................................................................

15 33 37 51 76 93 120 145

CAPÍTULO SEGUNDO EL ORDEN POLÍTICO (II): EL

MUNDO DE LOS VALIDOS

Y LA FORTUNA VOLTARIA

El oficio de la privanza ............................................................ Rey y valido: dos almas gemelas .............................................. La práctica del valimiento.......................................................... Validos traidores......................................................................... La caída ..................................................................................... La inestabilidad de la Fortuna....................................................

155 161 172 180 189 204

CAPÍTULO TERCERO EL ORDEN SOCIAL: LA NOBLEZA Y SUS PRIVILEGIOS Súbditos, pero desiguales............................................................ La nobleza, una clase privilegiada .............................................. Verdadera nobleza. Problemas de definición............................... Nobleza por las obras ................................................................

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Nobleza por las armas ............................................................... Nobleza y riqueza ..................................................................... Nobleza y virtud ....................................................................... Formas exteriores: tratamiento y etiqueta .................................. Honores y privilegios ................................................................ Tipología y lenguaje nobiliario.................................................. El honor, el duelo y los desafíos ................................................

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BIBLIOGRAFÍA ............................................................................

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ABREVIATURAS

COMEDIAS (AdúltV) (AdveAl) (AdveBC) (AmInM) (AmpHo) (AnProf) (ArpDav) (CabSNo) (CaenOC) (CarbFra) (CasTah) (CautCC) (ClavJa) (CondAl) (ConfHu) (CuatMA) (DesgAl) (DesgRa) (EjMayD) (EscDem) (ExamRe) (FénSal) (GalVDi) (HeroLe) (HijaCa) (HomMF) (LisFra)

La adúltera virtuosa Adversa fortuna de don Álvaro de Luna Adversa fortuna de don Bernardo de Cabrera Amor, ingenio y mujer El amparo de los hombres El animal profeta El arpa de David El caballero sin nombre Callar en buena ocasión Carboneros de Francia y reina Sevilla La casa del tahúr Cautela contra cautela El clavo de Jael El conde Alarcos La confusión de Hungría Cuatro milagros de amor Las desgracias del rey Alfonso el Casto La desgraciada Raquel El ejemplo mayor de la desdicha El esclavo del demonio Examinarse de rey La Fénix de Salamanca Galán, valiente y discreto Hero y Leandro La hija de Carlos V El hombre de mayor fama Las lises de Francia

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(LoQNCa) (LoQOír) (LoQPSo) (LoQTVa) (MárMad) (MásFeC) (MesCie) (NardAB) (NegrMA) (NburMu) (NoHDiD) (NoHayR) (ObliCS) (PalConf) (PrimCF) (ProdVa) (PrósAL) (PrósBC) (RicAva) (RuedFo) (SanSNa) (TerSMi) (VenFea) (ViMonP)

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EL TEATRO DE MIRA DE AMESCUA

Lo que no es casarse a gusto Lo que puede el oír misa Lo que puede una sospecha Lo que toca al valor y príncipe de Orange El mártir de Madrid El más feliz cautiverio y los sueños de Josef La mesonera del cielo Nardo Antonio, bandolero El negro del mejor amo No hay burlas con las mujeres No hay dicha ni desdicha hasta la muerte No hay reinar como vivir Obligar contra su sangre El palacio confuso El primer conde de Flandes Los prodigios de la vara y capitán de Israel Próspera fortuna de don Álvaro de Luna Próspera fortuna de don Bernardo de Cabrera El rico avariento o la vida y muerte de san Lázaro La rueda de la fortuna El santo sin nacer y mártir sin morir La tercera de sí misma La ventura de la fea La vida y muerte de la monja de Portugal

AUTOS (EraMP) (FeHun) (JuraP) (NuestraSR) (PedroT) (SantaIn)

El erario y monte de piedad La fe de Hungría La jura del príncipe Nuestra señora de los Remedios Pedro Telonario La santa Inquisición

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INTRODUCCIÓN

Las páginas que siguen forman parte de un trabajo más amplio, lo que fue una tesis doctoral sobre el teatro de Mira de Amescua, analizado desde la vertiente de la historia social1. Allí intentamos acercarnos a la obra de un dramaturgo cuya biografía, aunque cada vez con más datos, está aún inacabada. Existen todavía algunas zonas oscuras que, caso de conocerse, podrían servir para atar los cabos sueltos que aún quedan sobre su condición de hombre, de clérigo y de dramaturgo. Resultaría de sumo interés, desde una perspectiva social, conocer algo más la intrigante actividad de este escritor que, valiéndose de su formación (siempre llevó con orgullo su título de doctor) ocupó un puesto en la corte al servicio del Cardenal Infante don Fernando de Austria. Sabemos que fue su capellán, pero desconocemos casi todo sobre el papel e influencia que pudiera ejercer sobre él, y en qué medida pudo participar entre los bastidores de la actividad política, teniendo en cuenta que Mira formó parte de la clientela del valido Lerma y que don Fernando de Austria siempre estuvo sometido al control del poderoso Olivares. ¿O acaso fue pura invención del autor que el gracioso Pablillos presente un proyecto al rey en que se decía «Arbitrio para que el rey de Castilla sea rey de Granada, de Aragón, de Navarra, de Portugal y de antípodas y nuevos mundos»2? Demasiada coincidencia con el punto central del Gran Memorial (1624) que el Conde-Duque presentó a Felipe IV y que se supone debió ser secreto entre rey y valido.

1

El teatro de Mira de Amescua: un análisis desde la historia social, Universidad de Granada, 2003. El interesado puede encontrar allí otros campos de estudio. 2 PrósAL, p. 266b.

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Es verdad que el dramaturgo accitano se vio impulsado a la carrera eclesiástica por deseo paterno, y no sabemos hasta qué punto esta imposición de la voluntad del padre fue asumida con vocación auténtica por parte del hijo, tan remiso como se mostraba a cumplir las obligaciones que se derivaban de su condición sacerdotal; más diligente estuvo, en cambio, para requerir las prebendas que le correspondían, y más aficionado se mostró desde muy pronto a la actividad literaria en la que dio muestras de su talento. De todas formas, Mira no es un caso raro; al contrario, muchos fueron los clérigos escritores en el siglo XVII que se valieron de su cargo eclesiástico como un medio de vida eficaz y seguro. Los estudios sobre la vida religiosa y eclesiástica del Antiguo Régimen han puesto de manifiesto cómo muchos candidatos al presbiterado buscaban en las instituciones eclesiásticas un medio cierto de subsistencia. El número de clérigos aumentó considerablemente y con él la falta de preparación, el concubinato, las pendencias, la corrupción y la miseria; muchos canónigos, sin ser sacerdotes, percibían las rentas de sus prebendas y vivían aseglarados, con cierto lujo y frivolidad.Y esta enfermedad era una especie de epidemia extendida prácticamente por todas las diócesis españolas. En medio de ese páramo general, una minoría preparada y culta pudo acceder a puestos de relieve y disfrutar de unas posibilidades de las que la mayoría no pudo gozar. Junto a las lagunas biográficas, en Mira se une también un cierto olvido y se echa en falta una valoración algo más justa de su labor como dramaturgo. La escasa simpatía que mostró Cotarelo hacia la creación del guadijeño repercutió negativamente en las afirmaciones que sobre él vertieron los manuales de literatura; así que las virtudes de su teatro —por otro lado bastante desconocido por la mayoría— no han sido consideradas de forma global y objetiva.Y es que un teatro que no se conoce tampoco puede ser valorado con equidad; y esta es una de las dificultades con que se encuentra el estudioso de su obra. Tan sólo en los últimos años se ha podido acceder a la obra del poeta granadino gracias a la labor importantísima que sigue llevando a cabo el grupo de investigación «Aula-Biblioteca Mira de Amescua», y a la actitud de sus responsables que han puesto a disposición del interesado las ediciones realizadas hasta la fecha. Pero la obra de Mira está aún por estudiar, sobre todo faltan monografías de conjunto que sitúen al escritor en el puesto que le co-

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INTRODUCCIÓN

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rresponde por méritos, justicia y derecho. Los estudios que sobre él se han realizado3 ponen de relieve que fue un dramaturgo con dotes para la creación y con indudables cualidades artísticas, pese a la resistencia de algunos críticos a admitirlo. Cierto que no llegó a la altura de Lope, con quien le unieron estrechos lazos de amistad y respeto, ni de Calderón; pero, en cierto modo, completa el ciclo de aquel y prepara el camino del segundo, como ha puesto de relieve el profesor Villanueva. Un rasgo fundamental del teatro de Mira (y que en buena medida lo diferencia de los demás) es su carácter moralizador y catequístico. El mismo autor lo formuló de manera clara al enunciar los dos objetivos principales que, según él, debe reunir la comedia: la defensa de la fe y de las costumbres cristianas, y la enseñanza moral y política. De ellos hay que partir para entender su producción. Así, por ejemplo, el sentimiento fuertemente monárquico de los hombres del Seiscientos cuajó en una veneración tan grande a la figura del monarca que en nada tuvo que envidiar a la del emperador Carlos. Y aunque los males de España no fueron pocos, la Corona salió indemne, pues la monarquía estaba por encima de acontecimientos y personas. Monarquía y rey formaban parte de una estructura simbólicomoral que iba más allá de lo que es una organización puramente política y administrativa, para adquirir una dimensión místico-espiritual y simbólico-sagrada. La grandeza de los reyes estaba unida a su condición de defensores de los dogmas de la fe católica y su misión era realizar en la tierra el orden de Dios, del que ellos son vicarios. Los monarcas debían imitar a Dios en todo y los súbditos obedecerlos como si de Dios se tratara. Su poder era tan grande que no cabía fiscalización sobre su autoridad; nadie podía juzgar ni limitar al soberano; sólo lo fijaba su propia legitimidad y el deber superior. En este contexto, el teatro se encargó de exaltar el absolutismo monárquico por encima, incluso, de lo que lo hicieron los moralistas y tratadistas políticos. Siguiendo, pues, esta orientación, tratamos de descubrir si nuestro dramaturgo se ajusta a la visión que sobre la realeza se tenía entonces y qué comportamientos podrían empañar el carácter divino de su persona como institución; qué imagen nos ofrece Mira de España y de la monarquía; cuál es la vinculación del rey con la re-

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Ver Valladares Reguero, 2004.

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ligión y su compromiso con las leyes; o qué importancia se le da a la justicia como bastión de la monarquía hispánica. Asimismo, el poeta guadijeño no desdeña enfrentarse a un problema delicado y polémico en la época, cual fue el del regicidio; y lo hace en las tablas, denunciando las actuaciones tiránicas de algunos reyes e incluso tratando de justificar, en algún momento, la muerte del rey tirano. En el gobierno de la monarquía apareció con fuerza y empuje la figura de un favorito del rey, amparada por la opinión favorable, o al menos tolerada, de muchos de los tratadistas de la época. Casi todos suelen coincidir en la necesidad de que el rey descargue el peso del poder sobre los hombros de un hombre de confianza con el que, además, pudiera sincerarse. Las razones esgrimidas por los contemporáneos y por los historiadores actuales se ven reforzadas en el teatro, un medio eficaz de presentación de la preocupación que tenían los validos del rey por el poder, además de constituir un personaje muy teatral del que se valen los dramaturgos, no sólo para expresar sus preocupaciones políticas, sino también para alabar, criticar o impartir lecciones de comportamiento moral y ético. Por eso no dejan de ser de gran interés para la historia social aquellas comedias en que Mira plantea el tema de la privanza, precisamente en un momento en que se implantó, en las grandes monarquías europeas, la figura del ministro favorito, como pieza clave en la creación de un Estado moderno centralizado. Nuestro propósito consiste en desvelar la actitud y la visión que el dramaturgo granadino nos ofrece de este personaje singular; o qué consideraciones hace sobre el poder y sus derivaciones, las intrigas palaciegas o las asechanzas de los grandes contra el excesivo poder de los primeros ministros. Y si miramos la comedia aurisecular en términos de actualidad de la época, hemos de estar prestos para entrever las claves interpretativas por medio de las cuales se descifre el mundo de la corte en la que el autor vivió durante bastante tiempo.Y bajo los nombres de Álvaro de Luna, Bernardo de Cabrera y otros tantos, tal vez podamos descubrir a Lerma, Calderón u Olivares. Asimismo, es sabido que en la estructura jerarquizada de la sociedad barroca, la nobleza ocupó un puesto relevante por el especial orden jurídico y político de que gozó.Y conocido es también que fue objeto de disputa entre los coetáneos si la auténtica nobleza era por herencia o se podía adquirir por méritos propios. Admiten los histo-

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INTRODUCCIÓN

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riadores que no fue un grupo tan impermeable como los viejos enfoques han querido mostrar. En efecto, había una nobleza que se heredó por la sangre, pero también hubo individuos que por sus obras o hechos de armas —y por merced real— lograron entrar en el grupo de los privilegiados. Mira de Amescua da testimonio de estas posibilidades, si bien en el teatro no son más que un juego de movimientos compensatorios que servían de válvula de escape a las tensiones sociales, pero nunca se pretendía desestabilizar el sistema ni poner en peligro otras formas de justicia social. Es más, para el dramaturgo granadino, tampoco debía hacerse a cualquier precio y de cualquier modo fraudulento, sino teniendo en cuenta las virtudes, valía, cualidades y méritos personales. Para Mira hay valores humanos, sociales y religiosos que deben ser primados (el amor sincero, la amistad, la justicia, el perdón, la generosidad...) y vicios que deben desecharse (la honra vana, la vanidad, la tiranía...). Y en este modelo de virtudes sociales desempeñan, o deben desempeñar, un papel de primer orden los privilegiados, los nobles, que, con su vida, han de servir de estímulo a los inferiores. Esa es su responsabilidad, que nunca deben eludir. De lo contrario, nuestro dramaturgo no estaba dispuesto a callarlo ni a tolerarlo. De esta manera, el teatro de Mira se convierte en una especie de púlpito imaginario desde donde se predican, de forma sutil y con ejemplos prácticos, los principios esenciales de la moral social y política y de la doctrina cristiana. Lo que ocupara muchas páginas en los tratados de la época y fuera objeto de fuertes discusiones, en Mira se transforma en acción teatral con formato de historia, hecha vida en las tablas, con el objeto de convertirla en un instrumento adoctrinador y catequístico, propio de alguien que quiere enseñar los rudimentos de las buenas costumbres.

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CAPÍTULO PRIMERO EL ORDEN POLÍTICO (I): LA MONARQUÍA Y SUS FORMAS DE GOBIERNO

EL

PODER Y SUS FORMAS.

LA

MONARQUÍA

De las distintas formas de gobierno —Monarquía, Aristocracia, Democracia— los tratadistas políticos españoles del Siglo de Oro no dudan en elegir —unas veces sin titubeos, otras de forma matizada— la Monarquía como la mejor fórmula que sirve como ninguna otra para satisfacer las necesidades del momento de la España moderna. Partiendo del principio, que no necesita demostración, del carácter sociable del hombre, pero también de su malicia y ambición, de acuerdo con el espíritu pesimista barroco, nuestros escritores políticos, siguiendo una larga tradición, ven necesario que se seleccione a una persona dotada de suficientes cualidades que sea capaz de posibilitar la convivencia entre los ciudadanos y de defenderlos tanto de las amenazas externas como internas. Incluso el Padre Mariana, que no parecía mostrarse demasiado entusiasmado por la monarquía, la admite casi como un mal menor. Analiza el jesuita los pros y los contras de esta forma de gobierno para dilucidar si es más ventajoso para el bien social que gobierne uno solo o que el poder esté compartido entre unos pocos elegidos. A las razones a favor de la monarquía (es más conforme a las leyes de la naturaleza; es mejor para la conservación de la paz interior; es más eficaz, y la codicia es menor en uno que en muchos y por ello mayor la equidad y mayores las libertades) les siguen argumentos en pro de formas más democráticas: entre ellos, que la prudencia y la honradez, en las que se debe basar el buen gobierno, es más fácil de encontrar

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en muchos que en uno solo; que un grupo de elegidos está en mejores condiciones de llevar las riendas del gobierno, por estar mejor informados y no caer en la adulación en que podrían caer los reyes, y que entre muchos es más fácil detectar los fallos y enmendarlos en favor del bien de los súbditos. Pero vistas unas y otras, el Padre Mariana se inclina más «a creer y hasta dar por cierto que el gobierno de uno solo ha de ser preferido a todos los demás sistemas»1, abundando en razones como las de que la monarquía puede garantizar mejor que otras formas de gobierno la paz entre los ciudadanos, o que, de la misma manera que en el mundo hay más personas malas que buenas y prudentes, así, es más probable dar con uno que se gobierne por la prudencia que no muchos entre los que es fácil que abunden los malos. Por todo lo cual «nos parece aún mucho más preferible la monarquía si se resuelven los reyes a llamar a consejo a los mejores ciudadanos»2 que le informen y lo asesoren convenientemente. Por su parte, Juan Blázquez Mayoralgo, que fue Contador y Veedor de la Hacienda Real, en la ciudad mejicana de Veracruz, después de insistir en que hay una razón de Estado que debe mirar siempre a la «utilidad pública», desprecia el régimen republicano al mismo tiempo que justifica la existencia de la monarquía de forma casi natural, acudiendo al símil del rey como pastor de pueblos: «Es violentar el curso de la naturaleza reducir los imperios a democracias y aristocracias. Uno es el sol y uno ha de ser el rey, cuya atención informa como alma y da vida como razón».Y más adelante comenta: «Esto es ser rey, esto quiere decir pastor de pueblos».Y luego: La aristocracia es un monstruo informe, terrible, porque se reparte entre tantos el dominio de uno [...] Nunca tuvo consistencia el gobierno de muchos porque siempre se arrojan más a la utilidad de la conveniencia propia que a la salud de la república3.

Castillo de Bovadilla defiende también el sistema monárquico con razonamientos que van más allá de lo estrictamente político: además del argumento de autoridad recogido de S. Agustín, Santo Tomás y 1 Mariana, Del Rey y de la Institución real, t. 1, p. 66.Ver especialmente los capítulos 1 y 2. 2 Del Rey y la Institución Real, p. 67. 3 Ver Peña Echevarría, 1998, pp. 240, 244 y 252.

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otros canonistas, como avaladores y testimonios fiables y prestigiosos, aduce también otros argumentos, como el teológico, según el cual, si Dios es uno, lo que tiene de semejanza con Él posee mayor perfección; el de orden natural por el que el gobierno de uno es mejor pues sucede lo mismo que con los miembros del cuerpo que son súbditos de la cabeza; y por último, el argumento de índole empírica, basado en la lección que nos da la historia. Asimismo insisten en la misma idea de la defensa de la monarquía otros escritores como el padre agustino Juan Márquez, Agustín de Castro, o fray Juan de Madariaga4 quien resumía políticamente la cuestión con estas palabras: «El mejor y más antiguo y que primero se vio en la tierra es el Real y Monárquico, donde una sola cabeza suprema lo gobierna todo. Esto es lo más principal de un cuerpo místico y lo más hermoso: que todos son regidos por uno». El mejor bien para los gobernados no se puede hacer mejor «que por medio del gobierno de una cabeza. Así lo dicta la razón natural, así lo vemos usar en todas las gentes, que al fin todo su gobierno se reduce a uno». Estas razones a favor de la monarquía se repiten prácticamente en todos los tratadistas del siglo XVII, que, por otra parte, no se suelen detener a expurgar argumentos positivos o adversos sobre las distintas formas de gobierno. Tan sólo aceptan, sin más, las excelencias de la monarquía como régimen en que uno, que sobresale por encima de los demás, se hace respetar y obedecer, bajo el supuesto de que los más dotados tienden a mandar sobre el resto; como dice Tovar de Valderrama: es de saber que los hombres de feroz condición, de robusto y esforzados ánimos, de tenaces y permanentes dictámenes, así bien como los prudentes, cautelosos y sabios, han sido siempre en el mundo los que han señoreado y sujetado a los demás hombres, a quienes por naturaleza eran eminentes y superiores5.

Incluso, ya a finales del siglo XVII en que los escritores políticos del tiempo de Felipe IV y Carlos II han respirado nuevos aires intelectuales y han podido observar acontecimientos inconcebibles cien años 4

Las posiciones de estos autores son examinadas por Maravall, 1997, pp. 169

y ss. 5

Tovar de Valderrama, Instituciones políticas, p. 140.

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atrás, un agudo pensador político como Juan Alfonso de Lancina, cuya existencia personal coincide en su madurez con una de las etapas más críticas de nuestra historia, la del reinado de Carlos II, llega a decir que «el mejor gobierno, el de una cabeza; el de muchos, confuso; el de pocos, ambicioso; el de nobles, soberbio, y el de populares, mecánico»6. Lancina basa su elección en los resultados prácticos que atestiguan la superioridad de la monarquía. En definitiva, los fundamentos del monarquismo español del siglo XVII que se pueden observar en los escritores políticos de la época pueden resumirse en la creencia de que el gobierno de un pueblo está ligado a principios inmutables de la naturaleza, en los deseos de paz interior y en el hecho de que la monarquía mantiene prudentemente el orden social. Y para lograr estos fines, nada mejor que esta forma de gobernación, pues así lo demuestra la historia que ofrece ejemplos suficientes en los que los pueblos se han buscado un gobierno que pudiera superar las divisiones, guerras, enemistades, diferencias religiosas... y se ha encontrado que en todas partes la solución ha sido la de un príncipe. Se entiende que ésta es la única forma de gobierno que puede garantizar la paz de los súbditos y la única en que se respeta la libertad de los mismos; la presencia del monarca es también la única que garantiza la seguridad de los ciudadanos liberándolos de la amenaza y presión de otros grupos7. Pero esta institución que crea tanto entusiasmo no está al arbitrio y voluntad de un monarca omnipotente. Ya desde la Edad Media se siguió la doctrina del llamado Estado mixto que Maravall entiende como un medio indirecto de referirse a la moderación del poder real. Esta doctrina, dice, se funda en tres creencias básicas: en que el Estado es producto del ingenio humano y por ello se puede constituir y reformar atendiendo a criterios racionales; en segundo lugar, en que un Estado es perfecto cuando asegura la paz y la concordia; y en tercer lugar, en que esa tranquilidad sólo se puede lograr en libertad estamental o de clase8. El Padre Juan de Santa María sostiene que

6

Lancina, Comentarios políticos, Antología, p. 81. Ver Maravall, Teoría del Estado, 1997, p. 169. 8 Maravall, 1997, pp. 166 y ss. 7

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el más excelente gobierno es el que reconoce un superior, un rey y una cabeza, porque todo natural y buen gobierno procede de uno, y aquello que se allegue más a la unidad tiene más similitud con lo divino y es más perfecto con grandes ventajas.

Y luego: «el mando, el señorío y suprema potestad mejor está en una cabeza que en muchas; y así se concluye sin ninguna duda que la monarquía es la más antigua, más durable, y su gobierno, el mejor». Pero a renglón seguido comenta que si se ayuda de la aristocracia en cuanto «se compone de pocos nobles sabios y virtuosos, por ser de más tiene más entereza, más prudencia y saber, y juntándose lo uno con lo otro resulta un gobierno perfecto»9. Este concepto tradicional de monarquía, desarrollado por la Escolástica, ya llevaba implícito el concepto de mezcla en tanto que la comunidad, la sociedad política ejercía un cierto control sobre el monarca limitando sus poderes y evitando que cayera en excesos a la hora de ejercer el mando. Como escribía Saavedra Fajardo, el Príncipe debe mantener «dentro de los límites de la razón la potestad de su dignidad, el grado de nobleza y la libertad del pueblo; porque no es durable la monarquía que no está mezclada y consta de la aristocracia y democracia»10. En general, los escritos que sobre estas cuestiones se publican en España o en territorios bajo influencia española, no pretenden crear una teoría política, sino formular una serie de reglas prácticas de gobierno, de cómo puede el gobernante conservar o ampliar su poder, cuáles son los riesgos en que pueden caer, qué límites no debe pasar, cómo actuar con los súbditos, cómo administrar la justicia, en definitiva educar y aleccionar a los príncipes, como reyes y como cristianos, en la línea del buen ejercicio del gobierno11. Junto a esta orientación moralizadora confluyen otras doctrinas filosóficas, como la del

9

En Maravall, 1997, pp. 166-167. Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe político-cristiano representada en cien empresas, t. 2, p. 150. 11 En los siglos XVI y XVII son numerosas las obras que se editan sobre el particular. Esta literatura político-moral de amplias ramificaciones ha sido precisada por García de Diego, en el prólogo a la edición de las Empresas de Saavedra Fajardo en Clásicos Castellanos (ver en especial pp. XIII-XX). Maravall, 1997, ha examinado más de sesenta tratados político-morales publicados en el siglo XVII. 10

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molinismo, que, según señala Tomás y Valiente, ayudan a crear ese tono especial con que está dotada la literatura política del Barroco español. Si, como sostenía el Padre Molina, la voluntad del hombre es decisiva en la aceptación o rechazo de la gracia divina, si nuestra salvación depende por completo de nuestra voluntad, es preciso dictar las normas morales que nos ayuden a saber dirigir y gobernar la voluntad por el camino recto. Por eso, los libros aparecidos al respecto tienen una finalidad eminentemente pedagógica y didáctica; pero «esta educación —dice el eminente jurista— no es meramente intelectual, sino predominantemente de la voluntad; de ahí la tendencia al aforismo más que al razonamiento discursivo, la inclinación al ejemplo más que a la demostración»12. Algunos estudios, como el de Maravall sobre la teoría del Estado, han pretendido buscar notas comunes del pensamiento político español del XVII, como si de un todo perfectamente articulado se tratara; pero son muchas y variadas las corrientes de pensamiento que se dan en el siglo XVII y que convendría estudiar en sus rasgos diferenciales y particulares. Partiendo del pensamiento de Bodin y especialmente de la traducción adaptada de Los seis libros de la República de Gaspar de Ariastro, en 1590, se han visto diversas corrientes hispánicas en la recepción del pensamiento del político francés. Desde los que rechazan claramente a Bodin y también a Maquiavelo por su falta de fundamento en los valores religiosos y tradicionales, como Rivadeneira, a los que polemizaron con él en determinados puntos, pero con un talante respetuoso hacia su persona y sus ideas, como el Padre Márquez. En medio caben posturas como las de aquellos que se aprovecharon de algunos pasajes de su libro sin siquiera mencionarlo, como hizo Castillo de Bovadilla y en menor medida Mártir de Rizo. En lo que no hay acuerdo es en las tendencias y su denominación, y en qué autores se deben incluir en esas corrientes de pensamiento. Se suelen señalar tres líneas básicas: a) la de los eticistas, declaradamente antimaquiavélicos, que reivindican una subordinación de la política a la religión y a la moral cristiana y se niegan a aceptar la «razón de Estado» como norte de la acción política y mucho menos a propugnar el criterio de eficacia como única guía de la misma (Rivadeneira, C. Clemente, el P. Márquez, Juan de Santa María, incluso el mismo

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Tomás y Valiente, 1963, p. 115.

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Quevedo); b) los tacitistas, más realistas, que eligieron a Tácito «como base para una construcción teórica original que salva la contraposición expuesta entre política y religión, no sin reñir una dura batalla»13 (Álamos de Barrientos, Narbona, Antonio de Herrera, Ramírez del Prado); y c) la postura intermedia de aquellos que tratan de reconocer una cierta autonomía de la política, pero con sujeción y subordinación a los límites de la ortodoxia (Saavedra Fajardo, Gracián, Blázquez Mayoralgo, Mártir Rizo, Castillo de Bovadilla, Fernández Medrano, etc.)14. Se da, pues, entre los hombres de la España del seiscientos un sentimiento monárquico muy fuerte que incluso se superpone a momentos en que los mismos reyes y los acontecimientos bélicos adversos pudieron dar pie a su menosprecio. La ineptitud o negligencia del Rey, como fue el caso de Felipe IV cuyo reinado está repleto de desventuras políticas, en ningún caso engendra una actitud contraria, antes bien, es objeto de una veneración que nada tuvo que envidiar a la del mismo emperador Carlos. Y es que la monarquía, tradicional en largos siglos, estaba por encima de personas y acontecimientos; y aunque se ciernen sobre España graves males y serios descalabros, «la corona de los Austrias permanece segura y serena en su mayestática irresponsabilidad», como dice Murillo Ferrol15. De la formación histórica de esta monarquía católica española, tan celebrada por nuestros escritores, Juan de Palafox y Mendoza concluye en un resumen diciendo: y así puede decirse que esta monarquía la zanjó la sabiduría y gran juicio de Fernando el católico, la formó el valor y el celo de Carlos V y Felipe II y la perfeccionó la justicia y prudencia de Felipe II [...]. Felipe III y Felipe IV, ni en el celo de la religión ni en el valor de la cristiandad ni en otras excelentes virtudes han sido excedidos de otros algunos príncipes del mundo; añadiéndose a esto haber sido sobre todos muy atentos a gobernarse por el consejo y parecer de los varones mayores y más experimentados en todas materias.

13

Tierno Galván, 1977, p. 31. Ver Introducción de Peña Echevarría, 1998; Fernández Santamaría, 1986. 15 Murillo Ferrol, 1957, p. 293. 14

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Esta monarquía española «la formó el Derecho, la estableció la Religión, la promovió la Justicia y la ha gobernado la Cristiandad y Prudencia de tan excelentes, píos y santos príncipes»16. Pero no fueron sólo los tratadistas políticos de la época áurea los únicos que se encargaron de teorizar y difundir los valores de la monarquía española. Como se ha repetido ya insistentemente, el teatro también desempeñó un importante papel en este sentido.Y Mira contribuye a esta labor, con los matices que se crean oportunos, enalteciendo a la monarquía y encareciendo la nobleza y dignidad de los soberanos merecedores de tal nombre. Él cree en la monarquía española como defensora de los principios católicos frente a la horda de herejes que asolan Europa; y en su teatro se lleva a cabo una identificación entre Fe-Bien-Iglesia y España-Una-Católica. La reforma trae un nuevo despertar del sentimiento religioso, y la Fe se va a convertir en una categoría fundamental en el pensamiento, la literatura y vida de los españoles. Y es en los autos sacramentales donde Mira, aprovechando la orquestación alegórico-religiosa que le posibilita el auto, expone mejor sus argumentos y su visión de la monarquía hispana17. Ya Rodríguez Puértolas habló de la transposición de la realidad de los autos de Calderón18, viendo en ellos una expresión de la ideología casticista basada en la limpieza de sangre y en posturas dogmáticas y xenófobas. El auto sacramental, sobre todo el de circunstancias, suma, pues, a los propósitos estrictamente religiosos, otros que están en relación con hechos históricos o políticos del momento19, lo cual «no parece raro en una época y en un país donde Iglesia y Estado guardan relaciones tan 16

Palafox y Mendoza, Juicio interior y secreto, pp. 139, 140 y 141. Ver Granja, 2001, pp. 275-295. 18 «Al servicio de la razón de estado se halla el auto sacramental y quizá con mucha mayor acuidad que el resto de las manifestaciones literarias del Imperio. Y todo contribuye a ello. Por lo cual, en el auto y en la comedia aparece una auténtica transposición de la realidad histórico-social, desde sucesos cotidianos a sucesos cortesanos, militares o de alta política, así como las ideas y obsesiones del casticismo hispano» (Rodríguez Puértolas, 1983, p. 752). 19 A los autos se les puede aplicar lo que K.Vossler (1933, p. 263) dijo sobre la comedia: «en toda la comedia española de la época la espontaneidad humana se encuentra ensombrecida y menoscabada por una razón de estado santificada religiosamente». En autos, por ejemplo, como El nuevo palacio del Retiro, El lirio y la azucena, El segundo blasón de Austria, Calderón relaciona el tema religioso con 17

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estrechas, y donde existe una corriente panegírica divinizadora de la monarquía»20. En La Jura del príncipe21, partiendo de un suceso histórico de la época como fue el juramento de obediencia que los reinos castellano y leonés prestaron al príncipe Baltasar, en quien se tenían puestas tantas esperanzas, Mira de Amescua construye un auto donde los hechos históricos sirven de base a la alegoría sacramental, de manera que «vinculando la idea dogmática a un suceso de todos conocido se la hacía más asequible al público, quedando cumplida la finalidad catequizante de la representación»22. En esta obra, el que fuera canónigo de Guadix presenta unos personajes que poseen un doble perfil, el histórico y el alegórico; así, el Rey no sólo representa a Dios, sino también a Felipe IV; el Príncipe es, a la vez, Jesús y Baltasar Carlos; España, además de simbolizar a la Iglesia, sigue poseyendo el valor de patria. A ellos se unen Herejía y Engaño, que van completando la alegoría. Herejía comparece desde el principio como enemiga de la Casa de Austria («La casa de Austria mi enemigo ha sido», v. 9) y como delegada de los protestantes sublevados contra la Iglesia de Roma, Flandes y Alemania.También extiende su poder hasta las tierras del norte, amenazando incluso con llegar a la misma España: Los Estados de Flandes a mi mano derecha estoy mirando... A Germania he llegado, inundada del Rin y del Danubio (JuraP, vv. 20-21, 27-28) Así salgo a dilatar mis reinos y mis provincias. Por las dos Germanias entro con tal poder y tal dicha que he ganado muchas plazas sin que el César me resista. (JuraP, vv. 65-70) una visión mitificada de la casa de Austria, cuya monarquía se convierte en el centro propagador de la fe católica. 20 Arellano, 1995, p. 726. 21 Ver Flecniakoska, 1976; Martín Contreras, 2001; Rull, 1983; Neumeister, 1982. 22 Bella, 1972, p. XXXV.

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Sin que el César me lo impida pondré sobre Manzanares como sobre el sol mi silla. (JuraP, vv. 170-173)

Para Mira la misión de nuestros monarcas modernos es luchar contra los herejes que no sólo amenazan con atacar las posesiones de la Casa de los Austrias, Tiemblen el Rin y el Danubio, los belgas tiemblen y giman, tiemblen el Tajo y el Duero y cuantos caudales giran por tus fértiles campañas. (JuraP, vv. 193-197)

sino también aquello que constituye uno de los dogmas fundamentales de la tradición de la Iglesia Católica Romana, la devoción por la Eucaristía. Pero los heréticos se van a encontrar con la resistencia indomable de los reyes españoles que, desde su fundación como dinastía, se encargaron de mantener y difundir la devoción por el Santísimo Sacramento23, como muestra la defensa que de ella hace el emperador Carlos ante sus hijos: Y así os mando como César, católico defensor de la Iglesia, que hoy ampara un Pontífice León que el Santísimo inefable Sacramento, en quien obró con la mayor providencia, Dios el portento mayor, celebréis con tal decoro y con tal veneración, que tiemblen los dogmatistas... (HijaCa, vv. 261-271)

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Ver Rull, 1983, pp. 760-761.

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Él mismo se encarga de recordarles la larga tradición de esta devoción por el Santísimo, que se remonta a la leyenda de Rodulfo de Austria, fundador de la dinastía, en el siglo XIII, según la cual un día se encontró con un sacerdote que llevaba el viático a un enfermo y, bajándose del caballo, lo cedió al cura al que acompañó devotamente: mas si sois Austrias ¿por qué esta advertencia os doy? Herencia es por vuestra sangre, con feliz sucesión de aquel glorioso Archiduque desta verdad precursor, pues dándole su caballo al sacerdote dejó la majestad del Imperio por ser lacayo de Dios. (HijaCa, vv. 283-292)24

Está claro que Mira aprovecha este motivo para mitificar la católica monarquía española cuyo poder político y cuya grandeza están unidos a su condición de monarcas defensores de los dogmas y de la Iglesia, y cuya misión es llevar a este mundo el orden de Dios del que ellos son sus vicarios. Según señala John H. Elliott, tres eran los apuntalamientos ideológicos sobre los que se sustentaba la monarquía y el imperio españoles: en primer lugar, la universalización de su misión religiosa y dinástica de amparar, defender y propagar la fe, actuando como brazo político de la Iglesia y luchando contra los infieles y herejes; en segundo término, la estrecha relación entre trono y altar, en-

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Sobre este hecho, ver Rull y Torres, 1981, p. 31. Igual se cuenta del cardenal Infante y del rey Carlos II que realizó otro gesto idéntico cuando el 23 de enero de 1685 encontró a otro sacerdote que llevaba el Viático y le cedió su carroza. Ver también Lancina, Comentarios políticos, Antología, p. 108. De aquel episodio de Rodulfo, Rubens pintó un cuadro en que se representa esa escena; del episodio de Carlos II hizo igual Hoogue;Valdés Leal pintó un fresco en la Iglesia de las Venerables, y Bances Cándamo lo relató en un romance. Solórzano Pereyra en el emblema IX de su Emblemata regio política (1653) trae un grabado que muestra a Rodulfo llevando de una mano la brida del caballo, y el sacerdote en el caballo con el Viático: ver Arellano, 2001, p. 579. También Rull, 1983, pp. 759-767, y Rull, 1985, pp. 33-46.

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tre realeza e Iglesia, de cuya relación especial se deriva el carácter sagrado con que nuestros moralistas y predicadores dotan al monarca, y la propia conciencia de los mismos reyes de ser los ostentadores del título de católicos; el tercer rasgo sobre el que se asentaba la monarquía española, de carácter diferente, se basaba en el principio de la combinación de pluralismo constitucional con una realeza unitaria; el imperio estaba formado por un conjunto de reinos y provincias, dispares en leyes y costumbres, pero unidos por su fe y obediencia a un mismo rey25. Con todo, la inmensa tarea de defender y propagar la fe no está exenta de peligros; por eso la monarquía tiene que estar siempre alerta, preparada para luchar contra el más mortal de sus enemigos, como es la Herejía. Pero cabe la seguridad de que la «católica España», capitaneada por un rey fuerte («vestido a la española» y que se identifica con el mismo Felipe IV), podrá afrontar esa situación de acoso a la que se ve sometida: Repitiendo yo tu nombre, entendimiento divino, Rey, a quien puedo llamar planeta cuarto Filipo, pues significa este nombre el que es domador invicto de monstruos y fieras, sol de la esfera del Impireo; Rey Católico, pues tienes el universal dominio, haciendo una monarquía del cielo, mundo y abismo. (JuraP, vv. 341-352)

La imagen del rey Felipe IV como sol fue una de las más queridas por los pensadores políticos y muy usada por los dramaturgos de la Corte.Ya aparece en Lope en una de sus comedias para celebrar la victoria de nuestros ejércitos en Flandes, glorificando con ello la figura del monarca26.Y

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Ver Elliott, 1985. «Felipe, como sol que va saliendo, / y estos nublados viles esparciendo...», La nueva victoria, p. 337. 26

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ahora Mira de Amescua repite este emblema del cuarto planeta que era sol, muy apropiada para el rey Felipe IV: Felipe tenía que aparecer ante el mundo —comenta Elliott— como rey planeta, y lo mismo debía suponer para la posteridad, un personaje central en una corte deslumbrante que dispensaba luz y favores. Illuminat et fovet, ilumina y calienta, tal era la divisa de Felipe que se hacía correr entre el público en general27.

El Engaño se ha percatado de la delicada situación del país y observa que «la española monarquía / empieza a sentir asombros»28. Mira subraya las dificultades por las que atraviesa el país en lo que a las empresas militares se refiere, para de esta manera, posiblemente, dar la ocasión de exaltar el patriotismo de los espectadores, sobre todo, porque cuenta con el apoyo inestimable de su patrón Santiago: España, alienta, que yo soy el patrón que te asisto; quien de África te ha librado te librará de los riscos que el mar del norte combate. (JuraP, vv. 565-569)

Pero los problemas no son sólo militares, sino también económicos; el Engaño vuelve a poner el dedo en la llaga, descubriendo la situación real, revelando que «pobre está España y doliente... faltarle riqueza y gente»29. Sin embargo, puesta la frase en boca de este personaje, no parece sino que Mira tratara de negarla, que quisiera disfrazar la realidad para alabar a toda costa la «católica y gran monarquía»30, pues sabe que cuenta también con la ayuda de la Inquisición y de sus aliados católicos. En efecto, Herejía es vencida y España proclama: ¿quién duda, oh gran Rey, que alegre veas, a pesar de la bárbara otomana, 27

Elliott, 1990, p. 190. JuraP, vv. 599-600. 29 JuraP, vv. 670, 672. 30 JuraP v. 781. Para la divulgación del poder y de la monarquía católica de Felipe IV, ver Brown y Elliott, 1981; o Martínez Ripoll, 1990. 28

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la casa de Austria que se ve este día triunfando del error de la herejía? (JuraP, vv. 1220-23)

La escenificación de un árbol31 con los retratos de la Casa de Austria y la Herejía postrada a sus pies, vencida, refuerza la intención políticoreligiosa del auto; Mira parte de la idea de que el poder político sólo encuentra justificación como servicio a Dios y al pueblo, y está supeditado, por ello, a los fines espirituales. La gobernación del reino y las actuaciones de los monarcas han de someterse a la verdadera razón de Estado de la que hablara el P. Rivadeneira, a un orden superior de valores morales y religiosos, que son los únicos que dan sentido a la idea misma de imperio, cuya misión es llevar a cabo el plan de Dios sobre la tierra y contribuir al triunfo de la Cristiandad. Sólo de esta manera es posible pensar en la victoria de la monarquía española, como brazo secular de la Iglesia, sobre los «herejes», enemigos despiadados a quienes hay que exterminar para salvaguardar todos aquellos valores que representaba la casa de Austria32. La defensa de estos valores ya los había expuesto antes Mira en la comedia HijaCa33, en que el emperador inculca a sus hijos la idea de que se dediquen a perseguir la herejía que se extiende por todo el Imperio:

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El árbol es uno de los símbolos esenciales de la tradición. En sentido amplio representa la vida del cosmos, su densidad, crecimiento, proliferación, generación y regeneración. Como vida inagotable equivale a inmortalidad.Tratándose de una imagen vertical, se asimila a la escalera o montaña como símbolos de la relación más generalizada entre los «tres mundos», el inferior o infernal, el central o terrestre, y el superior o celestial. Ver Cirlot, 1997 y Biedermann, 1993. 32 Ver Flecniakoska, 1976, pp. 203-222. 33 Puede consultarse asimismo LoQTVa, donde Mira presenta el problema de la lucha de los protestantes contra la monarquía católica española. Ver Martínez Berbel, 2001. Pero los enemigos de la religión estaban también dentro del mismo reino. En la propia comedia HijaCa, se refieren algunos casos heréticos que constan en el Auto de fe que presidió doña Juana de Austria, en su regencia, el 21 de mayo de 1559, en la plaza mayor de Valladolid, donde los condenados fueron agarrotados primero, como una especie de gracia, por haberse arrepentido, y luego quemados sus restos. Casos como el de Cazalla (vv. 2273-2280), Herrezuelo (el único que fue quemado vivo), el maestro Pérez, y el doctor Constantino Ponce de la Fuente, que había sido confesor de Carlos V. En el Auto de Fe celebrado en Valladolid el 8 de octubre de 1559, presidido por el mismo Felipe II, se juzgó y condenó a Carlos de Seso y a algunas mujeres, entre ellas cinco monjas:

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No deis a herejes oídos, que, en el golfo de su error, son sirenas del infierno que emponzoñan con la voz. Dejen Juan Hus y Lutero la Alemania superior, que lo que empezáis vosotros iré a concluirlo yo. La fe estableced en ella, porque conozcan que sois espíritu de mi celo, y parte de mi toysón. (HijaCa, vv. 245-256)

En realidad, toda esta comedia es una apología de la casa de Austria y del mismo emperador del que resalta su valor como guerrero; sus victorias en la batalla de Pavía34, sus desafíos a Celín, sus luchas en Lans, Grave y Sajonia o su victoria sobre Barbarroja35; y junto a ello, la piedad y clemencia para con los vencidos: Siempre fui con los rendidos piadoso, que las historias, si con el valor se adquieren, con la clemencia se adoran. (HijaCa, vv. 711-714)

De modo semejante, NardAB es un intento, por parte del accitano, de evidenciar el amor a España y a todo lo español. El asunto de la comedia, basado en hechos históricos, plantea lo que ocurrió en Nápoles durante el virreinato del conde de Miranda, don Juan de Zúñiga, que desempeñó este alto cargo desde noviembre de 1586 a noviembre de 1595. El bandolerismo napolitano fue una constante

doña Eufrosina Ríos, de santa Clara de Valladolid; doña Catalina Reinoso, del convento de Belén; doña Margarita de Santisteban; doña María de Miranda y doña Marina de Guevara, del mismo convento; a ellas hay que añadir una beata, doña Juana Sánchez, que se suicidó en la cárcel (vv. 2291-2294). 34 De esta campaña, el guadijeño ofrece también datos en su obra AmpHo, vv. 233 y ss. 35 HijaCa, vv. 685-696, 707-710, 715-718 respectivamente.

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pesadilla de todos los virreyes, que nunca pudieron acabar con él totalmente, pues no fue un aspecto superficial y esporádico sino que estuvo arraigado en el pueblo y encontró protección de la nobleza y del clero. Recordemos que Mira residió en la ciudad napolitana en la corte del conde de Lemos desde finales de 1610 hasta los meses previos al verano de 1616. Las fechorías del bandolero Nardo Antonio estarían en el recuerdo vivo de las gentes y Mira las aprovecha para poner de relieve que tales sublevaciones no iban contra la dominación de la monarquía española sino contra la propiedad privada o contra algunas personas en particular. La alabanza de lo español es constante desde el principio de la comedia. El servidor del bandolero dice de él ante el mismo virrey: MORÓN MIRANDA MORÓN

Dará por un español el alma. ¿Tanto les quiere? Por esta nación se muere. (NardAB, p. 4a-b)

Nardo, llamado ante la presencia del virrey que quería convencerlo de que olvidara la palabra de matrimonio que le había dado el padre de Leonarda, por la desigualdad existente entre ellos, antes de que el gobernador le revelara sus intenciones, le pide que sea su padrino de bodas, pues se sentiría muy honrado con su presencia: Hacedme tan gran favor, pues con general agrado soy a España aficionado, de quien aprendo valor. (NardAB, p. 5a)

Pero, enterado de la petición del virrey, el bandolero se siente humillado y agraviado, y decide tomar venganza raptando a Leonarda, que ya le había declarado su amor. Ayudado por su grupo, entra en la casa de Ricardo, lo mata y roba a la hija, no sin antes advertirles a sus compañeros: Ea, amigos, firmad todos; sólo os pido la palabra

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de que no habéis de ofender ningún soldado de España; que como español se nombre ha de tener puerta franca. (NardAB, p. 10a)

Conocidos los desafueros cometidos por Nardo Antonio y su banda, el virrey promete diez mil ducados por su cabeza, lo que iba a aprovechar el traidor Batistela para denunciar a su amigo. El apresamiento de un soldado español es ocasión para que el bandolero reitere su mandato: ¿No os tengo mandado yo que al que es español dejéis, pues quien le ofende sabéis que a mí propio me ofendió? (NardAB, p. 23b)

A este soldado le proporciona calzado y vestido, que ha quitado a un rico mercader italiano, con la recomendación de que divulgue por España su amor por ella: NARDO

SOLDADO

Mas, porque des testimonio de quien soy, vestirte quiero; di en España lo que os quiero. Dame tus pies, Nardo Antonio. (NardAB, p. 23b)

La presencia de otro español al que uno de los suyos le ha robado la mujer provoca de nuevo la ira del bandolero: Por el sol, que viendo estoy que la vida ha de perder. Que ofendan si estimo tanto a un español, ¡vive Dios! (NardAB, p. 25a)

Nardo Antonio manda colgar al ofensor, no sin antes proferir esta amonestación severa:

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Quiero que adviertan en ti que el que quita con rigor a un español el honor quiere quitármelo a mí. (NardAB, p. 25a)

Al final, traicionado por uno de los suyos, es sitiado por los soldados del virrey ante los que lucha bravamente, pero con una pierna rota no puede huir y es apresado. Sólo entrega su espada a un español: CAPIT. NARDO CAPIT. NARDO CAPIT. NARDO CAPIT. NARDO CAPIT.

Muestra la espada. ¿La espada? La espada. ¿Hay algún soldado español entre vosotros? Yo lo soy. A ti la allano. ¿Español eres? Sí, soy. Toma la espada y mis brazos. ¡Ah, españoles, lo que os quiero! ¡Por Dios que me obliga a llanto! (NardAB, p. 29b)

En fin, Mira aprovecha cualquier oportunidad para ensalzar la monarquía católica española, a sus reyes y a la nación misma: ¡Oh, España! Perfecta región, cielo de serafines a quien el orbe respeta. (AdúltV, vv. 54-56)

dice el rey de Nápoles quien, galante y deslumbrado por la belleza de la joven española doña Juana, quiere ganarse su simpatía; por eso, cuando la dama se inclina ante su real persona, el monarca le dice solícito:

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Levantaos por vida mía, la gente de España sola sabe enseñar cortesía. (AdúltV, vv. 84-86)36

En otras comedias nuestro dramaturgo vuelve a hablar del rey Felipe IV, la grandeza de Filipo planeta del cuarto cielo, que mida eterna los siglos. (NburMu, vv. 1084-1086) ALBERTO FILIPO ANA ALBERTO

De naturales y extraños, cuarto es querido. Marte y Adonis ha sido. Guárdele Dios muchos años. (CuatMA, vv.1991-1994)

en torno al cual el Conde-Duque orquestó una lujosa corte donde los espectáculos, las ceremonias, los certámenes, los torneos, las fiestas no eran sino la demostración palpable del gusto del rey por las diversiones y placeres y expresión de las intenciones del valido deseoso de halagar los gustos regios para revitalizar la monarquía y para conservar y acrecentar su privanza.

LOS

PODERES DEL REY

Inicia el padre Juan de Mariana el capítulo VIII de su Obra Del Rey y de la Institución real con esta pregunta: «¿Es mayor el poder del

36 Ver también vv. 187, 254-255. Sobre la nobleza y valor de los españoles, CabSNo (vv. 2998 y ss.), sobre su gallardía, PrimCF (v. 22). Acerca de la furia española, LoQPSo (vv. 591 y ss.). Las opiniones negativas de los españoles las pone Mira en boca de los foráneos: PrósAL (p. 280b), GalVDi (p. 26b y 27a).Ver también CaenOc (p. 74), CabSNo (vv. 2186-2187). Sobre los montañeses y asturianos, NoHDiD (p. 40a) y FénSal (vv. 1188 y ss); para los gallegos, GalVDi (p. 26) y CarbFra (vv. 2193-2194); sobre los andaluces, PrósAL, p. 269b. Acerca de otros, PrimCF, vv. 21-24.

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rey o el de la República?». Cuestión harto embarazosa, dice el autor, sea cual sea la respuesta que se emita. Para unos, es mayor la autoridad de la República que la del príncipe; para otros es lo contrario. En lo que sí parece que se está de acuerdo es en reconocer el liderazgo del rey como cabeza y jefe del pueblo, y como tal goza de un poder supremo con respecto a la dirección del gobierno; incluso se admite que el poder concedido a los príncipes es mayor que el de cualquier ciudadano y el de cada pueblo. Pero hay muchos que niegan al rey el poder de oponerse a lo que decidan los representantes escogidos entre todas las clases del Estado. Para Mariana, el poder real es absoluto e indeclinable para aquellas cosas que bien las costumbres, bien las instituciones o ciertas leyes han dejado al arbitrio de los príncipes, como hacer la guerra, administrar justicia, crear jefes y magistrados. Pero en otros negocios se ha de imponer la autoridad de la República por encima de la del príncipe. No puede, por ejemplo, el rey oponerse a la voluntad de la multitud cuando se trata de imponer impuestos, cuando se trata de derogar leyes ni cuando se trata de alterar la sucesión del reino. Para el jesuita, los poderes del rey no pueden ser ilimitados; es más, el poder de reprimir sus vicios y lograr su destitución cuando se vea implicado en crímenes o actúe como tirano reside en la República. Pero no todos los tratadistas políticos de la época matizan como lo hace el Padre Mariana. Prácticamente todos aceptan la realidad del Estado dotado de un poder supremo, libre y absoluto, al que no se puede poner resistencia; pero, al mismo tiempo, se intenta armonizar ese poder con un orden superior, de forma que el individuo y la sociedad civil encajen de modo natural y sus fines queden salvaguardados. Sólo el gobierno real podía mantener cierto control sobre los hombres afectados por el pecado original y sobre un mundo en constante estado de mudanza. La cima de una visión del mundo y del hombre tan pesimista como ésta consistía, pues, en un concepto autoritario del Estado. La respuesta más adecuada que se podía dar a las fuerzas del desorden era un puño de hierro, revestido si era necesario de un guante de terciopelo37.

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Elliott, 1990, p. 193.

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Pues, como señala Maravall, al disolverse la Christiandad medieval, el Estado moderno necesitaba un poder fuerte, absoluto, no ligado a traba alguna. Ya Maquiavelo lo liberó de la moral cristiana y Bodin del derecho romano; se hacía, pues, necesario aceptar el principio de soberanía38. En la República mixta, dedicada al duque de Lerma, Tomás Fernández Medrano escribía: aprendan los pueblos a no menospreciar ni ultrajar la autoridad de los superiores que, siendo confirmada de Dios, debe ser estimada y tenida por llena de majestad... Obedézcanse las leyes y ordenaciones sin maquinar ni pensar cosa alguna contra la dignidad y preeminencia de la superioridad de los príncipes... Los súbditos no tienen autoridad para escudriñar las acciones de sus príncipes...; se ha de contentar de todo aquello que a su príncipe place, teniendo siempre de él buena opinión39.

Diego Tovar de Valderrama, seguidor de Bodin, al enumerar los estados en la composición de la República (el clero, la magistratura, la nobleza, la agricultura, el comercio, la industria, las profesiones liberales), destaca el más importante que une a todos los anteriores, a saber, el poder supremo del Estado, poder que puede organizarse según las tres formas clásicas, pero Tovar da por sentada la superioridad de la monarquía. Para él, el poder del rey es absoluto y viene definido como «una eminente jurisdicción sobre la vida y bienes del súbdito, no limitada en autoridad, poder ni tiempo, que sólo reconoce por superior a Dios y a la razón»40. Así lo siente Mira cuando uno de sus personajes expone la doctrina del rey absoluto en estos términos: Y advierte que Estados puede quitar 38

Maravall, 1997, p. 191. Soberanía y absolutismo, aunque estrechamente vinculados, no son exactamente lo mismo. El «absolutismo» no fue un sistema de gobierno centralizado, sino una tendencia a ejercer el poder soberano de manera no compartida; a este poder soberano se le atribuye, entre otras prerrogativas, la capacidad para dar, cambiar y abrogar las leyes de manera exclusiva. El rey soberano estaba solutus a legibus, es decir, por encima de toda ley civil; ser soberano, «es hacer valer incondicionalmente, en la esfera política, la voluntad del príncipe sobre cualquier otra» (Maravall, 1986, I, p. 274).Ver también Bernardo Ares, 2000. 39 Peña Echevarría, 1998, pp. 69-70. 40 Tovar Valderrama, Instituciones políticas, p. 147.

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el rey, con razón y furia; pero no es de aquesta injuria de quien se debe vengar el vasallo, porque el rey es un dios, aunque pequeño. De nuestras honras es dueño, su gusto es nuestra ley. (CautCC, vv. 2070-2078)

Y en un auto dice el monarca: Nos, el católico rey, único absoluto dueño. (EraMP, vv. 843-844)

El pueblo, por tanto, al entregar al príncipe el dominio absoluto e independiente de ese poder, quedó sometido a él, y el soberano quedó desligado del cumplimiento y obligación de sometimiento a leyes civiles que atenten contra su dignidad de rey. Ello no le autoriza, empero, a quedar libre de las leyes divinas ni de las leyes que impone la razón natural y la necesidad humana41. Como consecuencia de ese poder soberano, el monarca posee una serie de prerrogativas que los escritores tratan de señalar. Así, por ejemplo, Fernández Medrano escribe que «los príncipes libres pueden hacer y dar leyes a todos en general y a cada uno en particular.Y debajo de esta potencia son comprendidas las razones y señales de suprema superioridad que los juristas llaman regalías»42. Estas prerrogativas son: dar y quitar leyes; determinar la guerra o hacer la paz; conocer en última apelación los juicios y sentencias de todos los Consejos y magistrados; elegir y destituir a los mayores oficiales; imponer o eximir a los súbditos de cargas, impuestos y arbitrios públicos; conceder gracias y dispensas contra el rigor de las leyes; alzar o bajar el valor de la moneda; hacer jurar a sus vasallos fidelidad a aquel a quien se debe juramento43.

41

Tovar Valderrama, Instituciones políticas, p. 151. Peña Echevarría, 1998, p. 68. 43 Las mismas prerrogativas de las que habla Medrano se pueden encontrar en otros escritores políticos como Tovar Valderrama, Fernando Alvia de Castro, Jerónimo Castillo de Bovadilla o Andrés Mendo. 42

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Se asume, por tanto, que el poder del monarca es tan grande que no cabe fiscalización sobre su autoridad; nadie puede juzgar ni limitar al soberano: «Misterio el rey ha de ser, / que no se ha de escudriñar»44, dice uno de los personajes, y el mismo condestable don Álvaro de Luna le reprocha a otro que diga que el rey ha sentido más su ausencia que la muerte de la reina, pues Sentimientos y cuidados de los reyes son sagrados de tal deidad, de tal precio, que no los ha de juzgar la plebe ni discurrir sobre el obrar y sentir de su rey. (AdveAl, p. 294b)

El rey tan sólo tiene las limitaciones de su propia legitimidad y el deber superior. Pero tampoco puede obrar a su antojo. «El monarca absoluto, comenta Kamen, se decía libre de sujeción a la ley, pero sólo porque de él emanaba la ley, no porque se propusiera transgredirla. La potestad absoluta implicaba autonomía o soberanía, no despotismo»45. La posición social del monarca, en palabras de Norbert Elias, que analizó la figura del rey absolutista en su libro ya clásico La sociedad cortesana, exige una estrategia extraordinariamente equilibrada en su conducta si realmente quiere asegurarse el poder por largo tiempo46.

EL

ORIGEN DEL PODER REAL

Prácticamente toda la tratadística española se sitúa en una línea tradicional cuando declara de forma decidida el origen divino del poder real; ya desde las Partidas, las Cortes de Olmedo de 1445 o las de Ocaña en 1469, se afirma rotundamente el derecho divino de quien ejerce el poder. Pero es una idea que estaba fundamentada en los textos bíblicos y era la única que podía relacionar el poder político con 44 45 46

NoHDiD, p. 54c. Kamen, 1986, p. 318. Elias, 1982, p. 37.

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lo sagrado, de forma que con ello las ideas de los seguidores de Maquiavelo quedaran sepultadas a la luz de la fe. Sólo de esta manera se podía entender la misión providencial del rey que hacía compatible el pragmatismo de la labor de gobierno con la teocracia. La idea capital de nuestros pensadores clásicos respecto del gobernante es, sin duda alguna, la de lugartenencia de Dios, de donde se deduce el gobierno como un sometimiento a la pauta que Él marca en su providencia sobre los seres creados47.

Es este origen divino del poder regio el que sustenta la teoría de la superioridad e independencia del monarca, así como el que sirve de punto angular para realzar la figura del rey en la comedia barroca. El mismo Francisco de Vitoria, que no niega el origen divino del poder real, pero por mediación del pueblo, legitimado por el pueblo, es rotundo en este sentido: «Se ve, pues, que la potestad regia no viene de la república, sino del mismo Dios, como sientan los doctores católicos»48.Y lo mismo hacen los demás autores: Domingo de Soto, Luis de Molina, Francisco Suárez, Juan de Mariana, etc. Si el poder público tiene su sustento en el carácter mismo de la sociedad, como ésta ha sido creada por Dios, que es el autor de la naturaleza, el poder, en consecuencia, deriva también de Dios. Pero es un poder «delegado», según Molina; «mediado», según Suárez y Vitoria, y «establecido» por la comunidad por «instrucción divina», según Soto49.También Castillo de Bovadilla, Saavedra Fajardo o Rivadeneira manifiestan con claridad la idea del origen divino del poder real. La mayor potestad —dice Saavedra glosando una frase de la Epístola a los romanos— desciende de Dios. Antes que en la tierra, se coronaron los reyes en su eterna mente. Quien dio el primer móvil a los orbes, lo da también a los reinos y repúblicas50. Pero no sólo fueron los escritores políticos los que se ocuparon de este tema; también la comedia da muestras continuas de cómo los dramaturgos (Lope, Calderón, Ruiz de Alarcón, Mira...), aprovechando el poder del verso y la fuerza propagandística del actor en la escena, con47

Elias, 1982, p. 37. Mencionado por Maravall, 1997, p. 141. 49 Ver Lisón Tolosana, 1991, pp. 61-62. 50 Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe político-cristiano, t. 1, p. 165. 48

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tribuyeron a formular idénticos conceptos y a reproducir las mismas ideas no sólo entre el pueblo sino también entre la élite y los gobernantes. Bien es cierto que ninguno atribuye divinidad absoluta a los reyes de la Casa de Austria, que no parecen ser tan divinos ni tan absolutos como los franceses hicieron a los suyos. El carácter sagrado de nuestros reyes está en relación con la idea de un Dios único, trascendente y sin igual; como ser es único, por tanto, no soporta la co-identidad o la co-dioseidad. Pero ello no es obstáculo para entender la sacralización real como la posesión de los atributos en grado sumo, aunque sólo en Dios tiene grado absoluto. Con todo, aquellos mismos escritores que defendían el origen divino del poder real, también plantean y defienden que es la comunidad la que crea al rey, aunque es éste quien ejerce el poder proveniente de Dios. Ya hemos apuntado líneas más arriba el carácter mediador y de delegación del que hablaban Suárez,Vitoria o Luis de Molina. El mismo Saavedra, que había dejado claro el principio sacro del poder real, también se suma a esta opinión más adelante cuando dice que formada esta compañía (civil), nació del común consentimiento en tal modo de comunidad una potestad en toda ella, ilustrada de la luz de la naturaleza para conservación de sus partes..., y porque esta potestad no pudo estar difusa en todo el cuerpo del pueblo por la confusión en resolver y ejecutar, porque era forzoso que hubiere quien mandase y quien obedeciese, se despojaron de ella y la pusieron en uno, o en pocos, o en muchos, que son las tres formas de república51.

Esta aparente contradicción la resuelve el mismo Saavedra unas páginas más adelante: «Si el consentimiento del pueblo dio a los príncipes la potestad de la justicia, la reciben inmediatamente de Dios, como vicarios suyos en lo temporal»52. Un español del siglo XVI tan relevante en materia jurídica y penal como Alfonso de Castro ya había señalado también que el gobierno sobre un pueblo y el poder provienen de Dios; pero él distingue entre el poder eclesiástico y el poder civil, del que dice que su

51 52

Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe político-cristiano, t. 1, p. 193. Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe político-cristiano, t. 1, p. 208.

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fin exclusivo es la conservación del orden social. Este poder, aunque siempre procede de Dios, no siempre procede directamente, sino que las más de las veces se confiere por consentimiento de los pueblos, de cuyas manos los jefes lo reciben por permisión divina, y tal poder nunca puede ser mayor que el que en un principio los pueblos le entregaron53.

Se aúnan, así, dos principios teóricos básicos que tienen como objetivo recordar al rey sus obligaciones para con el pueblo, y que tenga presente que su poder le ha sido transferido por la comunidad a la que debe procurar justicia y felicidad. De esta manera se separa el campo político del religioso para evitar que el poder civil se inmiscuya en el terreno religioso. Pero, al mismo tiempo, se hace ver que ese poder que ejerce el monarca es un poder cuya fuente es Dios y, en consecuencia, el soberano no debe olvidar nunca que sus acciones están sometidas a Él en todo y que debe sujetarse a las normas establecidas por Dios y a su voluntad. De aquí que los teóricos políticos y los dramaturgos insistan de forma casi obsesiva en una fórmula medieval, según la cual el Rey es vicario de Dios54 (Vicarius Dei), fórmula que sirve para fortalecer la función máxima del monarca y garantizar la aceptación, por parte de todos, de que su poder es la encarnación del poder divino en la tierra. Esta deificación del soberano encuentra abono apropiado en las tablas en las que se representan obras tendentes a influir en la mentalidad colectiva y difundir los valores sacros de la monarquía en un pueblo que carecía de la suficiente formación política para cuestionar tal estado. En este punto, nos parece que Mira sigue la tendencia general de los teóricos y de los otros dramaturgos de la época, como Lope, que convierten la teoría del derecho divino en un leitmotiv en sus obras, 53

Castro, Antología, p. 30. La idea arranca de San Pablo y fue formulada por Eusebio de Cesarea para quien el emperador es la «imagen» del rey celeste que se convierte en arquetipo del rey y reinos terrenales; es el «nuevo Moisés» que guía a los hombres en la tierra de acuerdo con el modelo de su prototipo. El rey, pues, no es Dios pero sí hyparco de Él que realiza su reino en la tierra (ver García Pelayo, 1959, p. 30. También, Kantorowicz, 1985, pp. 93 y ss.).Ver también Saavedra (Idea de un príncipe cristiano, t. 2, p. 6), Rivadeneira (Tratado de la religión, t. 60, pp. 467 y 470). Igualmente Juan de Santa María, Quevedo y otros muchos hacen alusión a este carácter del poder del rey como un vice-Dios que gobierna en la tierra atendiendo exclusivamente a los negocios temporales de los hombres. 54

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respondiendo así a lo que era una creencia general, pero que se refuerza y divulga, con la eficacia y empuje que le proporciona la escena, entre un público variopinto. El monarca, en la comedia de Mira, se ve, pues, como imagen de Dios, cuyo poder procede de Él y sólo es verdadero rey en cuanto represente e imite al auténtico y único rey: Luego es locura extremada, habiéndome hecho Dios rey, hacerme yo mismo nada. (ArpDav, vv. 2932-2934)

dice el rey David quien, al conocer la muerte de Saúl y sabiendo del carácter divino de la realeza, le reprocha al soldado que acabó de rematarlo, tras haber sido gravemente herido por el ejército enemigo: ¿Al ungido de Dios diste muerte? Aunque él la pedía ¿por qué al cielo no temiste? (ArpDav, vv. 2239-2241)

Los mismos reyes reconocen que son encarnación del mismo Dios en la tierra, de ahí que se les oiga decir Que si Dios el Rey se llama, claro está que el Rey os ama. (CautCC, vv. 937-938)

Reconocida esta característica, puede doblegar a los soberbios y levantar a los humildes: Un breve rasgo es de Dios el rey, y ansí humildes vasallos levanto, soberbios montes inclino. (EjMayD, vv. 1826-1829)

Palabras que se vuelven a repetir cuando el conde Alarcos apela a la justicia real para que juzgue rectamente los hechos,

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rasgo breve de Dios llaman al Rey algunos sabios, porque en balanzas siempre iguales debe debe pesar, sin excepción nuestros agravios. (CondAl, vv. 1095-98)

Los vasallos saben bien «que dioses / son los reyes»55, que «el Rey / es un Dios, aunque pequeño»56, y «que el rey es Dios en el suelo»57; por eso, dado su carácter sagrado, se le debe obediencia, pues si el rey actúa en nombre de Dios, resistir al rey es resistir al mismo Dios. Contra el rey, pues, no puede levantarse ningún vasallo, so pena de profanar la divinidad con que está revestido58: Los reyes por privilegio dioses de la tierra son, y hacer con ellos traición es cometer sacrilegio. (EjMayD, vv. 1949-1952)

Idea que se repite en otro momento: Que es sacrilegio atreverse a aquella deidad inmensa de los reyes. (NoHDiD, p. 49b)

El leal Belisario, acusado injustamente por el mismo rey, apela a su condición sagrada para que se apiade de él; ser el rey imagen de Dios significaba que su poder no lo tenía en propiedad sino como un servicio para la restauración del orden y la paz quebrantados con la caída; y eso sólo se conseguirá actuando con rectitud: Si es el Rey un casi Dios, advertid que Él no deshizo

55

CondAl, vv. 1494-95. CautCC, vv. 2075-2076. 57 DesgAl, v. 2370. 58 Así lo definió, ya en el siglo X, el sínodo de Hohenalter, y muy próximo al sacrilegio lo consideró Juan de Salisbury.Ver, García Pelayo, 1959, p. 102. 56

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al hombre, que antes al mundo para reparallo vino. ¡No deshagáis vuestra imagen! (EjMayD, vv. 2545-2549)

En lo mismo insiste don Bernardo de Cabrera ante parecida situación: No me deis la muerte vos y pareceréis a Dios, que es el dador de vida. (AdveBC, vv. 2783-2785)

El rey, por tanto, es tenido en el sentir general como el representante de Dios en la tierra («Como a dioses venera / a sus monarcas el mundo»59); sólo si el rey es un símil de la divinidad será posible que su gobierno se aproxime al del cielo, desempeñando en el microcosmos de su reino idéntico papel que Dios cumple en el universo. Subir a la majestad es dejar de ser humano y un amago soberano de la infinita deidad. (PalConf, vv. 133-136)

y por eso, el soldado Andrés, ante la presencia del emperador, puede decir: y vos estáis, como dicen todos, estáis, en lugar de Dios... (HijaCa, vv. 746-748)

En esta línea aparece una imagen nueva en la que, en sentido figurado, el rey es representante físico pero transitorio de Dios en este mundo: «es el rey un breve mapa / de Dios»60. Su carácter sagrado lle-

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NoHayR, vv. 1976-1977. PrimCF, vv. 361-362.

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va al valeroso Porcelos a rendir su espada ante el rey don García, cuando conoce su identidad, y aunque es de buena ley cortar no sabe en un rey, porque es majestad sagrada. (NoHDiD, p. 41b)

El monarca cree que este comportamiento del soldado es producto del miedo y no del respeto, por lo que el noble caballero le replica: Yo prometo que miro en ti una deidad tan oculta y superior que, animándome el valor, me acobarda la lealtad. (NoHDiD, p. 41b)

Como imagen de Dios, el rey también debe imitarlo haciendo el bien, Como es tu deidad sagrada imagen de Dios, también le imitas haciendo el bien. (PalConf, vv. 532-534)

e impartiendo justicia con rectitud («Por guardar la justicia / se llaman dioses los reyes»61), pues sólo Dios es fuente originaria y sempiterna de la misma, y sólo la equidad divina, como dice García Pelayo, da origen a un orden objetivo; por ello, la justicia humana no tiene otra realidad que la derivada o participante. Según Bracton, el rey ha sido instituido «para que haga justicia a todos, para que Dios hable por su boca y por medio suyo manifieste sus juicios»62. Por tanto, el auténtico rey, imagen de Dios, tiene como misión realizar en la tierra la paz y la justicia divinas, las únicas perfectas que hacen sólida la comunidad política. Pero el rey no sólo imita a Dios

61 62

PrimCF, vv. 1676-1677. García Pelayo, 1959, p. 88.

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siendo un juez recto y equitativo sino también siendo generoso en el reparto de sus gracias que es justicia que los reyes a Dios nos parezcamos en hacer las mercedes, levantando la virtud de los hombres. (AdveBC, vv. 750-753)63

Mira utiliza asimismo la imagen de la luz, de la claridad divina64, para representar y definir al monarca: Como tu deidad es mucha, reflejos de luz nos da. (EjMayD, vv. 269-270)

Y en RuedFo se puede leer: «Los ojos del rey / con mirar sólo dan honra»65, imagen que se repite de distinta forma en otro lugar: Pues sois luz, Rey español... pero el rey es luz de estrella, sólo Dios es rey de sol. (AdveBC, vv. 2790-2792)

Pero los reyes de las comedias amescuanas siempre están por debajo de Dios. Mira suele oponer a la figura y al poder real, la figura de Dios; sólo Él es verdadero rey y sólo su reino es firme e imperecedero; los reyes de la tierra son falibles, pero Dios nunca se equivoca; aquellos se muestran muchas veces ingratos e injustos; Dios es el único del que no cabe esperar ingratitud ni injusticia porque reúne

63 Este efluvio divino que irradian los reyes se manifiesta, en general, en toda la literatura áurea, pero sobre todo en el teatro, que exalta el absolutismo monárquico por encima de lo que lo hicieron los moralistas y tratadistas políticos de la época. Para la posición de Lope sobre la monarquía, ver Herrero García, 1935; Arco Garay, 1941, cap. IV;Young, 1979.También Kantorowicz, 1985; Green, 1965; Alfaro, 1968; o Redondo, 1999, pp. 137-151. 64 La imagen de la luz que se desprende del rostro de Dios aparece en los Salmos: 4, 7; 31, 17; 67, 2; 119, 135. En Números 6, 25; y en Proverbios, 16, 15. 65 RuedFo, p. 3b.

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de modo perfecto y absoluto los verdaderos atributos regios. Su dependencia se pone de manifiesto, una vez más, cuando Moisés advierte al Faraón sobre el castigo divino si no libera a su pueblo: MOISÉS

ARÓN MOISÉS ARÓN

Advierte y mira, Rey, que el Dios que digo es el Dios poderoso santo y bueno, y sabe castigar a sus enemigos... Faraón, teme a Dios, que te amenaza. No pienses que por rey has de escaparte... Advierte que este Dios puede mandarte [...] Este es el Dios que envía esta embajada, que los dioses de acá no valen nada. (ProdVa, vv. 3026 y ss.)

Ellos mismos son conscientes de su precariedad, de sus limitaciones y de su subordinación al Todopoderoso, de cuyo control nadie puede escapar: Nadie se puede esconder del castigo de los cielos. Viva el hombre con recelos de la justicia divina que a los soberbios derriba, sólo al humilde levanta; al fin es justicia santa, que ni tuerce ni declina. (RuedFo, p. 10b)

Estas palabras del propio Emperador, que intuye que su muerte es un castigo del cielo por sus errores, manifiestan la conciencia de su mal comportamiento, que no puede pasar impune. Amenazado por los soldados sublevados y por el vulgo, es advertido de que «no son eternos / los reyes; si no es Dios, nadie se escapa»66, de modo que el rey reconoce su dimensión humana y su propia naturaleza quebradiza: ¿Qué confusos sobresaltos son estos? De mal tan fuerte no estamos los reyes faltos; 66

RuedFo, p. 17b.

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que es como el rayo la muerte, que rompe edificios altos. (RuedFo, p. 18a)

Igualmente don Bernardo, presintiendo su caída, se da cuenta de la inestabilidad de las cosas de este mundo y de la arbitrariedad de los reyes, que quedan por debajo del poder y grandeza de Dios: Sólo Dios, que es soberano, tiene grandeza infinita: cuanto da, a ninguno quita. Mas cuando da el Rey humano, como no es igual a Dios, a uno quita, a otros da. (AdveBC, vv. 1012-1017)

La misma decepción sufre Belisario con su emperador: Cielos, hombres, fieras, plantas, de mi inocencia, y a gritos, publicad la ingratitud de los monarcas del siglo. (EjeMayD, vv. 2557-2560)

En cambio, de Dios no cabe esperar semejante comportamiento, pues es el «único del que no se puede esperar ingratitud o injusticia»67. Mira subraya una y otra vez cómo los reyes están sujetos al error y a la condición quebradiza del ser humano; son seres que se equivocan, son injustos o ingratos, se muestran débiles de voluntad, no son capaces de averiguar la verdad de los hechos, y hasta condenan injustamente a sus vasallos. Por eso, luego se lamentan cuando ya no hay posibilidad de reparación, cuando no hay posibilidad de enmienda. REY

67

Mal haya el rey, que a las culpas crédito da, sin mirarlas con atención y cuidado

Ver Arellano, 1996, p. 51. La confrontación entre Dios y los reyes humanos es una de las dos características que el autor, en este sugerente estudio, señala como peculiar del teatro de Mira. La otra es el papel observador y marginal del soberano.

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extraordinario. Mal haya el que deshace su hechura fácilmente, pues se engañan los ojos del rey a veces y hay informaciones falsas. Miren los reyes primero a quien favorecen y aman, y después tengan firmeza... ¡Ay de mí! Llamen cruel a quien mata sus amigos de este modo! (AdveBC, vv. 3147-3161)

Pero, en este caso, no sólo no se preocupa el rey de analizar los hechos antes de dictar sentencia, sino que, ante la acusación formulada por él mismo contra Bernardo, ni siquiera le permite defenderse; al contrario, le reprocha que hable, y hasta ordena matarlo en caso de que se resista: REY

Calla, no digas en mi presencia palabra [...] Desde hoy dirán crueles tres Pedros que en España somos reyes. (AdveBC, vv. 2549-2550 y 2572-2573)

Bernardo termina siendo injustamente degollado; el rey ha sido el causante de todo y nadie, sin embargo, pregunta nada; ninguno de los personajes se cuestiona por qué ha muerto el valido y amigo del rey. Ante tal injusticia nadie puede hacer nada pues el rey sólo tiene por encima de él a Dios, el único que puede castigarlo, el único que es grande en grado sumo; el rey es tan sólo una caricatura, que nunca se le podrá igualar, pues su naturaleza es flaca y quebradiza. D. Álvaro de Luna confiesa antes de oír la sentencia de su condena: Bien sabéis, Rey verdadero, pues sois el original de mi rey, que es rey mortal, que por su ofensa no muero; por las vuestras, sí, y asombre vuestra gran piedad, mi Dios,

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que ofenderos pude a vos sin hacer ofensa al hombre. (AdveAl, p. 309a)

Y le hace esta admonición al príncipe heredero: Di tú al Príncipe jurado que, a quien sirve con amor, aprenda a pagar mejor que su padre me ha pagado.68 (AdveAl, p. 309a)

Mira pone de manifiesto la debilidad de algunos reyes y reprueba su conducta. El arrepentimiento posterior de Juan II, puramente teatral, a nada conduce: Arrepentido estoy ya. Reyes deste siglo, nunca deshagáis vuestras mercedes, ni borréis vuestras hechuras. ¡Oh! ¡Quién a mis descendientes avisara que no huyan de los que bien eligieron para la mudanza suya! (AdveAl, p. 310b)

Como tampoco el tardío remordimiento y pesar del emperador Justiniano sirve de consuelo alguno, quien, acusado de ser un «emperador riguroso, tirano, cruel, homicida»69, se siente compungido inútilmente: ¡Mal haya el rey que derriba sin acuerdo y sin firmeza al hombre de quien se fía! (EjMayD, vv. 2781-2783) 68 Álvaro podría estar haciendo referencia con estos versos a las mercedes no pagadas por el rey a sus servicios o a la escasa voluntad puesta por el monarca por salvar a un servidor tan fiel como él en los momentos de desgracia, dejándose llevar por la voluntad de los grandes. 69 EjMayD , vv. 2766-67.

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Igual situación volvemos a encontrar en otra comedia y en otro rey quien interpreta de modo equivocado algunos hechos y, cegado por los celos, él mismo mata a quien creía amante de la reina y su rival. Resulta curioso cuanto menos que un monarca mate a su privado, de noche y en secreto, sin investigar antes a fondo las pruebas; descubierto el crimen, la reina lo acusa de tirano cruel, pues es indigno de todo rey matar por propia mano. En verdad, estaba muy lejos del rey el ser verdugo; un monarca nunca podía ejercer semejante oficio. ¿Acaso estamos ante una crítica a aquellos casos en que se instigaba a matar en nombre del rey? Que luego el monarca reconozca la equivocación no alivia en nada la tragedia: ¡Válgame Dios, y ¡qué extraños son del hombre los engaños! (¡Ay, infelice de mí!) ¿Que di la muerte a un amigo? mi error a furia provoca; tú eres reina, a ti te toca darme un ejemplar castigo. Toma esa espada, da muerte a un homicida cruel del vasallo más fiel. No viva, no, desa suerte hombre que para vengar sus sospechas no inquirió la verdad, y se engañó. (NoHDiD, p. 55c)

En síntesis, Mira, por un lado, nos muestra su convicción del carácter sagrado de la realeza, de la impronta divina de la que están dotados los reyes, delegados de Dios para impartir justicia y administrar los bienes en favor de sus súbditos, y, por otro, no deja de mostrar su desagrado ante los comportamientos de algunos monarcas que no responden a lo que se espera de ellos y no están a la altura de las circunstancias. Aquí, como en otras ocasiones, Mira suele delimitar las actuaciones y rasgos del rey como institución, de los hechos que definen al rey como hombre que se comporta con las limitaciones de cualquier hombre y está sujeto a la naturaleza del ser humano.

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El rey, pues, al menos desde el punto de vista de la creencia general, era un delegado de Dios llamado a proporcionar el bien entre sus súbditos y a cumplir los fines para los que estaba encomendado en el gobierno del Estado. Como vicario de Dios está ligado por la religión, pues no se concibe que ningún príncipe que gobierne un Estado de la Europa del siglo XVII no sea un príncipe cristiano. Saavedra Fajardo comenta en su empresa XXIV que ya el Concilio VI de Toledo ordenó que no se diera la corona a ningún rey que previamente no hubiera jurado que no iba a permitir en su reino a súbditos no cristianos; por eso recomienda que «siendo, pues, el alma de las repúblicas la religión, procura el príncipe conservalla»70. El Padre Mariana incide en lo mismo cuando advierte al rey Felipe III que en el cultivo de la religión se encierra el más grande apoyo para los asuntos del Estado; por eso, le amonesta: «no admitas otra religión que la cristiana, ni permitas que la adopte ninguno de tus ciudadanos, si no quieres ver castigada esta falta con calamidades públicas»71. Uno de los reproches más frecuentes que hacen los tratadistas teóricos de finales del XVI y primera mitad del XVII a Maquiavelo y a sus seguidores es el de poner la religión al servicio de la «razón de Estado». Las citas podrían multiplicarse. Por ejemplo, el jesuita y antimaquiavélico, en extremo, Claudio Clemente, critica con ardor la doctrina del florentino y los «políticos», en tanto que primaban la política respecto a cualquier otro fin o instancia, y particularmente respecto a la religión. Por otro lado hace una apología de la monarquía española, defensora de la Iglesia Católica: Yo con grande gusto empezaré mi discurso en favor de la causa de la religión y de la más excelente gobernadora de los reinos, que es la sabi-

70

Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe, t. II, p. 5. La corona es una de las insignias más importantes del poder real, predestinada por Dios al monarca, el cual se convertía en rey por la gracia de Dios. La dignidad que le confiere se debe a la voluntad de Dios, por lo que se transforma en un signo de santidad, justicia, fortaleza, de victoria y de gloria. 71 Mariana, Del Rey y la Institución real, t. I, p. 305. La obra posiblemente estuviese pensada para el rey Felipe II, aunque vaya dirigida a su hijo.

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duría y prudencia cristiana, contra la astuta y depravada prudencia de Maquiavelo y todos los demás engañadores y errados maestros de formar repúblicas.

Por eso vaticina Que ninguna república puede estar en pie mucho tiempo si no se funda en la justicia y culto del verdadero Dios, y que la más firme base del Estado político y el más acertado arte de aumentarle y levantar sus cumbres a lo más eminente de la alteza y felicidad humana son los ardientes deseos de defender y dilatar la religión y verdadera piedad72.

Juan Blázquez Mayoralgo insiste del mismo modo en la importancia que tiene la religión para garantizar la perpetuación de los reinos: Qué seguro camino de reinar poner toda el alma en conservar la religión [...] Eternamente vive el reino cuyo rey tiene obligado a Dios, mirando por su religión [...] La mayor bisagra que abraza a la inmortalidad es la religión, no por razón de Estado defendida, sino por naturaleza venerada [...] Nada hace tan felices a los vasallos como ver al príncipe celoso de la religión...73

Asimismo, dentro de esta corriente anti-maquiavélica que trata de refutar al florentino la tesis que atribuye a la religión un papel meramente estratégico, se alza la voz de Tomás Fernández Medrano, quien, en su República mixta, dedicada al Duque de Lerma, defiende la religión como elemento que amasa las repúblicas. Muestra que lo que importa es que los príncipes reconozcan de aquella majestad [de Dios] ser criaturas suyas, sujetas a sus leyes y a su santa voluntad, como todos los demás.Y que el ejemplo de la religión en ellos es ley y forma para que sus súbditos vivan en ella en amor y caridad, y ser éste el verdadero camino de conservar los reinos y monarquías74.

72 73 74

Peña Echevarría, 1998, p. 222. Peña Echevarría, 1998, pp. 240, 241, 242. Peña Echevarría, 1998, p. 63.

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El mismo título del libro del P. Pedro de Rivadeneira, Tratado de la religión y virtudes que debe tener el príncipe cristiano para gobernar y conservar sus Estados, contra lo que Nicolás Maquiavelo y los políticos de ese tiempo enseñan, es ya enormemente significativo por sí mismo; en él se propone un modo de gobernar y conservar los Estados aplicando de forma recta la doctrina católica. La primera parte de la obra está dedicada al tema de la función política de la religión y a exponer los deberes del príncipe y lo que ha de hacer con ella. Es obvio que el príncipe cristiano debe poseer ciertos principios políticos básicos; pero, por encima de todo, ha de defender la causa de la religión católica: La diferencia que hay entre los políticos y nosotros —dice— es que ellos quieren que los príncipes tengan cuenta con la religión de sus súbditos, cualquiera que sea, falsa o verdadera; nosotros queremos que conozcan que la religión católica es la verdadera y que a ella sola favorezcan.

Y más adelante advierte a los reyes que ante todas las cosas deben tener puestos los ojos en Dios y en su santa religión, la cual, cuando se abraza y guarda puramente, hace bienaventurados a los hombres para siempre, y conserva los reinos y Estados, y los mantiene en obediencia, paz y entera quietud75.

El capítulo XVI lo dedica Rivadeneira a desarrollar otras ideas como las de que «los herejes deben ser castigados», y que es muy perjudicial la libertad de conciencia. La herejía, dice, es causa de revoluciones y pérdida de los Estados y los príncipes y repúblicas que se contaminan de ello son objeto del castigo de Dios76, mientras que los que gobiernan por la ley de Dios reciben su favor77. Pero ¿cuál fue la posición de Mira de Amescua ante este tema? Como hombre que vivió en la corte y como clérigo de una sólida formación teológica, nuestro autor fue capaz de entreverar los aspectos alegórico-religiosos con los históricos y políticos. Está convencido de que religión y política van estrechamente unidas y la misión de los soberanos españoles es luchar por proteger la ortodoxia católica 75

Rivadeneira, Tratado de la religión, p. 459. Ver las pp. 497 a 504. 77 Rivadeneira, Tratado, pp. 479-482. 76

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con todos los instrumentos a su alcance78. Para combatir a los heresiarcas, Iglesia y Estado cuentan con un poderoso y temible organismo, el Tribunal de la Inquisición, del que nuestro autor hace un encendido elogio en el auto del mismo nombre79. En él vuelve a presentar a la monarquía defensora de los dogmas católicos y perseguidora sin cuartel de los herejes. Satanás, bajo la forma y el nombre de León, intenta sembrar la herejía por toda Europa: Tumbaré la fe de Europa, daré guerra al albedrío, obstinaré a la herejía, inventaré nuevos ritos, miembros cortaré a la Iglesia, daré a su luz paroxismos, rugiré como león, miraré cual bisilisco; seré rüina del hombre, daré temor infinito a los ángeles, de quien fui injustamente vencido. (SantaIn, p. 461b)

Su plan es «cubrir de horror y sombra» al gran teatro de Europa, corte de cuatro Felipos católicos, defensores deste tribunal que digo... si yo no les administro sueño y temor. (SantaIn, p. 461b)

78 En opinión de Arnold Reichenberger (1959, p. 308), «la honra y la fe son las dos rocas sobre las cuales está construido todo el sistema ideológico de la comedia. La honra mantiene al individuo como ser social, la fe lo sostiene cuando se enfrenta al enigma del puesto del hombre en el mundo. La honra y la fe están ligadas entre sí indisolublemente para el español del Siglo de Oro». 79 A pesar de las dudas del profesor de la Granja (2001, p. 290), el auto de la SantaIn parece que es de Mira, como ya habían declarado en su momento Menéndez Pelayo y Cotarelo (1931, p. 70).

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con la inapreciable ayuda de la Noche, Todas las tinieblas bajen al hemisferio de España: escápese la herejía de esa prisión tan extraña, porque no se llame España Católica monarquía. (SantaIn, p. 463a)

Pero la Fe, el Temor, el Amor y los Cinco Sentidos están vigilantes, luchando por no quedarse dormidos. Con la llegada de la Aurora el peligro desaparece: Vese el imperio español; ya el sol al oriente sube. (SantaIn, p. 467)

Esas fuerzas del mal que representa el León tienen ante sí un tribunal que provoca pavor: mas la Iglesia, mi contrario, para vencer mis designios, ha formado un tribunal, ha creado un Santo Oficio, tan tremendo y admirable, tan fuerte, tan exquisito, que aún yo estoy temblando dél, porque es eterno castigo de mis herejes, si bien es dulce, es blando y es pío. (SantaIn, p. 461a)

Los adjetivos que el autor pone en boca de un enemigo como Satán dejan traslucir el tono elogioso con que el guadijeño adorna la labor del Tribunal; alabanza que se repite más adelante: Ya sale el Santo Oficio, el tremendo, el invencible,

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el piadoso, el justo, el blando, el celoso, el religioso. (SantaIn, p. 469a)

Y que culmina, al final del auto, con las palabras de Herejía: Este es el triunfo y blasón del Santo Oficio de España; esta es la mayor hazaña de la Santa Inquisición. (SantaIn, p. 475a)

En efecto, en este combate entablado por España contra «protestantes, livonios, arrianos, nestorios, florianos, ateístas, cínicos, calvinistas, luteranos, milenarios, arábicos, husitas, nabatistas, menándricos, jimeos, colucianos, bigardos, maniqueos»80, sale victoriosa la monarquía en la que el mismo San Pedro, como un español más, jura defender las verdades de la fe católica y delatar ante el sagrado tribunal a todos aquellos que las quebrantaren, como debería hacer todo buen español, viene a decir Mira: Nos, aquellos que en España a la Iglesia obedecemos, y con la lengua y las armas defendemos su fe inmensa, católica y soberana, juramos y prometemos.... .............................. guardar de Dios la fe pura y santa. (SantaIn, p. 470a)

Lo político se superpone también a lo estrictamente religioso en otro auto titulado El erario y monte de piedad, en el que el guadijeño aprovecha el problema económico planteado en España con la introducción fraudulenta y depreciación de la moneda del vellón para de-

80

SantaIn, p. 474a. Estas tiras de sectas heréticas se repiten en varios autos de Mira, incorporando a la serie los nombres de otros herejes. Cfr., por ejemplo, La JuraP (vv. 210-219), FeHun (vv. 580-584), y NuestraSR (vv. 688-696).

