El drama del lenguaje
 9788479622640, 8479622644

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A la memoria fértil de mis padres, Cecilia Rey López, A ntonio D omínguez Bondad

ANTONIO DOMÍNGUEZ REY

El drama del lenguaje

U n iv e r s id a d N a c io n a l d e E d u c a c ió n a D is t a n c ia

ED ITO R IA L

© A nto n io D om íng u ez Rey, 2003 © E ditorial V erbum , S.L. 2003 Eguilaz, 6-2QD cha. 28010 M adrid A p artad o Postal 10.084. 28080 M adrid Teléf.: 91-446 88 41 - Telefax: 91-594 45 59 e-m ail: v erb u m @ telefo n ica.n et I.S.B.N.: 84-7962-264-4 D epósito Legal: SD iseño de cub ierta: P érez Fabo F otocom posición: O rig en G ráfico, S.L. P rin te d in Spain /Im p re s o en E spaña p o r P ublidisa

ÍNDICE

Introducción

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Siglas.

E l dram a del l en g u a je : M.

19 B réal

La escena y los actores, 21. Semiosis prepositiva, 22. Transducción obje­ tiva, 23. Generación actancial, 24. Espaciotiempo del lenguaje, 26. Ten­ sión exótica, 27.

C a rácter reflejo del len g u a je : A. A m o r R uibal

El trapecio cognitivo, 30. El tipo fónico natural: la palabra, 32. Correlacionismo m orfogénico, 33. Semiótica fonética: categorías, 33. El princi­ pio de relación interna, 34. Lengua y habla, 34. Proceso tropológico, 35. Morfosintaxis, 36. Prelación nocional, 37. El signo cognitivo, 38. Lógica y lenguaje, 39. El verbo y el nom bre, 39. Irradiación refleja del lenguaje, 41. Vínculo preconsciente, 43.

L e bexsu 'e l t y le n g u a je : E. H u s s e r l

Valor secundario de la expresión, 45. H orizonte del lenguaje, 47. Ideali­ dad endopática, 48. La escritura, 50. La elucidación, 51. Recubrim iento del significante, 52. Un tacto fónico, 54. Articulación de sentido, 57. Expresión conceptiva, 60. Concepción expresiva, 61.

E l v u e lo d el d isc u r so : G. S antayana

Dinamismo formal de la materia, 63. Valor simbólico del lenguaje, 64. Congruencia analógica del significante, 69. El tropo gramatical, 71. U nidad semiótica, 74. Espacio del objeto, 76. Reducción transcendental y poética, 80. Conocim iento y herm enéutica lingüística, 83.

E l espacio d el o t r o

Alteridad del habla, 86. El m undo del lenguaje, 87. Subsuelo del senti­ do, 89. Espacio semiótico, 90. Sombra m uda del decir, 92. Voz fenom e­ nológica, 93. Suposición interpretativa, 95. Un vínculo fónico, 96. Fun­ 7

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dam ento constitutivo, 97. O rigen fenomenológico, 100. H orizonte del yo en nosotros, 102. H orizonte del signo, 102. Soledad de fondo: la epojé, 104. El órgano del pensam iento, 105. Fondo afectivo del concepto, 107. Espacio transitivo, 110. La grieta del lenguaje, 111. C rítica del m é t o d o de H jelm slev

Consideraciones iniciales, 114. Estructura fundam ental del lenguaje, 118. Planos, 118. Ejes, 119. Planos y ejes, 121. Relaciones entre unida­ des, 123. Inventario y sistema: el signo semiótico, 125. División de cate­ gorías, 127. Carácter lineal y arbitrario, 131. Otras observaciones críti­ cas, 134. Significante em ergente, 141.

P red ica d o en busca de s u je t o : J . O rtega y G asset

Un recinto oscuro, 150. Gramática pura: la referencia, 152. Fundam en­ tos del lenguaje, 155. Función metafórica, 161. El giro lingüístico, 174. Límites del lenguaje, 175. Una nueva lingüística, 177. Un signo origina­ rio, 181. Valor simbólico de la intuición, 184. El fondo em ergente de la forma, 188. Correlación pragmática, 190. Un contexto dicente, 193. Profundidad sonora, 197. Escorzo de la idea, 199. El tono del m undo, 201. Predicado en busca de sujeto, 202. El nom bre poético, 209. Un pes­ punte crítico, 212. Coalescencia erótica: el estilo, 215.

P aradojas de la pragm ática

El lugar de la pragmática, 220. Insuficiencias del signo, 221. Prelación verbal, 224. Límite del horizonte, 226. Trasfondo del nosotros, 229. Empatia lingüística, 231. El giro herm enéutico, 235. El m étodo históri­ co, 250. El giro poético, 253.

F u n d a m e n to s de gram ática sem ió tica

Lingüística y semiótica, 257. El signo de Ch. S. Peirce, 262. Relación cognoscitiva, 267. Parámetros de integración léxica, 272. Un ordenador universal, 276. El interpretante, 282. Función gramatical narrativa, 287. El espacio, 292. El tiem po, 293. El modo, 299. Casos profundos, 304. Gramática semiótica, 307. Un núcleo cuántico, 314. O tro vuelo del dis­ curso, 320.

E p íl o g o ........

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B iblio g ra fía

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Introducción Schwer verláBt Was nahe dem Ursprung wohnet, den Ort. ( H ó l d e r l in )

El ser es algo que pasa, es un drama [...]. El hombre no es res cogitans, sino res dramática. No existe porque piensa, sino, al revés, piensa porque existe. (J o s é O r t eg a y G a sse t : “Prólogo para alemanes”)

Dice S. Pinker al comienzo de su obra The Language Instind que los hom bres sabemos hablar en más o menos el mismo sentido que las arañas saben hilar sus telas1. La diferencia entre uno y otro caso resulta, sin em bar­ go, abismal, pues el instinto natural de la araña hila aunque ésta se quede sola en el m undo, sumida en la profundidad de un bosque, por ejemplo. No sucede así con el habla del hom bre. Aunque dotado de una facultad para ello, pero no de un órgano específico, no podrá hilar la red de su len­ guaje si no existe otro hom bre con el que hablar y comunicarse. Diferencia tan simple supone un principio básico y fundam ental en la consideración científica del lenguaje, la intersubjetividad o relación interlocutiva entre dos hablantes, al menos. La facultad de habla no es un m ero instinto por más que en ella intervenga el instinto hum ano de com unicarse m ediante signos y esto suponga unas estructuras biológicas con funciones diferencia­ das según el instinto básico de relacionarnos unos con otros. Aun en el supuesto de una “inform ación” acum ulada genéticam ente durante el pro­ ceso evolutivo de la especie hum ana, el hom bre no descubre su facultad de habla al m argen del hom bre mismo. Ysería extraño que un contenido pre­ cediera a la form a y al órgano que lo condicionan, favorecen y producen. El nacim iento del lenguaje supone algo más que la determ inación siempre igual e indiferenciada del instinto. Una facultad, térm ino reducido por S. Pinker para evitar densos y graves problem as asociados a la naturale­ za del lenguaje, es más compleja que el instinto, si bien lo presupone. Lo mismo sucede con el concepto de razón si entendem os por ello algo com ún al hom bre y a la mosca, como se deduce de otra com paración esti­ m ulante de Pinker al considerar el funcionam iento del lenguaje tan aleja­ 1 Pinker, S.: The Language Instincl. Penguin Books, London, 1994, p. 18. 9

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do de la conciencia del hom bre como lo está el proceso racional de la incu­ bación de huevos en la conciencia de la mosca2. Las teorías evolutiva y antimentalista de la lengua y del conocim iento alcanzan así su mayor grado expresivo de elegancia intelectual y descubrim iento científico: lenguajearaña y conciencia-mosca. Ahora bien, debajo de estas com paraciones yace un viejo símbolo y esquema consciente del hom bre, el teatro de la naturaleza: “En el espectácu­ lo inteligente de la naturaleza nosotros sólo somos una especie de primates con su propia representación, una destreza para com unicar información sobre quién hizo qué a quién m odulando los sonidos que pronunciam os al exhalar el aire”3. Por lo menos, sabemos quién es quién y qué hizo previa­ m ente para inform ar luego a otro de ello. Hay, pues, una estructura interlocutiva previa, un otro antecedente. Existe además un tiem po de habla. Y todo ello en un escenario ante el conjunto global de los seres existentes. La imagen dramática del m undo y del lenguaje es una constante de la cultura hum ana. Baltasar Gracián, Calderón, los frailes B. Jerónim o Feijoo y Martín Sarmiento la popularizaron como Gran Teatro del Mundo o Teatro crítico Universal. El hom bre se sabe en escena dialogando con los otros hom bres y seres de la naturaleza. Seguimos, por tanto, en escena, y dram áti­ ca. Pero una cosa es contar con el guión o texto del dram a y otra muy distin­ ta sentirse dramatizados en busca del tema o sujeto que defina el texto y con­ forme la escena ante el público presente y ausente, pasado y futuro. El len­ guaje tiene muchas caras y se replica en diversos e innúm eros escenarios. No nos contentam os con la información escueta del enunciado. Nos inmiscuimos en ella hasta indiferentes al qué y cómo, pendientes sólo del contacto o contagio que el habla procura e implica como vinculo hum ano de existencia con existencia, de la m ente con las cosas, de éstas con nues­ tros sentidos, externos e internos, de ellas con el m undo. Además de la idea o unidad de información transmitimos la postura personal de nuestra adherencia, rechazo, duda, suposición, ignorancia, sorpresa y eco emotivo. El ideoma presupone un draoma o drama, del verbo latino drao, que significa actuar, nos dice O rtega y Gasset, filósofo que también considera la base bio­ lógica del lenguaje. Su entrañam iento genético es dram ático, el drama del lenguaje. Drama que atañe a la conciencia, al m odo de concebirlo y, por tanto, a su consideración científica. Desde tiem po inmemorial unió el hom bre la reflexión sobre el len­ ,¿ Ibid., p. 21. 3 Ibid., p. 19.

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guaje a su capacidad cognoscitiva y al organon de su propia naturaleza. Siempre vio en la voz o foné la emisión corpórea de un complejo misterioso que abarca el cuerpo, la m ente, al soma o conjunto raciocorpóreo, al orga­ nismo como parte de la naturaleza que lo engloba. La perspectiva de teatro dram ático no es nueva. La de los elem entos básicos de la composición, de la sinergia de la voz como eferencia biológica del pensam iento, tampoco. Hay una constante reflexiva a través de la historia del pensam iento sobre el fenóm eno expresivo, racional y corpóreo del lenguaje. Esa continuidad trata de explicar la fluencia material del pensam iento constituido como voz orgánica y al mismo tiempo independizada de sus constricciones instinti­ vas, como si la llam aran más allá de sí misma, o desde dentro, pero un inte­ rior afondado también más allá de su conciencia. A finales del siglo xjx y comienzos del xx esta postura adquirió carta de naturaleza en cuanto al lenguaje dentro de la antropología, la filosofía y otras ciencias entonces nacientes, como la psicología y luego la lingüística. Había entonces una unidad de consideración y un interés humanista por descubrir los secretos íntimos y la estructura orgánica del lenguaje, hasta que éste, sus intérpretes, intuyeron que en su secreto anidaba también la incógnita del pensamiento y, hoy, además, que su estructura refleja funciones de otras detectadas en el proceso biológico del genoma hum ano. Desde tal punto de vista, la consideración dramática o escénica del lenguaje no ha perdido el horizonte de la raíz gen, relacionada con el hecho de nacer y devenir o llegar a ser algo en un medio determinado. El conocimiento hum ano conserva en Occidente esta raíz y siempre se vio a sí mismo como el engendram iento de algo nuevo entre la mente y el m undo circundante desde la instalación en él como seres conscientemente orgánicos. Esa conciencia también era común en cuanto a la unidad expresiva y conceptiva del Logos, palabra y pensamien­ to unidos en un único acto de concepción humana. Fueron diversas y dispares las interpretaciones de tal unidad operati­ va. Según las épocas y el estado de la ciencia, prim ero especulativa y luego experim ental, se insistió en uno u otro polo de la relación, la m ente o el m undo conocido. Pero la relación misma se mostró entonces como escena­ rio fundam ental del proceso y, a su vez, en tanto nuevo objeto de la consi­ deración, osciló entre relación básica inscrita en la naturaleza o relación sólo cognoscitiva que el hom bre instaura al conocer algo de ella. Pero aún así, esta segunda hipótesis también pudiera ser reflejo de una intercone­ xión general de los seres en la naturaleza. Surge entonces la idea de una interrelación m utua, constituyente y prelativa respecto de cualquier consi­ deración suya aislada. Tal fue, por ejemplo, el aporte del círculo herm e-

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néutico y de la fenom enología alem ana, con Hegel, Dilthey, Husserl y Hei­ degger, principalm ente. En el campo científico sucedía algo semejante con los descubrim ien­ tos radioactivos de E. R utherford a finales del siglo xix y su teoría planeta­ ria del átom o, así como con la teoría cuántica de M. Planck o intercam bios discontinuos de la energía que revelan, sin embargo, una constante. De ambas consideraciones surge luego el principio de com plem entariedad de N. Bohr, quien dictamina que un objeto cuántico no puede ser descrito a la vez con presupuestos analíticos de ondas y de partículas. Su m étodo añadía además la consecuencia o principio epistemológico de la interrelación o inseparabilidad del observador y del objeto observado. El analista entra también en la longitud de onda del objeto analizado, podríam os decir, con lo que se complica la pretendida objetividad de la ciencia, o por lo menos un modelo determ inado de objetividad científica. Louis de Broglie estable­ ce luego, en 1920, la m ecánica cuántica con la hipótesis de que las partícu­ las m ateriales se com portan como ondas. Satyendra N. Bose, físico indio, y A. Einstein concluyen después que todos los átomos tienen en com ún una única longitud de onda y que en la materia hay un estado coherente según el cual las ondas de los átomos oscilan coordinadas y al unísono. Es la deno­ m inada condensación de Bose-Einstein ( b e c ). El principio de indeterm inación y el formalismo matricial de W. Heisenberg reconocía, a su vez, la imposibilidad de m edir al mismo tiem po la posición y velocidad de una partícula cuántica. La incidencia del observa­ dor en el proceso científico afecta, como en el sistema semiótico de Peirce, al objeto analizado y el proceso mismo se conform a en él como otro consti­ tuyente suyo. Heisemberg reconoce que, al estudiar la naturaleza de las partículas elem entales que conform an el átom o, no podem os prescindir, más bien, con sus propias palabras, “no podemos hacer abstracción del principio de la existencia de procesos físicos que nos inform an de ella”. El espacio vacío interpuesto entre las partículas de los átomos, y de éstos entre sí, “no posee condición de realidad sino en tanto que soporte de campos eléctricos y de la geom etría”. El proceso de observación perturba incluso las partículas observadas, de tal m odo que sólo nos cabe hablar de los fenó­ m enos que se desarrollan cuando intentam os conocerlas. No podem os ais­ larlas de la “acción recíproca” que las contiene respecto de cualquier otro sistema físico, incluido en éste el m étodo de análisis y m edida operado. Al analizar el objeto descubrimos además, por tanto, o prim eram ente, el conocim iento que de él adquirimos. La claridad del análisis m atemático ya no representa, concluye Heisemberg, “el com portam iento de la partícula

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elem ental, sino el conocim iento que de él poseem os”. Se abre así un diálo­ go infinito -u n a interpretación semiótica, decimos nosotros- entre el hom ­ bre y la naturaleza. El « e n s í» sustancial o noum énico de la naturaleza ya no es algo estable en el sentido de lo dispuesto ahí ante el hom bre, sino de lo dado conversando en escena con otros hom bres o científicos, con la naturaleza misma a la que pertenecem os y en cuyo seno operamos. Heisenberg recuerda precisam ente este diálogo dram ático anunciado previamen­ te por Bohr, a quien cita: “debem os darnos cuenta de que no somos espec­ tadores sino actores en el teatro de la vida”. De m odo parecido, la recursividad engendrada en el lenguaje dota de carácter oblicuo a la forma o frase aislada para analizarlo. Su referente es algo más que el dato aislado del periodo o engrama sintáctico que lo integra. Los datos se objetivan o convierten en objetos dentro de un paradigma o esque­ ma que los encuadra por el simple hecho de analizarlos. La importancia del encuadre será entonces decisiva según responda a la misma naturaleza de lo estudiado o sea un simple marco suyo decorativo, homólogo, pero no de la misma naturaleza que el fenóm eno inducido. La adecuación o m edida justa - Kaipóf - entre naturaleza y paradigma de época no corrige, sin embargo, la anomalía o el cambio que las estructuras perceptivas van introduciendo. La interpreta o anuncia una crisis de la adecuación misma, pero sólo el giro con­ veniente de la interpretación y asimilación perceptivas del dato perm ite ver y entender lo nuevo anticipado, “el cambio de forma (Gestalt)”, dice Th. S. Kuhn. La comparación de La Estructura de las Revoluciones Científicas (1962) así lo atestigua. Tres años más tarde publica N. Chomsky Aspectos de la Temía de la Sintaxis, obra que intenta determ inar el paradigma y la proyección de la forma interna del lenguaje y sienta las bases del generativismo lingüístico. La imposibilidad de aprehender al mismo tiempo la velocidad y el engrama de la forma en todos los niveles de su donación reducía, no obstante, la extensión procesual y generativa del fenóm eno a las relaciones ya consolidadas. Lo mismo le sucedía al formalismo desustancialiazado de F. de Saussure en el Curso de Lingüística General, de 1916, al retener sólo la forma de las relaciones, por más que, acorde con la época, y sobre todo con el eco husserliano de las Investigaciones Lógicas, previera en cada una de las partes o formas la presencia del sistema, principio básico del estructuralismo. Estos logros y reducciones, a la vez teóricas y prácticas, nos perm iten concluir hoy para la lingüística lo siguiente. Mientras que la ciencia busca el acuerdo entre teoría y naturaleza con instrum entos creados ad hoc-tesis de K uhn-, el lenguaje ya es una realización con teoría implícita. Hay que explicitarla, extraerla.

