El Estado Y La Politica Obrera Del Cardenismo

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Arturo Ánguiano

E l Estado y la política obrera del cardenismo

Colección Problemas de México

©

Ediciones Era

Primera edición: 1975 DR © 1975. Ediciones Era, S. Aveiaa 102, México 13, D. F. Impreso, y hecho en México P rinted and M a d e in México

ÍN D IC E

NOTA INTRODUCTORIA,

10

I. LA CRISIS Y LA EM ERGENCIA POPULAR, 1. LA CRISIS ECONÓM ICA,

11

Crisis general, 11 El Estado y la economía, 2-

11

18

22 La dispersión sindical, 22 El despertar popular, 29 3. LA CRISIS POLÍTICA, 37 La decadencia del hombre fuerte, 37 Las fuerzas emergentes y el PN R, 41 LA CRISIS Y LOS TRABAJADORES,

II. LA PO LITIC A DE MASAS, 1.

46

ORGANIZACIÓN Y MOVILIZACIÓN DE M ASAS,

Cárdenas y las masas, 46 La movilización de masas, 51 a\ De la movilización a la organización, b] De la organización a la movilización, c] Movilización y manipulación, 63 2. e l n u e v o PNR, 65 La “depuración'” del partido, 65 La política de crpuerta abierta”, 67 La organización de los campesinos, 72 III. CÁRDENAS: ID EOLOGÍA Y PO LÍTICA , 1.

LOS

CONFLICTOS SOCIALES

46 51 58

75

Y EL DESARROLLO ECONOM ICO,

Las huelgas: causas y efectos, 75 Las masas y el mercado nacional, 79 2. APRENDER PARA EL FUTU RO, 84 La capacitación de los trabajadores, 85 El cooperativismo y la administración obrera,

86

3.

“Hacia una democracia de trabajadores”, EL IM P U L S O AL CAPITALISM O, 93 El Estado y la industrialización, 94 Misión social del empresario, 99 La nueva dependencia, 100

92

IV. LA R EV O LU C IÓ N PO R ETAPAS Y EL FREN TE POPULAR, 106 1. 2. 3.

106 La justificación del frente popular, El PC subordinado, 115

LA POLÍTICA DEL PC M ,

107

LOMBARDO TOLEDANO: LÍDER DE M A SA S, LA TRAGEDIA DEL STA L IN ISM O , 125

119

V. LA IN TEG R A CIÓ N IN ST IT U C IO N A L ,

127

1.

127 Control e institucionalización, 127 La C T M y el régimen, 133 2. EL PRM : ¿IN S T R U M E N T O CORPORATIVO?, 134 El “frente popular” del Estado} 134 La corporativización de los trabajadores, 137 LA F U N C IÓ N DE LA CTM ,

140

NO TAS,

F U E N T E S INFORM ATIVAS,

1. 2. 3. 4.

172

Libros y folletos, 172 Artículos, 179 Diarios y revistas, 186 Obras complementarias,

186

A mis padres, por quienes pude escribir este trabajo; a mis compañeros, con quienes lo escribí.

NOTA INTRODUCTORIA

En nuestra historia^ el periodo de gobierno de Lázaro Cárdenas fue uno de los más decisivos para la conformación y desarrollo del régimen im­ perante. Sin embargo, el real significado de la política cardenista y de sus consecuencias económica^ sociales y políticas sigue estando confuso e in­ cluso oculto tras la corteza que creáron las interpretaciones ideológicas y poco profundas de la época. Como respuesta a tal situación, hemos ela­ borado el presente trabajo, que intenta contribuir a colocar el análisis crítico por encima de las leyendas y los mitos ideológicos, realizándolo de "modo científico, con abundantes y diversas fuentes que permitan pene­ trar en la realidad y descubrir, entre la m araña de datos erróneos o par­ ciales y concepciones mistificadoras, el verdadero carácter de la política cardenista. D urante nuestra investigación, hemos debido recorrer senderos poco explorados que nos llevaron a conclusiones que chocan con las que tra­ dicionalmente han existido sobre la época de Cárdenas. No obstante, evi­ tamos las afirmaciones puram ente proclamativas y tratamos de funda­ mentar con rigor cada una de nuestras tesis, de modo tal que nuestra interpretación de los hechos y las posiciones políticas sirva de base para discusiones y estudios nuevos —nuevos por el método científico— que nos permitan asumir una visión científica de nuestra historia y de la estructura­ ción y el desenvolvimiento del régimen establecido. Orientamos nuestro estudio hacia la política del gobierno de Cárdenas con respecto a los trabajadores, pero el análisis nos introdujo en una pro­ blemática económica, social y política que pensamos haber logrado exa­ minar de una manera totalizadora, descubriendo sus interrelaciones, así como las determinantes de nuestro objeto específico de investigación. Arturo Anguiano México D. F., lo. de julio de 1972

I. LA CRISIS Y LA EM ERGENCIA POPULAR

1. LA CRISIS ECONOM ICA

El sistema capitalista es un sistema internacional en el que todas las naciones que lo integran se encuentran interrelacionadas y en mutuo con­ dicionamiento. De ahí que la gran crisis que estalló en los Estados Unidos en octubre de 1929 se extendiera de inmediato, como una “tempestad económica” (’W. Ghurchill), a todo el mundo, excepto la Unión Soviética. L a universalidad que la crisis alcanzaría estaba determinada por la uni­ versalidad del sistema: “Centros industriales y áreas coloniales a la vez, sintieron el impacto de la declinación general.”1 La crisis se desencadenó con la caída estrepitosa del mercado de valores de Nueva York,® pero en el trasfondo estaba el comienzo de la depresión económica que se percibía desde el verano: la sobreproducción superaba ya las posibilidades de demanda del consumidor y de la inversión, lo que conducía necesariamente a la reducción de la actividad productiva, aun­ que aún esto en un grado mínimo. El derrumbe de la bolsa, de valores sería, justamente, el catalizador que precipitaría la crisis: la producción se contrajo y en los tres años siguientes la situación económica se agravó de una manera sin precedentes;3 cientos de fábricas cerraron sus puertas o redujeron sus turnos, y lanzaron a la calle a cientos de millares de obreros. El número de desocupados, ya en. 1923, superó la increíble cifra de 13 millones. En los países de Europa y en Japón las proporciones de la crisis fueron similares. El comercio internacional se redujo a menos de la m itad de lo alcanzado en 1929. El mercado mundial estaba al borde del colapso. En América Latina la crisis se produjo de inmediato, asumiendo “di­ mensiones catastróficas” motivadas por la estrecha dependencia respecto a los países dominantes, como los Estados Unidos, y por la consiguiente integración en el mercado mundial. Sin embargo, la crisis provocaría tam ­ bién un cambio en la estructura de la dependencia, al entrar en crisis la economía exportadora y recibir impulso la industrialización.4 Crisis gen&ra! En México, la m ala situación económica que se manifestaba desde antes de 1929, sobre todo por haberse reducido la producción petrolera,6 vino a agravarse considerablemente, y el catalizador determinante de esta situa­ ción fue la caída de los precios de la plata y la consiguiente crisis minera. 11

L a minería era esencial en la economía. Controlada casi en su totalidad por los capitalistas extranjeros® y orientada hacia la exportación, consti­ tuía, junto con el petróleo, el elemento fundamental que daba al país el carácter de proveedor de materias primas con el que se le integró al mercado mundial. La producción minera era considerada una de las prin­ cipales riquezas del país y “la cuerda que mueve a las ruedas de la indus­ tria y el comercio, así como a la agricultura, con el concurso de otras fuerzas” .7 M ediante los impuestos a la exportación, el Estado obtenía bue­ na parte de sus recursos financieros, y los trabajadores percibían de la industria minera salarios que, aunque raquíticos, permitían al comercio vender sus productos, y estimulaban la producción m anufacturera y Ja agricultura, con lo cual la débil economía nacional podía sostenerse. La crisis minera, sobre todo la crisis de la plata, de la que México era productor esencial en el mundo, significaba, pues, una crisis nacional® Con la caída del precio de la plata en el mercado mundial, la industria minera sufrió una crisis sin precedentes. Pronto el oro, el cobre, el plomo, el cinc, los principales metales y minerales producidos, siguieron a la plata en su declinación. Desde principios de 1930, la Secretaría de Industria, Comercio y Trabajo empezó a recibir solicitudes de paro de algunas em­ presas y en mayo había ya unos 14 mil obreros despedidos. Durante los meses que siguieron, muchas empresas mineras pararon y otras redujeron considerablemente su producción, lo cual significó un enorme aumento de trabajadores lanzados a la calle. El gobierno de Ortiz Rubio concedió facilidades excepcionales, suprimiendo muchos trámites establecidos en las Juntas de Conciliación y Arbitraje, para que las compañías mineras efec­ tuaran el reajuste obrero.9 Asimismo, los salarios de los trabajadores mine­ ros se redujeron, y la capacidad de consumo de un importante sector de la sociedad se limitó de modo considerable, con las consecuencias natu­ rales en la industria, el comercio y la agricultura. La situación de la minería se agravó más aún cuando, por las medidas proteccionistas que los países consumidores de la m ateria prima impu­ sieron, grandes cantidades de metales tuvieron que almacenarse. La sobre­ producción minera no se eliminó fácilmente con los reajustes y paros, sino que, en los años de crisis, hubo momentos en que incluso aumentó o por lo menos se mantuvo en un nivel estacionario, debido al progreso técnico, a los procedimientos selectivos de explotación de la industria, al descenso de los salarios obreros, a la disminución del valor de la moneda e incluso a cierta ayuda (reducción de impuestos) que la Secretaría de Hacienda otorgó a las empresas mineras.10 En realidad, la producción minera de­ pendía estrechamente de las oscilaciones de los precios en el mercado mundial. Tomando la menor elevación como señal de que el panorama iba a mejorar, los empresarios mineros impulsaban la producción. Sin em­ bargo, el valor de la producción, expresado en los precios, era el que no subía e incluso iba en descenso. 12

El petróleo era otro de los productos esenciales que vinculaban a México al mercado mundial como productor de materias primas. Dominada por el capital extranjero y, por lo mismo, explotada en función de las nece­ sidades e intereses de los países imperialistas, la industria petrolera dis­ minuyó progresivamente su producción a partir de 1922, cuando los yaci­ mientos petrolíferos de Venezuela empezaron a ser explotados. Las con­ diciones políticas de México, particularmente la actitud de los gobiernos posrevolucionarios en relación con las empresas petroleras, también fueron determinantes en la actitud que éstas asumieron: despreocuparse de im­ pulsar la producción en México. La crisis de 1929 agudizaría el descenso de la producción petrolera, trayendo consigo consecuencias similares a las de la crisis de la minería, es decir: desempleo, reducción de los sala­ rios y de los impuestos que el Estado percibía. Ello debilitaba la capa­ cidad de consumo de un importante sector de la población y, por lo mismo, afectaba el comercio, la industria y la agricultura.11 ' A la crisis de la minería y el petróleo se aunó la crisis de la agricultura. En 1929 las cosechas se perdieron a causa de fenómenos naturales (hela­ das, sequías, inundaciones); los principales productos alimenticios, el maíz y el frijol, se redujeron extraordinariamente. La cosecha del primero dio un 71% de lo recogido en 1928, y la del segundo sólo el 58%. En rela­ ción al año citado las pérdidas del maíz fueron de 629 mil toneladas y las del frijol de 73 mil. Tal situación hizo necesario que se importaran los productos mencionados en grandes cantidades. De esta manera, la cri­ sis repercutió más duramente en las masas trabajadoras. La crisis minera, al reducir el poder adquisitivo de los trabajadores de las minas, afectó considerablemente el mercado de los productos agrícolas, y si a esto se agrega la crisis de la agricultura, la crisis general se agrava, pues al mismo tiempo que las masas pierden sus ingresos el costo de la vida aumenta, por lo que su alimentación se vuelve más cara. En la zona algodonera de La Laguna, que se caracterizaba como un sector esencialmente capitalista y orientado hacia la exportación, la crisis se manifestó en la quiebra de varias empresas comerciales y eri el desempleo de miles de trabajadores. A principios de 1930 se calculaban ya en 20 mil los jornaleros empujados al ejército de reserva.13 Durante los dos años siguientes la agricultura se m antuvo en una situación crítica, agravada por la reforma monetaria de junio de 1931, que trajo como consecuencia la reducción de. los precios de los principales productos agrícolas, tanto los de primera necesidad como los destinados a la exportación. Esto disminuyó las ganancias de los hacen­ dados, quienes algunas veces, ante la perspectiva de mayores gastos, pre­ firieron abandonar sus productos sin cosecharlos.13 La situación del campo era de las más críticas, y esto se debía sobre todo a la estructura agraria prevaleciente. Podemos decir que existía una situa­ ción de compromiso, cuya característica esencial era la persistencia del latifundio y de millones de campesinos reducidos a la condición de jom a13

leros, con un salario raquítico, incapaces, por su miseria, de convertirse en lina amplia base del mercado nacional que impulsara el desarrollo de la industria y, con ello, del comercio. Los campesinos sin tierra, converti­ dos en jornaleros durante épocas de cosecha o siembra, y los campesinos sin empleo y, por lo mismo, sin ingresos, envueltos en la miseria, difícil­ mente podían constituir un factor económico positivo. Junto con sus fa­ milias constituían las dos terceras partes de la población del país, de modo que pesaban enormemente y eran un muro de contención para el desarro­ llo industrial de México. No obstante que la reforma agraria había sido uno de los principales objetivos de la revolución mexicana, en realidad la estructura del campo no había sufrido cambios decisivos. En 1930 existían 13 444 hacendados que monopolizaban el 83.4% de toda la tierra “disfrutada en propiedad”, mientras que 60 mil pequeños y medianos pro­ pietarios usufructuaban el resto. La tierra que poseían 668 mil ejidatarios representaba 1/10 de la que estaba en manos de los latifundistas, y en la base de la pirámide social se encontraban 2 332 000 peones sin tierras.14 No obstante tal situación, en 1930 el gobierno consideró que era nece­ sario term inar el reparto agrario, y pronto esto se convirtió en la política oficial.15 El secretario de Agricultura y Fomento afirmó en la Cám ara de Diputados que el objetivo de tal política era rehabilitar el crédito agrí­ cola, estabilizar los valores de la tierra, procurar el incremento de la pro­ ducción y combatir la crisis económica.16 Esta política beneficiaba directa­ mente a los hacendados y legalizaba la situación de compromiso entre los intereses económicos, sellando el destino de la industria nacional. Era una respuesta a la campaña que los diversos sectores capitalistas habían inten­ sificado con la crisis económica. Éstos consideraban la reforma agraria como un instrumento político mediante el cual los líderes manipulaban a los campesinos con fines electorales, y hacían hincapié en la “incertidumbre” que el reparto de tierras creaba entre los propietarios, tanto los que temían que sus tierras fueran repartidas, por lo cual no sabían qué parte podían sembrar sin peligro de perder sus cosechas, como los ejidatarios que, por la manipulación de los políticos, no entraban en posesión defi­ nitiva de sus tierras. Esta situación se traducía en la ausencia de crédito para las labores del campo. De lo anterior se llegaba a la conclusión de que era necesario dar “garantías” a los propietarios agrícolas para que éstos trabajaran sus tierras. Las diversas organizaciones empresariales de agricultura y comercio, sobre todo, eran las que impulsaban la campaña para dar por terminado el problema agrario.17 Pronto los gobiernos de los estados empezaron a considerar terminado ese problema en su región, o declaraban que en un plazo de dos o tres meses estaría resuelto. En diver­ sas entidades federativas, los trabajos de la Comisión Agraria fueron clau14

- surados. Los viejos latifundistas y los nuevos, creados por la revolución, se mostraban realmente satisfechos con la política'que el gobierno había dictado en su favor.18 De haberse proseguido tal política agraria., las consecuencias a largo plazo podrían haber asestado un golpe de muerte al desarrollo industrial del país, por lo cual, con Abelardo Rodríguez en la presidencia, el re­ parto de tierras se reanudó débilmente. La consecuencia inmediata no se hizo esperar: los campesinos habían sido vencidos en la revolución, en parte por la promesa de tierras que el Ejército Constitucionalista había hecho, y se mantuvieron en calma durante los años siguientes, gracias a la misma política y al reparto que los gobiernos de Obregón y Calles realizaron en las regiones en las cuales la situación agraria era más explo­ siva, Al dar por terminado el problema agrario en una coyuntura en la que imperaba el latifundio y había dos millones y medio de campesinos sin tierra, el gobierno renunciaba a la poderosa arma que había blandido para impedir la vuelta de la insurgencia campesina, y los hombres del campo, que ya no se sentían obligados a apoyar al régimen, empezaron a manifestar su descontento. L a crisis de la minería y el petróleo y la crisis de la agricultura in­ fluyeron gravemente en la crisis de nuestra incipiente industria. Como en otros países de América Latina, en México, desde muchos años antes de 1929, se había venido desarrollando la industria de transformación, prin­ cipalmente en su rama textil. Durante los años veinte se produjo un flujo de capitales hacia la industria, se establecieron nuevas empresas (montaje dé automóviles, empacadoras, fabricación de llantas, etcétera) que desa­ rrollaban su estructura, y esto se reflejaba en la producción: en 1930, a la industria alimenticia correspondía el 33% de la producción, el 28% a la textil, el 26% a las industrias de construcción, electricidad, madera y muebles, papel, vidrio, etcétera y el 13% a las industrias química y side­ rúrgica. En 1929 había 21 506 fábricas y talleres registrados en la Secreta­ ría de Industria, Comercio y Trabajo, de los cuales 7 759 pertenecían a la industria alimenticia, 1 896 a la textil, 1 967 a las “industrias de los metales” y 1 953 a la química.19 Sin embargo, la mayor parte de la in­ dustria de transformación, al igual que la minería, el petróleo y la agri­ cultura de exportación, estaba en manos de capitalistas extranjeros e in­ cluso algunas dependían, para su actividad, de la importación de m aterias^ productivas.20 El gobierno tenía como una preocupación esencial el desa­ rrollo de la industria, por lo que concedió todas las facilidades necesarias para que se instalaran nuevas empresas, e inclusive les proporcionaba ayuda. El debilitamiento del poder de compra de grandes masas trabajadoras, provocado por el desempleo, los bajos salarios y el aumento del costo de la vida, este último motivado principalmente por la crisis de la agricul­ tura, afectó de modo considerable a la industria del país, la cual se vio envuelta de lleno en la crisis. No obstante la pequeñez de la industria. 15

y su reducida capacidad productiva, la crisis se expresó m ediante la sobre­ producción de mercancías que, ante la restricción de su mercado habitual, se vieron acumuladas a las puertas de las fábricas o en los almacenes de los comerciantes. Los industriales intentaron resolver la crisis cerrando unos sus puertas, reduciendo otros su actividad productiva de tres a dos tumos o a un solo turno, lo que acarreó el aumento del número de miles de obreros lanzados a la calle y la reducción de salarios a los que conti­ nuaban trabajando.21 L a industria textil, destinada principalmente a las grandes masas, sufrió la crisis de sobreproducción al grado de que a me­ diados de 1930 apenas si alcanzaba a vender la m itad de sus productos; la natural caída de los precios agravó la crisis y aumentó el desempleo.22 L a reducción del tiempo de trabajo en las fábricas, con la reducción consiguiente de la producción, agravaba la crisis de la minería, pues el consumo de metales del proceso productivo industrial se redujo conside­ rablemente, por lo que aumentaron las cantidades de productos mineros almacenados. Al mismo tiempo, la industria textil dejaba de consumir grandes cantidades de algodón, perjudicando así a la agricultura. Tam ­ bién la electricidad y los transportes, principalmente los ferrocarriles, eran afectados por la crisis industrial, la crisis minera y la crisis agrícola, pues la reducción de las actividades productivas en estos campos llevaba con­ sigo la disminución del consumo de energía eléctrica y un descenso de actividad en los ferrocarriles. Sin embargo, en México, como en Brasil y Argentina, la crisis suscitó un proceso que impulsaría el desarrollo de la industria; la sustitución de importaciones. Ante el cierre virtual del mercado internacional, debido a la reducción de la capacidad para importar, es natural que una econo­ mía dependiente de las múltiples mercancías extranjeras para su subsis­ tencia buscara los medios para sostenerse y salir adelante en la obtención de productos de los que no podía prescindir. La industria instalada en el país empezó a producir nuevos productos que antes se importaban, con lo cual al mismo tiempo que utilizaba más sus equipos productivos, penetraba en sectores del mercado nacional que antes estaban reservados a las mercancías provenientes del exterior, sobre todo de los Estados Unidos/2,3 Asimismo, la crisis de sobreproducción intensificó la competen­ cia entre las diversas empresas, lo que hizo que algunas de ellas mejoraran su organización y sus métodos productivos. Esto les permitió reducir sus costos y situarse ventajosamente en relación a aquellas que no tenían más “capacidad de competencia” que la rebaja de los salarios y el desempleo.24 Este fenómeno era en realidad, muy incipiente. Ese proceso sustitutivo de las importaciones se puede observar con más claridad examinando el comercio exterior a través del cual la crisis econó­ mica mundial penetró en el país. El mercado internacional vivió en grave crisis al reducirse el intercambio de productos entre las di vera as naciones a menos de la m itad de lo que había sido hasta el momento de estallar 16

la crisis. Los países productores de materias primas fueron los más afecta­ dos. Como en México los sectores fundamentales de la economía —petró­ le o , minería, agricultura de exportación— estaban destinados a los países industríales metropolitanos, de los cuales se dependía estrechamente, era natural que la debacle económica se introdujera a través de tales sectores, con la amplitud y las características que hemos analizado. El comercio exterior del país disminuyó lo suficiente para hundirnos en una aguda crisis económica. Durante los años de crisis las exportaciones y las im­ portaciones se redujeron. En ello fue determinante la política proteccio­ nistas que los Estados Unidos reforzaron en 1930 con la ley Hawley-Smoot, que elevó los impuestos a la importación.2® Y esto se entiende si se toma en cuenta que durante los seis años que siguieron a 1929, para tomar cifras globales, más del 60% del total de importaciones y el 58% de ex­ portaciones de México se hacían con los Estados Unidos.26 Durante algunos meses de 1930 se elevaron las importaciones —aunque sin alterar el bajo resultado final—, siendo las más importantes las de máquinas y vehículos tales como maquinaria para pozos petrolíferos, má­ quinas de escribir, de coser y sumar, locomotoras, carros de carga para ferrocarril, que no significaron mucho en el desarrollo de la industria, pues no implicaron la instalación en gran escala de capital fijo que renovara los métodos de producción. También se importaron productos manufac­ turados utilizados en la construcción (fibras textiles, hierro y acero, etcé­ tera) .27 En realidad, lo que habría de impulsar el desarrollo de la industria no era tanto la instalación de nuevas empresas o el mejoramiento técnico, sino la producción para el mercado nacional. No se trataba de un fenó­ meno puramente mexicano,, pues adquirió proporciones continentales, más precisamente, latinoamericanas. En México como en Argentina, en Chile como en Brasil, el proceso de sustitución de importaciones se desarrolló conforme a las características particulares que la penetración del imperia­ lismo y la dependencia habían adquirido en cada país.28 En México, el gobierno favoreció e impulsó la sustitución de importa­ ciones, convirtiéndola en una política de fomento a la industrialización. En su informe del primero de septiembre de 1931, Ortiz Rubio decía: Comienza a acelerarse el proceso de desenvolvimiento de la industria nacional. La Secretaría de Industria ha incitado, fomentado y protegido esta actividad de industrialización.39 Y en efecto, los aranceles y otras facilidades beneficiaron a la industria. Sin embargo, la situación contradictoria se expresaba en el raquítico mer­ cado interno, agravado por la crisis: la industria del país tenía ante sí enormes posibilidades para su desarrollo: la crisis mundial y los aranceles cerraban el paso a los productos extranjeros que estaban muy por encima (en calidad y costo) de los que en México podían fabricarse, las nece­

sidades de las masas eran enormes y requerían cada vez una mayor producción. Sin embargo, las masas trabajadoras eran las que más habían sufrido la crisis, viendo extraordinariamente reducido su poder adquisitivo, por lo que la nueva y la vieja producción industrial no podían encontrar compradores en el mercado. Además, debido a la situación de compromiso que existía en el campo, había muchas regiones del país que se encontra­ ban al margen de las actividades productivas del mercado, etcétera: El escaso poder de absorción de nuestro medio es el mayor obstáculo para el desarrollo de nuestro sistema industrial y para la consolidación de nuestra economía. Hay millares de familias para quienes podrían desaparecer radicalmente del mercado la mayor parte de los artículos de consumo, sin que su vida fuera afectada en lo más mínimo.30 De esta manera, no obstante a la industria con el proceso realidad de la miseria de las como un obstáculo imponente

las grandes posibilidades que se le abrían sustitutivo de las importaciones, la ruda grandes masas trabajadoras se levantaba que era indispensable vencer.

El Estado y la economía La crisis financiera estaba estrechamente ligada con la política mone­ taria del Estado. Los bancos constituyeron uno de los sectores capitalistas que más fácilmente se adaptaron a la situación posrevolucionaria para aprovecharla en su beneficio. Con la convención bancaria de 1924 y la legislación que de ella resultó, los bancos y las instituciones de crédito entraron en estrecho contacto con el Estado y se desarrollaron.31 Durante el prim er año de la crisis, los bancos fueron un sector económico poco afectado, en relación con los demás. La crisis de la economía iredujo cada vez más los campos de acción de las instituciones de crédito, pues la atmósfera económica no prometía muchos beneficios y por ello se dedi­ caron a especular con la moneda. Esta especulación se fue intensificando hasta que “se abrió una brecha en sus trincheras” y los banqueros fueron lanzados, con la depreciación de la moneda, al vórtice de la crisis.*2 Desde mediados de 1930, la moneda de plata empezó a depreciarse. Esto era un efecto directo de la crisis de la minería, la industria, la agri­ cultura y el comercio, que disminuyó considerablemente las operaciones mercantiles. Gomo consecuencia cierta cantidad de moneda de plata no pudo seguir circulando, pues ya era innecesaria para el mercado, y fue acumulándose. La situación se agravó por la dem anda de dólares para la importación de los productos agrícolas que la pérdida de las cosechas hicieron necesaria y por la reducción de la entrada de esa divisa, moti­ vada por la crisis de todo el sector de la economía orientado hacia la exportación. Como los dólares se compraban con la plata, que en esos 18

momentos abundaba, se produjo la baja de la moneda.83 Para detener esa baja, el gobierno creó, a principios de 1931, una Comisión Reguladora de Cambios, cuyo objeto era mantener el valor del peso. Sin embargo, ésta pronto se vio obligada a abandonar tal labor, y a partir de entonces la moneda cayó progresiva y aceleradamente. L a crisis de la moneda de plata estaba íntimamente relacionada con todo el sistema monetario imperante en el país. Existía un bimetalismo —oro y plata— según el cual la moneda de plata se consideraba comple­ m entaria de la de oro. Como cada uno de esos metales tenía su propio valor estaban sometidos a las oscilaciones del mercado mundial, era ine­ vitable que existieran constantes disparidades en la expresión de los pre­ cios de un metal al otro y en la expresión de los precios de las mercan­ cías. El descenso de la plata y las grandes acuñaciones de moneda de plata que caracterizaban la política inflacionista de los gobiernos posrevo­ lucionarios, destinadas a cubrir el presupuesto gubernamental, así como los gastos impuestos por las rebeliones militares contra los gobiernos de Obregón y Calles, transformaron a la moneda complementaria, de manera progresiva, en fundamental, desplazando al oro en las transacciones del mercado, aunque éste seguía utilizándose. Así la plata quedaba en desnivel en relación con el oro.34 D urante el mes de mayo de 1931, la moneda de plata bajó más aún en relación con el oro, lo que se tradujo en la precipitada sustitución de aquélla por la moneda de oro y en el consiguiente atesoramiento de ésta. L a Secretaría de Hacienda adoptó medidas de emergencia consistentes en acordar con los bancos un sistema de cotizaciones uniformes de la m oneda que serían respaldadas por el gobierno, y en la compra, a partir del 30 de abril, de grandes cantidades de plata, con el propósito de dis­ m inuir el volumen circulante innecesario. Al mismo tiempo, los bancos más importantes de la ciudad de México formaron una “liga” para de­ fender a la moneda de plata y, al igual que el gobierno, iniciaron compras de este metal.36 Sin embargo, tal acción no fue suficiente para detener la irremediable caída de la moneda de plata y, en los dos meses siguientes, los bancos sufrirían una acometida despiadada por parte de la gente, que exigió la devolución de sus depósitos en oro. L a designación del ex-presidente Calles como presidente del Consejo Directivo del Banco de México fue el prólogo que anunció la reforma monetaria del 25 de julio. Ésta dio poder de liberatorio a la plata, prohibiendo sus acuñaciones, y declaró libre la importación y exportación del oro que, según la nueva ley, perdía su función m onetaria y se cotizaba como mercancía. Al mismo tiempo se reestructuraba al Banco de México, suprimiendo todas sus actividades comerciales y destinándolo tan sólo a sus funciones de banco central. La reforma m onetaria no sólo no mejoró el estado de cosas existente, sino que hundió a la economía nacional en una profunda deflación mo­ netaria, que desde fines del mismo año se dejó sentir. De la inflación 19

se pasó a la deflación, y los efectos económicos de esta últim a fueron de un a gravedad extrema, a tal grado que según Pañi' “causó a la nación mayores daños que [ .. .] las dos últimas rebeliones militares” .36 A causa de la desmonetización del oro, la m oneda de plata fue reque­ rida para las operaciones del mercado, pues todas las que antes se hadan en oro ahora debían hacerse en plata. Al mismo tiempo, las deudas que se habían adquirido en oro también se saldaban con plata. De esta forma, al intensificarse la necesidad de la moneda de plata, y con la prohibición de acuñar más, ésta empezó a escasear, lo cual provocó la reducción de los precios, de los salarios, etcétera. L a moneda empezó a ser atesorada, con lo que el faltante de medios de pago se acentuó. Todo esto restrin­ gía el crédito que, a su vez, provocaba “una epidemia de bancarrotas y una intensificación del empobrecimiento general” (Pañi) y también más paros que incrementaban el desempleo y afectaban los ingresos fiscales del gobierno, aminorando el poder de compra y agudizando la crisis eco­ nómica general. Inclusive, se dio el caso de que en varias regiones del país — según las Cámaras de Comercio— , ante la falta de dinero, los comerciantes volvieran al trueque, es decir, al intercambio directo de mer­ cancías.57 Esta aguda crisis deflacionista se habría de superar con la reforma monetaria del 9 de marzo de 1932, llevada a cabo por el nuevo secre­ tario de Hacienda, Pañi, que había iniciado su gestión el 14 de febrero. Pañi había estado en esa secretaría durante los gobiernos de Obregón y Calles; él fue quien realizó la reforma hacendaría de 1924, que propor­ cionó al Estado los recursos necesarios para impulsar su labor de construc­ ción de la infraestructura económica, imprescindible para el desarrollo industrial del país:88 De esta manera, con su experiencia, Pañi pudo rea­ lizar una reforma que detendría la agravación de la crisis monetaria y permitiría mejorar la situación económica general. El objetivo de la nueva reforma era, en términos de Pañi, “haceir cesar la deflación sin caer en la inflación”, para lo cual se inició la acuñación de monedas de plata y de billetes de banco, que fueron puestos en circula­ ción con la esperanza de que también el dinero atesorado volviera a circular. Con estas medidas, la situación económica cambió de inmediato: los precios de las mercancías aumentaron, las quiebras comerciales dismi­ nuyeron, los paros en la industria redujeron su frecuencia, la base dél cré­ dito se ensanchó y el gobierno, aliviado, percibía sus ingresos fiscales con menos dificultad. La m áquina económica reanudó su marcha, el mercado se revitaüzó.B9 Como lo anterior no era suficiente para superar la inesta­ bilidad de la moneda, también se ordenó la constitución de la reserva mo­ netaria, que con la reforma de julio de 1931 era meramente simbólica. Para lograr esto, se acordó que con la diferencia obtenida mediante la acuñación de monedas de plata (es decir: la diferencia entre su valor metálico y el que se le asignaba), se comprara el oro necesario para inte­ 20

grar la reserva. L a política monetaria seguida por el Estado, al devaluar la moneda respecto al dólar, fue un factor importante para atenuar los efectos de la crisis en los capitalistas. Al abaratarse la moneda se cierra el paso a la importación, la cual tiende a reducirse, pues la capacidad de consumo en el mercado mundial se limita. Esto permite que se efectúe un mayor consumo de los productos fabricados en el país y constituye un estímulo para la industria, que se refuerza con la limitación de la competencia extranjera. Asimismo, los costos de producción se reducen al disminuir más aún los salarios de los trabajadores. Esta situación permite que toda la economía orientada hacia el exterior pueda ofrecer sus productos en el mercado internacional a precios reducidos. Al bajar el valor de la moneda, los precios de todos los productos se elevan, con lo cual se incre­ mentan las ganancias de los capitalistas.’40 Este mecanismo que el Estado utilizó, puede muy bien definirse como de “socialización de las pérdidas”, lo que en palabras más claras y directas significa que todo el peso de la crisis económica se hizo recaer en las masas trabajadoras del campo y la ciudád. Éstas habían sufrido duramente la crisis: los despidos masivos, la reducción de los turnos de trabajo, los salarios insignificantes, aunados a la carestía de la vida, las lanzaron a una situación extraordinariamente miserable. La reforma monetaria de 1932 sería un éxito y adelantaría la recuperación económica, pero las masas trabajadoras se verían cada vez más empobrecidas. La crisis de la economía mexicana fue producida esencialmente por la crisis de la economía mundial, aunque antes de que ésta estallara se percibía ya un descenso general en la economía del país. Puesto que los principales sectores de la economía eran dominados por los capitalistas extranjeros, quienes producían según sus intereses particulares, sin impor­ tarles el desarrollo del país,*1 la economía nacional estaba deformada por su dependencia al capital extranjero, es decir, al imperialismo. El Estado mexicano, surgido de la revolución de 1910, se esforzaba por impulsar el desarrollo industrial del país y hacía todo lo que estaba de su parte para ello. Las comunicaciones, las obras de riego, todo lo que constituye la infraestructura económica, esencial para el desarrollo, fue una tarea que los gobiernos de Obregón y Calles se encargaron de impulsar, construyendo también los cimientos de la estructura financiera, indispensable para po­ ner en movimiento la actividad económica. Para hacer todo esto, el Estado dependía de sus ingresos, de los cuales una cantidad considerable provenía de los impuestos a la exportación que pagaban la minería, el petróleo y la agricultura. Como es fácil comprender, la crisis económica, con la crisis del comercio exterior, afectó las finanzas del Estado. En 1930, la diferencia de ingresos en relación a 1929 era de tres millones de pesos, mientras que los egresos aumentaron, y había un déficit de más de 18 millones. T an sólo en el primer semestre de Í931 existía un déficit de 40 21

millones de pesos. Esta situación llevó al gobierno de Ortiz Rubio a re­ ducir sus gastos en la administración pública, los cuales se fueron recor­ tando al máximo, y a disminuir los salarios de los empleados del gobierno, tanto civiles como militares. Todo esto no logró que la diferencia entre los ingresos y los egresos de la hacienda pública disminuyera lo sufi­ ciente hasta llegar a un equilibrio. El déficit se mantuvo.42 En cifras globales, los gastos del gobierno disminuyeron una cuarta parte de 1930 a 1932, con lo que el desarrollo de los transportes y las comunicaciones se vio afectado.43 Tam bién en este campo la reforma monetaria de marzo de 1932 pro­ vocaría resultados favorables. El primer trimestre de ese año se había significado porque el gobierno percibió menos recursos provenientes de los impuestos que en cualquier otro trimestre posterior a 1929. Ante esto, el viraje fue excepcional, pues la reforma fue el punto de partida del aumento de los ingresos fiscales. Esto se traducía en un mayor impulso de la obra del Estado, destinada a desarrollar la industrialización.44 O tra de las preocupaciones fundamentales del Estado era la de crear el “clima de confianza” adecuado, que permitiera que los capitalistas se animaran a invertir en la economía del país, principalmente en la in­ dustria. Se pensaba que el obstáculo mayor para el desarrollo de la in­ dustria era, justamente, la carencia de capitales, y los capitales los tenían sobre todo los inversionistas extranjeros. De aquí resultó que, además de reanudar el pago de la deuda exterior, se suspendiera el reparto agrario.45 Sin embargo, esta política no fructificó a causa de la crisis mundial, y la inversión de capital extranjero disminuyó durante esos años. No volvería a ascender hasta los años cuarenta, con motivo de la guerra mundial.46 2.

LA. CRISIS Y LOS TRABAJADORES

La dispersión sindical La crisis económica afectó gravemente a los trabajadores, quienes, cuan­ do estalló se encontraban en una situación extremadamente crítica. Los trabajadores venían de una época de intensas y sangrientas luchas que ha­ bían culminado con la desorganización del movimiento obrero indepen­ diente y con la ruda sujeción de los trabajadores por la Confederación Regional Obrera Mexicana (C R O M ), organización apoyada decisivamente por el nuevo Estado que se había empezado a estructurar a partir del triun­ fo de la revolución de 1910. En efecto, el Estado asumió una política de conciliación de clases, cuyo fin esencial era fortalecerse a sí mismo e impulsar el desarrollo industrial del país. Para lograr esto, los gobiernos posrevolucionarios se preocuparon por controlar al movimiento obrero, el cual había de servirles como una importante base social de apoyo y como un instrumento contra los secto­ 22

res sociales privilegiados que se oponían al régimen, para exigirles su colaboración en la tarea de desarrollar la economía nacional. Asimismo, el control del movimiento de los trabajadores era esencial para el Estado, pues así podía regularlo y evitar que se desencadenara en forma tal que se pudiera convertir en una fuerza perturbadora que hiciera peligrar el nuevo orden en construcción. Tal política se instrumentalizaría, justamente, con la CROM . Esta organización, dirigida por Luis N. Morones, se desarrolló durante los años de 1920 a 1928, bajo la protección y el estímulo de los gobiernos de Obregón y Calles. D urante el periodo de este último, Morones se con­ virtió en secretario de Industria, Comercio y Trabajo, y aprovechó el puesto para aglutinar a núcleos cada vez más amplios de obreros, los cuales proporcionarían a la CROM una fuerza incomparable. La CROM , que contó siempre con la ayuda del Estado,47 respondió a ese apoyo subor­ dinando a los trabajadores e integrándolos a la política oficial. Asumió sin reservas la política de conciliación de clases,48 con lo que se convirtió en enemiga mortal de todos los sectores obreros que no compartían esa política y que se mantenían independientes de los designios moronistas y del Estado. Así, desde inicios de 1925 se empieza a reprimir y someter intensamente al movimiento obrero independiente, y se estrecha más aún la dominación de los sindicatos adheridos a la C RO M mediante el control de las huelgas por parte de la dirección moronista 49 A través de la Secre­ taría de Industria y de las Juntas de Conciliación y Arbitraje, la CROM se lanzará reforzada contra los sindicatos independientes, declarando ilega­ les sus huelgas, saboteándolas con esquiroles, corrompiendo a los líderes independientes menos consistentes para que dividieran sus organizaciones. De repente, el movimiento obrero se veía sumergido en “una etapa de terrorismo” que envolvió a todo el país.50 Cuando tales medidas de la C RO M y de la Secretaría de Industria no bastaban para someter a los obreros “rojos” — como les llamaban—, entonces el Estado recurría al ejército. L a década de los veinte se caracterizó, en el movimiento obrero por los sangrientos choques entre trabajadores y soldados. La política que la C R O M y el Estado llevaron a cabo para someter a los obreros inde­ pendientes, sin una dirección propia, pero dispuestos a defenderse, fue despiadada. Los obreros rojos respondieron con todas sus fuerzas a la ofensiva: huelgas que se combinaban con mítines, manifestaciones, en­ frentamientos con los esquiroles y los grupos de choque moronistas, la represión aniquiladora del ejército. Los obreros se defendieron con todas sus fuerzas, fuerzas que cada vez se iban minando más. Estos sucesos ca­ racterizaron esa época en que la CRO M se impuso en el movimiento obrero, con la ayuda y el estímulo del Estado. Los trabajadores autóno­ mos “rojos”, resistieron encarnizada y heroicamente, pues estaban deci­ didos a conservar su independencia; pero su energía y decisión no fueron suficientes y la C RO M y el Estado los dominaron.*1 23

Había sido un largo periodo de luchas de resistencia que se tradujeron en sangrientas derrotas. Al final de los años veinte, el movimiento obrero independiente se encontraba mortalmente herido. En tales circunstancias, la crisis económica encontró al movimiento obrero sin fuerzas, desmoralizado, sin confianza en ninguna organización sindical ni en su energía propia. Unos obreros arrastraban su derrota y otros, aquellos que habían sido adheridos a la C RO M por sus líderes, es­ taban agobiados por los métodos moronistas, independientemente de que empezara la caída de la CROM. La crisis económica afectó el nivel de vida de los trabajadores y los lanzó a la miseria, aumentando su desmoralización y sumergiéndolos en un estado de postración sin precedentes. Esto se entiende si analizamos la manera en que se manifestó la crisis en la condición de las masas tra­ bajadoras. Como lo hemos podido observar, las primeras y más graves consecuencias del colapso económico para la clase obrera y los jornaleros agrícolas fueron el desempleo, los reajustes de millares de trabajadores que las empresas llevaron a cabo para atenuar sus dificultades económi­ cas, tanto en la minería como en el petróleo, en la agricultura como en la industria, en el comercio como en las oficinas públicas. El Estado, en su afán de ayudar a los capitalistas a defenderse de la crisis, apoyó comple­ tamente esa medida, lo cual hizo que en 1931 el volumen del desempleo se elevara a 287 400 personas y alcanzara al año siguiente la cantidad de 339 300 que conformaba el 7% de las fuerzas productivas con que contaba nuestra economía durante esos años,52 La reducción de turnos de trabajo, además de la clausura de fábricas y otras empresas, fue uno de los méto­ dos adoptados por los empresarios, para reducir una producción super­ abundante desde el punto de vista de la estrechez del mercado. Todo este inmenso ejército de reserva, creado por la suspensión de las actividades de las fábricas y la reducción de los turnos de trabajo, benefició natural­ mente a los patrones, pues al presionar sobre el mercado de fuerza de trabajo permitieron que los salarios de los trabajadores que aún se encon­ traban frente a sus máquinas, en el fondo de la mina, sembrando o le­ vantando la cosecha, o en el seno de otras empresas, vieran disminuidos sus salarios de un modo tal que no era suficiente para su sostenimiento y el de sus familias. Pero dentro del complicado mecanismo del empo­ brecimiento de la clase trabajadora, existía además otro resorte que ayu­ daba a los capitalistas a reducir sus pérdidas a costa del obrero: la dis­ minución del tiempo de trabajo destinado a la producción, dentro de los mismos tumos reducidos. Esto es: si antes de la crisis existían en las fábricas tres tumos de ocho horas cada uno, ahora había solamente uno o dos de sólo cuatro o seis horas. Todo este mecanismo armado por la burguesía con la tolerancia y ayuda del Estado, se convirtió en un pode­ roso instrumento de “socialización de las pérdidas” y de acumulación de capital, vivificado mediante la superexplotación del trabajo. No otra cosa 24

significaba la fuerza de trabajo barata, Jos salarios miserables con los que capitalistas extranjeros y nacionales retribuían el trabajo de los obreros mexicanos.53 L a pérdida de las cosechas que caracterizó a la crisis de la agricultura, aunada a las dos devaluaciones monetarias que el Estado realizó con el claro propósito de “socializar las pérdidas” de la crisis, protegiendo a los empresarios e impulsándolos a reanudar la producción de una manera más racional, elevó considerablemente el costo de la vida de las grandes masas trabajadoras, con lo que se incrementó la superexplotación del tra­ bajo que el conjunto de los industriales, comerciantes, etcétera, realizó durante esos años. Que el Estado fue participante activo en esa política de empobrecimiento de los trabajadores-acumulación de capitals lo prue­ ban no sólo las reformas monetarias y las facilidades para que las empre­ sas reajustaran a los trabajadores, sino también el hecho de que el gobier­ no llevó a cabo un plan de reorganización de los Ferrocarriles Nacionales, dirigido por el ex-presidente Calles —el “jefe máximo”—, que tuvo como consecuencia el despido de la increíble cantidad de once mil trabajadores ferrocarrileros, quienes fueron arrojados al ejército de reserva.154 O tro de los factores que vinieron a agravar la crisis económica y au­ m entar el desempleo fue la repatriación de mexicanos, procedentes sobre todo de los Estados Unidos. La repatriación —escribe Moisés González Navarro— fue dejando una cauda de miseria a lo largo de las poblaciones por Jas que atraviesan los ferrocarriles.65 Para evitar que se convirtieran en un elemento explosivo, el gobierno concentró a muchos de esos deportados en haciendas agrícolas organiza­ das especialmente, pero no tardaron en fracasar, pues la mayoría de ellos eran trabajadores industriales y terminaron emigrando a las grandes ciu­ dades. El número de los que se reintegraron al país durante aquellos años fue de 69 570 en 1930, 124 990 en 1931 y 80 648 en el último año de la crisis: 1932.®° No sólo los trabajadores repatriados terminaron por en­ caminarse hacia las zonas urbanas. Miles de campesinos, de jornaleros agrícolas, abandonaron también el campo, emigrando a las grandes ciuda­ des en busca de otros medios de subsistencia que les permitieran aumentar su raquítico nivel de vida. Los medios de comunicación que el Estado venía construyendo fueron un estímulo que animó a los jornaleros misera­ bles a romper con su medio ancestral e introducirse en el mundo anta­ gónico de la ciudad.57 L a migración interna durante esos anos fue con­ siderable e hizo que la población total de las ciudades aumentara, provo­ cando la disminución de los habitantes de las zonas rurales del país.58 Tal fenómeno tendría una importancia fundamental en la política que el gobierno del general Cárdenas desplegaría, pues contribuía a desarro­ 25

llar una sociedad de masas que iba a constituir la base material para las movilizaciones obreras características de la segunda m itad de la década de los treinta. Los campesinos llegados a las ciudades, al convertirse en obreros, serían u na masa muy maleable, pues su falta de experiencia en la lucha sindical y su real mejoramiento de nivel de vida, en relación con el del campo, habría de convertirlos en un sector social satisfecho que contribuiría a romper más aún las resistencias de los obreros industriales al dominio del Estado. Toda esa crítica situación repercutió también en la organización de los trabajadores. El inicio del desmembramiento de la C RO M coincidió con la crisis económica. L a todopoderosa CROM , la organización totali­ taria que virtualmente había aniquilado todo movimiento obrero indepen­ diente, empezó a declinar a finales del gobierno de Calles, que le había otorgado todo su poder. La lucha entre las fracciones que dominaban el Estado, encabezadas por Calles y Obregón, conduciría, al morir éste últi­ mo, al sacrificio por parte de Calles de ese importante aparato de domi­ nación política que constituía la CROM . En 1928 estaban en juego .dos perspectivas que podrían impulsar o detener el desarrollo del país: la primera era la representada por Obregón, que significaba la continuidad del caudillismo característico del inicio de los gobiernos posrevoluciona­ rios;59 la segunda, que representaba el presidente Calles, estaba orientada hacia la consolidación institucional, la legitimación y la imposición de las instituciones que, sobre todo durante su gobierno, se habían venido desarrollando trabajosamente, las cuales conducían a la centralización del poder político en el Estado, superando la fragmentación territorial, eco­ nómica y política que definía al México posrevolucionario.00 Es evidente que esta última perspectiva era la que requería el desarrollo que había alcanzado el país, pero es seguro que el nuevo gobierno de Obregón, aun­ que con reticencias, habría tenido que seguir la senda que él mismo había ayudado a abrir. La CROM , como fuerza de apoyo esencial de Calles, chocó con Obre­ gón, lo que marcó su declinación definitiva. Los ataques y acusaciones que recibiría con la muerte del caudillo, en una situación política de aguda crisis, obligaron a Calles, no obstante el enorme poderío que enton­ ces adquirió, a facilitar, al romper con ella, el golpe de muerte a la CRO M .61 Es evidente que Calles no rompió de manera voluntaria con la CROM , sino que se vio obligado a ello ante la incontenible presión de los sectores obregonistas. Con esto, Calles se sacudía el desprestigio de Morones y de los métodos de la CROM , que entonces eran violentamen­ te denunciados por los obregonistas, pero en realidad nunca rompería en definitiva con Morones. El presidente provisional, Portes Gil, enemigo acérrimo de la C RO M desde sus tiempos de gobernador de Tamaulipas, desplegó una lucha a fondo contra la organización y esto sería un catali­ zador de la descomposición de la misma.62 A pocos días de la acometida 26

contra la CROM , ésta empezó a sufrir la escisión de contingentes obre­ ros, que proseguiría lenta pero casi de modo ininterrumpido. La renuncia del líder Vicente Lombardo Toledano, el 19 de septiembre de 1932, fue un acontecimiento trascendental que aceleró la disolución de la que fuese central hegemónica en el movimiento obrero, pues la abandonaron fuer­ tes núcleos que simpatizaban con Lombardo.63 La C RO M había sido duramente golpeada, el Estado que le había per­ mitido y facilitado asumir enormes fuerzas la aniquilaba ahora, reducía su poder. Con esto, el Estado perdía un aparato formidable que le había permitido sujetar a su arbitrio a los trabajadores, aunque algunas orga­ nizaciones sindicales, sustraídas a la influencia moronista, proclamaron su fidelidad al gobierno, como es el caso de la entonces recién constituida — con elementos cromianos— Federación Sindical de Trabajadores del Distrito Federal, dirigida por Fem ando Amilpa, Fidel Velázquez y Jesús Yurén.*4 Si bien fue importante el papel que jugó el gobierno en el des­ membramiento de la CROM , influyó también el descontento contra los métodos moronistas entre los trabajadores. La declinación de la C RO M significó la desintegración de los núcleos obreros que antes se encontraban bajo su égida, pues si bien algunas orga­ nizaciones se vincularon en la nueva FSTDF, otras prefirieron mantenerse aisladas.65 La mayor parte de los intentos de unificación fracasaron, y el movimiento obrero entró en una franca etapa de dispersión y desor­ ganización. Es natural que esto se tradujera en desmoralización y des­ confianza entre los trabajadores. En estas condiciones en extremo depri­ mentes, la crisis económica, con su cauda de miseria y superexplotación, hundió más aún a la clase obrera en el profundo abismo en el que había caído. Nunca los trabajadores mexicanos habían padecido una situación como la que entonces vivían. En uno de los momentos más agudos de la crisis, precisamente después de la catastrófica reforma m onetaria de 1931, Lombardo Toledano resumía tal situación con las siguientes palabras: Hoy todo es opaco, todo es gris, todo es oscuro, en dondequiera se respira un ambiente de desconcierto, de pobreza, de decaimiento, de concupiscencia.*13 La Confederación General de Trabajadores (C G T ), que había sido uno de los motores de la lucha de resistencia de los obreros rojos, se en­ contraba con sus fuerzas mermadas, debilitada y en proceso de descompo­ sición política. L a Confederación Sindical U nitaria de México, organizada por los comunistas a principios de 1929, había sido reprimida y lanzada a la clandestinidad cuando apenas daba sus primeros pasos. Las organi­ zaciones campesinas se habían extinguido en la mayor parte del país.67 La atomización obrera, la frustración y el desencanto de las masas trabajado­ ras envolvían al país. El único punto luminoso que se percibía era éste: 27

todas las amarras de control y sujeción echadas por la C R O M y el Estado durante los años anteriores fueron rotas por la acción corrosiva de la crisis económica. Sin embargo, los trabajadores carecían de fuerza para levan­ tarse y reanudar su marcha independiente. A tal estado del movimiento obrero se aunó la persecución política, que en esos años también se desencadenó contra los pocos obreros y cam­ pesinos que se mantenían firmes y protestaban. Los sindicatos organizados por los comunistas, en la Confederación Sindical U nitaria de México (C S U M ), fueron reprimidos y disueltos. El partido comunista fue lanza­ do a la clandestinidad, su periódico clausurado y sus dirigentes enviados a las Islas Marías. Los campesinos, que habían sido importante apoyo del gobierno durante la rebelión escobarista, y estaban influidos por el PCM, empezaron a ser desarmados, y se asesinó a varios de sus dirigentes.68 En un panorama tan crítico era natural que las huelgas obreras dismi­ nuyesen enormemente. El desempleo — que alejaba a los obreros de su fábrica—, las reducciones de tiempo de trabajo, los salarios bajísimos, la desorganización sindical, la desmoralización obrera, todo se conjugó para colocar a las masas trabajadoras en un estado de postración que difícil­ mente podía situarlas en posición de luchar denodada y firmemente con­ tra los capitalistas.69 En tan deprimente estado de cosas, los obreros no pudieron ejercer ninguna influencia en la elaboración de la Ley Federal del Trabajo, que entonces empezó a funcionar. Desde el proyecto de Portes Gil discutido en 1929, se observaba que lo que se hacía era reglamentar la política de conciliación de clases que en el artículo 123 de la Constitución había quedado consignada. En medio del colapso económico, el Estado se preo­ cupaba por hacer más nítidas las relaciones que regularían a los obreros y patrones, con lo cual pensaba construir una base firme para el impulso al desarrollo capitalista del país. Ello permitiría la institucionalización de las luchas entre el capital y el trabajo: Será entonces la ley la que defina estas dificultades y conflictos, vinien­ do de este modo a normalizarse la vida industrial de la república. El capital, teniendo seguridades, ampliará sus inversiones, modernizando su maquinaria y su organización. El trabajo, asegurado en sus derechos humanos, mejorará su eficiencia y se logrará el florecimiento de nues­ tra industria, porque estos hechos vendrán a concurrir, esencialmente, en la disminución del precio de costo. Se planteaba también la necesidad de que los obreros “parasitarios” que no colaboraran en la producción, y los patrones que atesoraban su dinero o lo dedicaban a actividades no productivas, se sumaran al esfuer­ zo de írnpidsar la industrialización.70 Fácilmente se ve que la promulga­ ción de la Ley Federal del Trabajo era parte fundamental de la política 28

que el Estado siguió durante los años de la crisis: el mejoramiento de las condiciones — las ‘‘garantías”— que permitieran a los capitalistas explo­ tar los recursos del país, sobre todo a la fuerza de trabajo, para hacer avanzar a México por el camino de la industrialización. Esto lo empe­ zaban a comprender los patrones, quienes desarrollaron una amplia cam­ paña de propaganda en la cual asumían la política de conciliación de cla­ ses, que muchos beneficios les había asegurado en los años anteriores y de la que esperaban muchos más. La demagogia reformista, con algunos tonos radicales, que caracterizaba al gobierno, demagogia que ni en esos años de violenta explotación de los obreros dejó de utilizarse, contaba menos que los reales beneficios percibidos por los industriales, los comer­ ciantes, los banqueros y demás sectores privilegiados. L a protección y ayuda que el Estado venía otorgando a éstos para atenuar los efectos de la crisis económica, hablaban más claro que la demagogia populista más refinada.71 Algunos consideraban que el código de trabajo debería significar “la definitiva terminación de la lucha” entre obreros y empre­ sarios, pues la conciliación de clases se impondría por encima de todos los intereses sociales particulares.712 Pero bien hemos visto que tal política de conciliación de clases no los beneficiaba a todos, pues había y ha servido únicamente para promover el desarrollo industrial del país. La Ley del Trabajo, que expresaba esa política, limitaba el derecho de huelga de los trabajadores, sometiendo los sindicatos a la fiscalización del Estado a través de la Secretaría de Indus­ tria y de las Juntas de Conciliación y Arbitraje. Así, un virtual arbitraje obligatorio quedaba consignado en el texto de la ley y, con la cláusula de exclusión, se sentaban las bases para el dominio y la manipulación de los obreros mediante minorías burocráticas apoyadas por el Estado.78 El despertar popular La crisis económica alcanzó en México su clímax a mediados de 1932. A partir de 1929, la economía nacional se había sumergido en una aguda depresión que abarcaba todas las actividades económicas. Ahora la situa­ ción empezaría a cambiar. Paulatinamente, y con diferentes ritmos en los diversos sectores, las actividades productivas y mercantiles se irían resta­ bleciendo y recobrarían su vigor.74 La política monetaria y fiscal del Estado, expresada en la reforma monetaria de 1932, contribuyó a acele­ rar el inicio de la recuperación económica del país.7® En la minería, la recuperación fue lenta, accidentada, dependiente en mucho de la situación del mercado mundial, particularmente del mercado estadounidense. En este sector, como en ningún otro, los empresarios po­ nían sus esperanzas de mejoría en el inminente restablecimiento de la economía internacional, pues como industria de exportación que era, mientras la capacidad de consumo de sus habituales mercados prosiguiera mermada, difícilmente podría reanudar normalmente sus actividades pro­ 29

ductivas.7,6 D urante 1932 la producción minera alcanzó su punto más bajo, pero en el siguiente año la minería empezaría a elevarse, impulsada principalmente por la política inflacionista que el presidente norteameri­ cano Roosevelt comenzó a aplicar para ayudar a sacar a su país del abis­ mo económico. L a reanimación de la actividad industrial en Estados Unidos produjo una mayor dem anda de los productos mineros, con lo que nuestra producción empezó a aumentar. Las minas que habían lo­ grado capear la tormenta económica intensificaron sus actividades pro­ ductivas; muchos fundos mineros paralizados por la crisis empezaron a ponerse en condiciones para ser explotados; otros reiniciaron sus trabajos de inmediato. Los bajos costos de extracción de los productos mineros, debidos especialmente a los raquíticos salarios, animaron a los empresarios a desarrollar enormemente la producción, pues les prometía jugosas ga­ nancias. Los altos precios de los metales, efecto de la devaluación artifi­ cial del dólar y de los salarios obreros reducidos, fueron determinantes en la recuperación minera. Aunque con altibajos y temores de un nuevo de­ caimiento, la crisis minera comenzó a superarse a partir de 1933.77 El petróleo, como la minería, también alcanzó su sima en 1932, y tam ­ bién inició su lenta recuperación en 1933. Las principales empresas petro­ leras incrementaron sus ventas para el consumo interno, el cual creció estimulado por la política de construcción de carreteras que el gobierno venía desplegando y por el incipiente desarrollo industrial que provocaba la sustitución de importaciones. El alza de precios de los productos petro­ leros hizo que las empresas intensificaran en cierta medida sus trabajos, aunque las condiciones del mercado mundial no permitían que la pro­ ducción se expandiera de modo similar al de la minería. No obstante, la industria petrolera comenzó a revitalizarse.7S L a mejoría del petróleo y la minería tenían que repercutir favorable­ mente en la agricultura. La reapertura y la ampliación del trabajo en las minas y en la industria petrolera significaban un aumento —aunque míni­ mo— de la capacidad de consumo de los productos agrícolas destinados a la alimentación: eran más los obreros empleados y, por consiguiente, eran más los que volvían a percibir salarios. L a demanda de mercancías agríco­ las en las regiones mineras, y en parte en las zonas petroleras, se volvió cada día más importante.79 Pero si bien las condiciones de la agricultura mejorarían, en realidad ésta no podía salir de la crisis a causa de la misma base estructural en que se cimentaba. Independientemente del aumento del consumo de los productos agrícolas, los rendimientos de la agricultura eran extraordina­ riamente bajos, debido a la persistencia del latifundismo, que tenía mucho de improductivo. L a producción agrícola seguía siendo más baja que antes de la revolución de 1910, no obstante que el país veía aumentado el número de habitantes. Los cientos de miles de jornaleros agrícolas, su­ jetos a un jornal precario, o inclusive carentes de él a causa del desempleo, 30

vivían una vida paupérrima, alimentándose raquíticamente y sin posibili­ dades de consumir los productos de la industria, ni de contribuir a aum entar las labores agrícolas que habían de cubrir las crecientes necesi­ dades del país. Esto no permitía el desarrollo industrial y era un enorme lastre.80 La agricultura saldría de la crisis sólo cuando se transformara en un sector moderno de la economía, que además de cubrir las necesidades del país, convirtiera al campo en un gigantesco mercado para los pro­ ductos industriales, y en cantera inagotable de fuerza de trabajo destinada a las fábricas. Esto sólo podría lograrse mediante una efectiva reforma agraria. Abelardo Rodríguez rectificaría la política de Ortiz Rubio y reanudaría débilmente el reparto de tierras, pero esto fue más que nada una. medida política para contener la insurgencia campesina.81 A diferencia de la minería y el petróleo —para no hablar de la agri­ cultura—, la recuperación de la industria de transformación fue impor­ tante y se comenzó a percibir en los últimos meses de 1932. Gomo buena parte de la capacidad productiva de la industria dejó de ocuparse —cie­ rre de fábricas, reducción de turnos, tiempo de trabajo disminuido—, las mercancías acumuladas fueron vendidas poco a poco, haciéndose ne­ cesarias algunas más, sobre todo en las regiones en donde la minería y el petróleo, al aum entar sus contingentes obreros, crearon cierta capacidad de consumo. El aumento del precio de los productos habitualmente im­ portados reforzó el mecanismo de la sustitución de importaciones, lo que a su vez estimuló la fabricación de productos industriales destinados al consumo interno. La industria textil resultó una de las más beneficiadas.52 Nuevas industrias se empezaron a desarrollar bajo la protección y el estímulo del Estado.'83 Gomo en la minería, las fábricas empezaron a aumentar sus turnos y su tiempo de trabajo, y algunas que habían sido clausuradas volvieron a abrir sus puertas e iniciaron la producción de mercancías, con lo que muchos obreros volvieron a reunirse en sus centros de trabajo. En esto tuvieron una gran importancia los salarios de los trabajadores, los cuales se m antenían bajos debido a la presión del desempleo, de manera que, al reducirse el costo de producción, los empresarios industriales aumentaban sus ganancias. Sin embargo, la contradicción que envolvía a la industria seguía sin resolverse e incluso se agudizaba: las potencialidades de la pro­ ducción industrial se veían atajadas por un mercado raquítico que sólo permitía que se vendieran cantidades reducidas de mercancías; si bien empezaban a ocuparse muchos obreros en las actividades productivas, esto todavía no era suficiente para que la industria progresara sobre bases firmes; los ínfimos salarios que, mediante la superexplotación, permitían mayores ganancias a los capitalistas, al mismo tiempo impedían que el poder adquisitivo de las masas aumentara lo suficiente para que la indus­ tria se pudiera desarrollar. Y la capacidad de compra de los campesinos, decisiva porque éstos constituían las dos terceras partes de la población, se 31

reducía —aparte la alimentación— a insignificantes adquisiciones perió­ dicas de m anta o de otras telas baratas, para renovar su vestimenta. La reanimación de la industria de transformación, al consumir materias productivas y materias primas (sobre todo algodón), contribuyó a mejorar la situación de la industria extractiva y de la agricultura, que pudieron venderle algunos de sus productos. Al mismo tiempo, tanto la minería como el petróleo, la industria como la agricultura, impulsaron la produc­ ción de energía eléctrica, para echar a andar su m aquinaria o, en el caso de la agricultura, para el bombeo del agua que a veces se hizo necesario.84 La mejoría de la producción en esos sectores, al incrementar el comercio, aumentó también el movimiento de las mercancías, principalmente a tra­ vés de los ferrocarriles, que vieron ampliados sus ingresos.85 1932 fue también una fecha crítica para el comercio exterior del país. Las importaciones y exportaciones, que habían venido disminuyendo desde el estallido de la crisis, alcanzaron su nivel más bajo, y a partir de en­ tonces empezaron a ascender, sobre todo las exportaciones.88 La causa fun­ damental de dicho mejoramiento de nuestro intercambio internacional de mercancías se debe al alza de precios de los productos que se exportaban a los Estados Unidos, país que, como hemos señalado, absorbe la casi totalidad de los minerales y metales que se extraen de las minas del país, la totalidad de las fibras duras y suaves, y también gran parte de la pro­ ducción de petróleo. Al depreciarse el dólar por la política de Roosevelt, los precios de tales artículos se elevaron; y la diferencia entre nuestra moneda y el dólar también estimuló la salida de mercancías hacia el ex­ tranjero. Asimismo, el alza de los precios de los productos norteameri­ canos contribuyó a la reducción de las importaciones.87 D urante los dos primeros años de la recuperación económica aumentaron las importacio­ nes de minerales, máquinas, aparatos y herramientas y vehículos. Los re­ dactores de la revista del Banco Nacional de México hacían notar que se había importado maquinaria industrial con la cual se creó un buen número de pequeñas fábricas. Los vehículos comprados en el exterior expresaban el aumento de carreteras y del transporte de mercancías en camiones de carga.88 Toda esta situación acarreó, naturalmente, la inten­ sificación del comercio dentro del país. Prevalecía, sin embargo, el obs­ táculo material de la insuficiencia de los m edios de comunicación, ■pues muchas regiones se encontraban aisladas, ya que ni los ferrocarriles ni las carreteras desembocaban en ellas. La deficiencia de muchos caminos hacía que el transporte de mercancías se suspendiera en la época de lluvias (junio-septiembre), pues atravesaban praderas que se volvían intransita­ bles, laderas de montañas o lechos de ríos que en otras temporadas se encontraban casi secos. Esta situación hacía difícil el transporte, y las mercancías corrían el riesgo de perderse.89 El Estado combatía el proble­ m a intensificando la construcción y el mejoramiento de carreteras. Como lo hemos examinado, la política inflacionista que el Estado asu­ 32

mió con la reforma monetaria de 1932 trajo efectos positivos para las actividades económicas. En 1933 tal política intensificó sus efectos estimu­ lando la producción y contribuyendo a elevar el costo de la vida en mayor proporción que durante los momentos más graves de la crisis económica. Pero no sólo los bajos salarios aumentaron las ganancias de los capita­ listas y empobrecieron más a los trabajadores. Los empresarios ofrecieron sus productos al mercado a precios que progresivamente se elevaban, casi sin interrupción, durante los dos primeros años de la rehabilitación eco­ nómica (1933-34). Las mercancías caras eran justamente aquellas que las masas trabajadoras consumían para su subsistencia, tanto vegetales (maíz, frijol, chile, manteca, etcétera) como industriales, sobre todo te­ las.90 Esta alza de precios se debió en lo esencial a la inflación provocada por el Estado, pero los artículos subieron también a causa de los monopo­ lios que organizaron algunas agrupaciones de hacendados o grandes pro­ ductores agrícolas, los cuales acaparaban y manipulaban la oferta dé al­ gunos productos alimenticios. En agosto de 1933, la revista de los banque­ ros señalaba que se estaban elevando artificialmente los precios del azúcar, la sal, el café, el arroz y otros.91 Más tarde se organizó una asociación de productores de trigo, dentro de la cual se pretendía agrupar tanto a los hacendados como a los pequeños productores. Esta asociación se formó bajo el patrocinio del Estado y los resultados fueron el control y la ma­ nipulación de la cosecha de trigo. También se hicieron trabajos para organizar una similar asociación de productores de arroz y en todas las regiones productoras de este cereal se organizaron asociaciones locales.92 Como podemos observar, la especulación con los productos básicos para la subsistencia de las amplias masas de trabajadores entró en una fase en la cual se perfilaban elementos monopólicos. Todo esto, además del no artificial juego entre la oferta y la demanda, aunado a la política inflacionista del Estado, contribuyó, junto con los salarios raquíticos, a hacer más difícil la condición de los trabajadores. L a lógica interna de la recu­ peración económica sentaba las bases para el retorno de la depresión, pues al golpearse de tan despiadada manera a las masas, se les arruinaba. De esta forma, la misma producción agrícola e industrial intensificada estaba aniquilando las bases del mercado que imprescindiblemente reque­ ría para poder avanzar, ampliarse y lograr su consolidación. L a recupe­ ración económica había logrado impulsar a la industria e intensificar todas las actividades productivas, aumentando la riqueza del país,98 pero al mismo tiempo sometía a los trabajadores a la superexplotación, Pero a diferencia del estallido de la crisis, la recuperación económica no aumentó la pulverización del movimiento obrero, no aceleró la desor­ ganización sindical ni frustró más a los trabajadores, ni mucho menos los hundió en la desmoralización. No; los efectos de la recuperación econó­ m ica en los trabajadores fueron radicalmente distintos. La reanudación de la producción, con el aumento de tumos y del tiem­ 33

po de trabajo que implicó, empezó a revitalizar a los obreros, quienes volvían a tener en sus manos la m áquina económica; el funcionamiento de las fábricas y las minas, de los pozos petroleros y los trenes, al hacerle intuir su fuerza latente, reavivó a la clase obrera, que otra vez se empe­ zaba a sentir con energías para sobreponerse al colapso económico y en­ frentar a los patrones que la explotaban sin mesura. Cada fundo minero reincorporado a la producción, cada factoría rescatada del enmohecimiento, cada tren aceitado y empujado sobre sus rieles, se traducía en una enorme acumulación de fuerza potencial del proletariado. Ya no se tra­ taba del debilitamiento progresivo, la sustracción de cientos de miles de obreros y jornaleros agrícolas de las actividades productivas. El nuevo estado de cosas creaba las condiciones que permitirían que se desarrollara un proceso inverso al que el golpe de la crisis había desatado: la super­ explotación del trabajo en el contexto de la producción renovada no au­ mentó la desorganización de los trabajadores sino que por el contrario trajo consigo el descontento y la protesta obrera. L a situación se había vuelto intolerable y algunos sectores de la clase dominada empezaron a movili­ zarse. La reorganización del movimiento obrero sustituiría a la anterior dispersión; la languidez proletaria se transformaría en auge de la lucha de clases. L a reorganización de los trabajadores fue impulsada principalmente por ex-miembros de la CROM , quienes habían compartido la política que ha­ bía caracterizado a esa central. Tal es el caso de Lombardo Toledano, cuya influencia e importancia en la dirección del movimiento obrero au­ mentaría cada vez más. Asimismo, el partido comunista había venido propugnando, a través de la CSUM, la unidad de obreros y campesinos, e incluso constituyó un Comité Pro-Unidad Obrero-Campesina que fun­ cionó hasta fines de 1934.04 No obstante esto último, en realidad sería Lombardo el dirigente más destacado y quien lograría unificar a impor­ tantes núcleos obreros. L a influencia de los comunistas era sumamente reducida y la situación de ilegalidad en la que el gobierno los había su­ mergido no facilitaba su acción, e incluso serían duramente combatidos por Lombardo y sus organizaciones. Sin embargo, ni la tendencia representada por Lombardo ni la de la CSUM fueron las que en realidad iniciaron la reorganización sindical, que podemos ubicar el 13 de enero de 1933, con la constitución del Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana. Al integrar a las diversas agrupaciones que existían entre los obreros ferroviarios, supe­ rando al fin el gremialismo que los había caracterizado, este primer sin­ dicato único de industria se convirtió en un im portante precedente para la posterior estructuración del movimiento obrero, pues mostraba una teíidencia a la centralización que cohesionaba a los trabajadores y les permitía enfrentarse a la empresa ofreciendo un frente unificado y, por lo mismo, poderoso.95 34

L a organización de la C RO M depurada, la quiebra de la Cám ara del Trabajo, la constitución del Comité Coordinador del Congreso Obrero y Campesino, fueron acontecimientos muy importantes del proceso de reor­ ganización sindical, y desembocaron en la organización de la Confedera­ ción General de Obreros y Campesinos de México (C G O C M ). L a Cá­ m ara del Trabajo del Distrito Federal se había organizado el 11 de sep­ tiembre de 1932, caracterizándose por ser una entidad dependiente, ligada de modo estrecho al partido oficial y promovida por éste, mediante la cual el Estado intentó recobrar su perdido control del movimiento obrero. Sin embargo, el intento fracasó, y los contingentes escindidos de la Cáma­ ra se encauzaron hacia la organización de la CGOCM .96 El intento pos­ terior de reorganizarla como Cámara Nacional no hizo más que consolidar su fracaso. Por el contrario, la CGOCM, integrada en octubre de 1933, se fue desarrollando de una manera excepcional, aglutinando a núcleos con­ siderables de obreros y campesinos. Justamente uno de los propósitos fundamentales de la nueva central fue la unificación de los trabajadores, y bajo este signo la CGOCM desplegó sus actividades.97 La CGOCM reivindicó su independencia en relación al Estado, se negó a participar en la política electoral y sostuvo la necesidad de que los trabajadores re­ solvieran directamente sus dificultades con los patrones, sin la interven­ ción gubernamental.98 La nueva central, dirigida por Lombardo, fue el producto más impor­ tante de la reorganización sindical que la recuperación económica impul­ só en nuestro país. Las condiciones económicas, el fracaso y desprestigio de los métodos moronistas, junto con la inquietud obrera que se fue in­ crementando, determinaron la política de la CGOCM , Su decisión de no participar en la política electoral fue una reacción ante las manipula­ ciones que la C R O M había realizado y contra el partido oficial, que controlaba las elecciones. L a tradición anarcosindicalista, en este sentido, recobró vigor y sólo desaparecería paulatinamente durante las luchas obre­ ras que se producirían en los años siguientes. L a pugna de la CGOCM contra los líderes obreros y los sindicatos vinculados al PNR sólo puede compararse a la pugna que desplegó contra los comunistas: el “elemento político”, como llamaban a tales dirigentes oficiales de los trabajadores, era despreciado, e incluso en el primer congreso de la central lombardista fueron expulsados, pues se consideraba que su único propósito era “enro­ lar a los trabajadores al PNR”.99 Esto es muy importante que se tenga presente, pues la política que el PNR y el gobierno desarrollarían estaba dirigida en gran medida a superar el enorme desprestigio que tenían entre sectores importantes de los trabajadores, expresado en la actitud de la CGOCM . L a CGOCM fue la principal organización que aprovechó el impulso de la recuperación económica. A través de mítines, manifestaciones, huel­ gas, desplegó su influencia y se encargó de encauzar el descontento obrero 35

hacia la lucha por reivindicaciones económicas que atenuaran su situa­ ción de miseria. Muchas de las huelgas de esos años de resurgimiento obre­ ro fueron dirigidas por ella. Los enfrentamientos con el presidente R odrí­ guez que las huelgas motivaron permitieron a la CGOCM prestigiarse ampliamente y extender su influencia. En este nuevo flujo del movimiento sindical, los comunistas también empezaron a ganar influencia en distintas organizaciones y núcleos obreros, sobre todo —además de los campesinos que eran su esfera de acción más im portante— entre los ferrocarrileros, los mineros de algunos estados, petroleros y otros sindicatos pequeños. La CSU M no podía comparar su influencia con la CGOCM, pero constituía “una gran minoría del movimiento sindical”.100 La CGT —separada de la CGOCM — y la C RO M persistían con sus fuerzas muy mermadas y en grave descomposición. El impulso de la organización obrera llegó a los empleados del gobierno, quienes empezaron a integrar pequeños sindica­ tos.101 Por fuera de las centrales existían innumerables agrupaciones de trabajadores, cuyas luchas huelguísticas espontáneas eran un factor im­ portante en el renacimiento de la insurgencia obrera. Al mismo tiempo que le® obreros se fueron organizando, uniendo sus fuerzas para luchar por su mejoramiento económico, los campesinos co­ menzaron a despertar. L a política agraria que el Estado desarrolló durante los años de la crisis, caracterizada por el fin del reparto de tierras, no pasó inadvertida entre los cientos de miles de hombres del campo que desde su derrota en la revolución habían venido siendo controlados y manipulados por el Estado, a través de la promesa de realizar la reforma agraria y del reparto de terrenos en las regiones que se caracterizaban por su efervescencia. Al renunciar el Estado a la poderosa arma de control que constituía la reforma agraria, se abrieron los cuarteados diques que contenían la insurgencia del campo y dejaron paso a la m arca campesina: “Entonces se inició una lucha dura que en las ciudades no se oía55,102 en­ tre los campesinos y los hacendados. El insignificante reparto que Rodrí­ guez reinició no fue suficiente para conjurar la tormenta que en el campo se gestaba, agravada por el intento de fragmentar los ejidos existentes. El desarme de los campesinos, realizado por el gobierno en 1933,103 agudizó el descontento rural e incluso provocó levantamientos en algunos estados de la república, como Zacatecas, Guanajuato, Micho acán104 y sobre todo Veracruz. Como la miseria campesina, agravada por la crisis, era inmensa, las invasiones de tierras y las huelgas de los jornaleros agríco­ las empezaron a envolver al país.103 Las huelgas obreras, los mítines, las manifestaciones, se entrelazaban a las huelgas de los jornaleros agrícolas, los levantamientos armados de los campesinos y la tom a de tierras. La rebelión campesina y la lucha obrera empezaban a perfilarse. L a emer­ gencia popular se revelaba plena de posibilidades, con una fuerza po­ tencial incomparable y las nubes de torm enta comenzaban a cubrir el cielo nacional. El torrente resultaría incontenible.106 36

3.

LA C R ISIS POLÍTICA

Los movimientos populares constituyeron uno de los factores que determi­ naron la política que el Estado iba a desarrollar durante el gobierno que se iniciaría en diciembre de 1934, justo en momentos en que el desconten­ to de los obreros y los campesinos se entremezclaba con el progreso de la economía del país. El impulso al desarrollo industrial y la contención y el encauzamiento del torrente de las masas, constituyeron el signo bajo el cual se reelaboraría la política del Estado. La decadencia del hombre fuerte L a preocupación central del nuevo Estado que se venía estructurando y consolidando desde el triunfo de la revolución de 1910, había sido la centralización del poder político. Esto se entiende, pues el México pos­ revolucionario era un país fragmentado en una multitud de poderes re­ gionales y locales, que impedían la real integración nacional. La política de control del ejército (con la supresión de innumerables caudillos mili­ tares), el desarrollo de las vías de comunicación, el progreso económico del país, fue lo que le permitió al Estado irse imponiendo como el máximo poder, como la autoridad absoluta. Mas el régimen político mexicano, en el logro de tal objetivo, tuvo transformaciones que se encarnaron en los presidentes Obregón y Galles. Así, Alvaro Obregón se caracterizó por su personalidad de caudillo: general triunfante en decenas de batallas, con ascendiente, por lo mismo, en el ejército, poseía también un carisma que le permitió m anipular a las masas obreras y campesinas, con la ayuda de las reformas sociales. El caudillismo revolucionario encontró en Obre­ gón su máximo representante.107 Las características que encam aba Galles eran muy distintas e incluso opuestas: carecía de prestigio militar y no era un líder carismático. Su cualidad distintiva era su capacidad como político, capaz de entablar las alianzas que constituyeron su fuente de poder. Su prestigio político se basaba, justamente, en las alianzas que forjaba con los líderes menores, a través de los cuales manipulaba a las masas y obtenía su apoyo. Galles era el centro político a través del cual se hacía girar la vida política del país.1108 Además, si el caudillo era po­ pular y aclamado por las masas, en cambio el hombre fuerte se imponía por el temor que inspiraba. Las masas obreras y campesinas lo apoyaban coaccionadas por sus líderes, quienes les transmitían las promesas de re­ formas sociales que el hombre fuerte hacía. El auge del hombre fuerte, Galles, fue en el momento en que, después de que había amainado la tormenta política que provocó la muerte de Obregón, se consagró como el promotor de la vida institucional del país: el primero de septiembre de 1928. A su fuerza se aunó la influencia po­ lítica del caudillo desaparecido.109 Sin embargo, en la cumbre de su pode­ río el hombre fuerte reveló su debilidad: las pugnas que algunos obrego37

nistas siguieron m anteniendo a causa del asesinato de Obregón obligaron a Galles a romper con la CROM , la cual le había dado el apoyo de am­ plios sectores de las masas trabajadoras.110 Esta ruptura fue esencial en la decadencia del hombre fuerte, pero lo determinante fue el mismo des­ arrollo económico e institucional del país. La profesionalización del ejér­ cito y la transformación en capitalistas de algunos de los más importantes jefes militares,111 el desarrollo económico y la consolidación del poder del Estado, al mismo tiempo que estimulaban a la clase privilegiada, ro­ busteciéndola, volvieron anacrónico al hombre fuerte, como se observaría con claridad en los años siguientes. En efecto, el caudillismo y el gobierno del hombre fuerte constituían expresiones de un sistema político incipiente, débil e inacabado, y se sig­ nificaban como momentos transitorios de un Estado que iniciaba su des­ arrollo y el de la economía nacional, y que apenas intentaba la centrali­ zación del poder político. En la medida en que esto se iba logrando y el país se empezaba a unificar política y económicamente, progresando, tales expresiones arribaban a su caducidad, teniendo que dejar el paso a un mayor perfeccionamiento y despersonalización del Estado. Con todo, los años que siguieron al clímax del régimen del hombre fuerte son conside­ rados generalmente como la época del poder irresistible de Calles, época conocida como “maximato”, pues el antiguo presidente fue elevado a la categoría de “Jefe Máximo de la Revolución”, de “árbitro de todos los asuntos de México”.1112 El poder de Calles se consideraba ilimitado; él imponía presidentes, integraba los gabinetes presidenciales, nombraba go­ bernadores, diputados, etcétera, desarrollándose un extraño régimen “dua­ lista” en el que el poder se m antenía en última instancia en manos del jefe máximo, quien tom aba las decisiones que correspondían al presidente y sometía a sus opiniones a los funcionarios de] gobierno.113 Este poderío se le atribuye a Calles sobre todo en los días del gobierno de Ortiz Rubio, “quien no pudo hacer, no digamos un gobierno nacional, pero ni siquiera personal”.114 L a incapacidad de Ortiz Rubio se considera la causa central que obligó a Calles a intervenir constantemente en los asuntos oficiales.115 Después Calles continuó con su política de intervención en el gobierno, no salvándose de ella el de Abelardo Rodríguez. En realidad, un examen minucioso de los acontecimientos políticos de esa época nos permite recorrer el velo ideológico que se ha tendido frente a ellos. Como dice Puig, Calles era un jefe político que “más bien que hacer, aprobaba lo que hacían sus lugartenientes”.13* Las fuerzas que rodeaban a Calles eran las encargadas de llevar a cabo la política electo­ ral a través del PNR, y los intereses que fueron adquiriendo los convir­ tieron en una entidad cerrada que proclamaba al ex-presidente como el máximo jefe. D urante el gobierno de Ortiz Rubio, en el que se supone que el poder de Calles no tuvo freno, se realizaron, no obstante, ciertos intentos por atenuar esa intervención. En ellos los generales Cárdenas, 38

Almazán, Cedillo y Amaro tuvieron un papel importante.117 Después, du­ rante el gobierno de Rodríguez, éste controló a los funcionarios para que no “consultaran” a Calles y se encargó de que se sometieran a las deci­ siones presidenciales.118 La influencia que Calles tenía en los diversos gobiernos durante esos años no se puede negar, pero estuvo muy lejos de ser ilimitada. Calles no era el “poder detrás del trono”, como se le consideraba, sino un polí­ tico hábil que supo atraerse partidarios y beneficiarlos, apoyándolos para que adquirieran puestos públicos y otras prebendas.11® Su poderío no sólo no era ilimitado, sino que precisamente durante los años del “maximato” Calles fue perdiendo de modo progresivo el enorme poder que había ad­ quirido, pues nuevas fuerzas integradas por aquellos que no podían des­ arrollarse ni incrementar sus intereses a causa del jefe máximo y su cama­ rilla, empezaron a formarse y a plantear la necesidad de acabar defi­ nitivamente con los regímenes personalistas que habían caracterizado al sistema político mexicano. En realidad, fue el culto a Calles lo que creó el mito del jefe máximo. En efecto, los allegados a Calles fueron los que se encargaron de fabri­ car el mito del jefe insustituible, abanderado de la revolución. U na gi­ gantesca y persistente campaña de propaganda a través de diversos cana­ les, sobre todo de E l Nacional, diario del partido del gobierno, invadió al país, lo cercó y lo orilló a aceptar a la figura de Calles como “la an­ torcha que alumbra el camino de la patria hacia la cumbre”, como el “elemento de unión de todos los mexicanos”, cuya “grandeza superior” era única e inigualable.120 Comandantes de las zonas militares, goberna­ dores, funcionarios del Estado, líderes del partido oficial, diputados, sena­ dores e incluso embajadores de países extranjeros, rindieron culto al “sím­ bolo genial de la revolución mexicana”, al más “hábil orientador de la conciencia revolucionaria que ha tenido el movimiento redentor del pue­ blo mexicano” .321 Mas si el mito del jefe máximo dio una aureola de poder a Calles, al mismo tiempo le ganó el desprestigio y el desprecio entre las masas trabajadoras. Se le atribuían a él todos los fracasos del régimen.122 El hecho de que a Calles se le hubieran atribuido la reforma m onetaria de 1931 y la reorganización de los Ferrocarriles Nacionales, fue motivo suficiente para que su halo de magnificencia se transformara en desprestigio, no sólo entre los trabajadores, sino también entre los innum era­ bles capitalistas y pequeños propietarios que se vieron afectados por las con­ secuencias de la deflación. Los “planes Calles”, como se designó a la reforma monetaria y a la reorganización ferrocarrilera, tenían como obje­ tivo político atenuar las oposiciones que pudieran brotar, apelando a la autoridad del jefe máximo, pero al fracasar la prim era y lanzar a la calle a 11 mil obreros la segunda, esos planes se tradujeron en descrédito del supuesto “censor y guía de la colectividad mexicana”. L a crisis política permanente que caracterizó a los años del maximato12'3 39

no expresaba el poderío irresistible de Galles sino su debilidad, pues los constantes conflictos retrasaban la consolidación de las instituciones y crea­ ban entre los empresarios una “incertidumbre” que producía perturba­ ciones económicas por el “aplanamiento casi absoluto de los negocios”, perturbaciones que no por ser pasajeras dejaban de tener significación en el contexto de la crisis económica general.124 L a crisis política se entre­ lazaba con la crisis de la economía; de allí su gravedad. El jefe máximo era incapaz de cimentar un gobierno fuerte que tuviera en sus manos toda la energía indispensable para hacer frente al colapso económico del país. En el revuelto m ar político se percibían, asimismo, destellos que expresaban el re acomodamiento de las fuerzas y los intereses del grupo dominante. Así como Galles no era el hombre todopoderoso e insustituible que se creía, tampoco podemos afirm ar que dio un “viraje a la derecha” y se convirtió en el “líder de la contrarrevolución”, ni en “jefe de la policía colonial que protegía la propiedad de los amos ausentes de México” , ni en “instrumento del imperialismo norteamericano”, ni que el maximato represente el Therm idor de la revolución.125 Estos términos carecen de valor cuando se examina la política que antes y después de la crisis eco­ nómica desarrolló el Estado, así como los objetivos que se planteó. La consolidación del Estado y la industrialización del país fueron, como lo hemos afirmado, los objetivos esenciales que brotaron de la revolución, y toda la política de los gobiernos pos revolucionarios estuvo orientada a hacerlos realidad. Particularmente, el gobierno de Galles se destacó por su impulso a la industrialización, a través de la construcción de la in­ fraestructura económica y de los mecanismos financieros indispensables. Gomo constructor de la base de la estructura económica del país,126 Galles se preocupaba por impulsar el desarrollo, pero con la crisis tal intento se vio en serias dificultades. L a protección de la industria, y con ello de la burguesía, se le presentó como necesidad fundamental. L a crisis se impuso a Galles y al Estado en su conjunto y en ella no había campo para las reformas sociales y las concesiones a las masas trabajadoras. La superexplotación del trabajo fue el precio que se pagó para proteger a los em­ presarios. De esta manera, la crisis fue el corrosivo de la política popu­ lista que había servido para m anipular y sujetar a las masas. Gomo los propios ideólogos cardenistas explicaron en 1935: M arcadamente se orientaba el grupo dominante [. .. ] a preocuparse más de los problemas relativos a la producción, que a los referentes a la distribución y al consumo. Su preocupación se fincaba, más bien que en la renta del consumidor o en el salario del obrero, en las utilidades del empresario.1*7 En efecto, esa era la política que encabezaba Galles y que el gobierno 40

desplegó. Aquí precisamente se encuentra la diferencia esencial entre el Galles de “antes” y el Galles de la crisis, y en esto se centró la diferencia que provocó el surgimiento de nuevas fuerzas que no harían sino reasu­ mir la política de conciliación de clases y las reformas sociales que Galles había dejado de lado. Las fuerzas emergentes y el PNR Uno de los acontecimientos que reflejan más claramente la decadencia del hombre fuerte es la emergencia, dentro del mismo círculo gobernante, de fuerzas que poco a poco se irían desarrollando y cobrando la persona­ lidad y prestigio que requerían para imponerse. Tras la sombra del jefe máximo se empezó a integrar ese núcleo de personas que había sido ex­ cluido de la camarilla de Galles. Eran militares y civiles que en algún momento habían chocado con Galles, o allegados que veían en peligro sus intereses. Portes Gil, Cárdenas, Almazán, Gedillo e incluso el presidente Rodríguez, eran unos cuantos de esos representantes de las nuevas fuer­ zas.128 Lo que los impulsó fue la crisis económica y sus consecuencias. Más sensibles que el jefe máximo, pudieron percibir el descontento que existía en el campo y en las ciudades, y vieron que una explosión social podría conducir al enfrentamiento entre el Estado y las masas, por lo que su política estaría orientada a evitar ese choque, a contenerlo. Asimismo, las fuerzas emergentes se daban cuenta del callejón en el que se había ence­ rrado el objetivo esencial de la revolución —el desarrollo industrial del país— , debido a que la política de Galles condujo a term inar la reforma agraria y a entablar el armisticio con las compañías petroleras. Esto significaba m antener la situación de compromiso, pues al dejarse intactos el latifundio y la economía exportadora, constituían un obstáculo decisivo a la industrialización. Sin la reforma agraria la mayor parte de la pobla­ ción, constituida por los campesinos, no podría convertirse en consumidora de los productos manufacturados, ya que la miseria del campo no lo per­ mitiría. Tampoco se podría movilizar la suficiente mano de obra que fuera a fortalecer al ejército de las fábricas. Además, la aguda pobreza de los obreros, debido a los bajísimos salarios y a la carestía de la vida, motivada a su vez por la manipulación de los productos de consumo indispensable, impedía que los trabajadores pudieran consumir tanto las mercancías de la industria como las del campo. Cuando los cardenistas criticaron, en 1935, al callismo por “preocuparse más [por] la producción, que [. . . ] [por] la distribución y [el] consumo”, sintetizaron el problema que señalamos, pues la producción, sin un mercado que la consumiera, tendería irremediable­ mente a entrar en crisis y a contraerse. De esta manera, crear los medios necesarios para sacar a la industria del callejón en que se encontraba, sería labor de las nuevas fuerzas dominantes. Estas nuevas fuerzas trabajarían por la revitalización de los métodos de 41

gobierno que les permitirían volver a contar con el apoyo de las masas, manipulándolas para impulsar el desarrollo económico del país. L a nece­ sidad de “nuevos métodos”, de “nuevos hombres”, se presentaba como una verdadera reacción contra el maximato.129 Pero esos métodos nuevos eran en realidad los viejos métodos surgidos de la revolución y caracte­ rizados por la política de conciliación de clases. Esta política y sus de­ seados resultados quedan perfectamente definidos en las siguientes pala­ bras de Portes Gil: Ahora ya sabemos que los esfuerzos realizados en beneficio de los obre­ ros, no sólo no perjudican al industrial progresista y bien intencionado, sino que mejoran las condiciones generales de producción y desarrollo industrial del país, y el progreso intelectual y económico de los laboran­ tes y de los gremios obreros.130 El desarrollo industrial del país necesitaba avanzar, para lo cual era nece­ saria la consolidación del régimen institucional, poniéndolo a salvo de la política personalista. Para esto se requería volver a encauzar a las masas en forma tal que se evitara su explosión. Calles había sido el máximo promotor de la institución alización del régimen, lo que se expresó en la política que siguió durante su gobierno. Las nuevas fuerzas lo sabían y le reprochaban al jefe máximo que olvidara las virtudes de los métodos de manipulación de las masas y las reformas sociales. La situación del país era crítica; el régimen de la revolución se encontraba ante una en­ crucijada: consolidar la situación de compromiso, o romperla radicalmen­ te, desatando fuerzas económicas que podrían ser incontenibles pero que eran necesarias para el desarrollo industrial del país. Las nuevas fuerzas sabían lo que tenían que hacer: “H abía que salvar la idea original de Calles [el régimen institucional], aun del mismo Calles si fuese nece­ sario.”131 Las fuerzas emergentes empezaron a aplicar su política durante el go­ bierno de Rodríguez, justo en los momentos en que los estragos que la recuperación económica causó entre las masas comenzaron a traducirse en descontento, en efervescencia política entre el proletariado y los campe­ sinos. El gobierno de Rodríguez expresó un momento de transición, pues se mantuvieron métodos y concepciones que habían predominado en los años más difíciles de la crisis económica, como es el caso de la conten­ ción de las huelgas y del arbitraje obligatorio, que agudizaron el descon­ tento de las masas.182, Al mismo tiempo, Rodríguez también sentó algunas de las bases para la realización de la política de las fuerzas emergentes. El reinicio del reparto agrario y la instauración del salario mínimo cons­ tituyen su contribución esencial. Pero sería sólo en el gobierno siguiente que la reforma agraria y la política de mejoramiento de los salarios de los trabajadores se llevarían hasta sus últimas consecuencias posibles, den­ 42

tro del régimen capitalista que se estaba desarrollando. El aumento de los salarios de las masas trabajadoras que el Estado promovió, estuvo destinado a incrementar su poder de compra, para así producir la ampliación del mercado interno, sin el cual es imposible que la industria se desarrolle.138 En realidad, desde mediados de 1933, incluso algunos sectores capitalistas empezaron a ver el inminente peligro de que la producción volviera a recaer, por los precios de los productos cada vez más altos y los bajos salarios, y plantearon la necesidad de elevar estos últimos.134 El gobierno de Rodríguez respondió positivamente a tal de­ m anda creando la Comisión Nacional del Salario Mínimo, que estaría destinada a hacer lo posible para que los salarios en todo el país aumen­ taran. Esta comisión se encargaría de explicar a los empresarios que los mejores salarios permitirían aumentar la producción y la capacitación téc­ nica de los obreros, y que incluso se atenuarían los conflictos obreropatronales, pues consideraban que un trabajador “bien pagado” favorecería a la empresa.135 Con los nuevos salarios de los trabajadores, el prin­ cipal obstáculo al desarrollo de la industria —el reducido poder adquisi­ tivo de las masas— sería superado y la producción excedente desaparece­ ría:1^ Y, lo que es muy importante, con salarios menos raquíticos, los trabajadores podrían alimentarse mejor, adquirir mejores condiciones físi­ cas y mentales para desempeñar su trabajo: “U n obrero más robusto puede aguantar mayores fatigas,’>!m T al era el criterio oficial. Los me­ jores salarios permitirían que una de las piezas esenciales de la producción pudiera cumplir con la función a la que fue destinada en la estructura capitalista nacional. El reparto de tierras que reanudó el gobierno de Rodríguez fue insig­ nificante e incluso agudizó el descontento en el campo, pues con el nuevo Código Agrario se planteó la parcelación de los ejidos. No obstante, fue significativo, pues expresó el reconocimiento de la necesidad de realizar la reforma agraria. Ramón Beteta, que sería uno de los más destacados consejeros de Cárdenas, podía afirmar: Nadie discute ya en México la justificación ni la necesidad de la re­ forma agraria. Aun los hacendados han aceptado ya la conveniencia de cambiar el viejo sistema. L a cuestión se ha reducido a una cuestión de métodos más bien que de principios.1138 Independientemente de que sean un poco exageradas respecto a los hacendados, esas palabras expresan la política de las fuerzas emergentes. La política de mejoramiento del nivel de vida de las masas trabajado­ ras, así como el retorno a la reforma agraria como tarea fundamental, permitieron que las nuevas fuerzas que luchaban por la hegemonía en el Estado y en el PNR revitalizaran los métodos de control y manipulación de los obreros y campesinos. La tormenta social que se gestaba en el campo 43

no dejaba de preocupar a los integrantes de las nuevas fuerzas. L a polí­ tica que Rodríguez empezó a realizar era un paso, pero era indispensable ir de prisa: el torrente popular se desataría en cualquier momento y era necesario atajarlo, orientarlo hacia cauces que evitaran el enfrenta­ miento entre el Estado y las masas. L a violenta lucha de clases que se avecinaba necesitaba ser atenuada y llevada hacia la conciliación. En tales circunstancias, la candidatura de Lázaro Cárdenas a la pre­ sidencia significó, además del triunfo de las fuerzas nuevas sobre Calles, una respuesta a la insurgencia popular. Los elementos oficiales más radi­ cales intentaron ligarse al proletariado y a los campesinos, conquistando alguna influencia,139 aunque Lombardo y la CGOCM se mostraron un poco renuentes a aceptar la candidatura de Cárdenas y la CSU M pre­ sentó su propio candidato presidencial.1,40 Cárdenas aglutinó a todos los descontentos dentro del grupo en el poder, quienes demandaban el cambio de métodos y la consolidación del régimen institucional que facilitaran el avance de la industria141 En esto tuvo una importancia fundamental el PNR, que era el órgano político de la élite revolucionaria. El PNR se había fundado en 1929, con el propósito de contribuir a la centralización del poder político en manos del Estado. La fragmentación del país en una m ultitud de poderes regionales y locales provocó que el PNR, al organizarse, tom ara el aspecto de una confederación de grupos. Durante los años siguientes, el partido oficial se fue consolidando y la dirección concentró en sus manos un poder enorme y recursos financieros abundantes que le permitieron crear la estructura burocrática que reque­ ría para realizar sus funciones de control, con lo que los grupos locales y regionales fueron perdiendo poco a poco su autonomía, hasta verse do­ minados por el centro directivo. En esto fue muy importante la m anipu­ lación de las elecciones142 Al realizarse su segunda convención nacional, el PNR ya había logrado alcanzar su objetivo centralizador, por lo que todas las organizaciones que lo integraban fueron disueltas.143 De esta ma­ nera concluía el proceso de control e integración del caudillismo iniciado con Obregón. Todos los grupos o caciques en los que el poder político había estado fragmenatdo, se reintegraban y quedaban sometidos al Es­ tado que se fortalecía. Así, el partido oficial surgía como una poderosa m aquinaria de dominación y control del grupo en el poder, capaz de someter a las fuerzas más diversas. Alcanzada plenamente la centralización política en un solo centro hegemónico, organizados en lo esencial los núcleos integrantes de los círculos del gobierno, el PNR se revelaba como un instrumento poderosísimo para el perfeccionamiento y la consolidación de las instituciones. H asta la con­ vención de diciembre de 1933, el partido oficial había actuado esencial­ mente dentro de la élite revolucionaria, y con el propósito de integrarla y de organizaría. Ahora los dirigentes del partido podían ver hacia afuera, podían observar la emergencia popular y derivar de ella las consecuen44

cías políticas, sociales y económicas que acarrearía un enfrentamiento con las masas trabajadoras. Las fuerzas nuevas que Cárdenas representaba echarían mano del partido e intentarían utilizarlo para atajar y encauzar la m arejada popular.144 La instauración de la educación socialista y el plan sexenal fueron, precisamente, instrumentos destinados a recuperar la perdida simpatía y el apoyo de las masas.145 La revitalización de la política de conciliación de clases y la concesión de reformas sociales, la reforma agraria y la apertura del PNR3 fueron las armas que las fuerzas emergentes, encabezadas por Cárdenas, se dis­ pusieron a utilizar para contener y desviar el torrente popular.

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II. LA PO L IT IC A DE MASAS

Las nuevas fuerzas gobernantes que Lázaro Cárdenas encabezaba sabían que el ascenso de la lucha de clases era inevitable y consideraban nece­ sario reencauzar el movimiento de las masas obreras y campesinas, con­ quistando su apoyo y orientado sus luchas de modo tal que fortalecieran al Estado, dándole a éste un poder que podría utilizar para impulsar el desarrollo industrial del país. L a destrucción del latifundismo y la trans­ formación de la vieja estructura del campo, dinamizándola, inscribiéndola en la era de la mecanización y del imperio de las relaciones capitalistas; la renovación y el impulso a la industria, obligando a los burgueses a quebrar sus métodos anacrónicos de superexplotación de la clase obrera hasta el agotamiento, eran objetivos que el Estado solo no era capaz de llevar a cabo, sin provocar graves conflictos sociales que bien podrían hacer tam balear y abrir cuarteaduras en el régimen social y político que se estaba construyendo. El Estado carecía de una base social propia, pues la clase capitalista aún no identificaba con plenitud sus intereses con los gubernamentales, pero el concurso de las masas sería, justamente, lo que le permitiría imponerse y realizar sus tareas.1 Para lograr lo anterior, Cárdenas, como nuevo representante del Estado, asumió una política que además de reivindicar la conciliación de las clases y la concesión de reformas sociales a los trabajadores y a los campesinos, adquirió cualidades específicas que le dieron un carácter nuevo y la dife­ renciaron de la que hasta entonces habían venido desarrollando los círcu­ los gobernantes. Esta política hemos decidido denominarla política de masas, pues apela a éstas y provoca su movilización.2 1. ORGANIZACIÓN Y MOVILIZACION DE MASAS

Cárdenas y las masas Si bien la política de masas se desarrollaría, necesariamente, indepen­ dientemente de la persona que ocupara la presidencia, es indudable que las características personales y el particular estilo de gobernar que distin­ guieron a Cárdenas fueron decisivos en el restablecimiento de las relacio­ nes entre el Estado y las masas trabajadoras. Su carácter austero, firme y lleno de paciencia; su fortaleza y dedicación al trabajo; la sencillez de su vida y su igualitarismo, constituyeron la llave que le permitió acercarse a las masas, entablando con ellas una nueva relación de aparente igual­ 46

dad.3 Esa personalidad se manifestó en sus primeros actos de gobierno, destinados a atraerse las simpatías de las masas. Asi, eliminó el frac de las ceremonias oficiales; convirtió en museo el Castillo de Chapultepec, hasta entonces residencia de los presidentes, siguió viviendo junto con su esposa en su casa particular y ocupó después la residencia de Los Pinos; redujo sus ingresos oficiales a la mitad, destinando el resto a “proyectos de mejoramiento colectivo” ; condenó el juego, clausurando el Foreign Club de Cuernavaca, que entre sus accionistas contaba a algunos políticos y militares,4 y aplicó otras medidas por el estilo. Fue muy importante su orden de que el telégrafo dedicara una hora diaria, libre de costo, a trans­ m itir las quejas y opiniones de los campesinos y demás trabajadores.® Tales medidas tuvieron gran repercusión, pues la imagen austera que ofrecieron del general Cárdenas se propagó por todos los rincones del país y con­ quistó muchas simpatías entre los más diversos sectores sociales. L a imagen de Cárdenas fue aceptada y admirada por las masas de obreros y cam­ pesinos, quienes la diferenciarían de la tradicionalmente ofrecida por todos los políticos. Lo que más permitió a Cárdenas ligarse a las masas fueron sus cons­ tantes giras, mediante las cuales visitó hasta los lugares más lejanos e ignorados del país. Cárdenas fue en busca de las masas y se vinculó estre­ chamente con ellas.6 Su gira electoral, y las que realizó durante todo su gobierno, eran consideradas como un medio para conocer personalmente las condiciones de vida y las necesidades del pueblo, para estudiar los problemas de cada región y la forma de resolverlos.7 Durante sus giras, y también en la ciudad de México, escuchaba pacientemente, durante horas, a los trabajadores, a los campesinos, a los pequeños propietarios, etcétera, quienes le planteaban sus problemas y sus quejas. “ Tienen tantas necesidades -—decía Cárdenas—, les hacen falta tantas cosas, que cuando menos puedo escucharlos con paciencia.”8 Cárdenas les daba consejos o les prometía cumplir sus demandas. Las giras también tenían por objeto “educar al pueblo” para lograr su cooperación. Enseñaban a las masas “la idea precisa sobre sus derechos y obligaciones”,9 aunque algunos pien­ san que lo que hacía Cárdenas era vigilar personalmente el cumplimiento de sus decisiones e incluso controlar a los jefes locales.10 Las giras por todos los rincones del país constituyeron uno de los ele­ mentos esenciales de la política de masas que Cárdenas desplegó. Sus relaciones directas con los campesinos y los trabajadores, su convivencia con ellos, le permitieron ganarse la confianza de quienes al carecer de con­ ciencia y de una dirección propias, veían en el presidente a alguien en quien podían confiar, que los escuchaba y les ayudaba a resolver sus pro­ blemas. Ya no era él hombre fuerte, hostil, a quien temían, o el presidente fantasmagórico del que oían hablar de vez en vez y que habitaba en algún lugar que no conocían y que ni siquiera alcanzaban a imaginar. Ahora, el presidente era un hombre de carne y hueso, con quien podían 47

hablar, que no los reprimía y los estimulaba a luchar para conseguir sus reivindicaciones.11 Esta política le permitió a Cárdenas obtener un gran apoyo y la posibilidad de controlar a las amplias masas de obreros y cam­ pesinos. Con ella Cárdenas fue echando “raíces propias”,12 fue cimentando su autoridad y su poder, consiguiendo la fuerza suficiente para laborar por el logro del objetivo nodal que el Estado se había asignado, esto es: la industrialización del país, con todas las consecuencias que ello im­ plicaba. L a política de masas de Cárdenas tenía una perspectiva nacional; él la representaba, mas no fue el único que la puso en práctica, sino que sus métodos políticos los llevó a todas partes y los impuso a todos los funcionarios y gobernantes. Su estilo de gobernar lo definió el propio Cárdenas en los términos siguientes: Para hacer que la justicia de la revolución llegue a todos los rincones del país, para dar atención a los problemas ingentes de nuestras masas, es precisa u na nueva orientación en los servicios públicos; que los téc­ nicos, que los intelectuales revolucionarios, se dediquen en sus gabi­ netes al estudio de las cuestiones que les sean sometidas, pero que las autoridades ejecutivas, desde el presidente de la república y los gober­ nantes de los estados hasta el más humilde presidente municipal, reco­ rran constantemente las regiones encomendadas a su responsabilidad según sea su jurisdicción; que atiendan las peticiones de las colectivi­ dades y de los ciudadanos, y que de esta manera sea como los encarga­ dos del poder vayan a resolver los problemas que se presenten, con­ quistando la cooperación popular e impartiendo justicia. Sólo así podrá realizarse el vasto programa que la revolución nos ha encomendado.18 De esta manera, reivindicó como fundamental el contacto directo, físi­ co, con los trabajadores y los campesinos. Para esto se requería que los funcionarios del gobierno se convirtieran en una especie de líderes de masas, y para ligarse a ellas las fueran a buscar en sus centros de trabajo, en las regiones que habitaban, con el propósito de enterarse directamente de sus problemas y necesidades. Así, al vincularse de un modo estrecho con las m asas, al e n ta b la r una relación permanente con ellas, te n d ría n los funcionarios posibilidad de encauzarlas por los senderos institucionales, de controlarlas y regular sus luchas, apagando sus ímpetus rebeldes y con­ quistando una base social de apoyo. Él estilo cardenista invadió al país y los gobemandores y candidatos a gobernadores o a diputados se vieron obligados a seguir los nuevos métodos políticos.14 Cárdenas desplegó por todo el país una inmensa campaña de propa­ ganda destinada a impulsar la organización, la unificación y la disciplina de los obreros y campesinos. En todos los centros de trabajo que visitó, en todos los mítines en los que habló ante los trabajadores, insistió una y 48

