EL PRECIO DE MERCADO
 8481026557, 9788481026559

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Sumario
El precio de mercado
Un breve repaso por las concepciones iniciales acerca de la determinación de los precios
La Demanday sus determinantes. La Ley de la Demanda
La Ofertay sus determinantes
El precio de equilibrio de mercado
Control e intervención en el mecanismo de formación de los precios
Ejemplos de aplicación de la Teoría elemental del precio de mercado en el análisis histórico
Las crisis de subsistencia en la España de la primera mitad del siglo XIX
Las consecuencias de la intervención en los preciosagrícolas durante la España franquista
Otras lecturas recomendadas

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...CIENCIAS SOCIALES

El precio de mercado Ejemplos de aplicación en el análisis histórico

Andrés Hoyo Aparicio

978-84-8102-655-9

6€

www.libreriauc.es

Ediciones Universidad Cantabria

El precio de mercado. Ejemplos de aplicación en el análisis histórico

El precio de mercado. Ejemplos de aplicación en el análisis histórico

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Andrés Hoyo Aparicio

Hoyo Aparicio, Andrés El precio de mercado : ejemplos de aplicación en el análisis histórico / Andrés Hoyo Aparicio. — Santander : Ediciones de la Universidad de Cantabria, D.L. 2012. 55 p. : il. ; 19 cm. — (Me gusta... ; 1) D.L. SA. 698-2012 ISBN 978-84-8102-655-9 1. Precios. 2. Oferta y demanda. 3. Mercado. 339.13

Esta edición es propiedad de la E DITORIAL DE LA U NIVERSIDAD DE CANTABRIA , cualquier forma de reproducción, distribución, traducción, comunicación pública o transformación solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Consejo Editorial Presidente: José Ignacio Solar Cayón Área de Ciencias Biomédicas: Jesús González Macías Área de Ciencias Experimentales: Mª. Teresa Barriuso Pérez Área de Ciencias Humanas: Fidel Ángel Gómez Ochoa Área de Ingeniería: Luis Villegas Cabredo Área de Ciencias Sociales: Concepción López Fernández y Juan Baró Pazos Directora editorial: Belmar Gándara Sancho Diseño y maquetación: emeaov Ilustración de cubierta: Gema Rodrigo © Andrés Hoyo Aparicio © Ediciones de la Universidad de Cantabria Avda. de los Castros, s/n. 39005 Santander Tlfno./Fax: 942 201 087 www.libreriauc.es | www.unican.es/publicaciones ISBN: 978-84-8102-655-9 D.L.: SA 698-2012 Impreso en España. Printed in Spain Imprime: Gráficas Ápel. Gijón

sumario

El precio de mercado

11 11

Un breve repaso por las concepciones iniciales acerca de la determinación de los precios

12 12

La Demanda y sus determinantes. La Ley de la Demanda

16 16

La Oferta y sus determinantes

22 22

El precio de equilibrio de mercado

26 26

Control e intervención en el mecanismo de formación de los precios

31 31

Ejemplos de aplicación de la Teoría elemental del precio de mercado en el análisis histórico

34 34

Las crisis de subsistencia en la España de la primera mitad del siglo XIX

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Las consecuencias de la intervención en los precios agrícolas durante la España franquista

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Otras lecturas recomendadas

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¡Quién fuera diamante puro! —dijo un pepino maduro Todo necio confunde valor y precio Antonio Machado, Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrigo (1936), Editorial Castalia, Madrid, 1991, p. 132

[lord Henry]: “Siento llegar tarde, Dorian. Fui en busca de una pieza de brocado antiguo en Wardour Street y he tenido que regatear durante horas para conseguirla. En los días que corren la gente sabe el precio de todo y el valor de nada”. Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray, 1891, p. 42

El precio de mercado

u

Un mercado es una organización en la que se intercambian bienes, servicios y factores productivos, y en la que las decisiones en torno a qué producir, en qué cantidades y para quién son tomadas por empresarios atentos a las preferencias de los consumidores. El mercado representa, pues, una institución social en la que compradores y vendedores de un bien, servicio o factor determinan conjuntamente el precio y la cantidad y realizan intercambios. El objetivo que nos proponemos es explicar cómo, si no hay otras instituciones que lo impidan, estos compradores (demanda) y vendedores (oferta), que constituyen la expresión de lo que, por un lado, desean los consumidores y, por otro lado, quieren las empresas productoras, determinan la cantidad que se va a producir y el precio al que esa cantidad se va a intercambiar. En suma, es nuestro propósito presentar las reglas básicas del funcionamiento del mercado, analizar cómo actúan simultáneamente la demanda y la oferta de mercado, y comprender la función que desempeñan los precios como «señales» para asignar los recursos escasos en una sociedad.

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Un breve repaso por las concepciones iniciales acerca de la determinación de los precios

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La teoría económica convencional descansa sobre dos supuestos psicológicos: la racionalidad de los seres humanos y su comportamiento maximizador, de su utilidad, en cuanto consumidores, y de sus ingresos, en cuanto propietarios de unos factores que aportan al proceso productivo. Tales principios tienen su génesis en el marco social de fines del siglo XVIII cuando se forjó el gran proyecto científico de la economía, que ha llegado en su sustancia hasta nuestros días, y que tiene en Adam Smith (1723-1790) a su representante emblemático. Éste concebía una sociedad constituida por un gran número de agentes económicos –individuos y empresas– cuyo vehículo de relación era el mercado y que, utilizando los precios de las distintas mercancías como única información relevante, tomaban decisiones persiguiendo exclusivamente sus intereses privados. Pues bien, la conjetura de Smith fue que la interacción de esta multitud de conductas atomizadas y egoístas, lejos de precisar de la acción coordinada del Estado, quedaba eficazmente encauzada por la acción de los mercados competitivos. De esta manera, el mensaje fundamental que la economía tenía para la sociedad de su tiempo era que resultaba mejor que el Estado se mantuviera separado del funcionamiento económico. Igualmente, se consideraba que estos comportamientos «egoístas» encauzados a través del mercando hacia un fin de común provecho, eran los correspondientes a una economía «natural», esto es, la que describía las relaciones económicas que, en virtud de unas leyes naturales, surgirían espontáneamente en un régimen de libertad. En este contexto, el sistema de precios observados por Smith, lejos de parecer tan caóticos e indisciplinados como hasta entonces se había venido suponiendo, era el resultado de una poderosa «mano invisible» que dirigía los recursos hacia las actividades en las cuales éstos podrían ser más valiosos. Los precios, para Smith, desempeñaban la

FIGURA 1. LA

FORMACIÓN DE LOS PRECIOS SEGÚN

ADAM SMITH:

EL MODELO DE PRECIOS RELATIVOS CONSTANTES

El precio relativo de un bien está determinado por los costes relativos del trabajo (P1). Una mejora en la tecnología de producción contribuye a reducir estos últimos. El precio relativo es, ahora, P2.

importante función de informar tanto a los consumidores como a los productores que recursos «valen», y así llevar a estos agentes económicos a tomar decisiones eficientes acerca de cómo utilizarlos. Explicada esta función crucial de los precios, el valor de los bienes vendría determinado por lo que costara producirlos, consideración que constituye el fundamento de la teoría del valor-trabajo. Por utilizar el mismo ejemplo que ya emplease Smith, si un cazador necesita el doble de tiempo para cazar un venado que para cazar un castor, el venado se puede intercambiar por dos castores; esto es: el precio relativo de un bien está determinado por los costes relativos del trabajo. Pero lo cierto es que los precios se comportan de manera muy distinta a la prevista por Smith. La realidad fue que desde que el economista escocés publicara en 1776 su reflexión Sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, los precios relativos estuvieron sujetos a frecuentes episodios de variable intensidad que difícilmente podían ser explicados con el modelo de precios relativos constantes

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propuesto por Smith. David Ricardo (1772-1823) dio un paso más en la explicación contribuyendo a ahondar en la hipótesis del valortrabajo que adelantara Smith en el sentido de que los precios no estaban determinados únicamente por la tecnología de producción. Su observación de que el aumento del cultivo de tierras marginales en Inglaterra se acompañaba de un incremento del precio relativo del grano fue explicada por la razón de que con este alza se trataba de compensar el aumento de los costes por el efecto de los rendimientos decrecientes: los costes eran crecientes porque los rendimientos eran decrecientes. En suma, el autor de Principios de economía política y tributación (1817) estimaba que los precios trataban, a lo sumo, de igualar unos costes que tendían a incrementarse en la medida en que también crecía un nivel de producción orientado a abastecer las necesidades de una población en aumento. FIGURA 2. LA

DETERMINACIÓN DE LOS PRECIOS SEGÚN

DAVID RICARDO

Los precios tratan de igualar unos costes que, por efecto de los rendimientos decrecientes, tienden a incrementarse en la medida en que también crece el nivel de producción.