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La herm enéutica había descubierto también una interrelación por contagio analítico del texto analizado. La determ inación del sentido de un texto sólo es posible si entram os de algún m odo en la dinámica textual que lo configura. El estudio de la gramática es una parte del análisis, pero nos descubre el engram a o armazón interno del texto. Q ueda sumida en el pro­ ceso interpretante del sentido global que integra y estructura sus com po­ nentes. A él pertenecen además, y como base suya, el emisor y receptor locutivos. El texto textualiza el m undo y a sus intérpretes. Los descubrim ientos posteriores de N. S. Troubetskoy al analizar los sonidos, com pañero de Jakobson en el círculo lingüístico de Praga, hacían pensar tam bién en una microfísica cuántica del lenguaje y, de hecho, las nociones de constante y variante, así com o la división entre fonética y fonología, el carácter discreto del sonido -u n o de los rasgos básicos del significante según F. de Saussure-, el fundam ental fónico, los rasgos y segm entos fonológicos, etc., recordaban la polém ica entre partí­ culas, ondas, los quanta, la discontinuidad energética, su com plem entariedad, la condensación coordinada y coherente. Se intuía un proceso com ún en la naturaleza y el arte de vanguardia buscaba m ediante el len­ guaje atisbos de esa coherencia oculta revolucionando, en música, poe­ sía, teatro y pintura, artes m enos narrativas, el orden y norm a de un esti­ lo ya anquilosado. En el plano filosófico sucedió algo similar con la apercepción feno­ menológica del objeto. No hay separación radical entre lo conocido y el cognoscente. El m odo básico de conocim iento supone también una inte­ rrelación previa de los polos o instalación com ún en el m undo, lo cual no impide una distancia y ruptura analógica entre ellos. No existe, pues, una objetividad aséptica, desenganchada del cognoscente, lo cual no impide que podamos determ inar algo objetivo al conocer las cosas. Cambian el concepto y el m odo de ser objetivo. La filosofía de Husserl tuvo especial im portancia al considerar bajo otro enfoque el conocim iento, la realidad objetiva y la función del objeto científico. La génesis pasiva del conocim ien­ to muestra en sus formas activas un rem anente irracional y una huella inconsciente de constitución e instalación previa del hom bre en el m undo. Tal era también la tesis, aunque explicada de otro modo, de la naciente psi­ cología. Conocer algo implica abordarlo desde diferentes consideraciones o puntos de vista. Nace así el perspectivismo gnoseológico que Ortega y Gasset alza a categoría y principio básico del conocim iento, ya entrevisto en el Barroco por B. Gracián al establecer sobre el escenario del Gran Teatro del M undo un diálogo entre la actitud natural de la percepción y el juicio

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crítico que la desgrana, Andrenio, el hom bre natural, y Cratilo, el intérpre­ te filósofo. El texto nuevo se llama Criticón. Pero el intérprete real de esa relación m utua es el lenguaje. En él actúan el hablante observador, el m undo hablado y analizado, el oyente también observante y el horizonte prelativo que los conjunta en el proceso dinámico de com prender y representar un sentido del m undo: la palabra. La herm enéutica, la fenom enología y naciente lingüística se percataron de que la constitución objetiva tenía un modelo en la organicidad expresiva del lenguaje. Husserl advirtió esta prelación constitutiva en H um boldt; Hei­ degger, además, en H erder y en la crítica que Nietzsche, partiendo de G. Gerber, hizo de la filología, del sujeto gramatical y de la tematización del sonido en su tiempo. Surgió así una atención especial al proceso del len­ guaje y a su paralelo objetivo en la nueva ciencia de la m ecánica cuántica y del relativismo einsteiniano. La palabra no tiene sentido al m argen de la frase que la engloba; ésta tampoco lo culm ina desligada del texto a que per­ tenece; pero a una y otra las subtiende un tono o modo de instalación per­ ceptiva en el m undo. Incluso la microorganización fónica de la palabra requiere una onda entonativa que la integre percutiendo en el silencio como resonancia de fondo. Todo está interrelacionado y unas capas inter­ pretan a otras en orden creciente de implicación significativa. La articula­ ción diferenciada de un aire com ún a todos los hablantes de la naturaleza hum ana une en un solo acto el singular y lo general, lo concreto y abstrac­ to. Se prefigura entonces un subsuelo de resonancia m etoním ica que, con­ figurada en nom bre y metáfora de lo aludido y evocado, se convierte, a su vez, en una m egam etádora o m etalingüística del universo. La influencia de Husserl se dejó notar en los denom inados círculos de Praga y de Copenhague. Román Jakobson tuvo noticia de sus Investigaciones Lógicas cuando era estudiante en la Universidad de Moscú, por los años 1915 y 1916. Fue presidente del círculo lingüístico de la capital moscovita con dieciocho años, tiem po de juventud com partida, según él mismo nos cuenta, con pintores, poetas y lingüistas jóvenes interesados también por el desarrollo de la física y de la ciencia en general. Husserl y él se conocieron luego personalm ente en Praga, en el año 1935, donde discutieron con otros filósofos y lingüistas sobre la intersubjetividad del lenguaje. Hendrick J. Pos, A. Gurwitsch y Jakobson fueron los lingüistas más atentos al influjo fenomenológico en la estructuración científica del fenom eno verbal4. 4 Remitimos para las relaciones entre fenomenología, estructuralismo y arte a los libros de E. Holenstein: Román Jakobsons phánomenobgischer Strukturalismus. Suhrkamp,

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En cuanto a los fundadores del círculo de Copenhague, V. Br0ndal y L. Hjelmslev, la referencia a las Investigaciones Lógicas t ra también com ún en los prim eros escritos. El influjo de Saussure determ inó, no obstante, un giro notable en Hjelmslev hacia el estructuralismo funcionalista. Era una consecuencia formal de la teoría significativa de Husserl. Si el signo no puede dar cuenta de la determ inación objetiva de la realidad y se limita a las asociaciones y percepciones de estados sensitivos y mentales, de tal m odo que a la intuición de algo sólo le corresponde, detrás del de, la repre­ sentación así obtenida, la intención de la palabra o del lenguaje tampoco va más allá. Nos quedam os entonces con la relación pura y las funciones en y por ella determ inadas. Hjelmslev dice en los Prolegómenos a una Teoría del Lenguaje que no sabemos en qué consisten los signos y que debemos limi­ tarnos a la función semiótica que la form a y la sustancia determ inan entre los planos que lo constituyen, la expresión y el contenido. Ignoram os su enti­ dad pero no la función interna que une las dos mitades constitutivas. Sesga­ ba así el m étodo fenomenológico aplicado a la lingüística. Este giro sorprendente extrem ó a su vez el funcionalismo olvidando que Hjelmslev introducía y recuperaba a su vez la intuición referencial y sustantiva en el nivel semiótico o glosológico de la lengua. Establecía así un paralelo con la Semiótica americana de Ch. S. Peirce, quien atiende tam­ bién a la percepción fenom enológica o faneroscópica del lenguaje. Su con­ cepto de interpretante asume, por otra parte, la instalación del observador o analista en el proceso cognoscitivo. La interpretación de un signo es ya otro signo y esto en cualquiera de sus partes o dimensiones. El enfoque hermenéutico, fenomenológico y lingüístico adquiere entonces carta de naturale­ za y hasta de paradigm a científico para el resto de todas las ciencias. Tal línea de pensam iento se mantuvo activa en algunos filósofos y lin­ güistas del siglo XX con ligeras diferencias de fondo. El formalismo funcio­ nalista desterró o m arginó la relación intersubjetiva antecediendo la pala­ bra a los interlocutores. Sin embargo, y a pesar de su notable influjo, incre­ m entado luego por el generativismo chomskiano, inicialm ente heredero de H um boldt, pero también funcionalista, persistió en ciertos filólogos, lin­ güistas y filósofos, la reflexión simbólica e integrada del lenguaje. Hemos escogido algunos de ellos en este trabajo como muestra del dram atismo Frankfurt am Main, 1975, pp. 48-66, 68-76; Jan Patocka: Texte. Dokumente. Bibliographie. Hrsg. von Ludger Hagedorn und Hans Rainer Sepp. Verlag Karl Alber, Freiburg (Breisgau) / München, 1999, pp. 227-234, 409-418; Román Jakobson: Meine futumthchen Jahre. Hrsg. Bengt Jangfeldt. Friedenauer Presse, Berlín, 1999.

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que subyace en la investigación lingüística. Quedaría incompleta la imagen y sumario de la lingüística del siglo xx, así como su consideración científica, si no atendiéramos a estos nombres, a sus propuestas en más de un aspecto innovadoras y, sobre todo, a la relación interna o apriori correlativo del lenguaje. Las investigaciones de M. Bréal, A. Amor Ruibal, Husserl, G. Santaya­ na, Hjelmslev, J. Ortega y Gasset, sobre el precedente de Humboldt en unos casos y el de Peirce en otros, nos sitúan ante un fondo antepredicativo del lenguaje que la lingüística no puede obviar si pretende el rango de ciencia y paradigma humano de otras ciencias. De ello se derivan supuestos que ata­ ñen a la gramática y al pensamiento verbalizado. El funcionalismo lingüísti­ co reduce la donación originaria de sentido y, con ella, el don del nombre, la constitución nominal de las cosas o estado de cosas en la intención signi­ ficativa del hombre. El objeto lingüístico nace siendo nombre, nombrando. Es el hecho natural del lenguaje y a él debe revertir cualquier análisis reductivo o teoría que pretenda explicarlo. Recuperar la función nominati­ va del lenguaje es el objetivo principal de este estudio. Filosofía y lingüística coinciden aquí, una vez más, en la investigación o búsqueda del principio latente que subyace y acompaña a las manifestaciones de superficice o acti­ tud natural del habla.*

* Los capítulos que lo componen fueron en su mayoría trabajos previos ofrecidos a congresos o solicitados por reuniones científicas sobre la entidad del lenguaje y su alcance fenomenológico. Aparecen ahora integrados en el horizonte que los convocaba entonces como partes de un conjunto en ciernes. Algunos son en realidad estudios nuevos o recupe­ ran aquí la extensión que las restricciones editoriales de congresos y publicaciones colectivas no le permitían cuando fueron escritos. Su integración en este otro contexto los dota, por tanto, de una dimensión que antes no tenían. Fueron concebidos con la intención editorial que hoy alcanzan, como partes o capítulos de un libro futuro, ya presente.

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El drama del lenguaje: M. Bréal La escen a y lo s a c to r es

M. Bréal alude en Essai de Sémantique, y dos veces, a la com paración, prim ero, de la frase indoeuropea con un pequeño dram a cuyo sujeto actúa continuam ente, de tal modo que hasta la función pasiva es considerada bajo tal aspecto5. La segunda alusión, en cambio, extiende el dram a a todo el lenguaje. Las palabras son los actores y, la acción gramatical, el movi­ m iento de los personajes. Añade, además, una consideración im portante: la figura del empresario. Interviene éste en la acción para mezclar en ella sus reflexiones y sentim iento personal, pero no a la m anera de Hamlet, quien interrum pe, dice, a sus com ediantes desde fuera, ajeno a la acción misma, siendo así que ésta representa, como sabemos, su dram a particular, sino como hacemos nosotros mismos soñando, en cuanto espectadores interesados y, a la par, autores de los acontecimientos. Esto es precisam ente lo que M. Bréal denom ina « e l lado subjetivo del lenguaje» (ES, 234), fondo y base esencial del mismo. La intromisión “en reve” del empresario, a la vez espectador y autor de los fenómenos, implica la acción interior del habla, activo-pasiva, y de la recepción, de igual índole. El hablante asiste a su producción verbal, hable o escuche. Encontramos la misma com paración en lingüistas como L. Tesniére y A. J. Greimas, quienes distinguen ac tan tes-actores y funciones en el núcleo matriz del lenguaje. La sintaxis viene a ser, según Tesniére, un teatro cuyo proceso, repre­ sentado funcionalm ente por la acción significante del verbo, se desarrolla en los sustantivos en cuanto actantes y actores de una circunstancia adver­ bial6. El adverbio circunscribe el ámbito y la escena de la acción dram ática ejecutada por los sustantivos. El director de escena - “le régissant”7- es aquí, 5 En las lenguas indoeuropeas, la frase se presenta “sous la forme d ’un petit drame ou le sujet est toujours agissant” [M. Bréal: Essai de Sémantique (Science des Significatiom). Brionne, Gérard Monfort, 1982, p. 86]. En el texto citamos esta obra como ES y a continuación la pági­ na de referencia. 6 Tesniére, L.: Elemenls de Syntaxe Structurale. Edit. Klincksieck, París, 1982, p. 102. 7 Ibid., p. 103. 21

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cuando aparece, el verbo, pues en piezas cortas como las frases simples puede regir el proceso otro actante, pero siempre bajo la m oción del pro­ ceso significativo, que traslapa la acción de cualquier interviniente. A. J. Greimas aprovecha, por su parte, el rendim iento de esta com pa­ ración escénica deduciendo del m odelo gramatical otro sintáctico-narrativo: « l a proposition... n ’est en effet qu’un spectacle que se donne á luimém e Y homo loquens. Le spectacle a cependant ceci de particulier, c’est q u ’il est perm anent: le contenu des actions change tout le temps, les acteurs varient, mais l’énoncé-spectacle reste toujours le m éme, car sa perm anence est garande par la distribution unique des ro le s » 8. Así pues, a la acción significativa del proceso hay que añadirle, según este autor, una constancia paradójica: el enunciado perm anece siempre el mismo aunque cambie el contenido y la figuración de los actores en cada unidad enunciada. No sólo el escenario, por tanto, sino hasta el espectácu­ lo que en él se produce rem ite incesante a una unidad fija de proceso, como la oración gramatical. Varían el contenido de las acciones y los perso­ najes, es decir, los nom bres y sus acepciones, pero la distribución de funcio­ nes perm anece inalterable. Forma, función y significado crean, en conse­ cuencia, un proceso uniform e -el discurso- que cambia y evoluciona sobre unos ejes fijos que retan al espacio y al tiem po de las circunstancias. La actancia de los actores refleja esquemas inalterables en su funcionam iento. S em io sis prepo sitiv a

Alcanzamos así el estatuto lógico de la significación, en la que, sobre el principio lingüístico de presencia-ausencia, la afirmación de un térm ino supone la negación de su contrario: A es también no-A respecto de B en la cadena A-B. La relación presupositiva de las disyunciones contrarias y con­ tradictorias constituye, a su vez,a la semiosiP. Este térm ino, así como la determ inación cualitativa del verbo sin índi­ ces, puram ente funcional, de Ch. S. Peirce, nos acerca, en otro orden de referencias, a los verbos neutros y a las palabras de significación plena de Bréal, antecedentes, a su vez, de la relación transitiva. Peirce distingue tres funciones en la proposición. La prim era, cualita­ tiva, es el cam po de posibilidad: el verbo significa sin morfemas adjuntos, como pura dinamicidad o apertura eferente. Cuando los índices o térm i­ nos aparecen y se relacionan entre sí, obtenem os la segunda función o cate­ 8 Greimas, A. J . : Sémantique Structurale. Larousse, París, 1966, p. 72. 9 Ibid,: En Tomo al Sentido. Ensayos Semióticos. Edit. Fragua, Madrid, 1973, p. 159.

