El Estudio de las relaciones internacionales

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P O L ÍT IC A

Y

D ER EC H O

Eduardo Ortiz

Sección de Obras de Política y Derecho

EL ESTUDIO DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES

EDUARDO ORTIZ

EL ESTUDIO DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES

FONDO DE CULTURA ECONOMICA

Distribución mundial para lengua española

Primera edición, FCE Chile, 2000 Segunda edición, FCE Chile, 2011

Ortiz, Eduardo El estudio de las Relaciones Internacionales / Eduardo Ortiz Chile: FCE, 2011 248 p.; 13,5 x 21 cm. (Colee. Política y Derecho) ISBN 978-956-289-091-5

© Fondo de Cultura Económica Av. Picacho Ajusco 227; Colonia Bosques del Pedregal; 14200 México, D.E ©Fondo de Cultura Económica Chile S.A. Paseo Bulnes 152, Santiago, Chile

Registro de Propiedad Intelectual N° 207.501 ISBN 978-956-289-091-5

Coordinación editorial: Fondo de Cultura Económica Chile S.A. Diseño de portada: Fondo de Cultura Económica Chile S.A. Diagramación: Gloria Barrios A. Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra -incluido el diseño tipográfico y de portada-, sea cual fuera el medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento por escrito de los editores. Impreso en Chile - Printed in Chile

Prefacio Introducción

I.

Objeto de estudio

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II. Otras disciplinas utilizadas en el estudio de las Relaciones Internacionales Historia Derecho Internacional Sociología Economía

29 34 43 50 54

III. Teoría

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IV. Paradigmas El paradigma idealista El paradigma realista El paradigma conductista

89 94 118 159

V. Después del muro de Berlín El fin de la Guerra Fría El cambio histórico Continuidad y cambio en las Relaciones Internacionales Soberanía versus globalidad Más allá de la soberanía

181 181 183 191 196 201

VI. El paradigma de la mundialización La mundialización actual Consecuencias económicas de la globalización Peligros de la mundialización La mundialización de la violencia La globalización de la cultura

223 226 228 229 234 236

Bibliografía

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Prefacio

En gran parte de los países, el estudio de las Relaciones Interna­ cionales, como disciplina crecientemente autónoma, ocupa ya un lugar respetable en la actividad académica de centros docentes y de investigación universitaria. En América Latina, heredera de una tradición cercana a la del continente europeo, el acento ha estado puesto en la orientación jurídica e histórica, alcanzando un gran de­ sarrollo en ese ámbito. Los estudios internacionales de orientación politológica, sociológica o económica han encontrado un campo más propicio en la evolución académica de los países anglosajones. Por esa razón, la llegada de los latinoamericanos a este ámbito ha sido más tardía. Con todo, la evolución ha sido muy acelerada y los aportes muy significativos. Sin embargo, como consecuencia de la actividad docente, nos hemos percatado de la necesidad de aclarar algunos conceptos fundamentales que suelen prestarse a confusión. Desde luego, hoy es esencial despejar prolongadas controversias acerca del objeto de estudio, o qué es propio de la esencia de la disciplina y qué no lo es. Tres posiciones a este respecto se han disputado el terreno desde hace mucho tiempo: una, que sitúa al Estado y su actuación propia como centro de la reflexión; aquella que, en cam­ bio, lo sustituye por una elusiva comunidad internacional; y la que, incluyendo a uno y la otra, agrega a la sociedad internacional como objeto del análisis de la disciplina. 9

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Las relaciones internacionales, en su amplia variedad, han sido objeto de actividad analítica por parte de múltiples disciplinas. Des­ de muy antiguo, la historia y el derecho se preocuparon de estudiar estos fenómenos de normal ocurrencia en la vida de relación de los pueblos. En tiempos más recientes, la política y la sociología han hecho lo propio. Después de la Segunda Guerra Mundial, una dis­ ciplina específica con rango propio empezó a cultivarse en forma sistemática en cátedras y centros de investigación. La producción de especialistas de gran categoría comenzó a ser conocida y divulgada, llegando a constituir un cuerpo de ideas que ya se considera clásico. La observación y comprensión de las relaciones internaciona­ les requiere de claridad en cuanto al instrumental que se utiliza. Diferentes perspectivas teóricas han sido empleadas para abarcar estos fenómenos. La disciplina ha sido conmovida por el desarrollo de la teoría del conocimiento. Para realizar un estudio exitoso se requiere de una cierta dilucidación previa acerca de las diversas po­ sibilidades que existen para la comprensión de cualquier aspecto de la realidad. Pero esencialmente se necesitan herramientas teóricas, “cartas de navegación” que nos permitan recorrer sin sobresaltos los mares procelosos de la vida de relación entre los pueblos. Al respecto hemos optado por la idea de paradigma, ya que a pesar de las naturales reservas que pueda despertar en el campo gnoseológico, y de las cuales nos hacemos cargo oportunamente en el texto, sirve adecuadamente para ordenar el enorme material fáctico de que disponemos. A lo largo de la historia del pensamiento, tres visiones se han disputado la primacía en el estudio de los fenómenos políticos en general y de los fenómenos de la política internacional en parti­ cular: la idealista, la realista y la conductista. A partir de estas tres posiciones básicas podemos seguir evoluciones, correcciones y va­ riaciones de muchos tipos, las que hacen de este viaje intelectual un ejercicio fascinante pero no exento de accidentes y peligros. Las ópticas a que hemos hecho mención han sido desarrolladas bajo la denominación de paradigmas. Los cambios que ha experimentado la vida internacional en años recientes han traído consecuencias teóricas importantes. Sin

PREFACIO

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embargo, el instrumental analítico que se ha ido refinando a lo largo del tiempo es, en general, adecuado para permitir una interpreta­ ción coherente de lo que ocurre ante nuestros ojos. Los énfasis han sido modificados y, como en todo el orden de las cosas humanas, las teorías, las doctrinas y las instituciones cambian o son dejadas a la orilla del camino cuando no sirven o sirven mal para entender o influir en lo que ocurre a nuestro alrededor. Muy frecuentemente ellas se vuelven a utilizar bajo nuevas circunstancias en las que pue­ den readquirir vigencia. El objetivo principal de este libro es servir de herramienta de trabajo a estudiantes universitarios y alumnos de los centros de for­ mación de diplomáticos y del personal del servicio exterior. Pero, tomando en cuenta la extensión e intensidad del fenómeno de la globalización, estamos seguros de que servirá también para que el lector no especializado encuentre en sus páginas la información que le permita entender mejor el mundo profundamente interrelacio­ nado en el que vivimos.

Introducción

Relaciones internacionales, en el sentido más amplio del término, designa los vínculos entre las unidades políticas autónomas llamadas Estados-naciones, o entre los individuos miembros de esas unidades cuando interactúan a través de las fronteras. En el plano colecti­ vo, tales relaciones pueden ser de diverso tipo: políticas, militares, económicas, jurídicas o culturales. En el plano individual pueden comprender toda clase de contactos entre miembros de los diferen­ tes Estados-naciones. Sin embargo, cuando nos referimos a las Re­ laciones Internacionales como un objeto específico de la actividad humana y de su tratamiento intelectual, lo que tenemos en mente son aquellas relaciones colectivas o individuales que, trascendiendo las fronteras, afectan las posiciones de los Estados-nación entre sí. En este sentido, las Relaciones Internacionales son relaciones políticas. Ellas abarcan, aparte de la política exterior, todos los vín­ culos colectivos o individuales que afectan la posición política de una nación-Estado frente a otras naciones-Estados. Las Relaciones Internacionales son tan antiguas como la histo­ ria política y han exhibido, a través de los tiempos, características constantes, trátese de contactos entre monarcas hereditarios, go­ biernos elegidos, ciudadanos o naciones-Estados, grandes imperios o pequeños principados, gobernantes eclesiásticos o seculares. La consistencia y persistencia de esas formas, debajo de la variedad de manifestaciones temporales pasajeras, hace posible la existencia de comprensión histórica a la vez que de análisis teórico. De esta 13

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manera, hoy estamos en condiciones de entender las relaciones in­ ternacionales de las ciudades-Estados de los griegos, tal como las describe Tucídides; las relaciones internacionales de los estados de la India del siglo IV a. de C. relatadas por Kautilya; las de los pueblos del Medio Oriente como aparecen en el Viejo Testamento; o las más recientes en el siglo XX, como las situaciones internacionales existentes hasta la Paz de Versalles en 1919, en el período de entre­ guerras, durante la Guerra Fría o tras la caída del Muro de Berlín. El análisis clásico de las relaciones internacionales sostiene que la fuerza dinámica que las moldea es el poder. Más concretamente: las aspiraciones de poder de unidades políticas autónomas. Estas aspiraciones cristalizan en tres actitudes básicas: adquirir poder cuando no se lo tiene, mantenerlo y en lo posible acrecentarlo, y demostrar que se lo tiene. De estas tres actitudes de los Estados descritas por los clásicos derivan, según ellos, tres tipos de políticas concretas: la política del statu quo, la del imperialismo y la del pres­ tigio. La lucha por el poder se lleva a cabo básicamente a través de dos medios: la diplomacia y la acción militar. Por consiguiente, en el campo de las relaciones internacionales, el Estado actúa a través de dos agentes principales: el diplomático y el soldado. Cuando se recurre a los medios militares, las naciones-Estados se embarcan en carreras armamentistas y en guerras. Pero los clásicos describen también otra forma de desarrollar las relaciones internacionales. Cuando las naciones tratan de justificar y racionalizar su posición en la lucha por el poder, lo hacen refi­ riéndose a valores universales, concretamente de naturaleza moral. Desarrollan ideologías y enriquecen los contactos pacíficos entre ellas, lo que conduce a la construcción de una diplomacia institu­ cionalizada basada en esas ideologías. Las relaciones internacionales han experimentado cambios drás­ ticos en los tiempos más recientes. Las unidades separadas del pasado dieron paso a un sistema de alcance mundial. Asimismo, el predomi­ nio de un sistema noratlántico liderado por Europa y Estados Unidos, ha cedido lugar a relaciones más complejas a escala global. La posibili­ dad de una guerra total, que dominó el campo internacional durante gran parte del siglo XX, ha tendido a desvanecerse y la eventualidad

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de una destrucción universal con armamentos nucleares se ha hecho más remota. Otras formas de relación han surgido al terminar el mi­ lenio, acentuándose los intercambios a escala planetaria, en particular los vínculos económicos, generalizándose la intercomunicación y la interdependencia. Sin embargo, estas características recientes no han eliminado los temas relativos al poder, la dominación y el empleo de la fuerza. Más bien los han transformado. Nuevos actores han reem­ plazado a los viejos, y nuevas circunstancias y escenarios han dado lugar a análisis e interpretaciones diferentes. Los progresos en la tecnología de la comunicación y del trans­ porte continúan eliminando las barreras y acortando las distancias que separan a las culturas, las sociedades, las economías y los Esta­ dos. Un número cada vez mayor de experiencias es abarcado por el estudio de las relaciones internacionales. Para algunos investiga­ dores, el amplio conjunto de ellas constituye un campo separado. Para otros, incluso ha llegado a ser una superdisciplina en la medida en que su marco se extiende a través del globo, abarcando toda dimensión de la experiencia humana. Sin embargo, también hay quienes piensan que su extenso dominio empírico es demasiado amplio como para que sea estudiado por una disciplina única, ya que las conductas individuales o colectivas susceptibles de consti­ tuir su objeto de estudio son demasiado multifacéticas como para el desarrollo de teorías y metodologías coherentes. Prescindiendo de la discusión de si las relaciones internacionales constituyen un campo separado o no, las investigaciones sobre ellas deberían ser interdisciplinarias, con académicos trabajando coor­ dinadamente para desentrañar las complejidades relativas a países, regiones, instituciones o procesos. Tal síntesis de experiencia es, sin embargo, más la excepción que la regla. La mayoría de las investi­ gaciones en relaciones internacionales suelen estar confinadas a una sola disciplina y raramente hay convergencia de las diferentes ramas del conocimiento, y el tratamiento de los problemas internacionales se hace por separado. Es más, en la práctica, una característica del es­ tudio de las relaciones internacionales es que es practicado por den­ tistas políticos y tiende a concentrarse en los aspectos políticos de entre las variadas formas de expresión de la vida internacional a que

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hemos hecho mención. En los años cincuenta, esta clara tendencia fue destacada por un importante trabajo del profesor William A. Robson, de la Escuela de Economía y Ciencia Política de la Universi­ dad de Londres, para la Asociación Internacional de Ciencia Política (publicado por UNESCO en 1955). En el ensayo sobre la enseñanza universitaria de las Ciencias Sociales y el lugar de la Ciencia Política, la disciplina de Relaciones Internacionales se ubicó claramente en el dominio de los estudios políticos. El número de sociólogos, antropólogos, psicólogos, economis­ tas, juristas e historiadores que se especializan en intercambios in­ ternacionales, es relativamente menor. Asociaciones profesionales como la Asociación de Estudios Internacionales han desarrollado un sistema de membrecía interdisciplinaria, pero sus esfuerzos han sido vanos. Sus directivas y reuniones continúan dominadas por cientistas, métodos y enfoques políticos. En definitiva, el estudio de las relaciones internacionales permanece fragmentado, lo cual facilita su dominio por los cientistas políticos. Pero lo que en realidad explica mejor que nada la dificultad de constituir un cuerpo teórico sólido y coherente bajo el marco de una disciplina independiente, es la propia naturaleza del objeto estudia­ do: las relaciones internacionales, tal como ellas existen en la reali­ dad. Históricamente, las actividades de los actores internacionales no han estado sujetas a una autoridad central, ni han sido totalmen­ te reguladas por normas compartidas. Por lo tanto, las Relaciones Internacionales no ofrecen la coherencia sustantiva en la que la ma­ yoría de las otras ciencias sociales está fundada. Así, por ejemplo, la Sociología ha gozado de una coherencia mínima proporcionada por la presencia de entidades llamadas sociedades de ámbito nacional y que, como tales, poseen jerarquías, consensos, prácticas habituales, objetivos y arreglos institucionales. La disciplina de la Economía, del mismo modo, ha mantenido su coherencia al concentrarse predomi­ nantemente en economías que son nacionales y que han conducido las prácticas e instituciones en torno a mercados, inversiones, flujos de comercio y empleo de fuerza de trabajo. Por último, la Ciencia Política ha sido organizada como una rama del conocimiento que gira en torno al Estado-nación, las actuaciones dentro de él y, por

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lo tanto, dentro de un ámbito territorial determinado. Asimismo, en ese Estado existe una autoridad soberana que mantiene el orden, provee justicia, protege el territorio, proporciona bienestar y, por supuesto, conduce la política exterior. De aquí a concluir que la acción exterior del Estado y sus vínculos con otras políticas exterio­ res de otros Estados-naciones, constituye el material de trabajo de la disciplina de Relaciones Internacionales y, por tanto, que esta es una rama de la Ciencia Política, hay sólo un paso. Si a lo anterior se agrega que, para una gran parte de la doctrina, la Ciencia Política es la ciencia del poder, y las relaciones internacionales son relacio­ nes de poder, por ser la actuación externa de los Estados, es fácil comprender que la gran mayoría de las opiniones esté de acuerdo en considerar las relaciones internacionales como pertenecientes al reino de los fenómenos políticos. Más aún, el carácter fragmentario de las relaciones internacio­ nales, que las convierte en un objeto de conocimiento de difícil manejo monodisciplinario, es confirmado por la ausencia histórica de una comunidad mundial organizada. La idea de comunidad in­ ternacional es asumida con entusiasmo por autores de la corriente idealista desde muy antiguo. Dicha idea pertenece al género de las utopías basadas en una especial concepción de la naturaleza hu­ mana y conduce a los que la comparten a estimar que el verdadero objeto de estudio de la disciplina, es la comunidad del género hu­ mano. Los realistas atacan esta concepción afirmando que la disci­ plina no puede explicarse en su existencia y fiindamentación por una supuesta comunidad internacional mundial que subsume a las sociedades nacionales y proporciona coherencia al objeto. Sin embargo, la reacción a esta postura basada en el paradig­ ma realista estatocéntrico ha dado lugar en tiempos recientes a una proposición diferente: la de que el objeto del conocimiento al que apuntan las Relaciones Internacionales es la sociedad internacional. Esta es una sociedad política no centralizada y resultante de una tra­ ma de acuerdos entre las naciones-Estados. Esta proposición difiere de la concepción defendida por los estatocéntricos, tanto en el foco de atención como en lenguaje y las categorías de análisis a utilizar. Es más, los instrumentos analíticos propios de aquella concepción

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dificultan la comprensión de la sociedad internacional, que es di­ ferente, en su naturaleza, tanto del Estado soberano como de una comunidad mundial sólo concebida como utopía futura. La acción externa del Estado soberano no desaparece ni pierde importancia o interés, pero se complementa con un espacio distinto, que es el abarcado por la sociedad internacional. La sociedad internacional tiene existencia real y tangible ya que está conformada por una malla de contactos entre Estados e indi­ viduos, y por el sistema que resulta de esos contactos constitutivos de un cuerpo de compromisos, deberes y derechos que no son entelequias sino situaciones reales y concretas. La idea de sociedad es más adecuada para describir el campo de estudio que la idea de comunidad, puesto que supone acuerdos y acciones voluntarios no siempre acompañados de coincidencia valorativa, la cual es indis­ pensable, en cambio, en la idea de comunidad. La diferencia entre ambos conceptos fue establecida con propiedad, en la década de 1920, por el sociólogo alemán Ferdinand Tónnies1 quien, en su obra Comunidad y sociedad (Gemeinschaft und Gesellschaft), marcó los límites entre una entidad natural (comunidad) y una artificial que se construye (sociedad). En efecto, agrupaciones humanas tan distintas como pueden serlo las del mundo islámico, pueden per­ tenecer a la sociedad internacional y actuar en conjunto con las del mundo cristiano de Occidente, llegando a acuerdos, contrayendo vínculos o simplemente coexistiendo. Esta idea de sociedad inter­ nacional permitió la posibilidad de que dos mundos tan dispares como el comunista y el capitalista pudiesen convivir sin destruirse. El hecho de que la efectividad y vigencia de la sociedad internacio­ nal sea cuestionada en muchos aspectos, es indicativo de su carácter evolutivo progresivo y no completamente terminado. Más bien, la sociedad internacional se encuentra en su período de gestación. En la medida en que esos contactos se van agregando a la red y son co­ nocidos y respetados, se va consolidando esa sociedad internacional que es política y no meramente humanitaria. Su existencia y respeto depende todavía de la voluntad de los Estados que creen en ella, en tanto que otros, por desgracia, aún no la reconocen integralmente. 1 Ferdinand Tonnies, Comunidad y sociedad, Losada, Buenos Aires, 1947.

I.

Objeto

de estudio

La sociedad internacional, concepto sociológico con contenido político, jurídico y económico, es el objeto de estudio de la dis­ ciplina de Relaciones Internacionales. Esta sociedad internacional es un ente complejo constituido por una trama de relaciones que se componen del accionar externo de los Estados-naciones, es de­ cir, de las acciones derivadas del ejercicio de su soberanía exterior, pero también de acciones individuales y colectivas de particulares o entidades de esos Estados-naciones cuando estas tienen una signifi­ cación internacional. En la determinación del objeto de estudio de la disciplina es preciso distinguir tiempos o pasos lógicos, porque además del ac­ cionar externo del Estado-nación, del individuo o de las colecti­ vidades -al cual podemos denominar actividad exterior o política exterior cuando se refiere más precisamente al accionar de entes públicos- hay otro sector de la vida de relación que es propio de la sociedad internacional y que es diferente de los lazos del Es­ tado-nación original. Así, podemos identificar un campo que es autónomo y propio de la sociedad internacional como es el que se desarrolla en foros multilaterales, organizaciones internacionales, organismos comunitarios, espacios económicos o culturales inter­ nacionales, e incluso hoy en día, en operaciones militares relativa­ mente autonomizadas de la base tradicional del Estado soberano. Todavía las relaciones internacionales se refieren a una hipotética comunidad internacional mundial del género humano hacia la cual 19

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se encaminan los esfuerzos de construcción de los que aceptan la unidad básica del mismo. De esta manera, el campo de estudio está formado por tres círculos concéntricos formados por la política ex­ terior, la sociedad internacional y la comunidad internacional. La naturaleza polifacética de esta red de vínculos es recogida por la doctrina más reciente, cuando señala que las relaciones in­ ternacionales están constituidas por: “un vasto rango de activida­ des, ideas y bienes que atraviesan o pueden atravesar las fronteras nacionales [y que] abrazan los intercambios sociales, culturales, económicos y políticos que ocurren en contextos institucionales o circunstanciales”.2 Si el campo de las Relaciones Internacionales no se agota con los vínculos interestatales, el límite entre los Estados —la frontera— con­ tribuye poderosamente a su determinación. Sólo cuando él es tras­ puesto por la acción humana nace una situación digna de estudio que es atrapada teóricamente para su análisis y dilucidación. Cualquier actividad que lleva a personas, entes o agentes in­ ternacionales más allá de las fronteras o límites del Estado-nación, sea actual o figuradamente, corresponde al campo de las Relacio­ nes Internacionales. En este sentido es admisible la definición de la disciplina que hace Charles Me Lelland y que reproduce E A. Sonderman: “Relaciones Internacionales es el estudio de todos los intercambios, transacciones, contactos, flujos de información y con­ tenido y las respuestas conductuales esperadas y resultantes entre las sociedades organizadas, incluyendo a sus componentes...”.3 Decimos actual o figuradamente, porque una acción individual o institucional puede físicamente tener lugar dentro de la esfera doméstica, pero sus efectos pueden trascender esa esfera sin que el agente se desplace. Así, una declaración de un jefe de Estado o de gobierno acerca de hechos de otro jefe de Estado o de gobierno, o

2 James N. Rosenau, “International Relations”, en The Oxford Companion to Politics of the World, editado por Joel Krieger, Oxford University Press, Nueva York-Oxford, 1993, p. 455. 3 “Changes in the Study of International Relations”, en Sonderman, Olsen y Me Lellan, The Theory and Practice of International Relations, Prentice Hall, 1970. (Traduc­ ción nuestra.)

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la simple operación de algún agente económico, como la decisión de invertir en el exterior, que tenga lugar en el restringido ámbito del territorio propio tienen o pueden tener consecuencias interna­ cionales de importancia. Es tal la variedad de estas acciones en el mundo moderno que el campo de las Relaciones Internacionales se ha tornado muy am­ plio. Se dice, por lo tanto, que es interdisciplinario y se afirma, por consiguiente, que la mejor manera de abarcarlo todo es a través de un concurso de conocimientos y destrezas. Las transformaciones indiscutibles producidas en época reciente por la revolución de las comunicaciones, han creado un campo de análisis sumamente ex­ tenso en el que prácticamente todo se ha hecho internacional. En el lenguaje común esto es lo que de una manera un tanto vaga se identifica con el concepto de globalidad o globalización. En este sentido, cada actividad humana tiene o tiende a tener alguna expre­ sión internacional. Si consideramos que el fenómeno de las comunicaciones es el centro de preocupación de la mayoría de la gente, porque es el ve­ hículo que permite la existencia misma de la globalidad, compren­ deremos que de lo que se trata es de la internacionalización del conocimiento. Actualmente, la ciencia ha logrado avances nunca conocidos con anterioridad. Pero tal vez lo más interesante es que, junto con la transformación de las fronteras físicas y la desaparición con ellas de las barreras nacionales, se ha producido también una comunicación horizontal del saber, y las secciones en que la ciencia se encerraba en su quehacer se han abierto a la interrelación. Hoy, el economista no puede trabajar aislado del jurista ni este del historiador o del sociólogo. El politólogo recurre tanto al filóso­ fo como al psicólogo, y su quehacer, estrechamente vinculado a la realidad, se nutre de las muestras de esa realidad que le presentan los que exploran la opinión de los grandes conglomerados humanos. Idealmente, entonces, la disciplina de las Relaciones Internacio­ nales debería ser el estudio de un vasto espectro de asuntos teóricos y prácticos que afectan la vida de las personas, en un marco global, y cuyo abordaje merecería un esfuerzo interdisciplinario.

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Advertimos que esa es una situación deseable. Todo asunto in­ ternacional que atraiga la atención de los agentes responsables de­ bería enfrentarse en forma colectiva por el más amplio grupo de expertos que se pueda reunir en forma práctica. Si bien es factible concebir a un filósofo-rey resolviendo cuál es o puede ser el mejor de los cursos de acción realizable, en el hecho, tal personaje resulta cada vez más difícil de obtener y es más práctico pensar en la exis­ tencia de equipos integrados por especialistas que enfoquen los pro­ blemas desde ángulos particulares y posibles, en especial en cuanto a las consecuencias derivadas de una acción. Sin embargo, como hemos visto, en la práctica no ocurren las cosas de esta manera. No al menos en la medida en que teóricamen­ te pudiera concebirse como algo deseable. El campo de estudio y acción de las Relaciones Internacionales tiende a ser ocupado por el politólogo o cientista político o, en su dimensión práctica, por el político activo o profesional. Los especialistas de otras disciplinas como la Economía o el Derecho han tendido a permanecer en sus cotos reservados y han mostrado más bien una inclinación a enfocar la dimensión internacional como una extensión de su disciplina que a integrarse a esfuerzos interdisciplinarios. Los economistas, en especial, que han adquirido un gran auge en los asuntos internacio­ nales en un clima de globalización, enfatizan el carácter sectorial del enfoque que practican, sea desdeñando otras dimensiones (“incon­ venientes políticos”, “accidentes históricos”, “obstáculos jurídicos”, “irracionalidades psicológicas”, “particularismos étnicos”, “meros factores climáticos o geográficos”), sea ignorándolas de plano. La Ciencia Política, en su doble empeño de estudiar, de una par­ te, los fenómenos del poder y, de otra, la organización institucional de los Estados, ha monopolizado el estudio de los asuntos interna­ cionales en el amplio sentido al que hemos aludido. Dentro de un Estado, el orden es mantenido y la violencia con­ trolada a través de la presencia de, al menos, seis condiciones o instituciones: 1) leyes escritas o no escritas que reflejan el juicio moral de la comunidad; 2) una maquinaria política para cambiar estas leyes cuando el cambio es necesario; 3) un cuerpo ejecutivo que administre estas leyes; 4) tribunales que resuelvan las disputas

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de acuerdo con la ley; 5) una fuerza pública superior que controle la violencia de individuos o subgrupos; y 6) un Estado de bienestar público suficiente como para que la gente sea razonable y pruden­ te, y no se deje conducir por el sentido de la desesperación al que siguen las vías violentas.4 Es claro que en el plano internacional muchas de estas condiciones existen sólo en una forma precaria o embrionaria. Por otra parte, el ámbito de la política internacional es un es­ pacio en construcción y es posible concebir un tiempo futuro en que la sociedad mundial llegue a ser una organización universal de naciones en la que impere la lógica política. En el plano del conocimiento, al menos, el predominio de los cientistas políticos es tal que el dominio de las Relaciones Interna­ cionales es generalmente identificado con el de la Política Interna­ cional. Para los efectos prácticos, las denominaciones de Relaciones Internacionales, Política Internacional, Política Mundial, Estudios Internacionales, Política Exterior y Asuntos Extranjeros son consi­ derados como sinónimos. Es necesario determinar la naturaleza del orden internacional existente para saber hacia dónde deben dirigir su atención los in­ teresados en el estudio de las relaciones internacionales. O, mejor, hacia dónde deben dirigir su atención en forma preferencial, ya que otras materias de la vida de relación de las naciones son también importantes de considerar. Pero es, sin duda, la red de relaciones entre comunidades políticamente organizadas lo que constituye el objeto central. Bull5 describe las aproximaciones básicas que han tomado cuerpo a partir de la constatación de una situación original de anarquía. Su primera apreciación es que hay un estado básico en el que las naciones viven en una situación semejante a la libre flotación y en el cual el choque de intereses o conflictos es resuelto por la fuerza

4 Sonderman, Olsen y Me Lellan, op. cit. 5 Hedley Bull, “Society and Anarchy in International Relations”, en Diplomarte Investigations, editado por Herbert Butterfield y Martin Wight, Unwin University Books, Londres, 1969.

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o finalmente por la guerra. El estadio siguiente es el de anarquía regulada, en el que los Estados siguen inmersos en un contexto in­ ternacional como el prevaleciente en el estadio anterior, pero donde se constata la aparición de algunos de los primeros e incipientes medios pacíficos de entendimiento, entre los cuales el fortaleci­ miento de la diplomacia ocupa un lugar preponderante. Una situa­ ción básicamente anárquica en la que prevalece el uso de la fuerza como manera de resolver en última instancia los conflictos entre los Estados-naciones, pero con validación creciente de instrumentos jurídicos para el logro de idénticos objetivos -negociación, arbitra­ jes, tratados-, es la que predomina en la escena internacional hasta comienzos del siglo XX. Básicamente, este escenario corresponde a un orden cuyas expli­ caciones fueron dadas por Hobbes y Maquiavelo. La aparición de unidades políticas llamadas Estados se produce por la desintegra­ ción de una realidad que envuelve al mundo europeo occidental y que es el Imperio Romano unido a la Iglesia católica. Hobbes, como es sabido, describe en lo interno un estado de naturaleza en el que los individuos viven un estado de guerra permanente que termina debido al establecimiento de un poder ordenador representado por el Príncipe o Soberano. De la misma manera como los individuos luchan entre sí en una condición entendida como deplorable, los príncipes harán lo propio en el plano exterior.6 ¿Cómo lo harán? Sin límites jurídicos ni morales, nos dice Maquiavelo. Sin más freno que el propio interés, que es el del territorio que representan. Pero hasta aquí llegan ambos autores. Ellos no proponen que la anar­ quía reinante se resuelva por la imposición de un gobierno único de tipo universal que corresponde a una tradición de pensamiento enteramente diferente. Habría que recordar también que Hegel participa de la idea de esta facultad del Estado de actuar en el plano externo, salvo que en él los límites de esa facultad están dados por su autoafirmación.

6 Thomas Hobbes, Leviatán, Fondo de Cultura Económica, México D.E, 1998, 9na. reimpresión.

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El uso de la teoría hobbesiana llevó a los cultores del estudio de las relaciones internacionales a estimar que el objeto de estudio de su disciplina estaba constituido por un estado de cosas que correspon­ día, en lo básico, a aquel que Hobbes, y otros como él, describían como el estado de naturaleza. Ese estado de naturaleza en lo interno se caracterizaba, como es sabido, por un estado de guerra de todos contra todos, entendiéndose a esta no sólo como enfrentamiento efectivo sino también como la disposición a hacerlo. De este estado de guerra permanente resultaba que no podía haber industria, agri­ cultura, navegación, comercio u otros refinamientos de la vida, por­ que las fuerzas y el espíritu de invención del hombre se concentraban en la provisión de la seguridad. Además, en ese estado, no había reglas morales ni legales y las nociones de Recto o Incorrecto, Justo o Injusto no tenían lugar. En consecuencia, no había Propiedad ni Dominio, no había lo Propio y lo Ajeno, y todo podía pertenecer a todos sin distinción. Esta anarquía llega a su fin con el establecimiento de un gobier­ no ejercido por el príncipe soberano. El mismo Hobbes se encargó de establecer el símil entre el estado de naturaleza interno y las rela­ ciones internacionales al decir: en todas las épocas, los reyes y personas revestidas con autori­ dad soberana, celosos de su independencia, se hallan en estado de continua enemistad, en la posición y postura de los gladia­ dores, con las armas asestadas y los ojos fijos uno en otro. Es decir, con sus fuertes guarniciones y cañones en guardia en las fronteras de sus reinos, con espías entre sus vecinos, todo lo cual implica una actitud de guerra.7

Quienes han asumido que este símil es válido, dividen sus aguas entre los que estiman que así como el caos hobbesiano termina, en lo interno, por la imposición del príncipe soberano, el estado de naturaleza internacional deberá terminar por el establecimiento de un gobierno universal; y entre aquellos otros que consideran que tal 7 Thomas Hobbes, op. cit.

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pretensión es una pura utopía, conformándose con el análisis obje­ tivo de la realidad internacional vigente y con algunas propuestas de mejoría de dicha realidad. Kant es el autor más representativo del primer modo de pensar; no sin antes asumir como válido que el estado de naturaleza no termina por un acto de fuerza (tesis de Hobbes), sino por un acto de consenso o pacto (tesis de Locke). Para Kant, un pacto entre los pueblos da lugar a la constitución de una corporación o federación de la paz que conduce a la termi­ nación de todas las guerras para siempre. Así, sostiene que: Los Estados con relaciones recíprocas entre sí no tienen otro medio, según la razón, para salir de la situación sin leyes que conduce a la guerra, que el de consentir leyes públicas coerciti­ vas, de la misma manera que los individuos entregan su libertad salvaje (sin leyes) y formar un Estado de pueblos (civitas gentium) que siempre, por supuesto en aumento, abarcará finalmente a todos los pueblos de la tierra.8 El propio Kant considera improbable que la realización de este Estado universal sea de fácil logro. Pero afirma, sin embargo, que un camino de acercamiento es racionalmente posible y, en todo caso, deseable. Esta idea es, por supuesto, consistente con la idea de progreso que inspira toda su filosofía de la sociedad. Quienes no creen que la constitución de un Estado universal sea posible, además de considerarlo inconveniente, porque del mismo modo que el Estado interno puede conducir al fin de las libertades individuales, un supra-Estado puede acarrear el peligro del fin de las libertades de los Estados-naciones miembros, demandan la creación de un orden mejor por el imperio del Derecho, o el establecimiento de una convivencia basada en el equilibrio del poder. La primera de estas alternativas nos conduce a la aceptación de la existencia de una sociedad de naciones independientes que

8 Kant, Sobre la paz perpetua, Sección Segunda, Segundo artículo definitivo para la paz perpetua, Tecnos, Madrid, 1994. Traducción de J. Abellán.

I. OBJETO DE ESTUDIO

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convienen en regular sus relaciones por medio de un orden jurídico in­ ternacional en progreso constante, llamado Derecho Internacional.9 La segunda nos induce a aceptar la evidencia del fenómeno del poder y de la impotencia de los Estados ante la existencia de ese dato. La convivencia de los mismos sólo se logra con un equilibrio o balanza de poder que limita los excesos de los más poderosos mediante la organización de contrapoderes singulares o de alianzas de Estados. En suma, el objeto de estudio de la disciplina de las Relacio­ nes Internacionales es, primordialmente, la Política Internacional entendida como el accionar externo de los Estados modernos en un campo en el que una situación de anarquía originaria ha sido regulada por las normas del Derecho Internacional o, cuando ello no es posible, balanceada por el equilibrio de poderes, conduciendo a una sociedad internacional. Esta podría, en la aspiración de algu­ nos, convertirse en el futuro en un Estado universal basado en la comunidad universal del género humano.

9 La noción de una sociedad que se compone de Estados que interactúan respetando normas morales y legales tiene su origen en el pensamiento de Hugo Grocio (15831645), conocido a través de su obra más famosa: Derecho de la Guerra y de la Paz (De Jure Belli ac Pacis). Grocio es considerado el padre del Derecho Internacional moderno. Esta comunidad no se dirige a parte alguna, al menos no a la creación de un Estado universal como lo concibe Kant. Más que relacionarse por la guerra u otros conflictos horizontales a través de las fronteras, los Estados lo hacen a través del comercio y la cooperación. El más distinguido exponente contemporáneo de esta noción es Hedley Bull: The Anarchical Society: A Study of World Politics, Macmillan, Londres, 1977.

II. Otras

disciplinas utilizadas en

EL ESTUDIO DE LAS RELACIONES

Internacionales

Los hechos de la realidad internacional pueden ser también captu­ rados por ópticas científicas diferentes. En cierta medida, la historia de los estudios internacionales es el esfuerzo de las diversas discipli­ nas por dilucidar, desde sus perspectivas particulares, la compleja realidad que ofrece el campo internacional. La vinculación entre comunidades nacionales diferentes o sec­ ciones de ellas, o incluso individuos, es un hecho natural que se ha desarrollado a paso creciente a través de las edades. Esta vinculación origina entendimientos, pero también choques y conflictos. Al re­ lacionarse con otros seres más allá de las fronteras de su entorno, el individuo experimenta satisfacciones y éxitos, o frustraciones y fra­ casos. Los contactos pueden ser positivos y beneficiosos, o negativos y conflictivos. Los conflictos alcanzan su punto crítico en la guerra. Los intereses en juego suelen considerarse tan vitales que pueden conducir a la destrucción recíproca. Pero también existe una visión positiva y constructiva que busca el logro de formas pacíficas de convivencia y el alcance de la coexistencia armónica. La reflexión acerca de estos hechos difiere poco de la que se hace sobre la vida interna. Las diversas disciplinas en las que se ha orga­ nizado el conocimiento se han preocupado de los fenómenos inter­ nacionales de una manera general o especializada hasta dar lugar en épocas recientes a ciencias que se concentran en ellos de una manera exclusiva. La disciplina de Relaciones Internacionales y su estable­ cimiento definitivo como campo con reconocimiento académico 29

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oficial en universidades, centros o institutos de investigación, es un hecho relativamente cercano y, en todo caso, de una data posterior a la Segunda Guerra Mundial. Con anterioridad a esto, los asuntos internacionales fueron abordados por las disciplinas tradicionales que, como la Historia o el Derecho, enfocaban desde sus particula­ res puntos de partida al hombre o a la sociedad. Naturalmente que la Filosofía no fue ajena a una preocupación tan fundamental como es la existencia de seres diferentes ubicados en lugares distantes del planeta ni a las preguntas acuciantes acerca de la naturaleza humana y los derechos que supuestas diferencias otorgaban a unos sobre otros. Los descubrimientos geográficos, las conquistas y domina­ ciones pusieron a la Filosofía de los tiempos modernos frente a los conflictos en que la humanidad se envolvía por estas causas. La regulación de las relaciones entre naciones o entre individuos de naciones diferentes, desde un punto de vista o criterio normati­ vo, no fue objeto de preocupación de pueblos que se abocaron a la solución de conflictos frecuentes en sociedades poco complejas. Los romanos, por ejemplo, idearon un ingenioso sistema de reglas para resolver diferencias con los que vivían más allá de sus fronteras.10 Con el tiempo, esto dio lugar a una rama del Derecho con cultores especiales, normas específicas e instituciones adecuadas, diferentes de las de aplicación interna. En verdad, no se trataba de preocu­ paciones filosóficas sino de cuestiones muy prácticas que exigían la aplicación de criterios de equidad, buena fe o simplemente de orden entre individuos o pueblos diferentes. Las formas de relación se reiteran y llegan a constituir modelos compuestos de usos o costumbres. La reiteración establece pautas consuetudinarias que no pueden ser ignoradas. La Historia se hace cargo de tales tradiciones, conserva el conocimiento del pasado, re­ moto o reciente, lo analiza, lo explica en sus relaciones de causa a efecto y lo transmite hacia el futuro, sugiriendo pautas de actua­ ción en sentidos deseables. Herodoto primero y luego Tucídides,

10 Transtebere, “del otro lado del Tíber”, ios conflictos entre ciudadanos romanos y extranjeros se resolvían de acuerdo al Jus Gentium, por un juez especial llamado Praetor Peregrinas.

II. OTRAS DISCIPLINAS

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en Grecia, observaron, elaboraron y transmitieron criterios acerca de la conducta de pueblos diferentes y su manera de relacionarse. Considerados Padres de la Historia Universal en Occidente, no hi­ cieron de las relaciones internacionales el centro de su atención, pero contribuyeron a su conocimiento, en especial el último de los nombrados, que aún figura en las antologías del ramo. Las naciones y los hombres se relacionan entre sí por vías pací­ ficas o por el conflicto. La forma extrema del conflicto es la guerra. El enfrentamiento total o forma culminante de la destrucción no ha abandonado al hombre a lo largo de su evolución. Los seres de co­ munidades diferentes se vinculan ya sea en un clima de paz, ya sea en un clima de guerra. Los estudios acerca de la guerra o, mejor, del conflicto armado virtual o efectivo, ocupan un lugar importante en las preocupaciones de los estudios internacionales. La polemología es una disciplina que estudia todas las formas de conflicto, desde las más simples a las más complejas. Hemos mencionado a Tucídides, que escribe la historia de la guerra del Peloponeso; en India se es­ tudian los escritos de Kautilya; Grocio, en los tiempos modernos, centra sus reflexiones jurídicas en el derecho de la guerra y de la paz. En tiempos más recientes, Aron, Hoflman o Kissinger consagran sus estudios a la guerra nuclear y al tipo de relaciones internaciona­ les que de ella derivan. La guerra no pierde vigencia como último recurso y los hombres se destruyen unos a otros en Bosnia, Chechenia, Ruanda o Irak. Este aspecto de la realidad internacional es estudiado tanto desde perspectivas globales como locales. Se sostiene asimismo que los Estados-naciones constituyen una comunidad distinta de las partes que los componen y que las rela­ ciones que tienen su origen en tal comunidad son múltiples, com­ plejas y variadas. De la misma manera como la sociedad doméstica tiene sus leyes de funcionamiento, sus clases que la animan, sus conflictos que la dividen o sus empresas que las unen en una red dinámica que cambia permanentemente, la sociedad internacional exhibe un panorama de cambios, choques, conflictos de intereses, desplazamientos de población. La Sociología, ciencia que aparece en el campo del conocimiento hacia fines del siglo XX, reclama un lugar en el estudio de los fenómenos internacionales y una de sus

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ramas aplica nuevas metodologías a su conocimiento. Las Relacio­ nes Internacionales son asimiladas a la Sociología Internacional. La humanidad se ha internacionalizado en forma sostenida de­ bido a los intercambios económicos. Es el comercio el que acerca a las naciones y muchas veces son las rivalidades en este campo lo que las desunen. La paz entre los pueblos, ese objetivo tan asiduamente buscado, se ha logrado y profundizado por los intercambios a que da lugar la actividad productiva de bienes y servicios. Esto conduce a la cooperación y a la formación de espacios de encuentro llama­ dos mercados. La tendencia es a la integración y a la globalización. La Economía Política clásica inglesa surgió como reflexión ante el fenómeno de la escasez que da lugar al intercambio de bienes y servicios. El colonialismo mercantil, la expansión capitalista y el imperialismo dividieron a las naciones entre explotadoras y explo­ tadas pero, a la vez, las unieron por la dependencia y la interde­ pendencia. No es muy antigua una corriente de estudios llamada Economía Internacional o Relaciones Económicas Internacionales, pero posee un ímpetu que la ha llevado a ocupar un lugar destacado en el análisis de los acontecimientos internacionales y muchas veces a concentrarse en un exceso de celo explicativo, en los fenómenos puramente económicos, desdeñando los factores políticos. Estas disciplinas tratan los aspectos internacionales como sec­ ciones o ramas de su preocupación fundamental, que es aquella particular área de la actividad humana en que concentran su pen­ samiento. Así, el Derecho, ciencia esencialmente normativa, se pre­ ocupa del deber ser de la vida de las comunidades internas. Supone la existencia de una autoridad centralizada, dotada de la fuerza ne­ cesaria para que las reglas que elabora dejen de ser meras recomen­ daciones a los súbditos y se conviertan en mandatos cuya infracción merece una sanción. Al salir de los límites de la vigencia normativa interna, la ciencia del Derecho comienza a tener problemas para en­ contrar fundamentos que soporten la obligatoriedad de la norma. Nació entonces una rama de la ciencia jurídica que fue el Derecho Internacional y que ha consagrado una gran parte de sus esfuerzos a encontrar un fundamento sólido para algo que es muy característi­ co de la norma jurídica: su coercibilidad.

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Entretanto, y a pesar de la imprecisión e insatisfacción a que nos constriñe el Derecho Internacional, la vida de relación entre naciones e individuos sigue y se desarrolla “a pesar de” las normas o en ausencia de ellas. De la misma manera, los historiadores generales dedicaron par­ te de su obra a la vida de relación de los Estados en el pasado y a la forma de cómo dicha vinculación se llevaba a efecto. Nacieron así la Historia Diplomática y la Historia de las Relaciones Inter­ nacionales; esta última, como consecuencia natural de los grandes cambios experimentados por las ciencias históricas en el siglo XX y el gran aporte de la Escuela Histórica francesa con sus acentos en la evolución social y económica de los pueblos por sobre el interés en la política y en las instituciones. Sin embargo, el estudio del pasado remoto o reciente, más general o más específico, no da cuenta apro­ piada de los elementos centrales de la realidad internacional, de su funcionamiento actual y de sus perspectivas futuras. El campo de las Relaciones Internacionales aparece en el escena­ rio de las disciplinas que estudian al ser humano y la sociedad con un enfoque más puro y, a la vez, más integral. De toda la realidad a ser estudiada recorta un objeto específico y elimina otros que le son menos interesantes. Al mismo tiempo, aborda otros aspectos anexos cuando lo estima necesario. Desde este punto de vista, no es un estudio sectorial o una especialización dentro de un cam­ po mayor, como lo es el Derecho Internacional respecto del De­ recho General o de la Ciencia Jurídica, en sentido amplio. No es una provincia del conocimiento histórico, ni un enfoque parcial de la ciencia económica. Es una disciplina independiente con un objeto propio y en búsqueda del cual pueden emplearse diversas metodologías. Como veremos oportunamente, el gran desarrollo de técnicas y métodos de investigación de la Sociología en el si­ glo XX ha sido una gran contribución al desarrollo de los estudios internacionales. La flexibilidad característica de su quehacer no le impide a la disciplina de Relaciones Internacionales abarcar, cuan­ do le es necesario, problemas propios de otras disciplinas conexas sin desconocer la especificidad de aquellas ni pretender excluirlas del esfuerzo común. Una emergencia internacional con peligro de

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enfrentamiento armado involucra elementos variados como poder, prestigio o soberanía, característicos del mundo de la política, pero también abarca aspectos como causa justa, derecho de intervención o legítima defensa que son propios del Derecho e, incluso, factores como materias primas, mercados o energía que son más propios de las ciencias económicas. Todo ello, sin mencionar los precedentes históricos, los tratados y acuerdos en vigor y los temas propiamente militares y estratégicos.

Historia

De todas las disciplinas que se han ocupado de las Relaciones Inter­ nacionales, la más antigua es la Historia. En la tradición histórica occidental, los nombres de Heródoto, Tucídides y Polibio desta­ can por su aporte a la construcción de esa ciencia. Tucídides, en particular, ilustra muy bien el hecho de que el tratamiento de un capítulo internacional de gran significación, como fue la guerra del Peloponeso, debe ser con una clara noción de los antecedentes que se encuentran en el pasado. Además, hay en Tucídides una clara preferencia por los hechos del pasado reciente, es decir, aquellos cuya certeza puede ser establecida por los testimonios presenciales o por documentos. Para Tucídides, la inevitabilidad del conflicto entre Atenas y Esparta resulta de ciertos datos comprensibles por antecedentes históricos: Mi convicción estaba basada en el hecho de que los dos ban­ dos se encontraban en el cénit de su poder y preparación, y vi, además, que el resto del mundo helénico estaba comprometido con uno u otro; incluso aquellos que no estaban inmediata­ mente comprometidos deliberaban sobre los cursos que toma­ rían posteriormente. Esta fue la perturbación más grande en la historia de los Helenos, afectando también a una gran parte del mundo no helénico, y tal vez debería decir, a la totalidad de la humanidad. Porque aunque he encontrado imposible, por su lejanía en el tiempo, adquirir un conocimiento realmente

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preciso del pasado distante o incluso de la historia que precede a nuestro período, al mirar atrás, tan lejos como pueda, toda la evidencia me conduce a concluir que aquellos no fueron gran­ des períodos, sea para la guerra, sea para cualquier cosa...11 Aun cuando la pertenencia al mundo griego de los bandos en conflicto lleva a pensar que se trata de una guerra civil, la innegable condición de ciudades-Estados distintos, con sus correspondientes sistemas de alianza, hace de esta obra un verdadero texto de política internacional desde un punto de vista histórico. Pero es en la Edad Moderna, con la estructuración de unidades políticas diferenciadas y un sistema de Estados en Europa, cuando la Historia pasa a ocuparse en forma especializada y concreta de las relaciones internacionales o como dice Celestino del Arenal: “de las relaciones interestatales que se destacan sobre las demás. Su desa­ rrollo se produce en gran medida de forma paralela al del Derecho como ciencia y ordenamiento jurídico”.12 Las ciudades italianas del Renacimiento con su incesante gue­ rrear y activa vida diplomática son el marco en el que Maquiavelo vive, actúa y escribe. Sus escritos, que aconsejan al Príncipe sobre cómo comportarse en política interna y política exterior (Maquia­ velo fue un actor directo en la actividad diplomática), acuden per­ manentemente al pasado para la ilustración de sus asertos. La si­ guiente cita es un buen ejemplo de esta afirmación:

Cuando aquellos Estados que se conquistaron como he dicho, están acostumbrados a vivir con sus leyes y en libertad, si se quie­ re conservarlos hay tres maneras de hacerlo: la primera, arrui­ narlos; la segunda, ir a vivir personalmente en ellos; la tercera, dejarlos vivir con sus leyes, extrayendo una contribución anual y creando allí un Estado de un reducido número que cuide de

11 Tomado de la Historia de la Guerra del Peloponeso. Versión inglesa de Rex Warner, Penguin Books, Londres, 1954, Libro I. (Traducción nuestra.) 12 Celestino del Arenal, Introducción a las Relaciones Internacionales, Tecnos, Madrid, 1984, p. 47.

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conservártelos amigos [...] Ejemplo de ello son los espartanos y romanos. Los espartanos tuvieron Atenas y Tebas, creando en ellas un Consejo de pocos ciudadanos; sin embargo, las perdie­ ron. Los romanos, para poseer Capua, Cartago y Numancia, las desorganizaron y no las perdieron; quisieron tener Grecia casi como la tuvieron los espartanos, haciéndola libre y dejándole sus leyes, y no tuvieron éxito, de modo que se vinieron a desor­ ganizar muchas ciudades de esta provincia para conservarla.13 Esta profusa actividad de interrelación da lugar a documentos escritos o diplomas, que contienen materialmente los tratados y acuerdos de toda índole. Las cancillerías se desarrollan a la par con el crecimiento y organización del Estado y la práctica de la diplo­ macia, así como la conservación y estudio de los documentos a que da lugar, genera una rama de la Historia conocida como Historia de los Tratados primero e Historia Diplomática con posterioridad. La Historia de los Tratados inicia su época de esplendor con el estudio de los Tratados de Paz de Westfalia en el siglo XVII. En efecto, en 1648 se firmó el acuerdo general que puso término a la Guerra de Treinta Años, concluyendo con el fin del poder del Sacro Imperio Romano y con Francia constituyéndose en la potencia pre­ dominante en Europa. Hasta el siglo XVIII, los estudios internacionales serán domina­ dos por el naciente Derecho Internacional y en forma paralela por el estudio de la Historia de los Tratados, con un fuerte sesgo jurídi­ co por tratarse de instrumentos propios de la técnica del Derecho. Si bien se trata de estudios de contenido estrictamente formal, se abre con la Historia de los Tratados una fase de interés creciente por el conocimiento de factores complementarios como el naciente sistema de Estados europeos, la personalidad de los actores que ori­ ginan los instrumentos y otros datos de la realidad.14 El siglo XIX es 13 Maquiavelo, El Príncipe, Sarpe, Madrid, 1983, p. 47. Traducción de Angeles Córdova. 14 C. del Arenal menciona las contribuciones de Tillet (1577), Mably (1777), Koch (1796-1797) y Garden (1848-1887), todas obras de historia de los Tratados de Westfalia, op. cit.

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una época de revolución en los estudios de la Historia. La Escuela Alemana experimenta un gran salto hacia adelante, terminando con la inexactitud y la falta de confiabilidad característicos de períodos anteriores. Historiadores de la talla de Mommsen o von Ranke im­ ponen el rigor en la investigación del pasado y el respeto estricto por las fuentes documentales. La Historia Diplomática termina con el predominio de la Historia de los Tratados y cubre el período que va desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial. Su característica más saliente, sin embargo, es su concen­ tración en el Estado y en los conductores individuales de la política exterior. Su preocupación es asimismo exclusivamente eurocéntrica, enmarcando su análisis en el sistema de Estados europeos. A partir de la Primera Guerra Mundial, la ciencia histórica ex­ perimentó un vuelco fundamental gracias a la contribución de la escuela francesa de Los Anales)5 Entre muchos, los nombres más fa­ mosos son los de Marc Bloch, Lucien Febvre y Fernand Braudel. La gran contribución de esta escuela fue traer la realidad de la sociedad al campo de la disciplina y convertirla en el centro de su preocupa­ ción. Lo que importa, en verdad, es el conocimiento de las fuerzas económicas sociales y de las corrientes profundas que determinan los cursos del devenir histórico, más que los conocimientos políti­ cos, las acciones de los hombres públicos o los acuerdos formales entre los representantes diplomáticos. Conozcamos en palabras de Lucien Febvre lo que constituye, a su juicio, el nuevo espíritu de la Historia:

Cerrar los ojos a todo esto; anunciar tranquilamente que “las razones complejas de los acontecimientos y en particular los móviles que han impulsado a los gobernantes permanecen su­ midos en tinieblas que, tal vez, no serán jamás disipadas”; hip­ notizarse y querer hipnotizar al lector con estos “móviles de los 15 Los Anales fue una revista en la que L. Febvre, M. Bloch y E Braudel dirigieron una crítica a la escuela anterior y en especial a su atención exclusiva a los documentos escritos por sobre los no escritos, su preferencia por el evento antes que por el gran ciclo o tiempo largo, el privilegio de los hechos políticos, diplomáticos y militares, el temor a la crítica, al debate y a la síntesis.

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gobernantes” que no son más que anécdotas; hacer como si las verdaderas causas, las profundas causas, las causas universales, cegadoras y determinadas no existieran -me refiero a las gran­ des revoluciones de la técnica industrial, hijas asimismo de las grandes revoluciones de la técnica científica y generadoras de las grandes revoluciones de la economía mundial- es hacer una apuesta, una mala apuesta.16

El nuevo enfoque de la Historia va a producir una proliferación de estudios sectoriales, especialmente de la Historia económica y social. Las obras históricas omnicomprensivas, en cambio, derivan hacia el campo de la Filosofía de la Historia, como en el caso de Spengler primero y de Toynbee en época más reciente, en las que de lo que se trata es de probar un punto de vista previamente asumi­ do con las pruebas que aporta el estudio del pasado. En el mismo espíritu debemos incluir los estudios históricos de Marx y Engels, y demás representantes del materialismo histórico.17 Siguiendo el camino inaugurado por la escuela francesa de Los Anales, el estudio sectorial alcanza al campo de las Relaciones In­ ternacionales. En particular se busca encontrar en el pasado la ex­ plicación del primer gran conflicto bélico mundial y la época de turbulencia que siguió al Tratado de Paz de Versalles, el ascenso del fascismo y el comunismo, y el estallido de la Segunda Guerra Mundial. En Francia, las figuras fundadoras de la disciplina de His­ toria de las Relaciones Internacionales son Pierre Renouvin y su discípulo y coautor posterior Jean Baptiste Duroselle. Su posición, manifestada a lo largo de una obra de proporciones monumentales,

16 L. Fevbre, “Contra la simple historia diplomática”, en Combates por la historia (1953), versión castellana, Planeta, Buenos Aires, 1993. 17 Oswald Spengler, La Decadencia de Occidente. Bosquejo de una morfología de la Historia Universal (1917), versión castellana, traducción de Manuel Mótente, Espasa Calpe, Madrid, 1976; Arnold Toynbee, A Study of History, Londres (1946), versión cas­ tellana del compendio de D. C. Somervell, Alianza, Madrid, 1970, 1977. Para la obra de Marx como historiador ver V. Kiernan, “History”, en Marx, The First Hundred Years, Fontana, Oxford, 1983. Para la Escuela del Materialismo Histórico, “Le marxisme et l’Histoire”, en Guy Bourdé y Hervé Martin, Les Ecoles Historiques, Editions du Seuil, París, 1983.

