El Palacio De Mis Memorias Gastadas
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El Palacio de mis Memorias gastadas

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Danna Ortiz

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El palacio de mis Memorias gastadas

Danna Ortiz 3

Danna Ortiz

Primera edición: febrero de 2008 Segunda edición: junio de 2013 Fotografía de cubierta: CEB, 2013 Diseño de cubierta: CEB, 2013 © Danna Ortiz, 2013 Narrativa, chilena ISBN 978-956-353-024-7

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Índice

Capítulo

Página

Una breve aclaración

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Nuestro comienzo

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El inicio de mi ocaso

21

Una pausa racional

27

Las primeras inocentes fallas en mi memoria

35

De silencios y ausencia

39

Tiñendo de colores y heroísmo falso el ayer

45

El hijo ido

49

Amaro

56

Relato de un mal sueño

69

Matilda

73

Una inquietante mujercilla

81

Una semana de incertidumbre

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Capítulo

Página

El quiebre

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Amaneceres compartidos

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Cotidianeidad

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Atajos a la vejez

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Desconocidos

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Sujeta mi mano

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A mis amados Matilda y Puntito, que no llegué a conocer pero que los amé con todo mi corazón. Vivirán siempre en mi memoria. A mi Antonia, hija de mi alma, que llenó el vacío que sus hermanitos dejaron en mí y que hoy llena mi vida de risas. A mi amado Cristian, mi gran y único amor, la fuente de mi inspiración y de mis latidos.

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Somos recuerdos echados al viento de la historia y del tiempo… DO

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Introducción |Una breve aclaración

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ací hace casi setenta años en una espaciosa casa sureña de un país perdido en la inmensidad del mundo, crecí entre bosques de alerce, viñas cargadas y árboles que siempre parecían estar en flor. He vivido la vida “a mi manera”, como dice una vieja canción. He tomado buenas y malas decisiones y en más de una ocasión debí retroceder para tomar el rumbo de mi vida; a pesar de todo, no tengo quejas de este camino que he elegido, ni de los sitios adonde me ha llevado, ni de la historia que he escrito, y jamás cambiaría nada de lo que he vivido. Desgraciadamente el tiempo, la vida y los imprevistos hacen que no resulte sencillo seguir el rumbo fijado, ni los planes, ni los anhelados sueños para el futuro. Hoy, mi camino se ha desviado tomando un rumbo inesperado. Mi amado compañero de aventuras se ha marchado antes de tiempo, y mi historia junto a todo mi ayer se diluye, mis recuerdos se esfuman y mi mente va hundiéndose en la nebulosa del olvido. Todos los pequeños fragmentos de tiempos e historias que se han entrelazado hasta formar la trama de mi pasado, de lo que soy y de cómo llegué a ser, están consumiéndose en mi mente enferma, confusa y debilitada. 13

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Me he hecho vieja sin notarlo y no sólo es la vejez lo que pesa enormemente, si no que camino perdida entre nieblas en busca de mi esencia y de mi propio yo. Mi mente poco a poco pierde claridad, a ratos todo se vuelve borroso. El médico dice que es normal, que será lento pero progresivo y definitivo, insiste en que debo tener paciencia en esos días en que mi mundo se vuelve brumoso, que no me fuerce, que sea consiente de mi estado –como le gusta llamarlo-, que aproveche los buenos momentos y que los disfrute ¿Acaso no nota lo crueles que son esas palabras llamadas a mi consuelo? Pues he decidido que no quiero ser paciente, la paciencia nunca fue una de mis virtudes y menos ahora que el tiempo se me escapa y que me he vuelto vieja, infinitamente vieja, y lo peor, una vieja sin pasado. Lucharé a mi modo contra el olvido, contra la ruina de mi mente y escribiré mientras tenga las fuerzas suficientes mi historia, mi pasado. Quizás mañana cuando me encuentre perdida definitivamente en la bruma de mi senilidad, éstas líneas me acompañarán y me mantendrán asida a algún vestigio de realidad, de mi propia realidad.

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Capítulo 1 |Nuestro comienzo

vida?, pues no es algo excepcional ni fuera de lo ¿Micomún, quizás es una historia como tantas otras que se cuentan por ahí. Un relato sencillo, simple pero hermoso, al menos para mí. Gocé de una infancia serena y feliz, mi adolescencia pasó sin contratiempos, y antes de convertirme definitivamente en adulta, conocí a la persona más increíble del mundo entero y nos unimos para compartir una vida en común. Junto a ese hombre, el amor de mi vida, escribimos nuestra propia novela de amor, una historia maravillosa de encuentros y desencuentros, de penas y alegrías, de un amor inmenso y loco. Es poco probable que nos inmortalicen en una película, lo más seguro es que en un par de años el mundo se olvide que pasamos por él. Pero le he amado con todo el corazón. Disfrutamos de una vida maravillosa junto a un par de hijos magníficos. Eso, al menos para mí, es más que suficiente. Muchos dicen que el amor es algo inventado por los poetas para ganarse el pan, que el matrimonio da más dolores de cabeza que alegrías y que es un obstáculo para el éxito. Pues, 15

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para ser sincera, no sé qué habría sido de mí sin el amor, sin la confortadora intimidad del matrimonio y sin la mano segura de mi esposo guiándome por los intrincados caminos de la vida. Cuando vi por primera vez al hombre que más tarde se convertiría en mi esposo, sentí que le conocía y amaba de toda la vida; le vi y simplemente supe que a su lado encontraría todo aquello que siempre había soñado, que envejeceríamos juntos y que seríamos felices. ¿Cómo lo supe o qué me lo dijo?, no lo sé, jamás he podido explicar qué me dio aquella certeza, quizás fue mera intuición, quizás fueron sus ojos francos, o tal vez una simple y gran locura, no lo sé. Pero lo supe y no me equivoqué. Los largos años de convivencia marital, con los problemas, diferencias y desavenencias de cualquier pareja, tampoco consiguieron deteriorar o aminorar el amor que nos prodigábamos, al contrario, la vida y el día a día consolidaron nuestro amor y nos unieron a tal punto que nos transformamos en un solo ser. Como dije antes, con él escribí mi propia novela de amor y no dejaré que la senilidad me la arrebate. Y heme aquí de frente a un infinito de memorias desordenadas y borrosas, engrandecidas por los años y oscurecidas por el tiempo, queriendo recuperar mi historia, la historia de una mujer, una de tantas, que ha amado, ha sido amada, ha perdido, ha ganado, ha sido infinitamente feliz y que alguna vez ha estado precipitada a la desesperación de la angustia y de la soledad.

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Aromas, sensaciones, sombras e imágenes difusas danzando en la oscuridad de mi mente colándose por las ventanas de mi memoria, acudiendo al llamado de mi corazón ansioso y triste que les ruega que se detengan antes de marcharse para siempre. Cierro los ojos y retrocedo en el tiempo, desando caminos buscando, desentrañando sensaciones, emociones, hasta llegar al momento justo en que vi por primera vez ese rostro varonil, de ojos oscuros y profundos, ¿dónde?, en una fiesta en casa de su hermana, justo a la salida de un baño donde ella tuvo la genial idea de presentarnos. Sé que si hoy él leyera sobre mi hombro insistiría en que no fue en casa de su hermana sino en la de una amiga, y que yo pasé de largo sin verle siquiera. Nunca en todos nuestros largos años de matrimonio logramos llegar a un acuerdo en ese punto, creo que fue una de las pocas diferencias que mantuvimos hasta… bueno, a estas alturas qué más da, si le tuviera enfrente le concedería la razón y él me regalaría una de esas sonrisas suyas que me derretían el corazón. Desde que le vi por primera vez quedé prendada de esos ojos únicos e insondables, casi negros, que me miraron intensamente. Aunque él haya creído siempre lo contrario, nunca me fue indiferente. Sus ojos y su sonrisa cautivaron mi corazón completamente desde aquel día y les puedo asegurar que jamás abandonó mis pensamientos y esperanzas. Sin embargo, en esa etapa de nuestras vidas ambos teníamos compromisos que nos ataban y nos distanciaban dolorosamente, por 17

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eso debieron pasar algunos años y correr bastantes lágrimas antes de poder amarnos con libertad. Pero la loca certeza de que él era el hombre de mi vida y yo su mujer derribó todas las barreras, los miedos y reparos que existieron entre nosotros, y me ató para toda la vida a su amor. Fue por esa certeza que terminé mi noviazgo de tanto tiempo. Fue también por ella que esperé por más de un año en completa soledad a que él solucionara todos los conflictos que le mantenían alejado de mí, y aunque durante ese tiempo tuve mis dudas e incluso creí que debía vivir mi vida sin él, jamás dejé de amarlo profundamente. Ni un instante, ni un segundo siquiera lo alejé de mis pensamientos o lo saqué de mi corazón, así como tampoco lo hago ahora. Él es el amor de mi vida, fui infinitamente feliz a su lado, él siempre calmó mis dolores y consoló mis penas. Estoy segura que si estuviera aquí sería más sencilla la transición al olvido, pero pese a ello, me alegra que no pueda ver cómo voy perdiendo mi lucidez y mi sonrisa que tanto le gustaba; es lo único que le puedo agradecer a esa enfermedad que me lo quitó tan pronto, el que no pueda ver el guiñapo en el que se convirtió la mujer de sus amores. Cada noche al cerrar mis ojos me encuentro con su rostro moreno y varonil sonriendo desde un rincón de mi corazón, y me duermo en esos ojos suyos, ventanas de su alma, que me decían lo que su boca se negaba a confesar. Al mirar en ellos lograba saber cuándo estaba triste, preocupado o dolido por algo y podía consolarle, ayudarle o simplemente regalarle mi 18

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silencio. Nuestros años de convivencia me enseñaron a anticiparme a sus necesidades, a conocer sus caprichos y a satisfacer sus carencias. Llegué a conocerle como nadie jamás le conoció, sólo necesitaba mirar en sus ojos para saber cómo estaba su alma, su cuerpo, su corazón. Fueron ellos los que me contaron de su mal, de su dolor, de esa maldita enfermedad que le carcomía en silencio su vida, ese secreto que calló hasta donde pudo para no hacerme daño, ese secreto del que yo supe aun antes que él. Fui yo la que noté cómo su cuerpo cambiaba lentamente, advertí el latir desigual de su corazón y la sombra que opacó el brillo de sus ojos. Percibí también el temblor de sus manos, el respirar agitado de sus pulmones, y finalmente ese dolor silencioso que vino a instalarse en su corazón, reflejándose en aquellos ojos; mi corazón me decía, me gritaba que las cosas no estaban bien, que no eran sus años los culpables de su mal y que algo quería arrebatármelo para siempre. Sentí miedo, terror a perderlo. Comencé entonces con mi asedio, le vigilaba desde las sombras, en silencio; velaba su sueño, aquel respirar acompasado de su pecho, sus comidas, su descanso, sus penas y preocupaciones. Le daba a beber infusiones revitalizantes y todo cuanto estaba indicado para vigorizar el cuerpo y el alma. Pero todo fue inútil porque no eran las comidas, ni el cansancio, ni los años, ni las penas lo que lo consumía, era ese corazón apasionado que yo tanto amaba el que se resistía a seguir latiendo, y ninguno de mis cuidados, ni los de sus hijos, ni los que él mismo tuvo después pudieron detener el caminar lento de su mal. 19

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Cómo duele su ausencia, cómo duele descubrirle aun en mi recuerdo tendido en esta misma cama, esforzándose en sonreír para apaciguar mi pena. Aun puedo sentir cómo su mano tibia dejó lentamente de apretar la mía y ver cómo en sus ojos, que jamás supieron enmudecer, se instalaba para siempre el silencio. Cómo duele sentir en mi alma aquel último aliento que lo llevó tan lejos de mí. Recuerdo cómo le conocí y cómo me fui enamorando de él; cada sensación, cada minuto, cada gesto que me condujo a convertirme en su mujer está grabado con fuego en mi corazón, incluso aquella tarde lluviosa de invierno en que partió para siempre. Es cierto que duele este recuerdo ingrato más que ninguna otra de mis penas, aún más que mi propio mal, pero no sé qué será de mi mente caprichosa mañana, no sé si terminará ganándole a mi corazón obstinado y olvidaré, olvidaré que el amor se lleva en el alma y no en la memoria, por eso escribo, por eso registro cada detalle que viene a mi memoria enferma, para acudir a ellas en busca del consuelo y del amor.

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Capítulo 2 |El inicio de mi ocaso

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sta enfermedad te consume el alma y te deja la vida –me dijeron alguna vez, y lamentablemente tenían razón.

Mi alma va gastándose, mi corazón va marchitándose y sin embargo, mi cuerpo sigue funcionando a un compás saludable que me pronostica un largo tiempo en blanco sin más que el presente solitario. No es sencillo olvidar, no es que simplemente me recueste una noche y amanezca sin recuerdos, como un libro en blanco en el que se pueda volver a escribir. No, no es así de simple. Lamentablemente tengo la desagradable noción de estar perdiendo la memoria, esa nube rodeando mis recuerdos y cordura día y noche, siempre preguntándome cuánto durará este momento de lucidez. Mi memoria viene y va. Hay días en los que me siento en paz, sana, completa y rodeada de ese pasado delicioso repleto de amor. Pero cada vez son más los días oscuros, tristes y grises, poblados de sombras indefinidas en los que apenas recuerdo quien soy y me siento precipitada a un mar de vacilaciones 21

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espantosas sumiéndome en un silencio taimado y agobiante para los que me rodean. Ya no me es fácil olvidar dónde dejé mi chaleco, porque ya no es un simple olvido, si no parte de una enfermedad maldita, que me deprime. Y me obstino buscándolo sin pedir ayuda, sin siquiera contarle a nadie lo que extravié porque no quiero ayuda, quiero recordar, valerme por mi misma, darle la pelea al olvido. Y siento cómo todos, cargados de amor y aprensiones, me observan atentos deseando descubrir en mis ojos algún rastro de cordura. Me siguen en mi silencio y me acosan preguntándome, consolándome, con palabras inútiles que sólo duelen aún más a mi corazón castigado por el olvido, porque parada frente al espejo descubro que he traído puesto el chaleco todo este tiempo que he dado vueltas por la casa enfurecida; antes habría sido divertido y una anécdota que contar en la sobremesa, algo de lo que todos reirían, pero ahora es solitariamente deprimente. Hasta los rostros amados que me acompañan día a día se están perdiendo en el enmarañado torbellino de mi mente. En esos días brumosos recorro mi casa querida, esa que construimos poco a poco y con tanto esfuerzo, hogar donde nacieron nuestros hijos, en donde les vi crecer y desde donde los ayudamos a despegar hacia sus propias vidas. Mi hogar, nuestro hogar, tan lleno de vivencias y recuerdos. Cada habitación, cada cuadro en la pared, cada planta del jardín tiene escrito un trozo de nuestra historia, la que sus paredes envejecidas como yo me cuentan, como la de los niños hoy adultos, o la de mis padres, de mis hermanos y de mi gran amor. Pero 22

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en los días sombríos se vuelve un enemigo silencioso que se niega a hablar, una prisión lúgubre de la que no tengo ninguna noción. Recorro ansiosa sus habitaciones, una a una, lenta y silenciosamente; con rabia vacío cajones y golpeo ventanas en busca del chispazo que encienda la luz en el palacio de mis memorias gastadas. Fue en ésta búsqueda que me encontré con ese vestidito anaranjado perdido en un cajón del cuarto de mi hija mayor, Matilda, la orgullosa heredera de mi nombre, de mis manos y de mi terco corazón. Temblorosa caí de rodillas aferrada a ese hilillo de recuerdo que me llevó hasta ella, hasta ese bultito colorado envuelto en una mantilla blanca que me miraba como sorprendida, con esos ojos café profundo que heredó de su padre. Esa personita que pronta se aferró a mi pecho causándome un dolor dulce que duró toda la vida. Cómo me encantaba amamantarle, sentarme en el corredor de la casa de mis padres en esa vieja mecedora y ponerla en mi pecho, sentir sus labios suavecitos buscando mi pezón para beber así mi alma. La sentía tan cercana, tan parte de mí, de él, de nuestro amor. Gustaba de hablarle quedamente durante horas y horas, decirle cuánto amaba esos ojos igualitos a los de su padre, o ese mechoncito de pelo negro y ondulado que brotaba en su mollera. Le hacía mil promesas. Prometí cuidarle toda la vida, llenarla de felicidad, secar sus lágrimas, borrar sus penas, curar sus dolores. Le contaba cuánto la soñamos en noches de desvelo y de cómo, cuando menos la esperábamos, nos anunció 23