Las preocupaciones de los economistas clásicos acerca del crecimiento de la población y su influencia en los precios no se vieron, sin embargo, confirmadas. En realidad, en comparación con la ex-

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periencia vivida en el siglo XX, si en algo se ha caracterizado el siglo XIX desde el punto de vista de la evolución de los precios ha sido, precisamente, por su moderación, a la que contribuyó la redefinición desde una perspectiva liberal de los derechos de propiedad, el cambio tecnológico, el establecimiento de un sistema de pagos internacionales y la extensión del librecambio. Para explicar el fundamento de la formación de los precios, los economistas de la segunda mitad del siglo XIX ampliaron la explicación de Ricardo de que la inevitabilidad de los rendimientos decrecientes implicaba que el coste de producir una unidad más de un bien aumentaba cuando se producían en mayor cantidad, añadiendo que, también, disminuía la predisposición del consumidor a pagar esa última unidad. De una parte, la disposición a demandar más o menos cantidad de un bien se movería, así, en sentido inverso a la evolución del precio de ese mismo bien –es decir, el consumidor estaría siempre dispuesto a pagar cada vez menos por la última unidad ofrecida–; de otra parte, el productor de ese mismo bien sólo estaría dispuesto a ofrecer una unidad más a cambio de un precio mayor dado que, como ya explicó Ricardo, el coste de producir una unidad adicional aumenta a medida que la cantidad total producida también se incrementa. Por tanto, la novedad ahora de incorporar en la base de análisis la utilidad de cada agente económico impulsó la comprensión de la formación de los precios como resultado de la confluencia en el mercado de estas dos fuerzas –oferta y demanda– con intereses tan opuestos –maximizadora del beneficio la primera, maximizadora de la utilidad la segunda– que de manera simultánea determinaban un precio. ¿De qué forma? Pues obrando a semejanza a como trabajarían juntas las dos hojas de una tijera para hacer un corte; así funcionan también la Oferta y la Demanda, que trabajan juntas para determinar su propio «corte»: el precio de equilibrio, en el que se igualan las cantidades demandadas y ofrecidas en un mercado evitando la perdurabilidad de situaciones dominadas bien por la esca-

sez, bien por el excedente. Es en esta perspectiva teórica del valorutilidad sobre la que reposa el fundamento moderno de la Teoría del precio de mercado que sintetizara Alfred Marshall (1842-1924) en sus Principios de economía, publicado en 1890, y cuyos principios más convencionales pasamos seguidamente a explicar de un modo mucho más detallado.

La Demanda y sus determinantes. La Ley de la Demanda

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Se entiende por Demanda (D) la cantidad de un bien que los consumidores están dispuestos a adquirir en una unidad de tiempo. Ahora bien, la pregunta que nos vamos a hacer es la siguiente: ¿de qué factores depende la cantidad que demanda una persona en esa misma unidad de tiempo? Pues bien, la demanda de un bien depende, en primer lugar, de su precio. Y en función de esta dependencia entre cantidad demandada de un bien y el precio de ese bien es fácil percibir una correlación inversa o decreciente: cuando el precio desciende, la demanda aumenta, y cuando el precio aumenta, la demanda desciende; es decir, la cantidad demandada de un bien se mueve en sentido inverso al de su precio. Esta particular relación entre precio y cantidad es tan general que los economistas la han llamado Ley de la demanda. Un segundo factor que influye sobre la cantidad demandada de un bien es el precio de los otros bienes con él relacionado. Así, se habla de bienes sustitutivos, cuando la subida del precio de unos de ellos ocasiona un aumento de la demanda del otro. Del mismo modo, se denomina bienes complementarios, cuando el alza del precio de un bien implica una disminución de la demanda de otros bienes. La demanda se ve asimismo afectada por el tamaño de la población, por cambios en la renta y por cómo ésta esté repartida. En ge-

D= f (Px, Py, Pb, Y, dY, g) Al decir que D es función de Px,..., g, únicamente estamos afirmando que hay una relación funcional –matemática– entre D y las demás variables, y que los cambios de estas variables tienen un efecto o determinan los valores de la demanda. Ahora bien, debe advertirse que en el momento de representar gráficamente relaciones entre variables una limitación con la que nos encontramos es que en los gráficos sólo se pueden incorporar dos dimensiones. Por esta razón, se tiene que representar por separado la relación entre la cantidad demandada y cada una de las variables independientes señaladas. A este fin, los economistas han resuelto recurrir al supuesto ceteris paribus, expresión latina que se emplea para recordar que se supone que se mantienen constantes todas las variables

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neral, cuando aumentan sus ingresos los consumidores tienden a adquirir más de todo. Se entiende, así, por bienes normales aquellos cuya demanda aumenta si también lo hace la renta. Ahora bien, no todos los bienes son normales. Por ejemplo, a veces ocurre que la demanda de un bien aumenta cuando disminuye la renta; en este caso nos encontramos ante lo que se define como bien inferior. Por último, la demanda de un bien depende también de las expectativas de los consumidores sobre el futuro, así como de sus gustos y preferencias que, inevitablemente, varían de un lugar a otro y de una época a otra. En suma, el conjunto de factores que acabamos de enumerar determina la cantidad de demanda de un bien. Esta relación puede, por tanto, expresarse diciendo que la demanda de un bien es función del precio del bien (Px), del precio de complementarios y sustitutivos (Py), del tamaño de la población del área geográfica (Pb), de la renta de los consumidores (Y), de la distribución de esta renta (dY) y de las expectativas, los gustos y las preferencias de los individuos (g):

FIGURA 3. LA

FUNCIÓN-PRECIO DE DEMANDA

La curva de demanda muestra la cantidad de un bien que un consumidor estaría dispuesto a adquirir a cada precio permaneciendo constantes los otros factores (precio de otros bienes, renta, distribución de la renta, gustos y preferencias).

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explicativas, salvo la considerada, es decir, suponer constantes a los demás determinantes de la demanda, y centrarse principalmente en la relación precio-cantidad. La Figura 3 muestra las cantidades de un bien –llamemos X– que serían demandadas durante un período de tiempo determinado por un consumidor –que identificamos con la letra A– a cada uno de los posibles precios. El perfil decreciente de la pendiente reflejada constata la ley de la demanda: la existencia de una relación inversa entre precios y cantidades. Si el precio fuese P1 las cantidades dispuestas a ser demandadas serían Q1, si el precio aumentase a P2 las cantidades a demandar disminuirían ahora a Q2, del mismo modo que si el precio disminuyese a P3 la demanda aumentaría a Q3. Como vemos, variaciones en el precio implican movimientos a lo largo de la función de demanda. Si prestamos atención ahora a la Figura 4b, en la que se representa la respuesta que daría un nuevo consumidor –identificado con la letra B– ante las mismas variaciones en los precios, observamos

FIGURA 4. LA

DEMANDA DEL MERCADO

La demanda del mercado es la suma de todas las demandas individuales de un determinado bien o servicio.

apreciables cambios en las cantidades dispuestas a ser demandadas diferentes a las señaladas para el consumidor A, pero sin que esto haya significado un cambio en la forma de relación precio-cantidad. Atendiendo a estas diferencias que se aprecian en el eje de abscisas de las dos funciones de demanda individuales representadas ¿cómo sería la demanda de mercado del bien X? Pues bien, bajo la consideración de céteris paribus, la suma horizontal de estas demandas individuales nos proporciona la demanda global o de mercado que corresponde a este bien X [Figura 4c]. La demanda de mercado es así la suma de todas las demandas individuales de un determinado bien o servicio. No sólo se producen cambios en la cantidad demandada con relación a las variaciones en el precio. Asimismo, una alteración de cualquier factor diferente del precio del bien –la renta, por ejemplo– desplazará toda la función de demanda a la derecha o hacia la izquierda, según sea el sentido del cambio de dicho factor. A este tipo de desplazamientos se denominan cambios en la demanda [Figura 5].

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FIGURA 5. LOS

CAMBIOS EN LA DEMANDA

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Los desplazamientos de la curva de demanda se producen cuando varía alguno de los factores distintos del precio.

Todo desplazamiento hacia la derecha se entiende que es una expansión de la demanda, mientras que los desplazamientos que se produzcan hacia la izquierda se considera que son una contracción de la demanda. Desplazamientos análogos se producirán, también, ante cambios en los precios de los bienes relacionados, modificaciones en la distribución de la renta, incrementos o descensos en el nivel de población, o alteraciones en las expectativas, los gustos y las preferencias. Para hacernos una idea más precisa de la sensibilidad de la demanda a variaciones en los precios que la que puede proporcionar una simple representación gráfica de la función de demanda, la teoría económica ha recurrido a una medida aritmética de la forma de relación de esta función. A esta medida se llama elasticidad (e). La elasticidadprecio es un cociente entre la variación porcentual observada en la cantidad demandada y la variación asimismo porcentual advertida en el

DE LA DEMANDA

La Elasticidad-Precio de la demanda proporciona una medida de la variación porcentual en la cantidad ofrecida de un bien como consecuencia de la variación porcentual en el precio del propio bien.

precio1. Proporciona, por tanto, una medida bastante precisa del grado de respuesta de la cantidad demandada ante alteraciones en el precio:

Los valores de la elasticidad-precio de la demanda se encuentra siempre entre 0 y menos infinito, ya que el incremento en la demanda (Q) que sigue a una elevación en el precio (P) es siempre, como se ha señalado, negativo. Diremos, pues, que una función es de elasticidad unitaria cuando la variación porcentual de la cantidad y del precio sea la misma [Figura 6a]. Hablaremos de una función elástica cuando los cambios en los precios tengan una respuesta proporcionalmente 1

Del mismo modo, se entiende por elasticidad-renta la variación porcentual en la cantidad demandada de un bien ante una variación porcentual en el nivel de renta de los consumidores que demandan dicho bien.