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fender de nuevo a la monarquía española y arremeter contra los protestantes como responsables de las calamidades del reino81. La cuestión del vellón, como bien se sabe, acarreó graves problemas a la monarquía española, necesitada como estaba de recursos para hacer frente a sus amplios compromisos en el extranjero. La propuesta de las Cortes de Castilla de suspender la emisión de esta moneda en un periodo de veinte años y aceptada por el rey en 1618, no impidió, sin embargo, que se continuara emitiendo en los últimos momentos del reinado de Felipe III y durante el mandato de su hijo. Hacia 1626, cuando se suspende la emisión por falta de cobre, se había labrado la suma de una veintena de millones de ducados en cinco años, con un buen porcentaje de interés para el tesoro. La moneda mala fue suplantando a la buena de forma que los premios en plata llegaron al dieciocho o al veinte por cien en Madrid en 1622 y al más del cincuenta por cien en 1626. La superproducción de vellón llevó a la consideración de que era necesaria una reducción de su valor nominal de un 75 por 100; pero si esto se llevaba a cabo los que más lo sufrirían serían los pobres, que tenían en sus manos la mayor parte, además de repercutir negativamente en el comercio; por eso, el Consejo de Castilla decidió intervenir sobre los precios en vez de aplicar la reducción. Pero esta medida quizá trajo peores consecuencias en cuanto que los comerciantes, al ver fijadas las tarifas de sus productos por decreto, ocultaron mercancías y, ante la escasez de bienes de consumo, aquéllas se dispararon aún más; las importaciones bajaron y con ellas los beneficios por aranceles82. El efecto fue pernicioso para la población castellana que veía que, a medida que el vellón perdía valor, también bajaba el poder adquisitivo de sus monedas y su nivel de vida descendía según iban subiendo los precios de los artículos83. Bien lo hace ver el personaje

81 Fernández Labrada ha analizado con gran agudeza este auto que constituye «un magnífico testimonio histórico de las vicisitudes económicas que agitaban la España de su tiempo, así como de algunos de los intentos reformistas ideados para aliviarlas» (2001, p. 179). 82 Elliott, 1990, pp. 95-96 y 275-276.También, Urgorri Casado, 1950, pp. 126141. 83 La evolución de los precios en moneda de vellón en los cincuenta primeros años del siglo XVII puede verse en Hamilton, 1975, pp. 225-235.

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de Gentilidad, enemigo de España, al exponer los mecanismos de inflación: Así harás que suban luego los precios y deste modo es fuerza alterarse todo, su gobierno y su sosiego, que la moneda abundante con extrínseco valor hará su precio menor y hallarán de aquí adelante subidas todas las cosas sin saber cómo. (EraMP, vv. 165-174)

La situación afecta a todo el mundo, al noble encarnado en Nobleza y al villano representado por Simplicidad, aunque sea éste el que más la padece. Por eso se atreve a pedir a Justicia algo con que sustentarse: Danos, Justicia, algún pan que nos haga buen provecho. No hay quien vino puro beba ni barato, yo lo juro. Haz que nos den vino puro... pues seda y paño una vara nos cuesta el sudor de Adán. Todas las cosas nos dan por los ojos de la cara... todo barato valía, cuando Dios a Adán quería; ya no hay cosa que nos den si no es por doblado precio. ¡Remedienlo, pesia a tal! (EraMP, vv. 421 y ss.)

Ante el grave problema planteado no faltaron propuestas de particulares como la del negociante milanés Gerardo Basso, que ofreció un sistema para consumir la moneda de vellón creando una red de «diputaciones» o consorcios bancarios en las principales ciudades de Castilla. El plan provocó no pocos recelos, pese a los cuales la corona decretó su creación, con la consiguiente indignación de las ciudades

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castellanas que veían que se les imponía un plan cuando no hacía mucho habían rechazado otro del Conde Duque. Y a pesar de ser un buen negocio para los inversores, las diputaciones no encontraron el dinero suficiente para empezar a operar, aunque fueron fundamentalmente la desconfianza de los rentistas en el Estado, sujeto a diversas quiebras, y, sobre todo, la idea de que el rey se quedaría con el dinero las que impidieron que las diputaciones echaran a andar como estaba previsto. «Todo el mundo —dice Urgorri Casado— estaba convencido de que era una entidad provisional. Esta y no otra fue la verdadera causa de su fracaso»84. Las ciudades con voto en las Cortes lograron de la Corona la abolición de la pragmática, además de la supresión del decreto de tasación de precios y la reducción a la mitad del valor nominal del vellón85. La medida fue muy bien acogida y elogiada por muchos86, y creó un optimismo, quizá desmesurado. La que sí se benefició fue la hacienda pública que obtuvo un beneficio inmediato al ser reducidos los premios que tenía que pagar a los asentistas, ahora tan sólo un cien por cien, aunque perdiera más de un millón de ducados con la reducción de las percepciones fiscales en vellón en manos de recaudadores de impuestos y ministros de hacienda en el momento de la publicación del decreto87. La creación de erarios y montes de piedad fue ya propuesta por el flamenco Peter van Oudegherste a Felipe II en 1570, a imitación de los monti di pietá italianos, y que luego retomarían los españoles Luis Valle de la Cerda y Juan López de Ugarte. Aunque la propuesta no gozó del favor real, las ideas de Valle de la Cerda atrajeron la atención de algunos miembros del patriciado urbano y fue calando hasta tal punto que se creó una corriente de opinión favorable a su creación. Así lo había ideado también el Conde-Duque tan preocupado como estaba por conseguir dinero para la realización de sus planes. Contó con la ayuda del abogado y concejal de Toledo Jerónimo de Ceballos88; 84

Urgorri Casado, 1950, p. 172. Ver Ruiz Martín, 1970, p. 107; Elliott, 1990, pp. 357-358. 86 Así lo hace Lope de Vega, pese a haber cogido a su suegro con 300.000 reales en cuartos (piezas de vellón de cuatro maravedís), según testimonia una carta escrita a mediados de agosto de 1628 (Epistolario de Lope de Vega, vol. IV, carta 511, p. 129). 87 Domínguez Ortiz, 1960, p. 41; y Elliott, 1990, p. 358. 88 Eliott, 1990, pp. 137-139. 85

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pero el proyecto topó con objeciones insuperables y enseguida pudo verse la oposición de las Cortes a este sistema de erarios. La contribución forzosa de un cinco por cien que se imponía era un obstáculo difícil de salvar y, además, no existía el suficiente grado de confianza en la corona para hacer viable el plan. Al mismo tiempo que las Cortes pedían el cese de emisión de monedas de vellón y lo refrendaba el Consejo de Estado, se abogaba también por frenar la entrada ilegal de esta moneda y la salida de plata89. Para ello se propuso echar mano de los oficiales de la Inquisición para inspeccionar las mercancías de los puertos y fronteras90. Nuestro dramaturgo lo expresa con estas palabras: Nos, el católico rey, único absoluto dueño [...] ordenamos que se haga un tribunal estupendo, misericordioso y santo para castigar aquellos que introdujeren moneda de opiniones y yerros. Conozca la Inquisición del delito que en mis puertos se cometiere en tal causa. (EraMP, vv. 849 y ss.)

Aunque todos los males, evidentemente, no podían ser imputados a los herejes, sin embargo, la delicada situación económica del país se vinculaba a los numerosos gastos que originaban las contiendas militares en los Países Bajos. De esta manera, en la mente de todos, se relacionaba de forma implícita economía y herejía, de modo que los

89 Sancho de Moncada ha analizado el problema de la salida de plata por parte de los extranjeros y la entrada de vellón falso en el tercer discurso de su Restauración política de España, pp. 139-153. Puede verse un resumen de las premáticas y escritos más importantes relativos al vellón en Ebersole (1966). 90 Tanto Domínguez Ortiz (1960, pp. 275-276), como Urgorri Casado (1950, pp. 163-164) y Hamilton (1975, pp. 94-95) dan noticias de las prohibiciones y penas que se imponían a los falsificadores y contrabandistas de monedas, lo que dio lugar a que en 1627 se delegara en la Inquisición el poder y la jurisdicción de dichos delitos.

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protestantes venían a ser los causantes no sólo de una agresión religiosa sino también económica: HEREJÍA

Ya que esos puertos profano no habrá ninguno que pueda introducir mi moneda tan bien como este villano. ¿Hay quien quiera mi vellón por plata y oro de Ofir? (EraMP, vv. 761-766)

Desde el principio del auto, Gentilidad se nos presenta como un enemigo de España («No ha de haber desde este día / católica monarquía»91) para predisponer al público a favor de sus reyes, que no son responsables de la situación económica y de necesidad que padece, sino que, por el contrario, los causantes de los males españoles son los herejes, los que se han rebelado contra la fe católica. Gentilidad se coaliga con otros dos adversarios de España, la Herejía, y África, la «seta de Mahoma»; pretenden vencer a Felipe IV atacándole por todas partes: por el Mediterráneo, por el Atlántico, en las Indias y hasta en Asia. Son especialmente llamativas las alusiones a las incursiones de los holandeses en el Caribe y en las Indias orientales, cuyos éxitos habían hecho que Madrid se diera cuenta de que era necesario asestarles un duro golpe en su propia casa para aplastarlos o, cuando menos, frenarlos ya que sus correrías en las regiones ultramarinas españolas o portuguesas daban una dimensión global a lo que había sido en principio una rebelión puramente local. Pero, sobre todo, pretenden vencer a la monarquía apuntando al mismo corazón que sustenta las guerras, el dinero, de modo que, creando una situación de caos financiero, el país no podría soportar los ataques de los enemigos: GENTILI HEREJÍA

91

Dentro de su reino mismo debemos sembrar el daño. Yo causaré con mi daño un confuso barbarismo en la moneda. [...] Yo, pues, quiero introducir

EraMP, vv. 26-27.

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moneda falsa, opiniones erradas, que confusiones las causen para extinguir mis errores, y la plata de la verdad sacaré de ese reino. (EraMP, vv. 137-141, 157-163)

Si las pragmáticas emitidas por orden real fueron o no eficaces es algo que no se somete a consideración, pues enseguida el representante del pueblo, llega a decir: Todo es barato, viva Cristo que me huelgo. (EraMP, vv. 909-910)

No obstante, en otra comedia, Mira expone por boca del gracioso Gonzalo lo que debió ser la opinión del pueblo. Un tanto enfadado porque se han burlado de él en palacio por haber criticado las cosas del gobierno, responde a su amo: Si llega la malicia a punto ya, que, sobre que no le dejan como otras veces vivir con libertad de conciencia, hace creer que no hay trigo cuando están las trojes llenas; cuando el que siembra perece, y lo coge el que no siembra; si le dura todavía al zapatero su queja, de que el cordobán le falta y que no le sobra la suela; y siempre está en sus trece aunque baje la moneda. Aquí de los zapateros: ahora no se desuellan becerros, cabras, cabrones, vacas, toros y terneras como otras veces solía.

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Pues si hay la misma cosecha, ¿dónde se van, qué se han hecho los cordobanes, las suelas? (LoQNCa, vv. 1057-1083)

Pero enseguida viene la reprensión por parte del señor tachándolo de loco y sin sentido. Ante esta situación, Mira reacciona del modo que parecía más apropiado, utilizar la alegoría a lo divino, muy probablemente, para animar a una población descontenta y necesitada92.Valiéndose de la mayor difusión que alcanzaba la representación de los autos en las plazas públicas, Mira procede de forma muy sencilla, pero práctica: de modo un tanto maniqueo, hace recaer en Herejía todo lo malo, mientras que lo bueno está encarnado en la Católica Monarquía española; por tanto, los responsables de todos los males son los herejes, otros diablos rebeldes, enemigos, mentirosos, viciosos y destructivos. Hay que luchar, pues, contra todos ellos: Dios contra Satanás; el bien contra el mal; la verdad contra el error; España contra la herejía. La lección parece sencilla: las calamidades que sufre el pueblo español no provienen, pues, de la política del Conde Duque de Olivares sino de los enemigos de España. Un nuevo alegato contra los enemigos de la fe católica, protestantes alemanes y hugonotes franceses, se repite en la comedia LoQTVa, en la que el príncipe de Orange es considerado como la «cabeza de aquesta nueva torpeza / que infesta el septentrión»93, traidor a la monarquía, pese a la predisposición al perdón que mostraron los reyes españoles, si deponía su actitud rebelde. Por eso Baltasar Gerardo se propone asesinarlo para eliminar a este este este este este

amparo de ateístas, asilo de hugonotes, terror de la Iglesia, espanto de los hombres, incendio de Alemania,

92 Son testigos de esta crisis y exponentes de la misma economistas de la época como Mateo Lisón y Biedma, o M. Caja de Leruela. También Alonso de Carranza y G. Barbón y Castañeda.Ver Urgorri Casado, 1950, pp. 142-148. 93 LoQTVa, 10-12.

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este portento del Norte, este prodigio de Europa, y este escándalo del orbe. (LoQTVa, vv. 402-409)

De nuevo aparece Satanás identificado con los herejes94 y especialmente con el de Orange, culpable de que Flandes no goce de la católica fe, y de que la herejía se extienda por doquier: Luterano, calvinista y anabaptista triforme, ha sido Luzbel soberbio de las australes regiones. (LoQTVa, vv. 320-323)

Flandes es también el escenario de algunos episodios del auto NuestraSR95 en que un soldado español, huido del ejército y condenado a muerte, se encuentra con un hereje que canta Por las riberas del Mossa en las islas de Zelanda iba el príncipe de Orange asolando las campañas. ¡Oh, qué bien los templos quema! ¡Oh, qué bien el mundo abrasa! Todo es furor, todo es guerra, todo es ira, todo es rabia. (NuestraSR, vv. 419-426)

El soldado explica que, por haber matado a dos oficiales tudescos y por haber sacado la espada contra su capitán, se considera a sí mismo

94 Mira ha identificado ya en varias ocasiones la herejía con las potencias del Norte o del Aquilón, donde precisamente el diablo planta su trono, frente al Austro, lugar de donde viene Dios. El profeta Daniel alude a esto cuando hace enfrentar los reinos del norte con los del sur (11, 8-15). En el poema compuesto por Isaías para celebrar la muerte del tirano Sargón II (o la de Senaquerib, o más tarde la de Nabucodonosor), los Padres de la Iglesia quisieron ver, figurada, en algunos pasajes la caída del príncipe de los demonios (Isaías 14, 11-14). 95 Ver también para este auto Fleckniakoska, 1976.

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un hijo indigno de España, contra cuya monarquía habéis tomado las armas; soldado soy y soldado que pudiera tener fama, si el valor y la osadía en mí no fueran desgracia. (NuestraSR, vv. 432-437)

El hereje le da un hacha con que cortar leña en el bosque y le explica que se gana la vida quemando cruces, símbolo por antonomasia del cristianismo, trabajo por el que es muy bien pagado: Cruces e imágenes busco porque el príncipe nos manda que las llevemos al fuego y liberal nos lo paga. (NuestraSR, vv. 463-466)

Y más adelante aparece en escena con cruces, imágenes y rosarios diciendo: Cruces y estampas cogí, estas que riquezas dice el católico; felice me han de hacer también a mí. bien me las han de pagar, de contento no sosiego y para encender el fuego, espiga pienso llevar. (NuestraSR, vv. 837-844)

En una apariencia final, el rey Felipe IV y la reina salen, de rodillas, rodeando el altar de la Virgen de los Remedios, salvada y traída a España por el soldado que había sido condenado por el conde de Puñonrrostro a ser ahorcado. La imagen es objeto de adoración por parte de toda la nobleza, pues No queda grande en la corte que tras sus reyes no vaya; ya es el número infinito

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de los esclavos, ya cantan a la imagen letanías con divinas alabanzas. (NuestraSR, vv. 1127-1132)

Política y religión de nuevo juntas, en unos momentos en que la monarquía española necesitaba apoyo. A finales del siglo XVI, aunque ya prácticamente nadie pensaba en la idea de una monarquía universal que diera cohesión y unidad a la vieja Europa, y que pasara por reconocer la supremacía y jefatura de la Iglesia y el papel director de la realeza de España, sin embargo, en un pasaje de la comedia PrimCF, Cristo, crucificado en un árbol96, se le aparece a Balduino para revelarle esta importante misión de nuestra monarquía: Por el servicio que me hiciste ahora, reverenciando así mi sacerdote, a Flandes te he de dar, y de tu casa veinte santos habrá canonizados hasta que el Rey de España lo posea, sin otros que después habrá infinitos de la Casa Real de Austria y de Borgoña, con quien será la tuya unida presto. (PrimCF, vv. 3090-3097)

De esta manera, Mira vincula la jefatura política de la cristiandad a la monarquía española, pues, en la comedia, la hija del emperador se casa con Balduino, nombrado primer conde de Flandes, territorio herencia de la casa de Austria y cuya cabeza es el monarca español97. 96 En la simbología tradicional cristiana coincide el árbol con la cruz de la Redención, y muchas veces está representada como el árbol de la vida. La línea vertical de la cruz es la que se identifica con el árbol, ambos como «ejes del mundo».Ver Cirlot, 1997. Es también símbolo de la vida querida por Dios, y su paso a través del ciclo anual hace referencia a la vida, muerte y resurrección (Biedermann, 1993). 97 Tratadistas como Francisco de Vitoria, Domingo de Soto, Luis de Molina, el P. Suárez, Juan de Mariana o el P. Rivadeneira seguían apostando por la concepción de la subordinación del poder temporal al poder religioso y eclesiástico, de forma que es éste quien debe dirimir las cuestiones políticas que se susciten entre los reinos. No se trata de que los dos poderes se fundan ni que el uno absorba al otro; las dos autoridades son distintas entre sí, pero, por su fin superior,

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Nuestro dramaturgo, por esos mismos años, vuelve a recordar la misión unificadora del imperio en otra comedia escrita en torno a 1608, en unos versos en que el hijo del emperador Carlomagno, como delfín de Francia, reprocha al rey griego que vaya «con voz de agravios a Francia / siendo amigos, siendo deudos», ¿Cuando el águila sagrada debiera unir sus dos cuellos para formar, de dos mundos, un cuerpo, un reino, un imperio? ¿Cuando tu sangre y la suya, mezclada en valientes pechos, debe eslabonar las almas con un vínculo perpetuo... vestís túnicas de acero? (CarbFra, vv. 2266-2277)

Es constante en el poeta la defensa de la religión católica. Ahora, en la DesgRa, nuestro dramaturgo se alinea claramente con aquellos que defienden el papel fundamental de la religión en la cuestión de Estado. La historia de amor entre Raquel y el rey Alfonso VIII no es más que el hilo dramático que sirve de pretexto al autor para representar en las tablas la polémica en torno a la presencia de los judíos en la corte de Felipe IV98. Mira, claramente antisemita, muestra a su público que la presencia de los judíos era peligrosa y que su expulsión era obligada. Se sitúa, así, el accitano en el frente de aquellos que criticaron la actitud filosemita del Conde Duque y le recuerda al rey que, por razón de Estado, debe realizar una nueva expulsión, siguiendo el edicto de sus antepasados: DAVID

A Toledo llegó Alfonso, y agradecido al feliz triunfo que a su Dios le debe,

la Iglesia puede intervenir en las cuestiones del poder temporal pues, en última instancia, los fines espirituales están por encima de otros. El italiano Campanella también andaba en la misma línea de construir una Europa unida bajo una monarquía universal que reconociera la supremacía de la Iglesia.Ver las atinadas observaciones de Miguel Martínez Aguilar, 1998, pp. 345-373. 98 Ver a este respecto Reyre, 1996; Izquierdo Gómez, 1996.

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promulgó en oprobio vil de la mosaica y hebrea ley, que para dividir nuestra religión, salir nos mandaba de Toledo. (DesgRa, p. 1c)

La noticia no ha sido bien recibida por el pueblo.Y Mira plantea, desde el comienzo, la polémica: la expulsión no es sólo una cuestión puramente religiosa, sino también económica: FERNAN

GARCI LÓPEZ

Inquieto el vulgo parece que está contra tus deseos de desterrar los hebreos; y aunque atento te obedece, siente su falta. No es mucho porque con ellos aumenta su población y su renta.99 (DesgRa, p. 4a)

Con ello, nuestro dramaturgo asocia por primera vez la expulsión de los judíos de Toledo a una pérdida cultural y económica que redundará negativamente en el reino. En 1625 vuelve a haber en España una población judeoconversa (propiciada, entre otras cosas, por la política filosemita del Conde Duque que necesitaba aligerar la grave crisis financiera con la aportación de capital en mano de banqueros judíos) debido a la llegada de portugueses a España y cuya integración dentro del catolicismo dejaba mucho que desear. En Madrid se intentó, incluso, crear un barrio judío, como en Roma, pero las conversaciones al respecto fracasaron. La presencia de algunos de ellos en la corte de Felipe IV, cuando Mira escribe su obra, dio lugar a una polémica que dividió a la sociedad en dos bandos, cuyos argumentos 99

Aunque aplicado al ámbito de la repoblación en el reino de Granada, Castellano (1998), analiza el fenómeno partiendo de la idea de que población es poder. El reino de Granada era rico porque estaba poblado; pero la expulsión de los moriscos trajo aparejada la merma en las fuentes de riqueza, la pérdida de rentas para la Corona y el desmoronamiento del sistema hacendístico. De ahí la necesidad de volver a poblar las tierras vacías.

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en pro y en contra los recoge el accitano y los integra en la comedia. Parece, pues, que fue la política de reformas defendida por el valido del rey la que debió motivar la reacción antisemita que entonces surgió en la Península. Mira, que ya había diseñado teatralmente la figura del valido en otras obras, debió intuir, como otros escritores, que si la subida al poder del Conde Duque fue rápida también lo sería su caída y, como apunta Martín Largo, en lugar de hacer méritos para ser admitido en la amplia red de sus aduladores, prefiere dar a su obra una orientación progresivamente contraria a la tesis mercantilista, para acabar alineándose inequívocamente del lado del antisemitismo100. Nuestro dramaturgo se sitúa en el bando de los providencialistas demostrando que la causa del final trágico de la joven hebrea es el abandono, por parte del rey, de aquella primera intención de defender la religión católica y dejarse llevar por una política permisiva hacia los judíos101. En efecto, el rey ya había tomado una primera y firme decisión, la de expulsar a los judíos pues «primero es la religión».Y en esto Mira apoya la tesis de los tratadistas del XVII sobre el papel primigenio de la religión y la obligación de los monarcas de guiarse por ella: REY

¿Cuánto mejor es tener limpia de ritos tiranos que lleno de ciudadanos a Toledo? ¿Puede hacer falta a la ley verdadera la hebrea? Como obro debo [...] que para un prudente rey primero es la religión. Yerba mala que arrancar no ha de quedar en la mía. (DesgRa, p. 4ab)

Es, pues, la unidad religiosa lo que mueve, en un principio, al rey a decretar la expulsión de los judíos de la ciudad de Toledo. Pero, co100 Martín Largo, valiéndose de las reelaboraciones de la leyenda de la judía de Toledo ha hecho un recorrido del itinerario de Raquel por la literatura, desde las primeras versiones de Lope de Vega hasta Franz Grillparzer, en el que se aúnan literatura e historia (Martín largo, 2000, pp. 121-122). 101 Ver Reyre, 1996, p. 510.

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nocida la noticia, los rabinos se reúnen para discutir el modo de remediar la situación y envían como embajadora a la joven y bella Raquel, cuyo papel, desde el principio, es fundamentalmente político pues aparece como representante de su pueblo que va a pedir al monarca que reconsidere su actitud y evite el destierro. El encuentro provoca un enamoramiento inmediato, y el amor apasionado que siente el rey hacia la judía va a cambiar el curso de los acontecimientos. Alfonso VIII deroga la ley de expulsión, pero ahora el pueblo y nobleza, antes contrarios a ella, expresan sus recelos ante la nueva actitud del soberano que, dominado y cegado por el amor a la joven, se muestra demasiado proclive a los judíos: ALVAR N.

En nombre del pueblo vengo a contradecir leal la ley derogada [...] Yo del alboroto atento del pueblo, que en el insulto del hebreo libertado nuevamente se recela alguna infeliz cautela. (DesgRa, p. 9a)

Incluso, ante el temor de que el rey pudiera dejar desvalido el gobierno del reino, y de que los nobles perdieran sus privilegios, el viejo Alvar Núñez pretende arrogarse el derecho de instaurar «la ley de ciega mano borrada». Pero el monarca responde rápido a tal insinuación, rompe el memorial que le había presentado y exclama: Sobre el gusto de los reyes mejor no cumplir sería; y advierta cualquier atento que enmendar quiere mi gusto, en que no hay delito injusto si es con mi consentimiento... que los consejos más fijos son traición en los vasallos... ni ninguno me ha de dar consejos contra mi gusto. (DesgRa, p. 9b)

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Su argumento es contundente: Eso lo he debido a Dios; que para ser rey, a vos no os he habido menester. (DesgRa, p. 9c)

Pero la pasión ha enajenado al rey quien hace dejación de sus deberes como gobernante y cede todo el poder a la ambiciosa y astuta Raquel, que había sido raptada y trasladada a la finca de Fernando Illán, un noble amigo de Alfonso. Tres son las causas de este error del monarca: dejarse influir por los malos consejeros, dejarse arrastrar por la pasión y ceder ante la ambición de la hebrea: ALVAR N.

Aquestos yerros no son yerros del entendimiento. Y algún consejero infiel su recto juicio ha movido. (DesgRa, p. 9c)

La tiranía de la joven y sus desmanes hacen levantarse al pueblo y a la nobleza que no pueden consentir que se usurpe de tal manera el reino. Su padre lo sabe bien y se presenta intempestivamente en la casa de Raquel para reprocharle lo inapropiado de su conducta; la acusa de liviandad, de haber abandonado su ley, a su padre y haber robado la quietud del pueblo, pues su actitud no favorece ni a los cristianos ni a los hebreos, y hasta «el gran Dios de Israel está ofendido». Quiere hacerle reflexionar sobre su pecado «cruel, ciego, homicida, / que quita el alma sin quitar la vida» (p. 12b), pero no consigue nada de ella y se marcha maldiciendo a su hija. Mira plantea un enfrentamiento entre las razones e intereses de unos y otros, dejando caer su peso, claro está, de lado de los nobles y de la institución monárquica, aglutinante de todos los estamentos socio-políticos y religiosos, para así poner de manifiesto la ejemplaridad del sistema y su robustecimiento. El viejo noble Alvar Núñez está dispuesto a reconducir la situación, pues con tal exceso, dice, «no puede vivir seguro / ni su fe ni su reino»102. Así que anima a Garci López: 102

DesgRa, p. 16a.

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Empecemos a libertar nuestra patria, guardando el justo respeto que a Alfonso se debe. (DesgRa, p. 16b)

El reino está en peligro, pero Mira de Amescua no parece echar las culpas directas sobre la institución real, a la que respeta y defiende. Son los desmanes de su titular y las actuaciones poco edificantes de algunos nobles y de los validos los que no soporta; pero, en este caso, tienen su raíz y causa en la joven Raquel, judía que ha minado la voluntad del monarca. En ese juego amoroso pasional, el rey parece mostrarse tozudo ya que entiende que su condición de rey le dispensa de cumplir las normas y obligaciones inherentes a su propia condición.Y es aquí donde Raquel actúa astutamente manejando a su gusto la voluntad del soberano. Mira, sutil en este sentido, lanza su crítica soterrada a un tipo de política, la de los validos que usurpan el poder y los resortes del Estado en su provecho. Raquel y el Conde Duque han ascendido hasta el mismo trono y han despojado al monarca de su poder, lo que en modo alguno se puede consentir dada la alta estima y consideración que tiene la realeza en la mente del pueblo. Atentar contra ella es atentar y manchar la propia honra nacional. Cuando Raquel se sienta en el trono, simbólicamente está hurtándolo al monarca (p. 13c) y con un concepto equivocado del poder absoluto dicta unas leyes que, aunque irracionales, deben ser obedecidas y acatadas, pues el concepto sagrado del poder obliga a los súbditos a cumplir toda norma emanada del rey, por muy tirano que sea: Aquí donde la ambición reparte, mal entendida, premios al gusto, es forzoso que ensanche la tiranía [...] Muera el bien obrar; no quede embarazo a la malicia, y del vicio y liviandad se ensanche la tiranía. (DesgRa, pp. 13c-14a)

Lo sabe bien la joven cuando le dice a uno de los nobles que le ha reprochado su forma injusta de actuar: «aunque injusta, se obedezca»

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(p. 14b). De inmediato el comentario de su criada no se deja esperar aludiendo a una idea, bastante frecuente en el teatro, la del mundo al revés: Si ella a gobernar el mundo se sienta, ¿qué más desdicha? Muy presto le verán todos vuelto lo de abajo arriba. (DesgRa, p. 14a)

Por tanto, es preciso que ella muera para salvar al rey y a la monarquía. Su propio padre así lo ha entendido cuando afirma, refiriéndose al pueblo: Antes juzgan que, leales, deben rescatar a su rey, que tú en tu amor cautivaste, y dándote a ti la muerte, la vida pretenden darle. (DesgRa, p. 17b)

Lo mismo que Alvar Núñez cuando se dirige a la judía: Vivo es Alfonso, y Alfonso también es muerto: que iguales efectos de tu malicia, fiera encantadora, nacen. Tú nos lo robas, y en ti con la vida ha de cobrarse. (DesgRa, p. 17b)

Pero el trágico final tiene su causa, en última instancia —viene a decir Mira— en el abandono, por parte del rey, de defender la supremacía de la religión católica, dejándose arrastrar por la iniciativa y la ambición de la joven Raquel103. Si al comienzo de la obra Mira exal103 Idéntica posición vuelve a mostrarse en otra obra, ObliCS, escrita un poco después, y en la que se alude a la judía de Toledo, se resume el conflicto dramático de la primera, y se vuelve a reproducir la polémica de la decisión de los nobles castellanos de matar a Raquel.

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ta la figura del monarca que somete a los nobles, vence a los moros y a otros reyes, también le recrimina luego su mal proceder, advirtiéndole sobre sus obligaciones y sobre las consecuencias que acarrea no atender a las funciones propias de su cargo. El dramaturgo afirma, así, por un lado, la supremacía real legitimada por derecho divino, pero, por otro, sobrepone la preeminencia del Estado al poder real; dos principios contradictorios que él trata de armonizar, a lo largo de la pieza, para reforzar y consolidar el sistema donde rey, nobleza y pueblo deben desempeñar cada uno el papel que les corresponde. Mira ha renunciado a presentarnos una solución feliz, una vuelta al orden, pues, como comenta Mary Parker, «la armonía del reino político y personal no se restablece con la muerte de la protagonista, y en cambio presenta su dislocación y sus terribles consecuencias. En términos del arte la muerte de Raquel simboliza la destrucción de todo un estilo»104. Así pues, nuestro dramaturgo no hace más que refrendar lo que era un aspecto característico de la época105: por un lado, la Iglesia necesitaba de un patronato político; y, por otro, el poder político estaba muy interesado en valerse de la unidad religiosa para su propio provecho, de modo que, sin discutir su sinceridad, nuestros monarcas supieron valerse de la religión como instrumento de su acción política. Unas palabras de Juan de Salazar nos permiten entender hasta dónde llegaba aquella realidad práctica: Con este fin [de mantener la unión] ponen todas sus fuerzas los reyes de España en que los pueblos, reinos y estados a ellos sujetos se amen entre sí con la unidad de la católica religión... En orden a esto han instituido tantos Estudios y Universidades... donde florecen y resplandecen tanto las letras en todas las ciencias, como hacen fe los eminentes hombres...; los predicadores insignes, que ocupan y ejercitan los púlpitos; los maestros y doctores, pozos de ciencia... Con este escuadrón de letrados, que son por la mayor parte religiosos o eclesiásticos seglares (a quienes 104

Parker, Mary, 1996, p. 129. Kléber Monod (2001)ha analizado la transformación acontecida en el significado cultural del poder de los reyes europeos desde el asesinato de Enrique III hasta la muerte de Luis XIV. El autor recurre a la historia política, a la filosofía política y a la literatura para descifrar la relación entre reyes y súbditos y la interrelación entre monarquía y religión.Y ha hecho ver cómo la imagen pública de los monarcas europeos fue cambiando en el transcurso de 150 años, en los que el rey se convirtió en signo humano y visible del Estado nacional. 105

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los católicos reyes... tienen de su parte) fortifican su imperio y monarquía [...] Y es cierto que quien las tiene sujetas [a las naciones de una monarquía] y rendidas y obedientes al superior, son los hombres doctos y eclesiásticos a quienes dan crédito por la promesa que les hacen de los eternos bienes..., de suerte que predicando ellos continuamente al pueblo que es voluntad de Dios obedecer a los reyes, y que a los trabajos y miserias que se padecen en esta vida corresponderá en la otra eterna premio, y amenazando en los confesionarios y púlpitos... y confirmando a los buenos y virtuosos con la esperanza de la eterna felicidad... no hallan los desalmados y pedidos quien se junte a ellos...106

Un buen programa del monje benedictino que haría las delicias de todo publicista: las cátedras universitarias, el púlpito, el confesionario, o el miedo a la condenación, por un lado; y por otro, el teatro en los corrales, los «carros» o «máquinas rodantes» de las fiestas profanas y religiosas, las representaciones de autos por las plazas y calles, y, por supuesto, la Inquisición. Todo al servicio de la monarquía, una maquinaria potentísima de difusión ideológica, que Maravall y sus seguidores suscriben e interpretan como algo característico de los escritores del Siglo de Oro, convertidos así en servidores del poder107. 106

Citado por Murillo Ferrol, 1957, pp. 232-233. Sin embargo, no hay que olvidar que existió toda una corriente soterrada que rompe la imagen tradicionalmente establecida. Se ha dicho que tanto Fuenteovejuna como El alcalde de Zalamea, pese a presentar actitudes de rebelión y resistencia al poder, no son, en el fondo, sino formas de sustentar y afianzar ese mismo poder monárquico. Pero, con todas las matizaciones que se quieran, son obras que manifiestan una forma de protesta. Mira de Amescua, pese a defender y exaltar los valores representados en el sistema monárquico de la Casa de los Austria, no deja de mostrar su desagrado ante actuaciones del poder real o de los nobles que considera arbitrarias. Tampoco tienen una mirada complacida sobre su sociedad otros escritores como Gracián, Quevedo o Mateo Alemán. ¿O acaso Guillén de Castro no satiriza el poder real en Allí van las leyes do quieren los reyes? ¿O es que el P. Mariana o Álamos de Barrientos o Mártir Rizo o Quevedo no sufrieron prisión por sus escritos? Lejos, por tanto, de ser monocorde y hermética la cultura y la actitud de los escritores españoles del XVII; su imagen es, en muchos casos, plural e incluso contradictoria. García Cárcel ha hablado de las «culturas» del Siglo de Oro, en un intento de romper esa visión que se venía imponiendo desde la vertiente sociológica y política, como una cultura demasiado mediatizada por los poderes públicos, despreciando «el papel del mercado consumidor como elemento configurador de la cultura producida» (García Cárcel, 1999). También Bennassar y P.Vilar han encaminado sus pasos a rebatir esa postura. 107

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Esta especie de politización de la fe, según la cual la religión que más conviene al Estado es precisamente la religión católica, exige, con arreglo a lo que anota Murillo Ferrol, considerar dos principios: primero, que el hecho de que se le conceda a la religión tanta importancia como factor político no sólo se debe a «razones de Estado», sino que el cristianismo, desde sus comienzos, es de suyo fundamento de la política. En segundo lugar, catolicismo y política hermanan tan bien porque así lo exigen las circunstancias históricas de la época en que la Contrarreforma hace culminar un largo proceso de politización de todo el aparato externo de la Iglesia misma108.

EL

REY Y LA LEY

En este aspecto, Mira de Amescua no abunda demasiado ni tampoco es demasiado explícito. Parece seguir el principio de los teóricos del XVII en el sentido de que el rey no está subordinado a la ley. La observancia de la ley al que es rey no comprehende, que bajeza o mancha ofende la pura sangre de un rey. (NoHayR, vv. 149-152)

Pero si atendemos a que estas palabras las pronuncia Octavio, el hijo mayor de Conrado, gobernador de Sicilia, que pretende arrebatar de forma indebida el trono a la verdadera y legítima heredera, podrían estar significando precisamente lo contrario de lo que dicen por provenir de alguien que intenta actuar contra esa misma ley. De todas formas, manifiestan el sentir colectivo. En general, parece que hay acuerdo entre los teóricos del Siglo de Oro en apoyar que el rey, jurídicamente, no puede estar sujeto a una ley que él mismo establece. Así lo defiende Tovar Valderrama cuando dice que «el príncipe soberano, en cuanto persona pública, quedó desobligado de reconocimiento alguno a preceptos y ordenaciones positivas y civiles que impusiesen resabio o mancha a la independencia y

108

Murillo Ferrol, 1957, p. 207.

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exención de su dignidad soberana». Pero también parece que hay acuerdo en estimar que, «no por eso, quedó libre ni absuelto de la ley divina que Dios estableció..., ni tampoco de las leyes que impusieron la razón natural y necesidad humana»109. O como sostiene Portocarrero, en las leyes naturales no hay diferencia entre el príncipe y el vasallo «porque es una la misma naturaleza que las impuso y ésta no diferencia de personas»110. Así lo reconoce también el P. Mariana (quien defendía que el rey no estaba dispensado de guardar las leyes) al advertir que no debe creerse que el príncipe está más eximido de estas leyes que lo estarían los individuos de todo el pueblo o los próceres del reino, máxime cuando muchas leyes no son dadas por él mismo sino por la autoridad de la república, cuyo poder es mayor que el del príncipe. Con todo, concluye: no hemos pensado siquiera nunca en que un príncipe pueda estar sujeto a todas las leyes sin distinción alguna; hemos creído tan sólo, y creemos firmemente, que puede y debe estarlo a las que puede cumplir sin mengua de su dignidad y sin menoscabo de sus elevadísimas funciones111.

El concepto de plena soberanía —o, tal vez mejor, de poder absoluto en su sentido primero— que el pensamiento político venía otorgando al rey, implica que se le libere de la dependencia de las normas jurídicas positivas; pero, para evitar actitudes de tiranía, se le exige el cumplimiento de la ley de derecho divino, natural y de gentes112. Así que, como escribe José Luis de las Heras:

109

Tovar de Valderrama, Instituciones políticas, p. 151. Citado por Maravall, 1997, p. 204. 111 Mariana, Del Rey y de la Institución real, t. 1, p. 142. 112 Maravall ya señaló que «mientras la ley se mantuvo concebida como una norma de un contenido objetivo, no podían surgir dificultades graves para sostener la tesis de la sumisión del príncipe a la ley. En la órbita de un pensamiento dentro de la cual Fortescue pudo enunciar el principio de que “omnes leges humanae sacrae sunt”, no cabía duda de que normas de tan inconmovible base y tan alto origen, tenían que quedar por encima de todos, incluido también el rey. Pero a medida que la ley positiva humana fue radicalizándose más autónomamente en la voluntad de un soberano temporal, y relativizándose por su dependencia de unas circunstancias históricas, el problema venía a plantearse inesquivablemente» (1972, t. 1, p. 379). 110

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en el transcurso del siglo XVII sigue vigente el principio de respeto a la ley por el soberano. Pero, al afirmarse la historicidad y relatividad de las leyes positivas y sostenerse que sólo al Príncipe correspondía juzgar acerca de los condicionamientos de aquellas, éste, no sólo de hecho, sino doctrinalmente, quedó liberado de la sujeción de la ley113.

Es lo que sostienen los tratadistas. Pero la firmeza de este principio lleva aparejado otro no menos innegable de que, a pesar de todo, el rey debe cumplirla. El P. Márquez lo explica en términos intelectuales diciendo que los reyes deben observar las leyes civiles no porque haya una relación de contrato con el pueblo, sino que será la verdadera raíz de esta obligación la justificación de las mismas leyes que, siendo conforme a la de Dios... no pueden los príncipes hacerse afuera de cumplirlas..., porque no decimos que están obligados a cumplirlas porque se deben obediencia a sí mismos, sino porque la deben a Dios y a la ley natural114. Rey es quien a Dios agrada, nada quien quiebre su ley; luego es locura extremada, habiéndome hecho Dios rey, hacerme yo mismo nada. (ArpDav, vv. 2930-2934)

Por eso, el rey que desobedece la ley divina tiene su castigo, como le sucede a Saúl, cuya enfermedad estriba precisamente en la desobediencia a Dios; aquí está el origen de su constante tristeza, de esa «depresión exógena» que diríamos hoy, que perturba el sosiego del alma. 113

Heras Santos, 1991, p. 33. En Maravall, 1997, p. 209. Juan de Salisbury, en un intento de armonizar el poder absoluto atribuido al príncipe y al mismo tiempo su sumisión al Derecho, decía «que el príncipe, aunque no esté sujeto a los vínculos de la Ley, es sin embargo un sirviente de la Ley y la Equidad; que es portador de una persona pública, y que derrama sangre sin culpa». Libre de los vínculos de la ley, no implica que al rey le esté permitido actuar mal; está libre de los vínculos del derecho porque se espera de él que actúe según los principios de la justicia y porque está obligado a venerar el derecho y la Equidad. El rey es una persona pública y debe actuar como tal, considerando todos los asuntos en relación con el bien de la república y no con su persona privada.Ver Kantorowicz, 1985, pp 100-102. 114

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La falta del rey consistió en haber elegido, para complacer al pueblo, una manera de honrar a Dios diferente a lo que Éste le había mandado, y no en que hiciera sacrificios y holocaustos del botín tomado a sus enemigos; su falta consistió en haber desobedecido a Yahvé115: SAÚL

JONATAS

SAÚL

Dios de Israel, Dios eterno, basten las desdichas mías... Si vuestra gente gobierno con alguna inobediencia, moderad, Dios, la sentencia de la pena con que vivo [...] En vivo fuego me enciendo; en tristeza me consumo; de mi tormento presumo, que según me martiriza, hecho mi cuerpo ceniza resolverá el alma en humo. Padre, rey y señor mío, de tu continua tristeza nace este mal. [...] No niego que a mi Dios fui inobediente, pero es mi mal impaciente, es insufrible mi pena. (ArpDav, vv. 1-23 y 105-108)

La doctrina de exención del rey frente a la ley fue algo corriente desde principios del siglo XVII. El viejo aforismo de que «todo lo que agrada al rey es ley», siempre que no vaya contra la razón ni contra la ley natural y de gentes, parece aplicarlo Mira en algunas ocasiones en que el monarca quiere satisfacer un deseo personal116. ¿Pero todo lo que le agrada o dicta el rey es ley? Frente a la opinión de Bodin117, para quien las leyes tan sólo dependen de la voluntad real, nuestros escritores dictaminan en contra. La ley, por esencia, ha de ser justa y ho-

115

Ver el Libro I de Samuel, 15-18. Podemos encontrar ejemplos en ExamRe (v. 2788), LoQNCa (v. 1705), ConfHu (vv. 615-618, 3025-3026). 117 Pueden consultarse especialmente los capítulos VIII y X del Libro primero en los que se habla de la soberanía y sus atributos. 116

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nesta; no todo lo que hacen los reyes es justo y honesto; por tanto, no todo mandato real es precepto. Un mandato opuesto a la razón no se convierte en ley por ser un acto estrictamente personal del soberano, no un acto político. Sólo cuando el mandato del rey comporta justicia es ley, y únicamente en ese ámbito es realmente libre el monarca, tanto desde el punto de vista moral, porque domina sus impulsos desordenados, como desde el punto de vista jurídico, porque mantiene su autoridad y poder sin degenerar en tiranía. Como observa Furió Ceriol «la libertad del príncipe no lo es cuando va fuera de razón, porque entonces abuso y servidumbre se llama; entonces es libre cuando usa de buena razón, porque de otra manera es tirano»118. Por eso, a pesar de que su palabra, su gusto o su voluntad sean ley, como dicen algunos personajes de AdúltV119, sin embargo, Mira procura que esa palabra, gusto o voluntad, si es contraria a la razón natural, no se cumpla, es decir, no se convierta en ley, sobre todo si procede del rey hombre, de sus caprichos o su voluntad. Aquí es donde Mira se muestra más crítico, porque, a pesar de que se piense que un pecho soberano no está sujeto al humano sentimiento. (LoQOír, vv. 1033-1035)

sin embargo, el rey padece los mismos impulsos y sentimientos que los demás hombres; de ahí que sus simpatías por este o aquel súbdito pueden verse alteradas, y, como cualquier individuo, puede también elegir a sus amigos en función de sus intereses o afinidades, Hoy el rey, como hombre, al fin, sujeto a humanos efectos, pasó su amor a otros polos, como el sol a otro hemisferio. (CautCC, vv. 1333-1336)

118 119

Furió Ceriol, 1950, p. 337. vv. 1044-1045, 1188-1189.

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o sentir los temores y miedos propios del ser humano; miedo, por ejemplo, a ser traicionado, verse desposeído del reino y no poder amparar a sus amigos: La primera vez que siente este pecho algún temor es esta..., porque recelo perder este reino y no poder hacerte bien. (CautCC, vv. 1815-1820)

Pese a todo, la dignidad con que está investido no le permite desvelar que los vasallos descubran tales flaquezas: REY LUDOV. PRÍNCIPE R.

Rodulfo, pasar no puedo de aquí, que temo la muerte. Mucho en ánimo te excedo. ¿Mucho, señor, de esa suerte cabe en los reyes el miedo? En el pecho y voluntad de una insigne majestad resuelta en lo que ha de hacer, los hombres nunca han de ver temor ni facilidad. (PrimCF, vv. 3166-3175)

La misma emperatriz sabe que su marido no es sólo rey, sino también hombre, con las mismas pasiones y debilidades humanas, Mostró amor al principio, y aborrecióme después: hombre al fin y amor de siglo [...] Aunque ya viejo, es cruel, es avariento y lascivo y aún a la fe de cristiano le va corriendo peligro. Mas ¡ay, de mí, cómo juzgo defectos de mi marido! (RuedFo, p. 7bc)

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Y por esa condición humana puede enamorarse, sufrir celos, exponerse a ser agraviado en su honor y padecer la enajenación propia del amor, como cualquier otro hombre, ¡Oh Amor, oh dios invencible! Pero soy rey y hombre soy y enamorarme es posible. (AdultV, vv. 71-73)

pero reconoce que es indigno: «que enamorarse un rey / es bajeza conocida»120, a pesar de estar sujeto a las mismas leyes del amor que los demás, pues, para obedecer de Amor las leyes, hombres como nosotros son los reyes. (ObliCS, vv. 58-59)

Con ser esto así, lo que no se admite es que la condición real y pública quede sometida a la humana; hay un imperio político que obliga al monarca a no descuidar las funciones de gobernante y atender sus obligaciones para con los súbditos. Por eso se considera indecoroso que se distraiga en una audiencia pública121, absorto en sus propias preocupaciones amorosas por el desdén de la amada: ¿Hay tal rigor? ¿Habrá peña tan dura combatida del mar? ¡Oh, cruel leona! No acabo de creer tantos desdenes [...] ¡Insufrible desdén! ¡Crueldad no vista! (PrósBC, vv. 272-274 y 287)

abandonando, de esta manera, la obligación de atender las quejas y súplicas de sus súbditos, porque, no hay que olvidarlo, el rey tiene que 120

AdultV, vv. 147-148. «Audiencia» es palabra que en sus orígenes hace referencia a la actuación judicial del monarca. «Para administrar justicia, el rey se sentaba en un lugar público donde los querellosos pudieran verle llegar ante él y preguntarle sus peticiones, y de ese modo oír y librar sus pleitos. Esta actuación judicial del rey se denomina «la audiencia», palabra ésta que de su acepción primigenia de «oír» pasó a significar «oír pleitos», y también «sesión en que se oyen pleitos», «lugar 121

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hacer reinar la justicia pues a ello le obliga el pacto contraído con el pueblo y con el derecho natural y divino122: Yo he estado divertido y no he escuchado lo que éste me ha dicho; encubrir quiero esta poca atención, que es gran defecto en el rey y en el juez. (PrósBC, vv. 299-302)

Se podría pensar que el cuerpo natural del rey, mortal y expuesto a todas las flaquezas humanas, está disociado de su cuerpo político, pero éste, aunque superior, forma una unidad indivisible con aquél; y, si bien sus actuaciones pueden ser entendidas muchas de ellas desde la perspectiva humana, no pueden, en cambio, separarse de su real estado y dignidad, en tanto que «estos dos Cuerpos están incorporados en una Persona y constituyen un solo Cuerpo y no diversos, que es el Cuerpo corporativo en el Cuerpo natural, et e contra el Cuerpo natural en el Cuerpo corporativo. Por lo cual el Cuerpo natural en su unión con el Cuerpo político... es ensalzado, y por la sobredicha Consolidación encierra en sí el Cuerpo político»123. Si embargo, resulta difícil mantener simultánea y coherentemente la unión perfecta de los dos Cuerpos y las diferentes capacidades de cada uno de ellos, de modo que era lógicamente inevitable la separación de ambos. Por eso, el monarca, aun actuando como persona pública, es susceptible de abstraerse de sus obligaciones y sentirse perdido por los efectos del enamoramiento: ¿Quién no muere contemplando gloria tanta? ¡Ay, Leonora! ¡Ay, dueño mío! Juntos mi fe y tu rigor van convirtiendo mi amor en un loco desvarío. (PrósBC, vv. 377-382)

donde se oyen pleitos» y «pleitos de competencia real» (Pérez de la Canal, 1975, p. 421). 122 Desarrollan esta cuestión García Pelayo, 1959, y Marongiu, 1953. 123 Ver Kantorowicz, 1985, p. 21.

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Aunque la dignidad real no debe verse comprometida, los monarcas de las comedias de Mira son tan humanos que pierden la razón y se declaran con la misma angustia que cualquier otro hombre, sin que se aplique a ellos el efecto de «encarnación» del cuerpo político en el cuerpo real de carne y hueso, eliminando, así, las imperfecciones del cuerpo natural, dada la superioridad y el carácter divino de aquél. Loco estoy, no estoy en mí. ¡Oh, española! ¡Por mi mal y por mi muerte te vi!... Ten lástima, Amor, de mí. (AdultV, vv. 76-78 y 105)

De esta manera, el rey hombre, siguiendo sus inclinaciones, por ejemplo, se declara ante la dama como cualquier otro y sufre los mismos efectos de la pasión amorosa, La que más quería y está a mis ojos quitando en la noche el sueño blando y alegre luz en el día. Quien es monte quien es peña a las olas de mi llanto. (Aparte) No es bien declararme tanto. (PrósBC, vv. 391-397)

En una situación como está ¿es posible dividir los dos cuerpos, el humano y natural del político? Como hombre se pueden aceptar en el monarca las debilidades y los sentimientos que nacen de la naturaleza corporal, pero valerse de la dignidad real para alcanzar objetivos puramente humanos es lo que el reprocha la dama al rey: Eres hombre, pero siento Que, por tener de rey nombre, tuviste ese atrevimiento; que no bastara ser hombre para tan gran pensamiento... ¿Vienes loco? ¿Vienes ciego a ocasión de tanto fuego? Deslumbrado y ciego estás. (ConfHu, vv. 891-900)

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Ese desvarío amoroso es descrito por el mismo rey, en estos términos: Primero, curiosidad; después antojo, amor luego, y vendrá a emprenderse un fuego que abrase la voluntad. Venenos del alma son los deseos, los antojos, y se beben por los ojos. (ArpDav, vv. 2395-2401)

Son reyes que sufren los impulsos de la naturaleza; pero Mira no deseaba que su grandeza geminada estuviera expuesta al soplo de cualquier idiota124 ni que sus actitudes desdijeran de su realeza; por eso alecciona con ejemplos a contrario. El monarca se rebaja a abordar a la dama con la que quiere satisfacer sus deseos y no repara en maneras ni en medios para conseguirla, chantajeando o prometiendo espléndidas recompensas. Sus argumentos son poderosos: Yo soy rey, y por un rey, cuando tú en ello perdieras que hagas es razón y ley lo que por ninguno hicieras. (AdultV, vv. 232-235)

Pero el del soberano no es amor sino apetito y lujuria, como el de los villanos; el monarca ha perdido su dignidad y se abrasa en celos y deseos libidinosos como cualquier hombre incontrolado. Cegado por la pasión, y mal aconsejado por sus privados, manda matar al marido de su enamorada, en secreto, a pesar de ciertas reticencias primeras: REY

Conde, yo muero por ella después que me la nombraste.

124 «¡Oh dura condición, hermana gemela de la grandeza! ¡Es forzoso estar sometido a los propósitos de todo imbécil, cuya capacidad de sentir no va más allá del sentimiento de sus propios sufrimientos!… ¿Qué clase de dios eres que sufres más los dolores mortales de tus adoradores?» (Shakespeare, Enrique V, acto IV, escena I).

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Muera el duque y muera el mundo, que es justa razón y ley que él muera y que viva un rey. (AdultV, vv. 678-682)

Y nos hace ver que es razón de Estado la que guía sus impulsos, pues no tiene empacho en escribir la orden en los siguientes términos: «Marqués Astolfo, antes de pasar el golfo le dad al duque la muerte con secreto, porque importa a mi servicio real, que con su muerte un gran mal en nuestros reinos se acorta... Yo, el Rey». (AdultV, vv. 1034-1045)

El rey entra en una espiral que lo envuelve cada vez más. Parece guiado únicamente por el interés de satisfacer su deseo sexual, espoleado por unos consejeros que miran más la adulación con la que sacar provecho que buscar el bien de su persona y del reino. El monarca se deja guiar por ellos hasta caer en los delitos más graves. Y Mira no estaba dispuesto a aceptar cualquier capricho del rey.Ya desde esta obra, que es una de las primeras en su producción, lanza sus dardos críticos contra un modo de proceder que no considera ni moral ni públicamente aceptable en un monarca, que se ha dejado llevar por las lisonjas de sus privados, que intenta «comprar» a la camarera de la dama, que manda asesinar a su marido para retener a la esposa, y que le escribe una carta de seducción, descubierta casualmente por la reina. Acusados entonces el Conde y el Barón de traidores, difaman a la dama culpándola de adulterio, para salvar su pellejo. El rey da pábulo a las delaciones sin preocuparse de investigar los hechos, posiblemente porque le interesaran tales calumnias para deshacerse de su esposa y tener paso libre a la conquista de la dama pretendida. La reina reconoce el desvarío en que está sumido el rey y exclama: Ah, rey traidor, que atropellas las leyes de la razón. (AdultV, vv. 2025-2026)

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Resumiendo, Mira parece aceptar el principio de que el rey como persona pública está por encima de la ley, pues según decía Saavedra Fajardo, «por una letra sola dejó el rey de llamarse ley»125; pero como persona privada debía someterse a ella. Lo que ocurre es que no es fácil discernir entre ambas personas, por eso al rey no se le pueden permitir bajezas que desdoren su dignidad y su ser indivisible. Otro ejemplo, en este sentido, es el del rey Alfonso que, como hemos visto ya, se deja embaucar también por la joven Raquel; su pasión es tal que le lleva a descuidar el gobierno y a dejar en manos de la judía las riendas del poder. La situación había llegado tan lejos que hace exclamar al viejo noble Alvar Núñez: los príncipes mandan cuando pecan, advirtiendo que la adulación permite, por hacer al rey obsequio que se bauticen las culpas por leyes, que en el exceso de sus vicios, no son vicios los vicios, sino preceptos. (DesgRa, p. 156)

Alfonso es el ejemplo evidente de un soberano que languidece bajo el influjo de una mujer hermosa y fascinadora126, que abandona a su esposa y propicia la intranquilidad de los súbditos. No se trata de un caso imaginado por el poeta, sino que responde a la descripción de unos hechos históricos, como históricos fueron los ejemplos de algunos reyes que se destacaron por sus aventuras amorosas. Baste citar tan sólo, como casos representativos, pero que no cierran la nómina del siglo XVI, los ejemplos de Carlos V, de cuyos amores con Margarita Vanjest nació Margarita de Austria, o con Bárbara Blomberg de la que tuvo a don Juan de Austria; y el de Felipe II que tuvo relación con dos mujeres, Isabel Osorio y, posiblemente, la princesa de Éboli.Y conocidos son, entre otros, los amores de Felipe IV con la «Calderona», especialmente significativos por la incidencia que tuvo en el abandono de las tareas del gobierno. Ello demuestra que no sólo en la co125 126

Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe político-cristiano, 1958, t. 1, p. 195. Ver también ProdVa, vv. 2493-2497.

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media sino también en la realidad los reyes, como seres humanos, sufren la debilidad de la lujuria o el amor apasionado127. Pero, tal vez, lo peor de todo es que, ante estas conductas reprobables del rey, su autoridad es inexpugnable; nadie puede oponer resistencia. Con razón o sin ella, el súbdito tiene que sufrir los excesos del monarca; allá donde esté el rey no debe entrometerse nadie pues sería una deslealtad y falta de respeto merecedora de castigo: Pues tú escribes a Leonora tu necia y loca pasión, ¿no es especie de traición viendo que tu rey la adora? (PrósBC, vv. 1490-1493)

Parecido es el caso de Mauricio, el rey emperador de RuedFo, que se deja arrastrar por la pasión hacia la joven Mitilene, cautiva en campaña de guerra. El soberano, desde el primer momento en que la vio, se preocupó más por intentar dar satisfacción a sus impulsos pasionales que por gobernar con equidad y justicia. Sólo suspira y actúa por ella y está dispuesto a ofrecerle parte de su reino con tal de gozar de sus encantos (p. 5); la ausencia de la muchacha le provoca tal desesperación que llega a arrastrar a la reina de los pelos, exigiéndole que le diga dónde tiene escondida a la joven (p. 9). Es tan negativa la visión que nos ofrece Mira del emperador que sus actuaciones atentan, incluso, contra la propia institución monárquica. El dramaturgo trata de separar las actuaciones del rey como persona y las del rey como institución, pero llega un momento en que el emperador antepone sus intereses pasionales a la razón de Estado. Luego recapacita y se arrepiente; mas ya es demasiado tarde; su autoridad ha quedado destruida; se amotina el ejército real y se proclama a un nuevo emperador. Mauricio muere a manos de Focas, instrumento de la justicia divina, que ha venido a implantar orden ante tanto desafuero: REY

127

Nadie se puede esconder del castigo de los cielos. Viva el hombre con recelos de la justicia divina,

Para otros casos, ver Alfaro, 1968, pp. 136-137; Hume, 1904; o Deleito Piñuela, 1988, cap. 1º.

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que a los soberbios derriba, sólo al humilde levanta; al fin es justicia santa, que ni tuerce ni declina. (RuedFo, p. 10b)

En fin, el rey, como hombre y como marido, también está sujeto a las leyes del honor, y aunque viven en el mundo los reyes idolatrados, que apenas tienen deseos porque de nada están faltos... Aunque gobiernan el mundo en sus soberbios palacios... Aunque dan blasones y honras, no tienen seguro estado, que también pueden los reyes ser a veces deshonrados... que, en efecto, son humanos. (DesgAl, vv. 220 y ss.)

De esta doble condición son conscientes los mismos monarcas, que ante un caso de agravio deponen su autoridad para tomar venganza como hombre: Delitos contra el honor y contra la autoridad de mi persona, no es ley castigarlos como rey. Depongo mi autoridad: saca la espada. (CondAl, vv. 1346-1351)

Y como cuerpo natural también puede deshonrar y mancillar a sus súbditos, delito grave para su condición de rey. Así lo siente María, la hebrea perseguida y cortejada por el Faraón. Tras proclamar la joven que es razón que el rey sea estimado por todos, pero siempre que se comporte con dignidad128, que sea respetado su nombre, pero no el 128

ProdVa, vv. 2664-2667.

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rey que no merece serlo129, le recrimina haber atentado contra su honor, que es un valor incalculable, y le hace ver que por mucho poder que tenga en su imperio no podrá obligarla a sucumbir a un amor deshonesto. Por eso, cual otra Judit, está dispuesta a cortarle el cuello si persiste en sus intentos; y le advierte: No intentes, siendo grosero, publicar tu liviandad, y que lo sepan doscientos. Si solos tres lo sabían, deja, rey, aqueste puesto; que se lo diré a mi hermano, y aunque ahora es prisionero, sabrá vengar esta afrenta, y cuando le oprima el miedo por ser tú rey y él esclavo, yo, que de honrada me precio, sabré ceñirme una espada, y sacando el limpio acero con esfuerzo varonil cortar tu arrogante cuello. Vete. No aguardes más, no me obligues, siendo necio, que venga a poner por obra, Rey aleve, lo que cuento. (ProdVa, vv. 2745-2763)

Estos son los comportamientos que critica Mira. En cambio, el rey ideal es aquel que al peso de su justicia nunca le ha torcido el fiel, que gobierna el reino en paz dando igualdad a la ley con todos, ¿por qué razón aborrecido ha de ser de sus vasallos y amigos? (CautCC, vv. 617-623)

129

ProdVa, vv. 2703-2705.

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Siguiendo con el planteamiento de si el rey es libre respecto a las leyes civiles, cabe preguntarse si puede eximir a otros que las cumplan, dado el carácter absoluto de su poder.Teóricamente, sí, dicen los escritores políticos y juristas, y ello gracias al ejercicio de su soberanía, pero lo normal es que cumpla y haga cumplir las leyes; tan sólo, de forma extraordinaria, él mismo podría dejar de acatarlas, por razón de gobierno y Estado sin salirse del orden legal que él mismo ha dado. También, con carácter extraordinario, el rey tiene la facultad de dispensar a otros de obedecerlas, aunque su obligación es hacer que se cumplan: REY

Pero no hallo razón con que librarte de muerte. No en vano fue establecida la ley, pues es caso llano que al que en palacio echa mano, pierda por ello la vida. (CabSNo, vv. 1040-1045)

A veces el rey se ve en la tesitura de elegir entre el afecto y el deber, entre el cariño al amigo y la obligación de hacer justicia; casi siempre suele triunfar el deber de aplicar la ley: REY

Yo mismo su muerte lloro. Quísele como a mi alma. Fue el más famoso soldado que vieron Grecia e Italia. Del gran Trajano se dice que eternamente lloraba cuando a alguno daba muerte: qué mucho, si esto me pasa. Pero fue justicia hacerlo. (AdveBC, vv. 3060-3068)

Las leyes siempre se han de observar y siempre se ha de respetar al rey. Pero puede ocurrir que el monarca dé órdenes que se consideran injustas e inmorales; entonces, Mira acepta la desobediencia, como hace el hijo del rey Saúl, ante la orden de su padre de matar a David:

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La paternal reverencia no tiene fuerza de ley, que el cielo me da licencia para que al padre y al rey pueda negar la obediencia. (ArpDav, vv. 1359-63)

Como hacen las parteras, que desobedecen la orden del Faraón de matar a todos los varones hebreos recién nacidos: Las parteras, al fin, a Dios temieron, y aunque el rey como rey lo había mandado de aquesta tiranía se abstuvieron por no ver de su Dios el rostro airado. (ProdVa, vv. 77-80)

Y como proclama el mismo Moisés, dirigiéndose a uno que ocupa un cargo en el palacio real: Bien quisiera no perderte el respeto, pero el caso obliga que al rey se pierda cuando fuere el rey villano. (ProdVa, vv. 1056-1059)

En definitiva, parece estar operando en la mente del poeta, respecto a los comportamientos del rey, la idea de su doble naturaleza que se venía ofreciendo desde la época medieval: el rey como persona pública está por encima de la ley, pero su condición humana está ineludiblemente sujeta a las leyes. Sin embargo, no es en la persona privada, sino en la pública, donde se origina la tensión interna: el Príncipe público está, a la vez, por encima de la ley y sometido a ella, es simultáneamente imagen y siervo de equidad, señor y siervo de la ley, dualidad que está en el oficio mismo de rey. En su calidad de persona pública, el rey debe servir al Estado, de modo que en cuanto tal no sólo es imagen de la justicia y de la ley sino servidor de ellas. El monarca es la idea misma de la justicia, en sí misma sujeta a la ley y al derecho, y al propio tiempo está por encima de ella por ser el fin de toda ley130. 130

Ver Kantorowicz, 1985, pp. 101-102.

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REY FUENTE DE JUSTICIA Y HONOR

La monarquía de los Austrias se fundamentaba sobre tres ejes esenciales: la administración de justicia, la tributación y lo que, de forma todavía no exacta, llamaríamos ejército; García Gallo ya habló de la importancia que tuvo la justicia en el proceso de consolidación del poder monárquico y de cómo fue una tarea básica para el gobierno del Estado131; y de ello dan fe todos los tratadistas políticos del momento: el modo en que el monarca mantiene su poder y soberanía radica en la administración de la justicia. Aunque la opinión de Bodin de separar las ocupaciones de la justicia de las tareas del monarca132 fue seguida por otros133, en el siglo XVII se utiliza esta idea, como ya señalara Maravall, más bien con el objetivo de garantizar la libertad de los jueces para que pudieran aplicar las leyes de forma más recta. Pero hay otra corriente más tradicional (el P. Márquez o Portocarrero, por ejemplo) que sostiene que los asuntos de justicia son propios del rey y son un elemento constitutivo de su poder134. Como defiende el P. Rivadeneira, la justicia «es la que a los principios fundó los reinos; ésta es la que después los amplificó y ornó; ésta es la que les dio toda la grandeza y majestad que tienen; ésta es la que cura las llagas de los pueblos, sosiega las sediciones, mitiga los ánimos exasperados, establece la paz y resiste la guerra, hace gloriosos a los reyes, asegura los rei131

García Gallo, 1971, pp. 294-295. Si el príncipe ha de parecerse a Dios, pocas veces se ha de dejar ver por los súbditos; por eso, «la administración de justicia y las quejas de los súbditos siempre serán mejor atendidas por medio de magistrados buenos y capaces que por el príncipe».Y líneas más abajo comenta: «una vez que se establecieron las leyes a las que debían conformarse los magistrados, ha cesado la necesidad de que sean los príncipes soberanos quienes juzguen» (Bodin, Los seis libros de la República, pp. 200-201). 133 Álamos de Barrientos exhorta a su majestad a «excusar las consultas de las sentencias de justicia, salvo aquellas que tuvieren alguna mezcla de materias de Estado, sino dejar a los jueces que libremente procedan en ellas y las publiquen»; el rey tan sólo debe ser «celador de ella y desagraviador de los excesos de sus ministros y dispensador absoluto de las mercedes, gracias y benignidad real». Lo demás «deje correr en los tribunales ordinarios que tienen señalados desde su primera institución para aquellas materias» (Discurso político al rey Felipe III, pp. 89 y 90). Del mismo criterio es Saavedra Fajardo (Idea de un príncipe cristiano, t. 1, p. 197) y Lancina (Comentarios políticos, p. 102). 134 Ver Maravall, 1997, p. 261. 132

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nos, y sobre todo honra y reverencia a Dios»135. La justicia es, pues, un atributo del rey, como imagen que es de Dios en este mundo, y de quien, en verdad, procede; es, así, un rasgo constante de su personalidad institucional136. Pero por más que se difunda la imagen de un rey justiciero en un acto de propaganda137, no era normal que los monarcas, salvo alguna excepción, impartieran justicia personalmente138. Ya hemos repetido más de una vez que para Maravall el teatro barroco no es sino un instrumento de exaltación del absolutismo monárquico; según esta interpretación, la imagen del rey queda enaltecida hasta extremos tales que su poder y voluntad no encontrarían ningún límite ni siquiera en el ámbito de la justicia: «Rey soy, no tengo juez»139. Con este principio, en algunas ocasiones, el monarca obra y actúa a su entero capricho y ningún súbdito se atreve a contradecir su voluntad aun a sabiendas de que está actuando tiránicamente. Por eso el teatro se convierte en un poderoso medio de divulgación de los ideales monárquicos140. Pero, aunque esto sea en buena parte verdad, no parece que en lo que toca a la justicia podamos decir que había un modelo que estuviera en consonancia con el poder absoluto de los reyes. Antes bien, la justicia presentaba numerosas deficiencias tales como el complicado entramado judicial que comportaba muchas veces conflictos de competencias, los poderes excesivos de algunos administradores, las alteraciones en el orden de los procedimientos, las avocaciones de unos tribunales a otros...; defectos que, como apunta Bermejo Cabrero, «no se compaginan con la pura aplicación de los esquemas del más extremado absolutismo»141.

135

Rivadeneira, Tratado de la religión, p. 526. Saavedra Fajardo, tras citar unas palabras del Rey Sabio que decía que «en el rey yaze la justicia», comenta que «por una letra sola dejó el rey de llamarse ley. Tan uno es con ellos que el rey es ley que habla, y la ley es un rey mudo» (Idea de un príncipe cristiano, t. 1 p. 195). 137 Ya se preocuparon los propios monarcas de cultivar esa imagen, decorando las salas de sus palacios con alegorías de la justicia y retratándose con los atributos de la misma.Ver Brown y Elliott, 1981; Gallego, 1991. 138 Estudia esta cuestión Beneyto, 1953, pp. 55-81. 139 ArpDav, v. 2904. 140 La idea de la justicia como la virtud por excelencia y la imagen del rey como hacedor de la misma calan en la mentalidad colectiva y constituyen «un formidable instrumento al servicio del poder político» (González Alonso, 1988, p. 378). 141 Bermejo Cabrero, 1990, p. 93. 136

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Suele ser común y repetida en el teatro del Siglo de Oro, y por supuesto, en el teatro de Mira de Amescua, la figura de un rey justiciero que administra justicia por igual a todos, sin detenerse en hacer exención de ella por cuestiones del nombre de los culpados o de su categoría social, porque así se asegura la colaboración de los súbditos cuando lo necesite. El rey debe aplicar la ley sin distingos, sea quien fuere el que demande o el demandado. En la comedia LisFra, un labrador se presenta ante el rey Clodoveo a denunciar que uno de sus soldados ha profanado un templo, incumpliendo las órdenes del monarca de respetar tales lugares en los saqueos. El rey argumenta del siguiente modo: Mi clemencia mostrar quiero entre justicia y rigor, porque el mundo lisonjero que hoy me llama vencedor diga que soy justiciero. Justicia es mi razón, yo un ministro que la sigo. Mis manos balanzas son: la izquierda pesa el castigo, la derecha el galardón. Vea el pueblo este castigo y procure ser mi amigo, porque yo más gloria hallo en castigar al vasallo que vencer al enemigo. (LisFra, vv. 273-287)

Todo rey debe ser recto y justo, premiando o castigando, según los merecimientos. El premio y el castigo es una consecuencia de la igualdad teórica de los súbditos ante la ley para compensar sus buenas o malas acciones. Se trata de una cuestión fundamental para el Estado, según comenta Saavedra Fajardo, para quien en faltando el premio y la pena, falta el orden de la república; porque son el espíritu que la mantiene. Sin el uno y el otro no se pudiera conservar el principado; porque la esperanza del premio obliga al respeto, y el temor de la pena a la obediencia, a pesar de la libertad natural, opues-

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ta a la servidumbre. [...] Estos son los dos polos de los orbes del magistrado, los dos luminares de la república142.

Mira vuelve a insistir en ello: Mas si el derecho civil y leyes de los romanos pongo en orden y reduzgo a un volumen reformado, «justiciero» debo ser, satisfacer debo agravios, castigar debo delitos, huir respetos humanos. (EjMayD, vv. 1803-1810)

La repartición de honores y cargos está en estrecha relación con la virtud de la justicia que emana del rey. Todos nuestros tratadistas están de acuerdo en ello y hay coincidencia al advertir al monarca que se fije más en las virtudes y méritos de los individuos que en la riqueza o en la clase a la que se pertenece. Premiar al que se lo merece es de justicia, pero también de conveniencia política para el rey, pues con ello contenta a los súbditos y hace que no se sientan menospreciados, disminuyendo de esta manera el potencial de una sedición o revuelta. La esperanza y aliento de merecer los premios, comenta Tovar Valderrama, reduce a los hombres políticos a la virtud, y una república en la que se distribuyen los premios con equidad, atendiendo a los méritos, es una república más segura, «pues la remuneración y premio, dice, no es otra cosa que cierta cultura o disposición del ánimo y voluntad de aquellos que la conservan y defienden», porque «el premio es alimento preciso de la vida pública»143. Del premio y de la honra no debe ser privado ningún servicio hecho a la corona para que la justicia se convierta en el eje gravitatorio del Estado: así, es recompensado no sólo el noble y el soldado por sus méritos militares144, sino también el criado por su fidelidad,

142

Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe cristiano, Empresa XXIII, p. 222. Tovar de Valderrama, Instituciones políticas, pp. 180 y 183. 144 Los capitanes vencedores en las campañas guerreras de Cerdeña son premiados, en honor de sus merecimientos y valentía, con diez mil ducados y hábi143

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Es tu lealtad digna de que mi largueza te premie. Desde hoy te doy mil maravedíes de renta. (CabSNo, vv. 3213-3216)

El rey debe tener sumo cuidado en ser imparcial cuando administra justicia; por eso, es necesario cuidar la fase probatoria para que no se den arbitrariedades que atenten contra su mismo espíritu; será preciso aportar pruebas, que haya testigos, que se escuche al acusado... Así se lo pide el capitán Belisario al monarca, Si para honrar las virtudes y castigar los delitos ha menester el que es rey usar de los dos oídos que le dio naturaleza, que me deis uno os suplico. (EjMayD, vv. 2385-2390)

Pero en esta ocasión el rey halla que el delito de su vasallo es notorio y no es necesaria más investigación; por eso procede a dictar sentencia sin más demora, aunque intuye que no ha actuado justamente con su vasallo: Temo que fue tiranía mi rigor. Tarde lo temo; no quisiera que me digan las historias «el cruel». (EjMayD, vv. 2731-2734)

El teatro barroco nos suele dar, en general, una visión idealizada del rey justiciero y riguroso,

to, con títulos o con el nombramiento de mayordomo mayor del reino (PrósBC, vv. 1306-1308, 2443-2447, 2448-2451). En CautCC, el rey ofrece, como recompensa a los servicios, un castillo (vv. 590-594) o el nombramiento de marqués (vv. 795-796) y otros títulos (vv. 881-883 y v. 975). Asimismo en NoHDiD, vv. 488-492, 754, 806-807.

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en quien sólo es firme no la clemencia, el rigor, pues siempre en su pecho vive. (LoQNCa, vv. 160-162)

un rey en quien se confía para dilucidar la verdad, El rey es lince que penetra los corazones, y la verdad persuadirle sabrá, para que mi causa sin pasión despacio mire. (LoQNCa, vv. 231-235)

para actuar con rectitud, templar las costumbres y dar honra a quien lo merece, pues la misma persona del rey es un bien para todos sus súbditos: El rey es bien común, es bien de todos, a quien le toca, por diversos modos, repartir la justicia, los aumentos, moderar las costumbres [...] Es, en fin, quien da ser, honor y vida... porque es, de la divina omnipotencia de Dios, el Rey, segunda providencia. (LoQNCa, vv. 307-317)

Mira insiste una y otra vez en el rigor con que el rey ha de administrar justicia, porque, como dice Juan Alfonso Lancina, «no es defecto en el Príncipe ser más inclinado al rigor que a la piedad; ésta obliga, aquél refrena, pero como los hombres son de dura cerviz, más fácilmente se embrillan que se persuaden»145: De vuestros vasallos sois temido mas, aunque os teman, riguroso os llaman. Mostraos menos severo, que amado podéis ser y justiciero. (LoQNCa, vv. 364-368)

145

Lancina, Comentarios políticos, Antología, p. 116.

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Nuestro dramaturgo aboga porque el rey sea para sus súbditos como un padre146 para con el hijo; un rey que, al mismo tiempo que debe ser respetado, sea también amado. Este problema del miedo y amor al rey interesó en gran medida a los pensadores políticos barrocos; pero su origen se encuentra en Maquiavelo, quien, en el capítulo XVII de El Príncipe lo plantea en los términos de «si vale más ser amado que temido». Para él, lo ideal sería poder compaginar ambas actitudes, pero, dado que los hombres «son ingratos, versátiles, esquivos al peligro y ávidos de ganancia» y dado que combinar ambas cosas a la vez es muy difícil, «es mucho más seguro ser temido que amado... Debe en suma el príncipe hacerse temer de modo que si no se granjea el amor logre, al menos, evitar el odio porque puede muy bien ser, al mismo tiempo, temido y no odiado»147. El interés general de nuestros escritores, aparentemente opuestos a Maquiavelo, lo resume, una vez más, Saavedra Fajardo cuando aconseja al príncipe «ser amado de sus vasallos y temido de sus enemigos», porque «muchos príncipes se perdieron por ser temidos, ninguno por ser amado». En esto Saavedra, y los otros escritores, se enfrenta al florentino, ya que para él «el amor y el respeto se pueden hallar juntos; el amor y el temor servil, no». Defiende, por tanto, por encima de todo, el amor, pues «lo que se teme se aborrece; y lo que es aborrecido no es seguro». Se introduce aquí un concepto fundamental, como es el de la seguridad; seguridad para el príncipe y seguridad para los súbditos; porque sólo en un estado seguro es posible la libertad, la obediencia, la lealtad y la conservación de la vida. De todos modos, Saavedra, lo mismo que Mira, se percata de la dificultad de compenetración entre el amor y el temor «porque sin alguna especie de temor se convertiría el amor en desprecio y peligraría la autoridad real, conveniente es en los súbditos aquel temor que nace del respeto y veneración»148:

146 Decía Erasmo de Rotterdam que «el buen príncipe no debe tener para sus ciudadanos otro espíritu que el del padre de familia para sus domésticos. ¿Qué otra cosa es un reino sino una gran familia? ¿Y qué es un rey sino el padre de una familia innumerable» (Educación del príncipe cristiano, p. 296). 147 Maquiavelo, El Príncipe, 1999, p. 110. Pero también defiende el mismo autor que ese miedo al monarca no se puede sostener por mucho tiempo. 148 Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe cristiano, Empresa XXXVII, pp. 119123. Asimismo Narbona comenta que «el amor de los vasallos [es] la más firme

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Padre es también el rey de sus vasallos, y como a hijos debe gobernallos; y el rey que es respetado y es temido, amado viene a ser, no aborrecido... Y así los que me temen por severo me han amado también por justiciero. (LoQNCa, vv. 379-387)

El rey ha de ser, pues, juez y padre; pero cristiano, que premia y castiga según le confiere su poder real, a imagen del divino, pues «lo mismo que hace Dios, el que es rey hace»: Ansí, nuestro ser rey y ser cristiano, ansí enseño a premiar y dar castigos... Obedezca mi ley quien es mi amigo. (AdveBC, vv. 1743-1746)

Este amigo del que habla el monarca es don Bernardo, su privado, para quien don Lope ha pedido clemencia al rey; pero él antepone su condición de juez a la de amigo; todo vasallo, sea cual sea su naturaleza, debe ajustarse a las leyes, obedecerlas y cumplirlas, Desde hoy procuro que me llamen también «el Justiciero». Ninguno en mi favor viva seguro... El que sirviere bien iré premiando; aquel que me ofendiere no confíe en el dulce favor del pecho blando. (AdveBC, vv. 1765-1772)

Y Alfreda, la hija del rey francés Carlos, presenta al rey como raíz y sostén del orden social, del que emana toda justicia Poderoso rey de Francia, llamado en el mundo siempre

defensa de los reinos», pues «el trato apacible del príncipe adquiere con gran fuerza el amor de sus vasallos; pero de tal manera sea que se conserve la autoridad real, no queriendo hacerse respetar con miedo, ni amar con humildad y menosprecio» (Peña Echevarría, 1998, p. 83).

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Atlante de la justicia porque en los hombros la tienes. Si justiciero te llaman, ¿cómo este atributo pierdes? pues, por guardar la justicia, se llaman dioses los reyes. Defiéndela, porque en esto al eterno Dios pareces. Haz que el reo se castigue y que la virtud se premie. (PrimCF, vv. 1670-1681)

Nadie, pues, se libra de la justicia real, ni de la llamada justicia conmutativa ni de la distributiva. En una y otra el principio de igualdad de todos ante la ley es fundamental; se trata de un precepto divino cuyo incumplimiento se considera un grave pecado, aunque es ocioso afirmar que tal igualdad no implicaba necesariamente, en el régimen monárquico señorial del siglo XVII, que todos se hallaran en la misma situación ante la ley, pues quien era desigual en condición lo era también jurídicamente149. Pero la ley debía aplicarse a todos sin excepción, aunque el castigo fuera diferente según el estatus social y la calidad personal de la víctima. Esto es comprensible en una estructura compleja, plurijurisdiccional y de privilegio, como la del Antiguo Régimen, sobre todo si consideramos que en la España del momento concurrían diversos sistemas normativos al mismo tiempo y que en una misma jurisdicción existían varios jueces competentes para juzgar casos iguales. ¿Es justo que no castigue el rey a los poderosos? Para todos es bien que haya justicia, aunque iguales no sean los castigos[...] Que si el rey no castiga al poderoso al delincuente anima. (AdveBC, vv. 1494-1497, 2570-2571)

149 Ya apuntó Tomás y Valiente que «los hombres, que no eran jurídicamente iguales entre sí, sino que por su inclusión en uno u otro estamento gozaban de más o menos o ningún privilegio, no eran tampoco iguales ante la ley penal» (Tomás y Valiente, 1969, p. 23).

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Pero con ser el rey justiciero, que debe serlo, su rigor debe atemperarse con la piedad y el perdón; «siempre debe el príncipe ser de suyo más inclinado a la clemencia que a rigor», dice el padre Rivadeneira; la justicia, continúa, «debe ser acompañada con misericordia, porque entre las virtudes que deben tener los príncipes, es muy importante y muy agradable la virtud de la clemencia, que es el mayor ornamento de los gobernadores...; porque la misericordia que no está acompañada con justicia es floja y reprensible, y la justicia sin misericordia no es justicia sino crueldad»150: Y si es del rey un brazo la justicia, la clemencia ha de ser el brazo diestro [...] Toma mi mano de favor, de amistad, de perdón y gracia; que sólo porque tienes conocida tu culpa eres capaz de esta clemencia. Publique el mundo la piedad suprema con que vuelvo a mi reino. Soy piadoso. (DesgAl, vv. 2777-2778 y 2800-2805)

Entre una y otra, entre justicia y clemencia, parece que Mira aboga por la primera: REY

No pretendo ser cruel, ser justiciero pretendo. Entre el rigor y la piedad es un medio la justicia, azote de la malicia y amparo de la verdad. (PrósBC, vv. 1573-1578)

Al virrey de Nápoles, el conde de Miranda, no le queda otro remedio que optar por la justicia, aún cuando su inclinación sea hacia la misericordia: Sabe el cielo que quisiera perdonar a Nardo Antonio; sus delitos no me dejan. (NardAB, p. 31a) 150

Rivadeneira, Tratado de religión, p. 546.

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Aplicar la ley se impone por encima del afecto y la amistad, Del gran Trajano se dice que tiernamente lloraba cuando a alguno daba muerte: qué mucho, si esto me pasa. Pero fue justicia hacerlo. (AdveBC, vv. 3067-3071)

porque el rey siempre debe ser justo, aun a riesgo de ser cruel, para escarmiento y aviso de los demás: Daros un ejemplo quiero, aunque me llamen por él, mis enemigos, cruel; mis amigos, justiciero. (AdveBC, vv. 2718-2721)

Pero el rey Pedro IV de la bilogía de don Bernardo de Cabrera, pese a justificar siempre sus actuaciones con respecto a su privado, en nombre de la justicia, no resulta un monarca justo; antes bien, ha mandado matar a su fiel vasallo dejándose llevar de sospechas e infundios. No hace nada por asegurar la verdad de los hechos, que, sucintamente, ocurren así: estando de caza, recibe una carta del rey de Navarra en la que se le avisa de una traición contra su persona; por otro lado, un soldado le advierte asimismo de que entre los peñascos se esconde alguien para darle muerte. Inmediatamente, el rey ordena a sus monteros que persigan al presunto homicida; a las voces de estos, sale don Bernardo, que andaba retirado en el campo vestido de villano, pensando que el rey estaba en peligro. El monarca lo toma por el traidor y lo manda prender. El vasallo quiere explicar la situación, pero el soberano se lo impide: ¡Calla!, no digas en mi presencia palabra... ¡Preso le llevad! (AdveBC, vv. 2549-2554)

no pudiendo el otrora agraciado valido ni tan siquiera defenderse ante la acusación que se le formula. Por eso, su amigo don Lope le pide al rey que se informe bien sobre los hechos antes de dictar sentencia:

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No quiero replicarte en pedir que revoques la sentencia. Sólo a tu Majestad pido y suplico que des a otro criado esta licencia. Agravio a su amistad, si notifico tal sentencia. Señor, mira primero si está bien informado. (AdveBC, vv. 1757-1763)

Tampoco el rey don Juan de Castilla hace nada por su amigo el valido don Álvaro de Luna; manda prenderlo por presión de los grandes, Llevarme dejo, ya fácil y ya cristiano del rigor o del acierto de mis grandes. (AdveAl, p. 307b)

y luego, lo único que le queda es lamentarse de su suerte: Ya estará el reino contento porque los jueces nombré que examinen bien la fe y lealtad de aquel portento de desdichas. (AdveAl, p. 307a)

Arrestado y preso don Álvaro, exclama el monarca ¿Preso dijo? ¡Qué rigor! ¡Qué apriesa que le persiguen! ¡Plega a Dios que no me obliguen a otra palabra peor! (AdveAl, p. 307a)

Ni siquiera es capaz de responder a los reproches del valido: No le puedo responder con la gravedad y el llanto de rey, amigo y juez. (AdveAl, p. 307b)

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El secretario le lleva a firmar la sentencia de los jueces y él se disculpa ¿Sin escuchar sus descargos? ¿Son comedia estas acciones? ¿Es nuestra vida teatro que todo pasa en un día? Presto dieron la sentencia. (AdveAl, p. 308a)

La respuesta del Infante es bastante esclarecedora Los cargos justificados bien hacen en darse priesa sosegando el reino. (AdveAl, p. 308a)

Son los jueces los que han dictado sentencia151, y da la impresión de que pudieran haber actuado a la ligera, sin reparar en trámites procesales. Pero no; un aspecto fundamental de la justicia que no debe pasar por alto es el de seguir unos determinados cauces procedimentales, de los que ni siquiera el rey puede librarse, aunque no aparezcan en primer plano. Lo que sucede es que, a veces, los monarcas y los tribunales que representan la persona de su Majestad, no se doblegan a seguir unas leyes en el procedimiento y actúan arbitrariamente, lo que queda reflejado en la obra, aunque sea tácitamente.152 Pero cuando el delito ofrece suficiente notoriedad, el juez actúa sumariamente sin más averiguaciones. En las palabras anteriores del 151 Es verdad que la justicia impartida directamente por el rey es la más perfecta posible, pero el soberano se ve en la necesidad de delegar tal atribución, primero para dejar en manos de los jueces la parte más dura y desagradable que es la de imponer las condenas, multas y confiscaciones; y en segundo lugar porque el rey no puede alcanzar toda la jurisdicción. Pero aunque el monarca delegue sus atributos, puede intervenir en cualquier proceso gracias al principio de justicia retenida, lo que mantiene la tradición de que el rey es el juez supremo. ¿Por qué no lo hace en el caso de sus validos don Álvaro y don Bernardo? 152 Al conocer el Faraón que Moisés había matado a su veedor por haber deshonrado a la mujer del hebreo Datan, no pudiendo amparar lo que es razón que se castigue, dice a su privado: «Busca, Nacor, un verdugo / que ejecute mi rigor» (ProdVa, vv. 1536-1537).

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Infante se encuentra la justificación de la celeridad con que se ha llevado el proceso y la declaración de culpabilidad: el caso no ofrece dudas y se procede, sin más, a la sentencia. El rey ha de respetar la decisión, aunque podría revocarla si entiende que ha sido injusta: Cuando es la pasión el juez, amor propio el abogado, la envidia el procurador, ¡ay del reo! No firmaron los reyes con tanto temor. (AdveAl, p. 308a)

Y lo ha sido: «Yo el Rey», diré, como fiero, el cruel, más acertado: ¿Yo he decir que lo firmo? ¿Yo he de decir que lo mato?... ¿Cómo he firmado «Yo el rey»? ¿Cómo firmé lo que es falso? (AdveAl p. 308a)

Sentenciado a morir degollado («a muerte os han condenado / y ésta se ha de ejecutar»), el monarca decide asistir a la ejecución oculto entre la gente: Movido de aquellas voces más piadosas que importunas, seguidme todos, seguidme, y esta acción tenedla oculta, porque historias no la cuenten a las naciones futuras. Por si alguno nos conoce, los que vinieron se cubran, que quiero ver el teatro donde en trágicas figuras representan mis mercedes en agravios y en injurias. ¡Vive Dios que si no es muerto que aunque el reino se conjura

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contra él, que ha de vivir; mas ya mi tardanza es mucha! (AdveAl, vv. 310-311)

Pero si el caso no es notorio y no se tienen pruebas claras de la culpabilidad de un súbdito, ¿qué ha de hacer el rey? ¿Siempre ha de castigarse un delito, aun a costa de cometer una injusticia, por el simple hecho de que sirva de corrección y por la idea de que toda culpa siempre ha de quedar punida? Mira, en este caso, parece seguir el principio aquel de in dubio pro reo, pues castigar por castigar le resulta sentencia «inicua y pronunciada sin prudencia». Lo plantea el dramaturgo en su obra ExamRe en la que presenta el conflicto de que uno de dos hermanos gemelos ha matado a un vecino, pero en las diligencias no consta cuál de ellos fue, por la similitud de sus rasgos; ¿cómo ha de actuar un rey justo? Castigar a los dos no es ejercicio de prudencia, porque ¿es razón que el inocente de ese modo padezca, aunque el uno merezca la muerte? Es más justicia, así lo digo, que quede el delincuente sin castigo, pienso, que el inocente padezca injustamente. (AdveAl, vv. 1925-1931)

En otras ocasiones, el rey inteligente sabe proceder con cordura y buen juicio, disimulando en público las faltas de su vasallo para no deshonrarle más y esperando la ocasión oportuna para reprender su mal comportamiento: Por mitigar el castigo quiero imitar al juez, que disimula a la vez que delinquir ve a su amigo. Callar quiero, y castigalle encubriendo la ocasión, porque le tuve afición y no quiero deshonralle. (AdveBC, vv. 1681-1688)

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Por ser arquetipo de Dios, el rey es fuente en sí mismo de justicia, aunque, evidentemente, se trata de una justicia participante, pues sólo Él es fuente originaria y sempiterna de la misma, Justo es el rey [...] El rey lo ha hecho, justicia debió ser. Él es rey. (NoHDiD, p. 55a y c) Que el que es justicia no es hombre como los demás, rey es o imagen suya. (PrósAL, p. 281a)

La justicia no nace de la voluntad personal del rey, pues él no la crea, sino que la conserva y actualiza en situaciones y casos individuales. La justicia verdadera es la del Creador, no de las criaturas, que sólo la pueden poseer como reflejo. El rey, pues, como imagen suya, aplica en cada caso la justicia, que el súbdito debe acatar por ser de origen sagrado: Mi vida quieres quitar, no mi sed, y así no digas que te he querido afrentar; aunque si tú me castigas culpada debo de estar. (DesgAl, vv. 965-969)

Al rey se le exige que sea justo, que resuelva con rectitud los casos que sus súbditos le presenten, como hace Marcelo, el padre de Lisarda, que acude a la corte para pedir su amparo: «Iré a la corte / y al rey me quejaré destos agravios»153. Porque si un soberano no sabe hacer justicia no debe reinar, como demanda la mujer de un capitán del rey, muerto a manos de don Gonzalo; ella implora al monarca que castigue al culpable, por semejante agravio, aunque, aquí, castigo y venganza están unidos por un hilo bastante sutil:

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EscDem, vv. 1855-1856.

