El rostro de Hécate (Ensayos de literatura neolatina mexicana) 9683672388, 9789683672384

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El rostro de Hécate (Ensayos de literatura neolatina mexicana)
 9683672388, 9789683672384

Table of contents :
El rostro de Hécate (Ensayos de literatura neolatina mexicana)

Presentación
Umbral
Introducción

1. Literatura neolatina mexicana en el siglo XVI
I. Inicialmente podemos decir que la literatura mexicana...
II [Obras]
1. Carta de fray Pedro de Gante
2. Carta de fray Julián de Garcés
3. Obras de fray Bartolomé de las Casas
4. Opinion de fray Alonso de Castro
5. EI libellus de medicinalibus Indorum herbis
6. Las “Cartas” de Pablo Nazareo
7. Obras de Cristóbal Cabrera
8. Obras de Francisco Cervantes de Salazar
9. Poemas en los preliminares de las obras impresas
10. Cartas anuales de la Compañía de Jesús
11. Carta del P. Pedro de Morales
12. Bernardino de Llanos
13. El ms. 1631 de la Biblioteca Nacional de México
14. La Rhetorica Christiana de fray Diego Valadés
15. La Oratio in laudem iurisprudentiae
16. Relación de las exequias del rey Felipe II
17. Lamentables pérdidas

2. Poesía neolatina novohispana del sigloXVI: quehaceres y rehaceres
1. Si no contamos a Cristóbal Cabrera...
2. Veamos ahora el apartado segundo...
3. Extraídas de sus fuentes, creo que...
4. El ansia que invadía a todos por dar...
5. Apuntada ya arriba, y sin querer que...

3. Cristóbal Cabrera y su Dícolo icástico
Christophprus Cabrera Burgensis ad lectorem sacri bautismo ministrum Dicolon Icasthicon
1. Morfología
2. Sintaxis
3. Léxico
4. Influencia del español
Conclusión

4. Cierta conciencia de nacionalidad en el Túmulo imperial de la gran ciudad de México (1560)
Epitaphius

5. Cuestiones sociales en el Túmulo imperial de la gran ciudad de México (1560)

6. El primer Virgilio mexicano: Bernardino de Llanos
1. Exordio
2. Exposición
2.1. Voy a dar del autor...
2.2. Seguramente muy pronto en...
3. Prueba
3.1 El género
3.2 Los personajes
3.3 El léxico
3.4 El paisaje
4. Conclusión

Índice

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José Q uiñones M elgoza

El

r o str o d e

H écate

(Ensayos de literatura neolatina mexicana)

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE NUEVO LEÓN

EL ROSTRO DE HÉCATE

Letras de la Nueva España, 5

INSTITUTO DE INVESTIGACIONES FILQLÓGICAS/UNAM CENTRO DE ESTUDIOS LITERARIOS FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS/UANL

José Q uiñones M elgoza

El

r o str o d e

H

égate

(Ensayos de literatura neolatina mexicana)

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE NUEVO LEÓN

M éxico 1998

Portada: Diana saliendo del baño (detalle), cuadro pintado en 1742 por Francois Boucher (París 1703-1770).

Primera edición: 1998 D .R ; © 1998, UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

Ciudad Universitaria, 04510. México, D.F. I nstituto de I nvestigaciones F ilológicas/UNAM F acultad de Filosofía y L etras/UANL

Impreso y hecho en México ISBN: 968-36-7238-8

PRESENTACIÓN

Los Ensayos de literatura neolatina mexicana que, con el sugerente título de El rostro de Hécate, publica José Quiñones Melgoza, en la colección “Letras de la Nueva España”, perteneciente al Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológi­ cas, honran por diversos motivos la memoria de Alfonso Reyes, en quien, como resultará claro para el lector, nos inspiramos para llamar así a esta serie literaria que tiene por objeto reunir tanto ediciones críticas como estudios monográficos relativos a la literatura novohispana. El primer motivo por el que este libro viene a enriquecer nuestra colección se debe a que obtuvo el Premio “Alfonso Re­ yes”, correspondiente a 1994, convocado por el Gobierno de Nuevo León. Nada mejor que aparezca así en este repositorio de inspiración alfonsina. Mérito intrínseco del libro es, además, revelar al lector moderno este rostro oculto de nuestra rica tra­ dición latino-mexicana, sin cuyo conocimiento resulta imposible pensar en una historia verdadera de la literatura mexicana. Fue el propio Reyes quien, desde la perspectiva de las letras en caste­ llano, hizo ver la necesidad de rescatar el legado greco-latino que, durante tres siglos, constituyó la cultura literaria de nues­ tros escritores, y en cuyas fuentes abrevaron no sólo temas y modelos, sino que, gracias a ellas, extremaron los recursos pro­ pios de la lengua española. El rostro de Hécate, amén de analizar los principales textos quinientistás, hoy registrados, de esa in­ gente tradición literaria, plantea diversas posibilidades de lectu­ ra y traducción y señala tareas historiográficas que están aún por ser realizadas. El proyecto de rescatar esa eminente porción de nuestra cul­ tura, inexplorada aún en su mayor parte, representa una magna

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tarea que trasciende las posibilidades de un solo investigador, quien dedicase a ello su vida entera. Exige de la participación colectiva de varias generaciones. Y sentar las bases para la forma­ ción de un equipo de estudiosos encaminados a ese propósito ha resultado, por eso mismo, prioridad del Centro de Estudios Literarios. El doctor José Quiñones Melgoza asumió generosa­ mente tal responsabilidad. Su labor de investigación y de forma­ ción de nuevos investigadores dimensiona aún más el sentido profundo de este nuevo “rostro de Hécate”. Dr. Jorge Ruedas de la Serna Coordinador del Centro de Estudios Literarios, iifl

UMBRAL

Al no poder cumplirse (sin duda por las causas económicas que en diciembre de 1994 afectaron seriamente el desarrollo del país) la propuesta y el expreso deseo que el jurado en su dicta­ men hizo a los organizadores del Sexto Certamen Nacional “Al­ fonso Reyes”, de que esta obra, ganadora del primer lugar, fuera “publicada y distribuida entre las universidades, bibliotecas pú­ blicas y lectores interesados en. el estudio y conocimiento de nuestras letras”, ella se ha visto acogida benévolamente por el Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Fi­ lológicas, el cual, por coedición con el Gobierno del Estado de Nuevo León, la editará en su colección “Letras de la Nueva Es­ paña”, gracias al apoyo generoso del doctor Alfonso Rangel Guerra, Secretario de Educación Pública del Estado neoleonés. Puestas tales premisas, deseo expresar mi leal agradecimiento a la Universidad Nacional Autónoma de México, quien digna­ mente está representada tanto por el doctor Fernando Curiel Defossé, director del Instituto de Investigaciones Filológicas, como por el doctor Jorge Ruedas de la Sema, coordinador del Centro de Estudios Literarios, ya que ellos harán posible que estos ensayos pisen los tórculos que institucionalmente y sin des­ mayo expanden la luz y la cultura de nuestra Universidad. Se­ guidamente lo expreso también a los organizadores del certa­ men: Gobierno del Estado de Nuevo León, H, Ayuntamiento de la ciudad de Monterrey, y Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, quienes con meritoria voluntad continúan logrando que se fortalezcan los estudios sobre nuestra literatura nacional; y al jurado que hizo la lectura y el juicio de los trabajos presentados.' El premio, como lo expuse en aquella ocasión, es meramente circunstancial y no del todo me pertenece a mí solo, sino que

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deben compartirlo conmigo todos aquellos a quienes yo repre­ senté. En consecuencia, pertenece también a México, mi patria que, como nación vigorosa, fue capaz de producir y de albergar en su territorio a esos hombres que con su diaria afición supie­ ron dejarnos la herencia de sus letras, a las que yo, incitado por la forma de su belleza, dediqué el esfuerzo de mi estudio, segu­ ro de que cumplía el segundo eslabón (difundirlas) del prístino vigor de su creación; pertenece también a toda mi familia, prin­ cipalmente al señor Efrén Quiñones M. y a su esposa Rosa Ma. Hernández, cuyo sostén, trasponiendo los límites de lo sólo mo­ ral, se ha materializado en obsequiosas dádivas. Hágalo también suyo — ima non tamen infima— la Sra. Estela Salgado Cerón, que con admirable ejemplo de aplicación a su labor, soportó mis correcciones y prisas, en función de llevar mi trabajo hasta el fin.JQM junio de 1995

INTRODUCCIÓN

Ovidio en sus Fastos, cuando Jano justifica (dos versos antes y dos después de los citados abajo) el que tenga dos caras (como Hécate tres) para mirar hacia adelante y hacia atrás, sin perder tiempo en girar su cuello, nos ha dejado de ella este dístico: Ora uides Hecates in tres uertentia partes seruet ut in ternas compita secta uias..} I, 141-142,

donde impensadamente describe la conformación peculiar de la literatura mexicana durante su periodo colonial, que es cierta­ mente una Hécate.12 En efecto, Hécate tenía tres indisolubles cuerpos que ostentaban otros tantos semblantes y así igual los tiene la literatura mexicana novohispana. Son éstas las tres mo­ dalidades lingüísticas en que ella se encuentra expresada, a sa­ ber, lengua española, lengua latina y lenguas indígenas. De este triple semblante, quizá el rostro menos conocido sea el concerniente a la parte que se halla escrita en latín y que actualmente se llama literatura neolatina mexicana. Y es que los sabios reunidos en el Segundo Congreso Internacional de Estu1 Igual que ves que hacia tres lados miran las caras de H écate,/ quien guarda las encrucijadas de tres caminos... 2 Sobrenombre que se daba a Diana, cuando ésta se identificaba con la luna, de quien se dice (Hesiodo, Teogonia, 403-415) que era hija del Titán Perses y de Asteria, hija, ésta, a su vez, de Febe; sin embargo Febe, Asteria y Hécate fueron tres epítetos connotativos de la luna que significan “brillante”. Por esa razón los poetas antiguos formaron tres personajes diferentes, según consideraran que aquélla peinaba en la tierra, en el mar o en el cielo, y acos­ tumbraron representarla con tres cuerpos y tres cabezas, y cuya efigie, para proteger a los viandantes, se colocaba en las encrucijadas de los caminos.

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dios Neolatinos (Amsterdam, 1973) determinaron que neolatín era todo el latín que se hubiera escrito desde el año de 1300 (tiempo de Dante) hasta la actualidad. Además, si los tres semblantes y cuerpos de Hécate son esen­ ciales a su figura y, por tanto, indisolubles de su ser, del mismo modo lo son las partes que, en cuanto a expresión lingüística, tiene la literatura mexicana. Consecuentemente, nadie puede decir (como dicen algunos) que las obras literarias escritas en latín (en México y por autores mexicanos) no sea literatura mexicana. Cuando mucho ellos tendrán derecho a decir que no están escritas en español; pero yo podría asegurar que es tan mexicana y tan indisoluble de sus otras partes que, quiérase o no, forma con ellas la maciza raíz de nuestra integral cultura. ¿Será necesario, pues, llegar a la incongruencia y a la parado­ ja de aceptar como literatura mexicana, porque son famosas, las obras neolatinas de los jesuitas mexicanos del siglo xvm: Landívar (Rusticatio Mexicana), Alegre (Alexandriados) y Diego José Abad (De Deo deoque homine carmina heroica) y de excluir todas aquellas que con menos fama y casi en total desconocimiento integran el fárrago de lo que debe llamarse literatura neolatina mexicana? Es conveniente, para no llegar a semejante dislate, pensar que los rotundos logros neolatinos de los jesuitas mexicanos del si­ glo xvm, necesitaron de toda una serie de afortunados antece­ dentes en el estudio y la práctica del neolatín que, evolucionan­ do de generación en generación, llegaron a cuajar en fruto excelso; que en sus inicios, por lo que toca al siglo xvi, poco después de la caída de Tenochtitlan, ya fray Pedro de Gante, primero en Texcoco y luego en la ciudad de México, enseñaba tanto doctrina cristiana como gramática latina y española, y que formaba coros de niños que cantaran en latín las partes de la misa; que Blas de Bustamante, antes de ser el primer catedrático de latín en la Universidad de México, ya lo enseñaba a particula­ res y a novicios de Ordenes religiosas, y que lo mismo hicieron otros, incluso el mismo Francisco Cervantes de Salazar después que llegó a México; que, luego del Colegio franciscano de San José de los naturales (1526), se fundó el de Santa Cruz de Tlatelolco (1536), se introdujo la imprenta (1539), se abrió la Uni-

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versidad (1553) y se culminò con la llegada de la Compañía de Jesús (1572), a cuyos egregios miembros debemos el estableci­ miento de un sólido sistema de enseñanza del latín, lenguaje que pronto comenzaría a producir literatura de todo género. A la luz de este esbozo, resulta de gran importancia conocer y estudiar cuanto documento neolatino haya quedado del siglo XVI, desde la Carta de fray Pedro de Gante a sus hermanos de la provincia de Flandes (1529), cuyo original español se ha perdi­ do, quedándonos sólo una traducción latina, y cuyo contenido debe ser rescatado del latín para la historia y las letras de Méxi­ co; la Carta latina de fray fulián Carees al papa Paulo III sobre las virtudes del indio; los Poemas latinos de Cristóbal de Cabrera escri­ tos en México; Algunas obras defray Bartolomé de las Casas, el Libe­ llus de medicinalibus Indorum herbis, las Cartas latinas de Pablo Naza­ reo al rey de España, hasta los Diálogos de Cervantes de Solazar; los poemas incluidos tanto en el Túmulo imperial para las honras fúnebres de Carlos V, como en la Carta del padre Pedro Morales, en la Relación de las exequias del rey Felipe II, en los Preliminares de los libros impresos e n el siglo X V I y todos aquellos (legión) que encierra el Manuscrito 1631 de la Biblioteca Nacional de México. Ahora bien, a mostrar algunos momentos y monumentos de la literatura neolatina mexicana del siglo xvi va encaminado el manojo de ensayos que forma este libro.3 En primer lugar va 3 Me parece ocioso advertirlo. Lo hago, no por subestimar al lector apre­ hensivo, sino para subsanar mis omisiones y en descargo de mi fatua presun­ ción. El libro (como arriba lo digo) es un “manojo de ensayos”, escritos en diversos tiempos y expuestos ante los más disímiles foros, de allí, a veces, sus fortuitas repeticiones, fruto del afanoso esfuerzo por insistir y enfatizar siem­ pre y en todas partes que la literatura neolatina de México es también litera­ tura mexicana. Despreocúpate, lector, y no busques secuencias inexistentes entre ensayo y ensayo, salvo quizá entre los referentes al Túmulo imperial, cuyo segundo, “Cuestiones sociales...”, presenta el resumen del primero para intro­ ducir su propio asunto. Lee cada ensayo exactamente por lo que es: ¡Un ensa­ yo!, y olvida lo demás. Sé que en el primero no hay uniformidad de procedi­ mientos en la presentación de libros o de autores; pero desde mi apreciación muy personal, exalto y digo lo que creo que puede interesar al lector que busca algo más que simpley datos generales. Por último, mis traducciones son literarias: veneran las voces latinas, pero adoran y respetan los usos más fre­ cuentes de mi lengua.

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puesto un panorama general de ella, que he titulado “Literatura neolatina mexicana en el siglo xvi”; le sigue uno específico so­ bre la poesía del mismo periodo, titulado: “Poesía neolatina novohispana del siglo xvi: quehaceres y rehaceres”. Vendrán en seguida, uno que se refiere a Cristóbal Cabrera y a su Dícolo icástico; dos sobre la significación del Túmulo imperial de la gran ciudad de México, rematando con otro dedicado a un gran virgi­ liano, maestro de México por más de cuarenta años: Bernardino de Llanos.

LITERATURA NEOLATINA MEXICANA EN EL SIGLO XVI I

Inicialmente podemos decir que la literatura mexicana, sobre todo si atendemos al periodo colonial de nuestro país (siglos xvi a xvm), se halla expresada en tres vertientes lingüísticas: el espa­ ñol, el latín y las lenguas indígenas (en éstas últimas, principal­ mente el maya y el náhuatl). Los especialistas han resuelto que el latín de esos siglos, y aun el escrito hasta nuestros días, se llamara neolatín,4 como forma de distinguirlo tanto del latín clásico como del latín medieval. Es por esta razón por la que a la literatura mexicana escrita en latín la llamamos literatura neolatina mexicana, de la cual yo, aquí, sólo tocaré la referente al siglo XVI. Debe el lector tener en cuenta que cuando digo literatura, ésta quiere ser entendida en su sentido más común y restringido; es decir, aquella que ha sido escrita por ese goce íntimo de la palabra, instrumento sencillo, a la vez que compli­ cado, con el cual se busca no sólo expresar belleza, sino comuni­ car y transmitir a través de ella percepciones, sensaciones y senti­ mientos tan personales e inasibles que éstos casi siempre se vuelven únicos e intraducibies. Todo escrito que busca el goce íntimo de la palabra por la palabra misma, es de suyo creación, si atendemos al significado del verbo griego “poiéw” y, como tal, poesía, en su sentido más amplio.5 Evidentemente la poesía, vista como arte y como don, 4 Cf. J. Ijsewijn, Companion to Neo-Latin Studies: part I. 2a. ed. (Louvain, 1990), p. v. ) 5 Cf. G. Díaz-Plaja, El poema en prosa en España. Barcelona, G. Gili, 1956, pp. 5-6.

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se encuentra igual en el verso que en la prosa; por tanto, en este contexto literario, creativo o poético, voy a excluir todas aque­ llas obras que hayan sido textos para la enseñanza, como, por ejemplo, las obras de fray Alonso de la Vera Cruz o fray Maturi­ no Gilberti (manuales latinos para enseñar o la filosofía o el derecho o la gramática latina) ;6 los documentos oficiales, civiles o religiosos, como leyes, actas, informes, libros de cuentas o prescripciones de culto y ceremonias. Así que el texto literario de creación, en esta literatura de que estoy hablando, podrá ser desde un prólogo, una dedicatoria, una epístola o unos versos encomiásticos para la obra impresa, para su autor o para algún ilustre personaje, hasta cualquier obra de los géneros literarios que conocemos, como cartas, relatos históricos, descripción de lugares, crónicas de un suceso o periodo temporal, poemas de todo tipo y obras de teatro. Dado que el propósito fundamental de este ensayo, es que el lector se entere de manera sucinta, pero cabal, del cúmulo neo­ latino que, existente, llega a encontrarse en el periodo del siglo xvi que va de 1521 a 1600,7 y pueda acceder con ello a su inves­ tigación, voy a adentrarme en la exploración de esta literatura, siguiendo para sus obras, autores o conjuntos documentales, hasta donde me sea posible, el orden cronológico. Y que toda esta verbalización digresiva valga como un poner sobre aviso del qué y del por qué del asunto de este ensayo.

6 Las obras de fray Alonso a que se hace referencia son: Recognitio summula­ rum (1554), Dialectica resolutio (1554), Physica speculatio (1557) y Speculum coniugiorum (1556); la de fray Maturino, es su Grammatica [Latina] (1559). 7 Periodo en que, ya conquistado el territorio mexicano por los españo­ les, el latín, como lengua de cultura y de tradición humanística europea, comenzó a ser practicado primero por los hombres letrados venidos de ul­ tramar —pero avecindados en nuestro suelo, y por obvias razones (domici­ lio, estudios o cargos) hechos nuestros— y luego por los indígenas y los criollos, quienes lo aprendieron en los múltiples centros de enseñanza es­ parcidos por toda la Nueva España.

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II

1. Carta de fray Pedro de Gante. Hay en primer lugar esa Carta que el 27 de junio de 1527 envió desde México fray Pedro de Gante a sus colegas (padres, hermanos y hermanas) de la Pro­ vincia de Flandes. La carta, aunque escrita en español,8 se ha vuelto muy importante para el neolatín, porque tuvo que ser traducida a tal lenguaje para ser incluida en la obra del P. Ar­ mando de Zierikzée, Chronica compendiosissima ab exordio Mundi usque ad annum Domini millesimum quingentesimum trigesimum quartum (Amberes, 1534). De esa traducción latina se hicieron dos al francés.9 Pero ya cuando García Icazbalceta publicaba su Bibliografía Mexicana del siglo X V I (1886), ésta ya no pudo ser en­ contrada y don Joaquín tuvo que reproducir en su obra tanto el texto latino como la traducción hecha por él.10 Traducción que por fechas, tiene ya más de un siglo de efectuada. 2. Carta de fray Julián de Garcés. Fray Julián Garcés llegó a México en 1527 para hacerse cargo como primer obispo del “Obispado Cárdense”, el más antiguo de la Nueva España, crea­ do por el papa León X el 24 de enero de 1519. Esta diócesis tuvo por sede episcopal, hasta 1539, a Tlaxcala y después a Pue­ bla.11 Fray Julián, fraile dominico, sin duda preocupado por cuanto conocía que se hablaba en España acerca de la bestiali­ dad del indígena y de sus escasas cualidades humanas, se propu­ so escribir, quizá en 1537, al papa (por entonces Paulo III) para demostrarle con lo visto acá (por cerca de diez años) que el indígena y sobre todo los niños tenían bastantes cualidades y 8 Fray Pedro, como él lo confiesa en su carta, había olvidado su lengua nativa y por ello mandaba al final que se tradujera al flamenco o al alemán para que todos los frailes de su provincia pudieran leerla. 9 Una por Henri Ternaux-Compans, Voyages etc. t. X, p. 199; otra por el P. Kieckens, Les anciens missionaires Belges en Amérique: fray Pedro de Gante (Bruxe­ lles, 188Q), p. 19. 10 Nueva edición por Agustín Millares Cario (México, FCE, 1954), pp. 99104. -, 11 Cf. Humanísimo/tas) del siglo XW. Introd., selec. y notas de Gabriel Mén­ dez Planearte. México, UNAM, 1946 (BEU, 63), p. 1.