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llega incluso a postular que el estudio de las relaciones internaciona­ les sólo puede estar basado en la Historia y más aún que la Historia de las Relaciones Internacionales es la disciplina de Relaciones In­ ternacionales.18 Para J. B. Duroselle, de este planteamiento derivan consecuencias inevitables. Desde luego, la teoría de las Relaciones Internacionales no puede ni podrá, durante mucho tiempo, superar el estado empírico. El estudio de las relaciones internacionales, en un plano científico, no puede sino fundarse en el material que le proporciona la Historia. El historiador es, en efecto, el único que puede tratar un dato perfectamente particular llamado “aconteci­ miento”. Ninguna teoría de las Relaciones Internacionales es posi­ ble si no se sitúa en una perspectiva dinámica, en una perspectiva de movimiento. Lo que interesa no sólo son los acontecimientos ac­ tuales sino también la evolución, la constatación de continuidades, las creaciones, la existencia eventual de “regularidades”. Por His­ toria, Duroselle entiende dos cosas: por una parte, la técnica que permite resucitar y, en alguna medida, explicar ciertas sucesiones de acontecimientos del pasado y, por otra, el conjunto de esos aconte­ cimientos o sucesiones de acontecimientos y sus encadenamientos. Este último sentido convierte a la Historia en materia prima de las Ciencias Humanas.19 Su corolario es que el hecho básico de las relaciones internacionales es el poder, la potencia. La teoría de las Relaciones Internacionales es, en consecuencia, la historia de las grandes potencias o, si se prefiere, de los imperios, su nacimiento, desarrollo y extinción. Además, concluye, no hay potencia eterna y todo imperio perecerá. Duroselle se erige así en uno de los más importantes autores de la concepción de las Relaciones Internacio­ nales como historia.20

18 Pierre Renouvin y Jean Baptiste Duroselle, Introduction a l'Histoire des Relations Internationales, París, 1964. Versión castellana, Introducción a la Política Internacional, RIALP, Madrid, 1968. 19 J. B. Duroselle, Toute empireperira. Une visión theorique des relations intemationa­ les, Armand Collin Éditeur, París, 1981. Versión en castellano, Todo imperio perecerá. Teo­ ría de las Relaciones Internacionales, Fondo de Cultura Económica, México D.E, 1992. 20 Celestino del Arenal, op. cit., p. 197.

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Entretanto, los estudios internacionales nacen en Gran Bretaña a partir de una matriz netamente histórica. Esta realidad ha llevado a Martin Wight a afirmar que:

Puede resultar sorprendente que mientras los únicos clásicos reconocidos de los estudios políticos son los filósofos políticos, la única contraparte reconocida en el estudio de las relaciones internacionales es Tucídides, un historiador. Y que la calidad en política internacional, las preocupaciones de la diplomacia, están más incorporadas y comunicadas en escritos históricos que en una teoría internacional.21 Esa tradición ha sido preservada en la obra señera de Edward Hallet Carr, considerado uno de los mejores expositores del realis­ mo en el estudio de la política internacional. Su estudio es insusti­ tuible para la comprensión de las causas del estallido de la Segunda Guerra Mundial.22 Una corriente importante en la comprensión de los fenómenos internacionales es la que se centra en los estudios de la Historia Contemporánea. Geofrey Barraclough explica en un trabajo ya clásico la naturaleza de la Historia Contemporánea.23 Lo hace señalando las diferencias estructurales que determinan un cambio cualitativo entre la Epoca Moderna y la actual, entendiendo por esta la que marcadamente comienza a perfilarse a partir de la Revolución Industrial y Social del siglo XIX. La expansión mun­ dial del capitalismo inaugura la era del imperialismo y los estudios de Historia Política Internacional deben dar cuenta de una nueva realidad que excede a los marcos estrechos del proceso europeo. La realidad internacional es un proceso mundial.24 21 M. Wight, “Why is there no International Theory”, en Butterfield y Wight (edi­ tores), Diplomatic Investigations, Unwin University Books, Londres, 1969. Op. cit. (Tra­ ducción nuestra.) 22 E. H. Carr, The Twenty Years crisis. 1919-1939. An Introduction to the Study of InternationalRelations, HarperTorchbooks, Harper y Row, Londres (1939), 1964; Inter­ national Relations between the two World Wars (1919-1939), Macmillan, Londres, 1961. 23 G. Barraclough, An Introduction to Contemporary History, Penguin Books, Lon­ dres, 1967. 24 G. Barraclough, op. cit., p. 42.

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En estricto sentido, la Historia Contemporánea puede hacerse partir en los años 1960-1961 con los comienzos de la administra­ ción Kennedy. El Estado-nación es también una base insuficiente de análisis para un enfoque en el que: “La característica esencial de la nueva época es la de que el mundo está integrado de una manera nunca vista antes. Esto significa que ningún pueblo, por muy pe­ queño y remoto que sea, podrá abstraerse de participar”.25 Los que se oponen a la validez de la idea de la Historia Con­ temporánea lo hacen sobre la base de tres argumentos considera­ dos tradicionales. Primero, la falta de información fidedigna de los acontecimientos actuales, pues la conducta de todo país, en cuanto a sus relaciones exteriores, está hoy mucho más llena de reservas que las existentes en los asuntos domésticos y más aún de lo que se acos­ tumbra en casi todos los demás aspectos de la actividad humana. Segundo, si los acontecimientos han ocurrido recientemente, el his­ toriador carece de la perspectiva y del tiempo necesarios para juzgar el comportamiento de los diversos gobiernos involucrados. Tercero, el historiador o investigador forma parte de los acontecimientos contemporáneos, por lo que no puede desligarse de ellos. Arnold Toynbee, para quien los asuntos internacionales con­ temporáneos forman parte indiscutible de la historia contemporá­ nea, se hace cargo de cada una de estas objeciones.26 Respecto de la falta de información fidedigna, el autor sostiene que ella está nor­ malmente contenida en documentos oficiales. Pero los documentos oficiales cumplen otros propósitos y no proporcionan mucha infor­ mación a los historiadores. Generalmente los documentos oficiales son redactados con propósitos de acción inmediata, con el fin de provocar un suceso o prevenir un acontecimiento. Poco sirven al historiador. Como permanecen guardados durante cincuenta años, el historiador de acontecimientos recientes no tiene acceso a ellos y basa su investigación en otras fuentes. Mucho tiempo después, cuando esos documentos son conocidos, su pobreza para conocer el

25 Ibíd., p. 42. 26 Arnold Toynbee, “El estudio de la historia contemporánea”, Estudios Internaciona­ les, Año I, N° 1, Santiago, abril de 1967.

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acontecimiento se hace manifiesta y generalmente se concluye que poco o nada aportan y poco o nada pudieron aportar en el tiempo en que el historiador contemporáneo escribió. En cuanto al tema de la falta de perspectiva, Toynbee sostiene que ella se da tanto respecto de los acontecimientos recientes como de los muy remotos y depende más de la cristalización de los acon­ tecimientos en un contexto, que de la cercanía o lejanía del acon­ tecer narrado. Es la propia historia de tiempos muy remotos la que altera la importancia relativa de las fuentes. Si los acontecimientos de la Guerra del Peloponeso se conocen por la obra que sobrevive y que fuera escrita por un ateniense, el historiador no tendrá una visión equilibrada de esos hechos y eso es válido tanto para lo más reciente como para lo más antiguo. Por último, el argumento del compromiso con los aconteci­ mientos narrados, o falta de objetividad, depende más de la posi­ ción ideológica, cultural o religiosa del autor que de su proximidad temporal con los mismos. Ese compromiso o involucramiento de­ pende del carácter humano del historiador. Esto lo lleva a concluir que el estudio de la historia contemporánea es posible y no más difícil que el estudio del pasado más distante. En época reciente, los enfoques de Relaciones Internacionales, desde una perspectiva histórica, han tenido un sólido aporte en la obra del historiador Eric Hobsbawm, quien completa su serie de estudios de historia económica y social del siglo XIX con una sín­ tesis de lo que él denomina “la edad de los extremos” o el “corto siglo 20”.27 En este trabajo propone claves interpretativas. En la historia contemporánea, los eventos internacionales ocupan el cen­ tro de la escena y ellos no pueden ser entendidos si no se recurre a los fundamentos fácticos que los precedieron. La Primera Guerra Mundial, con la que su obra comienza, marcó la ruptura de la civilización occidental del siglo XIX. Esta civilización fue capita­ lista en su economía; liberal en su estructura legal y constitucional;

27 Eric Hobsbawm, The Age ofExtremes. A History ofthe World 1914-1991, Vintage, Nueva York, 1994. Versión castellana, Historia del siglo XX, Crítica, Grijalbo Mondadori, Barcelona, 1995.

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burguesa en la imagen de su clase hegemónica característica; glorio­ sa en el avance de la ciencia, conocimiento, educación y progreso material; profundamente convencida de la centralidad de Europa y lugar de nacimiento de las revoluciones en las ciencias, las artes, la política y la industria. Sus economías habían penetrado y sus soldados conquistado y subyugado a la mayor parte del mundo. Sus poblaciones habían crecido hasta formar un tercio de la raza humana y sus mayores Estados habían constituido el sistema de la política mundial. Las décadas que siguieron al estallido de la Pri­ mera Guerra Mundial, hasta el fin de la Segunda, fueron una era de catástrofes para esta sociedad. Por cuarenta años tropezó de una calamidad en otra. Otra clave proporcionada por Hobsbawm para interpretar las relaciones internacionales contemporáneas desde la perspectiva his­ tórica es la de que estas fueron décadas de crisis global o universal. La crisis afectó las diferentes partes del mundo de diversas maneras y en diversos grados. Por primera vez en la historia se había creado una economía mundial única, crecientemente integrada y univer­ sal, operando a través de las fronteras y, por lo tanto, superando las barreras de las ideologías estatales. El mundo que cayó a pedazos a fines de la década de 1980 fue el que había sido moldeado por el impacto de la Revolución Rusa de 1917 y que había sido dividido por la contradicción entre capitalismo y socialismo. Su obra concluye, como muchas terminadas a comienzos de los noventa, con una mirada hacia la oscuridad. El colapso de una parte del mundo reveló la enfermedad de la otra. La crisis, por lo demás, demostró ser no sólo económica sino, además, política. El futuro de la política luce oscuro pero su crisis, al finalizar el corto siglo XX, es obvia.

Derecho Internacional

El Derecho Internacional Público es una rama de la Ciencia Jurídica. Es, en consecuencia, una ciencia normativa que tiene una estructura lógica especial y cuya unidad básica de análisis es la norma jurídica,

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es decir, un mandato o disposición obligatoria cuya violación aca­ rrea una sanción. Esto la hace positivamente diferente a toda otra disciplina que aborde la realidad internacional con criterios distin­ tos a los normativos. Las normas internacionales recogen valores, como todas las normas, entre los que se deben mencionar el orden y la justicia. Las dificultades de la realización de los valores univer­ sales a través de las normas del Derecho Internacional son obvias y ya se han mencionado. La principal es la precaria existencia de una sociedad internacional y de una autoridad que la presida. Asimis­ mo, las conductas que busca regular son proyecciones externas del poder de los Estados, lo que crea un campo propio de aplicación que va desde la anarquía regulada o equilibrio de poder al orden universal con características semejantes a las del ámbito interno. El Derecho Internacional o ley de las naciones es un cuerpo de normas y principios que los Estados consideran obligatorios. Los tratadistas siempre sintieron la necesidad de explicar y justificar la naturaleza obligatoria y vinculante del Derecho Internacional, porque las no­ ciones de soberanía estatal y la sujeción de los Estados a la norma jurídica no marchan juntas necesariamente. El espíritu positivista, a diferencia del jusnaturalista, fundamentó esta obligatoriedad en el consentimiento de los Estados a obligarse. Este consentimiento se manifiesta, a veces, en forma expresa, como en el caso de los trata­ dos o, en forma tácita, como ocurre con las reglas consuetudinarias. La opinión del positivismo fue valiosa en el sentido de enfatizar el estudio de la práctica de los Estados como fuente del Derecho Internacional positivo, pero su exigencia del consentimiento de los mismos para el surgimiento y vigor de una norma, es insatisfactoria y deja cuestiones sin resolver. Así, por ejemplo, no explica bien por qué un Estado que con su consentimiento da nacimiento a una norma no puede posteriormente retirar ese consentimiento y debe continuar atado a ella, lo que se refleja en la máxima pacta sunt servanda (los pactos deben cumplirse). El hombre corriente tiende a estimar que la norma internacio­ nal tiene menos peso obligatorio que la ley interna. Frecuentemen­ te, el lego usa como argumento la violación frecuente de las leyes internacionales de la guerra para apoyar su argumentación. Pero en

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verdad se trata de una distorsión producto del olvido o la ignoran­ cia de que la mayoría de las normas internacionales son respetadas, porque su vigencia y observación beneficia a un gran número de Estados. Lo mismo puede decirse respecto de la falta de sanción por la infracción, porque en realidad las consecuencias de la infracción son variadas y difíciles de soportar por el Estado infractor, debido a la reciprocidad que preside las relaciones jurídicas internacionales: quien viola la norma internacional se ve expuesto a sufrir represalias no deseables. El uso de la fuerza como expresión efectiva o como coercibilidad es también otro de los grandes problemas del Derecho In­ ternacional. Quién puede ejercer la fuerza armada, a qué título y contra quién es uno de los temas medulares de la ciencia jurídica internacional. Otro tema digno de ser mencionado y que adquiere crecientes niveles de importancia es el de los sujetos del Derecho Internacio­ nal. A diferencia de lo que ocurre en el orden interno, son sólo los Estados soberanos los que tienen el reconocimiento como sujetos de esta rama de Derecho y no las personas individuales, situación que tiende a cambiar en la medida en que crece el reconocimiento de los derechos universales de la persona humana, en especial fren­ te a la maquinaria del Estado moderno. De la misma manera, los principios que regulan la responsabilidad por infracción a la norma son distintos en uno y otro orden. En el orden interno, la respon­ sabilidad es siempre individual; en el orden internacional, lo es sólo por excepción. Generalmente recae en el Estado. A partir de la premisa de que todo lo que tiene fuerza jurídica, y sólo esto posee existencia real, posición estrictamente positivista, se ha concluido que lo que aportan otras formas del conocimiento tie­ ne sólo un valor complementario o auxiliar. El absolutismo jurídico así entendido ha conducido fatalmente al Derecho Internacional a un aislamiento de la realidad y a la generalizada convicción de su insuficiencia como instrumento de comprensión de la vida inter­ nacional. En efecto, esta desborda los ámbitos del imperio de la norma y se manifiesta de muchas maneras, de las que no da cuenta el análisis jurídico formal.

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El Derecho Internacional surge y se consolida como una disci­ plina y rama autónoma en los siglos XVI y XVII con el fortaleci­ miento de los Estados europeos. Su configuración se hace efectiva con la Escuela del Derecho Natural y sus expositores tempranos, Vitoria y Suárez, en España. Se trató de encontrar explicación ra­ cional a las interrogantes surgidas con los procesos de descubri­ miento, conquista y colonización. Las rivalidades entre las poten­ cias europeas en expansión por el dominio de los mares y las rutas, las pugnas por conquistar territorios y esferas de influencia, y la voluntad de establecer colonias de poblamiento y explotación, es­ tán en los orígenes de una preocupación filosófico-jurídica que de­ sarrolla la idea de una sociedad universal regida por el Derecho de Gentes, basado en el Derecho Natural. Esta manera de entender la regulación jurídica de las relaciones entre naciones tiene un punto de partida filosófico que sirve de piedra angular a toda la construc­ ción, y que no es otro que la idea de que la creatura humana es obra de la divinidad y posee ciertas características comunes entre las que se cuenta la capacidad racional de descubrir a la norma natural. Como todos los individuos, cualquiera que sea el lugar que habiten, están dotados de esa capacidad, es posible construir un ordenamiento positivo, basado en la ley natural. El origen de ese ordenamiento natural es explicado de acuerdo a la particular posición del que realiza la reflexión. Si es un creyente él se encuen­ tra en Dios y el Derecho Natural es de origen divino. Si no lo es, puede, con todo, concebir racionalmente un tal orden y hablamos de iusracionalismo. En todo caso, para estos efectos se acepta la existencia de una comunidad universal unida por normas naturales que pueden dar origen a normas positivas. Estas últimas constitu­ yen el Derecho Internacional. Sin embargo, es preciso hacer dos aclaraciones. Cuán restringida o extensa pueda ser esa comunidad dependerá, en esa época históri­ ca, de los criterios que se utilicen para el tratamiento del género hu­ mano. Si no todos los seres humanos pertenecen a la comunidad de naciones que integran la civilización, no podrán aplicarse las normas indistintamente. Habrá, en consecuencia, al menos dos comunida­ des: la de naciones civilizadas regidas por el Derecho Internacional

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común y la de salvajes, excluida de la regulación o con la cual hay fórmulas de entendimiento de una naturaleza particular.28 En segundo lugar, una línea diferente es la seguida por Hugo Grocio y otros exponentes de la tradición holandesa protestante, para quienes la sociedad internacional, a semejanza de la sociedad política interna, está compuesta de unidades que podrían llegar a convenir en una autoridad común pero no llegan a hacerlo. Hay sólo Estados dotados de poder interno y externo, cuya principal preocupación es hacerlo valer frente a otros Estados que también lo tienen hasta establecer una situación de equilibrio o anarquía regulada, como algunos prefieren denominar. La situación histórica que Grocio tiene ante sus ojos es la de una naciente sociedad de naciones de muy precaria viabilidad. La pretensión de que Huigh de Groot (Hugo Grotius es la ver­ sión latinizada de su nombre) sea el padre del Derecho Internacio­ nal, es un lugar común. Lo cierto es que su contribución a la forma­ ción de la ciencia es importante no obstante haber pedido prestado a los clásicos, a sus predecesores recientes como Alberico Gentili (1552-1608) y a la antigua tradición la argumentación jurídica so­ bre la materia. Entre sus contribuciones fundacionales se encuentra su defensa de la libre navegación de los mares (vital para el naciente estado marítimo de los Países Bajos en su querella contra España y Portugal), bajo el título de Mare Liberurum y su igualmente signi­ ficativa contribución a la fijación de las leyes sobre enfrentamiento armado entre las naciones en De Jure Belli ac Pacis (1625). Grocio murió tres años antes de la Paz de Westfalia de 1648, que consagró la existencia de Estados independientes, después de grandes con­ cepciones supranacionales como la Iglesia católica y el Sacro Impe­ rio Romano Germánico.29 28 En el debate jurídico teológico español sobre los títulos de la conquista, es fre­ cuente la distinción entre cristianos e infieles a los que es legítimo despojar. 29 La vida de Hugo Grocio no deja de tener rasgos notables. Nacido en Delft, en las Provincias Unidas de los Países Bajos, o República Holandesa, fue un niño prodigio admitido en la Universidad de Leyden a la edad de once años. Al visitar París, a los quince años, el rey Enrique IV lo aclamó como “el milagro de Holanda”. En 1599 fue admitido a la profesión de abogado y en 1607 fue nombrado Fiscal de Holanda. Su brillante carre­ ra tuvo, sin embargo, un abrupto final por no ser considerado lo suficientemente com­

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La fase más reciente en la evolución del Derecho Internacional es la que va desde la Primera Guerra Mundial hasta el presente. Hasta la primera conflagración mundial, y visto desde la óptica de la regulación o de los intentos de regulación jurídica, el mundo ofrecía las siguientes características: un área restringida a la cual se reducía el espacio jurídico internacional en plenitud y que era Eu­ ropa Occidental, Estados Unidos de América y algunas repúblicas sudamericanas; Rusia, China, Japón y el Imperio Otomano eran casos especiales de países coloniales o semicoloniales; ausencia de organizaciones internacionales destinadas a armonizar las relaciones entre naciones; “balanza de poder” como Estado normal derivado del uso de la fuerza como una atribución esencial de la soberanía individual de los Estados; y responsabilidad internacional como un asunto que concierne únicamente al ofensor y al ofendido. Después de 1917, el Derecho Internacional ha conocido dos etapas claramente diferenciadas que lo han enfrentado con tipos de problemas muy distintos. La aparición del campo socialista y la emergencia del mundo poscolonial fueron el marco de la nue­ va realidad. El establecimiento del primer Estado socialista de la historia, Rusia en 1917, seguido de una proliferación de casos que adoptaron el mismo camino, tras la derrota de los fascismos en 1945, alteraría profundamente la operación de algunas institucio­ nes clásicas del Derecho Internacional. Asimismo, puso a prueba de fuego la eficacia de otras, como la normativa multilateral en el mantenimiento de la paz, según indican las dificultades de la So­ ciedad de las Naciones. La aparición de un campo socialista aceleró

prometido con el protestantismo. En efecto, Grocio predicaba la tolerancia. Cuando en 1618, el príncipe Mauricio, comandante de los ejércitos holandeses, impuso un régimen más militante y menos tolerante, Grocio fue condenado a prisión perpetua. Se escapó escondido en un cesto de libros y vivió en exilio prácticamente todo el resto de sus días. Su obra famosa, De Jure Bellis ac Pacis, fue escrita gracias a una pensión de subsistencia que le otorgó el rey de Francia mientras vivió en París. A pesar de que se le permitió regresar a su país por un corto período, su carrera estaba terminada. Fue contratado por Suecia para servir como embajador en Francia gracias al favor del canciller de ese país; mas, cuando la estrella de este declinó, fue relevado de su puesto y llamado de vuelta a Suecia. Al año siguiente, cuando navegaba de nuevo a París, su barco naufragó en el Báltico. Murió dos años después en Rostock.

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asimismo el desarrollo de la normativa internacional relativa a los problemas sociales y colectivos, la descolonización, la regulación del trabajo y de la salud. Pero también aceleró e intensificó el tra­ bajo jurídico sobre nacionalidades, autonomías y control del poder militar. El mundo se dividió en tres zonas diferenciadas de acuerdo a su desarrollo social y económico: el mundo noratlántico, Japón y el Pacífico de desarrollo capitalista; el campo socialista; y el Ter­ cer Mundo o de las naciones menos desarrolladas, en desarrollo o emergentes. Las organizaciones internacionales y experiencias de agrupación regional, comerciales o defensivas, proliferaron, así como las insti­ tuciones y acuerdos encaminados al control del uso de la fuerza en la solución del conflicto internacional y, en particular, la regulación del poderío atómico. El fin de la Guerra Fría, con el desaparecimiento de la URSS y del bloque socialista, creó un nuevo escenario y un nuevo catálogo de temas para el Derecho Internacional. El mundo sigue dividido en Estados-naciones que, de acuerdo a la noción clásica del Derecho Internacional ocupan el lugar privilegiado en las relaciones interna­ cionales. Sin embargo, fenómenos nuevos como la globalización hicieron más relativa su importancia. Si bien es cierto que los pro­ cesos de descolonización que tuvieron lugar después de la Segunda Guerra Mundial aumentaron en forma significativa el número de Estados, también lo es que nuevas fuerzas como las empresas priva­ das transnacionales redujeron considerablemente la efectividad del principio jurídico internacional de la igualdad de los Estados. Con todo, al terminar la Guerra Fría y desintegrarse el campo socialista, ha vuelto a tener vigor la idea del Estado nacional, pero ahora es ex­ presión de fuerzas diferentes tales como los particularismos étnicos y religiosos. Siempre en el plano de los sujetos del Derecho Interna­ cional, existe hoy una tendencia creciente a que subgrupos dentro del Estado y hasta individuos puedan ser oídos, tenidos en cuenta y aceptados como actores válidos en procesos e instancias jurídicas internacionales. Organizaciones no gubernamentales de todo tipo han proliferado, dando lugar a profundas e inéditas alteraciones de la vida del Derecho Internacional.

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El libre comercio, que se ha impuesto como un principio domi­ nante en el concierto internacional de fines del siglo XX, ha entra­ do en contradicción con normas vigentes inspiradas en principios diferentes y hasta contrarios, generando tensiones en el Derecho Internacional. Nuevas realidades, como la revolución de las comunicaciones o la expansión de la tecnología y el conocimiento, han traído consigo nuevas formas de vida, movimientos migratorios y estilos universal­ mente aceptados que barren fronteras estatales o las relativizan. La vida internacional, como ocurre por lo demás en la relación de la realidad con cualquier otra rama del Derecho, se ha modificado tan profunda y vertiginosamente que la norma jurídica no da cuenta de ella en propiedad, al menos a ese ritmo, y el Derecho Internacio­ nal, lejos de ser la ciencia de las relaciones internacionales, como lo sostienen sus cultores, es sólo una parte de la misma: aquella que es efectiva y eficazmente aprisionada o regida por la norma, dejando fuera lo que no lo es, sea porque aún no lo ha sido, sea porque no es posible que lo sea.

Sociología

En el siglo XIX tuvo lugar, entre muchas otras, una revolución del conocimiento como fue la aparición de la Sociología. En Francia, Augusto Comte y Emilio Durkheim dieron vida a la nueva ciencia de la sociedad. En Alemania, Weber también enfocó con nuevos criterios el fenómeno burocrático del Estado moderno y enfrentó específicamente el arquetipo burocrático del funcionario de rela­ ciones exteriores.30 El centro de atención de la nueva ciencia fue la sociedad humana; ella y los fenómenos a que da lugar pueden desenvolverse en el campo interno o internacional. Esto repercutió muy poderosamente en las ciencias ya constituidas, las que fueron

30 Max Weber, “El poder de la burocracia en la política exterior”, en Escritos políticos, Alianza, Madrid, 1991.

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reexaminadas a la luz de los nuevos enfoques. Surgieron, por tanto, una Sociología histórica, una Sociología jurídica y una Sociología de la política, que estudiaron con el nuevo criterio las connotacio­ nes sociales del pasado, de la norma jurídica y de la organización del poder, respectivamente. Pero no sólo el objeto del conocimiento es conmovido por el nuevo saber, también lo son los métodos de tratamiento y las técnicas de investigación. La irrupción de la So­ ciología significó una profunda alteración en la forma de manejar teóricamente la realidad. La revolución de los contenidos y de la metodología alteró fundamentalmente el estudio de los fenómenos internacionales. Para autores como Schwarzenberger:

El campo de la ciencia de las relaciones internacionales es la sociedad internacional. Sus objetos son la evolución y estructu­ ra de la sociedad internacional, los individuos y grupos que se ocupan activa o positivamente en este nexo social, los tipos de conducta en el medio internacional, las fuerzas que operan tras la acción en la esfera internacional y los modelos de las cosas futuras en el plano internacional.31 Los énfasis destacados por nuestro subrayado nos revelan muy claramente que la orientación es inconfundiblemente sociológica. Pero, más adelante, el propio autor declara explícitamente que: “El estudio de las relaciones internacionales es la rama de la sociología que se ocupa de la sociedad internacional. Esto explicará por qué la ciencia de las relaciones internacionales no puede tener una exclusi­ va e íntima asociación con cualquier rama de la ciencia que no sea la sociología misma”.32 La visión sociológica de las relaciones internacionales tiene como centro la noción de sociedad internacional. Su preocupación,

31 Georg Schwarzenberger, La política del poder. Estudio de la sociedad internacional, Fondo de Cultura Económica, México D.F.-Buenos Aires, 1960, p. 3. Versión original de la obra publicada en 1941 con el título de Power Politics, a Study of International Society, por Stevens and Sons Limited, Londres. (Subrayado nuestro.) 32 Ibíd., p. 8. (Subrayado nuestro.)

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a diferencia de las otras disciplinas que estudian estos fenómenos desde el punto de vista del Estado-nación, es el conjunto de ellos, pero subsumidos en una entidad superior que es la sociedad de na­ ciones, en marcha hacia una verdadera comunidad. Sociedad no debe entenderse aquí en su acepción jurídica sino en la más amplia de agrupación de seres humanos con prescindencia de la organiza­ ción política o jurídica (sociedad civil). En esa realidad supraestatal actúan fuerzas y agentes diversos como grupos de variada índole en una dinámica de interrelación que excede los marcos formales y normativos de tipo jurídico, ético o histórico. Su preocupación es, en consecuencia, fundamentalmente empírica. Busca confrontar lo real, no lo valórico ni lo normativo. Requiere, en consecuencia, de un instrumental analítico apro­ piado. La Sociología caló muy hondo en Estados Unidos, influyen­ do poderosamente en universidades y centros de investigación. Los estudios de Relaciones Internacionales en ese país asumieron un sesgo fuertemente empírico y positivo. El conductismo guió muy determinantemente el análisis internacional y lo propio puede de­ cirse del funcionalismo. De acuerdo con el conductismo, los estu­ dios de Relaciones Internacionales debían abandonar toda preten­ sión histórica, valorativa y filosófica, y limitarse al análisis escueto de la realidad constituida por los comportamientos o conductas de los agentes y de las fuerzas observables y, más aún, conmensurables. El funcionalismo recomendó el estudio de los modos de operar de las estructuras internacionales. El estructural-funcionalismo tiñó el estudio de las relaciones internacionales y, por sobre el estudio de las conductas, se abrió paso el estudio de las estructuras que fun­ cionan dentro de sistemas en una versión más bien mecanicista del orden internacional: Este fue el auge de la Sociología estructural-funcionalista que aspiraba a ser tan sistemática acerca del mundo social como Newton lo había sido a propósito del mundo de la naturaleza. El propósito era dar una explicación a gran escala reduciendo a los individuos a una importancia secundaria. Aunque aquel auge se terminó, el intento dejó una huella indeleble que aún

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explica el atractivo hacia lo sistémico que experimenta todo dentista social.33 Es indudable la exactitud de esta afirmación. En el análisis in­ ternacional es frecuente la utilización de categorías provenientes del enfoque sociológico aun por autores muy apartados de ella. En el léxico utilizado hay abundancia de términos provenientes de la me­ todología estructural-funcionalista. Ello probablemente se deba al innegable mérito de muchos instrumentos de esa procedencia. En Europa, en cambio, el enfoque sociológico sería muy dife­ rente. Se emparentaba fuertemente con la Historia y, en lo que a Relaciones Internacionales se refiere, tenía a Raymond Aron como su más distinguido exponente. Para Aron, el conocimiento de la sociedad internacional exigía integrar el pasado, porque el punto de partida de la sociedad internacional son las naciones individual­ mente consideradas y sus raíces en el pasado. Pero exigía también la integración de lo filosófico, que identificó con la teoría de lo sociológico, entendida como:

la búsqueda de proposiciones de una cierta generalidad, relati­ vas tanto a la acción que ejerce una cierta causa sobre el poder o los objetivos de las unidades políticas, sobre la naturaleza de los sistemas, sobre los tipos de paz y guerra, como relativas a las sucesiones regulares o a los esquemas de futuro que estarían insertos en la realidad sin que los actores hayan tenido necesa­ riamente conciencia de ello.34

Aron sostiene también la necesaria integración de la praxeología, entendida como la puesta en acción de la teoría, puesto que en las relaciones internacionales no basta con mirar, describir y señalar re­ gularidades. Es necesario actuar y juzgar las actuaciones de acuerdo

33 Martin Hollis y Steve Smith, Explaining and Understanding International Relations, Clarendon, Oxford, 1990, p. 92. (Traducción nuestra.) 34 R. Aron, Paz y guerra entre las naciones. Versión castellana de Luis Cuervo, Alianza, Madrid, 1985, p. 228.

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a pautas morales. La praxeología incluye, entonces, aspectos nor­ mativos y valorar i vos. Su posición es extremadamente crítica frente a la obsesión de aquella Sociología que considera los aspectos metodológicos como cuestiones centrales y absorbentes. “Vivan los computadores y la investigación experimental -declara- pero mientras las máquinas y técnicos no terminen por instruir a los estadistas, cuidémonos de no olvidar las lecciones de la experiencia traídas a la luz por el esfuerzo de conceptualizar.”35 Por otra parte, no hay que olvidar que Aron es hijo de su tiem­ po, y muy importante en su pensamiento es la confrontación EsteOeste y el problema del uso de la fuerza en las relaciones entre las naciones. Su sociología de las relaciones internacionales, considera­ da por algunos como Sociología Histórica, es en verdad un enfoque amplio y generoso, fuertemente interdisciplinario. La sociología internacional de Aron evoluciona de manera drás­ tica en sus últimos escritos. La idea de una sociedad internacional es puesta en duda. Las relaciones internacionales son relaciones entre Estados. El poder y el recurso al uso legítimo de la fuerza son sus objetos de estudio, lo cual las sitúa en el campo de la Sociología Po­ lítica y más concretamente de la Sociología Política Internacional. Tal criterio influyó en Stanley Hoffman, sociólogo político estado­ unidense que abogó por el establecimiento de una disciplina autó­ noma, cuyo basamento es una teoría de relaciones internacionales con objeto y método propio.36

Economía

Otra disciplina que estudia las relaciones internacionales es la cien­ cia económica. Lo hace desde su particular perspectiva, porque es 35 R. Aron, “¿Qué es una teoría de las Relaciones Internacionales?” (“What is a theory of International Relations?”, en Politics and History, Transaction Books, Nueva York, 1984. 36 Stanley Hoffman, Teorías contemporáneas sobre las Relaciones Internacionales, Tectos, Madrid, 1979.

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indudable que los fenómenos económicos han acercado y alejado alternativamente a las naciones. La producción ha obligado al gé­ nero humano a explorar, descubrir, conquistar, colonizar y explotar. También a negociar e intercambiar. En fases más avanzadas, a inver­ tir, a asociarse y, en suma, a realizar toda clase de operaciones más allá de sus fronteras. La actividad económica ha sido un motor muy importante de las relaciones internacionales. En la Antigüedad, ella puso en contacto a los imperios y a los integrantes de los imperios entre sí. Durante la Edad Media contribuyó a la ruptura del aisla­ miento que siguió a la caída del Imperio Romano. En los Tiempos Modernos, con el fortalecimiento del Estado, unió los destinos del comercio y de la política, y la grandeza de las naciones pasó a ba­ sarse en su actividad comercial centrada en el oro, la plata y las materias primas.37 Los primeros intentos modernos de teorización sobre las relaciones internacionales fueron sobre la guerra y sobre la paz. Los relativos a la paz, en efecto, fueron intentos de creación de regulaciones de condiciones internacionales para el comercio. Los economistas, como los juristas, los historiadores o los soció­ logos también creen que su versión de las relaciones internacionales es la que tiene más valor. Que las naciones se vinculan porque las mueven intereses económicos y que todos los fenómenos del cam­ po giran en torno a un nudo central que es la economía. En parte tienen razón y esto se ha traducido en una gran fortaleza de los estudios de economía internacional. El mercantilismo no fue una teoría sino más bien una práctica o modo de actuar de gobernantes y comerciantes unidos en los al­ bores de los tiempos modernos. No hay grandes obras teóricas sino más bien documentos de Estado como las Actas de Navegación de Cromwell (1660) o las Ordenanzas de Colbert (1670), que destaca­ ban la idea central de que la riqueza de las naciones debe basarse en la acumulación lograda a través del proteccionismo de su producción y comercio exterior, el desarrollo de una flota mercante nacional y el logro de una balanza de pagos favorable. Pero el mercantilismo

37 John Kenneth Galbraith, A History ofEconomics. The Past as the Present, Hamish Hamikon, Londres, 1987.

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o capitalismo temprano o mercantil es una visión de las relaciones entre naciones, si bien negativa y brutalmente competitiva, pero visión al fin y al cabo, y por tanto una aproximación al tema des­ de la naciente ciencia de la Economía Política. Con todo, hay un sinnúmero de obras analíticas en las que se exponen los principios fundamentales de la actividad económica que hacen grandes a las naciones y que las elevan sobre otras: en Francia, sin duda los escri­ tos de Richelieu y sobre todo de Colbert; en Inglaterra, los de Thomas Mun (director de la Compañía de las Indias Orientales y autor de England’s Treasure by Foreign Trade), de Josiah Child, Charles Devenant, Dudley North (mercader en Turquía y luego alcalde de Londres), y William Petty; en Suecia, los de Anders Berch (titular de la primera cátedra de Economía de la Universidad de Upsala); y en España, los de Luis Ortiz que, prediciendo, en 1557, la futura decadencia del reino, invitaba a todos los ociosos, hidalgos y letra­ dos a ponerse a trabajar y a producir. Todos constituían el cuerpo teórico analítico de las Relaciones Internacionales desde el punto de vista de la naciente ciencia económica.38 La Economía Política clásica inglesa, que irrumpe con la revo­ lución industrial y el libre comercio, tuvo en Adam Smith a su más genial expositor.39 Aun cuando su peculiar modo de presentar las cosas provocó ácidas reacciones entre los entendidos, su mensaje fundamental abrió una nueva era entre las naciones. Smith miraba el mundo desde un punto de vista optimista y no vivió lo sufi­ ciente para conocer la cara fea del capitalismo industrial con las catastróficas consecuencias que trajo para una parte importante del género humano. Para él, lo esencial era la división del trabajo tanto en lo interno como en lo internacional. El mercantilismo carecía de sentido. Una nación podía concentrar su producción en un género determinado y proveerse de lo que le faltaba gracias al comercio libre y a la posición ventajosa que le significaba su

38 Pierre Deyon, Los orígenes de la Europa Moderna: el mercantilismo. Versión cas­ tellana del original en francés de 1969, Ediciones Península, Nueva Colección Ibérica, Barcelona, 1970. 39 Adam Smith, The Wealth ofNations (1776), Penguin Books, Londres, 1974.

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industria y su producción.40 Acumular metales preciosos carecía de sentido porque estos, tarde o temprano, terminaban en las arcas de los productores y de los comerciantes de las naciones de economía más dinámica, como lo demostró el caso de España, cuyos tesoros terminaron en Holanda o en Inglaterra. De la obra de Adam Smith emanan las enseñanzas fundamenta­ les del libre cambio, siendo su recomendación básica la libertad de comercio en el plano interno e internacional. Para Smith, mientras más amplia es el área comercial, mayor es la posibilidad de divi­ sión del trabajo y mayor la eficiencia y productividad del mismo. El optimismo de Smith lo lleva a advertir contra las agrupaciones de productores que tienden a concertarse en ellas para controlar la producción y los precios, algo que hay que evitar a toda costa. La visión economicista de las relaciones internacionales que Smith fundó sin proponérselo directamente, es la del libre comer­ cio, vigente hasta el día de hoy. El mundo es un gran mercado en el que las fuerzas invisibles de la economía ordenan la producción (ventajas comparativas) y los intercambios de bienes y de trabajo. Malthus, Ricardo y Jean Baptiste Say, este último en Francia, com­ pletan el cuadro de los autores clásicos de la Economía que fundaron una visión internacional basada en los principios del libre cambio y en la integración de las naciones en un gran sistema de intercambios que abarca el planeta. La Economía aportó un tratamiento de las relaciones entre los Estados que es imprescindible al momento de intentar cualquier análisis político de ellas. En la época contempo­ ránea, el fenómeno de las crisis que afectaban periódicamente al sistema capitalista internacional, originó innumerables análisis. El de más permanencia ha sido el de John Maynard Keynes, basado en la idea de la reactivación de los procesos productivos por el estímulo público (intervención) a la demanda.

40 “Es el trabajo anual de toda nación el fondo que le proporciona originalmente todo lo necesario y conveniente para la vida y que consiste siempre ya en el producto inmediato de tal labor o lo que es adquirido con aquel producto desde otras naciones. La riqueza aumenta con el oficio, la destreza y el buen juicio con el que el trabajo es generalmente desempeñado.” Op. cit., Introducción.

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La crisis de la década de 1930 y su superación revolucionó en forma permanente el enfoque internacional del orden económico, porque dejó en claro que las fuerzas naturales (o manos invisibles) a las que adherían tan fuertemente los liberales, no podían quedar entregadas a su libre operación sin grave daño para la población del mundo. Los mecanismos destinados a controlar las crisis cíclicas o periódicas nunca han dado resultados del todo satisfactorios, pero han servido al menos para paliar sus peligrosas y nocivas conse­ cuencias. Dichos mecanismos no fueron sólo internos (controles, barreras, legislación) sino también internacionales (fondos, bancos, acuerdos monetarios), y dieron lugar a estructuras internacionales hasta entonces desconocidas. Pero la economía internacional siguió también una visión ra­ dicalmente diferente. A partir de las constataciones válidas de los clásicos de la economía inglesa (o escocesa), Marx intentó develar los mecanismos de funcionamiento de la economía capitalista. Su tónica es de un realismo extremo que limita con el pesimismo. El capitalismo europeo es construido en el proceso de acumulación interna e internacional. El mundo de los albores del capitalismo se expande debido a la búsqueda de tierras por conquistar, some­ ter y explotar. La acumulación se hace también con la explotación inmisericorde de las colonias.41 En estas constataciones se basaron las reflexiones posteriores de Lenin, Bujarin y Rosa Luxemburgo sobre el imperialismo y, en gran medida, también las nociones de nación explotada, subdesarrollada o dependiente que caracterizaron al pensamiento económico internacional de las décadas de 1960 y 1970, especialmente en América Latina. Los estudios de este tipo no sólo sirvieron para revelar aspectos no explorados a cabalidad

41 “El descubrimiento de regiones auríferas y de yacimientos de plata en América, la reducción de los esclavos indígenas, su enclaustramiento en minas o su exterminio, el comienzo de la conquista y del pillaje de las Indias Orientales, la transformación de África en una especie de coto comercial para la caza de los piel negra, éstos son los proce­ dimientos idílicos de acumulación primitiva que caracterizan a la acumulación primitiva en sus albores. Inmediatamente después estalla la guerra mercantil, que tiene por esce­ nario el globo entero.” Karl Marx, El Capital, Libro Primero, sección Octava, capítulo XXXI, EDAF, Madrid, Buenos Aires, 1967, p. 800.

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por la ciencia económica tradicional, sino que fueron utilizados como fundamento de la disciplina de Relaciones Internacionales en su dimensión propiamente política. La constitución de un área de estudios independiente con el nombre de Economía Política Internacional ha cobrado fuerza en los tiempos recientes, en particular a partir de situaciones de gran impacto global, como ha sido el caso de la crisis energética de los setenta del siglo pasado o de las crisis de la deuda internacional de los ochenta. Sin embargo, y pese a que hay acuerdo creciente entre los cultores de la Economía de que existen vínculos inevitables en el tratamiento de los temas políticos y económicos, así como de los temas económicos internos con los temas económicos internacio­ nales, subsisten controversias importantes acerca de los contenidos y metodologías. Los economistas internacionales siguen tratando sus temas a partir de la ciencia económica y como si la política internacional no existiera. Las dificultades se hacen profundas al decidir qué es lo que debe estudiarse y cómo debe estudiarse: “La incertidumbre reina no sólo sobre los límites del objeto de estudio sino sobre los métodos legítimos a utilizar. No es sorprendente que no haya explicación clara sobre cómo y por qué han sido selecciona­ dos los asuntos que interesan a los estudiosos. No es sorprendente tampoco la ausencia de una teoría general o incluso de una metodología acordada”.42 Con todo, el campo de estudios es ampliamente aceptado en el mundo académico. Muchas universidades han introducido cursos sobre el tema. Se han otorgado doctorados y los puestos de trabajo han sido ofrecidos y ocupados. Nada hace dudar que hoy las Rela­ ciones Internacionales vistas desde un punto de vista económico se . han ganado un sitial de legitimidad. Pero hay una razón más pro­ funda para admitir la validez, y más aún, la urgencia de un enfoque económico de las Relaciones Internacionales, y es que después del fin de la Guerra Fría, período en el cual las cuestiones del poder y

42 Susan Strange, “Political Economy and International Relations”, en International Relations Iheory, Ken Booth y Steve Smith (editores), Polity Press, Gran Bretaña, 1995. (Traducción nuestra.)

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de la estrategia cobraron el máximo de atención, el mundo unipolar privilegia la agenda de los temas económicos y pareciera estar más profundamente concentrado en el mercado global. Más adelante volveremos sobre este tema al tratar del desarrollo reciente de las teorías económicas internacionales. (Ver El paradigma realista, en capítulo tercero.)

ni.

Teoría

El estudio de las Relaciones Internacionales exige conocer los logros de la teoría del conocimiento. La búsqueda de verdades objetivas ha sido la obsesión de aquellos que han querido hacer del estudio de las Relaciones Internacionales una actividad científica tan respeta­ ble como cualquier otra, alejándola en lo posible de la especulación filosófica y de las consideraciones valórico-normativas. De qué ma­ nera se conoce la realidad internacional constituye un presupuesto determinante para la formulación de decisiones correctas y cursos de acción adecuados. La realidad debe ser captada y analizada de acuerdo con los preceptos que regulan la actividad del conocimien­ to. Por esta razón es imprescindible que nos detengamos por un momento a examinar algunas consideraciones básicas sobre la evo­ lución de la gnoseología. Teorizar es buscar constantes en la realidad y extraer de ella principios que sean aplicables a circunstancias diferentes de tiempo y lugar. El método puede ser deductivo o inductivo. En Relaciones Internacionales, la construcción de la teoría parte del conocimiento de la realidad y de la percepción en ella de ciertas regularidades. A partir de esta percepción se formula un sistema coherente de pro­ posiciones abstractas que permitirán entenderla en una situación distinta. Este proceso de generalización con sus correspondientes enunciados es lo que convierte a una mera acumulación de cono­ cimientos, propio de la observación de fenómenos internacionales, 61

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en un orden inteligible que explica una situación aparentemente caótica a través del enunciado de una racionalidad.43 La teorización es un proceso intelectual distinto de la acción de filosofar. La Filosofía puede pensar un objeto aun con prescindencia de los datos reales. Es de la esencia de la teoría, en cambio, apoyarse en el dato positivo que proporciona la realidad. Filosofar, teorizar y practicar son instancias legítimas que se dan en torno a las relacio­ nes internacionales. Es la trilogía que se desarrolla en relación con los fenómenos políticos que admiten niveles de elevación distintos. La práctica de las relaciones internacionales precede a la filosofía y a la teoría. En la base de todo se encuentra, por lo tanto, el actuar puro y simple (Prateiri) gobernado por instituciones, precedentes, usos inmemoriales o incluso conveniencias. Sobre la práctica que es propia de toda agrupación humana que se relaciona con otra agrupación humana, cabe la especulación en torno a los fines y valores, los fundamentos de la obediencia (Philosopheiri), y además la construcción de un sistema de ideas (Theorein) que permite contar con claves adecuadas para la com­ prensión de la realidad. Como ya se ha afirmado, la teoría de las Relaciones Interna­ cionales se beneficia del tratamiento que al objeto de conocimien­ to han dado diversas disciplinas científicas, pero el nudo de los problemas que ella estudia son los correspondientes al fenómeno político. La teoría de relaciones internacionales se ha concentra­ do muy profunda y preferentemente en los temas del poder, de la institucionalidad y del conflicto internacional, es decir, en los temas del Estado en su actuación exterior y sus vínculos con otros Estados, sea individualmente o dentro de sistemas. Hoy la políti­ ca internacional es la política mundial, constituye el objeto de la teorización y la tradición de esta disciplina que se consolida aca­ démicamente a partir de la Segunda Guerra Mundial. Las relacio­ nes internacionales como teoría son el estudio de los fenómenos 43 Celestino del Arenal señala que una teoría es un conjunto coherente y en princi­ pio sistemático de generalizaciones sobre un fenómeno o fenómenos sociales, obtenida a partir de ciertos postulados o inducida de la realidad que explican lógicamente o dan sentido a esa realidad que es objeto de consideración. Op. cit., p. 452.

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políticos internacionales y el enunciado de líneas de explicación de carácter general respecto de ellos. Raymond Aron advierte contra la imprecisión en el uso de la palabra teoría y recomienda distinguirla de otros procesos seme­ jantes del pensamiento. Para él, una teoría se confunde frecuente e impropiamente con un modelo o tipo ideal, lo que categórica­ mente no es. La adopción de un modelo o tipo ideal (por ejemplo, el unipolarismo por sobre el multipolarismo) implica una opción preferencial por un valor o por una conceptualización arbitraria y sin soporte real y no constituye teoría. Tampoco es suficiente la constatación de “ocurrencias regulares empíricamente observadas”. Una teoría implica una solidez firmemente establecida en la cual la constatación regular se establece con carácter siempre provisorio en un marco explicativo que resiste, pero no descarta, planteamientos en contrario o procesos de verificación. En esto último vemos que Aron coincide con lo afirmado por Popper, al que aludiremos más adelante. Aron apunta asimismo a la impaciencia académica por el pro­ greso como el factor causante del enunciado fácil de teorías seduc­ toras e impactantes. De allí que estemos llenos de teorías sobre las relaciones internacionales, algunas de gran valor, otras no tanto, y de muchos enfoques y apreciaciones que no merecen el nombre de tales. Para determinar qué es verdaderamente una teoría y qué es, en efecto, una teoría de las relaciones internacionales debemos dar algunos casos previos. En su ya clásico ensayo sobre el tema, Martin Wight44 se pre­ guntaba por qué no había una teoría internacional y partía afirman­ do que, de la misma manera como “teoría política” es una expresión que no requiere explicación porque se refiere a la especulación sobre el Estado, y así ha sido desde Platón en adelante, “teoría internacio­ nal”, en cambio, sí requiere de muchas precisiones. Aparte de que no creo que las cosas sean tan claras como las pone Wight por el lado de la teoría política, tampoco me parece que mucha de la con­ fusión pueda ser superada, a no ser que se establezca previamente 44 Martin Wight, “Why es there no International Theory”, op. cit.

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un concepto convencional acerca de lo que es una teoría para ver enseguida si es posible teorizar acerca de las relaciones internaciona­ les. Naturalmente que es preciso aclarar que para levantar una teoría es necesario precisar sobre qué versa la teoría. Como la realidad es ilimitada y compleja, hay que recortar aquella parte de la misma a la que se quiere dirigir la atención con prescindencia de saber si se lo ha hecho o no en el pasado (que es la parte más demoledora de la crítica de Wight) o si lo que ha sido el foco de atención hasta ahora, debería dejar de serlo (el Estado en su proyección externa) para construir una nueva teoría sobre la sociedad internacional y la comunidad internacional. Aron nos dice que la palabra teoría parece haber tenido dos acepciones diferentes en la tradición occidental. La primera, equi­ valente a Filosofía, es un cuerpo de ideas no sólo divorciadas de la práctica sino que, además, carente en absoluto del propósito de conocer la realidad. A lo más la teoría, en el sentido de pura especu­ lación, cambia al que la concibe o a los que están bajo su inmediata esfera de influencia. La otra línea conduce a la elaboración de verdaderas teorías científicas y se da preferentemente en el mundo de los fenóme­ nos físicos. En este sentido, una teoría es un sistema hipotético deductivo. Las hipótesis que se relacionan entre sí en un sistema que busca abarcar un espacio de la realidad están definidas en sus términos. La relación asume con frecuencia una forma matemática. La elaboración de este sistema parte con la conceptualización de la realidad percibida u observada. Los axiomas, o relaciones altamente abstractas, gobiernan el sistema y entregan al científico un verda­ dero instrumento que le habilita para redescubrir por deducción ciertas apariencias que son confirmadas y explicadas. La utilización de un instrumental, o de los meros sentidos, puede llevar a la con­ firmación de la teoría o a su invalidación. Es de la esencia de una teoría científica el que sea capaz de sufrir una invalidación. La in­ validación conduce a una rectificación o al abandono o caída de la teoría. Si el esfuerzo de invalidación es suficiente, la teoría no cae y es confirmada. Pero una confirmación nunca es prueba absoluta de la verdad de la teoría.

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Descartando la opción filosófica de la teoría, es la segunda explicación la más atractiva para sociólogos y cientistas políticos modernos. La gran cuestión que ha agitado a los cultores de la teoría de las Relaciones Internacionales, es la aplicación o no a esta área del conocimiento de los avances que se han producido en el campo de estudio de los fenómenos naturales. La posición que sostiene que los analistas de los fenómenos internacionales deberían referir­ se única y exclusivamentee a lo que es observable, descartando lo prescriptivo o lo utópico, está asumiendo que el valor de la teoría internacional es equivalente al de cualquier teoría que observe otros sectores de la realidad del mundo físico. El problema no es menor y tiene que ver con cuestiones capitales de la historia y la filosofía de la ciencia. El tema tiene su punto de partida en el positivismo y su proposición de que los fenómenos sociales son como todos los demás fenómenos y por lo tanto observables, conmensurables, descriptibles y explicables en sus complejas relaciones. Los asuntos internacionales, como fenómenos sociales, son parte de una reali­ dad que puede ser abordable científicamente. Esa aproximación es o debería ser una teoría científica de las relaciones internacionales, desprovista de toda consideración que pueda provocar confusiones o distorsiones. Sin embargo, tan impecable razonamiento ha resultado más complejo de aplicar a la realidad que lo que imaginaban sus promo­ tores iniciales. En la evolución del conocimiento científico moder­ no ocupa un lugar central una línea evolutiva que va, en términos generales, de Galileo a Einstein. Cuando en ese período histórico se habla de ciencia o conocimiento científico, el pensamiento común se inclina sin duda hacia leyes que describen hechos naturales, re­ laciones causales, permanencias constatables y predicciones de cir­ cunstancias que ocurren necesariamente. La evolución del concepto de ciencia como referido a fenómenos naturales descartó, cultural­ mente, el que pueda haber una ciencia referida a la fenomenología social. Hacer lugar a estos hechos en el campo científico ha sido una tarea difícil, si bien curiosa y sorprendente. Las dificultades para acomodar fenómenos sociales a su tratamiento por el método

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científico -o considerado culturalmente como científico- forman un verdadero lecho de Procrusto. Pero todavía hay otro gran problema. El mismo método cientí­ fico es sostenidamente sometido a escrutinio crítico. Los filósofos contemporáneos de la ciencia han revisado profundamente ciertas afirmaciones consideradas inamovibles, como las sustentadas por el empiricismo básico y el método inductivo. Es decir que para la construcción de una teoría de Relaciones Internacionales sobre ba­ ses firmes no basta despejar el problema del encaje de lo observable (los fenómenos internacionales) a una metodología. Es también ne­ cesario que el crisol en el que queremos procesar ese material esté sólidamente asentado. ¿Lo está en verdad? La realidad percibida por medio de los sentidos y/o los instru­ mentos adecuados constituye una masa informe de datos semejan­ tes al caos. Para entenderla es preciso actuar inteligentemente sobre ella. Es decir, el actor que observa el objeto debe formularle pre­ guntas que persiguen desentrañar de él los hilos conductores que lo explican. Durante mucho tiempo —en realidad hasta la revolu­ ción científica de Galileo y Kepler en los siglos XVI y XVII— pre­ valecieron los criterios apriorísticos y emanados de la autoridad. Se utilizaba la razón y la lógica como instrumentos preferenciales de comprensión y explicación. La tradición racionalista fue puesta en duda por el empiricismo a partir del siglo XVII y Francis Bacon es ampliamente considerado hoy como el filósofo que inició esta ver­ dadera revolución en el campo del conocimiento. En 1603, Bacon sostuvo que había construido un nuevo método de descubrimiento científico. Grandes colecciones de datos debían ser reunidas, prefe­ rentemente en las universidades, y había que proceder a interpretar­ los cuidadosamente. El método a utilizar, que llamó “inducción”, debía ser empleado preferentemente. La inducción no es más que aquel razonamiento que, sobre la base de casos particulares, conclu­ ye en la formulación de una ley general. En el campo de las Ciencias Naturales, el conocimiento alcanzó avances considerables con Isaac Newton y el descubrimiento de las leyes de gravedad. El fue el autor de la formulación de las leyes del movimiento de los cuerpos, en respuesta a las fuerzas. Newton no

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fue el único gran científico de su tiempo. Además, sus ideas fueron corregidas y, al menos, modificadas por la teoría de la relatividad. Pero su gran contribución radica en el progreso en la manera de interpretar la realidad. A través de la ciencia se pueden detectar las fuerzas inalterables y necesarias que causan las apariencias que percibimos. La ciencia newtoniana, epitomizada por la Física, entregó así una descripción de la naturaleza equivalente a un sistema mecánico, inanimado y carente de propósitos, actuando sobre la materia en un modo gobernado por inevitables leyes de causa y efecto.45 David Hume (1711-1776), un filósofo escocés que nunca des­ empeñó un cargo académico y cuya actuación más destacada fue la de secretario de la Embajada británica en París, contribuyó al desarrollo del método científico intentando en su Tratado de la naturaleza humana (completado alrededor de 1737 a los 26 años de edad) remediar los defectos de todas las filosofías previas, que le parecían depender más de la invención que de la experiencia. Según Hume, la mente está compuesta de percepciones y estas son de dos clases: impresiones e ideas. Impresiones son sensaciones, sentimientos y emociones. Ideas son pensamientos. Todas estas proposiciones son evidentes gracias a la experiencia. La experiencia se conoce gracias a la observación de nuestras mentes. El razona­ miento consiste en el descubrimiento de relaciones. Estas pueden ser relaciones de ideas o relaciones de cosas. La relación de ideas muestra lo que es concebible y lo que es inconcebible; por ejemplo, tres es la mitad de seis. La relación de hechos muestra que las co­ sas ocurren como cuestión de hecho (matter offact). Por ejemplo, César fue asesinado en el Foro. La cuestión de hecho pudo haber sido de otra manera sin caer en el absurdo; por ejemplo, César pudo haber seguido el consejo de Calpurnia y no haber acudido al Foro en los idus de marzo, con lo que su asesinato pudo haber sido evitado. Esto también es posible de admitir. En consecuencia, dice Hume, la relación de hechos no puede ser demostrada como en el caso de que tres es la mitad de seis. La verdad o falsedad de una 45 Martin Hollis y Steve Smith, op. cit., p. 48.