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Justicia a tus pies alcanza y ni me quitaré dellos hasta que me des venganza. (CabSNo, vv. 1376-1378)

La esposa afrentada pide la muerte del culpado porque, de lo contrario, estaría dispuesta a matarse ante sus propios ojos. El monarca intenta disuadirla de su propósito y le ruega el perdón para el reo; pero ella le contesta decidida: «O haz justicia o no seas rey, / pues no mereces reinar»154. Al rey no le queda otro camino que ordenar la muerte del homicida. El rey se presenta, pues, como fuente de justicia y de honor, emanados de su propia dignidad real: Los ojos del rey con mirar sólo dan honra.155 (RuedFo, p. 3) Yo, tu humilde esclavo soy; tú, señor, quien me levanta dándome honra al ser que tengo (ProdVa, vv. 351-353)

Por eso no se debe esperar de él ni la traición ni la crueldad: No llegues a ser cruel, rey famoso, aunque te enojes; los hombres particulares pueden cometer traiciones, homicidios y crueldades; el rey no. (CondAl, vv.1505-1510)

Siguiendo el principio ya comentado del desdoblamiento del rey como institución y como persona, al aplicar la ley, el monarca podría 154

CabSNo, vv. 1397-1398. También la mirada del rey a un condenado en el patíbulo significaba librarlo de la muerte. Así lo recuerda el gracioso Masar, de ProdVa, vv. 1178 y ss.Y al contrario, «a quien el rey no mira / cualquier desdicha asegura» (LoQNCa, vv. 841-842). 155

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actuar vengativamente como hombre, pero ser imparcial y justo a la hora de administrar justicia a los demás, pues, como decía Castillo Bovadilla «el juez en cuanto juez, es otra persona distinta imaginariamente del sujeto humano en cuanto es hombre»156. Este principio ya fue expuesto por Furió Ceriol al inicio de su obra: «Todo príncipe es compuesto casi de dos personas: la una es obra salida de manos de naturaleza en cuanto se le comunica un mismo ser con todos los hombres; la otra es merced de fortuna y favor del cielo, hecha para gobierno y amparo del bien público», de modo que «cualquier príncipe se puede considerar en dos maneras distintas y diversas: la una en cuanto hombre, y la otra como príncipe»157. Hemos insistido en la distinción en el rey de dos cuerpos, uno político, semejante al de «los ángeles y santos espíritus», y otro natural, compuesto como el de cualquier otro hombre y, por tanto, sujeto a las pasiones y a la muerte. Y aunque los dos forman una unidad indivisible, es indudable la superioridad del primero sobre el segundo; aquél posee unas fuerzas misteriosas que actúan sobre el cuerpo natural mitigando, incluso, eliminando las imperfecciones de la frágil naturaleza humana158. El rey, por tanto, es un ser geminado, humano y divino a la vez, humano por su propia naturaleza por la que se asemeja a los hombres, y deificado por un corto espacio de tiempo en virtud de la gracia (Dios lo es eternamente por naturaleza) y por el poder del sacramento de su consagración por el que supera a los demás mortales159. Pero el rey que actúa tiranamente, tomándose la justicia por su mano, como hombre y no como rey, pierde el atributo de la imago Dei para convertirse en una imago diaboli, como le ocurre a Ordoño II que mata a cuchilladas a quien cree su rival: Pasos son de un desdichado estos que doy, pues deseo tener piedad, y me veo

156

Castillo de Bovadilla, Política para corregidores, p. 25. Furió Ceriol, El Concejo y Consejeros del príncipe, p. 317. También Ramírez del Prado comenta que «el príncipe tiene dos personas. Una, hechura de la naturaleza, le comunica un mismo ser con los demás hombres. Otra, por favor del cielo, para gobierno y amparo del bien público» (Peña Echevarría, 1998, p. 161). 158 Ver Kantorowicz, 1985, p. 21. 159 Kantorowicz, 1985, pp. 56 y ss. 157

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a ser cruel obligado [...] ¡Ah leyes del mundo! ¡Ah sabios! ¿Cómo no enmendáis las leyes, pues es forzoso a los reyes vengar así sus agravios? Mas ¿qué he de hacer? Yo lo hice porque esté secreto así. (NoHDiD, p. 55ab)

Acción reprochada por la reina que no sólo considera una indignidad y tiranía tal acto, sino también que lo hubiese ejecutado él mismo con su propia mano, pues el rey nunca debe oficiar la misión de verdugo: ¿Vos cruel, vos tirano? ¿Vos matáis por vuestra mano? Esa indignidad es mucha. ¿No podiades mandar que lo matasen, si había hecho alguna alevosía? (NoHDiD, p. 55c)

Pese a todo, está segura de que, si lo ha hecho, es que debió actuar así por justicia. Por eso los súbditos no deben juzgar las decisiones soberanas, pues tienen su raíz en la justicia misma de Dios: Que el vasallo no es juez del acuerdo superior de los reyes. Lo que error parece al hombre, tal vez fueron acuerdos divinos, que en la justicia conviene el rey con Dios, porque tiene investigables caminos. (PalConf, vv. 1869-1876)

Quizá, la verdadera definición del monarca justo nos la da Mira por boca del emperador Mauricio, a las puertas de la muerte, cuando aconseja a su verdadero hijo Heraclio:

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Vive encubierto y advierte que aborrezcas el pecado, que fue causa de mi muerte. Si el imperio pretendieres y la púrpura vistieres, ampara como a cristiano al Pontífice romano cuando en peligro te vieres... Nunca tengas olvidada la muerte y el eterno abismo, pues tu principio es de nada, y has de volver a ese mismo en el fin de la jornada. No peques pues, y en pecando la penitencia es la tabla en que has de salir nadando. Toma siempre el buen consejo; honra al clérigo y al viejo, reparte a pobres tus bienes, y por si soberbia tienes, pobre y humilde te dejo; castiga al que lo merece, no pongas mucho tributo...160 (RuedFo, p. 19bc)

Un aspecto importante en la administración de justicia son las resoluciones judiciales. Como doctor en leyes, Mira conocía perfectamente el lenguaje del derecho, y en algunas de sus obras nos ofrece 160 Una de las ideas que el emperador destaca en estos consejos que da a su hijo es la idea del príncipe escondido, enraizada con la tradición literaria que elaboró la noción de Rey oculto desde una perspectiva profético-mesiánica y providencialista. De forma genérica, los Austrias fueron considerados como prototipos de reyes ocultos alejados de sus súbditos, pero esa «invisibilidad» hay que tomarla en términos relativos, pues no en vano se multiplicaron sus salidas con ocasión de ciertas celebraciones tanto religiosas como cortesanas. Basta con recordar las numerosas veces que el rey Felipe IV acudió a nuestra Señora de Atocha a dar gracias por los buenos sucesos de la monarquía; unas veces lo hacía oculto porque así lo exigía su autoridad, y otras en público porque las circunstancias lo permitían y, de esta manera, mostrarse ante sus vasallos para regocijo general (Ver Río Barredo, 2000, pp. 199-204. Y para los distintos sentidos de este tópico del rey oculto en la Castilla de la Baja Edad Media, ver Nieto Soria, 1992).

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ejemplos de sentencias, de su estructura y de las fórmulas empleadas al respecto. Estos fallos judiciales normalmente vienen redactados en prosa, acentuando, si cabe, el grado de verismo que puede reflejar la comedia en este asunto, y su redacción sigue la disposición fijada para el caso, con cláusulas iniciales y finales, según es norma en el lenguaje jurídico. Así, por ejemplo, la sentencia favorable a Ruy López, acusado falsamente de traición a su rey por uno de sus criados, es redactada en los siguientes términos: Vistos los méritos y autos deste proceso, fallamos que debemos absolver y dar por libre de la culpa que se imputaba a don Ruy López de Ávalos, el Bueno, Condestable de Castilla, y le declaramos por leal y felicísimo vasallo del Rey, nuestro señor. Y así mismo debemos condenar y condenamos a Juan García, su secretario, a ahorcar, y hacer cuartos, por autor de la falsedad y traición161.

En el auto sacramental la SantaIn, aparece el fallo que este tribunal dictó contra Herejía. No importa que la pieza esté escrita en términos alegóricos, lo que interesa aquí es el modo de resolución de una sentencia. Se encarga de leerla el apóstol Pedro, que forma parte del tribunal: Nos, los inquisidores contra la herética Pravedad y Apostasía..., habiendo denunciado ante nos, el Colegio de los Doctores Santos, el promotor Fiscal a la herética Apostasía..., que ha negado la existencia real de Jesucristo..., y habiendo sido amonestada y requerida una y muchas veces que confiese su error..., por tanto fallamos que debemos declarar y declaramos a la dicha Herejía por anatema y apóstata... y le privamos de la gracia..., y mandamos que le sea leída la sentencia dada en nuestro tribunal de la Santa Inquisición162.

Y en otra pieza, el Secretario lee a don Bernardo los cargos en estos términos: Estos son los cargos: Primeramente resulta estar culpado don Bernardo de Cabrera en no haber agradecido a su Majestad el haberle hecho Conde de Vas, Almirante 161 162

PrósAL, p. 284. SantaIn, pp. 473-474.

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de la mar con los demás títulos, ni el tenerle escogido para esposo de su serenísima infanta, hermana suya. Item, se le hace cargo de la muerte de Leónido, músico de la cámara. Item, el no haber manifestado las hazañas de don Lope de Luna, para que su Majestad las premiase. Item, su gravísima culpa en haberse carteado con el príncipe don Carlos, ofreciéndole haría lo que le mandase, y el haber salido de la prisión en que estaba, a dar muerte al rey, como de hecho lo hiciera, si su Majestad no estuviera avisado. Notifícasele que le darán dos horas de término para vivir y confesar163

En este último caso no hay tribunal de jueces que hayan sentenciado, sino tan sólo el fallo del rey que ha encontrado suficientemente grave la situación como para eliminar trámites innecesarios. El rey ha hallado a don Bernardo culpable de traición; su conducta, según el monarca, ha puesto en peligro su vida y la seguridad del Estado. Conocemos las turbulencias políticas, rebeliones, traiciones y revueltas populares en la Europa del XVII, y es lógico pensar que, en este ambiente, los casos aducidos en el teatro podrían reflejar de alguna manera la atmósfera de inseguridad de la corte y la contundencia con que los reyes quisieran atajar tales hechos; y es lógico pensar también que tuvieran una incidencia especial en los espectadores. Pero las traiciones sobre la persona del rey no eran todas de la misma gravedad; así, la comedia de Mira unas veces refleja la traición maquinando y ejecutando la muerte del monarca (RuedFo) y, otras, tratando de desplazarlo violentamente del trono (NoHayR).Y no importa que los casos sean reales o imaginarios. D. Bernardo fue un valido, privado del rey Pedro IV, que gozó de gran poder, pero cayó en desgracia y fue ejecutado por la mala información. Tras el fallo judicial, en Derecho, se procede a ejecutar la sentencia, que en el Antiguo Régimen constituía todo un espectáculo164. La orden de ejecución del emperador contra su privado decía así: Sacaréis con cien soldados de guardia a Belisario, fuera de los muros; y allí le saquen los ojos, pues con ellos ofendió la Cesárea Majestad, po-

163

AdveBC, v. 2749 y ss. Duque de Estrada nos recuerda los temores que le vuelven a la mente en el momento que lo sacan de la cárcel y lo llevan al patíbulo, y relata el dramatismo de la situación (Comentarios del desengañado de sí mismo, pp. 137-139). 164

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niéndolos en lo sagrado de su honor; y ninguno lo socorra, pena de mi desgracia, porque quiero que mendigue quien usó mal de las riquezas que tenía. Justiniano, emperador165.

En efecto, la acotación siguiente presenta al valiente capitán y privado del emperador, corriéndole sangre por los ojos y cara, con una sotanilla y sin valona, sin capa ni sombrero, cayéndose y levantándose, como un emblema vivo cuya indumentaria y palabras advierten y amonestan sobre la futilidad de las cosas mundanas166.Y cuando el rey don Juan de Castilla llega a la plaza, contempla allí un «espectáculo triste» en el que se ve al criado Moralicos, vestido de luto, pidiendo con un plato para poder enterrar el cuerpo de su amo, don Álvaro de Luna, que yace en tierra con la cabeza separada del cuerpo167. Igual suerte corrió don Bernardo: el drama nos presenta el espectáculo de mucha gente llorando por las calles al paso del tambor que va «tocando y un verdugo que lleva en una mano una cabeza y en la otra un palo». La ejecución, según dice Tambor, se presenta como castigo al culpable y como ejemplo para los demás: TAMBOR

Este pago de la ley a la soberbia cabeza, que por verse en mucha alteza, quiso matar a su rey. Ponerla de esta manera manda el rey nuestro señor. (AdveBC, vv. 2964-2969)

Esta idea de ejemplaridad viene expresada mediante un concepto que se suele repetir con frecuencia en la comedia barroca en los pasajes que toca al caso, cual es la idea de escarmiento168. Para escarmien-

165

EjMayD, tras verso 2611. Cull aduce algunos ejemplos en las obras de Mira en que aparecen emblemas incorporados en la puesta en escena, como en EscDem, acotación tras v. 2346 (Cull, 2000). 167 Cristóbal Lozano relata el episodio con un gran dramatismo (Historias y leyendas, I, pp. 223-224). 168 Dice el pensador franciscano, Alfonso de Castro, que «cuando la pena se agrava más allá de lo que el delito merece, entonces aquella no sólo tiene el carácter de castigo ni únicamente se impone para reprimir el delito cometido, sino 166

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to de los soberbios es degollado don Bernardo y para escarmiento de los forajidos es ejecutado Nardo Antonio, el bandolero napolitano. Al conde de Miranda, virrey de Nápoles por aquel entonces, aun siéndole entrañable la figura del forajido y ser proclive al perdón (como gracia de su persona y sólo dado por el rey), no le queda otra salida que la de hacer cumplir la ley y administrar la justicia como es debido: Luego perderá la vida Nardo; pondrán su cabeza, para escarmiento de tantos forajidos, en la puerta de la calle de Toledo. (NardAB, p. 31ab)

Pero si Nardo Antonio es ejecutado, Batistela iba a ser perdonado, según la pragmática de 1643, por la cual, aquel bandido que delate a un compañero gozará de la gracia del perdón; en este caso, además, el virrey lo iba a recompensar con diez mil ducados; pero, descubierta la traición por Nardo, en el mismo momento de su apresamiento, muere a manos del bandolero. El fortalecimiento del poder estatal en la Europa moderna conlleva el desarrollo de una administración burocrática más racional que no se limita sólo a la Corte, sino que se extiende por todos los rincones del Estado, con el fin de que, sin romper la pluralidad, se lograra un gobierno más unitario del territorio169. Los brazos del rey se extienden así en los jueces y los tribunales formados por hombres dotados de virtudes como la «prudencia, de la discreción, del uso de la paciencia, suavidad, constancia, rectitud y fortaleza, y de todas las virtudes y partes necesarias a un buen juez»170. A ellos les confía el rey parte de su autoridad y por eso encarnan la figura del monarca y ocupan su lugar en el imaginario colectivo. Estos oficiales actúan, pues,

también como medicina para el mismo delincuente y para los otros que con el ejemplo pudieran delinquir» (Antología. p. 49).Y Saavedra Fajardo afirma que «el castigar para ejemplo y enmienda es misericordia; pero el buscar la culpa por pasión o para enriquecer al fisco es tiranía» (Idea de un príncipe cristiano, Empresa XXII, p. 211). 169 Ver Vicens Vives, 1968, pp. 99-114. También Maravall, 1972. 170 González de Cellorigo, Memorial de la política necesaria, p. 158.

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en nombre del monarca, y suelen aparecer como vigilantes de las costumbres y actuaciones de la gente, sagaces y prontos en el descubrimiento de los hechos, Hay diablos alguaciles que no se espantan de cruces, que ven más entre dos luces que los linces más sutiles. (FénSal, vv. 57-60)

Pero tan rigurosos que, a veces, se ceban sobre los más débiles, como pone de manifiesto la criada de doña Mencía, ambas disfrazadas con hábito, temerosas de ser descubiertas por un oficial de la justicia y ser castigadas sin reparo, que a la vista primera, sin tener duelo y clemencia, un alcalde nos sentencia a hilar en una galera. (FénSal, vv. 77-80)

El modelo ideal de juez lo propone el mismo rey, cuando se da cuenta de que un criado juega a alguacil para vengarse de una burla: Señor hidalgo, esa vara yo imagino que os la dieron para que seáis cortés, reportado y muy atento: para prender delincuentes, para castigar excesos, no para tratarlos mal, pues sólo os toca prenderlos, no afrentarlos, no injuriarlos. (LoQNCa, vv. 1418-1424)

Pero es evidente que hay ministros que tuercen la vara de la justicia y no tienen demasiadas dificultades para hacerlo. Su amplísimo arbitrio en el proceso, el no tener que motivar las sentencias a la hora de fallar171 171

Ver Ranieri, 1986.

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y el secreto con que se tomaban las deliberaciones amparaban las injusticias172.Y aunque es verdad que había unas garantías judiciales, al menos teóricamente, a la hora de la verdad no funcionaban y era frecuente que unos jueces recomendaran pleitos a otros y que se dejaran sobornar por los influyentes y poderosos. Esto no quiere decir que no hubiera ministros imparciales y que la corrupción estuviera generalizada. Pero como el sistema posibilitaba la parcialidad de un juez, se admitía como cosa natural.Y el teatro, evidentemente, da cuenta de ello. Así, por ejemplo, la comedia MárMad se inicia con una fuerte discusión entre don Álvaro Ramírez y su hijo Pedro, que es perseguido por un alguacil, por un delito cometido. Al final, tras una larga conversación con los familiares, el Justicia se marcha de la casa después de haber caído en el soborno: ALGUACIL

TRIGUEROS

ALGUACIL TRIGUEROS

ALGUACIL TRIGUEROS

[...] ALGUACIL

172

Señor don Álvaro, entienda que delitos sin enmienda es razón que se castiguen y pésame que me obliguen a que en su casa le prenda... Hoy se partió a Portugal por la posta, y antes fuera sino que estaba sangrando un macho de la litera. Muy buena posta ha tomado. (aparte) Entretenerle quisiera porque se pueda esconder mi amo. Yo he de saber si está en casa. (aparte) (¿Aún no penetra la verdad?) Pues esta letra nos dio un ginovés ayer para un fulano Asmodeo, mercader en la rúa Nova. Traigo el mandamiento aquí... Fuera ya mucha extrañeza la mía si aquí mostrara

Trata este problema Tomás y Valiente, 1992.

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Álvaro

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más rigor, ¡pero advertid que le ha de costar muy cara la asistencia de Madrid! Nadie en mi casa le ampara; a Italia irá [...] Yo quedo muy satisfecho del favor que me habéis hecho y en lo más lo pienso servir. Déle algo al alguacil

[...] TRIGUEROS

ALGUACIL ÁLVARO

(aparte) Bien lo puede recibir que la cura es de provecho. Con los doctores compiten, pues más dinero aprueban aquéllos, pues lo permiten, porque a visitar los llevan, y estoy porque nos visiten. ¿Mandáis, señor, otra cosa? Que me dejáis obligado confieso. (MárMad, vv. 121-188)

La escena, no transcrita al completo, habla por sí misma. Hay en ella algunos versos que, obviamente, fueron censurados. La primera licencia para la representación está dada en Madrid el 3 de septiembre de 1619, con la condición de que se suprima «lo del alguacil en la primera jornada». Las siguientes licencias inciden en lo mismo. La cuarta está firmada el 23 de noviembre de 1641 en la que se dice que se puede representar la comedia «menos lo que dice Juan Navarro», «un fiscal de comedias de Madrid, que destacó por su dureza, propia de un moralista severo y meticuloso que examinaba (las comedias) circunstanciadamente»173. Así pues, Mira se alinea en una postura entre los que sostenían que el rey tenía un poder absoluto que lo situaba por encima de la ley, y aquellos otros textos que, como el discurso de Furió Ceriol, condenan 173

Para las características de los manuscritos de esta comedia, ver la introducción de González Dengra a su edición de la comedia.Y para el censor Juan Navarro, consúltese el trabajo de Ruano de la Haza, 1989, pp. 201-229.

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a todo aquel que sostenga que se debe conceder al rey poder absoluto o que defienda que está libre de todo mal. «Esta regla es ciertísima y sin excepción, que todo hipócrita y el avariento es enemigo del bien público, y también aquellos que dicen que todo es del rey, y que el rey puede hacer su voluntad, y que él puede poner cuantos pechos quisiere, y aún que el rey no puede errar»174.

LA

ÉTICA Y EL PODER

Uno de los rasgos más sobresalientes del pensamiento político español del siglo XVII es su oposición a la teoría de Maquiavelo, contra quien se fue acumulando un nutrido número de textos que intentaban contraponer a las características del príncipe proporcionadas por el florentino una concepción del poder que tuviera un fundamento religioso. Si el mérito de Maquiavelo fue deslindar la religión de la política, construyendo, así, una teoría de pensamiento, según la cual el orden político pertenece al plano de la naturaleza y tiene sus propias reglas, los tratadistas españoles de la segunda contrarreforma forzaron la recuperación de factores morales, frente a esa «descristianización», para atacar de este modo a quien quiso marginarlos de la política. Entienden que el «maquiavelismo» es simplemente una política orientada exclusivamente al interés del poder, ajena a Dios, excluyendo toda referencia a la Providencia divina y subordinando toda consideración moral a la utilidad de la política. Pero, según estos tratadistas, lo que valía para la naturaleza humana, valía también para el orden político, es decir, que naturaleza y gracia, razón y fe, podían convivir armónicamente; y que la gracia primaba por encima de la naturaleza. Ello, aplicado al orden de la política, venía a reafirmar la supremacía de la religión sobre el poder monárquico, negando, de esta manera, el concepto maquiaveliano de la instrumentación de la religión por parte del Estado. Se trataba, pues, de construir una doctrina «cristianizada», en que la razón política se viese iluminada por la fe, con la intención divulgativa de defender la autoridad y el poder espiritual del Papa y de la Iglesia, y redefiniendo los límites del poder temporal.

174

Furió Ceriol, El Concejo y consejeros, p. 329.

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Maquiavelo fue el primero en fundamentar teóricamente el Estado moderno, entendiendo la política como una ciencia y un oficio libres de toda subordinación religiosa. Como dijo Croce, la política concebida por Maquiavelo «está más allá, o mejor dicho, más acá del bien y del mal morales, en cuanto que tiene sus leyes a las que resulta vano rebelarse, y que no es posible exorcizar ni arrojar al mundo con agua bendita»175. Frente a la teoría del florentino, sus opositores tratan de recomponer el orden, presuntamente roto, reconstruyendo la «falsa razón de Estado» maquiavélica176; y frente a la idea de que el fin supremo de la política es el bien de la república, susceptible de ser conseguido sin reparar en los medios, ellos abogan por la unión de fe y razón, donde aquella dirige a ésta, y por lo tanto también a la razón de Estado. Sin duda, la mejor razón de Estado es la de Dios. Si maquiavelismo significaba la autonomía de la política respecto de la religión, la alternativa que ofrecen ciertos tratadistas españoles es la de proclamar que religión y política son indisociables, lo cual encajaba perfectamente en el marco histórico-político de la monarquía española, católica por definición, que se veía a sí misma como la encargada de defender y propagar la fe; por eso, su acción política se entiende como un proyecto puesto al servicio de la religión. Pero, al mismo tiempo, intenta, de manera pragmática, conjugar tradición teológica con eficacia política: se niega, por un lado la autonomía de la política, porque Dios es quien da y quita los Estados, pero, por otro, se sigue pensando en el poder casi absoluto del rey que sólo está sujeto a los principios morales y cristianos. Junto a estos políticos más radicales, hay otros más moderados y renovadores que, a partir de la inclusión en el Índice (1559) de la obra del florentino, construyeron, basándose en Tácito, las estructuras teóricas necesarias para, sin atentar contra los ideales históricos de la na-

175

Croce, 1956, p. 256. Ver, al respecto, lo que dicen tratadistas como Claudio Clemente o Alvia Castro a favor de la causa de la religión y «contra la astuta y depravada prudencia de Maquiavelo» y sus seguidores (Peña Echevarría, 1998, pp. 222 y 143 respectivamente). Rivadeneira habla de dos razones de Estado: una falsa, aparente, engañosa, diabólica; otra, sólida y verdadera, cierta y divina, enseñada por Dios (Tratado de la religión, p. 456).Y Quevedo fundamenta el modelo de perfecto gobernante sobre el concepto teológico de imitación de Cristo (Política de Dios). 176

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ción, justificar la política como realidad autónoma; pero «entiéndase bien —dice Tierno Galván— que los innovadores son católicos antes que nada y amantes muy sinceros de la nación, si bien no juzgan incompatible tal actitud con las exigencias del nuevo concepto de Estado y la política»177. Aunque para algunos maquiavelismo y tacitismo eran equiparables178, lo cierto es que fue esta corriente última la que racionalizó el modelo político, según explica Maravall, racionalización que «se compaginaba bien con las enseñanzas de un historiador que hacía de la historia el campo de experimentación y comprobación de la psicología, en lugar de un terreno de ejercicios de retórica»179, y la que eludió la confrontación con la ortodoxia, tendiendo a una autonomía de la acción política y dejando de lado las cuestiones morales y religiosas. El propio Maravall formula las razones por las que los escritores políticos españoles se interesaron por Tácito, a saber, por atenerse al plano natural de la experiencia; por desarrollar la técnica de la observación; por el uso frecuente del método inductivo; por la sutileza en las cuestiones políticas, y, por encima de todas ellas, la adecuación a los problemas por los que pasaba la monarquía española, llena de dificultades. Insiste luego el historiador en que el tacitismo hay que explicarlo teniendo en cuenta la sensación de inestabilidad de los regímenes monárquicos durante el siglo XVII, zarandeados por conjuraciones internas, inquietudes y rebeldías, y amenazados por los enemigos exteriores. «A esto responde el pensamiento político de la época..., ante las dificultades militares, económicas, políticas que se levantan en el seno de las monarquías absolutas»180. El tacitismo busca, pues, una ciencia o saber racional de la política, que encuentra en la historia el refuerzo adecuado para la acción de gobierno a través de ejemplos que tienen validez universal.Aunque, a decir verdad, esta afición por el comentario de los casos, de los acontecimientos o de las gestas de personajes célebres del pasado, es compartida también con los antimaquiavelistas y con el mismo Maquiavelo. «Toda la literatura político-moral del XVII», dice José Luis Abellán, «se 177

Tierno Galván, 1977, pp. 31-32. Así, por ejemplo, Rivadeneira, en el prólogo de su obra, condena con igual acritud a Maquiavelo que a Tácito, Tratado de la religión, p. 456. 179 Maravall, 1975, p. 80. 180 Maravall, 1975, pp. 103-104. 178

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inspira en esa tendencia que valora de modo extraordinario el carácter ejemplar de las cosas concretas, pues el caso concreto adquiere una fuerza persuasiva difícil de encontrar por otros medios»181. En esto insiste, una y otra vez Álamos de Barrientos, el primer español entregado a la tarea de traducir a Tácito: es necesario conocer los hechos pasados y sus causas para saber aplicarlos didáctica y eficazmente a otros casos parecidos del presente. «Y así lo entiendo, donde afirmo por Tácito que en las historias es necesario que se entiendan las causas de los sucesos y no los accidentes solos» para que «con las reglas formadas de aquellas causas procedan y discurran los hombres por las mismas en otros accidentes semejantes».Y esto es de mucha conveniencia al príncipe «porque todas las materias de Estado, parte principal de la política, se han de resolver o por razones fundadas en principios generales y ciertos de las virtudes morales o por ejemplos, como nos enseña originalmente Tácito [...].Y yo añado que las razones o se vienen a probar con ejemplos de los sucesos que otros tales casos tuvieron o son flacas y de poca consideración en resolver»182. Y un teórico de la historia, como Luis Cabrera de Córdoba, advierte que aquella es «preparación importante para los actos políticos» de modo que el príncipe debe conocerla para que le sirva de guía: «uno de los medios más importantes para alcanzar la prudencia tan necesaria al príncipe en el arte de reinar es el conocimiento de las historias. Dan noticia de las cosas hechas por quien se ordenan las venideras, y así para consultas son utilísimas». El objeto de la historia, dice, «no es escribir las cosas para que se olviden..., sino para que enseñen a vivir con la experiencia, maestra muda que hacen los particulares que perfeccionan la prudencia. El fin de la historia es la utilidad pública»183. La historia, pues, se convierte en una fuente copiosísima de donde sacar normas y reglas prácticas de conducta que ayuden a los hombres a vivir y a los príncipes a saber gobernar a sus súbditos con prudencia y rectitud. En ella se pueden encontrar numerosos casos de revueltas y motines que servirían de ejemplo para enfrentarse a las posibles actitudes de rebelión y para estudiar las causas que los hicieron

181

Abellán, 1981, t. III, pp. 64-65. Peña Echevarria, 1998, pp. 47 y 56. 183 Citado por Maravall, 1997, pp. 66-67. 182

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estallar: descontento popular, ambición, conspiradores o malos emperadores que degeneraron en tiranos. Se trataba de poner ante los ojos del príncipe situaciones difíciles para que aprendieran comportamientos según la técnica de la razón de Estado. Muchas son las comedias de la producción amescuana que se podrían inscribir dentro de la materia histórica184, ejemplos en los que el guadijeño hace que el pasado se convierta en un trasunto del presente, en tanto que los hechos históricos le puedan servir como modelo ejemplar para la actualidad del siglo XVII. «La pieza histórica no interesa tanto como reconstrucción cuanto como construcción, esto es, como proyección del presente (de su inconsciente ideológico) sobre el pasado, que actúa a modo de marco paradigmático, de forma que la realidad histórica de los espectadores es la realidad representada y proyectada sobre el escenario. El ahora se mira en el entonces, donde encuentra el modelo ordenador (providencial) del acontecer histórico»185. Mira de Amescua, antimaquiavélico políticamente, encuentra en el pasado, por ejemplo, la imagen de un modelo de rey que ostenta el poder por derecho divino, pero que, en ocasiones, es vituperado por el mal uso que hace de él o por dejación de sus obligaciones, en definitiva, por no responder al paradigma. Estas situaciones le permiten al autor explorar algunos aspectos relacionados con las esferas del poder y plantear, así, una enseñanza moral y catequizadora a los espectadores de su teatro. Sigue de este modo la orientación que en esta época se tiene del uso de la historia, no como finalidad panegírica, sino como un valor pragmático y ejemplar. Porque, recordémoslo, el teatro amescuano se rige por dos principios básicos conocidos como son la defensa de la fe y de las costumbres cristianas, y las enseñanzas morales y políticas186. Por tanto, la historia es para nuestro autor (y 184

De historia y leyendas nacionales podemos citar CabSNo, CondAl, DesgRa, DesgAl, HijaCa, NoHDiD, ObliCS, PrósAl, AdveAl, PrósBC, AdveBC; otras son de historia y leyendas extranjeras: CarbFra, ConfHu, EjMayD, LisFra, LoQTVa, NardAB, PrimCF, RuedFo. A ellas se pueden añadir otras de historia clásica y mitológica: HeroLe, HomMF; y algunas de historia bíblica: ArpDav, ClavJa, MásFeC, ProdVa, RicAva. Un buen puñado de obras que demuestran la importancia que adquiere la materia histórica en nuestro dramaturgo. 185 Martínez Aguilar, 1996. 186 Aprobación a la Parte Primera de las Comedias de Juan Ruiz de Alarcón y Aprobación a la Parte Veinte de las Comedias de Lope de Vega.Ver Villanueva, 1996, p. 621.

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para la mayoría de los tratadistas españoles) una fuente de enseñanza de utilidad práctica y no sólo para los gobernantes, además de entenderla desde una perspectiva providencialista, según la cual Dios tiene una intervención directa no sólo en lo que concierne al destino del hombre como individuo sino en el del mismo Estado. Desde este punto de vista, el rey, como alma del Estado que asegura el orden de la república, debe poseer todas aquellas virtudes que lo hacen un individuo singular, sin parangón alguno entre los demás mortales. La ética del gobernante tiene un alcance social evidente en cuanto repercute en primer término en la eficacia de su misión, y en segundo lugar, por cuanto su ejemplo es una lección para todos los súbditos. Por eso, como indica Maravall «el príncipe no puede apartarse de la virtud..., porque aunque sea persona pública, no por ello desaparece su condición de hombre como otro cualquiera. Su ser de príncipe absorbe, pero no destruye su ser de hombre, y por ello está sujeto a los deberes morales comunes». Pero también «ha de poseer la virtud en cuanto persona pública. Sólo la virtud le permite conservar el poder y cumplir su deber de Rey»187. Desde esta vertiente, la labor educativa que emprenden nuestros escritores en relación con la persona del príncipe tiene una enorme trascendencia, pues de él depende el buen gobierno del reino, y porque el que aconseja y educa al rey, está aconsejando y educando también a sus vasallos188. Pedro Rivadeneira lo resumía en la siguiente frase: «Más puede el buen ejemplo del príncipe para persuadir a los otros la virtud, que todas las leyes y diligencias que sin él se usan».Y en otro lado comenta que los que abrazan la virtud «tendrán de su parte a Dios, que es el Señor de todos los Estados y el que los da, conserva y quita a quien es servido»189.Y Saavedra Fajardo insiste en lo mismo: «Los vasallos reverencian más al príncipe en quien se aventajan las partes y calidades del ánimo. Cuanto fueren estas mayores, mayor será el respe-

187

Maravall, 1997, p. 234. Cabe recordar que Erasmo dedicó su tratado Educación del príncipe cristiano a Carlos V; Furió Ceriol hace lo propio con Felipe II en su Concejo y Consejeros del príncipe; Rivadeneira (Tratado de la religión) y Juan de Torres (Filosofía moral de príncipes) escriben pensando en el futuro Felipe III; Quevedo concibe su Política de Dios para Felipe IV, y Saavedra Fajardo diseña su Idea de un príncipe político-cristiano para el adoctrinamiento del malogrado Baltasar Carlos. 189 Rivadeneira, Tratado de la religión, pp. 550 y 524 respectivamente. 188

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to y estimación, juzgando que Dios le es propicio y que con particular cuidado le asiste y dispone su gobierno... Recibe el pueblo con aplauso las acciones y resoluciones de un príncipe virtuoso»190.Y para no hacer más extensas las citas, esta última de Juan Pablo Mártir Rizo: «El príncipe obrando bien enseña con su ejemplo a los súbditos» y «puede mejor instituir al pueblo con el ejemplo que con el imperio»191. Si se entiende que el rey excede en nobleza, dignidad y poder a los demás hombres, es bien que aventaje también en bondad y virtudes. Y la guía maestra de todas ellas ha de ser la prudencia, «regla y medida» de las demás, y sin la cual éstas «pasan a ser vicios»; esta virtud «tiene su asiento en la mente y las demás en la voluntad, porque desde allí preside a todas». La prudencia es «áncora de los Estados, aguja de marear del príncipe: si en él falta esta virtud, falta el alma del gobierno». «Es propia de los príncipes y la que más hace excelente al hombre»; «consta de esta virtud de la prudencia de muchas partes, las cuales se reducen a tres: memoria de lo pasado, inteligencia de lo presente y providencia de lo futuro»192. Como precisa Maravall, la práctica de la prudencia exige tres tipos de actitudes fundamentalmente: ser el príncipe paciente y saber esperar el momento oportuno para conseguir el objetivo de la virtud; después, realizar una tarea de introspección personal para que, conociéndose primero a sí mismo, pueda corregir y adaptar su conducta en relación con los demás; y en tercer lugar, conocer a los otros que, como él, están al frente de otros Estados, para estar atento a la manera de mejor conservar el suyo propio. Aunque tanto en el trato con los súbditos como con otros gobernantes habrá de mostrarse de acuerdo con las virtudes que como cristiano debe poseer (ser un rey justo, magnánimo, clemente, templado, fuerte, veraz...), pero siempre ha de hacerlo según le dicte la virtud de la prudencia193. Nuestro dramaturgo parte de esta idea, aceptando que la prudencia debe ser una virtud connatural al soberano, y así lo expone por boca de uno de sus personajes, 190

Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe cristiano, Empresa XVIII, t. I, p. 162. Peña Echevarría, 1998, pp. 208-209. 192 Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe cristiano, t. II, pp. 30-31.También Antonio de Herrera y Luis Cabrera de Córdoba relacionan la historia con la prudencia política tan necesaria para el arte de gobernar. (Peña Echevarria, 1998, p. 98). 193 Maravall, 1997, pp. 248 y ss. 191

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Pues sois príncipe y tenéis prudencia. (AdúltV, vv. 1117-1118)

Pero encontramos, con demasiada frecuencia, que los personajes reales de sus comedias no actúan guiados por esta virtud. Ni el rey de Nápoles de la AdúltV (atento sólo a satisfacer sus caprichos de hombre enamorado, olvidando sus deberes como gobernante, que debe tener en el recato y prudencia sus mejores armas), ni Conrado, el gobernador de Sicilia, actúan prudentemente, conforme exigen la cordura y el buen sentido. Este último pretende usurpar el reino que él regenta a la futura y legítima heredera, su sobrina Margarita, en un acto de imprudencia y ambición que pagará caro. Por eso la dama Serafina dice de él que sin prudencia y sin consejo se ha entregado a su traición. (NoHayR, vv. 487-488)

Ni prudentes son tampoco los reyes que constantemente se precipitan en su toma de decisiones: no es prudente el emperador Justiniano (EjMayD), quien, tras una serie de engaños y equívocos, se deja llevar por la simple apariencia y envía al suplicio a quien ha sido vasallo leal. Tampoco lo es el rey don Juan de Castilla (AdveAl), que olvida aquellas virtudes que emanan de la prudencia, como son la justicia, la clemencia, la veracidad..., y lleva a su valido al patíbulo, arrastrado por los grandes de la corte. ¿Y qué decir del rey don Pedro (AdveBC) que igualmente manda ajusticiar a don Bernardo que precisamente había trabajado en pro de la corona? De parecida manera se conduce el rey Ordoño (NoHDiD) que, imprudentemente, engañado por una serie de equívocos, él mismo toma la justicia por su mano dando muerte alevosa a su vasallo.Y nada digamos del proceder, a todas luces igualmente imprudente, impiadoso y desafiador, del emperador Mauricio (RuedFo), que ha motivado la sublevación de su ejército, su muerte y con ello ha puesto en peligro al mismo reino. No hay que desechar la idea de que Mira observara con cierta comprensión estas actuaciones de sus personajes, dada la situación difícil por la que atravesaba la monarquía española del siglo XVII. Es cierto que un príncipe, por muy buena intención y bondad que le su-

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pongamos, vivía en una atmósfera de engaños, de astucia y simulación que llegaba hasta sus más cercanos colaboradores; el mundo que les tocó vivir a las monarquías europeas desde el Renacimiento era un mundo falaz y turbio, lleno de intrigas palaciegas y mendacidad, un mundo que vive sin escrúpulos. Por eso no cabe pensar en un monarca ingenuo, cordero entre lobos, sino que, según los instructores de príncipes, también debe estar adornado de aquellas virtudes políticas que lo defiendan de ese ambiente enrarecido. En consecuencia, a un buen gobernante, además de la prudencia, también se le pide que sea muy precavido, cauto, desconfiado de lo que le rodea, en aras de la llamada «razón de Estado», un rey diligente que advierta «de aquella verdad que disimulan las cautelosas demostraciones de que es capaz el astuto proceder de los hombres»194, un rey que, sin ser escéptico, como desea Saavedra Fajardo, advierta que «con recato político esté indiferente a las opiniones y crea que puede ser engañado en el juicio que hiciese de ellas, o por amor o por pasión propia, o por siniestra información o por los halagos de la lisonja, o porque le es odiosa la verdad que le limita el poder y da leyes a su voluntad..., o porque pocas cosas son como parecen, principalmente las políticas, habiéndose hecho ya la razón de Estado un arte de engañar o de ser engañado, con que es fuerza que tengan diversas luces»195. Y continúa explicando que el medio más seguro de precaverse contra estas artes políticas es conociendo bien cómo es el hombre que, para Saavedra, es por naturaleza dañino. El rey debe precaverse de todos, de los malos, pero también de los buenos o de los que lo parecen, porque, «la malicia se pone la máscara de la virtud para engañar, y el mejor hombre suele faltar a sí mismo..., con que alguna vez no son menos dañosos los buenos que los malos; y en duda es más conforme a la prudencia estar de parte del peligro, imaginándose el príncipe (no para ofender sino para guardarse) que... le acompañan engañadores y que vive entre escorpiones»196.

194 Tovar Valderrama, Instituciones políticas, p. 178. A esas otras virtudes y prevenciones que debe tener el príncipe para el mejor conocimiento de los negocios que le confiere su cargo, el autor dedica todo el capítulo IV. 195 Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe cristiano, t. II, p. 188. 196 Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe cristiano, t. II, p. 191.

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Mira de Amescua dedica una comedia entera a este problema197. En ella, el guadijeño plantea el conflicto que se deriva cuando el rey de Nápoles recibe un anónimo advirtiéndole de que unos conjurados pretenden, traidoramente, entregar el reino al rey de Francia, Carlos VIII. El monarca, con la ayuda y complicidad de su valido, urde una estratagema para desenmascarar a los desleales haciéndoles creer que el valido ha caído en desgracia del soberano: REY

Una cautela pensé con que tú puedas sabello [...] Yo he de fingir que no estás ya en mi gracia, y he de hacer que piensen que te aborrezco, y este enojo mostraré de manera que enemigo me juzguen tuyo, porque viéndote pobre, agraviado, luego se querrán valer de tu generoso pecho contra mí, como de quien mis secretos sabe, y tiene ánimos para emprender grandes cosas; y si acaso los que aborrecen mi bien no te buscaren, podrás... fingir que pretendes ser cabeza de conspirados contra mi reino. (CautCC, vv. 686-687 y 703-722)

Como virtud política, el rey sabe que debe usar de la precaución y astucia para salvar su reino y librarse de los insidiosos: Con esta cautela, Enrique, Que en la política ley es provechosa y es justa,

197

Nos estamos refiriendo a CautCC. Damos por hecho que esta comedia es de Mira.Ver Maldonado Palmero, 1996.

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asegurarme podré en este reino. (CautCC, vv. 735-739)

porque con la cautela puede conocer qué enemigo tengo, quién se conjura contra mí, quién mi favor y merced merece y quién mi castigo,

así como qué amigos te son leales y qué criado te es fiel (CautCC, vv. 740 y ss.)

En efecto, según lo previsto, a la casa del valido don Enrique de Ávalos llegan los príncipes de Salerno, de Taranto y Ludovico, el principal conspirador, desconocedores de que el rey está allí oculto, oyendo toda la conversación: SALERNO

[...] TARANTO

Don Enrique, a consolarte y a verte venimos, para ofrecerte, sin que el día lo publique, nuestras haciendas y vidas. Y consentir no queremos que lleguen a estos extremos fortunas no merecidas. Nuestro ánimo el mundo vea: de estado nos mejoramos, si los tres el reino damos a Carlos que lo desea. Deste gallardo francés firmas en blanco tenemos, y en su nombre te ofrecemos, porque tu ayuda nos des, un Estado poderoso en este reino. (CautCC, vv. 1847-1854 y 1887-1896)

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Pero la acción se enreda y complica con múltiples equívocos entre rey y privado, al creer ambos, en diversas ocasiones, que sus actos y palabras parecían verdaderos y no fingidos. Cautela, tras cautela, la comedia acabará descubriendo a los alevosos e infieles vasallos, al mismo tiempo que se reconocen y reafirman los verdaderos amigos y criados leales. La prudencia y la previsión han librado al monarca de perder el reino; las intrigas palaciegas, la inseguridad del Estado han quedado desarmadas gracias a la precaución con que ha actuado el soberano. Si la cautela y la desconfianza del rey no ocasionan apenas conflictos morales, sí preocupan, en cambio, a los escritores políticos actitudes como la simulación, la disimulación y la mentira. Los moralistas, juristas y predicadores parten del principio básico de que el príncipe no debe mentir; y no puede hacerlo ni como cristiano ni como príncipe; y si no puede mentir, tampoco puede fingir ni engañar. Pero esta es una cuestión que no estaba demasiado clara entre los escritores. El propio Saavedra dice que «mentir no debe un príncipe» porque la mentira causaría la perdición del reino; pero enseguida avisa: «No por esto quiero al príncipe tan benigno que nunca use de la fuerza, ni tan cándido y sencillo que ni sepa disimular ni cautelarse contra el engaño». Al rey se le puede permitir «callar o celar la verdad, y no ser ligero en el crédito ni en la confianza», pero Saavedra es consciente de que esta doctrina es un tanto imprecisa y poco esclarecedora a la hora de orientar al príncipe sobre cuál debe ser su proceder. Recogiendo la gradación que Justo Lipsio hace de los engaños en leves (que pueden ser aconsejados), medios (que pueden ser tolerados) y graves (que deben ser condenados), Saavedra hace notar la débil frontera que separa unos casos de otros: «peligrosos confines para el príncipe —comenta—. ¿Quién se los podrá señalar ajustadamente?». Para él, «solamente puede ser lícita la disimulación y astucia cuando ni engañan ni dejan manchado el crédito del príncipe»198. En una línea parecida se expresa el P. Rivadeneira exhortando encendidamente al príncipe a que se guarde muy bien de seguir la idea de Maquiavelo, que defendía la simulación e hipocresía como fundamento de su razón de Estado. Pero, atacada esta herejía que iba contra la moral cristiana, Rivadeneira sostiene que, puesto que los hom-

198

Citas tomadas del t. II, pp. 164, 166, 167 y 168.

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bres y, por supuesto, los reyes «viven entre enemigos, y que hay muchos que con las artes de Maquiavelo y una fina hipocresía pretenden engañarlos..., es bien que consideren cómo se deben hacer con los otros príncipes cuando son amigos falsos y enemigos verdaderos, para que, por una parte, no sean engañados..., y por otra, no hagan contra la ley de Dios; que andando entre enemigos, necesario es que vayan armados, y que con los disimulados usen alguna disimulación». Pero avisa que miren bien hasta dónde deben llegar para no ofender a Dios y cuáles son los límites del uso de ese artificio porque no se conviertan en discípulos de Maquiavelo199. Pero la cuestión no es fácil de resolver y por eso, el jesuita nos ofrece algunos casos que pueden servir de orientación: «No es mentira el callar y guardar en sus consejos y acciones grandísimo secreto... Tampoco es mentira, sino prudencia, el disimular muchas cosas y pasar el príncipe por ellas y hacer que no las ve... Ni mucho menos es mentira recatarse el príncipe y mirar bien lo que cree y a quién cree, por haber tan pocos de quien fiarse...Y lo que digo de las palabras se puede también decir de las obras..., porque esto no es mentir, sino hacer las cosas con prudencia para bien de la república»200. Sutiles son las distinciones casuísticas con que Pedro Barbosa intenta salvar la legitimidad de alguna forma de mentira y engaño, no descartables en política. Él distingue dos maneras de mentir: por palabra y por obra. La mentira de palabra puede ser de tres tipos: jocosa (descartada para los intereses de la razón de Estado), oficiosa (cuando la mentira no hace daño a nadie y se sigue un bien para otro) y la perniciosa (cuando se miente con daño considerable para sí o para otro). Ninguna de las dos últimas son lícitas al príncipe; pero la oficiosa «como no es más que [pecado] venial, si acaso el príncipe cayera en ella por alguna razón de Estado, podríamos decir que, así como antes de haberla dicho sería imperfección de conciencia aconsejarla, así después sería dureza y austeridad el mucho reprendersela». La mentira perniciosa «nunca el príncipe la podrá usar sin pecado mortal»201. Pero «¿hay, por ventura —se pregunta el autor— algún término en que, si no el mentir de palabra, al menos el engañar con ellas le pue-

199 200 201

Rivadeneira, Tratado de la religión, p. 524. Rivadeneira, Tratado de la religión, p. 525. Peña Echevarría, 1998, pp. 188-189.

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de ser lícito al príncipe?». Partiendo de que mentir y engañar no son la misma cosa, y de que nunca le está permitido al príncipe mentir en verdadera razón de Estado, sin embargo, «se pueden dar casos en que lícitamente puede engañar, lo cual podrá hacerse usando de algún artificio de equivocación, ambigüedad o anfibología de las palabras»202. Se puede concluir, entonces, que entre los tratadistas y politólogos se da una creencia genérica de que la simulación por razón de Estado es perfectamente justificable. Más aún, según sostiene Juan Pablo Mártir Rizo no sólo es justificable sino conveniente y, en ocasiones, forzosa; pues «prudencia y disimulación están unidas, que el que sabe disimular es prudente, y la prudencia no es otra cosa sino conducir las acciones a su fin con disimulación»203. Esta es la posición teórica de nuestros escritores y esta es la posición que adopta Mira, que se deja llevar de la doctrina de teólogos, juristas y predicadores. El rey napolitano de su comedia CautCC, además de las precauciones ya vistas, tomadas para desbaratar una conspiración contra él y el reino, también ejerce el engaño —que no deja de ser otra cautela más— cuando, al final de la obra, manda llamar, por separado, a los príncipes de Taranto y Salerno y les ordena que, disfrazados, vayan a un lugar donde, supuestamente, les está esperando don Enrique Ávalos, el privado, también disfrazado, para darle muerte. El resultado es que estos conjurados se acuchillan ellos dos entre sí, liberándose, así, el rey de dos enemigos del Estado. Razones de Estado son también las que obligan al rey de Sicilia a ocultar la identidad femenina de su hija, a la que había educado como varón, para conservar el reino, pues la ley Sálica, vigente aún allí, impedía que las mujeres heredasen el trono real204. El rey, preocupado

202

Peña Echevarría, 1998, 191. Mártir Rizo, Norte de príncipes, p. 213. En la misma dirección se sitúan las posturas de Eugenio de Narbona, Juan Márquez, Juan Blázquez Mayoralgo o Lorenzo Ramírez del Prado quien, como los anteriores, asume la doctrina de que «es lícito callar, encubrir, mostrar no haber entendido las cosas, disimulando lo que de ellas se alcanza hasta los límites de conveniencia» (Peña Echevarría, 1998, pp. 168, 171 y 174). 204 No olvidemos que el mismo rey Felipe II se hizo la ilusión de que su hija Isabel Clara Eugenia podría ser reina de Francia, a pesar de estar en vigor todavía la ley Sálica en el país vecino. 203

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por mantener la corona en su familia, que de otra forma habría ido a parar a los hijos de un hermano que asechó contra él y tuvo que huir, guarda el secreto meticulosamente y pone en manos de su hija la decisión de seguir con el engaño o revelar la verdad al pueblo. La infanta responde: Señor, que si por ley heredaran hembras de tu reino, y que fuera preciso que yo mostrara serlo, el ser reina perdiera para encubrir esta falta. Porque si aquella opinión de los filósofos de Asia, que dice que en otros cuerpos suelen mudarse las almas, fuera, católica y firme, justamente blasonara que el alma del griego Aquiles mi experiencia gobernaba. (AmInM, vv. 105-118)

La consecuencia final es que se consigue derogar la mencionada ley, evitando de esta manera los intentos de los sobrinos por hacerse con el trono y que el reino de Sicilia quedara en manos de unos tiranos: Pues agora hay Cortes, hablad a los Grandes vos, y de mi parte y de la vuestra, le pedid la anulen [...] No quiera Dios que hereden en Sicilia nuevos tiranos que su sangre borren, con bárbara crueldad beber desean y en asechanzas su cuidado emplean. (AmInM, vv. 2296-2306)

Los dos fueros sicilianos que prohibían, uno, que el rey se pudiera casar con un vasallo, y, otro, que las mujeres pudiesen heredar el trono, «dados por injustos quedan», pues

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¿Es posible que sufriesen tantas mujeres insignes las duras leyes que infaman vuestra memoria felice? ¿Por qué se ha de permitir que donde la fama escribe tantas hazañas heroicas de mujeres varoniles, consientan la tiranía de dos leyes, que prohíben que ni en los tálamos reales ni en las herencias se admiten? (AmInM, vv. 2179-2190)

Abolidas las dos leyes, el fingido príncipe Carlos es presentado con su verdadero nombre, Matilde, encubierto hasta ahora, y le pide al padre que la case con su enamorado Enrique, sobrino del rey de Aragón, reanudando así los lazos familiares que en otro tiempo se habían establecido: Con la casa de Aragón segunda vez se renueva nuestro parentesco. (AmInM, vv. 2679-2681)

Mira, una vez más, presenta unos hechos y unos personajes en su comedia con los que quiere poner de manifiesto, frente a un posible desgajamiento de los territorios que integraban la monarquía, su postura decididamente partidaria de la unidad del imperio de los Austrias. En otra comedia, nuestro dramaturgo se propone resaltar los valores y excelencias del catolicismo y para ello pone en escena la leyenda de Clodoveo, el que fuera rey de los francos205, quien por influencia de su esposa Clotilde, una princesa burgunda con la que se casó en el 493, se convertiría al catolicismo, recibiendo el apoyo incondicional de la Iglesia. Nos interesa señalar cómo Mira va definiendo a su personaje de modo que sus actuaciones lo van predisponiendo a aceptar el catolicismo; uno de esos actos es el conocido caso del gue-

205

LisFra, 481-511.

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rrero condenado a muerte por haber robado un cáliz de una iglesia, contraviniendo las órdenes dadas por el monarca y atentando, así, contra el mismo reino. Una acción sacrílega de esa magnitud no podía quedar sin castigo y Mira pone su empeño en que así sea. La práctica política exige en estos momentos usar de la simulación y el engaño para descubrir al ladrón; el rey echa mano del recurso de la antífrasis, por medio de la cual hace creer que aprueba y hasta va a premiar la conducta del delincuente: REY

Yo lo sabré y pagará su pecado. Hazaña francesa fue. Valor tuvo como honrado [...] Licencia a mi gente he dado que despojasen la tierra. Tomólos como soldado y lo ganado en la guerra, en efecto, es bien ganado. Si conozco quién es hoy, verás qué premio le doy. (LisFra, vv. 219-234)

Las palabras del monarca no caen en baldío y el soldado, que piensa que «no es tiempo de callar», confiesa: Poderoso rey, yo soy. Estos cálices serán en esta causa jueces; ellos el valor dirán. (LisFra, vv. 237-240)

La reprensión no se deja esperar: El valor que tú mereces estas manos te dirán... En los templos reservados entraste sin mi licencia. Yo reniego de soldados que han menester mi presencia para ser ellos honrados. (LisFra, vv. 241-257)

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Y el castigo viene de inmediato: Pues hoy sabrán los cristianos que yo premio con las manos y castigo con los pies. Dale una coz y mátale (LisFra, vv. 260-262)

Ocultación y engaño son también el fundamento de la conducta de la reina Matilde (de PalConf), que, para reconducir la situación en la que Carlos, un advenedizo que se ha convertido en rey consorte y gobierna despóticamente, había incurrido, introduce en la vida de palacio un doble de aquel creando la confusión y el desorden. La aparición del hermano gemelo, que anula lo que el otro ordena, hace que se nos presente a Carlos como loco, incluso que él mismo lo crea, lo cual le sirve a la reina como razón suficiente para apartarlo del poder. Esta obligada exclusión del mando, usado arbitrariamente, está asociada, obviamente, a la conducta de un rey tirano que ha desestabilizado el reino, cuyo orden es necesario recuperar de inmediato. Toda la intriga urdida por la soberana tiene como finalidad defender el reino y salvar a su marido, al que sigue amando, y que resultará ser el legítimo heredero, ya reinstituido y reconvertido en rey modelo. Pero no todos los engaños y ocultaciones promovidas por los reyes tienen su base en una razón de Estado. El rey de Nápoles, movido por un interés puramente personal que atañe a su condición de hombre enamorado que desea poseer a la dueña de su amor, envía al marido de ésta a una guerra con el turco, con el único fin de que allí pierda la vida y así gozar libremente de la esposa. No hay razón política para actuar de esa manera, sino tan sólo el deseo de satisfacer sus impulsos206: REY

206

Ya, para causarme enojos, el enemigo se acerca y está ya de mí tan cerca que le miro con los ojos [...] Y esto lo he de remediar

Lo mismo hace el rey David enviando a su capitán a la guerra para que allí muera y poder gozar él de su esposa Betsabé.

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con que vos, duque, al momento, mi estandarte tremoléis y los hombros le doméis al turquesado elemento... Id, duque, y tomad su golfo que la duquesa os dará, príncipe del mar, licencia. (AdúltV, vv. 794-797 y 853-863)

Caso de simulación se da también cuando el rey aparenta no enterarse de lo que algunos hacen: el rey Pedro IV de Castilla, que cree que su valido ha cometido una traición contra su persona poniéndose al servicio del infante Carlos, por la amistad que le profesa y los servicios que le ha prestado don Bernardo, en un aparte significativo, exclama: Por mitigar el castigo, quiero imitar al juez, que disimula a la vez que delinquir ve a su amigo. (AdveBC, vv. 1681-1684)

Pero, como tal simulación no puede hacer un rey cuando se trata de un delito207, prosigue: Callar quiero, y castigalle encubriendo la ocasión, porque le tuve afición y no quiero deshonralle. (AdveBC, vv. 1685-1688)

Paralelos al engaño y la simulación, está la consideración de si el rey debe o no cumplir siempre su palabra. En esto están de acuerdo los tratadistas: el rey siempre debe ser fiel a su promesa, porque si cosa lícita es que el príncipe sea «industrioso y precavido, faltar a lo que promete es grave maldad»208. Y, como dice Juan de Santa María, si el 207 Quevedo escribió en su Política de Dios (p. 20) que «el rey que disimula delitos en sus ministros hácese partícipe de ellos, y la culpa ajena la hace propia: tiénenle por cómplice en lo que sobrelleva». 208 Mártir Rizo, Norte de príncipes, p. 204.

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mentir es «indignísimo de gente noble», más lo es en reyes y príncipes, «porque no hay cosa más indigna de ellos que faltar a su fe y palabra, la cual sobre todas las cosas humanas deben guardar y cumplir, porque son como dioses de la tierra y cabeza de las gentes». En esto estriba, prosigue el franciscano, la verdadera razón de Estado, «para ser los reyes más poderosos, más ricos, más estimados y obedecidos, porque el que mantiene su fe y palabra tiene en sus manos los corazones y hacienda de todos, y están seguros de que todo lo pueden fiar de él, y, de lo contrario, se sigue la perdición de las repúblicas, la desconfianza de los vasallos, el menosprecio de los enemigos y el recelo de los amigos»209. La fidelidad a la palabra dada conlleva prestigio, crédito y confianza en el reino; lo contrario aporta destrucción de buena parte de los cimientos en los que se funda el Estado y el poder real, la razón, la ley, la prudencia y la justicia. Diré que si hay malicia en la palabra del rey, no tiene razón ni ley, ni prudencia y justicia. (LisFra, vv. 1887-1890)

Cumplir la palabra, y lo que se ha prometido en ella, constituye, pues, un aspecto esencial de la justicia, amén de la importancia que tiene para la conciencia del rey, para su buen nombre, para la obediencia y ejemplo de los súbditos y para la conservación de su reino. En esto coinciden todos los escritores políticos del momento, y el teatro da cuenta de ello. Mira entiende que «Rey no merece ser / quien su palabra ha quebrado»210. Por eso el Faraón afirma muy claramente, a pesar de las dudas que le embargan sobre la lealtad de Moisés, que Palabra di a Termud de ser su amigo; si no la cumplo, mi persona ofendo. [...] Porque la palabra le di y no se la he de quebrar. (ProdVa, vv. 451-452, 517-518)

209 210

Peña Echevarría, 1998, pp. 123, 125, 126-127. ConfHu, vv. 1448-1449.

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Aunque con algunas restricciones, hay en el príncipe un deber general de veracidad y una obligación de mantener la palabra dada, porque «quebrar la fe, jurar con engaño, siempre fue provocar la ira de Dios»211.Y «si un rey da su seguro / y le quebranta... / es rey perjuro»212. El ser social del monarca y su propia dignidad exigen de él la práctica de ese cumplimiento: La humana naturaleza así sus virtudes labra: en los nobles la firmeza; la firmeza, en la palabra; en los reyes, la nobleza. ¿Es noble quien firme ha sido? ¿Es firme quien ha cumplido?. Rey noble ¿firme en su ley? Luego no será buen rey quien aquesto no ha tenido. (ConfHu, vv. 1457-1466)

Tovar Valderrama resume en doce las virtudes morales y políticas que todo rey debe poseer: «una reside en el entendimiento, otra en la voluntad, quatro en la parte irascible y seis en la concupiscible. En el entendimiento está la prudencia; en la voluntad, la justicia; en la parte irascible reside la fortaleza, la mansedumbre, la magnanimidad y la magnificencia. En la porción concupiscible se hallan seis virtudes que son: liberalidad, verdad, afabilidad, apetito de honor, entrapelía o descanso del ánimo y, últimamente, la templanza»213. Pero, además de las virtudes privativas de rey, es decir, en virtud de su condición y de aquello que representa, como hombre y cristiano (no se concibe un príncipe que no sea tal), el monarca debe seguir aquellas otras que caracterizan a los discípulos de Cristo: respetar a los padres, amar a los hijos, desear y hacer el bien a sus ciudadanos, amparar a sus amigos..., virtudes que constituyen las reglas de comportamiento que todos los hombres deben seguir. 211

Peña Echevarría, 1998, p. 236. SanSNa, vv. 2382-2384. A estos reyes que no saben ser fieles a la palabra dada, fray Cerrato, el lego cómico, los compara con un corral en el que ellos son los gallos y los vasallos las gallinas (vv. 2436-2438). 213 Tovar Valderrama, Instituciones políticas, p. 172. 212

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Como amigo, y no como vasallo, quiero abrazarte. Amor grande es el mío. (PrósBC, 1151-1152)

le dice el monarca a su favorito don Bernardo; y lo estima tanto «de modo que mi amor igual no tiene»214.Y el Faraón, a Moisés: Estima aquesta amistad con razón, justicia y ley; que ser amigo del rey es la mayor dignidad y esto será sin vaivén. (ProdVa, vv. 381-385)

Pero Mira establece una diferencia entre el amor y la amistad, diferencia que parte de la mayor pureza de la segunda. Estos sentimientos provocan una cierta discrepancia entre el rey y su valido, como podemos observar en el siguiente diálogo: REY

ENR. REY

ENR.

214

Entre amor y amistad una diferencia hallé, que el amor puede ser malo, no la amistad. Así es. Pues si amor no consiente breve ausencia sin temer, la amistad, que es una especie más pura de amor ¿por qué ha de permitir ausencias? Esos nombres no les des, señor, a mi esclavitud, obligada a la merced que por quien eres me haces; que la amistad ha de ser entre iguales; y si amor iguala y junta tal vez dos extremos, dos distancias..., en este caso no fue amistad, sino amor.

PrósBC, v. 2222.

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Pero el rey le rebate con el argumento de que sólo la sangre distancia al monarca de los demás hombres; por lo demás, rey y vasallo pueden igualarse por la amistad: Falso es, Enrique: que un rey en la sangre que le ofrece, puede distar y tener diferencia con los hombres. Mas los ánimos ¿no ves que influyéndolos los astros pueden ser iguales? Bien esta doctrina se muestra en nuestro ejemplo, porque es amistad la nuestra, Enrique. (CautCC, vv. 574-583)

Mira insiste en la misma idea en otra parte: Si tu amigo verdadero pienso ser hasta la muerte, no dirán que vengo a verte sino también que te quiero. Con la amistad son iguales el vasallo y el señor y es la riqueza mayor que tenemos los mortales (EjMayD, vv. 745-752)

y más adelante repite el rey: que en el alma debe estar el amigo verdadero... Pues iguales nos formó la amistad, llega a abrazarme; sube tú para igualarme, porque ansí no baje yo. (EjMayD, vv. 1281-1290)

Pero al príncipe no le basta con ser virtuoso, aun siendo un requisito indispensable para ejercer su función como gobernante; debe

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además conocer cómo son sus súbditos puesto que su poder lo ejerce sobre ellos. Aunque la participación del ciudadano en la vida del Estado es prácticamente nula, el individuo del Seiscientos se encuentra frente a un poder absoluto muy poderoso, cuya maquinaria le oprime angustiosamente y ante la cual no puede hacer nada. Por eso se repliega sobre sí mismo tratando de buscar una orientación moral. La situación de tensión en la sociedad del Barroco explica, según Maravall, la conflictividad básica propia del siglo, que tiene que ir adaptándose a los problemas fundamentales de convivencia. En quienes se mantienen en la línea dogmática del cristianismo —que en tales casos, durante el XVII, se asume de ordinario con carácter polémico— se levanta una interna contradicción entre los principios éticos derivados de su fe religiosa y las exigencias prácticas de una moral de la conducta, ajustada a las que se estiman como nuevas pautas de convivencia. Lo normal es resolver la dificultad declarando someter las segundas a los primeros, esto es, las conveniencias prácticas a los principios. Claro que no menos normal es también que no se atengan a este criterio las máximas inspiradoras del comportamiento social, en que luego se despliega el sistema ético que se pretende construir. Y no es que hay una insinceridad en esto, como un tanto banalmente se ha dicho muchas veces, sino que nos encontramos ante un conjunto de contradicciones en que se manifiestan las internas tensiones de una mentalidad en conflicto, como la sociedad misma que la produce215.

La actitud de los súbditos ante el poder real ha de ser de obediencia y respeto sumo, aunque ellos no se vean implicados en la acción de gobierno, Que quien al rey su señor pierde una vez el respeto, mucho tiene de traidor. (DesgAl, vv. 822-824)

Esa religión de la obediencia llega incluso hasta el soberano inicuo, «el rey, aunque malo / ha de ser obedecido»216. A los súbditos les toca velar por su bien y por su vida, 215 216

Maravall, 1975, pp. 164-165. RuedFo, p. 17b.

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Y, aunque obediente vasallo, por dar la vida a mi rey he de romper su mandato [...] ¡No peligre el rey don Pedro, que guarde Dios muchos años. (AdveBC, vv. 2226-2228 y 2239-2240)

y ser leales por encima de todo, En lealtad perro fui; siempre amé, siempre seguí a mi dueño. (AdveBC, vv. 2850-2852)217

El rey, para el súbdito, es un misterio en el que no se debe entrar, pues los arcanos del rey no se indagan, simplemente se veneran: «Misterio el rey ha de ser / que no se ha de escudriñar218; y cuyos sentimientos y obras nadie debe juzgar, Calla, necio. Sentimientos y cuidados de los reyes son sagrados de tal deidad, de tal precio, que no los ha de juzgar la plebe, ni discurrir sobre el obrar y sentir de su rey. (AdveAl, p. 294b)

En resumen, el rey debe estar dotado de aquellos conocimientos y virtudes que le sirven para gobernar a sus súbditos, pero de forma flexible, «conservando, no obstante [esas virtudes] toda su sustancia»; esta flexibilización «responde, en el fondo, a un ensanchamiento de la prudencia, debida a exigencias de las circunstancias históricas. En ello está la caracterización del príncipe cristiano y político, porque las llama217 Expresiones de fidelidad las encontramos en bastantes pasajes del teatro de Mira: así, por ejemplo, en DesgAl (vv. 1711-1714), en EjMayD (vv. 1959-1964, 2536-2542), o en NoHayR (vv. 429-437, 1402-1408). 218 NoHDiD, p. 54c.

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das virtudes políticas son las artes, cristianamente entendidas, del príncipe prudente»219.

EL

REY TIRANO

Todo rey que usa de forma injusta el poder que se le ha otorgado es un rey tirano. Nuestros escritores políticos repudian al príncipe que se escuda en el interés y el bienestar del reino primándolo a la ley moral; un tirano es el rey que altera las justas leyes y costumbres destinadas a defender y conservar la felicidad de los súbditos; tirano es aquel que repercute el bien público en el suyo propio, el que de forma descubierta, aun conociendo la razón natural, procede contra ella con temeridad e insolencia, o el que de forma disimulada, bajo pretexto de justos fines, trata de satisfacer su codicia y sus intereses220. En nuestro siglo XVII, de las dos clases de tiranía que se solían distinguir, la tiranía ab origine y la de a regimine, es ésta la que atrae la atención de los escritores políticos y moralistas. La primera, la del poder conseguido ilegítimamente, «sin derecho, por fuerza o por arte», apenas plantea problema alguno a los tratadistas. Es en la segunda, en el mal e injusto ejercicio del poder, donde se manifiesta la tiranía de un rey; así lo dice el padre Rivadeneira: «esta es la diferencia del rey y del tirano, del justo y cristiano príncipe, de quien nosotros hablamos, y del violento e injusto de quien tratan los políticos»221. De estas palabras del jesuita cabe señalar dos aspectos: por un lado, el ejercicio sistemático de la violencia como rasgo destacado de la tiranía, en el que también incide Saavedra Fajardo222, y, por otro, el carácter maquiavélico del tirano, que se rige por una falsa razón de Estado. El tirano, al entender de los moralistas políticos del XVII, no es tanto aquel

219 Maravall, 1997, p. 255. No desdeñan los tratadistas hacer observaciones en torno a las características físicas, educación o aficiones de los reyes. Huarte de San Juan y luego Furió Ceriol o Saavedra Fajardo describen cómo ha de ser su apariencia externa. Incluso el padre Mariana advierte sobre los excesos de la gula y la embriaguez o sobre su dedicación a la música y las artes liberales (Del Rey de la Institución real, cap. IV, y VII,VIII). 220 Ver Tovar de Valderrama, Instituciones políticas, cap.V. 221 Rivadeneira, Tratado de la religión, pp. 532-533. 222 Idea de un príncipe cristiano, Empresa XXXVIII, pp. 119-120 y 121.

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que busca su propio interés en detrimento del de los súbditos, cuanto aquel que se entrega al gobierno de su reino según las normas expuestas por Maquiavelo y los políticos, olvidando las reglas morales que deben regir su actuación no sólo como gobernante sino sobre todo como gobernante cristiano. Decía Tovar Valderrama que aquello que convierte a un príncipe justo y legítimo en uno violento y tirano es, en primer lugar, el desprecio a la religión; pero también la imposición de tributos para satisfacer su codicia, razón por la cual el ejército se levanta contra su emperador, como expone uno de los soldados, porque con tributo toma la gente, y no dio favor al Pontífice de Roma. (RuedFo, p. 17b)

Igualmente es tirano el rey que olvida las injurias públicas, el que se venga contra aquellos que se oponen a sus gustos, el que odia a los buenos de quienes teme ser juzgado, o el que ama y encumbra a los malos servidores que lo adulan, defienden sus caprichos y alaban sus escandalosos dictámenes223. Tirano es el soldado Carlos que se nombra rey ilegítimamente al aplicarse a sí mismo méritos no justificados y que eran exigibles para optar a la mano de la reina: Rey por rey, Carlos lo sea. Dame tus manos y vea Sicilia que asombro soy del mundo. (PalConf, vv. 694-697)

Y lo es porque echa abajo los fundamentos del reino, despoja a la nobleza de sus privilegios y funciones políticas, repartiéndolos arbitrariamente entre la plebe, y porque destierra a los nobles de la corte sin razón aparente, tan sólo por seguir sus propios caprichos, lo que provoca el lamento y la queja del Duque: «Ah, Sicilia miserable / nunca te falta un tirano»224. Este extraño joven aupado al tro-

223

Tovar Valderrama, Instituciones políticas, p. 204. El rey de AdúlV es un buen ejemplo de ello. 224 PalConf, vv. 827-828.

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no desde su baja condición social es un ejemplo de arrogancia y temeridad: Un hombre humilde, ya soberbio, ya vano, por fuerza ha de ser tirano. (PalConf, vv. 883-885)

Pero la reina se ha dado cuenta del error y no está dispuesta a permitir que su reino se vea abocado al dominio caprichoso de un soldado recién llegado, por muy enamorada que esté de él: desdichas fatales son de que yo la culpa tengo. Otras mayores prevengo que un tirano rey he dado a este reino desdichado. (PalConf, vv. 944-948)

No olvida la situación creada y lucha por volver a restaurar el orden institucional: Un rey tirano tenemos, garza que la luz desprecia del sol con atrevimientos, mar que amenaza inclemencias, fiera que armó de crueldades el pecho. La industria sea quien deshaga este prodigio, quien a este bárbaro venza. (PalConf, vv. 1069-1076)

En efecto, es su astucia, con la estratagema del doble, la que logra el reordenamiento de la situación. Mira no ha abogado, en este caso, por la solución del tiranicidio, entre otras razones, porque quería ofrecer a los espectadores una lección moral, presentando los malos comportamientos de un rey que no se ajusta a los principios éticos y políticos, pero que mediante una serie de señales que va recibiendo e interpretando como castigos del cielo, es capaz de recapacitar sobre su actuación tiránica, renunciar al derecho «que me dieron ciegamente

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alteraciones del vulgo», y reconocer en la reina a la única que tiene el poder absoluto del reino. Tal confesión de humildad le lleva inmediatamente a Mira a presentar la legitimidad del joven al trono, pues era hijo del rey Eduardo que lo arrojó al mar, temiendo que se cumplieran los malos presagios de las estrellas. Pero no parece ser esta la solución que nuestro dramaturgo presenta en otras ocasiones en las que da la impresión de que Mira estuviera admitiendo el tiranicidio como vía para la deposición de un rey tirano. En HomMF, sabemos que la llegada de Hércules a Italia preocupa a su rey Eurito, por lo que éste se plantea darle muerte; pero el héroe se le adelanta y es él quien mata al rey. Su acción es justificada como legítima pues con ella se ha derribado a un tirano, situación sobre la cual, dicho sea de paso, no se nos ofrece ninguna información, salvo las palabras del propio Hércules: Por tirano y desleal de ti se quejan, y es ley que no viva más el rey que rige su reino mal. ¡Muera el rey que mal gobierna! ¡No viva más rey tirano! (HomMF, vv. 1395-1400)

o las del vasallo Filotetas, partidario de Hércules, que exclama: El rey que tiene rigor nunca llame en su favor a los vasallos que tiene. (HomMF, vv. 1404-1406)

Pero si Eurito es asesinado por tirano, no lo parece menos la arrogancia del nuevo rey: Nadie disgusto reciba que rey de la Italia sea, si es que morir no desea. (HomMF, vv. 1415-1417)

Tal vez, el caso más notable del tema del regicidio lo encontramos en RuedFo, que se convierte en el tema secundario que completa al

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de la fortuna voltaria. Concurren en la obra algunos hechos que vienen a confirmar nuestra impresión de que Mira, eso sí, un poco ambiguo, pudo muy bien aceptar la idea de que todo rey tirano puede ser depuesto de forma violenta en aras de salvaguardar los principios que sustentan la institución regia y como ejemplo de lo que no debe ser un monarca225. Desde el comienzo de la obra, el emperador Mauricio va dando muestras de su actitud tiránica, cometiendo abusos y manifestándose de forma caprichosa ante los demás y ante su responsabilidad como gobernante: infama de modo cruel y vergonzoso a su capitán general por la derrota sufrida en el combate cuando previamente había destacado por su lealtad y valor, logrando incontables victorias para el imperio; se deja arrastrar por sus instintos lujuriosos y de imprudencia, persiguiendo a la esclava Mitilene226, sin importarle su comportamiento adúltero; actúa, dice su esposa, como «cruel, / avariento y lascivo, / y aún la fe de cristiano / le va corriendo peligro» 227; menosprecia y maltrata injustamente a la emperatriz228 y niega su ayu225 Los tratadistas políticos del siglo XVII no suelen compartir la aprobación que del tiranicidio hacen Soto, Suárez, Molina, Báñez o Mariana (aunque con matices diferentes), pues consideran que esta doctrina es atentatoria contra los principios básicos de paz civil y orden público. No parece que ni Saavedra ni Núñez de Castro o Lancina, por ejemplo, se muestren muy de acuerdo con el derecho de resistencia porque sería atribuir a la república una función soberana que sólo es propia del rey.Ver Abellán, 1981, t. III, p. 67. 226 Es oportuno recordar que la explotación sexual de las esclavas por parte de sus propietarios era considerada algo «natural».Y, aunque en esta obra no estemos ante una mujer de condición social baja, sino ante una princesa, aunque cautiva, «había una íntima y doméstica promiscuidad erótica para cuya satisfacción la esclava cumplía un papel muy adecuado (Asenjo Sedano, 1992, p. 225). La sexualidad masculina se presenta como una virilidad desenfrenada sobre la que no cabe debate, de modo que se considera «natural» que el amo pueda satisfacer sus impulsos y apetencias sexuales con la mujer sometida. Así, cabría establecer una relación entre el placer y la virilidad, entre la dominación y el goce, de forma que se trataría de un tema de poder más que estrictamente sexual. El emperador y su hijo quieren gozar de la joven más por demostrar su superioridad que por una mera explotación sexual, sin que ello quiera decir que no exista un componente erótico nacido de la belleza de la cautiva.Ver Martín Casares, 2000, pp. 41-43. 227 RuedFo, p. 7b. 228 La reina se convierte aquí en una especie de símbolo del mismo reino: el rey es padre para sus súbditos y esposo de la república. Si el rey ama a la esposa,

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da al Papa, pecado grave, teniendo en cuenta el carácter mesiánico de la monarquía española, aliada con el papado pese a los conflictos que pudieron mantener, para difundir la religión por el Imperio229. Mauricio ha antepuesto sus apetencias y pasiones a sus obligaciones propias del cargo que representa, ha disociado su persona natural de la persona política, degradando y conculcando los fundamentos mismos de la dignidad que ostenta. Ha roto la unidad de su persona, la armonía social se ha destruido, su autoridad ha quedado aniquilada y, lo que es peor, ha atentado contra la moral y la religión al no subordinar la acción de gobierno a la ley divina. Se hace, por tanto, merecedor de un castigo ejemplar: FOCAS

SOLD. FOCAS

quitadle la vieja vida, atravesadle en el pecho esta. Dale la espada Ya está el pecho atravesado. Muera, solo porque sea hasta en morir desgraciado, y sólo su muerte vea este villano o soldado (RuedFo, p. 18c)

Focas se ha convertido en el instrumento de Dios230 para impartir justicia: FOCAS

Dios lo ordena por sus secretos juicios. (RuedFo, p. 18c)

el reino vive en armonía; pero el desamor (la obsesión lasciva por Mitilene) supone romper la unidad familiar y política, y convertir al rey en tirano.Ver Martínez Aguilar, 2001, p. 396. 229 En PrimCF, Mira hace dirimir, entre reinos cristianos, las cuestiones políticas al Papa y avisa «que se empieza a perder la fe, si al Papa no se obedece» (vv. 366-368). 230 Para Martínez Aguilar este personaje es «antes instrumento del caos que de la justicia divina» (2001, p. 398). Por su parte Sabin (1985, pp. 15-20) sostiene de que Focas es tan sólo un instrumento de la fortuna sin ninguna comprensión de sí mismo, y el que proporciona la caída fatídica de Mauricio.

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Reinará por un día, pero él también morirá a manos de Heraclio, que será proclamado emperador por el pueblo, restableciendo, así, el orden perdido, pues, a la postre, resultará ser el hijo legítimo y heredero del trono231. Por otro lado, el príncipe Teodosio, que no es tal sino hijo de unos esclavos, también recibirá muerte violenta por su comportamiento tiránico. El odio y la violencia son los rasgos que lo definen: aborrece a sus padres y abofetea a la emperatriz porque se oponía a sus deseos lascivos de querer saciar su incontinente pasión, violando a la princesa Mitilene apresada por Leoncio. Su desenfreno motiva que la emperatriz se arrodille ante él para suplicarle un poco de respeto y temor, lo que molesta a la infanta que se queja de la humillación sufrida por su madre: Tu majestad, ¿para qué arrodillada se ha visto a mi hermano?... Y tú, Teodosio, ¿no ves que esta es nueva tiranía? ¿No has visto que no conoce la paternal reverencia? (RuedFo, p. 9b)

El príncipe codicia asimismo el imperio, pero el emperador le advierte de que «si malo has de ser / hecho pedazos te vea» (p. 17a), avanzando, así, su destino final: Los cielos pretenden que mueran despedazados hijos que la madre ofenden, soberbios y mal criados. (RuedFo, p. 18b)

231

El tema del tiranicidio en esta obra está ligado estructuralmente al tema de la fortuna. Dos emperadores, Mauricio y Focas mueren asesinados. En Focas se muestran las dos caras de la fortuna, y «la caída de Mauricio se prepara desde la primera escena de la obra, cuando éste afrenta y condena injustamente al leal, pero desgraciado, Leoncio, quien maldice a su emperador (p. 5a) (Gutiérrez, 1975, p. 148).

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El orden roto se restaura por la intervención del que verdaderamente era hijo de Mauricio; su nombramiento como emperador, tras dar muerte al homicida de su padre, significa el restablecimiento del principio de justicia sobre el que se debe edificar y afianzar la monarquía, y que se había visto alterado por los comportamientos poco edificantes de un rey que, al fin, «pagó con su muerte / sus descuidos y pecados»232. Un caso nuevo de tiranicidio que observan nuestros escritores es el que Maravall llama tiranía por abandono de poder, la de aquel monarca que desatiende sus obligaciones y traslada su autoridad a manos de quien no es titular de la misma, hecho, por otra parte, que tanto afectó a los últimos Austrias. ¿Acaso está muy lejos de este significado lo reproducido en su pieza teatral AdveAl, cuando el rey Juan II delega en su valido todo el peso del gobierno y todo el poder de la monarquía con el consiguiente desagrado de los Grandes? ¿Acaso no es una denuncia implícita de este tipo de tiranía el tomar de la historia el ejemplo conocidísimo de don Álvaro para exponerlo a pública consideración de sus contemporáneos que lo aplicarían inmediatamente a su situación actual? ¿Cómo interpretar la postura de nuestro dramaturgo cuando nos presenta a un don Bernardo de Cabrera víctima inocente de los caprichos y veleidades de un monarca si no como una denuncia velada de las iniquidades de un soberano que socava la misma institución real descuidando un pilar fundamental como es la justicia? ¿Qué consideración merece la figura de un rey que mata a su privado por simples celos infundados? No nos parece que Mira esté muy dispuesto a transigir con este tipo de conductas. Las palabras de Hércules, que más arriba hemos transcrito, y la muerte en escena de un rey revelan una postura muy enérgica y son muy duras para el contexto de la época233. Pero, por otra parte, en múltiples ocasiones, defiende con denuedo la institución y la persona del rey. El derecho a matar al tirano que se reconoce en la mayoría de los tratadistas políticos del siglo XVI234 atentaría contra 232

RuedFo, p. 22b. Esa predisposición a deshacerse del monarca la encontramos también en LoQNCa, donde el Infante está presto a matar al rey su hermano, porque considera rigor y tiranía confiar poco en él, reñirle y tratarlo inadecuadamente (vv. 2236-2239; ver también vv. 2186-2187 y 2248-2251). 234 Es conocido que, salvo Vitoria, los escritores y predicadores como Soto, Suárez, Baños, Molina y Mariana defendieron la facultad que tiene la república 233

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los fines de paz que persigue todo gobierno, amén de constituir un delito de lesa majestad. Contra el rey legítimo no cabe derecho de resistencia. Por derecho natural, hasta a los príncipes tiranos se les debe obedecer y no se consiente que se trame contra su vida. Es más, como apuntaba antes Blázquez Mayoralgo, se considera que el tirano es un castigo del cielo por los pecados de los hombres, y, por tanto, hay que soportarlo. Quevedo lo resumía de esta manera: «Grave delito es dar muerte a cualquier hombre; mas darla al rey es maldad execrable, y traición nefanda no sólo poner en él las manos, sino hablar de su persona con poca reverencia o pensar de sus acciones con poco respeto. El rey bueno se ha de amar; el malo se ha de sufrir. Consiente Dios el tirano, siendo quien le puede castigar y deponer... No necesita el brazo de Dios de nuestros puñales para sus castigos ni de nuestras manos para sus venganzas»235. Venimos repitiendo que nuestros escritores no desconocen la situación de inseguridad e inestabilidad por la que atraviesan las monarquías, española y europeas, y ante la frecuencia de tumultos populares quieren dejar bien sentado que, en modo alguno, se debe atentar contra la seguridad del Estado. Las revueltas en los distintos territorios de la monarquía les había afianzado en esta tesis, de modo que no podían permitir ningún resquicio para posibles levantamientos contra el soberano y la institución real. En este sentido, se entiende que la figura del rey debe ser intocable y su persona obedecida, aunque sus actuaciones sean o puedan parecer perversas, por la sencilla razón de que su poder es de origen divino y querido por Dios. Así lo atestigua también la comedia, cuando el capitán general Filipo defiende la obediencia al rey, aunque éste actúe protervamente; contra él no cabe levantarse en armas ni derrocarlo: El rey, aunque sea malo, ha de ser obedecido. ¿Por qué la espada se toma contra nuestro emperador? (RuedFo, p. 17b)

para deshacerse de un rey tirano. En el siglo XVII, la postura de Blázquez Mayoralgo es, sin embargo, un tanto ambigua.Ver Peña Echevarría, 1998, pp. 243-244 y 251252. 235 Quevedo, Primera parte de la vida de Marco Bruto, p. 154.

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De este modo, si antes Mira podría estar justificando el regicidio, ahora, por boca de Filipo, nos sitúa en el otro polo. Creemos que el poeta accitano por un lado defiende la monarquía como institución y todo lo que representa el rey; pero, por otro, como jurista y, sobre todo, como moralista, no consiente arbitrariedades, abusos ni injusticias en aquellos que ostentan el poder y que están obligados a ser ejemplos para los demás; de ahí que, en algunas ocasiones, encontremos casos en que sea lícito deponer a aquel que actúa tiranamente. Mira ofrece los casos más claros de esta postura en obras escritas antes de incorporarse a la corte madrileña; pero, tras la muerte de Enrique IV de Francia en 1610, se acentuó una corriente de opinión contraria al regicidio, no sólo en la corte del país vecino, sino también en la española. Por eso nuestro dramaturgo, a partir de ese momento, se cuida de no exponer de forma demasiado explícita la idea del tiranicidio, aunque su talante moralizador continúa en todas sus obras, colaborando con ello en la legitimación de los principios que promueven el modelo de príncipe cristiano, tanto en su vertiente política (el rey como vicediós) como personal.

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No parece que fuera pura casualidad el hecho de que tres omnipotentes ministros como Olivares, Richelieu y Buckinghan1, ocuparan simultáneamente el mismo cargo en tres monarquías europeas, dando impronta a una época caracterizada por la fuerte presencia en el gobierno del Estado de un primer ministro. Esta figura del ministro favorito o del privado o sencillamente del valido fue decisiva en la creación de «un Estado nación centralizado»2. Tampoco parece que fuera mera coincidencia el que Mira de Amescua escribiera por estas fechas3 las dos piezas de cada una de sus bilogías sobre favoritos: Próspera y Adversa fortuna de don Bernardo de Cabrera (1616-1619), Próspera y adversa fortuna de don Álvaro de Luna (1621-1624), amén de El ejemplo mayor de la desdicha (1625) y No hay dicha ni desdicha hasta la muerte (1628), donde continúa planteando el problema de la privanza. No hay que olvidar que en 1621 fue condenado y ejecutado don Rodrigo Calderón del que se ha querido ver una personificación en don Álvaro de Luna, como más adelante apuntaremos, y cuyo recuerdo estaba bien vivo en la memoria de los espectadores. Tales obras no habrían tenido tanta resonancia si autor y 1 A ellos se sumarían, entre otros, Lerma y Haro en España; Sully y Mazarino en Francia, y Cecil en Inglaterra, sin olvidar a Uceda, Nithar y Valenzuela; a Concini, de Luynes, Sillery o La Vieuville; y a Carr. Para el tema del privado en el teatro inglés, ver Blair Worden, 1999. 2 Elliott, 1999, p. 12.

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público no hubieran sido conscientes de que el tema tocaba directamente a sus vidas y a su época. Bastaba con echar una mirada a su alrededor para comprobar la existencia de hombres que habían alcanzado un enorme poder y riqueza gracias a los favores recibidos de su Majestad. Mira lo sabía bien pues anduvo en la Corte desde 1616 a 1631 al servicio del cardenal Infante don Fernando de Austria, y conoció de primera mano los avatares e intrigas palaciegas. La existencia, pues, del valido fue una realidad muy presente en las principales monarquías europeas de la época; de ella se ocuparon los tratadistas políticos coetáneos y el teatro supo pintar de modo muy elocuente ante la atenta mirada de aquellos que asistían a las representaciones en los corrales de comedias. Asimismo ha atraído la atención de los historiadores, cuyos trabajos han puesto de manifiesto la importancia de esta figura en la Europa del Seiscientos4. La mayoría de nuestros escritores políticos del momento consideran necesaria, o cuando menos tolerable, la presencia del valido en la esfera del rey, aunque cabe encontrar en ellos posturas divergentes5. 3 1600-1660 es el periodo elegido por Berenguer para estudiar el tema de la privanza, por cuanto que, a partir de la última fecha indicada, la figura del todopoderoso ministro desapareció de la escena, aunque su sombra se prolongara hasta finales de siglo, al menos.Ver Berenguer, 1974, pp. 166-192. 4 El arte de la privanza se desarrolla con un claro sentido pragmático en el que los escritores tratan de ofrecer un conjunto de reglas y ejemplos de conducta política, con el fin de instruir al cortesano en la forma más adecuada y conveniente para ganarse el favor del rey, conservar y acrecentar su patrimonio y saber retirarse con la mayor honra y discreción posibles. De entre la literatura sobre el valido de los tratadistas políticos de la época, cabe señalar, entre otras, las obras de fray Pedro Maldonado, Andrés Mendo, Mateo Renzi, Saavedra Fajardo, Baños de Velasco y Acebedo, Salvador Mallea, Juan P. Mártir Rizo, Vicente Mut, P. Portocarrero, Francisco de Quevedo, F. Jolfelts. Para otras obras, Tomás y Valiente (1963) y Maravall (1997). Hasta 1974, la historiografía se había ocupado del tema de los favoritos en trabajos que se centraban en los límites de cada nación. Fue en este año cuando el historiador francés Jean Berenguer sugirió el carácter europeo que había tenido ese fenómeno. Tras él, ha seguido un número voluminoso de estudios que, guiados por su orientación, han intentado explicar de forma rigurosa el tema de la privanza y de los ministros favoritos en el concierto europeo del siglo XVII. Baste citar, además, Elliott y Brockliss (1999), Elliott (1999), Elliott y García Sanz (1990), Benigno (1994), Feros Carrasco (1997a y b, 2001, 2002). 5 Tomás y Valiente señala tres grupos de escritores que se posicionan ante la cuestión de si es conveniente o no la presencia del valido en el círculo del rey:

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En general, todos aceptan, de forma más o menos matizada, que el monarca necesita de la amistad de alguien en quien confiar, de alguien con quien poder compartir secretos, alegrías y fracasos. El rey, igual que cualquier otro ser humano, precisa de un amigo de su confianza en quien apoyarse y sincerarse; pero también participar con él en las arduas tareas de gobierno, dada la envergadura de la administración del Estado. Y si autores como Juan de Santa María, que también anduvo en enredos en la corte, en un principio niegan la posibilidad de que el rey tenga amigos: «privado es lo mismo que amigo particular; y como la amistad ha de ser entre iguales, no parece que la puedan tener los que son vasallos o criados con su rey y señor», termina reconociendo algunos casos en que el vasallo, por sus altos méritos y virtudes, se eleve moralmente a la altura del rey, pero nunca en el ejercicio del mando: «Con este fundamento, digo que bien se puede decir amistad entre el rey y privado, pues las almas tienen en su origen igual nobleza, y las amistades nobles de las almas proceden»6. También Quevedo pone algunos reparos a que el rey pueda tener especial afecto a un privado: Señor, los reyes pueden comunicarse en secreto con los ministros y criados familiarmente, sin aventurar reputación; mas en público, donde en su entereza y igualdad está apoyado el temor y reverencia de las gentes, no digo con validos, ni con hermanos, ni padre, ni madre ha de haber sombra de amistad, porque el cargo y la dignidad no son capaces de igualdad con alguno7.

