El Psicoanalisis Frente Al Pensamiento Unico

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El psicoanálisis frente al pensamiento único Historia de una crisis singular

Colette Soler Louis Soler Jacques Adam Daniele Silvestre M iem bros de los Forums du Cham p Lacanien

FORO PSICOANALÍTICO DE BUENOS AIRES INTERNATIONALE DES FORUMS DU CHAMP LACANIEN

Título original: La psychanalyse, p a s la pensée unique. Histoire d ’une crise singuliére. Editions du Champ Lacanien (ISBN 2-914332-00-9). Junio de 2000. Traducción: Jorge Piatigorsky. Anexos: Carolina Micha. Diseño de tapa: Fabiana Cassin. Diseño y realización de interior: Maky, Realizaciones gráficas. Coordinación de la edición: Marcela Irene Kaper. Revisión técnica general: Juan Ventura Esquivel.

© 2000 JVE Ediciones y Foro Psicoanalítico de Buenos Aires. Juan Ventura Esquivel, Editor Cuenca 1843 Depto. 2 (1416) Buenos Aires Teléfono: [54-11] 4480-9267 e-mail: [email protected] Publicación del Foro Psicoanalítico de Buenos Aires, Internationale des Forums du Champ Lacanien. Primera edición: julio de 2000. I.S.B.N. 987-9203-23-2 HECHO EN LA ARGENTINA

Hecho el depósito que marca la ley 11.723 Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción, total o parcial, por cualquier medio que fuere. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada.

Advertencia

Esta obra ha sido concebida por los cuatro autores mencionados en la portada, y cuya presentación incluimos al final del volumen. Eligieron dirigirse tanto a los lectores concernidos por el psicoanáli­ sis y la historia de los grupos analíticos, como a los especialistas de la disciplina. Sin embargo, la escritura no podría ser colectiva, como no puede serlo ninguna enunciación; cada uno firma sus propios de­ sarrollos, según se indica en nota al pie de página al principio de ca­ da parte.

Prólogo a la edición en español

Psicoanalistas practicantes y en formación, pero también el públi­ co interesado en los avances y en la historia del movimiento psicoana­ lítico, pueden leer ahora en español, publicada al mismo tiempo que la versión original francesa, una obra que inscribe una huella profun­ da en la historia del psicoanálisis; obra de la memoria, que transforma una crisis de la comunidad lacaniana en posibilidad de extraer conse­ cuencias - a partir de las realizaciones efectivas que encontraron las proposiciones de Jacques Lacan tanto en el nivel clínico como en el institucional-. Memoria de lo que se dijo, de lo que se hizo, pero so­ bre todo, memoria de lo que se hizo con lo que se dijo. Es lo esencial del psicoanálisis, la reflexión sobre lo que se enuncia, y sus efectos sobre quien lo enuncia y quien lo escucha. A diferencia de lo que sucede en otros discursos, el psicoanálisis no puede olvidar el contexto en que un enunciado fue proferido. Un físico puede olvidar a Galileo, un computador a Alan Turing, pero el psicoanalista no puede olvidar a Sigmund Freud, y ni siquiera dejar de leerlo. La historia de la ciencia no es realizada por los propios cientí­ ficos, sino por historiadores y epistemólogos. El psicoanálisis no de­ be permitirse esa comodidad. ¿No debe?, no puede, si quiere seguir siendo psicoanálisis. De una historización compatible con sus propó­ sitos depende su destino. Freud mismo debió tomarse el trabajo, y más de una vez. Ejemplo en 1914, cuando escribió una historia del movimiento psicoanalítico incitado por la primera crisis que sacudía a un discurso apenas exis­ tente, pero ya tentado a desaparecer por los favores que le ofrecía el

misticismo magnético y literario de Jung. En ese texto Freud volvió sobre sus pasos, ubicó los enunciados fundamentales de su discurso en su contexto de invención, elaboró la historia sin borrar su marca de sujeto, sin camuflarla tampoco con alardes contrarios a los fines del psicoanálisis. Atribuyó a otro, a Breuer, la invención de lo que casi to­ dos estaban dispuestos a concederle. Lo decisivo no residía en la prio­ ridad de los enunciados, sino en llevarlos al contexto de lo real enjue­ go: la dimensión del Otro, que el psicoanálisis no estaba, ni estará nunca, en condiciones de abolir -dimensión en ese momento mani­ fiesta para Freud bajo la forma de la heterogeneidad traumática e in­ curable del sexo como determinación del sujeto-. La enseñanza de Lacan, tan plena de esos enunciados novedosos a los que filósofos y críticos la reducen de buen grado, vale antes que nada como acto de restitución de la enunciación de Freud en una his­ toria, la del psicoanálisis, que tiende a olvidarse a sí misma en su fun­ ción historizante, que es actual y es real. Lacan templó el discurso del psicoanálisis en las hogueras sucesivas de la escisión, de la excomu­ nión, y hasta de la disolución de la ardua Escuela que había construi­ do. Hoy sabemos que no fueron gestos destructivos, que en esas crisis fundó una invocación, un llamado diferente del que lleva a los hom­ bres a las instituciones clásicas -el cobijo de lo constituido, el refugio del poder-. Pensaba que la formación del analista requiere de una ela­ boración del saber separada de la irremediable jerarquía que se conso­ lida en toda institución. Y que, para que una Escuela sea de psicoaná­ lisis, este debe prevalecer sobre lo político. Hoy el psicoanálisis vive una nueva crisis, que debe anotarse entre las consecuencias de la enunciación de Lacan sobre quienes fueron sus discípulos y relevos decisivos en los últimos decenios. Una vez más, es la estructura del discurso analítico lo que está puesto a prueba y llamado a renovarse. Aquí está la fuerza de este libro, que revisa im­ placablemente las coordenadas en que los actores principales disimu­ lan, o por el contrario favorecen, el acceso a ese real que promueve su propio desconocimiento, lo real de la cosa humana. Ubicada en el contexto de la AMP -contexto de declinación del discurso psicoanalítico en favor de la antigua receta del líder-, la crisis que alcanza su punto culminante en 1998 permite ver con claridad cuáles son las di­ ficultades que encuentra en nuestros días la existencia misma del psi­ coanálisis. Y que la verdadera herencia que está en juego en el campo lacaniano, no es la de los royalties y los títulos familiares, sino esa

otra que sólo puede transmitirse mediante sus dispositivos propios, el diván y el pase; a condición de que se los deje funcionar siguiendo sus propias reglas. Este libro merecía el esfuerzo de ser vertido al español, armado e impreso en breve tiempo. Aníbal Dreyzin, Sergio Gasparin y Marcela Irene Kaper, del Foro Psicoanalítico de Buenos Aires, contribuyeron generosamente a hacerlo posible. G a b r ie l L o m b a r d i ,

Buenos Aires, 19 de junio de 2000

Prefacio

Aparentemente, solo por azar me crucé un día con la turbulencia de la Escuela de la Causa Freudiana. Fue un caso de difamación en el que pude defender y asegurar el honor de una analista, escandalosa­ mente cuestionado por algunos de sus pares, con el pretexto falaz y perverso de que habría “casi negado” la especificidad de la Shoá. ¿Basta esto para que me permita prologar la obra colectiva que san­ ciona públicamente la ruptura producida en el seno de un círculo aje­ no para mí hace dos años? Es conocida la historia del zapatero de la Antigüedad que reprobó el dibujo defectuoso de una sandalia en un cuadro de Apeles. El pin­ tor reconoció su error de buena gana. El otro se animó entonces a cri­ ticar al resto del personaje representado. Y el artista lo reprendió ás­ peramente: “ ¡No subas más allá de las sandalias, zapatero!” Me resulta fácil imaginar que el zapatero, como el fabulista, pensó: “No forcemos nuestro talento, porque no haremos nada con gracia”.1 No obstante, si he asumido sin ambages el riesgo de comenzar este debate un tanto doloroso, lo hago porque no concierne solo a sus pro­ tagonistas, abroquelados en su técnica específica y sus reglas profe­ sionales. Nos interesa a todos nosotros, lectores atentos, ilustrados cuando podemos, en todo caso curiosos respecto del estado de nues­ tras costumbres y de la marcha del mundo. En síntesis, esta discordia

1. La Fontaine, L ’áne et le p etit chien, Pables, IV, 5, Classiques Hachette, 1929, pág. 128.

nos habla de nosotros. Entonces, ¿por qué no podríamos nosotros ha­ blar de ella? Además, ¿cómo no ser consciente de que la batalla judicial en la que yo participé, y que me ha valido este honor, estuvo en la intersec­ ción de preocupaciones comunes, necesariamente comunes, al psicoa­ nálisis y a un combate que me es caro, por haberlo llevado a buen tér­ mino al cabo de veinte años? Me refiero al reconocimiento judicial de las responsabilidades específicas del Estado francés para con las víc­ timas de los crímenes contra la humanidad cometidos en la Shoá. Ahora bien, uno de los principales interrogantes que atraviesan el psicoanálisis, cuya enseñanza en tal sentido es preciosa, y lo ha sido desde su origen, se refiere precisamente al estatuto y la función del antisemitismo. En efecto, Freud osciló sin cesar entre la firme voluntad de desju­ daizar el psicoanálisis y la tentación recurrente de no hacer nada de eso. En 1907, hablando de Jung, le escribió a Abraham lo siguiente: “Solo a partir de su llegada el psicoanálisis se salvó del peligro de convertirse en un asunto judío”.2 Pero el 10 de mayo de 1933, al en­ terarse de que estaban quemando sus libros en Berlín, en la plaza de la Ópera, por orden de Goebbels, comentó: “Han progresado. Hace algunos siglos, me habrían quemado a mí”. Esto es cierto, pero fue también Freud quien, con su teoría del in­ consciente, quebró el discurso seudocientífico basado en la concep­ ción organicista de la herencia-degeneración, del instinto y de la raza, discurso congénito (entre otros) en el darwinismo social y en el anti­ semitismo, como figura emblemática del racismo. De este modo, Freud apostaba al hombre universal. Y fue también Freud quien, en un acto de coraje intelectual admi­ rable, en el umbral de la muerte, en el momento en que él mismo ha­ bía escapado apenas de la Viena del Anschluss planificado por los SS, y en plena persecución antisemita, tuvo la insigne audacia de afirmar, en Moisés y la religión monoteísta (su obra testamento de 1939), que no hay ningún pueblo elegido, que el antisemitismo arrai­ ga en la pretensión en sentido contrario, al menos tanto como en la competencia de las religiones monoteístas. De tal modo le dio al psi­

2. Freud (Sigmund) & Abraham (Karl), Correspondance Freud-Abraham (1907­ 1926), Gallimard, 1969, pág. 42.

coanálisis un estatuto universal, porque su objeto, el inconsciente, es universal”.3 Más tarde, impulsado por Lacan, el psicoanálisis, no cesó de pro­ fundizar este cuestionamiento. Por otra parte, era imposible no perse­ verar en esta vía. La impuso la confrontación con el otro aconteci­ miento (además del descubrimiento del inconsciente) fundador de la conciencia moderna: la Shoá, el genocidio generado por la cesura ín­ tima de Occidente entre la religión del padre y la religión del hijo. Un acontecimiento cargado asimismo con un sentido inesperado, desmo­ ralizador, catastrófico, de la afirmación de Augusto Comte según la cual “la humanidad está más compuesta de muertos que de vivos”.4 Por esta razón era particularmente escandaloso que, en la oportuni­ dad del conflicto interno de la Escuela de la Causa Freudiana, se in­ tentara movilizar los sufrimientos de la Shoá para desacreditar la pala­ bra de la analista bordelesa Isabelle Morin, que se había interrogado en caliente sobre las lecciones del caso Papón, tratando valientemente de ampliar la reflexión sobre el concepto de complicidad, incluso de generalizar implícitamente su análisis, aplicándolo a los sobresaltos que agitaban la Escuela; con lo cual había cometido un crimen de lesa majestad, y sin ningún reparo, se le quería hacer pagar un alto precio. El debate judicial que siguió, si bien le hizo justicia a la profesio­ nal injustamente abrumada por un rumor malignamente cultivado, no podía dejar de hacer pública una crisis creciente en la Escuela, sobre todo después de ciertas acusaciones de plagio, como si hubiera habi­ do algo que plagiar... En vista de las múltiples peripecias de esta crisis, que giraban en torno a debates tan estratégicos como el concerniente al pase, y des­ critas en esta obra para nuestra edificación, esta última vicisitud apa­ rece retrospectivamente como el paradigma de los métodos emplea­ dos para acallar a los hombres y mujeres que no cedían en su deseo de autonomía ni transigían con su dignidad. Ahora bien, un autor ha sostenido que “la razón por la cual nunca una sociedad psicoanalítica ha «psicoanalizado» las crisis que la divi­ dieron es el silencio acerca de las cuestiones transferenciales”.5 ¿Se 3. Roudinesco (Elisabeth), H istoire de lapsychanalyse en France (1885-1939), tomo I, Seuil, 1986, pág. 174. 4. Comte (Auguste), Systéme de p olitiqu epositive, tomo II, 1852. 5. Mannoni (Octave), Un commencement qui n 'en fin itp a s, Seuil, 1980, pág. 39.

me permitirá arriesgar que aquí tenemos la ilustración de la proposi­ ción exactamente inversa? Recordemos entonces la pregunta del gran Marc Bloch, suscitada por “la extraña derrota” francesa de 1940: “¿Qué hemos hecho de la vieja máxima «conócete a ti mismo»?” ¿No es ella, en definitiva, el hilo conductor implícito en la obra colectiva que Colette y Louis So­ ler, Daniéle Silvestre y Jacques Adam dedican a esa crisis? Por cierto, presiento una objeción: “Aunque sea así, ¿cómo se po­ drían comparar acontecimientos tan disímiles, de consecuencias to­ talmente carentes de una medida común?” Estoy por completo de acuerdo. Y, para tranquilizar a mi eventual objetor, añadiré que el cofundador de los Annales formuló esta misma pregunta con una per­ plejidad impregnada de una comprensible tristeza, singularmente dis­ tante de la vivacidad de este libro. Pero, si bien la naturaleza de los acontecimientos y el tono em­ pleado en uno y otro caso difieren de manera evidente, no me parece que compararlos sea iconoclasta o arbitrario. En ambos casos se in­ tenta superar la amargura que enceguece, para ir a la raíz de las cosas. Del mismo modo, y siguiendo la clara lección de Bloch, a propósi­ to de este fracaso colectivo también resulta legítimo el cuestionamiento socrático heredado de la máxima délfica, que no es solo un precep­ to para uso individual. Esta obra se desprende directamente de esa enseñanza, en cuanto pretende hacer un balance sin concesiones, pero no sin esperanza, del fracaso de una aventura colectiva, la de la Es­ cuela de la Causa Freudiana y la Asociación Mundial de Psicoanáli­ sis. Finalmente, al concluir en septiembre de 1940 su profundo análisis del derrumbe que se había consumado tres meses antes, el historiador testigo demostró también que en medio del acontecimiento era posi­ ble la lucidez, que el “retroceso” del analista no exigía diacronía, sino más bien la humildad necesaria ante la obstinación de los hechos. ¿No puede decirse que, también en este caso, los actores y testigos de la crisis intentan un balance distanciado pero sobre la marcha, como el que en otro momento realizó con éxito Marc Bloch? La lucidez era también la obsesión de un Albert Camus, otro con­ temporáneo capital, para quien “la conciencia surge con la rebelión”.6

6. Camus (Albert), L ’homme révolté, Gallimard, 1951, pág. 27.

Estos dos hombres -uno por su conducta y su fin heroicos, el otro por sus editoriales en el Combat de posguerra- encarnaron el indispensa­ ble espíritu de Resistencia, el que rechaza todas las servidumbres vo­ luntarias. A fin de cuentas, la pregunta que se plantea es la misma formula­ da por primera vez en 1574 por Etienne de La Boétie en su Discurso sobre la servidumbre voluntaria: “¿Quién cuida al tirano cuando duerme?” Estas son referencias honorables que, a la lectura de esta obra fe­ lizmente incisiva, vinieron espontáneamente al espíritu del zapatero de Apeles. G érard B o ula ng er

Gérard Boulanger es abogado ante la Corte de Burdeos. Presiden­ te desde 1981 de la Liga por los Derechos del Hombre en Gironda, ex presidente nacional del Sindicato de los Abogados de Francia, presi­ dente fundador y después presidente honorario de la confederación sindical europea Abogados Europeos Demócratas, desde el principio al fin se ocupó de las querellas por crímenes contra la humanidad ini­ ciadas en 1981 por las familias de las víctimas del ex ministro Papón. Publicó dos ensayos históricos relacionados con ese combate, que li­ bró durante veinte años: Maurice Papón, un technocrate frangais dans la collaboration (Seuil, 1994) y Papón, un intrus dans la République (Seuil, 1997). Elegido personalidad externa, forma parte del Consejo de Administración de la Universidad de Burdeos III, Michel-de-Montaigne.