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FIGURA 6. ELASTICIDAD-PRECIO

mayor en la cantidad [Figura 6b]. Y nos referiremos a una función inelástica cuando las variaciones de los precios se correspondan con cambios proporcionalmente menores en la cantidad [Figura 6c]. En atención a estas magnitudes, la elasticidad-precio de la demanda de un bien refleja dos cosas. En primer lugar, el orden que ocupa ese bien en la escala de necesidades de las unidades de consumo; y en segundo lugar, la existencia o ausencia de bienes sustitutivos.

La Oferta y sus determinantes

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Se entiende por Oferta (O) la cantidad de un bien que las empresas productoras están dispuestas a producir en una unidad de tiempo. ¿Qué factores influyen en la decisión de ofrecer más o menos cantidad de un bien? En primer lugar, y al igual que en la demanda, tiene una gran influencia el precio del bien que se oferta. Cuanto más alto sea éste mayor es la cantidad dispuesta a ser ofrecida; una constatación que se conoce con el nombre de ley de la oferta: la cantidad ofrecida de un bien está relacionada positivamente con su precio. La cuantía ofertada de un bien depende, también, del precio de los factores de producción –tierra, trabajo y capital– empleados en su elaboración. Si aumenta el precio de un determinado factor de producción utilizado en la producción de un bien que necesite gran cantidad de ese factor, las empresas desplazarán la fabricación hacia otro tipo de bienes que precisen para su elaboración menor cantidad del factor cuyo precio ha subido. La oferta de un bien está, de este modo, relacionado negativamente con el precio de los factores utilizados para producirlo. La tecnología empleada en el proceso de producción constituye otro determinante más de la oferta por cuanto que contribuye a reducir los costes totales de producción en la empresa. Si motivado por el progreso tecnológico una empresa pueden producir a un coste total menor, sus beneficios aumentarán y lógicamente tenderán a producir aquellos bienes que supongan un mayor ahorro de costes.

O = f (Px, Py, FP, k, g) Bajo el mismo supuesto ceteris paribus justificado en la explicación de la demanda, la Figura 7 muestra las cantidades de un bien –que seFIGURA 7. LA

FUNCIÓN-PRECIO DE OFERTA

La curva de oferta muestra la cantidad de un bien que un productor estaría dispuesto a ofrecer a cada precio permaneciendo constantes los otros factores (precio de otros bienes, precio de los factores de producción, estado tecnológico y expectativas del empresario).

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Asimismo, las expectativas que los empresarios tienen sobre el futuro alteran la cantidad ofrecida en el mercado; como también lo altera el precio que alcancen los otros bienes. En este último sentido, se puede afirmar que un incremento en los precios de los demás bienes hace la producción de éstos mucho más atractiva parta la empresa, y en consecuencia disminuirá la producción de aquel bien cuyo precio no aumenta. En suma, los factores que se acaban de señalar determinan la cantidad de oferta de un bien. Tal relación puede expresarse diciendo que la oferta de un bien es función del precio del bien (Px), de los precios de los otros bienes (Py), del precio de los factores de producción empleados en la elaboración del bien (FP), de la tecnología (k) y de las expectativas empresariales (g):

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guimos llamando X– que serían ofertadas durante un periodo de tiempo determinado por un productor –que identificamos con la letra A– a cada uno de los posible precios. Esta vez, el perfil ascendente de la pendiente constata la existencia de una relación positiva entre precios y cantidades. Si el precio fuese P1 las cantidades dispuestas a ser ofrecidas serían Q1, si el precio aumentase a P2 las cantidades a ofrecer aumentarían ahora a Q2, del mismo modo que si el precio disminuyese a P3 la oferta disminuiría también hasta Q3. Si prestamos atención ahora a la Figura 8b, en la que se representa la respuesta que daría un nuevo productor –identificado con la letra B– ante las mismas variaciones en los precios, observamos cambios en las cantidades dispuestas a ser ofertadas distintas a las señaladas para el productor A. Atendiendo a estas diferencias que fácilmente se observan en el eje de abscisas de las dos funciones de oferta individuales representadas ¿cómo sería la oferta de mercado del bien X? Pues al igual que lo explicado por el lado de la demanda, la suma horizontal de estas ofertas individuales nos proporciona la oferta global o de mercado que corresponde a este bien X [Figura 8c]. La oferta de mercado es así la suma de todas las ofertas individuales de un determinado bien o servicio. FIGURA 8. LA

OFERTA DE MERCADO

La oferta del mercado es la suma de todas las ofertas individuales de un determinado bien o servicio.

FIGURA 9. LOS

CAMBIOS EN LA OFERTA

Los desplazamientos de la curva de oferta se producen cuando varía alguno de los factores distintos del precio.

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Al igual que ocurre en la demanda, no sólo se producen cambios en la cantidad ofertada con relación a las variaciones en el precio. También, una alteración de cualquier factor determinante diferente del precio del bien –los precios de los factores, por ejemplo– desplazará toda la función de oferta a la derecha o hacia la izquierda. A este tipo de desplazamientos se denominan cambios en la oferta [Figura 9]. Todo movimiento hacia la derecha se entiende que es una expansión de la oferta, mientras que los desplazamientos que se produzcan hacia la izquierda se consideran una contracción de la oferta. Desplazamientos parecidos en uno u otro sentido ocurrirán, también, ante cambios en los precios de los demás bienes, la incorporación de avances tecnológicos, ante variaciones en el precio de los factores de producción, así como resultado de cambios favorables en las expectativas de las empresas. De manera análoga a lo explicado en la demanda, una forma de obtener una idea más precisa acerca de la sensibilidad de la oferta a variaciones en los precios es recurrir al cálculo de la elasticidad de

oferta (e). La elasticidad-precio de la oferta es un cociente entre la variación porcentual observada en la cantidad ofrecida y la variación asimismo porcentual advertida en el precio. Mide, por tanto, el grado de respuesta de la oferta a variaciones en el precio:

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Los valores de la elasticidad-precio de la oferta se encuentra siempre entre 0 y más infinito, ya que el incremento de la oferta (Q) que sigue a una elevación en el precio (P) es siempre positivo. Cuando una variación en el precio de un bien produce una modificación porcentualmente mayor en la cantidad ofertada, se dirá que esa función es elástica [Figura 10b]. Si por el contrario, una variación en el precio ocasiona un cambio proporcionalmente menor en la oferta, se dirá que estamos ante una función inelástica [Figura 10c]. Finalmente, identificaremos una función de elasticidad unitaria cuando la variación porcentual de la cantidad y del precio sea la misma [Figura 10a].

El precio de equilibrio de mercado Una vez estudiadas la Demanda y la Oferta por separado, vamos seguidamente a poner en contacto a consumidores y productores con sus respectivos planes de consumo y de producción con el objeto de ver su comportamiento y explicar cómo se lleva a cabo la coordinación de ambos tipos de agentes. Para ello representaremos sobre unos mismo ejes de coordenadas las funciones de demanda y oferta de un bien –que, recordemos, estamos llamando X–, tal y como se hace en la Figura 11.

FIGURA 10. ELASTICIDAD-PRECIO

DE LA OFERTA

La Elasticidad-Precio de la oferta proporciona una medida de la variación porcentual en la cantidad ofrecida de un bien como consecuencia de la variación porcentual en el precio del propio bien.

FIGURA 11. LA

DETERMINACIÓN DEL EQUILIBRIO EN EL MERCADO

El punto de intersección en el que se igualan la función de oferta y de demanda se denomina equilibrio de mercado.