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su llegada en el baño de la casa de sus abuelos, le hablaba de la mezcla de terror y alegría que sentí al saber de su existencia. Fue maravilloso saberte en mi vientre hija mía-le murmuraba al oído mientras acunaba su cuerpecito satisfecho- pero más extraordinario es tenerte entre mis brazos pedazo de amor. Jamás olvidaré este instante, aunque pasen los años y crezcas y me vuelva una vieja, jamás olvidaré tu carita de niña testaruda. Son demasiadas las promesas que no he podido cumplir. Te he visto llorar en mi regazo tantas veces sin que mis caricias alcanzaran para secar tus lágrimas y curar tus penas, vi tu corazón partido en dos por malos amores, y te he sentido dolorosamente deambular por la vida extraviada sin saber claramente cuál era tu lugar en este mundo confuso. Orgullosa he visto cómo fuiste transformándote de niña traviesa y llorosa, a una mujer fuerte, valiente y testaruda, saliendo airosa de tus pesares gracias a ese carácter indómito que te llevó a luchar por tus sueños más allá de las penas. Eres una persona singular y risueña que llena de alegría mis días. Hija mía, sé que te he fallado en muchas cosas y sé que aún podría romper otras tantas promesas, pero créeme, no es por falta de amor. Ya comprenderás niña mía que a veces el amor no alcanza para evitar las penas a los que tanto queremos y amamos. Prometí conservar siempre en mi memoria tu recuerdo amado, pero sé que tu dulce imagen se escapará de mí junto con el resto de esta vida mía. Prometí estar siempre que 24

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me necesitaras, pero ambas intuimos que pronto deberemos separarnos para siempre, y peor aún Matilda hija mía, te heriré con el olvido y por mi culpa derramarás infinitas lágrimas antes de mi adiós definitivo. Aún en mi ausencia llorarás soledades y ya no podré consolar tus penas. Comencé a olvidarte. Ayer cuando entraste en mi cuarto te rechacé con rabia, con gritos, no reconocí a esa muchacha de cabellos negros y ojos profundos que me llamaba mamá e insistía en que comiera lo que no deseaba comer. Pero hoy te recuerdo hija mía, Matilda mía, hija de mis amores, de mis sueños y de mis esperanzas. Te recuerdo en mi vientre, ansiosa por salir a conocer el mundo, te recuerdo aquí en tu cuarto de florcitas diminutas ataviada con este vestido anaranjado jugando a ser princesa. Te recuerdo risueña, llorosa o adormilada entre mis brazos como tantas veces, te recuerdo en tus primeros pasos vacilantes con las manitas extendidas buscando nuestro apoyo, te recuerdo corriendo tras de tu padre por el jardín con tu cabello alborotado al viento, te recuerdo en tu primer doloroso diente, en tus noches en vela, en tu primer día de escuela, en tus primeros amores, en tus primeros dolores de mujer. Te recuerdo y agradezco tu amor y constancia. Paciencia me dices. Insistes en que entiendes y que no te importa, pero sé que te duele mi silencio y lejanía, mi desapego. Paciencia te digo. Paciencia con esta vieja que tiene la memoria gastada.

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Capítulo 3 |Una pausa racional

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oy me faltan las fuerzas para ponerme de pié y sonreírle a un mundo confuso. Quiero quedarme enredada en mis memorias vagando en mi pasado, en mis recuerdos queridos antes que desaparezcan para siempre, y escribir intentando rescatar mi ayer. Desde que te vi por primera vez, observando taciturno a la multitud que te rodeaba, supe que eras el amor de mi vida. En ese entonces las cosas estaban muy confusas en mi existencia y sólo pude interpretar ese escalofrío que sentí en el alma como el efecto del viento colándose por las rendijas. En aquel efímero primer saludo, nuestras mejillas se rozaron en un beso al aire y tu mano fría se quedó reposando en la mía unos breves instantes para luego alejarnos presurosos y algo confundidos por la emoción desconocida. En mi mente quedó grabada tu mirada profunda envolviéndome, y en mi mano la huella de la tuya, fría y suave. Mientras que en mi vida todo se transformaba en un huracán de penas y dolores, esa mirada me cuidaba silenciosa y esos largos y fríos dedos me acariciaban tiernamente sin tocarme. 27

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En mis sueños acudía a tu imagen de muchacho serio y triste para huir de mis penas cansadas, me gustaba imaginar cómo sería tu sonrisa esquiva y el timbre de tu voz. Sin notarlo me enamoré de un fantasma que apenas había visto una vez. Me gustaba escuchar hablar de ti, tu hermana lo hacía a menudo como adivinando mis deseos, cómplice siempre de nuestros confundidos corazones. Iniciamos una amistad a la distancia. Conversábamos por teléfono largas horas, hablábamos de la vida, de los gustos y los sueños, creando una complicidad que perduró por siempre. ¿Recuerdas la primera vez que salimos juntos? La excusa de los libros para terminar riéndonos en un café en plena Plaza de Armas. Habíamos hablado cerca de un mes por teléfono y surgió la idea de que me prestaras una novela que acababas de leer. -¿Pero cómo? -pregunté curiosa. -Nos juntamos después del trabajo, ¿te parece? –me dijiste casi como adivinando de antemano mi respuesta. -Claro, porqué no -respondí nerviosa y ansiosa al mismo tiempo, mezcla deliciosa de sentimientos que me provocabas. Y esos fueron nuestros planes, yo tenía que realizar un trámite después del trabajo en el centro de la ciudad y nos veríamos unos minutos para intercambiar los libros. Años después me confesaste que habías ensayado un millón de veces la invita-

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ción que me hiciste aquella tarde, después que el libro estaba ya entre mis manos. -¿Tienes algo que hacer ahora?-dijiste al pasar. - No, ¿por qué? –pregunté muy nerviosa mirando el piso, evitando tus ojos perturbadores y hermosos, sintiendo cómo el color se me subía al rostro. -Pues, ¿qué te parece si vamos por un café? –tu voz tembló levemente y si en aquel momento te hubiera conocido como hoy, hubiera leído en tus ojos el terror que te invadió ante mi silencio. Mi silencio no era capricho, ni siquiera coquetería como me gustaría contar hoy, era una enorme lucha interna. Por un lado estaba el compromiso que me ataba a un hombre por el que solo sentía temor, y por otro lado tú, simplemente tú, con aquella sonrisa, con esos ojos, con esas manos frías y suaves. Esa invitación me abría las puertas a algo peligrosamente atractivo. Mi corazón latía apresurado y tú mirabas ansioso y divertido mis labios que se movían sin hablar. Tantas cosas quería explicarte antes de negarme a tan dulce invitación, otras tantas quería decir antes de aceptar, me tambaleaba entre la responsabilidad y la locura que me provocaba tu sonrisa. ¿Qué pensabas de mí en esos momentos?, ¿qué pensante cuando tímidamente acepté la invitación? Acallando mi con-

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ciencia con el latir presuroso de mi corazón, acepté prometiéndome que sólo sería un café. Así comenzó a escribirse nuestra historia, poco a poco nos fuimos deshaciendo de los temores y ataduras hasta que ya no importó nada más que nosotros. Nos dejamos llevar por ese huracán de emociones que nos provocaba la sola presencia del otro ser. Risas, confianza y complicidad fueron los ingredientes que avivaron el fuego de nuestra atracción, y aquella tarde, luego de horas que transcurrieron entre conversaciones acerca de la vida, del futuro, de los planes, de los sueños, cambió el curso de nuestras vidas para siempre. Nada dijimos que nos comprometiera, pero nuestros corazones ya se habían seducido mutuamente. Luego de aquel café que se enfrió en medio de nuestras risas, vinieron muchas más salidas cómplices, pero sólo como buenos amigos que gustaban de cosas en común, debido a que, mientras yo mantuve mi compromiso y tú el tuyo, jamás nos atrevimos a dejarnos llevar por nuestra locura. Yo llegaba a casa con el corazón agotado de tanto amar en silencio, debiendo enfrentar las obligaciones de la mala relación que se cernía como una nube negra sobre mi felicidad. Tú, con tus responsabilidades acallabas a tu corazón dolorido y solo. ¿Cuánto tiempo recorrimos ese laberinto de emociones? Ahora que veo tu recuerdo envejecido sentado junto a mí en esta cama en la que compartimos tantos años de felicidad marital, me hace gracia la incertidumbre y temores de aquellos años juveniles en que nos debatimos entre lo que creímos 30

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moralmente correcto y nuestros impetuosos sentimientos. Las cosas eran sencillas, pero nuestros ojos inmaduros no lograban ver una salida en el laberinto complejo de sentimientos y compromisos. No podíamos ver que las murallas las habíamos construido nosotros mismos y por lo tanto, sólo nosotros podíamos derribarlas y encontrar el camino hacia la felicidad compartida. El primer muro fue derribado sorpresivamente. Mi cruel verdugo dio por terminado el compromiso, librándome para confesar lo que mi corazón gritaba desde hacía meses. Estaba completamente enamorada de ti y nada podía separarnos. Sintiéndonos dueños del mundo, nos lanzamos a vivir nuestro intenso, apasionado y ciego amor. No hablamos del futuro ni de ataduras ni de nada que no fuera ese sentimiento inmenso que nos cegaba la cordura. Pero al poco andar, la vida se plantó entre nosotros sensata y razonable tal cual es, mostrándonos cuánto, pese al amor inmenso que nos prodigábamos, diferían nuestros caminos, nuestros sueños, nuestro mañana. Tú, sabio y sensato, tomaste cartas en el asunto y diste por terminada la relación abruptamente una tarde de verano. Yo te amaba intensamente y no atendía a tus razones, pero el orgullo pudo más y dejé que te alejaras para siempre de mi vida sintiendo que el corazón se me rompía en mil pedazos. Era Febrero, un día de atardecer dorado y luminoso, con el peso de la evidencia sobre nuestros hombros, buscamos un lugar solitario donde despedirnos. Durante largo rato nos 31

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observamos en silencio, sopesando lo que acababa de suceder, sintiendo cómo se rompía nuestro corazón y cómo el dolor y la soledad se instalaban en el centro de nuestro ser. Nada podíamos hacer frente a la evidencia avasalladora, tú ibas por un camino tan lejano del mío que no lograba acercarlos o cruzarlos. Y así fue como nos dijimos adiós en una luminosa tarde de verano, con la sensatez de dos ancianos pero con los corazones llorosos de niños golpeados por la cruel realidad. Recuerdo cómo traté de rearmar mi vida que sentía desbaratada después de tu partida, estaba perdida deambulando por los días sin lograr ver un futuro que no fuera junto a ti. Te recordaba y pensaba a cada segundo, pero estaba dispuesta, en nombre del inmenso amor que te tenía, de seguir adelante y ser feliz, aunque fuera sin ti. Conocí a mucha gente, busqué en muchas amistades algo que se pareciera a lo nuestro, pero pasado más de un año, seguía prendada de ti y de tu forma de amar. Por tu parte, estabas empeñado en cumplir las metas que te habían apartado de mí, por lo que te encerraste en tu mundo sin dejar espacio para escuchar tu corazón. Tu hermana y tu madre se encargaron de mantenerme al día de tus vivencias, las cuales estaban cargadas siempre de responsabilidad y muy pocas alegrías. Casados, con hijos y años compartidos, recordábamos aquellos años y reíamos de buena gana por nuestra incertidumbre,

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por la ceguera de nuestros corazones que no lograban derribar esos muros auto impuestos.

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Capítulo 4 |Las primeras inocentes fallas en mi memoria

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alí de casa a comprar el pan y no pude encontrar el camino de regreso. Recuerdo ahora lo confundida que estaba. Miraba todo sin saber dónde diablos estaba parada. Tuve que detenerme un momento, cerrar los ojos y respirar hondo. Cuando lentamente abrí los ojos aterrada, reconocí a María, nuestra vecina que me saludaba preocupada, le devolví el saludo con una sonrisa forzada y me apresuré de regreso a la seguridad del hogar. Confusa y triste me encerré en mi cuarto sin comprender qué me estaba ocurriendo y sin atreverme a contárselo a nadie, culpando a las noches en vela, a las penas, al tiempo. Pero el desconcierto se esfumó tan sorpresivamente como había venido y culpé al cansancio, a la pena, a tu partida. Me olvidé completamente del asunto por semanas, meses diría yo, hasta que de pronto sorprendí en mi cuarto a una mujer vieja y despeinada, parada frente a mí sonriéndome con la mirada perdida. - ¿Quién eres?, ¿cómo llegaste aquí? –grité desesperada.

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Y así comenzó toda esta cruel pesadilla un día a principios del otoño en que me descubrí frente al espejo llena de canas y arrugas, sin reconocer mi propia vejez, ni los años, ni el tiempo. Ese día se inició esta marcha sin retorno hacia el olvido. Desde ese momento comenzó este ir y venir de mi memoria a su antojo. Tengo días claros como la luz del sol que se cuela entre los árboles de mi jardín en los que mi memoria es lúcida, saludable y casi alcanzo la calma de antes. También, tengo días nebulosos como la bruma del mar al amanecer en los que entre sombras percibo mi vida y mi ser, aunque me entristece comprender que pierdo mi lucidez. Aun me siento capaz de luchar contra el deterioro y eso los hace más soportables. Pero están aquellos días desesperadamente oscuros en los que a tientas transito por la vida a tropezones conmigo misma, sin reconocer si siquiera mi propia sombra. Si tan solo olvidara todo de pronto. Si la memoria se escapara de una vez por las rendijas de mis ojos y ya todo estuviera lejano y diluido en el abandono, quizás dolería menos la pérdida de casi setenta años de recuerdos, de amor, de hijos, de vida. Deseo con todo mi ser que desaparezca este estremecimiento que se apodera de mí cuando olvido los rostros y nombres de mis seres amados, o cuando olvido el simple uso de mi cepillo de dientes. Maldigo ese vacío en mi mente, ese espacio en blanco que me marea, que me ahoga, y siento la rabia crecer dentro de mí como un fuego calcinante que desde mis entra36

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ñas va recorriendo las paredes de mi alma hasta explotar en un grito desesperado, entonces golpeo mesas, puertas, pateo sillas y lanzo libros, con el único objetivo de despejar la memoria, queriendo que en cada golpe me responda la razón y que tras el librazo que le di al espejo venga como reflejo el recuerdo; pero no sucede nada, sigue todo en blanco, el cepillo en mi mano y yo parada sola, vacía sin saber qué es lo que sostengo entre mis dedos. Acuden a mí mis guardianes, Matilda y Amaro, el menor de mis hijos, y ante sus miradas desesperadas me siento desnuda y vieja, quisiera huir de esos ojos caritativos y ansiosos, llenos de amor y frustración. Siempre quise cuidarles hasta que fuera vieja, mal enseñar a sus hijos, nunca imaginé que esto sucedería de este modo. Muchas veces en mi angustia acudo a mis escritos, repaso una y otra vez esa letra que casi no reconozco hasta hallar algo, algún rastro de sensaciones conocidas, como la risa de mis hijos corriendo por la casa, o el suave roce de los labios de mi esposo, o su mano sosteniendo la mía. Triste consuelo, pero consuelo al fin, y es por eso que cuando acuden los recuerdos en tropel y se atoran en mi mente, escribo, escribo presurosa para poder hallar en ellos el consuelo para seguir aquí hasta donde me alcance la vida. Ellos quieren que sólo olvide, que no luche más, que deje atrás todo y me resigne a caminar en soledad mientras esta enfermedad consume mi alma y mi ayer; temen por mi salud mental. Acaba de marcharse Matilda y me ha rogado que deje mis memorias en paz. 37

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- Madre querida, debo pedirte que en nombre del amor que nos tienes… -con esa oración inició su petición cargada de drama y pasión, ingredientes favoritos de sus discursos, continuando con una sucesión de terminologías médicas que explicaban el proceso de mi enfermedad, citando, claro está, a mi buen médico, diciendo que por recomendación suya debía parar, que no era idea de ellos, que sólo querían mi bienestar y cosas por el estilo, las cuales terminaron en una petición inverosímil. - Deja de escribir ese diario madre por favor que no te hace bien, te entristece. Fuerzas tu mente empeñándote en recordar. Ante mi negativa se marchó molesta y golpeando puertas. Ella no entiende, o no quiere entender, que nada puede evitar que mi mente sea carcomida por este mal, que esto no tiene freno ni retorno, y que mi mente se está desgastando progresivamente y nadie sabe a ciencia cierta hasta dónde llegará este estropicio, antes de que mi cuerpo se canse de luchar, y que lo único que me queda es escribir para que estos recuerdos míos me acompañen en el largo trayecto en blanco que tendré que recorrer antes de encontrar alivio en la partida, y quizás al repasarlos pueda volver a ellos aunque sea por frágiles segundos.