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relación de hecho sólo puede conocerse a través de la experiencia. Agrega Hume que como las cuestiones de hecho no pueden ser demostradas, ellas pueden ser inferidas con probabilidad. Tales in­ ferencias dependen de la relación de causa y efecto. Según Hume no hay otra relación que nos permita inferir la existencia de un objeto que hayamos observado de otro que no hayamos observado. Hume insiste en que tanto la proposición de que todo tiene una causa como la que asigna una particular causa a un determinado efecto, son indemostrables. Puede concebirse perfectamente que algunos hechos son fortuitos o que cualquier causa puede provo­ car cualquier cosa. Nada sino la experiencia nos enseña acerca del orden de la naturaleza y qué en particular causa qué. Hume, que ha sido tildado de escéptico, contribuyó en realidad muy podero­ samente al realismo, presentando una teoría del conocimiento que es escéptica sólo en cuanto combate a los metafísicos y teólogos en su pretensión de demostrar cuestiones de hecho a priori; por ejemplo, la existencia de Dios o la creación del mundo o el intento de científicos naturales de probar verdades exactas y finales o de proporcionar explicaciones racionales a posteriori. Hume nos conduce al empirismo, es decir, a aquella teoría filo­ sófica según la cual todo conocimiento deriva de la experiencia. Esta teoría es una contribución de una serie de filósofos británicos, entre los que debemos destacar, aparte de Hume, a John Locke (16321704), George Berkeley (1685-1753) y John Stuart Mili (18061873). La tradición empirista no tuvo una réplica en el continente europeo y permaneció como un exponente típico de la evolución filosófica anglosajona y noratlántica. Su continuidad en América del Norte fue evidente. En cambio, en países como Francia, por ex­ cepción figuras como Etienne Bonnot de Condillac (1715-1780), Claude Henry de Rouvroy, el Conde de Saint Simón (1760-1825) o Isidore Auguste Marie Fran^ois Xavier Comte (1798-1857), res­ pondieron a este enfoque del conocimiento bajo la Filosofía Positi­ va. En verdad, el empirismo se opone al racionalismo tan arraigado en la tradición continental europea y cuyos más grandes represen­ tantes fueron René Descartes (1596-1650), Benedicto de Spinoza (1632-1677) y Gottfried Wilhelm Leibnitz (1646-1716).

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Racionalistas y empiristas se enfrentaron en una etapa clave del desarrollo de la teoría del conocimiento y de la ciencia en los tiem­ pos modernos. La lucha intelectual se dio en torno a cuestiones básicas como conceptos a priori o ideas innatas, las que, según los racionalistas, no derivaban de la experiencia sensorial sino que eran independientemente producidas por la razón o el intelecto. Para los empiricistas, en cambio, era fundamental negar la existencia de ta­ les ideas. Otro punto de discordia fue que, según los empiristas, no había otro medio de adquirir conocimiento que no fuera la observa­ ción de lo que ocurría realmente, lo que daría origen a verdades por definición o verdades analíticas. Los racionalistas, a su vez, sostenían que algunas afirmaciones apriorísticas nos dicen algo sobre la natu­ raleza del mundo y reciben el nombre de verdades sintéticas porque son autoevidentes y porque establecen conexiones necesarias. Así, el aserto de “todo evento debe tener una causa” es un princi­ pio autoevidente y apriorístico, en tanto que “todo efecto tiene una causa” no lo es, pues este último sí necesita demostración a través de una búsqueda en el mundo real. Como resultado de estos desacuerdos básicos, la actitud de ra­ cionalistas y empiristas respecto de las Ciencias Naturales y de la metafísica difiere profundamente. Así, por ejemplo, los raciona­ listas se han inclinado, en general, a pensar que las convicciones basadas en la experiencia están probablemente muy infectadas por el error. El conocimiento del mundo se logra, según ellos, a través de la especulación metafísica. La tradición empirista, en cambio, ha sido antagónica a la metafísica y ha atribuido un gran valor a la ciencia como medio de adquisición del conocimiento. La relación de causa a efecto, según Hume, por ejemplo, sólo puede explicarse como el establecimiento de una regularidad lógica, cuyo antece­ dente es la observación. El concede que la idea de causa envuelve la idea de necesidad, pero afirma, al mismo tiempo, que su origen perceptible está en la experiencia. La repetida observación de B siguiendo a A nos produce el hábito de pensar en B cuando perci­ bimos A. Es la experiencia de este hábito de pensamiento la fuente de la idea de necesidad. Hume afirmó entonces que la “necesidad” es algo que existe en la mente, no en los objetos, pero derivado de la

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experiencia. Antes que nada, el empirismo es una teoría del conoci­ miento que tiene un impacto muy importante en las diversas áreas de este y, por supuesto, en el campo de la política internacional. Es fundamental para entender el debate que tendrá lugar en el siglo XX entre idealistas y realistas. En sí, el empirismo tendrá una evolu­ ción propia y contribuirá a la separación de la lógica y la psicología. Los empiristas modernos reconocen que su filosofía es compatible con cualquier teoría psicológica basada en la observación, pero en lo que han permanecido inflexibles es en el combate a la filosofía especulativa y, en particular, a la metafísica. En la tradición de pensamiento que comentamos es muy signifi­ cativa la contribución de John Stuart Mili, quien hizo aportes inte­ resantes a la teoría del conocimiento y, especialmente, al estudio de la política, en los términos que veremos a continuación. En sus tra­ bajos de lógica examinó la naturaleza de la inducción. Ella depende del “presupuesto” de que el curso de la naturaleza es uniforme y de que lo que ocurrió una vez en ciertas circunstancias, volverá siem­ pre a ocurrir de nuevo si se dan condiciones parecidas. Asimismo, el examen de la naturaleza nos revela que el “presupuesto” es correc­ to. Mili reflexionó sostenidamente sobre los fenómenos relativos a la causalidad, proponiendo métodos para la investigación causal. Estos métodos son cuatro: geométrico, químico, físico e histórico (Libro IV, Lógica). El método histórico es aplicable, según Mili, a los fenómenos complicados que están más allá de la experimen­ tación como es el caso de las Ciencias Sociales. Sus reflexiones en torno a este último método se extendieron al estudio de la Política. En el libro VI de su obra Lógica., Mili explicó diversos tipos de in­ vestigación sociológica. Debemos suponer, nos dice, que “el estado de la sociedad permanece generalmente constante” y debemos usar el método deductivo de la manera como lo hacemos en Física. Todo tipo de fenómeno social tiene causas que lo provocan. Estas son las llamadas causas antecedentes. Ellas deben analizarse en conjunto, pero también cada una por separado. De este examen resulta que al­ gunas explican el resultado y otras no. Hay que descartar a las que no tienen valor como explicaciones del fenómeno. Además, es necesario tener en cuenta que la respuesta es válida sólo para el estado presente

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en que se encuentra la sociedad que se considera. Una nueva situa­ ción requiere de un nuevo análisis en el que el estado presente se explique también por el estado antecedente. Otro punto interesante en la metodología del análisis social de Mili es su convicción de que las condiciones económicas, sociales y culturales se afectan mutuamente, y es el estado del conocimiento el factor más importante. Si se examina atentamente la Historia, esta revela leyes de la sociedad. Por ejemplo, una edad de la fe conduce a una edad de la razón y una edad de la razón a una edad de la ciencia o del conocimiento positivo. Probablemente no podamos prede­ cir estos cambios, pero podemos entender las leyes que los gobier­ nan. En Historia no buscamos la prueba de hipótesis previamente enunciada, sino que extraemos generalizaciones que nos permiten explicar fenómenos específicos como las transiciones. Esto ha sido llamado “método inversamente deductivo” y fue tomado de Comte, a quien Mili estaba unido por amistad. Veremos que, en tiem­ pos más recientes, las proposiciones metodológicas de Mili fueron tajantemente rechazadas por Popper, quien argumentó que la sola noción de ley como expresión de sucesivos estados de la sociedad es un abuso del concepto de ley científica. El desarrollo de la teoría del conocimiento es un proceso conti­ nuo y que no se ha detenido. A veces es un fenómeno de incomu­ nicaciones; otras, de influencias recíprocas poderosas. La tradición juega un papel importante y las características culturales ambien­ tales influyen poderosamente en las líneas de razonamiento. El empirismo tuvo un espléndido desarrollo en el mundo anglosajón. La influencia de esa manera de concebir el conocimiento surgida en Gran Bretaña pudo adaptarse en forma fructífera en Estados Unidos. El carácter eminentemente pragmático de la civilización estadounidense no fue terreno muy fértil para la especulación ra­ cional y metafísica, y en cambio se prestó para un tipo de ciencia apoyado en la observación de la realidad. En lo que se refiere a los estudios de los fenómenos sociales, lo aseverado es evidente. Una sociedad eminentemente práctica y ansiosa de respuestas a sus pro­ blemas más acuciantes repudiaba la especulación y exigía de sus científicos respuestas rápidas y precisas, destinadas a satisfacer sus

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anhelos de certeza. De allí que el desarrollo de los estudios políticos e internacionales haya tenido un carácter radicalmente distinto en uno y otro contexto cultural. En el continente europeo, la teoría del conocimiento transcu­ rrió más bien por el camino del racionalismo (Francia) e idealismo (Alemania) que por el camino del empirismo. Sólo en forma excep­ cional, y en gran medida por la inspiración de la tradición anglo­ sajona, se desarrollaron corrientes empiristas de las cuales las más interesantes fueron el positivismo de Augusto Comte, uno de los fundadores de la Sociología y los descubrimientos de los miembros del llamado Círculo de Viena, como Ludwig Wittgenstein y los demás empiristas lógicos del siglo XX. De acuerdo con el idealismo, los objetos físicos no pueden tener existencia fuera de una mente que está consciente de ellos. Aunque la tradición idealista es muy antigua, pues parte con Platón, una escuela idealista propiamente tal sólo ganó terreno con Immanuel Kant. Él basa su idealismo en un argumento sostenido por su teoría del conocimiento: todo lo espacial o temporal es sólo aparente. El conocimiento a priori de las cosas se basa en la imposición que la mente hace sobre ellas de una estructura a las que ellas deben con­ formarse. La mente no puede imponer estructuras sobre la realidad sino sobre las apariencias. Por lo tanto, sostiene Kant, el conoci­ miento está limitado a las apariencias. Estas últimas sólo existen como objeto de experiencia efectiva o posible y, por lo tanto, deben obedecer las condiciones que impone la mente puesto que de otra manera no podrían aparecer ante ella. La ciencia nos dice la verdad, pero sólo la verdad acerca de las apariencias (fenómenos). Si pre­ tendiéramos que su función es la de decirnos la verdad acerca de la realidad, deberíamos admitir que todo es ilusorio. En la primera mitad del siglo XIX, la influencia de Kant fue muy fuerte y, en particular, sobre grandes figuras de la filosofía alemana como Johann Gottlieb Fichte (1762-1814), Friederich Schelling (1775-1854) y Georg Wilhelm Friederich Hegel (17701831). Sin embargo, ellos reaccionaron sin excepción a la afirma­ ción kantiana de cosas imposibles de conocer en sí mismas. El re­ sultado fue una filosofía conocida como idealismo absoluto que

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sostiene que la realidad sólo puede ser considerada como espiritual y el espíritu sólo puede conocerse a sí mismo en relación con un ele­ mento material objetivo. El objeto implica un sujeto pero el sujeto también implica al objeto. El idealismo se expandió desde Alemania hacia muchas partes en el último cuarto del siglo XIX y su influencia teórica en el campo de los estudios políticos en general y de las relaciones internacio­ nales en particular, fue considerable, según veremos más adelante. Pero igualmente poderosa será la doctrina positivista que, a partir de los fundamentos establecidos por Augusto Comte, modelará a una ciencia de la sociedad e impactará muy poderosamente en los primeros años del siglo pasado al continente europeo y a América Latina. Positivismo es el nombre dado a la doctrina y movimiento fun­ dados en el siglo XIX por el filósofo francés Augusto Comte y a la visión filosófica general, de la cual el positivismo comteano es sólo una instancia, y la que sostiene que todo genuino conocimiento se basa en la experiencia sensorial puede avanzar sólo gracias a la observación y el experimento. Sin duda, el mayor componente de una actitud de este tipo es, en primer lugar, juzgar sobre la base de la experiencia, esto es, el recuerdo de las contingencias de la pro­ pia vida y el conocimiento de las de otros. Más aún, una actitud de este tipo requiere de una disposición continua a abandonar un juicio emitido, o a cambiarlo, si así lo requieren nuevas experien­ cias. También implica falta de prejuicio, superstición, obstinación, de creencia ciega en la autoridad o de fanatismo. Evidentemente, nadie puede encarnar en forma perfecta todas estas cualidades todo el tiempo.46 Por mucho tiempo ha habido un área en la cual la conducta positivista ha sido prácticamente una regla incondicional. Este es el mundo de la investigación científica y de ninguna manera se refiere sólo a la investigación en Ciencias Naturales. Aquellos que estudian

46 Tomado de “Positivism: A Study in Human Understanding” de Richard von Mises, en Bernard Susser, Approaches to the Study of Politics, Macmillan, Nueva York, 1992.

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las leyes de la fonética de las lenguas romances o tratan de aclarar las circunstancias en que César fue asesinado, también están compro­ metidos en investigación científica positiva. Naturalmente, la situa­ ción es más compleja en aquellas ciencias cuyo objeto es cercano a la vida del científico mismo o a la de las personas que lo rodean. Augusto Comte intentó acercar los mundos del conocimiento científico o positivo de los fenómenos naturales al de los aconteci­ mientos de la vida del ser humano en la sociedad. Saint Simón, para quien Comte trabajó como secretario, en su Ensayo sobre las ciencias del hombre (1813) aplicó la palabra “positivas” a las ciencias basadas en hechos que han sido observados y analizados. A las otras ciencias las denominó “coyunturales”. Comte usó la misma nomenclatu­ ra en un artículo denominado Plan de trabajos científicos necesarios para la reorganización de la sociedad*11 que fue publicado bajo los auspicios de Saint Simón en 1822. Sin embargo, su obra magna fue el Curso de Filosofía Positiva (1830-1842)47 48 en la que explica que usó la expresión “positivo” para enfatizar su posición de que la función de las teorías es coordinar hechos observados más que explicarlos en términos de causas. El positivismo de Comte (nombre que él no inventó) puede ser mejor interpretado en términos de su famosa ley de los tres estados, según la cual, la mente humana avanza desde un estado teológico, a través de un estado metafísico, a un estado final positivo. Desde luego, debemos destacar que Comte acoge la idea de progreso (sobre todo moral y social), tan cara al pensamiento europeo después del Iluminismo y que se extiende durante todo el siglo XIX. La idea de progreso, que es fundamental para interpretar el pensamiento de Comte de un tránsito hacia la condición positiva, fue tomado de Condorcet {Tablean des Progres Historiques de l’Esprit Humain). A ello hay que agregar la aplicación de la noción de determinismo en lo que se refiere a fenómenos históricos y sociales que tomó de Montesquieu quien, en el Libro I de El Espíritu de las Leyes, definió 47 Plan des travaux scientifiqu.es nécessairespour reorganiser la societé (1822), publicado junto al Catecismo de los industriales de Saint Simón. 48 Curso de Filosofía Positiva. Primera y Segunda Lecciones, traducción de José Ma­ nuel Revuelta, Aguilar, Buenos Aires, 1981.

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a estas como: “las relaciones necesarias que emanan de la naturaleza de las cosas”. Si se combina la noción de progreso con la noción de determinismo se arriba a un planteamiento básico del positivismo de Comte: los fenómenos sociales están sujetos a un determinismo estricto que opera en la forma de una inevitable evolución que es en sí misma gobernada por el progreso de la mente humana.49 La influencia de Comte se expandió por Europa y América.50 Su impacto tuvo mucho que ver con la insatisfacción del hombre contemporáneo con la metafísica. El ser del siglo XX, agobiado por las fuerzas brutales del progreso, buscó respuestas en nuevas formas del conocimiento. El positivismo pretende establecer, a partir de hechos, leyes que expliquen este mundo y sirvan para actuar en él y no fantásticas teorías sobre entidades que nadie percibe (el espíritu, por ejemplo) o sobre mundos del más allá.51 El resultado de los trabajos de Comte fue el nacimiento de la Sociología, la que incluso le debe su nombre. Ciencia fundada en la observación de los fenómenos sociales y compuesta de proposicio­ nes de carácter descriptivo y de validez general. El método propues­ to consistió en someter a tales fenómenos sociales el instrumental analítico utilizado por las ciencias de la naturaleza. Ello dio origen en el pensamiento comteano a una Estática Social (parte descripti­ va y analítica) y a una Dinámica Social (condiciones para alcanzar una nueva sociedad). El pensamiento de Comte, en parte por he­ chos de su propia biografía, derivó, paradójicamente, en una nueva religión y por tanto en una metafísica, cayendo en gran medida en el descrédito. Sin embargo, la Sociología y el pensamiento con ella relacionado, produciría un impacto revolucionario en el cono­ cimiento de la realidad social y de los fenómenos políticos internos e internacionales.

49 Raymond Aron, “Auguste Comte”, en Main Currents in Sociological Thought, Penguin Books, Londres, 1965, p. 81. 50 En París se formó un centro comteano con las características de un nuevo culto. Fue un chileno, Jorge Lagarrigue, quien fundó en París la Iglesia Positivista y tradujo el Curso de filosofía positiva, por primera vez a la lengua castellana. H. Giannini, Breve historia de la filosofía, Universitaria, Santiago, 1987. 51 Ibíd, p. 294.

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* La visión positivista de la ciencia ha influido muy poderosa­ mente sobre la imaginación del público, al punto que sólo se consi­ dera seria una actividad científica que se atiene estrictamente a sus principios. El concepto moderno de ciencia positiva es el de una doctrina filosófica que busca basarse única y exclusivamente en el dato positivo de experiencia accesible y observable. Rechaza hipótesis que no son verificables empíricamente y por lo tanto exhibe poca paciencia (y algunas veces hostilidad abierta) por la especulación metafísica y valorativamente orientada. Sin un modo de verificación empírica, alegan los positivistas, las afirmacio­ nes son sólo palabras. Tales afirmaciones no dan información acerca del mundo; en consecuencia, no pueden calificarse ni de verdaderas ni de falsas. Las afirmaciones científicas, debido a que son verificables, son afirmaciones modelo. Se refieren directamente a fenómenos obser­ vables. Pueden ser confirmadas por la experiencia sensorial. En ver­ dad, tal es el significado del término experimento. Verificabilidad, en la mente positivista, significaba generalmen­ te inducción. La ciencia era la aplicación rigurosa del principio in­ ductivo. El cientista observa una realidad dada y, si es afortunado, talentoso y bien informado, un cuadro de regularidades comenzará a aparecer de entre una gran multitud de procesos y eventos. Esta regularidad se formula en una hipótesis. El paso siguiente es crucial, porque los datos acumulados como evidencia experimental sirven para verificar las hipótesis. Cuando las verificaciones son suficien­ temente numerosas y variadas, los científicos tienden a hablar de hipótesis confirmadas. Es imposible determinar el número ideal de confirmaciones, pero los investigadores saben reconocer el punto en el cual la evi­ dencia acumulada de confirmaciones autoriza para sostener la pro­ babilidad de los casos que aún no se encuentran. La acumulación de casos de confirmación de las hipótesis conduce a la formulación de una ley científica. El objetivo del cometido científico es agregar leyes al fondo de un conocimiento confirmado. La ciencia comienza y termina con la observación cuidadosa. La observación nos provee de un conocimiento de la realidad que es,

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a la vez, seguro y comprobable. En consecuencia, nuestra confianza en ios hallazgos de la ciencia es plenamente justificable.52 En el siglo XX, esta concepción positiva de la ciencia caló con fuerza en los cientistas sociales y estudiosos de los fenómenos po­ líticos. La corriente llamada del conductismo se desarrolló en es­ pecial en Estados Unidos y abrazó presupuestos de trabajo muy claros como el de que las Ciencias Sociales no son únicas en sus requerimientos metodológicos. Hay una sola manera de hacer cien­ cia, sostuvieron, y pedir indulgencias al respecto sería reconocer la debilidad de su estatus. A esta posición se le llamó “la unidad me­ todológica de las ciencias”.53 Inmediatamente antes de la Segunda Guerra Mundial, nuevos instrumentos y posibilidades metodológicas comenzaron a estar disponibles para la investigación política. Encuestas de opinión pú­ blica y muestreo se desarrollaron en forma promisoria. La guerra jugó su papel en esto porque planteó la necesidad de organizar y controlar a millones de hombres en armas. La estadística matemá­ tica avanzó de una manera impresionante y la tecnología computacional dio sus primeros pasos. El legado del positivismo lógico y de las enseñanzas de Max Weber llegó al Nuevo Mundo con una ola de académicos emigrados que huyeron de la Europa desgarrada por la guerra. Además, la arena política mundial se expandió para dar cabida a los países poscoloniales cuyas realidades no se ajustaban a los esquemas analíticos tradicionales ni a sus criterios instituciona­ les, legales y descriptivos. En esta materia ayudaron los avances de la Antropología y la Sociología. Lo curioso es que en forma contemporánea al avance presti­ gioso del método científico positivo, favorecido por conductistas y público en general, los filósofos de la ciencia comenzaron a tomar distancia respecto de él. El positivismo ortodoxo fue rebatido en sus numerosos puntos débiles: empirismo ingenuo, interpretación errónea del proceso de descubrimiento científico, fe acrítica en la

52 En torno a estas cuestiones ver “Social Science and the Philosophy of Science”, en Bernard Susser, Approaches to the Study ofPolitics, Macmillan, Nueva York, 1992. 53 yer “prom Burguess to Behavioralism and Beyond”, en op. cit.

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inducción, falta de sensibilidad por el contexto social de la ciencia y mucho más. Debemos hacernos cargo del pensamiento crítico de Karl Popper en primer lugar. Popper nació en 1902 en Viena y se educó allí. Enseñó en Nueva Zelandia y en la London School of Economics and Political Science. Su campo fue la filosofía de la ciencia. Aunque no perteneció formalmente al famoso Círculo de Viena,5455 la orientación general de su pensamiento es similar a la de aquel movimiento filosófico. En su primer libro, de 1934, que se tituló La lógica de la investigación científica?5 Popper definió los jui­ cios científicos como aquellos que no afirman que algo que es lógi­ camente concebible tenga que tener lugar efectivamente. Por tanto, para que una afirmación fuera considerada como científica, no bas­ taba que hubiera evidencia confirmatoria basada en la observación. Era, en cambio, esencial que tal afirmación fuese capaz de ser sujeta a un proceso de desconfirmación a través de un evento ubicable en el espacio y en el tiempo, y que ejemplificara la posibilidad que la afirmación excluye. En su entender, esto es lo que distingue la ver­ dadera ciencia de la “no ciencia”. El propuso, en consecuencia, una versión modificada de la noción de probabilidad, con el propósito de que las afirmaciones de probabilidad fueran refutables y por lo tanto científicas. En verdad, lo que Popper atacó fue el método in­ ductivo y la verificación, puntos centrales del pensamiento positivo, proponiendo en cambio el método deductivo y la refutación como bases de un conocimiento científico verdadero. La inducción falla, según Popper, porque su confianza de que el futuro será igual al pa­ sado no es sino una pieza indemostrable de fe. Su falta de confianza en el método inductivo se extendió a la observación de la realidad como base del conocimiento, según postulaban los clásicos como Hume. Famoso es su llamado a los estudiantes que llenaban su clase a que observaran. Desconcertados, estos le pedían que les precisa­ ra qué observar y él los felicitaba por haber aprendido la primera lección del descubrimiento científico, a saber: no hay observación 54 El Círculo de Viena fue un grupo de positivistas lógicos o empiristas lógicos que pertenecieon a la Universidad de Viena en las décadas de 1920 y 1930. 55 Karl R. Popper, La lógica de la investigación científica, Tecnos, Madrid, 1985. Ver­ sión en español de Víctor Sánchez Zavala a partir de la edición inglesa de 1962.

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a menos que exista primero un problema o pregunta que nos haga dirigirnos a lo que estamos observando. Popper atacó asimismo el historicismo (existencia de leyes en la historia) en su obra La sociedad abierta y sus enemigos,5657 58 del año 1945, que es una crítica al abuso del concepto de ley científica como en el que incurren Platón, Hegel, Marx y sus seguidores. El argumento fue desarrollado en el año 1957 en su obra La miseria del historicismo.51 En Conjeturas y refutaciones: el crecimiento del co­ nocimiento científico59, su ataque se dirigió a la teoría marxista de la historia, al psicoanálisis freudiano y a la psicología individual de Alfred Adler: Encontré que aquellos de mis amigos que eran admiradores de Marx, Freud y Adler, estaban impresionados por un número de puntos comunes a aquellas teorías y, especialmente, por su apa­ rente poder explicativo. Estas teorías parecieron ser capaces de explicar prácticamente todo lo que pasaba dentro de los campos a los que se referían. El estudio de cualquiera de ellas parecía tener el efecto de una conversación intelectual o de una reve­ lación abriendo tus ojos a una nueva verdad oculta a aquellos aún no iniciados. Una vez que tus ojos eran así abiertos tú veías instancias de confirmación por todas partes: el mundo estaba lleno de verificaciones de la teoría. Cualquier cosa que ocurría la confirmaba. Así, la verdad aparecía en forma manifiesta y los no creyentes eran claramente gente que no quería ver la verdad manifiesta, que rehusaban verla, ya porque ella era contraria a su interés de clase o porque sus represiones estaban todavía “sin analizar” o “clamando por tratamiento”.59

56 Karl Popper, La sociedad abierta y sus enemigos, traducción de E. Loedel, Paidós, Madrid, 1992. 57 Karl Popper, La miseria del historicismo, Alianza Taurus, Madrid, 1981. 58 Karl Popper, Conjunctures and Rejutations: The Growth of Scientific Knoudedge, Nueva York, Basic Books, 1962, pp. 33-59. 59 Ibíd. (Traducción nuestra.)

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Popper resumió su pensamiento en conclusiones que formuló en el verano de 1919-1920 y que reformuló en 1962. De ellas ex­ traeré tres: a) Una teoría que no es refutable por ningún evento concebible es no científica. La irrefutabilidad no es una virtud de una teoría (como suele pensar la gente), sino un vicio. b) Toda prueba genuina de una teoría es un intento de falsearla o refutarla. Probabilidad es falseabilidad pero hay grados de proba­ bilidad. Algunas teorías son más probables, más expuestas a refuta­ ción que otras; ellas toman, por así decirlo, mayores riesgos. c) La evidencia confirmatoria no debiera contar, excepto cuando ella es el resultado de un test genuino de la teoría y esto significa que puede ser presentada como un serio, pero fracasado intento de falsear la teoría. (Hablo en estos casos de “evidencia confirmatoria”.)60 El punto que enfrentó a Popper con sus colegas herederos del Círculo de Viena y Berlín, en 1961, fue el de la existencia de distin­ tas metodologías y tipos de conocimiento en las Ciencias Naturales y en las Ciencias Humanas. El debate que tuvo lugar entre Adorno y Habermas, de la Escuela de Frankfurt, de una parte, y Popper, de la otra, fue publicado como La disputa positivista en la sociolo­ gía alemana, en 1976. Popper mantuvo su fe en la unidad y en su convicción de que la sociedad puede ser conocida en los mismos términos que el mundo físico. Sólo que al confrontar sistemas de valores morales y sociales irreductibles nada se obtiene tratando de resolverlos. Al contrario, ellos servirán para definir una sociedad abierta. Abierta en cuanto a que ella se expone, como una verdadera teoría científica, a los contraejemplos, pero no en su totalidad, sino en aspectos particulares, como negativa a integrar un grupo social o incapacidad de establecer relaciones con otros países. Asistimos de esta manera a un debate muy notable que ha ocurri­ do en el siglo pasado, y que persiste en el actual, y en el cual, mientras los cultores de las Ciencias Sociales, y por supuesto de la Ciencia Po­ lítica y las Relaciones Internacionales, insistían en la aproximación al método científico de las ciencias de la naturaleza para teorizar sobre 60 Ver Popper, La lógica de la investigación científica, op. cit., capítulo IV, p. 75.

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los fenómenos que les eran propios, en el terreno de la Filosofía de la Ciencia aparecían autores que cuestionaban muy profundamente la certeza y la confiabilidad de ese método, al menos de la manera como era generalmente asumido y aceptado. La otra gran contribución a la teoría del conocimiento que in­ fluyó muy directamente en la teoría internacional la hizo Thomas Kuhn, filósofo de la ciencia estadounidense. Aunque procedente del campo de la Física, se cambió a la Historia de la Ciencia motivado por las incongruencias que notó entre lo sostenido por los filósofos y compartido por los científicos, y la realidad. En La estructura de las revoluciones científicas (1962) sostuvo que la ciencia no es una cuidadosa construcción de teorías sobre la base de hechos neutrales laboriosamente acumulados, sino una actividad contingente de tipo social. La ciencia normal es lo que los científicos hacen casi todo el tiempo y consiste en resolver enigmas dentro de comunidades científicas particulares. En realidad, la ciencia normal está basada en “visiones del mundo” o específicamente en paradigmas: “Considero a éstas como realizaciones científicas universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica”.61 Los paradigmas proporcionan modelos desde los cuales surgen tradiciones de investigación científica particulares, tales como la as­ tronomía ptolomeica, la dinámica newtoniana o la óptica de las ondas. De acuerdo a Kuhn, la elección de un paradigma supone una racionalidad científica y corresponde más bien a la ciencia re­ volucionaria que a la ciencia normal. Pero la más importante con­ tribución de Kuhn radica en su explicación de cómo las ciencias se constituyen y se desarrollan. La constitución de un paradigma tiene, al menos, un doble papel: sociológicamente instaura a la co­ munidad de sabios y epistemológicamente define los problemas que conviene resolver, así como los modos de tratarlos. Corresponde a la ciencia normal resolver los problemas, desa­ rrollar las teorías y extender su campo de aplicación. El trabajo más

61 La estructura de las revoluciones científicas, traducción al español de Agustín Contín, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1986, Prefacio, p. 16.

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habitual y normal de la ciencia se hace en el seno del paradigma. Se produce un movimiento de profundización y extensión. En el curso de esta fase, los fundamentos del paradigma no son jamás criticados y menos explicitados. Y cuando un problema se resiste a ser explica­ do por el paradigma es considerado y apartado como una anomalía que no amenaza el consenso inicial. Pero ocurre ineluctablemente que ciertas anomalías se imponen, sea en razón de su necesidad social, sea porque amenazan al para­ digma en su fundamento mismo. Comienza entonces un período de crisis. Este período de crisis no llega a su fin sino cuando un nuevo paradigma se adopta, el que lejos de preconizar tal o cual solución puntual, exige una verdadera conversión, una nueva ma­ nera de interpretar específicamente el mundo. El resultado es una revolución científica. Cómo se resuelve la contradicción surgida entre el paradigma nuevo y el paradigma antiguo es algo que Kuhn es cauteloso en ex­ plicar: “hay también circunstancias, aunque las considero raras, en las que pueden coexistir pacíficamente dos paradigmas en el último período”.62 La solución de la rivalidad entre paradigmas parece ser la per­ suasión. Los partidarios de paradigmas rivales ven el mundo en forma diferente, no se concentran en los mismos problemas, los escriben con lenguaje diferente. Los paradigmas son, por tanto, incompatibles. Los partidarios de paradigmas distintos deben re­ currir a la traducción para entenderse. Las traducciones no son nunca perfectas y menos tratándose de traducciones conceptuales y no lingüísticas. Finalmente, el triunfo de un paradigma ocurrirá por la evidencia de su capacidad para resolver el mayor número de enigmas y problemas. La teoría no sólo nos plantea propuestas de solución para identi­ ficar mecanismos y procesos de adquisición del conocimiento como los que hemos estado examinando hasta ahora. No sólo nos guía en la organización del conocimiento, tal como aparece en el examen de la historia de la ciencia. No sólo nos proporciona claridad en la 62 Ibíd.

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determinación de las verdaderas pruebas de la cientificidad. Tam­ bién nos propone criterios para entender cómo opera la realidad.63 Entre los que más profunda y permanente huella han dejado en el conocimiento reciente, al extremo de que sus coordenadas son utilizadas incluso por quienes no hacen una profesión expresa de fe en ellas, sin duda que destacan el estructuralismo, el funcionalismo y la noción de sistema. El estructuralismo, como expresión filosófica dominante de Eu­ ropa continental, tomó fuerza en los años que siguieron a la Segun­ da Guerra Mundial. Nació con el estudio de la Lingüística, gracias a la obra del teórico suizo Ferdinand de Saussure, a comienzos del siglo pasado. Pero el momento en que empezó a ocupar un lugar importante en la escena del conocimiento fueron los años sesenta, en los que entró en disputa con las filosofías rivales del existencialismo como son la fenomenología y el humanismo marxista. Nombres que se vincularon en forma principal con el estructuralismo fueron los de Roland Barthes, Louis Althusser, Michel Foucault, Jacques Lacan y Claude Levy-Strauss. Estos autores desarrollaron las ideas esquemáticas de Saussure en una verdadera ciencia de signos, o se­ miología, que fue más allá de los eventos superficiales del lenguaje para explorar una variedad de significados ocultos. En el hecho, el estructuralismo, aunque ninguno de estos autores adoptara la deno­ minación, atacaba el evangelio existencialista prevalente del sujeto humano autónomo. Mientras Sartre predicaba que el hombre es lo que hace de sí mismo, el estructuralismo, profundamente antihu­ manista, declaraba que el hombre es lo que es gracias a estructuras que están más allá de su conciencia, voluntad o control. Aunque inicialmente confinado al área del lenguaje, el estructu­ ralismo no tardó en ser extrapolado a una serie de sistemas translin­ güísticos como las Comunicaciones, la Antropología, la Literatura, las Ciencias Sociales y la Informática. Barthes sostuvo que la Semio­ logía podía dar cuenta de cualquier tipo de signos. Foucault inte­ rrogó los presupuestos subyacentes en las nociones occidentales de

63 “Las tareas de una teoría científica son abstraer, generalizar y conectar”, Martin Hollis y Steve Smith, op. cit., p. 61. (Traducción nuestra.)

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razón y locura, sexualidad, enfermedad y crimen. Lacan exploró las estructuras inconscientes del deseo expresadas en el habla y el len­ guaje, y Levy-Strauss expuso el pensamiento salvaje (pensée sauvagé), que opera como una lógica mitológica intemporal bajo el progreso aparente. Las polémicas públicas entre estructuralistas y humanistas de las décadas de 1950 y 1960 no estuvieron confinadas a París. El estructuralismo ejerció una influencia enorme en Europa, el mundo angloparlante y América Latina, en los campos de la Literatura, la Lingüística, las Humanidades, la Historia, la Política, las Cien­ cias Sociales y las Comunicaciones. La reacción vino de pensadores como Derrida y los deconstruccionistas y otros posestructuralistas que rechazaron las posiciones binarias de superficie y profundidad, evento y estructura, interior y exterior, conciencia e inconsciencia, calificándolas de reviviscencias de la metafísica dualista. La noción de estructura es simple. Un objeto posee partes unidas por relaciones ordenadas. Decir que la estructura es determinante del significado del objeto o del fenómeno significa que las relacio­ nes de las partes son esenciales, más que las partes mismas. Como consecuencia, si hay cambios en las partes, cambian por supuesto los significados. Sin embargo, el significado permanece invariable si los cambios son sistemáticos. Existe confusión en torno a la noción de estructura porque ella ha sido aplicada en forma diametralmente diferente, sea en la lingüística, sea en la antropología, campo en el que el pensador Levy-Strauss y sus seguidores sostuvieron que al comparar culturas se encuentran relaciones que no cambian -por ejemplo, rituales-, aun cuando las partes en relación en la estructu­ ra sean incluso sistemáticamente diferentes. La diferencia sustancial entre la lingüística y la antropología no está en la concepción de la estructura como sustentación del fenómeno evidente, visible o su­ perficial sino en las consecuencias del cambio sistémico de las partes de la estructura que, en el primer caso, son considerados definitivos y, en el segundo, irrelevantes. La noción de estructura permeó todo el pensamiento social y afectó profundamente la manera de entender conceptos clave para las Relaciones Internacionales como los de Estado, poder e institu­ ción. La Ciencia Política neomarxista (Poulantzas), la Filosofía de

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la misma inspiración (Althusser), la Sociología (Parsons) y hasta la Economía Internacional, han usado las categorías analíticas del estructuralismo. En América Latina, la influencia de este enfoque ha sido profunda y permanente. Vecina a la noción de estructura se encuentra, en términos de lógica del conocimiento, la noción de función. La estructura pue­ de ser considerada de una manera estática, descriptiva, similar a la anatomía de los seres vivientes. O puede considerarse en forma dinámica como conjunto de partes coordinadas que interactúan, como un mecanismo en movimiento, en el que las partes se rela­ cionan entre sí para la consecución de un fin. En la idea de función está implícita la dimensión teleológica, es decir, de fin. La noción de interactuación dinámica de las partes que desempeñan una fac­ ción del movimiento general integrado, a la manera física de un complejo mecánico, nos acerca a la idea de fisiología de los cuerpos vivos. El funcionalismo, como perspectiva del pensamiento acerca del comportamiento de los seres vivos, estuvo muy vinculado con la aparición de las teorías evolucionistas de Darwin, quien imagi­ nó la lucha por la supervivencia en términos funcionales. Las uni­ dades biológicas eran sistemas adaptativos y funcionales, en una competencia de vida y muerte. Cada parte jugaba su papel en el funcionamiento del todo. No demoraron mucho estas ideas en ser tomadas en préstamo por ciertos observadores de la conducta humana y aplicadas a los asuntos sociales. El “darwinismo social” importó las categorías funcionales al campo del análisis social. Los “darwinistas sociales” sostuvieron que el beneficio general social era mejor servido por la competencia irrestricta entre las unidades, que la adaptabilidad funcional era la más alta de las virtudes y que los intentos de proteger al débil alteraban negativamente el funciona­ miento óptimo del conjunto social. Estas ideas gozaron de prestigio hacia fines del siglo XIX, ingresando al discurso académico. Las ideas funcionalistas influyeron sobre la Antropología. De la Antro­ pología fueron transmitidas a la naciente disciplina de la Sociología. Aparecieron implícitas en los trabajos de Emile Durkheim y poste­ riormente en forma explícita en Talcott Parsons y Robert Merton, abriéndose paso hacia el centro de las Ciencias Sociales.

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En 1960, con la publicación de la obra clásica de Gabriel Almond, La política de las áreas en desarrollo, las ideas funcionalistas fueron aplicadas al estudio de la vida política. Citemos al antro­ pólogo A. R. Radcliffe-Brown, uno de los más distinguidos repre­ sentantes del funcionalismo aplicado a la sociedad humana64 para entender lo que esta idea fuerza ha significado en el campo del co­ nocimiento que nos concierne: El concepto de función aplicado a la sociedad humana está ba­ sado en una analogía entre la vida social y la vida orgánica. Es a través y por la continuidad del funcionamiento que la continui­ dad de la estructura es preservada. Función es la contribución que una actividad parcial hace a la actividad total de la que es parte. La función de un uso social particular es la contribución que él hace al sistema social total. Tal visión implica que un sistema social tiene un cierto tipo de unidad. Podemos defi­ nirlo como una condición en que todas las partes del sistema funcionan juntas, con el suficiente grado de armonía o consis­ tencia interna; es decir, sin producir conflictos persistentes que no puedan ser resueltos o regulados.65 El aparato conceptual y terminológico del funcionalismo es probablemente uno de los más utilizados en el estudio de la po­ lítica nacional e internacional de reciente data. Las referencias a funciones en el sistema político y a las relaciones entre estructura y función son recurrentes, aunque en muchos casos son casuales y no premeditadas, o simplemente son modas lingüísticas o clichés, lo que indica que el funcionalismo es más popular en la terminología que en la filosofía. Inevitablemente, estructuras y funciones nos conducen a la idea de sistema. Un sistema es un grupo de elementos relacionados, orga­ nizados con un fin. Nociones “holísticas” (el holismo es la teoría que

64 A. R. Radcliffe-Brown, “On the Concept of Function in Social Science”, Ameri­ can Anthropologist, 37 (1935), p. 394, citado por Bernard Susser, op. cit., p. 203. 65 A. R. Radcliffe-Brown, ibíd. (Traducción nuestra.)

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sostiene que el todo es más importante que la suma de las partes) como el Estado, la sociedad o la nación plantearon serios proble­ mas de interpretación al pensamiento moderno. Una manera exi­ tosa de abordarlos fue la que se hizo a través de la aproximación, teoría o análisis de los sistemas. Esta es una perspectiva de estudio de los fenómenos físicos y sociales que permite entender situacio­ nes dinámicas y complejas en una visión muy amplia. Se trata de una herramienta conceptual útil para explicar el funcionamiento de conjuntos de cosas tan variados como una red de calefacción, una organización postal, de salud o de educación, una empresa, una economía, un gobierno o una descripción de la realidad in­ ternacional en un momento dado de la historia. Para identificar un sistema es preciso distinguir sus límites, estar claros acerca de sus propósitos (explícitos o inferidos de su conducta) y definir el nivel de abstracción en que va a ser tratado. Los sistemas pueden contener subsistemas identificables. Estos, a veces, son investigados como jerarquías. Una de las contribuciones del análisis de sistemas fue la aclaración de que la optimización del funcionamiento de un subsistema puede perjudicar al sistema total e, incluso, frustrar el logro de sus objetivos. La aplicación crucial de la idea de sistema ha estado radicada primero en la cibernética, desde donde ha tras­ cendido prácticamente hacia toda forma de organización existente. Su metodología aplicada a la industria moderna ha significado una innegable contribución a la organización de la producción de todo tipo. La ecología urbana y mundial la ha acogido con éxito y be­ neplácito. Pero el análisis sistémico ha contribuido enormemente como herramienta para la comprensión y estudio de fenómenos po­ líticos nacionales e internacionales. Los empeños más interesantes a este respecto fueron los de David Easton, quien exploró las posibili­ dades de considerar la vida política en términos de sistema.66 El instrumental analítico que hemos revisado contribuye a la construcción de una teoría de las Relaciones Internacionales. La 66 David Easton, Política moderna, Letras, México, 1968 (versión en castellano de The Political System, Nueva York, 1953); A Systems Analysis ofPolitical Life, Nueva York, John Wiley and Sons, 1965; Esquema para el análisis político, Amorrortu Editores, Bue­ nos Aires, 6a reimpresión, 1992.

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noción misma de teoría está en permanente construcción, revisión y deconstrucción. Cómo se entienda la realidad de los fenómenos que constituyen el cuerpo u objeto de conocimiento de una disci­ plina, depende de puntos de partida filosóficos definidos. Cómo se confirma, se rectifica o se descarta ese conocimiento, depende de posiciones asumidas en torno a lo que es científico y a lo que no lo es. La construcción de instrumentos o herramientas adecuados para explicar y entender lo que se observa y lo que se aprende, forma también parte de la tarea de teorizar. La teoría es insustituible para interrogar a la realidad, comprenderla y modificarla.

IV.

Paradigmas

La realidad internacional puede ser analizada teóricamente desde perspectivas diferentes. Básicamente podemos distinguir tres pun­ tos de vista. En el primero, el analista propone un ordenamiento del mundo fáctico a partir de sus ideas. En el segundo, el actor intelectual observa la realidad con el mayor rigor posible y encuen­ tra factores que la gobiernan en su funcionamiento. En el tercero, el teórico trata de ubicarse en el plano más objetivo posible, sin pretender influir o recomendar ni tampoco tratar de encontrar en el campo de estudio verdades rectoras consideradas como evidentes y buscando, en cambio, constantes que den cuenta de la organiza­ ción, naturaleza y funcionamiento del orden internacional. En el primer caso hablamos del punto de vista idealista, en el segundo del realista y en el tercero de un enfoque que los cultores de la disciplina han denominado de diversas maneras: conductista, estructural-funcionalista o también sistémico. Desde que hay registro de la preocupación teórica por los pro­ blemas políticos en general y por los de políticas internacionales en particular, las inclinaciones se han alternado hacia uno u otro de estos enfoques, teorías o tendencias. No hay, desde luego, una secuencia cronológica. No podríamos decir que al idealismo siguió el realismo y que a este el conductismo, porque faltaríamos al rigor más elemental. Ha habido posiciones idealistas en la antigüedad más remota, pero también han existido siempre los realistas, y si los realistas han demostrado un gran control de la escena y sus logros 89

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teóricos han sido generalmente convincentes, a la vez que impresio­ nantes, los idealistas han mantenido sus propuestas, las que son tan válidas como incómodas. La autoridad teórica del conductismo con sus importantes acentos (o subpuntos de vista) ha sido incuestiona­ ble en los últimos cincuenta años de la disciplina de Relaciones In­ ternacionales, pero ello no ha hecho que desaparezcan los enfoques valorativos (idealistas) o fundamentalmente estatistas (realistas). Es preciso, además, tener en cuenta que es posible encontrar innumerables combinaciones, bien en un mismo autor, que puede ser al mismo tiempo idealista y realista, o más o menos de lo uno y de lo otro, bien en una misma época, en la que idealistas y realistas aportan diferentes enfoques para el mismo orden de problemas. Del mismo modo, los idealistas y los realistas pueden ser conductistas y trabajar con lo que es observable y conmensurable, como los he­ chos de los actores internacionales, o con los instrumentos analíti­ cos propios del estructural-funcionalismo o del análisis de sistemas sin abandonar sus postulados básicos. Los énfasis, sin embargo, son distintos y hacen que la consi­ deración de estos enfoques en forma separada no obedezca a un puro empeño de complicar las cosas o de ver realidades donde no existen. Además es útil tratar de ver la realidad desde los ángulos diferentes que nos proponen estos distintos tipos de análisis, por­ que descubrimos matices distintos de la verdad y porque ello nos obliga a integrar aspectos que de otra manera no consideraríamos, obteniendo resultados incompletos en el campo del conocimiento. Así, el análisis puramente centrado en los problemas del poder de los realistas condujo a errores considerables a quienes los siguieron al momento de adoptar políticas prácticas. Del mismo modo, por muy perfecto que sea un ejercicio analítico de tipo estructural, él puede ser inaplicable a una realidad que es incuestionablemente histórica, normativa y valorativa. El aporte de la noción de paradigma es muy valioso en la teoría de Relaciones Internacionales. La utilización de este instrumento ha ido más allá de lo que el propio Kuhn se planteó inicialmente. A partir de lo que él describió como el proceso de avance del conoci­ miento científico, otros tomaron una parte de la noción o, mejor,

IV. PARADIGMAS

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de las acepciones posibles de la noción de paradigma para aplicarlo al campo de las relaciones internacionales. El empleo de la voz pa­ radigma es hoy generalizado y no hay muchos problemas al hablar del paradigma idealista, del realista, o del conductista o estructuralista. Sin embargo, más allá del empleo terminológico, conviene despejar las dudas acerca de la utilización de la expresión paradigma para designar los enfoques teóricos de las relaciones internacionales. También es preciso determinar el porqué de la insistencia de su uti­ lización pese a las dificultades que de ello se derivan. Entre los autores más proclives a considerar como posible la aplicabilidad de la concepción de paradigma de Kuhn a las Relacio­ nes Internacionales, se encuentra Arend Lijphart.67 Sin embargo, hay varios problemas en la adaptación de aquella noción al campo de las Relaciones Internacionales de hoy. En primer lugar, el uso del concepto paradigma en Relaciones Internacionales parte de la premisa falsa de su carácter de indiscutible en la teoría de la ciencia. En verdad, lo que ocurre es lo contrario y la disputa en ese campo es muy candente. Enseguida, se sabe que Kuhn es muy impreciso en cuanto a la noción misma de paradigma. El la usa en acepciones muy diferentes. Asimismo, para determinar lo que se entiende por paradigma -lo que hemos intentado en el capítulo anterior- debe­ mos recurrir sin falta a la noción histórica de actividad científica, y sobre esto y lo que Kuhn ha elegido como el cuadro de la actividad científica existen muchas opiniones. Importante es tener en cuenta que otros autores como Lakatos68 han sido efectivamente críticos de las propuestas de Kuhn. Además, Kuhn fue claro al manifestar que sus argumentaciones se aplicaban a las “ciencias maduras” y no a las “protociencias”, Artes o Ciencias Sociales. El concepto de realidad utilizado por Kuhn es también objeto de polémicas. No está claro si Kuhn es un relativista o no lo es. En algunos casos, la realidad es para él inconfundible, clara y determinada. En otros, no lo es. De allí a analizar el campo de las Relaciones Internacionales, en el cual 67 Ver Steve Smith, “The Self Images of a Discipline: A Genealogy of International Relations Theory”, en Booth y Smith, op. cit., p. 15. 68 Imre Lakatos, Historia de la ciencia y sus reconstrucciones racionales, Tecnos, Ma­ drid, 1993.

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la realidad está compuesta de conceptos relativos y discutibles (por ejemplo, Estado o sociedad) hay un trecho muy importante y los problemas serían aun mayores. El paradigma de la ciencia domi­ nante y normal es difícil de precisar -si no imposible- en Relacio­ nes Internacionales, pues estaría construido con conceptos esencial­ mente relativos, imprecisos y mutables. Pero el problema más serio al denominar paradigmas al idea­ lismo, al realismo y al conductismo, emana de la convención de que un paradigma se esfuma al aparecer uno mejor en el horizonte, porque en Relaciones Internacionales no ha ocurrido tal cosa. A di­ ferencia de la Astrofísica, en que el paradigma de Ptolomeo desapa­ reció frente al de Galileo-Kepler, o la verdad newtoniana terminó su predominio al entrar Einstein en escena, nada similar ha ocurrido en el campo de las Relaciones Internacionales, en que idealismo, realismo y conductismo siguen coexistiendo. Esto se torna aún más complejo al tener en cuenta que las autoridades de la disciplina no están del todo de acuerdo en considerar cuáles son sus paradigmas. Para Lijphart, por ejemplo, idealismo y realismo forman parte de un solo paradigma (el “tradicional”) y este habría sido reemplazado por el llamado “paradigma científico”, o sea, el conductismo.69 Aparte de estos problemas de aplicabilidad originaria, hay tam­ bién problemas de precisión en el análisis una vez que el instru­ mento paradigma ha sido admitido en el campo de los estudios internacionales. Resumiendo, ellos son: la inexactitud de una pro­ gresión cronológica a la que hemos hecho mención y que los estu­ diantes creen que existe porque es más fácil de entender, y la cuenta inexacta que da el análisis paradigmático de los muchos matices y contradicciones que existen en el campo teórico de las Relaciones Internacionales sin que ellos puedan ser capturados por cada uno de los paradigmas en particular. En efecto, son muchas las cuestiones importantes que los paradigmas dejan fuera, como los temas de género, clase o etnia. Esto último nos lleva a la crítica más seria. La división de la teoría de las Relaciones Internacionales en los tres pa­ radigmas mencionados es una opción válida, pero muy incompleta, 69 Booth y Smith, op. cit.

IV. PARADIGMAS

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y a la cual se critica por poseer una visión “occidental ista”, “blan­ ca”, “machista” y “conservadora”. Sin embargo, la mayor amplitud y adaptabilidad del concepto general de paradigma a las Relaciones Internacionales, ha permitido a autores como Celestino del Arenal dar una cuenta más generosa de la realidad. ¿Por qué, entonces, se ha divulgado tanto la noción de paradig­ ma y se asume, casi sin discusión, como válido que su número, con variaciones, está determinado? En primer lugar es necesario volver al capítulo anterior para recordar cuáles, de las muchas conocidas, son las nociones de pa­ radigma que mejor sirven a la teoría de Relaciones Internacionales. En la concepción de Kuhn, que hemos analizado con anteriori­ dad, hay elementos clave. El sostiene que en un paradigma hay realizaciones científicas, universalmente reconocidas, que duran en el tiempo, que proporcionan modelos de problemas y proporcio­ nan también modelos de soluciones a una comunidad científica. Así entendido, un paradigma es un instrumento analítico muy conveniente para el tipo de estudio que nos convoca. En el más amplio sentido, las realizaciones científicas son obras; productos del intelecto aplicados a un objeto de conocimiento; aportes en el amplio espectro del quehacer académico. El requisito para que estas realizaciones científicas lleguen a integrar un paradigma es el de su universalidad, es decir, el de su aplicación válida por todos los que profesan la ciencia o aún más allá de la comunidad. Pero se requiere también de la permanencia en el tiempo. No puede haber un paradigma pasajero. Las realizaciones científicas deben depo­ sitarse en el seno de la comunidad que cultiva las relaciones in­ ternacionales, deben impregnar todos sus ámbitos de una manera permanente. Pero, sobre todo, los paradigmas presentan modelos de problemas y modelos de soluciones, puesto que de esto se trata en el fondo: de solucionar obstáculos y demandas en el campo del conocimiento. Para ello, y tratándose de un trabajo teórico, lo que el paradigma plantea son modelos abstractos, más que problemáti­ cas reales y concretas. Pero lo más característico de la reflexión de Kuhn es su afirmación de que todo esto transcurre en los marcos de una comunidad científica determinada. Esta es la depositaría de la

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ciencia normal, la defensora celosa del saber convencional acumu­ lado contra los ataques o críticas venidos desde fuera en épocas de turbulencia que presagian la crisis y que pueden llevar a la revolu­ ción (científica, por cierto). Así entendido, ¿qué problema puede haber en la utilización ins­ trumental de la noción de paradigma en Relaciones Internacionales y en la ordenación del saber acumulado en tres grandes ciclos de pensamiento propiamente diferenciados? Es lo que haremos porque, como alguien ha apuntado, a mi juicio en forma muy correcta:

Con todo, la visión de la teoría internacional que concibe tres paradigmas competitivos principales es sostenible y excelente para introducir a los estudiantes a una variedad de teorías dis­ ponibles en la disciplina. De acuerdo con esto, cada paradigma puede ser resumido en términos de sus respuestas a preguntas tales como: ¿Quiénes son los principales actores? ¿Cuáles son los principa­ les temas en política internacional? ¿Cuáles son los principales procesos en acción en la sociedad internacional? ¿Cuáles son las soluciones principales? Claramente cada paradigma da respues­ tas diversas a estas preguntas, de manera que los estudiantes obtienen tres diferentes interpretaciones de la política interna­ cional.70 Analicemos ahora los diferentes paradigmas.

El

PARADIGMA IDEALISTA

Entre las obras que se conservan de Platón, están sus cartas. Aquella que sus comentaristas identifican como “Carta Séptima” contiene en pocas palabras el tema de La República. La carta fue escrita cuan­ do el filósofo era un hombre viejo que recordaba sus experiencias de 70 Steve Smith, en op. cit., p. 18. (Traducción nuestra.)

