El Nacimiento Del Islam

  • Author / Uploaded
  • Anon

Citation preview

El nacimiento del Islam Anónimo En diversos puntos los nómadas ya asentados crearon ciudades con una sociedad un poco más avanzada. La más importante era Meka, en el Heyaz. En la ciudad, cada clan aún tenía su Maylis y la piedra de su ciudad, pero la unión de los clanes que formaban la ciudad era expresada externamente por una colección de piedras colocadas en un santuario central con un símbolo común. El edificio en forma de cubo conocido como la caaba era uno de estos símbolos de la unidad en Meka, donde un concilio conocido como el Mala, sacado de los maylis de los clanes, sustituía al sencillo maylis tribal. Aquí, el carácter condicional y consensual de la autoridad del jeque estaba debilitada y, hasta cierto punto, fue suplantada por una especie de oligarquía de las familias dominantes.

Capítulo 1: Arabia antes del Islam La península de Arabia forma un amplio rectángulo de más de tres millones doscientos mil kilómetros cuadrados. Limita: - Al norte: con una serie de territorios conocidos tradicionalmente como el Creciente Imânrtil: -Mesopotamia -Siria -Palestina Y con las tierras fronterizas del desierto. - Al este y al sur: limita con el golfo Pérsico y el océano Indico. -Al oeste: con el mar Rojo. Las regiones suroccidentales del Yemen están formadas por terreno montañoso bien irrigado que desde fechas muy remotas permitió el nacimiento de la agricultura y el desarrollo de una civilización sedentaria floreciente relativamente avanzada. El resto del país se compone de áridas estepas y desiertos interrumpidos tan sólo por algún ocasional oasis y atravesados por escasas rutas comerciales y caravaneras. La población estaba constituida principalmente por pastores y nómadas, que vivían de sus rebaños y de las incursiones en los pueblos del los oasis y de las provincias vecinas dedicadas al cultivo. Los desiertos de Arabia son de índole diversa: los más importantes, según la clasificación árabe, son: -El Nefud: un mar de enormes dunas móviles que forman un paisaje de aspecto constantemente cambiante. -El Hamad: terreno más firme en las zonas próximas a Siria e Irak. -La estepa: donde el terreno es más compacto y donde la lluvia ocasional produce una vegetación

repentina y transitoria. Y, por fin, el vasto e impenetrable desierto de arena del sureste. Entre estas zonas las comunicaciones eran limitadas y difíciles, contando sobre todo con los cauces de los ríos, de modo que los habitantes de las diferentes partes de Arabia tenían poco contacto entre sí. Tradicionalmente, los árabes dividen el centro y norte de la península en tres zonas: 1ª- La Tihama, una palabra semítica que significa y se aplica a las onduladas llanuras y a la escarpada costa de mar Rojo. 2ª- Heyaz. Hacia el este, es el Heyaz, o . Este termino se aplicaba originalmente sólo a la cadena montañosa que separa la llanura costera de la meseta del Neyed, pero posteriormente se extendió para incluir gran parte de la llanura costera. 3º- Neyed. Al este del Heyaz se encuentra la gran meseta interior del Neyed, formada en su mayor parte por el desierto del Nefud. Desde tiempos muy primitivos, Arabia ha constituido una zona de tránsito entre los países del Mediterráneo y el Lejano Oriente, y su historia ha quedado determinada en gran medida por la vicisitudes del tráfico Oriente-Occidente. Las comunicaciones, tanto en el interior de Arabia como através de ella es establecían por la configuración geográfica de la península formando ciertas líneas bien definidas. División de los árabes La tradición nacional de los árabes divide los pueblos de su raza en dos ramas principales: - La del norte. - Y la del sur. Esta distinción encuentra eco en el capítulo diez del Génesis, donde se dan dos líneas distintas de descendencia de Sem: - Una para los de la central y septentrional, esta más cerca de los hebreos. - Y otra para los pueblos de Arabia suroccidental. El significado etnológico de esta distinción es desconocido, y probablemente seguirá siéndolo. Aparece por vez primera en la historia en términos lingüísticos y culturales. La lengua árabe del sur es diferente de la que se habla en la Arabia del Norte, que en última instancia se convirtió en el árabe clásico. Se escribe en un alfabeto diferente, que ha llegado hasta nosotros a través de las inscripciones, y está relacionado con el etíope, un lengua y escritura desarrolladas por los colonos procedentes del sur de Arabia que establecieron los primeros centros de la civilización etíope. Otra importante distinción es que los pueblos árabes del sur eran un pueblo sedentario. Arabia del Sur La cronología de la historia de la Arabia del sur de los primeros tiempos no esta clara. 1º Reino de Saba. Uno de los primeros reinos que se menciona en los documentos es Saba, quizá idéntico al Saba bíblico, cuya reina entró en relaciones con el rey Salomón. Es posible que Saba exista desde el siglo X a. C. Aparecen algunas referencias ocasionales del siglo VII y pruebas contrastadas hacia el VI. El año 750 a. C., poco más o menos, uno de los reyes de Saba construyó el famoso dique de Marib, que durante mucho tiempo reguló la vida agrícola del reino. Se mantenían vínculos comerciales con las cercanas costas africanas y probablemente con países más lejanos. Parece que los habitantes de Saba colonizaron extensamente Africa y fundaron el reino de Abisinia, nombre que procede de Habshat, un pueblo árabe del suroeste peninsular. El nombre árabe de Etiopía aún el Habash.

Desde la época en que las conquistas de Alejandro Magno pusieron el mundo mediterráneo en contacto con el Lejano Oriente, la mayor información que poseemos en la fuentes griegas dan testimonio de un creciente interés por la Arabia meridional. Los Tolomeos de Egipto enviaron barcos por el mar Rojo a explorar las costas árabes y las rutas comerciales hacia la India. Sus sucesores e Oriente Próximo conservaron ese interés. 2º Dominio Himyarí Hacia finales de siglo V d. C. el reino de Saba se hallaba en avanzado estado de declive. Fuentes musulmanas y cristianas sugieren que había caído bajo el dominio de los himyaríes, otro pueblo árabe del sur. El último rey himyarí, Du Nuwas, se convirtió al judaísmo. Como represalia por la persecución bizantina de los judíos, adoptó medidas represivas contra los colonos cristianos en Arabia del Sur. Esto a su vez tuvo repercusiones en Bizancio y en Etiopía, por entonces un Estado cristiano, y proporcionó a este último el incentivo y la oportunidad de vengar a los cristianos perseguidos y al mismo tiempo de apoderarse de la llave del comercio indio. 3º Dominio etíope del Yemen El reino de Saba finalizó con una invasión etíope con el apoyo de los cristianos del lugar. 4º Dominio Persa El dominio etíope del Yemen no duró mucho. En 575 d. C. una invasión de Persia redujo sin grandes dificultades este Estado a una satrapía. El gobierno persa también fue efímero, y en la época de la conquista musulmana pocas señales quedaban de él. La base de la sociedad en la Arabia del Sur era la agricultura, y las inscripciones, con sus frecuentes referencias a diques, canales, problemas de fronteras y propiedad de la tierra, sugieren que existía un elevado grado de desarrollo. Además de cereales, los árabes del sur producían mirra, incienso, especias y plantas aromáticas. Estas últimas eran su principal producto de exportación, y en las tierras mediterráneas, las especias del sur de Arabia, que a menudo se confundían con las que llegaban por esa ruta, procedentes de tierras más lejanas, dieron lugar a su legendaria fama de tierras de riqueza y prosperidad: la Arabia Eudemonia o Arabia Feliz del mundo clásico. La organización política de Arabia del Sur era la monarquía y al parecer poseía uno sólidos cimientos con la sucesión regular de padres a hijos. Los reyes no eran divinos, como en el resto de Oriente, y su autoridad, en ciertos períodos al menos, estaba limitada por el Consejo de los Notables y, en fechas posteriores, por una especie de feudalismo con señores locales que mandaban desde los castillos sobre sus vasallos y campesinos. La religión de Arabia del Sur era politeísta y guarda una semejanza general, aunque no detallada, con las de los otros pueblos semitas antiguos. Los templos eran importantes centros de la vida pública y poseían una gran riqueza, que era administrada por los principales sacerdotes. La misma cosecha de especias se consideraba sagrada y un tercio se reservaba para los dioses, es decir, para los sacerdotes. Aunque la escritura se conocía y han sobrevivido muchas inscripciones, no existen indicios de ningún libro ni textos literarios. Arabia Central y del Norte Cuando pasamos de la Arabia del Sur a la Arabia central y a la del Norte encontramos una historia muy diferente, basada en información mucho más escasa. Hemos visto que las fuentes asirias, bíblicas y persas nos ofrecen ocasionales referencias a pueblos nómadas del centro y del norte. Los árabes del sur también parece que colonizaron en una medida limitada el norte, probablemente con fines comerciales. La primera información detallada que poseemos data del período clásico, cuando la penetración de las influencias helenísticos procedentes de Siria y explotación de las influencias helenísticas procedentes de Siria y la explotación periódica de la ruta comercial de Arabia occidental produjeron una serie de Estados fronterizos semisedentarios en las comarcas desérticas del norte de Arabia. Estos Estados, aunque de origen árabe, se hallaban bajo una fuerte influencia de la cultura aramea helenizada y en general empleaban la lengua aramea para sus inscripciones. Su carácter árabe sólo

se revela en sus nombres propios. Los nabateos El primero, y quizá el más importante de ellos, fue el de los nabateos, que gobernaron en el período de su mayor poder sobre una zona que se extendía desde el golfo de Aqaba hacia el norte hasta el mar Muerto e incluía gran parte del norte del Heyaz. El primer rey conocido por las inscripciones es Aretas (en árabe Haretat), que se menciona en 169 a.C. Su capital se encontraba en Petra, en el actual reino de Jordania. El reino nabateo efectuó sus primeros contactos con Roma en el año 65 a.C., cuando Pompeyo visitó Petra. Los romanos establecieron relaciones amistosas con reino árabe, que servía como una especie de Estado amortiguador entre las zonas colonizadas del este romano y desierto de indómitos habitantes. En 25-24 a.C. el reino nabateo sirvió de base para la expedición de Elio Galo. Esta expedición, enviada por Augusto para conquistar el Yemen, constituyó el único intento romano de penetrar en Arabia. El móvil fue el control de la salida meridional de la ruta comercial hacia la India. Embarcando en un puerto del mar Rojo, Elio Galo consiguió llegar a la Arabia occidental y penetrar en el interior. Sin embargo, la expedición resultó un absoluto fracaso y acabó con una ignominiosa retirada de los romanos. Durante el siglo I de nuestra era, las relaciones entre los romanos y los nabateos se deterioraron y en el año 105 el emperador Trajano convirtió el norte de la región en provincia romana. Observamos de paso que los árabes de las provincias fronterizas romanas proporcionaron al Imperio Romano al menos un emperador, Filipo, que gobernó del 244 al 249. El período inmediatamente posterior a su muerte vio el nacimiento del segundo de los Estados fronterizos árabes arameizados del sureste de Siria. Reino de Palmira Se trata del famoso reino de Palmira, creado en desierto sirio-árabe, también en el punto de partida de la ruta comercial occidental. Su primer gobernante fue Odonato (en árabe, Udayna), reconocido como augusto por el emperador Galieno en 265, en recompensa por su ayuda en la guerra contra los persas. A su muerte le sucedió su viuda, la famosa Zenobia (en árabe, Zaynab), quien durante un tiempo afirmó ser reina de la mayor parte de Oriente Próximo y proclamó César Augusto a su hijo, conocido en las fuentes clásicas como Atenodoro, probablemente traducción griega de la palabra árabe Wahballat. Fue derrotada por el emperador Aureliano, quien conquistó Palmira en 273, suprimió el reino y llevó a Zenobia a Roma con cadenas de oro incluida entre los prisioneros que formaron parte de su triunfo. Estos dos Estados conocieron una efímera gloria en los anales romanos, que no fueron más que asuntos baladíes, faltándoles la solidez de los reinos árabes del sur basados, en su mayoría, en pueblos nómadas y seminómadas. Su importancia derivó de su ubicación en las rutas comerciales que iban desde Roma, a través de Arabia occidental, al lejano Oriente y de su función de Estados amortiguadores o principados fronterizos tributarios que ahorraron a los romanos la difícil y costosa tarea de mantener defensas militares en las fronteras del desierto. Estados de Lihyan y Thamud Menos datos poseemos de los dos Estados árabes que florecieron durante el período helenístico en el interior. Se trata de los Estados de Lihyan y Thamud. Ambos conocidos principalmente por las inscripciones hechas en su propia lengua y, en el caso último, por una cuantas referencias que aparecen el en Corán. Al parecer, los dos Estados se hallaron durante un tiempo bajo soberanía nabatea y posteriormente se independizaron.

En el año 384 se produjo un acontecimiento importante: un acuerdo de paz que acabó con la larga serie de guerras libradas entre el Imperio Romano y los persas durante los siglos III y IV. En este largo período de paz entre los dos imperios, que duró hasta el 502, el comercio regional e internacional volvió a las rutas directas a través de Egipto y el mar Rojo y a través del valle del Eufrates y el golfo Pérsico. En épocas de paz eran más cortas, más seguras y más baratas, y ni los persas ni los bizantinos tenían ningún incentivo para buscar y desarrollar rutas alternativas en lugares más remotos fuera del alcance de sus enemigos. La ruta comercial de la Arabia occidental -siempre difícil y llena de peligros- ya no era necesaria y, al parecer, fue abandonada. El período comprendido entre los siglos IV y VI, cuando Arabia ya no importaba al Imperio Bizantino ni a los persas, fue una época de declive y deterioro: - En el suroeste, como hemos visto, las civilizaciones del Yemen se empobrecieron y cayeron bajo dominio extranjero. La pérdida de la prosperidad y las migraciones de las tribus desde el sur hasta el norte son condensadas por la tradición nacional árabe en el único y sorprendente episodio de la rotura del dique de Marib y la consiguiente desolación que produjo. - En el norte, los Estados fronterizos en otra época florecientes cayeron directamente bajo le dominio imperial o pasaron a la anarquía nómada. En la mayor parte de la península las ciudades que existían fueron desapareciendo y el nomadismo se extendió por todas partes en perjuicio del comercio y el cultivo. La característica dominante de la población de Arabia central y del Norte en este período crucial, inmediatamente anterior al nacimiento del Islam, es el tribalismo de los beduinos. En la sociedad beduina, la unidad social es el grupo, no el individuo. Este posee derechos y obligaciones sólo como miembro de su grupo. El grupo se mantiene unido externamente por la necesidad de autodefensa contra las penalidades y los peligros de la vida en el desierto, e internamente por los lazos de sangre de la ascendencia por línea masculina, que es el vínculo social básico. -La alimentación de la tribu depende de sus rebaños y del pillaje a los países vecinos sedentarios y a las caravanas que aún osan cruzar Arabia. Mediante una especie de cadena de ataques mutuos, los artículos de las tierras colonizadas penetran, a través de las tribus más próximas a las fronteras, en el interior. La tribu no suele admitir la propiedad privada de tierra, sino que ejerce derechos colectivos sobre los pastos, recursos de agua, etcétera. Existe la certeza de que incluso los rebaños en ocasiones eran de propiedad colectiva de la tribu y sólo los artículos de menaje eran objeto de propiedad personal. -La organización política de la tribu era rudimentaria. Su cabeza era el sayyid o jeque, líder electo que raras veces era el más sobresalía entre sus iguales. Más que dirigir la opinión tribal lo que hacía era seguirla. No podía imponer obligaciones ni infligir castigos. Los derechos y obligaciones vinculaban a las familias individuales dentro de la tribu, pero a ninguna del exterior. La función de del jeque era arbitrar más que mandar. No poseía poderes coercitivos y los conceptos mismos de autoridad, reinado, castigo público, etcétera, resultaban abominables a la sociedad nómada árabe. El jeque era elegido por los ancianos de la tribu, normalmente de entre los miembros de una sola familia, una especie de casa , conocida como el ahl al-bayt, . Un consejo de ancianos llamado maylis, que estaba formado por los cabezas de las familias y representantes de los clanes dentro de la tribu, le asesoraban. El maylis era el portavoz de la opinión pública. Al parecer se reconocía una distinción entre ciertos clanes considerados nobles y el resto. La vida de la tribu era regulada por la costumbre, la sunna (tradición de los antiguos), que debía toda la autoridad de que estaba investida a la veneración general por los antepasados y hallaba su única sanción en la opinión pública. El maylis tribal era su símbolo externo y su único instrumento. La principal limitación social de la anarquía que predominaba era la costumbre de la venganza de sangre, que imponía a los parientes de un hombre asesinado la obligación de vengarse sobre el

asesino o sobre uno de los miembros de su tribu. -La religión de los nómadas era una forma de polidemonismo (demonismo= Fe en la existencia de seres espirituales y en las prácticas de magia.) vinculado al paganismo de los antiguos semitas. los seres que adoraban eran en un principio los moradores y patronos de lugares aislados, que vivían en árboles, fuentes y, en especial, en piedras sagradas. Existían algunos dioses en el sentido convencional, cuya autoridad transcendía los límites de los cultos puramente tribales. Los tres más importantes eran Manat, Uzzá y Allat, el último de los cuales lo menciona Herodoto. Estos tres estaban subordinados a una deidad superior, cuyo nombre era Al-lâh. En la religión de las tribus no existía sacerdocio auténtico; los nómadas en sus migraciones llevaban a sus dioses consigo en una tienda roja que constituía una especie de Arca de la Alianza, que les acompañaba en las batallas. Su religión no era personal sino comunal. La fe tribal se centraba en el dios de la tribu, simbolizado generalmente por una piedra y a veces por algún otro objeto. Estaba protegido por la casa de jeques, la cual obtenía así cierto prestigio religioso. Dios y el culto eran la insignia de la identidad tribal y la única expresión ideológica del sentido de unidad y cohesión de la tribu. La conformidad al culto tribal expresaba la lealtad política; la apostasía equivalía a traición. El Oasis La única excepción a este modo de vida nómada era el oasis. Allí, las pequeñas comunidades sedentarias formaban una organización política rudimentaria y la familia más destacada del oasis solía proclamar una especie de pequeño reinado sobre sus habitantes. A veces, el que gobernaba el oasis reclamaba una vaga capacidad de soberanía sobre las tribus vecina. Asimismo, en ocasiones, un oasis podía obtener el control sobre un oasis próximo y establecer de ese modo un efímero imperio en el desierto. Reino de Kinda Tan sólo uno, el de Kinda, es digno de mención, ya que su nacimiento y expansión en muchos aspectos prefiguró la posterior expansión del islam. El reino de Kinda floreció a finales del siglo V y principios de VI en el norte de Arabia. Al principio fue poderoso, e incluso se extendió a la zona de los Estados fronterizos, pero se derrumbó debido a su falta de cohesión interior y a que no logró franquear las barreras erigidas por le Imperio Bizantino y por los persas, a la sazón relativamente mucho más poderosos que unas décadas más tarde, cuando se enfrentaron al islam. El reino de Kinda dejó recuerdo más permanente en la poesía árabe. En el siglo VI, las tribus árabes de la península poseían una técnica y una lengua poética común, independiente de los dialectos tribales, que unía a las tribus árabes en una única tradición y una única cultura transmitida oralmente. Esta lengua y literatura comunes debieron gran parte de su fuerza y desarrollo a los logros y recuerdos de Kinda, la primera gran aventura conjunta de las tribus de la Arabia central y septentrional. Durante el siglo VI alcanzaron su plena madurez clásica. Meka En diversos puntos los nómadas ya asentados crearon ciudades con una sociedad un poco más avanzada. La más importante era Meka, en el Heyaz. En la ciudad, cada clan aún tenía su Maylis y la piedra de su ciudad, pero la unión de los clanes que formaban la ciudad era expresada externamente por una colección de piedras colocadas en un santuario central con un símbolo común. El edificio en forma de cubo conocido como la caaba era uno de estos símbolos de la unidad en Meka, donde un concilio conocido como el Mala, sacado de los maylis de los clanes, sustituía al sencillo maylis tribal. Aquí, el carácter condicional y consensual de la autoridad del jeque estaba debilitada y, hasta cierto punto, fue suplantada por una especie de oligarquía de las familias dominantes. Asentamiento de colonias extranjeras A pesar de la regresión que se produjo en este período, Arabia no se hallaba aún completamente aislada del mundo civilizado pero rozaba sus límites. La cultura persa y la bizantina, tanto en sus