Introducción1

Este libro narra la historia, en vertad tragicómica, de una nueva crisis en el psicoanálisis. Se dirige a quienes la han vivido, pero sobre todo a quienes la descubrirán en estas páginas. Realiza su análisis y cataloga sus documentos, en su mayor parte inéditos hasta el momen­ to. Será a la vez un instrumento de trabajo para los iniciados, y de re­ flexión para todos aquellos a quienes concierne el psicoanálisis, no solo los analistas o los analizantes. Esta crisis afectó al conjunto de las cinco Escuelas creadas después de la disolución de la Escuela de Lacan, en 1980, a la cabeza de las cuales se encuentra la Escuela de la Causa Freudiana (ECF), creada en 1981, en vida de Lacan, y de la que partió la crisis presente, que desem­ bocó a fines de 1999 en una escisión definitiva, de dimensión mundial.2 Los autores de esta obra han vivido esta historia: miembros de di­ cha Escuela, la llevaron a la pila bautismal en el período agitado de la disolución, y desde hace cerca de dos décadas han sido agentes infati­ gablemente activos, participando no solo de sus trabajos sino también de su dirección. Colette Soler fue su primera directora, entre 1981 y 1983. Daniéle Silvestre también fue directora, desde 1989 hasta 1991,

1. Parte redactada por Colette Soler. 2. La partición del movimiento ha afectado a todos los países donde la AMP tenía alguna implantación. No obstante, en este volumen nos limitamos a la historia de los acontecimientos en Francia, donde se inició la crisis. Señalamos sin embargo que nuestros colegas brasileños, por su parte, publicaron ya un volumen titulado La esci­ sión de 1998, que apareció en Río en diciembre de 1998.

y las dos han sido miembros de su Consejo. Jacques Adam fue titular del segundo directorio, encargado de la biblioteca entre 1983 y 1985, y los tres trabajaron asimismo en las instancias de garantía. Louis So­ ler, por su parte, fue admitido a título de no-analista, pues había sido el propósito de Jacques Lacan no reservar la Escuela de psicoanálisis solo a los analistas. Después de haber tomado parte en la creación y desarrollo de esta Escuela, que en 1981 se propuso como una Escuela para el psicoanáli­ sis, dan aquí testimonio de esos veinte años de historia con cuya res­ ponsabilidad también cargan, exponiendo el modo en que una política de dominación falsifica el proyecto originario. Ellos vieron convertirse el monopolio de la dirección (que habían aceptado inocentemente) en una inversión de la orientación; además, el régimen de pensamiento único restauró progresivamente en el grupo la alienación que el psicoa­ nálisis se esfuerza en reducir en cada analizante. Hablan de su propia experiencia, pero también de la experiencia de los colegas que compar­ tieron con ellos los mismos puntos de vista, los colegas más próximos y los más lejanos de todos los otros países, que se agrupan hoy en día en una nueva comunidad, llamada de los Foros del Campo Lacaniano. Para evaluar esta crisis y permitir que cada uno se forme una idea de ella, presentaremos la cronología de los acontecimientos, y tam­ bién su sentido, pero sobre todo su estilo, que dice su verdad más que las declaraciones de principios. Por ejemplo, a título de muestra y de preliminar, mídase el alcance de unas palabras dirigidas a mí (ya se verá en qué circunstancias): “ ¡Usted está en la posición de un Bujarín!”. Si se recuerda que Bujarín, miembro del Komintern, fue asesi­ nado por orden de Stalin en razón de haber estado en desacuerdo con este, se advierten las resonancias de esa observación. Yo no respondí a esas palabras, destinadas, sin duda alguna, a hacerme llegar una ad­ vertencia amistosa, pues no hay que dramatizar, ¿no es cierto? ¡Eso sería ceder a lo imaginario! Las crisis en el psicoanálisis son como las pasiones del amor: se montan en un escenario, el de las asociaciones de psicoanalistas, pero también el del mundo al que ellas se dirigen. Y, como en los asuntos de amor, se llega muy pronto a los extremos: allí se exhiben, a cual más, “el noble, el trágico, el cómico, el payaso”.3 La injuria, la insi­ 3. Jacques Lacan, Télévision, ed. du Seuil, París, 1973, pág. 61. [Radiofonía & Televisión, Anagrama, 1977, pág. 125.]

nuación, el llamado a atestiguar, las gesticulaciones del payaso, las po­ ses de la seducción, los puñetazos verbales, etcétera, irrumpen en de­ sorden. Declaración, declamación, profesión de fe, arenga... No faltan los énfasis ni los movimientos ampulosos con los brazos. ¿Hay que reír, hay que llorar? Pathos por pathos, es preferible lo cómico. Encie­ rra lo que hay de más verdadero. Sin duda, sería muy tentador convo­ car para una sátira a Greuze y Moliere, las charlas del cuadro con las malicias de la escena. Pero la sátira no cambia nada, más bien enmas­ cararía lo que está en juego, haciendo olvidar que toda esta dramatización no es tan irrisoria como para que no incluya también los desgarra­ mientos de los dramas subjetivos ligados a la práctica analítica. Es probable que las miasmas del inconsciente no se puedan des­ pertar impunemente. Es también probable que quien vive en un sillón (pues, ¿no es esta la suerte del psicoanalista?) debe a veces apelar al ruido de ese sillón para hacer semblante de la vida del espíritu. ¡Po­ bres de nosotros! Desde el origen, la polémica y la disputa, como dos madrinas si­ niestras,4 instaladas junto a la cuna del psicoanálisis, siguen a cada uno de sus progresos. En general se lo deplora. Nos indigna también que el partero de lo inconsciente no esté libre de las pasiones comunes, pues nos gustaría poder imaginar al psicoanalista como anciano sabio, exento de las vi­ rulencias del deseo. Y se profesa que es siempre lo mismo, que la his­ toria se repite, que estas luchas son perjudiciales y que los psicoana­ listas (y el propio Freud, no nos detengamos en Melanie Klein ni hablemos de Lacan) no están a la altura de su misión, y le hacen daño al psicoanálisis del que son considerados portadores. ¿Verdadero o falso? No daré una respuesta ambigua: es falso. Re­ leamos la historia del psicoanálisis: el efecto traumático de cada una de sus crisis tiene una función de despertar, y finalmente deja como sedimento un plus de saber. Después de un siglo, hay que llegar a la conclusión de que el estado de guerra interno, recurrente, le debe al­ go a la propia disciplina. Es posible incluso que el psicoanálisis se sostenga en él. No es un misterio.

4. La expresión es de Jacques Lacan, que la aplica a la neurosis, en Les complexes fam iliaux en psychanalyse. [Los complejos fam iliares en psicoanálisis.]

¿Se olvidará que en el inicio del psicoanálisis está el descubri­ miento de la represión, del rechazo de la verdad que disgusta, la ver­ dad que concierne al sexo y al goce, y que el precio de esa negativa a saber es el síntoma, con su cortejo de sufrimientos, por los cuales se recurre al psicoanálisis? En su práctica, el psicoanalista trabaja contra la represión, es decir, a contracorriente. Pero aunque sea psicoanalista sigue siendo un sujeto, siempre a merced de las obras del olvido. Ahora bien, la represión tiene más de una astucia en su activo, y la colectividad la eleva a la segunda potencia. Paradójicamente, en efecto, la paz asociativa, a la cual cada uno cree poder aspirar a justo título, se funda en el unanimismo o en la indiferencia en materia de doctrina; ambas actitudes sirven a la re­ presión. La primera amortigua el choque de los descubrimientos ori­ ginales, en las reiteraciones de la opinión compartida. La segunda quiere excluir la polémica, pero de hecho proscribe el pensamiento. En ambos casos hay una segura erosión de las invenciones más inno­ vadoras. Esto tiene que ver con el estatuto de la verdad, la verdad de un su­ jeto, pero también la de una doctrina. La verdad es momento de emer­ gencia y reordenamiento de los discursos. Repetida, huye. Comparti­ da, se vacía y vira a la cantinela raciocinante. Lo verdadero es siempre nuevo, afirmaba Max Jacob, pero lo verdadero se pierde. Es­ to es lo que llevó a decir a Michel Foucault, en 1969, en un texto titu­ lado “Qu’est-ce qu’un auteur?”, que los grandes fundadores de discursividad caen inevitablemente en un olvido que no es contingente: está relacionado con el hecho de que su saber no tiene el mismo esta­ tuto que en las ciencias, pues incluye la dimensión del sujeto que la ciencia, por su parte, excluye. De allí la necesidad, decía Foucault, de volver periódicamente a las fuentes, de “retornar a ...”, mientras que un retorno a Galileo no tendría mucho sentido. Concluyo entonces: la polémica, bien usada, es un remedio para la entropía. Sirve al psicoanálisis contra los psicoanalistas. Les impide dormirse, programar la muerte de los textos mediante la repetición imbécil, servirse de los conceptos y las Crisis como de otros tantos amuletos para desfilar en los congresos, en síntesis, hacer semblante del deseo de saber. Oigo ya la objeción. La polémica, se me dirá, no es la guerra. Es cierto. Y ¿por qué habría que confundir la disputa epistémica con la lucha a muerte de las personas? Las crisis en el psicoanálisis, ¿no

evocan acaso las luchas hegelianas por el puro prestigio entre el amo y el esclavo, más que los partos con fórceps y un saber nuevo? Sin duda. Pero precisamente, atención, contrariamente a lo que se dice, no todas las crisis del psicoanálisis se parecen entre sí. Ocurre que no siempre se ve que el teatro de las personas disimula, más de lo que re­ vela, lo que está en juego en los discursos. Una primera línea divisoria separa las crisis que se produjeron en la época de Freud y los posfreudianos respecto de las que sacudieron a la comunidad lacaniana. No es posible distinguirlas por el grado de las pasiones y las violencias que suscitaron entre las personas, pues las pasiones y las violencias nunca faltaron. En cambio, desde Freud a Lacan se advierte nítidamente que cambió el punto de aplicación de los conflictos. Todas las primeras crisis se originaron en disensos en torno a con­ ceptos psicoanalíticos fundamentales: el lugar del inconsciente y del sexo negado por Jung, el complejo de castración reemplazado por la protesta viril de Adler, el método de Ferenczi, convertido en sobreactivo, el trauma del sexo reemplazado por el trauma del nacimiento de Otto Rank, el lugar de la transferencia y de la interpretación en el psi­ coanálisis de niños, según Melanie Klein y Anna Freud. Por el contrario, desde la creación en 1964 de la Escuela de Lacan, en el núcleo de la crisis del movimiento lacaniano siempre estuvieron en el banquillo la cuestión de la institución analítica, del tipo de co­ munidad que ella induce y de la autenticación del psicoanalista que ella permite. En 1967, el Cuarto Grupo se opuso al nuevo dispositivo de garantía inventado por Lacan y designado con el nombre de “pa­ se”. En 1980 fue el propio Lacan quien respondió a los cuestionamientos, con la disolución de su Escuela. En 1989, hubo otro descuerdo sobre el funcionamiento del pase. Y hoy en día vuelve a ser la manzana de la discordia el papel del pase en la organización de la co­ munidad mundial. ¿Qué conclusiones hay que extraer de este contraste? Entre uno y otro, entre Freud y Lacan, ¿las cuestiones del poder político habrían pasado a prevalecer sobre lo atinente a la doctrina y el saber? La pre­ gunta está demasiado cargada con una condena implícita como para no ser ya demasiado tendenciosa. Veamos primero. Freud nunca hizo de la institución un problema propiamente analí­ tico, aunque siempre la haya considerado un medio necesario. Con

Lacan ocurre lo contrario: la organización de la comunidad se ha con­ vertido en un problema de psicoanálisis. A Freud le debemos el acto que instiluyó el psicoanálisis, y todos los textos que lo fundan. Más que sujeto supuesto saber, él sigue sien­ do para el psicoanálisis el sujeto que supo encontrar la vía hacia el in­ consciente, sean cuales fueren los pasos dados desde el origen, y que cambian la disciplina. Por otra parte, esa fue su ambición, y pudo rea­ lizarla. Es notable que, en lo concerniente al poder político sobre la insti­ tución, Freud solo tenía una idea: confiarlo a otro, e incluso antes de que tal cesión se justificara por la edad y por la preocupación de dejar una obra perenne, más allá de su persona. Pero, sobre todo, se diría que él nunca pensó que la naturaleza de la institución se pudiera con­ cebir de otro modo, que tendría que ser más afín a la especificidad de la experiencia y del saber inconsciente. Aparentemente él solo soñó con poner a los mejores a la cabeza de la jerarquía, e incluso constituir con los primeros discípulos el famo­ so Comité Secreto que velaría por el psicoanálisis. ¡Un sueño! No fue eso lo que finalmente se produjo, y Freud consintió incluso una jerar­ quía, la de la Asociación Internacional de Psicoanálisis (IPA), acerca de la cual lo menos que puede decirse es que muy pronto dejó de dis­ tinguirse por el gusto del saber. Lacan, por su lado, pensó al psicoanálisis desde otro lugar. Exclui­ do en 1963 de la lista de didactas5 de la IPA, y sin duda marcado por el hecho de que en ese campo freudiano hubiera sido posible una de­ cisión tan extraordinaria como lo es una excomunión, concluyó que el psicoanálisis debía marcarle el paso a la institución, y no a la inversa. La innovación de su enseñanza no solo fue inmediatamente inasi­ milable,6 sino además intolerable para la organización central, lo cual lo llevó a postular que una solidaridad oculta vinculaba la organiza­ ción de la sociedad analítica con las inercias del pensamiento y el sec­ tarismo del grupo. Y, de hecho, la promoción de la jerarquía en la organización crea­ da por Freud obedeció, como en todas partes, a mecanismos que son 5. En la IPA se designa con este término a los psicoanalistas autorizados a formar a otros analistas. 6. Ironía de la historia, hoy en día, en la IPA, en todas partes, se abrevan en el texto de Lacan.

en lo esencial los del discurso del amo, un poco mestizado con su va­ riante universitaria. Esos mecanismos son en realidad heterogéneos respecto de la calificación propiamente psicoanalítica, y con Lacan este se convirtió en un verdadero escollo para el conjunto del movi­ miento. Dime como reclutas a tus psicoanalistas, y te diré... Por supuesto, la ambición de Lacan era promover una nueva expe­ riencia de comunidad, que no fuera cualquier comunidad. Que no fue­ ra Iglesia, ni ejército, ni carne de una toma de partido, ni masa para rellenar una secta más. Él denunció los diversos semblantes con los que pueden enmascararse los psicoanalistas, los aires de estigma y compunción clericales, las poses guerreras, pero también la cabeza baja de la servidumbre o de la deferencia delirante, pues nada de esto le sienta al psicoanalista. Quiso entonces pensar en dispositivos de re­ clutamiento en los cuales la relación de cada uno con la experiencia y la transmisión analítica contrapesara a los móviles exclusivos de la promoción personal, e hicieran posible una garantía no ficticia. De allí su expresión de Escuela... de Psicoanálisis. Una bella ambición sin duda, muy extremista con respecto a las conveniencias del orden asociativo. A decir verdad, más de treinta años después no se sabe de qué mo­ do las organizaciones analíticas podrían favorecer el dinamismo crea­ dor en la práctica y la teoría. Pero sabemos demasiado bien cómo pueden obstaculizarlo. Se lo sabía por la IPA, se lo constató de nuevo en los últimos años de la EFP, y acabamos de verificarlo una vez más con estrépito, aunque de otro modo. En este caso, para que se atrevesara el umbral de la asfixia y se instalaran la intimidación y la paráli­ sis del pensamiento, bastó con que la afirmación oracular reemplaza­ ra los trayectos del esfuerzo por fundar, con que la clínica fuera proferida y no ya interrogada, con que se condenara la controversia y la diferencia. Más vale entonces una nueva apuesta. Esto es lo que es­ tá en el principio de la disidencia que vamos a historiar, pues ella fue como un gran impulso tendiente a preservar las condiciones mismas del pensamiento analítico, y por lo tanto también de la práctica analí­ tica.

