El mito del capitalismo: Filosofía de la moneda y del comercio [1 ed.] 9788478486212, 9788478486205

Cuando se trata de encontrar al culpable de los problemas del presente; cuando se busca una causa última que explique po

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El mito del capitalismo: Filosofía de la moneda y del comercio [1 ed.]
 9788478486212, 9788478486205

Table of contents :
Índice

Introducción, 7

Capítulo 1. De lo que pretendemos al hablar de la idea de moneda y de por qué la idea de dinero distorsiona el campo de la economía, 21

1. La necesidad del regressus a las técnicas económicas, 28

2. Aspectos metafísicos de la economía vinculados a la idea del dinero, 31

3. Primera aproximación a la crítica de las categorías de la economía política, 43

Capítulo 2. Sobre la potencia que tenga la moneda para delimitar el campo de problemas de la economía política, 49

1. Introducción a la crítica gnoseológica de la economía, 53

2. La moneda y la totalización del campo económico, 62

Capítulo 3. Se advierte que los presupuestos ontológicos del campo económico requieren diferenciar nítidamente las ideas de comercio y mercado, 67

1. El mito del libre comercio como fundamentalismo de mercado, 67

2. Clasificación de las ideas sobre el comercio, 71

3. Teoría de las conexiones comerciales como fundamento de las relaciones mercantiles: las cuatro especies de comercio, 85

Capítulo 4. Parte donde se ensaya una teoría de la esencia de la moneda al hilo de las especies de comercio en la que se incluye el género, la diferencia y el núcleo de la moneda, 97

1. Apartado en que se expone el Género generador de la esencia monetaria desde la segunda especie de comercio, 98

2. Apartado sobre la Diferencia específica de la esencia monetaria desde la tercera especie de comercio, 105

3. Apartado sobre el Núcleo de la esencia monetaria desde la cuarta especie de comercio: la economía de mercado, 120

Capítulo 5. Apuntes sobre los presupuestos antropológicos y los principios arquitectónicos de la esencia de la moneda, 127

Capítulo 6. Del alcance que tenga el cuerpo esencial de la moneda como Esfera económica para el análisis y reordenación de las categorías de la economía política, 137

1. Directrices y actualizaciones doctrinales, 141

2. Analogías de proporcionalidad entre monedas y lenguas, 144

3. Introducción de un tercer eje monetario o relacional en la Matriz de las categorías de la economía política, 149

4. Funciones de la moneda según los ejes de las Esferas económicas, 159

5. Desglose del contenido gnoseológico de los ejes económicos, 164

6. Los mercados como planos de las Esferas económicas, 168

7. Clasificación de los tipos de mercados, 179

8. El comercio internacional desde los planos de las Esferas económicas, 182

9. Las crisis como imposibilidad de composición recurrente para la circulación monetaria, 186

10. Sistema de gravitación de las Esferas económicas según la jerarquía política imperial, 192

Capítulo 7. Sobre el curso de la moneda en la dialéctica de las esferas económicas según la cuarta especie de comercio, 199

1. Sistema de conexiones entre la idea de Mercado y la idea de Estado, 202

2. Introducción de la idea de las especies de la moneda, 211

3. La primera especie de moneda como cuarta forma de comercio en sus fases agraria, comercial e industrial, 214

4. La segunda especie de la moneda y la fase de los mercados financieros, 240

5. La tercera especie de la moneda como fin del campo económico-político, 243

Capítulo 8. Donde se analizan algunos aspectos nematológicos de las técnicas económicas y se indican posibles vínculos entre economía y filosofía, 247

1. La polémica sobre el origen del “capitalismo”, 249

2. La vía de la analogía en economía, 261

3. El problema de los universales y el mito del Capitalismo, 267

4. En torno al núcleo de la moneda, 275

Selección bibliografía, 281

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El mito del capitalismo

Filosofía de la moneda y del comercio

©2020 Pentalfa Ediciones (Grupo Helicón S.A.) Apartado 360 / 33080 Oviedo (España) Tel [34] 985 985 386 / Fax [34] 985 245 649 http://www.helicon.es Diseño y composición: Piérides C&S Edición preparada por: Meletea CJR Foto de cubierta: Tuca Vieira ISBN: 978-84-7848-621-2 -digital- (Pentalfa Ediciones) ISBN: 978-84-7848-620-5 -vegetal- (Pentalfa Ediciones) Depósito Legal: AS 01170-2020

Luis Carlos Martín Jiménez

EL MITO DEL CAPITALISMO Filosofía de la moneda y del comercio

Pentalfa Ediciones Oviedo 2020

Luis Carlos Martín Jiménez (Nava del Barco, 1967). Doctor en Filosofía por la Universidad de Oviedo, autor de El valor de la axiología (Pentalfa, 2014) y de Filosofía de la técnica y de la tecnología (Pentalfa, Oviedo 2018). Es Investigador Asociado de la Fundación Gustavo Bueno y profesor de enseñanza media, además de formar parte del Consejo Asesor de la segunda edición (2017-) del Diccionario filosófico de Pelayo García Sierra.

Introducción

Este es un ensayo sobre economía de carácter materialista, lo que significa que se levanta desde la polémica que define la pluralidad de las teorías económicas. Pero dado que los conceptos económicos en discusión no son “especulativos”, sino que están incorporados en la práctica de la vida diaria, la polémica económica se traba con la lucha real entre las instituciones económicas en marcha. Un amable diálogo de sobre-mesa adquiere un tono polémico en cuanto entra en temas económicos, incluso llega a tomar caracteres “dramáticos”, desagradables, si alguien manifiesta el carácter “oprobioso” de los bienes que estaban sobre la mesa, amenazando la cómoda digestión de los contertulios. Su “dramatismo” deriva de la proximidad entre los “privilegios” que se disfrutan y los “derechos” que se reclaman, pues ambos derivan de una infinidad de “hechos” (por ejemplo, sobre la producción, distribución y consumo de los manjares que se han disfrutado) de cuyo origen y naturaleza es mejor que no se entere la servidumbre. En el terreno económico, como en general, en el campo operatorio de las llamadas “ciencias sociales”, el vínculo entre teoría y práctica es muy estrecho, de modo que, si falla la práctica, la teoría que le sirve de base entra en crisis; del mismo modo, si la estructura teórica no aguanta, la práctica que dirige pierde seguridad, si no descarrila. Pero la involucración entre teoría y praxis a la escala de las ideas es

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más compleja. Los vínculos internos que determinan su correlación dependen dialécticamente de sus opuestos, es decir, están mediados por otras “teorías y praxis” a las que se enfrentan, lo que mantiene a estas “ciencias” en perpetua inestabilidad. Por ejemplo, quien se pregunte si cabe seguir defendiendo las teorías económicas del comunismo una vez caída la U.R.S.S., y responda que sí, es porque el armazón doctrinal que defiende funciona a un ritmo distinto al de las instituciones económicas en que se realizaba, ahora en ruinas. Ocurre sencillamente que el momento nematológico (“ideológico”) de grandes instituciones políticas, como pudo ser el imperio soviético, está vinculado a un contexto dialéctico que marcha a un ritmo distinto al de su momento técnico (“real o práctico”). De algún modo el plano que supone su “concepción de mundo” aún se mantiene vivo en la medida en que se formó en oposición a su dióscuro “capitalista”, cuya vitalidad mantiene ardiendo los rescoldos de su antagonista. La inercia de setenta años hace que la mayor parte de la bibliografía sobre el “Capitalismo” siga haciéndose desde coordenadas “marxistas”, aunque la práctica revolucionaria se haya diluido en el progresismo socialdemócrata, en oposición a la “derecha” neoliberal. En cualquiera de los casos, los análisis y predicciones sobre el origen o destino del capitalismo suponen su sustantivación, al dar por hecho que tiene una unidad y una identidad propia, discrepando sobre cómo hay que entenderla y cómo valorarla. Nosotros negamos que por debajo de tal abstracción económica exista algún tipo de unidad o identidad. Su fuerza como idea deriva de su estructura mítica, así como su evidencia deriva de unas desigualdades de clase que permanecieron en su ya difunto “contrario” comunista, y se evidencian en el número de multimillonarios chinos. Lo que tratamos de advertir es que en la medida en que los sistemas filosóficos (ideológicos) nacen y viven en polémica (en symploké), su suerte está ligada de un modo “estructural” en la medida que su destrucción o desaparición también es mutua. El vencedor aguantará el tiempo que aguante el contrario “fallecido” sin que su olor se haga insoportable. Es decir, el “comunismo” como teoría no perderá sus funciones críticas hasta que no se redefina su opuesto, el “capitalismo” triunfante, desde posiciones implantadas en bases económicopolíticas distintas. ¿Por qué? Porque “Capitalismo” o “Comunismo”

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son ideas abstractas cuyas bases metafísicas están muy lejos de la realidad económico-política. Es decir, operan al margen de los Estados reales y sus intereses, convertidos en “fantasmas gnoseológicos” que sobreviven alrededor de ideologías metafísicas. En una palabra, son mitos activos. En esta introducción sólo pretendemos enseñar las cartas. A saber, entendemos como anacrónica toda filosofía sobre las categorías de la economía política a la altura del siglo XXI al margen del Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno, pues la filosofía de la economía que se defienda depende de la potencia del sistema desde el que se elabora. ¿Por qué? Pues porque ciencias sociales (o humanas) como la economía están atravesadas por ideas que no dominan y que les impiden controlar su campo. La llamada “ciencia económica” remite a leyes en constante discusión, lo que significa que no es capaz de cerrar como categoría “científica” estricta. Lo que se diga sobre las categorías de la Economía política está concatenado a otras categorías que obligan a regresar a ideas desde las que entender, en el progressus, los fenómenos de la economía. Señalemos una, la idea de moneda. Las crisis o los “males de la moneda” que Marshall creía incurables se suelen achacar al Capitalismo considerado como un todo, las señales de su futuro desfallecimiento se volvieron a ver aparecer en la crisis de 2008. Los economistas, dado que no la habían previsto, se vieron obligados a explicar cómo se había podido producir una crisis de tal magnitud. Pero el diagnóstico que dieron algunos, el de “crisis del capitalismo global” con la que se conceptualizó, antes que manifestar un “hecho”, ocultaba la razón por la cual una crisis originada en los Estados Unidos con los “créditos subprime”, acabó favoreciendo al dólar norteamericano y arruinando a economías periféricas como la nuestra (las economías de los “P.I.G.S.”), es decir, no afectó al “todo” capitalista, sino a la “parte” productiva más débil. Lo que demuestra, que tal “todo” como sistema económico capitalista, a nuestro modo de ver, una vez caído su “contrario” (no decimos su contradictorio pues el socialismo universal no pasó de ser una idea aureolar, y el comunismo real un “capitalismo de Estado” que le debía dar paso), no es más que la política económica que impone un Estado a otro. Lo que quiere decir que tal “todo” económico global

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es una abstracción que remite a alguna de las “partes” en juego con la pretensión o capacidad como para organizarlo de tal modo que favorezca su eutaxia. En general, conceptos que utiliza el economista como “economía global”, “mercado libre”, “comercio justo”, “producción”, &c., se utilizan como si fueran todos porfirianos, es decir, como si los predicados con que se definen fueran enterizos, dados en clases de pertenencia anteriores a ellos, y lo que se discutiese es si la identidad con el sujeto es esencial, genérica, específica, propia o meramente accidental. Cuando en realidad se trata de todos plotinianos cuyos predicados varían según evolucionan. Es decir, estamos ante conceptos sincategoremáticos, aquellos que dependen de una lógica de relaciones aplicativas o funcionales. Se trata de conceptos que sólo adquieren significado según los parámetros y las coordenadas de la función donde se inserten. La característica de la función ofrecerá unos valores u otros según las variables independientes que le demos, de este modo, lo que pasa por ser una abstracción vacía, se divide en una multiplicidad de cascotes con sentido, cuyos referentes concretos pueden ser analizados con cierta precisión. La idea de Capitalismo como concepto funcional adquirirá valores distintos según el parámetro temporal (capital comercial, capital fijo, capitalismo bursátil, &c.), o el parámetro estatal (capitalismo liberal, capitalismo chino, capitalismo de Estado escandinavo, &c.), ofreciendo en cada caso unos valores dependientes distintos. Sin embargo, la trituración de la idea de capitalismo no es sencilla ni mucho menos, pues arrastra muchas otras ideas con las que está vinculada doctrinalmente según concatenaciones pseudo-racionales que toman su fuerza y basan su expansión en su carácter metafísico. Es decir, porque están hechas desde doctrinas ideológicas holizadoras, un modo de racionalización común a los seis géneros de izquierda, que requieren una teoría metafísica para llevarse a cabo. Los mitos suelen atribuir un poder “sobrenatural” a algo que no existe. Son famosos los mitos de Prometeo, la Atlántida, Excálibur, &c., que corren por la literatura fantástica, pero ¿cómo atribuir carácter mítico a un concepto de la literatura de las ciencias sociales? “Sistema capitalista” pasa por ser un concepto clave de las categorías económicas. Cuando se habla de “El Capitalismo” con mayúsculas,

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adquiere una sustantividad que mucha gente cree poder atribuir a una realidad concreta, precisa, a la vez que omniabarcante. Cuando se le añade un carácter sistemático se le atribuye una “forma” que está por encima de las partes que le constituyen como tal, de tal modo que variando sus elementos permanece su unidad y su identidad formal. Tal sistema se considera real, absoluto, con tal potencia que es capaz de determinar al resto de categorías. En el terreno social se habla de “tradición capitalista”, “vida capitalista”, “moral capitalista”; en las ciencias políticas de “país capitalista”, “gobierno capitalista”, “parlamento capitalista”; en categorías culturales de “música capitalista”, “ocio capitalista”; en las ciencias jurídicas se habla de “derecho capitalista”, “justicia capitalista”; en las psicológicas se oye “patología capitalista”, “disfrute capitalista”, “pensamiento capitalista”, &c.; de modo que la totalidad del campo “antropológico” viene a quedar reducido a una doctrina económica. O lo que es lo mismo, se están “hipostasiando” una serie de relaciones económicas como determinantes del resto de relaciones gubernativas, judiciales, religiosas, artísticas, &c. Estamos ante un caso de “imperialismo categorial” típico que se produce cuando la aparición de una ciencia amenaza con tragarse campos de términos y relaciones con los que se vincula de algún modo. Hay muchos ejemplos en la historia de la ciencia; por ejemplo, cuando los “ideólogos” franceses pretendían reducir todas las ideas a procesos mentales, o cuando la sociología del espíritu positivo de Comte entendía toda ciencia como un producto social, pero también hoy día en que los cosmólogos creen poder hacer una “Ciencia del todo” pues “todo” está contenido en el universo físico. Sin ir más lejos, el nobel Severo Ochoa cuando sostenía la tesis según la cual “todo es química”. Todo el que habla de “Capitalismo”, sobreentendiendo un todo sistemático, alienador de una humanidad cuyas operaciones está determinando, &c., opera igual que el químico Ochoa cuando reduce el resto de las relaciones a enlaces iónicos o covalentes entre los átomos. Sólo hay que cambiar “átomo físico” por “individuo racional”, y la analogía nos da enlaces covalentes en que se comparten los electrones (lo común del sistema comunista) o en que hay transferencias de electrones entre los átomos, el comercio libre entre individuos con propiedad privada del sistema capitalista.

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Quien hable de sistema capitalista como un mecanismo automático de oferta y demanda mediante el cual las empresas grandes (las multinacionales) se comen a las pequeñas, de tal modo que con la progresiva concentración de la riqueza alcance un punto crítico en el que la baja tendencial de la tasa de ganancia fracture el sistema, es decir, quien piense con categorías “marxistas”, aunque no lo sea, está preso de este mito. Pero también sostiene este mito, contraria sunt circa eadem, quien crea que los mercados se autorregulan desde el libre comercio que instauran unos individuos libres, por ejemplo, al modo de la “Escuela austriaca”. Unos, los marxistas, lo entenderán como un monstruo alienante que hay que destruir, otros, los neoliberales, como panacea a la que hay que dirigirse. Si se dice que las leyes de la oferta y la demanda son una abstracción “formal” cuyo funcionamiento armónico sólo tiene lugar en el angelismo de la monadología leibniziana, es decir, no tiene nada que ver con las fuerzas reales de los operadores económicos, es decir, con la “economía política realmente existente”, se tacha tal funcionamiento de injusto y se reclama su transformación desde la máxima suareciana según la cual “otro mundo es posible”, por ejemplo con la eliminación del Estado, donde doctrinas socialistas y liberales coinciden. A nuestro modo de ver, el origen del mito aparece con los Estados modernos y la imposibilidad del control sobre la moneda, es decir, la incapacidad del control de los precios que deriva del comercio internacional. En el siglo XVI español este problema aparece con la potencia que supone un mercado prácticamente mundial. Las primeras formulaciones que atribuyen una estructura propia al funcionamiento de la economía aparecen con la idea de la “mano invisible” de los mercados, el aspecto económico que tomaba la metafísica armónica de las fuerzas espirituales leibnizianas. Sin embargo, esta primera formulación del mito, cargada de aspectos positivos por las doctrinas del laissez faire, empezará a cargarse de rasgos negativos con las revoluciones sociales del siglo XIX. Las tesis básicas se impondrán bajo los dualismos ontológicos de corte idealista: Naturaleza/Libertad, Naturaleza/Cultura, Naturaleza/ Historia, &c. En efecto, el esquema del “darwinismo social” en ascenso como base del imperialismo y la política social, se formula por Herbert Spencer de modo análogo al funcionamiento de la “Naturaleza”, al

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entender la sociedad como un organismo, un todo interrelacionado o mutuamente dependiente que sustituye unas partes por otras y cuya finalidad son las unidades “pues poseen capacidad para experimentar felicidad o desdicha” (¿Qué es una sociedad?: una sociedad es un organismo). Las tesis del darwinismo social sostenían la analogía entre el mundo natural de la “lucha por la vida” y las sociedades humanas desde la idea de biocenosis, donde unos organismos viven a costa de otros. La “biocenosis” del sistema capitalista se sostenía desde la categoría genética de las “razas humanas” como base de cada sociedad y de su desarrollo histórico. Según tal analogía las especies biológicas son los Estados y las empresas en busca de nuevos nichos de mercado. El marxismo introducirá tal “evolución” desde esquemas hegelianos, en el interior de cada sociedad y fase histórica, reducida a dos especies en lucha: poseedores y desposeídos de los medios de producción. La metáfora de la “alienación” que toma Hegel del pecado original vuelve a sus orígenes elevada a la quinta potencia cuando Walter Benjamin hace del capitalismo una religión y del dinero su profeta. Descabalgando toda analogía. Será el comunismo “realmente existente” el que afiance el mito del capitalismo desde otro mito del mismo nivel y de potencia contraria, el mito del proletariado como clase universal. La misión de esta clase social consistirá en hacer desaparecer los Estados mediante la toma del poder y la progresiva eliminación de la propiedad privada. El “experimento social” que durante setenta años llegó a extenderse por medio mundo fracasó. El comunismo se entenderá a sí mismo como sistema “opuesto” al capitalismo, cuando en realidad se trata del enfrentamiento entre dos imperios cuyas políticas económicas discuten la potencia de su poder planificador sobre el resto del mundo. La conclusión que se suele sacar entiende que, desaparecido el Comunismo, el triunfo del Capitalismo es total. Pero es una conclusión totalmente errónea, porque el “sistema comunista” en realidad fue la política imperial soviética contra la política norteamericana, un sistema de Estados bipolar que, resultado de la guerra mundial y la conferencia de Yalta, modificó el sistema de Estados multipolar del Congreso de Viena. Capitalismo triunfante no es más que la transición hacia una política de bloques donde China ocupa un papel fundamental en el eje Asia-Pacífico.

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Lo que aún alimenta el mito del capitalismo ya no es un “comunismo” fracasado, que lejos de ser la “dictadura del proletariado” estaba articulado por el partido, el politburó y la nomenclatura, sino la idea de una “clase obrera industrial” (que sin embargo todas las revoluciones agrarias comunistas tuvieron que crear), en oposición interna al “sistema capitalista” que mantiene los privilegios de una burguesía también hipostasiada, “universal”. Sin embargo, a medida que se desinfla la quinta generación de izquierdas, la comunista, y con ella la revolución de un “proletariado universal” que nunca existió, resurge la cuarta generación de izquierdas con el progresismo socialdemócrata que ahora pasa por representante de la clase oprimida de los trabajadores que realizan gradualmente las conquistas sociales. Así se dice que la lucha obrera de los sindicatos y los partidos políticos que la representan se erigen en los máximos opositores al régimen oprobioso del capitalismo neoliberal. Sin embargo, esta lucha de clases es una farsa, todo sindicato y todo partido político opera dentro de un Estado, que es quien reconoce los derechos sociales, si puede. Las supuestas conquistas sociales de los trabajadores que han conducido al “Estado del bienestar” socialdemócrata, no vienen de la lucha obrera, sino de la política industrial que llevaron a cabo los imperios coloniales del siglo XIX; es decir, imperios depredadores que buscaban materias primas y el control de los mercados mundiales: Holanda, Inglaterra, Francia, Alemania, Bélgica, Japón, &c., cuando no de los imperios en marcha, el soviético y el norteamericano. Los derechos sociales son el reparto entre sus conciudadanos del expolio, no del capitalismo (pues como veremos, las empresas que funcionan con un montante o capital que prestan principalmente cambistas lombardos aparece en el católico siglo XIII, prestamistas que ya había en la Grecia clásica) sino del “darwinismo social” que países protestantes llevan a cabo a escala planetaria. Hoy día los países escandinavos que se toman como modelo socialdemócrata del bienestar (Suecia, Finlandia, Luxemburgo, Dinamarca, Noruega o Suiza) son Estados pequeños (entre cinco y once millones de ciudadanos), que, cuando no hacen capitalismo de Estado moviendo su moneda en las bolsas de valores mundiales, son sencillamente Paraísos fiscales. La socialdemocracia, que sabe que no puede prescindir del Estado (como también lo sabe el minarquismo liberal), requiere la “utopía”

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según la cual los 18 poderes que mantienen la eutaxia de un Estado se reducen al poder planificador, que la subjetividad canalla de la nación exige con el voto democrático. Pero como dice Gustavo Bueno, toda holización política es una pseudo-racionalización que requiere una doctrina metafísica, la que en el caso de la hegemonía actual socialdemócrata ondea en la bandera de los “derechos subjetivos” que el capitalismo mercantilizador conculca, erigiéndose en conductores del progreso hacia la identificación del Estado con el bienestar de los ciudadanos y ocultando que todo bienestar deriva de la producción y el consumo que requiere la estabilidad de la circulación monetaria. El bienestar requiere más control Estatal de los mercados, el verdadero fundamento de la democracia. El “proletariado universal” no ha existido nunca, los trabajadores que murieron en el Haymarket de Chicago en 1886 consiguieron la jornada de ocho horas porque los Estados Unidos tenían margen de sobra para concederlo, pero ¿dónde está la jornada de ocho horas en los “proletarios” de India o de México? Lo mismo diríamos de Lech Walesa y el derecho de huelga para los trabajadores de los astilleros en la Polonia comunista de 1980 o el aumento salarial de los metalúrgicos comandados por Lula en el Brasil de los 70, &c. Los primeros que trabajaron por los “derechos sociales” fueron facciones de la Iglesia apoyadas en Encíclicas sobre la cuestión social como la Rerum novarum (1891) y la Quadragesimo anno (1931), y en general las fuerzas conservadoras en su dialéctica con el liberalismo, el laissez faire que amenazaba las instituciones tradicionales y las buenas costumbres en que se basaban sus privilegios (Gosta EspingAndersen, Los tres mundos del Estado de bienestar, Edicions Alfons el Magnánim, 1993). Los logros se dieron en plena dialéctica entre imperios coloniales, cuando no por la guerra. Los ejemplos son evidentes: Napoleón III en Francia, el Kulturkampf de Bismark frente a los católicos, el plan Beveridge en la Inglaterra posterior a la Segunda Guerra Mundial, la “economía social de mercado” de Ludwing Erhard, la doctrina social de la iglesia en la España de Franco o el plan Marshall frente al imperio soviético en Europa y Japón. Hablar de “Capitalismo”, con mayúsculas, es utilizar un formalismo económico para llamar a un “todo” inexistente (un fantasma gnoseológico) cuyas relaciones se determinan entre “partes” que

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funcionan de distinto modo según sea la norma imperial “realmente existente”, ya sea aislacionista, ejemplarista, imperialista depredadora (explotadora) o imperialista generadora (civilizatoria). El problema de la recursividad o no del Capitalismo, es decir, de si conduce a la “humanidad” a la catástrofe o mantiene a una gran mayoría explotada por unos pocos, se sustenta en el tipo de sistematicidad que se le atribuye. La idea de sistema termina de hipostasiar un formalismo al modo de un gran mecanismo ciego y autónomo. El problema aquí deriva de una idea de sistema a todas luces inadecuada. A nuestro modo de ver no se puede hablar de sistema capitalista único y omniabarcante, sino de múltiples sistemas dentro del campo de la economía según el nivel de análisis que tomemos. Todo sistema se compone de totalidades sistáticas (B1, B2, B3, …) a su vez compuestas de partes (b1, b2, b3, …) unas integrantes, otras determinantes y otras constituyentes, heterogéneas ente sí y trabadas en interacciones mutuas en symploké, es decir, que no implican la armonía. Son las partes (b1, b2, b3, …) las que se ordenan y combinan con otras, de otras bases sistáticas en el sistematismo. La dimensión distributiva del sistema deriva de las operaciones alternativas lógicas, siempre β-operatorias (alternativas presentes incluso en las metodologías α-operatorias) por el arreglo o montaje sintáctico entre ellas. De modo que la estructura lógica del sistema está en el ejercicio de los funtores alternativos: Í = {S1 v S2 v S3…}. En todo caso, el llamado sistema capitalista es una especie dentro del género de sistemas económicos, de modo que es la teoría de los sistemas económicos (por ejemplo, en función de desarrollo del aparato productivo de cada fase histórica) la que sostiene la potencia del mito del capitalismo actual. Sin embargo, esta teoría se levanta desde la doctrina metafísica de la lucha de clases, es decir, desde la idea de una humanidad social dividida por la propiedad. De este modo los diferentes sistemas económicos serían alternativas en orden sucesivo. La característica principal de este sistema sería la estructura D-M-D a nivel mundial. No queremos entrar en variantes y formulaciones distintas relativas a estos sistemas económicos. Lo que negamos de plano es el alcance que se les quiere dar. La “vuelta del revés” de Marx que ha formulado Gustavo Bueno se puede generalizar a cualquier doctrina sobre los sistemas económicos

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como base de una filosofía de la historia, sencillamente porque prescinde de (o supedita) la dialéctica de imperios, que está en la base de toda teoría económica; pues la propiedad, la moneda y los mercados van ligados a la aparición del Estado y su apropiación de bienes. De modo que cuando se habla de “sistema económico” hay que limitar su alcance, pues implica a los operadores (lo que no ocurre con sistema químico o sistema planetario); es decir, siempre implica a los Estados y la hegemonía de aquel que puede formar un sistema en la medida en que se monte como una alternativa S1 v S2 frente a otras; esto es, frente a las que consigan establecer otros Estados, y en todo caso, tal sistemática está delimitada por otras categorías con su sistemática y funcionamiento propio, ya sean sistemas políticos (según el tipos de democracia o de gobierno), sistemas artísticos (dados en corrientes, como el clasicismo, el expresionismo, &c.), religiosos (sistemas de creencias como el islamismo, luteranismo, &c.), sistemas judiciales, educativos, &c. Cuando se habla de sistema capitalista se está hablando de una pluralidad de sistemas de segundo orden (intrasistáticos) en la medida en que «cada base sistática es la que constituye de por sí un sistema, si bien no ya “en solitario”, sino en la medida que ella forma parte de la clase interna de los demás sistemas dados en el todo sistático común que, sin embargo, no constituye él mismo un sistema» (Gustavo Bueno, Sistema, 2000). De modo que el llamado “sistema capitalista”, no es una estructura única, absoluta y determinante del resto de “categorías sociales”, sino muchas cosas distintas. El ejemplo que pone Gustavo Bueno de sistemas intrasistáticos es el de las bolsas de capitales. Su funcionamiento por “oferta y demanda” está muy lejos de ser puro y neutro, no ya porque está dirigido desde aquellos que pueden actuar con la potencia de múltiples superordenadores en línea, sino porque depende de la capacidad intervencionista de los Estados. No hace falta recordar por qué está la flota de guerra imperial en el golfo pérsico; esta influencia se puede ver en los ejemplos cotidianos en la guerra comercial permanente, cuando la multinacional China, Huawei, ofertaba móviles más baratos: bastó una amenaza del emperador (Trump) para que bajara su precio de venta a la mitad; ¿dónde quedan las leyes “puras” de la oferta y la demanda? como veremos, sujetas a las necesidades políticas.

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A su vez, la supuesta unicidad del “sistema capitalista”, varía según el tipo de capital que forme el mercado: capital financiero, capital productivo, capital humano, &c., contando que las relaciones de valor generadas por las operaciones de los sujetos (pues si no, no hay economía) están siempre dadas en una moneda nacional u otra. No hay un mercado único y una única moneda, sino muchos mercados alternativos y monedas en que comerciar. Aun suponiendo a los Estados como bases sistáticas, entre los Estados no hay un mercado, no se compran países (territorios nacionales), ni se compra la moneda, que es propiedad del Estado, sino que se compran monedas; ahora bien, el beneficio de comprar un montante monetario, por ejemplo, en el Forex, se paga en moneda estatal, no en dinero universal, que no existe, es decir, revierte sobre la base sistática estatal. Pero tampoco se compran personas, sólo sus servicios (por lo que, como veremos, el mercado de trabajo tiene características únicas). Moneda, territorio y trabajo no son mercantilizados como decía Karl Polanyi (siguiendo el tercer tomo de El Capital de Marx), sino las coordenadas o parámetros desde donde se conceptualiza el funcionamiento económico-político, que como explicaremos, suponen un nivel de análisis superior: el trabajo en el eje de los operadores, el territorio o bienes del territorio en el eje de los términos y la moneda en el eje de las relaciones de valor. Lejos de las simplificaciones, alcanzar cierta claridad y distinción en las categorías de la economía política no es fácil. Exige distinguir las partes del “dintorno” de la categoría (ideas que lo atraviesan como “sujeto de necesidades”, “armonía de los mercados”, “libertad de comercio”, “comercio justo”, “clase universal”, &c.) desde el regressus hacia aquellos estromas o ideas del sistema que tengan capacidad suficiente como para, en el progressus, delinear con cierta claridad el “contorno” de la categoría, allí donde sea posible (ya sea respecto de la teología, la sociología, la psicología, la etnología, la “ciencia política”, &c.) y cuando sea inviable, podamos explicar cuando esto no ocurre, es decir, cuando el entendimiento de los fenómenos propiamente económicos requieren de parámetros externos a la categoría. La primera parte o pars destruens supone la segunda, la construcción del mapa de las categorías económicas que delineó Gustavo Bueno en el Ensayo sobre las categorías de

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la economía-política (La Gaya Ciencia, Barcelona 1972). Son estos estromas o ideas de corte filosófico los que requieren el enfrentamiento con los supuestos metafísicos que atraviesan la categoría acríticamente. Uno de los cuales es el mito del capitalismo, pero hay muchos más. Con ello no pretendemos convencer a nadie, la supuesta evidencia que adquiera el “logos” de los grafos literarios de este ensayo sería meramente puntual, pues depende de la realidad de las concatenaciones institucionales que mide y que están determinando la línea de conciencia de los sujetos insertos en ellas. Y aun en el caso de lograr algún cambio en la “reforma de la conciencia económica”, no supondría ningún efecto sobre la voluntad de unos sujetos, que como decía Espinosa, están en manos de las supremas autoridades del Estado. Empecemos por la pars destruens.

Capítulo 1

De lo que pretendemos al hablar de la idea de moneda y de por qué la idea de dinero distorsiona el campo de la economía

La moneda es una idea plural. Nunca ha existido la moneda única. Toda moneda tiene una vigencia histórica concreta, no hay monedas eternas. Si cada moneda “vale” en un territorio, en otro puede no valer nada. Cabría pensar que entre las monedas hay armonía, coexistencia pacífica. Nada más lejos de la realidad. Al hablar de filosofía de la moneda nos referimos a la idea de una pluralidad de “especies” cuya unidad e identidad tiene un carácter eminentemente dialéctico. Cada moneda vale o existe, en función de aquellas a las que se enfrenta. Por así decir, ninguna moneda tiene garantizado su valor. El equilibrio monetario es un oxímoron en cuya búsqueda se afanan los economistas. Las teorías que construyen afanosamente se quedan en recetas o técnicas incapaces de asegurar de antemano la salud del paciente, la unidad de medida de los bienes. Partimos de que la moneda no es un concepto propiedad de la economía. La moneda es una idea que tiene un carácter tan económico como político. Como idea filosófica pertenece a una “pléyade” de ideas que destacan por su carácter atributivo y entre las que se encuentran la idea de Persona o la idea de Estado. Es decir, cuando cada particular al que se aplica el concepto depende del resto para formar el todo. Así, cada tipo de moneda compromete la existencia y el valor de las restantes, lo que no ocurre con la idea de dinero. Por ello decimos que el dinero es una idea prehistórica, lisológica, pues oculta las diferencias

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y las inconmensurabilidades del campo económico. Por tanto, si cada moneda está en symploké con el resto de las monedas, cada moneda supondrá un sistema de medidas del mundo inconmensurable con el resto. Es decir, cada una mide un orden de cosas enfrentada a otros órdenes de cosas, y sin poder desligarse entre sí. La confusión entre moneda y dinero recorre todo el campo de la teoría económica. Una filosofía del comercio y de la moneda tiene como objetivo deshacer esta confusión. Para ello no podemos movernos en el plano interno de las ciencias económicas, hay que regresar a campos técnicos análogos para medir sus diferencias. En efecto, aun teniendo orígenes etimológicos muy distintos, dinero y moneda tienen usos indiscriminados que incluso llegan a cruzarse. “Dinero” es un término con el que se denominó una moneda medieval castellana. Se traduce en francés por argent y en alemán por geld. Nada que ver con el otro término. “Moneda”, con origen en la referencia al templo de la diosa Juno Moneta (la avisadora), situada al lado de un taller de acuñación, junto a los depósitos del erario romano. Se traduce al francés por monnaie y al alemán por währung o münze. Sin embargo, en inglés, principal idioma en el que se elaboran las teorías económicas, aun cuando moneda se traduce por currency o coin, dinero se denomina money, precisamente el término más utilizado por los teóricos de la economía, un término que no deriva de la etimología dineraria, sino monetaria, y donde se cruzan ambos recorridos etimológicos. Si quien lo usa y quien lo traduce no tienen una idea de las diferencias lógico-materiales entre dinero y moneda, se perderá antes de empezar. J. K. Galbraith titula Money (Orbis, Barcelona 1983), un libro sobre el dinero, definido por el autor como medio de cambio. La confusión terminológica ya aparece en su primer capítulo: “La historia del dinero [dice Galbraith] viene a parar al dólar y, de momento, termina en el dólar”, es decir, la moneda de la que trata el libro entero. Recientemente Niall Ferguson titula The Ascent of Money (en español, El triunfo del dinero, Mondadori, Barcelona 2009) un libro sobre las finanzas que comienza con una serie de sinónimos: “Plata, pasta, guita, efectivo, cuartos, vil metal, parné, pelas, peculio, recursos…, da igual como se llame: el dinero es importante” (pág. 17), como si cambiar “dinero” por “dinero”, en

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general, fuera lo mismo que cambiar “nombres” por “nombres”. Sin embargo, estas denominaciones coloquiales no se refieren al dinero, sino a alguna moneda específica. Todo economista sabe que las monedas no son “sinónimas”, pues al cambiar una moneda por otra está ganando o perdiendo en la transacción. Ferguson sabe sin duda que el mercado de cambio de moneda o de divisas (FOREX) es el mercado más grande del mundo, moviendo un volumen diario en torno a los 5 billones ¿de qué?, ¿de dinero?, no, de dólares, o de euros, o yenes, &c., todas monedas. Como ahora veremos, la idea de dinero se mueve a una escala metafísica (lisológica), como el propio Ferguson hecha a deber cuando termina advirtiendo que “la verdad fundamental del dinero” es ser “el espejo de (como valora) la humanidad” (Ibídem, pág. 383), como si esta “señora” existiera, o como si el valor se expresara en dinero y no, como sólo puede ocurrir, en monedas nacionales, es decir, “el espejo de cómo se valora” en cada Estado y a otros Estados. La referencia a la denominación en griego de sus respectivas ciencias incide en la diferencia. Se utiliza numismática (de nummus o nomos –ley–) para el estudio de las monedas y las medallas, y se utiliza crematística, derivada de “jrimata” (bienes, riqueza), para el arte de ganar dinero y hacerse rico (bien en cuanto administración de la casa (economía), bien en cuanto actividad comercial. “Dinero” es un vocablo con tanto uso que nos va a costar rechazarlo (lo que nos obligará a usar comillas), pero ¿existe su referencia? Si no existiese ¿de qué hablan tantos economistas? “Dinero” es un término con el que se designaba una moneda de la España medieval, los “dineros”, éste a su vez derivaba del denarius romano, que etimológicamente procede del adjetivo distributivo “deni”, cada diez, y significaba “cada diez ases”, otra moneda romana, con la cual se trataba de contar. Si preguntamos por el significado que pueda tener la expresión “contar dinero”, es porque no quiere decir contar “dineros castellanos”, o contar “denarios”, o contar diez “ases”, pero tampoco quiere decir contar todo lo que se entienda por dinero, todo lo que pueda ser “medio de intercambio”, como por ejemplo, contar el conjunto de “monedas (ases, denarios, dinares, pesos, duros, dólares, euros, &c.), collares, pulseras, dientes de jabalí, bacalao seco, mandíbulas de perro, conchas de caracol, cigarrillos, &c.” ¿Estará entonces dirigido

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a contar únicamente lo que tengan en común los diferentes modos de cuantificar el valor de un bien? Así parecería si aceptamos su definición como “cualquier cosa que es aceptada como medio de cambio”, donde otros incluirían cheques, pagarés, letras, valores, futuros, &c.; pero tampoco lo creemos, pues la unidad que nos permite cuantificar el valor de un bien que queremos intercambiar, no es dineraria, sino monetaria, la que está delimitada por un área económico-política, ya que un bien, valga lo que valga en el mercado y fluctúe lo que fluctúe, lo hace según una unidad de valor o según otra, pues esas unidades de valor que adquiere el bien, son en concreto monedas nacionales. Otra cosa es que varíe o fluctúe el valor de la propia unidad monetaria de medida, lo que repercute a nuestro favor, pues cambia respecto de lo que valía antes, y vale ahora, respecto de otra moneda. Cuando alguien coloquialmente pregunta ¿cuánto dinero ganas? ¿Cuánto vale el café? La respuesta nunca es “tantos dineros”, a no ser que vuelva al lenguaje castellano, la respuesta toca tierra, pues se responde con monedas nacionales, tantos “euros”, tantos “dólares”, tantos “rublos”. No ver aquí un problema, como si dinero y moneda fueran sinónimos, meros nombres para una misma realidad, oculta lo que el economista nunca podrá controlar, a saber, las inconmensurabilidades que conducen a la lucha desesperada de cada moneda para sobrevivir a las crisis, como espera sobrevivir el Estado que las usa de unidad de medida (razón por la que algunos Estados unen sus monedas frente a terceros). La confusión terminológica esconde como siempre problemas conceptuales. Tal confusión entiende la moneda como una especie más dentro del género dinero, en lo que estaríamos de acuerdo, si se reconoce que no es una especie más al lado de las otras, sino que como veremos, el tipo de dinero que sería la moneda destruye todos los demás modos de dinero, de modo que rompe el género al destruir sus especies, es decir, al dejar de ser una especie de dinero. De este modo, la definición quedaría invalidada en su desarrollo, por lo que entender la moneda como un tipo de dinero confundiría modos análogos de intercambio, que, como decían los escolásticos, son “sympliciter diversa et secundum quid eaden”, es decir, esencial o absolutamente distintos según su ser, aunque según el concepto (la intención del concepto formal o mental) lejanamente semejantes.

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La pretensión “natural” de la economía por constituirse en ciencia autónoma, estricta, por ejemplo, ajena a la ética o a la política, ha desdeñado la importancia de los problemas monetarios en la medida en que se vinculan a categorías políticas que operan a través de los Bancos Centrales, nacionales o estatales. El problema es de tal gravedad que afecta a los “fundamentos” de la economía, es decir, a su origen, sus bases y a sus límites, lo que denominamos cierre del campo económico. Cabe concluir que el análisis de lo que se dice cuando se habla de “dinero”, no deriva inmediatamente del hecho de ganarlo con una técnica o saber particular, sino de contarlo según una técnica o saber contable. Precisamente como se llama al que lleva la contabilidad de una organización. Sin embargo, lo que se cuenta nunca es dinero, sino algún tipo de moneda. La diferencia entre la práctica de contar unidades monetarias, propia del contable o del economista, y la práctica de ganarlas, que es propia del empresario o del trabajador, es mucha, y no cabe confundirlas. Sin embargo, de hecho, se “funden” en las instituciones financieras que ganan dinero contando porcentajes y dividendos. Se trata de un hecho del que se suelen quejar los productores de bienes y servicios al ver en los bancos demonios de Maxwell que obtienen pingües beneficios regulando las monedas que crean de la “nada” y ven en las entidades financieras de inversión “especuladores” que se enriquecen con el valor de los bienes (que no generan ellos), los llamados “fundamentales”. Así se dice, que los movimientos financieros o monetarios no son “reales”, sino “nominales”. Sin embargo, es sabido que toda gran empresa se financia a través de estos mercados (algo que en España no es todavía habitual). Para ver estas diferencias es necesario tener un mapa de las categorías de la economía política. Lo cierto es que todos ellos, empresarios y economistas, consumidores e inversores, técnicos y banqueros, cuando hablan de dinero lo que utilizan es algo propio de algún Estado, las monedas. A nuestro modo de ver la “economía” es un saber “prudencial”, es decir, un “saber hacer”, la primera modulación de la idea de ciencia. De este modo el trabajo con la moneda es una técnica milenaria. En principio parecería que el sistema fiduciario actual que determina el contante monetario es muy distinto de la gestión administrativa

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de los escribas mesopotámicos, pero si la contabilidad es la base de la aparición de los registros cuneiformes, donde se diferenciaron los grafos fonéticos (la escritura) de los numéricos (la aritmética), aquellos con los que trabaja el que cuenta el “dinero” que gana, también nos explica por qué ganar dinero no es lo mismo que contarlo. Lo que nos hace suponer, pese a Adam Smith, que ganar dinero no es el objeto propio de la economía, no es lo que sabe el economista, pero contarlo sí tendrá algo que ver con las técnicas “contables”. El productor (el empresario) y el contable (o financiero) forman una pareja de gran éxito en el “capitalismo”. Ambos conocen cosas distintas, uno lo que fabrica y vende, el otro lo que ingresa y gasta. Poco le importa al contable de una empresa si las cuentas que hace derivan de la producción de ostias para la consagración o de grano para las gallinas, sus problemas se asemejan a quien busca correlaciones de números índices, y si se parece a quien le paga, es porque todos se ganan el pan. Si tienen saberes distintos es porque las técnicas de las que derivan esos saberes son distintas. Saber qué significa algo, su esencia, supone en primer lugar destruir y construir, hacer y deshacer. Trazar grafos según su sintaxis alfabética (nos remitimos a nuestra teoría de la esencia de los grafos1) habría obligado a organizar, hacer listas, tablas, a clasificar el mundo. Si esto es así, ¿tendrá algo que ver lo que significa contar montantes monetarios con su significado alfabético, teórico? Parecería que sí, y la razón ya la hemos apuntado, los grafos que utilizamos en la escritura derivan de las técnicas contables de los escribas sumerios. La primera pregunta que hay que responder será: ¿Quiénes eran estos sacerdotes-escribas que controlaban estas técnicas? ¿Eran comerciantes o trabajaban para los proto-estados imperiales? Cabe postular como primera tesis de este estudio que la contabilidad que genera la escritura (y la aritmética), cuando aparece, no sale de la actividad comercial (de la parte), sino de su regulación (del todo). Con lo cual, el significado de lo que sea contar “dinero” se parecerá en algo al significado que tenga leer y escribir, tal y como lo hacían los lenguajes alfabéticos por donde aparece la moneda. La diferenciación entre el economista práctico, un contable que se dedica a contar monedas, y el economista teórico, que se dedica a 1 Éste sería el último de una serie de ensayos sobre la idea de técnica que recogimos en la Filosofía de la técnica y la tecnología (Pentalfa, Oviedo, 2018).

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escribir teorías económicas hablando de dinero, se encuentra en el mismo origen que diferencia los números que hace el contable y las letras que escribe el teórico. El último tendrá como materia de estudio el sistema de relaciones cuya inestabilidad sufre el primero. Como hemos dicho, el economista no sale tanto del comercio con ganado, trigo o lana, cuanto del regulador de las transacciones; no sale del bien que se vende a un precio, sino del precio al que se vende el bien; no sale de la “parte” (el tipo de comercio) sino del “todo” (el imperio preestatal). Sin embargo, en los proto-estados del tercer milenio antes de Cristo todavía no tenemos monedas, hay que esperar a los Estados-ciudad griegos. Mucho menos tenemos teóricos de la economía. Si preguntamos qué significa contar dinero a alguien distinto de quien gana dinero (sin perjuicio de que coincidan en la misma persona), tenemos que concluir que quien hace algo es porque tiene una técnica o una tecnología productiva, un “saber hacer” que alguien le paga, pero no sabe, ni qué supone, ni qué implica, ni qué significa lo que cobra. Este problema, habría obligado a hacer unas disciplinas que expliquen lo que hace quien no controla el conjunto de implicaciones que tiene aquello que sabe hacer, nos referimos a las llamadas “ciencias humanas y etológicas”. La economía se encuentra entre ellas. Esta debe responde a la pregunta sobre lo que significa contar el “dinero” que se gana. Ante este tipo de cuestiones, podríamos decir que se habla sin saber qué es el lenguaje, se reza sin saber qué es la religión, y se gana dinero sin saber qué es la economía (el “dinero”), pero lo plantearíamos mal. Pues ni nadie habla un lenguaje, ni reza a una religión, ni gana dinero. Antes bien, se habla una lengua determinada (español o chino), se reza a dioses concretos (Zeus, Cristo o Alá) y se gana una cantidad de moneda nacional en particular (yenes o pesos). Las diferencias son lógico-materiales. Números, monedas y esencias (o significados) no son entes inmateriales, son morfologías realísimas en que la misma teoría es una práctica. Lo que hace el matemático, el contable o el filósofo nos introduce en el problema de los grados del saber, que no es otro que el de los grados del hacer. La pregunta es, ¿hasta dónde llega la investigación sobre las técnicas que están en la base de las ciencias

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económicas? Ahora sabemos que los economistas clásicos del siglo XIX no pudieron tener información sobre un aspecto esencial al nacimiento de su campo, de modo que arrastraron acríticamente multitud de supuestos, malentendidos y “mitos” sobre el tema. Miremos el problema de lejos, luego lo iremos identificando a través de un mapa, el mapa del campo de la economía política. 1. La necesidad del regressus a las técnicas económicas. Hemos empezado preguntado ¿qué diferencia hay entre contar “dinero” y ganar “dinero”? ¿El experto en ganar “dinero” es el experto en contarlo? Ni mucho menos. Coincidirá, si se concede que economistas somos todos, sea el hombre de negocios, sea un trabajador cuando cuenta su sueldo, o un empresario cuando hace el balance, pues todos saben hacer algo que por añadidura tiene un valor económico. Entonces, ¿qué labor tendrá el economista? ¿Será a quien necesitamos para contestar la pregunta sobre qué significa contar el “dinero” que se gana, o ganar el “dinero” que se cuenta? Parece que sí, o esto se deduciría de la admiración de Schumpeter cuando advertía que Alfred Marshall pretendía hablar a los “hombres de negocios”, diferenciando implícitamente a unos, los que saben ganar “dinero”, los hombres de negocios, y a otros, los que saben qué significa “contar el dinero que se gana”, a saber, los economistas que estudian lo que resulta de lo que hacen los primeros. Schumpeter advertía que el hombre de negocios no esperaba a ver qué le tenía que decir el economista a la hora de dirigir la empresa. El economista que necesita el hombre de negocios es el contable de la empresa. Sin embargo, ni Alfred Marshall ni Schumpeter eran contables. Ahora bien, una cosa es tener técnicas para saber hacer algo con lo que ganar lo que te pagan, propias de los trabajadores o empresarios, otra cosa es tener una técnica, por la que también te pagan, que consiste en saber qué, cuánto y cómo pagar a los que saben hacer cosas en general, la que tiene el contable o administrador de la empresa, y otra distinta es saber en qué consiste ganar y pagar lo que saben hacer unos y otros, propia de los que estudian a los anteriores, los economistas. La primera dificultad está en dirimir dónde termina el contable y empieza el economista.

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Si un contable cree que sus problemas sobre lo que prevé ganar o perder la empresa le obligan a salir o abandonar el campo puramente económico para entrar en otros campos, como el campo jurídico del derecho mercantil o laboral, o recurrir al campo político para atenerse a la normativa fiscal o financiera, también le serán ajenas las cuestiones productivas, es decir, los bienes que compra o los que produce la empresa en la que trabaja. Porque si al contable de una empresa o al asesor financiero le da de lado si hace levitas o tractores, y sólo le interesa cuadrar el presupuesto al rendir la cuenta de resultados, se limitará a hacer números; lo que ya no verá tan ajeno, es decir, sus conocimientos quedarán reducidos a sumas y restas monetarias cuando hace ejercicios contables o financieros. El contable trabaja con el numerario que cuenta. ¿Qué tendrá que ver este señor con lo que hace Alfred Marshall cuando pretende hablar a los jefes de los contables?, ¿habrá que preguntar a Popper o a Marx sobre la diferencia entre lo que hacen los contables y lo que saben teóricos de la economía como Marshall? La segunda dificultad que nos aparece consiste en dirimir dónde empieza el filósofo y acaba el economista. Inserto entre comerciantes, empresarios, fabricantes y políticos, el economista siempre fue puesto en entredicho. Los economistas se suelen ganar la vida de académicos, no son empresarios, y si llevan bolsas de valores o asesoran al gobierno sobre la política fiscal o productiva es porque la actividad de contar y la de ganar “dinero” tienen algo en común que no permite identificarlas, pero tampoco permite separarlas (como si fueran campos de fenómenos distintos). Nosotros decimos que las diferencias entre contables, economistas y filósofos, no cabe determinarlo desde el dinero, sino desde la moneda. Sus diferencias no tienen nada que ver con la idea de “dinero”, lugar donde se borran tales enfrentamientos. Buscar la medida de la vida económica en el dinero, como “un fuego siempre vivo que se enciende y se apaga según medidas” es infructuoso, pues tal fuego no existe, sino antes bien muchos fuegos enfrentados que se realimentan o se apagan mutuamente según las medidas de las monedas nacionales (que se lo digan si no a las señoritas berlinesas de entreguerras). La realidad de las variaciones económicas que se busca medir se establece desde las monedas que emiten e intentan controlar los gobiernos, las que miden el ritmo cardíaco de la economía nacional, las que hacen

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del economista un cirujano, pues la prevención y el mantenimiento de la salud económica no tiene nada que ver con el “valor absoluto” de una unidad mundial de cambio inexistente por esencia. Ya podemos responder al enunciado titular: Lo que pretendemos con una contribución a la filosofía de la economía política consiste, antes de nada, en triturar el campo de la economía. Triturar significa levantar la figura propia de los problemas básicos de su dialéctica categorial, dar con el frente de problemas de la economía, no para solucionarlo, como infructuosamente intentan los economistas, sino para entender su necesidad. Trabajar con una esencia de la moneda o del comercio supone partir de la imposibilidad de llevar a cabo tal crítica desde el plano interno de la economía. Si no se suele hacer filosofía de la economía no es porque la “racionalidad económica” sea inmune a la “reflexión filosófica”, sino más bien, porque hay tal carga de filosofía disuelta en las teorías económicas más influyentes, que lleva, por así decir, incorporada a la filosofía en su ejercicio. ¿Qué filosofía lleva incorporada? Creemos que una filosofía de estirpe metafísica. Pero, que sea en torno a la moneda como pretendemos realizar tal proyecto, por otra parte, ya intentado desde ideas como el “trabajo asalariado” en el caso de Carlos Marx, o desde el “individualismo metodológico” en el caso de Von Mises, nos obliga a salir del plano “científico” y regresar al plano “técnico”, aquel que está en el inicio de toda ciencia. En nuestro ensayo sobre la Filosofía de la técnica y la tecnología (2018) hemos presentado el desarrollo esencial de las técnicas originarias que están en la base de algunas categorías formales y naturales que alcanzan contextos determinantes, donde se abren las puertas de las verdades, teoremas o identidades sintéticas. Son esencias técnicas entre las que no encontraremos a la economía. Tratar de buscar en las categorías económico-políticas las técnicas en las que se basan nos obliga a mostrar cómo tales categorías se mueven en metodologías cuya cientificidad está entredicho. El regressus a ciertas ideas desde las que progresar a las relaciones económicas de las que partimos, a saber, el conflicto entre los que nos dicen qué significa “contar dinero”, será muy distinto según las ideas que sigamos,algunas nos desdibujan el campo económico, es el caso del dinero, otras lo sistematizan, es el caso de la moneda.

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Nosotros suponemos que la filosofía es dialéctica. No se puede dar un paso sin partir de las posiciones del contrario. No cabe decir una palabra propia sin tener en frente las tesis que vamos a negar, pues de su potencia depende la nuestra. De modo que la mayor potencia que cabría desarrollar derivaría de la “totalización” de las posiciones sobre el tema. En filosofía sólo podemos aspirar a decir algo, cuando hayamos clasificado, reordenado y sistematizado el conjunto de teorías y doctrinas en uso; y si no es posible es mejor callar, no porque no se pueda hablar de ello, sino porque podemos estar hablando en vacío, luchando contra un trampantojo; es decir, repitiendo cosas ya dichas o criticando tesis inactivas. A nosotros nos corresponde utilizar de modo adecuado el arsenal que podrá llevarlo a cabo. En este caso nuestro plan estratégico está en el Ensayo sobre las categorías de la economía política de Gustavo Bueno (La Gaya Ciencia, 1972). Lo que pretendemos es seguir algunas indicaciones allí presentes sobre la gnoseología y la ontología en economía, el papel de la moneda y la posibilidad de una tabla ordenadora de las categorías económicas. Pero antes que nada hay que indicar a quién nos enfrentamos. 2. Aspectos metafísicos de la economía vinculados a la idea del dinero. Ya hemos dicho que el papel de la moneda en economía está eclipsado por la idea de dinero. Es necesario desbrozar el camino de su metafísica. Tal camino transita por la filosofía espiritualista (idealista) desde presupuestos monistas y atomistas (contraria sunt circa eadem). Nos proponemos indicar aspectos que están apuntados por Gustavo Bueno en los análisis de la metafísica teológica desde la que construirá Leibniz su Monadología. Veamos algunos hitos de la metafísica del dinero que han conducido al mito del capitalismo. Las concepciones de la actividad económica inspiradas en la teología revelada suponen la expulsión del hombre del paraíso “comunal” como consecuencia directa de la guerra de los ángeles. Igual que en el contexto de los mitos griegos, donde la técnica que nos hace humanos deriva del enfrentamiento entre un dios benefactor como Prometeo y el Rey Zeus, en los mitos judíos que explican la vida de los hombres, la expulsión del paraíso deriva del enfrentamiento entre el “ángel caído” y Dios padre. Sólo hay que cambiar los contenidos

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manteniendo la estructura para que la explicación parezca “científica”. Por ejemplo, la versión marxista de este mito cambia la envidia de los ángeles (que son entendimientos puros) por el egoísmo de los hombres (entendimientos corpóreos) como causa de la división y perdida de su ser, provocando su “alienación”. Se trata de transformaciones de las metáforas teológicas por la praxis política-estatal que se entiende por la aparición de la propiedad privada. En todo caso, una vez que los hombres dejan de ser recolectores, y se han dividido en agricultores (Abel) y ganaderos (Caín), encuentran la utilidad común en el comercio y la propiedad privada. Se trata de modos de vivir propios de la naturaleza del hombre, es decir, serán considerados como derechos naturales. Cuando sus necesidades conducen al intercambio de bienes, el “trueque” será la economía natural (mito que encontramos repitiéndose en todos los clásicos de la economía). Según los economistas decimonónicos el problema fundamental de la economía del trueque consistía en la dificultad para darse una “doble coincidencia de necesidades”, a saber, que coincida lo que alguien demanda con lo que otro ofrece y al contrario, que lo que el otro demanda coincida lo que el primero ofrece. Si alguien quiere telas y vende vino, necesita que otro quiera vino y venda telas. La solución llevaría al establecimiento de medios de cambio no fungibles, que permitiese salvar la distancia entre las operaciones de compra y venta sin que se pudra la mercancía, es decir, hacerlas independientes, así suponen que aparece el dinero; la moneda no será más que la última forma de dinero. La tradición parece circular por las dos vías que abre Aristóteles en su concepción de la Justicia particular, la primera de las virtudes. A saber, la justicia conmutativa encargada de la igualdad en torno a los contratos, y la justicia distributiva en función de los merecimientos. Los problemas económicos se tratarán en el primer caso por la vía del Derecho y en el segundo por la vía de los deberes de la Moral. La primera vía llega a la actualidad en versiones liberales, la segunda en versiones “socialistas” (éticas), ambas con presupuestos humanistas. De acuerdo con la primera, sólo se requiere un garante de los contratos al que acudan las partes contratantes, la judicatura. De acuerdo con la segunda, ayudar a los necesitados, huérfanos y viudas, es una obligación de justicia social, desde Luis Vives a Carl Polanyi.

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Sin embargo, el presupuesto básico del que parten estas concepciones económicas implica una idea de humanidad tan ingenua como metafísica. Porque según lo que entendamos por naturaleza del hombre entenderemos sus modos de vida de un modo u otro. Poco importa ahora si esa humanidad es anterior a la historia o posterior a la misma. Una de sus primeras formulaciones la lleva a cabo San Agustín en La Ciudad de Dios, donde marca la línea eclesial por la cual los hombres alienados que miran por su interés particular se juntan en Ciudades terrenas indistinguibles de las bandas de ladrones, en su caso, la Roma que asoló Alarico en el año 410, conduce a la “ciudad de Dios”. Sucesivas metamorfosis de esta Historia Universal encuentran la equidad y la justicia social según se aproxime la línea temporal histórica al bien común, ya sea con la vuelta a los bienes que perdieron tras la Caída, el fin de la propiedad privada, u otro tipo de “cierres” o totalizaciones de la historia humana, a saber, las elaboradas por teólogos, utopistas, idealistas o “científicos” sociales. En todo caso, la función que se atribuya a la propiedad privada es esencial. Cuando se recuperen las ciudades occidentales y las compañías de capital comercial se institucionalicen, se verán los beneficios de la propiedad y el dominium del derecho romano se desarrolle en el medievo. La Summa Theológica de Santo Tomás atribuye los derechos subjetivos a la propiedad de la persona, lo que permite su buena administración y los convierte en derechos positivos (aunque convencionales). Se trata de derechos personales que están dirigidos a su uso social y subordinados al campo de la moral, por tanto, miran en beneficio de todos (tesis que siguen encíclicas como la Rerum Novarum de León XIII en 1891, Quadragesimo Anno de Pío XI en 1931 y Divini Redemptoris de 1937). Respecto al medio de cambio dirá Santo Tomás, “en función de la necesidad que los hombres tienen de esas cosas, cabe que de una manera suficiente se las contenga bajo una sola medida; de ahí la necesidad de algo uno, mensurante de todas esas cosas y que no desempeña su función en virtud de su propia naturaleza, sino porque así lo han convenido los hombres” (Santo Tomás, In Ethicor., Lib. V, lect. 9, n. 989). En la misma vía teológica, la escolástica hispana sitúa el derecho de propiedad como fundamento de la libertad y las relaciones jurídicas y económicas. La Escuela de Salamanca trata el derecho privado,

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patrimonial o civil moderno en tesis sobre el Ius como las de Francisco Suárez: “poder personal de obrar, pero poder objetivo y objetivado en cuanto esfera real reservada y protegida para cada sujeto, en cuanto autonomía personal objetiva” (Vera Sánchez, L., Suárez teólogo y filósofo del derecho, cita del Tratado de las leyes y de Dios legislador, I. de Estudios políticos, 1967). De Soto distinguirá entre dominium rerum natural y rerum divisio histórica, donde la práctica del comercio se considera necesaria para el hombre. Autores como Francisco de Vitoria fundamentan el comercio internacional en el derecho natural (De Indis et de Iure Belle Relectionen, 12 cap. 8). Fray Bartolomé de Albornoz sostiene en este sentido: “he comprendido brevemente todo lo habitable del mundo, de que hoy se tiene noticia, para mostrar, cómo esta parte de los contratos es la más natural que hay en el género humano” (Arte de los contratos 17, cap. 6). Otros clásicos como Juan de Mariana defenderán el comercio al entender que la naturaleza humana está privada de una infinidad de cosas (De rege et regis institutione). Hagamos notar el parecido de estas tesis con desarrollos de la Antropología económica actual, cuando entiende la producción y la distribución de bienes “escasos” como el ejercicio natural de la actividad humana. El comercio, bien por trueque o por mediación del dinero, se abrirá paso en cualquiera de sus formas sociales e históricas, incluida la moneda de las sociedades urbanas. La filosofía de corte idealista, comenzando por Kant, también subordina el comercio, el dinero y las costumbres al campo de las virtudes morales y naturales humanas. El idealismo kantiano sitúa el dinero dentro del contexto jurídico y moral, en el contexto de una teoría de las pasiones. En su filosofía del derecho se plantea Kant qué es el dinero. Como no cree que tenga ningún ser-para-sí y sólo existe al ser enajenado, será entendido como el medio general que “representa” todas las mercancías. El dinero, al ser lo ideal que tienen las mercancías, viene a ser el esquematismo general de los contratos y los intercambios: “El dinero es el medio general de negociar la industria de los hombres entre sí” (Immanuel Kant, Principios metafísicos del derecho, Madrid 1873, pág. 128). El mismo Adam Smith, un profesor de filosofía moral, entiende la economía como fruto de la natural propensión al intercambio entre los seres humanos

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(de modo análogo al lenguaje para la comunicación), primero en forma de trueque, luego en forma monetaria. Hay que indicar, como se puede observar en estos autores, que el problema relativo a las concepciones del comercio, es decir, el problema de los intercambios económicos, será imprescindible para ver el papel de la moneda. En todo caso, el idealismo “asume” la concepción tradicional del dinero como la cuestión moral que venía regulando el teólogo (cuando, dada la repercusión social y política de las nuevas rutas del comercio mundial la escolástica española se veía obligada a investigar y explicar asuntos de contratos y mercados), pero con una diferencia esencial. A saber, si entendemos que la filosofía moderna se constituye en torno a una inversión teológica por la cual el hombre ocupa el lugar de Dios, las leyes divinas que estudiaba el teólogo pasarán a ser las leyes naturales que estudia el “filósofo natural” (Newton), así como el economista “reformado”, quien ya parte de la identificación de la religión interior con el Estado, parte de la vinculación entre la economía y el Estado, por lo que su campo pasará a denominarse, economía política. El desprendimiento teológico que había llevado a cabo el protestantismo (convirtiendo la armonía preestablecida leibniziana en la mano invisible de los mercados con Adam Smith), parte el sólido bloque teológico católico y llega a España con la polémica en torno a la primera cátedra de economía que se creó en la Real Sociedad Aragonesa de Amigos del País: su titular Lorenzo Norvante y Carcavilla se vio envuelto en acusaciones de Fray Diego José de Cádiz sobre el desvío moral de los contenidos expuestos, cuando se limitaba a explicar a Le Say (en España la institucionalización de la disciplina tuvo que esperar otros cien años). Uno de los ejemplos más claros de esta inversión lo encontramos en el idealismo alemán. Fichte nos ofrecerá un tipo de filosofía de corte luterana que absolutiza al Estado en el terreno de la economía política. El subtítulo Proyecto filosófico con que Fichte acompaña la publicación de un apéndice al Fundamento del Derecho Natural (1797) titulado El Estado comercial cerrado (1800), califica uno de los más raros ejemplos de economía cerrada, autárquica y autosuficiente que hemos encontrado. Tal proyecto consiste en delimitar las fronteras económicas del Estado hacia la clausura total del comercio exterior y

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solucionar los problemas de producción a través de la moneda nacional. Frente al liberalismo cuasi-anárquico, la autoconciencia determina la conciencia como unidad y auto posición productiva. Se trata de la realización de la filosofía jurídica donde el todo estatal determina la propiedad de los particulares y la economía es la encargada de llevar a efecto la voluntad común. No es nuestra intención, ni mucho menos, agotar las tesis sobre la filosofía de la economía. En esta introducción a la crítica de la filosofía económica se trataría de presentar las líneas directrices de un diagnóstico en que aparezcan inversiones y reordenaciones de la economía que guardan más continuidad de fondo que discontinuidades. Nos referimos a la inversión de planteamientos espiritualistas en teología que pasan a ser tratados por las “ciencias sociales”, donde la conciencia interior se identificará con la “diosa” razón en el hombre, y donde temas propios de la Filosofía del Derecho como la propiedad, la enajenación de bienes, la sociedad civil, las corporaciones o el Estado, por ejemplo, en Hegel, se convertirán en temas propios de la crítica de la economía política, por ejemplo, en Marx. Hegel, al modo kantiano, parte del principio del respeto y el reconocimiento como fundamento jurídico de la persona. Conceptos hegelianos del primer momento del Espíritu objetivo, como el derecho abstracto, comprenden la triada: persona, propiedad y contrato. En su Filosofía del derecho de 1821, vincula el derecho a la propiedad privada de acuerdo con las relaciones de las personas con las cosas. Estas relaciones, por las cuales se exterioriza la voluntad y se adquiere la libertad mediante la posesión, uso y enajenación de las cosas a través del contrato es el lugar donde se reconocen las personas. Hay que resaltar que Hegel habla de la moneda (no del dinero) como realidad abstracta o simbólica que surge de la comparación entre las cosas sobre una base común cuantificable y universal (un universal-concreto). Como se sabe, tesis idealistas sobre el comercio global en la Historia Universal desde el Estado, ya no prusiano, sino norteamericano, son actualizadas por Fukuyama (Francis Fukuyama, Capitalismo y Democracia: el eslabón perdido, Estudios Públicos, 54, 1994), cuando supone el principio psicológico del reconocimiento mutuo, el querer ser reconocido como igual, como el fundamento que sólo la democracia liberal puede satisfacer plenamente en el capitalismo.

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El reconocimiento de los hombres como iguales aparecerá como el fundamento del fin de la historia que une capitalismo industrial y democracia parlamentaria universal. Sin duda Marx percibió la importancia del maestro en ideas sobre la propiedad y las clases sociales, que utilizará para elaborar la idea de producción y de alienación del trabajador. En efecto, dice Hegel sobre la enajenación de la persona: “con la enajenación de todo mi tiempo concreto de trabajo y de la totalidad de mi producción, convertiría en propiedad de otro lo sustancial mismo, mi actividad y realidad universal, mi personalidad”, así, el concepto de laesio enormis proveniente del derecho romano, indicará un desequilibrio de valor en el contrato que Hegel interpreta como lesión infinita si se vende o se enajena un bien inenajenable, es decir, que no puede ser susceptible de venta. Preguntamos, ¿no es algo parecido lo que expresan ideas marxistas sobre la nulidad absoluta del contrato de trabajo por el cual el trabajador pasa de ser el fundamento del valor económico a mercadería enajenable, objeto de compra y venta, y así, contradicción fundamental del mercado capitalista? Este paralelismo continúa en la “verificación histórica” de ambas teorías. La hegeliana idea de un Estado Alemán que encarna la divinidad y que deriva hacia la satisfacción de las necesidades del espíritu del pueblo, indicaba una vía hacia el “estado de felicidad” que no se dio en el socialnacionalismo del tercer Reich, como tampoco se dará el “hombre nuevo” de la sociedad sin clases del comunismo soviético generado por la vuelta del revés marxista-leninista. Es sabido que Marx sigue a Ricardo en la importancia que da al oro como bien internacional, alejándose de la idea de moneda que utiliza Hegel, por lo que vemos su error metafísico preñado de revolución universal. Para Marx “El oro deviene dinero, a diferencia de la moneda…, y pasa a ser dinero mundial” (Contribución a la crítica de la economía política, Progreso, 1989, pág. 105), no así las monedas que, al ser estatales, “estorban el proceso metabólico de la humanidad” (Ibídem, pág. 108). Es el oro el que “debe servir de perpetuum mobile en el proceso de circulación”. Esta metafísica del oro como dinero y la moneda como problema, se ve de nuevo cuando amplía la definición aristotélica del hombre como zoon politikon, a “animal social”, sin percatarse de la diferencia, o precisamente por ella, al ser

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vista desde el proyecto aureolar del comunismo final sin Estado. El “dinero”, leemos en los Manuscritos económicos y filosóficos, “en cuanto concepto existente y activo del valor, confunde y cambia todas las cosas, es la confusión y el trueque universal de todo, es decir, el mundo invertido, la confusión y el trueque de todas las cualidades naturales y humanas”. El ascenso del dinero a una posición metafísica continúa imparable por otras vías. En Schopenhauer, no será otra cosa que representación de las relaciones entre las partes del mundo, acentuadas en la idea del dinero como fenómeno que tiene como fundamento la voluntad nouménica en la avaricia y el egoísmo (principium individuationis). La propiedad y el Estado desarrollan las relaciones a partir de este hombre perverso que ve a los demás como fantasmas (Marx diría, como mercancías). Sólo el artista, y el músico en especial, expían esta voluntad que intensifica el sufrimiento. Schopenhauer incluye toda voluntad en una voluntad absoluta que identificada con el noúmeno o cosa en sí kantiana, desde la cual la vida afanosa de los hombres no cabe consumarla, sino negarla con la abstinencia y la contemplación musical (las actuales subvenciones a la “cultura” que Gustavo Bueno identifica con el opio del pueblo). Dos teorías sobre Filosofía del dinero podemos citar en este sentido. La primera, de principios del siglo XX es la de Georg Simmel, la segunda de finales de siglo es la de Vittorio Mathieu. Cuando se ha cumplido la primera globalización económica, un berlinés cifra el conjunto de relaciones extendidas a nivel mundial en términos de “dinero” (sin perjuicio de que luego nos hable pormenorizadamente de la moneda, lo que es síntoma de la confusión que queremos señalar): “el dinero no es más que un medio, un material, o ejemplo para la representación de las relaciones que existen entre las manifestaciones más externas, reales y contingentes y las potencias más ideales de la existencia, las corrientes más profundas de la vida de los individuos y de la historia” (Georg Simmel, La filosofía del dinero, Instituto de Estudios políticos, Madrid 1976, pág. 11). Sus consideraciones nos interesan en cuanto cifra la evolución del dinero hasta la actualidad, “una época en la que el dinero se convierte en puro símbolo y es indiferente a su valor intrínseco”. Este carácter simbólico y abstracto también nos interesará en cuanto lo alcanza

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todo: “La regalía no más que una manifestación de esta esencia metafísica, por así decirlo, de la posesión del dinero, o sea, que trasciende todo empleo particular y que, como es el medio absoluto, implica la posibilidad de todos los valores como el valor de todas las posibilidades” (Ibídem, pág. 252). Los paralelismos con el lenguaje, como mediador absoluto y simbólico, le hacen decir con Espinosa que el dinero es “ómnium rerum compendium” (Ibídem, pág. 369). Simmel actualiza tal concepción del dinero cuando “se observa la formación de esta sustancia (el mundo), la permanencia desaparece en ella de modo absoluto, una forma se cambia continuamente en la otra y el mundo ofrece la imagen de un perpetuum mobile” (Ibídem, pág. 645). Una imagen de la circulación del dinero (que ya estaban en Marx) que ofrece analogías muy interesantes con la física y la teología (el motor inmóvil de la sustancia pura y los móviles perpetuos de la termodinámica) y nos pone ante lo que nos interesará resaltar de la circulación del dinero: “El negocio financiero se corresponde perfectamente con la capacidad de compromiso de los valores merced al dinero… del dinero merced a sus formas cada vez más abstractas. Cuanto más depende del dinero la economía de un país, más adelanta la concentración de sus acciones financieras en las grandes encrucijadas de la circulación monetaria…, el símbolo decisivo de todas estas correlaciones es la bolsa” (Ibídem, pág. 641). Con Mathieu podemos resumir el idealismo del dinero por el que transitan las concepciones actuales sobre la economía. La idea del dinero a la que nos enfrentamos entiende que “el dinero posee una naturaleza ideal”, que su único uso, como dijo Kant, es “deshacerse de él”, que “existe solamente en el acto de ser gastado” (Victorio Mathieu, Filosofía del dinero. Tras el ocaso de Keynes, Rialp, Madrid 1990). Se trata, como ocurre en el lenguaje, de un símbolo convencional y cualquier forma de dinero puede servir como medida de valor o medio de intercambio. Cuando se compra se idealiza el dinero, cuando se vende se realiza, compraventa donde adquiere la forma de un potencial monetario, y por tanto futuro, crediticio, efectivo en cuanto se acepta por los demás. Nace para saldar una deuda, expiar una culpa. La moneda no es más que el sello de una garantía, su valor es el dinero, su materialidad consiste en ser representación del futuro, es decir, su función es especulativa.

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Nosotros vemos en “representación” o “especulación” formalismos metafísicos de carácter idealista, mentalista, donde pierde la moneda su realidad, y en su aspecto “convencional” puro subjetivismo. Detrás de estas concepciones el carácter nematológico idealista (o espiritualista) se extiende con la proclamación de los Derechos Humanos en un marco normativo “ético universal” con el que, tras el paréntesis comunista, vuelve el dominio kantiano por el cual entender la economía y el dinero como un “valor relativo”, incomparable con el “valor absoluto” de la persona, aquella cuya buena voluntad brilla como una joya aunque todas sus acciones fracasen y cuyo imperativo categórico indica el camino del deber y las normas morales y políticas (Immanuel Kant, Fundamentación para una metafísica de las costumbre, Alianza, 2005). Las implicaciones de esta filosofía aparecen hoy día en reivindicaciones como la renta básica. El dinero como compendio de todas las inclinaciones de nuestra naturaleza se debe subordinar a la persona humana como fundamento de todos los derechos, con lo que el dinero pasa a ser un derecho humano, el “crédito para todos” que pedía Proudhon. La economía aparecerá como el medio por el cual se deberían alcanzar los demás “derechos humanos”: la dignidad del trabajo, la vivienda, la seguridad, la paz o la felicidad de los hombres. Cómo distribuir y repartir entre todos el dinero al que se inclinan los hombres es lo que se busca y, sin embargo, dicen, es lo que empresarios egoístas, multinacionales explotadoras, financieros insaciables y gobiernos corruptos impiden a través de unos profesionales de las finanzas que han pervertido las empresas y el Estado. Después de dos siglos hoy podemos considerar que impera Kant. La filosofía del dinero en su versión actual la denominaremos el regreso de Kant; su característica principal está en incorporar al marxismo. Veamos cómo. Tal y como se escenifica hoy día la “estructura” de la economía, parece responder al conflicto de clases entre capitalistas y proletarios, es decir, los sectores de la negociación colectiva divididos en empresarios y trabajadores, asociados respectivamente en la patronal y los sindicatos. El Estado no es más que el mediador de los intereses colectivos en la búsqueda de acuerdos sobre mínimos a la hora de establecer las relaciones de producción, sobre todo en la regulación

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del mercado laboral. El gobierno de turno favorecerá a un sector u otro según sea de derechas o de izquierdas. Pseudo-conceptos de sobrecubierta comprenderían todo aquello que afecta a la producción. El “concepto” de “factores productivos”, como concepto proveniente de la idea de infraestructura marxista, comprende la mano de obra, las infraestructuras, las materias primas, el nivel tecnológico, pero también acabará englobando componentes superestructurales como el nivel formativo, la ciencia, la cultura, &c. El sector financiero queda como una resultante de la financiación y la especulación empresarial vinculada a los intereses intervencionistas del Estado, en concreto, de las oligarquías organizadas en partidos políticos o “castas” de poder. Desde las teorías shumpeterianas de la economía de la empresa como motor de innovaciones (la destrucción creativa), se suele entender el mercado de factores productivos como un eje plano que comprende la oferta de las empresas por un lado (incluyendo bancos), y por otro a consumidores y trabajadores, es decir, la “estructura” de clases que se concreta entre los que innovan, sujetos activos, y lo que consumen, sujetos pasivos. De este modo podemos diferenciar dos criterios que están actuando en la comprensión de las categorías económicas. El que arranca de la dualidad “sujeto/objeto” y el que se basa en el dualismo práctico “activo/pasivo”. Cruzando ambos criterios nos sale una sencilla tabla que diferencia los elementos mínimos de este tipo “vulgarizado” de filosofía de la economía Criterio operativo

Activo

Pasivo

Sujeto

Empresario

Consumidor

Objeto

Trabajador

Bien

Criterio semántico

De modo que sujetos activos son los “emprendedores” (los empresarios), sujetos pasivos son las masas de consumidores, objetos pasivos son los bienes y por último “objetos” activos son las máquinas de sangre, los trabajadores (que acabarán siendo sustituidos en su casi

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integridad por la maquinaria tecnológica), los cuales se objetivan, se mercantilizan, en tanto pierden su condición humana en el trabajo alienado, según entendía Marx: “¿En qué consiste, entonces, la enajenación del trabajo? Primeramente, en que el trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en que, en su trabajo, el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Por eso el trabajador sólo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí. Está en lo suyo cuando no trabaja y cuando trabaja no está en lo suyo. Su trabajo no es, así, voluntario, sino forzado, trabajo forzado… En último término, para el trabajador se muestra la exterioridad del trabajo en que éste no es suyo, sino de otro, en que no le pertenece; en que cuando está en él no se pertenece a sí mismo, sino a otro… es la pérdida de sí mismo” (K. Marx, Manuscritos: Economía y filosofía, Alianza, Madrid 1986, pág. 108). En la actualidad, caído el sistema de producción central comunista, el proletariado pierde su carácter activo asociado a la lucha de clases y lo toma el empresario, quien innova tecnológicamente, pues para el “liberal” todos los hombres en cuanto piensan y deciden libremente son posibles “emprendedores”, aunque alienados de su propiedad por el Estado. Pero el fin del progreso histórico, de la Historia Universal, será el mismo en ambos casos (el fin del Estado en el comunismo y en el liberalismo), aquel donde los obreros (o los empresarios) no sean “un medio”, un factor de producción pasivo (o extorsionado por los impuestos), un instrumento, es decir, una cosa, sino que pasará a ser persona (el noúmeno que está detrás de las apariencias fenoménicas del capitalismo estatal), tal y como sostiene el Imperativo categórico y exige la dignidad de la declaración de los Derechos Humanos, en una armonía “global” de los mercados lubricada por el dinero como perpetuum mobile. Los economistas son los encargados de ir limando los déficits que nos acercan a la economía como ciencia “pura” y a la vida plena de las sociedades humanas como paz perpetua. Por ejemplo, como economía keynesiana que garantice los “Estados de bienestar”.

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3. Primera aproximación a la crítica de las categorías de la economía política Estos detalles doctrinales nos permiten vislumbrar lo difuso y lo confuso que son las relaciones entre Derecho, Ética, Política y Economía. Cátedras sobre “Análisis Económico del Derecho”, “Derecho y Economía”, “Ética económica” inciden en el papel del Estado sobre fenómenos de desequilibrio financiero y su incidencia social. La tradicional primacía del Derecho, los derechos individuales, sociales o los derechos humanos, sigue después de Keynes dominando sobre otras disciplinas. Sus fines últimos son la instauración del “estado de Bienestar” y la economía ecológica sobre un fundamento humano. Lo que vale tanto para la ideología democrática de la economía de mercado pletórico capitalista, como para su contrario. Como sostenemos, estos “mapas” económicos, donde decimos que impera Kant, se construyen desde criterios epistemológicos de análisis que arrancan de dualismos espiritualistas orientados hacia un reino de los fines que garantiza la ley del Progreso (por el mercado o contra el mercado, es lo mismo). En todo caso aún no hemos avanzado nada. Lo que nos interesa es mostrar que estos planteamientos metafísicos y formalistas se ocultan bajo el planteamiento de problemas económicos en términos de Dinero. Pues el dinero supone una lisologización de la pluralidad de unidades de valor que realmente existen, y que están en lucha permanente, a saber, las monedas nacionales. No es que no haya respuesta a estos problemas, al contrario, se ofrecen infinidad de soluciones, pero siempre basadas en presupuestos metafísicos, idealistas o voluntaristas, acordes con el diagnóstico psicológico, antropológico o moral que les precede: la avaricia se curaría con la generosidad, la irracionalidad del sistema con la toma de conciencia, la diferencia de riqueza con su reparto equitativo, la competencia feroz con la cooperación desinteresada, el progreso con la eliminación de trabas, &c. No hace falta decir que tal simplicidad oscurece y eclipsa los problemas antes que permitir su entendimiento. Ya vemos que la economía se homologa a la confusión que reina en el presente. Cuando se habla de derechos humanos universales, cuando se habla de universales lingüísticos de todos los hombres, cuando se habla de tribunales internacionales, de religión natural, de comercio libre, de comercio justo o de trueque natural, se habla a la escala en que

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se reivindica el diálogo de civilizaciones, la renta básica universal o la “moneda única” global. Se habla desde una idea aureolar que supone la existencia de la solución, que presupone nuestro compromiso con ella y que adquiere rango de necesidad en el susodicho reino de los fines kantiano. Cuando dices que nunca existió el comercio libre ni el justo, que esa moneda única y universal nadie la ha visto, que la moneda fue desde el principio “estatal”, para ellos corroboras su necesidad. Su entendimiento se identifica con el método idealista por el cual juzgan los hechos (el ser) desde una “idea” a realizar (el deber ser), sólo hay que ir eliminando déficits que nos acerquen a la democracia, la paz, la justicia, la verdad, &c. A nuestro modo de ver, tales “ideales” no existen ni como ideas, de modo que se busca realizar algo que no tiene contenido, que no conoce nadie. Pero negar el “ser” de tales ideas, por falsas, vacías o ilusorias no llega a afectar al “deber ser” de las mismas, su voluntarismo muestra aquí la primacía espiritualista (armonista) de fondo, la belleza y la necesidad de tales “ideas” es inmune a las críticas. No asimilan que una falsa idea, siquiera tiene el carácter estético de la idea falsa. Las falsas ideas, en su vaciedad esconden consecuencias como la ruina y la guerra ¿dónde está “lo bonito” de la confusión, la extrañeza y el desconcierto al que conducen las falsas ideas? En economía ya lo sabemos, la ignorancia de quien se guía por la ilusión de alguna intuición sublime conduce a la pobreza, la indigencia, la miseria, pues conduce a la degradación del campo económico real. Toda esta configuración del campo económico es pura metafísica. Para reconducir el análisis de las categorías económicas hay que abandonar lisologismos teológicos, sociales o antropológicos de corte idealista, postulados como bases o marcos de la economía. La vuelta del revés aquí, pasa por dejar de buscar la solución a los problemas económicos en la lisológica “distribución del dinero”, como si fuera un derecho natural perdido con la aparición de la propiedad que nos aleja de Dios, según la idea teológica de Alienación paulina, o nos aleja de nuestros derechos humanos, según la “protestante” declaración de 1948. La reordenación de las ideas económicas pasa por la “vuelta del revés” de la metafísica humanista solidaria de la idea de dinero, y por tanto del propio marxismo. ¿Cómo? Partiendo de las necesidades de múltiples grupos o bandas de homínidas que en el ejercicio coactivo de

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sus derechos, es decir, en el ejercicio de su fuerza (Espinosa diría de su esencia), se apropian de territorios formando Estados y posibilitando así la producción y distribución de su riqueza. Tal es el fundamento materialista que exige una idea de conexiones materiales férreas como base de la fuerza de obligar de las relaciones jurídicas, políticas y económicas. No alcanzamos a ver ningún ejemplo histórico real (no ya antropológico) donde no se emplee la fuerza como última garantía de la propiedad, los contratos y la moneda. Partir de otros presupuestos es volver a la guerra de espíritus divinos o a la conciencia de seres humanos, buenos o malvados. La propiedad privada está en el centro de las relaciones entre la economía y el derecho. Así se entendió en Roma: “la señoría jurídica, efectiva o potencialmente plena sobre una cosa” (Enrique Lozano Corbi, Origen de la propiedad romana y de sus limitaciones, Universidad de Zaragoza). Tal uso exclusivo y excluyente sobre la propiedad sólo fue posible con el desarrollo de la civitas, donde la tierra pertenecía al populus Romanus. El dominium era tanto derecho de propiedad como señoría, la proprietas designaba lo propio de una persona. Por encima sólo estaba el bien común, ya fuera en forma de deberes de vecindad, de usos públicos, tributación, &c., pero suficiente para el ejercicio de la expropiación forzosa, aunque siempre motivada públicamente y previo pago de indemnización. El desprendimiento de los marcos teológicos y éticos que buscará la economía es paralelo a su “intento de cierre”, algo nunca conseguido, pero que con el marginalismo (y el comunismo) tenderá a ocultar su originaria y permanente implantación política. El inicio del análisis económico comenzaría en los escolásticos españoles cuando van integrando en una unidad aspectos estatales de la economía que aparecen con toda su fuerza al cerrarse el circuito mundial del real de a ocho de plata español. Con el comercio y la comunicación de todas las partes del “mundo” ya se pueden perfilar problemas sobre el precio justo, los contratos y los mercados (propios de la justicia conmutativa aristotélica), y problemas que afectan a las relaciones entre unos Estados y otros, por ejemplo sobre las importaciones, el envilecimiento de la moneda, las deudas públicas, el monopolio o el cambio internacional, cercanos a la caridad humana (más propios de las cuestiones sobre la justicia distributiva aristotélica). Hace falta

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esperar un incremento significativo de la producción y los intercambios internacionales para que estallen periódicamente sus disfunciones y sus conflictos, haciendo necesaria una disciplina de análisis específica. Será de este modo como la economía “liberal” arranca contra las posiciones proteccionistas del mercantilismo industrial. Sin embargo, esta integración de la vida económica nunca quedará clausurada, el derecho en las relaciones internacionales que Francisco de Vitoria trata desde el plano teológico, queda reducido a sus componentes reales en Baltasar de Ayala, pues a nivel económico la apropiación estatal será el presupuesto de toda economía de mercado. Esto se hace evidente con la Revolución Francesa. La liberación de las cargas feudales sitúa la propiedad (Art II) entre los derechos naturales, innatos, anteriores al Estado, inviolables y sagrados. El Código de Napoleón de 1804 hace de la propiedad un derecho absoluto, unitario, individual e inajenable. Nuestro Código Civil en sus artículos 781 y 785 establece la propiedad como un bien de mercado, que como derecho constitucional está sujeto al interés social. De acuerdo, pero no olvidemos nunca que la propiedad particular la garantiza cada Estado (en particular), no la naturaleza humana ni la diosa razón. Nosotros no negamos que haya sistemas de relaciones mercantiles a nivel mundial, lo que negamos es que tales relaciones universales económicas sean conexas, por así decir, que el fruto (riqueza) de tales relaciones reviertan en la totalidad, eso no ha ocurrido nunca; antes bien, revierten sobre partes que producen, venden y dominan al resto. La universalidad de la moneda está en el conflicto, consiste en el enfrentamiento a muerte de unas con otras para existir como tales unidades de medida (un aspecto económico de la dialéctica política). Las monedas coexisten en lucha a muerte, por eso la revalorización de unas implica la desvalorización de otras. Será a través del análisis del plano morfológico de la economía en términos monetarios como podamos clasificar, o por lo menos ensayar un cuadro que ordene las categorías de la economía política. Sin duda, tendríamos que empezar por clasificar las concepciones que se han ofrecido sobre la idea de la moneda, pero creemos con Schumpeter que “la ambigüedad es aquí la norma”. La confusión se introduce al considerarla como un tipo de dinero entre otros. La consideración de la moneda como dinero acuñado fluctúa desde Platón y Aristóteles, entre

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metalistas y legalistas (o nominalistas), según se ponga su valor en la materia o en la forma, en el primer caso porque su valor “intrínseco” dependa del mercado, en el segundo porque dependa del Estado. En todo caso nos parece que las discusiones sobre el fundamento de su valor están vinculadas a las funciones prácticas de la moneda. De modo que valor y función de la moneda son dos modos de hablar de su esencia. Será cuando insertemos la moneda en el sistema de las categorías económicas cuando podamos aclarar el problema de su valor o su función dentro de las mismas. Veremos de paso cuándo adquiere funciones vinculadas al Estado y cuando vinculadas al mercado. Sostenemos que la moneda, no el dinero, es el centro del campo que abarca las categorías, no simplemente económicas, sino económicopolíticas. Tal posición de partida, sólo cabe postularla desde su significado, es decir, desde la posición de llegada, pues otros tipos de “estructuras productivas” que usan “dinero” no son “universales”, ni nunca hubieran podido llegar a serlo. Desde nuestra posición, el papel que juega la moneda en la economía política no es pasajera, ni es parcial, ni accidental, ni instrumental, ni convencional; es constitutiva de la potencia que tiene (alguna) para globalizar el planeta (al resto). Por ello la idea de globalización “capitalista” disuelve las categorías económicas como un azucarillo. Igual que el agua bendita “disuelve” el H2O a través de la Gracia, así, la idea de Dinero “global” (por ejemplo, como capital financiero) disuelve los Estados y sus guerras comerciales y de divisas. La idea de dinero tendría como cometido eliminar los “principia media” de la economía, los Estados, disueltos entre partes empresariales y obreras del todo global. Y sin embargo, la idea de globalización es pura metafísica (Gustavo Bueno, La vuelta a la caverna. Terrorismo, guerra y globalización, Ediciones B, 2004). Tratamos de plantear el mapa de las categorías económicas. Quien prejuzgue su inutilidad, adoptará la posición del zorro cuando desprecia el oro porque no huele a carne, o la del cambista que despreciase los billetes porque no pesan como el oro. Saquen el oro del mundo y habría desequilibrios pasajeros. Saquen la moneda del mundo y el economista vuelve a la hechicería, donde no se alcanza a contar más de siete vacas. La diferencia entre el presidente de la Reserva Federal y el hechicero, pasa por la diferencia entre la realidad que hace necesaria la economía política y la que hace necesaria la mera “contabilidad” de ganado.

Capítulo 2

Sobre la potencia que tenga la moneda para delimitar el campo de problemas de la economía política

El campo de las categorías económicas necesita aclarar antes de nada qué es la moneda. Un mundo de 7.500 millones de personas sin monedas nacionales sufriría una vorágine de terror donde la vida humana adquiriría la rigidez de un rictus, una mueca nerviosa de sorpresa y horror sustituirá a la “odiosa racionalidad” del banquero o del contable cuando mira por encima de sus lentes. El dinero como idea lisológica convierte la moneda en una categoría distributiva, anegada entre otros muchos tipos de dinero. La diferencia se suele poner en que los tipos de dinero pertenecen a estructuras antropológicas distributivas, en la medida en que estaban aisladas unas de otras, y la moneda, en su formato actual, nos hablaría de un tipo de dinero global. Nuestra estrategia consiste en situar la moneda en el origen de la economía de un modo atributivo, en tanto unas monedas estatales en puja con otras tendrían un desarrollo expansivo, y en tanto su coordinación está en conflicto permanente. Como veremos, las formas dinerarias distributivas son independientes unas de otras y particulares por esencia. Podría decirse que sin la sigilación no habría llegado la economía política a existir siquiera. Se dirá que mejor que no la hubiera, que globalización es explotación, que el Capitalismo es injusticia social; ahora no entramos en eso, lo único que buscamos es entender tal fenómeno, pues sin entendimiento no hay juicio, ni real, ni moral, ni ético. Por lo tanto, necesita una fundamentación

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gnoseológica y ontológica, es decir, el esbozo de una filosofía de la economía levantándose desde la esencia de la producción, el comercio y la moneda. Y es que sin moneda no hay economía política, como sin economía, en su analogado político, no habría moneda. No ocurre lo mismo con otros conceptos de las categorías económicas. Como veremos, puede haber comercio e intercambio de productos independientemente de las relaciones económicas, puede haber y hay producción y reparto de bienes sin que impliquen valores de cambio, incluso puede haber producción, riqueza y atesoramiento de bienes sin significado económico. Si quiera las relaciones contractuales, el valor-trabajo en términos marxistas, explica o afecta a la totalidad de la categoría, pues ni la hay en el esclavismo colonialista que origina el Capitalismo, ni en la maquinaria que lo sustituye actualmente. Tampoco el mercado la agota, “es importante señalar al menos [dice Braudel] que el mercado no es sino un nexo imperfecto entre producción y consumo, aunque sólo fuese en la medida en que sigue siendo parcial. Subrayemos esta última palabra: parcial” (Fernand Braudel, La dinámica del capitalismo, F.C.E., México 2002). Ahora bien, términos como precio de venta, cuenta corriente, renta básica, tipo de cambio, interés compuesto, beneficio fiscal o mercado hipotecario necesitan a la moneda para poder existir como conceptos, su campo significativo es el de las relaciones económicas. Tal problema afecta a la misma idea de economía. Es decir, según qué entendamos por economía el papel de la idea de moneda o de la idea de dinero será muy distinta. En efecto, hay muchos tipos o ideas de “economía” que no tienen que ver con la moneda acuñada. Desde la Antropología se habla de “economía del Don”, de “economía de trueque”, de modo de producción asiático, o de formas sociales de subsistencia, que no usan moneda, pero sí “otras formas” de dinero, ajustándose al objeto que trata el economista, según se entiende como estudio de la producción, distribución y consumo de bienes escasos. De este modo, la “economía natural” será etología si la conducta de un zorro cuando entierra una presa es “ahorro”, o “administración de bienes escasos”, o “inversión para el futuro”. La economía será cosmológica si Dios al hacer el mundo “calculó medios y fines para maximizar el gasto”, pues de lo contrario actuaría torpe e

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irracionalmente. En estos casos la economía no trata de la moneda, antes bien la expulsa del templo devolviéndosela al Cesar, como cuando Jesús de Nazaret echó a latigazos los mercaderes del templo, demostrando que “valores económicos” y “valores religiosos”, antes unidos en los templos de los imperios absolutos, tenían en Roma, trayectorias disociables, aunque no incompatibles, pues Jesucristo no tira el Denario que le muestra el fariseo, sino que señala su efigie imperial. Siquiera quien circunscribe la economía a la antropología necesita darle mucha importancia a la moneda, le bastan las conchas de cauri, el bacalao seco, el cacao o los cigarrillos (motivo por el cual en los campos de concentración donde se utilizaban de “moneda de cambio” no se podía hablar de política comercial). Nosotros consideramos a la moneda “nacional” como centro de la economía, y una primera razón para hacerlo es gnoseológica, se trata de tomar en cuenta que la economía aparece como tal categoría en su acepción política. ¿Qué supone tomar esto en cuenta y por qué habría de tomarse en cuenta?, ¿cómo se logra el mínimo cierre que explique de modo interno el funcionamiento del campo económico? La respuesta pasa por entender la necesidad que cumplen las técnicas de acuñación y uso de la moneda en la política antigua, 2.200 años antes que apareciese la categoría económico-política como ciencia. Después de tanto tiempo de técnicas económicas, como un “saber hacer” imprescindible en la historia de la civilización ¿ha alcanzado la economía en los últimos doscientos años el camino seguro de la ciencia? Las discusiones perennes en economía parecen desmentirlo. Entonces, ¿qué grado de cientificidad ha logrado? La “cientificidad” de la economía actual, lejana de su inicio económico político y por tanto desvinculada completamente de la antropología o la etnología (como estadio de los pueblos bárbaros), llegará a desligarse de la misma Historia. Es decir, las “leyes económicas objetivas” serán entendidas con independencia de los procesos de cambio históricos y sus trasformaciones institucionales. El economista trataría de conceptos tan independientes como pueden ser los de la termodinámica. Como si el incremento de las ganancias en economía fuera proporcional a los saltos de agua en un molino o a las variaciones de temperatura en una máquina de vapor para aumentar su trabajo. Sin embargo, las estructuras económicas cambian

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en la historia, se rompen y se modifican según las “coyunturas”, la introducción del tiempo en los mercados financieros y en general en la producción aleja la economía de la termodinámica y la acerca a la teoría de las catástrofes. Coincidimos en la “racionalidad” de la economía, pero esta racionalidad, este cálculo, deriva en gran parte de las técnicas monetarias. Lo que la racionalidad teleológica “humana” debe a la moneda, en cuanto supone el cálculo técnico sobre un valor presente, derivado del pasado (contratado) y que vence en un futuro, es tanto como lo que se debe a la escritura o a los números, aunque no alcance sus grados de cientificidad. El cambio que supone pasar de la epistemología del dinero a la gnoseología de nuestra filosofía de la moneda será fundamental para la reclasificación de las categorías económicas que nos proponemos. Para entender el endémico conflicto entre las teorías económicas hay que regresar al plano técnico, trabajando con ideas que atraviesan la categoría, tomándose en serio la filosofía de la economía. Sin embargo, los filósofos no han solido hacer “filosofía de la economía”, o por lo menos, no la han llamado así, se trata de un rótulo inusual. Nosotros la usamos como genitivo objetivo, nos referimos con él a las ideas que atraviesan las categorías de las ciencias económicas confundidas con conceptos “positivos”, solapadas en el desarrollo de la categoría, lo que a nuestro modo de ver habría ocurrido con la confusión entre la idea de dinero y la idea de moneda. De modo que no estamos ante una teoría “pura” de la moneda, ni ante una constatación empírica, una historia del “dinero” de las que hay muchas. Su institucionalización transcurre a través de la dialéctica entre la pluralidad de Estados, donde podemos decir que si toda economía es política, es porque toda política es económica. Cabe señalar un punto crucial (experimentum crucis) que demuestra esta involucración total y absoluta con una frase de Clausewitz repetida de muchos modos y que podemos readaptar a este caso: “la guerra (comercial o de divisas) es la política por otros medios”. El “todo” que generan estos vínculos es un presupuesto metafinito que aparece desde las “partes” estatales como un continuo conflicto. A este conflicto permanente se le llama hoy, guerra de divisas. De él depende el precio del pan y del arroz.

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1. Introducción a la crítica gnoseológica de la economía. La crítica gnoseológica de las categorías económicas es indispensable. Aquí nos limitaremos a apuntarla. La economía (pura) se entiende como ciencia económica a secas, aunque su división en escuelas irreconciliables entre sí sea la norma. Las discusiones entre corrientes o escuelas económicas son permanentes. La economía tiene tantos presupuestos antropológicos, históricos, sociales o psicológicos, dejando de lado su raigambre política, que eliminar su apellido la reduce en la práctica hacia el mero ejercicio financiero y contable heredero de las tablas de doble entrada convertidas en correlaciones de números índice que pierden el equilibrio cíclicamente. Es en el momento de las crisis cuando se olvida su pureza y se recurre al apellido “político” con la que nació, aunque se tome tapándose la nariz, como “instrumento contingente y ajeno a la economía”. Recurrir a la noción keynesiana de animal spirits, proveniente del espiritualismo que Descares copia a GómezPereira (los espíritus animales que llegan al yo, la conciencia, que reacciona como un reflejo impulsando a la acción), supone un nivel de superficialidad semejante al de “preferidor racional” (una idea de Robert Lucas que nos recuerda definiciones como las de “inteligencia sintiente” de Zubiri). Atribuir a los sujetos económicos, en cuanto “maximizadores de beneficios”, una racionalidad “matemática”, suponía para dirigentes como Alan Greenspan otorgar una confianza casi ciega en la actividad de los financieros que, para su sorpresa, desembocó en la crisis de 2008. ¿Cómo es posible, se asombraba Greenspan, sin encontrar explicación, que gente tan racional como los analistas de las grandes empresas que movían millones de millones en inversiones (Lehman Brothers, Merrill Lynch, &c.), estuvieran cavando su tumba, y la de todos? A nuestro modo de ver, asombrándonos de su asombro, la pregunta que hay que hacer es ¿por qué este funcionamiento es “normal” en economía? O redireccionando el problema de las crisis: ¿cómo es posible que si la crisis se inicia en Estados Unidos sean los P.I.G.S. (países por cierto católicos), quienes la sufran? ¿la religión o la psicología explican estos fenómenos? De hecho, muchas de las “leyes” que se utilizan, en realidad derivan de conceptos y leyes psicológicas, como la llamada ley de

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la propensión marginal al consumo de Keynes (el consumo de un producto decrece en función de la satisfacción de las necesidades) que, en su ramplonería conceptual, no alcanzan a tocar los componentes morfológicos propiamente económicos. Hoy día, el lenguaje epistemológico en economía asume posiciones falsacionistas popperianas, o reformulaciones adecuacionistas para “acercar los modelos inductivos a la realidad empírica”. Se utiliza “economía real” o “mercados reales” opuestos a “economía monetaria” o “mercados financieros” de un modo formalista, entendiendo que real es un bien (o lo relativo a un bien que se produce o se gasta) y monetario o financiero es un mero intermediario “irreal” que, en último término, será sostenido por un bien. Se confunde así, el nivel vergonzante del pomposo sistema financiero, en realidad un sistema de apuestas basado en posiciones de fuerza, con su realidad y su influencia, hoy día abrumadora. En analogía con las tesis convencionalistas, representativas o mentalistas sobre los signos lingüísticos, la moneda se entiende como un significante cuyo significado es “convencional”, mental, sin estructura ontológica propia, un fhantasmata cuya realidad es meramente “formal”, vacía, “especulativa”, un reflejo fruto de un juego de espejos mercantiles. Son las teorías subjetivistas del valor las que más confusión ofrecen. Por su metafísica mentalista reducen las categorías económicas a convenciones de los sujetos y toda la ciencia económica a juegos imaginativos. Anarcocapitalistas que darán un nuevo auge a la praxeología de Mises, como Murray Rothbard; utilizan “experimentos mentales” para entender un campo que se levanta desde el modelo de un Robinson que ahorra, representándose un fin mental que luego ejecuta. Se trata de modelos tan alejados de la realidad económica como el “imaginario” que utiliza Lewis Carroll en el mundo de Alicia cuando separa las partes del gato hasta quedarse con su sonrisa. En todo caso las teorías económicas tienen muy diferentes estatutos gnoseológicos según las metodologías que utilicen. En general, podríamos asociar los análisis microeconómicos a estados técnicos, que llamamos β-operatorios, y los macroeconómicos a estados α-operatorios. Con metodologías propiamente técnicas, que denominamos β-operatorias, operan las técnicas monetarias y productivas en la actividad empresarial (en β1). Aquellas que suponen la determinación

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de unas operaciones por otras en los mercados bursátiles o financieros (en β2-I) son casos típicos de teorías de juegos construidas a partir de sistemas de equilibrio de Nash, óptimos de Pareto o supuestos de carácter psicológico como la llamada tragedia de los comunes o dilemas del prisionero. Los supuestos metafísicos se intensifican en las metodologías práctico-prácticas de β2-II en que se mueven praxeologías tipo Von Mises, tal vez el caso más desenfocado de la gnoseología económica, dado que el “individualismo metodológico” como base del resto de “leyes económicas” es justo el proceso contrario que sigue la cientificidad de una ciencia (pues sólo en el grado en que se elimina a los individuos y sus operaciones del campo alcanza algún nivel de verdad). Tal “praxeología” tendrá que anclarse a posiciones metalistas del dinero que pese a su pretendida positividad le hacen perder de vista las unidades estatales monetarias. Desde luego, parece que los modelos estadísticos y porcentuales a partir de números índices y sus incrementos marginales, como en econometría, se mueven alrededor de metodologías α-operatorias. En estos casos, se regresa a contextos genéricos donde cabe establecer paralelismos con la termodinámica, por ejemplo, en Jevons y la utilidad marginal, o en Walras cuando establece la ley de equilibrio de los mercados, donde se viene a sistematizar el postulado de cierre que postulaba la ley de Say (la oferta de un bien crea la demanda de los demás). Se trataría de metodologías que progresan a metodologías α-II, donde la oferta responde a la demanda, y al contrario. Para Walras se trata de una “tendencia” hacia la competencia perfecta del mercado. Del mismo modo, se pueden asociar las tablas de doble entrada con las ecuaciones marginales en las metodologías α2-I cuando hay que progresar a contextos envolventes, pero genéricos a otras ciencias. Nos referimos a la llamada Ley de los rendimientos decrecientes de la renta (Turgot, Ricardo) para conocer cómo funciona el incremento de la producción agrícola. O a la también llamada ley de crecimiento de la población de Malthus, que llamó la atención de Hegel. Por último, en α2-II progresamos a contextos específicos desde las estructuras o los sistemas productivos, cuando al modo de Marx, se cuente con las operaciones económicas de los sujetos a escala de modelos históricos, ya habituales en economía, como formas de esclavismo,

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feudalismo, mercantilismo, &c. Nos referimos a la llamada Ley de baja tendencial de la tasa de ganancia que Marx aplicaba a la totalidad de la economía capitalista y que se suele utilizar para el análisis de las curvas de producción de las empresas, entendiendo que el crecimiento del capital constante es inverso a la ganancia, pues la función de producción decrece según el volumen de la empresa al llegar a un punto límite de inversiones en bienes de capital. Sin embargo, cuando el político (Lenin, Stalin, &c.) realiza el “experimento social” por el cual se va a demostrar la cientificidad del teórico, fracasa. Se dirá que no se comprendió la doctrina o que no era el momento, no se acepta el fracaso: si el tratamiento fracasa y muere el enfermo es porque no conocen las causas, por lo cual el “comunismo realmente existente” no pasó de capitalismo de Estado. El programa de la economía como ciencia social parte de la “idea de hombre” de Francisco Suarez, (disputación 35 de las Disputaciones Metafísicas), como ser reflexivo y libre, pero la reflexividad remite a ideologías de clases, o gremios, o estrategias de humanistas, y la libertad remite a una causalidad determinista, que a lo sumo lleva a ciencias estadísticas. Supuesto que toda ciencia la hace el hombre operatoriamente, la economía como ciencia social será aquella donde el primer analogado (el hombre o S.G.) aparece formalmente en su campo. El papel que juegan las operaciones como comprar, vender, producir, subvencionar, prohibir, &c. en economía es determinante para ver sus limitaciones de cientificidad. Y aquí no importa la doctrina que se sostenga, el socialismo se define frente al individualismo liberal, pero esta definición es de perspectiva: uno desde la sociedad mira al individuo, el otro desde el individuo mira a la sociedad, el problema es el mismo. La explicación de estos problemas nos la da Gustavo Bueno en “Entorno al concepto de ciencias humanas. La distinción entre ciencias α-operatorias y β-operatorias” (El Basilisco, 2, pág. 12, 1978). El sujeto gnoseológico se define por la “presencia o percepción apotética”, a distancia, (fenoménica), como recuerdo o prolepsis, a distancia temporal o espacial, lo que permite las operaciones como aproximación o separación de términos apotéticos. Ocurre que en economía los fines, planes y programas son imprescindibles, tales “prolepsis” requieren el fin que perseguimos como causa de nuestras operaciones (por ejemplo,

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si creo que habrá una crisis financiera el próximo mes, vendo mañana mis acciones); por ello las ciencias sociales, al intentar organizar un campo deben reproducir análogamente las mismas operaciones que realiza el sujeto gnoseológico, es decir, tienen un doble plano operatorio. Esto imposibilita verdades estrictas, donde los nexos entre los términos son paratéticos, por contigüidad; pero en la medida en que los nexos son apotéticos, la operatividad introduce aspectos “contingentes” o “aleatorios” dentro del campo. Sólo cuando se alcanzan metodologías α-operatorias se alcanza en el progressus estructuras envolventes de las operaciones (específicas o genéricas), pero desaparece la reflexividad y la libertad que suponen en el sujeto humano. Las “ciencias” económicas hoy día suelen trabajar con series de ecuaciones y números índices de agregados bajo leyes marginales. La práctica económica se formaliza con Marshall en las curvas de oferta (positiva en cuanto crece al subir el precio) y demanda (negativa en cuanto crece si disminuye el precio) que se cruzan en el precio de mercado como punto de equilibrio. El problema para el economista consiste en reequilibrar a corto, medio o largo plazo, los desplazamientos que sufren estas curvas por la variación constante de los factores que inciden en los mercados (modas, crisis, cataclismos, guerras, &c.). Leyes de correlaciones famosas en su tiempo, como pudo ser la curva de Phillips (correlación inversa entre el paro y la inflación), son discutidas cuando no se cumplen, obligando a la acuñación de nuevos conceptos que lo expliquen, caso del concepto de estanflación en los años setenta. Por ese motivo, las constantes fluctuaciones de los precios de equilibrio (inflación, deflación, estanflación, &c.) obligarán a buscar modelos que reordenen la multiplicidad de categorías, interviniendo en el tipo de cambio o en cualquiera de los factores que equilibren el sistema: emisiones de deuda, abaratamiento del despido, nacionalización de empresas, rescates bancarios, planes de activación y un sinfín de medidas que pasan necesariamente por el Estado. En todo caso, no hay acuerdo sobre el significado que se atribuye al uso del sintagma “leyes económicas”. Desde luego, no creemos en ningún caso que se trate de teoremas en el sentido que la Teoría del Cierre Categorial da a las identidades sintéticas. Las supuestas leyes de los mercados se suelen entender como tendencias, generalidades, sistemas de equilibrio “ceteris paribus”, es decir, pidiendo el principio de su cierre.

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En todo caso, las realidades económicas funcionan de hecho incorporando los saberes y las ciencias económicas a las empresas, los mercados, la política bancaria, &c. Sin embargo, se suele advertir que la imposibilidad de los economistas para realizar predicciones económicas contrasta con su retórica propagandística. El aplomo y la seguridad con la que venden su jerga económica aumenta aún más cuando explican las crisis que han sido incapaces de prever. Si es absurdo buscar una ley económica que permita saber cómo ganar “dinero”, cómo obtener beneficios y hacerte rico imitando a Bill Gates o Amancio Ortega ¿qué es lo que el economista de empresa y el Ministerio de Economía buscan?, ¿no estamos cerca de aquellos escolásticos que en el siglo XVI veían al demonio antes que a Dios atravesando los mercados y las ferias castellanas? Las “leyes económicas” son meras correlaciones estadísticas según funciones de equilibrio esencialmente inestables. La prohibición de los monopolios conduce a una lógica competitiva basada en los “riesgos”, es decir en la decisión “libre” de los actores económicos, que al financiar sus activos buscando más rentabilidad, en realidad reconocen el “azar” como base del campo económico, pues se necesita prever un futuro que por definición no existe. La matemática financiera que está debajo de las técnicas de inversión de capitales busca, con grandes procesadores de información, series de Fibonacci (u otras técnicas como Velas japonesas, u Ondas de Elliot en cinco fases, que en realidad son configuraciones de fractales, &c.) que permitan anticiparse a una subida o una caída en los valores o acciones de los mercados. Aquí estamos en metodologías β1-II, es decir, teoría de juegos, pues son los diferentes operadores los que configuran el mercado. A este efecto, George Soros ha elaborado una teoría de la reflexividad, una teoría sobre los mercados inspirada en Popper donde hay que tener en cuenta la percepción del sujeto para actuar sobre la realidad económica. Es evidente, y la filosofía inversora del propio Soros lo demuestra (todo el mundo recuerda la posición en que puso a Inglaterra con la caída de la libra esterlina), que estamos ante teoría de juegos por posiciones de fuerza que, si no dirigen, sí influyen en los mercados, donde el pez grande se come al chico. No negamos que cada decisión esté firmemente fundamentada en datos, tendencias, minimización de los riesgos, &c.; lo que decimos es

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que a cada decisión hay que añadirle la de los competidores, de modo que la necesidad que opera en las partes da un resultado azaroso como consecuencia “necesaria” de la intersección de clases. Los problemas económicos no se resuelven con un gestor omnisciente que supiera todas las variables en cada momento, como un genio de Laplace económico, pues las variables son otros tantos gestores que se concretan apostando por lo que hará el resto en tiempo real. Tal omnisciente no podrá saber lo que va a pasar conociendo las variables, pues son las mismas variables las que se van configurando in media res, y sólo alcanza cada parte a saber lo que ha hecho una vez se concreta el resto. Es decir, el gestor omnisciente deberá saber el resultado final si quiere saberlo todo, pero ese final no existe. El final consumativo y último de las propias relaciones económicas sería el todo de su disolución. Tal estructura metafinita, donde el todo supone lo que harán las partes y cada parte necesita prever lo que hará el resto, para adelantarse en la ganancia, se postula de hecho como la correlación entre la oferta y la demanda ideal de los sistemas de equilibrio del cierre de la economía; pero tal estructura entre los factores productivos no es más que una idea límite que acaso pueda servir de límite revertido si se toma como referencia para medir el funcionamiento real de los mercados, pero en ningún caso como el límite teórico que se “realizará” como tal. Paradójicamente, lo que a ningún físico en termodinámica se le ocurre que podrá realizarse: la posibilidad de construir un “perpetuum mobile”, un motor eterno que saque la energía de sí mismo sin gasto de calor, en economía es la regla y el modelo de lo que debería ocurrir en realidad y de lo que creen que pasará si no se la entorpeciera. No se trataría del “teorema de la imposibilidad del cálculo económico social, según el cual es imposible coordinar cualquier área de la sociedad, y en especial la financiera, mediante mandatos coactivos, (basada en) la imposibilidad de que el órgano rector (en este caso el banco central) pueda llegar a hacerse con la información necesaria y relevante que es precisa para ello” (Jesús Huerta del Soto, Dinero, crédito bancario y ciclos económicos, Unión Editorial, Madrid 2009, pág. 6). No se trata de la cantidad o de la calidad de la información (que normalmente falsea u oculta cada agente económico en su beneficio), se trata de la imposibilidad de cerrar los “teoremas”

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en economía por la presencia constitutiva de los sujetos económicos (el sujeto gnoseológico y sus prolepsis), como términos de los campos de relaciones económicos (Gustavo Bueno, Teoría del Cierre Categorial, Pentalfa, Oviedo 1992). La medida de la necesidad de ese azar es lo que se llaman “mercados financieros”, verdaderos “casinos”, cuyos centros de referencia son la producción nacional; su juicio deriva del tipo de interés de cada moneda y la garantía de sus “seguros de riesgo” son los ejércitos nacionales. Si George Soros pide aumentar la regulación estatal de las finanzas a la vez que apuesta por la independencia de Cataluña es porque sabe que la “ciencia” económica es un camelo. Indiquemos algunos “fallos del mercado” que la economía debería corregir. Son problemas a solucionar, los ciclos de las crisis económicas, los efectos ecológicos externos, los bienes públicos insuficientes, los oligopolios, la falta de información o la desigualdad entre ricos y pobres. Dos tipos de intervenciones son posibles. Con el referente ético y social de fondo habrá medidas políticas coyunturales, como la política fiscal para la redistribución, la política monetaria con la fijación de tipos de interés, la política exterior con la política comercial y el tipo de cambio, la política de rentas con el control de la inflación y las medidas políticas estructurales (modernización de sectores, planificación de objetivos, nacionalización o privatización de sectores clave). Problemas macroeconómicos como el desempleo, el crecimiento desequilibrado, la inestabilidad de los precios (inflación), el desequilibrio presupuestario (déficit), la inestabilidad de la balanza comercial (deuda externa), la injusticia social o la no-sostenibilidad, son las asignaturas pendientes para el próximo milenio, o para el siguiente. Tenemos que decir, que, a nuestro modo de ver, la solución definitiva de los problemas económicos es un mito que desmienten las sucesivas guerras mundiales, verdaderos disolventes de los “conflictos económicos”. Es decir, dependiendo de la posición relativa de cada institución económica que, como esquema material de identidad, opera causalmente sobre unos bienes a su disposición, habrá de generar efectos que incrementen su recurrencia, es decir, su posición dominante (en términos bursátiles, su valor), ya sean familias, empresas o

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Estados a escala mundial. ¿Por qué cuando aparece alguna crisis todos se sorprenden, si se sabe que son cíclicas, por así decir, intrínsecas a la economía? ¿Cómo puede ser un problema la desigualdad de bienes y de sujetos sin la cual no habría mercados? ¿A quién le interesa eliminar los paraísos fiscales y la ocultación de información financiera? ¿Alguien puede ordenar este “caos” o dirigir este azar? Curiosamente, cada escuela económica se ofrece como solución: ¿con qué proyectos?, ¿cómo dicen que arreglarían el funcionamiento del mundo económico? Las soluciones pasan por entender el mercado como un mecanismo automático, o al contrario, por eliminar la competencia con una planificación exhaustiva; en cualquier caso, siguen suponiendo que ese equilibrio, esa armonía entre las variables económicas puede y debe cumplirse algún día. La acumulación de manuales sobre teorías económicas con mayor o menor éxito práctico (Ricardo, Marx, Keynes, Hayek, Friedman) han dado lugar a una serie de puntos de consenso que se utilizan en la difusión de la economía en las Enseñanzas Medias y los medios de comunicación para tranquilidad del ciudadano contribuyente, readaptándolas a las sociedades democráticas del presente, en la idea de que se sabe lo que ocurre y ocurre lo que se sabe. A nuestro parecer, de lo que tratan es de un conjunto de ideas oscuras y confusas, basadas en unos supuestos metafísicos que ignoran; por ejemplo, el mito de la economía natural o mito del mercado originario, el mito del intercambio mercantil como trueque natural, el mito de la economía pura, el mito del fantasma financiero, el mito de la moneda única y, sobre todo, el mito de los problemas económicos que las ciencias económicas solucionarán algún día. No entienden que la economía es parte del problema, no su solución, pues las teorías económicas son partes formales del campo económico, determinando gran parte de su funcionamiento. Nosotros no creemos que el mundo económico funcione mal ¿respecto de qué?, lo que funciona mal son sus conceptualizaciones, es decir, el sistema de ideas y conceptos desde los que se entiende. Y uno de los problemas es entender el “mundo económico” como una unidad. A nuestro modo de ver, las unidades económicas son los Estados y bajo ciertos parámetros su competencia los tiene comprometidos en su existencia.

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Nos preguntamos ¿cómo se recorta la realidad económica frente a otros tipos de realidad no económicas? Contestaremos a esta pregunta monetariamente. ¿Se está diciendo que el alcance de la moneda es el alcance de la realidad económica? Sí, ¿entonces, habrá muchas realidades económicas? Contestar afirmativamente a esta pregunta es reconocer los límites de las teorías económicas, es decir, reconocer, antes de nada, que el recurso y la solución última del tiburón de las finanzas ha consistido en llevar la flota de barcos de guerra junto al barquito de los empresarios. Para decirlo con un quiasmo, en el océano de las finanzas las flotas de economistas son los economistas de las flotas. 2. La moneda y la totalización del campo económico. Aún no hemos respondido a la pregunta sobre lo que significa contar “dinero”, ni qué importancia tiene la moneda en economía, ni cómo pretendemos hacerlo desde las coordenadas del materialismo filosófico. La vía que seguiremos ve en la circulación monetaria estatal el modo para poder hablar de un “todo económico” desde el cual organizar el conjunto de categorías económicas. A nuestro modo de ver la importancia de la(s) moneda(s) deriva de su capacidad para “totalizar” el campo económico según unidades contables, lo que no pueden hacer otras categorías, es decir, cerrar técnicamente el campo de las relaciones económicas. Las estructuras metafinitas rondan esta atribución, de este modo Mathieu atribuía al “dinero” la analogía con las que se explica la energía por la termodinámica (la circulación del agua que o se tapona o se va por el desagüe), suponiendo que el dinero pone en movimiento la economía: “ya que el dinero corresponde a todos los recursos no puede ser uno más entre ellos” (Filosofía del dinero, pág. 293). Carlota Pérez recuerda que antes de la Primera Guerra Mundial se insistía en la importancia de la moneda en la economía con diferentes metáforas, algunas en el sentido que le daremos nosotros: “En los años que precedieron a la Primera Guerra Mundial, estaba en uso corriente entre los economistas gran número de metáforas, de igual tendencia todas ellas, acerca del papel que desempeña la moneda: “la moneda es un velo tras el cual se oculta la acción de las

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fuerzas económicas reales… ”. Siguiendo el análisis de los ciclos económicos nos recuerda que “Schumpeter definió el capitalismo como “… aquella forma de la economía de propiedad privada en que las innovaciones son llevadas a cabo por medio de dinero tomado en préstamo…” (Carlota Pérez, Revoluciones tecnológicas y capital financiero. La dinámica de las grandes burbujas financieras y las épocas de bonanza, Siglo XXI, 2004). Schumpeter, en su voluminosa obra sobre la historia del análisis económico, atribuye al “dinero” la posibilidad de poder realizar análisis agregativos o macro-análisis: “el análisis monetario se ocupa sólo de la suma algebraica indicada, sobre la base de la hipótesis de que eso es todo lo que importa para el proceso económico considerado como un Todo” (Historia del análisis económico, Ariel, Barcelona 2015, pág. 326). El cierre del que hablamos se encuentra en la Ley de Say, que Schumpeter entiende al modo metafinito, cuando vemos que la demanda total “del producto de una industria (o empresa o individuo) procede de las ofertas de todas las demás industrias, empresas o individuos” (cita de A.P. Lerner, The Relation of Wage Policies and Price Policies, pág. 685) y “por lo tanto, aquella aumentará en la mayoría de los casos (aumento real) si aumenta esas ofertas y disminuirá si ellas disminuyen” (Ibídem, pág. 685). Se trata de la misma idea de recurrencia de la circulación económica que explica Quesnay en su Tableau, como análogo de la circulación sanguínea en el organismo como un todo monetario (lo que llamó la atención de Carlos Marx). Para Schumpeter, Cournot inicia el análisis matemático y los sistemas de ecuaciones en economía cuando se dio cuenta que se necesitaba abarcar el sistema entero, lo que lleva a cabo Walras. El presupuesto de tal análisis es la idea de estado estacionario, es decir, un proceso económico que se limita a reproducirse. Se trata de expresar (las variables) mediante ecuaciones que unidas en un sistema permiten saber si hay un conjunto único de valores de los elementos que aparecen como variables (incógnitas) que satisfagan todas las ecuaciones. La generalización se lleva a cabo cuando Irving Fisher introduzca la estadística con los números índices, y lo expresa en una ecuación que más que una igualdad, es una condición de equilibrio: P = f (MVT) = M·V / T, es decir, cuando la masa de dinero circulante

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por la velocidad de circulación dividido por las transacciones se tomó como teoría cuantitativa. Keynes formula tal equilibrio con cuatro variables: cantidad de dinero (de depósitos), consumo, inversión, y tipos de interés (considerando la renta como consumo más inversión) y sustituyendo el nivel de precios por “unidades de salario”, con la que se expresan todas las cantidades. Suponía que sin política fiscal la economía por sí sola no llegaría al equilibrio del pleno empleo. Hay que destacar que Keynes (Treatise on Money, 1930), concibe la teoría monetaria como teoría del proceso económico en su conjunto, idea base de la General Theory donde se expresan todas las magnitudes en magnitudes monetarias, con el precedente de la ley de Say (J. A. Schumpeter, 10 grandes economistas: de Marx a Keynes, Alianza, Madrid 1983). Es decir, Keynes toma el empleo como el centro de la economía (no el nivel de precios), con el salario como especificación primordial de la moneda y el paro como una no-circulación de dinero (John Maynard Keynes, Crítica de la economía clásica, Sarpe, Madrid 1983). Según dice Keynes, “al tratar de la teoría de la ocupación me propongo, por tanto, usar solamente dos unidades fundamentales de cantidad, a saber, cantidades de valor en dinero y cantidades de ocupación (...) Denominaremos unidad de trabajo a la unidad en que se mide el volumen de ocupación y unidad de salario al salario nominal de una unidad de trabajo (…) cuando nos ocupamos del comportamiento del sistema económico en conjunto” (John Maynard Keynes, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, Fondo de Cultura Económica, México 1943, pág. 46). También será fundamental la moneda para el historiador de la economía: “De todos los instrumentos capaces de revelar al historiador los movimientos profundos de la economía, los fenómenos monetarios son, sin duda, los más eficientes” (Pierre Vilar, Oro y moneda en la historia (1450-1920), Ariel, Barcelona 1974. Cita pág. 19 à Marc Bloch, Treatise on Money, Annales, 1933). Pero no porque pertenezca a los instrumentos historiográficos que usa el historiador, sino porque incorpora las relaciones de las categorías económicas. Que la moneda pueda totalizar el campo económico no es sólo un problema práctico derivado de la circulación de mercancías, o

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un problema contable derivado de las cuentas de resultados o de los balances de comercio. La moneda no será un término más del campo económico, ni se basa en los operadores o agentes económicos, como si fuera fruto de sus decisiones libres (contractualistas o convencionalistas) a la hora de llegar a acuerdos o contratos. Las cuestiones gnoseológicas de la economía, frente al tratamiento epistemológico o metafísico al que nos hemos referido, requiere unos principios arquitectónicos que sostengan la categoría. La “contribución a una doctrina ontológica de la economía política” podría ser su título. La moneda en economía política constituye la ontología misma de las relaciones que cohesionan e integran la categoría. Sin embargo, sostenemos que las relaciones tienen su fundamento en las conexiones. Para ver cómo es esto, tendremos que tratar primero la idea de comercio. Cuando veamos sus especies, estaremos en condiciones de explicar los mercados y la esencia técnica de la moneda, con su núcleo, su cuerpo y su curso. Llamamos teoría de la esencia de la moneda a los modos en que se constituyen un tipo de relaciones cuyo campo de términos y operaciones adquieren un “cierre” categorial económico, y cuya potencia ampliativa supone conflictos propios de la dialéctica histórico-política.

Capítulo 3

Se advierte que los presupuestos ontológicos del campo económico requieren diferenciar nítidamente las ideas de comercio y mercado

1. El mito del libre comercio como fundamentalismo de mercado En filosofía sólo se puede hablar desde un sistema. El diletante, el escéptico, el académico ensayista que cree que con su “ratio ratiocinantis” le basta para entender la realidad que trata, no va más allá del que usa su libertad de pensamiento creyendo que fuera del sistema se piensa mejor, como la paloma volaría más rápida sin aire. El libre arbitrio es una idea del espiritualismo cristiano que ha adquirido en la modernidad la carta de fundamento ontológico de la realidad. El “yo pienso” que acompaña todas mis representaciones, hace de la conciencia del individuo la base del fundamentalismo democrático y del fundamentalismo de mercado. Según esto, la base ontológica de la realidad económica deriva de las decisiones libres de los sujetos que quieren comerciar entre sí intercambiando productos y servicios en el mercado, de tal modo que la conjunción de sus intereses según las leyes de la utilidad marginal sigue necesariamente la tendencia hacia mercados de competencia perfecta. La creencia ciega en que el mercado arregla los problemas de la economía a través de las leyes de la oferta y la demanda se ha popularizado como “fundamentalismo de mercado” por economistas como George Soros (La crisis del capitalismo global. La sociedad abierta en peligro, Plaza & Janes, España 1999) o Joseph Stiglitz y Kozul-Wright (The Resisteble

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Rise of Market Fundamentalism, Third World Network, 2007). Las lecturas que se suelen ofrecer sobre el nacimiento y triunfo de esta “ideología” denominada neoliberalismo, recorren todo el siglo XIX y XX, apoyándose en una serie de hitos que a principios del siglo XXI se consideran la hegemonía del pensamiento económico capitalista (desechado el fracasado centralismo comunista). Según se explica, las lecturas de su triunfo comienzan con la reacción a las guerras mundiales que llevan a los liberales a la tesis sobre el Estado residual o Estado mínimo elaboradas como “Think Tank” en encuentros como el coloquio Lippmann de 1938, donde participan liberales como Michel Polanyi, Raymond Aron, Von Mises, Hayek, &c. También se suele citar la Economía social de mercado puesta en marcha por Ludwig Erhard o la Sociedad Mont Pelerin en 1947 con Popper, Friedman, Stigler, &c. Sólo cabría esperar una oportunidad para poner en práctica tales ideas, lo que se consigue con su implantación en los setenta (coincidiendo fenómenos tan distantes como la subida de tipos de Paul Volcker o el golpe de timón de Deng Xiaoping). La hegemonía se logra con su consolidación y triunfo en los ochenta (los Chicago Boys, Thatcher, Reagan) y su formulación definitiva en el llamado Consenso de Washington (donde cohabitan instituciones como el Banco mundial, el F.M.I., o la Cámara de comercio norteamericana), aderezadas con las políticas de neoconservadores tipo Leo Strauss y el Proyecto para un nuevo siglo americano. La fuerza hegemónica del neoliberalismo habría arrastrado todas las políticas socialistas y progresistas que sólo resistirían radicalizándose en formulaciones anticapitalistas y antiglobalización de corte populista en Hispanoamérica o en los P.I.G.S. Como venimos sosteniendo desde diferentes ángulos, estas lecturas lisológicas e idealistas recaen en armonismos tan metafísicos como los que critican, confundiendo la ciencia económica con su realidad y lo que debería ser con su funcionamiento efectivo. La idea del libre comercio es un mito construido sobre las bases teológicas de la libertad del sujeto cristianas, a quien cabe atribuir su salvación o su condena eterna. Y el “fundamentalismo de mercado” se sostiene en un pretendido cierre gnoseológico de la economía como equilibrio perfecto entre oferta y demanda, que a nuestro modo de ver es imposible por sistema.

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Pero la conjunción entre los aspectos ontológicos de la libertad del sujeto y la gnoseología sobre la comprensión de lo que el sujeto hace, es una paradoja tan antigua como el propio cristianismo en que nace. En efecto, es un problema básico del cristianismo hacer compatible el dogma de la libertad (ontológica) y el dogma de la omnisciencia de Dios (gnoseológica). San Agustín en La ciudad de Dios discute la tesis de Cicerón que niega la presciencia del porvenir divina, en orden a salvar la estructura de la vida humana (las recompensas y los castigos que se infringen unos hombres a otros por sus acciones no tendrían sentido, según Cicerón, si suponemos que alguien sabe lo que vamos a hacer, negando de algún modo nuestra libertad). Como buen cristiano, San Agustín tratará de compatibilizar el dogma de la libertad humana con la omnisciencia divina. La solución agustiniana consiste en postular una causalidad por la libertad, diferente de la causalidad natural y la azarosa, donde el sujeto es quien decide lo que hace, sin perjuicio de que Dios lo sepa, al conocer todas las causas (entre las que están las causas voluntarias de los hombres y los ángeles). Tal paradoja se volvió a discutir entre Dominicos y Jesuitas en la gran “polémica de auxiliis” que recorre todo el siglo XVI español. Levantada contra el determinismo protestante que afirma la predestinación del hombre desde su nacimiento, la solución que plantea Luis de Molina consistió en interponer entre la ciencia de visión de Dios y su ciencia de simple inteligencia, una ciencia media de los futuros contingentes según la cual, sin perjuicio de que el sujeto elija libremente en cada ocasión, Dios conoce todas las posibles contingencias en las que se da la elección, pues conociéndolas todas conoce la que efectivamente se va a producir, sin que por ello fuerce al sujeto libre en una u otra dirección. Algo así como lo que pretende hacer un psicólogo-social cuando analiza el contexto de la decisión del sujeto (la familia, el trabajo, el nivel de renta del sujeto, &c.). Hoy día la paradoja continúa en economía con la misma intensidad que entonces. La diferencia en su planteamiento aparece con la inversión teológica (proceso por el que se pasa a ver las cosas desde Dios) por la cual se pasa del omnisciente divino al economista austriaco. Ya no hace falta postular un entendimiento divino que conozca el conjunto de decisiones de los sujetos libres, las leyes marginalistas de la economía asumen tal función. Pero esta inversión

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no nos hace avanzar un paso, al contrario, bajo su aspecto positivista basado en sujetos libres y mercados de competencia perfecta se esconde la misma metafísica espiritualista (armonista). La paradoja económica que supone la idea de neoliberalismo en que estamos envueltos, resulta de entender la libertad como libre elección en un sistema con orden necesario. A nuestro modo de ver el mayor pantano metafísico que cabe imaginar. Y sin embargo este es el gran hegemón de la economía mundial, el llamado neoliberalismo. Hay que ofrecer una teoría filosófica del comercio que abandone planteamientos metafísico-teológicos sobre el libre arbitrio o la libertad de pensamiento. Frente al atomismo y el holismo armónico que diluye la realidad del conflicto permanente en el campo de relaciones económicas, nos proponemos ofrecer una ontología de las conexiones y las relaciones económicas en symploké. En efecto, las principales prácticas económicas del siglo XX han estado polarizadas en torno al socialismo “científico” que guía las revoluciones por el lado comunista y a la economía social de mercado (Ludwig Erhard) vinculada al plan Marshall por el lado capitalista. La ontología que subyace al marxismo es claramente monista, derivando hacia el armonismo anarquista final. La ontología que acompaña al liberalismo y al neoliberalismo protestante es principalmente atomista, pero con la misma tendencia armonista consecuencia de la idea de competencia perfecta de los mercados. Las consecuencias que tales ontologías tienen en economía son de largo alcance. Desde el pluralismo radical que defendemos, señalaremos problemas de fondo que distorsionan y confunden aspectos esenciales de la génesis y el desarrollo de las categorías económicas. Ya supongamos átomos libres (individuos) o a la humanidad entera en la base de la economía, el campo económico aparece siempre vinculado a los intercambios, es decir, al comercio. En efecto, Robinson, aunque produce, no está sujeto a la oferta y la demanda, a la inflación, ni mucho menos necesita créditos. Sólo al comerciar se introducirá en las relaciones económicas que supondrán unidades de medida de valor producidas, &c. Supuesto el intercambio comercial, el problema económico se resolverá en direcciones distintas según el modo en que se configure la unidad de su campo; por tanto, hay que fijarse en el modo en que se entienden las estructuras a las que

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den lugar los intercambios comerciales. Es decir, el intercambio y la circulación de bienes, la producción de mercancías por mercancías (dirá Piero Sraffa), será la base desde la que se entenderá la naturaleza de las relaciones económicas. Preguntamos: ¿Cómo se entiende el intercambio comercial que está a la base de los mercados económicos? 2. Clasificación de las ideas sobre el comercio Se trataría de ofrecer una clasificación de las ideas sobre el comercio, (en líneas generales definido en términos de intercambio de bienes y servicios), como requisito indispensable para introducirnos en el problema de los medios de intercambios; es decir, el tipo de comercio que da lugar a los mercados económicos donde aparece el problema de la moneda como relación. Una tabla sobre las ideas de comercio debe mostrar las diferencias entre concepciones más o menos utilizadas en economía según criterios pertinentes al efecto. En nuestro caso distinguiremos tres dicotomías que, cruzadas, generan ocho tipos de teorías sobre el comercio. Desde un primer criterio clasificatorio diferenciamos las concepciones del comercio que suponen una confluencia de intereses hasta el límite de la fusión comercial, frente a las que van actuando en los intercambios comerciales, divergencias y generaciones de diferencias hasta la ruptura del vínculo (en el límite) de las partes comerciantes. El comercio como vínculo entre múltiples partes de diversa procedencia y con distintos fines, adquiere una ordenación en torno a determinados vórtices, divergentes si los consideramos de donde salen, convergentes si atendemos a donde llegan. Una imagen del comercio internacional sobre la corteza terrestre puede dar una idea de ello. De modo que las direcciones comerciales de partida y de llegada incorporan muchas partes confluyendo hacia un mismo punto de encuentro, o muchas partes divergiendo desde un mismo punto de salida hacia múltiples puntos de llegada. Esta situación se puede multiplicar de modo que podamos interpretar el movimiento completo desde uno de los dos modos. Podemos suponer que el comercio, como institución del intercambio productivo antrópico, se mueve por confluencia de intereses, cuando tiende hacia modos comunes a las partes. O, por el contrario, cuando el intercambio se interprete como

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un movimiento que se desarrolla generando diferencias entre las partes de modo sistemático, entenderemos el comercio como un proceso de divergencias, incrementando las diferencias entre las partes. Desde un segundo criterio diferenciamos las concepciones que entienden el comercio desde estados de equilibrio, frente a las que sostienen un conflicto permanente entre las partes que comercian. La confluencia de muchos a uno (al modo de fenómenos como el apareamiento en que varios machos compiten por una hembra) o de uno a muchos (como en la caza, donde un depredador busca entre una multitud de presas) puede darse en una situación de equilibrio, o tender hacia ella, o bien puede desarrollarse en situaciones de conflicto constante (como puede pasar en una biocenosis), llegando a derivar hacia formas novedosas distintas de las originarias (metábasis). Las formas de equilibrio en los intercambios comerciales se suelen interpretar desde modelos de competencia perfecta, suponiendo que cuanto mayor sea el número de intercambios más tenderá hacia el equilibrio homeostático del sistema. Las estrategias de comercio que sean estocásticamente estables se relacionan con equilibrios de Nash, la solución central de Teoría de Juegos. Así, se suelen usar argumentos proclives al equilibrio en el comercio internacional cuántas más transacciones se realicen. En contra de tal tesis, los modos de entender el comercio mediante el conflicto suelen fijarse en las posiciones de fuerza y las relaciones jerárquicas de poder entre empresas, países, mercados, &c., advirtiendo la posibilidad de ruptura del sistema y la correspondiente deriva hacia otras formas de comercio. Desde un tercer criterio diferenciamos ideas de comercio genéricas o específicas. Si se toma el comercio en su nivel genérico nos encontramos con concepciones que lo entienden desde categorías antropológicas, sociológicas, históricas o psicológicas, pero en todo caso de un radio muy amplio. Frente a estas, las concepciones específicas del comercio están circunscritas al ámbito político. Este segundo caso, no supone que todo comercio deba ser político, sino que es su aspecto político el que determina la relevancia del comercio a nivel mundial como institución humana.

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TABLA DE IDEAS SOBRE EL COMERCIO Estructura Génesis

Confluencia

Divergencia

Equilibrio

Conflicto

Modelo 1

Modelo 5

Antropológico (Kula, Potlatch)

Institucionalismo

Modelo 2

Modelo 6

Globalización (Fukuyama)

Nueva teoría del comercio (Ventajas competitivas)

Modelo 3

Modelo 7

Monadológico (Anarquismo)

Marxista (David Harvey)

Modelo 4

Modelo 8

Teoría de las ventajas comparativas (Smith, Ricardo, Heckscher-Ohlin)

Mercantilismo (proteccionismo)

Dominio

Genérico

Específico

Genérico

Específico

Modelo 1: Antropológico. Por modelo antropológico entendemos un primer tipo de teorías sobre el comercio como intercambio por confluencia de intereses, que guardan una estabilidad propia de procesos en equilibrio en las que intervienen todo tipo de elementos sociales. En un principio, los pioneros de la antropología como R. Thurnwald, B. Malinowski y M. Mauss demuestran que en el intercambio de bienes en sociedades preestatales no existe el trueque entendido como ganancia individual, y muchas comunidades como las Trobriand se organizan por reciprocidad y redistribución de bienes, combinando la simetría y

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la centralidad. En la descripción del comercio Kula entre tribus, de collares y brazaletes (junto a otros muchos bienes), se denominan “vaygu´a” a determinados bienes especiales de prestigio que tardan en hacer el recorrido del circuito entre dos y diez años. Mauss señala cómo la economía natural no existe, tampoco el individuo de necesidades; el jefe se identifica con el clan y los individuos actúan de manera unitaria. Lo más parecido al trueque correspondería con una forma de intercambio con fuerte regateo que tiene gran desprecio social al ocupar un lugar muy subordinado en la economía global. Marcel Mauss nos explica cómo en las sociedades arcaicas o primitivas todo queda mezclado, por lo que lo denomina fenómeno social “total”. Dice Mauss: “en los derechos y economías que nos han precedido, jamás se verá el cambio de bienes, riquezas o productos durante una compra llevada a cabo entre individuos” (Marcel Mauss, Sociología y Antropología, Colección de Ciencias Sociales, Tecnos, 1971, pág. 159). A este sistema de prestaciones totales lo llama Potlatch, analizando las tribus del noroeste americano, la Melanesia y Papuasia, una economía que consiste en devolver el regalo recibido. Como analiza Malinowski entre los Trobriand con el rito del Kula, se trata de un caso más del complejo sistema de transacciones donde “nadie es libre de no aceptar el regalo que se le ofrece” (Ibídem, pág. 177). Constatamos aquí, como en muchos otros casos, la confusión entre dinero y moneda, cuando se entienden los collares y brazaletes como una especie de “moneda” (lo que nosotros llamaremos dinero), aunque Mauss señale que la palabra “pago” o “cambio” son occidentales (Ibídem, nota 22, pág. 180). Luego aclarará: para los trobriandeses “los vaygu´a no son cosas indiferentes, no son simples monedas… tienen un nombre, una personalidad, una historia, incluso una leyenda” (Ibídem, pág. 184). Entre los kwakiutl y los tsimshian los objetos de consumo se reparten, “no he encontrado rastro de cambio de ellos” (Ibídem, pág. 211), llevándole a la conclusión: “todo ello nos permite pensar que este principio del cambio-don ha debido de ser el de las sociedades que han superado la fase de “la prestación total” (de clan a clan, de familia a familia) y que sin embargo no han llegado al contrato individual puro, al mercado en que circula el dinero (en nuestro caso moneda), a la venta propiamente dicha y sobre todo, a la noción de precio estimado en moneda legal” (Ibídem, pág. 222). Los análisis de Boas también van en este sentido.

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En sociedades como las de hindús y brahmanes, la felicidad está en distribuir, no en atesorar. Entre los germanos no había mercados y la palabra comprar o vender son muy recientes. La conclusión general de Mauss es que “guardando las diferencias, es exactamente hacia ese tipo de sistema hacia el que deberían moverse nuestras sociedades” (Ibídem, pág. 250). La tesis de Polanyi va en el mismo sentido, “la civilización industrial puede destruir al hombre” (“Nuestra obsoleta mentalidad de mercado”, Mediterráneo Económico, 23, pág. 52). La era de la máquina organiza la sociedad con el mercado y se opone a lo que ha ocurrido en toda sociedad conocida por los antropólogos, donde se restringe el comercio a las mercancías. Thurnwald dirá en Economics in Primitive Communities: “El rasgo característico de las economías primitivas es la ausencia de cualquier deseo de obtener beneficios en la producción y en el intercambio” (Ibídem, cita, pág. 23). Modelo 2: Globalizador. Encontramos en la actualidad modelos globalizadores de carácter mítico, desde los que entender el comercio que comparten muchos de los rasgos antropológicos (confluencia, armonía), pero pivotando sobre su especificidad estatal. Para ilustrar tales tesis nos referiremos a cualquiera de los siete modelos que expone Gustavo Bueno en La vuelta a la caverna (Ediciones B, Barcelona 2004); nunca el cuarto, el modelo antiglobalizador, que entendería el comercio capitalista global como una “plaga” y por tanto no sería armónico. Nos sirven al efecto, tanto las ideas del modelo 1 de Globalización: por la democracia parlamentaria hacia la libertad y la paz mundial (Bush), como del modelo 2, omnilineal: el “American way of live” cultural norteamericano del fin de la historia de Fukuyama, como la que, principalmente en este caso, es el modelo de globalización por el mercado como política de exportaciones de productos debidamente homologados por todo el planeta. También corresponden a esta casilla, los modelos atractores chino o norteamericano, o incluso la idea de “aldea global” o televisiva. Modelo 3: Monadológico. En atención a Leibniz y su sistema de mónadas, llamamos modelo monadológico a la consideración de una idea de comercio armónico y

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genérico, pero no por la convergencia en intereses comunes, sino antes bien, por la divergencia entre agentes económicos, cuyas tendencias siguen un sentido propio en cada caso. No importa si tal divergencia, armonizada en su conjunto, se deba al egoísmo, al cálculo racional de los beneficios o a la necesidad de innovación para acceder a nuevos mercados. Caen bajo este modelo las teorías liberales de la mano invisible, pero sobre todo las concepciones comerciales del llamado anarcocapitalismo. Tesis básicas de la teoría económico-política libertaria entienden a cada hombre como dueño de sí mismo, con soberanía absoluta sobre su propio cuerpo. Hans-Hermann Hoppe defiende la fragmentación y la secesión del Estado en microestados ciudad hasta el límite del individuo. Murray N. Rothbard, junta anarquía política y economía de mercado, entendiendo que el verdadero capitalismo es el anarquismo, de tal modo que el libre comercio se opondría al Estado y a la guerra bajo los axiomas de “no agresión, no invasión y no coacción”, defendiendo que incluso los proveedores de justicia compitan por clientes sobre la base del contractualismo. David Friedman llega a sostener que los sistemas de mercado pueden sustituir a los gobiernos en sus funciones fundamentales. Rothbard reactiva el neoliberalismo praxeológico de Mises y el método de construcciones imaginarias en economía: “abstraer las operaciones de algunas condiciones presentes en la acción real. Entonces estamos en condición de comprender las consecuencias hipotéticas de la ausencia de esas condiciones y de concebir los efectos de su existencia” (Murray N. Rothbard, Hombre, Economía y Estado. Tratado de Principios de Economía & Poder y Mercado: El gobierno y la Economía, Scholar´s Edition, Ludwig von Mises Institute, cita pág. XX, de La acción humana, pág. 238). Los Axiomas fundamentales de la acción son los medios para los fines, la variedad de recursos y el tiempo libre, el trueque, la moneda y el libre mercado. Define la Acción humana por “cierto propósito que el actor tienen en mente” (Ibídem, pág. 1), pues “puede ser llevada a cabo sólo por “actores” individuales” (Ibídem, pág. 2). Se trata de un vulgar mentalismo que confunde a nuestro modo de ver, una operación, que tiene que ser corpórea, con una acción, que puede ser grupal, social o política. En el mismo sentido, entiende el gobierno como el reconocimiento “mental” de una relación entre individuos, en tanto

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que cuando se deja de pensar algo desaparece. En todo caso, se trata de sostener un idealismo representativo que “requiere la imagen de un fin deseado” (Ibídem, pág. 3), asociado a las teorías austriacas del valor, según el cual todo valor de algo es subjetivo. Los bienes son útiles en cuanto satisfacen deseos psicológicos para alcanzar la satisfacción o la felicidad, y la oferta y la demanda se regulan por la ley de utilidad marginal. Un presupuesto constante declarará que todo hombre desea maximizar su beneficio. Modelo 4: Teoría de las ventajas comparativas. En tanto tiene un carácter específicamente político, la teoría de las ventajas comparativas es acaso la teoría positiva sobre el comercio internacional más importante del siglo XIX. Una teoría que todavía rige en las concepciones comerciales de los grandes organismos reguladores mundiales. Se trata de una rectificación de la teoría de la Ventajas Absolutas de Adam Smith hecha contra el mercantilismo y a favor del Laissez-faire, según la cual hay factores exclusivos en que se especializaría la producción de cada país en orden a incrementar sus beneficios comerciales. El coste absoluto haría que la mercancía más barata se vendiese más según la relación: valor de producción, unidad de fuerza de trabajo. Su rectificación se lleva a cabo por la teoría de las ventajas comparativas, enunciada en los Principios de Economía Política y Tributación de David Ricardo (1817). Se trata de entender el comercio internacional en función del coste de oportunidad que hace que la mercancía más barata se venda más, pues la relación entre el valor de la producción y la unidad de fuerza de trabajo es menor. El país más eficiente exportará mercancías cuyo conste comparativo (no Absoluto) sea más bajo. Ricardo utiliza como ejemplo la producción de vino y la producción textil entre Portugal e Inglaterra. El menor coste comparativo en la producción de vino portugués hará que se exporte a Inglaterra, quien a su vez, según el mismo mecanismo, exportará productos textiles a Portugal. La divergencia que supone los costos comparativos en el fondo armoniza un comercio internacional en el que todos ganan. No es extraño que desde tales tesis se promueva la apertura y la liberalización de los mercados. Nuevas teorías del comercio internacional ampliarán y actualizarán la teoría de Ricardo de los costos comparativos. Una de las más

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famosas, la teoría Heckscher-Ohlin de proporciones factoriales (en la que se suele incluir a Samuelson), incluye en los costos comparativos la integración financiera del factor capital, la tecnología, el factor trabajo especializado y el factor tierra por compensación de precios (desplazándose entre sectores), explicando fenómenos como el comercio interindustrial por el cual se intercambian productos y servicios entre empresas. Modelo 5: Institucionalista. Las teorías sobre el intercambio comercial de productos genéricos, que suponen una convergencia sobre mercados y factores comunes, pero que sin embargo implican un conflicto permanente en torno a los elementos en los que confluyen, cristalizan en torno a la llamada corriente institucionalista en economía. Los fundadores del institucionalismo en los años 30 como Thorstein Veblen, Wesley Mitchell y John Commons, en general entienden la teoría de los precios en mercados de competencia imperfecta, lo que implica la desarmonía. Así, somos constituidos por las instituciones, pero lejos de la armonía, el conflicto es la norma. Veblen entiende que la emulación al consumo mueve el comportamiento humano en la Teoría de la clase ociosa. En la Teoría de la Empresa de Negocios (1904) ofrece una teoría de los ciclos y las crisis. La producción supone ajustar todos los subprocesos o ramas de la industria con la uniformidad y estandarización de las herramientas y las unidades de medida. De modo que las ramas productivas son interdependientes y hay una concatenación de procesos. Los ciclos vienen por el desajuste entre instituciones tecnológicas y los créditos que buscan ganancias diferenciales, inflando el valor financiero de los activos. Premios noveles de los años setenta como Ronald Coase, Douglas North, &c., señalan como marco institucional para entender el comercio: la legalidad, los derechos de propiedad, los costos de transacción, la teoría de la empresa o la política económica. Crawford y Ostrom definen las instituciones como “regularidades duraderas de la acción humana (…) estructuradas por reglas, normas y estrategias compartidas, así como por el medio físico. Las reglas, normas y estrategias compartidas son constituidas y reconstituidas por la interacción humana en situaciones repetitivas o que se suceden con

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frecuencia” (Inmaculada Carrasco y María Soledad Castaño, “La nueva economía institucional”, Nuevas corrientes del pensamiento económico, 865, 2012, pág. 46). La causación descendente de las instituciones sobre los agentes lleva a nuevos propósitos. Oliver Williamson diferencia cuatro niveles de análisis. El primer nivel de inserción comprende normas, costumbres, tradiciones, valores, religión e instituciones informales. El segundo nivel o entorno institucional, reglas formales como leyes, derechos de propiedad. El tercer nivel, instituciones de gobernanza. Y el cuarto nivel la asignación de recursos y el empleo por los mercados. Douglass Noth definirá las instituciones como “regularidades en las interacciones repetitivas entre individuos” (Douglass C. North, “La nueva economía institucional”, Revista Libertas, 12, 1990). En economía se trataría de incorporar elementos de fricción de los mercados como los costos de adquisición de información y transacción, la incertidumbre, el riesgo, las ideologías o los modelos mentales. La calidad y la proximidad institucional entre países es determinante en el comercio bilateral. Respecto a la “calidad institucional” que facilita o en su defecto, dificulta el comercio: hay que contar con el voto y la rendición de cuentas, la estabilidad política, la calidad regulatoria, el Estado de derecho o el control de la corrupción. La afinidad o familiaridad cultural que incrementará notablemente el comercio comprende instituciones como el idioma común (95 %), los vínculos coloniales (18 %), la religión común (25 %) o la pertenencia al mismo bloque regional (65%). (Juan Carlos Jiménez, “Los factores institucionales como determinantes de los flujos comerciales internacionales”, Revista de Economía Mundial, 24, 2010). Instituciones religiosas tan importantes como el Halal para los países islámicos, el Cashrut para los judíos o la prohibición de la violencia y la muerte de seres vivos para los budistas, determinan incompatibilidades y cortes insalvables a nivel del comercio global, cuyas consecuencias sociales y políticas se están poniendo de manifiesto en algunas naciones occidentales. Modelo 6: Nueva teoría del comercio. La llamada Nueva teoría del comercio es la alternativa a la teoría de las ventajas comparativas que surge tras la caída del

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bloque comunista y cambia el modo de conceptualizar el comercio internacional al entender que las ventajas derivan de la competencia entre los Estados. La teoría sobre las ventajas competitivas pone en el conflicto sobre el control de los mercados de materias primas y de consumo la raíz de la desigualdad y la estructura asimétrica del comercio. Consideran un mito la idea del libre comercio propugnada por la O.M.C., según la cual la solución a los países pobres pasa por la maximización y la apertura comercial que modificaría automáticamente los desequilibrios comerciales. Tal tesis se estaría implementando según los diez puntos del consenso de Washington de 1989 que siguen el F.M.I. y el Banco Mundial: baja fiscalidad y gasto público, liberalización, privatización y dirección de los mercados en tipos de interés y tipo de cambio competitivos &c. Cuando se comprende que ha sido la protección al comercio y los subsidios lo que han llevado a las naciones a ser ricas se ve como la Teoría de las ventajas comparativas y el libre comercio favorece a los países más industrializados. El proteccionismo habría sido la constante en los países occidentales, Japón, Corea del Norte y los Tigres asiáticos. La tesis sería expuesta por Ulysses Grant después de la Guerra Civil: “dentro de 200 años cuando América haya obtenido de la protección todo lo que ésta puede ofrecer, también adoptará el libre comercio” (Anwar Shaikh, La globalización y el mito del libre comercio, New School University, 2003). Bajo la hipótesis de las ventajas comparativas, el mercado funciona en régimen de competencia perfecta, las grandes multinacionales serán las encargadas de administrar el mundo. Pero no ocurre así. Las razones en contra pasan por entender el papel específico de los Estados en el comercio, por ejemplo, porque el precio de coste se fija por el precio de la moneda según su tipo de cambio en el mercado internacional. Las multinacionales de los años 50 y 60 comienzan con el lanzamiento de un nuevo producto cerca de su mercado de consumo; cuando la demanda crece en otros países pasa a instalarse en ellos, trasladando los factores de mayor movilidad. Las teorías de crecimiento de las empresas distorsionan las teorías del comercio al uso. Ahora el problema son los riesgos entre la casa matriz y las sucursales: la dificultad de financiación, la fiscalidad, la influencia sobre la imagen de la empresa, la repatriación de los beneficios, la

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estabilidad de la moneda, la protección de la inversión, la inflación, la estabilidad política. La Nueva Teoría del Comercio se basa en los principios de competencia imperfecta, el poder de los oligopolios, los rendimientos crecientes a escala y los factores estratégicos. El principal impulsor de tal teoría es Paul Krugman. En los artículos de 1979, 1980 y 1991 introduce el concepto de economías de escala, sobre los que desarrollará el Nuevo Comercio y la Teoría de Geografía Económica (José Zacarías Mayorga y Clemencia Martínez, “Paul Krugman y el Nuevo comercio internacional”, Criterio Libre, 8, Bogotá 2008). Ya Braudel introduce en 1984 la idea Centro-periferia que lleva a la teoría de la dependencia en relaciones de poder, incidiendo en el intercambio desigual, las consecuencias adversas de la economía privada, la desarticulación de la economía periférica por los cambios en los patrones de consumo, &c. Tal perspectiva da preponderancia a los Estados que generan mayor Ventaja Competitiva. La actual teoría global del comercio incide en las mayores vinculaciones internacionales, la liberación de los mercados, el cambio tecnológico y el creciente poder de los mercados, frente al reducido poder de los Estados. J. Stiglitz introduce la Información Asimétrica en los Mercados, según la cual se requiere la intervención del gobierno para su regulación, contrarrestando los monopolios, los carteles, los acuerdos de precios y la manipulación de la información. Krugman incide en las barreras de entrada, los aranceles y los subsidios como mecanismos proteccionistas que desequilibran el comercio. En las economías de escala los mercados están dominados por monopolios u oligopolios que hacen de la competencia imperfecta la norma. Modelo 7: Marxista. Las tesis marxistas y neo-marxistas del comercio internacional también parten del conflicto, ampliando el intercambio económico a nivel general, pero se diferencian de las anteriores en cuanto suponen actuando entre los agentes económicos una divergencia de intereses que, en su caso, llegaría a romper los vínculos comerciales. Las ideas marxistas sobre la lucha de clases son el marco en el que beben muchos de los argumentos que ven en el comercio mundial la ocasión que daría lugar al límite mismo de la economía capitalista.

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Académicos e intelectuales de izquierdas como Perry Anderson, Peter Gowan o David Harvey promocionan estas tesis. Nos fijaremos en David Harvey, un antropólogo, geógrafo y teórico social que ha desarrollado la Teoría del Desarrollo geográfico desigual desde el Materialismo geográfico de raigambre marxista. En efecto, según Marx, las crisis por sobreacumulación o caída de la tasa de ganancia, expresadas en excedentes de capital y fuerza de trabajo, necesitan la expansión geográfica o la reorganización espacial para dar trabajo y consumir los excedentes. Las inversiones de Capital a largo plazo necesitan nuevos mercados. El capitalismo tiene crisis fruto de sus contradicciones internas, normalmente solucionadas por destrucción creativa. Los nuevos territorios son financiados con préstamos para comprar excedentes productivos que generen nuevas acumulaciones de capital. Pero esto aumenta la competencia internacional y las corrientes de sobreacumulación que llevan a guerras comerciales, monetarias y militares, como las dos últimas guerras mundiales. Harvey sigue a Gowan en la tesis del señoreaje del dólar y su reforzamiento por las crisis. Los oligopolios dominan el mercado de semillas, fertilizantes, electrónica, computación, farmacéutica, petróleo y otros. Las alianzas de clase entre los países centrales fuerzan las negociaciones en los acuerdos internacionales. El proceso de acumulación marxista supone mercantilización y privatización de la tierra, expulsiones forzosas, trabajo como mercancía, monetarización, usura, deuda pública y sistemas de crédito bajo el consenso de Washington (promociones bursátiles y esquemas de ponzi piramidales). En su último libro, titulado, 17 contradicciones y el fin del capitalismo (Traficantes de sueños, 2014) Harvey entiende el neoliberalismo como un proyecto de clase corporativa o empresarial que cambia el capitalismo hacia la desigualdad (enriqueciendo más si cabe a las clases ricas desde los años 70). La primera contradicción del capitalismo se da entre el valor de uso y el valor de cambio. Se supone que liberalizar el valor de cambio incrementará el valor de uso, pero no es así ni en vivienda, ni en educación, ni en salud, cuando 600 familias controlan el 50 % de la riqueza mundial. La segunda contradicción del capitalismo se alimenta de la utilidad marginal a costa de la expansión de la producción y la realización de mercados. La ley general de acumulación del capital en el libre mercado lleva a más desigualdad, según dice Marx en el

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volumen I. Pero en el volumen II se afirma que es necesario el consumo de la clase trabajadora subiendo sus salarios y bajando las plusvalías. El neoliberalismo utiliza estas tesis a su gusto, primero se utiliza el keynesianismo para subir los sueldos en 1945, y en 1970 acarreando plusvalías. Lo que lleva a los créditos y las burbujas. En esta última crisis, cuando al bajar el consumo, China entra en crisis, pone a trabajar a 30 millones de chinos en paro en la construcción keynesiana. Así, una parte del mundo equilibra la otra. La tercera contradicción consiste en que el capital o crece o muere, pero como no hay modos de inversión, el crecimiento compuesto del capital no se realiza, pues el crecimiento compuesto del consumo es imposible. La deslocalización elimina los sindicatos, y con créditos se forma demanda, por lo que las crisis se mueven geográficamente para resolverse trasladando el problema. Nos quedamos con esta afirmación: “Toda la historia del capitalismo ha sido sobre la innovación financiera” (David Harvey, El nuevo imperialismo: acumulación por desposesión, CLACSO, Buenos Aires 2004), empoderando a los financieros, pero no a los fabricantes. En conclusión, Harvey ve al capitalismo como la tendencia hacia la “comercialización de todo” (David Harvey, Breve historia del neoliberalismo, Akal, Madrid 2007) siguiendo esquemas de Polanyi. Modelo 8: Mercantilista (Proteccionista). Con las tesis del mercantilismo decimonónico sobre el comercio señalaremos aquellas teorías sobre los conflictos que parten de la divergencia, pero centradas en los Estados. Se trataría de fijarse en una serie de sectores estratégicos para la seguridad nacional sin los cuales sería imposible la eutaxia del Estado y su misma supervivencia, nos referimos a sectores como la industria de armamento, los transportes (aeropuertos, puertos y ferrocarriles), las telecomunicaciones, el sector energético y en este caso, la moneda. El conflicto inherente entre Estados hace de las instituciones del comercio y la guerra (ambas en la capa cortical) dos aspectos vinculados a la dialéctica de imperios que han demostrado ir de la mano. Sólo hay que fijarse en que las últimas guerras mundiales han implicado Estados con grandes vínculos comerciales. Werner Sombart defenderá la vinculación entre la guerra y el capitalismo de modo sistemático (Guerra y capitalismo, Colección Europa, Madrid 1943).

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El proteccionismo ha sido la norma básica del comercio internacional: “barreras u obstáculos encontramos en los procedimientos para el trámite de licencias de importación, las normas para la valoración en aduana de las mercancías, las inspecciones, previas a la expedición, y como nuevos controles de las importaciones, normas de origen, medidas en materia de inversiones, estándares y medidas técnicas, incluyendo las medidas sanitarias y fitosanitarias, entre otras” (Camilo Andrés Díaz, Negociación del tratado de libre comercio: barreras técnicas al comercio y el acceso real a mercados, MSC Economía del Desarrollo. Instituto de Estudios Sociales, La Haya, pág. 43). Los tratados bilaterales de comercio tanto como las inversiones en el extranjero se hacen desde posiciones de fuerza. El principal problema para la estabilidad de los vínculos comerciales se denomina “riesgo país”, y se define como la incertidumbre a la inversión que surge al negociar con las empresas o instituciones de un Estado, (los factores que incluye son entre otros, la posibilidad de expropiaciones, la prohibición de repatriaciones, el aumento de la fiscalidad, las convulsiones sociales y la estabilidad política). El riesgo económicofinanciero se cifra a su vez, en la elevación de los tipos de interés, los aranceles, la política de devaluación. La ecuación para evaluar el riesgo país o valor actual neto tiene en cuenta el desembolso inicial, el flujo de caja que se espera y el costo de oportunidad. El riesgo país estricto se evalúa sobre los problemas para cobrar la deuda. Muchos socios comerciales son potencialmente enemigos acérrimos. Inglaterra y Alemania a finales del siglo XIX, y XX o Estados Unidos y Venezuela. Charles Tilly en Coerción, Capital y los Estados Europeos, 990-1992, muestra que en la historia de estos 1000 años es constante la interconexión entre la acumulación del capital y el uso de la coerción. La salida de la producción requiere nuevos mercados a través de la guerra. De modo que, si no hay correspondencias entre acumulación de capital y de poder, se elige la guerra como medio de acumulación de control sobre el territorio y los mercados. La teoría económica sobre la guerra bilateral de Skaperdas y Syropuolos (Leonardo Raffo López, “Los incentivos para la guerra bilateral: un caso polar”, Cuadernos de economía, 49, 2008), ofrece modelos de decisiones que llevan a la guerra, según la cual, entre países altamente dependientes y especializados, si falta correspondencia

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entre acumulación de capital o recursos y acumulación de poder efectivo sobre los mercados que absorben la producción, hacen que el coste de oportunidad de la guerra sea bajo, pues su poder potencial es mayor que la participación en los mercados, lo que hace mayor su probabilidad de éxito. De modo que el comercio no siempre promueve la paz, pues vínculos asimétricos pueden llevar a la guerra. La dependencia económica puede quebrarse llevando al estallido de la guerra. La gran producción de armas y la probabilidad de éxito (el casus belli) anteceden a los conflictos. Basta que un agente prefiera la guerra a la paz para que se haga, pero la paz requiere a ambos, determinado por lo que un agente gana proporcionalmente a lo que el otro pierde. Nosotros no vemos solución de continuidad entre las políticas comerciales y financieras y las posiciones de fuerza militar. La legalidad internacional emanada del Consejo de Seguridad de la O.N.U., permite llevar a cabo embargos de transacciones financieras y comerciales, restricciones o ruptura de comunicaciones de toda clase, bloqueos de cuentas, restricciones o prohibiciones en el uso de todo tipo de transportes e incluso el bloqueo físico de países enteros por la armada naval. Si en 1990 se aplican a Iraq, en 1992 se aplicarán a Bosnia y a Libia y ahora a Siria. En todo caso es la práctica habitual, ya sea con la fuerza de la legalidad internacional o sin ella. 3. Teoría de las conexiones comerciales como fundamento de las relaciones mercantiles: las cuatro especies de comercio. Tomaremos a Platón como principio de autoridad para diferenciar comercio y mercado. En el libro II de La República hablando de las necesidades del Estado, Platón diferencia nítidamente entre mercaderes y comerciantes: - Habrá necesidad de gentes que se encarguen de la importación y exportación de los diversos objetos que se cambian. Los que tal hacen se llaman comerciantes; ¿no es así? - Sí. - ¿Necesitaremos, pues, comerciantes? - Sí. - Y si este comercio se hace por mar, se necesitará una infinidad de personas para la navegación.

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- Es cierto. - Pero en ese estado mismo, ¿cómo se comunicarán unos ciudadanos a otros el fruto de su trabajo? Porque ésta es la primera razón que tuvieron para vivir en sociedad. - Es evidente que será por medio de la compra y de la venta. - Luego se necesitará un mercado y una moneda, signo del valor de los objetos cambiados. - Sin duda. - Pero si el labrador o cualquiera otro artesano, al llevar al mercado lo que pretende vender, no acude precisamente en el momento en que los demás tienen necesidad de su mercancía, su trabajo quedará interrumpido durante este tiempo, y permanecerá ocioso en el mercado esperando compradores. - Nada de eso. Hay gentes que se encargan de salvar este inconveniente, y en las ciudades bien administradas son de ordinario las personas débiles de cuerpo y que no pueden dedicarse a otros oficios. El suyo consiste en permanecer en el mercado y comprar a unos lo que llevan a vender, para volverlo a vender a los otros. - Es decir, que nuestra ciudad no puede pasar sin mercaderes. ¿No es éste el nombre que se da a los que, permaneciendo en la plaza pública, no hacen más que comprar y vender, reservando el nombre de comerciantes para los que viajan y van de un estado a otro? - Sí. (Platón, La República o el Estado, versión de Patricio de Azcárate, Obras completas de Platón, Madrid 1872, tomo 7, págs. 125-126.)

Del mismo modo que Platón, Gustavo Bueno sitúa dentro de la estructura de los poderes del Estado, el comercio en la capa cortical (federaciones: comercio/contrabando) y el mercado en la capa basal (producción, gestión, tributación, donde se incluyen “monedas, mercados, privilegios…”). En tanto, la autarquía es imposible, “las naciones estaban esencialmente interconectadas por el comercio internacional, imprescindible a partir de un determinado nivel de desarrollo demográfico e industrial para el mantenimiento de la eutaxia de cada nación política”. (Gustavo Bueno, El mito de la derecha, Temas de Hoy, Madrid 2008, pág. 237). Defenderemos la tesis según la cual el fundamento de las relaciones (del tipo que sean, en este caso económicas) se encuentran en las conexiones, sin las cuales no hay, en este caso, campo económico, entendiendo el intercambio comercial como el fundamento de los mercados económicos. Un presupuesto básico de la Teoría del Cierre Categorial que hemos tratado de desarrollar en nuestro estudio sobre las técnicas,

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entiende que toda ciencia parte ya de un campo roturado desde operaciones técnicas milenarias. En el caso de la economía, los procesos técnicos de producción (que incluimos en el eje de los bienes o términos económicos) no serían suficientes para explicar las relaciones económicas, pues procesos productivos encontramos en las sociedades prehistóricas o etnológicas y no tienen tal carácter, resolviéndose en procesos de distribución holísticos, dinerarios, como el anillo Kula o modos de intercambio de dones o regalos ceremoniales y teleológicamente cerrados. Como vamos a explicar, la moneda requeriría que tales procesos productivos estén dados a escala interestatal, por lo menos a la escala de los proto-estados del neolítico en el que comience la ruptura de estos modos de intercambio dinerarios como materia de “prestigio”. La confrontación entre estos “imperios absolutos” (acadio, asirio, egipcio, hitita, aqueménida, &c.) obligaría a la ruptura de la distributividad originaria que mantiene separadas las formas de dinero según se incrementen las necesidades técnicas. El proceso por el cual se lleva a cabo su interrelación son las comunicaciones, las rutas comerciales. La confusión entre las ideas de comercio y mercado es mayúscula, pues se utilizan muchas veces indistintamente. Reparemos en esta confusión. Comercio y mercado tienen bases etimológicas comunes, ambos vienen de la raíz latina “merx”, que a su vez podría venir del etrusco, de donde la tomarían los romanos. Las ideas de comercio (con el prefijo con- al modo de junto a) y mercado (con la terminación -ado, quizás como fruto de una acción) no se ajustan completamente en sus derivados. Una hace referencia principal al sujeto por lo que refiere al verbo, “comerciar”, y la otra al objeto, por lo que refiere al sustantivo, “mercancía, mercadería”. Cummercium viene de “cum” y “merx” significando tráfico de mercadería. “Taberna instructa” y “negotiatio” se tradujeron por establecimiento mercantil y actividad comercial. El comercio “entre” se ejercía en ferias y mercados. En inglés la confusión es la misma. Comercio viene del verbo, to trade (trading), y mercado se traduce por market, pero también por shop (comercio, tienda). La confusión, por un lado, hace que un tipo de mercado sea un comercio (el comercio de la esquina, centros comerciales, &c.), y por otro, y

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más importante, se habla de “relaciones comerciales”, lo que es un verdadero Baci-yelmo. En todo caso podemos establecer las siguientes diferencias: 1º-. Se dice “comercio con… Holanda”, y “mercado en… Burgos”, pero no “mercado con”. 2º-. Comercio permite dos términos (romano-persa), mercado siempre es único (aunque multiplicable). “Mercado de”, va al objeto, mercadería o mercancía. “Comercio entre o con”, que sepamos no tiene referente a los objetos, va al sujeto, al comerciante. 3º- Se dice “comercio en mercados” pero no se dice “mercado en comercios”. 4º-. Las teorías del comercio son internacionales, sin embargo, todo mercado es nacional, aunque tenga proyección internacional. La razón es lógico-material pues comercio tiene carácter atributivo (como “mundo”), mercado tiene carácter distributivo (como “globo”). Sólo se puede hablar del comercio internacional como una unidad, sin embargo, los mercados internacionales son muchos. Por referirnos a los mercados financieros y sus índices de valores, vemos como unos van dejando paso a otros según el horario terrestre: Nasdaq, Dow Jones, Nikkei, Ibex 35, &c. Podríamos utilizar la analogía con las líneas y los puntos matemáticos para ilustrar la diferencia: el comercio se podría entender como las líneas de una urdimbre cuyo entrecruzamiento irían formando puntos de conexión, los mercados. Tal tesis la encontramos en la Teoría de la Ciudad de Gustavo Bueno, donde las líneas de conexión entre tribus o aldeas son las que forman las primeras ciudades a partir de los puntos de intersección, lo que serán más tarde los centros mercantiles. Un ejemplo para ilustrar esta metáfora lo encontramos en Braudel cuando habla de la economía mercantil del siglo XVI: “imagínense ustedes la enorme y múltiple capa que representan para una región determinada todos los mercados elementales con los que cuenta –una nube de puntos–, para ventas a menudo mediocres” (Fernand Braudel, La dinámica del capitalismo, F.C.E., México 2002, pág. 9), pero cuando tiene que tratar el comercio hablará de “cadenas comerciales autónomas y muy largas, con gran libertad de movimiento” (Ibídem, pág. 13). 5º-. Las estructuras y las unidades desde las que se definen cada uno de ellos son completamente distintas. El mercado fija los

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precios, no el comercio (lo que pretendería el comercio justo con precio de origen), por ello en el mercado se establecen las relaciones económicas en términos de unidades monetarias, siempre nacionales. En el comercio internacional eso no ocurre, tiene que haber un cambio de divisas (aunque tengan el mismo nombre, dólares americanos, dólares australianos, dólar de Hong Kong, Islas Vírgenes, &c., su tipo de cambio varía), por lo que la moneda no puede ser la unidad de la estructura comercial. A nuestro modo de ver, las unidades para entender los procesos comerciales son las unidades productivas a partir de las cuales se lleva a cabo el intercambio de bienes, servicios, monedas, valores, &c. Por este motivo el comercio entre tribus, entre familias, entre empresas o entre Estados, será distinto en cada caso. La tesis que podemos sostener, suponiendo en marcha las Esferas económicas que definiremos más adelante, entiende el comercio como el fundamento causal de las relaciones económicas que aparecen en el mercado. De tal forma que hoy en día el comercio es una conexión de intercambio que supone los mercados y las relaciones objetivas, lo que hace necesario aclarar algunos malentendidos de amplias consecuencias. La idea de intercambio es una conexión máximamente general; la confusión conceptual con otras ideas, principalmente con la idea de relación, no se limita a la economía, sino que ha tenido consecuencias muy profundas en filosofía. Pongamos algunos ejemplos: Gustavo Bueno ha señalado cómo el origen del problema para entender las relaciones y su diferencia con las conexiones se inicia en la concepción de la sustancia aristotélica, cuando la cuarta categoría, la relación, se entiende como accidente de la sustancia, y por así decir, con inherencia en la misma. Las relaciones (identidad, semejanza, diferencia, proporción, &c.) están en la sustancia sin saber muy bien cómo hacen relación a lo otro (el “heterón” de los cinco géneros supremos del Sofista platónico). Su negación del vacío tiene como antítesis la idea de “autos” como independencia, es decir, la noconexión como modelo de perfección sustancial, el “autos” divino no interactúa con el mundo de las esferas, siendo un modelo imposible para las ciudades-estado y los hombres, que al necesitar de los demás les está negada la felicidad. Otras veces se entendían las relaciones derivando de las categorías de acción y pasión; esta vía es la que siguieron los “connotatores”

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escolásticos y la idea de “pululatio” como afección que causaba una cosa en otra al relacionarse con ella. Se trataba de tesis muy difícil de casar con las relaciones, que venían a considerarse como “entes debilísimos”, y por ello “formales”, “intencionales”, entes “mentales”. De hecho, la idea de la santísima trinidad fue un freno para la disolución de las relaciones en las intenciones mentales o conceptos formales, pues las relaciones entre las personas divinas tenían que ser reales. La vía analógica de la llamada segunda escolástica tendió a considerar diferencias irreductibles entre los géneros supremos y los trascendentales, pero deja intacto un problema de las relaciones que se agravará notablemente con la filosofía moderna. En efecto, el llamado “error de Descartes”, a saber, postular la Glándula pineal como punto de conexión entre dos sustancias que se definen por no necesitar otra cosa para existir, la res cogitas y la res extensa, habría conducido a pensar una vía causal de interconexión mente-cuerpo, a saber, que las ideas causan los movimientos del cuerpo y las afecciones corpóreas causan las ideas como “representaciones” de las cosas. La idea de causalidad bipolar como relación entre la causa y el efecto en Hume alcanza al idealismo trascendental de lleno y llegará a la teoría de los tres mundos de Popper. La idea empirista de la mente como hoja en blanco que va llenándose de impresiones corpóreas anega toda la filosofía representacionista. La solución que pasa por negar el cuerpo y las conexiones entre las mónadas, por parte de Leibniz, conduce a un monismo de las relaciones donde han desaparecido las interconexiones, ya que las mónadas no tienen ventanas, al ser independientes entre sí. Pero también conduce a las tesis sobre el paralelismo psico-físico en Espinosa, cuya idea de Sustancia se entenderá como actividad del sujeto absoluto en la dialéctica hacia sí mismo en Hegel, o como voluntad infinita nouménica en Schopenhauer. La traducción de este problema a la economía naciente lleva a entender el fundamento de las relaciones económicas desde aspectos inherentes a los sujetos sustanciales, por ejemplo, el egoísmo en Adam Smith, o “el cálculo racional” marginalista, es decir, aspectos morales o mentales de los sujetos. Kant confunde relaciones y conexiones cuando incluye en las categorías de relación la idea de sustancia (el yo entendido como objeto, cosa), la idea de causalidad (las antinomias hacia el

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fundamento incondicionado) y la idea de comunidad (el todo de las disyunciones), es decir, las tres grandes ideas de la tradición: alma, mundo y Dios. Ahora bien, las antinomias de la razón pura, que surgen de la acción recíproca (la interacción de la segunda ley de Newton), son incluidas en la categoría de relación, y sin embargo, no pueden ser relaciones, pues la acción recíproca es una conexión (como son conexiones gravitatorias las que relaciona la ley de la gravitación universal). En la Ciencia de la lógica, Hegel introduce en su libro segundo (doctrina de la esencia), la que llama relación de causalidad (apartado B de la relación absoluta de la realidad) donde incluye como punto final la acción recíproca. Algo parecido ocurre en Kant con los paralogismos de la sustancia cuando se aplican al yo, pues al entenderlo de modo espiritual dejan al cuerpo al margen de cualquier actividad en el mundo, derivando en la denuncia del error en que consiste convertir al yo (el hombre) en cosa. De nuevo esta división ontológica entre naturaleza y espíritu, típica de la escolástica creacionista, está detrás de la actividad objetivadora (alienadora) del espíritu hegeliano y de la idea de alienación del proletariado marxista convertido en mercancía. Modos filosóficos de reelaborar aquello de la “venta” del alma al diablo, todavía en el Fausto de Goethe. Recordemos que la importancia de las categorías de relación en Kant, aparecen en la razón práctica, cuando se toman como postulados de la moral, el alma inmortal, la libertad y la ley del progreso. Esta es la vía activa de los fines teleológicos (crítica del juicio teleológico kantiano) que tomará la dialéctica hegeliana que pone en marcha las contradicciones en la historia, igual que hará la praxis revolucionaria marxista. Pero la contradicción sigue siendo la misma, la conversión del sujeto en cosa y la historia como su emancipación. En todo caso Marx hereda la confusión entre relaciones y conexiones al hablar de “relaciones” de producción, y entender la técnica de un modo mental, cuando el arquitecto, al contrario que la abeja, se representa el proyecto que va a realizar en su mente (una proyección parecida a la dialéctica de la exteriorización hegeliana). Desde la ontología especial del Materialismo Filosófico entendemos las conexiones fisicalistas en el primer género de materialidad (M1) y las relaciones en el tercer género de materialidad (M3). Conexiones

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que se establecen a partir de las operaciones corpóreas vinculadas a las estructuras segundo-genéricas (M2). Cabría resumir el proceso de este modo: con la percepción de morfologías o referenciales aparecen las semejanzas y las diferencias de modo apotético, a distancia, las operaciones de los músculos estriados operan uniendo y dividiendo unas morfologías o términos del campo con otras, técnicamente. Cuando el volumen de esencias técnicas sea muy considerable, aparecerán institucionalizadas formas del “hacer” que tienden a buscar una recurrencia en la lucha por la vida. Las operaciones apotéticas con los cuerpos generan esquemas materiales de identidad; la destrucción de las morfologías materiales y su reconstrucción técnica genera la producción. Estamos a un paso de las conexiones técnicas entre términos que, como sistemas materiales de identidad, los contextos determinantes, establecen identidades sintéticas, es decir, relaciones de identidad entre términos que cierran campos categoriales. El intercambio, o para decirlo en términos clásicos, la acción recíproca, es una conexión general entre las cosas que en principio no requiere al sujeto operatorio. Es un trascendental en la medida en que afecta a todas las categorías de alguna manera. La idea de intercambio trata de conexiones paratéticas entre las cosas donde hay traspasos de contenidos químicos, energéticos o físicos, en la medida en que se transforman unas cosas en otras según invariancias en las transformaciones de cada una de ellas. Son esas invariantes las que consideramos relacionales. Un ejemplo es el intercambio de energía en termodinámica, donde un motor en funcionamiento intercambia calor con el medio constantemente según una función exponencial. Pero también es una conexión la acción recíproca newtoniana, en la medida en que las fuerzas de atracción afectan a los cuerpos gravitatorios en relación inversa a su masa y directamente proporcional a su distancia. Hablaremos de teleología (no antropológica) cuando el intercambio afecta a los organismos vivos, ya se trate de procesos que aparecen en metodologías α-operatorios en los organismos de la biosfera, o β-operatorios en la etología de la conducta de los animales; por ejemplo, en la concatenación de procesos finalistas animales tales como puedan ser la construcción de presas de castores. Se puede hablar de intercambios bioquímicos o genéticos en la reproducción,

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o de intercambio de favores, comida, mordiscos, golpes, &c., en las conductas etológicas. En Antropología, la finalidad normativizada aparece en las concatenaciones de identidad entre el principio y el fin ceremonial por prolepsis de anamnesis previas en metodologías β-operatorias, y como instituciones cuando el fin es objetivo, α-operatorio. Como hemos dicho, en este caso las conexiones que se establecen desde contextos determinantes dan lugar a relaciones sintéticas de identidad (pues suponen pasos al límite dialéctico). Centrados ya en lo que constituyen las conexiones en el espacio antropológico, podríamos dividir las formas de intercambio según los ejes del Espacio Antropológico, ya sea a nivel angular, el religioso (con los dioses según la primera especie), a nivel radial con el medio, o a nivel circular con los modos de intercambio entre los hombres, que es el que nos interesa, pues es donde aparece el intercambio comercial como tal. Por fin, entre los diferentes modos de intercambio daremos con el intercambio comercial propiamente económico. Aplicamos aquí la tesis general. Dada la producción “de mercancías por mercancías” encontramos el fundamento de las relaciones económicas en las conexiones comerciales (intercambios) donde diferenciaremos términos (bienes, territorios) y operadores (en diferentes clases de individuos sustituibles) según el tipo de relaciones que establezcan, ya sean etológicas, psicológicas, sociológicas, &c., y en su caso, las relaciones económicas expresadas en la moneda. Su fundamento está en los circuitos mercantiles ampliativos de los imperios dia-políticos. Su dinámica es etnocéntrica y política necesariamente. Ahora bien, para que haya relación entre los bienes y servicios del mercado, tiene que dejar de haber conexiones de comercio preestablecidas, fijas, pues los términos tienen que ser independientes, sustituibles unos por otros en el proceso total y recurrente. Se opera en un continuo heterogéneo donde la lógica de clases permite la sustitución de unos términos repetibles por otros (decimos que la conexión es sinecoide cuanto va asociada alternativamente a los términos de un campo). Las relaciones económicas que aparecen en los mercados no dependen de alguna conexión mercantil en concreto o de otra, sino del conjunto alternativo de unas por otras.

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Si concretamos nuestra tesis según la idea de comercio del Modelo 8 (Mercantilista, Proteccionista), la importancia de los intercambios económicos adquiere funciones energéticas esenciales para la eutaxia de los Estados. Por ello el comercio como conexión de la capa cortical entre unos Estados y otros, tiene una función inversa a la guerra, que es una técnica de desconexión (destrucción). El comercio aparece a nivel internacional con las rutas mundiales y la evolución de los transportes (ruta de las especias, ruta del algodón, ruta de la seda, rutas de esclavos, &c.), por lo que es un nexo, un vínculo entre las partes, un enlace que va progresivamente institucionalizándose (unos vínculos entre poderes corticales del Estado que coordina de modo paradigmático Vitoria en sus Reelecciones, al justificar el comercio con los indígenas americanos, la comunicación del evangelio y la guerra). Como cualquier otra técnica, el comercio supondrá un momento destructivo obligado, ya sea de modo gradual, según se implantan instituciones ajenas e incluso incompatibles con las propias, ya sea explícitamente violentas, como las que buscan abrir nuevas rutas o asegurar las ya asentadas. Cuando distingamos las diferentes especies de comercio veremos que tal momento destructivo podrá vincularse en sus diferencias fundamentales con los distintos tipos de guerra. Los componentes de los mercados de las estructuras económicopolíticas serán el resultado de intercambios comerciales milenarios que en su origen no son mercantiles. Como su institucionalización es muy lenta, habrá que diferenciar especies de comercio para identificar cuándo podemos hablar de mercados económicos y cuando no. De este modo negamos que el comercio sea un término unívoco que agote todos los modos de intercambio. Al contrario, habrá distintos modos de intercambio según el tipo de conexiones que se establezcan entre los hombres. La Antropología es la que da cuenta de las estructuras sociales y las relaciones que se establecen en cada caso. Suponemos que sólo tras un proceso muy largo, cabe ver actuando instituciones de intercambio “económicas”, si es que la “norma de la casa” o de la hacienda es posterior a la polis. Las diferencias estructurales entre las formas de comercio guardarán una cierta analogía de proporcionalidad derivada de intercambios productivos según procesos y especies de institucionalización muy distintos. La Teoría de las especies de comercio que vamos a desarrollar

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comprende cuatro formas o especies de intercambio comercial (las tres primeras “impropias” pues no suponen mercados de compra y venta): (a) La Primera Especie de Comercio comprende el intercambio tribal, esporádico, ocasional, con formas dinerarias prácticamente inexistentes. (b) La Segunda Especie de Comercio comprende el intercambio productivo entre sociedades pre-políticas, de modo holístico, propiamente dinerario, ceremonial. (c) La tercera especie de comercio es el intercambio de productos según unidades proto-estatales, distributivas, en tránsito de las formas dinerarias a las monetarias. (d) La cuarta especie del comercio aparece con los estadosciudad y la moneda, que progresivamente formarán los mercados económicos de oferta y demanda, vinculados a la producción agrícola, mercantil, industrial o financiera.

Capítulo 4

Se ensaya una teoría de la esencia de la moneda al hilo de las especies de comercio, en la que se explica el género, la diferencia y el núcleo de la moneda

La idea que tratamos en este ensayo da fin a los trabajos sobre las esencias técnicas preambulares que generan ciencias α-operatorias o por lo menos a algunos de sus contextos determinantes. En efecto, la acuñación de la moneda supone el cruce de técnicas que se están desarrollando a muy diversa escala. Por un lado, supone varios milenios de trabajo metalúrgico hasta llegar en el contexto griego al fundido del hierro, tanto por las técnicas de aleación de metales como por las técnicas de sigilación, en el desarrollo de los moldes, los sellos, las aleaciones, &c. Por otro lado, supone las técnicas mecánicas con ejes (la balanza y las unidades de peso), imprescindibles para poner una ley a los metales amonedados, y por otro lado necesita el desarrollo gráfico de los lenguajes alfabéticos (la leyenda de la moneda) que indica el signo de su legalidad y el poder que lo legitima, un aspecto de la moneda que ha estado en discusión permanente, ¿Qué estatuto económico tiene el símbolo, la divisa, el emblema o la figura de la autoridad? Con este último referente técnico nos referimos al carácter de signo-legal que vincula las monedas al nacimiento de la esencia estatal, los Estados-ciudad del siglo VI a.n.e. El cruce de técnicas civilizatorias que requiere la aparición de las monedas hace de la sigilación una técnica de “segundo grado”, pues tampoco ha pasado inadvertida su vinculación con los templos en que se guardaba la contabilidad y las riquezas de los proto-estados

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neolíticos o de los Estados-ciudad. Se entenderá que desde un principio el caso de la moneda sea de especial problemática, sobre todo porque no se asemeja al de las esencias técnicas que llamamos preambulares, en la medida en que no da paso a verdades o teoremas que permitan cerrar su campo, y sin embargo su repercusión afecta de un modo u otro a la “totalidad” de la vida política. En las categorías económicas no se alcanzan contextos determinantes en la medida en que las operaciones de los agentes económicos son internas al campo y figuran como términos imprescindibles del mismo (al incluir nexos apotéticos), con lo cual la esencia de la moneda tendrá más que ver con la estructura de campos de su escala gnoseológica, como el campo político o el religioso. Es decir, el desenvolvimiento de la esencia monetaria llega al límite con el fin de su misma categoría, sin dar lugar a desarrollos posteriores, o por lo menos siendo ajena a los mismos. Para entender estos desarrollos técnicos, será necesario introducir las conexiones mercantiles y las desconexiones bélicas como marco de aparición de la moneda. Las conexiones comerciales irán vinculadas a técnicas de ruptura y recomposición de territorios (lo que suele implicar la guerra) en las ampliaciones de los Imperios absolutos y luego diapolíticos (por donde discurrirá el curso de las especies de moneda), como detallaremos al hilo de la exposición. Nuestro trabajo de aquí en adelante consiste en justificar estas tesis con el mayor número de estudios que nos aporten las ciencias positivas. 1. Apartado en que se expone el Género generador de la esencia monetaria desde la segunda especie de comercio. Cuando hablamos de género generador, propiamente no hablamos de la esencia, sino de aquello que queda reestructurado anamórficamente desde el núcleo de la esencia. De modo que sólo cabe hablar de éste cuando se da aquél, y no antes. La anamorfosis a otra escala de un estado de cosas (frente a la continuidad y la emergencia) permite seguir su rastro, sin que el rastro por sí mismo nos indique a priori su desarrollo esencial, pues éste podía muy bien no haberse producido. Por ello no se puede considerar su causa, si acaso su precedente o campo genérico.

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La moneda en sus diversas funciones supone funcionando el intercambio de productos, pero tal intercambio se ha dado a escala antrópica de distintos modos o especies, que guardan entre sí cierta analogía de proporción. Desde luego el comercio, el intercambio de bienes como fenómeno antropológico, aparece con las tribus, pero dentro de la tribu el “intercambio” es etológico. Igual que no se puede hablar de comercio dentro de una familia, o dentro de una empresa, el intercambio comercial se da entre unidades productivas (tribus, familias, empresas, Estados) ¿Por qué no se puede hablar de comercio en la unidad familiar o dentro de la tribu? Porque tiene que rebasar las unidades de producción desde donde se comercia. Igual que se necesitan distintos órganos para hablar de intercambio de proteínas, o distintas células para hablar de intercambio químico. El intercambio de bienes se da entre unidades productivas distintas en cada especie de comercio, estableciendo nexos, enlaces, o conexiones de mayor o menor rango institucional. La dialéctica técnica implica desconexiones previas, es decir, la ruptura de los enlaces sociales previos, que en el terreno antropológico aparece como forma del conflicto social violento o la guerra. Esta es una tesis básica que ilustraremos con la introducción de la moneda para pagar a los ejércitos de mercenarios, lo que arrastra mercados e imperios expansivos y culmina con los ejércitos permanentes modernos y el comercio mundial. (a) Entenderemos como Primera Especie de Comercio el intercambio tribal, ocasional, esporádico, subjetivo, donde la guerra y el intercambio de regalos son parte de un mismo proceso social entre sociedades del paleolítico (tribus nómadas). En todo caso, esta especie de comercio no es todavía el género generador que buscamos. Un ejemplo de esta primera especie de comercio que podemos hacer extensivo a cualquier otro tipo de sociedad nómada del paleolítico, la encontramos entre nuestros “contemporáneos primitivos” de América del Sur. Según Jean de Léry, la guerra para los Tupinamba de Río de Janeiro no eran expresión de un desorden, “tenían un objetivo, que por lo demás impresionaba a los viajeros: procurar prisioneros que, al término de un ritual perfectamente elaborado, eran consumidos en banquetes antropófagos”. Karl von den Steinen

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descubrió una docena de pequeñas tribus en aldeas de una misma lengua (Nabuqua, Trumai, Suya, Arawak, Kamayura). Entre ellas “se clasifican en “buenas” o “malas” según se esperara de ellas un recibimiento más o menos generoso, o según la actitud conciliadora o agresiva que presentase un vecino temido” (Guerra y comercio entre los indios de América del Sur, Renaissance, vol. 1. 1943). Con las semillas y la cerámica, los artículos más anhelados son las mujeres, que solo expediciones victoriosas permiten arrebatarlas. Por ello no hablamos aquí propiamente de formas dinerarias. Los Nambikuara orientales acostumbraban a rapiñar conducidos en las campañas guerreras con el único objetivo de procurarse granos de poroto. Lo que nos interesa resaltar de esta forma de comercio es que, “cuando el encuentro de dos grupos puede desarrollarse de forma pacífica, tiene por consecuencia una serie de regalos recíprocos: el conflicto siempre latente cede lugar al mercado”. Aclaremos que aquí “mercado” está, como es habitual, mal empleado, pues según dice “estos intercambios se efectúan sin ningún regateo, sin ningún intento de poner en valor el artículo”, “los objetos o productos pasan silenciosamente de uno a otro, sin que quien da haga notar el gesto por el cual proporciona su presente y sin que el que recibe preste atención aparente a su nuevo bien”. En efecto, si “la idea” de que uno pueda estimar, discutir o regatear, exigir o cobrar, les es totalmente extraña, preguntamos: ¿dónde está entonces el mercado? Hay intercambio, pero en esta forma de comercio no hay mercado. En este orden de cosas nos interesa resaltar que las relaciones entre las conexiones comerciales y las desconexiones violentas se dan sin solución de continuidad: “los intercambios comerciales representan guerras potenciales resueltas pacíficamente y las guerras son el desenlace de transacciones desafortunadas”. El estudio antropológico de estas formas de intercambio permite identificar un primer modo o especie de comercio originario, según el cual no quedan bien definidos los modos del intercambio al no estar suficientemente normativizados, e institucionalizados. “En este artículo hemos intentado mostrar que los conflictos bélicos y los intercambios económicos no constituyen en América del Sur sólo dos tipos de relaciones coexistentes, sino más bien dos aspectos opuestos e indisolubles de un mismo proceso social”.

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(b) Entenderemos por Segunda Especie del comercio el intercambio en sociedades prepolíticas, de modo holístico, dinerario, ceremonial. En esta especie de comercio comienza a desarrollarse lo que entenderemos como género generador de la moneda. Nos enfrentamos a la idea que pone en el trueque mercantil el origen dinerario de la economía, es decir, negamos la idea de una “economía natural” en cuya línea continua de desarrollo aparecería la propia moneda. Tal tesis de la económica pura sitúa a los sujetos económicos y los mercados que resuelven sus necesidades como origen del trueque. El problema de la doble coincidencia de necesidades habría obligado a introducir una serie de bienes como intermediarios en las operaciones de cambio cuyo último representante es la moneda. Desde Adam Smith en adelante tal tesis se ha repetido pasando a ser un verdadero mito oscurantista. A nuestro modo de ver, el trueque entendido como mero intercambio está al nivel del saqueo sistemático, o del robo de bienes o mujeres entre tribus. Es imposible que sean los mercados de trueque el factor “natural” que haya dado lugar a la moneda como “brillante solución que los hombres alcanzan para facilitar sus transacciones”. Realmente el trueque mercantil no ha existido nunca como modo “natural” de comercio. Estos intercambios no son deficitarios o tienen problemas de cuantificación. No hay precedentes antropológicos que afirmen que el trueque económico haya existido en alguna sociedad humana. Con el concepto de “economía del don” Marcel Mauss explica los modos de cambio en sociedades prehistóricas donde, como ocurre en el círculo Kula de Malinowski, hay un sistema de transacciones de bienes obligado y recurrente, de modo holístico y donde no hay propiedad ni individuos de necesidades. Como formas parecidas al trueque o el regateo, se habla, o bien de regalos entre tribus enemigas o de formas residuales, degeneradas y mal vistas de intercambio. Si buscamos en la Grecia anterior a la moneda cómo se explica el comercio, nos encontramos el relato en que Heródoto narra el desembarco de bienes en las playas por las que pasan los fenicios, quienes se vuelven al barco a la espera de que las tribus correspondan con otros bienes que serán recogidos si gustan o satisfacen lo que se espera. Es lo que se llamó comercio silencioso. Desde luego la esencia de la moneda, como la del lenguaje escrito, pongamos por caso, no ha tenido un inventor genial, ni siquiera cien

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o mil, sino que se produce a lo largo de los tres o cuatro primeros milenios antes de nuestra era. Se trata de ortogramas milenarios, que se cruzan y se separan de otros según su necesidad. La moneda como institución, se configura por encima de las conciencias particulares que caen dentro de su campo de acción. No cabe suponer un sujeto que piense cómo dividir un bien para ahorrar una parte en vistas a un futuro, encontrando que la solución está en hacer unidades de peso metálicas con una efigie que pueda ser aceptada por todos. Sería como si alguien del neolítico pensase inventar el lenguaje escrito en griego para poder escribir epopeyas o tragedias. Puro subjetivismo anacrónico derivado de la premisa del hombre maximizador de beneficios. Como género generador de la moneda hay que suponer funcionando una multiplicidad de campos productivos, incorporando el comercio como conjunto de transacciones, como también los demás aspectos de la distribución y el consumo, pero no de cualquier modo, sino una vez que se da la aparición de unidades de medida en forma de mercancías, lo que llamamos formas dinerarias de carácter distributivo, independientes unas de otras, que empiezan a institucionalizarse en esta segunda especie de comercio: cacao, collares, mandíbulas de perro, sal, &c. Sólo cuando se haya consolidado la moneda, podrán verse aparecer estas formas dinerarias en trueques o permutas, en aquellas ocasiones extremas donde se haya producido una devaluación extrema de la moneda que la haga inservible. Se trata de un fenómeno que llamamos de re-fluencia institucional, por el cual se regresa a modos institucionales anteriores que transitoriamente sustituyan instituciones en crisis (como ocurrió con los cigarrillos que sustituyen una moneda hiperdevaluada e inservible en la Alemania de entre guerras o en los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial). El análogo de estas unidades de medida, en formas dinerarias, no garantiza el paso a la esencia monetaria, pero suponen una racionalización del campo económico por el cual se establece una mediación entre unos bienes y otros. Con las mercancías homologadas (conchas, anzuelos, dientes de jabalí, arroz, &c.), las diferencias entre las cosas se convierten en diferencias jerárquicas respecto de algún bien de prestigio que permite su comparación, aunque la comparación propiamente cuantitativa sólo aparecerá con la moneda numeraria, según un peso o ley, en la medida en que en

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su origen todavía conserva su carácter de bien material (cobre, oro, plata, &c.). Ahora bien, las mercancías “holóticas” en forma de dinero (los vaigu´a) todavía están muy lejos de la moneda en la medida en que requieren una serie de presupuestos del campo económico sin los cuales estas “unidades de cambio” están más cerca del inconsciente objetivo, como los ritos del Kula, que de las técnicas contables. Este factor “normativo”, técnico, del campo económico es el que aparece únicamente en las sociedades donde se empleará la moneda y en ninguna otra. Luego, es ese proceso el que hay que seguir y no otros que se suelen indicar, por ejemplo cuando se acude a etimologías como el del “salario”, identificando el sueldo con la sal en los romanos, pues el salario tiene que ver con la sal en el imperio egipcio correspondiente al segundo milenio antes de nuestra era, pero el pago en Roma se llamó stipendium, y sueldo viene de solidus, una moneda del bajo imperio romano (siglo IV a.n.e.) cuando los mercenarios, al mermar el peso del denario, exigen garantías retributivas a Constantino. La transición que lleva de las formas dinerarias a las monetarias se produce en el contexto de la Grecia preclásica. Los datos etnológicos que se pueden reconstruir desde los primeros textos sirven de guía. El “salto” del dinero a la moneda es una verdadera revolución. Nicola Parise resume muy bien esta tesis: «En muchas comunidades la noción de “dinero” se relacionaba expresamente con la de poder mágico... Cuando interviene la noción de riqueza, aunque de un modo muy vago, la riqueza de los jefes se expresaba ante todo a través de cosas que encarnaban su poder y su autoridad. Malinowski, polemizando con Charles Seligman, había protestado contra el abuso de la categoría de “dinero” (intuyendo la confusión entre bienes de cambio y dinero que nosotros trasladamos, pues es evidente que son medios de cambio, a la confusión entre dinero, como bien de intercambio en general, y moneda, como unidad de medida propiamente económica) y había dicho que no podía aplicarse a los brazaletes, los discos de espóndilo o las grandes lajas de piedra verde, que no eran tanto medios de intercambio y medida de valor cuando “objetos” y “símbolos de riqueza» (Nicola Parise, El origen de la moneda. Signos pre-monetarios y formas arcaicas del intercambio, Bellaterra, Barcelona 2005, pág. 14). En sociedades no amonedadas,

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o “primitivas”, ante todo, oro, plata, conchas o metales, además de su “valor económico” tenía más bien “un carácter mágico” y eran principalmente talismanes. Tenían un valor subjetivo, individual, esencialmente inestable. Recordemos que en el Ensayo sobre el don, Mauss plantea el origen de la noción de “dinero” en 1914, según el cual no había economía natural o trueque, sino intercambios colectivos, que no tenían utilidad económica, sino usos rituales o ceremoniales, además: “nadie tenía derecho a rechazar el presente que se le ofrecía, ni podía sustraerse a la obligación de ofrecer”… el prestigio de los grupos y la autoridad de los jefes dependían estrictamente de la posibilidad de corresponder a los presentes aceptados”, pues “los hechos observados eran hechos sociales totales, es decir, afectaban al sistema social considerado en su conjunto y en su dinamismo” (Ibídem, pág. 17). En definitiva, tales tesis sostienen que en las sociedades arcaicas los fenómenos económicos eran inseparables de los fenómenos jurídicos y religiosos. Concluiremos que el Género generador de la moneda es inconsciente, natural, no técnico, cultural, automático, y consiste en la transacción de un bien útil o estético, pero no por su valor económico. Este bien no va a ser medida del resto de bienes si no es como bien de prestigio, no tiene funciones mediadoras de intercambio económico (compra y venta en mercados de oferta y demanda) sino derivadas de la ritualidad de un valor que se conserva en el intercambio, además de no obedecer a ninguna de las funciones económicas que tendrá la moneda: las leyes de la utilidad marginal, el valor de cambio con otras monedas, el factor cuantitativo o inflacionario, &c. Si está dado a una escala cuantitativa, no es a efectos contables, sino más bien al modo en que el ganado (pecunia) es la fuente etimológica de las primeras monedas romanas (pecus). Ya podemos decirlo: el género generador de la moneda es el dinero, a saber, todo aquello que se usa como medio de cambio, esto es, bienes o Instituciones de valor distributivas, únicas para cada sociedad o cultura, no comunicables con otras e inconsciente, no técnicas. A este efecto podemos acudir a la General Theory donde dirá Keynes que una “economía monetaria es fundamentalmente distinta de una economía de trueque” (Harry G. Johnson, La importancia de Cambridge para la economía keynesiana, en John Maynard Keynes, Crítica de la

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economía clásica, Sarpe, Madrid 1983, pág. 121) pues el papel activo de la moneda es esencial en la responsabilidad del gobierno. Esto es lo que ha hecho de las unidades económicas, las monedas, enemigas a muerte de todo valor no económico, es decir, útil, estético, religioso, ético, moral, &c. La destrucción del dinero como concepto antropológico se lleva a cabo por la moneda al introducir la escala política e histórica (y otras muchas funciones). El carácter plural y atributivo de la moneda, enfrentando unas monedas a otras según su paridad o valor relativo, hace que su anamorfosis nos ponga ante el plano propiamente económico, aquel que ha destruido todas las formas de dinero nada más tocarlas. Malinowski señala cómo el choque cultural con occidente ha destruido todas las relaciones de intercambio dinerarias. La historia de la expansión monetaria será la historia de la destrucción del dinero, la historia de la civilización. De este modo se cumple uno de los requisitos de toda técnica, su carácter destructivo. La esencia de las técnicas monetarias comenzará triturando todo tipo de bienes, hasta que la divisibilidad, la cuantificación aparezca como parte formal, como metro de todos los bienes, de todo el campo económico. 2. Apartado sobre la Diferencia específica de la esencia monetaria desde la tercera especie de comercio. Tomaremos como modo de intercambio donde se configura la diferencia que especifica la moneda respecto de las formas dinerarias en general, a la tercera especie del comercio. (c) Entendemos por Tercera Especie del Comercio, el intercambio de productos proto-estatales, que Polanyi llama distributivo (por redistribución centralizada), propia de los Imperios absolutos y que consideramos imprescindible para la aparición del intercambio mercantil de la cuarta especie. En esta tercera especie del comercio encontramos la transición que nos pone ante la diferencia que especificará lo que será posteriormente, el núcleo de la moneda. Creemos que el error generalizado que atribuye al trueque o al mercado el antecedente de la moneda deriva de que el género generador del que hablamos en Grecia, anticipa funciones que tendrán

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las especies de la esencia monetaria (al modo en que se puede decir que un huevo de ave o de reptil anticipa la placenta de los mamíferos); por ejemplo, porque tiene que haber intercambio de bienes, diferenciación del trabajo, técnicas productivas en serie, y en el contexto griego, las primeras normativas jurídicas sobre derechos y obligaciones. Es decir, un estado de cosas similar al de otras técnicas preambulares, a saber: unidades de medida homologas en otros campos, como volúmenes, pesos, áreas, distancias, tiempos, &c., patrones controlados por especialistas que tienen de algún modo una visión de conjunto con el objetivo de garantizar su recursividad y su equilibrio a largo plazo frente a otras sociedades o imperios con las que se relacionan en régimen de competencia (pacífica o no). Cabe encontrar en esta tercera especie de comercio, la superproducción de un bien material como excedente que sirve para adquirir otros bienes según cierta cantidad del mismo, por lo que puede ser considerado como el género generador de la moneda, porque la moneda va a diseccionar, analizar a todo bien como valor del resto de bienes según la cantidad. O por decirlo de otro modo, la moneda supone la destrucción de un bien como medida de los demás. La cuantificación pura supone abandonar el plano de lo útil, lo estético (cualidades especiales de objetos fetiche), lo moral y lo social (signos de prestigio que determinan el rango y la posición). Esta es una manera de justificar que sea el oro y la plata los primeros saltos de plano. Su “inutilidad”, en la medida en que no se consumen, deja paso a sus peculiares determinantes metálicas (maleabilidad, refundición, divisibilidad, &c.). Recuérdese que pese a su función estética o decorativa, el hierro en el primer milenio a.n.e. vale cinco veces más que el oro. Metales como el oro y la plata como materiales de sigilación son idóneos tanto por su carácter escaso como por la dificultad de las técnicas de acuñación, lo que permitía su control. Cómo se ha producido el “triunfo” de la moneda sobre todas las formas dinerarias de intercambio es lo que nos debe explicar la diferencia específica que nos sitúa ante el núcleo de la moneda. Supuesta la variadísima gama de factores que intervienen en la aparición del campo económico, privilegiar alguno sobre los demás tiene consecuencias de gran alcance. Tanto es así que afecta a la delimitación de la economía frente a otras categorías de su

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escala. La potencia de la moneda requerirá una normalización que será determinada por otros campos categoriales que cristalizan a su alrededor, y que se parametrizan entre sí. Nos referimos a las categorías jurídicas, religiosas, políticas, lingüísticas, &c. Cuestiones, por otra parte, constantemente discutidas por las escuelas económicas bajo la idea de influencia, contexto, interferencias o límites. Por ello, la diferencia específica será por así decir, interna y externa, pues se alimentará de “sustancias” que al cristalizar económicamente darán lugar a la esencia cuyo núcleo buscamos determinar. A saber, tiene que incorporar un componente abstracto que surja de la producción y la riqueza mercantil, pues no puede ser ajena al mercado de bienes que totalizará, pero tiene que ser parte de una técnica que no sea parcial, sino que tenga a la vista el campo completo de la economía, aquella técnica que sea propia del “productor” de la moneda. A nuestro modo de ver, los aspectos a que estamos haciendo alusión se concretan en torno a las técnicas contables de los protoestados o imperios absolutos de Mesopotamia y todo el Asia menor. Técnicas que culminan como otras muchas técnicas productivas en la Grecia de mediados del primer milenio. En primer lugar, nos vamos a referir a las técnicas aritméticas derivadas del control productivo o comercial y base de la contabilidad. En su desarrollo será fundamental la pluralidad de ciudades que en la modalidad de ciudades Estado llegan hasta finales del Medievo. Los caracteres empleados en Uruk por los escribas ascendían a 1500 signos independientes. Lo que se registra son transacciones comerciales de tierras, apareciendo pan, cerveza, ovejas, ganado o vestimentas. En templos y casas privadas aparecen sellos, tapones de arcilla para jarras con impronta y sellos para la actividad comercial. En el palacio de Nurzi (estudiados por Oppenheim) hay asientos como fruto de la administración palaciega. El sistema de registro tiene que anotar producción, inventarios, fletes, pagos de salarios y transacciones entre mercaderes. Cuando aparecen las marcas incisas sobre las fichas, se sellarán en la forma de bullae, que son marcadas con los sellos de los individuos implicados, quedando validado así el acto comercial. Las tablillas de cuentas aparecerán en los templos sumerios (3.350 a.n.e.) para la reunión, la administración y la distribución del excedente producido (lo que niega el mito de la administración de bienes escasos y

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corrige la tesis marxista sobre la identificación entre sobreproducción y capitalismo industrial), con un aumento de los sellos y la introducción de sellos cilíndricos junto a gravados donde los escribas y administradores están castigando a delincuentes “fiscales”. Las cuentas o grafos simples aparecen por todos lados, las complejas sólo en los alrededores del dominio del templo, sobre todo en centros urbanos de los talleres que controlaba el templo sumerio. Las cuentas complejas aparecen en lugares alejados como Susiana y Siria, pues los bienes en centros forasteros son vistos como tributos. “Las cuentas simples –que serán los números– eran sustituidas por marcas impresas, mientras que las cuentas complejas –que serán las letras– fueron sustituidas por signos pictográficos grabados con estilo” (Denise Besserat, El primer antecedente de la escritura, Investigación y Ciencia, 1978). La importancia que tiene para nosotros esta división es muy significativa, pues las atribuciones administrativas de los escribas respecto de las cuentas complejas, es decir, de lo que será la escritura, nos pondrá ante la gestión y la producción monetaria estatal normativizada en textos legales. Desde el código de Ur-Nammu (rey de Ur -2050 a.n.e.) o Hammurabí (1760 a.n.e.) se fijan pagos en cantidades fijas de pesos en plata por interés, deudas, delitos, compensaciones y penas (Pierre Vilar, Oro y moneda en la historia (1450-1920), Ariel, Barcelona 1974). Lenormant descubrió en Babilonia una tablilla donde el librador de la ciudad de Ur manda pagar una suma en un plazo. En efecto, la línea que lleva a la moneda griega permite que su contabilidad, aún en formas pre-monetarias, adquiera formas de “financiación” que luego se normalizarán. En Babilonia los “créditos” aparecen en inscripciones cuneiformes, depositando el dinero en templos como Delfos, Ammón, Atenea, &c. Se trata de monopolios “bancarios” reales, pues eran instituciones puramente fiscales. En Babilonia, Egipto y Grecia hay registro de los depósitos y préstamos de los templos, de las obligaciones del Estado y de los gastos de los funcionarios públicos. Para que el sistema contable funcione la moneda debe tener estabilidad, sino las cuentas engañan (E. Víctor Morgan, Historia del dinero, Istmo, Madrid, 1969). Se ha visto en la moneda una analogía muy próxima con las letras del alfabeto al poder expresar el valor de todo en un sistema único

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y simplificado de modo similar a la función que el alfabeto fonético griego realiza en el terreno lingüístico. Los signos impresos daban una idea de cantidad; los signos incisos indicaban la naturaleza del artículo contado –por ello el álgebra moderna está ya en la misma base de los signos–. La revolución en la contabilidad consistió en ofrecer por primera vez “un sistema de contabilidad aplicable a todos y cada uno de los artículos posibles bajo el sol” (Denise Besserat, El primer antecedente de la escritura, Investigación y ciencia, 1978). Para diez jarras de aceite se necesitaban dos signos, el diez y el de jarra de aceite, de modo que los números se independizan de las cosas. Tendrán que pasar 4.000 años para la segunda revolución comercial en que aparece la partida doble y el álgebra. Pero en Grecia ya tenemos capacidad para que el sigilador atribuya un número y una leyenda a la moneda. En segundo lugar, nos referiremos a las técnicas que darán lugar a las ciencias mecánicas. Los estudios con los materiales de las primeras ciudades del VI milenio alcanzan en el IV milenio una gran complejidad. Esto será posible gracias al desarrollo de una multitud de máquinas simples, a saber, aquellas que permiten dividir los ejes de fuerzas (poleas, palancas, goznes, carretillas, planos inclinados, &c.) en orden a realizar “infraestructuras” públicas a gran escala (diques, murallas, templos, &c.). La que nos interesa ahora es la balanza, pues gracias a ella podemos “proporcionar” a través de la medición del peso diferentes cantidades de materiales según una composición que se expresaba en la formulación de “ecuaciones de primer y segundo grado” que los escribas debían resolver. Un ejemplo típico era el de la construcción de un templo, obligando a proporcionar áreas de terreno, número de materiales a utilizar, cantidad de obreros, meses de trabajo y la consiguiente proporción de comida diaria. La balanza es la encargada de relacionar proporcionalmente, según unidades de medida, una multiplicidad de cosas distintas. El modelo balanza-palanca en Mesopotamia está datado sobre el 2.700 a.n.e. En el estudio atribuido a Aristóteles, Los problemas de la mecánica, ya aparece la Ley de la Palanca: “la razón entre el peso movido y el peso que mueve, está en razón inversa a la distancia al centro”. La prueba de Arquímedes en el Tratado de equilibrio de los planos (Proposiciones 6ª y 7ª) concibe un cuerpo desde el modelo de centro de gravedad como una balanza, lo que permite el desarrollo abstracto del concepto de fulcro. La balanza,

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como relación de equivalencia, es una “ecuación” donde se igualan unidades monetarias y otros pesos de productos. Como se sigue viendo en los cuadros de banqueros renacentistas y barrocos, la balanza acompañó siempre la contabilidad en la medida en que permite asegurar la cantidad del material que dice llevar la moneda y su correcta proporción con la cantidad a recaudar o a pagar. La balanza es el intermediador entre los bienes y la ley monetaria (peso en metálico) que permite sus intercambios. Si no hay balanza no hay inicio de las relaciones económicas, pero no es aún la diferencia específica. La introducción de los metales lleva a la moneda a través de la balanza, una clave que ya vio Max Weber. La identificación de esta tercera especie del comercio frente a la cuarta especie mercantil aparece con claridad en los estudios críticos que recoge Karl Polanyi: “Bücher, también en estos términos, reconoció que las economías modernas se integraron a través de mercados nacionales, que eran en buena parte creación del Estado, cosa que no había ocurrido nunca antes” (Karl Polanyi, Los límites del mercado. Reflexiones sobre economía, antropología y democracia, Capitán Swing, Madrid 2014, pág. 142). En Babilonia “no existían ni lugares donde se celebrara mercado ni un sistema de mercado de ningún tipo”, por ello decía Heródoto que “los persas no acuden a mercados y, en realidad, no poseen en su país ni un solo mercado” (Her. I, 153), lo que confirma Oppenheim “los descubrimientos arqueológicos parecen desmentir la existencia de “lugares de mercado” en las ciudades de Oriente Próximo antiguo” (Ibídem, pág. 143-144). Polanyi frente a la versión tradicional, defenderá que los mercaderes del karum de Kanish no buscaban ganancias, y “los “precios” tomaban la forma de equivalencias establecidas por la autoridad de una costumbre, un estatuto o un edicto” (Ibídem, pág. 147). En el Estado arcaico no existe el crédito con las características que tiene en las instituciones bancarias y empresariales monetarias. Como el comercio no tiene riesgos, no utiliza el término transacción sino el de actividad disposicional. “En aquel comercio sin mercado no había pérdidas por fluctuaciones de los precios, ni especulación, ni insolvencia de deudores (Ibídem, pág. 150). El mercader llevaba a cabo “una serie de declaraciones unilaterales de voluntad que se plasmaban en acciones mercantiles siguiendo normas legales que

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regían la organización administrativa del comercio de convenio en el que él participaba” (Ibídem, pág. 150) a saber: el transporte, la documentación de los escribas y la supervisión de funcionarios para los archivos oficiales. El tamkarum era un fideicomisario público que no cobraba por ganancias sino por sueldos como comisión. De aquí se derivan varias conclusiones, la primera sobre la aparición de los mercados monetarios: “Es probable que la historia del comercio de mercado se haya desplazado alrededor de un milenio hacia adelante y varios grados de longitud hacia el oeste, hacia las civilizaciones jónica y griega del primer milenio antes de Jesucristo” (Ibídem, pág. 153); la segunda sobre la operatividad del crédito: “puede decirse que el interés, que es el precio que se paga por usar algo durante un tiempo determinado, fue una de las primeras categorías económicas que se instituyeron” (Ibídem, pág. 167); y la tercera sobre el papel de los ejércitos: “los principales promotores de mercados eran por aquel entonces los ejércitos griegos, y especialmente las tropas mercenarias” (Ibídem, pág. 176). Más tarde insistiremos en la conexión entre mercado y guerras del tercer tipo. “Hasta el siglo III a.n.e. no se hizo detectable el funcionamiento de la dinámica de mercado competitivo en el terreno del comercio internacional, y ello ocurrió primero con el trigo y, posteriormente, con los esclavos en el puerto franco de Delos” (Ibídem, pág. 178). A diferencia de un sistema de mercado, donde la creación de los precios se da según las elecciones de los individuos con fines gananciales dentro de estructuras institucionales, la redistribución era el método dominante en las sociedades tribales y arcaicas. De este modo, Polanyi entenderá la Unión Soviética como un caso límite de economía redistributiva. Sin embargo, la economía monetaria del rublo no será independiente del resto de monedas, imposibilitando tal identificación. Sencillamente Polanyi no maneja la distinción dinero-moneda. Aun así, la idea fundamental de Polanyi es correcta: “Analizando la bilateralidad, nos encontramos ante tres tipos principales de comercio: comercio de presentes, comercio administrativo y comercio mercantil” (Ibídem, pág. 205). En el caso de ceremonias como el Kula o en el comercio entre la realeza de los imperios antiguos, “el comercio de presentes une a las partes por relaciones de reciprocidad”

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(Ibídem, pág. 205). El comercio administrativo se desarrolla por canales controlados por el gobierno y la exportación es similar. Si hay que hacer ajustes es sobre medidas o calidad, pero no sobre precios. El comercio administrativo se hace en “puertos de comercio” con seguridad militar. Pero el comercio mercantil es distinto, se desarrolla por la oferta y la demanda. “La utilización del dinero como patrón es esencial para la elasticidad de un sistema redistributivo” (Ibídem, pág. 208). “Las antiguas economías de Mesopotamia, basadas en el templo, y los mercaderes asirios, practicaban el saldo de cuentas sin intervención de objetos monetarios” (Ibídem, pág. 209). En la Babilonia de Hammurabi la cebada era el medio de pago, y el patrón universal era la plata, en ausencia total de mercados. “Max Weber señaló que, al faltar una base que sirviera para definir los costes, el capitalismo occidental no habría podido desarrollarse sin la red medieval de precios establecidos y regulados, rentas consuetudinarias, etc., una herencia de los gremios y los señoríos” (Ibídem, pág. 213). Durante el siglo XV a.n.e. las fuentes oficiales indican administraciones centralizadas en Egipto y Hatti. En el siglo XIV textos administrativos en Ugarit, Hatti, Asiria y Babilonia reflejan intercambios inter-estales por medios pacíficos como regales, alianzas matrimoniales; tratados y diplomacia con Egipto, con el intercambio de metales, animales de carga, grano y bienes santuarios. Las estructuras imperialistas se valían de puentes comerciales “independientes” como Chipre y enclaves o ciudades puerto como Biblos, Sidón y Tiro controlados por ellos (Graciela Gestoso Singer, El intercambio de bienes entre Egipto y el Asia Anterior. Desde el reinado de Tuthmosis III hasta el de Akhenaton, Centro de Estudios de historia del Antiguo Oriente UCA., vol. 2, 2008). Durante el reinado de Tuthmosis III y sucesores “los mecanismos de control político-económicos aplicados en Siria-Palestina o Mitanni eran el saqueo de campos de cultivo, el pago de tributos en especie, los regalos obligatorios por temor o prestigio”. Respecto de otros imperios se empleaban medios como los regalos y el intercambio administrado. Los precios en el ámbito estatal eran fijos y no existía la moneda ni las formas de enriquecimiento personal (mercados competitivos). Hay quien todavía considera que está en discusión si había alguna forma de mercado independiente, pero hacia el siglo XIV a.n.e., lo

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normal es que los Estados fijasen sistemas de equivalencias entre metales y unidades de pago según mecanismos de concurrencia. La redistribución con tributos y el intercambio de regalos entre gobernantes pueden ser ideológicos y propagandísticos, dejando cierto margen a otros mecanismos de intercambio. Cabe señalar el estudio de Polanyi sobre la redistribución en el estado de Dahomey del siglo XVIII como caso de la tercera especie del comercio, pues “los ritos eran la ocasión para una recolección y redistribución a gran escala de los bienes”. El contraste con el comercio inglés nos permite diferenciar las instituciones ceremoniales (que llamamos β-operatorias) y las instituciones financieras (que llamamos α-operatorias). El pago del tráfico negrero inglés tenía sus equivalentes en Dahomey, traducidos “a moneda de curso legal, es decir, a caracoles de mar” –es decir, a formas dinerarias– (Karl Polanyi, Los límites del mercado. Reflexiones sobre economía, antropología y democracia, Capitán Swing, Madrid 2014, pág. 257). La burocracia estatal se componía de ministros, administradores, auditores, recaudadores de impuestos, policía y demás. Su estructura redistributiva era la misma que las micénicas: “El sistema palaciego era el verdadero corazón de la economía micénica, con sus salas de almacenamiento y su administración que hacía listas con los bienes, el personal, las propiedades, el pequeño ganado, y evaluaba las entregas de trigo, cebada, aceite de oliva, higos y otros productos” (Ibídem, pág. 281) En la costa occidental africana, la Royal African Company fletaba cargamentos con cientos de esclavos “las tasas de intercambio comercial nunca han sido objeto de disputa. Los precios se consideraban tradicionales e inmutables” (Ibídem, pág. 295). Quizás los imperios precolombinos de Sur-América puedan incluirse también dentro de esta tercera especie. En el imperio Inca las instituciones económicas y el comercio estaba monopolizado para uso estatal: “el Estado tuvo a su disposición vastos depósitos, con reservas de las cuales, sólo una fracción se designó al uso exclusivo de la corte. El grueso de las existencias fue distribuido donde se pensó que sería mejor aprovechado…” (John V. Murra, La organización económica del estado inca, Siglo XXI, México 1977, pág. 147). En este sentido el Estado Inca actuó distributivamente: “absorbió la producción excedente de una población autosuficiente,

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y la cambió alimentando a los linajes reales, al ejército y a quienes efectuaban prestaciones rotativas, a la vez que entregaba una buena parte de la misma en forma de dádivas y mercedes”. Los antropólogos reconocen, con cierta sorpresa, que Ek Chuah es a la vez el dios de la guerra y dios del comercio en la cultura maya. Pues bien, cuando esas unidades de medida, por ejemplo, pesos de metal en barras o subdivisiones estandarizadas, se intercambien por los productos que están al otro lado de la balanza (u otros distintos) entenderemos por qué la moneda sale en el Asía menor y no de otras formas de dinero, triunfando en Grecia. Es en este contexto histórico en el que hay que fijarse para encontrar la diferencia específica de la moneda. Tras la caída del poder micénico, los bienes de valor dinerarios pasaron a ser signos pre-monetarios de aristocracias militares. “Signos pre-monetarios” por excelencia son producidos por una industria de lujo directamente relacionada con los comienzos de la amonedación (Nicola Parise, El origen de la moneda. Signos premonetarios y formas arcaicas del intercambio, Bellaterra, Barcelona 2005, pág. 26). “A diferencia de las cabezas de ganado [dice Parise], tomadas normalmente como unidad de cuenta, desempeñaban la función de “valores circulantes…, los metales: bronce, hierro, oro y plata en forma de lingotes, armas, copas, lebetas y trípodes” (Ibídem, pág. 27). “Una definición [continúa]– más precisa de las fases del desarrollo corresponde, en última instancia, al estudio de la formación de los sistemas de peso y de los modos de utilización del metal pesado como equivalente general en el Oriente mediterráneo entre la Edad del Bronce tardía y la llamada “época oscura” (Ibídem, pág. 31). Según Mauss, la superación de la fase del don coincidió con una transformación sustancial de los materiales del dinero, que no acusaron la duración ni el desgaste de la circulación y se separaron claramente de los grupos y las personas, con lo que surgió una noción abstracta y cuantificada del valor. Lo que nos interesa resaltar es que “del agalma que respondía a una noción concreta del valor, al instrumento pre-monetario, el paso se efectuó a través de sectores y momentos de la vida social que presuponían una noción más trivial y abstracta y respondían, en última instancia, al concepto de cantidad medida” (Ibídem, pág. 36).

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Es muy significativo determinar cómo se produce este paso hacia la moneda en el contexto específico griego y no en otros. De la lista de agalmata que pasan de signos pre-monetarios en la época clásica a unidades ponderales y monetarias, está el asador, el obelos, utensilio que dio nombre a la especie monetaria más usada en el mundo griego, pues acaba siendo una barra de hierro (o de bronce) valorada al peso, sustituida en los comienzos de la acuñación por una moneda de plata de valor equivalente, que toma su nombre de él: “óbolos”, “el manejo de seis asadores drakhmë, pasaba a ser múltiplo del óbolo, la dracma, unidad fundamental de los sistemas ponderales y monetarios griegos” (Ibídem, pág. 38). El que trinchaba la carne en los banquetes o la repartía, pasó a ser el tesorero o repartidor o despensero en la ciudad. El manojo de asadores con que se repartía el buey, en los sacrificios, paso a ser unidad de cuenta, su carácter distributivo en función de la cantidad y la calidad para la fundación de las nuevas polis podía ser el fundamento de derechos (isomoiría e isonomía). De este modo, “los bueyes y los valores circulantes (trípodes, lebetas, bipennas, y sobre todo talentos de oro) habrían tenido una suerte completamente distinta: los primeros, quietos en su papel de unidades de cuenta, los segundos, activos en la esfera de la circulación metálica, a partir de la cual se habrían desarrollado las primeras actividades de acuñación” (Ibídem, pág. 50). Las técnicas contables tendrán funciones internamente ligadas a la producción, nos referimos a las técnicas de registro que en torno al templo de las ciudades llevan a cabo los escribas o sacerdotes en cuestiones de hacienda pública: tributos, pagos, registros, deudas, prestamos, fianzas, &c. Como hemos dicho, tanto grafos escritos como numerales surgen de registros comerciales. Lo que nos interesa ahora es un signo especial en grafos cuneiformes que aparecerá en los contratos que hacen los escribas (administradores de los templos donde se registra la riqueza) junto a los grafos que denominaban a los bienes y los grafos que los numeraban (vinculados al peso). Se trata del grafo que indicaba al propietario del bien: una marca distintiva de propiedad. La impronta del signo de propiedad que aparece en los bienes tendrá un papel específicamente económico cuando aparezca en el signo que mide el valor del bien. Nos referimos al signo de propiedad del instrumento de medida. Tal signo de propiedad nunca apareció en

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los signos dinerarios. El bacalao seco, los collares o las pulseras nunca tendrán un signo de propiedad pues su función consistía en negarla. Según Parise, los talentos de metal precioso, talentos según la definición de la época, pero en realidad “gotas” de oro, plata y electro, de formas y peso determinados, pequeñas masas de metal, “al pasar de objetos preciados a nombres de cuenta, a signos de un valor puramente económico y cuantitativo con la impronta de la comunidad política, asumieron la figura de moneda” (tesis recogidas por Lepore en Bianchi Bandinelli, Città stato e movimenti coloniale: struttura economica e dinamica sociale, Talamo 1978. Nota sui rapporti tra la Lidia e la città greche d´Assia da Gige a Creso, Annali dell`Istituto italiano di numismática, XXX, 1983). Ya tenemos la diferencia específica que no tienen otros bienes premonetarios: “La impronta, que era el nombre de la comunidad, signo de su identidad y autonomía, convertía la moneda en una medida oficial del valor y un medio de compra garantizado. La garantía, por su parte, hacía que la moneda fuese comparable al número. Y como tal número, la moneda evolucionaría hasta ser la sombra de su sustancia metálica, representada sólo nominalmente” (Ibídem, pág. 51, citando a Hicks, Una teoría della storia económica, Turín 1969). Por nuestra parte, nos situamos alrededor de las tesis que entienden el fenómeno de la moneda atribuible a la regulación de las relaciones sociales como instrumento de justicia retributiva a partir del desarrollo de la función fiscal del Estado para pagos regulares, empezando por los sueldos de los mercenarios, necesidades de la administración estatal, guerras, obras públicas y pagos al estado de multas y tributos (como entendía Keynes). La ceca “acuñaba moneda en función de las necesidades administrativas y no al volumen de los intercambios” (Ibídem, pág. 69) y acabó en función de esa garantía, la intermediaria por excelencia de las transacciones privadas. Para Platón la moneda era medida del valor (Leyes, V, 12.742 a-c) y para Aristóteles (Ethc. Nic. V 5, 1133 a-b; Política I, 9, 1257-a 1258-a) medio de valoración y de compra. Marcel Mauss dirá que la aparición de las monedas “certificaron que las instituciones arcaicas y las modernas eran inconmensurables… Los fenómenos económicos dejan de ser inseparables de los políticos, jurídicos o religiosos. Se presentan como algo relativamente autónomo, e incluso acaban

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determinando todos los demás aspectos de la vida social” (Ibídem, pág. 81). Las puntas de flecha de escitas y tracios parecen indicar que se identifica “la función de escala de los precios, depósito y unidad abstracta del valor, no ya por su forma sino por su peso” (Ibídem, pág. 87). Las primeras monedas que se conocen aparecen en formas de bolitas de metal de electro –aleación de oro y plata– en Asia menor, con imagen reconocible y acreditada de un León, emblema del rey Lydio, entre el 640 y el 630 a.n.e. En el templo de Artemisa en Éfeso, se encuentran 93 monedas de electro y siete glóbulos de plata. Para Weatherford, “el salto tecnológico y cultural de convertir un lingote en una fracción manejable y autentificada contribuyó a la primera revolución monetaria de la historia”. Será el rey Creso en Anatolia quien acuña monedas en oro y plata, aunque otros la ponen en Egina o Lydia (Heródoto, LI, 94). Parise sopesa toda la discusión numismática sobre el origen de la moneda, concluyendo que, en realidad, siempre se ha sabido que entre la circulación metálica del Oriente próximo antiguo y las primeras emisiones de moneda acuñada jónica o lidias hubo una continuidad, pero nunca –sostiene– “se ha dejado de pensar que el metal pesado y la moneda acuñada son inconmensurables” (Ibídem, pág. 106). Porque “las contraseñas o leyendas que les pusieran (a los lingotes) tampoco los convertía en monda reconocida. Por lo general se trataba de marcas de fábrica, o signos de equivalencia (la mención en los textos de plata sellada con el sello de fulano o mengano no significaba que fueran lingotes de plata con impronta, sino lingotes de plata bajo el sello de alguien) (Ibídem, pág. 107). “La moneda tiene una forma funcional de existencia completamente distinta de la del metal pesado” (Ibídem, pág. 111). En Lidia y luego Persia la moneda no se desligó del lingote, fue en las ciudades griegas donde pasó a ser una simple formalidad legal sin el menor fundamento en especie (metal). “En Grecia, con la impronta, la moneda es una medida oficial del valor y un medio de compra garantizado” (Ibídem, pág. 116). Muchos catalácticos del dinero, con Von Mises, ponen el dinero auténtico como mediador entre bienes privados, donde los propietarios ajustan el valor de sus productos. Para ellos este mediador puede ser cualquier cosa, no hace falta que sean monedas, basta que sea aceptado

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por las partes. En todo caso, se trata de una tesis “dineraria” genérica que no especifica el campo propiamente mercantil de otras especies de intercambio. La diferencia específica que hace de la moneda una forma absolutamente distinta de los intercambios dinerarios la encontramos cuando la marca del propietario del bien, la marca del sujeto que el escriba registra en las tablillas contables, ya sea como beneficiario o como deudor, adquiere una estabilidad institucionalizada, adquiriendo un valor, por así decir, mercantil. La marca, el blasón, el estandarte, el escudo familiar tienen como fundamento la propiedad, y la propiedad es el referente de los primeros derechos que han sido establecidos. Con la propiedad tocamos el hueso económico, el músculo social y el nervio político. Con la marca de propiedad, tocamos a los agentes económicos. Pero la propiedad no existe antes del Estado, de la apropiación y el reparto originario de un territorio. Pues bien, cuando la marca gráfica de propiedad que aparece en el bien (ánforas de vino, reses de ganado, utensilios, &c.) o en el contrato de enajenación de ese bien (las bullae primero y las tablillas después) o en el registro de pago de ese bien al tesoro real, pase a estar en las unidades de cambio ya pesadas de esos bienes y servicios, tenemos la diferencia específica que introduce la moneda. La marca estatal de propiedad, no de los bienes, sino de su intermediador será la diferencia específica que buscamos. Aun así, todavía no estamos en el núcleo de la esencia monetaria. Estamos por así decir, en la categoría de la sustancia, pero la moneda se dibuja en la categoría de la relación. Dicho de otro modo, estamos en el plano de los términos, pero no en el plano de las relaciones, que será el que determine la sintaxis entre los términos según operaciones. La diferencia entre estos dos planos es el motivo de tantos siglos de discusión, la confusión entre moneda y dinero discutida a su modo por nominalistas y bullonistas. Falta determinar el núcleo de la moneda como relación. Sin la diferencia que especifica la propiedad privada una vez dada la apropiación política no podrían ponerse en marcha las funciones de la moneda dentro de marcos que van a ir extendiéndose progresivamente, a saber, el de su pluralidad de inicio y el de su carácter político. Por tanto, al hablar de una esencia procesual de la moneda nos referimos a un factor económico que es el que posibilita

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en su evolución la práctica universalidad de las relaciones económicas. Los “otros tipos de dinero”, según se entiende, aquí no tienen ninguna relevancia. Aquellos que los reivindican, al modo de Marx o al modo de Mises, tienen que eliminar los bancos y al Estado de la economía (entre otras muchas cosas), pura ilusión, pues son inseparables de la evolución de las funciones monetarias sin las cuales no hay mercado específicamente económico. Como refiere Parise, en los análisis de Gernet (Antropologie de la Grèce Antique, París 1968) sobre la antigua Grecia, Vernant (Le origini del pensiero greco, Roma 1976) o Godart (L´economia dei palazzi, Maddoli 1977), inciden en que el comercio de metales era un asunto exclusivamente de palacio, al cual correspondía la rigurosa regulación de la vida económica y social. Carlos Benetti y Jean Cartelier, contra Ari Wancier (“Controversias actuales en la teoría pura del dinero”, Cuadernos de economía, 33, 2000) sitúan el “dinero” (a nuestros efectos la moneda) anterior al intercambio mercantil, y por ello con una base objetiva, convirtiendo la moneda en el inicio de la economía de mercado: “la disponibilidad de medios de pago es el prerrequisito de la circulación: el “dinero” no surge del intercambio mercantil, en realidad ocurre lo contrario” (“Dinero, forma y determinación del valor”, Cuadernos de Economía, 28, 1998). Aún podríamos especificar más. La moneda nace para solucionar problemas sociales en forma de salarios. Los grandes valores sólo se han encontrado en su área de emisión (por ello no nace desde el mercado económico), como en Sibaris, Metaponto, Crotona, Tarento. Según Aristóteles la proporcionalidad, la correcta medida y la reciprocidad ética en el plano de la justicia hacen de la moneda una necesidad para la eutaxia del Estado (a saber, la justicia distributiva entre los ciudadanos más pobres que evitaran tensiones) (M. Paz García-Bellido, Del origen de la moneda). También la antropología económica sostiene con Grierson (Philip Grierson, “The origins of Money”, en George Dalton ed., Research In Economic Anthropology, vol. 1, JAI Press, Greenwich 1978), que las primeras monedas fueron creadas por las necesidades del Estado para pagar mercenarios y trabajos públicos (José Luis Molina, Manual de Antropología económica, UAB, 2004). ¿Cómo negar el papel del Estado y su natalicio común? La economía, tal y como nació, es economía política, y su supresión en el contexto

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anglosajón, cuando se habla de Ciencia Económica a secas, o de money, no responde sólo a la falsa conciencia que busca un campo propio e independiente, arraigado directamente en el ser humano, como un modo de disimular el dominio del dólar sobre los mercados mundiales, sino que tiene su fundamento real en la inseparable conexión de los mercados de oferta y demanda y su carácter político. Una “contradicción” que arrastra en su propia denominación: eco-nomía no será nunca más la norma o el gobierno de la casa (de la hacienda familiar). Werner Sombart hablaba de Nationalökonomie para significar el conjunto de teorías sobre la economía. Sólo con la aparición de la moneda se pueden desarrollar oficios y profesiones que no producen bienes adecuados a los mercados de abastos. Con la moneda aparecen lo que después se entenderán como actividades culturales. El dinero permite pagar “actividades intelectuales específicas: como las de los maestros y literatos, los artistas, médicos, académicos y funcionarios públicos” (Jack Weatherford, La historia del dinero. De la piedra arenisca al ciberespacio, en Andrés Bello ed., Santiago de Chile 1977, pág. 68). Según Weatherford “la revolución comercial en Sardes hace que Heródoto diga que la acumulación de monedas llegó a hacer a la mujer libre de escoger a sus esposos”. También nacen los primeros burdeles, surgen las apuestas y los dados (las apuestas y el juego que vemos hoy en las Bolsas de Valores). El comercio revoluciona Grecia, cuya vida pública se centra en el ágora, el mercado. Lo que podemos resumir en el dicho griego chremata aner (el dinero hace al hombre). ¿Cómo ha podido olvidar el intelectual y el artista que echa pestes del sistema económico la condición de posibilidad de su existencia, mientras pide más subvenciones al Estado? 3. Apartado sobre el Núcleo de la esencia monetaria desde la cuarta especie de comercio: la economía de mercado. El núcleo que buscamos aparece cuando el campo “económico” se totalice a través de una técnica que reordene por anamórfosis el campo de conexiones de intercambio que estaba racionalizado a la escala de las unidades “holísticas”. El campo propiamente económico aparecerá cuando una parte totalice al resto de partes, bienes o agentes entre sí. Ahora, el modo de racionalización de los intercambios se producirá a

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través de la moneda. ¿Qué significa esto? Que tiene que haberse dado una apropiación de los bienes del territorio a escala normativa que coordine las “propiedades y derechos” particulares según una unidad de cambio que esté a cargo del garante de tales derechos, es decir, a escala estatal. No es por casualidad que la aparición de la moneda se da en paralelo a la constitución de los estados-ciudad griegos. El cambio radical consistió en introducir estas unidades de medida en las transacciones particulares, es decir, en aquellas donde no intervenía el Estado. A saber, los mercados de oferta y demanda. Sostenemos que el núcleo de la moneda consiste en ser un signo variable. Gustavo Bueno ha resaltado el carácter de “variable lógica” al núcleo de la moneda. La variabilidad lógica de la moneda tiene dos niveles, según situemos su valor en el aspecto material del signo o en su aspecto formal. En su aspecto material arrastra las características que atribuimos al dinero, que una vez cuantificado y sellado pierde su carácter distributivo: “Moneda y dinero, no es, pues, sino un caso particular de la distinción general (en el “cuerpo” mismo de los signos) entre la suposición formal y la suposición material” (Gustavo Bueno, Ensayo sobre las categorías de la economía política, La Gaya Ciencia 1972, pág. 118), y continúa Bueno, “se trataría de dos niveles (material y formal) de la variable: el nivel material se refiere a la variable en cuanto a sus determinaciones cuantitativas –diríamos nosotros, al oro pesado–; al nivel formal de la variable por respecto a los bienes sustituibles por ella –por cada cantidad– y la moneda, en tanto que su sello declara la cantidad de oro contenido en la pieza es un valor de una variable, tomada en su valor material. Este valor, es, a su vez, una variable, tomada en su nivel formal” (Ibídem, pág. 120)2. La moneda en cuanto variable aritmética o lógica es signo material en la medida en que es sustituible por cualquier bien, pero ahí no se agota su campo de variabilidad, pues también son sustituibles unas monedas por otras, en ese caso hablamos de variabilidad formal. Este carácter, que le permite sustituir los bienes y servicios con la determinación de las escalas de medida (los precios) es lo que permite la circulación y el consumo, obligando a la recursividad de los mercados 2 La diferencia entre la “televisión material” y la “televisión formal” muestra con claridad la distancia significativa entre ambos niveles (Televisión: Apariencia y verdad, Gustavo Bueno, Gedisa Editorial, Barcelona, 2000).

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productivos. Tales variables adquieren su valor correspondiente cuando son sustituidas por series de bienes alternativos, al modo en que las variables de una función son sustituidas por sus valores según las coordenadas en que se mueva. Tomamos la existencia de mercados a través de los cuales se fijan los precios de los productos según procesos de oferta y demanda como lugar propio de la moneda. Se trata de comprender el papel que juega la moneda para la circulación económica, no de cualquier tipo, sino mercantil. (d) Entendemos por Cuarta Especie de Comercio el que instaura la moneda en las sociedades políticas, es decir, en la economía política, estatal, la economía de mercado. Atribuimos a la moneda el carácter totalizador del campo económico en la medida en que implica una especie de cierre técnico. Su puesta en marcha se produce por el Estado, su funcionamiento se alcanzaría con el mercado y los agentes económicos que interactúan en él. En efecto, una cosa es el valor de los productos, el precio, que sólo se establecen por las leyes de la oferta y la demanda, lo que incluye el valor de la propia moneda, y otra muy distinta la característica propia de la moneda como variable lógica, lo que llamamos núcleo de su esencia, un carácter que hace posible el sello político (su diferencia específica). No ver esta diferencia es confundir la variable como tal, con el valor (el bien) que la satisface. Esta es la diferencia que demuestra el curso de la moneda, la conexión con el álgebra que a los partidarios de las “especies” nos hace ser materialistas filosóficos. La moneda en cuanto sustituible por series de bienes alternativos supone la medida de los mismos, es decir, su proporcionalidad en clases, lo que implica relaciones reales con referentes fisicalistas. Se trata de una “relación” que podemos ver y tocar, una relación “realísima” entre el trabajo que hacemos, el pan que comemos y la garantía de su recursividad, es decir, la defensa de tal estructura. ¿Por qué? Porque la moneda como invariante en las trasformaciones económicas tiene comprometido su equilibrio, porque tal equilibrio no es más que el equilibrio del propio campo que domina, el dominio de su variabilidad, a saber, el Estado por donde circula.

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Partimos de la contabilidad de los templos de los proto-estados sumerios, asirios, mesopotámicos, &c., de tres mil años de fiscalidad que gravan los escribas en las tablillas cuneiformes: registros de transacciones, de alquileres, impuestos, subvenciones, deudas, &c. La moneda aparece cuando las unidades de cambio sean producidas desde los templos marcando gráficamente la propiedad de las mismas. Por así decir, cuando de algún modo se “externalicen” las cuentas al mercado, a los particulares, las propias marcas contables ocultas en los templos, aquellas que garantizaban el cumplimiento de los derechos o las obligaciones comunes en la distribución de bienes. Lo que el escriba lleva a cabo consiste en unir el peso de la unidad de medida metálica con el grafo estatal, ponerlo en manos de los “propietarios de bienes” automatizando tales haberes y deberes, introduciendo lo que se llamarán mercados económicos. Se trataría de automatizar y facilitar la legalidad y el cumplimiento de los contratos, no con la deuda a pagar o a cobrar en manos del Estado centralizado, sino en las manos de los contratantes, que ahora se “externaliza”, pero garantizada por el Estado. Con la emisión de moneda estamos ante la socialización de los derechos y deberes que se establecen por ley, también gráfica, en las primeras formas del derecho. Esto explicaría la dependencia jurídica de los mercados. No se trata de que la ley sea la esencia de la moneda, como sostuvo Friedrich Bendixen, siguiendo a Knapp en su Teoría estatal de la moneda, cuando decía que el dinero es “una criatura del ordenamiento jurídico”. El núcleo de su esencia es el carácter de variable lógica, un carácter que no deriva de la capa conjuntiva del Estado (el gobierno, las cortes o los tribunales), es decir, la mera legalidad formal, sino de la capa basal, es decir, de la gestión, la producción y la distribución de los bienes. La moneda es la forma propia de la economía política, por eso nace con el Estado. Sin la moneda no hay Estado porque no hay conexión entre los poderes basales del Estado y el resto. Que su comienzo y expansión se produzca por la plata o el oro permitirá la coordinación de las relaciones económicas entre Estados homologados, cada uno con su moneda. Desde Lidia y Persia, en la extensión masiva de la moneda por las ciudades-estado de la Ática, serán las casas reales las emisoras de moneda, como ocurrirá en su expansión por los valles del Indo y

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el Ganges. Con la sigilación aparecerá junto a la unidad de medida (el peso del metal sellado), la marca de la divisa real. Formas de identidad como la insignia, el estandarte, el blasón, el escudo de armas, y a partir de Alejandro III el Magno, la imagen del emperador serán indicadores y garantes del derecho y las propiedades a nivel imperial. En otras palabras, la vinculación entre derecho de propiedad y derecho mercantil se establece por el Estado, quien hace las leyes y hace cumplir las decisiones de la judicatura allí donde hay problemas y pleitos económicos. Es esta garantía la que permite el desarrollo de la economía. Lo que explica que la emisión de moneda coincida con las guerras y su necesidad de pago. La moneda destruye el dinero, porque la moneda es una técnica civilizatoria con una inercia procesual recurrente y expansiva que acompañará al Estado cuando al extenderse destruya las formas de intercambio dinerarias más o menos rituales e inconscientes que nadie controlaba y todos seguían. Se trata de una destrucción real. A partir de la moneda se sabe muy bien lo que se hace, aunque lo que se hace desde cada Estado repercute en sus contrincantes y en sus monedas, generando resultados que ninguno controla completamente. La moneda es plural desde su inicio. Cada moneda no está desvinculada del resto, al contrario, el valor de una implica, supone o está sujeta al valor de los restantes, es decir, los nexos económicos entre la pluralidad de Estados con moneda son atributivos. Cuando una moneda aumenta su valor, otra se deprecia. Su competencia darwiniana, a muerte, constituirá la historia de la economía política. Las primeras monedas de electro del rico rey Creso, en el contexto de las guerras continuas con el imperio persa, cerca de la Jonia, se acuñan con la impronta del poder que lo emite, una cabeza de león. Darío I en la Persia del siglo VI sella en las monedas el poder de castigar representando figuras de la administración de los reinos mesopotámicos, o guerreros con arco y flechas en posición de lance. La toréutica, como estudio de los cuños, encontrará en las monedas la gramática del arte griego. Cada oligarca acuña en las monedas sus escudos personales, copiando muchas veces pinturas de las ánforas. El arte de alfareros y herreros plasman en las monedas el control de las clases dirigentes.

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Cuando realmente fructifica la moneda y se extiende a principios del siglo VI en Grecia, un gran número de ciudades-estado comienzan a emitir moneda, el tetradracma en Aigina con su tortuga, en Corinto con un Pegaso, en Atenas con un mochuelo. La guerra de conquistas de Alejandro extiende el tetradracma con su efigie por toda Asia menor. En el siglo III a.n.e. aparecerá la palabra “Roma” en el didracma de plata, precursor del denario. En la península ibérica hay monedas griegas y fenicias desde el siglo V a.n.e. acuñándose en Emporion y Rhode. Pero no será hasta la Segunda Guerra Púnica, cuando se comience a emitir numerario para el abastecimiento del ejército romano y cuando aparezcan nuevas cecas, cuando Roma permita la emisión de moneda de plata para el pago de impuestos. Es una evidencia que la guerra extiende el comercio y abre las puertas de los mercados. Si Roma mantiene hasta Augusto las cecas en Hispania es por la necesidad de proveer de “moneda de cambio” a los ejércitos aquí asentados. La acuñación de moneda no se separará nunca del Estado (salvo en casos transitorios como la transformación económica de la Inglaterra del dieciocho o los Estados Unidos del diecinueve). En la moneda vemos aparecer el emblema del Estado, igual que en las enseñas de guerra, en los escudos, en las divisas, en los pórticos de las ciudades (según estudia la vexilología). Con la apropiación estatal, la correspondiente garantía jurídica sobre las propiedades y sus usufructos se extenderá a los contratos y sus garantías de cumplimiento. Con la moneda aparecen los mercados de las ciudades, único lugar por donde corre. En Hispania la conquista romana favorece que las élites de équites se hagan con las grandes propiedades privadas, con el atesoramiento de riquezas y la organización censitaria en un proceso ligado a la acuñación de moneda, como ocurre en otras partes del imperio, como las Galias. La moneda será en adelante, una de las claves de la civilización.

Capítulo 5

Apuntes sobre los presupuestos antropológicos y los principios arquitectónicos de la esencia de la moneda

Hemos seguido a Gustavo Bueno poniendo de manifiesto el carácter espiritualista que subyace en el armonismo económico. El modelo monadológico leibniziano lo expresa de modo paradigmático. Los sujetos económicos son concebidos al modo de mónadas espirituales independientes, distributivas, sin ventanas. Se trata de un mundo de relaciones, al margen de las conexiones, donde el espacio y el tiempo no existen desvinculados de la actividad pura monadológica, es decir, de los actos de voluntad y entendimiento conjugados en el sujeto. La composibilidad óptima del sistema es la que garantiza Dios, aunque las partes finitas no puedan entenderla en su perfección como el mejor de los mundos posibles. Adam Smith traducirá tal ontología al lenguaje económico: el egoísmo de las partes conduce a la armonía de los mercados como guiados por una mano invisible. Nosotros suponemos que los supuestos espirituales armonistas han seguido actuando en las teorías económicas de un modo u otro, bien con el ocasionalismo keynesiano de un Estado “relojero” que ajuste los fines que desajustan los mercados, bien con la misión hacia el destino de los fines socialistas (incluso el socialismo final marxista supone unos intercambios armónicos sin inconmensurabilidades entre las partes), bien con los modelos de equilibrio perfecto marginalista. La concepción de los fines al modo mental de tradición escolástica, lo primero en la intención y lo último en la ejecución, pervive en

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los tratamientos de los fines, planes y programas de los agentes económicos. El tratamiento de la economía desde presupuestos cognoscitivos en términos de información que guía la voluntad de compra o de venta de los sujetos sigue presa de supuestos epistemológicos. El sujeto económico, al modo de una mónada, coincide con el individualismo metodológico del paradigma de los robinsones sujetos al mercado según leyes marginalistas gobernados por el “óptimo de Pareto”. En los análisis de la historia de la economía, el desajuste y la translación de conceptos económicos de unas épocas a otras es constante, confundiendo dinero con moneda, comercio con mercado, distribución con financiación, regalos con pagos y un sinfín de anacronismos que hemos tratado de ajustar. La razón de tales anacronismos está en la involucración de ideas que atraviesan múltiples categorías (antropología, sociología, política, psicología, &c.), cuyas analogías (diferencias) no se han sabido establecer con precisión. Tal confusión categorial deriva de los supuestos gnoseológicos y ontológicos que arrastra la economía. Nos fijaremos ahora en la idea de hombre que a finales del siglo XVIII subyace en el contexto europeo protestante a toda la economía política. A este efecto, utilizaremos la idea del yo como conciencia (representativa o espiritual) que denominamos, con Gustavo Bueno, “ego diminuto” (un ego esférico o psicológico). En efecto, con la idea de ego diminuto, una conciencia cartesiana ligada a un cuerpo (no ya monadológica), un ego psicológico con entendimiento y voluntad para juzgar libremente en el mundo y actuar en él, se entenderán dos operaciones de gran trascendencia en las sociedades modernas, la de comprar y la de votar. Con esta idea de hombre triunfa un dualismo metafísico que desemboca en las vías monista y atomista. El sujeto libre entendido como una entidad que se auto programa a través del control sobre el medio (esquema del espiritualismo de la libertad) supone la autonomía del individuo (la Conciencia, la Humanidad), que actualiza el modelo de autarquía aristotélica que correspondía sólo a Dios (la autoconciencia pura) en la idea de be himself. El problema antropológico permanece en la idea de individuo distributivo (propio de la psicología que aparece con Wilheln Wundt

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en la Prusia de Bismark), el sujeto diminuto, un sujeto o conciencia egológica, ante el cual aparece el mundo. Su carácter autónomo (como se denomina al empresario, al que no vive del sueldo de otro), independiente, está vinculado a otros yoes por leyes o relaciones económicas que en el fondo se reducen a los sujetos como sus núcleos ontológicos. El emprendedor, por así decir, se hace a sí mismo, su actividad es creativa (la innovación shumpeteriana), ideativa, mental. Debe creer en sí mismo, confiar en sus posibilidades, ser fiel a sí mismo. Este es el lenguaje del éxito. A nuestro modo de ver, este sujeto libre en conciencia (distributivo), autónomo para juzgar, independiente, es pura metafísica derivada del triunfo del hombre renacentista cristiano (hecho a imagen y semejanza de Dios) sobre los ángeles coránicos. Ahora bien, este hombre cristiano siempre formaba parte de una comunidad, la Eklesia. Con los estados protestantes y la vía interior luterana, la conciencia del deber va transformando los contenidos fideístas a los racionales. Aparece así el sujeto cartesiano, el hombre identificado con la conciencia espiritual, aislado del resto de sujetos humanos. Es este “in-dividuo” (traducción de “a-tomo” por Boecio) humano el que hay que negar de plano, pues desde tal individuo no se puede explicar nada. El hombre siempre ha sido social, apareciendo como idea en las acepciones de la sociedad política. Desde nuestros presupuestos tales sujetos operatorios sociales son cuerpos, no conciencias espirituales al modo Cartesiano; antes, al modo espinosista que leibniziano. Por ello, la libertad no se puede entender al margen de los procesos deterministas, causales, donde está inserto el individuo. El colmo de la “idiotez” (de idiocia) será atribuir la decisión libre al sujeto, ya sea por su juicio (una vez que se atreve a pensar), ya porque “haga lo que le dé la gana”, donde ganas y gustos están absolutamente determinados y no se eligen, le vienen a cada cual dados y tiene que asumirlos como pueda. Un grado de confusión que llega al paroxismo, consistirá en la defensa de los gustos que guían la acción, precisamente por ser “míos”, por definirme, cuando en realidad están completamente determinados por la sociedad, la educación, la clase social, las características religiosas, &c. De este modo asistimos a la apoteosis en defensa de las cadenas que expresa el fundamentalismo democrático y el fundamentalismo

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de mercado, a saber, la idea del sujeto que basa sus decisiones en una voluntad y un entendimiento propio y libre. Desde el Materialismo Filosófico no aceptamos la idea del yo libre como fundamento actual o futuro de la política o de los mercados, “porque si el libre arbitrio es un concepto incompatible con el determinismo materialista, entonces la libertad económica no podrá hacerse consistir en la libertad individual de elección en el mercado, sino en la realidad del mercado pletórico mismo, que hace posible la formación de elecciones determinadas, pero heterogéneas, entre las cuales se establecen correspondencias aleatorias que serían suficientes para dar lugar a la libertad de mercado y a la democracia, vinculada internamente a él” (Gustavo Bueno, El mito de la derecha, Temas de Hoy, Madrid 2008, pág. 234). O dicho de otro modo, “el individualismo moderno es un proceso circunscrito a consumidores que se identifican con los bienes que desean adquirir” (Gustavo Bueno, Panfleto contra la democracia realmente existente, La esfera de los libros, Madrid 2004). La libertad es una idea que aparece al nivel de “clases”, como azar, no a nivel individual, donde el individuo está completamente determinado. El azar o la indeterminación de que salga “seis” al tirar un dado no está en la tirada que cae en seis (algo obligado según las fuerzas que actúan sobre el dado), sino en la serie de múltiples tiradas (clases) donde no podemos predecir en qué momento de la serie sale el seis. “La libertad es la composición entre las múltiples preferencias de los electores y las ofertas múltiples de bienes y candidatos, sea aleatoria a escala de clase (aunque sea determinada a escala individual)”. La libertad objetiva va ligada a un mecanismo basal (que conecta internamente la armadura basal y la armadura reticular –descendente–) a partir del desarrollo de la sociedad de mercado pletórico desigual, industrial. El Materialismo Filosófico entiende la idea de hombre como un conjunto de relaciones que constituyen el espacio antropológico a través de las cuales podremos entenderlo en sus determinaciones histórico-morfológicas. Como contrafigura a la idea espiritualista monadológica le atribuimos carácter corpóreo, operatorio, práctico, prudencial. De este modo su esencia es proléptica, finalística, apotética. La figura que la expresa es un ovoide en forma de toro, pues supone una intención (un deseo en términos espinosistas) o direccionalidad

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operatoria en función de sus necesidades “energéticas”. Su topología comprende vías de entrada de energía (proteínas, aminoácidos, líquidos, &c.) e información (sensaciones táctiles, visuales auditivas, &c.) de un entorno sin el cual desaparecería, y vías de salida físicas y productivas, según el paralelismo entre un exterior y un interior propiamente social (M1, M2). Su actividad racionalizadora se propaga al operar quirúrgicamente sobre un eco-entorno según va formando totalizaciones o particiones (Gustavo Bueno, “Algunas precisiones sobre la idea de ‘holización’”, El Basilisco, 42, 2011). Lógicomaterialmente hay que entenderlo como un sujeto atributivo, dado que siempre está generado y soportado por otros sujetos, sin los cuales se diluye su egoicidad. La teoría de las instituciones desde la que adquiere su racionalidad tal sujeto operatorio muestra especial relevancia a la escala históricopolítica, donde aparece la economía integrada en el eje circular del campo antropológico. Supuestas una serie de técnicas productivas a un nivel suficiente de desarrollo, atribuiremos a la institución monetaria, como técnica económica del Estado, la máxima capacidad operativa de toda organización social. El modo en que se ha desarrollado tal capacidad desde su inicio hasta la actualidad se llama economía de mercado, aunque no al modo de un todo con un funcionamiento preciso (lo que pide el mito del capitalismo), sino antes bien, como el desarrollo e institucionalización de una multiplicidad de líneas de producción concretas de carácter inestable, pero que van configurando y extendiendo progresivamente su campo de acción. Cabe preguntar ¿Por qué ha adquirido tal potencia? ¿Cómo ha engranado con la idea general humana que sostenemos? ¿Cómo se ha desarrollado en la figura del Estado y cómo ha dado lugar a la Historia Universal? ¿Cuáles son los hitos de este proceso? Una vez establecido el núcleo de la institución monetaria, y antes de la exposición del cuerpo y el curso de su esencia, indicaremos las vías de respuesta a semejantes preguntas desde los fundamentos de las relaciones económicas, a saber, el de las conexiones físicas de intercambio, los desplazamientos corpóreos, las rutas espaciales o los circuitos comerciales. Primero porque las conexiones productivas, excedentarias, explican la misma proliferación de las ciudades (ver la teoría de la ciudad de Gustavo Bueno) y, en segundo lugar, porque una

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vez establecida la moneda desde el Estado, permitirá la proliferación de una serie de mecanismos económicos con una potencia expansiva capaz de incorporar al resto de sociedades. Dadas la producción de bienes en serie y la multiplicidad de conexiones de intercambio, aparecerán las relaciones de modo sinecoide, es decir, como identidades en las transformaciones de los circuitos de composibilidad; la moneda como signo variable no será otra cosa que la técnica con que se miden tales circuitos de identidad, es decir, de oferta productiva y la demanda de bienes y su consumo. Lo que significa que con la moneda aparece la necesidad de prever el futuro “económico” con alguna posibilidad o garantía de acierto. Es decir, la moneda como “crédito” (derecho anticipado y deber a cumplir). Consideramos que el papel que ejerce la moneda como signo variable entre series de bienes alternativos no implica la presencia o actualidad de tales bienes, antes al contrario, permite anticipar o prever la compra de bienes futuros, es decir, toda moneda es una creencia en que podrá ser usada en el futuro, creencia “verdadera” en cuanto no pierde su valor. Pero también supone su inversa, a saber, la de anticipar o contar con la presencia de bienes futuros, es decir, tener ahora lo que podría adquirir en el futuro, ¿cómo?, a través del crédito: la compra o adquisición de la propia moneda. Y aquí conectamos con los “ovoides” antropológicos. La moneda tendría de este modo la capacidad de poner en marcha la esencia proléptica, finalística de los sujetos, multiplicando su potencia e institucionalizando la capacidad proyectiva. Se trata de la causalidad prospectiva anticipativa de relaciones alotéticas intencionales. Es decir, de fines “aureolares” positivos, pues se cuenta con los medios materiales (contantes y sonantes), para llegar al fin que nos proponemos, aunque, por supuesto, implique un riesgo, ya que nunca está absolutamente garantizado. La idea de crédito supone una “aureola” real que podrá ser modelo del funcionamiento humano del “ideal” que desarrolla el representacionismo empirista y el idealista en términos mentales, por ejemplo, los tipos ideales de Max Weber que explican el comportamiento racional. Tenemos así contextualizado técnicamente el posible nacimiento de la idea de representación futura (aureolar) metafísica a partir de morfologías técnicas económicas reales y toda la

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nematología que la acompaña en la pomposa idea de Modernidad. Se trata del momento nematológico de una configuración técnica real que tiene como fulcro el aspecto práctico, finalístico, prudencial, de toda acción operatoria. Así, en plena revolución comercial, dirá Santo Tomás siguiendo a Aristóteles: “El fin, aunque es lo último en la ejecución, es lo primero en la intención del agente. Y de este modo tiene razón de causa… Todo agente obra necesariamente por un fin” (Santo Tomás, Suma teológica, I-II ae, Prima secundae, q. 1). Una vez que el Estado introduce la moneda generando los mercados de compraventa, se producen acumulaciones de moneda que los agentes económicos prestarán con interés, es decir, participando de los bienes adquiridos tras la inversión de lo prestado, algo que no se entendió en la antigüedad ni en el Medievo, pues la moneda no paría monedas como las vacas terneros o la tierra frutos. Sin embargo, la “usura” siempre se practicó, pues la mayor virtud de la moneda consiste en generar monedas, en poner en marcha el mercado (y no sólo en el intercambio capitalista D-M-D, dinero-mercancía-dinero, que Marx denunciaba). La empresa como institución existe por la moneda, pues la moneda es crédito, la variable que se salda con la devolución de su precio futuro. Esto es lo que el núcleo de la moneda permite en cuanto signo variable formal, el cambio por su precio en el futuro, una vez que ha generado bienes. Puede que no los genere y conlleve la ruina del prestatario (e incluso del prestamista), pero cuando los genera lleva a la riqueza que moviliza la sociedad con la circulación monetaria. La institucionalización de la multiplicación de fines, planes y programas en que consiste el crédito tenderá a desbordar el marco estatal buscando nuevos bienes que ofrecer, ampliando las rutas de comercio, buscando la recurrencia de ciclos temporales con nuevos medios de transporte, con nuevas comunicaciones. Las empresas a nivel económico son conexiones de identidad entre la concatenación de operaciones y los objetivos, unos objetivos futuros que sólo son posibles con el crédito monetario. El crédito, la anticipación temporal, el futuro hecho presente de modo real es el fin de la intención actuando en el presente, no de modo mental, pues tal fin no existe (no es más que el recuerdo de logros anteriores), sino movilizando todo un campo operativo de sujetos,

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construcciones, viajes, compras, alquileres, empresas en general y en último término el conjunto del Estado, que progresivamente institucionalizados se materializan en los fines, los bienes futuros, lo último en la ejecución. El “capitalismo” como un modo de producción con crédito, según lo definía Schumpeter, sólo puede llevarse a cabo por la moneda. Max Weber lo define así: “Crédito, en este sentido, significa primariamente el cambio de un poder de disposición de una economía, sobre bienes o dinero, inexistente en la actualidad, pero del que se espera habrá un excedente en el futuro, contra el poder de disposición de otro, existente en ese momento, pero no utilizado por él”. (Max Weber, Economía y sociedad, F.C.E., 2002, pág. 61). Más conciso será la definición que hemos encontrado en Luis María Pastor, un burócrata de la corte de Isabel II que hace una historia de las instituciones financieras y define el crédito como “una anticipación del porvenir” (Carlos Bailly-Bailliere, Filosofía del crédito, Madrid 1858). Sin embargo, la mayor potencia de la moneda no se lleva a cabo por los particulares, sino por el Estado que la pone en marcha. La capacidad para el desbordamiento imperial que las economías políticas llevan a cabo con la guerra de conquistas tiene su explicación en el núcleo de la esencia monetaria. La tesis de las funciones de pago monetarias en la administración del Estado es la vía de externalización de la moneda a todas las capas de la sociedad. Y así como la financiación de la búsqueda de nuevos mercados se lleva a cabo por los intereses del Estado, su puesta en marcha imperial se lleva a cabo por la paga en moneda de los ejércitos. Pero también deben su existencia a la moneda la institucionalización de profesiones como el funcionariado, los intelectuales, los artistas o las prostitutas. Todo el mundo reconoce que lo que Giorgio Vasari denominó “Renacimiento”, con figuras de la talla de Brunelleschi, Donatelo, Leonardo da Vinci, Pico della Mirandola, Miguel Ángel o Galileo Galilei, no hubiera sido posible sin el mecenazgo de los Medici, una familia de comerciantes y banqueros florentinos. El carácter finalista de la moneda como motor de la economía ha sido puesto en primer plano muchas veces; tal vez sea Keynes y las políticas neo-keynesias las que más han insistido en la activación de

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políticas crediticias al empleo y al consumo como las vías de creación de los circuitos económicos, lo que no hay que entender como algo ajeno al “capitalismo”, sino como parte de su esencia. Cuando se vincule la producción técnica de los sujetos antrópicos con las técnicas monetarias, vemos a la financiación modificando progresivamente el espacio-tiempo vital de las sociedades políticas. La trasformación del tiempo, en tiempo productivo se conjugará con el circuito productivo de desplazamientos mercantiles. Relaciones financieras y desplazamientos mercantiles se amplían del mediterráneo al mundo. Cuándo y dónde se ampliarán las rutas comerciales al encuentro de nuevos mercados extraterrestres es lo que guardan en secreto las inmensas distancias cósmicas, aquellas que, según Platón, cuando se refería a los griegos en el mediterráneo (y España amplía al globo terráqueo), nos asemejan a “ranas saltando en un charco”.

Capítulo 6

Del alcance que tenga el cuerpo esencial de la moneda entendido como Esfera económica para el análisis y reordenación de las categorías de la economía política

Preguntamos: ¿podría el cuerpo de las categorías de las ciencias económico-políticas ordenarse como un desarrollo de las funciones monetarias? O, mejor dicho, ¿podemos establecer como cuerpo de la esencia de la moneda lo que supone su campo de circulación o dominio natural? La moneda como principio de medida, según dirá Bueno: “las monedas son metros (instrumentos o de medida)” (Gustavo Bueno, Ensayo sobre las categorías de la economía política, La Gaya Ciencia, 1972, pág. 122), no será una categoría más o menos importante para la economía, pues sin la moneda no sería posible la totalización “cuantitativa”, o la determinación del campo de relaciones que vincula las totalidades económicas, es decir, los Estados, pues tal campo es su ámbito de variabilidad, su campo significativo, es decir, su campo “semántico”. Si esto es así, su circulación coincidirá con el campo de la economía, y podremos decir que el cuerpo de la moneda coincide con el campo de las categorías económicas a través de su valor, es decir, como medida de los bienes. El núcleo de la moneda nacional está en su ser lógico, su carácter de signo variable, lo que en un primer nivel convierte los valores que satisfacen tal variable en sujetos del contexto de relaciones del sistema productivo, lo que llamamos capa basal del Estado. Pero además, toma la moneda, en un segundo nivel, un valor de paridad respecto de otras monedas estatales, es decir, adopta valores propios

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según otros valores con los que mantiene relaciones corticales. De modo que el propio núcleo de la moneda no existe sin los valores que la satisfacen, a saber, los bienes del Estado y los sujetos con cuyas operaciones se establecen las correspondencias y los mercados. El sello de cada moneda nos aparece ahora como el cuerpo que ha logrado alcanzar en su curso. El primer nivel hace de la moneda un signo cuya “semántica” se determina dentro del Estado que recubre, pero en cuanto segunda variable adquiere una “sintaxis” económica supra-nacional, al establecer relaciones con otros signos o monedas de distinta significación o valor, es decir, en la medida en que tiene una paridad con los valores de otras monedas, establecidas desde otros sujetos y sus bienes nacionales. De modo que la pluralidad de monedas es característica constitutiva de la capa cortical estatal. Supuesta la administración de la recurrencia en la circulación de bienes y agentes productivos como “núcleo de la racionalidad económica” (Gustavo Bueno, Ensayo sobre las categorías de la economía política, La Gaya Ciencia, Barcelona 1972, pág. 88), expondremos la circulación monetaria como la diferencia específica de la economía política respecto de la vida social pre-política, leyendo tal recursividad o recurrencia de los ciclo fijos o ampliados como la determinación de los valores que adquiere la variable monetaria en su funcionamiento. Tomaremos el cuerpo de la esencia monetaria como el conjunto de sus aplicaciones fiscales y mercantiles, es decir, los valores como bienes según sus precios, los agentes como consumidores según su renta y las monedas como unidades de valor según su paridad, determinándose mutuamente. Esa tendencia al equilibrio a medio o largo plazo es lo que llamamos equilibrio del sistema, aunque sea de obligado carácter inestable debido a las incompatibilidades sobre productivas y sus crisis de composibilidad. Se trataría de concretar en las esferas económicas estatales y dado el caso, su radio de control internacional, lo que señala Braudel cuando habla de la idea del capitalismo como “esfera de circulación” (La dinámica del capitalismo, F.C.E., México 2002, pág. 22). La velocidad de circulación de la moneda es un componente esencial en el cierre de los procesos económicos, lo que significa que el tiempo y el espacio económico están determinados en ciclos de recursividad.

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La rotación sistemática recurrente de la economía política implica el tiempo, no ya el tiempo histórico que viene a ser retrospectivo, si no la escala temporal productiva y, según Bueno, es “un componente esencial de la Razón económica categorial” (Ibídem, pág. 60). Nosotros suponemos que tal esencialidad está ligada a la moneda en tanto es una razón crediticia, una relación esencialmente de futuro. La moneda permite que entre en el juego productivo el tiempo, no sólo como interés financiero (ya que una moneda sin invertir pierde valor), sino como reserva de valor, es decir, permitiendo la planificación de los agentes, los proyectos de ejecución, el cálculo de ciclo, los planes de desarrollo, la anticipación de riesgos, las inversiones a largo plazo, &c. La moneda en cuanto supone un pago diferido o la anticipación de un montante en el haber, cuenta con el proceso que conduce a un momento futuro (ya anticipado por cursos anteriores), que permite su cumplimiento. Es decir, sin el crédito que supone la moneda no se hubiera desarrollado la economía con tal potencia expansiva. La política financiera de los bancos a través de los créditos supone la aplicación práctica del milagro de los panes y los peces, cuando cinco canastas “reales” dan lugar a cientos de ellas “funcionales”. O de otro modo, el milagro de la bilocación circunscriptiva, cuando un montante monetario aparece actuando en múltiples sitios a la vez (operaciones bancarias que aparecen en el bajo Medievo). El multiplicador keynesiano no es un producto de la banca moderna, sino la misma raíz de la producción de moneda que, como dijimos, era una suerte de automatización de los activos administrativos del Estado, de modo que lo que presta el banco, multiplicando en cada crédito lo que ingresa el ahorrador, es la reproducción de la misma función originaria. Como hemos dicho, en la moneda se da de hecho la realidad “aureolar del santo”, la efectividad del futuro sobre el presente que queda condicionado teleológicamente de modo legal por la propia tendencia del sujeto, sin coacción, ni mandato externo al proceso. El agente cuenta con un producto anticipado que le obliga durante el tiempo que dura el crédito, bajo la fe en una estructura de conjunto que garantice la confianza en la empresa que se lleva a cabo. Esta característica temporal intrínseca a la moneda encuentra en la materia no corruptible de los metales un modo de “materializarse”

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que se cumple del todo en los bits de información de las cuentas informáticas, realidades tan materiales como las otras. Su carácter numerario hace que el dominio de variabilidad se distribuya por un campo de aplicación tan amplio como sea el sello de propiedad (firma o insignia estatal) que requiere la institución donde se dé, lo que los hace indefinidos respecto del espacio y el tiempo en que se enmarca. La idea de la moneda fiat, como crédito, hace del tiempo su característica más sorprendente, pues genera más monedas indistinguibles pero agregables cuanto más tiempo transcurre, ya sea en el “debe” o en el “haber”. La idea se recoge fácilmente en el repetido “el tiempo es oro”, no por un oro que tenían las tribus para colgarse del pecho, sino en la medida en que sirve de moneda. Hoy día el incremento del campo de la economía política ha alcanzado una escala “global” con la co-implicación entre las instituciones productivas y las financieras. La ampliación del campo económico se identifica con la ampliación del cuerpo monetario (de las monedas nacionales) en la medida en que no hay recursividad económica sin circulación monetaria. Las acusaciones sobre la irrealidad de las finanzas no son más que acusaciones contra el orden y conexión que quiere comprometerse desde alguna de las partes. El curso de la moneda según la cuarta especie de comercio será el curso de las instituciones financieras y la guerra. Los augurios de crisis que se oyen son para nosotros la norma de lo que sucederá. El problema real es cómo y a quién afectan las crisis, pues la idea de “crisis total del capitalismo” es un mito, toda crisis es parcial y muchos salen beneficiados con ellas. Que la revolución financiera actual acabe en crisis o en guerra, no es más que una variación de lo que ha venido ocurriendo de modo normal ¿Por qué habría de ser ahora distinto? Podríamos tomar como cuerpo de la moneda la infinidad de divisas que una vez perdida su vigencia quedan como muestra de su origen, difusión, tirada, ley, &c. La numismática sería la encargada del estudio de las mismas, descifrando las relaciones económicas en cada tiempo y lugar concreto, así como el de sus materiales y formas correspondientes. Pero la numismática nos habla del cuerpo económico pasado, es decir, el que ahora no tiene vigencia o validez. Es la moneda en circulación la que nos habla de la economía real. La sigilación como modo en que una materia queda abstraída de su carácter físico

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concreto para adquirir su estatus lógico de “universal”, como variable intercambiable por cualquier bien, fue el proceso determinante de la economía política al ser el principio de la circulación mercantil y la política fiduciaria y fiscal. Sin duda, el incremento del cuerpo monetario se ha producido a través de los metales preciosos, el oro y la plata principalmente; ya no, ahora sólo requiere un volumen de creación crediticio que regulan los Bancos Centrales en función de las necesidades productivas y bursátiles. A nuestro modo de ver, cualquier modo de pago, intercambio o reserva de valor que esté en vigor, es decir, regulado normativamente en el campo del derecho de un Estado (mercantil, administrativo, civil, laboral, &c.) o respecto de las divisas de otros estados, es moneda legal. De modo que los sistemas de crédito son tan válidos como cualquier otro tipo de moneda; otra cosa es que pierdan su valor o se devalúen hasta tener que ser retirados del campo económico, pero inmediatamente serán sustituidos por otros. 1. Directrices y actualizaciones doctrinales. El Ensayo sobre las categorías de la economía política de Gustavo Bueno nos ofrece las directrices que seguiremos para actualizar el mapamundi de la economía política que plantea en su Matriz económica. Dos son los motivos que nos obligan a ello, uno vinculado al desarrollo del sistema según va cristalizando el Materialismo Filosófico, el otro vinculado al desarrollo de las categorías económicas de los últimos cuarenta años. Por lo que respecta al primer motivo. Cabe observar en los libros fundacionales del sistema la utilización de criterios de análisis plano (de dos ejes), que expresan en su diagonal el vector temporal de su desarrollo (los que encontramos en este ensayo y en Etnología y utopía (Júcar, Madrid 1987). Según se desarrolla el sistema los criterios cruzados serán múltiples (dos, tres o cuatro) y ofrecerán productos lógicos cuya ordenación tenderá a expresar esta evolución, ya no en la diagonal, sino en la ordenación del material según sus casillas vayan de izquierda a derecha y de arriba abajo. Los que más nos interesan son los que tienen que ver con la estructura del sistema, es decir, esquemas matriciales de tres dimensiones (cúbicos o trinitarios) en la ordenación

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de los componentes de las ciencias que se llevan a cabo en la Teoría del Cierre Categorial (en analogía a las relaciones lingüísticas) y en la ordenación del material antropológico, donde se observa la ampliación de dos ejes, el circular y el radial (presentes en este ensayo) a un tercer eje angular. Nosotros, por motivos gnoseológicos, pretendemos ampliar los dos ejes de la matriz lógica de las categorías de la economía política, el de los bienes y el de los agentes económicos, a tres ejes, introduciendo un eje monetario o financiero. Como veremos, las ventajas gnoseológicas que ofrece son múltiples, la más evidente, es que permite la multiplicación de las intersecciones entre las categorías al quedar disociados los ejes entre sí. Por lo que respecta al segundo motivo. El cambio en la matriz que supone la introducción del eje monetario recoge la influencia desmesurada que tienen los mercados financieros en la actualidad. Una influencia que nace aproximadamente hace cuarenta y cinco años, cuando se escribe el ensayo, si este recoge a su vez, un seminario anterior a su publicación. Tal revolución financiera no añade nada nuevo al campo económico. Su significado, a nuestro modo de ver, demuestra, por así decir, el cumplimiento de lo que de algún modo ha estado incoado a lo largo de toda su historia, pues las instituciones financieras están presentes desde el principio. La introducción del tal eje no creemos que sea ajena a la matriz originaria, no sólo por la importancia que atribuye a la moneda Gustavo Bueno, sino en la medida en que se expresó el propio autor recientemente (“XV Encuentros de Filosofía de Oviedo de 2010”), cuando indicaba que las relaciones económicas internacionales podían entenderse desde su matriz estatal, añadiendo otras matrices estatales a su alrededor, como ocurre con las relaciones sintácticas según se modifica el triángulo semántico de Karl Bühler, añadiendo otros triángulos semánticos alrededor (ver Symploké, Júcar, 1987); es decir, reconociendo que los signos son múltiples. Si seguimos la analogía entre signos lingüísticos y signos variables monetarios, entenderemos que la multiplicación de Estados significa la multiplicación de monedas-nacionales, reconociendo que las relaciones económicas entre esos Estados no se podrían llevar a cabo sin sus ejes financieros. Nosotros creemos que llevar a cabo tal indicación supone introducir la tridimensionalidad; por así decir, “cubos analíticos” que permitan

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apoyarse unos en otros relacionalmente. Si esta razón geométrica parece burda, baste recordar los cubos resultantes del cruce de los ejes gnoseológicos por sectores según aparece en la Teoría del Cierre Categorial. Traerlos a cuento viene al caso, cuanto que son criterios que permiten recoger en nuestra matriz tridimensional las relaciones económicas que se producen a través del comercio internacional y del cambio de divisas necesario para el pago, lo que afecta al propio signo variable, la moneda nacional. La introducción de este eje es indispensable para explicar cómo las monedas no funcionan como metros independientes de medida, pues aunque son inconmensurables entre sí, están en permanente influencia, pues si su valor relativo aumenta con el incremento de su valor de cambio, el precio de la moneda a nivel internacional lleva aparejada la subida del tipo de interés, que también crece a nivel interno dificultando el crédito. La importancia que da Gustavo Bueno a la idea de moneda tiene su reflejo en las direcciones teóricas que ha tenido la economía en estos últimos cuarenta y cinco años. Nuestra tesis no necesita adscribirse a una teoría económica u otra, nos basta constatar que tanto las teorías cuantitativas del dinero tipo Milton Friedman, como las post-keynesianas (Samuelson, Krugman, &c.) están orientadas a la discusión del papel de la moneda en la economía actual. Teorías de nuevo cuño como la Teoría monetaria moderna de Randall Gray o la Teoría circuitista del dinero ponen el centro de atención en el papel que juega la moneda en economía. Pero también otras corrientes neoclásicas como la teoría austríaca o los marxistas de nuevo cuño señalan al dinero y a la política fiscal, por exceso o por defecto respectivamente, como causa de los principales problemas económicos (crisis, ciclos, burbujas, desigualdad, &c.). En concreto, las teorías circuitistas, sin constituir una unidad teórica, inciden en tesis sobre la metamorfosis del Estado con la aparición de la moneda y el papel central de los Bancos Nacionales (Alain Parguez, Moneda y capitalismo: La teoría general del circuito, CLACSO, 2006). Gustavo Bueno recogerá la tesis de Herskovit, según la cual, en la sociedad primitiva no hay racionalidad económica (Antropología económica) y la dialéctica histórica de Plekhanov, sobre el peso y el engranaje de cada esfera o factor (religioso, político, económico, &c.). Por ello, el análisis matricial (dialéctico) tiene a estas esferas

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como criterios: “La categoría económica ya contiene, en sí misma, las categorías políticas (dadas en la faja horizontal de nuestra tabla), así como una tabla de categorías políticas mostraría a las categorías económicas como componente suyo” (Gustavo Bueno, Ensayo sobre las categorías de la economía política, La Gaya Ciencia, Barcelona 1972, pág. 102); lo que más tarde será la capa basal de la Matriz de las categorías de las ciencias políticas. Nos parece que la posibilidad de identificar el cuerpo de la moneda, por donde circula, con el conjunto de categorías, viene posibilitado no sólo por el papel esencial que damos a la moneda en economía, como “variable originaria” (según dice Gustavo Bueno), sino por la identificación con los encargados de la composibilidad de los términos o recursos económicos entre sí, “núcleo de la racionalidad económica” (Ibídem, pág. 88), es decir, la administración del Estado, aquella que ponemos en la razón de la existencia de la misma moneda. Gustavo Bueno atribuye a la cuantificación de bienes y productores (agentes) el “establecimiento de relaciones (funcionales estocásticas) muy variadas, sobre las cuales podrán ser construidas teorías, o simplemente, modelos económicos” (Ibídem, pág. 62). 2. Analogías de proporcionalidad entre monedas y lenguas. Añadir un eje monetario (relacional) a los otros dos ejes tiene un apoyo análogo en las estructuras lingüísticas. Se trataría de proporcionalidades basadas en el carácter semiótico de ambos tipos de signos, el signo lingüístico y el signo variable monetario. Tal analogía supone que “significan” de modo muy distinto, pero comparten nacimientos gráficos y tienen trayectorias muy semejantes, incluso generan hipóstasis metafísicas parecidas. Por ejemplo, con el lenguaje alfabético griego, muy rápidamente los significados conceptuales se entendieron como esencias formales puras platónicas. A finales del siglo XIX, con la primera “globalización” ocurrió algo semejante, unos “valores” con significación originariamente económica (el valor de un bien) son hipostasiados por la Axiología, convertidos en valores absolutos y eternos (los valores humanos). Del mismo modo podemos revertir sus límites a funciones estatales como plataformas dialécticas donde se alimentan sus hipóstasis,

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demostrando que el campo de extensión de una lengua nacional es “proporcional” al campo de extensión de una moneda. Podríamos reformular la conclusión del Prólogo a la gramática de la lengua castellana con permiso de Antonio de Nebrija diciendo: Siempre la lengua y la moneda fueron compañeras del imperio. La analogía entre lengua y moneda, por citar dos casos, la hemos visto aparecer en Simmel, en cuanto entiende el lenguaje (signos) y la economía (valores) como modos de “representación” de todas las cosas. Causa cierta sorpresa Espinosa, que trabajó con su hermano en una empresa mercantil, cuando habla en su Reforma del entendimiento de la comunicación como un modo de comercio. Las analogías de proporcionalidad entre lenguas y monedas son muy ricas. Las operaciones de intercambio monetario (en la compraventa) como operaciones de comunicación en la recepción y emisión de mensajes (orales o escritos), en cada caso visto desde su categoría, se han puesto en paralelo a lo largo de la historia en reiteradas ocasiones, baste recordar la Relectio de Indis de Francisco de Vitoria, cuando a tal efecto justifica nada menos que la guerra. La economía en el intercambio de bienes o la lingüística en el intercambio de mensajes (ideas) aparecen unidos en los contratos, donde figuran bienes, sujetos y valor. Pero también en unidades categoriales más complejas, como sea el álgebra, donde figuran cantidades, cualidades y equilibrios financieros provenientes del registro contable de doble entrada. Una suerte de autologismos lingüísticos, una vez dados los dialogismos comerciales, como si fuera un diálogo del alma consigo mismo. Lo que no es extraño si vimos que de la contabilidad “estatal”, como grafos o registros fijos de anverso, derivaban las grafías lingüísticas y aritméticas, y luego la propia moneda que anticipa el Álgebra. A partir de ahí, la deriva de unos grafos glóticos en literatura y otros logográficos en aritmética, ha conducido a un enfrentamiento gremial y luego ideológico muy interesante, pues si la polémica sobre la prioridad ontológica entre las palabras y las cosas tenía como su inversa la prioridad que va de las cosas a las palabras, ha encontrado en la economía un punto medio como lugar de su enfrentamiento. Fue Marx quien cifra la comunicación como inversión de la conciencia al servicio de la economía y la economía al servicio de la clase como motor de la historia. Los análogos proporcionales de Rossi-Landi

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(Semiótica e ideología, 1974) pretendían sistematizar tal idea con pares proporcionales: hablantes/trabajadores, mensajes/mercancías, habla/capital variable, lenguaje/capital, significado/valor de uso, significante/valor de intercambio. Analogías que a su vez se basaban en proporciones más profundas: teoría lingüística/teoría económica, fonología/estructura económica, y la final, élite que controla la economía/élite que controla la comunicación (ideología). Según esto, la lengua se corresponde con el capital pues la semiótica debe ocuparse del signo, no sólo como intercambio, sino como producción y consumo. El alienado en el terreno comunicativo o asalariado no sabe qué, ni por qué produce o se comunica (Ferruccio Rossi-Landi, El lenguaje como trabajo y como mercado, Monte Ávila Editores, Caracas 1970). Otra analogía entre moneda y palabra es la que viene del uso y su circulación, donde denominar algo y valorarlo son paralelos. A nuestro modo de ver el foco de proporcionalidad no tiene su base en la marxista “alienación de las categorías” sino en la base misma del signo, que en economía es la moneda. Foucault, dentro de su concepción de las “epistemes”, introduce la idea de la proporcionalidad entre la historia natural, el lenguaje y la economía en función de la idea moderna de representación; “se comprueba primero, que el análisis de las riquezas obedece a la misma configuración que la historia natural y la gramática general” (Michel Foucault, Las palabras y las cosas, Siglo XXI, 1989, pág. 199). Su idea es que la moneda es un signo universal que representa todas las riquezas: “pero todo esto no era más que la consecuencia de una forma de reflexión que colocaba el signo monetario, con relación a la riqueza, en una postura de representación en el pleno sentido del término”. (Michel Foucault, Las palabras y las cosas, Siglo XXI, 1989, pág. 187). Ya señaló Bueno que Foucault no ve el carácter variable del signo monetario, pero es que tampoco repara en la capacidad de la moneda para romper esas supuestas “epistemes”, pues la representación es una idea metafísica, una reducción mentalista de las relaciones confundida con las conexiones. Frente a toda la tradición de la semiótica marxista o posmoderna, podemos establecer isomorfismos más o menos acertados. Si tomamos a Saussure como referencia (nunca mejor dicho) podemos analogar “significantes gráficos” con monedas, significados conceptuales como

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campos de valores económicos y a los referentes concretos de la lengua (tan importantes en el Materialismo Filosófico) como el bien concreto que toma cada valor económico. De hecho, el propio Saussure en el Curso de lingüística general adopta la terminología de los valores para entender el signo desde un punto de vista sintáctico de acuerdo a su posición y su función significativa. Así nosotros podemos establecer una estructura económica en función de la distribución de valores que permite la circulación monetaria. Elegiremos la semiótica de Morris, que aplicaremos más adelante, y el triángulo semántico de Bühler en el siguiente sentido: las relaciones entre dos sujetos a través de la moneda en sus funciones económicas nos ponen ante las relaciones pragmáticas de Morris, si entendemos al emisor como productor y al receptor como consumidor (en feed-back), al encontrar el punto de conexión en el precio. Las relaciones semánticas se establecen entre las monedas y los bienes que caen bajo su campo, y las relaciones sintácticas se establecen por mediación de sujetos y bienes con otros valores de la moneda u otras monedas extranjeras (una multiplicidad de signos que nos recordaba Bueno). Son relaciones sintácticas las relaciones de contabilidad, a saber, las equivalencias entre los bienes resultantes de las operaciones económicas. La analogía llega a las traducciones entre lenguas, pues cada cambio de moneda a nivel internacional conlleva un reajuste según el valor o paridad entre ellas. Las inconmensurabilidades entre monedas tendrían su correspondencia en las inconmensurabilidades entre las lenguas según el proverbio italiano traducttore, traditore. La diferencia fundamental entre signos lingüísticos y monedas suponen, por el lado monetario la uniformidad cuantitativa, pero sobre todo la traslación de los signos variables (monedas) a los valores (bienes por los que se cambian) al producirse el intercambio, circulando entre los sujetos en dirección inversa a los bienes. La circulación de monedas, es decir, la frecuencia en que ejercen sus funciones semánticas y pragmáticas determina la composibilidad en que se funda su sintaxis. Para aplicar el esquema de Shannon y Weaber, tal composibilidad es, en la analogía lingüística, el producto del feed-back o retroalimentación comunicativa a través de la fuente, del canal, el mensaje, &c. La interrupción de la comunicación sería proporcional a la imposibilidad de la recurrencia del circuito monetario

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en economía; por ejemplo, en analogía con la multiplicidad de mensajes que interfieren entre sí, se entenderían las crisis recurrentes de la superproducción económica. Un vector crítico muy importante vinculado a estas analogías entenderá la corrupción económica en analogía a la corrupción lingüística o conceptual. Desde luego depende del grado de corrupción alcanzado en cada categoría, pero su extensión en el campo práctico podría hacer de la corrupción conceptual (lingüística), una corrupción mucho más dañina que la económica. Por ejemplo, cuando la corrupción conceptual de las acusaciones ideológicas o panfletarias de un “intelectual orgánico”, respeto al contable o al agente financiero corrupto, puedan ser mayores en las “razones” con las que se acusa que suponga “el montante económico” del acusado. Suele ocurrir, que los conceptos del intelectual (orgánico o no) son tan metafísicas o están tan cargadas de falsa conciencia como falsa puede ser la propia moneda que se introduzca en el sistema. Nuestra idea básica considera la moneda nacional análoga a la lengua nacional. Tal supuesto sólo cabe demostrarlo por su capacidad para re-exponer las categorías económicas como se hace con las lingüísticas. La capacidad de las unidades monetarias para expresar el conjunto de categorías económicas o, dicho de otro modo, la posibilidad de expresar cada categoría económica en términos monetarios nos permite identificar el cuerpo de la moneda como el campo mismo de variabilidad por el que circula; aquel donde los bienes y los sujetos se entienden como valores que adopta en cada caso la variable monetaria. Las funciones semánticas de la moneda se cumplen en su referencia a los bienes, aunque su campo de variabilidad sea cuantitativo; más si cabe en cuanto está mediando en la transformación de referenciales o en la identificación de fenómenos económicos como la inflación, la depreciación de la moneda, las burbujas financieras o la economía de guerra. A este efecto es al que va dirigida la pragmática de intervención política y financiera, bien a través de la regulación y la normativa bursátil, laboral o fiscal, los dialogismos mercantiles, las escuelas de negocios, los congresos &c. Hoy día, los agentes económicos no actúan si no llevan incorporada en su arsenal de autologismos el cálculo contable y el juego de fines por los que se dirigen los demás (como supone Von Mises, o Keynes

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con su ley del margen decreciente de la renta y el gasto). En todo caso, la extensión del campo propio de la composibilidad recurrente en una economía determinada se genera y evoluciona en paralelo a las funciones pragmáticas de una lengua sobre su campo. La historia evidencia que en último término es la política quien decide la suerte de las monedas y las lenguas nacionales. Por tanto, dado que cada sistema económico es concreto, en tanto está vinculado a sistemas políticos también concretos, no podemos identificar el cuerpo de la moneda simplemente como el conjunto de ejemplares de la misma, lo que nos sacaría del campo económico y nos llevaría al numismático, donde la moneda deja de ser una relación y se convierte en una “sustancia”, es decir, el conjunto de ejemplares que han servido de variable monetaria, donde la moneda deja de ser variable y pasa a ser el valor de la variable, el valor del ejemplar por el que se puja en las subastas. Creemos que el campo de la moneda es el campo de valores que satisfacen en cada caso su campo de variabilidad, es decir, el de los valores económicos, los bienes. De modo que, como pasa entre significantes y significados lingüísticos, no podemos separar uno del otro. La moneda es una razón, una proporción entre bienes o entre tiempos de trabajo; desconectada de esta función queda en una mera reliquia de anticuario, importantísima a nivel histórico, insignificante a nivel económico; lo mismo que el oro, cuyo carácter económico se lo da su valor monetario, y no al revés. 3. Introducción de un tercer eje monetario o relacional en la Matriz de las categorías de la economía política. La sintaxis gnoseológica de la economía y el papel de la moneda como factor totalizador nos obligan a situar la moneda en un tercer eje que añadiremos a la tabla que presenta Gustavo Bueno en su ensayo de 1972. La razón de su introducción es gnoseológica, pues si el eje de los términos económicos se compone de bienes y servicios, sean fungibles o de producción, junto a materias primas y demás aspectos de la base económica; si los operadores se nos distribuyen en el eje de los sujetos o agentes económicos, ya sean trabajadores, empresas o administración pública; entonces, el eje de las relaciones cabe atribuirlo a la propia moneda en la medida en que no cumple

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únicamente funciones de intercambio en los mercados de abastos o de servicios, sino que tiene funciones de unidad de cuenta y reserva de valor propias, que ni son bienes como tal, ni son operaciones, antes bien forman un eje financiero de mayor relevancia cada vez, un campo mercantil en el que desde el siglo XII se compra y se vende la propia moneda, es decir, un campo de relaciones específicamente económico. Suponer que las operaciones financieras son especulativas (juegos de espejos), fantasmagóricas o inexistentes es lo mismo que eliminar al comerciante o al tendero porque no trabajan ni produce riqueza (como quería Quesnay). Este mercado de valores, ya lo recoge Gustavo Bueno de algún modo, cuando habla de la variable monetaria como signo formal, es decir, la misma moneda como intercambiable. La importancia de este eje revierte en política con la reciente formación de decenas de Estados denominados “paraísos fiscales” (tax haven), sin prácticamente producción y títeres del dominio del dólar norteamericano. Las discusiones en torno a la realidad del eje financiero atraviesan las posiciones sobre la misma realidad que se atribuya a la moneda, lo que compromete la propia idea de relación que se sostenga. Los reduccionismos de la economía entorno a algún “factor” son la constante. El materialismo monetario pone el valor de los bienes en el trabajo como fuente de tal valor, donde la moneda tendrá valor en función de su materia (como Marx pensaba que era el oro), lo demás será un fantasma del capital. El bullonismo atribuye realidad al referente (o bien real) y a los sujetos individuales que los valoran (M1 y M2). El “dinero” no será nada sin su referente de valor real, su reserva en oro. Por el contrario, el formalismo monetario entiende el valor ligado a la convención mercantil o política, puramente nominal, cuyo sentido se establece por los sujetos o el Estado. Tal idea de las relaciones de valor entre los bienes adquiere un componente teórico exento de su referencialidad física. El valor, en cuanto la moneda deriva de la ley, es tercio-genérico (M3). El materialismo formalista en cuestiones monetarias supone ligada la significación monetaria a los valores que adopta (entre los que se encuentra el trabajo). Valores como bienes que caen bajo su campo significativo, es decir, bajo su cuño o forma estatal. La idea de los valores como Instituciones (que aquí adoptamos de nuestra tesis doctoral El

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valor de la axiología, Pentalfa, Oviedo 2014), los entiende en función de los bienes y los sujetos, de modo que su aplicación a las categorías económicas vendrá determinada por las coordenadas políticas de la moneda nacional. El materialismo monetario que sostenemos reconocerá componentes primo-genéricos en las monedas (ya sea el metal o los bits de información bancaria), segundo-genéricos (las operaciones productivas o bursátiles) y tercio-genéricos (la variabilidad lógica como relación económica entre los bienes y los sujetos). Con la fórmula v = f (I, s), entendíamos que todo valor (v) está en función de las instituciones (I, como sistemas materiales de identidad inerciales), donde se insertan las operaciones causales de los sujetos (s). El valor institucionalizado no será más que un efecto o variación de la posición relativa de la institución respecto de otras instituciones y otros sujetos. Si aplicamos la fórmula en economía, el efecto se puede entender de dos modos, pues tanto los bienes como las monedas tienen un valor. Por un lado el bien (b) llevará incorporado su valor en función de su variación respecto de las relaciones institucionales monetarias (M) en que operan los diferentes sujetos (s), lo que se puede expresar con la fórmula V (b) = f (M, s), es decir, el valor cuantitativo de un bien estará en función de la moneda según las operaciones que con ella realizan los sujetos económicos (por ejemplo los reguladores económicos). Pero también puede ocurrir al contrario: el valor monetario (m) será el efecto que las operaciones de los sujetos causan sobre los bienes, V (m) = f (B, s), donde el valor de la moneda dependerá de las operaciones de los sujetos con los bienes (por ejemplo en el mercado de bienes y servicios). Los mercados financieros y el valor de las divisas no son superestructuras entre Estados o modos especulativos vacíos y fenoménicos sin base real, sino que están conjugados con su base productiva y política, como lo está el motor con las bielas y ruedas que canalizan la fuerza de un vehículo (según el ejemplo de Bueno). La estructura esencial que alcanza el desarrollo monetario es el mismo circuito que cierran las líneas fisicalistas y fenoménicas. La política monetaria será el centro alrededor del cual se mueve todo el cuerpo económico, interno y externo a los Estados. Las teorías económicas explicarán tal movimiento desde la ontología teológica (derechos naturales, castigos a la avaricia, gracia divina, &c.), la antropología

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humanista desde las facultades humanas (egoísmo, interés, violencia, defensa de la propiedad, reconocimiento), o el materialismo histórico por la lucha de clases en fases histórico-culturales (relaciones sociales de intercambio, etapas productivas, &c.). Cuando el frente de onda económico se ponga dentro de la sociedad política, encontramos a la economía monetaria funcionando a escala espacial y temporal, determinando materiales productivos propios y ajenos, así como planes y programas pasados y futuros como condición de su recursividad. La escala monetaria extiende el espacio de intercambio y el tiempo hasta donde llegue el valor de la moneda, tras las generaciones y las fronteras. De hecho, desde hace cuarenta años, es el futuro el lugar propio de los mercados de derivados y opciones, los mercados de seguros y la vida de acciones y bonos, un lugar donde siempre apuntó el crédito, el lugar de la praxis ontológica. Veamos los componentes de la tabla de categorías económicas del Ensayo sobre las categorías de la economía política para ver qué supone la introducción de un tercer eje financiero. Según la nomenclatura de la matriz que ofreció Gustavo Bueno, los términos de fila (X) serán los sujetos {1, 2, 3, 4, …, n}, en tanto (i) será agente de demanda (con el Estado como unidad última) y los bienes del Eje Y, B {a Ս b Ս c Ս … Ս m}, con (j) como bien de oferta (junto a la renta nacional como nivel de tipo t). La circulación económica es el factor de la recurrencia del sistema y la diagonal expresa la evolución de los sistemas productivos. Lo que se representa son los mercados de bienes y servicios en los que se cifra el cierre categorial económico, con la reproducción de bienes y sujetos, en la medida en que estos últimos hacen de módulos al consumir (y al reproducirse socialmente), obligando a la reposición del bien (a x 1 = a). El incremento de la Esfera económica que se produce a raíz de la aparición de la moneda, en la dirección diagonal, se desarrolla a través de unos ejes componentes, que despejados nos remiten a otras categorías (principalmente las políticojurídicas y las productivas-técnicas). El “cierre categorial” de la economía como segregación de otras categorías, es decir, su autonomía categorial, crece en función de la propia composibilidad entre un número cada vez mayor de elementos, según un proceso que hacemos consistir en gran medida en las técnicas monetarias (pues desde la aparición de la moneda hasta la constitución de

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la economía como “ciencia” pasan 2.300 años) y la institucionalización progresiva de las relaciones financieras (sigilación, bancos, bonos, papel moneda, acciones, mercados de futuros, &c.). Desde el punto de vista gnoseológico general del análisis de las ciencias económicas la moneda tiene funciones semánticas, pragmáticas y sintácticas, en la medida en que la consideramos como parte del producto relativo que integra a los sujetos y los bienes. Una definición de cada “concepto” con relación a los demás, que no es meramente proposicional, sino que es constitutiva del término en función de las relaciones reales en las que se reproducen (se multiplican) los elementos de la tabla ya sean bienes, sujetos o variables monetarias. Con esto, la existencia de la categoría se mantiene en función de su misma recurrencia interna o cierre operativo (nunca categorial), por ejemplo, cuando Gustavo Bueno llama módulos a los sujetos, en cuanto a la reposición de los bienes y, al contrario. Desde el punto de vista de la gnoseología especial, podemos adscribir a cada eje una función sintáctica, ya sea el orden de los términos económicos en el eje de los bienes, las operaciones económicas en el eje de los agentes, y como veremos, el eje de las relaciones, (que suponemos se establece a partir de la moneda como vínculo que recorre el conjunto de la categoría). Los desarrollos de la economía a partir de la tecnología informática y la matemática financiera no han hecho más que empezar. Si la revolución urbana fue su anuncio, la revolución de las comunicaciones comerciales su desarrollo y la revolución industrial su consumación, donde asistimos a “revoluciones” del sistema productivo cada 50 o 60 años; nuestra época es la revolución financiera (cuando se gesta el Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno). La teoría de la moneda supondría un marco ontológico de bienes fisicalistas, de agentes económicos (psicológicos) y de relaciones contables cuyas figuras relacionan los bienes y los sujetos. Las monedas son instituciones o signos prácticos cuya estabilidad depende de su recurrencia. La imprecisión de la moneda no deriva de su convencionalidad, su variabilidad depende de la producción y distribución de bienes en continuo cambio según las variaciones constantes de la oferta y la demanda, y en último caso de la oferta y la demanda agregada.

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Nuestro propósito consiste en ampliar la matriz añadiendo un eje monetario que contribuya al entendimiento de los propios términos en que se expresa. Lo que añadimos con un nuevo Eje Z, o Eje monetario, y las consiguientes intersecciones no harán sino incidir en la idea de cierre expuesta, identificando cada término (i, j, k) como resultado de sus productos relativos. La moneda como “variable originaria” tendrá un eje propio, o Eje Z, con unidades (k), sin perjuicio de tener funciones diferentes en la circulación conjunta de los tres ejes de coordenadas, cuyos planos no serán más que proyecciones abstractas (planos, ejes, sectores) de la circulación monetaria (tridimensional), a la que hemos denominado Esfera económica: la unidad económicopolítica, inseparable de otras tantas unidades que la rodean en un sistema jerárquico de relaciones internacionales. Presentamos aquí un diagrama mínimo (véase pág. 155). Omitimos categorías y conceptos económicos, para no cargar la imagen, tales como el intercambio (rotación de la diagonal), la oferta y la demanda (que van de eje a eje en cada mercado), las fuerzas de producción que vinculamos al eje de los términos, las relaciones de producción que se estructuran en el eje de los operadores, y muchas otras categorías que explicaremos a continuación. De igual modo, hay que suponer una multiplicidad de esferas rodeando a la de referencia en una especie de sistema gravitacional económico-político. El problema principal que tiene una matriz bidimensional es lógico-material: consiste en la imposibilidad de disociar los ejes de coordenadas. En sistemas tridimensionales la disociación viene posibilitada por el tercer eje, permitiendo explicar relaciones internas a cada eje como producto relativo de sus relaciones con los otros dos. La introducción de un tercer eje monetario permite diferenciar, nunca separar, las relaciones laborales en el eje de los operadores (Si, Sj) o las relaciones productivas propias del eje de los bienes (Bi, Bj), de las relaciones financieras propias del eje monetario (Mi, Mj). Los productos resultantes de la coordinación de los ejes permiten entender la circulación o la rotación monetaria en función de la demanda de consumo o la oferta productiva, propia de los ejes de sujetos (X) y de bienes (Y), o en función la capacidad de ahorro, los modos de pago o los valores de inversión, propios del eje monetario (Z). El análisis gnoseológico de las Esferas económicas resulta del proceso dialéctico

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ANÁLISIS GNOSEOLÓGICO DE LAS ESFERAS ECONÓMICAS

de regressus a un sistema de coordenadas “abstracto” desde el que poder progresar al “fenómeno” económico concreto, real, pues si no se puede separar el bien de su valor o el trabajador de su sueldo, sí se pueden disociar de sus valores funcionales alternativos, debidos a la recomposición de los diferentes factores que en cada caso se den, pues sus ritmos y su funcionamiento son distintos. Las relaciones a las que nos referimos se podrían establecer por diagramas de Euler o por coordenadas cartesianas (por pares que se cortan en un punto). El producto relativo resultante de la tridimensionalidad de la matriz (“ / ”) conduce de unas relaciones a otras simétrica y transitivamente, de modo análogo a lo que ocurre

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en relaciones de otros campos, por ejemplo, en antropología, si ”a es hermano de b y b es padre de c, ocurrirá que a es tío de c”, donde cada término se define (relaciones reflexivas) por los otros. Lo que en economía se produce por la circulación de la moneda. La separación sinecoide entre los elementos de la tabla, consiste en mostrar cómo los bienes no están ligados a un sujeto que los produce o los consume sino a muchos (en realidad al total de alternativas), del mismo modo que no tiene un precio inmutable, sino que sufre modificaciones alternativas de su valor de cambio, del mismo modo que puede ocurrir con las unidades de valor de la propia moneda. Tal coordinación hace a los “términos” libres de otros, pero no del conjunto. Los valores en general, y en particular los valores económicos, indicarían tal propiedad en función de las instituciones (los bienes) donde operan los sujetos; teniendo en cuenta que también se opera sobre las propias unidades monetarias de valor. A este efecto insistíamos en que la pluralidad de instituciones económicas y el enfrentamiento por su jerarquía acarrea cíclicamente la imposibilidad de la recursividad del sistema, obligando a reordenaciones severas. Desde la matriz propuesta podemos re-exponer el valor económico de la fórmula que hemos introducido para definir la idea de valor institucional: V = f (B, S). El valor de un bien estaría en función de las operaciones de los sujetos en los marcos institucionales donde están insertos, y aquellos elementos que satisfagan tal función serán entendidos como dotados de un valor. Si como en este caso, las instituciones son económicas, los bienes que adquieran un precio determinado se les llamará “valores”, precisamente como se llama a los activos financieros en bolsa. Su valor indicará su posición relativa en la jerarquía determinada por su situación económica (sin perjuicio de otras categorías, estética, moral, religiosa, &c.). El valor de un bien no dependerá del sujeto (como entendería el subjetivismo de los valores), sino de muchos sujetos operatorios repartidos en clases de intereses contrapuestos; ni dependerá de la propia institución o esquema de identidad (como entendería el objetivismo), pues tal institución está en symploké con otras muchas, en cuanto enmarcada en unos ejes de coordenadas concretos. El valor económico será el montante monetario que lo relaciona con los sujetos que operan en los mercados y otros bienes con los que está en competencia (teoría funcional o

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relacional de los valores). De este modo su valor se identifica con los bienes alternativos que satisfacen la función en cada momento. Desde luego esto permite que, como indican las gráficas macroeconómicas, los valores sean agregativos y sus dominios marginales, aunque no asuma muchos de sus presupuestos. Como regressus dialéctico desde la realidad económica de partida, estas categorías distinguen unos conceptos de otros, pero no pueden separarlos en la medida en que son funcionales. Es decir, los términos son los bienes, pero un sujeto también puede ser un “bien” económico como “imagen” o “firma” de una empresa; una empresa en cuanto operador, puede producir pero también puede financiarse en bolsa, pueden ser un operador económico a la vez que consumidora de lo que ella misma produce, a la vez que forma parte del sistema financiero; es decir, tiene un valor en bolsa y genera beneficios y pérdidas si cotiza, lo que pasará con bancos o bonos del tesoro. De modo que podemos encontrar compañías de seguros como fondos de inversiones, o empresas de servicios trabajando para el Estado, o todas ellas respecto de su valor en el mercado de valores; pero sin la distinción analítica de los ejes de términos, operaciones y relaciones en que desciframos la composición del campo económico, no habría posibilidad de hacer un mapa de la economía política con una capacidad explicativa capaz de coordinar la categoría. Se suele criticar el eje monetario, reducido a los sujetos (productores) o a los bienes (la riqueza), incidiendo en su carácter “especulativo”, en la medida en que no hay un cambio de la variable independiente (la moneda) por sus constantes, los valores que domina (los bienes); pues lo que se cambia en las bolsas internacionales, es la misma diferencia o variación del valor, es decir, el valor de unos activos por otros. Críticas parecidas se han hecho a cada innovación productiva o financiera, desde los juegos de apuestas que surgen con la moneda en Lidia, al liberto que financiaba empresas en Roma, al inversor de compañías de indias en Ámsterdam, &c. En la actualidad, tal crítica se nutre del gran volumen de transacciones financieras comparado con el volumen de pobreza que desaparecería de repartir ese montante. Sin embargo, no se critican las pensiones (que muchas veces se financian con mercados de bonos del tesoro que te compran los inversores que denuncian), o las apuestas y las loterías (que se

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venden como salidas ilusionantes para el agraciado de las masas de trabajadores). Lo primero que hay que recordar es que, como la misma moneda, la función del eje monetario es política y principalmente redistributiva. Es sabido que, como la misma moneda, las acciones o las bolsas de valores de bonos salen para financiar al Estado (como las loterías comienzan en la Holanda rica y protestante para financiar la guerra contra la Monarquía católica);un Estado que tiene que estar constantemente financiándose en los mercados internacionales para pagar el caro “sistema del bienestar” del que disfruta quien se queja de las malvadas finanzas. Como todo el mundo puede suponer, los problemas de los mercados financieros no se solucionarían con la redistribución de la riqueza, pues esa riqueza desaparece en cuanto desaparece el equilibrio propio de la recurrencia de los mercados nacionales. El problema no es el reparto (que en los países de llegada administran sus mafias o grupos de poder, como ocurre con gran parte de la financiación de los Estados), sino de los costes de producción y los equilibrios de oferta y demanda; la ganancia sin la cual no se produciría nada (lo que vio Lenin a los pocos años de revolución comunista). La donación y el reparto no es una cuestión económica, a no ser como vía de atracción y apertura de nuevos mercados, es una cuestión política y ética, por no decir de (falsa) conciencia. La acusación a las finanzas de realidad fantasmagórica o de monstruo especulativo no se hace desde la economía, ni siquiera en función de las crisis que generan su crecimiento incontrolado en grandes burbujas financieras, porque eso ocurre también con el valor de sus “fundamentales”, el valor de los bienes. Estos fenómenos son “naturales” en la economía de mercado, ya sea por incremento de la demanda, por expectativas de beneficios, &c. Son fenómenos críticos que perjudican a muchos, pero benefician a otros tantos según sus posiciones relativas de poder (en la España de la crisis de 2007 aumentó el número de millonarios por encima de la media). Se oye hablar de ingeniería o industria financiera en la medida en que, como el juego, o la lotería, genera puestos de trabajo y beneficios considerables. La realidad financiera es tan real como las ondas electromagnéticas; decir que son irreales porque no se intercambian por bienes es como eliminar las ondas porque no chocan con la pared. La pregunta es ¿quién las genera y para qué? La realidad

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financiera y su hiper-dimensión actual responde a los intereses políticos de quien “dirige” la economía mundial, en la actualidad los Estados Unidos del Imperio del dólar, donde su circulación es su dominio y la desregulación su modus operandi. 4. Funciones de la moneda según los ejes de las Esferas económicas La clasificación de los conceptos de la moneda era una cuestión que habíamos aplazado por no disponer de criterios clasificatorios claros más allá del nominalismo o el bullonismo (lo que en cierto modo aplicaremos a la diferenciación de las especies del curso de la moneda). En todo caso, nos pareció más interesante responder a la cuestión sobre sus funciones. ¿Por qué se atribuyen cuatro funciones a la moneda? ¿De dónde derivan tales funciones y por qué no se le atribuyen dos o más de cinco? La verdad es que no hemos encontrado respuesta a estos problemas, siquiera los hemos visto planteados. Se enumeran las funciones de la moneda como un hecho o como si fueran usos acumulativos a la espera que se diesen otros para ampliar el número. Con los ejes clasificatorios de las categorías económicas se puede responder a estas cuestiones de un modo muy sencillo. Es decir, nuestra tabla permite clasificar las diferentes funciones que se le adscriben a la moneda en función de los ejes económicos y no como una mera retahíla que se ha ido formando por su suma, sin saber si hay más funciones que desconocemos. Decía Schumpeter que “no hay más remedio que reconocer que las opiniones acerca del dinero son más difíciles de describir que las nubes deformadas por el viento” (Historia del análisis económico, Ariel, Barcelona 2015, nota 19, pág. 337), sosteniendo que el metalismo es inválido y no se puede confundir el origen y la lógica del dinero. Según Vilar, sus funciones son tres: la medida de pago, la medida de valor (índice de comparación entre los bienes) y la reserva de valor. Keynes añadía la “liquidez” como función de la moneda (lo que fácilmente podemos situar en el mercado monetario). A su vez, otros como Juan Marichal añade la de poder de compra y su instrumentalidad política, lo que fácilmente se distribuye en el mercado de bienes y los Bancos Centrales. Mises apuesta por una de sus funciones como originaria:

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“La función del dinero es facilitar el funcionamiento del mercado actuando como medio común de cambio”, al ser “el único bien universalmente admitido como medio de cambio“ (Ludwig von Mises, La teoría del dinero y del crédito, Unión Editorial, Madrid 2012). La tesis general es que hay cuatro funciones básicas de la moneda: la aristotélica medida del valor, el medio de cambio, el depósito de valor y el patrón de pago diferido –la reserva de valor–. Desde nuestro sistema de coordenadas económico, cada plano de intersección correspondería a un tipo de función. La intersección entre el Eje Y de los bienes y el Eje X de los agentes económicos, nos daría las funciones de intercambio de la moneda (aquellas que los economistas puros reivindican como principal y única). La intersección o plano formado por el Eje X de los agentes económicos y el propio Eje Z monetario o fiduciario, nos lleva a la forma de pago como función de la moneda (y que a nuestro parecer está en el origen de la misma). Cuando la intersección se dé entre el Eje Z, o monetario, y el Eje Y de los bienes, producirá el plano donde las funciones que se atribuyen a la moneda se corresponden con la reserva o depósito de valor. ¿Y las funciones de unidad de valor que, de algún modo, suponen todos los mercados y se distribuyen por todos los planos? Esta función la advertimos realizándose en el propio Eje monetario o financiero, en la medida en que lo consideramos como Eje sintáctico de las relaciones económicas, es decir, las relaciones entre los términos (bienes y servicios) y las operaciones (los sujetos económicos). Un problema parecido es el de la clasificación de las especies en que se distribuye la moneda. Charles Rist discute en su Historia de las doctrinas relativas a la moneda y el crédito de 1938 las diferencias entre moneda metálica como pago en mano, letra de cambio como crédito comercial, monedas de papel emitidas por el gobierno (identificables con los créditos) y la moneda de Banco, bien sea como transcripción de cuenta o el billete de banco (identificado con un crédito circulante sin respaldo). Una clasificación similar aparece en La teoría del dinero y del crédito, donde Ludwig von Mises distingue dinero en sentido estricto, en realidad bienes con valor (dinero mercancía, dinero crédito, dinero signo) y sustitutos monetarios, que no son bienes (moneda fraccionaria, depósitos bancarios sin cobertura y billetes certificados de dinero). Se ha llamado moneda al objeto mercancía

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(patrón y reserva) –el oro o la plata–; a la moneda signo o fiduciaria –el papel moneda–; o a la moneda nombre (moneda de cuenta, medida de valor, en referencia a una moneda desaparecida con equivalencias en las diferentes monedas de cuenta y en circulación). Los problemas monetarios resultan de la combinación de los tres tipos de monedas. Como vemos, lo que se entienda por clases de monedas interfiere con lo que hemos llamado filosofía del dinero, una concepción mítica del dinero que confunde dinero y moneda al entenderla surgiendo de los intercambios comerciales y luego del mercado, con independencia del Estado. Por lo que respecta a las clases de moneda, Mises vuelve a confundirlas como meras “representantes” de los bienes, cuando habría que situarlas en el Eje financiero, como formas que adopta la variable lógica para cumplir sus funciones. En todo caso, el problema de los tipos de moneda se responde desde el propio Eje relacional, que a nuestro modo de ver se dividiría en tres tipos lógicos (t): el primero (t1) asumiría las funciones de cambio y modo de pago en el tipo de moneda líquida o bien en formas de crédito bancario, un segundo nivel o tipo de moneda (t2) tendría la forma de valores-variables, correspondiente a funciones de reserva, el llamado cuasidinero, y un tercer tipo o nivel (T) es el de la propia unidad de valor como metro del resto, es decir, el tipo de interés o valor de la moneda, es decir, el modo de generación de la moneda. El tipo de interés, que es el precio del “dinero”, decimos que es moneda en la medida en que su valor es monetario. El tipo de interés es esencial para los mercados de divisas y los mercados internacionales, su tipo básico es el precio oficial del dinero y las entidades bancarias lo suben en sus préstamos. El dinero bancario es el dinero que los bancos prestan (con un coeficiente de caja del 1% en la zona euro) a partir del depositado (del que se conserva el 10%). La oferta monetaria es la cantidad de dinero disponible: el efectivo en mano (que suelen denominar como M1), el depositado en cuentas corrientes y de ahorro (M2), y el cuasidinero (inversiones en pagarés, bonos, letras del Tesoro y títulos bursátiles, activos financieros y similares de las bolsas de valores) (M3) que utilizan los Bancos Centrales. El valor del dinero depende de su valor adquisitivo (lo que se pueda comprar o intercambiar por él), por lo que si suben los precios

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(inflación) el valor de la moneda baja. Hay inflación por demanda (si hay mucha moneda en circulación, o no puede producir más) y por costes (materias primas, &c.). Sin su estabilidad no hay contabilidad posible, pero tampoco hay ahorro ni sueldos fijos. Para medir la inflación se usa el índice de precios al consumo (IPC) sobre una cesta promedio respecto de un periodo anterior. Las relaciones de los productos relativos no conexos, la propiedad más importante que tiene la moneda respecto a su carácter relacional, a saber, su universalidad circunscrita a los ámbitos de vigencia legal, es decir, los Estados, pueden dar lugar a diferentes formalismos económicos. De hecho, han dado lugar a formalismos primo-genéricos (Eje Y), si se basa en los bienes la esencia de la economía: como el que está pendiente de la producción o de la distribución social; a formalismos segundo-genéricos: cuando se entiende la economía en base a la satisfacción del consumidor, del interés del productor o la competitividad de los individuos (caso del liberal von Mises); pero también a formalismos tercio-genéricos, como el macroeconomista que se fija únicamente en fórmulas de interés compuesto o índices bursátiles, olvidando al pobre medio pensionista. Del mismo modo ocurre con los formalismos planos, bien se basen en los bienes y los sujetos (al modo de las teorías del valor subjetivistas del marginalismo); en los sujetos y las finanzas (cuando se entienda que la producción queda del lado del capital financiero); o de los bienes y las finanzas (cuando aparezcan los sujetos alienados por los mercados de la producción y el consumo). Nuestro planteamiento sería el contrario a los planteamientos formalistas en economía, es decir, al intento de reducir la economía a alguno de sus ejes o a varios. Como hemos anticipado en el apartado anterior, nosotros partimos de la interdependencia y la disociación de los términos al formar productos relativos. O dicho al revés, en los productos relativos aparecerán las configuraciones que toman sus relaciones. Es decir, las relaciones entre los elementos y niveles (tipos) de cada eje están mediadas por las relaciones con los otros ejes. Las relaciones entre los sujetos, como las relaciones entre los bienes, pertenecen al campo de la economía, sólo si están mediadas por la moneda. Las relaciones productivas del Eje X son esenciales para entender los sistemas o modos históricos de producción (Eje Y)

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y, al contrario, no se entenderían las relaciones sociales y políticas sin el nivel histórico que haya alcanzado la producción de bienes y servicios. Así, las relaciones económicas nos llevan a relaciones casi sociales o políticas, y a relaciones casi propiamente técnicas o tecnológicas, pues nunca se dan de modo exento, ya que las relaciones “puras” (“especulativas”) entre las monedas siempre implican a los agentes y los bienes. A partir del regressus a los ejes, progresamos de los planos hacia la esfera económica real, pues ejes y planos son una abstracción común a las múltiples esferas económicas. La dirección del regressus ha de ser continua, una vez progresamos hacia las realidades económicas; los cambios son constantes y muy potentes, tanto que afectan a las propias variables del regressus (sean relaciones sociales, factores productivos, valor de las monedas o demás). Esta dialéctica constitutiva de las ciencias económicas, y por ende de la filosofía económica, también afecta a los propios marcos de análisis, es decir, a la utilidad de las teorías económicas, o si se quiere, a su verificación o falsación: léase la crisis del marxismo con la caída de la URSS, el surgimiento de Keynes con el new deal, o el advenimiento de Hayek y la escuela de Chicago, para volver a la keynesiana intervención del Estado en la reflotación de la economía. Desde la teoría de los tres ejes del campo económico podemos explicar “paradojas” del capitalismo como las identificadas por Karl Polanyi. En efecto, Polanyi critica la economía de mercado en cuanto “supone todos los elementos de la industria –trabajo, tierra y dinero– aglutinados” (Karl Polanyi, La gran transformación. Crítica al liberalismo económico, Endymion, Madrid 1989, pág. 128). Sin embargo, nos recuerda también que “trabajo, tierra y dinero no son mercancías”, “ni han sido producidas para la venta” (Ibídem, pág. 130). De modo que, a efectos de la crítica de nuestro economista: que sean mercancías genera tal distorsión en los mercados que destruye la sociedad. Ante tales mecanismos, las sociedades reaccionan en forma de totalitarismos (comunismo de Estado, fascismo, nacionalsocialismo). En realidad, la crítica de Polanyi no es otra cosa que la actualización de la crítica marxista a la economía política, cuando en el Libro III del Capital identificaba como fórmula de la trinidad del valor: la ganancia o interés (el dinero o capital), la renta del suelo

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(tierra) y el salario (trabajo) como una apariencia o mistificación que, en la economía tradicional, ocultaba la esencia del valor trabajo o plus-valor (de la sección 2ª del Libro I)3. Ahora bien, desde nuestros ejes de las Esferas económicas podemos entender la crítica de Polanyi, y con ella la marxista, en cuanto que estarían confundiendo dos niveles de análisis gnoseológicos diferentes, a saber, el que supone las mercancías, los bienes, servicios o valores en general, presentes en los mercados (los planos de intersección de los ejes gnoseológicos) y el que supone los mismos ejes de análisis de los factores del campo económico, que precisamente no son mercancías, pero son indispensables para entender el funcionamiento económico real. No es que, como acierta a ver Polanyi, “permiten organizar en la realidad los mercados de trabajo, de tierra y de capital”, pues de nuevo se están confundiendo los mercados con los ejes, sino que, en su configuración, muestran las diferencias sintácticas sin las cuales no habría posibilidad de la configuración de un “todo económico” con independencia esencial respecto de cada una de sus partes (las relaciones sinecoides que desglosaremos como productos relativos). Tierra, trabajo y capital son los niveles (T) que engloban el resto de las categorías en cada uno de los ejes (respectivamente Y, X, Z). Se muestra así que la crítica marxista, cuando remite a la lucha de clases (y a su final revolucionario como solución), como “esencia” (que la ciencia económica clásica al modo de Smith o Ricardo no percibe), desde nuestros presupuestos gnoseológicos, no es otra cosa que la necesidad que tiene la economía política de incorporar las operaciones de los sujetos como términos de la categoría, que de ese modo imposibilitan su cierre. 5. Desglose del contenido gnoseológico de los ejes económicos Por lo que respecta a los componentes del Eje X, de acuerdo con la capa lógica (t) a la que pertenezcan, pueden ser construidos a partir de los operadores económicos tipo t0, a saber, las familias o los consumidores, de tipo t1, las empresas, las corporaciones, &c. Los sujetos o agentes económicos de necesidades quedan así definidos, 3 Las cuestiones gnoseológicas son aquí fundamentales si, como suponemos con la inversión teológica, la filosofía natural y la economía política van a ocupar el lugar de la teología en el contexto de la racionalidad protestante (problema que tocaremos al final).

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no de modo genérico, (en cuanto seres humanos o personas éticas) sino por identificarse con series de bienes (Eje Y) o con unidades de cuenta variables (Eje Z), las que median en el conjunto de relaciones económicas entre los agentes económicos. El nivel que engloba a los anteriores lo llamamos Tipo T, y lo identificamos con las unidades estatales (administrativas). De modo que podemos definir los términos desde la propia matriz. Los términos del Eje X se definen ahora por su producto relativo en cuanto sujetos económicos, agentes de consumo y de propiedad según necesidades alternativas respecto del Eje Y, pero también respecto al Eje Z, en cuanto agentes de débito, de pago, de ahorro o de derechos y obligaciones fiscales. Es decir, definiremos las relaciones económicas entre sujetos, mediadas por sus relaciones económicas con los bienes y las unidades monetarias sin las cuales no hay vínculo económico (recordemos que estas últimas tienen su propio valor o tipo de interés). El operador corpóreo (Si) se define por los bienes alternativos (Bj) y por su renta o poder adquisitivo (Mk), pues no puede acceder a todos los bienes. Al recorrer el Eje X, las relaciones políticas (derechos de imagen, de propiedad, política fiscal, régimen laboral, &c.) quedan definidas económicamente en su dependencia de la Matriz. Del mismo modo, en el Eje Y, las relaciones entre los bienes quedan mediadas por los sujetos y por las unidades de valor monetario, y en el Eje Z, las monedas en cuanto se vinculan al valor de los activos (no es lo mismo el valor o interés del ahorro, que del crédito, que la moneda en bonos), quedarán definidas en función de las operaciones de los sujetos y los bienes cuyo valor miden y sin los cuales no cabría composición contable. De modo que la definición de los sujetos por los bienes y los bienes por los sujetos, de la matriz originaria, se enriquece considerablemente. Ahora, la identificación de un sujeto como agente en el mercado, se lleva a cabo a través de los bienes y el numerario monetario; la reposición de un bien se definirá en cuanto mediado por su valor monetario (por ejemplo en inversión) y la producción mercantil de su demanda; así como se definirá la contabilidad monetaria por la circulación de los bienes que mide y los sujetos con cuyas operaciones hacen subir o bajar el índice de precios y, con ello, el volumen de numerario en circulación. De hecho, las variaciones de las unidades económicas en cada eje suponen un

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incremento o disminución constante, ya sea de los bienes en función del consumo, de la capacidad operativa de los sujetos según su capacidad adquisitiva o productiva, o del vector monetario, en la medida en que su unidad de valor fluctúa según el conjunto de bienes y los intercambios o velocidad circulatoria que rinden los mercados. Es decir, las relaciones económicas entre dos sujetos (Si, Sj) se definen económicamente (no ética o socialmente) en cuanto están fundados en su relación mutua con otros sujetos (Si , Sk )/(Sk , Sj), o bien a través de los bienes alternativos que consumen o producen (Si, Bk)/(Bk, Sj), o en función de su renta per cápita anual, u otros factores monetarios (Si, Mk)/(Mk , Sj ). El Eje Y comprende la producción, sus coeficientes técnicos, las infraestructuras, el tipo de materias primas, &c. Los bienes, como “soportes de cambio” y “servicios”, equivalen entre sí precisamente “al ser evaluados por una cantidad de dinero” (Ensayo sobre las categorías de la economía política, Gustavo Bueno, La Gaya Ciencia, 1972). Tales bienes y servicios han de ser producidos y reproducidos según un capital variable y un capital constante. Este cierre productivo determina la razón económica en cuanto el hombre no es algo anterior a lo que produce y al modo de producirlo (donde está la moneda). El tipo t0 de este Eje Y se define respecto de los sujetos que entran en su oferta y respecto de las unidades de valor que satisface su demanda. Son de tipo t1 los correspondientes a bienes de equipo (medios de producción) o de capital fijo. Siendo el que corresponde al nivel T (de la faja que recorre los ejes) el que los integra a ambos, el formado por el territorio del Estado (infraestructuras, bienes de interés nacional, monumentos;es decir, la riqueza nacional). Las relaciones entre los bienes (Bi, Bj) se entenderán, no por su utilidad, sino en cuanto están fundados en su relación económica con otros bienes (Bi, Bk)/(Bk, Bj), bien a través de los sujetos alternativos que consumen o que producen (Bi,Sk)/(Sk,Bj), o bien en función de los valores monetarios alternativos de mercado que adquieren (Bi, Mk)/ (Mk, Bj). El eje monetario Z se compondría de relaciones cuya base son los bienes y las operaciones de los sujetos. En su primer tipo t0 se incluiría la moneda corriente, la moneda de cuenta o las monedas en circulación que definen la venta de dinero de las instituciones financieras. El

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Tipo t1 se configura respecto del plano bursátil, acciones en bolsa, bonos del tesoro, preferentes, futuros, warrant, &c. De Tipo T son los reguladores de los mercados, las relaciones normativas del Banco Central sobre opas, tipos de interés, solvencia bancaria, normativas de la CNMV, &c. Podemos citar a V. Mathieu como ejemplo de la división del Eje Z, cuando utiliza una clasificación típica del montante de monedas físicas, (M1) como monedas de los créditos, (M2) como cuentas o depósitos bancarios, y M3 como créditos de otras entidades, formando un total M frente al montón Q de los bienes, a lo que añade la frecuencia de su uso o circulación. Las relaciones de equivalencia entre los valores monetarios (Mi, Mj), el tipo de interés o rendimiento monetario, en cuanto conjuntos de equivalencia (es decir, según las funciones que realizan), estarán fundadas en sus relaciones con otras monedas (Mi, Mk)/(Mk, Mj), o bien a través de los sujetos alternativos que demandan créditos o los pagan (Mi, Sk)/(Sk, Mj), o a través de los bienes alternativos (llamados “fundamentales”) que supone cada cambio de valores, divisas en función del tipo de interés (Mi, Bk)/(Bk, Mj). El intercambio de bienes, la paga de salarios, el valor de un bono… es económico si está mediado por la moneda nacional, si no, es otro tipo de relación (regalos, donaciones, rituales, reconocimientos mutuos, &c.), de valor no económico, sino de valor “sentimental”, estético, ético, práctico, moral, vital, religioso, &c. El “intercambio económico” que se produce en la diagonal principal de la Esfera, la rotación recurrente de la misma adquiere, en cada una de las diagonales de los planos, diferencias operativas muy destacables. Con los materiales o los términos del eje de los bienes (Y), la variable monetaria sustituye al propio bien; sin embargo, tal intercambio no requiere bienes cuando es medio de pago (en el eje X), pues sólo cambia de manos (de cuenta); por ejemplo, cuando el empresario paga al empleado, es decir, por los beneficios monetarios del trabajo. Cuando la oferta y la demanda se realizan sobre la propia divisa, se compran y se venden montantes económicos en función de su valor actual y futuro (sobre el eje Z); entendiendo que se “especula” pues no media trabajo por medio, ni bienes de utilidad, aunque sea dependiente de los llamados bienes “fundamentales”; como se observa porque median empresas, brókeres, mercados, y lo

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que cambia de mano siempre son activos ajustados a su cambio de paridad monetaria, la variable que sustituye el valor del activo. En su función pragmática, las líneas de fuerza fluyen ascendiendo de la microeconomía a la macroeconomía y, al contrario, descendiendo de ésta última; suponiendo unos límites que se dan en la capa del dintorno del sistema y que operan desde su contorno, por ejemplo, en el comercio internacional. Líneas ascendentes y descendentes que se dan en cada eje, acompañan al volumen que adquieren a nivel histórico las esferas económicas, alcanzando tipos de nivel de más o menos importancia en el conjunto de la economía, según el nivel de desarrollo técnico y político. Pero, así como el Estado crece y cambia por la influencia de cada tipo de poder en el conjunto (según la eutaxia que logre alcanzar la composición de poderes militar, administrativo, judicial, &c.), así pasará con el modo de entender cada esfera económica, identificándose con el sector o modo de producción que influya más intensamente sobre el resto (sectores productivos, de servicios, materias primas, financieros, &c.) A nivel antropológico podemos mantener y afianzar el cierre de las relaciones económicas en su eje circular. Otra cosa serán sus repercusiones en las relaciones angulares (las instituciones religiosas por donde circulan) y radiales (economía ecológica, producción animal, &c.). Es a nivel político donde podemos encontrar más aspectos significativos con la ampliación de la matriz. Pero vamos primero a ver en que afecta el nuevo eje monetario a las relaciones puramente económicas, es decir, a la configuración de las categorías y a la explicación de la recurrencia indicada por la circulación monetaria, que queda considerablemente modificada. 6. Los mercados como planos de las Esferas económicas Los valores en cada punto de la matriz se expresan en variables monetarias, pero adquieren funciones distintas según el plano y la dirección de la variable. Éstos se distribuyen en tres planos (abstractos) como proyección de la realidad económica esférica. Los puntos de intersección de los ejes según planos, como modos de análisis de la rotación monetaria para cada tipo de transacción (sea por mercancías, por salarios o por valores), nos servirán para definir los diferentes tipos

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de mercado. Walras tiene como órganon analítico tres tipos de mercados: el de productos y el de servicios productivos, el mercado que determina los precios de los capitales y el mercado de los medios de pago (cada uno de los cuatro con situación de equilibrio); lo que nosotros podemos identificar perfectamente con cada uno de nuestros planos. De un modo general, nuestra matriz permite recoger la clasificación de los mercados económicos según el contenido semántico de la circulación monetaria; a saber: el plano de intersección entre el Eje X y el Eje Y nos da el mercado de bienes y servicios (B, S), el plano de intersección entre el Eje X y el Eje Z nos da el mercado de trabajo y el monetario (S, M) y, por último, el plano de intersección entre el Eje Z y el Eje Y nos da el mercado financiero (M, B). Las relaciones de oferta y demanda adquieren diferentes contenidos y direcciones opuestas según sean los ejes que generan el plano. La dirección de la oferta de bienes va del Eje Y al Eje X, de demanda. La dirección de la demanda de dinero irá del Eje X al Eje Z, que la oferta. Y la demanda de valores irá del Eje Z al Eje Y de los “fundamentales” en que se sustentan. El mercado de bienes y servicios está compuesto por el par (Bn, Sm), cuando se ofrece un bien a un sujeto que supone la demanda por otro (Sm, Bn); lo que puede ser analizado en el Eje X como una relación de compra venta entre sujetos, reflejándose en sus respectivos libros de cuentas como debe o haber. Tal transacción se refleja en el Eje Y de los bienes, como incremento de la demanda para la producción de más bienes similares, incrementando la reiteración de esa línea productiva (el tipo de mercancía que genera mercancías). En todo caso, tales transacciones se hacen a través de un patrón de medida, como es la moneda que ha cambiado de manos, lo que implica consecuencias sobre el Eje Z. El Plano (S, B) a través de M recoge la demanda de bienes y servicios a distintos niveles, según su capacidad y las necesidades históricas de consumo donde, como hemos dicho, cada agente se define económicamente por el eje contiguo. No es lo mismo definir a un sujeto en cuanto consumidor de bienes alternativos (lo que será muy parecido a otro sujeto de consumo) que como sujeto fiscal (donde las diferencias de capital pueden ser abismales). Las empresas son también agentes que consumen, no sólo en la reposición de los factores

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productivos, sino también de otros muchos bienes que implican los medios de producción; lo mismo se puede decir del Estado, a una escala todavía más amplia, pues supone la administración y la gestión directa o por convenios de servicios o bienes nacionales. El consumo implica la reposición de los bienes; tal reposición no es otra que la producción que también se lleva a cabo por los agentes económicos, pero cuya relación la consideramos de modo inverso. La ecuación de demanda agregada nos puede servir para identificar conceptos económicos que estén en este sector. La Renta Nacional (RN = Ss + Alq + Ic + Be), se define por la suma de salarios, alquileres, intereses, beneficios y el conjunto de remuneraciones. La renta por habitante divide la RN por la población (lo que se llama pomposamente medida del nivel de vida). La curva de Lorenz (el tanto por ciento de renta, entre el tanto por ciento de población) nos indica el grado de desigualdad de distribución de la renta (aumentando con la curva). La inversa en el mismo plano (B, S), nos pone ante la producción y la oferta de bienes y servicios fungibles, según los bienes de capital necesarios para la producción, la comercialización y la venta; así como ante el nivel general de riqueza que ofrece el territorio, sean materias primas, infraestructuras, bienes turísticos, &c. De igual modo hay diferentes escalas de producción: a nivel familiar, empresarial, emporios comerciales, multinacionales y el propio Estado. Las gráficas son descripciones de correlaciones de datos, al igual que las igualdades de equilibrio, que, más que leyes o teoremas que se tienen que cumplir, son estados de equilibrio siempre inestables. El PIB es el valor (monetario) total de la producción de bienes y servicios. Un modo de calcularlo suma el consumo, la inversión, el gasto público y las exportaciones menos las importaciones (PIB = C + I + G + (X – M). En una economía “cerrada” el PIB = Y (Renta Nacional) = C + I + G de modo que I = Y – C – G = A; por ello I = A, es decir, la inversión es igual al ahorro (siendo coordinados por el Sistema Financiero). Para medir la velocidad de circulación económica se utiliza el PIB real. Se trata de la medida del PIB basado en los ingresos: PIB = Rl (salario de trabajo) + Rk (Rentas de capital) + Rr (Intereses financieros) + B (Beneficios) + A (Amortizaciones) + (Ii – Sb) (impuestos menos subsidios). El PIB mundial en 2013 se repartía del siguiente modo: EE. UU. 19,3%, China 15,4%, India 5,8%, Japón 5,4%, Alemania 3,7%,

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España 1,6%. Si en el año 1800 había una diferencia de 30 puntos a favor de la zona Asia-Pacífico, frente a la zona del Atlántico Norte, con la Revolución industrial se invierte a favor del segundo; pero a partir de la segunda guerra mundial la diferencia se vuelve a invertir en 15 puntos a favor del primero; calculando que para el año 2050 se espera que vuelva a su estado inicial. Los puntos de intersección en el plano del mercado de trabajo (Eje X), comprende los contratos y transferencias de capital por los sujetos o módulos, que no se consumen como los bienes y servicios y no pueden tratarse al modo de las mercancías, pues el Estado debe garantizar los derechos y la libertad de los trabajadores. Por ejemplo, una empresa no puede obligar a trabajar a sus empleados, sólo cabe rescindir el contrato (quizás el mercado de fichajes en el futbol sea lo más parecido a la “servidumbre”, pues la regulación FIFA es una organización internacional no estatal). Las relaciones económicas que aparecen en el plano (S, M) comprenderán otro tipo de conceptos. El mercado laboral o de trabajo es un mercado especial, pues debe garantizar la libertad de los trabajadores y está regulado por el derecho laboral con modalidades especiales de contratos o convenios colectivos. Las curvas de demanda y oferta de trabajo, (son como las de precio y número de bienes) dependiendo del salario y número de trabajadores, con el punto de salario de equilibrio. Si baja el sueldo hay más demanda, si sube el sueldo hay más oferta. Para el liberal el mercado tiende a eliminar el desempleo bajando los salarios, para los keynesianos es un problema de producción y consumo y el Estado debe intervenir. En el Mercado de Trabajo se suele poner en correlación la ecuación de los salarios y la de los precios. La Ecuación de los salarios (WS), como salario nominal reclamado, entiende que W = Pe · F (u · z), donde Pe es el nivel de precios esperado, u es la tasa de paro y z las variables institucionales de defensa de los trabajadores. La Ecuación de Precios (PS): P = (1 + μ) W / A. Donde P es el nivel de precios, μ el margen de beneficio, W el salario del trabajador y A la productividad del trabajador, implica que W/P sea el salario real o nivel adquisitivo. De donde el Equilibrio del mercado de trabajo (una gráfica con el salario real y el paro como parámetros) es W/P =A/ (1+ μ) que correspondería a la oferta agregada. La oferta y la

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demanda agregada en el mercado de trabajo comprende la oferta, según hemos dicho; y la demanda agregada se calcula respecto del Mercado de bienes (IS), donde (Y = C + Y + G) y el mercado de dinero (financiero) (LM): Ms/P = L (i, Y), donde Ms es la oferta monetaria, P el nivel de precios, L la demanda de dinero, i los tipos de interés e Y el nivel de renta. La gráfica tiene como parámetros el nivel de precios y el nivel de renta. La diferencia del mercado de trabajo, respecto del mercado de bienes, la pone Gustavo Bueno en que la reposición de los bienes es económica, pero la reposición de los sujetos no es económica. De hecho, el mercado de trabajo, según responde a la oferta y a la demanda de trabajo, en función de su volumen, tiene tanto de económico como de político; es decir, es interno a la faja o eje de los agentes económicos, donde una variable no es económica: la del nivel de instituciones de defensa de los trabajadores. Más propia del plano de intersección entre agentes y finanzas (S, M) es el mercado de dinero, es decir, el de la demanda que generan los sujetos o agentes económicos: si se compran créditos, se necesita numerario, o el de la oferta de dinero que los intermediarios financieros del Eje Z ponen en el mercado: si aumenta el nivel de ahorro de las familias, o la rentabilidad de las empresas. La puesta en circulación de numerario por los Bancos Centrales o la política fiscal se organiza en este plano, lugar propio del Gasto macroeconómico y el mantenimiento del Estado del bienestar (funcionariado, desempleo, pensiones, &c.) La dirección del movimiento económico, si va del sujeto a las instituciones monetarias (S, M), en tanto están medidas por los bienes de algún modo, definirá a los agentes económicos tanto por lo que ganan, como por lo que pagan a otros agentes. En este plano, la moneda adquiere funciones como el ahorro, a través de los bancos, las inversiones en acciones empresariales o en bonos del tesoro y la fiscalidad, bien a través de impuestos indirectos (el IVA) o bien a través de impuestos municipales, renta o sanciones. La inversa (M, S) comprende funciones monetarias como el préstamo bancario, la suma de intereses, las ganancias en bolsa o medidas estatales que nutren el sistema del bienestar, como las subvenciones, pago a funcionarios, jubilados, paro, &c. La oferta monetaria total se suele calcular desde la ecuación de cambio o la teoría cuantitativa del dinero según Irving

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Fisher: (MS · V = P · Y). De este modo MS = (1 + e / θ + E) · H, donde e es la relación efectivo-depósitos, θ es el coeficiente de caja (dinero virtual) y H la base monetaria (el dinero emitido). La transacción monetaria en un punto del plano (Mñ, Sm) se entenderá como pago; la transacción monetaria de una cuenta a un sujeto, o al contrario (Sm, Mñ) se entenderán como el cobro que un sujeto recibe. El movimiento dado en este punto del plano se refleja en el libro de contabilidad del Eje X; igual que al comprar un bien o venderlo, como ingreso o como gasto, que en el Eje Z se contabilizará como un cambio en las respectivas cuentas bancarias. En todo caso, esta transacción supone los servicios del sujeto, o la producción de un bien para el contratante en cuanto aumenta su capacidad productiva y demás aspectos involucrados con el Eje Y. Su reflejo en Z es muy importante en lo que concierne a la política financiera de un país (incentivos, subvenciones, gravámenes en cuotas, impuestos, &c.). Cuando la intersección aparece en el plano de los mercados financieros (M, B), lo que se ofrece y se demanda no son bienes, trabajadores o “dinero”, sino valores de esos bienes y servicios, o derivados financieros sobre esos bienes, que ejercen de “fundamentales”. Tales mercados de valores no demandan bienes para consumo o hacen contratos de trabajo (y su normativa es propia, no miran la normativa laboral o mercantil). Lo que intercambian son acciones, bonos, opciones, futuros o, en general, derivados financieros sobre los bienes; de modo que el par (Bn, Mñ) sería aquel punto de intersección en que un valor de un bien es comprado como modo de revalorización por un montante; de igual modo que el par (Mñ, Bn) aparecen como valores sobre un bien: no se compra el bien sino su valor, y el comprador (que es un operador, un sujeto o una empresa) lo hace, no directamente, sino a través de las instituciones financieras, donde queda reservado ese valor a la espera de ser revalorizado y venderlo. El análisis de la transacción repercute directamente sobre el bien (que puede llegar a quedar excluido del mercado) y sobre los montantes económicos de las instituciones de referencia. Por ejemplo, en contratos con apalancamiento se realiza la inversión financiera con un crédito, por lo que hay que restar los intereses a la ganancia. Aquí es donde cabría plantear el problema de la realidad de los mercados financieros, normalmente privados de tal calificativo. La

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realidad de la financiación se atribuye a la financiación industrial, quedando calificada como no-real la compra de activos o la inversión en futuros. Sólo es real el capital que se invierte en la producción de bienes y servicios, como si volviera la idea de que el dinero no genera dinero. El mercado financiero que se basa en la rentabilidad que genera el riesgo no parece ser una operación real, sino especulativa, una ilusión, una apariencia; capital ficticio lo llamó Marx (quien parece que invirtió en bolsa buscando rendimientos fáciles). Sin embargo, todo el mundo sabe el alto papel fiscal de los impuestos sobre juegos y loterías y nadie dice nada. La diferencia se sitúa en la creación física del activo, frente al derecho de propiedad de tal activo, una clara muestra de fisicalismo primo-genérico. Marx entendía como “plétora” de capital, el capital financiero con dificultades de inversión, que tendía a buscar algún interés sin la expansión paralela de la actividad productiva. Otras teorías de los ciclos entienden que se produce cuando se vislumbra algún mercado novedoso y se dispara la inversión. Sin embargo, bancos, empresas, particulares y gobiernos se financian en los nuevos mercados financieros. Del capitalismo mercantil en que se financia la venta, se pasó al capitalismo industrial en que se financia la producción, para llegar, por último, al capitalismo financiero donde todo el mundo se financia. Parece que en EE. UU. las finanzas han reemplazado a la industria como motor del país, llevándose fuera las fábricas y contratando equipos financieros. Las cifras de derivados OTC en los 6.500 bancos estadounidenses alcanzan 200 trillones de dólares según la FED. La Ley de la Banca firmada por Clinton, llamada Gramm-Leach-Bliley Act de 1993 permitió fundir los bancos comerciales y los bancos de inversión (el primero el Citigroup), generando supermercados financieros en los paraísos fiscales, al derogar la ley Glass Steagall Act de 1933. La desregularización que supone la liberalización de fronteras y los mercados de capitales, tuvo como consecuencia principal la titularización de activos. Semejante “ley de la selva” se trató de regularizar por la administración Obama (después de la crisis de 2008) con la Ley Dodd-Frank; una ley que se acaba de derogar por Donald Trump en 2017. La ingeniería financiera de bancos de inversión, fondos de pensiones, compañías de seguros, fondos de cobertura, fundaciones de bancos, &c., incluye Forward (a plazos) o

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futuros, materias primas, bonos, tasas de interés, índices bursátiles, índices económicos o de contaminación (donde se acuerda comprar o vender un activo en una fecha), opciones donde se adquiere sólo el derecho a realizar la operación, CDS (Credit Default Swaps, seguros contra riesgos de cesación de pagos) o Hedge funds (fondos de cobertura), fondos buitre de capital riesgo (muchos de los cuales se financian con los ahorristas que confían en los especialistas para invertir de modo anónimo y “razonable”) y un largo etcétera de instituciones financieras con una larga tradición, que crece sin parar. Los Mercados de futuros son instituciones cuyas funciones se pueden rastrear desde los orígenes de la moneda. El desarrollo histórico de los derivados financieros está marcado por las necesidades de cobertura de riesgos y la especulación mercantil, encontrándose casos de forwards (venta a plazo), clearing (o compensaciones), commodities (mercancías futuras) en formas institucionales incoadas desde los inicios de la historia. A tal efecto, se hacen historias económicas como la que ve cómo en el 1750 a.n.e., en Mesopotamia se discutía el derecho a poder transferir a terceros el producto de una misión comercial (por ejemplo, de compra de esclavos). Los templos eran centros militares y comerciales y hacían funciones compensatorias. Tales de Mileto habría anticipado contratos sobre los derechos de uso de las prensas de aceite esperando el alza de precios. Los contratos a plazos estuvieron muy difundidos por Grecia y Roma para la previsión de trigo egipcio. La primera bolsa de valores se funda en 1409, cuando la familia Van der Beurse puso una pensión para comerciantes en Brügge. En los mercados de Brujas o Amberes se hacían contratos sobre cargamentos de granos futuros en el siglo XVII, al igual que las acciones. Chicago, en 1848, generaba el mayor comercio de pieles y era el eje comercial con el Mississippi, iniciando los contratos de commodities agrícolas. En 1994 se fusionan los mayores mercados con las nuevas tecnologías en el denominado CME Group. (Leandro Fisanotti, “Antecedentes históricos de los mercados de futuros y opciones: cobertura y especulación”, Invenio, 17, 2014). Hay muchos modos de entender los vínculos entre los modos en que se produce el capital. Las relaciones entre capital bancario y el capital industrial se entendieron a principios del siglo XX como la fusión que permitía el imperialismo capitalista; así Hilferding

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(El capital financiero, Tecnos, Madrid 1963) y antes Lenin (El imperialismo como fase superior del capitalismo). La importancia del capital bancario o financiero se acentuaba según se acentuasen las crisis, ganando preponderancia la productividad en caso contrario (P. Sweezy, Teoría del desarrollo capitalista, México 1974). Mandel, en su Tratado de economía marxista (Era, México 1969) entiende que hay una interpenetración entre ambos tipos de capital; Samir Amin, Sweezy, Madgoff o Chesnais dan prioridad al capital financiero. Samir Anim o Chesnais, sostienen que, en los noventa, prima el capital financiero. Mario Bonetti (Capitalismo, desindustrialización y crisis en los EE. UU) entiende que el capital ha dejado la industria y ha ido a las finanzas. Con la liberalización, son entidades privadas norteamericanas las que ponen los estándares de riesgo. Los mercados de divisas mueven en cuatro días lo que los mercados de bienes y servicios en un año, aunque sólo se ejecuten un 5% de los mercados de futuros. Algo parecido se puede decir de las relaciones entre el mercado financiero y el laboral; pues si bien la financiación puede favorecer los mercados de trabajo en economías en crecimiento, como pudiera ser el mercado ibero-americano o el asiático, también da lugar a regularizaciones y subidas de impuestos, como consecuencia de las crisis y las recomendaciones de los reguladores financieros internacionales que intervienen en las economías nacionales como requisito para la refinanciación de los países en crisis. Por nuestra parte, cabe decir que entendemos la industria financiera actual (en sus versiones estocásticas dentro de metodologías β2II), como derivada de concepciones de raigambre protestante (los juegos de azar) que, en todo caso, se fundamentan en la tecnología informática y, en último caso, en conexiones fisicalistas; es decir, que se orientan claramente por el dominio jerárquico del dólar y la marina norteamericana. Lo que nunca ha supuesto mayor secreto. De modo que este plano comprende las relaciones entre bienes y monedas en los mercados financieros a través de los sujetos, con la moneda nacional en sus funciones de reserva de valor, si el eje de la moneda es la propia idea de unidad de valor. Cuando la dirección es (B, M) estamos ante avales o garantías hipotecarias y, en general, ante el referente de todos los movimientos bursátiles y financieros;

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por ejemplo, en el fenómeno de la titularización de activos (seguros, hipotecas, créditos, &c.). Su inversa o recíproca (M, B) nos pone ante el reajuste de valores en los mercados, pero sobre todo ante las inversiones de capital en infraestructuras y bienes de equipo; financiación esencial para la renovación de equipos industriales y todo el aparato productivo. Cuando se trata de relaciones entre los bienes y su unidad de medida, el problema es de circulación general y afecta a más de un mercado o a todos, pues determina conceptos tan importantes como la inflación si sube el valor de los bienes, la deflación si baja, o la estanflación que estaría a caballo entre el paro del eje (S, M) y la inflación en relación a la moneda y los bienes (por ejemplo a raíz de la subida del petróleo en los setenta). La Ecuación de Cambio regularía la circulación de todo el sistema, según la Teoría cuantitativa del dinero, M · V = P · Q, donde la masa monetaria por su velocidad de rotación es igual al índice de precios por la producción de bienes y servicios. Un IPC que se calcula multiplicando los precios nuevos por las cantidades anteriores, dividido por los precios viejos por las cantidades anteriores, y que aumenta proporcionalmente un 2% por año. Si V y Q = cte., y aumenta M se produce un aumento en P (por ejemplo, como aumentó la inflación en el plan cruzado brasileño de 1986). Del mismo modo, se pueden citar como ejemplos de correlaciones constantes entre estos conceptos varios casos más. Si V y Q =cte., la bajada en M supone la bajada en P (como ocurría con la moneda cigarrillo en los campos de prisioneros). Si M y V = cte., y aumenta Q hace bajar a P (caso de las deflaciones por aumento de la producción). Si V = cte., y aumenta M y Q en distinta proporción, aumentará P (por ejemplo en los años 70, en diversos países de Hispano-América). Si Q = cte., y aumenta M y P tenderá a aumentar V (hiperinflación alemana de 1920 del 29.000% mensual, lo que se ha repetido en 56 casos más a lo largo de la historia económica moderna). Un modelo muy utilizado es el modelo IS-LM, un modelo que describe el equilibrio entre la Renta Nacional (la producción) y los tipos de interés, es decir, el equilibrio (igualdad) en una economía “cerrada” entre los mercados reales (IS) y los monetarios (LM), lo que niega la neutralidad del dinero. Tal modelo representa dos curvas

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que se cruzan, la llamada IS (equilibrio entre la Inversión y el ahorro) y la LM (equilibrio entre Demanda de dinero y oferta de dinero). La fórmula Ms/P = L (i, y), nos dice que la oferta de dinero dividida por el nivel de precios es igual a la demanda de dinero que está en función del tipo de interés y de la renta; el primero representa el equilibrio entre renta (Eje X) y tipo de interés para el mercado de bienes (Eje Y), con curva negativa, pues menor tipo de interés lleva a mayor gasto, y la segunda positiva (mayor producción o gasto lleva a mayor tipo de interés), lo que supondría que para desplazar la curva IS se utilizaría la política fiscal y para desplazar la curva LM la política monetaria. Haremos notar al respecto que estos modelos suelen dejar al margen el sistema financiero (Plano M-B), que sólo se trae a colación para explicar la inestabilidad económica. Ahora bien, la imposibilidad de los cierres en economía, derivan de la insuficiencia de los Estados para mantener su eutaxia con independencia del resto de Estados. Un modo en que aparece tal imposibilidad hace que las leyes de equilibrio (como la ley cuantitativa o el modelo IS-LM) se queden en tendencias o modos del “deber ser” económico que no se cumplen. Por ejemplo, habría cierre si todo el ahorro derivase en inversión, cuyo consumo generase de nuevo ahorro en un ciclo estable, pero esto es lo que no ocurre nunca. La causa de tales desequilibrios se encontró en las relaciones internacionales de comercio, donde los ejes monetarios y financieros son esenciales. Según Hobson, la inconmensurabilidad entre el ahorro y el consumo se debía a la depauperada clase media inglesa que no consumía todo lo que producía, lo que obligaba a buscar nuevos mercados de inversión y de negocios en el extranjero. Un modo de explicar el imperialismo colonialista inglés sobre la base del sistema financiero al margen de la circulación interna (John A. Hobson, Estudio del imperialismo, 1902). Uno de los fenómenos económicos típicos es el desequilibrio circulatorio, dando lugar a problemas como la inflación. Los análisis recorren diferentes alternativas: si sube la inflación porque el gobierno inyecta dinero, las empresas pueden subir el precio o aumentar la producción; todo depende de la Estructura de Costes (o nivel de producción): si es baja, se puede producir y con poco coste aumentará la producción, si es alta, las empresas preferirán subir los precios. También puede haber inflación por demanda o por costes de

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producción; en el caso de que pasen las dos cosas hay una espiral inflacionaria. La función o Curva de producción para ver el coste marginal tiene como coordenadas la producción y los empleados (sueldo) primero es cóncava y luego convexa; el punto de inflexión depende del tamaño de la empresa (su maquinaria), a partir de ese punto sale más caro producir. La curva de Philips establece que hay una relación inversa entre la producción y el desempleo. 7. Clasificación de los tipos de mercados A la hora de clasificar los tipos de mercados, frente a la clasificación de los tipos de comercio donde descendíamos del género a las especies comerciales (encontrándonos con el mercado en la cuarta especie), descendemos de la especie a los individuos; es decir, distribuyendo los tipos de mercados existentes (donde vimos que se daba la confusión entre algún tipo de mercado y la idea de comercio). A efectos de tal clasificación, no hemos encontrado más que disyuntivas agrupadas en listas de “lavandería”: mercados mayoristas/ minoristas, nacional/internacional, &c. Destacaremos la clasificación que ofreció Heinrich Freiherr von Stackelberg, un noble alemán de madre española que estudio con Marshall, profesor en la Universidad de Berlín y que en 1944 llega a España para ser uno de los fundadores de Facultad de Economía de la U.C.M. Fue, según Juan Velarde, el promotor intelectual del Plan de estabilización de 1959 (cuando era ministro Fuentes Quintana, con Carrero Blanco y la gente del Opus Dei), dando lugar a lo que se llamó “el milagro español”, con medidas como la estabilidad de la moneda, la liberalización de los mercados, la limitación del gasto público, los créditos externos y la subida de tipos (contra la pignoración de la deuda). Stackelberg clasifica los mercados según el número de demandantes y de oferentes:

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Demanda Oferta Un solo vendedor

Un solo comprador

Varios compradores

Muchos compradores

Monopolio bilateral

Monopolio parcial

Monopolio

Varios vendedores Monopolio parcial Oligopolio bilateral Oligopolio de oferta Muchos vendedores

Monopsonio

Oligopolio de demanda

Competencia perfecta

A nuestro modo de ver, esta clasificación, por cuantitativa, sigue siendo demasiado general, y ofrecería problemas para identificar algunos de estos mercados. El de Competencia perfecta estaría vacío y tomaría como mercados lo que sólo lo son por metáfora, como ocurre con los monopolios por licitación del Estado. La clasificación que ofrecemos por nuestra parte no está exenta de problemas. En principio, no se trata de una clasificación de productos, pues muchos de ellos pasan de un tipo de mercado a otro, por ejemplo, bienes que no son propiamente fungibles como el cinematográfico, se tratan como si lo fueran en las oleadas de distribución, pero luego pasan a mercados secundarios, donde ya no son fungibles. Habrá productos que estén en varios mercados a la vez (el petróleo o las armas, en mercados de materias primas regulados, o bien, en el mercado negro, no regulados). Quizás el problema principal afecta al alcance de los criterios que utilizamos. No es fácil saber exactamente cuando un mercado es estrictamente nacional y cuando tiene proyección internacional; la generalización del cambio de divisas podría ser la diferencia principal. También es difícil establecer la diferencia entre bienes fungibles y no-fungibles. Si consideramos el consumo al instante como bien fungible, el tiempo sería la clave de la distinción; sin embargo, bienes hechos para su desaparición al ser consumidos, pueden requerir meses o años de almacenamiento, como el gas o el petróleo. La regulación también tiene márgenes difusos, incluso si nos refiriésemos únicamente al cobro de impuestos

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indirectos, supuestos los directos. Las dificultades afectan también al campo que abarca la regulación, pues lo que en el mercado nacional está regulado en su proyección internacional podría no estarlo o, al contrario. Habrá mercados que tienen regulado algunos aspectos de su funcionamiento (calidad, agentes, contratos) pero no otros (precios máximos y mínimos, procedencia de los productos, &c.). Igual pasaría con el carácter específico o genérico de los mercados, en algunos casos una tienda puede ser sólo de un bien, de ropa, de calzado, electrodomésticos, pero en otros casos se convierten en mercadillos. No nos podemos detener en el análisis de alguno de estos mercados, aunque su importancia sea decisiva hoy día (FOREX, mercado en red, internet profunda, &c.). TIPOS DE MERCADOS Extensión Nacional

Internacional

Existencias Comercios, Bares, Restaurantes Fungible

No-fungible

Legislación

Alhóndigas, Mercado energético

Certámenes, Festivales

Mercado de la Droga

Hipermercados, Mercado de abastos

Lonjas

Materias primas, Mercado de factores

Mercado pirata

Tiendas, Concesionarios

Subastas, Coleccionistas

Mercado de Fichajes, Mercado de divisas

Mercado de armas, Software libre

Mercado electrónico, Mercado en Red

Mercado gris o negro (Deep red) O.T.C.

Regulado

No-regulado

Mercadillos, Mercado de Alquiler, Bolsas, Ferias Subastas Regulado No-regulado

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8. El comercio internacional desde los planos de las Esferas económicas Si tuviéramos que buscar analogías entre los ejes de las Esferas económicas y las capas de poder del Estado, el eje de los sujetos estaría fundado en la capa conjuntiva, el eje de los bienes en la basal y el de la moneda en la cortical. La distribución podría hacerse desde otros niveles de análisis, pues también los ejes de Bienes y Sujetos son importantes para las relaciones internacionales, con las exportaciones y la inmigración, pero la base tendría que ponerse en el eje monetario (los mercados productivos a nivel internacional son ya una parte “marginal” del volumen de transacciones financieras). De modo que es en el eje relacional, el de los propios signos monetarios, el eje que nos pone en conexión con otras monedas y con los reguladores internacionales, los tipos de paridad y los paraísos fiscales (aquellos Estados prácticamente reducidos al eje financiero, aunque controlados por el Dow Jones y la City londinense, dirigidos por el F.M.I, el Banco Mundial y la O.M.C.). Por este motivo creemos encontrar en el eje relacional o monetario el meollo de las relaciones internacionales de comercio. Conceptos como importaciones (cuando entran productos y sale moneda), y exportaciones (cuando salen productos y entra moneda) están determinando la balanza comercial, que nos indica la oferta y la demanda de los mercados internacionales como exportaciones e importaciones: A – I = X – M (donde A = PIB – C). Lo que determina si el PIB crece o decrece. Conceptos como préstamos y deuda externa son la principal conexión entre capitales que nutren a las organizaciones financieras, lo que hacen de este plano el principal engarce político de unos Estados con otros, un enlace que suele ser angustioso para la economía del país deudor a perpetuidad. Por supuesto, el control de los tipos de interés que lleva a cabo la política del Banco Central (del gobierno) a través de este plano, rige el precio de la moneda según las necesidades, subiendo o bajando los tipos de interés. Esta es la principal razón para poner en las guerras comerciales y de divisas la consecuencia más evidente de las inconmensurabilidades en economía. El Banco Central es la principal institución del Eje Z, controla la inflación (el poder de compra de la moneda), regula la oferta monetaria,

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administra las reservas, emite moneda, es el prestamista de última instancia, (lo que le convierte en garante último del sistema financiero nacional) y regula las entidades financieras. La política monetaria modifica la cantidad de dinero cambiando la tasa de interés de los bancos comerciales, regula el coeficiente de caja de los bancos, disminuyendo o aumentando las reservas exigidas al banco y puede hacer operaciones a mercado abierto al comprar títulos (dejando más dinero en circulación). El volumen del mercado mundial de divisas por día pasó de 890 mil millones en 1989 a más de 5 mil millones en 2013 (tomando datos generales de los últimos años). Por mercados, el de mayor volumen es el londinense (41%), el doble que el norteamericano (20%) y muy lejos Singapur. El Mercado de divisas o mercado de cambios (Forex: Foreign Exchange), FX o Currency Market, en que se trata la compraventa de activos financieros, mueve 5 billones de dólares diarios, lo que hace residual al mercado de bienes y servicios. Los mercados de futuros se introducen en 1972 en el Chicago Mercantile Exchange o bolsa de comercio de Chicago. Es un mercado extrabursátil con centros en las bolsas de Londres, Nueva York y Tokio. Las divisas con mayor volumen de negocios son el Dólar estadounidense con un 87,6%, el Euro con el 31,3% y el Yen japonés con el 21,6%. Y los cruces más negociados entre divisas son EUR/USD 23,0%, USD/JPY 17,7%. El 42% son transacciones entre bancos, el 50,5% entre bancos y firmas financieras. Los principales operadores son las instituciones financieras, bien especulando, dando cobertura o por clientes, compañías comerciales o Bancos Centrales con objeto de estabilizar la moneda. El Forex no está centralizado y opera con una red electrónica global de bancos, instituciones financieras y particulares (a través de Brokers o intermediarios financieros). Del valor total de intercambios, los derivados son el 3,7%, con operaciones al contado de divisas, a plazo (forward, el 70%), opciones de divisas (como Over The Counter), futuros de divisas y Swap de divisas a plazo. El Mercado OTC (sobre el mostrador) cambia divisas, acciones, bonos, mercancías (commodities), sin órgano regulador, se hacen electrónicamente y se graban; consisten en contratos en Mesas de Dinero por moneda nacional y divisas extranjeras, lo que permite a Estados y empresas financiarse de modo alternativo.

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La composibilidad de los factores recae a corto y medio plazo en el Estado y a largo plazo en la inercia circulatoria del movimiento rotatorio de la moneda en la esfera económica. Tal composibilidad será distinta en cada Estado según el modo de producción que lo mantenga en marcha como composición de los factores de producción, a saber: según los bienes que se consuman (agrícolas, de servicios, industrial), el nivel técnico y tecnológico, el nivel de formación, el tejido empresarial, el nivel histórico de las instituciones financieras (templos, bancos familiares, bancos de comercio, de inversión, entidades de crédito) aparecerá un tipo o modo de producción u otro, ya sea sincrónica o diacrónicamente. No hay una división tajante e histórica (como quería Marx) entre modos de producción, al contrario, aparecen mezclados según épocas y países. Las direcciones generales que adopta la pragmática económica pueden ser de menor a mayor influencia según sean ascendentes o descendientes, de las partes mínimas (consumidores individuales, familias, trabajadores) hacia agentes de mayor envergadura o peso económico, como pueden ser las empresas y los cuerpos gestores o administrativos del Estado (como último nivel económico); o pueden tomar una dirección descendente del Estado hacia abajo. La acción-reacción (en analogía con la eutaxia en la sociedad política) del núcleo de la moneda en el contexto semántico de los bienes, los sujetos y sus relaciones de valor, nos indica la importancia relativa de cada Eje y cada nivel de complejidad nos dará un tipo de economía, un tipo de sector productivo, del mismo modo que un tipo de moneda y un tipo de organización empresarial o estatal. En efecto, habrá Estados casi sin territorios (como los paraísos fiscales) que, sin embargo, tengan el eje monetario o financiero hiper-inflado; al contrario, habrá Estados cuya economía sea agraria o de exportación de materias primas (petróleo, gas), cuya política vaya de la extracción a la venta, y con un aparato financiero exterior muy importante (como pueden ser los miembros de la OPEP). Del mismo modo habrá Estados endeudados, sin control monetario, ni productivo y Estados imperiales cuya financiación irradia otros territorios como sus mercados de materias o de productos industriales a través de multinacionales. Lo mismo podemos decir respecto de los movimientos de población, especializada, de consumo, sin

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formación o turística (caso de España y su mercado laboral de peones y servicios turísticos). El tipo de economía se definirá respecto de la importancia de cada parte en el total. En todo caso, la influencia del Estado a través de la financiación, las subvenciones, las ayudas, la formación, &c., será determinante, sobre todo en la llamada economía de guerra, pero también en el cambio de modelo productivo que necesita capacidad de adaptación en sus infraestructuras y en su sistema educativo para incorporarse a las revoluciones tecnológicas de la producción que cada 50 o 60 años se ponen en vanguardia (la reacción del Japón de los años 60 o la China actual son ejemplos paradigmáticos). Frente a la totalización analítica distributiva en lo referente al dinero, la totalización monetaria es atributiva, e incorpora el contexto de la política internacional, pues la pluralidad dialéctica de las monedas es el contexto propio de su campo de variabilidad. El análisis fundamental sobre la venta o la compra de un par de divisas se hace sobre los niveles de tipos de interés bancario, el PIB, la inflación, la producción industrial y la tasa de desempleo, categorías que recorren el conjunto de la Esfera económica. La llamada guerra de divisas trata de suavizarse con equilibrios inestables de paridad entre monedas, antes respecto al oro, ahora respecto al dólar, en todo caso unas respecto a otras; pues, aunque compartan la moneda, no valen lo mismo (las primas de riesgo en el euro se miden respecto a Alemania, quien dirige la política monetaria europea a través del Banco Central Europeo). La distributividad de la moneda (hasta donde alcanza su unidad de valor) tiene como marco contable a cada Estado nación, a no ser que nos refiramos a variables de equilibrio estadísticas como incrementos de la masa monetaria en torno al 2 o 3 % de inflación por año. Los términos del campo económico, como bienes, acreedores, tipos de interés, &c., quedan vinculados a través de una serie de relaciones que son universales, pero no conexas. Las relaciones económicas que se establecen entre ellos, como el intercambio, las deudas, las correlaciones bursátiles, &c., varían en función del valor de la moneda con que se miden. Las operaciones de inversión o ahorro, la financiación o la política fiscal con vistas a la producción o el consumo, se llevan a cabo en términos de volumen monetario nacional, por

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tanto, son relaciones no conexas con otras monedas, antes bien, se hacen a la contra de otras políticas económicas. El estado de alerta financiera es acorde a economías democráticas de políticas del bienestar, con una alta carga administrativa y social. La intervención o no intervención del gobierno, dependerá de las circunstancias de los mercados. El largo plazo puede acarrear a los “ciudadanos calvos” de la metáfora keynesiana un futuro negro. La filosofía de la moneda toma como hecho incontestable la inconmensurabilidad de tipos de cambio, haciendo imposible la armónica idea de circulación cerrada, antes bien envueltas por factores esencialmente políticos. El equilibrio y recursividad dentro de cada Estado supone relaciones con los demás, en una dialéctica sujeta a cambios progresivos o virajes radicales. España, como otros P.I.G.S. periféricos de la zona euro, está atada de pies y manos a los intereses alemanes. Cada esfera económica se ve afectada en su móvil interno por la porosidad de sus planos, y sus mercados se ven sujetos a la circulación de sujetos a través del Eje X, de bienes exportados o importados en su Eje Y, o por deudas económicas o venta de acciones o bonos por su Eje Z. Precisamente es a través de este eje monetario como tiene lugar la llamada guerra de divisas que actúa sobre el valor de las transacciones internacionales, influyendo en el valor de los bienes según fluctúe el valor de la divisa. También en este eje podemos encontrar las instituciones reguladoras de los mercados internacionales, aquellas que se hacen a través de la evaluación financiera; unas instituciones controladas por los Estados Unidos y por tanto con influencia decisiva en la confianza de los mercados. Son instituciones privadas, como las agencias de calificación de riesgos o rating, como Mood´ys, Standard & Poor´s, Fitch, &c., las que dicen al mundo quién manda en economía. 9. Las crisis como imposibilidad de composición recurrente para la circulación monetaria Ahora bien, es evidente que la composibilidad de las categorías económicas está siempre seriamente amenazada. Y también es evidente que cada escuela de economía atribuye una causa distinta a las crisis según sus principios y según el caso que analicen. Por

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poner un ejemplo, frente a explicaciones internas, David Ricardo consideraba los rendimientos decrecientes del suelo como causa de las crisis y su solución pasaba por el Estado, con los mercados coloniales de materias primas (lo que aplica Hegel a la población depauperada). La Escuela Austriaca atribuye la causa de las crisis a los créditos sin garantías y ve su solución en el equilibrio entre producción e inversión y entre el ahorro y el crédito (fácilmente explicables por nuestra tabla), lo que sólo sería posible en una economía cerrada. La Teoría de los ciclos reales (Universidad de Chicago) pone en las variables producto, empleo y tecnología la realidad de las crisis, negando que las variables nominales de la oferta monetaria, los precios y la inflación tengan influencia en las crisis. Marx tiende a considerar los ciclos en economía circunscritos al sistema de producción capitalista, como reordenaciones o ajustes internos del mercado por desajustes entre la oferta y la demanda, pero ajenos a las revoluciones productivas (libro II del Capital). Las revoluciones tendrían más que ver con la introducción tecnológica que dispara la lucha de clases, de modo que por un lado habría revoluciones y cambios de los sistemas de producción en economías de bienes escasos, y por otra, en el modo de producción capitalista, crisis cíclicas por sobreproducción. Nosotros no pensamos que la lucha de clases sea el motor de la historia, por lo que los sucesivos modos de producción caerán bajo la idea de la dialéctica de Estados, verdadera base de las divisiones históricas (por ejemplo, según la pujanza del imperio romano en la antigua, el islam en la medieval, España en la moderna y los Estados Unidos en la contemporánea). Trataremos de los cursos productivos de las técnicas junto a la idea de economía por sobreproducción, actuando desde un principio, si las primeras economías imperiales ya son excedentarias; entendiendo las crisis y las revoluciones en torno a la idea de incomposibilidad productiva. Una incomposibilidad que se manifiesta en el eje relacional y monetario, por lo que se hará necesario introducir cambios en las estructuras estatales a la vez que se producen los cambios comerciales. Nos parece que la idea de revoluciones productivas y la idea de los ciclos económicos no son muy distintas, si bien no se han conectado debido a esquemas duales de la economía como el omnipresente,

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comunismo/capitalismo. Una vez visto el desenlace de la economía planificada, nos parece que la propia idea unívoca de capitalismo se difumina, como se ha difuminado la de comunismo. Desde nuestra tabla, cada fase productiva, por así decir, dependería de la importancia que tenga cada eje de “capitales”: el capital productivo de la tierra, la manufactura, el capital comercial de bienes, el capital industrial, el capital humano o el capital financiero; lo que se coordinará políticamente según las relaciones que alcance su eutaxia. Como detonante de los cambios sin duda hay que poner las innovaciones técnicas, entre las que están las innovaciones financieras en su cruce con otras esencias técnicas procesuales, bien en su desarrollo o en su cumplimiento: la contabilidad, la mecánica, la termodinámica, el electro-magnetismo, el álgebra, la lógica de Boole, &c., pero también factores externos inesperados como las catástrofes o los cursos de otros Estados. Schumpeter introduce la idea de la multiplicidad de factores externos (terremotos, guerras, revoluciones, tecnología, &c.) que explican la economía de modo ondulatorio. Las analogías con la medicina son muy útiles, así dice Schumpeter, un médico no puede predecir si sufrirás un accidente, pero sí puede decir si un enfermo ha muerto por causas internas a su organismo o externas. “La clase capitalista vive de un rendimiento que, excepto para la financiación del consumo, vive de la innovación, y que, por tanto, desaparecería si la evolución económica se detuviera” (Joseph Schumpeter, Ciclos económicos. Análisis teórico, histórico y estadístico del proceso capitalista, Prensas Universitarias de Zaragoza, 2002, pág. 106). Con la analogía médica, define el tipo de interés como “coeficiente de tensión en el sistema”; distingue tres ciclos de Kondratieff (el primero desde 1787 hasta 1842 con la revolución industrial, de ahí a 1897 en la era del carbón y el acero, y por último el de la química, la electricidad y los automóviles a principios del siglo XX), con números enteros de Juglar (10 años) y de Kitchin (cuarenta meses), según ondas generadas por la innovación. Carlota Pérez actualiza la tesis de Joseph Schumpeter al interpretar las grandes ondas de crecimiento económico y transformaciones tecnológicas como “revoluciones tecnológicas sucesivas”; e insistirá en que estas constelaciones de innovaciones radicales también dependen

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del capital financiero (Carlota Pérez, Revoluciones tecnológicas y capital financiero. La dinámica de las grandes burbujas financieras y las épocas de bonanza, Siglo XXI, 2004). Según Pérez la primera revolución tecnológica data de 1771, la Revolución industrial inglesa, con la maquinaria e industria del algodón, las infraestructuras en redes de canales, carreteras. La Segunda revolución de 1829 sería la Revolución del vapor y los ferrocarriles, con máquinas de vapor, minería, construcción de redes de ferrocarriles, servicio postal, telégrafo, grandes puertos y gas urbano (con los mercados nacionales). La Tercera será en 1875, del acero y la electricidad, la navegación mundial por barcos de vapor, las redes transnacionales de ferrocarriles, el teléfono y las redes eléctricas (aparecerá así la Ciencia productiva y las multinacionales). La Cuarta es de 1908, con el automóvil, el petróleo, la producción en masa, la estandarización, los electrodomésticos, las redes de oleoductos y la telecomunicación analógica mundial. Siendo la Quinta y última de 1970, con la era informática y las telecomunicaciones de las redes en internet. Cada fase o paradigma tecnológico pasa por una fase de irrupción y el consiguiente frenesí financiero que lleva a un colapso, de ahí se pasa a una fase de reacomodación o sinergia, para acabar en una última de madurez. “Cada oleada [dice Carlota] representa un nuevo estadio en la profundización del capitalismo en la vida de la gente y en su expansión por todo el planeta (…) El papel del capital financiero es determinante para habilitar los inmensos cambios de rumbo en las inversiones requeridas en cada revolución”; “hacia el período de instalación hay una fase de inversiones frenéticas en nuevas industrias e infraestructura, estimulada por el auge del mercado de valores y acompañada por lo general de una burbuja, cuyo colapso de un modo u otro es inevitable”. Cada nueva economía supone nuevos patrones económicos, “esas transformaciones económicas masivas comprenden procesos complejos de asimilación social; suponen cambios radicales en los patrones de producción, organización, gerencia, comunicación, transporte y consumo, conduciendo finalmente a un modo de vida diferente. Por lo tanto, cada oleada requiere de inmensas cantidades de esfuerzo, inversión y aprendizaje, tanto individual como social. Esta es quizá la razón por la cual todo el proceso toma alrededor de medio siglo para desenvolverse, abarcando más de una generación”. En realidad,

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afectando a todo orden de instituciones sociales y políticas. Entiende que la esfera económica es el escenario del proceso de crecimiento, donde interactúan el capital productivo y el financiero. Más que interdependientes, estas dos formas funcionales de la búsqueda de la ganancia son mutuamente indispensables. La producción real respalda la riqueza de papel; el dinero prestado respalda la innovación y la inversión real. Recordemos que los desajustes entre producción y financiación ya los había introducido Veblen: “Si la relación entre el capital financiero y el capital productivo, efectivamente, pasa por estadios de clara colaboración y de tenso desacoplamiento, los acalorados debates acerca del vínculo entre la economía real y la del dinero serían “ganados” temporalmente por uno u otro bando. Esos cambios de visión fueron observados por Pigou cuando destacó cómo el dinero era visto alternativamente como un simple envoltorio de la producción o como un poderoso “genio maligno”, cuando se pasaba del despliegue a la despiadada instalación y de nuevo al despliegue, alrededor de las dos grandes guerras mundiales del siglo” (Carlota Pérez, Revoluciones tecnológicas y capital financiero. La dinámica de las grandes burbujas financieras y las épocas de bonanza, Siglo XXI, 2004). El problema de la moneda consistiría en mantener su estabilidad interior e incrementarla exteriormente, pues de lo contrario la contabilidad tendrá que modificar el valor de las unidades que registra y contabiliza, haciéndose imposible. Los intereses entre los sujetos económicos suelen ser contrapuestos, ya sean vendedores y compradores, empresas y trabajadores, empresas nacionales y extranjeras; pues la competencia se agrava notablemente cuando, por necesidades del sistema, se introducen flujos de capital, se asientan empresas extranjeras, llega inmigración ilegal o se depende de materias primas exteriores. Ahora, la economía es un factor político entre otros (culturales, religiosos, estratégicos, normativos, &c.), pero que afectan a la moneda nacional, que es la que se regula por la política fiscal y financiera: tasas de interés, tasas a la importación, política de aduanas, venta de bonos, acuerdos internacionales y toda la infinidad de negocios donde interactúan unas economías sobre otras. Desde nuestra matriz, se podría decir que unos ejes estatales absorben o dominan otros ejes y otras economías; por ejemplo, a través

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de la deuda externa, el ámbito de circulación monetaria, los mercados financieros o la prima de riesgo, igual que unas masas gravitatorias hacen gravitar otras a su alrededor. Esto significa que hay muchas posibilidades de colapso o crisis del sistema como incompatibilidad en la circulación de bienes y servicios, que pueden venir por la intersección de los mercados de cualquiera de sus ejes y en cualquiera de los tres niveles en que se dividen. Por ejemplo, en el Eje Z por burbujas financieras (como la crisis de las hipotecas subprime titularizadas en paquetes de activos), pero también por falta de financiación, por errores de política monetaria, &c. Se iniciarán crisis en el Eje X, por problemas laborales derivados de la falta de trabajadores (como se avecina en el futuro próximo de la economía española) o la inadecuación de las empresas en el mercado de exportaciones, &c. En el Eje Y por falta de materias primas (caso de la energía en España) por falta de innovación, &c. Las corrientes circulatorias de los flujos de capital, de bienes, las operaciones a nivel particular, o estatal, el intercambio en función de los mercados de abastos, de financiación, de bonos, serán tan intensas, tan complejas y dependientes unas de otras, que su recurrencia siempre estará comprometida, bien por interferencias ajenas, por superabundancia, por atascos del mercado, debidas a incrementos descontrolados, a factores impredecibles, por intereses frente a terceros, &c. Cabe suponer que el aumento de la población mundial y la mayor producción de los mercados emergentes harán que la dialéctica por confluencia revierta a estados anteriores, en una re-fluencia institucional difícil de controlar, acarreando daños irreparables en sectores o países expuestos a la deriva de los problemas de las grandes potencias. De igual modo se puede hablar de soluciones a las crisis, donde precisamente tiene el Estado margen de acción desde la política financiera (muy restringida en el caso de la moneda única europea); bien en la dirección descendente (caso de la financiación del Estado en Keynes), esperando que la producción de moneda ponga en marcha el consumo y con éste la producción y el empleo; o ascendente, caso de la producción empresarial y la autorregulación de los mercados (según defienden liberales como Hayek o Friedman), si bien aquí el Estado también debe colaborar con la exención de impuestos y la liberación de los mercados.

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El colapso o crisis económica tendrá como foco uno de los ejes o varios, y dentro de cada uno se propagará en las subsecciones correspondientes, afectando más o menos al conjunto según su naturaleza. La clasificación de teorías, o teorías de teorías sobre las crisis, tendrán su punto de aplicación en alguna parte de la matriz o en su conjunto. En este sentido, da la impresión de que cada autor pone causas donde otro pone consecuencias y, al contrario, las correlaciones que supone la circulación en la matriz nos permiten entenderla, de un modo u otro, de acuerdo con la debilidad de cada sector. Por ejemplo, parece aceptarse que el problema de la financiación a través de la plata americana fue el problema que a largo plazo paraliza la producción en España, según dicen, haciéndonos rentistas y dependientes de productos extranjeros, lo que no era más que una distribución imperial que penalizaba a Castilla. También se suele entender que fue en el eje de los bienes de equipo, la revolución tecnológica de la máquina de vapor, el punto en que se adelanta la libra esterlina a nivel mundial, cuando tales bienes se exporten a sucesivos países en formación, junto a la financiación para su compra. Aquí la gama de ejemplos sería extensísima, pero se puede ver cómo, de un modo u otro, afecta al equilibrio general en función de la dialéctica de Estados, en los que se inserta cada configuración económica. Siempre hay grandes beneficiados en cada crisis. 10. Sistema de gravitación de las Esferas económicas según la jerarquía política imperial Concluimos la teoría sobre el cuerpo de la esencia monetaria incidiendo en la importancia del peso relativo que cada esfera económica tiene sobre el conjunto del comercio mundial y sobre cada una de las esferas satélite en particular. Se trataría de enfocar la idea general de “economía-mundo” al circuito de comercio y moneda que se establece en torno a un centro de poder. En palabras de Braudel, cuando habla del Mediterráneo de Felipe II: “El esplendor, la riqueza y la alegría de vivir se reúnen en el centro de toda economía-mundo, en su mismo núcleo. Allí es donde el sol de la historia da brillo a los más vivos colores; allí donde se manifiestan los altos precios, los salarios altos, la Banca, las mercancías “reales’’, las industrias provechosas y las

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agri-culturas capitalistas; allí donde se sitúa el punto de partida y el de llegada de los largos tráficos, la afluencia de metales preciosos, de monedas sólidas y de títulos de crédito” (La dinámica del capitalismo, F.C.E., México 2002, pág. 36). Se trataría de señalar cómo las diferentes esferas económicas gravitan en torno a las potencias o imperios hegemónicos y sus radios de influencia, en competencia con otros radios comerciales y monetarios; es decir, otras “economías-mundo” que duran lo que dura el imperio que las sostiene, ya sean las ciudades-estado o los “estados nacionales” que hacen esta función (Fernand Braudel, Civilización material, economía y capitalismo. Siglos XV-XVIII. Los juegos del intercambio, Tomo III, Alianza, Madrid 1984). La escuela de Berlín, dentro del keynesianismo monetario, ha insistido en la jerarquía política y económica desde “una teoría monetaria de la producción que vincula la esfera real con la esfera monetaria”, pues “cada moneda constituye un sistema de relaciones, un espacio monetario”, de modo que el mercado de divisas establece una jerarquía monetaria (Mathilde Lüken-Klaben y Karl Betz, “Mercado mundial y dependencia”, Cuadernos de Economía, 20, 1989). La dependencia no deriva de la balanza de pagos sino del mercado de divisas, donde una moneda tiene una función externa. Los bancos, como tenedores de riqueza, se endeudan con el Banco Central que le permite prestar sus activos. El mercado de divisas tiene un sistema de precios propio. “En el capitalismo todo gira alrededor del dinero y pueden distinguirse diversas economías, en la medida en que cada una gira alrededor de un dinero diferente” (Ibídem, pág. 61). En el mercado de divisas se demanda una moneda y se oferta otra, siendo el precio resultante la tasa de cambio de una moneda. De modo que el valor y la expansión de una moneda se produce a costa de las otras. “Un país donde la mediación del mercado mundial haya destruido su mercado de crédito y de capital propio habrá perdido el potencial orientador inherente a este mercado y se verá relegado a los últimos lugares en la jerarquía de monedas” (Ibídem, pág. 78), obligado a recurrir a la exportación. Sostienen que el Estado debe intervenir en la producción, descompuesto el mercado de crédito interno, controlando el mercado de capitales y el aumento de salarios. La eliminación del proteccionismo por el

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FMI perpetúa esta situación, pues muchos países son explotados por el mercado internacional de crédito (pagando intereses) al pagar las deudas en moneda extranjera. La dependencia no obedece a la brecha interna o al atraso tecnológico, “las relaciones internacionales de dominación entre diferentes economías monetarias son mediadas por la esfera monetaria, que rige el marco nacional en el que tiene lugar el proceso económico” (Ibídem, pág. 83). Agentes inmersos en la especulación financiera como George Soros “denuncian” la desregulación financiera de los Estados-nación, que entiende como unidad básica de la vida política y social. Trabajan en un mundo donde el principio unificador y dominante de la globalización es el dinero, y el crédito es el factor fundamental para la asimetría del ciclo expansión/depresión, ganando con una desregularización que significa dar paso a la ley del más fuerte (George Soros, La crisis del capitalismo global. La sociedad abierta en peligro, Plaza & Janes, España 1999). Un mecanismo que derivó en los ataques financieros del 2011 a España y donde inversores como el propio Soros da millonarias ayudas a su país (Hungría), mientras busca sacar futuras tajadas en la financiación de las “embajadas catalanas”. La fuerza de un idioma, como la fuerza de una moneda a nivel internacional, está en función de su capacidad para recubrir la red total de relaciones entre otros idiomas o monedas. Como el mayor mercado es el de divisas, y se realiza a través del dólar, igual que las comunicaciones a través del inglés, será esta capacidad la que determina su potencia; es decir, ya no dependerá de su interior (su extensión estatal), sino que será trascendental en la medida en que desborda su esfera propia de circulación. Y si no ¿por qué se sigue hablando inglés en las instituciones europeas después del Brexit? Una explicación sería ésta: De los tres modos que tiene la técnica para trabajar con los materiales de referencia, a saber, la destrucción material, la destrucción formal y la contextual, son las de tercer género las que llevan a cabo la utilización internacional de los idiomas o las monedas, cuando cada Estado no puede imponer su lengua o su moneda a otro, sino que utiliza una lengua o una moneda francas. De este modo, el país emisor consigue que el interés del resto revierta sobre su moneda o su lengua cuando la utiliza. Si desde los acuerdos de Bretton Woods (asumido por los países europeos con el aliento del “comunismo” en

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el cogote), el dólar es moneda de reserva internacional en un 63%, el señoreaje de la economía mundial por el Dólar es “total”; es decir, el derecho de un Banco Central (o la Reserva Federal estadounidense) a emitir moneda, será una fuente de ingresos constante en función de su valor y en función del crecimiento de la economía (la necesidad de emisión). Que Estados Unidos de 2008 a 2012 incremente un 214% la base monetaria y su inflación acumule sólo un 9%, aunque la tasa de interés o precio del bono americano pase del 4% al 1,5%, sólo se explica porque el 70% de los billetes emitidos están fuera de sus fronteras. Toda transacción tiene que hacerse en dólares (y en menor medida en euros), pues se compran dólares al no aceptarse monedas sin valor, y si está muy cara (tiene un interés muy alto) encarece la transacción. Los EE. UU. se pueden endeudar porque sólo tienen que emitir moneda para pagar sin peligro de inflación; si otro país se endeuda, al final tiene que utilizar dólares para financiarse. El capital financiero es el planificador de la producción, el sistema monetario y financiero norte-americano se extiende por el planeta; el capital productivo genera corrientes de valor, el capital financiero decide hacia dónde van los incrementos de valor; a los Estado les corresponde normativizar la acción de ambos polos, si puede o le interesa. Con el cambio de Nixon, desde 1975 a 1990 la concesión de créditos creció de 40.000 millones de dólares a 300.000 millones, y la emisión de bonos se multiplicó por diez. La influencia de Wall Street sobre los centros financieros hace que el tipo de interés norteamericano determine el coste del crédito mundial. Además, como las actividades financieras internacionales en crisis podían ser rescatadas, el coste lo tienen que asumir los Estados prestatarios, haciendo que los EE. UU. se financien con las crisis de los demás países. De modo que las crisis en los Estados débiles afianzan el sistema financiero al fugarse capitales hacia el dólar, con más del 70% de reservas de divisas de los Bancos Centrales, con más del 80% de los préstamos bancarios y el 40% de las emisiones de bonos; es la moneda con la que se paga el 70% del comercio mundial y el 83% de las transacciones en divisas. De modo que el valor de cada moneda dependerá de la del dólar. Esta política monetaria se empezó a llevar a cabo por Paul Volcker con la subida de tipos en los setenta y hoy día no tiene oposición (Peter Gowan, La apuesta por la globalización, Akal, Madrid 2000).

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Los Paraísos fiscales son plataformas para operar financiera y comercialmente en los mercados mundiales, el FMI los llama offshore financial centres (centros financieros extraoficiales). Son países fiscalmente autónomos que no han suscrito convenios bilaterales para el intercambio de información fiscal. Los centros financieros offshore juegan un papel clave en negocios sobre derivados, consistentes en la compraventa de contratos de apuestas sobre movimientos futuros de las cotizaciones de activos financieros o físicos, de la que deriva su cotización (no son valores bursátiles). Los más significativos son Luxemburgo, Hong Kong y Singapur. Este proceso de dolarización es normal con la corrupción de gobiernos, empresas y particulares que se llevan las divisas generadas en su país para no pagar impuestos. Cabría concluir que las relaciones internacionales a nivel económico se denominan “Guerras de divisas”, un modo que integra las guerras comerciales. Paul Volcker destacó que el tipo de cambio es el precio más importante para una economía. Según J. Richards, la principal guerra de divisas se produjo entre 1919 y 1939, pues el gasto de guerra endeuda a Reino Unido, Francia y Alemania, buscando estabilizar la moneda, dado que las deudas se pagan con exportaciones. Se hacen acuerdos para no devaluar la deuda, y en 1944 se estabiliza el orden internacional en Bretton Woods. La segunda guerra de divisas va de 1967 a 1985, cuando la paridad dólar-oro se hizo insostenible y no se pudo seguir convirtiendo el oro en dólares, por lo que en 1971 Nixon suspende la convertibilidad, entrando en una espiral de depreciacióndeflación del dólar, hasta que Paul Volcker preside la Reserva Federal en 1979, sube los tipos de interés, hasta la desestabilización que lleva al acuerdo Plaza de 1985. En todo caso las guerras de divisas son difíciles de distinguir de las comerciales. La devaluación de la moneda favorece las importaciones, el turismo y las inversiones del extranjero, pero dificulta las exportaciones. El proteccionismo, como política económica internacional habitual, intenta controlar el comercio, fijando los tipos de cambio, por el tipo de interés y la cantidad de dinero en circulación (por ejemplo, al comprar divisa extranjera se devalúa la propia). Concluiremos reafirmando cómo el dólar ha sido la moneda de reserva durante el último siglo debido a que los marcos financieros norte-americanos son refugio seguro, permitiendo acumular déficits

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por la financiación de préstamos del resto del mundo a bajo interés, fortaleciéndose durante la última crisis financiera. EE. UU es el principal proveedor de activos seguros del mundo. Tanto la primera “globalización” que va de 1870 a 1914, como la segunda de 1980 a 2008, se entienden en función del incremento del comercio internacional, los flujos de capitales y las migraciones masivas. En la primera, se extienden las multinacionales (principalmente bancos estadounidenses, ingleses y alemanes); en la actual, con la integración de las redes financieras internacionales, en especial los Títulos del Tesoro norte-americanos, hace del dólar una moneda de reserva de valor (lejos del Renminbi chino, hoy en día insignificante, pues la fuerza de su moneda depende de que liberalice el sistema financiero, flexibilice su convertibilidad y liberalice la cuenta de capital), confiando en que la Reserva Federal difícilmente devaluará su moneda, por lo que el eje financiero es la clave de la diferencia entre EE. UU. y China. (Carlos Marichal, Crisis financieras y debates sobre la globalización, IELAT, 2011). El problema de las crisis y la interrupción de la circulación monetaria en función de las dimensiones mundiales nos pone ante el problema de la formación y desarrollo de los ejes de las Esferas económicas, es decir, ante el curso de la esencia monetaria.

Capítulo 7

Sobre el Curso de la moneda en la dialéctica de las Esferas económicas según las fases de la cuarta especie de comercio

Tomamos la idea de curso de la moneda como una unidad atributiva (de múltiples clases distributivas) en la medida en que podemos atribuirle al cuerpo monetario un desarrollo climacológico que se va a ir extendiendo de unos territorios estatales a otros, según se extiende su influencia comercial y militar; sucediéndose las especies en la forma de un proceso gradual, cuyo límite vendría a significar la muerte por consumación de la esencia. Nos proponemos contestar a una cuestión tratada en función de “contingencias” históricas, pero no afrontada de un modo sistemático, aunque la hemos visto planteada de diversas formas: “una de las cosas fundamentales que la teoría monetaria debiera ser capaz de explicar es la evolución del dinero. Si pudiéramos deducir un modelo lógico de las líneas principales de esta evolución, no sólo contribuiríamos al conocimiento histórico, sino que podríamos profundizar un tanto en nuestra comprensión de lo que es el dinero” (J. R. Hicks, Ensayos críticos sobre teoría monetaria, Ariel, Barcelona 1970, pág. 16). Es su carácter lógico, su variabilidad de primer y segundo género, el que nos permitirá afrontar su evolución de modo sistemático. Ambos niveles de variabilidad están presentes desde un primer momento, pero es su institucionalización progresiva en el contexto político, lo que nos permitirá distinguir sus especies. El curso de la moneda no sólo deberá seguir la instauración de Instituciones financieras tal y como reflejan las Historias del dinero al

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uso; bastará con seguir la formación de los ejes propuestos, en cuya diagonal se conectan las instituciones monetarias, políticas (guerras, expansiones imperiales, revoluciones, &c.) y técnicas (los cruces con cursos esenciales técnicos y tecnológicos) para construir su curso. Tal curso es el despliegue del cuerpo, es decir, del campo de variabilidad, o lo que es lo mismo, del conjunto de valores que caen bajo ese campo. El cuerpo de la moneda es su principio mismo de variación. El cuerpo monetario incide en su continuidad estructural y el curso en sus discontinuidades, debiendo explicar sus causas. Lo que nosotros entendemos por género generador se estaría iniciando en lo que Gustavo Bueno llama fase proto-estatal del V milenio; pero será con la diferencia específica de la moneda, a partir de la apropiación y la propiedad, con la aparición de la base territorial y su capa cortical en la fase secundaria o estatal de la sociedad política, cuando la moneda adquiere un papel central en la constitución del Estado-ciudad griego; con lo que podemos ver la correlación, tantas veces indicada por economistas e historiadores de la economía, entre guerra y moneda, al generalizarse el pago monetario a los ejércitos (muchos de ellos mercenarios). La moneda será una suerte de fluido interno que recubre y alimenta la capa basal (por utilizar la metáfora de Quesnay), nutriendo la capa cortical del Estado con las ligas, organizaciones y confederaciones comerciales, las embajadas y las corrientes de esclavos, los emigrantes de un Estado a otro o los esclavos como mano de obra parlante (lo que en el siglo XIX protestante llevará a la acumulación de capital monetario en un grado suficiente como para financiar la producción industrial). Sobresale en este curso, el papel que juega la dialéctica de Estados, a través de la que discurre la historia de la vigencia y extensión de las monedas. Se trata de la cuestión sobre cuál puede haber sido la función originaria de la moneda que encontramos discutida en muchos autores (junto a la discusión de sus funciones principales). Si Keynes la considera sobre todo como depósito de valor, la teoría de Menger supone que toda la teoría económica se basa en las instituciones surgiendo “como resultado de un proceso evolutivo en el que interactúan innumerables seres humanos, cada uno de ellos provisto de su pequeño acervo exclusivo y privativo de conocimientos, etc.” (Jesús Huerta del Soto, Dinero, crédito

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bancario y ciclos económicos, Unión Editorial, Madrid 2009, pág. 24). Nosotros suponemos con Weber que de las funciones de la moneda “la de medio legal de pago es la más antigua”; la moneda nace en la forma de tributos, regalos a los jefes, dote, multas, castigos y sobre todo “para arbitrar medios de pago de carácter militar” (Max Weber, Historia económica general, F. C. E. México 2001, pág. 137). Guerra y lujo de la corte fueron los principales focos de consumo de la nueva industria, la textil para los uniformes y la siderúrgica para la Marina. W. Sombart señala a la guerra como institución decisiva para el desarrollo del capitalismo. Las guerras crónicas eran el estado normal para los ciudadanos griegos de pleno derecho, pues era la fuente de enriquecimiento. Son los Estados nacionales competidores “los que se hallaban en constante estado de lucha, pacífica o guerrera, para conseguir la hegemonía” (Ibídem, pág. 187), los que crean el capitalismo de occidente y lo que un imperio mundial final haría desaparecer. Un analista como Niall Ferguson también sostiene la tesis de que el capitalismo se basa en el nexo entre economía y política; así fueron “los sucesos políticos –sobre todo las guerras– las que configuraron las instituciones de la vida económica moderna: las burocracias recaudadoras de impuestos, los bancos centrales, los mercados de bonos y las bolsas”. La democracia va unida a la extensión de impuestos sobre la renta y la tierra, su lema: “No a la tributación sin representación” (Niall Ferguson, Dinero y poder en el mundo Moderno. 1700-2000, Taurus, 2001). El curso de la moneda, en la medida en que recubre el campo de la economía política, puede servirnos de hilo conductor del desarrollo de los imperios por los que transcurre la “historia universal”, es decir, la idea de imperio en su acepción dia-política. El imperio diapolítico tiene a la moneda como principal enlace entre las partes del mismo (con el idioma en que se inculca la ideología que lo recubre4), su desarrollo en la tributación hace de las guerras su modo de introducción y hace del comercio su consolidación. La guerra toma aquí funciones de equilibrio o de reequilibrio continuo. Sus diferentes especies atenderán a problemas productivos, mercantiles, fiduciarios, 4 Remitimos a la idea de los momentos técnico (en este caso financiero) y nematológico de las instituciones que Gustavo Bueno aplica con maestría a la historia de la filosofía.

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&c.; la dialéctica entre Estados se disparará en conflictos según su base económica y se vehicula en función de las ideologías, sobre todo si son proselitistas. Por ello, nos parece que la idea de imperios diapolíticos recubiertos de una nematología meta-política sólida, permite situar el principal corte del curso monetario en el contexto de la iglesia católica medieval, su incoación por el imperio hispánico y su conformación actual con el Dólar. La diferencia entre imperios generadores y depredadores tiene rendimientos muy importantes en economía, pues, si los imperios generadores incorporan las economías por las que se extienden, a través de la implantación de sus instituciones financieras y su lengua (por la que se hace hegemónica su nematología), los imperios depredadores desarrollan sus instituciones financieras al margen de aquellas por las que se extienden, aumentando la brecha de la dominación al dejar las instituciones de llegada intactas. 1. Sistema de conexiones entre la idea de Mercado y la idea de Estado La analogía de los vínculos entre guerra y comercio, en el plano de las conexiones, es isomorfa a los vínculos entre las formas de Estado y las formas de mercado, en el plano de las relaciones. Las relaciones entre las estructuras estatales y las mercantiles se han entendido de muchos modos. Braudel recuerda que “si de ordinario no se hace una distinción entre capitalismo y economía de mercado es porque ambos han progresado a la vez” (La dinámica del capitalismo, F.C.E., México 2002). En este caso, nos interesa resaltar la historia de las teorías que han ejercitado en la praxis política, los modos en que se han entendido sus vínculos. Por ello, tenemos que partir de la configuración en el mundo contemporáneo de la economía política como ciencia; a saber, la demandada por la propia sociedad política como preparación de los cuadros que están llamados a dirigirla, ya sea en instituciones privadas ya sea en las públicas. Es decir, nos referiremos a las teorías económicas que deben llevar incorporadas necesariamente las corrientes ideológico-políticas que pretenden tomar el mando del Estado; a saber, las corrientes de izquierda y las modulaciones de la derecha que han tenido un papel efectivo en las políticas económicas de Estado. La razón principal es normativa y

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deriva del momento legislativo que dirige la normativa jurídica, la legislación laboral, la dirección productiva o la gestión bancaria omercantil nacional e internacional. Serán, por tanto, formas distintas de entender la conexión EstadoMercado y enfrentadas necesariamente entre sí, dado el carácter esencial que tienen la economía en política y la política en economía. En el sistema de conexiones entre la idea de Estado y la Idea de Mercado, distinguiremos dos modos genéricos de plantear su involucración: bien si se consideran metaméricamente (como clases enterizas), bien si se consideren diaméricamente (como clases o conceptos cuyas partes se relacionan unas en función de las otras). En el primer modo de conexión, nos salen cinco modelos posibles al que enfrentaremos un sexto modelo o conexión diamérica. a. Conexiones metaméricas entre Estado y mercado: Modelo I. Modelo Escolástico/Modelo de los Derechos del Hombre: {M, E} ⊂ HOMBRE (Capa reticular ascendente). Todo Estado y todo mercado está inserto y dirigido por un “tertium” superior. Modelo II. Modelo Liberal (inglés norteamericano): E ⊂ M. Todo Estado se considera inserto en los mercados internacionales. Modelo III. Modelo Anarquista (Límite): E // M. Estados y mercados no tienen puntos de intersección. Modelo IV. Modelo Marxista: E = M. Estados y Mercados se identifican en el capitalismo. Modelo V. Modelo Centralista: M ⊂ E. El mercado económico se incluye en el control estatal. b. Conexiones diaméricas. Modelo VI. Conjugación entre las formas de Mercado y las formas de Estado. Las conexiones comerciales modifican las estructuras estatales y las estructuras políticas modifican las relaciones mercantiles. Pasemos a glosar brevemente las concepciones del mercado y del Estado teniendo presente que modelos metaméricos no serían sino estados parciales dados en formas de gobierno positivas (emic) de la

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secuencia histórica real (etic), que entiende la involucración diamérica efectiva entre las formas históricas positivas. Modelo I. Las teorías que incluyen la política y la economía en un “tertium” envolvente tienden a considerar el Estado y el mercado dependientes de entes trascendentales tales como Dios, el Hombre o la Naturaleza. En la teología dogmática medieval la economía era tratada por los moralistas dentro de las ramas de la teología natural. Los Derechos Humanos promulgados en 1947 entienden los problemas de la economía encuadrados bajo el aspecto ético de la dignidad de la persona humana. También se ha solido encuadrar la economía dentro de una configuración “natural” de la vida. Tratados griegos como los de Aristóteles incluyen el comercio o la producción en formas naturales de generación de bienes; de ahí que se considere el cobro de intereses como antinatural, pues la generación de riqueza agrícola se produce (nace) de la tierra, y la ganadera de los animales, pero la moneda no genera nada por sí misma. Algo parecido se defiende hoy en día por organizaciones ecologistas o naturalistas en el campo productivo, donde se desecha toda la producción artificial (alimentos transgénicos, fábricas de carne animal, componentes químicos de los alimentos, &c.); y los grupos se integran con una “cesta ecológica” común entre productores y consumidores, evitando los impuestos estatales, los mercados y la competencia de precios. La raíz común que podemos señalar en estas formas que subordinan la economía (política) a la naturaleza, a la teología o a la ética la encontramos en su carácter salvífico o soteriológico, donde el Estado y el mercado (“dinero”) no tienen fuerza suficiente para configurar un “sentido de la vida” del individuo o de los grupos de personas, por lo que se consideran subordinados a trascendentales que dirijan categorías políticas y económicas desde un fondo de sentido. Las discusiones sobre el origen del Capitalismo se plantearon en términos de este modelo. La tesis básica de Max Weber sitúa los mercados económicos capitalistas en el contexto protestante, derivada de la moral ascética transformada en búsqueda de la ganancia. La polémica se desató inmediatamente cuando autores como Sombart la identifican con la financiación judía o católicos como Toniolo o Fanfani la sitúan en el Renacimiento de las Repúblicas italianas. En

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todo caso ya hemos citado que es el propio Weber quién habla de las formas de capital en el Medievo. En todo caso, la positividad de la concepción escolástica que subordina la economía a la moral teológica la encontramos ejercida en el Antiguo Régimen, donde se puede atribuir al carácter embrionario del Estado en la formación de los reinos europeos, la práctica inexistencia de poderes estatales de la capa basal. Tanto la gestión, la producción como la redistribución de los bienes tienen un carácter excepcional y su ejercicio está básicamente en manos de particulares como los gremios y la Iglesia (productores, terratenientes, hospicios, hospitales, atención a pobres, cobro de impuestos, &c.). En el momento actual, la ideología que se trata de implementar en la legislación laboral, comercial, fiscal o en la política social, viene determinada desde la Declaración de los Derechos Humanos de la O.N.U., obligando a corregir las políticas económicas de los Estados nacionales que no vayan en la dirección ética y moral de sus artículos. Dentro de este primer modelo en que el mercado y el Estado quedan incluidos en un “tertium”, de un modo más radical si cabe, hay que incluir confesiones religiosas de corte universalista como el islam y su yihad o guerra santa. Modelo II. El primer modo político en que se configura la categoría económica es liberal. La economía política de Adam Smith, Ricardo, Mill y demás teóricos clásicos tenderá a considerar de un modo autónomo, lo que desde Hegel se llamó Sociedad Civil, una transformación de la idea del “pueblo de Dios” cristiana. Será en torno al comercio internacional, las confederaciones de comercio o la propiedad privada como se entienden las estructuras del Estado, a saber, dependiendo de los vínculos con otros Estados. En los mercados internacionales comercian los Estados según las ventajas absolutas o comparativas mediante las que se enriquecen y prosperan las naciones. Desde la estructura de poderes del Estado del Materialismo Filosófico, el comercio se configura en la capa cortical (federaciones de comercio: comercio/contrabando) y el mercado en la basal: producción, gestión, tributación. Gustavo Bueno, al hablar de la capa basal, incluirá “(monedas, mercados, privilegios, …)” (Gustavo Bueno, El mito de la derecha, Temas de Hoy, Madrid 2008, pág.

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43); en este sentido se dice del liberalismo económico: “podría considerarse como una condición gnoseológica de cierre, que requiere la segregación de otros factores (entre ellos los políticos), al menos su subordinación a los económicos” (Ibídem, pág. 232). Sólo de este modo podrían quedar despejadas las concatenaciones estrictamente económicas. “La economía política, en la medida en la cual comportaba el descubrimiento de un campo dotado de leyes propias comenzaría siendo liberal, en su sentido económico” (Ibídem, pág. 237). “Tampoco las leyes económicas [continúa Gustavo Bueno] podrían estudiarse si no fijásemos de antemano su volumen delimitado por el mercado, en función del cual pudiesen analizarse las variaciones de producción, de distribución, &c. Pero este volumen que, según la escala requerida, es el propio de las Naciones Estado”. Nos recuerda Gustavo Bueno que los liberales de derechas (segunda modulación española en torno al gobierno de Isabel II), coinciden con la idea de subsidiariedad del Estado del Antiguo Régimen “propuesto por los pontífices romanos” (Ibídem, pág. 229), alejando al Estado de la planificación central, en una economía de empresas privadas. El liberalismo decimonónico, sin desprenderse de la idea de Estado, lo tiende a subordinar a las necesidades del funcionamiento de los mercados económicos al modo subsidiario o minarquista. El pragmatismo liberal de la “sociedad abierta” acepta un Estado mínimo como mal menor. La cosmovisión del comerciante, del gran terrateniente o del burgués medio, duda de los poderes del Estado que sobrepasen la organización jurídica de los conflictos contractuales y haga respetar las normas de seguridad mínimas. La economía vista desde la empresa será desde el principio contraria a la economía vista desde el Estado. La razón es obvia, los agentes económicos no ven al Estado como un Todo, sino como una parte más de los elementos que intervienen en el juego de los intereses económicos (el gobierno, la banca, &c.). Desde este modelo, los Estados están subordinados al libre juego de las fuerzas y las leyes de los mercados. El fundamentalismo de mercado sería la ideología empresarial “natural” (de acuerdo con el libre comercio), como natural es al contable el horizonte del balance del economato, o natural es la miopía al topo. Una “miopía” que cuando afecta a los

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dirigentes del Estado, les hace cómplices de alguna servidumbre hegemónica extranjera. Modelo III. La consideración del mercado con total independencia del Estado, entendido como una estructura incompatible con el funcionamiento económico óptimo, llega a su límite con el anarquismo, y en concreto con su acepción anarco-capitalista. El enemigo del libre funcionamiento de los mercados es una facción social que se apropia de la legitimidad de la violencia física para coaccionar a los demás individuos, en la medida en que los necesita para la creación de riqueza, que sistemáticamente les rapiña con impuestos, leyes de expropiación forzosa o sencillamente por el expolio. El anarco-capitalismo supone un individuo propietario como límite último hacia el que debería tender la secesión del Estado. La confianza en que los acuerdos entre las partes tienen la fuerza suficiente para mantener las instituciones económicas en marcha, se compagina con la autodefensa individual o social, pero nunca con la formación de estructuras de poder. En todas sus formas de existencia, las tesis anarquistas, desde el siglo XIX con Bakunin y la acción obrera directa contra los poderes del Estado, hasta mediados del siglo XX con la reactivación del anarco-capitalismo por autores como Murray Rothbard, siempre entendieron el Estado como promotor de la mayor amenaza que puede sufrir la propiedad (aunque sea colectiva), el comercio y la vida económica; a saber: la guerra. Guerra y comercio aparecen como absolutamente incompatibles. La existencia del mercado, un lugar donde se ofrecen y se demandan bienes y servicios según el mutuo acuerdo de las partes, no puede asumir la existencia de procesos acelerados de destrucción de bienes y asesinatos en masa. Según el anarco-capitalismo, Estado y mercado son dos formas mutuamente excluyentes de organización social. El verdadero capitalismo es mercantil y sólo con la desaparición de las fronteras nacionales y las guerras, llegará a existir en plenitud la prosperidad y la riqueza que florece en el bullicio del mercado. No encontramos sociedades positivas en que se apliquen los presupuestos anarquistas; sin embargo, aunque se señalen casos aislados en transición (comunales, autogestionados, fronterizos), su incidencia en movimientos sociales y empresariales ha sido notable a lo largo de estos dos últimos siglos, principalmente en Estados a

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los que les asiste un gran ejercito detrás, sobre todo si son imperios depredadores. Modelo IV. La consideración seria y rigurosa de la identidad entre la política estatal y la economía de mercado capitalista se ofrece en El Capital. Carlos Marx, ante la visión de los mercados de capitales a nivel mundial, se da cuenta que la garantía de la propiedad de los medios de producción, esenciales al capitalismo, correspondió siempre y en todas las fases de la producción al Estado. La tesis fundamental de La familia, la propiedad y el Estado de Engels va dirigida a identificar la lucha de clases y la aparición de la propiedad privada en la historia. El manifiesto comunista tendrá como fin correlativo a la tesis anterior:demostrar que el fin de la división de clases en explotados y explotadores pasa por la destrucción del Estado; primero con la dictadura del proletariado y la centralización de la producción; después de un proceso revolucionario socialista, donde no sea el mercado competitivo capitalista el que dirija la vida económica de la sociedad. La identidad entre Mercado capitalista y Estado representativo, donde los gobiernos son el consejo de administración de las empresas, es la que desaparece con la revolución comunista al desaparecer los términos identificados, es decir, con la desaparición del Estado desaparecerá el mercado y, al contrario. Marx verá con muy buenos ojos el comercio internacional en Los escritos del 44, pues con su universalidad efectiva se universaliza la clase obrera llamada a transformarlo violentamente Braudel sigue estas tesis desde perspectivas historiográficas: “Si de ordinario no se hace una distinción entre capitalismo y economía de mercado es porque ambos han progresado a la vez, desde la Edad Media hasta nuestros días”, “el primer capitalismo, donde afirma su fuerza y se nos revela. Y es a la altura de los Bardi, de los Jacques Coeur, de los Jacob Fugger, de los John Law y de los Necker donde debemos ir a buscarlo” (Fernand Braudel, La dinámica del capitalismo, F.C.E., México 2002, pág. 26). Lo que desde nuestro punto de vista serán instituciones económicas distintas, conjugadas con diferentes formas del Estado, en el historiador de la economía aparecen con una unidad procesual: “El capitalismo sólo triunfa cuando se identifica con el Estado, cuando es el Estado. En su primera gran fase, la de las ciudades-Estado de Italia, en Venecia, en Génova y en Florencia,

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la élite del dinero es la que ejerce el poder. En Holanda, en el siglo XVIII, la aristocracia de los Regentes gobierna siguiendo el interés e incluso las directrices de los hombres de negocios, negociantes o proveedores de fondos. En Inglaterra, con la revolución de 1688, se llega asimismo a un compromiso semejante al holandés. Francia mantiene un retraso de más de un siglo: sólo con la revolución de julio, en 1830, se instalará por fin cómodamente la burguesía de los negocios en el gobierno” (Ibídem, pág. 27). Modelo V. El fascismo, el nacional-socialismo y el comunismo “realmente existente” son formas políticas enfrentadas, los primeros de orden nacional, el segundo de orden o intención internacional; sin embargo, paradójicamente comparten, a nivel económico, estructuras centralizadas de poder. Bastaría acogernos a las tesis de Polanyi para señalar cómo ambos sistemas son reacción al liberalismo de los mercados libres y a la depauperación de clases que generan. Los movimientos obreros nacionales (fascismo italiano y nacionalsocialismo alemán) se mueven en orden al control de su “espacio vital”; el comercio internacional debe estar sujeto a las necesidades de la nación, abarcando de algún modo los mercados de los que se abastece. En el comunismo de los planes quinquenales, el control de los mercados no es una realidad reducida a la estructura de producción centralizada de bienes (recordemos que la revolución soviética se extiende absorbiendo otras naciones), pues ya en los años sesenta se mostrarán las necesidades que ligan su desarrollo económico al comercio internacional (acuerdos con la Fiat o la compra de trigo estadounidense). Todavía hoy se entienden los “populismos”, que aparecen principalmente en las naciones periféricas europeas (denominados despectivamente “P.I.G.S.”: Portugal, Italia, Grecia, España), como reacción al funcionamiento inhumano del capitalismo, donde las clases medias y bajas pagan las crisis de los mercados y la corrupción de sus gobiernos. Se trataría de encontrar formas alternativas al neoliberalismo global, que subyuga a grandes masas de población con el paro y las cárceles. La solución, a principios de los años veinte, y ahora, a principio del siglo veintiuno, pasa por el control de los mercados. La concepción que subyace a este tipo de políticas populistas es que los Estados están subordinados al mercado. Se necesita subordinar los

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mercados al poder del Estado para garantizar la protección social y el mantenimiento del estado de bienestar (educación y sanidad gratuitas, pensiones, paro, becas, subvenciones, &c.). El nacional-socialismo comparte con el comunismo la idea de corrupción democrática de los Parlamentos representativos reformistas (“no nos representan”). Las democracias liberales no son más que la consolidación en el poder de las oligarquías empresariales y bancarias a través de la justificación del sufragio universal. Dominar los mercados y subordinarlos a las necesidades sociales del Estado pasa por eliminar la democracia parlamentaria. La fortaleza de los aparatos de Estado es común a toda ideología que considera imprescindible el control de los mercados económicos subordinándolos al pueblo soberano. Desde estos presupuestos se entiende la subyugación de los partidos social-demócratas en casos como la reforma de la constitución que hizo Zapatero por la vía de urgencia en plena crisis de deuda. “Elevar a rango constitucional la limitación del déficit público (…) es un golpe de Estado encubierto de los mercados” (Bibiana Medialdea coord., Quienes son los mercados y cómo nos gobiernan. Once respuestas para entender la crisis, Icaria, 2011). El Estado parlamentario no es más que el modo en que las entidades financieras internacionales cobran sus deudas, es decir, la red estatal con que se pagan los bancos de peces cebados por los créditos internacionales de otros Estados. Modelo VI. Desde posiciones diaméricas, los modelos metaméricos para entender las conexiones entre las ideas de Estado y mercado, aparecen como fases o modos de la conjugación de conceptos según la cual se desarrolla el sistema completo de sus conexiones efectivas (prácticas), así como las teorías que las reducen a alguno de los modos metaméricos que hemos visto: la inclusión en un tercero, la reducción mutua (del Estado al mercado, o del mercado al Estado), su incompatibilidad o su identificación. Desde la tesis que sostenemos, su involucración es constitutiva: no podemos considerar al Estado o al mercado como entes independientes, enterizos o fijos; antes, al contrario, su desarrollo depende de la reorganización de uno en función de los cambios que ocurren en el otro. La idea de conjugación de conceptos con la que nos enfrentamos al conjunto de modelos anteriores, no tenderá a considerar los Estados y

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los mercados como unidades enterizas en armónico desarrollo, como si tuvieran una unidad estructural o procesual susceptible de cambiarse o de marchar por separado. Todo lo contrario: será preciso considerar una multiplicidad de Estados según su fase de desarrollo histórico, en mutuo enfrentamiento por el control de los mercados y los bienes que se intercambien en ellos. La competencia y la diversidad de cambios en los que se ven envueltos, obligan a trasformaciones productivas y estructurales constantes, que a su vez modificarán las conexiones comerciales. Como veremos en el curso de las especies de la esencia monetaria, trasformaciones en los ejes de las esferas económicas (como las revoluciones productivas, políticas o financieras), tienen su lectura desde categorías políticas, obligando a trasformaciones en las capas y las ramas de poder que estructuran el funcionamiento estatal. La tesis sobre el núcleo estatal de la moneda que venimos manteniendo, desde la cual, política económica y economía política son dos modos de considerar lo mismo, obliga a vincular internamente el desarrollo histórico de los mercados económicos junto a las formas de poder conjuntivas, basales y corticales de la dialéctica de imperios. Precisamente, las diferentes fases de la historia se denominaron vinculando el sustantivo estatal al calificativo productivo: Estado esclavista, Estado feudal, Estado capitalista (o el capitalismo de Estado en el comunismo soviético). Nos basamos en la analogía según la cual las formas de comercio van vinculadas a los tipos de guerras, igual que los tipos de Estado son inseparables de los contenidos y las estructuras de los mercados económicos. Cómo se han producido estas concatenaciones es lo que nos queda por tratar. 2. Introducción de la idea de las especies de la moneda Las especies o formas diferenciales en que se despliega la esencia monetaria atenderán al desarrollo de sus aspectos nucleares. Si el núcleo de la moneda lo ponemos en su constitución de variable lógica tratada técnicamente, habrá que atender a los modos de esa variabilidad. Como la variable tiene un grado de universalidad determinado, atenderemos a la velocidad de circulación interna (o frecuencia) y como consecuencia de ésta, a su extensión a otras zonas

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productivas. Tal proliferación podrá llevarse a cabo por homología, reproduciendo el modelo, como creemos que ocurrió en su nacimiento, o por la fuerza de la unidad política que sostenga una moneda, como ocurrió con las monedas alejandrinas en el siglo III a.n.e. Desde luego, el incremento y proliferación de las monedas no será continuo ni homogéneo, pero desde su inicio no tiene cortes. Si desaparece su uso en algunas partes (por ejemplo, en la Britania del siglo V), continúa en otras, sin perjuicio de su re-fluencia a formas económicas preestatales. Pero si los imperios dia-políticos nos dan la clave del curso de la moneda ¿qué variación interna nos permite hablar de diferentes especies?, ¿en qué consistirá su especificidad? Nos parece que aquí nos da la pista, de nuevo, Gustavo Bueno, precisamente en los años en los que se cumple el cambio de especie. El criterio que utilizaremos se basa en el grado de variabilidad de la variable monetaria. Un criterio que incide en la “eterna” discusión sobre la fuente de su valor. Discusión en la que se ha impuesto la “tesis platónica” y que explicamos desde el “formalismo materialista” (cuarenta y cinco años después de su inicio). El funcionamiento racional de la institución y su historia, tendrían cierta analogía en las esencias procesuales en cuanto se atiende a su dialéctica. Las especies tendrán que ver con su núcleo, el grado que alcanza la variable lógica, lo que coincide con el peso respectivo de la materia y la forma de la institución. Desde luego, el tránsito de una especie a otra es gradual, y su límite se alcanza al finalizar su curso esencial, por lo que la esencia desaparece al cumplir su ortogramaticidad. El grado que alcanza tal variabilidad es lo que nos servirá de guía. A este efecto seguiremos de nuevo, las indicaciones de Gustavo Bueno, cuando diferencia la variable lógica respecto de los valores que adquiere; bien porque refiera en un primer grado a la materia que sirve de peso o ley: oro, plata, electro, cobre, &c.; o en su variabilidad de segundo grado, en cuanto se refiere al signo formal de las monedas como unidades de valor convertibles entre sí e intercambiables por los bienes. Esta diferencia de grados siempre se entendió referida a la materia de la propia moneda, que se identifica con el metal como valor intrínseco, a la que se enfrentaba la forma (que desde el nominalismo y el legalismo se consideran sin materia) pura. Nosotros suponemos que la forma es tan intrínseca como la materia. Para el Materialismo

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Formalista que defendemos, tanta “materia” hay en el plomo como en las formas gráficas de lógicos o matemáticos. Cuando la variabilidad de la moneda pierda el respaldo de un bien (oro, plata), como carácter material interno y se atenga a su variabilidad formal (sin respaldo dinerario), tendremos cumplido el paso de la primera a la segunda especie. Este desarrollo atributivo está determinado por una férrea dialéctica entre Estados, la que ha implicado de modo necesario la guerra, a la que va ligada esencialmente. A este efecto, la línea atributiva histórica es insoslayable, y la ventaja productiva y fiduciaria de unos Estados sobre otros es, en muchos casos, irreversible. A la pregunta sobre si esta razón de dependencia es esencial a los procesos productivos económicos o no, cabe responder afirmativamente. A nuestro modo de ver, la moneda, en cuanto variable lógica, aparece con su función, y por tanto, indistintamente del valor concreto que adopte (el bien por el que se cambia); luego, su cuantificación demuestra la objetividad de las proporciones del mundo, las relaciones que establece con la co-determinación de las partes del mundo, a la vez que demuestran la incomunicabilidad entre los distintos estados-monetarios: la variabilidad de la propia moneda, en cuanto signo formal, se identifica con la totalidad de bienes estatales que proporciona su contabilidad, y se distingue del resto de totalidades de Estados de bienes, cuya proporción (paridad) establece con otras monedas. Su curso de circulación espacial se corresponderá, en cada momento, con el curso procesual que haya alcanzado como esencia. La historia del curso de la moneda es la historia de las instituciones financieras; es decir, el desarrollo del capital mercantil, el capital productivo y capital financiero (o industrial y monetario). Coordinando los factores, cabe presentar las revoluciones productivas (en el Eje Y) y las instituciones financieras (en el Eje Z) en el curso de la moneda, de modo paralelo a los cambios políticos (en el Eje X). De un modo muy simplificado, cabe vincular la revolución Neolítica y la contabilidad con la formación de los proto-estados imperiales; la revolución de los metales y la aparición de la moneda con los Estados-ciudad griegos; la revolución Mercantil y los bonos de los Estados-ciudad medievales con la aparición de los reinos europeos; la revolución de las comunicaciones en la Monarquía Católica hispánica y las acciones

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de las compañías de Indias; la revolución industrial y el despliegue de la banca comercial con los Bancos centrales de los imperios depredadores protestantes; y, por fin, la revolución tecnológica y el triunfo de los mercados financieros con el imperio del Dólar. 3. La primera especie de moneda como cuarta forma de comercio en sus fases agraria, comercial e industrial Supuestas las anteriores tres especies de comercio (de carácter impropio por ser ajenos a la compra y venta), entendemos como cuarta especie de comercio a la economía de mercado que aparece con la sociedad política y la moneda. Su progresivo desarrollo institucional se ha solido dividir en función de los tipos de producción: agraria para el mercado antiguo, comercial para el mercado capitalista medieval, e industrial para el moderno. El mercado financiero lo veremos explotar con el desarrollo de los mercados financieros contemporáneos de la segunda especie monetaria. El carácter de mercancía que tiene la moneda, en cuanto a su materia sustancial, ha hecho pensar que su origen era una mercancía y su valor derivaba de ella. Esto le daba cierta autonomía respecto al factor político que se consideraba espurio y ajeno a la esencia mercantil de la moneda. Metalistas o bullonistas siguen considerando la moneda como un tipo de dinero, y el valor del dinero como resultado de su aceptación en el mercado. El oro y la plata en cuanto reserva de valor han ofrecido esta garantía durante mucho tiempo, prácticamente toda la historia de la moneda. Formas de dinero como el cacao azteca, las puntas de flecha, las conchas en Asia, los anzuelos, mandíbulas de perro en las islas Fitji, los discos de marfil, las cuentas de vidrio en África o el arroz en Filipinas, irán desapareciendo de la faz de la tierra: “El triunfo de los metales fue la crónica de una muerte anunciada para el resto” (Del as al euro. Una historia del dinero. VV. AA., Caja Castilla la Mancha, Toledo 2000, pág. 21). Una autoridad como Leandre Villaronga apoya esta tesis, el origen de la moneda está en el pago por parte del Estado, con finalidad financiera (y no económica): cobrar tributos, pagar a soldados, financiar obras públicas (siendo la economía y el comercio sus consecuencias). Con Alejandro el Grande, Cesar y sobre todo

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Augusto, el signo de apropiación aparece en el reverso de la moneda con la efigie del representante estatal. No dudamos que el inicio y el incremento del volumen monetario primo específico, haya dependido de los filones de plata y de oro que se han ido encontrando desde la Lidia de Giges, la plata griega, los metales hispánicos, las vetas centro-europeas del siglo XII, la plata americana del imperio católico o la fiebre del oro norte-americana. Sin embargo, no se puede confundir la materia de la moneda con la moneda. Cuando los estados-ciudad controlan pocos territorios comerciales, y no existe prácticamente política monetaria más que incrementando su acuñación y devaluando su peso, la coincidencia entre el metal precioso y la moneda era una ventaja para su expansión; aunque las monedas corrientes no solían ser de oro y plata. A nuestro modo de ver, la primacía de la materia (tantas veces defendida) corresponde a la primera especie, cuando la moneda abre los mercados con su propia materia comerciable, aunque su núcleo no se identifique con su materia. La materia metálica no es más que una apariencia que tiene como función el campo de valores que recorre cualquier crédito actual únicamente con numerario. De hecho, su carácter de variable desaparecía cuando el valor del oro era mayor que el valor de la moneda de oro, lo que hacía que se vendiese para su fundición, elevando el valor de la moneda con que se pagaba. Con el curso de la moneda, se trataría de indicar la institucionalización progresiva de formas crediticias y monetarias, indicando primero los modos en que aparecen ejercitados; que desde la actualidad podemos llamar modos incoados, como rutinas victoriosas que van cristalizando y asentándose progresivamente. Lo que viene a decir Braudel cuando quiere diferenciar el Capitalismo de otros modos de producción: “En resumen, la economía europea, si la comparamos con las del resto del mundo, parece haber debido su desarrollo más avanzado a la superioridad de sus instrumentos e instituciones: las Bolsas y las diversas formas de crédito” (Fernand Braudel, La dinámica del capitalismo, F.C.E., México 2002, pág. 16). a. Expansión de la moneda en la economía agraria romana Historiadores de la economía o el Derecho suelen seguir a Polanyi en su división de los sistemas productivos en tres tipos: por reciprocidad, distributivos y de intercambio; siendo la economía de mercado una

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subespecie de la última si el mercado fija los precios, si bien hay que contar con los costes de producción, de distribución, &c. La economía romana de los siglos VIII y VII a.n.e. todavía sería una economía distributiva. Con los Tarquinos se construye el “Fórum Boarium” destinado al comercio, donde la garantía estatal aparece marcando los lingotes de bronce. Pero los clanes controlan la tierra hasta el siglo IV a.n.e., excluyéndola del mercado. No será hasta los últimos siglos de la república cuando se lleve a cabo la privatización de la tierra y la homogeneización de los derechos, la circulación de bienes; y se forme el concepto de Dominio como derecho omnicomprensivo, con los mecanismos jurídicos para someter todos los bienes del mercado y la mano de obra. El trabajo clásico de Finley (Ancient Economy), reducía los mercados a los núcleos urbanos, quitándoles peso en el conjunto del imperio por la tendencia general a la autosuficiencia; si bien los grandes terratenientes producían con vistas a los mercados. El Derecho ha demostrado el interés en la preservación de las relaciones. Las últimas investigaciones ponen énfasis en la monetarización de la economía, con la presencia de créditos y la existencia de un mercado financiero para Roma (incluso para la venta de bienes futuros). Así la condemnatio se pagaba en dinero, implicando que las cosas tienen un valor de mercado. Escritos como el Demóstenes contra Lácrito muestran que los procedimientos judiciales –como los dikai emporikai– debían estar escritos; por ejemplo, contratos de préstamo con testigos. De especial relevancia tiene la seguridad del tráfico; por ejemplo, en los sýmbola o acuerdos bilaterales entre ciudades. Como la regulación es estatal, el ámbito era muy reducido. Sólo cuando una o varias comunidades políticas respaldaban el mercado mediante el control monetario, la regulación y la vigilancia de las plazas comerciales, éste era posible (Miguel Gardeñes Santiago, “El marco jurídico del tráfico comercial en la antigua Grecia: un intento de síntesis”, Faventia Supplementa, 2, Universidad Autónoma de Barcelona). Fuera de aquí, sólo era viable el uso de la fuerza. El Senado romano, en el 268 a.n.e., adoptó una moneda común y centró la acuñación en Roma: el denarius (entre bronce y plata) eran diez ases (lingotes de bronce), el sestercio equivalía a un cuarto del denario. Los impuestos iban a las necesidades militares, pero también

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a gastos sociales (distribución gratuita de grano, policía urbana, juegos, termas, abastecimiento de agua, &c.). Según Weatherfourd, en el 269 a.n.e., se introduce el denario fabricado en el templo de Juno; cuando la expansión comercial de Roma se lleva a cabo por un ejército inmenso, creciendo el número de funcionarios con Augusto. La Segunda Guerra Púnica, del 218 al 206 a.n.e., trae a la península ibérica el aumento del comercio, consolidando y generalizando el uso de la moneda. De este modo se incrementan los artesanos, los esclavos, el pago de tributos y los arrendamientos con la jerarquía financiera de la autoridad local. Después de los soldados llegan los mercaderes. Será precisamente la moneda la que permite hacer una historia económica: “al ser la moneda el único elemento estatal continuo del que disponemos hoy, es en ella donde podemos estudiar la evolución epigráfica, lingüística, religiosa, iconográfica, ideológica de los comunidades ciudadanas” (Jack Weatherford, La historia del dinero. De la piedra arenisca al ciberespacio, en Andrés Bello ed., Santiago de Chile 1997). En el siglo III, la población romana está acostumbrada al uso de la moneda, y parte de los impuestos se exigen en moneda; la onerosa burocracia y el costoso ejército necesitan la buena administración de las cecas. Con Augusto, los tresviri monetales son los responsables de las acuñaciones. Figuras como el procurator monetae con Trajano, el rationalis summae regien en la época de Tiberio como máximo responsable de las finanzas, el curator y el procurator fisci con Aureliano, son cargos administrativos que controlan el volumen de la moneda. Diocleciano encarga a un gabinete económico la extracción, la fabricación y la distribución de la moneda. El imperio Oriental y Occidental, dividido en unidades administrativas y fiscales, contaba con cecas y thesaurus en cada diócesis. En cada caso, el responsable será nombrado por cada nuevo emperador según su máxima confianza y cercanía, dada la importancia del cargo. La figura del comes sacrarum largitionum, con Constantino, reorganiza y centraliza todo el sistema monetario, reflejado en el reverso de la moneda, con el lema Gloria exercitus (Miguel García Figuerola, Administración y moneda en el siglo IV, Studia Histórica, vol. XII). Se normativan la marca, la talla, el peso de ley, la leyenda y la imago imperial, así como

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las emisiones de cada ceca, pues el patrimonio del oro es estatal. Hay práctica unanimidad en que la apertura de cecas, como hemos visto en Hispania, en la Galia y en Britanniae va acompañada al abastecimiento de las tropas. El estado romano asegura así un sistema fiscal y una estructura administrativa y financiera, sin entrar en la vida social y espiritual. Se eliminan las compañías privadas de recaudación publicani y se elabora un censo. Los tributos se establecieron sobre pueblos sometidos para mantener el ejército, pues el sistema fiscal romano era sobre impuestos indirectos (Pilar Fernández Uriel, Algunas precisiones sobre el sistema fiscal romano, Espacio, Tiempo y Forma, Serie II, Hª Antigua, t. 8, 1995). Las ferias romanas no disponían de un sistema de pago y de crédito como el de la baja edad media. Los santuarios romanos no eran estructuras económicas y administrativas independientes al estilo griego. En los últimos siglos del imperio, la autosuficiencia de los grandes latifundios (el ideal romano) se bastaba con una feria interregional anual para los intercambios básicos. La Ley de las XII Tablas es la primera fuente jurídica para asegurar la paz en los mercados y el cobro de impuestos, base de todos los impuestos medievales en Europa. En la época de Cicerón, Senadores, caballeros y otros notables, prestaban dinero a interés, con intermediarios financieros fuera de Italia. En la época augusta se prestaba a comerciantes o se hacían con ellos contratos de sociedad, antecedente de las comandas medievales. Casi todos los banqueros, cambistas y cajeros profesionales eran libertos en los primeros siglos del imperio, formando pequeñas sociedades. Se llamaban argentarius, nummularius, trapezita (en el siglo IV a.n.e.), y nummularius y coactor argentarius, a cambistas, ensayadores de monedas, intermediarios en subastas, a finales de la República. Se trataba de empresas privadas; y sólo en crisis económicas en que se ralentizaba el crédito, como en la época de Tiberio, se organizan bancos públicos bajo la dirección del Estado para dar créditos a personas solventes. Las societas argentarioum estaban obligadas a la conservación y exhibición de la contabilidad (María Teresa García, “Visión casuística del comportamiento de los inversores financieros en Roma unidos por un vínculo societario: sus redes de comunicación”, en As relações comerciais: a contribuição de Roma à globalização conemporânea, vol. 1, Editora Lumen Juris, págs. 131-150, Río de

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Janeiro 2016). A finales de la República, los negocios financieros formados por un comandatario y por los que aportaban el trabajo y la industria, no eran muy numerosos (a diferencia de las “societas publicanorum”). La obligación (nexum) entre el prestamista y los intereses, que alcanzaban el 10 % anual, podía llevar al prestatario a la esclavitud o la muerte. La Pax Romana de finales de la República y el Imperio llevó al auge del comercio y se duplicó la población: de 60 millones en tiempos de César, a 120 millones a la muerte de Marco Aurelio (180 d. n. e.). Cuando Roma deja de hacer la guerra y sacar botines, entra en crisis fiscal, monetaria y económica. En la República los impuestos los recaudaban los gobernadores de las provincias, que eran los mismos Senadores, asociándose en empresas. Con la llegada del imperio los gobernadores eran caballeros Équites, que tenían que rendir cuentas al Emperador. Desde el último de los Severos (235 d. n. e.) hasta Diocleciano en el 284, Roma sufre una crisis (como en el último siglo y medio de la República, desde Tiberio a la batalla de Actium en el 31 a. n. e.). En el siglo I de la expansión y la Paz Romana augusta hasta Adriano, no comienza la política defensiva. Diocleciano suspende el denario e introduce el argenteus, reestructurando la economía; sintoniza la moneda y en el 301 emite un edicto de precios, decretando la reglamentación de precios y salarios. Con la caída del Imperio romano, en occidente se produce un parón y un estancamiento económico-político aunque no así en el Imperio de Oriente u otras partes de Asía o Medio Oriente, donde continúa la inercia de estas instituciones. b. Desarrollo mercantil en los imperios medievales y modernos. Para Schumpeter, la empresa capitalista (contra agricultores y artesanos) comienza en el siglo XIII con grandes negocios, especulación con mercancías y capitales, altas finanzas, &c. La prueba está en el desarrollo del derecho del papel negociable y los depósitos “creados”. “La sociedad de los tiempos feudales contenía todos los gérmenes de la sociedad de la edad capitalista” (Historia del análisis económico, Ariel, Barcelona 2015, pág. 119). La novedad está en el beneficio mercantil, donde el dinero ya no es estéril, pues es condición para entrar en el comercio (y esto ya no es aristotélico).

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Nosotros sostenemos que el contexto de la Iglesia medieval, como institución supraestatal, (en realidad un imperio dia-político, con posesiones en los reinos europeos por los que se extiende), ejerce de catalizador de las instituciones monetarias, principalmente porque conecta con las instituciones financieras y el Derecho romano. El concepto de propiedad, que como concepto jurídico y económico se elabora en los dos últimos siglos de la República romana (el término dominium como conjunto de bienes corporales, comienza en el último siglo de la República), es recibido en el bajo Medievo de la Europa Occidental y da lugar al pensamiento jurídico-económico moderno. La introducción de la compilación justinianea del Corpus Iuris, a partir del siglo XII, para elaborar el concepto de propiedad, aparece por primera vez en las Siete Partidas (P 3, t. XXVIII, L. 1): “Señorío es poder que ome ha en su cosa de fazer della, e enella lo que quisieere: segun Dios e segund fuero” (Carlos Felipe Amanátegui, “El mercado y sus proyecciones en la propiedad en Roma arcaica”, Revista Chilena de Derecho, vol. 42, 3). Con antecedentes en el derecho de la polis griega y el jus privatorum, el derecho comercial aparece en la edad media con el jus mercatorum, tras el florecimiento de las ciudades, las cruzadas y el comercio con el Oriente. De los siglos XI al XIV, en ciudades como Pizza, Génova, Venecia, Florencia, Ferrara, los jueces consulares, como los del tribunal de la Rotta en Génova, resolvían asuntos comerciales. La formación de las “sociedades anónimas” se remontan a las societates publicanarum, como corporaciones encargadas de cobrar las rentas y aprovisionar al pueblo, el ejército y obras públicas; en tanto se detenta la personalidad jurídica y la calidad de socio (Hernando Aguilar R., “Antecedentes históricos del Derecho Comercial”, Revista Facultad de Derecho y Ciencias Políticas, 41-43, págs. 44-45, 1967). Pero sobre todo, se pone en las commendas y los Reederei o compañías de navegación, el origen de lo que luego fueron las compañías franco-holandesas e inglesas, por cuanto utilizaban grandes capitales con responsabilidad sobre lo comprometido en ellas; donde se es miembro de la asociación por un vínculo de condominio como parte que corresponde al socio en la propiedad del buque. Precisamente, en el contexto de la prohibición de la usura (que obliga a buscar formas contractuales que oculten las formas de créditos

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a interés), el papado se constituyó en el gran centro de unidad jurídica y conocimientos académicos de occidente. El sistema fiscal de los Estados Pontificios (751-1870) se nutría de impuestos, servicios o donativos (tasas, rentas, décimas sacramentales, annatas, vigésimas a los judíos, &c.), que llegan del conjunto de la cristiandad; donde, por otro lado, las indulgencias no constituían un gran importe. Las rentas espirituales propias de los súbditos de la Santa Sede fueron mayores que las temporales hasta el 1400, cuando partes importantes de la península itálica están gobernados por los españoles. La principal causa fueron las guerras entre los principados italianos, y la deuda de la Cámara pontificia, que se financiaba con la venta de oficios públicos. De modo que, a partir del siglo XVI, dirá Reinhard que el Estado de la Iglesia acabó sosteniendo a la Iglesia Universal, cuando antes sucedía al contrario. “No obstante, el elemento que en mayor medida favorecía al crédito de los papas era la vinculación de los propios banqueros, florentinos primero, genoveses después, con el sistema financiero que se estaba poniendo a punto” (José Ignacio Fortea Pérez, La hacienda de los Estados Pontificios en los inicios de la Modernidad (1420-1565), Actas XLI, Semana de Estudios Medievales, 2014). Aun así, a Roma siguieron llegando capitales de las colectorías de España, Portugal y otros territorios italianos. Según Weber, las instituciones del capitalismo moderno no vienen del derecho romano, ni los títulos de rentas (obligaciones y empréstitos de guerra), sino del derecho medieval, donde aparecen las acciones, las letras de cambio, la sociedad mercantil, la hipoteca con garantía de registro de la propiedad, la cedula hipotecaria, &c. Las primeras formas de comercio entre comerciantes se producen en las ferias, como las ferias de Champagne (seis ferias que ocupaban el año) desde el 1174, donde en los siglos XIII y XIV generan “el primer domicilio de los cambistas de moneda”, “reuníanse allí monedas de todo el mundo” y “era el lugar clásico para el pago de deudas, especialmente para la devolución de deudas episcopales” (Max Weber, Historia económica general, F. C. E. México 2001, pág. 129). Ferias que serán reemplazadas en el siglo XIV por las de Brujas, Colonia, Fráncfort, Ginebra o Lyon, y en el siglo XVI por las castellanas de Medina del Campo, Burgos o Sevilla. La reintroducción de la moneda en los reinos cristianos, como aparición del Capitalismo (mercantil), es una tesis que encontramos

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en historiadores de la economía como Spufford: “el dinero era en la Edad Media, no sólo la principal forma de riqueza, sino también la medida de todas las otras formas de riqueza”. Contra lo que se suele pensar “las monedas de plata acuñada desde el siglo XII alcanzaban millones y decenas de millones y en ocasiones, más de una centena de millones del mismo tipo” (Peter Spufford, Dinero y moneda en la Europa Medieval, Crítica, Barcelona 1991, pág. 12). La razón de esta conexión es histórica: “la hipótesis más razonable que vincula moneda y cristianismo parece ser que, junto a la aceptación oficial del cristianismo, los gobernantes de esos países introdujeron a los principales misioneros en el círculo de sus consejeros íntimos, y estos hombres, que venían de sociedades en donde la moneda era un atributo aceptado y esperado de la soberanía, aconsejaron a sus nuevos patronos que acuñaran también moneda” (Ibídem, pág. 115). Agotado Goslar, la plata de Freiberg en el siglo XII inicia lo que será la revolución comercial del siglo XIII. De 1160 a 1330 “se produjeron cambios fundamentales en los métodos de hacer negocios, enfatizados con el título de “revolución comercial” (Ibídem, pág. 311). La plata, que en el siglo XV se agota, no influye tanto en Castilla y en Inglaterra (que sufren menos la escasez de plata porque eran grandes exportadores de lana). Pero los principales núcleos donde se dio la acumulación de capital del siglo XII al XV fue en los países Bajos y en el norte de Italia, pues la Europa del norte de los Alpes la explotaban los italianos. Inglaterra, con la lana (como hoy el petróleo), es la única que podría hacer frente a los bancos internacionales, igual que en el siglo XV el norte de Castilla, cuando la corona de Aragón se extiende por Italia. El dinero amonedado ha sido el más importante hasta el siglo XX, utilizándose hasta 124 monedas distintas, de entre las que destacaríamos: solidus, aureus (Constantino 309), dinar, abasíes en Damasco (696), dinero (673 carolingios, Castilla siglo XI), grosso (Venecia siglo XIII), florín (Florencia siglo XIII), ducato (Venecia, siglo XIV). Si la moneda era el medio de cambio y el depósito de riqueza, la medida del valor fue el dinero de cuenta. Con éste se establecían las correspondencias entre las diferentes monedas. Algunas monedas sólo eran múltiplos de otras monedas nuevas; en Castilla el maravedí duró poco, pero estuvo dos siglos como unidad

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de cuenta –en equivalencia a 10 dineros castellanos–. Fuera de las fronteras de un país, el comercio internacional obligaba a reducir las monedas a un denominador común determinado por el Papa y los banqueros italianos, que eran los máximos agentes internacionales. Desde 1314, familias de Pisa, Florencia, Venecia, Verona, Génova – llamados “Banqueros”– negocian con hojitas de papel, que representan oro y plata, en mesas o bancos autorizados institucionalmente. Como la usura estaba “prohibida”, usaban, no préstamos, sino “letras de cambio” (pago de una cantidad en una fecha a alguien, en una filial de otro Estado). Milagrosamente (lo que hemos llamado el milagro de los panes y los peces), los depósitos y empréstitos transforman las monedas en varios cientos, que distintos individuos usaban al mismo tiempo. De Roover introduce la hipótesis de que los cambistas o campsores, son los operadores de cambio de los que toman el dinero los bancherius, haciendo de intermediarios con los comerciantes. Bruno Kuske afirma que la vida económica en la edad media estaba “impregnada totalmente por el principio de créditos” y que la prohibición de los intereses es parte de las leyendas: “el crédito a la producción fue un hecho corriente entre las personas dedicadas a los negocios mercantiles” (Hans-Peter Schiwintowski, “Legitimación y superación de la prohibición canónica de los intereses –efectos y consecuencias de la evolución histórica de los bancos”, Dereito, vol. II, 2, 1993). La prohibición canónica de la usura en el Concilio de Nicea (325) está fijada en varios pasajes de los Evangelios ¡Mutuum date nihil inde sperantes! (prestar sin contar con reintegro y vuestra recompensa será grande). Por ejemplo, Aristóteles, en la Política (1258 b), argumenta que el dinero es infructífero. Sin embargo, operaciones contractuales, como la formación de sociedades fingidas, donde el depositante tenía la facultad de retirar una renta del capital o contratos de seguros sobre el comercio marítimo internacional, eran práctica corriente y a partir del siglo XIII se hacían sin disimulo. Muchas veces, el interés se ocultaba con operaciones de licencias de comercio, privilegios, o inversiones ocultas bajo la donación de sumas a fondo perdido. La palabra “capital” aparecerá en los registros notariales y comerciales desde el siglo XII, entendiéndose por tal, el “dinero invertido en una aventura comercial” (Raymond de Roover, “Economía escolástica”, Quarterly Journal of Economics, 69, 1955).

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Las técnicas de gestión bancaria en el siglo XIII llegan a alcanzar un grado muy alto de perfeccionamiento con formas de crédito a corto y medio plazo, anticipos, servicios de caja, emisión y descuento de letras, cambios reales y especulativos, órdenes de pago, &c. La economía urbana de los Lombardos (Pieacentinos, Sieneses, Florentinos, Genoveses, Venecianos, Milaneses, &c.) extiende las técnicas bancarias en el contexto de las ferias de Champagne “influidas de forma decisiva por haber ocupado una función central en el ámbito de la actividad ligada a la Corte pontificia y a sus exigencias financieras” (Michele Cassandro, “Crédito, banca e instrumentos de pago en la Italia medieval”, Revista de Historia, 2, 1999). Muchas dinastías banqueras tenían una relación privilegiada con la Curia romana, cuando no eran tesoreros de la Cámara apostólica. En la Edad Media recaudan impuestos los Acciagnoli, los Perucci, los Bardi, y los Médicis. El banco San Giorgio en Génova anticipa el banco de Inglaterra, cuyas letras de cambio financian la guerra de Sucesión en España; como ocurrirá con este último, cuya fundación en 1694 se hace para financiar la lucha de Guillermo de Orange contra Luis XIV. El tráfico bursátil moderno se desarrolla en el sector de las operaciones con valores y monedas (no con mercancías), en las ferias o lonjas del S XVI. Así dirá Weber: “el primer objeto de especulación a la baja fueron las monedas acuñadas, el papel moneda, los billetes de banco, los fondos públicos y los valores coloniales” (Max Weber, Historia general, F. C. E., México 2001, pág. 165). Raymond de Roover definió como “Revolución comercial” los cambios comerciales a los que nos referimos. Junto al comercio de buhoneros, tenderos y pequeños comerciantes, el gran mercader estaba en un segundo nivel. Su sedentarización no se consigue hasta el siglo XIII. Las societas maris eran asociaciones de dos personas. Las comendas eran asociaciones más estables, entre socios que ponían capital y otros que se responsabilizaban. Las compañías abrían factorías en las plazas cruciales para sus negocios. En los puertos de embarque el despachador supervisaba las mercancías. El maestre o agentes de los mercaderes supervisaban las mercancías durante el viaje que recibían a los recibidores o agentes de los mercaderes consignados, en el destinatario final. Los barcos iban en convoyes armados y se recurre a seguros marítimos, con modelos de pólizas

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privadas (Betsabé Caunedo, “El desarrollo del comercio medieval y su repercusión en las técnicas mercantiles. Ejemplos castellanos”, Pecvnia, 15, 2012, en As relações comerciais: a contribuição de Roma à globalização conemporânea, vol. 1). Desde el siglo XII hay mayor circulación monetaria. Como hemos dicho, la letra de cambio aparece en el siglo XIII y se extendió por todas las ferias, contratando mercancías, sistemas de pagos diferidos, cambios internacionales, centralizando pagos, saldando deudas, abonando primas de seguros. Los primeros billetes de obligación o títulos de crédito, como cheques primitivos, o deuda pública como censos y juros, se negociaban como moneda. España es el primer país que hace obligatorio el sistema de partida doble a mercaderes y banqueros. En esta discusión, el caballo de batalla suele ser el mito de la usura, según el cual es imposible que en el catolicismo pudiese desarrollarse la economía, pues la Iglesia prohibió prestar con interés. Que la prohibición moral de la usura por la Iglesia es una estrategia, es una tesis que Bueno ya ve apuntada en Keynes. Ahora podemos sostener que no sólo los reyes y señores se interesaban por el comercio, también la Iglesia comenzó a intervenir de manera decisiva, “en particular con la prohibición de la usura, con la idea de colocar el tráfico mercantil bajo su tutela” (José Ignacio de la Iglesia, El comercio en la Edad Media, coord., Instituto de Estudios Riojanos, Logroño 2006, nota 3, pág. 292, en As relações comerciais: a contribuição de Roma à globalização conemporânea, vol. 1). La concesión de mercados y ferias era una regalía de la Corona, que homogeneizó pesos y medidas, fijo los precios de ciertos productos y la protección de los comerciantes. Alfonso XI establece la actividad cambiaria en Castilla como monopolio de la Corona para las necesidades de la guerra; lo que no siempre fue así. En 1436, los cambios privados coexistían con los públicos, quedando supeditados a las necesidades urgentes de la corona. La usura era un delito que se perseguía de oficio, pero ante la insistencia de los procuradores, Enrique III permitió la práctica del interés en los préstamos. Desde las Partidas, se establecieron reglamentaciones y penas para mantener la paz en las ferias. La creación de villas en la cornisa cantábrica y su poblamiento potenció la actividad mercantil en Castilla con el comercio europeo (un fenómeno parecido al Camino de Santiago). Ramón Carande nos recuerda la

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descripción de Cristóbal de Villalón sobre las operaciones de crédito a interés, de los comerciantes “especialmente alemanes y genoveses” en las ferias castellanas: “De manera que, para dar a cambio, toman a cambio, y lo que llevan a los príncipes de interés es mucho más caro de lo que usan llevar a otros mercaderes. Y así, con interés de príncipe, han enriquecido muchos mercaderes, y de lo que así dan a cambio a los príncipes, toman términos y plazo para haberlos de cobrar, dentro de cierto tiempo, de las rentas y servicios de los príncipes” (Carlos V y sus banqueros, Crítica, Barcelona 1977). Cipolla tituló su clásica Historia económica de Europa, con el explícito subtítulo, The fontana economic history of Europe, y añadiendo en esta edición: “Volumen fundamental para comprender la época en que se sientan las bases de las sociedades industriales”. Abundando en nuestras tesis leemos: “Las ciudades comenzaron a revivir a principios del siglo XI gracias al desarrollo de la clase artesanal y al inicio del comercio (…) El dinero se convirtió quizás, una vez más, en el símbolo de la prosperidad urbana. La monarquía francesa se apoderó en su propio provecho el control de las dos monedas en el siglo XII” (Jacques Le Goff, La ciudad como agente de civilización, pág. 84 de Carlo M. Cipolla, Historia económica de Europa (1) La Edad Media, Ariel, Barcelona 1979, pág. 89). Sobre la educación y el resto de los progresos dice: “pero todo esto no habría podido ser llevado a cabo sin el factor fundamental de la acumulación de capital, que dio a la evolución económica y social su fuerza motriz esencial” (Ibídem, pág. 102). Y continúa, “mientras que en Venecia se creaban los primeros bancos propiamente dichos, surgidos de las mesas de los cambistas de moneda del Rialto, debemos al inventivo ingenio de los genoveses el desarrollo de los seguros marítimos y la creación de las compañías por acciones (o maone) (Jacques Bernard, Comercio y finanzas en la edad media, pág. 316 de Carlo M. Cipolla, Historia económica de Europa (1) La Edad Media, Ariel, Barcelona 1979). Es el momento de aparición de las Bolsas de valores: “El movimiento de dinero, productos y hombres determinó la espontánea aparición de una Bourse de comercio, dos en realidad, una en la plaza principal de la ciudad y otra en la casa de Van der Beurze, quien dio su nombre a la institución. Esta circunstancia hizo de Brujas un importante centro financiero (Ibídem, pág. 323). A ésta le sucedió Amberes, que

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en el siglo XV “su Bolsa (1481-1531)” estuvo “a disposición de los mercaderes de todas las naciones y de todas las lenguas” (Jacques Bernard, Comercio y finanzas en la edad media, pág. 324 de Carlo M. Cipolla, Historia económica de Europa (1) La Edad Media, Ariel, Barcelona 1979). Contra el mito de la efectividad de la usura dice Bernard: “Un préstamo sencillo que transcurriese de modo satisfactorio hasta llegar a su término, podía proporcionar un beneficio del 30 por ciento o más; los arrendamientos de barcos podían producir un 100 por ciento e incluso más, al igual que el comercio de ciertos productos exóticos. Pero en el siglo XIV los asociados a determinadas compañías florentinas que realizaban depósitos adicionales (fuori del corpo) recibían un interés fijo del 7 al 8 por ciento, mientras que los no asociados recibían entre el 6 y el 10 por ciento. Las mismas compañías florentinas cargaban del 7 al 15 por ciento sobre sus préstamos, pero, si éstos se hacían a extranjeros, los porcentajes podían elevarse hasta el 30 por ciento” (Ibídem, pág. 333). La tesis básica sobre el nacimiento del capitalismo en el contexto católico es una evidencia que parece indiscutible (haciéndose mundial con el Imperio español y alcanzando su máxima potencia con la Revolución industrial). En efecto, en el Medievo, “según muchos historiadores han reconocido, contra la opinión de Sombart, se trata de rasgos de un sistema comercial y financiero capitalista” (Ibídem, pág. 334). “Las asociaciones estuvieron muy difundidas en la Edad Media, y en el terreno financiero y comercial proporcionaron capital, crédito y seguridad… Este tipo de asociación, o variantes del mismo, estuvo en uso en todos los países a lo largo de toda la Edad Media y mucho tiempo después. En Italia fue conocido como commenda, societas maris o colleganza; en Francia, como commande en Gascuña, como Cabau, y en las ciudades hanseáticas como Sendeve” (Ibídem, pág. 345). Ya tenemos diferentes niveles del eje monetario desarrollados: “El sistema utilizado para establecer la compensación entre deudores y acreedores en las ferias de Champaña y, todavía más, el uso de liquidaciones bancarias (giro de partita) y la garantía de los banqueros a los descubiertos de sus clientes, llevaron en el siglo XIII a la creación de una verdadera moneda bancaria. Más tarde, en el primer cuarto del siglo XIV, comenzó a usarse el papel moneda en la forma de cheques y letras de cambio …a modo de negocio a crédito

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en el cual el interés quedaba oculto en el porcentaje del cambio… El crédito se alimentó también de otras varias fuentes, utilizando procedimientos a menudo más antiguos y sumarios que las letras de cambio. La “commenda” representaba la apertura de una relación de crédito entre el hombre que la concedía y el que la recibía…. La parte relativa desempeñada por el crédito en el marco del volumen total del comercio medieval era verdaderamente considerable” (Ibídem, pág. 346-347). Como indicamos, “el primer lugar entre los consumidores y usuarios del crédito lo ocupaban los papas, reyes y magnates, que eran muy insistentes y a los que a menudo no se podía negar lo que solicitaban” (Edward Miller, Medidas económicas gubernamentales y hacienda pública, 1000-1500, pág. 349, de Carlo M. Cipolla, Historia económica de Europa (1) La Edad Media, Ariel, Barcelona 1979). Así, las operaciones de cambio de los banqueros-comerciantes eran mayores que las operaciones comerciales. El desarrollo de los impuestos se afianza con “la financiación de las Cruzadas, en el siglo XII, y a menudo por decreto y a toda la Iglesia occidental, en el siglo XIII, para aliviar las cargas y necesidades de la Iglesia romana”. Robert Fossier dirá: “cuando a la forja se añade al molino para batir el hierro, no constituye un abuso de lenguaje hablar de un equipo preindustrial, existente ya a principios del siglo XI en Alemania central, y a principios del XII en la vasta zona comprendida entre Le Mans y los Pirineos. (Robert Fossier, La edad media. 2. El despertar de Europa, 950-1250, Crítica, Barcelona 1982, pág. 259). Las ferias más importantes, aparte del pequeño comercio, eran la poderosa superestructura de los cambios sin el cual, para Braudel, el capitalismo no existiría. Las principales ferias son las de Champagne, Besançon, Lyon, Bolonia, Prato, Verona, Medina del Campo, Medina de Rioseco. Villalón, Leipzig, Frankfurt, La Haya, &c., las cuales constituían una “tela de araña”. En ellas se permitían la adquisición de créditos a devolver en la siguiente, formando bancos de ferias. Había tres mercados: el de la moneda, el del crédito y el de las mercancías. A partir del siglo XVI, en América despuntan Jalapa y Portobelo, y en la Península Sevilla y Cádiz. Con la fachada atlántica “de manera progresiva se irán imponiendo los elementos financieros y especulativos sobre los puramente comerciales. En definitiva, de ferias de mercancías pasarán a convertirse en el Quinientos en ferias de pagos y cambios”

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(Manuel Bustos Rodríguez, “De las ferias a la internacionalización: España, América y la reorganización del espacio comercial en la Europa moderna”, Revista hispanoamericana, 4, 2014, pág. 7, cita de Marcos Martín, A., Comunicaciones, mercado y actividad comercial en el interior peninsular durante la época moderna, III Reunión científica de Historia moderna, coord.,Vicente J. Suárez, vol. 2, 1995). En general, los componentes escriturales y el papel moneda negociable se impondrán a las mercancías y el dinero. Operaciones de banqueros como los Espinosa, Domingo de Lezarrazas, Pedro de Morga y muchos otros del reinado de Carlos V, son analizados por Ramón Carande: “La banca, desde su origen, en todo tiempo y en todas partes, opera con el dinero que unos no aplican y otros buscan. En discernir quiénes merecen crédito y hasta dónde estriban la pericia y la solvencia del banquero. A las aportaciones de un número de depositantes que, a la medida del compás actual, fue relativamente corto, corresponden en el activo bancario partidas que, dentro de amplios límites, estarían en manos de los deudores del banco” (Carlos V y sus banqueros, Crítica, Barcelona 1977, pág. 213). En el siglo XVIII desaparecen las ferias castellanas hacia las finanzas, trasladándose el comercio a Cádiz y reduciéndose el resto a productos agropecuarios, de igual modo que Ámsterdam y Londres en el siglo XVII serán “ciudad depósito y almacén”. F. Braudel y E. Wallerstein en “The Modern World-Sistem” (Academic Press, 3, 1974) atribuyen a la expansión ultramarina que comienzan españoles y portugueses, la “pieza clave en el desarrollo del capitalismo… en una cadena de subordinaciones que se dominan unas a otras” (Manuel Bustos Rodríguez, “De las ferias a la internacionalización: España, América y la reorganización del espacio comercial en la Europa moderna”, Revista hispanoamericana, 4, cita 41, 2014, pág. 11). Cuando llegan los españoles a América, los indígenas desconocían el derecho de propiedad sobre la tierra. Tal derecho se introduce por España y las mercedes territoriales adquieren la jurisdicción civil y criminal a través de la Corona (Juan Friede, Orígenes de la propiedad territorial en América, Archivo General de Indias, Sevilla 1960). Las encomiendas eran sobre el usufructo, no sobre la tierra, y los resguardos indígenas que dejaban “sobras” eran propiedad de la Corona. Las primeras transmisiones de terrenos a particulares se

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evaluaban por jueces de tierra, en tanto fueron composiciones firmadas por las Reales Audiencias. A partir del redescubrimiento del pensamiento económico de la Escuela de Salamanca por liberales como Hayek y Marjorie GriceHutchinson, se empieza conocer a nivel internacional cómo el problema de la moneda se perfila con los escolásticos españoles, cuando son los primeros en formular la variabilidad de la moneda y la formulación de la teoría cuantitativa desde el circuito mundial del Real de a ocho de plata, que sienta las bases de las instituciones financieras actuales. Para Pierre Vilar, el problema que plantea Tomás de Mercado en 1568, supone una medida o patrón que debería ser fijo, y sin embargo, su precio cambia igual que las mercancías. Vilar entiende que el problema de nuestro tiempo es la diferencia entre la moneda corriente, cuya tarifa depende del Estado, y la moneda internacional. Fue entonces cuando una divisa se impuso en la mayor parte del mundo, a saber: la piastra española, las “europiastras” que Ouvrard buscaba para Napoleón y los duros de plata que Barin, Hope y otros banqueros buscaron en América. (Pierre Vilar, Oro y moneda en la historia (1450-1920), Ariel, Barcelona 1974). En la elección imperial de 1519, de la corona electiva del sacro imperio romano germánico, se dirimía quién pagaba a los electores; si lo deciden los Fugger a favor de Carlos V (frente a Francisco I), es porque el oro de América hará de fiador. Soetbeer estima una producción de 320 toneladas por año de plata, y Hamilton cifra en 285 las exportaciones hacia España. Pero estos préstamos eran ¼ de los empréstitos del rey, pues el ¾ restante venían de la fiscalidad que pagaba Castilla. Podemos citar entre los escolásticos españoles más sobresalientes a Tomas de Mercado, Leonard Lessius, Luis de Molina y Juan de Lugo, Cristóbal de Villalón, Saravia de la Calle, Luis de Alcalá, Martin de Azpilicueta (Oreste Popescu, El pensamiento económico en la escolástica hispanoamericana, Cuadernos 22, 1992); igual que ocurre en Hispanoamérica con Bartolomé de Albornoz (Universidad de México), Juan de Matienzo (Oidor de Charcas), Luis López (en Guatemala), Pedro de Oñate en el Potosí, Domingo Muriel en Tucumán o Diego de Avendaño. Los escolásticos, dirá Schumpeter, “conocían los rasgos esenciales del capitalismo. En particular, conocían la bolsa y el mercado de dinero, los empréstitos y los bancos, la letra de cambio

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y otros instrumentos de crédito” (Joseph A. Schumpeter, Historia del análisis económico, Ariel, Barcelona 2015, pág. 367). Weatherford evidencia cómo “la difusión del oro y la plata de América a través del atlántico y el pacífico inauguró la época comercial moderna” (Jack Weatherford, La historia del dinero, De la piedra arenisca al ciberespacio, en Andrés Bello ed., Santiago de Chile 1997, pág. 152), dando origen a una vasta clase media comercial: “España había liberado una potencia que ahora corría por todo el globo y operaba con fuerza propia” (Ibídem, pág. 154). En palabras de Braudel: “Resumiendo, cierta economía relaciona entre sí, mejor o peor, los distintos mercados del mundo, una economía que no arrastra tras ella más que algunas mercancías excepcionales, pero también los metales preciosos, viajeros privilegiados que están dando la vuelta al mundo. Las piezas de a ocho españolas, acuñadas con la plata de América, cruzan el Mediterráneo, atraviesan el Imperio turco y Persia, y llegan a la India y China. A partir de 1572, por el enlace de Manila, la plata americana cruza también el Pacífico y, al final del viaje, llega de nuevo a China por esta nueva vía” (La dinámica del capitalismo, F.C.E., México 2002, pág. 18). El desarrollo y las vicisitudes del imperio español hacen que el banco de Ámsterdam, a principios del siglo XVII, sea el más grande por riquezas y extensión de negocios. Aparecen las acciones de las compañías en las bolsas de valores. José de la Vega, un judío sefardí emigrado, escribe el primer libro sobre las “acciones” titulado Confusión de confusiones (M.F.J. Smith ed., Martinus Nijhoff, Den Haag, 1939). “Llamóle Confusion de Confusiones [dice José de la Vega] por no haver en él sutileza que no encuentre quien la assalte, ni ardid que no halle quien lo rinda; y bien reconocerá el lector atento que en un mapa de tinieblas no puede haver juizio que las comprehenda, ni pluma que las descifre”. Con el comercio de moneda aparece una institución hoy de uso común, los depósitos bancarios de los bancos holandeses: “La letra de cambio permitía comprar mercaderías en Londres, por ejemplo, y hacer el pago final en moneda extranjera y en otro país, digamos en Ámsterdam. Está de más decir que la aceptación de una carta de obligación o de una letra de cambio dependía del prestigio del girador. Si el girador era un gran comerciante, por ejemplo, uno de

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los Fugger, no cabía mucha duda de que el documento era bueno. De ahí surgió una práctica por la cual los comerciantes pequeños mantenían depósitos en firmas más grandes, sobre los cuales podían girar letras. De esta práctica nació, finalmente, el depósito bancario. En el caso del Banco de Ámsterdam, el mismo gobierno terminó por garantizar los depósitos, y si bien no ganaban intereses, los depósitos estaban a salvo, lo que no era poca cosa en tiempos de inestabilidad” (Douglas C. North y Robert P. Thomas, El nacimiento del mundo occidental. Una nueva historia económica, 900-1700, Siglo XXI, 1978, pág. 284). El problema de las instituciones de crédito será fundamental en el imperio. En 1593, un arbitristas como Luis Valle de la Cerda, escribe a Felipe II: “el desempeño del patrimonio de su Majestad y de los reinos, sin daño al Rey y vasallos, y con descanso y alivio de todos, por medio de los Erarios públicos y montes de Piedad” (Madrid 1600); es decir, un proyecto de reforma del crédito público y privado y la creación de erarios públicos en pro del mercantilismo. Su objetivo principal consistía en favorecer la oferta de dinero, con una idea de erario en red por todo el imperio. Como Botero (Diez libros de la razón de Estado), insistirá en la importancia de las finanzas para la fuerza del Estado. Aquí la clave nos parece que está de nuevo en los vínculos entre la guerra y la transformación de los modos de producción. Werner Sombart ha intentado explicarlo, curiosamente, sin hacer referencia a la importancia de la moneda. En todo caso nos parece que acierta. Para Sombart no se trataría de descubrir los móviles capitalistas por los mercados, como causa de las guerras al modo del materialismo histórico, ni tampoco mostrar “la importancia de la guerra para “la vida económica” (Guerra y capitalismo, Colección Europa, Madrid 1943, pág. 12), sino determinar “si el capitalismo es, y hasta qué punto y por qué, un efecto de la guerra” (Ibídem, pág. 12). Como hemos dicho, el primer efecto es el de la destrucción, no sólo de bienes sino también de capitales; pero la consecuencia será la formación de los estados de los siglos XVI y XVIII en Europa y la conquista de las colonias, sin las cuales no se hubiera desarrollado el capitalismo, aunque esto lo saben todos los historiadores, lo que le interesa a Sombart “es probar que la guerra participa de un modo todavía mucho más inmediato de la construcción del sistema de la economía capitalista” (Ibídem pág. 28),

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encontrando la explicación en la “creación de los ejércitos modernos” como generadores de fortunas y como formadores de mercados. Es interesante la clasificación que ofrece Sombart de los esquemas de organización del ejército para diferenciarlos de los medievales. De modo que según la organización del ejército tenemos ejércitos privados o ejércitos públicos; según la duración, ejércitos permanentes (presentes o de reemplazos) o ejércitos volantes; según la duración de la instrucción del guerrero, ejércitos profesionales o ejércitos de milicias; según el modo de reclutamiento, ejércitos obligatorios (privados de esclavos, públicos –llamados a filas–, ya sean de clase o nacionales) o ejércitos libres; y según la articulación interna, ejércitos individuales o ejércitos colectivos (de masas, de tropas). A diferencia de la Edad Media, donde los ejércitos se componían principalmente de mercenarios, los ejércitos modernos serán ejércitos permanentes, como lo eran las guardias de corps. Los ejércitos modernos aparecen de un modo gradual de 1500 a 1700, y son esencialmente permanentes y estatales; lo que significa, según Ranke, una de las mayores transformaciones administrativas, pues requieren el pago de impuestos desde el siglo XV en adelante, según los países, destacando el Imperio español. La primera característica que para Sombart introduce el espíritu militar guerrero, concierne a la unidad táctica supraindividual, a través de la instrucción y la disciplina. La segunda es la magnitud de los nuevos ejércitos; los ejércitos medievales eran pequeños y se reunían por tiempos breves; así, en la gran batalla de Cortenuova de 1237, no participan más de 10.000 combatientes a cada lado. Compárese con los 200.000 hombres que formaban el ejército prusiano a la muerte de Federico el Grande, sobre una población de 5,4 millones de habitantes, llegando al 4% de la población (lo que en España serían actualmente 1,8 millones de soldados). Con las flotas de guerra pasa algo parecido, de decenas se pasa a cientos de barcos por Estado. Lo que es proporcional al significado económico del mantenimiento de estos ejércitos. Con Felipe III, los gastos para fines militares eran, aproximadamente, el 93 % de los ingresos totales del estado. Los gastos con Federico II de Prusia alcanzan el 75,7 % de los gastos totales. De modo que, la provisión de recursos fue clave para la formación de capital; no sólo con la recaudación, sino con la transferencia de crédito público que se

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usaron en la industria y el comercio; es decir, el origen de las fortunas de la burguesía. Los Fugger y los Rothschild deben sus fortunas a la guerra. Pero sobre todo, porque han fomentado la mercantilización de la vida económica, con la formación de las primeras bolsas mundiales del comercio, con los títulos de deuda pública; es decir “la guerra ha creado la bolsa” (Ibídem, pág. 96). En particular se incidirá en temas como el pertrechamiento del ejército, requiriendo el desarrollo técnico para la producción de los materiales, las contratas para el suministro y el alojamiento de las tropas. El armamento, donde aparece por primera vez “la idea de la unificación de nuestros bienes de consumo” (Ibídem, pág. 121), pues la idea de que las cosas sean completamente iguales era ajena a la Edad Media. La disciplina y la racionalización interna se unen a la homogeneización externa. En el siglo XVI los arcabuces del duque Guillermo de Baviera tienen 900 armas “calibradas todas con una misma bala” (Ibídem, pág. 123). La demanda de armas no sólo aumenta, sino que aumenta “la necesidad de una rápida satisfacción de la demanda” (Ibídem, pág. 128). Esta velocidad desborda el modo de funcionar de los gremios y talleres particulares (fundidores, herreros, &c.), haciéndose necesarias las fábricas y las formas industriales de producción (por ejemplo, la industria armera de Suhl en 1634, como arsenal de Alemania o más tarde Núremberg). “España [dirá Sombart] era tal vez, en el siglo XVI, el primer Estado militar de Europa” (pág. 143), con fábricas de arcabuces en Córdoba, Barcelona o Elgóibar. La fundición de cañones en Medina del Campo, Málaga, &c. De modo que se apadrina el nacimiento de la industria siderúrgica y minera. El avituallamiento de los ejércitos estaba a cargo de la Administración del Estado, lo que suponía una gran actividad organizadora (funcionariado, intermediarios, proveedores, &c.), y la formación de latifundios de explotación capitalista para los víveres, con el incremento espectacular del comercio de trigo. La acumulación de víveres en masa (para viajes marítimos) requiere empresas importantes, y con ello una de las ramas más claves de la economía, el comercio de suministros. Pero la clave, a nuestro modo de ver, será su influjo en la profundización del “capitalismo”, en tanto el ejército constituye una masa de solo-consumidores; de modo que la “demanda constante de poseedores de dinero crea un estímulo para la producción comercial”

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(pág. 186); por ejemplo, como “factor formador de ciudades” (pág. 188), cuando están acantonados en ellas. De este modo, la consecuencia inmediata del comercio de suministros y contratos fue la formación de grandes fortunas (lo que Sombart conecta con la judería como proveedores del ejército de todas las naciones). Características de la producción industrial aparecen con la necesidad de uniformes del ejército, que facilitaban la producción en masa y el abaratamiento, lo que lleva a la unificación de precios en la idea del cártel. Del mismo modo, la producción en serie actual aparecerá en la construcción de buques, como la mayor de todas las industrias, haciendo que el número, el tonelaje y la rapidez aumenten en los buques de la marina de guerra mucho más rápido que en los privados. La construcción naval del estado de Venecia en el s. XIV es el precedente inmediato, con unos dos o tres mil obreros. Lo principal es que el Estado favorecía a las grandes compañías comerciales por su capacidad de satisfacer la demanda; como Inglaterra con la Compañía de las Indias Orientales. En consecuencia, la guerra será la clave de la acumulación de capitales, su modo de expansión y el último garante de los mercados. De hecho, es una de las necesidades estatales que lleva a la creación de los Bancos Centrales. El banco de Inglaterra, a principios del siglo XVIII, tendrá la tarea, junto a la Compañía del Mar del Sur, de financiar la guerra. Ricardo de Cantillón sitúa a finales del siglo XVIII el inicio de la banca moderna, lo que Braudel llama “revolución financiera inglesa” (Civilización material, economía y capitalismo. Siglos XV-XVIII. Los juegos del intercambio, Tomo II, Alianza, Madrid 1984). En todo caso, hay que hacer notar, que el imperio que domina estos tres siglos es el español, y cómo su moneda se convierte en la “sangre del comercio” mundial. Juan Bautista Say habla del real de a ocho, diciendo que han sido hechos siempre de un modo tan fiel y constante “que corren como moneda no sólo en toda la América, incluso en las repúblicas de los Estados Unidos, sino también en una parte considerable de Europa, África y Asia” (De la naturales y uso de las monedas del Tratado de economía política, Madrid 1921). Se comprende que, durante mucho tiempo, en los EE. UU. se limitaran a poner un cuño sobre los pesos fuertes españoles. Es muy interesante constatar que, en la amplísima extensión de virreinatos y provincias del imperio español, se mantiene el

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equilibrio fiscal y financiero a través de los “Situados”; es decir, de las asignaciones de caja que las matrices de los ricos virreinatos (Nueva España, Perú y posteriormente Nueva Granada) distribuían entre provincias con escasos recursos, para el mantenimiento del sistema militar y comercial; donde también se incluían alimentos que nutrían la economía regional, con montantes superiores a las sumas que se enviaban a la metrópoli durante el gobierno de los Borbones; asignaciones de recursos monetarios que ya se utilizaron en las guerras de Flandes a finales del siglo XVI (El secreto del imperio español: los situados coloniales en el Siglo XVIII, coord., Carlos Marichal y Johanna von Grafenstein, El Colegio de México 2012). El colapso del imperio español puede anticiparse fijándonos en el colapso de su financiación. El gasto militar de la Corona española en el siglo XVIII ascendía a un 70% de lo recaudado (hoy día es del 2,8 % de los presupuestos); pero a finales de siglo la economía no da más de sí ahogada por las deudas y la inflación monetaria. Si es verdad que Napoleón pensaba que sólo hacían falta tres cosas para ganar la guerra: “dinero, dinero y dinero”, Hamilton saca las consecuencias de lo que ocurrió: “el desorden monetario que continuó después de 1800, facilitó el camino de Napoleón a Madrid” (Juan Miguel Teijeiro de la Rosa, “La financiación de la guerra en el Siglo XVIII”, Revista de Historia Militar; La guerra y su financiación (Baja Edad Media y Edad Moderna), Año LI, 2007, cita de Earl L. Hamilton, “El florecimiento del capitalismo y otros ensayos de historia económica”, Revista de Occidente, Madrid 1948, pág. 140). c. Desarrollo industrial en los imperios contemporáneos La variación de fuerzas internacionales varía definitivamente con la aparición, en el eje productivo, de la revolución industrial en Inglaterra, y las consecuentes modificaciones institucionales en el eje financiero. Las repercusiones sobre las clases sociales han hecho correr ríos de tinta. Pero la revolución industrial no hubiera sido posible sin el comercio atlántico y las colonias. El triángulo comercial ayudaba a la industria británica a través de la agricultura tropical (Eric Willians, Capitalismo y esclavitud, Traficantes de Sueños, Madrid 2011). Fue el capital del tráfico de las Antillas quien financió a James Watt, y más tarde al Banco Willians Deacons.

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Dice Boulton, en 1769, que fabricar máquinas de vapor para todo el mundo, hizo de Inglaterra el Banco Mundial. En comparación con la política económica protestante en América, el modo de producción latifundista no llegó hasta el siglo XIX a la provincia de Cuba, igual que a Puerto Rico. Un modo muy distinto de la acumulación comercial que se produce en Inglaterra y EE. UU., donde, en 1660, ya comercian en las colonias del Caribe el azúcar, en la guerra civil inglesa, cuando los Estuardo crean la “Company of Royal Adventurers”. La relación entre las instituciones monetarias y crediticias, que están asentándose con la nueva producción industrial y la economía comercial generada alrededor del imperio español, nos acerca a la situación actual. Está muy estudiado y es muy conocido el desarrollo del “capitalismo” en los países protestantes de origen; a nosotros nos interesa, en esta ocasión, las principales consecuencias que las revoluciones productivas y políticas determinaron en el colapso del imperio español en América. Carlos Marichal ha estudiado la deuda de América Latina (como él llama a Hispanoamérica), a partir de su dependencia con las economías del Atlántico norte (Historia de la deuda externa de América Latina, Alianza, Madrid 1988). Las tesis que hemos desarrollado en capítulos anteriores se pueden aplicar al caso histórico concreto de las nuevas naciones que surgen del colapso de la monarquía hispánica, y su absorción por “campos gravitacionales” anglosajones. En efecto, la tesis principal de Marichal sostiene que, las crisis recurrentes en latino-América no son la causa sino la consecuencia de las crisis internacionales. Marichal distingue varios ciclos crediticios para entender el desarrollo de la deuda en América Latina. El primer ciclo crediticio es de 1822 a 1825, el segundo ciclo de 1850 a 1870, el tercer ciclo de 1880 a 1890 y el cuarto ciclo de 1920 a 1930. Las consecuencias de tales crisis son desoladoras pues a largo plazo, los países deudores pagaban una suma mucho mayor de la que recibían, volviéndose economías dependientes e incapaces de lograr una mínima eutaxia. El “capitalismo” industrial y financiero, avanzó según la dinámica de las economías de las naciones industriales del Atlántico Norte, por la cual las nuevas naciones están obligadas a financiarse y a pagar una deuda mucho mayor de la prestada, sufriendo crisis de deuda causadas

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por las recesiones o depresiones económicas internacionales. Leemos en Marichal, “en la década de 1820 el grueso del dinero se destinó a gastos de guerra, el primer empréstito el de Bolívar. Durante los años de 1860 y principios de 1870, en cambio, una parte sustancial de los créditos fue invertida en la construcción de ferrocarriles. En el decenio de 1880 también tuvieron gran importancia los empréstitos para ferrocarriles y puertos. Más tarde, en los años de 1920, la mayor parte de los fondos externos se dedicó a proyectos de desarrollo urbano” (Ibídem, pág. 17). El análisis de Marichal muestra las alianzas forjadas entre los capitalistas extranjeros y las élites nacionales; entre banqueros y políticos. Ya antes “de 1814-18 Birmingham se convirtió en el principal proveedor militar de las fuerzas insurgentes en Américalatina”. De acuerdo con Lambert (Eric Lambert. Los legionarios británicos, Bello y Londres, Segundo Congreso del Bicentenario, 2 vols., Caracas 1980-81, pág. 364). Con ello “se benefició enormemente mediante la colocación de armamento y uniformes acumulados a raíz de las guerras napoleónicas” (Carlos Marichal, Historia de la deuda externa de América Latina, Alianz, Madrid 1988, nota 14, pág. 27). Firmas mercantiles se abren a cientos: Parish Robertson en La Plata, Maxwell en Jamaica, Antony Gibbs & Sons en Perú, Staples en México &c. La red de transacciones mercantiles y crediticias son controladas desde Londres, Glasgow y Liverpool. Préstamos extranjeros millonarios de Baring en Buenos Aires, Goldschmidt en México, Rothschild en Brasil, Barclay en México &c., obtenían sumas multimillonarias en comisiones; además, el interés obtenido por los valores sudamericanos era más del doble que el de los empréstitos europeos. Sobresale el saqueo de la plata mexicana por David Parish junto a los banqueros Baring y Hope entre 1805 y 1808. La gran crisis del mercado londinense de 1825, golpeó América-latina en el comercio, la minería de plata y las financias gubernamentales. La crisis monetaria y fiscal se recrudeció a partir de 1825; las guerras locales vacían las arcas locales de 1836 a 1839; mientras, la armada inglesa bloquea puertos y mercados, por ejemplo, en México, encerrando a las repúblicas en un laberinto de deudas y déficits del que no podrán salir. Con estos ejemplos se trata de mostrar cómo las crisis de deuda “han marcado los puntos críticos en la evolución política, social y

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económica del subcontinente” (Ibídem, pág. 279). Se trata de un régimen de explotación donde, la economía política internacional hace imposible una política económica y monetaria estable: “A largo plazo, por lo tanto, la crisis de la deuda engendró un cúmulo de problemas políticos y económicos inesperados. Esto será consecuencia del impacto contradictorio de la expansión del capitalismo a escala internacional, el cual sujetó a los países latinoamericanos a una cadena implacable de ciclos sucesivos de auge y de recesión, cuyos efectos no condujeron a un proceso de crecimiento sostenido sino a un grado cada vez mayor de dependencia comercial y financiera” (Ibídem, pág. 146). Marichal revisa la política monetaria y bancaria desde la independencia hasta los primeros fracasos (1850) pues, durante lo que llama la “colonia” (nos extraña que Marichal no sepa que eran provincias y virreinatos), el patrón monetario había permanecido muy estable –como hemos indicado–, proporcionando seguridad a las élites a través de los “Situados” (como hemos dicho: asignaciones fijas de moneda y capital, que iban de las cecas a todas las provincias del imperio), indicando que, no será hasta la década de 1860, con el nacimiento de la banca –debido a la demanda de servicios financieros– cuando, poco a poco, las repúblicas se hacen con el control de los capitales, en manos de compañías inglesas o alemanas. En 1880, se produce un boom bancario, con bancos hipotecarios de ahorro y extensión de redes, que poco después entrarían en crisis. Los Bancos Centrales no se crearán hasta la década de los años 20 del pasado siglo (Carlos Marichal. Historiografía de la banca latinoamericana: su despegue, 1970-1993). En esta primera especie de la moneda, el patrón oro y el patrón bimetálico (oro y plata) –en la liga monetaria latina controlada por Francia–, son la constante, hasta su abandono definitivo con la administración Nixon. Algunos, como Von Mises, ven todavía posible e incluso necesario la vuelta al patrón oro; contra unos bancos en íntima complicidad con los gobernantes y la moneda fiat. En la actualidad, tales críticas aparecen en liberales como Huerta del Soto, sobre la “obligación de mantener siempre una completa disponibilidad del tantundem a favor del depositante” (Jesús Huerta del Soto, Dinero, crédito bancario y ciclos económicos, Unión Editorial, Madrid 2009, pág. 13). El funcionamiento financiero actual se ve como la “violación

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de los principios universales del derecho en relación con el contrato de depósito” (Ibídem, pág. 28), tal como lo elabora Justiniano en las Instituciones, el Digesto y el Còdigo o Codex; en total el Corpus iuris civilis. Una justificación “natural”, en el fondo política, no económica, en contradicción con el liberalismo de la filosofía del dinero donde se mueven estos autores. 4. La segunda especie de la moneda y la fase de los mercados financieros Las técnicas implicadas en el uso de la moneda aparecen desde un principio, si bien la institucionalización de su práctica se irá consolidando y extendiendo según las coyunturas productivas de un modo progresivo. Suponemos que, aunque el núcleo de la moneda permita sus funciones actuales, cabe situar como corte preciso entre la primera y segunda especie del curso monetario, el modo en que se manifiesta su estructura lógica; bien esté enfocada a su variabilidad material, en cuanto signo “sustancial” (la primera especie); bien en cuando su variabilidad aparece como signo formal, en cuanto signo “relacional”, cuando propiamente desaparece al identificarse con el campo de relaciones que abarca. En cuanto signo formal, por así decir, se confunde como si fuera un “fantasma” con las cosas mismas. Es decir, la moneda aparece como un valor más, pierde la “sustancialidad intrínseca” que tenía con el oro, por ejemplo, y adquiere su valor como variable de su propio campo de variabilidad. Esta pérdida del respaldo “real”, según lo ven algunos, ya estaba actuando en el cobro de intereses del siglo XIII con la letra de cambio, o en las ferias castellanas del siglo XVI, por así decir, de modo incoado, pero no se impone definitivamente hasta principios de los años setenta del siglo XX. El cambio que podemos constatar, en primer lugar, es que, si cada moneda como variable se cambia por su valor (es decir, en función de su dominio estatal), en cada época se convierte una moneda en valor de cambio internacional (el florín, el ducado, el real de a ocho español y hoy día el dólar), como moneda de reserva; de modo que, en la mayor parte de las transacciones, cada moneda nacional queda supeditada a la moneda internacional, que no es otra que aquella cuya política sea hegemónica; es decir, el imperio que administre el equilibrio

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político y económico internacional. De este modo, una moneda con un dominio estatal se convierte en una moneda de segundo grado; pues su dominio será el de las relaciones entre el resto de las monedas, es decir, “global”. Hoy día el Dólar señorea el mundo. De hecho, el patrón oro, plata o el bimetalismo de la liga latina, han llegado hasta 1971, cuando el tesoro norteamericano se ve imposibilitado a devolver los montantes en oro que los firmantes de Breton Woods le reclaman. Nixon sitúa al Dólar como divisa patrón internacional, lo que le permitirá dominar los mercados internacionales con sólo imprimirlos. El uso del papel moneda al modo de certificados de pago, o de los asientos contables bancarios modernos, se consideró fundamentado en sus reservas correspondientes de metal precioso. Ahora sabemos que a los reequilibrios de las finanzas internacionales no les hace falta; solo necesitan de su ejército, cuya carísima financiación ya hemos dicho que es fundamental (en la actualidad, el presupuesto norteamericano en defensa es de 600.000 millones de dólares, lo que supone el 41 % de los gastos militares en el mundo). La segunda especie de la moneda se ha cumplido institucionalizada en un proceso incoado cuando los billetes de banco eran un recibo expedido por un orfebre, según el oro depositado –algo así como lo que creemos que fue el modo de crear la moneda–. La opinión de Ricardo va a nuestro favor, quien –según Schumpeter– no puede haber sido metalista, pues sostenía que “una moneda alcanza su estado más perfecto cuando consta exclusivamente de papel moneda” (Principles, cap. 27, en Historia del análisis económico, Ariel, Barcelona 2015, cita pág. 771). Lo que confirma Charles Risk cuando entiende que la teoría cuantitativa de la moneda: “haría mejor en denominarla teoría ricardiana de la moneda”, donde “la confusión entre un instrumento de crédito y un patrón monetario está hecha de modo tan candoroso como hasta entones no había sido alcanzado” (Historia de las doctrinas relativas a la moneda y el crédito. Desde John Law hasta la actualidad). Risk atribuye a Ricardo una influencia fundamental en las instituciones crediticias del siglo XIX en tanto: “la cantidad de moneda en circulación y la limitación de esta cantidad va a substituir de ahora en adelante a todas las otras en la explicación de los fenómenos monetarios y se irá hasta borrar las diferencias jurídicas y económicas

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entre la moneda metálica, el papel moneda, el cheque y el billete de Banco, y se buscará la explicación de todos los fenómenos monetarios en la sola consideración de la cantidad sin que se pueda decirnos si esta cantidad es la de los metales preciosos, la del papel moneda, de los billetes de banco o la de los depósitos” (Ibídem). En el fondo, también piensa Schumpeter que: “es posible que en la práctica y en el análisis una teoría crediticia de la moneda sea mejor que una teoría monetaria del crédito” (Ibídem, pág. 789). Y en efecto, dice Ricardo: “si bien no tiene valor intrínseco, –refiriéndose al papel moneda– su valor en cambio, limitando su cantidad, es tan grande como el de una moneda de igual denominación o de una barra de metal del que es hecha esa moneda. Siguiendo el mismo principio, a saber, el de la limitación de la cantidad, una moneda baja de ley circularía con el mismo valor que debería tener si fuera de peso y título legales, y no con el de la cantidad de metal que contuviera” (Principios de economía política y tributación, vol. II, Orbis, Barcelona 1985). La moneda fiduciaria o crediticia es “sólo” forma, aunque los registros contables de los dígitos bancarios tengan tanta materia como pueda tener el plomo o el oro; es decir, los números de un asiento contable tienen las mismas funciones que la materia preciosa, pero sin sus límites. De hecho, desprenderse de la materia ha abierto los mercados financieros a ingentes movimientos de capitales, pues el incremento del mercado pletórico, una vez caído el sistema planificador comunista, requiere el abandono de cualquier lastre material; la velocidad o frecuencia de las transacciones económicas es tan rápida porque sólo necesita el cambio de dígitos en divisas nacionales. Aparece así la verdad de la moneda, que estaba distorsionada por el valor de la materia que se utilizaba de garantía. Es la variable monetaria en cuanto signo formal –una variable respecto de su propia materia–, donde los valores pueden ser los bienes o la materia de la propia moneda. En todo caso, son derechos y obligaciones; lo que no se puede confundir con el nominalismo (entendido como convención de valor por parte del Estado o de los particulares); pues el valor, los valores que satisfacen tal variable se establecen de modo objetivo en los mercados; por ejemplo, en los mercados de divisas, por encima de la voluntad de las partes. La explosión de los mercados bursátiles, centralizados (el Forex &c.) o descentralizados (OTC), sólo se puede explicar por la velocidad

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que han imprimido a la moneda, el “boom” de las nuevas tecnologías informáticas. Es una cuestión de información en tiempo real; tras ella, la matemática financiera –que va actualizando gráficas de incidencias y traduciéndolas a estadísticas de riesgo y probabilidad– culmina las relaciones entre contabilidad y aritmética sumeria, las tablas de doble entrada y el álgebra italiana en la teoría de matrices y determinantes, las series de Fibonaci en programas informáticos de variaciones en bolsa, el cálculo de probabilidades de Jean de Witt sobre porcentajes en inversiones de las compañías holandesas, o las variaciones de valor en estadísticas, gráficas y hojas de cálculo en los mercados del siglo XXI. Unos desarrollos matemáticos derivados de la contabilidad, que hubieran sido imposibles sin la moneda como signo variable. Que estos sistemas de apuestas-riesgo financien la economía mundial, no significa la desaparición de posiciones de fuerza políticas detrás de ellas; lo que es norma común en toda la historia económica. 5. La tercera especie de la moneda como fin del campo económicopolítico El cuerpo de la moneda, como desarrollo de la estructura esencial que el curso ha ido generando en las sucesivas capas que hemos expuesto, es la primera razón que alimenta el mito de la globalización. Pero las formas de entender la globalización ocultan las monedas que la dirigen. Ocultan que la globalización es un modo distributivo de totalización que está en lucha con otros tantos modos de ejercerla, y que no hay composibilidad posible entre ellos sino, antes bien, inconmensurabilidades que se muestran en la lucha a muerte entre sus instituciones. En todo caso, entendemos que las esencias –como la esencia monetaria o la esencia del Estado–, no son eternas; de modo que, será con el desvanecimiento del núcleo de la moneda, cuando se desvanezca su esencia. Es decir, cuando desaparezca el Estado, desaparecerá la moneda. Con la tercera especie de moneda llegaríamos al fin del campo de la economía política. Hay “esencias técnicas procesuales” que dan lugar, en el curso de su tercera especie, a contextos determinantes a través de los cuales se establecen identidades sintéticas; por lo que acaba la técnica y aparece la ciencia en sus estados α-operatorios, desarrollándose lo que se entiende

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como aplicaciones tecnológicas. Con las técnicas económicas que hemos definido principalmente en torno a la moneda –el eje relacional o financiero del cuerpo de las esferas económicas–, no ocurre eso; antes bien, están en continua inestabilidad, en la lucha a muerte por su existencia. El final de su dialéctica se agotará con el agotamiento de su campo de variabilidad, con la desaparición de su dominio. La tercera especie de moneda nos pondría ante el fin de la moneda y probablemente, a la vuelta de formas dinerarias. Llamamos refluencia institucional a la vuelta a formas dinerarias particulares, como las monedas sociales de barriadas (Bristol Pound, Real, Eco Iris, Ekhi, &c.) y electrónicas (Litecoin, Peercoin, Dogecoin, &c.), caso donde el Bit-Coin ha tenido mayor éxito y difusión. En ellas se quiere ver el fin de la moneda estatal, pero es una mera ilusión. Se trata de fenómenos que tienen su funcionalidad pero que no pueden cuajar institucionalmente por desarrollarse al margen del Estado. No hay duda de que, como en cualquier otra novedad financiera, cada Estado pasará a regular su funcionamiento (tasas, impuestos, cesión de datos, &c.) según sus intereses, y siempre que no sea una amenaza para el control monetario de sus Bancos Centrales. Cuando se olvida que el control y la emisión monetaria corresponde al poder político, así como al ejercicio de la coacción implícita en el cumplimiento de las normas del derecho (mercantil, fiscal, administrativo, laboral) –lo que suelen olvidar economistas liberales–, estamos en un caso tan grave de corrupción teórico; como cuando se entendía al oro como perpetuum mobile económico del que hablaba Marx. Se trata de modos que instauren una armonía preestablecida por encima de los Estados, donde su contenido se constituya como moneda única o variable absoluta que deje como mera apariencia su singularidad, eliminando de hecho, la idea de moneda y volviendo al mito del dinero armonizado en una distribución equilibrada a escala mundial. Están en la tercera especie de moneda, suponiendo que se ha cumplido la segunda, en la que todavía estamos. La economía sería sustituida por un régimen de “riego por goteo” que, al modo de una renta básica, se distribuiría entre todos los hombres (como la renta de 2.600 euros que votaron rechazar los ciudadanos del Estado Suizo en 2016). Tal modo de producción y consumo sería cualitativamente opuesto a las subvenciones del Estado del bienestar

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(que está dirigida a la eutaxia de una sociedad democrática de mercado), pues supondría fijar montantes dinerarios como si fueran bonos de alimento o asignaciones de bienes por persona. Con una moneda única mundial pasaría algo así como le paso a Midas con el oro, pues convertirlo todo en oro, deja de ser una variable distinta de los bienes, para ser su destructor. La moneda única mundial supondría la destrucción de los mercados y la vuelta a economías centralizadas distributivas del neolítico o, antes aún, a los ríos de intercambio de bienes centralizados y automatizados del anillo Kula; es decir, la vuelta del dinero que proponía Marcel Mauss como fin al que debemos aproximarnos, a saber, el fin de la historia de la economía política. Pero esto es aventurar demasiado, tal pretensión no es más que la nostalgia de la barbarie, una forma alternativa de globalización, la antiglobalización que proponía Gustavo Bueno como modelo IV en La vuelta a la caverna (Ediciones B, Barcelona, 2004).

Capítulo 8

Donde se analizan algunos aspectos nematológicos de las técnicas económicas y se indican posibles vínculos entre económica y filosofía

La inestabilidad y la divergencia, como norma de funcionamiento de las teorías sobre las categorías económicas, está vinculada esencialmente a la dialéctica de Estados. La imposibilidad del mantenimiento de la recurrencia (por incomposibilidad) en la circulación de mercancías, operadores o valores, repercutirá sobre el conjunto de lo que hemos llamado Esferas económicas. En la medida en que estos problemas requieren la interdependencia de múltiples categorías, se convierten necesariamente en un problema filosófico. Como las crisis económicas suponen crisis políticas y, al contrario, afectando de un modo u otro a la propia actividad filosófica (por mucho que hayan querido mantenerse al margen), cabe preguntarse: ¿se puede elaborar un “mapamundi” de la realidad, una doctrina filosófica, sin tener en cuenta estos problemas? Creemos que no. Sin embargo, su “neutralización” o desactivación gnoseológica y ontológica ha sido constante en filosofía. Las vinculaciones entre la producción y las ideas, las puso de manifiesto Gustavo Bueno desde un principio: “Las ordenaciones de las Ideas que se ponen en correspondencia con las épocas históricas –es decir, con el ámbito general (político, económico, &c.) atribuido a estas épocas– se llaman ordenaciones básicas, en tanto que ellas se suponen determinadas precisamente por la base del Modo de Producción correspondiente, que resulta así, a su vez, representado

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por estas ordenaciones” (Gustavo Bueno, La Metafísica presocrática, Pentalfa, Oviedo 1974, pág. 24). Ahora bien, el significado que tengan “las categorías de la economía política” en las ordenaciones básicas de la ontología, es muy distinto según se entiendan a partir de un progressus del todo hacia sus partes (un descenso desde los límites de la concavidad de la realidad hacia los pormenores de la “caverna”), o a partir del regressus de las partes hacia el todo (en la forma de ascenso desde el fondo “práctico”, “técnico” de la convexidad hacia sus límites). De estos dos modos gnoseológicos podremos recorrer las ordenaciones básicas de los diferentes sistemas filosóficos que, a lo largo de la historia, podrían agruparse en torno a tres ordenaciones ontológicas diferentes; donde el Materialismo filosófico se muestra como pluralismo radical cuando la inconmensurabilidad entre las categorías es un aspecto del enfrentamiento entre sistemas de ordenación de las partes del mundo (principalmente en forma de imperios generadores), allí donde los conceptos económico-políticos se desarrollan pero también donde entran en crisis. Del modo más resumido posible suponemos que a través de la inclusión de clases (⸦) se pueden ordenar los símbolos algebraicos siguientes: E se corresponde con el Ego Trascendental, Mi con el Mundus Spectabilis y M con la Materia ontológico-general. La ontología antigua [E ⸦ Mi ⸦ M] podría ser recorrida en una dirección descendente (←) que creemos vinculada a la metafísica presocrática y una ascendente (→) asociada a la crítica sofística y Platón. La ontología medieval [Mi ⸦ M ⸦ E] sería recorrida en un sentido descendente por la teología dogmática y de modo ascendente por la teología natural. La ontología moderna [Mi ⸦ E ⸦ M] en cuanto recorrida en una dirección descendente se puede vincular al idealismo y al contrario se puede vincular a la inversión materialista. Cabría considerar que las direcciones descendentes tienen un carácter metafísico en tanto tienden a borrar las inconmensurabilidades y diluir los conflictos entre las partes, situándose a favor de la armonía o la perfección del conjunto presente (o final) que preside el Todo en formas monistas: Parménides, Plotino y Hegel pueden ejemplificar este modelo en cada una de las tres fases. Por el contrario, cabría atribuir a los sistemas ascendentes, en cuanto crítica de los anteriores, un carácter más positivo en la medida en que el peso que supone partir

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de la pluralidad e inconmensurabilidad de las categorías (a partir de las innovaciones en forma de esencias técnicas procesuales), según se van desarrollando, obligarían a un reajuste continuo: Platón con la idea de symploké, Santo Tomás al partir del análisis de la naturaleza, o Espinosa con las “causas próximas según un ordo et conexio” serían ejemplos propios de cada fase. En todo caso, estas lecturas sólo pueden hacerse desde el Materialismo Filosófico como “pluralismo radical”. Razón por la cual se comprende el significado que tiene la pluralidad de intereses, la inconmensurabilidad de las posiciones económico-políticas, las guerras entre Estados, las luchas de clase o las revoluciones, para la filosofía en general y para el Materialismo Filosófico en particular. Esta importancia se evidenció, como nematología de las categorías económico-políticas, en el materialismo marxista del siglo XIX y XX. Tal grado de importancia adquirió la producción industrial y los cambios sociales que produjo que, con base en la economía, se tachará de ideológica (especulativa, reaccionaria) a todo tipo de filosofía. Para Marx la filosofía, después de su culminación en el sistema hegeliano, ya no tendrá como cometido entender la realidad, sino que se subordina a su transformación, quedando reducida a servus revolution. Ahora bien, si a nuestro modo de ver, tal reduccionismo esconde un monismo derivado de la inversión del idealismo hegeliano, se hace necesaria su rectificación en tanto que su posición no es más que parte de un sistema de conexiones entre filosofía y economía más amplio que es necesario recorrer. 1. La polémica sobre el origen del “capitalismo” Desde el carácter actualista que atribuimos a la filosofía y dada su implantación política, preguntaríamos: ¿cómo han adquirido las categorías económico-políticas tal extensión y profundidad para que sea necesario su replanteamiento y discusión filosófica? Para responder hay que partir de la idea mítica de capitalismo, es decir, de posiciones “emic” o de los planteamientos que derivan de la caída del “sistema económico comunista” y el triunfo del “sistema económico capitalista” a nivel “global”; determinando que las posiciones filosóficas sobre la economía queden vinculadas, de un modo u otro, al análisis y al

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juicio sobre su configuración capitalista; debiendo responder a otra pregunta: ¿qué es el capitalismo como sistema económico global? La respuesta más inmediata la ofreció un hegeliano: Francis Fukuyama sostiene que el actual sistema económico de mercado pletórico “es el fin de la historia”, el fin de la historia humana. Haremos una primera aproximación al género de problemas que suponen los vínculos entre filosofía y economía, a través de la polémica ya clásica sobre el origen del “capitalismo”. Tal polémica nos permitirá recoger la nematología marxista y sus opuestas. Desde luego, si lo que se discute es el concepto de “capitalismo” y sus vínculos a un tipo u otro de concepción del mundo, es indiscutible que el “capitalismo”, como “sistema económico” aparece en el ámbito cristiano; así dirá Braudel que: la palabra Capitale (palabra del bajo latín, de caput, cabeza) surge en los siglos XII-XIII italiano con el sentido de fondos, de stock de mercancías, de masa de dinero o de dinero que produce interés, “indiscutiblemente en 1212” (Civilización material, economía y capitalismo. Siglos XVXVIII. Los juegos del intercambio, Tomo II-III, Alianza, Madrid 1984, pág. 195). Braudel cita otros términos en uso como “cuerpo”, “fondos” que no tendrán su éxito; en cambio, la palabra “capitalista” se extenderá desde mediados del siglo XVII, indicando los sujetos que manejan el dinero y proveen de fondos. Otra cosa muy distinta ocurre con la palabra “Capitalismo”, mucho más tardía: “es sin duda Louis Blanc quien, en su polémica con Bastiat, le da su nuevo sentido cuando escribe en 1850: “... Lo que yo llamaría ‘capitalismo’ [y emplea las comillas], es decir la apropiación del capital por unos con exclusión de otros. Pero el empleo de la palabra es raro. Prudhon la emplea algunas veces: “la tierra es aún la fortaleza del capitalismo”, una tesis que modifica en su definición: “Régimen económico y social en el cual los capitales, fuente de ingresos, no pertenecen a los que los ponen en funcionamiento empleando su propio trabajo”. Sin embargo, diez años más tarde, en 1867, la palabra es aún ignorada por Marx” (Ibídem, pág. 199). Sólo en oposición a la política socialista, triunfa el término en las polémicas de principios del siglo XX (Sombart); y en los diccionarios, a partir de la década de los años veinte, enfrentada al “comunismo”.

El mito del capitalismo 251

De modo que, cuando las ciencias históricas y sociales se toman en serio, las relaciones entre economía y filosofía (por ejemplo, como teología), se configuran –alrededor de la polémica sobre el origen y las implicaciones de comercio con montantes de capital– con categorías morales, sociales, políticas o de otra índole. De este modo, contribuyen a delimitar, sino el dintorno de las categorías económicas (la distinción entre sus partes internas), sí el contorno con otras categorías con las que intersecan (la claridad sobre las mismas). La tesis de Max Weber sobre la ética protestante, como determinación del espíritu del capitalismo, será el centro de discusión de las ciencias sociales a principios del siglo XX, obligando a la reacción de marxistas y católicos. Utilizaremos un sistema de alternativas que sistematice el conjunto de determinaciones, entre los términos de la polémica que están en juego (capitalismo, catolicismo y protestantismo), desde las cuales situar algunas tesis clásicas que nos sirvan de referente para ver cómo se ha solido tratar el problema. Advertimos que la clasificación requiere tomar las ideas de protestantismo, capitalismo y catolicismo como clases porfirianas y, por tanto, suponiendo una hipóstasis o mitificación adecuada a los usos que se han hecho de ellas en las diferentes doctrinas que caen bajo la tabla de posiciones. Pasiva Activa

Protestantismo

Protestantismo

Capitalismo

Catolicismo

Capitalismo

Catolicismo

A

B*

Protest. → Capital.

Protest. → Catolic.

C

D

Capital. → Protest.

Capital. → Catolic.

E*

F

Catolic. → Protest. Catolic. → Capital.

252 Luis Carlos Martín Jiménez

La polémica entre católicos y protestantes que se viene arrastrando desde el siglo XVI, empezará a tomar tintes económicos en el siglo XIX y, a principios del siglo XX, será tema destacado de discusión entre historiadores y científicos sociales. De este modo, mediremos la profundidad y el alcance de los tratamientos que se han dado a esas cuestiones. El modelo B y el E suponen necesariamente la mediación del capitalismo para que su polémica adquiera significado económico. A. El protestantismo determina el Capitalismo directamente o a través del Catolicismo. La tesis que inicia la polémica aparece con la publicación de dos artículos de Max Weber en la revista Archiv für Sozialwissenschaft (1905), que más tarde se unen con el título de La ética protestante y el espíritu del capitalismo. El análisis del capitalismo es fundamental para Weber en tanto es “el poder más importante de nuestra vida moderna” (La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Península, Barcelona 1989, pág. 8). Poder que se resume en la diferencia entre “el cálculo del valor dinerario aportado y el valor dinerario obtenido al final” (Ibídem, pág. 11). Para ello se va a fijar en “la influencia de ciertos ideales religiosos en la formación de una “mentalidad económica”, de un ethos económico, fijándose en el caso concreto de las conexiones de la ética económica moderna con la ética racional del protestantismo ascético” (Ibídem, pág. 18). Tal trasformación, que nosotros vinculamos a la “inversión teológica”, comenzaría cuando el protestantismo –y el calvinismo en especial–, entienda “la absoluta trascendencia de Dios sobre lo creado: finitum non est capax infiniti” (Ibídem, pág. 140), lo que da paso a la idea de la religiosidad práctica por la “fides efficax”; es decir, el ascetismo. Es decir, “la idea de la necesidad de comprobar la fe en la vida profesional” (Ibídem, pág. 155). Este paso lo expresa Weber de muchos modos: “Yo afirmo expresamente, como se ve, la continuidad interna entre la ascesis religiosa monástica y el ascetismo laico profesional; (…) La Reforma aplica a la vida profesional en el mundo el ascetismo cristiano racional y la vida metódica practicada antes en el claustro” (Ibídem, nota 80, pág. 152). El protestante “se lanza al mercado de la vida, cierra las

El mito del capitalismo 253

puertas de los claustros y se dedica a impregnar con su método esa vida, a la que transforma en vida racional en el mundo” (Ibídem, pág. 207). O bien “cuando la busca exaltada del reino de Dios convirtióse en austera virtud profesional, cuando las raíces religiosas comenzaron a secarse y a ser sustituidas por consideraciones utilitarias; en una palabra, cuando Robinsón Crusoe, el hombre económico aislado, que sólo incidentalmente ejerce también trabajo de misión, comenzó a sustituir en la fantasía popular al “peregrino”. (Ibídem, pág. 251). “Desapareció todo resto del ‘Deo placere vix potest’ (del dinero) y nació el ‘ethos’ profesional burgués” (Ibídem, pág. 252). Se trata, a nuestro modo de ver, de la trasformación del Reino de la Gracia en el Reino de la Cultura que se culmina con el idealismo alemán, lo que también señala Weber: “Nuestra descripción sólo ha tenido en cuenta aquellas relaciones en las que cabe señalar inequívocamente la influencia de las ideas religiosas sobre la vida “material” de la cultura” (Ibídem, cita 114, pág. 261). Señalaremos de paso que Weber se nutre de los análisis de Martin Offenbacher, cuando se fija en que son los protestantes y no los católicos quienes dirigen los puestos de mando de las instituciones económicas y las escuelas técnicas, sin fijarse en la beligerancia que alcanzó la discriminación de los católicos en países de mayoría reformada. Un amigo de Weber, Ernst Troeltsch, reafirmará en El protestantismo y el mundo moderno, cómo la personalidad y la libertad protestantes son la base de la cultura moderna donde se inserta la burguesía. B. El Protestantismo determina al catolicismo indirectamente a través del Capitalismo. Un resultado de las tesis enunciadas marcará la actualidad de las relaciones de deuda entre países católicos y protestantes (a favor de los segundos), al entender la subordinación del catolicismo –plegado ante la potencia de ideas protestantes (como individualismo, utilitarismo o pragmatismo), según se imponen por la potencia invasora de sus instituciones económicas–. Si el protestantismo nace contra la potencia de la Monarquía Católica española, su dominio sobre el orbe católico se produce por el auge del capitalismo industrial de las potencias del norte de Europa. El protestantismo del imperio del dólar

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anega, con los modos de vida del mercado pletórico, las sociedades políticas católicas (los llamados despectivamente por los economistas, P.I.G.S.), sujetas bajo sus mercados financieros y sus productos de consumo de masas: música, cine, tecnología, &c. C. El Capitalismo determina al protestantismo directamente o a través del Catolicismo. Nos parece que la inversión materialista de la tesis de Weber se lleva a cabo sistemáticamente por las escuelas marxistas de historiadores ingleses; centrando muchos de sus análisis, en el campo de fenómenos que supuso la revolución industrial inglesa en el mundo. Maurice Dobb, en sus Estudios sobre el desarrollo del capitalismo, define el capitalismo a partir de los vínculos contractuales (pago por servicios), que lleva a ver en el dinero comercial, el fin de la servidumbre de la Inglaterra del siglo XVII, adelantando la acumulación y exportación de capitales del siglo XIX. Los análisis sobre los cambios sociales y políticos que derivan del triunfo del sistema de explotación capitalista, será el tema que analizan investigadores como Thompson, Hobsbawm, Perry Anderson y muchos otros vinculados a las revistas Past&Present o New Left Review. Uno de los primeros historiadores de la economía en la universidad de Chicago, que se fija en la tecnología de la industria minera inglesa, será John Ulric Nef (El auge de la industria británica del carbón), siguiendo tesis de Sombart sobre el papel de la guerra y la extensión de los mercados del capitalismo industrial (Guerra y progreso humano. Un ensayo sobre el ascenso de la civilización industrial). D. El Capitalismo determina al catolicismo directamente o a través del protestantismo. Quien había introducido la tesis sobre la importancia del sistema productivo capitalista, a partir de los mercados del comercio mundial, fue Carlos Marx. No es la ideología o la religión la que determina la economía (como decía Weber desde posiciones idealistas), sino que es la base económica (mano de obra, técnica, materias primas, &c.) la que determina las formaciones ideológicas que justifican el sistema de

El mito del capitalismo 255

explotación. De este modo, lo que llama “comercio triangular” en el Atlántico, generado con la Monarquía católica del Imperio español y el descubrimiento de América, consistió en vender baratijas inglesas por esclavos africanos, esclavos por algodón en las Antillas, para volver a Inglaterra con beneficios del ciento veinte por cien, permitiendo la acumulación de capitales que dará lugar a la financiación de la revolución industrial. H. M. Robertson (Aspects of the rise of economic individualism) critica la idea de Weber sobre la influencia de las ideas religiosas protestantes (por ejemplo, le recuerda que Jacob Fugger fue “a good catholic”), indicando cómo los teólogos jesuitas son los primeros en adaptarse a las formas de economía capitalista. Con anterioridad, un clásico de los estudios medievales formulará lo que se conoce como la “tesis de Pirenne” sobre la importancia de la Edad Media y el nacimiento de las ciudades para el desarrollo del capitalismo. En este sentido, irán muchos católicos; es el caso de Lujo Brentano (Los orígenes del capitalismo moderno), cuando pone el origen del capitalismo en la expansión comercial del siglo XIII y los flujos de capitales de la economía monetaria medieval. Sin capitales no hay Iglesia católica ni economía atlántica. E. El catolicismo determina al protestantismo a través del Capitalismo. Esta es la tesis que ha alimentado buena parte de la imagen del Imperio español en el siglo XX, desde el punto de vista de la historia económica. La tesis sostiene que la España católica alimenta de capitales la Europa protestante, pues no sabe utilizarlos ni sacarles rendimiento. Uno de los primeros historiadores de la economía monetaria imperial es Earl Hamilton; los datos que aporta en los años treinta, y que luego utilizarán el resto de los historiadores, analizan cómo la plata americana conlleva una revolución de los precios y la consecuente inflación (especialmente en la Corona de Castilla); lo que arruina la monarquía hispánica y acaba generando la “decadencia española” prácticamente desde el principio. Parecerá evidente que es el fanatismo religioso de los católicos, el que se enzarza en las guerras de religión europeas a través de la financiación

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americana, sin saber manejar los capitales americanos, que se van a manos de banqueros genoveses, alemanes u holandeses. “Las guerras continuas [dice Hamilton] entre los incipientes estados nacionales proporcionaban grandes oportunidades de inversión. La inopia de los monarcas que luchaban por la hegemonía de Europa y por la supremacía colonizadora provocó tipos exorbitantes de interés de la deuda pública, los cuales permitieron cosechar beneficios fabulosos a los banqueros internacionales lo bastante sagaces para prevenir la repudiación de las deudas” (El florecimiento del capitalismo, Alianza Universidad, Madrid 1984, pág. 18). Hoy sabemos que el “déficit crónico” del que nos habla Ramón Carande es normal e incluso más alto en cuanto mayor potencia tenga el Estado. El ascenso del capitalismo se produce por la “inflación de beneficios”, al subir los precios, pero no los salarios ni los gastos de producción, lo que produce fuertes incrementos de beneficios en las empresas (Earl Hamilton, El tesoro americano y la revolución de los precios en España, 1501-1650, Crítica, Barcelona 2000). La idea de inflación por beneficios (que también defiende Keynes), atribuyendo el desarrollo del capitalismo al contexto protestante de los siglos XVI y XVII en tanto aumentan los precios de mercancías que vienen de fuera de España, pero no los salarios, produciéndose unas acumulaciones de capital en los países productores de mercancías, mientras se arruinan los españoles. La tesis sobre el inicio de la decadencia española imperial se repetirá como norma históricoeconómica: “La España de finales de la Edad Media, con sus mecanismos de conquista, ocupación y consolidación en el Atlántico Oeste, contribuyó extraordinariamente al crecimiento y desarrollo del capitalismo comercial, tanto en la fase anterior a 1650 como en la posterior a esta fecha. (…) Ellos crearon las primeras etapas de lo que nosotros ahora, en el umbral del siglo XXI, denominamos economía de mercado global, una economía que llega a todos los rincones.” (Stanley J. Stein y Bárbara H. Stein, Plata, comercio y guerra. España y América en la formación de la Europa moderna, Crítica, Barcelona 2000). La idea es que España genera la Europa moderna, pero se queda fuera de su dinámica. La plata que viene por el Atlántico rinde beneficios por las rutas de comercio oriental con China, y ese negocio

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no lo hace España: “Y así, [dice Hamilton] los metales preciosos fluían de Portugal, Holanda, Inglaterra y Francia hacia el Oriente a cambio de las especias y de los artículos de lujo de aquellas regiones, ávidamente buscados. (…) Es difícil encontrar en los anales de los negocios, mayores beneficios que los obtenidos en algunos de los primeros viajes a las Islas de las Especies o series de ganancias tan sostenidas como las de las Compañías Inglesa y Holandesa de las Indias Orientales durante el siglo XVII” (El florecimiento del capitalismo, Alianza Universidad, Madrid 1984, pág. 27). F. El catolicismo determina al Capitalismo. Giuseppe Toniolo es el primero que a finales del siglo XIX ofrece unas bases metodológicas de carácter científico, tras la polémica entre católicos y liberales (donde sobre salen figuras como Donoso Cortés y Balmes, quien escribe El protestantismo comparado con el catolicismo contra el liberal Guizot), situando los orígenes individualistas en materia económica en los movimientos de capitales renacentistas de la Toscana. W. Sombart, discípulo de Toniolo, señala a los judíos, sin derecho a tierras y dedicados al comercio, como la comunidad que genera la iniciativa financiera a través de la cual se enriquecen y acumulan capital que prestan con interés, sobre todo a las cortes de los nuevos Estados. Así explica que, con la expulsión de los judíos, España y Portugal decaigan y Holanda e Inglaterra prosperen. También lo entiende así Hamilton, “el fanatismo religioso, [dice Hamilton] del que surgieron varias persecuciones y expulsiones de moros y judíos, impidió o perturbó en España la participación activa en la vida económica de dos de las clases más capaces para ella” (El florecimiento del capitalismo, Alianza Universidad, Madrid 1984, pág. 38). Fanfani nos recuerda, en contra de esta tesis, que la mayor parte de los expulsados fue al imperio otomano o a la Toscana, donde no ocurrió lo mismo. Amintore Fanfani sigue a Hamilton en la idea de decadencia de España, cuyos metales terminaron en el norte de Europa; sigue a Weber en que la reforma y el calvinismo, al inutilizar “las obras como medio de salvación”, “significó desligar las acciones de vínculos ajenos a su racionalidad intrínseca” (Catolicismo y protestantismo

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en la génesis del capitalismo, Rialp, Madrid 1953, pág. 268) y, en palabras de Sayous sobre el Calvinismo y el Catolicismo, admite que en el siglo XVIII se llega casi a “una separación absoluta entre lo espiritual y lo temporal” (cita 85, pág. 290). Pero comparte con Toniolo que el capitalismo aparece en las repúblicas italianas, como en la Florencia del siglo XIV. Otros muchos le siguen en esta tesis (R. H. Tawney, J. Strieder, J. B. Kraus, &c.). H. Sée criticará a Fanfani que sea la religión como forma de moral la que tenga capacidad para influir en la economía y pondrá en instituciones precisas tal influencia, concretamente será la organización financiera alrededor de las jerarquías de los Papas, la que influye en la formación de fenómenos económicos como la banca o el cobro de impuestos religiosos. En todo caso recordemos que lo que se entienda por “capitalismo”, se desarrolla en la evolución de lo que entendemos que aparece con los Estados-ciudad y la aparición de la moneda: “El capitalismo [dirá Hamilton] no surgió del vacío en los primeros tiempos de la Edad Moderna. Hubo rastros de él en las grandes naciones de la antigüedad, y hacia fines de la Edad Media jugó un papel importante en la economía de Flandes, las ciudades-estado italianas y algunas ciudades francesas. En estos oasis, especialmente en los grandes centros industriales, comerciales y financieros de Italia –Amalfi, Pisa, Génova, Florencia y Venecia–, se desarrollaron muchos de los rasgos característicos del capitalismo moderno” (El florecimiento del capitalismo, Alianza Universidad, Madrid 1984, pág. 16). Desarrollos de este tipo son muy ilustrativos de cómo se tratan estos temas; a saber: según modos reduccionistas de establecer las relaciones de la economía con otras categorías y en especial con la filosofía. La determinación o subordinación de unas categorías o regiones de la realidad a otras indica un monismo, o por lo menos una metodología monista de fondo que tenemos que negar por sistema. No habrá subordinación, pero tampoco tenemos por qué suponer un cierre categorial de la economía, es decir, no se podrán quitar los apellidos a la economía, independizándose de los contextos que la envuelven (como quería Alfred Marshall cuando titulaba Principios de economía a su intención de abandonar las discusiones escolásticas y basarse en “razonamientos puramente económicos”).

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La racionalidad que va implícita en la economía política clásica –y luego neoclásica– es un modo de racionalización por holización que tiene que ver con la contabilidad: a nivel técnico con la moneda y a nivel científico con la cuantificación de factores, números, índices, agregados, &c., pero que nunca llega a cerrarse como categoría, pues cuanto más tiene de metodologías α-operatorias menos tiene de especificidad económica. Las técnicas financieras para hacerse cargo de las técnicas productivas funcionan mientras las teorías y las doctrinas tratan de encajar los cambios. De modo que pasamos de un mapa medieval teológico, a un mapa cuyo mundo es entendido a partir de los átomos racionales, es decir, de operadores holizados. Se trata de un aspecto de la inversión teológica que ve Scheler como una secularización o societarización (concepto de Tonnies) frente a la comunidad anterior. Desde nuestros presupuestos, entendemos que el ascenso del “capitalismo” se produce por la dialéctica de imperios, cuando las guerras mundiales de la tecnología industrial, las técnicas contables derivadas de la partida doble y las financieras (bonos, bancos, acciones, valores, &c.) que configuran la fisionomía de los Estados modernos surgidos alrededor del imperio español, pasan a gravitar en torno al imperio inglés y luego norteamericano. Catolicismo y protestantismo no son más que el momento nematológico de unos imperios en lucha, cuya realidad o recursividad dura lo que su potencia les permite; una potencia técnica y financiera que decayó en el imperio católico español y ejercen ahora los imperios protestantes. La actual política del dólar permite una financiación de la defensa de los EE. UU.: en torno a los 600.000 millones de dorales –casi el 40% del gasto en defensa del mundo–, que en los años 90 estaba sobre el 24% del presupuesto anual, y acabada la Guerra Fría bajó al 15%, pero que ya está subiendo de nuevo (compárese con el gasto español en defensa que ronda el 2,4 % del P.I.B.). Entendemos que la economía, como técnica de composibilidad según “la idea de ‘rotación recurrente’ (en ciclos estacionarios o ampliados) de la producción e intercambio de bienes y servicios” (Gustavo Bueno, La fe del ateo, Temas de Hoy, Madrid 2007, pág. 200), guarda relación con la filosofía en la medida en que incluye entre sus categorías ideas filosóficas tan significativas como pueda ser la idea de moneda. Será en torno a estas morfologías donde

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buscaremos las correspondencias y proporciones que pueda haber entre economía y filosofía. Ensayaremos tal rectificación fijándonos en la irreductibilidad de las relaciones; en este caso, las relaciones económicas que se establecen a través del comercio y las unidades monetarias nacionales. Pues si la moneda tiene interés para nosotros es porque no se reduce a un mero concepto económico, se trata de una idea y como tal deberá tener un papel en los sistemas filosóficos. De hecho, la palabra “ensayo” que aparece por primera vez con Montaigne en 1571, viene del “concepto o prueba de sopesar alguna cosa”, como la tasación de monedas y metales preciosos en el mercado. Etimológicamente exagium, en latín, significó pesar una cosa, del griego exágion, balanza o pesa de un sexto de onza. Hace más de cincuenta años, Gustavo Bueno señaló la vía para entender esencias metafísicas tan puras como las ideas o especies platónicas, a través de técnicas tan prosaicas como la sigilación (Hace 50 años. Gustavo Bueno, El Catoblepas, 133:2, 2013). Sigilar es poner un sello o dar forma a una materia (de sigillum); signum deriva del verbo seguir –segui– de la raíz indoeuropea “sekw-”. “Significar” tiene la misma raíz (marca, señal, insignia). Los Signos son marcas de propiedad como el blasón, los distintivos, las banderas, las insignias, los escudos de armas, los estandartes, las divisas. Es decir, la materia conformada técnicamente que al significar divide, y al dividir da lugar a las clases, los conceptos, un mundo al que Platón atribuyó la realidad en sí. Como señala Gustavo Bueno, igual que podemos entender las monedas como esencias realizadas, podemos entender las esencias como generalizaciones de las monedas a campos no económicos y, en último término, a la realidad entera (lo que entendemos como nematología de la moneda). Trataremos en lo que sigue de señalar estas conexiones. Es decir, cuando se pregunta por las relaciones en economía, es cuando aparece la trascendencia filosófica de la moneda. Por ejemplo, cuando entendemos que las monedas son M1 (términos físicos intercambiables como los bits de información de una cuenta bancaria), aunque su función es ser “signos variables” (aritméticos o lógicos) en función de las proporciones entre las partes del mundo (M3) y, sin embargo, la práctica económica (M2) que la hace universal no es conexa, pues al medir, divide la economía en esferas estatales inconmensurables entre sí.

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2. La vía de la analogía en economía El movimiento de la circulación monetaria en los intercambios comerciales, los pagos o la compra de moneda generan relaciones –en el campo económico– de igualdad, de desigualdad o semejanza, de proporcionalidad, de unidad, de simetría, &c., que tienen en la pluralidad de monedas y sus relaciones de paridad el fundamento de las inconmensurabilidades económicas. Como ya hemos indicado, la dialéctica que tratamos hace de la existencia de las monedas una lucha a muerte. En este trabajo hemos señalado varias vías metafísicas por donde la negación de la moneda en economía suponía ontologías atomistas y holistas, en un horizonte armónico de fondo. Lo que cabe señalar ahora es la conexión entre la idea de moneda como relación (una proporción sincategoremática) y la idea de symploké que defendemos en el Materialismo Filosófico. Todo orden económico, político, práctico, supone una ontología que se expresa en doctrinas filosóficas. Suponemos que la trabazón técnica y científica entre órdenes de cosas y órdenes de sujetos que trabajan con ellas, no se agota en una ordenación única como quiere el monismo idealista o el materialista. La metafísica del “dinero” –de origen angélico, espiritual, armónico (inicial o final)– es la expresión de los órdenes dinerarios prehistóricos, inconscientes, tribales o preestatales. Nosotros no creemos que haya o pueda haber un orden total (un cosmos), y el problema de la filosofía sea dar con él; éste es un supuesto Monista. La influencia de la moneda sobre la filosofía no se ha tratado en sus analogías, cuanto que en economía se considera problemática. A nosotros nos parece que la proyección conceptual de la moneda implica una ontología pluralista. ¿Cabe ver actuando en los sistemas filosóficos, analogías entre las relaciones que se establecen con la moneda y la pluralidad de “esencias” (o “universales”) con las que entendemos la realidad?; desde el supuesto técnico que origina las ciencias y concatena la filosofía, no se podría ver de otro modo. En efecto, tomarse en serio la pluralidad inconmensurable de órdenes técnicos y científicos “realmente existentes”, nos pone ante modelos que surgen de ellos en competencia mutua para entender su conjunto y, por extensión, al resto de partes de la realidad. Esos

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modelos son las vías por las que se irán formulando las ideas de la filosofía. Sin embargo, como hay muchas formas de concatenar estas teorías, el modo de atacar el problema se llamó tradicionalmente vía análoga o analógica. Analogía será la comparación, conmensuración o conveniencia entre dos razones: de “ana”, reiteración y comparación, en latín sicut (“como, así como”), junto a “logos”, razón. La vía analógica supondrá la comparación o relación entre varias razones o conceptos que no se pueden establecer desde las especies unívocas, los géneros o los géneros supremos. La analogía y la symploké implican la crítica clasificatoria; es decir, la tesis según la cual sólo se puede hacer filosofía desde un sistema (como sólo puedes orientarte desde un mapamundi), y los criterios de la crítica están en los principios estromáticos del sistema. Muchos “egos diminutos” con libertad de pensamiento (en realidad, a sueldo de las universidades), reflexionan insertando partes o retales de unos sistemas en otros, creyendo dar con la clave de los problemas, como si la unión de partes materiales o formales de mapas con puntos de referencia y escalas de medida distintos pudieran coordinarse bajo el supuesto de que la “realidad” de la que parten es la misma, cuanto esto es lo que se discute. De este modo, la confusión aumenta cuantos más “espíritus libres” se “atreven a pensar por sí mismos”, haciendo más necesaria si cabe la clasificación y ordenación de los modos análogos de predicación. Como se sabe, la vía analógica arranca con Platón (cuya analogía de la línea establece la relación de proporcionalidad entre secciones desiguales proporcionales), indicando cómo las relaciones entre los saberes y las partes de la realidad guardan proporciones semejantes entre sí, aunque sus contenidos sean “absolutamente” distintos. Aristóteles sigue la idea de analogía aplicada al Ser “que se dice de muchas maneras”: aquellos modos o maneras que expresan las categorías en relación con un primer analogado sustancial; y, en Economía, la proporcionalidad entre el rango social y el precio de los productos. La analogía en la Escolástica es de uso común, con ella se trata de clasificar. Las clasificaciones, la crítica ordenada de concatenaciones de ideas oscuras y confusas, es la clave en el ensayo materialista. Hay que establecer las co-determinaciones y las inconmensurabilidades entre las partes de la realidad a partir de la

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materia conformada técnicamente. Partimos de que las diferencias y las semejanzas existen, la cuestión está en establecer los criterios para medirlas. Las diferencias (heterón, distinción), como modos de ser que dividen a los géneros en especies distintas, son esenciales o formales. Algún escolástico pensará que las diferencias que dividen a las especies en individuos son numéricas (materiales); de aquí que la cantidad sea el principio de individuación en Santo Tomás, un principio que toma como modelo la moneda (la que discurría abundantemente por las ferias de Champagne financiadas por los banqueros de las repúblicas italianas que gravitan alrededor de los Estados Pontificios), la que se cambia por todas las cosas (bienes) según una esencia cuantitativa (numérica), dejando a las formas exentas de materia. El principio que se aplica consiste en que los individuos de las especies son iguales (Sócrates y Platón son iguales respecto de la especie humana, pero numéricamente distintos), pero las especies de los géneros son semejantes (hombre y buey respecto del género animal). Si la abstracción o separación de la composición total del universal, podía ser específica o genérica, la abstracción formal de la materia singular numérica se diferenciaba en grados. Los escolásticos solían distinguir el primer grado de abstracción que obtiene la materia común o sensible (carne y huesos en general), del segundo grado que abstrae la materia inteligible (tamaño, figura, número) y del tercer grado que abstrae la corporeidad (causa, acto, ente, cosa…). Se entendía la abstracción como la precisión real o mental. La precisión real podía ser negativa al dividir o positiva si se daba entre entes o modos de esos entes. La precisión mental se daría entre aspectos que no se pueden distinguir en la realidad. En ésta se da la analogía, que será de precisión objetiva o de precisión formal o lógica. El “todo” análogo (que es su fundamento), no el de desigualdad, se diversificaba en partes o modos intrínsecos que los incluía (es una relación de inclusión), pero de modo confusivo (por ejemplo el término militar es común a los soldados como sujetos, a las armas como instrumentos, o a las banderas como símbolos, &c.), donde las diferencias no se excluyen como sí ocurre en la abstracción (las diferencias entre Sócrates y Platón en cuanto seres humanos). En conclusión: tratar cosas esencialmente distintas, sólo se puede llevar a cabo por la analogía (no por la abstracción del

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universal) pues, al clasificarlas, aparecen situadas las diferencias entre cosas que guardan alguna relación, por lejana que ella pueda ser. Del mismo modo, la analogía –entendida únicamente como proporción o comparación entre cosas esencialmente distintas según una relación de semejanza relativa entre ellas–, se verifica de modo análogo en cada una de las clases de analogía; no por especies sino por modos o grados de analogía. La abstracción análoga es proporcional o secundum quid, pues las diferencias están contenidas en la razón análoga, que las engloba, las envuelve y las confunde. La analogía es análoga en la medida en que desigualdad, atribución, proporcionalidad, no son términos unívocos, son análogos. La analogía envuelve los análogos co-entendiéndolos en sus modos (lo que no pasa con hombre respecto de sabio, alto, santo, &c.), La unidad análoga es unidad de confusión. La Analogía de desigualdad que pone la semejanza real y la univocidad lógica, es una analogía según el ser y no según la intención (ser vivo: entre hombre y buey). Cayetano entendía que la desigualdad no era propiamente una forma de la analogía, pues los individuos de una especie no difieren en la forma, (sino, sólo numéricamente, materialmente), pero sí difieren en los accidentes, por lo que adquiere el sentido de la predicación unívoca. Por este motivo hay desigualdad si las distintas especies de un género próximo, o diferentes géneros de uno remoto, difieren en la forma (la sustancia segunda aristotélica), siendo la desigualdad real, pero no lógica, pues su intención o concepto sigue siendo común (con univocidad impropia). De modo que la Analogía supone desigualdad o semejanza lógica (Sano se dice de un hombre y de un libro). La cuestión de la analogía toma toda su trascendencia filosófica cuando la desigualdad mental, intencional o lógica se da entre los géneros supremos o trascendentales (ente, cosa, algo, uno, &c.). De modo que, como ente se dice de la sustancia y los accidentes, incluyendo en su noción lo común y las diferencias –que también son entes–, respecto de las ideas con más calado ontológico y gnoseológico, la relación análoga es absolutamente (esencialmente) diversa y en algún sentido la misma (sympliciter diversa et secundum quid eadem). Para dar una visión general (aunque simplificada) sobre los modos de la analogía, seguiremos aquí la reexposición que ofrece

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Santiago María Ramírez (De Analogía, 4 vol., CSIC, Madrid, 1972). El llamado “Soto redivivo” sostiene que hay Analogía de atribución extrínseca si el significado del nombre se encuentra sólo en uno de los sujetos o analogado principal y por su relación en otros (militar aplicado al soldado y extrínsecamente al uniforme), según la intención y no según el ser, en un orden de prioridad o posterioridad (como signo, condición). La Analogía de atribución intrínseca se da si lo significado se encuentra en todos los sujetos (bien aplicado al fin, y a los medios), según la intención y según el ser. Habrá Analogía de proporcionalidad propia si la relación significada se da en todas las parejas de términos (el ejemplo típico es la relación de conocimiento entre sentidos y objetos sensibles, y de conocimiento entre el entendimiento y los inteligibles). La cual puede ser según una distancia finita o una distancia infinita. Por último, hablamos de Analogía de proporcionalidad impropia o metafórica cuando la relación significada por el nombre se da en una de las parejas, y en las otras parejas en sentido traslaticio o metafórico (visión entre la vista y el objeto, visión entre el entendimiento y lo evidente). Entre las discusiones sobre la analogía, cabe resaltar la oposición entre las tesis del Cardenal Cayetano y las tesis sobre la univocidad de la atribución intrínseca de Suárez cuando afirma la atribución intrínseca entre Dios por esencia y las criaturas por participación. Una analogía de gran repercusión, según sostiene Juan Antonio Hevia en la traducción al Tratado sobre la analogía de los nombres, pues si es infinita, propiamente no la hay, y si es finita, pregunta Hevia: “¿no estaría (en) el origen de un monismo moderno que llegaría incluso a Hegel con su doctrina del Espíritu Absoluto?” (Pentalfa, Oviedo 2005, pág. 14). Como la analogía será la comparación, conmensuración o conveniencia entre dos razones, nos metemos de lleno en el problema de las inconmensurabilidades. Desde luego, el lugar propio de las proporciones, porciones o partes es la cantidad matemática; es decir, el de la igualdad o desigualdad en la conmensurabilidad, de donde viene la razón entre dos cantidades y la proporción entre dos razones. El problema adquirirá relevancia filosófica cuando se pasa a cosas u órdenes no matemáticos o no extensos, y por último al ser infinito. Pues donde hay proporciones análogas entre distintos modos de ser o entes, se puede pasar del conocimiento de unos al conocimiento

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de otros (por ejemplo, entre las relaciones naturales y las relaciones sobrenaturales de la trinidad divina). El Materialismo Filosófico recoge las tesis de las inconmensurabilidades entre las categorías y, por tanto, la necesidad de un tratamiento análogo de sus relaciones, así como de las ideas que atraviesan diferentes campos categoriales. La propia idea de Materia trascendental podría ser entendida como un análogo de proporcionalidad entre los géneros de materialidad especial (M1, M2, M3) o, por lo menos, así queda formulado a modo de interrogante por el propio Bueno (Gustavo Bueno, Ensayos Materialistas, Taurus, Madrid 1972, pág. 54). Para el materialismo filosófico la realidad de las inconmensurabilidades, los cortes insalvables entre partes de la realidad, la imposibilidad de proporcionar unas partes con otras alcanza, de una manera trágica, la vida de los hombres cuando se hace imposible la composibilidad entre la sobreproducción de mercancías por medio de mercancías y su recurrencia como sistemas económicos; conduciendo a los grandes movimientos de población, las crisis, las hambrunas, los conflictos y las guerras. Consideramos que la moneda, al ser el modo de proporcionar el valor relativo de unos bienes y servicios con otros en órdenes de circulación más o menos estables, será el indicador de las distorsiones de tales proporciones; las crisis aparecen ligadas a la moneda en tanto es la medida de las inconmensurabilidades productivas. Aquí hemos ensayado la tesis de que las revoluciones tecnológicas o políticas, establecen órdenes y proporciones que irán acompañadas de instituciones financieras capaces de regularizar, en la medida de lo posible, los cambios productivos y sociales. El incremento del volumen de relaciones será recogido por la filosofía en sucesivos sistemas, en crítica con los anteriores. Sostenemos que la historicidad de la filosofía, es decir, la imposibilidad de elaborar una filosofía exenta o una filosofía perennis, se debe a las fuentes de las que se alimenta. Tales fuentes se encuentran en las transformaciones que la operatividad de las técnicas humanas llevan a cabo. Como es evidente, toda operación corpórea con materiales discurre en el tiempo y está dada en función de las anteriores; por lo que las diferencias políticas y categoriales (científicas) resultantes de estas transformaciones (por ejemplo, productivas) son

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distintas según las épocas y lugares. Por este motivo, la filosofía es actualista y tiene que contar con los sucesivos cambios históricos si no quiere perder el contacto con la realidad. Si las ideas aparecen como contradicciones y choques entre las propias categorías, la filosofía tendrá que estar inmersa en el presente e implantada políticamente. No es extraño que sea Hegel (después de la revolución francesa y el inicio de la industrialización), quien sitúe la dinámica histórica en orden a la actividad de un espíritu histórico-práctico; lo que no es más que una construcción intelectual que deriva en el monismo del espíritu, quien a nuestro modo de ver no tiene ninguna capacidad de acción. Son las operaciones corpóreas que normativan las técnicas según necesidades objetivas, las que generan las ciencias, desde donde la operatividad tecnológica multiplica su potencia y la capacidad de intervención de unas partes de la realidad por otras (comunicaciones, instrumental, innovaciones, &c.) en la transformación del mundo. 3. El problema de los universales y el mito del Capitalismo Indicaremos algunos hitos donde aparecen los vínculos entre la circulación monetaria y la filosofía. Las tesis del Timeo de Platón hacen de la atribución de formas a la materia en el caso de la sigilación, el modo en que pasan a la tradición europea las tesis del demiurgo alfarero, que antes bien, podría entenderse como un ingeniero. En Aristóteles la tesis del Hilemorfismo de la sustancia, de la que tan cercana está la cantidad, dejará apreciar su influencia en la Escolástica tomista cuando Santo Tomas cifre el carácter de los individuos en la materia signata quantitate, es decir, “la determinación se debe a la naturaleza de la cantidad determinada” (Tomás de Aquino, Sobre el principio de individuación, Cuaderno de Anuario Filosófico, Universidad de Navarra 1999, pág. 102). El problema de los universales es el problema de los individuales. Puede adivinarse así cómo la moneda, cuya esencia es su divisibilidad, es decir, la cantidad (pues su materia se cifra en la forma o ley cuantitativa de su valor), puede estar en el origen de las tesis tomistas sobre la individuación. Y, por ende, puede servirnos de primer analogado sobre polémicas de la tradición filosófica tan longevos como el “problema de los universales”. Es decir, la discusión sobre

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la idea de verdad como predicación “universal” a la que, en buena parte, se reduce toda la teoría de la ciencia moderna. Como se ve, se trata de un problema que, en Economía, ya trata Aristóteles en su Política (1257b – cap. 1 Política, cap. 1 Ética) donde discute si el fundamento del valor está en el metal (materia metálica individual) o en el grabado (signo formal común). Este problema se puede poner en correspondencia con discusiones posteriores en torno a la “realidad de los universales”, entre nominalistas individualistas como Rosscelino, o comunalistas como Guillermo de Ockham, realistas exagerados como Guillermo de Champeux o moderados como Santo Tomás. Desde luego, lo que no se defendió –pero puede recogerse en algún aspecto con las posiciones de Porretano–, es la alternativa, si no “corpórea”, si material, sobre los universales que postula Porfirio en la Isagogé, o introducción a las Categorías de Aristóteles, aunque no se pronuncie: “Sobre los géneros y las especies no diré aquí si subsisten o bien si están solamente en el entendimiento, ni en caso de que subsistan, si son corpóreos o incorpóreos, separados de las cosas sensibles o situados en las mismas expresando sus caracteres uniformes”. La entrada de Abbagnano sobre Porretano recoge esta idea: “La forma es lo que determina una cosa en su ser específico, la materia es el sustrato determinable de la forma. Por eso pueden también llamarse materia las esencias, por cuanto son los sujetos de sus caracteres y se determinan y concretan por tales caracteres” (Historia de la filosofía, vol. I, Hora, Barcelona 1994, pág. 364); y añade: “si se quisiera expresar esta doctrina en los términos de lo que luego se llamará el problema de la individuación, habría que decir que, para Gilberto, el principio de individuación es la forma. Los seres individuales se determinan y distinguen por las esencias de que están dotados: el ser, la corporeidad, la inteligencia, &c.” (Ibídem, pág. 365). No nos parece exagerado poner en correspondencia el auge del comercio del siglo XII y el surgimiento de la polémica sobre los universales que recorre toda la Edad Media. El significado histórico que atribuye Abbagnano a estas discusiones “acompaña y despierta el renacimiento económico y social de la época: lo cual se expresa en la formación y consolidación de las repúblicas marineras y de los municipios, en los intercambios, en los viajes, en la economía

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mercantil y, en general, en la reanudación de las actividades y del espíritu laico” (Ibídem, pág. 341). A este efecto utilizaremos los ejes gnoseológicos de la Teoría del Cierre Categorial para clasificar las posiciones al respecto. De la variada gama de tesis, el Cardenal Zeferino González distingue cuatro: “el nominalismo rígido, el conceptualismo, el realismo moderado o aristotélico, y el realismo absoluto o platónico (Historia de la Filosofía, 1886, § 33. “Origen y naturaleza del problema o cuestión sobre los universales”). El nominalismo rígido se puede entender desde los términos del eje sintáctico (los significantes o signos) en la medida en que se entiende lo individual desde el sector fisicalista, concibiendo la existencia de relaciones lógicas a partir de las operaciones combinatorias entre los propios signos o términos sintácticos. Otra posición que supondría alguna novedad será el conceptualismo mentalista, desde el que se entenderían los conceptos como actos de la mente; es decir, reducidos a los autologismos del sujeto. El realismo moderado o aristotélico necesitaría el cruce del sector fisicalista, donde se encuentran las sustancias, y el de los autologismos que engloba los conceptos abstractos. Por último, el realismo absoluto o platónico se podría adscribir al cruce entre las esencias del sector semántico y las relaciones del sintáctico (en estos términos podríamos clasificar tesis típicas de la epistemología moderna, pero no es este el momento). Lo que nos interesa es seguir la vía análoga de las relaciones económicas, –que se tratan a escala teológica en esta polémica–, cuando el problema de las relaciones entre “lo uno y lo múltiple” tendrían como principio de discusión las relaciones entre la materia (individual) y la forma (universal); de este modo, las sustancias entendidas a partir de las operaciones de sigilación, aparecerían de nuevo con el incremento comercial y la acuñación de monedas en el comercio del norte de Europa, que controlan las repúblicas italianas económicamente y los Estados Pontificios espiritualmente. Si como suponemos, cabe utilizar de primer analogado de esta discusión a la moneda, se podría entender que el nominalismo reduce al signo del cuño monetario el valor de la moneda, por lo que se opuso permanentemente a las tesis oficiales de la Iglesia, al identificar el significante (suppositio) monetario con la mera

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voluntad (intentio) recaudatoria de los papas. Desde luego, lo que se llamó la vía moderna aparece con el nominalismo, enfrentada a la vía antigua más propia de la teología oficial. El conceptualismo mentalista entendería el comercio desde el eje pragmático, bien al partir del valor o significado monetario que atribuye el sujeto al bien (autológicamente), bien al partir de los dialogismos o negociaciones entre los sujetos que establecen el valor o precio de los bienes en los mercados o, por último, según las normas sobre precios que se establezcan por la autoridad. El realismo moderado, como posición aristotélica alrededor de la teoría hilemórfica, se atendría a la materia amonedada de modo “sustancial”, en tanto se otorga a la forma o signo que deriva de la acuñación la potencia de su validez “jurídica” (por ejemplo). Ya por último, la atribución de un “valor en sí” o valor intrínseco a la moneda (derivada únicamente de la forma estatal), habría ido perdiendo fuerza progresivamente frente al aristotelismo triunfante, pues una esencia independiente de los bienes y los sujetos necesitará la reelaboración de la teoría de las ideas de Platón en términos de valores en sí. Un proceso que tendría su involución con la ciencia moderna a favor de Platón, y se ejerce en los textos de la literatura española, sobre la conexión entre economía y teología del siglo XV y XVI, que plantean el problema de la existencia de un valor absoluto en la moneda, pero que no se desarrollarán como filosofía de los valores hasta la revolución industrial y la Prusia del pequeño imperio Alemán de Bismark (para seguir las polémicas axiológicas surgidas de la primera “globalización económica” nos remitimos a nuestra tesis sobre El valor de la axiología, Pentalfa, Oviedo 2014). De este modo corregiríamos las corrientes equivocistas, o nominalistas, que ven en el cuño o en el signo gráfico, un mero flatus vocis o suppositio convencional (voluntario) que reduce las relaciones a actos de la mente, en cuanto representaciones o formas sin materia que significan o dan valor a un bien; una vía moderna que, desde el problema de los universales medieval, discurre como entes de razón en el mundo moderno que va de Hume a Wittgenstein, o de Descartes a Kant. Pero también corrige el univocismo de los universalistas, el monismo que lleva de Scoto a Hegel (incluido Marx), dado que sistemas de invariancias entre los términos económicos, no alcanzan a cerrar categorialmente nunca, moviéndose en metodologías β-operatorias

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de esquemas de identidad que hay que corregir técnicamente, pues su grado de inestabilidad hace que varíen constantemente; lo que en economía política requiere procesos severos de ajuste, sin que se pueda esperar un reajuste “revolucionario final” que lo solucione definitivamente (o por lo menos no está demostrado). Si después de la irrupción de la moneda en Grecia y su despliegue en Occidente y en Oriente, hay que esperar al siglo XII para la siguiente revolución comercial y monetaria en torno a las ferias de Champagne –como ya hemos indicado–, nos fijaremos en la Escuela de Chartres y en particular, en la filosofía de Gilberto de la Porree o Porretano, para ilustrar sus correspondencias en filosofía: “La metafísica del concreto porretana, tutta orientata a garantiré l´autonomía consistenza ontologica del finito” (Bruno Maiol, Gilberto Porretano: Dalla grammatica specultiva alla metafísica del concreto, Bulzoni Editore, Roma 1979, pág. 358). En este estudio se insiste en que “L´interesse verso la mundana machina propio della nuova cultura del XII secolo e típico dell´ambiene de Chartres, si reflete anche nel rilievo che nella metafísica del concreto porretana asume appunto la teoría della concretio” (Ibídem, pág. 298), “comporta una qualche immanentizzazione del mondo archetipo nel senso di una concretio o compositio o commixtio con il mondo físico”... “poter parlare nondi meccanica giustapposizione (appositio) anche se l´immagine dello stampo o del sigillo era nella tradizione” (Ibídem, pág. 268). Porretano parece que luchó a favor de los estudios desinteresados contra los Cornificienses, que reclamaban el aligeramiento de los programas de estudios, a los que aconsejaba que entraran en el comercio; pero sobre todo nos interesa porque al problema de si ¿es la relación un ser real o sólo uno de razón? Contesta a través del modelo de la sigilación monetaria. El cardenal Zeferino González, en el parágrafo 39 (Escuela platónica) de su Historia de la filosofía (1886), resalta que Bernardo de Chartres, nacido en el último tercio del siglo XI, escribe un Megacosmus donde “explica la formación del segundo o de la substancia material por medio de la sigilación o participación de las ideas: idearum signaculis ciucunscripta”. Su discípulo Gilberto de la Porree (Gilbertus Porretanus) o de la Poirée, obispo de Poitiers defendió, con Platón, “la existencia o realidad objetiva de las esencias con separación de los individuos, y supone que éstos no son más que

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impresiones o sigilaciones de la esencia universal, que subsiste por sí misma y en sí misma. Aplicando o transportando esta solución a Dios, el obispo pudo decir –con sentido lógico, y dijo efectivamente– que las personas (individuos) divinas son como participaciones o impresiones de la esencia divina, pero no identificadas con ella; deduciendo además de aquí que la naturaleza divina no se había encarnado al encarnarse el Verbo, y que la Divinidad y Dios no son una misma cosa (…); colocaba la universalidad, no en las ideas eternas o en las formas arquetipos de Platón, sino en ciertas formas nativas (forma nativa), las cuales se comparan a las primeras como la imagen al original, como el ejemplo al ejemplar o arquetipo (universalitatem formis nativis attribuit…Est autem forma nativa, originalis exemplum et quae non in mente Dei consista sed rebús creatis inheret, habens se ad Ideam, ut exemplum ad exemplar); de manera que, las formas que constituyen los universales, vienen a ser como un medio entre la idea platónica y la forma o naturaleza singular”. En “In Boetii De Trinitate Commentaria, PL” de Porretano leemos: “Infatti anche nella considerazione “naturale” ogni essere dei sussistenti viene della forma; ossia: quando di qualsiasi sussistente si dice: è, si dice per la participazione che ha in sé. Como si può vedere da questi esconpi: si dice che una statua è statua non per virtù del bronzo che è sua materia, ma per aquella forma per la quale, in virtù del l´arte è stata impresa in aquel bronzo l´effigie di un animale…” (1268-69, cita 71, Storia della Metafísica. Vol. II, Battista Mondiu, ESD, 1998 pág. 326). La individuación monetaria que lleva a cabo la sigilación tendrá repercusiones cuando se aplique a la individuación en tres personas de la trinidad divina, allí donde la idea de relación compromete la existencia objetiva de las relaciones en el mundo. Es decir, el estatuto ontológico de lo que llamamos tercer género de materialidad. Gilles Emery, en La teología trinitaria de Santo Tomás de Aquino, al tratar las relaciones en Dios, se refiere a Porretano por sostener que las personas divinas no se oponen por la esencia, que es idéntica, sino por la relación que llamaba “extrínseca” o “fijada desde fuera”. Se trataría de una idea tomada de Boecio entre formas abstractas y sujeto concreto que, afirmando en Dios como distinción análoga, diferencia entre la persona divina y su propiedad relativa, será rechazada por Bernardo de Claraval, que se reprueba en el Sínodo de Reims (1148).

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Una disputa en la que Sto. Tomás sigue a Alberto Magno al atribuir un “ser mínimo” a la relación, pues si no, comprometía la unidad y simplicidad de Dios. El Papa Eugenio III la reprueba. Pedro Lombardo dirá que, en la humanidad, las personas se diferencian en número, pero en Dios son una unidad. Eugenio III remitió al emperador Alfonso VII un juicio, en el concilio o Cortes de Palencia en 1148, para tratar esta cuestión (Colección de cánones y de todos los concilios, la Iglesia de España y de América, Juan Tejada y Ramiro T. III. Madrid 1859). Se discuten cuatro proposiciones sobre si la divinidad o esencia divina es realmente distinta de Dios (pues Justicia, Sabiduría, &c., no son realmente Dios mismo) y si la esencia divina es distinta de las tres personas, si sólo la segunda que es encarnación, &c. El problema estará en decir: “realmente distintas”, y no: “formal o lógicamente”, donde no habría error. En este contexto es significativo que, a Porretano, también se atribuye la defensa de la persona de Jesucristo. Si todo este problema se traslada a Dios (referente metafísico), atomismo y holismo son dos modos de negar las relaciones; pues si la distinción real es aparente, estamos ante el univocismo, pero si la distinción es real, estamos ante el pluralismo, porque el criterio es la separabilidad (Suárez, Disputatio 7,2), lo que no ocurre con la trinidad, (aunque aquí ya estamos pisando el terreno de la metafísica general, donde veían unidad absoluta y distinción real). Porretano diferenciaba (en el comentario al De trinitate) el Dios puro del Dios trino que conocemos, una diferencia entre la forma divina (Deitas o Divinitas) y Dios que le lleva a la condenación en el Sínodo de Reims (1148). En su Comentario a las sentencias, Santo Tomás diferencia la relación de los demás accidentes –que tienen imperfección y dependencia– en que: “la relación se refiere más bien a algo externo (aliquid extra), y por eso también en su aspecto genérico se encuentra en Dios” (Gilles Emery, La teología trinitaria de Santo Tomás de Aquino, Secretariado trinitario, 2008, p. 139). Sustancia y relación son atribuibles a Dios, pues es “pura referencia a otra cosa”. Santo Tomás atribuye el error de Porretano en afirmar la relación siempre en referencia a otro (su ratio), pero la relación –que en las sustancias es un accidente–, en Dios es esencial: “la relación que existe realmente en Dios tiene el ser de la esencia divina y se identifica totalmente con ella”.

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A nuestro modo de ver, atribuir la individualidad al primer accidente que se añade a la sustancia (la cantidad), es fruto de una metafísica teológica que se consolida en la “Modernidad” del sujeto pensante (la nueva ontología cartesiana fundamenta la concepción del mundo físico-matemática, reduciendo la materia corpórea a “figura, extensión, cantidad o magnitud, número…”). Nosotros veríamos la determinación en el tratamiento técnico de diferentes materiales, al ser multiplicable en tipos repetibles (clases de pertenencia), donde cabe situar un individuo en cuanto “idéntico” a otro. Para decirlo en términos aristotélicos: nosotros no partimos de sustratos últimos “sustanciales”, ni potencias o conciencias espirituales individuales, sino de conjuntos de trasformaciones idénticas; pues las formas esenciales no tendrían referentes eternos, sino otros referentes técnicos anteriores, como conjuntos de referenciales cuyas morfologías están dadas a la escala antrópica. En efecto, como hemos tratado ya, el problema de las relaciones en filosofía y su diferencia con las conexiones, es determinante para aclararse frente a sistemas armonistas de corte monista o atomista (como formas de la univocidad y la equivocidad), cuyas repercusiones en economía, como sostenemos, tienen un alcance amplísimo. La moneda, en cuanto es una relación, un signo variable sincategoremático –que implica parámetros histórico-políticos para entenderse como tal–, es un indicador de la presencia de las realidades tercio-genéricas en filosofía, y con ellas, de la aparición de las inconmensurabilidades del pluralismo ontológico, que entendemos como verdadero (desbordando el dualismo naturaleza/ gracia y su trasformación en naturaleza/cultura). En nuestros términos se trata de señalar cómo la discusión entre la primacía ontológica de totalidades distributivas (llamadas universales) frente a las atributivas (consideradas como individuales), no se superó por la vía intermedia del realismo moderado tomista, en la medida en que arrastraba el sustancialismo aristotélico que se tragaba las relaciones, y hereda el sujeto sustancial moderno. El problema de si existen las relaciones –pues los signos son individuales, pero se toman como universales (al significar lo mismo en muchos individuos donde se abstraen las diferencias)–, hay que tratarlo, no por la cantidad, sino vinculado a las operaciones técnicas con materiales

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(siempre corpóreos e individuales), como son los propios grafos, en la medida en que acompañan a las operaciones objetuales. En el caso de las relaciones económicas, suponen las técnicas monetarias (signos variables) que posibilitan la circulación de los bienes. Son esos circuitos de invariancias, cuya estructura está por encima de la voluntad de las partes, la que se toma como “universal” –por ejemplo, por la economía “pura” que alimenta el mito del Capitalismo– cuando en realidad, debe circunscribirse a parámetros estatales que, en su grado máximo, corresponden al que alcanza un imperio. De ahí que los problemas derivados de la circulación mundial del real de a ocho español y sus implicaciones morales y teológicas, requiera del fino estudio de los escolásticos salmantinos. 4. En torno al núcleo de la moneda Como se ve, tomar a la moneda de primer analogado de problemas “epistemológicos” y “teológicos”, requiere regresar a la idea del núcleo de la moneda. La moneda, en cuanto referente real con funciones prácticas de carácter positivo, la hace análoga, a su modo, con la trinidad: con logos (o valor), individualidad (o metal) y cuño (o forma común). De modo que la moneda, como relación intrínseca (ratio) y como relación entre los bienes del mundo, adquiere un protagonismo de primer orden. En este sentido, dirá Gustavo Bueno que el Álgebra es la única categoría que se salva de ser entendida como “ente de Razón”, pues las formas lógicas tienen una materia (los símbolos); así, la igualdad Y = f (x) necesita un parámetro, al establecer relaciones sincategoremáticas, que co-significan, significan con otro (y, o, para…); de modo que, en sí mismas, son incompletas o indeterminadas; por lo que la característica de la función hay que determinarla categorialmente (lo que nos saca de la idea metafísica de todos los mundo posibles), y de ahí la importancia de la moneda; ¿por qué? Porque parecería que, al trabajar en economía, se viera en la moneda la función según la cual la variable siempre es “referencial”, significando como tal variable en la medida en que se cuantifica el bien por el que se cambia, el valor que toma en cada caso, sin dejar de ser una proporción entre los bienes ¿Cómo va a ser mental si hay que cambiarla “físicamente” por el bien?

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La contabilidad viene a ser la demostración de la realidad de las relaciones, las cuales no pueden ser universales, sino que tienen que estar parametrizadas. Con los cálculos monetarios, estamos ante unos ejercicios técnicos que llevan al Álgebra, los sistemas complejos y las matrices. La tesis que se puede introducir en este sentido entiende las cuentas por partida doble: como el inicio a las operaciones de resolución de ecuaciones (donde se quita una cantidad de un lado para ponerlo al otro lado con el signo contrario), o si está multiplicando pasa dividiendo, &c. Recordemos que las cuentas por partida doble necesitan la introducción, en Europa, del cero y los números negativos. En efecto, Bernal afirma que los números posicionales que introduce Leonardo Fibonacci en 1202, (Liber Abaci) “tuvo casi el mismo efecto sobre la aritmética que el descubrimiento del alfabeto en la escritura”, democratizándola. Se atribuye a Brahmagupta la utilización del cero y los números negativos, tomados de los saldos de deudas económicas (Brahmasphutasiddhanta). La introducción de los números indú-arábigos en Europa, permitió el cálculo de intereses para las empresas comerciales y bancarias (porcentajes y divisiones que eran imposibles con el ábaco), obligando a la resolución de ecuaciones (igualdades) complejas y el registro de las operaciones económicas. La Suma de arithmética, Geometría, Proporcionalidad et Proportionalita del fraile Luca Pacioli, editado en 1494, contiene, en su Título IX, el tratado XI, titulado De computis et scripturis de apenas 26 páginas, donde se explica toda la mecánica de un contable para el control del patrimonio a través de registros contables (técnicas que se exigieron en la contabilidad española y se siguen utilizando en la actualidad); terminando en el libro Mayor, con un balance de pérdidas y ganancias para saldarlo con el Capital en una comprobación final o Summa summarum. El problema de la contabilidad de una empresa o un Estado aparece reiterativamente cuando la moneda fluctúa, pues hace imposible cuadrar los balances. Pacioli recoge y compendia lo que se estaba haciendo tiempo atrás en las prácticas contables. La utilización de las tablas de doble entrada supone el ejercicio de productos lógicos como cruce de categorías económicas, de modo que deriven en un último cruce contable cuya exactitud nos dé el montante último de las ganancias o las perdidas. No es extraño que se viese como una obra maravillosa. Desde nuestro

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punto de vista, las tablas de doble entrada suponen la clasificación de las categorías económicas en cada partida, con entradas de cada ejercicio por el lado de las filas, bajo la oposición de opuestos como debe y haber en las columnas, lo que no se puede hacer sin la moneda como variable lógica común a toda partida. Es decir, igual que veíamos en la contabilidad sumeria el origen de la aritmética, cabe ver funcionando en la contabilidad del bajo Medievo lo que luego será el álgebra, o los sistemas de ecuaciones y matrices. De este modo, no hacemos otra cosa que seguir las indicaciones de Gustavo Bueno, cuando identifica a la moneda como una “variable lógica” y simultáneamente como una variable aritmética (Gustavo Bueno, Ensayo sobre las categorías de la economía política, La Gaya Ciencia, 1972, pág. 115). De modo que “la teoría de la moneda remite a la teoría y práctica del Álgebra” (Ibídem, nota 58, pág. 115). Si los sistemas monetarios presentan semejanzas con las variables aritméticas o lógicas, la diferencia está en que, en la variable de una ecuación, ésta es retirada al ser sustituida por su valor (si tiene soluciones); pero en el sistema económico, las variables (monedas) son transferidas al lugar que ocupaba una constante (un bien), originando el proceso de circulación. Lo que, por otro lado, las hace parecerse a un programa de ordenador. Si nos tomamos en serio las funciones (por ejemplo, las funciones de demanda en economía), no podemos reducirlas a conglomerados de puntos (los que Leibniz lleva a los infinitésimos, obligando a tomar la línea de unión como armonía divina), sino que las entenderemos como totalidades atributivas que los organizan según grados. Cabe sostener que la moneda, como relación que aparece vinculando pesos y precios, está en el origen de las funciones, cuando dado una característica de la función varía uno de sus términos. El cambio en los precios habría sido uno de los problemas prácticos más importante al que se habría tenido que enfrentar el matemático (como ocurrió con Copérnico, Newton, &c.). Una relación que ya se habría tratado técnicamente, en proporciones de variaciones en el tiempo, y que la derivación y la integración matemática formaliza en el cálculo diferencial. Con el Imperio católico y la circulación monetaria mundial se abren rutas de comercio en todo el mundo y serán las Provincias

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Unidas ya independientes las que preparan las nuevas instituciones financieras. En la época de Espinosa, las compañías de Indias y Jean de Witt, convertido en Gran Pensionario, es quien adelanta el cálculo de probabilidades en una obra de cálculo de intereses para las rentas de las viudas (El Valor de las Rentas Vitalicias comparadas con los Bonos de Rescate, 1671). El paso a la tecnología de la contabilidad lo encontramos con la revolución tecnológica. La “hoja de cálculo” tiene como raíz la partida doble de la contabilidad y las matrices con su formación rectangular (introducida por De Morgan en 1846 en sus Elementos de Aritmética). Leontief utilizará el álgebra de matrices (sistemas de ecuaciones) para el análisis macroeconómico en La estructura de la economía americana 1919-1935 (1951). Mattessich, en los años sesenta, aplica hojas de cálculo computarizadas a la representación de sistemas contables. Antes que dieran a Leontief, en 1973, el Nobel por la aplicación del álgebra matricial a las interrelaciones entre las actividades económicas, el Tableau Economique de F. Quesnay representaba, gráfica y numéricamente la relación entre compras y ventas con una estructura tabular para representar los datos. En 1874 León Walras formula un conjunto de coeficientes de producción, que relacionaban cantidades de productos por sectores, donde los modelos input-output combinan las compras intermedias (entre industrias) y las finales (a los usuarios y al gobierno), además de las correspondientes ventas intermedias y finales. Como dijimos al distinguir conexiones y relaciones, para que haya relación (mercado) tiene que dejar de depender de alguna conexión en concreto, pero no de todas, pues los términos tienen que ser independientes (sustituibles en el comercio). La realidad está en symploké, en un continuo heterogéneo, donde la lógica de clases permite la sustitución de unos términos repetibles por otros, que llamamos sinecoides, por disociación esencial. La variable X, es la moneda, como signo formal de algo que varía, por eso decimos que su origen es técnico. El álgebra deriva de la aritmética –que era la contabilidad–, con soluciones técnicas a ecuaciones lineales, cuadráticas, indeterminadas. La solución con matrices y determinantes es del siglo XVII y enlaza con la clasificación, los productos relativos

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y análogos, pues las funciones, las relaciones de muchos a uno es un tipo de relación (lógica de relaciones que comprende la igualdad, la inclusión, &c.). En la medida en que la moneda afecta a la totalidad de la producción, su función es integrar la capa basal frente a modificaciones constantes de la capa cortical. El problema estaría en las conexiones entre esencias, en nuestro caso entre la producción de bienes y su composibilidad en unidades de coordinación que se lleva a cabo por el Estado, por lo que se comprende que sea el garante del cuño o valor de cambio o pago. Tal complejidad crece en la medida en que se desarrolla cada esencia procesual técnica, produciéndose cruces insospechados entre ellas con consecuencias imprevisibles. Por ejemplo, el que a partir de los setenta transforma las tarjetas perforadas en máquinas de Turing eléctricas, desde el álgebra de Boole, produciendo una velocidad en las comunicaciones que ha revolucionado las transacciones financieras mundiales. Hacerse cargo de estos procesos, no siempre estables, no es otra cosa que seguir su necesidad. El Materialismo Filosófico de Gustavo Bueno se enfrenta, en el curso de su nacimiento (en los años sesenta y setenta) a las categorías de la economía política cuando, en plena guerra fría, el choque mundial entre dos imperios opuestos en la práctica: ya sea desde una nematología metafísica comunista o desde una capitalista (regulada en España a través de la doctrina social de la iglesia franquista, una iglesia en cuyo contexto pusimos el origen de la empresa por montantes de capital), se presentan –cada uno a su modo– como solución final de los problemas económicos de la humanidad. La crítica que lleva a cabo Gustavo Bueno a tal metafísica armónica de corte monista, aparece en la incompatibilidad radical de dos “organizaciones sociales totalizadoras” que, al modo de “Egos trascendentales”, nos conducen hacia la idea del pluralismo materialista en el terreno de las categorías de la economía política.

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Índice

Introducción.

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Capítulo 1. De lo que pretendemos al hablar de la idea de moneda y de por qué la idea de dinero distorsiona el campo de la economía. 21 1. La necesidad del regressus a las técnicas económicas. 28 2. Aspectos metafísicos de la economía vinculados a la idea del dinero. 31 3. Primera aproximación a la crítica de las categorías de la economía política. 43 Capítulo 2. Sobre la potencia que tenga la moneda para delimitar el campo de problemas de la economía política. 49 1. Introducción a la crítica gnoseológica de la economía. 53 2. La moneda y la totalización del campo económico. 62 Capítulo 3. Se advierte que los presupuestos ontológicos del campo económico requieren diferenciar nítidamente las ideas de comercio y mercado. 67 1. El mito del libre comercio como fundamentalismo de mercado. 67 2. Clasificación de las ideas sobre el comercio. 71 3. Teoría de las conexiones comerciales como fundamento de las relaciones mercantiles: las cuatro especies de comercio. 85 Capítulo 4. Parte donde se ensaya una teoría de la esencia de la moneda al hilo de las especies de comercio en la que se incluye el género, la diferencia y el núcleo de la moneda. 1. Apartado en que se expone el Género generador de la esencia monetaria desde la segunda especie de comercio. 2. Apartado sobre la Diferencia específica de la esencia monetaria desde la tercera especie de comercio. 3. Apartado sobre el Núcleo de la esencia monetaria desde la cuarta especie de comercio: la economía de mercado.

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Capítulo 5. Apuntes sobre los presupuestos antropológicos y los principios arquitectónicos de la esencia de la moneda. Capítulo 6. Del alcance que tenga el cuerpo esencial de la moneda como Esfera económica para el análisis y reordenación de las categorías de la economía política. 1. Directrices y actualizaciones doctrinales. 2. Analogías de proporcionalidad entre monedas y lenguas. 3. Introducción de un tercer eje monetario o relacional en la Matriz de las categorías de la economía política. 4. Funciones de la moneda según los ejes de las Esferas económicas. 5. Desglose del contenido gnoseológico de los ejes económicos. 6. Los mercados como planos de las Esferas económicas. 7. Clasificación de los tipos de mercados. 8. El comercio internacional desde los planos de las Esferas económicas. 9. Las crisis como imposibilidad de composición recurrente para la circulación monetaria. 10. Sistema de gravitación de las Esferas económicas según la jerarquía política imperial. Capítulo 7. Sobre el curso de la moneda en la dialéctica de las esferas económicas según la cuarta especie de comercio. 1. Sistema de conexiones entre la idea de Mercado y la idea de Estado. 2. Introducción de la idea de las especies de la moneda. 3. La primera especie de moneda como cuarta forma de comercio en sus fases agraria, comercial e industrial. 4. La segunda especie de la moneda y la fase de los mercados financieros. 5. La tercera especie de la moneda como fin del campo económico-político.

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Capítulo 8. Donde se analizan algunos aspectos nematológicos de las técnicas económicas y se indican posibles vínculos entre economía y filosofía. 1. La polémica sobre el origen del “capitalismo”. 2. La vía de la analogía en economía. 3. El problema de los universales y el mito del Capitalismo. 4. En torno al núcleo de la moneda.

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Selección bibliografía

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