aspectos materiales como morales, llegaba a ellos a través de varios canales, la mayoría conectados con las rutas comerciales transárabes. El asentamiento de colonias extranjeras en la península tuvo cierta importancia. Se crearon asentamientos judíos y cristianos en diferentes partes de Arabia, que difundieron la cultura aramea y la helenística: - El principal centro cristiano de Arabia del Sur se encontraba en Nayran, donde se desarrollaba una vida política relativamente avanzada. - Había judíos o árabes judaizantes en varios lugares, especialmente en Yatrib, más tarde denominada Medina. Se trataba sobre todo de agricultores y artesanos. Su origen se incierto y se han barajado muchas teorías diferentes. Los estados fronterizos Otro canal de penetración eran los Estados fronterizos. La misma necesidad que había empujado a los romanos a promover el nacimiento de los reinos nabateo y de Palmira indujo al Imperio Bizantino y a los persas a permitir el desarrollo de Estados fronterizos árabes en las fronteras de Siria e Irak. Los dos Estados, el de los gasánidas y el de Hira, eran cristianos, el primero monofisista y el último nestoriano . Ambos poseían un tinte de cultura aramea y helenística, parte de la cual se filtró al interior. Los gasanidas La historia de los primeros tiempos de los gasánidas es poco clara y sólo se conoce por la tradición árabe. Cierta historia empieza el 529, cuando el filarca al-Harit ibn Jabala (Aretas en griego) recibió nuevos títulos de Justiniano tras derrotar a los vasallos árabes de Persia. Los gasánidas residían en las proximidades del río Yarmuk y fueron reconocidos, más que designados, por Bizancio. En vísperas del nacimiento del islam, los subsidios hasta entonces pagados por Bizancio a los gasánidas fueron interrumpidos por Heraclio como medida de economía tras la agotadora guerra con los persas, y como consecuencia de ello los musulmanes hallaron a los gasánidas en un estado de resentimiento y deslealtad hacia Bizancio. Principado aabe de Hira En las fronteras de la provincia de Irak, dominada por los persas, se hallaba el principado árabe de Hira, un Estado vasallo de los emperadores sasánidas de Persia, subordinado cuando eran fuertes, agresivo cuando eran débiles. Su función en el imperio sasánida era la misma que la de los gasánidas en el Imperio Bizantino. En las guerras persas contra Bizancio, los árabes de Hira solían servir de auxiliares. Su período de mayor independencia fue bajo al-Mundir III, el contemporáneo y enemigo del gasánida al-Harit. Hira siempre fue considerada por la tradición árabe parte esencial de la comunidad arábiga, en contacto directo con el resto de Arabia. Aunque vasalla de los persas, extraía su cultura principalmente de Occidente, de la civilización cristiana y helenística de Siria. Pagana al principio, fue convertida al cristianismo nestoriano, traído por los cautivos. La dinastía de Lajm fue exterminada tras una rebelión por el emperador persa Cosroes II, quien en 602 envió un gobernador persa a un principado cuya población en su mayoría era árabe. Hira siguió siendo un puesto avanzado persa hasta el año 633, cuando fue conquistada por las fuerzas musulmanas. Dominio extranjero directo Otra fuente de influencia extranjera limitada era el dominio extranjero directo. Las efímeras dominaciones etíope y persa en el Yemen y las provincias fronterizas persas y bizantinas de Arabia del Norte constituían canales a través de los cuales los árabes tuvieron conocimiento de algunas de las técnicas militares más avanzadas de la época y por donde se filtraron otras influencias materiales y culturales. La reacción árabe a estos estímulos externos se ve en diversos aspectos: - Materialmente, los árabes adquirieron armas y aprendieron su uso y los principios de la estrategia

y organización militares. En las provincias fronterizas del norte, las tropas auxiliares árabes fueron subordinadas y entrenadas a gran escala. Las telas, las vituallas, el vino y probablemente también el arte de la escritura llegaron a los árabes de la misma manera. - Intelectualmente, las religiones de Oriente Medio, con sus principios monoteístas y sus ideas morales, trajeron un tinte de cultura y erudición a los árabes. Esta respuesta se vio limitada en general a ciertas áreas, en particular a las poblaciones sedentarias de Arabia del Sur y el Heyaz. A pesar del alcance e importancia numérica de los nómadas, fueron los elementos asentados y más especialmente los que vivían y trabajaban en las rutas comerciales transárabes, quienes realmente dieron forma a la historia de Arabia. Los sucesivos desplazamientos de estas rutas determinaron los cambios y revoluciones que se produjeron en la historia árabe. Guerras Perso-Bizantinas En el año 502, la larga paz existente entre los imperios persa y bizantino llegó a su fin, y comenzó una nueva serie de guerras que prosiguieron hasta el final de conflicto persa-bizantino que tuvo lugar entre el 603 y el 628. Igual que la paz, la reanudación de la guerra supuso cambios de trascendental importancia. Las rutas cortas y directas entre los dos imperios se hicieron impracticables, ya que cada uno pretendía impedir el comercio del otro. Las rutas que iban más allá de las fronteras de ambos imperios -a través de las estepas del norte y los desiertos y mares del suradquirieron una nueva importancia comercial y estratégica. La ruta del golfo Pérsico-Eufrates, hasta entonces favorecida por el comercio entre el Mediterráneo y el Lajano Oriente, resultaba difícil a causa de las barreras políticas, militares y económicas y la desorganización general debida a los constantes conflictos. También Egipto se hallaba en estado de desorden y ya no ofrecía una ruta alternativa a través del valle del Nilo y el mar Rojo. En consecuencia, los mercaderes recurrieron una vez más a la difícil, pero más tranquila, ruta de Siria a través de la Arabia occidental hasta el Yemen, a cuyos puertos acudían los buques indios. Pese a los intentos realizados por los persas y por los bizantinos y sus aliados etíopes por controlar esta ruta, seguía siendo práctica y accesible. El reino de Palmira y el de los nabateos del Norte, cuya anterior prosperidad se había debido a una combinación similar de causas, hacía tiempo que habían desaparecido. La oportunidad creada fue aprovechada por la ciudad de Meka. Meka Meka se halla bien situada en la encrucijada de las líneas de comunicación que van al sur hacia el Yemen, al norte hacia el Mediterráneo, al este hacia el golfo Pérsico, al oeste hacia el puerto de Jedda en el mar Rojo y la vía marítima hacia Africa. Algún tiempo antes del nacimiento del islam, Meka fue ocupada por la tribu árabe de quaishi, que rápidamente se desarrolló y formó una importante comunidad comercial. Los mercaderes de Quraishi tenían tratos comerciales con las autoridades fronterizas bizantinas, etíopes y persas y dirigían un extenso comercio. Dos veces al año despachaban grandes caravanas al norte y al sur. Estas eran empresas cooperativas organizadas por grupos de mercaderes asociados en Meka. También se enviaban caravanas más pequeñas en otras épocas de año, y existen indicios de comercio marítimo con Africa. En las proximidades de Meka se celebraban numerosas ferias, de las cuales la más importante era la de Ukaz. Estas fueron incorporadas a la vida económica de Meka y contribuyeron a extender la influencia y prestigio de la ciudad entre los nómadas de los alrededores. La población de Meka era diversa. El elemento central y dominante, conocido como , consistía en una especie de aristocracia comercial formada por caravaneros y hombres de negocios, los contratitas y vedaderos amos del comercio del tránsito. Tras ellos llegaron los llamados , una población de mercaderes más pequeña, de asentamiento más reciente y situación más humilde y, finalmente, un de extranjeros y beduinos. Fuera de Meka estaban los , las tribus beduinas dependientes. El gobierno de Meka fue descrito por Henry Lammens como una república mercantil regida por un sindicato de acaudalados hombres de negocios. Pero esta frase no debe llevar al error de pensar en

instituciones republicanas organizadas según el modelo occidental. Quraishi había salido hacía poco del nomadismo y su ideal seguía siendo el nomadismo, un máximo de libertad de acción y mínimo de autoridad pública. Esta autoridad era ejercida por el Mala, una especie de equivalente urbano del maylis tribal, integrado por los jefes y notables de las principales familias de mercaderes. Las experiencias comerciales de los mercaderes de Meka les concedían poderes de cooperación, organización y disciplina que eran raros entre los árabes y de importancia única en la administración del vasto imperio que pronto iba a quedar bajo su dominio. En este ambiente nació Muhammad, el profeta del Islam.

Capítulo 2: Abraham El Libro del Génesis nos cuenta que Abraham no tenía hijos, ni esperanza de descendencia, y que una noche Al-lâh lo llamó fuera de su tienda y le dijo: "Mira al cielo y cuenta, si puedes, las estrellas." Y mientras Abraham contemplaba las estrellas oyó que la voz decía: "Así de numerosa será tu descendencia". (15:5). La esposa de Abraham, Sara, tenía entonces setenta y seis años, habiendo sobrepasado hacía ya tiempo la edad de tener hijos, mientras que él contaba ochenta y cinco; ella le dio, pues, su esclava egipcia Agar para que pudiera tomarla como segunda esposa. Pero surgió el resentimiento entre la señora y la esclava, y Agar huyó de la cólera de Sara y clamó a Al-lâh en su aflicción. Y Al-lâh le envió un ángel con el mensaje: "Yo multiplicaré tu descendencia, que por lo numerosa no podrá contarse". El ángel también le dijo: "Mira, has concebido y parirás un hijo, y lo llamarás Ismael, porque ha escuchado Al-lâh tu aflicción". (16:10-11) Entonces Agar regresó con Abraham y Sara y les contó lo que había dicho el ángel y, cuando tuvo lugar le parto, Abraham puso por nombre a su hijo Ismael, que significa "Al-lâh oirá". Cuando el muchacho alcanzó la edad de trece años, Abraham estaba en su centésimo año y Sara tenía noventa años; entonces Al-lâh habló de nuevo con Abraham y le prometió que Sara también le daría un hijo que se debería llamar Isaac. Temiendo que su hijo primogénito pudiese perder por ello el favor a los ojos de Al-lâh, Abraham suplicó: "Ojalá que viva a tus ojos Ismael". Y Al-lâh le dijo:

"También te he escuchado en cuanto a Ismael. Yo lo bendigo y lo convertiré en una gran nación, pero mi pacto lo estableceré con Isaac, el que te parirá Sara el año que viene por este tiempo." (17:20-21). Partida de Agar e Ismael Sara dio a luz a Isaac y ella misma lo amamantó, y cuando fue destetado ella le dijo a Abraham que Agar y su hijo no debían permanecer por más tiempo en su casa. Abraham se afligió profundamente por esto, debido a su amor por Ismael; pero de nuevo Al-lâh le habló y le dijo que siguiese el consejo de Sara, que no se acongojase, y de nuevo le prometió que Ismael sería bendito. No una sino dos grandes naciones habrían de mirar a Abraham como a su padre; dos grandes naciones, esto es, dos poderes guiados, dos instrumentos con los que opera la Voluntad del Cielo. Abraham fue así la fuente de dos corrientes espirituales, que no tenían que fluir juntas, sino cada una en su propio cauce; confió a Agar e Ismael a la bendición de Al-lâh y al cuidado de sus ángeles con la certeza de que todo les iría bien. Llegada a Becca Agar e Ismael fueron guiados, a un valle yermo de Arabia a unos cuarenta días de camello al sur de Canaán. El valle se llamaba Becca, dicen algunos que a causa de su angostura; se halla circundado de colinas por todas partes excepto por tres pasos, uno al norte, el otro al sur y un tercero que se abre hacia el Mar Rojo, que se encuentra a cincuenta millas al oeste. Los libros no nos cuentan cómo Agar y su hijo alcanzaron Becca; quizás algunos viajeros los recogieron. El valle se encontraba en una de las grandes rutas de caravanas, llamada generalmente, "la ruta del incienso", pues el perfume, del incienso y otras mercancías semejantes del Sur de Arabia llegaban al Mediterráneo por este camino. No transcurrió mucho tiempo antes de que madre e hijo fueran vencidos por la sed, hasta el extremo de que Agar temió que Ismael se estuviese muriendo. Según las tradiciones de sus descendientes, Ismael clamó a Al-lâh desde donde yacía en la arena, y su madre se colocó sobre una roca al pie de un promontorio cercano para ver si se divisaba alguna ayuda. Al no ver nada, se apresuró hacia otra atalaya, pero desde allí tampoco se veía ni un alma. La fuente de Zamzam Medio enajenada, pasó en total siete veces de un punto al otro, hasta que al final de la séptima carrera, cuando se sentaba para descansar sobre la roca más distante, el Málak le habló. En palabras del Génesis: Y oyó Al-lâh la voz del niño, y el ángel de Al-lâh llamó a Agar desde los cielos, diciendo: "¿Qué tienes, Agar? No temas, que ha escuchado Al-lâh la voz del niño que aquí está. Levántate, toma al niño y cógele de la mano, pues de hacerle un gran pueblo." Y abrió Al-lâh los ojos de Agar, y ella vio un pozo. (21:17-20) El agua era un manantial que Al-lâh hizo brotar de la arena al toque del talón de Ismael; a partir de entonces, el valle se convirtió pronto en un alto de caravanas, a causa de la excelencia y abundancia del agua, y a la fuente se la llamó Zamzam. En cuanto al Génesis, es el libro de Isaac y sus descendientes, no de la otra línea de Abraham. De Ismael nos dice: Fue Al-lâh con el niño, y creció y habitó en el desierto, y de mayor fue arquero (21-20). Después de eso apenas menciona su nombre, excepto para informarnos de que los dos hermanos, Isaac e Ismael, juntos enterraron a su padre en Hebrón y que, algunos años más tarde, Esaú se casó con su prima, la hija de Ismael. Podemos encontrar un elogio indirecto de Ismael y de su madre en

el Salmo que comienza: ¡Cuán amables son Tus moradas, oh Señor de las Huestes!, En el que se explica el milagro de Zamzam como consecuencia del paso de Ismael y su madre por el valle: Bienaventurado el hombre que tiene en ti su fortaleza y anhela frecuentar tus subidas. Aun pasando por el árido valle de Beca, se le hace todo fuentes (Salmo 84: 5-6) El Santuario de la Ka´aba Cuando Agar e Ismael llegaron a su destino, a Abraham todavía le quedaba setenta y cinco años de vida, y visitó a su hijo en el lugar sagrado hacia el que Agar había sido guiada. El Corán nos cuenta que Al-lâh le mostró el sitio exacto, cerca de la fuente de Zamzam, sobre el cual Ismael y él tenían que levantar un santuario (Corán, XXII, 26) y se les dijo cómo tenía que construirse. Su nombre, Ka’aba, cubo, se debe a su forma, que es aproximadamente cúbica, y sus cuatro esquinas apuntan a los cuatro puntos cardinales. Pero el objeto más sacro de ese lugar sagrado es una piedra celestial que, se dice, un ángel trajo a Abraham desde la cercana colina de Abu Qugbays, donde había sido conservada desde que llegó a la tierra. "Descendió del Paraíso más blanca que la leche, pero los pecados de los hijos de Adán la hicieron negra. (Dicho del Profeta, Tir. VII, 49). Colocaron esta piedra negra, en la esquina oriental de la Ka’aba y, cuando el santuario estuvo terminado, Al-lâh habló nuevamente a Abraham y le ordenó instituir el rito de la Peregrinación a Becca o Meka, como más tarde vino a llamarse: ¡Purifica mi casa para los que la circunvalan y para los que están de pie, y para los que se inclinan y prosternan! ¿Y proclama a los hombres la peregrinación para que vengan a ti, a pie o montados en flacos camellos, venidos de pasos anchos y profundos. (Corán, XXII, 26-27). Ahora bien, Agar había contado a Abraham cómo buscó ayuda. Abraham entonces, como parte del rito de la Peregrinación, estableció que los peregrinos recorrieran siete veces la distancia entre Safá y Marwah, como habían pasado a llamarse los dos promontorios entre los que ella había corrido. Más tarde, Abraham hizo la siguiente plegaria, quizás estando en Canaán, mirando en torno suyo hacia los ricos pastos y los campos de cereales y trigo: ¡Señor! He establecido a una parte de mi descencia en un valle sin cultivar, junto a tu Casa Sagrada...! ¡Inclina hacia ellos los corazones de los hombres! ¡Provéelos de frutos! Quizás, así, sean agradecidos. (XIV, 37J). La plegaria de Abraham tuvo respuesta, y costosos presentes llegaban constantemente a Meka traídos por los peregrinos que en número cada vez mayor venían de todas las partes de Arabia, en incluso de más allá, para visitar la Casa Sagrada. La peregrinación mayor La Peregrinación Mayor se hacía una vez al año, pero la Ka’aba también podía ser honrada en cualquier momento mediante una peregrinación menor; estos ritos continuaron cumpliéndose con fervor y devoción según las normas establecidas por Abraham e Ismael. Los descendientes de Isaac también veneraban la Ka’aba como un templo que había sido erigido por Abraham. Lo consideraban como uno de los remotos tabernáculos del Señor. Se instala la idolatría en Meca Pero a medida que pasaron los siglos se contaminó la pureza de la adoración al Dios Uno. Los descendientes de Ismael llegaron a ser demasiado numerosos para vivir todos en el valle de Meka, y los que se marcharon para asentarse en otros lugares se llevaron consigo piedras del recinto sagrado y cumplían ritos en su honor. Más adelante, por influencia de las tribus paganas vecinas, se añadieron ídolos a las piedras y, finalmente, los peregrinos comenzaron a traer ídolos a Meka.

Fueron colocados cerca de la Ka’aba, y fue entonces cuando los judíos dejaron de visitar al templo de Abraham (I.I., 15). Los idólatras afirmaban que sus ídolos eran poderes que actuaban como mediadores entre Al-lâh y los hombres. Como consecuencia, su aproximación a Al-lâh fue cada vez menos directa, y, cuanto más distante les parecía El, más se debilitaba su sentido de la realidad del Más Allá, hasta que muchos de ellos dejaron de creer en la vida después de la muerte. Los yurhumies y la pérdida de Zamzam Pero en medio de ellos, para quien supiera interpretarlo, había una señal evidente de que se habían ido alejando de la verdad: ya no tenían acceso a la fuente de Zamzam, e incluso habían olvidado dónde estaba. Los yurhumíes, que habían venido del Yemen, eran los responsables directos. Se habían hecho con el control de Meka, y los descendientes de Abraham lo habían tolerado porque la segunda esposa de Ismael era una parienta de Yurhum; pero llegó el tiempo en que los yurhumíes comenzaron a cometer toda clase de injusticias, por lo que finalmente fueron expulsados, y antes de marcharse enterraron la Fuente de Zamzam. Indudablemente lo hicieron para vengarse, pero también es probable que abrigasen la esperanza de volver y enriquecerse con ello, porque la llenaron con parte del tesoro del santuario, con las ofrendas de los peregrinos que se habían acumulado en la Ka’aba a lo largo de los años, y luego la cubrieron con arena. Juzaah Su puesto como Señores de Meka fue asumido por Juzaah, una tribu árabe descendiente de Ismael que había emigrado del Yemen y luego había regresado al norte. Pero los juzaahíes no hicieron ningún intento para encontrar las aguas que habían sido otorgadas milagrosamente a su antepasado. Desde aquel día se habían hecho brotar otros pozos en Meka, el don de Al-lâh ya no era una necesidad, y la Fuente Sagrada se convirtió en un recuerdo medio olvidado. Juzaah compartió de esta forma la culpa de Yurhum. Debería se culpable también en otros aspectos; un jefe suyo, en su camino de regreso de un viaje a Siria, había pedido a los moabíes que le diesen uno de sus ídolos. Le dieron a Hubal y se lo llevó al Santuario, en instalado dentro de la misma Ka’aba, se convirtió en el ídolo principal de Meka. Los Quraysh Otra de las tribus árabes más poderosas descendientes de Abraham era la de Quraysh. Alrededor de cuatrocientos años después de Cristo, un hombre de Quraysh llamado Qusayy se casó con una hija de Hulayl, que entonces era el jefe de Juzaah. Hulayl prefería su yerno a sus propios hijos porque Qusayy destacaba entre los árabes de su tiempo; y al morir Hulayl, después de una violenta batalla que concluyó en arbitraje, se acordó que Qusayy debía gobernar Meka y ser el guardián de la Ka’aba. El, por consiguiente, se trajo a sus parientes más cercanos de entre los qurayshíes y los asentó en el valle, junto al Santuario: Estos y su descendencia fueron conocidos como el Quraysh de la Hondonada; mientras que a los parientes más lejanos de Qusayy, establecidos en los barrancos de las colinas circundantes y en los campos, más allá de la ciudad, se les conoció como el Quraysh de los alrededores. Qusayy gobernó como rey sobre todos ellos, con poder indiscutido, y cada año le pagaban un tributo por sus rebaños para poder alimentar a los peregrinos que eran demasiado pobres para abastecerse ellos mismos. Hasta entonces los guardianes del Santuario habían vivido en tiendas en torno a éste, pero Qusayy les dijo que construyeran casas, habiéndose ya él edificado una espaciosa morada que era conocida como la Casa de la Asamblea. Entre los cuatro hijos de Qusayy destacamos a: -Abdu Manaf -Abd al-Dar (primogénito). Uno de los hijos de Abdu Manaf fue Hashim.