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En esta representación gráfica se traza, por las razones antes señaladas, una función creciente para la oferta, y una pendiente negativa para la función de demanda. Sobre este gráfico es fácil comprobar que las dos funciones tienen un punto en común y solamente uno, en el que ambas se cruzan. Eso significa que entre todas las combinaciones precio/cantidad que resultan aceptables para consumidores, por un lado, y productores, por otro, solamente una lo es simultáneamente para los dos. A este punto de intersección en el que la función de oferta y de demanda se igualan se denomina equilibrio de mercado (E). Y tal punto se dice que es de equilibrio porque es la única situación estable del mercado; en este mismo punto la cantidad ofrecida es igual a la demanda. El precio al que se cortan estas dos funciones se denomina, por tanto, precio de equilibrio, y siempre le corresponde una cantidad de equilibrio. ¿Por qué el precio de equilibrio del mercado es el punto E (P1, Q1)?, o mejor dicho, ¿por qué el precio de mercado tiende hacia ese punto? Supongamos, tal como se representa en la Figura 12, que el precio fuera P2; en tal caso la oferta sería Q2 y la demanda sería q2, es decir la demanda sería considerablemente menor que la oferta, asistiríamos, por tanto, a un exceso de oferta que únicamente se resolvería bajando los precios a P1. Imaginemos ahora que el precio fuera P3. A este precio la cantidad demandada q3 superaría a la cantidad ofrecida Q3. Esta situación, a su vez, conduciría a una escasez del producto que conllevaría un incremento del precio hasta alcanzar el nivel de equilibrio P1 donde se igualan la cantidad ofrecida y demandada. El paso desde distintas situaciones de desequilibrio como las que acabamos de describir a una de equilibrio recibe el nombre de ajuste de mercado; y éste tiende a producirse de manera automática –lo que no quiere decir que sea instantánea–. Los consumidores revelan a las empresas productoras sus preferencias a través de unas señales representadas en los precios a los que están dispuestos a consumir diferen-

FIGURA 12. EL

AJUSTE DE MERCADO

El paso de una situación de desequilibrio por exceso de oferta (excedente) o demanda (escasez) a una de equilibrio (E) recibe el nombre de ajuste de mercado.

tes cantidades, y las empresas están a su vez atentas a la información que, por esa misma vía, les transmiten los consumidores: ante las subidas en el precio de un bien, tenderán a aumentar la cantidad producida de ese mismo bien, y ante los descensos en el precio, se inclinarán por disminuir la cantidad ofertada. De la misma forma, y debido a variaciones en los factores determinantes tanto de la demanda como de la oferta distintos al precio del bien y que se expresan, como ya indicamos, con movimientos expansivos o contractivos de estas funciones, los ajustes se alcanzan también de manera automática –que no instantánea–, permitiendo incluso predecir cómo alterará cada cambio de factor a la cantidad vendida en condiciones de equilibrio y el precio al que se venderá el bien. Las Figuras 13a y 13b muestran los ajustes que tendrían ocasión cuando se produce un desplazamiento de la demanda respecto de la

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FIGURA 13. LOS EFECTOS SOBRE LA CANTIDAD Y EL PRECIO DE LOS DESPLAZAMIENTOS DE LA FUNCIÓN DE DEMANDA (D)

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oferta. Pues bien, en el primer supuesto representado, toda expansión de la demanda ocasiona un aumento del precio y de la cantidad de equilibrio (de P1 a P2, y de Q1 a Q2). En el segundo caso, toda contracción de la demanda provoca una disminución del precio y de la cantidad de equilibrio (de P1 a P0, y de Q1 a Q0). Las Figuras 14a y 14b ilustran, por su lado, los ajustes que tendrían lugar en caso, esta vez, de un desplazamiento de la oferta respecto de la demanda. Así, un movimiento expansivo de la oferta ocasiona un descenso en el precio de equilibrio y un aumento en la cantidad (de P1 a P0, y de Q1 a Q2). Un desplazamiento a la izquierda –contracción– de esta misma oferta daría lugar a un aumento en el precio de equilibrio y a una disminución en la cantidad (de P1 a P2, y de Q1 a Q2). Sólo cuando tienen ocasión desplazamientos simultáneos y proporcionales de ambas funciones se puede alcanzar un nuevo ajuste de mercado en el que un incremento en la cantidad no se acompaña, sin embargo, de una alteración en el precio de equilibrio. Tal situación queda reflejada en la Figura 15.

FIGURA 14. LOS

EFECTOS SOBRE LA CANTIDAD Y EL PRECIO DE LOS DESPLAZAMIENTOS DE LA FUNCIÓN DE OFERTA (O)

FIGURA 15. EFECTO

DE UN DESPLAZAMIENTO PROPORCIONAL Y SIMULTÁNEO DE LA FUNCIÓN DE OFERTA (O) Y DE LA FUNCIÓN DE DEMANDA (D)

Control e intervención en el mecanismo de formación de los precios Para finalizar vamos a fijarnos en una última cuestión. Antes hemos dicho que, ceteris paribus, el precio de equilibrio de un bien se estable-

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cería espontáneamente en el mercado. Y esto es así a menos que alguien en condiciones de hacerlo lo impida. Lo cierto es que los consiguientes cambios en las cantidades intercambiadas y en los precios mueven con frecuencia a los gobiernos a interferir en el mecanismo del mercado, dictando los precios o tratando de suavizar e incluso, llegado el caso, eliminar sus fluctuaciones a través de los llamados precios garantizados. Esta interferencia externa en el mecanismo de formación de los precios da lugar a la existencia de mercados intervenidos. Los precios normalmente se controlan cuando los responsables de la política económica creen que el precio de mercado de un servicio o de un bien es injusto para los compradores o para los vendedores. Aunque, en algunas ocasiones, tales medidas interventoras pueden generar injusticias por sí mismas. Para entender cómo afectan los controles de los precios a los resultados del mercado examinemos detenidamente las Figuras 16a y 16b. En la primera se representa una situación en la que se ha decidido regular el precio de un bien por encima del precio de equilibrio (PE, QE) actuando en defensa del productor. Se observa, así, cómo la imposición de un precio por encima del de equilibrio (PT) genera siempre un exceso de oferta (de QE a Q1) ya que a ese precio la cantidad dispuesta a ser demandada pasaría de QE a Q0. Es más, de persistir esta situación se iría acumulando un mayor excedente perpetuando la mala asignación de los recursos. En la segunda representación se muestran los efectos que se derivarían de una situación contraria, en la que el precio (PT) siguiendo un criterio de defensa del consumidor ha quedado regulado por debajo del de equilibrio (PE). En este nuevo escenario se estaría impulsando la aparición de un exceso de demanda dado que, ahora, las cantidades dispuestas a ser adquiridas pasarían de QE a Q1 frente a una oferta que habría descendido hasta Q0. Finalmente, otra forma de intervenir en los mercados consiste en fijar un precio de sostenimiento por parte de los responsables de la política económica [Figura 17], dejando que la demanda determine el pre-

FIGURA 16. LA

INTERVENCIÓN EN EL MECANISMO DE FORMACIÓN DE LOS PRECIOS

FIGURA 17. EL

PRECIO SUBVENCIONADO

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cio de equilibrio necesario para adquirir toda la cantidad ofrecida por los productores y, finalmente, cubrir la diferencia entre el precio de sostenimiento (PS) y el precio de equilibrio (PE). El Estado se compromete a pagar esta diferencia por cada unidad producida; a cambio no tendrá que adquirir excedente alguno de mercancía como ocurriría en el caso, antes expuesto, de decidir un precio por encima del de equilibrio.

Ejemplos de aplicación de la Teoría elemental del precio de mercado en el análisis histórico

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Las crisis de subsistencia en la España de la primera mitad del siglo XIX 2

Parece existir ya un amplio acuerdo dentro de nuestra historiografía en torno a la tesis de que la producción agraria en general, y la del trigo en particular, creció a lo largo del siglo XIX. Los estudios de Tortella, Llopis, Kondo, Yun, del Grupo de Estudios de Historia Rural (GEHR) o, con posterioridad, de Gutiérrez Bringas y de Simpson, así lo constatan3. Un amplio consenso el señalado que sin embargo se debilita no tanto a la hora de apuntar cuáles fueron los

2

Este apartado reproduce con ligeras modificaciones lo presentado en A. Hoyo Aparicio, «Gestión comercial, precios y crisis de subsistencia en Castilla, 18201874», en J. Torras y B. Yun (directores), Consumo, condiciones de vida y comercialización. Cataluña y Castilla, siglos XVII-XIX, Salamanca, Junta de Castilla y León, 1999, pp. 284-291.

3

G. Tortella, El desarrollo de la España Contemporánea. Historia económica de los siglos XIX y XX, Alianza, Madrid, 1994, pp. 43-64 y 229-254. E. Llopis, «Algunas consideraciones acerca de la producción agraria castellana en los últimos años del Antiguo Régimen», Historia Agraria de la España Contemporánea, Vol 1- Cambio social y nuevas formas de proepiedad, 1800-1850, Barcelona, Crítica, 1985. A. Y. Kondo, La agcricultura española en el siglo XIX, Madrid, Nerea,

1989). B. Yun, «Mercado de cereal y burguesía en Castilla, 1750-1868. (Sobre el papel de la agricultura en el crecimiento económico regional)», en B. Yun (coordinador), Estudios sobre capitalismo agrario, crédito e industria en Castilla (siglos XIX y XX), Junta de Castilla y León, Salamanca, 1991. J. Simpson, La agricultura española,(1765-1965): la larga siesta, Alaianza Universidad, Madrid, 1997. Gutiérrez Brigas ha estimado que entre 1818 y 1900 la producción de cereales y leguminosas en España se multiplicó por cuatro, distinguiendo en este período dos grandes etapas en función de la diferente utilización de los factores productivos: una primera, entre 1820/30 y 1870/80, caracterizada por un uso extensivo de la tierra y del trabajo; un segunda etapa, desde 1880 en adelante, diferenciada de la anterior en una mejor asignación de los recursos productivos, traduciéndose en un aumento de la productividad, primero de los rendimientos de la tierra y de la simiente, después, a partir de 1910, de la productividad de la tierra y del trabajo simultáneamente. Véase: M. A. Gutiérrez Bringas, La productividad de la tierra en España, 1752-1940. Tendencia a largo plazo. Memoria de licenciatura. Universidad de Cantabria, 1994, pp. 293-294. Asimismo; M. A. Bringas, La productividad de los factores en la agricultura española (17521935), Servicio de Estudios del Banco de España, Madrid, 2000. 4

P. Tedde de Lorca, «Revolución liberal y crecimiento económico en la España del siglo XIX», en Antiguo Régimen y liberalismo. Homenaje a Miguel Artola, Madrid, Alianza, 1994, pp.31-49.