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juventud, en especial, el trauma de la injusta condena de su amigo y maestro Sócrates. Este fue uno de los acontecimientos más lamen­ tables del restablecimiento de la democracia en Atenas después de los sucesos políticos que siguieron a la Guerra del Peloponeso. Sócrates fue ejecutado en el año 399 a. de C., acusado de impie­ dad y corrupción de la juventud. La obra política de Platón estuvo influida, de una manera decisiva, por estos eventos que provocaron en él un profundo escepticismo frente a la realidad y una convic­ ción absoluta de que sólo una mente gobernada por principios filo­ sóficos es capaz de diseñar un proyecto político apto para funcionar correctamente. En la producción de Platón, esa manera de concebir el tratamiento de la política se expresó en su obra La República y posteriormente en Las Leyes. En esencia, Platón nos transmitió el pensamiento de Sócrates acerca de la necesidad de descubrir los elementos comunes presentes en todas las acciones particulares que constituyen una clase general. Hay que preguntar ¿qué es la piedad? o ¿qué es la justicia? e insistir en que la respuesta correcta no reside en una enumeración de acciones piadosas o justas, sino en la afir­ mación de las nociones generales de piedad o justicia, que permean cada acción particular y que les dan el carácter de acciones piadosas o justas. En general, los interlocutores de Sócrates eran incapaces de responder, pues no sabían lo que eran la piedad o la justicia. Lo mismo podría decirse de la democracia: mucha gente sostenía co­ nocer el bien en política, pero sus opiniones nunca eran sometidas a examen. Lo más probable, entonces, es que sus acciones fueran equivocadas por estar basadas en la ignorancia. En suma, las cues­ tiones de moralidad y política se convertían en Sócrates y Platón en cuestiones de conocimiento. Si se supieran las respuestas, el error y la confusión podrían evitarse. Las enseñanzas de Sócrates desarro­ lladas por Platón y consideradas como clave en el curso del pen­ samiento occidental, son conocidas como idealismo y determinan una línea de pensamiento que veremos reaparecer continuamente a través de la historia. En la “Carta Séptima” a que hemos hecho mención, Platón dice:

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Finalmente llegué a la conclusión de que todos los Estados exis­ tentes estaban mal gobernados, y de que sus constituciones eran imposibles de reformar sin un tratamiento drástico y una buena dosis de buena suerte. Fui obligado, en efecto, a creer que la única esperanza de encontrar justicia para la sociedad o para el individuo yace en la verdadera filosofía y que la humanidad no tendrá alivio de sus problemas hasta que el poder político sea ganado por verdaderos filósofos, o por políticos que por algún milagro se hayan convertido en filósofos de verdad.71 En lo que se ha considerado como el más largo sermón de Pla­ tón al mundo, Las Leyes, escrito entre los años 350 y 340 a. de C., el filósofo establece la importancia predominante de la ley como instrumento, aunque esencialmente imperfecto, para la salvación moral de la sociedad. El gobernante ideal, con su conocimiento ex­ perto de las leyes morales, se somete, en esta obra tardía, al mandato de la norma. Toda la vida de la comunidad debe, en consecuencia, ser regulada por un código detallado de leyes que expresarán hasta donde sea posible la versión del filósofo acerca del bien. En la visión idealista de la política y la sociedad hay pues, des­ de la antigüedad clásica griega, esta idea felizmente graficada como sermón. Una autoridad político-filosófica dice lo que es bueno, sin detenerse mucho a considerar cómo son las cosas en verdad y postu­ lando, en cambio, recomendaciones acerca de cómo ellas deben ser. El campo de aplicación de las leyes es una república ideal llamada “Magnesia” habitada por el número preciso de 5.040 ciudadanos, ubicada a nueve o diez millas del mar en un territorio que propor­ cionará decente, pero no lujoso, nivel de vida. El tamaño pequeño del territorio estimulará la intimidad y la amistad entre sus habitan­ tes. Sus niveles de vida modestos asegurarán la sobriedad y la mode­ ración, desincentivando los excesos y los vicios. Las relaciones con el exterior son también estrictamente reguladas, pues su situación

71 Platón, “Carta Séptima”, tomado de la introducción del traductor de La Re­ pública. Versión inglesa de Desmond Lee en Penguin Books (1955), Londres, 1974. (Traducción nuestra.)

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remota desalienta las visitas no deseadas, como las de comerciantes y mercaderes, quienes son considerados fuente potencial de innova­ ción y desacuerdo. Existirá una clase de residentes extranjeros a los que sólo se les permitirá una permanencia de veinte años. No es sorprendente que en las reflexiones de Platón -o, mejor, en las reflexiones de Sócrates, según Platón- aparezcan los proble­ mas que se suscitan entre pueblos diferentes, es decir, los temas de relaciones internacionales, aunque el concepto no corresponda exactamente a esos tiempos. De ellos, los que conciernen a las re­ glas de la guerra han sido siempre de primordial importancia. En el texto de La República, Sócrates hace proposiciones que él considera deseables pero, al mismo tiempo, posibles. Los idealistas reconocen las dificultades que encontrarían sus fórmulas, pero no abandonan las esperanzas de que ellas sean realidad gracias a la razón o a la bon­ dad de los seres humanos. En la actividad guerrera deberán tomar parte tanto los hombres como las mujeres y los niños: “Hombres y mujeres servirán juntos y llevarán a los niños a la guerra con ellos cuando han alcanzado la edad suficiente para permitirles ver, como ocurre en otras actividades, la tarea que deberán hacer cuando crez­ can. Además, viendo lo que ocurre, harán todo lo que es útil para sus madres y padres durante la campaña”.72 También se refiere a los premios y castigos a los soldados duran­ te las operaciones militares y al tratamiento de los enemigos. Clara­ mente, considera que la guerra es una actividad característica de la humanidad, y distingue entre guerras civiles y guerras propiamente tales: “Pienso que las palabras ‘guerra’ y ‘guerra civil’ reflejan una diferencia real entre dos tipos de disputa. Y de los dos tipos uno es interno o doméstico y el otro exterior o extranjero. Se puede llamar al primero guerra civil y al otro guerra”.73 Asimismo, Platón plantea la identidad griega en relación con la condición de bárbaro. Los griegos, aunque pertenecientes a dife­ rentes ciudades, deben regular sus relaciones como si fueran inter­ nas, en tanto que las relaciones entre griego y bárbaro son siempre

72 Ibíd. 73 Ibíd.

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exteriores: “Entonces, ¿piensas que es correcto si yo digo que todas las relaciones entre griego y griego son internas y domésticas y todas las relaciones entre griego y bárbaro son externas y extranjeras? [...] Admirable”.74 Luego siguen consideraciones acerca de la conducta que se debe adoptar en la conducción de la guerra entre los griegos o de griegos contra bárbaros. La idea de unidad griega es siempre deseable de preservar por la necesidad de no caer a merced de los bárbaros. Cicerón (106-43 a. de C.), en Roma, es otro ejemplo de este modo de ver las cosas de la política. Cree que la ley está basada en la recta razón. La razón radica en la naturaleza, que es la fuente primaria del Derecho. Todos los seres humanos poseen razón y son capaces de discernir entre lo justo y lo injusto. Esto lo conduce a la conciencia de una cierta igualdad en el género humano y lo lleva, en su obra Sobre los deberes, a condenar las vejaciones que reciben los extranjeros, quienes merecen poder vivir en las ciudades romanas o comerciar aunque no sean ciudadanos. Sin embargo, esta concep­ ción igualitaria del género humano no le impide ser enfático en su recomendación en La República de que las ciudades sean construi­ das lejos del mar para evitar la corrupción de las costumbres: También las urbes marítimas experimentan una cierta corrup­ ción y cambio en las costumbres; en efecto, se mezclan en ellas lenguajes y hábitos impropios, y se importan no sólo mercan­ cías, sino también costumbres extranjeras, de suerte que nada puede permanecer puro en las instituciones heredadas [...] Sin embargo, estas fallas van unidas a una gran ventaja; a saber, la de la facilidad con que pueda llegar todo de todas partes a la urbe en que vives y en reciprocidad ella puede también transportar y enviar todo lo que producen sus campos al país que desee.75

74 Ibíd. 75 Cicerón, La República, traducción de Rafael Pérez Delgado, Aguilar, Madrid, 1979.

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San Agustín, quien hereda el platonismo a través de Plotino, de Porfirio y del mismo Cicerón, sostiene que hay una capacidad en la mente de conocer las verdades de una manera mucho más signi­ ficativa que la corriente de sensaciones y percepciones que llegan a través del cuerpo. Es indudable que hay verdades que esperan ser conocidas. La mente tiene hambre de verdad. Pero Agustín, bajo las presiones de la consideración religiosa, sostiene que el conocimien­ to no es sólo una posición estática del que conoce, sino una relación siempre creciente con Dios.76 Agustín distingue dos ciudades, la de Dios y la terrena, en la que simboliza a Roma en manos de Satán. La salvación de la ciudad te­ rrena es su aproximación a la ciudad de Dios: “Hemos dicho que de ahí procedía la existencia de dos ciudades diversas y contrarias entre sí: unos viven según la carne y otros según el espíritu. Esto equivale a decir que viven unos según el hombre y otros según Dios”.77 San Agustín, que empleó treinta años en escribir esta obra, no debe ser considerado un teórico político en sentido estricto, pero su influencia posterior es indiscutible, sobre todo en la formación de un modo de filosofar que es básicamente una aproximación idealista. El orden medieval se sustentaba en la autoridad de dos grandes instituciones: la Iglesia y el Imperio. Ambas aspiraban a representar la continuidad de aquella otra gran autoridad que había sido el Im­ perio Romano. Cuando el orden medieval y la unidad representada por el catolicismo romano y el Sacro Imperio Romano Germánico comienzan a ser amenazados por el Islam, primero, y por la Refor­ ma, después, los teóricos hicieron surgir otro instrumento de uni­ dad. Coincidente con la aparición de Estados nacionales revive la teoría del Derecho Natural, que es el fundamento del Derecho de Gentes.

La teoría del Derecho Natural, que se expandió en la Edad Me­ dia, reflejaba no sólo la existencia de una comunidad de fe,

76 Henry Chadwick, Augustine, Oxford University Press, Oxford, 1986. 77 San Agustín, La Ciudad de Dios, traducción de Santa Marta del Río y Fuertes Lanero, Editorial Católica, Madrid, 1978.

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sino también una estructura de la sociedad política fundada en una red de relaciones personales y jerarquizadas. A partir de la construcción de grandes Estados soberanos, la unidad moral y jurídica de la Cristiandad estaba rota. Será necesario explicar cómo se anudan y se desanudan las relaciones entre colectivi­ dades soberanas, en ausencia de toda autoridad susceptible de imponerles sus decisiones.78 Se hace necesario examinar los rasgos salientes del pensamiento de aquellos filósofos políticos que se preocuparon del Derecho de Gentes y del estado de naturaleza, partiendo de sus representantes más remotos. Sin ser exactamente un teórico político, Santo Tomás de Aquino (1224-1274) influyó muy poderosamente en conformar el pensa­ miento de Occidente, pues sus lecciones y construcciones ideales marcaron definitivamente el pensamiento político medieval que continuó extendiéndose, a través de sus seguidores, hacia los tiem­ pos modernos. Santo Tomás sirve de puente entre la Antigüedad grecolatina y el Medioevo, de una manera semejante a como lo había hecho San Agustín con las enseñanzas platónicas. Es decir, así como Agustín cristianizó a Platón, Santo Tomás cristianizó a Aristóteles. En efecto, Santo Tomás estudió el saber aristotélico, preservado durante la primera Edad Media en estudios árabes y judíos, y lo integró a la visión del hombre y el cosmos de su tiempo. Su logro fundamental fue incorporar la razón a un mundo regido por la fe, construyendo una teoría que no dejó de lado la revelación. En sus obras Suma Teológica, Suma contra gentiles, Comentarios a la ética y a la política de Aristóteles y La Monarquía (1265-1267) materializa sus enseñanzas y visiones en el campo de la política, de lo cual es un magnífico ejemplo la última de las obras nombradas. Santo Tomás es un claro caso de lo que entendemos por un idealista. Su punto de partida es el Derecho Natural, que se basa en esa capacidad, común

78 Marcel Merle, Sociologie des Relations Internacionales, Dalloz, París, 1974; Theorie Genérale des Relations Internationales Instituí d’Etudes Poiitiques de París, Les cours de Droit, París, 1973-1974, mimeo. (Traducción nuestra.)

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a todos los hombres y recibida de Dios, de descubrir ciertas normas fundamentales. Así dotados, los hombres pueden construir un orden político conducido por quien está llamado a representarlos como comunidad en la tierra: el monarca. Al monarca van dirigidos sus consejos acerca de cómo organizar la sociedad terrenal: “Es necesario comenzar ahora en nuestro comentario por exponer qué se entiende por la palabra rey. Porque todo cuanto se ordena a un fin puede ser conducido por diferentes caminos, se precisa un dirigente por medio del cual llegue directamente a su fin todo lo destinado a él”.79 En el Libro Segundo de La Monarquía, los capítulos finales es­ tán referidos a lo que los reyes deben hacer al fundar ciudades: “para conseguir la gloria, eligiendo para ellas los lugares templados...” (capítulo 5)”.80 Elegirán también zonas “en las que la atmósfera sea lo más saludable posible y en qué y con qué signos se conoce un lugar así” (capítulo 6)81 “que cuente con abundancia de víveres, sin lo cual no sería [perfecta]”.82 La región que el rey elige para fundar ciudades y campamentos “debe tener lugares amenos; pero debe procurar que los ciudadanos no abusen de los mismos, sino que se sirvan de ellos con moderación; de lo contrario, la disolución aca­ rrearía la ruina del reino”.83 La aproximación tomista fue aplicada a las cuestiones que plan­ tearon a partir de la época de los descubrimientos geográficos, los pensadores españoles Francisco de Vitoria (1483-1546) y Francisco Suárez (1548-1617). Vitoria nació en Burgos e ingresó a la orden dominica en la misma ciudad. Estudió Teología y Humanidades en París, doctorándose en 1523. Regresó a España y enseñó en Valladolid. En 1526 obtuvo la cátedra de Teología en Salamanca. Allí introdujo la Suma de Tomás de Aquino como libro de texto. Su obra está recogida en las Relecciones, que eran conferencias extraor­ dinarias sobre los más diversos temas de actualidad, ofrecidas en

79 Santo Tomás de Aquino, La Monarquía, traducción de Robles y Chueca, Tecnos, Madrid, 1994. 80 Ibíd. 81 Ibíd. 82 Ibíd. 83 Ibíd.

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días de fiesta ante la universidad en pleno. Se conservan trece de ellas, entre las que están las relativas a las Indias (De Indis Prior y De Indis Posterior sive de lure bellí) de 1539. En el campo internacional utiliza una perspectiva idealista porque sus doctrinas acerca de los hechos de la realidad indican que deben ser enfrentados a partir de un cierto ideario. En él están fundadas sus enseñanzas sobre el derecho de la guerra y sobre la conquista de las Indias. En relación con el derecho de la guerra, teoriza sobre la guerra justa, que es la que busca reparar una ofensa injusta grave (causa justa) promovida por la autoridad legítima y que está sólo inspirada por la recta intención. Cuestión Tercera: Cuál puede ser la razón y la causa de una guerra justa. La cual es más necesaria para todo el problema y la controversia acerca de los bárbaros. Para esto establezco como Primera Proposición: la diversidad de religión no es causa justa para una guerra. Queda largamente probada en la relec­ ción anterior, donde impugnamos el cuarto título que puede pretenderse para la posesión de los bárbaros, esto es, cuando no quieren recibir la fe cristiana. Es sentencia de Santo Tomás, y común entre los doctores, y no sé de ninguno que sienta lo contrario.84

En relación con la conquista de las Indias, un tema muy intere­ sante para los latinoamericanos, hay pasajes muy importantes en la obra de Francisco Vitoria. Afirma que los indios son los verdaderos dueños de su territorio, con anterioridad a la llegada de los espa­ ñoles. En el hecho se trata de un cuestionamiento a la ocupación. Por lo tanto, a su juicio se hace necesaria una distinción entre tí­ tulos legítimos e ilegítimos. Entre los primeros están: la tutela de la natural sociabilidad del hombre y de la libre comunicación (de paso defiende la libre navegación de los mares, un siglo antes que Grocio); el derecho de evangelización (con matices); la acción en

84 Francisco de Vitoria, “De Indis Posterior”, Relección II, Obras, T. Urdanoz, ed., Editorial Católica, Madrid, 1960.

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favor de los convertidos; la intervención humanitaria en defensa de los inocentes y para impedir sacrificios humanos; la elección volun­ taria; la alianza y la amistad. Por el contrario, son títulos ilegítimos: la alegación de autoridad universal del Emperador o del Papa; el derecho de ocupación que sólo procede respecto de las res nullius (cosas que no pertenecen a nadie), en tanto que las tierras americanas pertenecen a los indios; el derecho de compulsión por no abrazar el cristianismo; los peca­ dos de los indios y las enajenaciones contractuales o por ordenación divina:

Disertaré ahora sobre títulos legítimos e idóneos por los que pudieron los bárbaros venir a poder de los españoles. 1. En Primer Título puede nombrarse de la sociedad y comunicación natural. 2. Y acerca de esto sea así la Primera Conclusión: Los españoles tienen derecho de recorrer aquellas provincias y de permanecer allí, sin que puedan prohibírselo los bárbaros, pero sin daño alguno de ellos. Se prueba en primer lugar, por el de­ recho de gentes, que es derecho natural o del derecho natural se deriva, según el texto de las Instituciones-. Lo que la razón natu­ ral estableció entre todas las gentes se llama derecho de gentes. Mas en todas las naciones se tiene como inhumano el tratar y recibir mal a los huéspedes y peregrinos sin motivo alguno especial; y, por el contrario, es de humanidad y cortesía com­ portarse bien con ellos, a no ser que los extranjeros reportaran daño a la nación.85 85 Ibíd. La argumentación es muy extensa y detallada y se convierte en un alegato justificatorio de la presencia española y de la extracción de riquezas. Por ejemplo, agrega Vitoria: “3. Segunda Proposición: es lícito a los españoles comerciar con ellos, pero sin perjuicio de su patria, importándoles los productos de que carecen y extrayendo de allí oro y plata u otras cosas en que ellos abundan; y ni sus príncipes pueden impedir a sus súbditos que comercien con los españoles ni, por el contrario, los príncipes de los españoles pueden prohibirles el comerciar con ellos [...] 4. Tercera Proposición: Si hay cosas entre los bárbaros que son comunes, tanto a los ciudadanos como a los huéspedes, no es lícito a los bárbaros prohibir a los españoles la comunicación y participación de esas cosas [...] Luego si el oro que se halla en el campo, las perlas del mar o cualquier otra cosa de los ríos, no es propiedad de nadie, por derecho de gentes será del ocupante, como los peces del mar...”.

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Francisco Suárez (1548-1617) nació en Granada. Estudió Dere­ cho Canónico, Filosofía y Teología en Salamanca. En 1564 ingresó a la orden de los jesuítas. Enseñó en Roma y después en Alcalá y Salamanca. Terminó su carrera en Coimbra. Su importancia es muy grande como teólogo y su autoridad sólo comparable con la de Tomás de Aquino. En lo jurídico y en lo político destacan sus Tractatus de legibus ac Deo Legislatore, Defensio Fidei y De Bello. Como intemacionalista, jusnaturalista e idealista, creyó en una co­ munidad internacional regida por el lus Gentium. A diferencia de Vitoria, consideró que este último es parte del derecho positivo. La guerra y más precisamente la guerra justa es parte del derecho positivo. Por lo tanto, los monarcas pueden renunciar a la guerra y recurrir a otros procedimientos, como el arbitraje.86 La tradición idealista basada en el Derecho Natural, como fun­ damento del Derecho de Gentes, tuvo también un desarrollo im­ portante entre los pensadores del mundo protestante de Europa. El más importante de ellos fue el holandés Grocio, a quien ya he­ mos mencionado, pero también lo fueron el alemán Puffendorf y el suizo De Vattel. Grocio considera que el Derecho Natural tiene su origen en la naturaleza humana. Por tanto, la base de este debe encontrarse en la naturaleza sociable y en la condición racional del ser humano. Es el appetitus societatis y no el interés, el que indu­ ce al hombre a asociarse en comunidades tranquilas y ordenadas. El Derecho Natural se conoce por la razón (lus racionalismo) y es obligatorio e inmutable. El Derecho Natural existe aun si Dios no existe (diferencia capital con el jusnaturalismo católico). Grocio es parcialmente idealista y parcialmente realista en cuanto al Derecho Natural, porque al fijar el contenido del mismo distingue dos mo­ mentos: a priori, según el cual son normas del Derecho Natural las conformes a la naturaleza social racional del hombre; y a posteriori, según el cual es Derecho Natural lo que en todos los pueblos se cree que es tal (lo que implica investigación empírica).

86 Botella, Cañeque y Gonzalo, El pensamiento político en sus textos. De Platón a Marx, Tecnos, Madrid, 1994, p. 149.

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En lo que respecta al Derecho de Gentes, este “rige entre mu­ chos pueblos y sus reyes, cristianos y paganos”. Puede ser Derecho Natural de Gentes, que es la manifestación del Derecho Natural proyectada hacia las situaciones internacionales y Derecho de Gen­ tes Positivo, con sentido por todos los pueblos y cuyo corolario es el cumplimiento de los convenios o tratados firmados: pacta sunt servanda. En relación con este último, Grocio profundiza sobre la guerra y sobre la libertad de los mares. Sin embargo, lo interesante de Grocio para nosotros es que él es muy representativo del en­ foque idealista, en cuya vertiente lo hemos incluido. Más aún, su pensamiento es tan rico y tan prolífico que dio lugar a una tradi­ ción revivida por importantes autores en el siglo XX a propósito de la polémica entre idealistas y realistas acerca de la Primera Guerra Mundial. La “tradición grociana” fue revivida por Cornellius van Vollenhoven en 1918 y por Sir Hersh Lauterpacht en 1946.87 La posición central de Grocio está basada en la solidaridad o potencial solidaridad de los Estados que forman parte de la sociedad interna­ cional, en lo que respecta a la aplicación de la ley. Es preciso aclarar que Grocio no hace mención explícita de ello, pero de las reglas que él propone para la conducta internacional se deduce con facilidad este principio fundamental.

Subrayando una gran cantidad de teoría y práctica de las relacio­ nes internacionales desde la Primera Guerra Mundial, hay una cierta concepción de la sociedad internacional cuya impronta puede ser trazada en el Pacto de la Sociedad de las Naciones, el Acta de París, la Carta de las Naciones Unidas y la Carta del Tribunal Militar Internacional de Nuremberg. Se considera, en general, que contiene una fórmula adecuada para una conducta internacional justa y adecuada, de manera que la disparidad entre ella y la realidad del desarrollo de los eventos desde 1919

87 Hedley Bull, “The Grotian Conception of International Society”, en Butterfield y Wight, op. cit., p. 51.

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puede explicarse por el fracaso de los Estados u hombres de Estado en lo relativo a actuar de acuerdo con ella.88 En la filosofía política que va desde el siglo XVI a la Primera Guerra Mundial, está implícita la idea de pacto que funda su posibi­ lidad en el estado previo de naturaleza. Hobbes es el primero, como ya hemos visto, que destaca el paralelo entre el desorden reinante al interior de las comunidades preestatales y la anarquía en las relacio­ nes entre esas mismas comunidades cuando han alcanzado la con­ dición de comunidades organizadas. La celebración, ficticia o no de un pacto social, ha permitido la legitimación del poder del que de­ tenta el monopolio de la coerción, pero que tiene, por esta causa, el deber de asegurar el orden social. El paralelo entre situación interna e internacional se detiene allí, porque sabemos que históricamente al interior de los Estados un orden ha sido alcanzado, en tanto que en el plano internacional reina un estado de naturaleza. La idea del estado de naturaleza se encuentra presente en el pensamiento de filósofos políticos tales como Locke, Jean Jacques Rousseau, Kant y Hegel, pero el significado no es siempre el mismo. Sabemos que para Hobbes los hombres son guiados por su ansia de poder o por temer a las consecuencias de la lucha por el poder. Porque se temen unos a otros, y con el propósito de prevenir la autodestrucción del grupo en una guerra de todos contra todos, los hombres son forza­ dos a conferir su poder y su fuerza a un hombre o a una asamblea de hombres, que pueda reducir todos sus deseos a uno. Este soberano, que ellos crean voluntariamente, sin imponerle condiciones, es el Gran Leviatán o Dios Mortal. Lo que él ordena es la ley, lo que él decide es la justicia.89 Locke, quien refuta a Hobbes en su Segundo Tratado Civil90 sostiene, en cambio, que la delegación de pode­ res no es absoluta y el soberano tiene deberes hacia la comunidad. La idea del estado de naturaleza, como fundamento de un pacto 88 Ibíd. (Traducción nuestra.) 89 Maurice Ashley, England in the Seventeenth Century, Penguin Books, Londres, 1971, p. 116. 90 John Locke, Two Treatises of Civil Government., Everyman’s Library, Dent, Lon­ dres, 1970.

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universal para crear en el plano internacional una situación seme­ jante a la del plano interno, fue llevada a su expresión más perfecta por Immanuel Kant.91 El reino de la razón deberá imponerse en la medida en que el mundo progresa inevitablemente y los Estados llegan a un pacto que establezca alguna forma de organización polí­ tica supranacional. Las ideas de Kant no estaban aisladas. En el siglo XVIII, el Abate de Saint Pierre había propuesto un famoso Proyecto de Paz Perpetua (1713) que conocemos por la crítica de Rousseau:

No es necesario tampoco creer, con el Abate de Saint Pierre, que con la buena voluntad que los príncipes y los ministros no tendrán jamás, fuese posible encontrar un momento favorable para la ejecución de este sistema, pues sería necesario para ello que la suma de intereses particulares no predominara sobre el interés común, y que cada uno creyera ver, en el bien de todos, el mejor de los bienes que pueda esperar para sí mismo. Aho­ ra, esto exige un concurso de sabidurías de todas las mentes y un concurso de relaciones en tantos intereses que no se pueda esperar del azar el acuerdo fortuito de todas las circunstancias necesarias: por tanto si este acuerdo no tiene lugar no queda más que la fuerza que pueda reemplazarlo; entonces ya no se trata de persuadir sino de obligar, ni de escribir libros sino de reclutar tropas.92 El opúsculo filosófico de Kant Sobre la paz perpetua fue publi­ cado en 1795, poco después de la paz de Basilea entre Francia y Prusia. Esboza un orden de paz permanente entre los Estados que constituye, además, la meta final de la historia humana. Está situa­ do en una línea de proyectos idealistas y utópicos de organización

91 Kant, op. cit.: “Los pueblos pueden considerarse, en cuanto Estados, como in­ dividuos, que en su estado de naturaleza (es decir independiente de leyes externas) se perjudican unos a otros por su mera coexistencia y cada uno, en aras de su seguridad, puede y debe exigir del otro que entre con él en una Constitución civil, en la que se pueda garantizar a cada uno su derecho”. 92 Rousseau, Juicio sobre la paz perpetua., citado por Merle, op. cit. (Traduccción nuestra.)

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internacional que llegan a nuestros días y entre los que están los del Abate Saint Pierre, que acabamos de mencionar, y el de Jeremy Bentham. Corresponde a su idea de una historia universal y a su sistema ético expuesto en la Metafísica de las costumbres. Según Kant, la paz debe conquistarse. Salir del Estado de naturaleza —que para él al igual que para Hobbes- es un imperativo de la razón, un deber. La razón práctico-formal formula entre nosotros el mandato “no debe haber guerra”. El paradigma idealista se configuró con las contribuciones de otras ideas y otros autores, además de las del Derecho Natural, es­ tado de naturaleza y pacto o contrato social. Contribuyeron a su configuración el pensamiento sobre derechos individuales, la idea liberal del progreso material como sinónimo de bienestar, la utopía socialista y el nacionalismo. Los derechos naturales, derechos del hombre, derechos huma­ nos o de la persona humana, como se les ha llamado más reciente­ mente, son aquellos que pertenecen a los individuos por naturaleza, con independencia de la ley positiva. La revaloración de los dere­ chos naturales se encuentra en el fundamento de la filosofía política liberal surgida de la Ilustración y adoptada por la Revolución Fran­ cesa. Como son comunes a todos los hombres, muchos filósofos vieron en ellos la base real para la constitución de una comunidad universal de naciones que los comparten. Locke sugirió que estos derechos se materializaban en la vida, la integridad física, la libertad y la propiedad, y que poseían el carácter de inalienables; en especial, el primero de ellos. En la actualidad hemos presenciado un resurgi­ miento de la lucha por la protección de los derechos naturales -en el concepto de los derechos humanos, donde quiera que estos se encuentren amenazados, autorizando incluso la intervención y la excepción a la soberanía. Asimismo, el pensamiento político liberal del siglo XIX tuvo un gran desarrollo en Inglaterra, después del predominio y ocaso de Francia revolucionaria. Allí fructificó la idea de progreso en el triunfo magnífico de la revolución industrial y el desarrollo fabril. Jeremy Bentham encarnó el liderazgo del pensamiento británico de esa época. Su alegato partía de la base de que los seres humanos

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buscan el placer y evitan el dolor. La mayoría de la gente lo hace y, por lo tanto, hay fundamento, a partir de tal postulado, para cons­ truir una ética social. Una vez determinado el contenido de esta ética, los hombres, seres racionales después de todo, no tardarían en conformarse a ella. Bentham fue notable al ampliar la base social de esta ética -que los ilustrados habían circunscrito a la intelligentsiahacia las masas guiadas por el sentido común. Fue asimismo el pri­ mero en atribuir un papel capital a la opinión pública. Al predomi­ nio del sentido común, expresado en la opinión pública, de buscar el placer y evitar el dolor debía necesariamente corresponder, en el plano internacional, a la búsqueda de la paz a todo costo, porque la paz representa la aspiración al bienestar del sentido común. Este se expresa en la opinión pública internacional que se orienta hacia ese fundamento objetivo. Políticamente esa debía ser la orientación de gobiernos republicanos, puesto que hasta entonces la guerra había sido siempre llevada a cabo en interés de los monarcas. “La razón demostraría el absurdo de la anarquía internacional y con conoci­ miento creciente, suficiente cantidad de personas se convencerían racionalmente de su absurdo poniéndole fin”.93 La otra idea fuerza que contribuiría poderosamente a la confi­ guración del paradigma idealista sería la del socialismo, tanto en su versión premarxista como en importantes secciones del pensamien­ to de Marx. En la concepción marxiana, en el lenguaje oficial del Partido Comunista en experiencias históricas reales, el socialismo fue entendido como sistema de relaciones de producción, caracteri­ zando una etapa entre en capitalismo y el comunismo pleno. Es de­ cir, un orden final hacia el que se marchaba inexorablemente y que se caracterizaría en lo político por la desaparición del Estado y de los Estados. El socialismo, por tanto, proclamó un orden utópico del cual él mismo era sólo una etapa transitoria y que en sus com­ ponentes filosóficos y prácticos, como asimismo en cuanto a visión de la naturaleza humana, comprendía una serie de ideas o premisas tales como igualdad (de oportunidades), Estado administrador y eliminación de sistemas de control basados en la propiedad de las 93 E. H. Carr, op. cit., p. 24. (Traducción nuestra.)

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clases dominantes. La diferencia entre los socialistas premarxistas y Marx estaba en que los primeros proclamaban las bondades de una sociedad a cuya construcción ideal invitaban amigablemente a ad­ herir, mientras este último sostenía que el estudio científico de los mecanismos del capitalismo revelaban que este llevaba en su seno los elementos de su propia destrucción y que la destrucción podía ser acelerada por la revolución. En lo internacional, esta visión se manifestaba, en primer lugar, en el descarte de los Estados como base de las relaciones internacionales y su reemplazo por las relacio­ nes de clase a nivel planetario o mundial; en segundo lugar, en la revelación de las fuerzas económicas como las que verdaderamen­ te mueven a las relaciones internacionales, siendo los gobernantes meras marionetas destinadas a administrar la paz y la guerra; y, por último, en la consideración del capitalismo y la burguesía como fac­ tores de progreso y transformación que conducen a la terminación de las particularidades que justifican a los Estados: “El aislamiento nacional y los antagonismos entre los pueblos desaparecen de día en día con el desarrollo de la burguesía, la libertad de comercio y el mercado mundial, con la uniformidad de la producción industrial y las condiciones de existencia que le corresponden”.94 También la fuerza del nacionalismo contribuyó a configurar el paradigma idealista. El nacionalismo, como propuesta intelectual, estuvo fundamentalmente interrelacionado con la toma de con­ ciencia popular de un fenómeno que había estado presente desde fines de la Edad Media y que se manifestaba en el sentimiento com­ partido por la gente de constituir una identidad diferente compues­ ta de cultura, tradición, lengua, leyes y parentesco. Todo ello fue ayudado por la secularización del pensamiento político coincidente con el Renacimiento, primero, y la Ilustración, con posterioridad. Importantes factores para el desarrollo del nacionalismo fueron las implicancias igualitarias del liberalismo, el republicanismo y la ciu­ dadanía, encarnadas en las revoluciones francesa y estadounidense. En efecto, para sentirse parte de una misma comunidad nacional, de manera tal que se esté incluso dispuesto a brindar la vida en caso 94 K. Marx, Manifiesto Comunista, Sarpe, Madrid, 1983, p. 46.

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necesario, es preciso estar consciente de vivir en este mundo y no esperar la gracia del más allá. Por lo tanto, hay que haber dejado atrás el tipo de vida regulada por la cristiandad que es característico del Medioevo. El Renacimiento fue en gran parte eso. Pero también es importante ser igual, para lo que la Ilustración y las revoluciones francesa y estadounidense introdujeron el asunto de la ciudadanía. No es de extrañar que el nacionalismo prendiera, como lo hizo, con gran fuerza en el Nuevo Mundo, y, posteriormente, en el mundo descolonizado. Las naciones quisieron constituir Estados y la idea fuerza prendió en la conciencia colectiva de las Américas entre 1776 y 1830. Entre 1820 y 1920, el nacionalismo fue la gran fuerza mo­ triz de los asuntos internacionales del Viejo Mundo. Para Mazzini, que encarnó la filosofía nacional en su versión decimonónica, existía una suerte de división del trabajo entre las naciones. Cada una de ellas tenía su tarea especial propia debido a sus particulares aptitudes y la puesta en práctica de esta tarea era la contribución al bienestar de la humanidad. Si todas las naciones actuaran en ese espíritu, prevalecería la armonía internacional. Muchos escritores continuaron creyendo, hasta 1918, que las naciones, al desarrollar su propio nacionalismo, promovían la causa del internacionalismo. Wilson y muchos otros de los que elaboraron los acuerdos de paz vieron en la autodeterminación nacional la llave para la paz mun­ dial.95 Cuando los cuarenta y dos miembros fundadores de la Socie­ dad de las Naciones se reunieron en 1920, inauguraron una era en la que la nación se convirtió en la única base legítima del Estado. Todo lo anterior: derecho natural, estado de naturaleza, pactismo, derechos de la persona humana, ideales socialistas, fe en el nacionalismo, confianza en el sentir común manifestado en la opi­ nión pública, se unió a la popularidad de la doctrina de la armonía de intereses trasladada al plano internacional. Esta doctrina estimó indiscutible la proposición de que lo que conviene a un individuo conviene naturalmente a la comunidad. En lo exterior, lo que con­ viene a un Estado conviene también al conjunto de todos ellos. La aplicación más conflictiva de esta doctrina estuvo encarnada en la 95 E. H. Carr, op. cit., p. 46.

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recomendación, por parte de las grandes potencias industriales, de la ordenación de la economía internacional de acuerdo a las líneas del laissez faire. Por tanto, como consecuencia natural, las barreras aduaneras y otras formas de protección debían ser reducidas o sim­ plemente abandonadas. La armonía de intereses sería así alcanzada fácilmente, puesto que el interés general de los Estados se vería me­ jor favorecido por un sistema en el que bienes y capitales circularan libremente, lo que significaría un beneficio indudable para los Esta­ dos individualmente considerados. El paradigma idealista influyó poderosamente en la organización de las relaciones internacionales de la primera parte del siglo XX, alcanzando su momento más exitoso en los acuerdos que surgieron de la Paz de Versalles, que ordenó la escena después del término de la Primera Guerra Mundial. Pero el pacto que creó la Sociedad de las Naciones, en 1919, estuvo acompañado de esfuerzos parciales como los Acuerdos de Locarno de 1925, el Pacto Briand-Kellog de 1928, la Fuerza Internacional de Paz y los Estados Unidos de Europa que resumen las bases utópicas y que, teniendo el logro de la paz como la meta a alcanzar, originaron un orden en pugna con la realidad a la que se trataba de ordenar. Generalmente este esfuerzo está asociado con la figura del Presidente de los Estados Unidos Woodrow Wilson, un intelectual e historiador que ingresó a la política en 1910 como candidato a gobernador por el estado de Nueva Jersey, proponiendo el imperio de la racionalidad, el llamado al pueblo y a su sentido común. Wilson, que gobernó entre 1913 y 1921, tenía una fe ciega en la opinión pública y la armonía de los intereses mundiales con el modelo estadounidense. Cuando juró, el 13 de marzo de 1913, tenía pocos antecedentes en el estudio de la conducción de los asuntos exteriores. Antes de hacerse cargo de su oficio, admitió que “sería una ironía de la suerte si mi administra­ ción tuviese que preocuparse principalmente de materias externas”.96 Pero los acontecimientos en América Latina y Europa transforma­ rían la ironía en realidad. Desde 1914 en adelante, las relaciones

96 George B. Tindall y David E. Ski, America, W.W. Norton and Company, Nueva York, 1989, p. 625.

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exteriores ocuparían crecientemente su atención. Aunque le faltara experiencia internacional no le faltaban ideas o convicciones en ese campo. Tanto él como su secretario de Estado William Jennings Bryan creían que Estados Unidos había sido “llamado” a promover la democracia y el progreso moral del mundo. “Cuando se les dirige adecuadamente”, sostuvo Wilson en 1914, “no hay pueblo que no esté preparado para autogobernarse”.97 Cómo promover el idealis­ mo democrático y la autodeterminación en el exterior era un asunto más complejo. La oportunidad se dio con la firma de los acuerdos de Paz de Versalles, después de la Primera Guerra Mundial, en 1919. Wilson tomó la decisión fatal de asistir personalmente a la conferencia de paz, que se reunió el 18 de enero y que duraría seis meses. Fatal, porque nunca un Presidente de Estados Unidos se había alejado por tanto tiempo del territorio. Perdió, por esta razón, todo contacto con la realidad politica interior de su país. Sin embargo, al hacerlo enfatizaba su deseo de asegurar su meta de una paz permanente. Por un lado, se trataba de una medida oportuna porque su presti­ gio y determinación hicieron una diferencia en París. Por otro, en cambio, su ausencia de la política doméstica facilitó la labor de sus enemigos políticos que explotaron el descontento de la posguerra. Al aproximarse el fin de la guerra emergieron a la superficie los propósitos secretos de los contendientes. Ni los aliados, ni los pode­ res centrales, a pesar de las insinuaciones de Wilson, habían decla­ rado abiertamente lo que esperaban ganar a través de la hecatombe. El mismo insistió en que los estadounidenses carecían de propósi­ tos egoístas): “no deseamos ni conquista ni dominio”, sostuvo en su mensaje de guerra. Por desgracia, los bolcheviques publicaron, con posterioridad, copias de tratados secretos en los que los aliados habían prometido logros territoriales con el propósito de obtener que Italia, Rumania y Grecia pasaran a su lado. Cuando en la Con­ ferencia Interaliada de París, a fines de 1917, los coaligados no lo­ graron ponerse de acuerdo, el coronel House recomendó a Wilson formular directamente sus propósitos. Con el consejo de un panel 97 Ibíd.

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de expertos, el Presidente redactó una declaración que se conocería como los famosos Catorce Puntos. Estos Rieron expuestos a sesión mixta del Congreso el 8 de octubre de 1918 “como el único progra­ ma posible, tal como nosotros lo vemos”. El programa de Catorce Puntos del Presidente Wilson es con­ siderado poco menos que el credo del idealismo en la teoría de Relaciones Internacionales, casi sin distinción por expertos en la materia.98 En el exordio, que citamos a continuación, aparece in­ confundiblemente el sello de una mirada idealista hacia el mundo que surgiría de la guerra y cómo debería moldearse la escena inter­ nacional de acuerdo a un conjunto de principios conductores.

Señores del Congreso: [...] lo que pedimos en esta guerra por lo tanto, no es nada en especial para nosotros. Lo que pedimos es que el mundo se construya en condiciones que proporcionen seguridad para vivir en él; y particularmente que sea seguro para toda aquella nación amante de la paz que, como la nuestra, desee: vivir su propia vida, determinar sus propias instituciones, garantizar la justicia y el tratamiento equitativo hacia otros pueblos del mundo, y estar contra la fiierza y la agresión egoísta. Todos los pueblos del mundo son, en efecto, socios en este interés, y por nuestra parte, nosotros vemos muy claramente que, a menos que se haga justicia a los demás, no se hará justicia a nosotros.99 Los cinco primeros puntos llamaron a practicar la diplomacia abierta, la libertad de los mares, la remoción de las barreras del comercio, la reducción de los armamentos y el ajuste imperial de las demandas coloniales basado en los intereses de las poblaciones afectadas. Mucho del resto era un llamado a los Poderes Centrales a evacuar territorios ocupados y suscribía la autodeterminación para varias nacionalidades:

98 Phil Williams, Donald M. Goldstein y Jay M. Shafritz, Classic Readings ofInterna­ tional Relations, Wadsworth, Belmont, California, 1994. (Traducción nuestra.) 99 Ibid. (Traducción nuestra.)

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Acuerdos abiertos de paz, alcanzados públicamente, tras los cuales no habrá más entendimientos privados interna­ cionales de ningún tipo. La diplomacia deberá proceder siempre en forma franca y a la vista del público. Absoluta libertad de navegación de los mares, fuera de las aguas territoriales, tanto en la paz como en la guerra, ex­ cepto cuando los mares puedan cerrarse en todo o en parte por acción internacional de imposición de la observación de pactos internacionales. La remoción, hasta donde fuera posible, de todas las ba­ rreras económicas y el establecimiento de la igualdad de condiciones de comercio entre todas las naciones que con­ sientan en la paz y en la asociación para su mantención. Entrega y recepción de adecuadas garantías de que los ar­ mamentos nacionales serán reducidos al nivel más bajo po­ sible compatible con la seguridad doméstica. Ajuste libre, amplio de miras y absolutamente imparcial de todas las pretensiones coloniales, basado en la estric­ ta observancia del principio de que al determinar todas las cuestiones de soberanía los intereses de las poblaciones implicadas deben tener igual peso que el de las legítimas pretensiones de los gobiernos cuyos títulos deben determi­ narse.100

El punto 14, piedra angular del pensamiento de Wilson, pos­ tulaba una asociación general de naciones que garantizara la inte­ gridad territorial e independencia de todos los países grandes y pe­ queños: “Deberá formarse una asociación general de naciones bajo pactos específicos, con el propósito de proporcionar garantías mu­ tuas de independencia política e integridad territorial, tanto para las grandes naciones como para las pequeñas”.101 El espíritu idealista de la proposición wilsoniana es evidente y se ajusta plenamente a los términos del paradigma. Para que tales

100 Ibtd. (Traducción nuestra.) 101 Ibtd. (Traducción nuestra.)

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arreglos y pactos se alcanzaran, el Presidente declaraba su voluntad de lucha continua. Lo que se deseaba, decía, era el logro del pre­ dominio del derecho y del establecimiento de una paz permanente mediante la eliminación de las principales causas de la guerra. El período histórico que siguió al fin de la Primera Guerra Mundial y que se extendió hasta el estallido de la Segunda, con la agresión nazi-fascista, fue un desmentido brutal a las proposiciones wilsonianas y de fracaso total de los postulados del idealismo en relaciones internacionales. La reacción teórica se manifestará en el renacimiento vigoroso del realismo político. Edward Hallet Carr escribió su obra clásica, La crisis de veinte años, iniciando una ten­ dencia que ocuparía la escena del estudio de las relaciones inter­ nacionales y que constituiría un nuevo paradigma. Sin embargo, el idealismo no puede considerarse descartado y sus aportes son importantes y definitivos en el análisis de los fenómenos contem­ poráneos. Las ideas han influido en el desarrollo de los procesos históricos moldeando de una manera definitiva el escenario internacional. No hay duda de que la fuerza del modelo liberal capitalista, expresado en la combinación de democracia política y libre mercado econó­ mico, como fue puesto en práctica por Estados Unidos de América, significó que las relaciones internacionales quedaran marcadas de una manera definitiva en el curso del siglo XX. El fin de los impe­ rios y los procesos de descolonización hicieron lo propio respecto de las antiguas potencias europeas y los nuevos Estados emergentes. Todo ello emanaba de ideas acerca de cómo construir un nuevo orden político. El idealismo está también en la raíz de procesos de influencia que -como el keynesianismo que ayudó a la reconstruc­ ción económica internacional del mundo después del colapso eco­ nómico de la década de 1930 o el modelo de economía socialista planificada de la Unión Soviética- significaron un nuevo orden in­ ternacional al concluir la Segunda Guerra Mundial. Más recientemente, los esfuerzos por lograr un orden libre de guerra y agresión llevaron a la creación de una nueva institucionalidad en la Organización de las Naciones Unidas, después de 1945. Pero también condujeron a la reconstrucción de Europa y

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a la organización de ese continente sobre bases de cooperación y comunidad de intereses. La idea comunitaria ha inspirado esfuerzos de integración en todo el planeta. Del mismo modo, la lucha por imponer el respeto de los derechos humanos y el reconocimiento de que la humanidad debe vivir en un medio ambiente adecuado, libre de terrorismo y de discriminación racial, obedecen a ideas básicas que inspiran acciones internacionales en el marco del paradigma que analizamos. Las ideas pueden caracterizarse como visiones del mundo, creencias basadas en principios y opiniones causales.102 Del primer tipo son aquellas como el capitalismo o el comunismo, que han moldeado la acción internacional de las grandes potencias durante el período de la Guerra Fría. El accionar internacional y la inter­ pretación del significado de todo lo que ocurría en el período por los protagonistas de uno y otro bando, obedeció entre 1945 y 1989 a una visión del mundo (Weltanschauung) particular. Al segundo corresponden aquellas acciones y fenómenos llamados fundamentalismos, como en el caso del islamismo militante. También entran en estas categorías los nacionalismos exacerbados del tipo conocido en el Medio Oriente, los Balcanes o los territorios de la ex Unión Soviética. Al tercero pertenecen aquellas que, originadas en la in­ vestigación, la observación y el sentido común, han dado lugar a movimientos y acciones coordinadas como la protección del medio ambiente o la intervención humanitaria. Ellas pueden tener impacto en las políticas al actuar como car­ tas de navegación, ayudando a suplir la ausencia de soluciones de equilibrio y quedando incorporadas en instituciones durables. Los cambios de política pueden ser influidos por las ideas, tanto porque estas emergen, como porque son el resultado de cambios en las con­ diciones subyacentes, afectando el impacto de las ideas existentes. Las ideas son importantes porque resultan de un sistema de causas múltiples en interacción.103

102 Judith Goldstein y Robert O. Keohane, Ideas and Foreign Policy, Cornell, EE.UU., 1993. 103 Ibid.t p. 29.

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Sería inútil pretender que el paradigma idealista desapareció o fue anulado en el campo de las relaciones internacionales sólo porque la realidad desmintió una propuesta. Hemos visto que una crítica fuerte a la idea de paradigma es aquella que la considera una noción estrecha y parcial de la realidad internacional, circunscri­ biéndola a una tradición de pensamiento, fundada en la historia de las ideas occidentales y noratlánticas. Las ideas importan en relacio­ nes internacionales y, es más, son vitales para la comprensión y la sobrevivencia de aquellos que carecen de poder.

El

PARADIGMA REALISTA

Las relaciones internacionales, como objeto del conocimiento, pueden ser abordadas desde una perspectiva realista. Hacerlo significa acep­ tarlas como son y entenderlas en su desempeño a partir del descubri­ miento de ciertos principios que las ordenan. Tales principios, fuerzas o leyes, según se prefiera, rigen los fenómenos internacionales con entera prescindencia de la opinión o los sentimientos del observador. El paradigma realista es muy influyente en la teoría de las relaciones internacionales y su prestigio como marco analítico ha ocupado la escena durante un período importante del desarrollo de la disciplina. En verdad, el modo de ser realista no es exclusivo de ciertos analistas de los fenómenos internacionales. Es, por así decirlo, una actitud frente a la vida. Desde luego, su suerte está unida a los vai­ venes del análisis político desde muy temprana data. Su gran aporte radica en un llamado a enfrentar las cosas tal como son, en lugar de domesticarlas, imponiéndoles una camisa de fuerza ideológica. Actuar con la realidad tal como es, conduce, según este punto de vista, a las mejores soluciones. Mejores soluciones son sinónimo de bienestar para los últimos destinatarios de ellas. Una realidad construida sólo de ideas es una realidad imaginaria y el choque con los duros hechos será inevitable y de consecuencias desastrosas. A todos nos gustaría, dicen los realistas, que las cosas fueran como las sueñan los idealistas, pero lamentablemente no lo son y no tener en cuenta esto conduce a perniciosas y lamentables consecuencias.

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En la historia del pensamiento político dos autores, separados por el tiempo y la distancia geográfica, son claros ejemplos del rea­ lismo y pueden, sin lugar a dudas, erigirse en antecesores del para­ digma en cuestión. Nos referimos a Kautilya en la India de los em­ peradores Maurya y a Maquiavelo en la Italia del Renacimiento.104 Posteriormente, en la Epoca Moderna, en Inglaterra, Thomas Hobbes revolucionó el pensamiento político con una visión gene­ ralmente considerada como realista. En el debate contemporáneo de la disciplina de Relaciones Internacionales, la reacción realista que siguió al clímax del paradigma idealista de los años veinte del siglo pasado estuvo representada por Edward Hallet Carr y la es­ cuela inglesa posterior, en la que se cita la obra de Hedley Bull. En Estados Unidos, lugar en donde el realismo florece con gran inten­ sidad después de la Segunda Guerra Mundial, el nombre de Hans Morgenthau destaca con mucha fuerza. Una verdadera escuela teó­ rica y práctica del realismo en materias internacionales desarrolla la identificación de la teoría realista con las orientaciones de la política exterior estadounidense. Los nombres de George Kennan, Henry Kissinger y Zbigniew Brzezinski se destacan en este campo. El realismo ha provocado un vivo debate teórico con defensores, continuadores e innovadores. En el campo de la Teoría Política In­ ternacional destaca Kenneth Waltz, considerado un neorrealista, y en el de la Economía Política Internacional es inevitable considerar las valiosas contribuciones de Kindleberger, Gilpin y Strange. Asi­ mismo, desde otra perspectiva, los teóricos de la dependencia y en especial los latinoamericanos Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto hicieron aportes fundacionales. Famoso por su defensa del realismo dependentista es el sociólogo André Gunder Franck. Del concepto de dependencia se evolucionó al de interdependencia y a la importante contribución en esta materia de Keohane y Nye.

104 Omitimos a Tucídides, el historiador griego de la Guerra del Peloponeso no por­ que no haya optado por la visión realista, sino porque su obra no se enmarca estrictamen­ te en la política. Es interesante, sin embargo, recordar dos pasajes considerados como clásicos: el de la inevitabilidad del conflicto entre Atenas y Esparta por el predominio del poder y el relato del debate entre enviados atenienses y melianos. Tucídides, op. cit.

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En el año 1904 fue descubierto en la India el texto original en sánscrito del Artasastra de Kautilya, el que abrió nuevas perspectivas en la teoría y la práctica de la política.105 No hay acuerdo sobre la fecha y hechos de la vida de Kautilya, pero prevalece la idea de que su obra Ríe escrita bajo el reinado del emperador Chandragupta Maurya, que ascendió al trono en 321 a. de C. y reinó hasta el 298 a. de C. Se estima que la obra fue compuesta entre el 321 a. de C. y el 300 a. de C. Artasastra es un estudio del Estado y de las técnicas de gobierno. La subsistencia de la humanidad se denomina arta (riqueza); la tierra que contiene a la humanidad es llamada, por extensión, de la misma manera: arta', la ciencia que trata de los medios de adquirir y mantener la tierra es el Artasastra o Ciencia de la Política.106 Kautilya puede ser considerado cercano a Aristóteles, tanto en el tiempo como en su preocupación por los objetivos de la Política: la adquisición del poder. Pero es Maquiavelo el autor occidental con quien se le compara más a menudo. Hay rasgos indudable­ mente comunes, pero hay también diferencias claras entre ambos. Tal vez la más importante está en el entorno filosófico en que cada uno de ellos se desenvuelve: Kautilya, en la filosofía sintética de la India, que comprenda todo el conocimiento de los asuntos hu­ manos; y Maquiavelo, en el concepto materialista y analítico del Renacimiento y el tratamiento de problemas sociales. No obstante estas diferencias, que no son menores, los autores comparten la pre­ ocupación común por la conservación, adquisición y expansión del Estado como objeto de la Política. Ambos abogan por el uso de la fuerza y el fraude para consolidar los intereses del Estado. Asimis­ mo, son decididos partidarios de la causa de una monarquía centra­ lizada y autocrática contra toda otra forma de gobierno y Kautilya, como consejero de Chandragupta Maurya, goza de una reputación no menor a la de Maquiavelo como consejero de los Médicis.

105 Katilya, Arthasastra, traducción del sánscrito por el Dr. R. Shamasastry Padan Printers, Mysore, India, 1988, 9na. edición. 106 Ibid., p. 459.

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Sin embargo, es necesario aclarar que, más allá de toda duda, la diferencia que los separa es la de la relación entre moral y po­ lítica que para Kautilya es esencial y para Maquiavelo carece de importancia. En el primero, la separación entre política y moral es inimaginable y el poder político sólo adquiere legitimidad en cuanto promueve la felicidad humana y enriquece la vida. Del otro lado, Maquiavelo parece creer que poder y moral son mutuamente excluyen tes.107 Nos parece fuera de duda, asimismo, que Kautilya es un realista temprano por la metodología que utiliza en la determinación de reglas y principios de gobierno. En efecto, el autor del Artasastra ge­ neralmente aplica el método empírico, incluyendo la observación, el análisis y la deducción. También complementa sus observaciones, de igual manera que lo hará Maquiavelo, diecinueve siglos después, con el recurso frecuente a la historia para apoyar sus argumentos. El estudio del Artasastra ha sido intenso y variado. Prácticamen­ te todos los aspectos abarcados por Kautilya han sido sometidos a escrutinio. Las relaciones interestatales de la India antigua y el De­ recho Internacional han sido examinados, como asimismo la teoría diplomática.108 Examinemos un pasaje característico que ilustra lo que queremos destacar.

El embajador hará amistad con los funcionarios del enemigo tales como aquellos a cargo de las regiones apartadas, fronteras, ciudades y lugares rurales. Evaluará, asimismo, las guarniciones militares, recursos de guerra y fuertes del enemigo en relación con los de su propio soberano. Confirmará tamaño y área tanto de fortalezas como del Estado, así como las reservas de bienes preciosos y puntos vulnerables e invulnerables.109

107 Parmar Aradhana, A Study ofKautilya’s Arthasastra, Atma Ram and Sons, DelhiLucknow, India, 1987, p. 8. 108 K. D. Nag, Diplomatic Theories in Ancient India, París, 1923, y B. Mukherjee, Kautilyas Concept of Diplomacy, Calcuta, 1976, citado por Parmar, op. cit, p. 21. 109 Kautilya, op. cit., p. 30. (Traducción nuestra.)

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Los medios a utilizar por los enviados son variados, dentro y fuera de la moral, teniendo como único objeto la defensa de los intereses del soberano representado:

Deberá, a través del empleo de ascetas, mercaderes, espías o sus discípulos, o de espías disfrazados de médicos, de herejes o de receptores de salarios de dos Estados (agentes dobles) precisar la naturaleza de la intriga prevalente entre los partidos favo­ rablemente dispuestos hacia su propio soberano, así como la conspiración de facciones hostiles y comprender la lealtad o deslealtad del pueblo hacia el enemigo.110 Maquiavelo, en el Renacimiento, no vacilará en recomendar lo mismo al Príncipe: sembrar la hostilidad entre las facciones polí­ ticas del enemigo, haciéndolas más débiles. Añade Kautilya que el embajador debe trabajar para su país incluso a costa de su propia vida:

Transmisión de misiones, mantención de tratados, emisión de ultimátums, ganancia de amigos, intriga, siembra de la disen­ sión entre amigos, búsqueda de fuerzas secretas, robo de pa­ rientes y de piedras preciosas, reunión de información sobre movimiento de espías, ostentación, ruptura de tratados de paz, obtención de la buena voluntad de embajadores y funcionarios enemigos, éstos son los deberes de un enviado.111

Maquiavelo no fue, entonces, el primer político realista impor­ tante, como lo afirmó Carr en 1939. Pero sin duda fue el primer gran realista de la tradición occidental. Su primera reacción apuntó hacia la confusión entre política y moral del Medioevo cuando, bajo la supremacía de la Iglesia, la identificación entre una y otra era com­ pleta. Maquiavelo las emprende contra el idealismo de los padres del

1,0 Ibid., p. 30. 111 Ibíd., pp. 31-32.