Se acordó que los hijos de Abdu Manaf deberían tener los derechos de cobrar el tributo y proveer a los peregrinos de alimento y bebida, mientras que los hijos de Abd al-Dar conservarían las llaves de la Ka’aba y sus otros derechos, y que su casa continuaría siendo la Casa de la Asamblea. Los hermanos de Hashim se mostraron de acuerdo en que él debía tener responsabilidad del abastecimiento de los peregrinos y fue él quien estableció los dos grandes trayectos de caravanas que salían de Meka, la caravana de Invierno al Yemen, y la caravana de Verano al noroeste de Arabia, y más allá de ésta, a Palestina y Siria, entonces bajo gobierno bizantino como parte del Imperio Romano. Ambos trayectos discurrían a lo largo de la antigua ruta del incienso. Yatrib Una de las primeras paradas principales de las caravanas de verano era el oasis de Yathrib, a once jornadas en camello al norte de Meka. Este oasis había estado en otro tiempo habitado principalmente por judíos, pero ahora lo controlaba un tribu árabe procedente de Arabia meridional. Los judíos, sin embargo, siguieron viviendo allí con notable prosperidad, tomando parte en la vida general de la comunidad a la vez que mantenían su propia religión. Por lo que se refiere a los árabes de Yathrib, tenían ciertas tradiciones matriarcales y se les conocía colectivamente como los hijos de Qaylah, por uno de sus antepasados. Pero ahora se habían ramificado en dos tribus que se llamaban Aws y Jazrach, por los dos hijos de Qaylah. Matrimonio de Hashim Una de las mujeres más influyentes de Jazrach era Salma, la hija de Amr, del clan de Nayyar, y Hashim le pidió que se casase con él. Ella consintió a condición de que el control de sus asuntos permaneciese por completo en sus propias manos, y cuando le dio un hijo mantuvo consigo al niño en Yabthrib alrededor de catorce años. Hashim no sentía aversión por esto y que a pesar de la fiebre del oasis, que era más un peligro para los visitantes que para los que allí habitaban, el clima era más sano que el de Meka. El, además, iba a menudo a Siria y permanecía con Salma y su hijo a la ida y a la vuelta. Pero la vida de Hashim no estaba destinada a ser larga. Durante uno de sus viajes enfermó en Gaza, Palestina, y allí murió. Abd Muttalib Hashim tenía dos hermanos carnales Abdu Shams y Muttalib. El hermano pequeño de Hashim, Muttalib, se hizo cargo de los derechos de abastecimiento de agua a los peregrinos y de recoger el tributo para alimentarlos, y ahora sintió que era su deber pensar sobre el asunto de su propio sucesor. Hashim había tenido tres hijos de otras esposas aparte de Salma. Pero si era cierto todo lo que se decía, ninguno de éstos, como tampoco ninguno de los hijos del propio Muttalib, podía compararse con el hijo de Salma. A pesar de su juventud, Shaybah, así le había llamado su madre, ya mostraba inequívocas dotes de mando. Finalmente, Muttalib fue a verlo y después de convencer a su madre e hijo de las posibilidades de Meka por su condición de custodios de la Casa Sagrada, esta permitió que partiese. Muttalib montó a su sobrino consigo en el camello, y mientras cabalgaban hacia Meka oyó que algunos curiosos decían al ver al joven desconocido: "Abd alMuttalib", es decir "el siervo de al-Muttalib". "Os equivocáis", dijo, "él se nada menos que el hijo de mi hermano Hashim". Las risas con que recibieron sus palabras no fueron sino el preludio de la diversión que se produjo en toda la ciudad cuando la historia de la metedura de pata corrió de boca en boca, y, desde aquel día, el joven fue conocido cariñosamente como Abd al-Muttalib. Cuando, después de varios años, falleció Muttalib, nadie disputó la capacidad de su sobrino para atender a los peregrinos. Incluso de decía que sobrepasaba a su padre y a su tío en el cumplimiento de su labor. Recuperación de la fuente de Zamzam Lindante con el lado noroccidental de la Ka’aba hay un pequeño recinto rodeado por un muro bajo semicircular. Los dos extremos del muro quedan cerca de las esquinas norte y oeste de la casa,

dejando un pasillo para los peregrinos. Pero muchos de los peregrinos ensanchan su círculo en este punto e incluyen el recinto dentro de su órbita, pasando alrededor del exterior del muro bajo. El espacio que comprende se llama "Hichr Ismail", ya que bajo las losas que lo recubren se hallan las tumbas de Ismael y Agar. Abd al-Muttalib sentía tal gusto por estar cerca de la Ka’aba que, a veces, hacía que le extendieran un lecho en el Hichr. Una noche mientras dormía, se le apareció en una visión una figura de formas imprecisas que le dijo: "Excava la agradable claridad". "¿Que es la agradable claridad?", pregunto, pero quien hablaba se desvaneció. Al despertarse, Abd al-Muttalib sintió tal felicidad y paz de espíritu que decidió pasar la siguiente noche en el mismo sitio. El visitante volvió y dijo: "Excava la beneficencia". Mas de nuevo quedó su pregunta sin respuesta. La tercera noche le dijo: "Excava el tesoro escondido", y una vez más se desvaneció quien hablaba al ser interrogado. Pero la cuarta noche la orden fue: "Excava la Zamzam"; en esta ocasión, al preguntar "¿Que es la Zamzam?”, su interlocutor dijo: "Excávala, no lo lamentarás, porque ella es tu herencia, la de tu más grande antepasado. Nunca se secará, ni dejará de proveer de agua a toda la muchedumbre de peregrinos." Luego, el ser que hablaba le dijo que buscase un lugar donde hubiera sangre y excremento, un hormiguero y cuervos picoteando. Por último, le dijo que suplicase "Agua abundante y cristalina que abastecerá a los peregrinos durante toda su peregrinación". (Ibn Ishaq 93). Despuntaba el alba cuando Abd al-Muttalib se levantó y abandonó el Hichr en la esquina septentrional de la Casa Sagrada, llamada al esquina iraquí. Luego caminó junto al muro del noreste, en cuyo otro extremo está la puerta de la Ka’aba; pasando junto a ésta se detuvo, unos metros más lejos, en la esquina oriental, donde besó con reverencia la Piedra Negra. Desde allí comenzó el ritual de las circunvalaciones. Habiéndose cumplido el rito, se dirigió desde la Piedra Negra hacia la puerta y, asiendo el anillo metálico que colgaba de la cerradura, pronunció la plegaria que se le había ordenado recitar. Hubo un sonido de alas y un ave se posó en la arena detrás de él. Luego se posó otra, y cuando terminó su súplica se dio la vuelta y las vio, contorneándose con sus andares de cuervo, yendo hacia dos rocas esculturales que estaban a unas cien yardas, casi en frente de la puerta. Habían sido adoptadas como ídolos, y en el espacio entre ellos el Quraysh sacrificaba a sus víctimas. Al igual que los cuervos, Abd al-Muttalib sabía bien que en ese lugar había siempre sangre en la tierra. También había excrementos; y al acercarse, vio que también había un hormiguero. Se fue a su casa y cogió dos picos, uno de ellos para su hijo Harith, a quien se llevó consigo al lugar donde sabía que tenía que cavar. Los sordos golpes de las herramientas en la tierra y el espectáculo poco habitual pronto atrajeron a multitud de personas. A pesar del respeto que sentían por Abd alMuttalib, no pasó mucho tiempo sin que algunos protestaran, ya que era un sacrilegio excavar en el lugar de los sacrificios entre los dos ídolos; así pues, le dijeron que se detuviera. El les contestó que no lo haría, y a Harit le dijo que permaneciera a su lado y que procurara que nadie se interfiriese en su tarea. Fue un momento de tensión y el desenlace pudo haber sido desagradable. Abd al-Muttalib prosiguió cavando si que realmente nadie hiciese nada por detenerlo; y, ya se estaban marchado algunas personas del santuario, cuando, de repente, golpeó la piedra que cubría la fuente y profirió un grito de gracias a Al-lâh. La multitud se reagrupó y aumentó, y cuando comenzó a sacar a la luz el tesoro que Yurhum había enterrado allí todos exigieron una parte de él. Abd al-Muttalib se mostró de acuerdo en que cada objeto se echase a suertes para saber si se dejaría en el santuario, si sería para él personalmente o si se dividiría entre la tribu. Este se había convertido en el modo reconocido de decidir un asunto dudoso, y se hacía mediante flechas adivinatorias en el interior de la Ka’aba,

delante de Hubal, el ídolo moabí. En este caso, parte del tesoro fue a parar a la Ka’aba y parte a Abd al-Muttalib, pero al Quaysh no le tocó nada. Se acordó también que el clan de Hashim se encargaría del Zamzam pues, en cualquier caso, suya era la función de suministrar agua a los peregrinos. El voto de sacrificar un hijo Abd al-Muttalib era respetado por el Qurayh por su generosidad, su veracidad y su sabiduría. Era también un hombre de buena presencia, con un aspecto que imponía. Otra razón por la que debía considerarse afortunado era su riqueza. Ahora todo esto se veía coronado por el honor de ser el instrumento elegido a través del cual Zamzam había sido recuperado. Estaba profundamente agradecido a Al-lâh por estas bendiciones; sin embargo, su alma aún estaba perturbada por pensamientos del momento en el que le habían dicho que dejase de cavar, cuando todo pareció pender de un hilo. Todo había salido bien, ¡alabado se Al-lâh!, pero nunca antes había sentido tan intensamente el tener un solo hijo. El, aunque tenía más de una esposa, sólo tenía un hijo para apoyarle. Ya estaba medio resignado a ello; aun así, Al-lâh, que le había dado Zamzam, podría también acrecentarlo en otros aspectos; y, estimulado por el favor que acaba de recibir, pidió a Allâh que le concediese más hijos, añadiendo a su plegaria el voto de que si lo bendecía con diez hijos y permitía que todos ellos alcanzaran la edad viril le sacrificaría uno de ellos en la Ka’aba. Su plegaria tuvo respuesta: los años pasaron y le nacieron nueve hijos. Cuando hizo su voto, parecía que se refería a un posibilidad muy remota. Pero llegó el tiempo en que todos sus hijos fueron adultos excepto el más joven, AbdAl-lâh, y su voto comenzó a dominar sus pensamientos. Estaba orgulloso de todos sus hijos, aun no habiendo sentido nunca el mismo afecto por todos, y desde hacía mucho tiempo era obvio que al que más amaba era a AbdAl-lâh. Quizás Al-lâh también prefería a este mismo hijo, al cual había dotado de singular belleza, y quizás El lo elegiría para ser sacrificado. De modo que cuando ya no fue posible considerar por más tiempo a AbdAl-lâh como un muchacho imberbe, reunió a sus diez hijos, les contó el pacto que había hecho con Al-lâh y les pidió que le ayudasen a cumplir su palabra. No tenían más elección que la de asentir; el voto de su padre era el de ellos: así pues le preguntaron qué tenían que hacer. El les dijo entonces que cada uno hiciese su marca en una flecha. Mientras tanto, había hecho avisar al adivino oficial de flechas del Quraysh para que acudiera a la Ka’aba. Llevó luego a su hijos al Santuario y los condujo a la Casa Sagrada, donde le habló al adivino acerca de su voto. Cada hijo presentó su flecha. Abd al-Muttalib se colocó al lado de Hubal, sacó un gran cuchillo que había llevado consigo y rogó a Al-lâh. Se echaron suertes, y salió la flecha de AbdAl-lâh. Su padre lo cogió de la mano y, con el cuchillo en la otra, se dirigió hacia la puerta con la intención de ir sin más demora al lugar de los sacrificios, como si temiera darse tiempo para pensar. Pero Abd al-Muttalib no había contado con las mujeres de su casa ni con Fatimah, la madre de AbdAl-lâh. Fatimah era una mujer del Quraysh, del poderoso clan de Majzum. Para cuando es echado a suertes, una gran concurrencia se había reunido en el patio del Santuario. Cuando Abd al-Muttalib y AbdAl-lâh aparecieron en el umbral de la Ka’aba, ambos tan pálidos como la muerte, se levantó un murmullo entre los majzumíes, pues comprendieron que la supuesta víctima era uno de los hijos de su hermana. "¿Para qué ese cuchillo?" gritó una voz, y otras repitieron la pregunta, aunque todos sabían cuál era la respuesta. Abd al-Muttalib comenzó a contarles su voto, pero fue interrumpido por Mugirah, el jefe del Majzum: "No lo sacrificarás; sino que en su lugar ofrecerás un sacrificio, y, aunque su rescate fuese todas las propiedades de los hijos de Majzum, lo redimiremos". Para aquel entonces los hermanos de AbdAl-lâh habían salido de la Casa Sagrada. Ninguno de ellos había hablado, pero ahora se volvieron hacia su padre y le rogaron que dejase vivir a su hermano y que ofreciese cualquier otro sacrificio como expiación. Ninguno entre los presentes se abstuvo de intervenir. Abd al-Muttalib anhelaba que le convenciesen aunque, por otra parte, estaba lleno de escrúpulos. Finalmente sin embargo, accedió a consultar a cierta mujer sabia de Yatrib que podía decirle si en este caso era posible una expiación y, de serlo, cómo habría de hacerse.

Llevando consigo a AbdAl-lâh y a uno de sus hijos más, Abd al-Muttalib se encaminó a su país natal, donde se enteró de que la mujer se había ido a Jaybar, una rica colonia judía en un imânrtil valle a casi cien millas al norte de Yathrib. En consecuencia, continuó su viaje, y cuando encontraron a la mujer y le contaron los hechos ella prometió consultar a su espíritu familiar y les ordenó que volviesen al día siguiente. Abd al-Muttalib rogó a Al-lâh. A la mañana siguiente la mujer dijo: "Me ha venido un mensaje. ¿Cuál es la reparación de sangre entre vosotros? Le contestaron que era de diez camellos. "Volved a vuestro país", dijo ella, "y poned a vuestro hombre con diez camellos al lado y echad suertes entre ellos. Si la flecha cae contra vuestro hombre, añadid más camellos y echad suertes de nuevo; si fuera necesario, añadid más camellos, hasta que vuestro Señor los acepte y la flecha caiga contra ellos. Luego, sacrificad los camellos y dejad vivir al hombre". Volvieron a Meka sin dilación y condujeron solemnemente a AbdAl-lâh, junto con diez camellos, al patio de la Ka’aba. Abd al-Muttalib entró en la Casa Sagrada y, colocándose al lado de Hubal, pidió a Al-lâh que aceptase lo que estaban haciendo. Luego, echaron suertes, y la flecha cayó contra AbdAl-lâh. Se añadieron otros diez camellos, pero de nuevo las flechas dijeron que los camellos debían vivir y el hombre morir. Siguieron añadiendo camellos; diez cada vez, y echado suertes con el mismo resultado, hasta que el número de camellos alcanzó la centena. Sólo entonces la flecha cayó contra ellos. Pero Abd al-Muttalib era sumamente escrupuloso; la evidencia de una flecha no era para él suficiente para decidir un asunto de tal envergadura. Insistió en que debían echar suertes una segunda y una tercera vez, lo cual hicieron, y en cada ocasión la flecha cayó contra los camellos. Al final tuvo la certeza de que Al-lâh había aceptado su expiación, y los camellos fueron debidamente sacrificados. Abd al-Muttalib no oraba a Hubal; siempre oró a Al-lâh. Pero el ídolo moabí había estado durante generaciones en el interior de la Casa de Al-lâh y para el Quraysh se había convertido en una especie de personificación de la barakah, es decir, la bendición, la influencia espiritual, que impregnaba al mayor de todos los Santuarios. Matrimonio de Abd Al-Lâh, padre del profeta Una vez que el sacrificio de los camellos hubo sido aceptado, Abd al-Muttalib se decidió a buscar una esposa para su hijo indultado. Después de algunas consideraciones, la elección recayó en Aminah, la hija de Wahb, un nieto de Zuhrah, el hermano de Qusayy. Wahb había sido jefe de Zuhrah, pero había muerto unos años antes y ahora Aminah estaba bajo la tutela de su hermano Wuhayb, sucesor de su padre como jefe de clan. El mismo Wuhayb tenía también una hija casadera, Halah. Abd al-Muttalib, después de arreglar el matrimonio de su hijo con Aminah, pidió que Halah le fuese concedida a él en matrimonio. Wuhayb aceptó, y se hicieron todos los preparativos para que la doble boda tuviese lugar al mismo tiempo. El día señalado, Abd al-Muttalib tomó a su hijo de la mano y salieron juntos en dirección a las casas de los Bani Zuhrah. Por el camino tenían que pasar por las de los Bani Asad, y sucedió entonces que una mujer de esta tribu llamada Qutaylah, se encontraba en la entrada de su casa, quizás con la intención de observar lo pudiera verse, ya que todos en Meka estaban enterados de la gran boda que estaba a punto de celebrarse. Abd al-Mutalib tenía por aquel entonces más de setenta años, pero para su edad se conservaba todavía notablemente joven en todos los aspectos: y era sin duda una visión impresionante ver a los dos novios aproximarse lentamente con su gracia natural realzada por la solemnidad de la ocasión. Cuando se acercaron, los ojos de Qutaylah sólo fueron para el hombre más joven. AbdAl-lâh era, por belleza, el José de su tiempo. Ni tan siquiera los más ancianos Quraysh recordaban haber visto un hombre semejante. Se encontraba ahora, con sus veinticinco años, en la flor de la juventud. Qutaylah quedó impresionada sobre todo por el resplandor que iluminaba su rostro y que a ella le parecía que brillaba desde más allá de este mundo. Acababan de pasar junto a ella y, vencida por un impulso repentino, dijo: "¡Oh, AbdAl-lâh!". Su

padre lo soltó de la mano, como indicándole que hablase a su prima. AbdAl-lâh se volvió hacia ella, y ella le preguntó a dónde iba. "Con mi padre", dijo él escuetamente, no sin reticencia, ya que estaba seguro de que ella tenía que saber que se dirigía a su boda. "Tómame aquí y ahora como tu esposa", dijo ella, "y tendrás tantos camellos como cuantos se sacrificaron en tu lugar". "Estoy con mi padre", respondió él. "No puedo actuar contra sus deseos, y no puedo dejarlo" (Ibn Ishaq 100). Los matrimonios tuvieron lugar según lo establecido, y durante unos días las dos parejas permanecieron en la casa de Wuhayb. Durante ese tiempo, AbdAl-lâh fue a traer alguna cosa de su casa y de nuevo se encontró con Qutaylah. Los ojos de la joven escudriñaron su cara con tal afán que él se detuvo junto a ella, esperando que hablase. Como permaneciera callada, le preguntó porqué no le decía lo que le había dicho el día anterior. Ella le respondió, diciendo: "La luz que ayer estaba contigo te ha abandonado. Hoy no podrías satisfacer la necesidad que tenía de ti" (Ibn Ishaq 101). El año del matrimonio fue el 569 de la era cristiana. El siguiente a éste, conocido como el Año del Elefante, fue trascendental por más de un motivo.