Pero el inconveniente que pone Quevedo a mostrar amistad a un súbdito se limita al ámbito de lo público, no en privado. Lo que combate el poeta realmente es que el monarca se entregue a su criado y pierda la dignidad y soberanía de las que está dotado; su temor es que el rey se convierta en un juguete en sus manos, y no está dispuesto a los que se decantan claramente a su favor; los que matizan su existencia, y los contrarios a esta figura (Tomás y Valiente, 1963, pp. 124-139). 6 Juan de Santa María, confesor de la infanta Margarita, hija de Felipe III, fue uno de los autores que atacó con más contundencia a los monarcas inútiles, dominados por sus favoritos; Lerma y sus clientes trataron de acallar su voz y la de aquellos que cuestionaban la legitimación de su poder.Ver Maravall, 1997, pp. 306 y 308. 7 Quevedo, Política de Dios, p. 19.

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consentirlo. El rey siempre ha de estar por encima, dada su condición de soberano público; él siempre manda, a los demás toca obedecer8. Saavedra Fajardo podría representar la postura prototipo de los escritores políticos respecto al valido. Realista, más sereno y equilibrado que Quevedo, no ve inconveniente en que el rey comparta con el valido el trabajo que le depara la compleja y pesada maquinaria del gobierno de la monarquía.Y si bien no se muestra decididamente partidario del sistema de valimiento, sí entiende que sea lícito que el rey tenga a algún confidente amigo, pues «el peso de reinar es grave y pesado a los hombros de uno solo». Y si gobernar es tarea ardua y necesita compartirla, qué mejor que el elegido sea una persona de su entera confianza.Y lo mismo que se vale del ministro para los asuntos de gobierno, ¿qué mucho que los tenga también para los de su ánimo? Conveniente es que alguno le asista a ver y resolver las consultas de los Consejos que suben a él; con el cual confiesa sus dudas y sus designios, y de quien se informe y se valga para la expedición y ejecución dellos9.

Los demás escritores se muestran favorables y defienden que la persona del rey tenga un amigo íntimo en quien confiar10, lo cual parece algo connatural en la esfera de una monarquía personal, donde todo ministro debe gozar del favor del monarca. Pero la amistad no explica por sí misma el fenómeno del valimiento11, como característica 8 Quevedo condena toda familiaridad que pudiera desprestigiar al rey. El autor advierte al privado que «de la cosa que principalmente se ha de guardar es de la mucha familiaridad con el príncipe, aunque él dé la ocasión, que los suele forzar el amor a hacerse iguales con sus vasallos» (Discurso de las privanzas, p. 216). Ver también Maravall, 1997, pp. 306-307, y Tomás y Valiente, 1963, p. 129. 9 Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe cristiano, empresa XLIX, pp. 232-233 y 234.Ver también Quevedo, Discurso de las privanzas, pp. 203 y 204. 10 Una de las características que definían al privado era la de su singularidad, que se convirtió en uno de los puntos esenciales del debate político sobre los favoritos.Y así frente a recomendaciones como las de Mateo López Bravo de que no se engrandezca «a uno sólo, sino a muchos, por encima de los demás» (De rege, p. 227), la propaganda política se encargó de establecer nuevas interpretaciones en el discurso político para justificar la singularidad, como hizo Juan Fernández Medrano, en su República Mixta, al Duque de Lerma. 11 En la España de los siglos XVI y XVII se utilizaron varios lenguajes para hablar y actuar políticamente; el lenguaje de la amistad fue uno de ellos y realmente importante.Ver Feros Carrasco, 2001.

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esencial de la época, porque si bien se dieron algunos casos de relación afectiva entre rey y ministro (Buckinghan) o la amistad fue ya origen del ministeriat (Haro), ya consecuencia (Oxenstierna), casos otros hubo en que esa relación afectiva no se dio. Hubo, como dice Thompson, favoritos y factotums, favoritos personales, favoritos políticos, hegemónicos y favoritos plenipotenciarios, aunque todos ellos tuvieran funciones similares y respondieran a una serie de problemas políticos e institucionales12. La historiografía actual, dejando aparte la teoría según la cual la aparición del valido o ministro favorito se debió al carácter indolente de los reyes europeos, por ser una teoría demasiado simplista, aunque tenga su parte de verdad, ha profundizado de forma más rigurosa en las razones de la aparición y ascenso del valido. Jean Berenguer lo asoció al crecimiento del Estado de la época moderna, lo cual puede ser válido para países como España y Francia, pero no tanto para Inglaterra, país escasamente burocratizado y que, sin embargo, contó con un grupo importante de ministros privados. Linda Levy Peck, tomando como base el caso inglés, ha puesto de relieve que la verdadera causa del ascenso del favorito, dentro de la estructura del Estado moderno, reside en la necesidad que se tenía de contar con un administrador del patronazgo, debido a la creciente presión de los clientes que deseaban disfrutar de los beneficios que ofrecía el servicio en el gobierno. De ese modo, no sólo distribuía la liberalidad del monarca sino que también amparaba y protegía a la persona del rey y a la institución monárquica del blanco de las críticas y de las asechanzas de todos aquellos que no se habían visto agraciados13. Pero en España no eran sólo los oficios palaciegos la única fuente del patronazgo real; los monarcas españoles podían ofrecer también una serie de mercedes sobre las que ejercía su dominio, a saber, tierras, jurisdicciones, rentas, títulos, encomiendas... Redistribuir equita-

12 Thompson, 1999, p. 26. Elizabeth Marviek ha puesto de relieve los modelos paternal y fraternal de la relación entre valido y rey. El duque de Lerma fue una figura paterna para Felipe III (Marviek, 1983). Para el caso de Inglaterra, Levy Peck (1999, p. 92) ha visto la nota de intimidad, común en todos los favoritos reales, que constituye la clave de su poder: ya sean los «amantes» poéticos de la reina Isabel, los amantes físicos de Jacobo I o los amigos de Carlos I, de forma que el poder del favorito se sitúa en la cámara real. 13 Levy Peck, 1999, p. 92 y 95.

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tiva y generosamente esas prebendas no fue sólo una «virtud» del rey, sino que además su liberalidad cumplía una función política importante, la de ganarse la lealtad y obediencia de sus súbditos14. Pero esa función llegó a desbordar al mismo rey, por lo que fue preciso que alguien de su círculo íntimo y de su confianza realizara esa labor. Sin embargo, no sólo fue el crecimiento del Estado y la necesidad de compartir las tareas de gobierno lo que motivó el ascenso del valido, pues, como apunta Thompson, los reyes no eran incapaces de desempeñar el papel de coordinadores de todas las tareas (Luis XIV) y siempre tenían a mano un secretario o ayudante que los asistieran. Tampoco explicaba el fenómeno la idea de que las tareas de gobierno no atrajeran la atención de los soberanos15. La presencia del valido en España gozaba de una cierta tradición16 y su ascenso no fue tanto producto del cambio de las circunstancias cuanto de la necesidad de contar con un supervisor de las diversas ramificaciones de la burocracia, un administrador que hiciera funcionar bien el sistema, dejando para el rey la labor de crear política; en suma, dice Thompson, «la aparición del valimiento a gran escala en el siglo XVII no fue el resultado de cambios en la personalidad y circunstancias, sino que se derivó de las mayores necesidades del gobierno»17. Las razones esgrimidas, pues, por nuestros tratadistas políticos y por los historiadores son avaladas por el teatro, que se convirtió en un «registro privilegiado», como expone Worden, para la presentación de la preocupación por el poder que tenían los validos del rey18. El favori-

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Ver Feros Carrasco, 1997b, pp. 209-216. En una carta que Felipe IV dirigió a sor María de Ágreda, fechada el 30 de enero de 1647, el monarca le da cuenta de los errores cometidos en tiempos pasados respecto a los validos y expone sin vergüenza los esfuerzos que hace por dirigir convenientemente el timón del gobierno.Ver Tomás y Valiente, 1963, pp. 183-184. 16 Feros Carrasco (1997, pp. 11-36) ha estudiado cómo la teoría sobre el valido en el siglo XVII trató de explicar que la presencia del favorito en el gobierno de la nación era una continuación de la práctica ejercida por Felipe II, tenido por muchos de sus contemporáneos como uno de los monarcas más grandes de la historia. La presencia y protagonismo de privados en el reinado del rey prudente privilegiaron otros términos de legitimación al presentar al favorito como «consejero» o «ministro» y no como «amigo». 17 Thompson, 1999, p. 30.Ver también Tomás y Valiente, 1963, pp. 35-55. 18 Worden, 1999, p. 229. 15

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to fue un personaje muy teatral que les sirve a los dramaturgos no sólo para expresar la sensibilidad del drama por las preocupaciones políticas, sino también para difundir alabanzas, esparcir veladas críticas o impartir lecciones morales19, o quién sabe si no ayudó a que el público tuviera una imagen de la vida pública construida en términos de literatura. Porque lo cierto es que el teatro no dramatiza lo que no es inherentemente dramático; el teatro no nos ofrece la imagen de un ministro anegado de papeles, ni dibuja la estructura de la administración o del patronazgo real; no habla de cómo funciona el poder sino tan sólo de cómo se percibe o cómo ha de ser percibido públicamente20. La comedia, y Mira, por supuesto, explotó lo que de teatral tenía el personaje del valido, y, sobre todo, su ascenso y caída, para poner de manifiesto lo frágil y quebradiza que es la condición humana y la voluntad del rey, sujeta muchas veces a meros caprichos. La fortuna levanta y derriba, enaltece y consume; esta transitoriedad e inestabilidad es lo que realmente define a la figura del privado en el teatro amescuano. Como exclamaba el propio Olivares, lo único seguro en esta vida eran «la inestabilidad, la inconstancia y la falta de gratitud»21.

REY Y VALIDO, DOS

ALMAS GEMELAS

Lo mismo que los teóricos de su tiempo, Mira acepta que el rey tenga una persona de su confianza con quien compartir el trabajo que la gobernación deparaba y que tan pesado se hacía: El peso, gran señor, de los cuidados que, a mis años cansados, deja ya Vuestra Alteza alguna vez me rinde su grandeza, para robusta edad cargo importante, y...

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Bradner (1971, pp. 97-106) ha estudiado el tema del favorito en los dramaturgos españoles e ingleses y ha establecido un cuadro comparativo en el que apunta algunos rasgos comunes en el tratamiento del tema, y también las diferencias que separan a ambos teatros. 20 Ver Worden, 1999, p. 230. 21 Elliott, 1984, p. 172.

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no está seguro el peso que sustento. Los embarazos del penoso día, los negocios que están a cuenta mía, tantos viene a ser, que, al día sobrando, gran parte de la noche están gastando. (LoQNCa, vv. 284-295)

Y don Bernardo reconoce, ya en su infortunio, que el cuidado sólo se lleva el que priva, y descansa el desdichado. (AdveBC, vv. 2103-2105)

porque la privanza sólo comporta desgracias22. Lo sabe bien el rey, que ha tenido que firmar la ejecución de su valido, «Quien dice que es ser privado / dicha, miente»23. Y es que las condiciones en que nacía la privanza no eran precisamente las más adecuadas para crear hombres de Estado desinteresados, atentos al bien común y no al provecho de su familia o clase. El ascenso al valimiento procedía, en una gran mayoría de casos, de la amistad que el rey profesaba a alguno de los de su círculo, con todo lo que ello conllevaba consigo. Normalmente el origen de esa distinción nacía del afecto que un príncipe, todavía niño, le tenía a aquel joven que era su acompañante y protector24. La comedia testifica, de modo muy gráfico, esa relación de amistad entre rey y valido, así como la necesidad de compartir con él la tarea de mando. Bien lo precisa el rey Pedro IV de la comedia PrósBC, tratando de justificar la presencia y el ascenso del privado. Ante la apasionada e interesada intervención de doña Violante en favor de don Bernardo, que viene de vencer a los genoveses en dura batalla,

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«El que se hace capaz deste cargo, se hace dino de infinitos cuidados que le hacen más digno de lástima que de invidia» (Quevedo, Discurso de las privanzas, p. 201). 23 AdveAl, p. 308b. 24 Así fue la relación inicial entre Juan II y Álvaro de Luna, entre Felipe II y Rui Gómez de Silva, entre Felipe III y Lerma o entre su hijo y Olivares: Feros Carrasco, 2001.Ver también García García, 1997.

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Las honras que el rey hace a Cabrera cortas mercedes son para sus méritos; y es bien que con los reyes prive tanto un hombre, porque ansí se animen otros a seguir la virtud y amor del príncipe. (PrósBC, vv. 2243-2247)

el rey prueba tal necesidad con estas palabras: No puede un rey estar sin privado, que Dios también en otros tiempos —dígalo Moisés, Job, Juan y Pedro—, y los reyes humanos le han tenido: Trajano, Eneas, Jerjes y Darío, Ambrosio y Esfestión, Licinio, Acates... En vos puse mi amor y mi privanza. (AdveBC, vv. 1248-1254) ¿Qué rey, qué emperador o qué monarca no tuvo un privado en cuyos hombros estuviese la máquina pesada del cuidado común de la república? (PrósBC, vv. 2248-2251)

Muy parecidos términos encontramos en otra pieza, escrita muy poco después: ¿Cuándo un privado un rey no tuvo, si en dos mil historias divinas y profanas, las memorias ejemplos ven frecuentes, que son comunes ya a todas las gentes? Esto no es bien se diga. ¿No ha de tener el rey quien la fatiga del peso del reinar le sobrelleve con quien él comunique lo que debe hacer en las acciones más dudosas? (AdveAl, p. 297b)

Si acaso Mira fuera de opinión contraria a la presencia de los validos, se cuida mucho de no provocar recelos entre sus coetáneos y

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entre los que lo avalaban en la corte. Nuestro dramaturgo comparte con los tratadistas, como ya hemos dicho, la idea de que el monarca debe tener a alguien con quien sincerarse y en quien descargar el «peso del reinar». Pero no parece dispuesto a admitir (ni él ni nadie) que la soberanía del rey quede usurpada por el valido y que sea éste quien maneje el timón del gobierno, convirtiendo al rey en una especie de monigote en sus manos. Mira acepta la compañía del valido y su ayuda en el gobierno, pero siempre debe mandar el rey y el vasallo obedecer, pues la majestad y respeto real no podía humillarse al nivel de un vasallo, ni podía «igualarse» a él en el gobierno. El valido es tan sólo un consejero que anima a su rey a esclarecer situaciones y lo impulsa a obrar de acuerdo con la razón y no con sus intereses personales. La grandeza, potestad y soberanía del monarca no impide la necesidad de un amigo, porque Aunque es común opinión que un rey a nadie echa [de] menos, es «yerro», pues grandeza no muda naturaleza, y los vasallos tan buenos siempre llegan falta a hacer, y es cierto que un rey prudente, si no lo muestra, lo siente. (LoQNCa, vv. 909-916)

Pero su presencia no debía debilitar el poder y las prerrogativas reales, pues, como señala E. H. Kossmann, había quienes creían que era posible y necesario que el rey tuviera su favorito sin menoscabar el poder absoluto del monarca; más aún, algunos pensaban que la presencia del valido era un modo de reforzar el poder monárquico25. Apareció así toda una literatura en defensa del ministro que tenía su origen en el momento en que Felipe II decidió poner en lo alto de la institución a algunos de sus favoritos, y no por ello se pensó que el rey fuera un monarca débil; aun más, su reinado gozó de cierta estabilidad y nadie osó atentar ni conspirar contra él26. Con Felipe III se

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Kossmann, 1976, pp. 11-12. Sí alardearon de su vida escandalosa los favoritos de Enrique III de Francia, y sí conspiró contra la reina Isabel el conde de Essex. 26

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acentuó y se reforzó la teoría en pro del favorito a quien se empezó a ver como el principal consejero del rey encargado de administrar los negocios de la monarquía27. La defensa que del favoritismo hizo fray Pedro de Maldonado, confesor de Lerma, en su Discurso del perfecto privado, condujo a que el alegato y defensa sobre el valido no cambiara sustancialmente durante la privanza del Conde Duque, ni que se apagara después; es más, fue en este periodo cuando la literatura sobre favoritos alcanzó su mayor incremento y cuando los validos gozaron de la defensa que de ellos hicieron los escritores políticos28. Todos hablan de la relación de amor que vinculaba a rey y privado: «Privado llamamos a un hombre con quien [el rey] a solas y particularmente se comunica, con quien no hay cosa secreta, escogido entre los demás para una cierta manera de igualdad fundada en amor y perfecta amistad», dice fray Pedro de Maldonado29. Y no se trata tan sólo de recoger una tradición medieval, la de la amistad entre rey y favorito, como defiende Antonio Serrano30; ni tampoco estamos de acuerdo con él en que en Mira no hay un deseo de reflejar la realidad coetánea, antes al contrario, como ha mostrado la historiografía, esa relación es particularmente intensa en este periodo de valimiento. Mira, atento a la vida de su entorno, y con ojo singularmente moralizador, nos ofrece, como un testigo más, ese mundo de relaciones dulces y crudas, de los validos de su tiempo y que él tan bien conocía. Las muestras de esta amistad son numerosas en el teatro del accitano. Es un poco chocante oír a rey y valido manifestar, cual galán y dama enamorados, tan intensamente su amor. El rey don Juan, que ha sentido de inmediato una inclinación favorable a don Álvaro, le expresa, desde el principio, su amor; y, así, le dice a su hermana: Miralde bien, que me hallo tan inclinado a su amor que no le tendría mayor ningún rey a su vasallo. (PrósAL, p. 267a)

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Feros Carrasco, 1999. Ver Tomás y Valiente, 1963, pp. 123 y ss. 29 Cita tomada de Feros Carrasco, 1999, p. 304. 30 Serrano Argulló, 1996, p. 542. 28

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En otra obra, también de privanza, encontramos palabras semejantes: A solas, me hallo, sin Belisario, mejor. No ha tenido tanto amor ningún rey a su vasallo. (EjMayD, vv. 986-989)

En la escena X del primer acto de PrósAL, se puede leer lo que sigue: REY

D. ÁLVARO

REY D. ÁLVARO REY D. ÁLVARO REY

D. ÁLVARO REY D. ÁLVARO

REY

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Álvaro, poco me quieres, pues sin mí puedes estar cuando te vengo a buscar. Mi propio ser, mi Rey eres y poder estar sin ti es querer que el sol esté sin la luz que en él se ve. ¿Pues cómo huyes de mí? Humildad, no desamor me detiene. ¿Y osadía no te da la amistad mía? Mucho alienta tu favor. Como tienes poca edad como yo, fuerza es tener amistad. ¿Favorecer a un criado es amistad? [...] La amistad nace de amor. Siendo desigual el hombre que el favor recibe, es llano que no es amistad, y ansí... En fin, yo te quiero a ti, y tu pensamiento es vano. (PrósAL, p. 267b)31

Ver también la conversación reproducida más arriba del rey y su valido en CautCC, vv. 545 y ss., así como los versos 745-756 y 1287-1291 de EjMayD, y los vv. 1150-1153, 2220 y ss. de la PrósBC.

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Palabras de amistad y afecto que continúan a lo largo de la obra y que descubren los deseos del joven rey de verse acompañado y estimado; son muchos los momentos importantes en que se revela este tema, como, por ejemplo, en el diálogo entre don Álvaro y don Juan, después de declararse la más pura fe y amistad. El rey pregunta a su favorito Álvaro, mi grande amor. si tú fueras, por ventura, rey, ¿qué me dieras a mí, a quererme?

a lo que don Álvaro contesta: Fuera tuya mi potestad, fueras rey; yo fuera una estatua muda. A tu voluntad, mi ser al tuyo pasara, y juntas nuestras dos naturalezas, parecieran ambas una, y aún no te diera nada porque fueras la absoluta potestad del reino y mía. (PrósAL, p. 268b)

Este afecto entre ambos se pone de relieve asimismo cuando don Álvaro cae del caballo y «con lágrimas el rey a verle sale» a expresarle sus inquietudes y su cariño, pues prefiere no ser rey antes que perderlo como amigo: Don Álvaro, vuelve en ti; advierte que esa caída, si da peligro a tu vida, me ha de dar la muerte a mí. Nunca yo me coronara si me había de costar tal disgusto... Si con mi pena te obligo, esta afición galardona,

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que no quiero la corona si he de perder tal amigo. (PrósAL, p. 278b)

El joven Álvaro es para el monarca «mi gran amor»32 al que sigue queriendo aún en situaciones desfavorables para el privado. Cuando el monarca llega a ver a su valido, tras un periodo de destierro y ausencia, exclama: REY

D. ÁLVARO

Condestable: en mi edad, si bien no larga, no he tenido mejor día. ¡Oh, cuánto ver deseaba tal amigo! ¿Cómo vienes? Alegre, como quien halla tantas honras y mercedes y un rey que mi amor me paga tan inmenso y tan profundo que la luz hermosa y clara era imagen de la muerte en su ausencia. (AdveAl, p. 296b)

Y cuando la envidia de los grandes lo acusa del poder conseguido y de su ambición (no dramatizados, por otro lado, en la obra de Mira, antes al contrario, don Álvaro —como también don Bernardo— manifiesta una y otra vez su fidelidad inquebrantable al rey y su deseo de servirlo en todo; y así, cuando al final cae en desgracia, se siente dolido, pero agradecido a su señor, que lo había encumbrado. Ninguno de los dos en sus respectivas obras se mueve por la pasión de mando ni por la codicia), cuando es acusado el valido, decimos, el rey don Juan de Castilla no quiere creer a los nobles que lo culpan, Pues soy solo quien lo quiero, sea yo quien no los crea. (AdveAl, p. 304a)

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PrósAL, p. 268b, 293b. «Mi gran amigo» es el término que solía usar Felipe III para con su valido el duque de Lerma; según testimonia Feros Carrasco, en

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Toda la segunda parte de la bilogía de don Álvaro es el espacio dramático, preparado por su autor, donde se centra el conflicto entre dos aspectos de la realidad, por otro lado, propios de toda comedia de privanza: la de la amistad del rey con su vasallo y las actuaciones y deliberaciones del soberano, según los imperativos de la política. Este mundo de relaciones humanas en el ámbito de la esfera íntima del monarca ha sido estudiado por Ivy L. McClelland33, de cuyo análisis se podría concluir que don Álvaro es una víctima desgraciada de la debilidad y falta de tacto del rey, una víctima de la «tragic flaw» de la que habla Gicovate34, aunque sólo es una parte del caso. El debate interno que se crea en el rey, dividido entre el amor a su favorito y su obligación de cumplir y hacer cumplir las leyes, nos lo muestra también el rey Fruela cuando, hecho preso el valido por una falta de obediencia a las órdenes regias, en el reencuentro le dice: REY ENRIQUE REY

Mi amistad siempre fue una. Bésoos los pies, gran señor. Siempre, Enrique, te estimé; fuerte materia de Estado fue la que te ha desterrado, que yo no te desterré. (LoQNCa, vv. 920-925)

Las efusiones de afecto se multiplican en este tipo de comedias. El emperador Justiniano proclama ante su vasallo esa amistad echando mano del ejemplo de los héroes griegos Castor y Polux, conocidos por el mutuo amor que se declararon: Sólo pretendo pagarte con mí mismo, con mi amor; que él es inmenso, y ansí grandes mercedes te doy, dando lo mismo que soy

varias cartas del rey a su privado en 1617, el monarca se despide con la expresión «vuestro amigo» (2000, p. 124, también 2001, p. 70). 33 McClelland, 1948. 34 Gicovate, 1960, p. 335. MacCurdy (1964) ha discutido la obsesión de don Álvaro por «obrar bien», y retomando esa noción de Aristóteles, ha planteado que don Álvaro no puede ser considerado un héroe verdaderamente trágico.

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para que vivas en mí [...] Castor y Polux seremos. Belisario es mi mitad. (EjMayD, vv. 355-368)

Términos muy parecidos encontramos en boca de otro rey dirigiéndose a su privado: Después que el reino poseo con imperio singular, por tenerte más que dar, tener más reinos deseo; que, como vives en mí, una misma cosa fuera, que para mí los tuviera, o tenerlos para ti. (NoHDiD, p. 44b)

Incluso el emperador Justiniano está dispuesto a vengar las injurias que caen contra él: De Belisario la suerte vengaré con tal furor que se descubra mi amor más que en la vida en la muerte. La amistad es alma fiel que en dos cuerpos se dilata; quien lo mate a mí me mata, que en mí vive y vivo en él. (EjMayD, vv. 1070-1077)

Este concepto igualitario de la amistad entra en contradicción con la desigual condición y rango que existe entre el rey y el vasallo; la majestad y dignidad real no podían humillarse al nivel de un súbdito por muy singular que fuera. De ahí que, siguiendo la doble concepción que de la persona del rey se tiene, como hombre y como soberano, se propongan géneros de privanza de acorde con cada una de ellas. Y aunque no se admitía la compañía en igualdad de condiciones con el monarca, sí se comprendía la necesidad de que el rey, por su naturaleza humana, contara con fieles y buenos amigos. La amistad

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era una comunión de almas, y esta fusión llevó a los autores a decir que los amigos eran «idénticos», que la amistad creaba «igualdad»; por eso alcanzan sentido las palabras del soberano sobre su vasallo, identificado, así, con su propio yo. Tan grande y expresivo es su amor que la emperatriz ha de decir atónita: «¡Que anteponga Justiniano / un vasallo a su mujer!»35. Esta dinámica de la amistad entre rey y favorito es la que sirve de contexto para la defensa contra las acusaciones que se habían vertido contra el duque de Uceda por haber usurpado los poderes del monarca y haber otorgado sus favores a quien más le beneficiaba36. La defensa señaló la diferencia entre «ministro», como servidor del rey y de la monarquía, y «privado», servidor sólo del rey, porque «es un criado de la persona del Príncipe que, por extensión, de su gracia y no por naturaleza de algún ministerio, lleva la voz de su Príncipe en algunas materias concernientes a su servicio, así de las particulares de su casa, como de las de la República». Por lo demás, el valido no está limitado en el ejercicio de su función porque todo lo que hace se supone que lo hace no siguiendo su voluntad, sino que es «un ejecutor del arbitrio del Príncipe»37. Según esto, el monarca tenía derecho a la amistad, pero debido a la imposibilidad de separar las dos naturalezas del rey, el privado se veía en la obligación de ser también la imagen pública del monarca, su otro yo. Es la idea que sirve también para defender a Lerma: lo que hicieron los validos era producto de la gracia del rey, no de la usurpación de su poder; Lerma no hizo nada de su propia voluntad, sino que era la voz y el yo del monarca cuya voluntad se cumplía por manos de su favorito. En resumen, aunque la amistad entre monarca y privado es un tema que se presta a una interpretación psicoanalítica, de lo que da fe de modo recurrente el teatro, la historiografía se ha centrado más bien en explicar la figura del valido en la función que la corte desempeñaba en las estructuras de poder y en las relaciones sociales más que en las relaciones interpersonales; es más, «esta nueva visión del papel de la corte forma parte de una consideración más amplia del carácter y función del Estado moderno temprano»38. 35

EjMayD, vv. 1100-1101. Ver Benigno, 1994, espec. caps. 2 y 3. 37 Feros Carrasco, 2001, p. 72. 38 Elliott, 1999, p. 15. 36

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PRÁCTICA DEL VALIMIENTO

El valido, por tanto, cumplió una función singular dentro de la corte y en su relación con la nobleza. Administrador ahora del Estado y otorgador de parte de las mercedes reales, el ministro favorito fue, en unas ocasiones, representante de la reacción de los nobles ante el gobierno de los secretarios, como el caso de Lerma o de Oxenstierna; o, al contrario, fue expresión de la resistencia al fortalecimiento de la aristocracia en la corte (Concini); en otros momentos, al favorito le tocó ser portavoz de la nobleza inferior ante los grandes (como, por ejemplo, De Luynes), liderar una familia o facción aristocrática frente a otra (Buckinghan), mediar para salvar el partidismo en los Consejos que estaban muy aristocratizados (Lerma), servir de enlace entre rey y nobleza (Carr), o también promover la soberanía y el poder del rey sobre los grandes (Olivares y Richelieu). Pero, como principal gestor del patronazgo real, el valido no sólo servía a los intereses de los señores, sino también el de los súbditos de condición más humilde, al mismo tiempo que participó en el proceso de transformación social del poder en las entidades locales, por la que los poderosos vieron reducida su influencia. Los validos fueron los que movilizaron los recursos de la comunidad en apoyo de la política real39. Como dependían del favor del príncipe, estaban sujetos a su gracia y al vaivén de la fortuna; así que para conservar el poder debían mostrarse agradecidos y sumisos al rey, al menos formalmente, aunque su verdadero arte estribó en ganarse al monarca de turno a sus principios e ideas de poder y actuación. Aspirar a la perfección en su servicio era el objetivo del valido; para ello debía ser generoso y devoto, respetar la religión y la Iglesia, ser valorado por su virtud, evitar cualquier intento de equipararse con el rey, adecuando su oficio e imagen a la condición de ser inferior a la dignidad real; debía además ejecutar sus órdenes con prontitud y evitar la ostentación de sus logros, atribuyéndolos siempre al soberano. Conservar su puesto pasaba por asistir continuamente a la persona y a la familia del rey40.

39

Ver Thompson, 1999, pp. 33-37. Ver García García, 1997, pp. 121-122. Castellano (2000, p. 42) resume todas las cualidades imaginables de un ministro en tres: la cualificación profesional, su fidelidad a la corona y no sólo al rey, y su integridad. 40

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El don Álvaro de la comedia amescuana sabe ser agradecido a las muchas mercedes que le otorgó su señor, mostrándose obediente a sus órdenes41. Pero, consciente del peligro que entraña verse en medio del amor desorbitado del rey y de las contrarias actuaciones que emanan de los intereses políticos, y del posible aplastamiento originado por el empuje de esas dos realidades, en más de una ocasión, prefiere que el soberano no sea tan generoso, temiendo que lo culpen de ambición. Después de ser nombrado conde, duque y marqués de Arcos, Arjona y Maqueda respectivamente y, después de ser nombrado Condestable de Castilla, el joven Álvaro responde con humildad: Los cielos a tus mercedes agradecimiento den [...] Pero, señor, yo no quiero que les llamen ambiciones; deja que gane blasones, deja servirte primero. En la guerra peleando, ya venciendo, ya muriendo, honras iré mereciendo, mercedes iré ganando; porque no escriban de mí apasionadas historias que sin sangre y sin victorias tus favores recibí. (PrósAL, p. 283a)

Su intuición y presentimientos se confirmaron en realidad; ya sabe que un privado es infelice con el reino cuando suele ser dichoso con su rey. Sin el freno de la ley le murmuran, aunque vele sobre sus mismas acciones y se ajuste a la razón. En mí llaman ambición el recibir galardones

41

PrósAL, p. 282b.

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de las manos liberales de mi rey; pero, paciencia. (AdveAl, p. 295a)

Pero don Álvaro, siempre agradecido a los regalos del monarca, está seguro de sí mismo y de la amistad y lealtad con que sirve a su señor; ama al hombre al que sirve, se siente su amigo y sabe que el rey, a su vez, lo ama. Tiene la confianza de que su majestad sea para con él lo mismo de fiel que él es para con su señor: tantas honras y mercedes y un rey que mi amor me paga tan inmenso y tan profundo que la luz hermosa y clara era imagen de la muerte en su ausencia. (AdveAl, p. 296b)

Lo mismo se había mostrado don Bernardo de Cabrera42, llamándose a sí mismo «perro» leal que «siempre amé, siempre seguí / a mi dueño»43. Ante tantas muestras de exagerado amor por parte de los monarcas a su privados, éstos, por regla general, suelen rechazar esa amistad real que quiere igualarlos a su persona, porque saben de las rencillas y envidias de los enemigos de la corte, que los pueden hacer caer en cualquier momento44. Esta actitud de rechazo es una estrategia prudente de los favoritos, que no suele encontrar correspondencia en las

42 La misma actitud encontramos en Belisario de EjMayD (vv. 2533-2541) y en el valido Enrique, de CautCC, que constantemente está dando muestras de fidelidad y amor a su rey. 43 AdveBC, vv. 2851-2852. 44 Los discursos sobre el valimiento recomendaban la moderación en la concesión de mercedes y oficios y en el enriquecimiento personal y familiar; asimismo se alude a la necesidad de agradar al pueblo, de no intervenir en la administración de la justicia, contentar a la corte y al reino, al mismo tiempo que advierten sobre la mudanza o caída del privado en un revés de la fortuna. En este caso debe atribuir la caída a sus propias debilidades y faltas y a los méritos de los que le suceden en el favor del rey, para salvarse de los ataques de los nuevos grupos de presión.

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personas de sus señores, quienes con su actuación poco equilibrada y racional suelen poner, imprudentemente, en grave riesgo a los que tanto dicen querer. Al llamar el emperador amigo a Belisario, éste le contesta: El nombre, gran señor, del amistad en sí contiene deidad: no se debe dar a un hombre... Y hallo que en llamarme tu vasallo me honras más que en ser tu amigo. (EjMayD, vv. 241-248)

Y es que los validos, personajes de la comedia de Mira, se configuran como creaciones del rey su señor, y así se entienden ellos. Hechura es la palabra utilizada para referirse a sus personas: «Soy tu hechura», dice don Bernardo de Cabrera repetidamente45, y lo dice con la humildad de quien se sabe inferior: «con esta humilde hechura / del rey mi señor»46, le contesta a Violante con la que le ha mandado casar el monarca.Y luego, ante él, con la sencillez que le otorga su talante de servidor, se siente sorprendido de que «esta indigna hechura de tus manos»47 vaya a buscarlo. El mismo rey también lo considera así: «es mi amigo y mi hechura»48; y cuando se lamenta de haberle dado muerte, se maldice a sí mismo: «Mal haya / el que deshace su hechura / fácilmente, pues se engañan / los ojos del rey», o «sus hechuras no deshagan / sin mucha causa»49. «Soy tu hechura» vuelve a clamar Porcelos a su rey; y «por ser tu hechura» le suplica tenga piedad de él50. Por la misma razón se queja don Álvaro: No borréis la imagen vuestra; no deshagan vuestras manos 45 46 47 48 49 50

PrósBC, vv. 1154, 2182; AdveBC, vv. 1315, 1737. PrósBC, vv. 3188-3189. AdveBC, v. 1223. AdveBC, v. 1524. AdveBC, vv. 3150-3153 y 3158-3159. NoHDiD, vv. 755 y 2483. También en ProdVa, vv. 1533 y 1584.

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criado que tanto os quiso, hechura que os costó tanto. (AdveAl, p. 307b)51

Esta imagen de hechura del privado respecto al monarca es imitada de forma desenfadada en algún pasaje por parte de los criados. Desterrado don Bernardo de la privanza y recluido en su casa, su criado Lázaro toma el papel de secretario y se considera que No hay persona más privada del almirante Cabrera en esta casa, que yo. Esos memoriales vengan. ¡Qué bien sabe este mandar! Si aquel bellaco me viera de Robertillo, ¡qué envidia de don Lázaro tuviera! (AdveBC, vv. 1835-1842)

El contador, que va a liquidar cuentas, le sigue la corriente y dice: CONTADOR

LÁZARO

51

Vuestro esclavo quedaré si hacéis que éste se provea, y vuestra hechura. Esto es ser dichoso. Enhorabuena. Privado soy de un privado; yo haré que estos vean y se despachen. Hacedme una gran reverencia. Hacensela (AdveBC, vv. 1843-1850)

Ver también EjMayD (vv. 1320, 2273-2274), AmInM (v. 523), AdúltV (v. 82), ArpDav (vv. 1996-1997), así como PalConf (v. 3403). Como el término hechura «se dice de la persona a quien otra ha puesto en algún empleo de honor y conveniencia, que confiesa a él su fortuna y el ser hombre» (Diccionario de Autoridades), en la comedia del accitano se aplica también a otros casos distintos de los validos respecto a los reyes: CasTah (v. 1662), PrósBC (vv. 1499 y 2773), FeHun (v. 84).

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La idea de la hechura es expresada también con una metáfora por medio de la cual el valido es visto como un reflejo de la luz que emana del carácter divino del rey. Lo dice Belisario de forma sencilla y escueta: «como tu deidad es mucha / reflejos de luz nos da»52. Hay otras muchas imágenes, muy plásticas, que ponen de relieve lo efímero y variable de la privanza. Por ejemplo, el valimiento es como un árbol, dice don Lope, que en primavera se llena de flores que prometen exquisitos frutos para quien los alcanza, Un árbol es la privanza que en su abril suele ofrecer frutos y flores de esperanza, y a veces, suele caer el que las flores alcanza. (PrósBC, vv. 613-617)

como la flor de almendro53, de existencia vistosa, pero pasajera54; como las olas del mar, «que tiene flujo y reflujo. / Crece en uno, en otro mengua / la envidia»55, o como el alma cuyo «buen estado» envidian los enemigos56. Igualmente, los avatares que conlleva este oficio son semejantes a una lidia en la plaza de toros: porque la privanza es coso, toro la envidia; el privado le corre y le ha derribado muchas veces, que es furioso. (AdveBC, vv. 3032-3035)

52

EjMayD, vv. 269-270. Quevedo recurre a las metáforas del sol (rey) y de la luna (valido) para aludir a la función del cargo de ministro (Discurso de las privanzas, p. 205). 53 El motivo del almendro que florece temprano para luego perder sus hojas y flores por los fríos tardíos se encuentra en diversas obras de Mira, por ejemplo en TerSMi (vv. 1440 y ss.), NegrMA (vv. 2038-2042), MesCie (vv.2107-2112). Para este motivo, ver Alciato, Emblemas, 1975, p. 231; y Armas, 1980, pp. 117-134. 54 PrósBC, vv. 2690-2692. 55 AdveBC, vv. 983-985. 56 AdveBC, v. 994-995.

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Y no faltan las imágenes culinarias que nos muestran la privanza tan apetecible como una mesa llena de ricos manjares57: Gustosa es la privanza, mesa es espléndida y rica, pero cuelga de un cabello, un testimonio, una envidia. (PrósBC, vv. 1717-1720)

La presencia, pues, del ministro favorito, útil y necesario como un mecanismo que encajaba perfectamente dentro del engranaje de la maquinaria estatal, dados los trabajos, dificultades, complejidad del gobierno y los defectos de la propia administración central, venía a aliviar el peso que recaía sobre el monarca: el de un sistema complicado, lento y enmarañado. A todo ello habría que añadir la indolencia y apatía de algunos reyes, tentados a la vida regalada, y la ambición de los nobles cortesanos; aunque bien es verdad que no todos los monarcas actuaron de la misma manera. La dejación del gobierno por parte de Felipe III fue mayor que la que su hijo mostró con los validos Haro y Olivares. Felipe IV fue algo más quisquilloso de conciencia y se debatía entre cumplir con la obligación que le imponía su condición real de atender a los asuntos del gobierno, y su inclinación a la vida cómoda. El propio Olivares, que tanto poder alcanzó, tenía como principio de actuación primar la imagen y soberanía real, convertir al rey en el más grande de la historia, atento y preocupado por el arte de gobernar. Por eso quiso educar al joven príncipe en sus deberes para que continuara la tradición de sus antecesores Fernando el Católico, Carlos V y Felipe II. En la comedia LoQNCa, Mira nos ofrece un ejemplo de rey que, aun contando con la inestimable ayuda de su favorito y amigo, no se despreocupó de los asuntos del gobierno: REY

57

Os he fiado mi obligación, mi cargo y mi cuidado que me da el cielo a mí, no porque olvido el lugar en que me ha constituido,

Pero también está llena de peligros. Belisario advierte a los que creen que privar es fácil: EjMayD, vv. 2702-2708.

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pues cuanto obráis y ejecutáis primero conmigo lo consulto y considero [...] Cuando estáis manifestando mi poder, mi justicia ejecutando, con el alma estoy viendo los sucesos, los yerros previniendo; porque, si más que a vos me costara, el oficio de rey tiranizara. (LoQNCa, vv. 342-345)

Su privado, ya viejo, había entendido bien cuál era su función dentro de la corte, sin usurpar ni recortar el poder que, por gracia del cielo, sólo es concedido al rey: Y así, si el verlo todo, el gobernarlo os toca a vos, y a mí el ejecutarlo, digo bien que el cuidado que he tenido, aunque del reino, el interés ha sido, sólo es por vos, pues me cumple mi desvelo la obligación y cargo que os da el cielo. (LoQNCa, vv. 318-323)

Como buen consejero y amigo, no trata de lisonjear y adular al monarca para ganarse sus simpatías58; antes al contrario, su obligación es ser honesto y decir siempre la verdad, advirtiendo al rey sobre los hechos, pues así lo requiere la lealtad, la justicia y la razón (vv. 330 y ss.). Esta es la verdadera amistad, que defiende Mira, y que tenía la virtud de establecer una comunión de almas entre los amigos, de forma que en dos cuerpos había una sola alma. Ser amigo era también ser un buen compañero siempre preparado para defender al otro, y los monarcas también necesitaban de un amigo perfecto, de un compañero ideal que le ayudara en los momentos de tensión y frustración.

58

Contra los aduladores levanta su voz el P. Mariana, advirtiendo a los príncipes que se libren de ellos, que sólo se admita en palacio a varones de reconocida probidad y fama (Del Rey y de la Institución real, t. I, pp. 260 y 265).

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VALIDOS TRAIDORES En las obras en que Mira historió la vida de los privados que están sujetos a la mutabilidad de la fortuna, aceptamos el esquema estructural propuesto por Juan Manuel Villanueva, quien encuentra la fórmula básica de predicación, para estas comedias de privanza, en el lema «el rey sustenta al criado». Los actantes son el Rey, el Privado, los Oponentes del privado, los Adyuvantes del Privado y los Cómplices de los enemigos del Privado. Con las funciones respectivas de estos actantes, la fórmula de predicación inicialmente propuesta se amplía a Dios/el Rey sustenta/hunde al hombre/Privado; de forma que con la constante temática de la mutabilidad de la fortuna, el esquema puede concretarse así: el Privado permanece fiel y es recompensado con el ascenso social (caso de CautCC); el Privado permanece fiel y es condenado (en este apartado sobresalen algunas de las mejores piezas dramáticas del accitano: las dos partes de don Bernardo de Cabrera y las dos de don Álvaro de Luna, EjMayD, RuedFo, NoHDiD), y finalmente aquellas obras en que el privado traiciona al rey (CarbFra, DesgRa, LoQNCa, ConfHu, DesgAl, AdúltV)59. Ya hemos aludido en páginas precedentes a los dos primeros puntos: súbditos que, siendo fieles subieron de posición, fueron recompensados; y súbditos que, siendo fieles a su rey, fueron condenados por un monarca injusto, caprichoso o presionado por otros. Nos toca ahora hacer mención de aquellos ejemplos en que los validos y consejeros cometen algún acto de traición para con sus señores. El caso más llamativo es el de la obra AdúltV en que, a diferencia de otras comedias de privanza, son dos los consejeros del rey y los dos actúan a la par buscando no el bien de la institución ni de la persona del soberano, sino tan sólo dar gusto a los caprichos de un monarca rijoso, llegando, incluso, a calumniar alevosamente a la reina, sin importarles otra cosa que salvar su pellejo. Los consejos que dan al monarca tienen como finalidad, primero ganarse a la camarera de la dama de la que está enamorado, después asesinar a su esposo, más tarde escribirle a la joven, cual galán corriente, un billete de declaración; y cuando se ven sorprendidos en sus felonías, acusan a la reina de adúltera.Y todo ello en pro de sus intereses, pues tales consejos son espléndidamente re-

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ver Villanueva Fernández, 1991, pp. 367-376.

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compensados con las mercedes que el rey les otorga, lo que aumenta su orgullo, su poder y su influencia a los ojos del soberano. Pero la reina ha descubierto sus viles acciones: porque sé vuestro vil trato y torpeza, yo quiero que el mundo entienda vuestras maldades y errores, quiero llamar quien os prenda, que habéis de morir, traidores, aunque mi esposo os defienda. (AdúltV, vv. 1694-1700)

Denunciada con serenidad pero con energía la maldad de los traidores, éstos, cínicamente, se atreven a culpar a su reina de adulterio: CONDE REINA BARÓN REINA BARÓN

A su Alteza diremos lo que... ¿Qué habéis de decir, traidores? Lo que sabemos de tu adúltero vivir. ¡Oh lenguas descomulgadas! ¿Adúltera? Yo estoy loca. Adúltera, ¿qué te enfadas? (AdúltV, vv. 1707-1713)

Oídas estas palabras por el rey, quiere conocer la verdad de la acusación; ellos admiten la honestidad de la reina y el monarca los manda ejecutar.Ante esta situación, como no tienen nada que perder, vuelven a reiterar, ahora ante su rey, la calumnia contra su esposa; luego se ofrecerán a defender su acusación en un combate, del que saldrán derrotados, confesarán sus engaños y serán estrangulados y arrojados a la hoguera que se había preparado por si la reina era culpable. Cuando ésta mandó llamar al Conde y al Barón para declararles la vileza de sus actuaciones y ordenar su expulsión de la ciudad, ellos replican descaradamente: Señora, a su Majestad no dañan nuestros consejos

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porque un rey con voluntad atropella los consejos y usa de su libertad. (AdúltV, vv. 1648-1652)

Con ser abominable la actuación de este par de malos consejeros, creemos, sin embargo, que aquí la crítica velada va dirigida también contra un rey carente de voluntad que se deja arrastrar por los criterios de sus privados60. Muy parecido comportamiento es el del Conde de Maganza, de la comedia CarbFra, en quien el emperador había depositado todo su crédito, su fe y su estima (v. 236). No parece sino que estos traidores aumentaran su atrevimiento cuanto más confianza recibían del rey. Así que el caballero, abusando de la amistad de su señor, le es desleal, menosprecia su honra e intenta forzar a la joven Sevilla, con la que se había prometido el rey: CONDE

Despreciar joven amante cuando dueño anciano tienes, no es justo; mira que vienes a hacer una unión gentil del enero y del abril. No prosigan tus desdenes. Nadie nos oye ni ve... Secreto amante seré. (CarbFra, vv. 455-462)

Su condenable osadía tropieza con la actitud valiente de la dama que le responde con un bofetón. El de Maganza cambia, entonces, radicalmente de actitud y lo que fue, según él, «amor puro», se transforma en odio y deseo de venganza. No duda por ello en tramar, de forma ruin e indecorosa, contra la propia virtud de Sevilla, acusándola de adulterio.Y para saciar su venganza se vale de una carta que la joven había escrito al emperador. Dubitativo y temeroso, al principio, de que el rey hiciera caso a la reina, se determina de inmediato a llevar a cabo su empresa a la que encuentra una justificación, 60

No necesariamente este rey indolente ha de ser Felipe III, pero resulta curioso que esta obra, que debió ser escrita antes de 1609, coincide con el reinado de este monarca, que dejó el gobierno en manos del todopoderoso valido Lerma.

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Traidor me ha de llamar el que supiere el prodigioso atrevimiento mío. Reciba un bofetón, oiga una injuria, y, errando por amor, tema su muerte cualquiera que mi intento me culpare, y podrá disculparme. (CarbFra, vv. 864-869)

Sádico y repugnante, el Conde, tras hacerle ver falsamente al emperador la culpabilidad de su esposa, mata a su cómplice y le aconseja al rey que devuelva a la joven a su padre. Pero una traición conlleva más traiciones. No contento con el destierro de la reina, que no ha sido condenada a muerte, el de Maganza se propone una última villanía: Muchos errores ocasiona un error, a mis amores pasados pienso dar fin peregrino saliéndola a robar en el camino. (CarbFra, vv. 926-929)

Así sabremos más tarde que fue él quien mató al acompañante de la reina (v. 2574), y que fue él quien, desairando al rey, quiso arrebatarle a Blancaflor con la que se iba a desposar cuando no pudo cumplir con Sevilla su deseo de tener un heredero. El conde persiste hasta el final en su perfidia; pero llega un momento en que se tiene que hacer justicia, y no sólo poética, y el Conde y la reina se enfrentan cara a cara: REINA

CONDE REINA

Ya, Magances, ha llegado tu castigo y la ruina de tus locos pensamientos. Mujer, ¿quién te da osadía contra mi valor? El ver que no hay virtud en malicia ni valor en la traición. (CarbFra, vv. 2530-2536)

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Con la llegada de Luis, el hijo del emperador y de la reina, oculto junto a su madre, se vuelve a mostrar la indignidad del Conde, que está dispuesto a realizar su última bravata: los dos seréis despojos de esta cuchilla, que no perdona mujeres una furia vengativa. (CarbFra, vv. 2544-2547)

Su contumacia e impenitencia llega hasta las puertas de la muerte en que confiesa su traición, pero no su arrepentimiento: la vida de un traidor no está segura; en cualquier parte peligra; el cielo, el mundo y los hombres con razón y con justicia se conjuran contra él. Rabiando acabe la mía. (CarbFra, vv. 2559-2565)

Con enojo e indignación declara al mismo emperador que levantó falso testimonio contra la reina por negarse a sus deseos, que dio muerte a su acompañante y que la reina no murió sino que vive con su hijo en aquellos montes: Lo que digo no es mentira, por los cielos; y ya quiero, en las ondas cristalinas dese arroyuelo, morir bebiendo la sangre misma que yo derramaré en él... Beberá mientras expira un alma que a Dios no teme y honras inocentes quita. (CarbFra, vv. 2584-2593)

El tema del delito de «lesa majestad», es un recurso bastante usual en el accitano.Tanto en la AdúltV como en CarbFra, los traidores ter-

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minan muriendo61. En LoQNCa el rey Fruela mata a su hermano Bimarano no sólo para desagraviar la deshonra de su amigo y consejero Enrique, ya que ningún súbdito puede tomar venganza contra alguien de la realeza, sino también porque Vos, Infante, me ofendéis. Vos, lealtad no me guardáis. Vos, a ser rey aspiráis. Vos, mi muerte pretendéis. Yo lo escuché, yo lo oí. Mi reino habéis conjurado, de todo estoy informado: mi vida aseguro así. (LoQNCa, vv. 2522-2530)

En otras obras, en cambio, Mira apuesta por el perdón cuando un criado infiel o un mal privado ha traicionado a su señor por amor62. Así vemos, por ejemplo, que el príncipe Ausonio de Tracia se ha enamorado de un retrato de la princesa Fenisa de Hungría, y manda a su privado, el conde Vertilo, a que pida solemnemente su mano. Pero el conde se enamora, a su vez, de Fenisa y decide suplantar a su amo con la ayuda del criado Ricardo: VERTILO

61

Como mi mal causa amor, y su mal es sin remedio, es perpetuo su dolor si no recibo por medio ser al príncipe traidor [...] ¿Qué medio será más justo? ¿Venir a hacer un engaño quitando a Ausonio su gusto (y remediar he mi daño), o serle siervo leal

También, en PrimCF, es un allegado al rey quien, con otros dos conjurados, dan muerte al emperador, como Bruto lo hiciera con César (vv. 135-152). Los tres cayeron en manos de su perseguidor, y sus cabezas fueron presentadas ante el rey. ¿Se trata de una advertencia, por parte de Mira, sobre la ineptitud, ineficacia y ambición del duque de Lerma, por entonces valido de Felipe III? 62 Ver LisFra y TerSMi.

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RICARDO

en padecer yo mi mal porque no padezca el suyo? Remedia, señor, el tuyo, que es causa más principal; porque en proseguir tu amor no eres traidor, pues no quitas haciendas, vida ni honor. (ConfHu, vv. 170-192)

Pero como dice el título de la comedia, todo se vuelve confusión al complicarse la trama de una forma tan enmarañada que el amor, núcleo de la intriga, se convierte en motivo de transgresión social, creando la confusión en todos los órdenes63: caballeros que aman a damas que no les corresponden socialmente64, privados que engañan a su señor, personajes que provocan intencionadamente la confusión, situaciones que originan juegos de palabras, equívocos e interpretaciones erróneas, etc. El príncipe, al que los demás creen loco porque así lo ha hecho correr Vertilo en la corte, ha conocido la traición de su privado y lo proclama una y otra vez, aunque nadie le hace caso: que es de traidor homicida de reyes, antiguo oficio... mira que traidor ha sido que a su príncipe deshonra. (ConfHu, vv. 1721-1727) Eres otro Galalón: Morirás hecho pedazos. (ConfHu, vv. 1853-1854) 63

Para este aspecto, ver Argente del Castillo Ocaña, 1991. Además de la decisión de Vertilo de suplantar a su amo en el amor a Fenisa, en la Corte de Hungría se produce un cuadro amoroso en que el rey ama a la joven Leonora, y Floriseo, el hermano de ésta, ama a Fenisa. El Rey y Floriseo piden a sus respectivas hermanas que intercedan por ellos ante las damas. Cuando Vertilo y Ricardo llegan a la Corte, la situación se complica más: Leonora se enamora de Vertilo y Ricardo de Leonora. Además, cuando Fenisa contempla un retrato de Ausonio, se enamora de él; la llegada del verdadero príncipe a la Corte de Hungría, en la que se ha presentado para visitar la tumba de su amada a la que cree muerta, completará el enredo y la confusión de la obra. 64

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Ese caos sólo recobra su orden cuando se descubre todo el mundo de apariencia y fingimientos: en el orden individual, confesando el culpable su traición, desde la cárcel, VERTILO

La culpa traigo conmigo; de ella ha de ser el castigo, mi cruel fortuna maldigo, porque el hombre que ha pecado él sólo se va al castigo. No dice bien yo a Ausonio la verdad y el testimonio; «Dios», «demonio», extremos dos porque la verdad es Dios y la mentira el demonio. Al fin triunfó la razón. (ConfHu, vv. 2873-2883)

reconociendo su falta, asumiendo su responsabilidad de forma libre e íntima y restituyendo el orden moral en su conciencia de individuo. Pero no sólo se ha destruido el orden interno, también ha sido quebrantado el orden social y requiere su restablecimiento, que sólo el rey puede garantizar. El reconocimiento de la culpa pasa, así, de lo íntimo a lo público, pues ya la simple toma de conciencia de pecador no es suficiente; es preciso que haya una confesión pública: VERTILO

Confieso, rey, mi pecado; a tus pies estoy postrado por dejarte satisfecho. (ConfHu, vv. 3243-3245)

Con todo, la falta ha de ser castigada y el pecado redimido, TREBACIO AUSONIO FENISA

Su cruel castigo infinito al príncipe lo remito. Yo, a la princesa de Hungría. Pues que la sentencia es mía, yo perdono su delito. (ConfHu, vv. 3246-3250)

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Se restaña, de esta manera, el orden que nunca se debió vulnerar. Lo que había sido caos y desorden moral y social, debía ser reparado, pues el poder no podía permitir que se atentara contra unas formas y el modo en que se rige la vida política y social. El espectador debe saber que cualquier intento de ruptura o sublevación se resuelve necesariamente dentro de esa lógica aplastante, según la cual, cada cosa debe volver al sitio que le corresponde. El orden señorial y monárquico que se representa en DesgAl también fue contravenido por Ancelino, un vasallo desleal que, para vengarse del rey por haber casado a su amada con otro, conspira contra él, se une a su tío Mauregato, —hijo ilegítimo de Alfonso I el Mayor— y trata de deponerlo del trono con la ayuda de los moros. El rey Alfonso huye a Navarra para preparar un nuevo ejército y volver a reconquistar el reino. La intervención de un orden superior hace que el ilegítimo Mauregato muera65, tras contemplar en una visión su propio entierro y exclamar: La misma muerte me hiere. Quien mal hace, mal recibe; el que mal vive, mal muere; y quien como bruto vive, morir como bruto espere. Quédese muerto en la silla (DesgAl, vv. 2505-2509)

La llegada del rey Alfonso con el nuevo ejército hace que el traidor se presente ante sus pies a pedirle perdón, aceptando, en su caso, recibir el castigo que merece: ANCEL.

Movido de mí mismo, humilde vengo a recibir la pena y el castigo que merece la culpa de este pecho. De la prisión salí y sin licencia; rebelde fui a mi rey por Mauregato.

65 Ancelino había dejado una lanza, una adarga, una banda escrita con letras y una corona en el suelo; al bajar Mauregato del monte ve estos objetos, se pone la corona y recita unos versos que comentan el significado de aquellos (DesgAl, vv. 1210-1214). La ciega ambición de Mauregato lo va a arrastrar a consecuencias trágicas.

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ALFON. ANCEL.

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Conozco que pequé contra mi cuello. ¿Quién te trajo a mis pies? El desengaño del error en que he estado y el deseo que de verte he tenido, aunque malo, ya conozco, señor, que soy tu hechura y que eres casto Alfonso y rey cristiano. La espada que ayudó a quitarte el reino rendida está a tus pies, porque con ella saques el alma de este ingrato pecho. (DesgAl, vv. 2786-2799)

Pero el rey, que es garante de la paz y la justicia, se muestra con él misericordioso en vez de vengativo, restableciendo, así, de forma armoniosa el orden desbaratado por el vasallo: ALFON.

LA

Levanta de mis pies. Toma mi mano de favor, de amistad, de perdón y gracia; que sólo porque tienes conocida tu culpa eres capaz de esta clemencia. Publique el mundo la piedad suprema con que vuelvo a mi reino. (DesgAl, vv. 2800-2805)

CAÍDA

La traición, el exceso de ambición o la envidia fueron, entre otras, causas suficientes para que los favoritos reales cayesen de la misma manera y fuerza con que habían ascendido. Las hostilidades hacia el valido habían alcanzado un punto tal que la institución del valimiento había perdido su razón de ser ya bien pasada la mitad del siglo66.Y en esta circunstancia no sólo interviene un cambio de talante en los reyes europeos, sino que los ataques contra el ministro privado, además de reflejar el éxito del valimiento a la hora de desviar las protestas de los resentidos hacia su figura en vez de contra el príncipe, es posible que también crearan un ambiente político que desgastara su papel y

66

Así lo explica Berenguer, 1999.

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redujera su valor. Pero la denuncia de los favoritos debió de hacerse más en el ámbito de lo privado, salvo en el caso de Inglaterra67, porque los mismos validos ya se encargaban ellos de crear su propio clientelismo de poder e impedir que se extendiera una corriente de opinión demasiado explícita. Pero si la nobleza, como colectividad, no parece que atacara en España al valido en tanto que institución sino a las personas que ocupaban el cargo en cada momento, sobre todo con la llegada de Nithard y Valenzuela por no pertenecer a la aristocracia, el pueblo, a través de panfletos, sí parece que expresó su rechazo a la persona y a la institución del valido por considerarlo una usurpación del poder del soberano. Así lo da a entender Novoa cuando dice que apetecen y porfían los hombres y quieren que el rey no tenga privados... y dicen que no los ha de tener, y andan en este mismo litigio y controversia los unos con los otros, nobles y plebeyos, sabios e ignorantes...; no quieren muchos reyes o muchos ídolos, que a ese solo nombre tienen los privados; no quieren ser infieles sino adorar a un solo rey verdadero que no se deshonre de las dotes que ellos y la naturaleza le dieron...

Y Pellicer, después de comentar la necesidad que tiene el rey de que alguien le eche una mano en su trabajo y con quien compartir preocupaciones, dice que esta persona es el valido o privado, «voz odiosa en todos siglos, dado que ocupación necesaria para abrigo de la pesada tarea de reinar. Consuelo sea de cuantos ocupan este escalafón mayor de la fortuna ver que no tanto vive aborrecida la persona como la dignidad»68. Esta actitud contra el privado la plasma nuestro dramaturgo en ProdVa, cuando le dan al faraón una serie de memoriales en los que se puede leer, «Señor, al pueblo importa que de Moisén se ataje la privanza;

67 Worden (1999, pp. 229-249) ha puesto de manifiesto que las críticas al ministro-favorito eran constantemente expuestas a la luz pública en los escenarios de Londres. Para el caso español, quizá habría que tener en cuenta los casos de Oropesa y Medinaceli. 68 Citas en Tomás y Valiente, 1963, pp. 111-113.

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que hay pronóstico cierto que un hebreo destrucción ha de ser de todo Egipto, y de Moisén se temen infinito.» «Si estar seguro quieres en tu estado, no tengas a Moisén por tu privado.» «En caso que vuestra majestad no se resuelva de quitar a Mosén el nombre de amigo, lo está el reino de no obedecerle; que es afrenta de la nación gitana que el rey faraón estime tanto a un hebreo dando ocasión a que se sigan inconvenientes que no se puedan remediar». (ProdVa, vv. 690 y ss.)

«A un vulgo alterado no hay quien pueda / resistir»69, dice el Faraón.Y Arón le contesta a su hermana María: Y aunque el rey le quiera bien, si el reino le quiere mal, la opinión del vulgo es tal que el favor vuelve desdén. (ProdVa, vv. 1156-1159)

Lo cierto es que el ambiente político, en el ámbito europeo, cambió a partir de 1660 y los reyes ya no tuvieron la perentoria necesidad de un ministro favorito. Fueron la nueva cultura cortesana, el cambio de actitud ante el problema religioso y la fuerte conciencia que se inculcó a los súbditos en la obediencia a su rey los que pudieron ayudar, entre otras razones, a acelerar la decadencia y desaparición del valido70. Y, aunque Mira de Amescua no nos ofrece, por razones obvias, ninguna obra referente a esta nueva situación, sí escenifica, en cambio, casos de la caída de distintos validos en la historia, para ejemplo de los espectadores. James Boyden ha hablado de la amistad del rey con su valido como algo «irregular e innatamente disfuncional» por cuanto lo que pudo empezar siendo admiración hacia un joven untuoso, al hacerse mayores, esa amistad tuvo que sufrir tensiones, y no sólo por la debilidad en su atracción, sino también porque el rey,

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ProdVa, vv. 716-717. Ver Brockliss, 1999, p. 219.

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con el correr de los años, iba ganando en madurez e iba ampliándose su sentido de poder y sus prerrogativas71. Así, de la misma manera que el ascenso del valido fue fulgurante debido al favor y la merced del rey concedidos a su amigo, la precipitación en la caída se debe también a la retirada de su confianza al súbdito. A ello hay que añadir la actitud de recelo y envidia por parte de los grandes de la Corte que no aceptaban que alguien, que a veces no era de su clase, pudiera alcanzar tanto poder y gloria. Pero peor para el valido era, aun, que el mismo rey pudiera pensar que su amigo le había arrebatado poderes que a él sólo correspondían. Esto es, al menos, lo que justificó el rey castellano cuando firmó la orden de ejecución de don Álvaro72. Él siempre había mostrado su apoyo y amparo al privado contra el resentimiento de la nobleza, pues no en vano el valido había logrado que el rey pudiera actuar de forma libre e independiente frente a los nobles que se habían empeñado en controlarlo. Don Álvaro siempre estuvo al lado de su señor en todos los aprietos y éste lo supo agradecer con su protección, hasta el momento en que el triángulo rey-privado-grandes se rompió y el monarca claudicó cediendo a la petición de los nobles castellanos. Tres veces fue desterrado el vasallo y otras tantas fue añorado por su majestad. Pero la ambición, la arrogancia, la riqueza y el poder de don Álvaro acabaron por exasperar a sus rivales, que lograron del rey su ejecución en el patíbulo, con el consiguiente regocijo de muchos de ellos73. En un papel carta que don Álvaro envió a su señor le hace ver lo ingrato de su actitud para con un fiel servidor; no se queja de no haber recibido mercedes y premios, que han superado a sus merecimientos en los cuarenta y cinco años que sirvió al monarca; tan sólo se queja de no haber sabido retirarse a tiempo antes de que la fortu-

71

Boydem, 1999, p. 52. El rey castellano explicó que el gran delito de su valido había sido que «el grand logar que cerca de mí e en mi casa y corte... ha tenido e usurpado».Y lo peor de todo que «ha perseverado en ello apoderándose más cada día de todo ello excesivamente e sin templanza ni medida tanto e en tal manera que yo non avía logar de libremente poder regir e administrar por mi persona regnos e mantener mis pueblos en justicia e verdad e derecho».Tomado de Boydem, 1999, pp. 46-47. 73 Pueden verse, por ejemplo, las coplas que el marqués de Santillana le dedicó a su adversario y enemigo (Obras completas, 1998, pp. 337 y ss.). 72

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na le hubiese sido adversa; sin embargo, continuó en su puesto únicamente con el propósito de servir al rey. Pero ya veo —dice— que lo he errado, pues por seguir aquel dictamen me hallo ahora preso y privado de la libertad, que por darle a Vuestra Majestad, arriesgué mi estado y vida en más de dos ocasiones. Bien conozco que estos son pecados míos, con que tengo enojado a Dios y tendré a mucha dicha que con estos mis trabajos se aplaquen sus enojos74.

Mira recoge en su obra estas palabras en que el privado acusa al monarca de ingrato por pagarle de aquella manera tantos años a su servicio: Rey don Juan, rey mi señor, perdonad si preso os hablo... Bien os acordáis, señor, que son ya treinta y dos años los que os serví con lealtad, más de amigo que vasallo. La libertad que no tengo muchas veces os he dado, cuando grandes, cuando chicos, niño y hombre os la quitaron. Recibí grandes mercedes, no las niego, no, antes hallo que no ha recibido tantas ninguno de rey humano. Nada os pedí, vos me disteis esta máquina que traigo encima de las riquezas que ya me van derribando... ¿Por qué me hicisteis tan rico para hacerme tan desdichado? Cruel sois haciendo bien, dando vida sois tirano. (AdveAl, p. 307ab)

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Lozano, Historias y leyendas, p. 221. Lozano escribe el capítulo dedicado a don Álvaro de Luna inspirándose, y refundiendo, la Crónica de Juan II y la Historia de España del P. Mariana.

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A continuación propone al rey que devuelva a sus dueños «diez o doce mil escudos que se hallan en mis cofres y escritorios»75. Pero ninguna de las dos cosas le hizo cambiar de opinión. Cuenta Lozano que, ya en el patíbulo, don Álvaro pidió a Barrasa, caballerizo del príncipe don Enrique: «Id y decid de mi parte al príncipe que en premiar a sus criados no imite ni siga este ejemplo del rey su padre»76, palabras que también recoge Mira en una de las últimas escenas: Di tú al príncipe jurado que, a quien sirve con amor aprenda a pagar mejor que su padre me ha pagado. (AdveAl, p. 309a)

Nuestro dramaturgo, siguiendo la orientación catequizadora de su teatro, no deja de poner de manifiesto, por un lado, lo frágil y quebradiza que es la condición humana, sujeta a los vaivenes y caprichos de la fortuna; pero, por otro, no omite la crítica velada a aquellos que debiendo actuar con justicia y equidad no lo hacen. Las palabras de doña Juana vienen a testimoniar la parte de culpa que tiene el monarca en la ejecución de su privado: Una de dos, rey airado, si él pecó, tú estás culpado en darle honor imprudentemente; si no erró y es inocente, ¿por qué ha de ser desdichado? (AdveAl, p. 309b)

Las quejas y lamentos posteriores, aunque de nada sirven, vienen a corroborar, al menos, la intranquilidad de conciencia con que el dramaturgo dibuja al personaje real, que ve con temor la llegada ya próxima del Tribunal de Dios: Dejadme rigor extraño; con piedad y sin engaño, todo es piedad y sentir, 75 76

Lozano, Historias y leyendas, p. 222. Lozano, Historias y leyendas, p. 224.

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que sólo podré vivir más que don Álvaro un año, si me cita al Tribunal de Dios... Estoy engañado; que fue siempre el desdichado tan piadoso, tan leal, que no me hará tanto mal, y ser culpado no espero. No permito el trance fiero sin piedad y con malicia; todos dicen que es justicia, y quebrantarla no quiero. (AdveAl, p. 309ab)

Pero también señala su arrepentimiento: Arrepentido estoy ya... ¡Oh! ¡Quién a mis descendientes avisara que no huyan de los que bien eligieron para la mudanza suya! (AdveAl, p. 310b)

Algunos críticos han examinado las escenas centrales del acto segundo de la segunda parte de la obra, las relativas al matrimonio del rey, en las que don Álvaro obliga al monarca a casarse con Isabel de Portugal contra sus deseos de contraer nupcias con una princesa de Francia. La hispanista Sandra L. Brown entiende que este episodio es decisivo en el desarrollo de la obra, pero no encuentra que este desliz o patinazo del privado, imponiendo su opinión en el casamiento del rey, tenga una relación causal con su caída. Para ella, don Álvaro es una víctima de las circunstancias y de la envidia de los nobles77. Para McClelland las escenas indicadas sirven para poner de manifiesto el «magnetic power» de don Álvaro78. En cambio, para Nellie Sánchez-Arce, la escena de la propuesta del matrimonio al rey es crítica para el futuro del valido:

77 «In other words —dice la autora—, Álvaro is doomed not by his own actions but by the King’s: it is the King, not Álvaro, that violates the rule of moderation implied in classical tragedy» (Brown, 1974, p. 67). 78 McClelland, 1948, p. 112.

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El Condestable —dice— sufre las consecuencias de la imposición de su voluntad sobre don Juan II, instándole al matrimonio con Isabel de Portugal... Su flaqueza humana en este instante le acarrea su desastrado desenlace; Álvaro halla su fatalidad irrevocable por vía de su carácter sagazmente autoritario; y, al ser instrumento de su propio daño, se aproxima al concepto clásico del héroe trágico79.

De la caída del valido es responsable también su propia «magnetic superiority» y el destino80, y, según MacCurdy, la hamartia del protagonista81, es decir, su error, su propio pecado. No obstante, considerar al privado del rey don Juan víctima de las circunstancias y atribuir su dramático final a factores puramente externos como la debilidad del monarca, la envidia de los grandes o el simple destino, sobre los que no tiene control, no explican del todo la tragedia del valido. En su caída hay una buena dosis de responsabilidad y culpa por su parte. Esas escenas a las que venimos haciendo referencia tienen una importancia capital para Stathatos, quien nos ofrece una visión bastante negativa del héroe82. Don Álvaro no sólo ha manipulado a un rey confiado sino que también ha manejado los asuntos de Estado en su propio interés. Tras cambiar el retrato que tenía el monarca por el de Isabel de Portugal, dice don Álvaro, en un aparte muy significativo, al darse cuenta del disgusto que el cambio ha ocasionado al rey: No le ha parecido bien. Ahora, ahora, fortuna, he menester que en mi luna tus rayos prósperos den. (AdveAl, p. 299a)

Sólo ante las exigencias del monarca de que le dé una explicación, el privado echa mano de la razón de Estado: Señor, conveniencias del Estado son las que siempre han casado 79 80 81 82

Sánchez-Arce, 1960, pp. 20-21. Gicovate, 1960, p. 335. MacCurdy, 1964, pp. 82-90. Stathatos, 1978-1980, pp. 163-169.

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a los reyes, no el amor, no el gusto, no los antojos; que hacer debe el casamiento de un gran rey su entendimiento, no la elección de los ojos. Con guerras está Castilla: Portugal la dará gente. (AdveAl, p. 299b)

Pero el argumento ofrecido es tan sólo un pretexto. Don Álvaro sabe de la dependencia casi patológica que tiene el rey de él y saca a relucir la parte más sombría de su personalidad: Pues, señor, ¿si yo he dado, en vuestro amor confiado, mi palabra, qué he de hacer? (AdveAl, p. 299b)

Aparentemente llega a reconocer su error con humildad: Confié, engañéme, erré; pero ya me vuelvo a Ayllón a tomar satisfacción de mí mismo. Allí estaré huyendo de vuestra presencia; pues que sin palabra estoy, afrentado y triste voy; mi error me ha dado licencia. (AdveAl, p. 299b)

Pero sabe que el rey no va a consentir su marcha y accede al casamiento con la dama portuguesa. El valido ha salido triunfante de la situación y exclama satisfecho: Hoy ve el curso de mi vida, con esto, fija a mis pies a la fortuna, si es Isabel agradecida. (AdveAl, p. 300a)

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Álvaro cree que su posición se ha consolidado con esta intervención y, excesivamente confiado, cree haberle ganado la partida a cualquier eventualidad. Pero los nobles lo están acechando y no le perdonan tanto favor y amistad por parte del rey. Se lo han hecho saber al monarca Vivero, el infante de Aragón y la misma reina, ante quien don Álvaro ha suplicado, en vano, su protección. En otro aparte, lleno de sugerencias, profiere don Álvaro: Yo os hice sólo en un día majestad de señoría; reina os hice, ¡vive Dios! El ser me debéis, y ansí veros ingrata es consuelo, pues sé que es obra del cielo, y que no nace de mí. (AdveAl, p. 304b)

Sugiere doña Blanca de los Ríos que, aunque en esta comedia el rey sea don Juan II, el aludido es Felipe IV; y toda ella refleja la impresión que produjo en España la muerte de Rodrigo Calderón a quien el poeta personifica en don Álvaro.Y la reina, que tanto encono tuvo contra el privado, con ser históricamente doña Isabel de Portugal, para los espectadores de 1621 era doña Margarita de Austria, esposa de Felipe III, que aparece airada contra el ministro. Es conocido que Calderón fue al patíbulo, entre otras cosas, por la acusación de haber envenenado a la reina porque se oponía a su excesivo poder. ¿Serían estos versos una súplica a la reina Isabel de Borbón, en cuyas bodas con el futuro Felipe IV intervino de una u otra forma el valido, para que lo librara de la muerte? En la misma línea se pronuncian tanto Margaret Wilson como MacCurdy y R. L. Kennedy, que estudian el tema de la privanza en el contexto de la figura de don Álvaro. Es notorio que la muerte de Calderón debió de estar de suma actualidad en los años veinte del siglo XVII; y es inevitable que los contemporáneos, al ver representado en las tablas el caso del valido de Juan II, sin esfuerzo, establecieran de inmediato el paralelismo con el duque de Lerma83. Ruth L. Kennedy 83

272.

Ver M. Wilson, 1969, p. 144; MacCurdy, 1978, p. 44; y Kennedy, 1980, pp.

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identifica en el joven Álvaro de la primera parte de la bilogía rasgos de Olivares y ve en el conjunto de las dos piezas un «vano intento de salvar a don Rodrigo Calderón de sus enemigos»84. Siguiendo esta línea de interpretación habría que ver en el noble y privado Ruy López, de la primera parte, al mismo duque de Lerma de quien hace un retrato bastante idealizado como correspondía que lo hiciera un hombre que formaba parte de la clientela del valido85. Pero habría que apuntar también que a los privados del rey se sumarían los privados de Ruy López (Herrera, bueno; García, malo; Robles y Vivero, ingratos), con lo que la concepción general de la obra estaría configurada como una llamada a la clemencia formulada por el mismo Juan II al final de la obra: Reyes de este siglo, nunca deshagáis vuestras mercedes, ni borréis vuestras hechuras. (AdveAl, p. 310b)

lo que nos llevaría a interpretar que se da una especie de responsabilidad compartida en la que la tragedia del privado sería también la del rey. La figura de Calderón formaría parte de un fondo dramático, que no aparece en la obra, pero sí su problemática86. Mira fija su atención e insiste una y otra vez en que la caída de don Álvaro se debió a la envidia de los nobles castellanos que no soportaron tanto poder. Así lo entiende Antonio Feros para quien don Álvaro viene a ser el propio duque de Lerma, un honorable favorito caído por la envidia de sus enemigos, un vencedor moral que fue fiel servidor de su rey, pero víctima de los poderosos87. Contra tanto privilegio protestaron los grandes88, como se observa en el memorial que entregaron al rey: 84

Kennedy, 1980, pp. 251 y 253. Sánchez-Arce también identifica a Ruy López con el duque de Lerma, pero a la profesora García Sánchez (2001, p. 225) no le convencen las razones que aduce aquella, señalando que se trata de meras coincidencias, igual que ocurre con la identificación que se hace entre don Álvaro y Rodrigo Calderón. 86 Ha analizado estos aspectos Manfred Engelbert (1998), en un intento de demostrar que las dos piezas de Mira sobre don Álvaro son reflejo de su historicidad. 87 Feros Carrasco, 2000, p. 260. 88 Tomás y Valiente (1963 y 1996, pp. 135-155) ha estudiado el papel que tuvieron los grandes en la consolidación del valimiento. 85

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«Señor, el reino ha advertido que don Álvaro pretende mandarlo todo... Causa ha sido su ambición... que nos den guerra en Castilla los infantes de Aragón; y ansí muchos grandes son de su parte, por lo cual es conveniencia real que el Condestable no esté en la corte». (AdveAl, p. 293a)

La exigencia porfiada de una respuesta inmediata hace comentar al monarca: ¡que ver quieran, de la envidia llevados, los vasallos leales castigados! (AdveAl, p. 292a)

De lo mismo se queja doña Juana cuando oye de boca de la infanta que los nobles están quejosos del poder que el rey ha depositado en su privado: «¡siempre las envidias son fatales / al que el rey quiere bien!»(p. 297b). Y más adelante el mismo rey vuelve a exponer la misma razón: ¿Qué es esto, reino envidioso? ¡Que sea culpa la dicha, y que venga a ser desdicha el ser conmigo dichoso! (AdveAl, p. 304a)

Todo el mundo parece conocer la causa de la desdicha del favorito, hasta el gracioso Linterna: ¡Pese a tal! San Martín hay para todos. ¡Oh envidia, que eres polilla de la próspera fortuna

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de don Álvaro de Luna, Condestable de Castilla (AdveAl, p. 304b)

Las palabras últimas del soberano sentencian la comedia: Y con este triste ejemplo de la envidia y la fortuna acabe aquí el gran eclipse del resplandor de los Lunas. (AdveAl, p. 310b)

Igualmente, la envidia fue lo que llevó a Belisario a su trágico final, como bien señala él mismo, ya con los ojos sacados, chorreando sangre y pidiendo limosna89: Señores, dad limosna a quien podía ser rey del mundo, y se ve derribado de la envidia. (EjMayD, vv. 2662-2665)

Pero además de la envidia, en la caída de los favoritos tiene que ver la venganza, como ocurre en el caso de Belisario, contra quien se levanta indignamente la emperatriz. Herida por los celos, procura por todos los medios arruinar la vida del vasallo:

89 Belisario ya había advertido que la caída del capitán general Leoncio había sido por envidia, como se observa en los versos 49-51 de EjMayD. También en los versos 157-160, 1148-1153, 2625 y ss. Y envidia es lo que derriba a don Bernardo de Cabrera: AdveBC, vv. 1298-1303, 2802-2805. Lo mismo en ProdVa, vv. 580-585. De cómo la envidia y la enemistad están ligadas a todo cargo público habla Quevedo en su Discurso de las privanzas (cap. I, II y VII) y en Política de Dios (I, 1; I, VIII; I, XIV). Para expresar la envidia, contrapuesta a la gratitud, Mira de Amescua se vale de algunas imágenes de animales como el águila que avisa al labrador del veneno, o el león que agradece a Androcles el sacarle la espina: escena 3ª del Acto segundo de AdveAl, y los versos 1458-1461 de PrósBC; o bien se parecen a las ingratas golondrinas que, al llegar el invierno, abandonan sus nidos: AdveBC, vv. 1826-1830.

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Tanto aborrecer a un hombre, tanto quererle matar, tanto gemir y llorar en escuchando su nombre, ¿no te han dicho...? (EjMayD, vv. 2165-2169)

El mismo favorito se da cuenta de ello y reconoce que las gracias y mercedes que el rey le ha concedido han sido causa de envidia y traición: Si pensáis que os ofendí, ¿en qué tiempos, en qué siglos no hubo traidores y engaños? Porque son un laberinto los humanos corazones, y en los palacios más ricos anda la envida embozada con máscara y artificio. (EjMayD, vv. 2513-2520)

Saavedra Fajardo, cuyo dibujo del valido es conceptualmente claro y al mismo tiempo eminentemente práctico, tratando de exponer el retrato de un buen ministro, sin pretender que llegue a la perfección moral ni que mantenga a toda costa el valimiento, resume con estas palabras, la situación inestable del ministro favorito: ¿Quién será tan cabal que conserve en un estado la estimación que hace de él el príncipe? A todos da en los ojos el valimiento. Los amigos del príncipe creen que el valido les disminuye la gracia; los enemigos que les aumenta los odios. Si éstos se reconcilian, se pone de condición la desgracia del valido; y, si aquellos se retiran, cae la culpa sobre él. Siempre está armada contra el valido la emulación y la envidia, atentas a los accidentes para derribarle. El pueblo le aborrece tan ciegamente que aún el mal natural y vicios del príncipe los atribuye a él... Con lo mismo que procura el valido agradar al príncipe se hace odioso a los demás90.

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Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe cristiano, empresa L, p. 243.

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El ejemplo de don Bernardo de Cabrera puede resultar paradigmático de cómo el rey que lo favoreció lanza contra él todo el peso de su violencia; así que el privado, consciente de su situación, exclama en un momento en que todavía gozaba del favor real: No siempre ha de durar esta ventura, que si envidiosos nacen, mueren las honras que los reyes hacen. (AdveBC, vv. 12301-1303)

Y cuando ya le han leído los cargos y está próxima su ejecución, ante un retrato del rey (que es como estar ante el mismo rey), se queja de esta manera: Plegue al cielo, que tan alta tengáis la dicha real, que este vasallo leal nunca llegue a haceros falta. No os deshagáis los privados, porque hay culpas aparentes, enemistad en las gentes y desdicha en los privados. (AdveBC, vv. 2798-2805)

Sabemos que Don Bernardo ha llegado, junto con su amigo don Lope, a Zaragoza con el propósito de servir al rey Pedro IV el Ceremonioso y procurarse un porvenir algo más seguro que lo que le ofrecía su condición de segundón. Por razones puramente objetables al azar, don Lope es desatendido por el monarca, mientras que don Bernardo es inmediatamente reconocido y acogido por el rey, que le encomienda apaciguar la rebelión de Cerdeña, asunto que él resuelve con acierto. Poco a poco, con prudencia, el noble don Bernardo se va ganando el aprecio y las honras del rey, quien le concede varios títulos y lo convierte en su valido. Pero él sabe de la inconsistencia de las cosas de este mundo y de los vaivenes de la fortuna, de forma que lo que ahora le concede el rey, mañana, por la envidia y caprichos de algunos, le será arrebatado sin remisión. Como todo es mutable, como la fortuna es rotatoria, por una serie de sinrazones, el privado pierde la confianza del rey, y, en cambio, su amigo don Lope es reconocido y

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elevado a la posición de hombre fuerte del gobierno. A don Bernardo se le despoja absolutamente de todo, es encarcelado, sentenciado a muerte y finalmente ejecutado sin que nadie haga ni diga nada.

LA

INESTABILIDAD DE LA FORTUNA

Lo que a nuestro dramaturgo le interesa destacar, en esta y en las demás comedias de privanza, es la idea de que el hombre está sujeto a los caprichos de una fortuna voltaria que hace y deshace, sin tener en cuenta lo justo o injusto de las situaciones que provoca. James A. Castañeda ha reparado en el «interés obsesivo» de Mira en este tema de la inconstancia de la fortuna91 cuya representación iconográfica es copiosa92. Las honras de este mundo son cosa banal; las glorias pasan y la dicha es variable. Es como la estopa que quemaban los jóvenes romanos delante de los generales que entraban victoriosos en la capital en medio de aclamaciones, para hacer recordar la fugacidad del éxito; es el rito que tomó la Iglesia en el acto de coronación papal en que el maestro de ceremonias y dos clérigos van quemando estopa delante del Sumo Pontífice para recordar, con aquellas palabras que recitan, «Pater Sante, sic transit gloria mundio», que tampoco el Papa debe dejarse encandilar por las glorias de este mundo, que también son efímeras para él. Lo recuerda Bernardo, triste, porque su amigo ha sido despreciado por el monarca: Una ceremonia usaban cuando papas elegían: que unas estopas quemaban ante el electo, y decían: «ansí las honras acaban». Lo mismo es, si se advierte, que en honrarme el rey se extrema, mas viéndoos de esa suerte débil estopa me quema, y yo contemplo una muerte. (PrósBC, vv. 588-597)

91 92

Castañeda, 1977, p. 24. También, 1999. Ver al respecto Sebastian, 1995, pp. 291-299.

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En plena fortuna, quiere compartir los honores con el amigo desafortunado: Tuyo es cuanto el rey me diere; de mis honras participa, que puede ser que me pagues estas obras algún día, porque los bienes del mundo ya se dan y ya se quitan como los tantos del juego, que es juego la humana vida. (PrósBC, vv. 1751-1758)

En cuanto a los premios, los tratadistas recomendaban a los príncipes moderación en la concesión de mercedes y oficios, sin que dejaran de reconocer la legitimidad al enriquecimiento personal y familiar, además de la conveniencia para su linaje. Con todo, el engrandecimiento del ministro privado sólo se veía limitado por la propia autoridad e imagen del rey, que, por otra parte, en la comedia siempre se muestra muy generoso: Que, desde el punto que le vi, le estimo. Noble sangre le dieron sus mayores; naturaleza, partes personales; su corazón, altivos pensamientos; su próspera fortuna, los sucesos; y yo, riquezas, dignidades y honras. (PrósBC, vv. 2226-2231)

Pero todo esto forma parte del azar, de la vida entendida como un juego93 que puede arrastrar al individuo a la perdición si no sabe levantarse a tiempo: Al juego es fortuna igual: ya dice bien, y ya mal. ¡Cuántos sin límites y modo, por querer ganarlo todo, 93

La misma imagen aparece en la AdveAl, p. 307b. Para estas imágenes del juego de azar, puede verse Étienvre, 1990.

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suelen perder su caudal! Pues a jugar me he sentado, y mi fortuna ha dejado sólo un resto de ganar, yo me quiero levantar con lo que tengo ganado. mi retirada apercibo. (PrósBC, vv. 3007-3017)

Por eso, Don Bernardo, consciente del vacío que dejan las cosas de este mundo, nunca ambicionó poder ni riqueza, porque las honras que nacen, del mundo y su monarquía los mismos efectos hacen que el agua en hidropesía: Hinchan y no satisfacen. (PrósBC, vv. 568-572)

La imagen de la fortuna como rueda94, como máquina que está a punto de caer95, como torre alta que se estremece y tiembla, señal de que no tiene cimientos firmes96, o como viento97, no son más que un modo recurrente de repetir una y otra vez el carácter efí94

PrósBC, v. 1469; EjMayD, v. 1887-1888; NoHDiD, vv. 65, 96; EscDem, v. 2267. En sentido amplio, la rueda es símbolo de todo el cosmos y de su desarrollo cíclico, y ocasionalmente de la divinidad creadora misma, concebida como un «perpetuum mobile». En la Edad Media, el arte suele representar la «rueda de la vida» que levanta al hombre y lo vuelve a bajar, o la «rueda de la buena suerte» que nunca se para, siempre sometida al cambio.Ver Biedermann, 1993. La rueda de la fortuna es el décimo arcano del tarot cuya alegoría reposa sobre el simbolismo general de la rueda; se basa en el número 2 y expresa el equilibrio de las fuerzas contrarias de comprensión y expansión, el principio de polaridad. 95 AdveBC, vv. 958-959; AdveAl, p. 305a 96 AdveBC, vv. 1005-1007. La torre corresponde al simbolismo ascensional primordialmente. En la Edad Media, torres y campanarios servían de atalayas, pero tenían un significado de escala entre la tierra y el cielo. En ella cabe hablar de una ambitendencia: su impulso ascensional iría acompañado de un ahondamiento; a mayor altura, más profundidad de cimientos. En RicAva, vv. 13091312. 97 AdveBC, v. 1094. El viento es considerado primer elemento por su asociación al soplo creador; en su máxima actividad, el viento origina el huracán —sín-

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mero de las cosas mundanas; tan sólo la virtud es fructífera, permanece y da paz y seguridad98. Tras la gloria viene la pena; después de la bonanza, la tempestad; tras el sol viene la noche fría; tras el gozo de la privanza, la caída; y tras la vida, la muerto99. Por eso, en un final patético y estremecedor, don Bernardo le amonesta a su amigo, ahora en la cumbre: Teme, amigo, la grandeza, que son las honras violentas y en los hados no hay firmeza. Dichoso tú, que escarmientas en una ajena cabeza. Sueño es la vida pasada; la fortuna, imaginada; la presente no es segura, y ansí el morir no es ventura porque la vida no es nada. Sombra fue desvanecida mi ventura, y fue una flor marchita un tiempo y cogida; fue un relámpago, un vapor, y aquesto mismo es la vida. (AdveBC, vv. 2855-2869)

El dramaturgo, por boca de Enrique de Ávalos, privado del rey de Nápoles, resume en un muestrario de imágenes muy plásticas, la visión que tiene de la fortuna100: ¡Ah fortuna! Bien te pintan con el rostro de mujer, con un pie sobre una rueda, Y en el viento el otro pie. Vistes alas, calzas plumas, tesis y conjunción de los cuatro elementos—, al que se atribuye poder fecundador y renovador de la vida (Cirlot, 1997). 98 AdveBC, vv. 1096-1099. 99 AdveBC, vv. 675-679. 100 También César, en la misma comedia, emplea un conjunto de imágenes de la naturaleza para contrastar su amistad, firme y segura, con la mutabilidad de las estaciones del año y los cambios que producen en ella (p. 507b).

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todo es volar y correr; tu palacio está en el aire, y el supremo chapitel cercan planetas que son arcos errantes: tu ser la misma mudanza ha sido; lo que estable y firme fue no es tuyo; y son los trofeos de tu casa de placer, no testas de incultas fieras, no garras de aves que ven el imperio de los vientos, sino cabezas que ayer eran envidias del mundo, y hoy dan lástima también. (CautCC, vv. 807-826)

Estos personajes de las comedias de privanza (Bernardo, Álvaro, Belisario...), con sus ascensos y bajadas, son ejemplos vivos de cómo los que se elevan demasiado alto caen en desgracia para ser azotados por el destino, que no tiene conmiseración, y de cómo las glorias de este mundo son caducas, de modo que no conviene atarse a ellas como si fueran para siempre. De ahí los lamentos constantes sobre la fugacidad de los bienes y de los honores terrenales de don Bernardo o de don Álvaro, por ejemplo, quien tras oír el canto, lleno de resonancias manriqueñas y quevedescas, «Lo de ayer ya se pasó, lo de hoy cual viento pasa, lo de mañana aún no llega, ansí aqueste mundo anda» se pregunta Si humo, nada, polvo y viento es la vida, ¿qué será el bien que el mundo nos da? También vendrá a ser tormento. (AdveAl, p. 305ab)

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Y ya, con la muerte al acecho, se da aliento para pasar el mal trago. Sabe que está condenado a muerte injustamente y desea que su situación sirva de aviso para los demás: Ea, alentad corazón; temor no debéis sentir, porque el nacer y morir actos semejantes son. Siempre a desdichas nacimos, siempre en miserias estamos, cuando nacemos lloramos, lloramos cuando morimos. El que nace, salir quiere de un sepulcro; en otro yace: sepulcro deja el que nace, a sepulcro va el que muere [...] Bien sé que atalaya soy, que subí desde la cuna al monte de la fortuna, y avisos al hombre doy, porque se guarde y asombre, diciendo con voz incierta: «Alerta, humanos, alerta, no confiéis en el hombre». (AdveAl, p. 309a)

En una pieza como ésta, en la que la lección moral es evidente, Mira parece querer mostrar también que, en su caída, el privado debió tener su parte de culpa, al reconocer y confesar su pecado de orgullo, como paso primero y esencial para el arrepentimiento. Con toda probabilidad, el caso y ejemplo de don Álvaro de Luna fue tenido en cuenta por los validos de los siguientes siglos y debió ejercer sobre ellos una influencia aleccionadora. Los favoritos de los siglos XVI y XVII parecen haber actuado teniendo presente que su relación con el rey estaba dirigida por la ingratitud, la inconsistencia y los reveses caprichosos de la fortuna. Los personajes-privados del teatro amescuano, como construcciones de su presente, no dejan de reflexionar constantemente sobre las vicisitudes del destino humano, sobre sus obligaciones en el gobierno, sobre la ingratitud a la que se ven sometidos, no sólo por parte de los demás cortesanos, sino también

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por parte del rey, y sobre el sufrimiento que supone el servicio a la corona. Son constantes y leales a su señor, pese a sentirse fustigados desde el exterior, y pese a ser incluso menospreciados por el monarca. Pero con toda seguridad debieron tener muy presente que su función en el gobierno de la monarquía no podía estar sujeta a una relación prolongada, estable y definitiva. Por eso acuden con cierta frecuencia a algunas imágenes para definir el peligro que supone el valimiento y lo fugaz, perecedero e inestable que es. Dice el viejo valido Ruy López de Ávalos: Desta suerte es la fortuna: siempre corre, siempre vuela, siempre delante, atrás nunca; nuevos campos fertiliza, nuevos caminos procura, nuevas hechuras levanta, que son imágenes suyas agua y sol. (PrósAL, p. 268b)

La imagen repetida de la fortuna como un edificio no cimentado en suelo firme, o la del viento que gira constantemente de una dirección a otra, sin rumbo fijo, o la de la rueda que gira caprichosamente, motivan la reflexión filosófica que impulsa al valido a obrar bien101: Corazón, temamos esto: sírvanos de ejemplo grave la desdicha de Ruy López. Mas el mismo Condestable «Obrar bien es lo que importa» dijo una vez: semejante

101

El principio ético de que obrar bien es lo que importa puede salvar la terrible visión del fin del hombre, sujeto al Tiempo y a la Muerte. Estos son los protagonistas de los cuadros de Valdés Leal que, cuando ilustra la fugacidad de la vida en su cuadro In ictu oculi con un esqueleto que apaga la llama de la vida, recuerda aquella escena del auto de Calderón, La segunda esposa, en que el autor sitúa al Hombre sobre la escena llevando un candelabro cuyas luces van apagando el Pecado y la Muerte.