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hasta mejores que los españoles, añadiendo pruebas por las que 110 se podía dudar que fueran racionales. Méndez Planearte no sólo calificó al latín del obispo de “clásico”, sino de “elegantísi­ mo” y de “clásica euritmia”;12 pero uno tiene que dudar de los calificativos o al menos preguntarse ¿qué entendía Méndez Plan­ earte por clásico? ¿Sólo el 70% del léxico o también el 90% de los contextos? En principio a mí me parece un buen latín ecle­ siástico con mucho de medieval y más de renacentista, el cual (como debe ser) no rehúye el léxico clásico, sino que en la me­ dida de lo posible, lo persigue, de suerte que, dejando el análisis para otra ocasión, siento, cuando habla de los niños, que no son los niños indígenas, sino los madrileños o los romanos los que asisten disciplinadamente a los gimnasios (aulas) del Renaci­ miento con sus pulcras becas a modo de aquéllas de los colegios o convictorios jesuíticos; mas ¡basta de escarceos! Quizá el ma­ nuscrito original de la Carta aún se conserve en los archivos del Vaticano. ¿Hubo alguna copia en los archivos eclesiásticos de la Nueva España? o ¿de dónde la copió primero Dávila Padilla, y después Lorenzana en sus Concilios Provinciales Primero y Segundo, celebrados en la... ciudad de México (1769), pp. 16-29? La traduc­ ción de esta Carta la hizo fray Agustín Dávila Padilla en España y la publicó, incluido el texto latino, en su Historia de la funda­ ción... de la Provincia... de México... (Madrid, 1596). De aquí fue sacada y reproducida en Documentos inéditos o muy raros para la Historia de México, publicada por Genaro Estrada,13 y de allí la tomó G. M. Planearte para incluirla en la mencionada “Bibliote­ ca del Estudiante Universitario” en 1946, ligeramente (dice él) modificada. Difícil se vuelve ahora acercarse al texto latino, que luego de su edición en 1769 (que yo sepa) no se ha vuelto a publicar. Nos hallamos con una traducción de hace quinientos años y una revisión (modificación) —:¿imparcial?— de cincuen­ ta, que ganaríamos mucho con revisar y poner al día.14 12 Ibid., pp. 11-12. 13 Tomo XV: El clero de México durante la dominación española, según el Ar­ chivo Inédito Archiepiscopal Metropolitano. México, Libr. de la Viuda de Ch. Bouret, 1907, pp. 237-258. 14 Ya escrita la presente opinión (sept. de 1993), me enteré, meses des­ pués, de que René Acuña preparaba edición y estudio (con traducción, ob-

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3. Obras de fray Bartolomé de las Casas. Aparte de otras en neolatín, aquí sólo interesan estas dos: De unico vocationis modo y la Brevísima relación de la destrucción de las Indias. De la primera, escrita hacia 1537, dio primero noticia fray Antonio de Remesal. El mismo apunta que Conoció cuatro ejemplares, copias de una misma letra: el que se guardaba en el Colegio de San Gregorio de Valladolid (España), el que Remesal personalmente poseía, el que dice que había en la Nueva España y el que tenía el licen­ ciado Antonio Prieto de Villegas, cura de Mazaltenango (Guate­ mala) .15 Es muy posible que el mencionado como existente en la Nueva España sea el que Eguiara averiguara que estaba en la Biblioteca del Convento dominico de Oaxaca,16 y que hoy se conserva en la Biblioteca Pública de la misma ciudad oaxaqueña. Gracias a éste (único hasta ahora encontrado) conocemos la obra (son los capítulos 5-7), que editó en México, 1942, don Agustín Millares Cario y ese mismo año (para el Fondo de Cul­ tura Económica) tradujo al español Atenógenes Santamaría. Hoy día se ha vuelto punto menos que imposible la consulta del texto latino; la traducción se volvió a reimprimir en la misma editora en 1975 (Col. Popular, 137). En cuanto a la Brevísima relación de la destrucción de las Indias, ésta fue compuesta en 1542, cuando ya declinaba el proyecto de Vera Paz (Guatemala, 1537-1550), de llevar pacíficamente al in­ dio a la religión cristiana, y fue publicada en Sevilla en 1552.17 Compuesta en español, nada singular, ni interesante ofrecería para el neolatín, de no haber sido que la obra causara revuelo tanto en la misma España, como en sus principales colonias y viamente), de la Carta de fray Julián Garcés para la Bibliotheca Humanística Mexicana, la cual, para regocijo de los estudiosos del neolatín, ya apareció: Fray Julián Garcés: su alegato en pro de los naturales de la Nueva España. México, UNAM, IIFL: CEC, 1995 (BHM, 10). 15 Fray Antonio de Remesal, Historia General de las Indias Occidentales y parti­ cular de la gobernación de Chiapa y Guatemala. (Madrid, 1620) p. 670a, citado por Millares Cario en la ed. del FCE (México, 1975 —Col. popular, 137—), pp. 7-8. lfi Millares Cario, Ibid., pp. 8-10. 17 Cf. B. de las Casas, Tratados (I). (México, FCE, reimpr. de 1974) pp. xiiixiv y sigs.

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desde luego en los países enemigos en política de España, prin­ cipalmente Francia, Italia y los Países Bajos, de suerte que se tradujo al francés, al italiano y, como manera de hacerla más internacional, al latín, lo cual permite, sin duda, observar lexi­ cológica y semánticamente el desempeño del neolatín, sobre todo si, además, se confrontan las traducciones francesas e italia­ nas. Parece que la primera traducción latina, con el título de Narratio regionum Indiearum per Hispanos quondam devastatarum verissima. Hispanice conscripta, post alibi Latine excusa, iam vero denuo iconibus illustrata, se imprimió en Francfort, en 1598, y que allí mismo salió una bilingüe en latín y español (1690); sin em­ bargo las más conocidas son la impresa en Lyon (Francia), por Hieronymus Galleras, 1614, bajo el cuidado de Oppenheim y costeada por Johann Theodor de Bry; y la de Heidelberg (Gui­ llermo Walterus, 1664). 4. Opinion de fray Alonso de Castro. Cuando en España se de­ batía ardorosamente la cuestión de si debía instruirse al indíge­ na en todos los misterios de la religión cristiana y darle acceso a las cuestiones teológicas y a la enseñanza plena de las artes libe­ rales, e incluso en la Nueva España se proyectaba formar un clero indígena, fray Alonso de Castro fue preguntado por el Consejo Real de las Indias si tal cosa era conveniente. Entonces él mismo, como eminente teólogo, se puso a contestar por escri­ to la cuestión hacia fines de 1542 o principios de 1543, y recabó para su opinión la de otros seis teólogos, entre ellos Francisco de Vitoria. El documento,18 hallado en el Archivo General de Indias (indiferente General 858) por Juan B. Olachea Labayen, sin título y presumiblemente no el original, sino una copia, fue publicado por él mismo sin traducción en el Anuario de estudios americanos, voi. XVI (Sevilla, 1958), pp. 113-201. Recientemente ha sido de nuevo publicado, con traducción española, por Igna­ cio Osorio en La enseñanza del latín a los Indios (México, 1990). Tomando el principio de este ensayo latino, su título puede ser: 18 No fue escrito acá ni tampoco por un mexicano; pero su neolatín es sumamente importante para la cuestión indígena, razón por la cual lo he incluido aquí.

19 Quesitum est a me an Novi Orbis homines, quos vulgus indos appe­ llat... liceat in artibus, quas vocant liberales, instruere et sacram theolo­ giam docere et omnia fidei nostrae mysteria illis revelare.

5. EI lib ellu s de medicinalibus Indorum herbis. Relacionado con la enseñanza a los indígenas se halla el Librillo de los hierbas medici­ nales de los indios, que Martín de la Cruz, médico en el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, escribió o dictó en náhualt antes de 1552 y que el fraile Jacobo (¿Santiago?) de Grado alentó a que Juan Badiano, alumno de dicho colegio, lo tradujera al latín (al menos eso relata el mismo librillo), para que, copiado y hermo­ seado con los dibujos de las plantas (las cuales iban pintadas con los colores que los mismos indios usaban), se enviara a don Fran­ cisco de Mendoza, hijo del primer virrey de la Nueva España, a fin de pedirle que intercediera ante el emperador Carlos V, y que éste siguiera favoreciendo a los indios y ayudando al sostenimien­ to del colegio. Después de algún tiempo el libro fue adquirido por el cardenal Barberini y formó parte de su colección en la Biblioteca Vaticana. En forma imperfecta e incompleta lo copió algún inglés. En México se trabajó también en algunas partes.19 Fue hasta 1940 cuando la doctora Emily Walcott Emmart lo pu­ blicó en edición facs., la cual adicionó con varios estudios intro­ ductorios, traducción al inglés y anotaciones (Baltimore, The John Hopkins Press). También con variados estudios lo publicó el Instituto Mexicano del Seguro Social (México, 1964) con trad. de Angel María Garibay. Finalmente María Eduarda Pine­ da Ramírez presentó sobre él la tesis, a la que se hizo referencia en la nota 19, cuya traducción mereció ser publicada en Estu­ dios actuales sobre el Libellus... (México, Sría. de Salud, 1992) pp. 17-47.

19 Más datos para la historia dé este manuscrito, pueden verse en “Biblio­ grafía: traducciones y ediciones del Libellus", en Martín de la Cruz, Libellus de :medicinalibus Indorum herbis (manuscrito azteca de 1552 Conservado en latín, según versión que del náhuatl hizo Juan Badiano. Introd., trad., ed. y notas. Tesis para maestría presentada por María Eduarda Pineda. México, UNAM, FFL, 1991, pp. xxxi-xxxiv.

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6. Las “Cartas” de Pablo Nazareo. Pablo Nazareo, indio descen­ diente de la casa real de Moctezuma y natural de Xaltocan, es­ cribió tres cartas latinas al emperador Carlos V (haciendo valer su noble ascendencia) con el objeto de que éste autorizara a que le devolvieran las tierras comunales que pertenecían a su núcleo familiar (petición a la que se unían también sus parien­ tes y caciques bajo su mando). La tercera, más larga, escrita en 1566, fue publicada por don Francisco del Paso y Troncoso en el Epistolario de la Nueva España, t. X (México, 1940) con la trad. de don Agustín Millares Cario, doc. 568, pp. 89-129. Las otras dos anteriores están fechadas diez años antes, en 1556. Las tres se encuentran en el Archivo de Indias, bajo la clasificación F1229/ P27, y se hallan reproducidas en Ignacio Osorio, La enseñanza del latín a los indios (México, 1990), pp. (dobles) 1-34. Ya desde 1981 el profesor Juan Gil Fernández, en un curso impartido en el Centro de Estudios Clásicos, nos había presentado copias de esos manuscritos. 1. Obras de Cristóbal Cabrera. Cristóbal Cabrera vino a México en 1531, regresó a España en 1544 y murió en Roma en 1598, donde (biografía de Nicolás Antonio)20 había fundado una casa de asistencia al servicio de mujeres peregrinas españolas. Según cuentan sus biógrafos y eruditos estudiosos, vino acá con la idea de ver florecer una nueva religión cristiana en estas tierras; pero desencantado (ya siendo sacerdote) porque todo parecía igual que en Europa, se volvió allá. Aquí se le conoce sólo por su “Dícolo icástico”, publicado en el Manual de adultos (México, 1540), epigrama dedicado al sacerdote lector de la obra, el cual tiene veinte versos, o sea diez dísticos elegiacos de factura y léxi­ co ovidanos, que García Icazbalceta metió facsimilarmente en su Bibliografía Mexicana del siglo xvi, después de la p. 58, con trad. castellana. Ese texto latino se ha reproducido (a veces con dife­ rente trad.) en otras obras.21 En México, Cristóbal Cabrera es­ 20 Bibliotheca Hispana Nova sive Hispanorum scriptorum qui ab anno MD ad MDLXXXIVfloruere notitia. Matriti, apudj. Ibarra, 1783-1788. 2 v., I, pp. 238-241. 21 Silvia Vargas, Catálogo de obras latinas impresas en México, durante el siglo XVI (México, 1986 —Cuadernos del Centro de,Estudios Clásicos, 16—), pp. 130-

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cribió unas Flores de consolación (Valladolid, 1550) que, según J. Bartolomé Gallardo, eran (pues hoy no se encuentra ningún ejemplar) 89 consejos o sentencias de tono estoico, escritos en versos latinos, y unos In philosophorum, oratorum, historicorum clas­ sicorum opera, extemporalia epigrammata et carmina varia, donde se hallan dos epistolas de factura clásica (ima, en hexámetros lati­ nos; la otra, en dísticos elegiacos), que muestran preocupación por la historia natural y la vegetación circundante a Cuernavaca. Aquí también comenzó a escribir sus Meditatiunculae ad serenissi­ mum Hispaniarum principem Philippum (Valladolid, 1548), a don­ de, quizá pasaron muchas de sus Flores de consolación, algunas de las cuales guardan recuerdos, paisajes e imágenes de nuestro suelo o datos biográficos de los años y sobresaltos pasados en la Nueva España, como es el caso del Ecstasis, poema autobiográfi­ co compuesto en 326 hexámetros latinos. Muchos más mss. de poemas y obras hay en la Biblioteca del Vaticano, tantos que se le ha llamado “el apóstol grafómano”.22 8. Obras de Francisco Cervantes de Salazar. Aparte de sus Diálo­ gos, por los que es más conocido, Cervantes de Salazar, el “maes­ tro humanista”, sacerdote, inquisidor, cronista, alumno en teolo­ gía de fray Alonso de la Vera Cruz, rector de la Universidad y aspirante a obispo, tiene cinco cartas latinas,23 algunas de ellas traducidas por él mismo al español, que nos pueden ayudar (igual que nos ayudan los prólogos de Nebrija) a comparar y a aprehender la traducción del léxico neolatino; y la descripción del Túmulo imperial de la gran ciudad de México, que recoge mu­ chísimas frases latinas que explican las pinturas y emblemas 131; J. Quiñones Melgoza, Poesía neolatina en México en el siglo xvi (México, 1991 —Bibl. Hum. Mexicana, 8—), p. 40 (doble). 22 Para más datos, cf. Juan F. Alcina Rovira, “Cristóbal Cabrera en Nueva España y sus Meditatiunculae ad principem Philippum”, en Nova tellus, 2 (México, UNAM, 1984), pp. 131-163; y principalmente Elisa Ruiz, “Cristóbal Cabrera, apóstol grafómano”, en Cuadernos de Filología Clásica, 12 (Madrid, 1977), pp. 59-149. Una separata de él se encuentra en la biblioteca de El Colegio de México, con la clasif. 92/C117r; y Ernest J, Burrus, “Cristóbal Cabrera (c.1515-1598), first American author: a check list of his writings in thè Vatican Library”, en Manuscripta, 4 (Sant Louis, 1960, pp. 67-89. 23 Cf. J. G. Icazbalceta, op. cit., pp. 120-121.

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puestos en las paredes del recinto, donde estuvo el catafalco que se mandó construir para las honras fúnebres del emperador Carlos V, así como dísticos, epigramas, poemas heroicos y epita­ fios en verso o en prosa, muchos de los cuales ya he estudiado y traducido con vistas a preparar una edición que incluya cuanto de neolatín haya en él. El Túmulo, excepto las hh. 4-5 que, des­ prendidas del ejemplar conservado, se perdieron, fue reprodu­ cido por Icazbalceta en su Bibliografìa Mexicana del siglo XVI pp. (161-183), de donde lo tomó Edmundo O ’Gorman para su edi­ ción en la Col. “Sepan cuantos...”, 25, edición con estudio y no­ tas que también comprende los siete diálogos que compuso Cer­ vantes de Salazar. Icazbalceta publicó en 1875 el texto latino y la traducción española de los tres diálogos sobre México, con el título de México en 1554, traducción que luego incluyó en el tomo VI de sus Obras (México, V. Agüeros, 1898), la cual, desde 1939, la UNAM (Biblioteca del Estudiante Universitario, 3) ha reproducido varías veces. Pienso que esa traducción, que tiene más de cien años, ha logrado conservarse, debido a que es muy difícil conseguir el texto latino que editó Icazbalceta, y son muy escasos los volúmenes de la edición facs. del único ejemplar conservado de aquélla príncipe novohispana (1554), el cual re­ produjo la Universidad de Austin, Texas (1953) con el sugerente título de Life in thè Imperial and Loyal City of Mexico. 9. Poemas en los preliminares de las obras impresas. El “Dícolo icástico” de Cabrera aparecido en 1540, como vimos aquí en el número 7, daba pie, entonces, para hablar de los poemas en los preliminares de los libros impresos; pero, puesto que los siguien­ tes iban a aparecer hasta 1554 en las obras de fray Alonso de la Vera Cruz, contemporáneos de los Diálogos de Cervantes, dejé hasta ahora su exposición. Son cincuenta. Digo con toda inten­ ción “sin cuenta”, porque a la fecha nadie sabe su número exacto. Hasta 1572 (llegada de los jesuítas) hay de 20 a 30, y tal vez de allí al 1600 se encuentren de 5 a 10, algunos de los cuales, aparte de volverse a imprimir, ya se han divulgado traducidos.24 Eso de ha24 Cf Poesía neolatina en México en el siglo xw (Apéndice) y Nova tellus, 3 (1985), pp.*235-243. Además Saber novohispano, 1 (UAZ, Fac. de Humanida-

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liarlos en los preliminares es un decir, porque durante el siglo xvi en México los poemas se insertan donde el libro tenga un espa­ cio. Así el de .Cabrera viene al fin del Manual de adultos y los de las obras de fray Alonso, atrás de la portada o en hojas intermedias etcétera. 10. Cartas anuales de la Compañía de Jesús. Los jesuítas llegaron a la Nueva España en 1572. Venían con un doble propósito, abierto el uno: ayudar en la evangelización de los naturales; y oculto el otro: tomar en sus manos, a petición de las autoridades civiles y religiosas, la educación de la juventud criolla mexicana. Así que por mandato del Padre General de la Compañía no de­ bían abrir colegios en la ciudad capital hasta 1574, y mientras participarían ayudando en cuanto se les pidiese. Abiertos los co­ legios y organizado el plan de estudios que se aplicaría, los jesuí­ tas o, mejor dicho, el Padre Provincial o a quien éste encargara, debía enviar al Padre General de la Compañía informes anuales ( litterae annuae) de las actividades desarrolladas por la Compañía en la Nueva España. Son pues 27 cartas anuales las que la Com­ pañía en México envió de 1574 a 1600. Por regla general se re­ dactaban en latín, aunque dos o tres se hallen en español. Las dos primeras las redactó Vicente Lanuchi, encargado y promotor de los estudios humanísticos. Cierto que también dos o tres se han perdido, pero las restantes se conservan en el Archivo Gene­ ral de la Nación (México), en el Archivo de Indias (Sevilla) o bien en el Archivo Histórico de la Compañía de Jesús (Roma), de donde han sido recopiladas por Félix Zubillaga en Monumenta Mexicana (Romae, apud “Mon. Hist. Soc. Jesu”, 1956-76), 6 v. Son muy importantes para conocer diversos aspectos de la historia y de la literatura en el siglo xvi en Nueva España. Desconozco si de algunas existen traducciones completas, yo sólo he visto que de ellas se citan fragmentos ya originales, ya traducidos, o ambos. 11. Carta del P. Pedro de Morales. Con ocasión de la llegada de las reliquias de los santos que el papa Gregorio XIII enviaba )

des, 1994), pp. 173-185, y Anuario de Letras Modernas, 5 (México, Fac. de Fil. y Letras, 1991-92), pp. 193-205.

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para los j esui tas, la Compañía decidió celebrar dicho aconteci­ miento con una festiva octava solemne que corrió del 2 al 9 de noviembre de 1578, en cuyos domingos de apertura y cierre (2, 9) se presentó con gran éxito y espectacular asistencia la trage­ dia Triunfo de los Santos. El sábado l 2. de noviembre las reliquias, con jubilosa procesión, se llevaron desde la catedral hasta el Colegio de San Pedro y San Pablo (hoy día en calle del Car­ men) . Como el día 2 de “fieles difuntos”, era domingo y la litur­ gia no permitía la celebración de ellos en domingo, sus ritos se pasaron al lunes 3, día que no contó ni fue celebrado dentro de la octava, y por eso ésta terminó el domingo 9 de noviembre. Quizá el P. Everardo Mercuriano, General de la Compañía, sa­ biendo que el jesuíta Vicente Lanuchi estaba por marcharse de la Nueva España, encomendara desde Roma que el P. Pedro de Morales se hiciera cargo de la Compañía en Nueva España, cosa sumamente probable ya que él redactó en castellano la littera annua de 1579, que reseñaba los sucesos del año anterior (1578). Ahora este jesuíta tenía la obligación de contarle a su superior las fiestas realizadas con ocasión de haber recibido las sagradas reliquias, y su escrito fue publicado en 1579 con el títu­ lo de: Carta del padre de Morales de la Compañía deJesús para el muy reverendo padre Everardo Mercuriano, General de la Compañía, en que se da noticia de la festividad que en esta insigne ciudad de México se hizo este año de setenta y ocho, en la colocación de las santas reliquias que nuestro muy santo padre Gregorio XIII les envió (México, por Antonio Ricardo, 1579), la cual es muy importante, para la lite­ ratura neolatina mexicana, pues aunque no conservó todos los versos latinos que se escribieron en los cinco arcos que se erigie­ ron entre la catedral y el Colegio de los jesuítas ni los himnos que se cantaron, sí recogió el neolatín de la convocatoria para los siete certámenes poéticos, algunos himnos y estrofas, los poemas dedicados al papa y los que fueron ganadores de cada certamen, menos los del cuarto, aunque los últimos (sexto y sép­ timo) estén, en español. Ignoro de qué ejemplar los copió Igna­ cio Osorio y los insertó en Colegios y profesores (México, UNAM, 1979), pp. 34-43, de donde los tomó Silvia Vargas.25 Parece que 25 Op. cit. (nota 21), pp. 94-97 y 121-127.