Capítulo 3: El año del elefante En aquel tiempo el Yemen se encontraba bajo el gobierno de Abisinia, y el virrey era un abisinio llamado Abrahah. En Saná levantó una catedral magnífica con la esperanza de que reemplazara a Meka como el gran lugar de peregrinación para toda Arabia. Para su construcción hizo traer mármol de uno de los palacios abandonados de la Reina de Saba, colocó cruces de oro y plata y púlpitos de marfil y ébano, y escribió a su señor, el Negus: "He construido una iglesia para ti, oh Rey, como jamás antes fue erigida otra para ningún rey, y no descansaré hasta que haya desviado hacia ella la peregrinación de los árabes". Tampoco hizo de su intención un secreto, lo cual provocó gran ira entre las tribus de Hiyaz y Nachd. Finalmente, un hombre de Kinanah, una tribu relacionada con el Quraysh, fue a Saná con el propósito deliberado de profanar la iglesia, lo que hizo una noche, volviéndose luego sin novedad con su gente. Cuando Abrahah se enteró, juró que como venganza arrasaría la Ka’aba. Después de hechos los preparativos, se puso en marcha hacia Meka con un gran ejército en cuya vanguardia colocó un elefante. Algunas tribus árabes del norte de Saná intentaron impedir su avance, pero los abisinios los pusieron en fuga y se apoderaron de su jefe, Nufayl, de la tribu de jatham. Como rescate por su vida se ofreció a actuar como guía. Abrahah se detuvo en Mugammis y envió un destacamento de jinetes a las afueras de Meka. Durante el camino se apoderaron de cuanto pudieron y enviaron el botín a Abrahah, que incluía doscientos camellos propiedad de Abd al-Muttalib. El Quraysh y otras tribus vecinas celebraron un consejo de guerra y decidieron que era inútil intentar oponer resistencia al enemigo. Mientras tanto, Abrahah envió un mensajero a Meka con la orden de preguntar por el principal hombre de allí. Tenía que decirle que no habían venido a combatir sino sólo a destruir el templo, y si deseaba evitar cualquier derramamiento de sangre tendría que acudir al campamento de los abisinios. El Quraysh no había contado con un jefe oficial desde la época en que se habían dividido su privilegios y responsabilidades entre las casas de Abd ad-Dar y Abdu Manaf. Pero la mayoría de la gente tenía su opinión acerca de cuál de los jefes de los clanes era de hecho, si no de derecho, el hombre más destacado de Meka. En esta ocasión dirigieron al mensajero a la casa de Abd alMuttalib quien, junto con uno de sus hijos, se volvió con el emisario hacia el campamento. Cuando Abrahah lo vio quedó tan impresionado por su aspecto que se levantó de su asiento real para

saludarlo, luego se sentó junto a él en la alfombra y le dijo al intérprete que le preguntase si quería pedir algún favor. Abd al-Muttalib respondió que el ejército se había apropiado de doscientos de sus camellos y pidió que le fuesen devueltos. Abrahah quedó un tanto sorprendido por esta petición y dijo que le había decepcionado que pensase en sus camellos antes que en su religión, la cual habían venido a destruir. Abd al-Mutalib respondió: "Yo soy el señor de los camellos, y el templo igualmente tiene su señor que lo defenderá". "No puede defenderlo contra mí", dijo Abrahah. "Veremos", respondió Abd al-Mutalib. "Pero dadme mis camellos". Y Abrahah dio órdenes para que se lo devolvieran. Abd al-Muttalib se volvió al Quraysh y les aconsejó que se retirasen a las colinas que dominaban la ciudad. Luego, él se fue con algunos miembros de la familia y otra gente al Santuario. Se pusieron a su lado, pidiendo a Al-lâh para que los ayudase contra Abrahah y su ejército, y él agarró el anillo metálico colocado en el centro de la puerta de la Ka’aba y dijo: "¡Oh, Al-lâh! ¡Vuestro esclavo protegió su casa, proteged Vos Vuestra Casa!" Después de haber orado de esta manera se fue con los otros a unirse al resto de Quraysh en las colinas, en puntos desde donde podían ver lo que sucedía abajo en el valle. A la mañana siguiente, Abrahah se dispuso a entrar en la ciudad con la intención de destruir la Ka’aba y luego volverse a Saná por el mismo camino no por donde habían venido. El elefante, ricamente enjaezado, fue conducido al frente del ejército, que ya estaba ordenado para el combate; cuando el poderoso animal llegó a su posición su guardián Unays lo puso en la misma dirección hacia donde estaba dispuesta la tropa, es decir, hacia Meka. Pero Nufayl, el guía forzoso, había marchado durante la mayor parte del camino en la vanguardia del ejército con Unays y de éste había aprendido algunas de las palabras de mando que comprendía el elefante; y mientras la cabeza de Unays se volvió para observar la señal de avance, Nufayl agarró la gran oreja del elefante y le transmitió con voz apagada pero enérgica la orden de arrodillarse. Acto seguido, para sorpresa y consternación de Abrahah y el ejército, el elefante, lenta y pausadamente, se arrodilló sobre el suelo. Unays le ordenó levantarse, pero la palabra de Nufayl había coincidido con una orden más imperiosa que la de cualquier hombre, y el elefante no quiso moverse. Hicieron cuanto pudieron para que se incorporara; incluso le golpearon en la cabeza con barras de hierro y le pincharon en el vientre con ganchos de hierro, pero él permaneció como una roca. Entonces intentaron la estratagema de hacer que todo el ejército diese la vuelta y marchase algunos pasos en dirección al Yemen. El elefante se levantó de inmediato, se dio la vuelta y los siguió. Esperanzados, volvieron a dar la vuelta, y el elefante también la dio, pero tan pronto como estuvo mirando hacia Meka se arrodilló de nuevo. Era el más claro de los portentos que no diese ni un sólo paso más adelante, pero Abrahah estaba cegado por su ambición personal hacia el santuario que había construido y por su determinación de destruir a su gran rival. Si entonces se hubiesen dado la vuelta, quizá habrían escapado todos del desastre. Pero, de improvisto, fue demasiado tarde: por occidente el cielo se ennegreció y se escuchó un extraño sonido, su volumen aumentó a medida que una gran ola de oscuridad procedente de la dirección del mar los envolvía, y el cielo sobre sus cabezas, hasta donde alcanza la vista, se llenó de aves. Los sobrevivientes dijeron que volaban de forma parecida a los vencejos, y que cada ave llevaba tres guijarros del tamaño de guisantes secos, uno en el pico y otro entre las garras de cada pata. Se lanzaron de aquí para allá sobre las filas, arrojando a la vez los guijarros, y éstos eran tan duros y caían con tanta velocidad que perforaban incluso las cotas de malla. Cada piedra dio en su blanco y mató a su hombre, porque en cuanto el cuerpo el cuerpo recibía el golpe sus carnes comenzaban a pudrirse rápidamente, en algunos casos, con mayor lentitud en otros. No hubo ningún herido, y entre los que vieron su vida perdonada se contaron Unays y el elefante; pero todos fueron presa del terror. Unos pocos se quedaron en el Hiyaz y se ganaron la vida con el pastoreo o con otros trabajos. Pero la mayoría del ejército volvió en desorden a Saná. Muchos murieron por el camino y muchos otros, incluido Abrahah, fallecieron poco después de regresar. En cuanto a Nufayl, había abandonado subrepticiamente el ejército cuando el elefante se convirtió en el centro de la atención de todos, alcanzando sin contratiempos las colinas que dominan Meka.

El elefante En el nombre de Al-lâh, el Rahmán, el Rahim ¿No has visto cómo obró tu Señor con los del elefante? ¿No desbarató su artimaña y envió contra ellos bandadas de aves, que descargaron sobre ellos piedras de arcilla, dejándolos como espigas desgranadas? (El Elefante; sura 106) Después de ese día el Quraysh fue llamado por los árabes "el pueblo de Al-lâh", y se les tuvo en un respeto aún mayor que antes, porque Al-lâh había respondido a sus plegarias y salvado a la Ka’aba de la destrucción. Todavía hoy se les honra, pero más bien a causa de un segundo acontecimiento -el nacimiento de Muhammad- que tuvo lugar el mismo año del elefante. El nacimiento de Muhammad AbdAl-lâh, el hijo de Abd al-Muttalib, no se encontraba en Meka cuando sucedió el milagro de las aves. Se había ido para comerciar a Palestina y Siria con una de las caravanas; de regreso al hogar se había alojado con la familia de su abuela en Yathrib, y allí había enfermado. La caravana prosiguió sin él hacia Meka; cuando Abd al-Muttalib se enteró envió a Harith para que acompañase a su hermano en su retorno tan pronto estuviese suficientemente bien para viajar. Sin embargo, cuando Harith llegó a la casa de sus primos sus saludos encontraron respuestas de condolencia, y al instante comprendió que su hermano había fallecido. Grande fue la aflicción en Meka cuando Harith volvió. El único consuelo de Aminah era el hijo que estaba esperando de su marido ahora fallecido, y su alivio fue mayor a medida que se fue acercando el momento del parto. Era consciente de una luz en su interior, y un día brilló desde ella con tan gran resplandor que pudo ver los castillos de Bostra en Siria. Y oyó una voz que le decía: "En tu seno llevas al señor de este pueblo, y cuando nazca di: Lo pongo bajo tu protección del Uno, contra el mal de los que envidian. Luego, ponle por nombre Muhammad". (I.I 102). Unas semanas más tarde nació el niño. Estaba limpio de toda mancha, circunciso por su naturaleza y su cordón umbilical había sido cortado por los cuidados del Málak Gabriel. Aminah se encontraba en casa de su tío y envió un mensaje a Abd al-Muttalib pidiéndole que fuese a ver a su nieto. Abd al-Muttalib tomó a pequeño en sus brazos y lo llevó al Santuario y al interior de la Casa Sagrada, donde pronunció una plegaria de agradecimiento a Al-lâh por el don recibido. La vida en el desierto Era costumbre de todas las grandes familias de las ciudades árabes enviar a sus hijos, poco después del nacimiento, al desierto, para que fuesen amamantados y destetados y pasasen parte de su infancia entre una de las tribus beduinas. Meka no tenía ningún motivo para ser la excepción, pues las epidemias no eran infrecuentes y el porcentaje de mortalidad infantil era elevado. Las ciudades eran centros de corrupción. A la sombra de sus muros la pereza y la dejadez estaban al acecho prestas para embotar la atención y la vigilancia del hombre. Todo decaía allí, incluso el lenguaje, una de las más preciosas posesiones del hombre. Pocos árabes sabían leer; aun así la belleza del habla se consideraba como una virtud que todos los árabes deseaban para sus hijos. La valía de un hombre se juzgaba en gran parte por su elocuencia, y la corona de la elocuencia era la poesía. Tener un gran poeta en la familia era algo de lo que ciertamente había que enorgullecerse, y los mejores poetas procedían casi siempre de una u otra de las tribus del desierto, porque era en el desierto

donde la lengua hablada estaba más próxima a la poesía. Algunas de las tribus tenían gran reputación por la lactancia y crianza de niños. Entre ellas se encontraba la de los Bani Sad ibn Bakr. Aminah era partidaria de confiar su hijo al cuidado de una mujer de esa tribu. Venían periódicamente al Quraysh por niños a los que criar y para dentro de poco se esperaba la llegada de algunas. Su viaje a Meka en esta ocasión sería descrito años después por una de ellas, Halimah, la hija de Abu Dhuayb, que iba acompañada por su marido, Harith, y por un hijo que acababan de tener y al cual estaba criando. "Fue un años de sequía", diría ella años más tarde, "y no nos quedaba nada. Me puse en camino en una asna gris de mi propiedad y llevábamos con nosotros una vieja camella incapaz de dar una sola gota de leche. Toda la noche nos mantuvimos despiertos por los gemidos de nuestro hijo a causa del hambre, porque mis pechos no tenían suficiente para alimentarlo y mi asna estaba tan débil, tan escuálida, que a menudo me tenían que esperar los otros". Contó cómo prosiguieron el viaje con la única esperanza de la lluvia, que haría posible que la camella y la asna pastasen lo suficiente y sus ubres se hincharan un poco. Sin embargo, para cuando llegaron a Meka no había caído ni un gota de lluvia. Una vez allí, se pusieron a buscar niños que les fueran confiados. Aminah ofreció su hijo, primero a una y luego a otra, hasta que finalmente hubo probado con todas y todas habían rehusado. "Eso", dijo Halimah, "era porque esperábamos algún favor del padre del niño." "¡Un huérfano! decíamos. "¿Qué podrán hacer por nosotros su madre y su abuelo?" No es que quisieran un pago directo por sus servicios, pues se consideraba deshonroso que una mujer tomase cierta cantidad de dinero por amamantar a un niño. La recompensa que esperaban, aunque menos directa y menos inmediata, era de un alcance mayor. Este intercambio de beneficios entre ciudadanos y nómadas se hallaba más que nada en la naturaleza de las cosas; cada uno era rico donde el otro era pobre y viceversa. Para el beduino, la ventaja consistía en establecer un lazo duradero con una de las grandes familias. El ama de leche ganaba un nuevo hijo que la consideraría como una segunda madre y sentiría hacia ella durante el resto de su vida un deber filial. También se sentía hermano de los hijos de la mujer. Y la relación no era simplemente nominal. Los árabes consideran que el pecho es uno de los conductos de la herencia y que el que mama absorbe en su naturaleza cualidades de la nodriza que lo amamanta. Poco o nada podía esperarse del niño adoptivo hasta que se hiciera adulto, y mientras tanto podía confiarse en que el padre cumpliese los deberes del hijo. Un abuelo era demasiado distante, y en este caso habrían sabido que Abd alMuttalib era ya un hombre anciano del que, con toda razón, no era de esperar que fuese a vivir mucho más tiempo. Cuando muriese, sus hijos y no su nieto serían sus herederos. En cuanto a Aminah, era pobre; y por lo que al niño se refería, su padre había sido demasiado joven para haber adquirido riqueza. Había dejado a su hijo poco más de cinco camellos, un pequeño rebaño de ovejas y cabras y una esclava. El hijo de AbdAl-lâh era ciertamente vástago de una de las grandes familias; pero también, con mucho, el más pobre de los niños que aquel año ofrecieron a esas mujeres. Por otro lado, aunque los padres adoptivos no tenían por qué ser ricos, no debían ser sumamente menesterosos, y era evidente que Halimah y su marido eran más pobres que cualquiera de sus compañeros. Siempre que se dio la posibilidad de elegir entre ella y otra, fue la otra la preferida y elegida, y no pasó mucho tiempo antes de que a todas las mujeres de los Bani Sad, excepto Halimah, les hubiese sido confiado un niño. Solamente la nodriza más pobre no tenía niño y solamente el niño más pobre estaba sin nodriza. "Cuando decidimos abandonar Meka", cuenta Halimah, "le dije a mi marido: , dijo él. . Así pues, fui y tomé, por ninguna razón más que porque no pude encontrar otro salvo éste. Volví con el niño adonde estaban nuestras monturas, y, tan pronto como lo puse en mi regazo mis pechos rebosaron de leche para él. Tragó hasta quedar satisfecho y, junto con él, su hermano adoptivo se alimentó también hasta llenarse. Luego ambos se quedaron dormidos. Entonces, mi marido se acercó a nuestra vieja camella y sus ubres estaban llenas. La ordeño y bebió de su leche y yo bebé también

hasta que no pudimos beber más y nuestra hambre quedó saciada. Pasamos la mejor de las noches y por la mañana me dijo mi marido: , dije yo. Luego partimos, y yo montaba mi asna llevando al niño conmigo sobre el lomo del animal. Este dejó atrás a todo el grupo, no pudiendo ninguno de sus asnos seguir su paso. , me decían, , decían". "Llegamos a nuestras tiendas en el país de los Bani Sad; yo no conozco en esta tierra de Al-lâh ningún lugar tan árido como aquél lo era entonces. Sin embargo, después de traer al niño a vivir con nosotros mi rebaño regresaba todos los días a casa, al caer la tarde, repleto y lleno de leche. Lo ordeñábamos y bebíamos, cuando otros no tenían ni una gota de leche, y nuestros vecinos decían a sus pastores: " (I.I. 105). "Creía bien," continuó diciendo ella, "ninguno de los otros niños se le podía comparar en crecimiento. Para cuando tuvo dos años era un niño bien constituido y se lo llevamos de nuevo a su madre, aunque anhelábamos que permaneciera con nosotros por las bendiciones que nos aportaba. Así pues, le dije a ella: Y la importunamos hasta que una vez más lo entregó a nuestro cuidado y nos lo llevamos de nuevo a casa". Muhammad y los dos Malayka Un día, varios meses después de nuestro regreso, cuando él y su hermano estaban con algunos de nuestros corderos detrás de las tiendas, su hermano vino a nosotros corriendo y dijo: Su padre y yo fuimos donde estaban y lo encontramos de pie, pero su cara estaba muy pálida. Lo atrajimos hacia nosotros y dijimos: El respondió: (I.I.105). Halimah y Harith, su marido, miraron por todos sitios, pero no había señal alguna de los hombres, como tampoco sangre o herida que corroborase lo que los dos niños habían dicho. Por muchas preguntas que les hiciesen no se retractarían de sus palabras ni las modificarían en ningún punto. Aún más: no había ni siquiera el rastro de una cicatriz en el pecho de su hijo adoptivo ni defecto alguno en su perfecto cuerpecito. El único rasgo algo insólito estaba en medio de su espalda, entre los dos hombros: una marca oval pequeña pero inequívoca en la que la carne era ligeramente protuberante, como si hubiese sido producida por una ventosa; pero la tenía desde su nacimiento. En años posteriores describiría el acontecimiento más detalladamente: Vinieron hacia mí dos hombres vestidos de blanco, con una jofaina de oro llena de nieve. Entonces me tendieron, y abriéndome el pecho me sacaron el corazón. Igualmente, lo hendieron y extrajeron de él un coágulo negro que arrojaron lejos. Luego lavaron mi corazón y mi pecho con la nieve". (Ibn Saad I/1, 96). También dijo: "Satán toca a todos los hijos de Adán el día en que sus madres lo paren, salvo a María y su hijo" (Muhammad ibn Ismail al-Bujari LX, 54). Halimah y Harith estaban convencidos de que los niños habían dicho la verdad; por ello se encontraban sumamente perturbados. Harith temía que su hijo adoptivo hubiera sido poseído por espíritu maléfico o alcanzado por algún hechizo, y le dijo a su esposa que debían llevárselo a su madre sin pérdida de tiempo, antes de que el daño que había sufrido se hiciese patente. En consecuencia, Halimah lo llevó una vez más a Meka, sin intención de decir nada sobre la verdadera razón de su cambio de idea. Pero el cambio era demasiado brusco y Aminah, para no ser engañada, al fin la obligó a contar toda la historia. Después de oírla, disipó los temores de Halimah diciendo:

"Grandes cosas le aguardan a mi hijito". Luego le habló de su embarazo y de la luz que había tenido conciencia de llevar en su interior. Halimah se tranquilizó; aun así, Aminah decidió esta vez quedarse con su hijo. "Déjalo conmigo", dijo, "y que tengas buen viaje de regreso". El niño vivió feliz en Meka con su madre durante unos tres años, ganándose el cariño de su abuelo, de sus tíos y tías y de los muchos primos con los que jugaba. Particularmente queridos le eran Hanzah y Safiyyah, los hijos del último matrimonio de AbdMuttalib, que había tenido lugar el mismo día que el de los padres de Muhammad. Hamzah era de su misma edad; Safiyyah, un poco más pequeña -eran su tío y su tía por parte de padre y sus primos por parte de madre-, y entre los tres se forjó un fuerte y duradero vínculo. La muerte de Aminah Cuando tenía seis años su madre decidió llevarlo a visitar a los parientes de Yathrib. Se unieron a una de las caravanas que iban hacia el norte, cabalgando en dos camellos; Aminah, en uno de ellos, y él en el otro con su fiel esclava Barakah. En años posteriores contaría Muhammad cómo aprendió a nadar en una alberca que pertenecía a sus parientes jazrachíes con quienes se alojaban, y cómo los niños le enseñaron a lanzar la cometa. Poco después del iniciado viaje de vuelta Aminah cayó enferma y se vieron obligados a detenerse, dejando que la caravana continuase sin ellos. Unos días más tarde murió en Abwa -no lejos de Yathrib- y allí fue enterrada. Barakah hizo cuanto pudo para consolar al niño, ahora huérfano por partida doble, y en compañía de algunos viajeros lo llevó de nuevo a Meka. Muerte de Abd Al-Mutalib Su abuelo se hizo entonces cargo de él por completo, y pronto se pudo ver con claridad que su especial amor por AbdAl-lâh se había transferido al hijo de éste. Dos años después de la muerte de su madre, el huérfano se vio afligido por la muerte del abuelo. Cuando estaba muriendo, Abd al-Muttalib confió su nieto a Abu Talib, que era hermano uterino del padre del chico, y Abu Talib prolongó el afecto y la bondad que su sobrino había recibido del anciano. En adelante fue uno de sus propios hijos, y su mujer Fatimah hizo todo cuanto pudo por ser una madre para el niño. Más tarde Muhammad solía decir de ella que habría dejado pasar hambre a sus propios hijos antes que a él. Primer viaje a Siria Las riquezas de Abd al-Muttalib habían menguado durante la última parte de su vida, y lo que dejó a su muerte apenas ascendía a una pequeña herencia para cada uno de sus hijos. Algunos de ellos, en especial Abd al-Uzzah, conocido como Abu Lahab, habían adquirido riquezas propias. Pero Abu Talib era pobre, y su sobrino se sentía obligado a hacer lo que podía para ganar su propio sustento, apacentando ovejas y cabras, principalmente, pasando así día tras día solo en las colinas que dominaban Meka o en las vertientes de los valles que se extendían más allá. Pero su tío le llevaba a veces consigo en los viajes y en una ocasión, cuando Muhammad tenía unos nueve años, se fueron con una caravana de mercaderes hasta Siria. Encuentro de Muhammad con el monje Bahira En Bostra, cerca de una de las paradas donde la caravana mequí se detenía siempre, existía una celda que había sido habitada por un monje cristiano generación tras generación. Cuando uno moría otro ocupaba su lugar y heredaba todo lo que había en la celda, incluidos algunos viejos manuscritos. Entre ellos, uno contenía la profecía del advenimiento de un Profeta a los árabes, y Bahira, el monje que entonces vivía en la celda, era conocedor del contenido de este libro. A menudo había visto aproximarse la caravana mequí y hacer alto no lejos de su celda, pero cuando es esta ocasión apareció ante su vista su atención quedó impresionada por algo que no se parecía a nada que hubiese visto con anterioridad: una pequeña nube a baja altura avanzaba lentamente por encima de sus cabezas, de forma que siempre estaba interpuesta entre el sol y uno o dos de los