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Capítulo 5 |De silencios y ausencia

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ace tantos años ya, tanto tiempo gastado, tantos momentos idos que no volverán. ¿Dónde estás amado mío?, ¿dónde se fue tu risa franca y tus ojos sinceros? Te extraño inmensamente en este camino solitario y triste hacia el olvido. Ansío por las noches sentir tu mano pesada sobre mi vientre y el calor de tu cuerpo entibiando mis penas. Extraño todos tus detalles, tus miradas cómplices y el refugio de tu pecho siempre dispuesto a recibirme con ternura. Este camino se hace cada vez más solitario y desolado sin tu dulce compañía. Últimamente vivo eludiendo a nuestros hijos que me observan silenciosos en busca de una mujer que ya no soy ni seré jamás. Camino entre fantasmas desconocidos, hermanos que no recuerdo, sobrinos que he olvidado, amigos que se han cansado de mis silencios y me han dejado a la deriva. Buscando el pasado me pierdo en el presente. Imagino que con tu ayuda las cosas serían diferentes, más fáciles de llevar, o al menos no estaría tan inmensamente sola 39

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y perdida. Necesito tu risa resonando en los rincones de mi corazón y de nuestra casa, haciéndome olvidar mi preocupación, mi pena y mi dolor. Siempre conseguiste sacarme de mis estados silenciosos y letárgicos, o me rescatabas cuando me encontraba perdida en algún dolor. Con tu mirada, con tu sonrisa o con alguna frase divertida lograbas que olvidara mis preocupaciones, o mis tristezas; muchas veces me descubrí riendo a carcajadas entre lágrimas ya olvidadas. Pero ya no estás y contigo se ha marchado tu risa y tu alegría. No recuerdo hace cuánto te marchaste, siempre imagino que por las tardes te encontraré parado en la terraza de nuestro cuarto observando la vida como gustabas de llamar a tus momentos solitarios y de reflexión. Cuando la tristeza me invade y me siento vencida por ella, voy a tu encuentro pero no estás, y es que olvido que te has ido. Muchas noches me quedo despierta esperando que atravieses la puerta de nuestro cuarto, o espero al despertar sentir el calor de tu cuerpo junto al mío, y no estás, y me preocupo y pregunto por ti, y solo comprendo que hace tiempo te has ido cuando nuestra querida Matilda seca una lágrima silenciosa que rueda por su mejilla. No dice nada la pobre, se me queda mirando silenciosa, y aunque sus ojos gritan desesperados, su boca calla el dolor, y yo callo mi agonía. Sé que ella quedará angustiada dando vueltas por su cuarto dolida por mi dolor, ya que sabe que me quedaré dormida llorando tu ausencia, y ambas sabemos que mañana tendré uno de aquellos malos días, con ahogos y olvidos, y pasearé perdida y angustiada por nuestra casa, golpeando murallas, para luego caer en un letargo silencioso. 40

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Es infinitamente prologando este silencio tuyo ¿Por qué no vienes por mí?, ¿por qué no acudes en mi ayuda?, ¿por qué tu recuerdo insiste en escurrirse por las paredes agrietadas de mi frágil mente? Te extraño dolorosamente amado mío y nada puedes hacer para consolarme. Quisiera marcharme a tu silencioso y sereno hogar, acompañarte dormida junto a tu blanca tumba. Quisiera que estos pobres y cansados huesos pudieran reposar rozando los tuyos, idos hace tanto tiempo ya. Tu imagen juguetona no me abandona completamente. Ven amor mío y hablemos un momento, deja que la sombra de tu recuerdo se siente junto a mí en esta espaciosa cama y hablemos. ¿Recuerdas cuando nos comprometimos?, ¿lo nervioso que estábamos y lo confuso que salió todo? Los dos muy serios de pié en frente a nuestras familias, con las manos entrelazadas queriendo parecer adultos. ¿Recuerdas que olvidaste nuestras argollas?; cómo nos reímos años después de aquellos detalles que en ese entonces nos parecieron tan importantes. Nos había costado tanto llegar a ese momento, tantos desencuentros para al fin unir nuestras vidas para siempre. Pero bien valió la pena, ¿verdad? Mucha agua corrió antes que arrasáramos con los muros que nos separaban, pero un amor como el nuestro es capaz de cruzar mares y montañas, fue así como una lluviosa tarde de junio recibí una inquietante llamada tuya. 41

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Habían pasado meses sin que habláramos, nuestra última conversación dejó claro que nada había que rescatar en esa relación, que ni siquiera amistad podría existir a esas alturas. Sin embargo, así de la nada reapareciste y me invitaste a almorzar. Aun puedo sentir si así lo quiero, la mezcla de emociones que a mí acudieron con el solo sonido de tu voz desde el otro lado del teléfono. Confundida, acepté sin dudarlo. Llovía a cántaros en la capital, una lluvia con características de tormenta, mucho viento, con las calles prácticamente vacías. De mi trabajo me habían autorizado a retirarme más temprano de lo habitual para irme a casa, y sin embargo, esperaba por ti. Tú llegaste sonriente escondido bajo un paraguas negro y extendiste tu mano, caballero y atento, para invitarme a compartir aquel minúsculo espacio. Nos refugiamos en un encantador restorán de comida china y como dos buenos amigos que no se han visto en años, nos dispusimos a contarnos la vida al igual que en nuestra primera cita en aquel céntrico café. No hubo silencios incómodos, ni reproches, ni preguntas, sólo la confianza de siempre y la complicidad que nos duró toda la vida. Nos reímos, hablamos y dejamos que el tiempo se escurriera, completamente ajenos al clima y a los desastres que la lluvia estaba provocando. Cuando salimos del restorán nos dimos cuenta de la catástrofe que la lluvia estaba ocasionando en la ciudad. Las calles estaban inundadas, las pocas personas que osaban recorrerlas corrían presurosas a buscar refugio, no había locomoción, todo estaba completamente convulsionado. Pero nada de ello logró alterar nuestra felicidad, caminamos felices por las calles anegadas bajo un 42

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único paraguas que luchaba contra la lluvia y el viento, ajenos al agua que empapaba nuestros zapatos. Recorrimos grandes distancias para poder tomar locomoción, pero nada importaba, solo la tibieza de nuestros cuerpos caminando juntos. Mucho nos costó llegar a nuestras casas, fue una de las peores tormentas registradas en años en la capital, hubo cortes de electricidad, voladuras de techos y árboles arrancados de raíz. Sin embargo, de aquel hermoso día solo recordamos que fue ahí donde se comenzó a escribir nuestra historia. Matilda golpea la puerta y la sombra de tu recuerdo se esfuma perdiéndose en la oscuridad. Me he quedado nuevamente llorando tu ausencia.

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Capítulo 6 |Tiñendo de colores y heroísmo falso el ayer

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mor mío, nuestros hijos están preocupados, lo noto en sus rostros, en su mirada, en sus atenciones, y no les culpo sabes. Ayer, cuando tu presencia me ayudaba a recordar, nuestra Matilda entró al cuarto con la cena, su entrada imprevista provocó que te esfumaras. Me molestó, y antes de meditarlo le grité iracunda que se marchara. Sé que estuvo mal, que aquello solo sirvió para fomentar su tristeza y preocupación, pero pensé que si se iba pronto tú volverías a mí. No hubo tiempo de explicaciones y es que, ¿cómo explicarle que tu recuerdo me acompaña cada noche? ¿Cómo explicarle que desde que apareció la sombra de tu recuerdo este andar se me hace más sencillo? ¿Cómo explicarle que, de tanto invocar a tu recuerdo, se ha venido a instalar tu sombra en mi cuarto? La pobre se marchó llorando y tú no volviste a aparecer. Me pregunto si te enojaste por el llanto de Matilda, después de todo ella siempre fue tu regalona. La consentías en todo y jamás le encontrabas defectos. Desde pequeña dejaste que hiciera lo que quisiera contigo. No te lo recrimino, a esa niña era imposible negarle algo, siempre fue muy inteligente y responsable, además, sabía cómo apelar a ese enorme corazón 45

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tuyo; con cariños y arrumacos consiguió ir de fiesta a los 15 sin más compañía que su conciencia. Yo te reprochaba el exceso de confianza y por respuesta tú me sonreías divertido, no lograbas imaginar que la niña de tus ojos traicionara tu confianza. Jamás lo hizo, hasta el final de tus días se mantuvo a la altura de tus expectativas, y aún ahora, sigue siendo una muchacha muy madura y responsable para su edad, siempre consciente de sus deberes, lo único que controla esa pasión que desborda su pecho. Cómo amabas a esa muchacha de cabellos rebeldes y ojos profundos y cuánto te amaba ella. Eran compañeros de aventura, juegos y locuras. Desde niña le inculcaste tus grandes pasiones: los libros, la historia y tu sueño de conocer Europa; a sus seis añitos ya sabía perfectamente ubicar en su globo terráqueo a Paris, su ciudad favorita en el mundo entero, al igual que la tuya. Planificó cada detalle del viaje al viejo continente que realizarían cuando ella saliera de la universidad, lamentablemente te marchaste antes de poder cumplir vuestro sueño. He pensado en darle ese regalo para ayudarle a superar mi partida, debo anotar arreglar aquello para que pueda lograr su sueño, ¿estás de acuerdo? ¿Recuerdas cómo jugaban a los arqueólogos en el patio dejando repleto de hoyos mi jardín?, y cuando les reclamaba me mostraba algún trozo de vasija de greda con trazos ilegibles hechos de témpera amarilla, diciendo que bajo nuestra casa habían rastros de una ciudad perdida, que ustedes descubrirían y que serían famosos y que prometían mencionarme en su 46

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discurso de premiación. Cuando yo estaba a punto de estallar en un reproche, tú me mirabas cómplice con tus ojos danzarines y divertidos, confesándome que tú tenías algo que ver, y con un gesto me obligabas a guardar silencio. Aún conservo esos trozos de greda que escondías cuidadosamente para ella en el jardín, imagino que ya sabe que no existe ninguna ciudad milenaria, sino el enorme corazón de un padre. Ella te extraña y te necesita quizás más que yo, necesita tus consejos y el apoyo que le dabas, y es que está asustada de no lograr manejar esta enfermedad que consume a su madre y me mira desde un rincón, silenciosa, preocupada y aterrada. Fui a conversar con ella sobre lo que sucedió anoche y dice que no me preocupe, que entiende, pero me mira con recelo, piensa que la senilidad me ha ganado definitivamente y no la culpo, después de todo hablo con fantasmas. Me suplica que deje de hurgar en mi pasado y que definitivamente deje de hablar contigo porque es sólo una jugarreta de mi mente. Entiendo su preocupación pero no puedo prestar oído a sus súplicas, no importa si se me va la escasa cordura a fuerza de recordar, porque este es el único consuelo que me queda, el único vínculo con la realidad. Si me entrego al silencio de mi mente y a la cruel rutina del olvido, perderé entonces lo único que amo, mi loco amor, a mis hijos, a mi familia, mi pasado, nuestra historia, lo que fui y lo que soy; le pido que comprenda entonces mi terquedad y que no me mire con cara de reprobación.

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- Matilda, hija de mi amor. Si quieres, pequeña mía, lee sobre mis hombros, así ayudarás a corregir las alucinaciones de una vieja que tiñe de colores y de heroísmo falso el ayer –le digo. Me miras hija, me miras con esos dulces ojos profundos y me perdonas, gracias, gracias por tu comprensión y por esa mirada dulce que me acaricia y entibia mi alma congelada por la tristeza. De tu rostro bello y delicado lo que más amo son esos ojos profundos y sinceros en los que descubro la misma expresión que adoptaba tu padre cuando, en la ansiedad de mi amor desbordante, le atormentaba con apremios y exigencias fuera de todo límite. Tú hoy perdonas mi terca decisión de seguir hurgando entre mis recuerdos en contra de toda sensatez, al igual que él, mi esposo amado, perdonaba la locura que me provocaba amarle tanto, y es que lo amaba hija mía, aún lo amo con locura más allá de toda razón y sensatez. Son sus recuerdos los más dulces y los más nítidos en mi mente enferma, de él no he perdido nada aún.

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Capítulo 7 |El hijo ido

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scuridad punzante, lluvia golpeando implacable en la techumbre de mi vieja casa, los brazos de un árbol enorme danzando sobre la ventana y el viendo arrastrando en su espiral recuerdos. Recuerdos flotando en la oscuridad del cuarto, imágenes que danzan a mi alrededor, bailando al compás de la lluvia, del viento y de mi dolor. Recuerdos a borbotones acudiendo a mi memoria atrofiada, me toman, me empujan, me arrastran más allá de mi cansado cuerpo. Veo dibujarse retazos del ayer, un jardín con verdes prados y flores multicolores, en el fondo una casa de blanquecinos muros y amplias ventanas, más allá una niña de cabellos negros y alborotados corre sin descanso riendo feliz, y sus risas se quedan suspendidas, flotando en el aire mientras el cielo amenazante se desborda en un manantial de agua cristalina. Pasos apresurados y el eco… suavemente empujo la puerta entreabierta, las bisagras crujen y la puerta se abre a un mundo de muebles apilados y desordenados; la niña corre ahora por los pasillos desnudos y le sigo enamorada de sus cabellos oscuros y su correr ligero, recorro tras de sí los cuartos aún alborotados por la mudanza, en uno de paredes desnudas me 49

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encuentro con una mujer de mirada triste y ausente, me detengo frente a ella, atraída por la profundidad de la pena que se le escapa por aquellos ojos adoloridos. ¿Qué esconde esa mirada? ¿Qué la abstrae del bullicio que la rodea? Curiosa me asomo a su alma y en su profundidad abatida algo me llama, me atrae, me es tristemente familiar. Ansiosa y temerosa al mismo tiempo, me lanzo al abismo de su tristeza. Ruidosamente caigo en el vacío de un corazón herido, su mano toca un vientre liso y una lágrima sube a su pecho y se queda atorada en la muda garganta. La mano tibia y suave de un hombre toma su rostro y la interroga con enormes ojos negros, también tristes. - Dime qué tienes vida mía, déjame ayudarte – su voz varonil sacude mi corazón y mi mente borrosa, ya no somos dos en ese cuarto, soy solo yo, joven y triste. - Nada – respondo presurosa – o lo de siempre, la misma pena, los mismos dolores – y mi cuerpo se sacude en un sollozo incontenible, brotan lágrimas de mis ojos sin que logre contenerlas. Él me abraza tiernamente, me acaricia y moja mi rostro con sus lágrimas que se unen a las mías y en espiral forman un solo manantial de penas por el hijo ido. Recuerdo… No queríamos más hijos, Matilda había sido una hermosa sorpresa en nuestras apresuradas vidas. Ella con su carita risueña y ojos intensos irrumpió en nuestro mundo sin previo 50

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aviso transformándolo todo; éramos inmensamente felices viéndola crecer y teníamos demasiados planes para su futuro y el nuestro como para soñar con más hijos. Fantaseábamos con comprar nuestra casa con la idea de que Cristian retomara sus estudios y yo pudiera dedicarme exclusivamente a la crianza de nuestra pequeña. Planes, miles de planes para el futuro, pero la vida nos muestra de golpe lo frágiles que somos, y como estamos a merced de nuestros cuerpos, las decisiones nunca están enteramente en nuestras manos, ahora más que nunca lo comprendo. Sin embargo, aquella calurosa tarde de mediados de enero aún me sentía dueño de mi cuerpo y de mis decisiones. No estaba preocupada por los síntomas, ya los había tenido antes y no significaron nada, tampoco de ese pequeño atraso, ya que luego de Matilda mi cuerpo nunca volvió a ser el mismo. Estábamos tomando medidas anticonceptivas y éramos precavidos. Imaginaba que mi cuerpo estaba alterado o tal vez cansado nada más. Pero mi esposo estaba preocupado e insistía que realizáramos la prueba de embarazo para despejar las dudas. Para darle en el gusto accedí segura de que el resultado daría negativo. Contra todos nuestros planes y medidas de precaución esperaba nuestro segundo retoño, y aunque nuestras aspiraciones eran otras, en esos momentos nada importaba, lo único realmente significativo era que un pequeño ser, fruto del amor que nos profesábamos, crecía dentro de mí, y que pronto llegaría a llenar nuestras vidas de felicidad igual que la pequeña Matilda.