De la Escuela de Lacan a la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP)

Cronología1

Antes de la ECF No se trata aquí de hacer la historia detallada de la primera Escue­ la de Lacan. Recordemos solamente, a título de información, algunos elementos de la cronología que llevaron desde la Escuela Freudiana de Paris que Lacan creó en 1964, y desapareció en 1980, hasta la ECF, creada en enero de 1981. El concepto de Escuela, como nueva experiencia de comunidad analítica, data del Acta de Fundación redactada por Lacan en 1964. Lacan ponía un acento esencial en el trabajo de doctrina que había que realizar, y proponía ya el pequeño grupo llamado “cartel” como estructura propicia para contrarrestar los “seguidismos” del pensa­ miento en beneficio de la iniciativa de las elaboraciones, e introducía la idea de la permutación regular de las responsabilidades de direc­ ción. Esto ocurría seis meses después de la directiva de Estocolmo del 2 de agosto de 1963, emanada de la IPA, cuyo veredicto promulgaba dos medidas simples, perfectamente explícitas: Lacan dejaba de ser reconocido como didacta, y sus analizantes se redistribuían entre otros didactas.2 Al calificar ese veredicto de “excomunión”, el propio

1. Parte redactada por Colette Soler. 2. Recordemos el § 6 de la directiva: “a) Todos los miembros, miembros asocia­ dos, practicantes y candidatos de la SFP deberán ser informados de que el Dr. Lacan

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Lacan aludía evidentemente a una homología entre la IPA y la estruc­ tura de la Iglesia, tal como la había revelado Freud en Psicología de las masas y análisis del yo. Pero es preciso reconocer que, más que de una simple condena a muerte simbólica, este era también un intento muy real de anulación profesional. Algunos, como se verá, han reteni­ do sin duda algo de esto en la historia reciente. Hoy en día sabemos que para la voluntad de imponer el ostracismo, este fue un trabajo perdido. Al querer hacer desaparecer a un hombre, la IPA, sin llegar siquiera a detener la obra del Seminario, acababa de firmar la gran partición del movimiento analítico, que después la se­ paró de la corriente lacaniana, como una herida abierta. ¡Esto podría hacer meditar al postulante a la dominación de la Historia! En 1967, Lacan dio un paso más. Se conoce su “Proposición so­ bre el psicoanalista de la Escuela”. Allí propone un nuevo modo de reclutamiento de los analistas de la Escuela (AE) mediante el disposi­ tivo llamado del pase. Ese dispositivo, en ciertos aspectos complejo, y cuyos fundamentos teóricos no lo son menos, es también muy simple, e incluso muy “liviano” {minee), decía Lacan. Consiste en tratar de autenticar la calificación del analista a partir de una prueba de trans­ misión en la que él da testimonio de su propio análisis, o acerca de lo que el análisis modificó, de lo que le ha enseñado y de lo que ha per­ cibido de las vías por las que le llegó el deseo del analista. El juicio al respecto se confía a un jurado de analistas confirmados, pero quien debe recoger el testimonio es un “pasador”, todavía analizante, aun­ que ya ha llegado al momento de viraje del fin de análisis, y al que se puede suponer casi a la par con el “pasante”. Esta innovación, que hoy en día hace furor3 en todas las Escuelas, le hizo perder a la EFP algu­ nos de sus primeros sostenes, que se reunieron en el Cuarto Grupo, no obstante lo cual el dispositivo del pase, debidamente votado, se puso en marcha.

ya no es reconocido como analista didacta. Esta notificación deberá efectuarse antes del 31 de octubre de 1963, a más tardar. ”b) Se ruega a todos los candidatos en formación con el Dr. Lacan que informen a la Comisión de Estudios si desean o no continuar su formación, en la inteligencia de que se les exigirá un tramo suplementario de análisis didáctico con un analista aceptado por la Comisión de Estudios. Esta notificación deberá efectuarse antes del 31 de diciembre de 1963, a más tardar”. 3. Esta expresión encontrará su justificación más adelante.

- En 1976 Lacan creó la Sección Clínica de París. Allí iban a reu­ nirse miembros de la Escuela, pero esta era sin embargo una estructu­ ra paralela que se planteaba objetivos de formación con los textos y la clínica analítica. Esta iniciativa inscribía la crítica implícita que Lacan había comenzado a dirigir a las insuficiencias de su Escuela. - Fuera como fuere, la tensión no cesó de aumentar en los últimos años de la Escuela; en vista de la vejez y la enfermedad de Lacan, en el horizonte era posible percibir el hecho de su sucesión con los inevi­ tables conflictos de apropiación de la herencia simbólica. - Después estalló la bomba: la carta de disolución firmada en ene­ ro de 1980. Habría mucho que decir sobre ese acto. Es cierto que pri­ vaba de “la marca” Lacan a los en adelante ex miembros de la EFP, y remitía a sus obras futuras a todos los postulantes al estatuto de alum­ no de Lacan, como se decía en esa época. Pasemos por alto las peripecias del estallido que siguió, en el cual actuaba una sola y gran esquizia: la comunidad de los lacanianos que rodeaban entonces a Lacan se dividieron en dos, no dos grupos (pues grupos hubo y hay aun muchos, hechos y desechos a lo largo del tiempo), sino dos conjuntos: el de los que seguían hasta el fin las in­ dicaciones de Lacan, y el de los que las recusaron, sea en el momento de la disolución o en el del estallido de la Causa Freudiana, un año más tarde. No examinamos aquí los móviles ni las razones invocadas, ni tam­ poco los tiempos de las decisiones de cada uno. Algunos concluyeron de inmediato, y otros en dos etapas. A algunos les habría gustado la disolución, pero sin Jacques-Alain Miller;4 otros no la querían a nin­ gún precio, y preferían el voto democrático de los miembros. Estos presentaron un recurso de urgencia contra Lacan, y finalmente la di­ solución debió ser votada por la asamblea de la EFP. Fuera como fue­ re, al final la comunidad quedó dividida entre los partidarios de la de­ cisión tomada por Lacan, y sus oponentes. Los primeros quisieron intentar una “contraexperiencia” que relan­

4. Jacques-Alain Miller es el yerno de Jacques Lacan. Fue miembro de la EFP desde su creación, en una época en la que él no era aun psicoanalista. Egresado de la Escuela Normal, profesor universitario, es actualmente director del Departamento de Psicoanálisis de la Universidad de Paris VIII. Es el titular del derecho moral sobre la obra de Jacques Lacan, cuyo Seminario él establece. Desde 1992 es también delega­ do general (D. G.) de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP).

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DE LA ESC U ELA DE LACAN A LA Aivir

zara el proyecto de Escuela según lo que ellos pensaban que era la orientación deseada por Lacan. Los Miller estaban de ese lado, y tam­ bién nosotros, con muchos otros, en especial Michel Silvestre, que fa­ lleció prematuramente.5 De allí surgió, primero, la Causa Freudiana, en junio de 1980, en la cual Claude Comté era el director, y Colette Soler la directora adjunta. Después del estallido de la Causa Freudia­ na -algunos cambiaron de opinión en un segundo momento- en enero de 1981 se creó la Escuela de la Causa Freudiana. Ocho meses más tarde moría Lacan, el 8 de septiembre de 1981.

La Escuela de la Causa Freudiana La nueva Escuela fue creada en enero de 1981 en una atmósfera de tensión generada por un conflicto agudo, en cuyo centro se encon­ traba Jacques-Alain Miller. Los alumnos de Lacan, que después de la disolución se habían reagrupado en la Causa Freudiana, volvieron a dividirse. El directorio de entonces respondió a las defecciones pro­ poniendo la creación de la ECF, que Lacan dijo en seguida que adop­ taba. No vamos a rehacer la historia de los inicios de esta Escuela, pues no es el objetivo presente. Sería posible cuestionarla, lo sé, pero en lo esencial fue una buena Escuela, animada por un hermoso proyecto, activa, en progreso constante... y que merecía ser sostenida. Hizo mu­ cho en unos pocos años. Se actualizaron los recursos auténticamente clínicos de la enseñanza de Lacan; se iniciaron las presentaciones de casos, poco practicadas hasta entonces por los alumnos de Lacan; se volvió a poner en marcha el dispositivo del pase, después de que se votara un nuevo reglamento al cabo de un año de debates sobre el te­ ma; se comenzó a formar lo que es hoy una biblioteca inmensa, etcé­ tera. No hay nada en esto que haya que recusar.

5. Postumamente, en 1995, se publicó una compilación de sus artículos, con el tí­ tulo de Demain, la psychanalyse. Esos textos de Michel Silvestre siguen siendo de gran actualidad.

Las estructuras paralelas: la Fundación y el Instituto del Campo Freudiano Hablo de esta Escuela, pero de hecho no estaba sola. Siempre estu­ vo acompañada, rodeada por estructuras paralelas: primero la Funda­ ción del Campo Freudiano (FCF), y después el Instituto del Campo Freudiano. Es imposible comprender nada de esta historia si se olvida la configuración y el sentido de este dispositivo. La FCF data de la época de la disolución. Es una asociación según la “ley 1901”, que no tiene miembros, salvo una oficina de dos, quizá tres personas, y cuya presidenta es Judith Miller.6 Bajo la égida de la Fundación, es mucho lo que se hizo en el curso de los años: se orga­ nizaron seminarios regulares en diferentes países, se crearon múltiples grupos del CF, hubo encuentros internacionales cada dos años, una vez en Europa y otra del otro lado del Atlántico, se crearon numero­ sas bibliotecas hoy en día agrupadas en la Federación Internacional de las Bibliotecas del CF que dirige... la propia Judith Miller. Es decir, todo un aparato en las manos de una persona que tiene muchas razo­ nes para querer difundir la enseñanza de Lacan en el mundo... pero una persona respecto de la cual nos preguntamos hoy en día si es aun esa enseñanza la que difunde. El Instituto del Campo Freudiano, creado en febrero de 1987, que (observémoslo) toma el término “Instituto” de la IPA, se dedica más bien a la enseñanza y las investigaciones. Fue creado más tarde, pero la mayoría de sus partes componentes existían desde antes: el Depar­ tamento de Psicoanálisis en la universidad; las Secciones Clínicas, primero de París y después toda una serie en Francia y el extranjero; grupos de investigación en diversos dominios (medicina, psicoanálisis de niños, etcétera). También el Instituto ha sido dirigido desde su ori­ gen por una sola persona: J.-A. Miller. Este vasto conjunto fue primero periférico respecto de las Escue­ las, aunque las personas invitadas a trabajar en él eran desde el princi­ pio miembros de la Escuela. Su función política fue evidente desde el origen y, por otra parte, 6. Judith Miller es hija de Jacques Lacan y Sylvia Bataille, y esposa de JacquesAlain Miller. Profesora de filosofía, no es analista. Dirige la Fundación del Campo Freudiano desde su creación en 1979, así como la Federación Internacional de las Bi­ bliotecas del Campo Freudiano, creada más recientemente.

formulada como tal: controlar la Escuela desde el exterior. Elemental, mi querido Watson: en la Escuela todo permuta; aquí no permuta na­ da; los miembros de la Escuela tienen derechos y exigencias potencia­ les; aquí no hay miembros, y por lo tanto tampoco reivindicaciones posibles; allá había que transigir, rendir cuentas; acá, la decisión es soberana, no hay que rendir cuentas, ni siquiera sobre las finanzas. Está muy claro que este conjunto, que no es la Escuela, a pesar de su diversidad interna, obedecía al régimen del poder único. Esta no es una interpretación sino un hecho: un director, una directora, dirigen solos. Por supuesto, no sin colaboraciones, pero son los únicos que pueden elegir los lugares de enseñanza, las enseñanzas, los enseñantes y el conjunto de los colaboradores, las nuevas estructuras y, no olvidar­ lo, las publicaciones. Esto es tan así que en el conflicto actual se com­ probó que nada se oponía a que el director tachara con un simple trazo a tal o cual persona, si él decretaba que esa persona ya no servía a la causa analítica, cuya definición, lo mismo que todo lo demás, estaba soberanamente en sus manos. De modo que lo que cada uno podía es­ perar era solamente que se lo empleara, y decir finalmente, como el Viernes de Robinson Crusoe de Jeróme Savary: “Gracias, amo”.

La expansión: las Escuelas en plural, y las ACF Este dispositivo institucional demostró considerablemente su efi­ cacia en el nivel de expansión del movimiento. Asumió lo que la Es­ cuela en construcción no podría haber hecho por sí sola. Gracias a él fue posible desarrollar enseñanzas regulares, coordinadas y metódicas en muchas partes del mundo y durante años, construyendo por lo tan­ to una vasta comunidad de intercambios analíticos y de formación. La primera piedra de la expansión al otro lado del Atlántico había sido asentada mucho tiempo antes gracias a Diana Rabinovich, psi­ coanalista argentina. Ya en los últimos años de la EFP ella invitó a J.A. Miller a dar una serie de conferencias en Caracas, ciudad a la que Diana Rabinovich había emigrado y donde fundó el primer grupo de orientación lacaniana, que iba a convertirse en el núcleo de la futura Escuela de Caracas. En julio de 1980, seis meses antes del estallido de la Causa Freudiana, Lacan, respondiendo a su invitación, viajó a Caracas para conocer allí a quienes fueron designados como sus “lectores”, para diferenciarlos de los que él mismo llamaba sus

“alumnos”. Ese fue su último Seminario. A partir de allí se organiza­ ron otros intercambios con el Campo Freudiano, en Caracas y más tarde en Buenos Aires, después del retorno de Diana Rabinovich a la Argentina. Siguieron las publicaciones en la editorial Manantial, pu­ blicaciones también impulsadas por esta psicoanalista argentina. De modo que ella estuvo en el inicio de la expansión del Campo Freu­ diano en América latina, antes de separarse de él. Pero esta es otra historia. Fuera como fuere, a partir de una Escuela pequeña y única, muy pronto nos encontramos con una gran Escuela acompañada primero de otras tres, y después de otras cuatro. Todas con principios idénti­ cos: los carteles y el pase en cuanto al trabajo, la permutación en cuanto a las responsabilidades. Las fechas son elocuentes: 1985, Es­ cuela del Campo Freudiano de Caracas (ECFC); 1990, Escuela Euro­ pea de Psicoanálisis (EEP); 1992, Escuela de la Orientación Lacaniana (EOL) de la Argentina; 1995, Escuela Brasileña de Psicoanálisis (EBP). Sin contar aun los múltiples grupos del Campo Freudiano, y después los equivalentes de las Secciones Clínicas. La extensión no tuvo solamente lugar en el extranjero, sino tam­ bién en Francia, con la creación de las ACF (Asociaciones Causa Freudiana). Estas tomaban de Lacan su título de junio de 1981, y reutilizaban en forma modificada los estatutos que habían quedado en suspenso después de ese año. De este modo permitieron crear alrede­ dor de la Escuela, y conectadas con ella, una multiplicidad de asocia­ ciones que, sin ser Escuelas, se dedicaban al estudio y las conexiones del psicoanálisis.

El viraje de la AMP: la apropiación de las Escuelas En febrero de 1992 se creó la Asociación Mundial de Psicoanáli­ sis, por iniciativa de quien iba a designarse a sí mismo “delegado ge­ neral” (D.G.) (extraña expresión, utilizada por unos pocos partidos políticos y que, de hecho, disimulaba el término legal de “presidente” inscrito en los textos). Este fue un viraje decisivo, aunque pasó inad­ vertido. Con la AMP cambió totalmente el modo de la articulación entre las Escuelas y las estructuras paralelas a las que me he referido. ¿Có­ mo estaban ordenadas hasta entonces los diferentes componentes del

campo? Entre la Escuela y el Campo Freudiano (CF), con su direc­ ción Una, la relación de estructura era de yuxtaposición, como ya he­ mos dicho. Se trataba de asociaciones distintas, con poderes distintos y finali­ dades diferenciadas. Estaban sin duda conectadas, esencialmente por las personas, puesto que la mayor parte de los enseñantes del Campo Freudiano eran miembros de las Escuelas, pero las estructuras seguían siendo exteriores entre sí. Consecuencia principal: el Campo Freudia­ no, como tal, no tenía en sentido estricto ningún derecho a controlar el funcionamiento interno de la Escuela, y menos aun el pase, ya se tratare de su dispositivo o de sus resultados. Por lo tanto, el reino del pase era exterior al reino del Uno. Esto se puede escribir como sigue: Escuela

//

CF

La multiplicación ulterior de las Escuelas, por la que todos nos fe­ licitamos, y que por otra parte no lamentamos, no cambió la estruc­ tura. Simplemente la ECF ya no era la única. Se podía entonces es­ cribir: Las Escuelas II (ECF, ECFC, EEP, EOL)

CF

A continuación se produjo el salto cualitativo, como se decía en una época. Con la AMP se pasó a una estructura totalmente distinta, que ya no era de yuxtaposición, sino de inclusión. Todas las escuelas son miembros institucionales de la AMP, elementos del conjunto AMP. ¿Por qué no llamarla AMP-Una, e incluso acoplarla con el CFUno, puesto que está bien precisado en los textos que la AMP “coor­ dina sus actividades” con él? AMP-CFU



{ ECF, ECFC, EEP, EOL, EBP}

Esta máquina institucional no es en absoluto igual a la anterior, y esto con total independencia de la cuestión de si se hizo o no un buen uso del poder único. Las consecuencias se advirtieron de inmediato: en adelante, el po­ der del Uno de la dirección se impuso estatutariamente a las Escuelas. La AMP incluye a las Escuelas, lo que quiere decir que, según la ex­

presión del delegado general, tiene “derecho de mirada” sobre todas las decisiones de las Escuelas, sobre las nominaciones de los miem­ bros, y sobre los títulos de garantía. Por otra parte, como se vio muy pronto, se trataba de más que eso: el D.G. podía en adelante operar en todos los niveles de las Escuelas: presencia en las instancias, designa­ ción de los responsables (fueran cuales fueren), convocatoria de reu­ niones, conversaciones (a veces incluso encuestas, como se verá), simposios, publicación de folletos y textos escogidos por él, etcétera. Por esto yo terminé por decir que la AMP dirige a las Escuelas. Esto no quiere decir que las administre (¿cómo podría hacerlo un so­ lo delegado general?), sino que tiene el control de todas las decisiones de ellas, incluso las del pase. Por otra parte, esto llega al punto de que, según sus estatutos, basta una decisión del Consejo para que a cualquiera de estas instituciones se le retire la calidad de Escuela re­ conocida. Esto es igualmente coherente con el hecho de que las dos crisis de la ECF, en 1990 y 1996, hayan sido desencadenadas por el D.G. a partir del Colegio del Pase, este pase que, por esencia, no va en el sentido del Uno totalizador. Más en general, creo que las disfuncio­ nes de los últimos años han sido condicionadas por esta estructura. Lo verificaremos caso por caso. Resumamos el viraje de la AMP: antes de la AMP, el espacio de la Escuela, de la que Lacan sentó los fundamentos, seguía estructural­ mente fuera del campo del poder del Uno, aunque ya al alcance de su influencia. Con la AMP, por el contrario, cuyas bases son heterogé­ neas respecto de las orientaciones de Lacan para su Escuela, este es­ pacio quedó subordinado al Uno. Por cierto, la estructura a la que me refiero no explica toda la cri­ sis de la que vamos a hablar, ni las difunciones de los últimos años. Hay un factor personal ineliminable. Pero esa estructura es la princi­ pal condición institucional de dicha crisis. Al acordarle demasiado al Uno, al ponerlo al mando dando por sentado un buen uso de él, se co­ rrió el riesgo de que quedara comprometido el propio trabajo analíti­ co. Como veremos, esto es precisamente lo que sucedió.