viajeros. Con gran interés observó cómo se acercaban. su atención, de repente, se convirtió en asombro, porque en cuanto se detuvieron la nube dejó de moverse y permaneció parada sobre el árbol bajo el que se habían cobijado, mientras que el mismo árbol bajaba sus ramas sobre ellos para que pudiesen disfrutar de doble sombra. Bahira sabía que semejante portento, aun siendo modesto, encerraba un gran significado. Sólo podía explicarse por una gran presencia espiritual, e inmediatamente pensó en el anhelado Profeta. ¿Podría ser que por fin había llegado y se encontraba entre estos viajeros? Hacía poco que la celda había sido abastecida de provisiones. Juntando, pues, todo lo que tenía, envió un mensaje a la caravana: "Hombres del Quraysh, he preparado alimentos para vosotros, y me gustaría que vinieseis conmigo todos, jóvenes y viejos, esclavos y libres". Así pues fueron a su celda, dejando a Muhammad al cuidado de los camellos y del equipaje, a pesar de lo que se les había dicho. Cuando se acercaban, Bahira escudriño sus rostros uno por uno. No pudo advertir nada que se correspondiese con la descripción de su libro, ni parecía que hubiese entre ellos nadie que estuviera a la altura de la grandeza de los dos milagros. Quizás o habían venido todos. "¡Hombres del Quraysh!", dijo, "que ninguno de vosotros se quede en el campamento". "Nadie se ha quedado atrás," respondieron, "tan sólo un muchacho, el más joven de nosotros." "No le tratéis así," dijo Bahira, "decidle que venga y que esté presente con nosotros en esta comida." Abu Talib y los otros se reprocharon a sí mismos su desconsideración. "Ciertamente tenemos la culpa", dijo uno de ellos, "de que el hijo de AbdAl-lâh se haya quedado atrás, no habiéndolo traído con nosotros para compartir este banquete". Así pues fue a por él, lo abrazó y lo trajo para que se sentase con los demás. Un sólo vistazo a la cara del niño le bastó a Bahira para tener la explicación de los milagros y, al observarlo atentamente durante la comida, advirtió muchos rasgos tanto en la cara como en el cuerpo que concordaban con lo que figuraba en el libro. Así, cuando terminaron de comer, el monje se dirigió a su joven invitado y le preguntó acerca de su vida y de sus sueños, y sobre sus asuntos en general. Muhammad, por su parte, le habló con prontitud de todo esto, porque el hombre era venerable y las preguntas corteses y benévolas. Tampoco vaciló en quitarse el manto cuando finalmente el monje le rogó si podía ver su espalda. Aun ya estando seguro, Bahira se sintió ahora doblemente convencido: allí, entre los hombros, se encontraba la misma marca que esperaba ver: el sello de la profecía como se describía en su libro, en el mismo lugar. Se volvió a Abu Talib: "¿Que parentesco tiene este muchacho contigo?", dijo. "Es mi hijo", contestó Abu Talib. "No es tu hijo", dijo el monje: "No puede ser que el padre de este chico esté vivo." "Es el hijo de mi hermano", dijo Abu Talib. "Entonces, ¿qué hay de su padre?", preguntó el monje. "Murió", dijo el otro, "cuando el todavía estaba en el vientre de su madre." "Esta es la verdad", dijo Bahira. "Llévate a vuestro país al hijo de tu hermano y guárdale de los judíos porque, por Al-lâh, si lo ven y saben de él lo que yo sé tramarán contra él el mal. Grandes cosas aguardan a este sobrino tuyo". Segundo viaje a Siria (Año 594 de la Era Cristiana) Lo mismo que Abu Táleb, la mayoría de los habitantes de Mekka estaban obligados a dedicarse al comercio con Siria y Yemen. Su ciudad, estimada como una de las regiones más estériles de la tierra no ofrecía por si misma recurso alguno y no podía subsistir más que gracias a su comercio con estos dos paises, entre los que servía de lazo de unión. En el Yemen, sus caravanas iban a buscar los productos indígenas del país, denominado la Arabia Felíz, y los que llegaban allí por mar, importados de Etiopía, la India e incluso China. Traían especias, plantas aromáticas, perfumes, incienso, marfil, polvo de oro, sedas; y luego, a su llegada al Hiyaz añadían a su cargamento los dátiles de Yatrib o de Táef, dirigiendose seguidamente a Siria para canjear estas mercancías por los productos agrícolas que hallaban allí tales como semillas, trigo, cebada, arroz, higos y pasas, y también por algunos procedentes de las civilaciones griega y romana. Las mujeres también se dedicaban a este tipo de comercio, confiando sus bienes a los organizadores

de las caravanas, quienes los mercadeaban y a los que se les prometía una parte en los beneficios realizados. Una noble y rica viuda, Jadiya, cuyo negocio era muy importante, oyó hablar muy bien de la reputación que de prudente y honrado se había granjeado Muhammad unánimamente, y pensó en confiarle la administración de sus intereses. Lo mando llamar y, para empezar, le propuso la conducción de una caravana que preparaba para Siria, ofreciéndole un salario doble del que ella pagaba generalmente por este trabajo. Muhammad aceptó; pero Abu Táleb, acordándose de las palabras del monje Bahira, sintió despertar sus inquietudes en el momento de la marcha. Tomó por separado a cada uno de los caravaneros y les recomendó a su sobrino haciéndoles responsables de lo que pudiera sucederle. Insistió muy particularmente a Maisara, el esclavo de confianza de Jadiya que marchaba con él. Maisara, honrado servidor de alma simple y devota, impresionado ya por las recomendaciones de un personaje tan importante como Abu Táleb, quedó prendado por el encanto y el influjo que el joven ejercía sobre todos los que le rodeaban, y le profesó un afecto y una admiración sin límites. En cada incidente de viaje, veía un signo milagroso que demostraba la naturaleza sobrehumana de aquél a quién servía; y, por otro lado sucesos parecían darle la razón: este trayecto que había seguido tantas veces y del que conocía bien las fatigas y peligros, este camino sin final, dónde el sol implacable deseca los odres y da a los humanos que se aventuran una degustación del fuego de la Yahannam; esta ruta jalonada por los esqueletos de hombres y animales abatidos por la inexorable sed, se recorría como en un sueño. Todos los días, en el instante en que el sol, elevándose sobre los viajeros, los amenazaba con sus rayos de fuego, pequeñas nubes, se formaban en el azul celeste. Aumentaban de número y se agrupaban; luego se alargaban enormemente y se desplegaban como abanicos para proteger a Muhammad bajo su sombra. Los camellos también parecían llenos de gozo; alargaban sus largas patas bajo las cuales el mismo camino parecía replegarse, no agregándose el cadáver de ninguno de ellos al siniestro osario dejado tras de si por caravanas precedentes. Tan sólo una vez a lo largo de todo el trayecto, dos camellos de Jadiya manifestaron signos de agotamiento quedándose rezagados al final del convoy, y a pesar de los gritos y golpes que les prodigó Maisara, no pudo llevarlos con el grueso de sus congenéres. Todo el cuerpo de estos desgraciados animales estaba cubierto por el sudor, síntoma seguro de que no tardarían en caerse para no levantarse más. Maisara, velando por los intereses de su ama, se encontró en una perplejidad extrema: no quería abandonar los camellos extenuados, pero, por otro lado, se acordaba de las insistentes recomendaciones de Abu Táleb respecto a su joven amo que se encontraba a la cabeza del convoy; así que corrió para prevenirle. Muhammad se detuvo y volvió con él a donde estaban los camellos que se habían acostado; los cuales emitían quejidos y tristes ronroneos cuando se los instaba a levantarse. se inclinó sobre ellos, tocó con sus benditas manos sus pies destrozados por las piedras cortantes de la Hammada y las pobres bestias, que no se meneaban ante los golpes, se levantaron rápidamente; luego, con largas zancadas, alcanzaron a los primeros puestos de la caravana lanzando ligeros ronroneos de alegría. A la llegada de la caravana a Bostra de Siria, la buena suerte no cesó de prodigar sus favores: Muhammad vendió con beneficio inesperado las mercancías que traía, encontrando las que venía a buscar a precios muy ventajosos; y todo ello sin los trueques interminables que tienen lugar en el mundo Oriental. Su amabilidad, su franqueza, su honradez y, sobre todo, ese resplandor misterioso que es irradiado por los seres Predestinados, despertaban el interés y la simpatía de todos. Un monje nestoriano, llamado Yoryis, hizo a Maisara predicciones y recomendaciones idénticas a las de Bahira a Abu Táleb. Mientras proseguían hacia Siria las palabras del monje fueron calando en el alma de Maysarah, pero no le sorpendían mucho, ya que a lo largo del viaje haía sido consciente de estar en compañía de un hombre diferente de cualquier otro que hubiera conocido antes. Esto se confirmó aún más por algo que vio en el camino de vuelta: a menudo había advertido que el calor, cosa extraña, no era agobiante, y una vez, hacia el mediodía, se le concedió una visión breve pero clara de dos ángeles que resguardaban a Muhammad de los rayos del sol.

Con las transacciones terminadas, la caravana tomó el camino de regreso, e, inmediatamente, la misteriosa nube que parecía esperar a los viajeros reapareció sobre Muhammad y no cesó de acompañarle hasta finalizar el viaje. Una vez llegados a Meka Muhammad dio cuenta minuciosa a Jadiya de su expedición enumerándole los magníficos resultados. El matrimonio de Muhammad y Jadiya (Año 595 de la Era Cristiana) La noble mujer recompensó a Muhammad con un salario doble del que le había prometido y pensó en hacerle el administrador de su fortuna. El mejor medio era desposarle. Muhammad acababa de cumplir sus 25 años, y ella se acercaba a la cuarentena. Tan pronto como él se hubo marchado, consultó a una amiga suya, Nufaysah, que se ofreció a dirigirse a él en nombre de ella y, si era posible, a concertar un matrimonio entre ambos. Maiara se presentó entonces ante su señora y le contó lo de los dos ángeles y lo que el monje había dicho, después de lo cual Jadiya acudió a su primo Waraqah y repitió esas cosas. "Si esto es verdad, Jadiya", dijo él, "entonces Muhammad es el profeta de nuestro pueblo. Hace tiempo que sabía que se esperaba la venida de un profeta, y su momento ya ha llegado" (I.I. 121). Mientras tanto, Nufaysah fue a ver a Muhammad y le preguntó por qué no se casaba. "No dispongo de medios para casarme", respondió él. "Pero si se te diesen los medios", dijo ella, "y si se te ofreciese una alianza en la que hay belleza y propiedades, nobleza y abundancia, ¿no consentirías?" "¿Quién el ella?", dijo él. "Jadiya", contestó Nufaysah. "¿Y cómo podría ser mío un matrimonio tal?, dijo Muhammad. "¡Déjamelo a mí!", fue lo que ella respondió. "Por mi parte", dijo él, "yo consiento."(Ibn Saad I/1, 84). Nufaysah volvió con estas nuevas a Jadiya, que entonces envió un mensaje a Muhammad pidiéndole que viniese a verla; cuando él llegó le dijo: "Hijo de mi tío, te amo por tu parentesco conmigo y porque tú siempre estás en el centro si ser de los que entre la gente son partidarios de esto o aquello, y te amo por tu formalidad, por la belleza de tu carácter y la veracidad de tu palabra". (Ibn Ishaq 120). Luego ella misma se ofreció en matrimonio, y acordaron que él hablaría con sus tíos y ella con su tío Amr, el hijo de Asad, porque Juwaylid, su padre, había fallecido. Así pues, Hamzah acudió con su sobrino a ver a Amr y le pidió la mano de Jadiya; acordaron que Muhammad le entregaría a ella doce camellas como dote. El novio dejó la casa de su tío y se fue a vivir a la de la novia. Su matrimonio fue extraordinariamente bendito y lleno de una gran felicidad, aunque no estuvo exento de los pesares de la aflicción. Ella le dio seis hijos, dos varones y cuatro hembras. El hijo mayor fue un niño llamado Qasim, y a Muhammad se le conoció como Abu-l-Qasim, el padre de Qasim; pero el niño murió antes de cumplir los dos años. El siguiente fue una niña, a la que llamaron Zaynab, que fue seguida de tres niñas más: Ruqayyah, Umm Kulthum y Fatimah, y de otro hijo de corta vida. La adopción de Zayd El día de su matrimonio Muhammad liberó a Barakah, la fiel esclava que había heredado de su padre, y, el mismo día, Jadiya lo obsequió con uno de sus esclavos, un joven de quince años llamado Zayd. Zayd estaba orgulloso de su linaje: Su padre, Harithah, era de la gran tribu septentrional de Kalb, cuyo territorio se extendía por las llanuras entre Siria e Iraq. Su madre pertenecía a la no menos ilustre tribu vecina de Tayy, uno de cuyos jefes en aquel tiempo era el poeta-caballero Hatin, famoso en toda Arabia por su caballerosidad y su generosidad fabulosa. Varios años habían pasado entonces desde que la madre de Zayd lo había llevado a visitar a la familia de ella y la aldea donde estaban había sido objeto de una incursión de jinetes de los Bani Qayn que se habían llevado al chico y lo habían vendido como esclavo. Harithah, su padre, lo había buscado en vano, y Zayd no había visto a ningún viajero de Kalb que le pudiese llevar un mensaje a sus padres. Pero la Ka’aba atraía peregrinos de todas las partes de Arabia y, un día durante la estación sagrada, varios meses

después de haberse convertido en esclavo de Muhammad, vio a varios hombres y mujeres de su propia tribu y clan en las calles de Meka. Si los hubiese visto al año anterior, sus sentimientos habrían sido muy diferentes. Había ansiado tal encuentro; sin embargo, ahora que por fin había sucedido lo ponía en un dilema. No podía deliberadamente mantener a su familia ignorante de su paradero. Pero, ¿qué mensaje podía enviarles? Cualquiera que fuese su tenor, sabía él, como hijo del desierto, que solamente un poema sería apropiado para una ocasión así. Compuso algunos versos que expresaban algo de su sentir, pero insinuaban más de lo que expresaban. Entonces abordó a los peregrinos kalbíes y habiéndoles contado quién era, dijo: "Transmitid a mi familia estas líneas, porque bien sé que se han aflijido por mí: Aunque lejos me encuentre, llevad sin embargo mis palabras A mi gente: en la Casa Sagrada Tengo mi morada en medio de los lugares santificados por Al-lâh Desechad por tanto las penas que os afligían No fatiguéis a los camellos, registrando la tierra por mí Porque yo, alabado sea Al-lâh, Estoy con la mejor de las nobles familias, En todo su gran linaje." Cuando los peregrinos volvieron a sus hogares portando estas nuevas, Harithah se puso inmediatamente en camino hacia Meka con su hermano Kab, y dirigiendose a Muhammad le rogaron que permitiese el rescate de Zayd por la cantidad que pidiese. "Que elija él, " dijo Muhammad, "y si os elige a vosotros, es vuestro sin rescate; si me elige a mí, yo no soy quien deba poner a otro por encima de quien me ha elegido." Entonces llamó a Zayd y le preguntó si conocía a los dos hombres. "Este es mi padre", dijo el joven, "y éste se mi tío." "A mí tú me conoces", dijo Muhammad, "y has visto mi compañerismo hacia ti, así pues elige entre ellos y yo." Pero la elección de Zayd ya estaba hecha y dijo en seguida: "No elegiría a ningún hombre antes que a ti. Tú eres para mí como mi padre y mi madre." "¡Qué vergüenza, oh Zayd!", exclamaron los hombres de Kalb. "¿Elegirás la esclavitud por encima de la libertad y por encima de tu padre, tu tío y tu familia?" "Asi es," dijo Zayd, "porque he visto en este hombre tales cosas que nunca podría elegir a otro por encima de él." Toda ulterior conversación fue abreviada por Muhammad, que les ordenó entonces que fuesen con él a la Ka’aba; y, de pie, en el Hichr, dijo en voz alta: "¡Oh todos los presentes, dad testimonio de que Zaid es mi hijo; yo soy su heredero y él es el mío!" (Ibn Saad III/1, 28). El padre y el tío tuvieron así que volverse si que su propósito se hubiera visto cumplido. Pero teniendo en cuenta el profundo amor mutuo que había ocasionado esta adopción, la historia que tuvieron que contar a su tribu no era una historia ignominiosa; además, cuando vieron que Zayd era libre y restablecido en su honor, con lo que prometía tener una posición elevada entre las gentes del Santurario que podría beneficiar a sus hermanos y parientes en años venideros, se resignaron y regresaron sin amargagura. Desde ese día el nuevo hashimí fue conocido en Meka como Zayd ibn Muhammad. Abu Tálib tenía más hijos de los que podía mantener, y la escasez dejó sentir su peso sobre él abrumadoramente. Muhammad lo advirtió y sintió que había que hacer algo. Muhammad pidió ayuda a Abbas, que bien podía proporcionarla, ya que era un próspero mercader, y con él tenía una estrecha relación por haberse criado juntos. Abbas dijo que él se encargaría de Yafar, con lo cual Muhammad acordó hacer lo mismo con Ali. Fue por esa época cuando Jadiya había dado a luz a su último hijo, un niño llamado AbdAl-lâh, pero el pequeño había fallecido a una edad aún más temprana que Qasim. En cierto sentido fue reemplazo por Ali, que fue criado como un hermano para sus cuatro primas, siendo aproximadamente de la misma edad que Ruqayyah y Umm Kulthum, algo más joven que Zaynab y un poco mayor que Fatimah. Estos cinco, junto con Zayd, formaban la familia más inmediata de Muhammad y Jadiya. El tío mayor de Muhammad, Harith, entonces ya fallecido, había dejado muchos hijos. Uno de

ellos, su primo Abu Sufyan, era también su hermano de leche al haber sido criado por Halimah, entre los Bani Sad, algunos años después que Muhammad. La gente decía que Abu Sufyan era de los que guardaban más parecido con Muhammad, y entre las características que tenían en común estaba la elocuencia. Pero Abu Sufyan era un poeta de talento mientras que Muhammad jamás había mostrado ninguna inclinación a componer un poema, aunque en su dominio del árabe y en la belleza de su lenguaje no había quien lo superase.