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Nos abrazamos largamente los tres, en un abrazo silencioso y eterno en que sin palabras nos dijimos todo. Creo que Matilda no comprendía muy bien lo que sucedía, sólo nos vio reír y llorar al mismo tiempo, por lo que sin preguntar más decidió ser parte del momento llorando con nuestras lágrimas y riendo con nuestra risa. Fue un momento maravilloso, intenso, similar al que vivimos al enterarnos de la llegada de Matilda, pero más maduro, con menos aprensiones y miedo. Y claro, con carcajadas y saltos de nuestra pequeña, feliz de tener un hermanito. Al principio todo transcurrió sin sobresaltos, solo los malestares típicos, nada que hiciera sospechar que las cosas serían diferentes de mi primer embarazo. Pero entrando al segundo mes, la pesadilla se desencadenó y no se detuvo sino hasta el trágico desenlace. Era domingo, lo recuerdo bien, era domingo cuando se inició nuestro martirio. - Tiene síntomas de pérdida y debe guardar reposo absoluto – así de sencillo nos lo comunicó el médico y ya nada volvió a ser como antes. Carreras a hospitales, exámenes de urgencia, reposo, más exámenes, remedios y más reposos. Más médicos, más opiniones, más recomendaciones. Yo las seguía aterrorizada al pié de la letra. Pasé horas en cama junto a mi pequeña Matilda que no comprendía lo que sucedía, viendo pasar las horas llena de angustia y miedo, tratando de conservar la calma y siempre observándome, revisando que todo anduviera bien. Pero nada mejoraba, pese a nuestros cuidados y esfuerzos, los síntomas continuaban día tras día, semana tras 52

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semana, y el médico no nos daba esperanza. Sólo debíamos esperar y dejar que mi cuerpo hiciera su parte. Fue una espera dolorosa de noches en velas, rogando para que esa frágil criatura fuera lo suficientemente fuerte como para mantenerse asida a mí pese a todo, y de días eternos esperando por alguna señal que me mostrara que todo estaría bien. Veía a mi esposo sufrir en silencio, conservando su habitual optimismo y mostrándose seguro de que todo estaría bien, pero con esa expresión de temor siempre asociada a sus ojos que nada jamás me ocultaban; más deseaba creerle a sus palabras, y me negaba a mirar dentro de su alma y descubrir, que al igual que yo, sentía desasosiego y terror de que esta vida se escurriera de mí para siempre. En silencio nos consolábamos sin palabras, solo con caricias intensas y sonrisas veladas, siempre evitando el tema, siempre mirando hacia adelante sin detenernos en el presente para no dejar escapar lo que los dos pensábamos y temíamos más que a nada. Fueron semanas tristes, angustiantes y agotadoras. Cada vez que iba al baño sentía terror de que nuestro hijo se desprendiera completamente de mí. Cada noche temía dormir y cada mañana temía despertar. Nada logró detener su partida y una tarde gris se desprendió de mí, mi amado puntito sin que nada yo pudiera hacer. Sucedió de pronto, cuando me sentía confiada de que las cosas marcharían bien, cuando me atrevía a soñar con tenerlo entre mis brazos, silenciosamente se marchó. Una punzada en mi pecho, un dolor intenso, y la certeza de que se había ido para 53

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siempre. Lo siguiente se desarrolló en el limbo de la desesperación, solo imágenes flotando a mi alrededor; el examen que confirmó mis sospechas, la clínica, el ingreso a la urgencia, la espera, el miedo, el procedimiento, la sala de recuperación, el frío, el rostro triste de mi esposo y de mi padre diciéndome adiós, la larga noche en soledad en un cuarto del hospital, el insulto a la intimidad, manos desconocidas hurgando y buscando no sé qué, temblores sacudiendo mi cuerpo y yo sin comprender muy bien lo que sucedía, llantos de bebés en los corredores y la aterradora sensación de vacío en mi vientre, la lejanía del abrazo consolador de mi esposo y lágrimas y finalmente un silencio abrumador rodeándome, llenando mi alma, apoderándose de mi razón e instalándose en el centro de mi ser. Recuerdo que de regreso a casa el silencio me perseguía, el vacío, la soledad. Sentía miedo de quedarme con mi dolor a solas y me procuraba ocupaciones y compañía. Duró mucho tiempo mi tristeza y creo que de alguna forma jamás se fue de mí, se quedó arraigada en un pedazo de mi corazón. Mi apatía por la vida y el temor irracional de sonreír por miedo a insultar a ese ser que se marchó me acompañaron por semanas. Me encerré en mi pena, aparentando estar siempre bien seguí adelante como si nada hubiera sucedido, dispuesta a no dejarme vencer. Me convencí de que todo estaría bien mientras antes olvidara. Me negué a los consuelos, a las conversaciones y a las preguntas. Cuando Matilda preguntaba por su hermanito respondía con una sonrisa y silencio, ella con su sabiduría de niña me acariciaba y con su pequeña manita secaba la si54

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lenciosa lágrima que surcaba mi mejilla, para luego alejarse juguetona y cómplice. Por semanas enmudecí ese grito sordo que nacía desde lo más profundo de mi vientre vaciado en una fría, solitaria, impersonal y blanca sala de la clínica. Me negaba a llorar, me negaba a asumir, me negaba a compartir un dolor que equivocadamente creí solo mío, hasta que ya no pude más y ese día en que nos cambiamos a nuestro nuevo hogar, toda la pena se desbordó y entre los brazos de mi esposo me desarmé entre sollozos contenidos y lloré por horas toda mi pena, mi soledad y mi dolor. Lloramos abrazados por ese hijo perdido y por nosotros. Nos permitimos ser débiles por unas cuantas horas y nos dejamos vencer por aquel duro golpe, culpando al mundo, a la vida, a Dios. Vaciamos nuestras almas, las limpiamos para poder llenarla nuevamente de dicha ante aquel nuevo comienzo. El silencio me arrastra, se desdibujan los rostros en la niebla del olvido, la lluvia se disipa, la oscuridad se hace impenetrable y me quedo en mi cama de viuda solitaria, acurrucada, llorosa, dolorida, golpeada por el pasado y por la confusión del presente.

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Capítulo 8 |Amaro

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uando me senté a comer y observé los cubiertos dispuestos a mi lado junto al plato, simplemente no significaban nada, me quedé en silencio largamente observándolos sin saber cómo utilizarlos, finalmente dije que no tenía hambre, que me perdonaran, que tenía sueño. Desde el otro extremo Amaro, el menor de mis hijos levantó la vista preocupado, me observó y volvió la vista hacia su hermana, como esperando una orden para saltarme encima. - No es nada – lo tranquilicé – sólo cansancio o qué sé yo, quizás son los remedios nada más, me tienen aletargada y… Sentía la lengua traposa y por la expresión de los ojos de Amaro, que igualmente siempre le delatan, noté que no estaba hablando bien, que no me entendían y me asusté. Sé que lo peor es cederle espacio al pánico, pero no pude evitarlo y grité aterrada mientras intentaba desesperadamente ponerme de pié.

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-Oh Dios mío, eso no por favor –balbuceaba mientras me levantaba despavorida de la mesa escapando de las redes que me envolvían, que me ahogaban y entumecían mi lengua. No recuerdo bien qué sucedió después, sólo recuerdo entre sombras haber caído al piso ruidosamente y luego a Matilda abrazándome llorosa, y también siento la tibieza de la mano de mi Amaro llevándome hasta mi cuarto, recostándome en mi vieja cama oigo su voz murmurando quedamente promesas de mejorías. Sé también que esta vez me entregué al cuidado de mis hijos, sin barullos ni rebeldías, y a juzgar por el calendario de la cocina y por el periódico de hoy, sé también que estuve perdida en este mundo de ensueños y sinrazón al menos por una semana. Mis hijos se niegan a darme la cantidad exacta, piensan así protegerme de mi propia tristeza. Aunque he vuelto a hablar normalmente y reconozco a todos, incluyendo las fotografías que cuelgan en las paredes del cuarto, las que me parecen dulcemente familiares, he quedado sumida en un estado de profunda melancolía, comprendiendo que estoy atada de manos y que nada puedo hacer contra el olvido que se apodera de mí a cada segundo. Tengo la certeza de que me queda poco tiempo de claridad y me asusta pensar en cómo se me escurre la vida y con ella todos los recuerdos que he acumulado en el paso de estos años. Me asusta comprender que pronto me perderé definitivamente en el mundo del olvido y que de mí ya sólo quedará un cuerpo que no es tan anciano ni está tan gastado como para partir junto con la mente. 57

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Quisiera poder resignarme, entregarme indolentemente a este juego trágico de mi mente, no luchar más, no intentar recuperar nada y sólo dejar que todo se diluya en la niebla del olvido, pero no puedo, sigo siendo terca como una mula y me aferro obstinadamente a todo y a todos. Vieja terca. Me fui al cuarto de los recuerdos en donde guardo nuestras cartas ajadas, las fotografías, los primeros juguetes de los niños y esas cosas que llamabas cachureos pero que te gustaba tener a mano cuando te invadía la nostalgia. Revisando entre papeles me topé con la partida de nacimiento de Amaro, nuestro pequeño varoncito que tantos orgullos nos ha dado. Ese muchacho huraño y testarudo con el que mantenías discusiones interminables, y es que se parecía tanto a ti. Siempre te reclamaba la preferencia que mostrabas por Matilda, mientras Amaro andaba a tu sombra tratando de conseguir tu aprobación. Siempre alegaste que era demasiado consentido por mí como para, además, mimarlo tú. Nunca conseguí que vieras lo mucho que se parecía a ti ese muchacho moreno, largurucho y delgado, de corazón enorme y atiborrado de amor y bondad. Matilda tiene tus ojos, amor mío, pero Amaro tu corazón. Un corazón bondadoso, recto y entregado. Siempre te lo dije pero nunca pudiste verlo. Creo que sólo al final te sentiste reflejado en su imagen, viste su corazón sufriendo por ti, rogándote a gritos que no le dejaras a la deriva. Viste tu corazón en ese joven inmaduro y supiste lo mucho que le harías 58

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falta, supiste que no tenía la experiencia para soportar tu pérdida y le dedicaste largas conversaciones y consejos. Sé que le han ayudado a ser quien es hoy. Amaro jamás se resintió por tu desapego, siempre te admiró demasiado como para notar tus defectos, y cuando tuvo edad para que dejaras de ser su héroe y comenzara a odiarte, como es propio de los hijos a cierta edad, te marchaste haciéndolo imposible. Tu partida en medio de su adolescencia hizo que te transformaras inevitablemente en una especie de ídolo, y no sé si es a fuerza de imitarte o debido a que lo trae en sus genes, pero es tu fiel retrato, tanto física como intelectualmente. Si lo vieras cuando se pone pensativo y se abstrae del mundo a su alrededor, pone la misma boca que tú, como si ella fuera la guía en su mundo interior. O si lo vieras reír una y otra vez por algún comercial que a absolutamente a nadie le parecería divertido. O la postura que adopta cuando le van a fotografiar. O cómo le sonríen sus ojos, más no su boca. O la música de sus abuelos que escucha. O los libros que lee. O aquella tristeza infinita que se le suele asomar por la mirada. Él ama a todo el mundo y busca siempre las virtudes en los demás, pasando por alto los defectos. Esa inmensa capacidad de dar y de amar hace que sea agudamente desilusionado cuando se tropieza con la realidad. Me asusto cada vez que traicionan su confianza. Temo que algún día el amor no alcance para perdonar las traiciones de este mundo hostil y egoísta, destrozando su fortaleza y su capacidad de entregar. Eso sin duda acabaría con su esencia. 59

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No me reclames, sé que ya no es un niño y que si es como tú, sabrá sortear los problemas. Comprendo que debe madurar, crecer, hacerse fuerte y que, como se parece tanto a ti, llegará a ser un hombre de bien. Pero, ¿cómo no preocuparme si me marcho cuando recién despega del nido? No conoceré a su esposa, a mis nietos. No le veré cuando se pinten las primeras canas en su sien. Sólo me queda confiar en que tiene tu entereza y que sabrá superar su orfandad. Amaro, su corazón es pura bondad y sus sentimientos fuertes e indestructibles, su lealtad inquebrantable y su voluntad de hierro. Lucha por sus ideales y sus sueños, y aunque no tiene la pasión y fiereza de su hermana mayor, nunca deja que los proyectos queden a medio camino. Cuando se trata de dar no mide sus fuerzas ni su bolsillo, vacía su alma por producir una sonrisa en los demás. También en este baúl de recuerdos me tropecé con una bitácora de vida, en donde llevé cuenta de todas las vivencias de esos difíciles meses en que esperamos la llegada de nuestro Amaro, ¿recuerdas? Mayo 23 “Querido puntito, hoy descubrimos que eres el causante de mis malestares. En una oscura pantalla te vimos latir con fuerzas y nuestro corazón dio un vuelco. No te esperábamos, no te sabíamos, pero estamos inmensamente felices de descubrirte escondido dentro de mí. Tu padre lloró cuando te vio en aquella pantalla… él no llora nunca, imagínate la emoción que le causaste” 60

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Junio 8 “Querido puntito, tu vida peligra y no sé qué hacer para retenerte. Estoy en reposo desde hace una semana para hacer que tu frágil cuerpo se quede en mí. Tengo miedo de no conseguirlo, pero pondré todo mi empeño y mis fuerzas. También mi corazón. Te lo prometo” Junio 15 “Querido hijo no te desprendas de mí. Te ruego que te aferres a mi cuerpo con toda tu energía. Te mando todo mi amor. Tu padre pone su mano en mi panza para transmitirte su amor. ¡Lucha!, te lo ruego, te lo rogamos” Julio 17 “Pequeñín, buenas noticias, estás más firme, más agarradito y eso nos dio un respiro a tu padre y a mí. Pero debo seguir en reposo, no te reclamo, es que me preocupa que al final te vayas igual que tu hermanito” Julio 18 “Trocito de amor, ¿sentiste esa manito pequeña sobre ti?, es tu hermana mayor. Ella también ruega por ti y te pide que no dejes de luchar. Dice que te prestará todos sus juguetes y que te cuidará toda la vida” Agosto 20 “Hemos sufrido mucho esta semana, casi te despediste de mí. No sé qué pasó. Fue repentino. Estaba en la ducha, me sentí mal y desperté en la clínica. Estuvimos hospitalizados más de tres días. Pensé que todos esos exámenes lograrían quitarte las pocas fuerzas que te quedan. Pero gra61

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cias a Dios no fue así. Ahora en casa, ya más tranquilos, podemos soñar con un mañana juntitos los cuatro” Septiembre 18 “Anoche descubrí a tu padre llorando encerrado en la biblioteca. Me dolió el alma ver cómo se empeña en sufrir en soledad. Sé que ha sobrellevado todo esto solo y que tiene mucho miedo por los dos. Quise consolarle pero se aleja de mí para no angustiarme. ¿Cómo explicarle que somos uno?” Octubre 21 “Hijo no me pude contener, lo siento. Al ver tu pequeña silueta estallé en llanto. Y es que nos ha costado tanto llegar hasta aquí que no puedo creerlo. Allí estabas, ya tienes manitas y piecitos, y tu nariz es hermosa. Te ruego que luches hijo de mi amor. Hasta ahora has sido muy valiente y debes seguir así” Noviembre 15 “Hijo ya estamos en la recta final y vamos bien. ¿Ves el dibujo en mi vientre?, esas son las manitas pintadas de Matilda. ¿Le escuchas cuando te conversa a diario? Está muy ansiosa por conocerte” Diciembre 10 “Ya estamos pronto a conocernos. Estoy tan feliz. Lo hemos logrado y sé que tendrás fuerzas para afrontar lo que venga porque luchaste con todas tus ganas para conocer este mundo. Te prometo que haremos todo a nuestro alcance para que seas feliz” 62

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Enero 4 “Hijo mío, ayer llegaste al mundo. Eres un varoncito de dos kilos con seiscientos gramos, de cincuenta centímetros. Tan largo y flacucho. Eres negrito y unas pelusas oscuras coronan tu cabecita. Me recuerdas a tu padre. Tu mirada es dulzona y siento que reconoces nuestras voces, aunque bien pudiera ser mi imaginación. Mañana nos vamos a casa y termina esta pesadilla” Marzo 6 “Ya tienes un mes, eres fuerte, grande y gordo. Ningún rastro quedó del difícil embarazo. Yo me siento bien y tú creces saludable. Que gran alegría” Amaro, tus recuerdo acuden a raudales a mi memoria pequeño mío. Todas tus travesuras y juegos de niño, como cuando volabas soldados con petardos jugando a la guerra, dejándonos a todos con el corazón en la mano, o el afán tuyo de repetir todo lo que decía tu hermana desquiciándola. La manera en que transformabas las “r” en “l” causando gran jolgorio entre tus tíos que te hacían pronunciar una y otra vez “ferrocarril” convirtiéndolo en “fellocallil”, y tú divertido con sus carcajadas. Lo hacías una y otra vez. También recuerdo tu primer día de escuela pegado a mi falda llorando atemorizado, pero al mismo tiempo ansioso por aprender. Tus pataletas, benditas pataletas. O esa manía de guardar moscas en un frasco con alcohol, para estudiar su transformación. Todas esas cosas te hacían ser tú, simplemente tú.

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Ya de adolescente te impusiste metas muy altas como llegar a ser uno de los mejores médicos del país para salvar vidas. Hiciste enormes esfuerzos por conseguir ser quien deseabas ser, trabajos estudios y siempre postergando tu juventud. Mi temor constante era que el cansancio te ganara, o te frustraras por no alcanzar tu cielo auto impuesto, porque no querías ser sólo bueno, sino el mejor, y a veces en este mundo injusto no se logra por más empeño que se ponga. Tu padre siempre regañó por mi manía de sobreprotegerte, sabía que si te proponías algo, lo que fuera, lo lograrías, y pensaba que mi deseo de evitarte las decepciones sólo minaría tus fuerzas o te quitaría los bríos. Sé que su dureza te dolía y que hubieras deseado una palabra de estímulo o de orgullo cuando cumplías con tus expectativas, pero él se hacía el duro contigo para darte fuerzas creyendo que con mi exceso de amor te podría arruinar, lo que te lo hacía cada vez más lejano. Tu padre siempre fue una persona callada a quien le costaba expresar con palabras lo que sentía. Sus sentimientos y emociones más intensas siempre las guardaba en lo más insondable de él, y sólo me las confesaba en la intimidad de nuestro cuarto. Siempre me decía lo orgulloso que estaba de ti, lo feliz que se sentía por que lucharas por conseguir tus sueños, o cómo admiraba toda esa fuerza y pasión que le ponías a todos los proyectos que emprendías. Yo insistía en que hablara contigo, que necesitabas escuchar de su propia boca todas esas cosas, pero eso era difícil para él y le alcanzaba el esfuerzo 64

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para darte unos golpecitos en la espalda o una caricia en tu cabellera, muestra de todo su amor y orgullo por ti. A diferencia, yo siempre he sido más apegada a ti, no porque te amara más que tu padre, sino porque hemos compartido más tiempo a solas. Pasamos largos meses unidos en cómplice comunión. Durante el difícil embarazo me pasé horas conversándote, contándote cosas, ansiosa y angustiada por tu fragilidad. Una vez en este mundo, conservaste la costumbre, y cuando regresabas de la escuela disfrutabas instalándote conmigo en la cocina, junto al fuego a contarme todo lo que te sucedía en el día. Así pasamos muchas tardes a solas charlando y bebiendo chocolate, mientras Matilda leía encerrada en su cuarto sufriendo de adolescencia. Eras un chico curioso lleno de inquietantes preguntas. Eras muy pequeño, 4 o 5 años, cuando me preguntaste sobre sexo. Querías saber qué era hacer sexo, porque lo habías oído no sé dónde y tú nunca lo habías hecho. Quedé espantada, no supe qué responder. Con Matilda había sido más sencillo siendo mujer y no tan precoz, pero a ti te mandé a hablar con tu padre. ¿Qué te dijo? Jamás me respondiste pero supongo que satisfizo tus dudas porque no volvimos a tener esa conversación. Al igual que tu hermana, eres de decisiones firmes y es muy difícil doblegar tu voluntad. En medio de tu adolescencia, antes de que tu padre enfermera, mantuviste colosales pleitos con él por tu largo cabello ondulado, y nada ni nadie consiguió que te lo cortaras. Tu padre debió apelar a tus excelentes 65

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calificaciones para que no te expulsaran del liceo. Si empiezas algo sigues hasta que lo terminas, nunca das pié atrás a tus promesas aunque eso te signifique grandes sacrificios o dolores. Me ha costado que comprendas que no eres el responsable de los sentimientos de todas las chiquillas que se enamoran de ti. A menudo me pregunto si encontrarás con la indicada, o te casarás por compromiso y te enamorarás después. Hasta en eso te pareces a tu padre muchacho, ese sentido el honor y tu enorme corazón siempre te tienen al límite de las relaciones humanas. Es una lástima que ninguno de nosotros estará para aconsejarte cuando te decidas casar. Espero que nuestra experiencia te sirva para tomar la decisión correcta. El amor no se fuerza, es algo que fluye y se da naturalmente, jamás cargues con las penas ajenas ni con las necesidades de los demás, debes ser feliz para que puedas hacer feliz al resto. Si estás amargado jamás lograrás dar dicha a alguien. Te has avocado mucho a tu carrera desde que falleció tu padre, has puesto todo tu esfuerzo en cumplir su anhelo y estoy orgullosa de ti, tanto como él lo estaría. Ahora es tiempo de dedicarte a vivir, a vida es corta hijo mío, aunque ahora mismo no lo creas, los años se escurren de entre los dedos sin que siquiera lo notes. Los días van sumándose y de pronto te descubres viejo, cansado y quizás enfermo. Míranos a tu padre y a mí, también alguna vez nos creímos invencibles como tú, pero la vejez llegó y junto con ella la sombra segura de la muerte. Es ahí cuando te das cuenta que has postergado tanto por motivos falsos y disculpas ridículas.

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No dejes de soñar jamás. No dejes de osar ser feliz. No permitas que nadie jamás pisotee tu corazón. Aprovecha esa juventud tuya, estos años de fortaleza y vigor. Aprovecha de acumular vivencias, experiencia, risas y lágrimas. Esa suma de historias te ayudará a ser feliz en los años malos. No rehúyas de las lágrimas que limpian el alma, y por favor, sé valiente al marcharme yo. Cuando ames, hazlo con el corazón completo y entrega todo en esa relación, siempre y cuando estés seguro de tus sentimientos, si no lo estás, no temas decir adiós, el amor no mata. Yo amé a tu padre, aún le amo y él no está, y le he sobrevivido demasiado a mi parecer. No te alejes de tu hermana, probablemente se hará más huraña con mi partida, pero es sólo porque no sabe buscar consuelo. Se encierra en su mundo de lágrimas y teme acudir por ayuda. Siempre recuerda cuando eran niños y lloraba encerrada cada vez que se peleaba contigo. Recuerda cómo depende de ti y no te encierres en tu propia pena. Yo me marcho pero mi recuerdo y el de tu padre se queda con ustedes por siempre. Cuando la ausencia les duela demasiado, no tengan miedo de hablar, acudan a los recuerdos, los buenos y los malos, y permitan que ellos les consuelen. Viajen a su infancia y recuerden los regaños, nuestro mal genio y las obligaciones impuestas, de seguro les hará extrañarnos menos. Mi querido Amaro, mi amada Matilda, no olviden que ustedes son un trozo de nuestros corazones, de nuestra esencia, y siempre viviremos en ustedes. Y quien sabe, quizás todo lo que esperamos para el mañana resulte ser cierto y nos encon67

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traremos en una colina florida bajo un alerce añoso, jóvenes, sanos y felices.

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Capítulo 9 | Relato de un mal sueño

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oñé que me necesitabas, que me llamabas. Querías que te rescatara, ¿de qué amor mío? ¿De dónde?

Te apareciste en mi sueño joven, pero enfermo y débil. En la distancia me llamabas pidiendo mi ayuda, extendiendo tus brazos, suplicante. Me dolió el corazón verte así e intenté acercarme. Primero caminaba apresurada y luego corría, pero no lograba llegar junto a ti. Mientras más me acercaba, más te alejabas hasta perderte completamente en el horizonte. Cegada por la luz del sol sentía en el aire flotando tus súplicas. Mi corazón estaba desesperado y angustiado por no encontrarte, por no verte. Te buscaba mirando a mí alrededor y sólo veía desierto abrazador, arena y dunas rodeándome, aplastándome. De pronto, en lo alto de una de ellas vi tu silueta alzar los brazos agitados. Intentaba gritarte, llamarte, pero mi garganta seca no lograba emitir sonido alguno. Desesperada comencé a subir sin perder de vista tu silueta desdibujada por el sol, cada segundo el peso en mi pecho era más agudo y doloroso.

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Cuando al fin llegué a lo alto, te encontré tendido en el piso, inconsciente y sudoroso. Tu piel estaba quemada por el sol y tus labios estaban resecos. No encontraba modo de humedecer tu boca y sentía cómo lentamente tu corazón se apagaba, y junto con tus latidos desaparecían también los míos. Mis sentimientos eran confusos e iba de la dicha al dolor en segundos. Hacía tanto tiempo que no estábamos juntos, que no tocaba tu piel no besaba tus labios. Me sentía dichosa de tenerte nuevamente junto a mí, pero estabas moribundo y nuevamente te extinguías en mis brazos sin que nada pudiera hacer al respecto. Impotente, igual como aquella tarde invernal en la que me dejaste a la deriva en este mundo. Más ahora te acompañaba en tu dolor y sentía que junto con tu corazón el mío dejaba de latir. El dolor iba aumentando en mi pecho. Tú ya no emitías sonido alguno. Totalmente imposibilitada de hacer algo, me dejé caer sobre ti y sentí cómo mi corazón se detenía, cómo la vida me abandonaba. Desperté en una sala de hospital, adolorida, conectada a maquinarias intimidantes pero viva, amargamente viva. El médico me observó desde su pedestal totalmente ajeno a mi dolor, a mi tristeza y pronunció el discurso que seguramente repite a todos sus pacientes en mi estado. - Falló su corazón, un infarto al miocardio para ser exactos. Es probable que el estrés de su situación esté haciendo estragos 70

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en su corazón, pero realizaremos los exámenes para descartar cualquier otra afección. Debe estar agradecida, el daño causado no fue mucho gracias a que sus hijos le trasladaron a tiempo. ¿Agradecida? ¿Agradecida de despertar a un mundo en blanco en el cual no reconozco esos dolidos rostros que me miran angustiados, donde busco el rostro de una sola persona que se quedó entre mis sueños y no quiere venir?

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Capítulo 10 |Matilda

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e vuelto al hogar dispuesta a ganarle tiempo al olvido. Matilda cree que el estrés me lo provoca escribir y recordar pero, ¿qué más puedo hacer? No me resigno a sentarme frente a una ventana a ver pasar las horas y a esperar la muerte; ella ha entendido y no insiste más al respecto. Necesito el fantasma de tu recuerdo y del pasado. Necesito saber que alguna vez tuve una vida que fue hermosa, que tuvo alegrías, tristezas, risas y llantos. Una vida al fin y al cabo. Esta semana han venido a visitarme muchas personas que me son totalmente desconocidas. Familia y amigos olvidados se agrupan junto a mi cama y me observan en un incómodo silencio. Unos con curiosidad, otros con tristeza y otros que simplemente no saben qué hacer. Entre los rostros descubro recuerdos fugaces, difusas imágenes que me traen un pasado lejano. Esos ojos me devuelven la imagen de una niña juguetona que quería ser bailarina; aquella sonrisa, la de un muchacho arriba de un árbol burlón. Cuando todos por fin se marchan interrogo a Matilda.

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-¿Quiénes eran todos ellos? ¿Se supone que los conozco, hija? - Si madre mía los conoces muy bien y ellos a ti. Son tus hermanos y sus familias. También vino la hermana menor de papá, mi tía C… - ¡¿La Catalina?! ¿Pero cómo llego sola hasta acá, la fue a buscar tu padre? Tan lejos que vive, ¿y se fue sola? - No mamá, no te preocupes, Catalina vino con su esposo Paulo, ¿no recuerdas su boda madre querida? Me pierdo en la nebulosa de mi mente buscando ese recuerdo que se supone debería tener atesorado en mí. Catalina era la preferida de mis cuñadas, pasó mucho tiempo conmigo incluso vivió con nosotros sus últimos años escolares. ¿Cómo no puedo recordar su boda? ¿Por qué la recuerdo de trenzas y tenida escolar y luego se esfuma esa querida imagen? Matilda nota mi inquietud y continúa detallando las visitas, tratando de distraerme. - Mamá, Catalina está muy cambiada, quizás por eso no la reconociste, no te angusties. También vino el tío Pablo, con la tía Coté y la Vale… El nombre de esa pequeña me sobresalta, claro la Valentina que vivía danzando cuando era pequeña, como olvidarla. - La Valentina, ¿la que quería ser bailarina? - Ella misma mamá, José Pablo no pudo venir, está estudiando en el norte; también vino la tía Patty con los chicos y… 74

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- La Patty, ¿cómo está? Cuánto la extraño. Deberías llamarla y decirle que venga uno de estos días. - Está bien, lo haré – asiente paciente mi niña Matilda - La Nathy, ¿vino?, no la vi ¿está bien? ¿Cómo le va en el colegio?, ¿sigue siendo tan buena alumna? - Sí mamá, vino, ella está bien. Casada, feliz, pronto será mamá y Gustavo… - ¿Casada? Pero si es una chiquilla, ¿cómo…? - Todos tus sobrinos están casamos mamá, y la mayoría tiene hijos, menos Andrés que está en el extranjero estudiando y José pablo claro que es el menor. - Y tú hija mía, ¿estás casada? - No mamá. - ¿Por qué? - Porque no encuentro al apropiado. - ¿Y ese chiquillo?, ¿el pecoso que venía a verte? - ¡No mamá!, no estoy casada – responde molesta y corta el tema. Nuevamente vienen los recuerdos, amontonados, golpeándose entre sí, se aglomeran en mi cabeza dejándome sin sentido.

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Matilda ha sufrido por amor, claro que sí. Estuvo tan enamorada de ese chiquillo pecoso, su amigo de toda la vida. Crecieron juntos, se conocían y se querían desde siempre. Ella le amaba en secreto y él siempre le daba esperanzas vagas. Cuando eran pequeños jugaban hasta dormirse abrazados bajo la mesa, sucios y felices. Siempre decíamos que terminarían casados. De adolescentes hablaban del futuro como una realidad. Ella soñaba en silencio. Mi niña soñaba con formar un hogar junto a él, envejecer y tener hijos. ¿Quién podría culparla? Luego de los largos meses de verano ella esperaba ansiosa a que él volviera de su viaje al sur; él volvía siempre lejano, cruel. Pero ella, enamorada, le perdonaba y a mediados de marzo eran otra vez inseparables, hasta que un verano sin previo aviso se presentó de la mano de una muchacha, apenas una niña, vitoreando que había conocido a la mujer de su vida y que se casaba. Mi Matilda perdió el apetito, las ganas de vivir y su inocencia, se encerró en su cuarto a llorar su pena por semanas. Apenas tenía 17 inocentes años, creía que jamás volvería a amar, que el mundo se terminaba porque él lucía polola nueva. La consolé sin prisa, siempre he creído que las penas de amor deben vivirse intensamente para que sanen de una buena vez. Nada de evitar el tema ni hacer castillos en el aire. Las cosas por su nombre, ese muchacho había jugado con sus sentimientos, la había ilusionado durante años de íntima convivencia y ahora se desentendía de ella por un capricho que seguro terminaría 76

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muy pronto. ¿Merecía acaso sus lágrimas? ¿Merecía jamás volver a mar? Cómo lo prometía en su desesperación. ¿Merecía que nos castigara a todos por ese ingrato mal nacido? Luego de unas cuantas semanas de duelo se levantó orgullosa y se propuso olvidarle. Jamás le confesó su dolor, por el contrario, se mostró segura de sí e incluso los invitó a casa a cenar, dispuesta a demostrarle lo que se perdía. Por supuesto la relación de él no prosperó, a los meses la muchacha se dio cuenta que casarse no era un juego, que no era tan rico como decía u que poseía un genio de los mil demonios, por lo que desapareció de igual forma en como había aparecido, en la niebla sureña. Matilda no le perdonó el desaire y se mantuvo distante no volviendo a ser su amiga. La cordialidad nació en aquella nueva etapa en la relación con quién había sido su primer amor, protegiendo su corazón con una coraza de despecho y orgullo. Recuerdo cómo te afligías pensando que a tu niña le habían roto el corazón, estabas tan enojado que habrías golpeado a ese pobre muchacho si hubiera insistido en buscarla luego de su ruptura. Siempre creíste que Matilda era la muchacha más inteligente, más hermosa y más divertida del mundo entero y que cualquier hombre desearía ser el dueño de su noble corazón, por eso no podías creer aquel pelafustán, como le calificaste desde ese día hasta siempre, la cambiara por una niña desabrida. ¡Cuándo deseabas librar a tu pequeña de sus penas!, 77

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protegerla, esconderla, comprarle un novio a su medida si fuese necesario. Yo entendía que era inevitable que sufriera y que pronto estaría nuevamente enamorada y escuchando pajaritos, que lo mejor para ella era acumular experiencias y no unirse al primer sentimiento adolescente que se le cruzara por el corazón. Por experiencia sabía que el primer amor no siempre era el correcto. Después de su desengaño con el tal Adolfo, Matilda se tornó más precavida, tuvo muchos amigos pero ninguno en especial, se concentró en sus estudios por completo postergando los sentimientos. Tuvo alguno que otro noviecito pero nada serio, siempre le encontraba defectos y los desechaba antes de que su corazón se viera comprometido. En un par de años cumplirá los 30 y me preocupa que por ser tan exigente se quede sola. Incluso en ocasiones creo que aún está enamorada de ese muchacho pecoso que le visita de vez en cuando. Ella es hermética con sus sentimientos, evade el tema o cordialmente pide que no me inmiscuya en sus decisiones amorosas. Si insisto demasiado me mira con ojos censuradores que me recuerdan a ti. Mi Matilda no quiere enamorarse, no quiere sufrir y no quiere ceder. ¿Cómo hacerle entender que la perfección no existe, que el dolor es inevitable y que el hombre que la ame con sus defectos y virtudes la hará inmensamente feliz? Ella dice que nosotros nos ganamos la lotería, que el amor así se da uno en un millón y que a ella no le gustan los juegos de azar. Se encierra en su mundo obstinada esperando al indicado. 78

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Es una mujer inteligente, una sicóloga apasionada que ejerce su profesión con una enorme dedicación. Está rodeada de amigos y parece una persona feliz, pero yo sé que necesita un hombre que la cuide, que la consienta y ame como se lo merece. Necesita de ese cuerpo tibio cada noche para que la reconforte en su dolor, necesita de esa mano fuerte para que la guíe en los días oscuros y tristes. Su orgullo y fortaleza le hacen parecer una mujer fría e independiente que no necesita de nadie, pero no es así, por dentro ella es frágil y se siente sola. Un abrazo cariñoso le consolaría en su desesperación, cuando por las noches llora desconsolada su temor y frustración. Ella cree que no la escucho, pero su silencioso llanto traspasa las murallas y llega a mi corazón desesperado. En los buenos tiempos compartía contigo todos sus pesares, desahogaba su alma y su corazón en tu hombro. Tú sabías escucharle en silencio, sin juzgarle, sin reprenderle, comprendías cuando necesitaba tu consejo o simplemente una caricia. Después, cuando te marchaste, acudió a mí. Solía llegar molesta del trabajo o de alguna fiesta y me arrojaba todo su malestar, sin filtro, deshaciéndose de toda su rabia, para luego marcharse liviana con una sonrisa en los labios nuevamente. Su terapia le llamaba. Pero ahora, tú te has ido y ya no confía en mí, ya no se atreve a contarme sus problemas, sobre todo porque su mayor problema soy yo. A veces me enoja la seriedad con que va por la vida. A veces no entiendo la determinación de no cederle espacio a la de-

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sesperación. A veces ni siquiera le reconozco, pero la amo con todo mi corazón.

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Capítulo 11 |Una inquietante mujercilla

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or el bien de la familia decidimos contratar a una persona que cuide de mí día y noche. Al principio no fue necesario, podía pasarme el día sola en casa absorta en mis pensamientos, en mis escritos y en nuestro jardín. Era independiente y podía cuidar de mí. Sólo en ocasiones me perdía en mis pensamientos o me quedaba demasiado absorta en el pasado, pero nada grave, nada que impidiera cuidar de mí misma. Sin embargo, tal como prometió el médico, el deterioro de mi mente ha ido avanzando progresivamente y ahora me pierdo días enteros en la nebulosa del olvido. No recuerdo cómo comer o cómo vestirme, y muchas veces ni siquiera me levanto de la cama. Me he sorprendido mojada en sudor y lágrimas, gritando aterrada, refugiada bajo la mesa de la cocina ante la mirada atónita de los chicos, no sabiendo por qué ni cómo llegué hasta ahí. En otras ocasiones Matilda se encuentra con comida podrida debajo de mi cama o con las plantas embetunadas de lavalozas. Cuando me interroga con la mirada simplemente no sé qué decir pues no recuerdo haber hecho semejante barbaridad. Peleo porque no encuentro mis cosas donde siempre 81

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están y resulta que ese chaleco azul se apolilló hace 20 años. Imagino que así suceden miles de cosas que desconozco y que ya son tantas que en este momento de asumir soy incapaz de velar por mí misma. Matilda estaba pensando en dejar su trabajo, la sorprendí hablando de ello con su hermano. Mi primera reacción fue enfurecerme porque no consultaran aquello conmigo, tratándome como una niña o una anciana. Luego me dolió sentirme una carga para mis hijos y lloré durante horas como niña, para finalmente comprender su inmensa preocupación y decidí que debía dejar mi orgullo de lado y asumir de una buena vez que ya era tiempo de que alguien cuidara de mis desvaríos. Hablé con ellos sin aludir a la plática que había escuchado tras la puerta y les comuniqué que había decidido contratar una enfermera para que cuidara de mí y que aquella tarde vendrían algunas candidatas. Sorprendidos asintieron sin decir palabra alguna. Así comenzaron las entrevistas. Nuestros hijos son exigentes y quieren lo mejor, cosa que les agradezco, pero estaba a punto de internarme en un asilo al final del día. De las 15 profesionales que acudieron, ninguna alcanzó sus altas expectativas y las fueron desechando por múltiples excusas sin sentido. Cuando mi paciencia estaba llegando al límite y estaba dispuesta a correr al primer asilo que me recibiera, Claudio, un buen amigo de Amaro, enterado de la situación, llamó para recomendarles a la enfermera que había cuidado de su madre; era una enfermera de cuarenta y tantos años, soltera y que estaba disponible inmediatamente. Tenía un poco de mal genio y era muy estricta pero una excelente y 82

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dedicada enfermera. Los muchachos estaban prestos a encontrar algún pero, pero esta vez intervine y la cité a trabajar el lunes. -Nada de entrevistas ni referencias, confiaremos en Claudio y se cierra el asunto – dije autoritaria, después de todo aún soy su madre y no les queda más que acatar mis órdenes. Y por fin llegó quien sería mi veladora, una mujercilla de rostro adusto y facciones de roedor, enjuta y que carga una gran pena, según lo reflejan sus huraños ojos. Habla poco y su vez es tan hosca como su rostro, no hay dulzura en sus modos ni ganas de entablar una amistad en su conversación. Apenas Matilda abrió la puerta y antes de cualquier saludo, aclaró con su voz seca que se dedicaría a cuidar de mí, pero no de las labores domésticas, todo mientras exhibía su título de enfermera en las narices de mi hija. Los chicos estuvieron a punto de cerrarle la puerta en la cara, pero debido al apremio de la situación y a mi mirada censuradora, decidieron aceptarla hasta que encontraran una opción más favorable. Luego de las presentaciones de rigor y de enseñarle la casa, la instalamos en el dormitorio que queda junto al mío, en el que antes acomodábamos a nuestros hijos en sus primeros años y que, por nostalgia o flojera, aún conserva la decoración infantil de ositos y cascabeles. No tuvimos tiempo de cambiarle el tapiz, pero tratamos de hacerla lo más acogedora posible. Instalamos una cama, un espejo de cuerpo entero y unas alegres cortinas anaranjadas.

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Renata, ese es el nombre de la inquietante mujercilla, la observo con desdén y el único comentario que realizó fue que la televisión no era necesaria y que por favor la retiraran lo antes posible. Dejó la maleta sobre la cama y con una mirada fulminante nos invitó a abandonar su cuarto. Lejos de abrumarnos nos causó bastante gracia su reacción y como chiquillos nos alejamos por el pasillo cuchicheando y riendo entre dientes. Una vez solos en la cocina nos destornillamos de la risa de sólo imaginarnos a esa mujer tan formal y huraña, vestida de riguroso negro y peinada como monja alemana, en medio de tanto rosa, flores, cascabeles y ositos. Y miramos con ironía la once de bienvenida llena de pasteles, flores y tonos rosas, que habíamos preparado para alguien que imaginamos una rolliza bonachona y dulce que pasaría a formar parte de la familia. Matilda, muy seria, comenzó a retirar los pasteles y golosinas, segura que una mujer como aquella sólo comía pan ácimo y té amargo, la única manera de tener un aspecto tan desabrido. Rió. Pero insistí en darle una oportunidad mostrándonos tal y como éramos. Si le parecía mal se marcharía a la semana o terminaría acomodándose a nuestro exceso de ternura. Ahora Renata me mira de reojo mientras escribo, tiene una silla con la que me sigue a todos lados. Cuando le dije e insistí en que no era necesario que estuviera a mi lado todo el tiempo, se limitó a decir con mirada ceñuda que ese era su trabajo, y sin más se sentó a tejer lo que parece ser una eterna bufanda. Mientras la observo ahí sentada, con el ceño fruncido y la 84

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mirada desdeñosa, me pregunto qué tristeza marchitó su corazón a tal grado que le impide sonreír. Me pregunto si habrá amado, si tendrá hijos, si alguien la extraña, si quizás su vida ha sido una unión de desventuras y penas que le agriaron el espíritu. Cuando me observo en el espejo, veo a una vieja de ajado rostro, con escaso cabello casi completamente cano y de dientes que no son precisamente blancas perlas, pero en mis ojos brilla el espíritu de una mujer inmensamente feliz. Fui bendecida con una infancia dichosa, despreocupada y llena de amor, con afectuosos padres y una hermosa familia. Luego la vida me regaló muchos años de felicidad y amor junto a ti, y tú me regalaste dos hijos maravillosos a los que he visto crecer orgullosa. Aún en mis profundos dolores, como el de tu partida, el amor siempre ha cuidado de mi corazón, impidiendo que éste se malogre al punto de no poder sonreír o ser feliz y disfrutar de los pequeños detalles hermosos del día a día. Por eso siento lástima por aquella inquietante mujercilla con cara de roedor que destila amargura, presiento que el amor no ha estado por mucho tiempo presente en su vida. Renata, lejos de acomodarse a nuestra alegría y mimos, nos mira con censura cada vez que nos abrazamos conmovidos o cuando reímos por alguna que otra tontera. Creo que no comprende que dentro de mi locura pueda ser feliz, o que los muchachos puedan reír mientras yo me extingo. Tú bien sabes que en el fondo todos sufrimos por muchas cosas, los muchachos temen el día en que ya no esté, y yo le temo al día 85

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en que mi mente se apague para siempre. Todos te extrañamos mucho y yo te necesito con locura. Matilda llora en soledad por mis desvaríos y Amaro se encierra en sus preocupaciones. Pero aún todo aquello no logra amargarnos el corazón hasta el punto de quitarnos la capacidad de ser feliz, de amar y de reír. Aún somos capaces de disfrutarnos, de darnos pequeños placeres e incluso de recordar los mejores años con alegría y añoranza. Cuando me hundo en la oscuridad del olvido y deambulo por un pasado y presente entremezclado, los pequeños chispazos del ayer me hacen sonreír, y la tristeza que viene después no es tan asfixiante como para matar mi sed de amor. Por eso no logro imaginar qué enorme pena secó el corazón de esta mujer que se pasa la vida vigilando a una vieja medio loca mientras teje, incansable, una bufanda para King Kong.

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Capítulo 12 | Una semana de incertidumbre

alguna vez un estremecimiento al reparar en ¿Hasalgosentido insignificante o al percibir en el aire un aroma esquivo e indefinido? ¿Has tenido esa sensación de pasado aguijoneando en tu pecho pero sin saber qué precisamente te evoca aquel aroma o aquella imagen, ese sabor a ayer, esa nostalgia sin nombre ni rostro? La banca de una plaza, la sombra escurridiza de un árbol, una fruta de estación, el tibio aroma de una receta familiar, detalles banales que cruzan tu vista que y no logras identificar, que te transportan a un lugar perdido del tiempo. Ayer paseando por el jardín me quedé prendida del vaho a tierra mojada que impregnaba el ambiente, me sentí inexplicablemente feliz al percibirlo en el aire y me detuve en medio de la nada, simplemente a disfrutarlo. Renata, siempre cerca, me miró con curiosidad y aunque percibí sus ojos criticones sobre mí, me abandoné a ese aroma familiar y querido que me transportó lentamente a nuestro ayer. Un parque antiquísimo de añejos árboles vestidos de invierno, la tierra húmeda de lluvia reciente, tú y yo silenciosos, cami87

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nando sin caminar por un sendero amarillo bordeado de bancas con parejas amándose sin recato. Yo, ansiosa observándote de reojo y tú sonriente y tímido. ¿Qué te traías entre manos? Habíamos estado separados por más de un año y repentinamente habías reaparecido en mi vida hacia unos días, con una invitación a almorzar. Ese mágico día nos separamos felices, pero nada conversamos acerca de nosotros o del mañana, y ahora habías llamado diciendo que querías hablar y aquí estamos. - Tengo algo que contarte – dijiste emocionado, tímido y risueño. Mi corazón latió apresurado y mil ideas se cruzaron por mi mente en segundos. ¿Qué tenías que contarme con tanta urgencia?, ¿estarías enfermo o…? - Dime con confianza de qué se trata – dije tragándome toda mi inquietud. - Estoy de novio y me caso – dijiste con total soltura y me miraste de soslayo. No te imaginas cuánto te odié por unos segundos. ¿Cómo te atrevías a traerme aquí para decirme semejante pachotada? ¿Qué derecho tenías de romperme así el corazón? ¿Con quién podrías casarte si yo estaba segura de que aún me amabas? ¿Qué juego macabro era este? Sintiendo el frío puñal en medio de mi pecho, orgullosa y serena dije. 88

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- Pues te felicito, me alegro mucho por ti – sujetando a duras penas el mar de lágrimas atoradas en mi garganta - ¿Puedo preguntar con quién te casas? - Ese es el problema – dijiste risueño – aún no le pregunto si quiere casarse conmigo. - ¡¿Cómo?! Aún sin sobreponerme de la impresión, me detuve y te miré confundida. De la nada apareció una solitaria rosa y a la sombra del Museo de Bellas Artes, sin mediar aviso, el viento me trajo la pregunta. - Amor mío, ¿quieres casarte conmigo? Te miré sorprendida, feliz y con una mezcla de sentimientos imposibles de explicar aún tantos años después. Para mí era un sueño, un sueño hecho realidad. Tú eras el amor de mi vida y aunque me había propuesto olvidarte, te llevaba atado a mi amor con las mismas fuerzas de siempre. Me colgué de tu cuello y te pedí que me pellizcaras para saber si esto era real o sólo una jugarreta de mi mente, a lo que respondiste con un beso dulce, tierno y eterno. En medio de la emoción, no escuchaste el Sí que salió espontáneo de mi boca, y aprovechándome de esto, te pedí tiempo para pensarlo. Sensata y más relajada te pedí una semana para meditarlo. No era falta de amor o titubeo, era una mezcla de orgullo y cordura, después de todo habías reaparecido de pronto en mi vida y a nada menos que para propo89

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nerme matrimonio, debía meditar el asunto o al menos hacerte pensar que necesitaba hacerlo, sino hubiese parecido que te había estado esperando y aunque fuera cierto, tú no debías saberlo. Siempre me reprochaste esa semana que te pedí, decías que fue venganza y que quizás en el fondo era cierto y deseaba que sufrieras con la incertidumbre, pero conscientemente estaba inmensamente feliz de volver rendida a tus brazos. La semana, una semana invernal lluviosa y fría, transcurrió lenta y angustiosa. Habíamos acordado no hablar hasta la fecha concertada, que era exactamente siete días más tarde y por mi parte estaba decidida a cumplir fielmente mi palabra. Aunque los días se hacían eternos y lo único que deseaba era lanzarme a vivir nuestro amor con toda la pasión acumulada ese año de lejanía. Para ti tampoco fue sencillo, aunque siempre dijiste que estabas absolutamente seguro de un sí rotundo, me confesaste que tenías tus aprensiones y temores por mi silencio obstinado, pero jamás dudaste que el lazo invisible que nos unía desde siempre, había mantenido vivo este amor tan inmenso pese a nuestras tontas y pobres excusas para no vivirlo. Transcurrido el plazo, nos reunimos en el mismo lugar donde por primera vez hablamos de amor, un banco cómplice bajo un Jacarandá de flores azuladas de la Plaza de Armas. La tarde estaba fría, la tierra húmeda de reciente lluvia y el cielo poblado de nubes amenazantes, y nosotros con las manos entrelazadas mirándonos con amor y ansiedad. Romántica a más no 90

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poder, y basándome en todas las novelas re leídas, había ensayado largas horas frente a un paciente espejo la postura y las palabras precisas con las que te ofrendaría mi corazón para siempre. Había imaginado tantas veces con este momento, había soñado tanto con este día, que deseaba que el mundo se detuviera y sonara música en el aire cuando respondiera a tu pregunta. Pero entre el bullicio de la gente que circulaba por el lugar, los vehículos con sus motores retumbando y el vendedor de café que justo pasó ofreciendo una tacita a quien quisiera, se perdió mi discurso apasionado y romántico. Aunque traté de repetirlo un par de veces, tú me observabas lleno de curiosidad sin comprender absolutamente nada de lo que te decía, y por más que insistía y alzaba la voz, no lograbas escuchas ni comprender, entonces alcé la voz y grité por sobre el bullicio de la multitud un simple… - ¡Sí! Si quiero casarme contigo. Entonces me tomaste entre tus brazos y me besaste intensamente, silenciando el rumor de la gente que nos rodeaba y a los autos con sus motores a toda marcha y al vendedor de café que insistía en sus ofrecimientos, dejando sólo el murmullo apasionado de nuestros corazones que al unísono vibraban en un solo latido. Me refugio entre tus brazos amorosos y tiernos, entregándome a este sentimiento inmenso que absorbe todo mi ser. Me siento feliz y confiada. En mi futuro veo dibujarse una vida entera junto a ti y me siento completa. Al fin, todo en mi vida tiene sentido, atrás quedan las lágrimas derramadas y la sole91

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dad infinita de mi corazón que no sabía más que extrañarte, atrás queda la incertidumbre de mis horas sin ti y ese futuro borroso que me atormentaba. Ahora prendida de tu cuerpo y rodeada de tus brazos amados, no me importa todo lo difíciles que puedan tornarse los tiempos si tu mano sostiene la mía, sé que podré hacerles frente y salir airosa. Dichosa y conmovida hasta las lágrimas, hundo mi cara en tu pecho, aspiro tu delicioso aroma que se entremezcla con el de la tierra húmeda y me siento infinitamente feliz. Una fría gota de lluvia moja mi rostro y otra mis cabellos y más van envolviendo mis cabellos completamente, una mano aún más fría que la lluvia que empapa mi cuerpo me arranca brutal de entre tus brazos. La fiel Renata mojada hasta los huesos me arrastra presurosa hacia la seguridad de la casa, me resisto y la miro sin comprender. Buscándote ansiosa entre este manantial de agua que no me deja ver, grito tu nombre angustiada, te llamo y no vienes, no respondes, has desaparecido, pero en mí aún siento el aroma de tu piel y no me resigno a que sólo sea el pasado que ha venido a visitar mi memoria. Caigo de rodillas, tristemente resignada. Renata me mira y por primera vez percibo en sus ojos compasión. Imagino el triste espectáculo que acabo de ofrecer y me entrego sumisa a sus cuidados.

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Capítulo 13 | El quiebre

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levo varios días en cama aquejada de un fuerte resfrío por la empapada del otro día y solo ahora he conseguido que me acerquen mis anotaciones. La lluvia nos sorprendió de improviso en medio del jardín y nos mojamos bastante antes de encontrar asilo. Además, obstinada y empeñada en no olvidar los hermosos recuerdos recuperados, me senté junto a la chimenea a escribirlos de inmediato, negándome a ponerme ropa seca, por lo que por supuesto hoy esto me tiene confinada a mi cama sufriendo de grandes dolores y malestares. Me arrepiento en lo más profundo. Renata también sufrió de los estragos de la lluvia y de mi porfía, Matilda debió obligarle a guardar cama y ahora la chiquilla debe cuidar de dos enfermas nada de fáciles de complacer. Desde que la fiebre ha cedido le estoy pidiendo a Matilda que traiga mis escritos, pero ella se había negado hasta hoy, en parte molesta por mi terquedad que fue la que nos arrastró a esto. No la culpo, mi pobre muchacha ha debido pasar muchas noches en vela atendiéndome en mi delirio febril, y en conjunto ha tenido que soportar lasmañas de nuestra enferme93

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ra, quien desacostumbrada a que alguien vele su salud ha hecho peores pataletas que las mías. Matilda me cuenta sorprendida los arranques de esta enigmática mujer. Me dice que cuando le dijo que el médico pasaría a revisarla, casi se le cayó el cabello por la impresión. Se puso más pálida aún e hizo un enorme esfuerzo para levantarse de la cama, diciendo con voz muy débil que estaba bien y que no necesitaba de atención médica, sino sólo descansar unas cuantas horas. Matilda, creyendo que estaba preocupada quizás por sus honorarios o por no querer dar molestias, le tomó la mano dulcemente y le señaló que los gastos médicos serían cubiertos por la familia, y que le cuidarían hasta que estuviera bien, o si prefería, con gusto mandaban a llamar a alguien de su familia; aquella pequeña muestra de afecto hizo que Renata perdiera completamente su compostura y se desplomara sobre la cama llorando como una niña. Matilda, confundida y sin saber si consolarle o dejarle sola, se sentó al borde de la cama esperando a que se calmara, pero como esto no sucedía sino que al contrario Renata lloraba con más fuerzas, tanto que parecía quedar sin aire, Matilda corrió en busca del médico dejándole totalmente descompuesta sobre la cama. Sin embargo, cuando volvió acompañada del médico, Renata estaba serena, sentada en su silla plegable tejiendo como si nada hubiera sucedido, y cuando les vio entrar, agradeció la preocupación pero insistió en que no requería atención médica, que sólo le bastaban unas cuantas horas de reposo. Matilda confusa y sin saber qué hacer, se volvió hacia el médico y le invitó a salir del cuarto. 94

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Nuestro médico, hombre de experiencia, al ver tan pálida y ojerosa a esta temblorosa mujercilla, imaginó con quien estaba tratando y le solicitó auscultarla para salir de dudas e irse con la consciencia en paz – le dijo – a lo que la buena enfermera no se pudo negar. Como era de imaginar, mi querida enfermera tenía una neumonía y requería de cuidados especiales, reposo, medicamentos, mucho líquido, etc., cosas que no estaba dispuesta a aceptar, aunque se lo dijera el mismo papa como ella misma señaló. Fue bajo amenaza de despedirla si no hacía caso de las indicaciones médicas que Matilda consiguió que la singular paciente guardara cama y tomara los medicamentos recetados. Para Renata, que es veinte años más joven que yo, le bastaron dos semanas de reposo y cuidado para recobrar la salud, y aunque aún está tomando medicamentos, ya tiene las fuerzas suficientes para retomar sus funciones. Esta mañana después del desayuno, entró con su silla plegable bajo el brazo y un nuevo proyecto entre sus palillos, no sé si el anterior fue terminado durante la convalecencia o se arruinó con la lluvia, pero ahora está dedicada a algo que parece ser un chaleco igual de descomunal que la bufanda. Está pálida y muy delgada pero pese a ello, se le ve fuerte y con bastante energía. En sus ojos noto algo diferente, un leve brillo, y de sus labios ha desaparecido la mueca de desprecio, no sé si es mi imaginación o de verdad los cuidados cariñosos de Matilda ablandaron su duro corazón y se ha permitido sentir un poco de afecto por nosotros. Como sea, está menos huraña y ha sustituido 95

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los monosílabos por pequeñas frases, que aunque son secas y frías, demuestran un poco más de interés. A ratos aparta la vista de su labor y me observa con curiosidad mientras escribo, me da la sensación de que desea preguntarme algo pero que no se atreve, y cuando su mirada choca con la mía, vuelve a hundirá en su tejido protegiéndose de mi interés, con una mirada distante. Me intriga esta mujer y me he empeñado en descubrir el gran secreto de su corazón.

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Capítulo 14 | Amaneceres compartidos

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nsomne como tantas noches, dolida por tu ausencia y extrañándote con locura, te busco entre mis recuerdos, esos que se empeñan en desaparecer. Escarbo en esta memora enmohecida hasta encontrarme con tu rostro moreno, varonil y sonriente, observándome coqueto desde un extremo de la sala del Registro Civil. Estás rodeado de tus padres y hermanos que platican animadamente, pero pareces ausente de todos ellos, prendido de mi mirada abstraída al igual que a tuya. En unos minutos te convertirás en mi legítimo esposo, y mientras te observo, pienso en lo afortunada que soy al haberme cruzado en tu vida, de que me ames y de estar aquí, próxima a unir mi vida a la tuya. Mis padres y hermanos también charlan ruidosamente a mi alrededor, pero para mi corazón enamorado sólo existes tú, tu mirada y este amor inmenso que me llena el corazón. Cuando se asoma una señorita desde la sala y dice nuestros apellidos en voz alta me sobresalto y mi corazón se lanza en un latido incontrolable paralizándome. Como adivinando mi incertidumbre caminas hacia mi sin dejar de mirarme y sonreír, te abres pase entre mi familia, tomas mi mano suavemen97

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te y me conduces hasta la habitación desde donde nos han llamado. Nos siguen nuestras familias ahora en respetuoso silencio. En la habitación nos espera una mujer de cabello entrecano y elegantemente vestida que amablemente nos invita a tomas nuestras ubicaciones para comenzar. Comienza la ceremonia. Siento tu fría mano sosteniendo con fuerza la mía. Te miro de reojo, estás muy serio con la vista fija en la jueza, atento a todo lo que ella dice. Por mi parte no puedo dejar de sonreír, estoy inmensamente feliz y no logro disimularlo. Miro a la jueza y trato de concentrarme en sus palabras pero no lo consigo, sólo puedo pensar en lo afortunada que soy, en mañana, el vestido, la fiesta y las miles de cosas que aún nos quedan por hacer. Me pregunto qué pensarás tú mientras la jueza nos habla acerca de las responsabilidades del matrimonio y de los deberes de cada uno. ¿Te sentirás asustado con todo lo que viene para adelante? Quizás sólo ahora piensas en todo lo que involucra esta unión y estás arrepentido deseando huir, tal vez por eso tienes esa cara o pueden ser tus traicioneros nervios que te hacen actuar de aquel modo. Siento curiosidad por lo fría de tus manos, me da miedo que te desmayes o salgas corriendo en cualquier momento, y te miro directamente, cuando sientes mi mirada sobre ti te vuelves hacia mí y me sonríes enamorado; esa mirada me tranquiliza. La jueza ha terminado su discurso y se dirige directamente a ti para preguntarte si quieres tomarme por esposa, te vuelves hacia mí, me contemplas por un segundo que parece eterno, y 98

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respondes con un rotundo Sí, fuerte y claro. Sonrío feliz. Ahora es mi turno. La jueza me pregunta si quiero tomarte por esposo. ¡Sí!, respondo emocionada. Nuestras firmas y la de los testigos en un gran libro de actas. Y está listo, ya somos marido y mujer. Te abrazo enamorada, me miras con ternura, tomas mi rostro entre tus frías manos y me besas dulcemente. A nuestro alrededor aplausos, risas y sollozos contenidos, son nuestros seres queridos quienes están felices por nuestra felicidad. Que dulces recuerdos y qué nítidos se presentan en mi mente en esta oscura y solitaria noche, es como una ventana al ayer que se abrió de pronto y sólo basta con asomarme para descubrir esos años idos hace tanto ya. Deseosa de recordar me asomo a ella y observo. Me encuentro en el centro del salón de la casa paterna ataviada con un hermoso vestido blanco, entre mis manos sostengo un ramillete de rosadas azucenas. Junto a mí está mi padre que me mira con una mezcla de alegría y emoción, un poco más allá veo a mi madre que seca sus lágrimas y esboza una sonrisa, y a mis tres pequeños sobrinos que toman la cola del vestido divertidos y solemnes, felices de participar. Estamos listos para partir, afuera suena el motor del vehículo que me llevará hasta ti. Una mezcla de alegría, de tristeza y nostalgia invade mi corazón, no sé por qué siento que abandono algo en esta casa, quizás a la niña que fui y que dejo atrás para siempre y eso me produce una dulce melancolía, al mismo

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tiempo sé que voy hacia ti, hacia mi futuro, hacia el hombre que amo y a lo que siempre soñé, eso me llena de felicidad. Ahora vamos en el auto con mi padre, ambos en silencio, nerviosos y pensativos. En mi mente dan vuelta miles de detalles, los votos memorizados, los pétalos de rosas en manos de mi pequeña sobrina, y tu imagen flotando a mí alrededor esperando por mí. Estamos entrando al recinto, hermosamente adornado para la ocasión, firmemente tomada del brazo de mi padre, con mis ojos cegados por el sol que te buscan ansiosos para descubrirte al final del pasillo. Estás vestido con un elegante traje negro. Te ves tan guapo, y eres completamente mío. Comienza la música y avanzamos por el pasillo sin desprenderme de tus ojos que me llaman desde la distancia, me antecede Nathalia lanzando al aire pétalos de rosas, lo que vuelve lento mi andar aunque quisiera correr a tus brazos, no existe nadie más a mi alrededor, sólo estás tú, allá al final esperando por mí. Mi padre pone mi mano en la tuya y te mira, como queriendo decir algo, más se aleja en silencio, turbado y emocionado, yo me aferro a tu mano y nos dirigimos a nuestro lugar. Tomas mi mano y nerviosamente pones la argolla en mi dedo, tus manos tiemblan tanto que por un momento pienso que la argolla va a caer y rodar por la alfombra, pero no sucede, me prometer lealtad, amor, y que cuidarás de mí por toda la vida. Tomo tu mano, ahora las mías son las que tiemblan, pongo la argolla en tu dedo, y prometo amarte y cuidarte con ternura por toda la vida. 100

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Tus brazos me rodean y me acercan a ti, me susurras al oído que me amas y luego me besas lleno de amor, pasión y felicidad. Me entrego a este abrazo feliz y confiada, ya somos marido y mujer para toda la vida. Nos casamos un siete de febrero hace exactamente treinta y cinco años, y a mi parecer fue sólo ayer cuando me colgué de tu cuello radiante y te llamé esposo por primera vez. Recuerdo que estaba tan increíblemente feliz que no me detuve a pensar en los grandes cambios que nuestras vidas experimentarían a partir de aquel día. Tampoco lo hice en las horas siguientes, una vez legalmente casados nos vimos arrastrados en la marea de preparativos aún pendientes para la ceremonia religiosa y la fiesta de matrimonio, no hubo mucho tiempo para meditar o sopesar el asunto con cuidado, simplemente nos encaminamos hacia la vida en común envueltos en un torbellino de emociones, sentimientos y sueños que obnubilaban nuestra mente. El primer golpe de realidad lo recibí cuando abordé el bus que nos trasladaría a Valdivia para disfrutar de nuestra luna de miel. Me encontraba risueña, despreocupada y feliz, asomada por la ventana despidiendo a mis padres que aguardaban silenciosos en el andén, cuando descubrí en sus ojos una gran preocupación. Fue entonces cuando sospeché que algo trascendental había sucedido en mi vida y yo no lo había advertido. Pensando con más claridad y menos entusiasmo, noté que era la primera vez en mis veinticinco años que emprendía un viaje 101

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tan distante sin la compañía paterna y que ahora estaría a más de novecientos kilómetros junto a una persona con la que jamás había vivido. Además, aunque habíamos estado cerca de seis meses comprometidos, no habíamos pasado mucho tiempo a solas y de pronto sentí que te conocía muy poco. Fue así, en aquel bus con destino a Valdivia que intuí por primera vez que mi vida estaba experimentando un cambio significativo y comprendí, con un poco de temor y recelo que ese hombre del que tan poco sabía era con quien compartiría todos mis amaneceres a lo largo de los futuros años. Mientras el bus se alejaba lentamente del andén, de mis amados padres y de mi vida de soltera, me senté junto a él, callada y francamente preocupada, con ganas de bajarme corriendo del bus a esconderme en los seguros brazos de mis padres. Pero entonces él, como adivinando mis temores, me miró con sus ojos duces y sabios, sonrió tiernamente, murmuró un te amo, y me besó suavemente. Mi corazón se llenó de amor, ternura y pasión, y todo el miedo y preocupación se esfumaron en segundos. Llegamos a Valdivia una mañana brumosa y fría, poco conocíamos de aquella encantadora ciudad, pero confiados nos echamos las maletas al hombro y comenzamos a caminar, seguros que tarde o temprano daríamos con el hotel en donde habíamos realizado previamente la reservación. Estábamos tan felices que nada podía arruinar nuestro ánimo, si siquiera caminar una larga distancia hasta que decidimos detenernos y solicitar indicaciones, cayendo en la cuenta que caminando 102

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jamás lograríamos llegar ni dar con nuestro objetivo. En el hotel nos condujeron hacia nuestro hermoso cuarto con vista al lago, el que nos esperaba con flores y champaña. Fue una semana perfecta en a que nos comenzamos a vivir a plenitud. Abrazados recorrimos parajes maravillosos contándonos la vida, nos besamos por largas horas escondidos en un antiquísimo fuerte español hasta que fue hora de cerrar el museo. Reímos a más no poder de cuanta locura se nos ocurría. Cantamos abrazados a orillas del río mientras se bañaba en él la luna, y mirando la inmensidad del cielo estrellado en todo su esplendor, con los ojos llenos de lágrimas dimos gracias a Dios por haber cruzado nuestros caminos.

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Capítulo 16 | Cotidianeidad

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na mañana de mediados de verano descubrimos, para nuestra sorpresa, que nos habíamos transformado en una pareja de adultos jóvenes, casados y con responsabilidades auténticas uno por el otro. Atrás habían quedado los preparativos de la boda, las ceremonias, la fiesta e incluso la luna de miel. Aquel amanecer del lunes diecisiete de febrero entrábamos de lleno al mundo real. Comenzamos poco a poco a retomar nuestras rutinas, rutinas que, sin duda, ya jamás serían las mismas. La casa, el trabajo, los amigos, los compromisos, en fin, la vida con todos sus detalles y quehaceres ahora estaban trastocados por la presencia de una persona con costumbres y gustos totalmente distintos a los nuestros. Recuerdo cómo lentamente fuimos acomodándonos a la presencia del ser amado en nuestro día a día, acoplándonos a su cuerpo, acostumbrándonos a su respiración rítmica y pausada, a sus sobresaltos, a sus manías y necesidades, a sus gustos y locuras, a sus enojos y silencios, a sus exigencias, a su forma de ver la vida. Aprendiendo a ceder y a hacernos cargo del matrimonio, comprendiendo que amar y vivir en pareja es un arte difícil pero hermoso. 104

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Instalados en casa de mis adres, en mi dormitorio de soltera, iniciamos nuestra vida de casados. Fue allí donde aprendimos a compartir la cama, el baño, los amaneceres y los mil detalles que nos hacen seres humanos. Por lo reducido del espacio y a pesar de nuestro pudor y timidez de recién casados, debimos compartir todos aquellos rituales íntimos que estábamos acostumbrados a hacer en soledad, como ducharse, lavarse los dientes, ponerse el pijama, etc. No teníamos opción, debíamos tragarnos la vergüenza y confiar a que el amor que nos teníamos soportaría la cotidianeidad y la pérdida del glamur. Al principio me levantaba antes que él se despertaba corría al baño a peinarme y arreglarme la cara y volvía a la cama con total sigilo para que jamás se enterara de que me había movido de su lado, sin embargo, a las pocas semanas comprendí que no me podría pasar la ida escondiendo que era una mujer de carne y hueso y dejé que me descubriera tal y cual era por las mañanas. Para mi sorpresa, él no se sorprendió y la primera vez que me vio despeinada y sin maquillarme dormida junto a él, me dijo que estaba más hermosa que nunca. Hubo cosas de la cotidianeidad que se nos hicieron un poco complicadas, como nuestra rutina en la cama. Nos dormíamos abrazados, entrelazados, siendo un solo cuerpo de amor y entrega, pero entrada la noche, inconscientes y ajenos, desacostumbrados a la presencia del otro, comenzábamos a luchar por el terreno en nuestro nido de amor. Su pierna sobre mi vientre o su brazo en mi pecho me causaban pesadillas interminables, y con mis alegatos provocaba que él hablara dormido cosas indescifrables. Él se atravesaba en nuestra 105

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cama y yo despertaba estrellada contra la muralla molesta por ese hombre que decía amarme y no se preocupaba por mi comodidad. Otras veces me adormilaba acurrucada entre sus brazos mientras él hablaba y cuando reparaba en que me había dormido, me sacudía hasta despertarme para decirme que no tenía sueño – el despertar brusco siempre me ha desvelado - pero enamorada, me acomodaba para no dormir y así acompañarle en su desvelo, entonces se dormía profundamente. Enojada porque él roncaba ajeno a mí mientras yo contaba ovejas, intentaba molestarlo para despertarlo, pero jamás lo conseguía porque siempre gozó de un sueño pesadísimo, y si lograba que abriera los ojos me hablaba inconsciente y decía mil locuras que insistía en descifrar para luego descubrir que estaba, aunque sentado en la cama y con los ojos abiertos, completamente dormido. A él le gustaba la cama con muchas frazadas, bien pesada, porque siempre tenía frío, y yo, invierno y verano, acalorada sin soportar más que una frazada. Aguantaba heroico pasando frío por lo que yo cedía a sus necesidades, toda acalorada y desvelada. Los fines de semana despertaba a las nueve de la mañana, nunca más tarde; por mi parte podía dormir hasta las dos de la tarde sin problema alguno, y me enojaba porque él empezaba a dar vueltas en la cama para que yo despertara, aburrido como estaba por mi sueño insaciable. ¡Cuánto nos costó acomodarnos, conocernos, entendernos y respetarnos en la simple rutina del dormir! Minúsculos detalles que fuimos afinando y arreglando hasta llegar a compene106

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trarnos y acostumbrarnos tanto el uno al otro, a su presencia que si él no estaba junto a mí, no podía conciliar el sueño, por su parte, él jamás pudo dormir en soledad. Las primeras noches después de su partida, me consumió un insomnio que sólo pudo ser resuelto con medicamentos. Me acostaba muy entrada la noche, acobardada por la soledad buscando mil cosas por hacer con tal de no enfrentar nuestra enorme y solitaria cama, y cuando resignada me acostaba era para pasar la noche en vela pensando, recordando, llorando. No lograba dormir, no sin su cuerpo junto al mío, me faltaba su respiración, su abrazo, su mano fuerte sosteniendo la mía. Pasaron semanas en las que no pegué un ojo, cuando ya mi pensamiento y actuar se vieron alterados por mi falta de descanso acudí al médico quien me recetó fuertes pastillas que me noqueaban y dormían sin soñar. Hoy mi mente está tan abstraída que por las mañanas no recuerdo si dormí, soñé o simplemente estuve inmortalizando recuerdos. Me meto en la cama cuando el sol se está ocultando y me pierdo en un enmarañado mundo de imágenes, voces y pensamientos, no sé si estoy dormida o despierta, no sé si es vida, recuerdos o imaginación. Por las mañanas me siento confundida y perdida, sólo la rutina me ayuda a retomar mi presente.

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Capítulo 16 | Atajos a la vejez

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on penas y alegrías fuimos escribiendo nuestra vida, tejiendo nuestra historia. Lágrimas y risas se entrelazan en este cuento y fueron dando forma a nuestro mundo que era sólo tuyo, sólo mío. ¿Imaginaste tanto amor? ¿Soñaste con sentir tan inmenso sentimiento, tanta complicidad, tanta intimidad? Ni en mi sueño más osado alcancé a vislumbrar esta hermosa historia de amor y más. Al principio no me cansaba de mirarte, sentirte y amarte. Pasaron los años, el sentimiento maduró y me sentía cada vez más unida a ti, a tu cuerpo, a tu piel, a tu mente. Te conocí como nadie jamás te conoció, ni tus padres ni hermanos ni hijos. Sólo yo supe absolutamente todo acerca de ti, lo que guardabas en lo más profundo de tu corazón, lo que escondía tu alma, tus secretos y anhelos. Yo los desentrañé con mi amor, enamorándome de ellos y atesorándolos por siempre en mi viejo corazón. Y esas tristezas tan tuyas las hice mías, soñé tus sueños, festejé tus logros, lloré tus frustraciones, descubrí tus debilidades y flaquezas, aprendí a anteponerme a tus necesidades y a satisfacerlas. Te amé con locura más allá de todo límite. Te amé con el corazón completo y moriré 109

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amándote con todo mi ser. Siempre deseé hacerte feliz, tanto como tú me hiciste feliz a mí, espero haberlo conseguido. Espero haber llenado tus días de dicha y haber sido una buena compañera en los malos tiempos. No tuve tiempo de preguntártelo, de averiguar si fuiste feliz a mi lado. Imagino que sí. Nuestro matrimonio es una de las bendiciones más grande y agradezco a Dios el que me permitiera conocerte y así vivir mi vida junto a ti. No exagero mis sentimientos, no los adorno, no los disfrazo, simplemente te amé, te amo y te amaré más allá de la muerte, si es que se puede decir que este complejo sentimiento tiene algo de simplicidad. Mi vida junto a ti fue una rutina, una rutina dulce de amor y pasión. Durante casi treinta años amanecí abrazada a ti, amándote intensamente sin ganas de desprenderme de tu cuerpo. Siempre que partías al trabajo me colgaba de tu cuello besándote con pasión. Te extrañaba enormemente durante las horas en que estabas ausente, y te esperaba ansiosa cada tarde para acurrucarme entre tus brazos dispuesta a ver morir el día. Cuando la noche nos caía encima y estábamos cansados, buscábamos paz, silencio, oscuridad y complicidad en un beso y nos dormíamos entrelazados. ¿Qué más podría yo desear? He sido inmensamente feliz en mi vida, he vivido mis sueños y logrado mis metas, las grandes penas se han presentado al final de mi camino cuando tengo la edad y fortaleza suficientes como para sobrellevarlas. Quizás lo único que lamento es no poder ver a mis hijos con110

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vertirse en adultos, ambos están recién atrás dejando la juventud, iniciando con pasos tambaleantes sus vidas adultas. Realmente lamento no estar para mostrarles los mejores atajos a la vejez, pero confío en ellos, en su inteligencia, en su fortaleza, en los principios que inculcamos en sus corazones, y tengo la certeza de que terminarán encontrando la felicidad.

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Capítulo 17 | Desconocidos

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e extraño amor mío. Extraño todo de ti, cada detalle que te hacía ser tú, simplemente tú. Tus ojos sinceros, el brillo de tu mirada, tu risa fuerte y franca, tu varonil voz, tus fuertes manos, tu galantería, tu mal genio y hasta tus manías. Extraño incluso aquellas cosas que me enloquecían de ti, como cuando no bajabas la tabla del inodoro, o que dejaras la mesa del comedor llena de los papeles que ocupaban tus bolsillos. Extraño tu abrazo apretado antes de dormir y sentir tus manos en mi piel. Extraño nuestras eternas conversaciones a la luz de las velas y las discusiones sin sentido. Extraño tu compañía y el calor de tu cuerpo junto a mí. ¿Por qué me dejaste sola? ¿Por qué permitiste que la muerte te arrancara de mi lado? Cuando te marchaste no sólo perdí a mi esposo y al padre de mis hijos, contigo se fue mi amante, mi compañero y mi mejor amigo, me dejaste sola afrontando lo que habíamos iniciado juntos. Me prometiste amor mío, tú me prometiste sostener mi mano siempre que tuviera miedo y ahora estoy aterrada con esta enfermedad que me arrebata la cordura. Cada día es más agobiante no comprender al mundo que me rodea, no conocer los rostros, no entender las lágri113

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mas de la gente que me observa, y sobre todo, no reconocerme en el espejo. A la locura le temo más que a la muerte. Estoy cansada de los cuidados de Amaro, los regaños de Matilda y la vigilancia de Renata. Me tratan como a una niña sin derechos ni opinión, y ni siquiera oyen mis reclamos. No sabes lo terrible que es vivir perdida en la bruma del recuerdo, en soledad, una triste soledad acompañada por seres que no conoces y que, pese a todo su amor, realmente no comprenden que te sucede y no desean oírlo porque les asusta encontrarse con la verdad. Me arrepiento de no haberme dejado internar cuando aún era posible, ahora con lo deteriorada que esta mis salud, jamás me alejarían de su lado, porque están esperando aterrados el desenlace, lo percibo en sus miradas tristes. Cada amanecer Matilda entra silenciosa a mi cuarto y se inclina sobre mí temerosa y cuando oye mi respiración, suspira aliviada o quizás agotada, ya no lo sé. Oh mi amor, para mi nuestros hijos se han marchado lejos, se han escondido en un rincón de mi mente enferma y han sido reemplazados por estos muchachos gruñones y mandones, por los que no siento un real cariño, sé que es duro para ellos percibirlo y trato de disimularlo, con sonrisas veladas, pero es tan complicado amor. Y es que la Matilda que se inclina sobre mi cama no es mi niña adorada y juguetona, no la reconozco y con gusto le daría un golpe por su falta de respeto con esta anciana senil. Entran y salen de mi cuarto sin respeto alguno, me agotan, te necesito.

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Los buenos recuerdos esos que siempre me ayudaron a sobrellevar los malos tiempos, se han perdido en el laberinto confuso de mi mente y por más que lucho por recuperarlos no lo consigo, se escapan, se van, se desvanecen uno tras otro, como luces que se apagan una a una, dejándome en completa oscuridad. Te busco en mi mente, te llamo en el silencio de nuestro cuarto y a gritos te ruego que vuelvas a mí, te exijo que vengas a rescatarme de esta pesadilla, oh amor, cumple tú promesa. Me canse de caminar sola por la niebla de mi vida, me siento perdida en un mundo desconocido y absolutamente solitario. “Ellos” no quieren que parta, me vigilan, me obligan a comer, a dormir, a tomar medicamentos, con esos detalles solo extienden este tormento, eso me molesta aún más, quisiera que me dejaran ir, he tratado de explicarles, pero no oyen, se apegan firmemente a una rutina de supervivencia para mi realmente absurda, no ven como sufro y no entiendo para que me desean junto a ellos. Las mañanas son frías y eternas, me rehúso a salir de la cama y me quedo acurrucada entre estas sabanas buscándote, extrañándote y por las tardes salgo al jardín para ver morir el día como solíamos hacerlo, preguntándome cuando volverás por mí, cuando cumplirás tú promesa. He olvidado tantas cosas, muchas me parecen incomprensibles, otras desconocidas y las demás absurdas. Solo tu imagen y la llama de tu amor esta en mí eternamente encendida, llamándome. 115

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Cuando releo estas páginas, entonces comprendo que fui feliz y entiendo el afán de estos muchachos por mantenerme a su lado, soy su madre y de alguna manera mi presencia les da consuelo, tienen miedo de mi partida por el dolor que eso les causara, pero no ven el alivio que sin duda sobrevendrá cuando al fin me marche. Podrán retomar sus vidas, buscar su camino y ser felices, aun con el vacío y la orfandad en que quedaran. Mi recuerdo siempre vivirá con ellos. Mis hijos amados yo ya no soy su madre, soy una mujer senil que no los reconoce, que no los recuerda y a veces ni siquiera les soporta. Su madre esa que aman se marchó hace tiempo ya, soy solo la sombra de su recuerdo. Quisiera fuera diferente, sé que sufren y eso me duele; sé que me extrañan y quisiera darles esa caricia que sin duda necesitan, lo intento, pero estoy tan agotada y me son tan desconocidos que no lo consigo. Parada frente al espejo veo una mujer de canas enmarañadas y rostro pálido, mirada ausente y triste ¿Quién diablos soy?

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Capítulo 18 | Sujeta mi mano

La sombra de tu recuerdo se ha instalado a los pies de mi cama y me vigila de cerca. Ya no me dejas sola, día y noche estás ahí observándome, cuidándome y esperando por mí ¿A quién pretendo engañar?, sé que es mi mente confundida y este corazón mío que te necesita con locura los que proyectan aquel reflejo tuyo joven, sano, vivo. Pero no me importa estar loca, quiero creer que estás ahí esperándome y que cuando sienta miedo y esté pronta a dar el paso final, sujetarás mi mano fuerte como solías hacerlo cuando estaba asustada, entonces se calmarán los latidos acelerados de mi corazón y avanzaré sin temor hacia el final de mi camino. Me he transformado en una vieja sin pasado, sin memoria. Vivo perdida entre nubes sin reconocer ni mi sombra, y estoy enamorada de un fantasma ¿Hasta dónde voy a llegar? He sido feliz, he amado, he disfrutado de cada segundo en este largo camino, ¿qué más puedo esperar de esta vida? Esta vida mía ya no es vida y estoy cansada. He perdido las fuerzas y las ganas de seguir luchando. Comprendo que no

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volveré a salir de esta cama, de este cuarto, y que nuestra historia está llegando a su final. Pero ahora que tú estás ahí, no siento miedo. Bien sabes que te seguiría hasta el fin del mundo. No me asusta la muerte, a lo largo de esta maldita enfermedad he llegado a añorarla muchas veces segura de que en ella encontraré el descanso y la paz que merezco y deseo, y ahora que se presenta certera, me dejo llevar sin oponer resistencia. El cuarto está oscuro, últimamente la luz artificial me molesta, me hace doler los ojos, prefiero quedarme en la penumbra. En la ventana golpea incesantemente la rama del jacarandá que plantaste para mí cuando recién nos mudamos a esta casa. No he dejado que le poden este año. Ese suave golpeteo me acompaña en las noches en vela y me encanta ver el jardín repleto de azuladas flores. De pronto distingo tu fantasma de pié junto a la ventana observándome. Con gran dificultad me levanto de la cama y camino hacia ti, milagrosamente sin tropezar con nada. Mi cuerpo está débil, debo hacer un gran esfuerzo para alcanzarte. Me tiemblan las piernas y mi viejo corazón late con un sonido extraño. Finalmente llego a tu lado y extiendo la mano para tocarte, para sentirte, contrario a lo que esperaba no te desvaneces sino que también extiendes tu mano para recibirme cariñoso. Creí que te esfumarías al tocarte pero no lo haces, y al contacto con tu piel me estremezco. Tus manos están frías como siempre. Te lo digo, me sonríes. En la habitación reina una calma absoluta. Descorro las cortinas y la luna me mira, grande y llena, guardiana de la noche. Su reflejo da un chispazo a mi memoria y me trae el recuerdo de momentos más felices de vida, de amor, de hijos y pasión, de pronto comprendo que todo ha terminado para nosotros. Respiro profun118

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do y me arrimo a tu cuerpo, acurrucándome a tus brazos mientras contemplamos la luna en silencio. Hoy sería nuestro aniversario ¿Cuánto?, ¿treinta y cinco años? Me pregunto cómo habríamos celebrado si las cosas hubieran sido distintas, y por un instante la pena y frustración suben a mi pecho arrancándome un sollozo. Siento tristeza por esta historia que acaba. Tomas mi cara con tus manos, la levantas hacia ti y con esa mirada profunda me recuerdas lo afortunado que hemos sido al conocernos, al tenernos, al vivirnos, y es verdad, hemos gozado de cosas que muchos jamás han tenido. Debo estar agradecida de los buenos años que caminamos de la mano, del amor, de los hijos, de la historia que escribimos. Seco mis lágrimas y sonrío. Tienes razón, tienes razón – murmuro -. Luego extiendo la mano y te acaricio la cara tersa, suave, joven, te acaricio el pelo negro, me empino levemente para alcanzar tu boca con mis labios, con mis labios rozo los tuyos y me quedo sin aliento. Te extrañaba tanto amor mío. Me tomas de la mano y me conduces a la cama con suavidad. Me ayudas a acostarme y te acuestas junto a mí, me aprietas junto a tu cuerpo, me abrazas fuerte y entrelazas tus piernas con las mías. Cierro los ojos, tranquila, serena, feliz, y lentamente me voy adormeciendo en paz, como hace tanto tiempo no lo hacía. Antes de abandonarme completamente al sueño, murmuro un Te Amo y cierro los ojos para siempre. Escribo la última línea de nuestra historia, desde el palacio de mis memorias gastadas.

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© Danna Ortiz, 2013 121

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