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goría de existencia, donde se sitúa norm alm ente el m odelo de oración gra­ matical. La tercera clase de proposición, la compleja, atiende a las relacio­ nes entre las unidades: conjuntivas, disyuntivas, implicativas, etc. Esta terce­ ra función corresponde a la categoría del pensam iento mediatriz, creador. En su análisis semiótico subyace también una estructura lógica10. Partiendo, pues, de la concepción básica del lenguaje como un dram a, idea presente en filósofos, tal O rtega y Gasset, com ún también a lin­ güistas como Bréal, Tesniére y Greimas, y teniendo además en cuenta su carácter semiótico, alzado a sistema por Peirce, Hjelmslev y el propio Grei­ mas, veamos algunos aspectos del dram a lingüístico desde la perspectiva centenaria de Bréal. T r a n sd u c c ió n objetiva

El dram a fundam ental del lenguaje atañe a su estructura dinámica, abierta o cerrada, según los casos. Las proyecciones “estémicas” de Tesnié­ re serían círculos concéntricos en Greimas y transiciones remáticas para Peirce. El núcleo de la acción es el verbo, que representa, bien el espaciotiempo perceptivo, bien la dinámica del lenguaje considerado como un continuo significante. La significación comienza siendo general y evolucio­ na a estadios concretos de determ inación objetiva, graduada. Los verbos son, tanto en Bréal (ES, 108), como en Tesniére11, ese proceso genérico. Los nom bres, en cambio, dice aquél, concretan su dinámica, de tal m odo que el hablante no designa cosas, sino acciones cada vez más cicunscritas a sus perfiles. El sustantivo es una acción contraída. El lenguaje escenifica el transcurso de la conciencia y la evolución de sus unidades. Así, del verbo derivan, m ediante sufijos anexos, el agente y el paciente de la acción, el instrum ento y la materia, al tiem po que sustantivos y adjetivos en cuanto formas de tales funciones. Hay, pues, una generación de fondo similar a la de Peirce. La unidad nodal del verbo con los actantes constituye, por otra parte, el « p e tit d ra m e » de Bréal (ES, 86) y Tesnié­ re12, así como el « e s p e c tá c u lo » del microuniverso semántico, en este caso con otra disposición, de Greimas13. Todo esto acontece, a su vez, para Bréal, 10 Deledalle, G .: Théorie et Practique du Signe. Inlroduclion á la Sémiotique de Charles S. Peirce. Payot, París, 1979, pp. 35, 78,133. 11 Tesniére, L.: Éléments de SyntaxeStructurale, op. cit., p. 102. 12 Ibid,, p. 102. 13 Greimas, A .J.: Sémantique Structurale, op. cit., pp. 132,176-180.

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en razón del uso y del hábito constante, ininterrum pido, que une en cir­ cunstancias concretas el signo así form ado con la cosa por él significada. Formas y contenidos evolucionan desde un sentido genérico a un significa­ do específico, limitándose m utuam ente. Entre las cosas y las palabras hay « u n a perpetua falta de p ro p o rc ió n » (ES, 107). Y éste es el auténtico dram a del lenguaje. Tanto el origen como la proxim idad genuina se desdi­ bujan en el acto de captación expresiva. ¿Qué queda, entonces? El lenguaje no trata de copiar la realidad, sino de expresarla en el acto de su acontecimiento. La form a verbal participa en el fenóm eno cognosci­ tivo. Bréal desentraña sus procesos semánticos desde el orden espontáneo, popular, del habla. Aunque ésta difiere del pensam iento en general (ES, 335), lo objetiva (ES, 249) y, al hacerlo, traduce (ES, 254) o transpone la realidad (ES, 329). Debemos entender más bien este proceso como una transducción, porque la dinámica del verbo no cesa en ningún instante. Desde un punto de vista diacrónico, el pensam iento se moldea en las pala­ bras. Y aquí se inicia otro acto del dram a lingüístico. G e n er a c ió n a cta n cia l

No sabemos cómo se produjo, en origen, la relación trinómica palabra-pensamiento-realidad. Podemos educir algunas conjeturas e hipótesis. Así, por ejemplo, que los pronom bres, más antiguos que el sustantivo (ES, 192), eran gestos del ámbito deíctico poco a poco formalizados como monosílabos, y que originaron, a su vez, conjunciones. Sucede algo pareci­ do con los adverbios, categoría de las más recientes, que evolucionan a par­ tir de desinencias o palabras determ inantes de otras, a las que añadían aspectos, matices locales, modales, temporales, etc. Muchos de ellos term i­ narán como preposiciones, rigiendo caso. Y esto introduce un giro lógico im portante. Lo que era causa, el caso, pasa a ser efecto: la marca originada por casos específicos como el ablativo - ab, ex-, o el acusativo - ad, in-, se convierte en regente y causativo (ES, 188). Los goznes de esta transform a­ ción son el uso y el hábito, la costumbre del habla, su constancia perceptiva y locutora. De ver siempre unidos en el mismo orden, dentro del sintagma, a la preposición y al caso por ella regida, la conciencia lingüística atribuye a aquélla, en principio simple marca adverbial adjunta al caso, razón suya de causa. He aquí, pues, un ejemplo de gramaticalización. No sabemos si tal giro obedece a una extensión significativa del caso hacia el vacío semántico de las marcas adverbiales poco a poco ahogadas entre el régim en del verbo y el caso en cuestión, o si ellas mismas desarrollaron una función nueva en

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el espacio sintáctico gracias a la moción relativa de las unidades nucleares. Ignoram os también si las preposiciones ab, ex, ad, in, apó, perí, epi, pró, etc., incidieron en el intersticio del verbo y la circunstancia, determ inando aún más el sentido del origen, la trayectoria de la dirección, el entorno o el fun­ dam ento de la causa, etc. Si así fuera, no sólo podríam os decir, con Bréal, que « h o y día la categoría del adverbio existe en la in teligen cia» (ES, 187), sino, más bien, que la gramática incipiente ya contem plaba en la rela­ ción verbo-circunstancia, dada por el caso, un vacío latente de transcurso y transducción. De ahí que el uso del habla venga a cubrirlo con una forma prim ero desinencial, con valor de com plem ento adjunto, y después regen­ te. Por eso resulta forzada, más dependiente del análisis que del fenóm eno estudiado, la división que Tesniére hace entre los planos estructural y semántico (ES, 40), pues no hay semántica totalm ente abstraída de la form a gramatical. Aun cuando ésta no existe, la latencia sem ántica halla una virtualidad previsible. Asunto similar al de las preposiciones encontram os en la transduc­ ción genética de la conjunción que con subjuntivo. Históricamente, este modo la precede (ES, 190). Entre el verbo regente y el subjuntivo había un espacio transductor que vino a ser ocupado por una form a de carácter pro­ nominal. Tal rasgo amalgama entonces su función. Por un lado recupera el perfil anafórico de pronom bre, pero, por otro, gracias a su posición de bisa­ gra - « c h a r n ié r e » - entre el verbo y el modo, adelanta algo posterior y se convierte en causa suya: es, también, catáfora de aquello que anuncia. Si nos fijamos en las implicaciones de este proceso, asistimos aquí a una muestra clara de transform ación fenom énica en razón del puesto que una form a ocupa en la cadena locutiva. En su recuperación pronom inal subyace un tiem po de habla anterior a lo hablado, una consideración del otro, el oyente, en el espacio intercomunicativo; es decir, un tiem po exter­ no, fuera del espacio yo-tú, un tiem po del ello y de él, donde entraría tam­ bién el m odo imaginario del deseo, la hipótesis, presuposición, etc. Así pues, en frases como “Te digo que vengas”, “Dice que viene, vendrá, ven­ dría”, etc., debem os considerar un tránsito ilocutivo y perlocutivo entre el espacio-tiempo de las dos acciones, la de decir y venir, lo mío o lo de él, pero esto en mi boca, y lo de otro. Tales frases implican un interregno catafórico, un esto - “Te digo esto: ven”, “Dice esto: viene, vendrá, vendría”, etc. Mi acto de dicción es en realidad mi deseo o interés comunicativo respecto de ti o lo que supongo en ti referente a mí, o, simplem ente, lo que otro, él, enunció, deseó, presupuso, etc. Un espacio dram ático, dialógico, que une -conjunción- algo precedente -pro n om b re-, la intención locutiva, con la

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acción posible o real de un oyente. El contenido intencional se transduce como pronom bre conjuntivo. Según Bréal, el movimiento interior de la conciencia, el querer expresar las disposiciones del alma -diathésis tés psychés- testimonia los prim eros asomos de la flexión verbal, los tiempos, que son variantes de los modos, y las personas. Estos ejemplos arrojan luz suficiente sobre el proceso fenomenólogico del lenguaje. La expresión de la realidad es aporte del signo en el inte­ rregno de una transposición perceptiva, am oldam iento de una conciencia encarnada, de un cuerpo consciente situado en una época y m edio deter­ minados. Lenguaje y pensam iento se m oldean de consuno en el tránsito perceptivo de la realidad, pero no en arm onía o paralelismo simultáneo, mas sí partiendo uno de otro. El lenguaje no es espejo ni copia de lo que significa. Sin embargo, añade Bréal, estamos tan hechos a la transposición sígnica de la realidad « q u e las ideas y los sentimientos que atraviesan la conciencia toman inm ediatam ente esta fo rm a » (ES, 329). E spa c io t ie m po d el len g u a je

O tro ejemplo de lo dicho serían los conceptos de tiem po y espacio, originariam ente experiencias relacionadas con la tem peratura y con el movimiento de un objeto, respectivamente (ES, 199-200), es decir, con la cenestesia y la cinética. El cuerpo acom paña también a la extensión del sig­ nificado. La transposición del signo no se corresponde con el despertar genui­ no de la inteligencia al crear un concepto, pero la polisemia que arropa al signo, su amalgama interior de acepciones, no queda al m argen del ámbito inteligente. Debemos advertir que, cuando Bréal habla de las categorías sustantivo, adjetivo y verbo, se refiere a este tipo de actos mentales y no a las sustancias, cualidades y acciones concretas, como hom bre, piedra, alto, pequeño, andar, correr, etc. Actos de relación e implicación, de transfor­ mación metafórica, que, cuando se determ inan en aquellos nom bres con­ cretos, ya se han alejado de su prim er origen, pero que funcionan como correlaciones suficientes de la realidad y el signo que la expresa. Desde tal consideración, es cierto que las categorías, poco a poco desarrolladas, « n o son contem poráneas del prim er aviso - “éveil”- de la in teligencia» (ES, 191), pero se mueven a partir de él, de su arranque, de donde recibe impul­ so, en cada fase del proceso, el “lien d ’esprit” que anuda en un signo y, según cada caso, en una acepción, la resonancia am biente que lo rodea y motiva. Así procede la « le y de especialidad». Si extraemos una matriz de la polisemia de Bréal, encontram os que la

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palabra ejerce dos mociones, una hacia el referente situacional como senti­ do restringido, propio o abstracto, de la acción verbal implícita en todo vocablo, y otra hacia el término vecino, anterior o posterior, con el que entra en relaciones múltiples de síntesis, asociación, analogía, etc. En ambos están presentes los ejes metonímico y metafórico, uno en relación con el entorno externo y estructural, otro, como dice B. Nerlich resumien­ do una anotación de N. Bhattacharya sobre Wegener, cuyas teorías sobre el lenguaje son próximas a las de Bréal, en relación con el cotexto y contexto cognitivo14. En la polisemia, uno y otro eje se entrecruzan. Lo que fue resul­ tado de una concepción -conceptum-, una vez instaurado como signo se apropia el ámbito de la concepción y emprende una serie de interconexio­ nes que activan el pensamiento (ES, 249-250)l5. Son relaciones ineludibles en cualquier sistema lingüístico, como expuso más tarde R. Jakobson. Tam­ bién Greimas las contempla de algún modo en las dimensiones cosmológi­ ca, que atiende y asume el conocimiento del mundo externo, y noológica, concerniente al interno16. T e n s ió n

e x ó t ic a

Lo importante de todo esto es, a nuestro entender, que la relación espacio-tiempo, base fundamental de la metonímico-metafórica, crea un orbe de conocimiento según el cual no existe percepción que no considere los dos ejes en alguna fase de su proceso. Cabe decir, incluso, que el objeto propiamente dicho, el tema de la escenificación dramática, se define, como el objeto dinámico de Peirce17, en el interior del espacio sujeto : mundo. Hay un gozne perceptivo y expresivo a cuyo alrededor gira la relación inter-

14 Nerlich, B.: Change in Language. Whilney, Bréal and Wegener. Routledge, LondresNuevaYork, 1990, p. 185. 15 Bréal señala que, a partir de entonces, oponem os los signos, no las ideas, pero, aun en tal caso, com o en la conexión fónica y sintáctica, quedan, digamos, fonologizadas y esque­ matizadas. Por más que la asociación de ideas proceda del fondo de las cosas y no del sonido (ES, 146), aquéllas resuenan en un ámbito sonoro, externo e interno -palabra interior. Las ideas abstractas, que representan « u n a simple operación del esp íritu » , coinciden total­ m ente, dice Bréal, con sus nom bres (ES, 178). 16 Greimas, A. J . : Sémantique Structurale, op. cit., p. 120. 17 El objeto dinámico de Peirce es en realidad el resultado procesivo del conocim iento de cualquier cosa o relación. Se muestra en el interior del signo a medida que se desarrolla la función interpretante, pero lo sobrepasa generando nuevas unidades suyas o nuevos signos. Hemos sugerido en otra publicación que se incluya en el triángulo semiótico como intersec­ ción de los vértices representativo, significativo y de sentido [Conf. A. Domínguez Rey: “Len­ guaje com o figura". Epos, V. IX (1993), p. 148].