Capítulo 4: La reconstrucción de la Ka´aba (Año 605 de la Era Cristiana) Parcialmente destruida por un incendio, la Ka'ba había quedado mal reparada; su tejado estaba hundido y los ladrones aprovecharon la brecha para introducirse en el Santuario y llevarse una parte del tesoro hecho por las ofrendas de los peregrinos. Era urgente repararlo de nuevo, pero desgraciadamente los muros estaban de tal forma deteriorados que no podían soportar la menor sobrecarga: era indispensable el echarlos abajo. Pero si la reparación de un monumento tan venerado no levantaba ninguna objeción, su demolición parecía el peor de los sacrilegios y sus dudas aumentaron aún más por la aparición de una gran serpiente que había tomado la costumbre de salir todos los días de la cámara para tomar el sol contra el muro de la Ka’aba. Si alguien se acercaba alzaba la cabeza y silbaba con las fauces abiertas. Esto los tenía aterrados. Un día, mientras el reptil tomaba el sol, Al-lâh envió contra él un águila, que se apoderó de la serpiente y se marchó volando con ella. Entonces los del Quraysh se dijeron: "Ahora ciertamente podemos esperar que a Al-lâh le complazca nuestro propósito. Tenemos un artesano cuyo corazón está con nosotros, y tenemos madera, y Al-lâh nos ha desembarazado de la serpiente". Los Quraisies decidieron derribar los viejos muro, cuyos despojos cubrieron el suelo. Cuando los muros hubieron sido demolidos hasta los cimientos de Abraham se encontraron con grandes guijarros verdosos, parecidos a las jorobas de los camellos, colocados unos junto a otros. Un hombre encajó una palanca entre dos de estas piedras para alzar una de ellas, pero con el primer movimiento de la piedra una violenta sacudida estremeció toda Meka, y lo tomaron como una señal de que debían dejar los cimientos intactos. En el interior de la Esquina de la Piedra Negra habían encontrado un trozo de escrito en siriaco. Lo guardaron, sin saber qué era, hasta que uno de los judíos lo leyó: "Yo soy Dios, el Señor de Becca. La creé el día que creé los cielos y la tierra, el día que formé el sol y la luna, y coloqué alrededor suyo siete ángeles inviolables. Permanecerá durante tanto tiempo como las dos colinas, bendita por su gente con leche y agua." Otro trozo de escrito fue hallado debajo de la Estación de Abraham, una pequeña roca cerca de la puerta de la Ka’aba que porta la impresión milagrosa de su pie: "Meka es la casa sagrada de Al-lâh. Su sustento le viene de tus órdenes. No dejes que su gente sea la primera en profanarla". Con el celo que provoca la rivalidad, los trabajadores elevaron pronto las paredes hasta la altura donde debía quedar sellada la famosa Piedra Negra, "Al-Hayar Al-Aswad". ¿En quién iba a recaer el gran honor de volver a colocar en su sitio la preciada reliquia? Sobre este particular no había acuerdo posible, pues cada clan, alegando su nobleza o su mérito, hacía que las discusiones se enconaran hasta tal grado, que empezaban a temerse las peores consecuencias. Presa de los celos, los clanes se empezaban a enfrentar; los Bani Abd ed Dár, uniéndose con los Bani'Adi ben Ka'aba, trajeron una escudilla repleta de Sangre y metiendo en ella las manos jurando morir antes que dejar a otros ese honor que estimaban pertenecerles en pleno derecho. Durante cuatro días y cuatro noches, los clanes enfrentados permanecieron en sus posiciones,

únicamente ocupados en vigilarse los unos a los otros. Finalmente, Abu Umayya, el más anciano de todos tomó la palabra: "Es preciso acabar con todo esto, les dijo, y he aquí lo que os propongo: tomad por árbitro a la primera persona que entre en este recinto, para que juzgue las diferencias que os separan". (I.I. 125). La opinión no disgustó a los irreductibles rivales y finalmente la adoptaron. Casi en ese instante, vieron avanzar hacia ellos a un joven de una treintena de años, en quién reconocieron a "El Amín" (El Fiel), es decir: Muhammad. El azar no pudo elegir mejor; todos, en común acuerdo, lo aceptaron por árbitro dejando en sus manos las causas del conflicto. Cuando hubieron terminado sus explicaciones Muhammad, en lugar de discutir sus respectivas pretensiones, les dijo simplemente: "Traed una manta y extendedla en la tierra". Después de ser obedecido, cogió la Piedra Negra con sus manos, la puso en el centro de la manta extendida y diciendo: "Ahora, continuó, elevad la manta todos a la vez, hasta la altura del muro en construcción". Obedecieron y, cuando la manta se encontraba elevada a la altura del lugar donde debía quedar sellada la Piedra Negra, Muhammad tomó la reliquia y la depositó en su lugar con sus propias manos. Gracias a su aplomo, todo tema de discusión desapareció: había dado satisfacción a cada uno de los partidos rivales sin elevar a ninguno de ellos por encima del otro; finalmente, se había preservado un puesto de honor que nadie pensó en negárselo. Las paredes de la parte alta de la Piedra Negra se acabaron rápidamente por los trabajadores reconciliados. Las vigas de un navío hundido en la costa de Yeddah sirvieron para la realización de un tejadillo en terraza, y, una vez terminado el monumento, se recubrió con un velo de lino finísimo tejido por los coptos. Más tarde, este velo fue un tejido rayado del Yemen; finalmente, la Ka’aba fue vestida por Hayay ben Yúsuj con la "Kisua" o tela de seda negra que todavía lleva hoy y que se le renueva cada año. Las primeras revelaciones No fue mucho después de esta señal externa de su autoridad y su misión cuando comenzó a experimentar poderosas señales internas, además de las que ya había sido consciente. Cuando le preguntaban por éstas él hablaba de "visiones verdaderas" que le venían durante el sueño, y decía que eran "como el despuntar de la luz del alba" (Muhammad ibn Ismail al-Bujari I, 3). El resultado inmediato de estas visiones fue que la soledad se le hizo querida, y se iba para hacer retiros espirituales a una cueva en el Monte Hira, no lejos de las afueras de Meka. No había en esto nada que hubiera parecido al Quraysh especialmente extraño, ya que entre los descendientes de Ismael el rito había sido una práctica tradicional y en cada generación había habido uno o dos que se retiraban de tiempo en tiempo a un lugar solitario para poder pasar un período no contaminado por el mundo de los hombres. De acuerdo con esta práctica inmemorial, Muhammad se llevaba provisiones y consagraba cierto número de noches a la adoración de Al-lâh. Luego volvía con su familia y a veces, a su regreso, cogía más provisiones y se marchaba de nuevo a la montaña. Durante estos pocos años a menudo sucedía que, cuando había abandonado la ciudad y se estaba acercando a la ermita, oía claramente las palabras "La paz sea contigo, ¡oh Mensajero de Al-lâh!" (I.I. 151), y se volvía para mirar quién hablaba, pero nadie había a la vista, y era como si las palabras hubiesen salido de un árbol o una piedra. Ramadán era el mes tradicional de retiro; y fue una noche hacia finales de Ramadán, en su cuadragésimo año de vida, encontrándose solo en la cueva, cuando vino a él un Málak en la forma de un hombre. El Málak le dijo: "¡Recita!" y él contestó: "No soy un recitador". Después de esto, como él mismo contó, "el Málak me agarró y me oprimió en su abrazo, y de nuevo cuando había llegado al límite de mi resistencia me soltó y dijo: y yo volví a decir: . Entonces, por tercera vez me oprimió como antes; luego me soltó y dijo: ¡Recita en el nombre de tu Señor, el que todo ha creado! Ha creado al hombre de un coágulo. ¡Recita! Tu Señor es el más Generoso, El, que ha enseñado con el cálamo, ha enseñado al hombre lo que no sabía.

(Corán XCVI, 1-5) Muhammad recitó estas palabras después del Málak, que entonces lo abandonó, y dijo él: "Fue como si las palabras hubieran sido escritas en mi corazón" (I.I. 153). Pero temió que esto pudiera significar que se había convertido en un poeta inspirado por los "yins" o en un poseso. Así pues, abandonó la cueva, y cuando había recorrido la mitad de la ladera de la montaña escuchó una voz por encima de él, que decía: "¡Oh, Muhammad!, tú eres el mensajero de Al-lâh y yo soy Gabriel". Levantó los ojos hacia el cielo y allí estaba su visitante, todavía reconocible pero ahora claramente como un Málak, llenando todo el horizonte, y de nuevo dijo: "¡Oh, Muhammad!, tú eres el mensajero de Al-lâh y yo soy Gabriel". El Profeta permaneció observando al Málak; luego se apartó de él, pero dondequiera que mirase, ya fuese hacia el norte o hacia el sur, hacia el este o hacia el oeste, el Málak estaba siempre allí, a horcajadas sobre el horizonte. Finalmente, el Málak se volvió y el Profeta descendió la ladera y fue a su casa. "¡Arrópame! ¡Arrópame!" (al-Bujari I, 3) le dijo a Jadiya cuando con el corazón todavía palpitante se echó en el lecho. Alarmada, aunque sin atreverse a preguntarle, trajo rápidamente un manto y lo extendió sobre él. Pero cuando la intensidad de su temblor hubo disminuido le contó cunto había visto y oído. Deslpués de haberlo tranquilizado con sus palabras, Jadiya fue a hablar con su primo Waraqah, que ya era un anciano y estaba ciego: "¡Santo! ¡Santo!", dijo él. "Por Aquél en cuyas manos está el alma de Waraqah, le ha sido descendido a Muhammad, el mayor Namus (El "Nomos" griego, en el sentido de la Escritura o Ley Divina, identificada con el Málak de la Revelación.), el mismo que le vino a Moisés. Ciertamente, Muhammad es el Profeta de su pueblo. Que esté seguro". En consecuencia, Jadiya se volvió a casa y le repitió estas palabras al Profeta, que, ahora con el ánimo pacificado, regresó a la cueva para poder cumplir el número de días de retiro que había ofrecido a Al-lâh. Waraqah le dijo: "Cuéntame, ¡oh, hijo de mi hermano!, qué has visto y oído". El Profeta se lo contó, y el anciano le volvió a decir o que había referido a Jadiya, pero esta vez añadió: "Se te llamará mentiroso y serás maltratado, te expulsarán y te harán la guerra, y, si yo vivo para ese día, Al-lâh sabe que apoyaré Su causa" (I.I. 153-4). Luego se inclinó hacia él y le besó la frente, y el Profeta regresó a su casa. En esta noche por siempre memorable, conocida con el nombre de "Laylatu Al-Kadr" o "Noche del Decreto", el Corán descendió integramente desde el Cielo superior donde estaba conservado hasta el Cielo inferior, situado inmediatamente sobre nuestra Tierra, siendo depositado en la "Bait al Ezza" ( o "Mansión de la Gloria"), bajo la cual se edificó la "Bait Al-lâh", ( o "Mansión de Al-lâh"), es decir: la Santa Ka'aba "En vedad, que revelamos (el Corán) en la noche del decreto. ¿Y, que te hará entender lo que es la noche del decreto?. ¿La noche del decreto es mejor que mil meses! En ella descienden los Málakes con el Espíritu, con el permiso de su Señor, para ejecutar todas sus órdenes. ¡Paz es ella hasta despuntar de la aurora!" (Corán: 97, 1-5) Más tarde, de éste Cielo inferior, después de los primeros versículos revelados a Muhammad al mismo tiempo que la comprensión general de Su Misión, las palabras de Al-lâh que componen el Corán descendieron por su boca, sura tras sura, a lo largo de un periodo de veintitrés años, con la finalidad de guiar todos sus actos, fijar las leyes de la Religión y organizar el triunfo del Islam. El Málak Gabriel que se le apareció al Profeta e Hira no es otro que el Málak Gabriel que se le apareció a Daniel y a María, madre de Jesús. El Málak Gabriel es "Ar-rúh Al Qudus", es decir: "Espíritu Santo" (Coran 97, 4). También es "En Namús" o el "Consejero Invisible". Cuando Gabriel tenía que aleccionar a Muhammad mediante el ejemplo como los actos del culto se

le manifestaba en forma humana, asemejándose a la de Dihya ben Jallifa, uno de los compañeros del Profeta. Las noticias tranquilizadoras de Jadiya y Waraqah fueron seguidas por una reafirmación procedente del Cielo en la forma de una segunda Revelación. La manera de producirse no se ha registrado, aunque al preguntarle cómo le venía la Revelación el Profeta mencionó dos formas: "Algunas veces me viene como el retumbar de una campana, y ésa es la más dura para mí; cuando me he enterado de su mensaje disminuye el estruendo. Y a veces al Málak toma la forma de un hombre y me habla, y yo soy consciente de lo que me dice". (B. I, 3). La Revelación, esta vez, comenzó con una sola letra, el primer ejemplo de las letras crípticas con las que comienzan varios mensajes coránicos. La letra fue seguida de un juramento divino, prestado por el cálamo, que ya había sido mencionado en la primera Revelación como el principal medio de Allâh para enseñar a los hombres Su sabiduría. Cuando le preguntaron acerca del cálamo, el Profeta dijo: "La primera cosa que Al-lâh creó fue el cálamo. Creó la tabla y le dijo al cálamo: y el cálamo respondió: Al-lâh dijo: Entonces el cálamo trazó lo que se le había mandado" (alTirmidhi 44). El juramento por el cálamo es seguido de un segundo juramento por lo que escriben, y entre lo que ellos, esto es, los Málakes, escriben en el Cielo con cálamos menores sobre tablas menores está el arquetipo celestial del Corán, al cual Revelaciones posteriores se refieren como a: Una recitación (qur'an) gloriosa en una tabla inviolable (Corán, LXXXV, 21-2.) Y como a la madre del libro. (C. XIII, 39). Los dos juramentos van seguidos de la reafirmación Divina: Nun. Por el cálamo y lo que escriben, no eres ningún poseso por la gracia de Tu Señor. Tuya será una recompensa sin límites y verdaderamente magnánima es tu naturaleza. (LXVIII, 1-4). Después de la llegada de los primeros Mensajes hubo un período de silencio. El profeta comenzó a temer si habría incurrido en algún tipo de desagrado del Cielo, aunque Jadiya le decía continuamente que eso no era posible. Entonces, al fin, el silencio se rompió y llegó un nueva reafirmación, y, con ella, el primer mandato directamente relacionado con su misión: ¡Por la brillantez de la mañana, y por la noche cuando está tranquila! Tu Señor no te ha abandonado ni aborrecido, y para ti será mejor la última que la primera, y Tu Señor te dará y quedarás satisfecho. ¿No te encontró huérfano y te amparó, y te encontró extraviado y te guió, y te encontró necesitado y te enriqueció? Al huérfano, pues, no lo oprimas. Al mendigo no lo rechaces, y proclama la gracia de tu Señor. (XCIII) El Salat La oración precedida por las abluciones fue el primer deber enseñado al Profeta por el Mensajero celeste. Muhammad regresó al lugar de la Revelación y Yibril se le apareció de nuevo bajo aspecto humano: "Profeta, le dijo, deberás invitar a los hombres a proclamar que no hay otro Dios salvo Allâh". Luego, lo llevó a Wádi y golpeó el suelo con su pié; inmediatamente brotó una fuente y mediante su ejemplo el Málak enseñó los ritos de la Purificación mediante las abluciones que deben preceder a toda oración. Realizó a continuación la oración, con las inclinaciones, posternaciones, y las frases que deben componerla. El Profeta rezó con él, guiándose por los gestos y palabras del

Málak. Sintiendo su cuerpo aligerado de una pesada carga por ésta purificación y su alma dilatada por el beneficio de ésta oración, Muhammad regresaba repleto de imân con su compañero, cuando Yibril, todavía allí, le dijo: "Enseña a Jadiya la salvación por el Islam" (es decir, por la resignación absoluta a la voluntad del Creador). Obedeció diciendo: "Jadiya, Yibril me manda enseñarte la salvación por el Islam". A lo que Jadiya respondió: "Al-lâh es la salvación, de El viene la Salvación, y la Salvación sea con Yibril". Ella fue, de entre todos los humanos, la primera en abrazar la imân del Islam. Inmediatamente, el Profeta la condujo hacia la fuente milagrosa donde le enseñó lo que él mismo aprendió. A imitación suya, se purificó por las abluciones y realizó la oración, desde ese día, Al-lâh se sirvió de la admirable mujer para aliviar los dolores de Su Profeta en todas las pruebas que iba a sufrir. La devoción de Jadiya inspiró a Muhammad un inmenso desprecio hacia las maldades humanas; y su imân inquebrantable lo reconfortó en todas las ocasiones en las que fue tratado de impostor. Los primeros musulmanes El primero de los compañeros del Profeta que creyó en Su Misión fue Ali, hijo de Abu Taleb, de diez años de edad, al que había adoptado en una época de penuria y hambre, para aliviar a su tío que soportaba la carga de una gran familia. Ali cuando llegaba la hora de la oración, seguía al Profeta a los barrancos para rezar con él a escondidas de su padre y de sus tíos. Pero un día, mientras rezaban ambos en un lugar llamado "Nailat el Mohal", Abu Táleb les sorprendió de improviso y preguntó al Profeta: "¿Hijo de mi hermano, a qué religión pertenecen los ritos que sigues en tus oraciones?" -"Es la religión de Al-lâh, de Sus Málakes y de Sus Profetas. Es la religión de nuestro ancestro Ibrahim. Al-lâh me ha enviado para predicarla a los hombres; y a ti, que eres el más digno y mi pariente más cercano, te invito a entrar en el Camino de la Salvación". -"No puedo abandonar la religión y las tradiciones de mis pardres, declaró Abu Táleb; no obstante, te tengo por tan sincero que creo en la verdad que proclamas. Prosigue tu Misión sin inquietud, ningún daño te sucederá mientras esté en éste mundo". y volviendose hacia su hijo: "Puedes escuchar a Muhammad, (le dijo) y tenerle total obediencia, pues no te conducirá más que por el camino del Bien". El esclavo que Muhammad había liberado y adoptado, Zaid ben Háriza, y que sentía por él un afecto tal que había rechazado el ir con su padre, imitó pronto el ejemplo de Ali y abrazó la fe del Islam. Seguidamente vino uno de los personajes más importantes de Mekka, Abd el Ka'ba hijo de Abu Quhafa, a quien a partir de ahora llamaremos Abu Bakr. Este se hallaba un día en casa de Hakím ben Hazam, cuando una esclava de la casa le dijo a su dueño: "Tu tía Jadiya pretende que su esposo es un Profeta enviado por el Altísimo como lo fue Moises". Ante estas palabras, Abu Bakr, que tenía una imân absoluta en la sinceridad de Muhammad y que había oido algunas de las predicciones de Waraka se levantó precipitadamente muy emocionado y se marchó a casa del Profeta para preguntarle. Tan pronto como tuvo cuenta de los detalles de la Revelación por boca del Profeta, presa de entusiasmo exclamó: "¿Por mi padre, mi madre y los amigos de la Verdad, creo en lo que me has contado, y doy fe de que no existe otro dios que Al-lâh y que tu eres Su Profeta!". Al oirlo Jadiya, cubierta con un velo rojo, salió de una habitación vecina para decir a Abu Bakr: -"Alabado sea Al-lâh que te ha guiado, hijo de Abu Quhafa!" Esta conversión alegró inmensamente al Profeta. Abu Bakr gozaba de una situación preponderante en la Ciudad; muy rico, de figura agradable y porte distinguido, versado en las ciencias de la genealogía y la explicacion de sueños, exacto en sus palabras y afable en sus relaciones. Con una fe ardiente, Abu Bakr consagró en lo sucesivo todos sus esfuerzos para traer a sus amigos y a la gente

de su clan ante el Profeta, quien los invitaba al Islam. Unas quince personas de entre los más nobles Quraises vinieron al Profeta de ésta forma y se ennoblecieron por el Islam. Citaremos a Otmán Bnu 'Affan, Abder Rahmán ben 'Auf, Sa'd ben Abi Wakkás, Zubair ben Aw-wám, Talha ben Obeid Al-lâh, Obida ben Hárez, Ya'far ben Abd el Muttaleb, y muchos otros. Al lado de estas conversiones importantes por la calidad de los prosélitos, no olvidemos la de la madre de leche de Muhammad que, aunque más humilde, fue mucho más conmovedora. Cuando oyó hablar de la Vocación de su hijo de leche, la buena Halima, que siempre había creido en su gran destino, vino presurosa con su marido Háriz para sumarse al número de los fieles. Además, todas las personas que componían la casa de Muhammad se habían convertido desde el principio, entre ellas sus hijas, todavía jóvenes, y la negra umm el Aimân. En estas condiciones, la propaganda no podía tener lugar más que a escondidas, entre familiares; muy tímidos fueron los progresos del Islam durante los tres primeros años. Por otra parte, la Revelación se interrumpió brúscamente y Mohammad, al no sentirse sostenido por la Inspiración del Todo Poderoso, comenzaba a dudar y a desesperarse. Vagaba ansioso y solitario por un valle agreste, cuando, al oir una Voz Celestial, levantó los ojos y, en un destello de luz, reconoció el Málak que se le apareció en Hira. No pudo aguantar el fogonazo de esta formidable aparición y, cegado, se precipitó en su vivienda donde se hizo cubrir totalmente con su manto para mitigar los escalofríos de su cuerpo y el deslumbramiento de sus ojos. Fue entonces cuando Al-lâh hizo descender los siguientes versículos: "¿Oh, tú que estás enmantado! ¿Levántate y amonesta! Amonesta a tus parientes más próximos Se humilde para con quienes te siguen de los creyentes Pero si te desobedecen, díles: ¡En verdad que no soy responsable de cuanto hacéis! Y encomiendate al Poderoso, Misericordisísimo" (Corán: 74;1,2.26;214-220) Hasta entonces, no había osado declarar públicamente su Misión en previsión de los odios que suscitaría entre sus conciudadanos idólatras. Pero recibía de su Supremo Señor la orden de predicar, que era su más ardiente deseo; por eso, resolvió intentar un gran golpe. Ordenó preparar a 'Ali una comida compuesta por una pierna de cordero asado, trigo cocido y un cuenco de leche, y que más tarde fuese a invitar a sus parientes. Vinieron alrededor de cuarenta; entre ellos, sus tíos paternos Abu Táleb, Hamza, Abbás y Abu Lahab estaban presentes. Los invitados quedaron saciados ante su total estupefacción, pues ésta modesta comida podía haber sido ingerida por uno sólo de ellos. Al finalizar, Muhammad quiso tomar la palabra, pero, Abu lahab, que sospechaba las idéas de su sobrino y las desaprobaba, se le adelantó previniendole: "¿Qué sortilegio irá a usar nuestro anfitrión con nosotros?" Y ante el superticioso temor de un embrujamiento, del cual veían ya la prueba en que su apetito se hubiera calmado con tan escaso festín,los convidados se dispersaron precipitadamente. El Profeta, herido por esta falta de curiosidad, dijo a 'Ali: -"¿Te has dado cuenta de la descortesía en la que ha incurrido mi tío para cortarme la palabra? Pero poco importa: prepara otra comida para mañana y vuelve a invitar a los mismos". Al día siguiente, ante los convidados nuevamente reunidos, Muhammad se apresuró y logró hacerse oir: "No ha habido nadie, declaro, que alguna vez trajera a los árabes lo que les traigo, es decir: la fortuna gloriosa en éste mundo y la felicidad suprema en la otra Vida. Al-lâh el Altísimo me ha ordenado que llama a la gente a Su Camido. ¿Quién de entre vosotros desea compartir mi tarea y ayudarme en el cumplimiento de mi misión? Ese será mi mandatario y mi lugarteniente, ¡será mi hermano!". Ante esta proclama inesperada, los asistentes se miraron los unos a los otros estupefactos y sin saber qué responder, aunque se leía en sus rostros una feroz hostilidad como respuesta.

