El Mundo Social Del Quijote

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JAVIER SALAZAR RINCÓN

EL MUNDO SOCIAL DEL "QUIJOTE” PREMIO

RIVADENEIRA

DE

LA

REAL

& B IB L IO T E C A E D IT O R IA L MADRID

R O M Á N IC A CREDOS

H IS P Á N IC A

ACADEMIA

ESPAÑOLA

EL MUNDO SOCIAL DEL «QUIJOTE»

La p lena intelección de la o b ra lite­ ra ria obliga a co n sid erar las creaciones cultu rales com o to talidades relativas que, aunque p u ed an ser objeto de un análisis intrínseco, sólo nos b rin d an su significación com pleta cuando las ob­ servam os d en tro del m arco histórico en que fu ero n creadas. Sin ab an d o n ar en ningún m om ento este principio orien tad or, Javier Sala­ zar analiza, a través del p rism a de la h isto ria social, los principales episo­ dios y p erso n ajes del Q uijote, y vuelve a p lan tea r en estas páginas, trata n d o de h allar resp u estas originales, algu­ nas de las preocupaciones m ás añejas de los estudios cervantinos: el gobier­ no de la ínsula B arataría; el errmeño de los D uques en b u rlarse de sus hués­ pedes; la perso n alid ad de R oque Guin a rt y sus relaciones con don Antonio M oreno; las form as de vida y la m en­ talid ad de títulos, caballeros, hidalgos y lab radores; los m óviles de Sancho Panza y las m etas de don Q uijote; la significación social del libro de caba­ llerías; la polém ica de las arm as y las letras; la actitu d de C ervantes an te la expulsión de los m oriscos; el anhelo de h o n o r y el p reju icio de la lim pieza de sangre. (P a sa a la s o la p a s ig u ie n te )

( V ie n e d e la s o l a p a a n t e r i o r )

Además de d a r resp u esta a ciertas incógnitas parciales, este estudio inten­ ta d escu b rir el sentido global de la novela cervantina: La h isto ria de don Q uijote y Sancho es el reflejo abrevia­ do y paródico de aquel m undo conflic­ tivo y cam biante —la en cru cijad a es­ pañola de 1600—, en que el fortaleci­ m iento de los poderes nobiliarios, y el em pobrecim iento sim ultáneo de los burgueses, los hidalgos, los jo rn alero s y los lab rad o res pobres, tra jo com o consecuencia la adopción m im ética de los valores y form as de vida aristo crá­ ticos p o r p a rte de los sectores m edios e inferiores de la población, y la eclo­ sión de unos deseos desm esurados de m edro e n tre las gentes m ás diversas, em peñadas todas ellas en « ju n tarse a los buenos p a ra ser uno de ellos». Sin em bargo, aunque los sueños d eso rb ita­ dos provocan el fracaso de los p ro ta ­ gonistas, d etrás de la p átin a de desen­ gaño que recu b re el Q uijote, descubri­ m os u n a esperanza y u n a afirm ación de fe en el hom bre, capaz de desple­ g ar las v irtudes m ás altas cuando es fiel a sus m andatos íntim os. E l m u n d o social del Q uijote viene a eng ro sar la ya d ilatad a serie de obras que, en los últim os años y d en tro del cam po de los estudios hispánicos, han tra ta d o de ilu stra r las relaciones en tre el q u eh acer literario y la realidad so­ cial. C o n trib u irá decididam ente a re ­ solver aquel equívoco —el significado últim o de la b u rla cervantina— al que hace ya m ás de m edio siglo se refirió O rtega en sus M editaciones

BIBLIOTECA ROMÁNICA HISPÁNICA DIRIGIDA POR D Á M A S O

ALO N SO

II. ESTUDIOS Y ENSAYOS, 352

JAVIER SALAZAR RINCÓN

EL MUNDO SOCIAL DEL "QUIJOTE” PR EM IO

R IV A D E N ü IR A

DE

LA

REAL

A C A D E M IA

& BIBLIOTECA ROMÁNICA E D IT O R IA L G R E D O S MADRID

HISPÁNICA

E SP A Ñ O L A

©

JA V IE R SA L A Z A R R IN C Ó N , 1986. E D IT O R IA L G R E D O S, S. A . Sánchez P ach eco, 81, M adrid. España.

D e p ó s ito L egal: M. 2 6 0 3 5 -1 9 8 6 .

ISBN 84-249-1060-5. Rústica. ISBN 84-249-1061-3. Guaflex. I m p r e s o en E sp a ñ a . P r in te d in S p a in . G r á fic a s C ó n d o r , S . A., S á n c h e z P a c h e c o , 8 1 , M a d rid , 1986. — 5891.

A Teresa. A mis padres.

La primera version de este trabajo se inició en 1972 y fu e origina­ riamente una tesis doctoral, titulada Sociedad e ideología en el «Quijo­ te», que se leyó en la Universidad Complutense de Madrid el día 30 de junio de 1977. Una reelaboración casi total de aquellos materiales dio lugar a un libro nuevo, que obtuvo el premio Rivadeneira de la Real Academia Española en diciembre de 1984, y que, en versión abre­ viada y con algunos retoques, ofrecemos hoy a los lectores. Naturalmente son varias las personas que han colaborado de una u otra manera en la elaboración de esta obra, y a las que quiero expre­ sar en estas líneas mi agradecimiento. Vaya en primer lugar mi grati­ tud para Alonso Zamora Vicente, que me animó a emprender este tra­ bajo, siendo yo todavía alumno suyo en la Universidad de Madrid, que dirigió después mi tesis de doctorado, y del que en todo momento he recibido estímulo y ayuda. Un recuerdo agradecido también para los profesores Carlos Foresti, Per Rosengren y Matilde Westberg, y para los demás colegas y ami­ gos del Departamento de español de la Universidad de Gotemburgo (Suecia), en el que ejercí como lector extranjero entre 1973 y 1978, y en cuyo seminario de doctorado tuve oportunidad de exponer y dis­ cutir algunos aspectos de esta obra. También quiero mencionar algunas instituciones en las que he tra­ bajado e investigado durante estos años, y agradecer al mismo tiempo la colaboración de sus bibliotecarios y empleados: Biblioteca de «La Caixa» (La Seu d ’Urgell), Biblioteca de Catalunya (Barcelona), Biblio­ teca Nacional de Madrid, Biblioteca de la Universidad de Gotemburgo

(Suecia), Instituto Iberoamericano de la Universidad de Gotemburgo, Instituto de Bachillerato «Joan Brudieu» (La Seu d ’Urgell). Una mención muy especial merece mi mujer, Teresa, que ha meca­ nografiado pacientemente y con esmero los originales en todas sus ver­ siones y fases, y sin cuya ayuda y comprensión hubiera sido imposible concluir esta obra. La Seu d ’Urgell, 12 de junio de 1985.

INTRODUCCIÓN

Intentar decir algo nuevo acerca del Quijote sobre el que tantas y tan valiosas páginas se han escrito, parece, a primera vista, un es­ fuerzo condenado al fracaso. Cervantes ha sido desmenuzado y escu­ driñado con todo tipo de instrumentos y lentes, y el enorme rimero de libros y artículos dedicados a su obra parece indicar que en este terreno sólo caben la redundancia o la divagación. Esta idea, que ha acabado por hacer de Cervantes un coto vedado para el investigador novel, nos parece, sin embargo, parcialmente equi­ vocada. Es indudable que quien se adentra en este campo se ve obliga­ do a repetir, corregir o ampliar ideas que alguien ha expuesto ya en alguna ocasión; pero también es cierto que el desarrollo de la biblio­ grafía y los estudios cervantinos es constante, a veces con aportaciones muy valiosas, y ese permanente incremento nos parece la prueba más clara de su inextinguible vitalidad. Los grandes autores y sus obras son siempre una incitación, o un pretexto, para la reflexión y el estu­ dio: cada época trata de verse reflejada o justificada en ellos, y el genio creador, multiplicado en esa inacabable galería de espejos, des­ cubre en cada nueva lectura un perfil insospechado.

1 Para el presente trabajo hem os utilizado ias siguientes ediciones de las obras de C ervantes: D o n Q u ijo te d e la M ancha, edición, introducción y notas de Francisco R odrí­ guez M arín, M adrid, E d. Espasa-C alpe, col. C lásicos C astellanos, 1967, 8 vols. Para el resto de la obra cervantina hem os seguido los volúm enes I y 156 de la B iblioteca d e A u to r e s E spañoles (B A E ), editados por Buenaventura Carlos Aribau y Francisco Ynduráin, respectivam ente.

Tampoco el tema de este estudio nos parece que esté agotado. MorelFatio vio en el Quijote «la gran novela social de la España de comien­ zos del siglo xvii» 2, y esta idea, convertida ya en un lugar común, se ha venido repitiendo desde entonces 3; pero, a pesar de la eviden­ te trascendencia social de la obra cervantina, el tema ha recibido por parte de la crítica un tratamiento insuficiente, y en ocasiones parcial. A Morel-Fatio le debemos, precisamente, el primer estudio impor­ tante sobre las relaciones entre la obra de Cervantes y la historia so­ cial 4. Su trabajo es una simple recopilación de textos de la novela, destinada a ilustrar el estado social, las categorías profesionales y los rangos estamentales de la época: clérigos, gobernantes, moriscos, no­ bles, hidalgos, soldados, estudiantes y letrados, médicos, venteros, arrie­ ros, comediantes, etc. La reducida extensión y la índole del estudio, que fue concebido originalmente como materia de una conferencia, hacen que el tratamiento sea obligadamente superficial. El punto de vista del autor, extremadamente simplista, limita además el alcance de las conclusiones: Cervantes es, simplemente, «un très habile conteur et un honnête homme» que, cuando se ha enfrentado a problemas so­ ciales graves, los ha resuelto como cualquier hombre normal de su época 5. El breve ensayo de Morel-Fatio encierra, sin embargo, intuiciones y juicios muy acertados, difíciles de encontrar en la crítica española de la misma época, con los que el autor se anticipa a la investigación más reciente: la relación que existe entre la condición social del hidalgo y la afición a los libros de caballerías 6; la manía hidalguista de las gentes de la época, cuya crítica constituye la principal intención del 2 «L e D o n Q uichotte envisagé peinture et critique de la société espagnole du X V Ie et X V IIe siècle», en É tu d e s s u r l ’E spagn e, Paris, 1895, 1 .a serie, p ág. 307. 3 Para Á ngel V albuena Prat, «C ervantes deja en su obra un m aravilloso docum en­ to social» (L a v id a e sp a ñ o la en ¡a E d a d d e O ro, según s u s fu e n te s literarias, Barcelona, 1943, pág. 187). Para A . B onilla y San M artin, Cervantes «se propuso siem pre entretener y hacer historia social» (C erva n tes y su obra, M adrid, 1916, pág. 14). M ás recientem ente G uillerm o Barriga C asalini ha señalado que « D o n Q u ijo te d e la M ancha es el más com ­ pleto estudio social realizado por Cervantes» (L o s d o s m u n d o s d e l Q u ijote: realidad y fic c ió n , M adrid, E d. P orrúa, 1983, pág. 4). 4 O p. cit. 5 6

Ib id ., pág. 30S. Ib id ., págs. 338-339.

libro 7; y, sobre todo, el énfasis que el autor ha puesto en el conte­ nido social de la novela. Con motivo del tercer centenario de la publicación del Quijote, apa­ recen varios estudios dedicados a examinar el ambiente social en que se inspiró Cervantes, entre los que merecen destacarse las obras de Salcedo Ruiz y Puyol Alonso 8. La primera, muy superior, es, a pe­ sar de su brevedad (155 págs.), el estudio más completo escrito sobre el tema en la primera mitad del siglo xx. De manera más amplia y fundamentada que Morel-Fatio, el autor pasa revista a los grandes, los hidalgos, la gente llana, la religión, el Estado, los soldados, la vida jurídica, y apunta además un hecho importante: la obsesiva preocupa­ ción nobiliaria de las gentes quedó plasmada en las concepciones reli­ giosas y en el prejuicio de la limpieza de sangre 9. Los estudios cervantinos están presididos, en los años siguientes, por los esfuerzos de Américo Castro para desterrar al Cervantes esoté­ rico, librepensador o contrarreformista, que habían inventado los eru­ ditos del siglo XIX, y por situar su obra dentro de las coordenadas reales en las que surgió: Renacimiento, humanismo, erasmismo, espíri­ tu crítico, modernidad 10. El resultado será una imagen de Cervantes teñida por las ideas liberales del propio autor, pero apoyada en una investigación filológica e histórica de un rigor inigualable. La guerra civil y el exilio hicieron que Castro cambiase radicalmen­ te sus puntos de vista sobre la historia española y nos devolviese una imagen inédita de Cervantes ": el hombre marginal, silenciado y arrin­ 7 Págs. 140 y sigs. 8 Julio P u yol A lo n so , E sta d o so cia l q u e refleja e l Q u ijo te, M adrid, 1905; Á ngel Salcedo R uiz, E sta d o so cia l q u e refleja e l Q u ijo te , M adrid, 1905. M ás breves y de escaso interés son: R . Casas Pedrerol, «Breve estudio sobre el estado social que refleja el Q u ijo ­ te», N u e stro T iem po, I, 1906, págs. 240-265; y A . M artínez Olm edilla, «E stado social que refleja el Q u ijo te» , E M o d , C C X I, 1906, págs. 123-146. 9 O p. c it., págs. 41 y sig s., y 55 y sigs. 10 V éase E l p en sa m ien to d e C ervantes, nueva edición am pliada, co n notas del autor y de Julio R odríguez P uértolas, B arcelona, E d. N oguer, 1972; y los artículos reunidos en el volum en H a cia C ervantes, M adrid, T aurus, 1957. 11 «L a m otivación inicial de E spañ a en su h isto ria está en el enorm e dolor sentido por mi m aestro durante la guerra civil de 1936-1939. O , dicho con palabras suyas: «cóm o y por qué llegó a hacerse tan dura y tan áspera la convivencia entre españoles, cuál es el m otivo de haberse hecho endém ica entre nosotros la necesidad de arrojar del país o de exterm inar a quienes disentían de lo creído y querido por los m ás pod erosos». El

conado, cristiano nuevo tal vez, que responde con su obra a un entor­ no agresivo e incómodo 12. Sus descubrimientos, discutibles sin duda, constituyen un punto de partida obligado para cualquier estudio sobre el marco histórico de la novela cervantina. Don Quijote renace en la España de la postguerra vestido con las galas de la cultura oficial: hispanidad, catolicismo, tradicionalismo; símbolo de valores imperecederos 13. Pero, a pesar de todo, la inves­ tigación en torno al ambiente histórico en que vivió Cervantes conti­ núa. José Antonio Maravall 14 sitúa el Quijote en el cruce de dos épo­ cas, medievo y modernidad, y lo interpreta como el resultado de un choque entre fuerzas de signo opuesto: de un lado el hidalgo, encarna­ ción del espíritu caballeresco medieval y la utopía arcaizante; de otro, las formas políticas y económicas propias del Estado moderno, a las que el caballero se enfrenta: ejército regular, fuerzas de seguridad, eco­ nomía dineraria, administración de técnicos. En estos años se publica también la obra más voluminosa sobre el tema que aquí estudiamos de las aparecidas hasta la fecha: Arco y Garay 15 analiza, a lo largo de casi 800 páginas, numerosos aspec­ tos de la vida española de aquel período; pero, a pesar de su extensión, el trabajo resulta, visto desde nuestra perspectiva actual, insuficiente y parcial: pocas referencias a las difíciles condiciones económicas, de­ mográficas y sociales en que surgió el Quijote; un silencio casi absolu­ to sobre las profundas y dramáticas tensiones que padeció aquella épo­ ca; pocos datos sobre la vida real de los hidalgos, de los campesinos, de los jornaleros y las gentes pobres del campo. El libro insiste, eso sí, en los aspectos más superficiales y pintorescos de aquella sociedad: picaros, doncellas, criados, fiestas, bailes, refranes, comidas y vesti­ dos, amor y celos, etc. Hay alusiones a las categorías sociales y a entendim iento del pasado histórico esp añol, era, para A m érico C astro, enteram ente indis­ pensable para el futuro convivir p acífico de lo s esp añoles» (Juan M arichal, «U nam u no, Ortega y A m érico Castro: tres grandes náufragos del siglo x x » , Sistem a, n .° 1, enero de 1973, págs. 59-67, la cita en pág. 65). 12 Véase A . P eña, A m é ric o C astro y su visión d e E sp a ñ a y d e C ervantes, M adrid, Edit. G redos, 1975. 13 I. Terterian, «Sob re algunas interpretaciones del Q u ijo te en la E spaña del siglo x x » , B eitràge z u r R om an isch en P h ilologie, Berlin, 1967, págs. 169-173. ' K

E l hu m anism o d e las arm as en D o n Q u ijo te, M adrid, 1948.

15 L a s o cie d a d esp a ñ o la en las o b ra s d e C ervantes, M adrid, C .S .t.C ., 1952.

las relaciones entre ellas, pero la obra de Cervantes queda reducida a un simple cuadro de costumbres, y su autor se convierte en un fer­ viente y obcecado patriota, que nunca cuestionó la grandeza de aquella Monarquía en que le tocó vivir Entre los estudios cervantinos publicados en los países americanos de habla española, merece algunos comentarios un trabajo que guarda relación estrecha con el tema que aquí estudiamos: E l pensamiento social y político del «Quijote», de Ludovik Osterc La obra realiza aportaciones valiosas, que tendremos en cuenta en las páginas que si­ guen, pero deja a un lado cuestiones importantes, y contiene, sobre todo, errores que es preciso señalar. Su autor resalta, de acuerdo con sus posiciones marxistas, la relación que existe entre la literatura y la sociedad, pero resuelve este complejo problema con los tópicos del materialismo más tosco insiste en el influjo de los hechos econó­ micos y sociales sobre la vida cultural, pero utiliza como única fuente de información el conocido manual de Vicens Vives. La relación éntre el Quijote y los libros de caballerías se resuelve con una fórmula sim­ ple y definitiva: ...lo s lib ro s de ca b a llería s sirv iero n a C ervan tes de p r e te x to y de cortin a de h u m o para disparar lo s d a rd o s co n tra la s c la ses d o m in a n tes sin tem or de rep resalias por parte de ellas ,0.

Y llero:

esta misma receta sirve para explicar la locura del caba­ ...u n h a b ilísim o recu rso literario de C erv a n tes, m e d ia n te el cual se escu d ó para lan zar im p u n em en te u n a a g u d a crítica de la v id a so cia l y p o lítica de su tie m p o . E l a u to r h iz o parecer a su h éro e c o m o lo c o a fin de ob ten er

16 Si Cervantes censura en alguna o casión ciertas actitudes, su crítica va contra ¡a m alicia y la flaqueza de los hom bres, y no contra las instituciones en que se apoyaba el orden establecido: « N o caben tales supuestos en Cervantes — continúa el autor— , tan conform e con su condición , tan co n fia d o en la grandeza de su patria, tan entusiasta de sus glorias y tan seguro de sus altos futuros destinos» (ib id ., pág. 139). 17 M éxico, Edit. A ndrea, 1963. 18 «E l arte es, por consiguiente, c o m o las dem ás form as de la conciencia social, un reflejo de la vida, de la realidad, una manera especial de conocer ésta. El arte com o expresión de determ inadas concepciones artísticas de la sociedad y c o m o reflejo de la vida social, form a parte de los fenóm enos supraestructurales, engendrados por el régimen econ óm ico de la sociedad de que se trata» (ib id ., págs. 17-18). '»

Ibid., pág. 23.

el s a lv o c o n d u c to para sus a u d a ces ata q u es co n tr a la m o n a rq u ía , la n o b lez a y el c le ro 10.

La ideología del autor deforma además en varias ocasiones el con­ tenido de la novela, y convierte a Cervantes en un revolucionario irreconocible 21. En las obras que acabamos de comentar hay, junto a algunos erro­ res y limitaciones, muchas ideas, sugerencias e intuiciones valiosas. To­ das ellas, y otros estudios más breves que aparecen citados en la biblio­ grafía, constituyen en conjunto un material suficiente para efectuar una primera aproximación al tema de este trabajo. El carácter estrecho o anticuado de muchos de sus planteamientos, y la misma dificultad material de acceder a ellas, hacen, no obstante, que estas obras sean hoy de poca utilidad para el lector no especializado, y que el mundo social del Quijote sea en este momento, como ha señalado no hace mucho un conocido investigador una de las principales lagunas de la bibliografía cervantina. Nuestro trabajo pretende poner en manos del universitario, del pro­ fesor, o de cualquier lector interesado, un estudio global y puesto al día de este tema apasionante, en un momento en que el enfoque socio­ lógico ha pasado a ocupar un lugar destacado en el estudio de la litera­ tura, y en que incluso los planes de Bachillerato, que dedican un apar­ tado especial al Quijote, recaban del alumno, y por supuesto del profe­ sor, una atención especial a los fundamentos sociales e históricos del hecho literario 25. 20

Pág. 77.

21 La discusión de la bacía y el yelm o se resuelve, por ejem plo, con la siguiente explicación: «E l sen tido filo só fico -so cia l de este debate, a pesar de su aparente futilidad, consiste justam ente en el propósito del autor de m ostrar la dependencia que hay entre la id eología de cierta época y sus clases rectoras, dicho en otras palabras, mostrar el interés que estas clases opresoras tienen en engañar a los dem ás, o bien a las clases in fe­ riores y oprim idas» (págs. 115-116). 22 «Es de lam entar que n o exista tod avía un estudio a fon d o del com plejo m undo social cervantino. N o cum plen co n lo que a un estudio así pediríam os ni la obra de J. P u yol A lo n so , E sta d o so cia l q u e refleja e l Q u ijo te ... ni las eruditas anotaciones de la obra de R . del A rco y G aray, L a s o c ie d a d españ ola en las ob ras d e C erv a n te s...» (J. A . M aravaíl, U to p ía y co n tra u to p ía en e l « Q u ijo te », Santiago de C om postela. Edit. P i­ co Sacro, 1976, pág. 80, n. 80). 23

B oletín O ficia l d e l E sta d o , }8 de abril de 1975, págs. 8054-55.

Este estudio no es, sin embargo, una simple obra de divulgación: intenta aportar datos, volver a plantear temas ya conocidos desde una perspectiva nueva, ayudar a que otros resuelvan con mejor tino proble­ mas que aquí sólo aparecen esbozados. La novedad de algunos de los puntos de vista que aquí exponemos no es, sin embargo, una prueba cierta de su originalidad. La crítica literaria, como ha señalado Juan Ignacio Ferreras, se ve obligada constantemente a «salirse del tema», en busca de materiales que enriquezcan y clarifiquen su propio objeto de estudio 24; y, si hemos conseguido aportar algo nuevo en estas pá­ ginas, se lo debemos precisamente a las numerosas incursiones que he­ mos realizado en el terreno de la historia social, una disciplina sin cuyo auxilio, y el involuntario de sus especialistas, no hubiera sido posible nuestra labor. Las páginas que siguen son, por tanto, un intento de comprender la novela de Cervantes desde la sociedad en que surgió. En su ejecu­ ción nos hemos servido de textos cervantinos distintos del Quijote, y de otras obras de carácter muy diverso, tratando de soslayar en lo posible el principal defecto de este tipo de estudios: la utilización de los materiales literarios como fuente exclusiva de información. Hubié­ ramos querido concluir este trabajo dando cuenta del objeto esencial que toda sociología de la literatura debe abordar: el complejo mecanis­ mo que relaciona la obra literaria con la conciencia colectiva de deter­ minados grupos sociales. La falta de espacio, y la necesidad íntima de dilucidar determinados problemas y ahondar en otros, nos han he­ cho prescindir de esta parte de nuestro estudio. Esperamos poder vol­ ver sobre ello en mejor ocasión. 24

F u n dam en tos d e so cio lo g ía d e ¡a literatura, M adrid, Ed. Cátedra, 1980, pág. 15.

LA JER A R Q U ÍA NOBILIARIA: GRANDES, TÍTULOS, SEÑORES DE VASALLOS

«U N

LUGAR D E LOS MEJORES QUE EL D U Q U E T E N ÍA »

Si excéptuamos algunas ciudades aisladas, puntos minúsculos del mapa, en que la burguesía se adueña del poder o lo comparte con las antiguas clases privilegiadas, la Europa del xvi conserva el aspecto de «un amplio reino semifeudal» ': la nobleza, igual que ocurría en los siglos anteriores, posee un sólido poder, disfruta de una considera­ ble fortuna, y monopoliza un variado repertorio de vanidades sociales —trajes lujosos, suntuosas moradas, servidumbre numerosa—, con las que hace patente su privilegiada posición 2. La supremacía del estamento nobiliario en ios Reinos Peninsulares, fundada en la propiedad efectiva del suelo y el dominio jurisdiccional de tierras y vasallos, crece durante la última época de la Reconquista y se consolida definitivamente en el reinado de los Reyes Católicos. Es cierto que los grandes aristócratas castellanos, sometidos desde aho­ ra a la autoridad real, tendrán que renunciar a una parcela importante de su poder político y militar; pero, a cambio de esta merma en sus prerrogativas, gozarán de la protección de la Corona, y del reconoci­ miento y disfrute indiscutido de unos privilegios arrancados muchas 1 Fernand Braudel, E l M ed iterrá n eo y el m u n d o m ed iterrá n eo en la é p o ca de F eli­ p e II, M éxico, FC E , 1976, 2 v o ls., vol. II, pág. 71. 2

Ib id . , pág. 70.

veces por la fuerza. Las alianzas matrimoniales entre las grandes fami­ lias de la nobleza, que los monarcas no tratan de evitar, no hacen más que acentuar el proceso de concentración de la propiedad territo­ rial y el dominio señorial en manos de unos pocos poderosos \ No es extraño, por ello, que la nobleza llegase a ser considerada, según el cálculo de Lucio Marineo Sículo 4, dueña de un tercio de las ri­ quezas del país en la época de Carlos V, y que sus miembros monopo­ licen la fortuna, el prestigio y la autoridad en el reinado de sus sucesores. El estado más elevado de la nobleza, los Grandes de España, grupo minoritario formado por los duques y algunas familias del más alto rango 5, goza de prerrogativas especiales en su trato con los monar­ cas y el Estado, domina extensos territorios, posee cuantiosas propie­ dades y controla los más importantes resortes del poder político. A este núcleo privilegiado, auténtica clase dirigente en la España de los Austrias, pertenece el duque Ricardo, padre del seductor de Dorotea y probable trasunto del Duque de Osuna: E n esta A n d a lu c ía h a y un lugar d e q u ien to m a títu lo u n d u q u e , q u e le h a ce u n o de lo s q u e llam an gran d es d e E sp a ñ a (I, 2 8).

En la misma categoría se encuentran los Duques aragoneses, identi­ ficados por algunos con los de Villahermosa, en cuyos estados son acogidos, agasajados y burlados don Quijote y Sancho. Por debajo de los Grandes están los nobles titulados, grupo muy próximo, por su riqueza y poder, al nivel de la Grandeza. Todavía en el siglo xvi encontramos algunos casos de concesión de títulos, igual que ocurría en sus orígenes, por servicios de tipo militar o burocrático prestados por el beneficiario a la Corona. La situación económica era, 3 John H . E lliott, L a E spañ a im perial (1469-1716), B arcelona, Ed. Vicens V ives, 1973, pags. 115 y sigs. 4 «M as la renta de tod a España según mi juyzio y de o tros se diuide tod a en tres partes casi por ygual. D elas quales es la vna délos R eyes, y la otra délos grandes caualleros, y la tercera délos perlados, y sacerdotes» (L ucio M arineo Sículo, D e la s cosas m e m o ­ rables d e E spañ a, A lcalá, 1530, fo l. X X V ). 5 V éase A n to n io D om in guez Ortiz, L a s clases p rivileg ia d a s en la E sp a ñ a d e l A n ti­ g u o R égim en , M adrid, E dic. Istm o, 1973, págs. 77 y sigs.; Á ngel Salcedo R uiz, op. cit., páginas 17 y sigs.; A rco y G aray, op. c it., págs 341 y sigs.; L udovic Osterc, op. cit., páginas 90 y sigs.

sin embargo, las más de las veces, el criterio determinante; y la com­ pra, la vía más segura y frecuente para la obtención de tales dignida­ des. Con este sistema, que nunca dejó de levantar protestas, se venía a reconocer el principio fundamentalmente económico que presidía la jerarquización del estamento nobiliario 6; ya que, aun en el caso de que el título no se vendiese, el solicitante debía estar en posesión de rentas territoriales, dominios señoriales e ingresos cuantiosos, con los que poder mantener de forma decorosa su rango 7. De ahí que los caballeros ricos propietarios de señoríos, que componen el sector más próximo a la cúspide del estamento nobiliario, sean los más aptos para la consecución de un título: N o refiero la s dig n id a d es [escribe F ra y B e n ito d e P e ñ a lo sa a p r o p ó sito de e sto s n o b les a c a u d a la d o s], q u e lo s m u y r ic o s c o n sig u e n d e C o n d e s, M ar­ q u eses y D u q u e s, illu stra n d o su s a p e llid o s, ca sa s y lin a g es, c o n v a sa llo s y ric o s m a y o r a z g o s 8.

Los señores de vasallos no constituían, sin embargo, una categoría especial. Podía comprarse una jurisdicción o una villa sin ser noble; aunque, en la práctica, era impensable que un señor de lugares no fuese al menos hidalgo, y, de hecho, las solicitudes de nuevos señoríos provenían, en la mayoría de los casos, de caballeros ricos ansiosos de elevarse en la escala nobiliaria A esta esfera superior de la no­ bleza no titulada pertenece el joven caballero, vecino de don Quijote, enamorado de la morisca Ana Félix: ...u n m a n ce b o c a b a lle r o lla m a d o d o n G a sp a r G r e g o rio , h ijo m a y o ra zg o de u n ca b a lle r o qu e ju n to a n u estro lugar o tr o su y o tie n e (II, 63).

También es titular de un señorío el padre de don Luis: ...c a b a lle r o natural d e l rein o de A r a g ó n , señ o r de d o s lu g a res, el cual v ivía fr o n ter o de la c a sa de m i pad re en la C o rte (I , 43).

6

A , D om ín guez O rtiz, lb (d „ pág. 72,

7 Ib id ., págs. 73-74. 8 Fray B en ito de P eñ alosa, L ib ro d e las cinco excelencias d e l españ ol q v e d espveblan a E spa ñ a p a r a su m a y o r p o te n c ia y d ila ta ció n , P am piona, ¡629, fo l. 87. 9 A . D om ín guez O rtiz, o p . c it., págs. 57-58,

Y, aunque los motivos de su estancia en la capital no se hagan explícitos, es muy probable que este caballero aragonés confiara en que el volumen y carácter de sus rentas, así como la proximidad de consejeros y ministros, le allanasen el camino para «hacer de título a su hijo» (I, 44). La riqueza y el poder de la alta nobleza emanan de la posesión y dominio del suelo, y tienen, en consecuencia, una base fundamental­ mente agraria. El señor es propietario de tierras de labor cultivadas por jornaleros, o cedidas a los campesinos mediante el pago de una elevada renta anual, y ejerce al mismo tiempo el dominio jurisdiccional sobre la totalidad de las tierras, lugares y vecinos adscritos al seño­ río l0, de los que percibe, en señal de vasallaje, derechos de asenta­ miento y tributos de la más variada índole " . E n Alcabón (Toledo), por ejemplo, según se dice en las Relaciones confeccionadas en tiem­ pos de Felipe II 12: E l señ o r d e sta villa es el D u q u e d e M a q u e d a c o m o tie n e n d ic h o , q u es señ o r d e T o r r ijo s y de M a q u e d a y d e A lc a b ó n y de o tros p u e b lo s ... 13.

Él duque ejerce en Alcabón derechos administrativos y judiciales sobre sus vasallos y percibe además determinados tributos característi­ cos de la economía feudal, pero sólo es propietario de un tercio, apro­ ximadamente, de las tierras del lugar H. Y lo mismo ocurre en Xa Ca­ beza, lugar del Reino de Toledo en que: ...la ju risd ic ió n d e esta v illa e s del se ñ o r , q u e e s él ilu strfsim o señ o r C o n d e de C h in c h ó n , n o tien e en é l o tr a renta m á s d e la s a lc a b a la s, qu e le vald rán h a sta q u in c e m il m a ra v ed ís IJ.