Comentarios1

Es indudable que la cronología inscribe una toma de poder. Pero al decir poder aun no se dice nada, pues hay varios poderes, y cada uno admite distintos usos. Nadie sueña con eliminar la dimensión del po­ der, presente en todas partes, pero ella permite elegir entre opciones muy distintas.

La política de Lacan De hecho, se trata de si el psicoanálisis puede pretender realizar sobre la institución una operación homologa a la que puede lograr con el sujeto analizante: desalienarlo un poco de las incitaciones del dis­ curso Otro y despertarlo al deseo del analista. Lacan lo pensó, lo qui­ so; nosotros intentamos sostener la apuesta, pero desde mayo de 1964 el balance es problemático, y el de la AMP del día de hoy, más bien desastroso en este sentido. Ahora bien, en estas cuestiones están en juego el dinamismo y la renovación del pensamiento psicoanalítico. En cada institución analítica se enfrentan y ajustan por lo menos dos poderes: el de la dirección política, un poder clásico, al que noso­ tros llamamos poder del significante amo, y el de la orientación doc­ trinaria, el poder que se le reconoce a aquel que sabe, sea que se le su­ ponga ese saber en la transferencia o que se lo encuentre plenamente

1. Parte redactada por Colette Soler.

articulado en una obra. Estos dos poderes se llaman y se combinan entre sí, pero son de distinta naturaleza. Freud contó con el segundo mucho más que con el primero. Lacan los ha conjugado. En lo que concierne a Lacan y a su Escuela, él los conjugó, pues es cierto que en su sola persona condensaba estos dos poderes. En cuanto a la vertiente del saber, la credibilidad de la EFP se basaba por completo en el resurgimiento del discurso analítico debido al Semina­ rio de Lacan: esto es demasiado evidente. En cuanto a la dirección, él nunca abandonó la de su Escuela, donde nada se asemejaba a la direc­ ción colegiada que fue siempre la de la IPA. Es seguro además que Lacan sabía imponer su voluntad si se daba el caso, sabía decir no, disponía de un poder transferencial inigualado, y su palabra tenía un peso incomparable. Es también patente que no retrocedía ante el acto, del cual por otra parte le debemos la doctrina. ¿No se ha repetido suficientemente que Lacan fue un amo? Pre­ guntemos más bien cuál fue el uso que hizo de su posición. ¿Fue el amo tirano, como dijeron algunos en el momento de la disolución, y como hoy en día dice a veces el propio Miller, sin duda para justificar sus excesos? Lacan fue un amo, sin duda, y tenía títulos para serlo, pero ¿qué clase de amo político fue? Observo que nunca desarrolló ninguna burocracia de Escuela, y que no se apoyó en la máquina institucional, en la cual estaba poco interesado. Era manifiesto que no lo apasionaban los reglamentos ni los estatutos, y nunca trató de extender su Escuela fuera de la fronte­ ra. Por cierto habló de “reconquista”, pero en su pluma se trataba de las reconquistas de la verdad freudiana, demasiado olvidada en el campo mismo del psicoanálisis. ¿Hay que concluir que fue un amo políticamente negligente, incluso incapaz (como dijo hace algunos meses uno de los responsables brasileños, repitiendo la lección apren­ dida), y que no supo renovar los cuadros de la Escuela, dar salida a lo que el D.G. llamaba hace poco “las ambiciones legítimas” de los jóve­ nes miembros? Ocurre que Lacan tenía otra idea de las ambiciones legítimas de los psicoanalistas. Lo demuestran sus iniciativas institucionales para las que se sirvió de su posición de amo. Ellas no tienen nada que ver con la preocupación por las “carreras”, como aun se sigue diciendo. Esas iniciativas fueron tres: “La proposición de 1967 sobre el psicoa­ nalista de la Escuela” (que innova acerca de la cuestión de la garan­ tía), la reforma del Departamento de Psicoanálisis en 1974 (que se in­

quieta por la enseñanza), y la creación de la Sección Clínica en 1976 (que apunta a la transmisión). Está muy claro que en estos casos el uso de la decisión política está totalmente volcado hacia los proble­ mas del discurso analítico en sí. La incitación es epistémica, también ética, ¡jamás carrerista! Si Lacan tuvo que quejarse de su Escuela, lo hizo esencialmente con respecto a este tipo de exigencias. De allí la idea de contraexperiencia, que fue la consigna de la ECF en sus co­ mienzos.

¿Qué sucedió en la ECF? A menudo se me pregunta por qué critico ahora aquello en lo que he participado durante tanto tiempo y tan activamente. El que se con­ virtió en delegado general de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, ¿no estaba ya a la cabeza de la empresa? ¡Por supuesto! Pero hay un pero: la Escuela era otra, y su posición, inversa. La diferencia entre ayer y hoy consiste en que antes él actuaba me­ diante la persuación, y por lo tanto por la vía del consentimiento ga­ nado, mientras que ahora tiene el descaro de exigir nada menos que... ¡la alianza incondicional! Sobre este tema hemos escuchado de todo. Pero en 1981 se suponía que la ECF, la del discurso oficial, era una Escuela que la muerte de Lacan había dejado sin amo, y cuya direc­ ción (Consejo y Directorio) podían matener la ilusión de un poder re­ lativamente colegiado; Miller tenía el cuidado de mimar por turno a cada uno de sus responsables, pero en proporción a su importancia política. ¡Cuántos cuidados, y qué aplicación! Numerosas reuniones inter­ minables, discusiones sin objeto aparente, somníferas, y sin embargo muy necesarias a fin de asegurar, como quien no quiere la cosa, me­ diante una persuación discreta, la osmosis de los puntos de vista. Te­ ner que convencer para gobernar fue evidentemente una tarea agota­ dora. Una vigilancia incansable, paciencia en todos los instantes y... una contención de la que algún día habría que vengarse. Pues esta fue sobre todo una elisión voluntaria del “yo” en benefi­ cio del “nosotros”, de aspecto más igualitario. Por un breve lapso, esta obligación impuso una verdadera modestia del “yo”. El caracterizaba el “yo” como reservado a Lacan, pues nosotros, ¿no es cierto?, éra­ mos una Escuela del duelo, a la cual solo podía convenirle la discre­

ción colectiva. ¿Y no resultaba impúdico que los “yoes” intempesti­ vos, al manifestarse, se vanagloriaran del vínculo de esa Escuela con la persona de Lacan? ¿Cómo no sentirse conmovido ante una posición tan justa, y quién habría querido criticarla? Un político en una manada de inocentes, vale la pena verlo, y ade­ más, ya lo he dicho, puede dar resultado. Algunos años después, evidentemente el discurso ha cambiado: ahora se denuncia esa concertación como inercia burocrática, con la jactancia, ¡pero sí!, de haber logrado “triturar las solidaridades” del principio. ¡Qué gran desempeño! Ocurre que, vean ustedes, se tiene una alta idea de los compromisos, y nada resiste, ningún vínculo, nin­ guna deuda, mientras uno se crea en el camino del Psicoanálisis con mayúscula. No vayamos a suponer que cambió la persona; veamos más bien que, en 1981, la necesidad obligaba. ¿Cómo no esconder las uñas cuando se recordaba haber sentido poco tiempo antes, en la época de la disolución, el viento de las balas del odio, y sobre todo cuando se acababa de entrar en la práctica, al reiniciarse la actividad en 1981, después de la muerte de Lacan, y había que dar clase, como todo el mundo, para poder ser creíble como analista? La prudencia política incita a veces las virtudes de la consertación. Ironizo, es cierto, pero mi ironía no es siquiera retrospectiva. Todo esto era ya legible, lo mismo que la lenta paciencia de una ambición a largo plazo. Solo que yo no lo objetaba, ni mis colegas tampoco, y, en nombre de los objetivos de la Causa, nunca le fue disputado el control político. Con toda razón se nos puede imputar credulidad. Tuvimos una confianza tonta en lo concerniente a la dirección del movimiento, lo que sin duda quiere decir que le creimos cuando se decía, de todas las maneras posibles, servidor de la obra de Lacan y del psicoanálisis. No ignoro que la confianza excesiva es un error político. Además, no puedo desconocer que me resultó personalmente cómoda, pues me permitió concentrar lo esencial de mis esfuerzos en el estudio y la en­ señanza del psicoanálisis. Por esa ambición yo había incluso renun­ ciado ya a mi puesto de enseñanza en la Escuela Normal Superior de Fontenay-aux-Roses. Por otra parte, yo ya había dado otra prueba de esa prioridad desde el inicio de la Escuela. En enero de 1981, cuando era directora adjunta, pude elegir entre permanecer cuatro años en la dirección (dos años como adjunta, y después dos años como directo­ ra) o. solo dos años (convirtiéndome de inmediato en directora). Opté

sin vacilar por esta última solución, pues ya había comprobado que las responsabilidades de la dirección no me dejaban el tiempo necesa­ rio para lo que importaba más.

La AMP, o la orientación al revés La creación de la AMP fue un verdadero juego de prestidigitación institucional. Pero creo que nadie vio nada, salvo el principal intere­ sado. De no ser así, ¿cómo comprender que el D.G. haya repetido, e in­ cluso escrito, que la invención (sic) de esa sigla, AMP, fue producto de una inspiración, como una agudeza, un Witz, según el término de Freud? Puesto que el Witz es pariente del inconsciente, ya se sobreen­ tendía que, por supuesto, era el analista con mayúscula el que habla­ ba. Y nos contaba que fue en la Argentina, en Mar del Plata. Según su costumbre, él estaba despierto, mientras Judith, su esposa, descansa­ ba. Y de pronto pensó: ¡“asociación” !, y después “mundial”, palabra que le llegó como en una iluminación. Entonces, con una risa maravi­ llada, despertó a Judith para compartir con ella ese hallazgo memora­ ble. ¿Qué le había sucedido al lector de Lacan, tan auténticamente emérito, adepto a la lógica, tan perspicaz y tan racional? ¡AMP, una agudeza! Nos deja atónitos. A menos que se estuviera divirtiendo se­ cretamente con nuestra credulidad y disimulara, detrás de ese supues­ to Witz, el giro que acababa de imponerle a la historia de la orienta­ ción lacaniana. ¿Una pizca de malicia? No será una pizca, pero sin duda es malicia... Ahora bien, ¿cómo pudo pasar inadvertido un cambio tan impor­ tante? Desde luego, tuvo que haber fe. La conveniencia de que la dirección efectiva que ya ejercía quien había querido esas Escuelas fuera legitimada con el título “delegado general” pareció sencillamente evidente, justa y lógica. La confianza otorgada era por otra parte tal que el Pacto de París, en virtud del cual las cuatro Escuelas existentes adherían a la AMP, la que manifestaba reconocer (observemos el término) sus títulos, fue firmado incluso antes de que se terminara la redacción de los estatutos de esa AMP: se dejaba la tarea al cuidado del D.G. Una vez concluida, se vio que era la AMP la que confería el título de Escuela... reconocida. ¡También

reconocía (síc) los títulos, y en consecuencia, tenía “derecho de mira­ da” sobre las nominaciones analíticas! Por poco que hubiéramos abierto los ojos ¿cómo no reconocer, por nuestra parte, que este era el mismo dispositivo que había operado en la directiva de excomunión de Lacan a la que ya nos hemos referido? Se trataba del poder de una dirección para otorgar o negar la garantía analítica. Salvo que en este caso una sola persona se proponía como medida de la cosa analítica. (Véase infra el capítulo dedicado a la crisis actual, que lo confirma de manera notoria.) Este dominio de la jerarquía del poder político sobre la califica­ ción del analista era justamente lo que Lacan, al inventar su Escuela y el pase, se había desvelado por proscribir. La creación de la AMP suscribía una mentira sin precedentes so­ bre la orientación: se conservaban las palabras (Escuela, pase), garan­ tía obliga, pero se mataba la cosa. En adelante se puso en marcha, con el nombre de Escuela, lo inverso del proyecto de Lacan. Entonces, ¿por qué seguir denunciando la organización de la IPA? Mutatis mutandis, se trata de la misma lucha por controlar políticamente una ga­ rantía de la cual el político no sabe nada. ¡Eso si que es una contraex­ periencia: muy contraria a la que se esperaba!

La crisis de 1990 En 1990, por cierto, los hechos no se habían consumado, pero eran ya muy previsibles. Además de que no habían faltado signos precur­ sores. Un colega, Gérard Pommier,2 acusado de organizar una campa­ ña contra Miller, había sido excluido de la Escuela. La propia ECF había realizado su viraje, en ocasión del Colegio del Pase precedente.3 Esa fue la primera crisis. Una crisis relámpago que terminó con el alejamiento de varios colegas, entre ellos muchos ex analizantes de Lacan, que habían trabajado en los carteles del pase o habían sido nombrados por ellos Analistas de la Escuela (AE). Este fue un golpe teatral. Saltó a escena el “yo” contenido durante 2. G. Pommier fundó las ediciones Point hors ligne. 3. Después de seis años de funcionamiento efectivo, el Colegio del Pase reunió a las personas que habían participado en el dispositivo del pase, ya descrito, con el ob­ jetivo de evaluar su funcionamiento y sus resultados.

tantos años, y dijo “aquí estoy”, anunciando en gran estilo, ante la co­ munidad boquiabierta, la catástrofe que se incubaba sin que nadie lo supiera, salvo nuestro clarividente. El texto tenía por título “Acier l’ouvert” (“Acero el abierto”): solo una pequeña diferencia fonética con la expresión “á ciel ouvert” (“a cielo abierto”) empleada por La­ can. ¡Sin duda para ser más enérgico! Allí nos enterábamos de que los viejos demonios -oh, perdón, las brujas ruines que ya complotaban en la Escuela de Lacan- habían reiniciado sus intrigas; la hidra estaba allí, el veneno comenzaba a circular, y por poco no había triunfado la conjuración contra Miller, es decir contra la Escuela (sic), etcétera. Una vez pasada la primera sorpresa, cada uno, llamado a expresar­ se por medio de la persuasión más suave, envió su mensaje de respal­ do. Y se agradeció la lucidez de quien había visto lo que nadie veía, pero cada uno debía ver una vez advertido, bajo pena de ser sospecha­ do de complicidad. Y más valía ser rápido, pues incluso se interpreta­ ba el orden de llegada de los mensajes, que figura cuidadosamente re­ gistrado en los folletos publicados en esa oportunidad. Al releer hoy en día esas misivas, miro con sorpresa lo que hemos perdido desde entonces, pues todos por cierto aprobaban, pero cada uno a su mane­ ra y con su estilo. Aun palpitaba un poco de diversidad. En cuanto a mí, que solo consentí después de tres llamados telefónicos muy gen­ tilmente insistentes (!), puedo al menos reconocerme el pequeño mé­ rito de haber señalado una reserva, al escribir acerca del orden reestablecido: “Créame que no será por mucho tiempo”. Yo había comprendido que el método que inventa el enemigo para que lo com­ batan no tiene fin. ¿Cuál fue la falta de aquellos de quienes el D.G. dice hoy en día abiertamente que quería desembarazarse? La que ha sido invocada, imperdonable, es la aparición de un volumen de trabajos sobre el pa­ se, titulado Les racines de l ’expérience, publicado sin... ¡autoriza­ ción! Solo para él esta era una falta capital, pues el control de las pu­ blicaciones siempre había sido objeto de un cuidado y un cálculo minuciosos. Por otro lado, nada ha cambiado en este sentido; el resul­ tado es que los trabajos de los miembros de la ECF han quedado siempre acantonados en las publicaciones internas, que nada o casi nada le ha llegado al público más vasto, y que ha perdido toda in­ fluencia la propia colección del Campo Freudiano, que tuvo su hora de prestigio en tiempos de Lacan. Ese volumen fue estigmatizado como signo de una oposición en

marcha. Ahora bien, por sorprendente que esto pueda parecer desde el exterior a toda conciencia formada en las reglas mínimas de la demo­ cracia, una oposición es incompatible con la organización y los prin­ cipios de la AMP: esto se dice sin ambages, en voz alta y clara. La misma tesis sobre las supuestas facciones fue por otra parte retomada con sus mismos términos en la crisis reciente, y con el resultado que se conoce: lo que en otro lugar se llama “purga”. Quien dice oposición dice fenómenos de grupo (lo cual es muy vil); quien dice aprobación del que no era todavía el D.G. dice devo­ ción a la Escuela. Mágico, ¿no es así? Es cierto que ese volumen con­ tenía algunas impertinencias. No iban muy lejos, pero es innegable que el libro no respiraba una transferencia positiva respecto del autor de “Acier l’ouvert”. Ese era el segundo crimen, y la oportunidad de comprender que muy pronto sería obligatorio el amor de transferencia a nuestro Uno. La crisis fue quirúrgica: una única conversación, privada, solo con los supuestos conjurados, bastó para producir su dimisión4 (¿y se dirá que la palabra no tiene efectos?), demasiado pronto como para que el conjunto de los miembros se informaran y se pusiera a trabajar la cri­ sis. Se la declaró cerrada. Grandes y nuevas tareas esperaban a la co­ munidad. .. Fin del episodio y paso a la reconquista. Pero pensemos: 1990 fue el año de la EEP; 1992, el de las ACF, de la EOL y la AMP, sin olvidar la mutación de la ECF en ECF-II, oficialmente realizada para remediar las inercias de la burocracia, y en realidad, para contra­ rrestar los peligros de las cohesiones posibles frente al nuevo progra­ ma del Uno. Se advierte que “yo” no descansaba, reconozcámosle ese mérito. El episodio del que vamos a hablar ahora, que condujo a la parti­ ción de la AMP y de las diversas instituciones que ella engloba, se desplegó al contrario durante varios años. Las peripecias fueron múl­ tiples, unas solapadas, otras estrepitosas, pero todas fueron de una violencia extrema. Es grande la tentación de tender un manto de olvi­ do y de volver la espalda, y tanto más en la medida en que aquellos que, como nosotros, han roto con la AMP, están hoy muy ocupados por la búsqueda de nuevas estructuras, más propicias al psicoanálisis.

4. Eran esencialmente H. Chauchat, M. Ferreri, J.-G. Godin, B. Lemérer, C. Lemérer, S. Rabinovitch, A. Tardits, P. Valas.

¿Pero cómo reconstruir lo nuevo sin censar y analizar los hechos que constituyen la experiencia realizada? ¿Cómo extraer las consecuen­ cias si no sabemos el resorte verdadero de lo que ocurrió? El psicoa­ nálisis es nuestra apuesta, y las generalidades no dirían nada de su real. Menos aun el ahorrar las precisiones y los actores de la historia: nos es necesario pasar, según lo que enseñó Freud, por el menú de los eventos y de todos los detalles en que la verdad se aloja. Nosotros di­ remos entonces, los hechos, los gestos de unos y otros, las interpreta­ ciones que se imponen, las razones y las causas, a fin de obtener las lecciones que necesitamos para el futuro.

La crisis de 1995-2000, y el ascenso de la resistenciam undial

y lo que está en juego1

Como ya he dicho, la crisis del psicoanálisis tienen en general un sentido que supera a las personas. En ellas operan dos principios de conflicto, que se conjugan, a veces se recubren, pero que son distin­ tos: el del poder político y el de la relación con el saber. En este sen­ tido, todas las instituciones analíticas, fuera cual fuere su obediencia, tienen que resolver los mismos problemas.

Los dos discursos El primero de estos problemas, para decirlo de la manera más sim­ ple, se refiere a la tensión entre el discurso del amo y el discurso ana­ lítico. No hay ningún colectivo humano que no esté estructurado por el discurso del amo. Ya se trate de la horda desorganizada (suponien­ do que haya existido fuera de la imaginación de Freud) o de las orga­ nizaciones complejas de las sociedades actuales, con independencia de que obedezcan a las normas de la democracia o a las del ideal tota­ litario; en todos los casos opera un significante amo. Puede estar en­ carnado o no, puede ser portado o no por una persona; los aparatos de su poder pueden ser más o menos refinados, pero ese significante es el que manda y vale como principio de orden. ¿Qué puede decirse, si­ no que él asegura las condiciones de toda vida colectiva, que fija los

te concretamente que cada uno sepa en total lo que puede esperar de los otros? El discurso analítico es totalmente distinto: vincula al analista y al analizante; no forma entonces ningún grupo de más de dos miembros, pero sobre todo, no manda. Somete más bien al sujeto a la interroga­ ción de lo que lo manda. Pues es preciso que algo inconsciente lo mande para que la disidencia del síntoma objete las prescripciones de los ideales del buen orden, y que la insistencia casi sardónica de la re­ petición se le imponga. La asociación de los psicoanalistas no depende del discuso analíti­ co. Solo que el otro discurso que rige a todo colectivo es el mismo que obstaculiza el paso de la verdad del inconsciente y de lo real que ella recubre. En esta guerra de los discursos que atenaza desde el principio a las asociaciones de psicoanalistas, vemos que Lacan, víc­ tima del amo de la Asociación Internacional, quiso dar armas al dis­ curso del inconsciente en lo concerniente al reclutamiento de los psi­ coanalistas. A toda institución analítica se le puede preguntar cuál es la solu­ ción que ella aporta a este problema, pues, fuera cual fuere, será con­ frontada en el seno mismo de esa institución. Esta aporía es intrínse­ ca, no depende de nadie, no es la obra de un jefe, fueran cuales fueren los errores que se le puedan imputar. Y no es en absoluto una simple cuestión de democracia. En la crisis actual, no se puede decir, con el pretexto de que la di­ sidencia se opone a la dirección, que los disidentes tengan tentaciones anarquizantes. En la batalla, por cierto, el D.G. ha intentado hacerlo creer, estigmatizando a quienes objetan sus abusos como portadores de una verdadera “fobia al significante amo”. Evidentemente, un in­ vento destinado a denigrar a quienes simplemente han demostrado ser menos incondicionales de lo que él quería. El psicoanalista no puede desconocer el poder del significante amo. En lugar de protestar, se sirve de él para descifrar el inconscien­ te, dejándose “engañar” en su práctica. No sueña entonces con supri­ mir la dirección, ni tampoco se imagina que ella cambiaría de natura­ leza si fuera más colegiada. En lo esencial, no lo anima la protesta democrática. Es cierto que a veces denunciamos los procedimientos opresivos del poder único, sabiendo bien que, en el plano de la gestión

bién que no basta para resolver los problemas del psicoanálisis. ¿Por qué? Por el segundo principio de conflicto: la relación con el saber. El psicoanálisis -atrevámonos a decirlo- tiene que ver con la for­ zosa desigualdad de los sujetos en su relación con el saber. Por otra parte, debería más bien usar el plural y decir “los saberes”, pues ellos son diversos y más o menos tentadores para las diversas vocaciones. Entre los distintos saberes está el inconsciente, que es por cierto un saber, puesto que se descifra, pero un saber que trabaja solo, a expen­ sas del sujeto que él determina y coacciona. Ese saber se impone sin consentimiento, por lo tanto a pesar de la represión, produciendo in­ cansablemente los enigmas y fallas del sueño, del lapsus, del acto fa­ llido, pero sobre todo los síntomas que atormentan al sujeto de ese sa­ ber. Está también el saber de lo que es el psicoanálisis en sí, digamos de su estructura, un saber que hay que construir permanentemente, pues no basta con que exista el inconsciente para que exista el psicoa­ nálisis. El deseo de saber está lejos de ser la cosa más compartida del mundo. Esto se comprueba: sigue siendo un enigma el hecho de que Freud haya sido el único que encontró la puerta de entrada de la prác­ tica en la que se decifra el inconsciente. No menos sorprendente e igualmente contingente es el hecho de que Lacan haya logrado retirar el collar de hierro de formulaciones que se habían coagulado con el curso del tiempo, y reanimar la pulsación del inconsciente. Nombro a estas dos personas, aunque no sean las únicas que aportaron su piedra a la historia del psicoanálisis, porque ellas son las más grandes. Ahora bien, si la invención de un saber nuevo siempre se produce contra la represión, su aparición nunca deja de tener el alcance y la violencia de una interpretación. Toca entonces el corazón (quiero de­ cir, el ser mismo) de quienes sostienen el saber antiguo. Si Melanie Klein tenía razón con su concepción de la transferencia en el niño (y tenía razón), quedaba recusado todo el trabajo de pedagogía analítica de Anna Freud. ¿Qué podía ser más violento? Lo mismo ocurre cuan­ do se concibe un nuevo dispositivo de validación del analista, el del pase, y los procedimientos del reconocimiento por cooptación son se­ ñalados uno a uno en su falacia. ¿Cómo esperar entonces ecuanimi­ dad cuando aparece un nuevo amo del saber? Empleo el término “amo” casi como provocación, sabiendo muy

hecho que ciertos sujetos llegan a producir avances contra la repre­ sión, y esos avances permiten suponer esa cosa muy rara que es un verdadero deseo de saber. Mediante la inducción del deseo (pues el deseo es contagioso), esos hombres arrastran a otros en su estela, y se convierten en lo que denominamos “amos”, amos por su saber, lo que es totalmente distinto de serlo por la máquina institucional. Así Lacan hablaba (y yo creo que con todo derecho) de sus alumnos o de aque­ llos a quienes él había formado, y que no eran simplemente sus lecto­ res, sino quienes, cercanos a él, habían sufrido la atracción y la in­ fluencia del deseo supuesto a su work in progress en el Seminario o en los análisis. Este es entonces el terrible destino de las asociaciones psicoanalíticas. Ellas no son trabajadas por uno, sino por dos principios de con­ flicto, el poder y el saber, que se enfrentan entre sí. A esto se añade que, para el psicoanálisis, su saber, a diferencia del saber de la cien­ cia, solo puede hacerse reconocer por las vías de la transferencia, que pone en acción el amor, y por lo tanto el odio. ¡De modo que la gue­ rra va a durar mucho! Pero sin que pueda decirse que sería preferible la paz, ni siquiera la paz democrática, pues ella podría ser muy bien el signo de que han muerto el deseo y la elaboración del saber. La historia de las instituciones psicoanalíticas podría hacerse a partir de la siguiente pregunta: ¿cómo se ordenan en ellas, cómo se articulan los dos poderes de los dos amos, el amo político y el amo epistémico, el de la dirección y el del saber? Se le podría preguntar a la IPA cómo ha resuelto ella este problema, y cómo evolucionó a lo largo del tiempo la solución que propuso (porque tal vez la IPA no sea tan estática como se dice). Del mismo modo, esto se le podría pregun­ tar a la EFP, la primera Escuela. Por ahora, yo se lo pregunto, no si­ quiera a la ECF, sino a la AMP, que se ha puesto a la cabeza de las Es­ cuelas.

El pensamiento único y la secta Preguntárselo a la AMP es interrogar a nuestro Uno de excepción (ésta ha pasado a ser la expresión que se usa), pues él construyó una pirámide invertida, apoyada en el vértice. Si uno lo retira, todo se de­

en la crisis. De allí el tema del hombre providencial, sin el cual se produce el Apocalipsis, el naufragio, el fin de un mundo, etcétera, pues las imágenes varían con las circunstancias. ¡¿No se ha compara­ do, en uno de sus trances, con Atlas, que sostiene el mundo sobre sus espaldas, y asimismo con Eneas llevando a Anquises, puesto que en el mundo está también el padre Lacan?! En cuanto a la dirección política, en nuestro campo no hay la me­ nor ambigüedad. Una sola persona dirige al conjunto, a todas las es­ tructuras internacionales; la AMP, el Campo Freudiano y el Instituto están bajo su control, mientras que por el momento la permutación no está en el programa. ¿Qué uso ha hecho él hasta ahora de este cargo, pues ser una ex­ cepción no lo es todo, también hay que saber de qué excepción se tra­ ta? fue evidentemente un amo constructor y, con nuestra ayuda y nuestro consentimiento, puso en marcha la gran máquina de la AMP, sobre la burocracia en la cual asienta ahora su poder. No creo que el balance sea negativo. Durante los diez años anteriores a la creación de la AMP se hicieron muchas cosas buenas; lo he dicho antes, y tam­ bién después. Se creó una comunidad de gran envergadura; este es un hecho y un logro. El único problema consiste en que no sabemos si ahora no se mueve más hacia el lobby que hacia una comunidad para el psicoanálisis, y esto es más afligente a mis ojos porque también co­ nozco la autenticidad de tantos compromisos investidos en ella. En lo que concierne al uso de su poder, no se puede responder de manera unívoca. Yo podría citar muchos casos en los que el uso fue prudente, sabio, hábil, en todo caso suficiente para que existiera la ECF, y después las Escuelas, y a continuación la AMP. Pero desde 1995 hay que constatar otro uso del poder, desenfrenado. En el pues­ to de mando están las pasiones, y no el deseo, en todo caso no el de­ seo del analista; el odio, también el amor, la brutalidad, la furia de vencer a pesar de todo, y otros medios de esa índole. Se verán las pruebas caso por caso, pero hay que empezar captando el sentido de ese cambio. El carácter de la persona, por cierto particularmente imperioso y exclusivista, no puede aducirse como verdadero resorte de nuestra cri­ sis. Algunos lo advirtieron desde el principio; ahora es ya evidente para todos que pretende ser el amo de los dos poderes, el Uno único de la política y también de la orientación doctrinaria. Pero hay más: en materia de orientación, a medida que ganaba campo la inversión de

la política AMP, comenzó a ponerse de manifiesto un cambio de acti­ tud que, sin duda, de manera casi necesaria, debía generar los abusos de conducta que siguieron. Esto es lo que se debe captar bien. Si al principio, con todo derecho, se presentó como el lector, el co­ mentador de la obra de Lacan, que supo encontrar y transmitir autén­ ticamente algunos hilos de Ariadna (pues en Lacan no hay solo uno) que permitían orientarse en ella, ese hombre dejó de conformarse con representar la orientación lacaniana, y comenzó a proponerse como... el inventor, el continuador inspirado. Por otra parte, ¿por qué no? Como he dicho, hay muchos maes­ tros* en el dominio del saber, pero no se es maestro por decreto y, so­ bre todo, tiene que ser verdad que se es un maestro. Cuanto menos maestro verdadero se es, más lógico resulta usar la policía institucio­ nal para imponer esa orientación, y acosar a los escépticos, al punto de querer a veces hacerlos desaparecer. El problema no consiste en que quiera inventar, que sueñe con hallazgos y renovación: esto inclu­ so sería más bien simpático. En cambio, montar como descubrimien­ to lo que está ya en la reserva de la enseñanza de Lacan es algo que tiene un nombre. Comentar e inventar son operaciones heterogéneas, aunque el co­ mentador siempre incluye sus propios repliegues en su lectura. Sería interminable inventariar las propuestas de Lacan que él pretende ha­ ber inventado, desde “el inconsciente interpreta” (octubre de 1995) que marcó, como por azar, el inicio de la crisis, hasta el “partenaire síntoma” (abril de 1998), cuyo mérito se atribuye, y que propuso a to­ da la comunidad como tema del último Encuentro Internacional de Barcelona, en julio de 1998; también allí, constituyó un momento crucial de la crisis, su acmé. Esta concomitancia es instructiva: saca a luz la lógica secreta de esta crisis, que no es como las otras. Esta es la primera vez en la historia del psicoanálisis en general, y en el movimiento lacaniano en particular, que alguien pretende im­ ponerse en la orientación del saber por todos los medios de la políti­ ca. Como su poder muy real y su saber indiscutible no le bastan, pone la máquina institucional, y las coacciones que ella puede hacer preva­ * Traducimos aquí “maítre” como “maestro”, pero se debe tener presente que es­ ta palabra francesa condensa dos acepciones perfectamente diferenciadas en castella­ no: “maítre” significa “amo” y también “maestro”. (N. del T.)

lecer, al servicio de su autopromoción como pensador único. El líder sabio que se asegura el monopolio de la doctrina es una conjunción inédita, por lo menos en el psicoanálisis. Se verán las pruebas un po­ co más adelante. Freud triunfó en el siglo por sus textos, no gracias a la IPA. La IPA, guardiana como fue de la literalidad de la obra, por cierto se constituyó en portadora de esos textos, pero, en parte, también los hi­ zo pasar al olvido constitutivo al que ya me he referido. En Lacan la diferencia es aun más nítida: la renovación de su enseñanza comenzó haciéndose reconocer contra la oposición (¡y qué oposición!) de la poderosa IPA; fue esa enseñanza la que hizo de él un jefe de Escuela, y no a la inversa. Ahora bien, ¿de qué modo un lector de excepción llegó así a per­ der la brújula y la medida de su función? Sin duda hay en ello algo de insondable que tiene que ver con “la oscura decisión del ser”.2 Ahora bien, la idea de “orientación” era excelente para decir que en Lacan no había ortodoxia posible, no había sistema, pues la marcha de la elaboración no se detenía nunca y, como en el caso de Freud, so­ lo la muerte pudo poner la palabra “fin”. En consecuencia, de ninguna tesis puede afirmarse que es la tesis de Lacan, ni siquiera la del in­ consciente estructurado como un lenguaje. Pero descubrimos con estu­ por que la proposición excluida que diría “la tesis de Lacan es esta” aparece reemplazada por una proposición de suplencia, aplicable a ca­ da fragmento de texto comentado, que dice “esta es la tesis del D.G.”. Gracias a un juego de prestidigitación (y este lo es), e incluso una ver­ dadera “mudanza” de las intenciones, para retomar una expresión que Lacan utilizó en 1970 a propósito de sus alumnos. El resultado es sim­ ple: si uno cita o comenta a Lacan, está plagiando a Miller. Como si la lectura y el comentario fueran animados por una misteriosa virtud eucarística: si es en el banquete de Lacan, comed y bebed, ¡y tal vez asistiréis al final de los finales a la transustanciación del nombre! He hablado de un cambio de actitud, pero quizás esa fue la actitud desde el principio, más discreta, y no se la veía. Basta con considerar la página 23 de L’eníretien sur le Séminaire, entrevista con Frangois Ansermet publicada por las ediciones Navarin. Allí se verá, a propósito del establecimiento del Seminario, un enunciado de una ejemplar discre­

2. La expresión es de Lacan.

ción aparente: “aquí hemos querido no contar para nada”, dice. Pero la modestia se invierte en las líneas siguientes: “Contar por nada es poner­ se en una posición tal que puedo escribirlo, y que ese_yo sea el de La­ can”. Extraño transitivismo del sujeto... y, en tal caso, ¿por qué no lle­ gar a decir, como lo hacía un confidente decidido, tratando de justificar la lectura única, que él puso su objeto en el mismo lugar que el objeto de Lacan? ¿Tal vez una versión new-look de la reencarnación? Es fácil imaginar el rompecabezas chino que debe resolver esta es­ trategia: suplantar en la transferencia y en el renombre a la misma persona, Lacan, que él debe publicar, mientras dirige un movimiento unido por ese nombre. Y uno se pregunta a continuación por qué solo lo publica a cuentagotas.. ,3 Por otra parte, poco importarían las desventuras del D.G. y su ma­ no de hierro con el texto de su maestro, si él no las pusiera en el pues­ to de mando. Las consecuencias son inevitables, y nos llevan más allá de las disposiciones de la subjetividad, pues en este caso, como en otros, quien quiere el fin quiere también los medios. Es así como hemos visto aparecer al principio un proceso de rele­ gación progresiva y sutil del propio Lacan, que resulta muy divertido seguir en su propio curso de la orientación lacaniana. Después una media vuelta que lo hizo pasar de generador en la construcción de lo que yo llamo la máquina, al papel de censor de todos los que sospe­ cha que prefieren a Lacan en lugar de preferirlo a él, para finalmente no contentarse ya con ser el más eminente, y querer ser el Uno único, y el sujeto supuesto saber universal; al reivindicar, en una palabra, el monopolio del pensamiento analítico, ¿cómo evitaría convertirse en purificador y cortar algunas cabezas? Desde luego, estas son solo me­ táforas, pero diremos sin embargo que son concretas, pues los méto­ dos se desprenden del objetivo. El hecho de que una misma persona asuma los dos poderes no es todavía nada en relación con lo que se produjo aquí, que va un paso más allá: consiste en usar el poder para imponer la mencionada orien­ tación, convertida en la lectura única. Creo por otra parte que esta lectura obedece en sí misma a la fas­ cinación del Uno. En este sentido, transforma la obra de Lacan, pues 3. Recuerdo que, en el inicio de la Escuela, Catherine Millot propuso depositar en la biblioteca de la ECF algunos seminarios de Lacan de los que ella disponía. La ob­ jeción fue inmediata y definitiva.

esta no forma un sistema, como ya he dicho. Sin duda, esto es lo que cautivó a Miller al principio: esa palabra inaudita, de una coherencia implacable y que sin embargo no se deja aferrar. Esa palabra lo embe­ lesó, al punto de que hizo de ella su compañera de por vida. Al prin­ cipio me sorprendió (positivamente, por otra parte, y se trata de un trabajo que a mi juicio conserva su valor) ese esfuerzo tan metódico y retomado repetitivamente a lo largo de los años, tendiente a extraer del texto una lógica secreta, que imponga lo Uno de una problemática unaria a una enseñanza que ese esfuerzo por cierto ha iluminado, pe­ ro que sigue siendo rebelde a él. También he experimentado, repetiti­ vamente (y no soy la única) hasta qué punto el texto de Lacan, cuan­ do uno lo retoma, conserva un poder de enigma que desafía la claridad insuflada, una propulsión y un grado de consistencia que des­ borda lo Uno. El concepto, el materna están allí, pero también lo está la irradiación del arte, imposible de ceñir. En consecuencia, no hay manera de hacer prevalecer el monopolio de la lectura sin transponer al campo del saber los procedimientos se­ culares de la dominación (censura, publicidad unilateral, apropiación indebida, etcétera), a fin de instituirse como el amo de lo verdadero y lo falso, incluso como el representante de lo real. A la operación epistémica se suma entonces la de una propaganda y una policía muy necesarias para imponer la lectura ortodoxa y pro­ mover lo que ahora se llama la lengua única (¡eufemismo!) a partir de una enseñanza que sin embargo se resiste a ello en todas partes. ¿De qué modo este pensamiento único podría no acosar a la diversidad? Esto nos ha valido algunos bellos fragmentos de bravura, estocadas infligidas a lo múltiple, enemigo del Uno al que se supone que cada uno aspira. Es cierto que la unidad armónica hace soñar, pero también se sabe a dónde ha llevado en otras coyunturas de la historia. A menudo nos preguntamos cómo es posible que esa pretensión y los abusos que engendra puedan haberse albergado en el psicoanálisis y, lo que es más, en una persona cuyos talentos y méritos no parecían dudosos. Pienso que todo comienza con un postulado de base: este hombre cree férreamente, y trata de hacer creer, que solo él encarna el psicoa­ nálisis. Cierto día, es verdad que en la efervescencia del diálogo, afir­ mó “Yo soy el porvenir del psicoanálisis”, y agregó de inmediato, de yapa: “ ¡Y su pasado [sic], y su presente!” Si esta no es una convic­ ción fundamentalista, ¿qué es? Esto no se concilia con la tradición de

la Ilustración a la cual Lacan se refirió tan a menudo, y sobre todo es totalmente inconciliable con el psicoanálisis. Pero las cosas son así. Entonces, hay que obedecer o ser culpable; cualquier reserva se convierte en una falta, toda objeción es un ataque al propio psicoaná­ lisis, y toda oposición, un crimen contra la Causa, incluso una traición a la memoria de Lacan. Entonces, asimismo, todo le está permitido al cruzado del psicoanálisis, pues quien no es su amigo incondicional es enemigo de la reconquista. Ningún abuso, ningún exceso queda sin justificar; el postulado arroja sobre todas las conductas del soldado de la Causa un aura de inocencia y de heroísmo, o incluso le otorga la palma del mártir. Esta, por lo menos, es mi interpretación de su buena conciencia, en la que aparentemente nada puede hacer mella, incluso cuando todo en la conducta desmiente a las palabras, y los estragos reales van de la mano con un discurso analíticamente siempre muy edificante. Y si no fuera esto, ¿entonces qué sería, sino algo peor, el puro ci­ nismo del nombre propio? A menos que haya que aplicarle un mara­ villoso verso de Cinna, de Corneille, que él me hizo recordar muy a menudo: “Y llegado a la cumbre, aspira a descender”.

Los métodos de la crisis1

Interferencia Es particularmente difícil, para quien está afuera de esta crisis, orientarse en ella, pues entre los discursos emitidos y las prácticas efectivas hay un mundo. Haz lo que yo digo... ¡El hiato es a veces inimaginable! A esto se suma una franca actitud de tartufo. Los psicoanalistas no podrían hacer nada que no estuviera justificado con alguna referencia teórica bien recogida y por el psicoanálisis en sí, que cada uno hace hablar a su manera. En cuanto a esto, Moliere nos ha embromado. Esas costumbes hipócritas sorprenden, sin duda, en los practicantes de la verdad que habla, pero, después de todo, ellas mismas hablan mu­ cho, lo bastante como para que el lector advertido no se deje engañar. En todos los casos, si se copia al vecino, es la causa la que lo exi­ ge. Si se insulta a un colega, es porque el Eros asociativo (¡ah, el éxito de esta expresión!) quiere que no haya divergencias. Si se oprime es para liberar, si se disimula es para aclarar, y a aquél a quien se aplasta es posible decirle que se le ha declarado “la guerra del amor” (D.G. dixit). Y sobre todo, como corolario, el opositor se convierte necesa­ riamente en un subversivo y ... un mal analizado. De este modo se ele­ va la baja política a la dignidad de doctrina, y los motivos más pasio­ nales se revisten del brillo supuesto de... la ética.

1. Parte redactada por Colette Soler.

Más vale entonces ubicarse en función de los actos y sus resulta­ dos, al menos cuando los órganos de desinformación en que se han convertido los diversos boletines internos (véase más adelante el ejemplo del Colegio de Pase) permiten que se difundan. Ante tales procedimientos de interferencia, cabe preguntarse cómo se manejan quienes están dentro. Es sencillo: la radio del pensamiento-de-confección-sin-ambigüedad está en emisión permanente. No pa­ ra todos, por cierto, sino solo en algunas estaciones repetidoras, las que tienen el honor de ser las allegadas, y que retransmiten a conti­ nuación en los carteles, las asambleas, las cenas, los pasillos, etcétera, haciendo resonar en voces múltiples la línea Una pronto compartida mágicamente por todos. En los casos de urgencia, la radio del pensa­ miento-de-confección sale de la clandestinidad, evidentemente, y a veces incluso pasa al escrito. Por ejemplo, eso nos ha valido, en el En­ cuentro de Buenos Aires, en 1996, largos comentarios anticipados del D.G. ¡sobre las exposiciones que íbamos a escuchar! Nuestro buen amo nos ahorra las fatigas del juicio. De este modo la elite de los pri­ vilegiados de la orientación (“lacaniana”) se beneficia en materia de política con una preorientación providencial que advierte sobre las evaluaciones en curso, las gracias presentes y las desgracias futuras, en síntesis, el curso anticipado de los astros y los caprichos de Eol(o),* el dios de la tempestad, que sirve de logo a la AMP. Los más sabios usan esas advertencias de la manera esperada: soplan en el sen­ tido del viento y se desplazan con él. Es una vieja historia.

Una crisis fabricada2 Consideremos ahora nuestra crisis. En 1990 se podía ya encontrar la misma paradoja: una crisis que sus propios actores ignoraban, y que les fue revelada con estruendo por la misma persona que la co­ mentaba para sus propios fines, es decir, desembarazarse de los ino­ portunos. En los detalles del relato que vamos a hacer se podrán reco­

* Alusión a la EOL, Escuela de la Orientación Lacaniana, de la Argentina. (N. del T.) 2. La expresión proviene de Claude Léger, quien ha hablado de la “fábrica de la crisis”, siguiendo el modelo de “la fábrica del prado” de Francis Ponge.

nocer sin esfuerzo algunas de las prácticas familiares para quienes co­ nocen las técnicas de masas. No existía la menor crisis, sino la realidad de una comunidad di­ versificada y compleja, en la que los vínculos directos con la ense­ ñanza de Lacan eran fuertes y numerosos, y cuyo D.G. previo que ella no se plegaría puntualmente a su autopromoción como lector único, alias inventor. Comenzó por encender algunas mechas dispersas, tal vez para pre­ parar los espíritus. Primera campaña, 1995: ¡quienes no reconocían sus hallazgos sucumbían a la represión! Segunda línea de ataque, 1996: había una señora que no solo no reconocía sus ideas, sino que se las robaba. Tercer frente, 1996-1997: un jurado se permitió no re­ conocer en uno de sus analizantes “al caballo de raza” en el que se re­ flejaba él mismo. Lo convirtió entonces en su caballo de batalla, y ese fue un año entero de psicodrama para someter la garantía a la direc­ ción. Por supuesto, en cada caso habría que añadir los redobles de tambor y el acompañamiento de los murmullos del coro. A partir de este punto ya es imposible atenerse a la cronología, pues los frentes se multiplicaron en todos lados. Y el instigador del drama se felicitaba en cada caso, hinchado de satisfacción por haberse anticipado al acontecimiento, por haber sabi­ do captarlo en el instante mismo en que por poco... estallaba la bom­ ba. En ese momento la multitud maravillada debía aplaudir (por pru­ dencia, se había previsto una claque y otros diversos modos de incitación...). Además, y con buena lógica, la misma persona decidía el fin de la crisis. Lo hizo en 1990, y trató de repetirlo esta vez, pero con menos éxito. Por otra parte, hasta fines de 1997 el amo del vocabulario se nega­ ba aun a hablar de crisis, decía que era solo un malestar. ¡Pero, cuida­ do, esa podría ser la verdadera crisis si algunos no declaraban su arre­ pentimiento! Incluso en cierto momento, en Arcachon, en julio de 1997 (como se verá), creyendo sin duda haber desacreditado suficien­ temente a su primer blanco, él programó, si hemos de creerlo, apagar el fuego. ¡A esto lo llamaba “salir por arriba” ! Pero la historia ya ha­ bía tomado otro curso.

Las armas de la crisis Los procedimientos de la crisis se dividen en dos grandes ejes: por un lado, la utilización de las estructuras de la institución, y por el otro los enfrentamientos personales destinados a lograr un descrédito me­ tódico. El primer eje tiene que ver con las estrategias clásicas de la políti­ ca de dominación. Es un terreno conocido, por poco que se conozcan los acontecimientos de la historia del siglo. Sin duda, las diversas pe­ ripecias de la crisis le harán recordar al lector las siniestras vicisitudes del centralismo “democrático”, que por otra parte ya fracasó. El segundo eje, con su ataque a las personas, es más singular. Por cierto, no se trata de que sea desconocido en política. Desconsiderar, calumniar, intimidar, eliminar, son procedimientos seculares, pero no es tan común que se los ponga al servicio de la manipulación de la transferencia. Es evidente que desde el principio hubo rivalidades transferenciales, pues el psicoanálisis trabaja con el apego a aquel o aquella a los que se supone un saber. Pero esas rivalidades nunca fue­ ron elevadas a la función de una estrategia meditada. Ni siquiera en el momento de la excomunión de Lacan. La IPA quería hacerle perder su estatuto de didacta, y hubo violencias subjetivas, de lo cual no du­ do, basta con leer los documentos de la época, pero todo se ejecutó en los términos de una medida burocrática, perfectamente explícita, y coherente con las normas de la técnica admitida. En este caso, a falta de normas, para desconsiderar sin confesarlo no queda otro camino que el de las insinuaciones de la calumnia, los aguijones de la burla o las brutalidades del insulto.

E l terror sagrado Durante estos años hubo tantas peripecias, pequeñas y grandes, al­ gunas notorias, otras más privadas, que resulta imposible reconstruir­ las a todas. Puesto que no seremos exhaustivos, adoptamos el método del paradigma, reteniendo en cada caso solo un ejemplo típico que va­ le por todos. ¡Qué festival hemos tenido! Pero, ¡qué demonios, es la vida! ¡Fue­ ra la obsesividad de la IPA! Aquí, nada de espíritu de seriedad, lo que circula, lo que explota en mil producciones inesperadas, es la libido

histérica, espiritual y traviesa, pues nuestro gentil organizador cree demostrarles a todos y proclamar alto y fuerte, con todas sus gracias, que... él está bien vivo. ¿Quiénes son entonces los muertos? Desde luego, son los que recuerdan un poco demasiado al gran muerto, el propio Lacan. No estoy inventando nada: la tesis fue sometida a estu­ dio y atravesó la AMP de arriba a abajo. Por otro lado, este no es más que un ejemplo entre mil, bastante inofensivo y por lo demás bobali­ cón, que solo evoco para dar el tono, pues cada ejemplo permitirá captar los desempeños inimaginables de nuestro amo en materia de autojustificaciones. Al diablo entonces con el “no actuar positivo”3 del analista; la po­ lítica nos vengará de esa intolerable neutralidad benévola elucubrada por Freud, y de la que el sujeto supuesto saber se cura como puede. Sin embargo, no habrá que creer que, en el caso que nos ocupa, el su­ jeto supuesto saber se deja arrastrar totalmente. Por cierto, cree en sus inspiraciones, a menudo incluso se maravilla de ellas en voz alta, pe­ ro siempre está allí la finta que cubre la estrategia bien calculada. Además yo he podido constatar que él de buena gana hacía conocer sus intenciones a sus allegados, en petit comité, con una apariencia de sinceridad, a veces conmovedora. Uno de esos allegados, yéndose de boca, según su costumbre, decía en los pasillos del Encuentro de 1996 en Buenos Aires: “Hay que darles miedo”. Arrastrado sin duda por las pasiones de la lucha, ya no medía el alcance de las palabras que esta­ ba difundiendo. Es cierto que en esta crisis (y este es uno de sus rasgos distintivos) el “poder de (méchef)”4 fue dado en espectáculo: por turno vociferan­ te y gracioso, espumando rabia y suavemente comprensivo, amena­ zante y divertido, indignado e indulgente, imprecador profético y ra­ zonador magistral, pero siempre obsceno en la exigencia y la exhibición. ¿Por qué toda esa gesticulación de malabarista? ¿Por qué salta a escena un poder muy real para ejecutar el aire de “Tout va tres bien, Madame la Marquise” cuando los chivos emisarios están prepa­ rados para la inmolación?

3. La expresión es de Jacques Lacan. 4. Sobre este tema se podrá leer el último parágrafo de la pág. 657 de los Escritos II, que comenta el texto de Freud titulado Psicología de las masas y análisis del yo , y que incluye esta expresión, que equivoca entre ch ef (jefe) y michant (miserable, me­ diocre, malo).

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Seguramente no es por catarsis por lo que el amo se disfraza de este modo de Scapin. Un poco para engañar, sin duda, para cubrir lo real, justamente, como si todo fuera solo un juego de apariencias, cuando en realidad va muy en serio. Pero sobre todo porque las pasiones llaman a las pasiones, y son solo ellas las que gobiernan. La imprecación desen­ frenada “da en las tripas”, como suele decirse, y el espectador, sor­ prendido, tiembla y admira, y como resultado se inclina a obedecer. Hacer semblante de toda la gama de las afecciones humanas, a vista y conocimiento de todos, ¿no es el modo más seguro de “encontrar el camino de los corazones”, según la expresión repetida por su esposa? Pronto vimos a otros, los émulos, ejercitándose en el género de la exigencia descarada. ¡Y al diablo la Ilustración y el deseo de saber con los que nos cansó Lacan! Pero, ¿qué sería de las fiorituras y la magia del verbo, las captacio­ nes de la pantomima, sin los poderes del aparato? Allí se juegan otras cosas, y reina el silencio sobre lo que se prepara.

E l funcionamiento oculto Recordemos que en la AMP el ojo y la voz del amo están en todas partes, y en todas partes legitimados por los estatutos, que le otorgan al D.G. el derecho de mirada sobre las decisiones cruciales. Por otra parte, él puede no abusar de ese derecho, pero las disposiciones esta­ tutarias aportan una seria ayuda a las armas más subjetivas de la per­ suasión y la intimidación. El D.G. puede entonces tomar la iniciativa de intervenir, si lo considera necesario, en todas las instancias de to­ das las Escuelas. Pero lo más frecuente es que aparente la actitud que consiste en dar curso una demanda a la cual, después de haberla sus­ citado en secreto, tiene por supuesto la bondad de responder. Yo escribí en algún momento que la AMP dirigía a las Escuelas. Esta no era una interpretación sino un hecho, evidente para todos. Pe­ ro entre los oficiales estas palabras suscitaron un clamor de indigna­ ción. Probablemente organizado, y difundido de inmediato. Cada Consejo de cada Escuela, al que sin duda se le solicitó que diera su opinión, aportó su denegación, asegurándonos que disfrutaba de una perfecta autonomía, y dando incluso fe de la discreción del D.G. y de la gratitud que se le debía por su incansable disponibilidad cuando se apelaba a él. Pero veamos.

No tomaré más que un ejemplo, uno solo, que permite medir el pa­ pel desempeñado por los cómplices en este funcionamiento, y hasta qué punto la mentira forma siempre parte de la guerra. Se trata de la convocatoria al segundo Colegio del Pase. Según los estatutos, al Consejo de la ECF le corresponde convocar periódica­ mente a estos Colegios. El D.G. tomó esa disposición estatutaria como tema de campaña y demostración de supuestas disfunciones, afirmando de manera reiterada, indignada y apasionadamente descon­ solada, que el Consejo había olvidado convocar al Colegio correspon­ diente a 1996-1997, y que si él mismo no hubiera intervenido... ¿Có­ mo era posible que un Consejo de doce personas, entre las cuales había además una delegada, casualmente Colette Soler, a cargo duran­ te un año de los asuntos del pase... etcétera? Mentira: el Consejo no había olvidado en absoluto esa convocatoria. Veamos los hechos. El Colegio fue evocado reiteradamente en el Consejo. Está la huella escrita en dos cartas de Colette Soler a los AE en ejercicio, en el Journal du Conseil que resume mensualmente las cuestiones tratadas y las decisiones tomadas. En su reunión de junio, el Consejo decidió, como estaba previsto, la fecha de la convocatoria del Colegio. Escogió diciembre de 1996, en concordancia con los tér­ minos del reglamento, que prevé la convocatoria “después de seis años de funcionamiento efectivo” del dispositivo. Esta consideración fue estigmatizada en la propaganda del Colegio como puramente bu­ rocrática, y por lo tanto contraria a la autoridad auténtica. Se advierte la astucia: si uno introduce una excepción al reglamento, el D.G., eventualmente a través de una instancia interpuesta, puede gritar “¡abuso!”. Si uno respeta las disposiciones reglamentarias es un buró­ crata sin autoridad auténtica. Cara, pierdes tú; cruz, gano yo: así razo­ na a veces nuestro lógico. El secretario del Consejo, J.-P. Klotz, estaba encargado de preparar la convocatoria. Con dudas acerca de la composición del Colegio, o tal vez molesto al constatar que los miembros del Consejo como tal, y por lo tanto él mismo, según el reglamento no formaba parte del Co­ legio, consultó al D.G. Seguramente, este advirtió de inmediato que la oportunidad se prestaba a su proyecto. A través del cómplice, de quien recibí al respecto un fax que yo conservo como algo precioso, me sugirió que el Consejo le pidiera al D.G. que interviniera como tal y en nombre de la nueva época de la AMP. En la reunión siguiente del Consejo, el secretario-cómplice, que ya había redactado la carta soli­

citando la ayuda del D.G., la sometió a la consideración del Consejo, del cual se suponía que había emanado espontáneamente, y a la que había que asentir con entusiasmo. Pero, se me dirá, ¿por qué asentir? Pensar que el Consejo, o algu­ no de sus miembros, podrían tener algo que decir sobre el método equivaldría a no tener en cuenta el miedo a la delación, cada vez más difundido en los últimos años, ni el temor a las represalias de lo alto. Nadie chistó. Finalmente, el Colegio fue convocado para principios de septiem­ bre, mediante una carta del Consejo, redactada de hecho por el D.G. y transmitida al secretario. No sorprenderá entonces que, por decisión del D.G., y aunque no estuviera previsto en los textos estatutarios, el señor buenos oficios, a título de secretario de Consejo, logró formar parte del Colegio, al cual además se le había designado presidente. ¡Nueva época de la AMP obliga! Se advierten los discursos enjuego, y son siempre los mismos: los textos en cuanto a la legitimidad, el terror para obtener sumisión, las complicidades para la información y la maniobra, y finalmente la re­ tribución de los servicios prestados, que suscita muchas candidaturas. Este ejemplo es un paradigma. Según la versión oficial, todo está de­ mocráticamente en orden, pero nadie ignora lo que desea el D.G.: hay instancias, ellas se pronuncian soberanamente incluso por unanimi­ dad, y el D.G. está en su papel cuando apelan a él, etcétera. No por nada me he referido al centralismo “democrático”.5 Finalmente, epílo­ go de la historia: cuando en el Colegio se recordó que no había habi­ do ningún olvido, el D.G. se desencadenó en argucias y terminó blan­ diendo una palabra mágica: “¡Inepcia!” Así terminan los debates en la AMP cuando las pruebas son contrarias a la tesis: les pone fin un vo­ zarrón.

Control, censura y segregación La parte oculta del funcionamiento no es todo. También se vigila (y esto es muy normal) el rostro que la institución vuelve hacia el 5. Un colega, miembro del Consejo, no midió bien sin duda sus palabras y, en un Bulletin du Conseil, se arriesgó a hablar de “democracia bajo transferencia”. Proba­ blemente no advirtió que la abreviatura de esas palabras es “DST”.

mundo en sus diversas reuniones, jornadas, coloquios, encuentros, pe­ ro, sobre todo, con sus publicaciones, que son menos efímeras. Yo podría decir de las publicaciones lo que he dicho de las Escue­ las: están controladas. Los métodos son los mismos: tampoco en este caso impiden nada las reglas supuestamente democráticas, los comités de redacción, los responsables designados por las instancias, etcétera. De hecho, las instancias nacionales o regionales sirven como estacio­ nes repetidoras de las decisiones centrales. Esto significa que, si a un miembro de la Escuela se le ocurre to­ mar una iniciativa en materia de publicación, ella equivaldrá, quiera o no, a una provocación, y será tratada como tal. Lo hemos visto en la primera crisis, y lo hemos vuelto a ver con la revista Barca!, creada por Pierre Bruno.”6 Un ingenuo podría pensar que la multiplicidad de publicaciones es un signo de vitalidad y les conviene a todos. Pero no, ¡solo son benéficas para la comunidad las publicaciones controladas por Miller y compañía! La primera campaña contra Barca! se realizó entre bastidores, de allegado en allegado. Al subir el tono con la cri­ sis, se estigmatizó la revista como “parásita” del Campo Freudiano. Después hubo que actuar, y se convocó a quien en ese momento pre­ sidía el comité de redacción, pero fue en vano.7 Al final se prohibió la difusión de Barca! en el Campo Freudiano. Felizmente, eso no impi­ de existir, como decía Freud citando a Charcot. ¿Cuál es el resultado, la política legible? Algo salta a los ojos: los allegados y el propio D.G. no publican li­ bros en Francia. Después de la desaparición de Ornicar? y de l ’Áne, hay un gran vacío. Existe sin embargo una plétora de publicaciones; a lo largo de los años se ha alentado (este es un eufemismo) la multipli­ cación de revistas y boletines diversos, pero son esencialmente de uso interno. Por otra parte, serán cada vez más internos, pues son cada vez más ilegibles, a medida que asciende el “estilo patrocinio” que 6. Pierre Bruno, psicoanalista en Toulouse y Paris, es también docente (M aitre de conférences) en la Universidad de Paris VIII. Fue miembro de la EFP, partidario de la disolución en 1980. También formó parte del Consejo de la ECF en el momento de la crisis, y su papel fue notable. Actualmente es miembro del Consejo de Orientación y miembro del Directorio del Espacio-Escuela de los FCL. Dirige la revista B arca! y acaba de publicar Antonin Artaud, Réalité etP o ésie, en las ediciones del Harmattan. 7. Véase en Anexo la carta de su director, Pierre Bruno.

acompaña a la fe Una como su sombra. Esta política de dispersión tie­ ne un doble efecto: ofrece una salida editorial a las producciones, también pletóricas, de la masa de los trabajadores decididos, que pre­ cisamente deben demostrarse que son trabajadores decididos, y al . mismo tiempo se reserva el control de la llave de paso. En el extranje­ ro, es cierto, el control es menos estricto, probablemente como com­ pensación, pero no deja de ser vigilante e ininterrumpido. ¿Esto es bueno o malo? La cuestión se puede discutir, es compleja y la respuesta no sería por cierto unívoca. Tal vez esta sea una de las razones por las cuales se ha aceptado tácitamente el estado de hecho. Pero sin duda se trata de una política decidida, nunca debatida más que entre el D.G. y su almohada. Por otra parte, es fácil constatar que las únicas colecciones existentes no son de la Escuela. De hecho, esta manera de mantener a raya todo lo que se publica pasa por lo general inadvertida, en cuanto el centralismo (democráti­ co) la impone en beneficio de la democracia, y son las situaciones de tensión las que revelan la magnitud de su influencia. Desde hace algu­ nos años está en crecimiento, y en la última crisis se puso al servicio de una segregación metódica. En Anexo se encontrará una muestra de testimonios tan precisos como demostrativos acerca de esos procedi­ mientos de la censura. Pensamos en un principio en reunir en un libro blanco la totalidad de esos abusos, pero son tantos y se reiteran de una manera tan idénticamente monótona que hemos preferido conservar solo algunos ejemplos significativos. Y esto no es todo, pues esos métodos de Escuela (sic) no hacen más que duplicar lo que prevalece desde hace mucho tiempo en las estructu­ ras paralelas, y que ha culminado recientemente: todos los enseñantes del Instituto del Campo Freudiano previstos para la conducción de los seminarios, pero que formularon críticas contra la política de la AMP y votaron contra el D.G., al reiniciarse las actividades de 1998 recibieron unas pocas líneas, siempre las mismas, de agradecimiento por los servi­ cios prestados, sin más explicaciones, enviadas por los diversos respon­ sables de las enseñanzas (véanse los Anexos). En cuanto a los enseñan­ tes de la Sección Clínica de Paris en un servicio hospitalario que recurrieron al D.G. a principios de 1998, recibieron una circular en la que se les preguntaba si querían continuar bajo su dirección. Para Co­ lette Soler y Marc Strauss8 no hubo ninguna carta, de modo que se en­ 8. Más adelante se encontrarán informaciones sobre Marc Strauss.

contraron expulsados de hecho. Para los otros, la circular incluía unas pocas palabras manuscritas, más personales, referentes a Colette Soler. A buen entendedor... Nuestros colegas enfrentaron una elección ine­ quívoca: dar garantías o negarse a hacerlo (más adelante se verán las consecuencias). ¿Qué se podría criticar? El director dirige. Y cuando no es director, también dirige. Veamos un ejemplo de lo más sabroso. En el segundo trimestre de 1998, un colega de una Uni­ versidad sudamericana que es también miembro de la AMP me invitó a dar un seminario en su cátedra. Le respondí que estaba dispuesta, pero que, si yo no me equivocaba, era previsible una objeción de nuestro D.G. Muy decidido, un poquito bravucón, me aseguró que sa­ bía arreglárselas, que esa mano no le daba de comer y que mi semi­ nario se daría, aunque fuera insultado y escupido. Escogí el tema, re­ dacté la presentación, la bibliografía, y aguardé el momento, con la seguridad de que no habría cambios. Una sola entrevista del colega argentino con el D.G., en Barcelona, bastó para que su resolución se derritiera como la nieve al sol. Conservo cuidadosamente el mail en el cual me informaba al respecto, con una pena desconsolada y creo que sincera. Así funciona la autoridad auténtica; su aura se impone sin ninguna consideración por la legitimidad estatutaria. Creo que este ejemplo permite comprender la razón de que, duran­ te la crisis, el D.G. iniciara inesperadamente una campaña contra los analistas que enseñan en la universidad9 (precisamente él, que fue tan estigmatizado como universitario en la época de la EFP): necesitaba luchar contra lo que les quedaba de autonomía. Así se explican tam­ bién sus esfuerzos sostenidos, presentados como reforma, tendientes a separar la Sección de Paris de la Universidad de París VIII. El resulta­ do muy visible de esta predigitación negativa es la desaparición de los nombres inoportunos. Las publicaciones y los órganos de la AMP se asemejan a esas fotos venidas del frío que vemos recomponer a medi­ da que desaparecen los rostros. De un día al otro, hay nombres que dejaron de aparecer publicados e incluso citados. Esto es fácil de ve­ rificar. Pero, como dijo un hombre adicto en una circunstancia parti­ cularmente flagrante de obstinación, “Esto no es censura, lo ha deci­ dido el Consejo”. 9. No olvidemos que algunos de sus blancos fueron Pierre Bruno, de Paris VIII; Marie-Jean Sauret, de Toulouse; Antonio Quinet, de Rio de Janeiro; Gabriel Lombardi, de Buenos Aires; Luis Femando Palacio, de Colombia.

¿Quién puede entonces permanecer en esa gran muda en la que se ha convertido la AMP? ¿Quién puede soportar esos métodos totalita­ rios expuestos a plena luz en la crisis? Pueden permanecer y soportar personas de varios tipos: el creyen­ te, el cínico y el inocente -es decir, el recién llegado, por el que la AMP siente un particular afecto-. Del segundo tipo no hay nada que esperar: él cocina su “pequeña ración” (como decía el D.G.) en el gran horno del gran taller de la AMP. Recuerdo a uno de ellos que me escribió, desde el otro lado del Atlántico, con un gesto de amistad espontánea, otro de esos memora­ bles mensajes que guardo con sumo cuidado. Me aseguraba su simpa­ tía, pero me advertía acerca de la inutilidad de cualquier resistencia, y me aconsejaba que siguiera su ejemplo: que me callara y utilizara la AMP para “mis asuntos”, como lo hacía él en las provincias lejanas de su país, a las que había sido comisionado para llevar la reconquista. Con el creyente, por otro lado, se pueden tener esperanzas, pues sucede que, una vez desencantado, hace añicos sus ídolos. Además no siempre es verdaderamente un idólatra; es algunos casos es solo cré­ dulo o tímido, y está convencido de que fuera de la AMP y su D.G. solo lo esperan el frío, la noche, el anonimato, el abandono. En un im­ pulso de gracia, uno de ellos, AE de la Escuela, supuestamente libera­ do de toda idealización, exclamaba, dirigiéndose a su amado, el 9 de julio de 1997 (y voy a citar, pues nada como el estilo para saber quién habla): “[...] Cuanto usted está, es distinto -es gozoso. [...] Es un en­ cantamiento. Cuando usted no está, uno se aburre a muerte, es tris­ te;10 si uno toma la palabra, se pregunta en qué sitio peligroso ha caí­ do, y si uno calla y se contenta con escuchar, se pregunta qué está haciendo allí”. Otro confesaba: “Sin él, no soy nada”. Le creemos de buena gana y tenemos la caridad de no preguntarle lo que es con él. ¡Lucidez funesta y engañosa! En cuanto al inocente que atraviesa el umbral de ese mundo encan­ tado del análisis y los analistas, necesita tiempo para salir del sueño transferencial: el tiempo de la experiencia que le dirá lo que él busca­ ba en la vía de su deseo, y que le permitirá descifrar los discursos y las conductas que llevan la aureola de la Causa. Mientras tanto, tóma­

lo . Como no recordar al querido Lamartine: “Os falta un solo ser y todo queda despoblado”.

do en el movimiento, en éxtasis por el hecho de estar allí y además atareado, por lo general se siente contento y no se hace preguntas al respecto. De modo que, a pesar de todos los abusos de la crisis que muchos reconocen y deploran, se ha forjado una mayoría coyuntural en la que se trenzan la fe transferencial, los intereses, la ignorancia, también la indiferencia, y en algunos... el canguelo.

Las etapas de la crisis

La incubación, octubre de 1995-1997

E l puntapié inicial: las Jornadas sobre la interpretación1 "Los se res hum anos prefieren las certidum bres tran qu ilizadoras y la disciplin a cieg a a los torm entos d e la libertad, y p o r com pasión a ello s la Ig le sia d e ­ sem peña la función que con siste en a c o rra la r a toda herejía, a todo pen sam ien to heterodoxo, a todo com ­ portam ien to desviado, y en im poner su m agisterio y su «verdad» H e n r i T in cq , Le M onde, 2 4 de ju lio de 1999

Dos números del boletín de la ECF, titulado La lettre mensuelle, los números 143 y 144 de noviembre y diciembre de 1995, son los primeros documentos legibles de una crisis que hasta ese momento se había estado incubando: marcan el lanzamiento y permiten inferir ya lo que estaba en juego. En el primero se encuentra un editorial de Colette Soler acerca del tema de las Jornadas de la Escuela sobre la interpretación, que acaba­ ban de realizarse en octubre de 1995. En el segundo, Jacques-Alain Miller contesta denunciando una supuesta subestimación de la tesis de él. Al mismo tiempo ataca a Colette Soler e inicia una campaña ideológica para imponerse como el único pensador del movimiento. ¿Qué se lee en esos textos? El número 143 informaba sobre dichas 1. Parte redactada por Daniéle Silvestre.

Jornadas, con diez páginas en las cuales una docena de analistas ex­ ponían sus comentarios e impresiones, muy elogiosos, como corres­ ponde. Colette Soler introducía ese informe con un texto titulado “Cambio de perspectiva”. Allí destacaba un progreso, quizá incluso un viraje, entre “la declinación de la interpretación” postulada por Serge Cottet en un artículo anterior que muchos retomaron, y la con­ clusión que, según ella, había cristalizado en las Jornadas como cuestionamiento de la interpretación del sentido, en provecho de una inter­ pretación de otro tipo. Colette Soler citaba a Jean-Robert Rabanel, Serge Cottet, Jacques-Alain Miller, e incluso se citaba a sí misma, añadiendo: “Muchos otros han contribuido a producir este mismo efecto de convergencia, como si el año hubiera cristalizado en conclu­ sión”. Su texto terminaba con una observación sobre el hecho de que los psicoanalistas se sorprenden a menudo ante lo que en realidad se supone que saben, pero que deben siempre readquirir, lo cual otorga un estatuto muy particular a la novedad en psicoanálisis. En otras pa­ labras, ese cambio de perspectiva no significaba una conmoción im­ portante, sino más bien la remoción del olvido. Estos desarrollos, totalmente moderados y razonables, fueron una piedra de escándalo para Jacques-Alain Miller, que pretendía haber si­ do él quien introdujo la fórmula del inconsciente-intérprete, olvidan­ do que la tesis está ya explícita en Lacan, en el Seminario XI, y que por otra parte había sido evocada parcialmente en las discusiones del año anterior, en las que alguien había señalado que el analista no es el único que interpreta, que el sueño es en sí mismo una interpretación ofrecida por el inconsciente. Al leer este editorial, Miller sintió enton­ ces que la novedad que había querido presentar en las Jornadas reci­ bía un golpe. Entonces, en el número siguiente de la Lettre mensuelle, conside­ rando que no se había hecho mucho caso de su intervención, “inter­ pretó” a su manera esa falta de reconocimiento: era un “olvido de la interpretación” (de la suya o de la que él tenía por suya), una defensa, de algún modo, contra un decir que habría generado novedad. Sin nombrarla, atacó a Colette Soler, lo cual no era nuevo, pero por pri­ mera vez aparecía escrito, acusándola de hacer caer la interpretación de él bajo el golpe de la represión, e imputándole haber reabsorbido la novedad en el discurso común, el de todos (cf. el efecto de convergen­ cia, que hemos citado). A propósito de su propia intervención en las Jornadas, él escribió,

no sin un cierto énfasis, que “se hizo oír una tesis a contra corriente, que quería ser interpretación...” (por supuesto, la tesis de él, la del in­ consciente-intérprete). Era un efecto de teatro... Él nos explicaba que cuando golpea la palabra del Maestro, la reabsorbemos con rapidez: la disonancia queda ahogada en un concierto nuevo. “A partir de esto se advierte que, cuando un enunciado tiene efecto de interpretación, es siempre del Otro. La respuesta a la que llama va a negar a ese O tro...”. Lo Mismo le salta encima, lo ahoga con un “ ¡Yo ya lo sa­ bía!”. Al mismo tiempo quedaba “demostrada” la tesis del plagio: “querer pensar lo que piensa un Otro, trasladar a toda prisa sus pala­ bras, citarlas sin comillas, borrar su enunciación”, etcétera. Este fue el inicio de una campaña sobre el tema de los hallazgos desconocidos, de los Witz no recibidos. Así se introdujo un lema que algo más tarde desarrollaría en eco Eric Laurent (cada día más fiel a la voz de su amo), con la forma de una oposición entre la Escuela de la Enunciación y la Escuela del Enunciado, como si una pudiera exis­ tir sin la otra. De hecho, se presenciaba el momento en el que quien empezó como lector y comentador de la enseñanza de Lacan preten­ día en adelante imponerse como el nuevo pensador del psicoanálisis. El problema era que lo hacía con las mismas tesis de Lacan, incluso con las de Freud. Se entiende entonces que necesitara atacar a quie­ nes, para el gusto de él, habían leído demasiado a Lacan, no lo olvida­ ban y no se dejaban burlar tan fácilmente. En tal carácter, Colette So­ ler se convirtió en su blanco principal. La conclusión de su texto nos lo asesta definitivamente: “En una discusión de las Jomadas, yo he dicho que la novedad tiene en psicoa­ nálisis un estatuto muy particular”. ¿Dónde y cuándo? No se sabe, pe­ ro el texto de Colette Soler concluía considerando la novedad en psi­ coanálisis, y por lo tanto era ella la que estaba en la mira. “Esta declaración, retomada sin comillas, no ha sido prolongada”, escribió él, y vemos así aparecer la obsesión de ser el único que piensa, aun­ que se trate de re-pensar, de comentar las ideas de Freud y Lacan, y también la obsesión... de ser “succionado”. Sobre estos dos puntos, capitales, ese texto desencadenó pública­ mente las hostilidades contra Colette Soler. El D.G. quiere ser el úni­ co maestro del pensar de la comunidad analítica de la ECF. Todos de­ ben reconocerle ese lugar y, en consecuencia, citarlo... puesto que se trata de psicoanálisis. En efecto, ¿no es que ya se ha comentado todo? Y cada vez que se trate de Freud y de Lacan, ¿no hay que referirse a

lo que acerca de ellos dijo él mismo? A partir de esto veremos esta­ blecerse la linea divisoria: la Causa Freudiana publicará en adelante cuidando que las citas de Jacques-Alain Miller se conviertan en la re­ gla para todos, obteniendo así lo que pretendía denunciar: un pensa­ miento común, un pensamiento único, primer paso hacia lo que él im­ pondrá tres años más tarde: la Escuela Una. La campaña iba a tener tanto éxito que él pudo desfilar de conferencia en conferencia para anunciar, sin reír ni hacer reír abiertamente, la gran novedad: el in­ consciente no es freudiano, no es lacaniano, ¡es milleriano! En honor a la verdad de la historia, hay que precisar sin embargo que lo que entonces tomó estado público había estado en curso desde mucho antes. A principios de septiembre de 1995, Collete Soler había tenido la sorpresa de verse acusada ya de otro olvido, no el olvido al que nos hemos referido con respecto al Colegio del Pase. Como dele­ gada al pase en el Consejo de la ECF,2 ella habría omitido recordar a los dos carteles del pase 1992-1994 que a principios de septiembre de 1995 debían remitir el informe concerniente a su trabajo de los dos años anteriores. Ahora bien, si alguien debía recordarles sus deberes a los carteles era evidentemente la delegada al pase del año 1994-1995, pues en septiembre Colette Soler no había aun asumido sus funciones en ese cargo. Pero esto no se considera una objeción: sin duda, ella tendría que haber controlado que la delegada del año anterior exigiera los dos informes para septiembre. Como no lo hizo, se produjo un defasaje entre las redacciones de ambos informes: el cartel B,3 donde estaba el D.G., envió su informe a principios de septiembre, puntual­ mente y sin necesidad de ningún recordatorio, junto con un mensaje dirigido a Colette Soler, en el cual se le advertía que ese informe iba a publicarse en la revista de la Escuela. De los intercambios por fax que siguieron surge que el D.G. no deseaba que se publicara el infor­ me del cartel A.4 Para ser más precisos, decía no ver la necesidad de esa publicación. El cartel A, enterado de la urgencia, remitió su infor­ me a fines de octubre y de inmediato lo hizo llegar a la revista para su

2. El reglamento interno del Consejo de la ECF establece que cada uno de sus miembros se encargará de una tarea específica, en la cual es delegado durante un año. 3. El cartel B estaba formado por Daniéle Silvestre (más uno), Jean-Frédéric Bouchet, Pierre Bruno, Roseline Coridian y Jacques-Alain Miller. 4. El cartel A 92-94 estaba formado por Alexandre Stevens (más uno), Serge Cottet, Gennie Lemoine, Albert Nguyen y Esthela Solano.

publicación. Los dos informes aparecieron en el número 32 de La Cause freudienne. Pero el D.G., siempre vigilante, pudo descubrir en ese texto los signos de una “copia”, y sospechó que Colette Soler le había transmitido subrepticiamente al cartel A el informe del cartel B, redactado un mes antes, lo que asimismo la habría hecho responsable de un texto que ella no redactó. En su momento, esto pudo desmentir­ se, pero de todos modos revela los procedimientos.

El caso de los Cahiers de la ACF Val de Loire-Bretagne5 “Necesito una aclaración en la Escuela a propósito de la transfe­ rencia de trabajo; me copian...” Así se expresaba el delegado general en el Simposio de la AMP en Paris, el 27 de octubre de 1997. El término “copiar” (pompage) apareció explícitamente el 3 de abril de 1996 en una carta personal de Jacques-Alain Miller dirigida al re­ dactor en jefe de la revista Cahier, publicación semestral de la Asocia­ ción de la Causa Freudiana Val de Loire-Bretagne. Junto con otras dos, esta carta estaba destinada a insertarse como erratum en el número 6 de dicha revista. Esas tres cartas tenían la finalidad de subrayar y expli­ car que Colette Soler había “copiado”, que además presentaba “huellas de goma”, acompañando lo que había copiado, y, peor aun, recidivas de copiado. Con ese erratum, por lo demás muy punitivo para el redactor en jefe de la revista, Jacques-Alain Miller quiso claramente hacer apa­ recer a su colega (y coautora de ese número de la revista) como plagia­ ría de comentarios realizados por él sobre la obra de Lacan. ¿De qué se trataba? El caso está expuesto en tres números de la re­ vista Cahier. E l supuesto delito En el número 5, de otoño de 1995, y por lo tanto de aparición si­ multánea con las Jornadas sobre la interpretación a las que acabamos de referirnos, hay dos artículos sobre la percepción y la mirada, que eran los temas de esa entrega. El artículo de Jacques-Alain Miller, “La logique du pergu”, retoma, por otra parte sin citarlo, el comenta­

5. Parte redactada por Jacques Adam.

rio realizado por Lacan sobre Merleau-Ponty en la primera parte de su texto de los Escritos titulado “De una cuestión preliminar a todo tra­ tamiento posible de la psicosis”. Miller se refiere en cambio a su pro­ pio comentario, expuesto en su seminario de DEA en 1987-88, y aña­ de el estudio de Lacan sobre Merleau-Ponty que se encuentra en el Seminario XI. El segundo artículo, el de Colette Soler, “Les phénoménes perceptifs du sujet”, retomaba una conferencia de apertura de la Sección Clínica de Paris, conferencia leída por ella en presencia de todos los enseñantes y participantes del DEA. También Colette Soler comentaba extensamente los textos de Lacan titulados “De una cues­ tión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, el Semina­ rio XI, “De nuestros antecedentes”, “El atolondradicho”, etcétera. Por lo tanto, las referencias eran las mismas: Merleau-Ponty, los Escritos, el Seminario. Los dos autores le explicaban al lector, al estudiante, con los términos y las propias referencias de Lacan, las tesis de este último: la alucinación no es una percepción sin objeto, y lo percibido es en sí y ante todo una cuestión de lenguaje y de sujeto. ¿Cuál era el reproche de Jacques-Alain Miller a Colette Soler, con esta imputación de “copiar”? Se le reprochaba la utilización del co­ mentario oral realizado por Miller en su seminario de DEA de 1987­ 88, en el cual por supuesto había participado Colette Soler, como tan­ tos otros, desde noviembre de 1980. ¿Ocultó Colette Soler sus referencias? Lejos de ello; en la página 21 de ese número 5 de Cahier, Soler precisa: ...q u erría indicar algunas referen cias acerca del trayecto de L acan rela­ cion ad o co n esta cuestión . E se trayecto se in ició en 1936, co n “M ás allá del p rin cip io de realid ad ” . D e sp u é s de un salto en e l tiem p o , v ie n en “A cerca de la causalidad p síq u ica” y la crítica a la teoría de Henri E y en 1945; a continuación, “D e una cu estión prelim inar a tod o tratam iento p o ­ sib le de la p sic o sis” en 1958, cuya primera parte, titulada “H acia Freud”, está con sagrad a a lo s p rob lem as de la p ercep ció n en gen era l. Jacq u esA lain M iller la com entó en su curso de D E A hace algu n os años, añadien­ do un artículo de 1961, p o c o c o n o cid o pero capital, p u b licad o en el n ú ­ m ero esp ecial de Temps M odernes sobre M erleau-Ponty, que apareció al publicarse E l ojo y el espíritu.

Incluso más, Colette Soler remite al trabajo de Jacques-Alain Mi­ ller que figura, en ese mismo número, unas páginas antes, subrayando la comunidad de fuentes de los comentarios de ambos (página 30):

En el artículo de Temps modernes [...], Lacan intentó una demostra­ ción mucho más precisa de su tesis. Los remito a ese artículo. Es un texto muy difícil, que Jacques-Alain Miller trató de aclarar en su momento. Y sigue una nota al pie de página que remite al artículo de Jacques-Alain Miller, “La logique du per