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es mi parecer. Fortuna, o ya firme, o ya constante, obremos bien y subamos. Yo he de poner de mi parte obrar bien; tú de la tuya haz aquello que gustares. (PrósAL, p. 280a)

Este fue el principio que guió al don Álvaro de la historia, sacarle el mayor rendimiento a los vientos favorables de la fortuna en beneficio propio y en el de sus amigos y parientes. Es cierto que el valido del rey don Juan se enriqueció desmesuradamente, pero también lo es que prestó un extraordinario servicio a la corona. ¿Estaba, quizá, Mira haciéndole un guiño al duque de Lerma? Sin dejar de reconocer que nuestro dramaturgo fue un clérigo y no un político que escribiera en términos políticos, sí fue, en cambio, un buen observador de la realidad de su entorno, un buen conocedor del mundo de la corte, y como clérigo y moralista no podía dejar pasar por alto actuaciones y comportamientos que su conciencia no admitía. A través del verso y por boca de los cómicos, que actuaban a modo de predicadores en escena, el accitano fue dejando caer una serie de mensajes subliminales que si a nosotros se nos pueden escapar, es difícil pensar que los espectadores de entonces no los reconocieran y aplicaran de inmediato a su mundo. Los favoritos de la comedia de Mira no están guiados por la ambición ni empujados siempre hacia arriba por la avidez de poder; más bien, son impulsados por el propio dramaturgo y por la misma lógica de la tragedia. Cuanto más alta sea la subida, más estruendoso será el desplome, y la lección moral vendrá enseguida, como consecuencia lógica y natural, sin demasiado esfuerzo. Las referencias a la desgracia, derivada de la veleidad de la fortuna y las consideraciones sobre el carácter rotatorio de la suerte, simbolizada en el pavón, son ya constantes, desde el principio, en la obra sobre Belisario102. Esta figu-

102 La imagen del pavón que ostenta con orgullo su cola en rueda hasta mirarse los pies y darse cuenta de su fealdad aparece también en NoHayR (vv. 585586), en NoHDiD (vv. 1347-1351), en ProdVa (vv. 1152-1155), AdúltV (vv. 17771778, 2146), EraMP (vv. 523-524) y en PrósBC (v. 1469).Ver Pérez Lozano, 1992; Gómez de la Reguera, 1990, p. 157.

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ra fue siempre ejemplo de la inconstancia de la fortuna103 y sobre ella pinta Mira un mosaico sobre la desdicha y la fragilidad de las glorias de este mundo: Fortuna, ya te has cansado; fuerza fue, si nunca paras, que ahora me derribaras cuando me ves levantado... No es la desdicha el caer, la desdicha es el subir. (EjMayD, vv. 2313-2322)

Este valiente soldado, que recibe los dones más altos del rey, es conocedor de los inconvenientes que tiene el ascender demasiado arriba: Fortuna, tú que me subes hasta la región del fuego, y como el Olimpo griego me has coronado de nubes, si me levantas ansí para desdicha mayor, u niégame tu favor u ten lástima de mí... (EjMayD, vv. 773-780)

Dos veces ha sentido la amenaza de la muerte muy cerca y teme que la tercera sea la definitiva: Fortuna, ¿si son estos los amagos de tu mudanza? Dos veces vi puñal amenazando mi vida. De la tercera me libre Dios. (EjMayD, vv. 881-886)

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Ver el itinerario que sobre el tema dibuja, en la literatura española, Carrasco Urgoiti, 1984. También Profeti, 1996.

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La promesa del rey de ser el ejemplo mayor de la dicha, si sigue su carrera ascendente de triunfos, le permite a Belisario esta reflexión, temeroso de su subida: Ejemplos del mundo raros. ¡Oh, mundo, aquí me levantas, y allí me están derribando! (EjMayD, vv. 960-962)

Él sabe bien los peligros que acarrean tantos favores y mercedes concedidos por un monarca que, casi patológicamente, honra a su vasallo a manos llenas; frente al desbordamiento de tanta generosidad, Belisario propone la sensatez y la prudencia: «Vivamos, / corazón, con gran cordura, / con modestia y con recato [...] / ¿Quién subió a lugar tan alto? / Fortuna, tente: Fortuna, / pon en esta rueda un clavo»104. Subraya Mira los efectos educativos del desengaño que ocasiona la fortuna, pues aquellos que la estiman como un bien caedizo y falaz y la pierden salen moralmente reforzados y enriquecidos del escarmiento. Porcelos, que fuera privado del rey Ordoño, advierte a su amigo: Don Vela, mientras vivimos no hay buena ni mala suerte, hasta que llega la muerte, que es el fin a que nacimos. Morir bien y a la vejez es la dicha verdadera; y ansí, el hombre, hasta que muera, no puede, no, ser juez de su buena o mala suerte. Vivir es dicha; al morir la dicha se ha de advertir, si es mala o buena la muerte. Quien muere bien es dichoso, quien muere mal desdichado. (NoHDiD, p. 50a)

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EjMayD, vv. 1878-1880 y 1886-1888.

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En otro lugar había dicho al amigo Ningún sabio se ha llamado dichoso ni desdichado hasta que llega la muerte. (NoHDiD, p. 44b)

Estas conclusiones de tipo religioso se convierten, en otros momentos, en asertos ascéticos y de carácter estoico, como el que señala la reina al decir No ha de enseñar el que es varón constante a la adversa fortuna mal semblante. (NoHDiD, p. 42c)

Pero es en RuedFo donde este tema se convierte en paradigma. Escrita en los comienzos de su carrera, Mira proyecta en ella toda la carga moral y catequizadora de que fue capaz y que luego imprimiría en el resto de comedias de privanza. Desde el comienzo de la obra, desde la primera intervención de Leoncio, el capitán derrotado en la batalla, encontramos la lección moral del que advierte sobre la fragilidad de los bienes terrenos, sobre la vacuidad de lo mundano. La fortuna es caprichosa y ciega, mudable, que derriba a unos y eleva a otros, a los que luego más tarde sepultará bajo los escombros de su propio ascenso. Leoncio compara este carácter mudable de la diosa Fortuna con las vueltas veloces de las ruedas, con el humo negro, con la tierna flor, con la blanca sombra o la débil caña. Nada es firme ni estable porque «Fortuna tiene siempre mudable condición» (p. 4). Es característico en este tipo de comedias amescuanas encontrar un esquema común que se articula en torno al tema de la fortuna, esquema compuesto por la pareja de privados, uno en ascenso y en otro en caída, o las parejas de amigos que, en su afán de buscar notoriedad en la corte y labrarse un porvenir honroso, tienen fortuna contraria105.

105 J. Gutiérrez (1975, p. 147) dice que «es posible que Mira de Amescua fuese el primero en utilizar este modo de estructurar las relaciones de los personajes, cuyas fortunas se conjugan en forma paralelística e inversa», aunque comenta que también se encuentra en una obra del canónigo Francisco Tárrega titulada Las suertes trocadas y torneo venturoso.

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Tales son los casos de don Bernardo y don Lope (PrósBC, AdveBC), don Álvaro y Ruy López de Ávalos (PrósAL, AdveAl), Belisario y Leoncio (EjMayD), Porcelos y Vela (NoHDiD), o Leoncio y Filipo (RuedFo). Este diseño ilustra convenientemente el carácter perecedero y vacuo de las honras y del poder humano, sujetos al gusto o desagrado de quien tiene la potestad de concederlos. Un capitán tan valeroso y afamado por sus gloriosas conquistas para el imperio, como fue Leoncio, llega ahora vencido en su lucha contra los persas, trayendo tan sólo como botín de guerra a una cautiva. El emperador considera que fue su cobardía y no un golpe de infortunio lo que motivó la derrota; por ello, ignominiosa y desmesuradamente, desprecia la acción de su capitán mandando que le aten las manos y le cuelguen una rueca. Afligido, se lamenta el soldado: Cielos, cuyo amparo sigo, sed testigos y jueces de la afrenta que ha tenido el que venció tantas veces por una vez que es vencido. (RuedFo, p. 5a)

La fortuna, por una vez, fue esquiva y adversa con él. Ni siquiera las palabras de la cautiva, alabando y destacando su valor, conmueven al emperador106; todo lo contrario, lo que realmente atrae no sólo su atención, sino también la del príncipe Teodosio y la del capitán Filipo, es la belleza y el atractivo cuerpo de la joven persa. Nos encontramos, pues, a un Leoncio, refugiado en el monte y vestido con pieles, que recuerda su condición desafortunada. Está a punto de caer en la tentación de forzar a la dama que yace dormida junto a una fuente, pero es capaz de reprimir sus impulsos y dominarse: Mas hoy en esta espesura ha suspendido mi pena 106

La ingratitud de los príncipes, como Teodosio que abofetea a su madre, es comparada con las víboras y los búhos que matan a sus madres, y con los cuervos que sacan los ojos a sus benefactores (RuedFo, p. 8b). También aparecen los monarcas ingratos (su similitud con el pastor es evidente) igualados a los lobos devoradores, como se refleja en la fábula del lobo y la zorra que refiere Floro, en EjMayD, vv. 1916 y ss

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esta voz, que fue sirena del mar de mi desventura. A vencer los persas fui, y en los cuernos de la luna la rueda de la fortuna me subió, pero caí; y en una plaza me vi con una rueca en el lado; y ansí, viéndome afrentado, a los montes me subí y aquel amor me ha faltado [...] Despierta no me ha querido ¿y ansí he de abrazarla yo ahora que se ha dormido? Tente, apetito, eso no. (RuedFo, p. 11bc)

La misma tentación de gozar a la joven tiene Filipo cuando encuentra a Mitilene atada a un árbol por Teodosio, que la quiso forzar, pero también él sale vencedor de ella («gozarla quiero por fuerza, / pero no, que soy honrado. / Yo la voy a desatar»107). El encuentro entre ambos da pie para poner de manifiesto las trayectorias de los dos soldados como ejemplos de la fortuna cambiante. Cubierto y sin ser reconocido, para no manchar su nobleza pidiendo limosna, Leoncio se acerca a Filipo: LEONCIO

107

RuedFo, p. 12b.

Como vos fui soldado y tuve riqueza alguna, pero la adversa fortuna, soberbia, me ha derribado; rico pensaba morir y ya vivo pobremente, si no soy como la fuente, que baja para subir, otro es ya lo que fui, lo que fueron otros soy... Fue mi estado como un sueño, que gozándolo soñé,

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y perdido, desperté, y halléle en otro dueño... Hoy me obliga a que te pida limosna; así tu privanza no padezca la privanza de mi desdichada vida.. ....... Y así será caso cierto que tú has de pedir cubierto y que yo tengo de dar; yo en la corte voy subiendo. Mas con miedo de vivir, porque he encontrado al subir otro que viene cayendo. Lo que con favor se gana, decir no se puede estado, sino dinero prestado, que es de otro dueño mañana. (RuedFo, pp. 12-13)

La fortuna sigue sonriendo a Filipo, pero su rueda continúa girando. Al comenzar el tercer acto, todavía vestido con pieles y con la rueca, el otrora glorioso Leoncio clama su estado de infortunio a causa de los designios de un emperador caprichoso y tirano: Contemplad la ruina y la miseria de un hombre que se vio en los Elíseos, y resbalando por los aires lóbregos, al abismo bajó, profundo y cóncavo [...] Lloro mi afrenta triste y melancólica. Veis aquí el premio de mis nobles méritos. Este es el triunfo raro y honorífico, Saca la rueda este es el galardón que dan los príncipes. (RuedFo, p. 15bc)

Tras la sublevación del ejército contra Mauricio, es elegido nuevo emperador, pero él rehúsa. Un nuevo encuentro con Filipo marca el giro total de la rueda de la fortuna; ahora Leoncio es el encumbrado y Filipo el desposeído. Las reflexiones del ahora desafortunado capi-

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tán son de enorme interés y las imágenes que Mira pone en su boca para considerar lo vano y engañoso de la vida revelan, una vez más, la naturaleza moralizadora de su comedia. Embozado ahora él, se llega ante Leoncio para comprobar si la amistad está por encima de las contingencias temporales: Caballero, mi esperanza es teatro en quien me fundo. Represente su mudanza, yo el personaje segundo de la comedia Privanza; yo representé un leal, luego un capitán triunfando, y después un general, y ya estoy representando un pobre a lo natural... Representé un vencedor en la jornada primera, y aquesta, que es la postrera, representé lo peor; si muero desta caída, será mi vida tragedia En desgracia fenecida; ¡quiera Dios hacer comedia del discurso de mi vida!108 (RuedFo, p. 20b)

El tópico del mundo como teatro, de la vida como una comedia109, en la que el hombre es el actor que interpreta su propia existencia, es una imagen bastante esclarecedora del pensamiento barroco, de cómo debemos adaptar nuestro comportamiento a un mundo que es pare108 Otras comedias que reiteran varios aspectos iconográficos de la fortuna son ClavJa (vv. 1115-1116), AmpHo (vv. 1168 y ss., 1187-1190), DesgAL (vv. 26392640), RicAva (vv.1309-1313). 109 En la AdveAl, el rey, al ver la rapidez con que los jueces han sentenciado al valido, exclama: «¿Son comedias estas acciones? / ¿Es nuestra vida teatro / que todo pasa en un día?» (p. 308a). Mira nos presenta con cierta frecuencia a un personaje dramático consciente de que está representando un papel: lo manifiesta Chirimía en CautCC ( vv. 2905-2907) y Ricote en CabSNo (vv. 1861-1864) o en PalConf, vv. 2933-2934.

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cido a la representación teatral, es decir, un mundo transitorio, ilusorio, pero cierto, mientras dura esa representación.Y no parecería sino que el hombre se encuentra a sí mismo en el personaje que encarna, que para conseguir la verdadera dimensión de lo real hacía falta cruzar primero por la ficción. De ahí que se represente el teatro dentro del teatro, como Velázquez pintaba la pintura en el cuadro. Si la realidad es teatro y si el hombre se encuentra inmerso en el gran escenario del mundo, lo que se representa en escena es teatro del teatro. Con ello, se está preparando al espectador a aceptar el carácter aparente de la realidad. El papel que desempeñamos es provisional y su reparto es rotatorio, de modo que hoy lo es uno, y mañana lo será otro distinto. ¿Vale, entonces, la pena protestar, sublevarse por lo que la fortuna le ha deparado, puesto que lo único que parece seguro es lo cambiante, lo mutable? Por eso responde Leoncio con la imagen del arcaduz para simbolizar nuestra vida como un cangilón de noria que da vueltas constantemente; quiere cubrir, así, la deuda contraída con Filipo: Aunque nos parezcan dadas las limosnas, son prestadas; como arcaduces vivimos, que damos y recibimos, y andan las suertes trocadas. (RuedFo, p. 20bc)

Tenemos, pues, que Mira, en estas comedias de validos, nos presenta las trágicas vicisitudes de unos hombres que, tras ocupar un puesto elevado en el gobierno de la monarquía, son arrastrados, derribados, condenados y ajusticiados. Nobles que han probado las mieles del triunfo y el amargor de la derrota, los títulos y riquezas del esplendor y las miserias de la decadencia, los honores de la victoria y el vilipendio del fracaso. Personajes típicamente barrocos sobre los que se desencadenan fuerzas contrarias, que se ven aplastados por realidades opuestas y enfrentadas, y que son capaces de reflexionar sobre el destino del hombre, sobre la brevedad y transitoriedad de la vida y de los bienes terrenales, y sobre lo irremediable de la condición humana110. 110

Para el tema del desengaño puede verse Rosales, 1966, pp. 95-126. Para la fortuna como uno de los tópicos de la literatura áulica, Díaz Jimeno, 1987.

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Mira, partiendo de ejemplos concretos de la historia, sabe elevarse por encima de lo particular para ofrecernos una lección moral de valor universal. Sin menospreciar las referencias de tipo histórico y social que de su lectura se pueden derivar, este tipo de comedias (o, si se quiere, tragedias) van más allá de lo puramente anecdótico, sobrepasando los límites sociales y temporales en los que se escribieron. El valido, personaje genuinamente teatral, es manipulado por Mira presentándolo como un juguete del destino, de cuyas actuaciones y vicisitudes nuestro dramaturgo quiere que se saque una lección que enriquezca la dimensión moral del individuo. El dramaturgo se muestra aquí hábil y ambiciona dotar a sus comedias de una proyección catequizadora que, de alguna manera, le imponía su condición de clérigo y de confesor en la corte. Pero no es sólo en las comedias de privanza donde el accitano se muestra especialmente adoctrinador; reflexiones en torno a la fortuna y la fugacidad de las cosas de este mundo aparecen, además, en otras obras no estrictamente de validos, pero en las que sí caben pensamientos de orden moral. En ellas encontramos apelaciones a la fortuna para que siga mostrándose favorable, alusiones a personajes históricos víctimas del destino111, o referencias a su inconstancia112. El asesinato del emperador por parte de dos validos, en la comedia PrimCF, motiva que el rey Ludovico, rey de Alemania, haga una serie de consideraciones sobre el tema del paso del tiempo, una de las grandes preocupaciones del hombre, en general, y del hombre barroco en particular. La imagen manriqueña del río que simboliza la vida cuyas aguas van al mar, que es la muerte, aparece aquí con la fuerza y el atino que la ocasión y la fe religiosa le proporcionan: Ríos se pueden llamar los hombres mozos y viejos, y otros, que nacen más lejos, se tardan más en llegar. Corre el agua, y de esa suerte pasa el hombre, como es río, entra en el mar de la muerte [...]

111 112

EscDem, vv. 220 y 2519 y ss. Por ejemplo, en MárMad, vv. 2160-2161 y CuatMA (vv. 1198-1199).

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Mas no estemos lastimados, pues, Tú, Supremo Dios, tienes llenos tus cielos sagrados de viejos Mathusalenes y de Abeles malogrados. (PrimCF, vv. 210 y ss.)

Reflexiones muy parecidas se pueden encontrar en algunos pasajes de otras piezas dramáticas, que demuestran que el canónigo de Guadix aprovecha cualquier ocasión propicia para plantear las cuestiones de las que venimos hablando. Así, por ejemplo, la esposa del conde Alarcos, después de oír de boca de su marido la orden del rey de acabar con su vida, exclama: El tiempo, muerte y fortuna sin resistencia nos vence. Yo subí para caer, gocé para entristecerme, florecí para secarme, pasa veloz por los bienes para llegar a los males... Humo soy y sombra leve, pues nací para morir. Quien esto sabe no teme. (CondAl, vv. 1661 y ss.)

Por su parte, la jura del rey Alfonso el Casto, acompañada de algunos augurios desfavorables113, está llena de advertencias sobre la caducidad y vanagloria de las cosas y del poder de este mundo: Mi Dios, que eterno se nombra, dice que no me asegure porque no hay reino que dure;

113

DesgAl (vv. 126-128). En NoHDiD, una banda negra presagia un futuro trágico (p. 54bc, 44a y 50a). Los buitres anuncian ruina: RuedFo (p. 4), donde también aparecen ominosos sueños, avisos de Dios. Predicciones hay igualmente en la escena primera de la Jornada primera de PrósAL, y en la escena quinta de la AdveAl; nuevos presagios aparecen en la escena primera del primer acto de PalConf, y en LoQOír (vv. 1129-1131).

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que esta vida es humo y sombra... Ningún rey seguro viva, que el imperio que celebra es de vidrio o flor altiva; que entre las manos se quiebra o que el aire la derriba. (DesgAl, vv. 132 y ss.)

Una acotación en HijaCa («suenan cajas destempladas, aparécese una tumba con una calavera, una corona y un estoque114, y desaparécese el Emperador en la misma tramoya») nos revela los temas de la muerte que todo lo iguala, la brevedad de la vida y el desengaño de todo lo humano, ante lo cual, el príncipe Felipe exclama: Para ver en lo que para la majestad que os contemplo, de vuestra vida el ejemplo sólo, señor, me bastara: él me advierte y me declara desengaños que advertir, para regirme y regir los reinos que he de mandar, porque se aprende a reinar con aprender a morir. (HijaCa, vv. 329-338)

Más adelante, en otra acotación, se puede leer: «Sale doña Ana con un espejo115, y, debajo, la muerte», que la doncella interpreta diciendo

114 El estoque real era uno de los pocos signos externos de la justicia que se mantuvo en el ritual de la Monarquía Hispánica. En general, las insignias que los reyes vestían en su coronación eran expresión de su pertenencia a Dios y eran entregadas por los sacerdotes. De entre ellas hay que destacar el cetro que simbolizaba la función del rey como guía y juez de su pueblo; el anillo, que simboliza la fe y la fuerza generada por ella; la espada, símbolo del poder sobre la vida y sobre la muerte; y la corona, que era un compendio y síntesis de las significaciones encerradas en las demás insignias. A ellas habría que sumar el trono, las vestiduras y las reliquias.Ver García Pelayo, 1959, pp. 108 y ss., y Kantorowicz, 1985. Para los ritos ceremoniosos de estas insignias, Rodríguez Villa, 1913, p. 81; Palacios Martín, 1986, pp. 114-127; Schramm, 1960, pp. 70-71; Río Barredo, 2000, p. 25. Para un resumen de los símbolos que debía llevar el emperador, ver PrimCF, vv. 2302-2317.

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«¡Qué maravilla / si es el cristal una muerte!», a lo que Isabel responde: En este espejo, doña Ana, las bellezas han de verse, que los cristales engañan en las lisonjas que ofrecen: esto soy y esto has de ser. (HijaCa, vv. 1133-1137)

En conclusión, Mira traza sobre su obra ese sentimiento típicamente barroco de que hay unas fuerzas naturales que operan en el curso de los acontecimientos, que escapan a nuestro control y que no se sujetan a un esquema racional, pero que el hombre precavido y prudente, podría hacer inclinar a su favor. A cada uno se le presenta la ocasión que la fortuna le ofrece116; es cuestión de aprovecharla o no; de acertar o errar en ese juego con el mundo. Por eso, el guadijeño, como los demás escritores barrocos, presenta en sus comedias casos estimables de personajes históricos que han sabido dominar la ocasión o bien han fracasado en ella, que han subido a puestos de gloria y que han caído en el abismo. De esos ejemplos aducidos se derivan reflexiones muy del gusto barroco en que se nos hace ver que «la vida es jornada corta»117, llena de contrastes, de sabor agridulce, una vida bifronte y angustiada, pero también una vida auténtica, una vida como un siniestro juego118

115

Gallego (1987, p. 223) ve en el espejo un «emblema corrido de desengaño». John Cull (2000, pp. 127-142) ha examinado los emblemas obvios, los motivos y un aspecto emblemático de la puesta en escena en cuarenta y siete comedias y autos sacramentales de Mira de Amescua. Concluye el autor diciendo que «estos emblemas dramáticos son una herramienta muy eficaz para dar un escarmiento a los actores dentro del drama y al público espectador» (p. 140).Arellano (1999, especialmente apartado 5, del cap. 7) ha manifestado la necesidad de hacer una investigación minuciosa acerca de cómo muchas escenas, argumentos y situaciones de la comedia áurea se han inspirado en los emblemas; él cita algunos casos. 116 «La ocasión es tan desigual / y vuela si no se toma», exclama don Bernardo (AdveBC, vv. 309-310). 117 CaenOc, p. 63. 118 «Que es juego la humana vida», PrósBC, v. 1758.

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donde el hombre es visto como un ser despreciable y cuyo mundo se convierte en un lugar de continuos engaños. Todas las cosas son movibles, todo es inconstante y pasajero, todo cambia, sube y baja; la misma experiencia nos muestra la inquietante inseguridad en que se mueve el mundo y sus bienes, frágiles, voladizos, como la naturaleza misma, como la nube, la flor o el agua de la noria. Parece como si el omnia vanitas bíblico se hubiese incrustado en la mente del hombre. Señor, ya que en tu real mano está mi vida o mi muerte, y es la vida frágil sombra, sueño vano, caña débil. [...] Son del mundo bienes tan de espacio a alcanzarse como al deshacerse breves. (ProdVa, vv. 1544-1547, 1569-1571)

El poder, la honra, la riqueza, las glorias forman parte de esta contingencia: «las glorias del mundo pasan», dice don Lope de Luna119, y «todo pasa y vuelve aprisa, / no hay firme ni seguro estado», afirma don Álvaro120. Así que como la realidad es falaz y nos engaña, tras la belleza de los seres, tras el lujo, los afeites y perfumes, tras las galas y pompas de este mundo, tras el sensualismo121, se dibuja el horror al vacío, la degradación y el escaso valor que se concede a lo terrenal, el desengaño moral y el recuerdo obsesivo de la muerte, que vendría por fin, a restaurar el orden perdido122. «Se produce, entonces, la consumación del mundo orgánico forjado en la mente del hombre ba-

119

PrósBC, v. 2042. También en AdveBC, vv. 1094-1095. AdveAl, p. 305. Versos más adelante insiste en considerar la vida como «humo, nada, polvo y viento». 121 La admonición bíblica del vanitas vanitatum recae en el Barroco sobre un siglo lleno de sensualidad y de gusto por lo exuberante. Por eso puede el pintor Salvator Rosa firmar un autorretrato sobre una calavera, o decirnos que la gloria artística será mordida por el tiempo y la muerte (cuadro titulado Omnia vanitas); pero este pensamiento implícito en el lienzo no le quita valor a la belleza de la forma, lo mismo que el vigor cromático de los cuadros de Valdés Leal no se veía mermado por la presencia de lo macabro. 122 Ver las palabras de don Bernardo en AdveBC, vv. 2054-2066. 120

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rroco; en la sublimación religiosa halla su principio y fin, su mejor reflejo. Quizá, también, su último refugio, a la vista de que lo único que la locura del mundo no se había atrevido todavía a alterar era la lejana patria celestial de los hombres»123.

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Bouza Álvarez, 1994, p. 234.

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CAPÍTULO TERCERO EL ORDEN SOCIAL: LA NOBLEZA Y SUS PRIVILEGIOS

SÚBDITOS, PERO

DESIGUALES

Es bien sabido que el Antiguo Régimen no reconocía la igualdad de los ciudadanos ante la ley; antes al contrario se defendía la existencia de dos estamentos privilegiados, la nobleza y el clero, que constituían los grupos de mayor poder y reconocimiento. El especial orden jurídico y político1 de aquélla le hacía colocarse —desde el momento de su formación en la época del medievo— por encima de la inmensa mayoría, que veía en ella un modelo al que seguir. Cada uno de estos dos estamentos tenía encomendada una clara misión, la de defender a la colectividad, y la de rezar y ser guía espiritual, respectivamente. El estamento eclesial se nutría de todas las clases sociales, lo que supuso para muchos una oportunidad, un resquicio, al menos teórico, de poder moverse en la escala jerárquica. Por lo que toca a la nobleza, se ha venido afirmando que constituyó un núcleo cerrado, en gran parte, rígido e inmóvil que lo separaba drásticamente del estado de los plebeyos. Sin embargo, las últimas investigaciones sobre el tema,

1 La Nueva Recopilación de 1567 y el código de Las Siete partidas Jurídicas de Alfonso X el Sabio fueron las bases del derecho en los siglos XVI y XVII, aunque esta reglamentación general no estaba exenta de ambigüedades y contradicciones. Además del estatuto jurídico, por el que se le reconocen a los nobles ciertos privilegios, y del poder político, que les proporciona un prestigio en la sociedad, hay que añadir su situación económica. Estos tres factores juntos son los que nos permitirían adscribir a alguien al grupo de la nobleza, pero esta conjunción de elementos sólo era posible encontrarlos en algunas familias de los grandes o títulos.

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superando viejos enfoques exclusivamente erudito-genealógicos, economicistas o sociales estáticos, van poniendo de manifiesto que la nobleza constituyó un grupo social más móvil y permeable de lo que se venía pensando y en lo que tanto insistió el profesor Maravall. Ya lo había apuntado de alguna manera Domínguez Ortiz en sus trabajos sobre el siglo XVII2, o Noel Salomon, de cuya pluma han salido algunas páginas excelentes sobre el tema3, y lo están intentando demostrar, con trabajos eficientes, investigadores como Enrique Soria Mesa4, o Mauro Hernández, quien en su magnífico estudio sobre los regidores madrileños entre 1606 y 1808, pone de relieve las posibilidades de ascenso social de un grupo de poder determinante en el Antiguo Régimen5. Aunque fue este aspecto de la estratificación el que mayor atención motivó a los teóricos políticos del XVII, también fueron determinantes en las posiciones de la escala social europea y española particularmente, el grado de pureza religiosa que mantenían unos y otros, y los criterios económicos y profesionales. La explicación de la sociedad terrestre como reflejo del orden celestial tiene su fundamento en la teología medieval y en el hecho de que en toda sociedad las clases dominadoras han intentado dar legitimación y justificación a su preeminencia y privilegio acudiendo a una determinada ideología para explicar las desigualdades6. La Iglesia acudió a esta teoría para explicar el funcionamiento de la sociedad, dejando de lado el antiguo esquema opositor ricos/pobres o dominantes/dominados, sustituyéndolo por otro sistema supuestamente más

2

Domínguez Ortiz, 1973 y 1986 (p. 108). Ver, 1982 y sobre todo, 1985. 4 Para el ascenso de los labradores ricos en el reino de Granada, ver Soria Mesa, 1997. El reemplazo poblacional generó, entre otros cambios, una categoría de medianos labradores que se enriquecieron y lograron establecer una diferenciación social que les abrió el horizonte de los honores y los privilegios. En su libro de 2000, Soria Mesa trata de «desmantelar la creencia en la inmovilidad social, en la separación efectiva de cristianos viejos y conversos por medio de la discriminación legal, en la validez de los Estatutos de Limpieza de Sangre...» si bien es verdad que esos ascensos no significaron ningún cuestionamiento del sistema, antes bien, lo que consiguen es integrarse en él. 5 Hernández, 1995. 6 La legitimación de esas diferencias en la sociedad feudal ha sido estudiada por Duby, 1980. 3

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armónico, trifuncional, a semejanza del esquema de la Trinidad. La división en grados o estamentos del orden celestial tenía su reflejo en la tierra, de modo que la sociedad era un cuerpo compuesto por tres órdenes diferentes (oratores, bellatores, laboratores) a los que les correspondía una función específica. Con el tiempo, el esquema se amplió con argumentos laicos, pero no perdió su esencia ni la capacidad práctica para defender la desigualdad, aunque con las diferencias obvias de un nuevo marco social y económico. De modo que nuestros teóricos políticos seguían explicando la organización estamental de la sociedad desde una perspectiva cristiana, como reflejo del modelo celestial7. De esta manera, la estratificación y la desigualdad se institucionalizan y legitiman jurídicamente, quedando dotadas de una naturaleza sagrada que los privilegiados defienden a ultranza y que es criticada, en corta medida, por algunos otros8. A la cabeza de esta sociedad estaba el rey, cuya calidad sacra nadie, aparentemente, discutía y que debía velar por una colectividad que se sentía inmensamente desigual; luego venían los nobles y la Iglesia que debían procurar aliviar el alto grado de sufrimiento y miseria que sufría esa sociedad, ellos que eran los miembros selectos de ese cuerpo místico9 civil. Por último estaba, en el escalón más bajo, una masa heterogénea formada por un abigarrado complejo de gentes, entre las cuales también había diferencias notorias. 7

«Dios crió el mundo con estos grados de superioridad, que en el cielo hay unos ángeles superiores a otros, y en el mundo se van imitando estos mismos grados de personas, para que los inferiores obedezcamos a los superiores» (Espinel, Vida del escudero Marcos de Obregón, p. 209). 8 En general, las denuncias de los escritores a este sistema de órdenes tan desigual no suele aparecer de forma abierta y casi nunca van dirigidas a la alta nobleza.Ver García Hernán, 1992, pp. 176-177. 9 La expresión cuerpo místico, tomada de S. Pablo, se repite con cierta insistencia entre los tratadistas del XVII, empleada aquí en sentido político. El Estado, la república o monarquía, en definitiva, el conjunto del tejido político-social, constituye un cuerpo místico, es decir, es concebido como una unidad lograda precisamente mediante la pluralidad y diversidad de sus integrantes. Esta metáfora orgánica que asimila la sociedad a un cuerpo cuyos miembros constituían un conjunto jerarquizado y que recuerda al mismo misterio de la Trinidad, no es más que un modo de explicar y legitimar la desigualdad social que tiene su fundamento en el orden divino. Mira recoge esta idea en algunos pasajes de su obra; por ejemplo, la postura de Abrahán (MesCie, vv. 3328 y ss. ) o la de la emperatriz, en RuedFo, (p. 10a).

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La sociedad del siglo XVII era, pues, una sociedad desigual, y el fundamento de la distinción en estamentos apenas era discutido, entre otras cosas, porque el Estado mismo procuraba mantener la armonía y paz velando por los posibles desafueros que pudieran cometer los nobles, y porque la Iglesia guiaba y ofrecía consuelo a los más desamparados. Pero es que, además, la desigualdad era un hecho universalmente aceptado por todos, hasta por los que se situaban en los escalones más bajos de la sociedad, lo que contribuyó de forma decisiva a mantener la paz social. No es difícil encontrar en la literatura del Siglo de Oro textos en los que los escritores justifiquen la aceptación de esta división social como algo que pertenece al orden natural y que, además, está asentada en la mentalidad colectiva. Se entiende y se acepta que cada individuo ha nacido dentro de un grupo en el que se integra y en el que contrae sus derechos y obligaciones, de manera que su valor se apoya más en el hecho de formar parte del conjunto que en sus propios méritos o en su singularidad como individuo10. De este modo el sujeto toma conciencia de pertenecer, como algo natural, a una clase en la que cumple su función social y a la que no puede traicionar quebrantando el orden y la armonía establecidas. Había un cierto acuerdo en que cada pieza del mecanismo social encajara perfectamente en su sitio con el fin de que, para lograr un deseado equilibrio, no se crearan situaciones de desorden, por otro lado tan temidas. La desigualdad constituyó, pues, un rasgo definitorio que alcanzó a todos los niveles de la vida y que condicionó los comportamientos de las gentes. Juan Benito de Guardiola se expresa así en torno a los tres órdenes: Tres suertes de estado hay en el mundo que pretenden con fe católica y actos y obras suyas... subir a la gloria celestial... El primero el Pontífice, cardenales, patriarcas, primados, arzobispos, obispos y otros prelados y religiosos con todo el demás clero... El segundo es emperador, reyes, príncipes, duques, marqueses, condes, nobles..., defensores de la fe y Iglesia católica, reinos y repúblicas cristianas.Y el tercero estado es los plebeyos, labradores y personas que viven de tratos lícitos y oficios que con sus industrias y trabajos sustentan y proveen a todos los estados de las cosas necesarias a la vida humana11.

10 11

Maravall, 1989, p. 21. García Hernán, 1992, p. 71.

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Y Luisa M.ª de Padilla habla del buen orden que debe imperar en la república con la armonización de todos los componentes que la forman, cumpliendo cada cual la función que le está encomendada: Y si los estados de ellas (de las repúblicas) no se componen como una cítara donde cada cuerda guarda su lugar... todo será confusión y disonancia, cosa que el príncipe celoso de justicia debe mucho impugnar, haciendo con leyes justas con tener a cada uno dentro de los límites de su esfera12.

En un manuscrito de la Biblioteca Nacional de Madrid, después de dar por sentada la desigualdad en la república, se aportan una serie de razones que la justifican: en primer lugar porque «fue necesario que hubiese la misma desigualdad en las personas para que su misma calidad las distribuyese y las disputase cada una al ejercicio que le corresponde y toca»; en segundo término «porque la diferencia de la nobleza... asegura los estados y reinos, siendo los unos lastre de los otros para impedir las conjuraciones y sediciones»; asimismo «porque la dicha desigualdad es causa de que los inferiores en grado aspiren a los grados superiores, y para conseguirlos aventajen sus acciones, haciendo más lucidos empleos de sus personas y de sus caudales en servicio de sus reyes y beneficios de las repúblicas»; finalmente «porque uno de los caudales más lucidos que tienen los reyes para pagar los servicios de sus vasallos son los ascensos de las honras que hay de unos grados en otros»13. Antonio Javier Pérez y López justifica la sociedad de órdenes comparando la Monarquía con una cadena en la que los eslabones se sostienen unos con otros, pero Es verdad que no son ni deben ser iguales en la estimación todos los eslabones, digámoslo así, de esta cadena política; porque siendo, además de ser una injusticia notable tributar al mecanismo, doy de caso, el honor debido al heroísmo, o defraudarle a éste, faltaría el orden y caería el imperio de una asombrosa anarquía14.

12

García Hernán, 1992, pp. 75-76. García Hernán, 1992, pp. 76-77. 14 En García Hernán, 1992, pp. 78-79. También Pérez de Herrera, Amparo de pobres, p. 156. Para otros, Maravall, 1989, pp. 26-27. 13

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Las transformaciones sociales que acompañaron al nacimiento de la Edad Moderna, y que venían a contravenir la idea de una sociedad estable e inmovilista, no impidieron, sin embargo, que se siguiera acudiendo a la idea de la inmovilidad como el único modo de organización social deseable15. Fue difícil demostrarlo porque las tensiones sociales eran evidentes. Los humanistas españoles, siguiendo el espíritu de la época, intentaron recuperar el sentimiento de libertad y dignidad humanas que promovía el Renacimiento16, pero en modo alguno pretendieron impugnar el orden social. Los contrarreformistas, por su parte, no entraron a discutir estos problemas proponiendo un modo alternativo de sociedad, y los que lo hicieron no aspiraban a otra cosa que a ciertas reformas dentro de unos límites. Se seguía explicando la sociedad civil como reflejo de la voluntad divina, pero los moralistas seguían teniendo serios problemas para explicar el concepto de armonía social que se suponía, pero que chocaba con el descontento de muchos. Siguiendo la doctrina asentada en Trento, algunos propiciaron un discurso explicativo de la desigualdad originada por la maldad innata de los hombres, por su codicia y ambición17, o por razones políticas más prácticas relacionadas con la distribución de honores y mercedes por parte del rey. Éste era el responsable de mantener y garantizar la armonía social preservando el orden estamental mediante la concesión de gracias, de acuerdo con el prestigio y honor sociales18. Otras veces el acceso a la nobleza pasaba por los tribunales de justicia y por el ámbito del municipio, que gozaban de cierta autonomía respecto a la autoridad de la corona. Aceptada, pues, esta creencia en la desigualdad, se admitía que pudiera haber ciertos desplazamientos para alcanzar una mejor posición dentro del escalafón al que se pertenece; normalmente estos movimientos sociales se sitúan en el ámbito de la escala inferior de la no-

15

Carrasco Martínez, 2000, sobre todo el capítulo segundo. Ver Pérez de Oliva, Diálogo de la dignidad del hombre. 17 Ver los comentarios, en este sentido, de Antonio de Solís, Antonio Camos y Bernardino de Escalante, en Carrasco Martínez, 2000, pp. 17-18, 114 115, respectivamente. 18 Así lo explica el padre Rivadeneira en su Tratado de la religión, para quien el rey desempeñaba un papel primordial en la preservación del orden estamental garantizando un reparto conveniente del honor social. 16

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bleza, y así nos lo presenta la comedia. El afán por ennoblecerse y asimilarse en costumbres y pensamiento a la clase noble fue un problema que afectó a la vida del siglo XVII y constituyó una de sus características más pronunciadas; documentos hay que muestran el ascenso de ciertos individuos (carniceros, escribanos, carboneros, artesanos y otros muchos) y las posibilidades de cambio que ofrecían los cargos eclesiásticos o en la administración, así como la capacidad virtual de ascenso de ciertos labradores ricos. La comedia, que quería ofrecer a su mezclado público un panorama de oportunidades de promoción, reconocía, por un lado, los valores individuales de los sujetos, pero, al mismo tiempo, establecía el modo de subordinarse al orden imperante, dentro del cual sólo es posible mantener esos valores. Si en las tablas se podía ver cómo un carbonero aspiraba a la mano de una duquesa, o un pastor a la mano de una infanta o un hidalgo empobrecido se casa con una reina, en el fondo más que constituir un movimiento de igualación responde a un interés de conservación e inmovilismo del orden establecido; se abrían ciertas puertas para liberar las tensiones, pero no se pretendía desestabilizar las bases del sistema; se admitían ciertos movimientos, pero lo recomendable era atenerse cada uno a su puesto. Desde esta perspectiva, el teatro del siglo XVII, en general, y el de Mira de Amescua en concreto, nos ofrece todo un juego de movimientos compensatorios que servían de válvula de escape a las tensiones concentradas en el «corral» de comedias, pero nunca ponían en peligro otras formas de justicia social. Los compartimentos sociales eran estancos y tan sólo la honra del rey puede permitir a los individuos escalar puestos que por naturaleza no le corresponden. Así, el noble caballero Diego Ordóñez, prendado de la belleza de la infanta doña Blanca, hermana del rey Alfonso VI, aun reconociendo que no es demasiada osadía pensar en la dama, se ve falto de valor para hacerlo, dudando si con tal subida podría someterse a los dominios de su misma ley, porque es consciente de su inferioridad: Pero es hermana del rey y no oso subir tan alto (CabSNo, vv. 1347-1348)

Si lo consigue no es por méritos propios sino por la merced y la estima del rey que honra al noble caballero haciéndole formar parte

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de su familia. Igual ocurre en DesgAl en que el monarca propone el casamiento del conde Tibaldo con su hermana, «que aunque en sangre no es tu igual / en los méritos lo ha sido» (vv. 852-853). No de otra manera hay que entender estas equiparaciones y honras sino por gracia del monarca; de otro modo es una ofensa a su persona y a su dignidad. Así, el conde Sancho es encerrado en una torre por mandato del rey porque se había casado con su hermana sin haberle consultado y, obviamente, sin haber dado su consentimiento, Porque, siendo mi hechura igualárseme procura sin prudencia ni consejo y porque siendo mi espejo no me enseña mi figura. (DesgAl, vv. 1105-1109)

Mira acepta la jerarquía social y propone modelos aleccionadores para que nadie se atreva a subir donde no le corresponde ni por sangre, ni por méritos, ni por virtud, salvo que quiera precipitarse en la desdicha. Por eso, don Bernardo de Cabrera, honrado por el rey y elevado a puestos muy por encima de su condición, gracias a sus virtudes y honores ganados en el campo de batalla, pero sobre todo por mercedes reales, reconoce que cada cosa debe permanecer en el estado que le pertenece, porque cualquier modificación de forma no natural acarrea desgracias. En su situación de infortunio llega a decir: nací pobre, rico he sido por valor y pecho fuerte, mas caminando a la muerte, a mi pobreza he tornado... porque es forzoso volver cualquiera cosa a su estado. (AdveBC, vv. 1975-1982)

Ejemplos hay en la comedia en que se presenta un modelo excepcional o aparente de promoción social, dentro de unos límites que son aceptados en el estamento nobiliario.Ascender y descender forman parte del complejo entramado de una sociedad jerarquizada; y los temas

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de «caída»19 (y de la fortuna) son propicios para expresar estas ansias de la gente de subir en el orden social. Medrar es una manifestación del espíritu individualista promocionado en el Renacimiento pero que ahora pretende exteriorizarse como una revelación de carácter social, más que personal. Y la comedia da cuenta de ello, si bien —dice Maravall— se presenta como algo no usual y dentro de las fronteras y límites de una sociedad cerrada que no quiere ver perturbadas ni desestabilizadas las bases de su sistema20. De todos modos, la movilidad existe, aunque sea dentro del mismo escalafón; los personajes tienen conciencia de su posición social, pero intuyen ciertas posibilidades de acrecentar su honra. Lo que nos interesa es comprobar hasta qué punto Mira, aun aceptando como natural la estratificación y la desigualdad, asume como propias, reivindica o rechaza esas posibilidades de cambio. El deseo de ennoblecimiento fue, pues, una de las características más señaladas de la sociedad del siglo. Y este deseo de ascensión no estaba tanto determinado por las ganancias materiales, aunque, sin duda, también fue un acicate, cuanto por los beneficios de estima, consideración y prestigio social que conllevaba la escalada. La movilidad tenía como motor fundamental el honor y se realizó en dos direcciones, una vertical y otra horizontal. Los medios para el ascenso vertical eran diversos. En el mundo rural, el campesino rico y empecinado que había conseguido una cierta posición dentro del municipio, al final, era capaz de conseguir alguna hidalguía; en la ciudad, las ventas de oficios, principalmente, y las oportunidades que daba la Iglesia ofreciendo beneficios, canonicatos o mitras se convirtieron en cauces ordinarios para lograr esa deseada mejora. Así pues, la burocracia civil o la eclesiástica eran los puntos de preferencia para todos aquellos que quisieran subir en la escala social, porque los oficios, los negocios, la industria ejercían poca atracción21, de ahí uno de los factores del es19 De entre las comedias de Mira que plantean el tema de la caída cabe destacar los casos de PalConf, CabSNo, RuedFo, las bilogías de don Álvaro de Luna y Bernardo Cabrera, EjMayD, NoHDiD. De esta caída de los privados, de la fortuna y de la relación que mantenían con el rey nos hemos ocupado ya en páginas precedentes. 20 Maravall, 1990, pp. 34-36. 21 Las profesiones consideradas viles y el trabajo manual eran incompatibles con la nobleza: así lo sostienen Pedro de Urdemalas (Viaje de Turquía, 1980, p. 184), o Saravia de la Calle (Instrucción de mercaderes, p. 184. Frente a ellos, otros

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caso desarrollo de la burguesía castellana, que cuando pudo también aspiró a conseguir la anhelada hidalguía. Ya hemos apuntado que este peldaño de la baja nobleza era, por regla general, el único al que se podía acceder y en ese intento se utilizaron diversos medios, desde la propia proclamación de hidalgos de los mismos pecheros, tras reunirse en Cabildo22, a la compra de ejecutorias23; desde la amistad, a la trampa para salir del censo de pecheros y litigar; o simplemente probando la ascendencia montañesa24. En consecuencia, este afán de nobleza debió aumentar considerablemente el porcentaje de nobles, pero ni las leyes emanadas de la Corona ni los castigos «pudieron impedir unos abusos que nacían del espíritu mismo de la época»25. Tampoco el recurso de enviar alcaldes para hacer los padrones, ni la tarea llevada a cabo por las Chancillerías de Valladolid y Granada, que fueron las encargadas de velar por la pureza de los procedimientos empleados, pudieron frenar que el plebeyo enriquecido hallara facilidades, por doquier, para introducirse en la hidalguía; sin embargo, el hidalgo empobrecido no encontraba más que dificultades para conservarla. Con limitaciones en la movilidad, pero no tan férreamente como se había sugerido, se podían canalizar las fuerzas internas de la sociedad adoptando diversos medios para realizar pequeños ajustes, pero que en el fondo sólo tienen como base el asentamiento del régimen social establecido. A los que no podían conseguir el ascenso por almuchos (por ejemplo, Juan de Pineda, Diálogos de la agricultura cristiana, p. 125) sostienen que el gran comercio no es incompatible con la nobleza, de forma que las actividades mercantiles atrajeron también la atención de los privilegiados. La sociedad sevillana o la barcelonesa o la mallorquina nos ofrecen ejemplos suficientes que indican la compatibilidad entre negocio mercantil y nobleza. Para esta cuestión, Molas i Ribalta, 1996a. También Cavillac, 1986, 1989, o Domínguez Ortiz, 1992, p. 226. 22 Así lo recoge Domínguez Ortiz de un informe hecho por un alcalde de hijosdalgo de la Chancillería de Valladolid, 1992, p. 175. 23 Para las compras de ejecutorias de nobleza, ver los trabajos de Thompson, 1979, y Amelang, 1982. 24 La hipersensibilización en que cayeron las gentes del Siglo de Oro, en lo tocante a los linajes, repercutió en un proceso de automatización grotesca al pretender que se probaba toda hidalguía procedente de la Montaña.Vélez de Guevara se mofa de tal procedimiento en El Diablo Cojuelo, p. 110; también Quevedo, La hora de todos y la fortuna con seso, p. 74. 25 Domínguez Ortiz,1992, t. 1, especialmente pp. 175-185; la cita en p. 176.

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guno de los medios antes mencionados les quedaba la «compensación de ser cristianos viejos con una dignidad humana anterior y —en cierto modo— superior a la jerarquía social»26. Se trata de manejar estos mecanismos compensadores, de los que el teatro da cumplida cuenta, pero que no son sino confirmación de la teórica rigidez estamental. Saltos más espectaculares, salvo casos concretos, no eran normalmente posibles, al menos en el discurso teórico, aunque la comedia nos ofrezca modelos ideales justificados en el propio sentir de la gente que contempla el espectáculo teatral y que vería compensadas en las tablas sus aspiraciones íntimas. De entre las fuerzas que motivan la nivelación de personas de diferente condición social, destaca por encima de todos el amor: PORCIA

Y el amor todo lo iguala. Y si de amor los cuidados, y los celos y el poder, iguales suelen hacer los cetros y los cayados, ¿menos hará nuestro amor? Siendo pobre, te hago conde (TerSMi, vv. 3014-3020)

En otro caso, para aliviar la tristeza que embarga a la infanta (educada como príncipe y al que se cree enamorado de una duquesa), el caballero don Enrique de Aragón recomienda al rey: Pienso que fuera acertado casarle, señor, con ella, pues cesará su querella y faltará su cuidado; porque, aunque es cierto, señor, que en hacello se traspase la ley que veda se case con su vasallo el señor, a ti te ofrece de suerte el reino su voluntad (AmInM, vv. 1798-1807)

26

Díez Borque, 1976, p. 255.

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pero la duquesa se excusa de tal intento justificando la desigualdad como causa que impide el casamiento, a menos que pierda su honra y buena opinión; prefiere casarse con el caballero Enrique, que es su igual: Señor, pues que no podéis, según el fuero, casaros conmigo, ni yo pagaros el amor que me tenéis; no deis, por Dios, ocasión, que mi honor no lo consiente a que pueda hablar la gente en mi fama y opinión. Enrique es igual y puede cuando en mí ponga los ojos, hacer que, sus despojos, casada y alegre quede. (AmInM, vv. 1089-1100)

La misma queja expresa Sancho al Príncipe de Portugal, heredero de la Corona, que aspira a la mano de la joven Leonor, y si te casas con ella no te casas con tu igual; a mí, que lo soy, la deja. (EscDem, vv. 3176-3178)

La ambiciosa e interesada Elena, que se siente legítima heredera de sangre noble, no concibe en modo alguno que pueda estar destinada a alguien que no ostente poder y riqueza: ELENA

¿Mujer de hombre pobre yo, Isabela? ¡malos años! [...] Rica soy, estados tengo: rico también ha de ser quien me quiera por mujer. (CautCC, vv. 1449-1450 y 1503-1505)

La labradora Sancha, al saber que su enamorado es sobrino del rey, exclama:

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No hace buena proporción la cabeza con los pies. Humildes y principales sin quererse están mejor; que no se pesa el amor en balanzas desiguales. El amor es infinito si igualdad la sangre siente, pero en sangre diferente no hay amor sino apetito. (DesgAl, vv. 2969-2978)

Igual ocurre con Micol, la hija del rey Saúl, que sabe que no puede aspirar a un pastor como David, aunque utilizará sus propias armas para conseguirlo: MICOL

Teneos, locos deseos. Pastor es quien mis sentidos regala en vanos antojos... Pensamientos mal perdidos, ¿cómo no os perdéis por altos? Que el corazón me da saltos temiendo que mi afición no se inclina a hombres que son de merecimientos faltos. (ArpDav, vv. 210-220) ¡y, naturaleza ingrata! ¡Por qué hiciste tal sujeto pobre ansí? (ArpDav, vv. 273-75)

Al pastor le ocurre lo mismo: DAVID

Hija es del Rey la que he visto; yo soy humilde pastor; si esto que siento es amor, gloria imposible conquisto. (ArpDav, vv. 231-234)

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La desigualdad es notoria y Mira se preocupa de mostrarla a las claras, para de esta manera revelarnos después que esa diferencia se puede salvar ganando nobleza en acciones guerreras y gracias a la virtud y bondad de la propia condición personal27, aunque luego le hace quejarse y lamentarse de haber abandonado el puesto que por natural le correspondía. Con ello, el dramaturgo no hace sino ejercer su labor de pedagogo, tan corriente en él, mostrándonos que, si el pastor David ha llegado a ennoblecerse debido fundamentalmente a sus buenas acciones28 (prueba, en principio, de que el ser noble no está obligadamente en el linaje), es para poner de relieve ahora que es peligroso rebasar los límites establecidos. Cada hombre debe conformarse con el lugar que le ha sido adjudicado si quiere ser feliz: DAVID

Desdichas bien dignas son de quien dejó su ganado por cortesana opinión; quien vive alegre en su estado ese sólo está en razón. Subí tras mi pensamiento, bajé tras mi confusión. El que no tiene ambición cuerdo está, y dará contento que los otros locos son. (ArpDav, vv. 2159-2168)

Pero si el amor puede unir los cetros y los cayados, paradójicamente, es un sentimiento que sirve para distinguir al noble del villano; el de aquel tiene como marco la corte, una especie de cielo te-

27

Para Eymar de Froydeville, David fue el primer noble de la historia, «un pauvre bergier de pauvre maison non noble», pero que fue llamado muy noble «à cause de la grand vertu, aequité, sainteté et bonté qui résidoient en David» (Ver Villacois, 1976). 28 Mckenzie, 2002, intenta demostrar la falsedad de los orígenes humildes del rey David. Para él, «pastor» es una metáfora del poder en el que David se encarama no por su popularidad y por la bendición de Dios, sino como resultado de una campaña de terror y asesinatos. David procedía, según Mckenzie, de una familia de clase acomodada e instauró, en todo el sentido de la palabra, una monarquía, valiéndose de sus cualidades de caudillo aguerrido, político tortuoso y militar despiadado.

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rrenal, y se vive con todas las características de la vida palaciega; es un sentimiento galante, cortés y sublime, un juego codificado de relaciones, un rito en el que sólo pueden participar los que por linaje y sangre están llamados a ello. El del villano, en cambio, no es amor, sino apetito, algo vulgar y terrenal que embrutece a los que lo practican: D. ÁLVARO

El cortés galantear de Palacio no es amor como el del vulgo, señor. Es un linaje de amar sin celos, sin esperanza, sin cuidado, sin porfía, sin amor, sin fantasía, sin intento, sin mudanza; es respetar las deidades de un cielo humano; tal es el palacio de un Rey. (PrósAL, p. 271b)

En este mundo hay, pues, establecida una diferencia entre nobles y plebeyos, entre ricos y pobres, que sería el reflejo de las diferencias que se dan en el orden celestial, aunque cabe pensar en la inexactitud del paralelismo, porque en el cielo no hay marginados. Pedro Telonario precisamente justifica su actitud avara en el origen divino de las diferencias, de modo que la pobreza es un castigo del cielo29. Si en diversas jerarquías tienen los cielos sagrados... ese orden mismo verás que Dios a los hombres dio y el que rico no nació es que no merece más. (PedroT, vv. 173-180)

Y autor tar el en la 29

aunque no hay por qué ver en estas palabras una opinión del sobre la pobreza, sí son expresión de que cada cual debe acepestado que le ha tocado por su condición. Evidentemente hay actitud del protagonista una lección moralizadora que el dra«Dios castiga a su enemigo / con la pobreza» (PedroT, vv. 193-194).

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maturgo quiere poner de manifiesto, pero lo que nos interesa ahora señalar es que en la comedia, una vez más, se deja sentir claramente el pensamiento del hombre barroco sobre la justificación de las clases sociales. Pese a todo, el que fuera canónigo de Guadix muestra la paradoja, común en la Iglesia, de tener que armonizar la creencia, como cristiano, de que todos los hombres son iguales por naturaleza con la aceptación de la división social. En una de sus comedias bíblicas, el rey Saúl reconoce que todos los hombres son iguales por naturaleza; es la fortuna la que los hace diferentes30: ... al pastor y al rey formó Dios de un barro. En el mundo a los mortales la naturaleza iguala, y fortuna, buena o mala, suele hacerlos desiguales. (ArpDav, vv. 806-811)

El mismo pensamiento encontramos en otra comedia en la que el viejo Guidón recuerda al mismo rey que los dos están hechos de la misma materia: «De carne y sangre nací / como tú, y soy desa masa / tuya, y pues esto así pasa / esotro no pase ansí»31. Esta idea entra en contradicción con la aceptación de la estratificación social como algo natural. Podría servirnos también para ilustrar que nobleza y riqueza no son necesariamente equivalentes, como trató de demostrar Maravall, para quien estos ejemplos constituyen casos extremos y excepcionales. Todo lo excepcionales que se quieran —apuntamos nosotros— pero son señal inequívoca de un modo de pensar y concebir al hombre en sociedad, distinta de la comúnmente aceptada. Un signo más que marca la diferencia social es la idea de atribuir los vicios, las flaquezas, el temor y la descortesía a los villanos; y las virtudes y las cualidades más excelsas a los nobles. Las diferencias entre ambos se notan también en sus distintos intereses, en sus pensamientos, en 30

Esta idea aparece también en unos versos de Ruiz de Alarcón, Ganar amigos, vv. 2251-2256. 31 SanSNa, vv. 232-235.

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su lenguaje, en su posición ante la justicia, en los signos externos de su estatus (dinero, casa, coche, adornos, gestos...), en su educación32 en definitiva, como bien lo atestigua en una comedia uno de los dos «sobrinos» del monarca, aquel que a la postre se revelaría como el hijo del soberano, quien subraya que, aunque los dos son nobles (si bien de sangre indigna el otro), sin embargo el comportamiento y la educación revelan la desigualdad entre ellos. Mira parece estar hablando de una nobleza del espíritu que se sobrepone a la meramente sanguínea: PRÍNCIPE

del rey somos dos sobrinos en esos campos criados; primos debemos ser y, aunque igualdades no alcanza nuestra sangre, la crianza descuidos ha de tener si en vez de la policía rusticidades aprende. (ExamRe, vv. 381-388)

Ser noble es seguir un código de conducta estipulado socialmente; el villano, en cambio, carece de la calidad de la sangre y, por tanto, no está sujeto a unos patrones éticos y de honor: ENRIQUE

Noble y español nací... No ofende el noble jamás, sus blasones de armas llenos, sólo al villano verás que de lo que tiene menos, es lo que blasona más. [...] Esto a mi honor contradice porque de su honor desdice el que descubre un secreto, que el que le guarda es discreto y villano el que lo dice. (AmInM, vv. 1250, 1255-1259, 1285-1289)

32 En el siglo XVII abundan las ideas acerca de la influencia que la educación ejerce en el individuo. Por lo que respecta a los hijos de nobles, el criarse en un medio más conveniente y el ser educados en el bien obrar engendran en ellos una costumbre que les impide ser malos.Ver Maravall, 1989, p. 54.

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Tal patrón de conducta le viene exigido al noble por su sangre y por la educación que ha recibido y heredado de sus mayores; por eso el padre de Lisarda no comprende el comportamiento de su hija que, oponiéndose a su voluntad, ha atropellado el honor de toda la familia. Se pregunta incrédulo ¿Posible es que en sangre noble quepan bajos pensamientos? (EscDem, vv. 808-809)

Porque, en efecto, los «bajos pensamientos» corresponden a gente plebeya, a gente baja y humilde; pero no a los nobles. Por ellos se puede conocer la calidad del linaje: Conocer puedes tu sangre en mis altos pensamientos. (ExamRe, vv. 255-256)

Tampoco son admisibles en la clase noble (al menos en el discurso teórico, pues la praxis de la comedia es otra cosa) las actuaciones injuriosas y viles, las presunciones y prejuicios que se basan en meras hipótesis para sentirse engañado y deshonrado, sobre todo, en casos de amor. La comedia es proclive a este tipo de situaciones con supuestos lances de deshonra, como le sucede a Carlos de Portugal que sospecha y desconfía de Isabel; pero la nobleza de la dama queda a salvo porque de su virtud no se puede dudar. El propio criado, que sabe la verdad de los hechos, tiene que reprochar a su amo que haya en él tales recelos y vilezas: CARDILLO

¿Que un hombre de juicio crea tal falsedad de mujer? los de mi parte en la corte, que teman, no es cosa nueva; pues siempre la dama lleva en el sobre escrito el parte. Mas tú de sangre real, de mujer de tantas prendas, ¿tal bajeza es bien que emprendas? (LoQPSo, vv. 1037-1045)

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La altura de miras, la nobleza en el pensar se convierten, por tanto, en un elemento diferencial o caracterizador de las clases, de la misma manera que lo son también el habla y los sentimientos. De las palabras de Micol, la hija del rey, se intuye que sólo los cortesanos pueden hablar y sentir hermosamente; de ahí su extrañeza porque un pastor como David sea capaz de expresarse con tanta discreción y cortesía: MICOL

¿Cómo vos, siendo serrano, habláis y sentís mejor que el discreto cortesano? (ArpDav, vv. 1180-1182)

Y Carlos, el amante celoso, deduce por las palabras del caballero que habla con su criado, que el rival que corteja a su dama pertenece a la nobleza y no a la servidumbre: CARLOS

El modo de responder a Cardillo, bien declara que es galán, y no es criado. (LoQPSo, vv. 1689-1691)

La jerarquización obliga también a que cada estamento tenga reservados lugares distintos en razón de la condición y estado de cada cual: así, los nobles ocupaban puestos separados de los villanos, con los que no debían mezclarse, atendiendo a su superioridad y distinción como clase. Es la razón por la que el conde Pompeyo se siente incómodo con la presencia de un intruso (Carlos) y su criado al lado de la silla de la reina: CONDE

BARLOVENTO

En esta parte han de estar los nobles, y se les debe este lugar, y la plebe allí tiene su lugar. Pásome a la plebe, pues que soy un mirón plebeyo (PalConf, vv. 157-162)

Pero Carlos intenta tomar asiento al lado de los nobles, y recibe por ello la reprobación:

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CONDE

CARLOS

DUQUE

CARLOS

Aquí no tenéis lugar, soldado; en el otro lado habéis de estar. Si soldado me habéis sabido llamar, ¿cómo, Conde, no sabéis que soy noble? Esa arrogancia es hija de la ignorancia. Soldado, no porfiéis; pasad a vuestro lugar. No soy necio ni porfío. El lugar que es noble es mío. Si éste es noble, aquí he de estar. (PalConf, vv. 205-216)

La vestimenta es asimismo otro signo de distinción social, pues cada uno ha de usar el traje que conviene a su identidad como grupo y por el cual se reconoce y diferencia33. Siendo esto así, los trueques de vestidos son efectistas desde el punto de vista escénico y crean situaciones de confusión muy apropiados para determinadas acciones, pero incómodos desde el punto de vista de la función social que cumple como signo identificador34. Así, cuando el joven labrador Enrico es llevado a la corte por su parecido con el despótico Carlos, para perturbar, equivocar y deshacer lo que éste manda, el padre, que acude a palacio en su busca, se siente confundido y desorientado ante el comportamiento del hijo; por eso le reprocha: ¿Honrado viejo me llamas y no padre? ¡Que oiga tal! Ingrato ¿a quien te ha criado por un poco tafetán 33 Álvarez-Ossorio Alvariño (1997-1998) ha estudiado cómo el orden estamental se asienta sobre una correspondencia entre rango y forma, de manera que la moda, en los siglos XVI al XVIII, tiene un marcado carácter suntuario, y se convierte en un valioso instrumento de diferenciación social. Los grupos sociales que deseaban ascender aprovechan a su favor la íntima conexión entre rango y forma y usurpan los atributos del poder, las señales externas que la minoría privilegiada había intentado monopolizar para diferenciarse de los demás. 34 Ver Pérez Martín, 2001.

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que te han vestido? Sin duda que es en palacio juglar. Villano que viste seda indicios da de truhán. (PalConf, vv. 2739-2746)

No resuelto todavía el desconcierto engendrado con la aparición del labrador, el padre sigue reprendiendo al hijo: LISARDO

REINA

¿Tú quieres ser rey, villano, contra Dios y la lealtad? Perdone su Majestad, que es un soberbio, es un vano. Y el Conde la culpa tiene, que con seda le ha engreído. Hombre a su padre atrevido de linaje humilde viene. [...] Enrico, baste el disfraz de que sois representante [...] Id con vuestro padre agora, estimad vuestro linaje y volved en vuestro traje a verme otra vez. (PalConf, vv. 2913-2936)

Los cambios de indumentaria de los personajes en la comedia suelen ser frecuentes porque frecuentes son también las identidades que se ocultan; pero, una vez reconocidas, el código social obliga a que el porte externo se corresponda con la identidad de la clase a la que se pertenece. Por eso, el joven labrador Bernardo, una vez reconocido por el rey como sobrino suyo, ha de cambiar su sayal de campesino por las vestimentas propias de un noble, como exige su nueva condición: ALFONSO

Luego vi que era Bernardo; que el fuego y sangre real no pueden disimularse. Llega que no dirán mal cuando lleguen a juntarse mi púrpura y tu sayal.

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Llega, que quiero abrazarte como a hidalgo y caballero... Y porque vivas honrado la espada que me he ceñido quiero ceñirte yo al lado. Muda luego de vestido pues que de ser has mudado. (DesgAl, vv. 2892-2912)

La praxis dramática presenta en ocasiones la relación amorosa entre un noble y una plebeya, atraído el joven únicamente por su hermosura; esta atracción física entre seres desiguales suele acarrear ciertos desajustes en los planteamientos originales. De ahí que el noble Gerardo, cuando es obligado por el bandolero Antonio a casarse con la muchacha, se siente infamado doblemente: primero por el hecho de que sea un villano quien lo humille exigiéndole semejante comportamiento; y segundo, porque el porte y el traje que viste la mujer desdicen y manchan su nobleza: GERARDO

Con ese traje grosero me matas, penando muero. (NardAB, 25b)

Pero la joven campesina ha comprendido el significado simbólico que tiene el vestido para una clase hidalga que encuentra en las manifestaciones externas una muestra de su nobleza. «Eso no te dé cuidado; / cortesano le traeré», responde. El vestido, como identificador, sirve también para ocultar la identidad personal y social por medio del disfraz, que se convierte, así, en un medio idóneo para no ser reconocido y soslayar la responsabilidad que se deriva de algún acto de desacato o inobediencia. Como le ocurre a Ricardo que, ante una orden injusta de la infanta de matar a la hija del conde Alarcos, se refugia en una aldea de pescadores, donde cree que no será identificado dadas sus nuevas vestimentas: RICARDO

Aquí, Tirso, en efeto, con este traje y con llamarme Fabio, vivir pienso secreto. (CondAl, vv. 1271-1273)

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Entre los signos externos, el hábito era uno de los más significativos que prestigiaba al que lo llevaba pues era señal de pertenecer a la minoría de los privilegiados; era muy estimado socialmente y señalaba las diferencias dentro de la misma clase. En la nobleza media llegó a convertirse en una obsesión que, en la comedia, se extendió asimismo a los propios criados, sabedores de su inferioridad y del trecho que los separaba de sus señores. Es muy posible que, en esa demanda desmesurada de hábitos que hasta los sirvientes se atreven a pedir, haya una postura crítica por parte de Mira de Amescua que ve excesos descontrolados en un orden social que debería respetarse. GARCÍA

Señor, si un hábito no me das, como a Herrera, viviré siempre dél menospreciado. No tengas sólo un criado con hábito, amor y fe. Me debes honrar mi pecho como el suyo. (PrósAL, p. 269b-270a)

En fin, una mirada un tanto burlona por el paseo del Prado mostrará, en manifiesta confusión, la diversidad de tipos que por allí se hacen ver: nobles damas a estribos de sus coches, gentiles señores, caballeros a pie... SOLANO

35

Esta confusión, que espanta, y esta grandeza, que admira... de tanto bonete y mula, de tanto mulo y sombrero; de tanto ciego con vista, de tanto malo buen hombre, de tanto sabio sin nombre, de tanto loco alquimista... de tanta dama pelota35, de tanto galán pelote, que se viste y come a escote de lo que la pobre escota (FénSal, vv. 429 y ss.)

Pelota, fig. y fam. «prostituta, ramera». Pelote viene a significar sin un duro, el que vive a costa de la dama.

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Y el criado Cardillo relata la clase de público que se junta en el «patio»: CARDILLO

pues todos los que estamos escuchando, mosqueteros, ballesteros, hombres buenos y fidalgos, escuderos, ricos hombres, que de todo hay en el patio36 (LoQPSo, vv. 186-191)

Así pues, la comedia de Mira, y en general la comedia del Siglo de Oro, no hace sino recoger y propagar la tan asentada idea, admitida por la mayoría, de las diferencias de clases. Es verdad que en el siglo se ofrecieron algunas tensiones37, pero la comedia no las elige como argumento dramático capaz de generar una fuerza en el público que lo impulsara a la rebelión en busca de un proceso de cambio que hoy podríamos llamar democrático. Algunos autores insistían en volver a los principios de una justicia distributiva, como defendía el franciscano Antonio de Solís, para quien la justicia es «virtud general acerca de todas las otras virtudes..., que consiste en dar a cada uno lo suyo. Porque la justicia siempre pretende la común utilidad y provecho».Y por eso aconseja a los reyes y poderosos: Mirad que sois hombres e hijos de hombres, aunque seáis los monarcas del mundo, y que de vuestra cosecha sois imperfectos, inclinados al mal desde el vientre de vuestras madres, ayudaos de la razón y de las leyes divinas y humanas y de la luz de las Escrituras y de Dios, el qual con su auxilio especial concurre con los reyes, perlados, juezes y grandes señores para que no yerren en la administración de la justicia38.

36

Son varias las ocasiones en que el poeta alude a la presencia de los mosqueteros en el corral de comedias y el peligro que representa para él. Ver, por ejemplo, PrósAL, en que Pablillos teme que los versos que Juan de Mena ha dedicado a Juan II sean tan malos que el público tirará los bancos como señal de protesta, p. 272b. 37 Ver Maravall, 1983. 38 En Carrasco Martínez, 2000, pp. 117 y 118.

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Y poca cosa más se podía hacer; tan sólo señalar a los privilegiados los deberes inherentes a su condición, responsabilizarlos del ejercicio de su autoridad, su obligación de dar ejemplo a los demás, pues, como dice Francisco Garau «no cumple a la nobleza con sólo un común bien obrar; fuerça es que obre más que todos quien nació con obligaciones mayores que todos»39. Y esto es lo que presenta Mira en las tablas, un ejercicio de nivelación, como ilusión y ensueño, como vía rápida de deslizamiento de la fantasía y como corredor de los sueños frustrados por alcanzar un puesto entre los elegidos. Eso y, entre escena y escena, advertencias y amonestaciones a aquellos que por su responsabilidad social no se comportaban según las exigencias morales y sociales de su rango.

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NOBLEZA, UNA CLASE PRIVILEGIADA

Pese a la abundante literatura nobiliaria —que, por otro lado, adolece de un tono apologético en la mayoría de los casos, con el consiguiente tono laudatorio para unas casas, silenciando aquellas otras que pudieran hacerles sombra— no parece suficientemente probado el número de nobles que había en la España del siglo XVII, si tenemos en consideración las restricciones que hacen los historiadores a los documentos manejados por ellos. Faltan estudios concretos de zonas, comarcas y ciudades que nos aproximen al número global de hidalgos en esta época y abran ese «reducido horizonte historiográfico del que habla Domínguez Ortiz»40. El análisis de la obra teatral de Mira nos hace pensar en el destacado interés que manejó el autor por elevar a protagonistas de sus comedias a esta clase aristocrática, convertida en modelo al que aspiraban imitar los demás ciudadanos. El teatro fue siempre una fábrica de sueños, y en el siglo XVII, además, un medio utilísimo para proyectar en él la imagen de una clase, la noble, a todas luces incompatible con la vulgaridad y depositaria de una serie de valores y excelsas virtudes; una clase que logró imponer al resto de los ciudadanos su propia noción de la vida, su idea de jerarquía, su cristia-

39 40

En Carrasco Martínez, 2000, p. 118. Ver Domínguez Ortiz, 1992, pp. 167-171.

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nismo estrecho o su propio concepto del honor, que, por otro lado, tantos conflictos creó41. Hay una preferencia en el dramaturgo accitano por elegir los ambientes palaciegos donde se desarrollan las intrigas, y personajes aristocráticos o de la nobleza urbana, tal vez porque encontró en ellos un estupendo recurso didáctico para poner en escena las virtudes que debían ser imitadas y los vicios que debían ser fustigados, o tal vez como reconocimiento a los favores recibidos en su estancia en la corte. Cuatro son los rasgos que pueden considerarse distintivos del ser noble: el nacimiento, la virtud, el sentimiento de pertenecer a la misma casta y su poder político y económico42.

VERDADERA

NOBLEZA: PROBLEMAS DE DEFINICIÓN

Un atributo esencial de la nobleza es el de su nacimiento. Ser noble es fundamentalmente haber nacido de familia noble, cuyos ascendientes se remontan a generaciones y generaciones anteriores. El doctor Huarte de San Juan proclamaba que «llamamos hidalgos de sangre aquellos que no hay memoria de su principio, ni se sabe por escritura en qué tiempo comenzó ni qué rey hizo la merced»43. Y Juan de Pineda, tomando como base la Partida segunda del Rey Sabio donde dice que «la hidalguía es nobleza que viene a los hombres por linaje», recuerda que «lo del venir de linaje es una cosa principalísima en la nobleza» y que «tanto es uno noble cuanto su nobleza es más antigua, según se dice que la nobleza y el vino con el mucho tiempo se afina y confirma»44. Un personaje de una de las comedias de Mira proclama que sin duda ninguna superior es la grandeza que da la naturaleza a la que da la fortuna45. (NoHDiD, p. 43c)

41

Díez Borque, 1976, p. 273. Ver Billacois, 1976, pp. 258-277. 43 Huarte de San Juan, Examen de ingenios, p. 479. 44 Pineda, Diálogos familiares de agricultura cristiana, 161, p. 97. 42

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Para reconocer o conceder el privilegio de la nobleza se exigía una prueba documental del linaje que atestiguara la antigüedad del título. Por esta razón no es extraño que todas las familias del alto estamento se lanzaran a remontar sus orígenes hasta querer entroncarlos con los mismos godos46 o más allá todavía, con altos personajes de la antigüedad, y hasta, como dice Domínguez Ortiz, con el mismo Adán47. Pero, a la hora de la verdad, la mayoría de las familias nobles de la España del siglo XVII no pudo remontarse, con documentos auténticos, ni siquiera a la Baja Edad Media. Mira se burla también de esta moda de buscar ancestros remotos. El criado Barlovento le recomienda a su amo que, para conquistar a la reina, en vez de referir sus orígenes humildes, cite ..... una letanía de los varones más claros y di que son tus abuelos; que este el uso ordinario de estos tiempos. Di que Adán un hijo tuvo bastardo que se llamó Faraón y éste fue padre de Caco. Caco engendró al Tamorlán, el Tamorlán a Alejandro; Alejandro al Gran Sofi [...] El Minotauro a Babieca

45

Contrasta esta afirmación con la formulada por el rey Saúl, y que más arriba hemos reproducido, según la cual los hombres son iguales por naturaleza; las diferencias son mero accidente. 46 Venegas señala: «El tercero vicio nasce de las alcuñas de los linajes, el cual, aunque paresce común con las otras naciones, en esto es propio de España que se da por afrenta la novedad de familia, si no se deriva de la tierra de Scanzia..., de donde salieron los godos» (Agonía del tránsito de la muerte, t. I, p. 174).Y Pablo de León se expresa en términos parecidos (Guía del cielo, t. XI, p. 503). En Mira, ver MárMad, vv. 1314-1316. 47 Domínguez Ortiz, 1992, p. 163. De esta tendencia a remontar la nobleza a nuestro padre Adán da cuenta el mismo refranero, con toda la carga de humor que es capaz de encerrar (Martínez Kleiser, 1982, nº 45622 y 45623). Asimismo Zabaleta describe, con su tono mordaz y crítico tan particular, a un linajudo examinando un nobiliario para mirar su genealogía (El día de fiesta por la mañana, pp. 266 y 267.Ver también Vélez de Guevara, Diablo cojuelo, pp. 97-98).

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y Babieca a Arias Gonzalo, padre de tu madre Dido, la gran reina de Cartago. Llama primos a los duques. ¿Quién te ha de ir averiguando curiosamente las líneas, si muestras pintado un árbol con ramos y laberintos que no entienda un boticario? Alábate, como todos. (PalConf, vv. 439-463)

La discusión sobre la nobleza heredada y la nobleza adquirida fue un tema que ocupó a los tratadistas del Siglo de Oro48 y fue uno de los asuntos literarios más recurrentes en los textos de los siglos XVI y XVII.Viene a resumirse en dos principios o teorías básicas: de un lado la consideración de la nobleza, como estamento, que hace de ella un coto cerrado para la descendencia de cierto número de familias privilegiadas, que iban transmitiendo de padres a hijos las virtudes de los antepasados; y en segundo lugar, la idea de la nobleza como una cualidad natural que distingue a ciertos hombres, independientemente de su nacimiento, y los eleva por encima de los demás como el grupo de los más capaces de gobernar49. Dos concepciones, en principio, que parecen opuestas, pero que se mezclaron en la práctica y originaron gran variedad de matices, a veces, incluso, contradictorios. Los que defendían la nobleza de sangre se apoyaban en la tradición y en la realidad cotidiana; los que intentaban basar la nobleza en la virtud y el mérito podían apoyarse para su defensa en textos antiguos, como en una sátira de Juvenal50, que defiende que el mérito de un hombre debe basarse en sus actos. Pero ni los defensores de una y otra idea se atrevían a rechazar expresamente la idea contraria51.

48

Ver Carrasco Martínez, 2000, p. 123. Domínguez Ortiz, 1992, I, especialmente el capítulo VII; ver también lo que dice Salazar y Castro sobre el valor de la sangre antigua y noble, en García Hernán, 1992, pp. 80-81. 50 Domínguez Ortiz, 1992, I, p. 312. 51 Para justificar la superioridad de la nobleza antigua sobre la de reciente adquisición, hay autores que, incluso, echan mano de explicaciones como las de Juan 49

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Entre los defensores de los derechos de la herencia cabe citar a Baños de Velasco que mantiene la supremacía de la aristocracia de sangre en dos principios: que el recuerdo de la virtud renueva el mérito en los descendientes de aquellos que la poseyeron en alto grado, y que esa virtud puede heredarse: «A los realces de la virtud se les sigue la duración eterna del mérito, para ser respetados los hijos por lo que infatigables merecieron sus predecesores.Y luego añade: Arráigase profunda la virtud y a los renuevos que brotaren se les debe, como a ramas de este feliz tronco, la estimación plausible y la dignidad preeminente»52. En el teatro sangre y nobleza solían identificarse. Es la sangre, por ejemplo, la que les sirve a los segundones para reivindicar la misma nobleza, el mismo valor y la misma honra que la del primogénito: ... Pero fuiste el postrero aunque primero en hacienda que no porque me ganaste la mano en nacer llevaste el valor con que me quedo, que yo, Sancho, la honra heredo si tú la hacienda heredaste. Nuestro padre es noble y rico, y de su hacienda y valor dos mayorazgos publico: de la honra es el mayor y de la hacienda el más chico. (CabSNo, vv. 34-45)

Y más adelante, dirigiéndose al padre, proclama: Que de tu valor nací tan honrado, aunque segundo; y no es justo que mi hermano... me llame infame y villano. (CabSNo, vv. 74-79)

Pablo Rizo, quien encuentra en la comida la causa de tal superioridad: en García Hernán, 1992, pp. 87-88.Ver también Zárate, 1939, pp. 189-190. 52 En Maravall, 1997, p. 353.

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para luego insistir: Y, como no estimo aqueso, por más rico le confieso, no por más noble o mejor. (CabSNo, vv. 100-102)

Pese a todo, el hermano menor debe estar en todo sujeto al primogénito: RAMIRO

Si en todo sois inferior al mayorazgo, ¿no es llano que cualquier menor hermano tiene de estarle sujeto y tratarle con respeto? (CabSNo, vv. 89-93) Don Sancho es de mi valor, de mi hacienda, el sucesor; y pues me ha de suceder le tienes de obedecer como a tu hermano mayor. (CabSNo, vv. 132-136)

Tras esta reivindicación de los segundones por igualarse con los herederos subyace la frustración de unos hijos que sufren la segundogenitura como una desgracia, como reconocen algunos de ellos: «Hijo segundo soy, aun es mi vida / en extremo notable desdichada»53, o «Yo soy segundo en mi casa / y tan pobre caballero / que, en vano de España espero / más favor»54. A lo que responde el criado burlón: Anduvo escasa contigo, que yo también soy de mi casa el noveno (AmInM, vv. 154-156)

53 54

PrósBC, vv. 9-10. AmInM, vv. 151-154.

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En otra comedia declara don Garcerán la situación en la que quedan los hijos segundos: Segundo fui de mi casa, y como el amor heredan los segundos de los padres, y los mayores la hacienda, mientras que vivieron fui el alivio de sus penas. (FénSal, vv. 845-850)

Pero, en algunas ocasiones, incluso pueden perder el apoyo de la familia si no se guían por las normas establecidas, con lo que su desdicha aumenta a la par que su pobreza. Esa situación de desventura económica les lleva a buscarse la vida en la milicia, en la carrera eclesiástica, o bien tratando de concertar un ventajoso matrimonio con alguna dama noble, que le proporcionará cierto bienestar económico. Es lo que pretende el noble Enrique (AmInM), que viaja hasta Sicilia con la aspiración de encontrar allí más suerte que en su país, pretendiendo a la duquesa Serafina; asimismo don Fadrique de Aragón, (GalVDi), «medio español, medio napolitano», también desea pretender el estado de la duquesa de Mantua. Muchos eran los segundogénitos que se dirigían a la corte en busca de algún oficio y cargo. Para la nobleza la corte aparecía como un destino atractivo, pero a la vez inseguro, por cuanto se convirtió en un territorio en el que las virtudes tradicionales predicadas por los moralistas tenían poco eficacia; y porque fue un espacio apto para la intriga y las relaciones sutiles, lo que suponía para el noble la exigencia de una formación y unas aptitudes que lo capacitasen para salir airoso. La educación en la corte permitía al joven granjearse la privanza del rey y entrar en la esfera de su gracia, además de convertirse en el lugar primordial de sociabilidad nobiliaria. Algunos llevaban como aval su sangre noble y la garantía de la fama, del valor y de los honores conseguidos por sus progenitores: ...Gentilhombre de cámara al principio fue de Su Majestad, y mayordomo de la casa después, y en la conquista de Cerdeña sirvió como se sabe [...]

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Y yo, como le imito en los deseos de servir a su rey, vengo a servirte en la paz y en la guerra como debo. Y ansí a Tu majestad cesárea pido humildemente que me ocupe en algo en que manifestar mi pecho hidalgo. (PrósBC, vv. 275 y ss.)

Otros, por su parte, aprovechando la formación de sus estudios, tenían la posibilidad de intentar ocupar un puesto decente en la administración, y ganarse la honra y fama que la primogenitura les ha vedado55: D. GARCERÁN

Quisieron que prosiguiese en la ocupación primera; que acabase mis estudios, cosa para mí bien recia; que, graduado, podría, con mi calidad y letras, su majestad ocuparme en una de sus audiencias. (FénSal, vv. 881-888)

Tradicionalmente, la nobleza había gozado del privilegio de ocupar los puestos públicos, gracias a su condición aristocrática; en consecuencia, pudo beneficiarse del prestigio y honor que suponía servir a la persona del rey. Pero, con la entrada de la Edad Moderna, el papel del monarca y de los nobles cambió: la función guerrera es sustituida por la del despacho y los servicios que requiere ahora el monarca deben acomodarse a la nueva situación56. Si los nobles querían seguir manteniendo aquellos privilegios debían acomodarse a las nuevas circunstancias, porque, como alentaba Luisa de Padilla, el noble de-

55

De cómo era la vida de los estudiantes universitarios se ha ocupado Torremocha Hernández, 1991. 56 Maravall (1989, pp. 172-250) ha puesto de manifiesto esa transformación estructural de la nobleza, que se convierte, durante los reinados de Felipe III y Felipe IV, en una clase dominante y «dirigente» en la Monarquía, en una élite de poder que se introduce en el marco del Estado y desarrolla una política de dominación sobre el mismo.

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bía adquirir una nueva formación e instruirse, de modo que su esfuerzo y preparación los mantuviese como cuerpo privilegiado en los lugares que por nobleza y tradición le correspondían: «Inclínese el noble a la sabiduría, que como dice Séneca, sólo es libre el sabio de las leyes humanas, porque las guarda sin repugnancia...»; «sólo un bien hay en el mundo, que es saber, y un mal, que es ser ignorantes»57. Estos deseos de formación y reconversión de la nobleza tenían como objetivo evitar que los nobles fueran suplantados en las tareas de gobierno y en el servicio al rey, conscientes como eran de que la cuestión de hidalguía pasaba a un segundo plano, y sabedores también de que era en los oficios donde ahora podían entrar a formar parte del juego de las relaciones de poder, como lo estaban haciendo los letrados58. Las categorías de noble y de letrado no son ahora excluyentes y buena parte de la nobleza se educa en los colegios mayores con el fin de ir ocupando cargos en la administración civil del Estado. Los grandes y títulos dirigieron sus esfuerzos a la alta política de la corte y a ejercer su poder en los señoríos; la mediana y pequeña nobleza encontró en los municipios un campo lleno de posibilidades. Los consejos de Luisa de Padilla van en este sentido y están dirigidos principalmente, aunque no de forma exclusiva, a los segundones que no poseían un sitio en la república, y de cuya irresponsabilidad se lamentaba la escritora: Pero porque a todas las ocupaciones útiles, excede el ejercicio de las letras, se lamentan justamente la Nobleza, y Sabiduría, viendo a sus hijos tan olvidados de él, que aun los segundones y últimos las desestiman no por seguir la milicia, sino la flojedad; con que quedan las mitras, dignidades y Consejos de los reyes (por no hallarlos a ellos capaces) en sujetos, que siéndoles muy inferiores vienen a faltar a su respeto... y es gran lástima, que apenas se hallen en las casas de los señores libros, que no sean más para enseñar vicios, que para aprender sabiduría y virtudes59.

57

En Cárceles, 1989, p. 74. Los trabajos de Fayard (1979) y de Pelorson (1980) han podido establecer el número de letrados que participaron en el gobierno; una buena parte de ellos era de linaje noble que había pasado por los grandes colegios. 59 En Cárceles, 1989, p. 78. 58

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Términos similares se leen en un documento en el que se pone de relieve la importancia de la educación de los nobles: Las repúblicas bien gobernadas han librado la mayor parte de su felicidad en la buena educación de su juventud, y aunque interesa mucho que se extienda a la gente común, mucho más importa que no les falte a los hijos de los príncipes y gente noble, porque es la parte más principal de la república; la cual, con sus buenas o malas costumbres, lleva tras sí todo lo demás, y porque con el tiempo viene a parar el gobierno y administración del reino. [...] Y así como es necesaria su buena educación, suele ser la que menos se practica, porque sus padres no cuidan ni desean más que de que vivan, para que lleven además la antigüedad de sus familias, y libren buena parte de su conservación en no ejercitarles en el estudio ni en otra ocupación que le cause pena y fastidio [...] por no ser señores [los segundones] de sus casas, han menester valerse de las letras para comer60.

Esa preocupación por la educación de los jóvenes miembros de la aristocracia dio lugar a la proliferación de manuscritos, de circulación más o menos restringida, en los que se indicaban las normas de comportamiento que había que seguir, al mismo tiempo que avisaban de los peligros que se podían encontrar en la corte61. Fue también obsesión del Conde Duque, para quien la falta de una formación suficiente era la culpable de la escasez de hombres preparados para ejercer los cargos públicos. «Lo que me da cuidado, escribió en 1638, es ver pocas cabezas, y las que hay no como yo quisiera ni la necesidad pide»62. Este afán del valido por llevar a cabo una reforma educativa fue compartido por otros muchos; ya antes que él, Sancho de Lodoño, el Coronel Cristóbal de Lechuga, el Licenciado Fernando de Contreras, Presidente del Consejo Real, que en 1623 diseñó un plan de estudios para el Cardenal Infante, de quien fue capellán el propio Mira de Amescua, o el maestro Pedro López de Montoya, habían propuesto planes para la educación de la nobleza española. Una nobleza que, a comienzos del siglo XVII, aunque orgullosa de su tradición guerrera, se afanó entusiasmada por las letras como lo demuestra el hecho de 60 «Por los Estudios Reales que el Rey Ntro. Sr. ha fundado en el colegio imperial de la Compañía de Jesús de Madrid...», en Domínguez Ortiz, 1973, p. 163. 61 Ver, por ejemplo, Laspéras, 1995. 62 Ver Kagan, 1990.

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que crearan grandes bibliotecas privadas (como la del Marqués de Tarifa), patrocinaran academias literarias (como la academia toledana que se reunía en el palacio de los condes de Fuensalida, la fundada por el conde Lemos en Nápoles, o la de los Granada Venegas en la capital granadina, a la que asistían entre otros Barahona de Soto y Hernando de Acuña, y que se prolongó durante el XVII con el nombre de Academia de Santiago, en la que tomó parte Pedro de Espinosa), reunieran estupendas colecciones de pintura (recuérdese, por ejemplo, el afán coleccionista del duque de Lerma63), escultura y las antigüedades, o apadrinaran a los literatos y artistas. La consecuencia más clara que se deriva de los argumentos arriba citados es que «la condición de noble por sí misma no legitima para acceder a los puestos y oficios. El noble necesita hacerse acreedor de ellos si quiere participar en el entramado de la polisinodia»64. Por tanto, al noble, y sobre todo a los segundones, ya no les basta con formar parte de un estamento privilegiado, sino que se codicia el oficio, otorgado mediante premio, para poder seguir formando parte de los grupos de poder tal como se configura en la Castilla del Seiscientos. La comedia no es ajena a todo este entramado. En ella encontramos personajes que acuden a la corte en busca de beneficio, deseosos de servir, porque saben que es en palacio donde se hace la política y donde se puede alcanzar un puesto de privilegio para asesorar al príncipe, como refiere don Lope: Vengo a la corte de Aragón famosa, con ánimo de que el rey me vea en alguna ocasión, y fama cobre; que quien al rey no sirve, muere pobre. Hijo segundo soy, aun es mi vida

63

Sarah Schroth lo llama «el primer coleccionista aristocrático a gran escala de España», en Levy Peck, 1999. 64 Beatriz Cárceles (1989, pp. 71-93) comenta cómo el oficio se convirtió en la llave que daba entrada a los distintos círculos de poder, tanto en la corte como en los pueblos y ciudades; por eso la nobleza tradicional, sin abandonar su carácter corporativo, tuvo que transformarse para dar respuesta a otros valores que ahora exigía el servicio al soberano. Pero no fue sólo la nobleza la que fue realizando un paulatino acercamiento a las letras y los oficios de letrado, sino también los medianos y los conversos, con lo que se desmitifican los valores de linaje y de sangre para dar paso a los valores de formación y estudio.