10 V éase A lfo n so M .‘ G uilarte, E l régim en señ o ria l en e l s ig lo X V I , M adrid, Insti­ tu to de E studios P o lítico s, ¡962. 11 N o ël S alom on , L a v id a ru ral castellan a en tie m p o s d e F elipe II, B arcelona, E di­ torial P lan eta, 1973, págs. 185 y Sigs. 12 C arm elo Viñas M ey y R am ón P az, R elaciones histórico-geográfico-estadísticas d e los p u e b lo s d e E spaña, o rd en a d a s p o r F elipe II, M adrid, C .S .I .C ., 1949-1971, 5 vols. C ontiene las R elacion es de M adrid, T oledo y C iudad Real. 13 Ib id ., R ein o d e T oledo, primera parte, pág. 25. 14 N o ël Salom on, o p . c it., págs. 153 y sigs. 15 C . V iñas M ey y R am ón P az, R elacion es, R ein o d e T o led o , prim era parte, pági­ na 181.

El señor no detenta, sin embargo, la propiedad directa del suelo, ya que: ...tie n e en té r m in o de esta v illa u n h e red ero de la villa d e M a q u ed a d o cien ta s fa n eg a s de tierra s, qu e la ren ta n c a d a u n a ñ o c ie n to e trein ta e c in c o fan egas d e trigo e ceb a d a l6.

En la primera parte del Quijote, Cardenio alude a la jurisdicción señorial del padre de don Fernando: E ste d u q u e R ica rd o , c o m o y a v o s o tr o s, señ o re s, deb éis sa b er, es un gran ­ d e de E sp a ñ a q u e tien e s u e s ta d o en lo m e jo r d esta A n d a lu c ía (I, 2 4 ).

Y en la segunda parte de la obra, la Duquesa, tras conocer la iden­ tidad de don Quijote, ruega a Sancho: Id , h erm a n o P a n za , y d ecid a v u estro señ o r q u e él sea el b ien lleg a d o '

y el b ie n v e n id o a m is e s ta d o s (II, 3 0 ) n .

En los dominios señoriales de un grande como el duque Ricardo, la propiedad de la tierra que el titular no disfruta directamente, está en manos de caballeros o campesinos acomodados, sometidos, en cali­ dad de súbditos, a la autoridad del señor. Tal es el caso, por ejemplo, de los padres de Dorotea: D e ste señ o r s o n v a sa llo s m is p a d res, h u m ild e s en lin a je; pero ta n ric o s, q u e si lo s b ien es d e su n a tu ra leza ig u a la ra n a lo s de su fo r tu n a , ni e llo s tu v iera n m ás q u e desear n i y o tem iera verm e en la d e sd ic h a en qu e m e v e o ... (I, 2 8 ).

.

Entre los numerosos vecinos del señorío de los Duques aragoneses hay también, como en el estado del duque Ricardo, labradores ricos unidos al señor por vínculos de vasallaje. Así ocurre con el burlador de la hija de doña Rodríguez: ...h ij o de un la b ra d o r riq u ísim o q u e está en u n a a ld ea d el D u q u e m i señ or, n o m u y le jo s de a q u í (II, 4 8 ). 14 Ib id ., pág. 179. n C fr,: « ...u n caballero, hijo segundo de un titulado que ju nto a mi lugar el de su estado tenía» (L o s tra b a jo s d e P ersiles y Sigism undo, B A E , I, pág. 567). Sobre la visión cervantina de la adm inistración señorial, véase A rco y G aray, o p . cit., págs. 290 y sigs.; M orel-Fatio, o p . cit., pág. 335.

Además de representar una fuente importante de ingresos para mu­ chas familias nobles, el señorío es una institución de orden jurídico y político por la que el rey cede parte de su potestad a un particular, a una sede episcopal, una congregación religiosa o una orden militar. El señor es, en este sentido, vicario del rey, y ejerce en sus dominios las funciones encomendadas a los representantes del poder civil en las tierras de realengo ia: promulgar edictos y ordenanzas de gobierno; nombrar alcaldes o confirmar los elegidos por los lugareños; instituir alcaldes mayores con facultad de juzgar en segunda instancia; imponer penas y sanciones pecuniarias; vigilar caminos, calles y mercados ”, Entre todas estas competencias, la potestad de nombrar a las autorida­ des municipales y designar a los funcionarios encargados de adminis­ trar justicia es, sin duda, una de las más importantes. El ejercicio de este derecho suele ofrecer, no obstante, varias modalidades, incluso dentro de una misma región. En el 21 por cien 20, aproximadamente, de los lugares de señorío laico de Castilla la Nueva, los alcaldes son elegidos por los vecinos y confirmados por el señor. Tal es el caso, entre otros, de Daganzo (Madrid), donde la elección de los alcaldes, que inspiró a Cervantes su famoso entremés, trata de conciliar las libertades municipales y la autoridad señorial21: ...e l d ic h o s e ñ o r c o n d e de C o r u ñ a c o m o señ o r d e la d ic h a v illa d esp u és de hab er n o m b r a d o en la d ich a v illa a lc a ld e y r eg id o res y p ro c u r a d o r general,

18 A . M . G uilarte, o p . cit., págs. 17-18. 19 N oël Sa lo m o n , o p . cit., págs. 196 y sigs. 20 Ib id ., pág. 200. Z1 Ib id ., pág. 198. El propio N . Salom on ha señalado el probable trasfondo histó­ rico de este entrem és y de la elección que en él se representa (R ech erch es s u r le thèm e p a y sa n d a n s ta «c o m e d ia » au te m p s d e L o p e d e Vega, B urdeos, 1965, págs. 118-121): el C onde de la C oruña, señor de D aganzo, había intentado sustituir a los alcaldes locales por un alcalde m ayor nom brado por él, pero « ... la C hancillería de V alladolid condenó al C onde de C orufia, el añ o passado de ochenta y nueue en vista, y este de nouenta y dos en reuista, a que n o pudiesse poner A lcalde m ayor en su villa de D agan ço, ni que el tal A lcalde m ayor conociesse en primera instancia a preuención, por no auer m os­ trado bastante título, o costum bre d e llo ...» (Jerónim o C astillo de B ovadilla, P olítica pa ra corregidores y señ o res d e vassallos, en tie m p o d e p a z y d e gverra, M adrid, 1597, 2 v o ls., volum en I, pág. 827). Cervantes recordaría esta victoria de los lugareños contra el poder señorial cuand o eligió a los alcaldes de D aganzo co m o protagonistas de su obra.

se le lle v a a c o n fir m a r y lo c o n fir m a y d a p o r b u e n o el d ic h o n o m b r a m ie n to , y a q u ello s q u e s o n n o m b r a d o s y p o r el d ic h o señ o r c o n d e c o n fir m a d o s sirven d e sus o fic io s un a ñ o ... 22.

En algunas villas —algo más del 20 por cien 23— la elección se realiza sin intervención alguna del señor, mientras que en el 58 por ciento restante el nombramiento corre a cargo del titular del seño­ río 24. En Barcience (Toledo), por ejemplo, las Relaciones nos expli­ can que: ...la s ju sticia s de e sta d ich a v illa seg la r e s u n a lc a ld e m a y o r, y d o s o r d in a ­ r io s, y d o s rex id o res, y u n a lg u a c il, y a lc a id e de la H erm an d ad ; e lo s p o n e el C o n d e de C ifu e n te s, seg ú n q u e e s su y o y lo tie n e d e c o stu m b re él y sus a n te c e so r e s... 25.

Para la administración de la justicia, que en sus diligencias más simples está en manos de los alcaldes, el señor puede nombrar funcio­ narios especiales, a los que cede esta importante parcela de su poder: corregidores, alcaldes mayores ordinarios, oidores, etc. Los vecinos del Alcabón (Toledo), por ejemplo, tienen: ...u n a lca ld e o rd in a rio q u e n o m b r a e l señ o r c a d a a ñ o y d o s regidores y un p rocu ra d o r y u n a lg u a cil, y el señ o r tien e u n co rreg id o r p u e s to en la villa d e T o rrijo s para ju sticia m a y o r para to d o su e s t a d o ... K .

Los Duques que hospedan a don Quijote y Sancho poseen un pala­ cio servido por numerosos criados, una casa de placer, terrenos baldíos destinados a la caza y varios pueblos sujetos a su jurisdicción. En una de estas villas, bautizada con el nombre de ínsula Barataría, se van a desarrollar varios capítulos de la novela, Se trata de: ...u n lugar d e h a sta m il v e c in o s, q u e era de lo s m ejo res q u e e l D u q u e ten ía (I I, 45).

22

C . V iñas M ey y R am ón P a z, R elacion es, M a d rid , pág. 222.

23

N o ë l S alom on , L a vid a rural castellana, pág. 200.

24 Ib id . 25 C . V iñas M ey y R am ón Paz, R elacion es, R e in o d e T o led o , primera parte, pági­ na 113. 24 I b id ., pág. 26.

En esta localidad es el Duque, a lo que parece, quien provee los cargos públicos, y allí es enviado Sancho, como gobernador de una ínsula ficticia, con la misión de ocuparse de algunas de las funciories propias del alcalde o corregidor del lugar. Cuando Sancho llegó a las puertas de la ínsula Barataría, «salió el regimiento del pueblo a recibirle» (II, 45), le fueron entregadas las llaves de la villa «con algunas ceremonias ridiculas», dio gracias a Dios en la iglesia del pueblo, y desde allí «le llevaron a la silla del juzgado y le sentaron en ella». El nuevo gobernador estrenará su cargo en una de las misiones fundamentales que las leyes asignan a los encargados del gobierno en los lugares de señorío o realengo: la vista de pleitos en audiencia pública: ... e l o fic io d e ju zg a r es p ú b lic o [señ a la C a stillo de B o v e d illa e n su P o lític a p a r a c o rr e g id o r e s ], y lo s m a g istra d o s y ju eces s o n p erso n a s p ú b lic a s, p o r q u e p ú b lic a m e n te d e sd e la m a ñ a n a h a sta la tarde h a n de asistir e n el trib u n a l, o y e n d o p le y to s y d e sp a c h á n d o lo s 27.

La vigilancia nocturna de calles y plazas es otra de las tareas qué el alcalde y el corregidor deben atender y, a ser posible, ejecutar personalmente: C o u ie n e p u e s, q u e el co rreg id o r r o n d e , y su s o fic ia le s n o d u erm an , y q u e to d o s v e le n , y estén e n c e n tin e la , para v er y sen tir q u ién e s e l a treu id o q u e q u iso hazer y h iz o la fu erça , y q u ién es el la d r ó n q u e c o m e tió el h u rto , y q u ién es el d e sa lm a d o q u e m a tó a su p r ó x im o , y p a ra q u e se in fo rm en de lo s q u e b iu en m a l y su zia m en te en su R e p ú b lic a ... 28.

Una vez acabada la cena, con la ligereza y sobriedad que los pre­ ceptos del doctor Recio exigen, Sancho y sus oficiales: A d e r ez á r o n se d e r o n d a , sa lió c o n e l m a y o r d o m o , secretario y m aestresa­ la , y el c o ro n ista q u e te n ía c u id a d o de p o n er e n m e m o r ia s u s h e c h o s, y al­ guaciles y escribanos, ta n to s, qu e p od ían form ar u n m ed ia n o escu ad rón (II, 49).

En una época en que la carestía, las crisis periódicas y la alarmante subida de precios se combinan con una intervención cada vez mayor 27 28

C astillo de B ovadilia, op. c it., v o l. II, pág. 437. Ib id ., vol. I, pág. 671.

de los poderes públicos en la vida ciudadana, los funcionarios del po­ der real, o el delegado del titular en las tierras de señorío, han de visitar a menudo los mercados, inspeccionar los bienes de consumo y vigilar los precios. Debe frecuentar: ...e l C orregidor ca d a m a ñ a n a lo s lugares p ú b lic o s co m u n es en q u e se proueen lo s p o p u la res de la s co sa s n ecessa ria s para su s b a stim e n to s, c o m o so n carn iz e r ía , p a n a d ería , p escad ería , fru tera s, ta b er n a s, a lh ó n d ig a , ca n d elería , b o d e ­ g o n e s , m e so n e s, y p la ça s, y to d a s a q u ella s p a r te s d o n d e m ás su elen frequentarse lo s m a lo s reca u d o s; p o r q u e a d o n d e a y m á s freq u e n c ia d e g e n te , a llí a y m á s n ecessid a d de su s o c o r r o a .

También debe el corregidor acudir con frecuencia a la cárcel e inte­ resarse por la suerte de los presos: E n e l lugar q u e h a d e ser cá rcel p ú b lic a , d e u e n hazer lo s C orregid ores su s v isita s o rd in a ria s, n o v n a v e z al m es, c o n fo r m e a v n a s leyes del C ó d ig o y P a r tid a , sin o tres d ía s a lo m e n o s e n la sem a n a 30.

Por eso don Quijote recomienda en la carta que dirige al nuevo gobernador: V isita la s cárceles, la s carn icerías y la s p la za s; q u e la p resen cia d e l g ob er­ n a d o r en lu g a res ta les es d e m u ch a im p o rta n cia : c o n s u e la a lo s p r e so s, q u e esp era n la b rev ed a d d e su d e sp a c h o , es c o c o a lo s c a rn ic er o s, q u e p or e n to n ­ ces igualan lo s p eso s, y es esp a n ta jo a las p laceras, p o r la m ism a razón (II, 51).

Obediente a los consejos de su señor, Sancho explica: Y o v isito las p la zas, c o m o v u e sa m erced m e lo a c o n s e ja , y ayer h allé a u n a ten d era q u e v en d ía a v e lla n a s n u ev a s, y a v erig ü éle qu e h a b ía m e z cla d o c o n u n a h a n eg a d e a v ella n a s n u ev a s o tra d e v ie ja s, v a n a s y p od rid as; a p liq u éla s to d a s para lo s n iñ o s d e la D o c tr in a , q u e la s sabrían bien d istin gu ir, y sen te n c iéla qu e p o r q u in ce d ía s n o en tra se e n la p la z a . H a n m e d ic h o q u e lo h ic e v a le r o sa m e n te ... (II, 5 1 ).

■■■■· . '

Además de vigilar y perseguir a las placeras, «porque todas son desvergonzadas, desalmadas y atrevidas», Sancho «ordenó que no hu29

Ib id ., v o l. Π , pág. 117.

30

Ib id . , vol. II, pág. 498.

biese regatones 31 de los bastimentos en la república», procuró mode­ rar el alza de los precios y de los salarios, «que caminaban a rienda suelta» (II, 51), y al cabo de una semana se encontró: . ..n o h a rto d e p a n ni d e v in o , sin o de ju zg a r y dar p a receres y d e hacer e sta tu to s y p ra g m á tica s (II, 5 3 ).

En los capítulos dedicados al gobierno de la ínsula Barataría, cen­ sura Cervantes, de manera abierta unas veces y velada otras, la forma en que se regían las tierras de señorío en la España de los Austrias. Su opinión coincide, en este aspecto, con el sentir popular acuñado en el refranero y reflejado en los documentos. En el Vocabulario de Gonzalo Correas leemos, por ejemplo: E n lu g a r d e s e ñ o r ío n o h a g a s lu n id o ; i s i le h a z e e l p a d r e , n o le h aga e l h ix o . P o r q u e s e sirve d e llo s e l señ o r, i d e su s h a z ie n d a s; i p o r q u e su ele a ver e n él p o k a x u stiz ia i m á s d e tiranía n .

En las Relaciones es frecuente encontrar téstigos que achacan la pobreza y despoblación de villas y lugares a los señores, eclesiásticos o laicos, que perciben la renta de la tierra, o en cuyo señorío está enclavado el pueblo. La población de Barcience (Toledo), por ejemplo: . ..la ca u sa p o r q u e n o crece a n tes p a rece q u e h a d e d e sm in u ir es p o r ser to d o é l del C o n d e de C ifu en te s, s o la rieg o y tr ib u ta r io , qu e n o h a y c o sa q u e n o lo sea M.

31

R eg a tó n es «el que com pra del forastero por ju n to y revende por m enudo» (Se­

bastián de C ovarrubias, T esoro d e la lengua castellan a o esp a ñ o la (1611), M adrid, E d ito­ rial Turner, 1979, pág. 900). « N o se puede im aginar cuán a su salvo dob lan éstos su dinero dos o tres v e c e s... E stos son los dom ésticos cosarios de la república; los que ocu­ pan p o c o a p o co su sangre, robando con seguridad en el peso fa lto , en la m ala m edida» (C ristóbal Suárez de F igueroa, E l P asagero. A d ve rte n c ia s ú tilísim a s a la vida hum ana (1617), ed. de Francisco Rodríguez M arín, M adrid, Ed. R enacim iento, 1913, págs. 201-202). 32 G onzalo C orreas, V ocabulario d e refranes y fr a s e s p ro v e rb ia le s (1627), ed. de L ouis C om bet, Institut d ’É tudes Ibériques et Ibéro-Am éricaines d e l ’U niversité de B or­ deaux, 1967, pág. 12S. 33 C . Viñas M ey, y R am ón P az, R elacion es, R ein o d e T o led o , primera parte, pá­ gina 113.

En Bugés (Madrid): ...la g e n te de este p u eb lo es p o b re , p o r q u e las tierras en qu e labran so n d e señ o res y ca p illa s y i g l e s i a s . .. 34.

Las voces de protesta que encontramos en los documentos, se tra­ ducen a veces en un abandono masivo de los lugares de señorío y en la creación de nuevos pueblos libres en tierras de realengo 35. Del testimonio de Cervantes se deduce que, para muchos grandes y títulos, la posesión de tierras y vasallos no es más que un motivo de vanidad y ostentación, una fuente importante de ingresos, o una mercancía de cuya venta o arriendo pueden esperarse cómodos y creci­ dos beneficios: ...y o he o íd o decir [ex p lica S a n ch o ] q u e h a y hcpmbres en e l m u n d o qu e t o ­ m a n en arren d a m ien to lo s e sta d o s d e lo s se ñ o r e s, y le s d a n u n ta n to c a d a a flo , y ello s se tien en c u id a d o d el g o b ie r n o , y el señ o r se está a pierna ten d i­ d a , g o z a n d o de la renta q u e le d a n , sin curarse d e o tra cosa; y a sí haré y o . .. y m e g o z a ré m i renta c o m o u n d u q u e , y a llá se lo h ayan (I, 50).

A lo que el Canónigo responde, con muy acertadas y oportunas razones: E s o , h e rm a n o S a n c h o ..., e n tié n d a se en c u a n to al g o z a r la renta; em p ero al adm inistrar ju stic ia , h a d e a ten d er el señ o r del e sta d o , y a q u í entra la h ab ilid a d y b u en ju ic io , y p rin cip a lm en te la bu en a in ten ció n de acertar (I, 50).

Pocos son los señores de vasallos que cumplen con estos preceptos. En la mayoría de los casos, el señor nombra unos funcionarios fieles, y tal vez ineptos, y se desentiende de la delicada misión de velar por la justicia y el orden en sus tierras; en otros, el titular pone precio a los cargos y los entrega al mejor postor. A Sancho, al tomar pose­ sión del gobierno: D ié r o n le a e n ten d er q u e se lla m a b a la ín su la lu ga r se lla m a b a B a ra ta rlo ,

B arataría, o ya p orq u e el

o y a por el b a r a to c o n q u e se le h ab ía d a d o

el g o b ie r n o (I I, 4 5). 34 35

Ib id ., M a d rid , pág. 122. V éase Juan Ignacio Gutiérrez N ieto, L a s C o m u n id a d es c o m o m o vim ien to antise­

ñorial, B arcelona, E dit. Planeta, 1973, págs. 187 y sigs.

Y el propio Duque no tiene empacho en confesar: ...v o s sa b éis q u e sé y o q u e n o h a y n in g ú n g é n e ro de o fic io d e sto s d e m a y o r c a n tía q u e n o se g ran jee c o n a lg u n a su erte d e c o h e c h o , cuál m á s , cu ál m e­ n o s ... (I I, 4 1 ).

El pretendiente que ha tenido que desembolsar una suma importan­ te de dinero para obtener su cargo, espera recuperar con creces la for­ tuna invertida, mediante exacciones y préstamos arrancados a los súb­ ditos 36. El caso de Sancho Panza es, también en este aspecto, muy especial: H a s ta ag o ra n o h e to c a d o d e r ec h o ni lle v a d o c o h e c h o , y n o p u ed o pensar e n q u é va e sto ; p o r q u e a q u í m e h a n d ic h o q u e lo s g o b e r n a d o r e s qu e a esta ín su la su e len v enir, a n te s de entrar e n e lla , o le s h a n d a d o o le s h a n p resta d o lo s d e l p u eb lo m u ch o s d in ero s, y q u e é sta es o r d in a r ia u sa n z a e n lo s dem ás q u e v a n a g o b iern o s; n o so la m e n te en é ste (I I, 5 1 ).

El estado de confusión y abandono en que se encuentra la ínsula Barataría al hacerse cargo de sus poderes el nuevo gobernador, y las drásticas medidas con que Sancho corrige abusos y ataja injusticias, son indicio claro de la situación en que se hallaban muchos pueblos de la España señorial. En las calles del lugar se encuentra «todo género de inmundicia y de gente vagamunda, holgazana y mal entretenida» (II, 49). Hay personajes que no tienen «oficio ni beneficio» y andan «de nones» en la ínsula; casas de juego, sostenidas a veces por caballe­ 36 La venalidad y la corrupción fueron igualm ente frecuentes en la adm inistración del E stado. C astillo de B ovadilla señalaba que el que com pra lo s o ficio s «n ecesariam en te los ha de vender» (o p . c it., v o l. 11, pág. 4 50), y advertía a los-corregidores: « ... que n o lleuen salarios de sus oficiales, y las leyes dízen, que n o haga pacto n i postura con ellos sobre sus derechos, y que no arrienden sus o fic io s, y que n o los den a trueco de precio, o de dádiuas so pena de ser am bos priuados d e flo s ...» (Ib id ., vol. I, pág. 322). En G u zm àn d e A l/a ra ch e se dice que a los escribanos: « ... n o les dieron de balde los o fic io s, que de su dinero han de sacar la renta y pagarse de la ocupación de su persona» (citam os por la edición de Sam uel Gili G aya, M adrid, C C , 1972, 5 v o ls., v ol. Ï, p á­ gina 63). Y en L a G itanilla leem os: «C oheche vuesa m erced, señor tiniente, coheche y tendrá dineros, y n o haga usos nuevos, que morirá de h a m b re... que de los oficios se ha de sacar dineros para pagar las condenaciones de las residencias, y para pretender otros cargos» (B A E , I, pág. 104). Véase tam bién A rco y G aray, o p . cit., págs. 314 y sigs.; y L udovik O sterc, o p . c it., págs. 200 y sigs.

ros principales y grandes señores (ibid.); placeras desvergonzadas, de­ salmadas y atrevidas (II, 51); regatones; y falsos pobres a cuya sombra andan «los brazos ladrones y la salud borracha» (ibid.). El Duque vive ocupado en fiestas, cacerías y burlas de dudoso gusto, y provoca con su desidia el malestar y las quejas de sus súbditos: ...p o r q u e p ensar q u e e l D u q u e m i señ o r m e h a d e hacer ju sticia [com en ta d o ñ a R o d ríg u ez] es p ed ir p era s al o lm o ... (II, 52).

«C O N SE R V A C IÓ N » Y «M U D A N Z A »

A pesar de Jas protestas que suscitaba la mala administración de las tierras de señorío, y de las injusticias y atropellos que sus vecinos habían de padecer, el número de tierras y vasallos sometidos a la juris­ dicción de los nobles crece de manera constante durante el siglo xvi, y ello constituye uno de los aspectos más destacados del fenómeno histórico que conocemos con el nombre de reacción señorial ” . Este proceso creciente de señoriaüzación de la tierra, que aparece ya refle­ jado en las Relaciones38, se acentúa desde 1580 y es imposible el frenar al comenzar el siglo xvn. El poder real, abrumado por los pro­ blemas financieros, impulsa la venta de lugares, y los validos y los grandes, en cuyas manos queda la mejor parte del botín, serán los principales beneficiarios de la operación. El Duque de Lerma, por ejem­ plo, aprovechó su ventajosa posición para adquirir once villas entre 1610 y 1612; y en el reinado de Felipe IV se llegó a autorizar, en las Cortes de 1625, la venta de 20.000 vasallos 39. El incremento que el poder noble experimenta en los primeros siglos de la Edad Moderna, es consecuencia de la revalorización del suelo, y una muestra del interés que los beneficios d& la agricultura suscitan entre los grandes propietarios durante los años de la revolu­ ción de los precios. La tierra empieza a ser considerada, a la manera burguesa, como instrumento de reproducción del capital y creación de plusvalía 40. Los propietarios roturan los espacios baldíos de sus he­ 37 38

Fernand Bràudel, op. c it., vol. II, págs. 70 y sigs. N o ël Salom on, L a vid a ru ral castellan a, págs. 204 y sigs.

39 “

Ib id ., págs. 209-210. Ib id ., pág. 151.

redades, adquieren nuevas tierras, y se esfuerzan en cambiar las condi­ ciones de explotación de las que ya se encontraban en poder de los cultivadores. En lugar de reservarse, como antes, unos derechos mera­ mente honoríficos, el señor impone a los campesinos que labran sus posesiones un contrato temporal con un rédito efectivo 41, que permite equiparar periódicamente el valor de la renta y el alza de precios. De esta forma, la renta de la tierra, cuyo volumen puede situarse entre un tercio y la mitad de la cosecha 42, además de ser la carga más pe­ sada que ha de soportar el labrador, llegó a convertirse en la principal fuente de ingresos de la clase nobiliaria, y en la causa de la prosperi­ dad relativa que disfrutan muchos nobles en un momento de crisis agrícola y ruina de los pequeños propietarios del campo. El afán de lucro de los poderosos se vio estimulado durante el siglo XVI por el alza de precios, por las crecientes posibilidades de ampliar y diversificar los negocios, y también por la merma relativa de los ingresos que podía ocasionar la inflación. Todo ello empujó a los nobles a desprenderse de escrúpulos morales, a enriquecerse con el hambre y la carestía 4\ apropiarse de los bienes comunales de los lu­ gareños para dedicarlos al cultivo **, y a emplearse en actividades tra­ dicionalmente incompatibles con la nobleza 45. La ampliación de los poderes nobiliarios no fue, sin embargo, un proceso sencillo ni exento de violencia. No olvidemos que la reacción señorial es contemporánea de la decadencia, el hambre y la postración de un pueblo que ve en los poderosos a los principales causantes de sus males, y cuyo descontento no logra ser acallado por la represión física ni por los elementos de persuasión y aceptación conformista que difunde la cultura barroca 46. En las Cortes de 1598, el Memorial so­ bre el acrecentamiento de la labranza y crianza denunciaba: 41 Jaim e Vicens V ives, H isto ria eco n ó m ica d e E spañ a, B arcelona, E d. Vicens Vi­ ves, 1972, 9 . a ed ., pág. 313. 42 4Í

N o ël Sa lo m o n , L a vida rural castellana, págs. 248-249. C arm elo Viñas M ey, E l p ro b lem a d e la tierra en la E sp a ñ a d e lo s sig lo s X V I

y X V II, M adrid, C .S .I .C ., 1941, págs. 75 y sigs. 44 Ib id ., págs. 55 y sigs.; N o ël S alom on , op. c it., págs. 119 y sigs. 4i T al es el caso de lo s nobles que se dedicaban al com ercio en Sevilla,, Burgos y las ciudades vascas (José A n ton io M aravall, E sta d o m o d e rn o y m e n ta lid a d social, M a­ drid, R evista de O ccidente, 1972, 2 v o ls ., v o l. II, pág. 28). 46 José A n ton io M aravall, L a cultura d e l B arroco, B arcelona, B d. A riel, 1975, capítu­ lo 1.

...t o d o h a sid o d estru cció n d e lo s la b ra d o res p o b re s, y a u m en to de hacienda y d e a u to rid a d y m a n d o d e lo s r ic o s ...

Y Cervantes ve en tales diferencias el origen de muchos rencores y enemistades: ...e n tr e lo s p o b res p u ed en durar ias a m ista d es, p o rq u e la ig u a ld a d de la fo r ­ tu n a sirve de e sla b o n a r lo s co ra z o n e s; p ero en tre lo s ricos y los p ob res n o p u ed e hab er a m ista d du ra d era , p o r la d e sig u a ld a d qu e h ay entre la riqueza y la p o b reza 48.

Esta enemistad se traduce en los principios de conservación y res­ tauración que defienden los poderosos, y en el deseo de novedad y mudanza de los oprimidos. Novedad es cambio, alteración, trastorno; equivale, pues, a una amenaza contra el orden establecido. Tal es la razón de que la novedad pueda llegar a constituir la ilusión del pueblo, que no se siente solidario del sistema de intereses vigentes y quisiera su transformación 49. Fray Alonso Castrillo apuntaba: ...c o m o la s g e n te s co m u n es tie n e n por la m a y o r parte tan b a jo s los p en sa­ m ie n to s c o m o el e sta d o , m u ch a s v eces s o n a m ig o s de n o v e d a d e s , por probar n u ev a

ven tu ra ,

d e sea n d o

m udar

su

e sta d o

por

el

c a m in o

de

algún

e sc á n d a lo ... !0.

También don Quijote, tras la aventura de los yangiieses, y en vista de la poca destreza de su escudero en el manejo de las armas, le recuerda: 47 A c ta s d e las C o rtes d e C astilla (1563-1627), M adrid, 1869-1918, 45 vols., vol. X V , página 752. 48 L o s tra b a jo s d e P ersiles y Sigism undo, B A E , I, pág. 597. Pedro Sim ón Abril es­ cribía en 1584: «N otaré tam bién aquí el peligro que tiene la república en la cual los un os son m ui ricos i los otros pobres en extrem o. Q ue los m ui ricos se hazen dem asiada­ mente covardes, por n o perder sus haziendas, i los m ui pobres dem asiadam ente atrevidos, com o gente que no tiene qué perder» (cit. por J. A . M aravall, «R eform ism o socialagrario en la crisis del siglo x v n . Tierra, trabajo y salario, según P edro de V alencia», en U topía y re fo rm ism o en la E spañ a d e lo s A u stria s, M adrid, B d. Siglo X X I, 1982, pág. 274). 49 J. A . M aravall, A n tig u o s y m o d ern o s. L a id ea d e l p ro g re so en e l desarrollo ini­ cia l d e una socied a d , M adrid, Sociedad de E studios y P u blicaciones, 1966, pág. 98. !0 Ib id ., pág. 95. Pedro de V alencia señalaba que los que « n o poseen más que el caudalejo que traen entre m anos o el jornal que ganan cada d ía, no tienen que les duela perder y suelen ser inquietos y desobedientes y sed iciosos» (cit. por J. A . M aravall, U to­ p ía y refo rm ism o , pág. 274).

...h a s d e saber q u e en io s r ein o s y p ro v in cia s n u ev a m en te c o n q u ista d o s n u n ­ ca está n ta n q u ieto s lo s á n im o s d e sus n a tu ra les, n i ta n de p arte del n u evo se ñ o r , qu e n o se ten ga tem or q u e h a n de h acer a lg u n a n o v e d a d para alterar d e n u ev o la s c o s a s , y v o lv e r , c o m o d icen , a p ro b a r ventu ra; y así, es m e n e s­ ter q u e el n u e v o p o se so r ten g a en te n d im ie n to para sa b erse gob ern ar y valor para o fe n d er y d e fe n d er se en cu alq u ier a c o n te c im ie n to (1, 15).

La decadencia económica y la carestía, el incremento opresivo de las cargas señoriales y de los tributos, la desidia y venalidad de los poderes públicos, actúan desde los últimos años del siglo xvi como acicate de la irritación y los deseos de cambio de las gentes humildes: los pasquines y letreros injuriosos clavados en las puertas de Pala­ cio 5I, los libelos y sátiras contra el gobierno, la crítica mordaz con que se adereza la charla ” , son la expresión ordinaria e incruenta de un descontento popular que, cuando se ve hostigado por el hambre o los agravios, recurre a la violencia, el motín o la insurrección armada 5\ 51 E n la carta de un autor inglés que visitó E spaña, fechada en 1608, se lee: «H an sido colocad o s m uchos pasquines en las puertas y en las paredes del palacio real critican­ d o al g o b ie r n o ...» (en Patricia Shaw Fairm an, E spañ a v ista p o r los ingleses d e l siglo X V II, M adrid; SGEL, 1981, pág. 250). A m ediados del siglo, otro viajero inglés, d ip lo ­ m ático en este caso, escribía: «Sobre las paredes m ism as de P a la cio, e l jueves pasado escribieron, a la luz del dia y en letras tan grandes que hasta u n o que pasaba corriendo pu do leerlas: S i e l R e y n o muere, el R eyn o m uere» (Ib id ., pág. 150). B arriom ievo inform a que el 19 de febrero de 1657: «am anecieron en todas las partes públicas otros pasquines pintados, g ra cio so s... L o cierto es que eran m uy agudos, picantes y por extrem o pintados y coloridos» (.4 viso s d e d o n Jeró n im o d e B arrionu evo, B A E , C C X X II, pág. 59). M ás datos en J. A . M aravall, L a cultura d e l B arroco, págs. 103 y sigs. 52 C uando el Cura y el Barbero visitaron a don Q uijote, « en el discurso de su plá­ tica vinieron a tratar en esto que llam an razón de estado y m o d o s de gobierno, enm en­ dando este abuso y condenando aquél, reform ando una costum bre y desterrando otra, haciéndose cada uno de los tres un nuevo legislador, un Licurgo m oderno, o un Solón flam ante» (II, 1). Jean Herauld observó en E spaña que lo s hom bres, «en los días buenos del invierno en m uchos sitios se ponen una gran cantidad de ellos a lo largo de una pared para calentarse al sol; dicen que allí hablan m ucho de política» (José García M erca­ da!, Viajes d e ex tra n jero s p o r E spañ a y P ortugal, M adrid, E d. A guilar, 1952, 3 vols., volum en ¡I, pág. 738). M m e. d ’A u ln o y señala que el artesano «va a sentarse al sol (que ¡lam an el fu ego de los españoles) con una multitud de holgazanes c o m o él, y allí, con una autoridad soberana, deciden de las cuestiones del E stado y arreglan tod os los intere­ ses de los príncipes» (Ib id ., pág. 1067). 53

V éase H enry K am en, E l Siglo d e H ierro. C a m b io so cia l en E u ro p a (I550-I660),

La miseria y el descontento, origen de levantamientos y motines, daban también lugar a la delincuencia y el bandolerismo, auténticas plagas de algunas comarcas europeas durante los siglos xvi y xvu. El bandolero, reclutado entre vagabundos y gentes abatidas, suele ser un producto inevitable de la crisis social, el desorden económico, la penu­ ria y el resentimiento M. Y, aunque no faltaron cuadrillas de bando­ leros en otras zonas de la Península 5S, Cataluña fue, dentro de la M adrid, A lianza E dit., 1977, págs. 391 y sigs. Según Saavedra Fajardo: « ... la invidia y la necesidad tom an las armas contra los ricos, y causan sediciones; las cuales tam bién nacen de la m ala adm inistración de la ju sticia, de los alojam ientos, y de otros pesos que cargan sobre las rentas y bienes de lo s v a sa llo s...» (id e a d e un p rín c ip e p o lític o cristian o, representada en cien em presas, B A E , X X V , pag. 167). T am bién M ateo L ópez Bravo señalaba que la m iseria de m uchos y la opulencia d e unos pocos provocan la sedi­ ción o la despoblación (D e l R e y y d e la raçôn d e g o v ern o r ed. de H enry M echoulan, M adrid, E ditora N acional, 1977, pág. 285). Y Q uevedo advertía a los poderosos; « ... n o sabe pueblo ayuno tem er muerte, / arm as quedan al pu eb lo despojado» (P oesía origi­ n al c o m pleta, ed. de José M anuel B lecua, B arcelona, c o l. C lásicos Universales Planeta, 1981, pág. 48). U n m otivo frecuente de este tip o de revueltas era el en ojo de los cam p esi­ nos contra lo s abusos y violencias com etidas por las tropas que se alojaban en los pue­ blos. R ecordem os los sucesos que precedieron en C ataluña al C orpu s d e Sangre: «L os sold ad os, gente por su naturaleza licenciosa, fortalecidos en la perm isión, no había insul­ to que no hallasen lícito; discurrían librem ente por la cam paña sin diferenciarla del país contrario, desperdiciando los frutos, robando los ganados, oprimiendo los lugares» (Francisco M anuel de M eló, H isto ria d e lo s m o vim ien to s, separación y guerra d e C ataluña, M adrid, Real A cadem ia E spañola, 1912, págs. 21-22. V éase John H . E lliott, L a rebelión d e los catalanes. Un e stu d io s o b re la decadencia d e E spañ a (1598-1640), M adrid, E d. Siglo X X I, 1977). C ervantes, buen conocedor de la vid a militar, describe por boca de Berganza los incidentes que provocaban las com pañías de soldados a su paso por villas y poblados: « ... iba la com pañía llena de rufianes churrulleros, lo s cuales hacían algunas insolencias por los lugares do pasábam os, que redundaban en maldecir a quien no lo merecía: ¡infeli­ cidad del buen príncipe!, ser culpado de sus súbditos por la culpa de sus súbditos, a causa que los un os son verdugos de los otros, sin culpa del señ or, pues aunque quiera y lo procure, no puede remediar estos dañ os, porque tod as o las m ás cosas de la guerra traen con sigo aspereza, riguridad y desconveniencia» (E l c o lo q u io d e los perros, BA E, I, p ág. 236). Y en el Persiles se explica que D iego V illaseñor, hidalgo de Quintanar de la Orden y padre de A nton io, acude con su fam ilia a socorrer al C onde: « ... herido de una bala por las espaldas, que en una revuelta que dos com pañías de soldados, que estaban en el pueblo alojadas, habían tenido con los del lugar, le hablan pasado por las espaldas el pecho» (ib id ., pág. 640). 54 Fernand Braudel, op . c it., vol. II, págs. 110 y sigs. 55 «T od os los cam inos están llenos de ladrones — escribe Barrionuevo en 1655— , particularm ente el de A ndalucía, donde andan de 20 en 20, de 30 en 30 y de 40 en

Monarquía Española, la zona óptima para el desarrollo de esta forma de criminalidad 56: los bandoleros encuentran en el Principado segu­ ridad en la larga frontera montañosa, de difícil acceso para la justicia, tentadores cargamentos de oro y ricos viajeros que cruzan la tierra camino de Barcelona, apoyo de algunas familias nobles enfrentadas por largas enemistades, y una población que, agotada por el hambre y la escasez de recursos, se une gustosa a las bandas de salteadores 37. La actividad de algunas de estas partidas llegó a ser tan intensa en los reinados de Felipe II y su hijo, que su aparición en los caminos, o la presencia de bandoleros ahorcados en los árboles por los agentes de la justicia, servían al viajero como señales ciertas de la proximidad de Barcelona. James Howell, escritor de origen galés que visitó España en 1620, escribía desde esta ciudad: M e c o stó m u c h o tra b a jo llegar h a s ta a q u í... p u es esta s z o n a s d e lo s P iri­ n e o s q u e e stá n ju n to al M ed iterrá n eo n u n ca ca recen d e la d r o n e s en tierra (lla m a d o s b a n d o le ro s) y d e piratas e n el m a r ... E l in o d o m ás seg u ro d e p asar es el de vestirse d e p ereg rin o , p u es h a y a b u n d a n c ia d e esta g e n te qu e cu m p le su s p r o m e sa s a N u e stra Señ o ra de M o n tserra t, u n o d e lo s p r in c ip a les cen tro s d e p ereg rin a ció n e n la C ristia n d a d S8.

Sancho se echa a temblar en las proximidades de Barcelona cuan­ do, de noche, topa con pies humanos que penden de los árboles; pero don Quijote le infunde tranquilidad diciendo: N o tien es d e qu é tener m ie d o , p o rq u e e sto s p ies y p ie r n a s qu e tien tas y n o v ees sin d u d a son de a lg u n o s fo r a jid o s y b a n d o le ro s q u e en esto s á r b o ­ les está n a h o rca d o s; qu e por a q u í lo s su ele a h o rca r la ju sticia c u a n d o lo s

40 hom bres a caballo, llenos de chapas, con seis y siete bocas de fu e g o ...» (/I visos, B A E, C C X X 1, pág. 195). 56 Joan R egla, E l ba n d o lerism e catata d e l B arroc, B arcelona, E d. 62, 1966, páginas 11 y sigs.; y Pierre Vilar, C atalun ya d in s l ’E sp a n ya m o d ern a , B arcelona, E d. 62, 1964, 4 v o ls., vol. II, págs. 298 y sig s., y 350 y sigs. 57

Según se explicó e n las Cortes del Principado, en 1626: «E n C atalunya es crien

m olts hom es vagabunds i sense o fic i, els quais per n o tenir o fici am b què guanyar es posen al servei de cavaliers i aixi vénen a fer cosas lletges i prohibides, eixm t a robar i m atar» (Josep M .' Salrach, Eulalia D uran, H istô ria d e ls P a îso s C atalans. D e ls origens a 1714, B arcelona, E D H A S A , 1982, 2 v o ls., vol. II, pág. 1092). 58 Patricia Shaw Fairm an, o p . cit., pág. 69.

c o g e , de veinte en v ein te y de trein ta en treinta; p o r d o n d e m e d o y a entend er q u e d e b o d e estar cerca d e B a rc e lo n a ( ...) A l parecer el a lb a , a lza ro n lo s o jo s , y v ie r o n lo s r a cim o s de aq u ello s á r b o le s, q u e eran cu erp o s d e b a n d o le r o s. Y a , en e sto , a m a n ec ía , y si lo s m u er to s lo s h a b ía n esp a n ta d o ,· n o m e n o s lo s atrib u la ro n m ás d e cuaren ta b a n d o le ro s v iv o s q u e d e im p r o v iso les r o d e a ro n , d ic ié n d o les en len gu a c a ta ­ lan a que estuviesen qu ed os y se detu viesen, h asta que llegase su capitán (II, 60).

En la novela de Las dos doncellas, cuando los protagonistas se en­ cuentran a dos leguas de Igualada y nueve de Barcelona, hallan a un hombre que acaba de escapar de una cuadrilla de bandoleros 59; y en el entremés de La cueva de Salamanca, el estudiante explica a Cristina y Leonarda: Y ua a R o m a c o n vn tío m ío , e l q u a l m u rió en el c a m in o , en el co ra çô n de F rancia; v in e s o io ; d eterm in é b o lu er m e a m i tierra; r o b á r o n m e los laca y o s o c o m p a ñ er o s de R o q u e G u in a rd é e n C a ta lu ñ a ... M.

A pesar de su indiscutible historicidad, hay una evidente dosis de idealización en el retrato cervantino de Perot Rocaguinarda 61, cono­ cido bandolero catalán del partido de los nyerros, a quien se califica de hombre «cortés y comedido, y además limosnero» que admira a todos con su «nobleza, gallarda disposición y extraño proceder», y cuyas manos «tienen más de compasivas que de rigurosas» (II, 60). Muy distinta debía ser la personalidad real de la mayoría de los bandoleros: «gente rústica y desbaratada» (II, 60), según el propio Cer­ vantes, empujada por el hambre y el descontento a la delincuencia 39 60

B A E , I, pág. 202. B A E , C LVI, pág. 545.

61 Véase Lluis M .‘ Soler y T erol, P e r o t R o ca G uin arda, H istoria d 'a q u e st ban doler. Ilu stració ais c a p ita ls L X y L X I, seg o n a p a r t, d e l « Q u ix o t» , M anresa, 1909. Véase tam bién: Luis M anegat, L a B arcelona d e C ervantes, B arcelona, 1964, págs. 131 y sigs.; y L orenzo Riber, «A l m argen de un capítulo de D o n Q u ijo te (el L X de la segunda par­ te)», B R A E , X X V II, 1947-1948, pags. 79-90. 62 L a cueva d e Salam anca, B A E , C L V I, pág. 545. U na im agen muy sem ejante de los bandoleros catalanes la encontram os en un episodio de la G alatea: «Sucedió pues que al tiem po que los bandoleros estaban ocupados en quitar a Tim brio lo que llevaba, llegó en aquella sazón el señor y caudillo d ellos, y com o en fin era caballero, no quiso que delante de sus ojos agravio alguno a Tim brio se hiciese; antes pareciéndole hombre de valor y prendas, le hizo m il corteses o fr e cim ie n to s...» (B A E , I, pág. 27).

y el crimen, y procedente, según los documentos, de lo más ínfimo de la escala social: ...v a g a b u n d s i balitres q u e v a n d iv a g a n t per Ia terra, ju g a n t i fe n t lo g a llo ­ f o . ..

Las rebeliones populares y las expresiones de descontento logran poca resonancia, porque chocan con el poderoso aparato represivo y los eficaces instrumentos de control que la monarquía absoluta utiliza para defender los intereses de los nobles. La reacción señorial no fue, en este sentido, una simple perpetuación de los privilegios de la noble­ za, sino que consistió, ante todo, en la progresiva trasformación del estamento nobiliario en una élite de poder que, bajo la soberanía del rey, ejerce un dominio activo de los resortes de mando y conserva intactas sus riquezas y prerrogativas tradicionales Desde el siglo xvi, el régimen del absolutismo monárquico llegó a ser, en la práctica, la expresión del poder político de los grandes señores, cuyas decisiones e intereses prevalecen a menudo sobre los del monarca y el reino 6S, y en cuyas manos se acumulan las preben­ das, los cargos públicos y el ejercicio de la autoridad. La administra­ ción de la justicia y el gobierno del Estado, desempeñados en la época de los Reyes Católicos por gentes de clase media, caen gradualmente en manos de letrados de linaje noble, o de funcionarios de origen bur­ gués que aspiran a ennoblecerse 6Í, procedentes en su mayor parte de 63

Joan R eglà, o p . cit., pág. 13.

64 José A n to n io M aravali, P o d e r, h o n o r y é lite s en e l s ig lo X V II, M adrid, Siglo X X I, 1979, págs. 173 y sigs. 65 Tal es el caso de la desm edida protección que la C orona dispensó a la M esta, con decisiones que, contra el parecer de las C ortes, tratan de proteger los intereses de los pod erosos (J. A . M aravall, L a cultu ra d e l B arroco, pág. 84. V éase tam bién Julius Klein, L a M e sta (1273-1836), M adrid, E d. R evista de O ccidente, 1936). El m ism o carácter tuvieron las decisiones adoptadas con m otivo d e la expulsión de los m oriscos; con ellas se pretendió favorecer a la nobleza latifundista, en el R eino de V alencia especialm ente, en perjuicio de lo s acreedores de los censos (Joan R eglá, E stu d io s s o b re ios m oriscos, B arcelona, E d. A riel, 1974, pág. 151). 66 El fenóm en o consistió en «una progresiva aristocratización de los puestos del E s­ tad o, dom inados en su m ayor y m ejor parte por una nob leza en cierta m edida influida de espíritu burgués, aliada a un os burgueses en busca de su ennob lecim ien to y de antem a­ no sum isos» (J. A . M aravall, P o d er, h o n o r y élites, pág. 292; y J. M . P elorson, L e s

los Colegios Mayores, instituciones que, aunque originariamente fue­ ron concebidas para acoger a los estudiantes pobres, llegaron a conver­ tirse en la época de los Austrias en un poderoso instrumento de domi­ nio de la nobleza 67. Una tendencia similar puede observarse en las demás esferas del poder. En la mayoría de las grandes ciudades los caballeros se adueñan del gobierno municipal y, a través de él, de los puestos de procurado­ res 6S. Los representantes del Reino llegan a proponer, en las Cortes de 1566 y las de 1570, la exclusión de los mercaderes y oficiales mecá­ nicos de los cargos concejiles, y la obligación de que tales oficios sean desempeñados en las ciudades con voto en Cortes por hidalgos de san­ gre limpia 69. Al morir Felipe II los puestos de los Consejos son ocu­ pados en su mayor parte por grandes y títulos, y el sucesor cede su autoridad a un valido que gobierna en provecho propio, de su familia y de los aduladores que lo rodean ™. El mismo proceso de aristocratización sufren otras instituciones, ligadas a la Corona, de las que emana una parte importante de la influencia y riqueza de los poderosos. Las mitras obispales y arzobis­ pales, cuyos titulares eran designados por el rey, recaen por lo general en miembros de la nobleza o en parientes del valido, como don Ber­ nardo de Sandoval y Rojas, arzobispo de Toledo durante la privanza letrados. Ju ristes castillans s o u s P h ilip p e H I. R echerch es s u r leur p la c e d a n s la société, ia cultu re e t l'É ta t, P oitiers, 1980, págs. 208 y sigs.). Según J. V ieens V ives, a lo largo del siglo x v i se desarrolla en el O ccidente europeo un proceso de refeudalización, según e l cual las clases aristocráticas aprovecharían el m ecanism o adm inistrativo establecido por la m onarquía autoritaria del siglo xvi, para intentar recuperar la dirección en el sen o del Estado («Estructura adm inistrativa estatal en los siglos x v i y x v u » , en C o yu n tu ra econ óm ica y refo rm ism o burgués, Barcelona, Ariel, 1971, pág. 132). 61 R ichard L. Kagan, S tu d en ts a n d S o ciety in E a rly M o d ern Spain, Baltim oreL ondres, T he Johns H opk ins U niversity Press, 1974, págs. 109 y sigs. 68 A . D om inguez Ortiz, L a í clases p rivileg ia d a s, págs. 123 y 136, y «C oncesiones de votos en Cortes a ciudades castellanas en el siglo x v n » , en C risis y decadencia en la E spañ a d e lo s A u strias, B arcelona, A riel, 1971, págs. 97-111. 69 A . D om ínguez O rtiz, L a s clases privileg ia d a s, pág. 123. Sobre el control de este tipo de cargos por los «linajes» v allisoletanos, véase B artolom é Bennassar, V alladolid en e l Siglo d e O ro. U na ciu d a d d e C astilla y su en to rn o agrario en el sig lo X V I, V allado­ lid, Fundación Municipal de Cultura del Ayuntam iento de Valladolid, 1983, págs. 375 y sigs. 70 John H . E lliott, L a E spañ a im perial, págs. 326 y sigs.

de Lerma 7I. Las encomiendas de las Órdenes Militares, dependientes de la Corona desde 1523, son disfrutadas de manera casi exclusiva por títulos y grandes, y la concesión de hábitos se convierte en un escalón más de la jerarquía nobiliaria y en un símbolo del honor y la preeminencia estam ental72. Si el dominio político, que la nobleza ejerce de manera exclusiva, permite sofocar rebeldías, acallar protestas y encauzar dentro de un orden arcaico los cambios sociales, las ansias desmedidas de poder y riqueza que sufren la mayoría de los nobles, sólo pueden explicarse como resultado de la crisis económica y de la conjunción de gastos elevados y rentas proporcionalmente menores. En Inglaterra, según Sto­ ne, la posición económica de la nobleza era mucho más débil al termi­ nar el reinado de Isabel I que cuarenta años antes ” , y en España, durante el siglo xvi, los ingresos de las casas ducales apenas se doblan, mientras que los precios, como sabemos, se multiplican por. cuatro 74. No puede, por tanto, extrañarnos que la sensación de ahogo económico 71

A . D om ín gu ez Ortiz, L a s clases p rivileg ia d a s, págs. 221 -222.

72 L. P . W right, «L as Órdenes M ilitares en la sociedad española de los siglos xv i y x v ii» , en J . H . E lliott, P o d e r y so cie d a d en la E spañ a d e lo s A u stria s, B arcelona, E d. Crítica, 1982, págs. 15-56. En la Orden de C alatrava, por ejem plo, la alta nobleza p oseía la m itad, aproxim adam ente, de las encom iendas, y co n ellas, el 75 por cien de los ingresos (ib id ., págs. 32-33). La obtención del h áb ito de una orden llegó a ser un acontecim iento im portante, especialm ente para lo s hid algos y caballeros, ya que ello su­ p on ía, im plícitam ente, una cierta elevación dentro de la escala nobiliaria: entre los títulos con que se adorna don D ieg o de C arriazo, padre del pretendiente de C onstanza en. Lar ilu stre fre g o n a , figura el de «caballero del hábito de A lcántara» (B A E , I, pág. 186). Y para mostrar ante las gitanas los quilates d e su nobleza, e l joven noble enam orado de Preciosa exhibe un hábito «de los más calificados que hay en E spaña» (L a G itanilla, B A E , I, p ág. 104). T odavía el C anónigo alude al pasado m ilitar y religioso de estas instituciones, cuand o hace referencia a las Órdenes « ... que ahora se usan de Santiago o de Calatrava, que se presupone que lo s que la profesan han de ser, o deben ser, caballe­ ros valerosos, valientes y bien n a c id o s ...» (I, 49). Sin em bargo, en la práctica, el hábito de una orden n o es más que un distintivo de nobleza: « ... la m arca que tanto distingue la gente principal de la plebeya» (E l co lo q u io d e lo s p e rr o s, B A E , I, pág. 231). 73 Law rence Stone, L a crisis d e la aristocracia (15S8-1641), M adrid, E dit. Revista de O ccidente, 1976, p ág. 86. ™ J. H . E lliott, L a E spaña im perial, pág. 340; y C harles Jago, «L a crisis de la aristocracia en la Castilla del siglo x v n » , e n J. H . E lliott, P o d e r y so ciedad, págs. 248-286. En un m em orial de los jurados de Sevilla, fechado el 13 de ju lio de 1627, se decía que la gente noble «haviénd ose de sustentar de sus rentas, n o puede adquirir hoy con todas

empujase a muchos nobles a tratar de dilatar sus fuentes de ingresos, ampliar sus negocios y redoblar las cargas sobre sus empobrecidos súbditos: . A q u í se m e a c a b a la p a c ie n c ia [p ro testa A g u s tín de R o ja s a c o m ie n z o s del s ig lo x v n ] c u a n d o c o n sid e r o la m iseria d e n u estro s tie m p o s, que h aya cab a llero s d e d ie z , v e in te , c u a r en ta , o c h e n ta , cie n m il d u ca d o s de renta y m u c h o s m á s, y q u e é sto s, c o n vein te o trein ta cria d o s qu e su sten ta n , an d an siem p re a lc a n z a d o s y e m p e ñ a d o s sin tener u n a b la n ca ni un m araved í, e ch a n ­ d o trib u to s a sus v a sa llo s c a d a p u n to 7S.

También doña Rodríguez, quejosa de que el Duque desoiga sus rue­ gos, nos descubre, en la segunda parte de la novela, la penuria en que viven sus señores y la influencia que sobre ellos ejercen algunos de sus vasallos: E n r eso lu c ió n , d e sta m i m u ch a ch a se e n a m o r ó un h ijo d e u n labrador riq u ísim o qu e está e n u n a a ld e a del D u q u e m i señ o r, n o m u y le jo s d e aqu í. E n e fe c t o , n o sé c ó m o n i c ó m o n o , e llo s se ju n ta r o n , y d eb a jo d e la p alab ra d e ser su e s p o s o , b u rló a m i h ija , y n o se la q u iere cum plir; y au n q u e el D u q u e m i señ o r lo sa b e, p o r q u e y o m e h e q u e ja d o a él, n o u n a , sin o m u ch as v e ce s, y p e d íd o le m a n d e q u e e l tal la b ra d o r se ca se c o n m i h ija , h a ce orejas d e m ercad er y a p e n a s quiere o írm e; y es la c a u sa q u e c o m o e l pad re d e l bu rla d o r es ta n r ic o , y le p resta d in ero s, y le sa le p o r fia d o r de su s tram p as p or m o m e n to s, n o le quiere d e sco n te n ta r n i dar p esa d u m b re e n n in gú n m o d o (II, 4 8 ).

Desde la expulsión de los moriscos, la situación económica de los duques de Villahermosa, a los que parece aludir Cervantes en su obra, era, en efecto, extremadamente apurada: en un memorial de 1613, el Duque exponía los daños sufridos en su estado por el decreto de expul­ sión; el rey lo indemnizó, dándole una encomienda y varias villas de realengo; pero la situación del ducado no mejoró, a juzgar por las ayudas y mercedes que se concedieron a su titular en el reinado de Felipe IV ,6. ellas lo que antes con una cuarta parte» (A , D om ín guez O rtiz, L a s clases privilegiadas, pág. 93). 75 A gustín de R ojas V illandrando, E l via je e n treten id o , ed. de Jean Pierre R essot, M adrid, E dit. C astalia, 1972, pág. 419. 76 A . D om ínguez Ortiz, L as clases privileg ia d a s, págs. 92-93.

Las demás casas nobles pasaban por situaciones parecidas: en 1598 el quinto Duque del Infantado reconocía en su testamento las deudas enormes con que el patrimonio familiar se habría de transmitir a los descendientes; y el Ducado de Osuna, cuyo titular parece ser el duque Ricardo de la primera parte del Quijote, estuvo en administración du­ rante el siglo X V I, se puso después en arrendamiento y fue finalmente confiado al Conde de Haro, sin que nadie consiguiera alejar y satisfa­ cer a los acreedores La decisión que adopta don Fernando, hijo segundo del Duque Ricardo, al aceptar la boda con Dorotea, labrado­ ra plebeya pero rica, adquiere verosimilitud por la condición de segun­ dón del joven, privado del grueso de la herencia por las leyes del ma­ yorazgo n, y también, podríamos añadir, por el ruinoso estado del patrimonio ducal y el arduo futuro que esperaba a todos los herederos de su titular. La irritación producida por la ruina podía arrastrar a los nobles a actitudes desesperadas y a levantarse, como el Conde de Essex en Inglaterra 79 o el Duque de Medina Sidonia en Andalucía ” , contra la autoridad del rey. Lo normal fue, sin embargo, que los grandes, y muchos otros nobles de categoría inferior, se trasladasen a la Corte y tratasen de arrancar a la Corona y sus ministros, mediante la sumi­ sión y la lisonja, cargos, prebendas y mercedes con que restaurar su desfallecida hacienda. Muchos nobles ingleses fijan su residencia en Londres, importunan con sus solicitudes a los reyes8!, y obtienen, en­ tre 1558 y 1641, favores por más de tres millones de libras 82. Y algo parecido ocurre en España al morir Felipe II: los nobles abandonan sus posesiones, van a residir a la Corte y se convierten en cazadores de empleos y beneficios 81. Recordemos que el padre de don Luis, en la primera parte del Quijote, era «un caballero natural del Reino de 77

Ib id ., págs. 105 y sigs.

18 N o ë l Sa lo m o n , «Sobre el tipo del “ labrador rico ” en el Q u ijo te» , B eitrage z u r R om an isch en P h ilo lo g ie, Berlín, 1967, pág. 112. 19 L. Stone, o p . c it., pág. 222. 80 A . D om ín guez O rtiz, «L a conspiración del D uque de M edina Sidonia y el M ar­ qués de A y a m o n te» , en C risis y decadencia en la E sp a ñ a d e lo s A u stria s, págs. 113-153. 81 L . S to n e , o p . c it., pág. 220. 82 Ib id ., p ág. 218. 83 C arm elo V iñas M ey, E l p ro b le m a d e la tierra, p ág. 30, y Charles Jago, op. c it., pág. 283.

Aragón, señor de dos lugares», que deseaba hacer de título a su hijo, y que: ...v iv ía [según e x p lic a C lara] fr o n ter o de la c a sa de m i pad re en la C orte (I I, 43).

Y, en un episodio de La Gitanilla, don Juan de Cárcamo, el joven caballero enamorado de Preciosa, declara: Y o , señ o ra s m ía s ..., s o y c a b a lle r o , c o m o lo p u ed e m ostrar e l h á b ito ... s o y h ijo ú n ic o , y e l q u e esp era u n ra zo n a b le m a y o r a z g o : m i padre está a q u í e n la co rte p r eten d ien d o u n c a rg o , y y a e stá c o n s u lta d o , y tie n e casi ciertas esp eran za s d e salir c o n é l 84.

El empleo que obtiene el padre de don Juan, y que también ostenta don Fernando de Acevedo, caballero de la orden de Calatrava y padre de Preciosa, es el de corregidor, cargo que, como tantos otros de la administración de justicia y del gobierno municipal, había ido cayen­ do, según vimos, en manos dé una nobleza arruinada y pedigüeña.

«M UÉSTRESE G R A N D E , LIBERAL Y MAGNÍFICO»

Los nobles del más alto rango que no alcanzaban un cargo lucrati­ vo, o no querían ocuparse en perseguir tales minucias, pudieron subsis­ tir gracias a las mercedes, ayudas de costa, dotes y regalos, que los reyes repartían con generosidad !S; pero nunca estuvieron dispuestos a renunciar al lujo, el boato y el despilfarro, ni a reconocer que el mantenimiento de un tren de vida carísimo era el origen de la mayoría de sus deudas. Rodrigo Méndez Silva señalaba, a propósito de este problema, que lo propio del: ...c a u a lle r o lib er a l, es o sten ta r q u a n d o c o n u ie n e , sin lim ita c ió n , y d e p r ó d ig o hazer g a sto s e x c e siv o s. O q u á n to s p o r esta c a u sa p a d ec e n in to lera b les m ise ­ ria s, sus o p u le n to s esta d o s, q u e fu er o n a d m ira c ió n , y p a s m o de las ed ad es, e stá n en p o d er d e á g e n o s a d m in istr a d o r es, y su s ca sa s ta n celeb rad as en

84 83

B A E , I, pág. 104. A . D om ín guez O rtiz, L a s clases p rivileg ia d a s, págs. 108-109.

lo s p a ssa d o s sig lo s, se v en e n p le ito s d e a c re e d o r e s, h an g a sta d o to d o en p r o fa n id a d e s, y fa u sto s del m u n d o ... M.

El lujo y la ostentación son característicos de una sociedad en que el estamento funciona como una esfera de distribución jerárquica no sólo de la riqueza y el poder, sino también de un variado repertorio de atuendos y ceremonias, que se exhiben como signos externos de la posición que se ocupa y el honor que se posee 87: el noble, para mantener y hacer ostensible su categoría y dignidad, ha de ser mejor educado, llevar mejores trajes, poseer mansiones lujosas, numerosa ser­ vidumbre y una mesa abundante, aunque para ello tenga que dilapidar su hacienda y vivir perpetuamente asediado por los acreedores. Sancho reconoce la importancia de estas muestras externas del rango cuando explica: ...q u e c u a n d o v e m o s a lg u n a p erso n a b ie n ad erezad a y c o n ricos v e stid o s c o m ­ p u esta y c o n p o m p a d e c ria d o s, p a r e ce q u e p o r fu er z a n o s m u e v e y c o n v id a a q u e la te n g a m o s r esp e to (II, 5) B8.

Y, en una obra de Lope, se llega a afirmar que la diferencia entre el noble y el labriego consiste: 86 R odrigo M éndez Silva, E ngaños y desen gañ os d e l m v n d o , M adrid, 1655, fo i. 49. C fr.: «D ig o que m urm uran m ucho de v . md. de la m iseria que tiene en lo secreto de su casa, y de la ostentación que m uestra en lo público. A q u élla se estrecha a m ás que la naturaleza sufre, ésta se alarga más que la vanidad necesita» (Juan E u seb io N ierem berg, E p isto la rio , ed. de N arciso A lo n so C ortés, M adrid, C C, 1957, pág. 234). «T itulado he con ocid o con tesorero y sin un cuarto, sin caballos y con caballerizos, sin recámara y con cam areros, con repostero y sin plata; que así n o se pueden perder la s preem inencias de señor, vinculadas en la exterioridad solam ente» (C. Suárez de F igueroa, E l Pasagero, ed. c it., pág. 221). 87 J. A . M aravall, P o d e r, h o n o r y élites, págs. 22-23 y 40. Sobre el gasto suntuario de los aristócratas ingleses, véase Lawrence Stone, op . c it., págs. 249 y sigs. La preocupa­ ción por lo s sign os externos del rango entre lo s nobles franceses ha sido estudiada por A riette Jouanna, O rdre social. M y th e s e t hiérarchies da n s la F ran ce d u X V I e siècle, Paris, H achette, 1977, págs. 89 y sig s,, y 126 y sigs. Para E spaña puede verse tam bién B artolo­ m é Bennassar, L o s españ oles. A c titu d e s y m en ta lid a d , B arcelona, E dit. A rgos Vergara, 1978, pág. 159. 88 Sobre la presencia de estos tem as en el Q u ijo te, hay algunos d a to s en R . A rco y G aray, op. c it., págs. 352-353, y L. O sterc, o p . c it., págs. 90 y sigs.

E n q u e el u n o v ista sed a Y el o tr o una jerg a b a sta , Q u e b a sta para su e sta d o , P u es e lla d ice q u e b a sta . L a ca rro za d e l señ o r, Q u e c u a n d o e l te c h o le v a n ta , D escu b re lo s a r co s d e o r o C o n las co rtin a s de g ra n a , ¿ N o h a de ten er d ifer e n c ia A u n carro c o n seis e s t a c a s ...? a9.

La ostentación es la expresión visible y pública de unas diferencias sociales que han de ser preservadas hasta en sus más mínimos detalles. De ahí que un personaje de Lope considere la servidumbre numerosa como «portada del señor» 90, o que Yelgo de Bázquez recomiende a los nobles de alta categoría que tengan en la casa más antigua de su estado una armería abundante y puesta con curiosidad, no para armar escuderos o participar en combates, sino porque: ...la arm ería tie n e ta n ta gra n d eza en sí, q u e es tr o m p eta de la gran d eza del s e ñ o r ... 51.

Guzmán de Alfarache, cuando se instala en Madrid para medrar mediante el engaño y la usurpación de un rango que no le corresponde, se procura, ante todo, «vestidos gallardos», «caballo» y «un par de criados» 92; y, tras su matrimonio, explica:

89 L o s T ello s d e M etieses, B A E , X X IV , pág. 512. w Q uien am a n o haga fie r o s, ib id ., pág. 439. 91 M iguel Yelgo de Bázquez, Estilo d e servir a principes, Madrid, 1614, fol. 21. Entre los tratadistas franceses podem os encontrar, por la m ism a ép oca, opiniones parecidas: según Jean Tapin (L a P o lice C hretiénne, 1568, fo l. 2 28), el caballero debe poseer «châ­ teaux, chevaux, armes et habillem ents répondant à l’état et à la m aison d ’où il est: e t... par ses externes et visibles signes d ’honorable préém inence contenir le peuple (qui admire telles choses, et révère ceux qui s’en servent) en obéissance et crainte». Para Jean d ’Arrérac (L a P h ilo so p h ie civile e t d ’E tat, B ordeaux, Í592, págs. 516-517), «ces cérém onies rendent la chose invisible com m e visible et palpable, et engendrent respect et terreur au coeur du peup le». (A m bas citas en Ariette J ouan na, o p . c it., pág. 126.) n M ateo A lem án, G uzm án d e A lfa ra ch e, ed. c it., vol. IV , pág. 205.

...c o m o la o s te n ta c ió n su ele ser parte d e c a u d a l p o r lo q u e al c ré d ito im p o r ­ ta , presu m ía d e qu e m i c a sa , m i m u jer y m i p e r so n a siem p re an d u v ié se m o s bien tr a ta d o s... 53.

Durante el pleito en que se vio envuelto Rodrigo de Cervantes en Valladolid, varios testigos declaran, como prueba evidente de la hidal­ guía del encausado, que: ...a l d ic h o liç e n ç ia d o Ç erb antes e al d ic h o R o d r ig o d e Ç erb an tes e sus her­ m a n o s sien p re lo s v id o en esta dich a v illa m u y b ien tr a ta d o s e a d ereça d o s, e c o n m u ch a s sed a s e o tr o s R ic o s a ta v ío s, e c o n b u e n o s c a b a llo s , p a jes e m o ç o s d e sp u e la s, e c o n o tr o s ser v iç io s e fa n ta sÿ a s q u e sem eja n te s h id a lg o s e caballeros su e len e acostunbran tener e traer en esta d ich a v illa de alcalá 94.

También los personajes cervantinos cuidan en extremo el atavío y adorno, y prestan una especial atención a los signos externos de su categoría y dignidad, de forma que el tratamiento de sus personas sea acorde con la posición social que ocupan. Luscinda, por ejemplo, apa­ reció el día de su boda: ...a c o m p a ñ a d a d e su m a d re y d e d o s d o n ce lla s su y a s, tan b ie n a d erezad a y c o m p u e sta c o m o su calid ad y h erm o su ra m erecía n (I , 2 7 ).

Y, cuando los protagonistas de La señora Cornelia, don Antonio de Isunza y don Juan de Gamboa, dos «caballeros principales» y «de ilustre sangre», decidieron concluir en Bolonia los estudios que habían iniciado en Salamanca: D ie r o n n o ticia de su in ten to a sus p a d res, d e q u e se h o lg a r o n in fin ito , y lo m o str a r o n c o n p ro v eerles m a g n ífic a m e n te , y d e m o d o , q u e m ostrasen en su tra ta m ien to q u ién es eran y q u é pad res te n ía n 55.

Aunque el lujo desmesurado y los excesos en la ostentación fueron corrientes entre todos los aristócratas europeos de aquel período, los nobles españoles, tal vez por el espejismo del oro americano o por «

Ib id ., pág. 221.

54 Francisco R odríguez M arín, N u e v o s d o c u m e n to s cerva n tin os h asta ahora inédi­ tos, M adrid, R eal A cadem ia E spañola, 1914, pág. 142. 55 B A E , 1, pág. 211.

su afición a las ceremonias complicadas, alcanzaron fama con su vida suntuosa y su espíritu derrochador. Ya en 1512, Francesco Guicciardi­ ni describía así a los nobles españoles de mayor alcurnia: ...lo s G randes v iv e n c o n e sp len d id e z y lu jo , n o s ó lo en lo r ela tiv o a tap icería y v a jilla d e p la ta , qu e u sa n a q u í h a sta las g e n te s del p u eb lo q u e tienen a lg u n o s b ien es, sin o en to d o lo d e m á s ... L o s princip ales señ ores so stien en a lg u n o s cen ten a res d e lanzas o de jin e te s, c u a l m á s, cu a l m e n o s, y les dan a c o sta m ie n to a estilo d e l p a ís. T ie n e n gran m e s a , y se h a cen servir c o n tales c erem o n ia s y reverencias c o m o si fu ese n rey es 96.

Y, según un embajador veneciano de tiempos de Felipe III, entre los numerosos defectos de los Grandes: . .. l o q u e es m á s de adm irar e n to d o s e llo s es el d esp ilfa rro y v a len ton ería c o n q u e d isip a n sus h a c ie n d a s 57.

'

Una mesa variada y copiosa, rodeada de invitados insignes y servi­ da con un complejo ceremonial, da claras muestras de la generosidad e ilustre sangre de quien la provee, y sirve para poner de manifiesto la pertenencia del anfitrión a la más alta escala de la jerarquía esta­ mental 9\ En la primera comida que los Duques ofrecen a don Qui­ jote, al atónito hidalgo: ...lle n o d e p o m p a y m a jesta d le lle v a r o n a o tr a sa la , d o n d e e sta b a p u esta u n a rica m esa c o n s o lo s cu a tr o ser v ic io s (I I, 31).

Y, durante la montería organizada en tierras de los Duques, los cazadores hicieron un alto para dirigirse: ...a u n a s g ra n d es tie n d a s de c a m p a ñ a q u e e n la m ita d d e l b o sq u e estab an p u esta s, d o n d e hallaron las m esa s en o rd en y la c o m id a aderezada, tan su m p ­ tu o sa y g ran d e, q u e se e ch a b a bien d e ver e n e lla la g ra n d eza y m a g n ific e n c ia de q u ien la d ab a (II, 3 4). 96 97

C it. por A . Salcedo R uiz, o p .. cit., págs. 19-20. C it. por Ludw ig P fa n d l, C ultu ra y co stu m b re s d e l p u e b lo españ ol d e los sig lo s

X V I y X V II. Introducción a l e stu d io d e l S ig lo d e O ro, B arcelona, 1959, págs. ¡05-106. 98 José Luis Peset y M anuel A lm ela , «M esa y clase en el Siglo de Oro español: la alim entación en el Q u ijo te» , C u adern os d e H isto ria d e la M edicin a E spañola, X IV , 1975, págs. 245-259. Sobre la ostentación y el gasto en el com er, véase José A ntonio M aravall, E l m un do so cia l d e «L a C elestina», M adrid, E d. G redos, 3 .a ed ., 1973, pags. 39 y sigs.

En un banquete de este tipo, los señores podían llegar a excesos inconcebibles: en la casa del arzobispo Juan de Ribera, virrey de Va­ lencia, el patriarca, sus veintiocho invitados y los criados de la casa consumieron el domingo de Pascua de 1575, entre otras cosas, 24 po­ llos asados, 24 pasteles, un cordero pascual, 24 palominos caseros, tres cabritos asados, cinco gallinas cocidas, carnero cocido, tortas de requesones, y dos quesos 59. El Conde de Oropesa, con ocasión de las capitulaciones para su boda con la Marquesa de Alcaudete, dio una cena compuesta de «treinta antes, treinta postres y noventa platos» l0°; y Antonio de Torquemada, tras censurar el excesivo gasto de muchos caballeros en comidas y banquetes, asegura 101: ...y a en un b a n q u e te n o se su fr e d e dar o c h e n ta a cien p la to s a b a jo y aún a v e rig u a d o e s y n o to r io q u e ha p o c o tie m p o q u e en u n b an q u e te qu e h izo u n señ o r e c le siá stic o se sirv iero n s etec ie n to s p la to s, y si n o fu er a ta n p ú b lic o , n o o sa ra d ec ir lo p o r parecer c o sa fu era d e té r m in o 102.

Y es que, además de abundante, la alimentación del noble, sobre todo con ocasión de un banquete, ha de caracterizarse por su dilatada variedad: E n u n b u en b a n q u ete [escribe L u is L o b e ra de Á v ila ] h a de h ab er m u ch as frutas de p r in c ip io , y c o sa s d e feche y q u e s o y m u ch a d iversid ad de carn es, a n sí c o m o c a rn ero , v a c a , tern era , v e n a d o , c a b r ito , le c h o n e s y a n sa r o n e s, etc. M u ch a s m a n era s de a v es, a n sí c o m o fa is a n e s , fr a n c o lin es, c o d o r n ic e s, perdi-

99 M anuel E spadas y José Luis P eset, «C ontrastes alim entários en la E spaña de los A ustrias. E studio de un ám b ito nobiliario: la m esa del A rzo b isp o Juan de R ivera, virrey de V alencia (1568-1611)», en L a Picaresca. O rígenes, te x to s y estructuras, b ajo la direc­ ción de M anuel Criado de V al, M adrid, Fundación U niversitaria E sp añola, 1979, pá­ ginas 149-165. Para Inglaterra, véase L. Stone, o p . c it., págs. 253 y sigs. 100 R ela to s d iv e rso s d e carias d e je su íta s (1634-1648), selección de José M aría de C ossío, B uenos A ires, E d. Espasa C alpe, col. A ustral, 1953, p ág. 56. 101 « ... y lo que m ás principalm ente convendría es que lo s caballeros y señores y grandes se m oderasen en sus gastos excesivos y que ellos m ism os, ju ntánd ose, hiciesen entre sí m esm os una ley, o que nuestro emperador lo hiciese, de que ningún banquete ni com ida suntu osa se sirviesen sino tantos platos ta sa d o s... y to d o lo demás es superfluo, que n o aprovecha para otra cosa sino para estragar los estóm agos y dism inuir la salud y las h a cien d a s...» (A ntonio de Torquem ada, C o lo q u io s sa tírico s (1553), cit. por M . Es­ padas y J. L. P eset, o p . c it., pág. 159). '«

Ib id .. pág. 160.

c es, estern a s, g a llin a s, p o llo s, p a v o s , etc. L ieb res, c o n e jo s g a z a p o s, e tc . Y to d o de d iversa m a n era g u isa d o c o n m a n te ca y v in o y vinagre; y to d o género d e salsas y p a ste le s, y to d o g é n e ro d e p e s c a d o s. P o r q u e el ban q u ete n o se d ic e a g ora b u en o si n o entra e n él p e sca d o y carn e y para p ostre m u ch as m an era s d e fru ta s, a n si c o m o de p a sta y fritu ra , y to d a esp ec ie d e v in o y to d a suerte d e cerveza y b eb er a u ta n t, q u e a g o r a dicen 103.

Al gobernador de la ínsula Barataría se le ofrecen, bajo la severa mirada del doctor Recio, manjares variados y selectos, que nos dan una idea de los platos que componen la mesa de un noble: fruta, plato de perdices, conejos guisados, ternera guisada y en adobo, además de «diversidad de platos de diversos manjares» (II, 47). Y, al contrario, un jornalero del campo como Sancho l04, acostumbrado a pasar mu­ chos días con «un pedazo de pan» y «cuatro libras de uvas» o «una cebolla» (II, 47), tiene su estómago hecho a manjares groseros y pobres: M ira d , señ o r d o cto r: d e a q u í a d e la n te n o o s cu réis de darm e a com er c o sa s regaladas n i m a n ja res e x q u is ito s , p o r q u e será sacar a m i e stó m a g o de su s q u ic io s, el c u a l está a c o stu m b r a d o a c a b r a , a v a c a , a to c in o , a cecin a , a n a b o s y a c eb o lla s, y si a c a so le d an o tr o s m a n ja res de p a la c io , los recib e c o n m elin d re, y a lg u n a s v eces c o n a s c o (II, 4 9 ).

Incluso cuando, con ocasión de una boda o celebración solemne, el labriego rico prepara una comida de proporciones extraordinarias, las viandas que ofrece a los invitados, aunque abundantes, carecen de la variedad y excelencia que puede encontrarse en las mesas nobles. En las bodas de Camacho, por ejemplo, «el aparato de la boda era rústico; pero tan abundante, que podía sustentar a un ejército»; e in­ cluye pan, queso, vino, frutas de sartén y un novillo asado. El plato fuerte lo constituyen, sin embargo, las seis abundantísimas ollas podri­ das 105 «que alrededor de la hoguera estaban»:

105 B an q u ete d e N o b le s C aballeros (1530), cit. por J. L . Peset y M . A lm ela, op. c it., pág. 256. 104 V éanse, más adelante, las págs. 163 y sigs. 105 « O lla podrida, la que es muy grande y contiene en sí varias cosas, com o carne­ ro, vaca, gallinas, capones, longaniza, pies de puerco, ajos, cebollas, etc.» (Sebastián de C ovarrubias, T esoro d e la lengua castellana, ed. c it., pág. 836).

...e r a n seis m ed ia s tin a ja s, qu e ca d a u n a c a b ía un rastro de carne: así em b e ­ b ía n y en cerra b a n en sí carneros e n te r o s, sin ech a rse de v er, c o m o si fu eran p a lo m in o s (I I, 2 0 ).

Sancho, labriego de paladar y poco exquisito, recuerda con nostal­ gia aquellas bodas gloriosas, y sólo desea otras tantas ollas con las que sustentar su persona y pasar alegre los días de su gobierno: — A q u e l p la ta n a z o qu e está m ás a d ela n te v a h a n d o m e p a rece q u e es olía p o d rid a , q u e, p o r lá d iv ersid a d d e c o sa s q u e en la s ta le s o lla s p o d rid a s hay, n o p o d ré dejar de to p a r c o n a lg u n a qu e m e sea de g u sto (I I, 47 ). L o q u e el m a estresa la p u ed e hacer es traerm e esta s q u e lla m a n o lla s p o d rid a s, qu e m ien tras m á s p o d rid a s so n , m e jo r h u elen , y en ella s p u ed e em b au lar y e n ce­ rrar to d o lo q u e él q u isiere, c o m o s e a de co m e r (II, 49 ).

A lo que el doctor Recio, encargado de velar por la salud del go­ bernador y por la calidad de los manjares que se sirven en su mesa, contesta: — A b s i t .. . V a y a le jo s de n o s o tr o s ta n m a l p e n sa m ie n to : n o h a y c o sa en el m u n d o de p e o r m a n te n im ie n to qu e un a o lla p o d rid a . A llá la s o lla s pod ri­ d as para lo s c a n ó n ig o s , o para lo s retores de c o le g io s , o para las b o d a s la b ra d o resca s, y d é je n n o s lib res las m esa s d e lo s g o b e r n a d o r e s, d o n d e ha d e asistir to d o p rim o r y to d a a tild a d u ra (II, 4 7 ).

Toda casa noble que pretenda conservar su rango sin menoscabo, debe atender de manera particular al atavío, vestido y adorno de los miembros de la familia. Es éste, junto al de la alimentación, uno de los capítulos fundamentales del gasto suntuario, y la causa de innume­ rables derroches ocasionados por los cambios de modas, la abundancia de bordados y encajes, y el uso inmoderado de joyas y otros adornos lujosos Don Quijote, enamorado de aquella edad pasada en que el único adorno de un caballero eran la coraza y la espada, lamenta: L o s m ás d e lo s c a b a llero s q u e a g o r a se u sa n , a n tes le s cru jen lo s d am as­ c o s , lo s b r o c a d o s y o tras ricas te la s qu e se v iste n , qu e la m a lla con que se arm an (I I, 1).

106 L . S io n e, o p . cit., pág. 256.

El lujo y el adorno del vestido se exageran, sobre todo, en solemni­ dades y festejos públicos. Con motivo de una de estas celebraciones, Alonso Enriquez de Guzmán nos explica: V estím e en esta s postreras fie sta s lo m e jo r qu e p u ed e d e o r o , sed as e b r o c a d o s, p o rq u e m e vestí e ste d o m in g o d o s v e ce s y el lun es sigu ien te un a, q u e fu ero n tres |l>7.

Cuando don Quijote y Sancho, en la mañana de San Juan, se en­ contraron ante un hermoso amanecer frente a las murallas de Barcelo­ na, vieron: ...in fin ito s ca b a llero s q u e d e la c iu d a d so b r e h e r m o so s c a b a llo s y c o n v is to ­ sa s lib reas sa lía n (II, 6 1).

Y durante la cacería celebrada en tierras de los Duques, la señora se presentó ante sus invitados: ...s o b r e u n p a la frén o h a c a n e a b la n q u ísim a , a d o r n a d a d e g u a rn icio n es verd es y c o n u n silló n d e p la ta . V enta a sim ism o la se ñ o r a v e stid a d e verd e, tan bizarra y ricam ente, qu e la m ism a bizarría venía tra n sfo rm ad a en ella (II, 30).

Antes que un adorno superfluo o un capricho innecesario, el uso de una indumentaria lujosa era signo de una elevada posición social, e indicio suficiente del rango, educación y calidad de un individuo El Caballero del Verde Gabán, por ejemplo:

107 L ib ro d e la vida y c o stu m b re s d e d o n A n to n io E n riq u ez d e G uzm án, ed. de H . K eniston, B A E , C X X V I, pág. 192. 108 E n el teatro es frecuente aprovechar el efecto de sorpresa que produce un perso­ naje adornado con las cualidades propias de un n o b le, pero vestido con ropas plebeyas. En la T ragicom edia d e D o n D uardos, la princesa, al hablar con el protagonista, a quien no ha reconocid o por ir disfrazado de labrador, se asom bra de sus respuestas y sentim ien­ tos, y le am onesta con térm inos que responden a una concep ción netam ente estam ental de las calidades personales: «D ebes hablar com o vistes / o vestir com o respondes» (J. A . M aravall, E l m u n d o so c ia l d e «L a C elestina», ed. c it., pág. 108). El m ism o contraste entre cualidades elevadas e indum entaria tosca es utilizado por Lope en L a m oza d e l cántaro (B A E , X X IV , págs. 549-565). El traje sirve por sí so lo para demostrar la condi­ ción noble de la persona: en A m a r sin sa b er a quién, de L ope, d on Juan explica: «Seño­ res, si probar es necesario / M i inocencia, y n o basta m i v estid o, / Mis plum as, m is espuelas y m is b o ta s...» (B A E , X X IV , pág. 443).

...e n ei traje y apostura daba a entend er ser h o m b re de bu en as prendas (II, 16).

El capitán que don Quijote y sus acompañantes encuentran en la venta: ...m o str a b a en su a p o stu ra q u e si estu viera b ie n v e stid o , le ju zgaran por p e r so n a d e ca lid a d y bien n a c id a (I, 3 7).

Y, cuando don Luis es sorprendido en la venta, disfrazado de mozo de muías, por los criados de su padre, lo primero que éstos le censuran es lo impropio de su indumentaria, y el haberse ausentado de su casa en «hábito tan indecente a su calidad»: — P o r c ie rto , señ o r d o n L u is, q u e r esp o n d e bien a q u ien v o s s o is e l háb i­ to q u e ten éis y q u e d ice b ien la c a m a e n q u e o s h a llo al r eg a lo c o n qu e v u estra m a d re o s c rió (I, 4 4).

En una sociedad que concede tan alto valor al atavío personal, los plebeyos enriquecidos que tratan de ascender a una categoría superior, o los picaros y granujas que viven de remedar el porte y las maneras del noble, encontrarán en el vestido un medio seguro de disimular su origen y ser admitidos entre los superiores. La emulación, las ropas lujosas de muchos villanos, y el uso indiscriminado de joyas y trajes costosos, adquieren tales proporciones, que dan lugar a pragmáticas y disposiciones restrictivas dictadas por las autoridades ™, y a la apa­ rición de juicios y comentarios en escritos de políticos y moralistas '10. El cambio de vestido, aunque éste se componga de trapos viejos y retazos, como el del Buscón, es el primer paso que ha de dar el picaro para transformarse en caballero: Guzmán llega a Toledo, y la metamorfosis de su atuendo le lleva a convertirse en el «hijo de algún hombre principal» Pablos se hace pasar en Madrid, tras mudar su 1051 V éase, entre otras, la «Prem ática para q u e... n o se pueda traer en vestidos, ni traje alguno, bordad os, ni recam ados, ni escarchados, de o r o , ni plata, fin o, ni falso, ni de perlas, ni aljófar, ni piedras, ni guarnición alguna de a b a lo r io ... E n V alladolid. A ñ o 1602» (Faustino Gil A yuso, N o ticia b ib lio g rá fica d e te x to s y d isp o sic io n es legales d e los R ein o s d e C astilla im presos en lo s sig lo s X V I y X V I I , M adrid, P atron ato de la B iblioteca N acional, 1935, pág. 139). 110 111

V éanse, más adelante, las págs. 215-216. G uzm án d e A lfa ra ch e, ed. cit., v o l. II, pág. 118.

vestido y ocultar su sangre, por «don Felipe Tristán, un caballero muy honrado y rico» "2. También Sancho, si quiere disimular su origen y cumplir dignamente con sus obligaciones de gobernador, debe sustituir sus toscas ropas por otras más acordes con su rango: el Duque le reco­ mienda que vaya vestido «parte de letrado y parte de capitán» (II, 42), Sanchica imagina a su padre con «calzas atacadas» (II, 50), y don Quijote le aconseja: T u v e stid o será c a lz a en tera , r o p illa la rg a , herreruelo un p o c o m ás largo; g r eg ü esc o s, n i p o r p ien so ; q u e n o le s está b ien ni a lo s c a b alleros ni a ¡os gob ern a d o res (II, 4 3 ) " 3.

Sancho aspira, sin embargo, a adornarse con todos los símbolos y aderezos de la clase elevada en que, con la ayuda de su señor y de la buena suerte, piensa situarse: P u e s ¿qu é será c u a n d o m e p o n g a u n r o p ó n d u ca l a cu e sta s, o m e v ista de o r o y de perla s, a u so de c o n d e extran jero? P a r a m í te n g o q u e m e han de v en ir a ver de cie n le g u a s (I, 2 1 ).

Y Teresa Panza, para que el gobernador tenga en su esposa compa­ ñía digna, pide al cura del lugar: — Señor C ura, ech e ca ta p o r a h í si h a y a lg u ien qu e v a y a a M adrid, o a T o le d o , para q u e m e c o m p re u n v erd u g a d o r e d o n d o , y h ech o y derech o, y s e a al u so de lo s m ejores qu e hu b iere; q u e en verd ad en verd ad que tengo de hon rar el g o b ie r n o d e m i m a r id o (II, 50).

La servidumbre numerosa es otro de los capítulos esenciales del gasto ostensible que caracteriza a la economía señorial "4. El noble, excluido casi por completo en los siglos modernos de la actividad gue­ rrera, ha de abstenerse de todo ejercicio lucrativo y debe mantener 112 Francisco de Q uevedo, E l Buscón, ed. de D o m in g o Y nduráin, M adrid, Cátedra, 1980, pág. 242. 113 Las ropas largas y las calzas enteras, o calzas atacadas, eran propias de hidal­ gos que vivían a lo antiguo, y de funcionarios de alta jerarquía. D on Q uijote recomienda a su escudero, por tan to, un vestido adecuado a su nu evo o fic io (F. R odríguez Marín, ed. del Q u ijo te citada, v o l. VII, pág. 165, n. 14). 114 J. A . M aravall, «R elaciones de dependencia e integración social; criados, gra-' ciosos y picaros», Idéologies Λ L ittéra tu re, n .° 4, sep t.-o cl. 1977, págs. 3-32.

además, como prueba palpable de riqueza y poder, una extensa legión de gentes improductivas, dedicadas a las más inverosímiles atencio­ nes ll\ De otro lado, la crisis de la producción agrícola de los últi­ mos años del siglo xvi desplazó a las ciudades un enjambre de desocu­ pados en busca de señores a quien servir, y acrecentó la ya numerosa servidumbre de las casas nobles "6. El Conde-Duque de Olivares lle­ gó a tener, por ejemplo, 198 servidores; el Duque de Osuna, 300; el de Medinaceli, 700 "7; y en la pequeña corte de los Duques, el servi­ cio es tan numeroso, que, al llegar Sancho y don Quijote al palacio, «en un instante se coronaron todos los corredores del patio de criados y criadas de aquellos señores» (II, 31). Además de ser abundantísima, la servidumbre de un noble debe atender a una asombrosa variedad de tareas y servicios. En la casa de un grande ha de haber, según Yelgo de Bázquez m, mayordomo, maestresala, contador, gentilhombre, botiller, veedor, comprador, sombrerero, repostero, despensero, guardarropa, tesorero, portero, co­ cineros, pajes, camareros, mozos de cámara, caballerizos, cocheros y mozos de caballos. Sancho tiene en la ínsula Barataría, además del servicio habitual, médico y secretario (II, 47), y sueña con «tomar un barbero y tenelle asalariado en casa» (I, 21). Entre los servidores de los Duques hay dueñas, doncellas, lacayos, mozos y picaros de cocina, pajes, mayordomo, maestresala, y un clérigo paniaguado que, alejado de los servicios eclesiásticos ordinarios, ejerce actividades impropias de su condición: ...u n g r a v e e clesiá stic o d e sto s q u e g o b ie r n a n la s c a sa s d e io s p rín cip es; d e sto s q u e, c o m o n o n a cen p rín cip es, n o acierta n a en señ a r c o m o lo h an de ser lo s q u e lo so n ; d e sto s qu e qu ieren qu e la g ra n d e z a de lo s g ran d es se m id a p o r la e strech eza de sus á n im o s; d esto s q u e, q u er ie n d o m o stra r a lo s que e iio s g o b ie r n a n a ser lim ita d o s, ¡es hacen se r m isera b les (I I , 3 ¡ ) M9. 115 Ib id ., pág. 13. 116 V éanse, m ás adelante, las págs. 181 y sigs. 117 J. H . E lliott, L a E spañ a im perial, p á g . 342; y B. Bennassar, L o s e sp a ñ o les..., páginas 98-99. Véase tam bién C arm elo Viñas M ey, « N o ta s sobre la estructura socialdem ográfica del M adrid de los A ustrias», R U M , IV, 1955, págs. 461-496. 118 E stilo d e serv ir a prin cipes, passim . 119 C fr.: «L a vanidad del m undo ha introducido que los señores, y aun los que no lo son , y las señoras reciban clérigos en su servicio, y los llam en sus capellanes, y .quieran que los acom pañen y se ocupen en m inisterios incom patibles con la dign idad sacerdotal»

Los servidores cumplen en la casa de un grande la importante fun­ ción de evidenciar, mediante gestos rituales y un complicado ceremo­ nial, la superioridad y grandeza del señor y sus huéspedes. Para ir a comer con los Duques, don Quijote: ...s a lió a la gran sa la , a d o n d e h a lló a la s d o n c e lla s p u esta s en ala, tantas a u n a parte c o m o a otra , y to d a s c o n a d erezo d e d arle a gu a m a n o s; la cual le d iero n c o n m u ch a s reveren cias y c er e m o n ia s. L u e g o ¡legaron d o c e p ajes c o n e l m a estresa la , para llevarle a c o m e r , q u e y a lo s señ o res le agu ard ab an . C o g ié ro n le e n m e d io , y lle n o d e p o m p a y m a jesta d le llevaron a otra sala (II, 3 1 ).

Al terminar la comida los invitados han de someterse a otro sor­ prendente y ridículo lavatorio, que para Sancho y don Quijote, poco acostumbrados a tales ceremonias, no es más que uno de los actos normales en la etiqueta de los nobles: ...¡le g a r o n cu a tro d o n ce lla s, la u n a c o n una fu en te d e p lata, y la otra c o n un a g u a m a n il, a sim ism o d e p la ta , y la o tra c o n d o s b la n q u ísim a s y riq u ísi­ m as to a lla s al h o m b r o , y la cu a rta d escu b ie rto s lo s brazos h a sta la m itad , y en su s b la n ca s m a n o s (q u e sin d u d a eran b la n ca s), un a red on d a pella de ja b ó n n a p o lita n o . L le g ó la d e la fu en te , y c o n g en til d o n a ire y d esen voltu ra e n c a jó 'la fu e n te d eb a jo de la b arba d e d o n Q u ijo te ; el c u a l, sin hablar p a la ­ b ra, a d m ira d o de sem eja n te c er e m o n ia , c r e y ó q u e d e b ía ser u san za de aq u e ­ lla tierra, en lu g a r de las m a n o s, lavar la s barbas (II, 32).

La inutilidad de tales rituales es evidente, y, por eso, don Quijote aplaudía a aquella señora que sustituyó las dueñas de carne y hueso por otras de bulto, porque «tanto le servían para la autoridad de la sala aquellas estatuas como las dueñas verdaderas» (II, 48) (C ovarrubias, op , cit., pág. 297). « ...q u e ningún sacerdote pudiese servir a persona secu­ lar sin tener para ello licencia firm ada de su prela d o ... con lo cual, y con quitar las licencias de decir m isa en los oratorios particulares, se atenuara la m uchedum bre de cléri­ gos y se excusara el verlos ocupados en ministerios in d ecen tes...» (Pedro Fernández de N avarrctc, C onservación d e m onarquías y discu rso s p o lític o s , B A E , X X V , pág. 540). « ... al religioso que sigue las cortes házele el andar en ella so sp ech oso, de am bición, de curiosidad y vanidad» (M arco A nton io C am os, M icro c o sm ia y gouierno vniversal d el h o m b re chrtstiano, p a r a to d o s lo s e sta d o s y q u alqu iera dellos, M adrid, 1595, fol. Í50). 120 La anécdota procede de un cuentecillo tradicional de la época. (V éase M axim e Chevalier, C u entecillos tradicionales en la E spañ a d e l S ig lo d e O ro. M adrid, Edit. Gred o s, 1975, págs. 83-84.)

El ceremonial que rodea la vida del noble se prolonga, con algunas variaciones, cuando el señor sale fuera de su residencia. El caballerizo: ...h a de ten er c u y d a d o , q u a n d o sa lg a el señ o r fu er a d e ca sa a pasear o hazer alg u n a v isita , d e yr detrás a c a u a llo , si el señ o r va en c o c h e , p u ed e yr a la b rid a , o a la g in eta : p ero si fu esse a c a u a llo el señ o r, h a d e yr el caualleriz o c o m o ca u a lg a re el señ o r 121.

Cuando Sancho visitó la Corte y contempló por las calles el paso ostentoso de los grandes señores y de sus acompañantes, su mirada socarrona retrató esta escena desde un ángulo muy diferente: L o s a ñ o s p a sa d o s estu ve u n m e s en la c o r te , y a llí vi q u e , p a se á n d o se u n señ o r m u y p e q u e ñ o , q u e d e c ía n qu e era m u y gra n d e, u n h om b r e le segu ía a c a b a llo a to d a s las v u e lta s q u e d a b a , q u e n o p a recía sin o q u e era su ra b o . P r eg u n té q u e c ó m o a q u el h o m b re n o se ju n ta b a c o n e l o tr o , sin o qu e siem ­ p re a n d a b a tras é l. R esp o n d ié r o n m e qu e era su c a b a lle r iz o , y qu e era u so d e g randes llevar tras si a lo s ta les (I, 2 1 ) 122.

Un señor poderoso acostumbra a poseer otros vehículos que, ade­ más de exteriorizar la riqueza y el poder, sirven para levantar barreras entre los nobles y los plebeyos. Cuando un noble ha de salir de su casa, el camarero: ...h a d e p regu n tar e n q u é c a u a llo q u iere salir su E x ce le n c ia , si q u iere salir e n c o c h e , o en liter a , qu e to d o e sto lle v a v n G ra n d e q u a n d o sa le de su c asa, q u e e l U euarlo e s g ra n d eza 123.

Teresa Panza, encumbrada gracias a la buena suerte del cabeza de familia, no quiere ser inferior a las más levantadas señoras, y parece conocer las costumbres de los nobles mejor que el gobernador de Bara121

M iguel Y elgo de Bázquez, o p . cit., fo l. 84. V éase R icardo del A rco y G aray,

op . cit., pág. 350. 122 C fr.: «...a n d a b a n en la corte ciertos p e q u e ñ o s que tenían fam a de ser h ijo s de grandes, que aunque pájaros noveles, se abatían al señuelo de cualquier mujer herm osa, d e cualquiera calidad q u e fuese» (P ersiies, B A E , I, p ág. 638). «L os grandes dicen que son; / y es m entira m anifiesta: / que es m ayor m ueso barbero / que to d o s , en mi concien­ cia» (Q uevedo, «L abradora haciendo relación en su aldea de to d o lo que había visto en la C orte», P oesía orig in a l co m p leta , ed. cit., pág. 1080). 123

M . Y elgo de B ázquez, op. cit., fo l. 20.

taria, a quien los grandes y sus caballerizos dejaron boquiabierto cuan­ do visitó la Corte: L as hijas d e lo s g o b ern a d o res [reco m ien d a a S a n ch ica ] n o han d e ir solas p or lo s ca m in o s, sin o a c o m p a ñ a d a s d e c a rr o z a s y literas y d e gran nú m ero d e sirvien tes (I I, 50).

El lujo y la ostentación, habituales en la vida del noble, se acrecien­ tan cuando éste tiene que participar en fiestas y celebraciones de carác­ ter público. El séquito numeroso y ricamente vestido con que un gran­ de realza su presencia en tales actos, podía ser tan deslumbrante que eclipsara al cortejo y a los miembros de la familia real: en unas justas organizadas al final del reinado de Felipe III, don Pedro Téllez de Girón, Duque de Osuna, que se había enriquecido escandalosamente en su virreinato de Nápoles, se presentó acompañado de cien lacayos vestidos de azul y oro, y cincuenta oficiales con lujosos trajes guarneci­ dos de piedras 124, Detrás de esta vistosa fachada, y de las joyas y adornos de señores y criados, se esconden muchas veces la miseria y la ruindad. El patri­ monio de la Casa de Osuna estaba, como ya sabemos, asediado por las deudas hasta tal punto, que el nuevo duque solicitó en 1625, pocos años después de que don Pedro Téllez deslumbrase a la Corte con su grandiosa escolta, permiso para vender algunos lugares de su estado y poner su economía a fióte ,2S. Cervantes, con su afán de mirar el revés de las cosas para descubrir su basta hilaza, nos revela, por boca de un joven al que encuentran don Quijote y Sancho, la triste verdad que muchos nobles esconden detrás del aderezo y las libreas de sus criados: . .. y o , d esv en tu r a d o , serví siem p re a catarrib eras y a gen te a d v en ed iza , de r a ció n y q u ita c ió n ta n m ísera y a te n u a d a , q u e e n pagar el alm id on ar un c u e llo se c o n su m ía la m ita d della; y sería te n id o a m ila g ro q u e u n p aje a v e n ­ tu rero a lca n za se a lg u n a siq u iera ra zo n a b le ven tu ra . — Y d íg a m e p o r su v id a , a m ig o — p r eg u n tó d o n Q u ijo te — : ¿es p o sib le qu e en lo s a ñ o s q u e sirv ió n o ha p o d id o a lc a n z a r a lg u n a librea?

124

M arcellin D efourneaux, L a vie q u o tid ien n e en E sp a g n e au Siècle d ’O r, Paris,

H achette, 1964, págs. 62-63. 1M A . D om ín guez Ortiz, L as clases p rivileg ia d a s, p ág. 105.

— D o s m e han d a d o — r esp o n d ió el p a je— ; p ero a sí c o m o el q u e se sale d e a lg u n a r elig ió n antes de p ro fesa r le q u ita n el h á b ito y le v u e lv e n sus v esti­ d o s , a sí m e v o lv ía n a m í lo s m ío s m is a m o s , q u e , a c a b a d o s lo s n e g o c io s a q u e v en ía n a la C o rte, se v o lv ía n a sus ca sa s y r ec o g ía n la s lib reas que p o r so la o ste n ta c ió n h a b ía n d a d o (II, 2 4 ) !2Í.

Por eso, uno de los consejos que don Quijote da a Sancho antes de encaminarlo a su gobierno, reza: T o m a c o n d isc re c ió n el p u lso a lo q u e p u d iere v a le r tu o fic io , y si sufriere q u e des lib rea a tu s cria d o s, d á se la h o n esta y p r o v e ch o sa m á s q u e v isto sa y b izarra, y rep á rtela en tre tus cria d o s y lo s p ob res: q u ier o d ecir q u e si has d e v estir seis p a je s, v iste tres y o tr o s tres p o b r e s, y a sí ten d rá s p a jes para el c ie lo y p a ra el su elo ; y este n u ev o m o d o de dar lib rea n o le alcan zan lo s v a n a g lo r io so s (II, 4 3).

Los pasatiempos y las diversiones con que el noble llena sus innu­ merables horas de ocio, deben diferenciarse también, por su calidad y distinción, de los que practican el oficial y el labriego. Por eso don Quijote no entiende el empeño de Sancho: ...e n d ecir, en p en sa r, en creer y en p o r fia r q u e m i señ o ra D u lc in e a a h ech ab a tr ig o , s ien d o e s o u n m en ester y e jercicio q u e va d e sv ia d o d e to d o lo q u e h a cen y d e b en h a cer la s p erso n a s p rin cip a les q u e e stá n c o n stitu id a s y gu ard a­ d as para o tr o s ejercicio s y e n tr e te n im ien to s, q u e m u estra n a tiro d e b a llesta . su p r in cip a lid a d (I I, 8).

En el juego y el deporte, el señor tendrá oportunidad de exhibir públicamente las cualidades propias de su rango —valor, fuerza, des126

C fr.: «H e co n o cid o algunos que n o se avergüenzan de dejar en cueros a los que

despiden, despojánd olos hasta de andrajos inútiles ...M iren prim ero a quién dan las li­ breas; m as una vez dadas, tengan ánim o para que las rom pan los que se las pusieron, váyanse o quédense» (Suárez de Figueroa, o p . cit., pág. 322). «En el cam ino preguntó d on Q uijote al primo de qué género y calidad eran sus ejercicios, su profesión y estudios; a lo que él respondió que su profesión era ser humanista; sus ejercid os y estudios, com ­ poner libros para dar a la estam pa, tod os de gran provecho y no m enos entretenim iento para la república; que el uno se intitulaba e l d e las libreas, donde pin taba setecientas y tres libreas, con sus colores, m otes y cifras, de donde podían sacar y tom ar las que quisiesen en tiem pos de fiestas y regocijos los caballeros cortesanos, sin andarlas mendi­ gando de nadie, ni lam bicando, com o dicen, el cerbelo, por sacarlas conform es a sus deseos e inten ciones» (II, 22).

treza, elegancia— en un continuo alarde de gallardía y generosidad l27. Entre tales ejercicios, la caza, especialmente la caza mayor y de altane­ ría, suele ser considerada como el deporte noble por excelencia: ...e l ejercicio d e la c a za d e m o n te es ç l m á s c o n v e n ie n te y n ecesario para lo s reyes y princip es q u e o tr o a lg u n o ... y to m e jo r qu e él tien e es qu e n o es para to d o s , c o m o ¡o e s e l de lo s o tr o s g én ero s de ca za , e x cep to el de la v o la te r ía , qu e ta m b ién es s ó lo p a ra reyes y g ra n d es señ ores (II, 34).

Don Fernando, por ejemplo: ...lo s m á s d ía s ib a a c a z a , e jercicio d e q u e él era m u y a fic io n a d o (I, 28).

Cuando don Quijote y Sancho cruzan las tierras de Aragón y en­ cuentran a una bella cazadora ricamente ataviada, el ave de presa que la señora lleva en la mano es prueba evidente de su linaje ilustre: E n la m a n o izq u ierd a tra ía u n a z o r, señ al q u e d io a e n ten d er a d o n Q u i­ j o te ser a q u élla a lg u n a gran s eñ o ra , q u e d e b ía serlo de to d o s a q u ellos c a za ­ d o res, c o m o era la v erd a d (II, 3 0).

La condición honrosa y distinguida de este deporte se justifica, a los ojos de los contemporáneos, por la semejanza entre la caza y el ejercicio de la guerra, y por la tradicional vinculación de la nobleza con la profesión militar. Según Sancho de Londoño: L a ca ça es vn ex ercitio m u y p r o u e c h o s o , y c o n fo r m e a la c o sa m ilitar. P o r e sso lo s a n tig u o s n o s ó lo n o la v e d a r o n a la g e n te d e gu erra, m as tu u ieron y h o n rra ro n p o r m ás q u e h o m b res a lo s qu e se d ie r o n a e lla l28.

Baltasar de Castiglione recomendaba al cortesano la práctica de: ...m u c h o s o tr o s ejercicio s, lo s c u a le s, a u n q u e n o p r o c ed en derech am en te de las arm a s, tien en c o n e lla s m u y gran d e u d o y traen c o n s ig o u n a a n im o sa

127

Johan H uizinga, H o m o ludens, M adrid, A lianza E ditorial, 1972, pág. 84. Sobre

deporte y diversiones nobiliarios y reales, véase José D eleito P iñuela, E l rey se divierte. R ecu erdos de. hace tres siglos, M adrid, Espasa C alpe, 3 .a e d ., 1964. Otros datos en A rco y G aray, op. cit., págs. 356 y sig s., y en Ludovic Ostere, o p . c it., págs. 91 y sigs. !2S San ch o de L o n d o ñ o , D iscvrso s o b re la fo r m a d e red v zir la disciplina m ilitar a m e jo r y a n tig vo esta d o , Bruselas, 1590, pág. 44.

lo z a n ía d e h o m b r e. E ntre é sto s so n lo s p r in c ip a les la caza y la m o n tería , q u e en cierta s c o sa s se parecen c o n la guerra, y sin d u d a s o n lo s p asa tiem p o s qu e m á s c o n v ie n e n a señ o res y a h o m b res d e c o r te , y lo s a n tig u o s lo s u sa b a n m u ch o ,29.

Uno de los personajes del Persiles comenta: ...n in g ú n e je r c ic io co rr e sp o n d e a sí al de la guerra c o m o el d e la c a z a , a quien es a n e jo el ca n sa n cio , la sed , y ¡a ham bre, y aun a veces la m u erte lw.

Y con razones semejantes alecciona el Duque a Sancho Panza en el transcurso de una montería: L a c a za es u n a im a g e n d e la guerra: h a y en ella e stra ta g em a s, a stu cia s, in sid ia s, p a ra v en cer a su sa lv o al en e m ig o ; p a d éc e n se en e lla frío s gran d ísi­ m o s y c a lo res in to lera b les; m e n o sc á b a se el o c io y e l s u e ñ o , c o rr o b ó r a m e las fu erza s, a g ilíta m e lo s m iem b ro s d e l qu e la u s a , y , en r e s o lu c ió n , es ejerci­ cio q u e se p u ed e hacer sin p e r ju ic io d e n a d ie y c o n g u sto d e m u ch o s (II, 34),

Además de endurecer el cuerpo y agilitar los miembros, la caza brinda al noble una excelente oportunidad de manifestar su riqueza, liberalidad y poder. A don Quijote, durante su estancia en el palacio de los Duques: ...le lle v a r o n a c a za de m o n te ría , c o n ta n to a p a r a to de m o n te r o s y c azad ores c o m o p u d ie ra llevar u n rey c o r o n a d o (II, 3 4).

129 Baltasar de C astiglione, E l C ortesano, traducción de Juan B oscán, M adrid, Edi­ torial Espasa C alpe, co l. A ustral, 4.* e d ., 1980, pág. 37. 130 B A E , I, pág. 621. C fr. el Vergel d e lo s p rín cip es, de R odrigo de A révalo, trata­ d o segundo: «En que fab la del segundo exercicio e deporte que los ínclitos reys e prínci­ pes e nobles varones se deven exercitar, el qual es el exercicio d e la caça, señaladam ente de m on te, de bestias fieras, e de cóm o este nob le deporte es decorado e illustrado de doze excellendas e otras singulares prerrogativas» (BAE, C X V I, págs. 324 y sigs,), «Quánto m ás, que en la caça es c o sa certissim a, que particularm ente reyna m ucho el entendim iento sobre las fuerças del cuerpo. Porque claram ente se vee, que vale m ás que él en ella la astucia, la m aña, el ardid, y todas las dem ás variedades de estratagem as... y assí no anduuo bien Salustio en juntarla con lo s o ficio s seruiles, por parecerle que n o es arte del ánim o, y que por ella n o se gana inm ortal fam a. D euiera considerar lo que tenem os dicho, y que en ella se ensayan los hom bres para ganarla en las guerras» (Gaspar G utié­ rrez de los R íos, N o tic ia gen eral p a ra la e stim a ció n d e tas a rtes, M adrid, 1600, pág. 7S).

Pero este deporte, que tan favorables opiniones despierta, es causa del absentismo y despreocupación de muchos nobles, y del mal uso de unas tierras, destinadas a la diversión del señor, que podrían dar trabajo y alimento a muchas gentes necesitadas m. Fray Tomás de Mercado denuncia a los nobles que: ...o c u p a n g randes p e d a z o s de tierra en rec r e a ció n , q u e p u d iera su sten tar la v illa o ciu d a d en c u y o s té r m in o s e stá n , o de lefia si s o n m o n te s, o de hierba y p a s to si so n cab afias o d e h e sa s, o d e tr ig o y c eb a d a si s o n para labrar, ¿q u ién n o v e u n a gran in ju stic ia ? , au n m ercar u n o m u ch a tierra para labrar y a ñ ad ir c a sa a ca sa y sem en te ra a sem en te ra , lo c o n d e n a D io s ... ¿ c ó m o n o co n d en a rá el o cu p a r ta n ta tierra para s o la m o n tería ? ¿O c ó m o n o o ir á a lo s qu e se q u eja ren de sem eja n te s d e sa fu e r o s? 132.

También Sancho, con su natural y avasallador sentido común, re­ nuncia a tales ejercicios y censura la vanidad ociosa de quienes los practican: '

...n o querría y o q u e lo s p rín cip es y lo s reyes se p u sie sen e n sem eja n tes p e li­ gros, a tru eco d e u n g u sto q u e parece q u e n o lo h a b ía de ser, p u es con siste en m atar a u n a n im a l q u e n o h a c o m e tid o d e lito a lg u n o ... el bu en g o b e r n a ­ d o r , la pierna q u eb ra d a , y en ca sa . ¡B u e n o ser ía q u e v in iesen los n eg o c ia n te s a bu scarle fa tig a d o s , y él e stu v ie se e n el m o n te h o lg á n d o se! ¡A s í en h o ra m a la and aría el g o b ie r n o ! M ía fe , señ o r, la ca za y lo s p a sa tie m p o s m ás h an de ser para lo s h o lg a z a n e s qu e para lo s g o b e r n a d o r e s (I I, 3 4) l3J.

Las justas, torneos, juegos de cañas y corridas de toros son otros tantos pasatiempos con los que el noble llena sus horas de ocio y da esplendor a fiestas y celebraciones. Son deportes típicamente nobilia­ rios, que constituyen, como la caza, un simulacro de las incidencias y lances del combate 1M: en ellos se acreditan los bríos, se demuestra 131

C arm elo Viñas M ey, E l p ro b lem a d e la tierra, págs. 65 y sigs.

132 Ibid ., págs. 66-67. 133 C fr.: «O tro día, habiendo visto en m uchas alcándaras m uchos neblíes y otros pájaros de volatería, dijo que la caza de altanería era digna de príncipes y de grandes señores; pero que advirtiesen, que con ella echaba el g u sto cen so sobre el provecho a m ás de d os mil por un o» (E l L icen cia d o Vidriera, B A E , I, pág. 162). 1 134 L os torneos a pie y a caballo, según Covarrubías «se introduxeron a fin que !a cavallería y ia infantería se exercitassen en las armas para estar diestros en ellas quando saliessen a pelear con sus enem igos» (op. cit., pág. 968). Sobre el ju ego de cañas escribe

la valentía de los participantes, y se ofrecen ocasiones para la cortesía, la diversión y la ostentación lí5. Por eso aunque la profesión de ca­ ballero andante supera a todas las otras, don Quijote ve con buenos ojos al cortesano que, valeroso y bizarro, muestra su arrojo en la eje­ cución de tales ejercicios. Él mismo piensa participar, cuando llegue a Zaragoza, en: ...u n a s so le m n ísim a s ju sta s p o r la fie sta d e S a n J o r g e, en la s cuales p od ría g an a r fa m a so b re to d o s lo s ca b a llero s a r a g o n e se s, q u e sería ganarla sobre to d o s lo s d e l m u n d o (II, 4).

Y a don Diego de Miranda le explica: B ien p a rece u n g a lla rd o c a b a lle r o , a lo s o jo s de su rey, e n la m itad de una p la z a , dar una la n za d a c o n fe lic e su c eso a u n b ra v o to r o ; bien parece u n c a b a lle r o , a r m a d o d e resp la n d ecien tes a r m a s, p a sa r la te la e n alegres ju s­ tas d e la n te d e la s d a m a s, y b ien p a recen to d o s a q u ello s c a b alleros q u e en e je rc ic io s m ilita r es, o qu e lo p a rezca n , en tretien en y a leg ran , y , si se p u ed e d ecir, h o n ra n la s co rtes de sus príncip es (II, 17).

La eterna fusión del galanteo y la guerra, el peligro y el amor, típica por otra parte del mundo medievalIM, aparece muy clara en es­ tos festejos en que, tras los alardes de bravura y heroísmo, el caballero concluye el día, rodeado de damas, en el banquete, el baile o el sarao. Durante su estancia en Barcelona, don Quijote es agasajado espléndi­ damente por don Antonio Moreno, y al enumerar los festejos con que se honra al pintoresco huésped, el narrador declara: L le g ó ía n o ch e; v o lv ié r o n se a ca sa ; h u b o sa ra o d e d a m a s, p orq u e la m u ­ jer d e d o n A n to n io , qu e era un a señ o ra p rin cip a l y a leg re, h e r m o sa y discre-

Quevedo: « A m a g o s generosos de la guerra / en esa m ano diestra esclarecidos / m ilitan, y estremecen referid os, / y el adem án ejércitos encierra» («A l Rey nuestro señor saliendo a jugar cañ a s» , P oesía original co m p leta , ed. cit., pág. 2 74). . 135 Un personaje cargado de ínfulas nobiliarias, D ieg o D uque de Estrada, recuerda con orgullo en sus m em orias: «Ejercitábam os tam bién arm as, justar, tornear, correr lan­ zas al estaferm o, sortija, cañas y toros, en que particularm ente arriesgaba yo con mi gusto la vida» (C o m e n ta rio s d e e l desengañ ado d e s í m esm o , en A u to b io g r a fía s d e so ld a ­ d o s (siglo X V II), B A E , X C , pág. 263). 136 Johan H uizinga, E l o to ñ o d e la E d a d M edia, M adrid, E dit. R evista de O cciden­ te, 1967, págs. 117 y sigs.

ta , c o n v id ó a o tras su s a m ig a s a qu e v in iese n a honrar a su hu ésp ed y a g u sta r d e su s nu nca v ista s lo c u r a s. V in ie r o n a lg u n a s, c e n ó se esp lén d id am en te y c o m e n z ó se el sarao casi a la s d ie z d e la n o c h e .

(-)

í

L o s ca b a llero s de la c iu d a d , p o r c o m p la cer a d o n A n to n io y por agasajar a d o n Q u ijo te y dar lugar a q u e d escu b riese s u s sa n d e c es, o r d en a ro n d e c o ­ rrer so rtija d e a llí a seis d ia s (I I, 6 2 ).

En las bodas del Marqués de Camarasa, a las que asistió Alonso Enriquez de Guzmán en 1543, los invitados fueron también obsequia­ dos con: ...b u e n a c o m p a ñ a d e c a v a lle ro s, d a m a s h erm o sa s y sera o s y d a n ça s, co m id a s y ç e n a s, ju sta s y ju e g o s d e c a d a s y to r o s p o r tie m p o de seis d ías 137.

Y en Nápoles, según nos explica Diego Duque de Estrada, las di­ versiones de los caballeros españoles eran muy parecidas a las que don Antonio Moreno Moreno organizó en Barcelona para obsequiar a sus invitados: E ra a q u ella casa el r efu g io de la c a b a llería e sp a ñ o la , p a sea n tes y retira­ d o s , p o rq u e s ó lo se tratab a de ju e g o (c o n q u e se m a n te n ía la ca sa y d u eñ o ), b a n q u e te s a c o sta c o m ú n , m ú sic a y e je rc ic io s de arm as y bailes 13S.

Los festejos forman parte esencial de esa concepción noble de la vida en la que, como hemos señalado, el lujo superfluo, el ocio y el derroche son muestras importantes del rango y la calidad, y en que un torneo o un baile vistosos, igual que el banquete opulento o la servidumbre numerosa, sirven para deslumbrar y enamorar a una da­ ma m, para elevar la categoría de un caballero a los ojos de los de­ más, o para ayudarle a alcanzar un lugar más alto en la escala social. Juan Rufo refiere, por ejemplo, la siguiente anécdota: C o n ta b a un c o rtesa n o v ie jo q u e en tie m p o d e l E m p era d o r vin o a la C orte u n s eñ o ra z o qu e d e sea b a ser G r a n d e ... so lic ita b a su h o n r o so fin , a sistien d o en la C o rte c o n ex ce siv o g a s to , h a c ie n d o p la to c o n esp len d or y cu riosid ad 137 138 139 y toros,

O p. c it., pág. 235. O p. c it., pág. 348. E nam orado de una dam a, G uzm án de A lfarache explica: «Por ella corrí sortijas jugué cañas, m antuve torneos y ju stas, ordené saraos y m áxcaras» (ed. cit.,

volum en III, pág. 137).

n o v is ta , e m p le a n d o su p e r so n a en so rtija s y to r n e o s , y d esp erta n d o el gu sto d e sto s e je rc ic io s, qu e d ía s h a b ía e sta b a p r o str a d o en lo s c a b a lle r o s co rtesa ­ n o s lw .

Cuando el cirujano Rodrigo de Cervantes pleiteó en Valladolid pa­ ra lograr que se le reconociese su «notoria hidalguía», y librarse así de cumplir pena de prisión por impago de deudas, algunos testigos declararon, como argumento favorable a la nobleza del litigante: ...e s te te s tig o lo s a v is to ju g a r ca ñ a s al d ic h o R o d r ig o d e Ç erb an tes q u e litig a , en la d ic h a villa d e a lc a lá , e a o tr o su h e rm a n o q u e es m u er to , e ju gar so rtija , c o n ca b a llo s b u e n o s e p o d e r o s o s, c o m o ta le s ca b a lle r o s e h ijo s d a lg o 14l.„ ju n ta r se e a c o m p a ñ a rse c o n g e n te n o b le en esta v illa a sÿ en ju e ­ g o s de c a ñ a s e to rn eo s y en o tro s e x erçiçio s de h ijo s d a lg o ... 112.

Y don Quijote incluye tales diversiones entre las variadas muestras de ostentación, riqueza y poder con que un caballero puede sobresalir en la Corte: T o d o s lo s c a b a llero s tien en sus p a rticu la res ejercicio s: sirv a a la s dam as el c o rtesa n o ; a u to rice la c o r te d e su rey c o n lib reas; su sten te los cab alleros p o b res c o n el esp lén d id o p la to de su m esa ; co n c ie rte ju sta s , m an ten ga to r­ n e o s, y m u éstr e se g ra n d e, lib eral y m a g n ífic o ... (II, 17).

Aunque los nobles vivían rodeados de siervos y aduladores, dis­ puestos siempre a complacerlos, y tenían dinero suficiente para satisfa­ cer todos los caprichos, cualquier oportunidad era buena para idear nuevas diversiones y ahuyentar así el aburrimiento que engendra la inactividad. El éxito que las novelas pastoriles alcanzan entre los no­ bles y cortesanos de la época de Felipe II, puede explicarse, precisa­ mente, por las variadas sugerencias que tales narraciones ponían a dis­ posición de una clase ociosa, ávida de amor estilizado, fiestas y galan­ teos ,43. Las églogas y las historias de pastores aludían con frecuen140

Juan R u fo , L a s seiscien ta s a p o teg m a s y o tra s ob ra s en verso, ed. de A lberto

Blecua, M adrid, CC, 1972, pág. 116. 141 F. R odríguez M arín, N u e v o s d o c u m e n to s cerva n tin o s, pág. 90. 141 I b id ., pág. 146. 143 Francisco L ópez Estrada, L o s lib ro s d e p a s to re s en la literatura española, M a­ drid, Edit. Gredos, 1974, págs. 490 y sigs.; M axime C hevalier, «L a D iana de M ontemayor

cia a sucesos reales de la vida cortesana, y los nobles solían reforzar la autenticidad de tales relatos representando en sus fiestas, mediante el disfraz y la ficción teatral, escenas de la vida pastoril. Entre los entretenimientos del Duque de Alba figuraba el disfrazarse de pastor bajo el nombre de Anfriso l44, y en muchas celebraciones aparecen ca­ balleros con vestidos de pastores: en Madrid, en las bodas del Duque de Sessa, celebradas en 1541; en Bayona, en 1565, con motivo de la estancia de Isabel de Valois; en Madrid, en 1590, en un juego de sorti­ ja; en Sevilla, en una fiesta de la parroquia de San Salvador, el año 1594 l4'. Sancho y don Quijote pasan, camino de Barcelona, cerca de una aldea en que las gentes nobles suelen dedicar algunos ratos a esta clase de ejercicios: E n u n a a ld e a qu e está h a sta d o s le g u a s d e a q u í, d o n d e h a y m u ch a gente p rin cip a l y m u ch o s h id a lg o s y rico s, en tre m u ch o s a m ig o s y parien tes se c o n ­ certó qu e c o n s u s h ijo s, m u jeres y h ija s, v e c in o s, a m ig o s y parientes n o s v in ié se m o s a h o lg a r a este s itio , q u e e s u n o de lo s m á s ag rad ab les d e to d o s e sto s c o n to r n o s, fo r m a n d o en tre to d o s u n a n u ev a y p a sto ril A r ca d ia , v istié n ­ d o n o s las d o n ce lla s de za g a la s y lo s m a n ce b o s de p a sto res. T ra em o s e stu d ia ­ das d o s é g lo g a s, u n a del fa m o s o p o e ta G a r c ila so , y o tra d e l e x celen tísim o C a m o e s, e n su m ism a len g u a p o r tu g u e sa , la s cu a les hasta a g ora n o h em os rep resen ta d o (II, 58).

« N O ESTABAN LOS DU Q U ES DOS D EDO S D E PAXECER TONTO S»

No todas las diversiones de la gente noble tuvieron la misma apa­ riencia inocente y sublime, y no falta quien señale lo impropio de mu­ chos pasatiempos nobiliarios, ni quien censure la dejación que los se­ ñores han hecho de sus funciones tradicionales. Marco Antonio Ca­ mos, por ejemplo, escribe: . .. m ás a lto p u so la m ira y m á s p r eten d ió el qu e in stitu y ó la m ilicia y el e sta d o de lo s n o b les ca u a lle r o s y h id a lg o s, d e a q u e llo e n q u e v e m o s se o c cu -

y su público en la España del siglo x v i» , en C reación y p ú b lic o en la literatura española, M adrid, C astalia, 1974, págs. 40-55. 144 145

A . Salcedo Ruiz, op. cit., pág. 28. M . Chevalier, o p . cit., pág. 45.

p a n m u ch o s de ellos: q u e n o para passar la v id a en o c io , tr a sn o c h a r y n o m a d ru g a r, ni para co m e r ni beuer en d em a sía y c o n so b r a d o r eg a lo fu e h a lla ­ d o ... n o para esta r en p la ça s y co rr illo s m u rm u ra n d o c o n p lá tic a s p erju d icia­ le s, y h a lla n d o ta c h a en su p r ó x im o sin p erd o n a r d e l cielo a b a x o a p erson a v iv ie n te ... n o p a ra entretenerse so la m e n te en su s fie sta s y j u e g o s ... n o para dar b u elta s ni para festejar lo s sera o s, n i para b a y la r, d an çar y h azerse m áscaras

Don Quijote lamenta la sustitución de los esforzados caballeros de antaño por otros más habituados a las sedas, brocados y damascos, que a los rigores de la cota de malla; y añade: C u á n p r o v e c h o so s y cuán n e c esa r io s fu er o n al m u n d o lo s cab a llero s an ­ d an tes en lo s p a s a d o s sig lo s, y cu á n ú tiles fu era n en el p r e sen te si se usaran; p e r o triu n fa a h o r a , por p e c a d o s d e la s g e n te s, la p ereza, la o c io sid a d , la gu la y el r eg a lo (II, 18).

La hermosa Antonomasia quedó prendada de un caballero que, ade­ más de tocar la guitarra, «era poeta y gran bailarín, y sabía hacer una jaula de pájaros, que solamente a hacerlas pudiera ganar la vida» (II, 38). Y Berganza comenta: ...a p o d e el tru h án , ju eg u e d e m a n o s y v o lte e el h istr ió n , r eb u z n e el p icaro, im ite el c a n to de lo s p á ja ro s y lo s d iversos g e sto s y a c cio n e s de lo s a n im ales y lo s h o m b r es el h o m b re b a jo qu e se h u b iere d a d o a e llo , y n o lo qu iera hacer el h o m b r e p rin cip a l, a q u ien n in g u n a h a b ilid a d d e sta s le p u ed e dar créd ito ni n o m b re h o n r o s o ... qu e m e p esa in fin ito c u a n d o v e o qu e un c a b a ­ lle r o se h a ce ch o ca rrero y se p recia qu e sab e ju g a r lo s cu b iletes y las aga lla s, y q u e n o h ay q u ien c o m o él sep a bailar la c h a c o n a M7.

Entre tantos entretenimientos indecentes, el juego fue uno de los más extendidos entre los nobles y de los más censurados por los mora­ listas. Para un caballero inglés, el juego era un apartado más de sus gastos personales, y el saber manejar las cartas o los dados tenía tanta importancia como la habilidad para la equitación o el baile l4S. Res­ pecto a la popularidad del juego entre las gentes acomodadas de Espa­ 146 O p. c it., pág. 174. 147 E l co lo q u io d e lo s p e rro s, B A E , I, pág. 230. 148

L. S tone, op. c it., pág. 257.

ña, podrían recogerse numerosos ejemplos. Recordemos que Sancho, durante su ronda por la ínsula Barataría, topó con una riña entre un jugador ganancioso y un hombre principal que pretendía cobrar el «ba­ rato», y, tras apaciguar y castigar a los contendientes, tomó esta valiente determinación: — A h o r a , y o p o d r é p o c o , o qu itaré esta s ca sa s d e ju e g o ; q u e a m í se m e tra slu ce q u e s o n m u y p erju d icia les (I I, 4 9 ).

Pero la ejecución de tan saludable propósito choca con un obstácu­ lo que no tarda en señalar un escribano: — É sta , a lo m e n o s — d ijo u n e sc r ib a n o — , n o la pod rá v u e sa m erced qu itar, p o rq u e la tie n e u n g ra n p e r so n a je , y m ás es, sin c o m p a ra ció n , lo qu e é l p ierd e al a ñ o q u e lo q u e sa ca d e lo s n a ip e s. C o n tra otro s g aritos de m en o r c a n tía p o d rá v u e sa m erced m o stra r s u p o d er , qu e s o n lo s q u e m ás d a ñ o hacen y m á s in so le n c ia s encubren; q u e en la s casas d e los cab alleros prin cip ales y d e lo s señ o res n o se a trev en lo s fa m o so s fu lle ro s a usar sus tretas; y p u es e l v ic io d e l ju e g o se h a v u e lto en ejercicio c o m ú n , m ejor es q u e se ju eg u e en la s casas p rin cip a les q u e n o e n la d e a lgú n o fic ia l, d o n d e c o g e n a u n d e sd ic h a d o de m e d ia n o ch e a b a jo y le d esu ella n v iv o (I b id .).

La ínsula Barataría no es, en este aspecto, ninguna excepción: tam­ bién Castillo de Bovadilla recomienda a los corregidores la máxima dureza con los tahúres, fulleros y garitos de juego; aunque establece, como el escribano que acompaña a Sancho, una importante salvedad: E l rigor qu e a u e m o s d ic h o e n el visitar y ca stig a r lo s ju g a d o res y casas d e ju e g o , n o se e n tien d e c o n a lg u n a s ca sa s de c a u a lle r o s, o p erso n a s c iu d a d a ­ n a s p rin cip a les, d o n d e su elen ju n ta rse a ju g a r, m á s p o r vía d e en treten im ien ­ to y c o n u e r sa c ió n , q u e a ju e g o s r e z io s ... U9.

Como el hastío de los nobles suele ser inacabable, muchos palacios señoriales y casas de caballeros, igual que las cortes de los reyes, cuen­ tan con un séquito de bufones, truhanes y juglares, especializado en combatir el tedio del señor y de sus invitados con gracias y desvergüen­ zas poco adecuadas, en opinión de muchos, para ser dichas ante tales 149

O p. c it., vol. I, pág. 676.

auditorios 1S0. Los Duques, hartos de diversiones monótonas y cere­ monias insípidas, van a tratar de utilizar a Sancho y don Quijote como un antídoto contra el aburrimiento, transformándolos por unos días en dos bufones con un inacabable repertorio de actuaciones a cuestas. Ya a la puerta del palacio ducal, doña Rodríguez recrimina a Sancho: — H e r m a n o , si so is ju g la r — rep lic ó la d u eñ a — , g u a rd ad vu estras gracias p ara d o n d e lo p a rezca n y se o s pa g u en ; q u e de m í n o p o d réis llevar sin o un a h ig a (II, 3 1).

Y don Quijote, como si presintiera el papel que su escudero va a desempeñar en los siguientes capítulos de la novela, le reprende diciendo: — D im e , tru h á n m o d er n o y m a ja d ero a n tig u o : ¿parécete b ien d eshonrar y a fren ta r a u n a d u eñ a ta n v en era n d a y ta n d ig n a de r esp e to c o m o a q u e ­ lla ? ... N o , n o , S a n ch o a m ig o ; h u y e, huye d e s to s in c o n v e n ien te s; q u e q u ien tr o p ie z a en h a b la d o r y en g r a c io so , al prim er p u n ta p ié c a e y d a en truh án d e sg ra c ia d o (I b id .).

Las burlas, entre insípidas y crueles, que los Duques organizan con sus huéspedes, dicen muy poco en favor del talante moral de quien 150 Truhán, según Covarrubias, es: «E l chocarrero bu rlón , hom bre sin vergüenza, sin honra y sin respeto; este tal, con las sobredichas calidades, es adm itido en los palacios de los reyes y en las casas de los grandes señores, y tiene licencia de dezir lo que se le antojare, aunque es verdad que todas sus libertades las viene a pagar, con que le m altratan de cien m il m aneras y tod o lo sufre por su gula y avaricia, que com e m uy buenos b ocados, y quando le parece se retira con m ucha hazienda» (op. cit., pág. 981). C hocarrero « ... es hom bre de burlas, y con quien tod os se burlan; y tam bién se burla él de to d o s, porque con aquella vida tienen libertad y com en y beven y juegan; y a vezes medran más con lo s señores que lo s hom bres honrados y virtuosos y personas de letras. D izen que lo s palacios de los principes n o pueden passar sin éstos» (ibid., pág: 437). « ... lo que suele m ucho vsarse en là corte, y en las casas de los señores: que de ordinario en la com ida y cena acuden truanes y chocarreros, y allf anda la adulación y chocarrería, !a tabaola, y m úsica de guitarras, a cuyo son desplegan coplas desonestas» (M arco A n to ­ n io C am os, op. c it., pág. 149); « ... se introdujo la asistencia a las m esas de ios príncipes de b u fon es, de lo c o s y de hom bres m al form ad os. L os errores de la naturaleza y el des­ concierto de los ju icios son sus divertim ientos. Se alegran de oír alabanzas disform es que, cuand o las excuse !a m odestia, com o dichas de un lo c o , las aplaude e l amor propio, y hechas las orejas a ellas, dan crédito después a las de los aduladores y lisonjeros» (Saavedra Fajardo, o p . c it., pág. 197).

las inventa y del carácter avieso y servil del que las ejecuta. No sin razón apunta el cura que sirve en casa de los Duques: — P o r el h á b ito qu e te n g o , q u e e sto y p o r d ecir qu e es tan sa n d io vuestra ex celen cia c o m o esto s p e c a d o r es. ¡M irad si n o h an d e ser e llo s lo c o s, pu es lo s cu erd o s ca n o n iz a n sus lo cu ra s! (II, 32).

A lo que, abundando en la crítica, añade Cide Hamete Benengueli: ...q u e tien e para sí ser tan lo c o s lo s b u rla d o res c o m o lo s b u rla d o s, y qu e n o esta b a n lo s D u q u es d o s d e d o s de parecer to n to s , p u es ta n to a h ín co p o ­ n ía n en burlarse de d o s to n to s (II, 7 0).

Además de descuidar el gobierno de su estado y desoír las reclama­ ciones de sus súbditos, los Duques aprovechan de manera egoísta y abusiva sus poderes para burlarse de un labrador de buena fe, al que transforman en gobernador de sus vasallos y en bufón involuntario de una farsa teatral. Estos gestos de hostilidad y burla hacia el labriego son comunes, en aquel momento, a todos los grupos sociales, y fre­ cuentes de manera especial entre la población urbana, a la que agrada contrastar sus propios modales con las toscas maneras del rústico. Fray Benito de Peñalosa señalaba, en este sentido, que: ...q u a n d o v n L a b ra d o r v ien e a la C iu d a d y m á s q u a n d o v ien e a algú n p le y to , qu ién pod rá p o n d era r las d esu en tu ra s q u e p a d ec e , y lo s e n g a ñ o s q u e to d o s le h a z e n , b u rla n d o de su v e stid o , y le n g u a g e ... I51.

Esta actitud de menosprecio hacia los labradores se da también en­ tre los autores dramáticos, que, especialmente en el siglo xvi, utilizan la zafiedad y torpeza del villano para disparar la risa del público Todavía en 1629, pese a los esfuerzos de Lope y su escuela para restau­ rar el honor de los labriegos: L os m é n a g é s, y ajuares de su s c a sa s, y b o d a s so n d e risa, y en treten im ien ­ t o a lo s c o rtesa n o s: y estas c o m e d ia s y en trem eses d e a g o r a lo s p in ta n , y rem ed an h a z ié n d o les aún m á s in ca p a ces, co n tr a h a z ie n d o sus to sc a s a ccio n es por m á s tis a d el P u e b lo ,53. 151 O p. c it., fo l. 169. 152 N oël Salom on, R echerch es su r le th èm e p a ysa n , pá g s. 5 y sigs., y 187 y sigs. 153 Fray Benito de P eñalosa, op. cit., fo l. 169.

El regocijo que el campesino provoca con sus toscos ademanes, se ve multiplicado si, como ocurre en los lugares de pocos vecinos, el gobierno municipal y la administración de la justicia están en manos de pobres lugareños analfabetos. Covarrubias señalaba, a propósito de tales personajes: .. A y m u ch a s d ifer e n c ia s de a lcaides; lo s p reem in en tes s o n lo s de C a sa y C o r te de Su M a g esta d y lo s de la s C h a n cillería s, y lo s ín fim o s lo s d e las ald ea s, lo s q u a les, por ser r ú stic o s, su elen dezir a lg u n a s sim p licid a d es en lo q u e p r o v e e n , de q u e to m a ro n n o m b re a lc a ld a d a s !54.

Los alcaldes y las alcaldadas son aprovechados también por los dramaturgos para acentuar la comicidad de sus comedias y entremeses. En las obras de Lope, el tipo del alcalde aparece desde 1590 aproxima­ damente, y durante los años siguientes lo encontramos en las de Vélez de Guevara, Castillo Solórzano, Cubillo de Aragón, Cervantes o Qui­ ñones de Benavente En Pedro de Urdemalas Cervantes introduce un alcalde rústico, Crespo, que, a pesar de sus pocas luces, afirma seguro: T a n tiesta m en te p ien so I m e r ju sticia , c o m o si fu era un so n a d o r r o m a n o 15δ.

En La elección de los alcaldes de Daganzo, divertido entremés en que los labriegos compiten para obtener la vara del gobierno munici­ pal, los méritos que alegan los pretendientes al cargo son saber catar vinos, tirar con arco, remendar zapatos, herrar novillos, no saber leer y, sobre todo, ser cristianos viejos «a todo ruedo»; y en El retablo de tas maravillas vuelven a aparecer en escena las figuras cómicas del alcalde, Benito Repollo, y el regidor, Juan Castrado, labriegos grotes­ cos y engreídos a los que burlan Chanfalla y Chirinos 15,1

O p. c it., pág. 72.

155 V éase E ugenio A sen sio, Itinerario d e l entrem és. D e sd e L o p e d e R u e d a a Q u iñ o­ nes d e B en avente, M adrid, E dit. G redos, 1965, págs. 154 y sigs.; y N oël Salom on, op. c it., págs. 92 y sigs. 156 B A E , C L V I, p ág. 426. 157 El m ism o sen tido burlesco tiene la historia del rebuzno ( I t 27): « ... n o hace al caso a la verdad de la historia ser los rebuznadores alcaldes o regidores, com o ellos una por una hayan rebuznado; porque tan a pique está de rebuznar un alcalde com o

También Sancho, como los alcaldes de los entremeses y comedias, carece, en apariencia, de las cualidades que el saber político de la épo­ ca, y el mismo sentido común, exigen a quien ha de desempeñar un cargo de gobierno. Para Fadrique Furió Ceriol, el consejero de un príncipe ha de ser «de alto y raro ingenio», «que sepa las artes del bien hablar», «que sepa muchas lenguas», «haya visto y leído con muy grande atención y examinado sotilmente las historias antiguas y mo­ dernas», y «andado y visto muchas tierras» 15S. Y, según Jerónimo Castillo de Bovedilla, las virtudes que ha de tener un corregidor son: . ..l a prim era, sa b id u ría , p o r q u e n o se yerre en el g o u iern o : la seg u n d a , bu en lin a g e, p o rq u e n o se m en o sp r e cie lo m a n d a d o : y la tercera, p o d er d e virtud para execu tar ls9.

Sancho, en cambio, es analfabeto, apenas ha salido de su aldea, carece de otra ciencia que no sean sus refranes, y hasta en su figura desentona con la importante misión que el Duque le ha encomendado; porque el hombre que ocupa un cargo público, debe ser: ...d e m e d ia n o ta lle en el a lto r y g rosu ra; p o r q u e cualqu ier extrem o en esta parte p aresce m a l, y q u ita de la a u to rid a d p erten escien te a l c o n s e je r o ... y p or la m ism a ca u sa d eb e d esech a r al m u y g r u e so y al m u y fla c o , p orqu e n o h ay q u ien d e je d e reír v ie n d o a u n h o m b r e q u e es u n to n e l o u n otro q u e sea c o m o u n c o n g rio s o le a d o ... 16°.

Mientras que, al hacer su entrada en la ínsula Barataría: E l tr a je , las barbas, la g ord u ra y p eq u eflez d el n u ev o gob ern ad or ten ía a d m ira d a a to d a la g e n te q u e el b u silis del c u e n to n o sa b ía , y au n a to d o s lo s qu e lo sa b ía n , q u e eran m u ch o s (I I, 4 5 ).

De la ignorancia, ademanes groseros y ridículo porte del nuevo go­ bernador no pueden esperarse más que tropiezos y despropósitos, un regidor». C fr.: «Señor A lcalde, yo n o he top ado en la plaza asnos ningunos, sino a los dos regidores Berrueco y C respo, que andan en ella paseándose. — P or asnos os envié yo, m ajadero, que no por regidores» (P ersiies, B A E , I, pág. 643). La anéctoda del rebuzno de lo s alcaldes es de origen folk lórico, y la recoge Correas en uno de sus refranes: «Rrebuznaron en balde el uno i el otro alkalde» (ed. c it., pág. 571). i5a E l C o n cejo y con sejeros d e l P ríncipe, B A E , X X X V I, págs. 324-327. 159 O p. c it., vol. I, pág. 102. 160

Furió Cerioi, op. cit., pág. 333.

que harán las delicias de los Duques y ofrecerán, para regocijo de to­ dos, una escenificación viva y real de las alcaldadas chuscas del entremés. Pero no salen los burladores fácilmente con su intento. Los Du­ ques, cuya única preocupación son las cazas y festejos, tendrían mucho que aprender de los prudentes consejos con que don Quijote alecciona al futuro gobernador de la Barataría ,61; y éste, gracias a su ingenio natural y a las sabias advertencias de su amo, se convierte en juez justo y administrador eficaz de unos vasallos que, habituados a la desidia y las arbitrariedades de los señores, recordarán con nostal­ gia aquel brevísimo gobierno. La discreción de Sancho al dictar las sentencias, su firmeza en ejecutarlas, las justas disposiciones dictadas durante su mandato, sirven de escarmiento a los burladores y perma­ necen para siempre en el recuerdo de los súbditos: E n r eso lu c ió n , él o rd en ó c o sa s ta n b u e n a s, q u e h a sta h o y se guardan e n a q u el lu g a r, y se n o m b ra n « L a s c o n stitu c io n e s d el gran g o b e r n a d o r S an ­ c h o P a n z a » (II, S I).

Durante el ejercicio de su cargo, la figura del gobernador adquiere una calidad y un perfil nuevos, se eleva y engrandece ante nuestros ojos, mientras los Duques, señores de vidas y haciendas, quedan muchas varas por debajo del hidalgo loco y el labriego analfa­ beto: ...s e ñ o r g o b e r n a d o r — d ijo el m a y o r d o m o — . .. e sto y a d m ira d o d e ver q u e u n h o m b r e ta n sin letras c o m o v u esa m erced , q u e, a lo qu e c r e o , n o tie n e n in g u n a , d ig a ta le s y ta n ta s c o sa s llen as d e sen te n c ia s y d e a v is o s, tan fu era d e to d o a q u ello qu e d e l in g e n io de v u e sa m erced e sp er a b a n lo s q u e n o s en ­ r i a r o n y lo s q u e aq u í v e n im o s. C a d a d ía se veen c o sa s n u evas en el m u n d o : las b u rla s se v u elv en veras y lo s b u rla d o re s se h a lla n b u rlad os (II, 4 9 ).

161

« ... en acabando de com er don Q uijote el día que d io lo s consejos a Sancho,

aquella tarde se los dio escritos, para que él buscase quien se los leyese; pero apenas se los hubo d a d o , cuando se le cayeron y vinieron a m anos del D uque, que los com unicó con la D uquesa, y los dos se adm iraron de nuevo de la locura y del ingenio de don Q uijote» (II, 44).

«L A V ERD A D E R A NOBLEZA CONSISTE EN LA V IR T U D »

En la sociedad de estamentos, la distribución escalonada de los in­ dividuos en categorías sociales es obra de la providencia divina, y re­ flejo de la disposición jerárquica que preside el orden celestial 162: el rey lo es por voluntad de Dios, y, sujetos a esta suprema autoridad, todos los demás estados plasman los designios del Creador en el go­ bierno de los hombres. Ahora bien, entre las disposiciones celestiales y la sociedad civil existe un eslabón intermedio: la sangre 163, que ac­ túa como causa segunda o vehículo por el que el individuo, de acuerdo con los deseos de Dios, queda adscrito a un linaje y vinculado a un estamento. Por eso, cuando Calderón afirma que «la sangre la da el cielo» 16\ o cuando otros escritores hablan de la «sangre alta e ilus­ tre» de los nobles o del «vil nacimiento y oscura sangre» del plebeyo, no están empleando metáforas: la sangre es, en efecto, según la doctri­ na comúnmente aceptada, el medio físico por el que las virtudes y excelencias del noble, la ruindad del villano y la mancha del converso se trasmiten a los descendientes. Para Zabaleta, por ejemplo, «la san­ gre ruin engendra pensamientos ruines» m, y ello es debido a que: T o d o s e n g en d ra n su sem eja n te . E l h o m b r e en g e n d r a hom b re; e l b u en o en gen d ra b u en o ; n o es lo ú ltim o p r e ciso , p ero es o rd in a r io . E n e! trigo, para

,™.

Don Quijote rechaza estas novedades de la doctrina militar y sus­ tenta una concepción caballeresca y medieval de la profesión de las armas. La batalla es para él una contienda en que los caudillos, de manera personal y sin un plan previo, combaten al frente de sus mes­ nadas: el valor individual ha de prevalecer sobre el orden y la disposi­ ción de las fuerzas contendientes; el vigor físico, sobre la previsión y la estrategia; la libre iniciativa, sobre la disciplina. Por eso, cuando don Quijote departe con el Cura y el Barbero sobre la política exterior

167 V éase J. A . M aravall, A n tig u o s y m o d ern o s, págs. 535-550, y U to p ia y contrau topta en e l « Q u ijo te» , p ágs. 58 y sigs.; y Lawrence Stone, L a crisis d e la aristocracia, página 137. R a ffa ele Puddu ha señalado, con relación a este tem a, el desarrollo, durante e l siglo X V I , de una id eo lo g ía militar bifronte, que trata de conjugar el arrojo individual y el estilo caballeresco de lo s com batientes m edievales, co n la eficacia táctica y la instruc­ ción técnica propias de lo s ejércitos m odernos (op. c it., págs. 34 y 60-61). 168 E sp e jo y d ecep lin a m ilitar, Bruselas, 1589, fol. 6. "® Ib id ., fo l. 9. 1,0 E m b lem a s m orales, M adrid, 1610, ed. facsímil de Carmen Bravo ViUasante, M a­ drid, F undación U niversitaria E spañola, 1978, fo l. 136.

de la Monarquía Española, la solución que propone para repeler la amenaza turca, es: ...m a n d a r su M a jesta d p o r p ú b lic o p r e g ó n q u e se ju n te n en la C orte para un d ía señ a la d o to d o s lo s ca b a lle r o s a n d a n te s q u e v a g a n p o r E sp añ a, que a u n q u e n o v in iesen sin o in e d ia d o c e n a , ta l p o d r ía v en ir en tre e llo s, q u e s o lo b a sta se a destruir to d a la p o te s ta d d e T u r co (II, 1) 171.

Para liberar al joven enamorado de Ana Félix, preso en Argel, piensa: ...p a sa r en B erbería, d o n d e c o n la fu er z a d e m i b r a z o d iera lib ertad n o s ó lo a d o n G r e g o rio , sin o a c u a n to s c ristia n o s c a u tiv o s h a y en B erbería (II, 65 ).

Aunque es en el lance de los rebaños (I, 18), y en la descripción de los contendientes de esa supuesta batalla, donde don Quijote nos ofrece la versión más exacta de la imagen que él tiene de la guerra. Como ha señalado José Antonio Maravall, esas brillantes tropas que, según la fantasía de don Quijote, se aprestan a la lucha, no son masas organizadas que van a desarrollar una acción conjunta, bajo las órde­ nes de unos jefes escalonados y sustituyendo la iniciativa personal por la obediencia; son, por el contrario, dos grupos de campeones indivi­ duales, acompañados a lo sumo por sus séquitos personales, dispuestos a medir sus fuerzas en el combate cuerpo a cuerpo m. En el mundo moderno —piensa don Quijote— ya no son posibles la valentía y el heroísmo: los caballeros han sustituido la cota de malla por los brocados y damascos (II, 1); el combatiente, convertido en pieza anónima de una complicada maquinaria bélica, sólo piensa en la soldada; y, en fin, el éxito de la batalla lo deciden: ...a q u e s t o s e n d e m o n ia d o s in str u m en to s d e a r tille r ía ... c o n la cual d io cau sa qu e u n in fa m e y co b a rd e b ra zo q u ite la v id a a u n v a le r o so cab allero (I, 38) m . 171

R a ffa ele Puddu ha señalado la an alogía entre este pasaje del Q u ijote y otros

textos de arbitristas de ia época, en los que alienta u n espíritu caballeresco sem ejante (io p . c it., págs. 161-162). 1,2 173

J. A . M aravall, U topía y co n tra u to p ía , pág. 58. C fr,: « ... aquellas que llam an m áquinas o asechanzas, com o son las ballestas

y tiros de pólvora, con que se m atan los hom bres por asechanzas que no ven ni lo pueden rem ediar. El d iab lo inventó tan m ala cosa, que ya no se puede conocer la virtud y esfuer­

De otro lado, en el mundo señorial y caballeresco que don Quijote añora, la nobleza, de la que hidalgos y caballeros son parte esencial, justifica sus propios poderes y privilegios, y el estado de sumisión de los demás estamentos, por la función específica que la propia ideología dominante asigna a cada grupo: el pueblo bajo ha sido creado por Dios para cultivar el suelo y asegurar el sustento de la sociedad; el clero tiene la obligación de ocuparse de los ministerios de la fe; y la nobleza ha de realzar la virtud, administrar justicia y defender al pue­ blo J74. Don Juan Manuel explicaba r t o s e sta d o s d e l m u n d o s o n tres, o r a d o r es, d e fe n so r e s, lab ra d o res ( . .. ) el m a y o r e m á s h o n ra d o e sta d o q u e es entre lo s le g o s es la c a b a lle r ía ... ca lo s ca b a lle r o s s o n para d e fen d er et d e fie n d en a lo s o tr o s , et lo s o tr o s d eben p ech ar et m an ten er a ello s 175.

Esta división tripartita, que convierte a los poderosos en defensores de la sociedad, tiene su expresión jurídica en los vínculos de vasallaje y los contratos de encomendación, por los que el plebeyo se somete a un señor a cambio de protección m, y en el estatuto legal y los fi­ nes que las leyes asignan a la Orden de la Caballería: el caballero, al recibir las armas, queda obligado a defender la fe cristiana, la socie­ dad y el estado; a proteger a los débiles, las mujeres y los niños; y a practicar la valentía en el combate, el odio al atropello, la magnani­ midad con el débil, el respeto inquebrantable a la fe jurada, y el culto a la mujer m. O, como explica don Quijote: zo de los caballeros en las batallas, porque lo más de la p elea se hace con ellas» (Juan L ópez de P alacios R ubios, T ra ta d o d e l esfu erzo bélico heroico (1524), ed. de José Tudela, M adrid, E dit. Revista de O ccidente, 1941, pág. 62). M ás ejem plos en R affaele Puddu, op. c it., págs. 33-34. 174 Johan H uizinga, E l o to ñ o d e la E d a d M edia, págs. 91-92. 175 D on Juan M anuel, L ib ro d e l caballero e t d e l escudero, B A E , LI, pág. 236. 176

En el R eino A stur-leonés, la encom endación tom ó el nom bre de benefactoría;

en virtud de ella, un hom bre libre, para obtener la protección de un señ or, cedía sus tierras o se com prom etía a pagar por ellas un censo (véase C laudio Sánchez A lbornoz, E stu dios so b re las institu cion es m edievales españolas, M éxico, U niversidad N acional A u tó ­ nom a, 1965, pág. 59). En la práctica, la encom endación suponía un som etim iento forzo­ so, y a menudo violento, de Sos campesinos a la autoridad de los señores (ibid., págs. 74-75). 177 Luis G arcía de V aldeaveltano, H isto ria d e E spañ a. D e lo s orígen es a la B aja E d a d M edia, M adrid, Edit. R evista de O ccidente, 1952, pág. 943. C fr.: «Per los cavaliers deu ésser m antenguda ju sticia, car enaixí com tos jutges han o fic i de jutjar, així los

...s e in stitu y ó la o rd en de lo s c a b a lle r o s a n d a n te s, para d e fen d er las d o n c e ­ llas, am parar las viudas y socorrer a lo s h u érfan os y a lo s m enesterosos (I, 11).

Estas funciones que la sociedad medieval atribuye a los nobles y gentes de armas, están siendo traspasadas en la época moderna a un Estado dotado de poderes absolutos, que no admite más ley ni más justicia que las suyas, y que ejerce su autoridad y funciones a través de fuerzas especiales de orden público, tribunales ordinarios de justi­ cia, y cuerpos de funcionarios al servicio de la Corte: son los cuadrille­ ros de la Santa Hermandad, con los que tan mal se aviene don Quijo­ te, y los letrados, que sirven al rey en la tarea de «mandar y gobernar el mundo desde una silla» (I, 37), y cuya misión es: . .'.poner en su p u n to la ju sticia d istrib u tiv a y dar a c a d a u n o lo q u e es su y o , y e n ten d er y h a cer qu e la s b u en a s leyes se g u a rd en (I, 37).

Las tareas que los tratadistas asignan a estos oficiales de la admi­ nistración, son, curiosamente, las mismas que correspondían al caba­ llero en la doctrina medieval, y que el Estado se apropia ahora de manera exclusiva: el príncipe debe, según el Padre Mariana, «aliviar la miseria de los pobres y los débiles, alimentar a los huérfanos, soco­ rrer a los que necesitan socorro» 178; y, según Castillo de Bovadilla, el corregidor estaba obligado a evitar que los agentes de la justicia «despojassen los pobres, desamparassen las viudas, afligiessen los mí­ seros, fuessen parciales con los poderosos,..» 179. cavaliers han ofici de m antenir justicia (...) O fíci de cavalier és m antenir vídues, órfens, hóm ens despoderaís» (R am ón Llull, L lib re d e l ’o rd re d e cavaUeria, en O bres essentials, B arcelona, E dit. Selecta, 1957, págs. 531-532). A los caballeros se les tom aba juram ento para que « ... guardasen el honor e servicio del príncipe, el bien de la república, la ordenança del capitán, el onor de la orden e de los com pañeros a ella recebidos; las biudas e huérfanos que defendiesen, por los pobres e flacos que respondiesen; los sagrados tenplos que d ellos fuesen servidos e honrrados; los sacerdotes co n benignidad e reverencia tractados; a las dueñas e donzellas tod a honestidad guardasen, e sobre tod o, sienpre de verdad usasen, debaxo de la qual toda virtud está» (D iego de V alera, E sp e jo de verdadera nobleza, pág. 106). Para R odrigo de A révalo, es obligación del caballero « ... onrrar e defender la Ig lesia ... nunca dexar el cam po ni fuir vituperosam ente ni refusar la muerte, por salud de su rey y de la república... amparar y defender a las viudas y huérfanos y personas m iserables» (V ergel d e lo s Príncipes, pág. 278). 178 Juan de M ariana, D e l rey y d e la in stitu ción real, B A E , X X X I, pág. 563. 119 O p. c it., prólogo.

Don Quijote vive de espaldas a la modernidad y con la vista vuelta hacia ese pasado feudal en que, al menos en teoría, el deber del caba­ llero era acudir a la guerra y actuar como defensor de la justicia. Sus constantes desavenencias con el mundo circundante nacen, precisamen­ te, de este radical desajuste entre la arcaica concepción del hombre y de las relaciones sociales que el caballero sustenta, y los criterios de tipo moderno con que Ja sociedad empieza a regirse. Y de la misma manera que don Quijote se niega a pagar lás costas de la posada 18°, rechaza también el sistema represivo y judicial del Estado absoluto. La doctrina caballeresca que él sustenta, establece con claridad las obli­ gaciones de los hombres de armas: «...valer a los que poco pueden y vengar a los que reciben tuertos y castigar alevosías» (1, 17); ser «ministro de Dios en la tierra, y brazos por quien se ejecuta en ella su justicia» (I, 13). Los agentes del orden son, por el contrario, «la­ drones en cuadrilla, que no cuadrilleros, salteadores de caminos con licencia de la Santa Hermandad» (I, 45): representantes de un poder anónimo, empeñado en ignorar que los caballeros andantes están exen­ tos de «todo judicial fuero» (I, 45), porque: ...s u le y es su e sp a d a , su s fu ero s sus bríos, sus p rem áticas su v o lu n ta d (I, 45).

El ejemplo más espectacular de este divorcio entre don Quijote y su época, es sin duda el episodio de los galeotes, momento en que el individualismo jurídico-político del caballero medieval choca fron­ talmente con la soberanía y las funciones del Estado, que extiende su postestad a todos y al que nadie puede oponerse 181. Ante una hilera de hombres encadenados, custodiados por los agentes del poder real, don Quijote se pregunta cómo «es posible que el Rey haga fuerza a ninguna gente», y piensa: 180 José A n to n io M aravall h a visto tam bién en la actitud de don Q uijote un recha­ zo de la econ om ía dineraria propia del m undo m oderno (U to p ía y con trau topía, pági­ nas 43-44). M ientras el dinero actúa y a com o un im portante interm ediario de las relacio­ nes hum anas, nuestro caballero piensa todavía en una sociedad en la que el labrador ha de sustentar a lo s n ob les, y en la que «por ley natural están tod os los que viven obligados a favorecer a lo s caballeros andantes» (I, 11); por esta razón, los caballeros andantes «jam ás pagaron posada ni otra cosa en venta donde estuviesen, porque se les debe de fuero y de derecho cualquier buen acogim iento que se les hiciere, en pago del insufrible trabajo que padecen buscando las a v en tu ra s...» (I, 17). 181

J. A . M aravall, U to p ia y co n tra u to p ía , págs. 53-54.

...a q u í en ca ja la e je cu ció n de m i o fic io : d e sfa c er fu erza s y socorrer y acudir a lo s m iserab les (I, 2 2 ).



Mientras que Sancho, ejemplo de súbdito leal a la monarquía abso­ luta, argumenta: — A d v ierta vu estra m e r c e d ... q u e la ju stic ia , qu e es el m e sm o R e y , n o h a ce fu erza ni a g ra v io a sem eja n te g e n te , s in o q u e lo s ca stig a en p ena de su s d e lito s (ib id .).

Para el funcionario de la Santa Hermandad, el caballero que quiere hacer justicia por su mano desobedeciendo al poder público organiza­ do, es un salteador de caminos; don Quijote, en cambio, no está dis­ puesto a doblegarse, y defiende su voluntad de caballero como única garantía de la mejor justicia: — V e n id a c á , gen te so ez y m a l nacida: ¿ sa ltea r d e c a m in o s llam áis al dar lib erta d a lo s en c a d e n a d o s, so lta r lo s p r e so s, a correr a lo s m iserab les, alzar lo s c a íd o s , rem ediar lo s m e n e ste ro so s? ¡A h , gen te in fa m e , d ig n a por vuestro b a jo y vil e n te n d im ie n to q u e e l c ie lo n o o s c o m u n iq u e el va lo r qu e se en cie­ rra e n la

ca b a llería a n d a n te , n i o s d é a en ten d er e l p e c a d o e in gn oran cia

en q u e está is en n o reverenciar la so m b r a , c u a n to m á s la a sisten cia , de cu al­ qu ier ca b a lle r o an d a n te! (I, 4 5).

La nostalgia de don Quijote por el pasado caballeresco, su ceguera para advertir los signos de los tiempos nuevos, tienen su explicación en la propia condición social del personaje. Durante la Edad Media, el hidalgo tiene la oportunidad de combatir en las huestes de caballeros e infanzones, forma parte del núcleo más selecto de la sociedad, y disfruta pacíficamente los premios de honra y riqueza conquistados conel filo de la espada. La Edad Moderna torna borroso este papel de la nobleza inferior, y el hidalgo subsiste a duras penas, gracias a su orgullo de casta y su obstinación, en un mundo de precios en alza y rentas decrecientes, de soldados a sueldo y batallas dirigidas desde un tablero, de villanos que exigen dinero por el pago de sus servicios, y dereyes que legan su autoridad a cuadrilleros sin conciencia; un mundo, en fin, en que: ...y a triu n fa la pereza de la d ilig en cia , la o c io sid a d del tr a b a jo , el v ic io de la virtu d , la a rro g a n cia de la v a len tía , y la te ó r ic a de la p ráctica de las arm as,

qu e s ó lo v iv ie r o n y r esp la n d eciero n en las e d a d e s d e l o r o y e n lo s an d an tes ca b a lle r o s (II, 1).

No es extraño que el hidalgo se sienta incómodo en un mundo que lo rechaza con desprecio, y que sueñe con la restauración de aquella edad de oro en que los caballeros tenían a su cargo misiones muy precisas: ...s ó lo m e fa tig o p o r dar a en ten d er al m u n d o en el error e n q u e está en n o ren ovar en s í el fe lic ísim o tie m p o d o íid e ca m p e a b a la o r d e n d e ia an d an te cab a llería . P e r o n o es m ereced o ra ia d ep r a v a d a ed a d n u estra d e g ozar ta n to b ien c o m o el q u e g o z a ro n las ed a d es d o n d e lo s an d a n tes cab a lle r o s to m a ro n a su ca rg o y e ch a ro n so b re s u s e sp a ld a s la d e fe n s a de lo s r ein o s, el am p a ro de la s d o n c e lla s , el so co rro de lo s h u ér fa n o s y p u p ilo s , el ca stig o d e lo s so b e rb io s y el p rem io d e ¡os h u m ild es (ib íd .).

Pero este desajuste del caballero con su mundo es sólo aparente. El impulso restaurador del pasado, que don Quijote encarna, coincide con un amplio movimiento de consolidación del poder nobiliario y se­ ñorial, y es fiel reflejo de un proceso paralelo de vigorización de valo­ res y doctrinas arcaicos "2. La vigencia de una imagen del mundo de tipo tradicional, aunque ya no se ajuste a la realidad, contribuye a integrar los signos amenazadores de la nueva época dentro de la ideo­ logía dominante, afianza el prestigio y la autoridad de los poderosos, y da sentido a la existencia de los grupos nobiliarios intermedios, pues­ ta en peligro por la evolución social. Los nobles hacendados, los bur­ gueses y labriegos que acaban de ennoblecerse, los hidalgos arruinados por la revolución de los precios, serán los principales defensores de esta imagen caballeresca del hombre y el mundo. Y así, cuando don Quijote lamenta haber nacido en esta edad de hierro, en que a los caballeros antes les crujen «los damascos, los brocados y otras ricas telas que se visten, que la malla con que se arman» (II, 1), y en que «triunfa la pereza de la diligencia, la ociosidad del trabajo, y el vicio de la virtud» (ibíd.), parece hacerse eco del mismo espíritu que ilumi­ naba a muchos enemigos de la nueva época y a algunos partidarios de una vuelta a la pureza originaria del ideal caballeresco m. Ya en el siglo XV, Diego de Valera señalaba, por ejemplo: ■ 182 I b íd ., pág. 122. 183 V éase R affaele P u d d u , op. cit., pa¿s. 160-163.

Y a s o n m u d a d o s p o r la m a y o r parte a q u ello s p r o p ó sito s, c o n lo s qu ales la c a v a lleria fu e c o m en za d a : e sto n c e se b u sca b a en e l cavallero so la virtud , ag o r a es b u sca d a c a v a lleria p a ra n o pechar; e sto n c e a fin de hon rar ésta .

o r d e n , a g ora para robar el su n o m b re; e sto n c e p a ra d efen d er la rep ú b lica, a g o r a para señ orearla; e sto n c e la o rd en lo s v ir tu o so s b u sca v a n , a g o r a los viles b u sca n a ella por a p ro v ech a rse d e s o lo su n o m b re 184.

A mediados de la centuria siguiente, uno de los interlocutores del Diálogo de ¡a verdadera honra militar añora todavía: ...a q u e llo s sig lo s d o r a d o s q u a n d o lo s h o m b r es g a n a r o n por valor p r o p io la n o b lez a y etern a fa m a ... 185.

E incluso al terminar el siglo, pocos años antes de que Cervantes empiece a componer el Quijote, Marco Antonio Camos considera al noble: ...o b lig a d o a derram ar la sa n g re por su le y , por su R ey, y por su patria, p or lo s p o b res, por d e ffe n sió n de las m u g eres y p erso n a s m iserab les, q u e n o tien en a m p a ro , ni q u ien la s fa u o re z ca l86.

« S B D A BA A LEER LIBROS D E CABALLERÍAS»

En el apartado anterior hemos intentado demostrar que la locura de don Quijote lo es sólo en apariencia: su nostalgia de la edad dora­ da, su desdén hacia un mundo decadente y endiablado, su propósito de defender a los débiles y miserables, y ese afán de renovar «el felicí­ simo tiempo donde campeaba la orden de la andante caballería» (II, 1), coinciden con el testimonio y los juicios de autores perfectamente serios y respetados en su época, disgustados también con el curso de 1,4

C fr. D ieg o de Valera, op. cit., pág. 107. C fr.: « N o pretenden agora los caualle-

ros honrras, ni intereses con tanto trauajo, contentándose con vna medianía en sus casas, siruiendo a las dam as, y ocupándose en ju egos, y conversaciones más dom ésticas. D e f e ­ rentem ente por cierto se entretenían nuestros passados, exercitándose en la paz, en justas, y torneos, y en otros exercicios m ilitares. H aziendo se diestros para la guerra, yendo a R einos estrafios a prouar se en las armas con otros cauaiieros» (Bernardino Escalante, op . c it., fo l. 3). 185 Jerónim o Jim énez de Urrea, D iá lo g o d e la verdadera honrra m ilitar, fol. 2. 186

O p. cit., fol. 2.

los nuevos tiempos. Es cierto que la afición de don Quijote por el mundo caballeresco sale fuera de lo normal. Recordemos que: ...lo s ra to s q u e e sta b a o c io so (q u e eran lo s m á s del a ñ o ), se d ab a a leer lib ro s de ca b a llería s c o n ta n ta a fic ió n y g u sto , q u e o lv id ó casi de to d o p u n to el e je rc ic io de la ca za , y a u n la a d m in istra ció n d e su h ac ie n d a ; y lle g ó a ta n to su c u r io sid a d y d e sa tin o en e sto , q u e v e n d ió m u ch as h a n eg a s de tierra de sem bradura para com prar lib ro s de c a b a llería s e n qu e leer, y a sí, lle v ó a su c a sa to d o s cu a n to s p u d o hab er d e llo s (I, 1).

Esta manía es, sin embargo, perfectamente acorde con la ideología conservadora, la nostalgia por el pasado, y la situación social de nues­ tro personaje. Las novelas de caballerías eran, como señaló Menéndez y Pelayo, «los últimos destellos del sol de la Edad Media, próximo a ponerse» l87: a través de ellas contemplamos, embellecido y subli­ mado, ese mundo caballeresco y guerrero de los siglos medievales, que con tanto ahínco pretende resucitar don Quijote. Los nobles, los seño­ res, las gentes de armas, encuentran en estos relatos una imagen alta­ mente favorable, aunque siempre invertida y falseada, de su posición dominante, su ideología y sus actividades: en estas novelas, la nobleza guerrera aparece retratada como defensora de los débiles y oprimidos; la guerra, que durante la Edad Media parece haberse caracterizado por el pillaje y la barbarie l8S, se nos ofrece orlada por el heroísmo, la abnegación y la caballerosidad; las relaciones del caballero y la da­ ma, reflejo de la libertad sexual típica de las sociedades primitivas, se sublima en el galanteo, el homenaje y la idealización Iro; el caba­ llero se transforma, en fin, en modelo de conducta y espejo de virtudes. El relato caballeresco ensalza hasta lo sublime el poderío de la no­ bleza, y lo justifica espiritual y socialmente con el ejercicio de las ar­ mas: la profesión guerrera y la defensa de los débiles, rodeadas de una aureola de virtudes e investidas de un carisma religioso, se con­ vierten en el rasgo más característico de la nobleza y en su razón de ser como clase dominante. No deja de sorprender, sin embargo, que la novela de caballerías triunfe en una época —los siglos xv y xvi— en que la creación de ejércitos permanentes al servicio de la Corona, 187 O rígenes d e ¡a n ovela, Santander, C .S .I.C ., 1943, vol. I, pág. 456. 18S M auro O lm eda, op. c it., págs. 63-64. i83 Ib id ., pág. 55.

el desarrollo urbano y comercial, la mentalidad burguesa con que los señores explotan sus posesiones, y la transformación de la nobleza gue­ rrera en una clase cortesana, están contribuyendo a disolver las relacio­ nes sociales de tipo feudal y a arrinconar el espíritu caballeresco de los siglos anteriores. Pero es precisamente en el momento en que una clase se siente amenazada, en que su existencia no responde ya a nece­ sidades concretas, cuando toma conciencia de sí misma, de su estilo de vida, de su moral, de su espíritu particular y de su unidad: a falta de una justificación real, debe darse una justificación espiritual y esa justificación vendrá dada, en buena parte, por [os libros de caballe­ rías y por el ideal de vida que en ellos se ofrece 191. El éxito de las novelas de caballerías en la Península Ibérica, du­ rante más de cien años y entre todo tipo de público, es un hecho bien conocido. Las 46 novelas originales publicadas entre 1510 y 1602, y las 267. ediciones de libros de caballerías aparecidas entre 1501 y 1650 in, son el mejor testimonio de este éxito. Estas narraciones ser­ vían de entretenimiento a gentes de condición social muy diversa: Car­ los V era aficionado a este tipo de lecturas, y con ellas endulzó su cautiverio en Madrid el rey Francisco I de Francia 193. El humanista Juan de Valdés gastó diez años, los mejores de su vida, en palacios y cortes, ocupado: . ..e n íeer estas m en tira s, en la s q u a les to m a v a ta n to sa b o r, q u e m e co m ía las m a n o s tras ella s lí4.

Y Santa Teresa de Jesús explica, en el Libro de su vida, que en su niñez cobró gran afición a las fingidas historias de caballeros; y añade: 190 E . Kóhler, «Les R om ans de Chrétien de T royes», R ev u e d e l ’In stilu t de S ocio­ logie, U niversité Libre de Bruxelles, n." 2, 1963, págs. 271-84. 151 Según R affaele Puddu, la ideología caballeresca fu n cion ó en el im perio de Car­ los V c o m o un eficaz instrum entu m regn i ideológico, capaz de actuar com o cem ento supranacional para una nobleza cuyos m iem bros, en nom bre de las tradiciones militares com unes y de la fe en el vasallaje a un m ism o señor, pod ían ser inducidos más fácilm ente a ir a la guerra en pos de las m ism as banderas (o p . c it., pág. 49). 192 M axim e Chevalier, «El público de las novelas de caballerías», en L ectura y lec­ to res en ¡a E spañ a d e Ios sig lo s X V I y X V II, M adrid, Edit. Turner, 1976; y Daniel Eisenberg, «W ho read the R om ances o f C hivalry?», K R Q , X X , 1973, págs. 209-233. 193 R affaele Puddu, op. c it., pág. 49. 194 Juan de V aldés, D iá lo g o d e la lengua, ed. de Juan M . L ópez Blanch, Madrid, C astalia, 1969, pág. 169.

...e r a ta n estrem o lo qu e e sto m e em b ev ía q u e , si n o ten ía lib r o n u ev o , n o m e p a rece te n ía c o n te n to l95.

El libro de caballerías no suele faltar en la biblioteca del humanista y el caballero, ni en las alforjas del librero ambulante 1%. Sus pági­ nas excitan la imaginación de los adolescentes o los sueños de gloria del aventurero que pasa a las Indias l57, y entretienen al clérigo de la aldea minúscula, al viajero que hace un alto en el camino, y al ventero que lo hospeda. El cura del pueblo dejdon Quijote conoce al detalle, a juzgar por la minuciosidad con que examina la biblioteca de su ami­ go (I, 6), los más populares libros de caballerías; y el Canónigo ha sufrido incluso la tentación de componer uno de estos relatos, y con­ fiesa tener escritas más de cien hojas (I, 48). En la venta donde se hospedan don Quijote y sus amigos, el ventero guarda dos o tres libros de caballerías, y: ...c u a n d o e s tie m p o d e la sieg a , se r ec o g e n a q u í la s fie sta s m u ch o s seg a d o re s, y siem p re h a y a lg u n o qu e sab e leer, el cual c o g e u n o d e sto s lib ros en las m a n o s, y r o d e é m o n o s dél m á s d e trein ta , y e stá m o sle e sc u c h a n d o co n ta n to g u s to , q u e n o s q u ita m il c a n a s ... (I, 3 2).

A Maritornes, la moza de la venta, le entusiasma oír aquellas histo­ rias: ...y m ás c u a n d o c u en ta n q u e está la o tr a señ o ra d e b a jo de u n o s n a r a n jo s a b razad a c o n su c a b a lle r o , y q u e les e stá u n a d u eñ a h a c ié n d o le s la gu ard a, m u erta de e n v id ia y c o n m u ch o so b r esa lto . D ig o q u e to d o e sto es c o sa de m ieles (ib id .).

La hija del ventero prefiere: l9S O bras c o m p leta s, M adrid, B A C , 1951, vol. I, pág. 600. V éase M arcel B ataillon, «Santa Teresa lectora de libros de caballerías», en Varia lección d e clásicos españoles, M adrid, Edit, Gredos, 1964, págs. 21-23. C fr. tam bién: «Y porque era m uy dado a leer libros m undanos y fa lso s, que suelen llam ar de caballerías, sintiéndose b u en o, pid ió que le diesen algunos de ellos para pasar el tie m p o ...» (San Ignacio de L oyola, A u to b io g ra fía , en O bras C o m p leta s, M adrid, B A C , 1947, págs. 124-125). 156 M anuel Fernández Á lvarez, L a s o c ie d a d españ ola en la é p o ca d e l R en acim ien to, Salam anca, A naya, 1970, pág. 44. 197 Irving A . L eonard, L o s libros d e l con qu istador, M éxico, F C E , 1979, págs. 29 y sigs.

...la s la m e n ta cio n e s q u e lo s ca b a llero s h a c e n c u a n d o están au sen tes d e sus s e ñ o r a s ... (ib id .).

Mientras que su padre se emociona con: ...a q u e llo s fu rib u n d o s y terribles g o lp e s qu e lo s ca b a lleros p egan , qu e m e to m a g a n a de hacer o tro ta n to , y q u e querría estar o y é n d o lo s n o ch es y días (ib id .).

Y cree a pies juntillas todo aquello que se narra en estas historias, cuya veracidad ha sido avalada por: ...lo s señ o res del C o n se jo R e a l, c o m o si e llo s fu er a n g e n te q u e h ab ían de dejar im prim ir ta n ta m en tira ju n ta , y ta n ta s b a ta lla s, y ta n tos en can tam en tos q u e q u ita n el ju icio (ib id .).

Aunque el público de las novelas de caballerías es, como vemos, muy amplio, los nobles serán, por su nivel de instrucción y su predis­ posición mental, los principales aficionados a este tipo de lecturas 198. Alfonso García Matamoros se refería a: ...la s fa n tá stic a s sim p le z a s de F e lic ia n o , c o n cu y a lectu ra n u estros d e so cu p a ­ d o s c o rtesa n o s en tretien en sus o c io s

Un noble aficionado a las novelas de caballerías es Cardenio, quien nos explica cómo, en cierta ocasión, le había: ...p e d id o L u scin d a u n lib ro d e ca b a llería s

e n q u e leer, de q u ien ella era m uy

a fic io n a d a , qu e era el d e A m a d ís d e G a u la (I, 24).

El joven que guía a don Quijote hasta la Cueva ...f a m o s o estu d ia n te y m u y a fic io n a d o a

leer lib ros

deMontesinos,era: d e caballerías ([I, 2 2 ).

Y la habilidad de los Duques para remedar los escenarios y lances del mundo caballeresco, es consecuencia de un exacto conocimiemto de: ...to d a s la s c erem o n ia s a co stu m b ra d a s en lo s lib ro s d e c a b allerías, que e llos h a b ía n le íd o , y aun le s eran m u y a fic io n a d o s (I I, 30).

1,8

M axim e Chevalier, op. cit., págs. 78 y sigs., y R affaele Puddu, op. cit., pág. 48.

199

C it. por M . C hevalier, ib id ., pág. 79.

La novela de caballerías sirve a esta clase nobiliaria, según indicá­ bamos anteriormente, como alimento espiritual y camino para la eva­ sión nostálgica. En los relatos caballerescos, los señores contemplan una imagen embellecida y excelsa de su propio ser social: un mundo en que no aparece el mercader ni tiene importancia el dinero, en que el noble socorre a los miserables y desvalidos y mejora su fortuna con la profesión de las armas; un mundo, en fin, de soberbios castillos, soberanos majestuosos, damas gentiles y valerosos caballeros 200. Pero los nobles viven desde hace tiempo apartados del ejercicio de la guerra, y constituyen en la Edad Moderna una clase cortesana, sumisa y ociosa, cuyo poder proviene de la posesión de riquezas patri­ moniales, del control de los instrumentos del poder político, y de una situación de privilegio legal frente a las otras clases sociales. La distan­ cia entre la existencia real de la clase noble y la imagen arquetípica del caballero que los libros ofrecen, es cada vez mayor, y más difíciles también las nuevas circunstancias en que el estamento dominante ha de ejercer su poder. El arcaico y deformado ideal de los relatos caba­ llerescos puede servir como entretenimiento cortesano o como crónica estilizada de ceremonias caducas, pero su utilidad como sustento ideo­ lógico de los poderes nobiliarios, cada vez más divorciados del ejerci­ cio de la guerra, parece más que dudosa. Por eso la alta nobleza, que durante el siglo xvi reconstruye y fortalece de manera evidente su poder, ha de transformar los valores caballerescos heredados del me­ dievo, en otros más acordes con las nuevas circunstancias en que su autoridad se ha de ejercer: la superioridad de la sangre noble, la trans­ misión de cualidades y virtudes por el linaje, la ostentación y el lujo, el honor y la limpieza de sangre 201. La novela de caballerías podrá servir aún como pieza de museo o pasatiempo con que endulzar el ocio, pero es poco apta ya para justificar espiritualmente la existencia de la clase ociosa, y para hacer frente a las exigencias doctrinales de una nueva época. Pero no todos los nobles correrán igual suerte. Los hidalgos pobres y los escuderos, despojados de sus antiguas funciones guerreras, que­ dan arruinados por la revolución de los precios y las crisis agrarias, 200 Ib id ., págs. 98-99. 201 V éase cap. IV.

y se ven sobrepasados por los villanos ricos y los burgueses ennobleci­ dos. El hidalgo, que contempla atónito el advenimiento de la Edad de Hierro y la dramática disolución de su propia clase social, no puede enfrentarse con el ánimo impasible y la mirada fría a unos relatos que le ofrecen la imagen más hermosa y perfecta de su esplendor preté­ rito. El libro de caballerías es, para el hidalgo, el retrato embellecido de una sociedad en que su propia vida tenía una función precisa —el ejercicio de la guerra—, en que el hombre se podía engrandecer con el valor de su brazo, y en que la aventura se ofrecía como una incita­ ción constante para desplegar las más altas virtudes. No es extraño que la nobleza inferior, desprovista de medios más sutiles con que jus­ tificar su pervivenda, contemple con nostalgia ese pasado cristalizado en las historias de los caballeros, y que algunos hidalgos malbaraten su hacienda para adquirir unos libros que permiten ahuyentar de la imaginación las calamidades de la edad presente102. Los hidalgos son, por ello, los lectores más entusiastas de las novelas de caballerías, y a ellos se refiere expresamente Cervantes cuando acusa a sus autores de tener: ...ta n to a tr e v im ie n to , q u e se a trev en a turbar io s in g e n io s de lo s d iscretos y b ie n n a cid o s h id a lg o s (I, 4 9 ).

O cuando explica que los libros de Am adís y Primaleón están he­ chos, igual que otros pasatiempos: ...p a r a entretener a algunos qu e n i quieren, ni deben, ni pueden trabajar (I, 32).

Por eso, Cervantes tenía que elegir a un hidalgo para encarnar al hombre que enloquece leyendo libros de caballerías205. Los lances y aventuras de estas novelas cautivan la imaginación de don Quijote, porque, oyendo los ecos de su propio pasado, el caballero puede esca­ par por unas horas de la vida monótona y triste de la aldea, y eludir el inquietante reto de un mundo endiablado. El mundo al que las historias de los caballeros hacen referencia, no está además muy lejano, ni las hazañas ejecutadas por los antepasa­ 202 V icente L lorens, op. cit., págs. 62 y sigs. 203 A . M orel-Fatio, op. cit., pags. 338-339.

dos se han borrado por completo de la memoria del hidalgo solariego. Don Quijote, por ejemplo, conserva en su casa: ...u n a s arm as q u e h a b ía n sid o d e sus b is a b u e lo s , q u e, to m a d a s de orín y llen a s d e m o h o , lu e n g o s sig lo s h a b ía qu e e sta b a n p u esta s y o lv id a d a s en u n rin có n (I, 1).

Y esas armas, o los escudos de piedra que adornan la casa, son el vestigio material más evidente de esa edad de oro, relativamente próxima, de los caballeros andantes. No) olvidemos que los bisabuelos de don Quijote vivieron en el siglo xv, la época en que la caballería, a punto de extinguirse ya, vive un último y glorioso esplendor. Los nombres de caballeros famosos, las muestras de arrojo desinteresado, los torneos y lances de honor, fueron frecuentes en aquellos años, y don Quijote, en una de esas fantásticas mezclas de lo real y lo fingido, trae a la memoria algunos de estos episodios 204.

«...d íg a n m e tam bién que n o es verdad que fue caballero andante el valiente lu­ sitano Juan d e M erlo, que fue a B orgoña y se com batió en la ciudad de R as con el fam oso señor de Charní, llam ado m osén Pierres, y después, en la ciudad d e Basilea, con m osén Enrique de R em están, saliendo de entrambas empresas vencedor y lleno de honrosa fam a; y las aventuras y desafíos que tam bién acabaron en B orgoñ a los valientes españoles Pedro Barba y Gutierre Q uijada (de cuya alcurnia yo deciendo por línea recta de varón), venciendo a ló s hijos del C onde de San P o lo . N iéguenm e asim esm o que n o fue a buscar las aventuras a A lem ania don Fernando de Guevara, d on d e se com batió con micer Jorge, caballero de la casa del D uque de Austria; digan que fueron burla las justas de Suero de Q uiñones, del P aso; las empresas de m osén Luis de F alces contra don G onzalo de G uzm án, caballero castellano, co n otras m uchas hazañas hechas por caballeros cristianos, destos y de los reinos ex tran jeros...» (I, 49). C fr.: «Y o por cierto n o vi en m is tiem p os, ni leí que en los pasados viniesen tantos caualleros de otros reinos e tierras estrafias a estos vuestros reinos de C astilla e de L eón por fazer en armas a tod o trance, co m o vi que fu eron caualleros de C astilla a la buscar por otras partes de la cristiandad. C onoscf al conde don G onçalo de G uzm án, e a Juan de M erlo: conosçi a Juan de Torres, e a Juan de P o la n co , A lfarán de Biuero, e a M osén Pedro V ázquez de Sayauedra, e a Gutierre de Q uixada, e a m osén D iego de Vaiera; e o í dezir de otros castellanos que con ánim o de caualleros fueron por los reinos estraños a fazer armas con cualquier cauaiiero que quisiese fazerlas con ellos, e por ellas ganaron honrra para sí, e fam a de valientes y esforçados caualleros para los fijo sd a lg o de C astilla» (Fernando del P ulgar, C la ro s va ro n es d e Castilla, ed. de Jesús D om ín guez B ord ona, M adrid, C C , 1969, págs. 105-106). V éase M artin de Riquer, C aballeros a n d a n tes españ oles, M adrid, Espasa C alpe, co l. A ustral, 1967.

A la presencia seductora y tenaz de estos recuerdos, se añade la lectura de los libros de caballerías, y el hidalgo, alucinado y confuso, se ve impulsado a rescatar del olvido ese mundo quimérico y legendario: E n e fe to , r em a ta d o y a su ju ic io , v in o a dar en el m á s e xtrañ o p en sa m ien ­ to q u e ja m á s d io lo c o en e l m u n d o , y fu e q u e le pareció c o n v e n ib le y n ecesa ­ r io , a sí para el a u m en to d e su h o n r a c o m o p a r a el serv icio d e su rep ública, h a cerse c a b a llero a n d a n te, y irse p o r to d o el m u n d o c o n sus arm as y c a b a llo a bu scar la s aven tu ras y a ejercitarse en to d o a q u ello q u e él h ab ía leído q u e lo s ca b a lle r o s an d a n tes se ejercita b a n , d e sh a c ie n d o to d o gén ero de agra­ v io , y p o n ié n d o se en o c a sio n es y p elig ro s d o n d e , a c a b á n d o lo s, cob rase eter­ n o n o m b re y fa m a ( 1 , 1 ) .

La lectura convierte el ocio en acción y la palabra en vida, y don Quijote, harto de soñar el pasado, tratará de revivir las fantásticas historias que dormían en las páginas de su biblioteca. La búsqueda caprichosa de aventuras, sujeta al azar o a las veleidades de Rocinante, dará savia nueva a la vida del pobre hidalgo, dispuesto a resucitar aquella edad dorada en que los andantes caballeros tomaron a su cargo «la defensa de los reinos, el amparo de las doncellas, el socorro de los huérfanos», «el castigo de los soberbios y el premio de los humil­ des» (II, 1). Pero, a pesar de sus continuos disparates, nuestro anacrónico caba­ llero no vive tan distanciado de su época como a primera vista podría parecer. Son muchos los contemporáneos de don Quijote que, con el juicio perfectamente sano, se sintieron incitados a la acción por la lec­ tura de los libros de caballerías. Y no nos referimos a algunos casos reales de locura, aislados y anormales, provocados por el trato fre­ cuente con tales historias 205, sino a las vocaciones guerreras que la lectura de Arnadís era capaz de despertar, y a los hombres de armas que trataron de emular con su conducta el heroísmo y la abnegación de los caballeros fantásticos. Ya en el prólogo de Amadís, el autor señalaba el valor didáctico, y no meramente recreativo, de su obra: con ella se pretende inculcar a los jóvenes el deseo de realizar hechos heroicos:

205

M . M enéndez y P elayo, O rígenes d e la novela, v o l. I, págs. 293 y sigs.

...a n im a n d o lo s c o ra z o n e s gen tiles de m a n ce b o s b e lic o s o s, qu e c o n gran d ísi­ m o a fe to abrazan el arte d e la m ilicia co rp o ra l, a n im a n d o la in m o rta l m e m o ­ r ia del arte d e ca b a llería , n o m e n o s h o n e stísim o qu e g lo r io s o 206.

Y este objetivo parece haberse cumplido en muchos casos, porque Pedro Malón de Chaide señalaba que, si a los aficionados a este tipo de libros les preguntásemos por qué los leen: ...r e sp o n d e r o s h a n qu e a llí a p ren d en o sa d ía y v a lo r p a ra las a rm a s, crianza y co rtesía p a ra c o n la s d a m a s, fid elid a d y v e rd a d en s u s tr a to s, y m a g n a n im i­ d a d y n o b le z a d e á n im o e n p erd o n a r a su s e n e m ig o s ... 207.

Don Quijote nos ofrece un ejemplo exagerado de esta actitud, que, sin ser general, parece frecuente entre los hombres del siglo xvi. Uno de los interlocutores del Diálogo de Jiménez de Urrea explica en cierto momento, con palabras que hubiera podido hacer suyas don Quijote: A la v erd a d y o estu d ié p o c o , p o r q u e s a lí m á s in c lin a d o a las arm as q u e a la s letra s, y assí n o a p ren d í sin o r o m a n c e s v ie jo s , y c a u a ilería s, qu e c ie rto m e le u a n ta ro n el á n im o a seguir c o sa s h e r o y ca s 2oe.

Se sabe que los hechos extraordinarios de uno de los más famosos capitanes de Carlos V, don Fernando de Ávalos, Marqués de Pescara, tuvieron su origen en la lección de tales libros 209. La lectura de estas novelas, o el recuerdo de los pasajes más significativos, acompañaba también a los conquistadores en el combate, en la exploración de nue­ vas tierras, y en la obstinada persecución de la gloria, la riqueza y el poder. En algunos casos, como en esta anécdota que recoge Menéndez y Pelayo, el deseo de imitar las hazañas de Amadís empujaba a los soldados a adoptar actitudes temerarias, que hubiesen dejado en mal lugar al atrevido don Quijote: 206 L ib r o s d e caballerías, B A E , X L , pág. 1. Para las relaciones entre el fervor gue­ rrero de los sold ad os españoles y la lectura de lo s libros de caballerías, véase R affaele Puddu, o p . c it., especialm ente, págs. 45 y sigs. 207 L a conversión d e la M agdalena, ed. del P . Félix García, M adrid, C C, 1959, v o ­ lum en 1, pág. 27. 208 J. Jim énez de Urrea, op. c it., fo l. 11. 209 Irving A . L eonard, op. c it., pág. 41.

E n la m ilicia d e la In d ia , te n ie n d o u n C a p itá n P o rtu gu és cercad a u n a ciudad de enem igos, ciertos s o ld a d o s cam aradas, q u e albergavan ju n to s, traían entre las arm as u n lib ro d e ca v a llería s c o n q u e pa ssa ra n el tiem p o: u n o d e llo s, qu e sa b ía m e n o s q u e lo s d e m á s, d e a q u ella lectu ra, tem a to d o lo q u e o ía leer p o r v erd a d ero (q u e h a y a lg u n o s in o c e n te s qu e les parece qu e n o p u ed e aver m en tira s im p ressa s). L o s o tr o s , a y u d a n d o a su sim p le z a , le d ecía n qu e a ssí era; lle g ó la o c a sió n del a ssa lto , en qu e el b u en so ld a d o , in v id io s o y a n im a d o d e lo qu e o ía leer, se e n c e n d ió en d e sse o de m ostrar su va lo r y h acer u n a c a u a llería d e q u e q u ed a sse m e m o r ia , y assí se m e tió entre lo s e n e m ig o s c o n ta n ta fu ria , y lo s c o m e n z ó a herir tan reciam en te c o n la esp a d a , q u e e n p o c o e sp a cio se e m p e ñ ó d e ta l su erte, q u e con m u ch o tra­ b a jo y peligro de lo s c om p a ñ ero s, y de o tros m u ch o s so ld a d o s, le am pararon la vid a , r ec o g ié n d o lo c o n m u ch a h o n ra y n o p o c a s heridas; y rep reh en d ién d ole lo s a m ig o s a q u ella tem erid a d , resp o n d ió : « E a , d e x a d m e, q u e n o h ice la m i­ ta d de lo q u e c a d a n o c h e le é is de cu a lq u ie r ca b a lle r o d e vu estro lib ro » 2I°.

El caso de este soldado es, sin duda, extraordinario y poco repre­ sentativo; y no parece por ello muy probable, contra lo que opina Irving A. Leonard 2I!, que muchos jóvenes conquistadores, poco ins­ truidos, creyesen con sencilla fe aquellas patrañas y se considerasen capaces de emularlas. Pero, aun sin tener en cuenta estos ejemplos de credulidad extrema, parece evidente que la juventud del Renaci­ miento se sintió estimulada, para realizar acciones heroicas, por esos relatos que glorificaban al guerrero como prototipo de una determina­ da cultura; y es evidente también que los libros de caballerías están presentes en la mente de los conquistadores, y en la imagen que éstos se están formando del Nuevo Mundo 1U. Los hechos de la conquista eran tan extraordinarios, que muchas páginas de las crónicas se parecían a los relatos caballerescos. La reali­ dad sobrepasaba a la fantasía, y, por lejos que llegase la imaginación, la verdad que ofrecían al hombre las tierras del otro lado del mar, era mucho más grandiosa: un mundo enorme, lleno de posibilidades para la aventura y lo novelesco, donde podían realizarse todos los sue­ 210 Francisco R odríguez L o b o , C o rte en A ld e a y N o ch es d e Invierno, 1619, cit. en O rígenes d e la novela, v o l. I, pág. 370, n. 1. 211 O p. c it., pág. 45. 212 Ib íd ., págs. 41 y sigs. V éase tam bién M irta A guirre, L a o b ra narrativa d e C er­ vantes, La H abana, Instituto C ubano del Libro, 1971, págs. 37-41.

ños de la fama y de la fortuna 2!3. Y es que, en muy pocos años, ha cambiado completamente la imagen del mundo, y se han desvanecido las estrechas fronteras en que se movía el intelecto del hombre medie­ val. Ahora todo es posible en un mundo inexplorado e incitante, en que se mezclan lo real y lo fantástico, lo verosímil y lo maravilloso. Cuando Alonso Quijano profesa como caballero andante, hace mu­ chos años que la conquista ha terminado, pero los mitos persisten aún, y las gentes siguen dispuestas a dar crédito a las leyendas más increí­ bles. Por eso, aunque don Quijote piensa en las aventuras de los caba­ lleros fantásticos cuando invita a su escudero a «ser testigo de cosas que apenas podrán ser creídas» (I, 8), no debemos olvidar que, pocos años antes, los soldados y cronistas, empapados también de espíritu caballeresco, habían usado las mismas palabras para describir sus an­ danzas en un continente lejano y desconocido. Para Hernán Cortés, por ejemplo, la ciudad de Tlaxcala: ...e s ta n g r a n d e y d e ta n ta a d m ira c ió n , q u e a u n q u e m u ch o de lo q u e della p o d ría decir d e je , lo p o c o q u e diré creo e s ca si in creíb le 2H.

Y, en general, todas las tierras: ...d e l señ o río de e ste M u te c zu m a , c o m o d e o tr a s q u e c o n él c o n fin a b a n ... so n ta n ta s y ta n m a r a v illo sa s, qu e so n casi in creíb les 2I5.

Bernal Díaz del Castillo, testigo directo de la conquista de México, al consignar la impresión que produjo a las tropas españolas la vista de la capital azteca, no duda en comparar el espectáculo que se abre ante sus ojos, con las increíbles descripciones de los relatos caballerescos: . .. y d e sd e q u e v im o s ta n ta s c iu d a d es y v illa s p o b la d a s en el a g u a , y en tierra fir m e o tra s g r a n d e s p o b la c io n e s, y a q u ella c a lz a d a ta n d erech a p or n ivel c ó ­ m o ib a a M é jic o , n o s q u ed a m o s a d m ira d o s, y d e c ía m o s q u e parecía a las c o sa s de e n c a n ta m e n to q u e c u e n ta n en el lib ro de A m a d ís ... ,ui. 2,3

I b id ., pág. 43.

214

H ernán C ortés, C a rta s d e relación, B A E , X X II, pág. 18.

215 Ib id ., pág. 35. 216 H isto ria verdadera d e la c o n q u ista d e N u e v a E spañ a, B A E, X X V I, pág. 82. En E l C rótalon , d iá lo g o atribuido a Cristóbal de V illalón, se dice que las gentes que volvían de A m érica « ... era tan adm irable lo que nos decían, juntam ente co n lo que nos m ostra­ ban los que de allá venían, que no nos p od íam os sufrir» (ed. de A u gu sto C ortina, M a­ drid, E spasa C alpe, col. A ustral, 3 .a ed ., 1973, pág. 240).

Hasta el pueblo de don Quijote debían llegar noticias maravillosas de aquellas tierras, en gran parte inexploradas aún, mezcladas con le­ yendas y patrañas semejantes a las que ideaban los autores de los rela­ tos fantásticos. Y, aunque don Quijote no necesita mucha ayuda para creer las historias más extravagantes, el ambiente y las gentes que le rodean contribuyen a aumentar su credulidad. Hay autores de libros de caballerías que aprovechan los escenarios geográficos y las fábulas del Nuevo Mundo para acrecentar el interés de los relatos In, y los propios protagonistas de la conquista americana intentan dar vida a los pasajes más inverosímiles de las aventuras caballerescas. Poco pue­ de extrañarnos que un hidalgo, encerrado en los límites de la Mancha, crea a pies juntillas la historia de Amadís, cuando los conquistadores persiguieron con obstinación durante muchos años el reino de El Dora­ do, o pensaron que el país de las Amazonas 218 estaba próximo, y cuando muchas gentes daban crédito a una historia tan peregrina como la siguiente: ...o s h a g o saber [ex p lica d o n M a rtín d e S a lin a s a un secretario de C arlos V ] qu e aq u í se le v a n tó u n a n u ev a y se tu v o p o r tan seg u ra y cierta entre letra d o s y o tr a s m u ch a s p e r so n a s c a lific a d a s q u e p o rq u e allá n o c o n o z c a n la v a n id a d de las gen tes de n u estra n a c ió n , só lo las escrib o p orq u e V . M d. la s r ía ... L as c u a le s so n : qu e h ab ían a p o r ta d o e n lo s p u ertos de S an tander y L a red o seten ta n a o s g ru esa s y en ellas 1 0 .0 0 0 a m a z o n a s, ¡as cuales v en ía n a llevar g e n e ra c ió n desta n u estra n a c ió n a fa m a de v a lien tes h om b res. Y e¡ m e d io para e llo era q u e cu a lq u iera q u e sa lie se p reñ a d a daría al garañ ón q u in c e d u ca d o s p o r su tr a b a jo , y q u e a g u a rd a ría n a parir: y si fu esen m a­ 211

Irving A . L eonard, o p . c it., págs. 53-54. C fr.: « ... quiero agora que sepáis una

co sa la más extraña que nunca por escriptura ni por m em oria de gente en ningún caso hallar se p u d o ... Sabed que a la diestra m ano de las Indias hubo una isla, llam ada C ali­ fornia, m uy llegada a la parte del Paraíso Terrenal, la cual fue poblada de mujeres ne­ gras, sin que algún varón entre ellas hubiese, que casi c o m o las am azonas era su estilo de vivir. Estas eran de valientes cuerpos y esforzados y ardientes corazones y de grandes fuerzas; la ínsula en sí la m ás fuerte de riscos y bravas peñas que en el m undo se hallaba; las sus arm as eran todas de oro, y tam bién las guarniciones de las bestias fieras, en que, después de las haber am ansado, cabalgaban; que en tod a la isla n o había otro metal alguno» (L as Sergas d e E splandián, B A E , X L , p ág. 539). 218 Ib id ., caps. IV y V . Y a en las C a rta s d e R elación de Cortés se habla de «una isla tod a poblada de mujeres sin varón nin guno, y que en ciertos tiem pos van de la Tierra-Firm e hom bres, con los cuales han a ceso , y las que quedan preñadas, si paren mujeres las guardan, y si hom bres los echan de su co m p a ñ ía ...» (ed. cit., pág. 102).

c h o s , lo s d exarían a c á , y si hem b ras la s llev a ría n c o n s ig o ... y estas n u evas te n g a V . M d . q u e h a n sid o aq u í ta n ten id a s por ciertas q u e n o se h a h a b la d o ni h a b la en o tr a c o sa 2I5,

Don Quijote es, en definitiva, producto de una edad en que las reliquias de un pasado todavía vivo conviven con los primeros signos de una nueva época: un hidalgo cansado, incapaz de comprender y aceptar un mundo del que se siente excluido, que trata de recuperar con las armas la honra y esplendor antiguos, y piensa que el mundo sólo puede salvarse con el restablecimiento definitivo de la Edad de Oro. La historia termina con el fracaso y la desilusión, porque Alonso Quijano vive de espaldas a la realidad, ciego ante sus propias limita­ ciones y ante las trabas que el mundo impone. El hombre que ha de empuñar las armas, ha de tener, según las propias leyes de la caballe­ ría, mocedad, brío, riqueza, linaje y sano juicio; y así se indica expre­ samente en el Código de las Partidas220 y en las reglas que rigen la conducta de los caballeros Ώ1. Don Quijote, en cambio, es «seco de carnes y enjuto de rostro» (I, 1), viejo y débil, y tan pobre de fuerzas como de hacienda. Su escaso vigor para empuñar las armas se remata con el ridículo aspecto de su figura y vestimenta: un rocín que apenas se tiene en pie, unas armas llenas de ovin y moho, una celada de cartón y una bacía de barbero. La locura de Alonso Quijano se puede expli­ car en pocas palabras, y consiste en creerse caballero esforzado y va­ liente, siendo en realidad un pobre hidalgo, viejo y enfermo (II, 6). Don Quijote fracasa, además, porque pretende resucitar una ima­ gen del mundo caduca e inoperante, y porque quiere dar vida al orbe, idealizado en las novelas de caballerías, en que la acción del caballero 1,9 C it. por Irving A . Leonard, op. cit., pág. 70. 220 El caballero « ... sobre todas las cosas cataron que fuesen hom bres de buen lina­ je, porque se guardasen de hacer cosa p oi que pudiesen caer en vergüenza» (A lfon so X , P a rtid a segunda, M adrid, Publicaciones Españolas, 1961, título X X I, ley 2). « ... que de una parte sean fuertes y bravos, y de otra parte, m ansos y hu m ild osos» (ibíd., ley 7). N o debe ser caballero «el que es lo co o sin edad», «hom bre m uy pobre» o «el que una vegada hubiese recibido la caballería por escarnio» (ib id ., ley 12). 221 « ... si l ’escuder és veli e ha debilitat de son cors e vol essér cavalier, enans que fos veil féu injuria a cavaileria, qui es m antenguda per los forts com batedors, e és avilada per flacs, despoderats, e vençuts fu g id o rs» ... « ... escuder sens arm es e qui n o haja tanta de riquesa que pusca mantenir cavaileria, no deu essér c a v a lie r...» (R am on Llull, op. c it., págs. S3S-S36).

podía tener sentido. Se engaña, porque persigue un ideal de justicia irrealizable por un individuo aislado, y, sobre todo, porque al negarse a aceptar el advenimiento de la modernidad, ayuda a mantener vivo el repertorio de valores sociales en que el régimen de privilegios nobi­ liarios se había sustentado in. Su error es, en fin, el de una sociedad en que la reacción señorial, el orgullo de los hidalgos, la tendencia de los humildes a imitar a los poderosos, el espíritu mesiánico y milita­ rista, crearon las condiciones propicias para la subsistencia y multipli­ cación de las novelas de caballerías, y para la pervivencia de la arcaica visión del mundo que en ellas se ofrece. Pero don Quijote es también la encarnación de la justicia y el bien, y en esa aparente contradicción que constituye su historia, reside la gran lección y la esperanza que se nos ofrece en la novela. >n

J. A . M aravaii, U to p ia y co n tra u to p ía en e l Q u ijo te, pág. 122.

LA VIDA RURAL

«U N

LABRADOR

VECINO

SU Y O ,

QUE ER A POBRE Y CON HIJOS»

Al modelar el personaje que a partir del capítulo séptimo de la primera parte iba a acompañar a don Quijote en sus aventuras, Cer­ vantes traería a su memoria algunos tipos cómicos de la literatura in­ mediatamente anterior. Marcelino Menéndez y Pelayo señaló, por ejem­ plo, algunas semejanzas entre Sancho y Ribaldo, escudero de El caba­ llero Cifar y posible fuente de inspiración cervantina Según W. S. Hendrix 2, Cervantes estaba familiarizado con las creaciones dramáti­ cas y las obras en prosa del siglo xvi, y aprovechó, al crear la figura de Sancho, algunos elementos del teatro prelopista y de las imitaciones de La Celestina: la estupidez, gula y cobardía de simples y bobos, y la socarronería y maliciosos comentarios de confidentes y criados. Fran­ cisco Márquez Villanueva cita, por su parte, al bobo de La famosa historia de Ruth, de Sebastián de Horozco, entre las posibles fuentes

! «C ultura literaria de M iguel de C ervantes», págs. 123 y sigs. La influencia pare­ ce, sin em bargo, improbable: am bos personajes son, m ás bien, dos encarnaciones del prototipo del hom bre rústico, producto, am b os, de un m ism o tronco folk lórico (M axim e Chevalier, «Literatura oral y ficción cervantina», P ro h em io , V , n .° 2-3, sept.-die. 1974 (págs. 161-196), pág. 192). 2

«San ch o Panza and the com ic types o f the sixteenth century», en H o m e n a je a

R am ón M en én dez P idal, M adrid, 1925, vol. II, págs. 485-494.

literarias de la figura de Sancho 3; y encuentra un evidente parentes­ co entre el escudero cervantino y los criados, rústicos y pastores idea­ dos por Torres Naharro \ Para Mauricio Molho 5, el origen literario de Sancho Panza no puede ser estudiado mediante una tipología de personajes cómicos, por­ que tanto éstos como aquél proceden de un sustrato común: el ton­ to 6 del cuento popular, tipo contradictorio y reversible, capaz de mezclar la más risible bobería con la más estudiada astucia, y de tirar por tierra, de esta forma, la aparente superioridad de los «listos» que pretenden burlarse de él. Las astucias del tonto sirven, dentro de la tradición folklórica, como compensación a los elementos sociales su­ balternos, que viven, entre risas y bromas, la ilusión de una victoria del inferior —el simple privado de inteligencia y próximo a la condi­ ción animal— sobre los superiores; mientras que Cervantes, al recupe­ rar la figura folklórica del tonto-listo para introducirlo en una obra destinada a un público culto, retiene del objeto popular lo que se pres­ ta a la universalización y responde adecuadamente a sus intenciones. La evidente raigambre folklórica de Sancho ha sido estudiada, a su vez, por Agustín Redondo \ y reside ante todo, según este autor, en los elementos de la tradición carnavalesca que Cervantes ha utilizado para construir su personaje, y que hacen de él el prototipo del hombre rechoncho y voraz, y la personificación misma de la fiesta de Carnes­ tolendas. Pero los variados materiales literarios que convergen en la figura del escudero, son, en manos de Cervantes, simples instrumentos con los que construir una existencia humana que, sin perder su compleja singularidad, se levanta sobre un ámbito social de contornos muÿ pre­ cisos: Sancho Panza es el labrador manchego, casado, pobre y con hijos, que vive la aventura caballeresca con la única esperanza de esca­ par de la miseria a la que, por su humilde nacimiento, se encuentra encadenado. 3 4

F uentes literarias cervantinas, M adrid, E dit. G redos, 1973, págs. 20-94. Ib id ., págs. 63 y sigs.

5

C erva n tes: R aíces fo lk ló ric a s, M adrid, E dit. G redos, 1976, págs. 217 y sigs.

6 Ib id ., págs. 256 y sigs. 7 «T radición carnavalesca y creación literaria. D el personaje de Sancho Panza ai episodio de la ínsula Barataría en el Q u ijo te », B H i, L X X X , 1978, págs. 39-70. U n resu-

La clase social a la que pertenece Sancho Panza, es en aquel mo­ mento la más numerosa del país —el 80 por ciento, aproximadamente, de la población total s—, y también la más abatida y desventurada: E l e sta d o de lo s L a b ra d o res de E sp a ñ a [escribía F ra y B e n ito de P e ñ a lo sa en 1629] en e sto s tie m p o s está el m é s p o b re , y a c a b a d o m ise ra b le , y a b a tid o d e to d o s lo s d e m á s e sta d o s, q u e parece q u e to d o s ello s ju n to s se h a n a u n a d o , y c o n ju ra d o , a d estru y rlo , y arruynarlo: y a ta n to h a lle g a d o , qu e su e n a tan m a l e l n o m b r e d e L ab ra d o r, q u e es lo m is m o q u e p e c h e ro , v illa n o , gross e r o , m a lic io s o , y de ay b a x o ... y q u ién p o d rá d ezir lo q u e s o n m ártyres, q u a n d o van ju e z e s , y so ld a d o s a sus tierras, y p o b res a ld e a s. Y fin a lm e n te e stá n lo s la b ra d o res o y en tan ex trem a m iseria , y d esu en tu ra , q u e n in g u n a h o n ra , ni p rem io a lg u n o (p or m á s c u y d a d o n i ex ce le n c ia q u e ten ga en su o fic io ) les está d ip u ta d o de la R e p ú b lica , sin o s ó lo el h u e s so m o n d o de la m a ld ic ió n , q u e p o r su p e c a d o e ch ó D io s a n u estro prim er P a d r e ... 9.

En el lenguaje de la época, labrador es el pechero que vive en la aldea y se ocupa del cuidado del ganado y el cultivo de la tierra. En el Tesoro de la lengua castellana se dice que el labrador es: ...n o s ó lo el q u e a c tu a lm en te labra la tierra, p ero el q u e v iv e e n la ald ea; p o r q u e la s a ld e a s se h iziero n para q u e en ellas se r ec o g ie sse n c o n sus b u ey es, m u ía s y h a to lo s q u e la b ra v a n las tierras v e z in a s, y c o n c u r rien d o m u ch o s en un p u e sto h iz ie r o n lo s lu g a res y aldeas; y c o m ú n m e n te lo s q u e viven en ellas se o c u p a n p o c o o m u c h o en cultivar la tierra y la b rar lo s c a m p o s l0.

En la sociedad rural, el término labrador suele usarse contrapuesto a hidalgo, para señalar así las dos categorías básicas en que se encua­ dra la población de las aldeas castellanas de la época 11. Pero ¡abro­ m en de los problem as relativos a la génesis literaria de Sancho P a n za puede verse en E duardo U rbina, «Sancho P an za a nueva luz: ¿tipo fo lk ló rico o personaje literario?», A C e rv, X X , 1982, págs. 93-101. s M anuel Fernández Á lvarez, L a s o c ie d a d españ ola en ta é p o ca d e l R en acim ien to, página 106. 9 L ib ro d e las cinco excelencias d e l español, fol. 169. A lgun os datos sobre la pre­ sencia de este tem a en el Q u ijo te pueden hallarse en L udovik O sterc, op . cit., páginas 96 y sigs.; R . del A rco y G aray, op. cit., págs. 721 y sigs.; y E . H . T em plin , «Labradores in the Q u ijo te» , H R , X X X , 1962, págs. 21-51. . 10 E d. c it., pág. 746. 11 Véase antes, cap. II, págs. 88 89. Sobre el em pleo del térm ino la brador, véase Earl H . T em plin , o p . cit., págs. 21 y sigs.

dor no es un término unívoco, ni los campesinos una ciase social ho­ mogénea: dentro de ella se distinguen con claridad —y en este punto las Relaciones son muy precisas— los jornaleros y trabajadores, cuyo único patrimonio es el esfuerzo de sus brazos, y los labradores, propie­ tarios de alguna yunta, que cultivan tierras propias o tomadas en arrien­ do n. En Villalvilla (Madrid), los testigos indican que: ...la tercia parte de lo s v e c in o s s o n la b r a d o r e s q u e la b ran p o r p a n y v in o y a c eite y g a n a d o s m e n u d o s y m a y o r e s, y la s o tras d o s partes s o n v e cin o s tr a b a ja d o r e s q u e g a n a n d e co m e r p o r e l tra b a jo de s u s m a n o s al a z a d ó n IJ.

Y en Gerindote (Toledo) hay: ...la b r a d o r e s d e un par d e m u ía s, q u e será n entre q u in c e o v e in te , y los d e m á s s o n tr a b a ja d o r e s ... H.

Sancho Panza, aunque es propietario de un reducidísimo caudal agrícola ls, ha de ganar el sustento trabajando para los labradores e hidalgos ricos del lugar: ...lo s qu e serv im o s a la b ra d o res [ex p lica e n c ie r to m o m en to ] por m u ch o q u e tra b a jem o s de d ía , p o r m a l q u e su c ed a , a la n o c h e c e n a m o s o lla ... (II, 28 ).

Cuando don Quijote y su escudero entraron en El Toboso, en bus­ ca del palacio de Dulcinea: ...v ie r o n q u e v e n ía a pasar p o r d o n d e e sta b a n u n o c o n d o s m u ías, que por e l ru id o q u e h a c ía el a r a d o , q u e arrastraba p o r el s u e lo , ju zg a ro n q u e deb ía de ser labrador, q u e hab ría m a d ru g a d o antes d e l d ía a ir a su labranza (II, 9).

Este labriego resulta ser también, igual que Sancho, un obrero agrí­ cola que sirve a uno de los grandes propietarios del pueblo: — S eñ o r — r esp o n d ió el m o z o — , y o s o y fo r a ste ro y h a p o c o s d ía s q u e e sto y e n e ste p u eb lo sirv ien d o a u n la b ra d o r ric o en la labranza del ca m p o (ib id .). 12

N oël S alom on , L a vida ru ra l castellana, págs. 264 y sig s., y 275 y sigs.

13 C arm elo Viflas M ey y R am ón P az, R elacion es, M a d rid , pág. 693. · 14 Ibid., R ein o d e T oledo, primera parte, pág. 426. 15 E n el capítulo II, 2, el A m a le aconseja: «Id a gobernar vuestra casa y a labrar vuestros pegujares».

Los jornaleros forman el grupo social más numeroso, y también el más pobre, del campo castellano. En la Mancha representan más de la mitad de la población rural y, en algún caso, más de las tres cuartas partes del vecindario de las aldeas lf. La abundancia de tra­ bajadores, que contrasta con el escaso número de propietarios, es con­ secuencia de un sistema de latifundio caracterizado por la ausencia de distribución del suelo entre arrendatarios o colonos estables, y por la constitución de grandes aldeas de población jornalera, desprovista de toda participación en la propiedad de la tierra l7. La miseria es el sino forzoso de esta masa desheredada, que ha de alquilarse cada día para realizar las faenas más duras a cambio de un menguado jornal, y sobre la que se cierne la amenaza constante del paro estacional, el hambre y la inseguridad. Por eso, en los documentos de la época es muy frecuente que a los braceros y trabajadores del campo se les deno­ mine pobres y pobre gente, y Fernando Álvarez de Toledo distinguía, en este sentido, tres estados dentro de la república: ...e l u n o d e r ic o s, el o tr o d e p o b res y el o tr o de lo s q u e tie n e n m o d er a d o ca u d a l c o n q u e p asar. E n el e sta d o d e lo s p o b r e s s e c o m p r e n d e n lo s q u e, n o te n ie n d o c a sa , ni v iñ a , ju r o , ni c e n so , ni c a u d a l p a r a co n tr a ta r , n i b ie n e s raíces, n i o fic io c o n q u e g a n a r d e c o m er, se su sten ta n d el jo r n a l q u e gan an c o n el tra b a jo de su p erso n a !8.

En las Relaciones de Cobeña (Madrid), se explica que: ...h a s ta o c h e n ta la b ra d o res v e cin o s d e esta v illa la b ra n sus h a cien d a s c o n m u ía s y b u ey e s la b ra n d o la tierra para co g er p a n , y o tra p arte s o n jo r n a le r o s y p o b r e g e n te q u e n o tien en c o n q u e labrar n i en q u e la b r a r ... 19. 16

N oël S alom on , o p . cit., págs. 264-265. E sta proporción era bastante m enor en

ía mitad norte de la M eseta: en la Bureba, p o r ejem plo, el nú m ero de jornaleros no debía sobrepasar el 20 % de la pob lación, y, en m uchos ca so s, al salario de estas gentes se añadían lo s beneficios obtenidos por el cultivo de algún terruño prop io (Francis Brum on t, C a m p o y c a m p esin o s d e C astilla la V ieja en tie m p o s d e F elipe II, M adrid, E ditorial Siglo X X I, 1984, págs. 220-221). 17 B artolom é C lavero, o p . c it., pág. 119. 18 Fernando Á lvarez de T oled o, M e d io s p ro p u e sto s a Su M a jesta d to c a n te a l s o c o ­ rro y desem p eñ o d e l R ein o , M adrid, 1602, fo l. 13, cit. por José Luis Sureda C arrión, L a H acien da castellana y lo s e co n o m ista s d el sig lo X V II, M adrid, C .S .I .C ., 1949, pá­ gina 167. Sobre la identificación de p o b r e , jo rn a le ro y tra b a ja d o r, véase José A n ton io M aravall, «Pobres y pobreza del m edievo a la primera m odernidad», C H A , 367-368, enero-febrero 1981 (págs. 189-242), págs. 207-209. 11 C . V iñas M ey y R am ón P a z , R elacion es, M a d rid , pág. 187.

Y en Argamasilla de Alba (Ciudad Real): ...h a b r á d o s c ie n to s lab rad ores q u e te n g a n m u ía s y o tras a lim a ñ a s c o n q u e labrar y qu e lo resta n te d el e sta d o d e lo s p e c h e ro s h a y o fic ia le s y jo rn a lero s y m o z o s de so ld a d a y p a sto r e s y o tra g e n te p o b r e ... 20.

También Cervantes, cuando cita por primera vez al escudero de don Quijote, añade el calificativo de pobre a la categoría social del personaje: ...d e te r m in ó v o lv er a su c a sa y a c o m o d a r se de to d o , y de u n escu d ero , h a ­ c ie n d o c u en ta de recebir a un la b r a d o r v e c in o su y o , qu e era p o b r e y c o n h ij o s ... (I, 4 ).

'

E n e ste tie m p o s o lic itó d o n Q u ijo te a u n la b r a d o r v e cin o su y o , h om b re de b ie n (si es q u e e ste títu lo se p u ed e dar a l q u e es p o b r e ) ... (I, 7).

La pobreza y el trabajo embrutecedor son, desde los años de la niñez, el pan cotidiano de esta desdichada plebe del campo. Sancho Panza, siendo todavía un niño, trabajó en su tierra como cabrerizo (II, .41), como porquero (II, 42), y según él mismo explica: ...d e s p u é s , a lg o h o m b r ec illo , g a n s o s fu e r o n lo s qu e gu a rd é, qu e n o pu ercos (I I, 4 2 ).

Andrés, el mozo de quince años que sirve a Juan Haldudo, se ocu­ pa de cuidar una manada de ovejas, y ha de sufrir las mezquindades y violencias del amo a cambio de un salario mísero: E l la b ra d o r b a jó la ca b eza y , sin resp o n d e r p a la b ra , d e sa tó a su criad o, a! c u a l p reg u n tó d o n Q u ijo te q u e cu á n to le d e b ía su a m o . É l d ijo qu e n u ev e m e ses, a siete reales ca d a m es (I, 4 ).

Sueldo irrisorio si tenemos en cuenta que, por la misma época, los esportilleros de Sevilla, jóvenes de la misma edad que Andrés, ga­ naban casi la misma cantidad en un solo día 21. Al concluir la adolescencia, el jornalero y el labrador pobre se han de ocupar en las faenas más penosas y peor pagadas. En Villamiel (Toledo), por ejemplo, las Relaciones indican que: 20 Ib íd ., C iu d a d R eal, pág. 102. V éanse m ás datos y ejem plos en N o ël Salom on, op . c it., págs. 269-270. 21 R in co n ete y C o rta d illo , B A E , I, pág. 136.

...t o d o s lo s d em ás v e c in o s s o n jo r n a le r o s y tra b a ja d o res d e l c a m p o , qu e g a ­ n an d e co m e r a ca v a r y segar y a o tro s tr a b a jo s d e sus p e r so n a s... 22.

En Lucillos (Toledo): ...la m á s p a r te d e l p u e b lo es p o b r e , y su tr a to es arar y lab rar ¡as viflas 23.

Sancho Panza, hasta el momento en que entró a servir a don Qui­ jote, se ocupaba de: ...a r a r y ca v a r, p o d a r y en sa rm en ta r la s

v iñ a s (II, 5 3 ). .

El salario que recibe por este trabajo es mínimo, y a cubrir las necesidades más elementales:

apenas ayuda

C u a n d o y o s e r v ía ... a T o m é C a rra sco , el p a d re del b a c h iller S a n só n C a ­ r ra sco , q u e v u e sa m erced b ien c o n o c e , d o s d u c a d o s g a n a b a a l m e s, am én d e la c o m id a ... (I I, 2 8).

Estos ingresos se completan, según se dice en otro momento, con las ganancias que aporta el rucio: ...su s te n ta d o r de la m ita d d e m i p e r so n a , p o r q u e c o n v e in tisé is m araved ís q u e g a n a b a s ca d a d ía m e d ia b a y o m i d e sp e n sa (I, 2 3 ).

El presupuesto diario de los Panza, si sumamos el jornal de San­ cho y la ayuda del rucio, es de un real y medio (51 maravedís). Un carpintero ganaba en esta misma época unos 200 maravedís diarios enCastilla la Nueva, y entre 200 y 250 en Andalucía 24; y la canti­ 22 C. V iñas M ey y R am ón P az, R elacion es, R ein o d e T o led o , segunda parte, pági­ na 705. 23 Ib id ., primera parte, pág. 516. 24 M ientras no se indique lo contrario, los datos sobre precios y salario que ofrece­ m os proceden de Earl J. H am ilton, E l teso ro am ericano y la revo lu ción d e los p re c io s en E spañ a (¡501-1650), B arcelona, A riel, ¡975, apéndice IV . En V alladolid, hacia la m is­ m a época (1591-1600), la diferencia entre los jornales agrarios y urbanos era igualm ente notable: el salario m edio diario de u n obrero agrícola era de 74,5 m aravedís, el de un oficial de la construcción, de 119, y el de un m aestro del m ism o grem io, de 136 (B artolo­ m é Bennassar, V alladolid en e l Siglo d e O ro, pág. 277). El propio Bennassar h a señalado tam bién el contraste, m ucho m ás acusado, lógicam ente, entre nobles acaudalados y jorna­ leros del cam po: el señor m ás poderoso de V alladolid, el C onde de Benavente, dis-

dad mínima para la alimentación de una sola persona, era por aquellos años, según el cálculo del arbitrista en El coloquio de los perros 25, un real y medio al día, exactamente el mismo dinero con que han de sustentarse, y hacer frente a otros gastos, los cuatro miembros del hogar de Sancho Panza. Las temporadas de siega, vendimia u otras labores de recolección, son muy importantes para los propietarios y para los trabajadores del campo: los jornales son entonces más elevados, y las ganancias obteni­ das en estos días de duro faenar, habrán de proporcionar sustento du­ rante buena parte del año. Por eso, Sancho piensa que: ...s e r ía m ejo r y m ás a c e r ta d o ... v o lv e r n o s a n u estro lu g a r, a h o ra q u e es tiem ­ p o d e la sieg a y d e en ten d er en la h a c ie n d a , d e já n d o n o s d e andar de ceca en m e c a y de z o c a en c o lo d r a ... (I, 18).

En la época de siega Sancho llegaría a doblar sus ingresos habitua­ les: en 1588, el ayuntamiento de Cifuentes (Guadalajara) tasó el jornal de un peón en dos reales para los meses de mayo y junio u; y años más tarde, en 1642, el municipio de Santisteban del Puerto (Jaén) esta­ blecía la siguiente pauta para los salarios del campo: B a rea d o res ca d a u n o g a n e por u n m e s q u a tro d u c a d o s. A cab ar y segar d os reales y d e co m er. A segar tr ig o tres reales y de com er 27.

Pero, debido al carácter estacional de estos trabajos, y al desajuste entre la oferta y la demanda de mano de obra, muchos jornaleros han de emigrar a los pueblos o comarcas limítrofes, para participar en la cosecha del trigo, la vid o la aceituna 28. Las Relaciones nos explican que en Alcabón (Toledo):

pone hacia 1600 de una renta anual de 120.000 ducados. E n la m ism a época, un peón de la m ism a ciudad, trabajando trescientos días al a ño, gana poco m ás o m enos 60 duca­ d os, salario total (L a E spañ a d e l Siglo d e O ro, pág. 172). 25 B A E , 1, pág. 244. 26 A n to n io D om ín guez Ortiz, E l A n tig u o R égim en : L o s R ey e s C a tó lic o s y los A u strias, M adrid, A lianza U niversidad, 1973, pág. 166. . 27 C it. por Joaquín M ercado E gea, L a m u y ilu stre villa d e San tisteban d e l P u erto, M adrid, 1973, pág. 176. 28 N o ë l Salom on, op . cit., págs. 271-272.

T o d a la g e n te d este p u eb lo es m u y p o b r e ... y la s gran jerias de to d o s e llo s so n arar el q u e tien e b u ey es y el q u e n o lo s tien e tr a b a ja r, o cavar o segar y. varear la a ceitu n a a su tie m p o c o n lo s señ o re s q u e tie n e n a q u í sus h ered a d es y o tras v eces van a trabajar a T o rr ijo s y a o tr a s p artes a d o h alla n q u e tr a b a ja r ... 2S.

En Villamayor del Campo de Calatrava (Ciudad Real): ...a y m u ch a g e n te qu e v iv e d e su tr a b a jo de jo r n a l, q u e lo g a n a n en esta villa y fu er a en o tr o s p u e b lo s 30.

El labriego que don Quijote y su escudero encuentran cuando lle­ gan a El Toboso, era forastero y estaba en el pueblo sirviendo a un campesino rico en la labranza del campo (II, 9); y el propio Sancho explica, a propósito de un suceso acaecido en su pueblo: ...y o n o m e h a llé p r esen te, q u e h a b ía id o p o r a q u e l tie m p o a segar a T em b le ­ q u e (II, 3 1 ) 31.

Las labores de artesanía alcanzan cierta importancia en algunos lu­ gares 32, y sirven a muchas gentes pobres de Castilla la Nueva para socorrer las necesidades de su casa. En las Relaciones se alude alguna vez a la penuria de las familias que se dedican a estos menesteres. En Santos de la Humosa (Madrid), por ejemplo: ...la g e n te d esta d ic h a v illa parte d e e lla es ric a y p a r te d e e lla m e d ia n a y la m a y o r pa rte d e to d a p o b r e s, y el tr a to y gra n jeria c o m ú n qu e traen es labrar esp a rto lo s p o b r e s ... 33.

El trabajo artesanal, que sirve también para abastecer el hogar fa­ miliar, es labor pesada y de poca ganancia, que desempeñan a menudo las mujeres y las niñas. En Alcorcón (Madrid): 29

C . Viñas Mey y R am ón Paz, Relaciones, R eino de T oledo, primera parte, pág. 31.

30 C it. por N o ël S alom on , o p . c it., pág. 272. 31 El dato n o es casual: Tem bleque, con un a producción anual de d oce m il fanegas de trigo y cuatro o cinco mil arrobas de vino, es en aquella ép oca u n o de los principales centros agrícolas de la M eseta sur, el segundo en im portancia dentro de la zon a de T ole­ d o , y el qu into de C astilla la N ueva (N oël Salom on, o p . c it., pág. 387). 32 Ib id ., págs. 72 y sigs. 33 C . Viñas M ey y R am ón Paz, R elacion es, M a d rid , pág. 598.

. .. l o q u e su ele y se la b ra e n el d ic h o lugar m e jo r q u e en o tra parte es c á n ta ­ r o s, o lla s , ja rro s y p u ch er ic o s, y esto se la b ra ta n b ie n y es el barro tan a p r o p ó s ito para el m en isterio q u e so n , q u e se lle v a n a m u ch a s partes le jo s , y se tie n e n en m u c h o en to d o e l r ein o , h a c e n e sto la s m u jeres, es granjeria d e m u ch o tra b a jo y p o c o p r o v e c h o .. . 34.

En Getafe (Madrid): ...h a y o tra la b o r d e hacer redes lab rad as p a ra a rreos de cam as y alm o h a d a s; h a y h o m b res e n el p u eb lo q u e las sa ca n p o r la m a y o r pa rte d el rein o , p orq u e en e ste p u e b lo se h a ce m u ch a , y m u ch a d e la g e n te p o b re gan a a e sto su v id a , y m u ch o s d e lo s q u e a lg o tie n e n ta m b ié n la s h a cen p o r dar qu e hacer a n iñ a s q u e h a n de and ar ju g a n d o 3S.

También la mujer y la hija de Sancho ayudan a la economía fami­ liar con este tipo de trabajo. La primera se nos presenta, en ocasiones, «rastrillando una libra de lino» (II, 25) o «hilando un copo de estopa» (II, 50); y Sanchica: ...h a c e p u n ta s de randas; g a n a c a d a d ía o c h o m a ra v ed ís h o r r o s, q u e lo s va e c h a n d o e n u n a a lca n cía para a y u d a a su a ju a r ... (II, 52).

La pobreza de las gentes que viven de un jornal, se traduce, lógica­ mente, en unas deplorables condiciones de vida, y el primer exponente de ello suele ser la vivienda. A los labradores, explica fray Benito de Peftaiosa, se les atribuyen: ...la s c h o ç a s, y ca u a fia s, la s ca sa s d e ta p ia s d e sm o r o n a d a s y c a ÿ d a s ... 3