El fiel 'Ali, que esperaba que una explosión de alegría acogiese tan gran noticia y enconadas disputas para tan gran honor, no pudo contener su indignación. Olvidó la reserva que debería haberle impuesto su juventud en medio de tan noble asamblea, y levantandose llevado por el entusiasmo exclamó: "¡Oh, Profeta de Al-lâh, yo seré tu lugarteniente!". En lugar de sonreir ante la pretensión de éste muchacho, el Profeta posó afectuosamente su mano sobre el cuello de 'Ali diciendo: "¡He aquí a mi mandatario y lugarteniente! ¡He aquí mi hermano! Escuchadle y obedecedle!". Esta vez, la estupefacción de los asistentes no tuvo límites, pero contuvieron la ira acogiendo la proclama en medio de una carcajada, Abu Lahab, dirigiendose a Abu Taleb, le increpó ironicamente: "¿Has oido las palabras de tu sobrino? ¡Te ordena escuchar y obedecer a tu hijo!" Y todos, a excepción de Abu Táleb, contristado por la escena, salieron sarcásticos y exasperados. Un fracaso tan rotundo afligió al Profeta, pero no se desanimó en absoluto, pues en lo sucesivo, la Revelación no cesó de confortarlo, instruirlo y guiarlo.

Caoítulo 5: Las primeras hostilidades Desde las primeras prédicas del Profeta, los Fieles no hacían ya un misterio de sus creencias. Pero, para evitar inútiles conflictos, se reunían ocultamente en un barranco desierto donde rezaban sus oraciones. Un grupo de idólatras les espió y descubrió su retiro, y entonces se puso a injuriarlos. Los Creyentes, no pudiendo soportar más los insultos prodigados contra su religión, se irritaron dando lugar a una pelea, en el trascurso de la cual Sa'ad ben Abi Wakkás empuñó una mandíbula de camello que estaba en el suelo, y asestó un golpe violento en la cara de uno de los paganos ensangrentandosela. Queriendo evitar la reincidencia de incidentes de éste tipo, el Profeta decidió retirarse para rezar con sus discípulos a la casa de Arkam, situada en la colina de Safá. Soporta con paciencia lo que dicen y apártate de ellos con una cortés despedida, y también Trata amablemente con los infieles, dales tregua por un tiempo. (LXXXVI, 17). Sin embargo la exasperación crecía en el bando de los idólatras; mientras que Muhammad se había limitado a llamarles a la Salvación, incluso criticándoles y amenazandoles con castigos celestes, sus adversarios se habían contentado con un levantar de hombros o con una risotada, pero cuando, a su vez, se puso a ridiculizar a sus ídolos de madera o piedra, mudos, sordos, ciegos e impotentes, su furor no tuvo límites. No solamente les hería en sus creencias sino que les lesionaba gravemente sus intereses, pues estos ídolos eran, en manos de los nobles de la ciudad, una fuente de ingresos considerable y un medio eficaz para dominar a una plebe supersticiosa. El único entre los de su clan que habiendo rechazado el Islam le conservaba su afecto era su tío Abu Taleb, para gran escándalo del resto de los Quraises. Estos, le enviaron una embajada compuesta por los miembros más influyentes de sus tribus: Otba ben Rabi'a, Abu Sufián ben Harb, Abu Yahel, y muchos otros de similar categoría: "Abu Táleb, dijeron éstos comisionados, en hijo de tu hermano insulta a nuestros dioses y nuestras creencias, ridiculizando la religión y las tradiciones de nuestros padres, nos desembarazarás de él? o bien, mediante tu neutralidad, nos darás carta blanca para actuar con él como deseamos? Pues, bien sabemos que no compartes sus idéas". Abu Táleb les despidió con una respuesta cortés y conciliadora.

Muhammad, continuó sus prédicas sin ningún aminoramiento en su ardor. La enemistad de los Quraises tomó entonces un giro más grave, y los emisarios volvieron a reunirse con Abu Táleb para declararle: "Experimentamos el mayor respeto por tu edad, tu nobleza y tu rango, pero te pedimos que nos libraras del hijo de tu hermano y no lo has hecho en absoluto. Ahora bien, ya no podemos soportar por más tiempo los ultrajes con que cubre nuestras tradiciones y nuestras creencias; retirale tu protección y déjanos libres para tratarle a nuestro modo. Si rehusas, te incluiremos en la guerra que le declaramos y que durará hasta el exterminio total de uno de los dos partidos". Luego se marcharon, dejando a Abu Táleb desesperado al verse separado de los suyos y, por otra parte, firmemente decidido a no abandonar nunca a su sobrino. En este estado de ánimo mandó llamar a Muhammad, y le dijo: "hijo de mi hermano, nuestros conciudadanos Quraises han vuelto y me han hecho graves advertencias... Reflexiona, ten compasión de mí y de ti mismo, y no me impongas lo que me sería demasiado penoso para soportarlo!". El Profeta respondió: "¡Tio mío! ¡Por Al-lâh, que si colocasen el sol en mi diestra y la luna en mi izquierda para obligarme renunciar a mi Misión, juro que no renunciaría a ella antes de haberla llevado al triunfo, o de baher sucumbido!". El, imaginandose que Abu Táleb, por sus palabras, había querido hacerle entreveer la necesidad en la que se encontraba de abandonarlo en su impotencia para protegerlo, se marchó envuelto en lágrimas... Pero, Abu Táleb, conmovido, lo mandó llamar inmediatamente y le dijo afectuosamente: "Marcha, hijo de mi hermano. Ve a predicar lo que gustes. ¡Por Al-lâh, que nunca te abandonaré!". Viendo que ninguna amenaza lograría separar a Abu Táleb de su sobrino, los emisarios volvieron por tercera vez, trayendo ésta vez con ellos a 'Amr Ben Al-Walid, y le hicieron ésta proposición: "Abu Táleb, he aquí 'Amr Ben Al-Walid, uno de los jóvenes más bellos de Mekka. Te lo traemos; adóptalo como hijo, es para ti. Pero, a cambio, danos al hijo de tu hermano, al que adoptaste y ha sembrado la discordia en nuestra tribu, para que le demos muerte". -"¡Por Al-lâh!, respondió Abu Táleb, ¡qué buen trato me proponéis! ¡Me daríais a un hijo vuestro para que lo alimente, y yo os doy el mío para que le deis muerte! ¡Eso, por Al-lâh, nunca podrá ser!". Los emisarios se marcharon llenos de rabia. El Mausem, es decir el tiempo de la peregrinación, estaba cerca y los Quraises idólatras se reunieron en casa de Walid ben Muguira para ponerse de acuerdo en la actitud a tomar con el Profeta. Walid tomó la palabra espresandose en éstos términos: "Asamblea de Quraises, el Mausem traerá muy pronto a Mekka gran número de peregrinos que, a buen seguro, habrán oido hablar de Muhammad y que os preguntarán al respecto. ¿Cuál será vuestra respuesta?. Unios en una misma opinión para no contradeciros los unos a los otros, pues ello destruiría el efecto de vuestras palabras". -"Te corresponde a ti aconsejarnos, Walid." -"Debéis hablar primero; os escucharé y discutiré vuestras opiniones". -"Pues bien, diremos que Muhammad es un adivino." -"No. Sabemos lo que es un adivino, y no tiene ni sus delirios ni sus énfasis rítmicas" -"Diremos que es un poseido". -"No. Hemos visto a poseidos, y no está como ellos, sujeto a crisis y convulsiones".

-"Diremos que es un poeta". -"No, no es un poeta. Conocemos los distintos tipos de versificación empleados por ellos y sus palabras no responden a ninguno de éstos". -"Diremos que es un brujo". -"No. Pues, hemos conocido a brujos y no realizan ninguno sus actos de magia; en verdad, sus éxitos se deben al encanto y al deleite de sus palabras". En su fuero interno, los asistentes se vieron obligados a reconocer la absoluta verdad de observación: todos, más o menos, se habían sentido tocados en el fondo de su corazón por las palabras brotadas del corazón extasiado del Apóstol de Al-lâh. Todos, habían estado muchas veces a punto de ceder a la fascinación que ejercían sobre ellos sus acentos, inspirados por una fe sobrehumana, siendo necesaria toda la violencia de sus intereses materiales y de sus pasiones terrestres tan gravemente lesionados por su pura doctrina, para retenerlos. Sin embargo, debían tomar una decisión inmediata a fin de impedir a todo trance, que los árabes extranjeros se viesen sometidos a semejante prueba. Convinieron, pues, en decir que Muhammad se hallaba en posesión de poderosos hechizos, por medio de los cuales sembraba la discordia en las familias, separando al hermano del hermano, al hijo del padre, al esposo de la esposa... Así, por el contrario, al regresar a sus tribus, contaron aquello de lo que habían sido testigos de forma que el gran resultado de la campaña emprendida contra Muhammad por sus enemigos fue el extender el renombre por toda Arabia. Para avivar su cólera, exasperados por la creciente reputación del Profeta a la que involuntariamente habían contribuido, los idólotras rebuscaban todas las ocasiones que podían para perjudicarle. Un día, reunidos en el recinto del Templo, se alentaban mutuamente diciendose; "¡No! ¡Nunca hemos soportado de nadie lo que hemos soportado de este hombre!". En ese momento llegó Muhammad, que se puso a realizar las vueltas rituales alrededor de la ka'ba. En una sóla voz se lanzaron sobre él preguntándole: -"¿Eres tú el que osas insultar a los dioses de nuestros padres?". -"Si, soy yo". Respondió impasible. Uno de los agresores, arrojándose sobre él, le cogió por el cuello de su túnica e intentó estrangularlo. Abu Bakr, que se hallaba cerca de él, se interpuso diciendo con pena: "Y bien, ¿mataríais a un hombre porque proclama que su Dios es Al-lâh?"; y liberó al Profeta, no sin salir el mismo malparado por el incrédulo, que le arrancó un pedazo de la barba. El peligro corrido en éste suceso no impidió en absoluto al Profeta volver a la Ka'aba para rezar, despreocupandose de las miradas furiosas de sus adversarios. Por orden de Abu Yahel, un hombre fue a buscar unas entrañas de oveja. Eligió las de un animal ya muerto desde hacía varios días y, luego, mientras que el Profeta se encontraba posternado asistentes se partieron de risa; pero el Elegido de Al-lâh no parecía advertir la afrenta de que era víctima, y continuó sus oraciones...Fue su hija Fátima la que, llegando instantes más tarde, echó a lo lejos esas inmundicias lanzando imprecaciones contra los miserables que no habían retrocedido ante tan repugnante ultraje. Junto con Abu Yahel, uno de los que permaneció deshonrado por siempre en la historia a causa de su conducta con el Profeta, fue uno de sus tíos apodado Abu Lahab, es decir: "el hombre destinado a las llamas del infierno". Muhammad, predicando un día en medio de un corro de ciudadanos en la colina de Safa, fue interrumpido groseramente por Abu Lahab: "¡Ojalá seas aniquilado, le gritó, tú que nos has reunido para contarnos semejantes estupideces!". Fue a ésta injuria a la que responde la sura del Corán:

"¡Que perezcan las manos de Abu Lahab! ¡Perezca él! Ni su hacienda ni sus adquisiciones le serviran de nada. Arderá en un fuego llameante, así como su mujer, la acarreadora de leña, a su cuello una cuerda de fibras. Esta sura, rápidamente difundida, aumentó el resentimiento de Abu Lahab, y quizá aún más el de su esposa, Umm el Yamil, al figurar en ella de forma tan hiriente pero igualmente merecida. ¡la acarreadora de leña!; no podía soportar ese nombre; pero, ¡No sembró con ramas de espinos el camino de Profeta, y su lengua no encendió el fuego del odio con los leños de las calumnias que chismorreaba por doquier? y no retrocediendo ante los procedimientos más viles, ésta pareja arrojaba todos los días montones de basura a la terraza o ante la puerta de la casa de Muhammad que era su vecino. Alentados o aterrorizados por estos fanáticos, la mayoría de la gente de Mekka rechazaba al Profeta o huía de él. Los niños y la gente sin escrúpulos le perseguían por las calles con sus dicharachos. Pero... Parecía incluso no percibir a sus autores; no tenía ojos sino para aquellos en los que esperaba la conversión. El incidente del ciego Un día había emprendido la conversación con varios notables de la ciudad que comenzaban a ser sacudidos por sus argumentos, cuando llego Ibn Umm Maktúm un pobre ciego que le pidió humildemente un poco de ciencia que Al-lâh le había dado. Absorto en la discusión con éstos personajes cuya conversión deseaba y temiendo dejar escapar una ocasión que quizá ya no volviera a darse, Muhammad tuvo un instante de contrariedad y tan apenas respondió a ciego, que se alejó. Immediatamente el ciego se sintió invadido por el remordimiento. Este ciego, iluminado por la fe, ¿no hubiera sido capaz de abrir los ojos a otros seres humanos sumergidos en la ignorancia? Y la Revelación aumentó su remordimiento confirmándole su error: Frunció las cejas y volvió la espalda, porque el ciego vino a él. ¿Quién sabe? Quizá quería purificarse, o dejarse amonestar y que la amonestación le aprovechara. A quien es rico le dispensas una buena acogida y te tiene sin cuidado que no quiera purificarse. En cambio, de quien viene a ti, corriendo, con miedo de Al-lâh, te despreocupas. ¡no! Es un Recuerdo, que recordará quien quiera, (Coran 80, 1-12) Después de este incidente, el Profeta tuvo gran cuidado de tratar del mismo modo a pobres y ricos, esclavos y nobles. La exasperación de los idólatras llegó al paroxísmo al ver a sus propios esclavos abrazar el Islam por su doctrina de igualdad, así como por la revelación de suras amenazantes para los ricos y los explotadores del pueblo: "La codicia os distraerá Hasta que visitéis los sepulcros ¡No! ¿pronto lo sabréis¡ ¡No y no! ¡Ya vereis...! ¡No! Si supierais a ciencia cierta... ¡Veréis, de seguro, el fuego de la gehena!

¡Sí, lo veréis con ojos de certeza! Luego, ese día, se os pregúntará, ciertamente, por la delicia. (Corán: 102:1-8) Al encontrarse Abu Yahel al Profeta en Safá, no pudo contenerse y olvidando el recato que debe observar un hombre de su categoría le lanzó un improperio tan vil que el cálamo se negó a transcribirlo. Siguiendo su costumbre, el Profeta no respondió nada; pero una esclava liberta de Abd Al-lâh ben Yehan contempló la escena desde su casa, situada en ese lugar, y cuando, poco más tarde, vió pasar a Hamza, tío de Muhammad, le contó lo que había oido. La conversión de Hamza Hamza era de carácter altivo e impulsivo y, cuando se enteró del insulto proferido contra su sobrino, sintió hervir su sangre de cólera. Sin detenerse, como tenía por costumbre hacer al regresar de cazar, para conversar con la gente que encontraba a su paso, se dirigío hacia el Templo con paso rápido. Cuando vió a Abu Yahel sentado en medio de su clan, fue directamente hacia él y, blandiendo el arco sobre su cabeza, con un golpe cruzado le abrió la cara: "Tu injurias a mi sobrino, le gritó. ¡Pues bien! sepa que profeso la misma religión que él; todo lo que el proclama, lo proclamo igualmente. Todos los asistentes, que pertencían a la tribu de los Bani Majsúm, uno de cuyos notables era Abu Yahel, se levantaron para vengarlo. Pero Abu Yahel, avergonzado de haberse dejado arrastrar por el odio a una acción indigna de un hombre bien nacido, les detuvo diciendoles: "Dejad marchar a Hamza, pues en verdad he ofendido gravemente al hijo de su hermano". En cuanto a Hamza, la Bendición de Al-lâh le había alcanzado en su acceso de cólera y lo había ennoblecido por el Islam, del que fue uno de sus más devotos y fervorosos defensores. Los Quraises enviaron también una embajada a los sabios judíos de Yazrib y al principe Habib ben Málek, muy conocido por su astucia, sabiduría y poder, para que le dijera un medio para probar que Muhammad era un impostor. Pero todo fue en vano, y sin que sea necesario recurrir a la leyenda de un milagro basado en las palabras del Corán: "La hora (del Quiyama) se acerca y la luna se partirá". (54;1). Algunos autores han supuesto que, al pedir Habib al Profeta un milagro para admitir su Misión, la luna se partió en dos mitades idénticas, de las cuales una marchó hacia oriente y la otra hacia occidente. Siguiendo la opinión de los más serios doctores del Islam, tables como El Bidawi y Zamajsari, el sentido de éste versículo sería el siguiente: "La hora (del Juicio o del Quiyama) se acerca, y (para anunciarla) la luna se partirá"; y lo que prueba la veracidad de su acierto son los versículos que le siguen:"¡Apártate de los impostores! y recuerda el día en que el Málak pregonero convoque a los hombres a algo terrible -Saldrán de los sepulcros con los ojos bajos cual si feran langostas dispersas". (Corán: 54; 6-7). Por otra parte, éste pretendido milagro estaría en flagrante contradicción con numerosos versículos del Corán para que sea posible admitirlo: "Nada nos habría impedido, (Muhammad) al enviarte, de darte el poder de hacer milagros, si los pueblos de antaño no hubieran ya tratado a los predecesores de embusteros". (Corán: 17;61). ¡Los milagros milagros fueron tan poco eficaces! Los Bani Israil adorarón al Becerro de Oro poco después del milagro realizado por Moisés salvandoles de las olas del mar y del ejército del Faraón. Los idólatras mequís no habrían quedado mejor impresionados ante la vista del más extraordinario de los milagros. Han jurado solemnemente por Al-lâh que si les viene un signo creerán, ciertamente, en él. Di: . Y ¡qué es lo que os hace prever que, si ocurre, vayan a creer? Desviamos sus corazones y sus ojos, como cuando no creyeron por primera vez, y les dejaremos que yerren ciegos en su rebeldía.