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en extremo notable desdichada. [...] Estas desdichas resistir pretendo en la corte del Rey don Pedro IV (PrósBC, vv. 5 y ss.)

Y como va a repetir más adelante su amigo Bernardo de Cabrera: Yo soy un catalán65, que, deseoso, [de] que Tu Majestad servir le mande en alguna ocasión, aquí he venido [...] ...Pienso que ya Tu majestad tiene noticia de los muchos servicios que mi padre al rey, que en gloria esté, hizo... Y suplico a Tu Cesárea Majestad nos honre en servirse de mí, si le parece que mi intención y sangre lo merecen. (PrósBC, vv. 308-320)

La corte resultaba extraña e ingrata para los no iniciados.Y junto a la literatura de aprendizaje, existió otra que avisaba a los inexpertos de lo que allí se podían encontrar y les prevenían contra los desengaños. Novatos eran estos segundones, de escasos recursos económicos, a los que los criados llaman «pelones»66, porque cuando iban a la corte eran pasto de fulleros y meretrices. En ese río revuelto, sólo medraba el criado avispado que hacía de ostentoso lacayo cobrando el «barato» de las aventurillas de sus amos: ROBERTO LÁZARO

Estos dos pelones sirvientes van a buscar. Y parecen novatones. Yo me quiero acomodar.

65 Para el caso de la nobleza catalana, ver Domínguez Ortiz, 1992, I, p. 307. También, Belenguer Cebriá, 1986, pp. 19-20. 66 Aunque el DRAE, en su cuarta acepción, dice de este término: «Fig. y fam. que tiene muy escasos recursos económicos», en el de Autoridades se habla de pelones refiriéndose a los hijos segundones de los caballeros principales.

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porque un hidalgo de aldea viendo esta corte se admira, gasta largo y se pasea... Y sólo medra el criado que le fue su lacaíyo y en el amor le ha guiado. (PrósBC, vv. 129-147)

La sangre sirve también de argumento para destacar la ascendencia de la casa familiar, la grandeza de la casta, a la que se suele entroncar con la misma estirpe real, siguiendo con la tradición de que el concepto de noble va unido al concepto de realeza. Así tenemos, por ejemplo, cómo la joven doña Inés comparece ante la noble Isabel con esta carta de presentación: Soy de don Carlos hermana cuya estirpe soberana debo a la casa real. (LoQPSo, vv. 30-32)

La calidad de esta clase no permite, pues, que los comportamientos de sus miembros no se ajusten a lo que su abolengo demanda; por eso la reina amonesta a una joven por hacer públicos sus amores, acción que no corresponde a una dama de alta alcurnia emparentada con la realeza: ¿Son propias acciones esas de quien la sangre ha heredado de reyes, que han coronado sus escudos de leones? (NoHDiD, p. 45c)

El mismo sentido encontramos en las palabras de la doncella Elena a su prima Porcia, que se había enamorado de un vasallo empobrecido; la joven entiende que Sangre de un rey procedida, ¿ha de comprar ser querida? Dime, Porcia, dime, ¿cuándo has visto ilustre mujer

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con ese cuidado vil? ¿De qué romana gentil se oyó tal? [...] Tu hermosura y calidad, fuerza es que causen cuidados a Príncipes con estados, con riqueza y majestad. (CautCC, vv.1484-1490, 1499-1502)

Y así presenta la duquesa Serafina a su pretendiente: Don Enrique de Aragón, en cuyo noble apellido se conoce que sus reyes dan a su casa principio. (AmInM, vv. 439-442)

Uno de los padrinos del bautizo del príncipe don Enrique comparece como D. Alonso Enríquez... ... sangre antigua del mismo rey, gran señor y Almirante de Castilla. (AdvAL, p. 286b)

En definitiva, la genealogía como medio básico de representación nobiliaria va ganando importancia en tanto que la sangre se convierte en factor primordial de nobleza. El linaje, la vinculación a antepasados reales y legendarios, la apelación a arquetipos ideales se convirtió en la mejor y más eficaz carta de acreditación para demostrar la calidad propia y legitimar el presente de la casa nobiliaria67. Así, el hidalgo Porcelos, al comparecer ante el rey Orduño por el que ha tomado partido, dice

67 Sobre la casa de Los Silva dice Salazar y Castro que los que tienen por segura la opinión de que esta casa procede de los reyes de Albalonga y Silvios romanos reparan justamente en el grande esplendor que le dieron los muchos varones excelentes (en Carrasco Martínez, 2000, p. 190).

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Don Diego Porcelos soy, un hidalgo de Castilla, que a tu servicio real viene ofreciendo la vida... Este nombre, este apellido, de española sangre antigua. (NoHDiD, vv. 200-10)

Los ejemplos aparecen por doquier; bástenos citar uno más en que un joven relata su rancio abolengo: Ya sabes que fue Tebandro, de quien soy yo rama, tronco tan conocido en la Escitia... de lo ilustre de su sangre no hago mención, pues tú propio sabes mejor lo que digo que yo que estos ecos formo. (MesCie, vv. 545-552)

La nobleza del linaje tiene su continuación en los descendientes, que no sólo heredan la sangre sino también el esplendor de los hechos, inherentes a su propia condición, que se convierten en garantía de la nobleza de los hijos. De esta manera la nobleza entendía su pasado como la narración de las hazañas gloriosas de los antepasados, con el objetivo de demostrar las virtudes que corrían por la sangre del linaje. La hidalguía —dice Moreno Vargas— es nobleza que viene a los hombres por linaje. Y así dice Aristóteles que la nobleza es un honor que se hereda de los pasados, y una virtud del linaje adquirida y ganada con las propias obras, y por tanto es tenida en mucho, porque se presume que de los hombres de bien nacerán otros semejantes [...], de manera que vemos por experiencia que de padres buenos nacen buenos hijos, y así el hombre aprovecha la nobleza de sus antecesores...68 D. GARCÍA

68

que en mi nobleza resplandecen los hechos que heredé de mis mayores. (ObliCS, vv. 1651-1652)

En García Hernán, 1992, p. 80.

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D. FELIPE.

Basta si él lo afirma, su hijo soy, que su valor me abona y en su sangre y nobleza me confirma, la mía de su pecho la recibe. (AdúltV, vv. 292-295)

Los méritos reconocidos de los ascendientes legitiman el presente y dan renombre a la casa familiar; y aunque alguno de sus miembros haya renegado de ella, siempre queda el esplendor del apellido que lustra y dignifica al que lo lleva: Sepa el mundo que noble Ramírez fui y que en la Corte nací del gran Felipe segundo. (MárMad, vv. 2732-2735)

Y otro joven caballero declara Altamirano es mi nombre y por aqueso alto miro.69 (CabSNo, vv.113-114)

Prácticamente todos los personajes nobles de la comedia suelen acudir a su genealogía por el extraordinario valor instrumental que posee: Ya sabes que de Borgoña, herencia y estado mío, vine a la corte de Francia [...] Que es de noble condición quien es de noble principio (PrimCF, vv. 720-723, 730-731)

Los linajes solían fijar en su imaginación alguna acción heroica protagonizada por un antecesor a la que se dotaba de un alto valor sim69

Para la genealogía de este apellido, ver Biedma Torrecillas, 1996, pp. 160161. En la misma comedia el rey llega a decir del caballero Diego Ordóñez de Lara que «vuestra nobleza es bien clara» (v. 971).

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bólico. De todos es conocido el sacrificio familiar de Guzmán el Bueno en la defensa de Tarifa, o la inmolación de Pedro González de Mendoza en la batalla de Aljubarrota. Quién sabe si aquel hecho no estuvo presente en la memoria de nuestro poeta, para honrar a la familia, cuando hace decir a Garcerán y tan principal señora que de Guzmán y Fonseca tenía la mejor sangre. (FénSal, vv. 957-959)

Y otra joven proclama Como yo, siendo española, Portocarrero y Guevara, y Estrella, que por lo clara de sangre, al sol arrebola. (NegrMA, vv. 2689-2692)

La sangre da tal lustre que ni la riqueza ni la belleza física la pueden borrar: URBINO

Si le da naturaleza ilustre sangre y nobleza, la parte mayor tendría; que lo noble y generoso da estimación y ventura, aunque no tenga hermosura y aunque le falte lo hermoso. (GalVDi, p. 31c)

Si a la nobleza de cuna se une la virtud y la belleza (según la fórmula nobilitas est virtus), el arquetipo ideal raya casi en la perfección: DUQUE

Señora es de un estado pobre, y corto; pero estando tan rica de virtudes, de sangre ilustre y de belleza rara, a la reina más alta se compara. (TerSMi, vv.149-152)

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Pero la defensa de la herencia de la sangre tiene también su contra: si con ella se hereda la nobleza de condición, también se heredan los vicios de los mayores, y de un padre de mala sangre sólo puede nacer otro hijo parecido; es lo que percibe el rey en su sobrino: REY

Los hijos de mi hermano toman armas contra mí... La crueldad de su padre han heredado. (AmInM, vv. 2281-2282, 2286)

Es conocido en la historia de la literatura la figura de Galalón (o Ganelón) por ser uno de los mayores traidores, personaje repugnante y dechado de todos los defectos70. Su hijo no podía ser menos: ALMIRANTE

Mucho lo estimáis; no fío en hijos de Galalón... (CarbFra, vv. 232-234)

REINA

Tú, traidor, mas ¿qué ha de ser un hijo de Galalón? (CarbFra, vv. 483-484)

En fin, la sangre del noble es también un imán que atrae la atención de las damas; así, la vieja Dorotea confiesa sentirse atraída por el joven Lope: Su padre aquí me sirvió siendo de la reina dama, y ansí la sangre71 me llama, después que en Güesca me vio (PrósBC, vv. 475-478)

70 Así se presenta, al menos en la concepción más popular. En cambio, como personaje del Cantar francés es hombre de gran prestancia física, gallardo, elegante, sentimental y tierno. Pero ofendido por los insultos de Roldán se propone vengarse, y es este afán de venganza y el odio a su hijastro los que lo llevan a la traición. 71 Aquí la palabra sangre podría tener un doble sentido y referirse no sólo al linaje de la familia de don Lope, sino también a la atracción que ejerce sobre ella el joven, que le hace hervir la sangre.

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De igual modo, el origen nobiliario es un estímulo para el individuo que se ve en la obligación de cumplir con el código social impuesto, aunque en su intimidad pudiera existir cierta resistencia: FERNANDO

Ya me alienta la esperanza de ver cobrado mi honor. Noble soy; denme valor el agravio y la venganza. (MárMad, vv. 872-875)

La nobleza es también un aval cuando se promete algo, una garantía del ser social del que se forma parte. En ella se funda don García, para agradecer y recompensar a su criado por la ayuda concedida: «...yo te ofrezco / mi palabra por quien soy»72, expresión esta última que sólo alcanza su pleno valor y puede ser entendida dentro de una ordenación estamental como es la del siglo XVII. En la comedia de Mira, AmInM, cuya acción transcurre en Sicilia, encontramos el ejemplo de la infanta Matilde que, educada por su padre como varón, ocultando su sexo por temor a perder la corona, ya que la ley Sálica —vigente todavía allí— negaba a las mujeres el derecho a heredar el trono, acepta libre y responsablemente continuar ocultando su identidad, atendiendo así a la cuestión política por encima de una fidelidad a la conciencia íntima. Sólo el acatamiento a las obligaciones de su puesto que conlleva el pertenecer a una sociedad aristocrática le hace a la persona sentirse realizada. Su legítimo ser de mujer noble está en su ser social, al que debe guardar fidelidad, y no en su singularidad como sujeto individual. Esto dio lugar a la fórmula del «soy quien soy» con la que se afirma la posesión de una calidad y de un poder sociales. El «soy quien soy» obliga a un determinado comportamiento social, a una exigencia de actuar de cierto modo, según le corresponde. Nos encontramos «con una fórmula que resume el principio fundamental de 72 ObliCS, vv. 1266-1267. También en LoQNCa, v. 1331, y en ConfHu, vv. 1169. En NoHayR, la reina heredera Margarita, en la confusión que se engendra en palacio por su fingimiento de estar loca ya que su tío quiere usurparle el poder, y estando enamorada del rey de Nápoles a quien ordena prisión por hacerse pasar por el marqués de Pescara, apela a su calidad de quien es para no escapar si se le otorga la facultad de andar libre por palacio (vv. 873-876); en tono irónico y burlesco, el criado también jura por lo mismo a su amada, la criada de Margarita (v. 1617-1620).

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la moral social postulada por la comedia: el reconocimiento y aceptación del encuadramiento en el orden estamental de cada uno, asumiendo los modos de comportamiento que de ello se derivan»73. La comedia presenta, pues, una propuesta idealista sobre lo que la realidad es; los personajes representan el prototipo de una clase social más que caracteres específicos únicos. Pero, si con la sangre se afirma la posesión de una calidad, esta misma nobleza se ve doblemente agravada si no se actúa según lo exige la cultura nobiliaria, es decir, según el sistema de valores, actitudes y normas de conducta asociados a ese estilo de vida. Por eso, la maldad de la reina Teodora se acrecienta por el hecho mismo de ser reina, convirtiéndose en testimonio de mujer sin piedad que abusa de su poder; la nobleza de su cuna convierte su falta en más grave todavía. Obstinada, pierde el sentido de su ser social y reivindica su calidad de mujer, no de reina, para vengar agravios particulares: «Mujer soy: piedad no tengo»74, pero no puede olvidarse de la condición que ostenta para sentir que su culpa se agranda. De todas formas, con estos ejemplos de comportamientos individuales lo que se hace es separarlos de los valores generales, con lo que el discurso sobre la preeminencia de la aristocracia no queda empañado, antes al contrario, refuerza la tesis principal de que nobleza es virtud. Porque el ser noble, a pesar de constituir un sistema de ritos y conductas externas, es una cualidad del alma y de la sangre que no la empaña la pobreza o el estado de infortunio en que se haya caído por alguna circunstancia75: RICARDO

73

Invicto Conde, poner en vuestras manos mi nobleza: defensa pido de mi honor, que adonde guarda esta joya mujeril belleza pocas veces honrosa corresponde, y más habiendo con honor pobreza;

Maravall, 1990, p. 64. EjMayD, v. 512 75 «Es pobre, aunque es / de ilustre genealogía» (GalVDi p. 28b). Referencias también a este estado en p. 31a. Otro tanto podría decirse del soldado Federico (AmpHo) que, aunque pobre, siente como noble. 74

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ésta, señor, me tiene deslucido, poniendo en tronco noble eterno olvido. (NardAB, p. 2a)

El joven Luis, hijo de Carlomagno y de Sevilla, nacido y criado fuera de palacio, es otro ejemplo, que adelantamos, de cómo la nobleza imprime carácter, cómo la fuerza de la sangre hace actuar y comportarse de una manera determinada, aun desconociendo su origen. Se nos presenta como un carbonero que sabe «leer y escribir», rasgo distintivo de los nobles; es experto en el arte de cetrería y maneja con habilidad el arco, cualidades estas que no corresponden a un villano, sino que forman parte de la vida y del ser noble; por eso el emperador no puede por menos que exclamar: «El rapaz es extremado; / infeliz al nacer fue»76. La naturaleza (es decir, la sangre) ha dotado al muchacho de las virtudes propias de su clase (aunque él no lo sepa); por eso es capaz de tener altas miras: LUIS CARLOMAGNO LUIS

Pues aquí donde me ve soy también enamorado. ¿Hay carboneras hermosas? ¿Carboneras? Bueno es eso para mi humor... Pues, no pretendiendo más, amar a mis solas puedo una condesa, sin miedo de que se enfade jamás. (CarbFra, vv. 1318-1331)

Con estos ejemplos, Mira nos permite sacar una primera impresión: la sangre clara, antigua e ilustre se funda en la nobleza de los mayores; una aristocracia que tiene conciencia de pertenecer a una colectividad vieja y heroica en la que algunos pudieron sobresalir en el pasado y ser tenidos como nobles gracias a sus méritos militares. Este primer apego de nuestro dramaturgo a destacar el valor de la sangre que se hereda de los mayores podría tener algo que ver con su propia biografía personal. Gonzalo Argote de Molina inicia precisamente el recorrido en Andalucía del linaje de los Amescua con Pero Díaz de Navarrete, que fue «muy privado del Condestable D. Ruy López

76

CarbFra, vv. 1316-1317.

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de Dávalos y fue Lugarteniente de Adelantado de la frontera»77, personaje histórico que, como sabemos, fue recuperado para el teatro en las dos obras que Mira dedicó a don Álvaro de Luna. Roberto Castilla, que se ha dedicado a investigar la biografía del guadijeño, presenta un documento en el que un testigo, ante las preguntas para las pruebas de limpieza de sangre efectuadas al dramaturgo en 1609, refiere que el dicho Antonio de Mira, abuelo paterno del dicho doctor Mira, fue hijo de Juan de Mira, uno de los dichos caballeros continuos de los dichos repobladores; y la dicha Luisa de Amescua, agüela del dicho doctor Mira, hija de Melchor de Mescua que fue uno de los doscientos caballeros continuos de los ganadores de esta dicha ciudad de Guadix78.

¿Había oído hablar el doctor Mira de sus antepasados? En caso afirmativo, ¿constituirían estos textos una prueba de reivindicación del valor y virtud de sus mayores que vendrían a resarcir de algún modo el daño moral sufrido por su condición de hijo «natural»? ¿No estuvo tentado nunca a limpiar esta mancha que pesaba sobre él de forma que reconociendo la importancia de las familias antiguas de alguna manera reconocía también que él procedía de una línea cuyos antecesores se destacaron por su valor en la guerra? Baste recordar que su abuelo materno, capitán y alcaide del castillo de Salobreña «murió a manos de los moros en defensa de la santa fe católica y de la gente de esta villa»79, según confiesa una testigo en el expediente de limpieza de 1631. Pero la nobleza de sangre sufrió ataques desde diversos frentes: de escritores ascéticos80, de algunos escritores cuyos pensamientos antilinajistas se infieren en algunos de sus tratados de carácter más o menos filosófico, como el libro del benedictino fr. Benito de Peñalosa81, y ataques de los poetas y comediógrafos del siglo XVII82. A los citados 77

Argote de Molina, 1991, p. 650. Castilla Pérez, 1998a, p. 11. 79 Castilla Pérez, 1998a, p. 12.Ver también Sanz, 1914, p. 570. 80 Fray Diego de Estella es el típico representante de esta corriente que, frente a la ociosidad pecadora de los nobles, resalta los méritos de los pobres. Ver Chauchadis, 1984. cap. IV, punto 2, «Le debat sur l’honneur de la noblesse», pp. 115 y ss. y Herrero García, 1927, p. 42. 81 Ver Herrero García, 1927, p. 45. 82 Ejemplos de esta actitud se pueden encontrar en Ruiz de Alarcón (La cueva de Salamanca, Los empeños de un engaño),Antonio de Solís (La gitanilla de Madrid), 78

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se pueden añadir otros muchos nombres83 entre los que destacamos a Antonio de Torquemada, cuya ideología antinobiliaria ha sido fuertemente discutida; pero, según Lina Rodríguez Cacho, el autor no plantea en términos absolutos la elección virtud o herencia, sino que entra a formar parte de un planteamiento ético estereotipado que relativiza el valor de la honra heredada; su discurso se acomoda a las convenciones literarias presentes en otros textos humanistas84. Maravall interpreta que la discusión sobre el papel de la sangre en los autores del XVI, especialmente en Torquemada, es una maniobra de la propia nobleza para revitalizar su posición en el sistema. Para él, todos los textos literarios que, desde La Celestina al Guzmán de Alfarache, defienden el valor de lo adquirido sobre lo heredado, no suponen una negación del sistema nobiliario, aunque se exprese en ellos una carga de protesta. «La sangre cuenta como vehículo transmisor de una pretendida superioridad de virtudes», entendiendo el término «virtud» en sentido social, de reputación mantenida ante los demás85. Chauchadis86, por su parte, partiendo de la idea de la preeminencia de la nobleza, tal como la presenta la Summa Nobilitatis de Juan d’Arce Otalora (cuyo pensamiento se considera representativo de una corriente ideológica que marca fuertemente a los moralistas de la época), señala que tal superioridad nace de la convicción de que la virtud se hereda de los mayores por la sangre y, consecuentemente, de la oposición a los nuevos ricos que amenazan el honor de la auténtica nobleza, de forma que la claridad de la sangre del noble establece su superioridad sobre la sangre oscura y espesa de los plebeyos87. De otro lado, el propósito reformador de los discursos ascéticos, siempre desLope (El desdichado por la honra, donde contrapone aquí la nobleza de cuna a las nobles acciones),Vélez de Guevara (Reinar después de morir), Salas Barbadillo, Matos Fragoso, Quevedo (Las zahurdas de Plutón). Otros ejemplos, como los de fray Antonio Guzmán, Mariana, o Juan Cortés Osorio, en Domínguez Ortiz, 1992, p. 321. 83 Por ejemplo, Juan Páramo y Pardo (El cortesano del cielo) o Jerónimo Carranza (Libro de Hierónimo de Carrança), en Carrasco Martínez, 2000, pp. 126 y 127. 84 Otros ejemplos de autores defensores y detractores de las tesis propuestas, en Rodríguez Cacho, 1989, especialmente el punto 4 del capítulo V. 85 Maravall, 1989, pp. 44 y 54. 86 Chauchadis, 1984, especialmente los epígrafes 1 y 2 del capítulo IV, pp. 111125. 87 Chauchadis, 1984, p. 113.

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de el propio sistema ideológico, trata de indicar de qué modo los nobles pueden conservar su superioridad en la sociedad, advirtiéndoles sobre los abusos que ponen en peligro la supremacía de su estado. La crítica social se propone, pues, poner en guardia a aquellos que únicamente basan su nobleza en una honra de simples apariencias88. Finalmente constata Chauchadis que los ataques de los moralistas se dirigen contra el orgullo de los nobles que se vanaglorian de la sangre y honra recibidos de sus antepasados, de aquellos que se precian de descender del Cid o de los godos, y no tienen en cuenta que todos los hombres tienen el mismo origen. Este argumento tiene dos usos, según los autores: uno ascético y otro político; tras insistir en las razones de unos y otros, concluye Chauchadis que toda crítica a la nobleza está hecha con una perspectiva aristocrática; dilucidar si el linaje está por encima de la virtud o al contrario, es, en definitiva, un debate cortés89. Asimismo, el humanista sevillano Pedro Mexía defiende la idea de que la nobleza adquirida por méritos personales es superior a la nobleza heredada de los antecesores. Si bien admite que los de noble linaje reciben de los padres la nobleza y la virtud y por eso son notables hombres, sin embargo, no es regla inquebrantable, pues de gente noble salieron hijos viciosos.Y los que proceden de padres pobres deben esforzarse por ser nobles y virtuosos, «porque los más linages que ay oy, que son tenidos por muy nobles y antiguos, sus principios fueron de hombres que hizieron tales actos de virtud y fortaleza, que ganaron por sí claro renombre y hizieron que sus descendientes fuessen llamados generosos y hidalgos»90. En pleno siglo XVII, Juan de Zabaleta, al distinguir entre la nobleza del alma y la nobleza de la sangre, en líneas generales se mostró más a favor de la primera: «Los desengañados dicen que la nobleza no se adquiere naciendo sino obrando. Si ellos entienden por nobleza las aplicaciones generosas de la virtud, dicen muy bien» porque «la virtud es atributo mejor que la nobleza de la sangre». «En sentido humano, virtud y nobleza son cosas muy distintas. Mucho más venerable cosa es la virtud que la nobleza». Y más adelante: «Muy digna es

88 89 90

Chauchadis, 1984, p. 117. Chauchadis, 1984, p. 121. Mexía, 1989, tomo I, pp. 770-780.

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en lo humano la nobleza de sangre, de grande estimación, pero el cielo no se gobierna por el suelo». El hombre ilustre «no se fíe de los méritos de la sangre, que allá se debe atender poco a ellos. El cariño del cielo se granjea a virtudes; con ellas se merece, con lo demás se envanece». «La nobleza que pasa al alma es la mejor nobleza; la que se queda en el cuerpo es nobleza escasa»91. También son conocidas las diatribas de Suárez de Figueroa contra la nobleza; para él «todos heredamos un ser y una calidad, todos procedemos de un Adán, formado no de barro para unos y para otros de plata»; ellos, los nobles, son fuente de males, y son considerados soberbios, golosos, sensuales; gente que se aprovecha de los pobres; iracundos, homicidas, desenfrenados, gozadores de los bienes de este mundo, dándoselos en herencia a otros como ellos, por lo que concluye que «sólo es noble el virtuoso, aunque haya nacido villano»92.Y un costumbrista moralizador como Francisco Santos advierte: el tener respeto y amor a la justicia la llaman los discretos cuartana de los nobles; y aunque en sangre no lo seas, has manifestado el serlo en el proceder, que es nobleza que granjea cada uno por sí, y no es la peor. Que lo adquirido más lauro merece que lo heredado, y no desmerece asiento entre los buenos en sangre el que lo es en costumbres y proceder93.

La posición del padre jesuita Pedro Rivadeneira, siguiendo un decreto del Concilio de Trento que promovía el valor de las obras, se incluye en la que podría ser la opinión más generalizada de los españoles, que sin llegar a demoler los méritos adquiridos por la herencia, antepone los alcanzados por las obras, porque es justo

91

Zabaleta, 1993, pp. 263-272.Varias veces censuró Zabaleta a los que presumían que su linaje les bastaba para asegurar su salvación, porque la nobleza no es garantía para la otra vida. Pero en el Error XXVI (pp. 133-138) Zabaleta censura a Bión por sus orígenes humildes, defendiendo la superioridad de los que nacen nobles. Se trata de una discrepancia que muestra que el autor, a pesar de mostrarse partidario de la virtud por encima del linaje, no pudo superar los prejuicios propios de su época. 92 Suárez de Figueroa, El pasagero, pp. 286-289, 484, en Domínguez Ortiz, 1992, pp. 320-321. 93 Francisco Santos, Día y noche de Madrid, discursos de lo más notable que en él pasa, p. 396.

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que los servicios propios y personales sean preferidos y remunerados más que los que heredamos de nuestros padres, porque, aunque por ser suyos sean nuestros, no lo son tan propiamente como los que nosotros hacemos por nuestras manos; pues, como se dice, cada uno es hijo de sus obras.

Incluso llega a plantear un caso extremo: honrar al caballero y generoso sólo porque sus antepasados fueron valerosos y con sus virtudes y hazañas fundaron la nobleza de su casa, siendo él vicioso e hijo indigno de tales padres, es deshonrar la virtud y afrentar a los mismos padres, que se preciaron de ella y por ella fueron tan honrados y estimados94.

No es ajeno Mira a esta polémica y muy posiblemente no ande muy alejado de aquellos que veían en la virtud otro medio de conseguir, mediante el esfuerzo y valor, la condición de noble, pero sin desdecir la calidad de la herencia, pues la nobleza de los hechos también se hereda de los mayores: GONZALO

como él soy Altamirano, como Altamirano espero al valor por quien suspiro, que es lo que ennoblece a un hombre. Altamirano es mi nombre y por aqueso alto miro; y así el valor me destierra donde con hartas ventajas le ganaré por la guerra. (CabSNo, vv. 109-117)

Por su parte, un príncipe bastardo, habiéndosele negado la calidad de su sangre, reivindica la nobleza nacida de sus propios méritos: Seas mi padre o no lo seas, valor por mi mismo tengo. De los buenos pensamientos las honras del mundo vienen, porque los hombres no tienen culpas de sus nacimientos. 94

Pedro de Rivadeneira, Tratado de la religión, pp. 528 y 529.

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Todos tenemos dos madres, la propia y la naturaleza y no es igual la nobleza, porque no escogemos padres; mas igual la sangre fuera si el padre no diera el ser, que a poderse el hombre hacer perfectamente se hiciera. Y pues infelice fui que tal mi padre me dijo, digo que no soy su hijo, que de mí mismo nací. (PrimCF, vv. 2496-2513)

Por otra parte, Mira une la nobleza al sentimiento de ser cristiano, una vertiente importantísima para comprender el mundo de la nobleza. El gran noble, sobre todo, entendió la importancia de las prácticas religiosas y de piedad para una política favorable de consideración y prestigio social. De ahí que el viejo Álvaro Ramírez se lamente de que un «hijo de padres cristianos / ha dado en tan ciego abismo» y no entienda que un descendiente suyo haya podido renegar de la fe cristiana. Por eso él proclama su nobleza y su cristianismo como dos elementos indisociables: «cristiano y noble nací».Y cuando el hijo reconoce su locura de haberse apartado de la religión y haber abrazado la musulmana también afirma su cristianismo con la misma frase95.

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En relación con lo apuntado anteriormente, Mira admite también que la nobleza no la da sólo el linaje sino también las buenas obras reconocidas de los individuos96. Así lo proclama el mismo rey Alfonso 95 MárMad, vv. 2562 y 2802. Un caso de antinomia entre la moral caballeresca y la moral cristiana lo presenta Maravall (1989, p. 59), tomado de la comedia de Cubillo de Aragón, Las muñecas de Marcela, en que un padre reprocha a su hijo (que está enamorado de la hermana del presunto ofensor) no vengar el agravio cometido contra su hermana, excusándose en sus deberes como cristiano: aquel hubiera preferido ver a su hijo «menos cristiano, pero más honrado». 96 De la nobleza del alma y de las obras, habla Zabaleta (El día de fiesta por la mañana, pp. 172-173.Ya antes en el Libro del caballero Cifar, p. 267, se dice que la

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el Casto cuando en su coronación reconoce su legitimidad como heredero de reyes, pero al mismo tiempo declara su nobleza por los hechos, que son los que le darán honra y gloria: ALFONSO

Aunque hay hombres que son hechos nobles por naturaleza, libres de tributo y pechos, la verdadera nobleza se adquiere con nuestros hechos; tener la familia llena de nobles, nobleza es buena; mas ser solamente honrados con hechos de los pasados es buscar nobleza ajena. (DesgAl, vv. 91-100)

Esta es la idea, creemos, que cabe deducir de la acción que se origina en una de las comedias de Mira, a la que ya hemos aludido, cuando un desconocido se presenta en palacio, enterado de que la reina desea elegir consorte, y se sienta en el escaño de los nobles, reivindicando tal puesto gracias a sus propios méritos: CARLOS

No soy necio ni porfío; el lugar, que es noble es mío; si este es noble, aquí he de estar. Cualquier soldado adquirió nobleza y blasón honrado [...] Hijos de sus obras son los hombres más principales, y con ser mis obras tales hoy no quiero ese blasón. Hijo de mis pensamientos soy agora, y noble tanto, que hasta los cielos levanto máquinas sobre los vientos.

nobleza «es aquella que guarnece e orna el coraçón de buenas costumbres... Nin por el padre nin por la madre non es dicho noble el ome, mas por buena vida e buenas costumbres que aya...».Ver asimismo Ruiz de Alarcón (La verdad sospechosa, vv. 1396-1411).

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El valor nobles hace, y así, por examen, sobra mirar cómo el hombre obra y no mirar cómo nace. (PalConf, vv. 214-232)

Podríamos estar de acuerdo, en un principio, en admitir la inclinación de Mira a defender la ascensión social por merecimientos personales. Por eso, Carlos, el protagonista de esta comedia se ha elevado hasta la misma realeza, primero, por su currículum personal, por su valor y fama en la guerra. Pero también se ha elevado a esa posición por su arrogancia, por su empeño en obtener la mano de la reina y por el amor que ésta le profesa y sin cuyo concurso nada habría sido posible. Podríamos pensar que la obra presenta un estímulo a la concurrencia haciéndole ver que es posible acceder a los puestos de poder por merecimientos propios, gracias al esfuerzo personal, a los hechos heroicos, en definitiva, al comportamiento singular. Pero, siendo esto así, en el fondo, estamos ante una confirmación del sistema, porque, a la postre, ese caballero desconocido, resulta ser el hijo del rey Eduardo, al que había mandado arrojar al mar para que no se cumpliera el vaticinio de las estrellas de que sería un tirano97. Las actuaciones del nuevo monarca, favoreciendo al pueblo en perjuicio de la nobleza, no responden necesariamente a un espíritu democrático; son más bien un mecanismo teatral indispensable para que la reina y los nobles, ante los desafueros cometidos, intenten abortar lo que podría ser el acceso al poder de un villano digno por su valor y méritos. En definitiva, no es más que un modo de confirmar los privilegios de la nobleza: lo que externamente podría ser una justa reclamación de orden natural, se convierte en un juego teatral para atraer la atención de los espectadores que verían cómo alguien no noble aspira a igualarse con ellos. Y como el desconocido resulta ser hijo de rey, pues la cruz que lleva en el pecho lo confirma «por legítimo heredero / deste reino», quedan intactos los cimientos del poder absoluto del rey y de la sociedad estamental, confirmando y difundiendo, así, la obra los valores tradicionales y la idea de que el monarca siempre está por encima de la nobleza. 97

Las relaciones de esta obra con el mundo caballeresco han sido analizadas por Hernández González, 1996. Ver también Ojeda Calvo, 1996, vol. 1, pp. 473-483.

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Con ser esto así, creemos también que Mira, además de propagar y defender los valores de un estado monárquico-señorial, está arremetiendo contra todo impulso desmedido y tiránico del poder.Y este no es un caso aislado. Nuestro dramaturgo no aprueba de los príncipes ni de los nobles comportamientos en desacuerdo con su condición; pero siguen siendo casos individuales, nunca hay un ataque a la clase, lo cual tampoco era novedoso ni original en Mira, pues nadie, en teoría, por muy afecto que fuera al sistema estamental y monárquico, admitía la tiranía proveniente de los nobles. Por eso la nobleza se podría perder por malas obras: ALGUACIL

Don Pedro vive tan mal que es mengua llamarle hijo de un hombre tan principal. (MárMad, vv. 126-128)

Esta era la idea de la mayoría de los tratadistas y moralistas de la época que coincidía en señalar que la mala conducta de los nobles deshonra a los antepasados, de modo que para mantener la nobleza era necesario ejercitarse en la virtud, como cualidad que perfecciona los actos de quien la posee98. Fray Francisco Núñez, por ejemplo, censura duramente la conducta de aquellos nobles que, debiendo ser ejemplo y modelo para los demás, no lo son: Tiene Dios gran quexa de los ilustres y generosos, que siendo ellos los que devrían ser mejores, porque su sangre les incita y combida a lo ser, y que aviéndoles puesto en su república para que sean dechado en que mirándolo gente plebeya, procure imitar sus buenas y claras obras, les sean ocasión de que imiten sus vanidades y vicios99.

98 Para la cuestión de la virtud en la nobleza, sus cualidades específicas y el problema de delimitar lo nobiliario como algo concreto que relacionara la herencia con unos valores privativos, puede verse Carrasco Martínez, 1998. 99 En Chauchadis, 1984, p. 148.

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El caso de Carlos antes citado podría servirnos para comprobar cómo la nobleza (al menos en la conciencia del individuo) se podría alcanzar mediante hechos heroicos. La historia y el teatro, dice Herrero García, están llenos de ejemplos de guerreros que, desde los campos de batalla (Flandes, Italia, América) venían a la corte en busca de medro social. Aquellos que no podían conseguir la hidalguía por otros medios, se lanzaron a conquistarla con la espada, pues las interminables guerras de los siglos XVI y XVII dieron ocasión a no pocos de ennoblecer su apellido y su casa con sus proezas. Aseguraba Jerónimo Jiménez de Urrea que los héroes antiguos «siendo no más nobles que yo, subieron por la espada y fuerça de sus braços a grandes dignidades y honores» y lo corrobora Sancho de Londoño cuando escribe que las armas permiten «ganar libertad y nobleza»100. Los castellanos del XVI, llenos de ideales, estaban convencidos de que alistarse en la guerra, en una profesión tan distinguida, los posibilitaba a encumbrase, por muy humildes que fueran, a puestos de un nivel estamental superior, mediante el mérito de sus hazañas en los campos de batalla europeos. Bien es verdad que desde finales del XVI parece decaer este interés por la milicia; y ello estuvo condicionado por la actitud de la nobleza que empieza a desembarazarse de una actividad que había sido su razón de ser y que ahora toma como costumbre negarse a las llamadas del monarca, hecho que Suárez de Figueroa denuncia con acritud: «Si les tratan de servir a su rey con hacienda y persona, tuercen el rostro y estrechan el ánimo, alegando corta salud y largo empeño. O responde el que se precia de ser más adelantado no ser posible salir a la guerra sin plaza de general, por desdecir de quien es servir en puesto menor»101. Sobre este cambio de la función de los nobles hay testimonios reveladores que dan cuenta de lo difícil que era encontrar personas nobles y prestigiosas que pudieran encargarse del mando en la guerra de Flandes. El Consejo de Estado informa a Felipe III (15 de julio de 1600) que «siente mucho que aunque ha recorrido mucho la memoria de todas las que hay en España e Italia, no ha-

100 101

Puddu, 1984, pp. 151-152. Domínguez Ortiz, 1992, I, p. 320.

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lla ninguna en quien juntamente con la grandeza concurra la práctica y experiencia que se requiere para gobernar ejército». Y al hablar de los duques de Escalona, Infantado y Alba, se lamenta de que les falte «la experiencia de las cosas de la guerra que tanto importa para el fin que se pretende».Y en los Consejos de Estado de 5 y 26 de noviembre de 1602, vuelve a hablarse de la «gran falta que hay de soldados hombres principales y lo mucho que importa que los haya», lamentándose el Condestable de Castilla de «que no acuda a la infantería la gente noble como solía»102. Los nobles, titulados o no, preferían los placeres de la corte a las armas, pues sabían que disponían de otros medios (burocráticos, cortesanos, patrimoniales) para promocionarse sin tener que arriesgar su vida en los campos de batalla. Su antigua obligación militar, que legitimaba su función y estima, es reemplazada por una contribución económica103. Pero aquellos que se mostraban impacientes por adquirir carta de hidalguía, se lanzaban a la guerra en busca de honores. En la comedia del dramaturgo accitano desfilan constantemente soldados, capitanes y generales que han alcanzado o alcanzarán su mayor honor y prestigio en el frente. Con esta recurrencia a lo militar no parece sino que Mira estuviera cooperando en difundir entre sus coetáneos un principio que ya obsesionara a Olivares: el de restaurar el honor y el respeto a la milicia de modo que con él se fomentara entre los vasallos el servicio al rey. En efecto, soldados preeminentes como Sísara (ClavJa), Porcelos (NoHDiD), don Bernardo de Cabrera y don Lope, o Belisario (EjMayD), por citar tan sólo unos ejemplos, ganaron prestigio en los campos de batalla y fueron premiados generosamente por el rey, cuyas recompensas se concretaban en títulos y honores, como el de conde, REY PORCEL REY

102

Levanta esa espada, conde. ¿Quién ese nombre merece? Sólo el que a Marte parece y a su sangre corresponde.

Ver Maravall, 1989, p. 209. Sostiene Maravall (1989, pp. 38-39) que la pérdida de la eficacia militar se debe, entre otras razones, a que en la nueva forma de guerrear predomina el adiestramiento y la disciplina, o al hecho de que las condiciones individuales se diluyen por la masificación; asimismo la milicia ha perdido valor porque ahora par103

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Título es nuevo en España. Nuevo es también tu valor. (NoHDiD, p. 42, b)

juez, chanciller («Y tú don Diego, has de ser / el juez y chanciller / de mis reinos»104), el de consejero y marqués («Consejero / sois de mi reino, marqués»105), o el de mayordomo mayor y almirante. Estos títulos, obtenidos por el valor demostrado en los campos de batalla europeos, les reportaban también espléndidas rentas anuales, D. BERNARDO

REY

D. BERNARDO

REY D. BERNARDO REY

D. BERNARDO REY D. BERNARDO REY REY

A don Ramón de Moncada debes gran parte del fruto de esta guerra... ... Diez mil ducados de renta le doy al año, Y un hábito. Don Tiburcio valeroso catalán, apenas tuvo un segundo. De mi Cámara será. Su valor mostró don Nuño de Bolea... Una baronía le doy de mis juros. Y vos, gallardo Escipión, francés Carlo, inglés astuto, conde de Módica sois. Tú, Alejandro sin segundo. Y almirante de la mar. Eres un César Augusto. Vos sois conde de Bas. [...] Don Ramón y don Tiburcio estarán siempre en mi gracia, y dos títulos de condes

ticipan muchos individuos de otros estratos sociales, y porque la transformación de la riqueza ha abierto fisuras en el estrato de la nobleza. Pese a ello, el estamento alto se sigue imponiendo, gracias al apoyo de la monarquía. 104 NoHDiD, p. 44a. 105 NoHDiD, p. 44b.

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les daré, que ansí se pagan los nobles que sirven tanto. (PrósBC, vv. 1303 y ss., 2443-2447)

además de la posibilidad de recibir un hábito: «ya, gracias a Dios que adoro, / roja cruz y llave de oro / honran mi pecho y mi mano»106. La generosidad con que los reyes pagaban a sus vasallos por sus hazañas bélicas («Cuatro títulos le han dado, / y en palacio tres oficios, / y la encomienda mayor, / y hoy es el hombre más rico / que en Zaragoza conocen»107) debió de calar en los asistentes al teatro, de forma que una actividad aristocrática por excelencia, como es la carrera militar, supuso un estímulo para muchos plebeyos que veían en la milicia una oportunidad de ascenso social, convencidos como estaban de que una profesión tan eminente los distinguiría del resto de la plebe, si al fin eran reconocidos sus méritos en los campos de batalla. Pero la realidad fue más dura. Aunque la milicia conllevaba mayor estima social y posibilidades de promoción, ya hemos dicho que, desde finales del siglo XVI, decae el interés por la vida militar, condicionada, sin duda, por la actitud de rechazo de la propia nobleza. Perdido, pues, el soporte aristocrático, el espíritu guerrero va sucumbiendo de forma progresiva durante el siglo XVII, a la par que nuestros ejércitos iban siendo derrotados. En consecuencia, desaparecidos los incentivos, Mira de Amescua parece unirse a la campaña de promoción y reclutamiento que se inicia en España, por la falta de voluntariado, con la presencia en ciudades y pueblos de capitanes bizarros que buscaban una respuesta positiva de los jóvenes. Al final, la Corona tuvo que recurrir a levas forzosas: Tú eres noble; tú naciste con obligaciones tantas... ¿Faltan a tu rey fronteras donde le sirvas? ¿Qué esperas, valiente, en tu misma calle... .... a sombra de banderas del gran Filipo? ¡Y por él

106 107

AdveBC, vv. 1059-1061. AdveBC, vv. 33-36.

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debe el vasallo fiel morir! (MárMad, vv. 56 y ss.)

De entre los que buscaban fama, fortuna, honra y prestigio en la guerra se encontraban los segundos de las familias nobles, que tenían la posibilidad de ganar posiciones que su condición de segundones les cerraba («Ya que en Castilla nacimos, / y ha sido nuestra intención / servir al rey de León, / pues hijos segundos fuimos / en nuestras casas...»108). Con esta ilusión marcha don Gonzalo a la guerra a ganar su honra como caballero: Y así el valor me destierra donde con hartas ventajas le ganaré por la guerra.[...] Partirme a la guerra quiero donde pienso ganar honra por mi brazo y por mi acero (CabSNo, vv. 115-117 y 144-146)

Se dirige entonces a Burgos donde iba a celebrarse la coronación de Alfonso VI, sucesor del rey Sancho, muerto a manos de Vellido Dolfos, y en el camino encuentra a doña Blanca, hermanastra del rey Alfonso, dormida a la sombra junto a una fuente. Enseguida se prenda de su belleza, pero el criado, socarrón, le recomienda que se deje de amores que lo harán desdichado y no le darán honra, porque «las armas dan calidad, / mas el amor honra poco»109. Al final, gracias al valor demostrado y a sus hazañas heroicas, el caballero recibirá como honor tres cabezas coronadas en campo azul, además del apellido mismo de Cabezas110, y el rey, además, lo nombra adelantado y conde de Medellín: REY

108

Vuestras armas desde hoy sean tres cabezas coronadas en campo azul, porque tenga

NoHDiD, p. 39a. CabSNo, vv. 942-943. 110 Ver Biedma Torrecillas, 1996. 109

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noticia de aquesta hazaña el mundo todo con vellas. Y desde hoy os llamaréis Altamirano y Cabezas. Dame, hermana, aquesos brazos, que escogéis, como discreta, marido valiente y noble que os ampare y os defienda. (CabSNO, vv. 3186-3196)

Los lugares elegidos por la nobleza para participar en los hechos de guerra eran normalmente Italia y Flandes111, NARDO A.

¿Por qué la nobleza, amigos, ha de tener a sus plantas a los que nacimos pobres? Salgamos a la campaña y ganemos nombre eterno; conquistemos, si os agrada, las provincias más remotas, veréis si valor me falta.[...] No han de decirme otra vez en Nápoles, cara a cara, que desmerezco por pobre lo que otros por ricos ganan. Al virrey escribiré me deje a Flandes pasar, donde al rey podrá importar la gente que llevaré. (NardAB, pp. 9a-b y 19b)

D. GARCERÁN

Irme a Flandes con un entretenimiento y entre tanto hacer siento con uno de aquestos grandes...

111 Al preguntarle a un español adónde se dirigía, respondió que a Francia, y que «de allí pasaría a Flandes a desenojar los jueces y desquitar su opinión sirviendo a su rey, porque los españoles no sabían servir a otra persona en saliendo de su tierra» (Quevedo, La hora de todos, p. 144). El Conde Alarcos, en cambio, ganó su fama en las guerras de Alemania (vv. 1447-1448).

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Con el de Pastrana o Feria pienso tratallo mañana. (FénSal, vv. 349-358) [a] aquesta corte he venido a pretender por la guerra, para que en Italia o Flandes, si se rompieren las treguas, acabe con mis desdichas una pistola francesa.112 (FénSal, vv. 1043-1048)

JACINTO

Ya sabes, don Lope, amigo, que de Madrid partí a Flandes trocando ocios de la corte por estruendos militares (NburMu, vv. 53-56)

Pero esta posibilidad de ganar prestigio personal y social en la milicia no era algo exclusivo de los segundones ni de los nobles venidos a menos. Mira también dramatiza ejemplos de otros individuos pertenecientes a estratos más bajos.Ya no es únicamente el caso del pastor David que por los merecimientos de sus hazañas como valiente guerrero consigue casarse con la hija del rey Saúl, Levanta y dale tu mano a Micol, que bien merece ser yerno de un rey el hombre que tales gigantes vence. (ArpDav, vv. 1605-1608)

sino el de otros más que, desconociendo sus orígenes, se sienten estimulados e impulsados a la realización de nobles hazañas. Es el caso del

112 La larga rivalidad entre los reinos de España y Francia estuvo jalonada por sucesivas treguas poco sólidas. La paz la establecieron Enrique IV y Felipe II en Vervins, en 1598, pero este cese de hostilidades no impidió que ambas naciones dejaran de entrometerse en los asuntos internos y externos de la otra.Ver Taracido (1988, pp. 75-84), que se basa en datos y personajes históricos para fechar la obra.

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protagonista de la obra PalConf que, abandonado por el padre y recogido por un pescador que lo cría, pronto dio muestras de su inclinación a la guerra; instintivamente se alistó en las filas del rey Eduardo al que sirvió y en las que se forjó como gran soldado: Seguí con ánimo noble las banderas de Eduardo cuando en la fértil Calabria venció a los napolitanos. El primero fui, y primero que en el muro de Casino, trepando por una pica, un tafetán encarnado por bandera tremolé la victoria... El rey dilató su fama, Yo quedé por buen soldado. (PalConf, vv. 321-336)

Su premio fue poder pretender a toda una reina, ganarle afición y al final coronarse rey. No importa que luego se reconozca heredero legítimo de la corona; lo que aquí interesa destacar es que el individuo, desconocedor de su origen, se siente por sí mismo capacitado para promocionar en la escala social, sabedor de que las armas prestigian y dan nobleza: Este es el caudal que alcanzo, ni soy más ni tengo más, el mundo me llama Carlos, los soldados el prodigio, el cuerdo los cortesanos, éstos me llaman plebeyo y yo tu hechura me llamo. (PalConf, vv. 428-434)

Lo mismo le ocurre al carbonero Luis, que criado entre villanos, detesta el oficio que desempeña porque sus aspiraciones son más altas: ¡Arre, burra! De un ladrón, con la carga te has echado;

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nunca topes verde prado. ¡Véngate mi maldición! ¡Arre! ¡que con este afán viva un hombre en esta tierra, pudiendo ser en la guerra michilero o capitán! (CarbFra, vv. 1216-1223)

Estamos ante un carbonero que siente la fuerza de la sangre y las ganas de elevarse socialmente:

CARLOMAGNO

LUIS

y soy un hombre hecho y derecho, que este monte viene estrecho a las altas maravillas de mis grandes pensamientos. No soy (si pobre nací) de los que viven aquí como unos brutos contentos. Esfera mayor alcanza (aunque carbonero soy), mi espíritu y, mientras doy principio a tal esperanza, en los montes me entretengo viendo que mi patria son, aunque a vender el carbón a la corte voy y vengo. ¿Y tú no ves que es locura entregarse a devaneos? ¿Qué importan altos deseos, si, teniendo sangre oscura, eres pobre? Yo leí historias de hombres que fueron príncipes, aunque nacieron tan pobres como nací. (CarbFra, vv. 1253-1275)

Un caso más: Heraclio (el hijo legítimo de la emperatriz Aureliana, ocultado en una aldea al cuidado de un campesino), se enamora de la esclava Mitelene, pero al conocer su origen (hija del rey de Persia), quiere marcharse a la guerra para ganar glorias militares y así hacerse me-

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recedor de su amor. El joven también desconoce su genealogía y por eso se lamenta de haber nacido pobre y no poder alcanzar su mano: Pluguiera al eterno cielo que humildes padres te diera... Fuera un villano tu padre, tu patria una pobre aldea, tu sangre como la mía, porque yo te mereciera; que ya un tosco labrador no es posible que merezca mirar el rostro divino de una gallarda princesa. (RuedFo, p. 14a)

Pero sabe que podría alcanzar su mismo nivel ganando gloria y fama en la milicia: pero si los propios hechos suelen suplir la nobleza a los ejércitos voy... No has de verme hasta que tenga ganadas por estas manos honra propia y fama eterna. Mis hazañas han de darme lo que a ti naturaleza, y acaso querrás entonces que tus favores merezca. (RuedFo, p. 14a)

Y ya ante el capitán general vuelve a formular su deseo de honra y prestigio: LEONCIO HERACLIO LEONCIO HERACLIO LEONCIO

¿Qué quieres? Ser alistado ¿Cansóte el ser labrador? Siento en mí un ánimo honrado, y aspiro a más. Es valor; sígueme, nuevo soldado. (RuedFo, p. 17a)

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Y un último ejemplo que guarda relación con los anteriores. Bernardo, el hijo del conde Sancho y de la infanta doña Jimena, hermana del rey, también ha sido ocultado y dado a criar en casa de don Gonzalo, tío del conde. En las montañas se crió como labrador y allí se enamora de otra labradora, Sancha. Pero su sangre le impulsa a acometer actos de más alto alcance; quiere ser soldado para conseguir valor y méritos con los que ofrecerse a su dama: SANCHA

BERNARDO

Pues si te da más cuidado la guerra que mi favor, ¿con esto no has declarado que has quebrado ya en mi amor pues que quieres ser soldado? No puedo, Sancha, negar que es verdad; mas de esta suerte he pretendido ganar valor para merecerte... (DesgAl, vv. 1415-1423)

El joven está decidido a marchar a la guerra y pide la bendición de don Gonzalo; su valor es tan grande que sueña verse entre moros, ganar botines de guerra y traer como regalos alfanjes de la ciudad de Toledo; borceguíes, de Córdoba; almohadas de oro y grana, de Granada; y caballos de Andalucía... Tal es su entusiasmo que Gonzalo no puede por menos de exclamar ¡Ah, señor, la inclinación descubre su natural! ¡Ah, columna de León! ¿Cómo en aqueste sayal no cabe tu corazón? (DesgAl, vv. 1475-1479)

Insistimos. Aunque los ejemplos, en el fondo, no hacen sino consolidar el sistema, sin embargo, con ser esto enormemente significativo, no importa tanto; lo que hay que subrayar es que Mira, una vez más, puede estar defendiendo el hecho de que el ascenso social se puede ganar con la honra de las armas y que no es cosa exclusiva de los nobles y, en todo caso, de los labradores ricos. Es posible que nuestro dramaturgo, como hemos apuntado antes, en un momento en que

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ha decaído la función militar de la nobleza, aprovecha el teatro como un instrumento persuasivo, en el que se incita a los nobles a participar en las empresas bélicas de la monarquía, en circunstancias en que el rey necesitaba de su cooperación. De alguna manera parece que pretende convencer de que las antiguas virtudes y valores caballerescos siguen aún vigentes. Pero la nobleza empezó a desentenderse de una actividad que había sido su razón de ser y desoye las llamadas del monarca; por eso fracasa el intento del Conde Duque de Olivares de reavivar el espíritu combativo de la nobleza formando un ejército nacional, lo mismo que le ocurrió a don Luis de Haro que no encontró su apoyo para la defensa de Badajoz. Algo similar descubrimos en el caso del soldado Federico («de nobles y ricos padres») que, apremiado por un duelo en el que mató a un joven, tuvo que abandonar su tierra; fue combatiente en la batalla de Pavía, donde ganó una bandera y donde participó en la captura del rey Francisco I de Francia. Debido a sus méritos militares, el general de campaña, el marqués de Pescara, le firma unos «papeles» con los que aspira a ir a la corte y allí «pretender», es decir, medrar y ser nombrado capitán113. La referencia a los motines parece clara en estos versos: MARÍN

FEDERICO

Servimos al de Pescara sobre el parque de Pavía, y con papeles te envía y sin blanca. Cosa es clara: esta es la paga mejor con que voy a pretender, que el César me puede hacer Capitán.

113 Muchos fueron los veteranos de guerra que acudieron a la corte a solicitar empleos o en busca de cualquier otro medio de vida, y hasta tal punto Madrid se convirtió en un hervidero de soldados pretendientes que el rey Felipe IV prohibió en sus Ordenanzas expedir licencia a los soldados de fuera de España si antes no daban palabra de no ir a la corte a pedir servicio. Las gradas de San Felipe constituían el llamado «mentidero de los soldados» donde relataban hazañas nunca vistas para el pasmo de los ociosos.Ver Vélez de Guevara, El diablo Cojuelo, p. 150 y Santos, Día y noche de Madrid, discursos VII y XI.

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Sólo que su pobreza y falta de influencias le impidió «negociar» en ella su ascenso. MARÍN

¡Gracioso humor! ¿Con qué carga de moneda vas a pretender a España?... ¿Qué presente has de dar al Secretario? ¿Qué joya, al que tus hechos apoya para poder negociar? (AmpHo, vv. 44-52)114

También, en HijaCa, el soldado Andrés presenta ante el emperador sus méritos y es elevado a la categoría de capitán115: EMPERADOR: ANDRÉS:

EMPERADOR:

Mucha modestia es la vuestra. ¿Tenéis papeles? De asaltos de facciones honrosas de hechos extraordinarios, tengo mil fes, y otras tantas Certificaciones traigo. Pues sed, desde hoy, capitán. (vv. 893-899)

Resumiendo, si bien Mira se une a la posición que defiende la transmisión activa de cualidades heredadas de los mayores, es decir, que cada generación debía mostrar y fortalecer el lado virtuoso del legado recibido, desde una postura moral, inherente a su condición de clérigo, no deja de reconocer la nobleza basada en la virtud y en el mérito, en las cualidades personales y no heredadas. El número considerable de críticas contra la nobleza permite pensar que una buena parte de la población castellana no creía en los valores de la nobleza ni en su capacidad como clase rectora. De lo cual se extrae que, si 114

Ver también los versos 157-160, 293 y ss., 786 y ss. Los criados, conscientes de esta posibilidad de ascenso, también quieren imitar a sus amos, como Domingo, el criado que pretende que le otorguen la dirección de una compañía como capitán: ExamRe, vv. 2387-2395. También en AdúlV, vv. 1146-1160. 115

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bien no hubo intención de desmembrar todo un sistema social, sí guiaba un propósito, como señala Maravall, de revisar y reducir el papel de los nobles en el sistema de poder116. Se hace eco, pues, nuestro dramaturgo de una controversia que estuvo llena de acritud en muchas de las voces que se levantaron contra la nobleza heredada y que, en el fondo, como advierte Domínguez Ortiz, tenían su origen en el resentimiento de la nobleza de privilegio contra la de sangre que le discutía el acceso a sus prerrogativas y honores, y no entendía que hubiera prebendas que no se pudieran conseguir con el dinero. Pese a todo, con ser muchos los textos en favor de una y otra posición, la teoría no influyó en la práctica pues nadie tomó en serio la nobleza de la virtud; nadie perdió su cualidad legal de noble por sus indignidades, ni nadie la alcanzó por sus propios méritos. Si alguno prestó honrosos servicios a la Corona y al rey y logró ennoblecerse fue más por voluntad real que por sus hechos. Había, pues, un sentir general que explica que, pese a las razones esgrimidas por los escritores, el pueblo sólo tuviera por auténticos nobles a los que eran de casta117.

NOBLEZA Y

RIQUEZA

Era cierto que la riqueza no era condición esencial de la nobleza. Desde el punto de vista legal, no era requisito previo la posesión de medios económicos, para gozar de la condición de noble (se prefería mejor forjarse una genealogía), aunque la opinión común identificara nobleza y riqueza118. El espectáculo de lo que sucedía en el devenir diario de la realidad, los abundantes ejemplos de hidalgos empobrecidos que nos muestran tanto los textos literarios como otros documentos, no ocasionaron ningún entusiasmo en los contemporáneos, ni en los genealogistas ni en el pueblo, que encontró en ellos motivos fáciles para la burla. Pero, a pesar de tantos testimonios como se aducen en los que se nos presentan hidalgos famélicos, no fue sino en la meseta del Duero y en la costa cantábrica donde se dio una ma116

Maravall, 1989, pp. 211-212. Domínguez Ortiz, 1992, I, pp. 313 y 317. 118 Contra ello se levantan, por ejemplo, las voces de fray Benito Guardiola y Fernández de Oviedo.Ver Chauchadis, 1984, p. 154. 117

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yor proporción de desafortunados, pues en la Corona de Aragón la unión de riqueza y nobleza estaban íntimamente unidas, y la escasa nobleza del Sur era, en términos generales, rica o, al menos, acomodada119. Aunque desde el punto de vista del discurso teórico se prime la sangre y la virtud como elementos fundamentales del ser noble, la comedia igualmente refleja cómo el dinero es el complemento natural de la nobleza120, a la que da lustre, pese a que podamos saber de algún personaje noble empobrecido121, y en ella de nobles padres si bien no ricos nací. (TerSMi, vv. 181-182)

que acentúa la genealogía por encima del poder económico, tiene su casa grandeza, aunque no es muy rica, al fin desciende por línea recta del príncipe don Dionís. (TerSMi, vv. 191-194)

También del caballero don Fadrique se dice que es «pobre pero celebrado», y para resaltar su linaje, la duquesa, atraída por él, comenta que «deudo dicen que es cercano / del rey de Nápoles, sol / de Italia»; pero sus rivales le reprochan

119 Domínguez Ortiz, 1992, I, p. 224. Hubo algunos confesores que incluso se plantearon la posibilidad de dispensar a los hidalgos pobres de asistir a misa los domingos, pues para un hidalgo es deber presentarse en público vestido dignamente: ver Pérez, 1989, p. 19. 120 Huarte de San Juan habla de que la nobleza por sí sola «es de muy poco provecho», pero «junta con la riqueza no hay punta de honra que se le iguale» (Examen de ingenios, p. 481). Y hasta la misma santa de Ávila, en Camino de perfección, afirma que honra y dinero siempre andan juntos. 121 Lope titula una de sus comedias Pobreza no es vileza, expresión que ya formaba parte, como refrán, del Seniloquium, una colección de refranes del siglo XV, con el nº 213.Y en el Vocabulario de refranes de Correas se puede encontrar «Pobreza no es vileza, mas deshonra la nobleza».

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que, sin hacienda ni estado, a título de pariente del rey don Alonso, intente lo que habemos deseado. (GalVDi, p. 25ab)

Con todo, aunque teóricamente la riqueza no era condición indispensable para alcanzar el estado de noble, en la práctica, la pobreza sí constituyó una rémora (aunque no una deshonra122) y un lastre para el que la padecía: RICARDO

Diome el cielo una hija que Gerardo honrar pretende en tálamo amoroso, que aunque es la propia sangre de Ricardo, hízole su riqueza más dichoso. Por esto con su mano honrar aguardo lustre que llame aliento poderoso: que acobarda al más noble la pobreza, aunque al sol se aventaje la nobleza. (NardAB, p. 2b)

Sostiene Maravall que este tipo de ejemplos funcionan como un enmascaramiento para poner de manifiesto que la sociedad que se defiende en la comedia está basada en el valor aristocrático y tradicional de la sangre y no en la riqueza123, porque lo normal es que aparezca la riqueza identificada con la nobleza («si es tan rico y caballero»124) y convertida en un principio de estratificación social. Riqueza y calidad de la sangre, dinero y linaje, aparecen como referencia normal. Y de ello tienen conciencia todos los personajes, incluidos los criados que saben que el noble vale por su dinero. Es más, encontramos algún caso en que se potencia el dinero y la fortuna por encima de la misma sangre, aunque el personaje que formula la idea no sea digno de elogio: 122

Al ser despedido el noble Cardón por el rey, que lo destierra por haberse casado con una villana sin su permiso, el monarca le dice: «Id con el nuevo linaje, / Cardón», a lo que el joven responde «pobre es, no es ultraje» (SanSNa, vv. 296-297). 123 Maravall, 1990, p. 87. 124 AmpHo, v. 1068.

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¿Qué noble ha sido estimado como la hacienda le falte...? Pues sólo el oro es honrado: ¿qué rico no es celebrado, aunque tenga sangre oscura? (AmpHo, vv. 1894-1899)

Está claro que para los que no pertenecían a la clase noble, como los mercaderes, el dinero constituía un medio para alcanzar al menos el escalafón elemental de la nobleza: ser rico es el linaje verdadero, no preguntéis al que dinero tiene si es sangre de los Godos. (AmpHo, vv. 953-955)

El pobre, en cambio, no agrada a nadie, ¿Carlos qué hará? ¿qué ha de hacer si pobre está, y el pobre a ninguno agrada? (AmpHo, vv. 1059-1061)

Hasta los criados conocen el poder del dinero y la calidad que da a sus amos, cuya fortuna redundará directamente sobre ellos: Mientras no falta el dinero no habrá, señor, quien te iguale, que lo que el dinero vale, eso vale un caballero; mas si la pobreza tosca a tu faltriquera llama, ni tendrás nombre, ni fama. (CabSNo, vv. 387-393)

Pero el caballero no debe preocuparse de las cuestiones materiales; de eso ya se encargará el criado, Haz tú, como caballero, que no te falte el honor,

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que yo haré trampas, señor, como nos falte el dinero. (CabSNo, vv. 395-398)

El dinero tiene, pues, un gran valor para la ostentación y el medro, incluso hasta hace bello a quien lo posee: ORACIO FABRICIO

¿Es hermoso y galán? ¿Qué rico es feo? (AmpHo, vv. 981-982)

Y, por supuesto, abre las puertas a los casamientos. El noble galán que se presenta a pedir la mano de una dama no sólo lleva como garantía la sangre y la pompa de su progenie, sino que también pone por delante, «de mi linaje lo heroico, / de mi hacienda el mucho fausto / y de mi renta el tesoro»125. Ante él se hacen reverencias, inclinaciones y saludos («¿Haréle reverencia? Sí, que es rico»126); pero Mira no desaprovecha la ocasión para la ironía, FEDERICO ORACIO FABRICIO ORACIO

FABRICIO

Los vuestros (pies) mil veces beso. Sones de lisonja toco, ¿no ve? Los ricos ven poco. Es verdad que confieso, hacer tantas reverencias un viejo es cosa cansada. El oro, en cosa juzgada, tiene aquesas preeminencias. (AmpHo, vv. 998-1005)

Las rentas de las casas nobiliarias fueron sobre todo de carácter territorial y señorial. Por lo que respecta a la milicia, aunque los altos puestos fueron ocupados por la nobleza superior, sin embargo, ya no eran tan apetecidos dada la escasa remuneración y la poca gloria que se podía ya alcanzar. Por eso, la nobleza se ve más inclinada a desem-

125 126

MesCie, vv. 654-656.Ver también VenFea, vv. 2340-2344. AmpHo, v. 984.

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peñar otras funciones más rentables que supusieran un complemento sustancial a sus ingresos, tales como cargos en la corte, en la administración, en la Iglesia, o en la magistratura. En sus manos estaba la mayoría de los juros, censos, oficios enajenados, los puestos de canónigos, corregidores, o procuradores; y para ella se reservaban las Encomiendas de las Órdenes Militares y de las Indias, sin olvidar que poseían las mejores fincas urbanas. En fin, las grandes casas eran depositarias de una buena parte de la riqueza de la España de entonces y, aunque sus rentas seguían acrecentándose, en el siglo XVII también sufrieron reveses de importancia que les afectaron sensiblemente; de entre ellos cabe mencionar los problemas monetarios, de tasas y precios, los tributos que les exigió la política del Conde-Duque, el pago de sustitutos si no iban a la guerra, las peticiones de continuos donativos, el descuento de la mitad de los juros..., y, obviamente, la vida de ostentación y lujo que les imponía su vida noble. Los grandes señores, sobre todo, no sólo tenían que mantener una casa ostentosa con muchos servidores sino que también era de su natural que fueran generosos y pródigos en la concesión de limosnas, mantuvieran ciertas fundaciones, o sostuvieran algunas capellanías y cargas religiosas... Si a todo esto añadimos que no estaba bien visto que un noble se ocupara personalmente de la administración de sus haciendas para poder cobrar, por ejemplo, las rentas que les pertenecían, es claro que ese tren de vida hizo que la aristocracia se llenara de deudas, aunque no cayó en la ruina127. D. GARCERÁN SOLANO

¿No te di trescientos reales en Valencia? Sesenta reales gasté en la maleta y cojín; por dos mulas di a Machín noventa... ...veinte que perdiste, y dos que a una moza diste...

127 Sobre la situación financiera de la nobleza y su endeudamiento, ver Domínguez Ortiz, 1992, I, especialmente pp. 235-242; 1960, 1973. También, los artículos de Gutiérrez Nieto, Ruiz Martín, García Sanz,Yun Casalilla o Gelabert sobre la política económica y fiscal en la época del valimiento de Olivares, en Elliott y García Sanz, 1990. Jago, 1982, 1973.

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D. GARCERÁN SOLANO D. GARCERÁN

ciento en comida y posada... dieciocho que bebí de vino en esta jornada... Y con aquesta partida están los treinta cabales; mira tus trescientos reales, y la cuenta concluida. Toma, vende esta cadena. Del dinero, ¿qué has de hacer? Mientras negocio, comer. (FénSal, vv. 309 y ss.)

En la comedia, la posición de una dama principal no sólo se reconoce por pertenecer a una ilustre familia, de rancio abolengo, sino también por poseer «más de seis mil de renta», o por recibir como dote de casamiento 300.000 ducados, los mismos que recibe aquella otra doña Juana de Aragón por parte del duque Francisco Esforcia, cantidad que parece excesiva, pero que responde a la tendencia de la comedia a deformar voluntariamente en una línea idealizadora128. La exageración en las cantidades no supone en la comedia ninguna arbitrariedad; no trata el comediógrafo de reproducir en términos reales el valor del dinero, sino tan sólo de poner de relieve la importancia que tiene como testimonio de clase. Los regalos que ofrecen los nobles o galanes debían causar asombro entre los espectadores: diamantes que valen 4.000 ducados129, costosos topacios130, sortijas con

128

FénSal (v. 960); HijaCa (vv. 1098-1099), AdúlV (v. 370). En las Relaciones de Cabrera de Córdoba se dice, por ejemplo, que el conde de Chinchón dio a su segunda hija en dote 66.000 ducados; la hija del marqués de Priego recibió 70.000 por su boda con el marqués de Comares; la hija del marqués de Velada recibió 100.000 ducados al casarse con el duque de Medinaceli; 160.000 recibió el hijo del duque de Alba, y 200.000 el duque de Alburquerque. Las grandes casas, con toda la manifestación de apariencia, comidos por las deudas, no podían mantener el estado de opulencia tradicional; aunque, como señala Domínguez Ortiz, ni siquiera en los tiempos más difíciles dejaron de impresionar con su lujo y derroche. Para costear tales lujos, se valían en buena parte de los bienes libres, los adquiridos a título personal y no sujetos a las reglas del mayorazgo, entre los que se encontraban los sobrantes de rentas y las dotes.Ver Domínguez Ortiz, 1992, I, cap. III. 129 CautCC, vv. 1518-1524. En PrósAL, p. 280b. Hay algún caso en que el inferior rechaza el regalo ofrecido por el noble por considerar indigna la propuesta del señor: SanSNa, vv. 973-980.

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diamantes131; rentas por valor de 2.000132 y de 6.000 ducados133. En otras ocasiones los regalos son menos vistosos: una simple sortija, 50 ducados por un servicio134, o mil maravedíes con los que el criado piensa comprar coche, litera, papagayo y mona, que le darán más prestigio social. ¿Es compatible la riqueza con la virtud? Hay ricos que identifican su honra con el dinero, si bien es verdad que se trata de ricos malos, «que según la sangre honrada da la riqueza», y ansí ni me sobra nada a mí ni al pobre le falta nada. (PedroT, vv. 185-188)

Pero también hay ricos buenos que saben disponer cristianamente de su hacienda repartiendo sus bienes entre los que los necesitan, de donde se podría deducir que el dinero no es incompatible necesariamente con la virtud cristiana, según el pensamiento del autor. La lección del auto sacramental PedroT tiene mucho que ver con esta idea. Pero lo que no parece admitir el dramaturgo es que se pueda armonizar verdad y dinero, al menos ese es el concepto generalizado, pues resulta raro el comportamiento de aquel personaje que intenta compatibilizar ambos elementos: seréis el rico primero que es amigo de verdades. (AmpHo, vv. 1204-1205)

Tampoco admite el guadijeño, por considerarla inmoral, la idea de que el rico pueda gozar sin medida de todo tipo de privilegios, sobre todo aquel nuevo rico que no posee los valores y virtudes inherentes a la nobleza

130 131 132 133 134

ExamRe, vv. 969-970. CuatMA, vv. 2093-2094; LisFra, v. 1484. PalConf, vv. 1580; CautCC, vv. 1507-1508. GalVDi, pp. 30b y 33c. ViMonP, vv. 275-277, y 968.

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CARLOS

y sé que, en nuevos estados, no hay ninguno que se acuerde de beneficios pasados. Dispuso naturaleza las leyes de la riqueza con privilegios sin tasa. (AmpHo, vv 1213-1219)

Igualmente el autor denuncia en su comedia a aquella juventud que sólo aspira, por casamiento, a los bienes y riqueza de la futura desposada: Digo, Porcia, que me ofende ver que mis estados sean lo que estos hombres desean. (GalVDi, p. 24a)

Por eso, la dama quiere ..... examinar y ver quien me quiere a mí por mí y no por el grande estado. (GalVDi, p. 24a)

Maravall cita el caso de Lope en el que una graciosa doncella sospecha de lo mismo («mas presumo yo que mira / del oro la cantidad, / [...] que a la nobleza y virtud / pocos extienden la mano»). El historiador cree que se trata tan sólo de la consabida burla de una comedia ligera, con un humor fácil en la pintura de costumbres135.

NOBLEZA Y VIRTUD La virtud es el segundo rasgo que define a todo noble136, entendida como el conjunto de cualidades morales que distinguen a un hom-

135

Maravall, 1990, p. 88. «El que en el mundo es virtuoso, ése es el hidalgo, y la virtud es la ejecutoria que acá respetamos» (Quevedo, Sueños y discursos, p. 123). 136

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bre de élite, como una potencia del alma, como una cualidad que perfecciona los actos de quien la posee, «una disposición de lo perfecto para lo muy bueno»137. Tan importante se estima que, en muchos casos, es reconocida como criterio de autenticidad nobiliaria por encima de la sangre. Ser noble es esencialmente ser virtuoso, porque la virtud es ingénita a todo individuo de la clase noble, pero, si no se cultiva, se puede perder. Se puede leer en algunos textos que a la nobleza se le dio «en tenencia y possesión muchas gracias y excellencias: lealtad, bondad, magnanimidad, magnificencia, fortaleza, justicia, sabiduría, osadía y vergüença»138, cualidades cristianas y caballerescas que, en realidad no se podían considerar exclusivas y específicas de los nobles; simplemente se les atribuía a ellos pero sin explicar qué tenían de particular en los señores. Mira dota a sus personajes nobles de estas virtudes, pero advierte que no se ha de ser presuntuoso, pues, como recuerda F. Garau, «no hay noble en cuya ascendencia no se tope con la humildad [...] No hay rey que no tenga algún abuelo esclavo, ni esclavo que no tenga algún abuelo rey»139. El poeta da esta razón: porque la propia alabanza del que intenta hacer abono de su sangre, es vituperio del linaje más famoso. (MesCie, vv. 561-564)

Del poder del privilegiado se deriva la responsabilidad de dar ejemplo porque los ojos de los demás observan su conducta y ven en él un modelo al que imitar. Por eso se le recordaba que había nacido con mayores obligaciones, que no debía simplemente cumplir sino que «fuerça es que obre más que todos quien nació con obligaciones mayores que todos. Disminuye el mérito a las acciones grandes aquel nacimiento que obliga a cosas mayores»140. Nuestro dramaturgo lo recuerda por boca de uno de sus personajes: «Tú eres noble; tú naciste 137 138 139 140

Pineda, Diálogos familiares, 161, p. 145. En Carrasco Martínez, 2000, p. 124. En Carrasco Martínez, 2000, p. 119. Carrasco Martínez, 2000, p. 118.

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/ con obligaciones tantas en Madrid»141. Para responder a estas expectativas y obligaciones, el noble ha de saber también luchar por las causas justas, abogar por los oprimidos y, al mismo tiempo, defender la ley, a su soberano y la verdadera religión. En definitiva, como resume en unos versos, la nobleza no está en decir que se es caballero, sino en saber serlo142. Suelen señalar los manuales de educación para príncipes y nobles que, en las relaciones sociales y políticas, estos deben ser hombres de palabra143, virtud que les reportará gloria y prestigio social. Pero, a veces, no se está obligado a ello, sobre todo si esa palabra se da a uno de clase inferior, por coacción o por temor a una posible represalia: GERARDO

MIRANDA

No es razón que un hombre vil defienda injusto de su amor atrevimiento, diciendo que le cumple la palabra quien en diamantes su nobleza labra. Si un viejo se la dio, fue de cobarde al valor de un mancebo tan esquivo... Haré cuanto pudiere por serviros, si bien promete el caso resistencia, si la palabra que llegó a pediros le disteis vos, aunque alegáis violencia; bien podéis sin cuidado despediros, que yo prometo con mayor prudencia deshacer este lazo, interponiendo mi autoridad. (NardAB, p. 3a)

Por su parte, es impensable que un villano pueda obligar ni exigir al noble a que cumpla lo acordado y prometido, razón por la cual el forajido Nardo Antonio expresa su queja al no entender que el padre de su enamorada no esté obligado a cumplir la palabra que le dio144:

141

MárMad, vv. 56-57. «Obligación» es el deber de tomar a los predecesores como ejemplo que hay que imitar. 142 AnProf, vv. 1371-1373. 143 ConfHu, vv. 2316-2317. SanSNa, vv. 436-437, 470-471. 144 El caso contrario lo encontramos en otra pieza amescuana, SanSNa: el noble Cardón ha dado palabra de casamiento a dos jóvenes, una villana y otra noble. El rey pide al caballero que pague a Raimunda y se case con Leónida que

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NARDO A.

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Hoy en su casa el Virrey me dijo ¡afrentosa hazaña! que por ser noble Ricardo y yo de prendas más bajas, no tenía obligación de cumplirme la palabra [...] ¿Por qué la nobleza, amigos, ha de tener a sus plantas a los que nacimos pobres? (NardAB, p. 9a)

Del ideario de conducta nobiliario es de destacar también el valor y la fidelidad. El valor se le supone innato, pues, como dice un personaje de comedia, «no hay valor en efecto sin nobleza»145: NUÑO

Pocas veces se ha dejado de ver que correspondiendo viva el valor a la sangre. (ObliCS, vv. 2359-2361)

La cobardía, en consecuencia, es cosa de gente baja y villana: FERNANDO

Padre, si los nobles se acobardan ¿qué dejas a los que tienen pecho humilde y sangre baja? ¡Yo he de morir como noble! (MárMad, vv. 2072-2075)

es de su clase, pues no está dispuesto a permitir que se incumpla la palabra dada a la hermana de un noble. El dinero le serviría a la joven campesina para que pudiera encontrar otro marido; pero Cardón respetuosamente rechaza la oferta del monarca, vv. 173-176. 145 LoQOír, v. 542. El valor es una de las cualidades que se atribuía a los españoles del siglo XVII; no sólo era propio de los nobles, sino que alcanzaba a todas las clases, incluso a los estratos más bajos y miserables. «Esta belicosa nación —decía Castillo Solórzano— parece que nació sólo para aventajarse a todas las demás en el valor y en la bizarría».Ver Herrero García, 1966, p. 62.Y el satírico Quevedo se mofa de esta manera: «Tres son las cosas que hacen ridículos a los hombres: la primera, la nobleza; la segunda, la honra; y la tercera, la valentía». «¡La valentía! ¿hay cosa tan digna de burla?» (Quevedo, Sueños y discursos, pp. 123 y 125).

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Pero ese valor se ha de mostrar en la acción, no en la palabra: PEDRO

Ya sabes que son cobardes los que prefieren la lengua a las manos. (MárMad, vv. 1006-1008)

como, en efecto, revelan los dos hermanos que, acometidos por los corsarios, se baten con la fuerza que le imprime ser de sangre noble: FERNANDO

Ya sabes que es imposible vencerme en valor ni en fuerzas y que ha de cantar la fama con mi valor tu defensa... Ponte a mi lado y sustenta hasta morir el valor que de nuestro padre heredas. (MárMad, vv. 1028-1037)

De ello dan testimonio sus mismos adversarios ante el rey moro: No hay más valientes espadas en África... Así, este bravo español en valor resplandecía... que basta ser caballero para que valiente sea, éste [...] nos enseñaba arrogante en cada brazo un gigante y en cada golpe una muerte. (MárMad, vv. 1087 y ss.)

Tan arraigado estaba este principio en el ideario mental que los mismos criados tienen claro que el valor es un don que ennoblece a los de sangre hidalga y no a los villanos. De ahí la respuesta de Herrera, el criado de Ruy López, al ser acusado por el otro compañero de cobarde: «eso no, que noble soy; / cobardes son los villanos»146.

146

PrósAL, p. 269b.

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Esa valentía se ha de traducir también en entereza moral, en una fortaleza no del cuerpo sino «del corazón, que esté dispuesto para acometer suffriendo qualquier temor por conseguir los frutos dél»147, incluso en las circunstancias más adversas, según pregonaban los principios estoicos por los que parece que se interesó la nobleza española, especialmente por el sentido de consuelo que ofrecía. En el rostro del noble no se ha de plasmar ningún rasgo que denote turbación o cobardía, como le recuerda doña Juana Pimentel a don Álvaro, en los momentos desgraciados de su vida: ¡Vos triste, vos sin color! Sólo el hombre sin honor ha de turbar el semblante, no el magnánimo y constante. ¡Ea!, señor: ¿adónde está del ánimo la grandeza, del valor la fortaleza? (AdveAl, p. 305b)

El temor, por tanto, está desterrado de su código ético; no se trata de que el noble no pueda tener miedo, sino de que la debilidad no debe manifestarse externa ni públicamente. Puesto en apuros un noble caballero por parte de su dama, que le obliga a confesar si prefiere ser su marido o morir, el joven sale airoso ante los ojos de la amada que temía que no actuase como un verdadero gentleman: SANCHA

Mirar por el tuyo [honor] quiero, solo porque no publique la voz durable del tiempo que de temor dijo sí un tan noble caballero. (ObliCS, vv. 2440-2444)

El valor era, pues, una cualidad innata en el noble, aunque se tratara de un hidalgo indigno, como el conde de Maganza, traidor a su rey, pero que no se arredra ante las dificultades ni ante la misma reina a la que ha afrentado indignamente:

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En Carrasco Martínez, 2000, p. 125.

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Tú me das admiración y cuidado más que temor: porque así no se rinde mi valor. (CarbFra, vv. 2090-2093)

Puede que el de Maganza sea un bravucón y un hombre vil que está dispuesto a matar, incluso, a las mujeres, pero en modo alguno es un cobarde: CONDE REINA

CONDE

Mujer, ¿quién te da osadía contra mi valor?. El ver que no hay virtud en malicia ni valor en la traición [...] Los dos seréis despojos de esta cuchilla, que no perdona mujeres una furia vengativa. (CarbFra, vv. 2533-2548)

Contra la cobardía no hay sino una respuesta social, la del desprecio. Se puede ser noble y rico, pero si falta el valor, sólo engendrará rechazo, como hace la joven Lucrecia con un pretendiente de la rica y prestigiosa familia de los Mendoza: Espanto me da que, siendo Mendoza, sea cobarde. No ha sacado el acero en ocasiones en que debiera sacallo, jamás, según me refieren. ¡Oh, qué noble tan villano! (CuatMA, vv. 134-140)

Verdaderamente la cobardía es un lastre que el mismo joven reconoce: Sancho ¿que me falte a mí valor, siendo un noble caballero?

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¿Que un lacayo, un escudero se me mostrase atrevido? Pero ni noble he nacido ni he adorado su belleza, que el amor y la nobleza siempre valientes han sido. (CuatMA, vv. 1405-1412)

Pero lo peor de todo es que con ello afea y deshonra la casa familiar; no se trata tan sólo de una falta de orden individual e íntimo, sino de un vicio que atenta contra la dignidad de la estirpe. Por eso el padre se queja de que «¿en sangre de los Mendoza vive espíritu cobarde?»148: ALBERTO

COMENDADOR ALBERTO COMENDADOR

Dice, y creerla no quiero, que, en algunas ocasiones, falta a sus obligaciones, don Sancho, de caballero. ¿En qué materia? ¿En qué acción? En las que mostrar debía, con la espada, bizarría. Tener yo esa presunción me causa gran descontento [...] Pienso que mi corrección le ha de enmendar ese vicio; la sangre ha de hacer su oficio. Hijos legítimos son el valor y bizarría de la nobleza. (CuatMA, vv. 1477-1502)

La indignación del Comendador es patente por ver dañado su propio honor y el de su casa; no entiende que un cobarde pueda ser hijo de padre valeroso149: Vos mentís cuando padre me decís;

148 149

CuatMA, vv. 1511-1512. El valor es también una virtud que se hereda: LoQOír, vv. 211-215.

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en la sombra burladora, os engendró el torpe miedo. Hijo no puede ser mío hombre sin valor ni brío y aún sin honra decir puedo. ¿Vos tenéis atrevimientos de tener el mismo nombre, no siendo hombre, o siendo un hombre de cobardes pensamientos? El hijo que, como debe, no corresponde al honor del padre, al padre es traidor; y, a su misma sangre, aleve. (CuatMA, vv. 1514-1528)

Es verdad que los nobles ya no estaban directamente relacionados con el arte de la milicia, aunque el binomio nobleza-guerra no había desaparecido del todo, y por eso entre los saberes nobiliarios se incluía la equitación y el manejo de las armas, especialmente la espada aunque fuera a través del arte refinado de la esgrima. Los tratados señalaban el carácter distinguido del uso del acero que sólo podían practicar los de noble cuna, que conjugaran valentía y destreza. El valor, por tanto, como resabio de aquella antigua función guerrera que orientó las vidas de los aristócratas, se encamina ahora hacia actividades específicas, que son signos de reconocimiento social. Actividades que, dicho sea de paso, tienen todavía bastante que ver con el carácter bélico de sus orígenes, más que con las calidades intelectuales de hombres de letras. Ese temple militar que ha visto Díez Borque en las comedias de Lope150 se manifiesta en las actividades caballerescas (la guerra) o en sus sustitutos, como la caza151, INFANTE

150

Estas fuentes y estas sombras... suelen divertirme a ratos del cuidado y la tristeza,

Díez Borque, 1976, p. 276. No es difícil encontrar en la comedia personajes de la realeza y la aristocracia empleados en el arte de la caza; como referencias directas a la misma pueden verse ejemplos en AdveBC, vv. 2461, 2474, 2479-2480, y AmInM, vv. 901903. 151

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CRIADO INFANTE

CRIADO

Infante

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porque la caza arrebata todas las tristezas nuestras. Dellas dicen... No me digas, que es imagen de la guerra; que es vieja civilidad, y me cansa. ¿Y si dijera que es inclinación real, y las delicias honestas de los príncipes? Dirías cosa ordinaria y más cierta. (AdveAl, p. 290b)

la esgrima, las justas y torneos152, las querellas de honor y los duelos (como forma de violencia estilizada), el bandidaje153, las corridas de toros o el juego de las cañas154, sin olvidar aquellos aspectos de la vida pública que concernían a la reputación del buen nombre, como servir a la dama y quedar bien ante ella155: JULIA

¿No ves con cuánta afición, en diversas ocasiones, en juegos y en invenciones me declara su intención? ¿No ves que gasta y consume su hacienda por agradarme? (AmpHo, vv. 394-399)

FLORES

Todas esas voces que has escuchado, celebran

152

Sirva como ejemplo la referencia hecha por el rey que manda celebrar dichas justas y torneos para festejar la boda de la infanta, ConfHu, vv. 3031-3032. Ver también PrimCF, vv. 748-755. 153 Baste citar la obra sobre este tema, NardAB. 154 Fiesta muy típica de la época, como es sabido, entre caballeros, nobles y aun personas reales. Acompañando frecuentemente a las corridas de toros, constituían un espectáculo suntuoso y brillante, y venían a ser una transformación de los torneos.Ver CabSNo, v. 2780-2781; SanSNa, v. 245, 311, 312; PrimCF, vv. 744747. Para el protocolo de estas celebraciones, ver Río Barredo, 2000, p. 156. 155 Por ejemplo, AdveBC, 1360 y ss.; GalVDi, pp. 33-35.

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victorias de don Fadrique, mantener en una tela, que es una justa; y mandó, caprichosa, la duquesa que torneo de a caballo fuese y no justa... Quiso que a peligro vieran sus vidas los caballeros que la sirven y festejan, para examinar cuál es más valiente. (GalVDi, p. 33b)

El torneo al que se alude en estos versos es descrito con cierta minuciosidad en un lenguaje culto, lleno de ricas imágenes. El relato comienza así: FADRIQUE

De la batalla o fiesta llegó el día; era cada balcón florido mayo, vieron primero la persona mía sobre los hombros de un hermoso bayo. Pisó el circo gentil con bizarría aquel hijo del Betis y de un rayo, haciendo, como diestro en los torneos, corvetas una vez, otras escarceos [...] Su caballo se vio correr en pelo, sin silla, sin señor que le administre; porque en tierra cayó, y medir pudiera la que habrán menester cuando se muera. (GalVDi, p. 34-35)

En otra comedia, doña Jimena, la hermana del rey Alfonso el Casto, relata a Elvira cómo se enamoró de don Sancho Díaz, el conde de Saldaña, en un torneo celebrado en León: Hubo una justa en León donde los godos hidalgos quebraron lanzas al rey, y entre ellas su honor quebraron [...] Salió con armas azules y con azules penachos,

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hecho un cielo en el color y un infierno en mi descanso. En un overo andaluz que al margen del Betis claro se crió dejando atrás los vientos desenfrenados [...] Como ligera saeta que disparada del arco por el arrogante persa, sin ser vista, llega al blanco. (DesgAl, vv. 260 y ss.)

Los detalles con que son descritos estos juegos y torneos, no sólo por los poetas, sino también por los cronistas de la época, reflejan la importancia que se les concedía; no en vano todos ellos formaban parte de la educación de la nobleza moderna, recomendados, incluso, por algunos moralistas que deseaban ver revitalizada la capacidad militar, otrora orgullo de su clase, y que se estimaba como muy necesaria para la defensa de la monarquía. Eran además vistos como un servicio al rey, y en ellos cada cual podía reconocer el lugar que ocupaba dentro del conjunto y manifestar en público sus aspiraciones156. Otra de las cualidades que, al menos teóricamente, debe poseer todo noble, en una sociedad estamental, es la de su fidelidad al señor; ser fiel es una virtud caballeresca heredada de los antepasados y que concierne al de noble cuna, no al bastardo: «Que no puede ser leal / quien no tiene sangre mía», dice el rey157. Mira parece entender la lealtad como una cualidad que sobrepasa hasta la misma muerte. Por eso, cuando el autor propone que se sirva al rey allá donde se extiende su imperio hasta morir incluso por él158, está presentando un código que no parece tener ya vigencia entre los más jóvenes. Pero el buen vasallo acepta esa muerte antes que ser traidor a su rey:

156

Ver Río Barredo, 2000, pp. 152-153. PrimCF, 2492-2493. 158 MárMad, vv. 66-68. Lo mismo le recuerda otro padre a su hijo que anda en enredos amorosos; él, que ganó honra combatiendo con el emperador, le propone que marche con el duque de Medina Sidonia, porque es mejor «hacer, con la virtud, guerra / a devaneos y a vicios, / por honrados ejercicios...» (ViMonP, vv. 117 y ss.). 157

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FILIPO

Si te sirves con mi muerte, mi espada propia daré. Saca con ella, señor, vida y alma racional del vasallo más leal que ha tenido emperador. (RuedFo, p. 9b)

Y hasta puede caer en desgracia ante los ojos del monarca; pero, aun así, el noble debe seguir siendo leal, aunque haya sido el mismo rey quien ha provocado su infortunio, como hace Belisario que, cuando va a ser despojado del bastón de mando y de sus bienes para ser encarcelado, sólo entrega su espada al emperador al que dirige un lírico fragmento en que recuerda sus pasados méritos, renovando su vasallaje y fidelidad, que os sirvo con lealtad, y por reinar no la guarde al padre el hijo, yo sí, que he sido vasallo el más fiel, el más digno de eterna fama. Señor, a vuestras plantas me inclino. (EjMayD, vv. 2536-2542)

Los auténticos nobles de las piezas amescuanas son leales caballeros a su señor, como el viejo Ruy López quien, ante la presencia del rey en su casa, estima más su condición de vasallo que el ser llamado padre por parte de su majestad: Tanto estimo que me cuadre el de súbdito, que aún hallo en el nombre de vasallo más honra que en el de padre. (PrósAL, p. 264b)

porque todo buen vasallo ha de servir a su señor no sólo por obligación sino por amor («Señor, serviros debe mi amor»159). Que el rey lo reconozca ante su persona es de un valor inestimable: 159

PrósAL, p. 266b.