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factores causales como en el momento de ponderar la significación que cada uno de ellos pudo tener dentro del señalado proceso. Con todo, son más los que creen ver en la mejor definición de unos nuevos derechos de propiedad asociados a la revolución liberal el factor fundamental que ayuda a explicar adecuadamente la expansión agraria del siglo XIX, por cuanto que, a pesar de la intermitencia con que el nuevo marco liberal iba impregnando todos los ámbitos de la vida social y política española, éstos afectaban profundamente tanto al ordenamiento jurídico que regulaba la propiedad de la tierra como al uso de los factores productivos4. La desamortización eclesiástica y civil, la desvinculación, la disolución del régimen señorial, la abolición de los mayorazgos, la supresión del diezmo, el fin de los privilegios mesteños y de las ordenanzas municipales, fueron accio-

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nes jurídicas que además de contribuir a introducir modificaciones en el mercado de trabajo y en los sistemas de crédito rural, ayudaron a perfilar un modelo agrario de mayor proximidad entre las unidades de producción campesinas y el mercado5; un mercado, por otro lado, cada vez más articulado, pero también más protegido. Una atenta mirada a la evolución del precio medio anual del trigo en las más importantes provincias productoras castellanas sugiere, sin embargo, que este sector, a pesar de las importantes reformas introducidas, sufría periódicas disfunciones que se traducían en inmediatos y acusados incrementos de los precios, que arrastraban consigo al resto de las cotizaciones cerealícolas. El resultado es bien conocido con el nombre de crisis de subsistencia, de gran impacto social y apreciables consecuencias políticas6. Unas crisis de subsistencia de periodicidad casi decenal, que indicaban una correlación inversa entre malas cosechas –déficit de trigo– e incremento de los precios, y que paradójicamente acontecían dentro de un proceso de crecimiento económico moderno. Más allá de lo que Pierre Vilar ha denominado la «tentación climática» como hipótesis causal explicativa de este tipo de contracciones en la producción7, la atención más reciente se ha orientado, desde

5

A. García Sanz, «Introducción: crisis de la agricultura tradicional y revolución liberal (1800-1850)», en Historia agraria de la España contemporánea. Vol. 1Cambio social y nuevas formas de propiedad, 1800-1850, Barcelona, Crítica, 1985.

6

N. Sánchez-Albornoz, España hace un siglo: una economía dual, Madrid, Alianza, 1968. C. E. Lida y I. M. Zavala, La revolución de 1868. Historia, pensamiento, literatura, Las Américas, New York, 1970. R. Serrano García, La Revolución de 1868 en Castilla y León, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1992. R. Serrano García, «Coyuntura económica y cambio político en Castilla la Vieja y León, 18671869», en R. Serrano García (director), España, 1868-1874. Nuevos enfoques sobre el Sexenio Democrático, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2002, pp. 313-328. Reboredo Olivenza, «El motín del pan de 1856 en Castilla la Vieja»,

GRÁFICO 1. EVOLUCIÓN DE PRECIO DEL TRIGO. MERCADO DE PALENCIA Y VALLADOLID

una perspectiva de análisis a largo plazo, a comprobar el grado de adecuación de la producción agraria al crecimiento de una población que lo hizo, según las últimas estimaciones, a una tasa anual del 0,64% a lo largo de la primera mitad del siglo, y del 0,55% para todo el siglo XIX8. La cuestión, por tanto, se ha planteado en los términos de si la producción agrícola creció o no por encima de este porcentaje demográfico. A pesar de la escasez de datos estadísticos con los que se cuenta a la hora de poder cuantificar la producción habida para la en Crisis demográfica y tensiones sociales en al Castilla del siglo XIX, Valladolid, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Valladolid, 1987. 7

P. Vilar, «Reflexion sur “la crise de l’ancien type”, “inégalité des récoltes” et “sousdeveloppment”», en (1974), en Conjunture economique. Structures sociales. Hommage á Ernest Labrousse, Paris, p. 40.

8

Estadísticas Historicas de España. Siglos XIX-XX, Fundación BBVA, Vol. I, Bilbao, 2005. p. 124.

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GRÁFICO 2. EXPORTACIÓN

DE CEREALES POR EL DEL TRIGO EN PALENCIA Y

PUERTO DE SANTANDER VALLADOLID

Y PRECIO

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primera mitad del siglo XIX, la respuesta parece ser en este sentido afirmativa. Disponemos de un indicador que así invita a creerlo: el cambio en los flujos externos. Efectivamente, desde la década de 1820, bajo el amparo, bien es cierto, de la legislación prohibicionista, fue creciente la presencia del trigo y la harina dentro de las exportaciones españolas; ello sólo era así posible si se disponía de sobrantes de consideración para responder a la demanda exterior. Ahora bien, con todo no debe ocultarse la circunstancia de que desde 1860 esta positiva tendencia fuera perdiendo verticalidad. Las explicaciones que se han ofrecido desde perspectivas de análisis a largo plazo han coincidido en resaltar el hecho de que a la altura de la década de 1850 Castilla había alcanzado el umbral de los rendimientos decrecientes ante las dificultades para poder continuar extendiendo los cultivos en tierras de aceptable calidad9. Los insignificantes cambios en la productividad de la tierra y de la mano de obra, las escasas mejoras técnicas introducidas, una estructura de la propiedad de la tierra que se resol-

FIGURA 18. EFECTO

DE UNA CONTRACCIÓN DE LA OFERTA DE TRIGO EN UN MODELO DE EQUILIBRIO PARCIAL DE OFERTA Y DEMANDA

vió en el corto plazo de forma poco favorable para la creación de una amplia capa de propietarios medios que pudieran haber respondido mejor a los incentivos del mercado, unido al lento pero continuo crecimiento demográfico, fueron circunstancias que consideran se aunaron en las décadas centrales del siglo XIX para quebrar aún más la curva de oferta, posibilitando que las crisis de las décadas de 1850 y de 1860 recuperaran en intensidad10.

9

G. Tortella, «El papel de la agricultura en la economía española desde el siglo XIX hasta 1930», en N. Sánchez-Albornoz (editor), La modernización económica de España, 1830-1930, Madrid, Alianza,1985, p. 83. J. Simpson, «La producción agraria y el consumo español en el siglo XIX», Revista de Historia Económica, 7, 1989, pp. 355-388.

10

M. A. Gutiérrez Bringas, «La productividad de la tierra en España», Revista de Historia Económica, XI, 3, 1993, pp. 505-538. S. Coll y M. A. Gutiérrez Bringas,

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No obstante, es la perspectiva a corto plazo la que mejor facilita dilucidar un mayor cúmulo de circunstancias causales de un repentino alza en el precio. Una detenida mirada a la evolución de la exportación regional y del precio medio en el sector triguero permite, así, adivinar la alta correlación inversa existente entre ambas series. Apelar, por tanto, a la teoría elemental del precio de mercado, se considera que ayudaría a completar, desde esta dimensión analítica indicada, las razones desencadenantes del cíclico, sí, pero también repentino y rápido incremento de los precios. La anterior figura pretende ilustrar el comportamiento de los precios ante una contracción de la oferta dentro de un hipotético mercado del trigo cerrado a las importaciones. Las razones apuntadas más arriba que explicaban la quiebra de la oferta, avalan el porqué de su rigidez dentro de este modelo. Por otro lado, diversos testimonios indican el alto consumo de pan de trigo, sólo sustituible en determinadas circunstancias por otros de muy inferior calidad, por lo que la rigidez es asimismo alta11. Son estas inelasticidades las que explican «Estimating Production Figures from Price Data. An Aplication to the Case of 19th Century Spanish Agricultural Production», Documentos de Trabajo, Departamento de Economía, Universidad de Cantabria, 1995. R. Robledo Hernández, La renta de la tierra en Castilla la Vieja y León, 1836-1913, Servicio de Estudios del Banco de España, Madrid, 1984. V. Pérez Moreda, «La modernización demográfica, 1800-1930. Sus limitaciones y cronología», en N. Sánchez-Albornoz (editor), La modernización económica de España, 1830-1930, Madrid, Alianza, 1985. 11

M. Montanari, El hambre y la abundancia. Historia y cultura de la alimentación en Europa, Barcelona, Crítica, 1993). A. García Sanz, «Jornales agrícolas y presupuesto familiar campesino en España a mediados del siglo XIX», Anales de CUNEF, 1979, pp. 50-71. F. Simón Segura, «Aspectos del nivel de vida del campesinado español en la segunda mitad del siglo XIX. El problema de la usura en el campo», Hacienda Pública Española, 36, 1976, pp. 231-242. J. del Moral Ruiz, La agricultura española a mediados del siglo XIX, 1850-1870. Resultados de una encuesta agraria de la época, Ministerio de Agricultura, Madrid, 1979.