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existen varios ejemplares y como más seguros suelen citarse dos: el del Museo Británico y el de la Biblioteca de la Harvard Uni­ versity, además de que El Colegio de México lo posee en micro­ film. 12. Bernardino de Llanos. Nacido en España, llegó a México en 1584 formando parte del grupo de operarios que el P. Antonio de Mendoza traía para fortalecer las labores de la Compañía, sobre todo las de la enseñanza. Desde el curso 1584-85 fue maes­ tro de prima gramática y, algunos años, también de retórica, cuyas clases, principalmente las de los primeros años de gramáti­ ca latina, sólo abandonó en los últimos años de vida, ya grave­ mente enfermo. Murió en México en 1639. Fue uno de los gran­ des maestros de nuestra patria, con cerca de cincuenta años de labor docente, y de los segundos en consolidar las humanidades en los colegios jesuíticos de la capital novohispana, gracias a su ingente y constante labor editorial de apoyo a los estudios. Apar­ te de sus obras dedicadas a la piedad y a la enseñanza, se le conocen hasta ahora cinco composiciones neolatinas seguras (una égloga y cuatro epigramas) además de otras que pueden atribuírsele, todas las cuales se hallan en el ms. 1631 de la Bi­ blioteca Nacional de México y pueden consultarse en la publica­ ción reciente de su segundo diálogo. Los dos diálogos latinos, de cerca de 500 versos cada uno, con estudio, traducción y notas los publiqué en Cuadernos del Centro de Estudios Clásicos, números 2 y 15, con el título de Égloga por la llegada del P. Antonio de Men­ doza (1975) y Diálogo en la visita de los inquisidores y otros poemas inéditos (1982), ambos representados en el Colegio de San Ilde­ fonso de la capital novohispana en 1585 y 1589 respectivamente. 13. El ms. 1631 de la Biblioteca Nacional de México. Este ma­ nuscrito recoge sólo obras y composiciones jesuíticas, cuyas fe­ chas van desde 1585, con los primeros poemas de Llanos, hasta, quizá, 1620. Lo primordial en él es que nos da cuenta de varios certámenes poéticos, de los cuales se recogen los mejores poe­ mas, o se señalan festejos para los que se compusieron grupos de poemas. En cuanto a certámenes, se menciona uno sobre ángeles (¿1585?), otro sobre San Ignacio de Loyola (¿1591?) y

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otro sobre las siete bellezas de la Virgen María (1592). En cuan­ to a festejos hay poemas para conmemorar el Tercer Concilio Mexicano (1585); la visita de los inquisidores al Colegio de San Ildefonso (1589); la entrada del virrey don Luis de Velasco hijo (1590), y la muerte del rey Felipe II (1599). Los jesuítas que aparecen en el ms. son, aparte de Llanos, ¿Bartolomé? Larios, Juan Laurencio, Luis Peña, Cristóbal de Cabrera, Pedro Flores, Nicolás Vázquez, Bartolomé Cano, Tomás de Montoya, Mateo Sánchez, Diego Díaz de Pangua, Gaspar de Villerías, Juan de Ledesma y otros. 14. La Rhetorica Christiana de fray Diego Valadés. Este fraile, nacido acaso en Tlaxcala en 1533, fue hijo del conquistador Die­ go Valadés y de una indígena. Llegado a la ciudad de México fue alumno sobresaliente de fray Pedro de Gante tanto en len­ gua latina, como en artes y oficios. Admitido en la Orden fran­ ciscana, sirvió a fray Pedro de secretario, y por más de diez años frecuentó su trato y enseñanzas. Fue ordenado sacerdote en 1555, aunque ya desde antes era infatigable colaborador en la evangelización, en la cual ponía mucho empeño usando de los métodos ideográficos y mnemotécnicos del dibujo y la pintura. Como pionero en arduas labores misioneras, y de los primeros en adentrarse en la sierra de Durango para evangelizar a los chichimecas, igual que lo hiciera antes con olomíes y tarascos, se dio cuenta de que el predicador de los indios debía poseer las dotes y la vida recta de un orador para que pudiera convencer tanto con las palabras como con el ejemplo, e ideó escribir una obra que fuera una apología de la fuerza convincente que posee una retórica debidamente empleada. Aquí empezó su Retórica cristiana que terminó de escribir en Europa, a donde fue envia­ do en 1571 para cumplir encargos de su Orden. En 1575, en­ contrándose en Roma asistiendo al Capítulo General Francisca­ no, fue nombrado por los asistentes Procurador General, cargo de cuatro años que no llegó a completar. Su obra impresa, mi­ tad en Roma y mitad en Perusa, salió con pie de imprenta de esta última ciudad en 1579, tres años antes de que se pierdan sus huellas, cuando tenía 49 años de edad. En cuanto a su neolatín, tienen importancia literaria la dedicatoria al papa Gregorio

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XIII y la digresión histórica (parte IV) sobre los indígenas: sus costumbres, virtudes y fiestas, una apología de la igualdad hu­ mana y de las grandezas de la cultura indígena, por lo que no es necesario esperar a los jesuítas humanistas del xvm para poder encontrar la defensa bravia de un pueblo y de una raza, y la idea de una naciente nacionalidad. Cf. especialmente los capítulos IVVIII de la parte cuarta, pp. 387-395, de la reciente edición bilin­ güe (Fondo de Cultura Económica-UNAM, 1989), por un grupo de traductores a cargo del doctor Tarsicio Herrera Zapién. 15. La Oratio in laudem iurisprudentiae. Este discurso, publica­ do el mismo año en que fue escrito y pronunciado (1596), es una de las pocas muestras que a lo largo de la Colonia se han conservado de los initia, discursos que cada año se pronuncia­ ban en la apertura o inauguración de cursos de la Universidad o de los principales colegios jesuíticos, tal como lo expresa el co­ mienzo del que ahora me refiero: Animadverti plerosque eorum qui ex hoc loco et hoc tempore singulis annis iucundissime redeunte et huiusmodi celebritate hactenus verba fecerunt, post exactam literarii laboris intermissionem, de omne utique disciplinarum varietate atque ordine promiscue generatimque disseruisse,..26 Si expresamente el autor así lo dice, uno tiene que preguntarse: ¿dónde están o qué se hicie­ ron los otros 48 del siglo xvi? El primero que fue el de la solem­ ne inauguración de la Universidad de México en 1553, lo dijo nuestro Francisco Cervantes de Salazar, en presencia del virrey dòn Luis de Velasco.27 ¿Ylos de los jesuítas en sus colegios, tanto de la capital como de las principales ciudades de la provincia novohispana, qué se hicieron? De los referentes a la apertura de cursos cada año en la Universidad, sólo se Conservan, durante toda la Colonia, otros dos aparte del presente; y de los referen­ tes a los jesuítas sólo 5: tres pronunciados en la ciudad de Méxi26 He observado que la mayoría de quienes hasta ahora, desde este sitio y por estas fechas, cada año tomaron la, palabra (una vez que de esta manera regresaba muy felizmente la concurrencia a las aulas, y después que se acabó el receso de las labores académicas), en verdad habían disertado muy en ge­ neral y revueltamente de toda diversidad y clase de disciplinas. 27 A. M. Carreño, Efemérides de la Real y Pontificia Universidad de México (UNAM, 1963), 2 v., I, p. 11.

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co y dos en el colegio de la Compañía en Celaya, Gto.28 Este Discurso para alabar al derecho fue escrito por Juan Bautista Balli, hijo del impresor mexicano Pedro Balli. El único ejemplar co­ nocido lo adquirió el señor Salvador Ugárte en Nueva York, quien lo editó facsimilarmente en México (Edit. Jus, 1950), en una reducidísima edición de 125 ejemplares, 50 de los cuales llevaban la reproducción facsimilar y los otros sólo la traduc­ ción, la noticia bibliográfica del propio Ugarte y unos comenta­ rios de Daniel Kuri Breña.29 En 1953, con ocasión del cuarto centenario de la Universidad, la Facultad de Derecho lo reeditó con una nueva traducción de Alfonso Méndez Planearte, los es­ tudios antes dichos y la reproducción facsimilar, texto ahora muy asequible pues la Universidad Nacional lo ha vuelto a re­ producir dos veces más (1981, 1984). 16. Relación de las exequias del rey Felipe II. Esta relación es­ crita en español por el doctor Dionisio Ribera Flórez, es impor­ tante para el neolatín (como el Túmulo imperial... cf. aquí, núm. 8), por la cantidad de textos y poemas neolatinos que contienen las 187 hojas de texto, más 5 de una Tabla y las Erratas, hojas en que el autor recurrió a muchas digresiones impertinentes. Para tener una idea de su contenido, transcribo actualizadamente cuanto dice la portada del libro y luego daré la suma del neola­ tín que la obra contiene: Relación historiada de las exequias funera­ les de la majestad del rey D. Felipe 7/, nuestro señor, hechas por el tribu­ nal del Santo Oficio de la Inquisición de esta Nueva España, y sus provincias e islas Filipinas; asistiendo, sólo el lie. don Alonso de Peralta, inquisidor apostólico, y dirigida a su persona por el doctor Dionisio de Ribera Flórez, Canónigo de la Metropolitana de esta ciudad y consultor del Santo Oficio de la Inquisición de México, donde trata de las virtudes esclarecidas de su majestad, y tránsito felicísimo, declarando las figuras, letras, jeroglíficos, empresas y divisas que en el túmulo se pusieron como persona que lo adamó y compuso, con la invención y traza del aparato

28 Cf. Ignacio Osorio, Tópicos sobre Cicerón en México. México, UNAM: IIFL, 1976 (Cuadernos del CEC, 4), pp. 115-150. 29 G. Icazbalceta, op. cit., pp. 423-24.

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suntuoso con que se vistió desde su planta hasta su fenecimiento (Méxi­ co, Pedro Balli, 1600). La vuelta de la portada lleva el escudo de la Inquisición y “unos versos latinos arriba y abajo”. Después de las 185 hojas de texto siguen otras dos hojas “con poesías latinas y castellanas en elogio del autor y de Felipe II”. Todavía las 3 hojas de la Tabla se completan “con versos latinos y castellanos”. Tal vez el cuerpo descriptivo de figuras, letras, jeroglíficos, empresas y divisas deba contener estas poesías, y algunas serán latinas; pero como hasta ahora nadie ha estudiado ni reimpreso dicha obra, no sé qué podrían ser. Se conocen dos ejemplares uno, en el British Museum (ejemplar C.53bb.6) y el que posee en México don Flo­ rencio Gavito, vizconde de la Alborada y de Villarrubio.30

17. Lamentables pérdidas. Es obvio que puede haber muchas más obras neolatinas del siglo xvi, hasta hoy irremediablemente perdidas; pero las cinco de que voy a ocuparme brevísimamente se lamentan de modo muy sensible, a) Se sabe que don Vasco de Quiroga escribió varios poemas latinos y que, incluso se los dio a leer y a revisar a Cristóbal Cabrera,31 los cuales hasta hoy no se han encontrado; b) igualmente perdido está el discurso latino que el doctor Francisco Cervantes de Salazar pronunció en la inauguración de la Universidad el día 3 de junio de 1553, según lo atestiguó el notario apostólico Esteban de Portillo: “Doy fe que el año de cincuenta y tres, a tres de junio, se hizo el initifum] de las escuelas de esta ciudad, el cual hizo [pronunció] el licenciado Cervantes de Salazar en presencia del ilustrísimo virrey don Luis de Velasco y de la Real Audiencia, y lunes si­ guiente cinco del dicho mes comenzaron a leer los catedráticos de teología, cánones y gramática. Y por verdad lo firmé de mi mano”;32 c) la cartá anual de la Provincia jesuítica de México de 1597 nos cuenta que el virrey don Gaspar de Zúñiga y Acevedo, conde de Monterrey, asistió al initium de los cursos del año de 30 Ibid., pp. 443-444, aunque a principios de 1995 el maestro Federico Álvarez trajo una copia completa jde un ejemplar que halló en España. 31 Cf Alcina Rovira, op. cit., p. 136. 32 Carrello, op. et loe. cit.

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1596 (18 de octubre) y que se le representó un coloquio latino, escrito por el maestro de retòrica, sobre la gran importancia de la buena educación de la juventud y los daños que de su falta se siguen, el cual hasta hoy no se ha encontrado;33 d) Beristáin en su Biblioteca dice que fray Antonio de Hinojosa, dominico mexicano, escribió La vida y milagros de S. Jacinto, y las notables fiestas que la insigne ciudad de México hizo a su canonización (Méxi­ co, P. Balli, 1597), “obra en que se hallan muchas poesías latinas y castellanas”, entre las cuales hay unas “Octavas reales en elogio a S. Jacinto” del P. Juan Arista. Alegre en el libro IV de su Histo­ ria describe las fiestas y la procesión de la catedral al convento de Santo Domingo, pasando por la Casa Profesa, a cuyas puertas “se levantaba un hermoso edificio”, y su “parte inferior, que es­ tuvo a cargo de la noble juventud de nuestros estudios, se veía llena de... carteles y pinturas de diversas invenciones, de emble­ mas, empresas, enigmas, epigramas, himnos y gran diversidad de ruedas, laberintos, acrósticos y otro género de versos exquisi­ tos, los más en lengua latina, italiana y castellana, y algunos en griego y en hebreo”.34 De este libro todavía no se ha encontra­ do ningún ejemplar; e) Beristáin cita también una Allegorica et sacra epopeia pro Virginis Mariae Elisabetham invisentis celebritate dei jesuíta mexicano Pedro Flores, dato que recoge Zambrano,35 la cual no se ha encontrado. La Epopeya posiblemente fue escrita durante el siglo xvi, pues el P. Flores nació por 1560 y después de 1607 ya nada se sabe de él.

33 Zubillaga, op. cit., VI, p. 189 (núm. 10 aquí). 34 G. Icazbaleeta, op. cit., pp. 426-428. 35 Francisco Zambrano, Diccionario bio-bibliogràfico de la Compañía deJesús en México (Jus-Tradición, 1961-77), 16 v. I, pp. 220-22.

POESÍA NEOLATINA NOVOHISPANA DEL SIGLO XVI: QUEHACERES Y REHACERES El objetivo de este ensayo es presentar una parte de nuestra lite­ ratura novohispana, la neolatina, cuya poesía es, por olvidada, casi desconocida, En efecto, la literatura mexicana es tan abun­ dante que:podemos hallarla expresada (sobre todo en su perio­ do novohispano), además de en otras lenguas que no es necesa­ rio mencionar, básicamente en español, en latín y en lenguas indígenas. ' Una antigua tradición literaria entendía que poesía era todo lo que estaba escrito en verso, y llamaba poeta a cualquier versifi­ cador. Hoy sabemos que esto no es así, y que la poesía sonríe tanto desde el verso como desde la prosa. Mallarmé decía que “el verso está en la lengua donde quiera que hay ritmo, exceptuan­ do los carteles y las páginas de anuncios. En el género llamado prosa hay versos a veces admirables, con todos los ritmos...; siem­ pre que se da esfuerzo en el estilo hay versificación”.36 Para abreviar una cuestión de todos conocida y no ingresar en una dilucidación prolongada, sin llegar a resultados convin­ centes para todos, como sería tratar de definir qué es poesía, propongo que, en tácito y mutuo acuerdo, entendamos poesía según esa antigua tradición, sin damos a la tarea de averiguar de momento si esas composiciones en verso, de que me habré de ocupar; son solamente eso: versos, o si encierran también el aroma inconfundible de la poesía. Esa misma antigua tradición decía que la poesía no estaba hecha para definirse, sino para sentirse,: y eso, en verdad, creaba todo el problema y volvía muy ardua la cuestión, puesto que cada quien la definía como la sen36 Citado por G. Díaz-Plaja, op. át., p. 3.

32 tía, aunque no dejara de preguntarse muchas veces qué era lo esencial en ella: si la forma, si el ritmo, si los efectos lingüísticos —ecos, reflejos, correspondencias fonéticas, semánticas y sintác­ ticas— o si el tema o asunto que trataba etcétera, razón que también me exime de abordar ahora lo escrito en prosa. Ahora bien, ¿por qué “poesía neolatina”? Sencillo, porque neolatino designa lo escrito en latín desde el año 1300 (época de Dante) hasta nuestros días, tal como lo definió el Segundo Congreso Internacional de Estudios Neolatinos (Amsterdam, 1973).37 Después de este exordio que introduce y avisa mi asunto, diré que éste tendrá cinco apartados: 1. Las fuentes que contienen la poesía novohispana del siglo xvi, apartado que adicionaré con unas breves muestras. 2. El número aproximado de composiciones que hasta ahora se han registrado. 3. Cuántas de ellas, sacándolas de sus fuentes, de alguna manera se han dado a conocer. 4. La necesidad de aplicar una metodología homogénea para sü estudio. 5. Propuestas metodológicas para su estudio y valoración. 1 Si no contamos a Cristóbal Cabrera, cuyas obras contienen poe­ mas escritos en la Nueva España, dos son las fuentes principales donde se halla esta poesía neolatina novohispana del siglo xvi. En primer lugar los libros impresos en México en ese periodo, es decir, la bibliografía mexicana del siglo xvi. Las poesías apare­ cen, bien en los preliminares de los libros, incluyendo la vuelta de la portada, bien en medio de ellos, después de algún capítu­ lo, parte o donde quede un espacio aprovechable; o bien al fin. Entre estos libros impresos, hay algunos que reseñan festejos o actos que se conmemoraron con la factura de composiciones literarias, las cuales suelen recogerse en ellos. Está así el Túmulo imperial de la gran dudad de México (1560); la Carta del P. Pedro de 37

Véase nota 4.

Morales (1579), y la Relación historiada de las exequias a Felipe II (1600) —lista de la que debe lamentarse la pérdida de La Vida y Milagros de S. Jacinto, y las notables fiestas que la insigne ciudad de México hizo a su canonización (1597), “obra en que se hallan mu­ chas poesías latinas y castellanas”, entre las cuides había unas “Octavas reales en elogio a S. Jacinto” del P. Juan Arista. En se­ gundo lugar, los manuscritos conocidos, o que puedan ser halla­ dos, del siglo xvi. Una muestra exuberante de literatura jesuítica del último cuarto del siglo xvi, nos la proporciona el Manuscrito 1631 de la Biblioteca Nacional de México. Ahora las breves muestras. Un día, pues, hojeando la Dialectica resolutio, encontré, antes del remate final de la descripción, hecha por García Icazbalceta,38 que fray Alonso puso este dístico heroico o hexamétrico: R eddit, Christe, tibi haec aeternas littera laudes; reddes tu in gen iu m felixque ad phisica prom ptum ,

que tituló Hexasticon, no por considerar que fueran seis versos, sino porque a la manera de Ja cebada hexástica, cuya espiga, según el Thesaurus linguae Graecae, lleva seis filas de granos (y que algunos campesinos griegos llamaron Distichon Galaricum), sus versos llevan seis pies dactilicos. Y digo que fray Alonso puso el dístico, porque las palabras haec... littera: “este escrito”, “esta obra”, que es suya, se pueden traducir (esto es, trasladar) de la referenda indefinida imperso­ nal a la definida personal de posesión: “mi obra te da alaban­ zas”, cuya prosopopeya, si también se traduce, nos expone sim­ plemente: ‘Yo, por medio de mi obra, te doy, Cristo, alabanzas eternas;/ tú, a cambio, dame un ingenio fecundo, apropiado a la física”, versos con que nos anuncia, además, que ya trabaja o está por trabajar en el seguimiento de sus obras filosóficas: la elaboración de la Phisica speculátio. De la misma Dialectica resolutio extraje también el canto glicónico de fray Esteban de Salazar, dedicado a fray Alonso: íi

38 Op. cit, en la nota 10, p. 108.

34 Gazam vom ite e t Indicum auram Croesi e t Apollinis, pulchri sideris, diuites. Iam enim ex Indica fertilis . 5 m esse fructusque pulchrior Pactoli, Tagi arenaque surgit, quam tulit claras hic Alphonsus, H elicon is et Pindi prodigus incola.

que en mi traducción dice: Rico, vom ita, el tesoro y el indiano oro de Creso y A polo, herm oso sol, pues ya surge de indiana m ies 5 un fértil fruto, y arena más bella que la del Tajo y el Pactolo: diola el claro A lonso, habitante pródigo del H elicón y el Pindo.

Una muestra del Túmulo imperial de la gran dudad de México son estos tres breves poemas: un epitafio que declara la grande­ za de Carlos V, cuyos triunfos (a través de enumerarlos) llegan hasta América, donde, luego de someter a los indios, derribó las imágenes de los dioses indígenas; un poemita en dos dísticos, que expone que las armas y el valor de Cortés nada valdrían sin el apoyo del César, además de mostrar la pesadumbre del indio por la muerte del rey, aunque éste derrocara los dioses que el vencido veneraba; finalmente un dístico para decir que el éxito se alcanzó en todas las cosas. Flan dría nutrivit claris m e regibus ortum, H ispanos rexi sceptraque sacra tuli, Gallorum vici regem , Turcasque repressi, et Mauros fregi, captaque Roma tremit. 5 Tunetum b ello cepi, fudique Sicambros; Germ anos dom ui, Thuscia fracta fuit. Indos subieci, stravi simulacra deorum , n unc Libitina p oten s linquere cuncta facit.

35 * * *

Q uid Cortesius ille potens, quid Martia virtus, p rodessent armis Caesarea sine ope? Carolus ille suis perfregit pectora fatis nostraque d eiecit num ina vana deum . * * *

Exitus in cunctis succesit prospere rebus, aequore in extrem o quem sim ul unda vehit.

Mi traducción dice así: Me crie en Flandes yo, nacido d e reyes preclaros, goberné al español y tuve sagrados cetros; ven cí al rey de Francia y contuve a los turcos; deshice al m oro y Rom a se estrem eció, asediada. 5 Capturé en guerra a T únez, y d esu n í y por com pleto al alem án m e im puse, y la Toscana fu e deshecha. Subyugué al indio,, los simulacros derribé de sus dioses, y hoy, poderosa M uerte, haces qüe deje todo.

*** ¿De qué servirían en las armas Cortés, valiente afamado, y su valor guerrero, sin el favor d el César? Tú, nob le Carlos, con tu m uerte nuestros p echos rom piste, y el vano poder derrocaste de nuestros dioses.

*** El éxito se siguió felizm ente en todas las cosas, com o el que lleva el agua hacia el final del mar.

En la Carta del P Pedro de Morales hay un Hymnus ad Sanctorum omnium Reliquias, cuyas tres primeras estrofas vitorean a los san­ tos y les piden favores, la cuarta exhorta a la piedad a los asisten­ tes, y las dos últimas vuelven a implorar ayuda a los santos a fin de un día estar junto a ellos.

36 O principes Ecclesiae!, o martyres fortissimi!, o vos: magistri gentium !, o virgines purissimae! 5

O vos (labore serio, Christum fatentes moribus, quorum sacrata corpora videre datur M exico),

apostoli, fidem date, 10 et martyres constantiam , lum en magistri m entibus, vitam pudicam , virgines! Pio favore cordibus adeste, vota u t supplicum 15 exaudiat piissimus, qui corda nostra prospicit. Tandem labore strenuo prolixa bella, milites, devicta qui iam cernitis, 20 praestate robur gratiae, vt m em bra linquens spiritus ascendat alta culm ina, et nostra dem um corpora sint iuncta vestris ossibus.

Mi traducción de este himno dice: ¡Oh príncipes de la Iglesia!, ¡oh mártires valentísim os!, ¡oh m aestros de naciones!, ¡bravo, vírgenes purísimas! 5

¡Oh apóstoles (que con seria labor confesáis con vuestro ejem plo a Cristo, cuyos sacro­ santos cuerpos se da ver

37 a M éxico), dadnos fe; 10, mártires, constancia; a nuestras m entes luz, oh maestros, y una vida casta, vírgenes! Venid con cordial piadoso aplauso, porque suplicantes 15 ruegos oiga, piadosísim o, quien ve nuestros corazones. Por fin, soldados, pues ya vencidas miráis con arduo trabajo alargadas guerras, 20 dad vigor a nuestra gracia, porque libre nuestro espíritu ascienda a las altas cumbres, y nuestros cuerpos por fin a vuestros huesos se ju n ten .

Como muestra del Manuscrito 1631 de la Biblioteca Nacional de México he tQmado el Hymnus Saphico carmine pro Sancto Hieronymo, que es un paralelo entre lo realizado por Hércules y lo que hizo San Jerónimo, quien finalmente resultará superior al semidiós griego. El himno está compuesto en doce estrofas sáficas que coin­ cidentemente es el número de los trabajos de Hércules, los cuales con mucho ingenio el autor jesuíta (hermano Luis de Villanueva) metió en cuatro estrofas (de la tercera a la sexta; versos 9-24). Dive, qui, ardenti redim itus ostro, laetus aeterna recrearis aula, huc ades, dum te spoliis opim is pangim us auctum. 5

Graeca gens iactat rigidos labores, quos m anu Alcides m inuit potenti; plura sed fultus superas Tonantis num ine monstra.

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Ille discerpit rabidi leonis 10 ora, flagrantem face, ferro e t arcu

belua[m ] in L em a validus palude contudit Hydram. Ille spum antem laceravit apram, cepit et cervam, volucres perem it, 15 abstulit zonam , dom uit furentem robore taurum* Thraciae regem iugulavit acrem, ac triplex corpus laniavit, auri sustulit pom a H esperidum , Dracone 20 m orte perem pto. Regis Augiae stabulum repurgans, Cerberum vinctum triplici catena traxit ad puras m elioris orbis lum inis auras. 25 Tu tam en pastor vigilans, leones rura vastantes, hom ines feroces, moribus pravis gravidos, levasti tot, prece blanda. Tu, venenatas Erebi sagittas, 30 haereses forti gladio retundens, monstra vicisti truculenta m entis viribus altae. N on furor, n on te rabies cruenta ira nec m item superavit atrox; 35 unda sed lenis veluti quievit pectoris ardor. Arma fregisti Phlegetontis atri m ille tendentis laqueos nocentes, dum parat pectus rapidis pudicum 40 urere flammis. Tu velut fulgens Phaeton tenebras pellis h oc orbe, et miseris triumphans hostibus victis, rem eas Olympum victor opim us.

45 Ecce, quid curas celebrare clari, Graecia, Alcidae m em ores labores? desine, Alcides novus alter om n i orbe coruscat.

Mi traducción es ésta: Santo, ceñido de rojiza púrpura, que te estableces en m ansión eterna, asístem e, en tanto a ti, rico en despojos ópüm os, canto. Grecia propala los duros trabajos que H ércules m erm a con p oten te mano; tú, al contrario, apoyado en Dios, superas tantos prodigios. A quél desgarró del leó n rabioso las fauces; fuerte, con haz, hierro y arco en el pantano del Lerna aplastó a la Hidra, bestia flagrante. Aquél destrozó al jabalí irritado, cogió a la cierva y liquidó a los pájaros, robó la faja y dom ó con su fuerza al toro furioso. D egolló al ürano rey de la Tracia, despedazó un triple cuerpo y de H espérides, causándole m uerte al dragón, sustrajo áureas manzanas. Lim piando el establo del rey Augías, arrastró a Cerbero, atado con triple cadena, hasta los puros — m ejor lum bre— aires del m undo. Mas tú, vigilante pastor, leo n es que el campo, arrasan, a hom bres fieros, llenos tantos de malas costum bres, con blando ruego aliviaste.

40 Tú, opuesto con fuerte espada a herejías, saetas d el Erebo, envenenadas, venciste con luz de alta m ente trucu­ len tos p r o d ig io s.. D ulce, n o te venció e l furor n i la rabia sangrienta n i la furia atroz; se aquietó em pero el ardor d e tu p ech o com o ola blanda. Rom piste las armas d el n egro Infierno, que lazos m il tiende nocivos, mientras con su voraz llama alista arder tu púdico p ech o. Tú, cual sol brillante arrojas tinieblas de este m undo y, triunfando de enem igos vencidos y pobres, vencedor óptim o, vuelves al cielo.

IH

¿Por qué, pues, Grecia, celebrar procuras de ilustre H ércules fam osos trabemos? Desiste, otro nuevo H ércules en todo el m undo fulgura.

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Veamos ahora el apartado segundo: la cantidad aproximada de composiciones en verso que se hallan registradas. En los preli­ minares (llamémoslos así) de los libros impresos en el siglo XVI, dirigidas ya a los autores de las obras; ya a las mismas obras o a su materia; ya al lector de ellas; ya a algún personaje importan­ te, se han registrado 26 composiciones, dejando de lado las que aparecen en la Relación historiada de las exequias a Felipe II, que no sé cuántas sean, pues la descripción que se hace en la Bibliografía Mexicana del siglo xvi sólo dice que hay versos latinos a la vuelta de la portada; poesías latinas al final de la obra y que las “Tablas de contenido” se completan con versos latinos. Suponiendo que hay cuatro, tendríamos 30.

41 En el Túmulo imperial de la gran ciudad de México hay 34 com­ posiciones, todas en dísticos elegiacos, excepto una en hexáme­ tros, las cuales se registran así: 17 de un solo dístico; 9 de dos; 3 de cuatro; y de 1 de cada uno de éstos: de 3, de 5, de 8, de 9 y la de hexámetros. En la Carta del P. Pedro de Morales hay 10 composiciones entre epigramas, himnos y cantos heroicos (hexámetros). En el Manuscrito 1631 de la Biblioteca Nacional de México, se han registrado 92 seguras, porque llevan el nombre del autor o la fecha de algún suceso o certamen para el que se hicieron; sin embargo pasan de veinte las que hay anónimas y sin indicación del evento para el que se hicieron, aunque casi todas ellas po­ drían ser del siglo XVI. Como ejemplo diré que el P. Juan de Cigorondo tiene muchas sobre la Eucaristía registradas con su nombre y hay muchas otras de ese tema puestas aquí y allá como anónimas, que pudieran ser también de él y registrarse en este periodo. De Cristóbal Cabrera pueden registrarse 3, aunque muchas más se sabe que podrían extraerse de sus Meditatiunculae ad principem Philippum (1548) y de sus In philosophorum, oratorum, historicorum classicorum opera, extemporalia epigrammata et carmina varia. Por último en la Relación geográfica de Tiripitío, escrita hacia 1580, estudiada y editada por René Acuña, se encuentra un epi­ tafio de fray Diego de Chávez, quien murió en 1573, compuesto en 6 dísticos, que el mismo Acuña con las reservas del caso tra­ duce y trabaja. En total hablo de 170 composiciones versificadas, que muy posiblemente puedan llegar a 200. 3 Extraídas de sus fuentes, creo que de una manera o de otra se ha intentado dar a conocer cerca def 80% de esa producción, así que hablo de un número aproximado de 160 composiciones. Veamos ahora en detalle cuáles han sido éstas. a) René Acuña auxiliado por Patricia Villaseñor y Bulmaro Reyes, según comenta él mismo, transcribió y tradujo en una

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mera “labor de tanteo” el epitafio de fray Diego Chávez, fecha­ do en 1573, que aparece en la “Relación de Tiripitío”, la cual va incluida en las Relaciones geográficas del siglo XVi: Michoacán (UNAM, 1987), pp. 329-376. El epitafio se encuentra en la pági­ na 365 y su transcripción y traducción vienen en las 334-335, con fallas propias de un tanteo, tanto en él texto latino como en la traducción, a la que falta el tercer dístico. b) De las obras de Cristóbal Cabrera, Elisa Ruiz en su articulo “Cristóbal Cabrera, apóstol grafómano”, Cuadernos de Filología clá­ sica, 12 (Madrid, 1977), pp. 59-149, publicó de la obra In philoso­ phorum, oratorum, historicorum classicorum opera, extemporalia epigram­ mata et carmina varia, casi toda ella escrita en Nueva España, dos epístolas de sabor clásico: la horaciana en hexámetros al deán de la catedral de México, Manuel Flórez, y en dísticos la dedicada al franciscano fray Jerónimo, en la que se ve preocupado por la his­ toria natural y la vegetación que rodea a Cuemavaca. Estas epísto­ las ocupan las páginas sin numerar 135-147 del artículo citado de Elisa Ruiz. También Juan F. Alcina Rovira publicó en Nova Tellus, 2 (México, UNAM, 1984), pp. 131-163, el artículo “Cristóbal Ca­ brera en Nueva España y sus Meditatiunculae ad principem Phili­ ppum!', donde incluyó el poema autobiográfico, descrito bajo el influjo de una visión onírica, “Ecstasis”, extraído de las Meditatiun­ culae, el cual ocupa las pp. 153-160 del mencionado artículo.39 c) Del Manuscrito 1631, tan variado en contenido se han ex­ traído para estudio y publicación afanosa y desaprensiva casi to­ dos los poemas hasta ahora íechables dentro del siglo xvi. El golpe de los recuerdos, los sentimientos y la vanidad casi me había impuesto seguir el orden cronológico de la publicación de los poemas de allí extraídos; pero al recapacitar y repasar la descripción del manuscrito que guardo desde 1965, llegué a persuadirme de que era más importante, para no disgregar el contenido y que simultáneamente se pudiera tener idea del con­ junto, conservar el orden topográfico que siguen las piezas en 39 Su criterio de edición fue: en él “he modificado la puntuación, uso de mayúscula y he unificado la ortografía en los pocos casos en que aparece la misma palabra con grafías divergentes. También he corregido erratas eviden­ tes y desgloso (sic) abreviaturas sin indicarlo”.

43 los folios. De los 200 folios que contiene el manuscrito, sólo 71 están ocupados por los poemas, pues los primeros 109 llevan una “Retórica en tres libros” (95 folios), probablemente del R Pedro Flores, y la Tragedia (sic) Iu dith ae de Stefano Tucci (97-109 folios), de la que guardo ya hace doce años su estudio y traduc­ ción, en aras de mejorar esta ùltima. Al interior hay otros 20 folios (158-178) ocupados por estas prosas: O ratio de m un do con­ temnendo, anónima; I n orationem M . T u llii Ciceronis Pro Aulo Lici­ nio Archia poeta, com m entaria a Patre M a n u tio, y D e artificio in oratione Pro Archia poeta. Ahora los poemas. 1. E c h g a in o b itu (fol. 109v), anònima, sin fecha y al parecer inconclusa. 2. C hronidis ecloga (fols. 110-112r), anónima y sin fecha. 3. Ecloga /-. (fol. 112v) de M. Larios. 4. Ecloga 2~. (fols. 112v-113r) de M. Larios. 5. Ecloga 3 S. (fol. 113r) de M. Larios. Estas tres últimas églogas son de las “Eclogae factae ad Consilium Mexicanum” (1585). Las cinco églogas sólo con modificaciones ortográficas y de pun­ tuación, según dice el final de la presentación, aunque ello no debe tomarse tan en serio, fueron publicadas por Ignacio Osorio en “Doce poemas neolatinos de fines del siglo xvi novohispano”, artículo incluido en Nova Tellus (NT), 1 (México, 1983) pp. 171-203, [185-196]; pero las tres últimas ya el mismo Osorio las había incluido antes, ocasionalmente sólo transcritas para ilus­ trar la enseñanza jesuítica, en Colegios y profesores jesuítas que ense­ ñaron latín en Nueva España (1572-1767). (CPJ), México, UNAM, 1979 (Cuadernos del CEC, 8), pp. 51-54. 6. Ecloga 1~. (fol. 113v) de Bernardino de Llanos. 7. Ecloga 2-, (fol, 113v) de Juan Laurencio. 8. Ecloga 3~. (fol. 114r), anónima. Las tres son de las “Eclogae de felicissimo B. P Azebedi et sociorum martyrio”, y las edité con traducción y notas en el Diálogo en la visita de los inquisidores, representado en el Colegio de San Ildefonso (siglo xvi) y otros poemas inéditos [de Bernardino de Llanos], (DII), México, UNAM, 1982 (Cuadernos del CEC, 15), pp. 27-30 (dobles). Osorio también las transcribió con las características de las primeras cinco églo­ gas susodichas (NT, 1, *pp. 196-199). La segunda, mejorando la traducción, volvió a reproducirse, como muestra, en la Poesía

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neolatina en México en el siglo xvi (PNM), México, UNAM, 1991 (Bibl. Hum. Mexicana, 8), p. 51 (doble). 9. Ecloga de adventu proregis Ludovici de Velasco (fol. Il4r) de Luis Peña. Es el único poema que se repite en el ms., pues viene también en el fol. 148r. 10. Protheus ecloga: vaticinium de progressu in litteris Mexicanis iuventutis (fol. 114v) de Luis Peña. 11. Ecloga de eadem re (fols. 114v-115r) de Luis Peña. Estas tres églogas fueron transcritas por Osorio con las mismas caracterís­ ticas susodichas para su obra Colegios y profesores... (CPJ, pp. 60, 62-64), y luego otra vez (NT, 1, pp. 199-200). 12. Pro Sancto Michaéle (fol. 116r) de Cristóbal de Cabrera. 13. De angelo custode (fol. 116r) de Bernardino de Llanos. Son los dos primeros de los “Varia Poémata”, y se editaron con las susodichas características para el Diálogo en la visita... (DII, pp. 25-26 dobles); sin embargo el primero de Cabrera ya lo tenía traducido desde 1970. Mi grato recuerdo de entonces es del maestro Ernesto Mejía Sánchez, quien era investigador titular del Instituto Bibliográfico Mexicano, con sede en la Biblioteca Nacional de México, donde yo trabajaba. Un día de ésos en que, por el mismo lugar de trabajo, nos veíamos, se acercó a mi escri­ torio y vio, el poema transcrito y traducido, que estaba sobre el escritorio, y me dijo: “démelo, porque una poeta (sic), amiga mía, quiere publicarlo”. La vanidad y el ansia de verlo impreso me empujaron a entregarle una copia. No volví a saber nada de esa traducción hasta 1974. Supe entonces que el poema con tex­ to bilingüe sirvió de epígrafe a la poesía “Arcángel Miguel” de la poetisa nicaragüense, Eunice Odio, muerta ese año en nuestra capital, y que como un homenaje postumo le publicaron su li­ bro, Territorio del alba (Costa Rica, Edit. Universitaria Centroame­ ricana, 1974). El poema “A San Miguel” viene en la página 229, donde faltó el título al poema de Eunice, que sólo se lee en el índice. Al pie del texto latino se deslizó un error: en vez de estar “Ms. 1942, 2”, debió estar Ábside, 6, 1942. Posteriormente se edi­ tó con nueva traducción modificada (PNM, p. 46 doble). 14. Hymnus Saphico carmine pro Sancto Hieronymo (fol. Il7v) del Hermano jesuita Luis de Villanueva, lo edité con traducción y no­ tas en el Ramillete neolatino Eumpa-México, siglos xv-xvm (RN), Méxi-

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co, UNAM, 1986, pp. 132-135 y 234-235, el cual con nueva traduc­ ción modificada se incluyó aquí como muestra del apartado 1. 15. Epigramma primum, (fol. 120r) de Bernardino de Llanos. 16. Epigramma secundum (fols. 120r-120v) de Bernardino de Llanos. 17. Epigramma tertium (fol. 120v) de Pedro Flores. 18. Epigramma quartum (fols. 120v-121r) de Pedro Flores. 19. Epigramma quintum (fol. 121r) de Bartolomé Cano. 20. Epigramma sextum (fols. 121r-121v) de Nicolás Vázquez. 21. Epigramma septimum (fol. 123r) de Mateo Sánchez. Los sie1 te son de los “Epigrammata pro Sanctissima Virgine, cui septem pulchra, quae in Sacris Litteris habentur aptissime accomodantur, Mexici, 1592”, que fueron transcritos por Osorio con las mismas características susodichas para su obra (CPJ, pp. 77-80 y 84- 85). Yo edité con traducción y notas los dos primeros, obra d e Llanos (DII, pp. 26-27 dobles). Puede advertirse que el epi­ g ra m a séptimo fue sacado de su lugar y se colocó dos folios ade­ la n te , d e s p u é s de los himnos siguientes. 22. Hymnus primus (fols. 121v-122r) de Pedro Flores. 23. Hymunus secundus (fol. 122r) de Nicolás Vázquez. 24. ■Hymnus tertius (fol, 122r-122v) de Bartolomé Cano. 25. Hymrius quartus (fols. 122v-123r) de Tomás de Montoya. Los himnos, ajuicio de Osorio que los transcribió con las mis­ mas características susodichas para su obra (CPJ, pp. 80-94), son también de 1592; pero lo más seguro es que fueran de cualquier año del siglo xvi y para cualquiera de las fiestas principales de la Virgen María, ya que el encabezado a los himnos solo señala “Hymni in laudem B. Virginis”, y lo mismo puede decirse de los poemas que los siguen, y que él también transcribió (CPJ, pp. 85- 86). Estos últimos son los siguientes: 26. Vagientem puerum Virgo demulcet (fol. 123v) anónimo, 6 dísticos. 27. De Virgine et puero Iesu (fol. 123v) anónimo, 1 dístico. 28. Aliud (fol. 123v) anónimo, 1 dístico. 29. Ad puerum Iesum (fol. 123v) anónimo, 3 dísticos. 30. De partu Virginis (fol. 123v) anónimo, aparentemente 11 versos. Después de una “Oratio in die obitu Sanctissimi parentis nos-

tri Ignatii” de H. Segura y de otras composiciones, viene lo si­ guiente. 31. [Dialogus] pro patris Antonii de Mendoza adventu [facius] in Collegio Divi Ildephonsi (fols. 130-138v) de Bernardino de Llanos. No libre de errores, lo edité con estudio, traducción y notas como: Égloga por la llegada del padre Antonio de Mendoza, representa­ da en el Colegio de San Ildefonso (siglo XVI). México, UNAM, 1975 (Cuadernos del CEC, 2). 32. Dialogus in adventu inquistorum, factus in Collegio Divi Ilde­ phonsi (fols. 139-145v) de Bernardido de Llanos. Fue mi tesis doctoral y lo edité con estudio, traducción y notas como: Diálogo en la visita de los inquisidores, representado en el Colegio de San Ilde­ fonso (siglo xvi), y otros poemas inéditos. México, UNAM, 1982 (Cua­ dernos del CEC, 15). De ambos diálogos reproduje primero al­ gún fragmento con incipientes correcciones en la traducción: del DI los versos 1-20 y del DII los 51-71 (PNM, pp. 47-48, do­ bles). Después, con más atrevimientos; pero no con todos los convenientes, reproduje la traducción completa en Teatro mexica­ no, historia y dramaturgia: IV el teatro escolar jesuíta del siglo xvi. México, CNCA, 1992, pp. 75-95. 33-49. [XVII] Epigrammata in adventu- eorumdem inquisitorum (fols. 145v-147v). Los edité con traducción y notas (DTI, pp. 2025 dobles). 50-57. [Ocho, la sexta en español] Empresas, hechas a la consa­ gración del doctor Bartolomé Lobo Guerrero, inquisidor. Hechas el día de San Bartolomé, 1597 (fols, 148v-149r) de Diego Díaz de Pangua. 58. D. D. Bartholomaeo Lupo Guerrero archiepiscopo, inquisitori, sanguine clarissimo (fol. 149v) de H. Carrascal. Las empresas y el poema fueron transcritos por Osorio con las mismas característi­ cas susodichas para su obra (CPJ, pp. 89-92). 59-79. [XXI] Epiiaphia pro funere potentissimi regis Philippi Secun­ di (fols. 151r-153v), 6 de Diego Díaz de Pangua, 12 de Juan de Ledesma, 2 de Gaspar de Villerías y uno de Bernardino de Lla­ nos. Todos fueron transcritos por Osorio con las mismas carac­ terísticas susodichas para su obra (CPJ, pp, 93-99). De allí tomó Tarsicio Herrera para incluirlo, transcrito y traducido, en “Ver­ satilidad en la poesía latino mexicana del siglo xvii”, parte de La tradición clásica en México. (TCM), UNAM, 1991, p. 78, el epitafio

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tercero. Yo solamente edité con traducción y notas el 20, obra de Llanos (DII, p. 30 doble). E l.Certamen ad. nostrum patrem Ignatium, compuesto de cinco convocatorias o subcertámenes y, por ciertas razones, quizá fechable en 1591, abriga dentro de sus tres primeros subcertáme­ nes siete composiciones latinas. Para el primero se pidió un himno puesto en estrofas alcaicas sobre el salmo 127, aplicándo­ lo a San Ignacio. De entre los presentados se eligieron tres que conservó el manuscrito, cuyo tercero se insertó (como se verá) tres folios más adelánte. 80. Hymnus primus (fol. 154r) de Diego Díaz de Pangua. 81. Hymnus secundus (fol. 154r) de Hernán Altamirano. 82. Tertius hymnus... (fol. 157r) de Pedro Flores. Para el segundo se pidió un poema en hexámetros. De los pre­ sentados se eligieron dos, que son los conservados. 83. Hexámetros I (fols. 154r-154v) de Hernán Altamirano. 84. Hexámetros II (fols. 154v-155r) de Francisco Figueroa. Para el tercero se pidió un poema en dísticos. De los presenta­ dos se eligieron dos, que son los conservados. 85. Dísticos I (fol. !55r.) de Hernán Altamirano. 86. Dísticos II (fols. 155r-155v) de Francisco Figueroa. Todos fueron transcritos por Osorio con las mismas características su­ sodichas para su obra (CPJ, pp. 66-71, 75), aunque ahora en el himno de Pedro Flores hubo notables errores paleográficos que destruyeron la exacta métrica del poema, el cual yo, por mi par­ te, edité con traducción y notas (RNM, pp. 128-130 y 332-333), y que después reproduje con ligeras variantes de traducción (PNM, pp. 49-50 dobles). 87. Hypotiposis in obitu parentis nostri Ignatii (fol. 157v) de Calde [rón]? 88. Quam strenue se gesserit in utraque militia (fol. 186r) de Juan Tavera. Osorio, que los transcribió, juzga que ambos, por la te­ mática, son piezas del Certamen ad nostrum, patrem Ignatium (CPJ, pp. 66, 70 y 76). d) De la Carta del P. Pedro de Morales se han extraído, para divulgarlos, los 10 poemas latinos que ella contiene, y que son: 1. Epigrama al papa ^Gregorio XIII (h. 79), anónimo, 3 dísticos. 2. Otro para el mismo (h. 79), anónimo, 3 dísticos.

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3. Himno (hh. 96v-97r), anónimo, 6 cuartetas en dimetros yámbicos. 4. Epigramma gratulatorium... (h. 104), anónimo, 6 dísticos. 5. De laetitia Mexici... (h. 103), anónimo, 7 estrofas sáficas. 6. Hymnus ad sanct reliquias (h. 104), anónimo, 6 cuartetas en dimetros yámbicos. 7. Poema triunfante del ler. certamen (hh. 198v-199), anónimo, hexámetros. 8. Del segundo certamen (h. 188), anónimo, 6 estrofas sáficas. 9. Del tercer certamen (h. 189), anónimo, dísticos. 10. Del quinto certamen (h. 197-198r), anónimo, 5 cuartetas en dimetros yámbicos. No exentos de errores, sólo los transcribió Osorió (CPJ, pp. 34-43) y también Silvia Vargas en su Catálogo de obras latinas impresas en México durante el siglo xvi (COL), México, UNAM, 1986 (Cuadernos del CEC, 16), pp. 121-127. Pormi par­ te, yo traduje el himno núm. 6 (PNM, p. 45 doble) que ahora, con mejor traducción, he puesto como muestra del apartado 1. e) Del Túmulo imperial de la gran ciudad de México, del que se juzga que hasta ahora existe, aunque incompleto (faltan las ho­ jas 4 y 5), un solo ejemplar de la edición mexicana del siglo xvi, razón por la cual el mismo García Icazbalceta lo reprodujo en su Bibliografía Mexicana del siglo xvi (pp. 161-183), se han dado a conocer cuantos poemas hay en él, comenzando por la misma reproducción garcía-icazbalcetina. De allí, para publicarlo con los tres diálogos sobre la ciudad de México, los cuatro de juegos infantiles españoles y una serie de documentación profusa en anexos y notas, lo sacó Edmundo O’Gorman (México en 1554 y Túmulo imperial Edit. Porrúa, 1963 (Col. “Sepan cuantos...”, 25). De la primera ed, a 1985 lleva seis ediciones. Ahora que los 34 poemas que van desde un dístico hasta el más largo (53 hexáme­ tros del Encomion Caesaris, los ha reproducido sólo transcritos, y no exentos de errores, Silvia Vargas (COL, pp. 131-137). Yo, por mi parte, con la idea de hacer una edición del Túmulo imperial que lleve la traducción de todas las citas y composiciones latinas, para que la obra interese más al público lector, tengo en un 80% trabajada la traducción de los textos latinos. f) De los poemas (30 más o menos) que aparecen en los pre­ liminares (llamémoslos así) de los libros impresos en México en

49 el siglo xvi, Silvia Vargas ha extraído y reproducido sólo trans­ critos (sin que estén libres de crasos errores), casi todos (COL, pp. 129-131 y 138-148), excepto los dos que vienen atrás de la por­ tada de la Recognitio summularum (1554) de fray Alonso de la Vera Cruz; el “Hexastichon” del mismo fray Alonso, puesto al fin de la Dialectica resolutio (1554); los dos versos latinos que trae el Arte y dictionario... en lengua Michuacana (1574) de fray Juan Bautista de Lagunas; el tercer poema, “Ad lectorem”, puesto en los Colo­ quios de la paz y tranquilidad cristiana... (1582) de fray Juan de Gaona, y cuantos trae la Relación historiada de las exequias... de FelipeII (1600). Yo, por mi parte, he editado y traducido los que menciono a continuación, excepto el 11. 1. Dícoh icástico... (hoja final del Manual de Adultos, 1540) de Cristóbal Cabrera (PNM, p. 40 doble). García Icazbalceta (BMS XVI, pp. 58-59) lo reprodujo facsimilarmente, lo transcribió y lo tradujo desde 1886, fecha de la primera edición de su Bibliografìa. Mi edición, filológicamente modernizada en cuanto a compren­ sión y puntuación se hizo notar y tuvo la suerte de que Ignacio Osorio la copiara (lástima del error tipográfico que dejó ir en el último verso) en su artículo “Latín y neolatín en México” (TCM, pp. 13-14). Nuevamente revisado y analizado, lo reproduzco en el siguiente ensayo “Cristóbal Cabrera y su Dícoh icástico”. 2. Epigramma ad librum in rosorem (h. 88 de la Recognitio summu­ larum, 1554) de fray Esteban de Salazar, en mis artículos “Poesía, novohispana en latín” (PNL), incluido en Saber novohispano, 1 (Zacatecas, UAZ: Fac. de Humanidades, 1994), pp. 177, 181; y “Primicias de la poesía neolatina mexicana, donde fray Alonso de la Vera Cruz se manifiesta versificador” (PPNM), incluido en el Anuario de Letras Modernas, 5 (México, 1991-1992), p. 2Q0. 3. Apostrophe ad auctorem et magistrum suum (h. 88 de la Recogni­ tio summularum) del mismo fray Esteban de Salazar, en PNL, pp. 178, 181-182; y en PPNM, pp. 200-201. 4. Epigramma ad lectorem (vta. de la port. de la Dialectica resolu­ tio (1554) de fray Juan de la Peña, en PNL, pp. 178-179, 182; y en PPNM, 201-202. 5. Epigrammatarii... in laudem... (h. 86v de la Dialectica resolutio) de fray Esteban de Salazar, en PNM, p. 41 doble; en PNL, pp. 179, 183; y en PPNM, pp. 202-203.

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6. Glyconicum carmen (h. 86v de la Dialectica resolutio) del mis­ mo fray Esteban de Salazar, en PNM, p. 42 doble; en PNL, pp. 180, 183-184; en PPNM, pp. 203-204; y ahora, con modificacio­ nes importantes en la traducción, puesto aquí como muestra del apartado 1. 7. Hexastichon (h. 98 de la Dialectica resolutio) de fray Alonso de la Vera Cruz, en PNL, pp. 180, 184; en PPNM, p. 204; y ahora puesto aquí como muestra del apartado 1. 8. Ad lectorem distichon (p. 7 del Speculum coniugwrum, 1556), se­ gún las razones que se expusieron en PNL, p. 174, y en PPNM, p. 174, es muy posible que sea también de fray Alonso de la Vera Cruz. Véanse allí mismo las pp. 180, 184; también PPNM, p. 204. 9. Distichon in praeconium auctoris (p. 298 del Speculum coniugiorum) de fray Luis Hurtado, en PNL, pp. 181-185; y en PPNM, p. 205. 10. In laudem patris Maturini Gilberti (h. 4r de la Grammatica [La­ tina] Maiurini, 1559) de fray Jerónimo Vanegas, en PNM, p. 43 doble. 11. In laudem auctoris (h. 181v del Vocabulario en lengua castellana y mechuacana) del mismo fray Jerónimo Vanegas, con estudio, transcripción (en que quedan muchas dudas) y traducción lo pu­ blicó René Acuña en su artículo “Encomio latino de fray Jerónimo Vanegas para fray Maturino Gilberti” (NT., 3, 1985) pp. 235-243. 4 El ansia que invadía a todos por dar a conocer manuscritos o impresos latinos olvidados (históricos) del siglo xvi, o del perio­ do colonial, y la vanidad de verlos impresos bajo su nombre an­ tes que con el de otro; y el hecho de haberlos tomado de aquí y de allá, sin orden ni concierto, y de haberlos reproducido con la desaprensión propia de quien sin haber estudiado ni pensado en una metodología propia y adecuada tanto a nuestras circuns­ tancias históricas como a las peculiaridades de los documentos habidos, me ha llevado a plantearme, siendo tantos los interesa­ dos en sacarlos del olvido y del polvo, la necesidad de imponer­ les una metodología de estudio y publicación.

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Para mí, transplantarlos a obras o a catálogos sin el convenci­ miento real de que están bien paleografiados y transcritos, per­ fectos en cuanto a métrica, léxico, ortografía y puntuación, no los difundirá, ni su copia servirá de mucho, porque, al fin y al cabo, será como cambiar un montón de escombros de un sitio a otro, sin que además dejeñ la impresión del monumento que fueron,^con la gran desventaja de que, no siendo filológicamen­ te fiables a nadie, sólo irán rodando desentendidamente incom­ prendidos, ya que ante su vano quehacer alguien se preguntará de nuevo qué hacer, y se dará a reinventar y rehacer ese queha­ cer desde sus cimientos y raíces, regresando otra vez a intentar encontrar el hilo de las prístinas fuentes. 5 Apuntada ya arriba, y sin querer que allí fuera, una básica pro­ puesta metodológica para editar dichos textos, añadiré otras dos. a) Por lo que a mí atañe, y como fundamento de un trabajo científicamente serio, pienso que dichos textos deben editarse a la manera de como los grandes filólogos han editado los textos de los autores clásicos latinos, esto es, ortográficamente bien transcritos y puntuados, como manera de demostrar que se ha entendido y comprendido el texto y la lengua latina con sus usos más excepcionales. Sin embargo para condescender con aquellos que piensan lo contrario: que los textos deben editarse tal como los presentan los manuscritos o los antiguos impresos (porque juzguen que a alguno le será úül observar la evolución —en este caso más bien descomposición lingüística, por el uso inadecuado o curioso que de las palabras escritas hicieron los hombres metidos en corrientes ideológicas o en modos o cos­ tumbres lingüísticas irrazonadas—), se habrá de registrar, a modo de aparato crítico, cuanto venga en el manuscrito o im­ preso, no acorde a los cambios gráficos que al transcribirlo se le impusieron por vía de asepsia lingüística, aparte del propio apa­ rato crítico que deber^ establecerse, cuando se cuente con la existencia de más de una copia de alguna obra manuscrita, o más de una edición impresa.

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b) Me parece adecuado, para que pueda emitirse una opinión verdadera y valedera sobre el valor literario de las piezas, que no debe tomarse mucho en cuenta la influencia, presencia o remi­ niscencia de los clásicos latinos en la obra en cuestión (lo cual seguramente les dará lustre, pero no valor), sino más bien su grado de acercamiento al modelo perfecto, esto es, el cumpli­ miento exacto de las reglas o cualidades del género que acome­ ten, tal como, mutatis mutandis, Cicerón quería que fuera el ora­ dor perfecto. Decía: En efecto será u n orador perfectísim o quien tenga en grado sum o (y las exprese) todas las cualidades oratorias; m ediocre, q u ien las ten ga en grado m ediano, y pésim o, quien las tenga en m ínim o grado. Por supuesto que todos se llamarán oradores, com o los pintores, aunque sean m alos, se llaman pintores; ya que n o diferirán entre sí en la disciplina, sino en las facultades que posean. 4 0

Y siempre y cuando el pensamiento poético que expresen sea excelente (lo digo en vista de que la apreciación poética es tan varia), creo que deberá perdonárseles algún descuido métrico o lingüístico en cuanto a léxico, morfología o sintaxis, pues ade­ más de ser ya no latín clásico, sino neolatín, éste se ve influido por diversas circunstancias en especial por la lengua vernácula del que lo escribe.40

40 De Optimo genere oratorum, II, 6: Ea igitur omnia in quo summa erunt, perfectissimus orator; in quo media, mediocris; in quo minima deterrimus. Et appellabuntur omnes oratores, ut pictores appellantur etiam mali, nec gene­ ribus inter sese, sed facultatibus different.

CRISTÓBAL CABRERA Y SU DÍCOLO ICÁSTICO Muy probablemente Cristóbal Cabrera nació en Santa Olalla de Bureba, provincia de Burgos, el año de 1513. Llegó a la Nueva España por 1531 y fue acogido por el obispo fray Juan de Zumárraga, en cuyo colegio episcopal perfeccionó el grueso de su educación humanística. A sus conocimientos de gramática aña­ dió allí la lectura de los clásicos, la composición latina y el aprendizaje del griego. Tal vez con anuencia de Zumárraga, acompañó a don Vasco de Quiroga, cuando éste, en 1538, iba a tomar posesión de la diócesis de Michoacán. Cabrera, como ayu­ dante y notario apostólico, y bautizando y predicando a los in­ dios, estuvo seguramente hasta 1540, antes de regresar a la ciu­ dad de México y pasar (en delicioso retiro de descanso) a Cuernavaca, de donde retornará definitivamente a España por 1543 o 1544, yendo después a Roma para quedarse allá el resto de sus días.41 Por lo poco o mucho que conocemos de él, y más aún si de pronto examinamos su domicilio temporal en la Nueva España (trece años) y su formación humanística: estudios, modelos que asimiló y afanes que logró para ser escritor, no podemos menos que considerarlo “nuestro” y un singular escritor mexicano o, como más ampliamente lo llama Burrus, “el primer autor ame­ ricano”.42 Tales títulos no sólo le convienen por haber escrito el primer poema neolatino impreso en el Nuevo Mundo, su “Dícolo icásti41 Véase Alcina Rovira, op. cit., pp. 131-163, y Nicolás Antonio, “Christophorus de Cabrera”, en Bibliotheca Hispana Nova (Madrid, J. Ibarra, 1783-88), 2 v., I, pp. 238-41. 42 Burrus, op. cit. (nota 22), pp. 67-89. -

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co”, sino también por habernos dejado muchos más poemas es­ critos en México y otros que, si aquí no lo fueron, recuerdan hechos y circunstancias de nuestro suelo y, por tanto, si no por origen, sí por gratas referencias nos pertenecen.43 El “Dícolo icástico”, escrito por Cabrera, sé encontró en las dos hojas finales (antes de la fe de erratas), únicas existentes, del Ma­ nual de adultos impreso en México (1540) por Juan Cromberger, el cual se mandó redactar por orden de don Vasco de Quiroga al presbítero Pedro de Logroño, quien se sirvió para ejecutarlo del Liber sacerdotalis (Venecia, 1537). El obispo de Michoacán debió presentarlo (por su utilidad) como de urgente publicación en el Sínodo Episcopal, celebrado en la ciudad de México en abril de 1539, y en el cual los obispos debieron tomar la determinación de aprobarlo y hacerlo imprimir como norma y mandato para la ad­ ministración del bautismo en el territorio de la Nueva España, cosas que prueba el colofón que, totalmente modernizado, trans­ cribo a continuación: “Imprimióse este Manual de Adultos en la gran ciudad de México por mandado de los reverendísimos seño­ res obispos de la Nueva España y a sus expensas. En casa de Juan Cromberger. Año del nacimiento de nuestro señor Jesucristo de 1540. A los 13 días del mes de diciembre”.44 Ahora bien, el “Dícolo icástico” es un poema compuesto en diez dísticos (veinte versos),45 metro que suele usarse para las 43 Recuérdense sus Flores de consolación, las cuales se cree que forman parte de sus Meditatiunculae, ya que muchas de ellas hablan de su residencia en México, y las dos epístolas de sabor clásico (Horacio, Ovidio y Plinio) que escribió en Cuemavaca y que se hallan incluidas en sus In philosophorum, orato­ rum historicorum classicorum opera, extemporalia epigrammata ei carmina varia, 44 Para éstos y más datos, .véase García Icazbalceta, op. cit., pp. 58-61. 43 Dicolon Icastichon son palabras griegas. Dicolon, adjetivo derivado de dicolús, significa compuesto en versos alternados. Generalmente los versos pares son más cortos, como los Epodos de Horacio. Aquí es el dístico elegiaco com­ puesto de hexámetro y pentámetro dactilicos. Icastichon, derivado de eikazto, “representar”, se refiere a la representación de los objetos. Creo que el poe­ ma nada tiene que ver con los carmina figurata, donde se dice al lector por medio de símbolos y emblemas más de lo que naturalmente significan las palabras; más bien Cabrera quiso decir que éste era un poema espontáneo que iba escrito de modo natural y sin adornos, significado que el Diccionario de la Real Academia Española da a la palabra icástico. García Icazbalceta, en la

55 elegías, los epigramas y las epístolas, el cual va dirigido en forma epistolar al sacerdote que deberá administrar el bautismo amo­ nestándole para que guarde celosamente la buena imagen tanto del sacramento —ut ne despiciat (fors) tam sublime charisma/ Indulus ignaras...— como del que lo administra (Ne videare (caue) socris ignauus abuti...) El poema le incita primero, ya que el Ma­ nual es breve y cabal, a que lo hojee, lo estudie, lo lea completo y lo ame, pues en éste todo está claramente explicado (w. 1-10). Luego le informa que se edita promovido por el piadosísimo obispo don Vasco de Quiroga (w. 11-12) y, finalmente, lo exhor­ ta a que cumpla cuanto el Manual dispone (w. 13-14) para que sea (pequeñas sentencias moralizantes) un buen sacerdote acti­ vo (w. 15-18) y sin demorarse más, el autor se despide con el clásico vale. Don Marcelino Menéndez y Pelayo calificó este poema de “primer vagido de la poesía clásica en el Nuevo Mundo”; des­ pués Menéndez Pidal, de “primer ensayo de versificación clásica renacentista hecho en el Nuevo Mundo, primer latín impreso en el continente americano”.46 Y para mí que ambos juicios, completándose, no forman más que uno solo; pero más que pri­ mer latín es el primer neolatín humanístico impreso en el Nue­ vo Mundo. El poema, no exento de errores en la transcripción y en la traducción fue reproducido facsimilarmente en la Biblio­ grafía Mexicana d e l siglo XV I y se halla entre las páginas que cité en la nota 42. Ahora, luego del texto látino del “Dícolo” (edición que he es­ tablecido) y de su correspondiente traducción, pondré, como parte final, algunas notas sobre su morfología, su sintaxis, su léxi­ co y la influencia que recibe dé la lengua vernácula Cabrera.

página 58 (nota 1) de su Bibliografìa Mexicana del siglo xv/, dice: “Palabras griegas que en sustancia signiñcan ‘composición de veinte versos alterna­ dos’ ”. De este modo (según opinión de Pedro C. Tapia, a quien también debo los conceptos de las palabras griegas) parece que don Joaquín relacio­ nó Icastichon con eikwsi(n), “veinte”, y stixos, “verso”, dando razón de los 20 versos que tiene el poema; sín embargo, en este caso, Cabrera habría escrito Icostichon. 46 Las citas vienen en García Icazbalceta, op. cit., p. 61, nota 8.

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CHRISTOPHORUS CABRERA BURGENSIS AD LECTOREM SACRI BAUTISMI MINISTRUM DICOLON ICASTICHON Si paucis pernosse cupis, u enerande sacerdos, ut baptizari quilibet Indus habet, quaeque prius d eb en t ceu pam a elem en ta doceri, quicquid adultus iners scire tenetur item , 5 quaeque sient priscis patribus sancita p er orbem ut foret ad ritum tinctus adultus aqua, ut n e despiciat (fors) tam sublim e charisma Indulus ignarus terque quaterque miser, hu n c m anibus versa, tere, p erlege, dilige librum: 10 nil m inus obscurum , nil m agis est nitidum . Sim pliciter doCteque d ed it m odo Vascus acutus, addo Quiroga, m eus praesul abunde pius. Singula perpendens, nil in d e requirire possis: si placet, om n e legas ordine dispositum . 15 N e videare (caue) sacris ignauus abuti, sis, decet, aduigilans, m ittito desidiam . N em p e bonum nihil unquam fecerit oscitabundus. Difficile est pulchrum , dictitat Antiquitas. Sed satis est. “Q uid m e remoraris pluribus?”, inquis. ' 20 Sit satis, et facias quod precor, atque uale.

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EL BURGALÉS CRISTÓBAL CABRERA DEDICA ESTE DÍCOLO ICÁSTICO AL MINISTRO (COMO LECTOR) DEL SANTO BAUTISMO Venerable sacerdote, si breve y a fon d o deseas co n ocer cóm o cualquier indio ha de bautizarse:, tanto qué antes, com o breves rudim entos, d eb e enseñársele (y aun todo lo que ha de saber el ocioso adulto), 5 com o qué prescribieron los padres de la Iglesia, a fin de que en la nuca muy bien mojara al adulto el agua, y que el in d u elo ignorante, m iserable m il veces, n o desprecie (quizá) tan sublim e gracia, hojea, repasa, lee íntegram ente y am a este librò, 10 pues nada hay m en os oscuro n i más brillante. Llana y doctam ente lo edita hoy el talentoso d on Vasco (añado Q uiroga), m i obispo m uy piadoso. Si aprendes cada paso, lu ego nada podrás requerir: lee, pues lo m anda, cuanto fu e con saber dispuesto. 15 Cuida, n o parezca que in d olen te d e los ritos abusas, vigila y arroja la desidia, te conviene. Por cierto, n unca nada b u en o hará el perezoso, y desde antiguo se dice que lo h ech o b ien n o es fácil. Pero basta. “¿Por qué — dices— m e en tretienes con tanto?” 20 Baste, pues, y eso, que te pido, haz. Adiós.

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1. Morfología En cuanto a la morfología, sólo cabe notar que el ablativo a o de Quiroga se cambió al acusativo indeclinable Quiroga, objeto di­ recto de addo, verbo que parece sacado por él, quizá por coinci­ dencia, de las preposiciones a, de. 2. Sintaxis El “Dícolo icástico”, visto desde la perspectiva sintáctica, es una estructura nada sencilla, pero hábil, cuyos ocho primeros ver­ sos, que resumen el contenido del Manual, son los que más llaman la atención. La prótasis del primer verso, si cupis (a tra­ vés de tres oraciones interrogativas indirectas —w. 2, 3 y 5— que dependen del infinitivo pemosse), termina en el verso 8, después del cual (verso 9) viene la apódosis: hunc manibus ver­ sa, tere... etc. Pues bien, el infinitivo pasado pemosse (=pernovisse) está usado en vez del presente (uso, éste, común en verso para muchos infinitivos pasados que haya gustado usar el poeta) y, por tanto, asume las veces de un tiempo primario que debería exigir un presente de subjuntivo para las oraciones dependientes que ex­ presen simultaneidad.de acción con él, como verbo principal; sin embargo éstas, que son dos, llevan el verbo en presente de indicativo {habet y debent), como lo.permiten los usos del viejo latín, sobre todo con ut, que no hay duda que sea interrogativo {cf. Ernout, Sint. Lat. 2e. tirage corr. et revu de la 2e. ed. París, Libr. C. Klincksieck, 1959, pp. 315-16, 306), y no causal, puesto que por época y circunstancias, los papas jamás consintieron, al menos en teoría (y eso la sabía Cabrera), que, como obligación, el indio fuera necesariamente bautizado a como diera lugar; la tercera, que expresa anterioridad de acción con él, como verbo principal, va correctamente en pretérito perfecto del subjuntivo {sient sancita)', de ésta, a su vez, depende la oración final {ut foret tinctus), la cual (como debe ser) va en pretérito imperfecto del subjuntivo, por depender de un tiempo secundario. La oración de los versos 7 y 8 me parece una yuxtapuesta (queda coordina­ da en la traducción) de la condicional: “si deseas... etc., etc., y

59 que el induelo no desprecie.,., hojea, repasa... etc.” Finalmente el verso 4 es una oración parentètica expletiva. 3. Léxico En cuanto al léxico, el poema manifiesta dos clases: el léxico del latín clásico, de dominio general, y el léxico del neolatín, tipifi­ cado por usos y tendencias personales específicas. En el léxico de latín clásico, tal vez por el ritmo y el metro del dístico elegia­ co impuesto por Ovidio, y sin quitar que esto sea una mera coin­ cidencia, muchas palabras conformantes del “Dícolo” (en otros casos, géneros, tiempos, números y personas) aparecen en la elegía primera del libro I de las Tristes. Así paucis (v. 96), doceri (v. 102), orbem (v. 127), sublime (v. 89), perlege (v. 28), obscurum (v. 111), requirire o inde requirire possis con forte requirat erit (v. 18), ordine dispositum con positos ex ordine (v. 107), ne videare (cave) con ut vidaere comis (v. 12) o fonéticamente forte loquare,cavel (v. 22) y desde luego cave (w. 22, 25, 87, 104), decet (w. 3, 10),- advigilans (v. 108), difficile est (v. 91), pluribus (v. 123), sit satis (v. 56) etcéte­ ra; sin embargo, esto no es todo, ni impide que estén presentes otros autores clásicos, como Salustio (paucis, cupis, desidia, c, IV y V), Cicerón (pemosse, elementa, De or. 1, 17 y 163 respectivamen­ te); Lucrecio (sient, sancita, I, 587); Plauto (sient, Amp., 209); Vir­ gilio ( terque quaterque miser, Aen. XII, 155); Horacio (manibus ver­ sa, A. p., 269); Marcial (tere librum, Vili, iii, 4 y IX, iii) y Aulo Gelio (oscitabundus, 4, 20). Además, pluribus se halla también en Tr., V, xiii, 15). El léxico del neolatín, como tendencia voluntaria y conscien­ te de quienes son escritores neolatinos suele contener: arcaís­ mos (sient, sancita, v. 5, usados por sint y sancta en razón del metro); diminutivos (Indulus, v. 8); expresiones adverbiales (paucis y. 1, ad ritum v. 6, ordine v. 14 y pluribus y. 19, que equiva­ len respectivamente a breviter, rite, sapienter y longe) ; voces medie­ vales (baptizari y. 2 y charisma v. 7), y cambios semánticos para voces ya consagradas con otros significados, como Indus, y. 2, que aquí designa al habitante de América, y no al de la India. Todas estas cosas y algunas otras más, sólo indican las preferen­ cias que muchos autores neolatinos tuvieron (no poca, si fueron

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del siglo xvi o cercanos a él) por aquella moda de los “anti­ cuarios”, cuyos versos y prosas se encuentran llenos de los usos más excepcionales e insólitos del latín que apenas se hacían com­ prensibles por los iniciados en ella, tendencia a la que desde ha­ cía tiempo se había inclinado el Poliziano.47 4. Influencia del español

La influencia clara del español en el “Dícolo” se haya en el he­ cho de que Cabrera haya utilizado el habet (v. 2) con el significa­ do español, del verbo auxiliar “haber”: ut bautizan quilibet Indus habet (=cómo cualquier indio ha de bautizarse o ha de ser bauti­ zado) . Conclusión

Finalmente, creo que deberá comprenderse que el neolatín es un lenguaje distinto del latín clásico, no tanto por el léxico em­ pleado, cuanto por el cambio semántico y el uso reiteradamente intencional que va imponiendo a muchísimas palabras.48 Por tanto, a mí me parece que es otro lenguaje construido y usado con otro estilo. Además, el léxico del neolatín nunca será ciento por ciento clásico, ya que el autor por gusto mezcla e incluye latines claramente tipificables. Esto será más comprensible en la medida que aceptemos que los autores neolatinos, a partir del Renacimiento, estudiaron a los clásicos sólo como una parte de su formación integral, a la que forzosamente añadían otros au­ tores, como los de la decadencia latina, los medievales y moder­ nos (profanos y religiosos) , y que su aprendizaje iba desde el latín clásico, el bíblico, el eclesiástico y el escolástico hasta el hu­ manístico del Renacimiento.

47 Ijsewijn, “Language and style” en Companion to Neo-Latin studies. NorthHolland Pubi. Co., 1977, pp. 241-242. También Lenguaje y estilo. Trad. de J.Q.M. México, UNAM: Fac. de Fil. y Letras, 1989 (Cuadernos de apoyo a la docencia, 2), pp. 7-10. 48 Ibid., pp. 242-245. Y Lenguaje y estilo, pp. 8-10.

CIERTA CONCIENCIA DE NACIONALIDAD EN EL TÚMULO IMPERIAL DE LA GRAN CIUDAD DE MÉXICO (1560) 21 de septiembre de 1558. Ha muerto en España el emperador Carlos (V de Alemania y I de España, dicen). Una sombra de luto, como espesa neblina, cae sobre toda la parte de Europa cobijada por su imperio; y otra de alivio, abierta sonrisa, se des­ vanece como callado alborozo desde Francia hasta Inglaterra, pasando de Italia a Germania y de Africa a Asia. Cincuenta y ocho años de vida, bien vividos, cosechando triunfo tras triunfo. De Flandes a Francia y de Roma a Londres, yendo por Túnez, Argel, el Caribe, América del Norte, del Centro y del Sur, sus capitanes y soldados sólo hablan de victorias y conquistas. Poderoso (lo describen) y, como noble, indulgente, humano y compasivo, sostiene en sus manos, puestas como balanza, dos mundos, cuyo peso le enferma, y acaba rindiéndolos a los pies del todopoderoso y eterno, el señor que le ha dado todo y a quien se ha esforzado en servir, como le sirven a él toda una cadena de vasallos (aduladores y buscadores de personales bene­ ficios) , en cuyos últimos eslabones fuertes y macizos van atados los indios miserables de América, que horrorizados e incrédu­ los, como si fuera un crimen la ignorancia de verdades que des­ conocen, acaban, sumisos, cubriéndose la cara con la cruz. Dos años de retiro en el monasterio de Yuste, pálido, demacrado y carcomido por la enfermedad, le bastan para enterar de sus quehaceres y negocios a su dueño increado; e impávido y tran­ quilo entrega allí su último aliento. Un año después, tarde de otoño radiante y clara, sobre el montículo, donde se alza el Convento de San Francisco de la ciudad de México, y desde donde se domina el amplio contorno de edificios, un hombre de poco más de cuarenta años pasea

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por el interior de la capilla de San José, anexa al convento. Revi­ sa paredes, columnas y frontispicios, y anotando cuidadosamen­ te en un cuaderno ajado y de hojas amarillentas cuanto observa, atraviesa el patío contiguo y, meditante se detiene para contem­ plar la ciudad, sobre la cual se descuelgan las primeras tinieblas de la noche. ¿Lo reconocéis? Es el maestro Francisco Cervantes de Salazar. Su porte grave, su andar discreto, su vista penetrante y su ensi­ mismamiento, permiten suponer que está recordando su llega­ da a la Nueva España y, a la vista de la universidad, su discurso latino de inauguración, hacía ya seis años, y en ella misma sus posteriores lecciones de retórica, de las cuales hoy, como cronis­ ta imperial, se halla separado para dedicarse a escribir (descri­ biendo) la solemnidad de las exequias Carolinas con el título de Túmulo imperial de la gran ciudad de México. Estamos en 1559. Han pasado los años de los espesos sudores en evangelización. El adoctrinamiento masivo en la religión cris­ tiana se ha ido replegando a los sitios más alejados de la gran Teno.chtítlan. La universidad hace funciones normales de ense­ ñanza, la imprenta va publicando obras de interés político, so­ cial y, desde luego, científico y docente. Florecen aquí y allá los conventos y las iglesias, y el gobierno virreinal, tranquilo y com­ placiente, se esfuerza por mejorar la situación urbana y las con­ diciones sanitarias de esa población asentada en el mayor islote del lago. Por tal año,, desde luego, los límites, extensión, riqueza y re­ cursos del dilatado territorio de la Nueva España apenas co­ mienzan a ser conocidos por los habitantes de la metrópoli novohispana. Cuentos y fábulas abundan, pero nunca para todos un saber de contacto físico y real. Se ve que es muy temprano todavía para que una idea de patria y nacionalidad, al estilo de los jesuítas expulsos del siglo xvm, pueda tomar cuerpo, forma y sus­ tento; pero considero, como se verá adelante, que el germen de una manifiesta singularidad en cuanto a Nuevo Mundo, ciudad de México y ciudadanía ya está bullendo excitada en la parte humanística y más liberal de esa compacta multitud de avecin­ dados colonos. No es, claro está, ni se trata de una conciencia total de nacionalidad. Subyace, es cierto, allí, en esa singulari-

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dad; pero como un aspecto parcial de ella. Dicho aspecto se irá ampliando poco a poco en sus contornos hasta abarcar límites y conceptos completos sobre una territorialidad considerada ya propia, y a la cual se cima de tal modo que es preciso defenderla contra la calumnia y la mala fe de los envidiosos, descontentos y engreídos extranjeros. Puede establecerse que Cervantes de Salazar ve, en la descrip­ ción del Túmulo, que la sociedad española de su tiempo (y él forma parte de ella) se halla regida por dos principios funda­ mentales del humanismo cristiano: uno, que Dios es el principio y el fin del hombre; y otro, que toda autoridad detentada por el hombre proviene de Dios. En esta sociedad, ideológicamente así conformada (colocado primero Dios como principio a la cabeza y, luego, a la zaga de él, como importantes también para servir­ lo, los intereses personales y,los satisfactores humanos), la cade­ na de servidores va desde el rey hasta el último súbdito ganado en las conquistas recientes de los territorios de ultramar. El rey sirve a Dios; al rey, el virrey; al virrey, el cabildo; al cabildo, Cervantes de Salazar; a Cervantes de Salazar, sus cria­ dos, porción de esa gran masa sin rostro que, siendo súbditos, habrán de servir al rey y por el rey, a Dios, cosa que se logrará fácilmente por medio de dos ejemplos necesariamente indispen­ sables para conseguirlo: uno, el que dan, para que sea imitado por los naturales, todos los sumisos servidores españoles; el otro, el que ofrece el propio emperador, presentado como para­ digma de todas las virtudes, razón por la cual, además de imitar­ lo, se le debe merecidamente amar y servir. A mostrar esto último va encaminada centralmente la crónica descriptiva del Túmulo. En ella se observa cómo la capa superior de esa cadena de servidores sirven y aman a su principal señor temporal. Servicio que básicamente consistirá en alabarlo, hi­ perbolizando para ello sus hazañas, y en pregonar por panegíri­ cos el constante ejercicio que hace de su dote de virtudes. Mas antes de que tú leas cómo exponen sus grandezas, que de modo consciente reservé para el final, oye y analiza también cómo a través de la sinfonía de elogios se filtra de manera muy clara el gusto singular, ya muy propio del habitante novohispano, de exaltar cuanto hace (diferente de Europa) el Nuevo Mundo, lo

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eximia que es la ciudad de México, y cómo se piensa que todos, naturales y españoles, son ya ciudadanos de una nueva entidad urbana distinta, de la cual orgullosamente presumen: que la ciu­ dadanía española, que por derecho y conquista, les pertenece, la han abandonado voluntariamente para adquirir otra, la mexica­ na, de momento sólo referida a la ciudad, que es lo que distinta y claramente bien conocen. Ese contraste que se da entre lo de allá (España) y lo de acá (Nueva España y ciudad de México) permite apreciar que se está gestando desde temprano un nuevo enfoque diferencial de sentimientos que a lo largo de la Colonia producirá finalmente la concepción completa de una territorialidad y nacionalidad mexicana. ' ' . .: No sólo será Cervantes de Salazar quien manifieste esa singu­ laridad, esa diametral diferencia entre los dos mundos, esa uniquidad de lo hecho, esa conciencia de ciudad eximia y esa acep­ tación de ciudadanía mexicana como propia, sino será el mismo virrey, don Luis de Vélasco, quien dice, con plena conciencia de que él túmulo, hecho para las exequias del emperador Carlos V, es único y diferente, en la licencia de impresión, que bajo su mandato se recopilaron “las cosas que en dichas honras se hicie­ ron: y porque quede memoria dé ellas he mandado se imprima en molde”. Será también el oidor de la Real Audiencia, don Alonso de Zurita, quien así lo exprese en su advertencia prelimi­ nar, al prudente lector, “porque todos pueden justamente dar ven­ taja al Túmulo o Monumento, y a lo demás que en este oficio funerario de la Majestad del Emperador, nuestro señor, el Ilustrísimo Virrey de esta Nueva España, y esta insigne y muy leal ciu­ dad de México hicieron, que cierto fue de tanta pompa y majestad que podemos bien decir que ‘todo trabajo es inferior y cede al túmulo dèi César’. Y que ‘la fama habla, en vez de muchas, de una sola y única obra’ ”.49 Y finalmente serán todos aquellos que compusieron los versos y las prosas latinas. Esa comunidad superior que, además de pre­ gonar los triunfos, las virtudes, la grandeza, el heroísmo y la inmortalidad del monarca español Carlos V (como se verá en el 49 Omnis Caesareo cedat labor Amphiteatro. Vnumpro cunctis fama loquatur opus.

65 Epitafio, que es una de las piezas del Túmulo, del cual pongo primero el texto latino y luego la traducción), ya en sí se siente y se sabe diferente, y ve también una sociedad diferente de la de España, compuesta de diferentes ciudadanos: ciudadanos mexi­ canos. EPITAPfflVS

Gestis Caesaris longe inferior qui mirabundus Tumulum spectas, quem Mexicani aves50 pro facultate superbum, ex gratitudine et pietate ei posuere, si non molestum est, quae de ipso (ut melius audias) resonem, ausculta. Edisces enim, quod improbus numquam intelligit virtute cuncta inferiora esse. Iacet hic ergo Carolus quintus Imperator, Caesar Augustus, Maximus, Indicus, Tur­ cicus, Africanus, Germanicus qui post in orbe veteri ingenti illata clade Tureum, potentissimum et acerrimum Christianae Reip hostem profligatum arcem Goletam et Tunetum urbem captas, domitos ac subactos in Germania Federicum Saxonem et Philippum Hessum, aliosque principes imperii rebe­ lles, ne quid detrimenti (uti coeperat) divinus cultus pateretur; superatos in ea re labores multos, incredibili prope facta expen­ sa, Dragutem Tureum, christianis omnibus infestissimum, re­ pressum et fugatum, Franciscum Gallorum regem devictum ,et in Hispaniam ductum, servatas Parmam et Plasentiam, Gallis ab Insubria pulsis, Guillermum Clevensen Gallicarum partium sec­ tatorem sub iugum missum et humaniter habitum. In orbe au­ tem novo, post per eius legatos inventas insulas illustratas, No­ vam Hispaniam et Piru, regiones tam longe lateque patentes (ut merito novus orbis nuncupentur) promulgatam et longissime protensam legem Evangelicam, Tabalibam, et Monteccumam, hunc Novae Hispaniae, illum Piru reges, plusquam dici queat, tum argenti aurique vi, tum subditorum multitudine potentes in ditionem, non sine maximo ipsorum commodò redactos, ever­ sam idolatriam, inductum civilem culturó, praeposteram Vene­ rem, carnis humanae esum, innocentium interitum, durissimam ) 50 Cursivas puestas por mí.

66 tyrannidem, et nefanda id genus alia scelera e .medio sublata. Post donique in utroque orbe omnium virtutum plurima et maxima documenta edita; et quod ante ipsum princeps nullus fecerat, e Flandria in Hispaniam reversus, Philippo haeredi filio omne suum imperium traditum, privatus in coenobio Hieronymitarum, tranquillissime per fere biennium, ad id religione sua­ dente, vitam traducens, sanctissime ultimimi diem clausit. Habes quae sunt pollicita; iam abi, ac quod debebas, vivo, modo Caro­ lo persolve mortuo. EPITAFIO

Tú, que muy inferior a las hazañas del César, boquiabierto admi­ ras el túmulo que, soberbio en factura, le erigieron piadosos y agradecidos, los ciudadanos mexicanos, escucha, si no te molesta, lo que de él mismo a trompeta (para que lo oigas mejor) anun­ cio. Aprenderás, por cierto, lo que nunca entiende un malvado, que todo es inferior a la virtud. Aquí, pues, yace el emperador Carlos V, llamado el César Augusto, el Máximo, el Indiano, el Turco, el Africano y el Germánico, quien luego de destrozar en el Viejo Mundo, provocando úna gran matanza, al turco, pode­ roso y acérrimo enemigo de la Iglesia cristiana; de capturar la fortaleza de la Goleta y la ciudad de Túnez; de vencer y subyu­ gar en Alemania a Federico de Sajoni a, a Felipe de Hesse y a otros príncipes rebeldes, para que (si es que comenzaba) nin­ gún detrimento sufriera el culto de Dios, se sabe qué superó en tal empresa muchos trabajos, hazáñas de un gastó casi increíble; qué contuvo y explusó al turco Drágut, funestísimo’a todos los cristianos; que venció por entero a Francisco I, rey de Francia, y lo condujo a España; que cuidó de Parma y Piacenza, y que, expulsados los franceses del ducado de Milán, subyugó y trató humanamente a Guillermo de Cléves, partidario de los france­ ses. Por otra parte, luego de descubrir en el Nuevo Mundo a través de sus enviados varias islas famosas, la Nueva España y el Perú, regiones tan larga y ampliamente extensas (qüe merecida­ mente se llaman Nuevo Mundo); de difundir muchísimo el Evangelio; de someter, no sin la mayor ganancia de. los mismos

67 sometidos, a los reyes Atahualpa y Moctezuma, éste de la Nueva España y el otro del Perú, poderosos en su imperio, más de lo que puede decirse, tanto a causa de la plata y del oro como por la gran cantidad de sus súbditos; de abolir lá idolatría, y de in­ troducir la civilización, desterró de entre esa nación la homose­ xualidad, la comida de carne humana, la muerte de inocentes, la cruel tiranía y otros nefandos crímenes. Finalmente, después, en ambos Continentes, publicó muchísimos y grandísmos docu­ mentos sobre todas las virtudes y, cosa que antes que él mismo ningún emperador había hecho, de regreso de Flandes a Espa­ ña, entregó a Felipe, su hijo heredero, todo su imperio, y reclui­ do, a lo cual lo persuadía la religión, en el monasterio de los monjes jerónimos (Yuste), donde vivió muy tranquilamente por casi dos años, acabó santísimamente su último día. Tienes lo que te prometí, márchate ya, y lo que a Carlos, estando vivo debías, págaselo ahora, muerto.

CUESTIONES SOCIALES EN EL TÚMULO IMPERIAL DE LA GRAN CIUDAD DE MÉXICO (1560) Creo que es imprescindible, al hablar de cuestiones sociales, imperantes en un marcado periodo histórico y en un determina­ do lugar, presentar de manera sucinta el tipo de sociedad que habrá de analizarse. Aquí serán los años que corresponden a la publicación de dos obras del humanista Francisco Cervantes de Salazar, sus Tres diálogos sobre la ciudad de México y el Túmulo imperial (1554-1560). Propuesta la premisa, comienzo. Tenochtitlan, 1521, cae aba­ tida ante el empuje implacable de los soldados españoles.- Grue­ sas nubes de polvo y de humo silencian los sonoros disparos graneados de los arcabuces y los briosos relinchos de los caba­ llos encabritados porque sus patas no encuentran sitio donde apoyarse en firme sin pisar los casi desnudos cadáveres que tapi­ zan las explanadas de calles, cruceros y atrios solemnes de cúes y teocallis. Los canales del lago que miran hacia Tacuba, Iztapalapa, Xochimilco, La Viga o Texcoco arrastran en sus aguas verdo­ sas y ensangrentadas los cuerpos mutilados y horribles de indios jóvenes y ancianos que flotan entre las cañas de tule y las mora­ das flores deshechas de lós lirios. Aires de huida y desbandada barrieron la desolada ciudad, y al declinar el sol tras el nopal y los ahuehuetes del valle ni un solo habitante vivo quedaba a la vista de la estrella vespertina. El valiente tenochca, resistiendo, quedó masacrado o cedió al instinto de salvar su vida. Dueño de la ciudad, el vencedor la destruía, cuanto podía, con el fuego, y arrasaba los muros de templos, retenes y palacios, para alzar so­ bre sus ruinas el trazo $e una nueva traza que hiciera olvidar todo vestigio de cultura y civilización (para ellos) pagana. Años siguieron en que Cortés distribuyó el botín y la superficie urba­

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na. Nuevas propiedades y nuevas casas se irguieron. Frailes, sol­ dados, congregaciones, ministros de cabildos y audiencias, y ave­ cindados colonos poblaron el perímetro inmenso del despojo. Dentro del cerco sólo quedaron los escogidos: los hombres venidos de ultramar. Los indios, echados fuera de su acogedor contorno, se establecieron en los suburbios (hubo cuatro ba­ rrios principales que les asignó Cortés),51 desde donde tímida­ mente se asomaban a ver cómo se levantaba y crecía, llenándose de advenedizos, la ciudad que fue suya. Desde allí vieron llegar a sus hijos primero al Colegio de San José de los Naturales, con­ tiguo al Convento de San Francisco, y luego al de Santa Cruz de Tlatelolco; desde allí abastecieron de productos y artesanías los mercados y tianguis citadinos, y desde allí enlutaron de lloros su tristeza. En tanto la ciudad crecía en número de habitantes (porque día a: día, flota tras flota llegaban nuevos colonos españoles), se consolidaban las instituciones y se construían nuevos edificios, para templos, conventos y colegios, venían también a arraigar en nuestra cultura la Imprenta y la Universidad, pues ese ingen­ te conglomerado con nombre de sociedad se hallaba hambrien­ to de satisfactores que ahuyentaran su miedo al aislamiento y a la soledad, porqúe, cierto, vivían solos, insertos entre comunida­ des, consideradas por ellos mismos, inferiores en civilización y cultura. Tanto fue así que desde un principio se constituyeron eri una sociedad aparte que rechazaba la mutua convivencia con el indio, pero que, aun rechazándolo, iba poco a poco apren­ diendo a tolerarlo. Que el indio fue séparado y que por mucho tiempo no formó parte de esa sociedad, aunque entrara y viviera al lado de las ciudades que el español fundaba, lo prueba por un lado el diá­ logo segundo (Mexicus interior) de Cervantes de Salazar, en que Zamora y Zuazo, paseando a Alfaro, van recorriendo las calles Herías de edificios habitados por prominentes españoles, sin que vean alguno perteneciente a los indios. Sólo al final de una ca­ lle, fuera ya de la demarcación urbana, Zuazo, al detenerse, dice 51 Estos fueron: San Juan Moyotlan, Santa María Tlaquechiucan, San Se­ bastián Atzacualco y San Pedro Teopan.

71 a Alfaro: “Desde aquí se descubren (vèàse la sorna y el menos­ precio) las casuchas de los indios, que como son tan humildes y apenas se alzan del suelo, no pudimos verlas cuando andábamos a caballo entre nuestros edificios”. Alfaro observa que “están co­ locadas sin orden”, por lo que Zuazo responde que “así es cos­ tumbre antigua entre ellos”. Por otro lado no se recuerda a nin­ gún indio que destaque entre esa sociedad, salvo aquellos que como Antonio Valeriano son conocidos por haber sido cogobérnadores de algún pueblo o comunidad indigenato todos aque­ llos que, como ayudantes de los frailes, en cuestión de lengua y catcquesis, mencionan Sahagún, Motolinía y Bautista. Durante el siglo xvi, ¿existe, no digo un sacerdote (dignidad que de siempre les fue negada), sino un abogado, un arquitecto, un médico indio que destacara dentro de esa sociedad reacia a aceptar las dotes intelectuales del vencido? Pero, ¿iba a haber­ los, cuando las grandes instituciones, la administración y los car­ gos no eran para ellos? No había indios que estudiaran en la Universidad, porque la Universidad, según Cervantes de Salazar (diálogo primero, Academia Mexicana), había sido creada por el emperador para que en ella se educara la juventud, tanto la na­ cida en España como la criolla. Es a esos jóvenes a quien educa la Universidad y los que desfilan y discuten en el diálogo. Y ¿quieres saber quiénes más? Todos aquellos, ya adultos (seglares o religiosos), que teniendo alguna posición social o cargo admi­ nistrativo, deseaban refrendar algún grado universitario adquiri­ do en España o hacerse de él aquí, para aspirar escalafonariamenté (como ahora) a alguna jugosa prebenda. Gutiérrez, que ve una parte de ellos pregunta: “¿A quién van a oír tantos frailes agustinos que junto con algunos clérigos entran a la cátedra de Teología?” Ni aún a los mestizos se les permitía ingresar a la Universidad ni a las Órdenes Religiosas (recuérdese lo que pasa­ ron fray Diego de Valadés y otros religiosos, para ser frailes). Los hombres componentes de esta sociedad parecen decir­ nos, como forma de separación, que indios y mestizos nada te­ nían que hacer en la Universidad, que para eso estaban los cole­ gios de Santa Cruz de Tlatelolco y el de San Juan de Letrán. “¿A quiénes llamas mestizos?”, pregunta Alfaro (en el mismo diálo­ go) a Zuazo, quien responde: “A los hispano-indios”. Y aclara:

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“huérfanos, nacidos de padre español y madre india”, quienes pronto constituyeron un serio problema social de la ciudad, al grado de que para tratar de resolverlo se fundó para ellos el Colegio de San Juan de Letrán, que tuvo uno correspondiente para niñas, llamado Colegio de las Huérfanas, ambos fundados en los años 1547-1548. Un panorama general, hacia 1560, de esa sociedad egoísta y dividida, que mantenía hombres al lado de ambos conquistado­ res: los civiles y los religiosos, nos lo presentan tanto Hildburg Schilling en su Teatro profano en la Nueva España, como José Pas­ cual Buxó en su Arco y certamen de la poesía mexicana colonial. Dice el primero que “los españoles radicados en México estaban... muy interesados en toda clase de diversiones, ya que la vida tran­ quila, sin las peripecias de la conquista, forzosamente tenía que parecerles monótona y aburrida después de sus hazañas,..”52 Hidalgos, pobres y segundones —continúa Buxó— a la búsqueda violenta de riquezas y honra, los conquistadores españoles, “des­ de el mismo instante en que realizaron sus grandes empresasempezaron a vivir y a actuar como verdaderos señores, de acuer­ do con la nobleza que creían haber ganado”... aquellos que deja­ ban un pasado de oscuridad o miseria se encontraron, de pron­ to, trasplantados a la opulencia y al poder, a úna condición social superior adquirida—por su propio y decidido esíuerzó. Esta transformación psíquica y social sufrida por los hombres de la Conquista se manifiesta—en su desmedido afán por el lujo y la ostentación, por las renacentistas festividades —espectaculares y públicas— utilizadas por ellos como el mejor medio para equi­ parse con la más encumbrada nobleza peninsular... [de modo que] la entrada de un virrey o un arzobispo, la dedicación de un templo, las exequias de un personaje, una conmemoración reli­ giosa, con sus procesiones, sermones y certámenes [tenían] la solemnidad e importancia de un acontecimiento nacional.53

52 Schilling, op. cit. México, UNAM, 1958, p. 9. 53 Buxó, op. cit. Jalapa, Universidad Veracruzana, '1959 (Cuadernos de la Facultad de Filosofía y Letras, 2), pp. 7, 13.

73 Ahora bien, es claro que la obra Túmulo imperial de la gran ciu­ dad de México, escrita por Cervantes de Salazar, presenta, a causa de la época, muchas cuestiones sociales dignas de ser estudiadas, de las cuales yo he extraído dos de las que más llamaron mi aten­ ción. Una es que en la cadena de servidores, descrita en là obra, que va del rey hacia Dios y.desde el más pequeño súbdito hacia el rey pasando por todos aquellos ministrois que le sirven y que a su vez, por los inferiores a ellos, son servidos, el rey—considerándo­ se él mismo y considerado por sus servidores representante legíti­ mo de Dios, en cuanto al poder temporal— a ejemplo de Dios, no está para servir a quienes le sirven. El rey (porque nobleza obliga) se sirve otorgar y conceder beneficios; igual que Dios se sirvió otorgarle el poder y la posesión de bienes y territorios, por los cuales él le sirve, al defender y ampliar “la verdadera fe”. Lejos están todavía los gobernantes con poder absoluto o quienes de­ tentan alguna autoridad de tener la voluntad de servicio y llamar­ se como se llamaron algunos papas u obispos servi servorum Dèi, o la que expresó Morelos al designarse “siervo de la nación”. Cierto es que en todos cuantos de algún modo ocupan un cargo en el gobierno virreinal o representan las instancias supe­ riores con que se rige la nueva ciudad, está la conciencia de que deben servir y obedecer, en último término, por lo que repre­ senta, al rey; pero también es cierto, quizá por hallarse lejos de España, donde los empleos, a causa de un bien definido desa­ rrollo social, no eran tan escasos como acá, que en todos ellos subyace la idea de una autodefensa subsistencial, en otras pala­ bras, de la ineludible necesidad que tienen de velar por sus in­ tereses personales y vivir dentro del gasto administrativo de la corona y, cuáles más cuáles menos, se vuelven casi unos desver­ gonzados pregoneros de sus servicios, con el objeto de ser to­ mados en cuenta, a causa precisamente de esos servicios, por la siguieñte administración del rey Felipe II. Así el virrey don Luis de Velasco en la licencia pará que se imprima la obra, deja constancia de las honras al emperador, “para las cuales —dice—^se hizo el Túmulo y otras cosas nota­ bles” que se han recopilado “por mi mandato. Y porque es justo que quede memoria de ellas, he mandado se imprima en mol­ de”. El doctor Alonso de Zurita, oidor de la Real Audiencia,

expone también lo que hicieron el virrey y la ciudad donde él encaja. Y como recomendándose él mismo, termina recomen­ dando a Cervantes de Salazar: y porque todos pueden justamente dar ventaja al Túmulo o Mo­ numento, y a lo demás que en este oficio funerario de la Majes­ tad del Emperador, nuestro señor, el Ilustrísimo Virrey de esta Nueva España, y esta insigne y muy leal ciudad de México hicie­ ron... pues verdaderamente en todo ello mostraron el amor y lealtad con que siempre han servido y amado a su rey y señor, y que a ningún otro con más razón se debía... Y porque el maestro Cervantes de Salazar lo escribe con la prudencia e ingenio que suele hacer lo demás. Finalmente, siguiendo el orden de esta cuestión social, Cer­ vantes de Salazar dedica primero, para recomendarse y conser­ var el empleo, su obra til “Ilustrísimo señor don Luis de Velasco, Virrey de la Nueva España y Capitán General de ella, Presidente de la Audiencia Real que reside en México”, y luego lo reco­ mienda como “el buen criado” que “con amor, diligencia y fide­ lidad [ha] servido a su señor” con más ventaja que “otros cria­ dos de su Majestad”, pues “procuró, según la posibilidad de la tierra, [que] se hiciesen las Exequias Imperiales, para dar a en­ tender con señales palpables a los antiguos moradores [del Nue­ vo Mundo] lo mucho que pudo y lo más que debía ai invictísi­ mo Carlos Quinto, que Dios tiene, y la reverencia y amor que deben tener a su felicísimo sucesor el rey Felipe, nuestro señor”. Vuelve después a presentar sus servicios tanto al rey sucesor, como al propio Virrey: Y porque acto tan célebre, m anifestador de la fidelidad y am or que a su rey y señor este N uevo M undo tiene, era razón que en el A ntiguo n o estuviese encubierto, y que la Majestad del rey don Felipe, nuestro rey y señor, supiese cuán lealm ente es servido, determ iné escribir este libro y dirigirlo a Vuestra Señoría... a quien suplico tenga en más el celo y voluntad con que sirvo, que el trabajo... [etcétera].

La otra cuestión social a que voy a referirme, es que en él" Túmulo imperial, desde el prólogo “al prudente lector” del doc-

75 tor Alonso de Zurita, pasando por la dedicatoria y el comienzo de la. reseña de Cervantes de Salazar, hasta las frases latinas, los poemas (breves o largos) y las prosas, también en latín, que se acompañan de figuras, emblemas y dibujos, compuestos por los más diversos participantes, quienes tratan de presentar una vida piadosa del rey Carlos V, quien sólo por algunas acciones, en las que reiteradamente se va a insistir, parece ser un ejemplo digno de imitación, aunque en mucho,.como se sabe, para nada lo fuera. Tal cuidado y preocupación por presentarlo así, como para­ digma de virtud y de esfuerzo, susceptible, por tanto, de ser imi­ tado, deriva o viene a entroncar con una vieja tradición medie­ val, que los tiempos modernos iban a incrementar enormemente. Esa tradición de escribir vidas de santos (hagiografías) y de suje­ tos notables (simples biografías), con la idea de edificar con ellas en virtud, tanto a los fieles, cristianos, como a los lectores y a los miembros de las comunidades religiosas, a las que dichos sujetos pertenecieron, fije una costumbre muy extendida entre las Con­ gregaciones y Ordenes religiosas. Franciscanos, dominicos, agus­ tinos, carmelitas, mercedarios, jesuítas etcétera, conscientes de la gran utilidad religiosa que proporcionaban estos ejemplos escri­ tos de vida piadosa, casi por regla se obligaban, por decirlo así, a divulgar la santidad, las virtudes y los dones de sus sujetos más notables. De esta idea nacieron, sin duda, las Bibliotecas de cada Orden o Congregación, en que se registraban no sólo los nom­ bres de quienes a ellas pertenecieron, sino sus escritos y hechos más sobresalientes. En México, como muestra, ¿quién no recuer­ da las Vidas de algunos mexicanos ilustres, que de sus hermanos de religión escribiera Maneiro; o sobre la misma Compañía, escrito quizás en Roma por autor anónimo, el ilustre Ramillete de algunos jesuítas, famosos a causa de su celo por las almas..,?54 Hecho así, el doctor Zurita, en su prólogo, partiendo de que era costumbre “dar sepultura a los difuntos y hacer a cada uno las exequias conforme a su dignidad y méritos, en muestra y señal del amor que les\tenían”, va a presentar, a los que aún están vivos, una biografía del rey que se compendia en la virtud, y

54 Gf. Nova Tellus, 4 (México, UNAM, 1996) p. 223.

76 la cual los incite a ser virtuosos y a hacer obras dignas de mere­ cer semejantes honras, pues los hombres deben acordarse que son mortales: “Y porque los vivos, viendo la honra que a los vir­ tuosos aun en la muerte se hacía, se incitasen a la virtud, se po­ nían [como es patente en el Túmulo] imágenes, letras y figuras en los sepulcros, para mejor conmoverlos a hacer obras dignas de semejantes honras, y para que se acordasen que eran mortales”; de suerte que, si cada quien hacía aquello a lo que estaba obliga­ do, éste sirviera también de ejemplo y fuera imitado por otros, igual que en este caso los naturales (los indios) imitaron el ejem­ plo de los españoles. Así el virrey y los habitantes de la “insigne y muy leal ciudad de México... hicieron lo que eran obligados, y los naturales lo mismo a su imitación y ejemplo: además que con tan claras muestras entendieron la lealtad que a tan gran señor y mo­ narca se debía, así en la muerte como en la vida”. A Cervantes de Salazar, para la biografía íntima e imitable del monarca, en la dedicatoria al virrey que antepuso al Túmulo, le basta haber sentido que “las entrañas y corazones, así de españo­ les como de naturales, [estaban] tan aparejados que cada uno según su talento, con gran voluntad se empleó en lo que le man­ daron, e hizo el sentimiento que al fallecimiento de tan gran monarca se debía, como si de cada uno fuera padre natural in­ dulgentísimo”; y evoca al monarca con la imagen tierna de un padre indulgente, pues ¿quién no conoce con todo detalle la bondad y la vida de su padre? Y por saberla, ¿quién no quiere parecérse a él e imitarlo? Es por eso por lo que tal biografía íntima y espiritual del rey, padre, como un retrato presente y un ejemplo, la ha puesto Cervantes de Salazar al comienzo de su descripción del Túmulo, para que sobresaliendo y descollando de todo arreglo y boato, y sin hacer insistencia en que se le imite, norme la forma de actuar y la conducta a seguir por el hijo, quien no necesita que se le diga lo que debe hacer, puesto que ve cómo su padre desde niño (“desde los primeros años de su discreción”) tendía a “conquistar y ganar el imperio y señorío del cielo”. La biografía ideada por Cervantes de Salazar dice así: Habiendo el invictísimo y religiosísimo César, Carlos Quinto de este nombre, por todo el discurso de su vida hecho cosas memora-

77 bles en ampliación de nuestra santa fe y aumento de sus reinos y señoríos, entendiendo que antes de la muerte, por las variedades que hay en la vida, ninguno debe ser alabado, porque el perseve­ rar en virtud ha de ser hasta la muerte, que es el fin y remate de esta vida, desnudándose en sus días (lo que con mucha dificultad y rarísimamente se hace) del imperio y monarquía del mundo, que para bien esperar la muerte es carga muy pesada, recogido por casi dos años como un particular caballero en el monasterio de Yuste, que es en España cerca de la ciudad de Plasericia, puso la proa con asidua contemplación y oración en conquistar y ganar el imperio y señorío eterno del cielo, para que fue criado y desde los primeros años ¡de su discreción pretendía, ocupado en esta obra, de la cual pendía su eterno vivir, ordenada santísima y sapientísimamente su conciencia, llegado el tiempo en que había de pasar de esta vida, encomendando el alma en manos, del que la crio y redimió, falleció a los cincuenta y ocho años de su edad.55 En tanto que todos aquellos, que participaron en la invención y composición de frases, emblemas, poemas y prosas en latín que se incluyeron en la descripción del Túmulo, nos presentan una biografía que puede, reconstruirse desde la cuna, sin que ello nos lleve a pensar en una cronología por edades del prínci­ pe y de sus hechos; sino más bien en las dotes y virtudes que supuestamente aquél cultivó y en las conquistas y victorias que logró, con el fin de estimular a quienes acudieran ayer su túmu­ lo (por medio de admirar la real grandeza), a imitar su vida y ejemplo para de este modo alcanzar la gloria perenne del cielo y no la efímera terrestre. Así, vemos que Carlos V nació predestinado tanto para ser emperador como para sentirse inclinado a la virtud, pues en un cuadro alegórico —dice la descripción— “estaba un niño en una cuna con una corona imperial en la cábeza y en el cielo de ella siete estrellas, que eran los siete planetas, concurriendo con las mejores influencias en el nacimiento del César, inclinándole a toda virtud...”, y la letra decía: Meliora dedimus (le concedimos lo mejor). Después, si (je joven, en sus primeros triunfos y go­ 55En todas las citas al Túmulo modernicé algunas palabras y algunos signos de puntuación.

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bierno fue inflexible y duro, su experiencia le enseñó más tarde a ganarse a sus adversarios con clemencia y benignidad. En otro cuadro —continúa la descripción— “estaba una doncella senta­ da en un campo raso, y un unicornio tendido en su regazo. Sig­ nificaba esta figura la clemencia y benignidad con que César atrajo a su servicio a muchos, a los cuales la fuerza y castigo indignara. Decía la letra: Clementia allexit quos robur irritabat ” (mi clemencia atrajo a quienes mi dureza irritaba). Se le ve, por tanto, dotado de fortaleza, de integridad, sagaci­ dad y prudencia; y también de büen juicio y dulzura. La fama lo considera único y mayor que todos los Césares y capitanes, como Alejandro Magno, Aníbal, Pirro y Escipión el Africano; pero, sobre todas las virtudes sobresalía en justicia. En un cua­ dro —continúa la descripción— “estaba la Justicia con una guir­ nalda de diversas flores en una mano y una espada desnuda en la otra, mirando con muy grande atención al fiel de un peso, que no fuese más a una parte que a la otra. Denotaba esta figura la gran rectitud del César y la acrisolada justicia que a los suyos guardó”... Algunas de estas virtudes se reiteran, porque justo es decir que unos no sabían lo que otros componían. Las diversas alusiones a sus triunfos en los epitafios y encomios pueden resu­ mirse en estos diez versos, tomados del Túmulo, en cuyo final, como badajo de campana, cuelgan los indios vencidos. Flandria nutrivit claris me regibus ortum, Hispanos rexi sceptraque sacra tuli. Gallorum vici regem, Turcasque repressi, et Mauros fregi, captaque Roma tremit. 5 Tunetum bello cepi, fudique Sicambros; Germanos domui, Thuscia fracta fuit. Indos subieci, stravi simulacra deorum, nunc Libitina potens linquere, cuncta facit. *** Me crie en Flandes yo, nacido de reyes preclaros, goberné al español y tuve sagrados cetros; vencí al rey de Francia y contuve a los turcos; deshice al moro y Roma se estremeció, asediada.

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5 Capturé en guerra a Túnez; y desuní, y por completo al alemán me impuse; y la Toscana fue deshecha. Subyugué al indio, y los simulacros derribé de sus dioses, y hoy, poderosa Muerte, haces que deje todo. Indios, a quienes hay que convencer (igual que a los españo­ les) de que el rey, antes que gobernar se gobernó a sí mismo, y que por ser tan digno, recibe cosas dignísimas, de modo qué hispánica y demagógicamente se les imponga, y lo acepten, que fueron vencidos para vencer al demonio que los tenía vencidos y que el noble Carlos (a quien ni conocen) con su muerte rom­ pió sus corazones, lo mismo que el vano poder de sus dioses: Carolus ille suis perfregit pectora faüs nostraque deiecit numina vana deüm. Finalmente mucho se insiste en que el ejemplo de su vida debe seguirse e imitarse, ya que a pesar de que fue tan superior y magnífico, y de que dos mundos no le habían bastado, no vivió para sí, sino para extender la fe, por causa de la cual se vio obligado a vencer a príncipes herejes como los duques de Sajo­ rna y Lansgrave, esfuerzo que fue agradabilísimo a Dios, por lo cual, dirigiendo sus manos desde la tierra al cielo, se preocupa evangélicamente de despojarse del hombre viejo para vestirse de ese hombre nuevo, que acepta y se somete al decreto divino dé que el hombre un día habrá de morir, alegrándose de que se lo digan, porque sabe que el principio de la vida es una buena muerte, a través de la cual, como ave fénix, revivirá para la in­ mortalidad, llevando una gloria perenne foijada en su virtud, remedio contra el olvido, y lejos de toda envidia y del alcance de poderes malignos, tal como lo declara el Diálogo entre la Fama y la Muerte, que es una de las más bellas piezas del Túmulo. Este diálogo dice así: [DIALOGUS INTER MORTEM ET FAMAM] MORS: Quid tu resonas? FAMA: Quae nec ego satis referre, nec tu celare unquam poteris. MORS: Nonne cuncta mecum conci­ dunt? FAhfA: Quae ea lege sunt nata ut intereant. MORS: Quae

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tu ergo predicas? FAMA: Invictissimum Carolum. MORS: At is victus, meo occubuit telo. FAMA: Occubuit, ne quis relinqueres in terris maximum: verum vivet semper inmmortalis. MORS: Enigma dicis. FAMA: Solvam facile. MORS: Expecto quid velis. FAMA: Vixit Caesar (si admirandam eius virtutem spectes) sibi et suis. Sed quoniam induerat corruptionem, mortuus est: nun­ quam in amplius moriturus..MORS: Obtinuisti: iam perge, nam meum in virtutem et animum imperium non extenditur. *** MUERTE: ¿Qué, a trompeta, tú anuncias? FAMA: Lo que ni yo puedo decir ni til podrás nunca ocultar. MUERTE: Pues, ¿qué? ¿No acaba, acaso, todo conmigo? FAMA: No, sólo aquello que por ley nació para perecer. MUERTE: ¿Qué es entonces lo que til pregonas? FAMA: Pregono a Carlos, el nunca jamás vencido. MUERTE: ¿A quién? ¿Ignoras que él sucumbió vencido por mi guadaña? FAMA: Cierto, mas sucumbió para que nada tan gran­ de dejaras en la tierra; sin embargo vivirá siempre inmortal. MUERTE: ¿Estás diciendo un enigma? FAMA: Sí, y te lo resolve­ ré fácilmente. MUERTE: Ignoro qué pretendes. FAMA: Esto: que el César vivió (si admites que debè admirarse su virtud) para sí y para los suyos; sin embargo, puesto que se había vestido de corrupción, está muerto, y hoy, libre de ésta, ya nunca jarnos morirá. MUERTE: Me venciste, ni modo: ya márchate, pues mi poder no se alarga hasta su virtud y su alma.

EL PRIMER VIRGILIO MEXICANO: BERNARDINO DE LLANOS '

1. Exordio

■1.1 Quienes nos dedicamos poco o mucho el estudio del neolatín en Iberoamérica, sabemos bien, aunque no lo comprenda­ mos del todo, que la literatura en nuestros países, desde el mo­ mento histórico de su descubrimiento y de su sucesiva y rápida .conquista, se ha expresado, y no sólo mientras duró la Colonia) además de otras, en tres principales vertientes lingüísticas (esto por llamarlas de alguna manera) : una, la de las lenguas indíge­ nas; otra, la de la lengua española, y la tercera, la de la lengua latina. : Siendo, por el dominio necesario de una lengua, la literatura producida en español el núcleo más abundante y —¿por qué no decirlo?-^- el más importante, podemos decir (aunque no siem­ pre sea cierto) que generalmente de ella conocemos todo. No sé Si por exótica curiosidad o por demostrarnos que no éramos tan bárbaros antes de ser descubiertos y sometidos, y qui­ zá cansados de llevar el estigma de una impuesta cultura europea y queriendo ser (lo que entonces por la conquista dejamos de ser) auténticos americanos, incluimos en la historia global de nuestra literatura o en la particular de cada uno de nuestros paí­ ses el bosquejo de nuestros logros literarios indígenas, dé los cua­ les deducimos una cultura (arte y pensamiento), una ciencia, y hasta una filosofía y una religión, si no muchas veces más aventa­ jadas que las de algunos países europeos, sí, al menos, iguales; y además propias e interesantes, y no tan malas como podría supo­ nerse, dado nuestro indescubrimiento y el nulo contacto con la llamada civilización de las civilizaciones, la europea.

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Sea, pues, como fuere, de la literatura iberoamericana escrita en lenguas indígenas tenemos en los manuales de enseñanza mal que bien ima noticia, un comentario, si no del todo exacto, al menos, en gran medida serio y fundamentado. En cambio de la literatura iberoamericana escrita en latín nada se dice o se comenta en dichos manuales redactados a nivel de Continente o de nación particular, de no ser las obras latinas dejadas por los jesuítas mexicanos del siglo xvm, o de que se incluya la vaga mención de una imprevista obra o autor importante neolatino de la época colonial en las historias literarias de Venezuela, Co­ lombia, Brasil, Chile o Ecuador. Sin embargo, como parte de la literatura iberoamericana, la literatura escrita en latín (este latín en el convenio de los Con­ gresos internacionales llamado ya neolatín) es sumamente im­ portante. Tan importante es y será en lo futuro para compren­ der el conjunto sociocultural-literario de Iberoamérica y de cada nación en particular que muchos estudiosos neolatinos se atre­ ven a pronosticar que pronto la nueva revisión de la literatura iberoamericana incluirá, como parte esencial integrante, el estu­ dio de la literatura neolatina, y que pronto también no sólo se hablará de Abad, Alegre, Landívar, Clavigero; u Olmedo, Caro y Andrés Bello, sino de toda una legión de cultivadores de la len­ gua del Lacio que hicieron literatura neolatina. Ahora bien, ¿por qué, pues la literatura en lenguas indígenas ha sido desde siempre estudiada en el contexto general de la literatu­ ra iberoamericana, y de cada país en particular, y no así la literatu­ ra en latín, la literatura neolatina? ¿Lo ha impedido quizá la difi­ cultad de la lengua, o se ha juzgado que ésta, identificada por mucho tiempo con el clero y la iglesia, produjo, por así decirlo, una literatura sospechosa, clandestina, propia de ciertos círculos y quizá retrógrada para el progreso que determinados gobiernos ansiaban imprimir a sus países? ¿Se consideraba peligroso estudiar símbolos no bien vistos por un mal pintado e intransigente libera­ lismo de muchos gobernantes americanos, cuyo ardor mal encu­ bría también un disimulado y reaccionario conservadurismo? No esperemos respuestas definitivas ni pensemos que, sin me­ ditarlo consciente, e individualmente comprometidos, lograre­ mos resolverlo. ¿Y cómo podría ser, cuando, por lo que ve a

México, su historia literaria padece de inmensas lagunas y nos hemos especializado en verla desintegradamente y a enormes saltos? ¿Cómo esperar que la literatura neolatina (esto es, la es­ crita en latín) fuera estudiada y despertara interés en nuestro país, si ni siquiera su literatura española barroca y la integral de los siglos xvn y xvm ha merecido despertarlo, quizá por el ana­ cronismo con que acá vino a desarrollarse, de donde todo el cúmulo de escritores, producto de esos dos siglos intensos per­ manecen en su gran mayoría no sólo ignorados, sino plenamen­ te desconocidos? De Balbuena, Terrazas y quizá Díaz del Castillo saltamos sin dificultad a Juan Ruiz de Alarcón, a Sor Juana y Sigüenza y Góngora; y de éstos a los jesuítas expulsos. Y así, fácil, sin ensuciarnos las manos, liquidamos sin mayor problema tres siglos muy importantes de nuestra historia literaria, ya que ellos fueron la báse, los cimientos en que se apoyó la producción lite­ raria del México independiente. Sin esas raíces, creo, nos será más difícil comprender la plenitud de las frondas y las deslum­ brantes flores de nuestro árbol literario de ahora. 1.2 Así las cosas, dos motivos esenciales y de gran atractivo me decidieron a elaborar este ensayo. Primero: querer despertar la idea de que en México, a causa de la enorme significación preferencial que la Nueva España tuvo por parte de la Península con respecto a los demás territorios conquistados (primera imprenta, primera Universidad), la literatura neolatina abarca un ingente caudal, si no es que el más ingente de toda América, el cual para nuestro consuelo ha suscitado o resucitado en las dos últimas década un inusitado interés de estudio, de búsqueda y rescate. Aun si dejáramos de lado obras no estrictamente literarias, pero que entrarían en el caudal de la literatura, como tratados de filo­ sofía, derecho, gramática, retórica, poesía y preceptiva literaria, todavía así el número de poemas religiosos, diálogos, églogas, epopeyas, epigramas y elegías sería copioso y capaz de llenar de­ cenas de volúmenes. Segundo: quise también, pues se me pre­ sentaba la ocasión, participar que el 22 de octubre del año de 1989, se cumplió el 350 aniversario de la muerte de Bernardino de Llanos, uno de los más sobresalientes autores neolatinos mexi­ canos del siglo XVI, gran hombre además y uno de los grandes maestros de México, del cual paso ahora a ocuparme.

2.1 Voy a dar del autor mencionado sólo aquellos breves y necesarios datos que esencialmente me permitan situarlo en el tiempo y en el contexto de mi exposición. Quien desee ampliar­ los, podrá recurrir a sus obras traducidas y editadas por mí.56 Bernardino de Llanos nació en Ocaña (diócesis de Toledo), de esclarecidos padres, en 1560. Entre sus diez y sus catorce años estudió latinidad y letras humanas en su ciudad natal. Pasó luego a la Universidad de Alcalá, donde estudió filosofía. Cursó cánones en la de Salamanca y logró sobresalir tanto en virtud como en conocimientos. A sus veintiún años (1580) ingresó a la Compañía de Jesús, residiendo cuatro años en la Provincia de Castilla la Vieja, donde en 1582 hizo los votos del bienio. El padre Antonio de Mendoza, nombrado entonces Provincial de la Nueva España, lo trajo acá en compañía de otros 22 sujetos. La expedición se embarcó en Cádiz por junio de 1584 y desem­ barcó en Veracruz el 10 de septiembre, llegando a la capital az­ teca en los primeros días de octubre. De inmediato Llanos fue nombrado profesor de gramática en el Colegio de San Pedro y San Pablo para los cursos de 1584-85 (éstos se iniciaban cada año el 18 de octubre). No se sabe con certeza cuándo lo ordena­ ron sacerdote, y después de arduo trabajo y largo y fructífero magisterio murió el 22 de octubre de 1639. Llanos fue, según opinión de sus biógrafos y comentadores,57 un hombre excepcional, activo, brillante e incansable. Todos lo califican como gran maestro: uno de los primeros grandes maes­ tros de México. Y no sólo es grande por haber impartido cáte­ dras por más de cuarenta años en los colegios novohispanos de la Compañía, según lo afirman Alegre, Beristáin, Eguiara y De, 56 Bernardino de Llanos, Égloga por la llegada del padre Antonio de Mendoza, representada en el Colegio de San Ildefonso (siglo xvr). México, UNAM, Instituto de Investigaciones Filológicas: Centro de Estudios Clásicos, 1975 (Cuadernos del CEC, 2). Diálogo en la visita de los inquisidores, representado en el Colegio de San Ildefonso (siglo xvr), y otros poemas inéditos. México, UNAM, Instituto de Investi­ gaciones Filológicas: CEC, 1982 (Cuadernos del CEC, 15). 57 Principalmente el jesuíta Andrés Pérez de Rivas, Eguiara y Eguren, Be­ ristáin, Alegre etc.

corme, sino por haber producido el material necesario y precio­ so para la enseñanza de la juventud mexicana, ya elaborando antologías, ya sintetizando conocimientos de gramática, retóri­ ca, oratoria y preceptiva literaria, además de componer, como autor original los dos Diálogos o Églogas, de los que enseguida hablaré, epigramas para certámenes, poemas religiosos para fes­ tividades o santos conmemorados y librillos de devoción. Andrés Pérez de Rivas5859..lo presenta como

,

...hombre.de grande ingenio, de singular erudición en letras hu­ manas, fácil en la poesía, muy fecundo en la retórica, de que fue muchos años maestro y prefecto de estudios y facultades... de los segundos que fundaron y promovieron nuestros estudios de lati­ nidad en México, a cuyo cuidado y enseñanza deben las personas más principales de este reino, las religiones todas y los más graves tribunales, los sujetos que en letras y virtud han sido su lustre y honra. Compuso... muchos y eruditos libros, así en prosa como en verso latino, para facilitar el ejercicio y enseñanza de lajuven­ tud; y no menos píos, para que tras la erudición de letras humañas, viniese la devoción y aprecio de las cristianas virtudes...

2*2 Seguramente muy pronto en nuestra Integral literatura mexicana se hablará de Llanos y también de los Villerías, los Cigorondo, los Cabrera, los llores, los Pangua, los Vicente López, los Tomás González, los Francisco, de Sales Pineda y legión y le­ gión. más. De Llanos ciertamente se hablará como del “primer Virgilio mexicano”, pues, nacido en España, es y será nuestro a la manera de como Eguiara hace nuestros a muchos diciendo: Na­ tione Hispanus, sqd lingua, studiis et domicilio Meqicanus.5®Cuando aplico a Llanos el epíteto de “el primer Virgilio Mexicano”, no intento probar que haya sido el primero en México que, ya en latín ya. en español, haya rememorado a Virgilio. Varios antes que él quizá lo hayan hecho, o quizá no; pero nunca será lo mismo traer una, dos o tres aisladas reminiscencias de Virgilio, 58 Crónica y historia religiosa de la provincia de Id Compañía de Jesús de México en Nueva España... hasta el año de 1654. México, Imp.r. del Sgdo. Corazón de Jesús, 1896. 2 t. en 1 v., II, p. 141. ’ • ■ 59 Español por nacimiento; pero mexicano por habla, estudios y residencia.

86 que traerlo en el corazón; que profesar por él una admiración consciente, una devoción, un culto. Y Llanos traía desde España su amor a Virgilio. Fue, sin duda, un gran aficionado de la poesía bucólica latina, dulce y apacible, del altísimo mantuano, aprendi­ da y practicada a la vista de los inmensos, fecundos y arbolados campos españoles. 3. Prueba Quien lea con cierta detención su Égloga o Diálogo Pro patris An­ tonii de Mendoza adventu [factus] in collegio Divi Ildephonsi y su Dia­ logus in adventu inquisitorum factus in eodem collegio, el primero representado en 1585 y el otro en 1589 (y lo escribo con profun­ da emoción representados en la ciudad de México, en el históri­ co y memorable Colegio de San Ildefonso), de ninguna manera negará que en ellos por entero está Virgilio: en el género, en los personajes, en el léxico y en el paisaje. 3.1 El género. Llanos imitó muy de cerca en sus dos diálogos, a los que dio el tono apropiado, el género pastoril llamado égloga desde el remoto tiempo de Virgilio, cuando éste publicó las diez piezas que componen su primera obra, las Bucólicas. El género escogido pidió a Llanos emplear el hexámetro dactilico, el cual, por la secuencia del diálogo (cosa que en Virgilio no sucede), va a veces cortado en dos, tres y hasta en cuatro partes, cada una de las cuales sirve de parlamento a un pastor diferente. Sin em­ bargo, quizá por cuestiones didácticas o como exigencia perso­ nal de variedad métrica, o circunstancias internas de la obra, le vemos emplear también los dísticos: 20 al final del primer diálo­ go y 52 al final del segundo. 3.2 Los personajes. Llanos, siguiendo también de cerca las huellas de las Bucólicas virgilianas, echó mano para sus persona­ jes dé los mismos nombres que Virgilio utilizó para sus pastores. Estando consagrados los diálogos a cantar nuestras coséis y nues­ tras gentes, Títiro, Damón, Lícidas, Mopso, Tirsis o Melibeo bien pudieran llamarse Juan, Pedro, Tomás, José o Antonio, y pudie­ ran llevar, como nuestros, gabán, faja y sombrero. Son, y así apa­ recen, tipos sencillos, rústicos; pastores sin otra pretensión que

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manifestarse como son: comedidos, corteses y agradecidos; dis­ puestos a disfrutar con alegría de los gozos vitales que la natura­ leza les brinda, y a festejar de manera no usual los sucesos ex­ traordinarios que les lleguen como dones y regalos celestes. Llanos, sin embargo, no se contenta con encerrar a sus perso­ najes dentro de este clisé simplista y anodino; tratará de adjun­ tar, a la estampa general del pastor, características y virtudes más peculiares que, a la larga, dentro del manejo de la trama, con­ formen un carácter más definido; valga decir, que los personajes adquieran una índole propia, como si quisiera retratar en ellos, además del carácter de los estudiantes de la Compañía, la idio­ sincrasia común de los moradores del Anáhuac, que están abier­ tos a la hospitalidad; pero también a las riñas y pendencias. 3.3 El léxico. Dado el género, los personajes y el paisaje de los Diálogos, los cuales recrean un ambiente, un espíritu, y se adueñan de un sentimiento y una emoción, la gran mayoría del léxico latino utilizado por Llanos proviene de Virgilio. Si toma­ mos, por ejemplo, el verso inicial de cada diálogo: Has inter salices vacua proiectus in umbra... Dum rapidus mediis torret sol aestibus agros...,

difícilmente podremos decir que alguna de esas palabras no per­ tenece al léxico de Virgilio. Llanos, al utilizar las mismas pala­ bras latinas que ya Virgilio había utilizado, logra por tal medio reproducir no iguales, sino parecidas imágenes poéticas, que hablan de una parecida realidad a la cual vari aplicadas; pero no solamente son las palabras, son también frases, fracciones, mita­ des y versos tomados preferentemente de las Bucólicas, aunque no con una completa exclusividad, pues el ócaniense incursiona por toda la obra del mantuano. Así el inter salices vacua viene del verso 40 de la Ègloga X: inter salices lenta-, y el proiectus in umbra, del verso 4 de la Egloga I: lentus in umbra, o del 75: proiectus in antro. Sin embargo, frases, fraccio­ nes, mitades y versos nunca serán exactamente iguales. Llanos procede por paráfrasis meditadas, ya en amplitud ya en síntesis, que van esmaltando, como piedras preciosas, la industriosa tela de su obra. Veamos los siguientes ejemplos.

88 Mientras Llanos dijo: Dum rapidus mediis torret sol aestibus agros, Virgilio había dicho (Georg., IV, 424-25): Iam rapidus torrens sitien­ tes Sirius Indos/ ardebat caelo et medium sol... En el Dialogus pro pa­ tris Antonii de Mendoza adventu... el verso 115: et facere ut teneros oculus ne fascinet; agnos, se parece al 103 de la Egloga III de Virgi­ lio: nescio quis teneros oculus mihi fascinat agnos:,,así mismo los 165166 ipse suo certet mecum si carmine Phoebus,/ ipse suo Phoebus cum carmine victus abibit, a, los 58-59 de la Egloga IV: Pan etiam, Arcadia mecum si iudice certet,/ Pan etiara Arcadia dicat se iudice victum; el 272: distento repetant sic ubere tecta capellae, a los 21-22 de la misma Égloga IV: Ipsae lacte domum referent distenta capellae/ ubera... ; los 356-57: at, quia descendens crescentes duplicat umbras/Phoebus.;., al 67 de la Egloga li: et sol crescentes descendens duplicat umbras. El léxico de Virgilio tomado por Llanos en palabras, frases, fracciones, mitades y versos se funde y amasa con tal. dominio e inteligencia que hace brotar nueva poesía^ imágenes y senti­ mientos nuevos, como nueva es la realidad que se ofrece a sus ojos. Quien haya leído a Virgilio sólo en traducciones, aun así puede sentir cómo este poeta en la obra de Llanos se mezcla, revuelve y contrae con un propósito de labor pía: cantar lo nuestro. Tal vez entre un 60 y un 80% los hexámetros de Llanos sean urdimbres de aquí, de allá y de acullá sobre Virgilio, pero eso no quita ni audacia ni frescura a su capricho poético. Ni puede pensarse tampoco que lo único que .Llanos hace es tomar de modo desaforado y perezoso versos de toda la obra virgiliana para enhebrar su tela, porque no es así. Llanos sigue el definido propósito de hacer hablar a Virgilio de lo nuestro, cosa que na­ die puede negar que logró. * 3.4 El paisaje. El paisaje referente a los diálogos, puesto que debe justificar el empleo de obras, mitos y personajes clásicos, es ciertamente virgiliano. Pero no obstante que ese paisaje es aquel que se haya estereotipado en las obras clásicas grecolatinas, se encuentra deformado por Llanos, que no logra evadir la presen­ cia física de una tierra y de un ambiente, que ya considera suyos. Por ello, tras la máscara de lo virgiliano y lo clásico, emerge la realidad mexicana, topográfica y sencilla, en una rara conjun­ ción de apariencia y verdad, esto es, la apariencia de lo clásico se corresponde con la realidad mexicana, pues Oanos a través

de pequeñas notas de identificación, como tellus Mexica, lymphae Tenuxtitlanides, magalia nostra = tierra mexicana, aguas tenochtitlanas, nuestras chozas6061y el mismo nombre de México: Mexice:.. Mexice,61 logra decirnos que tal paisaje es el nuestro; que selvas y praderas, hierbas y flores, aguas y ríos, encinas y valles son pro­ pios y representativos del suelo mexicano; que no ha fundido amablemente dos realidades y dos'geografías, sino que es la rea­ lidad y la geografía mexicana, expresadas con la lengua de Virgi­ lio, y que por ser, en él, éstas (realidad y geografía) , nueva expe­ riencia, se hallan con sentimiento nuevo sentidas. ' Aunque aparezcan también notas distintivas de la topografía del Lacio, como vicina in valle Pelasgi = en el valle vecino dèi pelasgo,6263se siente que los pastores de Llanos habitan nuestros montes y hablan de ellos. Así lo confirman además diversos mo­ tivos campiranos que aquí y allá se encuentran esparcidos, como el gallo de pico Crestado que apenas rompía los silencios nocturnos con sus cantos asiduos; los cantadores y lúcidos pájaros, y los perros ladran­ do en él monte vecino con aullido no u s u a li que descubren estam­ pas muy frecuentes de nuestra campiña mexicana, y entonces la capital era también campiña. 4. Conclusión

.

Finalmente, como conclusión, digo que si imitar a los grandes modelos de la historia literaria y humana para crear una obra personal —original en concepción, desarrollo y partes— ha sido valioso, en Llanos tampoco puede dejar de serlo. ¿Acaso I qs ro­ manos no imitaron a los griegos para crear sus obras, y los clási­ cos de los países occidentales no han ido a ambos para nutrir las suyas? Llanos, pues, dice más que la simple imitación de un gé­ nero o la copia de nombres para sus personajes- más también

60 Égloga, por la llegada del padre Antonio de Mendoza,,.., versos 33; 119 ’ 64, 83 " ' , . -, 61 Diálogo en la visita de los inquisidores.,., versos 299-301. Egloga por la llegada..., verso 312. . , 63 Ibid., versos 257-58, 42-43, 89, 241-42. ' ; ’

y 386.

90

que acercamiento al tono, a las imágenes y al léxico de Virgilio: crea, ante todo, obra, y en él todo el aparato poético virgiliano no es más que el simulacro, la máscara y el subterfugio para cantar lo nuestro; nuestra realidad física y moral.

ÍNDICE PRESENTACIÓN.......................................................

5

UMBRAL.......................................................................

7

INTRODUCCIÓN....................

9

L iteratura neolatina

mexicana

en

el siglo

xvi

. . . .

I ........................................ I I ............................................................................... . 1. Carta de fray Pedro de G a n te ........................... 2. Carta de fray Julián de G a rc é s ........................... 3. Obras de fray Bartolomé de las C a s a s ............... 4. Opinión de fray Alonso de C a s tr o ................... 5. El Libellus de medicinalibus Indorum herbis . . . . 6. Las “Cartas” de Pablo Nazareo . ....................... 7. Obras de Cristóbal C abrera............................... 8. Obras de Francisco Cervantes de Salazar . . . . 9. Poemas en los preliminares de las obras impresas 10. Cartas anuales de la Compañía de Jesús . . . . 11. Carta del P. Pedro de Morales . . . . . . . . 12. Bernardino de L la n o s............................ .... . . 13. El ms. 1631 de la Biblioteca Nacional de México 14. La Rhetorica Christiana de fray Diego Valadés . . 15. La Oratio in laudem iurisprudentiae . ......................... 16. Relación de las exequias del rey Felipe II . . . 17. Lamentables p é rd id a s............................................. P oesía

13

13 15 15 15 17 18 19 20 20 21 22 23 23 25 25 26 27 28 29

neolatina novohispana del siglo xvi: quehaceres

Y R E H A C E R E S ...................................................................................................... J

31

92

ÍN D IC E

1 ................................................................... 2 ............... ..................... ............................... . . 3. . . . , ............. ...................... .... 4.......................... 5. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . C ristóbal C abrera y su D

32 40 41 50 51

..................................

53

1. Morfología ........................................................ . 2. Sintaxis .................................... . 3. Léxico ............................ 4. Influencia del e s p a ñ o l....................... Conclusión................. ..

58 58 59 60 60

C ierta conciencia

ic o n o I

c á s t ic o

de nacionalidad en el T

DE LA G RAN CIUDAD DE M É X IC O ( 1560)

C uestiones sociales

1 El

dad d e

M

é x ic o

en él T

ú m ulo

ú m ulo

I m p e r ia l

.................................• . .

I m p e r ia l

d e l a g r a n c iu -

(1560) . . . . . . . . . . . . .

. . 1. E x o rd io ............................................................... 1.1. . : ,, . . . . . . . . . . . 1.2. . . .................... . . . . . . : 2. Exposición ............................ 2.1. . ............................ .... . . . . . . . . p r im e r

V irgilio

2.2.

mexicano: B

e r n a r d in o

. . . . . . . . .

d e

L lanós

v. . .

3. Prueba. . . . . . . . . . .. 3.1. El género . , . . , . . . . . 3.2. Los personajes . , . . . . . 3.3 El léxico................... . 3.4 El paisaje . .■ . . . . . "/ . 4. Conclusión . . . . . . . . . . INDICE .

61

. . . . . .

69 81 81 81 83 84 84/

. . . . .

85

. . . . . . . . . ; ,

86 86 86 87 88 89

... ... . . . r. . . . . . ...

91

EL R O STR O DE HÉCATE (E n sa y o s d e l i t e r a t u r a n e o la tin a m e x ic a n a ),

editado por el Instituto de Investigaciones Filológicas, siendo jefe del departamento de publicaciones , , Sergio R eyes Coria,

se terminó de imprimir en los talleres de Talleres Gráficos de Cultura, S. A. de C. V., ■el 25 de septiembre de 1998. La composición, a cargo de Sergio Olguín Rodríguez,

se realizó en tipos Nebraska de 9:11, 10:12 y 11:13. La edición estuvo al cuidado del autor y consta de 1000 ejemplares.