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catolicismo como San Agustín, Santo Tomás y los escolásticos que, como vimos anteriormente, construyeron ciudades imaginarias:

Siendo mi fin escribir una cosa útil para quien la comprenda, he tenido por más conducente seguir la verdad de la materia que los desvarios de la imaginación en lo relativo a ella; porque muchos imaginaron repúblicas y principados que no se vieron ni existieron nunca. Hay tanta distancia entre saber cómo viven los hombres y saber cómo deberían vivir ellos, que el que para gobernarlos abandona el estudio de lo que se hace para estudiar lo que sería más conveniente hacerse aprende más bien lo que debe obrar su ruina que lo que debe preservarla de ella.112

E. H. Carr sostiene que en Maquiavelo están contenidos los supuestos básicos del realismo formulados como tres piedras fun­ damentales de esa filosofía. En primer lugar, la ley de causa efecto en la historia, lo que puede ser comprendido racionalmente pero en ningún caso dirigido por la imaginación. En segundo lugar, que la teoría no crea la política, como afirman los utópicos, sino que la práctica origina la teoría. Tercero, la política no es función de la ética sino que la ética es función de la política. De esto Maquiavelo deriva que la moralidad es producto del poder.113 Afirma, asimismo Carr, que Bodino en Francia, Spinoza en Holanda y Hobbes en Inglaterra fueron, en el fondo, realistas. De ellos, el que más ha sido utilizado por quienes han fundamentado el realismo en relaciones internacionales es Hobbes.114 Sin embar­ go, Hobbes fue y no fue un realista. Fue realista en el sentido de que su visión del estado de naturaleza como un caos que precede al establecimiento de la sociedad civil acentúa los rasgos negativos y pesimistas del hombre antes de que se organice socialmente bajo la ley. Estos rasgos dan lugar a un Estado en el que prevalecen la fuerza,

112 Maquiavelo, op. cit., p. 97 E. H. Carr, op. cit., p. 65. 114 Ver Headley Bull, “Society and Anarchy in International Relations”, en H. Butterfield y M. Wight, op. cit.

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la violencia y el egoísmo. Quienes han utilizado a Hobbes en los estudios internacionales han recurrido precisamente a esa descrip­ ción del estado de naturaleza para considerar la escena internacional como un espacio a medio regular en el que, por lo general, prevalece el desorden y la anarquía. Pero Hobbes compatibiliza su visión crudamente realista con una concepción idealista basada en el Derecho Natural y en la noción de Pacto Social. Tanto el Derecho Natural como el Pacto Social son proposiciones de la razón que no derivan tanto de la observación de las cosas como son, sino más bien de lo que la razón estima que deberían ser. Según Hobbes, la Filosofía es: “el cono­ cimiento adquirido razonado [...] para al fin poder producir, en cuanto lo permitan la materia y la fuerza humana los efectos que la vida requiere”.115 El Derecho Natural es definido como la facultad de ejercer atri­ buciones que permitan alcanzar fines: El Derecho de Naturaleza, lo que los escritores llaman comúnmenteywj naturale, es la libertad que cada hombre tiene de usar su propio poder como quiera para la conservación de su propia naturaleza, es decir, de su propia vida; y por consiguiente, para hacer todo aquello que su propio juicio y razón considere como los medios más aptos para lograr ese fin.116

Por pacto los hombres llegan a poner fin a: “esa miserable con­ dición de guerra que, tal como hemos manifestado, es consecuencia necesaria de las pasiones naturales de los hombres, cuando no existe poder visible que los tenga a raya y los sujete, por temor al castigo, a la realización de sus pactos y a la observancia de las leyes de la naturaleza...”.117 Para ello es imprescindible la constitución de un Estado que Hobbes estima establecido:

115 Hobbes, op. cit., capítulo XLVI, p. 281.

116 Ibíd. 117 Ibíd.

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cuando una multitud de hombres conviven y pactan, cada uno con cada uno, que a un cierto hombre o asamblea de hombres se le otorgará, por mayoría, el derecho de representar a la per­ sona de todos. Cada uno de ellos, tanto los que han votado en pro como los que han votado en contra, deben autorizar todas las acciones y juicios de ese hombre o asamblea de hombres, lo mismo que si fueran suyos propios al objeto de vivir apacible­ mente entre sí y ser protegidos contra otros hombres.118 Ya vimos en otra parte que Hobbes considera que en todas las épocas los reyes y personas revestidas con autoridad soberana, celo­ sos de su independencia, se hallan en estado de continua enemistad en la situación y postura de los gladiadores, con las armas asestadas y los ojos fijos uno en otro. Que lo anterior vaya a conducir al esta­ blecimiento, por un pacto, de una autoridad mundial es algo que no está en Hobbes, pero que algunos no han dejado de plantear a partir de él. En esto Hobbes entrega bases tanto para el idealismo como para el realismo. Es posible construir por acuerdo un gobierno mun­ dial que regule, por representación, las querellas y rivalidades entre los Estados soberanos, estiman los idealistas. No es posible lograrlo dada la permanente disputa por el poder, el celo por la indepen­ dencia, la continua enemistad y “la postura de gladiadores, con las armas asestadas y los ojos fijos uno en otro”, afirman los realistas. Thomas Hobbes, como Maquiavelo, consideraba el poder como el elemento crucial en la conducta humana. El hombre tiene un deseo perpetuo e infatigable de poder que sólo termina con la muerte. Al mismo tiempo, Hobbes creía que el poder debía apoyarse en la fuerza: “Los pactos que no descansan en la espada no son más que palabras sin fuerza para proteger al hombre en modo alguno”.119 Maquiavelo y Hobbes comparten un rasgo como realistas: son pesimistas respecto del hombre y ello los fija en una posición está­ tica. En cambio, el Iluminismo de los siglos XVIII y XIX va a im­ pregnar tanto el idealismo como el realismo con la idea de progreso,

1,8 Ibíd. 119 Ibíd., capítulo XVII.

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que pasó a formar parte inherente de los procesos históricos. La idea de progreso, el principio de causación, la racionalidad aplicada a la Historia y la interpretación económica de la misma, se dieron en una rama del realismo internacional, la Economía Política Interna­ cional, que irrumpirá con fuerza en el siglo XX. La reacción al idealismo en el siglo XX se expresó a través de los detractores del Presidente Wilson y de los acuerdos de Versalles. Edward Hallet Carr y Hans J. Morgenthau son considerados los representantes clásicos del realismo contemporáneo derivado del antiidealismo. Lo que se consideró como idealismo en el período entre las dos guerras mundiales puede resumirse en tres ideas bá­ sicas: primero, la naturaleza humana no puede reducirse a motiva­ ciones egoístas y necesidades materiales; segundo, ideales que afec­ tan profundamente a las motivaciones humanas, y por tanto a las conductas, son potencialmente universales puesto que representan tanto los intereses individuales a largo plazo como los intereses de los Estados de la comunidad mundial; tercero, existe una armonía potencial de intereses y por lo tanto los conflictos son evitables. Por decirlo brevemente, de acuerdo con el idealismo, la humanidad puede, a través de la razón, superar el estado de naturaleza en las relaciones internacionales. El idealismo mantuvo que los principios universales pueden ser entendidos y traducidos en normas, leyes, y conducta humana y gubernamental. La política debería, en consecuencia, estimular la educación de la gente para hacerla entender sus propios intereses a largo plazo. Lo mismo dice de la guerra, que puede ser evitada por la democratización de la política. En efecto, puesto que la humanidad es considerada potencialmente buena, la guerra debe considerarse como el fracaso o quiebre de la comunicación racional.120 La crítica más poderosa al idealismo del período de entregue­ rras fue expuesta por el historiador británico Edward Hallet Carr en su famosa obra La crisis de veinte años (Twenty Years’ Crisis),121

120 Stefano Guzzini, Realism in International Relations and International Political Economy, Roucledge, Londres-Nueva York, 1998, p. 17. 121 Op. cit.

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publicada en 1939. Lo sustancial de su posición consistió en su disconformidad con la supuesta existencia de armonía de intereses. Asimismo, según Carr, el idealismo tiene tres debilidades: otorga prioridad a la razón por sobre los intereses, a la ética sobre la política y a la teoría sobre la práctica. El realismo, en cambio, parte de premisas contrarias. Su en­ foque es consecuencialista, es decir, mira primero las potenciales consecuencias de una acción y razona hacia atrás. Juzga la política no sobre la base de proposiciones teóricas en abstracto, sino desde el punto de vista de su operación y efectos. El análisis político y la ac­ ción práctica son determinados no por lo que el mundo debiera ser, sino por lo que efectivamente es. La política, en consecuencia, debe adaptarse a los intereses existentes y no basarse en el presupuesto de que estos pueden ser cambiados. Otro punto importante de Carr es su afirmación de que los va­ lores derivan del poder y la ética de la política, y no viceversa. La armonía de intereses es sólo aparente y deriva del predominio de un grupo interesado en su aceptación. Para Carr, una buena razón del predominio de un grupo radica en el “darwinismo económico”. Aplicado a las Relaciones Internacionales, el principio de la armo­ nía de intereses conduce a la aceptación del statu quo. Frente a ello su propuesta es que la política exterior cambie ese statu quo a través de la modificación pacífica preventiva, cuando sea posible, o del conflicto militar, cuando sea necesario. El predominio internacional ejercido por Inglaterra primero y por Estados Unidos después, ha sido la consecuencia necesaria de que las teorías de moralidad internacional (estableciendo a priori la superioridad moral de una y otra potencia) son el producto de naciones o grupos de naciones que dominan. Durante los últimos cien años, y muy especialmente desde 1918, los pueblos angloparlantes han formado el grupo dominan­ te del mundo y las teorías en boga de la moralidad internacional han sido diseñadas para perpetuar su supremacía y expresadas en su idioma.122 Por consiguiente, según Carr, los cánones aceptados de 122 E. H. Carr, op. cit., p. 79.

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la virtud internacional, por un proceso natural inevitable, han sido creados por los pueblos de habla inglesa. El ataque de Carr al idealismo se expresó también en su crítica a la teoría de la armonía de intereses. La armonía de intereses era para él otra ilusión basada en el poder. La identificación de esta con el proyecto de orden internacional de Gran Bretaña primero y de Estados Unidos posteriormente, no es otra cosa para Carr que la operación exitosa iniciada por esas potencias en el sentido de decla­ rar, e imponer, la idea de que lo que es bueno para ellas lo es para la humanidad. De la misma manera como el laissezfaire estima que cualquier ataque que se le dirija, incluso por un modesto obrero en huelga, es un ataque que perjudica a todos, incluido ese obrero, el ataque al orden internacional construido por las grandes potencias es una agresión que perjudica a todo el resto de las naciones com­ prometidas. La crítica fue extendida asimismo a toda forma de internaciona­ lismo o esquema de organización internacional, a la que se identifi­ có, sin lugar a dudas, con el interés disfrazado de alguna potencia en juego: “Lo que importa es que estos supuestos principios absolutos y universales no eran de ninguna manera principios, sino los refle­ jos inconscientes de la política nacional basada en la interpretación particular del interés nacional en un tiempo particular.123 El aporte de Carr a la construcción del paradigma realista en relaciones internacionales es consistente. Pero, como ha afirmado Robert Berki, se limita a la negación de los presupuestos del para­ digma idealista tan en boga en la época en que escribió. En verdad, el realismo es impensable sin el idealismo ante el cual se constituyó en reacción.124 Sin embargo, esa es sólo la primera parte de la historia. Como Carr lo afirma, la exposición de la inconsistencia del edificio utó­ pico es la primera tarea del pensador político. Sólo cuando se ha demolido la tramoya se puede construir una estructura más sólida en su lugar.

123 Ibíd., p. 87. 124 Robert Berki, On Política!. Realism, Dent and Sons, Londres, 1981.

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Pero el realismo tiene sus propias limitaciones y Carr se apresura a reconocerlas. No puede sostenerse como paradigma si no toma en consideración la necesidad de plantear una salida a los proble­ mas que analiza. En el hecho, Maquiavelo y Marx son realistas en el diagnóstico y en el método que utilizan, pero ambos plantean de alguna manera una utopía, la liberación de Italia -en la última parte de la obra del primero- y la construcción del comunismo sin clases -en la creación del último. En consecuencia, para Carr toda situación política contiene elementos mutuamente incompatibles de utopía y realidad. Además, Carr no está de acuerdo con la pro­ posición más cruda del realismo, la de que moralidad y política son mundos separados. Al no aceptarlo como fundamento de la interpretación de la realidad, abraza, en cambio, la aceptación de que en toda organización política se mezclan dos tipos de elemen­ tos; uno es el impulso individual y la utilización del poder para la obtención de los objetivos, y el otro, la cooperación solidaria entre los individuos o fuerzas individuales, para la construcción de la vida en comunidad. Dos son para Carr, entonces, los factores que juegan en la co­ rrecta interpretación de los fenómenos internacionales: uno es el poder y el otro la moralidad. Cómo se conjugan es algo que está o debe estar en el centro de la preocupación de todo analista. La política es siempre política del poder y, por tanto, es inevitable sos­ tener que este es un elemento esencial. La eliminación del poder de la política es un presupuesto que sólo podría resultar de una acti­ tud poco rigurosa de la observación del panorama internacional. El escrutinio de la escena internacional que él ha elegido, el período entre las dos guerras mundiales, así se lo confirma. El poder político internacional asume tres formas claras y evidentes: poder militar, poder económico y poder sobre las opiniones. En esencia, las tres categorías son estrechamente interdependientes y aunque teórica­ mente separables constituyen un todo. La importancia suprema del instrumento militar -añade Carrradica en el hecho de que la razón final del poder en las relaciones es la guerra. No es un recurso deseable, pero es un recurso al que se echa mano en el último momento. Siendo la inminencia de la

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guerra un factor dominante de la política internacional, la fuerza militar se convierte en una medida reconocida del valor político. Es decir, en el mundo moderno las potencias son clasificadas de acuer­ do con la presunta calidad y eficiencia de su equipo militar, inclu­ yendo los hombres a su disposición. Pero hay sólo un momento de la verdad en esta materia y es aquel en que ocurre la prueba suprema de la guerra. Únicamente las potencias, triunfadoras en una guerra ocupan los primeros lugares de la escala del poder militar. La políti­ ca exterior de un país —de acuerdo a Carr— no sólo está determinada por sus propósitos sino que, de una manera muy importante, por su poder militar y por la relación de su poder militar con el de otras naciones. Y concluye citando al Maquiavelo de los Discursos-, “a los hombres no les parece que poseen con seguridad lo que tienen si no adquieren algo más” {Discursos, Libro Primero).125 Y a Hobbes en Leviatán-. “y la causa de esto no siempre es que un hombre espere un placer más intenso del que ha alcanzado; o que no llegue a satisfacerse con un moderado poder, sino que no pueda asegurar su poderío los fundamentos de su bienestar actual, sino adquiriendo otros nuevos” {Leviatán, cap. XI).126 El poder económico ocupa un lugar destacado en el realismo de E. H. Carr. En la historia moderna está íntimamente asociado con el poder militar, pues sólo aquellas naciones que lo poseen están en condiciones de sustentar el pesado aparato de la guerra contempo­ ránea. La pretendida separación de la política y la economía que algunos intentaron, en el marco del laissez-faire, es descartada como una falacia y una ilusión. Las fuerzas económicas son, en efecto, fuerzas políticas. Adam Smith habló correctamente de Economía Política en los albores de esta ciencia, lo cual fue lamentablemen­ te sustituido en Gran Bretaña por la noción de Economía. El uso del arma económica como instrumento de política internacional, es decir, para adquirir poder e influencia en el exterior, asume dos formas principales: la exportación de capital y el control de mer­ cados extranjeros. La exportación de capitales es política común

l2S E. H. Carr, op. cit., p. 92. 126 Ibíd.

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de los Estados poderosos. La supremacía política de Gran Bretaña durante el siglo XIX estuvo estrechamente asociada con su posición como centro financiero del mundo. Después de la Primera Guerra Mundial fue reemplazada por Estados Unidos, que ya se había he­ cho presente sin contrapeso en los mercados financieros de América Latina y que se convirtió en principal prestamista en Europa. En cuanto a la lucha por el control de los mercados extranjeros, ella ha sido el rasgo más característico de la guerra económica del período de entreguerras. Por último, el poder tiene una importancia capital sobre la opi­ nión pública. En el mundo moderno, la propaganda es el arma utilizada para hacer crecer el poder político. De acuerdo con Carr, la política contemporánea es vitalmente dependiente de la opinión de grandes masas de gente más o menos consciente y, en particular, de las más accesibles a la propaganda que son los que viven dentro y en la cercanía de las grandes ciudades. Edward Hallet Carr es, sin duda, un autor de gran peso al re­ constituir la genealogía del paradigma realista en la teoría de las re­ laciones internacionales. El debate de los sesenta años siguientes, en el campo de la disciplina, ha vuelto, en forma reiterada, a las cues­ tiones enunciadas en su propuesta. Concebida como una reacción contra los peligros del enfoque idealista y atacada, no con mucha justicia, por permanecer en el plano de la negación, careciendo de propuestas abrió, sin embargo, interesantes perspectivas analíticas. Su consideración de factores de moralidad en las relaciones in­ ternacionales, tales como la existencia de un código moral que liga a los Estados y en el cual uno de los puntos más importantes y reconocidos es la obligación de no causar la muerte o el sufrimiento innecesario de otros seres humanos, lo ubica en un plano ecléctico e impide considerarlo de lleno dentro del realismo, no obstante que sus proposiciones han sido clave para la configuración del paradig­ ma. Sin desconocer que el centro del análisis deben ser el Estado y el poder, no tiene dudas en afirmar que es persistente la convicción de que los Estados son miembros de una comunidad y tienen obli­ gaciones como tales: “Se presume que un nuevo miembro de la comunidad internacional se considera automáticamente ligado, sin

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ninguna estipulación expresa, por las reglas aceptadas del Derecho Internacional y los cánones de la moralidad internacional”.127 La obra de Hans Morgenthau es el epítome del paradigma rea­ lista. El autor nació en la ciudad alemana de Coburg, el 17 de fe­ brero de 1904, en el seno de una familia judía, y murió en julio de 1980 en Estados Unidos.128 Su biografía explica en gran medida su posición analítica. Llegó a Estados Unidos en 1937, huyendo de los tiempos tenebrosos que precedieron la Segunda Guerra Mundial. Vivió y enseñó un tiempo en España, país al que llegó en 1935 y del que partió lo antes que pudo porque la Guerra Civil anunciaba lo que vendría después en Europa. El grueso de su producción académica, entre la que destaca Politics among Nations (1948) vio la luz en América.129 Su vida allí no fue fácil ni tranquila, siendo acusado de “europeo”, “amoral” y “Maquiavelo”.130 Su lucha con el medio se refleja en su compromiso con la verdad y en su adhe­ sión al método histórico filosófico en contradicción con un medio en el que el cientificismo dominaba sin contrapeso.131 Su llegada al Departamento de Ciencia Política de la Universidad de Chica­ go lo enfrentó a Laswell y a Kaplan, autoridades del conductismo que, para él, representan una visión obsoleta y que ridiculizan a los seguidores que pretenden entenderlos para estar intelectualmente a la moda. Su primer enfrentamiento teórico es pues contra los representantes del paradigma conductista, al rechazar la confianza en la ciencia (conocimiento empírico) para estudiar la política y afirmando que el único medio de enfrentar los problemas sociales es la capacidad moral e intelectual de los individuos. Lo más que las llamadas “leyes sociales” pueden hacer es exactamente lo me­ jor que pueden hacer las llamadas leyes naturales, es decir, indicar ciertas tendencias y establecer las condiciones bajo las cuales una 127 E. H. Carr, op. cit., p. 155. 128 Esther Barbé, “Estudio preliminar”, en Escritos sobre política internacional de Hans Morgenthau, Tecnos, Madrid, 1990. 129 H. Morgenthau, Política entre las naciones. La lucha por el poder y la paz, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1986. 130 Esther Barbé, op. cit., XXVI. 131 H. Morgenthau, Scientific Man vs. Power Politics, The University Chicago Press, Chicago y Londres (1946), 1965.

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de esas tendencias tiene más probabilidades de materializarse en el futuro.132 Su segunda gran batalla fue contra el idealismo de Quincy Wright y su dominio sobre los estudios de las organizaciones inter­ nacionales y el Derecho Internacional practicado en Chicago. Pro­ puso en cambio el estudio de la Política Internacional. La Política Internacional como disciplina académica es distinta de la historia reciente, de los hechos contemporáneos, del Derecho Internacional y de la reforma política. La Política Internacional no puede redu­ cirse a las normas legales y a las instituciones. Opera dentro de la trama de tales normas y a través del instrumental. Pero nunca llega a ser idéntica a ellas, del mismo modo que la política estadouniden­ se a nivel nacional tampoco es idéntica a la Constitución de Estados Unidos, a las leyes federales o a las oficinas del gobierno federal.133 Pero es en su aproximación teórica, que él mismo califica de realismo político, donde se concentra su máxima contribución a la construcción del paradigma del mismo nombre en el estudio de las relaciones internacionales. La manera particular de mirar los fenó­ menos políticos nacionales e internacionales es, en gran medida, el resultado directo de las circunstancias biográficas de su autor. En el caso de Morgenthau, su repudio al idealismo imperante en el medio europeo y su desconfianza hacia el conductismo con postura prescindente de los valores, de la razón y de las facultades irracionales del hombre y del mundo social, son muy probablemente el produc­ to de las circunstancias que le correspondió vivir. En 1922 y cuando aún era muy joven y se encontraba en el Gymnasium, escribió: “Mi relación con el estudio social está determinada por tres hechos: soy alemán, soy judío y he crecido durante la posguerra”.134 En aquellos años, vivir en Alemania significaba experimentar la amargura del pueblo alemán por la derrota y la humillación del Tra­ tado de Versalles, lo que generaba un chauvinismo irracional que se traducía en repudio a las instituciones de la república de Weimar y 132 Ibíd., p. 136. 1,3 H. Morgenthau, Política entre las naciones. La lucha por el poder y la paz, op. cit., p. 28. 134 Esther Barbé, en Escritos sobre política internacional, ver Supra.

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al orden internacional. El antisemitismo fue experimentado direc­ tamente por el niño y por el joven. No es extraño que la obra de Weber fuera para el joven estudioso un refugio, un consuelo y una guía. Weber fue el modelo intelectual comprometido y moralmente intachable para Morgenthau, quien afirmaba que su pensamiento político poseía todas las cualidades morales e intelectuales que él buscaba. Como ciudadano, este había sido un observador apasio­ nado de la escena política y un participante frustrado en ella. Como académico había observado la política sin pasión, sin perseguir ob­ jetivos políticos concretos, sino sólo como un intelectual en la tarea de comprender.135 En su obra magna, Política entre las naciones..., Morgenthau definió seis principios del realismo político que resumen magistral­ mente su pensamiento en materia de Relaciones Internacionales. Primero, las relaciones políticas son gobernadas por reglas ob­ jetivas profundamente enraizadas en la naturaleza humana. En la medida en que tales reglas son indiferentes a nuestras preferencias, al desafiarlas corremos el riesgo del fracaso. Como estas normas no pueden cambiarse, sostiene que la sociedad puede ser mejora­ da mediante el entendimiento, en primer lugar, de las leyes que la gobiernan y basando las políticas públicas en ese conocimiento. Al teorizar acerca de la Política Internacional hay que emplear los da­ tos históricos para examinar los actos políticos y sus consecuencias. Sistematizando los datos históricos, los estudiosos pueden ponerse en la posición de estadista que se pregunta por los cursos a seguir en determinadas circunstancias y cuáles son las alternativas racionales posibles. El enfrentamiento de las hipótesis racionales con los datos reales y sus consecuencias da significado a los hechos de la política internacional.136 Segundo, los hombres de Estado piensan y actúan en términos de interés y este se define como poder. Lo anterior, añade, está pro­ bado por la evidencia histórica. Esta idea es central en su pensa­ miento y da unidad y continuidad a las demás políticas exteriores de

Ibíd. 156 Política entre las naciones, ver Supra.

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Estados-naciones diversos y separados. Algunos autores han inter­ pretado esto en términos más modernos y piensan que constituye una de las características del sistema internacional: el factor común interés poder constituiría el vínculo de interacción entre las diversas unidades que configuran un sistema.137 Tercero, el concepto clave de interés, definido como poder, es una categoría objetiva de validez universal pero no otorga al con­ cepto un significado inmutable. El tipo de interés determinante de las acciones políticas en un período particular de la historia depen­ de del contexto político y cultural dentro del que se forma la po­ lítica exterior. Las mismas observaciones se aplican al concepto de poder. El poder puede comprender cualquier cosa que establezca y mantenga el control del hombre sobre el hombre. En consecuencia, el poder abarca todas las relaciones sociales que sirven a ese fin, des­ de la violencia física hasta la más sutil mediante la cual una mente controla a otra. Cuarto, el realismo político conoce el significado moral de la acción política. También tiene conciencia de la inevitable tensión entre los preceptos morales y los requerimientos de una exitosa ac­ ción política. Sin embargo, sostiene, los principios morales universales no pueden aplicarse a los actos de los Estados en una formulación abs­ tracta, sino que deben ser filtrados a través de las circunstancias concretas de tiempo y lugar. El Estado no tiene el derecho de per­ mitir que su desaprobación moral a una determinada violación de la libertad interfiera en el resultado exitoso de una acción política inspirada en el principio moral de la supervivencia nacional. Quinto, el realismo político se niega a identificar las aspiracio­ nes morales de una nación concreta con leyes morales que gobier­ nen el universo. Todas las naciones sufren la tentación -y pocas han sido capaces de resistirla- de vestir sus aspiraciones y sus acciones concretas con los objetivos morales del universo. La ecuación alegre

l,7J. E. Doughertyy R. L. Pfaltzgraff, Contending Theories ofInternationalRelations. A Comparativo Survey, Harper and Row Publishers, Nueva York, 1995, 2a edición. Ver­ sión en español de Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1993.

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entre un nacionalismo concreto y los consejos de la Providencia es moralmente indefendible, porque es el pecado mismo del orgullo contra el que los trágicos griegos y los profetas bíblicos advirtieron tanto a los gobernantes como a los gobernados. La ecuación es asi­ mismo políticamente peligrosa, ya que puede generar una distor­ sión en el juicio que, cegado por el frenesí de una cruzada, lleve a la destrucción de naciones y civilizaciones en nombre de principios y de ideales morales o de Dios mismo. Sexto, intelectualmente, el realismo reivindica la autonomía del pensamiento político. No ignora la existencia y relevancia de otros parámetros de pensamiento distinto a los políticos. Pero un realis­ ta político no puede subordinar esos parámetros a los políticos, y así como el economista, el abogado y el moralista mantienen los suyos, el analista político piensa en términos de interés definido como poder. El economista, a su turno, piensa en el interés como beneficio, el abogado en la conformidad de los actos con las nor­ mas jurídicas y el moralista en la conformidad de los actos con las normas morales. El realismo fue el paradigma de las relaciones internacionales de la Guerra Fría. Los autores más destacados de ese período, en especial los estadounidenses, se situaron mayoritariamente en esa perspectiva. La confrontación entre dos sistemas políticos, el de Es­ tados Unidos y el de la Unión Soviética, representaba en el hecho la disputa por la imposición de modelos económicos y sociales com­ pletamente antagónicos. El factor poder presidió el análisis de las relaciones internacionales y la aplicación o amenaza del uso de la fuerza fue la herramienta política que siempre estuvo en la mente de los estadistas de la época. La imposibilidad de usar efectivamente la fuerza militar disponible por estar acompañada del poder des­ tructivo nuclear llevó a una situación en que la rivalidad principal se manifestaba en rivalidades locales o subalternas, funcionales a la contradicción central. El mundo de la Guerra Fría fue de enfren­ tamiento potencial entre los principales actores y de choques reales localizados (Corea, Vietnam, Medio Oriente, Africa, Centroamérica). El instrumento analítico por excelencia fue el análisis realista, utilizado hasta el extremo por los grandes teóricos del período.

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Diplomático, partícipe y observador de la política internacional, George E Kennan nació en el año 1904 y fue hasta el final de sus días una poderosa figura del realismo en el estudio de las relaciones internacionales en Estados Unidos.138 Sirvió a su país en diversas oportunidades. Fue embajador en Moscú y Yugoslavia y presidente del equipo de Planificación de Políticas del Departamento de Es­ tado inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Por tanto, jugó un papel muy importante en el diseño de la política exterior estadounidenses, esencialmente hacia la Unión Soviética, en los inicios de la Guerra Fría. En forma muy parecida a la de Morgenthau, Kennan basa su teoría de las relaciones internacionales en materiales históricos, es­ pecialmente del siglo XVIII y del siglo XIX. Pero mientras Morgen­ thau reflexionaba sobre el contexto histórico europeo, él lo hacía sobre la diplomacia norteamericana desde la Revolución hasta me­ diados del siglo XIX y desde entonces hasta el presente.139 En el primer período, según Kennan, en su accionar externo, los gobernantes estadounidenses se basaron en los documentos bá­ sicos de la Declaración de Independencia y de la Constitución, y el objetivo principal, o interés nacional, fue el de mantener al país libre de la intervención extranjera. El contenido básico de la po­ lítica exterior fue la seguridad nacional. A esto, en la opinión de Kennan, siguió un período de error consistente en un intento de proyectar hacia afuera los logros obtenidos en lo doméstico gracias a un adecuado marco legal y político. Sin embargo, en la contención de las potencias europeas en sus ambiciones territoriales hacia el hemisferio occidental, Estados Unidos tuvo que enfrentar las reali­ dades del poder. Hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX, la nación asumió un espíritu romántico que lo condujo a practicar la teoría de la armonía internacional de intereses. Kennan es profun­ damente crítico de una posición que consideró el resultado directo de confundir las conductas de los individuos y su regulación por 138 Ver George F. Kennan, “A Letter on Germany”, en The New York Review ofBooks, volumen XLV, Nueva York, 1998. 139 George F. Kennan, At a Centurys Ending, Norton, Nueva York, 1996. Versión en castellano, Alfinal de un siglo, Fondo de Cultura Económica, México D.E, 1998.

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principios morales, con la conducta de los Estados, que no son, en absoluto, gobernados por esos principios. Asimismo, Kennan sostiene que no es aceptable en relaciones internacionales, que una nación considere sus propios propósitos como morales e inmorales los del oponente. Esto conduce, según él, en forma inevitable, a la persecución de objetivos nacionales ilimi­ tados y al empleo de la guerra total que busca imponer la rendición incondicional de los oponentes derrotados.140 Como todo realista, Kennan cree que la naturaleza humana es irracional, egoísta, obstinada y que tiende a la violencia. Los gobier­ nos no representan las aspiraciones de sus pueblos; a lo sumo son la expresión de la voluntad de una porción de la nación. De allí que la noción de opinión pública no tiene, en política internacional, el mismo valor que en la política interna. Las relaciones internacio­ nales lo son entre gobiernos y no entre pueblos, y su naturaleza es competitiva y conflictiva. Así como no hay relaciones sin complica­ ción entre los individuos en el plano interno, no hay relación entre los Estados soberanos que no esté presidida por el antagonismo y la competencia.141 Otro elemento de la vida de relación entre las naciones es el conflicto. Este tiene causas perfectamente identificables. La falta de uniformidad en el desarrollo cultural, político, económico y social entre ellas contribuye al conflicto. La diplomacia es el instrumento privilegiado para superar el conflicto. Sin embargo, no es partidario del uso extenso de la diplomacia de las cumbres, porque conduce a la imprecisión en el discurso internacional y en los acuerdos, hace difícil la conducción privada de negociaciones delicadas, despierta falsas expectativas y restringe la posibilidad de acción de los diplo­ máticos profesionales. Pero a lo que más resueltamente se opone es a los esquemas de gobierno mundial y de Derecho Internacional, por considerarlos camisas de fuerza que inhiben los procesos de cam­ bio. Más aún, se confiesa escéptico respecto de esperar de Naciones 140 Kennan, American Diplomacy. 1900-1950, New American Library, Nueva York, 1963, p. 87. 141 George Kennan, Russia and the West under Lenin and Stalin, New American Library, Nueva York, 1960, p. 367.

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Unidas un papel mayor en la resolución de los problemas entre el Este y el Oeste (durante la Guerra Fría). Como muchos otros realistas, Kennan se basa en consideracio­ nes geopolíticas, como poder industrial, acceso a materias primas, recursos humanos educados y técnicamente entrenados. Pero, asi­ mismo, confiesa la dificultad de dimensionar el poder militar de un Estado ya que para ello se requiere inferir intenciones de capacida­ des y todo depende del tiempo, lugar, propósito y manera en los qué, para qué y en qué serán empleadas las armas o unidades. Por último es interesante notar que en medio de la Guerra Fría, su más importante objeto de preocupación analítica, Kennan des­ deñó la importancia de confrontar la Unión Soviética dondequiera que ella se constituyera en amenaza, al apoyar movimientos de li­ beración nacional. Para él, Estados Unidos debía desentenderse del Tercer Mundo y concentrar sus esfuerzos en Europa, puesto que los problemas de los países atrasados eran tan enormes en relación con los recursos limitados de que se disponía, que todo empeño en el sentido de cambiar la situación de esos países era inútil. Su realismo se manifestó en la defensa de una política exterior estadounidense estrictamente circunscrita a la preservación de la independencia política y la seguridad militar de la Europa occiden­ tal, Japón e Israel (con la salvedad de no comprometer el envío de tropas norteamericanas). Henry A. Kissinger nació en 1923. Fue el secretario de Estado estadounidense entre 1973 y 1977. Se le distinguió con el Premio Nobel de la Paz en 1973. Es uno de los diplomáticos más famosos y controvertidos del siglo XX. También fue asistente del Presidente para Asuntos de Seguridad Nacional, entre el 26 de enero de 1969 y el 3 de noviembre de 1975. Kissinger es originario de Fürth, Alema­ nia. Se trasladó a Estados Unidos en 1938, naturalizándose como ciudadano norteamericano en 1943. Sirvió en el ejército de ese país entre 1943 y 1946, y se graduó summa cum laude en la Universidad de Harvard en 1950. Entre 1954 y 1969 fue académico de esa Uni­ versidad, ejerciendo como director del Seminario Internacional. También Kissinger basó sus ideas realistas en el estudio de la historia. El período elegido -que es algo crucial para obtener las

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lecciones correctas según afirma en su tesis doctoral— fue el de las relaciones internacionales entre el Congreso de Viena y la Primera Guerra Mundial. Sus preocupaciones centrales giran en torno al po­ der y en cómo este es ejercido por el liderazgo político; el impacto de las estructuras políticas domésticas en la política exterior; las re­ laciones entre la diplomacia y las políticas militares; y la naturaleza estable o revolucionaria de los sistemas internacionales.142 De la misma manera que Morgenthau, Kissinger desaprueba el que la política exterior de un Estado sea ideologizada. La ideología no sólo contribuye al desarrollo de objetivos nacionales ilimitados, sino que, eventualmente, da lugar al desarrollo de Estados cuyo objetivo es derrocar al sistema internacional existente. Para Kissinger, la paz sólo es posible en un sistema internacional estable, que es aquel en que reina una legitimidad generalmente aceptada y que, por lo tanto, ninguno de sus miembros pretende cambiar u osa desafiar. Como ello es poco posible de alcanzar, al menos en el mundo donde Kissinger tuvo que actuar, no hay más remedio que encarar la situación con realismo y admitir la inevitabilidad del conflicto. De lo que se trata es de focalizar los desen­ cuentros y mantenerlos circunscritos para que no se produzca un descalabro general. La labor de Kissinger, como asesor presidencial primero y se­ cretario de Estado después del discutido Presidente Richard Nixon, estuvo inspirada en las prácticas realistas más rigurosas. Durante mucho tiempo se las ha tenido como paradigmáticas en la teoría de las Relaciones Internacionales. Sin embargo, la falta total de princi­ pios, como el respeto a la democracia y los derechos humanos que presidieron esas prácticas, las han ido poniendo en tela de juicio en forma creciente. Los logros de la administración Nixon-Kissinger en política exterior, como el restablecimiento de lazos con China, la iniciación de la détente con la Unión Soviética y el fin de la par­ ticipación en la guerra de Vietnam han sido considerados grandes éxitos y Kissinger ha sido elogiado mundialmente como un diestro

142 Henry Kissinger, La Diplomacia, Fondo de Cultura Económica, México D.E, 1995.

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administrador de la real politik. Un análisis más profundo de los pormenores de la planificación, técnicas de negociación, cobertura de prensa, consecuencias políticas, efectos diplomáticos y relaciones con el Congreso y el público norteamericano, revelan una situación más equilibrada, en la que los éxitos a corto plazo se mezclan con grandes desaciertos de larga duración. Especialmente graves apare­ cen los logros en política doméstica debido a prácticas manipulado­ ras y despectivas hacia los procesos democráticos. El uso en el plano internacional de los poderes omnímodos de la gran potencia, con total inobservancia de los intereses nacionales y democráticos, han puesto en el tapete la discusión acerca de los límites del paradigma realista.143 La postura de Kissinger es considerada realista porque, de la misma manera que Kennan, trató de evitar los polos tradicionales de la política exterior estadounidense: la oscilación entre la integri­ dad moral y el aislamiento, responsabilidad moral e intervención. Asimismo, la pretensión central de Kissinger consistió en lograr un equilibrio básico entre los superpoderes al que debían sujetarse las suertes de todos los otros actores secundarios o definitivamente me­ nores. Lo que buscó fue un mundo de cooperación entre los super­ poderes para lograr la seguridad y estabilidad del centro sin muchas consideraciones por lo que ocurriera en la periferia.144 El profesor Kenneth Wakz es considerado el creador del enfo­ que neorrealista sistémico. Su obra Theory of International Politics (Teoría de la Política Internacional) del año 1979, es catalogada como paradigmática de la misma manera como lo fuera Política entre las naciones de Hans Morgenthau.145 Waltz es el defensor de la independencia de la disciplina de Relaciones Internacionales y define un terreno exclusivo para el especialista y una demarcación respecto de otras disciplinas de las Ciencias Sociales.

143 William Bundy, A Tangled Web. The Making of Foreign Policy in the Nixon Presidency, I.B. Tauris, Londres-Nueva York, 1998. 144 Stefano Guzzini, op. cit. 145 Kenneth N. Waltz, Teoría de la Política Internacional, Grupo Editor Latinoame­ ricano, Buenos Aires, 1988.

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En 1959, Waltz hizo una contribución temprana al entendi­ miento del origen de la guerra, atribuyéndola a la naturaleza hu­ mana, al tipo de régimen de los Estados o a las características del sistema internacional. Desde una perspectiva estrictamente realista, descartó la naturaleza humana, porque su consideración conduci­ ría a una discusión filosófica antes que a un trabajo empírico. El análisis de los Estados lo llevó, por el contrario, a la búsqueda de causas estructurales en la conducta internacional de los mismos, puesto que la observación indica que colocados Estados diferen­ tes en situaciones similares de poder, tienden a actuar de idéntica manera. Waltz profundiza en la concepción de estructura y en la organización de estructuras en sistemas anárquicos o jerárquicos. El sistema internacional es incuestionablemente anárquico: nadie tiene derecho a mandar y a nadie se le exige obedecer: Entre los Estados el estado natural es el de la guerra. No deci­ mos esto en el sentido de que la guerra sea constante, sino en el sentido de que si cada Estado puede decidir por sí mismo cuándo usar la fuerza, la guerra puede estallar en cualquier mo­ mento [...] Entre los hombres, al igual que entre los Estados, la anarquía o ausencia de gobierno está asociada a la violencia.146

Por otra parte, en el sistema internacional, a diferencia de lo que ocurre dentro del sistema estatal, en el que las funciones están dife­ renciadas, toda unidad está llamada a efectuar todas las funciones. A partir de esta definición anárquica de la estructura interna­ cional, Waltz desarrolla una teoría más bien clásica de la balanza de poder. Su planteamiento básico es que, aunque los Estados pueden desear muchas cosas diferentes, hay una muy fundamental que to­ dos desean: sobrevivir. En consecuencia, los Estados viven dentro de un sistema anárquico en el cual lo que busca cada unidad es su propia seguridad. ¿Cómo lograrla? Básicamente, sostiene Waltz, a través del mejor mecanismo de sobrevivencia: la balanza de poder.

'«Ibíd., pp. 151-152.

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Una teoría del equilibrio del poder adecuadamente enunciada comienza por establecer presupuestos acerca de los Estados: son actores unitarios que, como mínimo, procuran su autopreservación y, como máximo, tienden al dominio universal. A los presupuestos de la teoría agregamos, entonces, la condición necesaria para su funcionamiento: que dos o más Estados co­ existan dentro de un sistema de autoayuda, sin ningún agente superior que pueda venir en auxilio de los Estados que se de­ biliten, ni pueda negar a ninguno de ellos la utilización de los instrumentos que creen serán útiles a sus propósitos. La teoría, entonces, se construye a partir de las supuestas motivaciones de los Estados y las acciones que les corresponden. Describe las limitaciones que surgen del sistema que esas acciones produ­ cen, e indica los resultados esperables; es decir la formación de equilibrios de poder.147

¿Qué hace diferente al neorrealismo de Waltz del realismo clá­ sico de sus antecesores? En primer lugar, su metodología y su ad­ hesión al rigor científico. A este respecto, su originalidad radica en que utiliza el modelo de la ciencia de la Economía como referencia para organizar la explicación teórica de las Relaciones Internaciona­ les. Asimismo, Waltz recurre al procedimiento de la falseación (ver Suprd) para verificar la capacidad de sostenibilidad de los modelos elaborados. El propósito de la ciencia es producir modelos con los cuales cada uno puede deducir hipótesis y predicciones, las que, a su turno, pueden ser cotejadas con los datos empíricos y, si es necesario, los modelos pueden ser reemplazados por modelos mejores. Los mo­ delos no deben ser juzgados por su cercanía con la verdad empírica. Lo que importa es que sean útiles para hacer predicciones. Waltz discute asimismo la teoría del equilibrio en la ciencia so­ cial en la que se basa a su vez la teoría de la balanza de poder. Co­ locado en la necesidad de elegir un fundamento explicativo para el equilibrio, se encuentra con el estructural-funcionalismo y su mani­ festación cibernética y con la teoría económica neoclásica, optando 147 Ibíd., p. 174.

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por esta última. En este caso, el equilibrio social es logrado por la acción de los agentes del mercado que buscan la maximización del valor. La presuposición de un homo economicus que desea sobrevivir (preferencia básica) y que lo logra, por el cálculo racional de los costos y beneficios de acciones alternativamente posibles, permite comprender las imposiciones del mercado (anarquía). “La teoría del equilibrio del poder es una microteoría precisamente en el sentido que le dan los economistas. El sistema, al igual que un mercado en economía, se forma por las acciones e interacciones de sus unidades y la teoría se basa en presupuestos acerca de su conducta.”148 Trasladado al campo de las Relaciones Internacionales, el pensa­ miento en torno a la actuación de los agentes económicos se tradu­ ce en un manejo de la situación de anarquía por los actores interna­ cionales hasta el logro del punto de equilibrio deseado. La teoría es básicamente individualista y no holística (como lo es la estructuralfuncionalista). Por ello es preferible referirse a Waltz como un rea­ lista sistémico y no como un realista estructuralista. En síntesis, el uso sistemático de la Economía como modelo de explicación para las Relaciones Internacionales, es la contribución más importante del neorrealismo. Esto implica el uso de una teoría del mercado y el modelo del actor racional usado en el enfoque de la teoría de los juegos.149 A ello debe agregarse su preferencia por la búsqueda racional de la seguridad por parte de los actores y no de la obtención, conservación o aumento del poder. Es en el campo de la Economía y de las relaciones económicas internacionales donde la visión realista ha encontrado su lugar más cómodo. Si es cierto que las ideas económicas han inspirado el accionar de los principales actores internacionales como Estados, empresas u organizaciones no gubernamentales, desde que fueron formulados los primeros enfoques científicos de los fenómenos económicos, el examen de los mismos trata de ajustarse estricta­ mente a los datos reales mediante una percepción rigurosa de los

148 Ibid. 149 Teoría vinculada al análisis conductista de las Relaciones Internacionales cuya premisa es la existencia de actores racionales buscando el máximo de beneficio.

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antecedentes, tal como ellos son alcanzados por la observación. El campo de estudio es el del accionar del Estado, empresas y organi­ zaciones internacionales de tipo económico y se parece mucho al de la anarquía regulada de que hablaron los clásicos en el campo político. En un escenario generalmente libre de reglas y restriccio­ nes que se originó en la primera globalización a comienzos de los Tiempos Modernos, los Estados-naciones y las empresas empren­ didas con su patrocinio se disputaron el predominio o la exclusi­ vidad en la explotación del comercio. El panorama era anárquico y la ley imperante, la del más fuerte o la del más audaz. Las reglas se introdujeron lentamente para poner límites a una anarquía que condujo en más de una oportunidad al enfrentamiento violento y a la destrucción (guerras comerciales y guerras coloniales). Mien­ tras en lo político los Estados, de acuerdo al enfoque realista, lu­ chaban por la adquisición, aumento y conservación del poder, en lo económico lo hacían por idéntico propósito, pero referidos a la ganancia y el interés, directamente o por interpósitos actores. La ampliación del mundo en los Tiempos Modernos significó la extensión de los espacios económicos. Según que el enfoque sea op­ timista o pesimista, esa ampliación condujo a la cooperación o a la división de las naciones. Adam Smith postuló la división internacio­ nal del trabajo basada en las ventajas comparativas. Marx describió la explotación de las colonias como la base de la acumulación de la riqueza y Lenin creyó en la rivalidad y la competencia internacional entre las naciones capitalistas y financieras para repartirse el mundo a sangre y fuego si fuera preciso. El siglo XX ha presenciado innu­ merables esfuerzos, más o menos exitosos, para poner límites a la anarquía, por la conclusión de acuerdos entre naciones, grupos de naciones o la humanidad entera. De allí han surgido instituciones reguladoras especialmente encaminadas a prevenir las crisis y los so­ bresaltos de toda índole que originan los fenómenos económicos. Los optimistas -Adam Smith, John Stuart Mili y Richard Cobden- consideraron el libre comercio como la mayor garantía de la paz. El libre comercio crearía la división del trabajo basada en la especialización, en una economía internacional en la que las na­ ciones serían tan interdependientes como para hacer naturalmente

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imposible el recurso a la guerra. El crecimiento de la prosperidad distraería la atención pública de las aventuras militares, por sus efec­ tos potencialmente disruptivos en el crecimiento económico y la prosperidad. Para los pesimistas -Marx, Hobson, Hilferding, Lenin, Bujarin, Luxemburgo-, el libre comercio, basado en la competencia econó­ mica es, por contraste, el principal agente determinante del conflic­ to internacional. Hasta la Primera Guerra Mundial existió la llamada Pax Britá­ nica. La economía más poderosa del mundo era la del Reino Unido y las naciones se acomodaron más o menos voluntariamente a un orden hegemónico en materias económicas. La hegemonía británi­ ca fue sustituida, a partir del primer conflicto bélico mundial, por la de Estados Unidos, la que se hizo sentir progresivamente en todos los confines del planeta. Cuando terminaron las hostilidades, en 1945, se firmaron los acuerdos de Bretton Woods que reglamenta­ ron un orden económico en el que el centro era Estados Unidos. En gran medida este orden vino a convertirse en un intento de regular la anarquía reinante antes de la guerra y que había tenido su expre­ sión más catastrófica en la Gran Crisis de la década de 1930. Entre los intentos teóricos para explicar el funcionamiento de la Economía Política Internacional, en un mundo en que rige la realidad del mercado, son dignos de destacar los estudios de Charles Kindleberger, Robert Gilpin, Robert Keohane y Robert Nye.150 Es­ tos estudios se enmarcan en la teoría de la estabilidad hegemónica; es decir, asumen que la presencia de un poder mayor es condición necesaria para el establecimiento de una Economía Política Interna­ cional liberal. El Estado hegemónico cumple en el plano internacio­ nal el papel del guardián nocturno correspondiente al gobierno en el orden liberal interno. Kindleberger y Gilpin coinciden en sostener que la economía internacional liberal tiene por propósito el logro del bien público. Para ello, el período de entreguerras presenció el

150 Charles P. Kindleberger, The World in Depression 1929-1939, Alien Lañe, Londres (1973), 1977; Robert Gilpin, War and Change in World Politics, Cambridge University Press, 1981; Robert O. Keohane, After the Hegemony, Princeton University Press, 1984.

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agotamiento del liderazgo británico y la aparición, en su reemplazo, de un líder potencial capaz de garantizar un orden internacional li­ beral. Las tareas propias de un Estado hegemónico, que ejerce efecti­ vamente un liderazgo económico, son resumidas como sigue. Primero, el Estado hegemónico debe estabilizar las relaciones monetarias. Ello es posible a través del mecanismo del redescuen­ to y de la seguridad de liquidez proporcionada durante las crisis internacionales. Segundo, el Estado hegemónico debe estabilizar también el comercio mundial. Tercero, el orden liberal descansa en la distribución de capital a través de la ayuda externa. Finalmente, el Estado hegemónico debe poseer capacidad de sancionar a los que abusan del sistema.151 Es justo dejar en claro, sin embargo, que Gilpin se aparta sensiblemente, en trabajos más recientes, de la teoría de la armonía de intereses, situándose más cerca del enfoque de la dependencia. Hegemonía en este caso se hace sinónimo de domi­ nación. Keohane y Nye152 razonan en el marco de una economía internacional de mercado, pero rechazan la adopción de la teoría de la estabilidad internacional lograda a través de la hegemonía. Para ellos, en cambio, la hegemonía puede ser reemplazada por la co­ operación. La cooperación se logra a través del funcionamiento de regímenes de relaciones internacionales. En los regímenes se regula la distribución del poder entre los Estados. Los regímenes deben ser considerados como variables intervinientes. En suma, estos autores se manifiestan por una concepción realista del funcionamiento de la economía internacional que combina liberalismo, institucionalidad, cooperación y estabilidad. Según estos autores, conceptos clave para la comprensión de la realidad internacional son la dependencia, la interconexión y la interdependencia. En el lenguaje común, dependencia significa un estado en que se es determinado o significativamente afectado por fuerzas externas. Cuando en política mundial existen situacio­ nes caracterizadas por efectos recíprocos, entre países o actores de

151 Guzzini, op. cit., p. 144. 152 Keohane y Nye, Poder e interdependencia. La política mundial en transición, Gru­ po Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1988.

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países diferentes, podemos encontrarnos en una situación de simple interconexión o de verdadera interdependencia. A menudo estas situaciones resultan de intercambios internacionales (flujos de dine­ ro, bienes, personas y mensajes) que trasponen las fronteras inter­ nacionales. Tales intercambios crecieron considerablemente a par­ tir de la Segunda Guerra Mundial, llegando a duplicarse cada diez años. Pero esta interconexión no significa interdependencia. Esta existe cuando se dan efectos de costo recíproco en los intercambios, aunque estos no sean necesariamente simétricos.153 A ello hay que agregar que las relaciones de interdependencia no tienen por qué ser necesariamente relaciones de mutuo beneficio. También puede haber relaciones de este tipo en una atmósfera altamente conflic­ tiva, como durante la Guerra Fría entre Estados Unidos y la URSS, o entre países más o menos industrializados. Por lo que respecta al realismo en relaciones económicas inter­ nacionales, visto desde el ángulo pesimista de la dominación y la ex­ plotación que conducen al conflicto, debemos referirnos en primer lugar a las teorías del imperialismo. Las teorías del imperialismo, que en época más reciente han dado lugar a las teorías de la dependencia, de gran difusión en Amé­ rica Latina, tuvieron hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX un impulso renovado, al centrar su atención en otro aspecto de la realidad distinto del que se acostumbraba. Esta vez, el imperialis­ mo fue considerado como un fenómeno de tipo económico y que se explicaba por la actuación en el campo internacional de actores variados, no necesariamente Estados y más bien fuerzas privadas en acción libre o aprovechando conexiones con el aparato político, especialmente externo y militar, para manipularlo en su provecho. El imperialismo había sido siempre analizado como la acción de dominación de un Estado sobre otras naciones y sus territorios, uti­ lizando el poder y la fuerza de las armas, y generalmente se le ex­ plicaba como una manifestación de prestigio y nacionalismo.154 Así 153 Ibíd., p. 22. 154 Ver, por ejemplo, Wolfgang J. Mommsen, La época del imperialismo, Siglo XXI, México D.F., 1971, y Robín W. Winks, ed., The Age ofImperialism, Prentice Hall, Nueva Jersey, 1969. George Lichtheim es del parecer de que: “Lo que queremos decir cuando

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entendido, el imperialismo fue conocido en la Antigüedad en los pueblos del cercano y lejano Oriente, Grecia, en especial bajo Ale­ jandro y, por supuesto, en Roma. El colonialismo moderno, en este entendido, podía ser calificado de imperialismo, y España y Por­ tugal como grandes naciones imperialistas antes del advenimiento del capitalismo. A fines del siglo XIX comenzó a abrirse camino una nueva manera de explicar las relaciones económicas internacio­ nales. La teoría económica del imperialismo partió con Marx y su afirmación de que el conflicto nace por la posición antagónica de clases sociales. Marx, que había nacido en Alemania, pasó mucho de su vida adulta en Inglaterra, donde observó el desarrollo de la Revolución Industrial en el siglo XIX. La lucha de clases en la socie­ dad industrial, que alcanzaba un alto grado de estructuración, debía proyectarse inevitablemente al plano internacional en la forma de conflicto y guerra. La burguesía, en su tendencia irresistible hacia la expansión, se embarcaría en aventuras ultramarinas en busca de nuevas fuentes de riqueza para su explotación en beneficio propio. De allí surgiría la dominación de territorios y sus poblaciones, y la guerra colonial para controlar tanta riqueza como fuera posible. Frente a la visión armónica de la especialización de la producción que da lugar al intercambio, propuesta por Smith, Marx dio origen a una manera distinta de apreciar la situación, crudamente realista, que sentaría las bases para una teoría que desarrollarían sus here­ deros intelectuales en el siglo XX: el socialdemócrata alemán Ro­ dolfo Hilferding (1877-1941), la revolucionaria Rosa Luxemburgo (1870-1919), de la misma nacionalidad, y los rusos V. I. Lenin y N. Bujarin. Si bien Marx apreció claramente el ámbito mundial de las operaciones capitalistas, en la forma de adquisición de metales preciosos primero, de materias primas después y de comercio de manufacturas finalmente, no elaboró mayormente una teoría del imperialismo. Sin embargo, justo es recordar que ya en el Manifiesto Comunista, de 1848, anticipa una interpretación de las relaciones hablamos del imperio o del imperialismo es la relación de un Estado hegemónico con pueblos o naciones controlados por él”. El imperialismo, Alianza, Madrid, 1972, p. 11. “Lo que cuenta es la relación de dominio y sometimiento que es la esencia de todo régi­ men imperial”, Ibíd., p. 15.

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económicas internacionales que resulta profética al cotejarla con lo que es hoy el fenómeno de la globalización:

El descubrimiento de América y la circunnavegación de África ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de acti­ vidad. Los mercados de la India y de China, la colonización de América, el intercambio de las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria un impulso antes desconocido y aceleraron, con ello, el desarrollo del elemen­ to revolucionario de la sociedad feudal en descomposición. La gran industria ha creado el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de América. El mercado mundial aceleró prodigiosamente el desarrollo del comercio, de la navegación y de los medios de transporte por tierra. Este desarrollo influyó, a su vez, en el auge de la industria, y a medida que se iban ex­ tendiendo la industria, el comercio, la navegación y los ferroca­ rriles, se desarrollaba la burguesía, multiplicando sus capitales y relegando a segundo término a todas las clases legadas por la Edad Media. En lugar del antiguo aislamiento y la autarquía de las regiones y naciones, se establece el intercambio univer­ sal, una interdependencia universal de las naciones. Y esto se refiere tanto a la producción material como a la intelectual. La producción intelectual de una nación se convierte en patrimo­ nio común de todas. La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles; de las numerosas lite­ raturas nacionales y locales se forma una literatura universal. Merced al rápido perfeccionamiento de los instrumentos de producción y al constante progreso de los medios de comu­ nicación, la burguesía arrastra a la corriente de la civilización todas las naciones, hasta a las más bárbaras. Los bajos precios de sus mercancías constituyen la artillería pesada que derrumba todas las murallas de China y hace capitular a los bárbaros más fanáticamente hostiles a los extranjeros.155 155 Karl Marx, Manifiesto Comunista, Ediciones Progreso, Moscú, traducción de Sarpe, Madrid, 1983, pp. 29-32.