12

B. Yun, Crisis de subsistencia y conflictividad social en Córdoba a principios del siglo XVI: una ciudad andaluza a comienzos de la modernidad, Diputación provincial, Córdoba, 1980. G. Anes, Las crisis agrarias en al España Moderna, Madrid, Taurus, 1970.

13

R. Garrabou, «Un testimonio de la crisis de subsistencia de 1856-57: el expediente de la Dirección General de Comercio», Agricultura y Sociedad, 14, 1980, p. 270.

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por qué pequeñas variaciones en las cantidades tienen, sin embargo, su correspondencia en un duro ajuste por el lado de los precios. Eran, por tanto, las rigideces que caracterizaban los intercambios en este sector las que ayudan a entender el hecho de las repentinas y acusadas subidas y caídas del precio que reflejan las series temporales del período. Indagar, así, qué había detrás de cada contracción supone discurrir en torno al porqué del incremento de precios desencadenantes de una crisis de subsistencia. Una explicación habitual ha consistido en resaltar el hecho de que la contracción de la oferta era el resultado de la pervivencia de prácticas propias del Antiguo Régimen que, reapareciendo en períodos de escasez, entorpecían el normal desarrollo de las leyes de mercado. Dentro de un mercado como éste, en proceso de formación, en el que las decisiones se tomaban en condiciones de información imperfecta, y en el que la distribución se gestionaba desde muy cohesionadas redes informales, ante los primeros indicios o rumores de escasez, el acaparamiento y almacenaje constituía además de un mecanismo de defensa, una invitación a la especulación y a la tensión entre lo que Yun Casalilla ha denominado el «sector de autoconsumo» y el «sector comercializado»12. Eran a este tipo de socorridas maniobras especulativas practicadas tanto por instituciones locales como por propietarios y comerciantes a los que, a juicio de Garrabou, se debiera atribuir un papel importante en la explicación de la génesis de este modelo de crisis13. Existen abundantes opiniones de contemporáneos

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que respaldarían esta observación. Así explicaba, por ejemplo, Fernández de los Ríos los altos precios que estaban alcanzando las subsistencias en Madrid a finales de 1867: «Los altos precios a que se vende en Madrid los artículos de primera necesidad no nacen ordinariamente de la escasez general, sino que se mantienen de común acuerdo por unos cuantos especuladores, que sólo tratan de realizar grandes ganancias y que ponen la ley del mercado»14. Con relación a la dura crisis de 1856-1857, así se interpretó desde las páginas del El Boletín de Comercio de Santander: «Ha llegado para el comercio de cereales un período de crisis (...) Los especuladores parecen que se han hecho todos del habla para estacionarse en el partido dominante de la inacción. Ésta por ahora, y por algún tiempo, tiene que ser la natural y necesaria consecuencia de los enormes precios a que llegó la semilla. Nadie, si la compró sobre la pauta de aquellos tipos elevados, se resigna presurosamente a vender con pérdidas, y el labrador que todavía no satisfecho con los mismos precios aguardaba otros superiores, no debe estar en voluntad de abrir hoy sus trojes. La paralización, pues, es el resultado lógico de los antecedentes indicados». [El Boletín de Comercio. Santander, 18 de febrero de 1856] «Sobre el incremento de los precios (...) no es la menos influyente perturbación introducida en las relaciones entre el especulador y el productor, que hoy se encuentra legítimamente posesionado de buenas y cuantiosas ganancias, que no le obligan a vender y que, al contrario, le retraen de reducir a dinero un valor que tiene más seguro en especia». [El Boletín de Comercio. Santander, 16 de junio de 1856]

14

A. Fernández de los Ríos, El futuro de Madrid. Paseos mentales por la capital de España, tal cual debe dejarla transformada la revolución, Madrid, Imprenta de la Biblioteca Universal Económica, 1868, p. 268

CUADRO 1. PUERTO DE SANTANDER, 1825-1874. EXPORTACIONES DE TRIGO Y HARINA (MILLONES DE ARROBAS)

«(...) Los que tienen granos se obstinan en guardarlos, no los sacan a la venta; y las demás gentes andan solícitas de compras que no pueden conseguir. Y así se crea en realidad una escasez ficticia, y los precios suben para asustar a todo el mundo con el terrible fantasma del hambre». [El Boletín de Comercio. Santander, 15 de diciembre de 1856] Completando estas opiniones, también testimonios contemporáneos a las crisis permiten incidir en un nuevo factor causal, que si bien no es original su mención15, merece ser subrayado por cuanto 15

Tanto Garrabou y Sanz como Serrano García han hecho alguna referencia. R. Garrabou y J. Sanz, «Introducción: la agricultura española durante el siglo XIX: ¿inmovilismo o cambio?», en Historia agraria de la España Contemporánea. Vol. 2-

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no ha sido suficientemente ponderado; nos referimos a la responsabilidad que en una mayor contracción de la oferta interna pudo tener, dentro de un período de escasez, el abastecimiento de la demanda exterior, sobre todo la procedente de las Colonias. Efectivamente, los anteriores estadísticos muestran una relativa mayor estabilidad de las exportaciones hacia las Colonias, que las dirigidas hacia Europa y la Península, con lo que la hipótesis señalada cobra cierta solidez. Incluso en unos años tan críticos como los vividos entre 1855 y 1858, los envíos coloniales se mantuvieron en torno a los 1,9 millones de arrobas, frente a una caída en la exportación de cabotaje de 0,4 millones a 0,1 millones, o en las salidas hacia Europa: de 1,7 millones a no exportar nada entre 1857 y 1859. Esta desigual atención de los mercados en períodos de escasez respondería, fundamentalmente, a la considerable importancia que la demanda colonial tenía para el reducido y concentrado grupo de gestores comerciales que controlaban, a través de cohesionadas redes, el flujo exportador del cereal. Un alto interés suficientemente justificado en los mayores ingresos que implicaba la alta circularidad que caracterizaba el tránsito con las Colonias. Un mercado colonial que, por otro lado, no era aconsejable desatender dada la mayor ventaja con que se ofertaba la harina desde los cercanos puertos de Nueva York y Filadelfia –que, por otro lado, eran los principales compradores del azúcar cubano–. No debe, así, extrañarnos que sean, precisamente, la harina y el azúcar las mercancías de mayor peso registradas en la cuenta de «mercaderías» dentro de los balances de las compañías de estos comerciantes. En suma, sólo a través de la existencia de un flujo comercial fuertemente oligopolizado en su gestión se puede llegar a explicar el hecho Expansión y crisis (1850-1900), Barcelona, Crítica, 1985. R. Serrano García, La revolución de 1868 en Castilla y León, Junta de Castilla y león, Valladolid, 1992.

de que el interés del «sector comercial» estuviera en coyunturas de escasez por encima del interés del «sector de autoconsumo». Las disfunciones que representan las crisis aludidas serían, en una apreciable proporción, el resultado de esta particular manera de sortear las dificultades de adaptación de la producción interior al mercado internacional. Las consecuencias de la intervención en los precios agrícolas durante la España franquista

16

P. Fraile Balbín, La retórica contra la competencia en España (1875-1975), Madrid, Fundación Argentaria, 1998.

17

J. L. García Delgado y Juan Carlos Jiménez, Un siglo de España. La economía, Madrid, Marcial Pons, 1999.

18

G. Sáchez Recio (editor), El primer franquismo (1936-1939), monográfico de la revista Ayer, nº 33, 1999.

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Los años que transcurrieron entre el final de la guerra civil de 19361939 y la aprobación del Plan de Estabilización de 1959 conformaron el período de la historia económica contemporánea española de mayor desconfianza de políticos, empresarios y trabajadores hacia los mecanismos de mercado; fueron, en palabras de Fraile Balbín, los años de triunfo de la «retórica contra la libre competencia»16, y en consecuencia de pertinaz búsqueda de rentas e intervención del Estado en la vida económica del país. Representaron, pues, una oscura etapa de represión y absoluto control de la libre iniciativa, y que en lo económico significaron el triunfo del recelo ante la competencia17. A juzgar por los resultados macroeconómicos que se alcanzaron en todos estos años que los historiadores han resuelto en llamar «primer franquismo» (1936-1959)18, la aplicación de una política económica centralizada comprometida en la forzada industrializa-