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REY ENRIQUE

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Eres vasallo leal. Ese nombre es celestial, y es, gran señor, para mí. (CautCC, vv. 1780-1782)

Nuestro dramaturgo ataca con dureza todo acto de traición a quien se considera señor o amigo. Los actos disimulados de lealtad enmascarada con el interés personal son denunciados sin compasión por el clérigo accitano. Así, Batistela, el amigo del bandolero Nardo Antonio, que encubre su traición al amigo con un acto aparente de lealtad al rey, sólo para cobrar la recompensa de su entrega, terminará de forma violenta. Pero antes, como traidor y cobarde que es, deja traslucir su miedo y su mala conciencia: Yo quedo con gran cuidado. Desleal amigo soy; pero soy leal vasallo. Valiente es Antonio, temo que no me han de oír los soldados. [...] El hacer una traición mucho acobarda, yo caigo en deshonor con mi amigo, lo que con él pierdo, gano con el Rey, dándome en premio por Nardo diez mil ducados. Mucho puede el interés. (NardAB, p. 28b)

Al imaginario de virtudes nobiliarias hay que añadir otras también de gran importancia: el verdadero caballero no debe ser celoso («mengua es de hombres principales / tener de una mujer celos / si es la más segura guarda / ni pedillos ni tenellos»160), ni desagradecido («ingratitud y nobleza / nunca pueden estar juntas»161), Débole vida y honor a este noble caballero,

160 161

FénSal, vv. 2135-2136. ConfHu, vv. 2321-2322.

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soy agradecido, y quiero saber de quién soy deudor. (FénSal, vv. 829-32)

ni crearse enemistades; antes al contrario, si una virtud hermosea al noble es la de la amistad, tesoro de gran valor, por el que se es capaz hasta de renunciar al amor para no perjudicar al amigo162. Mira echa mano de personajes ilustres (casos como los de Pilades con su primo Orestes; los filósofos griegos Pitas y Damón; la amistad de Alejandro con su inseparable Efestión; o el paralelismo mítico de Teseo y Hércules, y la amistad de Castor y Polux, hermanos gemelos, hijos de Leda y Júpiter), símbolos todos ellos de la amistad y la unión, para resaltar esta virtud en personajes como don Bernardo, que si en algo destacó fue en la lealtad para con sus amigos y su señor163. También deben adornar a todo noble cualidades como la cortesía, la afabilidad y atención en el trato («aunque el sufrir es bajeza / de uno la descortesía, / el tenerla yo, sería / falta de mayor nobleza»164), la predisposición al perdón («que blanda misericordia / vive en los pechos hidalgos / y fácilmente perdonan»165) y la sumisión a la autoridad del padre, por muy malo que sea: Por malos pasos que lleve un hombre o un demonio igual, por más insultos que pruebe, en siendo hombre principal, jamás al padre se atreve;

porque viendo al padre le suspende la sangre que tiene suya. (MárMad, vv. 41-50)

Sólo la persona del rey está por encima del padre, y únicamente cabe enfrentarse a él cuando ese padre atenta contra la corona misma:

162 163 164

PrósBC, vv. 2992 y ss. PrósBC, 93 y ss. ObliCS, vv. 2173-2176.

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¿Cómo no se trastornó el mundo a un acto tan fiero? Si puede ser, degenero del padre que ser me dio. Hijo no soy de Conrado... pero si acaso lo es, que ya no habrá quién lo crea, primero su muerte vea, y él me matará después. (NoHayR, vv. 2275 y ss.)

Pese a todo, hay una obligación y un deber filial de respetar su vida por encima de todo: Y te doy ejemplo de esta manera de que al rey, cuadre o no cuadre, debe respetar el hombre, pues que yo respeto el nombre de padre, sin ser mi padre. (NoHayR, vv. 2305-2310)

En el código de virtudes nobiliarias es necesario incluir también la disposición constante a dar, a tener una mano generosa dispuesta siempre a ayudar a los que lo necesitan166. Pero lo que en puridad debería ser un acto de justicia se convierte en un acto de caridad con el que se pretendía demostrar la superioridad de valores de la clase noble, y bajo el que se escondía el derecho que tenían los humildes a ser amparados por los que asumían la obligación de defensa y protección. La justicia, que en realidad no equipararía las distintas clases, se traduce, mediante el acto de caridad167, en la expresión de una virtud que realza a la misma nobleza. RUY

165

Pues, Herrera, ¿no es deuda, y muy debida,

EscDem, vv. 277-279. «Dichoso llaman al dar / y desdichado el pedir» (VenFea, vv. 1227-1228). 167 El conde de Cardona ofrece a San Ramón Nonato dos mil ducados para la redención de cautivos en el norte de África (SanSNa, vv. 1713-1714). 166

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la limosna que piden, por mi vida? Que el pobre nunca aguarde; la limosna deshace el darla tarde. (PrósAL, p. 263b) EMPERATRIZ LIMOSNERO EMPERATRIZ

Pocos pobres han venido. Nos manda el emperador no darles, y me recelo. Si es la limosna en el cielo como en el suelo el favor, ¿la niega? (RuedFo, p. 6c)

BELISARIO

Y vos, que fuisteis soldado de buen capitán, tomad. DALE UNA CADENA No tenga necesidad quien a mis pies ha llegado. (EjMayD, vv. 61-64)

EMPERADOR

Porque dar algún favor a un soldado, a un labrador, es premio y es regocijo. (RuedFo, p. 17a)

Hay quien entiende que esta tendencia al dispendio es un vicio que puede esquilmar la hacienda de la familia; pero por encima de esa visión más materialista se alza la idea de que la generosidad en las dádivas enaltece al que las da: Bien tus favores merece Carlos, pues es principal; que antes por ser liberal, más se ilustra y ennoblece. (AmpHo, vv. 441-444)

La prodigalidad tiene también que ver con el honor, que es una forma más de ostentación168, cuyo alarde exhibicionista se traducía en

168

Jouanna, 1968.

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regalos de diamantes, rubíes, cadenas, bolsas de dinero169, y en espléndidas dotes. Y hasta en la abundancia de manjares con que se obsequia a los invitados: D. GARCERÁN

HORACIO

Si de esta suerte tratáis, señor, a los convidados, si os parecieren pesados, de serlo la causa dais: que fue tanta la abundancia de los manjares preciosos que a los festines famosos exceden de Italia y Francia... Garcerán, siempre a mi mesa se sirve un buen ordinario, y alabar no es necesario su abundancia, que me pesa. (FénSal, vv. 1293-1308)

Por su parte, los beneficiados por esa generosidad saben reconocer y agradecer las honras que les dispensan sus señores: VILLANO

Olvidan luego los nobles lo que dan, y no olvidan lo que reciben.Yo, al menos, en aquesto he sido hidalgo. A pagaros vengo, a fe, lo que vos me habéis honrado; no en dinero, en otra cosa que os ha de hacer más al caso. (AdveBC, vv. 2185-2192)

Incluso, en ocasiones, como sus amos no siempre tuvieron la fortuna de su lado, no es raro encontrar a criados que socorren a su señor en momentos de apuro. (Herrera al Condestable Ruy López, Flores a don Fadrique):

169 Ver, por ejemplo, FénSal (vv.1885-86), AmpHo, (vv. 1149-50), CuatMA, vv. 2063 y ss.También LisFra, v. 1484. En NoHayR, cuya acción transcurre en Sicilia, Mira ironiza sobre estos comportamientos de los nobles, por boca de un criado, que se hace pasar por marqués ante su amada: vv. 1859-1868.

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FLORES

¿Tú siendo mi dueño? No. ¿Tú pobre mientras yo vivo? Te has engañado, señor; esta cadena, un bolsillo y dos sortijas te entrego, de valor tan excesivo que puedes comprar libreas y caballos. (GalVDi, p. 31a)

Naturalmente, la liberalidad encuentra en el rey su máxima expresión por ser la encarnación de la más alta nobleza. Su generosidad no sólo se muestra con los grandes, sino también con los criados y lacayos leales a la corona: REY

RICOTE

Es tu lealtad digna de que mi largueza te premie. Desde hoy te doy mil maravedís de renta. ¡Coche he de haber y litera! ¡Papagayo compro y mona! Voy a contar la moneda. (CabSNo, vv. 3222-3224)

El criado no da crédito a lo que oye, y con esos mil maravedíes se ve a sí mismo ya como una persona distinguida; el coche y los animales exóticos, funcionan como signos externos de prestigio y distinción social y económica. No se trata de un acto con el que el rey ascienda a otro estamento superior a un criado, rompiendo las franjas de la división social, sino que es una manifestación más del carácter ilusorio del teatro. Se trata de una demostración de la generosidad de los nobles para con los humildes. El mismo emperador Carlomagno, en agradecimiento por el agua que le ha servido el carbonero, lo recompensa con un rubí como muestra de su amor, pero el carbonero, que como sabemos es su hijo, lo ha socorrido sin requerir nada a cambio, porque en él hay más inclinación a dar que a recibir:

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CARLOMAGNO

CARLOMAGNO LUIS

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Toma, en señal de mi amor, este famoso rubí. No vendo el agua. No es preciso lo que debo agradecer. Tómole para no ser, con vos, descortés y necio. Y, pues ya es mío, señor, aunque está en vuestra presencia, ¡pardiez!, con vuestra licencia, le he de dar a Blancaflor, porque el ánimo me inclina más a dar que a recibir. (CarbFra, vv. 1450-1461)

Todas las virtudes intelectuales y morales de la nobleza se resumen y encierran en la palabra discreto, que Mira define como «la luz del entendimiento» y cuyo contenido consiste en ser hombre de bien («siempre el que ha nacido / discreto es hombre de bien»170): D. FADRIQUE

La discreción es unión de todas virtudes: que es cuerdo, prudente y cortés el que tiene discreción. Si en él virtud de prudente y de cortesano están, sabrá a tiempo ser galán, sabrá a tiempo ser valiente. Si es valentía, en efeto, guardar la vida y honor, ¿quién ha de saber mejor ser valiente que el discreto? (GalVDi, p. 32ab)

La discreción viene a sumar un conjunto de valores que relacionan el modo de vida de la nobleza y la práctica del poder. Las buenas maneras, el ceremonial, la etiqueta, las estrategias en la conversación, el arte de observar, de simular y disimular fueron pautas de

170

NoHayRe, vv. 547-548.

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comportamiento entre los nobles que se disputaban entre ellos cotas de prestigio y poder171. El discreto, pues, se dice en la comedia, no debe hablar sin motivo («este es sabio y más callado, / no habla si no es preguntado»172), sin orden ni medida, ni de forma culta y afectada, sino con naturalidad y sencillez, sin jugar a culterano173; en sus conversaciones ha de guiarse por la moderación y la mesura, que no se le amontonen las palabras en la boca pero tampoco hable demasiado despacio; y que use vocablos propios, de buen gusto, como se habla en palacio, incluso con ciertas dotes de poeta174. Un caballero de esta clase debía despertar la admiración en las damas: «¿qué mujer no da el alma / a un hombre de buena lengua?»175. Estos consejos tan serios y prudentes podrían estar sacados de un tratado de educación de nobles, pero son los que el criado Flores le da a su amo para poder conseguir el favor de la dama. Pero, como no podía ser de otro modo, el tono irónico y burlón176 de sus últimas palabras es evidente: FLORES

171

Aunque no importa saber sino embustes, para hacer que entiendan todos que sabes; vete, señor, a estudiar.

Antonio Álvarez-Ossorio Alvariño (1997) ha tratado el mundo de los cortesanos a partir de algunos aspectos de la tratadística áulica escrita en castellano, y ofrece una perspectiva general del arquetipo del cortesano discreto. 172 NoHayR, vv. 542-543. 173 Al necio y cursi Fernando, que siempre anda jugando con las palabras, la dama le promete que será suya, cuando sea discreto hablando de forma natural y sin metáforas (CuatMA, vv. 1351-1354 y 2399-2400). 174 GalVDi, p. 29c. 175 FénSal, vv. 991-992. 176 Mira satiriza la forma del buen gusto como propia del lenguaje rebuscado (GalVDi, p. 29). Asimismo se vale del estilo culterano, que, en unos casos, es atenuado (MesCie, por ejemplo, vv. 404-406, 572-573, 633-634, 739-740, 1435-1436, 1510-1511, etc.) y, en otros, es más patente (HijaCa, 454-464, 489-492, 575-84). Lo mismo ocurre con el empleo del hipérbaton, que, aunque usado por nuestro autor (MesCie, v. 1624), a veces, es objeto de parodia, por su uso extremado: CuatMA, vv. 1270-1280. Ironiza asimismo el poeta sobre el lenguaje pseudolírico y hueco de los amantes (NoHayR, vv. 2049-2054; 1044-1046). También, ViMonP, vv. 407 y ss. y FénSal, vv. 488-492, entre otros ejemplos.

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Pero el caballero, que conoce bien lo que significa ser discreto, responde: D. FADRIQUE

Flores, no hay arte en efeto para parecer discreto, si no es serlo, o callar. (GalVDi, p. 29c)

La discreción comporta asimismo saber guardar un secreto, que en eso se distingue el noble del villano: ENRIQUE

Esto a mi ser contradice porque de su honor desdice el que descubre un secreto, que el que le guarda es discreto y villano el que lo dice. (AmInM, vv. 1285-1289)

Algunas de estas virtudes vienen expresadas a través de una simbología animal: así, la tórtola representa al buen amante; la serpiente, la cautela y prudencia; el elefante simboliza la modestia («la alabanza en boca propia, / dicen, que es cosa muy vil»177); el pavón, los celos; el perro es el símbolo del agradecimiento; el león, del sufrimiento, y el pez, del secreto y la constancia178. Pero si en el imaginario mental, a la nobleza, como ente abstracto, se le atribuyen todas estas virtudes que harían de ella una clase privilegiada, otra cosa distinta son las actuaciones y comportamiento individuales de muchos que se llaman nobles. En la comedia amescuana no todos los caballeros responden al modelo ideal de noble: algunos, por querer asechar contra la realeza, terminan en la muerte (el Conde Magances de CarbFra; el Conde y el Barón de AdúlV, Ludovico y los príncipes de Taranto y Salerno de CautCC); otros son castigados por querer usurpar el poder al legítimo heredero (como Conrado y su hijo de NoHayR); y algunos más reciben el perdón tras previo arrepentimiento (Ancino de DesgAl, el conde Bertilo de ConfHu; o Leoncio de LisFra). 177 178

TerSMi, vv. 195-196. Ver, por ejemplo, PrósBC, vv. 2012 y ss.

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FORMAS

EXTERIORES, TRATAMIENTO Y ETIQUETA

El ser noble es fundamentalmente un modo de ser; pero un modo de ser que había de exteriorizarse, que tenía que responder ante la opinión social con actos y comportamientos que se suponían que eran propios de ese grupo: Estas formas tenían su expresión en el modo de vida, en su educación, en el protocolo de saludos, en la etiqueta y tratamiento, en el lenguaje, en el porte externo y hasta en el aspecto físico, porque no parece que se pueda concebir la nobleza sin la belleza: URBINO

Desde el punto que te vi, Porcia, hermosa, dije: «aquesta ilustre sangre contiene. Y parece hermosa piedra engastada en metal pobre» (GalVDi, p. 33c)

Comenta Mariló Vigil que la aspiración y el sueño de las damas de los siglos XVI y XVII, el que ejerció una profunda fascinación, fue el estereotipo femenino de la cultura cortés179. Sabemos que la dama del amor cortés, la de la poesía trovadoresca y la de las novelas de caballerías, era extremadamente bella, y en ella depositaron sus sueños las jóvenes de todas las clases, las doncellas y las casadas, las aristócratas y las campesinas, las de clase media y las criadas. Esta era la dama de la comedia, una joven noble que resplandece en belleza, y dotada de una hermosura inherente a la nobleza de su sangre. Bástenos citar tan sólo algunos ejemplos: JAIME

Dote es que pudieran reyes estimarle, porque iguala con su hermosura excelente. (HijaCa, vv. 1100-1102)

ARTEMIO

que aunque de mi sobrina es la hermosura rara y peregrina, cuyo rostro perfecto y acabado

179

Vigil, 1994, p. 62.

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sirve de espejo al campo matizado, y entre linajes buenos es el suyo no el menos, el tuyo la nobleza puede honrar una alteza. (MesCie, vv. 669-676) D. ÁLVARO

Isabel de Portugal es la consorte real, cuyo rostro, cuyo brío ha trasladado el pincel con tan valiente destreza que dejó a naturaleza con envidia y celos dél. ...... Un abismo es de belleza, que al tiempo que la formó a sí misma se excedió la madre naturaleza. (AdveAl, pp. 298a y 299b)

La creencia en que el ordenamiento social era una trasposición del orden celestial inspira el pensamiento de que la inserción del estamento nobiliario en la parte más alta de esta jerarquía es de origen divino. Por eso la belleza física, en su más alta expresión, es también un reflejo de la belleza divina; la hermosura de la dama noble tiene su fundamento en la belleza del cielo. Aquí también unos cuantos ejemplos son suficientes: D. GARCERÁN

que sois del original más bello que formó el cielo perfectísimo modelo y retrato natural. (FénSal, vv. 1097-1100)

ALMIRANTE

porque los cielos divinos no en balde te dan belleza... (CarbFra, vv. 46-47)

CARLOMAGNO

Cuando admiro la singular hermosura que el cielo pródigo y rico

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dio a Blancaflor, el silencio es retórico artificio. Mudo, alabo esta belleza, mudo, esta deidad estimo. (CarbFra, vv. 104-110) Dª MENCÍA

Todo lo ve quien repara en tan divina pintura, que del campo la hermosura es copia de vuestra cara. (FénSal, vv. 165-168)

Según ha estudiado Norbert Elias, las cortes europeas de los siglos modernos fueron ámbitos privilegiados, creadores del gusto, de las costumbres y de las relaciones sociales; un espacio de discusión de modelos, de recepción de influencias, centro impulsor de una cultura regia cuyos códigos se irradiaron al resto del territorio180. En consecuencia, el noble debía prepararse para la vida en la corte, para aprender y asimilar sus modelos de comportamiento y adaptar sus tradicionales habilidades por nuevas destrezas, acordes al nuevo espacio. En él se ha de distinguir por su aspecto, su rostro y su manera de hablar, tan distintos de los de los villanos181: De que lo sois, muestra clara me da vuestra gentileza, porque se ve la nobleza en el lenguaje y en la cara. (FénSal, vv. 549-552) Que vuestro rostro y presencia dicen que sois principal (ViMonP, vv. 172-173. 180

Ver Elias, 1982; Álvarez-Ossorio Alvariño, 1991; Bouza Álvarez, 1997. AdveBC, v. 2454. Cuando el rey Clodoveo se dirige a Crotilda, disfrazada de campesina, con un lenguaje elegante, refinado y lleno de imágenes, ella le responde en estos términos: «esas lisonjas, señor, / hallarán lugar mejor / en las cortes de los reyes / donde interpretan las leyes / la codicia y el favor» (LisFra, vv. 1687-1691). Esta visión negativa de la corte aparece en otras ocasiones para destacarla como lugar de sinrazones, envidias, rigores y desdenes, y de cuyos personajes no tiene una buena opinión el pueblo (CondAl, vv. 1592-1594, 2329-2332). 181

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Incluso en la oscuridad y en la confusión se puede reconocer al caballero del criado: El modo de responder a Cardillo bien declara que es galán y no criado. (LoQPSo, vv. 1689-1691)

Una moda cortesana muy celebrada en el siglo XVII fue la afición por los juegos de palabras y las adivinanzas; el escenario fue «la más concurrida cátedra del ingenio» en el que se aprovecha cualquier oportunidad para poner a prueba la agudeza mental de los espectadores; allí se dispara la alusión satírica o se esgrime el chiste agudo o malintencionado182: CROTILDA

CLODOVEO CROTILDA

Respuesta a tu ingenio pido. ¿Cómo, si verdad ha sido que deseas lo que viste, no amando lo que tuviste deseas lo que has tenido? No entiendo. Estúdialo pues. (LisFra, vv. 1737-1742)

La vestimenta fue un componente exterior fundamental en el reconocimiento de las clases sociales; los personajes de la comedia lo tienen muy en cuenta a la hora de establecer alguna relación, ALEJANDRA LEONARDO LEONOR ALEJANDRA LEONOR ALEJANDRA LEONARDO

182

¡Qué gracioso! ¿Sabes quién es? Caballero, Y del Piamonte. Repara Que te miran. Gentil cara. Háblale, que estás grosero. Hombre será principal. El hábito lo confirma. (FénSal, vv. 112-118)

Granja, 1982, p. 16.

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FEDERICO

De vos me fío si el traje al ser corresponde. (AmpHo, vv. 161-162)

El criado Solano le propone a su amo vestirse como le corresponde a un galán para recibir a su amada. Entre otras cosas le aconseja: Y mete con la librea vestidos para ti y todo, y vestiráste a lo godo, que es gala que más campea. (FénSal, vv. 3110-3113)

Además, le propone que use calceta, jubón, ferreruelo en el calcañar y sombrero; que lleve el pelo bien peinado y la voz dolorida. Al amo le place la propuesta, y pregunta quiénes son los que llevan tales trajes. La respuesta del criado no le gusta: D. GARCERÁN

Pues ya me parece mal, que [si] ese hábito trajera un gran señor, le siguiera como premática real, pero de gente ordinaria, ni por imaginación; porque tiene la elección civil, disconforme y varia. (FénSal, vv. 3131-3138)

Parecido consejo le da el criado Gómez al desaliñado don Juan: GÓMEZ

Tenga cuidado de sí, pues es rico y es bien hecho; busque un sastre de buen gusto, que le vista bien. (CuatMA, vv. 1585-1588)

Pues el descuido en el vestir es un inconveniente a todo caballero:

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ANA

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¿A qué mujer de buen gusto en esta corte ha agradado marido desaliñado? (CuatMA, vv. 249-251)

El traje se acomoda cabalmente a la perfección de las formas corporales y a la calidad del que lo lleva. En el noble se conjuga por igual la hermosura, el ingenio y el vestido; todos ellos son signos de su identidad, de reconocimiento y de proyección e imagen hacia los demás grupos: ALEJANDRA

porque el cielo igual te dio el ingenio y la hermosura. ¡Qué bien te está el traje! (FénSal, vv. 1877-1879)

Por el vestuario de los actores y actrices se ha podido estudiar cuál era la moda en el vestido, peinado, adornos o calzado de la gente del XVII; pero cabe preguntarse si fue la moda la que condicionó el vestuario teatral o fue el vestuario de los personajes de la comedia el que impuso los gustos de la moda. O de qué forma se puede saltar de los vestidos que llevan los personajes de la comedia de Calderón, Lope o Mira a los de la pintura barroca de un Zurbarán o un Velázquez, por ejemplo, o a la vestimenta de los hombres y mujeres de la España del XVII. Hay trabajos en esta dirección que van poniendo las bases de lo que pudo ser el vestido, masculino y femenino, en los Siglos de Oro183 y que muestran hasta qué punto era importante que manifestara la distinción social. El teatro insiste en ello. Otras veces, en cambio, el vestido no concuerda con el ser de la persona social; por eso puede pasar desapercibido: «No te conocí, que el traje / desmintió tu calidad»184, le dice Belisario a Leoncio. Pero lo normal es que el vestido dé señal de la nobleza del que lo porta185; y si hay disfraz de por medio, serán las manos o el lenguaje los signos identificadores: 183

Hay que reconocer las aportaciones de los estudios de Bernis, 1962 y 1978; García Viedemann y Montoya Ramírez, 1998 y 2001; Carmen Argente del Castillo Ocaña, 1998 y 2000; Reyes Peña, 2000. 184 EjMayD, vv. 461-462. 185 Ver, entre otros ejemplos, AmpHo, vv. 152-154; AnProf, vv. 352 y ss. y 20122015, 2029-2030, 2176-2178.

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DUQUE

Eso me tiene suspenso, que las manos y el lenguaje están desmintiendo el traje, y no sé lo que me pienso. Sé que mi gozo es inmenso. (TerSMi, vv. 1453-1457)

Todo el atractivo físico se suele identificar en la comedia con el talle186; belleza, proporción y talle vienen a ser iguales. Cuando la dama o el galán se sienten atraídos por la apostura, el garbo, la gracia, el donaire o la disposición del otro lo resumen todo en la palabra talle. A veces, el primor del cuerpo parece sacado de una pintura («el talle es pintado.Yo soy muy lindo y bien hecho»187); por él se conoce al caballero («en vuestro talle se ve / que sois noble caballero»188), la nobleza de su cuna («muestras da de bien nacido / en el talle y en el habla»189), el atractivo de su cuerpo («trae por compañero / un peregrino mancebo / de hermosa presencia y talle»190) y el gusto de su presencia («no le digas que se vaya, / que me agrada su buen talle»191); por él se relaciona al joven con su formación cortesana («¡qué lindo talle que tienes; / qué buen cortesano estás!»192), con la discreción («Don Sancho es caballero, rico y noble, / y dicen que es discreto y de buen talle»193), o con el ser interior, como espejo del espíritu («bien el talle publica / que vuestra voluntad de todo es rica. Anoche un huésped vino, / con extraordinario modo y peregrino, / cuyo talle mostraba / ser espejo, según representaba, / de santidad perfecta»194). Talle y cara juntos pueden deslumbrar y arrancar pasiones como la de doña Blanca,

186

El talle es uno de los rasgos característicos del caballero de la comedia áurea según ha estudiado Juana de José Prades, 1963. 187 FénSal, vv. 1857 y 1859. 188 FénSal, vv 539-540. 189 NegrMA, vv. 149-150. 190 NegrMA, vv. 2064-2066. 191 TerSMi, vv. 1425-1426. 192 PalConf, vv. 2661-2662. 193 EscDem, vv. 2217-2218. 194 MesCie, vv. 3148-3149 y 3398-3402.

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¡Qué hermoso talle!, ¡qué rostro! ¡válgame Dios!, ¿quién dejó para que muriese yo en mi poder este rostro? (CabSNo, vv. 482-485)

o despertar rivalidades entre las damas que compiten por un mismo amante: Porcia e Isabela, prendadas de los jóvenes que pasan por ser «sobrinos» del rey de Nápoles (en realidad tan sólo uno lo es, pero el soberano no sabe cuál de los dos), los desprestigian para que la infanta Margarita, que aspira a casarse con el verdadero hijo, no se fije en ellos. Por eso dice Isabela: Mal pueden ser cortesanos, ilustres y caballeros, hombres de tan malos talles. (ExamRe, vv. 513-515)

El guante es otro signo de clase; su olor a ámbar revela la identidad del que los lleva, D. GARCERÁN SOLANO D. GARCERÁN

Sin duda que es caballero. ¿Caballero? ¿En qué lo vistes? ¿Los guantes de ámbar no olistes? (FénSal, vv. 653-655)

lo que aprovecha el criado para burlarse; socarronamente, contesta: «¿no podría ser guantero?» Y más adelante: Creí que era en el olor portugués perfumador o hombre de esta calidad195. (FénSal, vv. 810-812)

195

Los galanes afeminados, llenos de perfume y afectación fueron objeto de fuertes críticas por parte de escritores como Zabaleta, Liñán y Verdugo, Suárez de Figueroa o el mismo Lope... Los guantes que se querían perfumar se metían en infusión durante algún tiempo para que tomaran el aroma. La mano se daba con guante quitado; y de no hacerlo así, se excusaba con el «salvo guante» o «perdone el guante».

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El protocolo en los saludos fue una parte importante en las relaciones sociales en tanto que constituía un reconocimiento del rango, aunque fuera ridiculizado por algunos como una manifestación de honra vana196. Pero lo cierto es que el tratamiento reflejaba la posición del individuo dentro del grupo social y fue objeto de muchas susceptibilidades. Señala Rafael Lapesa que la «puntillosidad de nuestros antepasados relegó el tú a la intimidad familiar o al trato con inferiores y desvalorizó tanto el vos que era descortés emplearlo con quien no fuese inferior»197. Se trata, pues, de dos tratamientos familiares, que se solía emplear para criados y vasallos o entre amigos sin cumplimientos. El uso, sobre todo, del vos era, al mismo tiempo, humillante y ultrajante; de ahí la reacción de los lacayos: D. BELTRÁN SOLANO

No hablan, lacayo, con vos. Lacayo, con reverencia. (FénSal, vv. 683-684)

El uso de ambos tratamientos lo encontramos usado por algún noble para dirigirse a otro personaje de inferior categoría: MARGARITA DOMINGO

Espera tú. ¿No me dijo tú? ¿mas si fuese mi tía? (ExamRe, vv. 507-508)

Horacio

Halle en vos este favor el conde Horacio Colona Perdone vueseñoría si en algo he andado grosero. (FénSal, vv. 799-802)

D. GARCERÁN

El criado, que sabe del uso humillante del vos, desea que su amo encuentre una mejor posición de la que tiene mediante un matrimonio honroso para, de esta manera, verse favorecido también él en su estima social y poder así librarse de ese molesto tratamiento:

196

Como hace Miranda Villafañe, que ridiculiza la obsesión por las formas externas de exhibición del rango.Ver Carrasco Martínez, 2000, p. 204. 197 Lapesa, 1991, p. 392.

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Pues sigue, señor, la empresa: pues te llama la ocasión a tan dulce pretensión, solicita a la Duquesa; que ya reviento por verme en Italia señoría, que aunque es común cortesía, podré del «vos» defenderme. (AmInM, vv. 187-194)

El uso del voacé, en el siglo XVII, era propio de criados y bravucones: «¿Es Jaramillo, voacé?», le dice un criado a otro198; «en vosancé hallamo siempre / mala obla, mala palabra»199. En cambio, el tratamiento de merced o vuesamerced demostraba cortesanía y respeto. El uso de vuestra merced era un tratamiento cortesano aplicable a personas principales, pero no pertenecientes a la nobleza.Ya fr. Antonio de Guevara, en 1533, escribía que «el estilo de la Corte es decirse unos a otros: “beso las manos de vuestra merced”»200. Según esto, encontramos con que un médico se dirige a otro presunto colega con esta fórmula: «Vuesamerced ha alegado / autores sin opinión»201. Pero también aparece la expresión puesta en boca del gracioso Mortero hablando al negro Rosambuco: «Vuesarced peca de crudo, / a mí el miedo me salva. / Usted vive de su culpa, / y yo como de mi gracia»202. Vueseñoría, vueselencia (o vue Excelencia), estaban destinados a los Grandes o titulados203. Pero si estos nobles descendían en consideración social se rebajaba también su dignidad: Ludovico, ascendido en 198

FénSal, v. 1158. NegMA, vv. 465-466. 200 Ver Alvar-Pottier, 1987, p. 132. El mismo Antonio de Guevara advertía que si uno dice a otro en la corte «Dios os mantenga» o «Dios os guarde», como forma de saludo, «le lastimarían en la honra y le darían una grita». De igual manera,Torquemada habla del desprecio que sienten sus contemporáneos por todo tipo de saludos en que se mencione a Dios (Rodríguez Cacho, 1989, p. 211). 201 AmInM, vv. 819-820.También se encuentra algún ejemplo en que un criado, para dirigirse al emperador, usa «su mercé» (CarbFra, v. 1561). 202 NegrMA, vv. 115-118. El término de «vuesasted» aparece usado igualmente para dirigirse a uno de mayor categoría social, v. 45. 203 Ver, por ejemplo, FénSal, vv. 801, 805, 813; HijaCa, v. 1230; NardAB, pp. 3 y 5. 199

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fingidos honores, se dirige al valido Enrique Ávalos, ahora caído en una hipotética desgracia del rey, con el título de «vuesamerced», a lo que rápidamente responde el criado: CHIRIMÍA

¡Vuesa merced! ¿Vuesa qué? Baje un rayo que le queme; ¿a don Enrique uve y eme habiendo sido uve y e? ¿Vuexcelencia ayer, y hoy vuesa merced? (CautCC, vv. 1215-1220)

El uso de unas y otras formas da lugar a actitudes jocosas204 por parte de los lacayos, que juegan burlonamente con los distintos tipos de tratamiento205: SOLANO

Mas digo mal en saber si cena a oscuras éste por quien te aventuras, o con un cirio pascual; si es merced o tú ni vos, señoría o excelencia, por quien se pueda en conciencia reñir y matar a dos. (FénSal, vv. 641-648)

La manía caballeresca y el afán de enseñoramiento y elevación de las gentes de la baja sociedad del XVII hicieron que apareciese una serie de pragmáticas derivadas del poder político durante los siglos XVI y XVII, sobre títulos, cortesías, tratamientos y sobre el uso del don. La obsesión por el don nace, según fray Benito Peñalosa, «de ser altivo el

204 A la fórmula tan socorrida de los nobles de besar los pies, Mira propone su tono burlón, claro está, por boca de un criado ridículo que se dirige a su amo: LoQOír, vv. 2053-2056. 205 Juan de Luna en sus Diálogos familiares hace una especie de resumen de los distintos grados de tratamiento, mediante los cuales el autor intenta demostrar que hay un orden jerárquico riguroso.Ver Rodríguez Cacho, 1989, p. 223. Por su parte Quevedo se mofa de aquellos que no usan como es debido tales formas: Prosa festiva completa, p. 227.

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español y preciarse de señor»; de ahí, el gusto de «apetecer llamarse don, que es lo mismo que señor».Y enlaza el autor este fenómeno con la expansión española por América y Europa: como consideran que la pobreza les imposibilita utilizar este apelativo, marchan a las Indias a buscar y conseguir las riquezas con las que colgarse el don.Y así, ¡apenas han puesto pie en ellos, cuando muchos se llaman don, aunque en España hayan sido muy pobres y mecánicos, aunque no lleven oficio ni caudal y, entrando la tierra adentro, no hay príncipes que los igualen». En el paseo por las calles de Madrid, el Diablo Cojuelo le enseña a su acompañante «la pila de los dones» donde «se bautizan los que vienen a la corte sin él. Todos aquellos muchachos son pajes para señores, y aquellas muchachas, doncellas para señoras de media talla, que ha menester el don para la autoridad de las casas que entran a servir, y agora les acaban de bautizar con el don».Y líneas más abajo, comenta el estudiante que «los más suelen llamarse don Pedros, don Juanes y don Alonsos»206. Francisco Santos, en la misma línea que Luis Vélez de Guevara se burla del don de las mujeres de vida disoluta diciendo: «Esta desvanecida no se acuerda que su padre zurcía zapatos y, extraña a toda buena razón, ha negado a sus padres, y llamándose Juana López, se ha puesto doña Fulana de Sandoval». Doña María de Zayas advierte que algunas damas extendían el uso del don incluso a los animales: «Si tiene picaza, llámanla doña Urraca, y si papagayo, don Loro». De ahí que Fernández Navarrete no se abstuviera de apuntar los males que acarreaba tal manía obsesiva: Apenas se halla hijo de oficial mecánico que por este tan poco sustancial medio no aspire a usurpar la estimación debida a la verdadera nobleza; de que resulta que, obligados e impedidos con las falsas apariencias de caballería, quedan sin aptitud para comodarse a oficios y a ocupaciones incompatibles con la vana autoridad de un don;

por eso estima conveniente que lo que estaba reservado para príncipes, y se daba a tan valerosos caballeros en remuneración de tantas y tan heroicas hazañas, no esté en libertad de cualquier persona ordinaria el tomárselo, cau206

Vélez de Guevara, El diablo Cojuelo, pp. 91-92.

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sando confusión a la república con esta vana y tan poco sustancial señal de nobleza207.

En la comedia, los caballeros suelen anteponer el don a su nombre («mi nombre es don Garcerán / Cabanillas y Torrelas»208), aunque los simples hidalgos no tuvieran derecho a su uso, y tampoco se les daba entonces a consejeros y otros personajes de gran relieve. Sin embargo, su empleo, como hemos visto, lo fue extendiendo de tal manera que lo hizo banal209, a pesar de las protestas de algunos210: VARLOVENTO

¿Dos mil de renta es quienquiera? ¡Vengan peto y bigotera, venga un coche y venga un don! (PalConf, vv. 1594-1596)

El coche era también signo de distinción social; su uso fue tan espectacular y la afición que se le tuvo fue tan grande que se convirtió en manía. Se empleaba para ir a misa, D. GARCERÁN

Solo diré que venía en un coche con dos dueñas... Apeóse y oyó misa... Volvió a ponerse en su coche... (FénSal, vv. 933-941)

para ir de viaje, para conducir de incógnito a las damas y preservar su honestidad, o para salir de paseo por la alameda y por el Prado de San Jerónimo, convertido en uno de los lugares preferidos como centro de exhibición por los elegantes de la época, y sobre todo por las damas en sus carrozas211. Los paseantes iban caminando ante los jardines de Lerma, Maceda, Alcañices y Monterrey, para luego retornar hasta el monasterio de San Jerónimo: 207

Fernández Navarrete, Conservación de monarquías pp. 472-473 FénSal, vv. 841-842; ver también, vv. 698, 699, 745, etc. 209 Del uso y abuso del don también hay burlas en Quevedo, Prosa festiva completa, p. 222; y Lope reconoce que la «doñería» es una vergüenza nacional: Ver Arco Garay, 1941, pp. 465-512. 210 Como Diego Felipe de Albornoz. Ver Carrasco Martínez, 2000, p. 116. 211 Ver Zabaleta, El día de fiesta por la mañana y por la tarde, pp. 351-352. 208

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Mira este famoso Prado, esta mezcla de colores en jardines diferentes, bullir y saltar las fuentes, reír y alegrar las flores. Los varios coches que en tropa discurren el alameda, que, hiriendo el viento en la seda, caminan con viento en popa; las damas que a los estribos, con su donaire español, salen, dando luz al sol, como a su gala cautivos. (FénSal, vv. 408-420)212

Mira se burla de la obsesiva manía de las damas de tener un coche: PABLILLOS

Yo vi estar amortecida a una dama melindrosa, porque comprado no había cierto coche su marido; y él, llegándose al oído, salmos en vano decía. quité al marido de allí más triste que escura noche; llegué y dije: «coche, coche», y al momento volvió en sí. (PrósÁl, p. 279a)

Está claro que todas estas formas y exteriorizaciones deben ponerse en relación con un contexto más amplio de signos visibles y comprensibles que conformaban parte del ser noble y con los que se pretendía subrayar el prestigio de la estirpe y reforzar la calidad individual del señor. Ser noble significaba rodearse de una liturgia civil, de 212 Ver también los versos 129, 238. No hace falta mencionar el tono satírico con que Quevedo o Ruiz de Alarcón aluden al uso y abuso del coche, tema de actualidad entre 1610 y 1630, y que fue objeto también de crítica en algunos panfletos que circularon por Madrid en los que se señalaba la degeneración de costumbres, el desarreglo y daño que podían ocasionar a los que lo poseían.

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un boato y de una serie de signos evidentes que manifestasen la alcurnia y el señorío de sus protagonistas. Y la comedia áurea, y la de Mira de Amescua, dan buena cuenta de ello.

HONORES Y

PRIVILEGIOS

El afán por conquistar algún puesto entre la nobleza se convirtió en el XVII en prurito, en obsesión, entre otras razones, porque ello proporcionaba una consideración y unos privilegios que estaban vedados a otros niveles. Estas prerrogativas nobiliarias eran de varios tipos, según expone Domínguez Ortiz: unas otorgaban inmunidad tributaria, no efectiva completamente en la práctica real, porque se acrecentaron los impuestos indirectos, pero de gran valor simbólico en tanto que permitía diferenciarse de los pecheros. Otras eran de carácter jurídico, como aquellos privilegios que se refieren al hecho de que ningún noble podía ser atormentado (salvo casos excepcionales), ni sufrir penas afrentosas (azotes o galeras), ni ser ahorcado, en caso de pena de muerte, sino decapitado. Tampoco podía ser encarcelado por deudas (salvo las debidas por rentas reales); y en caso de sufrir prisión, los grandes solían ser encerrados en un castillo o enviados a servir a Orán, y más frecuentemente se les señalaba prisión en la propia casa o se les imponía no salir de la ciudad. Otros privilegios se cifraban en no poder embargar a ningún noble armas, vestidos, caballos, lecho o casa; en tener jueces especiales (alcaldes de hijosdalgo), en reconocerles ciertas preferencias en las dotes y contratos, o en monopolizar los cargos públicos más fructuosos213. Buena parte de estos privilegios, reales en la sociedad española del XVII, queda recogida en la comedia. Ella nos da cuenta de cómo un noble que no respondiera al código de valores propios de su clase o infringiera alguna norma, cometiendo algún desafuero, debía pagar por su conducta, aunque con penas diferentes a las de los villanos. El encargado de hacer justicia, evidentemente, era el rey, que, por su condición divina, se erigía en juez de los comportamientos humanos: ¿Es justo que no castigue el rey a los poderosos? 213

Domínguez Ortiz, 1992, pp. 180-181.

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Para todos es bien que haya justicia, aunque iguales no sean los castigos. (AdveBC, vv. 1494-1497)

Si era condenado a muerte, la suya era mediante decapitación214: así mueren don Bernardo de Cabrera y don Álvaro de Luna por orden de un rey, que, en cada caso, se ve sometido a un conflicto nacido entre el deber de hacer justicia y el afecto que siente por el reo. En estas piezas se nos muestra con claridad cómo triunfa la obligación del monarca de aplicar la ley, aunque luego se queje de haber dado crédito a las malas lenguas y no haber investigado los hechos con atención y cuidado, REY

Mal haya el que deshace su hechura fácilmente, pues se engañan los ojos del rey a veces y hay informaciones falsas. (AdveBC, vv. 3150-3154)

En cambio, Porcelos muere alevosamente a manos del rey con la espada, no porque haya sido sentenciado previamente por algún delito, sino por un acto de infundada deshonra.Y parecidas, e igual de inútiles, son las quejas del rey Ordoño II por su error: REY

214

Mi error a furia provoca; tú eres reina, a ti te toca darme un ejemplar castigo. Toma esa espada, da muerte a un homicida cruel del vasallo más fiel. (NoHDiD, p. 55c)

El derecho a ser ejecutado mediante la decapitación, a pesar de que el hecho mismo de la ejecución sea un deshonor, constituye un reconocimiento a su calidad de noble, calidad que ha heredado y que la condena no llegará a borrar porque la honra no es sólo un atributo del sujeto como individuo sino también como perteneciente a una clase. Jullian Pitt-Rivers (1968, p. 25) señala la relación íntima que existe entre el honor y la persona física, en concreto, cómo las ceremonias rituales en

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Otro tipo de muerte que la comedia presenta es por garrote, como la que se quiere dar a la infanta Margarita («dadle un garrote furioso, / córtela el cuello un cordel»215) y a Balduino («que [te] pongan en un palo / y [te] den garrote luego»216). El emperador Mauricio, por su parte, muere atravesado por la espada a manos del labrador Focas, luego él es ejecutado, a su vez, por el hijo del emperador «con un lazo / puesto en el cuello»217. En otra comedia genealógica, al relatar la ascendencia de la infanta doña Blanca, el viejo Ricardo hace alusión a la muerte que el rey de Inglaterra dio a su propia esposa («él mismo le dio garrote / siendo cordel el cabello»218). En cambio para el «caballero sin nombre», el criado cuenta que ya ha visto en la plaza preparada la horca (v. 1155), aunque luego el rey manda darle garrote en la misma prisión (v. 1400). El teatro también da testimonio del derecho del noble a tener prisión aparte. Sabemos que, de entre los titulados, los grandes apellidos tuvieron algunos privilegios especiales, como por ejemplo, el de no poder ser apresados sino por mandato directo y expreso del soberano, si cometía una infracción grave. Así lo atestigua la comedia en el caso del condestable don Álvaro de Luna que recibe directamente del rey la orden de recluirse en su casa («no salgáis de vuestra casa / hasta que os mande otra cosa»219), y luego es encerrado en una torre de palacio220; o el de don Nuño de Castro que, tras matar a don Lope de Estrada, anda perseguido por la justicia por mandato del monarca: Hice, hermana, resistencia al Justicia mayor, que anda con orden del rey expresa para prenderme; me ha dicho que en mi casa me esté, y sea de manera, que me niegue

que se confiere el honor están centradas sobre la cabeza (coronación de un rey, toque de la cabeza con un libro, llevar la cabeza descubierta o tapada, inclinar la cabeza, etc.). 215 PrimCF, vv. 3324-3325. 216 PrimCF, vv. 3425-3426. 217 RuedFo, pp. 18c y 22a. 218 CabSNo, vv. 713-714. 219 PrósAL, p. 276b. 220 AdveAl, p. 307a.

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a sus ojos, porque es fuerza, si llega a verme, que el orden que el rey le ha dado obedezca. (ObliCS, vv. 1438-1446)

La misma emperatriz Aureliana es encerrada en una torre por orden de su marido, por haberse mostrado contraria a sus gustos, EMPERADOR

Hipócrita, mal nacida, no me cansen tus sermones; vive el cielo, que en prisiones tienes de acabar la vida; llevadla luego a la torre. (RuedFo, p. 10a)

Una vez preso, el reo pierde todo derecho a ver al rey ni hablar con él. Y esta privación de la palabra y de la mirada del señor es lo peor que le puede pasar a un vasallo. En otros casos, el ámbito de reclusión se amplía a la ciudad («¡ya que por cárcel me han dado / la ciudad!»221, dice el privado Enrique), o bien el delito se paga con el destierro, por orden directa del rey («en castigo de tu yerro / de Nápoles te destierro. / Luego has de partirte a España»222) o a través de uno de sus ministros («¡pero advertid / que le ha de costar muy cara / la asistencia de Madrid!»223). Derecho nobiliario era también ocupar un lugar preferente en las ceremonias, distinto al de la plebe y sin mezclarse con ella, como una exigencia más de la etiqueta palatina: CONDE

En esta parte han de estar los nobles, y se les debe este lugar, y la plebe allí tiene su lugar. (PalConf, vv. 157-160)

Por eso protestan los nobles cuando la reina manda sentarse a su lado a un extraño que acaba de llegar a la corte en busca de mejor fortuna: 221 222 223

CautCC, vv. 1237-1238. CautCC, vv. 2332-2334. MárMad, vv. 162-165.

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CONDE

No porque la reina lo mande se debe perjudicar la nobleza titular de Sicilia, que es tan grande que no cabe en este banco, y, así, no tenéis lugar. (PalConf, vv. 480-486)

El conflicto se zanja con la concesión de un título a aquel joven del que la reina se ha enamorado: ¿Yo no heredo en aqueste reino mío las deudas del rey mi tío? Siendo así, no sólo puedo, sino debo con derecho dar a un soldado gallardo las mercedes que Eduardo viviendo le hubiera hecho. Y así, aunque ese asiento es vuestro honor, y yo le fío, tomad esta vez el mío; pasad al banco, marqués. (PalConf, vv. 513-524)

Pese a todo, aun admitiendo que la corona tiene potestad para otorgar títulos y mercedes, la nobleza no está dispuesta a admitir que un recién llegado reine sobre ellos: DUQUE

CONDE

NOBLE

¡Ése es engaño y traición! Suba a títulos la plebe, no a reinar. ¿Cómo se atreve este soberbio Faetón al carro del sol dorado? El engaño y la milicia no saben guardar justicia. ¡Muera, muera despeñado! (PalConf, vv. 701-708)

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Las alarmas suenan cuando, ya prometido de la reina, ejerce como rey concediendo arbitrariamente una serie de privilegios a la plebe (que lo apoya, frente a la nobleza que es partidaria del duque para ocupar el trono como consorte de la reina), contra el criterio de los titulados, con los que entra en fricción, y a los que acusa de soberbios y fieros: CARLOS [VOCES] CARLOS REINA CARLOS

Los populares reciban, de hoy más, honras y blasones. ¡Carlos y Matilde vivan! Vamos, señora. ¿No ves? que la nobleza te espera? Está soberbia, está fiera; abata el vuelo, y después llegará a besar mi mano. (PalConf, vv. 817-824)

Los nobles agraviados por este hecho, pierden el decoro y se niegan en principio a aceptar como rey a un advenedizo que ellos no han consentido, si bien transigen para evitar un levantamiento del pueblo. Pero aquí se vuelve a producir otro enfrentamiento entre rey nobleza: a la hora de cumplimentar al monarca, los señores deberían ser, por derecho, los primeros en hacerlo; pero el soberano los relega a un segundo término, acrecentando con ello su inquietud ante la inminente posibilidad de encontrarse ante un tirano, que usa caprichosamente de las mercedes regias y reparte aleatoriamente oficios y magistraturas en favor de la plebe (vv. 964-965), mientras que ellos son desterrados (vv. 903-904). Hasta tal punto ha llegado la situación que los mismos plebeyos se mofan y se burlan de unos títulos que no les sirven de nada: BARLOVENTO DUQUE BARLOVENTO

¿Qué responde, duque mío? No respondo nada, loco. Hable con más devoción que soy plebeyo. ¿No ve que es noble? Conozcasé, señorazo, señorón, noble, noblisimón. ¿No ve lo poco que vale? (PalConf, vv. 931-939)

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Ese lugar preferente en los oficios civiles se repite también en las ceremonias religiosas, al poder sentarse en la Capilla real «delante de los reyes, en el banco que llaman de los grandes, no por antigüedad, sino como cada uno llega y halla el lugar desocupado»224. Asimismo se les privilegiaba con ostentar la categoría de jefes si iban a la guerra; tener entrada libre en el palacio real, hasta la galería de los retratos; ser informados, por parte del rey, de los acontecimientos más importantes, o preceder a los arzobispos225. En la ceremonia de la Jura del príncipe Baltasar Carlos, Mira establece el siguiente orden de jerarquía: empiezan los infantes, luego los prelados, como ministros de Dios, les siguen los trece grandes de España, los títulos, el mayordomo mayor del reino, duque de Alba, los demás mayordomos, magistrados y consejeros226. Pero estos derechos concernían principalmente a los grandes y titulados; los hidalgos, que constituían el escalafón más bajo al que aspiraban la mayoría, normalmente desprovistos de fortuna, de jurisdicción y de altos empleos públicos, se distinguían por pertenecer a familia de solar conocido, gozar de alguna propiedad con alguna renta y estar exentos de pechas o tributos. Los había más afortunados y otros que rozaban la pobreza. En el sentir de nuestro dramaturgo, tales prerrogativas no eran sino una consecuencia ineludible y necesaria derivada del sistema social y monárquico, que él acepta en principio, y que tiene su fundamento en la desigualdad, es decir, en una sociedad dividida en compartimentos o estratos, aunque no rigurosamente cerrados, pero que confería una serie de privilegios y obligaciones a sus miembros, según recogía la reglamentación jurídica. No respetar estos derechos sería atentar contra la base misma del sistema: DUQUE

224 225 226

Señora, si vuestra Alteza a los títulos no guarda sus derechos, acobarda y aniquila la grandeza de su reino. (PalConf, vv. 509-513)

Salazar de Mendoza, Origen de las dignidades seglares de Castilla y León, p. 298. Domínguez Ortiz, 1992, p. 216. JuraP, vv. 1042-1070.

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El debate originado en la época sobre qué debía ser noble, en el fondo, estaba basado en el privilegio, aunque sólo unos pocos gozaran de él. Muchos intentaron que se les reconociera su hidalguía en los tribunales; y de hecho, en la práctica, el concepto de nobleza fue cambiando a lo largo del XVI. La misma variedad de términos para designarla ya implica la dificultad para englobar en una sola palabra una realidad tan compleja. Y no parece fácil establecer una clasificación completa y exacta de los grados de la jerarquía nobiliaria en la España de la Edad Moderna227, pues todavía parece que faltan instrumentos de identificación, control y reglamentación de los miembros del estamento nobiliario, aunque se va avanzando en tal sentido. Tampoco la legislación ofrecía una tipología clara al respecto y, además, no existía una apreciación unánime en el sentir popular sobre las categorías y subcategorías nobiliarias. Bernabé Moreno Vargas alude a la ausencia de una estricta categorización y definición conceptual de la nobleza cuando escribe que los pleitos de hidalguía menguaran si de muy atrás se hubiera guardado las señales de la nobleza, o si en cada ciudad o cabeza de partido principal hubiera libro público en que se escribiera y matriculara a todos los hidalgos, y los que de ellos fuesen naciendo en aquel distrito, de donde, cuando se fueran a vivir a otro lugar llevaran su testimonio, para que en el libro de tal lo escribiesen. Con lo cual es cierto que ni los hidalgos pobres perdieran sus hidalguías, ni los plebeyos ricos las ganaran con sus negaciones, ni ninguno se ahijara a otra familia que a la suya228.

Pudiera dar la impresión de que en el siglo XVII hubo pocas novedades respecto a la centuria precedente en que la movilidad social fue intensa; podría pensarse, atendiendo a los textos legales y literarios, que el XVII fue un siglo de estancamiento, comparado con el mo227

Un documento de comienzos del reinado de Felipe IV, atribuido al Conde Duque de Olivares, establecía cinco grados en la nobleza: Infantes, Grandes, Señores, Caballeros e Hijosdalgo. Domínguez Ortiz (1992, pp. 109 y ss.) examina los siguientes grados: situaciones prenobiliarias o de dudosa nobleza, hidalgos, caballeros, caballeros de hábito y comendadores, señores de vasallos, títulos y Grandes de España. 228 Moreno Vargas, en García Hernán, 1992, p. 96.

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vimiento de la sociedad del Quinientos, impulsada a subir peldaños de la escala social, y movida fundamentalmente por el honor y el dinero. Pero no parece que fuera así.Ahora también el dinero sigue siendo el motor de una actividad constante no sólo en la necesidad que sentían los nobles de conseguirlo como medio para alcanzar un estatus y un prestigio social, sino que también el Estado tenía necesidad de él. La marcada diferencia económica, en el XVI, entre caballeros y señores vasallos por un lado, y los simples hidalgos por otro, se acentuó en la centuria siguiente, y a finales de la misma puede advertirse una línea fronteriza bastante pronunciada entre nobles y grandes, y los caballeros e hidalgos, que iban a terminar fundiéndose más tarde con las clases medias y hasta con el proletariado229. En la cima de esta jerarquía se encontraba la alta nobleza, al decir de muchos, la genuina nobleza, la que estrictamente encarna las ideas de desigualdad y privilegio. Gozaban sus miembros de abundantes prerrogativas y en ella se incluían los marqueses y condes, cuyo número fue en aumento gracias a la promoción que hicieron los distintos reyes230. Pero de esta alta nobleza descolló una minoría selecta —muchos de ellos descendientes de sangre real— bien definida, con un peso político y social muy considerable, que reciben el nombre de grandes. Se trata de un grupo que constituye lo más granado de la aristocracia y sobre el que recae la opinión tradicionalmente admitida de que era el portador de las más extraordinarias cualidades de sus antepasados, cuya estirpe se remontaba a tiempos antiguos.Y aunque jurídicamente esta distinción tiene una base más bien de tipo honorífico, lo cierto es que constituyeron el grupo más poderoso desde el punto de vista económico y social. Estos grandes señores descendían de los que antiguamente se llamaron altos o ricos hombres, y en tiempos de los godos, los próceres.

229

Domínguez Ortiz, 1992, pp. 189-190. Los veinte grandes y treinta y cinco títulos que había en Castilla, en 1520, se convirtieron en un centenar al finalizar el reinado de Felipe II: aproximadamente unos 18 duques, 38 marqueses, 43 condes; esta cifra aumentó con Felipe III (20 marqueses y 25 condes), con Felipe IV (67 marqueses y 25 condes) y con Carlos II, en cuyo reinado se concedieron tantos títulos como en los dos siglos anteriores: 5 vizcondados, 78 condados y 209 marquesados (Domínguez Ortiz, 1992, pp. 209-210). Bien es cierto que las familias más poderosas acumulaban en su beneficio varios de estos títulos.Ver Bennassar, 1990, p. 187. 230

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Sobre su peso político Mira de Amescua nos ofrece algún ejemplo. Si leemos su teatro en clave barroca no será difícil reconocer en los personajes y hechos históricos muchos aspectos de la vida española del XVII. Así, por ejemplo, no costará demasiado trabajo ver de fondo la vida cortesana de la España de Felipe III en la historia de don Álvaro de Luna que Mira dramatiza en su bilogía sobre el personaje. Allí se nos dice cómo el rey don Juan de Castilla se encamina a la casa del condestable Ruy López Dávalos a pedirle que se dirija a los grandes a proponerles que permitan que asuma el mando del reino medio año antes de lo establecido por su padre, quien, al morir, dejó testado que no pudiese acceder al trono hasta la edad de quince años. Entretanto el gobierno del reino había quedado en manos del condestable gobernador y de un grupo de la alta aristocracia: REY

Hoy a los grandes y al reino esta petición humilde les proponed, Condestable, si en algo queréis servirme, pues a vuestra casa, amigo, sólo a este negocio vine. (PrósAL, p. 265a)

Pero los vaivenes de la fortuna han hecho que el viejo condestable caiga en desgracia y ocupe su lugar el joven don Álvaro de Luna. El inmenso poder de que gozó (léase, por ejemplo, Lerma) fue motivo de la envidia de los grandes, que lo acusan de ambición y de violentar el reino; por ello solicitan del soberano su destierro de palacio («que de mi corte y casa / destierre yo a don Álvaro»). El fuerte poder de esta aristocracia señorial hace que el rey se vea obligado a hacerlo, pero no tiene la valentía de decírselo directamente al afectado y envía como mensajera de la carta a doña Juana: Señor, el reino ha advertido que don Álvaro pretende mandarlo todo... Lee «Causa ha sido su ambición... que nos den guerra en Castilla los infantes de Aragón; y ansí muchos grandes son de su parte, por lo cual

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es conveniencia real que el condestable no esté en la corte». (AdveAl, p. 293a)

El valido sale de la corte, luego vuelve otra vez a ella, pero nuevos ataques de la nobleza envidiosa empujan al condestable al infortunio. Los grandes le siguen acusando de ambicioso: Señor, todos los que firman desean como leales la paz destos reinos, y ésta es imposible hallarse por gobernar todo don Álvaro de Luna, en cuyo poder están cargos y culpas que se podrían ver.Vuestra majestad lo remedie. —D. Luis de Velasco, Camarero mayor. El Conde de Plasencia. El marqués de Santillana. Pedro Manrique. (p. 304a)

Advertido el rey por los miembros de la corte («Mucho a don Álvaro dais, / todos los grandes lo sienten; / ¡plega a Dios que ellos no intenten / remedio que vos sintáis! / Remediadlo como sabio: / rico está; basta, señor, / tanta merced, tanto amor»231) y por el mismo príncipe («Rey mío / no llevan los grandes bien / tanto favor y amistad / con don Álvaro»232), al final el monarca claudica ante el empuje de los aristócratas que pueden más que su amor por el valido, REY (aparte)

231

¡Que me obligue a mí el reinar con quietud a un trance amargo de ver preso a quien bien quise! Mas padecer puede engaños este amor. Llevarme dejo, ya fácil, y ya cristiano, del rigor o del acierto de mis grandes. (AdveAl, p. 307b)

AdveAl, p. 303b. AdveAl, p. 303b. También en ProdVa los cortesanos del Faraón, Eliacer y Nacor, impulsados por la envidia, encizañan al rey protestando por los honores que concede a su privado, un hebreo arrogante (vv. 469-470); la privanza de Moisés está sometida a la inestabilidad como bien se aprecia desde el principio de la obra. 232

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La dignidad de grande del reino era ostentada por todos los duques y algunos marqueses y condes, en orden decreciente de valoración.Y no era una cuestión banal la mayor o menor estima de los títulos, pues nos sirven para entender la importancia de actitudes de clasificación social que emanan no de un código escrito sino de la mentalidad de la época. En un principio era la dignidad de conde la más estimada, pero con el paso del tiempo fueron adquiriendo más valor la de marqués y, sobre todo, la de duque233. Entre las prerrogativas de los grandes y duques, señala Pedro de Salazar: Cúbrense delante del rey, aunque en esto hay distinción, porque a unos manda cubrir antes que hablen, a otros después de haber hablado, antes de responderles, y a otros después de haberles hablado y respondido. A sus mujeres se les da almohada en el estrado de las reinas, y las reciben sentadas. En las cartas, cédulas y provisiones reales, y en otros instrumentos, los llama el rey primor... Otra es que puedan traer coronel sobre el escudo de sus armas, en la forma que el rey don Juan el primero le dio a su hijo el infante don Fernando, cuando lo creó Duque de Peñafiel... En la Capilla real para oír los Divinos oficios se sientan delante de los reyes, en el banco que llaman de los grandes, no por antigüedad, sino como cada uno llega y halla el lugar desocupado... Han de ser llamado [los duques] en cartas y de palabra señoría por cualquier persona de estos reinos234.

Pese a todo, el Condestable Ruy López de Ávalos de la tragedia amescuana rechaza cubrirse cuando recibe en su propia casa la visita real, pese a tener ese privilegio; sólo la pertinacia del monarca le hace ceder: REY RUY

¿Cómo no os cubrís? No pasa esa honra a mi cabeza; porque es tanta la grandeza del estar vos en mi casa,

233 Sobre la alta estima y valoración del rango de duque, ver, Salazar de Mendoza, Origen de las dignidades, pp. 297-298. 234 Salazar, Origen de las dignidades, p. 298. Pellicer de Ossau y Tovar también insiste en la dignidad de cubrirse ante el monarca.Ver Carrasco Martínez, 2000, p. 141.

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REY RUY REY RUY

rey y monarca español, que me deslumbro con ella. y cualquier merced estrella será delante del sol. Cubríos, dadme contento. No he de ser grande este día. Acabad por vida mía. Obligóme el juramento. (PrósAL, p. 264b-265a)

Idéntica situación encontramos cuando el rey de Nápoles se dirige a la casa del duque Mauricio para honrarlo por su boda con doña Juana de Aragón; allí lo recibe descubierto con la humildad propia de un vasallo y le muestra su agradecimiento por tal distinción. El rey le manda cubrirse («poned la gorra») y ante la protesta del aristócrata el rey le replica tajante: «basta, no estéis descubierto». Se trata de formas exteriores que formaban parte de los códigos en circulación y que suponen el reconocimiento público del rango. Igual sucede con las fórmulas de tratamiento, objeto de discusión por parte de muchos. ¿A los grandes se les debe llamar de señor, excelencia, o simplemente el duque, el marqués...?235 Salazar de Mendoza ya había recogido las indicaciones del rey Felipe II para que a los duques se les llamara en cartas y de palabra «señoría». Es el término con el que don Álvaro de Luna prefiere que se le llame, una vez que ha perdido la gracia del rey: SILVA D. ÁLVARO SILVA

D. ÁLVARO SILVA D. ÁLVARO 235

Déle, señor, vuecelencia a esta hechura los pies. Juan de Silva, amigo, ¿qué es Excelencia? Es diferencia que inventó la cortesía para que entre los señores se conozcan los mayores. ¿No bastaba señoría? Y así a los grandes se dice. Acepto el tratarme ansí,

En este aspecto la sensibilidad era notoria. Puede verse Carrasco Martínez, 2000, pp. 204-206.

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como no comience en mí, que un privado es infelice con el reino cuando suele ser dichoso con su rey. (AdveAl, p. 295a)

En ocasiones, esta nobleza titulada compatibilizaba sus dignidades con las distinciones de Condestable, Almirante y Adelantado236: Tres padrinos, tres señores han de sacarle de pila. Don Alonso Enríquez es uno de ellos; sangre antigua del mismo rey, gran señor y Almirante de Castilla. El Adelantado es otro; ya sabes que se apellida Sandoval, y Diego Gómez ordinariamente firma. Es don Álvaro de Luna el tercero: no adivinan a este propósito mal políticos estadistas. Dicen que los dos oficios a don Enrique apadrinan, y falta el de Condestable, que quedó de las rüinas de Ruy López, y que ahora querrá el rey que se le pida don Álvaro, porque ansí en este bautismo sirvan 236

«Condestable es dignidad y título de grande preeminencia en Castilla, y es lo mismo que ser justicia mayor y capitán general de los ejércitos en la tierra; y todos los caballeros y señores y grandes han de estar a su orden; y de lo que el Condestable determina no se apela sino a la persona del rey. [...] Almirante es otra dignidad de grande autoridad en Castilla, que tiene en sus mares el mismo poder y jurisdicción que el Condestable en la tierra. [...] Adelantados hay muchos en España. Los principales son tres: el de Castilla, el de Andalucía, el de Murcia... Esta dignidad de Adelantado propiamente es oficio de jurisdicción, de la cual tratan las leyes de la Partida y otras del reino...» (García Hernán, 1992, pp. 98-99).

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los tres oficios que son Almirante, Condestable y Adelantado. (AdveAl, pp. 286-287)

La función social de esta nobleza en el siglo XVII había cambiado de manera notoria; ya está muy lejos de aquella función guerrera originaria que le valió tantos encomios, y ahora muestra una inclinación inequívoca hacia la política. Sin embargo todavía la comedia presenta modelos de caballeros que reciben títulos como premio a servicios militares237. Los casos de Porcelos, Sísara, don Bernardo de Cabrera, Belisario son tan sólo algunos ejemplos, como ya dijimos más arriba. Si bien el emperador Carlos se ocupó de no nombrar a grandes en puestos políticos de relevancia para que no acumularan excesivo poder, y a pesar del aviso que hizo a su hijo Felipe para que ningún grande entrara en el gobierno del reino, el nuevo rey colocó a representantes de la alta nobleza en los Consejos de Estado y de Guerra, aunque la labor política la confiara a la nobleza menor. Durante el reinado de Felipe III, el Consejo de Estado adoptó un papel más activo en las cuestiones políticas y por consiguiente la influencia de los grandes creció. El poder de la nobleza siguió en ascenso porque, además, se generalizó el sistema de Juntas y porque apareció una figura capital, la del valido, del que ya hemos hablado. El Consejo es una pieza clave en el organigrama político del siglo XVII; formado por doctos y prudentes varones que ayudan al monarca a dilucidar y esclarecer su criterio en materias importantes antes de tomar una decisión, su existencia es admitida desde la práctica y la conveniencia política no sólo como institución de consulta, sino como organismo muy útil para la buena marcha del gobierno. Sobre la base de ser una entidad asentada en el «derecho divino» y en las Sagradas Escrituras, y fundamentada su necesidad con argumentos de razón práctica, el Consejo es defendido por los teóricos políticos del momento; para ellos «los Príncipes deben tomar consejo como hombres que están vestidos de la misma flaqueza e ignorancia de los otros hombres, al mismo tiempo que sirve para la reputación y buen crédito del mis-

237

Todavía en el siglo XVI se podría encontrar algún caso de título como premio a servicios militares: vgr, los Idiáquez (Domínguez Ortiz, 1992, p. 210).

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mo príncipe y para dar autoridad y peso a sus leyes y mandatos»238, pues sin este consejo y dirección, el príncipe puede exponerse a perderse a sí mismo y a su reino. El mismo Rivadeneira considera, como otros, que el Consejo es alma, razón e inteligencia del Estado, ya que sin él, la república queda sin vida y sin ser. Pero no por oír el parecer de gente sabia pierde el rey con ello su soberanía y grandeza, pues la consulta no la hace como quien está obligado a seguirla ni la suprema potestad del soberano está atada a ella, sino más bien se resalta que, analizados los problemas entre muchos, puede el monarca tomar una decisión más acertada; el fin de los consejeros no es otro que abrir el horizonte de experiencia con el que el príncipe ha de contar a la hora de tomar la decisión política más conveniente y adecuada. De la existencia y función del Consejo también nos ofrece alguna muestra la obra del accitano. Por ejemplo, en HijaCa, el emperador le ruega en una carta dirigida a su hija doña Juana, regente por entonces, que tenga contentos a los nobles, descubriendo su rostro que tan celosamente tenía oculto por la muerte de su esposo, y le pide que convoque el Consejo de Estado para que delibere cuál de las ciudades castellanas merece ser la capital del reino: Dª JUANA

Don García de Toledo, mi padre ver asentada la corte en Castilla quiere [...] Para esto, vuestro cuidado junte el Consejo de Estado, donde su asiento litiguen (HijaCa, vv. 1303-1312)

D. GARCÍA Dª JUANA

La Junta de Estado aguarda. Pues entre luego la Junta que satisfaré sus quejas con la prevención que gustan [...] Sentaos y oíd, pues mi padre me manda que me descubra.

238 Rivadeneira, Tratado de la Religión, pp. 553 y 554. Otros como Fr. Juan de Madariaga, Diego Saavedra Fajardo, Furió Ceriol, Juan de Santa María, o Lorenzo Ramírez del Prado tratan de justificar la necesidad e importancia del papel de los consejeros, pues el príncipe necesita de ellos dada la naturaleza de la realidad política.Ver Maravall, 1997, especialmente pp. 275-298.

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Ya pienso que os ha escrito mi padre en el cuidado que remito: desea que Castilla firme establezca su dichosa silla. (HijaCa, vv. 1361-1364 y 1371-1376)

Como organismos pluripersonales de carácter consultivo, los Consejos tenían una serie de competencias administrativas por delegación del mismo monarca. El Consejo de Estado fue, en principio, el más importante de todos ellos, pues sobrepasaba el límite particular de cada reino, aunque, en el siglo XVI, no se convirtió en el elemento nuclear de la administración de la monarquía, si bien sus miembros gozaron de preeminencia en los grandes acontecimientos cortesanos. Durante el reinado de Felipe II no pasó de ser un mero órgano que discutía sobre cuestiones externas y cuyas opiniones podían o no ser tenidas en cuenta por el rey; pero con Felipe III comenzó a tener un papel más relevante y fue consultado con cierta frecuencia por el monarca quien siguió más a menudo el parecer formulado por este organismo. Los grandes tenían el privilegio de asistir a las ceremonias que se celebraban en la casa real con motivo de algún acontecimiento. Así, en los actos de la jura del príncipe Baltasar Carlos, celebrados el 7 de marzo de 1632, con ocasión del juramento de obediencia que le prestaron los reinos de Castilla y León, se da cita lo más granado de la aristocracia del reino. Mira nos describe la brillante ceremonia que tuvo por escenario el convento de San Jerónimo, un domingo, festividad de santo Tomás de Aquino. Allí acuden la familia real y todas las altas dignidades civiles y eclesiásticas. Tras la misa, el príncipe fue colocado en una silla en lugar preeminente delante de sus padres. Después el rey de armas más antiguo hizo la proposición y el consejero mayor del Consejo de Cámara leyó la escritura del juramento. A continuación vino el acto de la jura: primero lo hicieron los infantes (los dos hermanos menores), luego siguen los prelados como ministros de Dios; a continuación los grandes, seguidos de los títulos y de los procuradores de Cortes, por el siguiente orden: Burgos, Granada, Jaén, Toro, Galicia, León, Córdoba, Ávila, Madrid, Guadalajara, Soria, Sevilla, Murcia, Salamanca,Valladolid, Zamora, Cuenca y Toledo239; 239

Mira no respeta este orden, sino que el primer procurador que se presenta al juramento es el de Madrid, al que le siguen los de Toledo, Burgos, Sevilla,

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tras ellos prestaron juramento los mayordomos reales, encabezados por el duque de Alba. Una vez concluida la ceremonia, Mira nos muestra al rey volviendo a caballo desde la iglesia a su palacio, en tanto que el capitán de los arqueros iba en el estribo de la carroza que llevaba al príncipe ricamente engalanada240. Por la obra del dramaturgo de Guadix desfila, pues, una gama muy variada de personajes nobles: duques (el de Alba, de Mantua, de Atienza, de Montehermoso, de Escalona, de Gandía, de Aveiro, de Feria y Pastrana, de Cardona, los duques de Esforcia, el duque de Medina Sidonia, el de Berganza, el de Viseo, etc.), marqueses (como el de Santisteban o Pescara), condes (de Santorcaz y Miranda, el conde Colona...), a algunos de los cuales Mira rinde tributo de reconocimiento. De los generales que participaron en la batalla de Pavía, el más importante fue el marqués de Pescara, junto con Próspero, Borbón y Leiva, «pilares adonde estriba el Imperio, y a quien Roma estatuas hace», Asimismo ensalza la figura de Francisco de Angulema del que dice que es «el invencible Francisco a quien levanta la fama, de cuyos lirios temblaron tantos alarbes»241. Del linaje catalán de la «famosa casa», «de la casa solariega real de los de Cardona», alaba Mira ser «honor de los grandes lirios» y señala su «entrañable discordia» con la casa de Aragón242. Es de notar la inclinación de nuestro autor a situar muchas de sus obras en ambientes cortesanos de Italia243 y cuyos protagonistas son virreyes, gobernadores y alta nobleza del país transalpino, de donde se deduce que su estancia allí no fue en balde. A pesar de que no existía una cultura nobiliaria uniforme, dadas las diferencias existentes en riqueza, en modos de vida, en actitudes, en tradiciones regionales y en sus comportamientos, sí parece que hubo una tendencia al acercamiento de todas las aristocracias de la Monarquía hispánica, lo que redujo de alguna manera las distancias que había impuesto la geografía. León, Santiago y Galicia, Granada, Córdoba, Zamora, Segovia, Jaén y Murcia. Deja de lado sin citar a los procuradores de Toro, Ávila, Guadalajara, Soria, Salamanca y Valladolid. Ver Flecniakoska, 1949. Para la parte histórica y alegórica del auto, Martín Contreras, 2001. 240 JuraP, vv. 1200 y ss. 241 AmpHo, vv. 241 y ss. 242 AdúltV, vv. 309-312, 910-912. También, SanSNa, vv. 1128-1129. 243 De entre ellas, citamos AdúltV, AmInM, CaenOc, CautCC, ExamRe, GalVDi, NardAB, NoHayR, NegrMA, PalConf, TerSMi.

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La corona sirvió de marco de integración y propició el lazo entre las distintas noblezas, especialmente entre las de la Península e Italia, de forma que las cortes de allá sirvieron de punto de referencia a la cultura nobiliaria española. El flujo constante de nobles por los puestos de gobierno de Nápoles, Sicilia o Milán, o las representaciones diplomáticas, en particular la de Roma, sirvieron de eficaces catalizadores de la cultura política, de la formación intelectual y del gusto de la nobleza hispana. De ahí que las obras amescuanas que tienen su desarrollo dramático en los virreinatos italianos hayan de leerse en las mismas claves políticas y sociales que las ubicadas en la corte española, ya sean éstas de planteamientos temáticos más cercanos o recreen ambientes de la historia pasada244, hecho este que proporciona al autor una mayor libertad en la creación de situaciones y, por qué no, de crítica. Mira suele tener una buena base de documentación histórica para la elaboración de sus obras; pero él no es un historiador, sino un poeta dramaturgo que se vale de los acontecimientos del pasado para ponerlos al servicio de la escena y no duda en utilizarlos según convenga y en aras del juego dramático. El resultado es una obra convertida en un elemento más de ese complicado engranaje que constituye la maquinaria social y cultural que el poder político pone a su disposición para propagar y defender los valores de una monarquía absoluta de base estamental, pero que en el accitano no está exenta de crítica. Desde esta perspectiva no se puede negar la importancia que alcanza la nobleza en estas obras de tipo histórico o en las genealógicas en tanto que, a través de ellas, pueden los nobles reclamar determinados privilegios particulares y mantener una actitud de constante reivindicación ante los demás miembros de su clase y ante el pueblo llano245. En la jerarquía nobiliaria, por debajo de los grandes y títulos se encontraba la nobleza de tipo medio compuesta por los caballeros, término, por otro lado, algo ambiguo en la Edad Moderna; según la estima popular, englobaba fundamentalmente a aquellos nobles que no tenían título pero que gozaban de una destacada posición económica. 244 Se pueden ver, entre otras, las obras CabSNo, CondAl, NoHDiD, ObliCS, HijaCa, EjMayD, LisFra, LoQOír, PrimCF, CarbFra, RuedFo, DesgRa, las bilogías de don Álvaro de Luna y de don Bernardo de Cabrera, DesgAl. 245 Para las comedias genealógicas es de sumo interés el libro de Ferrer Valls, 1993.

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Ellos constituían una auténtica clase media urbana aunque poseían fincas rústicas de las que obtenían lo más importante de sus ingresos, además de gozar de buena parte de los juros y los censos; se procuraban asimismo jurisdicciones señoriales, y aspiraban a cargos municipales, a encomiendas y a hábitos, verdadera obsesión entre los que ocupaban el escalón más alto. Algunos de los más influyentes lograron su sueño de conseguir títulos. Juan Benito de Guardiola los define así: Acá llamamos caballeros a los nobles principales hijosdalgo que tienen un estado y lugar eminente sobre todo lo que es común y ciudadano, pero no tan alto que iguale con el de los principales y grandes.Y ha venido en tanta estima y valor este nombre que los mismos príncipes y grandes se llaman y precian llamar caballeros, puesto que de rigor el vocablo caballero parece se deriva de llamar el que es armado caballero por el rey o quien tuviese su poder para ello246.

Y él mismo revela las distintas clases de caballeros: en primer lugar, los propiamente llamados caballeros, personas nobles y principales que junto con la sangre tienen patrimonio y hacienda o son descendientes de nobles y ricas familias, aunque ellos sean pobres. Eran los llamados caballeros de espuela dorada. Pero, al denominarlos como caballeros, además de hacer alusión a su hidalguía de sangre y solar, añadía una cierta calidad que significaba también nobleza o antigüedad o patrimonio o todo junto. Por ello, decir caballero era más que decir simplemente hidalgo. La segunda clase la constituían los caballeros armados o caballeros pardos, que no requerían la condición de hidalgos sino que se caracterizaban por ser buenos hombres pecheros.Y el tercer tipo lo formaban los caballeros de alarde, o de premio, o de guerra o cuantiosos; estaban obligados a hacer alarde cada año una o dos veces, y a tener armas y caballo de cierto valor, e ir a la guerra cuando fueran requeridos247. Por lo que tiene de mimético, el teatro de Mira recoge aspectos de esa realidad, según la cual, se reconoce la supremacía de los caballeros de hábito (de la Orden de Santiago), grado, por otra parte, al que todos aspiraban por conferir al individuo honor y pureza de san246 247

En García Hernán, 1992, p. 99. García Hernán, 1992, p. 100.

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gre. Así, por ejemplo, el noble don Lope de Luna, después de recibir los golpes de la mala fortuna, es honrado por el rey con un hábito que le aporta prestigio y le permite formar parte del grupo de los privilegiados, aunque la llave que recibe es de gentil hombre de la cámara del rey: Ya, gracias a Dios que adoro, roja cruz y llave de oro honran mi pecho y mi mano. El piadoso cortesano, que lástima me tenía, puede envidiarme este día, pues vi mi nave sin leme. (AdveBC, vv. 1059-1065)

El honor y reputación que comportaban los títulos hacían que muchos caballeros porfiaran incansablemente con estos nobles, disputándoles, por ejemplo, la carrera matrimonial. Sabemos que la rigidez de la estructura estamental llevaba a los miembros de la alta nobleza a comunicar el casamiento de un familiar a los otros nobles para persuadirse de que eran de la misma sangre y rango. Pero ahí encontramos también a los caballeros compitiendo con los titulados248, aunque la comedia nos descubra, en algún caso, la oportunidad de esa pugna. Esta conciencia jerárquica impulsa a Mira a resaltar el valor de los apellidos de las familias nobles que aparecen en su teatro, muchos de ellos de insigne y esclarecida raigambre; su presencia en las tablas se fundamentaría en el deseo del autor de honrar a tales linajes, quizá porque quisiera rendirles tributo de admiración o porque tuviera algún interés en que ello fuera así. De esta manera, el dramaturgo no sólo está defendiendo de forma genérica los valores de sangre, sino que los concreta y promulga en familias conocidas como los Alba, los

248

Por ejemplo, en CabSN, don Gonzalo porfía por el amor de una infanta; don Fadrique compite con los duques de Ferrara, Parma y Urbino por los favores de una duquesa, en GalVDi; Carlos, en PalConf, aspira a la mano de la reina, en claro enfrentamiento con la nobleza. El caballero español Enrique viaja hasta Sicilia para conseguir el favor de la duquesa Serafina, aunque al final termina casándose con la infanta que se había enamorado de él; y en ArpDav, es el pastor quien conseguirá el amor de la hija del rey.

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Feria o Pastrana, los Cardona, Medina Sidonia,Viseo, Braganza, Pescara, Portocarrero, Ávalos, Pimentel, Meneses, Cobos, Acosta, Borja, López Pacheco, etc. En este repertorio de nombres ilustres, Mira destaca a aquellos que se han distinguido en los campos de batalla o son ilustres por su hacienda, por su valor, o han servido singularmente al rey. El gran duque de Medina va con valor inmortal por capitán general desta armada peregrina. (ViMonP, vv. 109-112)

El caballero don Garcerán pretende marchar a Flandes a hacer asiento con uno de los grandes: SOLANO D. GARCERÁN

SOLANO

¡Qué! ¿Quieres servir? Solano, el que no sirve no medra... Con el de Pastrana o Feria249 pienso tratallo mañana. Con el de Feria o Pastrana repararás tu miseria; que, como grandes señores, no harán las cosas pequeñas. (FénSal, vv.353-362)

Para honra de los Cabrera y sus descendientes, Mira escribió una bilogía en la que destaca la vida trágica de uno de los antepasados, título de gloria para toda la familia250:

249

Según Taracido (1988, pp. 81-82), es muy posible que la referencia de estos versos sea a Gómez Suárez de Figueroa (1587-1635), tercer duque de Feria, que fue embajador en Roma y luego virrey en Valencia (1615-1618). En cuanto al duque de Pastrana, el aludido podría ser o bien el tercer duque, Rodrigo de Silva, diplomático de Felipe III y Felipe IV, muerto en 1626, o el cuarto duque de Pastrana, también Rodrigo Silva, que heredó el título en 1626 y vivió hasta 1675; formó parte de los Consejos de Estado y Guerra. La reputación de esta casa se cimenta en las guerras de Flandes. 250 Bernardo de Cabrera (1298-1364) fue un noble de la corte de Pedro IV de Aragón en la que prestó grandes servicios; el rey le confió los cargos de gobernador del reino y el mando de una escuadra, con la que se apoderó de Alguer,

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BERNARDO

REY

Mi nombre es Bernardo de Cabrera hijo de Sancho de Cabrera. Pienso que ya Tu Majestad tiene noticia de los muchos servicios que mi padre al rey, que en gloria esté, hizo. que es don Bernardo de Cabrera hijo de Sancho Cabrera el Valeroso... ...cuyo pecho sirviendo a mi padre, ha hecho que herede el reino más ancho. (PrósBC, vv. 311-315, 335-336, 408-410)

El padre, que ha llegado a la corte, al conocer la muerte de su hijo, prorrumpe en un largo lamento, y exclama: Caballero eras honrado; sangre te di de Cabrera. (AdveBC, vv. 3038-3039)

También los Luna son agasajados en estas piezas. Mira nos presenta por boca del hijo las virtudes, honras y servicios que el padre, Martín de Luna, prestó a la corona, por cuya sangre merece también servir a su rey como debe. En un principio, no logra conquistar el favor y amistad del monarca, pero al final es recompensado con la restitución del solar, reconociendo de esta manera la calidad nobiliaria de su linaje: «Conde te hago de Luna; / tu solar te restituyo»251. La honra de la casa de los Ávalos había sido puesta en entredicho, en la comedia, por una falsa traición, que luego la justicia se encarga de restaurar. Ruy López de Ávalos, que dio «honrosos timbres» a las armas de Castilla, sirviendo más de una treintena de años a la coro-

derrotando a los genoveses, con la ayuda de la veneciana. Por celos y envidias de los grandes, fue acusado de traición, condenado a muerte y decapitado el 26 de julio de 1364. Posteriormente se rehabilitó su memoria y se restituyeron sus bienes a su nieto, también llamado Bernardo de Cabrera. 251 AdveBC, vv. 2668-69. Lope de Luna destacó también en la corte de Pedro el Ceremonioso, que tuvo que enfrentarse con la nobleza aragonesa y valenciana. Es de notar que la palabra solar tiene varios significados, de entre los cuales (terreno, casa) destaca, por extensión, el de linaje, para cuya formación era suficiente remontarse al menos a tres generaciones.

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na, no podía quedar deshonrado de aquella forma. Por eso el mismo Álvaro de Luna le dice al rey: ¿Aquellas canas y sangre tan ilustres, aquel hombre que a tu abuelo y a tu sangre sirvió tanto, puede ser traidor? (PrósAL, p. 279b)

El apellido Enríquez, vinculado a una de las dignidades de Castilla, merece también, por parte de Mira, el reconocimiento y alabanza; el que fue padrino de boda del príncipe don Enrique, hijo de don Juan II de Castilla es «sangre antigua del mismo rey, gran señor y almirante de Castilla»252. Nuestro autor destaca, de igual manera, la gloria y reputación de los Meneses: Hija de don Diego soy de Meneses, cuyo acero asombro fue y maravilla grangeando igual decoro en Ceuta, ya contra el moro, ya en los campos de Castilla. (LoQPSo, vv. 51-56) Tú que dignamente igualas cualquier majestad y pompa, porque es bien que los Meneses pocos iguales conozcan. (EscDem, vv. 264-267)

Y la de la «famosa» e «ilustre» familia de los Portocarrero, notable por su valor y respeto. Sus enemigos «no tienen valor ni acero / para teñir con la sangre/ del blasón Portocarrero, / el menor grano de arena / con sus cobardes esfuerzos. / En mi apellido no hallaron / jamás carrera ni puerto»253. Es casa que 252 253

AdveAl, p. 286b. NegrMA, vv. 2010 y ss.

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rayos puede dar al sol de empresas y de blasones. (NegrMA, vv. 2715-2716).

Y cuyo esplendor es manifiesto: Como yo, siendo española, Portocarrero y Guevara, y Estrella, que por lo clara de sangre, al sol arrebola. (NegrMA, vv. 2689-2692)

El prestigio del linaje de los Ordóñez es piropeado hasta por el mismo rey: «Vuestra nobleza es bien clara»254. Y de la familia de los Altamirano se enorgullece uno de sus miembros cuyas palabras transpiran seguridad en sí mismo: Altamirano es mi nombre y por aqueso alto miro (CabSNo, vv. 113-114)

El CabSNo es una de esas comedias que se podría incluir en las llamadas genealógicas, de aquellas que se hacen por encargo o bien porque se pretende algún interés o beneficio. ¿Hubo algún descendiente de este linaje (una rama de los Altamirano fue fundada por Diego González Altamirano —de la casa de los Trujillo— y doña Leonor de Torres —de Granada) que encargara a Mira esta comedia para alabanza de sus antepasados o fue una obra escrita por el dramaturgo con alguna pretensión personal, por ejemplo, ir acercándose a los aledaños de la corte donde habría algún familiar cercano a este linaje? Mira mezcló la familia Altamirano con la de los Cabezas, estirpe que fundaría Gonzalo de Altamirano en la comedia (con ciertas variantes respecto a la historia) por haber cortado las de un rey moro y sus hijos255:

254

CabSNo, v. 973. Para el origen de este apellido, ver Biedma Torrecillas, 1996, pp. 167-168. 255 Para este aspecto, Biedma Torrecillas, 1996.

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REY

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Vuestras armas desde hoy sean tres cabezas coronadas en campo azul, porque tenga noticia de aquesta hazaña el mundo todo con vellas. Y desde hoy os llamaréis Altamirano y Cabezas. (CabSNo, vv. 3186-3192)

Contundencia hay también en la firmeza para resaltar la calidad de la familia de los Guzmán y Fonseca: Tan principal señora que de Guzmán y Fonseca tenía la mejor sangre y más de seis mil de renta. (FénSal, vv. 957-960)

Nuestro dramaturgo parece querer restituir la fama y gloria de la casa de los Ramírez, cuyo ascendiente Pedro Ramírez, tras apostatar, en un principio, de la fe cristiana, dio muestras de arrepentimiento y virtud muriendo crucificado256: Sepa el mundo que noble Ramírez fui y que en la corte nací del gran Felipe segundo. (MárMad, vv. 2732-2735)

La rama de los Noroñas merece también un encendido elogio por parte del guadijeño: Ya tú sabes la nobleza de los antiguos Noroñas, señores de Mora, lustre de la nación española.

256

Para las fuentes de esta comedia, Bella, 1968, pp. 139-153. Completan los datos Williamsen y Linares, 1975, pp. 81-90. Ver también Williamsen, 1978, pp. 37-39.

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Y ya sabes que estas casas que celas, miras y adoras son desta noble familia, rica, ilustre y generosa. (EscDem, vv. 256-263)

De los Castro señala su valor, pues «quien nació Castro no teme», y la antigüedad de su fama y renombre que «por sangre y por lustre / los más remotos conocen»257. Sobre los Almeida, de Portugal, dice uno de sus miembros: Con mi sangre y con mi espada me hizo el emperador capitán, dándome honor. (ViMonP, vv. 121-124)

En fin, los Peralta y Silvas son reconocidos también por su sangre ilustre de la que se debe guardar memoria de tantos nobles respetos, de acciones tan decorosas, de tanta sangre heredada, de nobleza tan notoria como en Peraltas y Silvas es bien que se reconozca. (NBurMu, vv. 325-330)

Igual ocurre con la familia de los Moncada Yo soy, señor, don Jacinto, doña Laura de Moncada, de aquel tronco generoso de Aytona florida rama. (NBurMu, vv. 1720-1723)

No falta, sin embargo, algún pasaje en que Mira contrapone la excelencia de los apellidos de los nobles a la vulgaridad de los de villanos: 257

ObliCS, vv. 808, 2005-2006.

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En mi vida hallé un tío de importancia; todos fueron González, Pérez, Carrasco, Guijarro, Peral, Ciruelo, que un rey de Nápoles nunca. (ExamRe, vv. 259-265)

La reputación que da tener un apellido ilustre es claramente percibida hasta por los mismos villanos y lacayos que, apenas se ven mínimamente honrados por su señor con alguna merced, sienten que ya pueden fundar una noble dinastía. En estos casos, nuestro autor descarga toda la ironía de que es capaz, como se puede apreciar en el criado Frisón, quien, tras recibir una renta de dos mil ducados por parte del duque Mauricio, ya se ve fundador de una ilustre familia: El cielo, señor, los años te doble que es razón que aquí comience la casa de los Frisones. (AdúltV, vv. 2549-2552)

Conocemos la inclinación de ostentación grandilocuente y el afán por deslumbrar de los nobles para poner de manifiesto su superioridad social y económica que también intentaron expresar a través de su adhesión a las distintas manifestaciones del arte. Muchos hubo que pelearon por rodearse de los mejores poetas y artistas y aprovechar la literatura como un modo de perpetuación y como un mecanismo para demostrar que los valores caballerescos todavía seguían vigentes. En este sentido, es posible que todos los elogios a las familias aristocráticas que encontramos en la obra amescuana no sean sino el tributo que les rendía el dramaturgo por algún favor o mecenazgo recibido. Continuando en la escala descendente, a los caballeros les siguen los hidalgos, situados en un nivel económico más débil y con menor estima social que el de aquellos. Esta baja nobleza de hidalgos constituía el primer y más antiguo grado de nobleza y era también el más numeroso. Se diferenciaban fundamentalmente de los caballeros por sus escasos recursos económicos que no les habían dado la posibilidad

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de ascender a los grados superiores258. Y respecto al villano, en ocasiones, la situación material del hidalgo era muy semejante a la de aquél, y sólo lo distinguían los privilegios jurídicos. Pero para muchos hidalgos fue harto difícil exhibirse como miembros pertenecientes «legalmente» al primer escalón de la nobleza, pues la falta de documentación para demostrar su hidalguía y la opinión pública hicieron que se vieran obligados a probarla ante unos jueces especiales para el caso. De todas formas, quizá, esto ya tuviera poca importancia por la escasa repercusión social que tenía, dado que, para el pueblo, el verdadero hidalgo era el de sangre, el que no necesitaba demostrar nada, el llamado hidalgo notorio o, como dice Covarrubias, «fidalgo de solar conocido», aquel que tiene casa solariega de la que desciende. Pero había otras categorías de menor valor como el hidalgo de ejecutoria, el que había pleiteado y probado con testigos su hidalguía, o el hidalgo de privilegio que había conseguido su nobleza, bien por otorgamiento real en consideración a sus servicios, bien porque la había comprado muchas veces de forma fraudulenta.Y parece claro que estos, aun gozando de las exenciones de impuestos, no tenían la calidad de nobleza de los primeros. En el teatro de Mira de Amescua no todos los llamados hidalgos responden a esta categoría. Los había de noble cuna, como Porcelos, «un hidalgo de Castilla» con nombre y apellido «de española sangre antigua», que destaca como virtud la «hidalga bizarría» familiar, «timbre y blasón de Castilla»259. Y los había desventurados que se enrolaron en el ejército para ganar honra, pero que vuelven a su patria pobres y desasistidos, como Federico que, «aunque de ricos y nobles padres», necesitado y sin amigos, se ve en la obligación de a entrar al servicio de un rico caballero para ganar el sustento, pese a considerar una deshonra tener que hacerlo: MARÍN FEDERICO

Pide limosna. Eso, no;

258 De entre las muchas referencias, literarias y no literarias, a esta clase, Quevedo, con todo el sarcasmo de que fue capaz, alude a ese afán de la sociedad del Seiscientos de querer presentarse como perteneciente a una clase que en verdad no le corresponde.Ver Prosa festiva completa, p. 223. 259 NoHDiD, pp. 40c, 41a.

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MARÍN

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a dar estoy hecho yo, y pedir es padecer [...] Yo soy, Marín, caballero, y no tengo de pedir. Pues, ¿debemos morir? ¡Qué porte tan majadero!260 (AmpHo, vv. 66-68, 85-88)

El sentimiento de honor también marcaba la vida de estos hidalgos, preocupados porque su comportamiento dibujase el nivel de su rango; de ahí que no se inquietaran demasiado por las cuestiones económicas y gastaran todo lo que podían para que la exteriorización del dispendio estuviera de acorde con su clase. Ese sentimiento de nobleza se manifestaba igualmente en su palabra, cuyo valor y garantía estribaban precisamente en ser palabra de hidalgo: «a fe de hidalgo honrado»261 dice un galán con cuya fórmula, a modo de juramento, testimonia su pertenencia a la clase de los notables. Pero una prueba de la obsesión por la nobleza que invadió a la sociedad española del XVII es el hecho de que en la comedia hasta los criados aspiran a ella, y, a veces, se asignan a sí mismos el término de noble o hidalgo, con lo que éste se fue desgastando y degradando. Los sirvientes del Condestable Ruy López de Ávalos disputan entre sí, incluso llegan a las manos, ofendidos cual nobles, por llamar uno al otro cobarde: HERRERA

Eso no, que noble soy; cobardes son los villanos. (PrósAL, p. 269c)

Puesto que uno de ellos se considera en inferioridad de condiciones pide a su señor que le conceda un hábito: GARCÍA

Señor, si un hábito no me das como a Herrera, viviré

260 Por cierto, Mira aprovecha la ocasión para poner de manifiesto el modo peculiar de pedir del soldado español, no exento de soberbia y fanfarronería (AmpHo, vv. 73-84). 261 VenFea, v. 2536.

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siempre dél menospreciado... Me debes honrar mi pecho como el suyo [...] Si tú quieres, ¿qué no puedes? ¿Qué Maestre no es tu amigo? (PrósAL, pp. 269c-270a)

Pero la propuesta del entonces valido es otorgarle «un lugar» en vez del hábito, lo que irrita al criado que ve más prestigio en éste que en aquél: GARCÍA

Pues, señor, ¿dificultades hallas con tanta aspereza? ¿No es bastante mi nobleza?... Pues ¿qué aldea puede haber que merced sea como hacerme caballero de hábito? (PrósAL, p. 270a)

En definitiva, en esta centuria, la hidalguía es un concepto considerablemente devaluado262. Hay demasiados hidalgos263 que buscan ser algo más: quieren ser señor de vasallos o bien obtener un hábito o un título, porque ser simplemente hidalgo ya no basta. Cada vez es más difícil ser hidalgo si no se es al mismo tiempo rico, pues parece existir una incompatibilidad entre hidalguía y pobreza. No obstante, por las calles de las principales ciudades españolas y por las páginas de la literatura desfila y pulula un montón de famélicos hidalgos que ahora consideran indigno algo que en otro tiempo fue admitido y honorable: entrar al servicio de otro noble. Otros muchos se enrolaron en los tercios con ciertas ventajas, algunos se dedicaron a las letras, a la Iglesia o participaron en los gobiernos locales. El escudero sería el último grado de esta baja nobleza que, en el siglo XVII, se asimila a un criado doméstico como cualquier otro, pero 262

Ver también ViMonP, v. 1488. «En Castilla hay muchos millares de hombres hijosdalgo que viven con el rey y con señores en las guardas y en otros oficios, los cuales allende de ser nobles son obligados a tener caballo y dobladura y armas...» (Saravia de la Calle, Instrucciones de mercaderes, p. 24). 263

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que todavía se cree superior a los demás; esta actitud de vano orgullo le conduce a ser tenida como una persona ridícula de la que empiezan a surgir muchas anécdotas humorísticas. En su afán de distinguirse de los plebeyos llegan a vanagloriarse de su posición por servir a un amo que ha recibido los favores del rey, y hasta se ponen don y tratan con cierto menosprecio a los que poco antes habían sido compañeros; esto hace proferir a uno de ellos: Siempre un escudero trata con su criado las cosas más secretas de su casa... Hay escudero que ayuna los santos de una semana porque lo coma el criado y no se queje en la plaza. Un escudero y su mozo son como dos camaradas; son el ciego y el lazarillo, que «merced» y «tú» se llaman, pero un pobre Gandalín... en pie está todo el día, y como grulla descansa desde el alba hasta la noche y desde la noche al alba. El pícaro, el cocinero, el señor, el maestresala y el otro comilitón de los que en las mesas andan, todos al fin manosean lo que el citado levanta de la mesa. Esta es su vida: que en buen provecho le haga. (PrósBC, vv. 2515-2553)

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HONOR, EL DUELO Y LOS DESAFÍOS

Muchos han sido los trabajos que han tratado el tema del honor en el teatro del Siglo de Oro, pero la gran mayoría se han centrado en la obra de Lope y sobre todo en el honor calderoniano264. Sin dejar de reconocer la importancia que este tema adquiere en los dos autores citados, sin embargo, no es de su exclusividad. Con ser pilares fundamentales para el estudio del honor en el teatro áureo, no obstante, haría falta un cuadro más extenso que abarcara a los demás dramaturgos de la época si realmente queremos tener una idea más completa de lo que supuso la honra para los hombres del XVII. Incluso habría que ir más allá: el estudio sobre la honra en el Siglo de Oro debería abarcar no sólo el teatro, sino también otros géneros, dada la variedad de los textos que se pueden comparar: crónicas, epístolas, documentos legales, tratados de teología, manuales de confesores, colecciones de refranes, novelas, etc. Sólo cotejando tal diversidad de discursos podrá salir una caracterización adecuada de los conceptos de honor/honra y el significado que adquiere en cada texto. En este sentido la obra de Mira no difiere mucho de lo que ya ofreciera Lope en sus dramas aunque introduce algunos aspectos que serían preludio de ciertos tratamientos calderonianos. El teatro del accitano no hace sino afirmar prácticamente todas las convenciones de la época, con el añadido de la lección moral correspondiente. Además, no fue un aspecto que le preocupara especialmente por cuanto no encontramos en su producción una sola pieza que podamos llamar drama de honor, si exceptuamos LoQNCa. Pero aún así, forzoso será ir comprobando qué actitudes adopta el autor ante este tema y qué matices o visiones personales se pueden encontrar en su obra que nos sirvan bien para reforzar lo que ya se sabe y que es tópico del teatro áureo, bien para constatar las diferencias.

264

El honor ha sido considerado como un atributo particular del drama calderoniano y a su autor, como el poeta del honor. Pero de ello ya protestó Américo Castro (1916, p. 16) diciendo que ninguna de las características del concepto de honra es exclusiva de Calderón, y aunque dice que ya aparece en los dramáticos que le preceden, sólo Lope merece la mención de haber convertido ese tema en uno de los más poderosos móviles de su comedia, con plena conciencia de su eficacia dramática.

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Los estudiosos que se han acercado a este tema lo han hecho con perspectivas muy diferentes, no sólo desde el campo de la literatura, sino de la historia, la antropología, el derecho, la moral..., y con enfoques y metodologías diversas. En primer lugar habría que preguntarse por la equivalencia de los términos honor y honra, que tan abundantemente aparecen en el teatro del XVII y comprobar si se usan indistintamente, si la aparición de uno u otro vocablo aporta algún matiz nuevo o son conceptos diferentes.Tan sólo un estudio detallado de su empleo en los distintos comediógrafos nos dará una visión certera acerca de su significado265. La lectura de las obras dramáticas de Mira nos lleva a afirmar que, en su obra, los dos términos están usados de modo equivalente, como lo demuestra el hecho de que un mismo personaje los emplee indiscriminadamente no sólo en situaciones e intervenciones diferentes, sino en un mismo parlamento. Así lo hace el Condestable Ruy López: RUY

¿Yo sin honra, yo traidor, y yo mala cuenta he dado de mi honor a la vejez?

Y más adelante ¡Ah fortuna!, ¿de qué sirve que en estos siglos pasados me dieses honra y riquezas, si de un golpe me has quitado el honor a la vejez, cuando suelen los ancianos tener ya su honor seguro y vencidos los naufragios de la juventud ociosa? (PrósAL, p. 277ab)

Los ejemplos del doble uso pueden multiplicarse, pero unos cuantos casos más servirán para confirmar lo dicho. Los usa el conde 265 Para la distinción entre honor y honra, pueden consultarse los trabajos de Américo Castro, 1976, p. 57; Ricart, 1965, pp. 50 y 68; Beysterveldt, 1966, pp. 35 y 37. Otros han sentido como sinónimos ambos vocablos: Arco Garay, 1941, p. 441; Serrano Martínez, 1956, p. 47; Maravall, 1989, p. 28; o Chauchadis, 1982.

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Horacio, preocupado por el honor de la dama de igual manera que por el suyo: HORACIO

que estimo a Alejandra y quiero su honor tanto como el mío; mas rehusar el desafío es mengua de un caballero. Pues ¿qué medio podéis dar que asegure este temor? porque si acudo al amor, la honra ha de peligrar. (FénSal, vv. 1393-1400)

Y lo usa don Diego, padre de doña Isabel: DIEGO

que al descuido en honra propia le den los ojos afrenta. Pero yo averiguaré quién da causa a mis querellas, o me costará la vida, puesto que el honor me cuesta. (LoQPSo, vv. 927-932)

Lo volvemos a encontrar, para citar un último ejemplo, en otra comedia distinta por boca de uno de sus personajes: Es imposible darme la muerte porque soy crïado de un hombre que cobró su honor perdido. y tengo yo valor con la honra suya. (DesgAl, vv. 2838-2841)

Escrutados los términos honor/honra266 en cincuenta obras de Mira, hemos obtenido los siguientes resultados:

266

No hemos tenido en cuenta ni la forma plural, ni la forma adjetival, ni las formas verbales, así como tampoco los términos negativos de deshonra y deshonor.

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La adúltera virtuosa Adversa de don Bernardo Adversa de don Álvaro Amor, ingenio y mujer Amparo de los hombres Animal profeta Arpa de David Caballero sin nombre Callar en buena ocasión Carboneros de Francia Casa del tahúr Cautela contra cautela Clavo de Jael Conde Alarcos Confusión de Hungría Cuatro milagros de amor Desgracias del rey Alfonso Ejemplo mayor de la desdicha Esclavo del demonio Examinarse de rey Fénix de Salamanca Galán, valiente y discreto Hero y Leandro Hija de Carlos V Hombre de mayor fama Lises de Francia Lo que no es casarse a gusto Lo que puede el oír misa Lo que puede una sospecha Lo que toca al valor y P. de Or. Mártir de Madrid Más feliz cautiverio Mesonera del cielo Nardo Antonio bandolero Negro del mejor amo No hay burlas con las mujeres No hay dicha ni desdicha... No hay reinar como vivir Obligar contra su sangre Palacio confuso

HONOR

HONRA

13 5 8 5 5 20 5 4 1 12 13 8 4 12 6 4 27 10 6 1 16 3 4 2 3 5 16 23 21 15 10 3 7 1 10 38 6 2 22 10

2 3 0 0 2 2 8 25 0 4 11 2 1 3 3 4 24 1 13 0 2 1 1 3 0 12 5 10 1 0 3 1 1 1 2 4 3 2 1 7

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Primer conde de Flandes Prodigios de la vara Próspera de don Álvaro Próspera de don Bernardo Rico avariento Rueda de la fortuna Santo sin nacer... Tercera de sí misma Ventura de la fea Vida y muerte monja de Portugal

HONOR

HONRA

8 25 9 4 6 4 23 12 2 2

17 3 11 6 2 12 10 10 13 1

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252

Las conclusiones que se pueden derivar de este recuento pueden ser las siguientes: de las 730 ocasiones en que aparecen ambas palabras, en un 65,47 % se usa el término honor, y un 34,52 %, el vocablo honra267; el predominio del primer término es incuestionable, lo cual no es de extrañar en el teatro áureo pues la palabra honor tiene mayor prestigio por su procedencia latina; su uso presta a la lengua una dignidad más acorde con el carácter aristocrático de la comedia en general y de la comedia amescuana en particular. La mayoría de las veces es posible conmutar ambos términos, por lo que su utilización no obedece a diferencias semánticas; es más, como hemos visto anteriormente, un mismo personaje utiliza las dos en un mismo contexto268. En otras ocasiones, la elección de uno u otro vocablo viene obligada por cuestiones métricas; en el caso de la rima, Mira prefiere el término honor para establecer la rima conveniente (con amor, rigor, temor, mayor, valor, dolor, etc.), cuyo uso sobrepasa con diferencia al de honra, que posibilita la asonancia en o-a (con deshonra, poca, etc.). Es posible también que la alternancia de los dos términos en posiciones cercanas se deba a una intención de estilo con el objeto de evitar la repetición y posibilitar la variedad, aunque no siempre se cumple. 267 En la obra de Lope de Vega, Chauchadis ofrece como resultados un 78% para la palabra honor y un 22% para honra; para Calderón, un 88% y 12% respectivamente. 268 Son muchos los ejemplos; ver tan sólo como muestra en EscDem, los casos de don Gil, en su parlamento (vv. 413, 435, 439, 443) y Lísida, (vv. 2126, 2139, 2142). En DesgAl, vv. 254, 263, 457-468, 953-956, 1553-1556, 2984-2989.

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Por otro lado, a menudo, la noción de honra va asociada a otros términos con los que establece una relación de equivalencia o de matización del propio concepto; así, por ejemplo, la honra se equipara al linaje, a la sangre, términos que pueden aludir tanto a la nobleza como a la limpieza269. Ambas nociones, honra y linaje, se ofrecen casi indisociables pues los lazos entre una y otra son muy estrechos; es más, desde la ortodoxia, el honor es un sentimiento exclusivo de la nobleza, que lo posee por su sangre, «inherente a la posición del individuo en la escala social», que «existe en virtud del nacimiento o de méritos extraordinarios o fuera de lo común en la persona»270, aunque en el teatro ese sentimiento de clase se oponga, a veces, a la esencial dignidad humana del individuo. La nobleza es la clase privilegiada que recibe todos los beneficios del honor; en ella recaen los oficios, las dignidades, los títulos, los privilegios, el fausto, todo aquello que sirve para enaltecer su prestigio y su vanagloria en este mundo271. El honor otorgado a la nobleza, según los juristas, es una recompensa concedida por el rey a los hombres que se distinguen por sus méritos y por sus servicios al príncipe; así lo recuerda Juan de Pineda cuando hace decir a uno de los personajes que «la nobleza es una cualidad concedida del príncipe, por la cual alguno merece ser más honrado que la gente común y plebeya»; y más adelante vuelve a insistir en que «sólo el supremo príncipe puede hacer nobles; mas los otros señores inferiores pueden exentar a sus vasallos de pecharles a ellos, sin que por eso queden nobles»272. Estos favores concedidos por el rey redundan en la fama y prestigio social del agraciado, a los que se une la virtud como algo inherente a la condición de noble, pero «virtud» entendida no en sentido cristiano, sino en sentido social273. 269 Para la relación honor-limpieza de sangre puede verse, además de Beysterveld (1966), Hernández Franco, 1993, pp. 73-91. 270 Correa, 1958. 271 Stone (1958, pp. 45-70) ha hablado de «inflación de honores» referida a toda Europa. 272 Pineda, Diálogos familiares, pp. 97 y 98. En ello insiste también el doctor Huarte de San Juan cuando dice «que no hay hidalguía verdadera que no sea hechura del rey» (Examen de ingenios, p. 479b).Y un personaje de CautCC dice que el rey «de nuestras honras es dueño» (v. 2077). 273 Para Juan Arce de Otalora, como la virtud es inherente a la sangre noble, el favor concedido por el rey ocupa un segundo lugar; el príncipe se convierte, así, en un intermediario, en un testigo oficial de la excelencia de la nobleza.Ver Chauchadis, 1984, p. 113.

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El rey, por ejemplo, puede honrar a sus vasallos siendo padrino de bodas: MAURICIO CLAUDIO MAURICIO CLAUDIO Dª JUANA

El rey ¿Pues ha de venir? A honrarnos. De su presencia más se puede presumir. Quiere honrarnos siendo hoy de nuestras bodas padrino que, porque española soy me favorece. (AdúltV, vv. 8-14)

O concediendo la mano de su hija o hermana: SAÚL

Honrarle quiero, de suerte que hoy tiene de ser mi yerno (ArpDav, vv. 1576-1577)

PRÍNCIPE

Vuestro yerno pienso ser. Gran dicha es ésta. Honrar quieres esta casa. Sea muy enhorabuena, hija obediente y dichosa, dale la mano a su alteza. (EscDem, vv. 3205-3210)

MARCELO

REY

Pues, don Diego, de mi mano os quiero honrar; doña Blanca es vuestra. (CabSNo, vv. 1349-1351)

O dispensando algún cargo REY D. LOPE D. LOPE

Sírveme de camarero y escoge un hábito. Beso pies de rey, que honrarnos sabe [...] Ya, gracias a Dios que adoro,

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roja cruz y llave de oro honran mi pecho y mi mano. (AdveBC, vv. 903-905, 1059-1061) VIOLANTE

... las honras que el rey hace a Cabrera cortas mercedes son para sus méritos. (PrósBC, vv. 2243-2244)

En términos de eficacia social, honor y nobleza son interdependientes y así nos lo muestran los diferentes ejemplos extraídos de la obra de Mira; por ejemplo, la casa de los Cardona es «honor de los blancos lirios»274; Marcelo considera a su hijo «único heredero/ de mi casa y de mi honor»275; el rey don Juan se siente más orgulloso de proclamar el honor de su familia que el de ser llamado Alejandro o César276; y la infanta Margarita, recatando su amor, quiere probar del amante «si tiene firmeza, / y así mi honor y nobleza/ guardaré»277. El rey reprocha al conde: «Cómo, osado, te atreviste / sin respetar el valor / de mi sangre y el honor...?»278. Gonzalo, el segundogénito de la casa de los Altamirano, lleva a gala llevar sangre noble y honrada, pese a ser segundón: «La sangre que honra a mi hermano, / esa propia me honra a mí... / tan noble como él nací / como él soy Altamirano». El capitán Valdivia, para pedir la mano de una dama, pone como aval su linaje y honra: «Alberto, amigo, ya sabes / mi nobleza y casa honrada, para insistir más adelante ante la joven que con el casamiento gano yo, y mi casa gana / honra, gusto y calidad»279. Nobleza y honra van también unidas cuando los príncipes traidores proponen al privado don Enrique Ávalos, que fingidamente ha caído en desgracia del rey, derrocarlo y poner en su lugar a otro, y le preguntan: «¿Queréis dar a vuestro honor, / con un estado mejor, / honra, nobleza y reparo?»280.

274

Adúltv, v. 912. CasTah, vv. 1-2. 276 PrósAL, p. 264b. 277 PrimCF, vv. 2063-2065. 278 CondAl, vv. 1375-1377. 279 Venfea, vv. 591-592, 860-861. 280 CautCC, vv. 1864-1866. Otros ejemplos, en Venfea (vv. 592, 1758, 2343...), MárMad (v. 856), FénSal (v. 229), CuatMA (v. 1002). Para este sentimiento de la honra en los criados, PrósBC, vv. 153-156, PrósAL, p. 80a. 275

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Si del rey se recibe la honra281, ésta se equipara y concurre con vocablos tales como «premio»282, «recompensa», «favor», «merced». Las honras que se podían adquirir sirviendo al rey en la corte, en el ejército, en los Consejos y tribunales proporcionaban mayor estima que cualquier otra, además de alcanzar pingües beneficios: LEONOR

Rey famoso de Aragón, los reyes que han alcanzado victorias, hacen mercedes. Pues venciste, honrarme puedes. (PrósBC, vv. 2932-2935)

REY

Noble sangre le dieron sus mayores; naturaleza, partes personales; su corazón, altivos pensamientos; su próspera fortuna, los sucesos; y yo, riquezas, dignidades y honras. (PrósBC, vv. 2227-2231)

REY PORCELOS REY

Levanta esa espada, conde. ¿Quién ese nombre merece? Sólo el que a Marte parece y a su sangre corresponde. Título es nuevo en España. Nuevo es también tu valor. Los pies te beso, señor. Tuya es la victoria, hazaña digna de Porcelos es: nuevas honras darte quiero: también es tu prisionero ese soldado. (NoHDiD, p 42b)

PORCELOS REY PORCELOS REY

281 Recuerda fray Agustín Salucio que «el tesoro de la honra consiste en la suprema potencia y autoridad del rey, que es poderoso para que se estime por gran honra lo que él marcare por tal», en Chauchadis, 1984, p. 12. 282 Miranda Villafañe decía que no es otra cosa el honor sino el premio de la misma virtud:Ver Chauchadis, 1984, p. 11.

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Otras veces, la merced y honra del rey se refleja en la amistad que otorga al súbdito: PORCELOS REY PORCELOS

Señor? ¿Conde, amigo? No me honréis así, señor. (NoHDiD, p. 48b)

REY

Tus victorias me escribiste; laureles dichosos tengas, conde amigo. El que en tu boca mereció ese nombre oír, bien se atreviera a pedir. (ConAl, vv. 569-573)

CONDE

En ocasiones es la mirada del rey la que estimula y dignifica a los vasallos; Filipo llega victorioso con su ejército y nada más honroso para ellos que el rey se asome a verlos: FILIPO

Sírvete de ver la entrada de tu gente victoriosa; porque los ojos del rey con mirar solo dan honra. (RuedFo, p. 3b)

Los soldados que ven en su señor al gobernante que destaca por su valor, justicia y piedad, se sienten gozosos y honrados, porque verdaderamente puede llamarse al reino venturoso con tal virrey, que a fuer de buen soldado, hoy ha honrado con premios la milicia. (NardAB, p. 1a)

Hay momentos en que honra concurre con los términos de cargo público u oficio y dignidades. El servicio imperial proporcionó a las familias la oportunidad de una promoción participando en las guerras europeas, o en los cargos de palacio como trampolín para puestos más elevados como el gobierno de los territorios no hispánicos y

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la diplomacia.Y ocurre en la comedia que alguno de los reyes no ha sabido ser justo con su súbdito, y para compensar el error de mandar ajusticiarlo devuelve los oficios del hijo al padre283: REY

Don Sancho, mis reinos manda; los oficios de tu hijo te doy; hónrenme tus canas. [...] A García sus estados restituyo, y a la fama, la honra del mejor hombre, que celebró con sus alas. (AdveBC, vv. 3180-3192)

Se queja algún vasallo de que los cargos y oficios concedidos por el monarca no hayan servido sino para derribarlo con la misma rapidez con que subió: BELISARIO

¿Por qué allí me habéis honrado con magistrados y oficios, si era el subirme tan alto para mayor precipicio? (EjMayD, vv. 2491-2494)

En una sociedad estamental, como la del Antiguo Régimen, el individuo alcanza su valor por lo que es en esa sociedad; es la pertenencia a un grupo la que lo configura como ser social, la que le da su identidad, y es con ese grupo con el que adquiere una serie de compromisos, que le obligan a comportarse de un modo determinado por el hecho privilegiado de pertenecer a esa clase. El honor sería el premio que recibe por responder puntual a lo que socialmente es; por eso el ser es anterior al reconocimiento de su posición predominante sobre los demás. El honor es, como dice Maravall, «principio discriminador de estratos y de comportamientos» y «principio distribuidor del reconocimiento de privilegios»284. El noble es un privilegiado que goza de las mejores cualidades y virtudes y que se con-

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También es compensado el criado que sirvió fielmente a su señor: AdveBC vv. 3176-3177. 284 Maravall, 1989, p. 41.

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vierte en un modelo al que aspiran imitar el común de los mortales; de entre todas las gracias, el sentimiento del honor es el más estimado, de forma que, como dice Pitt-Rivers, el honor proporciona un nexo entre los ideales de una sociedad y la reproducción de esos mismos ideales en el individuo, por la aspiración de éste a personificarlos. En tal sentido implica no sólo una preferencia habitual por un determinado modo de conducta, sino la adquisición del derecho a cierto tratamiento como recompensa285.

Se trata de un derecho al orgullo que es el derecho a la categoría, y ésta se establece por el reconocimiento de cierta identidad social. Así pues, en una sociedad en que cada orden está definido y clasificado en la jerarquía por una cualidad social —el honor— que le es propia, la fidelidad a esta cualidad adquiere una importancia capital, pues cualquier desvío pone en peligro la imagen que la sociedad tiene de ella misma286. Junto al ser y el honor, la riqueza constituye otro elemento indisociable del sistema de jerarquía señorial287, otro tipo de preeminencia social que, relacionada con el honor, se presenta en la comedia bajo los binomios honra y hacienda, honra e interés, honra y riquezas, honra y provecho, honra y aumento. La honra, es decir, la riqueza («gracias al cielo, yo tengo / honra y caudal») llena de satisfacción a la mujer a la que se pide en matrimonio («dichosa yo que hallé / riqueza, amor, honra y fe»288), privilegia a los ascendientes en los que concurren «honra y hacienda» y que transmiten a los hijos para su «aumento y honra»289; es un valor ines285

Pitt-Rivers, 1968, p. 22. Ver Jouanna, 1968. 287 Aunque ha existido una corriente que ha querido desligar, desde el punto de vista teórico, los conceptos de nobleza y riqueza (tanto hidalgo empobrecido nunca renunció a sus fueros y a su condición de individuo perteneciente a una clase privilegiada), como dos maneras de entender el mundo, lo cierto es que la opinión común estimaba en poco a los hidalgos pobres; y aunque la riqueza no era cualidad esencial de la nobleza, la posesión de bienes de fortuna era trámite previo para acceder al estado noble. Ver Domínguez Ortiz, 1992. En Mira encontramos algunos ejemplos en que la pobreza no impide poseer la honra que le corresponde por su hidalguía (VenFea, v. 1438, TerSMi, v. 182, AdveBC, v. 111). 288 CasTah, vv. 1616-1617 y 1761-1762. 289 CabSNo, vv. 653-654 y 801-803. 286

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timable para la joven Porcia que quiere quitarse de enmedio a un molesto pretendiente290, o es la oferta que le hace un malvado conde al monarca para vengarse de una presunta traición de la reina291.Y como todo hidalgo no estima otra cosa más que la honra, el mismo diablo sabe ofrecerla a sus víctimas, porque él «es el amigo cuya hacienda sin suma, me da honor y me enriquece»292. Así pues, en estos y en otros casos293 encontramos cómo Mira hace concurrir estos dos conceptos, que se integran en sintagmas como ganar, perder, quitar, merecer que pueden llevar lo mismo el término honra que hacienda, provecho..., aunque para algunos moralistas estos vocablos parecen incompatibles294. La honra se puede ganar también con hechos heroicos; el valor aparece, así, unido al de honra formando una nueva pareja, cuyos términos, si bien no llegan a ser sinónimos, concurren en una nueva expresión que aporta un nuevo matiz significativo. El hijo segundo, a pesar de heredar la honra que le da la sangre, prefiere ganársela por sí mismo haciendo méritos en los campos de batalla: «de tu valor nací / tan honrado aunque segundo. [...] / Partirme a la guerra quiero / donde pienso ganar honra / por mi brazo y por mi acero»295. A la fuerza del dinero, como forma de valer más, se opone aquella otra que se funda en el esfuerzo bélico al servicio de la monarquía, en el valor de la propia persona, como dice Huarte de San Juan en la primera de las seis condiciones que ha de tener el hombre para que enteramente se pueda llamar honrado: «la primera y más principal —dice— es el valor de la propia persona en prudencia, en justicia, en ánimo y valentía; es así como los hombres parti-

290

TerSMi, v. 718. AdúltV, v. 1795-1798. 292 AmpHo, vv. 2225-2228. 293 El capitán Belisario, ante las insinuaciones poco honrosas de la reina, declara su lealtad al rey: EjMayD, vv. 2062-2064. Otros ejemplos pueden verse en AdveAl (p. 302a), VenFea (vv. 601, 1734-1735), FénSal (vv. 2052-53), AdveBC (vv. 458-460), RicAva (v.1564) o en CuatMA (v. 896). Pero este binomio aparece también en relación con los criados. Ver PrósBC, vv. 2554-2557, y DesgAl, vv. 1481 y 2984. 294 De entre ellos, fray Juan Benito Guardiola, Diego de Hermosilla o fray Luis de Granada:Ver Chauchadis, 1984, p. 20. En AmInM, el viejo Domicio proclama que no se mueve por interés a la hora de hacer un favor, aunque luego lo desdigan sus actos: vv. 1146-1152. 295 CabSNo, vv. 74-75 y 144-146. 291

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culares, los cuales con el valor de sus personas, ganaron lo que ahora tienen sus descendientes»296. Por eso, un padre considera una infamia para el buen nombre de la familia la cobardía de un hijo («hijo no puede ser mío / hombre sin valor ni brío, / y aun sin honra, decir puedo»), y por eso, la dama no puede aceptarlo como amante, porque, «siendo conveniente/ la vida, se ha de arriesgar / sin recelo, que el guardar / el honor es ser valiente»297. La honra del valor y los actos heroicos han encumbrado a Carlos al puesto entre los nobles («la espada y la capa fue / honor del hombre mejor»298), ha premiado al capitán que sólo está dispuesto a entregar su espada ante los pies del rey («y solamente daré /a su majestad mi espada, / más gloriosa y más honrada / porque siempre le ha servido»299), ha llenado de reputación al aguerrido Rosambuco300, ...y así yo, en las acciones honradas, que piden hombres de pecho, o de vergüenza en la cara, sirvo con tanto valor como la experiencia clara os lo ha mostrado las veces que os ha sacado mi espada de mil honrosos peligros con opinión tan bizarra. (NegrMA, vv. 123-132)

y proporciona al no noble la fama que merece para igualarse con la dama: «no has de verme hasta que tenga / ganadas por estas manos / honra propia y fama eterna. / Mis hazañas han de darme / lo que a ti naturaleza»301. 296 Huarte de San Juan, Examen de ingenios, pp. 480-481. Honra también a un hombre la hacienda, la nobleza y antigüedad de los antepasados, el tener alguna dignidad u oficio honroso, andar bien vestido y acompañado de muchos criados. 297 Cuatma, vv. 181-184 y 1518-1520. 298 PalConf, vv. 501-502. 299 EjMayD, vv. 2375-2378. 300 Otros ejemplos, en MárMad (vv. 1186-1189), FénSal (vv. 1813-1814), NardAB (p. 5b). 301 RuedFo, p. 14a.

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De igual manera, existe una nueva equiparación entre honor y fama u opinión302, y aunque son dos términos distintos, sin embargo en el teatro funcionan como concurrentes, con lo que la noción de honra se enriquece con la aportación nueva que ofrece el término contiguo. Para Caro Baroja la honra es de una amplitud conceptual menor que la de la fama; la honra «tiene su expresión social en lo que se llama “fama” y la deshonra la tiene en la “infamia”. Honra y deshonra gravitan sobre la conciencia del individuo; fama e infamia, sobre la de la sociedad»303, aunque es probable que Caro Baroja esquematice demasiado, pues no es posible pensar la honra sin la sociedad. Lo sabe el caballero que no ha sabido responder de inmediato a un desmentido, Mi deshonra al fin es llana; que es la honra la opinión del pueblo, y los hombres son con quien se pierde o se gana. (DesgAl, vv. 523-526)

y lo sabe la dama noble que suplica a un hipotético príncipe que, puesto que los fueros no contemplan su posible casamiento, deje de insistir, para que no deis, por Dios, ocasión, que mi honor no lo consiente, a que pueda hablar la gente en mi fama y opinión. (AmInM, vv. 1093-1096)

La joven doncella, obviamente, deposita su honor y fama en manos del varón («y, pues es cierto, mi amor, / mi fama, mi ser y honor / está puesta en vuestra mano»304) y, como mujer pudorosa, debe buscar que no se dé lugar a sospecha alguna, porque «en opiniones / anda ya el honor»305, «pues la afrenta ha de advertirse / que consiste en el

302

Ver Castro, 1916, pp. 19 y 40. También Correa, 1958, p. 101. Caro Baroja, 1968, p. 81. 304 CabSNo, vv. 1894-1896. 305 LoQNCa, vv. 1955-1956. También, ProdVa, vv.387-388, 2868-2869, 28782879. 303

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decirse / mucho más que en el hacerse. / Buena quedo, bien honrada»306. Un paseo público acompañada de un varón no estaba bien visto en una dama («nunca queráis a la dama / que favor público da, / pues vende su propia fama / y mal amaros podrá / quien a sí misma no se ama»307), pero las hay resueltas que saben hasta dónde pueden llegar, Cuanto más, que si salí ayer al campo, ¿en qué erré contra la empeñada fe que a mi tío diste y di? Que si tan leve ocasión pudiera descomponer la honra de una mujer, ¡buena andaba la opinión! [...] Y si así tu lengua infama su sangre, ¿qué hará la ajena?; mujer ninguna habrá buena ni honesta, ni limpia fama. (FénSal, vv. 1601-1616)

y que protestan por infundios divulgados contra su buen nombre: «volverme ya la opinión / que me has quitado conviene»308. La honra de la mujer concierne directamente al varón; él es su propietario y su custodio y todo descrédito contra ella es una deshonra para el marido Mirad bien lo que decís, porque, es para mí, Sevilla una octava maravilla, una sexta flor de lis. Y más crédito he de dar al honor que en ella vi, que a vuestra lengua; y así volvedlo, conde, a pensar. (CarbFra, vv. 761-768)

306 307 308

ObliCS, vv. 2112-2115. PrimCF, vv. 1329-1333. PrimCF, vv. 1918-1919.

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La honra y la fama se ganan con la virtud, con las buenas obras, no por medio de trampas o deudas que sólo comportarían una ostentación hipócrita y superficial: «no haré, Ricote, que aspiro / a la honra, que me asalta / alta la fama y alta / mi suerte y ventura miro»309. La pareja honra-fama es completada con el término vida; los tres se convierten en una tríada de signo positivo frente a sus opuestos, deshonra e infamia, que pueden acarrear la muerte, tanto física como moral. Este concepto de honra unida a la vida310 aparece con cierta frecuencia en la obra amescuana; los ejemplos se pueden multiplicar. Aparecen asociados en la tragedia que asola al viejo Marcelo («vida y honra me han llevado») cuando su hija se ha negado a obedecer sus mandatos, pues el honor «es de los nobles la vida», como recuerda la hija fiel y como le recuerda don Gil al amante de Lisarda, la vida y la honra también son columnas en que estriba su casa. El brazo detén, déjale vida en que viva y honra con que viva bien. (EscDem, vv. 435-439)

Y están asociados sobre todo en los trances de amor, como prueba de generosidad y desprendimiento en una situación de infortunio («dile que si ha menester / mi hacienda, que me la pida, / que le ofrezco honor y vida»311), como expresión de desconcierto y temor en un episodio de celos («saldré de engaño tan fiero, / o acabaré de perder / honra y vida»312) o de confusión e inseguridad («en piélagos de peligros / se anegan la vida y la honra»313; «hoy se pierden / mi vida y mi honor»314); como muestra de gozo («vida y gloria y honra hallé / cuando lástimas tenía»315) y agradecimiento («que en guardar-

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CabSNo, vv. 308-311. «Así es que el honor es en tanta estima que va al igual y parejo en opinión con la vida», Marco A. Camos de Requesens, en García Hernán, 1992, p. 83. 311 AdveBC, vv. 2650-2652. 312 PalConf, vv. 2471-2473. 313 TerSMi, vv. 1737-1738. 314 ObliCS, vv. 750-751. 315 CarbFra, vv. 900 y 2594-2595. 310

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me vida y honra, / hoy me vuelves a engendrar»316; «yo te debo / vida y honor»317), como reproche de una joven a un caballero que estima más «su vida que su honra»318, o como el precio que se ha de pagar por una presunta traición al rey («me han de costar / la vida y la honra: ¡ay de mí!»319). En fin, la vida se ofrece con gusto y con ello queda inmaculada la honra: «la vida doy / por la honra que me cuesta»320. Si, en una escala de relaciones, la honra se equipara con la fama y la vida, la deshonra lo hace con la infamia y la muerte, pues, como dice un personaje, «bien puede el deshonor / ser parecido a la muerte»321, ya que los agravios sobre la honra son incurables322. Pero ¿qué es lo que regula las acciones que llevan a la honra o a la deshonra? En primer lugar, la vergüenza, entendida no sólo como castidad o pudibundez, sino también como respeto a los padres y mayores, la modestia, el recato y respeto a las leyes; la vergüenza nos da la base para vivir honradamente; la desvergüenza, para llegar a la infamia323. Quien ve tanta desvergüenza también verá mi deshonra, porque en la mujer comienza a morir crédito y honra cuando pierde la vergüenza. (EscDem, vv. 136-140)

En efecto, la desobediencia de Lisarda a su padre es para éste un acto de infamia; y ella, perdida la vergüenza y deshonrada, se determina a tomarse la venganza con resolución y voluntad férrea:

316

RuedFo, p. 13b. NegrMA, vv. 913-914. 318 CuatMA, v. 134. 319 PrósAL, p. 281b. 320 CabSNo, vv. 1070-1071. Otros casos, en FénSal (vv. 829-830), LoQNCa (vv. 2170-2175), PalConf (vv. 1718-1719), RuedFo (p. 20c), PrimCF (vv. 353, 689, 2910), AdúltV (vv. 2305-2307), AdveAl (p. 299b). 321 CarbFra, vv. 713-714. 322 EscDem, vv. 284-287. En DesgAl se lee: «Heridas en el honor/ son heridas peligrosas. / Las del honor quebradizo / son heridas de alacrán, / que curarse no podrán / sin el mismo que las hizo» (vv. 666-671). 323 Caro Baroja, 1968, p. 83. 317

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Vergüenza y honra preciosa, interés, miedo y poder no la podrán detener, si está agraviada y celosa. Pues yo, que en cólera rabio, sin vergüenza, honra ni miedo, ¿cómo arrepentirme puedo antes de vengar mi agravio? (EscDem, vv. 1095-1102)

Una pareja nueva es la que asocia honra y virtud. En principio, ambos términos parecerían incompatibles, desde el punto de vista cristiano, y así lo reconoce Juan de Ávila cuando alude al propósito sacrílego de los amantes del vano honor, pues éste aleja al hombre de Dios y lo conduce al pecado. Además, se trata de un bien efímero que desaparece con la muerte; no da la felicidad, pues, como dicen Alonso de Cabrera y Diego de Estella, entre las rosas del honor hay espinas que atraviesan el corazón y es vano buscar la honra en este mundo324. La dificultad para distinguir ambos conceptos estriba fundamentalmente en la misma definición del vocablo honor: por un lado deriva de una conducta virtuosa y, por otro, designa la estima de su propio valor y dignidad, pero también la estima y la dignidad que tiene a los ojos de la sociedad, lo que le lleva a una posición de preeminencia. Como señala Pitt-Rivers, lo mismo que la autoridad no puede admitir que sus acciones carezcan de legitimidad, de la misma manera, ningún hombre de honor admite nunca que su honor, como algo que lo coloca por encima de los demás, no sea sinónimo de honor-virtud; reconocerlo sería como admitir su propio deshonor. En consecuencia, por muy alejadas que se encuentren las dos nociones, para el individuo se trata de un solo concepto325. El honor, pues, consiste en poseer la virtud. Todo hombre de honor debe practicar, sobre todo, las virtudes morales de la fortaleza, la templanza, la libertad, la magnificencia, la magnanimidad, mansedumbre, gratitud, piedad, fidelidad, paciencia, constancia, modestia y, en especial, la prudencia326.

324

Para la relación honor y virtud, ver Chauchadis, 1984, sobre todo, pp. 45-63. Pitt-Rivers, 1968, p. 37 326 Como defectos que conlleva el deshonor del noble: la injusticia, la timidez, la audacia, la avaricia, la iracundia, la perfidia la pusilanimidad, la intransi325

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Bien sé que tu gran virtud en Castilla un fénix es; bien sé que eres inculpable, tu virtud y tu honor sé. (PrósAL, p. 282a)

La bondad es una virtud que enaltece no sólo el honor y el prestigio de una joven, sino también su hermosura, al menos la de su alma y su persona: La virtud se ha de estimar, y si Francisca es más fea, como honrada y buena sea, hermosa se ha de llamar, tenla amor, que su ventura le tendrá el cielo guardada. (Venfea, vv. 285-290)

Porque toda dama sabe que para tener éxito es preciso presentarse ante los demás como mujer honrada y virtuosa («de este mañoso edificio, / la primera baja sea, / conservar la buena fama / de castísima doncella, / la virtud y honra delante»327) y su casamiento honroso ilustra también al del padre («hazle, señor, que se case, / ansí Dios te dé salud, / que no es bien que la virtud / que tiene mi honor abrase»328). Pero el honor, como todas las cosas de este mundo, está sujeto a los vaivenes de la fortuna, que hace pasar al hombre de la cumbre del prestigio a la miseria y el abismo de la deshonra. Los casos de Ruy López de Ávalos y Álvaro de Luna, Bernardo y don Lope, Filipo y Leoncio, o el capitán Belisario son significativos por sí mismos. Pero si el honor se puede acrecentar, también se puede perder; y esto es lo peor que puede sucederle a un noble329, pues no es tanto la ofensa que se recibe como el desprecio de que será objeto hasta gencia, la crueldad, la ingratitud, la impaciencia, la ternura, el afeminamiento, la mutabilidad, la inmodestia, la adulación, la falsedad, la soberbia, la ridiculez, la envidia, la imprudencia... 327 CasTah, vv. 377-381. 328 NardAB, p. 17b. 329 En la comedia, el honor no es una cualidad exclusiva de los nobles; en Mira, también afecta a los hombres de letras (AmInM, v. 1527), a los labradores

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que no recupere su honor perdido, y como la infamia que recae sobre su estima y nombre. Si la ofensa es pública, el desagravio ha de ser también público. La reparación del honor se hace mediante un duelo con el que guarda una estrecha relación, según ha estudiado Entwistle en el teatro de Calderón, pues el campo del duelo es el campo del honor, ya que las personas que acuden a él son personas honradas330. Aunque algunos críticos estimaban que los dramas de honor recogían la vida y costumbres de los españoles del XVII331, estudios posteriores han querido poner de manifiesto el error de tal enfoque, al considerar que los dramas de honra se solían asociar a un pasado lejano o a países extranjeros. Habrá que admitir que, si bien el tema del honor en los dramas no es completa ficción pues algunos lances similares se dieron en la vida real, los casos tratados en el teatro no eran de uso normal entre las gentes del Seiscientos. El código del honor usado en el drama español del Siglo de Oro fue una convención que, aunque no estuviera completamente divorciada de la realidad y de la moralidad, no se relacionó de forma íntima con ninguna de ellas; se trata de un uso artístico más que de un fenómeno histórico o social332. Con todo no debe hacerse caso omiso a la abundante literatura de la época en la que se constata este tema como un fenómeno al que era proclive la mentalidad social del momento, y que tendía a resolver los conflictos de honor mediante un combate. Hubo muchas personas que para no sentirse minusvaloradas se veían implicadas en un duelo, forzadas por la presión social a la que estaban sometidas. Es verdad que hubo tratadistas en la época, como Paris de Puteo y otros moralistas, que siguen el criterio de la Iglesia católica que castigaba con penas de entredicho a los duelistas, privándolos de poder recibir algunos sacramentos y la sepultura eclesiástica. Esta censura eclesial culminaría con

(PrósBC, v. 2784; NardAB, p. 20a, SanSNa, vv. 196-237), cuyo caso más significativo es el de Luis, en CarbFra (vv. 2018-21), junto con el de Bernardo (DesgAl) que se siente ofendido si alguien lo llama villano (vv. 1938-1942). El honor atañe, incluso, a los criados (VenFea, v. 1962) y a minorías como los negros (NegrMA, v. 2293). 330 Entwistle, 1950, pp. 404-420. 331 Han seguido este criterio de Menéndez Pelayo, estudiosos como Américo Castro, Adolfo de Castro, Rubió y Lluch, García Valdecasas y otros. 332 Ver, por ejemplo Albert Jones, 1958; y 1965.

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las normas dictadas por el Concilio de Trento, que prohibió los desafíos por considerarlos pecado mortal333: quiere la ley canónica que por ninguna manera se dé licencia al conbatir, por el pecado que dello yncurren, y por evitar la perdición del ánima...Y aquellos, los quales presumen de hazer tal exercicio, obran manifiestamente y niegan a Dios, y hazen contra el divino mandamiento334.

Pero tales prohibiciones no sirvieron de mucho; ni siquiera los escritos de algunos políticos, como el Conde Duque de Olivares, sirvieron para atenuar una práctica que estaba bastante arraigada.Y desde Italia fueron apareciendo bien pronto tratados específicos sobre la materia (de gran influencia entre los españoles335), los cuales, después de exponer las razones para repudiar esta costumbre, a renglón seguido daban toda suerte de detalles sobre las reglas o leyes que se debían seguir en estos casos. Tras una etapa medieval en que se fija una buena parte de las normas que habían de regir el combate336, desarrollado ante la presencia del rey, príncipe con soberanía o algún delegado suyo, aquellos ritos van a ir quedando relegados poco a poco, desde finales de la Edad Media, a posiciones marginales. Ahora los desafíos se hacen al margen del poder real, como fórmula socialmente admitida para dirimir cuestiones de honor y venganza. La literatura del Barroco se hace eco de esta cuestión y los autores ofrecen una gran riqueza de matices en su tratamiento; en sus obras podemos apreciar la abundancia y variedad de desafíos, incluso, se podría analizar su historia, enmarcada entre dos obras que constituyen su inicio y su final: El primer duelo del mundo, de Bances Cándamo, y El postrer duelo de España, de Calderón. No exento, pues, de cierto carácter anacrónico que presenta la dramatización de un desafío en el teatro del XVII, Mira nos ofrece en al333

Ver a este respecto, Chauchadis, 1984, pp. 81-87. Paris de Puteo, en Rodríguez Cacho, 1989, p. 197. 335 Para una visión bastante completa de las leyes del duelo, debe consultarse Chauchadis, 1987 y 1998. 336 Por ejemplo, la igualación de los contendientes en armas y pertrechos; la señalización del campo; el control, por parte de unos expertos, sobre posibles fraudes; o la partición del sol de modo que la luz les sirviese igualmente a los combatientes, sin que pudiese ninguno tener ventaja en ella. 334

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gunas de sus obras ejemplos de la práctica del duelo, que casi podrían ser un tratado sobre la misma337. Es el caso de AdúltV, pieza de carácter palatino, situada en Nápoles, en la que se representan las intrigas amorosas de doña Juana, heredera de la corona de Aragón, que va a casarse con el duque Mauricio. El rey, que acude a la ceremonia, al ver la belleza de la dama se enamora de ella y para colmar sus pretensiones cuenta con la ayuda del Conde y del Barón. Habrá que recordar que doña Juana había estado antes prometida con Felipe de Cardona, pero, aprovechando su ausencia, es ofrecida en matrimonio al italiano Mauricio; a la ruptura se opone el hermano de don Felipe, quien muere asesinado cuando trataba de impedir los desposorios. Don Felipe, pues, ha ido a Italia, ocultando su personalidad, para vengar la muerte de su hermano y la propia afrenta cometida contra él. El rey, por su parte, decide matar al duque, aconsejado por sus privados, y eliminar toda suerte de impedimentos que le dificultan la conquista de la desposada. Pero la reina descubre a los aduladores del rey y traidores de su persona, los amenaza con la muerte, y ellos, para salvar sus vidas, la acusan de adúltera338. La trama se complica con enredos y engaños para terminar con un desafío público en el que se pone de manifiesto la honradez e inocencia de la reina. En la obra, pues, concurren tres desafíos339: en primer lugar, el de don Felipe de Cardona con el duque Mauricio, a causa de la muerte del hermano de aquel; un segundo duelo entre los mismos personajes, pero ahora motivado por la presunta muerte de doña Juana, que estaba disfrazada de caballero; y el tercero, en el que participan, por un lado, el Conde y el Barón, acusadores de la reina, y por otro, el duque Mauricio y don Felipe de Cardona, que salen en defensa de la primera dama. 337 En lo que se refiere al duelo solemne, el «último ejemplo conocido en España se desarrolló en Valladolid en 1522 en presencia del Emperador Carlos V y cuyo recuerdo transmitió Calderón a sus contemporáneos con una obra precisamente titulada El postrer duelo de España». Frente a este modo solemne, existía un desafío privado o secreto, revelador «de una doble práctica de los duelos: por una parte un desafío secreto familiar de los españoles, sobre todo después de la pragmática de los Reyes Católicos (1480) que prohibió los llamamientos carteles, y por otra parte un duelo solemne usual en Italia, por lo menos hasta la drástica prohibición del Concilio de Trento (1563)», Chauchadis, 1984, p. 79. 338 El tema de la acusación falsa aparece también en otras obras de Mira de Amescua, por ejemplo, en LisFra, ClavJa, SanSNa, CabSNo, CondAl, EjMayD. 339 Para la cuestión del duelo en esta obra, ver García Godoy, 1991.

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El modelo común de duelo suele comenzar con el desafío propiamente dicho, oral o por escrito, por el cual se fija aquél como única manera de salvar las diferencias. Luego se delimitan las condiciones generales para la celebración del combate, sobre todo, para señalar el lugar, la fecha y las armas. Entre el desafío y el combate suele mediar un cierto tiempo que aprovechan los amigos para intentar solucionar el conflicto por otros medios. Una vez que se acude al lugar del combate se han de guardar y respetar unas normas estrictas de cuyo cumplimiento se encargan los padrinos. En la obra que nos ocupa, se trata de un desafío público340 en el que la autoridad real permite la celebración del duelo y otorga campo. Los conceptos de «pedir campo», «otorgar campo» u «ofrecer campo» son importantes para la liturgia del combate; por eso el noble Astolfo, como padrino o representante de don Felipe de Cardona, se dirige al rey en estos términos: ASTOLFO

REY ASTOLFO

REY ASTOLFO

MAURICIO

Cosa honrada es la que pido: ya sabéis, señor, que soy Cardona y que soy sobrino de los duques de Cardona honor de los blancos lirios. Ya lo sé. Pues hoy en nombre de don Felipe, su hijo, cito, aplazo y pido campo. ¿A quién? Al duque Mauricio y aquí, con vuestra licencia, gran señor, le desafío, que quiere dar a entender en la batalla mi primo, que la muerte de su hermano alevosamente ha sido. Y yo os suplico también que lo otorguéis, que imagino

340 Para la distinción de los diferentes tipos de duelos (públicos y privados, duelo decretario —duelo a muerte—, duelo propugnatario —procurando no causar la muerte—, y duelo satisfactario —a muerte, pero con la posibilidad de llegar a un acuerdo previo— (ver Bermejo Cabrero, 1990b; la distinción en p. 114).

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REY

ASTOLFO MAURICIO ASTOLFO

con sola daga y espada, sin armas, un peto limpio sustentaré lo contrario. Pues yo otorgo el desafío para el día que volváis triunfando del enemigo... Nombre el duque su padrino. Mi padrino será el conde. Yo por don Felipe afirmo que he de ser padrino suyo (AdúltV, vv. 908-935)

La petición de desafío podía hacerse con distintas fórmulas: por medio de una carta, a través de un padrino, o directamente; en nuestra comedia es el padrino quien pide el desafío al rey; se trata del primer reto con ocasión de la muerte del hermano de don Felipe. En el segundo reto, en cambio, la petición es directa MAURICIO

Mete mano, francés falso, que aquí te aplazo y te reto de alevoso y de traidor en obras y pensamientos. (AdúltV, vv. 2337-2340)

Otorgar campo es otra de las acciones que los personajes solicitan del rey de Nápoles, ya que sólo él puede hacerlo; su intervención confiere al reto un carácter solemne. Como vemos se trata de una práctica que tiene lugar fuera de España, ya que la presión judicial y religiosa la hacía muy difícil en nuestro país; y en aquellos casos extremos de caballeros que se empeñaban en buscar campo seguro para el combate, encontraban muchos obstáculos para poder dar con un príncipe protestante o, incluso, musulmán que quisiera otorgar campo. Si el último duelo solemne conocido en España fue en 1522, si las autoridades civiles y religiosas proscribieron todo tipo de desafío, y si el Concilio de Trento prohibió drásticamente esta práctica, es notorio que el carácter solemne que le confiere Mira en esta obra es del todo anacrónico; lo cual no quiere decir que no se siguieran practicando los desafíos secretos en los que las leyes del duelo, como señala Claude Chauchadis, se identifican con las leyes del punto de honra.

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Como estamos ante un combate de carácter público o solemne, con presencia real, el afectado suplica a su majestad se digne autorizar la ejecución del duelo para, de este modo, con las condiciones adecuadas de igualdad e independencia de los combatientes, pueda dar satisfacción al agravio cometido contra su persona: DON FELIPE

Agora, supremo rey, te suplico que me otorgues el campo que le ofreciste al marqués Astolfo y borre mi agravio de las memorias de todos los españoles. (AdúltV, vv. 2490-2495)

Mira no sólo alude a las condiciones que debe tener el campo para la celebración del duelo (una superficie plana y sin obstáculos, v. 1390), estrictamente delimitado, que pueda cumplir con las exigencias establecidas, sino que también nos describe el escenario del combate: En la plaza de palacio se ven dos tronos cubiertos, uno de alegres brocados y otro de lutos funestos. Y entre aquestos dos teatros se muestra un palenque estrecho donde los dos alevosos quieren sustentar sus yerros. (AdúltV, vv. 2353-2360)

Algunos desafíos se tiñen de contenido político por razón de las personas que intervienen y por ocupar altos puestos en el gobierno de la monarquía. Uno de los casos más destacados es el de la acusación de adulterio cometido por la mujer de un alto dignatario, sea duquesa, condesa o reina. En la obra AdúltV se produce, efectivamente, una acusación falsa a la reina por parte de unos privados del rey, dispuestos a mantener y defender su imputación en un combate, del que Mira nos va ofreciendo los detalles. El autor nos presenta, en primer lugar, a los afrentados, el rey y la reina, aunque ellos no intervienen activamente en el reto; los rivales son los acusadores (el Barón y el Conde), por un lado, y los defensores del honor de la acusada, el duque Mauricio

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y don Felipe de Cardona, por otro, aunque lo usual hubiera sido que saliera en defensa de la reina algún familiar. Asimismo se nos da información del hecho de pedir campo («¿Qué pides? / Campo contra estos traidores; campo, señor, / contra los dos agresores / desta traición»341), otorgarlo por parte del rey, y de conceder a los litigantes un tiempo de tres horas para exponer los argumentos en favor («que yo les daré a entender / que la reina corresponde / a su virtud, y ellos digan / aquí que mienten a voces; la fama de la virtud / de la reina, que en los orbes / no deja de derramarse / entre todas sus naciones, / hoy me trae a defendella, / para que la estimes y honres»342) y en contra de la acusada («que los dos en tu favor / sustentamos que es traidora, / y que te quitó el honor»343). En el desafío únicamente se permite llevar espada: BARÓN

Mañana al campo saldremos y a la que tú señalares, tres horas aguardaremos no con petos y espaldares, porque armados no queremos, sino con espadas solas, hasta ver si hay quien sustente lo contrario. (AdúltV, vv. 2179-2186)

La reina, a la que daban por culpable, se había negado a morir por daga, cordel o veneno pues aceptar previamente uno de estos métodos habría significado reconocer su culpa; exige, por el contrario, su derecho a un «juicio de Dios» en combate y poder así demostrar su inocencia: ASTOLFO

REINA

341 342 343

vv. 2463-2464. vv. 2465-2474. vv. 2188-2190.

Ya mujer, tu marido te ha dejado, y sus agravios deja a la justicia, si tú la tienes, Dios te favorezca y si no te castigue, amén responde. Amén.

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ASTOLFO

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Cubridla con aqueste manto, y sobre este teatro levantada, porque la pueda ver el pueblo todo, cumpliendo con la antigua ceremonia. Pueblo, aquesa que veis aquí presente es la mujer del rey; todos miradla, ninguno ahora su mujer la llame, hasta que en campo quede averiguado la mentira y verdad de aqueste caso. (AdúltV, vv. 2419-2431)

A la postre, el duelo no llega a celebrarse por la rendición cobarde del Conde y del Barón («no hay quien resista sus golpes, / rendido estoy. Yo estoy muerto, / castigo a mi culpa inorme»344), que han reconocido su engaño, y son arrojados a la hoguera por calumniadores. Estamos ante un «duelo ficto», en el que se ha desarrollado todo el proceso hasta el momento de la pelea, pero que no llega a entablarse combate alguno por la claudicación y reconocimiento de su falsa acusación por parte de los dos privados del rey. Se proclama, en consecuencia, la inocencia de la reina. Pero no es sólo esto; Mira insiste en algo más. Recordemos que hay otra acción paralela en la que el rey, enamorado de doña Juana, casada con el duque Mauricio, lo manda matar en secreto; después hace lo mismo con la dama, disfrazada de varón, «porque entendí que era hombre». Pero don Felipe desobedece la orden real y perdona la vida de su enemigo, de acuerdo con el código de caballero español, y la de la que fue su enamorada. Las dos acciones se unen por un lazo común. No sólo está implicado el rey en la mancha de deshonra que sus privados han inventado contra la reina, dando pábulo a sus asechanzas, sino que además, va a sufrir, aunque de forma inconsciente, la maldición que sobre él ha echado doña Juana, al conocer el relato de la presunta muerte de su marido: DOÑA JUANA

344

vv. 2475-2477.

Plega a Dios, rey enemigo que te suceda una infamia, si puede en ella los reyes, para que me des venganza (AdúltV, vv. 1600-1603)

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Al final, don Felipe, además de proclamar la virtud de la reina con su intervención en el duelo, recupera su honra perdonando al duque y a doña Juana, y muestra el buen talante de todo buen caballero español. Con esta forma final, Mira se alinea de parte de aquellos que estimaban que la restitución del honor debía hacerse en la medida de lo posible sin atentar contra la vida345. Ya hemos dicho que, además de la forma oral, la petición de duelo solía hacerse por carta, transformada, a veces, en un cartel de desafío que nuestros escritores exponen en toda su extensión y solemnidad. Se solía iniciar el mismo con el nombre y serie de títulos de la persona que desafía y firma; a continuación se señalan la causa general del duelo, el lugar de la celebración, el plazo y las armas, que quedan a elección del desafiado. D. GARCERÁN HORACIO

¿Qué os escribe el capitán? Bravatas con cortesía; creo que me desafía. Leedle, don Garcerán.

D. GARCERÁN (lee) »Sentimientos con sombra de agravios piden satisfacción como si lo fueran; que a no procurarle, ni yo fuera quien soy, ni Alejandra quien es; pues por tío y marido, tengo obligación a solicitar. Con uno de mis amigos aguardo a v.s. en el campillo de doña María de Aragón, a las dos, donde, si razones no satisficieren mi queja, habré de remitilla a las armas.— De la posada.— Don Beltrán». HORACIO D. GARCERÁN

345

¿Qué os parece? Que es el viejo bizarro, que teme y ama, que quiere ser de su dama galán, marido y espejo; que aseguréis su temor, cumpliendo, conde, primero con vos y con vuestro honor. (FénSal, vv. 1357-1368)

Ver Carranza, Catechismo christiano, p. 123. Chauchadis, 1984, cap. III, 2.

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No corresponde a un caballero rechazar un desafío pues sería un desprecio a su propio prestigio: «mas rehusar el desafío / es mengua de un caballero»346. La carta antes transcrita revela los conocimientos que sobre las leyes del duelo tenía el retador don Beltrán; en primer lugar, expone la causa del agravio, una «sombra» que gravita sobre su honra; esa sombra es la de los celos, porque «un hombre, si está celoso / hará lo que un ofendido»347; la duda sobre su honor agraviado no le deja más camino que el desafío, como corresponde a un hombre de su clase y categoría social (el ser quien es), pues las leyes del duelo sólo atañían a la nobleza y a los soldados, y en don Beltrán concurren las dos condiciones; luego establece el número de padrinos («con uno de mis amigos aguardo»), el lugar («campillo de doña María de Aragón»), la hora del reto348 («a las dos»), y finalmente apela a la justicia de las armas para dilucidar la verdad de los hechos. El capitán ofendido confía más en la justicia del duelo que en un litigio o pleito judicial. El reto es una prueba de la capacidad que pueda tener el individuo para asumir o no las cargas y obligaciones que conlleva el pertenecer al grupo de los privilegiados. Por eso no es posible una restitución del honor entre individuos de distinta clase social («pudiera excusar, no siendo / tú mi igual, el desafío»349). Julián, que actúa como privado del duque de Ferrara, encuentra a su esposa hablando con el hermano del duque, antiguo enamorado de Laurencia a la que pretende gozar. El joven le ruega que no vuelva a su casa para no ofender su honor («os suplico humildemente... deis remedio, / con no visitar mi casa, / a mi honor»); pero el noble ofendido («¡Oh, villano!... ¿Tú, con capa de humildad, / me dices atrevimientos?») lo reta en el campo, junto a un arroyuelo, sin que tuviera la más mínima intención de acudir, porque en ese entonces tenía previsto asaltar la casa de Julián. Estaríamos ante lo que Salomon llama un caso de «antifeudalismo dentro del feudalismo»350, en que el vasallo se opone a los deseos del señor de disponer de su casa y su mujer, 346

FénSal, vv. 1395-1396. FénSal, vv. 275-276. 348 En AnProf, el lugar de cita es la margen fría del bullicioso arroyuelo (vv. 1394-1395) y la hora, esta noche a las diez (v. 1388). 349 AnProf, vv. 1385-1386. 350 Salomon, 1985, p. 744. El tema del conflicto entre el villano y noble se presenta bajo tres aspectos: el del villano y el hidalgo ridículo (conflicto que en 347

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¿un advenedizo libre, que apenas quién es sabemos, me dice a mí que su casa no visite? ¡Loco, necio! [...] Los señores somos como el sol del cielo. En la casa más altiva y edificio más soberbio, entra el sol [...] Los superiores sujetos del vasallo más honrado, del vasallo más soberbio, del potentado más rico, entramos... Yo soy el sol de Ferrara, y como sol, entrar puedo donde quisiere. (AnProf, vv. 1330 y ss.)

La respuesta del vasallo es inmediata, siguiendo las imágenes de la luz: «yo soy / un nublado opuesto / a ese sol, y cuando el sol / quiera con poder violento / deshacerme con sus rayos, / abriré el preñado seno / y arrojaré contra él / rayos a su fuego opuestos»351. Su atrevimiento a enfrentarse al señor se basa en ser «tan buen caballero como vos» y porque «en agravios / donde el honor corre riesgo / no conozco superior»352. En el fondo, la propuesta de Mira consiste en hacer ver que la nobleza no estriba simplemente en ser noble sino en que hay que saber serlo.Y el hermano del duque no sabe serlo y por eso termina muriendo a manos de Julián, aunque no en un reto. Pero en la comedia áurea se ofrecen otros tipos de desafíos: los hay de tipo caballeresco, duelos paródicos entre rufianes, o desafíos que propician la burla y la mofa. Cualquier motivo parece bueno para iniciar un reto: pueden ser unas simples sospechas, la disputa por una

el teatro no alcanza tensión dramática), el del vasallo y el señor, y el del aldeano y el militar, oposición que en estos dos últimos casos sí cobra un antogonismo moral o sentimental, y la honra reivindicada por el villano puede ser el resorte de la tragedia. 351 AnProf, vv. 1354-1361. 352 AnProf, vv. 1365 y 1380-1382.

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dama, un mentís, un bofetón... Así, tenemos, por ejemplo, que el joven don Carlos, tras una serie de situaciones confusas, escribe a don Íñigo desafiándolo por creer que había estado con su amada. «Fuera del muro en la puerta, que se corona soberbio de yedras y de jazmines, a media noche os espero. Causa tengo de mataros, esto de paso os advierto, porque tratéis solamente de morir, o defenderos.» (LoQPSo, vv. 2063-2070)

Pero al mismo tiempo, don Alonso, el otro rival, busca a Carlos para matarlo: Avisad a vuestro dueño que en la ribera del río, cuando al valeroso brío haga de su luz empeño, en las manos, le estaré esperando. (LoQPSo, vv. 2183-2188)

La cita en el río le sirve al criado para crear una situación humorística: CARDILLO ALONSO CARDILLO

¡Qué quimera! ¿Dónde dice que le espera? En el río ¿Para qué? ¿Tiénele desafiado para nadar? (LoQPSo, 2188-2192)

Pero es aquí donde interviene el criado para hacer que sean don Íñigo y don Alonso los que se encuentren en el desafío, creyendo cada cual que el otro es don Carlos. En el combate Íñigo mata a don Alonso.

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ALONSO CARDILLO

ALONSO

Decidlo a Carlos Sí haré y pues toca al desafiado señalar puesto, el recado daré, y a vos volveré para avisaros, adonde manda Carlos, que os juntéis... Esta vez buscarle y matarle quiero, que desta causa el acero, pienso que ha de ser el juez (LoQPSo, vv. 2211-2226)

Parodia y burla es la que se nos ofrece en otra comedia cuyo motivo del reto es la disputa por una mujer, con dos contendientes, uno avaro y el otro cobarde (ironía clara en cuanto que el valor es algo inherente a la noción misma de honor; la cobardía, al deshonor).Aquél no ve otro modo de resolver la cuestión sino en un desafío: ALVARADO

El capitán Alvarado soy, y de las Indias vine a que el duelo determine nuestro amoroso cuidado. Vos, don Sancho de Mendoza, a Lucrecia amáis; no ignoro vuestra intención.Yo la adoro, y ninguno favor goza. Por ser dos, nos estorbamos el uno al otro y ansí quede decidido aquí cuál la ha de servir. Riñamos. (CuatMA, vv. 517-528)

Pero el cobarde Sancho, evidentemente, rehuye el compromiso, busca pretextos para no enfrentarse a un combate absurdo: «necedad se ha de decir / que vengamos a reñir / por cosa que no tenemos... ¿Y es fineza que en su calle / riñan dos enamorados»... «¿Desafío / y morir decomulgado?»353... Ante la pertinacia del indiano, el cobarde 353

CuatMA, vv. 530 y ss.

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Sancho propone que sea la dama quien decida a cuál de los dos ama; pero esta propuesta es vista por el capitán como algo indebido, pues tales cuestiones no se les plantea a las damas principales354. Mira se vale en estos últimos casos de las leyes del desafío, ironizándolas, para poner de manifiesto la nimiedad y absurdo de retarse muerte por cuestiones que pueden ser dilucidadas por otros medios más civilizados. Pero donde realmente creemos que se muestra más crítico el dramaturgo con respecto a los puntos de honor es en la comedia LoQOír. Fortún, favorito del infante don García, hijo del conde Fernán González, buscando de forma poco honrosa emparentar con este claro linaje, pretende quitar de en medio al noble y valeroso don Sancho Osorio por el que se inclina la infanta Violante, para poder casarse con ella y facilitar también el casamiento de su hermana con el infante. Instigado por su amigo Mendo, desafía al caballero en un lugar y hora en que sabe que no podrá acudir Sancho, pues, como fiel devoto de la misa, acudirá a ella a esa misma hora, y así, por mucho que corra no llegará a tiempo a la cita y quedará como un cobarde. Ante la sorpresa del desafío, Sancho muestra sus dudas pues por un lado le impulsa su deber de cristiano y por otro las leyes que todo buen caballero debe acatar y cumplir, porque dejar una afrenta sin venganza es como dejar el honor profanado, lo cual es una cobardía. Al decidirse por asistir primero a misa, Mira se inclina decididamente por la obligación de cumplir como buen cristiano antes que participar en un reto de honra como una liturgia externa y sin valor: SANCHO

¿En qué confusión me han puesto el deshonor y perder la misa este santo día que celebra nuestra fe? En dos trances apretados me suspenden hoy los puntos del honor; que no andan juntos a veces el ser honrados

354 En VenFea, también dos pretendientes rivales han resuelto dirimir en duelo la disputa por la misma dama; pero, al comenzar el acto tercero conocemos por los criados que no sólo no han llegado al combate sino que son amigos dispuestos a que sea la dama quien elija a uno de ellos.

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y cristianos. ¡Que el honor del mundo venganza pida, y que se arriesgue la vida que nos da nuestro Criador...! ¡Que no pueda ser honrado el que no borra su injuria con sangre del ofensor! ¡Oh, duras, injustas leyes! ¡príncipes, monarcas, reyes, deshaced este rigor! Y aquel que más perdonare tenga más honra, pues éste fue precepto de Dios. (LoQOír, vv. 403-427)

Don Sancho se siente en la obligación de cumplir como noble y caballero que es, preocupado por el qué dirán, pues las cuestiones de honor son aspectos que alcanzan a la fama y la buena opinión (nemo me impune lacessit). Es el grupo quien juzga, en último término, el proceder de las partes en litigio, quien dictamina si la deuda ha sido satisfecha o el honor repuesto: Obligado estoy a ser buen soldado y caballero. Que como el mundo no alcanza a ver el alma, atribuye a que es cobardía el que huye del duelo y de la venganza. No salir al desafío llama el mundo deshonor; que este género de honor, aunque sea desvarío, me conviene porque soy soldado noble, y así la misa esta vez perdí. (LoQOír, vv. 439-451)

Pero el criado le aconseja con sorna: Haz lo que yo; que requiero mi daga y espada el día

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que alguno me desafía, cálome bien el sombrero, tercio la capa, y no salgo; y con esto estoy seguro, mejor que detrás de un muro. Escribieron a un hidalgo un papel de desafío a las seis de la mañana, mas él, con hermosa gana de dormir, con mucho brío le respondió, sin mostrar alteración ni disgusto; «para cosas de más gusto no suelo yo madrugar»... Deja en medio esta tierra, y vete a misa, porque son cosas de risa esos puntos. (LoQOír, vv. 465-488)

El caballero sigue dudando e interesándose por su buena opinión. Como noble tiene un prestigio social que debe conservar y ese prestigio se sublima en el concepto del honor. Pero en las palabras de su criado, parece que escuchamos al propio autor cuando hace ver que la honra es algo interior, que el valor del noble Sancho es algo conocido por todos y no necesita demostración, y que, por tanto, si no acude a la cita de desafío, no por eso va a perder la estima social que tiene ganada. Decidido finalmente a asistir primero al sacrificio de la misa, el cielo lo recompensa y envía con su figura a un ángel que se bate por él, pues No ha de perder su opinión con los nobles castellanos quien misterios soberanos de su misma redención oye con tal devoción. Hombre que su honor ha apuesto en manos de Dios, en esto debe ser correspondido. (LoQOír, vv. 543-550)

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Nos sirven estos ejemplos355 para comprobar cómo Mira, que no es un dramaturgo de la altura de Lope o Calderón, lo mismo que otros muchos autores del teatro barroco, conoce y se hace eco de estas leyes del duelo a las que eran tan proclives sus contemporáneos. Como señala Chauchadis356, el tema del duelo y del honor no sólo afecta y es tratado por las grandes figuras, sino que también los de segunda fila manifiestan en sus obras un hecho social tan arraigado que nos permite alcanzar un grado más de comprensión acerca de la extensión de dicho fenómeno. Probablemente sea LoQNCa la obra de Mira que más trágicamente representa el tema del honor en el marido vengado por adulterio de la mujer. Enrique, el valido del rey Fruela de Asturias, ha casado con la joven Elvira, de quien está enamorado el príncipe Bimarano, hermano del monarca, que interrumpe en esos momentos la boda para comunicar a Enrique que huya pues el rey ha dado orden de prenderlo. La pareja había contraído matrimonio por orden del monarca después de que Enrique hubiera causado la muerte, de forma involuntaria, del que iba a ser esposo de la dama. Bimarano, que ambiciona el trono, persigue insistentemente a la joven Elvira, arrastrado por su pasión amorosa. Para asegurarse bien, manda encerrar a Enrique en una prisión injustamente, actuando con un rigor y tiranía que él mismo admite sin rubor alguno. Después de más de un año preso, y lleno de celos, Enrique viene a parar a un lugar próximo al que ocupa Elvira, que se había retirado al campo para dar a luz al hijo fruto de la relación con el príncipe. Allí, sin ser conocido, recibe de su propia esposa un diamante y un envoltorio con el hijo fruto del adulterio con el ruego de entregarlo a Nuño; se dirige luego a su casa en donde encuentra ya a su esposa a la que enseña el diamante y en ese instante se desmaya; el joven intenta reanimarla para poder tomar venganza del agravio; cuando vuelve en sí, ella llama al infante, y Enrique, enloquecido, le da muerte: ¡Oh aleve! ¿Aún le nombras? Mi venganza ya consiga 355 Otros casos de desafío, en DesgAl, donde Bernardo, de parte del hidalgo Suero, acude a León para hacer público el reto por un «mentís» (vv. 1628-1629, 1879-1880, vv. 1967-1972). 356 Chauchadis, 1987, p. 103.

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la gloria que espera el alma, del cuerpo infame divida, este acero que ha de ser confusión de muchas vidas. Dale de puñaladas y ella misma se entra arrastrando. (LoQNCa, vv. 2438-2443)

Luego la tira por el balcón. Entra el rey que ya conoce la tragedia y, a continuación, lo hace el infante con la espada desenvainada para vengar la muerte de Elvira, pero al ver al monarca la pone bajo sus pies en señal de humildad. El rey, sin embargo, manifiesta que ya no es tiempo de perdón, y lo mata: Cuando sirviéndome está y el honor de Enrique ya me toca, ¿vos desta suerte su valor así ofendéis, y os atrevéis a su honor? Ya no piedad, fuera error aguardar que os despeñéis más sin daros el castigo. Si Enrique os ha de matar, yo, su honor quiero vengar, que soy su rey y su amigo. Dale de puñaladas; quiere tomar la espada y cae muerto sobre una silla. (LoQNCa, vv. 2511-2521)

Enrique se lamenta de no haber podido dar personalmente satisfacción a su agravio, pero el rey le recuerda que sólo él podía vengar el ultraje por ser el culpable de sangre real: REY

ENRIQUE REY

Enrique, a mí, como a tu rey, la defensa me ha tocado de tu ofensa. yo muerte al infante di. Más afrenta viene a ser. A quien es, de un rey, hermano, no se ha de atrever tu mano, yo sólo me he de atrever.

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Seguro queda tu honor, pues yo mismo lo he vengado; tú quedas, Enrique, honrado. (LoQNCa, vv. 2538-2548)

Queda así justificada, desde el punto de vista teatral y, de acuerdo con los criterios de la época, la muerte de la esposa adúltera con la que el marido ha podido restaurar su honor mancillado. Pero las convenciones requerían que el amante y cómplice también pagara su delito; y muere, no a manos del injuriado, sino a manos del propio rey, pues un súbdito no podía atentar contra ningún miembro de la realeza. Mira nos presenta, pues, una acción en la que los personajes viven y sufren trágicamente en lo más hondo de sus entrañas el sentimiento del honor, y que luego Calderón llevaría hasta las últimas consecuencias. Pero, además del agravio al honor por adulterio de la mujer, la honra queda ultrajada también con otros dos casos muy usuales de afrenta: el bofetón y el mentís. Respecto al primero, se ha de tener en cuenta que no sólo se ha de vengar el acto mismo de la deshonra, sino la intención de deshonrar. Levantar la mano a un caballero es ya injuria que debe ser castigada; por esa causa Don Gonzalo ha matado a un capitán del rey moro: REY D. GONZALO

¿En qué te quiso agraviar? En que pidiendo licencia para entrar en tu presencia y tus reales pies besar, no sólo me la negó, sino que, viendo la instancia que tuve, con arrogancia la mano para mí alzó; darme intentó un bofetón, mas di al intento inoportuno tal pago que fue todo uno el morir y su intención. (CabSNo, vv. 1022-1033)

Más curioso y extraño es el caso de la emperatriz Aureliana, que recibe un bofetón de su propio hijo, cuando ella se interpone para cortar los ímpetus lascivos del príncipe que está obsesionado por gozar de la cautiva Mitelene:

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EMPERATRIZ PRÍNCIPE EMPERATRIZ PRÍNCIPE EMPERATRIZ PRÍNCIPE

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¿Hay tan ciega inclinación? Tus apetitos reporta. Yo sigo mi inclinación. Déjala. Daréte. Corta. Toma pues: un bofetón dejaré en tu rostro escrito, que mi voluntad confirmes, y no impidas mi apetito. (RuedFo, p. 8ab)

Los espectadores saben que ese príncipe no es verdaderamente el hijo de los reyes, sino un sustituto del legítimo que fue ocultado en una aldea al cuidado de un campesino. El emperador ignora esta situación. Pero he aquí que se presenta en palacio el joven Heracliano, y la reina descubre que es su verdadero hijo cuando se queda dormido en la silla imperial. Es en este momento cuando ha entrado en escena el príncipe y ha bofeteado a su madre. Ante esta ofensa, se enfurece el viejo Heraclio que siente «aquel bofetón / más que si a mí me lo dieran»: HERACLIO

Ira soy de Dios sangrienta, porque el castigo no tarda a quien sus padres afrenta (RuedFo, p. 8b)

El muchacho, impulsado por la fuerza de la sangre, reacciona también de inmediato y pide a la emperatriz que le den muerte, como si sintiera en sus carnes el agravio cometido contra la reina; pero ella prefiere olvidar el asunto: HERACLIANO

EMPERATRIZ

En venganza y desagravio no has meneado los labios; con tu paciencia me aflijo. ¡Qué bien pareces mi hijo en el sentir mis agravios! (RuedFo, p. 8c)

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Llamar mentiroso a un noble también era causa suficiente de deshonra y de venganza: DON LOPE LÁZARO LEÓNIDO DON LOPE

LEÓNIDO DON LOPE

¡Vive Dios, villanos, que os haga callar! En la noche alegre. A los que estamos aquí miente quien llama villanos. ¡Oh, traidor! ¿Mentir a mí? Muerte os darán estas manos. Luchan ¡Vive Dios, que es un león! Irémonos retirando. Noble soy, que voy buscando mi honrada satisfacción. (AdveBC, vv. 253-260)

El mentís, por tanto, se convierte en una ofensa a todo caballero, lo que implica duelo y muerte357. Según comenta Chauchadis, para los tratadistas el mentís no es sólo la expresión de una negación que exige una prueba (antiguo duelo judicial), sino un insulto a la honra de la persona desmentida. A partir de tal consideración se empeñan en definir las maneras de salir airoso de un episodio tan peligroso para la honra personal. La respuesta inmediata consistiría en desafiar al que ha desmentido, pero hay respuestas más sutiles, como la que expone Muzio: por ejemplo, el desmentido puede pegar con un palo al que le acaba de injuriar de palabra; éste, ahora injuriado de obra, le reprochará su mala actitud diciéndole que al pegarle ha hecho mal, lo cual permitirá a su antagonista desmentirle a su vez y le tocará al segundo desafiar si quiere vengar la injuria. Tal juego de desmentidor desmentido permite además al adversario más hábil encontrarse en posición de desafiado, lo cual da la posibilidad de escoger las armas358.

El agravio de mentís se une a la afrenta de la bofetada en una escena insolente de CarbFra en que el conde Maganza, habiendo agra-

357 358

Ver también LoQNCa, v. 1225. Chauchadis, 1987, p. 84.

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viado a la reina proponiéndole relaciones deshonestas, no sólo menosprecia y veja el honor de la dama sino que también deshonra a su propio emperador. La actitud airada de la reina se manifiesta en este diálogo que mantiene con el felón: REINA CONDE REINA CONDE REINA CONDE

REINA CONDE REINA

CONDE

Conde Magances, tú mientes. Eres hermosa y mujer, no agravias. Debes de ser cobarde: ¿agravios no sientes? Pues para que no me afrentes, la mano te he de besar. Ella te sabrá matar. Desagrávieme un favor. Dámela. Dale un bofetón359 ¡Toma, traidor! ¿Qué paciencia ha de bastar? ¡Vive Dios...! Al mismo juro que no temo, y que la muerte sabré darte. Desta suerte se convirtió un amor puro en odio: vengar procuro el desprecio y bofetón. (CarbFra, vv. 491-506)

La actuación vergonzosa del aristócrata, oprobio de su propia clase, culminará con la acusación falsa de adulterio de la reina, utilizando una carta manuscrita por la misma reina a Carlomagno y que el innoble conde aprovecha para traicionarla. En el caso de los caballeros Suero y Ancelino, el «mentís» del primero no llega al desafío porque el otro caballero, ante la presencia del rey que había acudido ante el ruido de la pelea, hace otro desmentido, que es el que ocasiona el aturdimiento y confusión de Suero, incapaz de reaccionar como corresponde a un hombre de su clase; esto 359

La bella María de ProdVa también paga con un bofetón la tercería ejercida por el gracioso Masar que intercede a favor del Faraón, vv. 2021-2024.

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irrita al rey: «¿Suero Velázquez consienta / que sin campo ni batalla / le satisfaga?»360. Pero, además, como el segundo desmentido fue público, el hidalgo siente agravada su deshonra y jura no dormir en la cama ni cambiarse de vestido ni cortar el pelo ni tratar con gente «hasta que ofenda y afrente / al mismo que me ha ofendido»361. En esta situación vuelve deshonrado a la casa del padre quien lo tacha de cobarde por no haber sabido dar satisfacción a una ofensa contra el honor: Imprimieras en su cara tu mano, corta y avara, y cumplieras con la ley de quien eras; aunque el rey la cabeza te cortara. (DesgAl, vv. 1545-1549)

Era obligación del desafiado responder al reto; pero, a pesar de los carteles que ha mandado poner por las calles de la ciudad, el ofensor no ha respondido a sus requerimientos SUERO

A su soberbia mil veces le he retado con carteles pidiéndole saliese al desafío; mas él como cobarde ha sido sordo y en el traje que ves vengo buscando a aquel que me quitó mi honor mintiendo. (DesgAl, vv. 2824-2829)

La razón parecía obvia; no hay respuesta al desafío porque el retador no era de igual condición: «En nada estás agraviado; / que es un villano y crïado / de tu afrentado enemigo». Pero Suero no puede dejar sin lavar la mancha cometida contra su honra, y por eso se ha dirigido a la corte vestido de labrador; allí da satisfacción al agravio: Hallélo en fin aquí, y pues no se atreve a empuñar contra mí la humilde espada, sufra este golpe de mi mano honrada. Dale un bastonazo. (DesgAl, vv. 2830-2832) 360 361

DesgAl, vv. 443-445. DesgAl, vv. 650-651.

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Naturalmente, esta acción es considerada como una nueva traición que merece ser castigada, pero la intervención de Bernardo ante el rey recordándole que, si Ancelino había logrado el perdón real después de haberlo traicionado, cuánto más debía alcanzarlo un hidalgo fiel como Suero. El monarca considera razonables las palabras del villano y estima que el bastonazo viene a ser el castigo que el cielo le da por su deslealtad al reino. La satisfacción del ofendido es innegable: SUERO

Denme ya tus ojos gloria y premio de vencedor, porque es cobrar el honor dificultosa victoria. Vencer gente no vencida, ganar la tierra y el mar no es tanto como hallar la honra una vez perdida... Ya deshice mi desgracia, ya he borrado mi deshonra y quien ha vuelto a su honra bien es que vuelva a tu gracia. (DesgAl, vv. 2987-3002)

Un caso curioso de deshonra es el que se nos ofrece en MárMad, que comienza, precisamente, con este conflicto. Álvaro Ramírez, provisto del báculo como símbolo del poder moral que le otorgan sus años, irrumpe en escena con estas palabras dirigidas contra su hijo: ÁLVARO: PEDRO

¡Vive Dios que has de morir a mis manos! [...] Mira que no hay en el suelo a quien agravios consienta y te escribiré en la cuenta de las venganzas del duelo. Palos la muerte vengó y estoy por matarte aquí porque quien mi afrenta vio dirá que los recibí pero no quien me los dio. (MárMad, vv. 1-15)

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El padre, ofendido y avergonzado por el comportamiento indecente del hijo que viene perseguido por la justicia por sus escándalos y delitos, lo amenaza por no haber sabido proceder como lo exige la sangre heredada. Pero lo que el anciano padre considera una ofensa a su honor y a sus nobles canas, el hijo lo toma al contrario y es él quien se considera agraviado por las palabras paternas: A sólo reprehender llega de un padre el poder; y pues le viene a faltar fuerza para castigar, castiga para ofender. (MárMad, vv. 26-30)

Estamos ante un caso de reputación personal que, además, tiene lugar en el ámbito privado.Y bien se sabe que toda ofensa que no traspasa al espacio de lo público no se considera ofensa; pero el hijo se siente ofendido por el reproche del padre y no encuentra modo mejor de rehacer su estima que amenazarlo de muerte, aunque sabe que no puede enfrentarse a él pues el propio código de honor le impide tal acción; su hermano se lo recuerda cuando le dice que un padre castiga pero no ofende. Los planteamientos de los casos de deshonra y desagravio que encontramos en la obra del accitano suelen responder a las formas y modelos usuales en la comedia; así, un marido que ha sido deshonrado «o ha de morir de dolor / o dar la muerte al contrario»362, como dice Datán, esposo de Salomí, a la que Eliacer ha gozado mediante engaño. Y cuando el varón deshonrado va a matar al cortesano aparece Moisés que, enterado de la violencia ejercida sobre la inocente mujer, mata al egipcio en justo castigo, porque «el que agravios hace, sepa / que, aunque tarde, llega el plazo»363. Usual y convencional es también proferir que «más vale que ella muera / antes que esté el honor muerto»364, porque el honor de la mujer es atribución del varón («Elvira es mi propio honor»365), y al menor indicio de mancha «que 362 363 364 365

ProdVa, vv. 1037-1039. ProdVa, vv. 1138-1139. ProdVa, vv. 2634-2635. LoQNCa, v. 1755.

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mi sangre desdoras», lo «ha de pagar con la sangre»366.Y comunes son igualmente las imágenes con que se alude a la honra: Es el honor intacto, y quebrándose una vez, como es vidrio delicado es fuerza quebrado muera que es imposible soldarlo. Es azucena el honor que está en un jardín cerrado, que sin tocarla despide mucha fragrancia al olfato, mas toda aquesta fragrancia si se aja entre las manos, se convierte en mal olor, y si dio gusto, da enfado. (ProdVa, vv. 1075-1087)

El honor se manifiesta de igual modo en la demostración exterior, en el porte, en el boato, en la gala, en el fausto, en la apariencia, en suma, en el qué dirán. La opinión de los demás es de suma importancia en las actuaciones del estamento nobiliario; no sólo se vive para sí sino, en gran medida, para los demás. Así, el noble García se debate en la duda entre desagraviar el honor del padre del que debe vengar su muerte, acometida por el hermano de su amada, y el honor de ésta, ofendida y desdeñada por haber roto la palabra de casamiento, ¡Ay, honor, qué fuerte cosa! El qué dirán me fatiga, pues lo que a esta voz obliga, para que más satisfaga, es razón que no se haga sólo porque no se diga. (ObliCS, vv. 2247-2252)

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NburMu, vv. 434, 435.

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Y César teme por su honor si se llega a conocer que los tres traidores del reino han estado conspirando contra el rey en casa del privado Enrique de Ávalos: Que dirán contra mi honor que Enrique ha sido traidor y que César fue su amigo. (CautCC, vv. 2056-2058)

Hay, en consecuencia, un componente en el honor que, en muchos casos, estima más la opinión de los demás que la propia dignidad y virtud. Los moralistas de la época trataron de poner las bases de la honra en la virtud, en la dignidad del individuo, como un valor inherente, natural al hombre, frente a la honra accidental que se recibe de otro como reconocimiento externo que la sociedad hace del individuo. Aquella es estable y constante; es un bien necesario. Esta otra es como la fortuna, voluble, insegura y superflua367. Pero, pese a sus esfuerzos, no parece que convencieran a nadie. Tampoco a los dramaturgos, dado que la comedia no pretende dar solución a este planteamiento antinómico, antes al contrario, el enfrentamiento entre virtud y honor fue materia abundante de conflicto en el teatro, que no dejó de poner de manifiesto lo que de enajenante tiene el honor en cuanto a los sentimientos personales se refiere. Pero en las tablas se plantea un doble juego: por un lado, se escenifica todo lo que de problemático tiene el tema por su tremenda fuerza dramática; pero, por otro, se intenta difundir entre el público la idea de que hay que asumir las exigencias de la honra, y que los nobles cumplirán las obligaciones que el honor les impone. Y es tal la importancia que el honor alcanza en la sociedad estamental del XVII que hace decir a Maravall que no se trata de una cualidad personal, de una virtud, sino de un papel social; y en ese sentido, el honor es una compensación que la sociedad concede a aquellos que se encargan de conservar el orden social, de modo que al funcionar de esta manera, se convierte en un factor de integración en el sistema368. Esta asimilación del honor a la reputación social determi367

Para esta antinomia en Torquemada y en los moralistas del siglo Rodríguez Cacho, 1989, cap.V, especialmente pp. 180-188. 368 Maravall, 1989, pp. 59-61.

XVI,

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na que el honor no dependa de su propietario sino de la opinión de los demás. En este sentido el teatro de Mira no hace sino repetir las convenciones que para el tema se imponen en la comedia barroca; nuestro dramaturgo presenta conflictos de honra en los que confluyen las preocupaciones y situaciones que el público conocía bien, sin que ello quiera decir que los conflictos planteados fueran una reproducción fidedigna de la realidad.

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