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Es curioso que la teoría del imperialismo como explicación de las relaciones internacionales, haya sido expuesta en sus conside­ raciones básicas por el economista británico John Hobson (18581940), un graduado de Oxford, periodista, ensayista y profesor universitario, en quien se reconocen las influencias de John Stuart Mili hacia el liberalismo y de Herbert Spencer hacia la ciencia de la sociedad. Hobson fue un socialista fabiano, empeñado en observar la realidad de los hechos económicos como base de la explicación de la acción política internacional y, en particular, de la guerra. Como corresponsal del Manchester Guardian viajó a Sudáfrica y reporteó la Guerra Boer, la que describió como un complot de capitalistas interesados en el monopolio de los diamantes.156 Si sus conclusiones han resistido el paso del tiempo y la aparición de nuevas investi­ gaciones es materia distinta, como lo es también si la teoría del imperialismo económico es válida. Lo que interesa destacar es que ellas fueron fundamentales para la construcción de un enfoque so­ bre las relaciones internacionales que, a despecho de rigideces y de interpretaciones erróneas, influyó poderosamente sobre el análisis del siglo XX. Hobson sostuvo que el imperialismo es el resultado de desajustes en el sistema capitalista.157158 El modo de producción capitalista enfrenta los fenómenos de sobreproducción y subcon­ sumo porque están los que tienen mucho que vender y los que no tienen nada para comprar. Como los capitalistas no están dispues­ tos a adoptar medidas encaminadas al bienestar, prefieren reinvertir sus excedentes de capital en empresas en el exterior. El resultado es el imperialismo: “el cometido de los grandes empresarios de la industria para ampliar el canal de los flujos de su riqueza excedente, buscando mercados extranjeros e inversiones en el extranjero, para exportar los bienes y el capital que no pueden vender o usar en casa„ 158

156 J. A. Hobson, The War in South Africa. Its Causes and Effects, J. Nisbet, Londres, 1900. 157 J. A. Hobson, Imperialism: A Study, George Alien and Unwin, Londres (1902), 1938. 158 Ibíd., p. 85. (Traducción nuestra.)

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Si bien Hobson no dejó de reconocer otros factores influyentes en el fenómeno del imperialismo -fuerzas políticas, militares, psico­ lógicas y religioso-filantrópicas- su énfasis estaba puesto en el capi­ tal financiero como factor básico. Hobson condenó el imperialismo de fines del siglo XIX como una política irracional y perniciosa para los intereses de la nación en su conjunto, aun cuando presentara ventajas para ciertos grupos: intereses bursátiles, especuladores de la minería, industrias de armadores y armamentistas, exportadores, contratistas militares y clases aristocráticas que enviaban al exterior a sus hijos para servir en las fuerzas armadas o el servicio colonial. Su análisis fue seguido de cerca por Rosa Luxemburgo,159 en tanto que Rudolf Hilferding160 refinó el análisis sosteniendo que la expor­ tación de capital se debía al sistema del monopolio y la constitución de carteles que limitaban las posibilidades de inversión externa. Pero el más conocido teórico del imperialismo en los tiempos modernos fue Lenin, a pesar de que estudios recientes atribuyen a Nikolai Bujarin, un político y teórico comunista perseguido y ejecutado por Stalin y rehabilitado postumamente por Gorbachov, la paternidad de gran parte de las ideas sobre la materia.161 Lenin pidió prestado, en una considerable medida, el pensamiento tanto de Hobson como de Hilferding:162 conviene dar una definición del imperialismo que contenga los cinco rasgos fundamentales siguientes: 1) la concentración de la producción y el capital llegada hasta un grado tan elevado de desarrollo que ha creado los monopolios, los cuales desempeñan un papel decisivo en la vida económica; 2) la fusión del capital

159 Rosa Luxemburgo, La acumulación de capital, Grijalbo, México D.E, 1967: “El Imperialismo es la expresión política del proceso de acumulación del capital en su lucha por conquistar los medios no capitalistas que no se hallen todavía agotados. Geográfica­ mente, estos medios abarcan, aun hoy, los más amplios territorios de la tierra”, p. 346. 160 Rudolf Hilferding, El capitalfinanciero, Tecnos, Madrid, 1963. 161 Stephen E Cohén, Bukharin and the Bolshevik Revolution, Oxford University Press, Oxford, 1980; N. Boukharine, L’économie mondiale et l’imperialisme, Anthropos, París, 1969. 162 V. I. Lenin, El imperialismo fase superior del capitalismo, Progreso, Moscú, 1966.

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bancario con el industrial y la creación, sobre la base de este “capital financiero”, de la oligarquía financiera; 3) la exporta­ ción de capitales, a diferencia de la exportación de mercancías, adquiere una importancia capitalmente grande; 4) la formación de asociaciones internacionales, monopolistas de capitalistas, las cuales se reparten el mundo, y 5) la repartición territorial del mundo entre las potencias capitalistas más importantes. El imperialismo es el capitalismo en la fase de desarrollo en que ha tomado cuerpo la dominación de los monopolios y del capital financiero, ha adquirido señalada importancia la exportación de capitales, ha empezado el reparto del mundo por los trusts internacionales y ha terminado el reparto de toda la tierra entre los países capitalistas más importantes.163 Según Lenin, el capitalismo monopólico, considerado como equivalente del imperialismo, deriva de cuatro factores: 1) concen­ tración de la producción en conglomerados, carteles, sindicatos y trusts^ 2) la lucha competitiva por las fuentes de materias primas; 3) el desarrollo de oligarquías bancarias; y 4) la transformación de la “vieja” política colonial en lucha por el control de esferas de interés económico en la cual las naciones más poderosas explotan a las más débiles. ¿Cuán válidas son estas afirmaciones? Dejando de lado la guerra ideológica que se desencadenó entre teóricos y políticos pro soviéti­ cos y pro estadounidenses, en especial durante la Guerra Fría, en la que el fenómeno del imperialismo fue utilizado como arma por uno y otro bando del conflicto, la verdad o falsedad de las afirmaciones básicas sigue siendo materia de disputa. El análisis de los datos esta­ dísticos revela que la afirmación de que los capitales excedentes del mundo desarrollado se volcaron hacia el mundo subdesarrollado, es inexacta. El grueso de los capitales se mueve internacionalmente en el mundo desarrollado. Sin embargo, otros analistas han afirmado que los movimientos de capitales y mercancías son sólo un aspec­ to de la dominación y que el fenómeno es mucho más complejo. 163 Lenin, op. cit.

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Magdoff,164 por ejemplo, niega que el tamaño de los desplazamien­ tos es, de por sí, un indicador adecuado de las motivaciones de la política exterior. Más importante es el volumen de la suma de los intereses en juego. El estima que el tamaño del mercado externo de todas las firmas de Estados Unidos equivale a dos quintos del producto doméstico de todas las propiedades agrícolas, fábricas y minas. Insiste en que la actividad económica externa es de una im­ portancia creciente para Estados Unidos y su política de seguridad nacional y que la acción militar de ese poderoso país es una función del interés económico de las corporaciones gigantes en el exterior. En efecto, ella protege fuentes presentes y potenciales de materias primas, salvaguarda mercados externos e inversiones extranjeras, conserva rutas comerciales aéreas y marítimas, preserva esferas de influencia, crea nuevos clientes y oportunidades de inmersión por la vía de la ayuda económica y militar, y mantiene la estructura de los mercados capitalistas mundiales. La discusión sobre el imperialismo ocupó mucho tiempo en el debate político-académico entre partidarios del capitalismo y del socialismo, particularmente durante los años de la Guerra Fría. La validez de las explicaciones estrictamente económicas para fenóme­ nos importantes que se producen en las relaciones internacionales, como la dominación y la guerra, es por cierto importante pero li­ mitada. Hasta los más reacios, sin embargo, convienen en que la teoría del imperialismo económico aportó positivamente a una me­ jor comprensión del concepto desde una perspectiva marcadamente realista. El perfeccionamiento de las relaciones internacionales, partien­ do de la matriz de la Economía Internacional, desde una perspectiva pesimista, se expresó en los diversos aportes hechos por teóricos de la dependencia. La dependencia se refiere a la constatación de que ciertas formaciones sociales domésticas de los Estados obedecen a la forma como ellos se integran en la economía capitalista mundial o en la división internacional del trabajo. Se distinguen dos corrientes

164 Harry Magdoff, “The Age of Imperialism”, Monthly Review Press, Nueva York, 1969.

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diferentes dentro de esta teoría, que hizo su aparición en círculos académicos e intelectuales de América Latina en la década de 1960: una escuela que obedece a la línea del “desarrollo del subdesarrollo”, representada por André Gunder Frank e Immanuel Wallerstein, en tanto que otra, que obedece a la línea del “desarrollo dependien­ te”, tiene como exponentes a Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto.165 Para la primera de las líneas mencionadas, los Estados periféricos se hicieron capitalistas desde comienzos de la expansión colonial. El mundo capitalista es una cadena de extracción de excedentes en la cual la ganancia que se genera en cada fase, partiendo de las relaciones de clase domésticas de la periferia, es drenada en forma progresiva hacia el centro. El sector subdesarrollado es una parte integral y necesaria del desarrollado. La explicación de por qué la escena internacional se compone de partes prósperas y de otras que no lo son, no radica en la incapacidad por parte de estas de superar el subdesarrollo sino en la existencia de partes desarrolladas que lo son gracias a la permanencia de otras en el subdesarrollo. La escuela del desarrollo dependiente, en cambio, sostiene que hay una interrelación entre fuerzas externas e internas a propósito del funcionamiento de los países menos desarrollados, pero esta in­ terrelación no es ni mecánica ni determinista. El concepto central aquí es el de “economías inválidas”. Fernando Henrique Cardoso sostiene que la acumulación capitalista, en las economías depen­ dientes, no completa su ciclo. Como ellas carecen de tecnología autónoma deben importarla y por ello el capitalismo dependiente es “inválido”. Carece, por tanto, de un sector productivo de bienes de capital totalmente desarrollado. En consecuencia, el capital local requiere para su acumulación, expansión y autorrealización, com­ plementarse con el exterior. De allí la necesidad de insertarse en el circuito del capitalismo internacional.

165 Heraldo Muñoz, ed., From Dependence to Development, Westview Press, Boulder Colorado, 1981; Enzo Faletto, “De la teoría de la dependencia ai proyecto neoliberal: el caso chileno”, en Revista de Sociología, N° 13, 1999, p. 127.

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Las críticas a la teoría economicista de la dependencia han sido numerosas. Gran parte de ellas apunta a moderar el énfasis en el fenómeno económico capitalista y a poner acento en los aspectos políticos del problema. Es decir, que la dependencia de los países periféricos respecto de los países centrales no radica exclusivamente en una cierta lógica del desarrollo capitalista, sino en los factores políticos relacionados con el ejercicio del poder internacional. No se niega el fenómeno de la dominación, el que debe enfrentarse con todo realismo; pero de la misma manera como el imperialismo no es considerado una situación derivada de la pura expansión del capital a nivel global, sino como un conjunto de fuerzas de distinta naturaleza, la dependencia también es considerada un fenómeno complejo y no necesariamente económico. Esta combinación de factores económicos y políticos relativos al poder y la seguridad son característicos de la propuesta de Robert Gilpin, en forma de Eco­ nomía Política Internacional. El poder no puede entenderse, según Gilpin, sin considerar la base económica. El Estado moderno basa su poder en su posesión de poder fiscal sin desafío y capacidad de hacer la guerra. En lo internacional, el orden mundial liberal es el resultado del predominio sucesivo de Gran Bretaña (Pax Británica) y Estados Unidos (Pax Americana). En suma, el realismo de Gilpin se manifiesta como una integración de los reinos de la Política y de la Economía y, por tanto, su propuesta es que la disciplina de Rela­ ciones Internacionales se convierta lisa y llanamente en Economía Política Internacional.166 El enfoque realista de las relaciones internacionales, concebidas como relaciones económicas, ha sido enriquecido por el aporte de la economista británica Susan Strange. Hemos visto anteriormente que ella concibe la Economía Política Internacional como una cien­ cia que incluye las Relaciones Internacionales. Su preocupación bá­ sica es la determinación de quién es responsable, a escala global, de la provisión de valores necesarios para la sociedad como seguridad,

166 “La Economía Política Internacional es: la dinámica y recíproca interacción en relaciones internacionales de la búsqueda de riqueza y la búsqueda de poder.” Citado en Guzzini, op. cit., p. 173.

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salud, libertad de elegir y justicia. Asimismo es necesario inquirir quién se beneficia y quién pierde en esta distribución. Para contes­ tarlo, Susan Strange afirma que es necesario ser realista, en el senti­ do de mantener contacto estrecho con la situación y sus remedios posibles, porque la política es el arte de lo posible.167 Los académi­ cos no deberían prescribir remedios que se sabe son inalcanzables. Strange aboga por la acción y declara que la presente situación de las relaciones internacionales debe ser cambiada. Hay que in­ terponer políticas entre los beneficiarios y las víctimas. Por ello, su blanco principal son las teorías como las de Kindleberger o Keoha­ ne, quienes creen en las ventajas de las estructuras hegemónicas del poder dominado por un solo país, generando regímenes cuyas re­ glas son relativamente precisas y obedecidas. Su crítica se basa en un enfoque estructural de la economía mundial que revela la verdadera naturaleza de las relaciones de poder en el presente. El meollo del problema es la determinación -nos dice Strangede dónde radica el poder que distribuye cuatro bienes básicos para la satisfacción de las necesidades sociales: seguridad, conocimiento, producción de bienes y servicios, y provisión de crédito y dinero. En el marco de la globalización, la oferta de estos bienes tiene poco que ver con los Estados o un Estado en particular. En efecto, tanto la producción de crédito como de dinero, tecnologías y productos, se ha hecho global y depende de la acción de empresas o firmas transnacionales. El comercio aparece como subsidiario de la pro­ ducción y la finanza. Todo esto se da en el más alto grado de con­ centración, en un espacio en el que la cabida de nuevos interesados se hace crecientemente difícil. “El problema del ingreso al mercado es aumentado por el hecho de que un pequeño grupo de gente con­ trola el conocimiento necesario y la tecnología: la civilización del negocio internacional con científicos como sacerdotes y eficiencia como religión.168

167 Susan Strange, “What about International Relations?”, en Susan Strange (editora), Paths to International Political Economy, Francés Pinter, Londres, 1984, pp. 183-198. 168 Guzzini, op. cit., p. 178.

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Como consecuencia, señala Strange, también la seguridad de la gente y de las empresas ha sido transnacionalizada y ha perdido su carácter nacional. Las firmas y mercados internacionales son tan influyentes como los gobiernos nacionales. La solidaridad mueve a grupos a través de las fronteras. Pero además están alterados el crédito, la producción, el conocimiento, la seguridad, la adminis­ tración de justicia y la manera como la riqueza y el orden se distri­ buyen entre las naciones. Frente a este cuadro, según Strange, la comunidad académica y política se encuentra paralizada e insiste en aplicar viejas teorías. El sistema internacional aparece en Relaciones Internacionales y en Economía Internacional, sea ordenado por Dios, sea ordenado por la Historia o reducido al interés de los ricos y poderosos, los ge­ rentes de empresas, los banqueros internacionales, los funcionarios públicos y las elites del mundo en desarrollo. Pero el poder real, y por consiguiente la dinámica subyacente del sistema, permanecen ignorados. Su propuesta es el cambio del concepto de poder, des­ de el tradicional, que denomina “poder relaciona!” (capacidad de lograr de otro lo que este no haría en otra situación) al de “poder estructural” derivado de la concepción de dependencia y en el que se identifica al proveedor de las necesidades que la sociedad requiere en una economía global. En su concepción, el poder está difuso en su origen porque el Estado ya no es su único depositario en el plano internacional. La distribución de los bienes necesarios a escala glo­ bal es el resultado de la adopción o no adopción de decisiones por gobiernos u otros actores. Esta forma de poder es no territorial, se ejerce directamente sobre la gente y no sobre territorios. Strange la denomina el imperio no territorial.169 Quien ejerce el control sobre el imperio es, sin duda, el que puede dispensar los bienes. El crédito, la divisa, los productos, la tecnología, la seguridad, la producción artística y científica, las comunicaciones son controlados por empresas estadounidenses. Incluso el inglés es hoy la lengua franca. Susan Strange no es antinorteamericana, en el sentido de los escritores marxistas de esa nacionalidad, que 169 Ibíd., p. 182.

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escribieron en el marco de las teorías neoimperialistas y dependentistas como Magdoff, Sweezy y Baran, en las décadas de 1960 y 1970.170 Pero, como realista, identifica certeramente a los agentes del poder y no los ubica solamente en el gobierno, al que por lo demás critica por no saber tomar las medidas adecuadas después de todas y cada una de las crisis posteriores a Bretton Woods. Como, en cambio, ubica los controles del poder estructural en una combina­ ción de actores estatales y privados, sostiene que centrar el análisis en las relaciones internacionales entre gobiernos es propio. Allí radican, según ella, las limitaciones del debate entre idealistas y realistas clási­ cos. La gobernabilidad en la Economía Política global será lograda a través de una nueva diplomacia en la que firmas y bancos juegan un papel tan importante como el de los Estados.

El paradigma

conductista

Lo que ha venido a denominarse el paradigma conductista de las relaciones internacionales es un reflejo, en nuestro campo, del de­ bate científico que conmovió a los estudios sociales, especialmen­ te norteamericanos, entre comienzos de la década de los sesenta y mediados de los setenta. En la disciplina de Relaciones Internacio­ nales, el conflicto intelectual asumió la forma de una lucha entre tradicionalistas y conductistas . Hedley Bull llama clásico a aquel enfoque teórico que se deriva de la Filosofía, la Historia y la Ley, y que se caracteriza, por sobre todo, por basarse explícitamente en el ejercicio del juicio y por el presupuesto de que si nos limitamos a los criterios estrictos de veri­ ficación y prueba, poco puede decirse en Relaciones Internacionales

170 Una verdadera pléyade de autores desarrolló las llamadas teorías neomarxistas del imperialismo en los años sesenta. Sin ánimo de ser exhaustivos podemos mencionar aquí a Maurice Dobb, Capitalismo, crecimiento económico y subdesarrollo (Oikos, España, 1964); Celso Furtado, La economía latinoamericana desde la Conquista Ibérica hasta la Re­ volución Cubana (Universitaria, Santiago, 1969); Harry Magdoff, La era del imperialismo (Nuestro Tiempo, México D.E, 1969); Immanuel Wallerstein, Elfuturo de la civilización capitalista (Icaria-Antrazyt, Barcelona, 1997).

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que tenga alguna significación. Él opone este enfoque al que desa­ rrollaría la ciencia estadounidense a partir de mediados de los años cincuenta:

En los Estados Unidos el uso del término (Teoría de las Rela­ ciones Internacionales) ha significado especialmente un carác­ ter constructivo antes que crítico en el plano de la investigación teórica. Ha significado también la esperanza de que una es­ tructura de proposiciones generales pueda ser construida y que gane aceptación no sólo como una teoría sino como la teoría de las relaciones internacionales.171

Los tradicionalistas son normalmente escépticos frente al es­ fuerzo de predecir o aplicar análisis de probabilidades a los asuntos humanos. Ocasionalmente usan datos cuantitativos para ilustrar algún punto, pero son críticos de la tendencia de algunos analis­ tas contemporáneos a cuantificar con el propósito de demostrar a través de estadísticas una proposición que debería ser obvia para toda persona dotada de sentido común. Bull y otros partidarios del enfoque tradicional como Hoffmann, Aron y Morgenthau, ponen énfasis definitivo en la Historia como la disciplina en la cual debe apoyarse el análisis teórico internacional. Los conductistas, conocidos también como “científicos”, no rechazan, en principio, el valor del método descriptivo histórico político empleado por los tradicionalistas, aun cuando es justo reconocer que muchos de ellos, menos competentes, pueden des­ plegar una ignorancia considerable de los datos fundamentales de la Historia, la Política o las Relaciones Diplomáticas. Pero lo que, en verdad, caracteriza al paradigma conductista es su énfasis en el estudio de cómo ocurren los fenómenos internacionales antes que preguntar el porqué de esa ocurrencia. Para ello, el énfasis está pues­ to en lo que se considera como métodos científicamente precisos.

171 Hedley Bull, “The Theory of International Politics, 1919-1969”, en International Theory. Critical Investigations, James Der Deriand (editor), New York University Press, Nueva York, 1995, p. 184. (Traducción nuestra.)

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Los intemacionalistas de esta tendencia usan métodos diferentes o combinaciones de métodos como muestras de actitudes, análisis de contenidos, simulaciones y juegos, correlaciones estadísticas, cons­ trucción de modelos, análisis cuantitativos y empleo intensivo y extensivo de computadores. El tradicionalista critica con frecuencia al conductista por su confianza en la generalización. El tradicionalista es más propenso al estudio de casos y situaciones particulares que a sistematizaciones globales. Además, es reacio a la conversión fácil de las generaliza­ ciones en proposiciones causales y en la utilización de estas para predecir conducta en un área en que las cosas no son predecibles. La otra gran crítica es contra la atribución a modelos abstractos de una congruencia con la realidad que en verdad no poseen. Además, el tradicionalista critica a los conductistas por no abordar verdaderos problemas de relaciones internacionales y quedarse en cuestiones preferentemente metodológicas, porque muy probablemente no conocen esos problemas. Por último, les critican por caer en una especie de “fetichismo de la conmesuración” ignorante de las dife­ rencias cualitativas. El analista científico considera que la desconfianza del tradicio­ nalista hacia el método preciso, la cuantificación y la verificación a través de las estadísticas es irresponsable y arrogante. Sin embar­ go, los tradicionalistas responden que ellos efectúan un cuidadoso análisis de los contenidos de fuentes primarias y secundarias que constituyen evidencia (discursos, comunicados de prensa, informes gubernamentales, correspondencia diplomática, memorias, perió­ dicos, entrevistas, tesis universitarias). De ellos extraen intuitiva­ mente lo que es relevante, desdeñando lo que no es sin necesidad de recurrir, como lo hacen los científicos, al conreo de palabras y frases para establecer una verdad. Sobre la cuantificación los científicos alegan estar conscientes de las diferencias que separan a los eventos y de que un hecho nunca es igual a otro. Sin embargo, lo que dicen buscar establecer son las similitudes entre un hecho y otro que per­ mitan, por un proceso acumulativo, fijar una tendencia, librando así a los datos del campo internacional de la camisa de fuerza de la singularidad estéril a que los reducen los historiadores. El científico

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prefiere aislar algunas variables y analizar un gran número de casos para determinar las relaciones entre esas variables. El tradicionalista, en cambio, querrá examinar todas las variables que en forma con­ cebible tendrán influencia en un caso único. Por ende, el científico generalizador busca identificar el núcleo central que tiene un gran número de casos de revoluciones, golpes, alianzas o decisiones fren­ te a crisis, eliminando lo accidental que imprime un carácter único a un caso particular. Para el tradicionalista, en cambio, las genera­ lizaciones son menos significativas que la individualidad del caso único. El análisis es en un caso cuantitativo, en el otro cualitativo. El paradigma conductista está compuesto de muchas tenden­ cias preferenciales: teoría de los juegos y de la negociación, técnicas de simulación, toma de decisiones, comunicaciones e integración, conflicto y teoría de sistemas. El analista de relaciones internaciona­ les puede “vitrinear” con todas ellas, tomando algunas y olvidando otras. El realista y el idealista, de la misma manera, pueden hacer uso de cualquiera de ellas. El paradigma conductista, a diferencia del realista y del idealista, tiene carácter instrumental y carece de la sustantividad y permanencia de los otros. Entre las corrientes consideradas “científicas” destaca por su plausibilidad, su coherencia y su practicabilidad la llamada teoría sistémica. El concepto de sistema ha sido incorporado al lenguaje de la disciplina y lo utilizan en forma indistinta realistas e idealistas. Su origen se encuentra en el estructuralismo y la noción de sistema se aplica a campos tan distintos del saber como la Lingüística -don­ de el estructuralismo tuvo su punto de partida-, la Economía, la Historia, la Filosofía, la Sociología y la Ciencia Política. Por supues­ to que fue acogido por la disciplina de Relaciones Internacionales. Probablemente, sistema es uno de los términos que más se usa en la literatura de Ciencia Política y Relaciones Internacionales. Un sistema designa: un marco teórico para la codificación con propósi­ to ordenatorio de datos sobre fenómenos políticos; un conjunto de relaciones basado en variables políticas, por ejemplo, un gobierno mundial o la balanza de poder y cualquier conjunto de variables en interacción. La teoría de sistemas, o teoría general de sistemas, como también se la conoce, designa a una serie de postulados sobre

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relaciones entre variables independientes o dependientes, en la cual los cambios en una o más variables van acompañados por cambios en las otras variables o en el conjunto. Así entendida, la teoría de sistemas puede ser utilizada para comprender el funcionamiento de una variedad de fenómenos tales como el motor de un vehículo, la red de comunicaciones CNN o la balanza de poder en relaciones internacionales. La idea de sistema no es nueva y ya Hobbes nos habla de ella en el capítulo 22 del Leviatán}72 Muy relacionadas con la teoría de sistemas están las de interdependencia e interacción172 173, usadas para caracterizar las relaciones internacionales actuales dentro de un sistema global. La idea de sistema fue introducida en forma pionera en el campo de la Sociología por Talcott Parsons,174 quien postuló la existencia de un actor social que orienta su acción hacia la obtención de obje­ tivos anticipados por medio del empleo, normativamente regulado, de energía. Las relaciones entre actores tienen un carácter recurrente o sistemático y por lo tanto todas las acciones ocurren en sistemas. Por supuesto, las acciones pueden existir entre un individuo y un objeto, pero lo que realmente interesa a Parsons es el contexto so­ cial de la acción o lo que él denomina sistema de la acción. En este sistema social, los actores o personas pueden actuar como sujetos o como objetos. Si los actores obtienen satisfacción a partir de su acción, desarrollan un interés en la preservación y funcionamiento del sistema. La aceptación mutua del mismo por los actores crea un mecanismo de equilibrio. Una persona es miembro de varios sistemas de acción en forma simultánea: el sistema de personalidad, el sistema social y el sistema cultural. Los tres subsistemas están co­ nectados entre sí por el sistema de acción de manera que cada uno afecta al otro. En suma, Parsons concibe la sociabilidad como una

172 “Después de haber estudiado la generación, forma y poder de un Estado, puedo referirme a continuación a los elementos del mismo: en primer lugar, a los sistemas, que asemejan las partes análogas o músculos de un cuerpo natural. Entiendo por sistema un número de hombres unidos por un interés o negocio.” Hobbes, op. cit., p. 229. 173 Robert O. Keohane y Joseph Nye, op. cit., p. 22. 174 Talcott Parsons, La estructura de la acción social, Guadarrama, Madrid, 1968.

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red de sistemas de acción interconectados de modo que el cambio en un subsistema afecta a los otros y al conjunto del sistema de ac­ ción. En su teoría, Parsons atribuye gran importancia al equilibrio para la mantención del sistema en funcionamiento. Equilibrio no significa necesariamente equilibrio estable o, mejor, estático. Puede haberlo en un proceso de cambio ordenado. En el plano interna­ cional, el equilibrio puede lograrse si las partes comparten adhesión a valores comunes que crucen las fronteras nacionales como desa­ rrollo económico, independencia nacional o acuerdo en la forma de resolver diferencias. El sistema de acción de Parsons ha influido el pensamiento de los estudiosos de la integración en el nivel inter­ nacional. En Ciencia Política, varios autores han adoptado y empleado la teoría de sistemas. Estos tratadistas han abordado lo que Gabriel Almond denomina el sistema político: “Cuando hablamos de siste­ ma político, incluimos todas las interacciones que afectan el uso o amenaza de uso de la coacción física legítima”.175 Karl Deutsh, que adhiere a los prerrequisitos parsonianos, y en especial al de función, sostiene que un sistema se caracteriza por las transacciones y comunicaciones. A él le preocupa hasta qué pun­ to los sistemas políticos están equipados con facilidades adecuadas para recoger información externa e interna, así como para trans­ mitir esta información a los puntos de decisión. Pero a quien se le otorga el crédito de ser el gran teórico del análisis de sistemas en Ciencia Política, es a David Easton. De acuerdo con él, la teoría de sistemas se basa en la idea de la vida política como un conjunto li­ mitado de interacciones, rodeado por otros sistemas sociales que in­ fluyen constantemente sobre él. Las interacciones políticas pueden distinguirse de otras interacciones por el hecho de que ellas están orientadas principalmente hacia la alocación autoritativa de valores de una sociedad.176 Easton se preocupa también de la capacidad de los sistemas políticos para adaptarse a su entorno. Las demandas

175 Almond y Powell, Comparative Politics, Little Brown y Co, Boston, 1966, p. 18. 176 David Easton, “Categories fot the Systems Analysis of Politics”, en Bernard Susser (editor), op. cit., pp. 189 y ss.

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se originan en el medio ambiente externo al sistema o al interior del mismo. Sus soportes incluyen a aquellos recursos como lealtad, participación u obediencia a la ley de los ciudadanos, los cuales au­ mentan la capacidad del sistema para responder a las demandas que se le dirigen. En el modelo de Easton, los productos consisten en decisiones o políticas. En el plano internacional, sin embargo, no hay un sentimiento fuerte de legitimidad. Pese a ello, los miembros del sistema le hacen demandas (inputs) con la expectativa de que se conviertan en respuestas (outputs). Los prerrequisitos de todo sistema, formulados por Parsons (y también por los antropólogos Malinowski, Radcliffe-Brown y Merton) y trasladados al campo político por Almond y Easton, se traducen en funciones y objetivos, mantención del equilibrio y capacidad para interactuar en el medio y adaptarse a cambios en el medio. El análisis estructural funcionalista provee, como mínimo, un esquema de clasificación de los fenómenos políticos. Los conceptos de la teoría de sistemas se han aplicado a los es­ tudios de integración internacional, toma de decisiones en política exterior y conflictos. Más específicamente, los criterios sistémicos se utilizan en el desarrollo de modelos, el estudio de procesos de toma de decisión dentro de una unidad nacional y como respuesta a demandas domésticas e internacionales, al análisis de la interacción entre un sistema político nacional y sus subsistemas domésticos, como opinión pública, grupos de interés y cultura, relaciones entre actores individuales y grupales. Pero sobre todo se ha aplicado al estudio de la interacción de las políticas exteriores de las unidades nacionales, o subsistemas, en el sistema internacional. De todos los analistas internacionales que han adherido al pa­ radigma conductista, Morton Kaplan es, probablemente, el más destacado.177 El ha hecho un gran esfuerzo para especificar reglas y pautas de interacción dentro de modelos de sistemas interna­ cionales. Sugiere la existencia de un sistema de acción que define 177 Morton Kaplan, System and Process in International Politics, Nueva York, Wiley and Sons, 1962. Un segmento importante de este libro es reproducido por Stanley HofFmann en Teorías contemporáneas sobre relaciones internacionales, Tecnos, Madrid, 1979, pp. 141-161.

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como un: “conjunto de variables muy relacionadas y contrastan­ tes con su entorno y que se vinculan como conjunto de variables con las variables externas, a través de regularidades conductuales > • ” . 17fi características z De acuerdo con esto, Kaplan ha constituido seis modelos hipo­ téticos de sistema internacional que proporcionan un marco teórico dentro del cual las hipótesis pueden generarse y comprobarse. Estos modelos son: el de la balanza de poder, el bipolar flexible, el bipolar rígido, el universal internacional, el internacional jerárquico y el de unidad de veto. Dentro de cada modelo hay cinco conjuntos de variables: reglas esenciales, reglas de transformación, clasificación de actores, capacidad e información. Asimismo, en cada modelo Kaplan se preocupa del foco de organización de las decisiones (in­ cluyendo objetivos de los actores e instrumentos para alcanzarlos), distribución de recompensas, preferencias de los actores, dirección y enfoque de la actividad política, flexibilidad o adaptabilidad de unidades en su conducta. La teoría de sistemas ha sido atacada desde diversos ángulos. Una de las objeciones más recurrentes ha sido la que apunta a su divorcio de la realidad y a su desconexión con casos históricos concretos. Esta crítica es atendible en cuanto ella objeta un énfasis exagerado en la elaboración minuciosa de aspectos metodológicos, olvidando analizar lo que ocurre efectivamente en la realidad. Sin embargo, es justo reconocer que la corriente sistémica ofrece algunos ejemplos notables de autores que han concretado sus presupuestos teóricos haciendo uso intensivo de materiales históricos. Richard N. Rosencrance178 179 basa su análisis de sistemas en el estudio de nueve pe­ ríodos que van desde 1740 a 1980. Ellos son: Siglo XVIII, 1740 a 1789; Imperio Revolucionario, 1789 a 1814; Concierto de Europa, 1814 a 1822; Concierto trunco, 1822 a 1848; Concierto destruido, 1848 a 1871; Concierto bismarkiano, 1871 a 1890; Nacionalismo imperialista, 1890 a 1918; Militarismo totalitario, 1918 a 1945 y Posguerra, 1945 a 1980. Estos son sistemas estables en los cuales las

178 Citado en Dougherty y Pfaltzgraff, op. cit., p. 146. (Traducción nuestra.) 179 Richard N. Rosencrance en ibtd., p. 153.

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elites internas están satisfechas con el statu quo. También existen los inestables en los que la situación es la opuesta. El análisis histórico concreto lleva a este autor a estimar que los sistemas multipolares o, al menos, tripolares, son estables. K. S. Holsti, de la Universidad de British Columbia180 define un sistema internacional como: “cualquier colección de entidades políticas independiente -ciudades-estados, naciones o imperios— que interactúan con considable frecuencia y de acuerdo a procesos regulares”.181 También usa este instrumento analítico para enfrentar períodos históricos reales o experiencias ocurridas en concreto. Cada siste­ ma histórica nos dice, debe ser analizado desde cinco aspectos: lí­ mites; características de las unidades políticas (tipos de gobierno y administración, papel del súbdito o sujeto medio en las relaciones externas de la unidad política, métodos por los cuales los recursos de la unidad fueron movilizados para alcanzar objetivos externos); estructura (configuración característica del poder e influencia de formas persistentes de dominación); interacción entre las unidades componentes del sistema (contactos diplomáticos, comercio, tipo de rivalidades y violencia organizada o guerra); y reglas o costum­ bres explícitas e implícitas (técnicas e instituciones) aplicadas para resolver conflictos mayores. Lo anterior es usado por Holsti para estudiar sistemas históri­ cos relevantes, como la Política Internacional de la dinastía Chou en China entre 1122 a. de C. y 221 a. de C.; la Política Interna­ cional de la Italia del Renacimiento; y el sistema de Estados de Occidente (el siglo XVIII, el siglo XIX y Sistema Internacional Contemporáneo). Visto de esta manera, el análisis de sistemas se convierte en un instrumento realmente efectivo para la ordenación del material his­ tórico que se trata de comprender y presta un servicio admirable al estudio de las relaciones internacionales.

180 K. J. Holsti, International Politics. A Framework for Analysis, Prentice Hall Inter­ national, Londres, 1974. 181 Ibíd., p. 29. (Traducción nuestra.)

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Coherente con esta línea de pensamiento analítico, es la ten­ dencia de los autores a delinear subsistemas. Particularmente útil ha sido esta metodología para el desarrollo de la teoría de la integración. Precisamente debido a que la teorización sobre la integración se ha focalizado en el nivel regional, se ha desprendido la tendencia a vin­ cularla con el estudio de subsistemas. Un subsistema, de acuerdo a Cantori y Spiegel, es el conjunto de: “Dos o más Estados próximos e interactuantes con lazos comunes de tipo lingüístico, cultural, so­ cial e histórico y cuyo sentido de identidad es a veces acrecentado por las acciones y actitudes de Estados externos al sistema”.182 De acuerdo con otro autor, William R. Thompson, un subsiste­ ma regional no tiene por qué ser una unidad geográfica. El subsis­ tema consiste más bien en la interacción de elites nacionales y no de entidades físicas o unidades políticas. Desde este punto de vista se divisan en el sistema internacional contemporáneo numerosos subsistemas regionales establecidos o en vías de establecimiento, particularmente vinculados por la variable económica. Las críticas a la teoría de sistemas son variadas. Se le ha objetado desde luego por ser peligrosamente cercana al “organicismo” y al establecimiento de paralelos entre estructuras sociales y biológicas. Stanley Hoffmann le reprocha su tautología e incapacidad de prede­ cir nada. Construido sobre hipótesis cuestionables, un modelo sistémico sólo logra poner en tiempo futuro algo que no está probado respecto del pasado. Critica también este autor el uso inapropiado de técnicas tomadas en préstamo de otras disciplinas, como la So­ ciología, la Cibernética, la Biología y la Astronomía. Esto conduce a un grado de generalización que torna el esfuerzo en incapacidad de captar el “meollo de la Política”. La medición de cantidades, tran­ sacciones e interacciones desdibujan las cuestiones cualitativas que son las realmente importantes. Hay también, según este autor, una tendencia pronunciada a la simplificación por cuanto mientras más sencillo es un modelo más probable es que sea adoptado. Sin embar­ go, si bien es cierto que los analistas sistémicos vivieron muy preocu­ pados de los aspectos heurísticos instrumentales, especialmente en 182 Citados por Dougherty y Pfaltzgraff, op. cit., p. 167.

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la época en que Hoffmann formuló su crítica, no lo es menos que desde 1960 a la fecha, los esfuerzos para corregir este defecto han sido considerables. Pero en general la crítica es válida y el aporte con­ creto —después de décadas de uso y abuso de la teoría de sistemas— es pobre y de importancia limitada. Finalmente, y en una crítica que se dirige también al estructuralismo y al funcionalismo, la teoría de sistemas es atacada por su tendencia conservadora y partidaria del statu quo. En efecto, su énfasis en las nociones de estabilidad, equilibrio y mantención de tendencias la ubica entre aquellas teorías utilizadas para justificar la inmovilidad y la permanencia. Sin embargo, justo es reconocer que dentro del campo de los cultores de la teoría de sistemas hay fuertes desacuerdos sobre muchos aspectos que la conforman, como el peso de lo analítico por sobre lo concreto, relevancia o no de conceptos como medio ambiente o uso de analogías orgánicas, empleo de la deducción o la inducción, técnicas cualitativas para la manipula­ ción de la información y mérito de técnicas comparativas y estu­ dios históricos. Pero justo sería añadir, además, que tales dilemas no son exclusivos del análisis sistémico, sino comunes a los estudios de Ciencia Política y Relaciones Internacionales en general. Ahora nos referiremos brevemente a las teorías del conflicto y del conflicto violento. En el estudio de las Relaciones Internacio­ nales, es inevitable encontrar el fenómeno del conflicto. La forma suprema del conflicto internacional es la guerra. La gran mayoría de las ciencias que estudian la conducta humana, en cualquiera de sus formas, tiene que enfrentar el conflicto humano y su for­ ma extrema, que es la violencia. El tema preocupa naturalmente a la Biología, Sociología, Antropología, Historia, Ciencia Política, Geografía, Economía, teoría de las comunicaciones y de la organi­ zación, teoría de los juegos y de la simulación, estrategia, toma de decisiones, integración, sistemas, filosofía ética, y reflexión religiosa y teológica. Todas estas disciplinas, en algún momento enfrentan una situación en la cual un grupo identificable de seres humanos (sea tribal, étnico, lingüístico, cultural, religioso, socioecómico o político) se compromete en oposición consciente con otro u otros grupos identificares, porque estos aparecen persiguiendo lo que

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parecen ser objetivos incompatibles. El conflicto es entre seres hu­ manos y resulta ser más que una mera competencia. Se produce cuando una de las partes pretende mejorar su posición por medio de la derrota de la otra, la que puede ser total o parcial. Puede ser violento o no violento (en términos de fuerza física), dominante o recesivo, controlable o incontrolable, soluble o insoluble. Los conflictos pueden ser individuales o sociales. Los prime­ ros pertenecen al campo de lo psicológico. Los conflictos sociales conciernen a la sociedad entera y por tanto preocupan al estudio­ so de los fenómenos colectivos. Aunque el conflicto social puede ser manejado por mecanismos y procedimientos, llega el momento en que no puede ser controlado y se desencadena con todas sus devastadoras consecuencias. La potencialidad de este estallido y la representación intelectual obra, ya como disuasivo del estallido real, ya como arma para conseguir lo que se quiere. Es incuestio­ nable, no obstante, que puede haber una relación importante entre el conflicto individual y el conflicto social, y tal relación no debe permanecer inexplorada. El conflicto puede existir en un plano me­ nor y controlado tanto entre individuos como entre colectividades. Existen los mecanismos aptos para controlarlos, entre los cuales la política y los procedimientos políticos destacan por su importancia en el plano nacional e internacional. Sin embargo, otros miran el conflicto violento como inevitable e incluso como parte integrante de la política.183 En el marco del conductismo, el conflicto y el conflicto violen­ to han dividido las opiniones de los tratadistas. Así, los que creen que el conflicto sólo puede ser entendido a partir de las reacciones individuales, sostienen que él se explica desde las condiciones del ser humano y, muy en particular, con los aportes de la psicología. En cambio, los que creen que se origina en condiciones ambienta­ les e institucionales, ponen sus esperanzas de encontrar las expli­ caciones a través de la sociología. En este último campo se sitúan los esfuerzos recientes de cientistas sociales que, armados de mé­ todos estadísticos y ayudados por computadores, han estudiado el 183 C. Schmitt, El concepto de lo político, Alianza, Madrid, 1991.

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conflicto internacional en forma sistemática, acumulando un cuer­ po definitivo de conocimiento acerca de las guerras. La primera gran consecuencia ha sido separar los campos del conflicto individual y el conflicto colectivo y establecer la autonomía del estudio de este último. La definición de la guerra como un fenómeno intersocietal conduce a la necesidad de determinar los procesos por los cuales las naciones desarrollan políticas internas que las conducen a ella. Las motivaciones individuales de los que deciden en política son importantes sólo en tanto y en cuanto ellas forman parte de pro­ cesos colectivos más amplios. Lo dicho para la guerra internacional clásica es también válido para otros conflictos violentos internos de proyección internacional como revoluciones, golpes de Estado, insurgencias, desórdenes civiles y terrorismo político organizado. En el tema de la guerra hemos visto que confluyen todos los enfoques paradigmáticos. Los idealistas recomendaron conductas y normas para la regularización de la guerra (en especial la guerra jus­ ta) y para la obtención de la paz permanente. Los realistas, en cam­ bio, aconsejaron aceptar que la guerra y el conflicto armado eran fenómenos naturales e inevitables, que había que aprender a vivir con ellos y que lo mejor era comprenderlos y manejarlos con éxito, porque eso era lo conveniente para el bienestar colectivo. Los conductistas han puesto todo su empeño en explicar el origen, decisión y desarrollo de las guerras, utilizando el análisis de las conductas y la regularidad de los datos fácticos. Desde hace unas décadas, los estudios de la guerra han tendido a la integración, llegando a constituir un campo interdisciplinario dotado de autonomía. Los cientistas sociales han adoptado me­ todologías, analogías y perspectivas de campos relacionados. Este enfoque ha implicado el abandono de las viejas consideraciones fi­ losóficas y morales que caracterizaron desde muy antiguo el estudio de la guerra. Los problemas de la guerra tensionaron a la cristiandad y fueron el centro de la discusión filosófico-política y jurídica de la época de constitución del Estado moderno. También dieron origen a las corrientes pacifistas de la época contemporánea (desde Erasmo a Bentham) y a las doctrinas belicistas (desde von Clausewitz a Treitscke). Por lo menos estas preocupaciones fueron relegadas al

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trasfondo o confinadas al terreno de otras disciplinas y los moder­ nos analistas de la guerra prefieren concentrarse en el examen de materiales y datos positivos, buscando las respuestas necesarias para orientar políticas que se traduzcan en el logro de la seguridad. Un sumario de los problemas que aparecen como relevantes en el estudio de la forma suprema del conflicto que es la guerra, y en el que las hipótesis y teorías parciales del conflicto aparecen formula­ das por antropólogos, psicólogos y sociólogos de vocación conduc­ tista, nos muestra los siguientes temas de preocupación preferente: 1. Los actos de violencia individual son por naturaleza dis­ tintos de la violencia colectiva organizada (es decir de la guerra). 2. El conflicto a gran escala, y en especial la guerra, surge de estructuras y condiciones sociales y no de urgencias bioló­ gicas o psicológicas. La guerra es una invención cultural y no una necesidad biológica. 3. La discusión en abstracto de la guerra carece de sentido. El estudio de una situación bélica requiere para su exac­ ta comprensión del análisis de los factores culturales que la rodean. Las actitudes básicas de una sociedad que pue­ den conducirla a una guerra están firmemente afincadas, y mientras más antigua y grande es una sociedad más difícil es cambiar esas actitudes. El “carácter nacional” tiende a ser reconsiderado y reevaluado. 4. Pese a que los factores individuales son importantes de con­ siderar, los analistas “científicos” tienden a reducirlos a su justa importancia, tomando con cuidado a la psicopolítica y a la psicohistoria. Por ejemplo, el papel de las personali­ dades en el desencadenamiento del conflicto armado. 5. El etnocentrismo o sobrevaloración del grupo nacional propio en desmedro de otros es un fenómeno universal y de gran incidencia en el desencadenamiento del conflicto armado. 6. El cambio cultural es posible en el transcurso de un con­ flicto y puede alterar su curso. Por ejemplo, los cambios de apreciación del público estadounidense en la guerra de

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Vietnam. Asimismo, los cambios culturales y sociales pue­ den desencadenar guerras o evitarlas. Por ejemplo, Suecia, un país muy belicoso en el siglo XVIII, hoy es partidario de la neutralidad, la paz y el desarme. 7. La guerra está fuertemente asociada al desarrollo tecnológi­ co, tanto en lo que concierne a la aplicación de la tecnolo­ gía al armamento como en lo relativo a la aplicación de los avances en la tecnología bélica a propósitos de paz. 8. Diferencias y similitudes entre los pueblos pueden, indis­ tintamente, conducir a la guerra y al conflicto armado. Un ejemplo del primer caso lo encontramos en la rivalidad de valones y flamencos o ingleses y escoceses, y del segundo caso, las similitudes entre cristianos protestantes y cató­ licos, entre musulmanes sunnitas y chiítas, y comunistas krushevistas y maoístas. 9. El conflicto puede expresarse en cambios notables en el sis­ tema de comunicaciones entre las partes, los que son signi­ ficativos y dignos de estudio. 10. Todo conflicto tiene una estructura única que deriva de múltiples y variadas circunstancias como la naturaleza de las partes, los temas en disputa, circunstancias en que esta­ lla y curso de su desarrollo. Pero hay un tema que ha sido discutido con reiteración y pro­ fundidad por el conductismo en Relaciones Internacionales. Este ha sido el de la relación entre conflicto político social interno y guerra internacional. La pregunta es ¿en qué medida la situación doméstica de un país influye en la toma de decisión de ir a un enfrentamiento armado externo? Desde Maquiavelo, los teóricos han recomendado la guerra exterior como un buen remedio para terminar con el conflicto interno y lograr la unidad nacional. Los autores modernos han formulado la relación de dos maneras: 1) el conflicto interno tiene una relación inversa con el conflicto externo y 2) la cohesión social doméstica se relaciona positivamente con el compromiso en guerra externa. El tema, sin embargo, no suscita unanimidad, porque también sobre la base de estudios cuantitativos otros autores han llegado a conclusiones contrarias. Así, Geoflfey

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Blainley, después de examinar guerras internacionales entre 1823 y 1937, concluye que: 1) las naciones desgarradas por un conflicto civil son consideradas como una presa más fácil por el enemigo externo, existiendo, por tanto, mayor posibilidad de que la situa­ ción sea explotada por este, iniciando una guerra; y 2) la nación dividida tiene mejores posibilidades de solucionar sus problemas, suprimiendo el descontento interno si no va a la guerra.184 Como conclusión podemos afirmar que los descubrimientos de la teoría conductista en el estudio del conflicto y de su expresión máxima, que es la guerra entre naciones, han sido un aporte valioso para la comprensión de las causas de esta y de otros aspectos igual­ mente relevantes. Pero es aconsejable la cautela y es mejor conside­ rarlos como factores explicativos parciales. La necesaria perspectiva que se adopte exigirá la consideración de un marco político interna­ cional amplio para extraer las consecuencias precisas y acertadas. Otros enfoques conductistas también han contribuido con sus particulares visiones al tratamiento científico y metodológico de los problemas más significativos de las relaciones internacionales. Nos referiremos a dos de ellos que están estrechamente relacionados: la teoría de la toma de decisiones y la teoría de los juegos y su corola­ rio, la simulación. Desde la Segunda Guerra Mundial, los estudiosos de nuestra disciplina se han preocupado con rigor creciente del tema de la toma de decisiones. Naturalmente en este, como en otros casos, el asunto no sólo interesa a la Ciencia Política y a las Relaciones Internacionales sino que también a una amplia variedad de espe­ cialidades. De hecho, la teoría de toma de decisiones está vinculada con la Psicología, que se interesa por las motivaciones individuales que conducen a la persona a inclinarse por una de varias opciones posibles y a las manifestaciones patológicas relacionadas con la fal­ ta o dificultad de decisión en el plano personal. Pero también los economistas centraron su interés en el estudio de las decisiones de consumidores, productores, investigadores y otros cuyas opciones afectan el curso de la Economía. La Administración de Negocios 184 Geoffrey Blainley, The Causes ofWar, The Free Press, Nueva York, 1973.

IV. PARADIGMAS

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(Business Administrarían) buscó maneras de aumentar la eficiencia de las decisiones de los ejecutivos de las empresas. En los gobiernos, tanto en la rama ejecutiva como en el área de defensa, las decisiones a tomar, de un costo significativamente creciente, fueron adoptadas de una manera más científica. La Ciencia Política se concentró en la conducta decisoria de votantes, legisladores, agentes del gobierno central, políticos, líderes de grupos de interés y otros actores de la arena política. No sorprende, entonces, que el estudio de la toma de decisiones en política exterior se convirtiera en el tratamiento de un área específica de un campo mayor. El énfasis fue puesto, por razones explicables, en la problemática de la toma de decisiones en situaciones de crisis. Entendemos por toma de decisiones el acto de elegir entre alter­ nativas disponibles respecto de las cuales existe un cierto grado de incertidumbre. Sin embargo, es necesario observar que en el campo de la política exterior, a diferencia de otros, las alternativas por lo general no están dadas, y por el contrario deben ser construidas a partir de una realidad múltiple y variada respecto de la cual siem­ pre existirán criterios divergentes. Es por ello que en la determina­ ción de las alternativas a elegir por la autoridad u órgano deciso­ rio intervienen fuerzas burocráticas, organizaciones e intereses en competencia variada. Esto hace que en las últimas generaciones de estudiosos del proceso de toma de decisiones, el criterio inicial de mera elección en abstracto, apuntando a la alternativa que ofrece el beneficio máximo, haya cedido en favor de un proceso complejo que contiene elecciones parciales e innumerables compromisos en­ tre intereses variados de tipo organizacional y burocrático. En el proceso de toma de decisiones, los expertos señalan un punto de partida que es la determinación del problema a ser resuel­ to racionalmente. Aquí procede un análisis de objetos, condiciones, otros actores y sus intenciones, propósitos perseguidos por el propio gobierno, valores a realizar tanto en abstracto como en concreto. Una segunda consideración se refiere al estudio de los escenarios externos e internos, en los cuales debe ser tomada la decisión. En el escenario externo hay que considerar la posición del Estado tanto en el sistema global como en las relaciones relevantes de poder. En

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un tercer plano es necesario considerar las motivaciones y carac­ terísticas de los que toman las decisiones. El público, en general, piensa que las decisiones son tomadas por los Estados pero, en ver­ dad, ellas son adoptadas por hombres y mujeres de carne y hueso. Por tanto, reflejan las biografías de quienes las adoptan. Por último, es necesario hacer presente que la toma de decisiones es, en palabras de David Easton: “la adjudicación de la autoridad de valores para una sociedad”. Es una respuesta del aparato público a la demanda concreta originada en una situación internacional potencialmente conflictiva. Las teorías de toma de decisión han sido moldeadas en la ex­ periencia estadounidense y, con todo lo válidas que puedan apare­ cer sus proposiciones para esa sociedad, deben ser extendidas con cautela a otros contextos en los que las condiciones ambientales difieren. Por ello es preciso observar los criterios que se han enun­ ciado tanto en el análisis teórico como en las aplicaciones prácticas consiguientes. Existe una estrecha relación entre la toma de decisiones y la teo­ ría de los juegos. Las relaciones internacionales y en particular las situaciones de conflicto pueden ser tratadas como juegos. A través de la historia, generales y estrategas se han dedicado a los juegos de guerra, lo que es simplemente la tarea de adivinar los avances del enemigo para oponerle la mejor defensa. El historiador holandés Johan Huizinga (1872-1945) sostuvo que la cultura no puede en­ tenderse sin considerar al ser humano como un homo ludens, que juega desde la infancia a la vejez.185 La teoría de los juegos es un instrumento para la toma de decisiones que no deja de provocar serias controversias teóricas entre seguidores y detractores. Es una herramienta útil en relaciones internacionales, a pesar de que no proporciona un código de conducta para situaciones determina­ das, ni una teoría empírica acerca de cómo determinados actores proceden en ciertos casos específicos, ni puede tampoco esperarse de ella una capacidad predictiva en política internacional. ¿Cuál es entonces su utilidad? Sirve para crear analogías o modelos de 185 Johan Huizinga, Homo Ludens, Alianza, Madrid-Buenos Aires, 1968.

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situaciones de conflicto real con propósitos de enseñanza, investi­ gación y diseño de políticas. En realidad, es propio distinguir entre dos cosas diferentes: teo­ ría de los juegos y juegos. La primera es un instrumento matemático que permite a los jugadores racionales descubrir la estrategia óptima a seguir. El juego, en cambio, nos permite descubrir qué estrategias usan realmente los jugadores en situaciones específicas. Las princi­ pales críticas que se dirigen a la teoría de los juegos como instru­ mento analítico son las de trivialidad, imposibilidad de reproducir los resultados, falta de precisión en la interpretación de los motivos que subyacen en las elecciones de los jugadores, falta de validez de las generalizaciones extraídas de juegos, y carencia de similitud es­ tructural (isomorfismo) entre juegos y realidad social. Nadie duda de que los juegos son sólo reproducciones muy esquemáticas de la realidad, que pueden ayudar, con limitaciones, en tareas docentes, de investigación y formulación de políticas. Conocida es la básica distinción de los juegos entre aquellos de suma cero y los de no suma cero. Los primeros implican la derrota total de uno de los contendores. En juegos de suma cero entre A y B, A gana y B pierde, y viceversa. En juegos de no suma cero, no hay victorias ni derrotas absolutas, sino más bien una serie de nego­ ciaciones y acuerdos parciales. Sólo en guerras totales y otros casos de contextos de elección radical sin compromiso existen situaciones de suma cero. Por lo tanto, estos últimos casos son de excepción. La teoría de los juegos es potencialmente aplicable a la más va­ riada gama de situaciones de conflicto. Probablemente, una de las obras de mayor prestigio en la materia es la de Thomas Schelling186 que, en el análisis político, ha sido profusamente empleada en el campo de las Relaciones Internacionales. Pero su ámbito es extenso y como observa Martin Shubick: En el contexto de la Ciencia Política, el juego puede envolver a generales comprometidos en batalla; diplomáticos envueltos

186 Thomas Schelling, Strategy of Conflicto Oxford University Press, Londres-OxfordNuevaYork, 1960.

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en regateos y negociaciones; políticos tratando de influir so­ bre sus votantes; legisladores tratando de armar las coalicio­ nes apropiadas; príncipes medievales preocupados del poder y alcaldes modernos luchando por salir adelante a través de la maraña de asuntos locales. En Economía o Economía Política, la situación de conflicto puede estar compuesta por sindicatos luchando contra las firmas; empresas en competencia oligopólica; miembros de carteles negociando participaciones en mercados o legislaturas diseñando esquemas “convenientes” de tributación.187

La teoría de los juegos y los juegos conducen a la simulación. La simulación es diferente, aunque está relacionada con ellos. Mientras la teoría de los juegos busca la estrategia óptima desde un pun­ to de vista racional matemático para poner en práctica un juego (sólo como juego y sin referencia al mundo real), la teoría de la simulación “pretende” que una situación es real. Un experimento de simulación es un juego que ha sido designado no sólo para ju­ gar, sino más bien con el propósito de demostrar una verdad válida sobre procesos sociales reales, a través de un modelo artificialmente construido, pero dinámico. Por lo tanto, las técnicas de simulación permiten el estudio de réplicas de conducta humana. A través del uso de estas técnicas, el investigador trata de aprender algo signi­ ficativo sobre fenómenos complejos del exterior que él no puede controlar, mediante la creación de un modelo o versión simplificada de aquel fenómeno, que él sí puede controlar de una manera aná­ loga o isomórfica. La simulación se utiliza como instrumento de enseñanza en la investigación y construcción de teoría y en el diseño de políticas. Los profesores de Relaciones Internacionales suelen emplear la si­ mulación para explicar ciertas materias en las que el instrumento da espléndidos resultados. Por ejemplo, hemos aplicado con éxito la experiencia en el entrenamiento de jóvenes diplomáticos a los que preparamos para negociaciones multilaterales en organizaciones 187 Citado en Susser, op. cit., p. 303.