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ción voluntarista, con prestigio cuasi militar, basada en el Instituto Nacional de Industria y en el intervencionismo planificador de cada organismo, situó a niveles históricos la distancia con respecto a los países más avanzados19. Sobre este particular las más recientes aportaciones han coincidido en resaltar que el retroceso en los niveles de bienestar de la población española, sobre todo en los años 40, fue el resultado de la puesta en práctica de una política económica que, alejada de la teoría económica, sustituyó los mecanismos del mercado por un intervencionismo generalizado cuyos resultados fueron a la postre muy ineficientes: la política económica de este período no se subordinó a los intereses del Estado, sino a las pretensiones de los individuos que lo controlaban20. La orientación de los recursos disponibles no siguiendo las indicaciones del mercado sino las falsas señales de los burócratas oficiales proporcionaron largos años de escasez y un generalizado empobrecimiento. Fiel reflejo del alto grado de ineficiencia alcanzado fue la superposición a partir de 1939 de dos mercados en el abastecimiento de productos agroalimentarios, uno oficial, fuertemente intervenido bajo la consideración de que los precios debían fijarse por decreto al margen de las condiciones de la oferta y de la demanda, y un pujante «mercado negro» que se nutría de la creciente ocultación de producciones desviadas hacia este mercado clandestino, y que respondía a la existencia de una amplia demanda insatisfecha que colmaba sus necesidades alimenticias a precios muy por encima de los oficiales, contribuyendo así a dificultar la contención de las tendencias inflacionistas que el «nuevo régimen» se afanaba en ocultar. 19

A. Carreras, «La economía española en el siglo XX. Un balance a partir de las magnitudes macroeconómicas», VI Congreso de la Asociación de Historia Económica, Girona, septiembre de 1997. L. Prados de la Escosura, El progreso económico de España (1850-2000), Bilbao, Fundación BBVA, 2003.

20

R. Moreno Fonseret, «El régimen y la sociedad. Grupos de presión y concreción de intereses», Ayer, nº 33, pp. 87-113, 1999.

21

J. M. Naredo, «La incidencia del “estraperlo” en la economía de las grandes fincas del sur», Agricultura y Sociedad, nº 19, 1981, pp. 81-127.

22

C. Barciela López, «Intervencionismo y crecimiento agrario en España, 19361971», en P. Martín Aceña y L. Prados de la Escosura (directores), La Nueva Historia Económica en España, Madrid, Tecnos, 1985, pp. 285-316. C. Barciela López, La financiación del Servicio Nacional del Trigo, 1937-1971, Madrid, Banco de España, Servicio de Estudios, 1981. C. Barciela López, La agricultura cerealista en al España Contemporánea: el mercado del trigo y el Servicio Nacional del Trigo, Madrid, Editorial de la Universidad Complutense, 1981. C. Barciela López, «El “estraperlo” de trigo en la postguerra», Moneda y Crédito, nº 159, 1981, pp. 17-35. C. Barciela López, «Producción y política cerealista durante la guerra civil española, 1936-1939», en G. Anes, P. Tedde y L. A. Rojo (editores), Historia económica y pensamiento social, Madrid, Alianza, 1983. C. Bar-

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En atención tanto a la superficie cultivada como al valor de la producción, el sector cerealícola, y en particular el del trigo, representaba la fracción más importante de la agricultura española de posguerra. Y es más, en el instante en el que la fijación administrativa de los precios y el racionamiento de productos dificultaron la función de unidades de cuenta del dinero en el medio rural, el trigo pasó a desempeñar esta labor y a utilizarse como medio de pago de los agricultores a tenderos y artesanos, a la vez que servía también de unidad de trueque de productos que tenían lugar sobre todo entre aquellos agricultores que podían cubrir sus necesidades con cargo a los productos de que eran excedentarios. No debe por tanto extrañarnos que la política agraria de posguerra, diseñada sobre los siguientes pilares: autarquía, intervención, control de la mano de obra y defensa de la propiedad, se aplicara tan profusamente como con prontitud sobre este sector. Pues bien, en las páginas que restan vamos a tratar de explicar cuáles fueron los efectos de la intervención estatal en el mercado del trigo, fundamentalmente los que se derivaron de la fijación de un precio oficial de tasa. El hilo argumental nos lo va a proporcionar las aportaciones que sobre este particular nos han dado a conocer José Manuel Naredo21 y, sobre todo, Carlos Barciela22.

Efectivamente, las líneas básicas de la política económica del «primer franquismo» comenzaron a gestarse, antes de que finalizase la guerra, en la zona ocupada por las fuerzas sublevadas. En el ámbito que nos ocupa, el Decreto ley de Ordenación triguera de 25 de agosto de 1937 contenía los principios de la política triguera a de-sarrollar una vez que finalizara el conflicto civil armado, y que se orientaban hacia el cumplimiento de tres objetivos: lograr el autoabastecimiento de trigo, elevar el precio pagado al agricultor y reducir el precio pagado por el consumidor final. Con este triple propósito el Estado –

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ciela López, «Introducción», en R. Garrabou, C. Barciela y J. I. Jiménez Blanco (editores), Historia agraria de la España contemporánea. 3-El fin de la agricultura tradicional (1900-1960), Barcelona, Crítica, 1986. C. Barciela López, «El mercado negro de productos agrarios en la posguerra, 1939-1953», en J. Fontana (editor), España bajo el franquismo, Barcelona, Crítica, 1986, pp. 192-205. C. Barciela López, «La España del estraperlo», en J. L. García Delgado (Editor), El primer franquismo. España durante la segunda guerra mundial, Madrid, siglo XXI, 1989. C. Barciela López, «Fraude fiscal y mercado negro durante el franquismo», Hacienda Pública Española, 1, 1994. C. Barciela López, «Franquismo y corrupción económica», Historia Social, nº 30, 1998. C. Barciela López, «La modernización de la agricultura española y la política agraria del franquismo», en R. Moreno Fonseret y F. Sevillano Calero, (editores), El franquismo. Visiones y balances, Alicante, Servicio de Publicaciones, 1999. Asimismo, resultan de interés para el propósito que aquí nos proponemos las aportaciones de: J. Clavera, «El estraperlo en los años cuarenta», Información Comercial Española, 514, 1976. E. Gómez Ayau, «De la Reforma Agraria a la Política de Colonización (1939-1967)», Agricultura y Sociedad, 7, 1978. M. J. González, La economía política del franquismo (1940-1970). Dirigismo, mercado y planificación, Madrid, Tecnos, 1979. J. Martí Gómez, La España del estraperlo (1936.1952), Barcelona, Planeta, 1995. M. I. López Ortiz, «Los efectos de la autarquía en la agricultura murciana», Revista de Historia Económica,3, 1996. C. Barciela López, Mª I. López Ortiz y J. Melgarejo Moreno, «La intervención del Estado en la agricultura durante el siglo XX», Ayer, nº 21, 1996, pp. 51-96. I. Lafuente, Tiempos de hambre. Viaje a la España de la posguerra, Madrid, Temas de Hoy, 1999. R. Moreno Fonseret, «Política e instituciones económicas en el “Nuevo Estado”», Pasado y Memoria. Revista de Historia Contemporánea, nº 1, 2002.

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por medio del Servicio Nacional del Trigo (S. N. T.)– se hizo cargo de la comercialización del trigo mediante el monopolio de las compras y la gestión de su posterior venta a las fábricas de harina, acompañado naturalmente de la fijación de precios, tanto de compra como de venta, para el trigo y sus derivados. Sin embargo, las diferencias entre lo que se pretendía conseguir y lo que finalmente se logró fueron abismales. En la práctica sucedió que ninguno de los tres objetivos se vio cumplido. En relación con el primero de ellos, el autoabastecimiento, lo que sucedió en realidad fue que al fijarse un precio de tasa por debajo del de equilibrio la reacción de los productores fue la de reducir la superficie de cultivo –que destinó al aprovechamiento de otros cultivos menos intervenidos– y rebajar los gatos de explotación, lo que indudablemente repercutió en un descenso de los rendimientos y de la producción. Es más, a lo largo de los años 40 el Gobierno tuvo que complementar la producción española de trigo con importaciones procedentes de Argentina y los Estados Unidos. El segundo de los objetivos, aumentar los precios pagados al productor, puede decirse que tampoco se consiguió, al menos para la producción comercializada a través de las vías legales. Dentro de los catorce años que van de 1936 a 1950, el diez de ellos el precio real – esto es, una vez descontada la inflación– que pagó el Servicio Nacional del Trigo a los agricultores resultó inferior al precio que éstos habían venido percibiendo en la etapa inmediatamente anterior a la guerra civil. Por último, también fue dudoso que se lograra la pretensión de reducir los precios de venta al consumidor del pan. Es cierto que el precio de venta oficial se situó por debajo del precio de preguerra. Sin embargo, en promedio, entre 1939-1940 y 1949-1950 el Servicio Nacional del Trigo sólo llegó a controlar el 43% del trigo producido. El 57% restante se comercializó en el «mercado negro», vendiéndose a un precio entre dos y tres veces por encima del precio oficial de tasa.

FIGURA 19. EFECTOS

DE UNA INTERVENCIÓN ESTATAL EN EL MERCADO DEL TRIGO

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El incumplimiento de los objetivos de la política triguera fue explicado por el «régimen autárquico» en atención a la escasez de abonos, de maquinaria y de ganado de labor, a la «pertinaz sequía», al aislamiento internacional y a los destrozos causados por el conflicto civil armado. Es cierto que el consumo de abonos se redujo aproximadamente a la mitad. Sin embargo, la reducción de la cabaña ganadera no fue mayor de un 8%. Por lo que respecta a la sequía, los años de posguerra quedaron dentro de lo normal desde un punto de vista climatológico. Por tanto, la razón principal de la profunda depresión productiva posbélica habría que buscarla en los acusados efectos negativos de la propia intervención del Estado. Como se ha señalado, la más importante medida interventora consistió en el establecimiento de un precio de tasa (PT) inferior al de preguerra, por lo que con toda seguridad éste quedaba muy por debajo del precio de equilibrio de mercado (PE). Esta situación, y sus efectos inmediatos, queda ilustrada en la Figura 19a. Efectivamente, a ese precio tasado algunos agricultores estarían dispuestos a ofertar

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hasta QO, a partir de este nivel el resto de agricultores localizados sobre el segmento de la curva de oferta a la derecha de su intersección con la recta PT, que representaría a aquellos productores –más numerosos– que debería afrontar costes superiores al precio de tasa, se retirarían del mercado del trigo, dedicando sus explotaciones a otras actividades u otras producciones. Ese precio tasado ocasionaba la aparición de una acusada demanda insatisfecha –representada por la distancia que hay entre QO y QD– que en una elevada proporción, como así sucedió, recurriría para su abastecimiento al mercado ilegal, en el que los demandantes se encontrarían con que los vendedores habrían modificado sus condiciones de oferta del producto, tal como tratamos de ilustrar en la Figura 19b. Ciertamente, como ya se ha advertido, el control de la Administración sobre el mercado no era completo, lo que significa que una parte de los productores cuyos costes superaban el precio oficial de intervención seguía vendiendo trigo, pero a un precio superior al fijado. Si de la producción que, en libertad, acudiría al mercado a precios superiores a PT, sólo una parte sigue haciéndolo bajo el régimen de precios intervenidos, eso significa que a partir de su cruce con la recta que indica el precio de intervención la curva de oferta pierde elasticidad ganando en verticalidad. Esta mayor rigidez se explicaría, además, por lo arriesgado de participar en tal mercado –a los estraperlistas se les aplicada el Código de justicia militar–. Los resultados de todo ello serían, como así ocurrió, los siguientes: 1- la cantidad total comercializada (QN) resultaría inferior a la que se habría alcanzado en un mercado libre (QE). 2- El precio pagado en el mercado informal o ilegal (mercado negro), PMN, sería superior al precio de tasa (PT) y superior asimismo al precio en condiciones de libertad (PE). 3El precio pagado por los consumidores sería, por tanto, el resultado de una media ponderada:

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En conclusión, la decisión de aplicar un precio tasado no sólo no resolvió los problemas de abastecimiento, sino que provocó la aparición de un «mercado negro», que se vio ampliado, de un lado, por la extensión de la intervención a otros productos que representaban alternativas de cultivo para los agricultores –en 1938 se extendió la intervención al maíz, y en 1939 a todos los demás cereales, leguminosas y subproductos de la molinería–; y de otro lado, por un conjunto de medidas que declaraban obligatorias ciertas labores como las de sementera, de siembra y barbechera, los trabajos de escarda y el respigueo. En definitiva, se hizo de todo menos caso a las leyes de la oferta y la demanda, contribuyendo con ello a alargar y profundizar la depresión productiva posbélica en un sector, como era el agrícola, que por entonces retenía un alto porcentaje de población activa. Las superficies cultivadas disminuyeron en relación con el período anterior a la guerra civil, como también lo hicieron la producción y la productividad de los factores empleados. Tales descensos, a los que unir el hundimiento de los intercambios con el exterior23, ocasionaron un acusado declive de las disponibilidades alimenticias, dando paso a un generalizado subconsumo que se acompañó de situaciones socialmente selectivas de hambre, miseria y enfermedades, con graves repercusiones demográficas. El racionamiento, el hambre y el «mercado negro» fueron, así, los rasgos más dominantes de la España de la larga posguerra. Importante en el camino de poner fin a la política autárquica en el sector agrario fue el nombramiento, aprovechando la renovación de carteras ministeriales que tuvo lugar en julio de 1951, de Rafael Cavestany y de Anduaga como ministro de Agricultura. Crítico con la ineficacia del sistema intervensionista, aplicó un conjunto de me-

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E. Martínez Ruíz, El sector exterior durante la Autarquía. Una reconstrucción de las balanzas de pagos de España (1940-1958), Madrid, Banco de España, Servicio de Estudios, 2002.

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didas que pretendían flexibilizar el mercado de alimentos. Las líneas esenciales de su política agraria fueron: suprimir algunas medidas de intervención que actuaban restrictivamente sobre la oferta de productos agrarios, elevar los precios de tasa aproximándolos al precio de equilibrio y promover actuaciones que procuraran la modernización técnica del sector agrario –Plan para la Intensificación de la producción triguera, construcción de una Red Nacional de Silos y Graneros, el inicio de la concentración parcelaria, rediseñar los planes de colonización, fomentar la formación y el desarrollo técnico en el medio rural, apertura de líneas de crédito para el sector, etcétera–. En suma, como ha resumido Barciela, el ministerio de Cavestany representó una época dorada para los grandes y medianos agricultores trigueros: altos precios de tasa, compra garantizada de toda la producción, escasa exigencias de calidad del trigo por parte de Servicio Nacional del Trigo, abundante mano de obra barata y aumento de la oferta de medios de producción. Sin embargo, esta mayor atención desde la Administración a las reglas del mercado, y que trataría de impulsar aún más el Plan de Estabilización de 1959, no terminó por alterar la situación de privilegio en que se desenvolvía el Servicio Nacional del Trigo. Tal es así que, a partir de 1962, la aplicación de los sucesivos Planes de desarrollo llevó al sector triguero a una nueva situación de desequilibrio, esta vez debida a unos resultados productivos por encima de las necesidades de consumo, de manera que el S. N. T. empezó, desde entonces, a acumular excedentes año tras año. Al final de la década, y en vísperas de recoger la cosecha de 1970, el S. N. T. tenía almacenada una cantidad equivalente a un 37% de la cosecha del año anterior. ¿Qué había ocurrido? Pues que se había seguido las recetas que dieron mejores resultados durante la década de los 50 más allá de lo aconsejable. La Figura 20 trata de ilustrar la nueva situación creada. Los precios de compra fijados por el Servicio Nacional del Trigo (PT) se habían situado por encima del precio de equilibrio de mercado

FIGURA 20. EFECTOS

DE UNA INTERVENCIÓN ESTATAL EN EL MERCADO DEL TRIGO POR ENCIMA DE LAS NECESIDADES DE CONSUMO

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(PE). Ante semejante señal, los agricultores prefirieron cultivar más trigo, que vendían a precios elevados y con la salida asegurada, antes que intentar cultivos alternativos en unos años en los que España importaba grandes cantidades de maíz y sorgo para atender a las necesidades del desarrollo ganadero. A esto hay que añadir el impacto que sobre la demanda de trigo tuvo la modificación de las pautas alimenticias de los españoles a medida que se fue incrementado la renta por habitante y que se iba expresando en una dieta en la que el pan tenía menos peso a favor de productos con una elasticidad-renta positiva –carne, huevos, leche, etc.–; es decir: la demanda de trigo, por este motivo, se contrajo (de D a D1) ahondando aun más el desequilibrio (exceso de oferta). Los excedentes que por una y otra razón se fueron acumulando alcanzaron tal magnitud que llevaron al Servicio Nacional del Trigo a contabilizar cuantiosas pérdidas sólo cubiertas con cargo a ventajosos préstamos suscritos con el Banco de España.

Otras lecturas recomendadas Barquín Gil, R., «La producción de trigo en España en el último tercio del siglo XIX. Una comparación internacional», Revista de Historia Económica, XX, 1, 2002, pp. 11-38. Caro López, C. «Los precios del precio del pan en Murcia en el siglo XVIII», Revista de Historia Económica, V, 1, 1987, pp.31-48. Castro, C., El pan de Madrid. El abasto de las ciudades españolas del Antiguo Régimen, Madrid, Alianza, 1987.

Gallego Martínez, D., «La formación de los precios del trigo en España (1820-1869): el contexto internacional», Historia Agraria, nº 34, diciembre 2004, pp. 61-100. Garrabou, R. (editor), La crisis agraria de fines del siglo XIX, Barcelona, Crítica, 1988. Montañés Primicia, E., Grupos de presión y reformas arancelarias en el Régimen Liberal, 1820-1870, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Cádiz, Cádiz, 2009. Ruzafa Ortega, R., «El impacto de las crisis de subsistencias de la década de 1850 en el País Vasco», Ayer, 55, 2004, pp. 207-233.

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Fernández Hidalgo, Mª del C. y García Ruipérez, M., «La crisis agraria de 1802-1806 en la provincia de Toledo a través de los precios del trigo», Revista de Historia Económica, VII, 2, 1989, pp. 323-353.

Octubre, 2012