Aunque hubiéramos hecho que los ángeles descendieran a ellos, aunque les hubieran hablado los muertos, aunque hubiéramos juntado ante ellos todas las cosas, no habrían creído, a menos que Allâh hubiera querido. Pero la mayoría son ignorantes. (Corán: 6; 109-111) El milagro del Coran Sin embargo, había un milagro, el único que se le concedió a Muhammad, y que inquietaba a los Quraises idólatras: era el de las "ayats" (versículos), que significan en realidad "signos milagrosos" del Corán. Los milagros realizados por los Profetas predecesores eran, por así decir, pasajeros y, por eso mismo, olvidados con rapidez. Mientras que el de los versículos podía llamarse "el milagro permanente". Actuaba sin interrupción; en cualquier lugar, a cualquier hora; cada fiel al recitarlos podía realizarlo. Es en éste milagro donde se encuentra la explicación de éstas conversiones fulminantes. O dicen:>. Di: (Coran 11; 13) Prohibición de oír el Corán En su impotencia para luchar contra el efecto irresistible producido por la recitación del Corán, los Quraises idólatras tomaron una resolución: la de prohibir que se le escuchara. Mediante sus amenazas espantaban a los que buscaban acercarse al Profeta que, siguiendo su costumbre proclamaba en el recinto de la Ka'ba algunos pasajes del Libro Revelado. Para no oírle, se tapaban los oídos, o bien, para acallar su voz, silbaban, daban palmas o se desgañitaban gritando versos de poetas idólatras. Las persecuciones El Profeta dijo: "Al-lâh creó el Paraíso para el que Le obedezca, aunque sea un esclavo abisinio, y el infierno para quien Le desobedezca, aunque sea un noble Quraise". Naturalmente el Islam, al atender de ésta forma la igualdad perfecta de castas y razas, atraía a su seno a todos los humildes de la ciudad. Para su despecho, los poderosos idólatras veían a sus propios esclavos convertirse en masa ardientes de deseo. Pero como éstos estaban bajo su poder, hacían recaer sobre ellos la venganza que no osaban ejercer sobre los discípulos del Profeta de más alto rango. Umay-ya ben Jalef, al darse cuenta de la conversión de su esclavo negro Bilal ben Rabah, no pensaba más que en martirizarlo con los más cobardes refinamientos. Le rodeó el cuello con una cuerda rugosa hecha con filamentos de palmera y lo dejó en manos de golfillos sin piedad que lo llevaban tras ellos arrastrados, como si fuera una bestia de carga, para divertirse. La cuerda, traccionada hacía todos los lados por los pequeños verdugos, excavó en el cuello de Bilal un surco sangriento, a pesar de lo cual, éste permanecía insensible al dolor. Entonces, su dueño le privó de la comida y bebida, llevándole fuera de la ciudad, al mediodía y en pleno verano, para arrojarlo a la "Ramdá", una llanura de arena recalentada a tal punto que un pedazo de carne que se pusiera sobre ella quedaba cocido instantáneamente. Le hizo tenderse de espaldas con una enorme piedra sobre su pecho y le dijo: "Permaneceras así hasta que renieges a la doctrina de Muhammad y adores a Lat y Ozza". Pero el estoico musulmán se contentaba con levantar el índice de mano derechaa repitiendo: "¡Ahad! ¡Ahad!. ¡Al-lâh el único! ¡Al-lâh el único!; testimoniando así todo su desprecio a su dueño, que osaba atribuir asociados la madera o piedra al Señor de los Mundos. Y ésta afirmación le hacía insensible al dolor, pues el amargor de las torturas veía superado por el inefable dulzor del sacrificio

por la fe. Al pasar un día al lado de la Ramda, Abu Bakr fue testigo de este cruel espectáculo, y exclamó indignado: "¿No temes, Umay-ya, a la justicia de Al-lâh el Altísimo cuando infringes a éste desventurado tales tratos?" -"Tú eres quien lo ha corrompido y es tú deber salvarlo", le respondió cínicamente. -"Con mucho gusto. Tengo un esclavo negro, joven, más fuerte, más trabajador que el tuyo y, además, muy deboto de tus ídolos. Te lo doy a cambio". Umay-ya aceptó y puso a Bilal bajo la tutela de Abu Bakr, quien lo liberó inmediatamente. Por otra parte, éste hombre generoso (que Al-lâh lo acoja en Su Gracia) compró para librarlos de sus dueños idólatras y para liberarlos a seis esclavos, hombres y mujeres, convertidos al Islam. Sin embargo, las persecuciones continuaron cada vez más crueles. Los Bani Majsúm condujeron a 'Ammár, junto con su padre Yáser y su madre Sumay-ya la Ramdá para infringirles toda clase de suplicios. Cubrieron a 'Ammar con una coraza de hierro y lo mantuvieron acostado sobre el suelo expuesto a los rayos del sol en su cenít. Pero, al igual que con Bilál, los idólatras no pudieron arrancar de 'Ammar o de sus padres, también torturado, una blasfemia. Entonces, Abu Yahel, atravesó con su lanza el corazón de Sumay-ya al tiempo que decía. "¡Si crees en Muhammad, es que estás enamorada de su belleza!". Sumay-ya fue la primera de los martires del Islam, pero no todos tuvieron parecida constancia; algunos fieles, amedrentados por las privaciones y las torturas hasta el final de sus fuerzas, acabaron por dejar escapar, muy a pesar, la blasfemia que debía redimirlos. Para estos, agobiados por la vergüenza y envueltos en lágrimas de arrepentimiento, vino ésta sura consoladora: "Quien no crea en Alá luego de haber creído -no quien sufra coacción mientras su corazón permanece tranquilo en la fe, sino quien abra su pecho a la incredulidad-, ese tal incurrirá en la ira de Alá y tendrá un castigo terrible. Y eso por haber preferido la vida de acá a la otra. Alá no dirige al pueblo infiel." (Corán Sura 16, 106-107.) El Profeta, ante la vista de los suplicios acarreados contra sus discípulos y a los que le era imposible proteger, se vió preso de una inmensa tristeza. El valor de los mártires le probaba cuanto profundamente se habían implantado las raíces de la fe en sus corazones, no obstante, juzgó que tales suplicios debían ser evitados. Por eso aconsejó a todos los débiles, e incluso a aquellos que no iban a Mekka sino por nesidades imperiosas, que emigrasen a Abisinia, país poblado por Cristianos cuyo jefe, el Nayasi (Negus), tenia fama de tolerante y justo. La emigración a Abisinia (Año 615 de la Era Cristiana) Dieciseis musulmanes partieron en primer lugar, entre ellos Ozmán ben Affán y su mujer Rukay-ya, una de las hijas del Profeta. En secreto y a pie, salieron de Mekka y llegaron al Mar Rjo, donde alquilaron una falúa que los trasportó a la otra orilla; una vez allá, se dirigieron a la corte de Nayási que les proporcionó una calurosa acogida. No tardó en unirseles una segunda expedición; y la pequeña colonia musulmana refugiada en Abisinia se encontró compuesta por ochenta y tres hombres y dieciocho mujeres. Exasperados al ver escapárseles a sus víctimas y más furiosos aun al ver entre el número de los emigrantes a miembros de sus mismas familias -entre otros, Umm Habiba, hija de Abu Sufián, los idólatras enviaron a Nayasi dos embajadores, Amer ben el Aas y Abd Al-lâh, hijo de Abu Rabí'a, con ricos regalos a fin de reclamar a los fujitivos, a los que presentaban como peligrosos agitadores capaces de revolucionar su reino.

El Nayási había constatado lo contrario, pues, por sus virtudes, los refugiados se habían canjeado la estima y la simpatía de sus personas. Estaba, pues, poco dispuesto a acoger favorablemente la petición de los embajadores a pesar de su valiosos regalos. Estos pensaron entonces en despertar las suceptibilidades religiosas del monarca cristiano poniéndole en guardia contra el peligro islámico: "Sepa, le dijeron, cual es el objetivo de éstos impostores; han venido a tu imperio para desviar a tu gente de la religión de Jesús, del mismo modo que han tratado de desviar a los Quraises de la de sus ancestros. Y si deseas una prueba de nuestra sinceridad, interrógales sobre sus opiniones de Jesús, vuestro Señor". El Nyási recogió ésta sugerencia e interrogó a los más instruidos de entre los emigrados, obteniendo de Yafer, primo de Muhammad e hijo de Abu Táleb, ésta respuesta: "He aquí los versículos revelados al Profeta: "Cierto que el Mesías, Jesús hijo de María, sólo es el Apóstol de Al-lâh y Su Verbo (Palabra), con el que agració a María" (Corán:4; 171) Esta respuesta quedó muy lejos de desagradar al Nayási ya que si no contenía el reconocimiento de la divinidad de Jesús, le demostraba al menos la profunda veneración que los musulmanes le profesaban y le tranquilizaba totalmente respecto a sus intenciones. Despidió, pues, a los embajadores sin aceptar ninguno de sus regalos y sin concederles ningún beneplácito. Conversión de Omar, hijo de Al Jattab Los politeistas habían logrado persuadir al indómito 'Omar de que salvaria su patria liberándola de Muhammad. Y Omar, con la espada al cinto y los ojos radiantes de satisfacción, se dirigió la barrio de Safa donde pensaba hallar al Profeta. En su camino se cruzó con Na'im, islamizado sin saberlo su clan, que le preguntó: ¿Dónde vas 'Omar?" -"Al encuentro de ese Muhammad que ha sembrado la discordia entre los Quraises. ¡por nuestros dioses, es preciso que lo mate! -"¡Por Al-lâh!, tu alma te conduce a un acto de locura 'Omar; ¿cres que los Abd Menaf te dejarán tranquilo en algún lugar de la tierra si das muerte a su pariente Muhammad?". Y luego, para disuadirle de su proyecto, añadió: -"¿Por qué no vas a pedir explicaciones a algunas personas de tu propia casa? -"¿A qué personas de mi casa?" -"A tu hermana Fátima y a tu cuñado Sa'id ben Zeid. Ellos también son musulmanes". A éstas palabras, Omar quedó como petrificado; su furor cambió de objetivo y se dirigió a toda velocidad a casa de su hermana Fátima. En el momento de su llegada, un ferviente discípulo, Jabbab, leía la sura "Táhá" que estaba escrita en una hoja de pergamino. Ante el ruido de los golpes furiosos de Omar en la puerta, jabbab se refugió en una habitación contigua y Fátima ocultó la hoja bajo su ropa. Pero Omar, que había oido la voz de Jabbáb, preguntó con tono imperioso: "¿Qué es lo que os oí leer en voz baja y que habéis interrumpido a mi llegada?" -"No has odido nada", respondieron al unisono su cuñado y su hermana. "¡Claro que si! ¡Incluso sé que seguís la religión de Muhammad!"; y luego, sin esperar explicación, se arrojó sobre su cuñado, lo derribó, se sentó sobre su pecho y le cogió por la barba. Fátima se lanzó ante su hermano intentando con sus desesperados esfuerzos librar a su marido gritando: "¡Es cierto, somos musulmanes!" Ante esta confesión, 'Omar perdió la razón y, de un brutal golpe en el rostro, derribó a la valerosa Fátima que, sangrando, le repitió de nuevo mirandole fijamente a la cara:

"Si, somos musulmanes, enemigo de Al-lâh! ¡Si, creemos en Al-lâh y en Su Profeta! Y ahora haz con nosotros lo que quieras". Cuando 'Omar vió correr la sangre de su hermana, impresionado por el valor irreductible de ésta débil mujer y avergonzado de su acción, le pidió con un tono más calmado: "Dame esa hoja que os oí leer; deseo enterarme de lo que le ha sido revelado a Muhammad" -"Tememos que la destruyas" -"No temas nada; por Al-lâh que te la devolveré inmediatamente despues de haberla leido". Fátima, a pesar de su deseo de intentar la conversión de su hermano, objetó: "No puedo dártela, hermano; estás en estado de impureza, y sólo las manos purificadas pueden tocar el Libro en el que están escritas las palabras de Al-lâh". 'Omar se levanto y realizó las abluciones; Fátima dejó entonces la hoja sobre la que estaba escrita la sura "Táhá", que comienza con éstas palabras: No te revelamos el Corán para que te mortifique, sino como exhortación del que teme a Al-lâh como revelación venida de Quien ha creado la tierra y los altos cielos. El Compasivo se ha instalado en el Trono. Suyo es lo que está en los cielos y en la tierra, entre ellos y bajo tierra. No es preciso que te expreses en voz alta, pues El conoce lo secreto y lo aún más recóndito. ¡Al-lâh! ¡No hay más dios que El! Posee los nombres más bellos. (Corán: 20; 1-8). Después de haber leido los primeros versículos, 'Omar, que era persona de cultura, no pudo contener una exclamación de admiración: "¡Qué bello es! ¡Este lenguaje es sublime!" "¡Oh, 'Omar!", exclamó Jabbáb saliendo de su escondite, Tenía la firme esperanza de que el Todopoderoso realizase por ti el deseo que oí ayer formular a Su Profeta: OH Al-lâh!, dijo, fortifica al Islam mediante la conversión de uno de éstos dos, Abu Yahel u 'Omar". -"Condúceme inmediatamente ante Muhammad para que, ante él, profese el Islam. ¿Donde se encuentra?" Le respondió 'Omar. Y Jabbáb, triunfante, le indicó la casa de Arkam en el barrio de Safa. En ésta casa, los discípulos reunidos alrededor del Profeta bebían de sus palabras, cuando unos golpes imperiosos se escucharon en la puerta. Uno de los compañeros se levantó y por una de las ventanas vió al terrible guerrero con su sable al cinto. Aterrado ante tal aparición, corrió a advertir al Profeta que, sin inmutarse le dijo: "Déjale entrar; si viene con intención amigable, lo acogeremos con generosidad; pero si viene con malas intenciones, le daremos muerte con su misma espada". El musulmán obedeció y 'Omar entró. Muhammad se encontraba a su espera en el vestíbulo y, cogiendo a 'Omar por el cuello de su vestido, atrajo de un brusco tirón hacia el centro del grupo preguntándole: "¿Con qué intención has venido, hijo de Jattáb? ¿continuarás con la impiedad hasta que el Todopoderoso deje caer sobre ti Su castigo?" Omar, con una humildad poco conforme con sus costumbres, le respondió: "¡Oh Profeta!, he venido para proclamar mi fe en Al-lâh, en Su Enviado y en Su Revelación".

"¡Alabado sea Al-lâh! ¡Que sea glorificado!", exclamó Muhammad. Y los compañeros, enterados por ésta exclamación de la repentina conversión de 'Omar, se dispersaron llenos de gratitud hacia Aquél que lo había decretado.

Capítulo 6: El exilio de los Bani Hashim (Año 616 de la Era Cristiana) A pesar de su mayor número, los Quraises idólatras se veían obligados a reconocer el estado crítico de su partido; y si no cortaban el irresistible movimiento que cada día provocaba nuevas conversiones, éste lo haría con su dominio sobre los árabes. Se reunieron; y después de escuchar todas las opiniones, se pusieron de acuerdo en romper todas las relaciones con los Bani Hásim y los Bani Mut-talib desterrándolos de Mekka hasta que consintieran en dejar de proteger a Muhammad, su pariente. Y para impedirse mutuamente la vileza de faltar a la palabra dada, redactaron las condiciones de éste pacto sobre un pergamino que colgaron en el interior de la ka'ba. Su plan era muy hábil. En efecto, entre los Bani Hásem y los Bani Mut-taleb se encontraba un cierto número de idólatras que, pensaban rehusarían solidarizarse con Muhammad y sufrir por su causa. Se trataba, pues, de introducir la discordia en la familia del Profeta. Pero, contrariamente a las previsiones de los idólatras, el ejemplo del tío de Muhammad, Abu Táleb, arrastró a todos los miembros de su familia (con la excepción del irreductible Abu Lahab) en un sentimiento de unánime solidaridad. Y ante éste hecho, es posible adivinar una de las razones que impedían a Abu Táleb abrazar la religión islámica, al triunfo de la cual colaboró tan eficientemente. Podía recordar la ironía de Abu Lahab diciendole: "Ya no te queda sino obedecer a tu hijo 'Alí, ya que Muhammad lo ha elegido como su lugarteniente". Su orgullo podía hacerle temer ciertas bromas. "Profesaría gustuso el Islam, declaró un día, si no temiera las risas de los Mequís al verme rezar". Pero éstas consideraciones no le habrían retenido en absoluto si no pensase que la protección que ejercía sobre su sobrino, tan gravemente amenazado, perdería toda eficacia en el momento en que renegase de la religión de sus padres. Inmediatamente proclamado el decreto que los expulsaba, los miembros de la familia del Profeta, tanto musulmanes como idólatras, abandonaron sus casas situadas en los diferentes barrios de la ciudad para reunirse en un barranco próximo donde Abu Táleb tenía un castillo. Durante dos años, los exilados soportaron las más rudas privaciones; sus provisiones se agotaron rápidamente y se hallaron ante la imposibilidad de renovarlas. Los mercados les estaban prohibidos; y si uno de ellos lograba introducirse con alguna caravana buscando procurarse algunas mercancías, los comerciantes, vigilados por Abu Yahel o temiendo las denuncias, elevaban los precios en tal medida que el pobre hombre se veía obligado a renunciar y a marchar con las manos vacías junto a su familia. Algunas veces, los proscritos recibían alimento en secreto de gente compasiva. Uno de ellos, Hisám ben 'Amer, recurrió a la treta siguiente. Durante la noche conducía un camello cargado de viberes hasta la entrada del barranco, luego, le propinaba un tremendo latigazo de tal forma que el camello se lanzaba en dirección a los hambrientos y era capturado por ellos. Pero éstas cosas eran raras, y Muhammad y su familia se veían obligados a nutrirse con la hojas de los arbustos espinosos que crecían en el valle. Destrucción por unos gusanos del decreto de expulsión Entretanto, una visión hizo saber al Profeta que Al-lâh había hecho destruir el pergamino escrito por los Quaises mediante unos gusanos, y que tan sólo Su Santo Nombre había sido respetado. Abu Taleb, informado de éste hecho y confiando en la visión de su sobrino, fué con sus hermanos junto a los idólatras. Estos, al verlo venir con el rostro destrozad por el hambre, se dijeron: ¿Habrá decidido Abu Táleb abandonar a su sobrino, vencido por las privaciones? Estaban totalmente seguros de que

aceptarían sin vacilar sus proposiciones: "Vamos a ver ese pergamino, les había dicho; si Muhammad dijo la verdad, el acta se halla abolida. Comprometeos, en ese caso, a levantar vuestra proscripción contra nosotros y yo, por mi parte, me comprometo a dejar a Muhammad en vuestras manos si ha mentido". Con tres sellos fue sellada el acta que desde su depósito en la Ka'ba no había sido vista ni tocada por nadie; parecía, pues, imposible para los enemigos de Al-lâh que la visión del Profeta fuese fundada y, ya triunfantes, marcharon con Abu Táleb al Templo para constatar el estado de la hoja de pergamino. Las palabras del Porfeta se habían realizado: del acta en cuestión, todo lo que era injusticia había sido destruido por los gusanos, y no quedaba sino una delgada tira de pergamino en las que se leían éstas palabras: "En tu nombre, ¡Oh Al-lâh!". Esta constatación sumergió a los idólatras en un indecible estupor. Abu Yahel salió de él primero y quiso volver sobre el compromiso adquirido por los Quraises; pero algunos de ellos como, Hisám ben Amer, Zuheir ben Abi Umay-ya, Mutim ben 'Adi, etc., lesionados en sus intereses y en sus relaciones por éste decreto que no firmaron sino forzados, protestaron: "Esta acta inícua a la que no nos hemos adherido sino a nuestro pesar ya no existe; el pacto que contenía debe pues, ser anulado". Ante éste prodigio y éstas vehementes protestas, Abu Yahel se vió obligado a aceptar. El pacto fue anulado y los Bani Hásem y los Bani Mut-talib volvieron libremente a sus hogares. Mientras tanto, los líderes del Quraysh concentraron sus esfuerzos para intentar persuadir al Profeta que aceptase un compromiso. Esta era la mayor aproximación que, con todo, habían hecho hacia él. Walid y otros jefes propusieron que todos debían practicar las dos religiones. El Profeta se salvó del problema de formular su negativa gracias a una respuesta inmediata que vino directamente del Cielo en una azora de seis versículos: Di: Oh infieles, yo no adoraré lo que vosotros adoráis, ni vosotros adoraréis lo que yo adoro, ni yo he adorado lo que vosotros adoráis, ni habéis adorado vosotros lo que yo adoro. Para vosotros es vuestra religión y para mí la mía. (Corán CIX) como consecuencia, la momentánea buena voluntad había disminuido para cuando los exiliados que regresaban alcanzaron las lindes del recinto sagrado. Por aquella época se había producido la Revelación: "Todo perece salvo su Faz" (XXVII, 88) Y en una Revelación anterior están las palabras: "Eterna es la Faz de tu Señor, el Señor de la Majestad y el Honor" (LV, 27) Se produjo en aquel tiempo una Revelación más explicita que contenía el siguiente pasaje. El primer versículo se refiere al Juicio: El día en que esto ocurra, ningún alma hablará sin Su permiso: algunas serán desdichadas, y otras dichosas. En cuanto a las desdichadas, en el Fuego estarán; en él, sollozos y suspiros serán su porción, y allí morarán mientras perduren los cielos y la tierra, a menos que Le plazca a tu Señor. Ciertamente, tu Señor es siempre hacedor de lo que quiere. Y en cuanto a las dichosas, en el Jardín estarán, y allí morarán mientras perduren los cielos y la tierra, a menos que le plazca a tu Señor. Un don que no será retirado. (Corán XI, 105-108) La palabras finales muestran que no es la Voluntad de Al-lâh que el don del paraíso para el hombre después del Juicio le sea arrebatado como lo fue su primer Paraíso. Otras cuestiones relativas a este pasaje fueron respondidas por el mismo Profeta, que continuamente hablaba a sus seguidores sobre

el Quiyama, el Jucio, el Infierno y el Paraíso. En una ocasión dijo: "Al-lâh, que acerca a su Misericordia a quien El quiere, hará entrar en el Paraíso a las gentes del Paraíso y en el Infierno a las gentes del Infierno. Entonces dirá (a los Málakes): Entonces sacarán a una multitud de hombres y dirán: , y El dirá: Entonces sacarán a una multitud de hombres y dirán: . Luego, los ángeles intercederán, y los Profetas y los creyentes. Entonces Al-lâh dirá: " (Muhammad ibn Mayah 79; Bujari XCVII, 24) Y de las gentes del Paraíso dijo el Profeta: "Al-lâh dirá a la gente del paraíso: Y ellos responderán: Entonces dirá El: Entonces dirá El: Y ellos dirán: , y El dirá: