El lenguaje y el inconsciente freudiano

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el lenguaje y el inconsciente freudiano

maría c. gear ernesto c. liendo néstor a. braunstein raymundo mier tomás segovia blas matamoro volumen a cargo de néstor a. braunstein

siglo veintiuno editores

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ÍNDICE

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INTRODUCCIÓN, POR NÉSTOR A. BRAUNSTEIN EL LENGUAJE EN LA OBRA DE FREUD, POR FRIDA SAAL

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EL DISCURSO EN EL PROCESO PSICOANALITICO, POR HANS ROBERT SAETTELE

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UN MODELO SEMIÓTICO DE LA METAPSICOLOGÍ A, DEL SADIS­ MO Y DEL MASOQUISMO, POR MARÍA CARMEN GEAR Y ER­ NESTO CÉSAR LIENDO

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ANÁLISIS ESTRUCTURAL DEL MATERIAL PSICOANALITICO, MARÍA CARMEN GEAR Y ERNESTO CÉSAR LIENDO

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LINGÜ1STERÍA (LACAN, ENTRE EL LENGUAJE Y LA LINGÜIS­ TICA), POR NÉSTOR A. BRAUNSTEIN UN DIVAN PARA CHOMSKY, POR RAYMUNDO MIER GARZA PSICOANÁLISIS: ENTRE LA LITERALIDAD Y LA PARONOMASIA, POR TOMÁS SEGOVIA UNA TEORIA DEL HÉROE, POR BLAS MATAMORO

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INTRODUCCIÓN NÉSTOR A. BRAUNSTEIN El hombre se manifiesta como un ente que habla (Der Mensch zeigl sich ais Seiendes, das redeí) MARTIN h e id e g g e r : El ser y el tiempo, México, fc e , 1974, p. 184. Sein und Zeit, Tübingen, Max Niemeyer Verlag, 1972, p. 165. Pero el lenguaje del desgarramiento es el lenguaje com­ pleto y el verdadero espíritu existente de este mundo total de la cultura. g .w . f . h e g e l : Fenomenología deI espíritu, México, fc e , 1966, p. 306.

La cuestión del lenguaje se presenta en todas las ciencias, no sólo en tes humanas, sociales o conjeturales sino también en las naturales o exactas y, si se las admite, en las formales. Esto avalaría cualquier estudio sobre la manera en que la problemática del lenguaje se arti­ cula con la de todo objeto del discurso y la de toda transmisión de la experiencia y sus resultados. Pero esta afirmación de índole general adquiere particular rele­ vancia y hasta dramatismo cuando se trata de discutir los modos en que el lenguaje se presentifica en el psicoanálisis. Pues el ser mismo dei psicoanálisis depende de la respuesta que se dé al problema. “ Sede de los instintos” o “ estructurado como un lenguaje” son dos respuestas alternativas que no excluyen a otras para dar cuenta

de lo que Freud hizo aparecer ante el saber contemporáneo. Mal podría decirse que los sostenedores de una y otra tesis hablan de lo mismo cuando aluden a su objeto. Sea como fuere parece difícil discutir el punto de partida impues­ to por la práctica: el campo del psicoanálisis es coextensivo al cam­ po del lenguaje. Toda la experiencia analítica se despliega a partir de la voz proferida, voz que incluye y exige la escucha atenta y flo­ tante. La esencia y la originalidad del descubrimiento freudiano re­ siden en la renuncia al espectáculo visual de la enfermedad y en la deposición de un saber profesional preconstituído en aras de la ma­ [7 ]

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INTRODUCCIÓN

nifestación de un ser que, hablando, se incluye en el ámbito de la historia y del sentido. He dicho coextensivo y no consustancial. Pues la tesis de la consustancialidad de lenguaje e inconsciente no es universalmente aceptada y, aun cuando se la admita, puede dar lugar a plantea­ mientos heteróclitos y plurivocos. “ El lenguaje y el inconsciente freudiano” : la relación innegable de ambos términos es motivo de enfrentamientos teóricos y doctri­ narios de importancia trascendental. La discusión exige claridad de los planteamientos. No caben las concesiones reciprocas en aras de la convivencia pacifica. El camino indicado por Freud —se sabe— es el de no ceder en cuanto a las palabras porque después se termina cediendo en cuanto a las cosas. El objetivo de este libro es la delimitación de posiciones alrede­ dor del punto crucial de la teoría y la práctica psicoanalíticas. No es, sin embargo, un texto donde la polémica esté presente de modo manifiesto. Cada autor ha tomado un tema y lo ha expuesto con ri­ gor sin tener en cuenta lo que podrían decir o lo que habrían dicho los demás. El libro cuyas páginas se ordenan debajo de la que se es­ tá leyendo no es unidireccional y no se le dificultará mucho al lector apreciar las líneas de fractura que resquebrajan su unidad en­ cuadernada. La disparidad intransigente ahorrando los fuegos arti­ ficiales de la discusión constituye su mayor riqueza y virtud. La heterogeneidad teórica no se resuelve en los campos de ba­ talla ni se salda en mesa alguna de negociaciones. Es menester ad­ mitirla como constituyente del campo. Es indebido, aunque sea po­ sible y también frecuente, atender a una sola palabra, la propia o la del maestro al que se adhiere, como criterio decisivo. Si la palabra propia ha de tener un peso, un valor (según la definición lingüistica del término), será porque ha tomado en cuenta a los demás térmi­ nos en juego y se ha diferenciado de ellos. No puede decirse que en este volumen se manifieste la totalidad del problema de las relaciones entre lenguaje e inconsciente. Se tra­ ta, sí, de un intento insólito de agrupar argumentos y cuestiones sobre un tema que concierne a todo hombre en tanto que habla y sueña. Un rápido vistazo al índice permite configurar un mapa de la co­ marca: el lenguaje en Freud y en Lacan, la problemática del incons­ ciente como prisma para una lectura de la lingüistica chomskyana, la especificidad del discurso en la situación analítica, la posibilidad de importar métodos surgidos en otras disciplinas para analizar el Material protegido por derechos de autor

NÉSTOR A. BRAUNSTEIN

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material verbal de la sesión, lo que debe entenderse como simbolis­ mo y como simbólica y la posibilidad de aplicar el saber del incons­ ciente para detectar ciertas constantes de las narraciones literarias. Ninguno de los temas concluye en la lectura del trabajo correspon­ diente. Antes bien, empieza y debe ser continuado por el lector. Este volumen incorpora todos los trabajos que fueron presenta­ dos en el Segundo Coloquio de la Fundación, organizado por la Fundación Mexicana de Asistencia Psicoterapéutica y copatrocinado por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, por El Cole­ gio de México y por Siglo Veintiuno Editores, en octubre de 1981. Su aparición coincide con la realización del Tercer Coloquio: “ El destino de los conceptos de Freud en la obra de Lacan” en oc­ tubre de 1982 y con los mismos patrocinios. Poco, tal vez no más que unos concisos epígrafes, es lo que el prologuista de una obra dispar y colectiva puede agregar sin extrali­ mitarse en su función de cerrar el espacio de la escritura y abrir el de la lectura para que en él se entrometan los destihatarios del tra­ bajo. De aquí en más será de los lectores la única palabra audible que habrá de sancionar aciertos y errores en las exposiciones, seña­ lar convergencias y contradicciones, clarificar posiciones, compli­ car con argumentos inauditos lo que queda escrito. . . Julio de 1982

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EL LENGUAJE EN LA OBRA DE FREUD FR1DA SAAL

1. INTRODUCCIÓN Y ENCUADRE

Desde el trabajo de 1917 qtie lleva por título “ Una dificultad del psicoanálisis", en el que Freud reflexiona acerca de las heridas narcisísticas que la humanidad ha debido sufrir como consecuencia de los progresos científicos, suena a perogrullada cualquier men­ ción al carácter “ revolucionario” de la producción freudiana: descentramiento de los presupuestos conciencialistas y apertura del ca­ mino de la elaboración teórica sobre el inconsciente, importancia nuclear atribuida a la sexualidad en la vida de los sujetos con reela­ boración de la noción misma de sexualidad, etcétera. Hoy comienza a ser también un lugar común el decir que la expe­ riencia psicoanalitica inaugurada por Freud se da en su totalidad en el uso y el ejercicio de la palabra. Este enfoque no menos revolucionario, el que aquí hoy nos intere­ sa, produce la aproximación a lo que con justicia podemos decir que define más específicamente al hombre: su ser como ser de lenguaje. Ahora bien, si. también este decir acerca de la experiencia psicOanalítica se está transformando en un lugar común, ¿cómo justifi­ car una nueva propuesta de lectura de Freud? No pretendemos ninguna aproximación ingenua; de esas ya todos estamos curados. Se trata aqui de practicar una lectura orientada y ordenada en la perspectiva abierta por J. Lacan, que subraya la particular relevancia del lenguaje en toda la obra de Freud. Desde esa perspectiva será la nuestra una lectura que reorganiza a posteriori el texto de Freud arrimándole elaboraciones que, cuidando de ser fieles a las fuentes, han sabido afinar la riqueza del aporte freudiano. Esta aproximación del psicoanálisis y el lenguaje conlleva com­ plejos problemas que merecen ser reflexionados por las implicacio­ [III

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EL LENG UAJE EN LA OBRA DE FREUD

nes prácticas y teóricas que se derivan de ella. Estas implicaciones pasan en un primer momento por una cierta incomodidad episte­ mológica detectable en la ciencias que se ocupan del inconsciente y de la lengua respectivamente, es decir: el psicoanálisis y la lingüis­ tica, con numerosas confusiones acerca de sus deslindes respectivos y con los consiguientes litigios por las fronteras. Pues poco después del nacimiento del psicoanálisis, ya en la pri­ mera mitad de este siglo, a partir de las profundas transformacio­ nes introducidas por Saussure en el campo de la lingüistica prexistente, la ciencia de la lengua asciende, por asi decirlo, al estrellato entre las mal llamadas ‘'ciencias sociales” . Corresponde a la antropología estructural, tal como se constitu­ ye a partir de las agudas observaciones de Lévi-Strauss, encontrar la pertinencia extensiva de los planteos saussureanos que, aplicados al ámbito de la antropología, se muestran capaces de dar cuenta de fenómenos culturales hasta entonces de difícil abordaje. Es también por esta vía abierta por Saussure y transitada por Lévi-Strauss, por donde Lacan se acercará a la lingüística de la que luego se diferenciará explícitamente, para terminar ubicando, en la parte final de su vida y de su obra recién concluida, al psicoanálisis como práctica del decir, del lenguaje, ajena al campo de pertinencia de la lingüistica. La ruta abierta por Lévi-Strauss es uno de los senderos inaugura­ les de la aventura lacaniana. Pero, eso sí, es necesario no confundir el escalón con la escalera. La aproximación fecunda de la lingüística y el psicoanálisis tuvo consecuencias y enredos difíciles de desenma­ rañar tanto para los lingüistas como para los psicoanalistas. Tenemos la impresión de que fue la lingüistica la que tuvo que soportar el mayor costo en este su laborioso escalamiento del estre­ llato científico. Hacia ella se dirigían las miradas expectantes que exigían y demandaban respuestas a cuestiones externas a su proble­ mática a las que, por supuesto, no podía satisfacer. Se le pedia lo imposible: la explicación última de los hechos de la cultura, la ela­ boración congruente de una teoría de las ideologías, la explicación de los modos de producción de sujetos, etc. Como pasa con toda demanda, también ésta era imposible de colmar; la lingüistica defraudaba y se defraudaba. Respondía como podía: defendiéndo­ se a veces, a veces acusando. La situación desde el punto de vista de los psicoanalistas era por lo menos confusa: hubo modelos semiológicos del proceso psicoanalítico, circuitos comunicacionales puestos en juego y hasta Material protegido por derechos de autor

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cómputos estadísticos para correlacionar estructuras psicopatológicas con el uso preferencial de adjetivos, verbos o sustantivos. Lo que se perdía en estas fatigas lingüisticas era nada menos que el incons­ ciente, es decir, lo específico de su práctica. Por legiones los psico­ analistas empezamos a leer textos de lingüística con mayor o menor éxito de comprensión pero siempre desde una situación de extranje­ ría infranqueable. Las lecturas se reiniciaban una y otra vez con un estado de ánimo que oscilaba entre la esperanza y la decepción. Cuestión de limites y de incidencias en el camino de dos discipli­ nas que son diferentes. Ha llegado el momento de delimitar lo específico de cada una. En un importante trabajo al que éste le debe innúmeras sugeren­ cias, dice R. Chemama: “ Esto [la aproximación psicoanálisislingüistica] trae aparejada una doble consecuencia que atañe a psi­ coanalistas y lingüistas, para los primeros en la medida en que no se puede siquiera entender qué es el Inconsciente si no se tiene una idea tan precisa como sea posible acerca de los mecanismos del len­ guaje, para los segundos en la medida en que los estudios de los problemas del lenguaje deben tener en cuenta la dimensión del In­ consciente” . 1 Quizás se podría hacer pensar en una especie de engendro interdisciplinario; creemos que se trata más bien de incidencias recíprocas de los desarrollos y de las reelaboraciones necesarias en cada disciplina sobre los de la otra. Puede que sea posible entender esto en una necesaria hora de los balances: el psicoanálisis en la obra de Lacan se ve necesitado de producir nuevos conceptos (lingüistería, significancia, lalengua) para dar cuenta de la práctica psicoanalitica misma con materiales traídos de la lingüística pero reelaborados en el campo abierto por Freud; la lingüistica, por su parte, se hace cargo, dentro de sus límites, de algunos problemas poco abordados y, usando los señalamientos que el psicoanálisis le aporta, trata de correr esos límites (tomando en cuenta, por ejemplo, los problemas de la enunciación). En la conceptualizacíón de Saussure se diferencian claramente el lenguaje, la lengua y el habla. Él atribuía a la lingüistica la tarea de definir y delinear su objeto, la lengua, sin pretender que el lenguaje fuera privativo de la lingüistica. Es en ese espacio ex-céntrico donde se despliega la práctica analítica inspirada en Freud. Y si, como 1 R. Chemama, “ Inconscient el langage” , en L ’inconscient, París, Ed. cepi , 1976, pp. 352-382. Material protegido por derechos de autor

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dice Miller: “ La tesis de Lacan se apoya evidentemente sobre las primeras obras de Freud analista, en donde los hechos llamados sueño, lapsus y chiste, se presentan bajo la forma de mensajes a des­ cifrar. Esta tesis implica que los conceptos inventados por Freud, corregidos y multiplicados sin cesar por él, sólo encuentran su nece­ sidad y su razón al ser relacionados con la estructura del lenguaje, sea que se trate del inconsciente o de la pulsión, de la transferencia o de la repetición, del fantasma, del narcisismo, de la angustia, de la sexualidad, pero también del concepto del psicoanalista y del psi­ coanálisis mismo. Es en esto que la obra de Freud deviene ella mis­ ma una formación del inconsciente a descifrar” .2 Se trata pues de un doble aprés-coup, lingüístico y psicoanaliti­ co, donde queremos que se autorice y se reorganice nuestra lectura freudiana, y por eso titulamos a nuestro trabajo: “ El lenguaje en la obra de Freud” , eludiendo cualquier formulación copulativa que su­ giera la idea de una suma o agregado. No es la actualización de algún mito de los orígenes que pretenda detectar a Lacan en Freud; tampo­ co se trata de encontrar en Freud una lingüística contemporánea de la que no disponía y a la que se adelanta en muchos aspectos. Explicitados la perspectiva y el encuadre, llega la hora de la con­ fesión de nuestras limitaciones. Toda la obra de Freud, inaugural del campo del inconsciente, está inscrita en la problemática del len­ guaje: “ La obra completa de Freud nos presenta una página de cada tres de referencias filológicas, una página de cada dos de inferen­ cias lógicas, y en todas partes una aprehensión dialéctica de la expe­ riencia, ya que la analítica del lenguaje refuerza en ella más aún sus proposiciones a medida que el inconsciente queda más directamen­ te interesado” .3 Esto nos obliga a recortes necesarios e impuestos tanto por limites de espacio, y de tiempo como por los de nuestra propia capacidad. Otra limitación que cabe explicitar es que también hay recortes impuestos por la obra misma de Freud. Hay momentos en que ésta presenta giros y oscilaciones que han servido de apoyo a otro tipo de lecturas, biologizantes o culturalistas, por ejemplo. En tales mo­ mentos Freud se nos aparece como sobrepasado él mismo por la 2 J.A. Miller, “ Algorithmes de la psychanalyse” , en Ornicarl, núm. 16, 1978, p. 15. 3 Jacques Lacan, “ La instancia de la letra en el inconsciente” (1957), en Escritos /, México, Siglo XXI, 1971, p. 194 (Écrits, París, Seuil, 1966, p. 509).

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obra que produce y también a él cabria aplicarle la lúcida frase de Saussure: . .puede ser más fácil descubrir una verdad que asig­ narle el puesto que le toca’*.4 La intención que nos anima ahora es la de encarar una relectura coherente. El enfoque elegido, creemos, es aquel en que el pensa­ miento psicoanalitico se ha mostrado más revolucionario en las ideas y más fecundo en las consecuencias. Transitemos juntos ese camino.

2. DE LA PREHISTORIA DEL PSICOANÁLISIS

La orden poshipnótica aparece varias veces mencionada por Freud,3 como la situación cuasi-experimental que pone en evidencia la existencia de ideas que, escapando al discurrir de la conciencia, se muestran eficaces por las acciones que desencadenan y de las que el sujeto nada sabe. El sujeto cumple con la orden sin saberlo, cre­ yendo haberla olvidado y racionalizando su desconocimiento de la motivación del acto. Hoy, cercanos ya al siglo de teorización sobre el inconsciente y de constatación de sus efectos, podemos retomar esa experiencia para enfocarla desde otro ángulo. ¿Qué es lo que se actualiza sin re­ cordar? Se trata de una orden, de un hecho de discurso, de un im­ perativo formulado por otra persona, por algún otro. Es el ascen­ diente de la palabra del hipnotizador sobre el hipnotizado, fenómeno que deberá esperar la conceptualización sobre la transferencia para ser coherentemente explicado en el interior de la teoría. Compro­ bamos aqui la servidumbre y la alteridad radical del yo. del hipnoti­ zado que sólo puede atinar a racionalizar su hacer para conservar su coherencia unitaria ante sí y ante los demás, ignorando sus “ pro­ pias” determinaciones, esas que provienen del Otro. Sin pretender encontrar ya allí otra cosa que el germen de los de­ sarrollos posteriores, el ejemplo nos sirve para poner en evidencia que la eficacia inconsciente a la que Freud se refiere es eficacia dis­ cursiva, y nos muestra que el sujeto que se cree fuente y origen de su decir y hacer, es el ejecutor de una orden que se le escapa. 4 Ferdinand de Saussure, Curso de lingüística general, Buenos Aires, Losada, 1971, p. 130. •' Sigmund Freud, Nota sobre el concepto de lo inconsciente en psico­ análisis, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1980, t. xil, pp. 265-277.

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Et. LENGUAJE EN LA OBRA DE FREUD

Los Estudios sobre la histeria son, como se sabe, el resultado de la colaboración entre Freud y Breuer y corresponden también a este período de prehistoria psicoanalítica. El caso de Ana O. (Berta Pappenheim)6 es el archiconocído caso inaugural, el de una paciente histérica con una florida y variada sintomatología. Era uno de esos cuadros conocidos y bien descritos por la medicina de la época. Ante ellos se generaban distintas acti­ tudes: algunos médicos se escudaban en un presunto desprecio por tales pacientes ante la impotencia de su arsenal terapéutico y los acusaban de simulación; otros se mostraban atraídos por las incóg­ nitas y el desafio que estos cuadros planteaban. Es así que grandes nombres de la psiquiatría (Charcot, Bernheim) aparecen involucra­ dos en el intento de desgarrar este velo de ignorancia para dar inte­ ligibilidad y alivio al extraño padecer. ¿Cuál es el elem ento diferencial que pone a Breuer y no a otro en el punto inaugural de este nuevo saber? Indudablemente no es la originalidad del m étodo, pues la hipnosis era conocida y usada fre­ cuentemente, sea con fines de investigación, sea con fines terapéuti­ cos, cuando no por simple curiosidad o por la puesta en práctica del deseo de dom inio.

El mérito indiscutible de Breuer es el de rescindir, prescindir, re­ nunciar, al uso prepotente de la palabra y el de orientar su atención al decir de la enferma. Breuer escucha y Ana O. recupera, recibe restituida, esa palabra, su palabra propia, que por primera vez es escuchada. En las condiciones habituales de su práctica, así como en la hip­ nosis, el médico funciona como amo del saber, aun cuando pudiera ser la suya la más supina de la ignorancias. Allí el paciente sólo existe como hablante en la respuesta a los apremios del interrogato­ rio profesional y, por lo demás, queda borrado, ignorado, hasta evitado por molesto. Su palabra es dilación inútil. Si algo del decir del enfermo presenta interés y llega a sorprender al médico, este algo servirá como prueba de que también la palabra es alcanzada por las consecuencias de la enfermedad. La verdad que así pueda enunciar­ se será considerada “ trastorno del lenguaje” . Es la palabra del mé­ dico la que actuará sugestivamente, a través del hipnotismo, para producir o para borrar síntomas. 6 Joseph Breuer, Contribución a los estudios sobre la histeria, México, Siglo XXI, 1976. También en: Sigmund Freud, Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1980, t. II, pp. 47-70. Material protegido por derechos de autor

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Breuer sólo alcanza a escuchar de Ana O. palabras confusas que no comprende y acepta como punto de partida que no las compren­ de, que su ignorancia es flagrante y absoluta. Pero esta ignorancia no lo paraliza y se anima a recorrer el camino que la paciente y el síntoma le ofrecen. Al hipnotizar a Ana O., Breuer hace que ella reproduzca su sín­ toma, el de las ausencias, y en este estado le repite, le devuelve a la paciente las palabras que ella murmura inconexamente. Él espera que ella verbalice los estados que la atormentan. Ella relata cohe­ rentemente y revive lo que su conocimiento vigil ignora, algo en ella sabe lo que ella no sabe y que ningún otro podría saber. De la teorización de Breuer sobre las “ histerias de retención” como consecuencia del “ estado hipnoide” nada queda. Él atribuía las mejorías a una toma de conciencia, sin que la conciencia misma se viera en nada cuestionada en su sitial privilegiado. También la teoria de la catarsis tuvo que ceder su lugar a elaboraciones más complejas. Lo que queda como monumento de este episodio es lo que la propia Ana O. bautizara como talking cure, la cura por la palabra. Es que algo ha cambiado al expresarse verbalmente lo que hasta entonces no había sido dicho. Como dice Freud: “ Ahora se entiende el modo en que produce efectos curativos el método de psicoterapia por nosotros expuesto. Cancela la acción eficiente de la representación originariamente no abreaccionada, porque permite a su afecto estrangulado el decurso a través del decir, y la lleva hasta su rectificación asociativa al intro­ ducirla en la conciencia normal (en estado de hipnosis ligera) o al cancelarla por sugestión médica, como ocurre en el sonambulismo con amnesia. ’n Las líneas abiertas por el caso Ana O. son fundamentales para los ulteriores desarrollos psicoanaliticos: a] el eje pasa por la palabra del paciente en la técnica y en la teoria; b] existe una relación causal entre el síntoma y una palabra sofocada, reprimida, y c] en la rela­ ción terapéutica lo que está en juego es un decir y un modo de decir. Conocidas son las diferencias entre las elaboraciones de Breuer y de Freud sobre la histeria, cuando ciertas circunstancias que tienen que ver con el quehacer psicoanalitico, y aún no del todo concep7 Sigmund Freud, Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1980, t. II, p. 42. Subrayemos con Freud este “ permite. . . el decurso a través del decir” . Huelga aclarar que aún no hay teoría del inconsciente. Sin embar­ go, el psicoanálisis está ya todo allí. Material protegido por derechos de autor

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tualizadas, alejan a Breuer de este camino. Freud quedó entonces solo para trazar senderos que, como los del inconsciente, permane­ cerían abiertos para siempre. El síntoma aparece en el lugar de lo no dicho y la psicoterapia, terapia por el lenguaje, lo hace desaparecer. La palabra se muestra entonces consustanciada con el síntoma histérico que aparece asi como un decir en el sujeto aun cuando éste ignore las relaciones entre ese su discurso y su cuerpo estigmatizado. El lenguaje del cuerpo, expresión usada por Freud para referirse al sintoma histéri­ co, ¿no deberá por fin entenderse en su literalidad? Ese aspecto de la literalidad es el que queremos poner en relieve al apuntar la novedad fundamental aportada por Freud a los inten­ tos de determinación etiológica de la histeria. Él destaca dos aspec­ tos en la etiología: al el carácter traumático de la situación desenca­ denante, con los diversos avatares que el concepto de “ trauma” sufrirá a lo largo de las reconceptualizaciones, y b] el refuerzo del síntom a por sim bolización. Este segundo aspecto, el de la sim boli­

zación,8 no cesará de cobrar importancia en toda la obra posterior. Es en el caso de Elizabeth von R., de quien Freud nos dice que su simbolización no era particularmente rica, donde se detiene asom­ brado ante este fenómeno divertido y sorprendente de la relación entre un dicho y el sintoma: el “ no puedo dar un paso más” y el efecto de parálisis de la astasia-abasia. “ Ya elucidé en el historial clínico cómo la astasia-abasia de nues­ tra paciente se edificó sobre esos dolores una vez que a la conver­ sión se le abrió un camino determinado. Pero allí sustenté también la tesis de que la enferma creó o acrecentó la perturbación funcional por vía de simbolización, vale decir, halló en la astasiaabasia una expresión somática de su falta de autonomía, de su im­ potencia para cambiar en algo las circunstancias; y de que los giros lingüísticos 'No avanzar un paso’, 'No tener apoyo’, etc., constitu­ yeron los puentes para ese nuevo acto de conversión.” 9 Cecilia M. es para Freud la paciente que más le enseña sobre este 8 El sentido y el uso del "simbolismo” a que aquí nos referimos es el de su acepción amplia, que está presente y campea en toda la obra freudiana y que no debe confundirse con el de la simbólica, que ocupa un lugar restrin­ gido en La interpretación de los sueños y del que nos ocuparemos oportu­ namente. 9 Sigmund Freud, Estudios sobre la histeria, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, t. n, p. 188 (las cursivas son nuestras).

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oríginal proceso de simbolización. Su neuralgia facial estaba direc­ tamente relacionada con las ofensas del marido que eran “una bo­ fetada en Ia cara”. Tanto en el caso de Elizabeth como en el de Ce­ cilia el síntoma procedió tomando un proverbio metafórico al pie de la letra. La exposición del caso de Elizabeth concluye con las si­ guientes consideraciones de Freud sobre la simbolización: “ Pero yo sostengo que el hecho de que la histérica cree mediante simboliza­ ción una expresión somática para la representación de tinte afectivo es menos individual y arbitrario de lo que se supondría. A I tomar li­ teralmente la expresión lingüística, al sentir la ‘espina en el cora­ zón’ o la ‘bofetada’ a raíz de un apóstrofe hiriente como un episo­ dio real, ella no incurre en abuso de ingenio [witzig], sino que vuel­ ve a animar las sensaciones a que la expresión lingüistica debe su justificación. ¿Cómo habríamos dado en decir, respecto del afren­ tado, que ‘eso le clavó una espina en el corazón’, si la afrenta no fuese acompañada de hecho por una sensación precordial interpre­ table de ese modo, y se la reconociera en ésta? ¿Y no es de todo punto verosímil que el giro ‘tragarse algo’ aplicado a un ultraje al que no se replica, se deba de hecho a las sensaciones de inervación que sobrevienen en la garganta cuando uno se deniega el decir, se impide la reacción frente al ultraje? Todas estas sensaciones e iner­ vaciones pertenecen a la ‘expresión de las emociones’, que, como nos lo ha enseñado Darwin [1872J, consiste en operaciones en su origen provistas de sentido y acordes a su fin; por más que hoy se encuentren en la mayoría de los casos debilitadas a tal punto que su expresión lingüistica nos parezca una transferencia figural, es harto probable que todo eso se entendiera antaño literalmente, y la histe­ ria acierta cuando restablece para sus inervaciones más intensas el sentido originario de la palabra. Y hasta puede ser incorrecto decir que se crea esas sensaciones m edíante sim bolización; quizá no haya

tomado al uso lingüístico como arquetipo, sino que se alimenta junto con él de una fuente común.” 10 ¿Cómo no maravillarse y conmoverse frente a este pasaje? Al mismo tiempo que Freud recorta, define y pone de relieve este hecho sorprendente, se debate para ubicarlo en las concepciones lingüísticas y biologistas que están a su disposición, llegando con esto, por la insuficiencia de los modelos utilizados, casi a borrar el alcance de su observación (‘‘quizá no haya tomado el uso lin­ güístico como arquetipo, sino que se alimenta junto con él de una 10 Sigmund Freud, op. cit., p. 193 (las cursivas son nuestras).

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fuente común” ). Y se queda finalmente en esa hipótesis oscilante: supone que tanto el uso lingüístico (la metáfora) como el síntoma han tomado sus materiales de la misma fuente: las sensaciones cor­ porales. La organización biológica aparece organizando el sentir y el discurso, vano tributo al evolucionismo. Supone el uso lingüístico metafórico; se trataría tan sólo de un decir que se agrega y sólo servi­ ría para subrayar una semejanza previa, desde siempre ya allí presen­ te, y que tendría sus raíces en el funcionamiento corporal. Es aqui donde, siguiendo las enseñanzas de Lacan, creemos que sólo la reinversión de la situación es capaz de dar cuenta del fenó­ meno sabiamente observado por Freud de la estrecha relación entre los síntomas y los proverbios. Porque en el orden de la naturaleza no significada, al margen del discurrir discursivo, está el lugar de la “ estúpida existencia” , sólo existe el amontonamiento y el caos, nada que pueda ser del orden de lo semejante o de lo diferente (ca­ tegorías solidarias que sólo tienen sentido en la dimensión de la pa­ labra), allí sólo se da el transcurrir sin comparaciones. Es la fun­ ción simbólica y significante del lenguaje la que en su ejercitación produce, al mismo tiempo, identidades, semejanzas y diferencias. Es la palabra, el significante “árbol” , la que aproxima al arrayán y al roble, el eucalipto y el sauce llorón, que, lejanos en el tiempo, el espacio y hasta en la apariencia, no poseen en si mismos ninguna “ vocación natural” de aproximarse. Es la palabra “ espina” la que se encarna en un “ corazón” metafórico y produce una sensación de punzada precordial. De la misma manera, la metáfora no utiliza una semejanza prexistente; en todo caso la funda. Escuchemos a O. Mannoni: “ Las semejanzas en la ‘realidad’ nunca son otra cosa que ocasiones for­ tuitas y absolutamente secundarias que ponen en juego la polisemia que prosigue sin inconvenientes en ausencia de ellas, y que por lo demás bien puede por si sola crear ilusiones de semejanza. La seme­ janza, o la identidad, está en este caso del lado del significante y el sujeto hablante difícilmente escapará al sentimiento, ilusorio, de que debe existir una semejanza entre una pared descascarada y una vieja decrépita.* En el fondo no es tan ilusorio, pero se trata de un efecto del significante y no de la naturaleza de una realidad ‘signifi­ cada’, si puede hablarse así.” 11 * En francés: murailte décrépie, vieille décrépite [T.]. 11 O. Mannoni: “ la elipse y la barra” , en La otra escena. Claves de lo imaginario, Buenos Aires, Amorrortu, 1973, p. 31. Material protegido por derechos de autor

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Era necesaria la concepción saussureana de la lengua como siste­ ma de valores que instaura, desde el propio sistema, las diferencias y las identidades para poder franquear el paso que trasciende desde una perspectiva naturalista de la determinación a una perspectiva de determinación significante. Freud, al escuchar el síntoma en la palabra, abre el camino para pensar al cuerpo sufriente y gozante en relación con un discurso. Lacan, al retomar tales planteos y al aplicarles instrumentos lin­ güísticos actuales, da una nueva vuelta de tuerca y subvierte el es­ quema del paralelismo todavia vigente en Saussure entre el signifi­ cante y el significado, para volcar la determinación del lado del sig­ nificante; primacía del significante en la producción de sentidos. La metáfora, tal como aparece ejemplificada por el síntoma histérico, es pues un factor productivo, no se limita a re-producir. Para poner fin a nuestra incursión por la prehistoria del psico­ análisis sólo nos falta reflexionar en la premisa técnica que abre la era psicoanalitica: la regla fundamental y su correlato, la regla de la asociación libre. Esta senda se le abre a Freud luego de constatar los fracasos de la hipnosis y en pleno ejercicio de la técnica de la sugestión: “ ¡Usted debe recordar!” Era en la obstinada búsqueda de un recuerdo faltante que los pacientes tropezaban insistentemente con una ocurrencia que parecía ser banal y que no parecía tener nada que ver con lo bus­ cado, pero que siempre terminaba por poner de manifiesto insos­ pechadas relaciones con el síntoma y con el cuadro mórbido. El principio que orienta al método freudiano de las asociaciones libres es como se sabe, el de la determinación, más aún, el de la sobredeterminación en el psiquismo. Tropezamos con dos aspectos significativos cuando nos interro­ gam os sobre los alcances de la regla de la libre asociación. Del lado del analizando una pesada constricción para nada liberadora. Regla imposible de cumplir, constantemente violada (¿cómo se hará para violar las reglas?), que sólo libera al habla relevándola de las exi­ gencias que el decir cotidiano le impone: obligación de ser razo­ nable, de hablar para decir algo, obligación de ser coherente. . . etc. Lo que queda pues abierto es un campo, un espacio, que hace posible el libre juego del significante, único capaz de producir senti­ do en el sinsentido. El habla se articulará allí, acorde a reglas ajenas al querer decir intencional del sujeto, y el deseo habitará el discurso del que es él el productor, el motor. La contrapartida de la regla de asociación libre es la de la “ aten­ Material protegido por derechos de autor

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ción flotante” , que rige para el analista. Regla que es también más fácil de formular que de cumplir o entender. Regla que también es constrictiva y para nada liberadora del analista. Éste debe prescin­ dir de su saber, de la posición de amo, de sus propias representa­ ciones y convicciones; debe dejar de buscar el acontecimiento, el recuerdo o aun el sentido: único camino para que se produzca el momento paradójico en que, al renunciar a sus metas, a buscar, podrá escuchar y encontrar lo que se dice sin querer, lo que es dicho sin saber que se está diciendo. ‘‘Como dijo un dia Picasso para gran escándalo de las personas que lo rodeaban: yo no busco, yo encuentro. ” 12 Analista y analizando se someten, ambos, al rigor de lo que el habla producirá sometida a su propio juego, siguiendo sus propias leyes, en los momentos en que la linealidad del discurso desfallece, tropieza, se desgarra. Asi se arma el encuentro psicoanalitico. Creando tanto para el que habla como para el que escucha las condiciones más próximas que sean posibles a las del dormir. Herencia, sí, del método hipnó­ tico. Momento semejante al del dormir en que son más perceptibles los llamados procesos primarios, cuando las representaciones se li­ gan unas con otras, desdeñando la lógica, en obediencia al princi­ pio del placer, guiándose hacia el cumplimiento del deseo. La intervención analitica produce alli el despertar, el sobresalto, por la precipitación del sentido. Si el Otro es el tesoro del significante, la situación analitica, des­ centrada de sus ejecutantes, está hecha para organizar el campo en que entrará en función el habla y con ella el inconsciente. ¿Será licito traer a colación el título del Discurso de Roma como una acla­ ración conceptual? '*Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis. ” 13

12 Jacques Lacan, Livre XI: Séminaire: Les quatre concepts fondamen taux de la psychanalyse, París, Seuil, 1973, p. 12. 13 Jacques Lacan: “ Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanális” , en Escritos I, México, Siglo XXI, 1971, pp. 59-139.

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3. EL INCONSCIENTE HABLA EN EL ACTO FALLIDO. EN EL SUEÑO Y EN EL CHISTE

Uno de los primeros ejemplos del juego del lenguaje que Freud tra­ bajó y expuso, antes aun de la publicación de La interpretación de los sueños, es el del olvido del nombre de Luca Signorelli.14 Se trata de un olvido del mismo Freud cuando, en medio de una conversación durante un viaje, queda fuera de su disponibilidad el nombre del pintor de los frescos de la catedral de Orvieto: Signorelli. El olvido va acompañado de formaciones sustitutivas que llenan equivocadamente el hueco de la memoria: se trata de los nombres de Boticelli y Boltrafio. Freud propone entonces que no sólo el olvi­ do es un accidente del discurso, que también lo son los nombres o las palabras que vienen a cubrir esta falta y a los que reconocemos como “ erróneos” o “ fallidos” . En la segunda de las Conferencias de introducción al psicoanáli­ sis, dice Freud refiriéndose a los actos fallidos: “ Hasta aquí hemos hablado siempre de acciones fallidas, pero ahora parece como si muchas veces la acción fallida misma fuese una acción cabal que no ha hecho sino remplazar a la otra, a la esperada o intentada.” 15 Distintos aspectos pueden ser puestos de relieve en este trabajo ejemplar; en primer lugar, el más conocido es el que demuestra que tanto el olvido como los falsos recuerdos no están regidos por el azar y que al reorganizar las cadenas asociativas aparece claramente el ca­ rácter determinado del “ acto fallido” poniendo en evidencia la pre­ sencia de una lógica que preside las asociaciones y produce las susti­ tuciones. Pues tanto el significante que “ cae” como el o los que vienen a ocupar su lugar están marcados por el signo de la represión en relación con los temas “ suprimidos” : la sexualidad y la muerte. Pero los temas de la sexualidad y la muerte ¿en qué sentido p o­ dem os decir que estaban “ suprim idos” o reprimidos? Para contes­ tar hay que entrar en el contenido de las asociaciones ligadas al o l­ vido. El tema de la conversación que precedió al olvido se refería a 14 Sigmund Freud, “ El olvido de nombres propios” , en Psicopatologia de ¡a vida cotidiana (1901), Buenos Aires, Amorrortu, 1980, t. vi, pp. 9-16. Publicado por primera vez en 1898 con el titulo de “ Sobre el mecanismo psíquico de la desmemoria” , en Monatsschrift fü r Psichiatrie undNeurologie. Figura también en la carta a Fliess 96, del 22 de septiembre de 1898. 15 Sigmund Freud, Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916) en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1978, t. xv, p. 31. Material protegido por derechos de autor

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las costumbres de los turcos residentes en Bosnia y Herzegovina, y a la confianza que éstos depositan en el médico y su resignación ante la muerte. Frente a un anuncio de muerte suelen los deudos responder: “ Señor (Herr) ¡qué le vamos a hacer! Sabemos que si hubiera sido posible salvarle le hubiérais salvado.” Es a esta altura del diálogo cuando una idea aflora en la mente de Freud y éste la omite por razones de conveniencia social: “ Lo recuerdo bien; que­ ría yo contar una segunda anécdota que en mi memoria descansaba próxima a la primera. Estos turcos estiman el goce sexual por sobre todo, y en caso de achaques sexuales caen en un estado de desespera­ ción que ofrece un extraño contraste con su resignada actitud ante la proximidad de la muerte. Uno de los pacientes de mi colega le había dicho cierta vez: Sabes tú, Herr, cuando eso ya no ande, la vida per­ derá todo valor.” 16 La presencia de la muerte, a través de la asociación t r a f o i / b o l t r a f i o , tampoco puede ser considerada inconsciente en un sentido tópico; era aquello en lo que Freud quería ni pensar. Es decir que ambas lineas conducen a pensamientos pre-conscientes. La pregunta por el carácter inconsciente de los temas de la sexualidad y la muerte sigue presente, pero ahora podría multiplicarse con un in­ terrogante relativo a la temporalidad. Estas ideas de las que hemos dicho que eran inconscientes, ¿estaban ya allí, o son el resultado del análisis que organiza el material dándole con posterioridad, apréscoup (nachtrüglich), un sentido que antes no tenían? Se trataría en ese caso de una resignificación retroactiva, que enriquece y aporta un sentido productor, o produce un sentido en la materia discursi­ va. Asi, el tiempo se sustrae de la linealidad para tejerse en mallas que revierten infinitamente sobre su propio transcurrir producien­ do efectos caleidoscópicos, siempre nuevos, siempre otros. Queda otro enfoque digno de ser subrayado en este temprano ejemplo que Freud nos ofrece. Es de cárácter formal y se refiere al particular manejo de la materia significante en la reorganización de las cadenas asociativas. Poner de relieve este aspecto nos obliga a reproducir el gráfico que Freud utiliza en su comunicación, ya que la cadena fónica se despliega en la linealidad, pero el trabajo de los procesos primarios, la condensación y el desplazamiento, hacen de cada punto de la cadena un nudo de significaciones que requiere del espacio para su representación: 16 Sigmund Freud: Psicopatología de la vida cotidiana (1901), en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1980, t. vi, p. 7. Material protegido por derechos de autor

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(Pensamientos reprimidos) Dijimos que el trabajo de análisis de Freud sigue las líneas del material significante, señala las superposiciones de la condensación y los repliegues del desplazamiento guiándose por las consonancias, por las homofonías. Pero consonancias y homofonías no tienen en cuenta para nada el orden de las unidades que serán signos para la lingüistica. Las palabras son cortadas, traspuestas, trastocadas, desorganizadas y asi lo que queda suspendido es el orden del senti­ do que las coagula y cristaliza. Los fragmentos se unen y se atraen entre sí por caminos aparentemente caprichosos pero que revelan posteriormente al análisis, estar regidos por una astucia de la que el sujeto y su conciencia nada saben. Los comentarios de Freud son de una sutileza que nos sorprende cuando pensamos que fueron formulados en 1898: “ El nombre de Signorelli está ahí separado en dos fragmentos. De los pares de sílabas, uno retorna inmodificado en uno de los nombres sustitutivos (elli), y el otro, merced a la traducción Signor-Herr [señor], ha cobrado m últiples y diversos vínculos con los nombres contenidos en el tema reprimido, y por eso mismo se perdió para la reproduc­ ción. Su sustituto se produjo como si se hubiera emprendido un desplazamiento a lo largo de la conexión de nombres ‘ffe/rzegovina y Bosnia’, sin miramiento por el sentido ni por el deslinde acústico entre las sílabas. Vale decir que en este proceso los nombres han re­ cibido parecido trato que los pictogramas de una frase destinada a trasmutarse en un acertijo gráfico (rebus). Y de todo el trámite que por tales caminos procuró los nombres sustitutivos en lugar de Sig­ norelli, no fue dada noticia alguna a la conciencia. En un primer abordaje no se rastrea, entre el tema en que se presenta el nombre de Signorelli y el tema reprimido que lo precedió en el tiempo, un Material protegido por derechos de autor

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vínculo que rebase ese retorno de las mismas silabas (o, más bien, secuencia de letras).” 17 La suspensión del sentido y el libre juego de los significantes están, claramente explicitados, así como la falta de relación que sólo puede recomponerse aprés-coup. Lo que Freud llama la ‘‘tendencia de los nombres propios a ser olvidados” ¿no tendrá que ver con este hecho singular de que se trata de significantes sin significados? Porque ¿qué es el nombre? sino la designación que produce al sujeto como su representante. Significantes “ puros” que por excelencia están liberados del peso del significado. Pero también pueden ser considerados como para­ digmas de la función significante, pues ponen en evidencia lo que los otros, sometidos al lastre del significado y la comunicación, ocultan (aclaremos que se trata de un “ lastre” sólo en el campo psicoanalitico). El manejo formal que Freud realiza de la materia significante pone también de manifiesto las diferencias con que se maneján lin­ güistas y psicoanalistas en relación a una materia que pareciera ser la misma. Quisiéramos utilizar todavía este ejemplo, siguiéndolo li­ teralmente, para confrontar algunos problemas presentes en estas dos disciplinas. Se trata del problema de las unidades. Problema vi­ sualizado y señalado en su carácter de paradójico por Saussure: “ En la mayoría de los dominios que son objetos de la ciencia, la cuestión de las unidades ni siquiera se plantea: están dadas desde un comienzo. . . Pero así como el juego de ajedrez está todo entero en la combinación de las diferentes piezas, así también la lengua tiene el carácter de un sistema basado completamente en la oposición de sus unidades concretas. No podemos dispensarnos de conocerlas ni dar un paso sin recurrir a ellas; y sin embargo su deslindamiento es un problema tan delicado que nos preguntamos si tales unidades existen en realidad. La lengua presenta, pues, el extraño y sorpren­ dente carácter de no ofrecer entidades perceptibles a simple vista, sin que por eso se pueda dudar de que existan y que el juego de ellas es lo que la constituye. Éste es sin duda Un rasgo que la distingue de todas las otras instituciones semiológicas (. . .] en lingüística estáti­ ca toda noción primordial depende directamente de la idea que nos hagamos de la unidad, y hasta se confunde con ella.” 18 Paradoja central porque no hay noción por primordial que sea 17 Sigmund Freud, op. cit., p. 13. 18 Ferdinand de Saussure, op. cit., pp. 183-185.

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que no requiera de la definición de la unidad. Unidad tan difícil de definir que no se sabe si existe pero de la que se plantea que por su juego se constituye. . . nada menos que la lengua. Pensamos que esto es asi porque, por lo menos psicoanaliticamente, ninguna unidad tiene un valor por si misma, es más, no se puede definir como unidad sino luego del análisis, porque su valor diferencial y relacional lo recibe como efecto del juego de los signi­ ficantes, de la misma manera que sucede con las homofonias en el contexto lingüistico y que no son la 'excepción, sino el fundamento mismo de la lengua. Esto muestra por lo menos la relatividad de la estructura dual y paralelista del signo tal como es manejada por los lingüistas de ins­ piración saussureana. El problema señalado por la lingüística y en la lingüística autorizaría la inversión de la relación significadosignificante efectuada por Lacan, inversión que va acompañada de un desequilibrio que rompe la simetría y pone el peso del lado del significante: primacía del significante que es ahora constituyente, mientras que el significado queda como constituido. También dijimos que la dimensión espacial era una exigencia di­ ferencial. La cadena discursiva es lineal, la dimensión analítica muestra, en los puntos de quiebra de tal linealidad, la determina­ ción múltiple que no cristaliza jamás en un signo de significado fijo, sino en significantes polisémicos que en su multivocidad abren el espacio de los sentidos múltiples, siempre nuevos, siempre otros. Habíamos dejado pendiente la pregunta acerca del estatuto tópi­ co, pre-consciente o inconsciente, de las ideas relativas a la sexuali­ dad y a la muerte. Creemos que podemos ya intentar una respuesta. En el ejemplo tal como Freud lo explícita estas ideas son preconscientes, pero es esta emergencia en lo pre-consciente la que se manifiesta com o resultado del trabajo inconsciente y que produce este inesperado sentido: resplandeciente cuando se presentifica, pero que no estaba desde antes, desde siempre ya allí. Lo pro­ piamente inconsciente en el ejemplo freudiano es la astucia con que la asociación, siguiendo ciertas leyes, desorganiza y reorganiza la materia significante para dar lugar, para producir, estos efectos de sentido que no pueden ser otra cosa, en cuanto sentido, que preconscientes. ¿No será que el inconsciente no es otra cosa que esta original y productiva modalidad de funcionamiento que se mani­ fiesta como falla en la concatenación discursiva? Por otra parte, nada puede haber de sorprendente en las conclu­ siones encontradas en este análisis inaugural de accidentes del dis­ Material protegido por derechos de autor

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curso por parte de Freud (aunque no era así en el momento de co­ menzar esta aventura) ya que todo el psicoanálisis elabora, en última instancia, una única temática: los modos de constitución y encarna­ ción de los seres, en el horizonte de la sexualidad y de la muerte. Corresponde tjue nos aproximemos ahora a “ la vía regia para estu­ diar el inconsciente” , poniendo el acento en el “ trabajo del sueño” y en las leyes de su funcionamiento, en la “ fábrica” de los sueños. Para el psicoanálisis el sueño es un reíalo que el paciente le hace al analista en el seno de la situáción analitica. El método del análisis no se aplica sobre imágenes visuales sino sobre un texto y se llama “ sueño” el relato, con el agregado de todas las asociaciones que el soñante tiene con relación a cada una de las partes, momentos o imágenes de ese discurso que tiene como referente a la experiencia llamada onírica, que él nos dice que tuvo mientras dormía. Es este relato la materia prima para el trabajo analítico que Freud designó como contenido manifiesto. Este contenido mani­ fiesto es el que en la situación analítica se desarticula, se desgarra, se desconstruye, para reconstruir el camino de su producción, mostrando la sensatez de esa fachada insensata con que el absurdo vela, oculta y encubre otro discurso, también hecho de palabras, el de los pensamientos latentes. El camino de Freud desteje lo que el sueño ha encerrado y con­ densad© en su apretada trama. Camino de la interpretación que es solidario con el del soñar. Pocas veces esta idea fue tan clara y bellamente expresada como lo hiciera Thomas Mann poniéndolo en boca de José. José, intérprete de sueños, que se ofrece como tal al servicio del Gran Copero y del Gran Panadero del faraón y que pre­ senta como créditos para el oficio el provenir de una familia de so­ ñadores y haber él mismo soñado mucho. Los ilustres presos cues­ tionan que el soñar y el interpretar sean una misma cosa, a lo que José responde: “ No digan tal cosa. No lo digan sin forma alguna de examen. Acaso la acción de soñar forma un todo en que el sueño y su interpretación son inseparables: sólo en apariencia el soñador y el intérprete son distintos: en realidad son intercambiables y no hacen sino uno, pues ambos forman parte de un todo. Quien sueña in­ terpreta a la vez, y quien interpreta debe haber soñado. Ustedes es­ tuvieron acostumbrados a la división inútil del trabajo, monseñor el Príncipe del Pan y Vuestra Excelencia el Gran Copero, y, cuando soñaban, el cuidado de la interpretación era dejado a los adivinos domésticos. Pero en el fondo y por naturaleza, cada cual es intér­ prete de su propio sueño y sólo por elegancia se deja dar una in* Material protegido por derechos de autor

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terpretación. Yo les revelaré el secreto: la interpretación precede al sueño, y, cuando soñamos, éste procede de aquélla. Si no, cómo podría ser que a menudo el hombre sepa muy bien que la interpre­ tación es errada y le grite al adivino: Márchate, charlatán. Quiero otro, que me diga la verdad.” 19 Es decir que en ambos extremos del sueño, desde los pensamien­ tos latentes al contenido manifiesto en la dirección del trabajo del sueño, y desde el contenido manifiesto a los pensamientos latentes en la labor analitica, nos encontramos siempre con un texto, con un discurso habitado y movido por el deseo. Es por eso que Freud ha comparado siempre esta tarea de la Traumdeutung (interpretación de los sueños) con los trabajos de descríptaje. El Champollion del inconsciente pone de relieve que las figuras jeroglíficas que aparecen en el sueño, tienen su lugar precisa­ mente asignado en tanto son elementos constitutivos de un discurso. Cuando Freud explica o trabaja ese mecanismo del sueño al que llama miramiento por la figurabilidad, nos hallamos con un gigan­ tesco esfuerzo para dar cuenta de que son las palabras las que vehiculizan la imagen y no a la inversa; que la imagen del sátiro en el sueño de Alejandro,20 sólo aparece en la medida que el significante “ sátiro” , al ser dividido produce la expresión griega: sa-tiro: ‘Tuya es Tiro*. (Tanto la imagen del sátiro como la palabra son unidades y como tales completas, sólo en tanto que significante puede “ sáti­ ro” ser descompuesto para dar existencia a dos unidades significan­ tes que no podían ser indentificadas como tales antes del análisis.) El capitulo sobre la figurabilidad continúa, pues, con el análisis de los elementos que en las expresiones lingüisticas cumplen las funciones lógicas y conectivas y de cómo sería que tales conexiones podrían estar, figuralmente, presentes en el sueño. La polisemia, la homofonía y los mecanismos del chiste están pues, puestas al servi­ cio del miramiento por la figurabilidad. Los comics aparecen así como el ejemplo de este texto gráfico que usa un lenguaje especial para decir figuradamente un pensamiento. En esta dirección que estamos exponiendo es lícito decir que el sueño en su totalidad, al igual que el síntoma histérico, procede de lo que Freud dio en llamar “ simbolización” . 19 Thomas Mann, José y sus hermanos (1939), Barcelona, Guadarrama, 1977, p. 866. 20 Sigmund Freud, La interpretación de los sueños (1900), en Obras completas, Buenos Aíres, Amorrortu, 1979, t. iv, p. 121.

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Podemos pues afirmar que soñar es imaginarizar el símbolo, y que contar el sueño es simbolizar la imagen.21 A continuación Freud nos explica los mecanismos de condensa­ ción y desplazamiento: “ El desplazamiento y la condensación oníricos son los dos maestros artesanos a cuya actividad podemos atribuir principalmente la configuración del sueño.” 22 Condensa­ ción: una representación ocupa el lugar, sustituye, remplaza a muchas otras. Desplazamiento: el acento, el interés, la intensidad que corresponde a una determinada representación se deslizan sobre otras representaciones próximas a la primera. Condensación y desplazamiento son los modos de funciona­ miento del inconsciente. Son las figuras retóricas por medio de las cuales se producen las formaciones del inconsciente: el sueño y también los lapsus, los chistes y los síntomas neuróticos. A Lacan corresponde el haber puesto en correspondencia la con­ densación y el desplazamiento con los dos polos del lenguaje descri­ to por Jakobson en su libro sobre las afasias y cuyo segundo capítulo comienza con estas palabras: “ Hablar supone seleccionar determinadas entidades lingüisticas y combinarlas en unidades de un nivel de complejidad más elevado.” 23 Los polos del lenguaje considerados por Jakobson son el metafó­ rico y el metonímico, y es él quien liga y pone en relación los trastor­ nos producidos por la afasia con los modos del trabajo del sueño tal como los trabajara Freud, señalando que en su obra el “ desplaza­ miento” es una metonimia, y la “ condensación” una sinécdoque.24 21 Jacques Lacan, “ Lo simbólico, lo imaginario y lo real” (1952), en Revista Argentina de Psicología, núm. 22, Buenos Aires, 1977 (diciembre), pp. 9-28. 22 Sigmund Freud, op. cit., p. 313. 23 Román Jakobson: 11Dos trastornos del lenguaje y dos tipos de tras­ tornos afósleos1’, en Fundamentos del lenguaje, Madrid, Ayuso-Pluma, 1980. 24 Román Jakobson, op. cit., p. 141. Esta laxitud en la caracterización de las Figuras retóricas, que pueden ser consideradas por algunos como me­ táfora y por otros como sinécdoque, corresponde a un problema interno de la lingüistica. Son interesantes al respecto las consideraciones tenidas en cuenta por Ducrot y Tedorov en su Diccionario enciclopédico de las cien­ cias del lenguaje acerca de los problemas planteados por las figuras retóri­ cas que serán consideradas como infracción o como norma según la idea que se tenga acerca de la naturaleza misma del lenguaje. Si la definición de la sinécdoque es “ empleo de una palabra en un sentido del cual su sentido Material protegido por derechos de autor

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Volvamos a las ejemplificaciones freudianas para apuntalar en ellas esta aproximación que los lingüistas y, después, Lacan, hacen de los procesos oníricos con las figuras retóricas y tratemos de mostrar que esta aproximación no es abusiva. Para dar cuenta de cómo procede la condensación en el trabajo del sueño nos dice Freud: “ Allí donde no están presentes esos ras­ gos comunes entre los pensamientos oníricos, el trabajo del sueño se empeña en crearlos para posibilitar su figuración común dentro del sueño. El camino más cómodo para aproximar entre si dos pen­ samientos oníricos que todavía no tienen nada común consiste en alterar la expresión lingüistica de uno de ellos para concordar con este último, tal vez el otro se le acerque asimismo mediante un correspondiente trasvasamiento a otra expresión” y adelante agrega: “ Que el trabajo del sueño explote tan sin reparos la ambigüedad de las palabras parece sin duda insólito, pero una experiencia más rica nos lo presenta como un proceso enteramente habitual.” 23 Parece claro que no hay en esto abuso conceptual alguno, es más, podríamos decir que son las observaciones de Freud las que abren el rumbo a esta ampliación de los conceptos retóricos a dife­ rentes campos de la cultura. Vale decir que lo que hace el soñante al imaginarizar plásticamen­ te tiene la misma organización que lo que hace el hablante al metaforizar, más aún, que la metáfora y la metonimia trabajan sobre la mate­ ria significante para producir la representabilidad onírica. Sueño y habla operan en una dimensión sintagmática (encadenamiento por contigüidad), y en una dimensión paradigmática (de sustitución). La tesis es que el inconsciente, al producir sueños, habla. habitual es sólo una parte (la parte por el todo)” ; y de la metáfora, “ em p leo de una palabra en un sen tid o parecido y sin em bargo d iferen te del

sentido habitual” , es fácil concluir que el concepto de condensación puede con razón ser encuadrado en cualquiera de las dos figuras. No quisiéramos abandonar esta aclaración sin antes citar una interesan­ te observación de los autores de ese diccionario: “ Con la constitución de las ciencias humanas en el siglo xix, se hace evidente que la red formada por las figuras retóricas no se encuentra únicamente en el lenguaje. Las aso­ ciaciones psicológicas suelen clasificarse en términos de parecido y de conti­ güidad: estos dos términos reaparecen en los protocolos sobre la magia (Frazer, Mauss) o el sueño (Freud); Saussure después de Kruszewski, vuelve a hallarlos en la organización misma del lenguaje” . (Op. cit., p. 321.) 25 Sigmund Freud, La interpretación de los sueños (1900), en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1979, t. v, p. 634.

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Habíamos dicho que todo el sueño y que todas las restantes for­ maciones del inconsciente podían encuadrarse en el concepto de “ simbolización” en un sentido amplio, tal y cual Freud lo introdu­ jera desde los Estudios sobre ¡a histeria pero resta hablar de un capítulo especial que fuera motivo de polémica y de múltiples refle­ xiones por parte de Freud, y al que éste retorna contradictoriamen­ te. Es el relativo a “ La figuración por símbolos en el sueño” 26 y que fuera retomado en la décima de las Conferencias de introducción al psicoanálisis.11 Este segundo sentido de “ simbolismo” , mucho más restringido y limitado fue también llamado por Freud “ La simbólica” [die Symbolik], término que consideramos útil mantener para evitar confusiones. Las características propias de estas representaciones de la simbó­ lica se pueden enumerar asi: 1J se trata de una relación constante entre el representante y lo representado, 2] esta representación se fundaría en una analogía,28 31 en el trabajo analítico estos elemen­ tos del sueño aparecen con carácter mudo, es decir que se muestran incapaces en suscitar asociaciones por parte del soñante, y 4] mien­ tras los representantes simbólicos son numerosos y variados, el es­ pectro de los elementos simbolizados es muy reducido: el cuerpo, los padres, los hermanos, el nacimiento y la muerte, y, sobre todo, la sexualidad. El problema que aquí se nos plantea es el de esta relación cons­ tante entre el símbolo y lo simbolizado que hace pensar en la posibi­ lidad de un código de correspondencia unívoca: el viejo sueño del diccionario de los sueños. Posibilidad tentadora y fascinante (como todas las tentaciones), pero no exenta de peligros que motivaron reflexiones dubitativas y cambiantes por parte de Freud, que acabó prácticamente por dejar el problema de lado después de 1916. Huelga decir que la cuarta característica rompe ya la ilusión de constancia sugerida por la primera pues por la vía de la “ analogía” podría pensarse en una relación “ natural’* preexistente al orden del significante. El hecho mismo de que las progresivas producciones de la cultura entren a formar parte de la categoría de símbolos para los pocos elementos simbolizables (por ejemplo, el avión), sumado 26 Sigmund Freud, op. cit., t. v, pp. 356-406. 27 Sigmund Freud, Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916), en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1978, t. xv, pp. 136-154. 28 Conviene aqui tener presente lo que anteriormente dijimos de la me­ táfora y su capacidad de producir ilusiones de semejanzas (p. 20). Material protegido por derechos de autor

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al hecho de la pluralidad misma de los símbolos, niega toda posibilidad de "naturalismo” en la relación y de una correspondencia biunivoca, que es la condición para la existencia de un código. Pero lo más fascinante es seguir los pasos de Freud y los recorri­ dos de ese pensamiento que, aun en la duda, despliega todo su rigor: a] pareciera que al mismo tiempo que trata de circunscribir el campo de la simbólica, atenúa y borra sus efectos. Así, cuando se pregunta si la casa como representación de la mujer pasa por la re­ lación entre Frauenzimmer (cuarto de mujer) y Frau (mujer). La posibilidad que esta relación sobrepase para Freud los limites lingüísticos nacionales queda dudosa: “ Empero, ninguno de mis soñantes ignoraba por completo el alemán, de suerte que tengo que dejar este discernimiento a aquellos psicoanalistas que en otros países puedan recoger experiencias en personas monolingües” ;29 b) la descripción de los símbolos es filtrada por Freud a través de aforismos y giros verbales que los vehiculizan, autorizándose en su calidad simbólica desde la expresión significante. Nos limitaremos a un ejemplo: "Que encontremos en el sueño a los padres como pa­ reja de emperadores y reyes es a primera vista sorprendente, pero esto tiene su paralelo en los cuentos. El rey mismo se llama padre del país (LandsvaterJ” ;30 c] en otros ejemplos la indagación de la relación del símbolo y lo representado bucea en consideraciones de filología comparada. Para dar cuenta de por qué la madera puede asumir la representación de madre (en español la consonancia es clara), hace pasar la palabra alemana por el origen griego.31 Nada es desdeñado del orden del juego de los dichos, desde la etimología a las comparaciones de los giros idiomáticos en distintas lenguas; d) finalmente, en sus consideraciones remite Freud al campo más am plio de la cultura: " . . .estas referencias sim bólicas no son algo peculiar del soñante o del trabajo onírico por el cual llegan a expresarse. Sabemos ya que del mismo simbolismo se sirven los mi­ tos y los cuentos tradicionales, el pueblo en sus proverbios y can­ ciones, el uso lingüístico corriente y la fantasía poética” . Las anteriores consideraciones son las que nos llevan a afirmar, manteniendo la impresión de no traicionar el esmero freüdiano, sino más bien disolviendo su fatiga, quetambién el capítulo de lasimbów Sigmund Freud, op. cit., 3(1 Sigmund Freud, op. cit., 31 Sigmund Freud, op. cif.,

t. xv, p. p. 145. p. 146.

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lica debe ser considerado en las reglas del “ simbolismo” en sentido amplio. Que el efecto de excepción con que nos impactan los ejem­ plos aducidos es consecuencia de una ilusión de semejanza conna­ tural, compartida por los miembros de una comunidad lingüistica dada como resultante del ejercicio de la lengua materna. Podríamos decir, para concluir nuestras consideraciones sobre este tema, que la simbólica es al simbolismo como la onomatopeya al sistema general de la lengua, que crea esa impresión de naturali­ dad siempre y cuando no nos olvidemos por ejemplo, que los perros ladran diferente en alemán que en español (en español ladran con muchas más vocales). Nos queda por abordar el aspecto más difícil de La interpreta­ ción de los sueños, el que concierne al aparato psíquico, con las consiguientes reflexiones metapsicológicas que allí se despliegan. La preocupación de Freud por una formalización teórica del aparato psíquico es de larga data. Antes de su exposición en el cé­ lebre capitulo 7 de La interpretación de los sueños, ya puede en­ contrarse en esa fisiología mitológica que es el Proyecto de psicología32 donde esboza y teoriza un aparato neurofisiológico ca­ paz de producir los síntomas neuróticos. Allí el aparato está hipotetizado retroactivamente a partir de sus productos. También debe­ mos tomar como referencia la carta a Fliess del 6 de diciembre de 1896,33 la conocida carta núm. 52. La idea fundamental sobre la que Freud elabora las distintas ver­ siones del aparato psíquico consiste (y este principio es respetado en todas las reelaboraciones posteriores) en una separación radical entre la percepción y la memoria; la percepción es función de un aparato pantalla que, para estar libre frente a la acción de los estímulos ulteriores no debe retener ni conservar nada de lo que lo alcanza, mientras que la memoria implica que lo que alguna vez fuera percibido debe ser retenido e inscrito de alguna form a para que pueda actualizarse.34 32 Sigmund Freud, Proyecto de psicología para neurólogos (1895), en Obras completas, Buenos Aires, Santiago Rueda, 1956, t. xxu, p. 373. [Proyecto de psicología (1950 [1895]) en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1982, t. i, p. 323.J 33 Sigmund Freud, en Obras completas, Buenos Aires, Santiago Rueda, 1956, t. xxu, p. 207. 34 Tal vez la versión más acabada y simple de esta tajante separación es la que Freud expone en El block maravilloso (1925), en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1979, t. xix.

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Pero, planteada esta premisa, queda aún por resolver cuál es la forma en que lo retenido se conserva. Esto es tanto como pregun­ tarnos a nosotros mismos ¿de qué materia está hecha la memoria?, pregunta que luego del pasaje por el olvido del nombre de Signorelli habría que ampliar para incluir en un mismo interrogante a la memoria y al olvido, puesto que ambos comparten la misma mate­ rialidad. Es este siempre presente principio de la necesidad de dos estruc­ turas diferentes lo que ha llevado a postular más de un sistema detrás del hecho perceptual puntual: el preconsciente y el incons­ ciente. Lo que está en juego es no sólo la novedad radical de la existen­ cia de otro sistema además del de la conciencia, sino también la diferencia que tales sistemas presentan en cuanto a contenidos, mo­ dos de funcionamiento y relaciones que puedan existir entre ellos. En la carta 52 leemos: . .J la presunción de que nuestro apa­ rato psiquico se ha organizado por un proceso de estratificación: el material existente en la forma de rastros mnemónicos experimenta­ ría de tanto en tanto un reordenamiento de acuerdo con nuevas re­ laciones, en cierto modo una transcripción. Así como lo esencial­ mente nuevo en mi teoría es la afirmación de que la memoria no se encuentra en una versión única, sino varías, o sea que se halla transcrita en distintas clases de ‘signos’.” 35 La respuesta a la pregunta por la materia que constituye a la me­ moria parece clara, se trata de distintos sistemas de signos, no son imágenes, no son contenidos figurativos. Respuesta sorprendente ya en esa primera metapsicología freudiana. En cuanto a las relaciones entre los sistemas, también la respues­ ta es clara y actual: 44La falta de traducción es lo que clínicamente conocem os por ‘represión’. Su m otivo es siempre la provocación del displacer que resultaría de la traducción efectuada, como si este displacer engendrase un trastorno del pensamiento que a su vez impediría el proceso de traducción.” 36 Por si quedaran dudas sobre lo que la expresión 4'sistema de sig­ nos” estuviera representando estos fragmentos citados indican que no se trata de una simple coincidencia terminológica, sino de una sólida estructura conceptual acerca de la materialidad discursiva: signos, transcripciones y traducciones son las palabras con que 33 Sigmund Freud, Proyecto. . ., pp. 207-208 lp. 2751. 36 Ibid., p. 210 [p. 276J. Material protegido por derechos de autor

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Freud responde a las cuestiones fundamentales de los sistemas, pos­ tulando la materialidad de las palabras. Creemos que en La interpretación de los sueños Freud no cues­ tiona el hecho de que lo inscrito —las huellas mnémicas— son mar­ cas significantes. En esta obra la hipótesis de las transcripciones di­ ferentes para cada uno de los sistemas es remplazada por la de los procesos primarios (que rigen en el inconsciente) y los secundarios (que rigen el sistema preconsciente). Las huellas, los signos incons­ cientes son activados según los modos de la condensación y el desplazamiento, lo que produce también una diferenciación energé­ tica: la energía del sistema inconsciente es energía libre, en tanto que la característica del preconsciente es que funciona con cargas li­ gadas de energía. De todos modos sabemos que ésta no es la conclusión definitiva y que Freud la revisará, de una manera aún más inquietante en la Me tapsico logia*1 En este trabajo se introducen los conceptos de representaciónpalabra y de representación-cosa, para establecer un criterio dife­ rencial del funcionamiento de los sistemas. El camino, insospecha­ do para Freud, que lo lleva a esta elaboración es la particularidad sorprendente del lenguaje esquizofrénico, su desorganización sin­ táctica, allí donde “ las palabras son sometidas al mismo proceso que desde los pensamientos oníricos latentes crea las imágenes del sueño, y que hemos llamado el proceso psíquico primario. Son condensadas, y por desplazamiento se transfieren unas a otras sus in­ vestiduras completamente” .38 Para Freud, finalmente, la diferencia de los sistemas que va a remplazar la hipótesis de las transcripciones y de las diferencias de carga consiste en que, mientras la representación consciente comprende la representación-cosa más la representación-palabra correspondiente, en el inconsciente sólo estaría la representacióncosa desligada de la representación-palabra. Queremos insistir en esta diferencia porque tenemos la impre­ sión de que la representación-cosa ha sido para algunos y por mucho tiempo el motivo de una interpretación equívoca, identifi­ cándola con una imagen de la cosa o con cierta ilusión de una figu37 Sigmund Freud, Lo inconsciente (1915), en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1979, t. xiv, especialmente el cap. v, “ El discernimiento de lo inconsciente” , pp. 193-206. « Ibid., p. 196. Material protegido por derechos de autor

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rabilidad pre-significativa, apoyándose este equivoco en la noción de regresión que Freud elabora entre otras cosas para dar más inte­ ligibilidad al mecanismo del miramiento por la ftgurabilidad. No trataremos aqui el tema de la regresión por considerarlo una vía la­ teral, aun sabiendo cuánta relación tiene con nuestro tema y a cuántas interpretaciones erróneas y tergiversaciones ha dado lugar. Al sostener el carácter de signo también para la representación-cosa (Sachvorstellung) creemos autorizarnos en Freud: “ consiste en la investidura, si no de la imagen mnémica directa de la cosa, al me­ nos en las huellas mnémicas más distanciadas derivadas de ella” .39 No se nos escapa la ambigüedad de lo que encontramos pocas líneas más adelante: “ Las representaciones-palabra provienen, por su parte, de la percepción sensorial de igual manera que las representaciones-cosa'’. Pensamos que este oscilar entre el alcance de los planteos y reflexiones que la experiencia clínica provoca en Freud (cuando tiene que ejemplificar la representación-cosa, opta por el lenguaje de los esquizofrénicos para ilustrarlo), y la manera en que retorna, sea a una concepción darwiniana naturalista del lenguaje, sea a la evidencia engañosa de tipo empirista que pretende extraer el lenguaje desde la percepción, tomando a ésta como punto de origen de toda experiencia a la que el lenguaje vendría posterior­ mente a sumarse. Reflexionando pues como si fuera posible cual­ quier proceso de abstracción y generalización al margen del len­ guaje ya constituido. Son los alcances de estudios posteriores sobre el carácter estruc­ turante de la lengua los que permiten pensar inversamente la si­ tuación, y son las propias consideraciones de Freud las que ofre­ cieron fértil abono para este nuevo enfoque posible. Por eso antes de concluir con estas consideraciones metapsicológicas de L a interpretación d e los su eñ os , sólo nos queda contrapo­ ner esta idea del primado de la percepción con una observación de Freud frecuentemente repetida: “ Todo lo consciente tiene una eta­ pa previa inconsciente” ,40 y la percepción está siempre del lado de la conciencia, de lo secundario, quedando pues lo inconsciente en el orden de la huella, del signo, de la inscripción. 39 ¡bid., p. 198. 40 Sigmund Freud, La interpretación de los sueños, t. v, p. 600. Otra expresión equivalente se encuentra en la “ Nota sobre el concepto de lo in­ consciente en psicoanálisis” , en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1979, t. Xil, p. 275. Material protegido por derechos de autor

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Creemos que son estas observaciones las que autorizan que La­ can diga: “ Es difícil negar que Freud a todo lo largo de la Tramdeutung habla sólo de palabras, de palabras que se traducen. No hay más que lenguaje en esta elucubración del inconsciente, hace lingüistica sin saberlo, sin tener la menor idea de ello.” 41 Contemporáneamente al trabajo sobre los sueños, Freud acopia material para su libro sobre el chiste. Podemos decir que estas tres obras que estamos comentando: La interpretación de los sueños, La psicopatologla de la vida cotidiana y El chiste y su relación con el inconsciente conforman, en su unidad, un gran fresco inaugural, regocijante por el descubrimiento que colocará al psicoanálisis en el campo más amplio de los fenómenos de la cultura, abriendo venta­ nas indicadas ya desde antes, cuando dominaba la preocupación por entender al sintoma, a la enfermedad. Se delinea claramente con el conjunto de estos diversos materiales cuál es el tipo de reali­ dades a las que se aplicará el psicoanálisis: realidades discursivas. Que los mecanismos puestos en juego sean también en el chiste la condensación y el desplazamiento no es algo que pueda ya sorpren­ dernos. Pero algunos pasos del análisis de Freud ameritan ser se­ guidos para subrayar el hincapié puesto en los aspectos de la técnica del chiste, en su particular modo de decir más que lo que se dice. El primer ejemplo analizado por Freud es el relatado por H. Heine del “ famillonario” ,42 y a él nos remitimos como paradigma de la demostración. Se trata de un personaje de Heine que aparece en sus Estampas de viaje, la que lleva por título “ Los baños de Luca” . HirschHyacint es el nombre del personaje, agente de lotería y pedicuro hamburgués, que presume ante el poeta de sus relaciones con el ba­ rón de Rothschild y dice: “ Y así, verdaderamente, ha querido Dios concederme toda su gracia: tomé asiento junto a Salomón Roths­ child y él me trató como a uno de los suyos /amillonarmente. ’’ Las consideraciones de Freud acerca de las condiciones que ha­ cen de esta expresión un chiste, recaen inmediatamente sobre la for­ ma, una “ forma rara” , no aquella que nos resultaría más fácil de entender. La condensación con formación sustitutiva de esta expresión ra­ 41 Jacques Lacan, ‘‘Ouverture de la Section Clinique” , Orrticar?, núm. 9, 1977, p. 10. 42 Sigmund Freud, El chiste y su relación con el inconsciente, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1979, t. vin, pp. 18-22.

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ra, reunión de “ familiar” con “ millonario” , en una neoformación lingüistica donde las expresiones portadoras de connotaciones contradictorias eliden los aspectos agresivos inherentes a la segunda (millonario) no sin antes dejar su marca, por alusión en la forma­ ción sustitutiva. Lo que puede hacer reir es el dicho, esta neoforma­ ción, no su traducción en que la contradicción de las tendencias pu­ diera ser relatada. Como dice Freud: “ el carácter de chiste de nuestro ejemplo no adhiere al pensamiento mismo, se lo ha de bus­ car en la forma, en el texto de su expresión” .43 Para no abundar sobre este ejemplo sólo agregaremos que se pueden aplicar aquí, las mismas consideraciones que apuntáramos con relación al ejemplo de Signorelli en lo que concierne a la espacialidad y a la desorganización-reorganización de la materia signifi­ cante. Como ejemplos de desplazamiento en el chiste podemos servir­ nos de cualquiera de los numerosos relatos que trae Freud sobre los casamenteros judíos. Elijamos uno al azar: “ El casamentero ha asegurado al novio que el padre de la muchacha ya no está con vi­ da. Tras los esponsales, se sabe que el padre todavía vive y expía una pena de prisión. El novio le hace reproches al casamentero. —Y bueno —responde éste— ¿qué le he dicho yo? ¿Acaso eso es vida.” El doble sentido reside en la palabra vida, y el desplazamiento consiste en que el casamentero salta del sentido común de la pa­ labra, como opuesta a muerte, al sentido que posee en el giro “ Eso no es vida” . El mecanismo del desplazamiento en este caso se fun­ da en el valor polisémico que permite justamente los deslizamientos de sentido y allí donde la idoneidad de la palabra no posee condi­ ciones polisémicas manifiestas, es el giro expresivo el que la produ­ ce y permite pensar que la polisemia, lejos de ser una excepción, es condición universal del lenguaje, com o lo sostiene M annoni.44

La tematización de esta primera parte del libro sobre el chiste es­ tá organizada de modo tal que pone en evidencia el valor de la for­ ma; la técnica del relato aparece aquí como responsable del efecto gracioso. Y la técnica que queda expuesta no es otra cosa que el develamiento, el desenmascaramiento de los modos de trabajo del in­ consciente. El proceso primario puesto en evidencia en su función de crear el sentido a partir del aparente sinsentido. El paso siguiente, para Freud, consiste en analizar la relación 43 Ibid., p. 19. 44 Octave Mannoni, op. cit., p. 37. Material protegido por derechos de autor

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i I I I N t i l 'A J I I N I A O IIK A 1) 1- I Kl I I»

entre el chiste y la tendencia puesta en juego. El placer por la libera­ ción de tendencias cuya manifestación está sancionada y reprobada tanto por consideraciones de orden social como por barreras de carácter interno, a saber, las tendencias agresivas y las tendencias sexuales. Pero para que la satisfacción de tales tendencias, alcance su realización permitida en el chiste deben cumplirse determinados requisitos. El placer del chiste está ligado a la satisfacción de una tendencia agresiva o sexual. Por esta razón se requiere, para que el efecto de chiste se realice, que tal tendencia pueda cumplirse a través de un rodeo que eluda la censura social o interna. El placer no surge tanto por lo que se dice como por el hecho mismo de ser burlada la cen­ sura. Sus vías de realización son las alusiones, las elusiones, la poli­ semia que permite a la tendencia desplazarse sobre la cadena sig­ nificante y florecer metafóricamente en otra parte, donde no se la esperaba, provocando la sorpresa jubilosa del hallazgo en el chis­ te. Podemos decir que el efecto gracioso está en esta burla de la cen­ sura puesto que las mismas tendencias, expresadas abiertamente, no pasan de ser agresiones o groserías que nada tienen de divertido. En toda la obra campean los ejemplos que remiten a los juegos de palabras en todas sus variantes y a los efectos chistosos que son consecuencia de la aparición del sentido en el sinsentido. Es el inconsciente puesto a luz el que muestra su carácter lúdico. La reunión de todos estos aspectos que venimos subrayando nos conduce a proposiciones insistentemente repetidas; fundamental­ mente que el sentido no está en donde se cree. No está en la comuni­ cación discursiva sino en sus vacilaciones, en sus traspiés, son acci­ dentes que posibilitan la precipitación de un sentido diferente al espetado. El chiste es el inconsciente desenmascarado y juguetón. Sólo que el juego requiere de un otro, del que escucha, que con su risa sancionará al chiste como tal. Es el otro el que autoriza con su risa la prima de la satisfacción del placer, dando al lenguaje su lugar en la economía psíquica. De un placer que está en el decir. Nuestras primeras consideraciones sobre el chiste lo muestran en su carácter y estructura como solidario de las otras formaciones del inconsciente ya analizadas, aunque no agrega elementos operadonales diferentes de los ya indicados. Pero acabamos recién de intro­ ducir a la estructura relacional, dimensión fundamental en donde el chiste se desenvuelve: el Otro es condición para que haya chiste. Es­ te nuevo aspecto nos plantea la necesidad de pasar por el análisis de las condiciones de la enunciación como momento esencial para Material protegido por derechos de autor

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pensar el inconsciente. Por esto el chiste aparece como bisagra de articulación entre el sueño y la situación analítica ubicada en el campo transferencial. Es en este otro aspecto que las observaciones de Freud son pio­ neras y no es raro que se manifiesten, aún hoy, como avanzadas respecto de los estudios elaborados por los lingüistas.4' Mientras el enunciado se encierra y se limita al texto del decir actualizado, la enunciación se refiere a la situación y a las condiciones en que el texto es producido. Si bien Freud no se sirve del término enunciación, todas sus consideraciones para dar cuenta de los efectos del decir parten del principio de que dos enunciados pueden ser idénticos y que, sin em­ bargo, no podríamos comprenderlos si nos desentendemos de las condiciones en que fueron proferidos, más aún, que estas condi­ ciones tienen una historicidad que debe ser reconstruida. Todorov las llama “ su historia transformacional” .4'’ Cuando Freud se interroga acerca de las características del chiste tendencioso (podría ser también la picardía), o de la pulla, se ve en la necesidad de introducir a una tercera persona: “ El chiste tenden­ cioso necesita en general de tres personas; además de la que hace el chiste, una segunda persona que es tomada como objeto de la agre­ sión hostil o sexual, y una tercera en la que se cumple el propósito del chiste, que es el de producir placer.” 4* Todorov se propone racionalizar la intuición freudiana y la siste­ matiza de la siguiente manera: “ A (el hombre) se dirige a B (la mu­ jer) buscando satisfacer su deseo sexual; la intervención de C (el aguafiestas) hace imposible la satisfacción del deseo. De este hecho deriva una segunda situación: frustrado en su deseo, A dirige a B expresiones agresivas; busca a C como a un aliado. Nueva transfor­ mación provocada por la ausencia de la mujer o por la observación de un código social: A ya no se dirige a B sino a C, contándole la J< Freud aparece como punto de referencia obligado cada vez.que los lingüistas quieren abordar el lema de la enunciación. Véase al respecto el trabajo de Émilc Benveniste: "El aparato formal de la enunciación” , en Problemas de lingüistica general 11, México, Siglo XXI, 1977, pp. 82-91. Ver también la revista Langages, núm. 17, París, Larousse, marzo de 1970. En su totalidad está dedicado al tema de la enunciación. Tzvcian Todorov, "Freud sur l’cnpnciation” , en Langages, núm. 17, marzo de 1970, pp. 34-41. J" Sigmund Freud, o/), cit., p. 94. Material protegido por derechos de autor

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picardía: B puede estar ausente, pero este antiguo alocutario ha de> venido (implícitamente) el sujeto del enunciado: C goza el placer que le procura la picardía de A .” 48 Encontramos pues una movilidad de lugares y papeles respecti­ vos en los distintos momentos de la historia transformacional. Pa­ radójicamente, es difícil encontrar en los ejemplos de Freud uno que se ajuste a esta sistematización tan claramente explicitada (¿habrá que atribuirlo a la influencia puritana?). No faltan sin em­ bargo ejemplos de chistes que correspondan al género agresivo y hostil o al cínico. Tomaremos uno de estos chistes propuestos por Freud y nos remitiremos para el primer ejemplo a uno, ya famoso, de la literatura. Cuenta Freud que: “ Serenissimus hace un viaje por sus pose­ siones, y entre la multitud repara en un hombre que se parece lla­ mativamente a su propia, alta persona. Lo llama para preguntarle: ‘¿Sin duda su madre sirvió alguna vez en palacio?’ —‘No, Alteza —respondió el hombre—; fue mi padre’.” 49 Cuando Freud lo analiza pone de relieve el obstáculo externo que prohíbe dar cauce a la agresividad y señala la economía con que el chiste puede dar cauce a esta tendencia: "Sin duda que el interro­ gado habría querido aplastar al desvergonzado que osaba injuriar la memoria de su querida madre; pero ese desvergonzado es Sere­ nissimus, a quien no se puede aplastar, ni siquiera afrentar, si no se quiere pagar con la vida esa venganza. Es forzoso entonces tragarse en silencio el ultraje; pero por suerte el chiste enseña el camino, pa­ ra desquitarse sin peligro, recogiendo la alusión y volviéndola contra el atacante mediante el recurso técnico de la unificación. Aquí la impresión de lo chistoso está hasta tal punto comandada por la tendencia que ante la réplica chistosa solemos olvidar que la pregunta misma del atacante es chistosa por alusión.” 50 La primera pregunta, ‘‘chistosa por alusión” , hay que tenerla en cuenta en esta historia transformacional, ya que es obscena y agre­ siva a la vez, referida a objetos ausentes —la madre o el padre del interpelado—; la respuesta agresiva retorna alusivamente sobre al­ guien a quien no se menciona, la madre de Serenissimus, mentada en ausencia. El otro ejemplo lo tomaremos de la novela Las amistades pe­ 48 Tzvevan Todorov, op. cit. 49 Sigmund Freud, op. cit., p. 66. 50 Sigmund Freud, op. cit., pp. 98-99. Material protegido por derechos de autor

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ligrosas.51 El vizconde de Valmont escribe una apasionada carta de amor a la presidenta de Tourvel. El texto no presenta en sí nada sorprendente hasta que se cono­ cen las circunstancias de la enunciación: la vehemente requisitoria amorosa se escribe sobre una mesa “ empleada por primera vez pa­ ra este usp” , la espalda de la amante, y el momento en que se la escribe es el intervalo de relaciones amorosas con esta joven. En el tfexto la presidenta de Tourvel es el objeto de los reclamos amorosos del vizconde. Pero en las condiciones de la enunciación vemos la transformación del sentido del texto, que se vuelve cínico y agresi­ vo, tomando como cómplice a esa amante, en medio de “ un acto de infidelidad completa". El texto, siendo el mismo, sólo puede ser comprendido desde las condiciones relaciónales de la enunciación. No sólo nos limitamos a quien habla y a quien le habla sino que de­ bemos incluir también el activo papel del tercero, silencioso y sin embargo parte de este intercambio. Para Freud el chiste, en sus diferentes clases, obedece a este re­ quisito de triangulación y se diferencia así de lo cómico, que sólo requiere de dos participantes. A esta primera diferencia se suma otra: mientras que el chiste se hace, lo cómico se encuentra, se des­ cubre. Este descubrimiento usa la vía de los mecanismos lingüísti­ cos y supone, para que sea captado, una situación de igualdad de es­ tructura en los interlocutores. Este carácter de descubrimiento, de inesperado, es lo que nos permite decir que a menudo una buena in­ tervención psicoanalitica tiene un efecto cómico: el analista subra­ ya el doble sentido no pensado que estaba materializado en el decir. Lo mostramos en un ejemplo tomado al azar de los que Freud propone: “ El médico que viene de examinar a la señora enferma di­ ce, moviendo la cabeza: ‘No me gusta nada su señora’. ‘Hace mucho que tampoco a mí me gusta', se apresura a asentir aquél.’’52 Dentro de lo cómico se distingue una variedad particular, la de lo cómico “ ingenuo’’. La condición para que este efecto se produz­ ca es que una de las personas, posea inhibiciones de que la otra (el ingenuo) carezca. La concepción de lo ingenuo reside en la persona provista de inhibiciones, que es en quien se da la ganancia de pla­ cer. La estructura relacional, aunque basada en dos personas, otor­ ga al ingenuo un doble papel, ser quien relata el chiste y también el objeto sobre quien recae la broma. Ingrato papel de burlador burlado 51 Choderlos de Lacios, Las amistades peligrosas, Barcelona, Seix Barra!, 1968. Carta xtvin, p. 112. 52 Sigmund Freud, op. cit., p. 37. Material protegido por derechos de autor

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para que el otro reciba el placer como regalo. Ejemplo típico de este género son los chistes infantiles: la obra de teatro en que la niña ofrece como regalo al marido ausente los hijos que tuvo durante su larga ausencia, escena que produce efecto cómico en los espectado­ res, los padres, en tanto que los niños quedan excluidos del placer cómico que ellos mismos proporcionan a los adultos,53 ignorando el motivo de las risotadas que escuchan. Esta incursión por los ejemplos del chiste, sus mecanismos y sus clases, no ha estado guiada por un afán descriptivo, sino que ha se­ leccionado los ejemplos que ponen en evidencia el abordaje freudiano de las condiciones de la enunciación, consustancial a la posibilidad misma del chiste. Habíamos dicho también que no sólo el abordaje de Freud era pionero en este campo sino que aún hoy permanece para los lingüis­ tas como un desafio difícil de emular con sus propias categorías. El intento más serio ha sido el realizado por Benveniste, en el trabajo ya citado: “ El aparato formal de la enunciación.” Algunas consi­ deraciones acerca de los alcances de este intento de formalización en relación con la perspectiva psicoanalitica han sido analizados por nosotros ya en otro trabajo.54 ¿Cómo concluir este recorrido por los “ textos canónicos” sino con la imagen del caleidoscopio? Los materiales lingüísticos, fóni­ cos y gráficos se descomponen y reorganizan infinitamente para sorprendernos con figuras insospechadas; cada fragmento del celu­ loide que está en el fondo de este original aparato óptico, es in­ significante, pero qué de significaciones nuevas e insólitas salen de este crisol. Eso es lo que ha hecho Freud en el transcurso de su ar­ dua tarea, perseguir modificaciones caleidoscópicas de la materia lingüística. Por eso le cedemos la palabra para recordar un texto poco conocido: “ Aun desviaciones leves respecto de los giros usuales en nuestros enfermos suelen ser consideradas por nosotros, en general, como signos de sentido oculto, y es verdad que con tales interpretaciones nos atraemos durante un tiempo sus burlas. Esta­ mos al acecho de dichos matizados de doble sentido y en los que el sentido oculto se trasluzca a través de la expresión inocente.” 55 53 Sigmund Freúd, op. cit., p. 175. 54 Frida Saal y Néstor Braunstein, “ El sujeto en el psicoanálisis, el ma­ terialismo histórico y la lingüistica” , en Néstor Braunstein, Hacia Lacan, México, Siglo XXI, 1980. 55 Sigmund Freud, La indagatoria forense y el psicoanálisis (1906), en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1979, t. IX , p. 81. Material protegido por derechos de autor

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4. EL LENGUAJE EN LOS CASOS CLÍNICOS. SINTAXIS Y GRAMÁTICA DE LA PSICOPATOLOGÍA

Como es bien sabido los casos clínicos publicados in extenso por Freud son cinco. De ellos sólo tres fueron pacientes suyos y no se puede decir que hayan sido “ casos exitosos” . Dora, la historia (his­ térica) de un fracaso; “ El hombre de los lobos” , con sus recaídas y su posterior análisis con Ruth Mack Brunswick, y “ El hombre de las ratas” , que quizá tuvo la suerte de morir en la guerra sin haber recaído. . . todavía. Los otros dos son: Juanito —primer análisis de niño— llevado adelante por interpósita persona, el padre de Juanito, que reporta a Freud literalmente todos los avatares de la situación; y Schreber, “ Sobre un caso de paranoia autobiográfica­ mente descrito” , trabajo psicoanalitico totalmente realizado sobre un texto autobiográfico. Texto del que además Freud lamenta que estuviera censurado. El aparato médico y legal cumplió allí eficaz­ mente su función. Esta enumeración autoriza la pregunta sobre la razón de que sean éstos y no otros los casos elegidos y publicados. Las respuestas pueden ser múltiples. Señalaremos aquellas que la lectura de los textos imponen: en primer lugar, la estricta relación entre los fracasos y la apertura de una nueva dimensión teórica. El fracaso necesita ser explicado y así asume un valor esclarecedor. Al mismo tiempo, cada uno de los casos sirve de ejemplificación de aspectos teóricos en el interior mismo de la práctica clínica, única que puede dar vali­ dez a las conclusiones especulativas. Dora es la presentación in vivo de la teoría de los sueños. Su fra­ caso con ella permite a Freud introducir positivamente la perspecti­ va transferencial, desde entonces campo privilegiado en el que se juega la posibilidad analitica misma.

“ El hombre de los lobos” es otro caso donde un sueño obra como organizador fundamental. Su exposición nos permite seguir la mira­ da sorprendida de Freud, adelantándose y retrocediendo tras los pasos del paciente, dejándose atrapar y repensando, a partir de lo escuchado, el papel y la función de las fantasías en la psicopatología. Y no de cualquier fantasía, sino de las fantasías originarias, particularmente la de la escena primaria. En Juanito (Análisis de la fobia de un niño de cinco años) se par­ te del síntoma como si se tratase del contenido manifiesto de un sueño, para alcanzar los modos de estructuración y el determinismo que están presentes en la elección del síntoma fóbico. A la vez se

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trata de dar cuenta de la formación patológica misma, tan conocida en su fenomenología por la medicina de su época, tan desconocida en su raigambre. Pero en tal recorrido es Juanito quien lleva de la mano a su padre y a Fréud, como vivo ejemplo de las “ Teorías se­ xuales infantiles” de las que es atrevido e intrépido explorador. “ El hombre de las ratas” trabaja sobre las figuras retóricas puestas en acción para conformar el aislamiento obsesivo, a la vez que ejemplifica una modalidad inaudita de la satisfacción del sínto­ ma. Nunca antes nadie la había escuchado así: la del goce en la pa­ labra dolor osa. Schreber permite a Freud, a través de sus memorias, elaborar una verdadera gramática transformacional del delirio. Se abren asi, a partir de esta escueta recapitulación, múltiples modalidades de lecturas posibles para los casos clínicos: a] poner de relieve los aspectos de la técnica implícitos en cada uno de ellos; b] pensar la elaboración de una psicopatologia psicoanalitica; c] seguir las correlaciones teórico-cllnicas, para rehacer el camino freudiano de la producción teórica. Cada una de esas lecturas, y las muchas más que pudieran proponerse, implica un centramiento di­ ferente, a partir del mismo material. Cada una de ellas será otra lec­ tura, aunque los significantes sean los mismos. Nosotros queremos hacer una lectura que responda al centra­ miento temático aquí propuesto, el del lenguaje en Freud, y que aparece como una incidencia constante a lo largo de todos los ca­ sos. Se trata del apego absoluto de Freud a las particulares formas de decir de los pacientes. Por eso es que en todos íos casos tratare­ mos de marcar, puntuar, subrayar, esta particular forma de la es­ cucha freudiana, despreocupándonos de las otras perspectivas po­ sibles y de la coherencia temática. Creemos que sólo ponemos en acción el sentido de lo expuesto por Freud en los “ textos canónicos” . Es el oído abierto al sentido otro, como le enseñaran a escuchar las histéricas con el decir de sus cuerpos dolientes. Juanito:* Es un caso que podemos considerar centrado en el síntoma como punto de partida. Juanito empieza a angustiarse en la calle; es primero la angustia flotante, sin objeto, la que lo obliga a regresar a la casa. Todavía esa angustia no se ha fijado sobre nin­ gún objeto provocador, pero termina por ligarse a la presencia de

56 Sigmund Freud, Análisis de lafobia de un niño de cinco años (1909), en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1980, t. x.

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los caballos: temor de que el caballo lo vaya a morder, temor de que los caballos que tiran carros se caigan. Freud se esfuerza por comprender, desligando los elementos uno por uno: ¿por qué tal sintoma? Su trabajo prosigue con el modelo de la actividad del analista ante el sueño. Se le da al caballo, en las diferentes caracterizaciones y momentos en que aparece, el carácter de un elemento del contenido manifiesto de un sueño: el de un sig­ nificante que nos deberá remitir a alguna significación, de la que nada podemos llegar a saber si lo tomamos como poseedor de un sig­ nificado ya construido o como un objeto del mundo real, como el referente real de la palabra. Sabemos que Freud aproxima el mecanismo estructural de la re­ presión que habia detectado en la histeria con el de la fobia, a la que bautiza como “ histeria de angustia". En la histeria el cuerpo habla y dice lo que simboliza en un modo sufriente. En la fobia la angustia que se liga al objeto lo marca y lo designa como represen­ tante simbólico, sólo que ignoramos a qué remite. Sólo por las vías asociativas que lo han designado podremos arribar, ¿a qué?, no a algún sentido último que ligue significantes con significados, sino al tema de la castración como estructurante del sujeto y a sus avatares particulares en cada historia analítica. Juanito fascina; su preocupación narcisista por el pene está tan completamente ubicada en la teorización sobre el Edipo y la castra­ ción que se corre un riesgo muy grande, el de no escucharlo y dejar­ se arrastrar por la fascinación, lo que acontece en varios momentos de la historia. Pues en toda escucha hay dos dimensiones que debe­ mos deslindar, la de qué se dice y la de cómo se dice. Lo que Jua­ nito dice puede ser teorizado a la vez que es escuchado desde la teo­ ría: sin ella poco o nada podríamos escuchar; pero su función es limitada porque también puede funcionar com o obturador, com o tapón que no deje oír otras cosas que claman por su lugar en la palabra y que podrían ser acalladas, porque el Inconsciente no está en lo que se pretende decir sino en los momentos en que el decir falla y en lo que se dice mal. La teoría está como señal en el comien­ zo de la escucha, imposible borrarla, pero sólo cuando la atención de Freud flota y se deja llevar sobre y entre las palabras podrá atra­ par por un instante al escurridizo pez del inconsciente que seguirá su imprevisible camino, imprevisible porque no está nunca dispues­ to a dejarse integrar en categorías preestablecidas. Este doble aspecto de la escucha está claramente apuntado por Freud: “ Anotemos que la posición de Hans dentro del análisis ha Material protegido por derechos de autor

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variado esencialmente respecto de los estadios anteriores. Si antes el padre podia predecirle lo que vendría, hasta que Hans, siguiendo esa indicación, se le reunia desde la retaguardia, ahora él se anticipa con paso seguro y el padre lo sigue con trabajo.” 57 Esta observación nos la ofrece Freud, después de apuntar la difi­ cultad con que el padre entra en el simbolismo que Juanito espontá­ neamente toma respecto del L u m p f (excremento), reconociendo la “ analogía entre un carro muy cargado y un cuerpo cargado de ex­ crementos; y el modo en que el carro sale de un portón y aquel en que las heces abandonan el vientre, etcétera” .5* Cuando Juanito relata sus juegos con los niños en Gmunden, y mientras el padre persigue obstinadamente el tema de la castración, Freud agrega una nota al pie de página, para poner de relieve el juego homofónico de las palabras usadas por Juanito: “ . . .Y además yo completo por el niño lo que él no sabe decir: que la palabrita 4wegen’ (por causa de) ha allanado el camino a la extensión de la fobia del caballo al ' Wagen' (carruaje) (o, como Hans está habituado a escuchar o a pronunciar: ‘ Wtigen’). |La *a’ suena como *e’|. Nunca se debe olvidar cuánto más que el adulto trata el niño las palabras como si fueran cosas del mundo y cuán sustantivas son entonces para él las homofonías entre ellas.” 59 Es esta observación de la homofonia entre “ wegen” y “ Wügen" —“ a causa de” y “ carruajes” — la que permite a Laplanche60 dar un paso más adelante entendiendo el “ a causa de” como la pregun­ ta que el niño se plantea respecto a la paternidad. Esta sería la causa en la visión de su madre embarazada, asimilada aquí al carruaje. El brillante análisis de Laplanche es recomendable. Por nuestra parte nos limitamos a poner en relación el camino del psicoanálisis con las particulares formas de hablar de los pacientes y a la manera en que Freud lo ha puesto de relieve en sus casos clínicos. No podríamos dejar el caso de Juanito, sin antes mencionar la interpretación de Freud del sueño del plomero y, en este caso a las diferencias de actitud entre Freud y el padre de Juanito: Transcribi­ mos el sueño y las observaciones de Freud: “ Yo estoven la bañera,

57 Sigmund Freud, op. cit., p. 103. Sigmund Freud. op. cit., p. 103. 59 Sigmund Freud, op. cit., p. 50. w*J. Laplanche, ‘‘Angoisse et phobie” , en Bulletin de Psychotogie, 1970/1, pp. 878-8%.

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entonces viene el mecánico y la destornilla. Entonces toma un gran taladro y me lo mete en la panza” . El padre traduce asi esta fantasia: “ Yo estoy en la cama con mamá. Entonces viene papá y me expulsa. Con su gran pene me desaloja (verdrüngen) de la ma­ má.” “ Por nuestra parte, pospondremos aún el juicio.” 61 Todo el seguimiento del padre está centrado en la rivalidad edipica. Freud deja en suspenso el cierre para que lo que escucha pueda “ hacer sentido” , sentido que nos comunicará más adelante: “ Hans presenta, como separada de toda mediación, una nueva fantasia: El mecánico o instalador ha destornillado la bañera dentro de la cual se encuentra, y luego le ha metido en la panza su gran taladro. A partir de aqui, nuestro entendimiento se rezaga res­ pecto del material. Sólo después podemos colegir que ésta es la re­ fundición, desfigurada por la angustia, de una fantasía de procrea­ ción. La bañera grande, en cuyo interior Hans está sentado en el agua, es el seno materno; el ‘taladro’ (,Bohrer), que ya el padre re­ conoce como un gran pene, debe su mención al ser parido (Gebornwerden). Sonaría muy asombroso, desde luego, si diéramos esta in­ terpretación a la fantasia: ‘Con tu gran pene me has «taladrado» (gebohrt) (hecho nacer [zur Geburt gebracht]) y metido dentro del seno materno’. Pero provisionalmente la fantasia escapa a la in­ terpretación y sólo sirve a Hans como anudamiento para proseguir sus comunicaciones.” 62 Aquí nos encontramos, no sólo con este pasaje por un signifi­ cante ambiguo y polisémico para estructurar el carácter de la fantasía sino también con una observación técnica de valor incalcu­ lable para los casos —y nosotros diríamos que son todos los casos— en que el entendimiento se rezaga con respecto del material en cuyo caso es imprescindible suspender cualquier conclusión apresurada y como tal obturadora. No podemos dejar de tener pre­ sente aquello que nos dice Lacan respecto de no apresurarse a comprender, el querer saber antes de escuchar es la anulación mis­ ma del proceso analitico, sólo después podemos unir, como lo hace Freud, los cabos que nos develan la fantasía dispersos en la trama del discurso. El anudamiento provisorio del “ taladro” y el “ hacer nacer” es ese anudamiento significante que sólo sirve. . . para que pueda proseguir el flujo asociativo. Y también las asociaciones

61 Sigmund Freud, op. cit. , p. 55. « Ibid., p. 103. Material protegido por derechos de autor

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tienen un doble valor, son las de Hans pero también las del inconscien­ te que se resiste a dejarse cristalizar en interpretaciones reductivas. Abandonamos en este punto a Juanito, para inclinarnos sobre el caso Dora.6* No podría sorprendernos en este caso el apego de Freud a la lite­ ralidad de las asociaciones de Dora ya que se trata de la paciente elegida por él para ilustrar en los historiales clinicos el alcance y el valor de la interpretación de los sueños. El fragmento de análisis que Freud nos entrega está centrado en dos sueños que marcan hi­ tos en la evolución de la historia clinica. Tales relatos de sueño, co­ mo no podía ser de otra manera, son tomados por Freud como “ textos sagrados" y a ellos consagra su agudeza interpretativa. Por esta razón sólo nos detendremos brevemente en algunas expresiones significativas que ¡lustran ejemplarmente la preocupa­ ción de Freud por cómo dicen los pacientes aquello que dicen, có­ mo juegan en el relato los nudos de significación para abrir a la existencia otros sentidos. Una de las expresiones que Freud no duda en aprovechar es la que alude a “ un hombre de recursos” . Este expediente se le aparece en el momento en que Freud tenía en mente aclarar el sentido de cierta tos de Dora a la que no podía dejar de otorgar un carácter sintomático: “ Como las acusaciones contra el padre se repetían con fatigante monotonía, y al hacerlas ella tosía continuamente, tuve que pensar que ese síntoma podía tener un significado referido al padre. De otra manera, los requisitos que suelo exigir a una explicación de síntoma estarían lejos de satisfacerse [. . .] un síntoma significa la figuración —realización de una fantasía de contenido sexual ( . . . ) por lo menos uno de los significados de un síntoma corresponde a la figuración de una fantasía sexual, mientras que los otros signifi­ cados no están sometidos a una restricción en su contenido ( . . . ) Muy pronto se presentó la oportunidad de atribuir a la tos nerviosa una interpretación de tal clase, por una situación sexual fantasea­ da. Cuando insistió otra vez en que la señora K, sólo amaba al papá porque era *ein vermógender Mann* (un hombre de recursos, acaudalado), por ciertas circunstancias colaterales de su expresión (que omito aquí, como la mayoría de los aspectos puramente técni­ cos del trabajo de análisis) yo noté que tras esa frase se ocultaba su 63 S. Freud, Fragmento de análisis de un caso de histeria, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1979, t. vil, pp. 7-107. Material protegido por derechos de autor

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contraria: que el padre era ‘ein unvermógender Mann' (un hombre sin recursos). Esto sólo podia entenderse sexualmente, a saber: que el padre no tenía recursos como hombre, era impotente.’*64 Es este anudamiento significante el que abre camino a la inter­ pretación del síntoma en relación con una fantasía de relación se­ xual per os entre su padre y la Sra. K., personas cuyo vínculo amo­ roso la ocupaban constantemente, determinándose así el síntoma de la tos nerviosa. Luego, cuando Freud analiza el primer sueño de Dora, al que podemos llamar el sueño del incendio, se detiene explícitamente en una de las asociaciones: Dora hace referencia a palabras de su padre: “ por la noche podía pasar algo que obligase a salir*’. Freud le ruega que tome en cuenta sus propias expresiones, acotando que quizá hagan falta, y agrega una nota a pie de página para nosotros, sus lectores, que seremos socios y cómplices de su trabajo detectivesco en el discurso: “ Destaco estas palabras porque me resultan extrañas. Me suenan ambiguas. ¿No se alude con esas mismas pa­ labras a ciertas necesidades corporales? Ahora bien, las palabras ambiguas son como ‘cambios de vía ( Wechsel)' para el circuito déla asociación. Si la aguja se pone en otra posición que la que aparece en el sueño, se llega a los rieles por los cuales se mueven los pensa­ mientos buscados, todavía ocultos tras el sueño.’’65 Cuando finalmente Freud utiliza esta expresión para darle a Do­ ra una explicación que pudiera parecemos demasiado educativa de su sueño, no deja de hacer pasar el sentido por un dicho popular con el que se previene a los niños: “ Quien juega con fuego, amane­ ce mojado” , sin desperdiciar tampoco los múltiples modos posibles a que puede hacer referencia el mojarse. En la medida que no es nuestra intención adentrarnos en el al­ cance psicopatológico exhaustivo de los casos clínicos, sino apuntar solamente en un sentido que es de orden teórico, que responde a una cierta conceptualización de lo que es el inconsciente, y a la vez técnico porque de ello se derivan las consignas de la atención flo­ tante y de la inexorable fidelidad al texto de los pacientes, podemos abandonar aquí nuestra incursión por el caso Dora, no sin antes ci­ mentar una nueva puntualización general. Cuando Freud escucha, subraya sólo un momento, aquel en que la ambigüedad se le patentiza; no trata de agotar el punto, más bien 64 lb id .%pp. 42-43. « Ib id., p. 58.

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lo señala como los militares cuando sobre un plano representan el campo de batalla. Deja la señal y suspende momentáneamente toda referencia al sentido, pospone cualquier intento totalizador con la confianza absoluta de quien se sabe por la buena senda. El saber es­ perar para poder hacer afluir una emergencia de sentido es condi­ ción indispensable de todo análisis.66 Acerquémonos, en la prosecución de nuestro designio a “ El hombre de las ratas” .67 Podríamos decir que desde la perspectiva que a nosotros nos in­ teresa aparece éste como el caso por excelencia. El juego del signifi­ cante se despliega a todo lo largo de su desarrollo, comenzando por el significante clave que diera nombre al caso: Rata, que hará que el sujeto sea el Hombre de su significante. En la exposición del caso vemos a Freud perseguir las múltiples determinaciones en que los significantes claves aparecen incluidos y entrelazados a pesar de la diversidad temática. Desde la presentación del personaje, su síntoma y los motivos que lo mueven a consultar con Freud nos ponemos en contacto con lo que aquí venimos viendo: “ Un joven de formación universitaria se presenta indicando que padece de representaciones obsesivas. . . Contenido principal de su padecer son —dice— unos temores de que les suceda algo a dos personas a quienes ama mucho: su padre y una dama a quien admira. Además dice sentir impulsos obsesivos (por ejemplo, a cortarse el cuello con una navaja de afeitar), y pro­ ducir prohibiciones referidas aun a cosas indiferentes.” 68 66 Octave Mannoni es de los psicoanalistas respetuosos de la estructura del inconsciente que aprendió de Freud también la posibilidad de divertirse en un trabajo serio. Tal es nuestra calificación para un excelente divertimento que es a la vez un ensayo. En su libro Ficciones vienesas (Ed. Funda­ mentos), imagina una carta de Dora a la Sra. K. y la fecha poco después de la primera publicación del caso, enero de 1906. Decimos que a la vez que un divertimento es un ensayo, porque siendo una obra de ficción es un serio intento de poner en evidencia lo que podríamos llamar las características del “ discurso histérico” . La segunda ficción del libro, en la misma linea, es una supuesta carta del “ hombre de las ratas” a su amigo, en donde relata un sueño de la noche anterior al final de su tratamiento que no se anima a contar a Freud por temor a que éste quisiera continuar con el tratamiento. Esta segunda ficción se centra, ahora sobre el “ discurso obsesivo” . 67 Sigmund Freud, “ A propósito de un caso de neurosis obsesiva” , en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1979, t. X. 68 Ibid., p. 127. Material protegido por derechos de autor

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En esta primera presentación de las quejas del sujeto nos encon­ tramos con un caudal de hechos subrayados por Freud: temores, impulsos obsesivos y prohibiciones, todos ellos hechos de palabras que son, ellos, la neurosis obsesiva del paciente. El joven pasa inmediatamente a hablar de su vida sexual, e inte­ rrogado por Freud que lo mueve a ello, responde qué es lo que sabe sobre la doctrina y agrega: “ No ha leido nada de mis escritos, salvo que hojeando un libro mío halló el esclarecimiento de unos raros enlaces de palabras', y tanto le hicieron acordar éstos a sus propios ‘trabajos de pensamiento' con sus ideas que se resolvió a confiarse a mí.” 69 El paciente reconoce, con más facilidad que muchos analistas ac­ tuales, que la mecánica inconsciente, presente y patente para él en sus sufridos síntomas que le han hecho perder años de su vida, se juega en el nivel de juegos de palabras, aparentemente absurdos, referidos a cosas insignificantes (puesto que es licito jugar diríamos insignificantes porque se dan cita en significantes). El gran temor obsesivo que diera su nombre al caso era que pu­ diera ocurrir a alguien a quien él amaba entrañablemente un castigo cuyo relato había sido hecho por un oficial. La narración del pa­ ciente acerca del terrorífico castigo es dificultosa. Obliga a Freud a preguntar: “ ¿Acaso se refiere al empalamiento?” —‘No, eso no, sino que él condenado es atado’ (se expresaba de manera tan poco nítida que no pude colegir enseguida en que postura), ‘sobre su tra­ sero es puesto un tarro dado vuelta, en éste luego hacen entrar ratas \Raí ten], que’ (de nuevo se había puesto de pie y mostraba todos los signos del horror y la resistencia) 1penetraban'. ‘En el ano’, pu­ de completar.” 70 Dos aspectos se nos abren para ser evidenciados aquí, el primero se refiere a la sobredeterminación del significante “ rata” y al modo en que es trabajado por Freud para establecer sus diferentes cone­ xiones, el segundo se refiere a la relación entre el significante, el cuerpo y el goce. Vayamos primero a la sobredeterminación del significante. Desde el inicio del tratamiento, cuando, averiguando respecto del costo, había establecido la relación: “ Tantos florines, tantas ratas.” El sen­ tido de la misma se aclara a Freud seis meses después, con referen­ cia a la propia historia infantil del paciente y al complejo paterno. 69 Ibid., p. 127 (las cursivas son nuestras). 70 Sigmund Freud, op. cit., p. 133. Material protegido por derechos de autor

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Freud nos lo explícita así: “ El castigo de las ratas despabiló sobre todo el erotismo anal, que en su infancia había desempeñado considerable papel y se había mantenido durante años por un esti­ mulo constante debido a los gusanos |lombrices intestinales}. Así las ratas llegaron al significado de ‘dinero’, nexo señalado al ocurrirsele al paciente, para ‘ratas’ \Ratten\, ‘cuotas’ \Raten\. En sus delirios obsesivos \Zwangsdelirien\ él se había instituido una for­ mal moneda de ratas; por ejemplo, cuando, preguntado por él, yo le comuniqué el precio de la hora de tratamiento, eso dijo (es heisst| en él algo de lo cual me enteré seis meses más tarde. ‘Tantos flori­ nes, tantas ratas.’ A esta lengua fue traspuesto poco a poco todo el complejo de los intereses monetarios que se anudaban a la herencia del padre; vale decir, todas las representaciones a él pertinentes fueron asentadas, a través de este puente de palabras ‘cuotas-ratas’, en lo obsesivo, y arrojadas a lo inconsciente. Este significado de di­ nero de las ratas se apoyó, además, en la reclamación del capitán a devolver el monto del rembolso; ello sucedió con ayuda de la palabra-puente ‘Spielratte’ desde la cual se descubría el acceso ha­ cia la prevaricación de juego de su padre.” 71 Si la cita arriba transcrita es tan larga es porque ella muestra con claridad el papel de los significantes en las asociaciones del paciente que sobredeterminan a las ratas, y que nosotros sólo podemos cap­ tar en cuanto el traductor, avezado en el mecanismo psicoanalitico, nos ofrece los significantes de la lengua del paciente. La traduc­ ción, si se limitara a los significados trasvasados a otro lenguaje, no nos permitiría avizorar ni siquiera por qué vías Freud llega a las conclusiones que llega. Lo que está en juego son palabras-puentes, puentes de palabras que establecen conexiones por la vía de inclu­ sión de los fragmentos significantes. Otra vez fragmentos de pa­ labras, desgarradas, desordenadas y reordenadas. Podemos agre­ gar aún, al poner de relieve la sobredeterminación del significante “ rata” , que también está presente en la ocurrencia “ /le/raten” (“ casarse” ), otro de los temas presentes en las dudas obsesivas de este paciente. El otro aspecto al que este trabajo remite, habíamos dicho, era el de la relación entre el significante, el cuerpo y el goce. Freud ya había trabajado la relación heces-dinero,72 y los despla­ 71 Sigmund Freud, op. cit., p. 167. 72 Sigmund Freud, “ Carácter y erotismo anal” (1908), en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1976, t. ix, p. 149. Material protegido por derechos de autor

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zamientos sobredeterminantes del significante “rata” nos ubican de lleno en el sendero amplio de las ecuaciones simbólicas, en don­ de engarzan nuestras reflexiones. Queremos poner nuestro acento en la doble direccionalidad con que se afectan las ecuaciones sim­ bólicas: si lo que el símbolo simboliza es el cuerpo, es porque tam­ bién el cuerpo corporiza o da cuerpo, si se acepta la redundancia, al símbolo. Sólo al simbolizarse el cuerpo humano adquiere estatuto de tal, pero también al representar al cuerpo es que el símbolo se erotiza. Poniendo en relación esta dobe direccionalidad del cuerpo con las modalidades de expresión de la histeria y la obsesión, la ligazón entre el símbolo y el goce podría caracterizarse así: en la prime­ ra enseñanza psicoanalitica, la de la histérica, se nos mostraba que en el síntoma el cuerpo habla, aunque ella desconozca lo que dice, y en el cuerpo y el síntoma radica el goce; en el obsesivo es la palabra, en tanto es palabra corporizada la que goza. Es en esta reflexión sobre la palabra y el goce que queremos ubicar la agudísima obser­ vación de Freud, cuando acota al relato del "Horrible suplicio de las ratas” que le hace el paciente: ‘‘En todos los momentos más im­ portantes del relato se nota en él una expresión del rostro de muy rara composición, y que sólo puedo resolver como horror ante su placer, ignorado junbekennen1por él mismo.”1* Por supuesto que no pretendemos hacer una presentación ex­ haustiva de los cuestionamientos que se abren a la atención de Freud, fiel a los derroteros de las expresiones lingüisticas de sus pa­ cientes. Eso requeriría casi tanto como la reconsideración lineal de cada uno de los casos. Pero no queremos dejar "el hombre de las ratas” sin recordar el episodio veraniego de la suicida dieta para adelgazar a que el paciente se somete y cuál es la vía, totalmente verbal de resolución de este enigmas: “ La solución de este actuar obsesivo sólo se le ofreció a nuestro paciente cuando se le ocurrió, de pronto, que por aquel tiempo también la dama amada se hallaba en ese lugar de veraneo, pero en compañía de un primo inglés que se ocupaba mucho de ella y de quién él estaba muy celoso. El primo se llamaba Richard y, como es de uso universal en Inglaterra, lo lla­ maban Dick (en alemán, “ gordo” ). Ahora bien, lo quería matar a este Dick. . .” 74 Es sobre la base de la traducción del nombre, que se organiza la 73 Ibid., p. 133. 74 Ibid., p. 149. Material protegido por derechos de autor

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dieta mortal. Estructura la idea obsesiva a la vez que la oculta. Permite no saber nada de los deseos homicidas. De aquí Freud extrae una conclusión interesante, y es la puesta en relación de la técnica de producción de síntomas en la neurosis obsesiva, con la elipsis como figura retórica típica que estaría en juego para favorecer el aislamiento obsesivo. Todos los elementos están presentes en el discurso, pero desligados entre sí. Son signifi­ cantes, puentes caídos que hacen de lo representado una configura­ ción en archipiélago, un collar de cuentas desgranadas que labo­ riosamente debemos volver a hilvanar. Acerquémonos ahora al caso de "El hombre de los lobos". El elemento nodal organizador es otra vez un sueño, pero esta vez no se trata de ejemplificar, como en Dora, la teoria de los sueños. Aquí el sueño ilustra el acceso a uno de los conceptos fundamentales de la teoria psicoanalitica: el de fantasía originaria. Y de entre las fantasías originarias es la de escena primitiva con la que tenemos que vérnosla en este caso. La sorpresa de Freud es evidente a todo lo largo de la exposición, a veces toma la delantera, a veces se retra­ sa respecto de su paciente. Busca establecer fehacientemente el hecho como garantía, funciona como detective, y sigue, en este ca­ mino en que las certezas se pierden, en que las garantías desapare­ cen, el arduo camino del psicoanálisis. Desde nuestra perspectiva, la de los valores significantes, este sueño aparece como paradigmático. Es donde el valor significante aparece más descarnado, llegando a centrarse en el valor que alcan­ za una letra. El síntoma del paciente: accesos de depresión que sufría desde los diez años y que culminaban a las 5 de la tarde, lo relaciona Freud con la escena de un coito parental, del que el paciente habría sido testi­ go cuando tenia año y medio; dicha escena habría tenido lugar a la misma hora en que aparecían en la actualidad las depresiones. En el relato del sueño se trataba de 6 o 7 lobos posados en un ár­ bol; al hacer el paciente el dibujo de la escena, sólo representa a 5.*'' Todo detalle debe, para Freud, encontrar su explicación en el sueño, trátese de números o de diferencia entre estos números. Al reparar en la presencia del cinco efectúa una verdadera traducción significante pues lo ve a la luz de la grafía de los números romanos, Sigmund Freud: De la historia de una neurosis infantil (1919), en Obras completas. Bueno'» Aires, Amorroriu, 1979. t. \ \ n . " Ihid. p. 30. Material protegido por derechos de autor

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la letra V, para relacionarlo con otro recuerdo del paciente, aquel en que, siendo aún niño, se sintió invadido por un intenso temor ante la vista de una mariposa que se posaba sobre una flor. El te­ mor aparece ante el movimiento de abrir y cerrar las alas de la mari­ posa una vez posada en la flor, asociación que se junta con la de las piernas de una mujer que se abren y las piernas forman una V. Serge Leclaire*'" retoma este ejemplo para mostrar la insistencia que el V romano tenía en la historia de este hombre cada vez que al­ go decisivo para él estaba en juego. Uno de los méritos, y no de los menores en este análisis aplicado a la obra de Freud, es mostrar que no se trata solamente de un elemento figurativo (movimiento de alas-movimiento de piernas), sino de un elemento formal, esencial del inconsciente, y por lo tanto susceptible de tomar los sentidos más diversos en momentos importantes que pasaremos a enumerar sin pretensión de exhaustividad: tenemos la escena primaria, el pa­ ciente es testigo del coito parental a las V de la tarde, la posición del coito a tergo ha podido ser asociada con las imágenes del lobo de sus libros infantiles, por lo que esta escena aparece figurada en el sueño con tales representaciones. Cabe retener que “ lobo” en ale­ mán es W olff , donde la V se encuentra duplicada. A partir de allí, el desplazamiento de sus temores infantiles a ser comido por el lo­ bo, alcanza a una serie de personajes, más o menos temibles, en que los nombres de Wolf o Wulf se suceden con una frecuencia harto llamativa: maestro, dentista, etcétera. La cuestión de la castración, pivote central en todo análisis, apa­ rece en este caso también ligada a un sueño, donde nuevamente la simbolización se da a nivel de la letra y ¡qué letra! Se trata de un sueño en que se le arrancan las alas a una abeja. Nos quedaríamos en una conceptualización harto empobrecida si pensáramos que la castración se reduce al elemento figurativo de la mutilación presen­ te en el relato. Cuando el paciente verbaliza el sueño pronuncia espe en lugar de Wespe. Mutilación de la abeja redoblada en la castración-mutilación del significante, pero no de cualquier signifi­ cante sino de aquel que a él lo representa. Lo que queda con la omi­ sión de la W, ya no es la abeja, es la espe que, como el mismo pa­ ciente lo entrevé, es SP sus propias iniciales. 77 Serge Leclaire, El objeto del psicoanálisis, Buenos Aires, Siglo XXI, 1972. Recomendamos en particular el último capitulo: “ Los elementos en juego en un psicoanálisis” (a propósito del análisis de Freud sobre ‘‘El hombre de los lobos” ), p. 97.

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EL LENGUAJE EN LA OBRA DE FREUD

Sólo nos falta ahora acercarnos al caso Schreber,78 para comple­ tar nuestra sucinta revisión de los historiales clínicos. Todo el trabajo analítico aquí está centrado sobre el material discursivo, ya que su materia prima lo constituye el libro publicado de las memorias de Schreber. Freud se deja asombrar por las anomalías discursivas, los neologismos y los modos de construc­ ción de palabras que presciden del sentido. Schreber se queja de ser acosado por las voces de los “ pájaros hablantes” a los que atribuye propiedades muy llamativas: “ Ellos no comprenden el sentido de las palabras que pronuncian, pero tienen una natural receptividad para su homofonia, que no necesita ser total. De ahí que les impor­ te poco que se diga: Santiago o Karthago Chinesentum o Jesum Christum Abendrot o Atemnot Ariman o Ackerman.” 79 Las memorias de Schreber están llenas de juegos de esta natura­ leza a la vez que menciona la existencia de esa “lengua fundam en­ tar' en la que le hablan y que sólo él está habilitado para entender. Las anomalías discursivas son pues objeto de un minucioso aná­ lisis por parte de Freud, por lo que quizás no está de más recordar aquí, otra vez, que será este particular lenguaje el que le abrirá la vía para resolver el delicado problema de los modos de representa­ ción de los sistemas Preconsciente e Inconsciente, que termina por remitir a la diferencia entre representación-palabra y representa­ ción-cosa. El delirio de Schreber apunta a la necesidad de su transforma­ ción en mujer, para el goce de Dios y preservación de la raza. De allí que la remisión de la paranoia al estallido de homosexualidad no tiene pues nada de sorprendente. Pero lo que si resulta sorpren­ dente es el modo en que Freud organiza las modalidades del delirio 78 Sigmund Freud: Sobre un caso de paranoia descrito autobiográfica­ mente (Schreber), en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1980, t. XII.

79 Sigmund Freud, op. cit., p. 35. Adjuntamos aquí la traducción que aporta el traductor a pie de página: “ (Santiago o Cartago, conjunto de los chinos o Jesucristo, crepúsculo o falta de aire, Arimán o granjero)

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de acuerdo a las transformaciones susceptibles de ser introducidas en una frase: “ [. . .] subsiste el hecho asombroso de que todas las formas principales, consabidas de la paranoia pueden figurarse co­ mo unas contradicciones a una frase sola: “ *Yo [un varón] lo amo [a un varónj’, y aun agotan todas las formulaciones posibles de esta contradicción.” 80 No entraremos en los detalles de la transformación de la frase tal como Freud la analiza, sino que nos remitiremos a su resumen: “ Ahora bien, se creería que una frase de tres eslabones como *yo lo amo* admitiría sólo tres variedades de contradicción. El delirio de celos contradice al sujeto [no soy yo, es ella quien lo ama], el delirio de persecución al verbo [yo no lo amo, lo odio, que por proyección se transforma en él me odia], la erotomanía al objeto [yo no lo amo, pues yo la amo que otra vez por proyección se expresa por: yo noto que ella me ama]. Sin embargo, es posible además una cuarta variedad de la contradicción, la desautorización en conjunto de la frase integra: ‘ Yo no amo en absoluto, y no amo a nadie, y esta fra­ se parece psicológicamente equivalente —puesto que uno tiene que poner su libido en alguna parte— a la frase ‘Yo me amo sólo a mí*. Esta variedad de la contradicción nos da entonces por resultado el delirio de grandeza, que podemos concebir como una sobrestimación sexual del yo propio y así, poner en paralelo la consabida sobrestimación del objeto de amor.” 81 Es cierto que Freud nunca habia llegado tan lejos (y tal vez tan cerca también) en cuanto a tocar el papel fundante del lenguaje en la constitución del sujeto como lo hace en este momento, cuando incluye todas las modalidades del delirio en el análisis de las trans­ formaciones posibles de un único enunciado. Pero la incursión en el campo del delirio no transcurre sin conse­ cuencias: el alto precio que esto im pone es el de cuestionar nuestra

propia razón. Y quizá sea aquí donde la verdad del delirio nos toca y nos afecta, mostrándonos la precariedad de nuestras relaciones con el mundo por ser éste un mundo de significantes. Ejemplares son, en este sentido, las palabras con las que Freud cierra su análisis de Schreber: “ Queda para elfuturo decidir si la teoria contiene más delirio del que yoquisiera, o el delirio másver­ dad de lo que otros hallan hoy creíble.” 82 80 Sigmund Freud, op. cit., p. 58. 81 Sigmund Freud, op. cit., p. 60. 82 Sigmund Freud, op. cit., p. 72.

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El. LE NGUAJE EN l.A OBRA DE EREUD

En un libro reciente Roustang83 plantea, entre otras cosas, que se teoriza para no enloquecer; quizá pudiéramos agregar, que se lo ha­ ce como un modo de acercarnos a escuchar la verdad de la locura. Recapitulando el recorrido de este capitulo por la sintaxis y la gramática de la psicopatología psicoanalitica, podemos decir que hemos comenzado por desprendernos de las preocupaciones técni­ cas y sintomáticas para centrarnos en ese particular modo de es­ cuchar a los pacientes que pone en práctica Freud, en el apego fiel a las verbalizaciones de los pacientes y en el subrayado de las particu­ laridades que resaltan allí. Freud teoriza desde lo que escucha, sin dejar de escuchar desde la teoría. Éste es el camino que hemos se­ guido, el de re-escuchar a Freud, el que aprendió, sobre sí mismo, a escuchar y que ya no puede volver a soportar que su voz sea otra vez acallada por oídos sordos.

5. ESE FENÓMENO BANAL: LA DENEGACIÓN

Hemos optado, para el último capitulo de nuestra exposición, por comentar los alcances de un breve trabajo de Freud de 1925, “ La denegación” .84 Pareciera que tal elección exige una justificación que, como toda justificación, es la racionalización de una arbitrariedad. El tema de “ El lenguaje en Freud” , que organiza nuestra exposición, requeri­ ría la revisión de la casi totalidad de sus textos. Tenemos clara con­ ciencia de todo lo que, teniendo que ver con el lenguaje, no hemos incluido por una necesidad de trazarnos fronteras, y por haber re­ nunciado, desde el punto de partida, a cualquier pretensión de tota­ lización (para dar algún ejemplo relevante, entre los muchos po­ sibles, diremos que no hemos incluido Más allá del principio del placer, con el célebre fort-da allí analizado). Nos hemos detenido en este artículo porque, se centra en un fe ­ nómeno discursivo de tipo banal, alrededor del cual Freud teje una sólida malla en la que quedan incluidas consideraciones de orden técnico, de orden psicopatológico y de orden metapsicológico. Freud comienza con una observación frecuente en clínica: cuan­ 83 Francois Roustang, Un funesto destino, México, Premiá Editora, 1980. 84 Sigmund Freud, La denegación, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1979, t. xix, p. 249. Material protegido por derechos de autor

FRIDA SAAI.

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do en el transcurrir de su habla el paciente dice: “ Ud. pensará que. . . , pero yo no.” La pregunta por el estatuto de ese no, da lu­ gar a una densa elucubración teórica que cubre sólo cinco páginas. Queremos trasmitir la impresión de dificultad que esas páginas nos imponían. Habiendo retrabajado tantos y tan extensos textos freudianos, este breve escrito nos dejaba siempre la impresión que había algo más que se nos escapaba, un resto que no excedía. Pen> sábamos que la dificultad es atribuible al carácter nodal del traba­ jo. Se trata de un nudo teórico en que de alguna manera se intrinca la totalidad de la teoría psicoanalitica, preñado a su vez de conse­ cuencias acerca de qué es lo que por tal debe entenderse. Más allá del psicoanálisis apunta a la filosofía y a una antropología con la que el psicoanálisis se encuentra relacionado. Estas consideraciones son las que explican la atención suscitada por esta obra y los trabajos que psicoanalistas y filósofos le han consagrado.85 Por nuestra parte nos contentaremos si logramos poner en eviden­ cia el modo en que las distintas problemáticas están aquí presentes y, siguiendo la estructura de su composición, remitir a las consecuencias que en cada campo de problemas implica lo aquí planteado. Decíamos que Freud comienza esta reflexión centrándose en ejemplos provistos por la práctica clínica donde determinada idea sólo se hace presente en la conciencia a condición de ser negada, ne­ gación que se sustenta sobre la base de una atribución positiva al analista; es como si el analizando autojustificara su idea negada di­ ciendo: ‘‘Es porque usted lo debe de haber pensado así que yo me veo en la necesidad dé pensar en esto para decirle que no es asi.” La observación conduce a Freud a enunciar ciertas considera­ ciones respecto de la tópica de la represión: “ [. . . ] un contenido de representación o de pensamiento reprimido puede irrumpir en la conciencia a condición de que se deje negar [. . .] Se ve cómo la 85 a] Jacques Lacan: "Introducción al comentario de Jean Hyppolite sobre la 'Verneinung' de Freud (1954), en Escritos 2, México, Siglo XXI, 1975, p. 130. (Écrits, París, Seuil, p. 369.) "Respuesta al comentario de Jean Hyppolite sobre la 'Verneinug' de Freud” , en op. cit., p. 142. (Écrits, París, Seuil, 1966, p. 381.) bl Jean Hyppolite, "Comentario hablado sobre la ‘Verneinung’ de Freud” , en Escritos2 (1954) de Jacques Lacan, cit., p. 393. (Écrits, p. 879.) c] Jean-Michel Rey: "De la dénégation” , en Parcours de Freud, París, Galilée, 1974, pp. 111-261. Material protegido por derechos de autor

EL LEN GUAJE EN LA OBRA DE FREUD

función intelectual se separa aquí del proceso afectivo [. . .1 En el curso del trabajo analítico producimos a menudo otra variante, muy importante y bastante llamativa, de esa misma situación. Logramos triunfar también sobre la negación y establecer la plena aceptación intelectual de lo reprimido, a pesar de lo cual el proceso represivo mismo no queda todavía cancelado . ” 8 6 Empecemos por señalar que se apunta asi a la puesta en eviden­ cia de las características del Yo. Este Yo que niega y que muestra en este acto mismo su radical desconocimiento y su escisión respecto de sus propias condiciones de constitución. Es posible deslindar aqui la presencia de por lo menos dos sujetos: el sujeto del enun­ ciado, que se hace cargo de la negación en el juicio, pero cargándo­ lo con una marca de la enunciación que supone la presencia de un sujeto de una enunciación (no formulada) afirmativa, de la que el yo nada quiere y nada puede saber y que está traspuesta sobre el in­ terlocutor. El Yo da cuenta aquí no sólo de su ignorancia sino tam­ bién de la imprecisión de sus límites, de esos límites que, desplazán­ dose en los enunciados hacen del otro el soporte presente de lo que él mismo no puede soportar. Es este aspecto el que explica que Lacan comience su introduc­ ción al comentario sobre la “ Verneinung” con un enfrentamiento radical a todas las posturas que hacen del Yo el recinto privilegiado del quehacer analítico, para descubrirlos en su ignorancia psicoanalítica y médica. Sus referencias a la ‘‘punta correcta” desde donde es dable abordar la situación refiere justamente a la punta transferencial, aquella de la que el Yo se desprende, esa parte en la que el otro, depositario de la verdad del sujeto es reclamado para susten­ tar la unicidad engañosa del Yo. Y esta punta transferencia! tiene su marca en el discurso mismo. Este fragmento, como vemos, puede llevar a implicaciones técni­ cas radicalmente opuestas que responderían a ideas contrarias res­ pecto al quehacer analítico mismo: afianzamiento de las certidum­ bres del Yo y refuerzo de sus defensas, o puesta en juego de las marcas que señalan los puntos de quiebra de esta certidumbre para abrir campo al deseo reprimido. Sobrepasada la introducción del momento clínico, Freud centra su reflexión en la función del juicio y utiliza el ejemplo de la dene­ gación. Esta reflexión pone en juego una ficción teórica, a la que llamamos mítica por cuanto trata de dar cuenta de los orígenes: 86 Sigmund Freud, op. cit., p. 254. Material protegido por derechos de autor

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a] origen del Yo, como consecuencia de una función de atribu­ ción; b] origen de la diferenciación del adentro y el afuera, como con­ secuencia de la puesta en juego de la función de existencia, y c] origen de la función intelectual, con explicitación de lo que ésta debe a la constitución del símbolo de la negación. Detengámonos en estos desarrollos para considerarlos en el di­ bujo particular que de él Freud nos da: “ La función del juicio tiene, en lo esencial, dos decisiones que adoptar. Debe atribuir o desatri­ buir una propiedad a cada cosa, y debe admitir o impugnar la exis­ tencia de una representación en la realidad . ” 8 7 Cualquier análisis lógico coincidiría con esta propuesta acerca de las funciones del juicio. Pero la sutileza se ubica en primer lugar en la inversión del orden: Freud coloca en primer lugar la función atri­ butiva del juicio, atributo de cualidad que le permitirá poner en ac­ ción a las mociones pulsionales desde el comienzo y soslayar los obstáculos de consideraciones ontológicas sobre la existencia. Y no podemos dejar de subrayar que el juicio de existencia recaerá sobre la existencia de la representación. El origen del Yo —y aqui Freud remite a la elaboración propues­ ta por él en Pulsiones y destinos de pulsión— en lo que Freud llama el Yo-placer original, establece sus propios límites por la apro­ piación de lo bueno, excluyendo de si todo lo malo. El soberano principio del placer-displacer traza estas fronteras y primeras deli­ mitaciones. La diferenciación del adentro y el afuera se continúa pues en la función de existencia que corresponde también al juicio: “ La otra de las decisiones de la función del juicio, la que recae sobre la exis­ tencia real de una cosa del mundo representada, es un interés del yo-realidad definitivo que se desarrolla desde el Yo-placer inicial (examen de realidad). De nuevo, como se ve, estamos frente a una cuestión de afuera y adentro Freud prosigue en su análisis poniendo en evidencia que esta búsqueda en la realidad es menos la busca del objeto que el reen­ cuentro con él, por eso el privilegio de la representación, que no va­ le tanto por su exactitud, sino porque tiene como requisito que el objeto se haya perdido: “ discernimos una condición para que se

87 Sigmund Freud, op. cit., p. 254 (las cursivas son nuestras). 88 Sigmund Freud, op. cit., p. 255. Material protegido por derechos de autor

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fcl I fcNCiUAJC EN LA OBKA OL FKEUD

instituya el examen de realidad: tienen que haberse perdido objetos que antaño procuraron una satisfacción objetiva |real 1 ” . 8 9 La constitución de este límite del adentro y el afuera es pues la prolongación del dominio del principio del placer. Aquello que La­ can señala en el seminario sobre “ La ética en psicoanálisis", que construimos la realidad con el principio del placer. El tercer aspecto, el del origen de la función intelectual a través del análisis del juicio, es quizá el aspecto más condensado pero también el más preñado de consecuencias. Porque el juicio se hace aquí inte­ ligible a partir de las mociones pulsionales y, en aquellas que co­ rresponden a Eros, sólo hay movimientos de unión, de agregados que no reconocen limites, sin adentro ni afuera, sin diferenciación. La discontinuidad y el corte sólo pueden provenir de lo discontinuo y, si el símbolo de la negación es el que posibilita la función del juicio, como negación de una afirmación, de una Bejahung previa el símbolo de la negación sólo puede ser subsidiario de lo que el ser debe a la muerte, como precio para incluirse en el mundo del sím­ bolo, de la discontinuidad. Lacan será quien lleve hasta sus últimas consecuencias estos planteos. Establecerá, en primer lugar, que es desde aquí que se puede cuestionar el estatuto mismo de la realidad, esa realidad que tan a la ligera se deba como incuestionada anteriormente y por la que Freud debió batallar tanto consigo mismo para encontrar su al­ cance y estatuto. La distinción de los registros (real, simbólico e imaginario) en Lacan es la consecuencia obligada de esta intersec­ ción, en que “ la realidad” está en el punto de incidencia de los sim­ bólico sobre lo real, desde entonces y para siempre, separado, inac­ cesible. O sólo accesible en el fenómeno psicótico, irrupción de lo Real como aquello que escapa al aparato de la simbolización, no simbolizable y no reprimido, que sólo puede volver desde lo Real adquiriendo entonces carácter alucinatorio. Porque el paso siguiente al cuestionamiento de la “ realidad” y a la inclusión de la negación dentro de los mecanismos de la neurosis en que lo reprimido insiste, persiste y retorna como formación de síntomas, es la pregunta por el mecanismo, análogo a la represión, por medio del cual el yo del psicótico se deshace de la realidad. Lacan cierra sus conclusiones sobre la Verneinung con una pues­ ta en relación del olvido de Signorelli con el episodio alucinatorio

Ibid, ,

p. 256.

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del hombre de los lobos, cuando jugando con una navaja llega a ver su dedo cortado. . . En el caso de Signorelli, la represión marca la falla de un signifi­ cante que no está a la disposición del sujeto; en el otro caso, la alu­ cinación aparece como un significado sin significante. Dice Lacan: “ como una puntuación sin texto” . Ausente del aparato mismo de lo simbolizable nada permite encontrarle una ubicación. El sujeto enmudece.

6. A MODO DE CONCLUSIÓN

Ya en el final del recorrido de lo que nos habíamos propuesto reali­ zar queda la pregunta acerca de la legitimidad de nuestra tarea: hemos tomado la obra de Freud y la hemos fragmentado, hemos es­ tablecido relaciones entre aspectos lejanos de la misma, hemos da­ do relevancia a lo que a primera vista pareciera secundario. ¿Inven­ tamos un Freud nuevo o nos hemos limitado a repetirlo sin agregar nada? Creemos que hemos aplicado consecuentemente el método psicoanalítico con el rigor con que Freud enseñara a trabajar los sueños, apegados al relato, pero atentos a otra forma de escuchar; que al hacerlo hemos precipitado un sentido que estaba sin estar y que aun siendo dicho no era oído. ¿No es esta acción de los proce­ sos primarios lo que constituye al Inconsciente? Esta lectura sólo ha sido posible ateniéndonos a Freud y teniendo en cuenta las premisas de Lacan. Lo seguro es que una vez que tal precipitado se produce, la obra escrita de Freud no puede volver a ser leída como antes.

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EL DISCURSO EN EL PR O C ESO P S IC O A N A L ÍT IC O HANS ROBERT SAETTELE

1. EL DISCURSO PSICOANALÍTICO: ¿UN DISCURSO SINGULAR?

¿En qué sentido se puede hablar de una ‘‘singularidad’* del discur­ so psicoanalítico? ¿Qué lo acerca y qué lo diferencia de otros dis­ cursos? Se han dado respuestas muy distintas a estas preguntas. Quiero examinar aquí brevemente cuatro de ellas. 1.1. Una primera respuesta, común a una serie de investigaciones y a un determinado enfoque de lo discursivo, puede resumirse asi: El discurso psicoanalítico se distingue de los demás discursos por el hecho de que en él: a] aparecen con una frecuencia significativa los rasgos típicos de una determinada patología, y /o bJ aparecen con una frecuencia significativa los rasgos que pueden ser conside­ rados como terapéuticos. Se trata de un acercamiento a la problemática enunciada por me­ dio de procedimientos empiristas en el campo de la lingüística: a un conjunto de “ conversaciones” psicoterapéuticas se aplica un análi­ sis lingüístico que se puede situar en cualquiera de los cam pos defi­ nidos por esta ciencia: sintáctico, semántico, pragmático. El objeti­ vo es el de encontrar rasgos del discurso susceptibles de caracterizar ora cierto tipo de neurosis, ora los recursos terapéuticos del habla. En lo que sigue, haré abstracción de las enormes diferencias en cuanto al tipo de análisis que se dan en el interior de esta corriente para ocuparme más bien de algunos aspectos del procedimiento en general desde el punto de vista de sus consecuencias. El procedimiento implica que se aborda el discurso en tanto co­ rrelato de procesos internos que deben ser definidos fuera de él. Así como ciertas teorías sociolingüísticas establecen correspondencias (67)

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El DISCURSO EN EL PROCESO PSICOANA LITICO

entre determinados lenguajes y, por ejemplo, determinada clase so­ cial, estas investigaciones hacen corresponder problemáticas o con­ flictos psíquicos (tipos de neurosis, por ejemplo) a determinados rasgos del habla, y tipos de intervenciones terapéuticas a determi­ nados recursos verbales. El hecho innegable de la existencia de tales correspondencias constituye un reto interesante y sugestivo para la explicación científica. Y, sin embargo, mientras se carezca de una teoria que explique la génesis de estas correspondencias, estos hallazgos que se deben a un adelanto sin control de métodos descriptivos no pueden tener otra función que la de duplicar el diagnóstico psicológico con otro, esta vez lingüístico. Aplicados al discurso del paciente, se es­ tablecerá una dicotomía entre habla normal y habla patológica; aplicados al discurso del terapeuta, se opondrá lo ineficaz o no-te­ rapéutico a lo eficaz o terapéutico. Para la primera dicotomía escojo como ejemplo el libro de Goeppert y Goeppert [19751. Terminando su libro, relegándola a una nota al pie de página como un corpus delicti que conviene apar­ tar vergonzosamente, los autores formulan la siguiente reflexión: “ Sin embargo, la dificultad moral en el sentido más amplio de la palabra (definición formal del concepto de enfermedad: tipología; infiltración de normas y valores implícitamente aceptadas: pacien­ te = neurótico/ terapeuta = ser normal) de un análisis de rasgos lingüísticos que procede de esta manera, debe ser objeto de un constante cuestionamiento; el análisis debe servir únicamente para fines heurísticos de una diagnóstica orientadora teórico-terapéutica [¡5 /c!]. De ninguna manera debe tener como consecuenciá una cata­ logación rígida de rasgos neuróticos del discurso” (p. 274, nota l ) . 1 La cita es tanto más elocuente cuanto los autores visiblemente no están dispuestos a hacerle el juego al afán clasificatorio y normati­ vo. Sin embargo, el verse confrontados de repente y a posteriori con un problema “ moral” que vendría a calmar los peligros desata­ dos, equivale a desconocer el origen de estos peligros. Origen que estriba en el movimiento mismo por el cual la lingüística define su objeto: por la exclusión de toda problemática subjetiva. Exclusión que crea problemas toda vez que uno se emplea a “ aplicar” la lin­ güística a campos “ psicológicos” . ¿Qué otra solución quedará en­ tonces sino la de definir la particularidad de tal sujeto respecto a una norma que tendrá que ser forzosamente la de un promedio? 1 Las traducciones al español, excepto las de Freud, son mías. Material protegido por derechos de autor

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Mediante un análisis lingüístico, o no se dice nada sobre un sujeto concreto, o se dice algo acerca de él en relación a un promedio: no hay escapatoria a este dilema. Desde luego, esto quiere decir que, si se quiere hacer fructífera la lingüistica para el campo de la psicolo­ gía, hay que invertirla, subvertirla; pero esto no es mi tema aquí. A modo de conclusión: la impugnación a posteriori y la prevención del mal uso de los resultados no quitan que los efectos de este tipo de investigación estén determinados por una fundación teórica con decisiones epistemológicas que los sitúan forzosamente en el campo de la normatividad, repitiendo de esta manera el destino del diag­ nóstico psiquiátrico . 2 Para la segunda dicotomía (no-terapéutico vs terapéutico) es fá­ cil encontrar ejemplos en los múltiples trabajos que pretenden ense­ ñar al terapeuta cómo puede aumentar sus destrezas verbales. Se advierte aquí una tendencia a definir el saber del terapeuta como un “ saber actuar verbalmente” . Escojo el caso extremo de Grinder y Bandler [1976], en donde este “ saber actuar verbalmente” se define como magia. Contrariamente a Goeppert y Goeppert [19751, el que maneja las fuerzas oscuras de la lingüistica no se siente aquí en la peligrosa posición del aprendiz de brujo, sino en la del maestro que sabe que su saber es transmisible a los iniciados: “ En el volumen I de La estructura de lo mágico hemos iniciado el proceso de hacer accesibles las destrezas mágicas de potentes psicoterapeutas a otros profesionales de una manera explícita que pueda aprenderse. He­ mos presentado a Uds. los conocimientos intuitivos que tienen es­ tos hechiceros psicoterapéuticos acerca del lenguaje en un procedi­ miento paso por paso, de manera que Uds. puedan entrenarse a sí mismos para utilizar sus propios conocimientos intuitivos, aumen­ tando asi sus destrezas” (p. 3). La tendencia a sustituir la explicación psicológica de la eficiencia terapéutica por una explicación lingüistica y por consiguiente a constituir una nueva disciplina (“ terapia conversacional” ) es detectable también en trabajos de alta calidad en cuanto al tipo de análi­ 2 Estas reflexiones demasiado breves acerca de la normatividad en lingüística se fundamentan en la idea de que es posible leer la historia de la lingüistica como una constante pugna (tor la exclusión del sujeto con sus periódicas vueltas de lo “ reprimido” (por ejemplo, hipótesis Whorf/Sapir, sociolingüistica de Bernstein) que están condenadas al fracaso de antemano si se queda dentro del marco epistemológico de la lingüistica. En Saettele [1977J traté de demostrar esto para el caso de la sociolingüistica. Material protegido por derechos de autor

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EL DISCURSO EN EL PROCESO PSICO A N A LITICO

sis que se propone. Tomemos como ejemplo el libro de Labov y Fanshel [1977). En un análisis muy interesante de los actos verbales en una psicoterapia (una chica con anorexia, llamada Rhoda), los autores constatan que los interlocutores utilizan con frecuencia me­ canismos de mitigación (por ejemplo, “ ¿Podrías hacer x?” en vez de “ Haz x” ) y que estos mecanismos tienen la función de disminuir la agresividad en momentos de conflicto. Formulan luego la si­ guiente pregunta: “ ¿Hasta qué punto está influido un hablante por su propio uso de mecanismos de encubrimiento y de mitigación? Hemos visto que la mitigación tiene como función la reducción del conflicto entre hablantes en papeles sociales diferentes: ¿contribuye también para encubrirle a una persona su propia significación? Rhoda se muestra renuente para enfrentar su propia ira, y cuando dice que está sólo un poco molesta o incómoda, es razonable pensar que no se da cuenta de que está enojada” (p. 346). La pregunta implica una concepción del lenguaje que entiende a éste como manteniendo una relación de influencia mutua con una interioridad que se sitúa fuera de él. No faltaría más que un pasó para concluir que Rhoda tiene que aprender un lenguaje más direc­ to, en otras palabras que lo terapéutico consiste en aprender deter­ minado tipo de lenguaje. En el trabajo de Labov y Fanshel no se da este paso fatal, y esto es coherente con la posición que Labov adop­ tó en ocasión de la controversia sobre la llamada “ hipótesis del dé­ ficit” , en donde fue uno de los más fervientes impugnadores de dicha hipótesis. 3 Pero esto no quita que la formulación de la pre­ gunta misma ponga las bases para desarticular el discurso de la ex­ plicación psicológica y para postular la existencia de una terapia de + por conversación. Terapia que no solamente nos sitúa fuera del psicoanálisis, sino que borra además las diferencias entre dife­ rentes psicologías, ofreciéndose como denominador común de to­ das ellas. En efecto, la primera respuesta no solamente no responde a la pregunta por la singularidad del discurso psicoanalitico: tiene como función el borramiento de las diferencias cualitativas en aras de diferencias cuantitativas y por ende de las rupturas que implica el discurso psicoanalítico con la comunicación cotidiana en aras de una continuidad entre diferentes “ conversaciones” . 3 Hipótesis del déficit: hipótesis según la cual el lenguaje de los niños de los estratos socioeconómicamente “ bajos” implicaría consecuencias desfa­ vorables para el desarrollo intelectual y/o el éxito en el sistema escolar. Pa­ ra la posición de Labov al respecto, véase Labov [1970]. Material protegido por derechos de autor

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1.2. La segunda respuesta que quiero examinar es la siguiente: El discurso psicoanalítico es un discurso singular en la medida en que no es un juego de lenguaje, sino un procedimiento para la in­ vestigación y la transformación del juego de lenguaje del paciente. Esta tesis fue formulada por Lorenzer 11974] como respuesta po­ lémica contra los múltiples intentos de describir el discurso psicoanalítico como producto de una “ situación” específica enten­ dida como conjunto de elementos extra-comunicativos (relación so­ cial entre los interlocutores; ubicación temporal y espacial de los in­ terlocutores; intenciones de los interlocutores, es decir, orientación hacia temas, acciones, expresiones; precondiciones vigentes en los interlocutores, por ejemplo, saber, capacidad). El enfoque criticado por Lorenzer, y que es claramente sociolingüístico, constituye un problema arduo para esta disciplina misma, en primer lugar por la visión funcionalista del mundo discursivo que implica. 4 Pero si a pesar de todo este enfoque puede tener algu­ na utilidad en sociolingüística, carece totalmente de ella para el dis­ curso psicoanalítico. En efecto, la regla fundamental y todos jos otros elementos del setting, más que una definición positiva de las condiciones de producción del discurso, son características negati­ vas, no-estructurantes, del discurso que se desarrolla en la situación. Tomemos, por ejemplo, el “ factor situacional” de la relación social entre los interlocutores, tan importante en sociolingüística. La regla de abstinencia instaura una neutralización de la relación social. La singularidad del discurso psicoanalítico se revela entonces en formu­ laciones paradójicas que solamente sirven para poner de manifiesto la insuficiencia de los conceptos empleados: “ establecimiento de una relación de no-relación” (Fürstenau [1978]), “ institucionalización de una neutralización de la interacción social” (Flader [1979]). Vale decir que la asimetría radical entre los interlocutores en el dis­ curso psicoanalítico no puede ser captada por medio de conceptos sociológicos. Un examen del concepto de “ juego de lenguaje” en Wittgenstein que evita su interpretación sociológica y un tanto banal como “ si­ tuación social” determinada culturalmente, para centrarse en el núcleo de la reflexión de Wittgenstein, a saber el anclaje del len­ guaje en la praxis, le ha permitido a Lorenzer destacar la oposición entre “ juego de lenguaje” y lo que sucede con el discurso en la si­ 4 Para la discusión en sociolingüística del concepto de “ situación” , véa­ se por ejemplo Rehbein {1977], pp. 259-284.

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tuación analítica. Continuando sus reflexiones, quiero mencionar dos rasgos que definen la singularidad del discurso psicoanalitico desde este punto de vista: 19 En el discurso psicoanalitico se rompe con la estructura de se­ cuencias de acciones que es constitutiva de un juego de lenguaje. Wittgenstein ilustró esta estructura de secuencias por medio de un modelo (el más simple que es pensable, el de la construcción, tomado de Agustín)* en el cual una palabra emitida por uno de los interlocu­ tores es seguida por una acción no-verbal del otro interlocutor. Al complicar un poco el modelo, podemos introducir una acción ver­ bal del segundo interlocutor que responde a la del primero, con lo cual tendremos una secuencia constituida por un par de actos com­ plementarios (por ejemplo, preguntar/responder, acusar/discul­ parse o defenderse). En el discurso psicoanalitico, el primer caso (acción verbal/acción no-verbal) está excluido por el setting, mien­ tras que el segundo caso (acción verbal/acción verbal) sufre una de­ sestructuración considerable por la introducción de la regla funda­ mental. En efecto, puede ser que la casilla vacia constituida por una acción verbal del psicoanalizante (por ejemplo una acusación) no sea llenada por una acción verbal correspondiente del psicoanalista (por ejemplo no-disculpa, no-defensa). Sin embargo, lo importante es aquí que esta falta de correspondencia tiene otro sentido qué en un juego de lenguaje: tiene derecho de existencia. En cambio, el no-cumplimiento con las reglas de secuencia puede poner en entre­ dicho la realización misma de un juego de lenguaje (piénsese, por ejemplo, en juegos altamente ritualizados como una sesión de tri­ bunal, juego en el cual están previstos con toda minucia los pasos a seguir en caso de infracciones contra las reglas de secuencia, para que el juego [aquí, la institución misma] esté a prueba de posibles “ atentados” ). 2p En el discurso psicoanalitico se rompe con la distribución, 3 "Imaginemos un lenguaje para el cual es correcta la descripción que dio Agustín: El lenguaje debe servir a la comprensión entre un constructor ‘A ’ y su ayudante 'B \ ‘A ’, a partir de piedras de construcción, edifica una construcción; hay cubos, columnas, losas y vigas. ‘B’ le tiene que alargar las piedras de construcción y esto según el orden en que ‘A’ las necesita. Con este fin se sirven de un lenguaje consistente en las palabras: ‘cubo’ , ‘columna’ , ‘losa’ , ‘viga’ . ‘A’ las pronuncia; ‘B’ le lleva la piedra que ha aprendido a llevar en este caso. Concibe esto como lenguaje primitivo completo” (Wittgenstein (1945), § 2).

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característica de los juegos de lenguaje, de los interlocutores sobre las posiciones discursivas inherentes a las secuencias. Wittgenstein consideraba esta distribución como parte integrante de un juego de lenguaje. Así, en el ejemplo de la construcción, el que realiza las ac­ ciones verbales es el constructor, el que obedece por medio de ac­ ciones no-verbales es el ayudante. Y para ¡lustrar con otro modelo simple el juego de lenguaje “ aprendizaje del lenguaje” , escoge co­ mo interlocutores a la pareja maestro/alumno: “ [. . . 1 en la ense­ ñanza del lenguaje se encontrará este proceso: el que aprende nombra las cosas. Es decir que dice la palabra cuando el maestro muestra la piedra. Inclusive se hallará aquí el siguiente ejercicio, todavía más simple: el alumno repite las palabras que le dijo el ma­ estro —ambos ejercicios son procesos parecidos a los procesos del lenguaje” (Wittgenstein [1945], §7). Lorenzer comenta los dos ejemplos como sigue: “ Esta estructu­ ra de ‘decir-actuar, mostrar-nombrar, decir-repetir* caracteriza [. . .] la situación en métodos sugestivos, en la terapia de la conduc­ ta, en todas las terapias en las que se erige una relación de autori­ dad y es mantenida, no sometida a discusión como sucede en el psi­ coanálisis. Lo que hace precisamente la especificidad del método psicoanalítico es que se cuestionan las estructuras, impresas por la socialización, de los juegos de lenguaje” (Lorenzer [1974], p. 28). Quiere decir que en el discurso psicoanalítico no solamente el analista puede dejar vacía la casilla que le es asignada por una ac­ ción verbal del analizante. Además, no puede nunca tomar posi­ ciones inaugurativas en las secuencias, puesto que con ello asigna­ ría al analizante la posición reactiva y al mismo tiempo la posición del ayudante o del alumno en los ejemplos de Wittgenstein. Cuan­ do en el discurso psicoanalitico surge un discurso interactivo y ade­ más el analista ocupa en él posiciones inaugurativas, esto debe en­ tenderse a la luz de procesos (contra) transferenciales. Quiero concluir el examen de la segunda respuesta. La tesis de Lorenzer implica dos afirmaciones que deben ser consideradas cada una aparte: a] Que el concepto de “ juego de lenguaje” no se debe utilizar pará caracterizar el método, es decir el discurso psicoanalí­ tico; y b] Que el concepto de “juego de lenguaje” es útil/adecuado para definir el objeto del psicoanálisis. Mientras que la segunda afirmación (que no ha sido examinada aquí) me parece cuestiona­ ble, la primera me parece importante en la medida en que arroja luz sobre la singularidad del discurso psicoanalitico. Un psicoanálisis no es un juego de lenguaje en el que el discurso Material protegido por derechos de autor

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t i DISCURSO FN III l*R(K F-SO l»SICX)ANAI ITICO

tiene la función de adecuarse a una situación social determinada o/y de ordenar, según una estructura determinada por la relación social entre los interlocutores, la secuencia de acciones verbales y las posiciones discursivas en su interior. 1.3. La tercera respuesta, dada por Michel Foucault (aunque siem­ pre de manera implícita): El psicoanálisis es un ritual de discurso que pertenece a la gran categoría de la confesión ( “aveu”). Esta respuesta, que.tiende a negar la singularidad del discurso psicoanalítico o por lo menos a relegarla a un segundo plano, per­ mite, sin embargo, captar algunos rasgos muy importantes, puesto que Foucault supera la visión simplista del discurso como aquello que “ manifiesta + esconde + ejerce una influencia sobre” algo situado fuera de él (primera respuesta) o como aquello que relacio­ na/opone los interlocutores en sus respectivos papeles sociales (se­ gunda respuesta), para concebirlo como drama de una lucha en la cual los actores son movidos tanto por el poder de sus deseos como por sus deseos de poder. Asi, para comprender la tercera respuesta, hay que partir de la siguiente reflexión de Foucault: “ A pesar de ser aparentemente poca cosa el discurso, las prohibiciones que lo gol­ pean revelan muy pronto, muy rápido, su relación con el deseo y con el poder. Y no hay nada de extraño en esto, puesto que el dis­ curso —el psicoanálisis nos lo ha demostrado— no es simplemente aquello que manifiesta (o encubre) el deseo; es también aquello que es el objeto del deseo; y puesto que —esto, es la historia que no deja de enseñárnoslo— el discurso no es simplemente aquello que tradu­ ce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello para lo que, y por medio de lo que, se lucha, el poder que se trata de apro­ piarse” (Foucault [I970J, p. 12). Así pues, el ritual de discurso llamado “ confesión” implica la presencia simultánea de una voluntad de saber la verdad acerca de los deseos (conquista del discurso por el deseo) y de una instancia que somete a estos deseos a un juicio (conquista del deseo por el discurso en tanto ejercicio del poder). Los rasgos relevantes de la confesión son: A. Coincidencia, instaurada por una orden de veracidad o/y una promesa de veracidad (decirlo todo, ser sincero, no mentir), en tre el su je to del en u n ciado y el su je to de la enunciación. B. Presencia de una instancia que enjuicia, cuyo soporte es uno de los interlocutores. Foucault: “ (. . .) también es un ritual que se Material protegido por derechos de autor

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despliega en una relación de poder, pues no se confiesa sin la

p re m ia al menos virtual de otro, que no es simplemente el in> terlocutor sino la instancia que requiere la confesión, la impo­ ne, la aprecia e interviene para juzgar, castigar, perdonar, con­ solar, reconciliar” (Foucault [1976], p. 83 [México, Siglo XXI, 1977, p. 78]). C. Localización de la instancia de dominación en un sujeto sopor­ te con papel pasivo. Foucault: “ [. . .] la instancia de domina­ ción no está del lado del que habla (pues es él el coercionado), sino del que escucha y se calla; no del lado del que sabe y for­ mula una respuesta, sino del que interroga y no pasa por saber” (Foucault [1976], p. 84 [p. 79]). Queda descrito así un juego de lenguaje específico, y es fácil ad­ vertir que el discurso psicoanalitico por un lado sí es eso y por otro lado no es eso (recordemos la tesis de Lorenzer). Antes de abordar cada uno de los rasgos mencionados, recordemos que la afirmación “ el psicoanálisis no es más que una confesión” y la consiguiente acusación de ejercer un poder parecido al de la iglesia parecen ha­ ber sido hechos comunes en tiempos de Freud. No solamente es uno de los retos de su imaginario “ juez imparcial” al que tiene que res­ ponder Freud en ¿Pueden los legos ejercer el análisis?, sino tam­ bién una de las objeciones básicas de la izquierda, antes de la pri­ mera guerra mundial, al psicoanálisis. Así, el socialista Ludwig Berndl dice: “ [No hay] nada más pérfido [. . .] que la técnica de in­ sidiosa introducción en almas ajenas, practicada por la escuela de Freud. La ‘regla psicoanalitica fundamental’ es el truco más desca­ rado de corruptores del alma que jamás haya sido maquinado; y para aquellos entre los freudianos que, sin dejarse ofuscar por el pretendido valor científico del método, se sirven de ella simplemen­ te para fines egoístas, es al m ism o tiem po el m edio más taim ado

para obtener el poder sobre hombres débiles en su juicio y en su voluntad” (Berndl [1911], p. 102). Pero veamos más de cerca cada uno de los rasgos relevantes de la confesión en cuanto a su vigencia en el discurso psicoanalitico. Rasgo A (veracidad): No cabe duda que Freud pensaba que este rasgo es una condición indispensable del psicoanálisis. Mencione­ mos dos momentos de la obra freudiana en los cuales aparece. El primer momento es el de la descripción del contrato analítico, en la cual Freud insiste reiteradas veces sobre el punto (por ejemplo, Freud [1913], p. 138). En la formulación más tardía que da, la vera­ Material protegido por derechos de autor

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cidad/sinceridad es el equivalente del cumplimiento de la regla fun­ damental: “ Con los neuróticos, entonces, concertamos aquel pacto: sinceridad cabal a cambio de una estricta discreción. Esto impresio­ na como si buscáramos la posición de un confesor profano. Pero la diferencia es grande, ya que no sólo queremos oír de él lo que sabe y esconde a los demás, sino que debe referirnos también lo que no sabe. Con este propósito, le damos una definición más precisa de lo que entendemos por sinceridad. Lo comprometemos a observar la regla fundamental del psicoanálisis, que en el futuro debe gobernar su conducta hacia nosotros (Freud [1940], p. 174). El segundo momento es el de la elucidación del problema del amor de transferencia. Freud rechaza la idea de que el analista po­ dría fingir que tiene sentimientos tiernos con la justificación de no querer ofender a la paciente (es decir: rechaza la no-coincidencia consciente entre sujeto del enunciado y sujeto de la enunciación): “ A semejante expediente le objeto que el tratamiento psicoanaliti­ co se edifica sobre la veracidad. En ello se cifra buena parte de su efecto pedagógico y de su valor ético. Es peligroso abandonar ese fundamento. Quien se ha compenetrado con la técnica analitica ya no acierta con la mentira ni con el fingimiento, indispensables al médico en otros campos, y suele traicionarse cuando los intenta con el mejor de los propósitos” (Freud [1915], p. 167). Ambos momentos nos sitúan fuera de la definición cotidiana de la veracidad/sinceridad. No se trata ya de la “ voluntad de decir la verdad” : en vez de que se pida al sujeto en análisis que diga lo que “ verdaderamente pasó” , se le pide que diga lo que se le ocurra; en vez de exigirle al analista que diga “ lo que siente” , se le aconseja que no diga lo que no siente. Efectivamente, en el discurso psico­ analitico se parte de la idea, totalmente ajena a la confesión, de que la “ voluntad de decir la verdad” está destinada al fracaso. En una formulación más aguda: “ La voluntad de decir la verdad es, como cualquier otra, el camino más rápido hacia la falsificación y la ter­ giversación de los hechos [. . .] Lo que en este caso quedará descri­ to apunta hacia algo que si corresponde a la voluntad de verdad del que describe, pero que no corresponde a la verdad” (Bernhard [1976], p. 42). Tan es cierto que el psicoanálisis toma como punto de partida justamente la imposibilidad de la mentira, aunada a su omnipresencia. Los síntomas, en tanto deseos no verdaderos, señalan la efica­ cia de la verdad no deseada.

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Rasgo B (presencia de una instancia): En la confesión, la relación entre la instancia y el sujeto-soporte es la de una representación. El sacerdote representa, a la manera de un vicario, al Ausente. En cambio, buena parte del trabajo psicoanalitico está justamente des­ tinada a someter a una critica, mediante una elucidación de su gé­ nesis, esta instancia. Lógica de la sumisión que se trata de descubrir en todo psicoanálisis, mostrando cómo el deseo de sumisión se deri­ va de la sumisión del deseo (Legendre 119741). Tamaña tarea estaría condenada al fracaso si se desconociera la estrecha relación del dispositivo psicoanalitico con la confesión. Basta con la presencia de alguien que escucha para que la instancia se constituya no ya solamente como interioridad, sino como exte­ rioridad. Y seria una terrible simplificación ver en esta exterioridad el simple resultado de una transferencia en la cual al Otro se le colo­ can aspectos del propio Super-Yo. Seria desconocer que, por el dis­ positivo mismo y lo que hereda de la confesión, no es posible que el analista no funcione como sujeto-soporte de la instancia. Aquí, co­ mo en otros casos, creerse fuera del juego (de lenguaje, esta vez) es una manera cómoda para desconocer que se está dentro. Freud lo sabia: a su interlocutor imaginario que lo acusa de emplear el meca­ nismo de la confesión para el dominio sobre almas ajenas, interlo­ cutor tipo Berndl, responde: “ Sí y no, tenemos que responder. La confesión cumple en el análisis el papel de introducción, por asi de­ cir. Pero muy lejos está de constituir la esencia del análisis o de explicar su eficacia. En la confesión, el pecador dice lo que sabe; en el análisis, el neurótico debe decir más” (Freud [1926], p. 177). Pienso que este párrafo no debe entenderse como “ en un proce­ so psicoanalitico en una primera fase se producirá un discurso de confesión y luego poco a poco se pasará a otra cosa” , sino como la explicitación de una tensión que es constitutiva del discurso psico­ analítico en la medida en que éste acarrea su herencia histórica, tra­ tando de romper con ella en un movimiento que lo define. Rasgo C (dominación pasiva): En la confesión, la dominación pasi­ va del confesor se basa en la aceptación, por parte de ambos in­ terlocutores, de un código del “ deber ser” que queda fuera de todo cuestionamiento en la medida en que trasciende a las personas con­ cretas (origen divino o/y referencia a un pasado mitico). De ahí que el confesor tiene como función únicamente el mantenimiento del discurso dentro de los cauces definidos por el código: “ En el fon­ do, una tal manera legalista de hablar, formalizada hasta en los Material protegido por derechos de autor

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más pequeños detalles, implica una regla esencial en cuanto a sus enunciaciones: no explicitar demasiado las cosas. En este sentido, nada se deja al azar. Remito al lector a los consejos dados en abun­ dancia al confesor por parte de la doctrina, acerca del buen método de conducir su interrogatorio, sin permitirle desviarse y para llegar a la entera posesión del penitente” (Legendre [1974], p. 161). La confesión, por lo tanto, contiene ya desde siempre potencial­ mente la posibilidad del discurso inquisitorio, en el cual el confesor parte de la idea de que en el otro hay una intención de encubrimien­ to debida a la no-aceptación del código. El perdón estará aquí con­ dicionado no solamente a un acto de contrición, sino además a un acto de declaración de fe, es decir de reconocimiento del código. El confesor abandona asi su papel pasivo para iniciar una búsqueda que tiene como objetivo último la demostración de la falta de fe que justificará la expulsión, el castigo. Objetivo que, por descara­ do, no puede ser declarado y que necesita por lo tanto encubrirse con una apariencia legalista: el impostor necesita ser condenado por un crimen “ real” , es decir por una falta denunciable desde el punto de vista del código. Este esfuerzo de “ ajuste” de un código a otro, esta “ interpretación” de lo ajeno en términos de lo propio ha sido descrito por Duerr en el caso de algunos tribunales de brujas en la Edad Media: las descripciones que dieron las brujas de sus ex­ periencias (que fueron en muchos casos producto del uso de plantas alucinógenas) fueron interpretadas por los inquisidores desde aquel lugar del código que permitía medianamente su integración y poste­ rior condenación: el diablo y sus magias negras. Selección de un lugar desde el cual se interpreta lo ajeno que desde luego no es ca­ sual, sino determinada por intereses muy concretos: “ El papel que desempeñaban en algunos de estos vuelos de brujas las plantas alu­ cinógenas probablemente no solamente se menospreció sino que hasta se calló totalmente porque de lo contrario [. . .] hubiera esta­ do a mano una explicación natural para estos fenómenos, explica­ ción que hubiera dejado al diablo una significación solamente muy modesta —si es que hubiera dejado alguna. Difícilmente hubiera podido cumplir la función ideológica que le fue asignada, a saber la de ser un enemigo y seductor poderoso de los cristianos, si se hubie­ ra quedado con nada más que el papel de un mago que hacia encen­ derse en las cabezas de las brujas una mera fantasmagoría” (Duerr [1978], p. 16). Es indudable que tanto la Escila de la confesión “ tranquila” co­ mo la Caribdis de la inquisición “ en búsqueda del crimen” están Material protegido por derechos de autor

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presentes en el dispositivo psicoanalítico. Esto se hace manifiesto en el momento en que el analizante pregunta, directa o indirecta­ mente: “ ¿De qué debo hablarle?” . Por otro lado, la función del analista consiste justamente en rechazar sistemáticamente este lu­ gar, es decir de analizar la demanda del analizante para que lo ocu­ pe. La llamada “ regla de atención flotante” es tan sólo un princi­ pio orientador en el intento de revisar esta tarea. Concluyo, de este breve examen de los tres rasgos relevantes de la confesión, que el discurso psicoanalitico se constituye a través del intento de romper con cada uno de estos rasgos. En este punto, la tesis de Lorenzer y la tesis de Foucault se deben articular de manera que se trascienda a ambas. En efecto, el discurso psicoanalitico no es simplemente algo distinto de cualquier juego de lenguaje (Loren­ zer), pero tampoco es ese juego de lenguaje llamado “ confesión” (Foucault): es un constante proceso de ruptura con un determinado juego de lenguaje, la confesión. El trabajo del psicoanalista consis­ te en buena parte en una posibilitación de esta ruptura. Trabajo cu­ yo fracaso se puede observar en algunos análisis (sobre todo “ di­ dácticos” ) que se caracterizan por una reinstalación del juego de lenguaje “ confesión” con la consiguiente duda acerca de la veraci­ dad, los procesos acusatorios reinstalados bajo la apariencia del perdón, la búsqueda inquisitoria que culmina en la prueba de con­ vicción, marcada por un “ ahí está” . Hace falta desde luego de­ mostrar en qué consiste este trabajo de ruptura, cómo se lleva a cabo (véase para esto 2 y 3), puesto que la singularidad del discurso psicoanalitico no solamente consiste en que se busca esta ruptura, sino además en que se lleva a cabo por medio de procedimientos discursivos determinados. 1.4. La cuarta respuesta a la pregunta inicial acerca de la singulari­ dad del discurso psicoanalítico ha sido dada por Jtirgen Habermas: El discurso psicoanalitico es una form a de comunicación que po­ sibilita la realización discursiva y simultánea de una pretensión de verdad y de una pretensión de veracidad. Para entender esta fórmula, hace falta una digresión introducto­ ria al campo de la “ pragmática universal” , programa de investiga­ ción que se propone como objetivo la recbnstrucción de las condi­ ciones generales de la interacción comunicativa. El punto de partida lo constituye la idea según la cual la posibili­ dad de la comunicación se estructura sobre la base de la existencia Material protegido por derechos de autor

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de un conjunto de pretensiones/anticipaciones universales de vali­ dez: “ Voy a sostener la tesis de que todo actor debe levantar, en la realización de un acto verbal cualquiera, pretensiones de validez universales (universale Geltungsansprüche) y que debe suponer la posibilidad de su cumplimiento. Si es que quiere participar en un proceso de comunicación ( Vérstándigungsprozess), no puede me­ nos de levantar las siguientes pretensiones universales y exactamen­ te éstas: de expresarse de manera comprensible, de dar a entender algo, de daTse a entender a si mismo, de entenderse unos con otros. El hablante debe escoger una expresión comprensible, para que hablante y oyente puedan entenderse mutuamente; el hablante debe tener la intención de comunicar un contenido proposicional verda­ dero, para que el oyente pueda compartir el saber del hablante; el hablante debe expresar sus intenciones verazmente, para que el oyente pueda creer en su enunciación (para que pueda confiar en él); finalmente, el hablante debe escoger una enunciación adecua­ da/correcta (richtig) en cuanto a las normas y los valores vigentes, para que el oyente pueda aceptar la enunciación, de manera que ambos, oyente y hablante, puedan coincidir respecto a un fondo normativo reconocido. Además, la interacción comunicativa sólo puede ser continuada sin perturbaciones mientras que todos los participantes suponen que están en lo justo al levantar recíproca­ mente estas pretensiones” (Habermas 119761, p. 176). Las cuatro pretensiones de validez están aún en la base de un dis­ curso que se caracteriza por la falta de cumplimiento con una o va­ rias de ellas. Así por ejemplo, la mentira (pretensión de veracidad) es posible solamente sobre el fondo de una pretensión de veracidad, instaurada en el hecho mismo del desempeño de la lengua. La co­ municación empíricamente observable se caracteriza por el hecho de que alguna pretensión de validez puede causar problema a los in­ terlocutores, en la medida en que su reciprocidad ya no se considera como dada. Todo proceso discursivo está marcado por momentos críticos en los cuales surgen preguntas en los interlocutores que se refieren al hecho de una duda acerca del cumplimiento con una o varias de las anticipaciones: “ Cuando es problemática la compren­ sibilidad de una enunciación (Ausserung), hacemos preguntas del tipo: ¿Qué quieres decir? ¿Cómo debo entender esto? ¿Qué signifi­ ca esto? Las respuestas a estas preguntas las llamamos interpreta­ ciones. Cuando es problemática la verdad del contenido proposi­ cional de una enunciación, hacemos preguntas del tipo: ¿Es como tú dices? ¿Por qué es así y no de otro modo? Afrontamos estas pre­ Material protegido por derechos de autor

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guntas con afirmaciones y explicaciones. Cuando es problemática la adecuación/corrección (Richtigkeit) de la norma en la que se ba­ sa el acto verbal, hacemos preguntas del tipo: ¿Por qué hiciste eso? ¿Por qué no actuaste en otra forma? ¿Tienes el derecho de hacer es­ to? ¿No deberías actuar en otra forma? A ello respondemos con justificaciones. Finalmente, si en una interacción dudamos de la ve­ racidad del otro, hacemos preguntas del tipo: ¿Me engaña? ¿Se en­ gaña acerca de si mismo? Pero este tipo de preguntas no las dirigi­ mos a la persona misma que no es fidedigna, sino a terceros. El hablante sospechoso de falta de veracidad sólo puede ser “ interro­ gado” (verhórt) cuando mucho, en una sesión de tribunal o, en una conversación analítica, llevado a una revisión de su acción (zur Besinnung gebracht werden) (Habermas [1973J, p. 221). En el discuso psicoanalitico la regla fundamental es un recurso para operar sobre la relación del hablante con las pretensiones de validez del discurso. En efecto, no solamente se pretende lograr otra relación con la pretensión de veracidad (como en la confesión), sino también con las demás pretensiones de validez. La fórmula “ decirlo todo y nada más que decir” implica una relación particu­ lar con la pretensión de comprensibilidad, también: no solamente significa “ decir aquello que normalmente no se dice” , sino también “ poner en palabras lo que normalmente no se verbaliza” . Además, la regla fundamental tiene como consecuencia un relajamiento de las pretensiones de verdad y de adecuación/corrección. Hagamos el intento de leer algunos párrafos de Freud en los que presenta la regla fundamental y su contraparte, la regla de “ atención flotan­ te” , desde este punto dé vista. “ ¿ a 4regla técnica fundam entar, ese procedimiento de la ‘aso­ ciación libre*, se ha afirmado desde entonces en el trabajo psico­ analitico. El tratamiento se inicia exhortando al paciente a que se

ponga en la situación de un atento y desapasionado observador de si m ism o, a que espigue únicamente en la superficie de su concien­ cia y se obligue, por una parte, a la sinceridad más total, y por la otra a no excluir de la comunicación ocurrencia alguna, por más que: 1 ] la sienta asaz desagradable, 2 ] no pueda menos que juz­ garla disparatada, 3] ia considere demasido nimia, o 4] piense que no viene al caso respecto de lo que se busca. Por lo general, se reve­ la que justamente aquellas ocurrencias que provocan las censuras que acabamos de mencionar poseen particular valor para el descu­ brimiento de lo olvidado” (Freud [1923), p. 234). Después de haber afirmado la vigencia de la pretensión de vera­ Material protegido por derechos de autor

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cidad, Freud exige aqui la suspensión de las pretensiones de adecua­ ción/corrección (en el punto 1 : es desagradable comunicar tal con­ tenido proposicional en la relación intersubjetiva con el otro) y de verdad (puntos 2-4: tienen que ver todos con la relevancia de un contenido proposicional respecto a una “ verdad” que el discurso debe formular). En el original alemán, Freud emplea la palabra “Ausstel¡ungen” para designar estos procesos de objeción deriva­ dos a las pretensiones de adecuación/corrección y verdad (el traduc­ tor emplea “ censura” ), marcando asi la diferencia entre una censu­ ra (“ Zensur” ) que varía de individuo a individuo y una censura (“ Ausstellung”) inherente al desempeño de la lengua misma en la comunicación con otro. Se trata pues de un intento de impedir la producción de un dis­ curso de reflexión con sus características estructuras argumentati­ vas que se forman alrededor de las preguntas arriba citadas (¿Es como dices-digo? ¿Es correcto decirlo?, etc.), generando explica­ ciones y justificaciones: “ En mi trabajo psicoanalitico he observa­ do que la complexión psíquica del hombre que reflexiona difiere por completo de la del que hace observación de sí mismo. En la refle­ xión entra más en juego una acción psíquica, lo cual no sucede ni aun en la más atenta de las observaciones de si, según se ve también por la expresión tensa y el entrecejo arrugado del que reflexiona, a diferencia de la falta de mímica del que hace introspección. En am­ bos casos tiene que haber atención reconcentrada, pero el que refle­ xiona ejercita además una crítica a consecuencia de la cual desesti­ ma una parte de las ocurrencias que le vienen, después que las percibió; a otras las interrumpe enseguida, de modo que no sigue las vías de pensamiento que ellas abrirán, y aun con relación a otros pensamientos sabe arreglárselas para que ni siquiera devengan conscientes, y entonces los sofoca antes de percibirlos. En cambio, el que se observa a sí mismo, no tiene más trabajo que el de sofocar la critica; conseguido esto, se agolpan en su conciencia una multi­ tud de ocurrencias que de otro modo habrían permanecido inaprehensibles” (Freud (1900), p. 123). La idea de que el discurso reflexivo exige una acción psíquica adicional (nótese que la traducción de la segunda frase es oscura; li­ teralmente: “ En la reflexión, entra al juego una acción psíquica más que en la atenta observación de sí mismo. . .” ) es correcta des­ de luego si se parte del punto de comparación “ libre asociación” . En cambio, si se parte de la función de las pretensiones de verdad y de adecuación/corrección, es justamente la “ libre asociación” que Material protegido por derechos de autor

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pide una acción psiquica poco común, a saber la suspensión de dichas pretensiones. Este intento de suspensión/virtualización de las pretensiones de verdad y de adecuación/corrección es apoyado no solamente por la regla fundamental para el psicoanalizante, sino también por la lla­ mada regla de “ atención flotante” para el analista, cuya razón de ser explica Freud como sigue: “ De esta manera uno se ahorra un es­ fuerzo de atención que no podría sostener día tras día a lo largo de muchas horas, y evita un peligro que es inseparable de todo fijarse deliberado. Y es éste: tan pronto como uno tensa adrede su aten­ ción hasta cierto nivel, empieza también a escoger entre el material ofrecido: uno fija un fragmento con particular relieve, elimina en cambio otro y en esa selección obedece a sus propias expectativas o inclinaciones. Pero eso, justamente, es ilícito; si en la selección uno sigue a sus expectativas, corre el riesgo de no hallar nunca más de lo que ya sabe; y si se entrega a sus inclinaciones, con toda seguridad falseará la percepción posible. No se debe olvidar que las más de las veces uno tiene que escuchar cosas cuyo significado sólo con poste­ rioridad discernirá (Freud [1912b], p. 112). La referencia a aquello que “ uno ya sabe” indica que las “ ex­ pectativas” que se trata de evitar son aquellas que se dan en el nivel de la pretensión de verdad. La selectividad es producto de la reins­ talación de la pretensión de verdad y conduce a un estrechamiento de la escucha de los contenidos proposicionales que culmina en la repetición de lo ya sabido. La mención del principio psicoanalitico de aprés-coup (Nachtraglichkeit) en este contexto de la escucha acentúa una vez más la diferencia con la confesión . 6 Aunque en la confesión del discurso está marcado por la vigencia de la pretensión de verdad en relación con un código compartido, el discurso psico­ analitico suspende en un primer movimiento la pretcnsión de verdad.

Mantenimiento de las pretensiones de comprensibilidad y de ve­ racidad y suspensión de las pretensiones de verdad y de adecua­ ción/corrección: éstos son los efectos que produce la regla funda­ mental del dispositivo psicoanalitico. Se producirá entonces un dis­ 6 "Palabra utilizada frecuentemente por Freud en relación con su con­ cepción de la temporalidad y de la causalidad psíquicas: experiencias, impresiones y huellas mnémicas son modificadas ulteriomente en función de nuevas experiencias o del acceso a un nuevo grado de desarrollo. Enton­ ces pueden adquirir, a la par que un nuevo sentido, una eficacia psíquica” (Laplanche y Pontalis [1971], p. 405). Material protegido por derechos de autor

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curso en el que a] el status de verdad de los contenidos preposi­ cionales no está definido; bl los actos ilocutivos no están sometidos a una reglamentación normativa. Y, sin embargo, la pretensión de verdad no está ausente, desde luego, del discurso psicoanalitico. En la medida en que la verdad es el núcleo de la eficacia terapéutica y en la medida en que el objetivo es la reconstrucción de la verdad de la historia del sujeto, la preten­ sión de verdad está al contrario en su base. Pero mientras que el discurso cognitivo que tiene como objetivo la producción de propo­ siciones verdaderas, consigue tal objetivo por medio de un destacamiento de la pretensión de verdad, suspendiendo las otras preten­ siones, el psicoanálisis parte del supuesto de que la producción de proposiciones verdaderas acerca de la historia del sujeto solamente puede ser llevada a cabo en una articulación (no exclusión) de las pretensiones de veracidad y de adecuación/corrección con la pre­ tensión de verdad. Articulación con ¡a pretensión de veracidad: El discurso psicoanalí­ tico no pretende ni “ asegurar” el cumplimiento de esta pretensión (por ejemplo, como en la confesión o en el discurso jurídico por medio de un juramento) ni comprobar su no-cumplimiento me­ diante procedimientos detectivescos; pretende al contrario hacer posible su cumplimiento en contra de los múltiples obstáculos que se le oponen. Cumplimiento que se dará en el momento justamente en que el sujeto formula la verdad de su historia. Y no se trata pues de separar las pretensiones de veracidad y de verdad, sino de articu­ larlas, partiendo de su mutuo condicionamiento. Habermas formula esta articulación como sigue: “ La interpreta­ ción verdadera hace posible al mismo tiempo la veracidad del suje­ to en las enunciaciones con las que había engañado (posiblemente a otros, pero con seguridad al menos) a sí mismo. Podemos decir que normalmente sólo es posible verificar pretensiones de veracidad gracias a la existencia de contextos de acción. Aquella forma singu­ lar de comunicación en la que es posible superar las distorsiones de la estructura comunicativa misma, es la única en la que, junto con y simultáneamente con una pretensión de verdad, se puede compro­ bar (y en dado caso rechazar como no-dada) una pretensión de ve­ racidad 7 (Habermas [1973), p. 260). 7 En el discurso cotidiano, la pretensión de veracidad siempre se basa en un acto de creencia. "Creer a una persona significa que excluyo la posibili-

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Articulación con la pretensión de adecuación/corrección: En el dis­ curso cognitivo, esta pretensión queda normalmente fuera de la atención de los hablantes. Éstos se ocupan de la producción de pro­ posiciones verdaderas, dejando el nivel de los actos ilocutivos y de la relación intersubjetiva que éstos generan como zona noproblemática. Cuando esta zona se convierte en problema, se pasa a su esclarecimiento, después de lo cual se retoma el discurso cogni­ tivo. En cambio, el discurso psicoanalitico no solamente pretende lograr tal eliminación de obstáculos, sino además utilizar las per­ turbaciones para la búsqueda de la verdad. En la medida en que la transferencia es repetición de una historia olvidada, no solamente debe ser “ eliminada” , sino al mismo tiempo empleada en la recons­ trucción de la verdad. 1.5. Los resultados de las reflexiones sobre la singularidad del dis­ curso psicoanalitico pueden ser resumidas en una serie de afirma­ ciones que se ordenan progresivamente según la profundidad con la cual caracterizan al discurso psicoanalítico: 1] No es posible captar la singularidad del discurso psicoanalítico por medio de un análisis de la frecuencia de ciertos ”rasgos” en el discurso. 2] El discurso psicoanalítico no es un juego de lenguaje, sino un proceso de ruptura y de desestructuración del juego del len­ guaje “confesión”. 3] El discurso psicoanalítico se caracteriza por un intento de virtualización de las pretensiones de verdad y de adecuación /co­ rrección. Esta virtualización se apoya en las reglas de la "libre asociación” y de la “atención flotante”. 4J El discurso psicoanalítico se distingue del discurso cognitivo8 dad de que las intenciones expresadas por ella podrían no coincidir con las intenciones efectivamente perseguidas. La experiencia de seguridad/certeza que acompaña un tal acto de creer a una persona se debe a las interacciones en las que he podido comprobar la veracidad de la persona respectiva. La seguridad/certeza de creencia, como quiero llamar este tipo de vivencias, depende de las experiencias comunicativas; por ello, sólo en interacciones es posible testimoniar el cumplimiento de pretensiones de veracidad” (Habermas [1973J, p. 224). * “ En el uso cognitivo del lenguaje tematizamos el contenido de la expresión en tanto proposición acerca de algo que sucede en el mundo (o acerca de algo que podría ser el caso), mientras que expresamos la relación interpersonal sólo de pasada” (Habermas [19761, p. 239). Material protegido por derechos de autor

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por el hecho de que la intención básica de la búsqueda de pro­ posiciones verdaderas no se pretende lograr mediante una exclusión de las otras pretensiones de validez, sino mediante una articulación de la pretensión de verdad con ¡a pretensión de veracidad por un lado y con la pretensión de adecuación/co­ rrección por otro lado. A continuación me propongo como tarea elucidar los procesos de articulación postulados en la afirmación 4].

2. LA ARTICULACIÓN DE LAS PRETENSIONES DE VERDAD Y DE VERACIDAD EN EL DISCURSO PSICOANALÍTICO

2.1. La pretensión de verdad domina el campo discursivo cuando estamos en presencia de actos verbales que pertenecen a la categoría de los constatativos, como por ejemplo relatar, afirmar *9 Para que se pueda desarrollar un discurso constatativo, los interlocutores de­ ben partir de la convicción de que la pretensión de veracidad está reciprocamente cumplida. Esto mismo garantiza que puedan enfo­ car juntos, desarrollando argumentaciones, el problema de la ver­ dad de un enunciado. En otras palabras: es trivial decir que en un discurso constatativo el hablante debe expresar verazmente sus ideas; lo que importa y es centro de atención no es la veracidad de las intenciones, sino la verdad de las proposiciones afirmadas. El discurso constatativo está regido por una regla que podría formular como sigue: (Ri) Cuando tu interlocutor afirma una proposición, no debes concentrar tu atención en la (posible) (no-)veracidad de su in­ tención, sino en la (posible) (no-)verdad de su proposición. 9 “ Una segunda clase de actos verbales que voy a llamar constatativos sirve para expresar el sentido del empleo cognitivo de oraciones. Explícita el sentido de enunciados en tanto enunciados. En la palabra-prototipo del modo asertorio, en ‘afirmar/sostener’ (behaupten) se encuentran unidos dos momentos, que aparecen por separado en las dos subclases de estos ac­ tos verbales. Por un lado, ‘afirmar/sostener’ pertenece al grupo de ejemplos: describir, narrar, comunicar, relatar, explicitar, observar; expli­ car, predecir; interpretar. Estos ejemplos ilustran el empleo asertorio de enunciados. Por otro lado, ‘afirmar/sostener* pertenece al grupo de ejemplos: asegurar, confirmar, afirmar; negar, dudar, replicar. Estos ejemplos ilustran el sentido pragmático, específicamente, de la pretensión de verdad de enunciados” (Habermas [1971], p. 111). Material protegido por derechos de autor

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El discurso inquisitorio invierte esta regla, puesto que al sujeto interrogado se le imputa una intención de esconder aquellas convic­ ciones y creencias que no están toleradas por el código. Todo pasa aqui como si estuviera regido por la siguiente regla: (R2) Cuando tu interlocutor afirma una proposición, no debes concentrar tu atención en la (posible) (no-)verdad de su pro­ posición, sino en la (posible) (no-)veracidad de su intención. Para el discurso psicoanalitico, la regla (R,) no puede ser válida, puesto que se cuenta con la omnipresencia de la “ mentira" incons­ ciente. Pero tampoco puede serlo la regla (R2), puesto que el objeti­ vo no es la denuncia de la mentira y la consiguiente condenación, sino la liberación de un discurso en el cual se puedan formular las verdades no conocidas, desconocidas activamente por el sujeto. En el discurso psicoanalitico se parte de la idea de que una inten­ ción de (auto-)engaño deja huellas en el discurso que no necesaria­ mente se sitúan en el nivel de enunciados no-verdaderos. Al contrario, las proposiciones serán consideradas siempre como una extraña mezcla de verdad y de falsedad. En su estudio sobre los mitos acer­ ca del personaje de Moisés, Freud formula este punto de partida de manera ejemplar: “ Ahora bien, el texto como hoy lo poseemos nos narra bastantes cosas también sobre sus propios destinos. Dos tratamientos contrapuestos entre si han dejado en él sus huellas. Por una parte, se apoderaron de él unas elaboraciones que lo fal­ searon, mutilaron y ampliaron, hasta lo trastornaron hacia su contrario, en el sentido de sus secretos propósitos; por otro lado, reinaba en relación con él una respetuosa piedad que quería conser­ varlo todo como estaba sin importar que armonizase entre si o se anulase. Asi, casi por todas partes aparecen lagunas llamativas, molestas repeticiones, contradicciones palmarias; indicios todos que nos denuncian cosas cuya com unicación no fue deliberada.

Con la desfiguración de un texto pasa algo parecido a lo que ocurre con un asesinato: la dificultad no reside en perpetrar el hecho, sino en eliminar sus huellas. Habría que dar a la palabra Entstellung (desfiguración, dislocación) el doble sentido a que tiene derecho, por más que hoy no se lo emplee. No sólo debiera significar “ alte­ rar en su manifestación” , sino, también, “ poner en un lugar diver­ so” , “ desplazar a otra parte” . Asi, en muchos casos de desfigura­ ción-dislocación de textos podemos esperar que, empero, hallare­ mos escondido en alguna parte lo sofocado y desmentido, si bien modificado y arrancado del contexto. Y no siempre será fácil dis­ cernirlo” (Freud [1939], p. 42). Material protegido por derechos de autor

EL DISCURSO ÉN EL PROCESO PSICOANA LITICO

2.2. Partir, en cuanto a las proposiciones, de la idea de una “ Entstellung” (en vez de la idea de una (falta de) verdad), implica al mis­ mo tiempo postular la posibilidad de un proceso de investigación que, partiendo de las huellas (o mejor dicho: del esfuerzo de elimi­ nar las huellas) del “ asesinato” de la verdad, logre encontrarla. Ahora bien: este proceso de investigación implica el pasaje por un discurso que ya no es constatativo, sino expresivo. Un discurso expresivo está constituido por actos verbales en los que se tematizan las intenciones del hablante, en los que la preten­ sión de veracidad domina el campo discursivo. La fórmula performativa 10 correspondiente es “ Deseo que . . .” (Habermas [1976J, p. 244). La articulación verdad/veracidad se puede ejemplificar por medio del procedimiento de la interpretación de sueños: la proposi­ ción afirmada (el texto del sueño) no es rechazado como no-verda­ dero (regla 1 ), ni denunciado como mentiroso (regla 2 ), sino reconducido a un discurso expresivo (deseo ) . 11 Es en este momento de la conexión con el discurso expresivo que el discurso constatativo (el texto del sueño) revela su verdad. Este procedimiento se aplicará en el discurso psicoanalítico a to­ das las proposiciones. Tomemos el ejemplo de los recuerdos cons­ cientes: poco importa que sean “ verdaderos” o no (recuerdos en­ cubridores), puesto que sólo dicen la verdad que contienen en el momento en que se conectan discursivamente con el nivel del deseo. Metafóricamente, el procedimiento queda ilustrado también por el siguiente chiste, relatado por el mismo Freud: “ En una estación fe­ rroviaria de Galitzia, dos judíos se encuentran en el vagón. ‘¿Adóndeviajas?’, pregunta uno. ‘A Cracovia’, es larespuesta. ‘¡Pero mira qué mentiroso eres!’, se encoleriza el otro. ‘Cuando dices que viajas a Cracovia, me quieres hacer creer que viajas a Lemberg. Pero aho­ 10 Se trata de una forma de realización de un acto verbal en la que se emplean elementos lexicales (sobre todo verbos) que designan estos actos; por ejemplo: “ Te pido que. . para realizar el acto “ pedir” . Ver Wunderlich [1976], pp. 303 ss. 11 “ La veracidad garantiza la transparencia de una subjetividad que se representa a sí misma verbalménte. Se destaca especialmente en el uso expresivo del lenguaje. Son paradigmáticas para este uso del lenguaje ora­ ciones en las que se tematizan como tales las intenciones del hablante, expresadas de pasada en cualquier acto verbal, es decir oraciones inten­ cionales como 3J Tengo nostalgia de ti. 41 Deseo que. . .” (Habermas [19761, p. 244).

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HANS ROBERT SAETTELE

ra no me cabe duda que realmente viajas a Cracovia. ¿Por qué mientes entonces?” ’ (Freud [1905], p. 108). El primer judío descubre en su “ interpretación” un deseo (“ quieres hacerme creer que viajas a Lemberg” ) que le permite re­ leer el enunciado del otro en otro nivel, es decir en el nivel en que se conecta la pretensión de verdad con la pretensión de veracidad. Sin embargo, el chiste contiene una serie de condiciones particulares: el intento de engañar al otro se aproxima al “ crimen perfecto” en la me­ dida en que no hay huella ni huellas del esfuerzo de eliminar las huellas: la proposición enunciada es “ verdadera” . Pero bien se sabe que el crimen perfecto es imposible. Su posibilidad en el chiste se basa en el hecho de que los dos interlocutores comparten una misma antici­ pación/pretensión que es la contraria del discurso cotidiano: “ mi in­ terlocutor (puesto que es un judio) miente, no puede más que men­ tir” pero esta misma reciprocidad perfecta es también causa de la imposibilidad del engaño, puesto que no permite ni siquiera la crea­ ción de un proceso de cuestionamiento de la veracidad. 2.3. El chiste ilustra en forma elocuente esta especie de indiferen­ cia, característica del psicoanálisis, por aquello que más le interesa al discurso constatativo, a saber la verdad/falsedad de un enunr ciado. En el discurso psicoanalitico, una proposición p “ interesa” en la medida en que, después de su conexión con el discurso expre­ sivo d, es capaz de producir una nueva proposición p’, la cual será a su vez sometida al mismo procedimiento. En este proceso, la cone­ xión entre p y d tienen la característica del aprés-coup (Freud [1912b], p. 112: “ . . .las más de las veces uno tiene que escuchar cosas cuyo significado sólo con posterioridad discernirá” ). Gráfi­ camente, el proceso se podría representar de la siguiente manera:

Discurso constatativo

Discurso expresivo

p 4

MI IA PSK CH (K iÍA . SADISMO Y MASOQUISMO

con una cáscara dura y un centro blando, o una amiba. Así como Freud concibió el “ flujo de la energía psíquica” , Saussure concibió el “ flujo continuo del habla” que la lengua hace discontinuo. Y, si es cierto que tanto Freud como Saussure cayeron, de cuando en cuando, en la trampa metodológica de la interpretación literal y concreta de los modelos que estaban transfiriendo, también es cier­ to que ambos estaban constantemente alertas (y alertaban a otros) acerca de ese riesgo. El hecho de que existan similitudes entre los métodos y los objetos de estudio del psicoanálisis y los de la semiótica nos ha permitido usar a esta última como un instrumento para refinar los métodos de observación y sistematización del material clínico psicoanalítico, así como para planificar los tratamientos terapéuticos psicoanalíticos. Por ejemplo, el análisis estructural de los mitos y el análisis estructural del relato son de gran utilidad para la observación y sis­ tematización de la regularidad y de las co-variancias que aparecen en las asociaciones libres. Los conceptos de “ lenguaje-objeto” y de “ metalenguaje” (Tarski, 1956) nos ayudaron a especificar el nivel semántico en el que las asociaciones libres son válidas para el psico­ análisis, asi como para definir a qué nivel semántico llegarán las in­ terpretaciones formuladas por los psicoanalistas. Las nociones de “ polisemia” (Barthes, 1967) y de “ significado del significado” nos permiten conceptualizar en forma más operacional y rigurosa las nociones de “ contenido manifiesto” y “ contenido latente” co­ mo un significado doble y un mensaje doble, etcétera. Las nociones de “ objeto” , “ lenguaje-objeto” y “ metalenguaje” nos ayudan a distinguir, con gran claridad, un sujeto analizable de uno que no lo es; una persona no susceptible de análisis se preocupa de los objetos de su lenguaje y no puede concebir la idea de su pro­ pio lenguaje y de sus asociaciones como objetos en si mismos; no puede asociar con respecto a sus asociaciones o pensar acerca de sus argumentos, etc. Con esto nos referimos, por ejemplo, al tipo de analizando que fracasa en entender que sus asociaciones son aso­ ciaciones, que es material a ser interpretado en términos de su pro­ pia comprensión de si mismo. Por el contrario, tal analizando insis­ te en que cualquier cosa que informe acerca de un otro significativo debe ser tratada concretamente como un pedido de consejo acerca de cómo manejar al otro. El resultado es que el mismo analizando se vuelve invisible y por lo tanto no susceptible de análisis. Las nociones de “ sintagma” y “ paradigma” (Leach, 1976) nos ayudaron a distinguir a los analizandos sintagmáticos, metonímiMaterial protegido por derechos de autor

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M A R lA C A K M I N C it A R Y l : R N K S l( ) ( '£ S A R I U N IX )

eos, esto es, a los analizandos propensos a una descripción de se­ cuencias concretas de acción, de aquellos analizandos paradigmáti­ cos, metafóricos, inclinados a reflexiones filosóficas de un tipo general. También pueden aplicarse al estudio del habla del anali­ zando y del analista las nociones de estructura profunda, de estruc­ tura superficial y de transformación. Más aún, las nociones saussureanas de lengua | langue] y habla {parole] pueden ser aplicadas al contenido manifiesto y a la estruc­ tura narrativa del analizando, lo que hacemos parcialmente al final de este trabajo. I.A INTERPRETACIÓN DE t.AS INTERPRETAC IONES

La semiótica nos permite clarificar una distinción crucial en psico­ análisis, a saber, la diferencia existente entre el nivel empírico del discurso del analizando que, por una parte, informa al analista sobre sus acciones discursivas y estados afectivos percibidos cons­ cientemente, y por otra, sobre la estructura intrapsiquica incons­ ciente que gobierna su conducta real. La tarea del analista es construir el código subyacente que el ana­ lizando usa para interpretar los mensajes recibidos en su mundo. Si consideramos el ejemplo de un automovilista o de un peatón que deben, tomar la decisión de detenerse o no en una intersección, hay dos niveles de operación mental que entran en juego. El más obvio ocurre a nivel de la percepción, por ejemplo, el color de la luz del semáforo y las indicaciones para el peatón, así como las diferentes corrientes del tránsito. Debido a nuestra familiaridad con esta si­ tuación, parece como si la decisión estuviera virtualmente dada, por el mero acto de la percepción. Sin embargo, la decisión surge de un proceso intrapslquico de tom a de decisiones, cuyo primer paso es el de interpretar los datos percibidos y luego el de actuar en base a esa información. En otras palabras, el mensaje contenido en los datos percibidos debe ser interpretado de acuerdo al código dispo­ nible para este propósito. Cuando el automovilista o el peatón rela­ tan a su analista lo que sucedió-ese día en la intersección, le hablan de cualquier cosa menos del código usado para interpretar los men­ sajes, porque como cualquier otro automovilista o peatón perma­ necen inconscientes de sus propias operaciones mentales a este ni­ vel. La tarea del analista es, por lo tanto, ayudar al automovilista que continuamente tiene accidentes o al peatón que continuamente cruza cuando se aproximan los autos a que lleguen a tomar con­ Material protegido por derechos de autor

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MLTAPSIC OI (K iÍA . SADISMO Y M ASOQUISMO

ciencia de su código inconsciente, que consistentemente malinterpreta los mensajes implicados en sus datos perceptuales. Esta ta­ rea, obviamente, persigue el propósito de ayudar al analizando a corregir su código. Mientras el analizando está siempre preocupado a nivel de las señales y mensajes observables, el analista se centra en la decodificación del código inobservado e inobservable. En este sentido, el analista se vuelve el intérprete de las interpretaciones vi­ tales del analizando y es la semiótica la que nos permite sistematizar las conexiones entre estos diferentes niveles del proceso intrapsiquico y analítico. I A ESTRUCTURA DE UN SISTEMA SEMIÓTICO’ BIPOLAR

Al elaborar el modelo del funcionamiento psíquico como un “ apa­ rato” Freud definió un nuevo sistema de actividad humana, un área que llegaría a ser el objeto de una nueva disciplina y de un nue­ vo método. Cuando llegó a los 70 años, afirmó: “ Mi vida sólo ha tenido un propósito: el de inferir y llegar intuitivamente a compren­ der cómo está construido el aparato psíquico y cuáles son las fuer­ zas que operan sobre él y actúan entre si” (Jones, 1957). Freud (1900) no se limitó a definir la actividad psíquica como una actividad de un sistema; sus sugerencias permitieron la cons­ trucción de un modelo sistemático de lo que hoy se considera una “ caja translúcida” . Este modelo tiene una estructura consciente e inconsciente, interna e inobservable que explicaría las transforma­ ciones experimentadas por la información biológica y social que entra en el sistema antes de ser devuelta a su medio ambiente. De acuerdo con Freud (1895) en su “ Proyecto” , esta estructura interna del sistema psíquico se forma progresivamente en la medida en que las necesidades biológicas del niño se convierten en deseos psicoló­ gicos, los que son satisfechos o frustrados por la conducta de las personas que interactúan con él. El niño construirá su realidad psí­ quica por medio de la introyección de imágenes de los objetos satisfactores o frustrantes y por su asociación simultánea con sus sensa­ ciones respectivas de satisfacción o dolor. 1 La semiótica es una ciencia dedicada al estudio de la estructura y fun­ cionamiento de los signos. Tiene, de acuerdo con la concepción de Charles Morris (1971), lo minimo de una dimensión semántica (el significado de los signos), una dimensión sintáctica (las reglas para la combinación de los sig­ nos) y una dimensión pragmática (el uso práctico de los signos).

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M ARlA C A R M IN (ílíA R Y LR N ESTO CÉSA R l.ll-.NIK»

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Cada experiencia de satisfacción queda registrada en el sistema psíquico con un doble registro, como un resultado de la unión de la huella deseada de la memoria y del concepto cualitativo de “ placer” ; y cada experiencia de dolor es registrada por medio de la unión de la huella hostil de la memoria y el concepto cualitativo de “ displa­ cer” . Esta división binaria de las representaciones intrapsiquicas permitirá al niño orientarse en relación a la realidad externa e inten­ tar repetir las experiencias de satisfacción y evitar las de dolor. Es relativamente simple encontrar un isomorfismo, una corres­ pondencia, entre los elementos y sus relaciones en el funcionamien­ to del sistema psíquico y de un sistema de signos como las luces del tránsito. El conductor experimenta una sensación de peligro cuando la luz está roja y el tránsito está cruzando la intersección, y un sentido de no peligro cuando la luz está verde y el tránsito se ha detenido. Ca­ da experiencia de peligro permanecerá registrada en el sistema psí­ quico en una forma doble, como resultado de la asociación de una huella peligrosa de la memoria (es decir, el color rojo) y el concepto cualitativo de peligro. Cada experiencia de no peligro implica la unión de una huella de no peligro en la memoria (es decir, el color verde) con el concepto de no peligro. Este isomorfismo es aún más acentuado, si recordamos que una de las innovaciones principales introducidas por Saussure (1959) a la lingüistica, esto es, la idea de que si el conductor decodificador va a anticipar que un vehículo atravesará la intersección cada vez que aparezca la luz roja, y no hará lo mismo cada vez que aparezca la luz verde, ha tenido, previamente, que introyectar el código del tránsito. De esta interiorización resulta la formación de dos entida­ des psíquicas: la huella del color rojo (no la luz roja de un semáforo real) com o el “ significante” y el “ concepto” de peligro (no el auto­ móvil real en la intersección) como el “ significado” . Es decir, sola­ mente cuando el sujeto posee una huella intrapsiquica de “ rojo” o de “ no rojo” y del concepto intrapsiquico de “ peligro” y de “ no peligro” , podrá utilizar el código. Esto es, podrá comportarse semióticamente cuando enfrente un semáforo, dado que lo usará co­ mo un signo y no lo verá solamente como un objeto estético: la con­ ducta semiótica comprende el desciframiento del significado, el aprendizaje del sistema de normas y una actuación acorde. Luis Prieto (1966) dice que un acto sémico tiene lugar cuando un emisor transmite un mensaje a un receptor por medio de una señal después de haber codificado el mensaje como “ significado” y suseMaterial protegido por derechos de autor

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M ETA PSICO I.O CI a , SADISMO y M ASOQUISMO

ñal como “ significante” . En el ejemplo de las luces de tránsito, la autoridad de tránsito como “ emisor” transmite el mensaje de que un vehículo cruzará la intersección de una calle determinada por medio de la señal, que es la luz roja de un semáforo particular, des­ pués que el conductor ha codificado el mensaje como el significado “ peligro” y su señal como el significante “ rojo” . Para Prieto el mensaje y la señal son hechos concretos observables de la realidad externa y, en contraste, el significado y su significante son entida­ des inobservables de la realidad interna: el significante es una clase de señales y el significado es una clase de mensajes. Codificación--------- j Emisor (Autoridades de Tránsito)

Mensaje (automóvil cruzando la intersección)

Significado (Peligro)

Significante (rojo)

I I

Señal (luz roja del semáforo)

Receptor (Conductor)

5-------- Dccodificación-----------Figura 1:

Acto sémico.

De acuerdo con los términos teóricos básicos del modelo saussureano, puede decirse que un signo es una identidad psíquica forma­ da por la unión de un significado con un significante. Vemos cómo, en el ejemplo, por la unión de “ rojo” y “ peligro” o de “ no-rojo” y “ no-peligro” , una estructura semiótica es una identidad psíquica formada por la oposición y la diferencia de un signo con respecto a otro. La relación de significación, la dimensión semántica de un signo es la relación vertical entre el significante y su significado: ro­ jo significa peligro (figura 1). La relación de valor o dimensión sin­ táctica de un signo es la relación horizontal entre dos significantes o entre dos significados: “ rojo” tiene un valor porque se opone y se diferencia de “ no rojo” . La dimensión pragmática de un signo (y aquí nos referimos a Charles Morris [ 1971J para completar el mo­ delo) es la relación entre el significado y su mensaje, y el significanMaterial protegido por derechos de autor

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M ARlA CARM EN GEAR Y ERNESTO CÉSAR LIENOO

te y su señal, establecida por el emisor y el receptor del acto sémico (figura 2 ). Valor

Significación

Significante 1 (Rojo)

Significante 2 (No rojo)

Significado 1 (Peligro)

Significado 2 (No peligro)

| SIGNO 1

SIGNO 2 |

V Estructura Figura 2:

Estructura semiótica.

Finalmente, usando los conceptos desarrollados por Roland Barthes (1967), puede decirse que la “ denotación” es la relación di­ recta de significación entre un significante y su significado: rojo “ denota” peligro. La “ connotación” (Barthes, 1967) tiene lugar, en contraste; cuando un signo completo opera como un significante de un nuevo significado: “ rojo/peligro” emitido por un semáforo antiguo, instalado muy alto, podría, por ejemplo, connotar una época pasada de la ciudad. Una metasemiosis (Barthes, 1967) ocu­ rre cuando un signo completo opera como el significado de un nue­ vo significante. Por ejemplo, una placa instalada sobre el signo “ rojo/peligro” que diga “ Puede doblar a la derecha con luz roja” metacomunica una nueva instrucción (ver figura 3). LA ESTRUCTURA BINARIA DEL A PA RA TO PSÍQUICO

El modelo semiótico de origen saussureano puede ser transferido al modelo del sistema psíquico desarrollado por Freud (1895) en su “ Proyecto” porque llena casi todas las condiciones necesarias. Existe entre ambas estructuras una correspondencia casi ¡somórfica. Tanto los elementos como las relaciones se corresponden unos con otros. En efecto, podemos decir, por ejemplo, que para el niño la au­ sencia literal de la madre, cuando él está con hambre, es la señal que transmite el mensaje “ hambre insatisfecha” , porque el signifi­ cante “ ausencia” está unido intrapsíquicamente al significado Material protegido por derechos de autor

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M ETA PSICO LO G lA . SADISMO Y MASOQUISMO

Significante metasemiótico (placa) Significante connotativo (el estilo del semáforo)

Significante denotativo (rojo) Significado denotativo (peligro) Significado connotativo (¿poca pasada) Significado metasemiótico (señalización revisada de los semáforos) Figura 3:

Niveles semánticos.

"displacer” . De esta manera tenemos el valor del significante en términos de la oposición entre "m adre” y "ausencia de la madre” . En términos estrictamente freudianos, diríamos que la imagen frus­ trante es la señal I que transmite el mensaje 1 , "sensación de dolor” , porque el significante 1 "huella hostil de la memoria” ( h h m ) esta intrapsiquicamente unido con el significado 1 "displa­ cer” ; y la imagen gratificante del signo 2 , es la señal 2 que transmite el mensaje 2 , "sensación de satisfacción” , porque el significado 2 "huella deseada de la memoria” ( h d m ) está intrapsiquicamente unida al significado 2 "placer’\ La relación semántica de la significación "HHM/displacer” seria el signo psíquico 1 y la "HDM/placer” sería el signo psíquico 2. Las relaciones sintáticas de “ valor” , la “ h h m / h d m ” y “ displacer/pla­ cer” formarían la estructura psíquica (Gear y Liendo, 1975). (Ver figura 4.) Debería ser evidente que estamos desarrollando un sistema semiótico y no un modelo puramente lingüístico como lo hace Lacan (1966) en la medida en que estamos tratando tanto con signos ver­ bales como no-verbales. De esta forma aplicamos la distinción que Material protegido por derechos de autor

III

M A R IA C ARMI N «L A R Y ERNESTO C Í SAR I ILNIX»

HDM

HHM

V ' / \

displacer

placer

Signo psíquico I

Signo psíquico 2

Figura 4: Estructura psíquica.

hace Freud entre las representaciones de cosa y las representaciones de palabra. Según nuestro criterio, las representaciones de cosa es­ tán compuestas tanto de las sensaciones somáticas de los afectos como de las imágenes visuales de las acciones. En el acto pragmático psicosémico, el sistema psíquico se transmite a si mismo la informa­ ción sobre sus estados afectivos. Transmite, por ejemplo, el mensa­ je “ hambre no satisfecha” , por medio de la señal “ madre ausente” o el mensaje “ hambre satisfecha” por medio de la señal “ madre presente” , ya que puede vincular la hhm con el displacer o la hdm con el placer. Es decir, el sistema psíquico actúa tanto como un codificador-emisor que como un decodificador-receptor. Para que es­ te acto psicosémico pueda realizarse es necesario, por lo tanto, que la HHM sea construida por una clase de imágenes frustrantes; la hdm por una clase de imágenes gratificantes; el displacer por una clase de sensaciones dolorosas, y el placer por una clase de sensa­ ciones satisfactorias. El acto psicosémico de la experiencia de dolor está representado en la figura 5. Cuando el sistema psíquico se transmite a si mismo el mensaje de que está en peligro en relación con una experiencia de dolor, o en

Emisor Aparato loiquico

Sensaciones dolorosas ^

Displacer

1 1 1 1 L-

-

♦ Receptor

---------------------- ,

1 l 1 i

IIMM

Imágenes frustrantes psíquico

Figura 5:

Acto psíquico doloroso. Material protegido por derechos de autor

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MI-1APSICOI (M il A. SADISMO Y MASOQUISMO

relación con un estado afectivo doloroso, tiende a evitar o a trans­ formar la situación externa frustrante para obtener una situación externa gratificante. Pero el sistema psiquico no siempre posee los medios para cambiar la situación externa y para evitar el dolor psi­ quico: por ejemplo, el lactante necesitado de compañía no puede expresar este sentimiento o buscar a su madre ausente. Cuando esto sucede, el sistema psiquico puede optar por reconocer la frustra­ ción y por aprender de la experiencia, o (y ésta es una hipótesis freudiana central) puede optar por el uso de mecanismos intrapsíquicos como una defensa contra la aparición de representaciones intrapsiquicas dolorosas. Es decir, cuando no puede optar por transformar o evitar la situación externa frustrante, puede aún ele­ gir reconocerla para prevenirla en el futuro, o puede evitar perci­ birla o pensarla con el fin de evitar, aunque sea temporalmente, el dolor psiquico resultante. Cuando la situación frustrante es inevita­ ble, todavía es posible evitar pensar en ella. Freud (1895) desarrolla esta hipótesis en su “ Proyecto” . Cuan­ do el sistema psíquico se enfrenta con una frustración inevitable y no se encuentra en condición de manejar la situación, tiende a evi­ tarla por medio de la “ represión primaria” , en el sentido del tipo más simple de contra-catexis. Esto consiste en remplazar la repre­ sentación de displacer ligada a la HHM por la representación de la HDM, ligada al placer: de esta manera el significado displacer es remplazado por el significado placer. El sistema psiquico percibirá, por lo tanto, una imagen gratificante no existente. Dichas imágenes ocurren con la satisfacción alucinatoria de los deseos, donde el lac­ tante remplaza la imagen del pecho ausente, que le provoca displa­ cer, con la imagen del pecho presente que le provoca placer. Al desarrollar el modelo semiótico, no estamos intentando reinterpretar las etapas del desarrollo del aparato psiquico. Estamos simplemente tratando de demostrar paso a paso de qué manera funciona el aparato psiquico como un modelo semiótico, conside­ rando al mismo tiempo el trabajo de Freud. El resultado será un modelo que mostrará la organización sincrónica del aparato psíqui­ co y no su origen diacrónico. CÓDIGOS Y MECANISMOS PSIQUICOS

En “ Formulación sobre los dos principios del funcionamiento psi­ quico” (1911), “ Las pulsiones y sus destinos” (1915).y “ La nega­ ción” (1925), Freud desarrolló la oposición entre “ el yo placer" y Material protegido por derechos de autor

M ARÍA CARMCN CiLAR V ERNESTO CÉSAR I.ILNDO

IM

“ el yo realidad” , de acuerdo con los cuales el sistema psíquico no se limita a remplazar la HHM por la hdm . En efecto, el “ yo reali­ dad” empieza a aceptar una distinción adecuada entre la realidad interna y la externa y entre la realidad placentera y la displacentera. Para evitar el displacer resultante de la realidad psíquica displacen­ tera, estas distinciones son deformadas por los mecanismos de “ introyección” y “ proyección” : lo que no es placentero en la realidad interna es proyectado y confundido con la realidad externa, y lo que es placentero en la realidad externa es introyectado y confundi­ do con la realidad interna. De esta forma “ el yo placer purificado” equipara lo plancentero con lo interno y lo displacentero con lo ex­ terno. Después que el niño ha distinguido entre el yo y el no-yo, se completa la represión primaria de la hhm por su proyección en la realidad externa y por la negación de la HDM en la realidad exter­ na y su introyección en la realidad interna. Ahi existe un conjunto de cuatro mecanismos intrapsiquicos básicos, que funcionan como una bomba aspirando lo psíquicamente placentero y expeliendo lo psiquicamente displacentero (ver figura 6). Sintentizando y simplificando los mecanismos de defensa de Freud (1915), podría decirse que el sistema psíquico reprime y pro­ yecta el displacer interno, y niega e introyecta el placer externo. En el caso de un paranoico, por ejemplo, el displacer se produce si se percibe a si mismo como perseguidor y el placer se produce si

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M ETAPSK O LO G lA . SADISMO Y MASOQUISMO

se percibe a sí mismo como perseguido. Tiende a percibirse como perseguido y a decir que es perseguido, mientras que objetivamente actúa como un perseguidor de sus propios perseguidores internos, ios que han sido proyectados externamente. Objetivamente, él es un perseguidor, pero al percibirse como tal genera una HHM, por­ que ésta le produce displacer: por esta razón, reprime y proyecta esa hhm en sus representaciones psíquicas de los otros. Como el hecho de ser perseguido es la hdm que produce placer (porque al ser perseguido y víctima, es también no culpable y bueno), él niega la hdm en sus representaciones de los otros y la introyecta en sus re­ presentaciones intrapsiquicas como su propio ego. El paranoico tiende a tener una doble representación psiquicaintrapsiquica de sus propias acciones y de las acciones de los otros: una representación es inconsciente, verdadera e isomórfica con respecto al acto real y la otra es consciente, invertida, falsa y anti-isomórfica con respecto a sus acciones y las de los otros. A m pliando los isom orfism os del m odelo sem iótico de la estruc­ tura interna del sistema psíquico que hemos desarrollado, podríamos decir que en tal sistema operan tres códigos: un “ código inform ati­ v o ” que relaciona las acciones del sujeto con las de los otros; un “ código afectivo” , que relaciona los estados afectivos del sujeto con los de los otros, y un “ código identificador” que relaciona la identidad del sujeto con la de los otros.

Usando la noción de denotación, podríamos decir que en el caso del paranoico, la representación intrapsiquica de ser un perseguidor es el significado denotativo, informativo, que corresponde al acto verbal de afirmar que se es perseguido, el cual es su significante de­ notativo informativo. Extendiendo la analogía, la representación del “ acto de ser perseguido” seria una “ representación de cosa” inconsciente y la representación de decir que uno es perseguido seria una “ representación de palabra” consciente.4 Usando la no­ ción de connotación, podríamos decir que representarse a sí mismo diciendo que uno es perseguido y siendo un perseguidor, forma un signo psíquico completo y denotativo que opera como un signifl4 Freud (1915, 1917) desarrolló la diferencia entre estas dos entidades metapsicológicas, diciendo que la representación de cosa es esencialmente visual y derivada de las cosas y la representación de palabra es esencialmen­ te auditiva y derivada de las palabras. “ Tradujimos" estos conceptos a tér­ minos semióticos, mientras desarrollábamos una semiótica psicoanalítica (1975).

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MARÍA CARMEN GEAR Y ERNESTO CÉSAR LIEN DO

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cante connotativo afectivo del significante connotativo afectivo de placer; y que representarse a si mismo diciendo que uno es un perse­ guidor y siendo perseguido, opera como un significado connotativo afectivo del significado connotativo afectivo de displacer. Usando la noción de metasemiosis, se podría decir que llamarse a sí mismo perseguido/ser perseguidor/placer forma un signo psíquico conno­ tativo completo que opera como el significado metasemiótico identificativo del significante metasemiótico e identifícativo del sujeto (o ego); y que llamarse a sí mismo perseguidor/ser perseguido /dis­ placer es el otro signo psíquico connotativo que operaría como signifi­ cado metasemiótico identifícativo del significante metasemiótico identifícativo del objeto (o alter) (Gear y Liendo, 1979). (Ver figura 7.) Repitiendo, llamarse a sí mismo perseguido /ser un perseguidor/ placer/sujeto sería el signo psíquico 1 y llamarse a sí mismo perse­ guidor/ser un perseguido/displacer/objeto sería el signo psíquico 2 de una estructura psíquica binaria. Esta estructura funciona con tres códigos (informativo, afectivo e identifícativo); en tres niveles semánticos de significación (denotativo, connotativo y metase­ miótico) y con cuatro mecanismos de defensa, dos de los cuales son

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M ETAH SICO LOClA, SADISMO Y M ASOQUISMO

semánticos (represión y negación) porque se dan dentro de cada sig­ no, mientras dos son sintácticos (proyección e introyección) porque se dan entre dos signos (Gear y Liendo, 1980). PLA CER EN EL SÁDJCO Y AUTOPRESERVAC1ÓN EN EL MASOQU1STA

Como es evidente, este modelo excluye, entre otras cosas, una explicación dinámica de por qué el sujeto conflictivo debe reprimir­ se y mentirse a sí mismo. ¿Por qué percibirse como un perseguidor sería displacentero y percibirse como perseguido placentero? Se incluye el modelo topográfico de Freud y también (parcialmente) su modelo dinámico; pero se omite su modelo estructural, particular­ mente la noción del superego que desarrolló en El yo y el ello (1923). El modelo tampoco incluye la segunda teoría de los impul­ sos que Freud desarrolló en un intento de explicar la dinámica del masoquismo y la compulsión a la repetición. Ambos conceptos de su modelo surgían en los momentos en que Freud consideraba que la teoría psicoanalitica estaba en un estado crítico en relación con su poder explicativo. En Más allá del principio del placer (1920), Freud reconoció que mientras el sadismo parece estar controlado por el principio del placer, no sucede lo mismo con el masoquismo.5 Hasta ahora, hemos usado el concepto freudiano del yo-placer como un modelo para la metapsicología del sádico. De manera si­ milar se puede emplear su concepto del yo-realidad (realmente de un yo-realidad exagerado) como un modelo para la metapsicología del masoquista. En ese caso, la preocupación principal se vuelve la autopreservación hasta el punto de la exclusión del placer. Por su­ puesto, el yo-realidad bien organizado adecuaría tanto la autopre­ servación como el placer. El sádico halla placer provocando displa­ cer en los otros, pero el masoquista parece buscar compulsivamente lo opuesto, dar placer al otro por medio de su propio displacer. En 5 El psicoanálisis extiende la noción de sadomasoquismo más allá de la perversión descrita por los sexólogos (particularmente Kraft-Ebing y Havelock Ellis). El sadomasoquismo no sólo enfatiza el isomorfismo y la complementariedad entre las dos perversiones, sino que también denota un par de oposición que es tan fundamental, en la teoría psicoanalitica, como la evolución de la vida instintiva lo es para sus manifestaciones. Dicho bre­ vemente, el sadomasoquismo parece ser una forma universal y básica para tratar con la destructividad a fin de evitar la desorganización del aparato psíquico.

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M A RlA CARM EN CEAR Y ERNESTO CÉSAR 1.IENDO

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términos metapsicológicos, a nivel del afecto, el sádico parece reprimir y proyectar su h h m , que es un verdadero victimario, y nie­ ga e ¡ntroyecta su HDM, esto es, que el otro es una víctima de si mis­ mo. Pero el masoquísta hace lo contrario: reprime y proyecta que es una verdadera víctima, su h dm , y niega e introyecta su HHM, es­ to es que el otro es un victimario de él. La observación clínica nos conduce a pensar que el masoquista, mediante tal mecanismo, está cambiando displacer por seguridad; que tiene un “ ego-seguridad” [security-ego]. Desde otra perspectiva, también puede decirse que para el masoquista la HDM debe ser reprimida y proyectada aun cuando implique placer, porque implica, al mismo tiempo, insegu­ ridad; y que la HHM debe ser negada e introyectada aun cuando im­ plique displacer, porque implica seguridad. En otras palabras, el masoquista hace con respecto a la seguridad e inseguridad exacta­ mente lo mismo que el sádico con respecto al placer y el displacer: el masoquista reprime y proyecta inseguridad, mientras niega e in­ troyecta seguridad (figura 8). Más aún, el sádico y el masoquista generalmente tienden a fun­ cionar en una folie á deux narcisista (Labeque y Falret, 1877), en el cual el sádico reprime y proyecta precisamente lo que el masoquista niega e introyecta y niega e ¡ntroyecta precisamente lo que el maso­ quista reprime y proyecta. Tomemos, por ejemplo, el narcisismo d

Figura 8:

Funcionamiento del 4'ego-seguridad” del masoquista. Material protegido por derechos de autor

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M ETA PSK O LO O lA , SADISMO Y MASOQUISMO

deux formado por el paranoico y el melancólico, en el cual uno fun­ ciona como un espejo narcisista del otro y viceversa: el paranoico sádico se percibe como perseguido mientras está persiguiendo al melancólico masoquista; y este último se percibe como un perse­ guidor mientras es perseguido por el paranoico sádico. Dejando a un lado el modelo de los impulsos de vida y muerte usados por Freud (1924) para explicar el fenómeno del masoquismo, otra explicación podría ser la hipótesis (ya sugerida por el mismo Freud) de que los estados afectivos del aparato psiquico podrían ser de dos clases: uno, más allá del principio del placer y el otro el prin­ cipio del placer. Más allá del principio del placer, encontraríamos seguridad e inseguridad como las emociones básicas vinculadas a la supervivencia o a la autopreservación. Dentro del principio del pla­ cer encontraríamos placer y displacer como las emociones que pueden aparecer solamente cuando la supervivencia ya está asegu­ rada, debido a que la catexis libre ha sido ligada por el aparato psíquico y el caos del proceso primario no ligado terminó. Al aceptar, entonces, esta divisón de los afectos como una se­ gunda hipótesis, se podría afirmar que el masoquista, no teniendo control de la relación, es más débil y dependiente que el sádico y por lo tanto no puede negociar su placer: está más allá del principio del placer; es decir, está interesado en obtener seguridad y en evitar inseguridad. El sádico, al ser más fuerte e independiente que el maso­ quista, está dentro del principio del placer; es decir, está interesado en obtener placer y en evitar el displacer. Al aceptar que el sádico y el masoquista tienen intereses afectivos diferentes y complementa­ rios, el último podría obtener seguridad del sádico (de quien depen­ de) si concede su placer y absorbe el displacer del sádico. Por su parte, el sádico cree que puede obtener placer del masoquista (quien depende de él) si da a éste la seguridad para sobrevivir y ab­ sorbe su inseguridad. El masoquista es tan estoico que no le impor­ ta soportar el displacer si está seguro que sobrevivirá, y el sádico es tan seguro y epicúreo que no le importa sufrir inseguridad en la me­ dida en que esté seguro de obtener placer. Podríamos ahora argumentar que el placer o displacer y la segu­ ridad o inseguridad no son realmente nada más que dos tipos de placer a distintos niveles, en cuyo caso todo el juego narcisista del sadomasoquismo caería de nuevo dentro de los límites del principio del placer. El sádico seria alguien que se satisface a si mismo frustrando a los otros, pero que se describe y percibe como un satisfactor frustrado respecto de los otros, complementando al masoMaterial protegido por derechos de autor

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MARÍA CARM EN C.EAR Y ERNESTO CÉSAR I II NIX)

quista, quien seria alguien que se frustra a si mismo satisfaciendo a los otros, pero que dice y percibe que se satisface a si mismo frustrando a los otros. Generalmente el sádico es un victimario que se llama a si mismo victima y el masoquista es una víctima que se llama a sí mismo victimario (Gear y Liendo, 1980). De hecho, esto nos retrotrae a la primera teoría de los impulsos que distingue entre la libido y la autopreservación. La libido da ori­ gen al principio del placer, mientras que el impulso de autopreser­ vación introduce el tema de la seguridad e inseguridad en relación con la realidad o el principio de constancia. De esto se sigue que el sádico está regulado por el principio del placer del impulso sexual, y el masoquista está regulado por el principio de constancia (seguri­ dad e inseguridad) del impulso de autopreservación. Aunque am­ bos “ conservan” el régimen narcisista (el método sadomasoquista de obtener placer y preservar la sobrevivencia), el sádico quiere go­ zar explotando al otro, al mismo tiempo que el masoquista quiere sobrevivir explotando al otro. Puede decirse que el funcionamiento psíquico del sádico está regido por el principio del placer, mientras que el del masoquista por el “ principio de seguridad” (Gear y Liendo, 1980). Ambos experimentan ambivalencia inconsciente cuando representan sus funciones: debido a la explotación mutua de su re­ lación que conlleva imposición y sufrimiento, cada uno tiene senti­ mientos de hostilidad y de venganza contra el otro. En efecto esto constituye una guerra interpersonal e intrapsiquica inconsciente, y algunas veces consciente: “ homo lupus homini” , que Freud cita en El malestar en la cultura (1930). I-S I KUCTURA PSICOSl MIOTICA CONSCIENTE E INCONSCIENTE M ostraremos, ahora, cómo un análisis semiótico esclarecerá mejor el material mencionado anteriormente. Si trasponemos de nuevo el modelo semiótico bipolar sobre el cual ha sido transferida la topo­ grafía freudiana, podría decirse que la estructura psiquica del sádico es metapsicológicamente diferente de la del masoquista: los signos psíquicos del primero son opuestos y complementarios a los del se­ gundo. En efecto, el signo psiquico 1 de la estructura bipolar del sá­ dico estaría formado por la unión semántica metasemiótica deno­ tativa y connotativa de las representaciones intrapsiquicas: llamar­ se a sí mismo un satisfactor frustrado/ser un frustrador satisfecho/placer-inseguridad/sujeto. El signo psiquico 2 del sádico esta­ ría formado a su vez por la unión de las representaciones: llamarse Material protegido por derechos de autor

METAPSICOt.OCii A. SADISMO Y MASOQUISMO

a sí mismo frustrador satisfecho/ser un satisfactor frustrado /dis­ placer-seguridad/objeto. En contraste, el signo psíquico 1 de la es­ tructura bipolar del masoquista estaría formado por la unión se­ mántica de las representaciones: llamarse a sí mismo frustrador sa­ tisfecho/ser un satisfactor frustrado/seguridad-displacer/sujeto. El signo psíquico 2 del masoquista estaría formado, a la vez, por la unión de las representaciones: llamarse a sí mismo un satisfactor frustrado/ser un frustrador satisfecho/inseguridad-placer/objeto (figura 9). Ser un frustrador satisfecho en el signo psíquico 1 y ser un satisfactor frustrado en el signo psíquico 2 son las representaciones de cosa que forman la estructura psíquica inconsciente. Por otra parte, llamarse a sí mismo un satisfactor frustrado, en el signo psíquico 1 , y llamarse a sí mismo un frustrador satisfecho, en el signo psíquico 2 , son las representaciones de palabra que forman la estructura psíquica consciente-preconsciente. En determinados aspectos el narcisismo y el sadomasoquismo son sinónimos. Primero, el sádico es el “ espejo” del masoquista y viceversa. Segundo, en el mito la relación entre Narciso y la ninfa Eco (o el agua) era sadomasoquista. Tercero, si el narcisismo se in­ terpreta como egoísmo, autismo, egocentrismo, o como una nega­ ción radical de la verdadera identidad del otro, el resultado es, en cualquier caso, una conducta de maltrato al otro. Por consiguiente,

m o n o

(Sádico)

]

s io n o

2

Sujeto

Objeto

Llamarse a si mismo un satisfactor frustrado

Llamarse a si mismo un frustrador satisfecho

Ser un frustrador satisfecho

Ser un satisfactor frustrado

Placer con inseguridad S I0N 0

2 Figura 9:

Displacer con seguridad (Masoquista)-

S K iN O I

Estría tura del sádico y del masoquista.

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M ARlA CARM EN C'iEAR Y ERNF.STOCÉSAR LIENÜO

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en adelante usaremos los términos sadismo y masoquismo como los dos tipos de narcisismo. Freud en su modelo estructural (la segunda teoría del funciona­ miento del sistema psíquico formulada en 1923) introdujo explíci­ tamente la hipótesis de que la distribución de poder (Hill, 1979) en la estructura intrapsiquica es asimétrica: el superego, que sigue a la introyección posedipica de los objetos parentales, tiene más poder que el (infer)ego con respecto al tipo de satisfacción que este últi­ mo puede permitir a los deseos que se originan en el id. Eso refleja, aparentemente, el poder diferencial entre el niño y sus padres, en favor de éstos. Pero, a pesar de que esta hipótesis sea corroborada por el trabajo clínico con pacientes masoquistas, parece refutarse cuando se trabaja con sádicos; el ego de los masoquistas parece ser importante respecto a sus superegos omnipotentes, pero el ego de los sádicos parece ser omnipotente respecto a sus superegos impo­ tentes. Al tratar de establecer un correlato estructural metapsicológico de las diferencias clínicas observadas entre el sádico y el masoquis­ ta, completaremos la terminología latina de Freud, con la empleada por Talcott Parsons (1951) en su teoría de la acción. El grupo de representaciones conscientes e inconscientes, que el sujeto identifi­ ca como sus propias palabras, acciones y afectos, podría llamarse “ ego” . El grupo de representaciones conscientes e inconscientes, que el sujeto identifica como las palabras, acciones y afectos de los otros, unidas como si fueran a constituir un objeto único generali­ zado, podría llamarse “ alter” . Siguiendo a Jacques Lacan (1966) podríamos decir que alter significa todos los “ otros” unidos en un “ Otro” singular. En términos sociológicos, el alter seria el otro generalizado que ha sido internalizado por el sujeto. I A SI rt¡A C ION L D lIM C A NARCISISTA BIPOI AK

Las dos representaciones básicas de la realidad psíquica del sádico contenidas en el self, son el ego placentero como un sujeto interno narcisista que no siente pero que causa displacer y el alter displa­ centero como un objeto interno, depositario del displacer del ego. Esto estaría invertido en el caso del masoquista. Hay dos “ objetos internos” básicos en la terminología de Klein (1952), dos “ signifi­ cantes” (el falo y el no-falo) en Lacan (1966) y dos “ signos” de la es­ tructura semiológica del sistema psíquico en nuestro modelo (1975). La estructura psíquica, por consiguiente, es la estructura de las Material protegido por derechos de autor

MI-1 AI’SK OI (K ílA . SADISMO Y MASOQUISMO

relaciones objetales que debe representar una clase interna tanto de sujetos (ego) como de objetos (alter). En términos de Melanie Klein (1952), en la “ posición esquizoide-paranoide” , el sádico no enfren­ taría dos objetos parciales internos; más bien se identifica a sí mis­ mo con el objeto parcial interno idealizado y se separa del objeto parcial persecutorio proyectado. Lo inverso seria válido para el ca­ so del masoquista. Hanna Segal (1964) sostiene que a través de la ecuación simbólica el ego “es” el objeto idealizado, y el otro “ es” el objeto persecutorio. Para Klein, por lo tanto, cuando el ego está en la “ posición depresiva” corrige esta separación, creando una situa­ ción bipolar más que una binaria, desde el momento en que el ego enfrenta, ahora, un “ objeto total” que es simultáneamente “ bue­ no” y “ malo” y reconoce su propia bondad y maldad. Por otra parte (otra vez en términos kleiníanos) el ego tiende a “ binarizar” defensivamente la situación edipica triangular y a identificarse con el padre del mismo sexo: él “ es” este padre y al mismo tiempo proyecta sobre los otros externos al padre del sexo opuesto, en la situación edipica directa (y viceversa en la situación edipica opuesta). Sólo cuando el paciente ha superado simbólica­ mente el conflicto “ triangulariza” de nuevo la situación y asume el papel de un sujeto autónomo, que “ tiene” dos padres en una rela­ ción “ R” , en vez de ser uno de ellos y proyectar su representación intrapsiquica del otro en su pareja externa. SUI’hRtCíO Y SU1M.RAI Tl.K

El sádico tiende a sobrecalificarse, diciendo y percibiendo que es bueno, sensato y listo, mientras descalifica a los otros, diciendo y percibiendo que son malos, locos y/o tontos. Debe señalarse por ello que su estructura intrapsiquica está formada por un superego (er. el sentido de ego “ super” ) y un “ ¡nferalter” , es decir por un su­ jeto interno superior que satisface maniacamente los deseos de su id, dominando y descalificando a un objeto inferior interno: el sádico cree que está tratando de satisfacer altruista, sensata e inteli­ gentemente los deseos egoístas, locos y tontos de los otros a expen­ sas de su propia frustración, mientras que en realidad, se está satis­ faciendo, egoísta, loca y tontamente a expensas de la frustración altruista, sensata e inteligente de los otros. El masoquista, en contraste, tiende a descalificarse diciendo y percibiendo que es malo, loco y/o tomo, mientras que sobrecalifíca a los otros, percibiéndolos como buenos, sensatos y listos. Su es­ Material protegido por derechos de autor

MARÍA CARM EN CiEAR Y ERNESTO C É S A R I.IENÜO

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tructura intrapsíquica está formada por un “ inferego” y un “ superalter” . Esto es: hay un infersujeto interno que está frustrando melancólicamente los deseos de su id porque está dominado y des­ calificado por un superobjeto interno: el masoquista cree que está tratando de satisfacer egoísta, tonta y locamente sus propios deseos a expensas de la frustración y de los deseos de los otros altruistas, sensatos y listos, mientras, de hecho, se frustra a sí mismo altruis­ ta, sensata e inteligentemente para satisfacer los deseos egoístas, lo­ cos y tontos de los otros. Llamamos superego a lo que Freud llamó el “ ideal del yo” en su introducción al narcisismo (1914) y en El yo y el ello (1923). Numberg, quien considera la aparición del “ ideal del yo” como previa a la aparición del superego, señala junto con Freud y Lagache que es un ideal narcisista de omnipotencia. Lagache (1956) sostiene que el “ ideal del yo” , así como representa la unión maniaca del yo con el ello, también representa la identificación con un objeto omnipoten­ te idealizado, la madre. Esto explicaría la formación del sádico. La* gaché considera (y nosotros concordamos con él) que el “ ideal del yo” tiene implicaciones sadomasoquistas, porque el sujeto tiende a negar al otro para apoyarse a si mismo, lo que es una identificación con el agresor (A. Freud, 1936). En otras palabras, de acuerdo con Lagache, con el “ ideal del yo” el sujeto adquiere una omnipotencia sádica que descalifica a los otros y cuando el sujeto madura, el “ ideal del yo” sádico y omnipotente tiende a transformarse en un “ ideal del yo” , que no es ni narcisista, ni sádico/' Preferimos usar el término “ superego” en el sentido del “ ideal del yo, porque muestra más claramente la omnipotencia del sujeto y la impotencia del objeto, en contraste con el término “ superalter” que demuestra en forma más clara la omnipotencia del objeto y la impo­ tencia del sujeto. En resumen: lo que tradicionalmente se llama "ideal del yo” será llamado ahora por nosotros superego y lo que tradi­ cionalmente es llamado superego será llamado superalter. El super6 Pensamos que la estructura del narcisismo es sadomasoquista, no sólo porque el individuo narcisista usa a otros como simple espejo de sí mismo, sino que también es egoista en su autocontenimiento. Consideramos, además, que tanto los sádicos como los masoquistas son narcisistas, porque ambos se usan mutuamente como espejos: el sádico sólo percibe su propia imagen sádica en el masoquista (con el acuerdo inconsciente del último) y el masoquista sólo percibe su propia imagen masoquista en el sádico, sin que ninguno de ellos realmente reconozca al otro. Material protegido por derechos de autor

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M ETAPSICO LOGIA, SADISMO Y MASOQUISMO

alter no es un yo superior sino algo que está por “ encima del ego” , como, por ejemplo, W.R. Bion (1965) lo sugirió al utilizar la noción del superego. Además, el superego, en su versión tradicio­ nal, es el resultado de la introyección posedípica de los padres del sujeto o de sus sustitutos, es decir, la introyección de las imágenes de otros poderosos y no de un sujeto poderoso. Por consiguiente, es un superalter intrapsiquico y no un superego intrapsiquico. A pesar de su simplicidad (y posiblemente como resultado de ella) esta concepción plantea nuevos interrogantes: por ejemplo, si el sádico se identifica con el agresor, ¿tiene un superego en el sentido tradicional, o un superalter en esta nueva nomenclatura? Si el ma­ soquista se identifica con el agredido, ¿tiene un ideal del yo en el sentido tradicional, o un superego en esta nueva nomenclatura? La estructura intrapsiquica no se invierte si el sádico interactúa con alguien más sádico que él, quien será introyectado como un “ supersuperalter” , o si el masoquista interactúa con alguien más maso­ quista que él, quien será introyectado como un “ infer-inferalter” . Será conveniente hablar de la “ posición sádica” , es decir, superego para él mismo y superalter para los otros, y de “ posición masoquis­ ta” , o sea, inferego para él mismo e inferalter para los otros. Podría sugerirse que, dentro del modelo semiótico bipolar del aparato psíquico que estamos desarrollando, esta redefinición de la noción del superego podría traducirse como una modificación a ni­ vel metasemiótico para uso del código identificante. En efecto, en vez de limitarse a sí mismo a identificar neutral­ mente como ego al grupo de representaciones que el sujeto tiene de sus propias palabras, acciones y afectos e identificar como alter al grupo de representaciones que el sujeto tiene de las palabras, accio­ nes y afectos de los otros, el sujeto tendería a identificar y a califi­ car simultáneamente estas representaciones. El sádico realizaría una identificación metasemiótica sobrecalificada de si mismo como un superego y una identificación metasemiótica simultánea y descalificada de los otros como inferalter. El masoquista se identificaría metasemióticamente a si mismo exacta­ mente de manera inversa. La sobrecalificación implicaría ser altruista, sensato y listo y la descalificación ser egoísta, loco y tonto. Como resultado, el signo psiquico 1 de la estructura psíquica del sádico no estaría formado por las representaciones intrapsiquicas de llamarse a sí mismo saíisfactor frustrado/ser un frustrador satis­ fecho/placer-inseguridad/superego. Su signo psíquico 2 sería llamarse a sí mismo frustrador satisfecho/ser un satisfactor frustrado/dis­ Material protegido por derechos de autor

M ARÍA CARMEN CEAR Y ERNESTO CÉSAR L1ENDO

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placer-seguridadZinferalter. Por su parte, la estructura psíquica del masoquista sería reflejada en forma inversa. El signo psíquico 1 estaría constituido por: llamarse a sí mismo frustrador satisfecho/ ser un satisfactor frustrado/seguridad-displacer/inferego. El signo psíquico 2 sería llamarse a sí mismo satisfactor frustrado/ser un frustrador satisfecho/inseguridad-placer /superalter (figura 1 0 ). EL ANÁLISIS ESTRUCTURAL BIPOLAR DE LAS ASOCIACIONES LIBRES

Trataremos ahora de mostrar cómo las autoidentificaciones con­ cretas (e introyecciones objetales) y las conductas del sádico y del masoquista pueden ser semántica y lingüísticamente comprendidas de manera bipolar, y cómo su análisis semiótico puede orientar las intervenciones clínicas. Estamos usando ahora a la semiótica como un instrumento y como un modelo para el psicoanálisis. El análisis estructural de los mitos y rituales de Lévi-Strauss nos lleva a la construcción del “ psicotomograma” (Gear y Liendo, 1978), un instrumento psicoanalítico nuevo para la sistematización de la estructura estática, sincrónica, paradigmática del discurso (mito) y de las acciones (ritual) del analizando. Dicho brevemente, para aplicar el análisis estructural a una cadena concreta de asociaciones, la fragmentamos en episodios; comparamos éstos para obtener su estructura manifiesta y luego in­ vertimos dicha estructura para obtener su estructura latente. sig n o

1 ------------------- (Sádico)------------------- *>

sig n o

2

Superego (superalter)

Llamarse a si mismo un satisfactor frustrado Ser un frustrador satisfecho

Placer con inseguridad sig n o

2 * ----------------(Masoquista)----------------Figura 10:

sig n o

1

Estructura psíquica narcisista.

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M ETA PStCO LO G lA . SADISM O Y M ASOQUISMO

Apliquemos el análisis estructural bipolar al material de un anali­ zando sádico. Pedro es un analizando de 17 años enviado a trata­ miento por sus padres porque había desertado de la escuela y fraca­ sado en obtener un trabajo y en mantener estable cualquier relación interpersonal. Culpa a sus padres, maestros y amigos (potenciales) de ser crueles y rechazar a la gente. Pedro sería un “ caso fronteri­ zo’\ esto es, un paciente sádico, de acuerdo con la clasificación psicopatológica que propusimos recientemente.* Después de haber faltado a dos de sus sesiones previamente establecidas, sin enviar ningún tipo de aviso y luego de consultar a otro analista durante esos días, llegó tarde y muy enojado a su sesión: Analizando: “ Estoy muy enojado. Esta gente del Club de Boy Scouts son realmente espantosos. . . traidores. . . están locos. . . Ayer fui a la junta semanal y me di cuenta que ya habían ocupado mi puesto ahí. . . Me excluyeron simplemente porque no aparecí en algunas juntas anteriores y porque me peleé con algunos de ellos.. . Se enojaron muchísimo conmigo sin ninguna justificación. . . Me remplazaron con otro tipo. Pero me voy a tomar alguna vengan­ za. . . les voy a mandar una carta anónima denunciando todas sus maniobras sucias y tramposas. . . Porque yo, a mi manera, cumplí honrosamente con mis obligaciones para con ellos” . Analista: “ A lo mejor tú tienes miedo que yo haga lo mismo contigo; que te remplace con otro paciente. Como no vienes a tus sesiones o llegas tarde. . Analizando (interrumpiendo): “ ¡Por supuesto que tengo miedo de eso! ¡Porque ustedes los psicoanalistas son todos iguales! Eso fue exactamente lo que me pasó con una terapeuta anterior: en una forma injustificada, sólo porque no fui a algunas sesiones, llegué tarde o peleaba y gritaba, ella me remplazó. . . Una vez, después de no haber asistido a algunas sesiones, llegué y me di cuenta que mi hora había sido ocupada. . . Fue terrible. . . Me sentí extrema­ damente herido. . . Le escribí una carta muy desagradable, culpán­ dola. . . Se supone que los psicoanalistas tienen que ayudar a sus pacientes y no abandonarlos en una forma tan irresponsable. . . ¡Particularmente si los pacientes están haciendo lo mejor que pueden para ayudar!” Analista: “ Pero si observas tu conducta conmigo, con el Club de los Boy Scouts y con tu terapeuta anterior, no se puede decir que tú * Los autores se refieren a su reciente libro Working, ihrough narcissism, Nuexa York. 1982.

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eras responsable con la gente que hacia lo que podía para ayudarte. . .** Analizando (interrumpiendo): “ Eso es muy gracioso. . . Usted le quita importancia al hecho de que yo soy el paciente que sufre y viene aqui para ser curado, no abandonado, solamente porque está enfermo. . . Ustedes son los ineptos e irresponsables. . . Estaba justamente recordando que anteayer fui a consultar a otro psico­ analista. . . estaba tan seguro que usted me rechazaría. . . y yo soy tan sensible. . . nosotros, las victimas de la sociedad, somos quie­ nes sufrimos las consecuencias. . . pero también nosotros podemos vengarnos. . . no podemos estar dando todo el tiempo sin recibir nada en cambio. . .** Analista: “ Es decir, de hecho, tú me remplazas: mi posición fue ocupada por otro analista. . Analizando (riéndose): “ Prevenir es mejor que curar. . . y ¡qué quiere! No puedo estar expuesto a su comportamiento irrespon­ sable sin ninguna protección. . . Usted puede abandonarme en cualquier momento y remplazarme con otro paciente más sumiso que yo. . Con el objeto de obtener los datos necesarios para el material bruto a fin de construir el psicotomograma de Pedro, usamos un cuadro estructural de doble entrada. Una de sus entradas está for­ mada por el analizando (como “ ego” ) y la otra está constituida por los otros (el analista incluido). La dirección de la relación (“ R") entre ellos está también indicada. La otra entrada está formada por las acciones, calificaciones y estados afectivos reconocibles en cada episodio en que se fragmentó la cadena asociativa. Tendremos, en consecuencia, una “ lista del ego“ , de las calificaciones, acciones y estados afectivos que el analizando se atribuye a si mismo; una “ lis­ ta del alter” de las calificaciones, acciones y estados afectivos que el analizando atribuye a sus interactores, y una “ lista R“ de la di­ rección de las interacciones entre el analizando y sus otros. Una vez que tenemos las constelaciones de acciones de cada episodio, podemos hacer una síntesis de ellos, obteniendo la estructura manifiesta del discurso del analizando. Finalmente, in­ viniendo la dirección de las acciones podemos obtener la estructura latente del discurso del analizando, tanto como la estructura de sus acciones. El ejemplo de Pedro es útil porque su cadena asociativa puede ser fragmentada en 4 unidades narrativas o 4 episodios correspon­ dientes, de modo aproximado, a cada una de sus cuatro interven­ Material protegido por derechos de autor

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M tT APSK OLCXiiA. SADISMO Y MASOQUISMO

ciones; más aún, cada intervención tiene una extensión diferente, aun cuando transmite el mismo mensaje. En efecto, después de realizar la segmentación sintagmática, quedan 4 unidades narrativas. El ego manifiesto de Pedro está for­ mado por la descripción redundante del propio Pedro como siendo servicial, excluido, remplazado, enojado y vengativo con los otros, que son egoístas, excluyentes, remplazantes, que lo enojan y lo vuelven vengativo. Lo maltratan en una forma injusta e irresponsa­ ble. El ego latente de Pedro está formado por la inversión de la dirección de las acciones y calificaciones de su discurso manifiesto: Pedro parece, clínicamente, ser egoista, injusto, irresponsable, ex­ cluyeme y remplazante, enojando y volviendo vengativos a los otros; éstos (incluido el analista) parecen ser serviciales, excluidos, remplazados, enojados y vengativos. Sus álteres manifiestos y la­ tentes parecen tener, exactamente, las estructuras opuestas a aque­ llas que se reflejan en sus egos manifiestos y latentes. Por supuesto, esta “ deducción” de la estructura latente del mito del analizando puede ser confirmada por la observación de su dis­ curso, movimientos, gestos y acciones contextúales asi como por los sentimientos contratransferenciales del analista. En este caso particular, el analista experimentaba un sentimiento manifiesto de culpa pero, en el fondo, un sentimiento latente de enojo y vengan­ za: de hecho había estado pensando (antes de la sesión descrita) en remplazar este analizando difícil y molesto con otro más cooperati­ vo y analizable. Haciendo el psicotomograma, uno debe recordar que las carac­ terísticas de los otros son como un espejo con respecto a las del ana­ lizando y viceversa. Si el analizando se está describiendo como un buen satisfactor frustrado por otros, como en el caso de Pedro, se puede deducir que él considera a los otros como malos frustradores satisfechos. Consecuentemente, sería suficiente obtener sólo una lista: una vez que uno conoce las acciones, calificaciones y estados afectivos conscientemente atribuidos por el analizando a sí mismo o a los otros, uno puede deducir (por inversión) las acciones, califi­ caciones y estados afectivos atribuidos inconscientemente por él a los otros, al igual que las acciones, calificaciones y estados afecti­ vos atribuidos a sí mismo! Comparar las estructuras de las diferentes anécdotas de la cade­ na asociativa es como comparar diferentes rayos X psíquicos hasta que la relación estructural “ ego r alter” se vueive evidente a través de la redundancia. Podría decirse que una vez obtenida la cstructuMaterial protegido por derechos de autor

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ra manifiesta del discurso, será suficiente multiplicarla por — 1 pa­ ra obtener una estructura latente. El psicotomograma de Pedro sería el siguiente (figura 11): Análisis paradigmático “ e^o”

unidad

“ R”

"a lte r”

1. Servicial 2. Excluido 3. Remplazado 4. Enojado 5. Vengativo

-I. -2. -3. -4. -5.

Egoísta Excluyeme Inconstante Enojante Provocador de venganzas

1. 2. 3. 4. 5.

-I. -2. -3 . -4. -5 .

Egoísta Excluyeme Inconstante Enojante Provocador de

narrativa

Tercera unidad narrativa

Estructura manifiesta del discurso

Estructura latente del discurso

Servicia) Excluido Remplazado Enojado Vengativo

-I. -2 . -3 . -4 . -3 .

Egoísta Excluyeme Inconstante Enojante Provocador de venganzas

Figura 11:

1. 2. 3. 4. 3.

Servicial Excluido Remplazado Enojado Vengativo

Psicotomograma de Pedro.

M ctapsicológicam cnte hablando, puede decirse que la HHM de Pedro está formada por las representaciones de sus acciones —de ser egoista, excluyente, inconstante, provocativo y de incitar a otros a vengarse, lo que lleva a la representación de displacer en él. Es por eso que él reprime y proyecta su HHM en su representación de los otros, mientras niega e introyecta dentro de su propia representa­ ción la HDM —de ser servicial, excluido, remplazado, enojado y vengativo. Al mismo tiempo se idealiza a sí mismo como un “ superego” y denigra y culpa a los otros como “ inferalter” . Las intervenciones del analista están dirigidas a clarificar, entre otras cosas, la estructura narrativa sadomasoquista bipolar del dis-

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M tT A P S K O I.O U ÍA . SADISMO Y M ASOQUISMO

curso, acciones y estados afectivos de Pedro, así como sus representa­ ciones invertidas y mecanismos invirtientes. Al mostrar la estructu­ ra real de las señales de Pedro (discurso y acciones), el analista in­ vierte la estructura de los significantes de Pedro (discurso y repre­ sentaciones de las acciones), la que a su vez invierte la estructura de los significados de Pedro (representaciones de afecto), la que, final­ mente, invierte los mensajes de Pedro (estados afectivos). Trataremos ahora de analizar de manera bipolar cierto material de una analizante masoquista. Éste es el caso de Jennifer, quien ya había pagado a su analista 21 sesiones y sólo había asistido a 19. Entró en análisis porque se sentía deprimida y sufría un inmenso sentimiento de culpa con respecto a su madre, quien se comportaba sádicamente hacia ella y le reprochaba constantemente ser una hija egoísta y descuidada: Analizando: Me sentí realmente mala ayer. Ahí estaba un pobre hombre trabajando en el estacionamiento. Es un hombre muy en­ fermo. Tiene que trabajar muy duro para sus clientes si desea sobrevivir y aún hace el sacrificio de atenderme de tan buena mane­ ra. Me da más de lo que merezco. Le tendré que decir que no haga ningún otro sacrificio por mí; pero no sé si cambiará su actitud por­ que él teme que, si la cambia, perderá su empleo. Analista: ¿No piensa que algo similar podría estar sucediendo aquí: que me está dando más de lo que merezco? Analizando: ¿Cómo es eso? Analista: Bien, usted ya me pagó veintiún sesiones, cuando real­ mente sólo tuvimos diecinueve. Analizando: ¿De veras? Bien, esto está pasando porque no he cuidado bien el tratamiento. No estoy haciendo lo suficiente. Analista (bromeando): Justamente como ese hombre viejo, sobre el que usted estaba hablando: es muy difícil para usted cam­ biar la actitud de sacrificarse y culparse a si misma. Analizando: El problema es que no estoy trabajando intensa­ mente en mi tratamiento. Analista: El problema parece ser que usted siente que si deja de culparse y sacrificarse “ perderá su empleo” . Es decir, que yo me enojaré mucho con usted y tal vez interrumpa el tratamiento. El material indica que el ego manifiesto de Jennifer está forma­ do por la descripción redundante de sí misma, como siendo perezo­ sa, egoísta, descuidada y mimada, mientras que su ego latente se obtiene por la inversión de la dirección de las acciones y calificacio­ nes mencionadas: Jennifer parece, clínicamente, ser amable, gene­ Material protegido por derechos de autor

MARI A C'ARMkN (¡PA R V l RNI S tO C Í-S A R I I tN IX )

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rosa, cuidadosa y m imadora. Sus álteres m anifiestos y latentes parecen tener las estructuras exactam ente opuestas, reflejando aquellas estructuras de sus egos m anifiestos y latentes. En el caso de Jennifer, su h h m está formada por las representa­ ciones de sus acciones — de ser perezosa, egoísta, descuidada y mi­ m ada— lo que provoca la representación de displacer en ella. Es por eso que niega e introyecta su h h m en su representación de los otros, mientras que reprime y proyecta su h d m — de ser buena, ge­ nerosa, cariñosa— en la representación de los otros. Al m ism o tiem po, se denigra y se culpa com o un “ inferego” e idealiza a los otros com o “ superálteres” . El material indica que Jennifer hace es­ to con el fin de no “ perder su em pleo” : es decir, de no ser abando­ nada por los otros y particularmente por el analista. REFERENCIAS

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M I t A fS K O I (X ií A. SADISMO V MASOQUISMO

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ANÁLISIS ESTRUCTURAL DEL MATERIAL PSICOANALÍTICO* MARÍA CARMEN GEAR Y ERNESTO CÉSAR LIENDO

En un trabajo previo empleamos la semiótica para construir un mo­ delo metapsicológico (Gear y Liendo, 1975). Aqui trataremos de emplearla como un instrumento para refinar los métodos de ob­ servación y sistematización del material psicoanalítico en el en­ cuadre clínico. El contenido de las asociaciones libres puede ser considerado como un tipo particular de narrativa; el analizando siempre cuenta su propia historia directamente o a través de la historia de otros. Recurriremos a los métodos del análisis estructural del relato para analizar el material de las asociaciones libres. Nuestro objetivo es tratar de ayudar al analista a encontrar no sólo la estructura cons­ ciente, superficial y manifiesta del discurso del analizando, sino también la estructura inconsciente, profunda, latente, lo más rápi­ do y rigurosamente posible, respetando siempre la estructura narra­ tiva del “ contenido manifiesto como si fuese un texto sagrado” (Freud, 1914). Ya que los psicoanalistas estamos siempre analizando relatos, es oportuno que aprendamos a hacerlo de manera sistemática. Natu­ ralmente, también debemos ser capaces de analizar el estilo y el contenido a través de los cuales el analizando, com o un narrador, nos cuenta su propia historia. LOS DIFERENTES TIPOS DE DISCURSO ANALÍTICO

El discurso del analista y su analizando dentro del encuadre psicoanalitico puede ser clasificado operacionalmente en seis categorías; asociativo, defensivo, elaborativo, consultivo, referido al encuadre y convencional. El “ discurso” será definido, de manera restringida * Traducción de Marta E. Tcobaldo. 1

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como discurso asociativo cardinal, defensivo o consultivo (tanto descriptivo como calificativo). El discurso asociativo está formado por las asociaciones libres del analizando: éste habla sólo con el ob­ jetivo de permitir al analista que interprete sus asociaciones. Aun cuando se refiera a sucesos o hechos externos, no está particular­ mente interesado en ellos: está interesado en su propia producción verbal. Si habla acerca de las relaciones conflictivas con sus padres, no está pidiendo una prescripción acerca de qué hacer con ellos; só­ lo quiere saber por qué está hablando acerca de ellos en ese preciso momento. Conoce que el objeto del análisis es su propio discurso y no las relaciones concretas que mantiene con sus padres. El discurso defensivo está constituido por las asociaciones libres producidas por el analizando con el aparente propósito de colabo­ rar con el analista, pero con el propósito oculto, inconsciente, de provocar en el analista una reacción similar a la de sus otros signifi­ cativos primarios. El objetivo es inducir en el analista un contraacting-out que reforzará en el analizando la vieja pauta de com pul­

sión a la repetición. El discurso elaborativo consta de reflexiones penetrantes, que implican insights del analizando tras las intervenciones terapéuticas del analista. En términos generales podemos decir que el analizan­ do reconoce que está repitiendo su pauta compulsiva en la transfe­ rencia, o en otras situaciones; evoca, entonces, algunos recuerdos de sus primeros años infantiles, o un sueño previo que confirma los señalamientos del analista; o bien acepta parcialmente una in­ terpretación, corrigiendo otros aspectos de la misma, etc. El discurso consultivo comprende los comentarios del analizan­ do sobre ciertas relaciones específicas con objetos externos signifi­ cantes. En este caso, el discurso del analizando no está destinado a analizar sus propios comentarios u observaciones sino a buscar prescripciones y proscripciones aplicables a esas relaciones especi­ ficas. En términos generales, el discurso consultivo emerge cuando el analizando atraviesa una situación de crisis (como un intento de suicidio, por ejemplo). Técnicamente, puede decirse que cuando el analizando habla acerca de otros está usando a esos otros para con­ tener su propia proyección o para desplazar la relación transfe­ rencia!. Sin embargo, a veces necesita cierta información especifi­ ca, no sobre qué debe hacer, sino sobre cómo su propia psicopatología está originando, reforzando o perpetuando una crisis con los otros. En este caso, el analista es utilizado principalmente como un Material protegido por derechos de autor

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consultor o un “ supervisor” , como si el analizando fuese su “ su­ pervisado” y como si el otro conflictuante fuese el “ analizando del analizando” . Es realmente importante para el analista distinguir aquella situa­ ción en que el analizando asocia de aquella en que consulta. Si está consultando y el analista responde, por ejemplo, con una interpre­ tación transferencial, el analizando reinterpretará lo dicho por el analista como un consejo indirecto acerca de lo que debe hacer. Pensamos que en psicoterapia psicoanalitica el paciente produce, en su mayor parte, discursos consultivos y que el terapeuta trabaja, fundamentalmente, como un supervisor analítico: hay una impre­ sionante similitud entre la psicoterapia psicoanalitica y la super­ visión psicoanalitica. El discurso referido ai encuadre comprende preguntas o consul­ tas del analizando acerca del significado de los procedimientos del encuadre analítico, preguntas referidas al tiempo, honorarios, cam­ bio o remplazo de sesiones, etc. Nuevamente podemos decir que cuando el analizando está hablando sobre el encuadre, también está hablando sobre si mismo o sobre la relación transferencial; pero, en todo caso, está demandando una información concreta que merece, por lo menos, una respuesta concreta y tal vez una interpretación. Finalmente, el discurso convencional, como su propia denomi­ nación lo indica, es aquel que tiene lugar cuando el analizando y el analista hablan en un nivel convencional sobre sucesos reales inespera­ dos, rompiendo asi el encuadre analítico: por ejemplo si la luz se in­ terrumpe o si ambos se encuentran casualmente en el elevador, etc. En el presente trabajo nos vamos a circunscribir al análisis estructural y sintáctico del discurso asociativo, defensivo y consul­ tivo. Y en beneficio de la brevedad usaremos sólo el término “ dis­ curso asociativo” . Nos concentraremos, pues, específicamente, en el discurso asociativo dentro del encuadre psicoanalítico. El discur­ so asociativo puede, a la vez, clasificarse en dos categorías: a] dis­ curso cardinal, que consiste en un argumento con personajes y con una secuencia, y bj discurso “neutral” , sin argumento propio, pe­ ro que adquiere sentido en relación con el discurso cardinal. Analizaremos el discurso asociativo cardinal del analizando, que puede, a la vez, ser clasificado: 1 ] como discurso descriptivo de accio­ nes y afectos, y 2 ] como discurso calificador de acciones y afectos. Técnicamente, el analista operará de manera diferencial según las distintas categorías de discurso del analizando. En efecto, empleará un “ discurso descriptivo” o un “ discurso interpretativo” Material protegido por derechos de autor

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cuando el discurso del analizando sea asociativo, defensivo o elaborativo. Hará uso de un “ discurso supervisante” (más un discurso interpretativo) cuando esté trabajando con un discurso consultivo. Utilizará un “ discurso informativo” (más un discurso interpretati­ vo) cuando el discurso del analizando esté referido al encuadre, y empleará un “ discurso convencional neutral” para responder al discurso convencional del analizando. Para hacer un análisis sintáctico del discurso cardinal, debemos segmentar el flujo narrativo, fragmentándolo en unidades narrati­ vas separadas. Esta segmentación del discurso constituye, como es sabido, un complicado problema metodológico y técnico. El análisis estructural del relato, iniciado por Viktor Shklovsky y Vladimir Propp y desarrollado por A.J. Greimas y otros, junto con el análisis estructural de los mitos, desarrollado por Román Jakobson, Claude Lévi-Strauss y Roland Barthes, pro­ porciona instrumentos analíticos refinados y rigurosos, útiles para segmentar y obtener la estructura superficial y profunda de las uni­ dades narrativas. ANÁLISIS ESTRUCTURAL DE LOS MITOS

En el análisis estructural del relato y de los mitos existen cuatro conceptos que son utilizados como instrumentos básicos (Leach, 1976). Al estudiar un proceso semiótico, la “ metonimia” implica un tipo de contigüidad entre el simbolo y lo que éste simboliza: “ copa” remplaza a “ vino” cuando uno dice “ sírvame solamente una copa” . “ Metáfora” implica un tipo de similaridad: “ sombri­ lla” puede ser el símbolo de “ pene” porque tiene una forma similar. “ Asociaciones paradigmáticas” implica asociaciones simultáneas, como las letras que componen un alfabeto, o diferentes instrumentos que producen sonidos simultáneos pero que se oyen en combina­ ción; “ paradigma” es, pues, como “ armonía” . “ Cadenas sintag­ máticas” implica secuencia, como las letras que constituyen una palabra o una frase, o como una nota musical que sigue a otra para conformar, finalmente, una melodía: “ sintagma” es, entonces, co­ mo “ melodía” . Román Jakobson (1956), quien destacó por primera vez la im­ portancia de la polaridad metáfora/metonimia, aclaró desde el co­ mienzo que en las formas observables concretas del discurso (tanto verbal como no verbal) los dos modos están siempre mezclados, aunque uno puede predominar. El prototipo de un sistema general Material protegido por derechos de autor

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portador de mensajes no es de tipo lineal sino que se asemeja más bien a la actuación de una orquesta, en que la armonía y la melodía actúan en combinación. Esta idea de Jakobson, desarrollada poste­ riormente por Lévi-Strauss (1963), dio origen a su célebre técnica de interpretación de los mitos. El punto crucial es no sólo que la metáfora y la metonimia, las asociaciones paradigmáticas y las cadenas sintagmáticas están combinadas, sino que el “ significado” dépende de las transformaciones de un modo a otro y de éste otra vez al primero, esto es, de la metonimia a la metáfora y viceversa (Leach, 1976). Lévi-Strauss (1955) descompone primero la cadena sintagmática o el flujo del mito completo, en una secuencia de episodios y luego toma a cada episodio como una transformación metafórica parcial de otro. Esto implica que el relato en su conjunto puede ser pensado como un palimpsesto de transformaciones metafóricas sobreimpuestas (pero incompletas). De ello se sigue que quien pretende decodificar el mensaje implícito en la totalidad del mito (como algo distin­ to de los mensajes superficiales que se presentan en las historias a través de episodios individuales) debe buscar un patrón de estructu­ ra común al conjunto total de metáforas. La interpretación final consiste en leer este patrón derivado como si fuera una cadena sin­ tagmática. El procedimiento implica una doble conmutación: del modo metonímico al metafórico y nuevamente del metafórico al metonímico (Leach, 1976). Lévi-Strauss representó este proceso mediante una fórmula matemática. Puede ser también representado mediante el siguiente esquema: aj Comenzamos con un relato mítico lineal en su forma, en el que una cosa sucede después de otra. Los hechos ocurren secuenc ia lm e n t e , es decir, forman una cadena sintagmática; están ligados por metonimia. b] El analista advierte que la historia en su conjunto puede ser fragmentada en los episodios A, B y C. La historia mítica como se registró comprende: Episodio A, Episodio B y Episodio C. c] Cada uno de los episodios es tomado como una transforma­ ción parcial de cada uno de los otros. Entonces, reordenamos el diagrama para sugerir que cada uno de los subargumentos se refiere a sucesos simultáneos y se suman para constituir un resultado. Téc­ nicamente hablando, por medio del primero de estos pasos, la “ ca­ dena sintagmática” original se transforma en una “ asociación paradigmática” (la metonimia se convierte en una metáfora). Material protegido por derechos de autor

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ANAl ISISl-SIRtKT U KAl 1)1-1 MAII-.KIAI. I*SK«AN ALITICO

Episodio A B C resultado sumario obtenido por “ adición’*. Comparado con los detalles en los episodios originales, los ele­ mentos del relato en el resultado sumario “ aditivo” son abstractos. Es una secuencia estructural que puede ser representada mejor co­ mo una ecuación algebraica de la que cada uno de los tres episodios originales era una manifestación imperfecta (Leach, 1976). Este proceso sumatorio permite la conversión de la “ asociación paradig­ mática” en una “ cadena sintagmática” ; la metáfora se transforma en metonimia (Leach, 1976). El principio básico implicado es común a todas las expresiones verbales y a todas las actividades rituales: el fin está implícito en el comienzo y viceversa. Cuando interpretamos un mensaje estamos siempre ejecutando una proeza comparable a la de traducir de una lengua a otra. Estamos como trasponiendo la música de una clave a otra (Leach, 1976). Pero Lévi-Strauss (1963) sostiene, también, que entre el mito como actividad verbal y su ritual como actividad fáctica, no hay re­ lación de homología o repetición, como lo suponía la antropología clásica; una relación simétrica e inversa es más usual: el mito expo­ ne un sistema ritual opuesto. La organización del rito es exacta­ mente contraria a la del mito. Rito y mito son estructuras antitéti­ cas que tienen la apariencia de respuestas, remedios, excusas e incluso remordimientos. ANÁLISIS ESTRUCTURAL DE LOS CUENTOS DE HADAS

El análisis estructural del relato comenzó con el formalismo ruso durante la década de los 20. Todorov señala que el formalismo pri­ mitivo se erigió sobre las bases del simbolismo y de la preocupación simbolista por la forma como un instrumento comunicativo visible, autónomo, autoexpresivo, capaz de ser un medio extraverbal, rít­ mico, asociativo y connotativo apto para “ extender” el lenguaje más allá de los alcances cotidianos del significado. De ello se derivó un enfoque morfológico hacia la literatura, así como intentos para desfamiliarizar todo aquello con lo que estamos abiertamente fa­ miliarizados, para alterar los acervos de respuestas disponibles y restructurar nuestra percepción usual de la “ realidad” (Hawkes, 1977). Material protegido por derechos de autor

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Viktor Shklovsky (1923) distingue cuidadosamente entre el “ ar­ gumento” y el “ relato” de una novela. El “ relato” es simplemente la sucesión básica de hechos, el material bruto con el que se enfren­ ta el escritor. El “ argumento” representa la forma distintiva a través de la cual el relato se hace extraño, creativamente deformado y desfami­ liarizado. De este modo el “ argumento” puede ser considerado un elemento orgánico de la forma en la novela, asi como la rima y el ritmo lo son en la lírica; cumple, así, un papel de formación decisivo. Ahora bien, el analista puede por ejemplo “ desfamiliarizar” el contenido manifiesto de las asociaciones del analizando sólo si con­ sidera primero el sentido familiar y convencional del contenido (Hawkes, 1977). Las implicaciones totales fueron, tal vez, mejor manejadas en el trabajo de V.I. Propp, Morphology o f the folktale (1928). La pre­ ocupación de Propp, en realidad, está estrictamente relacionada con las “ normas” mediante las cuales las estructuras narrativas operan y con las distintas unidades del “ contenido” con las cuales parecen tener relación. Su intento de formular una taxonomía de esas normas mantiene un considerable valor estructural hasta el presente, ya que, como el mito, el cuento de hadas se sitúa como un importante prototipo en toda narrativa (Hawkes, 1977). En el análisis de Propp, el cuento de hadas como tal es conside­ rado principalmente como encarnando una estructuración sintag­ mática, “ horizontal” , en lugar de la estructuración asociativa “ vertical” representada en la lírica. En resumen, el análisis de Propp refuerza la concepción de que el modo de la narrativa es fun­ damentalmente sintagmático. Pero el principal avance representa­ do por su trabajo deriva de su insistencia en que el elem ento más importante y unificador, en el cuento de hadas, no se encuentra en los “ personajes” que aparecen en la historia sino en la función que estos personajes cumplen: es decir, la parte que representan o des­ empeñan en el argumento (Hawkes, 1977). Una “ función” es entendida como “ un acto del personaje defi­ nido desde el punto de vista de su significación para el curso de la acción” . Para Propp, el cuento de hadas “ a menudo atribuye ac­ ciones idénticas a varios personajes” . Esto hace posible un análisis de los cuentos de acuerdo con las diversas funciones de sus dramatispersonae e indica que, de hecho, a pesar de la profusión superfi­ cial de detalles, el número de funciones es extremadamente pe­ Material protegido por derechos de autor

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queño, mientras que el número de personajes es extremadamente grande. Por lo tanto, el fenóm eno de la duplicidad, que LéviStrauss advierte en la estructura de los m itos, tiene su lugar también en el cuento de hadas: Hawkes sostiene que “ la doble cualidad de un cuento consiste en su asom brosa m ultiform idad, pintoresquis­ m o y color, y en su no m enos sorprendente uniform idad, su repeti­ ción ” (H awkes, 1977).

El análisis de estos elementos (de uniformidad y repetición) lleva a Propp a la conclusión de que todos los cuentos de hadas son estructuralmente homogéneos y conllevan los siguientes principios básicos: 1. Las funciones de los personajes sirven como elementos es­ tables, constantes en un cuento, independientemente de cómo y por quién son cumplidos. 2. El número de funciones conocidas asociadas al cuento de ha­ das es limitado: Propp sostiene que sólo existen 31 funciones. 3. La secuencia de las funciones es siempre idéntica. 4. Todos los cuentos de hadas son de un solo tipo, con respecto a su estructura. Las 31 funciones que Propp encuentra están distribuidas entre siete "esferas de acción” correspondientes a sus “ respectivos acto­ res” . 1. el malvado (villano); 2. el donante; 3. el ayudante; 4. la princesa (como una persona buscada) y su padre; 5. el mandatario; 6 . el héroe; 7. el falso héroe (Hawkes, 1977). El número de esferas de acción que se desarrollan en un cuento de hadas es finito: tratamos con estructuras discernibles y repetidas con una secuencia idéntica de funciones (Hawkes, 1977). El trabajo de A.J. Greimas (1966) intenta descubrir la estructura narrativa en términos de un modelo lingüistico establecido deriva­ do de la idea de Ferdinand de Saussure (1966) acerca de una lengua subyacente o competencia, que genera un habla o una actuación especifica. Greimas también toma de Saussure y Jakobson (1956) el concepto del papel significante fundamental de la oposición bina­ ria: “ oscuro” se define, principalmente, por nuestro sentido de la oposición entre “ oscuro” y “ claro” , y “ arriba” por nuestro senti­ do de la oposición entre “ arriba” y “ abajo” . Es una pautación binaria de oposición mutua, que constituye la base de lo que LéviStrauss (1949) llamó la socio-lógica de la mente humana, que es­ tructura la naturaleza según su propia imagen y establece, por lo tanto, el sistema de “ transformaciones” totémicas que, de manera abierta o encubierta, apuntala, sostiene, nuestra visión del mundo. Material protegido por derechos de autor

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La percepción de la oposición subyace a la “ estructura elemental de la significación” , afirma Greimas (1966). “ Percibimos diferen­ cias” escribe, “ y gracias a esa percepción, el mundo toma forma frente a nosotros y para nuestros propósitos” . Las diferencias implican dos pares opuestos que estructuran nuestra percepción: A se opone a B como - A se opone a - B. La estructura elemental implica el reconocimiento y la distinción de dos aspectos de una en­ tidad: su opuesto y su negación. Vemos a B como el opuesto de A y a —B como el opuesto de —A, pero también vemos a —A como la negación de A y a - B como la negación de B. A -A

B -B

La naturaleza y el poder de estas estructuras son, en efecto, tan profundas y formativas que en el fondo conforman los elementos de nuestros lenguajes, su sintaxis, y las experiencias que éstos arti­ culan en la forma de la narrativa. Estas oposiciones binarias cons­ tituyen la base de un modelo actancial subyacente, de cuya estruc­ tura se genera la estructura superficial manifiesta de los relatos individuales. El paralelo con la noción de Saussure de una lengua que subyace al habla y con ia noción de Chomsky de una competen­ cia que precede a una actuación, es clara (Hawkes, 1977). El contenido de las acciones cambia continuamente; los actores varían, pero la “ enunciación del espectáculo” (la “ gramática” dra­ mática, interlocutora) continúa siendo siempre la misma, ya que su permanencia está garantizada por la distribución fija de los pape­ les. Un actante es como una función, pero cumple un papel común en la estructura “ oposicional” del relato: la estructura profunda de la narrativa genera y define sus actantes a un nivel que se ubica más allá del contenido superficial del relato (Hawkes, 1977). El esquema de Greimas (1966) toma la estructura de la frase, aproximadamente de manera homologa al “ argumento” de un “ texto” . Greimas reduce las 31 funciones de Propp en tres “ cate­ gorías actanciales” , es decir, en tres conjuntos de oposiciones bina­ rias, en las cuales todos los “ actantes” pueden ser acomodados; a la vez que dichas categorías generarán todos los actores de cual­ quier historia: I. Sujeto versus objeto; 2. Destinador versus Desti­ natario, y 3. Adyuvante versus Oponente (Hawkes, 1977). El objetivo final del análisis estructural del relato es establecer los “ paradigmas” del argumento básico y explorar el espectro total Material protegido por derechos de autor

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ANÁI IS IS fc S T R U riU R A l.D lil M A IT K IA I l'SIC OANAI I f l ( O

de su potencial combinatorio, esto es, la construcción de una combina­ toria narrativa, o un mecanismo generador de relatos: una compe­ tencia de la narrativa que genera relatos; en resumen, una lengua (en el sentido saussureano) de la literatura (Hawkes, 1977). ANÁLISIS ESTRUCTURAL DF. .IAMLS BOND

Umberto Eco (1966) trata de desmitificar los mecanismos de los relatos producidos masivamente por la industria cultural para de­ mostrar cómo se intenta presentar como diferente lo que es, en rea­ lidad, un único e idéntico objeto. Desde esta perspectiva, Eco anali­ za la narrativa estructural de las novelas de lan Fleming sobre las aventuras del agente secreto James Bond. Eco (1966) sostiene que las novelas están basadas en una “ má­ quina narrativa” que funciona con unidades muy simples, gober­ nadas por rigurosas reglas de combinación y sin ninguna desviación respecto de esas reglas. Describe las estructuras narrativas en tres niveles: Ij las oposiciones de personajes y valores; 2 ] las situacio­ nes de “juego” y el argumento como un “ partido” ; 3] la técnica li­ teraria. La teoría de Eco es que las novelas de Fleming pueden ser construidas desde una serie de oposiciones binarias fijas que permiten un número limitado de permutaciones e interacciones. Identifica un grupo paradigmático de cuatro binomios de personajes (Bond-M; Bond-Villano; Villano-Mujer, y Mujer-Bond) y los binomios de va­ lores (Mundo Libre-Unión Soviética; Azar-Programación; Lealtad-Deslealtad; Amor-Muerte, etc.). También identifica un grupo sintagmático de nueve “ juegos” o “ movimientos” . Estos binomios y movimientos no son ambiguos; son, más bien, “ simples” , inme­ diatos y universales. Las variaciones posibles forman un amplio es­ pectro que abarca toda la narrativa de Fleming. El esquema sintagmático común a todas las novelas del autor, resultado de un ars combinatoria muy elemental de los binomios de oposición, sigue un código prefijado. El “ álgebra” de la novela se logra de acuerdo con la solución optativa dada a cada binomio. Es­ to es interpretado por Eco (1966) en términos de la teoría de los juegos, como si fuese un partido de bridge o de fútbol. Si los “ partidos” ocupan un lugar tan importante en la estructu­ ra narrativa de Fleming, es porque están constituidos como mode­ los de escala formalizados respecto de la situación de juego más ge­ neral, que seria la novela. Dadas las reglas de combinación de los binomios de oposición, la novela aparece como una secuencia de Material protegido por derechos de autor

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juegos, sacada del código y creada de acuerdo con un esquema per­ fectamente prefijado. El esquema invariable, la sintagmática fija de funciones, sería la siguiente: 1. M. (el jefe) juega y le confia una misión a Bond. 2. El malo juega y aparece frente a Bond (en ocasiones de modo vicario). 3. Bond juega y "da jaque” al malo; o el malo "d a jaque” a Bond. 4. La mujer juega y aparece frente a Bond. 5. Bond "come” a la mujer: la posee o comienza a seducirla. 6 . El malo captura a Bond (con o sin la mujer). 7.- El malo tortura a Bond (con o sin la mujer). 8 . Bond le gana al malo. 9. Bond, convaleciente, pasa algún tiempo con la mujer a quien perderá después. El esquema es invariable en el sentido de que todos los elementos (personajes y funciones) son presentados en cada una de las nove­ las: se puede afirmar que la regla fundamental es que Bond *'da jaque mate” en ocho movimientos. Asi, Fleming construye una máquina narrativa (1966). El narrador podrá dar al receptor, en pocas palabras, este ar­ quetipo común a todas las novelas de Ian Fleming, que funcionan como una máquina narrativa que genera constantemente redun­ dancia, bajo la apariencia de crear información. Las alteraciones colaterales variarán de novela en novela, formando el músculo del esqueleto narrativo. Eco (1966) piensa que, bajo la apariencia de una máquina pro­ ductora de información, las novelas de Fleming son máquinas produc­ toras de redundancia; pretenden "sacudir” al lector, pero debido a una suerte de pereza imaginativa, facilitan la evasión de la realidad y simplemente confirman lo ya conocido en vez de contar lo desco­ nocido. El argumento implica siempre la misma cadena de hechos y el mismo tipo de personajes primarios y secundarios. El placer con­ servador del lector consiste en encontrarse él mismo en un juego cu­ yas piezas y reglas conoce (e incluso el resultado) y simplemente "disfruta” siguiendo las variaciones minimas que el héroe emplea­ rá para alcanzar su objetivo. Las novelas de Fleming hacen un uso sensato del elemento del juego, que se da por descontado, que es absolutamente redundante

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y típico de las máquinas evasivas que funcionan en el circuito repre­ sivo de las comunicaciones de masa (Eco, 1966). ANÁLISIS ESTRUCTURAL DE LAS ASOCIACIONES LIBRES

Aplicando el análisis estructural de los mitos al discurso asociativo del analizando, llegamos a las siguientes conclusiones (Gear y Liendo, 1979): 1. El significado de las asociaciones del analizando depende de las transformaciones (por reducción e inversión, por ejemplo) de un modo (metonímico o metafórico) al otro y de éste nuevamen­ te al primero. 2. La cadena asociativa del analizando puede ser fragmentada en una secuencia de episodios. 3. Cada episodio asociado es una transformación metonímica o metafórica del otro. 4. Las asociaciones del analizando pueden ser pensadas como un palimpsesto de transformaciones metafóricas sobreimpuestas. El analizando siempre habla de las mismas cosas, pero en formas dife­ rentes. Nosotros buscamos, entonces, una pauta de estructura abs­ tracta común al conjunto completo de asociaciones, que ayuda a definir al analizando a través de su discurso: su “ abstractus” puede, así, ser extraído. 5. Para obtener la estructura narrativa y este abstractus del ana­ lizando, también procedemos mediante los siguientes pasos: a] Empezar con una cadena asociativa del analizando, su “ mi­ to” , que es lineal en su forma. b] Segmentar la cadena asociativa en una secuencia de episodios conforme a su capacidad de expresar el mismo significado. c] “ Sumar” los diferentes episodios o subargumentos para ob­ tener un argumento sumario o la estructura reducida del “ contenido manifiesto” , o el significado manifiesto de la ca­ dena asociativa: el analizando siempre tiende a narrar el mis­ mo argumento estereotipado, es decir, el mismo mito. d] Fragmentar la cadena de acciones del analizando o su “ ri­ tual” , en una secuencia de subcursos de acción y después “ sumar” los diferentes subcursos de acción para obtener un sumario del curso de acción completo, o la estructura reduci­ da o el “ significado” de la cadena de acciones: el analizando siempre tiende a seguir el mismo curso de acción estereotipa­ do o a efectuar el mismo ritual. Material protegido por derechos de autor

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e] Comparar la estructura reducida de la cadena asociativa con la estructura reducida de la cadena de acciones correspon­ diente. f] Debido a que la estructura del discurso, o mito estereotipado, está usualmente invertido con respecto a la estructura de ac­ ciones correspondiente, o ritual estereotipado, se puede decir que para obtener la estructura de acciones real, o el conteni­ do “ latente’* del discurso, es suficiente multiplicar por me­ nos uno su contenido manifiesto. Este análisis estructural del mito y del ritual del analizando nos permite desfamiliarizar la estructura del contenido manifiesto de la cadena asociativa, tanto como la del curso de acción: su ritual sería el contenido latente de su mito. Dicho enfoque nos permite también avanzar en el campo del análisis, aplicando algunos conceptos y operaciones especificas del análisis estructural del relato. Al hacerlo, podemos llegar a las siguientes conclusiones (Gear y Liendo, 1979): 6 . Dentro de la cadena asociativa, el elemento más importante y unificador no se encuentra dentro de sus personajes sino en las fun­ ciones que éstos cumplen; es decir, dentro de las funciones que el analizando adscribe a sus personajes. 7. El número de funciones dentro de la cadena asociativa es extremadamente pequeño, mientras que el número de persona­ jes es extremadamente grande. La cadena de asociaciones del anali­ zando, como el mito y el cuento de hadas, tiene una doble cualidad: su asombrosa multiformidad, pintoresquismo y color y su no me­ nos sorprendente uniformidad y repetición. El analizando puede hablar sobre muchas personas diferentes que están haciendo cosas diferentes, pero a cierto nivel siempre está refiriéndose a un mismo argumento, con los mismos personajes, siguiendo la misma secuencia. 8. Todas las cadenas de asociaciones son estructuralmente ho­ m ogéneas y conllevan los siguientes principios básicos:

a] Las funciones del personaje sirven como elementos estables y constantes en el discurso asociativo del analizando, indepen­ dientemente de cómo y por quién son cumplidas. Constitu­ yen los componentes fundamentales de una cadena de asocia­ ciones libres: si el analizando está diciendo repetidamente que está siendo perseguido o seducido, no importa con quién llena o cómo llena este papel de perseguidor o seductor. b] El número de funciones conocidas respecto al discurso aso­ ciativo de cada analizando es limitado: por ejemplo, el núme­ ro de funciones del analizando histérico estará limitado al Material protegido por derechos de autor

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seductor y al seducido; en un analizando paranoico al perse­ guidor y al perseguido. En el sadomasoquismo las funciones estarán limitadas al frustrador satisfecho y al satisfactor frus­ trado. c] La secuencia de funciones es siempre idéntica en todas las ca­ denas asociativas de cada analizando; por ejemplo, ella se comporta seductoramente pero lo niega, el otro le hace “ un pase” y ella lo rechaza; él se enoja y ella comienza a llorar; él la abandona, etc. . . dj Todas las cadenas asociativas de todos los analizandos son de un tipo con respecto a su estructura: siempre se están refirien­ do, en una forma u otra, a una interacción bipolar entre un mal frustrador satisfecho quien teme el displacer y un buen satisfactor frustrado quien teme a la inseguridad. 9. Todas las funciones de cada cadena asociativa pueden ser distribuidas bipolarmente entre dos esferas de acciones: “ satisfa­ cerse uno mismo frustrando a otros” , y “ frustrarse uno mismo por satisfacer a otros” ; esto corresponde a dos “ actores” , “ ego” y “ alter” , quienes, a la vez, pueden ser calificados como siendo “ buenos” o “ malos” . De esta manera hemos intentado (Gear y Liendo, 1979) describir la estructura narrativa de las cadenas de asociaciones libres del ana­ lizando en términos del modelo saussureano de “ lengua” (la estructura reducida del discurso) y “ habla” (la estructura no redu­ cida del discurso); el modelo shklovskeano de “ relato” y “ argu­ mento” ; el modelo proppeano de “ personaje” y “ función” ; y la hipótesis de Jackobson y Saussure sobre los papeles fundamentales de las oposiciones binarias en la estructura narrativa. Siguiendo la concepción de Lévi-Strauss de una “ socio-lógica” , creemos que la psico-lógica de la mente humana estructura la naturaleza según su propia imagen narcisista y que establece los sistemas de oposiciones binarias que, abierta o encubiertamente, sostienen nuestra visión del mundo. 10. La estructura narrativa profunda de las cadenas de las aso­ ciaciones de los analizandos genera y define sus “ actantes” como pares de funciones opuestas y hace que la estructura de la cadena sea homologa al argumento de un texto. 11. Todas las funciones del discurso asociativo del analizando pueden ser bipolarmente reducidas a cinco categorías actanciales, o cinco conjuntos de oposiciones binarias dentro de las cuales todos los actantes del discurso pueden ubicarse y las que generarán to­ Material protegido por derechos de autor

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dos los actores de cada relato asociado por el analizando. Las cinco categorías actanciales son: a] sujeto (como “ ego” ) versus objeto (como “ alter” ); b) frustrador satisfecho (como “ sádico” ) versus satisfactor fustrado (como “ masoquista” ); el malo versus bueno; d) placer versus displacer, y e] seguridad versus inseguridad. En otras palabras, puede decirse que todo discurso asociativo cuando es narcisista (sadomasoquista) puede ser ubicado dentro de dos clases de “ mito” : o el analizando está diciendo que él es respecto a los otros un mal fustrador satisfecho, que está disfrutando placer pero con inseguridad, o está diciendo que él es un buen satisfactor frustrado respecto a los otros, que está sufriendo displacer, pero con seguridad. Todos los cursos de acción narcista pueden ser coloca­ dos en las dos mismas clases de “ rituales” , que están invertidos con respecto a los mitos correspondientes. Dicho brevemente, el mito del sádico será que él es un satisfactor frustrado de otros, que sufre displacer pero con seguridad, mientras su ritual es ser un mal satisfactor frustrador de otros, que disfruta placer pero con inseguri­ dad. De manera similar, el mito del masoquista estará invertido con respecto a su ritual. 12. El analista puede describir en pocas palabras a un colega (o al propio paciente) el arquetipo común a todos los relatos del anali­ zando. El analizando, por su compulsión a repetir, funcionará co­ mo una máquina narrativa que constantemente crea redundancia, bajo la apariencia de crear información. Es bastante fácil inferir el “ abstractus” del analizando, por medio de la descripción de perso­ najes, valores y movimientos en su discurso. En efecto, en la estructura narrativa del analizando se puede dis­ tinguir una estructura paradigmática formada por personajes rela­ cionados por funciones (clases o acciones calificadas) y una estruc­ tura sintagmática formada por la secuencia fija de funciones que engendran un programa de información narcisista del aparato psí­ quico. 13. Esto significa que, analizando la estructura narrativa de un determinado analizando, se puede reconstruir su “ máquina narra­ tiva” que funciona sobre la base de unidades muy simples. Durante todas las sesiones funcionará sin desviación, al punto que seria bas­ tante posible simular sus conductas en una computadora. El anali­ zando, tanto como lan Fleming o los narradores de los cuentos de Material protegido por derechos de autor

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hadas rusos, cuenta cuentos defensivos, conservadores y estereoti­ pados que denotan y connotan que es mejor no cambiar el tema, o el estilo o la conducta. 14. Para cada sesión dada del analizando, seria posible redactar un esquem a paradigmático fijo de funciones y caracteres, tanto co­ m o un esquema sintagm ático fijo de la secuencia de las funciones. Las invenciones colaterales pueden variar de acuerdo con la educa­ ción y actividad del analizando y forman el “ m úsculo” del esquele­ to narrativo individualizado para cada analizando: las acciones y personas pueden cambiar sin que las funciones o los personajes cam bien, a m enos que el analizando efectúe una transformación cualitativa de la estructura de su sistema psíquico — m ediante insíghts, ou lsigh ls y socialsights, que se extienden sobre su acción fundamental especifica— y que transforme los personajes y las funcciones que ligan a los personajes entre si. A menos que cam bie su estructura paradigmática sincrónica (estructura psíquica funda­ mental) y su estructura sintagmática diacrónica (transacción conflictiva fundam ental) un analizando sólo hará cam bios aparen­ tes y transform aciones superficiales de la misma estructura genera­ tiva latente. 15. Mientras la estructura narrativa generativa latente no cam ­ bie, el argum ento de sus relatos permanecerá inmutable y su “ sus­ penso” , extrañamente, descansará en una secuencia de sucesos to­ talmente previsibles, anticipados por el analista. Éste ya conocerá que en toda sesión su paciente le relatará varios encuentros con su alter y más bien tendrá sim ple curiosidad por saber: I] la manera en que en la sesión de hoy, por ejem plo, el analizando le contará la misma historia, con los mismos personajes, las mismas relaciones y la misma secuencia de apertura, desarrollo y cierre de la misma transacción conflictiva fundamental entre.su ego y su alter; y 2J có­ m o va a dejar de contar siempre la misma historia: es decir, cuándo habrá realmente un cam bio terapéutico en la estructura narrativa generativa latente, en el doble sentido de que és más consciente y m enos paradigmática y sintagm áticam ente estereotipado. Cuando el analista no presta suficiente atención a la persistente inmutabilidad de la estructura narrativa generativa latente de su analizando, puede fácilm ente confundir los cam bios aparentes, m anifiestos en la estructura generada, con los verdaderos cam bios latentes. Puede interpretar un sim ple cam bio de personas y accio­ nes com o un cambio en la mutilación e incongruencia de los persona­ jes y funciones básicas. Bajo la apariencia de una máquina produc­ Material protegido por derechos de autor

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tora de información, el relato del analizando es, generalmente, una máquina productora de redundancias. Debido a una suerte de pere­ za imaginativa, mientras pretende “ sacudir” al analista, evade y confirm a lo que es realmente conocido, en vez de contar lo desco­

nocido: “ el máximo placer no necesita surgir de la excitación sino del reposo” (Freud, 1920). Los relatos, por lo regular, tienen una estructura paradigmática y sintagmática estereotipada y conservadora. Los analistas llegamos a esta conclusión empíricamente, a pesar de que a veces tratamos de descubrir algo extraordinario y nuevo donde hay sólo una repeti­ ción textual, cuado nos volvemos contratransferencialmente conta­ minados con la necesidad del analizando de creer que está innovando en el momento en que éste se halla más propenso a la repetición. Detectar lo que es estereotipado en la estructura narrativa de un analizando no es mutilar su relato sino todo lo contrario. Shakespeare llegó a ser un dramaturgo genial en la medida en que tramó la repe­ tición de los conflictos humanos universales en relación con la satis­ facción del deseo. En cambio, cuando más intenta Fleming produ­ cir situaciones explosivas originales en las novelas, más cae en una repetición monótona del estilo dramático. Cuando el psicoanalista “ defiende” el lado seudocreativo de su paciente y no lo muestra como tal por temor a mutilar la produc­ ción narrativa, es como si estuviese alentando la faceta “ Fleming” del paciente, que es un renovador monótono, en detrimento de su faceta “ shakespeariana” . Temiendo probarle al analizando cómo repite monótonamente el mismo tema, ambos terminan volviendo una y otra vez a las mismas ideas aparentemente nuevas. Este fenó­ meno es usualmente más frecuente en el análisis de pacientes histé­ ricos y maniacos. Efectivamente, lo que narran los pacientes paranoides y epileptoides es generalmente m ucho más claramente este­ reotipado con respecto a los personajes, funciones y secuencia: son menos capaces de generar estructuras narrativas manifiestas basa­ das en la estructura narrativa generativa latente. El hecho de que siempre hablan acerca de las cosas de la misma manera, es mucho más notable en este tipo de pacientes. Tal como sucede con las novelas de Fleming, el autor es el cul­ pable de sus características y de sus planes y de que el argumento implique siempre la misma cadena de eventos y el mismo tipo de personajes secundarios. La posición del analista consiste en hallar­ se él mismo en un juego del cual conoce las piezas y reglas —y aun el resultado— y él simplemente va siguiendo las minimas variadoMaterial protegido por derechos de autor

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nes que el analizando, como héroe, usará para realizar sus objeti­ vos: para confirmar una vez más la hipótesis del aparato psíquico narcisista. 16. El relato del analizando puede ser comparado —como Eco hace con las novelas de Fleming— con un partido de fútbol en el que tanto el ambiente como el número y la personalidad de los ju­ gadores, y en general las reglas del juego, serían conocidas de ante­ mano: se sabe que el partido se va a efectuar, que tendrá lugar dentro del campo de juego y puede llegar a anticiparse cuál será el resultado. El analista sabe, por ejemplo, que su analizando para­ noico le relatará varias veces en una sesión cómo se descubrió que alguien quería herirlo, aunque disfrace la historia haciéndose pasar por un amigo; o cómo su analizando histérico le contará varias ve­ ces en una sesión la historia de cómo se dejó engañar por alguien que realmente pretendía aprovecharse de él sexualmente; o cómo su analizando melancólico le contará, varias veces por sesión, cómo se dejó herir por alguien que finalm ente term inó im putándole a él su

maldad; o cómo su analizando maniaco le contará, varias veces por sesión, cómo engañó a alguien a quien terminó finalmente abando­ nando. 17. Los analizandos, como las novelas de Fleming, “ hacen uso prudente del elemento del juego que llega a darse por descontado y que es absolutamente redundante, y típico de las máquinas evasivas (y conservadoras) que funcionan en el circuito de las comunica­ ciones de masa represivas” (Eco, 1966). En este sentido, los anali­ zandos parecen ese tipo de persona manipulada por campañas pu­ blicitarias, para pensar que tienen riqueza de imaginación cuando compran los mismos productos que cualquiera. En el análisis, co­ mo ya se señaló, siempre repiten el mismo tema creyendo que han emitido algo nuevo. El mecanismo usado por el analizando para efectuar el relato inverso de la misma interacción estereotipada que está ejecutando es tan clara que a veces el analista se pregunta a si mismo si el analizando está hablando en serio o con un cinismo per­ fectamente calculado. Es difícil creer que el inconsciente puede ser tan claro y tan preciso que el analizando puede repetir y proyectar lo que su superyó no le permite recordar y /o percibir que él ha hecho y/o que otros le han hecho a él. PSICOTOMOGRAMA DEL DISCURSO ASOCIATIVO

Para analizar la estructura dinámica, diacrónica y sintagmática del Material protegido por derechos de autor

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discurso y acciones del analizando construimos un mapa de psicoflujo (Gear y Liendo, 1980) que integra el psicoanálisis, el aná­ lisis estructural del relato según el modelo de Propp y la noción ci­ bernética de algoritmo. Para obtener la estructura paradigmática del discurso y las ac­ ciones del analizando a través del psicotomograma psicoanalítico, deben seguirse tres pasos metodológicos como se hizo en el caso de Pedro (p. 126). Estas fases o “ conmutaciones” son: 1J la ruptura sintagmática; 2] la reducción paradigmática y 3J la inversión para­ digmática. Como se sabe, la ruptura sintagmática de la cadena asociativa del analizando es una operación “ horizontal” , cuyo objetivo espe­ cífico es fragmentar la cadena en distintos episodios; esto es, en unidades narrativas o “ narratemas” , la extensión de cada unidad está definida por su contenido semántico. Los episodios son como “ unidades de significado” . En un “ semanálisis” cada unidad, para ser considerada como tal, debe ser capaz de trasmitir la totalidad del mito personal, la novela personal monotemática del analizando —la manera en que satisface y/o frustra sus deseos y los deseos de otros. Estos “ narratemas” pueden estar formados sólo por una pa­ labra o por un relato completo de cientos de palabras: cada narratema estará formado por un “ narrador” , una historia verbal con una extensión variable y un argumento” narrado” con una extensión fi­ ja. Lo mismo sucede con el “ mitema” o unidad mitica. Una vez que se obtienen las unidades narrativas, éstas deben ser comparadas usando la reducción paradigmática. El resultado de la adición de todas las anécdotas da un común denominador que se repite en todas ellas. Este patrón común es el significado, es la “ ver­ dadera” estructura manifiesta del mito personal del analizando. Una vez que se ha obtenido la superficie o la estructura m anifies­

ta común a las unidades narrativas, la estructura superficial debe ser sometida a ciertas “ transformaciones” simbólicas (metafóricas y metonimicas) usando la inversión paradigmática para poder de­ terminar el contenido latente, profundo y común a todas las unida­ des narrativas. La hipótesis, empírica de la inversión del discurso con relación a sus acciones y estados afectivos correspondientes de­ be ser aplicada: invertimos la dirección de las acciones y la cualidad de los estados afectivos descritos en la estructura manifiesta del mi­ to personal del analizando para obtener su “ verdadera” estructura latente o su ritual. El psicotomograma es, consecuentemente, un instrumento tridiMaterial protegido por derechos de autor

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mensional porque permite el análisis del discurso del analizando horizontal, verticalmente y en profundidad, a través de tres “ co­ municaciones” de su contenido manifiesto (ver diagrama 1 ). x = segmentación sintagmática y = reducción paradigmática z = inversión paradigmática

Diagrama 1:

Conmutaciones analíticas.

Brevemente, para aplicar el análisis estructural a una cadena concreta de asociaciones, rompemos dicha cadena en episodios, los comparamos para obtener su estructura manifiesta y luego inverti­ mos la estructura para obtener su estructura latente. El analista de­ be seguir nueve pasos operacionales consecutivos. En efecto, debe: 1. Distinguir entre asociaciones cardinales y asociaciones neutrales. 2. Fragmentar las asociaciones cardinales en anécdotas separadas. 3. Definir los personajes dentro de cada anécdota. 4. Definir las relaciones entre los personajes dentro de cada anécdota. 5. Definir la secuencia de las acciones y las reacciones de los personajes dentro de cada anécdota 6 . Definir los personajes, relaciones y secuencias que son comu­ nes a todas las anécdotas, es decir, determinar la estructura mani­ fiesta de las asociaciones del analizando. 7. Invertir la dirección de aquellas relaciones entre los persona­ jes que son comunes a todas las anécdotas, es decir, determinar la estructura latente de las asociaciones del analizando. 8 . Comparar las relaciones entre los personajes tal como se dan en el discurso con las relaciones entre el analizando y él mismo, para confirmar la estructura latente de las asociaciones. 9. Comparar las relaciones entre personajes y entre actores con su estado afectivo, para confirmar, posteriormente, la estructura latente de las asociaciones. Material protegido por derechos de autor

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MAPA DEL PS1COFLUJO DE LA COMPULSIÓN A LA REPETICIÓN

La técnica psicotomográfica es un método efectivo para obtener ia estructura paradigmática, oposicional del mito repetitivo del anali­ zando, a fin de demostrar cómo los pares binarios de actantes ope­ ran dentro de él. Pero no es tan efectivo analizar la secuencia sin­ tagmática del ritual repetitivo correspondiente del analizando: cómo actúa éste para llevar a cabo sus deseos, cómo los otros (el analista incluido) reaccionan frente a él y cómo él reacciona frente a la reacción de los otros. Una vez que se ha hecho la segmentación sintagmática y que la cadena asociativa se ha dividido en episodios sucesivos cuyas es­ tructuras manifiestas han sido reducidas e invertidas, la secuencia del argumento de cada episodio puede ser analizada usando la téc­ nica del mapa de psicoflujo. Ésta es una técnica derivada del con­ cepto cibernético de algoritmo, que es la secuencia completa y detallada de operaciones que la computadora debe ejecutar para re­ solver un problema particular. El mapa de flujo es el dibujo o gráfi­ ca de esa secuencia de pasos sucesivos. Siguiendo la hipótesis psicoanalitica, se puede decir que el problema universal que el analizando está tratando de resolver a través de su mito y su ritual es la satisfacción de sus deseos. El contenido o el argumento de su mito verbal expresa cómo el analizando trata de satisfacer su deseo (o de evitar la frustración de éste) interactuando con otros. El objetivo de su ri­ tual fáctico es la manera real a través de la cual trata de satisfacer esos deseos. En resumen: puede decirse que el analizando tiene dos objetivos simultáneos y conflictivos: a} el objetivo consciente, racional, de obtener felicidad o seguridad con placer, b] el objetivo inconscien­

te, narcisista, de obtener placer con inseguridad (sádico) o seguri­ dad con displacer (masoquista). A fin de obtener su objetivo ra­ cional consciente, el analizando debe hacer una "especificación” para provocar la "reacción específica” de los otros, lo que le pro­ porcionará no sólo felicidad sino que reforzará su aprendizaje crea­ tivo. Para obtener su objetivo narcisista inconsciente (sádico o ma­ soquista) el analizando debe hacer un "acting-out” para provocar el "contra-acting-out” de los otros, lo que le proporcionará o pla­ cer con inseguridad o seguridad con displacer y reforzará su com­ pulsión a la repetición (ver diagrama 2 ).

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Diagrama 2:

El mapa del psicoflujo.

Hemos incluido dos pasos intrapsiquicos decisivos: el ello y el superyó u objetos internalizados que son capaces de distorsionar, de pervertir el deseo sano del sujeto (Ello) en un tipo narcisista, sadomasoquista de deseo (ello). El mapa de psicoflujo muestra la satisfacción (o frustración) del deseo del analizando. Inicialmente podemos reconocer en él dos ca­ minos principales: el “ camino sano” o aprendizaje creativo, y el “ camino narcisista” o compulsión a la repetición. Pero pueden re­ conocerse también otros tipos diferentes de caminos: el “ camino de reacción terapéutica negativa” , el “ camino de reacción terapéutica positiva” , el “ camino de contaminación (con la psicopatología de los otros)” , etcétera. Puede decirse que la secuencia del ritual factual con el que Pedro acom paña cada uno de los 4 episodios en los que su cadena aso-

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dativa ha sido fragmentada, puede ser fragmentada, a la vez, en pasos algorítmicos sucesivos hacia la satisfacción y /o frustración de sus deseos. Su curso de acción comienza con su deseo conscien­ te de ser incluido y curado; es seguido por su acting-out en el que dice que está enojado y vengativo porque ha sido excluido y remplazado por los otros egoístas, irresponsables, excluyentes y remplazantes, mientras él (Pedro) actúa como una persona egoista, irresponsable, excluyeme y remplazante que vuelve vengativos y enojados a los otros. Este acting-out es seguido por el acting-out correspondiente de sus interactores, quienes comienzan diciendo que ellos son egoístas, irresponsables, excluyentes y remplazantes con relación a Pedro, mientras son serviciales, excluidos, remplaza­ dos, enojados (por él) y vengativos con relación a él. Finalmente lo abandonan y Pedro logra su objetivo inconsciente narcisista de pre­ sentarse a sí mismo como una víctima frustrada, mientras actúa como un victimario satisfecho que arruina el trabajo de la otra gen­ te. El hecho de que él finalmente empuja a los otros a abandonarlo, refuerza su acting-out, cerrando, así, el círculo vicioso de su com­ pulsión a la repetición. Por otra parte, el “ camino sano” para alcanzar el objetivo de ser incluido y curado por otros estará constituido por su acción espedfica de pedirlo y actuar en función de ello en forma coherente; siendo responsable, incluyendo a los otros y reconociendo verbal­ mente los esfuerzos de esos otros por ser serviciales y responsables con él. Esta acción espedfica será seguida por la correspondiente reac­ ción especifica de sus interactores, que lo ayudarán de manera responsable sin abandonarlo, reconociendo sus esfuerzos por cam­ biar; de este modo el analizando no sólo alcanza su objetivo racio­ nal consciente, sino que refuerza su especificación, abriendo, asi, la beneficiosa espiral del aprendizaje creativo. Estudiando la transacción terapéutica entre Pedro y su analista se puede observar, también, un tercer camino: “ el camino de la re­ acción terapéutica negativa". El analista responde al acting-out de Pedro con una reacción terapéutica especifica, pero éste insiste una y otra vez en su patológico acting-out, en vez de remplazarlo por una acción terapéutica específica. En resumen: en estas tres tran­ sacciones terapéuticas el analista no pudo romper el circulo vicioso de la compulsión a la repetición de Pedro. Una visión simplificada del mapa del psicoflujo del ritual de Pedro incluye solamente tres caminos (ver diagrama 3). Material protegido por derechos de autor

ANAI IMSI SIKU

Camino de compulsión — la repetición

Deseo de ser incluido y curado

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Diagrama 3:

Satisfacción de ser incluido y curado

Mapa deI psicoflujo patológico y terapéutico.

l*SK O AN A II I It O

Satisfacción sádica

M A R ÍA C A R M E N G E A R Y E R N ES T O C É S A R L IE N D O

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LA ASOCIACIÓN LIBRE COMO UNA PARTITURA ORQUESTAL

El cambio de la teoría del inconsciente de Lévi-Strauss, desde el modelo del lenguaje al modelo de la música, que podemos en­ contrar en la obertura de Lo crudo y lo cocido (1970), es de crucial importancia para el modelo estructural del psicoanálisis. Como se señaló anteriormente, la estructura de la lengua descu­ bierta por Saussure es la estructura de un código de comunicación que opera al mismo tiempo en dos dimensiones: la paradigmática (o metafórica) y la sintagmática (o metonímica). En el caso del lenguaje, el sujeto es capaz de comunicar su men­ saje recurriendo a las dimensiones del código, pero el código en sí no determina su mensaje. De acuerdo con nuestro modelo del apa­ rato psíquico, esta forma de comunicación no existe para las re­ presentaciones inconscientes de acciones y estados afectivos, lo que, naturalmente, plantea el problema de cómo podemos concebir este nivel más profundo del aparato psíquico en términos estructu­ rales. Aqui es donde la concepción revisada de Lévi-Strauss acerca de la estructura de los mitos, en términos de la partitura orquestal, nos resulta de particular utilidad. De acuerdo con Lévi-Strauss, la estructura de un mito, que existe inconscientemente, también muestra la doble dimensión de para­ digma y sintagma, pero cada versión del mito es un intento de co­ municar ambas dimensiones, en una secuencia lineal o diacrónica que está predestinada a fallar, porque no puede trasmitir adecuada­ mente ambos aspectos de la estructura en una sola dimensión. Consecuentemente, Lévi-Strauss argumenta que la estructura del mito se parece a una partitura orquestal, en donde cada versión se asemeja a la parte de un instrumento particular. Solamente cuando ensamblamos todas las partes instrumentales y las coordinamos en el espacio (esto es, cuando tenemos la partitura completa) podemos llegar a la estructura del propio mito. Ahora bien, cada repetición procura dar una versión tan comple­ ta como la que el actor —el contador del mito— pueda lograr. Por lo tanto, el interés en su versión del mito es comparable al interés por escuchar una orquesta desde distintos lugares del auditorio, donde predomina el sonido de diferentes instrumentos. La pregun­ ta para quien escucha el mito (el oyente) es siempre “ ¿cuán buena es esta versión?” La responde con una comparación implícita con la estructura del mito que conoce inconscientemente. Material protegido por derechos de autor

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A NALISIS ESTRUCTURAL DEL M ATERIAI PSICO ANALITICO

En el caso de la mitología, la estructura inconsciente no constitu­ ye un código como en el caso del lenguaje. Más bien, es el mensaje en sí mismo lo que el contador del mito intenta comunicar, por me­ dio de su código lingüístico particular. De este modo, Lévi-Strauss insiste en que el problema de traducción no es tan crítico en el estu­ dio del mito como lo es, por ejemplo, en el estudio de la poesía, donde el mensaje es trasmitido por el juego del poeta con aspectos* sonoros del lenguaje que no habían sido incorporados en el código. Este modelo de la mitología representa a nuestro juicio el mode­ lo más satisfactorio para el entendimiento de la estructura de las representaciones inconscientes de acciones y estados afectivos del analizando en relación con sus repeticiones. Cada repetición de los relatos del analizando es un intento por actualizar su estructura psí­ quica inconsciente fundamental (de deseo) y se parece, en su forma incompleta, a las versiones particulares que el contador del mito tiene del mito. Hay una segunda forma ert la que el análisis del mito hecho por Lévi-Strauss puede ser aplicado al análisis de las repeticiones com­ pulsivas del analizando. En efecto, Lévi-Strauss argumenta que en la baSe de cada mito hay una oposición fundamental que el mito trata de reconciliar por medio de una serie de oposiciones posteriores que parecen ser menos abiertamente contradictorias. Finalmente, la estructura completa del mito sirve para contener la contradicción inicial básica, pero, como esa estructura no puede ser adquirida conscientemente en su totalidad, surge la necesidad de repetir cons­ tantemente la versión parcial del mito a fin de superar la renova­ ción de la ansiedad subyacente, provocada por las contradicciones insolubles entre la naturaleza y la cultura, que no permiten ninguna explicación final. De manera similar, en nuestro sistema, la oposición entre la hue­ lla mnémica hostil y la huella mnémica deseada se vuelve irresolu­ ble en virtud de la ley paradójica del superyó que gobierna las rela­ ciones ego-alter. El resultado es que las repeticiones del analizando, como las ver­ siones de un mito, representan un intento constante de trasmitir, en un modo aparentemente no contradictorio, con lo que la oculta así de la conciencia, una estructura inconsciente que contiene la oposi­ ción fundamental. E n el caso del psicoanálisis, la p rim era ta re a del an alista es llegar

a la estructura del mito del analizando y comunicársela a través de interpretaciones para que éste pueda penetrar en la contradicción Material protegido por derechos de autor

MARÍA CARMEN GEAR Y ERNIiSTO CÉSAR I U N IX )

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subyacente y autoperpetuadora que el mito oscurece. Como Freud decia, uno repite lo que no puede recordar. Pero una vez recorda­ do, el mito debe ser entendido con respecto a sus contradicciones subyacentes autoperpetuantes.

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l i n g O i s t e r ía (LACAN, ENTRE EL LENGUAJE Y LA LINGÜÍSTICA) NÉSTOR A. BRAUNSTEIN

I. EL LENGUAJE EN LA OBRA DE LACAN

El texto que va a leerse es imposible. Imposible de escribirse, impo­ sible de decirse. Yt sin embargo, está escrito. El autor empieza sa­ biendo que “ todo” no puede decirse porque en el orden del decir no hay “ todo” . Y se embarca en la imposible misión de trasmitir lo esencial de la reflexión de Jacques Lacan sobre el lenguaje. La pre­ tensión es la de abarcar los conceptos fundamentales vertidos por Lacan en los 30 años que duró su enseñanza, ciñéndose a un tema: el lenguaje. Es un primer intento. Será seguramente mejorado, co­ rregido, impugnado, desarrollado y enriquecido por sus lectores. 1981. Puede decirse que, en cierta forma, hay un “ todo” del cual partir. Ese todo es el de los decires de Lacan que “ todo” pare­ ce indicar que están concluidos. A partir de lo cual puede empezar el trabajo de resignificarlos, de leerlos desde el final hacia el princi­ pio. Retroactivamente, aprés-coup, como él enseñó que habia que entender la Nachtrüglichkeit de Freud. “ El lenguaje en la obra de Lacan” : un subtitulo desm esurado. Nada en la obra de Lacan, ni una linea, es otra cosa que un desarro­ llo sobre el lenguaje. Fuera del tema del lenguaje y de la forma en que él se encarna en hombres y mujeres, en parlétres, según dice, no hay Lacan. Y es más, habló todo lo que habló sobre el lenguaje sa­ biendo y diciendo en todo momento que no podría ser comprendi­ do: “ Que uno diga queda olvidado detrás de lo que se dice en lo que se escucha” . Y la aporia no se cierra acá. Pues hay una fórmu­ la que retorna una y otra vez bajo su pluma: “ No hay metalenguaje” , es decir, no hay sentido del sentido. Entonces el equivoco de este texto podría sintetizarse así: es el intento de metalenguajear 11611 Material protegido por derechos de autor

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I.INCiÜISTnRiA

a un metalenguajeador frustrado porque nunca llego a metalenguajear 1 y que dice que no hay metalenguaje —con toda razón. Para colmo, con una confesada intención de trasmisión que co­ loca a este discurso como significante segundo, como discurso que repite y necesariamente empobrece y pervierte a otro discurso, dis­ curso del Maestro —si adoptamos la más benévola de las dos tra­ ducciones de maitre (la otra es Amo)— pero de un maestro que no se reconoce como tal sino que pretende que su discurso es otro, co­ locado en el lugar del objeto a, del psicoanalista. Y que, no obstan­ te, no puede reconocer otra pasión en su vida que la de la enseñanza y la trasmisión de un saber. De alguien que durante casi 30 años lle­ vó la carga de un seminario lleno de saber sobre la vanidad del sa­ ber y sobre la soberanía de la verdad, tachada a su vez como impo­ sible de articular. Lo que es cierto es que en esos 30 años articuló Lacan una sub­ versión del psicoanálisis y también de todo el campo de la cultura. El discurso que produjo es uno de los más provocativos y polémicos que vieron la luz en el siglo. Ese discurso no puede ser desconocido porque es de todo ser humano de lo que habla. A la vez, no puede quedar restringido al pequeño grupo de quienes fueron sus dis­ cípulos. Y ésa es la justificación de este trabajo: la obra de Lacan debe difundirse para que pueda haber discusión en torno a ella. Se trata acá de encuadrar las lineas fundamentales y dirigir al lector a la fuente ineludible: el propio Lacan, nombre propio con el que cabe designar a un conjunto de textos. Difundir la obra sin perver­ tirla, tarea imposible, pues esos textos están intrínsecamente conde­ nados a ser rehechos por sus destinatarios, todos los parlares o “ habientes” . Es el destino del mensaje según una propuesta que Lacan recalcó hasta el cansancio: “ el emisor recibe del receptor su propio mensaje en forma invertida” . ¿Qué dijo Lacan? (agregar acá “ sobre el lenguaje” sería a la vez un flagrante pleonasmo y una flagrante infidelidad ) . 2 Nada dife­ 1 Jacques Lacan: “ Nomina non sunt consequentia rerum '\ en Ornicarl, núm. 16, 1978, p. 7: "No hay metalenguaje. . . En L ’étourdii (1972) casi hago nacer ese metalenguaje. Naturalmente, eso haría época. Pero no hay época, porque no hay cambio. Ese casi que he agregado a mi frase subraya que tal cosa no sucedió —eso es un simulante de me­ talenguaje.” 2 Pleonasmo porque, como ya se dijo, sólo del lenguaje es que Lacan ha dicho cosas. E infidelidad no sólo porque “ Me parece difícil ho hablar ton-

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rente de lo que acá se diga. Por aquello de que “ El emisor. . . etc.” Y porque “ Que uno diga queda olvidado detrás de lo que se dice en lo que se escucha” , significa que el enunciado proferido ha quedado ya olvidado y es solamente desde eso escuchado y leído que puede volver a Lacan su propio mensaje. En otras palabras, que Lacan se desvanece (en el mismo sentido en que se dice de alguien que se “ desvaneció” , perdió el sentido) en lo que dice (fading del sujeto de la enunciación) para recuperar el sentido que perdió en lo que de su discurso se escucha y que lo trasmuta devolviéndole una existen­ cia espectral. A no lamentarse por ello: ése es el destino de todo autor. Imposible metalenguajear. Imposible decir lo que Lacan dijo o lo que Lacan quiso decir so pena de caricatura. Es objetable toda pretensión de decir la verdad sobre Lacan. Pero sí cabe y se debe reflexionar sobre la intersección de dos prácticas: una, la de leer a Lacan; otra, la de escuchar lo que dice el paciente en cada hora de análisis. (Desde ya, decir “ hora de análisis” implica que no hay imitación de la práctica de Lacan por parte del autor.) Y ver cómo estas dos prácticas se fecundan recíprocamente y se alteran una a la otra. No se lee a Lacan de la misma manera después de una hora de análisis; no se escucha al paciente de igual modo después de leer un texto de Lacan. Asi se hilarán las siguientes reflexiones inspiradas en las proposi­ ciones de Lacan sobre el lenguaje. Sin pretensiones de exhaustividad, ni de originalidad, ni de fidelidad en la reproducción. No tiene sentido hacer un collage de citas y referencias bibliográficas. Pero hay momentos en que la reproducción textual es ineludible. Se ha evitado, en la medida de lo posible, la remisión a una palabra cons­ tituida y definitiva que seria en tal caso la de un Amo-Maestro de la Verdad, pero se ha buscado una cierta ordenación de los materiales de la investigación de modo que el lector pueda rehacer el camino, indicar las desviaciones, señalar los senderos laterales, descubrir los extravíos, encontrar los atajos, evitar los recorridos circulares que no conducen a ningún punto de destino. Y siguen las salvedades, marcas de la enunciación, indicios de la presencia del interlocutor, del oyente, del lector, del otro que es el autor en tanto que se escucha y se objeta a si mismo (se objeciona, se objetiviza, se objetaliza) en una situación especular que es la de tamente sobre el lenguaje” (Encoré, París, Seuil, 1972, p. 19) sino porque, más tajantemente: “ Uno no habla sobre el lenguaje” (Nomina. . ., cit.).

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I.IN CÜ ISTERlA

todo hablante en lo que habla. El discurso que se leerá no proviene de un lingüista sino de un psicoanalista que se acerca desde fuera a un campo, el del lenguaje, que le es ajeno con la intención reconoci­ da de extraer de allí elementos conceptuales capaces de enriquecer su propia práctica y esclarecer su teoría del inconsciente. En tal caso no puede descuidarse la presencia de intenciones menos confesables, sibilinas: la de enseñar, la de anexar, la de desconocer con el pretexto de “ superar” . Que el lingüista ejerza, pues, su vigilancia. Y otra salvedad más, seguramente la última hasta que aparezca la siguiente: la referencia que se hará a la lingüística es parcial, unilate­ ral, en tanto que sólo se tendrá en cuenta a la lingüística de raigam­ bre saussuriana, dejando para la exposición de Raymundo Mier la reflexión teórica sobre las no menos conflictivas relaciones del pen­ samiento lacaniano con la gramática generativo-transformacional. Con lo dicho puede ya empezar el enfoque de los prismáticos del psicoanálisis sobre el lenguaje, para decirlo en una palabra, Lacan.

II.

EL RETORNO A FREUD

Es forzoso que este discurso que apunta a ubicar la obra de Lacan entre el lenguaje y la lingüística tome como punto de partida el mis­ mo del que se valió Lacan, sin que importe por el momento cuán cerca o cuán lejos acabe de tal punto de partida en el final de su obra. Ese punto de partida ya fue señalado en esta obra y no puede ser otro que Freud. Algunas reiteraciones serán inevitables. No im­ portará; la redundancia es crisol y buril de la comprensión por el camino de la perseverancia. Siempre que no se renuncie a ese “ gus­ to por el escollo” . Se puede comenzar con un párrafo de Freud, hoy ya octogena­ rio. Es tan bueno, tan arbitrario y tan insuficiente como cualquier otro para entrar de lleno a des-pedir este discurso. En todo caso, el párrafo seleccionado está cargado de aviesas y confesas intencio­ nes: mostrar que a Freud no se le lee ingenuamente sino que —acá— se le lee desde Lacan. “ Ahora bien, si prosigo para mí mismo el análisis, sin preocu­ parme por los otros (a quienes, en verdad, una vivencia tan personal como mi sueño no puede en modo alguno estarles destinada), llego a pensamientos que me sorprenden, que yo no había advertido en el interior de mi mismo, que no sólo me son ajenos sino también de­ sagradables, y que por eso yo querría impugnar enérgicamente, Material protegido por derechos de autor

N é s t o r a . b r a u n s t f .i n

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mientras que la cadena de pensamientos que discurre por el análisis se me impone de manera inexorable” . 3 Los pensamientos se encadenan unos a otros y es "la cadena” la que "discurre” , hace discurso, es discurso. El yo asiste sorprendido al despliegue de la cadena discursiva. No reconoce alli lo propio; el discurso que tiene que escuchar —es Freud mismo quien lo sub­ raya— le es ajeno, es decir, de otro, y es desagradable, el yo querría apartarse de tal sucesión de pensamientos, no saber nada de ella. Pero el deseo del analista, en este caso Freud mismo, se sobrepone al deseo del yo. Deseo del analista que no es otra cosa que deseo de escuchar a ese otro que habla al margen y a pesar del yo y que así "se impone de manera inexorable” . La experiencia de asociar libremente, es decir, sin imponer nin­ guna coacción ni censura sobre lo que llega a la superficie de la con­ ciencia, fuerza a Freud a admitir una división interior en el hablan­ te. Por un lado está la cadena de pensamientos que discurre, el inconsciente, y por el otro está el yo que encuentra que tales pensa­ mientos le son ajenos y desagradables. De esta puesta a prueba de sí mismo ("sin preocuparme por los otros” ) Freud extrae sin más trámites la hipótesis de la represión como ‘‘un estado de cosas to­ talmente universal” (ídem). El discurso del yo, el discurso coti­ diano, el discurso organizado para los otros según las convenciones de la comunicación, pasa a ser sospechado y convicto de ocultamiento y disfraz de otro discurso, el del deseo inconsciente. El dis­ curso del yo para los otros, hay que adelantarlo aunque el gesto pueda ser tachado de apresurado y sólo se justifique a posteriori, es el que se muestra en casi todos los ejemplos que afloran en los tex­ tos de lingüistica. El discurso otro, el del deseo, aparece incrustado en el anterior, sólo que se presenta como accidente, anomalía. Concretamente, el sueño, el síntoma neurótico, el lapsus, el olvido de esa palabra que se tiene en la "punta de la lengua” (piénsense las dos acepciones), el efecto cómico y la risa del chiste y del "albur” mexicano. Si el discurso cotidiano es pantalla que oculta y cercena al otro y fundamental discurso del inconsciente, podrán y deberán crearse las condiciones más favorables para que la palabra sofocada pueda hacerse escuchar, para burlar la armadura defensiva y represiva que es la estructuración convencional de la comunicación. La situa­ 3 Sigmund Freud (1901): "Sobre los sueños” , en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1979, tomo v, p. 654.

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U N G Ü IS T E R lA

ción analítica está organizada hasta en sus más ínfimos detalles pa­ ra posibilitar el despliegue de la palabra y ése es el único norte que guia la técnica del psicoanálisis. Psicoanalizar es levantar el ancla de la palabra, hacerla derivar, dejarse llevar por ella. Para Lacan el análisis es una práctica de parloteo, de cotorreo . 4 Y esta operación de soltar la palabra está preñada. De consecuencias. El sujeto que se creía autor de un discurso que representaba su verdad ante los otros, identificado con la imagen de sí mismo en el espejismo del yo, queda desenmascarado como un simulador. Lo que creía relato objetivo de una experiencia vivida pasa a ser fic­ ción, novela familiar, mito individual elaborado por alguien que no sabe lo que dice aunque diga todo lo que cree que sabe. Pero este hablante sabe más de lo que cree que sabe. Él está identificado con el sujeto de sus enunciados, el que cree que habla y que se llama a si mismo “ yo” . Pero el que verdaderamente habla, como lo muestra el ejemplo privilegiado del sueño, es el sujeto de la enunciación que no es “ y o ” sino Otro o , si se quiere, E llo, y que debe ser situado

desde el concepto freudiano de inconsciente. El sujeto está escindido y su homogénea superficie se ha trans­ formado en campo de batalla de fuerzas contrapuestas. Alli no hay otra realidad que el discurso y el análisis es análisis del discurso que, en el decir de Freud, deberá ser tratado como un “ texto sagra­ do” en él que no caben ni interpolaciones ni tachaduras. Éste es el postulado metodológico fundamental: toda la expe­ riencia del análisis pasa y debe pasar en el campo del lenguaje. Inci­ tado a hablar, aunque sean tonterías, aunque lo que diga sea trivial, incoherente o impertinente, a decir y sólo decir todo lo que se le pase por la cabeza (exigencia de la consigna que es insensata porque nunca podrá decirlo todo), el yo cree tomar el timón del discurso y comienza a presentar esa superficie novelesca y mítica que es la ver­ sión (la aversión) que ese yo tiene del sujeto. Arrogándose la juris­ dicción sobre la totalidad de la experiencia del sujeto, desconocien­ do que su hablar es sólo parcial porque no sabe todo lo que dice cuando habla y porque lo que cree que dice es obliteración de la ver­ dad de su ser. Ahora bien, ¿dónde podria encontrarse esa verdad? Obviamente no podría estar en algún lugar inaccesible o inefable del si mismo ni tampoco en la intuición sobrenatural de quien es­ cucha. Esa verdad se materializa, esto es, tiene existencia material, 4 Jacques Lacan (1977): “ Une pratique de bavardage” , en Ornear?, núm. 19, 1979, p. 5. Material protegido por derechos de autor

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en el discurso mismo. Pero no donde el yo cree que ella está sino en lo que despunta en el discurso al margen de las intenciones comu­ nicativas del hablante. Cuando la verdad apunta en el discurso el yo hace resistencia a su reconocimiento, racionaliza, oculta, reprime. La verdad, el inconsciente, emerge en el discurso en los momen­ tos en que se interrumpe la continuidad de éste por la aparición de asociaciones consideradas por el hablante como impertinentes o molestas. En las "lagunas” del discurso, según reza una conocida metáfora. Por ejemplo, cuando se produce una equivocación que la convención ha querido bautizar como "acto fallido” y que corres­ ponde al más exitoso de los momentos del hablar porque es alü donde se manifiesta la verdad, esa verdad sorprendente y desagra­ dable que es rápidamente acallada con una aclaración: "perdón, quise decir. . .” ¿A quién se le pide perdón en tal caso, quién ha si­ do burlado o traicionado por la palabra insólita que se coló en la armadura discursiva? ¿A quién "traiciona el inconsciente” cuando el inconsciente, según la sabia expresión, hoy popular, traiciona? ¿Es que el inconsciente está ahí para servir al yo y sus intenciones comunicativas, único caso en que podría traicionarlo? ¿O puede in­ vertirse el sentido de la expresión y afirmarse que el yo es, precisa­ mente, función de desconocimiento (en ese sentido, de traición) del saber que se manifiesta en el discurso y que excede al yo? Éste es el principio que guia a la técnica del psicoanálisis: crear las condiciones para el despliegue irrestricto de la palabra de modo que pueda emerger ese saber ignorado del que no es posible desde­ cirse. La situación analítica es o tiende a ser una situación experi­ mental de la enunciación en la que se controlan todas las variables extradiscursivas, todo lo que rodea a la palabra, de modo que sólo debería quedar una variable en libertad: el enunciado del analizan­ te, único material del análisis. El analizante, desde su diván, pasa a elaborar un discurso que, como todo discurso, tanto hablado como escrito, está organizado desde el lugar imaginario del que escucha. Es decir que el diálogo, la interlocución, está estructurado de modo tal que es la respuesta del que escucha la que sanciona el éxito del decir y lo materializa. Ahora bien, del que escucha el que habla tiene una imagen que está centrada alrededor de la imagen que tiehe de sí mismo. El que escu­ cha es, para el que habla, un espejo de si mismo. Y es esa imagen de si mismo la que se realiza en el otro en las condiciones de la comuni­ cación cotidiana. La posibilidad del cálculo astuto, de la disimula­ ción y de la mentira no vienen sino a confirmar esta verdad elemen­ Material protegido por derechos de autor

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tal de que es en el otro donde se realiza la materialidad del decir. Y el ejemplo más radiante de esta verdad es el de la técnica de la narración de un cuento o de un chiste. Asi habla el analizando. No desde una pretendida interioridad del si mismo, sino desde una si­ tuación en la que aspira a hacerse reconocer especularmente por el otro, por el alocutario, convertido en juez de la llegada a la meta de su decir. Y habla; habla a un interlocutor silencioso a quien no pue­ de ver, de quien es poco lo que sabe o lo que debería saber, a un otro desconocido y taciturno. Sobre ese otro proyecta una imagen hecha, por una parte, con la misma madera de la que está hecha su propia imagen especular; por otra, con la idealización, también es­ pecular, de ese otro que tendría lo que a su imagen le falta para al­ canzar la completud. El analista es, así, objeto de amor y rival especu­ lar. Es el “ yo ideal realizado” , 5 la imagen ideal de sí, ese punto de ningún desconocimiento ni carencia, supremo bien, agalma. El analista es el lugar donde, para el analizando, se realiza el saber de su inconsciente y de su deseo. Supone que aquel al que le habla, el otro, es el saber de lo que él mismo ignora sobre su deseo. En el lu­ gar del otro, sin asumir esa proyección especular, haciéndose Na­ die, el analista escucha, sabiendo que no puede, sin impostura, ocu­ par el lugar del que sabe y que si algo va a aprender, sólo podrá aprenderlo del que verdaderamente sabe, del inconsciente de su pa­ ciente que se manifestará en el decir y que es desconocido por am­ bos a la vez y por igual. El analista, definirá Lacan, es un sujeto-supuesto-saber, coloca­ do en el sitio de un saber que no tiene, ni él ni ningún otro, que le es transferido por un sujeto-supuesto-ignorar, compuesto a su vez por una palabra que aspira a emerger, la del inconsciente y por una arma­ dura de resistencias que es el yo de las conversaciones cotidianas . 6 5 Jacques Lacan (1960-61): Séminaire. Le transferí (inédito). 6 Hay que aclarar que no se trata de reducir esta formula del suje­ to-supuesto-saber a una simple creencia imaginaría de que el analista es la persona que uno cree que sabe. Es la suposición de que el saber está encar­ nado en alguien que es duefio del saber. Es precisa la formulación que pro­ pone Nasio: “ el saber supuesto Sujeto” . El que se imagine que el analista detenta ese saber es un asunto secundario, una consecuencia constituida en lo imaginario por la presencia actuante de esta estructura transubjetiva, fundamento de la transferencia, que es el sujeto-supuesto-saber. Cf. Jacques-Alain Miller: “ Algorithmes de la psychanalyse” , en Ornicarl, núm. 16, 1978, p. 19, y Juan David Nasio: La voz y ¡a interpretación, Buenos Aires, Nueva Visión, 1980, pp. 53-69. Material protegido por derechos de autor

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Las resistencias, se ha dicho; caben algunas puntualizaciones. Se habla para el otro, desde el otro, en el otro. Pero, a su vez, ese otro está hecho por proyección de una imagen especular. Así, tam­ bién puede sostenerse que se habla solo, siempre solo, con un doble reflejado. Al hablar se transmite un no sabido, el inconsciente, que sólo desde el otro y desde la recepción que ese otro dé a la palabra podrá resignificar el mensaje y volver con su carga de sentido sobre el hablante. Ciertamente, sólo en la medida en que ese sentido pueda ser integrado como propio por el yo dél enunciado (ÍVo Es war, solí Ich werden: donde Ello estaba, deberá Yo llegar a es­ tar). Si el sentido no puede ser integrado en la cadena discursiva es que se está frente al fenómeno de la resistencia que define, junto al de transferencia y desde tiempos de Freud, al campo de acción de la práctica analítica. Asi es como cabe definir a la resistencia, más allá de todas las distorsiones que sufrió el concepto: resistencia es la im­ posibilidad para la integración del sentido del propio discurso en ¡a interlocución. Ahora bien, como es el otro donde ese sentido se concreta y de donde puede volver sobre el sujeto, es el otro el que puede ejercer la resistencia. Y la ejerce, a menos que acepte ser no otro, no yo, psicoanalista, neutro. Por donde se entiende la fórmu­ la chocante de Lacan: “ No hay en análisis otra resistencia que la del analista ” . 7 Lo que asi se esclarece es que tanto la resistencia como la transfe­ rencia, ejes del proceso analítico, quedan definidas materialmente como integrantes del discurso, como fenómenos pertenecientes a “ la función y campo de la palabra” . El paciente habla a una imagen hecha en función de su propia subjetividad. Debido a que el psicoanalista calla, ¿1 habla hacia un lugar que él mismo ha inventado en función de ciertos “ modos per­ manentes según los cuales constituye sus objetos ” . 8 Se proyecta y se refleja especularmente en ese otro. Llega a reconocer su propio deseo animándolo en la persona imaginaria del analista. Es la transferencia. Espera y demanda del otro muestras de su deseo, la fijación de metas, el otorgamiento de señales de aprobación o des­ aprobación, premios y castigos, reconocimiento, manifestaciones 7 Jacques Lacan (1954): “ Introduction au commentaire de Jean Hyppolite. . en Écrits, París, Seuil, 1966, p. 377[Escritos //, México, Siglo XXI, 1975, p. 137]. 8 Jacques Lacan (1951): “ Intervention sur le transferí” , en Écrits, cit., p. 225. [Escritos /, México, Siglo XXI, 1971, p. 47].

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LINGÜISTERtA

de amor, consideración y preferencia. Pero algo falla en este inten­ to de repetición, re-petición de una petición anterior, y es porque el otro no juega como todos los otros con los que se ha topado en su vida. El analista está alli, como no otro, siempre ne-utro, sin juzgar de nada de lo que oye. Induce asi un rebote de la palabra que lleva al cuestionamiento del propio sujeto: ¿quién es este “ yo” que así se expresa y por qué pide al otro lo que le pide?, ¿qué me falta? Pues la palabra rebota en el silenció del Otro y retorna sobre el emisor como una pregunta: ¿Qué quieres? Al hablar pide y al pedir repide, repite, actualiza en la cadena significante una demanda anterior dirigida a alguien que supuesta­ mente podía responder a ella y que no lo hizo produciendo así una detención, una suerte de “ fijación” de la demanda a un cierto sig­ nificante. La repetición analítica permite asi una actualización del pasado con reconsideración de la manera en que ese pasado ha sido significado por el sujeto. Deben transmutarse el mito individual y la novela familiar. Resignifica, reescribe la historia. No se trata de volver al pasado, de una “ regresión” como se dice por ahí, sino de una reactualización del pasado en el presente en la línea de algo que será, merced al análisis, un progreso en lo simbólico. La noción freudiana de “ regresión” es prisionera de una concepción ingenua y lineal del tiempo, de la sucesión de los sistemas psíquicos, de la cronología de jos modos de expresión, que Freud mismo supera cuan­ do propugna el valor determinante para el sujeto de la “ compulsión de repetición” que no esotra cosa que la insistencia del significante. La historia es de este modo la totalización de una experiencia subjetiva que no está en el pasado, inerte ya, sino virtualmente en una integración por venir; es la forma en que el pasado quedará ins­ crito en el futuro. Un futuro que es de discurso y que acabará por modificar radicalmente las relaciones del sujeto con su mundo que es, claro está, un mundo organizado por la palabra y el lenguaje.

III. EL SUJETO V EL INCONSCIENTE

Merced a esta experiencia de restitución de la continuidad de la his­ toria que se pone en juego en cada caso es que el psicoanálisis ha podido elaborar una teoría de la constitución del sujeto que conlleva trascendentales consecuencias para muchas disciplinas, para todas tal vez, pero muy particularmente para la lingüistica. Para que este alcance se haga evidente desde ya, hay que partir des­ Material protegido por derechos de autor

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de la conclusión y luego rehacer el desarrollo: el hablante, el habiente (parlétre) como probablemente preferiría llamarlo Lacan si fuese él hispanohablente, el habiente, considerado tradicional­ mente como un operador de la lengua que emite determinado men­ saje y trasmite de ese modo su pensamiento o su intención, lejos de ser el autor constituyente de tal mensaje, es por su parte un ser constituido por el lenguaje. El sujeto que habla y que pide es un efecto del significante y está ubicado de manera siempre fugaz entre el significante que lo constituye y el significante que emite y que él representa ante otro (significante). Es hora de rehacer sintéticamen­ te el desarrollo que impone esta conclusión. El sujetó, psicoanalíticamente hablando, no tiene origen. Antes de nacer a la vida, antes de hablar, antes de la fecundación, es ya el objeto del discurso, del deseo y de la fantasía de los otros. Su con­ cepción, encuentro no fortuito de un espermatozoide y un óvulo, está ya regulada por el lenguaje que impone las relaciones de pa­ rentesco y define a las alianzas de hombre y mujer como posibles o imposibles según la Ley, ley universal de la prohibición del incesto. Por ella, lo imposible, es el deseo cumplido. El advenimiento del nuevo ser se hace en relación, a favor o en contra o las dos cosai a la vez, del deseo de los progenitores, estruc­ turados ellos a su vez de la misma manera, con la misma relación de excentricidad respecto de la ley, efectos contradictorios, también ellos, del deseo de sus padres, abuelos de ese nuevo sujeto. El orden de la ley preside la vida del sujeto, preexiste a él y ordena su inclu­ sión en la historia. Se escucha el eco de la voz de Sócrates en el Critón: las leyes son responsables del nacimiento, la alimentación, el sustento y la educación de los hombres asi como del disfrute o la privación de los bienes de la comunidad. El ser humano, su vida y su muerte, son hechos dé legislación, hechos de lenguaje, antes y más allá de la existencia empírica. En tanto que organismo, el hombre es, al igual que los animales, sujeto de la necesidad desde que nace. Hay, sin embargo, una diferencia fundamental: estriba en que, por el doble hecho de la inermidad biológica y de la organi­ zación cultural, la satisfacción de la necesidad humana es imposible sin el auxilio de un otro humano, regulado a su vez por el lenguaje. Sólo queda remitirse al apartado 11 de la primera parte del Pro­ yecto de psicología9 por donde Freud fraguó el camino de su entra9 Sigmund Freud (1895): Proyecto de psicología, en Obras completas,. Buenos Aires, Amorrortu, 1982, tomo l. • Material protegido por derechos de autor

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es según se sabe desde la Fenomenología del espíritu, un objeto no natural: el deseo del otro o, como puede formularse ahora, de los significantes de ese deseo. El comienzo del sujeto en la vida en este mito del origen propues­ to por Freud está marcado por esta experiencia originaria de satis­ facción, donde la demanda es absoluta y recibe una satisfacción también absoluta, no empañada por ninguna comparación con una experiencia anterior de gratificación. En el sujeto queda inscrita una huella mnémica que lo es de esta diferencia entre la nada y el todo, de la reducción definitiva y a cero de la demanda por la dis­ ponibilidad del otro. A partir de entonces el deseo del sujeto se ca­ naliza hacia la repetición de esa satisfacción incondicional. Satis­ facción que encontrará ante sí dos caminos, como Proust: a] por el camino del principio del placer, indicado por la alucinación que re­ sulta de la reactivación de las huellas de la experiencia de satisfac­ ción, en ese campo de la realidad psíquica que ilustra la experiencia onírica, donde los significantes de la demanda se escenifican por medio de la condensación y el desplazamiento, y b] por el camino del principio de realidad, repitiendo la demanda primeramente co­ mo grito y después como palabra articulada que se dirige al otro, reencarnación de ese Otro primitivo y ya para siempre desaparecido de la reducción absoluta de la demanda. Lo de los dos caminos es una analogía insuficiente porque, como se sabe, el principio del placer se cuela mediante el juego significante en el habla intencional y porque los procesos secundarios tienen un papel variable en la configuración del sueño. La realidad psíquica está comandada por el principio del placer y el sujeto se encuentra tendido, extendido, sextendido, hacia el cum­ plimiento del deseo que es deseo del reencuentro de una percepción, real o alucinatoria, que se corresponda con la huella mnémica de la experiencia de satisfacción. Asi, el deseo no es anhelo; es nostalgia. No puede confundirse con las ganas de algo. Al hablar de algo que se corresponda con una huella, se está especificando inequívoca­ mente que el deseo se ubica, desde siempre, en el campo del signifi­ cante. Dijo un analizante: “ De repente, uno mira por el hoyito del ca­ leidoscopio y ve una forma maravillosa; uno se queda prendido, maravillado, por esa imagen, luego, tac, un golpecito insignificante y ya no es lo mismo, uno quiere que vuelva la imagen anterior, la primera. Entonces tac-tac, más golpes y nunca es igual hasta que tac-tac-tac, a uno se le va la vida” . No se podría formular en menos Material protegido por derechos de autor

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palabras esta insistencia de la producción significanté guiada por el cumplimiento imposible del deseo. Como hablante, como habiente, el sujeto articula la cadena sig­ nificante como re-petición, tac, del objeto perdido. Sea cual fuere el objeto que se ofrezca para satisfacer la demanda, ese objeto esta­ rá marcado por un menos, por una carencia que lo distingue y lo se­ para del objeto del deseo. “ Así, el deseo no es ni el apetito de la sa­ tisfacción, ni la demanda de amor, sino la diferencia que resulta de la sustracción del primero a la segunda, el fenómeno mismo de su hendidura (Spaltung)” .w El norte del sujeto que lo lanza hacia la realidad es un objeto inexistente (con la existencia fantasmal de una huella que lo recuerda) que se empeña en alcanzar a través de los objetos que puede nombrar y que lo dejarán siempre relativamente insatisfecho, eternamente consagrado a una fuga metonimica que es la estructura del deseo humano en tanto que debe pasar por los significantes articulables en la demanda. No puede ser otra la ma­ nera freudiana de entender a la pulsión en la obra de Freud: “ La pulsión reprimida nunca cesa de aspirar a su satisfacción plena, que consistiría en la repetición de una vivencia primaria de satisfacción; todas las formaciones sustitutivas y reactivas, y todas las sublima­ ciones, son insuficientes para cancelar su tensión acuciante, y la di­ ferencia entre el placer de satisfacción hallado y el pretendido en­ gendra al factor pulsionante, que no admite aferrarse a ninguna de las situaciones establecidas, sino que, en las palabras del poeta, 'acicatea, indomeñado, siempre hacia adelante’ (Fausto, I).” n Permanece para siempre un resto de insatisfacción, efecto del significante, que hace del habiente un ser básicamente incompleto, empujado constantemente hacia otra cosa (esa fuerza es la pulsión) que anhela (re)encontrar y que, al no hallarla, intenta crear en la realidad. Esta creación sólo puede hacerse en el campo del signifi­ cante, de las prácticas discursivas, de un cierto trabajo sobre la ma­ teria natural y cultural previamente obrada por la práctica de los hombres, sobre la realidad en tanto que humanizada, Wirklichkeit, sobre el orden simbólico, presupuesto y condición de todo trabajo. Claro está que el objeto de este deseo es innombrable y todas las analogías propuestas para designarlo revelan algún tipo de caren10 Jacques Lacan (1958): “ La signifícation du phallus", Écrits, cit., p. 691 [Escritos /, cit., p. 285J. 11 Sigmund Freud (1920): Más allá del principio del placer, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1979, tomo x v iii , p. 41. Material protegido por derechos de autor

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Ha llegado la hora de abordar el inconsciente, objeto del psicoaná­ lisis producido y propuesto por Freud según cualquiera sabe y repi­ te, sin que por eso tenga que saber nada sobre él (pues él es el que los sabe a todos). El inconsciente es la sede del mayor equivoco teórico y técnico que atormenta al psicoanálisis y su trasmisión. Sin el concepto de inconsciente se esfuma el psicoanálisis pero con su concepción como negativo de la conciencia o como ausencia de la misma el psico­ análisis se esteriliza. Por otra parte, la repetición mecánica de frases como “ el psicoanálisis consiste en hacer consciente el inconsciente” lleva a suponer que el inconsciente es una cosa o sustancia que está ya ahí, esperando que alguien lo descubra y lo lleve a la cpnciencia con lo cual habrá desaparecido por agotamiento y desecación. Son dos negaciones que se implican recíprocamente y recaen am­ bas sobre él. La primera lo considera como una conciencia subdesarrollada, imperfecta o defectuosa. La segunda lo reifíca, lo hace pez, lo pecifica y asi lo opacifica; lo pacifica, lo domestica, pues concede al analista caña y anzuelo para pescarlo en rio revuelto. Lacan, frente a la concepción difundida del inconsciente como un continente o como una botella en la que nadan ciertos contenidos, postula que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, o sea, que habla sin que nada preexista ya hecho en él. Retoma a Freud, Freud que sostiene que el sujeto, cuando habla, sabe, pero como no sabe que sabe cree que ignora. Y eso que cree ignorar es algo que se escapa a cada momento cuando no se hace resistencia a escucharlo. Porque cada habiente expresa en su decir ese plus de sentido que lo habita y que se llama el inconsciente. Es un saber ignorado que, sin embargo, no preexiste a su surgi­ miento en el decir sino que se constituye retroactivamente a partir de que el decir ha sido dicho por el habiente. Es resignificación, abrochamiento del encadenamiento discursivo a un sentido ignora­ do, inesperado y sorpresivo. El inconsciente se evidencia cuando el hablante se desconcierta por lo que su decir le revela de si mismo y le descubre retroactivamente el espejismo en el que creía vivir, en el que vivía creyendo. Por eso es que salta y se le aprecia más fácil­ mente en los accidentes del discurso. Suspensiones, lagunas, cortes, homofonías, chistes involuntarios, polisemia, omisiones en la repeti­ ción, etc. No se trata de “ agarrar” al inconsciente sino de descifrar­ lo porque el inconsciente es ciframiento, composición de materiales heterogéneos y ordenación de los mismos según directivas que reco­ nocen al principio del placer. Material protegido por derechos de autor

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bajo. Pero se puede adelantar, desde ya, que en la fórmula: “ el in­ consciente está estructurado como un lenguaje” , un lenguaje no es cualquier lenguaje sino lalengua. La palabra “ estructurado” de la misma fórmula solicita tam­ bién ciertas aclaraciones. En primer término hay que destacar la pa­ sividad de la forma gramatical: el inconsciente no es estructurante sino estructurado. La expresión “ como un lenguaje” debiera ser redoblada: “ como un lenguaje y por el lenguaje” puesto que el len­ guaje, el orden simbólico, es condición de existencia del inconscien­ te . 16 El lenguaje, estructurante, es ese fundamento que posibilita que haya efecto de lenguajes (o de lalenguas), ya no uno sino miíchos, de modo que cada uno de ellos se especifica como diferen­ cia de todos los demás lenguajes. “ Como un” lenguaje deslinda a “ ese” lenguaje como un subconjunto respecto de “ el” lenguaje como estructura estructurante, activa, que imprime al inconsciente su sello de pasividad, “ estructurado” . Este último término, cemento de la fórmula que une al incons­ ciente con el lenguaje, no remite a ninguna concepción ambigua de la estructura. “ Estructurado” significa, simplemente, que se trata de un real organizado por lo simbólico, es decir, un real humano, trabajado por el lenguaje. “ La estructura es lo real que se abre paso en el lenguaje ” . 17 Con esto la tautologia indicada por Lacan se con­ firma porque se duplica la ligazón entre “ estructurado” y “ como un lenguaje” . Y puede aventurarse una formulación esclarecedora: el inconsciente es lo real que se abre paso en el lenguaje. Lo real, en este caso, es lo real del deseo, de su cumplimiento imposible y de su búsqueda en una serie infinita de sustituciones significantes. Al lenguaje, por lo demás, no se le debe entender en términos empíricos, como modo o conjunto de modos de comunicación sino como una estructura configurada por elementos materiales, los sig­ nificantes, entre los cuales sólo hay diferencias sin términos positi­ vos, y por cuya combinación se hace posible, como un efecto secun­ dario, la trasmisión de mensajes que son estructurantes de los suje­ tos o habientes, Justamente porque el inconsciente está estructurado como un 16 Jacques Lacan (1970): “ Prólogo” , en Anika Rifflet-Lemaire: Lacan, Barcelona, Edhasa, 1971, p.19, y Jacques Lacan (1972): “ L’étourdit” , en Scilicet, núm. 4, p. 45. Alli figura esta formulación: “ Es manifiestamente por el lenguaje que yo doy cuenta del inconsciente" (cursivas de Lacan). 17 Jacques Lacan (1972): “ L’ etourdit” cit., p. 33. Material protegido por derechos de autor

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lenguaje es que en el análisis ese inconsciente se ordena en un dis­ curso concreto dentro del habla. “ El inconsciente es aquella parte del discurso concreto en cuanto transindividual que falta a la dispo­ sición del sujeto para restablecer la continuidad de su discurso consciente” . 18 Se ordena, se profiere diacrónicamente y se crean asi esos efectos de sentido que Freud llamó “ formaciones del incons­ ciente” . Allí es claro cómo aparece el inconsciente bajo la forma de mensajes a descifrar que conducen al deseo, a la prohibición, a la regulación de la sexualidad, a la estructuración de un sujeto que se relaciona con su propio goce bajo el emblema de la ignorancia. “ En todos los momentos importantes del relato [del tormento de las ratas introducidas por el ano] podía observarse en ¿ 1 una singu­ lar expresión fisonómica compuesta, que sólo podía interpretarse como signo de horror ante su placer del que no tenía la menor conciencia” . 1 9 Este “ placer del que no tenia la menor conciencia” es un hueso teórico duro de roer. ¿Quién siente en tal caso el placer y qué puede

querer decir un placer ignorado por el que lo experimenta? Frente a esta dificultad es que se erige en la teoría la noción de goce. El goce es del orden de lo que no se dice, es y está en el horizonte del deseo como deseo de ya no desear, apareciendo en el síntoma que lo mar­ ca como imposible y lo carga con los estigmas del sufrimiento, liga­ do a la pulsión de muerte, y soportado por el lenguaje que debe, en su ordenamiento, erigir una barrera, la del placer, que actúa como dique de contención del deseo: “ A lo que hay que atenerse, es a que el goce está prohibido a quien habla como tal, o también que no puede decirse sino entre lineas para quienquiera que sea sujeto de la Ley, puesto que la Ley se funda en esta prohibición misma. . . Pero no es la Ley misma la que traba (barre) al sujeto el paso hacia el go­ ce, ella solamente hace de una traba (barriére) casi natural un suje­ to trabado (barré). ” 2M 18 Jacques Lacan (1953): “ Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis” , en Escritos I, cit., p. 79 [Éscrits, cit., p. 258). 19 Sigmud Freud (1909): “ A propósito de un caso de neurosis obsesiva” , en Obras completas, Buenos Aires, Santiago Rueda, tomo xvi, p. 19, y Buenos Aires, Amorrortu, 1980, tomo X, p. 133 (cursivas de Freud). 20 Jacques Lacan (1960): “ Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano” , en Escritos /, cit., p. 333, [Écrits. cit. p.

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Paradójicamente, la noción de goce imposible como sujeto del deseo es la que permite comprender al placer, ese del que se habla cuando se dice "principio del placer". Para el psiquismo la meta del placer es representante, no de una sensación a alcanzar, sino de un principio de regulación y freno del deseo que reconoce un doble fundamento: primero, esa ‘‘barrera casi natural", ese algo ‘‘que no es sólo la presión de la cultura, sino algo que está en la esencia de la función (sexual) misma, lo que nos deniega la satisfacción plena y nos esfuerza por otros caminos" . 21 Y que lleva a Lacan a decir que la relación (le rapport, no la rélation) sexual es imposible. Y, segun­ de>, esa regulación y freno del deseo es efecto también del lenguaje, concretamente de la Ley de prohibición del incesto que erige la barrera de la castración y separa reciprocamente al hijo y a la madre consagrando al sujeto a entrar en el mercado de los inter­ cambios simbólicos y carnales. El sujeto es desde siempre sujeto de la Ley y, por efecto del significante, debe renunciar a su deseo para buscar otro significante suplente del primero con el que regulará sus relaciones acordándose al principio del displacer-placer. No es entonces el placer la meta del deseo, es su sustituto; es, más bien, el indicador de la subsistencia del deseo infantil, incestuoso y perver­ so, bajo la apariencia de una sumisión siempre resistida al signifi­ cante. Por eso Lacan puede llegar a hablar del principio del placer como ‘‘eso que se satisface con el blablablá " 2 2 y Safouan, que ‘‘El Lustprinzip se acuña en las posibilidades de identificación ofrecidas por el significante " . 2 3 Asi es como el displacer-placer conduce hacia la estructura del inconsciente, fundado en la imposibilidad del goce y su constante deslizamiento por los senderos del significante; algo que se desplie­ ga con máxima claridad en la experiencia del chiste, articulación nada anecdótica del goce y la palabra. Pues el goce es este horizonte que se presentifica en el decir bajo la modalidad de una evocación. Éste es el sentido del inconsciente freudiano, ese ordenamiento sig­ nificante que se alcanza en la situación analítica como retroacción 21 Sigmund Freud (1930): El malestar en ¡a cultura, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1979, tomo xxi, p. 103. 22 Jacques Lacan (1973): Le Séminaire. Livte XX . Encoré, París, Seuil, 1975, p. 53. 23 Moustapha Safouan: Le structuralisme en psychanalyse, París, Seuil, 1968 [El estructuralismo en psicoanálisis, Buenos Aires, Losada, 1975, p. 801. Material protegido por derechos de autor

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deseo sin que nadie lo supiese. Y sin que nadie lo supiese por efec­ to de la censura, del superyó, heredero del complejo de Edipo, representante de la autoridad de los padres, de la tradición, que se ha entronizado en el interior del sujeto y desde allí manipula las pa­ lancas de la represión y comanda el deber ser del hombre como ideal del yo, promesa de una gratificación futura, plena y ultraterrenal. Censura que se entiende como identificación con el otro como cen­ sor y como uno de los limites de lo que es, en el discurso, articulable. Así es: la represión no tiene otro soporte que el discurso y por eso es que hay “ malas palabras” , palabras prohibidas, transgresoras y es por eso también que la transgresión está comprometida con el goce, es destrucción de un ordenamiento anterior, impugnación de la ley, parricidio, en una palabra, poiesis, poesía. Es subversión de la ley tal como se expresa en las reglas del buen decir, la articula­ ción significante, la gramática, la sintaxis. Por donde se comprueba que todo buen poeta es maldito, no tanto porque se lo maldiga, co­ sa que no deja de suceder, sino que se lo maldice debido a que es mal decidor, saboteador de los modos estructurados del decir, evo­ cador de un goce maldecido, siempre en entredicho. El decir. El hombre, creado por el significante, mejor dicho, por la significancia según se verá en el apartado siguiente, siendo esa significancia el juego del significante en la creación del sentido, habla, arma un discurso. Obedece sin saberlo, como lo demuestra la gramática generativa chomskyana a ciertas normas que no son, según allí se dice, inconscientes; son preconscientes desde el mo­ mento en que pueden ser hechas conscientes sin levantar ninguna represión por el sujeto de la metalengua. Éste es el punto preciso en que se ponen en contacto la reflexión psicoanalitica y la reflexión lingüística. La experiencia psicoanalitica transcurre íntegramente, y ésta es la última vez que en este trabajo se le formula, en el medio de la palabra. En el medio en un triple sentido, polisémicamente. En el medio, como quien dice “ medio ambiente” , rodeada por la palabra, sumergida en ella, incapacitada para estar en otro lugar que no sea en el medio de la palabra. En el medio también porque está ubicada entre la palabra constituyente del ser (parlétre) y la pa­ labra constituida y eslabonada por el sujeto en su hablar; entre un significante y otro, recordando que el significante es lo que repre­ senta el sujeto para otro significante. Y en el medio, finalmente, porque no tiene otro medio que el de la palabra para la realización de su acción; el instrumento, único al alcance del analista, es la pa­ Material protegido por derechos de autor

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labra. Por lo que bien le conviene conocer su estructura. Y saber cómo es que la palabra hace, no para encontrar ni para reflejar un sentido, sino para crearlo por medio de su encadenamiento, ya que no hay el sentido fuera de la cadena discursiva.

IV. SIGNIFICACIÓN Y SIGNIFICANCIA

Asi se llega a un punto fundamental de la reflexión lacaniana; nada menos que la impugnación de la noción, central en lingüistica, de significación. El trayecto puede hoy detectarse en la sucesión de los escritos y los seminarios de Lacan. Tomó éste como punto de partida al diá­ logo De magistro de San Agustín , 31 de donde extrajo la noción de que ninguna significación se basta así misma sino que necesaria­ mente remite a otra significación. De tal modo que nada significa nada en relación directa o inmediata con una cosa o con un gesto. Sólo hay significación en el orden del lenguaje y, más concretamen­ te, de la lengua como sistema de las diferencias entre los signos y como sistema de la clasificación de esas diferencias. Si la significación remite siempre a otra significación y si tal sig­ nificación sólo puede establecerse en la cadena significante, resulta claro que el signo saussureano, enclaustrado cimiento de la lingüis­ tica, está irremisiblemente mal construido. Porque el significado no corresponde puntualmente al significante y quedan ambos engloba­ dos por un óvalo y separados por una barra que las flechitas de los costados muestran como franqueándose sin inconvenientes de arri­ ba para abajo y de abajo para arriba, sino que la significación debe buscarse en alguna clase de unidad superior al signo lingüístico, en la frase, en la locución, en el discurso . 3 2 A su vez, la frase va modificando la significación de lo dicho o escrito a medida que se agrega cada elemento, de modo tal que la significación depende del momento o del punto en que se produzca la escansión, la interrupción del encadenamiento. Esto quiere decir 31

Jacques Lacan (1954): Le Séminaire. Livre /, París, Seuil, 1975, p.

271. 32 Octave Mannoni (1969): La otra escena - Claves de lo imaginario, Buenos Aires, Amorrortu, 1973. El capitulo “ La elipse y la barra” (p. 28) desarrolla esta temática de modo impecable y a él debe referirse el lector an­ sioso de mayores precisiones.

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que la asimetría del signo saussureano es un hecho que se demues­ tra en el hablar y que todo el peso de la significación recae sobre la vertiente del significante y la sucesión de los significantes, mientras que el significado va fluctuando bajo el peso de la cadena signifi­ cante. De modo que es el punto en que se interrumpe la frase el que confiere retroactivamente (nachtráglich) su valor a cada uno de los elementos significantes que en ella entraron y que quedan así resig­ nificados. La estructura de la frase se hace asi asimilable a la del cuento se­ gún la propuesta de Poe. Todas las palabras incluidas son una pre­ paración para un sentido definitivo y muchas veces sorprendente que estará dado por la última. Lacan llama a esto el punto de ca­ darzo (capitón), punto de anudamiento que impide el deslizamiento de la costura en la técnica de los colchoneros. 3 3 Punto que se encar­ gará él dé aclarar que es mítico, ideal, pues supondría un acaba­ miento de la locución no abierto a la polisemia, por una parte y, por la otra, un acabam iento irreversible, siendo que siempre será posible incorporar un elemento más a la frase, con lo que habrá cambiado la significación de todos los términos que entraron en su constitución. Podrá decirse: hasta que la muerte sobrevenga, cuando ya no sea posible agregar nada, cuando se cierre el ciclo de las resignificaciones y la experiencia y la historia queden selladas finadas. Es asi como la muerte llega a ser el Gran Capitón de la vida. La palabra ahora es de Pier Paolo Pasolini: 3 4 “ La muerte es absolutamente necesaria porque, mientras vivimos, carecemos del sentido. Los sistemas de lenguaje de nuestras vidas (con los cuales nos expresamos y a los cuales atribuimos la máxima importancia) son intraducibies: repre­ sentan un caos de posibilidades, una búsqueda de soluciones y de significado sin una cadena (coherente) de re-soluciones. La muerte opera un súbito montaje de nuestras vidas: esto es, selecciona los momentos más auténticamente significativos (ya no modificables por otros momentos que pudieran estarles en contradicción o serles incoherentes) y los coloca en un orden cronológico que transforma a nuestro presente —infinito, incierto, inestable, certero y, por eso, 33 Jacques Lacan (1956): Seminario Les psychoses (inédito). Puede confrontarse también ‘‘L’instance de la lettre” (1957), en Écrits (1966), p. 503 [Escritos /, p. 188]. 34 Pier Paolo Pasolini: Empirismo eretico, Roma, Garzanti, 1972, p. 244.

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lingüísticamente indescriptible— en un pasado que es claro, estable y, por lo tanto, lingüísticamente realizable. . . Sólo a través de la muerte pueden nuestras vidas servirnos para expresarnos a no­ sotros mismos." Esta totalización de un sentido permitiría explicar la importancia que tradicionalmente se ha concedido a los testa­ mentos (¡así wilí) y a las últimas palabras de los grandes hombres. La muerte, última palabra, organiza y motoriza el deseo y la historia. Se ha impugnado asi el carácter unificado del signo saussureano donde significante y significado pesarían por igual en la determina­ ción de la significación y se ha demostrado la imposibilidad de pen­ sar al significado en si mismo, sin remitirlo al ordenamiento signifi­ cante del cual este significado seria el efecto. El orden significante demuestra asi operar en un topos exterior al sujeto hablante, pro­ duciendo, de por si, de manera autónoma, las significaciones. Es la cadena la que, a través de su fraccionamiento, de sus combina­ ciones, de las sustituciones metafóricas, engendra el significado. Esta primada del significante es un concepto que resulta tanto de la reflexión sobre la lingüistica como de la práctica psicoanalitica: “ Sólo el psicoanálisis está capacitado para imponer al pensamiento esta primacía demostrando que el significante puede prescindir de toda cogitación, aunque fuese de las menos reflexivas, para ejercer reagrupamientos no dudosos en las significaciones que avasallan al sujeto, más aún, para manifestarse en él por esa intrusión enaje­ nante de la que la noción de síntoma en análisis toma un sentido emergente: el sentido del significante que connota la relación del sujeto con el significante” . 3 3 Dicho de otra manera, no hay correspondencia entre las dos fa­ ces del signo pues el significado se escurre bajo la serie de los signi­ ficantes y la significación depende de la escansión, de la puntuación (en el sentido de colocación de un punto) que puede tener lugar en

cualquier parte de la frase o, aún, en el corte de úna palabra: “ Me viene sin armadura” que puede entenderse también como: “ Me vi­ ne sin (el) arma dura” ; de modo que los espaciamientos y los cortes engendran un “ efecto de sentido” en el momento en que vuelven sobre los eslabones anteriores y resignifican el discurso. Y “ estos efectos se ejercen del texto al sentido, lejos de imponer su sentido al texto ” . 3 6 35 Jacques Lacan: “ Situation de la psychanalyse en 1956” , en Écrits (1966), p. 467 [Escritos II, p. 190]. 36 Ibid., p. 468, [p. 1911. Material protegido por derechos de autor

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Esta heteronomia y esta exterioridad de lo simbólico, esta cons­ tante permutación y desconstrucción constructiva de la cadena sig­ nificante, esta producción de efectos de la palabra más allá de todo querer decir, es el concepto mismo del inconsciente. “ Esta mate­ rialización intransitiva, diremos nosotros, del significante al signifi­ cado, es lo que se llama el inconsciente, que no es anclaje, sino de­ pósito, aluvión del lenguaje” . 3 7 Sería erróneo pensar que Lacan es en esto un innovador. No es el fabricante del cuchillo. Es su afilador. Desde la carta 52 a Fliess y desde La interpretación de los sueños, el inconsciente, objeto teóri­ co producido por Freud para dar cuenta de la experiencia psicoanalitica, está constituido por distintos modos, extraordinariamente móviles de encadenamiento significante: son los procesos prima­ rios. Y seria vano buscar allí, en el aparato psíquico, los significa­ dos. Éstos sólo pueden existir como resultantes de la variable es­ tructuración del significante. Por eso es que el trabajo analítico es trabajo sobre el significante y no sobre las significaciones, mientras que lo que caracteriza a la pedagogía y a las psicoterapias es la ela­ boración acerca del sentido convencional de la experiencia subjetiva. Los encuentros evocadores del goce, lo que en el hombre es go­ zante, se halla en esta dimensión del significante en movimiento. Es bajo la forma de significante que tiene lugar esta carrera imposible tras el objeto perdido de la completud originaria, de ese momento mítico en que nada se deseaba porque nada faltaba. Es el signifi­ cante y no alguna clase de cosquilleo lo que hace del cuerpo un cuerpo gozante. Porque nada del orden natural consagra a los obje­ tos del mundo real a ser fuentes de placer sino es por el camino de su relación, en tanto significantes, con los significantes del deseo. Muy rápido uno cae en cuenta de que los caminos de Swann y de Guermantes no están hechos de adoquines sino de aromas, de sabo­ res de magdalena, de rastros dejados en la imaginación del joven Marcel por las huyentes miradas de muchachas en flor. Piénsese en el valor de la B de Balbec, Bergotte, Berma, Brabante y en todo lo que pueden encarnar de destino los nombres de personas, lugares y cosas en la determinación de la vida y de la realidad subjetiva indepen­ dientemente de las cualidades físicas y efectos convencionales que pueden provocar pero generando, eso si, y por su cualidad de signifi­ cantes en relación con el deseo, estados de satisfacción o decepción. 37 Jacques Lacan (1970): Psicoanálisis. Radiofonía y televisión, Barce­ lona, Anagrama, 1977, p. 32. Material protegido por derechos de autor

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Pues la muchachita enamorada puede muy bien decir: Deny thy father and refuse thy ñame; Or, i f thou wilt not, be but sworn my ¡ove. A nd Vil no longer be a Capulet. . . Tis but thy ñame that is my enemy; Thou art thyself, though not a Montague. What’s Montague? It is ñor hand, ñor foot, Ñor arm, ñor face, ñor any other parí Belonging to a man. O, be so me other ñame! What’s in a ñame? That which we cali a rose By any other ñame would smell as sweet; So Romeo would, were he not Romeo call’d Retain that dear perfection which he owes Without that M e . Romeo, d o ff thy ñame; A nd fo r thy ñame, which is no part o f thee, Take all myself. Y puede el irreflexivo chiquillo contestarle: / take thee at thy word: Cali me but love, and Vil be new baptized; Henceforth I never will be Romeo. Son las efusiones del amor. No tardarán ambos en caer bajo el peso de la montaña del nombre que pretenden negar. Pues es así co­ mo el amor es ciego. Porque supone que la mirada entrega la esen­ cia de la cosa, la rosa, la moza. El bueno de Edipo sólo alcanza a ver cuando se arranca los ojos. Es por este entrecruzamiento de nombres e imágenes, con primacía del significante, como se establecen las equivalencias y las ecuaciones simbólicas, creándose para cada quien las redes de representaciones que conocemos con los nombres de sistemas preconsciente e inconsciente. Para dar cuenta de tales equivalencias y diferencias, de lo que ri­ ge el juego de estos sistemas de oposiciones significantes, acuñó Freud el concepto de libido , 3 8 ancla del goce del significante en el 38 Cf. Sigmund Freud (1917): “ Sobre las trasposiciones de la pulsión, en particular del erotismo anal” , en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1979, t. xvi, p. 113.

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de abrochar un significante y un significado, de constituir una sig­ nificación en el inconsciente, resultó fallido: fue el máximo intento de Freud por asimilar las tesis de su discípulo disidente, C.G. Jung. El principal hito conmemorativo de ese acercamiento queda ubicado en la décima de las Conferencias de introducción al psicoanálisis. Lo que se ha venido planteando acerca del carácter absoluto de la primacía del significante en la producción del significado, condu­ ce a Lacan a postular un concepto alternativo, el de significancia. Se subraya con él el carácter activo de la función que ejerce el signi­ ficante en su encadenamiento y se marca la pasividad que indica el vocablo mismo de “ significado” . El pensamiento ingenuo progresa sin dificultades; ya se sabe. Primero están la realidad y las cosas, luego viene el hombre que piensa esa realidad y luego, finalmente, la palabra que está hecha para trasmitir el pensamiento que a su vez está determinado por el mundo real. Este esquema ingenuo ha recibido muchas criticas a lo largo de la historia de la filosofía y ya los presocráticos habían cuestionado el privilegio acordado a la physis, al orden de la Natu­ raleza, oponiéndole el logos o mundo del lenguaje. Una suerte de contranatura. En síntesis, la cultura. La obra lacaniana no es una reflexión más agregada a esta antigua oposición. Es la aplicación a la misma de los resultados de la indagación freudiana. Desde este punto de partida es que puede establecerse que “ lo que la interpre­ tación psicoanalitica hace casi evidente es que la relación de lo real con lo pensado no es la del significado con el significante, y la primacía que lo real tiene sobre lo pensado se invierte del signifi­ cante al significado. Lo que delimita lo que pasa en verdad en el lenguaje, donde los efectos de significado son creados por las per­ mutaciones del significante” . 4 2 Esto es, en el orden ontológico, primacía de lo real sobre lo pen­ sado. En el orden gnoseológico y en la experiencia del hombre como se revela en el psicoanálisis, primacía de la palabra sobre las significa­ ciones que son constituidas por esa palabra. Nótese bien: no del sig­ nificante que, en si, no significa nada, sino de sus permutaciones, de su ordenamiento sucesivo, es decir, del discurso. Éste es el con­ cepto mismo de la significancia que se contrapone a la significación. El hueso de la cuestión es que para el hombre no hay realidad que sea pre- o extra-discursiva. Pues es a través de la palabra, del 42 Jacques Lacan: “ A la mémoire d’Ernest Jones: Sur sa théorie du symbolisme” , en Écrits, cit., p. 705 [Escritos //, cit., p. 315J.

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discurso, que el hombre se hace sujeto y se hace niño u hombre o mu­ jer. Para él: “ Nada es sino en la medida en que se dice que es. ” 4 3 “ Tiene un cuerpo la idea. Es la palabra que la representa. La pa­ labra tiene una propiedad muy curiosa —es que ella hace la cosa . ” 4 4 Porque después de haber establecido la prim ada del significante hay que romper con la idea del signo como unidad bifaz de un sig­ nificante y un significado y estipular con todo rigor que el significante no tiene relación con sus efectos de significado. Parece contradictorio pero no lo es. Por una parte el significante es eso que tiene efectos de significado. Por otra parte, ese significante no tiene relación con sus efectos de significado pues esos efectos de significado son cons­ tituidos en un discurso, es decir en el seno de un vinculo social que liga a los que hablan. El que habla enhebra los sonidos y siempre dice más y dice otra cosa que lo que pretende. El que escucha, por su parte, liga esos sonidos con sus particulares redes de relaciones significantes, algo que necesariamente^ escapa al que habla. Es asi como el vínculo social aparece consagrado al equívoco y no, como pretende el discurso académico vigente, a la comunicación. El re­ curso al diccionario como instrumento que permitiría disolver el equivoco de la discusión es irrisorio e infantil. Es el intento de im­ poner una significación oficial, un “ buen” sentido a la palabra. Al­ go que siempre será recusado por el deseo. Además, como ya se dijo, el significante no significa absoluta­ mente nada. O, mejor dicho, puede llegar a significar cualquier cosa si la frase en la que está incluido es lo suficientemente larga. El signi­ ficante no puede alcanzar una definición autónoma porque siempre aparece relacionado con otro significante que, volviendo sobre él, lo resignifica. Es uno de los sentidos de la consabida definición: el significante es lo que representa el sujeto para otro significante . 4 5 4 3 Jacques Lacan (1972-73): Le Séminaire: Livre XX . Encoré, cit., p. 126. 4 4 Jacques Lacan (1977): “ Une pratique de bavardage” , cit., p. 6 . 4 5 Esta fórmula aparece bajo la pluma de Lacan en incontables oportu­ nidades y también en este mismo trabajo se volverá a lidiar con ella. Cabe formular algunas aclaraciones sobre su texto. Puede aparecer diciendo “ representa un sujeto” o “ representa el sujeto” (un sujet o le sujet) pero jamás se verá a Lacan escribir “ representa a un sujeto” o “ al sujeto” , que en francés seria á un o au sujet. Es corriente que las traducciones o las re­ peticiones apresuradas inviertan el sentido de la fórmula. En Radiophonie (Scilicet, núm. 2-3, 1970, p. 65), formula las siguientes precisiones: “ Si el significante representa un sujeto (no un significado) y para otro significante

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La significación es un epifenómeno, casi un accidente, del signifi­ cante. No se trata de asignar una significación al significante sino de afirmar que, en la locución, según el momento en que se produce la puntuación, el significante puede engendrar distintos significa­ dos. Y éstos, a su vez, serán provisionales pues habrán de ser recon­ siderados a partir de los significantes que luego se agreguen. Asi, el significado es contingente y provisional. La significación se encuentra en los diccionarios. La significan­ cia, en la relación del significante con el cuerpo, esto es, con el deseo. Es la forma en que la palabra alcanza al ser humano en su carne y evoca en él el goce. Escapa a toda sistematización, ordena­ miento y clasificación como la que propone él diccionario. Sitúa el intercambio de la palabra más allá de los códigos y de los cálculos. No remite a la pureza de los gramáticos y censores sino a la infinita capacidad creativa y gozante de eso que Freud y Lacan llaman el in­ consciente. El ser del sujeto es un efecto de esta significancia que se despliega en el decir en tanto ese decir está habitado por el deseo. El significante no es, en esta concepción, una cosa sino un movi­ miento, una operación del lenguaje, algo que se define como una función activa de creación y promoción de los significados. O sea que los significados no están en lo dicho, ex-sisten á lo dicho. Pero, si se quiere, están en la dicha. Pues la significancia es eso, el juego (tanto en el sentido de movimiento como de actividad lúdica) del significante. Y es ese significante “ que no significa absolutamente nada ” 4 6 el que, en su recorrido y en sus avatares determina al sujeto, sujeto escindido por el lenguaje, según lo demuestra, al modo de una parábola, la lectura lacaniana de “ La carta robada” , el cuento de Poe . 4 7 Es la composición significante la que hace a los sujetos. Los hace (lo que quiere decir: no para otro sujeto. -. .).” El traductor de la edición española traduce: “ a un sujeto” . Debe quedar claro, porque el error es garrafal; es una verdadera inversión del sentido. Es el sujeto el que repre­ senta a un significante y no el significante el que representa a un sujeto. La introducción irreflexiva de un petit a en la lectura española de Lacan es la derogación de uno de los puntales de su obra: la primacía del significante. 46 Jacques Lacan (1977): “ Ouverture de la section clinique” , en Orn­ ea/'?, núm. 9, 1977, p. 9. 47 Jacques Lacan (1955): Le Séminaire, Livre II. Le moi. . ., París, Seuil, 1978, pp. 225-240. Retomado y reescrito para Écrits, cit., pp. 11-61 [Escritos II, cit., pp. 11-621. Material protegido por derechos de autor

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suyos. En un momento que, lógicamente, es posterior, son ellos los que enhebran los significantes. No de un modo caprichoso, por su­ puesto. El habla de un sujeto es intencional, pretende transmitir un mensaje. Se dirige a un sujeto en el que supone la misma imagen que la que tiene de si y de su capacidad para recibir el m ensaje. Pro­ cura con su hablar un cierto efecto que habrá de ser la sanción de su éxito en el decir. En el discurso enunciado pueden seguirse las leyes que Freud llama de los procesos secundarios: organización lógica y sintáctica de un cierto material fonético cargado de significación. El análisis de los enunciados producidos en este plano.es el que compete a la lingüistica. La escucha psicoanalitica se oriehta a la captación de la emer­ gencia de los procesos primarios en el seno de ese discurso. No sólo en los ejemplos privilegiados del lapsus y del sueño sino también en los insólitos efectos de sentido producidos por las faltas gramatica­ les, por las asociaciones ilógicas y por los cortes introducidos en la cadena de enunciados. Se trata de la dislocación del mensaje inten­ cional del querer decir convencional con aparición y subrayado del equivoco. En esos momentos se ve que no es el Yo el que habla. Es el signi­ ficante. Qa parle. Ello, el ambiguo Ello de Groddeck-Freud, habla y trasmite una verdad que es la de un saber del que no se quiere na­ da saber. “ Lo propio del campo psicoanalitico es suponer en efecto que el discurso del sujeto se desarrolla normalmente —esto es de Freud— en el orden del error, del desconocimiento, incluso de la denegación —esto no es del todo la mentira, está entre el error y la mentira” . Hasta que en ese discurso “ que se desarrolla en el re­ gistro del error sucede algo por donde la verdad hace irrupción. . . La verdad atrapa al error por el cuello en la equivocación ” . 4 8 Y • ese momento del desdecimiento imposible es función del significan­ te, es significancia. La aparición del equivoco subraya la verdad y califica como psicoanalista al que está preparado para escucharla. La formulación lacaniana de la significancia ha provocado cier­ tas dudas en el plano de la coherencia. Los únicos contradictores a los que Lacan reconoce el mérito de haberlo leido y entendido, Lacoue-Labarthe y Nancy, dicen: “ Habrá pues que conjuntar —lo que ciertamente no carece de dificultades— estas dos tesis: la signi­ ficancia franquea la barra (que escinde al significante y al significa­ 48 Jacques Lacan (1954): Le Séminaire. Livre /, París, Seuil, 1975, pp. 291-292.

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do), y: la significancia solamente se desliza a lo largo de la barra ” . 4 9 Franquea la barra, esto es, hace a la significación posible y la constituye. Y, a la vez, se desliza a lo largo de ella, prosigue un mo­ vimiento interminable que hace mítico al punto de cadarzo (capi­ tón)) con su injustificada pretensión de abrochar de modo definitivo una significación. La significancia es este juego del significante que produce la ver­ dad. La produce en el decir; no la refleja o la reproduce o la traduce desde algún otro sitio donde la verdad estuviese antes ya allí, escon­ dida y a la espera de ser capturada. Es la operación del significante que, como en ‘‘La carta robada” , ha estructurado al sujeto, la que se manifiesta en la intervención interpretativa del psicoanálisis. No se trata de revelar sino de que el decir encuentre su sentido en el de­ cir mismo. Deshacer por medio de la palabra lo que la palabra ha configurado, actuando en los puntos en que e l ser desfallece. De modo que surge una palabra nueva, no una revelación de un velado anterior, una invención que bien podría calificarse de poética en sentido estricto. Se constituye así, retroactivamente, el inconsciente. El concepto de significancia implica la conexión ineludible y de mutua determinación que existe entre los significantes y afecta al punto de partida que necesariamente debió adoptar la lingüistica contemporánea, el principio de la arbitrariedad del signo. Para Ferdinand de Saussure la unidad lingüística es el signo, unión de un concepto y de una imagen acústica, significado y signi­ ficante. El primero de los caracteres que atribuye al signo es el de ser arbitrario. Para él, y es el ejemplo que se tomará en esta expo­ sición, “ sirven de prueba las diferencias entre las lenguas y la exis­ tencia misma de lenguas diferentes: el significado ‘buey* tiene por significante bwéi a un lado de la frontera franco-española y b ó f (boeuf) al otro, y al otro lado de la frontera francogermaha es oks (O c h s Y agrega: “ El principio de lo arbitrario del signo no está contradicho por nadie ” . 5 0 Esta posición tética de algo en apariencia tan evidente fue criti­ cada por uno de los más fecundos de sus sucesores, Émile Benveniste, quien sostuvo que: “ Entre el significante y el significado el nexo 49 Philippe Lacoue-Labarihe y Jean-Luc Nancy: Le íilre de la lente ( Une lecture de Lacan), París, Galilée, 1973, p. 65. 50 Ferdinand de Saussure (1916): Curso de lingüística general, Buenos Aires, Losada, 1945, p. 130.

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cuentran lo más antiguo del pensamiento sojjre el lenguaje, nada' menos que a Platón, al Cratilo, con sus propuestas de etimologías fantásticas y absurdas para todo sano juicio filológico que tienden a demostrar la inexistencia de un dualismo entre las palabras y las cosas. El paciente relata un sueño donde aparece el diablo. El analista lo insta a asociar. " —¿Diablo? —dice él—; diablo es esto: Usted me dice Di y yo Hablo” . El efecto de sorpresa en el analista y la risa en el paciente vienen a consagrar el efecto de sentido producido por el juego del significante. Es la aparición luminosa de la significan­ cia a la que apuntan esas “ relaciones diagramáticas” de las que habla Todorov, esas etimologías irracionales del Cratilo, esos giros inesperados del sentido que se producen en cada sesión de análisis, esa impugnación solapada que amenaza constantemente al más so­ lemne y ceremonioso de los discursos. El profesor de filosofía trepa a la tarima y comienza a perorar sobre la cosa y el ser y la nada. Ejemplifica su discurso con el primer objeto que se ofrece a su per­ cepción: la mesa. La mesa por aquí y la mesa por allá. Entonces el estudiante chusco puede desbaratar su discurso con sólo preguntar ‘‘—¿Lame ésa?” . La risa del auditorio y el colérico desconciérto del interferido sancionarán este encuentro de la palabra*con el goce en la creación significante. ¿Y cuántos son los que saben lo que ‘enano’ quiere decir? ¡ Blancanieves tenía siete! El pensamiento lingüistico ha establecido que la significación de cada término es variable y que depende de la suma de los usos de ese término. Cosa poco fácil de resolver porque los usos son infi­ nitos, su dispersión es inabarcable y depende de la situación de enunciación y del lugar ocupado por el significante en la cadena. Se dice entonces que la significación depende del contexto lingüistico, de los enlaces en el eje sintagm ático y del contexto dé la enun­ ciación tal como el mismo es representado por determinados shifters en el enunciado. El ideal de la lingüistica es formalizar el cam­ po de los enunciados con vistas a la reducción de la ambigüedad se­ mántica, con vistas al discurso univoco e inequívoco. Para el psicoanálisis, por el contrario, se trata de hacer aflorar las irregularidades y las ambigüedades que, lejos de ser el accidente, son la ley del discurso. Es por eso que Lacan califica al significan­ te, no de arbitrario como Saussure, sino de contingente.55 Did you say pig orfig? ejemplifica algo más que una oposición. •

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fonemática entre una oclusiva y una fricativa, conclusión trivial que pone de manifiesto en un lenguaje complicado algo que todos saben o pueden llegar a saber con poco esfuerzo si fijan su atención en la frase. La pregunta evidencia la posibilidad constante de que el otro, al escuchar al locutor y como consecuencia de la materialidad fónica del significante, entienda otra cosa en lo dicho. ¿Y qué fue lo que verdaderamente se dijo, pig o fig , lo que se pronunció o lo que se escuchó, lo que se quiso decir o lo que se entendió? Pues se considera que el mensaje se realiza en el otro y de allí viene resignifícadó para el que habla. El éxito del chiste, su carácter de chiste, no existe fuera de la risa del que lo escucha. La segunda fórmula de Lacan, que complementa a la que liga emisor y receptor en forma especular, es: “ Que uno diga queda olvidado detrás de lo que se dice en lo que se oye ” . 5 6 En ese proceso se constituyen los hablantes co­ mo efectos de su decir en lo que de ellos se oye. *Mine is a long and a sad tale’, dijo el Ratón, suspirando. 7/ is a long tai!, certainly’, respondió Alicia, mirando maravilla­ da la cola del Ratón; 'but why do you cali it sad?’ ¿Es esto ejemplo de un accidente de la comunicación conocido como homofonia? ¿Cómo podía Alicia decidirse para saber si de­ bía atender al tono quejumbroso y al suspiro que acompañaba a la lamentación del Ratón por su tale o si debía atender a la larga y ma­ ravillosa tail que se extendía ante su vista? Podría argüirse que la duda se resuelve por el contexto de la frase, que las historias y las colas pueden ser largas pero que sólo las historias pueden ser tristes mientras que sólo las colas pueden ser, por ejemplo, peludas. Pero afirmar eso como un “ deber ser” de la comunicación implica una violencia que tiende a ajustar lo que se escucha al “ querer decir” del que habla puesto en posición de Amo. Lo ilustra la continua­ ción de la historia: Alicia deja de atender al Ratón y se entretiene imaginando una historia escrita como un poema en forma de larga y sinuosa cola.donde se cuenta el triste destino de un Ratón que fue juzgado y condenado a muerte por un perro llamado Furia. El poe­ ma se estira sobre la hoja de papel con tipos de letra que se van achicando desde arriba hacia abajo hasta el final puntiforme de la palabra *death'. Momento en que el Ratón se enfada y amonesta severamente a Alicia por no prestar atención a su relato, es decir, por no estar ligándolo con lo que él, como Amo del discurso, espe­ raba que Alicia hiciese y pensase. 56 Jacques Lacan (1972): “ L'étourdit” , en Scilicet, núm. 4, 1973. Material protegido por derechos de autor

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De paso, el ejemplo ilustra la doble materialidad del significante, como encadenamiento foneniático, como material sonoro a decodificar por el que escucha según la pretensión del Ratón, y como material gráfico. Oposición que enfrenta la idealidad interior del pensamiento del Ratón con la concreción exterior de la hoja de pa­ pel en la que Alicia no oye sino que lee su historia-cola y la significa. Alicia interpretó, leyéndola, a la expresión del Ratón, tomó *a sad taiC al pie de la letra y, mediante un arreglo tipográfico, confi­ rió sentido a la expresión en apariencia nonsensical del Ratón. Con­ testando a una pregunta anterior, puede decirse que esto no es acci­ dente de la comunicación, que ésta es su ley y que tal ley aparece empañada por la ilusión ya denunciada de que todos los integrantes de una cierta comunidad comparten la lengua y que la lengua es una institución con autoridad para decidir los buenos y los malos usos del lenguaje. Por « te sesgo la lingüistica se liga con la política. La dominación y la subversión del deseo se enfrentan en el plano del discurso. Secundariamente, también por otros medios. Quienes mejor lo saben, al mismo tiempo que no saben que lo saben y por lo tanto rechazan que esto les sea dicho, son los maestros, empeñados en reducir la ambigüedad de su decir y en lograr la univocidad, la eliminación de la polisemia. Esta ley que consagra la palabra al equivoco es, en una palabra, la significancia. Ningún mensaje hablado, pronunciado por una voz, podrá eludirla. Los sujetos representan a los significantes que los constituyen en su hablar y el deseo, deseo del Otro, se filtra en su decir. El discurso que apunta a la univocidad del discurso con la pretensión de un de­ cir monosémico, de un sistema de significaciones universalmente compartidas, es el discurso de las ciencias. A partir del discurso único se supone también un sujeto único, el configurado por ese discurso. "El resultado es que la ciencia es una ideología de la

supresión del sujeto ” . 5 6 Y es sobre este sujeto, sujeto de la certi­ dumbre cartesiana (“ yo que hablo, soy, eso es algo de lo que no puedo dudar” ) es que actúa el psicoanálisis subvirtiendo su seguri­ dad: “ Yo, que hablo y porque hablo, no puedo decir quién soy.” Se pasa de considerar un sujeto como amo de su discurso a un suje­ to como efecto de su decir. Es que resulta imposible legislar el sentido en el uso de la pala­ bra. Precisamente porque el significante no significa nada, porque 57 Jacques Lacan: Radiophonie, cit., p. 89 [Psicoanálisis. Radiofonía y televisión, cit., p. 62.J Material protegido por derechos de autor

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puede llegar a significar cualquier cosa. Por eso Saussure “ habló de arbitrario, y en efecto, no hay ninguna clase de lazo entre un signi­ ficante y un significado, solamente hay una especie de depósito, de cristalización que se hace y que uno puede igualmente bien calificar como arbitrario o como necesario, en el sentido en que Benveniste agitaba esta palabra. Lo que es necesario es que la palabra tenga un uso y que tal uso esté cristalizado, cristalizado por esa destilación que es el nacimiento de una nueva lengua. Sucede que, uno no sabe cómo, hay una cierta cantidad de gente que al fin la usa” .5* De lo que seria erróneo deducir que la verdad de la lengua está en su pro­ ceso de constitución o destilación y en los usos que se ha hecho de ella: “ Una lengua entre otras no es nada más que la integral de los equívocos que su historia ha dejado persistir en ella.” -v, Ni la definición, ni la tradición, ni los usos presentes son autori­ dad para legislar el uso de la palabra. Nadie tiene jurisdicción sobre el significante y su eterna capacidad de significar otra cosa, nadie puede sentar jurisprudencia sobre los contextos lingüísticos de la selección y combinación significante. Sin embargo, la pretensión de hacerlo es una constante en la historia. Pues se trata de una cues­ tión política. ‘The question is \ dijo Alicia, 'whether you can make words mean so different things’. 4The question is’, replicó Humpty Dumpty, *which is to be master — that’s a¡l\ Porque la significancia en la ley del lenguaje es que nunca se podrá construir una lengua hablable que reduzca o formalice esta cuestión del equívoco. Aunque siempre el discurso de la domina­ ción lo intentará. La utopia del “ idioma analítico de John Wilkins” 6 0 es el sueflo de la unificación del deseo al servicio de un Sujeto que se plantea a si mismo como absoluto. Pero la semántica acaba siempre tropezando con la cuestión del sujeto y de las cir­ cunstancias de la enunciación. Pues el sujeto de la enunciación está animado por otros deseos además del deseo de enunciar. De esos otros deseos, de su estructura pulsional derivante, se ocupa el psi­ coanálisis. En cuanto a las condiciones de la enunciación habrá que tener siempre en cuenta el ser social de los interlocutores, su ubica­ ción respectiva en tanto que sujetos históricos, algo que está más 58 Jacques Lacan (1977): Ouverture de la section eliñique, cit., p. 9. 59 Jacques Lacan (1972): L'étourdit, cit., p. 47. 60 Jorge Luis Borges (1952): Otras inquisiciones.

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allá de los enunciados efectivamente pronunciados, efectos de dis­ cursos anteriores, que es el objeto de la teoría de las ideologías en el seno del materialismo histórico. Lo que significa el significante no podrá nunca agotarse en tér­ minos de ‘significación'. El concepto de 'significancia* no viene a llenar este hueco sino a señalarlo como imposible de ser llenado. La significancia es este funcionamiento propio, este juego for­ mal del significante que puede ser pensable como un conjunto de le­ yes combinatorias pero que es irreductible a leyes de contenido o de sentido. Se trata de leyes sin sentido que rigen la producción del sentido y que evidencian la multiplicación y la dispersión del senti­ do que se opera fragmentado, seccionando, modulando, interrum­ piendo, combinando momentos temporalmente separados en la ca­ dena discursiva. Ésta es precisamente la función del analista durante la sesión. Su trabajo no consiste en —consiste en no— interponer un discurso supuestamente propio en el medio de las asociaciones del analizan­ do. Se trata precisamente de hacer jugar la polisemia, de cortar la cadena asociativa de modo que ella revele su compleja estructura­ ción, de permitir que el habiente cuestione el mundo del sentido, del sentido común en el que ha vivido sumergido, y que pueda in­ terrogarse acerca de su peculiar inserción en el mundo simbólico, que replantee su posición y su derrotero ante los significantes más o menos estables, más o menos mutables, de su destino. Asi llegará ineluctablemente a resignificar su historia y a reconocer a su deseo como realidad fundamental y estructurante de esa historia, pasan­ do por la reanimación de tal deseo en la transferencia. Aquí se revelará que el ser del sujeto es un efecto de la significan­ cia, que ahí está el inconsciente, eso “ que del ser viene al decir” . 6 1 Y que el nombre propio y el pronombre personal ‘yo’ con los que se hace representar en el mundo y a través de los cuales espera ser re­ conocido son constituyentes a la vez que obturadores de su ser. Constituyentes porque sería impensable un sujeto que no exista co­ mo ‘yo* en el mundo de los yoes, un sujeto carente de identidad es­ pecular, un sujeto que no hablase desde el reconocimiento de su propia imagen como punto desde el cual brota su discurso. Obtura­ dores porque esa identificación del yo como representación imagi­ naria necesariamente amputa del ser la otra realidad, la del incons­ ciente, la de todos esos enunciados que, por ser inconciliables con 61

Jacques Lacan (1970): Radiophonie, cit., p. 79 [.Radiofonía, p. 46.1 Material protegido por derechos de autor

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la estructura discursiva de ese yo, no pueden ser asumidos en la ca­ dena significante, que se encuentran sometidos a la represión y que, sin embargo, se enuncian en esa cadena, sin que el yo lo sepa. Pues, “ El hombre sabe más que lo que cree saber. Pero la sus­ tancia de este saber, la materialidad que está debajo, no es otra co­ sa que el significante en tanto que tiene efectos de significación” . 61 Es decir, la significancia.

V. HACIA UNA TEORÍA DEL HABLENTE (PARLÉTREfi*

Circunloquios aparte: el sujeto es un efecto de la significancia. La tesis de la primacía del significante impone inequívocamente la secundariedad del sujeto. Esto puede leerse desde Freud: el determinismo que sostuvo a lo largo de toda su obra y el lugar central asig­ nado en su teoría a los complejos de Edipo y castración marcan el camino que conduce a la primacía del significante. El orden simbólico preexiste, configura y coacciona al sujeto. Indica los senderos para las modalidades posibles de existencia y delimita las imposibles. Los organismos humanos deberán tomar en él su lugar y así llegar a definirse como hombres y mujeres. Ese lugar está en cierta forma pre-escrito, prescrito. Lo prescrito, por su parte, indica también el lugar de lo proscrito. El lugar es un efecto que precede y que preside al nacimiento por la impronta troqueladora del deseo del Otro. Se concreta lingüísti­ camente en el momento del bautismo con la imposición de un nom­ 62 Jacques Lacan (1976): “ L’une-bévue” , en Ornicarl, núm. 12-13, 1977, p. 11. 63 No se escapan al autor las dificultades que conlleva esta traducción del neologismo lacaniano. La distinción lingüístico-filosófica relativamente clara en el idioma español entre el ser y el ente no tiene un correlato defini­ do en francés y resulta difícil decidir si Lacan, con la propuesta de étre, apunta al ser o al ente. Puede suceder también que esta sutil distinción no importe mucho. El ente al hablar (parler) constituye su ser (étre). A tal pun­ to que puede resultar pleonástica la expresión ‘ser hablante’ o, lo que seria su equivalente: ‘ser habiente*. De todos modos también es válido subjetivar la expresión en español por medio de un retruécano, witzeando así: el parlétre de Lacan se traduce como miserhable. Según una interesante suge­ rencia de Estela Solano, el recurso de Lacan al parlétre tiende a desbaratar el equívoco que se produce siempre que se discurre sobre “ el hombre” . Porque “ ellas” hablan también o tan bien. . . Material protegido por derechos de autor

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bre propio. Con el nombre se recibe el ser como miembro de la co­ munidad y como sujeto de la Ley. Antes de poder hablar el ser es ya definido como un ente ubicado en el plano de la diferencia (difherencia) de los sexos y en la sucesión generacional. Él nombre confiere al sujeto su identidad. La identidad resulta de la identificación con el significante asignado. Cuando este ser hable podrá decir: “ Yo soy Juan Pérez.” Hay que reflexionar en el verbo. Yo soy, tú eres, él es, eso que se impuso desde el Otro en el momento del bautismo. La identidad es lingüistica. Esto puede ilustrarse con un ejemplo re-conocidoc el expreso Ginebra-París de las 8:45 es ése independientemente de la locomotora, de los vago­ nes, del personal que lo maneja, de los pasajeros que conduce. . . y hasta de la hora en que pasa porque incluso puede andar a destiem­ po y sigue siendo el expreso de las 8:45. Pues bien, cada habiente es, para el mundo, lo que el expreso de las 8:45. Nomen est ornen. Es desde ese significante entregado por el Otro que cada uno quiere hacerse reconocer. Como Uno que cuenta en el conjunto de los hablantes, alguien, no-nadie. Se observa acá un fenómeno que constituye excepción para la tesis saussureana ya discutida de la ar­ bitrariedad del signo como correlato de un dualismo entre el orden de las cosas y el orden de las palabras. Porque el nombre propio no representa a un ser que existiría antes e independientemente del uso de ese nombre propio; al contrario, el nombre propio hace al ser. Nadie es Juan Pérez independientemente de la asignación de ese nombre. Ser es ser nombrado por el Otro. Y ese mismo estatuto tendrá posteriormente el pronombre personal “ yo” que Juan Pérez habrá de utilizar para hacerse representar y reconocer ante los de­ más. No hay “ yo” de nadie fuera del enunciado en que ese yo es constituido. El ser del sujeto es asi asimilable al de esas figuras que constituyen irregularidad o anom alía para la lingüística: los perfor-

mativos que hacen eso de que se habla y que no existen en tanto la palabra no sea dicha. Está abolida toda distancia entre el signo y el referente; es más, el referente se desvanece al desaparecer su signo. El ser es un ser de lenguaje. Ésta es la esencia de la subjetividad; no se trata de un efecto con­ tingente o eludible. Por el contrario, es la condición de toda pa­ labra. Sólo cabe hablar en la medida en que quien emite los sonidos se plantea como sujeto frente a un otro del que pretende, de uno u otro modo, un reconocimiento. Al hablar el locutor se plantea co­ mo “ yo” de su discurso por impersonal que éste parezca. Si alguien dice: “ Llueve” , da por sobreentendido el enunciado: “ Yo, que Material protegido por derechos de autor

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El sujeto queda como la función de concatenación entre ese decir que lo ha constituido como criatura del lenguaje y ese decir que lo representa, ante el Otro de una manera que escapa al dominio ima­ ginario del fantasma yoico (en otras palabras, el discurso que es el inconsciente). Pues el sujeto, aunque crea lo contrario, no dice lo que piensa, ya que más allá de su pensar el inconsciente remueve y tritura sus pensamientos y palabras trasmitiendo lo que sabe sin que él sepa. También es el sujeto un concatenador entre la Ley que ha debido aceptar para integrarse como hablante en el comercio de la palabra, aceptación forzada del Nombre del Padre en posición metafórica con respecto de su propio deseo, y la palabra que enuncia formu­ lando siempre a medias su relación imposible con el objeto de ese deseo bajo la forma de una fuga permanente, metonimica. El suje­ to es allí ;ina estación intermediaria entre el significante de la Ley y el significante desplazado de su deseo. En este sentido el sujeto se revela como unidad clivada por el sig­ nificante (g), surgido y determinado por una carencia impuesta por la Ley y a la búsqueda interminable de un imposible: el objeto de su deseo. La distinción tópica consciente-inconsciente, redoblada des­ pués en el terreno de la lingüistica por la distinción entre el sujeto del enunciado y el de la enunciación, fue la primera en establecer este clivaje eñ la intuición cartesiana del Uno que piensa y que habla. Solamente a partir de este clivaje (Spaltung) conscienteinconsciente, enunciado-enunciación, puede sostenerse la existen­ cia de un sujeto. . Es obvió que este abordaje psicoanalitico del sujeto viene a im­ pugnar no sólo al sujeto del cogito cartesiano sino también a su Correlato, el sujeto que se da por descontado, que está implicito, fi­ jo, sin superficie, ni deseo, ni volumen, ni cuerpo, puntual, coinci­ dente con su discurso y con lo que enuncia, que es el sujeto de la lingüistica. Este punto deberá ser retomado al marcar las diferen­ cias entre ambas disciplinas. El habiente no es entonces el sujeto de un querer decir o de un buen y correcto decir, LO dicho está siempre en exceso respecto de la intención significante o comunicativa. El habiente no sabe, cuan­ do profiere su palabra, cómo habrá de ligarse esa palabra en el Otro que es el dueño del sentido de su decir por el efecto de la signi­ ficancia. El habiente es el sujeto de una verdad fáctica y material, la del significante constituyente (S 4) que llega en su hablar a decir esas cosas de las que no podrá desdecirse (S 2) y a las que se da en Material protegido por derechos de autor

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llamar “ formaciones del inconsciente” . El decir no le pertenece, ex-siste fuera de él, él es el efecto de ese decir. Motivos todos para que Lacan se envanezca, como lo hace, del par de definiciones: “ el sujeto es eso que el significante representa, y no podría representar nada sino para otro significante’’ 6 5 y “ el significante es eso que representa un sujeto para otro significante” . 6 6 As!, “ el sujeto, con o sin conciencia de cuál significante es él el efecto, no es más que eso que se desliza en una cadena de signifi­ cantes” , 6 7 “ es un efecto de la repetición, de la insistencia signifi­ cante ” 6 8 que se define por ocupar un lugar más o menos estable entre S 1 y S 2 y que establece, con su ser, la diferencia entre am­ bos, entre el articulante y el articulado. Pero, cuidado, este “ efecto intermediario entre eso que caracte­ riza a un significante y a otro significante ” , 6 9 no es una nada. Por­ que el encadenamiento significante, según se vio, produce en cada punto de su abrochamiento un sentido y no hay sentido sino por y para un sujetó. Lo que m ueve al encadenam iento no es una mecáni­ ca de los significantes sino el deseo y el deseo no lo es ni del len­ guaje ni del significante; el deseo es el del Otro, lugar donde se pro­ duce este sujeto clivado por el significante. Sin esta consideración, como lo señala Nasio , 7 0 el psicoanálisis sería un formalismo vacío que haría desaparecer el cuerpo deseante, gozante y angustiado, que Freud mostró al mundo. Como efecto del lenguaje, sí, es que es sexuado y deseante, pero aspirando a través del juego significante a nombrar el objeto de su deseo a la vez que erigiendo barreras para protegerse del efecto devastador de esa nominación imposible. El psicoanálisis que Lacan propone no es un formalismo asubjetivo71 y requiere imprescindiblemente de una teoría del sujeto en su 65 Jacques Lacan (1964): “ Position de Pinconscient” , Écrits, cit., p. 835 [Escritos II, cit., p. 371]. 66 Jacques Lacan (1960): “ Subversión du sujet et dialectique du désir dans Pinconscient freudien” , Écrits, cit., p. 819, [Escritos /, cit., p. 330]. 67 Jacques Lacan (1973): Encoré, cit., p. 48. 68 Jacques Lacan (1966): “ De la estructura como inmixing. . cit., p. 209. 69 Jacques Lacan (1973): Encoré, cit., p. 48. 70 Juan David Nasio (1979): “ L’enfant magnifique de la psychanalyse” , L'inconscient d venir, París, Christian Bourgois, 1980, p. 40. 71 “ En tanto que el formalismo rechaza el sujeto, para nosotros, psico­ analistas, el sujeto es la materia de nuestra praxis” (Juan David Nasio, ibid.). Material protegido por derechos de autor

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relación con el significante, en tanto que es un efecto de éste y su funcionamiento, de la significancia. Por supuesto, el sujeto psicoanalitico no se confunde con ese ‘yo' que en el enunciado designa al sujeto de la enunciación en tanto que habla pero sin significarlo. Y es que el ‘yo’ que le digo a otro no ‘me’ significa a mí sino que es la forma en que, especularmente, me desconozco y me hago desco­ nocer bajo el señuelo de un reconocimiento imaginario. Pero el yo del desconocimiento puede llegar a tener un sentido de conocimien­ to como efecto de la vuelta del término final de la cadena sobre los términos iniciales. Y el sujeto mismo es el efecto de esta pasión combinatoria del significante. Fuera de lo cual seria inconcebible el psicoanálisis y su designio. Pues la función analitica se define por esta intervención sobre la ca­ dena significante que tiende a la precipitación del sentido en una subjetividad. No se trata tampoco, en el extremo opuesto al del formalismo, de desenterrar alguna clase de subjetivismo o psicologismo aunque se le recubra con los galones renovados de una “ teoría del sujeto” . El sujeto del psicoanálisis no corresponde a la consideración de una sustancia viviente y palpitante sino en la medida en que la vida y la muerte están definidas en el orden simbólico. Los hombres y las mujeres, seres vivientes, claro, están atravesados por el discurso, por mensajes entrecruzados, por una historia de las instituciones y de los objetos del mundo, por significantes que, en tanto que tales, no son vivientes y mortales, sino transindividuales y sociales. Y son estos mensajes los que no tienen necesidad de un sujeto consciente para configurar y determinar a esos sujetos. Estos mensajes entre­ lazados son el Otro en cuyo seno se engendran los unos. Acá, asi, se marca el reino de la pulsión de muerte, muda y trascendente a las existencias singulares. Conviene recapitular antes de dar un nuevo salto en este des-arrollo. El lenguaje, el orden simbólico, es condición de existencia del inconsciente (freudiano, no hay otro). La separación tópica de los sistemas consciente e inconsciente constituye a la subjetividad como subjetividad escindida de un ser lanzado a hablar y separado para siempre del objeto de su deseo. De modo taxativo: el lenguaje es la estructura estructurante mientras que el sujeto, representado por su discurso a la vez que desvaneciéndose en él, es la estructura estructurada. En un tiempo que lógicamente viene después, como efecto de esta escisión (Spaltung) o tachadura del sujeto ( 8 ) y dando Material protegido por derechos de autor

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por presupuesta la maduración de las correspondientes funciones neurológicas, aparece el lenguaje como función, es decir, el sujeto habla, se presenta como hablante, como articulador del lenguaje que lo constituyó, representando al significante (que conserva su primacía) ante otro significante. Juega (da), tal el nieto de Freud, con el significante que lo juega (fort). Hablando se integra en el sistema fonológico, sintáctico y se­ mántico de la lengua. Se constituye como ‘yo’ del enunciado con un reconocimiento fragmentario de sí mismo como ‘yo’ que en la enunciación está distante del enunciado. El inconsciente, el sujeto de la enunciación, aparece en las lagunas del discurso y en los inespe­ rados efectos de sentido producidos por su descomposición. En este momento en que dice más que lo que cree saber es cuando se tras­ ciende como habiente, ya no como hablante sujeto a las reglas que impone la lengua como institución. Por el hecho de hablar define un lugar que a él le está asignado en el orden sim bólico. La cadena sim bólica que eslabona es lo que él representa ante el Otro, tesoro del significante, lugar del código con que se expresa y sitio al que dirige su demanda de reconoci­ miento. Ex-siste excéntricamente respecto de la cadena. Y cree ser él, su subjetividad, el centro. Esta excentricidad del sujeto respecto de la cadena significante es la condición de posibilidad de ese efecto que es el sujeto ideológico tal como se le define en la teoría de las ideologías. En un texto ante­ rior se ha señalado ya la inadecuación relativa de la fórmula de Louis Althusser que postula que “ La ideología constituye a los in­ dividuos como sujetos” y se propuso, tomando en cuenta la obra de Freud y la de Lacan, remplazaría por esta otra: “ La ideología constituye a los ya-dividuos, sujetos del deseo inconsciente, como sujetos ideológicos. ” 7 2 Lo que vale tanto como decir que el sujeto en sentido psicoanalítico es la condición de posibilidad y el presu­ puesto ineludible del sujeto de la lengua y del sujeto de la historia. Lo del sujeto de la lengua requiere precisiones adicionales. Se­ gún se vio en el texto recién aludido , 7 3 la lingüistica, que 72 Frida Saal y Néstor Braunstein: “ El sujeto en el psicoanálisis, el ma­ terialismo histórico y la lingüistica” (1979), en Néstor A. Braunstein: Psiquiatría, teoría del sujeto, psicoanálisis (Hacia Lacan), México, Siglo XXI, 1980, pp. 80-160. 7? Op. cit., capitulo v, apartado D: “ El sujeto en la lingüistica” , pp. 130-152. Material protegido por derechos de autor

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encontraría que su tarea sería más sencilla si tan sólo tuviera que vérselas con los enunciados, se ve perturbada por la cuestión del su­ jeto de la lengua, soporte necesario de la operación de la estructura formal que es la lengua, a la vez que imposible de integrar teórica­ mente en el apárato formal de la enunciación. La lingüistica, mejor dicho, las lingüísticas, escogen entre dos formas de expulsar a este sujeto perturbador de su campo: la primera consiste en derivarlo hacia alguna clase de psicología general, siempre por constituirse y que habrá de decir lo que haya de decir sobre él; la segunda lo excluye, lo “ forcluye” de su discurso en una consideración forma­ lista que hace de él un punto inextenso, carente de superficie y de volumen, de cuerpo y de deseo. En el formalismo se hace del al­ guien que habla un nadie, un punto puro de emisión de la palabra, idéntico al que le escucha y le contesta en el proceso de la comuni­ cación e idéntico, además, a si mismo, siempre igual en su nada. En el psicoanálisis lacaniano, por el contrario, el sujeto, aunque desvaneciéndose (fading) en la cadena significante por el proceso de la enunciación, es mantenido porque entre el motor del deseo in­ consciente y el fantasma del goce imposible actúa como el operador de la estructura. Él ex-siste a la cadena y desde esa exterioridad in­ siste, suturado a la cadena significante que él representa, a la bús­ queda en ella “ del tiempo perdido” , del mítico reencuentro con el objeto del deseo. Cumpliéndose su deseo, como quéda ilustrado por el sueño, con el significante, con un simbolo que representa al objeto sin serlo. Lacan ve en esta estructuración del sujeto con respecto del len­ guaje la aparición de una tercera sustancia, imprevista por Descar­ tes. Un algo esencial del hombre que no es ni extenso ni pensante si­ no “ gozante ” 7 4 y que se satisface “ corporizándose de manera sig­ nificante” . Bisagra de articulación, tal vez, del cuerpo y el pensa­ miento, de la res extensa y la res cogitans. Allí “ el significante se ubica en el nivel de la sustancia gozante” , “ el significante es la causa del goce” . La distinción que se acaba de indicar entre, por una parte, el su­ jeto formal y el psicológico de dos formas de la lingüística, tomado en ellas como una incógnita impertinente o como un punto que opera de modo simétrico y prescindible en la emisión y la recepción de los mensajes y, por la otra, el sujeto escindido o clivado por el

74 Jacques Lacan (1972): Encoré, cit., pp. 26-27. Material protegido por derechos de autor

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1 INC.ÍMStLRIA

significante que plantea el psicoanálisis coloca a las dos disciplinas en campos separados. El sujeto de la lingüistica, operador de la estructura de la lengua, el hablante, es, o se tiende a que sea, un sujeto formalizable, calcu­ lable, equivalente al sujeto de la teoría de los juegos, potencialmen­ te capaz de decir todo lo que el sistema permite decir (competencia lingüistica). Un sujeto que puede repetirse a si mismo en una co­ yuntura equivalente, que puede ser reproducido en otro sujeto, del que pueden llegar a predecirse sus.actuaciones verbales (performan­ ces). Se trata —y esto es más o menos explícito en el discurso de la lingüística— de reducir lo anómalo y de incluir al sujeto como suje­ to de la lógica formal, exento de contradicciones e idéntico a si mis­ mo: un sujeto del bien decir, normalizado, sin otro deseo que el de emitir ese discurso o mensaje que es soporte de estructuras fonoló­ gicas, semánticas y sintácticas. Una especie de mónada que coinci* de con el discurso que profiere; en última instancia, un sujeto prefreudiano. El psicoanálisis, a partir de la experiencia de discurso que es el análisis, no puede reconocer a este sujeto de la lingüistica sino co­ mo una creación artificial e imposible del discurso universitario. Porque en la sesión, liberado en su decir por la regla fundamental, el sujeto se presenta como una pura anomalía, no susceptible de le­ gislación, rebelde a la formalización y al cálculo, hijo de sus enun­ ciados, irrepetible, para siempre distinto de si mismo porque la re­ petición del significante se hace siempre en un momento único de la historia, sobre el fondo de una diferencia con el decir original de ese mismo significante. Esto pasa necesariamente asi porque el sig­ nificante no significa nada sino que es apertura a la significación y al sentido en medio de un lazo social fundado por el lenguaje. El significante es irrepetible porque la significancia lo lanza al infini­ to. La reaparición de un significante en el discurso tiene lugar siempre sobre el trasfondo de la huella mnémica dejada en el emi­ sor y en el receptor por la vez anterior en que tal significante fue proferido y se liga de este modo con algo nuevo aportado por la pri­ mera enunciación que es ahora resignificada por la segunda apari­ ción. La repetición no es nunca la reproducción del significante y por ello es que no hay dos decires idénticos de la manera en que dos copias de un mismo original son idénticas entre si. El habiente, ob­ jeto de la reflexión y de la práctica psicoanalitica, sólo muestra di­ ferencias y cambios de un momento a otro de su discurso por efecto de su deseo inconsciente, de la acción constante de la condensación Material protegido por derechos de autor

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y el desplazamiento, de los procesos primarios que son estructuran­ tes de su habla, a la caza sempiterna del objeto de su deseo. El sujeto psicoanalitico representa al significante que va tejiendo en su discurso. Así se va desvaneciendo y entregándose al Otro en lo que dice. Su fugacidad repele toda sustancialidad en él. No tras­ mite un mensaje o un sentido prexistentes. Tanto el mensaje como el sentido como el sujeto mismo se constituyen en el acto de hablar, en el trabajo discursivo infiltrado por los procesos primarios, don­ de el Otro, el que escucha, constituye el sentido por ser el soporte de la transferencia de los deseos inconscientes. Sujeto supuesto sa­ ber o saber supuesto sujeto. VI. LA LENGUA Y LALENGUA

Alguien habla, por eso es alguien. Sobre él se tejen dos concep­ ciones diferentes; entre ambas la contradicción es flagrante. Para la lingüistica es el hablante, operador de la estructura de la lengua. Para el psicoanálisis es el habiente, buscador en el decir del sendero que lo conduzca al goce, espantado si lo encuentra. ¿Puede cohe­ rentemente sostenerse que ellos, tan distintos, hablan lo mismo? ¿O debe sostenerse la tesis, sorprendente a la vez que necesaria, de que se mueven en diferentes dimensiones del lenguaje? En otras pa­ labras, ¿cuáles son los trastornos introducidos por la significancia y por el inconsciente freudiano en el campo aparentemente reservado a la lingüística? Con el hablante no hay dudas: opera con el material significante que extrae dei tesoro de la lengua, una institución social caracteri­ zada por ser un sistema de diferencias, negatividades que no cono­ cen términos positivos como consecuencia del carácter arbitrario del signo. Con ese material, siguiendo reglas fonológicas, sintácti­ cas y semánticas prescritas y coercitivas, realiza ese “ acto indivi­ dual de voluntad e inteligencia” que es el habla. La acción del hablante consiste en operar selecciones y combinaciones con el ma­ terial lingüístico cuya Unidad es el signo con sus dos caras insepa­ rables, el significado y el significante. Centrándose no sobre el sig­ no sino sobre el producto de esta actividad, la gramática generativa chomskyana pretende alcanzar una formalización de los enun­ ciados que toma como presupuesta a la intuición innata e incons­ ciente del hablante. En el apartado anterior se trataron ya las insu­ ficiencias de las propuestas psicologistas o formalistas para dar cuenta del sujeto. Material protegido por derechos de autor

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Precisamente es contra ese sujeto formalizable y calculable, matematizable y logicizable, que se erige la reflexión sobre el habiente. La diferencia entre lo que habla el hablante y lo que habla el habiente no puede conceptualizarse eclécticamente diciendo que ambos hablan la misma lengua sólo que se consideran aspectos di­ ferentes de la misma: la regularidad y la univocidad en un caso, centrándose en la función referencial, y el equívoco y la ambi­ güedad en el otro, centrándose en el deseo y el goce. No puede aceptarse esta salomónica repartición de funciones porque la len­ gua legisla y hay sólo una manera de hablarla dentro del terreno que ella misma delinea. Toda la lingüistica está allí con su empeño por encontrar las regularidades en el decir y en el relato y para mostrar cómo sólo se puede discurrir en tomo a la lengua abocán­ dose a los problemas de la trasmisión de mensajes intencionales, a la relación dual entre los signos y las cosas y a la exclusión de lo ac­ cidental y contingente como pueden ser las hbmofonias, los chistes, las alusiones al imposible del reaporte sexual. El psicoanálisis, por su parte, apunta a lo que en el habla sobre­ salta por su irregularidad, el lapsus o el olvido que revela irrupción de los procesos primarios, el trastorno y el corte en el flujo discursi­ vo. Se focaliza sobre lo no sistemático ni formalizable que se ubica más allá de la lengua y de las estructuras sintácticas superficiales y profundas de la lingüistica contemporánea. Su meta teórica y prác­ tica es la de simbolizar el sexo (hacer consciente lo inconsciente) y sexualizar el símbolo (mostrando cómo ese inconsciente se presenta en el discurso concreto). Su objetivo confesado es el de desbaratar por el juego de la palabra lo que ese juego de la palabra, la signifi­ cancia, ha configurado: el síntoma y, dentro de él, ese síntoma pri­ vilegiado que es el fantasma imaginario del yo. En la lingüistica de de Saussure la lengua y el habla “ están estrechamente ligados y se suponen recíprocamente: la lengua es necesaria para que el habla sea inteligible y produzca todos sus efectos; pero el habla es necesaria para que la lengua se establezca” . Parecería que la simetría entre ambas es absoluta, pe­ ro no es así porque de inmediato agrega: “ históricamente el hecho de habla precede siempre” . Para justificar su aseveración recurre a una observación indiscutible de la que no extrae todas las conse­ cuencias: “ oyendo a los otros es que cada uno aprende su lengua materna ” . 7 5 75 Ferdinand de Saussure, op. c/7.,p. 64. Material protegido por derechos de autor

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La lengua está primero que nada en ese otro privilegiado que es la madre, es “ lengua materna” . Desde el habla del Otro es que la lengua sedimentará en el futuro habiente. Se rompe asi la reciproci­ dad teórica entre lengua y habla y se destaca la presencia de una realidad anterior a la lengua que es condición de posibilidad del ha­ blante y de la reflexión teórica ulterior que formalizará la existencia de una lengua. Luego, a partir del estudio de varias o de todas las lenguas, la lingüística reunirá un cuerpo de conceptos, definiciones y relaciones universalmente válido para las lenguas y dará al objeto asi producido un nombre: la lengua. Ahora bien, nunca debe perderse de vista que para el futuro ha­ blante. no existen las lenguas de las que se abstrae la lengua sino un permanente oír a los otros hablando algo que no es “ una” lengua entre otras sino l a lengua, la única, concreto de material fónico indiferenciado en un principio que le ofrecerá después el cauce para su reconocimiento en el Otro. Esta lengua materna única no tiene en cuenta las fronteras lingüisticas. Si la madre fuese poliglota y emplease su saber lingüístico en la relación con su bebé, l a lengua de ese bebé estaría armada con significantes provenientes de distin­ tos sistemas de lengua pero, para él, seguiría siendo l a lengua. Esta lengua materna no es un sistema formal de diferencias, es un flujo sonoro en el que se va trazando y tejiendo una trama libidinal de deseos entrecruzados. En ella, con ella, se entablará el cir­ cuito de la demanda en el que podrán luego reconocerse modalida­ des y registros diferenciados: oral, anal, fálico. Es en ella que la demanda proferida primero como sonidos guturales y gritos, arti­ culada después, encontrará un lugar dé significante que entrará en relación con el deseo del Otro. Esa lengua materna es la tierra misma en la que se nutrirán las raíces del ya-futuro sujeto, es el indispensable eslabón que liga los términos de la fórmula antes citada: “ el lenguaje es la condición del inconsciente” . Para designar a esa lengua, única por sus efectos estructurantes del habiente, sustancia concreta no formal ni formalizable, material donde el sujeto habrá de significar su experiencia, colocada más allá de las barreras lingüisticas sin ser por ello un idiolecto, Lacan acuña un neologismo que recalca, por el camino del equivoco, su distancia con la lengua formal y abstracta de los lingüistas. Pues esta lengua, única para cada habiente, es . . .lalengua. La diferencia es escritural y no fónica, accesible sólo para quien lee un texto, muda para quien lo escucha. Pues asi es como llega lalengua al habiente y lo hace habiente: mediante escansiones, Material protegido por derechos de autor

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doctrina de la explicación de los chistes. A lo más que puede llegar­ se es a decir que el chiste tiene relación con el inconsciente. ¿Cómo? Ése es el chiste de cada chiste. Es cuestión de lalengua. Lacan formula esta idea con un aforismo que se repite constan­ temente: “ no hay metalenguaje. . . porque es ftecesario que todos los llamados meta-lenguajes les sean presentados como lenguaje. Ustedes no pueden dar un curso de matemáticas utilizando sola­ mente letras en la pizarra. Siempre es necesario hablar un lenguaje ordinario, que sea comprendido. Es decir, no hay metalenguaje porque hay lalengua, “ una sola clase de lenguaje: el idioma concre­ to —inglés o francés, por ejemplo— que habla la gente” . 7 8 Otra razón es que el sueño de los lógicos de alcanzar un metalenguaje que supere el equivoco del lenguaje hablado por los seres hablantes es un imposible porque nunca se resolverá el problema del equivoco por homofonia y por dispersión del sentido en función del corte de la cadena significante. La noción de metalenguaje pro­ cede de la lógica de Carnap y es precisamente a ese intento de poner reglas al discurso al que el psicoanálisis viene a subvertir. Ello no quita que siempre se pretenda trasmitir algo inequívocamente a tra­ vés de la definición precisa de todos los términos, algo que alcanza su máxima expresión en la mátematización. Es decir que “ hay un embrión de metalenguaje, pero uno patina siempre, por una simple razón, y es que yo no conozco del lenguaje sino una serie de len­ guas, encarnadas” .w Por donde otra vez se llega a lalengua. Hay más razones para que no haya metalenguaje: cada propo­ sición formulada por un hablante puede ser objeto de otra proposi­ ción que la tome por objeto. Por ejemplo: “ Juan pega a Pablo” puede ser el objeto de la proposición: “ Juan es el sujeto en la frase ‘Juan pega a Pablo’ Y esta frase, a su vez, puede ser comentada, metalenguajeada. por otra frase que la tome como objeto y así has­ ta el infinito. Es decir, que el metalenguaje no tiene cierre, que, puestos a metalenguajear, los hombres tropiezan con un imposible. Otra razón para concebir el no-todo (pas-tout) de lalengua. Como lo dice Miller: “ Una vez iniciada, la división del lenguaje no podría cesar. La primera fractura lo abre a una multiplicación infinita. Porque basta con una marca de más para que la frase citada sea ci78 Jacques Lacan (1966): “ De la estructura como inmixing. . cit., p. 207. 79 Jacques Lacan (1977): “ Un signifiant nouveau” ;en Ornear?, núm. 17-18, 1979, p. 20. Material protegido por derechos de autor

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contingencia. Y desde los tiempos del estagirita se sabe que, si bien puede haber ciencia de lo singular (y la lingüística no se priva de ello), no puede haber ciencia de lo contingente. Contingente es pre­ cisamente en lalengua la relación del significante con el significado como consecuencia de la significancia. Allí la significación depende del momento de corte de la cadena que viene a marcar al sujeto, al sujeto de la lalengua, como efecto contingente del corte. El lenguaje existe especificado en diferentes lalenguas. Éstas constituyen la matriz en la que se nutre y de la que surge el sujeto. El sujeto es un sujeto clivado por el significante, incapaz a partir de la represión originaria de decirlo todo. Es por esto que el lenguaje, a través de lalengua, es la condición del inconsciente. Ya clivado, escindido por el significante, 8 , el sujeto habla, encadena discursi­ vamente a los significantes que lo encadenan. De lo que ese sujeto ya clivado puede hablar, de las proposiciones que emite, la lingüística hace un todo, todo de los enunciados, discurso univer­ sal, del que cada enunciado particular es una muestra. Ese todo se sosttene por la ignorancia del no-todo del decir, de esa disemina­ ción infinita dei significante, al que se da el nombre de inconscien­ te. Trabajando sobre ese discurso supuestamente universal, falsa­ mente universal ya que no-todo puede decirse, analizando las características comunes a las distintas lenguas que se hablan, la lingüistica erige el concepto de lengua y lo hace objeto de su teoría sobre los supuestos de la consistencia, la permanencia, la univoci­ dad, la regularidad, la repetibilidad. Es así como el sistema formal de “ la lengua es el todo del nó-todo ” . 8 4 Si se relee el párrafo anterior se podrá encontrar una serie de tér­ minos sucesivos donde cada uno presupone al anterior y es condi­ ción de posibilidad del siguiente: lenguaje - lalengua - inconsciente - habla - lingüistica - lengua.

Esta cadena está hecha con eslabones no homogéneos: lenguaje, inconsciente y lengua son estructuras, lalengua y habla son sustan­ cias concretas, lingüistica (y psicoanálisis, que podría incorporarse a la cadena entre lalengua e inconsciente), es una disciplina del sa­ 84 Jean-Claude Milner (1978): L ’amour de la langue, cit.,p . 116. Es im­ posible definir cuánto debe toda esta parte del trabajo que se está leyendo a la elaboración depurada que hace Milner. Si este trabajo no es más claro o más exhaustivo es porque el autor resiste a la tentación de parafrasear o de citar entrecomillando al preclaro autor de L ’amour de la langue. Queda al lector remitirse a esa fuente y abrevar en ella. Material protegido por derechos de autor

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ber. Queda, no obstante, lo ya apuntado: cada uno de los términos es la condición de posibilidad del siguiente. Lalengua, como se ve, queda ubicada entre el lenguaje y el in­ consciente, producto, este último, de la reflexión psicoanalítica (ya que no hay inconsciente sin el psicoanálisis). Lalengua puede ser definida como aquello que de lo simbólico, del lenguaje, es estruc­ turante del sujeto, como la forma en que el lenguaje se encarna en un cuerpo y se hace cuerpo. “ Lalengua nos afecta de entrada por todo lo que ella conlleva como efectos que son afectos. . . Estos afectos son lo que resulta de la presencia de lalengua en tanto que, por saber, ella articula cosas que van mucho más allá de eso que el ser hablante sostiene de saber enunciado. . . El inconsciente es un saber, un saber hacer con lalengua . ” 8 5 Lalengua constituye al suje­ to del deseo. Es lalengua materna, interpretante universal de todos los signos, siempre única. Es “ el cuerpo de lo simbólico” , 8 6 la sus­ tancia de la que está hecho el inconsciente freudiano. Es ella y no el sujeto la que habla en cada formación del inconsciente; es ella, es Ello que invade todo en el decir; es en ella que se inscribe el deseo y es por ella que el sujeto tiene un vislumbre del goce en ese punto de anudamiento de los significantes al que se apunta y al que se pone barrera mediante el princio del placer. Lalengua es la carne del fan­ tasma. Con lalengua “ los poetas hacen cálculo y el psicoanalista se sirve cuando le conviene” . 8 7 Esta lalengua existe independiente­ mente del diálogo pero es el fundamento del goce en él. Razones to­ das para sostener que el psicoanálisis es una experiencia en el medio (otra vez las tres acepciones) de lalengua. (10 de septiembre de 1981. La hoja está enrollada en el rodillo de la máquina de escribir. El autor ha colocado el número 48 como re­ ferencia de un articulo de Lacan e interrumpió su trabajo. En me­ dio de otras actividades lo llaman por teléfono desde un periódico para comunicarle un cable recién recibido: Lacan acaba de morir. El autor piensa en Pasolini y las frases que transcribió del cineasta al comienzo de su artículo y se piensa a si mismo como uno de los infinitos puntos desvanecientes donde el significante que emite resignifica a la palabra de Lacan, ese significante que en ese momento lo representa ante otro significante. Sólo que ese otro significante es ahora la muerte y a ella no se le puede matar por inmensas que 85 Jacques Lacan (1973): Encoré, cit., p. 127. 86 Jacques Lacan (1976): "L’insu que sait. . cit., p. 7. 87 Jacques Lacan (1972): “ L’étourdit” , cit., p. 48.

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formas inefables dei goce y de la angustia. Goce y angustia que son efectos de la significancia y que rubrican la emergencia de tal ver­ dad en el discurso. Se toca en este punto el más profundo sentido de la regla fundamental del análisis, esa que incita al habiente a la in­ continencia en el decir: no es otra cosa que la consigna de zam­ bullirse en lalengua, en aquello que, como se dijo, es lo simbólico como artifice de una subjetividad definida á su vez como encarna­ ción de una lalengua en un cuerpo. La postulación de este objeto insólito, lalengua, por parte de La­ can es mucho más que una irreverencia. Es, a través del chiste por homofonía, un gesto subversivo que impugna cualquier pretensión absolutista de ligar la práctica del lenguaje a una Lengua, Sintaxis o Discurso que normarían el decir y lo decible y dentro de los cuales todo cabría y todo podría ser dicho y debería ser dicho de una ma­ nera preestablecida, la buena. Lalengua establece y fundamenta el inacabamiento del decir y del discurso. Razón de más para consoli­ darla como objeto de ninguna ciencia, más aún, como límite que marca el lugar donde los discursos cientificos pueden instalarse y definir su validez. Cuando se impugna la noción de metalenguaje se realiza una in­ tervención sobre los mecanismos del poder y, muy particularmente, sobre las formas modernas del poder organizadas por el designio de una unificación de los habientes alrededor de una cierta lógica de la dominación, de la estandarización de los mensajes, de la economía de los signos, de la desconstrucción de la torre de Babel. 8 9 Al desembocar en la propuesta de lalengua en el día de hoy, día de la muerte de Lacan, se puede resignificar retroactivamente todo el desarrollo del psicoanálisis y recuperar el sentido de los primeros diálogos de Freud con sus pacientes histéricas, esas que mostraban su lalengua como estigmas corporales. También hoy se pueden comprender los intentos de desviación del psicoanálisis; por ejem­ plo, el célebre y difundido “ análisis de las resistencias” , como in­ tentos de acallar a lalengua. Teóricamente la noción de lalengua es imprescindible porque equivale a ese sistema de la significancia donde se hace y se deshace el habiente, lugar de la construcción imaginaria de cada uno que es efecto del orden simbólico y lugar de la desconstrucción de ese imaginario en la experiencia psicoanalítica y poética. Es la noción esencial para esclarecer el proceso de pro­ 89 Fran?o¡se Gadet y Michel Pécheux: La langue irttrouvable, París, Maspero, 1981. Material protegido por derechos de autor

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ducción del sujeto inconsciente, efecto del pasaje por el complejo de Edipo, marcado en ese tránsito por la castración, criatura y efec­ to del lengúaje, articulador y redistribuidor de los elementos que a él lo articulan, habiente, emisor de proposiciones sobre las cuales la lingüistica aspira a asentar un saber. La introducción de lalengua como piedra angular del discurso y del saber y como cimiento de la subjetividad no es, sin embargo, una operación carente de riesgos. Es tradicional que toda innova­ ción en el campo del saber conlleve una tendencia imperialista de la novedad que tiende a considerarse universalmente válida y anuladora de los discursos en medio de los cuales surgió, dueña exclusiva de los arcanos de lo real. Ese peligro amenaza también a la noción de lalengua, según.se verá. Es el propio Lacan el que comienza este proceso de cuestionamiento de su propio decir en la persecución de un nuevo saber, empresa lícita como la que más e imperiosa necesidad de todo creador. Después de haber renovado al psicoanálisis haciendo volver a él “ la carta robada” , es decir, la palabra reprimida de Freud, colo­ cando en su justo centro a “ la función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis” , Lacan desemboca en la noción de lalen­ gua, sustancia concreta, no-concepto, imposible de definir y de abarcar, liquido amniótico de la experiencia psicoanalitica. El pro­ ceso es riguroso y la conclusión impecable. Pero queda la impresión de que a partir de ese momento se procede a la destrucción del ca­ mino por el que se llegó a ese punto. La primera victima es el con­ cepto de lenguaje. Las citas son imprescindibles. En Encoré está escrito: “ Si yo he dicho que el lenguáje es eso como lo que el inconsciente está estruc­ turado, es ciertamente porque el lenguaje, en primer lugar, no exis­ te. El lenguaje es eso que uno trata de saber respecto de la función de lalengua. . . El lenguaje está hecho de lalengua, sin dudas. Es una elucubración de saber sobre la lengua. Pero el inconsciente es un saber, un saber hacer con lalengua. Y eso que uno sabe hacer con lalengua supera en mucho aquello de lo que uno puede dar cuenta bajo el rubro del lenguaje” . 9 0 Y esto se reitera años después: “ Si yo he dicho que no hay metalenguaje, es para decir que el lenguaje, eso, no existe. Sólo hay so­ portes múltiples del lenguaje, que se llaman lalengua” .9' 90 Jacques Lacan (1973): Encoré, cit., pp. 126-127. 91 Jacques Lacan (1977): “ Une pratique de bavardage” , cit., p. 6. Material protegido por derechos de autor

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I INCiUISTkKlA

Toda la obra de Lacan se estructuró com o un retorno a Freud para mostrar que en la teoría y en la práctica del psicoanálisis el len­ guaje estaba en todas partes. Pero a partir de la introducción de lalengua el lenguaje desaparece. Sus discípulos se lanzan a confirmar este giro teórico. Asi, Jacques-Alain Miller:92 "El lenguaje es el resultado de un trabajo sobre lalengua. Es una construcción de lalengua. Es, bajo el ojo del am o, el concepto científico, y aquí uni­ versitario, de lalengua. Es la manera científica de encontrarse allí con lalengua, de intentar comprenderla. Digam os que el lenguaje es un efecto del discurso del am o, y que su estructura es la misma del discurso del a m o .” Jean-Claude Milner, por su parte, asienta: “ Sea pues lalengua; el lenguaje designa aquello que el saber elucubra respecto de ella — y especialmente acerca de su existencia: de m odo que el concepto de lenguaje consiste íntegramente en la pregunta: ‘¿Porqué hay lalengua y no nada?’ En otros térm inos, el lenguaje no es nada más que lalengua en tanto que ella está cogida en la disyuntiva de su existencia o de su inexistencia: un saber que pasa por la ausencia fantaseada de su ob jeto” .9-' La propuesta de disolución del lenguaje com o “ elucubración del saber” en el flujo concreto de lalengua no puede dejar de afectar retroactivamente al conjunto de las proposiciones lacanianas con­ cernientes al lenguaje y al inconsciente. Particularmente debe re­ pensarse la proposición que, según Miller (véase p. 16), resume el sentido de toda la obra de Lacan: “ El inconsciente está estructura­ do com o un lenguaje” . El propio Miller se plantea el problem a teó­ rico. Si el lenguaje es una elucubración del saber y el inconsciente está estructurado com o un lenguaje, todos los conceptos psicoanalíticos pueden empezar a caer com o fichas de dominó al desmoronarse la que los sostenía. Y corre, a sabiendas, el riesgo: “ La fórmula ‘el inconsciente está estructurado com o un lenguaje’ es verdadera sólo si se trata del inconsciente com o aquello de lo que el discurso analítico intenta saber, es decir, intenta saber de lalengua y de sus efectos. Habría pues que decir — lo digo con precaución— que el inconsciente llamado justamente freudiano es también una elu­ cubración de saber sobre lalengua” .94 92 Jacques-Alain Miller (1974): “ Théorie de lalangue (rudiment)” , en Ornear!, núm. 1, 1975, p. 30. 93 Jean-Claude Milner: L'amour de la langue, cit., p. 26. 94 Jacques-Alain Miller (1974): “ Théorie de lalangue” , cit., p. 31. Material protegido por derechos de autor

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Asi, la caída dei lenguaje en la categoría de discurso del amo arrastra al inconsciente freudiano y, con él, debieran caer todos los conceptos: la transferencia, la pulsión, la repetición, etc. Sólo quedarían, refulgentes, lalengua y su correlato igualmente concre­ to, el habiente. El psicoanálisis pasarla a ser una práctica sin teoría, carente de conceptos. Ciertos textos de Lacan apuntan en esta dirección desfreudizadora. Asi, en una conferencia en los Estados Unidos9 3 sostuvo: “ Es un circulo vicioso decir que somos entes hablantes. Somos 'ha­ bientes’, palabra que es ventajoso que sustituya al inconsciente. . Y en esta formulación sorprendente: “ El inconsciente, pues, no es de Freud, es necesario que yo lo diga, es de Lacan. Esto no impi­ de que el campo, ése si, sea freudiano ” . 9 6 Con estas referencias puede ya asentarse que el inconsciente de Lacan es el habiente y que ese habiente está estructurado como lalengua puesto que nada existe del lenguaje fuera de esos soportes concretos que son lalengua. La fórmula freudiana que Freud nunca llegó a formular pero que es inequívoca a partir de la lectura lacaniana de “ el inconsciente estructurado como un lenguaje” ha dado lugar a esta otra: “ el habiente estructurado como lalengua” , con retorno a la experiencia concreta y manifestación explícita de rechazo de todo orden conceptual tratado ahora de “ discurso del amo” y de “ elucubración del saber” . Esta recuperación de lo “ concreto” de la experiencia tiene, sin embargo, un aire más de cosa antigua que de novedad. Es imposible olvidar la marca que recibió el pensamiento psicoanalítico en Francia cuando los textos de Georges Politzer, a fines de los años 2 0 , rescataban la dimensión “ concreta” y “ dramática” abierta por el pensamiento de Freud a la vez que rechazaban la teo­ ría del inconsciente por ser “ abstracta, form alista y realista” . Los. “ vicios” denunciados por Politzer fueron objeto de larga y fecun­ da polémica. El pensamiento existencialista de los años 40 y 50 re­ cogió la bandera de la psicología concreta y continuó la desconfian­ za por el inconsciente freudiano. La boga del estructuralismo de los años 60 reflotó la epistemología de Bachelard y Koyré y buscó en ía lingüistica y en las investigaciones antropológicas de Lévi-Strauss 95 Jacques Lacan (1975): conferencia en la Columbia University, en Scilicet, núm. 6-7, 1976, p. 49. ^Jacques Lacan: “ Ouverture de la section clinique” , en Ornicarl, núm. 9, 1977, p. 10. Material protegido por derechos de autor

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U N G Ü IST E R lA

una fundamentación teórica sólida. La relectura de Freud por parte de Lacan formó parte de ese esfuerzo y de esa época data la fórmu­ la o las fórmulas que ligan al inconsciente freudiano y el lenguaje. La fuerza del estructuralismo como corriente del pensamiento (nunca escuela) alcanzó su apogeo en 1968 y con ella una cierta ten­ dencia del pensamiento de Lacan. A partir de entonces se observa una especie de reflujo, un abandono de las estructuras formales y una recuperación del sentido y de la verdad de la experiencia. La teorización centrada ahora alrededor del habiente y de lalengua se ubicaría en ese camino, algo así como un contragolpe del estructu­ ralismo que parece estar llevando a un neopolitzerismo donde el in­ consciente vituperado por ser “ abstracto, formal y realista” ama­ fio, sería ahora una “ elucubración del saber” . La exclusión del pensamiento conceptual con los conceptos de lalengua y habiente acarrea otros serios problemas, por ejemplo, el de la transmisibilidad del análisis. Para sortearlo es que se requiere poner énfasis en algo que se ubique más allá de las definiciones y de ios sistemas. Para ello se recurre en el lacanismo de los últimos años al materna. Este punto requiere recurrir nuevamente a citas tex­ tuales para dar a entender lo que está en juego. En primer término, nuevamente Jacques-Alain Miller. 9 7 “ La doctrina de lalengua es inseparable de la del materna. Mientras que lalengua sólo se sostiene por el malentendido, que vi­ ve y que se nutre de él, porque los sentidos se cruzan y se multipli­ can sobre los sonidos, el materna, por el contrario, puede transmi­ tirse integralmente 'sin anfibolia ni equivocación*. . . porque está hecho de letras sin significación. ” Lo que es el materna, quizá bastaría para representarlo con de­ cir esto: en un libro de lógica, hay lo que se traduce y lo que no se traduce. Lo que se traduce, es el lenguaje. . . Y además hay lo que no tiene necesidad de ser traducido en un libro de lógica de una lalengua a otra, y eso es el materna. . . ” Si no hubiese materna del psicoanálisis, entonces el psicoanáli­ sis seria una experiencia inefable. Los analistas nunca tendrían la posibilidad de entenderse. Formarían una comunidad iniciática, cerrada sobre un secreto. Ustedes conocen la frase de Hegel: 'Los misterios de los egipcios son misterios para los egipcios mismos.’ Bien, si no hubiese materna, los misterios de los analistas serian misterios para los analistas mismos. Cada uno se consolaría con la 97 Jacques-Alain Miller (1974): "Théorie de lalangue” , cit., p. 33. Material protegido por derechos de autor

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creencia de que el otro sabe y sólo pensarla en disimular a su vecino su insuficiencia.” Y es asi como, en remplazo de los conceptos que no podrían tras­ mitirse sin equívoco, se recurre a los maternas, a las letras minúscu­ las y mayúsculas y a símbolos como los de la lógica. La operación podría ser defendida si con ella se lograse contornear lalengua y se pudiese trasmitir unívocamente el sentido de la experiencia. El ma­ terna se propone hacer de la práctica del psicoanálisis una experien­ cia trasmisible. ¿Lo logra? ¿Quién podría contestar mejor a esta pregunta que quienes sostienen su necesidad? Lacan dice que sus maternas son "una tentativa para imitar a la ciencia” . 9 8 Y, más claro, el propio Jacques-Alain Miller establece: “ Para aquellos que estudian cerca de Lacan, no podría quedar desconoci­ do que estos maternas simulan una ciencia que no cumplen. Ningún algoritmo podría refrenar su polivocidad, o sea, las veinte y cien lecturas diferentes que ellos autorizan, como se expresa Lacan. Ellos quedan no solamente atornillados a lalengua, sino indisociables del estilo propio del que sigue siendo su autor, y que ora se jacta de él, ora lo deplora ” . 9 9 En síntesis, el materna es necesario para evitar el equívoco en la transmisión, para eludir lalengua y posibilitar que el psicoanálisis no sea iniciático. Pero, a su vez, el materna es el producto de lalen­ gua de alguien, está marcado con su estilo, formula una promesa de univocidad mientras que está consagrado a la polivocidad. Es más, el propio Miller dice en el mismo artículo que estos maternas de La­ can toman un aire caricatural en el momento de su repetición por otro. No se ve bien cómo podrían entonces estos maternas ser equivalentes a esas partes que no hay que traducir de una lalengua a otra en los libros de lógica. Puede que no haya que traducirlos pero lo que es seguro es que no libran al psicoanálisis de tener que buscar de otra manera la garantía de su trasmisibilidad. Tampoco resulta muy claro cuál es el proceso que lleva a Lacan o a cualquier otro a la formulación de un materna. La cuestión seria la de descartar que el materna no sea también, y con más justo título que el lenguaje o el inconsciente, una “ elucubración del saber” . 98 Jacques Lacan (1975): conferencia en la Yale University, Kanzer Se­ minar, en Scilicet, núm. 6-7, 1976, p. 26. 99 Jacques-Alain Miller: “ Algorithmes de la psychanalyse” , en Omicart, núm. 16, 1978, p. 22.

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LIN CO lSTERlA

Pero si el materna está marcado por lalengua de Lacan, por su estilo, por sus equívocos, ¿no se estará señalando asi un nuevo dis­ curso del amo que pasarla a ser la condición de posibilidad del diálogo entre los analistas “ para que los misterios de los egipcios no sean un misterio para los egipcios mismos” ? Esto sólo podría justificarse sobre la base de la transferencia de “ los que estudian cerca de Lacan” , pero el psicoanálisis tiende a la disolución de la transferencia como criterio del fin de la cura. ¿No se llegará asi a la disolución de los maternas? Así las cosas el materna parece condenado a ser equivoco, elu­ cubración del saber y discurso del amo, todo aquello que vendría a evitar. Pero puede sostenerse que el problema es un falso proble­ ma. Ésa es la alternativa sostenida por este trabajo. Hay otro camino, el camino abierto por Lacan y que el nombre de Lacan amenaza con cerrar, ese camino es el del retorno a Freud,al del inconsciente que es, si, de Freud tal como Lacan lo ha eviden­ ciado al conceptualizarlo con rigor apartándolo de posibles des­ viaciones biologizantes, adaptacionistas, culturalistas y demás yer­ bas. Se trata de volver, simplemente, a que “ el inconsciente está estructurado como un lenguaje” , a la tesis de una estructura estruc­ turante y una estructurada y a la conexión entre ambas por medio de esa sustancia concreta que es lalengua, tal como la evidencia la experiencia psicoanalitica. Desde hace unos años se teme al término “ estructura” , ese mismo término del que se abusó poco antes. Por­ que ni el lenguaje ni el inconsciente son “ elucubraciones del saber” . Son, sí, estructuras, y la estructura, es el momento de repe­ tirlo, es lo real que viene al saber abriéndose paso en el lenguaje. El inconsciente y el lenguaje no son sustancias, de acuerdo, pero tampoco son abstracciones, son nombres dados a realidades mate­ riales que podemos alcanzar a partir de la observación de sus efec­ tos materiales y concretos como pueden ser, para el caso del psico­ análisis, lalengua y el habiente. Sin los conceptos de las estructuras si que la experiencia psicoanalitica pasa a ser inefable y misteriosa. Sin esos conceptos, los maternas de Lacan, útiles recursos pedagógicos, por otra parte, no harían sino confirmar la renuncia al saber por el camino de una identificación en el ideal del yo, donde los psicoanalistas renunciarían a su identidad simbólica para confundirse en la adop­ ción de una identidad imaginaria común con ese autor de los mate­ rnas que los marcó con su lalengua particular, sea que se jacte de ella o que la deplore. Material protegido por derechos de autor

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La propuesta de este trabajo es reconocer a lalengua como eso que se materializa en la situación analítica, soporte de las forma­ ciones del inconsciente, matriz del sujeto habiente. De ese incons­ ciente que trabaja cifrando y que indica el rumbo de la investiga­ ción psicoanalitica como trabajo de desciframiento y producción del sentido que surge en lalengua del analizante; un sentido que es a la vez sabido e ignorado porque no está, de momento, a la dispo­ sición del habiente. Reconocer y colocar en su justo punto teórico a lalengua no es contradictorio con el reconocimiento de esos conceptos que son producto de la práctica teórica: el lenguaje, el inconsciente y tam­ bién, en otra dimensión, ajena al psicoanálisis, la lengua de los lin­ güistas que, no por estar basada en la exclusión de lalengua, es por ello inexistente. Pero que, a partir de la producción del concepto en el que, sin saberlo, se fundamentaba, debe repensar su estatuto. Pues lalengua no acaba con la lingüistica. Nada más, nada me­ nos, viene a subvertir sus fundamentos.

vii.

l in g üíst ica y ling üistería

Del enamoramiento ilusionado a la decepción y el rechazo; asi pueden contemplarse las mutables relaciones de la obra de Lacan con el discurso de la lingüistica. Cuando un lector se acerca a los textos de un autor que ha deja­ do muchos, tropieza con un obstáculo: el nombre propio y la iden­ tidad imaginaria que ese nombre confiere a obras variadas, a un pensamiento que avanza desconstruyendo el anterior. Si el autor di­ jese siempre lo mismo bastaría con leer una obra de él, la primera o la última, es lo mismo, para comprender su situación. Pero la obra de Lacan, como la de Freud, como la de cualquiera que se aventura en este campo conjetural que es el de los discursos armados en una lalengua, está recorrida por innumerables fracturas. Se está lejos de la cómoda homogeneidad de la obra monolítica, del pensamiento que progresa impertérrito, sin negarse a si mismo, incansable, hacia un paraiso de bienaventuranza y paz, privado de contradicciones. Los textos que se escalonan hasta 1957 van puntuando el acerca­ miento del discurso de Lacan a los lingüistas y a las tesis de la lingüistica estructural. A tal punto que, después de publicar "L a instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud” , Lacan comienza su seminario de 1957-58 diciendo en la primera Material protegido por derechos de autor

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clase las siguientes palabras: “ El análisis lingüistico tiene la rela­ ción más estrecha con lo que llamamos el análisis a secas, incluso se confunden; esencialmente no son, si miramos de cerca alli, cosas diferentes ” . ' 0 0 Bueno es aclarar desde ya que, si bien la aproxima­ ción es evidente, ella no deja nunca de reconocer diferencias. Es co­ mo si en esa primera parte de su obra Lacan tratase de corregir as­ pectos de la lingüistica que, a la luz del psicoanálisis, resultan insu­ ficientes. En este sentido es ejemplar la lectura, matizada de perver­ sión, que hace del algoritmo del signo en de Saussure y que fuera abordada de manera ejemplar en el artículo de Octave Mannoni ya citado, con intención laudatoria, y en el no menos ejemplar libro, también citado, de Lacoue-Labarthe y Nancy con intención critica. Estos autores acusan a Lacan de ejercer, respecto a la lingüistica, “ una estrategia de la desviación que se diferencia de lo que la espistemología contemporánea ha podido designar como la impor­ tación del concepto'\m El concepto de significancia, la noción de punto de cadarzo y la doctrina de la primacía del significante, puntos todos abordados en el capitulo IV, son los aportes principales de Lacan en esta empresa de ligar teóricamente los discursos del psicoanálisis y la lingüística. Y el resultado trascendental es la determinación precisa de la posi­ ción del sujeto respecto del significado como sujeto clivado por el significante, mostrando la razón de ser de la Spaltung freudiana. La experiencia analítica es una experiencia de discurso, el incons­ ciente es un discurso concreto, discurso del Otro, y está estructura­ do como un lenguaje, siendo el lenguaje, a su vez, la condición del inconsciente. Se trata, como se ve, de nociones provenientes de la práctica psicoanálitica y de la reflexión que ella permite de los tex­ tos de Freud, la re-flexión. Pese a la denegación antes citada, de to­ dos modos, el análisis lingüístico y el análisis a secas no son la mis­ ma cosa. La distinción que la propia lingüística ha rubricado entre el sujeto del enunciado y el sujeto de la enunciación conduce inequivocamente a métodos diferentes. En 1970 este amor interesado y unilateral está ya en crisis. El despecho se insinúa: “ La lingüistica proporciona el material del análisis, incluso el aparato con el cual se opera. Pero un dominio >00 jacques Lacan (1957-58): Séminaire. Livre V. Les formations de l ’inconscient, inédito. >01 Philippe Lacoue-Labarthe y Jean-Luc Nancy: Le titre de la lettre, cit., p. 91. Material protegido por derechos de autor

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no se domina sino con su operación: El inconsciente puede ser co­ mo lo decía yo la condición de la lingüística. Ésta sin embargo no tiene el menor influjo sobre 61. Puesto que ella deja en blanco lo que ahí hace efecto: el objeto a que es lo que se pone en juego en el acto psicoanalítico” . 102

Sólo puede haber despecho cuando se han puesto ilusiones en torno al objeto. Véase esta confesión: “ Yo intentaba triunfar, na­ turalmente, yo soy como todo el mundo, ingenuo —imaginaba que la lingüística era una ciencia. Ella tendría esta ambición. Ella inten­ ta hacer como si fuese una ciencia . ” 103 El despecho no es reconocido como propio, es atribuido al obje­ to (“ no eres tú quien me deja a mi sino que soy yo quien te dejo a ti” — “ eres tú quien saca provecho de mí y no yo de ti” , fórmulas que se repiten trivialmente en los amores desafortunados; Lacan las retoma con su estilo peculiar): “ Asi la referencia en la que yo sitúo al inconsciente es justamente aquella que a la lingüística se le esca­ pa. . . Ella nos conduce bonitamente, Dios sabe dónde, pero segu­ ramente no al inconsciente. . . Lo que denuncia la decepción que yo causo a muchos lingüistas sin salida posible para ellos, por más que yo me haya desembarazado de eso. Quién puede dejar de ver en efecto, al leerme, incluso al habérmelo escuchado decir en voz alta, que el análista está desde Freud muy por delante y por encima sobre el lingüista, sobre Saussure por ejemplo, que queda sobre la vía de los estoicos, la misma de San Agustín. . . Muy por delante, yo he dicho en qué: la condensación y el desplazamiento anteceden al des­ cubrimiento, con la ayuda de Jakobson, del efecto de sentido de la metáfora y la metonimia. Por poco que el análisis se apoye en la posibilidad (chance) que yo le ofrezco, conservará esta delantera —y la conservará en otros tantos relevos como el porvenir quiera aportar a mi palabra. ” Pues la lingüistica por el contrario para el análisis no facili­ ta nada, y el apoyo mismo que yo he tomado en Jakobson, no es del orden de la retroactividad (aprés-coup), sino del contra­ golpe (ícontrecoup) —para beneficio, y segundo-decir, de la lin­ güística” . 1 0 4 102 Jacques Lacan (1970): Radiophonie, cit., p. 62 [Psicoanálisis: radiofonía y televisión, cit., p. 20 (traducción corregida).! 103 Jacques Lacan (1975): conferencia en la Yale University, Kanzer Se­ minar, o/7. cit., p. 19. 104 Jacques Lacan (1972): L'étourdit, cit., p. 76. Material protegido por derechos de autor

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LINGÜISTERIA

A fines de ese año 1972 se decidió la ruptura de relaciones. He aqui el texto de la carta: “ Un día me percaté de que era difícil no entrar en la lingüística a partir del momento en que habíase descubierto el inconsciente. "P o r lo que hice cierta cosa que me parece en verdad la única objeción que yo puedo formular a lo que ustedes pudieron escuchar el otro dia de la boca de Jakobson, a saber, que todo lo que es del lenguaje correspondería a la lingüistica, es decir, en último térmi* no, al lingüista. ” No es que yo no se lo acuerde muy fácilmente cuando se trata de la poesía a propósito de la cual él adelantó este argumento. Pero si se considera todo lo que, de la definición del lenguaje, se deriva en cuanto a la fundación del sujeto, tan renovada, tan subvertida por Freud. . . habrá que, para dejar a Jakobson su dominio reser­ vado, forjar alguna otra palabra. Llamaré a eso la lingüisteria. "Esto me deja alguna parte aj lingüista, y no deja de explicar que tantas veces, de parte de los lingüistas, yo sufriese más de una amonestación. Ciertamente, no de Jakobson, pero eso es porque le caigo bien, dicho de otra manera, él me ama, es la manera en que yo expreso esto en la intimidad. ” Mi decir que el inconsciente está estructurado como un len­ guaje, no es del campo de la lingüística. ” 105 A partir de la ruptura, ilustración de que “ el amor consiste en dar lo que no se tiene” , el tono se hace más agrio y llega a recon­ venciones fundamentales que bordean incluso la negación del obje­ to decepcionante. “ Que Jakobson justifique algunas de mis proposiciones es algo que no me basta como analista. ” Que la lingüística se arrogue como campo eso que yo denomino de lalengua para apoyar en ella al inconsciente, ella procede allí con un purismo que toma formas variadas, justamente por ser formal. Ya que excluye del lenguaje no solamente 'el origen’ según dicen sus fundadores, sino lo que aqui yo llamaré su naturaleza . ” 1 0 6 En suma, ella no sabe de qué habla. Así es como nació la lingüisteria; fruto de un desengaño amoroso, de la ruptura de un noviazgo, hija de una decepción. Pero no por ello 105 Jacques Lacan: Séminaire du 19 décembre 1972. Encoré, cit., pp. 19-20. 106 Jacques Lacan (1975): “ Peut-Stre a Vincennes” , en Ornicarl, núm. 1, 1975, p. 3. Material protegido por derechos de autor

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hay que desacreditarla. Antes bien, al contrario, ya se sabe que las decepciones corresponden las más de las veces a una ganancia en claridad. Hay mucha distancia entre la ruptura de un romance y el fracaso de un romance, eso que muchas veces se llama matrimonio. Él punto central del desacuerdo está ya señalado en este trabajo: es la impugnación de la noción de significación. El problema es que la exclusión de la significancia del campo de la lingüística, que es una exclusión necesaria porque la significancia es imposible de for­ malizar o de tratar dentro de marcos lógicos, hace inútiles los es­ fuerzos de la lingüistica por constituid una teoría del discurso. Y sin teoría del discurso y de la producción del sentido, ¿para qué habría lingüística? Por ello se aconseja a los lingüistas nutrirse de la obra de Lacan (así cómo la teoría de Lacan no hubiera podido avanzar sin nutrirse en la lingüística): "L o que Lacan llama sii ‘lingüistería* podría inspirar reflexiones fructíferas a los lingüistas y en particular permitirles dejar de confundir el sentido con la significación. ” 1 07 La significancia, el habiente y lalengua se escapan a la lingüística y cuesta imaginar qué podría hacer con ellas. Y para qué sirve sin ellas. Esto no es una condena, es un desafio para un diálogo que tal vez todavia no ha comenzado en correctos términos y donde los tra­ bajos citados parecerían indicar un camino. El enamoramiento fusional de los textos de 1957 es ya irrecupe­ rable. La distancia establecida entre los dos campos es insalvable. Es, tal vez, el momento del mutuo reconocimiento. La lingüistería es la afirmación de la relación necesaria que el psicoanalista guarda con el lenguaje y que es irreductible a la lin­ güistica y a sus métodos de análisis de los enunciados. La lingüiste­ ría tiene que ver con esta realidad contingente y repelente de todo cálculo y sistematización que es la lengua en tanto que fundante del sujeto. En palabras de Lacan: “ El inconsciente, Ello, habla, lo que le hace depender del lenguaje, de lo que sólo se sabe poco: a pesar de lo que yo designo como lingüisteria para reunir ahí a lo que pre­ tende, esto es nuevo, intervenir en los hombres en nombre de la lin­ güística” . 108 La proposición central de la obra de Lacan: “ el inconsciente está estructurado como un lenguaje” no pertenece a la lingüística. Esa 107 Nicolle Kress Rosen: “ Réponse a Jean-Pierre Faye” , en Ornicarl, núm. 16, 1978, p. 76. 108 Jacques Lacan (1974): “ Televisión” , en Psicoanálisis: radiofonía y televisión, cit., p. 87. Material protegido por derechos de autor

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LINGÜISTERlA

fórmula no tiene ningún sentido en ella ni podría autorizarse ningu­ na operación lingüística sobre ella. Esto es así porque el sujeto de la lingüística es excéntrico respecto del sujeto del deseo inconsciente. El sujeto de la lingüística, sujeto del habla, operador imprescin­ dible de la estructura de la lengua, es subsidiario de una psicología del pensamiento y de la conciencia (lingüística “ cartesiana” , re­ surrección chomskyana de la lógica de Port Royal) o de una psico­ logía conductista (lingüistica empírica, de la comunicación y distri­ butiva) o de un formalismo asubjetivo (distintas variantes de la lingüística estructural). Mientras que el sujeto de la lingüistería, el habiente, es un ser para siempre incompleto, separado definitiva­ mente del decir de su deseo, sabiendo siempre menos que lo que di­ ce, diciendo siempre más que lo que sabe, ignorante perpetuo de lo que se escucha y lo que se entiende de lo que él dice, ente que se des­ vanece a cada momento de su decir para quedar remplazado ante el Otro por lo que dice. Esto quiere decir que la lingüistería es indisociable de su campo experimental, la situación analítica. Por eso Lacan sostiene que “ lo que llamo la lingüistería exige del psicoanálisis para sostenerse” pero complica las cosas al continuar: “ Agregaré que no hay otra lingüisti­ ca más que la lingüistería. Lo que no quiere decir que el psicoanálisis sea toda la lingüística. Lo prueba el acontecimiento de que se hace lingüística desde hace muy largo tiempo, desde el Cratilo. . .” ,w Decir que el psicoanálisis no es toda la lingüistica indica que está en ella e incluso que es buena parte, aunque “ no toda” . ¿Y el res­ to? El resto parecería no tener importancia alguna, ser un resto desechable, puesto que “ no hay otra lingüistica más que la lingüistería” . Es decir que el psicoanálisis o la lingüistería es lo que vale de la lingüística y por lo demás no hay que preocuparse. La quiebra de las ilusiones del amor ha concluido como tantas otras veces: el objeto es devorado y lo que vale de él subsiste en el despechado bajo la forma de un objeto introyectado. ¿Y ella, la abandonada, qué ha sido de ella? ¿Continúa con su existencia? Si. Ciertamente, pero “ es una ciencia muy mal orienta­ da ” . 1 , 0 Se puede decir con menos palabras aún. Ella. . . ella es una perdida. ,,w Jacques Lacan (1977): "L’escroquerie psychanalytique” , en Ornicarl, núm. 17-18, 1979, p. 7. 110 Jacques Lacan (1977): “ La varité du symptome” , en Ornicarl, núm. 17-18, 1979, p. 16. Material protegido por derechos de autor

NÉSTOR A. BRAUNSTEIN

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Un buen consejo para el viajero es que cuando visite un país o una comarca no trate de abarcarla toda y de ver todo lo que ella tiene de digno de ser visto. Ese consejo puede ser válido en este momento de concluir el arduo e imposible trabajo de revisar las relaciones de la obra de Lacan con el lenguaje desde sus orígenes en la lingüistica hasta su desembocadura en la lingüisteria. El consejo ha sido fiel­ mente seguido. Por otra parte, no hubiera podido no serlo porque el itinerario en este caso es un itinerario de discurso y en el orden del decir es imposible decirlo todo. El no-todo marca también a este discurso. El consejo dado al viajero de no verlo todo le sirve para guardar la ilusión de un retomo que, con el pretexto de ver lo que omitió en la primera visita, lo incite a volver a estar en lo ya transitado y de ese mo­ do resignifícar su primera incursión. Lo que en este recorrido se ha dejado de lado no es de poca monta y hasta bien pudiera ser lo esencial: el lugar privilegiado del falo en la lógica del significante, la relación del lenguaje y del inconsciente con el saber y la verdad, la tesis lacaniana de los cuatro discursos, el sentido y la interpretación de los maternas de Lacan. La lista puede proseguir todavía, largamen­ te incluso. Pero ha llegado el momento de concluir para conservar la ilusión de una nueva visita, de una re-visión. Queda, sin embargo, por apuntar cuál es el punto central que ha quedado oculto en este trabajo: el de la relación del lenguaje con lo real. Ese punto que permanecerá sólo en el nivel de una escueta in­ dicación con esta cita de Chesterton tal como aparece en la traduc­ ción de Borges para quien es “ lo más lúcido que sobre el lenguaje se ha escrito” . Dice Chesterton: “ El hombre sabe que hay en el alma tintes más desconcertantes, más innumerables y más anónimos que los colores de una selva otoñal. . . cree, sin embargo, que esos tin­ tes, en todas sus fusiones y conversiones, son representables con precisión por un mecanismo arbitrario de gruñidos y chillidos. Cree que del interior de un bolsista salen realmente ruidos que significan todos los misterios de la memoria y todas las agonías del anhelo” . Todos los misterios de la memoria y todas las agonías del anhe­ lo. . . lo imposible de articular. Ayer murió Jacques Lacan. Septiembre de 1981.

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UN DIVÁN PARA CHOMSKY* RAYMUNDO MIER GARZA

La excepción —queremos decir la perversiónacaba por apropiarse de la regla. J. LAPLANCHE

EL ASENTIMIENTO Y LA METÁFORA

Quisiera empezar esta ponencia con un breve análisis a manera de introducción: recoger las palabras que han servido como titulo a es­ te texto y al acto de su lectura. Se trata de un elemento simple que aparentemente no plantea ningún problema para el análisis; se tra­ ta, se dirá tal vez, de un sintagma nominal, una forma perfecta­ mente estable que se ofrece a una lectura directa. Y, sin embargo, es inevitable no encontrar en él el trabajo de la extrafleza: “ un di­ ván para Chomsky” ; se trata de un objeto al cual se ha atribuido ya un destino; pero ¿qué clase de objeto? Forma metafórica de referir­ se a un texto que no deja de recoger en su trama y en su intención la figura de una metonimia: ¿se trata pues de un texto que hablará de psicoanálisis? Se podría decir que aqui de lo que se trata es de una superficie que sustituye a otra, superficie que remite a su vez a un espacio: el del analista y su discurso. Es también la palabra que borda una resistencia y un deseo: psicoanalizar a un sujeto distante y silencioso. Un diván como pieza simbólica. Estamos en los bordes de un orden de producción verbal que transgrede, mediante el juego del símbolo y la ausencia, la designación multidireccional y la metáfora, un orden de la producción verbal que escapa ya a las convenciones del léxico. Es posible producir lecturas divergentes y entrecruzamientos de sentido. Se trata de psicoanalizar especulati­ vamente a Noam Chomsky, o de encontrar en sus textos, por lo de­ * El presente trabajo fue redactado sobre la base de la ponencia leída durante el Coloquio Internacional: El lenguaje y el inconsciente freudiano. No recoge la totalidad de la lectura ni su literalidad. Es, en su parcialidad, claramente reconocible por quienes escucharon la lectura, la manifestación misma de su insuficiencia y su inacabamiento. 1237J

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UN D IV A N p a r a c h o m s k y

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más demasiado sugerentes en la medida en que se abren también a la interpretación y a la arbitrariedad, las marcas de una subjetivi­ dad en acto, la puesta en juego de las formas de articulación de la palabra que permitirán reconstruir las formaciones inconscientes, cuidadosamente sepultadas, especialmente aisladas en sus huellas, encontrar las obsesiones, la intolerancia y la megalomanía, y re­ construir desde nuestro texto la imagen desprendida y callada de un cuerpo ausente. O tal vez se trata llanamente, en ese breve sintag­ ma, de otra metonimia que ahora se vuelve hacia el interior, para convertirse en la imagen desplazada del discurso propio del psico­ análisis. Se produce entonces un espesor que no actuaba sino bajo el resguardo de una aparente transparencia: ahora el texto traza las lineas de lo que se ha llamado su intertextualidad y la referencia al juego de la escritura. Sé trata tal vez de discursos producidos desde pasiones que manifiestan que es ése el punto de mayor acercamien­ to, pero es también el punto que opera la clausura, que corta la tra­ yectoria que podría llevar de uno al otro.

Pero queda otra interpretación: en este caso la que desemboca en el reconocimiento de la metáfora de mi propio texto, que encuentra su primera representación en la incompletud y lo fragmentario del sintagma y su múltiple designación; para después mirarse reflejado en las múltiples oscilaciones del sentido: los contornos difusos de ese titulo serán a la vez los rasgos que definan esta exposición. Pero aquí se produce otra ambigüedad. Los perfiles desvanecidos que se adivinan en la superficie de los discursos que aqui convergen —objetos discursivos, reales, teóricos— producen aquí el efecto de la fusión o del antagonismo; pero, al mismo tiempo, su materiali­ dad irreductible, sus especificidades parecen confirmarnos en la se­ paración. Es ahora cuando el texto aparece como un diván: éste im­ pone a los cuerpos una mirada suspendida que encarna la anulación de una relación de interlocución, de la que sólo subsisten una voz y una presencia repentina, ambas inciertas y sin lugar. Es en estos rasgos donde se ancla el texto. Ya se sabe que la única manera de hacer hablar lo imposible es la metáfora. Ésta es pues una declara­ ción del destino de un intento. “ Sin ninguna duda, quien buscara ‘fusionar’ el psicoanálisis y la gramática transformacional se encontraría frente a una contradicción” 1, ya que, como bien lo ha mostrado Jean-Claude Milner, “ el sujeto hablante idealizado y abstracto de la competencia debe suturar al Sujeto (de deseo)” . Co1 Mitsou Ronat: “ Chomsky 78” , en Ornicar?, núm. 14, 1978, p. 67. Material protegido por derechos d
, p. 24. Sin embargo, es preciso anotar que, de acuerdo con los comentarios de Tulio de Mauro, es­ ta frase fue “ arreglada” por los transcriptores del Cours y reformulada en la edición de 1916. De Mauro añade que, en efecto, “ el problema del aprendizaje de la lengua materna por el niño fue tocado apenas por Saussu­ re” . Pero señala: “ Vale la pena observar que, ya antes que la capacidad de utilizar una lengua histórica-natural se tiene la capacidad de discriminar y agrupar los sonidos en signo unos a otros. El C.L.G. (Curso de lingüística general) está de hecho, en lo que respecta a la teoría del aprendizaje, en armonia con las posiciones de J. Piaget en mucho mayor medida que con las posiciones comportamentalistas y asociacionistas” (nota 69 de T. de Mauro, en F. de Saussure, ibid., p. 425). 37 Este impacto ha llegado incluso a las formulaciones clásicas de la antropología en lo que respecta a la naturaleza, funciones y orígenes del pensamiento simbólico. Esta repercusión de las hipótesis innatistas ha sido expuesta por D. Sperber: “ Toda concepción semiológica, ya sea la de los antropólogos o la de Piaget, que atribuye estructuras del mismo tipo al len-

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RAYMUNDO M IERGA RZA

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A partir de este giro; de este vuelco en los puntos centrales de la investigación lingüística, el campo de fenómenos y observables pri­ vilegiados por la GT pone ya en juego todo un conjunto de posi­ ciones tanto del orden de la reflexión epistemológica, como en el de la hipótesis concernientes a la concepción de la direccionalidad y magnitud que tienen los efectos producidos por el proceso de aprendizaje de la lengua. Se trata, en resumen, de una redefinición de la noción de experiencia que lleva al sujeto a su inscripción como sujeto de la enunciación. Se está poniendo en juego un doble postulado: en un sentido se es­ tablece el predominio de la identidad por encima del de la diferencia; se habla en nombre de una ‘naturaleza humana’ idéntica y común . 3 8

guaje y al simbolismo está pues en un error. La famosa función semiótica no existe. El problema del aprendizaje del símbolo queda completamente por elucidar. . . no vemos qué consideraciones racionales (de adaptación, por ejemplo) impondrían a todos los humanos que hicieran de ciertos pre­ ceptos el punto de partida de una evocación simbólica; sería pues arbitrario afirmar que el dispositivo simbólico es el simple producto de una inteligen­ cia general. Por el contrario, parece concebible que mientras mejor se comprendan los mecanismos de la selección y la interpretación simbólica, será más aceptable suponer que la organización que los ha desarrollado es­ taba montada para esto desde el principio” . Dan Sperber: “ Remarques sur l’absence de contribution positive des anthropologues au probléme de l’innéité” , en Théories du langage. Théories de l ’apprentissage. Le debat entre Jean Piaget et Noam Chomsky , París, Seuil, 1979, pp. 364-365. 38 Esto ha sido mencionado por Chomsky en ocasión de varías polémi­ cas y exposiciones de su teoría. Dice, por ejemplo: “Si, digamos, un superorganismo marciano nos tomara en consideración podría concluir que, des­ de su punto de vista, las variaciones de los cerebros, de las memorias, de las lenguas, son bastante triviales y completamente análogas a las variaciones en las dimensiones de los corazones y en lo que respecta a la manera en que funcionan” (Noam Chomsky, “ Intervención en la discusión del trabajo de Guy Celier: Estrategias cognitivas en la resolución de problemas” , en Théories du langage. Théories de Vapprentissage, cit., p. 126). Por otra parte y como condición estrictamente suplementaria se ha llegado a estable­ cer una relación entre el énfasis sobre la identidad , involucrada en d con­ cepto de naturaleza humana, y las ideas políticas de corte anarquista de Chomsky. En una entrevista con Mitsou Ronat, Chomsky declara: “ Se ha sostenido, de manera plausible, que el racismo constituye virtualmente una imposibilidad lógica en el marco de la doctrina racionalista a condición de tomarla en serio: ésta le opondría, en cierta forma, una barrera conceptual. Material protegido por derechos de autor

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UN DIVAN PARA CHOMSKY

Este paso sobre el desfiladero de la identidad permite a Chomsky dejar en el silencio el problema de las patologías, en especial los fe­ nómenos de perturbación no neurológicamente localizables, que tienen su manifestación en los procesos de enunciación y la estruc­ tura de los enunciados. Se dejan a un lado, por criterios de perti­ nencia teórica, las formas “ desviadas” de la conducta verbal y con ellas la posibilidad de interrogar los efectos que introduce el orden del lenguaje en los procesos de constitución de la subjetividad. Sin embargo, no es éste el único problema que queda ensombre­ cido: lo no dicho recoge cualquier consideración acerca de la natu­ raleza, el impulso y los efectos que aparecen en la sucesión de las morfologías que adquieren las formaciones sintáctico-semánticas diatónicam ente determinadas; esta sucesión de las morfologías se articula en el proceso ontogenético de la conformación del habla de los sujetos. La noción de identidad en el caso de los planteamientos de la GT recubre un campo que se construye sobre la base de la sobreposición y encabalgamiento de procesos radicalmente heterogéneos. En última instancia, lo que revela la noción de identidad en el espacio conceptual que trata de constituir un modelo para la adquisición del lenguaje es una falta de elaboración de las nociones de transi­ ción entre estados y morfologías sintáctico-semánticas, y un apego fenomenológico que acarrea, como reacción compensatoria, una fundamentación mentalista. Es claro que el sujeto, en su calidad de objeto biológico, no puede estar vacío, es claro que bajo el imperio de una caracterización multidimensional y radicalmente asimilado­ ra de la identidad todos hacemos más o menos lo mismo: todos fan­ taseamos, todos soñamos, todos tenemos lapsus, la referencia a la identidad funcional y fisiológica del sistema nervioso central no de­ ja de ser, cuando menos, una afirmación esperable pero cuyos al­ cances explicativos todavía están por exhibirse. Para Chomsky, el proceso de aprendizaje del nifto se puede caLa razón es simple. La doctrina cartesiana define a los hombres como seres pensantes: la sustancia pensante no tiene color. No existe la expresión espíritu negro o espíritu blanco. O se es una máquina, o se es un ser huma­ no semejante a corto ser humano. Las diferencias son superficiales, insigifi­ cantes, no hacen a la esencia humana” . Previamente, en esa misma entre­ vista, Chomsky había afirmado: “ La naturaleza humana existe, inmutable, salvo a través de los caminos biológicos de la especie” (Mitsou Ronat: Con­ versaciones con Chomsky, Barcelona, Granica, 1978, pp. 137-138.)

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UN d iv A n p a r a c h o m s k y

a los objetos como parciales, el sujeto encuentra la posibilidad de múltiples equivalencias que reposan sobre la base de una heteroge­ neidad parcial. La actuación lingüística aparece pues marcada des­ de el comienzo por un juego de identidades negativo y contradicto­ rio: se consolida la polaridad enunciador/no enunciador, a la que se sobrepone un valor estrictamente funcional determinado por su naturaleza particular, es decir, como lugar determinado estructu­ ralmente y que impone un tipo específico de relación objetal en el seno de la diada madre-hijo. También se desarrolla, sincrónica­ mente sobre todo este tejido estructurante con una función identificatoria inequívoca, una función de designación con referencia al carácter parcial y marcado de los objetos. La experiencia del suje­ to, en medio de este entramado lingüístico que se le ofrece como una múltiple sobreposición de rasgos funcionales que determinan su relación objetal con respecto a su lenguaje, habrá de sufrir uná múltiple impronta de la sintaxis: aparece el trabajo de la diferencia que produce la consolidación de la estabilidad globalizante de la de­ signación, en la relación objetal; asimismo se construye concomitantemente un efecto estabilizante de los enunciados que definen la demanda del niño hacia la madre, asi como de la relación eclipsada respecto al carácter objetal de ésta; este proceso establece una rela­ ción identificatoria parcial mediada por la sintaxis. Dicha función mediadora de la sintaxis en la relación especular, asi como su fun­ ción estabilizadora de una relación verbal sobre la base de una respues­ ta que tiene en el reconocimiento del otro su impulso exterior, conlleva como efecto radical el asentimiento último del sujeto y la imposibi­ lidad de la satisfacción que quedará para siempre postergada. Este desdoblamiento de la noción de experiencia, encubre bajo su aureola tranquilizante, el juego dinámico del conflicto inherente a la presencia estructurante del lenguaje. Es en este desdoblamiento donde la singularidad de la experiencia analítica y el trabajo teórico del psicoanálisis revelan la radical insuficiencia de un modelo de ad­ quisición del lenguaje y el espejismo de las metáforas organicistas. Al plantearse la "densidad” de la experiencia apelo a una múl­ tiple estratificación de los planos de organización de una experien­ cia que colma la relación intersubjetiva derivándola hacia la presencia de otras instancias: exacerbando esa relación de armonía y plenitud que habría de caracterizar, en la visión idílica de la adquisición del lenguaje, la relación intersubjetiva donde se ancla como marca es­ tructurante el trabajo de la carencia. La experiencia aparece pues bajo la apariencia de una estructura necesaria; pero, al contrario de Material protegido por derechos de autor

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lo que dice Chomsky, no se trata de una necesidad biológica, sino de la necesidad que hace de la carencia lo absolutamente ineludible. Tal vez, en última instancia, no se busque saber por qué al aprender la lengua se la aprende a través de ciertas estructuras y no de otras. Tal vez se busque saber cuál es ese silencio ineludible que se instala en el sujeto que lo impulsa a buscar en el otro lo que el otro nunca puede dar. Septiembre y octubre de 1981

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PSICOANÁLISIS: ENTRE LA LITERALIDAD Y LA PARANOMASIA TOMÁS SEGOVIA

Un músico amigo mió me contaba que cuando estaba estudiando en París, con una beca, los estudiantes tenían que hacer ejercicios de composición y ejecutarlos delante del maestro. El estudiante, mien­ tras tocaba, vigilaba con el rabillo del ojo la expresión del maestro, y cada vez que le parecía que torcía un poco el gesto, se apresuraba a aclarar “C ’est voulu! c'est voulu/” , influido sin duda por esa afec­ tación estética bien moderna (pero que hubiera hecho torcer el ges­ to, me temo, a otra clase de maestros: Sigmund Freud), según la cual una tontería deja de serlo por ser cometida voluntariamente. Tengo que confesar que las páginas que siguen serán a menudo extremadamente simplistas, y me temo que de nada servirá alegar que ese simplismo es voluntario, c ’est voulu, pero sigue siendo sim­ plismo. Ese simplismo pues no se suprime por ser voluntario, sino que por serlo tiene que justificarse. Me pareció, para empezar, que mi situación misma en este grupo de discusión me imponía ese nivel y ese tono. No sólo no soy psicoanalista, sino ni siquiera lingüista. Me temo que tampoco estoy aquí en calidad de escritor o de profe­ sor de letras, sino más bien como traductor. El hecho de haber tra­ ducido a Lacan hace que yo esté, o parezca, en cierto modo tocado por la gracia. Inmerecida, como todas las gracias. Pero la gracia, también eso es bien sabido, es inescapable. Tendré pues que asu­ mirla y ver si la posición del traductor, por su excentricidad misma, por su falta de autoridad, permite descubrir algunas simplezas me­ nos visibles desde el centro. Ningún lugar más ancilar, instrumental y marginal que el del tra­ ductor. Esa ancilaridad se acompaña además de una indestructible ingenuidad, origen sin duda de su pertinaz simplismo. Pues el lugar del traductor se funda enteramente en una fe en la comunicabili­ dad. Ninguna teoría ha podido nunca dar un fundamento (teórico) al hecho de la traducción; pero a la vez ninguna puede dejar de to12711

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ENTRE LA LITERALIDAD Y LA PARANOIA

mar nota de su injustificada existencia: el mundo humano seria muy otro, irreconocible, si la traducción no existiera o fuera pura­ mente ilusoria. El traductor inevitablemente cree en su experiencia, que es la de que el sentido, a pesar de todo, sin duda deformado y disminuido, aunque sea en parte, de cualquier modo pasa. No es que para él, metafisico transnochado, el sentido esté alli, anterior al texto, subsistente en si mismo, esperando al texto que lo transporte como quien espera un milagroso y dócil taxi, aunque también la metafísica tiene su utilidad y esa simplificación puede ser a veces una cómoda abreviatura. Él tiene mejor que nadie la experiencia de que el sentido es circulación y consiste enteramente en esa circula­ ción, inimaginable como pasajero estático en las ésquinas del trán­ sito. Pero él, a diferencia del teórico, lejos de ver en esa identidad del sentido con su propio flujo una evaporación del sentido, ve en ella la prueba de su existencia, un poco como el físico (moderno) que no ve en la equivalencia de la materia y la energía la expresión de un carácter ilusorio de la materia, sino de la de su real existencia. El traductor, servicial y transitivo, cree pues en esa transmisibilidad de la que está encargado y que es la única que lo hace traductor, en la cual en cambio sus amos, o digamos sin provocación sus supe­ riores, los emisores o detentadores de lo que se trasmite, muchas veces no creen: la utilizan y la desprecian simultáneamente. La posición de traductor de un texto psicoanalítico me coloca pues rigurosamente fuera del psicoanálisis. La visión que pueda te­ ner desde allí no coincidirá nunca con la visión desde dentro, pues­ to que entre otras cosas yo no lo abordo por la coherencia de la teoría, sino por su traductibilidad, o sea por su sentido externo y más concretamente por la posibilidad, desde enfrente de él, de nin­ gún modo desde su propio lado, de serle fiel en pleno engaño. El traductor por eso no compartirá nunca la casa de la teoría. Uno puede invitar a su casa al vecino, que tiene su propia casa cerca de la de uno, pero no al vagabundo y ni siquiera al agente viajero, que va de puerta en puerta entre nuestras casas pero no ocupa ninguna, por lo menos en nuestro barrio. Todos, incluso el editor, cenan al­ guna vez con el autor; con el traductor nunca. Mi punto de vista será así el de un traductor aficionado a la lin­ güística, pero también, y sin ninguna vergüenza, a la antigua filolo­ gía y aun un poco al anticuado y envarado deporte de la etimología. Desde ese punto de vista intentaré hacer un repaso de la noción de símbolo y otras nociones conexas que parecen estar hoy un poco a caballo entre la lingüistica y el psicoanálisis. Ese repaso se hará mi­ Material protegido por derechos de autor

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As s e g o v ia

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rando siempre de soslayo del lado del psicoanálisis, pero tomando como tema precisamente lo que, en el terreno donde me coloco, no está cerrado y resuelto; los enigmas que, fuera del psicoanálisis, la cuestión del simbolismo deja abiertos y las perplejidades con que nos enfrenta, esperando que de aquel lado, donde yo no puedo si­ tuarme, se vea, cosa que yo no puedo decidir, si esas preguntas tienen allá pertinencia. Pero también, claro, pensando un poco que fue en este terreno mío donde se abrió la semilla de lo que seria des­ pués un nuevo verdor, injertado de savias de la reflexión sobre el lenguaje, del psicoanálisis; y que, si bien desde el frondor de la teoría ese terreno donde fue sembrada tiene que aparecer como simplista, o sea como prefreudiano, de todos modos la semilla, o su huella, sigue estando allí, si es que como creo el árbol no es la susti­ tución y la supresión de la semilla, sino su relevo; y entonces al or­ gullo de la teoría, como al orgullo de un Yo, no puede hacerle mal mirar la oscuridad de sus orígenes. Entremos ya pues con estos an­ tecedentes en la cuestión del simbolismo tal como se ve desde aquí. Antes que nada hay un problema terminológico que es preciso enfrentar previamente. Digo enfrentar y no resolver, pues me temo que no tenga en efecto solución, y confio en qué a lo largo de la ex­ posición se váya entendiendo por qué puede dudarse de que la ten­ ga. Lo que es claro en todo caso es que lanzarse a la discusión sin haber tomado conciencia de las ambigüedades de los términos so­ bre los que discutimos no podría sino alejarnos de la comprensión más aún de lo que lo estábamos al comienzo, con el agravante de que fácilmente podríamos convencernos de lo contrario. Empecemos pues por preguntarnos qué se entiende por símbolo, simbólico, simbolismo. Hay una primera ambigüedad fácil de per­ cibir y aparentemente de resolver, porque más que ambigüedad es anfibología. Quiero decir que es, o parece, simple hom onim ia, y a primera vista podemos empezar por suponer que no es lo mismo la homonimia que la polisemia, impreparados como estamos aún para mostrar la oscuridad de esas dos nociones. Podemos pues verificar en una primera y bienintencionada aproximación que el término "simbólico” se emplea de dos maneras claramente incompatibles cuando se habla por ejemplo de "lógica simbólica” y cuando se habla del "lenguaje simbólico” de la poesía. Podríamos también recordar para el mismo efecto, a quienes estén familiarizados con esos autores, el empleo de "símbolo” en los escritos de Charles Peirce y, pongamos por caso, en los de Mircea Éliade. Esos dos em­ pleos no sólo divergen, sino que todo parece indicar que se excluyen Material protegido por derechos de autor

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ENI RE l.A LITERALIDAD Y LA PARANOIA

mutuamente: la lógica simbólica es simbólica precisamente porque no contiene rastro de lo que llamamos simbólico en la poesía. In­ versamente, el lenguaje simbólico del poema es todo lo contrario de un cálculo o de un álgebra booleana. Este primer equivoco parece fácil de disipar. De todos modos, lo disiparemos por ahora de manera rudimentaria y superficial, evi­ tando el peligro de remover desde el principio capas más profundas que podrían quizá enturbiar nuestras aguas. Digamos pues cautelo­ samente que los dos sentidos antitéticos de “ simbólico” , cuya coexistencia se explica por hechos relativamente claros de la histo­ ria del pensamiento, podrían tratarse como una verdadera homonimia que los contextos bastan a menudo para esclarecer y que en to­ do caso puede esclarecerse definiendo de antemano en cuál de sus sentidos se toma el término, que equivale a indicar cuál de los dos homónimos estamos usando. Claro que al pasar a las vías de hecho e intentar efectivamente dar una definición de cada uno de esos sen­ tidos, es muy posible que encontrem os algunas dificultades y que

jamás alcancemos una formulación que suscite la adhesión sin re­ serva de todos; pero entonces, como suele hacerse en estos casos, supondremos que se trata de fallas contingentes y perfectibles, y nos consolaremos diciéndonos que dónde encontraremos en el len­ guaje o incluso en el pensamiento algún aspecto que escape a esas vicisitudes. ¿Dónde? Precisamente en la lógica simbólica. Pues está claro que para eso es simbólica: para escapar al “ subjetivismo” , como dicen acaso subjetivamente, de esos lenguajes simbólicos (en el otro sentido) que cada quien interpreta como se le antoja o como cree que se le antoja, y que el emisor mismo no interpreta mejor que sus interlocutores, más bien al revés. Es en efecto con miras a una meta de ese tipo como el término es rectificado en su uso, a veces incluso explícitamente redefinido, cuando pasa a manos de ciertos pensa­ dores modernos. En este sentido llamamos “ simbólico” a un tipo de signo que realiza plena y explícitamente las condiciones que la moderna semiología suele establecer para que algo sea signo en el sentido estricto de la palabra y en estado puro: la arbitrariedad (en el sentido saussuriano de no motivación), la sistematicidad, la natu­ raleza relacional, la codificación. En este punto tendré que hacer una aclaración que más tarde se mostrará importante, aunque de momento sólo será del todo perti­ nente para los saussurianos avezados, pero que es imprescindible hacer ahora, porque si después algún saussureano avezado o no tan Material protegido por derechos de autor

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avezado tiene la ocurrencia de plantear la cuestión, vamos a perder un tiempo precioso reconstruyendo para él toda la descripción. Di­ je arbitrariedad en el sentido saussureano, y tengo que añadir en se­ guida que es frecuente últimamente alegar que Saussure (como muchos otros lingüistas posteriores), después de establecer la ar­ bitrariedad como rasgo esencial de la lengua, acepta a continuación de buena gana que el lenguaje “ real” (digamos tal como es para el hablante o tal como es en el uso) está enteramente motivado y no deja resquicio a la arbitrariedad. Parece indudable que Saussure di­ jo eso y que no se trata de otra de las incomprensiones de sus famo­ sos alumnos reconstructores de sq pensamiento. Pero entonces hay que entender qué significa, si no nos contentamos con considerarlo como una burda contradicción. En un sentido, significa simple­ mente que el hablante percibe el signo como motivado porque no se da cuenta de su arbitrariedad. En ese sentido no hay contradicción: el signo no es a la vez arbitrario y motivado, sino que es arbitrario y parece motivado, y por eso justamente hay una lingüistica, que se propone descubrir mediante la investigación racional lo que el sig­ no lingüístico es, independientemente de lo que parezca. De todos modos es difícil imaginar que los hablantes reales no tengan alguna sospecha de la arbitrariedad del lenguaje que usan, o por lo menos de su convencionalidad, que no es lo mismo pero que puede ser vehículo de la arbitrariedad. En este nivel del uso y de la experiencia subjetiva del lenguaje, no hay más remedio que admitir que el sistema es una abstracción metodológica, y que lo que efecti­ vamente se da en los hechos es una pluralidad de sistemas variantes, subdivisibles hasta el infinito. En estas condiciones, es imposible que un ser humano real no tenga alguna experiencia de algunas for­ mas variantes del sistema, cualquiera que éste sea, y de este modo tiene ya la experiencia, incluso si no la tematiza, de la convenciona­ lidad de cualquier sistema que utilice en un momento dado. Por mi parte estoy convencido de que ningún hombre, por reducido que sea o haya sido su mundo, ha ignorado nunca de veras que toda lengua humana implica la posibilidad de otras lenguas. La parado­ ja es que la sistematicidad de la lengua se disuelve, en el plano real, en este infinitud de las variantes, cada una de las cuales basta para caracterizar un subsistema, cuando es también esta multiplicidad real de los sistemas la que funda el sentido de la noción de arbitra­ riedad, que a su vez da sentido a la noción semiológica de sistema, pues es claro que si no existiera necesariamente más que un solo sis­ tema no tendria sentido decir que es arbitrario. Material protegido por derechos de autor

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No desarrollaremos más esta paradoja, que no es ahora nuestro tema y que nos conducirla rápidamente a las perplejidades episte­ mológicas del azar y la necesidad, fiero sí la utilizaremos para introdu­ cimos en otro nivel, más fundamental, de la cuestión de la arbitra­ riedad y la motivación. En ese nivel la no arbitrariedad del sistema significa su necesidad para el hablante. Hay en efecto una perspec­ tiva donde no es que el sistema parezca necesario al hablante, sino que de veras lo es, incluso si no lo parece. Y entonces “ motivación” aqui no tiene el mismo sentido que en el otro nivel: “ motivado” aquí se opone a “ innecesario” . Comprobaremos que tampoco en este nivel hay contradicción si observamos que a su vez “ arbitrario” sólo se opone a “ necesario” en el nivel previo, pero aque aquí se opone él también a “ innecesario” , pues sólo la arbitrariedad puede convertir lo contingente en necesario. La arbitrariedad funciona para el sistema como el a priori para la Razón pura. Decir que el signo es arbitrario equivale a decir que el signo es signo a priori, o sea que no hay ni en el significante, ni en el significado, ni en su re­ lación, antes de estar constituidos como signos, nada que los lleve ni causalmente, ni determihisticamente, ni probabilisticamente, a constituirse como tai signo; que los elementos que entran en el siste­ ma, si no pertenecieran ya al sistema, jamás lo producirían entre ellos salvo por un azar absoluto, lo cual, como es sabido, equivale epistemológicamente a una necesidad absoluta. Concluiremos pues que este primer sentido de “ símbolo” (o esta primera palabra “ símbolo” homónima de una segunda palabra cu­ yo sentido es opuesto) es sinónimo de “ signo” en su sentido más restringido y nítido. Símbolo es entonces un signo a la vez arbitra­ rio y convencional de codificación explícita, libre de motivación, o, como también diremos, de connotaciones. Símbolo es el denotador puro. Con esta especie de definición del primer sentido de nuestro término esperamos que la mayoría de los estudiosos estarán aproxi­ madamente de acuerdo. Pero antes de pasar al segundo sentido va­ mos a hacer un comentario con el cual esperamos que a la larga es­ tarán también de acuerdo, pero tal vez sólo después de un primer sobresalto de escándalo. Si aceptamos que en este primer sentido es apropiado hablar de los símbolos de la lógica, del álgebra, del cálculo, acaso nos llame la atención la circunstancia de que estos sistemas no tienen semántica. O tal vez sea más exacto decir que no tienen una semántica asignada o que tienen una semántica vacia. Se les puede asignar una semántica, pero esa asignación es una opera­ ción exterior al sistema y a la cual el sistema mismo es enteramente Material protegido por derechos de autor

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mos ese momento de suspensión de la semántica y lo tomamos por si mismo, lo que tenemos entonces no es una prioridad del signifi­ cante sobre el significado, sino la simple inexistencia de ese signi­ ficado. Si hemos de creer a Hjelmslev, el sistema de lo que sólo impropiamente podríamos llamar “ significantes” no estaría estructu­ rado como un lenguaje, sino muy precisamente como un no-lenguaje. Si insistimos en llamar a eso sistema de los significantes, sólo puede ser en uno de estos dos sentidos: por un lado, si estamos presuponiendo (en general sin darnos cuenta) que es signo todo aquello a lo que se aplique una sintaxis. Pero Hjelmslev ha demos­ trado con su clásico ejemplo del ájedrez que un sistema de este tipo, donde hay sintaxis, pero donde el contenido o bien no existe, o bien (lo cual formalmente es lo mismo) tiene una estructura idéntica a la del significante, o finalmente, en una perspectiva difícil de ubicar epistemológicamente, porque es a la vez formalista y sustancialista, es producto o efecto del significante; un sistema así, decía, puede de hecho transformarse en un lenguaje si le atribuimos, mediante una operación exterior, ciertos contenidos; pero es esa operación la que lo constituye como lenguaje, y por consiguiente la que trans­ forma sus elementos en significantes, y no el puro hecho de que sea un sistema cerrado sometido a reglas. Para Hjelmslev, incluso los lenguajes en sentido estrecho, o sea los idiomas reales, funcionan asi. Por otro lado, podemos llamar a eso significante si estamos su­ poniendo que se trata de verdaderos signos en los que sólo tempo­ ralmente ha quedado suspendida su naturaleza de signos, especial­ mente si esa suspensión es artificial y deliberada. Esta descripción se aplica particularmente a los modelos, y más concretamente a un tipo de modelos que algunos epistemólogos llaman, sin duda por paradoja, “ semánticos". En esos m odelos, después de aplicar el código que traduce los elementos y relaciones del objeto en elemen­ tos y relaciones del modelo, se aísla este último y se busca uña o va­ rias sintaxis que operan sobre ese sistema, independientemente de lo que sepamos o creamos —o ignoremos— de la sintaxis que acaso rija al sistema del objeto. A continuación, naturalmente, se in­ terpreta el modelo (insisto en que lo que se interpreta es el modelo y no el objeto), operación que consiste en verificar la hipótesis en que se han convertido las operaciones sobre el modelo una vez que lo apli­ camos al objeto. No sé si a esto se le podrá llamar en algún sentido poco explícito prioridad del significante. En un sentido claro, en cambio, se ve que el sistema sin su contenido, convertido momentá­ Material protegido por derechos de autor

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neamente en un “ juego” en sentido hjelmsleviano, artificialmente por lo demás, puede en efecto manipularse en una combinatoria in­ terna que opera entre los “ significantes” (muy entre comillas) por si mismos. Pero no se ve que tal operación tenga algún poder cons­ trictivo sobre su contenido, una vez que se lo asignemos, aunque sea bajo la forma de crearle desfiladeros. Más bien al revés: si los “ desfiladeros” de los significados obstruyen la procesión de nues­ tros ágiles significantes, habrá que descartarlos por muy sintácti­ cos, estructurantes y sintagmático-paradigmáticos que sean. No concluyamos tampoco esta vez apresuradamente que la es­ tructuración del inconsciente como un lenguaje y la prioridad del significante deban entenderse necesariamente en el sentido descrito aquí. Concluyamos más bien lo contrario: que en ese sentido son ininteligibles, porque para empezar, si esas dos expresiones signifi­ can lo que significarían para un lingüista, entonces se contradicen. La discusión nos ha servido únicamente para descartar un posible sentido analizable de esas expresiones. En ese sentido logicista, el único caso inteligible que encontramos de una prioridad del signifi­ cante, por lo menos en cuanto que el significante, momentánea­ mente convertido en significante potencial y no real, recibe momen­ táneamente un tratamiento primero y autónomo, es justamente un caso de suspensión del lenguaje que se aplica a las ciencias, incluso al psicoanálisis mismo si es que es una ciencia, más que a sus obje­ tos. Mencionemos como curiosidad, porque no podremos ahora discutirlo, que Gilíes Granger considera que en la teoría psicoanalitica operan modelos del tipo descrito, sólo que mezclados sin discri­ minación con modelos de otros dos niveles. Suspendamos pues por ahora el sentido de esas expresiones y digamos que si en este punto de la exploración todavía no puede saberse si el inconsciente está estructurado como un lenguaje, en cambio puede saberse si el psi­ coanálisis está estructurado como una lingüística/Pero no confun­ damos las pruebas de lo uno con las de lo otro. Pasemos por fin al segundo sentido de nuestro término, el que tiene por ejemplo cuando se dice de algún acto de significación que no debe tomarse al pie de la letra sino simbólicamente. Aquí no tendremos que avanzar mucho para encontrar oscuridades; la oscu­ ridad está ahí desde el principio. La única generalización que podríamos hacer al comienzo sería puramente negativa. En lo úni­ co que parecen estar de acuerdo todos los autores (bueno, casi to­ dos) que hablan del símbolo en este sentido es en que consiste en no ser símbolo en el otro sentido. Algunos oponen símbolo a signo. Material protegido por derechos de autor

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Adoptaremos provisionalmente esa terminología por la comodidad de la exposición, aunque sin teorizarla de momento. De aquí en adelante ya no usaremos pues “ símbolo” en la acepción anterior, salvo aclaración en contrario. En la imposibilidad de hacer la lista de todas las descripciones o definiciones que se han dado del símbolo, empezaremos por men­ cionar un poco desordenadamente algunos de los rasgos que más a menudo se le atribuyen. Uno de los más habituales es la motiva­ ción. A diferencia del signo, el símbolo se funda en alguna relación preexistente entre lo simbolizante y lo simbolizado y no en el puro nexo autofundado que relaciona al significante con el significado. Para muchos pensadores, esa relación es siempre de analogía: todo símbolo sería una metáfora, del tipo que los retóricos llamaban allegoria in factis. Peirce la llama likeness, y llama icono a lo que otros autores, como nosotros aquí, llaman símbolo, o por lo menos eso dice Morris. Para él es necesariamente un “ cualisigno” , o sea que lo que es simbolizante es una cualidad intrínseca a la cosa sim­ bolizante, que es una manera un poco más abstrusa de decir que es­ tá motivado. Esto lleva a Ducrot y Todorov, en su conocido Dic­ cionario, a decir que en el símbolo la expresión y el contenido tienen que ser de la misma naturaleza, lo cual es por lo menos una manera descuidada de expresarse. Equivale a decir que el parecido que alguna cosa tenga con otra entra a constituir su naturaleza, lo cual es de por sí bastante extraño, y más si observamos que cada co­ sa se parece a una infinidad de otras cosas, lo cual le daría una infi­ nidad de naturalezas. Como ellos son de los numerosos autores que usan el ejemplo de la cruz, símbolo del cristianismo, habra que en­ tender que el cristianismo es de la misma naturaleza que dos made­ ros cruzados. Es claro que no es eso lo que quiere decir Peirce. Morris, más cuidadoso en su interpretación del maestro, usando el ejemplo de la bandera (variante usual del ejemplo de la cruz), dis­ tingue un nivel de símbolo y otro de signo, pero ni siquiera dice que la parte simbólica sea de la misma naturaleza que aquello que está en ella simbolizado, sino que el nexo simbólico (“ ¡cónico” en su terminología) se establece entre un aspecto del simbolizante que pertenece a su naturaleza y un aspecto de lo simbolizado que a su vez pertenece a la naturaleza de este último. Cosa muy diferente. Mencionemos todavía otras caracterizaciones conocidas del sím­ bolo antes de empezar a examinar los diferentes rasgos que se le atribuyen. Para algunos autores, entre ellos notablemente Ricoeur, el símbolo implica necesariamente un doble sentido, o más precisa­ Material protegido por derechos de autor

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mente un doble plano de sentido; es decir que, en la terminología que hemos adoptado en esta parte, un símbolo opera siempre sobre el sustrato de un signo, lo cual, aparte de las dudas que pueda sus­ citar como tal afirmación, supone que se dejan fuera casi todos los símbolos no verbales. En todo caso es frecuente la opinión de que el símbolo tiene un número indefinido de sentidos propiamente sim­ bólicos, a veces más precisamente de significados y aun de referen­ tes. A su vez, todo sentido, suele decirse, puede simbolizarse de in­ finitas maneras. Como dice Dan Sperber, todo puede ser símbolo de todo incluso reversiblemente. Con bastante frecuencia se aflade que lo que el símbolo expresa sólo puede expresarse simbólicamen­ te, y por eso se lee también a menudo que todas las verdades últi­ mas o los sentidos fundamentales se manifiestan necesariamente en un lenguaje simbólico. Entremos ya a explorar, con esta primera colección de rasgos, la noción a la que apuntan, a reserva de discutir también otros si nos topam os con ellos durante la exploración. Em pezarem os por la zo­

na donde esta noción toca el nivel lingüistico, y en esa zona hare­ mos primero algunos distingos en los repertorios, usuales de tipos de símbolos. El nivel más elemental de ese contacto es el de las figu­ ras de la retórica, y en especial de los tropos. Habrá que decir ante todo que la tan divulgada caracterización jakobsoniana de este do­ minio como el doble conjunto de lo metafórico y lo metonimico no es tan indiscutible como nuestros jóvenes o rejuvenecidos catedráti­ cos parecen suponer. Si el símbolo es siempre analógico, entonces a todas luces la metonimia no es simbólica. Lo he dicho burdamente, pero puede utilizarse mucho más sin que cambie la conclusión. En la tradición peirceana, lo que los jakobsonianos llaman metonimia no es un icono, es un indicio. En efecto, decir que la proximidad, o la contigüidad, o el contacto de una cosa con alguna otra cosa for­ ma parte de su naturaleza no parece ser muy coherente —a menos que justamente se defina la naturaleza de una cosa por sus relacio­ nes metonímicas, lo cual es un elemental círculo vicioso. Tal vez se nos pueda convencer de que es intrínseco a la naturaleza de los pechos femeninos franceses el estar cerca de la garganta, y que por eso en francés se los puede nombrar metonímicamente gorge; pero va a ser más difícil persuadirnos de que es intrínseco a la naturaleza del vino el estar contenido en copas, y entonces no se entendería có­ mo puede decirse de algún respetable ciudadano que se le subieron las copas. Es claro que muchas metonimias se basan en encuentros puramente contingentes, a veces frecuentes o habituales, pero a ve­ Material protegido por derechos de autor

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ces casuales y pasajeros. El hígado acabó por llamarse así en espa­ ñol a fuerza de sustituir metonícamente su noble nombre latino, cirrus, por el de un apreciado manjar donde un hígado de res se servia con una salsa de higos. A nadie se le ocurrirá que está en la naturaleza del hígado, ni siquiera el de res, el ser cocinado con hi­ gos, ni en la de los afables higos aliar su delicado sabor con el de la aborrecible viscera. Pero tampoco ganaremos mucho si, pasándonos bruscamente al nominalismo, aunque sea disfrazado de formalismo estructural, decimos que ese nexo no está en la naturaleza del higo, sino en la es­ tructura lingüística donde “ higo” toma su lugar. Porque es claro que si los hábitos culinarios de la decadencia romana están en el in­ terior de la estructura lingüística, no digamos ya de la estructura del significante, entonces toda la historia y toda la naturaleza están allí comprendidas, y se hace imposible distinguir una estructura lin­ güistica de cualquier otra cosa; la lingüística sería pues imposible: todo lo que podría decirse tanto de la lengua como de la no-lengua así confundidas seria ontologia (que es tal vez lo que pasa en la “ ilusión metafísica” de la filosofía tradicional). Habrá pues que rectificar y decir, por pedestre que parezca, que o bien lo simbólico excluye lo metonlmico, o bien no se define por operar con analogías, sino únicamente por operar con relaciones que están en la “ realidad” o en los “ hechos” . Que es, como ya diji­ mos, decir que se trata de una relación motivada. Pero, como de costumbre, esto no es tan sencillo como parece. Si la relación está en los hechos, entonces no está en las palabras. Saussure habla de motivación en el interior del sistema. Obviamente no es lo mismo, aunque se le dé el mismo nombre, que la motivación de los símbo­ los. Manzanar se motiva en manzano. Sí, pero no es un signo sim­ ple. Los dos constituyentes de que está hecho, manzano y el sufijo -ar, son perfectamente arbitrarios. Si hay alguna motivación, está en el criterio que guía la combinación de esos signos. En ese caso también la oración el perro ladra está motivada. Pero no se motiva en las palabras que la componen; se motiva en que hay, o creemos que hay, unas cosas llamadas “ perros” y unas acciones llamadas “ ladrar” , y en ese momento queremos representar, o más precisa­ mente mencionar, cierta combinación de esa cosa y de esa acción. Lo único que esta idea podría significar es que los sintagmas, o los mensajes, están motivados; pero el sistema de los signos no es lo mismo que el conjunto (infinito) de los sintagmas o de los mensajes, y el sistema por definición no puede contener sus propios mensajes. Por Material protegido por derechos de autor

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pedia. Para la Enciclopedia, la lengua, como cualquier otro sistema interiormente codificado de signos, es un sistema vacio y efectiva­ mente arbitrario. Si la lengua es esa sistematicidad que nos han di­ cho, es claro que no puede contener sino lo que el sistema ponga en ella. Ese contenido será pues puramente analítico en el sentido de los lógicos formales, o sea tautológico y no predicativo. Explicar el sentido de Este hombre es un león alegando que entre los rasgos mínimos del contenido lingüístico de león (lo que los lingüistas lla­ man “ semas” ) se encuentra el rasgo “ valiente” es saltar sin darse cuenta de la lengua a la Enciclopedia, exactamente como si se ale­ gara que entre los “ semas” del hígado está el ser guisado con salsa de higos. Ese salto lo hacen todo el tiempo los diccionarios en la vi­ da real, pero es porque su función es ser útiles y no dogmáticos, y por eso el Diccionario con mayúscula, ficcción teórica de la lingüís­ tica, no se parece nada al que podrá uno comprar jamás en una librería. Si vamos a poner entre los semas de cada signo todo lo que sabemos, recordamos, creemos o imaginamos sobre los aspectos del mundo a los que apuntan esos signos, entonces la lengua, por lo menos en su contenido, coextensiva al mundo y confundida con lo real, no tiene ninguna sistematicidad.que le sea propia: es simple­ mente el sistema del mundo. De Saussure nos enseñó en cambio que los contenidos de veras lingüísticos de la lengua no pueden consistir sino en la famosa oposición binaria por rasgo común y rasgo dife­ rencial, que sitúa a unos signos únicamente por relación con otros signos y no por relación con el “ mundo” o cualquier otra cosa. La lengua no puede decirnos si el león es valiente, mucho menos si Mesalina es despreciable o ejemplar cuando decimos “ Esa mujer es una Mesalina” . No es la posición de la palabra Mesalina en la len­ gua, ni siquiera por su significado, la que implica rasgos perversos, sino la posición en la Enciclopedia de la persona, real o imaginaria,

llamada Mesalina. Es claro que la posición de un término en la En­ ciclopedia puede variar sin que cambie para nada el sistema de la lengua, si es que la noción de sistema tiene algún sentido preciso. Si la definición lingüistica de “ corazón” incluyera que es la sede de los valores heroicos, habría que corregir todos ios diccionarios griego-español para que “ corazón” se tradujera “ hepathos” y vi­ ceversa. Se ve qué la introducción de la noción de símbolo en la lingüisti­ ca pone en crisis a su teoría. Tanto, que de vez en cuando empuja a algunos a la solución heroica de excluir esa cuestión de la lingüísti­ ca, alegando que su objeto es la lengua y no el habla, el código y no Material protegido por derechos de autor

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los mensajes, la forma y no la sustancia, o la competence y no la performance. Pero tal parece que la cuestión se reintroduce sólita irresistiblemente. Hjelmslev por ejemplo se ve conducido a concluir que esa reducción acaba por disolver la inteligibilidad misma de la noción de signo. La lingüistica asi purgada acabaria por ser una teoría antisemiológica de la semiosis, que sólo constituye su objeto para borrarlo inmediatamente. Digamos que, si en el terreno del conocimiento puro, esa situación sugiere una especie de paranoia epistemológica, históricamente en cambio parece describir bastante bien la situación en que estamos. Desde dentro y desde fuera de la lingüística, son hoy muchos los que sólo toman sus armas para borrar rápidamente su empresa. O sea para mostrar que está infun­ dada y fundarla piadosamente en alguna otra cosa: teoría de la ideología, teoría del sujeto o del no-sujeto, teoría del inconsciente o hasta teorías del comportamiento, sin excluir las de inspiración biológica o más bien zoológica. No quiero decir con esto que la afi­ ción tan en boga actualmente a rebasar la autonomía de la lingüisti­ ca, o sea a dejarla chiflando en la loma a la pobre, consista toda en tentativas directas de resolver la cuestión del simbolo, sino más bien que esa cuestión es una de las manifestaciones, y especialmente rica, de cierto desamparo histórico de la lingüistica que la designa de inmediato al interés de los rebasadores del conocimiento. Creo que ese desamparo es real y creo que esos rebasamientos son enriquecedores. Pero creo también que muchas veces no son relevos si­ no suplantaciones. El desamparo de la lingüistica no proviene de lo que distingue a su objeto, la lengua, de otros fenómenos significati­ vos (al contrario, ésa es su fuerza); proviene de que la lengua, y pre­ cisamente de manera privilegiada, remite inmediatamente a la cues­ tión de la significación en general. En sus propios términos, de que es inevitable que los problemas de la lengua nos lancen de cabeza a los problemas del discurso. Pero entonces es inevitable también que cualquier aspecto a modo específico de significación que aborde­ mos nos conduzca a su vez al terreno del discurso, como se ve en el pandiscursivismo actual de las ciencias humanas. Sólo que la noción de discurso es demasiado amplia y por eso conceptualmente inutilizable. No sólo todo lo que digamos sobre lo humano es discurso, sino que ese discurso necesariamente dice que su objeto, o sea lo humano, es a su vez discurso. En esas condi­ ciones, no puede haber sobre el discurso sino un discurso simbóli­ co. Y aquí es donde se ve que si el desamparo teórico de las ciencias humanas no siempre se plantea a partir de la cuestión del simbolo, Material protegido por derechos de autor

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en cambio una vez planteado pasa necesariamente por esa cuestión, puesto que el sentido mismo de la noción de discurso es simbólico. Ningún signo ni sistema de signos podría agotar ese sentido, pues el rebasamiento de toda semiologia por el discurso nos muestra que todos los signos y sus sistemas están subsumidos en el discurso y sostenidos por él. Los símbolos también, por supuesto, pero mientras no se demuestre lo contrario, la indeterminación, la asistematicidad, la materialidad y hasta la facticidad contingente del símbolo permiten suponer que podría ser coextensivo al discurso. Por lo menos son claramente del mismo orden, o sea del orden del uso de los sistemas, orden del que precisamente los sistemas como tales se definen distinguiéndose. Así, un enunciado como "El incons­ ciente es el discurso del Otro” no contiene ningún elemento predica­ tivo conceptualizable más que el enunciado “ El inconsciente es humano” . Pero contiene más elementos simbólicos o por lo menos diferentes. Lo que distingue a esos dos enunciados es algo tan inverificable como infalsificabie: es una diferente cualidad de la imagen. Dije “ mientras no se demuestre lo contrario” : es que efectiva­ mente la gran empresa de nuestra época es demostrarlo, o sea en­ contrar las reglas del discurso y el código de los símbolos, que los mostrarían como ilusorios en su nivel propio, desnudando su ver­ dad que no será la del símbolo sino la de su código, ni la del discur­ so sino la de sus constricciones, o sea en última instancia disipando la ilusión de libertad de la actividad discursiva y del uso de sus ins­ trumentos simbólicos. No vamos a discutir ahora en sus fundamen­ tos la verdad de esas teorías o el valor de esa doctrinas, que en todo caso están innegablemente inconclusas. Simplemente vamos a señalar algunos aspectos puntuales donde la ambigüedad de ese rebasamien­ to de la lingüistica deja sus huellas, independientemente de lo bien o mal fundado de la empresa general. Y para empezar, en el cam po

del psicoanálisis, término que, como ya expliqué, está tomado aquí en el sentido más lego posible, o sea partiendo de que no me incum­ be definir, caracterizar o jerarquizar las diferentes interpretaciones de la doctrina ni su sistematicidad, como tampoco ser fiel o ni si­ quiera leal a la coherencia de alguna de esas escuelas o incluso del consenso allí donde lo haya, sino únicamente aproximar el sentido que desde mi perspectiva toman algunas nociones al posible sentido de algunas nociones psicoanaliticas, sin prejuzgar si ese sentido es el mismo, sino muchas veces para sugerir precisamente algún otro posible que dejo a mis interlocutores decidir si tiene para su campo alguna pertinencia o no. Material protegido por derechos de autor

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Así por ejemplo la aseveración “ El inconsciente está estructurado como un lenguaje” presenta desde mi perpectiva una serie de presu­ posiciones y ambigüedades que obligan a interpretarla, justamente, de manera tan sólo simbólica. Presupone que los lenguajes, o algu­ nos lenguajes (indecidiblemente), están estructurados. Pero nada aclara en qué sentido se toma “ lenguaje” . Hay en el enunciado in­ dicios que sugieren que su sentido depende de nociones lingüísticas, o, como diría Greimas, que su isotopía es el discurso lingüístico. Pero la lingüistica no se ocupa del lenguaje o de los lenguajes, sino de la lengua o de las lenguas. En rigor nunca ha dicho que los len­ guajes estén estructurados. A veces lo ha insinuado, pero justamen­ te aclarando que si acaso lo están, no será la estructura lingüística la que los describa. Podrían ser otras disciplinas, y entre ellas no ha dejado de mencionarse al psicoanálisis. Si tal fuera el caso, lo que el psicoanálisis podría mostrar si efectivamente realizara esa descrip­ ción es que el lenguaje está estructurado como un inconsciente. Porque el psicoanálisis no puede saber de antemano cómo está es­ tructurado un lenguaje o ni siquiera si lo está. Las interpretaciones formulables de ese enunciado no pueden ser pues sino en uno de es­ tos tres sentidos; o bien significa que el inconsciente está estructura­ do como un inconsciente —y por otra parte el lenguaje también es­ tá estructurado así, lo cual es por una parte tautológico y por otra no dice ni siquiera sugiere cómo están estructurados ambos. O bien significa que el inconsciente está estructurado como la lingüistica muestra que está estructurado el lenguaje, lo cual es falaz porque la lingüística no muestra eso. O finalmente significa que está estructu­ rado como alguna teoría no especificada muestra que está estructu­ rado el lenguaje. Se ve que esta última es la única interpretación viable, y por eso no es de extrañar que los desarrollos más frecuen­ tes y profusos de la idea, incluso en algún que otro pensador no ar­ gentino, vayan por el lado de las teorías extralingüísticas o supra* lingüisticas del discurso. Sé que estoy simplificando vertiginosamente, pero luego vamos a sustanciar un poco, étoffer como diría Lacan, estas afirmaciones para que se vea que no hacen caso omiso de tantas cosas como pa­ rece. Una parte de lo que podría reprochársenos omitir no está de veras presente allí, sino agazapado tras la imprecisión del término “ lenguaje” . Si se precisa en qué sentido se toma, cada uno de esos sentidos excluye ya automáticamente cierto número de esas cosas. Me temo que, a pesar de tantas protestas en contra, uno de esos sentidos es el que lo haría sinónimo de la lengua de los lingüistas. Material protegido por derechos de autor

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Es la única zona de las ciencias humanas, Lévi-Strauss y tantos otros tras él se han cansado de decirlo, que ha logrado mostrar bas­ tante convincentemente en su objeto algo que, si no somos dema­ siado quisquillosos, merece efectivamente llamarse estructura. De ahi la imitación, en otras zonas, de sus nociones y enfoques funda­ mentales. Este sentido cae dentro de nuestra tercera interpretación, porque todo lo que esté estructurado como un lenguaje es rebasado pronto desde dentro por la cuestión del discurso, que lo traspasa y sostiene. Como los otros saberes que rebasan a la lingüística, el psi­ coanálisis muestra justamente que el saber sobre los sistemas de sig­ nos es constitutivamente defectuoso: no puede jamás delimitar su objeto frente a la cuestión del discurso y a la vez no tiene asidero en esa cuestión. Sería pues regresivo que el psicoanálisis volviera a en­ contrar frente al lenguaje, esta vez por la vía del inconsciente, lo mismo que encuentra ya la lingüistica, o su equivalente, quedándo­ se también él sin asidero en la cuestión del discurso que también él necesariamente abriría y que tendría que abandonar a otras dis­ ciplinas, del mismo modo que todas las teorías lingüisticas honra­ damente llevadas, de Hjelmslev a Chomsky, cada una a su manera, desembocan en una playa imprecisa con vagas invocaciones a diver­ sas disciplinas que domestiquen los oleajes sobre los que la lingüis­ tica no puede ya aventurarse. Ésta es la segunda vertiente que for­ ma la ambigüedad de tantos textos actuales donde el psicoanálisis es presentado, ambiguamente como estoy diciendo, a modo de ilustración o de análogo de una teoría ideológica del discurso. Pero es seguro que quienes suscriben ese enunciado jamás suscri­ birán esa consecuencia, que para ellos omite los otros sentidos en que están tomando simultáneamante “ lenguaje” : el de sistema de signos no lingüísticos; el de sistema simbólico, lingüístico o no; el de nivel de discurso apoyado en un sistema de signos o en un siste­ ma de símbolos o en ambos; y hasta el de discurso no sistemático, porque también “ estructura” , en psiconanálisis como en todas nuestras ciencias humanas, se toma constantemente en diferentes sentidos con diversos grados de metaforización. No tengo tiempo de enumerar los diferentes grupos de consecuencias que cada uno de esos sentidos adoptado explícitamente excluiría, pero cualquiera con un poco de paciencia y de honradez podría establecer esas lis­ tas. Lo que me interesa subrayar en todo caso es que no estoy di­ ciendo con esto que esa manera de usar ese enunciado sea ilícita, si­ no únicamente que es un uso simbólico, y que es el único posible. Y con eso volveremos, dejando a la imaginación del oyente Material protegido por derechos de autor

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dad. En ese sentido las teorías extralingüisticas de la significación, ideológicas, psicoanalíticas o de otra especie, son una regresión. Consisten en volver a la pregunta sobre los orígenes que la lingüistica, para constituirse como ciencia formal, había sustituido por la pregunta sobre las funciones; regresión esta que hace mucho dejó de amenazar a las ciencias en sentido estrecho. Pero si se par­ te, aunque sea de modo no explícito, de que en las "ciencias” hu­ manas, a diferencia de las otras, la pregunta sobre las funciones es una ocultación de la pregunta sobre los orígenes, entonces el desplazamiento que operó Saussure no será científico sino metafó­ rico, o epistemológico, o, para quien no acepte ese desplazamiento, metafisico. En todo caso lo específico de la lingüistica postsaussureana es aspirar a la cientificidad por medio de la formalización, o sea no indagando cómo se producen los signos sino cómo se consti­ tuyen. La cuestión sin embargo es que esa constitución se presenta también ella obstinadamente como actividad: actividad simbolizan­ te, con la diferencia de que en el enfoque formalista será actividad primaria e irrebasable, actividad que recubre todas las actividades. Irrebasable o no, lo que es claro es que cualquier noción del símbolo es a la vez noción de la actividad simbolizante, ó sea de la capacidad en general de representar. Se ve, me parece, que esta es­ pecie de transitividad, y a veces de franca circularidad, que nos ha­ ce pasar insensiblemente de uno a otro de los sentidos de la noción de símbolo, no es una pura cuestión terminológica. Es el símbolo mismo el que no se deja delimitar y oponer a si mismo en sus diver­ sos sentidos. Decir que hay símbolo motivado es decir también que hay símbolo inmotivado, porque es decir que hay representatividad, y como el mundo de por sí no se representa para si unos aspec­ tos suyos con otros aspectos suyos, todo discurso sobre el símbolo m otivado dice también que es la operación mism a de ese sim bolis­ mo, introduciendo su nivel original, la que opera la re-presentación o presentíficación en ausencia: por muy motivado que esté, un símbolo sigue siendo innecesario en la trama de la necesidad cósmi­ ca, y eso implica que no sea necesario hacer coincidir un nexo representativo con un nexo del mundo; la motivación motiva al símbolo, pero es ella misma inmotivada. A su vez, el discurso sobre el símbolo arbitrario o convencional describe simultáneamente, aunque no se lo proponga, al símbolo motivado, porque al presentificar en otra presencia una ausencia, la representatividad hace de esa presencia necesariamente un análogo de esa ausencia. La arbitrariedad, desde el momento en que pone el pie en el rio del Material protegido por derechos de autor

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tiempo, se motiva en la temporalidad misma de su existencia, que es inevitablemente uso e intencionalidad. Volveremos a mencionar aquí uno de los casos ya señalados de esta transitividad: la presencia de la motivación misma en el inte­ rior del sistema arbitrario, afirmada por Saussure. Si no hubiera otras consideraciones, podríamos encontrar quizá una salida para este embrollo. Adoptando una distinción inspirada a la vez en Dan Sperber y en Ricoeur, podríamos oponer un orden en que la signifi­ cación, puramente interior al sistema, se define estrictamente como lo que Saussure llamó valor, o sea la posición diferencial de cada elemento en el conjunto sistemático de elementos, orden que llama­ remos semiótico, a un orden donde la significación es una relación exterior, y entonces se produce en un plano que para el sistema será necesariamente el “ mundo exterior", o sea el mundo, lo cual en cierto modo anula al sistema, si es que lo había o si es que lo hemos postulado, porque su orden podrá quizá seguir siendo orden, pero no el orden de la significación; a este segundo orden por supuesto lo llamaremos simbólico. La salida del embrollo podría ser pues de­ cir que un idioma, y todo lo que funcione de la misma manera, con­ siste en el conjunto heterogéneo de una paradigmática semiótica y una sintagmática simbólica. Sólo que, como dije, esta salida se abriría si no hubiera otras consideraciones; pero las hay. Sería quizá posible mostrar que ese conjunto heterogéneo es el objeto no tematizado de la “ filosofía de la gramática” de Jespersen o de la gramática sin “ filosofía” de Bello; pero aunque sospecho que la fa­ tiga doctrinaria del estructuralismo lingüístico nos va a permitir pronto poner atención en obras como las de esos dos autores, me temo que será difícil considerarlas como una salida: la lingüistica no puede por ahora articular esos discursos con sus propias condi­ ciones teóricas. Pero es eso lo que impide su clausura y lo que hace que esa abertura sea lo mismo que la ambigüedad del símbolo, que llamaríamos mejor a su vez la abertura de la cuestión del símbolo. Como todo esto no se resuelve, sino que justamente se expresa y despliega en la irresistible complicación del discurso que lo aborda, voy a utilizar como antidoto local el recurso de los ejemplos provo­ cativamente simplistas. Si manzano es semiótico y el sufijo -ar tam­ bién, pero manzanar es una combinación simbólica y el perro ladra también, no será fácil explicar por qué manzanar pertenece a la len­ gua y el perro ladra al discurso. Aunque nadie hace hoy abierta­ mente esa pregunta, es en realidad la manera de contestarla lo que decide la dirección en que se intenta rebasar la lingüistica. O bien Material protegido por derechos de autor

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habrá que meter también los sintagmas, incluso predicativos, en lo semiótico, y entonces todo es paradigma y lo sintagmático no es sino la ignorancia provisional del paradigma. O bien habrá que sacar también a los sufijos del paradigma, y entonces todo es sintagmático y simbó­ lico y el código no es sino la coagulación del uso, como decían no hace tanto nuestros maestros de la escuela filológica alemana. Por ahora nada está decidido y el símbolo sigue mostrándose indecidible. En el freudismo clásico, por lo menos visto por un lego, la situación en todo caso parece ser ésa. Hay el sentido amplio y el sentido estrecho de la simbólica. Netamente, el sentido amplio es sintagmático y el sentido estricto paradigmático. La simbólica en sentido estricto es una relación constante, o sea que aparece como el sistema de invariantes de las variantes que se manifiestan en la simbólica en sentido amplio. Cierto que se tiene la impresión de que esa invariancia está más postulada que imperiosamente impuesta por la experiencia, y de que es a la vez más respetada en principio que en sus aplicaciones efectivas; cierto también que cuando los tér­ minos simbolizantes son en rigor inenumerables e impredecibles, y los términos simbolizados, aunque limitados a unos pocos domi­ nios específicos (los enumerados por Emest Jones), son también inenumerables, el significado preciso del término “ constancia” se vuelve difícil de definir; pero aun asi podemos aceptar en principio una hipótesis de constancia. ¿No invalida eso el carácter simbólico? Una vez más la lingüistica no contesta a esa pregunta, pero impide rehuirla. Pues en ella se ve claramente que el proceso llamado lexicalización de las figuras, que es el paso de lo inconstante a lo cons­ tante, es uno de los casos donde se manifiesta la imposibilidad de su clausura. Si la lengua entera, como se le reveló jubilosamente a Vi­ co, no es sino el pozo desecado de ese torrente metafórico, o si el lenguaje figurado es una consecuencia automática de la organiza­ ción de la lengua, como se entretuvo en describirlo por ejemplo Umberto Eco, es un enigma que la lingüística no tiene instrumentos para resolver, y que a la vez está en el corazón mismo de su tema. Eso mismo pasa en el psicoanálisis, al que la cuestión de la constan­ cia del simbolismo saca literalmente de sus casillas, o sea que lo lan­ za irresistiblemente a pontificar fuera de sus casillas. Freud vio cla­ ramente esa paja en el ojo de Jung, y por eso no quiso saber nada del inconsciente colectivo y del arquetipo, que para el psicoanálisis es meterse donde no le importa, sino más bien donde se exporta pe­ ligrosamente. Pero es bien sabido que él mismo tuvo el vicio de la exportación, y uno de los puertos donde puso, es verdad que esta Material protegido por derechos de autor

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que a los que éramos amigos del símbolo desde antes de verlo some­ tido a los regímenes “ liberadores” que lo declaran súbdito suyo nos parece ver siempre, sin duda imaginariamente, que no se deja sujetar sin provocar algún desorden. Terminaré mencionando algu­ nos de los estropicios más visibles para nuestra ignorancia. En la versión lacaniana del freudismo, que naturalmente no me incumbe decidir si es la buena, la simbólica en sentido estrecho, o sea la simbólica constante, pasa, como es sabido, a ser un orden, una instancia, un sistema aparte. Si he entendido bien, el resto de la simbólica de los freudianos clásicos pasa a otro orden, naturalmen­ te incompatible, el de lo imaginario, lo cual hace un poco difícil se­ guirlo para el lego, porque todo el tiempo está viendo en lo imagi­ nario los rasgos que se supone que caracterizan a lo simbólico, y en lo simbólico los que caracterizan a lo semiótico. Pero no literal­ mente todo el tiempo, y ése es el problema. Por ejemplo: ya dije que para mí la idea de una prioridad del significante no es transpa­ rente. Pero si trato de interpretarla (sin duda simbólicamente), se me impone primero una imagen (obviamente imaginaria) de priori­ dad del símbolo sobre lo simbolizado. En efecto, sólo una relación efectiva, en el mundo, un nexo “ natural” como dicen los ingenuos, entre lo simbolizante y lo simbolizado permite tal vez imaginar una acción de lo uno sobre lo otro. En el orden semiótico es demasiado evidente que no puede haber más prioridad que la del nexo mismo, mirada como prioridad del sistema sobre sus elementos o como prioridad de la estructura sobre sus términos; toda otra concepción sería pecaminosamente naturalista y eso es lo que quiso decir Saussure con el principio de la arbitrariedad. Pero una vez que visuali­ zo, es decir fantaseo esa imagen, inmediatamente se me impone que lo que se me quiere sugerir con esa noción es que hay un orden cerrado y sistemático de los sím bolos entre ellos que permite opera­ ciones in absentia, operaciones que después se reflejarán constricti­ vamente en el orden de lo simbolizado. Esa combinatoria sistemáti­ ca y vacía parece netamente una sintaxis semiótica, que no sé si podrá llamarse “ el signifícame” , pero que en todo caso no se sabe si opera sobre las dos caras del símbolo, a la manera de los sistemas que describen los lingüistas y semiólogos, en cuyo caso, como de­ mostró Hjelmslev, deja intacta la cuestión de la interpretación, que cae entera en el terreno del uso y fuera del sistema; o si opera sólo con la cara simbolizante, puesto que se trata de la prioridad del sig­ nificante y puesto que los contenidos quedan en suspenso, en cuyo caso no sólo no es un lenguaje simbólico sino que ni siquiera es un Material protegido por derechos de autor

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lenguaje. Claro que una combinatoria, ya lo dije, como seguramen­ te cualquier otra cosa, es susceptible de convertirse en un lenguaje; pero decir que esa transformación la opera por si misma imponien­ do constrictivamente una semiosis es para el no iniciado una idea incomprensible. Su desconcierto es todavía mayor cuando tiene que imaginar una vez más el orden simbólico como no semiótico y como motivado, pues la ejemplificación de su mecanismo se va a buscar en el fun­ cionamiento de la metáfora y la metonimia, los dos casos tradicionalmente típicos de motivación* Con toda pericia, Lacan empieza por reprochar a Ernest Jones una idea anticuada de la metáfora. En efecto, la explicación de la metáfora como regla de tres o como me­ nor denominador común, aunque provenga de Aristóteles (que por lo demás no agotaba con ella todas las posibilidades de la metáfora), resulta hoy un poco ridicula. Y vemos con sádico rego­ cijo a Jones quedar en ridiculo cuando dice timoratamente que “ Este hombre es un león” no quiere decir que es todo el león, sino sólo un pedacito: la valentía. De acuerdo en que no es eso y en que la metáfora no se asusta de lo que para la literalidad serian barbari­ dades. La metáfora, en palabras de Rimbaud, dice lo que dice "li­ teralmente y en todos los sentidos” . Pero ¿qué son todos los senti­ dos? En concreto, todo el león es también un pedacito: lo que en un momento dado, en una cultura dada, en un grupo dado y en un nú­ mero indeterminado de subdivisiones de ese grupo, un individuo dado o quizá la intersección de dos, emisor y receptor, sepa del león. Lo cual impone que su uso simbólico sea lo menos constante que pueda imaginarse. Este punto es decisivo. Formularé en mis propios términos el paso que todavía puede darse: es que por eso justamente no es lo mismo el león que el falo, y que si el león puede simbolizar, pero inconstante­ mente, el falo, mientras que el falo simboliza constantemente el deseo, es porque el poder simbólico del león depende de lo que el sujeto sa­ be, mientras que el del falo depende de lo que no sabe: del incons­ ciente. El inconsciente es asi el lugar único de la significación cons­ tante y por eso fuente de todo el resto de la significación en el reino de la inconstancia, y residencia exclusiva de la verdad. Todavía tendremos que preguntar qué verdad, pero antes insistiremos en entrar en este orden sin soltar nuestra pregunta anterior: ¿qué es to­ do el falo y qué es todo el deseo? ¿O qué significa que el falo simbo­ lice el deseo en todos los sentidos? Parece claro que estas expre­ siones no pueden tomarse literalmente, lo cual no nos extrañará Material protegido por derechos de autor

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tratándose de metáforas y símbolos. Si se tomaran literalmente, esa adecuación tan perfecta, como el mismo Lacan lo señala y lo había mostrado ya Hjelmslev, sería todo lo contrario de una significa­ ción. Por poco que modifiquemos esa interpretación literal, por ejemplo suponiendo que no significa literalmente en todos los senti­ dos, sino en sentidos indeterminados, lo cual implica que el sentido seleccionado en cada caso no está dado con el sistema mismo, en­ tonces ya tenemos que la definición no se da literalmente, sino en sentido figurado. Pero si la definición del simbolismo es ella misma simbólica, eso quiere decir que el simbolismo así definido está subsumido en un simbolismo más general, es decir que hay una capaci­ dad simbólica del lenguaje en general que precede y rebasa al sim­ bolismo del inconsciente y en la cual éste se funda y que no puede ser rebasada por él. No hay entonces una simbólica constante y pri­ mera que domine y funde a todas las demás, y la versión de las co­ sas que esta simbólica dé no tiene más derechos a la verdad que la de cualquier otra simbólica, incluyendo la del mito, la religión, o incluso (pido perdón por este colmo de escándalo) el humanismo. Pero a la vez es preciso que haya definición literal de la estructu­ ra simbólica, y por eso preguntábamos antes de qué verdad se trata. En efecto, en otro pasaje (Écrits p. 381 [Escritos 2, p. 142)) Lacan dice que la palabra plena es identidad (tal es su término) con aquello de que habla. Se trata, por supuesto, de la palabra del suje­ to del conocimiento, de ese Cogito que está (la frase no es de Heidegger sino de Lacan) “ anclado en el ser” ; o sea ante todo de la palabra del conocimiento psicoanalítico. Una vez más ignoro si esa plenitud es posible y me temo que no he pronunciado jamás una “ palabra plena". Pero lo que no puedo ignorar es que esa defini­ ción contradice la que cité antes y parece imcompatible con lo que los semiólogos encuentran. La palabra en sentido estrecho todo el mundo está de acuerdo en que no podría jamás alcanzar esa identi­ dad, ni ganas, porque dejaría de ser palabra, que es ser eternamente inadecuada (y por eso a fin de cuentas no me humilla tanto renun­ ciar a la “ palabra plena", puesto que por mi oficio soy hombre de palabras, y nunca las llenaré). En un sentido más metafórico (qué remedio), todo el mundo está también de acuerdo en que la ciencia aspira efectivamente a ese famoso “ lenguaje bien hecho" que pare­ ce designar, por lo menos simbólicamente, esa fantasía de identi­ dad. Pero todos los que se inclinan sobre el tema, digamos de Peirce a Gilíes Granger pasando por Max Black, parecen concluir que la aspiración lo es constitutivamente y que es imposible borrar de Material protegido por derechos de autor

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veras del lenguaje, incluso del de el sujeto del conocimiento, la no identidad que al parecer funda a la significación en general hacién­ dola consistir en su inadecuación, su no plenitud, y que aparece en las descripciones como la irreductibilidad del iconismo o como el “ salto metafórico” de la teoría de modelos, que ya observamos ba­ jo otro ángulo en los dos momentos funcionales del “ materna” , el de la trasmisión y el de la interpretación. Una vez más la simbólica se precede a si misma. ¿Cómo salir de este círculo? Si algo hemos de aprender de Lacan es a no asustarnos de las respuestas idiotas. La respuesta más idiota aquí es ésta: de las redes del símbolo se sale por la paranomasia. (Seguramente ahorra­ ré a algún lector el trámite de los pesados diccionarios poniendo aquí de una vez las definiciones que da el Diccionario Larousse de lingüistica de paranomasia o paronomasia y de parónimo: la prime­ ra es “ la figura de retórica que consiste en relacionar palabras que presentan ya sea una similaridad fónica, ya sea un parentesco eti­ m ológico o form al” y el ejem plo que se da, y que aquí viene parti­ cularmente al pelo, es Traduttore traditore; y a su vez “ Se llaman parónimos a palabras o secuencias de palabras de sentido diferente, pero de forma relativamente vecina. Asi, colusión y colisión” , etc.). Los pasajes de Lacan y los pasajes de Freud por él aducidos que resultan a la vez más claros y más originales para un hombre de palabras son los que no se enturbian con las adherencias que la vieja cuestión del simbolismo trae inevitablemente consigo, sino que nos hablan de juegos de palabras, de rimas, de permutación de sílabas o de fonemas o incluso de grafías. Un traductor sabe bien (y más si ha tratado de traducir a Lacan) que es ahí donde se manifies­ ta cierta tiranía del significante. Tal vez todo lo que Lacan quiere decirnos en este terreno es que la metáfora funciona como la para­ nomasia. Pero esto, desde nuestra perspectiva, es problema. Si ni siquiera es fácil concebir en qué sentido es lo mismo el funcionamiento de la metáfora que el de la metonimia, la identidad de estas cosas con la paranomasia es ya verdaderamente vertiginosa. Por lo menos las otras dos son, según la retórica, tropos, mientras que la última es una “ figura de dicción” (al menos en la mayoría de los autores), o sea que según los retóricos se limita a actuar en el significante —lo cual nos sugiere ya empezar a pensar en Lacan. La experiencia del traductor le confirma en general esta diferencia. Las metonimias son casi siempre fáciles de traducir y casi nunca necesitan notas (o sea relevo metalingüístico); las metáforas presentan ya más proble­ Material protegido por derechos de autor

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mas: si la metonimia se le ofrece como una obvia relación de hecho, que en todo caso necesitará como apoyo mencionar los hechos si se sospecha que no son conocidos del lector, la metáfora en cambio se le aparece como analogia de hechos, y muchas veces no basta cono­ cer los hechos para ver en qué se parecen, de tal modo que a menu­ do el traductor tienen que suplir ciertos contextos culturales o tradi­ cionales no expresados que al lector de la lengua original le orientan para ver el parecido. De todos modos el traductor tiene la impre­ sión de que se puede llegar, aunque quizá con pérdida, al terreno donde se produce el tropo, porque las experiencias (o si el término parece sospechoso, digamos con Dan Sperber las “ entradas de la Enciclopedia” ) en que se apoya, aunque mediatizadas y segura­ mente categorizadas por el sistema lingüístico, no se reducen sin embargo a él. Pero cuando se llega a la paranomasia y en general a las figuras de dicción, salvo algún azar tanto más improbable cuan­ to más divergentes sean las lenguas, no hay traducción posible, a menos que llámenos traducción al comentario metalingüistico que, según Dan Sperber, será ése si analítico y no enciclopédico. Esta descripción ingenua de una experiencia ingenua no teoriza nada, por supuesto, lo cual no quita que pueda enseñarnos algo. Por ejemplo, que incluso del lado del significante aislado sigue siendo difícil cerrar el sistema sobre si mismo. La medida en que pueda cerrarse podría dibujar la repartición entre la paranomasia (o las paranomasias) y las otras figuras de dicción. Estas últimas plantean irresistiblemente, aunque sea en forma de callejón sin sali­ da, la cuestión del simbolismo, o sea de la representatividad, o sea de un exterior del sistema. A todo el mundo se le ocurre, incluso si es para rechazarlo, que lo que en el significante forma figura: los ritmos, las recurrencias, los ordenamientos variantes, las regulari­ dades de diferentes extensiones, las inversiones y sim etrías, etc. —que todo eso “ significa” algo. Se puede intentar demostrar que sólo “ significa” en el sentido formalista estricto de la palabra, o sea porque sus elementos remiten internamente unos a otros, o in­ cluso que no significa en realidad; pero no puede no plantearse, si­ quiera como posibilidad, que signifique en el sentido de que repre­ senta. Cierto que toda tentativa de definir, o sea de traducir en otro lenguaje, lo que aquello representa es necesariamente decepcionan­ te, pero esto no hace quizá sino poner de manifiesto la esencial intraductibilidad del símbolo al signo, otro de los rasgos frecuente­ mente mencionados por los autores, y en todo caso remite a una cuestión que todo el tiempo ha estado en el corazón de esta discu­ Material protegido por derechos de autor

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sión, pero que precisamente por eso no hemos abordado, dado que hubiéramos tenido que abordarla al sesgo: la cuestión de la inter­ pretación. En todo caso, la paranomasia constituye la excepción, lo cual se manifiesta en la experiencia del traductor en el hecho de que incluso los ritmos, simetrías, recurrencias, etc., pueden intentar “ traducir­ se” mientras les encontremos, digámoslo oscuramente, algún “ sen­ tido” , por vago e indefinible que sea; y que dejan de ser traducibles en absoluto cuando pasan a ser, como la paranomasia, puro fenó­ meno del significante, dejando asi de ser fenómeno significante. Vemos también aquí que si la idea de interioridad es bastante meta­ física, como sabemos por lo menos desde Husserl, la de exterioridad acaso no lo sea menos, aunque sólo fuera por su ambigüedad irre­ ductible a claridad. Verificar en casos netamente paralelos a éste que la superficie del sistema es precisamente lo que le es interior y viceversa es lo que lleva a muchos a mandar al cuarto de los trastos viejos la noción de interioridad, pero q uedándose curiosam ente con la de exterioridad, convencidos sin duda de que si la una es ideoló­ gica entonces la otra es no ideológica. Lo cual no puede ser. Noso­ tros tomaremos las dos como simbólicas y no le haremos ascos ni a una ni a otra. La cuestión es que si hay representatividad, es decir si los lenguajes en general no se agotan en si mismos (y si hubiera que mencionar un solo pensador que crea firmemente en la representatividad, muy bien podría ser Freud), entonces los lenguajes que son sistemas en un sentido no metafórico (un poco como la torre de Pisa según una señora mexicana en viaje de culturización en “ paquete” , que escribía a sus amigas que esa torre es gótica por dentro e inclinada por fuera) dan la impresión de ser semióticos por dentro y simbóli­ cos por fuera. Pero aunque se ha postulado a menudo, nunca se ha mostrado de veras que todos los lenguajes sean sistemas en sentido no metafórico, ni siquiera que los que son sistemáticos por dentro no sean más bien inclinados por fuera. El caso de la paranomasia nos sugeriría acaso que la sistematicidad manifestada en el exterior lo cierra y lo transforma en interior, mostrándose por ello mismo como insignificancia en un doble sentido: porque no remite a nada, puesto que se encierra adentro, y porque la sistematicidad interior al pasar por el exterior aparece como pura contingencia casual: la arbitrariedad, que tiene su sentido en el interior del sistema como su principio, al pasar a la superficie cambia de figura (incluso en el sentido retórico) y recupera la interpretación de “ sinsentido” que Material protegido por derechos de autor

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tiene a menudo en el lenguaje corriente. Para decirlo como los lin­ güistas: la paranomasia es producida por el sistema, pero no tiene ninguna existencia en su interior; pertenece a la sustancia, que es exterior al sistema. Y sin embargo la paranomasia parece esencial al freudismo, es­ pecialmente visto a través de Lacan, lo cual tal vez nos sugiere que esa doctrina quiere ser una teoría de la insignificancia de la signifi­ cación. Y eso a su vez nos sugiere que la única región donde se pre­ sentan a la vez el interior y el exterior, la región de la cinta de Moebius, es la región donde se disuelve la oposición entre esas dos caras de todo signo o símbolo obviamente creadas por el hombre y en las que reside la actividad simbolizante, región que sólo puede mostrarse a una mirada para la cual la historicidad de la actividad simbolizante, su no fundamento en la estructura cósmica, es equi­ valente de su carácter ilusorio. Por eso también es ése el aspecto más inquietante y subversivo de la teoría, ante el cual yo por ejem­ plo estoy dispuesto a confesar lo que la teoría misma llamaría mi resistencia. Porque no se trata sólo de mostrar que en el paso de la lengua al discurso, aparte de pasar de la sistematicidad a la repre­ sentad vidad, se pasa del dentro al fuera, y entonces la lengua apa­ rece en su superficie con un objeto, que como todo objeto puede ser soporte de usos significativos —y hasta aquí es hasta donde llega incluso el poeta, utilizando todo lo que puede de esa superficie y se­ guramente subvirtiendo el lenguaje, pero sin teorizar esa subver­ sión y sin hacerla entonces programática, con lo cual subvierte sin duda el lenguaje en su historia pero no en su fundamento. Se trata, más allá de eso, de mostrar la insignificancia del lenguaje como su ser mismo. Entre la literalidad y la paranomasia, ambas fundado­ ras, se trata de mostrar que sólo queda una zona subordinada, deri­ vada y autoocultadora: la zona de lo im aginario, que no por ca­ sualidad es la zona donde el lenguaje no se cierra sobre sí mismo y por eso precisamente aparece como mediador entre un mundo y un sujeto que, así captado, podría ser no sólo su efecto, sino también su usuario. Es natural que termine confesando mi ignorancia. No sé en ab­ soluto qué significa la paranomasia para los lenguajes. Puedo en­ contrar concretamente una entre paranomasia y paranoia pero seria enteramente incapaz de explicar su sentido por lo menos en un lenguaje literal. Podría decir sin embargo simbólicamente, o sea sin explicar nada, que la paranomasia es la paranoia de los lenguajes sistemáticos porque es el punto donde se desquicia el sistema a la Material protegido por derechos de autor

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vez que el cuerpo que él habita: el lenguaje mismo en su uso real. Es por eso un limite, el limite donde un lenguaje ya no es él mismo, lo cual puede significar en un sentido que empieza a ser otro lenguaje, o en otro sentido que empieza a mostrar su anverso. En otro senti­ do más, es el lugar donde su significación se disuelve en su mate­ rialidad. Me doy cuenta de que todo eso podría tomarse como descripciones, en uno u otro nivel, del inconsciente como lenguaje, o del lenguaje del inconsciente, o del inconsciente del lenguaje; pe­ ro ya dije que de eso no sé nada. Vista en los lenguajes en el sentido común de esta palabra parecería mucho más simple. Es consecuen­ cia del hecho mismo de la estructura semiótica. Puesto que ésta consiste en un sistema de relaciones internas, o sea virtual, manifes­ tado exteriormente en algún soporte “ material” (lo Hamo así para simplificar), su estabilidad es precaria. Los soportes “ materiales” tienen sus estructuras, que justamente no son “ virtuales” , y se puede fácilmente bloquear el sistema haciendo circuitos “ mate­ riales” en lugar de “ virtuales” . El ejem plo más simple y claro de prioridad del significante es el orden alfabético del diccionario. Pe­ ro esa prioridad no tiene ningún efecto sobre la lengua, mucho me­ nos sobre sus significados. Cualquier operación, lenguaje o no, que parta de ese orden alfabético no tendrá nada que ver con la lengua, y su explicación será algo enteramente ajeno a ella. Lo que me cues­ ta trabajo entender es que por ejemplo la posibilidad de establecer un sistema digamos cabalístico a partir del orden alfabético del dic­ cionario pruebe que la lengua es imaginaria y el sistema cabalístico la estructura de la verdad —o más exactamente: el hablante de la lengua imaginario y el otro verdadero. Que ese sistema cabalístico será simbólico, no lo dudo. La len­ gua también lo es, en varios sentidos: no sólo por sus usos simbóli­ cos, sino porque usarla es simbolizar. La diferencia me parece ser claramente ésta: el sistema cabalístico no sólo tiene un sistema co­ mo base también lo tiene como fin. Se propone ser la representa­ ción apropiada de un mundo único y necesario, o sea representarlo todo de ese mundo. Si es polisémico es únicamente porque repre­ senta la polisemia misma del mundo. La lengua en cambio repre­ senta en principio cualquier mundo posible, es decir posible para ella (pero estas dos expresiones son sinónimas) y siempre parcial­ mente, que es lo que hace que se pueda escribir en francés, y muy bien, el texto que representa la negación del francés como lenguaje verdadero. Pero también esto mismo es lo que hace que una caba­ lística no tenga sentido sino interpretada en el lenguaje de todos los Material protegido por derechos de autor

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dias, que no es cabalístico. La cábala es un modelo del mundo, y su aplicación, como la de todo modelo es simbólica. La lengua no es un modelo, aunque también permite hacerlos y hace posible, ella sola, interpretarlos; pero ella misma no es un modelo porque es siempre inadecuada y su polisemia no copia la polisemia de nada si­ no que manifiesta su inacabamiento como modelo adecuado. A menudo, en antropología por ejemplo, se usa la expresión “ sistema simbólico" en ese sentido limitado de modelo cerrado. Pero nada prueba que todos los sistemas simbólicos sean modelos y ni siquiera que sean sistemas. Me parece sugestivo decir que el simbolismo inconsciente está hecho como una cabalística, despojada además de sus fines inten­ cionales, y que construye allá su sistema con lo que en lenguaje de acá es insignificancia: la paranomasia, que es lo que hace que la'razón realista encuentre sus procedimientos tan estúpidos como ha encontrado siempre las rimas de los poetas. Pero deducir de eso que una cabalística, al usar la insignificancia que el lenguaje real e his­ tórico contiene como su residuo, revela esa insignificancia como el fundamento de ese lenguaje (es decir, su no fundamento) no me pa­ rece una conclusión legítima. Bien mirada, la comparación con la rima no apoya esa conclusión, todo lo contrario. Es claro que la ri­ ma, a pesar de las lucubraciones de Jakobson, no es metafórica. Simbólica, dada la imprecisión del término, lo será o no según en qué sentido. Si la equivalencia fónica, como quiere Jakobson, se in­ terpreta como equivalencia semántica, eso sucede enteramente en la interpretación y es imposible formular en qué sentido se hará. Lo mismo pasa con la paranomasia (o con las otras paranomasias, puesto que la rima es obviamente una forma de paranomasia). Los juegos de palabras, incluyendo los de Lacan, aparte del valor de juego (de no-lenguaje según Hjelmslev), sólo son interpretables en el sentido más antisemiótico, asistemático, subjetivo e inconstante de esta palabra: como evocación, sugerencia, asociación. Todo lo cual cuadra quizá al psicoanálisis; pero muestra que la simboliza­ ción no es la paranomasia sino lo que se hace con ella, y eso no bro­ ta espontáneamente de ella, justamente. Si porfiamos todavía que no es de ella misma de quien brota, sino de una ley constante y constrictiva que la gobierna, entonces habría que postular otro in­ consciente que asocia inconscientemente representaciones incons­ cientes al simbolismo inconsciente. Y así, me temo, hasta el infini­ to. O sea que no debe de ser así como funciona. No como un len­ guaje. Material protegido por derechos de autor

UNA TEORÍA DEL HÉROE BLAS MATAMORO

El héroe del que nos ocupamos aquí tiene límites bastantes amplios: es todo protagonista, en el sentido de “ primer luchador” o contrin­ cante, simulacro humano, dotado de un nombre o su sucedáneo que aparece referido en las narraciones que nos venimos contando los hombres desde tiempo inmemorial. Al respecto cabe hacer algu­ nas precisiones: 1] No importan las divisiones de géneros (mitos, epopeyas, no­ velas, cuentos populares, leyendas). Las constantes estructurales del héroe, con los matices que señalaremos, son las mismas en to­ dos ellos. 2] La narrativa que nos ocupa pertenece a la civilización patriarcal, que podemos convenir en llamar machista, de racismo sexual masculino o monosexual de dominante masculino. Da igual. Esto importa porque, en el esquema de la plenitud, el héroe es siempre un varón y el esquema de división del trabajo sexual, con las implicaciones políticas que corresponden —la división de fun­ ciones sexuales es, también, una división del trabajo en cuanto a ocupación de funciones de dominio— es el clásico: varón equivale a sujeto con falo, mujer equivale a sujeto sin falo, producto de una instancia fantástica de castración que denuncia una herida sim bóli­

ca. Dejo el esquema como tal, sin someterlo a crítica, pero señalo este aspecto del juego divisorio: el falo —desde luego, no es el pene— es el espacio simbólico del poder y existen, por lo mismo, ac­ cesos oblicuos de la mujer a la investidura fálica, como ya veremos en los casos. Ahora bien: como estamos reduciendo los fenómenos a esquemas, nos quedamos con las notas mínimas indispensables. 3] A partir de lo anterior, se ordena el esquema del desarrollo del héroe como un camino iniciático hacia la conquista del falo, en el cual el sujeto heroico debe poner a prueba y demostrar su aptitud fá­ lica hasta que la sociedad le reconozca la plena identidad paternal. 13 0 5 )

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UNA TEORIA DEL HEROE

4] La estructura probática de toda narración heroica implica que se trata de un proceso de selección: los aspirantes deben supe­ rar unas pruebas para ser reconocidos. El héroe, en el momento clásico del paradigma heroico, es el que supera las pruebas. No se narran las historias de los aspirantes fracasados. Veremos que, más tarde, los términos se alteran, pero son estos términos los que se al­ teran, por lo que las constantes estructurales del paradigma se man­ tienen. 5] El paso del rito al mito y de éste al discurso lógico supone un paso de lo sagrado a lo profano. El rito es el acto mecánico y reite­ rativo que pone al hombre en contacto con la divinidad. Al conver­ tirse en narración se torna mito y sobre él opera el discurso lógico. No importa ahora ahondar en estas distinciones, sino señalar algu­ nas supervivencias sacrales en todo paradigma heroico: el héroe tiende hacia lo otro (ir a un reino extraño, exiliarse de su casa pater­ na, adquirir poderes que no puede lograr en su medio natal, etc.) y lo absolutamente otro es característico de la categoría de lo divino; el héroe, al asumir su plenitud fálica, está preparado para en­ gendrar y proveer, funciones inherentes a la paternidad y que pueden leerse como variantes de la categoría de don, que es tam­ bién de raíz religiosa; el héroe, al ensayarse para asumir el falo, también pasa por las pruebas de resistencia al mal, cometiendo ac­ tos contrarios a la norma, por lo que integra la categoría sacer del tabú, o sea lo sacro que es, a la vez lo inmundo: los héroes deben ser admirados, pero no imitados, su contacto debe ser rehuido como se rehúye el contacto con los objetos santos, que traen desdichas. 6 ] De lo anterior puede deducirse el doble juego de la norma y la ley: el trasgresor viola la norma y cumple con la ley (no hay más que leer cualquier Código Penal): la norma ordena inhibirse de la conducta contraria al valor y la ley sanciona al que realiza la con­ ducta contraria al valor, o sea que necesita la trasgresión para mo­ vilizar el castigo. Edipo viola la norma que dice “ no cometerás in­ cesto” , pero cumple con la ley que dice “ el que cometiere incesto será castigado con el ostracismo” . Esta duplicidad está llevada a su máxima tensión en el discurso del arte, que es ambiguo por natura­ leza. Porque es ambiguo, es estético y su virtualidad, respecto al co­ nocimiento, consiste en tensar todo lo posible lo manifiesto ante lo latente. En las narraciones heroicas se realizan las latencias y entran en contradicción con lo manifiesto, generando una relación mutua de oposición dialéctica. Suponiendo que las narraciones que nos contamos y que nos Material protegido por derechos de autor

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que personifica al clan o la tribu. En definitiva, se trata de la so­ cialización del sujeto por la asunción de las normas sociales y el aprovechamiento educativo de la historia heroica. La identidad es siempre heterónoma, o sea otorgada por los demás a través del re­ conocer (re-conocer: conocer de nuevo, conocer lo nuevo del suje­ to). El animal totémico da al héroe unas facultades prodigiosas, lo cual connota el tema de la adquisición fálica: la prueba de muerte y re­ nacimiento dota al héroe de poderes, lo adiestra para ejercer el poder. Frecuentemente —sigue apuntando Propp— la educación del héroe es entre mujeres o una mujer de talante mágico le da un talis­ mán u objeto igualmente mágico que le permite enfrentar las pruebas con éxito. Esto es también relevante, pues define la fun­ ción de la mujer en el esquema patriarcal del heroísmo. La mujer, no destinada a! poder, por lo tanto castrada, no puede ser héroe. Pero puede alcanzar indirectamente una investidura fáli­ ca haciendo que el varón conquiste un falo “ para ella” . Es, ade­ más, depositarla de un saber fálico que, en calidad de madre iniciática, trasmite al héroe. Es la ocasión y el espacio para que éste ejercite sus facultades fálicas y adquiera el falo (talismán del poder, objeto mágico). Esta función de la mujer en el paradigma puede de­ nominarse materna: liga al héroe con el pasado de la sociedad, con el saber cristalizado, con el poder que implica el manejo del saber. En las leyendas populares la mujer-madre suele afectar la forma de una maga que habita un bosque, donde el héroe se pierde y ella actúa de guía (el bosque es el escenario o espacio simbólico mater­ no). También suele ser presentada como un ser metamórfico que se lleva bien con los animales: en el esquema patriarcal, la mujer es más “ animal” que “ racional” y se connota por la vaguedad y ca­ rácter envolvente de su presencia. Asi la Fata Morgana del ciclo bretón o Urganda la Desconocida en el ciclo de Amadis. Pero tam­ bién la amada lejana (Beatriz en Dante, Dulcinea en Cervantes) y la mujer instalada en la sociedad que inicia al joven inexperto en el ar­ te de relacionarse con el poder (Sanseverina en La cartuja de Parma y la serie de señoras burguesas que adoptan amantes adolescentes, a menudo los preceptores de sus niños, y que pueblan las novelas de Balzac, Flaubert, etcétera). Frente a la mujer-madre que corresponde a la etapa iniciática y filial del héroe (cuando éste es hijo de su segunda familia), aparece la mujer-hija, la esposa del héroe, en la cual engendrará sus hijos y que, al revés de la otra, será instruida por un varón ya dueño de su sabiduría fálica. Material protegido por derechos de autor

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Otra variante registrada por Propp es el alejamiento del héroe de la casa paterna, no porque el padre lo expulse o porque intente ma­ tarlo o lo abandone, sino porque los padres se han ausentado o han muerto. Este elemento de “ desaparición” de la casa paterna hace de cualquier habitáculo futuro del héroe una tierra extraña, un exi­ lio, donde debe construirse una patria y una casa propia, ocasión de devenir padre de sí mismo, hijo de sus obras. Greimas matiza con otro ingrediente que también es iluminador: el contrato pedagógico entre el padre y el hijo, lo que permite ver en la exposición del héroe freudiano una prueba de muerte y sobrevida que la instancia paterna coloca en el camino formativo del héroe para que la sortee y comience una nueva vida. En la variante de Greimas es el padre quien conviene con el hijo la separación de la casa paterna y el viaje iniciático. Hay novelas donde la intervención docente del padre o quien lo remplace está bien clara con el es­ quema del "contrato pedagógico” , pues la instancia paterna contrata con un preceptor la educación del joven héroe: Wilhelm Meisíer de Goethe, La escuela de los Robinsones de Julio Verne, Don Segundo Sombra de Ricardo Güiraldes, etcétera. En todos los análisis, Propp y Greimas coinciden, por su parte, en el juego sublevación contra el orden/restablecimiento del orden, juego que permite al joven héroe, adiestrándose en la trasgresión, a conocer mejor los mecanismos internos del poder. ¿Qué mejor que cometer incesto para aplicar el castigo al incestuoso en carne propia? Otro elemento que podemos ya fijar decididamente como el ci­ miento de toda narración heroica es su estructura de viaje, que liga el paradigma con los ritos de iniciación. El viaje puede ser efectivo, ocurrir ‘‘hacia adelante” en el tiempo y en el espacio, o ser metafó­ rico, y tener la fugacidad y la coetaneidad de los sueños. El viaje de Dante, por ejemplo, es el relato de un sueño, es un viaje metafórico en vertical hacia regiones cada vez más luminosas, menos corpó­ reas, de saber, de virtud y de proximidad a Dios (el padre con el que se producirá la identificación final por mediación de la mujermadre, conductora iniciática: Beatriz). Poniendo esta vertical sobre la horizontal del tiempo profano tenemos esa ‘‘marcha infinita ha­ cia el futuro” que es la historia. En el viaje suele tener un papel simbólico importante el agua, cu­ ya polivalencia como símbolo ha estudiado Bachelard (1956). Todo rito de iniciación es la puesta en escena de un viaje al más allá, a los confines de la vida y la muerte, un viaje a la alteridad del cual el iniciando vuelve alterado, o sea convertido en otro. Material protegido por derechos de autor

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UNA TEOKlA DEL HÉROE

una formulación escueta y clara: el Ello —los impulsos originales y sus recorridos previos inconscientes— es rodeado por el Yo de una suerte de corsé o costra (Rindenschicht) que condiciona su des­ arrollo en función de las presiones del mundo exterior. El Yo se desarrolla, pues, a partir del Ello, en tiempos primordiales, educándo­ se para enviar a ese depósito todos los materiales desplazados. Edu­ carse es, pues, aprender a distinguir lo admisible de lo rechazable. Asi es como, en el espacio del Yo, se instala la función restrictiva del Superyó, que discrimina cuáles materiales de lo preconsciente van a incorporarse al Yo y cuáles serán devueltos, por inconvenien­ tes, al “ sótano” del Ello. El héroe, por lo tanto, debe aprender a construir dentro de si una figura paterna que sirva para discriminar y reprimir, de modo que la sociedad cuente con él para discriminaciones y represiones de más amplio alcance y de carácter gregario. Con esta figura, el héroe incorpora la herencia cultural (aprendizaje del lenguaje: po­ ner u n objeto en lugar de otro, abstraer, traducir) y la herencia ar­ caica, que se da supuesta por la trasmisión biológica de reacciones reflejas. Todos los lazos que atan los impulsos son lazos paternales, riendas que sofrenan la vida instintiva. Por eso los paradigmas narrativos nos cuentan, en general, las historias de reyes, guerreros, conquistadores, modelos de bellos varones, fuertes y victoriosos, en­ camaciones de las máximas cualidades del dominio: la virilidad, el sometimiento de los demás, la ocupación del espacio. Todo ello re­ quiere, en el lugar simétrico e imaginario del Yo, una pedagogia previa en que el héroe es rey, conquistador y vencedor de si mismo, de las instancias socialmente rechazables de sí mismo. Si Moisés se rebela contra el politeísmo de los egipcios y la idolatría de sus paisa­ nos, es porque quiere él mismo ocupar el espacio del legislador e imponer el Decálogo en nombre de Dios, no porque tenga malas re­ laciones con su papá o que éste tema encontrarlo en la cama con su mamá, ni porque Moisés quiera un mundo sin leyes. El héroe, pues, es sometido a unas pruebas que controlan sus padres y educadores, donde debe demostrar (ante el lector de la his­ toria paradigmática, en primer término) que es capaz de inhibir sus malos impulsos y dirigir sus energías hacia objetos socialmente aceptables. Pero para ello debe mostrar sus relaciones con los im­ pulsos socialmente indeseables, asumirlos y ejemplificarlos. De alti su ambigüedad y el peligro que, en cierta medida, siempre ha acarreado el contar a los hombres las hazañas de los héroes. De al­ gún modo, el héroe debe ser admirado, pero nunca imitado. Está Material protegido por derechos de autor

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rodeado por la aureola de lo sacer, de lo sagrado, y por lo tanto es también inmundo y nadie debe tocarlo, so peligro de graves desgra­ cias. El héroe es ambiguo, ambivalente, tabú, en el sentido que Freud adjudica a esta categoría y que luego veremos con más detalle. Por otra parte, el héroe es seleccionado para ejercer el po­ der, de modo que la imitación de su ejemplo creada más agentes poderosos de los que la sociedad necesita, y ello subvertiría las rela­ ciones óptimas entre gobernantes y gobernados, sometedores y so­ metidos. Ya antes, en su ensayo Der Dichter und das Phantasieren (El poeta y la fantasía, 1908), Freud había vinculado la obra de arte con la teoría del aparato psíquico, lo cual subraya el carácter para­ digmático de la primera. El verdadero héroe de los sueños diurnos es el Yo, “ Su Majestad el Yo” , llevado luego por los escritores a las novelas. Malherido y moribundo, curado y resucitado a través de variadas aventuras que trazan un camino progresivo (Fortgang), se­ guro de sus poderes y sometido, por el destino, a la superación de una serie de obstáculos, sostenido en los inconvenientes por unos personajes buenos que le ayudan a vencerlos, entorpecido pero a la vez definido por los personajes malos que coadyuvan a mantener los obstáculos antes citados, este héroe es casi el que vimos infa­ liblemente esbozado por Aristóteles y reconocido por Propp, Greimas, Rank y el mismo Freud en otro contexto. La diferencia entre el sueño diurno y el relato literario es casi una simetría: el soñador diurno oculta sus fantasías ante los demás por­ que siente vergüenza; el narrador las exhibe, pero las vela con los trucos del arte. De algún modo, los dos son lo mismo: un sujeto que sueña con su Yo, que se imagina un Yo heroico, que fantasea su identidad fuera de si. El placer de la lectura deviene, para Freud, de levantar los velos

que el arte ha dejado caer y conectarse directamente con la fantasía heroica, que es una suerte de hipóstasis del Yo, de Paradigma de los paradigmas. Sería éste el placer que proporciona el arte, el placer estético que Freud denomina “ placer previo” ( Vorlust) o “ prima de seducción” ( Verlockungsprümie). Este esquema de lucha por la conquista del Yo sobre el campo del Ello y con las armas del Superyó lleva a la consideración del te­ ma del Otro. Todo héroe necesita de una otredad o alteridad que integre su identidad. Debe luchar contra sus enemigos, que se inter­ ponen en el camino probático, pero si ellos no existieran, él no podría vencerlos ni demostrar sus dones; por lo tanto, tampoco Material protegido por derechos de autor

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bien es el atributo cultural por excelencia) conquista de hecho el de­ recho de ciudad, no es, evidentemente, una casualidad. A través de la historia de la novela personal se lee la del vinculo de una sociedad con una escritura que tiene, en su funcionamiento y en sus preocu­ paciones, una importancia creciente, siendo la variación especial­ mente sensible en este periodo (siglos xvu y xvin).” René Démoris: Le román á prémiére personne du classicisme aux Lumiéres, París, Armand Colín, 1975, p. 8.) 2o Sobre el paradigma original: En la teoría social de Freud, el po­ der es un espacio ocupado por el símbolo del antepasado totémico, que ha sido muerto e incorporado por medio de un sistema de obli­ gaciones y prohibiciones codificadas por la moral y el derecho. Las sagas y leyendas cuentan cómo se formó el tótem y cómo los indivi­ duos de la tribu tratan de ocupar el espacio que se atribuye a la creación del padre original (Urvater). La sociedad resulta ser, de es­ te modo, una suerte de hermandad surgida del sacrificio del Urva­ ter, es decir de su ejecución y su transformación en algo sagrado. El hombre de gobierno no es honrado y acatado por si mismo, sino porque encarna o concreta al padre, es un padre sustituto. El hecho de que el Urvater no es un señor de carne y hueso, sino un espacio simbólico, se prueba porque, eventualmente, la figura poderosa es una mujer, la madre fálica, lo cual hace de la virilidad, también, un símbolo que circula de un cuerpo a otro. Esto suele ocurrir en las civilizaciones matriarcales. El poder es paterno en cuanto amenazante: el desobediente será castrado parece ser su discurso latente y continuo. Se rodea de figu­ ras monstruosas que Freud interpreta como la encarnación de las fobias producidas por el terror a la castración. De hecho, las narra­ ciones legendarias abundan en monstruos que ponen a prueba la valentía, y sobre todo el ingenio del héroe para vencer por la astucia lo que no puede superar con la fuerza. Esto permite ver la paternidad como algo más amplio que la me­ ra figura del padre en la novela familiar del neurótico. La cultura y la sociedad, en tanto instituciones que respaldan al Superyó, son neuróticas por definición. El hombre que engendró a todos los engendradores, el padre de ios padres, es un antepasado mítico que se honra en las figuras del poder y en las personas de los héroes. El núcleo histórico de los mitos, razona Rank, es un ascendiente subli­ mado (Ciro y Sargón son sus ejemplos; podríamos agregar a Godofredo de Bouillon, el conquistador de Jerusalén para los cruzados, que se da por origen de una estirpe en la fábula de La gran conquista de Material protegido por derechos de autor

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Ultramar). El tótem puede humanizarse y convertirse en la figura de un Padre, divino y generoso, que envía a su Hijo a la tierra para mostrar que es semejante a su criatura, como en la escatologia cris­ tiana de la Trinidad. No obstante, algunos rasgos totémicos subsis­ ten en el valor simbólico que se otorga a los animales que rodean a los Evangelistas y a ciertos santos. Si el padre no lo es por sí, sino porque simboliza al Urvater, esta­ mos de nuevo en la dialéctica de la identidad que viene de los otros. Asi es como el héroe debe arrebatar su identidad a los otros y hacér­ sela reconocer. Él también debe llegar a ocupar el espacio simbólico del Urvater. La mentalidad primitiva creía que representarse a un dios era ser ese dios, dice Karl Kerényi, y esto permite a Thomas Mann cristalizar la fórmula de la "identidad mística ampliada y real” , o sea: comulgando con la identidad del dios (Urvater) el su­ jeto actúa como si lo fuera, es decir incorpora ese Superyó de que hablan las leyendas y los héroes. El es realmente el Urvater en la medida en que se comporta como si lo fuera, ejerciendo el poder vi­ cario que ha demostrado ser capaz de ejercer. Este juego con lo divino y la posibilidad de comunidad con él ha tenido en la historia un papel esencial para la formación del orden simbólico y, por lo mismo, para entender los así llamados fenóme­ nos psíquicos. La religión griega, por ejemplo, ha suministrado, en la figura de sus dioses, un orden espiritual —narrado en los para­ digmas mitológicos— que explicaba el orden natural y la idea mis­ ma del mundo como un orden. Estos cuentos heroicos y divinos han educado al pueblo griego hasta posibilitar la reflexión sobre el símbolo mítico en la filosofía de Platón y Aristóteles, o sea: hasta posibilitar la superposición de un orden de símbolos más abstractos sobre un orden de símbolos menos abstractos. El mundo natural, doblado de una orla mitológica, terminó siendo la excusa para en­ tender la verdadera realidad del mundo, o sea la trascendental. Cuando ésta fue convertida en sistema de pensamiento, volvió a la concreta realidad humana, pero no ya como realidad inmediata, sino como realidad simbólica. Para nuestro paradigma, esta sucesión de figuras que represen­ tan el poder y que terminan por ser el poder, importa como una estructura en eco o en espiral: el héroe trata de ocupar el lugar de su padre, que es el lugar del padre de su padre, que es el lugar de etcé­ tera, hasta el Urvater, que damos por supuesto en la historia y por supuesto en la narración mítica de los orígenes. 3o Sobre el retorno de lo desplazado'. Creo que es ésta una de las Material protegido por derechos de autor

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inferencias teóricas m&s importantes que Freud extrae de sus consi­ deraciones sobre el héroe. Tanto es asi que llega a atribuir al poeta o novelista una tarea análoga a la del psicoanalista: "mediar en un conocimiento de las vivencias olvidadas” . En el esquema: trauma temprano (l)-defensa(2)-latencia(3)-estailido de la enfermedad neurótica(4)-retomo de lo desplazado(5), hay el juego que se repite en el sueño y en la etiología de las neurosis: lo vivido y lo olvidado, que vuelve, pues no es materia de disolución, sino de traducción. Y asi como se siguen las huellas del recuerdo en el individuo se pueden seguir las huellas de la memoria tradicional en la literatura, tanto mítica como de autor, folklórica o culta, escrita por ese gran neuró­ tico y gran soñador que es el hombre, todos los hombres, cuales­ quiera hombres. Si es cierto que lo inconsciente es irrecuperable pa­ ra la conciencia, hay, en cambio, la zona de lo preconsciente, de lo que es capaz de conciencia aunque actualmente no la tenga, de lo virtualmente consciente. Tirando del hilo del recuerdo hasta traer a la luz de la memoria consciente lo olvidado, actualizando las viven­ cias de lo pretérito, se pueden retomar los materiales perdidos. Én esto hay que prescindir de categorías confusas, como la fron­ tera entre lo normal y lo patológico, la comparación de lo individual y lo colectivo, las analogías del arte y la enfermedad mental, etc. Creo que lo saludable es tomar a Freud, al menos en esta circuns­ tancia, como una herramienta descifradora del discurso, para lo cual el tesoro colectivo de las literaturas es un corpus general, don­ de resulta impertinente distinguir entre mito y leyenda, epopeya y novela, etcétera. 4° Sobre el tabú: Freud define, al pasar, su héroe como un ser sacralizado y tabú, es decir aislado de la vida profana y celebrado en fiestas que son como una ruptura del tiempo histórico y un mo­ mentáneo retorno al tiem po m ítico. La fiesta, para Freud, tiene, además el carácter de suspensión de las normas inhibitorias que rigen la vida ordinaria: en ella, la excepción se torna regla. No es el caso de desarrollar las teorías freudianas sobre el tabú, pero si recordar el carácter ambivalente que tiene lo sagrado, por una parte considerado lo superior de la realidad, lo más elevado, lo sublime, y, por otra parte, lo que no debe tocarse, so pena de desgracia, lo inmundo, lo tabú. Lo sacro produce cierto temor que, hecho cons­ ciente, se revela ser una suerte de despilfarro amoroso en lo indebi­ do, según la fórmula de Karl Kerényi. Los casos de narraciones heroicas en que la violación de las nor­ mas éticas fundamentales es propia del héroe son innumerables. Material protegido por derechos de autor

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UNA TEORIA DEI. HÉROE

Recojo algunas al azar, entre las más significativas para nuestra cultura. El mito del génesis (en opinión de Rank que recoge Freud) puede implicar un incesto: Eva es la madre de Adán y el fruto que simboli­ za la fecundidad (granada o manzana) es una metáfora del coito, por lo tanto, del tabú quebrantado (el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal es una metonimia de la ley ética). De hecho, la entrega de un fruto es un rito matrimonial común a muchos pueblos primiti­ vos. De esta lectura se desprende que toda la especie humana sería descendiente de una pareja incestuosa. De algún modo, el esquema se repite en el mito de Cristo, hijo de Dios y que es Dios, o sea padre de si mismo, o sea esposo de su madre. Estos caracteres se repiten en los casos de otros fundadores de religiones, como Zoroastro y Amenofis III. Habis, hijo ilegíti­ mo de una hija del rey, es perseguido por su abuelo Gárgoris, según la leyenda celta que algunos mitólogos interpretan como el mito del origen de España.

Sagrado es, en ciertas tribus esquimales, el autor de un homici­ dio, que la ley del lugar no atribuye a la acción humana sino a un accidente, limitándose la comunidad a exilar al “ sagrado” en una balsa sin velas ni remos, para que no contagie a los demás. En el mito de Lohengrin, la novia no debe preguntarle su nombre, modo que tiene el héroe de ocultar su origen sexual, que considera ver­ gonzoso. Este bastardo o hijo del incesto, eventualmente fruto de una mésalliance entre el demonio y un hombre o entre un dios y una mortal o viceversa, que escapa al peligro de muerte del abandono o la ex­ posición, ya está en condiciones de entrar en el espacio del prodi­ gio. Los romances cortesano-caballerescos abundan en esta clase de héroes. Merlín, según El romance de Bruto de Geoffrey de Monmouth y Robert Wace, es hijo de un mensajero diabólico y una vir­ gen desflorada en el sueño, la cual es juzgada por este delito, pu­ nible de muerte. Encerrada en una torre, da a luz a Merlín que, al mes, ya habla sabiamente y conforta a su madre. La madre será fi­ nalmente absuelta por un tribunal eclesiástico, ante el cual abogará Merlín en su favor, argumentando que el presidente de la curia es el hijo sacrilego de un monje. Robert Borron recoge la especie en su Vida de Merlín. Del rey Arturo sabemos que era hijo adulterino de Utero y de Iguerna, esposa del duque de Tintadiel. De similar ori­ gen (diabólico) es Godofredo de Bouillon, entreverado en narracio­ nes caballerescas, y Amadis de Gaula, hijo irregular de Perión y Material protegido por derechos de autor

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UNA TEORIA DEL HÉROE

3] La autoconciencia: la existencia, al salir al campo de lo otro, se sitúa en nuevas determinaciones que, reflejadas dentro de sí, son conciencia de si misma, autoconciencia. En este estado, vuelve a ser existencia, pero no ya la existencia originaria, sino una que es cuali­ tativamente distinta. Es una nueva finitud, con otros confines. Y asi se reinicia la triada dialéctica. No es difícil armonizar estos tres elementos dobles del esquema hegeliano con las tríadas anteriores (el esquema freudiano con las matizaciones de Propp y Greimas, Aristóteles, el rito de iniciación). En el cuadro sinóptico se verá con facilidad la constante correspon­ dencia y la lectura vertical de las columnas permitirá las asociacionés complementarias a la lectura horizontal, que hemos desplegado en el texto precedente. Recapitulación: duración en el cambio, su­ peración y metamorfosis. Así veía Thomas Mann en Goethe el de­ sarrollo de esta dialéctica de la identidad, que podría ser una clave filosófica para extraer, del paradigma heroico, una teoría del suje­ to. Pues, si bien se mira el proceso, se trata de una maniobra de so­ cialización o sea de sujetación por medio de una competencia por el apoderamiento del falo, que tiene consecuencias en cuanto a la identidad y su subconsecuencia inmediata, el nombramiento y reco­ nocimiento del sujeto socializado. Toda historia paradigmática es una biografía, apócrifa por no ser la biografía de nadie concreto, como Ramón Fernández quería que fuera la novela, "biografía de un ser imaginario” (agregamos: el yo fantástico o modelo de identificación exterior, espejo opaco en que se depositan nuestras fantasías ejemplares) Un repaso al estadio del espejo en Lacan puede completar esta relectura combinada en que Aristóteles y Freud, Propp y cual­ quiera de nosotros somos sincrónicos. El espejo lacaniano contiene un fantasma al que el lenguaje ad­ judica el mismo nombre que el sujeto, nombre que le viene de los otros, identidad que los demás le adjudican, a su vez, por medio de símbolos: el acta de nacimiento, el bautizo. El sujeto, con su narci­ sismo primario, no puede constituirse a si mismo. Es como el héroe-hijo, la existencia hegeliana, la mera imputación de los predi­ cados del lenguaje. Necesita de la mirada, los deseos, las palabras de los otros para constituirse fuera de sí, reconocerse y asumir esa exterioridad como propia, como contenido de su "interioridad” (el sujeto reflejado en si, la autoconciencia).

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De todo lo expuesto antes puede extraerse el siguiente esquema de paradigma narrativo: 1] La peripecia: el héroe es desconocido en su identidad por la instancia paterna. Esto puede tener diversas concreciones anecdóti­ cas: la orfandad, la exposición, el abandono, el hurto, el envió del héroe fuera del hogar paterno, etcétera. 2] Los episodios o aventuras: el héroe es sometido a una serie de pruebas en un lugar que le resulta extraño por no ser el origina­ rio, para manifestar sus cualidades. Al ser reconocidas estas cuali­ dades, se lo acepta en un círculo social cada vez más elevado. Aumentan, paralelamente, su experiencia, su poder y su saber. Co­ adyuvan en estas pruebas los personajes favorables e instructores como así también los desfavorables y enemigos. Pueden descifrarse los episodios como ritos de iniciación, según el esquema: muerte aparente (palingenesia) —resurrección— rebautizo y cambio de identidad. Como seña de estos cambios, el “ cuerpo psíquico” del héroe va registrando heridas (luego cicatrices) simbólicas que dise­ ñan su identidad. En el espacio de su exilio, el héroe construye su patria. Entre estos episodios destaca la catábasis o descenso a las regiones infernales y convivencia, real o simbólica, con los muertos (los antepasados): este episodio significa la coetaneidad de todos los tiempos de la vida del héroe: el presente, el pasado, y el futuro, en una suerte de presente inmóvil, síntesis estática u horneoestasis de su identidad. Ésta es, a su vez, dialéctica, pues reúne lo idéntico y lo no idéntico, por medio del lenguaje que puede decir “ yo” (yo soy el que soy y el que no soy, soy el que fui y ya no soy y soy el que soy y no fui, soy el que seré, el que voy siendo, etc.) y de la memoria, cuyas síntesis constantes y provisionales son retratos fugaces del héroe en los que se mira como en un espejo. La identi­ dad del héroe es social, heterónom a alterada (en tanto viene del

otro). 3] El reconocimiento: la instancia paterna que desconoció la identidad del héroe en el número 1, la reconoce ahora, otorgando al héroe el espacio del padre. Pero esta identidad no corresponde a la del hijo que dejó de serlo en la peripecia, sino que es la identidad que reconoce lo hecho por el héroe en 2, o sea su biografía, su sub­ jetividad, el espacio abierto en la superficie social. El ámbito de vigencia de este esquema no es absoluto. No se tra­ ta de un arquetipo cuya eternidad esté asegurada. Se trata de las constantes estructurales que pueden detectarse en todo tipo de narraciones de la literatura occidental (entendiendo literatura con Material protegido por derechos de autor

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UNA T EORlADEl. HÉROE

toda la amplitud que se quiera y excluyendo las otras literaturas por falta de información) dentro de cierto período histórico más o me­ nos prolongado. De los mitos primitivos no podemos extraer la totalidad del es­ quema, sino algunos elementos aislados. La primera obra en que se dan estas constantes es la Odisea homérica (siglos viu-vil antes de Cristo). Creo que desde esta obra hasta la mitad del siglo XIX se mantienen con matizaciones epocales y, sobre todo, se acentúan con carácter fírme a partir de la novela o romance cortesano-caballe­ resco del siglo xu. Hay aquí una parábola muy clara que la novela de la modernidad traza acompañando la historia de la burguesía occidental y su gran superestructura ideológica, el humanismo. La novela cuenta, en pocas palabras, la historia del paradigma humano según las fantasías históricas y las recapitulaciones (tam­ bién históricas) de la burguesía. Primero como clase ascendiente, unida a la corona contra el orden señorial; luego como clase conflictiva y revolucionaria; por fin, como clase dominante. En es­ tas etapas, el paradigma narrativo se ocupa de contar la construc­ ción del héroe. A partir de la mitad del siglo XIX —si se quieren mojones: a par­ tir de la última revolución burguesa, la de 1848— la economía del paradigma se altera. La novela, en lugar de la construcción dél hé­ roe, empieza a contar su desconstrucción (o sea: la composición de otro paradigma con los elementos del anterior), la imposibilidad de la construcción, la frustración o fragmentación del proceso constructivo, o la simple destrucción de un héroe previamente cons­ truido conforme al esquema paradigmático. Las obras fronterizas pueden ser El verde Enrique de Gottfried Keller (1855) y Madame Bovary de Flaubert (1857). Los fenómenos históricos que enmar­ can este proceso son, a grandes rasgos: la pérdida de vigencia del sujeto individual en la economía de mercado, su conversión en eco­ nomía de monopolio, la paralela decadencia del esquema humanis­ ta de desarrollo subjetivo-social, la crisis del arte como sistema y su sustitución por el arte como fragmento, el agotamiento de la bur­ guesía como clase transformadora del sistema social y su rigidez conservadora a nivel de mentalidad.

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FREU D — R ANK

A b a n d o n o o exposición del héroe.

L a fam ilia ad o p tiv a del héroe. S u asc en so social.

R eto m o d d h éroe al h o g ar p a te rn o .

El héroe es arro jad o al m ar.

V iaje y re b a u tiz o del héroe. L legada al reino lejano. E n c u e n tro con la m aga. El bo sq u e in iriitic o .

Llegada d d héro e al p o d er. C asam ien to con la princesa.

V LA D IM IR P R O P P

VLAD1M IR P R O P P

Variante: El héroe se ale ja de la casa paterna en ausencia o p o r m uer­ te de los padres.

A L C IR O A S G R E IM A S

Variante: El co n tra to pedagógico entre padre e hijo.

A R ISTÓ TELES

Peripecia

E p iso d io /s

A nagnórisis o a g n id ó n

R ITOS D E IN IC IA C IÓ N (según la antropología)

Separación y m uerte ap a ren te (palingenesia).

Iniciación (vúúc m etafórico y resurrección).

R etorno.

HEGEL

S u je to d d lenguaje.

S u je to de la praxis (sale d e si, es k» q u e hace d predicado).

S u je to d d s a b e r vuelve en si, re fle ja n d o d en tro de si lo hecho fuera de si.

E videncia o estar ahi íDasein): el ser determ in ad o en cuanto a tu s cualidades. N arcisism o prim ario.

Lo. o tro .

(,Fenomenología del Espíritu)

HEGEL (iCiencia de

la Lógica)

la in tro y e c d ó n d d o tro com o espejo fantástico d d si m ism o. N arcisism o secundario.

UNA TEORIA DEL HÉROE

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CASOS

En cada uno de nosotros hay tantos hombres diferentes que cuando te reflejas en el mar ves un rostro distinto en cada ola. LUIS ROSALES

HOMERO: ODISEA

La historia de Ulises es la narración de un viaje iniciático en dos etapas: la primera de casa a la guerra, la segunda, el retomo a casa con el objeto mágico adquirido (en el caso de Ulises es la perenne juventud, suerte de calidad fálica inalterable). Para volver y ocupar un lugar en su patria, junto al padre, restableciendo el orden deshe­ cho por los pretendientes de Penélope, con lo cual demuestra su ap­ titud para ejercer el poder, Ulises debe superar diversas pruebas: la primera es la guerra de Troya, que los griegos ganan gracias a su estratagema. Luego, en el viaje de retorno: las cuevas de Calipso y el ciclope Polifemo, los embrujos de Circe, las amenazas de las sire­ nas, las harpias, Escila y Caribdis, las competiciones con los feacios y con Iro. Por fin, para ser reconocido tras la falsa identidad que adopta en ítaca, es sometido a pruebas de reconocimiento por su padre (quien le exige que describa su huerto) y por su mujer (destre­ za en el uso del arco, descripción del lecho matrimonial). Hay episodios de muerte y resurrección: todos tienen por muerto a Ulises, hasta su mujer y su hijo, en apariencia. Hay un naufragio y renacimiento de las aguas, el descenso al reino de los muertos (catábasis), el episodio del olvido de si mismo en la isla de los Feacios. Esta evolución traumática del héroe altera su identidad: de hijo de rey pasa a guerrero, es tomado por muerto, traficante, pirata, mendigo, hasta que logra ser reconocido por sus cualidades de atle­ ta. En el fondo de sí mismo, Ulises, como todos los héroes, es na­ die, según se lo dice él mismo al gigante Polifemo. El final de la historia es que Ulises, gracias a las pruebas superadas, adquiere el reconocimiento de su calidad fálica por los demás: el padre lo indica como sucesor en el trono, la mujer como esposo, el hijo como padre.

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CERVANTES: DON QUIJOTE (1605)

El libro de Cervantes supone la historia de la literatura y, por lo tanto, se refiere a ella, deformando algunos elementos típicos del paradigma, en clave de parodia. Cervantes inventa el héroe cuyas hazañas terminan mal y que, por carecer de padre y de hijo, no pue­ de ocupar esta doble condición en el reconocimiento de los demás. Para suplir esta deficiencia, Alonso Quijano escoge un paradigma literario: quiere ser alguno de los héroes de las novelas caballerescas que ha leído. Sus yoes ideales son Amadís, los Pares de Francia, Reinaldo de Montalbán, Roldán, el conde de Mantua. Don Quijote es el sujeto en relación a ese modelo de yo. A su vez, estableciendo con Sancho una relación de caballero a escudero, o sea de señor a siervo, intenta ser como el padre de Sancho, en el esquema señorial de relaciones. Todo esto es frustrado por la falta de espacio social para reali­ zarse. Si bien la sociedad que rodea a los personajes sigue hablando de los valores nobles (discurso manifiesto), practica los valores de competitividad propios del estado moderno y la moral burguesa (discurso latente). No hay lugar para caballeros ni escuderos y el héroe quiere llenar un paradigma de imposible realización. Por esto, las etapas del paradigma tienen un tono paródico y grotesco. Hay un viaje, pero no lleva a ninguna parte. Hay la ini­ ciación en la venta, pero es falsa, como falso el descenso al mundo de los muertos en la cueva de Montesinos, falso el vuelo en el ca­ ballo aéreo Clavileflo, etcétera. No obstante, esta lucha entre lo manifiesto y lo latente va consti­ tuyendo la identidad de don Quijote, que también tiene esos dos niveles. Don Quijote quiere, manifiestamente, que lo reconozcan como caballero andante, pero hace todo lo posible porque lo reco­ nozcan como a un loco, al menos en punto a caballerías. Su fama y cierto respeto por su conducta provienen de esta identidad. Y el ejemplo más señalado de reconocimiento lo da Sancho, con su cre­ ciente “ quijotización” , pues él cree que realmente su amo le conse­ guirá el gobierno de una isla. El discurso de la novela es, como todo discurso estético, ambi­ guo. Y si, por una parte, la aventura del personaje termina mal, por otra la aventura del sujeto termina bien. Finalmente, Alonso Quija­ no, tras atravesar el espacio de la enajenación (ser otro, ser don Quijote que quiere ser Amadís), reconoce esta enajenación y se sabe Alonso Quijano, cuerdo y bueno. El desengaño cumple su Material protegido por derechos de autor

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UNA TfcORlA 1)1:1. HÉROE

Fabricio, el héroe, ensaya distintos papeles: soldado, eclesiásti­ co, cortesano, bajo el auspicio de la Sanseverina, figura materna equivalente a la Amazona goetheana y a la Beatriz dantesca (en cla­ ve paródica: a la Dulcinea cervantina): es la mujer que envia al héroe-hijo para que conquiste un espacio fálico en su nombre y la invista de calidad fálica. Las etapas de este proceso son también de desilusión y realización del héroe (en el sentido de incorporar el principio de realidad), construcción del sujeto y disolución del yo ideal. El héroe se realiza: llega a la cima del poder como arzobispo, ocupando un lugar paternal simbólico (el anterior arzobispo lo tra­ taba como a un hijo) y real (engendrando un hijo de su amante Clelia). La historia termina bien, pues el héroe ha aprendido a ocupar un lugar de poder y a ejercerlo. Y termina mal, porque las violacio­ nes al modelo de yo ideal son pagadas por los personajes como si debieran expiar una culpa: mueren su amante y su hijo y él se retira del mundo a la cartuja, derogando, de esta forma, todos los valores vinculados a la acción.

GOTTFR1ED KELLER: EL VERDE ENRIQUE (1855), FLAUBERT: MADAME BOVARY (1857)

Como señalé antes, estas dos novelas pueden marcar el comienzo de la crisis del paradigma. En la primera de ellas se proyecta narrar una novela instructiva de modelo goetheano (de hecho, una de las lecturas de Enrique serán las obras de Goethe), movida, igualmen­ te, por las tensiones entre la burguesía y el arte. El protagonista es un niño de provincia, cuyo padre ha muerto en su primera infancia. El modelo paterno es borroso, la figura de la madre (una madre sin padre, o sea carente de investidura fálica) es dominante y siempre habrá en Enrique cierta pasividad “ femeni­ na” ante el mundo, una deficiencia radical en cuanto a los niveles de acción, que acabará frustrando todos sus proyectos. El héroe sabe que su padre era arquitecto y él se dirige hacia las artes plásticas. Emprenda un viaje por Alemania, empezando por una temporada en el campo, entre sus parientes y el recuerdo de sus ancestros, que equivale a un descenso al reino de los muertos. Sucesivos traslados y la aparición de distintos maestros lo van introduciendo en espacios instructivos diferentes: el arte popular, el clásico, el romántico, el arte mundano aceptado por la burguesía.

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El viaje lo lleva del campo a la aldea y de allí a la capital. Dos muje­ res atraen su amor, uno descorporizado (la amada es enferma y muere) y otro, intensamente sexual, pero que se interrumpe por un viaje de la mujer a América. Enrique, instruido teóricamente en los distintos niveles del arte, no logra ser reconocido, sin embargo, como un igual, por ninguno de sus maestros. Tampoco los burgueses compran sus obras. Aco­ sado por la miseria, debe vender una vieja flauta con la que se en­ tretenía haciendo música. El comprador le dice una frase clave: “ Toque como si quisiera hechizar los objetos” . Pero Enrique es un flautista carente de hechizo, tiene un instrumento que no funciona y al cual renuncia. Vuelve a su aldea, pero tampoco se cumple el reconocimiento clásico, ya que su madre se está muriendo y, por otra parte, no habría nada que reconocer en él. Su amada retorna de América y se vuelven a reunir, pero ella no lo quiere por esposo. Enrique termina como empleado en una gris oficina de provincias. El héroe ha fallado en sus pruebas y no ha consquistado la iden­ tidad anhelada ni otra que la sustituya. Aparece el tema del viaje inútil, pues la conclusión implícita de la fábula es que más le hu­ biera valido quedarse en su lugar natal y evitarse las zozobras del mundo, si es que, finalmente, iba a quedar en burócrata sin pena ni gloria. Ni artista, ni burqués, ni padre, ni esposo, el héroe tampoco es héroe y su aventura no lleva al saber ni al poder: es superflua y frustrada. También en la escena final de La educación sentimental de Flaubert hay una conclusión equivalente: más valdría no haber salido al mundo y haberse quedado junto al fuego, renunciando de antemano a una aventura inútil. Madame Bovary también plantea el antiparadigma del héroe frustrado, que no llega a encontrarse con su lugar fálico, y Flaubert

ha tenido la genial ocurrencia de anunciarlo desde el principio, es­ cogiendo como héroe a una mujer, es decir a un sujeto no fálico por naturaleza. Desde otro punto de vista, Emma Bovary, aunque con cierta car­ ga cervantina de parodia, también está constituida por las piezas que han servido para construir los paradigmas heroicos. Si bien ella no puede aspirar a romper con su padre y ocupar su lugar, porque es mujer, puede fantasear que será el instrumento de la conquista fálica por parte de un caballero que la ame como se aman los héroes de los novelones que ha leído. En cambio, lo que hace la heroína es casarse con un médico de Material protegido por derechos de autor