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internacionales como la Asamblea General y el Consejo de Segu­ ridad de Naciones Unidas o la Organización de Estados America­ nos.188 Los estudiantes asumen papeles de representantes de países imaginarios para evitar complicaciones históricas, especialmente cuando participan alumnos de varias naciones. Necesariamente, el ejercicio debe ser preparado con antelación mediante la lectura de materiales basados en experiencias reales. Es una actividad compleja y que exige inversión de esfuerzo y sobre todo de tiempo. No puede hacerse con mucha frecuencia. Los críticos de la simulación obje­ tan que es frecuente que los estudiantes permanezcan escépticos, silenciosos o demasiado inclinados al aspecto lúdico del ejercicio sin profundizar en los temas de relaciones internacionales y que carezcan de los conocimientos necesarios acerca del mundo real que se trata de representar. En el caso de nuestra experiencia con posgra­ duados, sin embargo, los problemas de este tipo fueron menores. Como instrumento de investigación y construcción teórica, la simulación es utilizada como un laboratorio para comprobar la efectividad de ciertas hipótesis. Los impugnadores de este método señalan que en esta dimensión sólo sirve, en el mejor de los casos, para comprender circunstancias o situaciones específicas y no gran­ des tendencias que son la preocupación vital de verdaderas teorías. Incluso en estos casos, la simulación construye analogías aproxima­ das que pueden o no reproducir el mundo real dependiendo de la inteligencia de quien las construye. Por último, la simulación puede usarse para diseñar políticas a seguir al tratar de construir el modelo más realista posible. No es difícil imaginar a ministros, directores, embajadores y asesores simulando una situación futura para actuar correctamente en la rea­ lidad, pero ¿quién podría decir que este ejercicio se puede montar dadas las urgencias y premuras de tiempo de actores que son ade­ más burócratas cargados de deberes o políticos abrumados por los compromisos?

18,1 Nos referimos a nuestra experiencia en la Dirección de la Academia Diplomática de Chile entre 1995 y 1999.

V.

Después del muro

de

Berlín

El fin de la Guerra Fría

Las relaciones internacionales, tal como se conocieron hasta el fin de la Guerra Fría, correspondieron a una situación que dejó de exis­ tir con la desaparición de la Unión Soviética y del mundo socialista. Desde fines de la Segunda Guerra Mundial, la arena internacional estuvo dividida en dos bandos enfrentados virtualmente y un tercer espacio compuesto de Estados-naciones que, sin estar directamente comprometidos en esa rivalidad principal, de alguna u otra manera dependían de lo que ocurría o dejaba de ocurrir en el conflicto principal. El desarrollo de la disciplina de Relaciones Internaciona­ les, sus enfoques, métodos y modelos estuvieron, por tanto, deter­ minados por las características de la realidad que ella se proponía estudiar de una manera científica. El paradigma que mejor servía a ese propósito era el realista, porque al considerar como motivación central de los Estados la lucha por el poder, dio lugar a la descrip­ ción de un mundo bipolar en el que los actores principales eran los súper-Estados-naciones dotados del máximo de poderío militar y material que el mundo había conocido nunca: Estados Unidos de América y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Cuando hacia fines de la década de 1980, esta última entró en una crisis que sería terminal, desapareció uno de los polos que sustentaba el modelo internacional imperante, terminó la Guerra Fría y finalizó también la vigencia de una manera de conducir el análisis intelec­ tual y científico de los asuntos internacionales. 181

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Al acontecimiento mismo del fin del mundo socialista y por consiguiente de la Guerra Fría, siguió un período de incredulidad y desconcierto en la comunidad científica que más que nadie te­ nía la responsabilidad de no haber sabido, ni remotamente, prever con anticipación el curso absolutamente inesperado de los aconte­ cimientos. A este momento de estupor y paralogización ante acontecimien­ tos que superaban todas las expectativas y que borraban de una plumada cientos de libros y estudios acumulados por la generación de analistas que trabajó durante medio siglo sobre estos temas, si­ guieron los primeros intentos especulativos para explicar el porqué de lo ocurrido y qué sería lo que seguiría a tan dramático cambio de escenario. Luego, y como el ave Fénix, los teóricos reanudaron sus tareas de desenterrar de entre las cenizas aquello que aún po­ día rescatarse, arrojar por la borda lo inservible y hacer avanzar el trabajo cognitivo que nunca termina y que sobrevive a los aconte­ cimientos más catastróficos. La situación que había que interpretar era radicalmente distinta y los instrumentos teóricos para abarcarla fueron drásticamente revisados y aún no dejan de serlo. Los temas del campo de las Relaciones Internacionales son distintos, los énfa­ sis han cambiado y las demandas de esclarecimiento que se hacen a la ciencia son del todo novedosas, porque las preocupaciones de la humanidad después de la Guerra Fría están muy distantes de aque­ llas que existieron en aquel período. El fin de una época fue presenciado, literalmente hablando, por la mayoría de la humanidad. A ello contribuyeron dos fenómenos que son hoy parte de la práctica común y que están de tal manera incorporados al léxico, que su sola mención comienza a resultar trivial. Ellos son la globalización y la revolución de las comunicacio­ nes. El primero, que describe una situación en la que ningún rincón de la tierra, por alejado que se encuentre, deja de verse afectado por lo que ocurre en el resto del mundo; es una característica del uni­ verso pos-Guerra Fría que ha cambiado en forma profunda tanto el acontecer internacional como el estudio del mismo. Este nuevo dato ha irrumpido en forma violenta en un mundo que estaba acos­ tumbrado a una suerte de equilibrio, con mucho de estático, en que

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las decisiones y movimientos se generaban en el centro del sistema y se esparcían en ondas hacia el resto del mundo, en un esquema regular en el que no correspondía una reversibilidad de esas mismas ondas. El segundo fenómeno es la revolución en la circulación de la información y el conocimiento, que ha convertido el escenario internacional en un sistema universal de comunicaciones; lo que en forma pionera fuera advertido en el período anterior por los estu­ dios de Karl Deutsh.189

El cambio histórico

A fines de la década de 1980 se produjo el colapso de un sistema de Estados-naciones encabezado por la Unión Soviética, que se había erigido, a partir de los años cuarenta, en un competidor efectivo de otro sistema de Estados-naciones encabezado por Estados Unidos de América. El primero había surgido con la Revolución Bolchevi­ que del año 1917. El colapso del mundo socialista tuvo caracterís­ ticas muy originales.190 Ocurrió sin una guerra interestatal, en un breve espacio de tiempo, sin presencia de vanguardias políticas u oposición organizada y sin derramamiento de sangre significativo. Más aún y contra todo lo que se conoce como una revolución, que siempre se traduce en un desafío a la norma nacional o internacio­ nal y en la introducción de algo “nuevo”, el caso del desfalleciente mundo socialista fue al revés: conformidad con el mundo tal como es e incorporación, lo más rápido posible, a la norma existente de la democracia occidental moderna y capitalista.

189 Karl Deutsh usó en forma integrada una combinación de la teoría de comunica­ ciones y de la teoría de sistemas, empleando elementos teóricos de la cibernética y de las matemáticas para describir todo complejo político como una construcción que permite a un grupo pensar, ver y actuar en conjunto. Esto, llevado en la hora actual a una escala universal, es una buena descripción de lo que comentamos. Karl Deutsh, The Nerves of Government, The Free Press, Nueva York, 1964. 190 Fred Halliday, “The End of the Coid War and International Relations: Some Analytic and Theoretical Conclusions”, en International Relations Theory, Ken Booth y Steve Smith (editores), op. cit., p. 38.

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Se ha escrito mucho acerca de la caída del comunismo tal como se le conoció en la Unión Soviética y en países del centro y del Este de Europa. El proceso, que comenzó a gestarse con la llegada al po­ der de Mijail Gorbachov, fue rápido e irreversible. En pocos años, como observa Eric Hobsbawm,191 no más de tres en verdad, todo se desplomó, ya que nadie creía en el sistema o no sentía ninguna lealtad hacia él, incluso aquellos que gobernaban. En el momen­ to decisivo y ante los significativos pero pacíficos movimientos de masas, ningún gobierno osó usar las armas para defender el régi­ men. Todos abdicaron pacíficamente, con la excepción tal vez de Rumania, donde por lo demás la resistencia fue breve. Nadie trató tampoco de recuperar el control, aunque pudieron haberlo hecho. No había mucho que defender. La inferioridad de los sistemas eco­ nómicos era evidente y no rivalizaban con los de Occidente. Los últimos años de la Unión Soviética fueron “una catástrofe en cá­ mara lenta”.192 En realidad, esta no había resuelto ninguno de los problemas de la economía, el Estado y la sociedad. La ideología comunista soviética había conquistado con una ra­ pidez inusitada un área enorme de territorio. Una versión simplista del marxismo-leninismo se había convertido en la ortodoxia dog­ mático-secular para millones de ciudadanos entre el Elba y el Mar de China. Sin embargo, desapareció de un día para otro con los regímenes políticos que había impuesto. En verdad esto se debió, en gran medida, a que el comunismo en su versión soviética no estaba basado en la conversión de las masas sino en la fe de los cuadros del partido o “vanguardias”, como las llamó Lenin. Por otra parte, to­ dos los partidos comunistas gobernantes eran elites minoritarias.193 La caída de los socialismos reales fue simbolizada por la reuni­ ficación de Alemania y la destrucción por los berlineses del infame monumento a la división, a la Guerra Fría y al mundo bipolar que fue el Muro de Berlín. El público contempló asombrado, a través de la televisión de alcance global, cómo las nuevas generaciones 191 Eric Hobsbawm, The Age of Extremes, Vintage, Nueva York, 1994. Versión en Castellano bajo el título Historia del siglo XX (1914-1991), Crítica, Barcelona, 1996. mIbíd., p. 491. 193 Ibíd., p. 496.

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arrancaban trozos de muro con sus manos para conservarlos de recuerdo. Francis Fukuyama, un joven doctor en Filosofía y Letras for­ mado en Harvard y Yale, nacido en 1952, en plena Guerra Fría y que ha sido director adjunto de Planificación Política en el Depar­ tamento de Estado de Estados Unidos y asesor residente de la Rand Corporation en Washington D.C., saltó a la fama mundial cuando proclamó él fin de la historia.194 Tomó un tiempo entender lo que Fukuyama había querido decir realmente en su artículo seminal en la revista The National Interest, en 1989. A partir de este artículo escribió un libro en el que explicó mejor lo que a su juicio había dado lugar a un cúmulo de malas interpretaciones. Esto se había originado, a su juicio, en el empleo de la palabra “historia”, que el público había tomado literalmente en su sentido convencional de sucesión de acontecimientos. El sentido que Fukuyama sugería, en cambio y siguiendo a Hegel, era el de historia como proceso único, evolutivo y coherente, para lo que tomaba en consideración la ex­ periencia de todos los pueblos en todos los tiempos. Tanto Hegel como Marx consideraban que había un desarrollo coherente de las sociedades humanas, desde las simples sociedades tribales basadas en la esclavitud y la agricultura de subsistencia, a través de varias teocracias, monarquías y aristocracias feudales, hasta la moderna democracia liberal y el capitalismo tecnológico.195 De los acontecimientos de fines de la década de 1980, Fukuya­ ma concluyó que la historia, como progreso unilineal, estaba termi­ nando con la victoria de la idea liberal. Esta primera proposición del autor fue rápidamente respondida en términos puramente es­ tadísticos. No era en absoluto claro que como resultado del fin del comunismo y de la Guerra Fría, se hubiera producido una eclosión de democracias liberales. Pero hay una segunda esfera en la que Fukuyama plantea su pensamiento: la del desarrollo económico. La historia llega a su fin porque la ciencia permite la conquista de

194 Francis Fukuyama, Elfin de la historia y el último hombre, traducción de P. Elias, Planeta, Barcelona, 1992. 195 Ibid., p. 12.

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la naturaleza y gracias a ello las necesidades materiales del hombre pueden ser satisfechas. Fukuyama cree que no es posible revertir la ola creciente de expectativas económicas que acompaña al proceso de desarrollo económico, el que también es visto como formando parte de la línea de progreso histórico. La última fase de este pro­ ceso es la universal aceptación de la superioridad del capitalismo —es decir, la aplicación de principios liberales a la economía— sobre todas las otras formas de manejo económico.196 Aunque Fukuyama abre la posibilidad de que el triunfo del capi­ talismo liberal y de la democracia puedan dar origen a otras etapas, lo cierto es que él cree firmemente que esta victoria es final porque estima que nadie querrá moverse más allá. ¿Para qué, si el máximo posible de bienestar es alcanzado de esta manera? Otros, como Immanuel Wallerstein, que en una serie de artícu­ los refuta el planteamiento de Fukuyama, sostienen que el capita­ lismo liberal no es el mejor destino final para la humanidad y que la proposición de este se basa en la premisa del “excepcionalismo americano” que plantea la imagen ideal de Estados Unidos reco­ menzando la vida después del fin de la historia, cual faro que guía a otros Estados a su “estación final”. Wallerstein ataca a fondo las tesis de Fukuyama y en especial la metáfora del tren siendo conducido a destino por la locomotora. Es decir, Estados Unidos liderando a los demás Estados de la tierra hacia la felicidad, al indicarles cuál es el camino correcto. La crítica de Wallerstein responde a su concepción enteramente diferente del funcionamiento de la economía mundial que, a su juicio, está organizada en una dependencia estructural. La crítica más efectiva de Wallerstein a la idea del fin de la historia con el advenimiento del capitalismo es la que sostiene que el triunfo de este a escala mundial no es algo nuevo ni reciente. Wallerstein, a diferencia de otros dependentistas, no sostiene que el capitalismo haya existido desde los inicios del Estado moderno y la expansión colonial, pero sí afirma, en cambio, que el capitalismo caracterizó al único sistema que se expandió por todo el orbe en el siglo XIX.

196 Richard Little, “International Relations and theTriumph of Capitalism”, en Ken Booth y Steve Smith, op. cit., p. 69.

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El triunfo del capitalismo puede trazarse hacia ese momento. Tanto el triunfo del bolchevismo en 1917 como de la revolución china en 1949, sólo significaron el retiro temporal de esas naciones del siste­ ma capitalista mundial, pero permaneciendo como parte de él. De la misma manera, él no acepta que con el fin del comunismo en la Unión Soviética y la Europa del Este esta área haya ingresado al sis- • tema capitalista, porque en verdad nunca lo dejó. Esto no significa que Wallerstein estime que estos acontecimientos no sean impor­ tantes para las relaciones internacionales, pero su marco teórico en­ frenta radicalmente lo sostenido por Fukuyama como descripción del mundo después de la Guerra Fría.197 Samuel P. Huntington también escribió un artículo seminal para la revista Foreign Affairs en el verano de 1993 titulado The Clash of Civilizations! (¿Choque de civilizaciones?). Es importante reparar en el signo de interrogación, porque el título fue tomado al pie de la letra en circunstancias que se trataba de una hipótesis de trabajo. Sin embargo, la respuesta que ese artículo provocó en el campo de las Relaciones Internacionales llevó al autor a la proposición de un nuevo paradigma contenido en un libro de gran impacto, tal vez de los más significativos de la década de 1990.198 Como lo afirma el propio autor: “Este libro no pretende ser un trabajo de ciencia social. Intenta en cambio ser una interpretación de la evolución de la política global después de la Guerra Fría. Aspira a presentar un marco, un paradigma, para observar a la política global que tenga sentido para los académicos y que sea útil para los políticos” (Prefacio). Como tema central de dicho libro, Huntington propone que la cultura y la identidad cultural, que en el sentido más amplio constituyen identidades civilizatorias, están, en efecto, modelando los rasgos de colisión, desintegración y conflicto del mundo de posGuerra Fría. De allí deriva Huntington una serie de importantes hipótesis que plantea en los términos que siguen: 197 Richard Little, op. cit., p. 76. 198 Samuel P. Huntington, The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order, Simón and Schuster, Nueva York, 1996. Versión en castellano: Paidós, Buenos Aires, 1997.

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Primero: por primera vez en la historia la política global es al mismo tiempo multipolar y “multicivilizacional”; la moderni­ zación es algo distinto de la occidentalización y no está produ­ ciendo ninguna civilización universal, ni la occidentalización de civilizaciones no occidentales. Segundo: la balanza de poder entre las civilizaciones está cam­ biando. Occidente está declinando en influencia relativa; las civilizaciones asiáticas están expandiendo su fuerza económica, militar y política; el Islam está explotando demográficamente y las civilizaciones no occidentales, en general, están reafirmando el valor de sus propias culturas.

Tercero: está surgiendo un orden mundial basado en las civi­ lizaciones. Los países se agrupan en torno al liderazgo de los Estados centrales de esas civilizaciones.

Cuarto: las pretensiones universalistas de Occidente lo colocan en conflicto creciente con otras civilizaciones, en particular, con Islam y China. Quinto: la sobrevivencia de Occidente depende de la afirma­ ción por parte de los norteamericanos de su identidad occi­ dental. Asimismo, los occidentales deben asumir el carácter singular de su civilización. Por tanto ésta no es universal. Lo que procede es unirse para enfrentar los desafíos de los que no pertenecen a ella.199

Como corolario, Huntington afirma que el colapso del mundo comunista a fines de la década de 1980 convirtió en historia el sis­ tema internacional de la Guerra Fría y la distinción de los pueblos sobre líneas culturales antes que ideológicas, políticas o económi­ cas. En suma, el mundo posterior a la Guerra Fría cuenta con siete u ocho civilizaciones mayores. Las comunidades y diferencias cultu­ rales moldean los intereses, antagonismos y asociaciones. Zbigniew Brzezinski, quien desempeñó los cargos de consejero para la Seguridad Nacional de la presidencia de Estados Unidos

199 Samuel P. Huntington, op cit., p. 20.

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desde 1977 a 1981 y de asesor del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de la Universidad John Hopkins de Washington D.C., es autor de un sugerente ensayo bajo el título original The Grand Chessboard. American Policy and its Geostrategic Imperative (1997).200 La tesis central de Brzezinski es que después de la Guerra Fría y terminada la confrontación bipolar entre la URSS y Estados Unidos, el campo internacional ha quedado libre para que se im­ ponga el modelo o sistema estadounidense. El orden prevalente, al menos mientras no surjan otros desafíos, es el que dicta Estados Unidos de América. Además, Brzezinski agrega que lo característico de la situación y que la hace distinta de la vivida en otras etapas de la humanidad, en que hubo imperios hegemónicos, es que esta vez el orden estadounidense tiene vigencia global. Además de con­ trolar los océanos del mundo entero, Estados Unidos domina las costas, pudiendo de esta manera proyectar su poder en la tierra. Pero, más importante aún, el control estadounidense se manifiesta en la economía, ya que su dinamismo en la materia le proporciona la capacidad de conducción necesaria para el ejercicio de la prima­ cía global. Por otra parte, Estados Unidos ha mantenido, e incluso ampliado, su liderazgo en la explotación de los últimos adelantos científicos para fines militares en las tecnologías de la información. En resumen, Estados Unidos tiene la supremacía en los cuatro ám­ bitos decisivos del poder global: militar, económico, tecnológico y cultural. La combinación de estos cuatro factores es lo que hace de Estados Unidos la única superpotencia global existente. La supremacía estadounidense ha producido, por lo tanto, un nuevo orden internacional cuyas características básicas incluyen: un sistema de seguridad colectiva (OTAN), la cooperación regional (APEC, TLC), instituciones especializadas de cooperación global (Banco Mundial, FMI, OMC), procedimientos que hacen hincapié en la toma de decisiones por consenso pero liderados por Estados Unidos, preferencia por la participación democrática en alianzas clave y en una rudimentaria estructura constitucional y judicial global.

200 Versión en castellano de Z. Brzezinski, El gran tablero mundial. La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos, Paidós, Barcelona-Buenos Aires, 1998.

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Cuando discutimos en el capítulo 3 las diversas acepciones de la noción de teoría, dijimos que, básicamente, lo que la teoría trata de hacer es interpretar la realidad, explicarla y, a partir de ese esfuerzo intelectual, construir mapas o cartas que permitan recorrerla sin grandes contratiempos. Esas cartas de navegación que hemos deno­ minado paradigmas se dibujaron a partir de un mundo realmente o, si se prefiere, históricamente existente. “La teoría puede prestar coherencia a las observaciones y a través de ello estructurarlas en interpretaciones que dan sentido a eventos que de otra manera apa­ recen sin significado o confusos, tales como los comienzos o los fines de las guerras frías”.201 Tanto el idealismo como el realismo y la reacción a la normatividad que fue el conductismo, fueron respuestas de la comunidad científica a lo que ocurría frente a ella. Hasta comienzos de la dé­ cada de 1990, esa realidad estaba representada en el campo de las Relaciones Internacionales por el accionar de Estados-naciones en un marco general de anarquía, gobernado por el poder. La lucha por el poder era una confrontación bipolar de sistemas competitivos en torno a los cuales se articulaban otros Estados-naciones que giraban en torno a la contradicción principal. Al cambiar en forma drástica los datos del problema hasta un punto extremo que ha hecho que el mundo de hoy nada tenga que ver con el que existiera hace una década, cabe preguntar cuánto sirve hoy el aparato analítico que hemos utilizado. Como Kuhn lo observara, los paradigmas ingresan en zonas críticas llamadas de revolución científica, en que lenta e imperceptiblemente pueden conducir a su abandono y reemplazo por otros más adecuados. Al mismo tiempo, la ciencia es un esfuer­ zo acumulativo en el que se conservan y reproducen partes del saber como integrantes de las nuevas interpretaciones y teorías.

201 Michael W. Doyle y G. John Ikenberry (editores), New Thinkingin International Relations Theory, Westview Press, Boulder, Colorado, 1997. (Traducción nuestra.)

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Continuidad y cambio en las Relaciones Internacionales

Las teorías de Relaciones Internacionales han dejado en pie gran parte del andamiaje teórico del período anterior. No obstante, también han abierto importantes innovaciones y perspectivas que responden mejor a la nueva realidad que vive el mundo. El tiem­ po que vivimos en el trabajo científico de las Relaciones Interna­ cionales se parece a esos estados crepusculares descritos por Kuhn como característicos de las crisis paradigmáticas. En el panorama científico es interesante observar distintas tradiciones culturales de pensamiento, distinguiéndose la llamada escuela inglesa de la con­ tinental europea. Ambas, a su vez, presentan rasgos distintivos en relación con la evolución estadounidense y esta con las corrientes iberoamericanas. En Gran Bretaña, la categorización tripartita de Martin Wight sigue siendo muy influyente en la teoría de Relaciones Internacio­ nales.202 Para Wight, los teóricos internacionales pueden dividirse en realistas, racionalistas y “revolucionistas”, o, visto desde el ángulo de la identidad de los autores, en maquiavélicos, grocianos y kantia­ nos. El primer grupo vio la política internacional como anárquica y como una guerra potencial de todos contra todos; el segundo, como un dominio mixto de conflicto y cooperación, que nosotros hemos denominado antes como “anarquía regulada” (ver capítulo primero), y un tercero considera la política internacional como la política de la humanidad, de la civitas maxima, en la cual la socie­ dad internacional de Estados debe ser trascendida. La propuesta de Wight ha sido atacada desde muy diversos ángulos. En algunos casos, las críticas son justas; en otros no tanto.

202 La influencia de Wight es notable considerando que es un autor que escribió muy poco en su vida. Sus influyentes puntos de vista están contenidos en un panfleto de 68 páginas, y en media docena de capítulos y artículos. Steve Smith, “The self image of a dis­ cipline”, en Booth y Smith, op. cit., p. 11. Una edición de las lecciones de Martin Wight ha sido hecha por Gabriele Wight y Brian Porter bajo el título de International Theory. The Three Traditions, Leicester University Press para el Royal Institute of International Affairs, Londres, 1991, con un ensayo introductorio de Hedley Bull.

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Otro tipo de proposiciones es el que desarrolla una línea crono­ lógica no del todo alejada de la idea de progreso. John Vásquez203 sostiene que la historia de la investigación internacional en el siglo XX puede ser, grosso modo, dividida en tres fases: idealista, tradi­ cional realista y revuelta conductista. A esta caracterización adhiere Hedley Bull,204 quien añade fechas o períodos. Este autor distingue entre las doctrinas idealistas o progresivas que predominaron en los años veinte del siglo pasado y comienzos de los treinta, las realis­ tas o conservadoras que prevalecieron a fines de los años treinta y en los años cuarenta, y las científico-sociales de los años cincuen­ ta y sesenta, que expresaron la insatisfacción con las anteriores. Es el tipo de secuencia que seguimos en los capítulos anteriores y cuya vigencia, en lo básico, se extiende hasta nuestros días,205 al menos como una forma de organización del conocimiento de la disciplina. Sobre todo ha sido el punto de partida obligado para la mayoría de los estudios de esta materia en los tiempos recientes. Constituye el cuerpo fundamental de ideas de la moderna discipli­ na de Relaciones Internacionales o lo que estimamos puede con­ siderarse la tradición. El cambio está representado por tendencias que empezaron a apuntar con fuerza en el escenario científico de la década de 1980. La tercera ola o tercer gran debate de las relaciones internacio­ nales (los dos primeros fueron entre idealistas y realistas, y entre tradicionalistas y conductistas) es la disputa entre Estado-centristas o estatocéntricos, y globalistas o transnacionalistas. Ambos grupos teóricos ofrecieron respuestas muy distintas a la simple pregunta de quién es el actor principal de la política internacional. Los estato­ céntricos siguieron sosteniendo que, pese a todos los cambios his­ tóricos, la fuerza dominante de los asuntos internacionales seguía siendo el Estado-nación, mientras que los globalistas o transnacio­ nalistas alegaron la caducidad del Estado como actor principal y la aparición de otros actores igual o más importantes. Naturalmente 203 John Vásquez, The Power ofPowerPolitics:A Critique, Francés Pinter, Londres, 1983.

204 Steve Smith, op. cit., p. 14. 205 L. Knutsen Torbjorn, A History of International Relations Theory, Manchester University Press, Manchester, 1997, p. 252.

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que la literatura transnacional encontró su ámbito más acogedor en la esfera de la Economía Política. La manera de enfocar el debate fue, como es obvio, la cuantificación de la actividad de los diversos actores internacionales, lo que tiene dos consecuencias distorsionadoras. Primero, puede producir una solución trivial del dilema, cual es el conreo estadístico, dejando de lado consideraciones más sustanciales; y, segundo, desdibuja el papel del Estado como princi­ pal agente de las relaciones internacionales, ya que su importancia superlativa no es siempre totalmente explícita como para ser con­ mensurada. Debe ser mencionado, asimismo, el debate que ha tenido lu­ gar principalmente entre escritores estadounidenses (Waltz, Gilpin, Keohane, Nye, Krasner y Hoffmann) e ingleses (Buzan y Little) sobre neorrealismo y posliberalismo206 en los años ochenta y noven­ ta del siglo pasado. Podemos resumir este debate teórico diciendo que, primero, en lo relativo a las consecuencias de la anarquía, los neorrealistas sostienen que la preocupación de los Estados por su seguridad es mucho mayor que lo que piensan los posliberales y, por tanto, la acción del Estado motivada por esa preocupación es considerable. Segundo, los neorrealistas piensan que la cooperación internacional es mucho más difícil de alcanzar que lo que sostienen los posliberales. Tercero, los neorrealistas piensan que las ganancias obtenibles a través de la cooperación internacional son relativas, mientras que los posliberales creen que tales ganancias son absolu­ tas. Cuarto, los neorrealistas se preocupan preferentemente de te­ mas de seguridad nacional, mientras que los posliberales se inclinan por la economía política y las perspectivas de la cooperación. Quin­ to, los neorrealistas concentran su interés en las capacidades antes que en las intenciones, mientras que los posliberales hacen todo lo contrario. Por último, los neorrealistas dudan de la capacidad de las instituciones para mitigar la anarquía; los posliberales, por el contrario, apuestan a ellas. 206 Aunque en la relación del debate se le denomina neoliberalismo, prefiero refe­ rirme al posliberalismo al aludir a esta tendencia progresista, para no confundirla con la que ha utilizado esa denominación en el campo de la economía y que se identifica, paradójicamente, con las posiciones más conservadoras de Hayeck o Friedmann.

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Es sorprendente que el debate de neorrealistas y posliberales so­ bre estas cuestiones más bien estrechas, ocupe tanto espacio en re­ vistas y textos especializados, indicando una cierta perversión de los objetivos realmente importantes del estudio de la teoría internacio­ nal. El debate parece exageradamente “occidental” y “Noratlántico” para un mundo conmovido por la violencia y otros asuntos im­ portantes.207 Las opiniones de posliberales y neorrealistas más bien parecen diferentes aspectos de una misma cuestión que diferencias trascendentales de tipo técnico, lo cual añade perplejidad a los que observan estas tendencias cognoscitivas recientes. También el paradigma conductista ha sido objetado desde ángu­ los diversos y, en especial, desde la crítica llamada “posmodernista”. Los filósofos de la ciencia han proclamado la imposibilidad de una ciencia objetiva, neutral y libre de valores. Asimismo, la ausencia de una base de datos independientes y, sobre todo, “la falta de un principio de Arquímedes necesario para construir conocimiento”.208 Posempiricistas y posmodernistas han empujado a la Ciencia Social a una era pospositivista. Sin embargo, la crítica de los posestructuralistas es distinta de la de los pospositivistas porque los últimos asumen el relativismo sin limitaciones, estimando que el conoci­ miento, tal como había sido asumido por la ciencia moderna, ya no es probable. Los posestructuralistas no llegan tan lejos. La primera y más significativa de las afirmaciones posmodernas es la de que la realidad es una construcción social. La modernidad, en consecuencia, es de naturaleza arbitraria y el conocimiento acu­ mulado a partir de la Ilustración, que es un orden lineal progresivo que debiera culminar en la perfección de la humanidad, es sólo el producto de construcciones arbitrarias y consecuencia de la aplica­ ción de ideologías dominantes. Ser moderno es estar libre de superstición e ignorancia y de un conjunto de instituciones e ideas que informan el destino desde el nacimiento. Debajo de todo está la firme creencia de la Ilustración 207 Steve Smith, op. cit., p. 24. 208 John Vasquez, “The Post Positivist Debate: Reconstructing Scientific Enquiry and International Relations Theory After Enlightenment’s Fall”, en Ken Booth y Steve Smith, op. cit., p. 217.

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respecto de que existe una vía óptima y tal vez única, hacia el pro­ greso y la razón. La ciencia y la tecnología revelarán esa vía. El pos­ modernismo desmiente a la Ilustración en dos órdenes de cosas. Pri­ mero, no hay progreso, más bien hay discontinuidades.209 Segundo, no sólo no hay progreso sino que el pretendido fin de la Ilustración, lo moderno como perfección de la humanidad, no es tal. Para el posmodernismo no hay vías óptimas de hacer las cosas. Hay mu­ chas maneras de hacer las cosas y una no es necesariamente mejor que otra. De la misma manera, no hay una sola verdad, sino mu­ chas verdades. El posmodernista considera que “nada está escrito” y de esa manera niega la economía moderna, tanto en su versión liberal como fórmula de resolver el problema de techo y comida, y que desprecia toda otra fórmula posible, como la marxista, que sostiene una sucesión de modos de producción que corresponden a ciertos períodos de la historia. La modernidad es sólo un producto entre muchos posibles. No fue ni inevitable, ni necesaria. Cual­ quier otra cosa pudo poder ocurrido. Asimismo, es el producto de una realidad geográfica y temporal: la historia europea occidental. Una consecuencia importante que fluye de la crítica posmoderna a la modernidad es que hay una negación de la uniformidad u ho­ mogeneidad entre los Estados que permitiría el logro de un solo sistema mundial o de una cultura global. Para el posmodernismo, el modernismo no es sinónimo de progreso, no es óptimo, ni es superior. Es cultural y éticamente arbitrario. Una vez desvanecidas las ilusiones de la Ilustración termina una era y comienza otra. El posmodernismo no es sólo una propuesta filosófica, es también una era histórica. La segunda contribución del posmodernismo es el hallazgo de que lo que existe como verdad es sólo una elección que posa como verdad. Las construcciones de la cultura, la Política, la Historia, el Derecho, la Metafísica no provienen ni de Dios ni de la Razón. Son simples elecciones de entre muchas otras posibilidades que tienen los seres humanos y que el período que se inicia con la Ilustración codificó como descubrimientos de la ciencia moderna, añadiéndoles 209 Foucault, Michel, The Archaelogy ofKnowledge, Pantheon, Nueva York, 1972.

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peso y pasando al mismo tiempo a convertir todo lo que no es ma­ teria de esa elección en material pecaminoso, no natural, irracional o no científico. Como puede apreciarse, la crítica posmoderna pone en cues­ tión, de manera muy fundamental, todas las bases del conocimien­ to científico tal como lo dimos por entendido en el capítulo corres­ pondiente de este libro (ver capítulo tercero: Teoría). La disciplina científica de Relaciones Internacionales se apoya en las bases que le proporciona la ciencia moderna para intentar una presentación sólida y objetiva del contenido y funcionamiento de lo internacio­ nal. En particular, el paradigma más afectado por la crítica pos­ moderna resulta ser precisamente aquel que fue un “grito por la modernidad”, es decir, el conductismo empiricista. Para Vásquez,210211 en cambio, quien ha efectuado una vigorosa y convincente crítica antiposmoderna, los problemas para el estudio de las relaciones in­ ternacionales radican más bien en “la ausencia, tanto en el análisis empírico, como en el normativo, de una rigurosa evaluación teórica que sea seria y sostenida. El posmodernismo ha traído la crisis al extremo”. 211 El posmodernismo ha puesto el dedo en la llaga. Es necesario limitar las exageraciones en que ha caído el cientificismo y armoni­ zar sus criterios con los de otros paradigmas. De ello puede resultar un saludable progreso de la disciplina. La armonía entre el enfoque normativo o idealista con el realista y el cuantitativo es necesaria para el progreso de las Relaciones Internacionales como campo de estudio.

Soberanía versus globalidad

Después de la marca histórica establecida por el fin de la Guerra Fría, el estudio de las Relaciones Internacionales ha estado sacudido por el cambio de escenario que la disciplina tiene que analizar. Tal

210 John Vásquez, op. cit., pp. 234 y ss. 211 Ibíd., p. 234.

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vez sea el desafío al Estado-nación planteado por la globalidad el que ha introducido cuestiones más candentes y cargadas de pasión en nuestros días. En efecto, como observa Zaki La'ídi,212 la globalización se ha vuelto tema central del análisis político, el marco más aceptado de interpretación de los fenómenos macrosociales, tanto en las sociedades del Norte como en las del Sur. Por ese sen­ cillo hecho, la globalización se ha convertido en importante repre­ sentación social de este fin de siglo. Para el autor, la globalización es un movimiento planetario en que las sociedades renegocian su relación con el espacio y el tiempo por medio de concatenacio­ nes que ponen en acción una proximidad planetaria bajo su forma territorial (el fin de la geografía), simbólica (la pertenencia a un mismo mundo) y temporal (la simultaneidad). La globalización ha sido favorecida por la concurrencia de acontecimientos como la aceleración de los procesos de integración económica y financiera a partir de mediados de los ochenta del siglo pasado y el fin de la Guerra Fría, en tanto armazón simbólica del mundo. Pero lo que agudamente observa este autor, como rasgo saliente de la globali­ zación, es la devaluación del territorio en favor de los lugares. El espacio se contrae y las sociedades se interpenetran, dando lugar a una convergencia mundial de las agendas nacionales. Esa sensación de equivalencia, casi de uniformación por la generalización de for­ mas culturales y de mayor accesibilidad a ellas, es amplificada, a su vez, por la simultaneidad planetaria. El encogimiento del espacio va acompañado, al mismo tiempo, por el encogimiento de los ho­ rizontes. La globalización consagra así la aldeización del planeta, la mundialización de los particularismos. Como es más proceso que estructura, la mundialización está emparentada con lo que Laídi (si­ guiendo a Turner) llama communitas espontánea o existencial (que nosotros denominamos comunidad internacional del género hu­ mano), más que una communitas normativa o ideológica. Dicho de otro modo, esta communitas no explica la existencia de un sistema social estable {communitas normativa o como nosotros la llamamos:

212 Zaki Laídi, Un mundo sin sentido, Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1997.

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sociedad internacional), ni la de un modelo utópico compartido por todos (communitas ideológica), que fue el dilema hasta el fin de la Guerra Fría. Un solo mundo o muchos Estados dentro de él es la idea central del debate. La globalización se ha hecho irresistible en ciertas áreas, como en la de las comunicaciones que saltan fronteras y unlversalizan la información y el conocimiento tecnológico. Los agentes económicos operan a escala global y siembran universal­ mente sus efectos positivos y negativos, sin pedir el beneplácito de los gobiernos de los Estados. Las crisis, por ejemplo, no perdonan. El reflejo de esto en las teorías predominantes ha sido inevitable y hasta cierto punto devastador. El ecosistema es afectado por agentes que no solicitan visa. El predominio del Estado-nación dio origen al realismo. Los Estados, agentes internacionales por excelencia, ac­ tuaban en un medio considerado como básicamente anárquico. El poder era la principal motivación del accionar y la seguridad, la principal preocupación. La fuerza y el poder se trasladaron de lo político a lo económico y esto generó el auge de la Economía Polí­ tica Internacional. La evolución teórica del realismo dio paso a los aportes del neorrealismo. ¿Cuál ha sido la evolución reciente? El gran constructor del neorrealismo, Kenneth Waltz, propuso como tesis centrales que el sistema internacional, que ha sido en su concepto notablemente similar a través del milenio, durará tal como es, en forma indefinida, y que el sistema anárquico anulará los pro­ yectos de reforma tal como ha sido siempre en el pasado. En suma, el neorrealismo ha sostenido que los avances en procura de un mundo diferente, con mayor contenido moral, no lograrán evitar la reapa­ rición de los antiguos esquemas de rivalidad interestatal y guerra. Para los moralistas, la superación de la bipolaridad de la Guerra Fría significa la apertura de una nueva era de inestabilidad, una suerte de orden poswestfaliano, con nuevos peligros y desencuentros. Las tesis contrarias al neorrealismo han sido sostenidas por auto­ res que pueden agruparse bajo la denominación común de teóricos críticos.213 La primera gran objeción al neorrealismo, entendido a

213 Andrew Linktaker, “Neorealism in Theory and Practice”, en Ken Booth y Steve Smith, op. cit., pp. 241 y ss.

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la Waltz, es la observación de la expansión de la democracia y el descrédito de la fuerza como forma de resolver el conflicto, algo ya insinuado en la inhabilidad de las potencias para recurrir al poder nuclear. La rivalidad militar se ha transformado en económica y el conflicto militar, en competencia económica. Esto parece quitar fuerza a la idea de la perseverancia de la anarquía, que es central en la tesis neorrealista. Esto se agrega al hecho de que los Estados tien­ den a la interdependencia (Keohane) y a la participación creciente en instituciones internacionnales. La escuela inglesa propone la idea de que la anarquía tiene un valor explicatorio limitado y el sistema internacional es anárquico, pero normativamente regulado.214 El Estado-nación del mundo de la pos-Guerra Fría está además sometido a dos grandes fuerzas que actúan sobre él: la globalización en un sentido, y las tensiones de los grupos subnacionales que pi­ den más representación y autonomía, en otro. Asimismo, la teoría crítica se opone al neorrealismo en los siguientes puntos fundamen­ tales: el neorrealismo estima que las variables estratégicas siguen siendo el factor determinante en la organización de las relaciones de poder, en tanto que la perspectiva opuesta niega que esta sea la lógica dominante y por el contrario enfatiza la importancia de la pacificación; en segundo lugar, existe un desacuerdo fundamental entre el neorrealismo y sus opositores acerca de la importancia de los factores culturales en la política mundial, los que el primero estima debieran ignorarse, en tanto que los otros piensan que son crecientemente importantes, especialmente en la forma de valores a introducir en la política mundial. Ambas posiciones difieren tam­ bién en la idea de considerar o no el sistema de Estados como algo aislado de la realidad de cambio cultural y económico de las unida­ des, siendo los neorrealistas partidarios de prescindir de tales consi­ deraciones al momento de abordarlo analíticamente. Por último, el desacuerdo se produce en la natural legitimación del statu quo por parte del neorrealismo y su reticencia a la introducción de cambios valóricos e ideales. Sus críticos estiman que el endoso de la inercia debe llegar a su fin. 214 Ibíd., p. 249.

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En suma, aunque el neorrealismo significó un avance en la sofis­ ticación del análisis internacional respecto del realismo, su prestigio parece haber iniciado una fase de declinación. Su exagerado apego al enfoque sistémico, su desdén por la consideración de los cambios históricos del Estado-nación, su perseverancia en las consideraciones estratégicas de una realidad internacional supuestamente anárquica, su renuencia a considerar la presencia de factores supranacionales, como la interdependencia y la institucionalidad internacional y, por último, pero no por eso menos importante, su indiferencia ante las consideraciones éticas y de valor, lo convierten en un enfoque en estado crepuscular, casi como una estrella que se extingue. Estrechamente conectado con la suerte del paradigma realista y su epílogo neorrealista, está el debate entre la teoría normativa internacional y las teorías “científicas” de la misma. La primera ha vivido estrechamente vinculada con la Filosofía Moral y la Teoría Política. Las teorías “científicas” han tratado de constituir una dis­ ciplina autónoma, libre de ataduras morales, filosóficas, históricas y jurídicas. Como se comprenderá, separar el estudio de las rela­ ciones internacionales de las consideraciones de disciplinas como las nombradas, ha sido una tarea en extremo difícil. El predominio de la corriente realista ha significado, sin embargo, que gran parte de la teoría internacional reciente haya procedido como si las con­ sideraciones normativas no existieran. Para los realistas, la esfera internacional se caracteriza por su necesidad, regularidad y peligro. “La moralización pertenece al púlpito, no a las salas de clase o a los corredores del poder”.215 Esta afirmación del realismo es errada en tres órdenes de consideraciones: no hay teoría no normativa; lo “in­ ternacional” y lo “político” no son categorías naturales, sino crea­ ciones sociales; y el realismo asume, aunque sea en forma implícita, ciertos principios morales (por ejemplo con autores como Kennan, Morgenthau y Niebuhr).216 De acuerdo con lo anteriormente expuesto, la teoría internacio­ nal se ha dividido entre comunitaristas y cosmopolitas. Los primeros

215 Steve Smith, “The Self Images of a Discipline”, en Booth y Smith, op. cit., p. 10. 216 IbüL

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estiman que las comunidades (los Estados) son los auténticos de­ positarios de los derechos y deberes de la sociedad internacional. Los cosmopolitas sostienen que las relaciones internacionales tienen como centro a los depositarios de los argumentos morales que son los individuos o la humanidad entera. Es importante distinguir las utopías que postulan la creación de una Comunidad Universal de Naciones basada en la solidari­ dad (compartidas por socialistas y liberales) en una concepción más pluralista del orden mundial, abierta a la aceptación de diferencias, que puede conducir a un entendimiento práctico y menos etnocéntrico de la solidaridad humana. Aquí es donde surge el concepto de sociedad internacional o asociación de comunidades fundada en el imperio del Derecho no unida por ningún proyecto global, sino por líneas de justicia. En síntesis, comunidades justas, vinculadas por la ley y por la paz.217 Para elevar la idea de sociedad internacional de un plano teórico a la eficacia práctica, existen propuestas concretas en el seno de la teoría internacional. Ellas se refieren a orientaciones que deben seguir los Estados en el plano de la responsabilidad internacional. Robert H. Jackson, de la Universidad de British Columbia ha señalado que, siguiendo las orientaciones avanzadas por Martin Wight y Hedley Bull, en cuanto a la opción moral en Relaciones Internacionales, se pueden distinguir tres concepciones de responsabilidad: devoción a la nación propia y al bienestar de sus habitantes; respeto a los legítimos intereses y derechos de otros Estados y del Derecho Internacional; y respeto por los derechos humanos y la moralidad común.218

MÁS ALLÁ DE LA SOBERANÍA

En el presente, el mundo está dividido en Estados-naciones que operan en un espacio global de anarquía regulada. La evolución del 217 Chris Brown, “International Political Theory and the Idea of World Community”, en Booth y Smith, op. cit., p. 90. 218 Robert H. Jackson, “The Political Theory of International Society ”, en Booth y Smith, op. cit., p. 15.

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Estado moderno fue paralela al desarrollo del concepto de sobera­ nía, que se terminó por constituir en elemento sine qua non de la existencia del Estado. Se ha convenido prácticamente por todas las teorías, tendencias y paradigmas del período moderno, e incluso de la fase llamada posmoderna, que el Estado es un actor indiscutible del Derecho y las Relaciones Internacionales tanto políticas como económicas. Sin embargo, la hegemonía estato-céntrica sufrió im­ portantes limitaciones por la aparición de otros agentes interna­ cionales públicos y privados, y por la globalización económica que desencadenó la actuación de fuerzas y actores distintos y no tradi­ cionales. La crítica al realismo, paradigma esencialmente centrado en la acción del Estado, ha revalorizado la existencia de principios anteriores y superiores a este y que, por tanto, prevalecen sobre la soberanía. Una controversia muy aguda se ha planteado entre “soberanistas” a ultranza e innovadores, partidarios de que los Estados cedan ante el avance de los principios universales en el campo de los derechos de la persona humana. Pero, además, los Estados son vulnerables a la transposición de sus fronteras soberanas por la acción de los agentes económicos in­ ternacionales. Estados y actores privados operan hoy a escala mun­ dial en el plano de la producción, el comercio y la inversión. El dominio de la tecnología por unos y la carencia de ella por otros, aumenta las dependencias y las vulnerabilidades. Las desigualdades en el reparto de la riqueza hacen más ilusoria aún la vigencia de la soberanía considerada en términos absolutos. La actividad econó­ mica, basada en la relación capital/trabajo, ha universalizado los problemas que plantea la actividad laboral en la empresa capita­ lista. El Derecho Internacional del Trabajo, es decir, “el conjunto de normas y principios propios del Derecho del Trabajo, emana­ dos de fuente internacional”,219 constituye hoy un sistema jurídico aceptado por la comunidad internacional que altera la potestad soberana de los Estados en estas materias. El proceso iniciado en Versalles en 1919, origen de la actual Organización Internacional

219 M. Montt Balmaceda, Principios de Derecho Internacional del Trabajo. La OIT, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1998.

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del Trabajo (OIT), se manifiesta con fuerza y vitalidad en la hora actual, proyectándose universalmente en una dinámica a la que no puede escapar ningún Estado contemporáneo. El medio ambiente, considerado como un sistema global en el que los acontecimientos que ocurren en una de las partes del mismo pueden alterar significativamente todas las partes del resto, ha pues­ to también a prueba la validez y vigencia de las nociones clásicas de límites territoriales. Asimismo, es tal la incidencia de las medidas atentatorias contra el ambiente que los Estados suelen adoptar, que se generaliza la aceptación de la intervención de la comunidad in­ ternacional organizada en ámbitos internos tradicionalmente pro­ tegidos por la soberanía. Los temas de seguridad están desde muy antiguo muy estrecha­ mente unidos a los de soberanía. La protección de la soberanía ha quedado tradicionalmente entregada a los soldados cuando se trata de aplicar la fuerza externa y a los diplomáticos cuando se requiere de la negociación. Generalmente, la seguridad se consideró lograda, durante el imperio del paradigma realista o estatocéntrico, con la acumulación de fuerza eficaz para el logro de los objetivos centra­ les del Estado-nación. El neorrealismo puso en claro que más que por la adquisición, conservación y aumento del poder, los Estados trabajan por el logro del óptimo de seguridad. Pero el fundamento clásico de la seguridad es la fuerza armada y el equilibrio del sistema radica en la balanza de poder, representada por la fuerza armada. Las nuevas aproximaciones tienden a la identificación de un nuevo concepto de seguridad. Desde luego, crece la convicción de que la seguridad, más que residir en la invulnerabilidad de las fronteras soberanas, radica en el desarrollo y el progreso material y espiri­ tual de las naciones. La seguridad está en la armonía social carente de conflicto interno, en la homogeneidad de derechos étnicos y de género de las poblaciones, es decir, en circunstancias distintas de las que fundaron la seguridad del Estado-nación soberano durante gran parte de su evolución. También las fronteras deben admitir su relatividad cuando la seguridad de la comunidad de naciones está en peligro por el accionar individual de unos de sus miembros. Al tema de la seguridad están también unidos otros que, como el

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control del tráfico de drogas y de la actividad terrorista, requieren de acciones transnacionales que se constituyen en limitaciones a la noción clásica de soberanía. Existe una integración creciente de las economías nacionales en la economía internacional de mercado. Los cambios afectan profun­ damente a los Estados, pero se originan fuera de ellos, en particular en la estructura crecientemente integrada del crédito y las finanzas, y en la estructura igualmente transnacionalizada de la producción. El resultado es una marcada reducción de la autonomía del Esta­ do.220 La evidencia es clara. Ningún Estado puede permitirse estar al margen de la economía global de mercado, como prueban los ca­ sos ejemplares de la ex Unión Soviética, Birmania (hoy Mianmar), la República Popular China, India, Vietnam y Sudáfrica. Todos estos países han invitado al capital extranjero a invertir en sus eco­ nomías; han liberalizado sus otrora protegidos mercados nacionales para empujar a sus productores a una mayor competitividad y han permitido que los precios del mercado mundial actúen como seña­ les realistas para sus respectivos sectores privados. Es posible que las capitulaciones de Cuba y Corea del Norte en ese sentido sean sólo cuestión de tiempo. Las características más destacadas de estos procesos parecen ser dos: primero, son irreversibles, y segundo, el que ingresa a ellos debe aceptar tanto las estructuras como las cos­ tumbres que rigen en los mercados. Al mismo tiempo, aceptarlos implica riesgos, como el de llegar a ser muy vulnerable a las alzas y bajas constantes de un mercado volátil y no del todo racional. Significa también aceptar la obligación de negociar con empresas extranjeras que son más poderosas a veces que los Estados que tra­ tan con ellas. Los Estados ya no tienen el control de la economía doméstica, aunque las fuerzas políticas nacionales todavía proclamen su capaci­ dad de controlar las variables de crecimiento, inflación o empleo. Es difícil para los analistas internacionales insistir en que el Estado -y debemos añadir el Estado soberano- es la unidad fundamental de

220 Susan Strange, “Political Economy and International Relations”, en Booth y Smi­ th, op. cit., p. 160.

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la política internacional. El ejercicio real que realizan actualmente algunas estructuras transnacionales de prerrogativas que eran hasta hace poco patrimonio exclusivo del Estado, determinan que este deba compartir su rol de actor de las relaciones internacionales -y por lo tanto de unidad analítica de ellas- con dichas estructuras.221 Lo dicho afecta muy profundamente el estudio de la Ciencia Política que en general se ha centrado tradicionalmente en el Es­ tado y el poder. Las nuevas condiciones alteran profundamente los cursos acostumbrados del análisis que ya no está confinado a sus marcos habituales. La naturaleza misma de la Política ha comenza­ do a ser pensada en forma diferente. Los alcances de la soberanía se han hecho más difusos. Tal vez sea el del medio ambiente uno de los temas más signi­ ficativos y complejos dentro de la llamada “nueva agenda” inter­ nacional de los tiempos recientes. Su importancia se manifiesta en múltiples aspectos de la vida internacional y del tratamiento teóri­ co de la misma. El tema central toca aspectos tan esenciales de la vida de las naciones individualmente consideradas y del conjunto de ellas en la comunidad internacional, que ha ocupado un lugar crucial en la actividad política doméstica e internacional. El punto de partida radica en que una forma de desarrollo de la economía, sea esta capitalista o socialista, ha resultado, por su acción destructi­ va de los recursos de la naturaleza, imposible de sostener sin poner en peligro grave la existencia física de la humanidad. Tal gravedad significa que hay que subordinar los intereses particulares o colecti­ vos, públicos o privados, a una cierta lógica de conservación de los recursos naturales amenazados de extinción. El problema está bien ilustrado por los debates que tienen lu­ gar sobre la “sustentabilidad” y el “desarrollo sustentable”.222 Las definiciones sobre la sustentabilidad están, por lo general, basadas en la interacción entre los seres humanos y el mundo natural. Hoy, esta interacción es abordada en un sentido muy amplio y el estudio del problema se ha desplazado de una primera fase, en la que se

221 Ibíd., p. 161. 222 Andrew Hurrell, “The Global Environment”, en Booth y Smith, op. cit., p. 142.

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circunscribía a situaciones muy parciales y concretas, a una reflexión sobre los tipos de sociedades y formas de organización política y económica que pueden balancear el desarrollo económico con la capacidad del planeta de sostener tal desarrollo. El desarrollo sustentable es hoy considerado un concepto multidimensional. Abarca no sólo la preservación a largo plazo de la biosfera sino también su viabilidad económica, social y política. Esto determina que el tema sea hoy de tratamiento obligado en esferas que exceden la especialización. Por esta razón, además de la consagración obvia a estas materias de institutos como el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), también otros, no directamente dedicados a ellas como el Banco Mundial, el Fondo Monetario In­ ternacional, la OMC o el Grupo de los Siete, han incorporado el problema ambiental como uno de los más importantes en sus pro­ gramas de trabajo. La creación de una densa y envolvente estructura jurídica e institucional de acuerdos ambientales representa un desafío funda­ mental a la soberanía y al entendimiento tradicional de la dinámica de la política mundial. No es posible seguir en la conceptualización tradicional de Estados dotados de un alto grado de autono­ mía, porque ellos se han incorporado progresivamente a una red de regímenes formales e informales. En este sentido, el poder se está trasladando a instituciones ubicadas por sobre el nivel del Estado debido a la necesidad de resolver problemas comunes en un mundo crecientemente interdependiente. Regímenes e instituciones inter­ nacionales han dado nacimiento a nuevos centros de autoridad que desafían la de los gobiernos nacionales. Sin embargo, y si bien es cierto que un largo recorrido nos separa hoy desde los ya lejanos Acuerdos de la Conferencia de Estocolmo de 1972,223 que fueron seguidos por los de la Organización Económica Mundial (Comi­ sión Brundtland de 1983), que propuso el concepto de desarrollo sustentable a la Asamblea General de las Naciones Unidas, para cul­ minar en la Conferencia Cumbre para el Ambiente y el Desarrollo

223 Conferencia Mundial sobre el Medio Ambiente celebrada en Estocolmo, Suecia, en 1972.

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de Río de Janeiro, Brasil, en 1992, los logros en muchos aspectos siguen siendo insatisfactorios y la aceptación política de la erosión de la soberanía es más aparente que lo que las declaraciones legales tienden sugerir. Sin embargo, en las políticas domésticas estatales es débil la efectividad de la red de acuerdos y tratados internacionales sobre el medio ambiente, porque los Estados son extremadamente cuida­ dosos al momento de suscribirlos. Existe una marcada preferencia por recomendaciones no obligatorias que los Estados son libres de cumplir o de cumplirlas al ritmo que estimen conveniente en lugar de la aceptación de obligaciones claras y concretas. Por último, la supuesta “internacionalización” de las relaciones puede interpretar­ se como una manera de fortalecer el papel del Estado-nación, en la medida en que sin su concurrencia tal internacionalización no es posible y el resultado de la misma suele ser una mayor capacidad de ciertos Estados de intervenir en asuntos internos de otros. No obstante, no queremos sostener que nada ha cambiado o que el realismo es suficiente para sostener la red emergente de las rela­ ciones ambientales a nivel mundial. En la realidad, dicha red está basada en la aceptación de un grado creciente de cooperación e interdependencia, tanto de los Estados como de las Organizaciones No Gubernamentales (ONG). Ha habido, sin lugar a dudas, un cambio importante de énfasis desde el derecho individual de los Estados hacia la aceptación de deberes comunes. Otra esfera profundamente alterada por la realidad posterior a la Guerra Fría es la relativa a la seguridad. En el paradigma realista clá­ sico, la seguridad internacional estaba ligada al equilibrio o balanza del poder. La seguridad del Estado-nación lograba su punto óptimo cuando alcanzaba un nivel de poder, basado en la fuerza armada, necesario para equilibrar el poderío de otros Estados-naciones de signo contrario. Durante la Guerra Fría, el equilibrio del poder se concentró en la potencia nuclear equiparada de los dos actores principales del balance bipolar. Los poderes exógenos a la contra­ dicción principal (por ejemplo, los de Francia y China), basaban también su presencia en los asuntos internacionales en el hecho de contar con un poder nuclear intermedio de tipo disuasivo. En

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suma, la identificación del concepto de seguridad con el de fuerza armada era total y excluyente. En el mundo posterior a la Guerra Fría, esa lógica no ha desaparecido del todo, pero tiende a cambiar de sentido y justificación. El mundo contemporáneo fue y sigue siendo más que lo que pretendieron las versiones etnocéntricas que circunscribieron el análisis al área noratlántica. Es así como no po­ demos desconocer que en los cientos de conflictos regionales que aún persisten y que, por otra parte, se han visto sorpresivamente alentados por la desaparición de la confrontación principal, el tema de seguridad sigue estando concentrado en problemas de soberanía y su resolución en la acumulación de armamentos. Por otra parte, el desmantelamiento de poderosas maquinarias de guerra se ha tradu­ cido en la abundancia de material bélico en desuso, lo que implica una circulación importante en el comercio de armamentos a nivel mundial. Si a este se agrega la extensión de pactos como el de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) antes que su terminación224 y el uso de la fuerza militar como instrumento de solución de problemas nuevos, como conflictos nacionales y étni­ cos, a la vez que la utilización de fuerzas multinacionales de inter­ vención para el logro de los objetivos de las naciones más poderosas (Guerra del Golfo o Yugoslavia) en contra de enemigos estratégicos, parece que el panorama sigue siendo muy parecido en los temas de seguridad. Sin embargo, un nuevo concepto de seguridad colectiva empieza a abrirse paso con firmeza en el escenario internacional. Al mismo tiempo que se reconoce que el fin de la Guerra Fría no significa necesariamente un mundo más pacífico, o un mundo en el que los asuntos militares no continuarán copando la agenda de seguridad, hay argumentos que favorecen la necesaria ampliación de las definiciones de política internacional, en el sentido de que deben incorporarse a ellas temas como la alteración del ecosistema (como en la Guerra del Golfo en 1991), el peligro para el desarrollo de las naciones más pobres en la venta indiscriminada de armamentos

224 La OTAN se ha extendido recientemente hacia los países del centro de Europa (Polonia, Hungría y República Checa), que anteriormente pertenecieron al Pacto de Varsovia, lo que se ha considerado como un acto profundamente inamistoso hacia Rusia.

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después del colapso de la Unión Soviética, o la discusión acerca de las intervenciones militares de tipo humanitario en zonas devas­ tadas por el conflicto étnico o racial. En este último aspecto hay implícito un cuestionamiento fuerte de las normas tradicionales de soberanía armada, las que deberán ceder en beneficio de intereses de seguridad colectiva, comunes a toda la humanidad. Una nueva visión de seguridad, que promueva el cuidado del ecosistema, que elimine tanto la violencia estructural como la física, que derribe los límites jerárquicos entre hombres y mujeres, ricos y pobres, ex­ tranjeros y nacionales, deberá ser buscada, y en el hecho ya lo está siendo, aunque requiera todavía de mucha elaboración.225 Aún permanecen incumplidos, en extensas secciones de la tie­ rra, los derechos del hombre contenidos en documentos históricos como la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, de la Revolución Francesa de 1789, y la Declaración Universal de los Derechos Humanos de Naciones Unidas, del año 1948. El cam­ po internacional vive conmociones periódicas cuando los derechos esenciales de la persona humana son amenazados o directamente atropellados. Cada cierto tiempo, asimismo, los Estados-naciones tratan de perseguir las responsabilidades de los que violan esos de­ rechos fundamentales, suscitándose ásperas controversias jurídicas entre los partidarios del ejercicio universal de la justicia y los que, en el marco estrecho del razonamiento tradicional, defienden la in­ munidad soberana de los Estados y de los jefes y ex jefes de Estado acusados de crímenes atroces contra la humanidad. Han surgido nuevas normas que alteran los patrones tradicionales, por ejemplo, la imprescriptibilidad de los crímenes contra la persona humana y las de tipo orgánico, que apuntan a la creación de tribunales para el juzgamiento de crímenes contra la humanidad. Además de los esfuerzos a escala universal, se han desarrollado iniciativas de tipo regional en el continente europeo y en América, que han significa­ do avances importantes, pero no definitivos, sobre la materia. Des­ pués de la Guerra Fría, profundas conmociones étnicas y nacionales

225 J. Ann Tickner, “Re-Visioning Security”, en Booth y Smith, op. cit., p. 175.

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en África (región de los Grandes Lagos),226 el Cáucaso y Yugoslavia han revivido la sensación de urgencia de enfrentar estas materias. Durante siglos, la gente se ha visto obligada a huir de su propio país o comunidad debido a persecuciones, conflictos armados o simplemente debido a la violencia. En todas partes, los gobiernos, ejércitos o movimientos insurgentes recurren al desplazamiento de poblaciones por la fuerza para el logro de sus objetivos. Este despla­ zamiento forzoso afecta a todas las capas sociales de la comunidad. La persecución por gobiernos u otros grupos de la propia sociedad, origina inseguridad e incertidumbre permanentes. El drama no ter­ mina con el encuentro de un lugar de refugio, pues nunca se sabe si se podrá volver a los hogares ni cuándo podrá hacerse. En nuestros días, el problema ha alcanzado un carácter nunca visto. El período que comienza a fines de la década de 1980 ha sido particularmente turbulento. La Oficina del Alto Comisionado de Naciones Uni­ das para los Refugiados (ACNUR) es responsable en la actualidad de aproximadamente 22 millones de personas en todo el planeta, de los que apenas un 50 por ciento son refugiados en el sentido convencional del término. En total, a unos 50 millones de seres humanos en todo el planeta podría considerárseles legítimamente víctimas del desplazamiento forzoso.227 A los esfuerzos de la comunidad internacional por intervenir en los casos en que hay propiamente una situación internacional (trasposición de fronteras) hay que agregar, en este campo, la in­ tervención o al menos el intento de hacerlo, en el caso de los des­ plazados internos. Estos son personas que como resultado de per­ secución, conflicto armado o violencia son obligadas a abandonar sus hogares, trasladándose a otros lugares dentro de su propio país, padeciendo una realidad similar a la de los refugiados aun sin cru­ zar una frontera internacional. Según informaciones disponibles,

226 Glynne Evans, “Responding to Crises in the African Great Lakes”, Adelphi Paper 311, International Institute for Strategic Studies, Oxford, 1997. 227 La situación de los refugiados en el mundo. Un programa humanitario, ACNUR, Barcelona, 1997.

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el número oscilaría entre 25 y 30 millones, y más de la mitad de ellos se encuentran en Africa.228 La desintegración de la Unión Soviética ha implicado, asimismo, episodios de violencia y de violaciones reiteradas de los derechos hu­ manos. El establecimiento de las responsabilidades por atrocidades cometidas por regímenes militares en América Latina constituye también ejemplo de revisión de las normas tradicionales. En el campo del Derecho Internacional, el tema de los Derechos Humanos fue considerado, hasta mediados de este siglo, como algo que concernía esencialmente al vínculo entre Estado e individuo. Sólo excepcionalmente algunas materias requirieron la atención in­ ternacional. La más importante de todas fue el tratamiento de la esclavitud. La trata de esclavos fue prohibida por el Acta General de la Conferencia de Berlín de 1885.229 Antes aun, en la Conven­ ción de Ginebra de 1864, doce Estados se habían comprometido a velar por la protección de soldados heridos y prisioneros de guerra, a respetar la inmunidad de hospitales de guerra y su personal, así como el emblema de la Cruz Roja. Hacia el fin de la Primera Gue­ rra Mundial, el Pacto de la Sociedad de las Naciones desarrolló un sistema pionero de protección de individuos y grupos, aun cuando la teoría predominante estimaba que el individuo no era sujeto de Derecho Internacional y no estaba protegido por él. La sociedad también desarrolló un sistema de protección de minorías raciales, religiosas y lingüísticas. Asimismo, en el Pacto se adoptaron normas de protección de los derechos de los habitantes nativos de terri­ torios coloniales bajo mandato, derechos de las mujeres y de los niños. La Organización Internacional del Trabajo inició sus tareas de protección internacional de los derechos de los trabajadores, que se extienden hasta hoy. La Segunda Guerra Mundial, con su secuela de horrores, sir­ vió de catalizador para producir importantes avances en la regula­ ción de los derechos humanos a escala internacional. El individuo 228 Guilherme da Cunha, “Los desplazados internos”, El Mercurio, Santiago, 23 de agosto de 1999. 229 R. Lillich y E Newman, International Human Rights. Problems ofLaw and Policy, Little Brown, Boston yToronto, 1979.

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se convirtió en un sujeto de Derecho Internacional directamente protegido por las normas y con capacidad para actuar personalmen­ te. Pero, sobre todo, se logró la significativa innovación de que los Estados no podrían alegar la jurisdicción doméstica para negar la justicia en materia de derechos humanos. En el marco de la Orga­ nización de las Naciones Unidas, creada en la Conferencia de San Francisco de 1947, funcionó la Comisión de Derechos Humanos que trabajó muy eficientemente bajo la presidencia de Eleonor Roosevelt. El 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General en su tercera sesión conoció y aprobó la Declaración Universal de los De­ rechos Humanos. Esto vino a unirse a las disposiciones que sobre la materia contiene la propia Carta de la organización. El sistema de Naciones Unidas está sólidamente establecido en torno a tres cuestiones fundamentales: a) la obligatoriedad jurídica de su obser­ vancia; b) la improcedencia, a su respecto, de la reserva de la juris­ dicción doméstica; y c) los vínculos entre violación de los derechos humanos y paz internacional. Además de la Carta de las Naciones Unidas, los derechos humanos han recibido tratamiento en 19 con­ venciones internacionales vigentes.230 El principio de jurisdicción universal se aplica en caso de ciertos crímenes internacionales que ofenden a la comunidad internacional toda.231 Los más conocidos de esos crímenes son la piratería y los crímenes de guerra. A ellos se agregan los crímenes en contra de la paz y los crímenes contra la humanidad mencionados en el artículo 6o del Estatuto del Tribunal Penal Internacional de 1945, confirmado por resolución unánime de la Asamblea General de la ONU en 1946. La Convención sobre la Imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra y de los Crímenes de Lesa Humanidad (Asamblea General, Resolución 2391 [XXIII] de 26 de noviembre de 1968) reforzó la idea de la aplicación del principio de jurisdicción universal para estos crímenes. Puede men­ cionarse una serie de tratados que confieren jurisdicción universal o casi universal sobre otros crímenes que afectan a la comunidad in­ ternacional, tales como el secuestro aéreo (Convención deTokyo de

230 Hernán Montealegre, La Seguridad del Estado y los Derechos Humanos, Ediciones de la Academia de Humanismo Cristiano, Santiago, 1979.

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1963, Convención de La Haya de 1970 y Convención de Montreal de 1971) y la tortura (Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes de 1984).231 A ello debe agregarse la Convención Americana sobre los Derechos Humanos o Pacto de San José de Costa Rica, y la Convención Europea de Sal­ vaguardia de los Derechos del Hombre y de las Libertades Funda­ mentales.232 El sistema interamericano tiene su origen en el artículo 16 de la Carta de la Organización de Estados Americanos que, en forma explícita, declara en dicho artículo: “El Estado respetará los derechos de la persona humana”. De esta manera, como ha expresa­ do el Instituto Interamericano de Estudios Jurídicos y Sociales: Los derechos humanos no constituyen ya asuntos de la compe­ tencia exclusiva del Estado, cualquiera que sean las circunstan­ cias en que ocurra la violación o las consecuencias en que ésta se produzca. Se trata de un asunto que ha trascendido el ámbito nacional y por lo tanto, ni la soberanía, ni la no intervención, constituyen principios que puedan oponerse a una acción co­ lectiva, perfectamente justificable a la luz de otros principios igualmente consagrados en el ordenamiento jurídico del Siste­ ma Interamericano.233

Completan el sistema interamericano de protección de los de­ rechos humanos la Convención Americana de Derechos Humanos (1969), la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y la Corte Interamericana de Protección de los Derechos Humanos. También debemos mencionar la Convención Interamericana para Prevenir y Sancionar la Tortura de 1985 y la Convención Interamericana sobre Desaparición Forzada de Personas de 1994. El sistema europeo comprende la reglamentación contenida en la Convención y el sistema institucional constituido por el Consejo de Europa, el Comité de Ministros y la Corte Europea de Derechos

231 Cecilia Medina, en ibíd. 232 H. Montealegre, op. cit., p. 659. 233 Ibíd., p. 712.

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Humanos. Las obligaciones que establece la Convención para los Estados de Europa dicen relación con “las personas dentro de su jurisdicción” (Artículo Io) y con los otros Estados participantes.234 El tema de los derechos humanos en las relaciones internacio­ nales constituye hoy un área de trabajo especializado, con proble­ mas de gran trascendencia. En el crepúsculo de la Guerra Fría, la palabra glasnost reveló el tendón de Aquiles del régimen soviético y del campo socialista. Los movimientos que sacudieron el cam­ po socialista tenían como tema central los derechos humanos y las libertades públicas. Por otro lado, regímenes opresivos y abusivos bajo el pretexto de la protección de la democracia y la libertad, emprendieron acciones anticomunistas y antisubversivas en las que se cometieron graves abusos contra la persona humana mediante la tortura, el genocidio y la desaparición forzada de personas como práctica habitual. Se ha perfeccionado el concepto de crimen contra la humanidad, considerándolo como un atentado que por su gra­ vedad y salvajismo puede dar lugar a sanciones que trascienden el tiempo y la frontera. Esta protección universal del individuo contra el abuso del aparato estatal es compleja y resistida porque choca necesariamente con la institución de la soberanía. Los tribunales in­ ternacionales y domésticos se ven enfrentados al dilema de justicia o respeto a las prerrogativas del Estado-nación. Pero también es im­ preciso el derecho a proteger. ¿Sólo los derechos de los individuos o también los derechos colectivos de comunidades, etnias o minorías? El problema de la protección pone en tensión también la contradic­ ción entre derecho y política. Generalmente, los casos de derechos humanos están inmersos en cuestiones políticas contingentes como democracia o dictadura o comunismo y liberalismo. La protección internacional enfrenta el derecho interno y este es lento en asimi­ lar efectivamente el carácter obligatorio de la norma derivada de la conclusión de un tratado.235 Aun después de suscribir tratados 234 Lillich y Newman, op. cit., p. 549. 235 La Constitución Política de Chile, dictada en 1980 por el régimen militar, es­ tablece en su artículo 5o, inciso 2o, que “El ejercicio de la soberanía reconoce como limitación el respeto a los derechos esenciales que emanan de la naturaleza humana. Es deber de los órganos del Estado respetar y promover tales derechos, garantizados por la

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internacionales de respeto a los derechos humanos, los Estados ac­ tuales son reacios a ponerlos en práctica, en especial, sus tribunales. Por lo que a esto último respecta, la institucionalidad es inadecuada y lentamente se crean instancias que reemplazan a los tribunales in­ ternos en el juzgamiento de crímenes internacionales. Tal es el caso del Tribunal Penal Internacional de reciente data y cuyo tratado los Estados se disponen lentamente a suscribir y ratificar. En la actualidad, la intervención humanitaria es uno de los de­ safíos más importantes para una sociedad internacional construida sobre los principios clásicos de soberanía, no injerencia y no uso de la fuerza.236 La intervención humanitaria es la actividad emprendida por un Estado, un grupo de Estados, un grupo dentro de un Estado o una organización internacional y que consiste en interferir coercitiva­ mente en asuntos internos de otro Estado. Es un acontecimien­ to regulado y controlado que se extiende en un lapso de tiempo, marcado por un comienzo y un final y que apunta directamente a la autoridad del Estado que ha sido designado como objetivo. No es una situación enteramente ajustada a derecho, pero tampoco es necesariamente ilegal. En todo caso, rompe el modelo tradicional de las relaciones internacionales. En las intervenciones humanitarias deben tenerse en cuen­ ta varios puntos clave. Tradicionalmente, la intervención ha sido considerada como una brecha forzada en la soberanía y como una interferencia en los asuntos privados e internos de un Estado. En el campo teórico y en el plano político, la legalidad de la intervención humanitaria forzada es materia de discusión entre los “restriccionistas” y “antirrestriccionistas”, quienes han centrado su debate en la interpretación del artículo 2o (7) de la Carta de la Organización de Naciones Unidas que consagra el principio de no intervención, y del artículo 51 de ese documento, que establece la legítima defensa Constitución, así como por los tratados internacionales ratificados por Chile y que se • » encuentran vigentes . 236 Nicholas Wheeler, “Humanitarian Intervention and World Politics”, en John Baylis y Steve Smith (editores), The Globalization of World Politics, Oxford University Press, Oxford, 1977.

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como única excepción a dicho principio. La consideración creciente de los sentimientos humanitarios en la política mundial es el pro­ ducto del cambio histórico y del progreso social. Esto determina que los criterios acerca de principios y creencias deban necesaria­ mente cambiar con el tiempo. Como es fácil comprender, las objeciones de los restriccionistas a la legalización de la intervención humanitaria han provenido del paradigma realista, pero también de los sostenedores de la teoría de la sociedad internacional pluralista (principalmente Hedley Bull). La teoría realista objeta la legalización de la intervención hu­ manitaria, aduciendo varias consideraciones. Los Estados no in­ tervienen por razones principalmente humanitarias, se motivan únicamente por lo que juzgan que es su interés nacional y no es­ tán autorizados para arriesgar las vidas de sus soldados en cruzadas humanitarias. Los extranjeros no tienen el deber moral de interve­ nir, incluso siendo capaces de mejorar una situación y detener un exterminio. La intervención humanitaria sirve para ocultar abusos y como arma del fuerte contra el débil. La intervención es siem­ pre selectiva y favorece los intereses del interventor. Finalmente, los realistas critican la falta de acuerdo respecto de los principios que deberían gobernar una intervención humanitaria correcta. Por su parte, Hedley Bull temía que con las intervenciones hu­ manitarias se minara el orden internacional. Es un argumento al que se ha recurrido con frecuencia en nuestros días. La aplicación estricta del principio de no intervención reduce el peligro que pue­ de derivar de una intervención inevitablemente basada en las predi­ lecciones culturales de aquellos que cuentan con poder para llevarla a cabo. Quienes se oponen a la intervención humanitaria sostienen asi­ mismo que los Estados no deberían intervenir porque rompen la armonía internacional, disfrazan la promoción de sus propios inte­ reses nacionales y aplican la intervención en forma selectiva. Frente a estos argumentos se sitúan los antirrestriccionistas, que justifican la intervención humanitaria basados en la teoría de la so­ ciedad internacional solidaria, es decir, desde una posición preferen­ temente idealista. Existe un derecho legal y moralmente fundado

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para la intervención humanitaria. La Carta de la ONU obliga a los Estados a proteger los derechos fundamentales de la persona huma­ na y hay derecho a intervenir, por razones humanitarias, de acuerdo con la ley internacional consuetudinaria. Por lo tanto, hay razones legalmente fundadas para sostener la procedencia de la intervención humanitaria. El principal argumento de los antirrestriccionistas es que no resulta exacto decir que el único propósito de la ONU es mantener la paz y la seguridad. Tan importante como ello es la pro­ moción de los derechos humanos, que se encuentra en el preámbulo y en los artículos Io (3), 55 y 56 de la Carta. Algunos antirrestric­ cionistas van más lejos y sostienen que si la ONU no cumple, los Estados pueden intervenir por la fuerza para reducir el sufrimiento humano. Lo contrario sería tomar una posición suicida en lo que a objetivos de la ONU se refiere. La intervención humanitaria es una excepción legítima a la norma del no uso de la fuerza del artículo 2o (4) de la Carta. Además, el progreso del Derecho Internacional está basado en gran medida en la práctica jurídica de los Estados. La Opinio Juris conduce a adoptar como norma válida la práctica inveterada. Desde este punto de vista, la intervención humanitaria antecede a la vigencia de la Carta. Por último, señalan los antirres­ triccionistas, existen razones morales para intervenir. ¿Cuándo es correcto hacerlo? Cuando se reúnen circunstancias excepcionales de opresión masiva y sistemática. Al iniciarse el nuevo milenio, el panorama de las relaciones in­ ternacionales en cuanto a derechos humanos es radicalmente dis­ tinto al que existió entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y el término del siglo. Aun cuando para el observador superficialmente informado pareciera ser que reinan la anomia, la impunidad y la ley del más fuerte, lo cierto es que un examen más meticuloso de­ biera conducirlo a reconocer que estamos frente a un panorama más complejo. Extensas zonas de anarquía han sido reguladas y los progresos del Derecho Internacional son indesmentibles. La lucha por el imperio de la ley y de la justicia es permanente y sostenida sin desmayos. La protección internacional de los derechos humanos ha lo­ grado importantes victorias desde que se aprobara la Declaración

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Universal de los Derechos Humanos de Naciones Unidas en 1948. Los instrumentos para desarrollar el Derecho Internacional en este aspecto son variados y surgieron en las más diversas regiones del mundo hasta alcanzar rango universal. Estos instrumentos han logrado conformar un catálogo de derechos humanos con validez jurídica y obligatoriedad aceptada por la mayoría de los Estados. Ellos representan la expresión de los fundadores de las Naciones Unidas, quienes aspiraban a crear un Código Internacional de De­ rechos Humanos.237 El Derecho Internacional, en su lento proceso de construcción o de lege ferenda, ha ido estableciendo una normativa obligatoria por la que se consagra la validez universal del derecho a la vida, a la integridad física y psíquica de los individuos, de los derechos de los niños, de las mujeres y de las minorías. A través de estas normas se han tipificado figuras delictivas que describen conductas cons­ titutivas de crímenes de lesa humanidad, es decir, hechos de tal gravedad que la comunidad internacional toda debe asumir como perseguibles y efectivamente sancionables en todo tiempo y lugar. La vigencia de convenciones como las que sancionan la tortura, el genocidio y las infracciones al Derecho Humanitario, son pruebas de este proceso de gestación que es lento, difícil y aún inconcluso. En la base de esta tipificación de conductas ilegítimas está im­ plícita la idea de justicia y, más precisamente, de justicia universal. La necesidad de que se haga justicia es equivalente a la necesidad del establecimiento de la verdad. Justicia y verdad son valores uni­ versales de la humanidad. La realización práctica y efectiva de la justicia internacional requiere de mecanismos efectivos para reducir la impunidad. En la actualidad hay tres instancias posibles de reali­ zación efectiva de la justicia en caso de infracción a deberes interna­ cionales en materia de derechos esenciales de la persona. Primero, la instancia de los tribunales nacionales dentro de los marcos del Estado-nación. Todo Estado que ha incorporado a su ordenamien­ to interno las leyes internacionales emanadas de los tratados u otros

237 Carlos López Dawson, “Impunidad y justicia”, en Diplomacia, N° 79, abril/junio de 1994, Academia Diplomática, Santiago, p. 32.

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instrumentos jurídicos obligatorios o incluso de los principios gene­ ralmente aceptados, está obligado a hacer justicia en esas materias. El ejercicio de la justicia es un deber del Estado y de cada uno de sus órganos. “Es, además, un derecho exigible por cualquier habitante del Estado comprometido y obligado en virtud de las normas del jus cogens y de la vigencia de instrumentos internacionales, en par­ ticular del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y que le pueden ser exigibles al Estado en el ámbito internacional”.238 Segundo, la instancia constituida por tribunales internacionales creados por los Estados, precisamente para hacer justicia en situa­ ciones puntuales que lo han requerido. De este tipo han sido los tribunales de Nuremberg, Tokio, Ruanda y Yugoslavia. La justicia internacional en materia de derechos humanos es alcanzable, espe­ cialmente cuando ello no es posible dentro de un país determinado, debido a que esos Estados y sus órganos judiciales domésticos no están capacitados o dispuestos a intervenir. En estos casos y si no se han constituido tribunales especiales para juzgar situaciones ex­ tremas, como los antes mencionados, cabe el recurso a tribunales internacionales de derechos humanos como el Tribunal Europeo o la Corte Interamericana. Tercero, la instancia que se establece cuando un Estado decide ejercer el derecho de hacer justicia porque otro no ha sido capaz de hacerlo y existe un convenio que lo autoriza. Esto puede ocurrir en casos gravísimos de crímenes contra los derechos humanos, como sucede en el caso de aplicación de la convención que sanciona la tortura.239 Debemos referirnos al futuro. Para ello es importante consignar el caso del Tribunal Penal Internacional. El Tribunal de Nuremberg estableció y definió los llamados crímenes de lesa humanidad, los que fueron reconsiderados por la Comisión de Derecho Interna­ cional de Naciones Unidas e incorporados en el Principio VI como Crímenes Internacionales.

2,8 Ibíd., p. 30. 239 Convención contra la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes, 10 de diciembre de 1984.

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El asesinato, el exterminio, la esclavitud, la deportación y otros actos inhumanos cometidos contra cualquier población civil, o las persecuciones por motivos políticos, raciales o religiosos, cuando tales actos sean cometidos o tales persecuciones sean llevadas a cabo al perpetrar un delito contra la paz, o un crimen de guerra o en relación con él.240

La Convención sobre Prevención y Castigo del Genocidio de 1949 amplió el concepto de crimen contra la humanidad al en­ tender por tal los actos cometidos en tiempos de guerra o de paz con la intención de destruir en todo o en parte a un grupo na­ cional, étnico, racial o religioso. Cualquier acto que configure el tipo descrito constituye un hecho internacionalmente ilícito. La Convención sobre la Imprescriptibilidad de Crímenes de Guerra y de Lesa Humanidad estableció la jurisdicción universal y la impres­ criptibilidad de estas figuras, como asimismo el principio de que ellas no pueden ser consideradas políticas y no pueden dar lugar a la aplicación del asilo. La Comisión de Derecho Internacional de Naciones Unidas en sus trabajos codificáronos de las normas sobre responsabilidad, ha sostenido que esta es sólo atribuible al Estado según el Derecho Internacional y debe constituir una violación a una obligación internacional. Lo anterior indica que ha habido una paciente y sostenida labor jurídica que ha configurado en forma indiscutible la responsabilidad de los Estados en relación con los crímenes más graves de trascendencia para la comunidad interna­ cional en su conjunto.241 Los Estados infractores o responsables de un ilícito internacional emanado de normas consideradas como de Jus Cogens o del Derecho Humanitario convencional, por ejemplo las Convenciones de Ginebra del 12 de agosto de 1949, que forman parte del Derecho Internacional Convencional Humanitario, pue­ den ser arrastrados a una instancia internacional.

240 Carlos López Dawson, “La Corte Penal Internacional”, en Diplomacia, N° 82, enero/marzo de 2000, Academia Diplomática, Santiago. 241 Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, Artículo 5.

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Por los múltiples conflictos que una situación de este tipo puede acarrear, al chocar principios de justicia universal con reservas de los Estados que defienden su soberanía, surgió en la comunidad inter­ nacional la idea de crear una Corte Penal Internacional. El 17 de julio de 1998, en Roma, Italia, el Estatuto de la Corte fue aprobado por la Conferencia Diplomática de Plenipotenciarios de Naciones Unidas, iniciándose el proceso de ratificación. Este será un tribunal permanente con jurisdicción mundial, encargado de procesar a in­ dividuos acusados de la comisión de los más graves crímenes contra el Derecho Internacional Humanitario: el genocidio, los crímenes de guerra y los crímenes de lesa humanidad. El Estatuto fija las responsabilidades individuales y la competencia de la Corte para proceder en contra de personas naturales. Establece normas orgá­ nicas y de procedimiento y determina asimismo que se requiere de sesenta ratificaciones para su entrada en vigencia.242 En un futuro no lejano, el estudio de las Relaciones Internacio­ nales deberá incorporar esta nueva normatividad que ha venido a modificar en forma radical los conceptos tradicionales de la sobe­ ranía nacional, el dominio reservado del Estado, la inmunidad de jurisdicción y el carácter absoluto del principio de irretroactividad de las leyes penales internacionales.

242 En el marco de Naciones Unidas, 120 Estados de los 187 que forman la organiza­ ción aprobaron su creación. En un proceso que duró cuatro años, 60 estados ratificaron el tratado. Finalmente, el Estatuto entró en vigor el 1 de julio de 2002.

VI.

El paradigma de la mundialización

Veinte años después de la Guerra Fría, el estudio de las Relacio­ nes Internacionales se enmarca en un nuevo paradigma: el de la mundialización. En efecto, todos los abordajes de la realidad in­ ternacional se hacen hoy desde esta perspectiva. El lenguaje utiliza también la expresión “globalización”, un concepto sinónimo que entendemos más restrictivo y referido preferentemente a los aspec­ tos económicos y geográficos.243 Mundialización o globalización es el marco analítico imprescin­ dible para la comprensión de los fenómenos internacionales. Sin que el Estado-nación haya desaparecido, lo cierto es que la realidad presente es una de interacción de estos actores con otros de distinta naturaleza en un marco geográfico y temporal que comprende el universo entero. El tratamiento clásico de las Relaciones Interna­ cionales, como vínculos entre unidades estatales por la vía de la cooperación o del conflicto, es mucho más complejo e incorpora factores que, habiendo estado presentes desde muy antiguo, hoy han cobrado un interés novedoso. Aunque muchos historiadores y economistas reservan estos tér­ minos para la época contemporánea, algunos consideran que vivi­ mos en la mundialización desde hace ocho mil años, en el hecho, desde los tiempos del neolítico de la época de la piedra pulimentada,

243 Francis Fontaine (con Bruñe de Bodman y Sylvie Goulard), La Mondialisation (Pour les Nuls), Editions First-Gründ, París, 2010.

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pero sobre todo desde la aparición de la agricultura. En todo caso, el nuevo paradigma se refiere a un fenómeno contemporáneo de­ finible como: “la extensión al planeta del intercambio de bienes, movimientos de capitales y migraciones humanas con finalidad económica con consecuencias políticas, culturales, sociales, sanita­ rias y ambientales”.244 Desde este punto de vista, puede afirmarse que los procesos de mundialización tienen su comienzo en la época contemporánea y especialmente con la Revolución Industrial de comienzos del siglo XIX. Esta época, cuyo punto de partida la historia lo sitúa en la Europa de las revoluciones políticas y económicas, inicia el primer caso indudable de mundialización. En efecto, en Gran Bretaña co­ mienza hacia los años veinte del siglo XIX un conjunto de hechos caracterizado por un trastorno de la economía y la sociedad. Es en este país donde se liberan los obstáculos al libre cambio. Allí está el origen de un crecimiento jamás visto por la economía mundial que beneficia, sobre todo, a Europa y sus territorios de ultramar. Europa se lanza a la conquista del mundo, pero las dos guerras mundiales provocadas por sus querellas internas ponen término -provisorio— a la mundialización triunfante del siglo XIX. El rasgo saliente de este cambio de escenario, y que marca el fin de la primera mundiali­ zación contemporánea, es el cambio de la potencia central en el proceso, de Gran Bretaña a Estados Unidos de América. La dominación económica y política de Gran Bretaña, resul­ tante de la productividad excepcional de su industria, constituye el marco de la mundialización del siglo XIX, de la misma manera que la de Estados Unidos será asociada a la de fines del siglo XX. La pri­ mera mundialización contemporánea está dominada por Europa, que perfecciona así la colonización de los siglos precedentes. Dos rasgos son destacables en este primer proceso de mundialización: la Revolución Industrial y el triunfo del libre cambio. Ambos dieron a Gran Bretaña la superioridad mundial indiscutible por sobre las otras potencias.

2+4 Ibíd., p.l 1.

VI. EL PARADIGMA DE LA MUNDIALIZACIÓN

225

El balance económico de la primera mundialización contem­ poránea se manifiesta en reducción de derechos de aduana (con descrédito del proteccionismo), progreso del transporte y las co­ municaciones, y aumento radical de los intercambios económicos internacionales. Si bien a partir de los años ochenta del siglo XIX existieron reacciones proteccionistas en varios países, la tendencia general fue principalmente librecambista. Hay que recordar también los efectos que esta primera mundia­ lización tendrá sobre la fuerza de trabajo constituida en clase obrera. La crisis del capitalismo de los países europeos con la caída brusca del empleo y de las tasas de ganancia encuentra una solución favo­ rable en la mundialización por las nuevas oportunidades de trabajo en un mundo global o en las industrias centralmente localizadas que vieron un aumento transitorio de la exportación y la ganancia. Nuevos espacios geográficos de acción para la empresa presentaban un rasgo favorable para el trabajo. Así lo consideraron los teóricos y políticos socialistas como Jaurés, a diferencia de posiciones radi­ calmente críticas de los fundadores del comunismo como Marx y Lenin. En todo caso, la primera mundialización contemporánea se tradujo en el nacimiento del internacionalismo proletario y el forta­ lecimiento de las solidaridades entre obreros de diferentes países. La primera mundialización contemporánea llega a su fin con la Primera Guerra Mundial. En 1913, Europa dominaba el mundo. Sin embargo, sus querellas internas conducirán al choque armado que terminará, entre otras consecuencias, en el predominio de la nueva superpotencia: Estados Unidos de América. Al término de la guerra, cuatro imperios (el ruso, el austrohúngaro, el alemán y el otomano) desaparecieron y dieron paso a regímenes que contraria­ ban los principios básicos de la democracia parlamentaria y de las relaciones internacionales pacíficas: los bolcheviques en Rusia, los fascistas en Italia y los nazi en Alemania. Estados Unidos se decide por el aislacionismo político en 1919, cuando el Congreso esta­ dounidense se desinteresa por los asuntos europeos. El Congreso se manifiesta en ese sentido al rechazar el Tratado de Versalles y la creación de la Sociedad de las Naciones propuesta por el Presidente Wilson.

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EL ESTUDIO DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES

Estados Unidos se enfrentará a la expansión de la URSS y de China, los que reunieron a la mitad de la población del mundo fuera de su mercado, en el régimen de economía planificada. Para este efecto inaguraron estructuras de “gobernanza” mundial, tan­ to en el nivel político como en el nivel económico-comercial. En su mayoría, estas instituciones han perdurado hasta hoy (habiendo experimentado transformaciones). Entre ellas pueden mencionarse la Organización de las Naciones Unidas (ONU); el Acuerdo Ge­ neral sobre Tarifas y Comercio (GATT), que es el antecesor de la Organización Mundial de Comercio (OMC); el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. El propósito de Estados Unidos fue liberalizar progresivamente la economía mundial, con la implementación de operaciones finan­ cieras como el Plan Marshall, en un marco monetario estabilizado en un sistema de cambio fijo garantizado por el papel predominante del dólar (el que se podía cambiar libremente por oro hasta 1971). Los años setenta marcan el paso a un régimen flotante con un papel creciente de los mercados financieros en la regulación de la econo­ mía. Si bien todas estas políticas van en la dirección de una nueva mundialización, esta no llegará sino con una dimensión planetaria de los intercambios, que ocurrirá con el fin del mundo comunista como fuera conocido durante la Guerra Fría. Ello tendrá lugar sim­ bólicamente con la caída del Muro de Berlín en 1989 y con la recom­ posición política que sucede a la apertura de China a la economía de mercado en los años noventa. Un nuevo proceso de mundialización, que es el que vivimos hoy, comenzó entonces a tener efecto.

La

MUNDIALIZACIÓN ACTUAL

Vivimos en la segunda mundialización de la época contemporánea. A partir del año 1989, claramente entramos en una nueva época de las Relaciones Internacionales. Un nuevo contexto político y técni­ co-económico explica la nueva situación, así como sus consecuencias sobre la sociedad y el medio ambiente global. ¿Qué es este fenóme­ no de la globalización? Fundamentalmente, es la integración más

VI. EL PARADIGMA DE LA MUNDIALIZACIÓN

227

estrecha de los países y ios pueblos del mundo, producida debido a la enorme reducción de los costes de transporte y comunicación, y al desmantelamiento de las barreras artificiales a los flujos de bienes y servicios, capitales, conocimientos y (con menos grado personas) a través de las fronteras. La globalización ha sido acompañada por la creación de nuevas instituciones; en el campo de la sociedad civil internacional hay nuevos grupos. La globalización es enérgicamente impulsada por corporaciones internacionales que no sólo mueven el capital y los bienes a través de las fronteras, sino que también la tecnología. Asi­ mismo, la globalización ha animado una renovada atención hacia veteranas instituciones intergubernamentales, como la ONU, que procura mantener la paz, la Organización Internacional del Traba­ jo, fundada en 1919, y la Organización Mundial de la Salud, espe­ cialmente preocupada en la mejoría de las condiciones sanitarias del mundo subdesarrollado.245 El primer dato de este nuevo marco explicativo o paradigma lo constituye una revolución tecnológica que es diferente a la de la primera globalización del siglo XIX y que se sitúa en el terreno de la información y el conocimiento. En los últimos decenios, el tiem­ po y costo necesarios para que una mercadería o una información superen una distancia, no ha cesado de disminuir. El desarrollo de internet y el establecimiento de cables transatlánticos y transpacífi­ cos de gran capacidad permite que todos los mercados comerciales y financieros estén conectados en directo las 24 horas del día en toda la superficie del globo. La revolución de “los contenedores” se ha traducido en el aumento explosivo de este tipo de servicios: cerca de 24 mil en 1990 y más de 111 mil en 2005. Se puede afirmar que por primera vez en la historia mundial las distancias han sido abolidas y reina la unidad de tiempo y espacio. Los cambios son evidentes en el plano de la institucionalidad in­ ternacional. En diciembre de 2009, 192 Estados eran miembros de la Organización de las Naciones Unidas. La Organización Mundial

245 Joseph E. Stiglitz, El malestar de la globalización, Punto de Lectura, Santillana, Madrid, 2002.

228

EL ESTUDIO DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES

de Comercio (OMC), que organizó la liberación de los intercam­ bios a escala mundial, contaba con 151 miembros a fines de julio de 2007, de los cuales 12 habían ingresado después del año 2000, entre ellos China, Vietnam y Cambodia. Rusia es el único gran país que no forma parte de la OMC, pero desea fervientemente que su candidatura sea aceptada. El Fondo Monetario Internacional (FMI), cuya primera misión es promover la cooperación monetaria internacional, facilitar la expansión y crecimiento armonioso del comercio, y eliminar las restricciones de cambio que dificultan el desarrollo del comercio mundial, contaba con 185 Estados miem­ bros a fines de octubre de 2007. Los Estados han manifestado cla­ ramente su intención favorable a la creación de instituciones que ordenen la mundialización.

Consecuencias

económicas de la globalización

En el nivel global, la unificación económica se traduce en el aumen­ to de la riqueza de las naciones como consecuencia de la explosión del comercio internacional. Este ha experimentado un crecimiento del 32 al 38 por ciento para los países desarrollados. La mayoría de los países subdesarrollados también ha experimentado un crecimien­ to importante. Desde 1990 hasta 2000, el Producto Interno Bruto (PIB) ha aumentado del índice 100 al índice 120, o sea, una mejoría del 20 por ciento en relación con el valor de 1990. Las exportacio­ nes han tenido un aumento de volumen desde 100 a 175 (con un mejoramiento más fuerte de los productos manufacturados que de los productos agrícolas). Las inversiones extranjeras, en el PIB de los países, han pasado del 4 por ciento en los años noventa al 15 por ciento en el período 2000 a 2003. Las inversiones directas de los paí­ ses desarrollados en el extranjero aumentaron seis veces entre 1990 y 2006. Las transacciones en el mercado de cambio pasaron de 200 mil millones de dólares a 1.700 mil millones entre 1986 y 2000. Los principales actores de la globalización del comercio y las finanzas han sido las empresas multinacionales. Según Naciones Unidas, había 6.500 multinacionales en el mundo en 2003. Ellas

VI. EL PARADIGMA DE LA MUNDIALIZACIÓN

229

tienen su origen en 67 países pero las 54 más importantes son es­ tadounidenses. En el mercado de trabajo, los equilibrios sociales son afectados por grandes movimientos de población. Entre 1990 y 2005, 36 millones de personas han abandonado su país de origen, la mayoría emigrando hacia países más ricos. En 2005, entre las personas que vivían fuera de su país natal, 35 por ciento se ha establecido en Europa, 28 por ciento en Asia y 23 por ciento en Estados Unidos y Canadá.

Peligros

de la mundialización

La apertura creciente al intercambio de bienes, de capitales y de población no deja de tener consecuencias nefastas en aspectos de la vida de los pueblos de la humanidad. Se reprocha a la mundia­ lización el agudizar las desigualdades entre los países y dentro de ellos, destruyendo empleos y salarios. Asimismo, se objeta el forta­ lecimiento del dominio estadounidense. Por otra parte, se constata un aumento explosivo del terrorismo y del crimen organizado, un crecimiento sin control de las pandemias y la destrucción sostenida del medio ambiente.

La crítica a la mundialización económica o globalización Joseph Stiglitz fue economista jefe del Banco Mundial hasta enero de 2000. Anteriormente presidió el Consejo de Economistas Aseso­ res del Presidente de Estados Unidos Bill Clinton. Actualmente es profesor de Economía y Finanzas de la Universidad de Columbia. Fue distinguido con el Premio Nobel de Economía en 2001. Su voz es, sin duda, una de las más autorizadas en cuanto a diagnóstico acerca de la globalización. Sus ideas han sido expuestas en escritos y actuaciones de profundo contenido y extensa divulgación.246

246 Joseph Stiglitz, Globalization and its Discontents, Penguin Books, Londres, 2002. Versión en español: El malestar en la globalización, Santillana, Madrid, 2002. Le Monde

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EL ESTUDIO DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES

Los aspectos positivos de la globalización son observados por Stiglitz, quien señala que ella ha abierto el comercio ayudando a muchos países a crecer más rápidamente que si esta no hubiese exis­ tido. El comercio internacional ayuda al desarrollo económico en la medida en que las exportaciones lo orientan en un determinado sentido. Por ejemplo, el crecimiento basado en las exportaciones fue la llave de la política industrial que enriqueció a una buena parte de Asia y elevó allí la condición de millones de personas. Gracias a la globalización, mucha gente vive en el mundo hoy más que antes y sus condiciones de vida han mejorado considerablemente. Se puede objetar que los bajos salarios pagados por las industrias instaladas en Oriente son de explotación, pero para muchos en el mundo en desarrollo, trabajar en una fábrica es una opción mucho mejor que la de permanecer en una granja en la que se cultiva arroz. La globalización ha reducido mucho el sentido de aislamiento que se experimentaba en el mundo en desarrollo y ha dado acceso al conocimiento de una manera que era inexistente incluso para los más ricos en todos los países hace un siglo. El informacionalismo, como sistema de producción económico tecnológico, se caracteriza por el hecho de que la productividad, competitividad, eficiencia, comunicación y poder en las sociedades se constituye en buena medida a partir de la capacidad tecnológica de procesar información y generar conocimiento. Evidentemente, las tecnologías digitales de información y comunicación no deter­ minan la estructura social, pero son componentes indispensables del nuevo sistema en la misma medida en que la sociedad industrial fue (y es) inseparable de la electricidad.247 Los que se movilizan contra la globalización se han beneficiado, paradójicamente, con la interconectividad resultante del proceso. Stiglitz señala el ejemplo de la eficacia de la comunicación por medio de internet para el establecimiento de vínculos, y apunta al ejemplo del movimiento internacional contra las minas antipersonales que, a selon Stiglitz. Perils et Promesses de la Globalisation, film de Jacques Sarasin, DVD de Arte France Developement, Francia, 2009. 247 Manuel Castells, Globalización, desarrollo y democracia: Chile en el contexto mun­ dial, Fondo de Cultura Económica, México D.E-Santiago, 2005, p. 15.

VI. EL PARADIGMA DE LA MUNDIALIZACIÓN

231

pesar de la oposición de muchos gobiernos poderosos, terminó con la firma de un tratado por 121 países en 1997, que redujo en buena medida la posibilidad de que gente inocente, especialmente niños, sean víctimas de estas armas. Otros ejemplos a los que apunta el autor son el de la condonación de la deuda de algunos de los países más pobres y los proyectos de ayuda exterior, los que, pese a sus limitaciones, han traído beneficio a millones de personas. Lo propio ha ocurrido con planes de irrigación, educación y combate de pan­ demias. Los críticos de la globalización suelen ignorar estos aspectos positivos de un fenómeno que interconecta al mundo y lo hace más coherente e integrado. Sin embargo, la crítica a la globalización es extensa y por lo general acertada. Stiglitz apunta a la identificación del proceso con el triunfo mundial de un capitalismo implacable de estilo estado­ unidense. Para muchos en el mundo en desarrollo, la globalización no ha hecho efectivas sus promesas de beneficios económicos. Una división creciente entre ricos y pobres ha dejado a muchos en el Tercer Mundo en una situación de extrema pobreza y viviendo con un ingreso de menos de un dólar por día. A pesar de las promesas repetidas de reducción de la pobreza, hechas en la última década del siglo XX, el número de los que viven en la miseria ha crecido en cerca de 100 millones. Esto ha ocurrido al mismo tiempo que el ingreso mundial total crecía en un 2,5 por ciento anual.248 Si la globalización no ha tenido éxito en la reducción de la po­ breza, tampoco ha logrado asegurar la estabilidad. La crisis de Asia y América Latina ha amenazado las economías de todos los países en desarrollo. Hay temores de “contagio financiero” expandiéndose por el mundo y de que el colapso de un mercado pueda también determinar el de otros. Por el momento, en 1977 y 1998, la crisis asiática amenazó a toda la economía mundial. En el año 2009, la crisis originada por el quiebre del consor­ cio bancario-financiero estadounidense Lehman Brothers (15 de septiembre de 2008) se expandió mundialmente, dando lugar a la segunda más importante desde la que desencadenó el colapso del 248 Stiglitz, op. cit., p. 5.

lyi

EL ESTUDIO DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES

año 1929. Los gobiernos y los bancos centrales tuvieron que salir al rescate no sólo del sistema financiero sino que también a estimular la economía. Para estos fines se han puesto sobre la mesa cantida­ des de dinero no vistas en la historia. Datos del FMI indican que los países desarrollados han colocado cerca de de US$ 8.7 billones (millones de millones), ya sea a través de inyecciones de capital, compra de archivos, préstamos del Tesoro, garantías y otros ítems. La cifra sigue en aumento. Estados Unidos ha anunciado un plan por US$ 50 mil millones para reconstruir caminos y carreteras, y así crear más puestos de trabajo. La crisis, originada en Estados Uni­ dos, no sólo contagió al mundo entero sino que también socavó su influencia internacional. Los países emergentes en mejor posición económica aumentaron también su poder político. En septiembre de 2009 se acordó que el Grupo de los Siete (G7), una vez el club de las naciones más ricas, fuera reemplazado permanentemente por el más amplio G20 (que incluye a China, Brasil, India y otras eco­ nomías pujantes como principal foro económico mundial). Ante el lento ritmo de la recuperación económica mundial predomina la incertidumbre respecto del real estado de cosas en los países más afectados por la crisis -Estados Unidos, Japón y los miembros de la Unión Europea— y sus posibilidades de tasas de crecimiento salu­ dables. Los niveles de desempleo en esos países siguen siendo altos -en España, un caso crítico, superan el 20 por ciento y los flujos de crédito son débiles. Las economías emergentes son las que han resistido mejor los embates de la crisis. La globalización y la introducción de la economía de mercado no produjo los beneficiosos resultados prometidos en Rusia y otros países de lo que fuera el mundo socialista. Por el contrario, en mu­ chos aspectos trajo una pobreza inédita. Notable es, a este respecto, el contraste entre la suerte de la ex Unión Soviética y China. Mien­ tras aquella experimentaba un crecimiento de la pobreza, China vi­ vió una sorprendente disminución de la misma. Lo propio ocurrió con las llamadas economías capitalistas del Estado de bienestar. Desde que terminó la Guerra Fría y se integró el bloque co­ munista en el mercado mundial, cada vez aparecen con mayor virulencia aspectos fundamentales de la dinámica capitalista que

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233

en el capitalismo de bienestar habían permanecido velados. Las corporaciones transnacionales tienen especial interés por los Es­ tados débiles, es decir, por Estados que son débiles, pero que a pesar de ello siguen siendo Estados; casual o intencionalmente, los Estados del mercado mundial producen una presión coordinada sobre todos los Estados miembros o dependientes de ellos para que neutralicen todo lo que pueda impedir, retrasar o limitar la libertad de movimiento de capital. Los Estados de bienestar y asistenciales de la Europa continental han entrado en una espiral descendente. Mientras los actores económicos piensan y actúan transnacionalmente y, de este modo, eluden el control y la política nacionalestatal, las consecuencias de la economía transnacional -paro y po­ breza crecientes- deben abordarse nacional-estatalmente. Por una parte, con la creciente presión del mercado mundial ha llegado la hora de verificar si las redes son mantenibles y financiables, y, por la otra, ha sonado también la hora de la verdad en cuanto a que la explosión de los costos coincide con la reducción de los ingresos fiscales por el trabajo remunerado y con la globalización de los beneficios de las empresas transnacionales.249 La crítica de la globalización apunta también a la institucionalidad internacional que ha gobernado. Stiglitz observa que :

Para comprender lo que falló es importante observar las tres instituciones principales que gobiernan la globalización: el FMI (Fondo Monetario Internacional), el Banco Mundial y la OMC (Organización Mundial de Comercio) [...] Hay además una serie de otras entidades que desempeñan un papel en el sistema económico internacional -unos bancos regionales, her­ manos pequeños del Banco Mundial y numerosas organizacio­ nes de la ONU, como el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), o la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo UNCTAD.250

249 Ulrick Beck, Qué es la globalización, Paidós, Barcelona-Buenos Aires-México D.E, 1998, pp. 186-187. 250 Stiglitz, op. cit., p. 51.

234

EL ESTUDIO DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES

En los problemas del FMI y las demás instituciones económi­ cas internacionales subyace un tema de gobierno: quién decide qué hacer. Las instituciones están dominadas no sólo por los países in­ dustrializados más ricos sino también por los intereses comerciales y financieros de esos países, lo que naturalmente se refleja en las políti­ cas de esas entidades. En la actualidad, con la caída constante en los costes de transporte y comunicación, y la reducción de las barreras creadas por los seres humanos frente al flujo de bienes, servicios y ca­ pitales, tenemos un proceso de globalización análogo a los anteriores en los que se formaron las economías nacionales. Desgraciadamente, no hay un gobierno mundial responsable ante los pueblos de todos los países que supervise el proceso de globalización. Existe un siste­ ma que cabría denominar de gobierno global sin Estado global, en el cual un puñado de instituciones -el Banco Mundial, el FMI, la OMC y unos pocos participantes-, los ministros de Finanzas, Eco­ nomía y Comercio, estrechamente vinculados a algunos intereses financieros y comerciales, controlan el escenario.251

La

MUNDIALIZACIÓN DE LA VIOLENCIA

El primer proceso de mundialización contemporánea terminó con dos guerras mundiales. Es decir, el conflicto armado se hizo uni­ versal y los ejércitos de los Estados en conflicto se enfrentaron en todos los ámbitos geográficos del planeta. La segunda mundializa­ ción reproduce esa situación, aunque con características diferentes. La realidad internacional es la de guerra y paz. El conflicto armado propio de la anarquía coincide, como es habitual, con el triunfo de los esfuerzos por conquistar un estado de paz universal.252

La cuestión general de la guerra y la paz, el pasado y el futuro de los imperios del mundo, la naturaleza, el cambiante contexto 251 Ibíd., pp. 70-71. 2,2 Ver Eric Hobsbawm, Globalization, Democracy and Terrorista, Abacus, Gran Bretaña, 2008. Versión en español: Guerra y paz en el siglo XXI, Crítica, Barcelona, 2008.

VI. EL PARADIGMA DE LA MUNDIALIZACIÓN

235

del nacionalismo, las perspectivas de la democracia liberal y la cuestión de la violencia y el terrorismo político [...] se desarro­ llan en una escena mundial dominada por dos acontecimientos vinculados entre sí: la enorme y constante aceleración de la ca­ pacidad de la especie humana para modificar el planeta median­ te la tecnología y la actividad económica y la globalización.253 Hobsbawn formula cuatro observaciones fundamentales sobre la globalización:

Primera. La globalización del libre mercado ha traído consigo un crecimiento espectacular de las desigualdades económicas y sociales. Este brusco aumento de las diferencias constituye la raíz de las principales tensiones sociales y políticas del siglo XXI. Segunda. Quienes experimentan con mayor intensidad el im­ pacto de la globalización son los que menos se benefician de ella. De ahí la creciente polarización de los puntos de vista entre los que se encuentran potencialmente al abrigo de sus efectos negativos —empresarios que pueden desplazar sus costos a países de mano de obra barata o profesionales y técnicos que pueden conseguir trabajo en cualquier economía- y quienes carecen de amparo. Tercera. El impacto político y cultural de la globalización es desproporcionalmente grande. La inmigración constituye un importante problema: el de la globalización social, lo que po­ dría desencadenar un proceso de resistencia política a la globa­ lización. Cuarta. La globalización ha alterado profundamente fenóme­ nos como la guerra, la hegemonía, el imperialismo, el naciona­ lismo, la violencia política y el terrorismo.254 No hay límites geográficos ni de tiempo para el ejercicio de la violencia armada, sea esta legítima o ilegítima. Los Estados han

253 Ibíd., VIII. 253 Ibíd., pp. IX y X.

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EL ESTUDIO DE LAS RELACIONES INTERNACIONALES

intervenido con presteza y mayor o menor eficacia en lugares distantes de sus centros de operación: los Balcanes, Ruanda, Timor Oriental, Irak, Afganistán. Lo hacen por motivaciones variadas más o menos reales: existencias de armas de destrucción masiva, vigencia de la democracia, control de los atentados contra los derechos funda­ mentales de la persona humana. El desarrollo vertiginoso de la tecnología del transporte y de las comunicaciones produce una ex­ tensión de la aplicación de la violencia a escala mundial. El empleo de la violencia armada, convencional o inédita (los atentados de septiembre 11 del año 2001 fueron efectuados con aviones que sirvieron de armas) tiene actores políticos no oficiales, como movi­ mientos extremos que actúan muy lejos de sus bases. El escenario posible del empleo de la violencia armada es global. Las motivacio­ nes varían: desde la defensa de la democracia a una interpretación de la legitimidad religiosa como en los casos de los movimientos extremos del Islam. Las Relaciones Internacionales, entendidas como una amplia variedad de contactos y fenómenos que ocurren tanto en el plano de la anarquía como de la sociedad, pueden entenderse mejor en el marco paradigmático de la mundialización o globalización.

La globalización

de la cultura

Esta expresión designa la circulación de los productos culturales en el espacio mundial. En efecto, estos productos son vendidos en forma cotidiana a seis mil millones de seres, aunque de manera des­ igual. Existe un mercado mundial de bienes culturales. Las cultu­ ras han estado siempre en contacto. Pero una situación histórica completamente nueva ha aparecido a partir del momento en que las sucesivas revoluciones industriales han dotado a los países “de­ sarrollados” de máquinas para producir bienes culturales y medios para difundirlos a gran distancia. Estos países pueden esparcir por el mundo en forma masiva los productos de su propia cultura o la de otros. La industria cultural fue identificada por vez primera en 1947 por Theodor Adorno y Max Horkheimer, de la Escuela

VI. EL PARADIGMA DE LA MUNDIALIZACIÓN

237

de Frankfurt. En la era de la mundialización esta industria comer­ cializa a nivel planetario los discursos, los sonidos, la imagen y en general las artes.255 La globalización de los mercados implica la competencia, a es­ cala mundial de todas las empresas que producen bienes culturales: discos, películas, programas, periódicos, libros, equipos de todo tipo. También implica bienes alimenticios, restauración rápida, me­ dicamentos, turismo y educación. Las industrias de la cultura están innovando permanentemente y abarcando elementos variados del fenómeno cultural. Los especialistas distinguen entre dos aspec­ tos: soportes (materiales, medios, en inglés hardware) y contenidos (mensaje, logística o software).256 En suma, en la actualidad es el mundo todo el escenario de las Relaciones Internacionales. El marco analítico adecuado para comprender cómo ocurren los fenómenos políticos, económicos, sociales y culturales es el de la mundialización. Este es el paradigma de estudio adecuado a la realidad.

255 Jean Piere Warnier, La mondialization de la culture, La Decouverte, París, 1999. 256 Ibíd.

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Este libro se terminó de imprimir y encuadernar en el mes de agosto de 2011, en los talleres de Salesianos Impresores S.A., Santiago de Chile. Se tiraron 2.000 ejemplares.