otra vez, hasta el cansancio, en la necesidad de que se organizaran. Ésta sería una preocupación trascendental del presidente, y la consigna de la organización se volvería obsesiva, lo que conduciría a Cárdenas a conver­ tirse en el propagandista más importante y en el máximo promotor de la organización de las masas trabajadoras. Uno de los argumentos centrales que Cárdenas utilizó para justificar su consigna de la organización es que los trabajadores podrían luchar más coherentemente por sus reivindicaciones económicas si unían sus esfuer­ zos y centralizaban su acción, si se organizaban.15 Por medio de la sindicalización y de la unificación —decía—, se harán efectivas las ventajas conquistadas por el trabajador en la forma del salario mínimo, de habitaciones higiénicas, de indemnizaciones y se­ guros.16 y los trabajadores podrían resolver sus problemas políticos, económicos e incluso educativos. De esta manera, Cárdenas apelaba a la organización como un método para colocar a los trabajadores en condiciones de enfren­ tarse a los patrones y exigirles reivindicaciones económicas, haciendo suya una exigencia que las masas mismas ya estaban realizando. Pero no sólo planteaba y promovía Cárdenas la organización de los trabajadores y cam­ pesinos en sindicatos o ligas agrarias, sino que su objetivo era la unifica­ ción completa de los obreros y de los campesinos. Criticaba las pugnas intergremiales que surgían entre los obreros y las denunciaba como “esté­ riles y criminales”, señalando que esos conflictos eran aprovechados por los patrones.17 La organización necesitaba desembocar en la unificación, en la integración del frente único de todos los trabajadores. Ésta era una idea que también se volvió obsesiva en los discursos del general Cárdenas, que la esgrimió a cada momento; idea que los conflictos gremiales que tuvieron lugar, sobre todo durante los primeros años de su gobierno, le permitían reafirmar y reforzar. Las distintas organizaciones debían olvi­ dar sus pugnas sindicales y unirse, conservando cada una su autonomía, participando en un frente con un programa común que fuera, incluso, una fuerza de atracción de todos aquellos trabajadores que se encontraban dispersos, impulsando su organización sindical.18 L a tendencia a la organización, a la unificación, que a partir de la recuperación económica había surgido entre los mismos trabajadores, con la propaganda de Cárdenas cobró un impulso enorme. Gomo escribió Gonzáles Aparicio: “Todos los sectores populares dentro del régimen carde­ nista han encontrado los cauces más adecuados para su organización.,,1S En efecto, Cárdenas preparó el terreno para la acción del Estado, que fue el promotor de la organización obrera y de los campesinos. A estos últimos los organizó directamente, asumiendo en sus propias manos y a través del PNR tal tarea; a los segundos les concedió facilidades y ayuda 49

para comprometerlos con él.20 El presidente hizo tal cosa porque conocía las ventajas de la organización de los trabajadores. En su lucha por mo­ dernizar al país, acabando con el latifundismo e impulsando la industria­ lización, Cárdenas, como representante del Estado, apeló a las masas y exigió su colaboración para poder emprender con fuerza una acción deci­ siva que transformara las condiciones económicas del país, obligando a los patrones a someterse a las leyes y a los hacendados a aceptar las reso­ luciones del gobierno, en lo que se refiere a la reforma agraria.21 Sin la colaboración de las masas de obreros y campesinos, “organizadas, discipli­ nadas y unificadas”, Cárdenas pensaba que difícilmente podría imponerse el Estado por encima de todos los sectores sociales, principalmente los pri­ vilegiados, y crear las bases necesarias al progreso de la economía del país.'2,2 Con la promoción de la organización de los trabajadores —y con su efectiva organización— Cárdenas volvía más sólido y consistente el vínculo entre el Estado y las masas, pues al mismo tiempo que las ayudaba, exigía de ellas su solidaridad, su cooperación. De esta forma, la política de masas cardenista tendía a convertir al movimiento obrero y a los campesinos en una base social de apoyo,23 tal y como el gobierno de Obregón, y sobre todo el de Calles, lo habían hecho a través de la CROM , L a crisis política y la crisis económica que estallaron en las postrimerías de los años veinte habían disuelto los lazos que unían y sujetaban a los trabajadores res­ pecto al Estado. L a política de las nuevas fuerzas, al acercarse a las masas y reanudar la política de reformas sociales —-salario mínimo— y el reparto de tierras, mostraba los intentos de los círculos gobernantes por atraerse a los trabajadores. La política de Cárdenas fue la que cerró el abismo que se había abierto entre el Estado y las masas, y otra vez éstas volvieron a ser organizadas “desde arriba”,24 encauzadas en beneficio de los fines del Estado burgués mexicano. El contrato colectivo de trabajo y la cláu­ sula de exclusión constituyeron armas poderosas mediante las cuales se obligaba a los obreros no sindicalizados a organizarse y someterse al ar­ bitrio de las centrales y los sindicatos hegemónicos, protegidos por el Estado.25 L a organización y unificación de los trabajadores no sólo constituyó una base de apoyo al Estado que Cárdenas encabezaba, sino que permitió que desaparecieran las pugnas intergremiales que creaban perturbaciones en el aparato económico. Con los obreros dispersos en muchas organizaciones, que combaten por su preponderancia, la lucha se orienta hacia adentro, es decir, entre los mismos asalariados; las huelgas estallan por las pug­ nas, las fábricas paralizan su producción, los obreros dejan de percibir salarios y las pérdidas de los empresarios hacen que éstos eleven sus costos productivos. Esto retrasaba el desarrollo industrial, por lo que C ár­ denas veía la necesidad de la unificación, del restablecimiento de la con­ cordia entre los trabajadores.26 Por lo general, los capitalistas alentaban 50

esos conflictos, sin percatarse bien de sus efectos en la producción, cre­ yendo que así m inaban y sometían a las trabajadores. Cárdenas, al pro­ pugnar la organización y unificación de los trabajadores, paralelamente in­ tentaba desvanecer la objeción de los industriales [a esa política propugnada] al hacerles ver que ellos también recibirán con la unificación el beneficio positivo de evitarse graves e innumerables perjuicios/27 Así, la producción podría m archar sin interrupciones. L a política de promoción de la organización y unidad de los trabaja­ dores no corría el riesgo de resultar contraproducente al Estado y a los capitalistas del país. Cárdenas cuidó de orientar a los trabajadores hacia la lucha por sus reivindicaciones puramente económicas,28 y cuando fueron integrados a la participación política, quedaron sometidos y controlados por el Estado, a través del partido oficial. La limitada conciencia de los trabajadores, subordinada merced a la labor de las organizaciones sindi­ cales y sus líderes, era otra garantía de que la unificación obrera no pon­ dría en peligro la estabilidad del régimen. Por lo contrario, los trabaja­ dores fueron organizados precisamente para mantener y consolidar esa estabilidad. Además, la organización y unificación del proletariado uni­ formaba el criterio de los obreros y los fortalecía, colocándolos en condi­ ciones de exigir a los patrones mejores prebendas económicas que revertirían en beneficio del mercado nacional, pues con salarios menos raquíticos, los trabajadores aum entaban su poder adquisitivo y consumían productos m a­ nufacturados y agrícolas. Esto estimulaba la producción y aumentaba las ganancias de los capitalistas: “Al lograr una mayor distribución de ga­ nancias de las riquezas se obtendrá un rendimiento más fecundo de la pro­ ducción.” 26 La movilización de masas Con su propaganda incesante, su apoyo y ayuda, Cárdenas creó la at­ mósfera propicia a la organización más amplia, global, de los trabajadores. Sin embargo, las condiciones en las que se desarrollaba el movimiento obrero, así como la precipitación de los acontecimientos políticos, fueron determinantes para que el anhelo máximo del presidente se volviera rea­ lidad. La labor de Cárdenas se alió a la labor que algunas organizaciones sindicales venían desplegando para desarrollar la organización de los tra­ bajadores. d\ De la movilización a la organización Durante los primeros meses de su gobierno, Cárdenas comenzó a per­ cibir resultados positivos de la nueva política que estaba desarrollando. En 51

esto tuvieron una influencia importante las huelgas que se desencadenaron como consecuencia natural del período de la recuperación económica, agravadas por el descontento obrero, pues la actitud de Cárdenas y el go­ bierno frente a ellas permitió que los trabajadores empujados por sus líde­ res, fueran poco a poco superando su escepticismo respecto al gobierno y ofreciéndole su cooperación;30 otra vez se empezaba a conciliar. El partido comunista se m antenía en contra del gobierno de Cárdenas. Sin embargo, sería la crisis política de junio de 1935 la que llevaría al movimiento huel­ guístico de los trabajadores a transformarse en masiva movilización, con claros visos políticos, que acabaría por convertir al proletariado en un real y firme sostén de Cárdenas y del régimen que éste representaba. Las continuas huelgas, la agitación que causaban, provocaron la lucha final entre las fuerzas emergentes del Estado y el sector que Calles repre­ sentaba. Calles habíase venido mostrando inconforme con las huelgas, y partidarios suyos realizaban una intensa campaña contra el gobierno cardenista.31 Desde los primeros días de junio se comenzó a manifestar una acción de los diputados cardenistas, quienes habían organizado una mi­ noritaria “ala izquierda” en las Cámaras, tendiente a afirmar su “liber­ tad de opinión” fuera del control del PNR, lo que se tradujo en conflictos con aquellos que se mantenían fieles al supuesto jefe máximo.32 T al si­ tuación, en el contexto de constantes luchas obreras, motivó violentas de­ claraciones de Calles que precipitaron una grave crisis política.88 El ex­ presidente criticaba duramente a las organizaciones obreras y a sus princi­ pales líderes, como Lombardo, afirmando que se estaban aprovechando de la benevolencia del gobierno; decía que con esas “agitaciones injus­ tificadas” lo único que se lograba eran “meses de holganza pagados, el desaliento del capital [y] el daño grave de la comunidad”, y que afec­ taban al gobierno mismo. Afirmaba también que veía un peligro de divi­ sión entre la “familia revolucionaria” con la creación de bloques políticos de izquierda y de derecha en las Cámaras y subrayó que “está ocurriendo exactamente lo mismo que ocurrió en el periodo del presidente Ortiz Rubio”,84 lo cual fue interpretado como una abierta amenaza al general Cárdenas de arrojarlo del poder*5 Tales declaraciones, publicadas el 12 de junio de 1935, constituyeron una descarga eléctrica que terminó por oscu­ recer el cielo político del país. De inmediato se elevó una ola de apro­ bación a las palabras de Calles desde potentes sectores de la industria y del comercio. Los periódicos llenaron sus páginas de felicitaciones y elo­ gios y decenas de automóviles con funcionarios y políticos comenzaron a desfilar hacia Cuernavaca, para adherirse al jefe máximo/86 Ese mismo día se realizó una reunión a puerta cerrada entre delegados de algunas organizaciones obreras, las cuales dieron a conocer unas declaraciones que respondían a Calles. En éstas reafirmaron su decisión de defender sus derechos y amenazaron con utilizar la “huelga general de todo el país como único medio de defensa contra la posible implantación de un régi­ 52

men fascista en México”. También afirmaban que mantendrían su uni­ dad para defender sus intereses,*7 La CGOCM declaró que Calles incita­ ba al gobierno a iniciar “una era de represión contra el proletariado de México” y que sus declaraciones constituían para los trabajadores “la amenaza de perder hasta las escasas garantías que las leyes le reconocen”,38 Cárdenas, por su parte, envió emisarios personales a toda la república para entrevistar a los gobernadores y a los jefes militares. Estos emisarios — según Townsend—, militares con grado de capitán, pedían su defini­ ción a los generales y gobernadores sobre la crisis creada. Si había duda o incertidumbre en la respuesta, los consultados eran destituidos de in­ mediato.'39 El 14 apareció la respuesta presidencial. Cárdenas subrayaba que nunca había aconsejado las divisiones que mencionó Calles, justifi­ caba las huelgas y manifestaba su confianza plena en las organizaciones obreras y campesinas.40 Ese mismo día convocó a su gabinete y pidió la renuncia de todos sus secretarios.*1 Mientras tanto, se constituía el Comité Nacional de Defensa Proletaria —integrado por las organizaciones que desde el día 12 se estaban reuniendo—, cuyos propósitos esenciales eran, además de poner a salvo los derechos obreros, apoyar a Cárdenas y rea­ lizar los trabajos de unificación necesarios para constituir una central única de trabajadores. Para esto, las diversas agrupaciones acordaban res­ petar mutuamente su integridad y abstenerse de lanzarse ataques, coordi­ nando su acción de solidaridad.42 El apoyo se volcó hacia el general Lázaro Cárdenas: las “alas” de iz­ quierda de las Cámaras se convirtieron en mayoritarias, los gobernadores y los jefes de operaciones militares testimoniaron su adhesión al presidente; centenares de miles de trabajadores organizados del campo y de la ciudad irrumpieron en las calles; decenas de estudiantes de la universidad se orga­ nizaron en grupos compactos y recorrieron la ciudad de México, reali­ zando en diversos lugares breves mítines, en los cuales expresaban su simpatía por la política de Cárdenas, acordando constituir el frente único estudiantil; organismos de todo tipo —logias masónicas, ag ru p acio n es de cultura, escritores “de izquierda”, etcétera— manifestaron también su soli­ daridad. Los días 15, 16 y 17 se llevaron a cabo diversas manifestaciones de apoyo, y millares de mensajes de felicitación llegaron al ejecutivo.43 El 17 de junio Cárdenas integró su nuevo gabinete, nombrando a Portes Gil presidente del partido oficial. Con el general Cedillo como Secretario de Agricultura, Cárdenas se ganó el apoyo de los católicos.44 El 19 Calles salió rumbo a Sinaloa y siguió más tarde hasta la California estadouni­ dense. ¿Cómo había sido posible que el jefe máximo de la revolución hubiera sido derrotado en unas cuantas horas? Evidentemente, no había tal jefe supremo y se habían fortalecido las nuevas fuerzas gobernantes que desde 1933 venían cobrando cada vez más influencia y habían logrado imponer la candidatura de Cárdenas a la presidencia, el Estado y el partido oficial 53

se habían desarrollado como tales y no dependían más de la decisión per­ sonal de Calles; el culto al “jefe indiscutible” había también venido a menos. Las condiciones políticas y sociales del país eran otras y, por lo mismo, la función del hombre fuerte había declinado: el régimen insti­ tucional empezaba a mostrar su realidad; el sistema político dominante comenzaba a consolidarse.45 L a crisis de junio fue considerada como un momento decisivo en el cual dos épocas quedaban delineadas. El dique que contenía a las fuerzas que se venían gestando dentro y fuera del gobierno quedaba destruido, con lo que los nuevos círculos gobernantes podrían ya realizar sus propósitos sin obstáculos. El mejoramiento econó­ mico de los obreros para aum entar su poder adquisitivo y la reforma agraria podrían ahora desarrollarse aceleradamente.46 En los Estados U ni­ dos la actitud de Cárdenas despertó “el entusiasmo delirante de los cen­ tros intelectuales, obreros y de todos los sectores de opinión libre” y el gobierno imperialista de Roosevelt no sintió necesidad de apoyar a Calles contra lo que se consideraba el New Deal de México.47 De la crisis de junio el gobierno de Cárdenas salió fortalecido, pues la mayor parte de los integrantes de los círculos gubernamentales, inclui­ do el ejército, lo apoyaron; el Estado y el partido oficial pudieron con­ solidarse. Pero el hecho más significativo lo constituyó la participación de las masas trabajadoras. Las declaraciones de Calles afectaban directamen­ te a las organizaciones obreras y a sus dirigentes, ante lo cual la única perspectiva que les quedaban para defenderse eran la coordinación y la unificación, pues un movimiento obrero fragmentado y disperso, invadido por las pugnas intergremiales, sería un blanco fácil de la represión que se avizoraba. D e esta manera, ante la posibilidad de verse reducido por la represión, el movimiento obrero organizado echó lazos de unidad entre las principales organizaciones y creó el Comité Nacional de Defensa Pro­ letaria.48 La propaganda que Cárdenas había estado realizando en favor de la creación del frente único de los trabajadores y la actividad que algunas agrupaciones sindicales llevaban a cabo con el mismo propósito, fructificaron con la crisis política. Sí bien la tendencia era hacia la uni­ dad, no cabe duda de que la precipitación de los acontecimientos preci­ pitó, asimismo, el proceso unificador.4