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subjetiva del hablante y del oyente. Hablamos inmersos en un m undo común. Adviértase en todo ello, además, la similitud con las funciones cualita­ tiva y existencial del verbo y sus índices en la proposición de Peirce. Por lo posible accedemos a lo existente m ediante una determ inación cualitativa que, en principio, sólo era tendencia. Así sucede con el verbo al generar, por razones exóticas, las desinencias personales y temporales. Hay proxim idad, también, con el espacio semiótico del signo según lo considera Greimas. El significado rem ite a una significación relacional y a una negación implícita de su contenido, a un fondo procesual de no ser. La tensión hacia otra cosa diferente de sí mismo relativiza la definición de su categoría, otorgándole una cierta dimensión anafórica y catafórica. En el lenguaje, todos los térm inos están atravesados por un dinamism o que los sitúa en función de otros. Esta tensión es alterativa, exótica, y revela el fondo del lenguaje como metáfora. El dram a aludido por Bréal, Tesniére y Greimas consiste en poner ante los ojos el fenóm eno del objeto considera­ do como síntesis de la relación intersubjetiva del hom bre en el m undo. Tal es, creemos, la función del empresario y del director de escena en el dram a del lenguaje. El trinom io actor-director-espectador contribuye aquí a que el significante se asista a sí mismo. Participa en su propia mani­ festación. Sus actos descubren una otredad que interpreta las palabras por ellos emitidas. El significante nunca se separa, dice E. Lévinas, del signo que engendra18. Se escenifica en y desde los usuarios. El hablante es un receptor que actúa movido y guiado por la dinámica del movimiento escé­ nico. Lo activa desde la m oción verbal que recibe. Cuando habla, en reali­ dad escucha. Com unica percibiendo. Por eso puede anticipar una imagen receptiva del oyente como alter ego, según la herm enéutica husserliana, pero esto no le perm ite, sin embargo, introyectarse en la piel del receptor. Los suyos son, en el fondo, a pesar de las apariencias, lenguajes diferentes, idiolectos. Tan próximos en la escena y tan distantes al mismo tiempo. He aquí otro aporte dram ático del lenguaje. Así pues, y para concluir, una vez en escena, y entram os en ella desde la prim era palabra, nuestro ámbito de com prensión son los movimientos y el espaciotiem po de nuestras articulaciones. ¿Cómo captar algo, entonces, de lo externo al lenguaje y darle un sentido fuera de su ámbito de resonan­ cia? Por im portantes y decisivas que sean las circunstancias, los motivos des­ p. 70.

18 Lévinas, E .: Totalité et Infini. Essai sur l'Extériorité. Martinus Nijhoff, Den Haag, 1971,

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encadenantes, nos afecta más, dice Bréal, la « im p resió n p re se n te » del acto que originan. Las causas iniciales de las prim eras palabras se pierden en el olvido o se confunden con impresiones sucesivas. Form an un lecho de « v o lu n tad oscura, pero p erseverante» (ES, 7) que traslapa la intención de los actos. Yesto es la base de lo que L. W ittgenstein entiende por juegos de lenguaje: acciones originadas en la corriente vital del pensam iento. Podríamos decir, incluso, que Bréal es un predecesor latente de la última filosofía de este filósofo vienés atem perado en las nieblas londinenses. De niño, soñaba verse director de orquesta, proscenio también dram ático de sonidos.

Carácter reflejo del lenguaje: A. Amor Ruibal El nom bre de Amor Ruibal, filólogo y filósofo gallego de finales del siglo xix y prim er tercio del xx, sorprenderá seguram ente en un entorno de fundam entación lingüística. Sin embargo, los principios generales del lenguaje, tal como Amor Ruibal lo concibe, favorecen respuestas y plantea­ mientos alternativos a problem as hoy suscitados en lingüística semiótica. La ruptura de esta ciencia con la filología no parece tan clara en ninguno de los apartados o niveles del lenguaje, y menos aún en el semántico. Por m ucho que se haya enriquecido este nivel -pariente pobre de la filología, según Greimas-, sigue m ostrando en su abundancia el eje prim ario y escue­ to que lo sustenta desde el origen articulatorio del lenguaje. Amor Ruibal resulta hoy un precedente notable de la lingüística cognitiva. Con estas notas expositivas, resum en de otras un poco más extensas, querem os contribuir a quebrar el silencio injusto que envuelve a su obra y su nom bre. En él hay un planteam iento científico del lenguaje coetáneo e incluso anterior al de los grandes fundadores de la lingüística, sin necesi­ dad de rom per con presupuestos lógicos y filológicos. Cabría hablar incluso de una lingüística am orruibaliana. E l t r a p e c io c o g n it iv o

En su concepción, el lenguaje es reflejo. Al rechazar el tradicionalismo filológico de Lamennais -el lenguaje sería esencial para el pensam ientoexpone entre paréntesis los vértices del signo lingüístico considerado a tra­ vés de la palabra: “en toda palabra entran un objeto, un concepto, la acción psi­ cológica de elegirte idea dom inante entre las varias que se ofrecen a la consi­ deración en un objeto, y el enlace de esta con el sonido”19 (CL, 58). Esta declaración com prende la dualidad psicoflsica del lenguaje, heredada de los griegos, de Bhartrhari y los neogramáticos, y la trifásica de la semiótica al incluir como cuarto vértice, después del concepto, la idea, determ inada en cuanto efecto de la acción psicológica del juicio. En este 19 Amor Ruibal, A. “Introducción” a P. Regnaud: Principios Generales de Lingüística Indo­ europea. Versión española, precedida de un estudio sobre la Ciencia del Lenguaje por el Dr. A. Amor Rui­ bal Tipografía Galaica, Santiago, 1900, pp. 3-137. La introducción es, por tanto, la Ciencia del Lenguaje. (Citaremos como CL con la página respectiva detrás de la coma). 30

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esquema, figuran ya los principales elem entos de su posterior teoría gnoseológica, la distinción entre nociones e ideas y el carácter fundante del juicio como causa de éstas. Tendríamos, por tanto, un esquema de cuatro fases:

z

Idea Sonido

Acción psicológica

Concepto

La acción psicológica del campo semántico contem pla las relaciones del pensam iento con la representación sensible de la realidad, sin la que no existiría aquél. La palabra es, sin embargo, independiente del pensam ien­ to, porque “supone siem pre una idea, y por consiguiente no puede ser ele­ m ento necesario de ella; porque la palabra siendo de suyo creación artifi­ cial, no tiene en sí valor alguno determ inado más que el que libremente le da el hom bre, así que no sólo no es fundam ento de nuestro conocim iento, sino que sin el conocim iento no podría existir” (CL, 58). La representación sensible, origen del concepto o de las nociones pri­ marias, inicia y acompaña a la intelectiva, pero no es fundam ento suyo. El conocer supone donación intelectual, un valor adquirido en el proceso, pero sin confundirse con él. Amor Ruibal esboza una investidura del sensi­ ble por parte del intelecto en orden a la significación y com unicación humanas. Esta investidura es el acto reflejo del lenguaje. Su base material consiste en la articulación formalizada “al incorporarse la idea á la organi­ zación material de los sonidos” o a las “últimas determ inaciones concretas de la voz”, donde “encarna la idea, dando así origen á la palabra, ó sonido articulado en sentido formal, que es la especificación verdadera del lengua­ je como signo hum ano” (PFFC2, 137)20. A la form alidad de la palabra la denom ina incluso valor (PFFC2, 699), concepto de rica productividad semántica en Saussure. Deducimos, por tanto, que esa form a implica dirección a o desde, la 20 Amor Ruibal, A.: Los Problemas Fundamentales de la Filología Comparada. Su Historia, su Naturaleza y sus Diversas Relaciones Científicas. Tipografía Galaica, Santiago, 1904. (En lo sucesi­ vo citaremos esta obra como PFFC1). Los Problemas Fundamentales de la Filología Comparada, Segunda Parte. Imprenta y Encuadernación de la Universidad Pontificia, Santiago, 1905. (Citaremos PFFC2). Los Problemas Fundamentales de la Filosofía y el Dogma. El conocer Humano, vol. 8. Tipografía del Seminario Conciliar, Santiago, 1934. (Citaremos como PFFDa). Los Proble­ mas Fundamentales de la Filosofía y el Dogma. El Conocer Humano (Función de Deducción), vol. 9. Tipografía del Seminario Conciliar, Santiago, 1934. (Citaremos como PFFDb).

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dirección misma del proceso cognoscitivo. La investidura aquí expuesta es recubrim iento en Husserl y form alidad operativa dentro de una dinámica significante en Santayana. Como veremos en otros capítulos, la form alidad de la forma traslapa un movimiento de síntesis pasivas que anteceden al tema que las fija y determ ina. Al nom brar, el nom bre se reencuentra como acto de sentido con resonancias que lo preceden. Acontece en un espaciotiempo que lo pronombre. En la Ciencia del Lenguaje, de 1900, introducción a la obra de Regnaud, también traducida por él, reserva la función abstracta para el campo semántico de la idea e incluye en el del concepto las facultades perceptiva y afectiva, quedando la sensitiva en relación directa con el sonido. Esta distri­ bución resulta im portante hoy para la semántica cognitiva. El concepto de lenguaje y palabra engloba todo el complejo cognoscente del hom bre. Del prim ero nos dice, al definirlo, que es ula expresión consciente por medio de soni­ dos o signos adecuados de las impresiones experimentadas por los sentidos, y de nues­ tros afectos y pensamientos” (CL, 62n). Los tres órdenes gnoseológicos clási­ cos, sensación, afecto y pensamiento, adquieren aquí un notable relieve en el concepto de “expresión consciente”. También corresponde un grado de reflexión al acto expresivo. T ip o f ó n ic o n a tu ra l : la palabra

A su vez, saliendo al paso del contrasentido implicado en el origen rem ádco del lenguaje, por cuanto se prueba el origen de las palabras par­ tiendo de sus raíces, pero, para explicar aquéllas, se inventan aún más raí­ ces nuevas, propone un concepto de palabra a la vez sintético y analítico, como sucederá más tarde con las ideas y el juicio en su fase filosófica. Es el tipo fonético natural. Expresa sensaciones, el objeto que las anim a y, de modo traslaticio, afecciones e ideas (CL, 64-65, 75n; PFFC2, 699-700n). Así pues, este nivel, trifásico, sería primario: del objeto a la sensación y, de aquí, al “tipo fonético”, del que derivan, en orden colateral, el complejo afectivo y perceptivo. Ahora bien, las palabras nacen con un m odo de ser fijo y con signifi­ cación determ inada. De ellas dedujo “el trabajo gramatical reflejo” las raíces, lógica e históricamente anteriores a los vocablos, en una parte genética, pero lógicamente anteriores e históricamente posteriores a las palabras, desde una perspectiva gramatical refleja. Uno es, diríamos hoy, el plano onomasiológico y otro el samasiológico analítico. De este modo, Amor Ruibal sostiene un evolucionismo racional o transformismo m oderado (CL, 75n, 68-69n) a partir del tipo fonético ini­

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cial, que ya incluye significación, aunque en principio sólo sensible. Esto es consecuencia natural de una aptitud o naturaleza propia del hom bre para producir lenguaje (CL, 72), “una facultad capaz por serlo de prorrum pir en los actos correspondientes” al elem ento psíquico y al fonético. Constituye la naturaleza del lenguaje, su parte necesaria (PFFC2, 699). CORRELACIONISMO MORFOGENÉTICO

Podríam os decir incluso que eleva el sonido a naturaleza. Cuando se efectúa, manifiesta una aptitud racional. Lo necesario es su condición de naturaleza, pero esto no presupone que el enlace entre sonido e idea sea fijo, inamovible, porque lo que gobierna el todo de una lengua es “el movi­ m iento espontáneo provocado por la diversidad de agentes sujetivos y objetivos a que aparezca sometida en su constitución” (PFFC2, 700). Su realización concreta, su manifestación -con térm ino de Hjelmslev y Greim as- en diversos idiomas y usos es lo relativo y convencional, pues en ello intervienen factores concom itantes de historia, m edio y configuración orgánica. En principio, el hom bre es indiferente a uno u otro idioma, pero en el concreto que escoja o le toque hay “motivos reales” que alejan “la indife­ rencia subjetiva á fin de concertar las ideas en equivalencias fonéticas deter­ m inadas” (PFFC2, 701). Amor Ruibal introduce en la formación psíquicofonética del lenguaje un concepto latente de correlacionismo, que será des­ pués la base de su sistema filosófico. El lenguaje, como el conocer, también sigue al ser, aunque no lo agota, y por ello todo nom bre resulta incompleto e inexacto, pero a su vez adecuado al objeto. Es “procedim iento naturalracional” (PFFC2, 699n). S em á n tic a fo n é t ic a : C a teg o ría s

Las expresiones fonéticas son asimismo reflejas. Por un lado, los tipos fonéticos o raíces designan objetos de los sentidos, algo concreto. Son, por otro, y a la par, representaciones vagas, generales e indeterm ina­ das, categorías fonéticas dotadas de una cualidad de representación univer­ sal, “pero pensada de una m anera concreta en los objetos” (PFFC2, 700). Nos dan lo genérico educido “de muchas expresiones fonéticas de la misma naturaleza” y lo proyectan sobre algo determ inado, ya sean imita­ ción de un sonido, expresión de una sensación o “significación del objeto que produce aquel sonido ó aquella sensación” (PFFC2, 699n). Por tanto, la expresión fonética puede ser concebida también como significado ini­ cial y prim erizo del objeto.

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Tales tipos, convertidos en categorías, ofrecen ya el doble movimiento interno que caracteriza después a la idea en cuanto a su extensión y com­ prehensión. De m om ento, en este prim er estadio, la categoría fonética designa un objeto -son “signos de objetos percibidos por los sentidos, y por consiguiente de significación concreta” (PFFC2, 700n)-, pero abarca tam­ bién en sus notas algo más vago e impreciso. El signo cuenta ya con un carácter nocional mínimo en su constitución sensible. Es, de algún modo, un universal concreto. Esta significación imprecisa la encontram os también en G. Santayana al describir la función del sonido en el lenguaje, como veremos en el capítulo a él dedicado. El significante ya contiene un halo de sentido. E l p r in c ip io d e r e l \ c ió n in ter n a

Tal aspecto significativo refleja lo com ún a todos, que perm ite esque­ matizar y esencializar, pero parte de lo concreto, de una dirección interna suya. De hecho, el universal es “un caso particular en cada cosa, en cuanto no es más que lo particular considerado en uno de sus aspectos”21 (PFFDb, 545). Las raíces actúan como “gérm enes vivientes” y atraen hacia sí los tér­ minos de relación fundiéndolos en las palabras. Son los átomos indivisibles de la lengua y elementos primitivos de las palabras. En éstas, además de la idea, representada por la raíz -hoy diríamos el m onem a lexema-, hay una relación, lo que resta de la palabra deducida la raíz. Tal relación es principio interno, activo. Explica la disociación fonética y la asociación analógica. Amor Ruibal le asigna en principio los demostrativos, pero se trata de la con­ formación genética del lenguaje. En consideración analítica, las raíces expresan algo universal y, en sintética, continúan un posible proceso primiti­ vo de aglutinación idiomática. Su modelo es el semítico, que sintetiza en un solo sonido la idea y la relación (CL, 88). Existe, por tanto, una energeia implí­ cita que determ ina un ergon o producto lingüístico. Los conceptos de Hum­ boldt están en la base filológica de Amor Ruibal tamizados por sus lecturas de Hervás y Panduro, en quien ve un precedente del polígrafo germano. L en g u a y habla

A este efecto relacional contribuyen también, en la base fónica, facto­ res externos como el am biente mesológico o del medio, el círculo general 21 Amor Ruibal, A.: Los Problemas Fundamentales de la Filosofía y del Dogma, El Conocer Humano. (Función de Deducción). Tomo Noveno. Santiago: Tipografía del Seminario Conciliar; 1934. (A partir de aquí, citaremos como PFFDb con la página a continuación de la coma).

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fonético, que envuelve, como un halo, a cada sonido en orden a asociarse con otro, y la norma orgánica propia de los movimientos orales o conjunto de la Artikulationsbasis (PFFC2: 95-96). El medio y la historia motivan asimis­ mo la relación de los sonidos. Influyen en la inconstancia inicial del fonetismo y en su regulación. De las variantes individuales, así como de la “reu­ nión de muchas expresiones fonéticas de la misma naturaleza” (CL,75n), surge poco a poco un halo com ún o base de lo que entendem os por lengua. La unidad general brota “de una suma de variantes de origen individual” reducidas por efecto de la tradición previa, concomitante y erudita (PFFC2, 95). El individuo realiza en cada m om ento toda la lengua sin dejar de ser individuo (PFFC1, 41). La lengua sólo es social “en cuanto puram ente indi­ vidual” (PFFC1, 40) y esta individualidad le viene de la apropiación que el individuo hace del lenguaje en su medio com unitario (PFFC2, 349). El hablante está inmerso en un halo de relaciones previas, a las que él también contribuye con su aporte personalizado. Diacronía y sincronía se implican m utuam ente, diríamos hoy. En toda langue hay siem pre una razón de parole, inseparables. Por eso el lenguaje es “hecho individual y social”, a la vez, o también “algo real que objetiva un ser ideal” (PFFC1, 42). P r o c e s o t r o p o l ó g ic o

La implicación de algo universalizable en lo concreto de la lengua, sin salir de una unidad básica, el tipo fonético o la palabra, cada uno en su nivel, constituye un notable aporte de Amor Ruibal a la lingüística desde un planteam iento filológico. El relacionismo de la unidad lingüística se extiende, además de a la palabra, a la frase, que la antecede. Toda palabra implica “el valor virtual de una proposición, y por lo mismo de una frase” (PFFC2,174). Esto nos intro­ duce ya en la consideración lógica del signo y sus relaciones semiológicas, cuya síntesis consideramos también de im portancia para el establecimiento de una lingüística semiótica. El proceso secular que m edia entre los tipos fonéticos primitivos, o prim era formalización, y el estadio de lengua ya formalizada, tal cual la recibimos o se desarrolló en el tiem po, hace que el lenguaje se aleje cada vez más de su origen a m edida que se conceptualiza. Las palabras no son nunca definición exacta de las cosas. Todo nom bre resulta incompleto e inexacto frente a lo que designa (PFFC2, 353, 701). No abarca lo individual, sino algunas notas suyas que extendem os al resto de los individuos en ellas com prendidos, determ inando de este m odo las categorías. Amor Ruibal recoge aquí la teoría semántica de E. Bonet, para quien “lo individual no

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tiene signo hecho en la lengua”. Una palabra individualiza a otra, ya que -cita Amor Ruibal- “hablar es limitar lo general por lo generar (CL,63n). El filólogo y filósofo gallego dice a este respecto que “sólo los nom bres abs­ tractos son adecuados, porque se refieren á una operación del espíritu, y prescinden de la modalidad concreta que revisten en cada cosa” (PFFC2, 353). El nom bre designa una parte del objeto o una entre varias cualidades suyas. Con lo abstraído designamos después el conjunto entero. Por tanto, al predicar con uno de sus elem entos la totalidad implicada, el nom bre se convierte, por una parte, en “un verdadero pseudónimo ’ (PFFC2, 702) y, por otra, incluye en su proceso un recurso retórico, un tropo (PFFC2,352-353). La denom inación apropiada, que resulta del uso y aceptación tradicional m ediante cambios semánticos y olvidos etimológicos, no es necesariam ente la propia o que pudiéram os imaginar tal en una consideración objetiva o incluso lógica. La retórica prim a el “orden psicológico sobre el puram ente lógico, ya que á expensas de éste, que exige equilibrio de conceptos y pala­ bras, se acentúan en aquel determ inadas palabras y conceptos” (PFFC2, 354). Así pues, los tropos determ inan el cambio y hasta la configuración de sentido, objeto de la semiología. Con ellos, entra la Retórica en la Ciencia del Lenguaje, con la misma perspectiva de P. Regnaud, D arm esteter y K. Bruchm an. La evolución sem ántica va de lo concreto-genérico de las catego­ rías fónicas a la abstracción denominativa del nom bre en las lenguas form a­ lizadas (PFFC2, 353-354). Amor Ruibal resume todo el proceso o enlace de sonido y sentido en la Etimología o unidad material -fónica- y lexicológica -sem ántica-, form al­ m ente relacionada (PFFC2,355). Sonido, sentido y relación implícita entre ellos, o bien respecto de otras unidades etimológicas, son los tres vértices fundam entales de la Ciencia del Lenguaje. M o r fo sin t a x is

Por otra parte, la com binación del cambio fonético y tropológico -herencia ambos de P. R egnaud- da entrada al valor sintáctico en cuanto determ inación histórica de las funciones en el discurso. Las partes de éste tienen también un significado relacional, es decir, funcional. La sintaxis -A m or Ruibal piensa en la com parada- entra en contacto con la Morfología para determ inar el valor prim igenio de las formas, el significado de las par­ tes del discurso. Es la base de lo que hoy entendem os por morfosintaxis. A la vista queda que todo valor sincrónico rem ite a otro diacrónico. La sinta­ xis perm ite una reconstrucción histórica, ya que “encierra la razón formal de los idiomas y su valor ideológico” (PFFC2, 356n).

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La sintaxis rem ite también, por otra parte, al orden lógico, porque su unidad, como la de la lengua en general, es la frase. Trátese de una o varias palabras, éstas siempre representan “ideas, juicios ó raciocinios, ó sea frases completas, que por lo mismo son sintácticas” (PFFC2, 356n). Bajo esta con­ sideración, pudiera decirse incluso que la generación de ideas es sintáctica, porque unas sirven de principio conceptual para la derivación de otras en cuanto a sus relaciones. Es éste otro punto de controversia, por ejemplo, en la semántica de Greimas y derivaciones semióticas que de ella parten. P rk la ció n n o c io n a l

Resulta evidente, entonces, que toda palabra supone un eje intelecti­ vo que la encuadra. Hoy diríamos, con Greimas, un eje de significación o semántico. Aunque una idea no presupone otras en su origen, sino nocio­ nes que, a través del juicio, la formalizan, toda idea conserva un principio nocional respecto de otra en ella fundada. Esta prelación y energda nocio­ nal impide un recurso al infinito en consideración científica del lenguaje. No es preciso un m eta-metalenguaje, como parece deducirse de Greimas22, porque la reflexión interna del lenguaje hace que éste se presuponga en cada uno de sus niveles. Asimismo, los gérm enes nocionales suplen la ausencia posible de ideas y, por lo mismo, actualizan la relación básica, inherente, de m undo y sujeto, en la que se tematiza todo objeto, como se colige también de Greimas. A ello se refiere este autor en los preámbulos de Sémiotique des Passions, donde pretende una revisión del signo semióti­ co23. No basta convertir la potencia en principio negativo, pues le corres­ ponde, al menos, una virtualidad de significación: “non-s” es ya un princi­ pio dinámico de s en la relación implícita, paradigmática, S vs non s, porque tales térm inos no se oponen como todo o nada en el eje del discurso, sino que “non s” es suspensión de s, o viceversa, e incluso presupone s igual a s, etc. Detrás está el acto del juicio, la energeia. Es decir, la función o relación refleja actúa en toda conform ación y constituye significado procesual a m edida que avanza. Cualquier otra hipótesis la convertiría en com odín m etodológico, según parece suceder en Greimas24, para quien la función dota de contenido semántico a los actantes y ella misma no lo tiene, sino que lo recibe, a su vez, de esas categorías actanciales. 22 Greimas, A.J.: Sémantique Structurale, op. cit., p. 15. 23 Ibid., p. 122; Greimas, A. J.-Fontanille,J.: Sémiotique des Passions. DesEtats de Choses aux Étatsd’Áme. Seuil, París, 1991, pp. 9-10. 24 Ibid,, p. 132.

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Amor Ruibal extiende el concepto de signo al conocim iento. La reali­ dad produce en nosotros un efecto perceptivo que no es “la imagen de la cosa, sino signo de ella” (PFFDa, 242). Ylo real resulta asimismo de la inter­ acción subjetivo-objetiva. No es lo entitativo o cosa en sí. A través del signo nos llega lo cognoscible y, según sus determ inaciones, deducim os en él las del m undo corpóreo. En su área, palabra e idea tienen un proceso epistemológico semejante. En la form ación de la idea, la percepción sensi­ ble esquematiza el caudal de las sensaciones y, al mismo tiempo, la intelecti­ va las convierte en unidades de predicación referidas a los sujetos que m uestran aquellas cualidades. El mismo acto de unificación sensible posibi­ lita la multiplicidad predicativa. Al com prehender las notas del sujeto, se nos da su naturaleza y asimismo el campo de su extensión. La unidad sensi­ tiva propaga el dinamismo del ser al resto de los sujetos “en quienes se puede reproducir la imagen determ inada por la serie de cualidades” (PFFDa, 401). En esto apreciamos un proceso similar al que se daba en las categorías fonéticas, pero más determ inado. En ese acto intelectual, unificante y predicativo -el del juicio-, surge la idea. Su objetivación externa es la palabra, también “al mismo tiem po un esquema de cualidades del sujeto, y un esquema de sujetos de tales cualida­ des, respondiendo así bajo la forma de unidad fonética, a la dualidad psíquica que la produce” (PFFDa, 401). Al decir casa, hombre, león, explica Amor Rui­ bal, “en realidad reunim os dichas dos series de aprehensiones, en cuanto juntam os las cualidades sensibles con que describimos esos entes, y la noción intelectual que determ inam os y aplicamos a dichas cualidades, al form arnos idea del ser que les corresponde” (PFFDa, 401). La noción la determ inam os entonces en el m om ento de form arnos -estam os com paran­ do y decidiendo- “idea del ser”, no la idea, “que les corresponde”. Hay una correspondencia determinativa y una aplicación, un sentido direccional y correspondiente. La unidad fonética debe pertenecer, por tanto, a esa deter­ m inación form ada y aplicada. La palabra es esquema de cualidades y de sujetos. Cualidades que pueden corresponder a un solo sujeto o sujetos implicados en un único esquema de palabra, cada uno con sus cualidades respectivas, como sucede en el plural de los nombres. Por eso la palabra es objetivación externa de cuanto acontece en el interior cognoscitivo. Pero ese carácter externo pide algún m om ento conceptivo en el acto de la deter­ m inación aplicada. Hay una prelación de juicio en el esquema sensible que se determ ina como noción del ser correspondiente, lo que equivale a con­ siderar las cualidades o atributos, es decir, las acepciones o rasgos sémicos,

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pues cada uno de ellos es también noción determ inada y aplicada. Amor Ruibal está presuponiendo una cadena semiótica de signos sin saberlo. La materia signata contiene, como m ínimo, la dirección interna de palabra en cuanto unidad o tipo fónico. L ó g ic a y len g u a je

La idea es también “acción refleja”. Añade la expresión ser, a la que se reduce lógicam ente todo verbo, y en ella se form an de m odo automático “el sujeto y el predicado respecto de la cosa” (PFFDa, 403). En ese m om ento de la unión entre un conjunto sensible y el ser en él aprehendido, conoce­ mos la cosa, expresada por la idea. Y en tal instante aparece, de hecho, la palabra que la traduce. Amor Ruibal interpreta esta traducción como disec­ ción del juicio previo a la idea, pero dentro de ella, debem os suponer. La gramática la descom pone precisam ente en sus átomos (PFFDa, 540,541), es decir, en las fases que la preceden dentro del juicio. Ahora bien, con orden inverso al de éste. El juicio “recae directam ente sobre las cosas”. El lengua­ je, en cambio, “directam ente sobre las ideas, y sólo indirectam ente sobre las cosas, en cuanto aquéllas convienen con éstas” (PFFDa, 426). El lenguaje traduce, por tanto, la formalización de una idea, pero, al parecer, después de formalizada. Supone un juicio o proposición, como toda palabra contie­ ne una frase implícita. Entre lógica y lenguaje existe una diferencia nota­ ble. Al decir el hombre es mortal, mortalyz está implicado en hombre y el juicio sólo despliega una de sus notas. Por otra parte, el sujeto ya contiene como atributo ser todos los hombres en un juicio previo: “el hom bre mortal son todos los hombres” (PFFDa, 542). Ello es así porque la idea “hom bre” se extiende a toda la clase de los individuos con las notas animal y racional, desde las que se form ó al identificarlas el juicio. Implica, por tanto, un cuantificador universal. E l y'e r b o y e l n o m b r e

De esto se deduce una doble dirección en todo térm ino, que para Amor Ruibal es verbo o nom bre. Ambos expresan a la vez un sujeto y una cualidad, la extensión y comprehensión de su contenido (PFFDa, 550). Desig­ nan una existencia y predican una esencia. Refieren un objeto según cuali­ dad o nota suya y engloban, a la par, una significación sustantiva y adjetiva. El verbo, reducible lógicam ente al verbo ser, afirma una extensión o existencia -el hombre es, Dios es- y expresa una relación cualitativa: mortal, inmortal. Así pues, la idea es nom bre o verbo. Ambos constan de los mismos elem entos y se presuponen. Al decir hombre, com enta Amor Ruibal, “le atri­

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buyo la razón verbal de ser; o posibilidad' (PFFDa, 551-552). Al decir es, “enuncio una existencia de quien se predica el ser, y por lo mismo señalo un nom bre”. Lenguaje y juicio son inversos porque únicam ente hay “orden crono­ lógico” en el prim ero. El tiempo filosófico preside toda realización verbal, sea ésta verbo o nom bre. Es, con el espacio, noción hipercategórica y ambas fluyen de la acción m utua entre sujeto y objeto. Tampoco puede confundirse la significación del tiem po con el tiempo em pleado al significar. El significado temporal no es exclusivo del verbo. Incluso el nom bre lo significa mejor: hoy, ayer, m añana, presente, pasado, etc; o el adverbio: ahora, antes, después (PFFC2, 364). El verbo significa “actividad ó pasividad de un sujeto”, así como el nom bre significa “esencia ó existencia de los objetos” (PFFC2, 367). El nom bre nota “sus cualidades en cuanto llevan a form ar dicho concepto, lo cual no sucede en el verbo”, porque es siempre nota com plem entaria o adjetiva de una idea. Lo define también como expresión de una energeia, mientras que el nom bre lo es de un ergon (PFFC2, 366). Verbo y nom bre resultan, por tanto, la form a de la acción interna y del acto externo, respec­ tivamente. En cuanto energeia, el lenguaje “participa de la vida intelectual hum ana”; como ergon, es “obra hecha con subsistencia individual” (CL, 91 n). El significado tem poral del verbo sigue lógicam ente “á las determ inaciones de la actividad” y filológicamente “á las determ inaciones de la raíz, que de suyo no lo representan” (PFFC2, 366). Pertenece enton­ ces a la relación básica de toda raíz e incide en ella como en algo sustantivo, donde hay que encuadrar a la acción, sea activa o pasiva. Parece que el nom bre precede al verbo y que la actividad interna es más propia de aquél que de éste, porque la refleja en la anotación de sus cualidades en orden a la idea, y el verbo no, pues sólo la adjetiva. En reali­ dad se trata de un “signo abreviado de otras palabras que pudieran represen­ tarlo” (PFFC2, 365). Así pues, como expresión de una energeia, sólo puede referir la actividad que encierra la idea en cuanto afirmación de dos per­ cepciones, sensible e intelectiva. Pero esto es lo que determ ina la sustancia del nom bre. Amor Ruibal está presuponiendo los conceptos hum boldtianos de energeia y ergon en la significación sustantiva y adjetiva que atribuye simultá­ neam ente a todo térm ino. Esto conform a la intim idad del juicio. Lo advier­ te respecto de Apolonio y Escalígero al identificar estos autores el verbo con la acción: “Si se refiere á la acción en abstracto como expresiva de la cosa, no es exacta, porque en ese sentido la significan los nom bres, y tam­

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bién el infinitivo [...], el nom bre del verbo. Si se toma formaliteren sí mismo como acción, no es más que el ejercicio de la actividad en el sentido en que hemos dicho la significa el verbo” (PFFC2, 367), es decir, como determ ina­ ción subsiguiente de la misma. Creemos que en el paso de la acción al producto hay un acto verbal implícito que determ ina, a su vez, una form a lingüística. Esto anticipa el “quadrifolium ” de K. Bühler25 sobre la base de H um boldt y Saussure. La form a sería en Amor Ruibal efecto de la relación y, el acto, la articulación fonética que transform a la materia sonora en naturaleza racional apta para la significación, con un prim er principio de generalización vaga a partir de algo concreto. El autor no insiste sobre este supuesto lingüístico y lo poster­ ga al delim itar la frontera lógica del lenguaje en sus estudios filosóficos. Todo el problem a radica en el sustantivo ser y en la relación subyacente. I r r a d ia ció n refleja d e l len g u a je

La im portancia del carácter reflejo del lenguaje es notoria. Piénsese, por ejemplo, en la estructura semémica de Greimas o adición de un clasema a un núcleo sémico26; también en el universo semántico -sem em as como clase de sem as- y su consideración de universo sintáctico inm anen­ te27. Com párense ambas con el doble eje de significación sustantiva y adjeti­ va incursa en todo térm ino y la relación subyacente en tanto principio “sin­ táctico” interno. “U na sola palabra”, dice Amor Ruibal, “puede ser símbolo adecuado é inteligible lo mismo de una idea, que de dos ideas que com­ pongan un juicio, ó de dos juicios que producen un raciocinio” (1934b: 166n). El eje semántico atraviesa la palabra y se abre relacionalm ente a otras posibles. La rentabilidad de estos conceptos se extiende también a otros recientes, como el de montaje y la imagen-movimiento de G. Deleuze, con­ ceptualm ente derivada de H. Bergson y Peirce. Contiene una dirección denotativa hacia el objeto y otra com binatoria hacia la cadena28. El concep­ to de relación implícita de Amor Ruibal puede explicar por sí solo, desde la filología, el paso de la lingüística a la semiótica, como propone G. Deleuze, o del lenguaje a la “signifiance”, de R. Barthes29, dicotomías procedentes de 2:> Bühler, K.: Sprachtheorie. G. F. Verlag, Stuttgart,1982, p. 69. 26 Greimas, A.J.: Sémantique Structurale, op. cit., p. 45. 27 Ibid,, p. 122. 28 Deleuze, G.: CAnéma 2. L'Image-Temps. Minuit, París, 1985, pp. 50-51. 29 Barthes, R.: L 'Obvie et L ’Oblus. Essais Critiques III. Seuil, París, 1982, pp. 45-46,58.

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la ruptura entre energáay ergon o languey parole. Pero también explicaría la matriz transicional del eje metafórico al m etoním ico en R. Jakobson, por­ que la función de distancia o finalización ya estaría implicada analógica y relacionalm ente en la program ática o de contacto, según térm inos de Cl. Zilberberg30 interpretando a Hjelmslev y Greimas. El nom bre, al notar sus cualidades, y el verbo, al adjetivarlas, determ inan nuevas percepciones inte­ lectivas en la base analógica de las correspondientes sensitivas. Hay ya un principio m etoním ico, de “contacto”, en el establecimiento del esquema o paradigma. En los “tipos fonéticos” y su representación vaga existe ya un principio relacional en el que lengua y pensam iento coinciden. El organismo conti­ núa de este m odo el principio correlacional del ser o correlación universal de m undo y sujeto. Al reducir la palabra y la frase a símbolos o expresionessímbolos (PFFC2, 166), Amor Ruibal separa el orden lógico, implícito en esas unidades naturales, del propiam ente verbal, comunicativo. El sujeto y el predicado, elem entos de la idea, juicio y raciocinio, son prim ero m entales y sólo secundariam ente verbales. Pueden deducirse en toda palabra, pero “lo deducido no pertenece al lenguaje”, aunque está incurso en su signo. Amor Ruibal distingue entre la naturaleza propia del lenguaje, que es el habla, y su código, diríamos hoy, que pertenece al sistema. La lengua es sólo “lo que aparece y no lo que se deduce, ya que de otra suerte el lenguaje en lugar de ser signo de conceptos, sería signo de sí mismo y de sus elem entos tácitos” (PFFC2, 166). Rechaza, por tanto, una m etalingüística e, indirectam ente, una semiótica en sentido peirceano. Sin embargo, su concepto de acción lingüística, la parte psicológica del discurso, la noción subyacente en toda idea, así como el concepto de signo, favorecen una semiología. Por deduc­ ción entiende aquí cuanto es efecto reflejo de análisis, que no puede con­ fundirse con la realidad analizada. Así, por ejemplo, la sílaba y sus elem en­ tos atómicos son unidades artificiales. No hablamos por sílabas. Fueron éstas precisam ente las que independizaron la palabra como unidad de dis­ curso inm ersa en la frase. En tiempos antiguos, las palabras ni siquiera se aislaban en la escritura (PFFC2,167). Form aban un todo en la frase. De ahí que no debe confundirse lo presente de la lengua con lo deducido en ella m ediante análisis. El lenguaje, como signo, es del orden psicológico. Ahora bien, respecto de la lógica, funciona como símbolo. En este problem a apreciamos el impacto de la escritura sobre la foné­ tica de la palabra. M ediante ella se ha producido, como dice hoyj. Derrida, 30 Zilberberg, Cl.: Raison et Poétiquedu Sem. PUF, París, 1988, p. 142.

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una fonologización del pensamiento. Este fenóm eno también lo percibió Amor Ruibal. Considera el efecto que “la acción refleja del trabajo intelec­ tual hum ano” (PFFC2,151) ha producido en la conversión o reductibilidad de los signos ópticos en acústicos. Considera asimismo, antes que Hjelmslev y la Escuela de Lieja, una equivalencia unitaria y universal de pensam iento en todos los hom bres, a la que “corresponden tres clases diversas y no univer­ sales de instrumentos significativosacústicos (palabra), ópticos (represen­ tación), de conversión acústica en óptica (escritura) y de reversión óptica en acústica (lectura) (PFFC2,152). Es indudable que estas reducciones favorecen una semiosis o conver­ sión recíproca entre óptica y acústica. Los análisis y sus deducciones res­ ponden a este proceso de equivalencias. Esto nos rem ite a la facultad natu­ ral del lenguaje, lo único imprescindible, porque sus realizaciones concre­ tas son ocasionadas y, por tanto, diferentes en los diversos idiomas. La len­ gua se reduce, en última instancia, al “movimiento espontáneo” de los agentes sujetivos y objetivos que la constituyen. Ese dinamismo es tan uni­ versal como el del pensam iento y va incurso, como acción psicológica, en el esquema del signo. VÍNCULO PRECONSCIENTE

Amor Ruibal abre más de una puerta a la semiosis, aunque form al­ m ente, al negar que el lenguaje sea signo de sí mismo, parece excluir la semiótica tal como la conocem os desde Peirce. Sin embargo, el concepto de relación y la trascendencia del ser en cuanto “sobrepuja toda dem ostra­ ción de su realidad” (PFFDa, 223), así como el de signo perceptivo y la rela­ tividad de naturaleza entre lo cognoscible y el cognoscente, que “es una continuación del ser en una form a nueva” (PFFDa, 237), adm itirían cierta equivalencia procesual con el pensam iento, objeto dinámico e interpretan­ te de Peirce, sin salir del marco del signo, pero configurado en cuatro fases, como hace K. H eger31 basado en el trapecio de G. Hilty, en el que se inserta también el triángulo semiótico. Incluso hay cierto reflejo abductivo en la significación vaga de las categorías fonéticas y en el carácter “pseudónim o” del nom bre. Al corregir lo genérico de uno con lo genérico de otro, “inter­ pretam os” uno de ellos, o los dos, en orden a designar el individuo siempre inalcanzable. Y esto es pura semiosis. 31 Heger, K. Teoría Semántica. Hada una Semántica Moderna, II. Edic. Alcalá, Madrid, 1974, pp. 31-32. Conf también K. Baldinger. Teoría Semántica. Hacia una Semántica Moderna. Edic. Alcalá, Madrid, 1970, pp. 155-159.

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La noción implícita en toda idea perm ite interpretar el signo desde el signo mismo. Hay en ella una función de cualisigno y de sinsigno, y hasta un cierto carácter remático. Donde m ejor se ve esto es en la consecuencia última del sistema semiótico de Greimas al analizar las pasiones desde y en el orden discursivo. Ahí ven él y j. Fontanille la necesidad de extender el orden epistemológico al óntico para deducir, sobre la base de la signifi­ cación, las precondiciones que la posibilitan32. Y ahí encontram os el principio de correlación cognoscitiva de Amor Ruibal, form ulado por los autores franceses a instancias de Husserl. Así, dicen, antes de situar un sujeto tensi­ vo ante valores investidos en los objetos, “il convient d ’im aginer un palier de « p re sse n tim e n t» oü se trouveraient, intim em ent liés l’un á l’autre, le sujet pour le m onde et le m onde pour le sujet”33. En esto consiste el “nexo preconsciente” de Amor Ruibal entre lo objetivo y sujetivo (PFFDa, 222,224). El universo precognitivo de Greimas y Fontanille coincide a su vez con el prelógico del autor gallego. Lo mismo puede decirse del universo sensible anterior al propiam ente cognoscitivo, pues Amor Ruibal incluye en la form a cualitativa de la sensación, al lado de otro significativo, un “ele­ m ento afectivo (impresión agradable o desagradable)” (PFFDa, 281282,310), que también com portan un rasgo tensivo y fórico - un “grador”-, conceptos que form an el nivel epistemológico profundo de Sémiotique des Passions. El carácter reflejo del lenguaje no prescinde de la dimensión óntica, aunque delimita los campos y funciones de ambos órdenes. El hecho de que parta de la energeia y de la parole evita divisiones cuya dinámica entra ahora en crisis y pretende subsanarse desde una perspectiva totalizante de la semiótica. Creemos, por ello, que en Amor Ruibal estaban y están las bases de otra consideración lingüística de la semiótica, más coherente y conform e al hecho mismo de la lengua.

32 Greimas, A. J.-Fontanille, J.: Sémiotique des Passions. Des Etats de dioses aux Etats d'Áme, op. cit., pp. 19,15. 33 Ibid., p. 25.

Lebenswelt y lenguaje: E. Husserl V a l o r s e c u n d a r io

de la ex pr e sió n

La función que Husserl asigna al lenguaje en el proceso constituyente de la conciencia fenomenológica, idealizante, es de mero soporte, acompa­ ñamiento o base deductiva de ciertas leyes que lo fundamentan en tanto conjunto de actos significativos. Aunque participa del proceso significante, esa función queda reducida en la práctica, junto a otros actos, a pura expre­ sión del significado. Así sucede en las Investigaciones Lógicas, donde busca una gramática universal de la que serían casos suyos las lenguas naturales, y en escritos posteriores, como los Cursos sobre Teoría de la Significación, en los que la expresión atiende esencialmente al sentido pregnante del proceso significativo, o la Lógica Formal y Transcendental, obra en la que el lenguaje es aún arropamiento del sentido34. Y ello a pesar de que la significación se muestra en el nivel expresivo y éste sirve, a su vez, en tanto expresión signi­ ficativa, de fundamento analítico de la gramática adjetivada como lógicapura. La expresión es otro modo esencial del conjunto significativo. Su con­ cepto avanza también con el despliegue del pensamiento husserliano más allá de las Investigaciones Lógicas, donde queda prefigurado30. La preocupación constante del carácter expresivo versa sobre la signi­ ficación y sus modalidades, significación reducida también a “estricta idea­ lidad”36. Incluso la expresión atribuida al vocablo es feudataria de otra per­ teneciente a la significación37. Husserl reconoce en ésta un carácter poten-

34 Merleau-Ponty, M.: Signes. Gallimard, París, 1960, pp. 105-106. 3o Un buen resumen y comparación de esta obra con el proceso de los principales enfoques lingüísticos de los dos primeros tercios del siglo XX, estructuralismo europeo, mentalismo americano y gramática generativa inicial, lo encontramos en E. Forment Giralt: Feno­ menología Descriptiva del Lenguaje. Promociones Publicitarias Universitarias, Barcelona, 1984 (1981). La deuda de la lingüística con la filosofía es evidente, en concreto con Husserl, a pesar de los cortes formales y descriptivos que algunos fundadores quisieron establecer entre el pensamiento sistemático y la estructura del lenguaje. 36 Husserl, E.: Logische Untersuchungen. II/I. Husserliana, Band XIX / 1. Martinus Nijhoff, The Hague, 1984, p. 105. [A partir de ahora citaremos abreviada esta obra dentro del texto como (LUI), seguida de la página o páginas correspondientes]. 37 Ibid.: Ideen zu einer reinen Phanomenologie und phanomenologischen Philosophie. Erstes Buch. AllgemeineEinführung in die reine Phanomenologie. Husserliana, Band III/l. Martinus Nijhoff, The Hague, 1976, p. 286. [En adelante citaremos dentro del texto como (II) más el número de página o páginas]. 45

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cialmente expresivo, lógico, pero no adm ite que sea en sí misma expresiva. Una cosa es la unidad de intención y otra el acto que la cumple. A la expre­ sión no le corresponde más posición tética que la propia de lo intenciona­ do en o por el proceso significativo. Acepta, no obstante, que la expresión es algo más que un barniz de la cosa o cubrim iento suyo, pero este plus sigue siendo tributario de las funciones intencionales del subsuelo lógico (II, 288). Su logro máximo consiste en clarificar lo que allí perm anecía oscuro. Entre el contenido intencionado y el cuerpo de la expresión hay una distancia a veces insalvable, de tal modo que la intención no configura un m om ento expresivo de la significación. Ella no es lo expresado ni la fle­ cha expresiva de la conciencia donadora de sentido. Esa distancia pertene­ ce a su propia generalidad: “los rasgos particulares de la cosa expresada jam ás pueden reflejarse en la expresión” (II, 292), que, por otra parte, está dotada de capacidad significativa y hasta de idealidad, pues las formas ver­ bales, la palabra Lóiue (león), por ejemplo, se dan realm ente una sola vez, dice Husserl, aunque se repitan en innom brables expresiones. Cada una de éstas es una réplica o semblante de su figura. Tal observación resulta más im portante de lo que en principio pare­ ce. El hom bre dispone de una facultad propia de habla. Puede inventar innúm eras palabras, pero, de hecho, cuando formaliza una, y la aceptan consciente o inconscientem ente los demás miem bros de la com unidad, éstos la repiten luego innúm eras veces. El léxico de las lenguas es finito y la potencia léxica, indefinida. La mayoría de los lexemas latinos siguen gene­ rando nuevo vocabulario actualm ente. En tal sentido, las lenguas neolati­ nas aún pertenecen a la forma interna del latín. Pero también otras no lati­ nas, como el inglés, reciben e integran la generación léxica del latín en su vocabulario, tal vez porque, entre otras razones históricas conocidas, las dos lenguas, sus ancestros, convivieron juntas en Britania y aún persiste aquí un rastro de generación léxica latina activado hoy al progresar el influjo del inglés entre los hablantes neolatinos. La donación nativa del nom bre -in nuce, repitirá más tarde O rtega y Gasset- resalta el m om ento originario, pregnante, de la palabra, su poten­ cia dicente y futura, la idealidad nominativa, así como el subsuelo diacrónico que la identifica al pasarla de boca en boca. Cuando pronunciam os hoy la palabra león o Lówe, casi nadie piensa, ni recuerda, el leo latino y menos aún el XéGv griego. Sin embargo, alguien la pronunció por prim era vez en algún instante. Es m om ento hoy día irrecuperable, pero todos podemos experim entar el acto de creación de nuevas palabras, si bien con formas sonoras ya viejas, más antiguos aún los grafos que las representan.

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A pesar de su carácter feudatario -la form a verbal ya im pone su im pronta a quien la utiliza y recibe su fuerza de la intención que la impul­ sa-, Husserl le concede una capacidad significativa propia dentro de su horizonte genérico, pues no retiene lo particular de la cosa que expresa. Puede aclarar, decíamos, lo que queda aún oscuro repitiéndolo de otro modo y las veces que haga falta. Para ello, la form a expresiva se replica y objetiva respecto de otras formas. Es ella misma objeto designado al expli­ car lo que en principio designa vagamente. Procede así desde un principio existencial y a priori nom brándose como algo propio y significación objeti­ vada. Este carácter replicativo hace avanzar el proceso de significación com­ plicando y m odificando los enlaces originarios de las formas primitivas, básicamente el nom bre, el adjetivo y la proposición. Y teniendo en cuenta que la distancia interm edia del acto replicativo también significa. En ello están implícitos los fundam entos principales de la lingüística, las reglas de constitución, proyección y restricción, tanto semánticas cuanto sintácticas, pues la sintaxis también es para Husserl ordenam iento significa­ tivo. Q uedan implicados aquí, asimismo, los fundam entos de las denom ina­ das funciones del lenguaje, entre ellas precisam ente la expresiva -Bühler, Jakobson-, es decir, la m odalidad dóxica, en térm inos husserlianos, que el contenido o función representativa, noética, adquiere en el acto de la expre­ sión. Y también está esbozada, al menos en otra vertiente, la teoría de los actos lingüísticos-Austin, Searle, D ucrot-, que aporta al contenido intencio­ nal la huella o marca de la enunciación misma, llenando, de este modo, el espacio -podem os preguntar si vacío- de la intención significativa, actuali­ zando la referencia al objeto o al discurso. Los actos impletivos no son esen­ ciales a la expresión de Husserl (LUI, 56-57). La productividad de la expre­ sión se agota en el acto mismo de expresar en cuanto form a del contenido conceptual allí encerrado (II, 287). Su función productiva consiste en dar paso a las intencionalidades preexistentes. Ahora bien, en cuanto tales, pro­ ductivos, estos actos añaden algo nuevo a la form a conceptual inicialmente expresada, pues ésta ya es “nueva form a entrante (adviniente) del concepto” (II, 306). En la productividad del acto expresivo acontece una form a nueva que llega entrando: “in der mit diesem (Ausdrücken) neu hereinkomm enden Form des Begrifflichen”. Existe, por tanto, una productividad expresiva que crea o dota al acto de una nueva form a o aspecto conceptual. H O RIZONTE DEL LENGUAJE

Este planteam iento persiste, ligeram ente retocado, en El Origen de la Geometría.Tema y enunciación son realidades diferentes. La enunciación

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nunca puede ser tema en el transcurso del enunciado, dice Husserl38 al m argen del giro literario que por esos años, en torno a 1936, ya antes, se producía en Europa. Reconoce, no obstante, la peculiaridad de la literatu­ ra, el ser algo expresado y de nuevo expresable en un lenguaje que contie­ ne su grado de objetividad al ser el mismo para todos. En este sentido, la literatura sirve de paradigm a a los demás productos culturales, incluidas las ciencias (DK, 368, n i). Al lenguaje ya le corresponde una función más esencial. La encarna­ ción lingüística objetiva la realidad intrapersonal e intersubjetiva de la con­ ciencia. Sigue siendo carne del espíritu, pero tiene otro resplandor y reso­ nancia. Husserl busca una form a de objetivación científica y recurre para ello al lenguaje. Si es objetiva, ha de tener los rasgos de perm anencia, inte­ ligibilidad para todos y reproductibilidad en cualesquiera tiempo y circuns­ tancias. ¿Cómo es posible esto en el lenguaje? Para explicarlo, expone previam ente la relación del lenguaje, en cuanto función del hom bre, y del m undo, éste en tanto horizonte de la existencia hum ana. La noción de m undo resulta decisiva para fundam entar la objetividad soñada de toda idealización científica. M undo y lenguaje se unen en el concepto de cohumanidad u horizonte de nosotros, o com unidad que posibilita la expresión m utua, el ente objetivo de cuanto está ahí, es decir, el ámbito en el que se descubre mi yo al coexistir con otros. A este horizonte de hum anidad pertenece el lenguaje universal y la hum anidad misma se conoce prim ero como com unidad de lenguaje (DK, 369). Así pues, m undo, cohumanidad y lenguaje vienen a ser lo mismo. Husserl establece de este m odo un subsuelo intersubjetivo, la tangueo cohumanidad de expresión. El lenguaje, o mejor dicho, por el lenguaje pasa el tránsito de lo intrapersonal a lo intrasubjetivo. Su carnets ya encar­ nación, conexión por endopatía, com unidad, dice, de endopatía. I dea lid a d en d o pá tic a

A partir de aquí, Husserl supone encadenam ientos aún no dem ostra­ dos. Salta del problem a subjetivo-objetivo en el emisor, lingüísticam ente 38 Ibid.: Die Kmis der europaischen Wissenchaften und die transzendentale Phánomenologie. Eine Einleitung in die phánomenologische Philosophie. Husserliana, Band VI. Martinus Nijhoff, The Hague, 1976, p. 368. Corresponde al texto que se tituló como “L”Origine de la Géométrie”. Conf. La Crise des Sciences Européennes et la Phénoménobgie Transcendantale. Gallimard, París, 1976, p. 407. [En lo sucesivo citaremos, incorporada al texto, la edición alemana de esta obra como (DK) más la paginación correspondiente].

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onomasiológico, al semasiológico o de la recepción. Atribuye al proceso receptivo-interpretativo el esquema de la pasividad y la reactivación en la esfera subjetiva. Lo objetivo que abandera el yo parece más bien un reflejo de la otredad, de los otros percibidos en la cadena intersubjetiva, aún den­ tro, por tanto, del sujeto. Todavía es objetividad del m undo subjetivo, algo que excede al cam po propio de percepción, pero que está dentro de uno mismo. Partiendo de la endopatía, Husserl presupone que en la com prensión lingüística “la producción originaria y el producto de un solo sujeto pue­ den ser recom prendidos activamente por los otros” (DK, 371), como sucede en el orden de la conciencia intencional con el “recuerdo” representativo. En realidad, entre “la producción originaria” y el “producto” del sujeto hay un abismo lingüístico, no explicitado: todo el problem a de la huella -trace. Husserl cree que la com prensión opera igual que la rem em oración. Presu­ pone una “conciencia evidente de la identidad de la form ación espiritual” en los interlocutores. Incluso la evidencia que les es com ún depende de la actualidad de la sucesión sintagmática: “[...] y en el encadenam iento de com prehensión de estas repeticiones, la evidencia penetra en tanto que la misma en la conciencia del otro” (DK, 371). El proceso de recepción es similar al de constitución: en la pasividad se reactivan formas originarias cuyo proceso repiten los interlocutores. La misma evidencia, lo cual no presupone que se trate de lo mismo evidenciado, aunque sugiere un grado objetivo de identidad en la eviden­ cia com ún, el mismo en los interlocutores implicados. Así pues, el o lo otro que ya es un pasado en el m om ento de ser traído al presente del recuerdo, incluida su distancia relativa -¿es distante el tiem po psicobiológico?-, sirve de hom ólogo y hom ónim o para el o lo otro externo. ¿Lo es también la dis­ tancia entre los interlocutores y el tiem po distante de los planos de con­ ciencia en pasado y presente, de pasado que lo es menos, y m enos aún, ya próximo, ya casi..., ya presente? ¿Hay un espaciotiem po com ún a la con­ ciencia y al mundo? ¿Son com plem entarios los dos como subconjuntos de un conjunto invisible? ¿Subtiende un flujo continuo a pasado y presente, como base indiferenciada, pero compulsiva? Suponem os que hay, como mínimo, una naturaleza igualmente operante en los interlocutores, y que podemos entender el tiem po ya ido a m odo del que viene o está siendo. El pasado perm anece, dura escondido, traslapado, etc. Lo igualmente produ­ cido es, sabremos más tarde, la form a de darse, no lo dado. Y aún así presu­ ponem os que tal form a se conform a durablem ente la misma, pues media una relación entre los extremos conformados, a pesar de sus diferencias. El

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nuevo aporte conceptual de la actividad expresiva no tiene por qué ser idéntico en uno y otro interlocutor, pues implica, se supone, la materia expresiva, individualizada. El m odo de actuar es el mismo -fonación articu­ lada, encarnación expresiva de la intención-, pero el resultado no tiene por qué coincidir. ¿Procede de ahí la diferencia herm enéutica? L a e scritu ra

M uestra efectiva de ello, y fundam ento para Husserl de la objetividad buscada, es la presencia perdurante de la escritura. En cuanto signo lingüísti­ co -realm ente es un parasigno-, despierta o activa, como los vocablos, las significaciones dorm idas en la subjetividad. Y estamos otra vez ante el fun­ cionam iento perceptivo. La significación despertada, en principio pasiva, acude en tanto que recuerdo o recuperación de un recuerdo. A la par, como antes en la recepción, lo pasivamente despertado se convierte en acti­ vidad correlacionada o facultad de reactivación propia de todo hom bre en cuanto ser que habla. Observemos de reojo que, sin decirlo, Husserl considera al significan­ te como un despertador y al significado como bella durm iente. Algo habrá en aquél, algún estímulo, alguna energía que impulse o contagie. Y enton­ ces seguimos presuponiendo lo que intentam os dem ostrar o partimos de una implicación secreta y callada que nos excede y envuelve. Pero también esto está sin demostrar. O llevamos el m undo dentro, y ya somos parte suya, o ese otro m undo dista del mío y lo supongo desde éste. Sucede igual con el lenguaje, pero aún queda también por dilucidar que sus cadenas contienen el m undo. ¿Es la palabra apertura que el m undo hace en uno, la misma en todos los hablantes, y aún por encima de las dife­ rencias idiomáticas? Entonces volvemos al origen de la donación nativa, in nuce, y todo decir ya fue dicho, a no ser que nos movamos en aquella pala­ bra o seamos nosotros mismos palabra: acto puro de lengua, dicho perm a­ nente, decir puro. La escritura ya es análogo ontológico de la conciencia y sedim enta el proceso originario de form ación de sentido (DK, 372), igual para todos. Con ella, la expresión adquiere un estatuto más activo que el que tenía en obras anteriores de Husserl. Además de recubrir, contiene y perm ite el acceso al origen constituyente, según el modo de retenciones y protencio­ nes significativas. Ante ella, el lector puede seguir dos modos de com pren­ sión, uno puram ente pasivo o simple “co-acepción” (DK, 372, n i), y otro reactivo, que finalm ente constituye la prueba de la objetividad. Al prim ero pertenece el libre juego de asociaciones, incompatible con la ciencia. No

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sabríamos cómo puede ser en esto la literatura, por ejemplo el surrealismo, paradigm a científico, según veíamos antes. ¿Hay algo objetivable, lo mismo para todos, en un poem a surrealista? Pero no estamos en poesía, in nuce, sino en la generalidad reduplicativa del lenguaje ya creado. Luego, algo queda de aquella energía dicente. Al segundo m odo de com prensión corresponde la univocidad. El científico debe asegurar que la enunciación es indefinidam ente reproductible en la identidad de su sentido auténtico (DK, 373), de “una vez por todas”. El poem a surrealista tendrá siempre un sentido, pero que éste sea el auténtico o no dependerá de la noción de m undo en el horizonte situacional de cohumanidad respectiva. En eso consiste la historia de la crítica. De hecho, Husserl ve el pro­ blema y admite que la reactivación es siempre relativa y que el conocim ien­ to objetivo de la verdad es una idea infinita (DK373, n i). L a e l u c id a c ió n

El m odelo de objetivación lo encuentra Husserl en lo que él denom i­ na actividad “lógica” específicamente ligada al lenguaje, que en realidad es un m étodo herm enéutico similar al de la crítica literaria e histórica: la elu­ cidación. La considera actividad propia de la com prensión puram ente acti­ va. Y asistiremos de nuevo al proceso de la recuperación originaria, como antes en la recepción intersubjetiva y en la escritura. La elucidación explícita de m odo activo el sentido acreditado de form a indiferenciada en la recepción, como opinión incursa en el yo por asunción pasiva. Distingue, m iem bro a miem bro, lo leído, desenredándolo de la estructura vaga de lo que ha sido recibido de form a pasiva y unitaria; después, sobre el fundam ento de estos valores singulares, lleva el valor de conjunto a su cum plim iento activo. De esta m anera aparece en el proceso dinámico, de rum ia, dice Nietzsche, “una form a en form ación” (DK, 374), que es ya una evidencia “específica”, porque se produce o surge “sobre el modo de productividad originaria”. De ahí que, en última instancia, reduz­ ca todo a historia concebida, igual que el ente, como tradición -serie repro­ ductiva de lo acum ulado originalm ente- y actividad de transmisión (DK, 380), de donde surgirá lo nuevo. A su vez, la invariante apodíctica del com­ plejo perceptivo, espacio-temporal, se reduce o es el m undo circundante, de donde provienen todas las formas vivenciadas y todos los descubrim ien­ tos operados por m odo de idealización productiva. Hay, entonces, como intuíamos antes, una conexión al menos modal. La nueva forma, el nuevo tema o significado tiene como garantía el m odo

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de “productividad originaria”. Un origen que también sobrepasa el princi­ pio inmediato del texto leído y que, por consiguiente, lo envolvía, al texto, al autor y al lector posible. Si no fuera así, ¿qué garantía hay de que el molde, el m odo originario sea el mismo? ¿Cómo pasamos de A a B sin ter­ cero implicado? ¿Por simple recubrim iento en el m odo de darse y volverse tema las partes, tirando una de otra deícticam ente, “mit dem deiktischen E ntnehm en”, como dice en Cursos sobre Teoría de la Significación?39 ¿El m undo circunstante? ¿Habla el mundo? ¿Es lo realm ente hablado en todas las habladurías? ¿Lo mismo de la ciencia? ¿Una habladuría la ciencia? ¿Acaso una ciencia del habla o escritura? ¿Quién la fundamenta? El concepto de ciencia está cam biando. Lo apodíctico es la “form a en form ación”; lo productivo, lo nuevo; y la novedad..., ¿recuperar el origen? ¿Recordar? ¿Recordar avanzando hacia adelante? ¿Con una resonancia de fondo? ¿Es la palabra esta resonancia? ¿La ciencia, un ritmo? ¿Una rima? La exposición de Husserl contiene subentendidos no siempre explicitados. Es evidente que la función del lenguaje, siendo aún carne del sentido, se muestra ahora como horizonte revelador de los otros. Por otra parte, su esencia es diacrónicam ente sincrónica en cada instante: reactiva lo dado originalm ente. En tal sentido, el m étodo lógico del lenguaje o la elucida­ ción contiene un aporte nuevo. Será vivencial o del m undo de la vida sólo aquello que pueda reanim ar una form a originaria. Q uedan descartadas las elucubraciones puram ente especulativas. ¿Puede ser originario el futuro? La form a que se form a lo supone e implica. Lo contiene. Sin él, no habría proceso “en form ación”. El m undo sigue constituyéndose, pero de modo form ante, imparable. Se mueve form ándose. Heráclito y Parm énides se dan la m ano en la form a que se forma siempre del mismo m odo o forma. Es nueva nuevam ente. Y aquí queda preso el lenguaje por la cola de su pro­ pia estela. R e c u b r im ie n t o d el s ig n ific a n te

De esto se pueden inferir conclusiones no explicitadas por Husserl. El significado sólo será vivencial si actúa o reactiva el principio originario, es decir, la fuerza significativa en él inmersa. El significado mismo, como resu­ me J. Derrida, tiene que estar en posición de significante40. ¿Cómo encon­ 39 Ibid.: Vorlesungen iiber Bedeulungslehre Sommersemester 1908. Hus. XXVI, Martinus Nijhoff Publishers, 1987, p. 163. 40 Derrida, J.: “Sémiologie et grammatologie”, en Essais de Sémiolique (J. Kristeva, J. ReyDevobe, D.Jean Umiker, eds.). Mouton, La Haya, 1971, p. 14.

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traría de otro m odo la conexión de su procedencia? Husserl acepta callada­ m ente una energeia significante. Admite un efecto de valor en la transmisión de sentido, que se funda en otro precedente (DK, 373). ¿Qué hace ser mismo a lo mismo, la identidad esencial? Hay, de alguna m anera, un impulso energético significante y, al mismo tiempo, una diferencia, con lo que se establece ya, en el interior del sentido, una marca relacional, por tanto expresiva. En palabras de J. Derri­ da, ‘T intériorité présum ée du sens est déjá travaillé par son prope dehors”41. El lenguaje sólo puede brotar en el distanciamiento originario de lo “re-vivido” o en la actividad de producción efectiva del “rem em orar”, donde se constituye la evidencia de la identidad. Es “recubrim iento”. Entre lo efectuado ahora de form a originaria y lo que ha sido evidente antes, aun­ que sea la misma cosa, se produce un plus tempoespacial de significación por el m ero hecho de ser rem em orado en otra realización significante, expresiva. La posibilidad de lo nuevo en cuanto acto espiritual de idealiza­ ción (DK, 384) y la evidencia del otro como “otro” yo serían inexplicables sin este plus, que mueve además el paso de la pasividad durm iente a la vigi­ lia de la conversión activa. La ¿fospresentización husserliana desfonda al yo en lo otro, sea lo otro del yo o el yo de otro. En la “distancia frente a mí m ismo” (DK 189), polar, ya actúa el lenguaje como expresión y donación de sentido, pero porque ya lo llevo dentro. No soy, no fui su creador, su poeta. Ahora bien, este plus em ergente acontece siempre del mismo modo. Lo nuevo sigue siendo nuevo, dado en la novedad, aunque sea lo mismo, o esto, lo mismo, es ser siempre igualmente nuevo. Lo rem em orado se rem e­ m ora nuevam ente igual. ¿Qué, es pues, lo nuevo de lo nuevo, lo diferente de ser siempre nuevo, o en qué consiste la diferencia de lo nuevo? La distinción entre significar y significado contiene el proceso signifi­ cante. Deuten, significar, está siempre debajo, o dentro, de toda significa­ ción: Bedeutung. En alemán, el prefijo be-convierte en transitivo a los verbos intransitivos; refuerza, por tanto, a los que ya lo son y rem ite además al resultado o consecuencias del entorno en el que actúa su energía. El prefijo dota al hecho de significar de una vibración y resonancia efectiva en el m edio originario de la significación. Cada vez que aludimos a significación en alem án, al hecho de significar, m entam os un entorno de posibles efec­ tuaciones. El significado lleva dentro la actividad significante. Por eso es ésta lo prim ario y más im portante, porque lo que entendem os por signifi41 Ibid,, p. 24.

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cante propio, la actividad productiva, articulada, del sonido, es un m om en­ to más, peculiar, del producto así producido. Esto lo vio muy bien Bühler al distinguir entre acción verbal y producto lingüístico, acto verbal y form a lingüística, conjuntando así, sobre los actos de Husserl, los conceptos bási­ cos de H um boldt - energeia, ergon- y de Sausurre: langue, parole42. Los signifi­ cados proceden en las cadenas lingüísticas como los glóbulos en la sangre o la espuma en el agua batida: son plasma, líquido. El contenido es form a continente, pero éste contiene, form ándolas, a sus propias formas. Por eso suponem os, y de ahí no pasamos, que la materia sonora ha sido formalizada en el acto expresivo. La voz ya no es sólo sonido. He ahí la gran diferencia. El concepto de cohumanidad, inm ediato al de m undo, com prende la com unidad de endopatía y de lenguaje. Husserl no habla de éste como de una form a de endopatía, pero la presupone al afirm ar en los otros una “rtfcomprensión” activa de la producción originaria del sujeto, de un yo, así como una identidad de form ación espiritual en los interlocutores, según veíamos. Estos se m ancom unan en la significación idéntica del lenguaje, reactivada por m odo de elucidación comprensiva. UN TACTO FÓNICO

¿No es posible también esta “cooperación” entre interlocutores en el plano significante? Los conceptos de somatización perceptiva, cinestésica, de intercorporeidad, de Empfindbarkeit -sensibilidad-, tienen aplicación también en el fonema en cuanto form a com ún, tipo o categoría fónica, según Amor Ruibal, y articulación de m undo a través del soma o cuerpo. Husserl afirma en La Crisis que “estamos siempre somáticamente ... ante todos los objetos que son para nosotros” (DK, 110). Sucede lo mismo con los fone­ mas. A su emisión y recepción pertenecen cinestesias propias. El fonema es, en definición de Saussure, huella psíquica, imagen acústica43, el rem anente que el sonido deja en la percepción auditiva, seleccionadora, interpretante y ya también comprensiva. Pero antes fue actividad articulatoria y a ésta le corresponde una espacialización y una “imagen m uscular”. El movimiento articulatorio crea una temporalización también propia, discreta. Ysu huella es virtual, potencia, estado latente. Late. El espacio-tiempo fónico (valor discreto del guión, pero rasgos superpuestos en los sonidos) se activa en unidad de percepción intencionalm ente orientada a un significado. Posee 42 Bühler, K.: Sprachtheorie. Gustav Fischer, Stuttgart, 1982 (1934), pp. 48-51. Trad. Espa­ ñola de J. Marías: Teoría del Lenguaje. Alñianza Universida, Madrid, 1979 (1950), pp. 68-70. 43 Saussure, F. de : Cours de Linguistique Genérale. Payot, París, 1983, p. 156.

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también un rasgo intencional, un intendere, con toda la energía que la raíz -tend- de esta palabra contiene. La actitud de habla ya dispone de una ten­ dencia o salida de uno mismo. Le viene del m undo en que figura. El fone­ ma no está aislado. Tiene horizonte. Fue somatizado. El sonido espaciotemporaliza el pensam iento, sin guión interm edio, pues los que hubiere ya son virtualidades del espaciotiempo, asunciones suyas. Saussure introduce un “lien naturel” entre pensam iento y voz, sentido y sonido. Habla incluso de “pensée-son”. D errida interpreta la voz de esta unión como presencia de la conciencia misma: “Q uand je parle, non seulem e n tj’ai conscience d ’étre présent á ce q u e je pense mais aussi de garder au plus proche de ma pensée ou du “concept” un signifiant qui ne tombe pas dans le m onde...”44. No cae en él, pero de él procede en algún modo. Husserl adm ite también un vinculo sincrónicam ente primario: “El sonido verbal es prim ariam ente uno con la intención significativa” (LU, 45). El valor de esa prim eridad le está asignando un relieve cualitativo de conversión intencional en el proceso significante y expresivo. Si bien la expresión no contiene por sí misma un acto significativo, sino que es pro­ ducida en un acto de tal índole, y en él le aporta algo conceptualm ente nuevo, según veíamos antes, la expresión ya vivenciada, la originaria incursa en el proceso dicente -el sonido evaluándose ya como significante-, recubierta por el sentido que la cualifica intencionalm ente, es m om ento integrante del acto expresivo. Y tal acto encierra una relación interm edia entre la percepción y el sonido que sirve para expresarla. La expresión vivi­ ficada lleva ya consigo una dirección, un tend->, haya o no percepción actual, inmediata, y del hecho de actuarla adviene un sentido a lo m encio­ nado, percibido o supuesto, siempre el mismo. Podemos tener contenidos intencionales previos, heredados, pero aún no tenemos el sentido que los envuelve e interpreta. La relación interna de lo percibido respecto del posi­ ble sonido que la represente está asumida en un acto que trasciende inclu­ so la percepción y que ya es expresivo por cuanto está vivificado por un sen­ tido conjunto: “Ausdruck bedeutet in diesem Zusamm enhange den von seinem ganzen Sinn belebten Ausdruck, welcher hier in eine gewisse Beziehung gesetzt wird zur W ahrnehm ung, die ihrerseits um eben dieser Beziehung willen ausgedrückt heist”45. Por sí sola, la percepción, con correlato 44 Derrida, J.: “Sémiologie et grammatologie”, op. cit., p. 15. 4:> Husserl, E.: Logische Untenuchungen. Zweiter Band. Zweiter Teii. Untersuchungen zur Phá­ nomenologie und Theorie derEiiienntnis. Band XIX / 2. Martinus Nijhoff Publishers, The Hague, 1984, pp. 551-552. [En el texto citaremos como (LU2) con las páginas correspondientes].

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actualm ente real, ausente o hipotético, únicam ente realiza, dice Husserl a propósito del pronom bre demostrativo esto, la posibilidad de un correlato, su despliegue hacia el objeto. Activa en la form a, signo o palabra, la capaci­ dad de campo que más tarde les asigna Bühler sobre la base lógica de Hus­ serl. Hace real la posibilidad designativa o comprensiva, pero no es ni siquiera parte constituyente de la significación (LU2, 554). En el tacto de la articulación se produce un m odo originario de pre­ sencia espaciotemporal que a su vez origina una huella psíquica o acústica, de vibración somática, /-¿productible siempre que aparezca el mismo soni­ do, en el yo o en otro. Hasta el m onólogo cum ple con esta conexión gracias a la imagen auditiva y m uscular de propia sinestesia, pero también, en el mismo m om ento, cenestésica. Hay, pues, una Empfindbarkeit que perm ite reactivar tanto la imagen como la idea o ideas asociadas. Incluso la actitud natural puede funcionar como Urdoxa, por ejemplo a través del tono, inde­ pendientem ente del contenido o de la Welthesis. El tono induce sentido hasta en el uso de contenidos equivocadam ente formulados. De m odo similar a la experiencia del tacto “sem iente” en la m ano derecha sobre la izquierda, analizada en Ideeen 7/46, m ediante el lenguaje se produce una reflexión corporeoeidética. Percibimos el sonido que articula­ mos y articulamos según lo percibido, de la boca al oído, de éste a aquélla y de boca-oído de uno a oído-boca de otro. La imagen y el concepto se ajus­ tan o no a la articulación, o viceversa, como al reinterpretar un sonido de una lengua extranjera, o propia, cuando sabemos que no encaja correcta­ m ente con su imagen acústica y cenestésica; o al inventar uno nuevo por necesidad de expresión más ajustada al estado de las cosas y sus relaciones. Sucede igual en la recepción reactivada. El reconocimiento del sonido, de la imagen correspondiente, es previo al significado. Tal reconocim iento se verifica de modo espontáneo, pero con latencia crítica de autocorrección en caso necesario. El significante también es sujeto de reactivaciones den­ tro de una pasividad originaria, pues un signo que sólo se produjera una Traducción del párrafo por Manuel G. Morente yjosé Gaos: “expresión significa en esta cone­ xión la expresión vivificada por su sentido entero, la cual es puesta aquí en cierta relación con la percepción, que se dice a su vez ¿x/jrararfajustamente por esta relación”. [En Investiga­ ciones Lógicas, IL Revista de Occidente, Madrid, 1967, p. 337. Cuando proceda, citaremos los dos volúmenes de esta obra por (IL1), para el I, de la misma editorial e idéntico año, y (IL2), para el //]. 46 Ibid.: Ideen zu einer reinen Phánomenologie und phánomenobgischen Philosophie. Zweites Buch. Phánomenobgische Untersuchungen zur Konslilulion. Hus., Band IV. Martinus Nijhoff, The Hague, 1952, pp. 144-147. [En el desarrollo del texto citaremos esta obra como (12)].

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vez no sería, como señala Derrida, un signo47. El propiamente originario incluso pertenece al área conceptiva en tanto expresión vivenciada. A r t ic u l a c ió n

de s e n t id o

En la fluencia del significante ya dotado de sentido es donde se pro­ duce la unión de la expresión y de lo expresado o el vínculo “estesiológico”48 del ser bruto y de un cuerpo. En su fluir anímico - “seelischen Fluidum”- se constituye la objetividad de la apercepción fundamental (12, 238) , que origina a su vez los denominados objetos espirituales - “Geistesobjekten”-, propios de la Einfühlungo endopatía del hombre en cuanto persona que vive comprendiendo según sentido - “lebe komprehendierend im Sinn”. La articulación de sentido o “Sinnesartikulation” husserliana (12, 241) atañe también al lenguaje. Es el lazo entre pensamiento y sonido, entre “Geist” o espíritu y “Leib”, cuerpo49.

47 Derrida, J.: La Voix et le Phénoméne. RU.E, París, 1967, p. 55. 48 Merleau-Ponty, M.: Signes, op. cit., p. 215. 49 Tal lazo, vínculo o afinidad sería el principio objetivo de la congruencia hom ogénea entre los signos naturales y los lingüísticos, que F. M ontero Moliner intuye como necesario para resolver la oposición entre el idealismo husserliano y el empirismo neopositivista (Conf. “El análisis del lenguaje y la reducción’1. Convivium, 34 (1971), pp. 16-18. Nosotros creemos que es más efectivo el arco significante anteriorm ente expuesto, porque evita el problem a de la anticipación de un aposteúoú previo , es decir, de una experiencia antecedente, explícita o tácita -síntesis pasivas-, que luego se considera aprioñ'constitutivo de nuevas fundamentaciones. La congruencia onticosignificativa requiere un fundam ento metoním ico, un tacto o contacto cuya huella resuene en el fondo de las formas y de sus enlaces posibles. De otro m odo, la referencia significativa dada entre las cosas ya presupone, en tanto significativa, la significación del lenguaje, cuya prelación queríam os demostrar. Caeríamos en una petición de principio o en una deducción supuesta, en realidad una abducción semiótica del vínculo en cuanto única posibilidad resolutiva de las aporías y oposiciones entre idealismo y neopositivismo. Precisamos “la evidencia antepredicativa de un m undo único”, tal que la equivalen­ cia analógica de los órganos sensitivos se líe con las cosas en unidad vivencial previa a su refle­ xión consciente, como dice Merleau-Ponty (Phénoménologie de la Perception. Gallimard, París, 1945, p. 150). Es así como la palabra habita las cosas, tanto para este filósofo (Ibid., p. 207) como para M ontero Moliner. Ahora bien, si la constitución del vinculo se reduce sólo a encontrar la casa oculta, o a reconocer una m ano con la otra, la búsqueda no dem uestra sino el límite inicial del conocim iento. Viene a decirnos que éramos niños y no recordamos el m om ento en que nos pusieron en la cuna o salíamos del vientre m aterno. El vínculo ontoló­ gico aún requiere, detrás del nacimiento, el punto tensional y desconocido de la relación que instaura. M irando hacia dentro es vista ciega de lo externo. La m otricidad del sonido articu­ lado, que resuena dentro al pronunciarlo, sale extra organum al m undo de donde vino, pero ya com o algo nuevo que antes no existía, y entra otra vez reconociendo el rescoldo de las vibraciones internam ente ex ternas. Ve remos en el capítulo siguiente que éste es el vinculo

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En la tendencia, tend-> , del signo o forma en formación ya coinciden, como anticipó Hum boldt, la intención y aptitud significante que funda el sonido articulado y lo integra en el acto expresivo. La emisión articulatoria que es recibida e interpretada con simultaneidad de tiempo y espacio -vibraciones y resonancias-, aunque la com prensión pueda retardarse, es el lugar hum boldtiano de la constitución50. El prim er form ante funcional en la constitución del sentido corres­ ponde, por tanto, al fonema, lo que implica una revisión de conceptos bási­ cos de la lingüística, como aislar al fonema del horizonte de sentido y atri­ buirle, en cambio, potencia expresiva y fundam entar en ello una doble arti­ culación del lenguaje, según la conocida división de A. M artinet, que Hus­ serl ya había anticipado en cierto modo (LUI, 315-316). El concepto saussureano de “pensée-son” se opone en esto al propio Saussure. El de N atura­ leza de Husserl supera, en cambio, este desdoblam iento al integrar en el acto vivencialmente expresivo la relación interna, bifronte, del sonido y de la percepción. De hecho, Husserl juzga insuficiente la relación asociativa entre el plano físico de la expresión y el psíquico, significativo, que, aunque es m ental en Saussure, no refleja de modo claro su diferencia con el nivel m eram ente psicológico. El lingüista salva el escollo recurriendo a la “ima­ gen acústica”, también psíquica, del sonido. Uno y otro, Husserl y Saussure, separan también, pero por razones diversas, el plano comunicativo, enun­ ciativo, de la significación y del lenguaje, respectivamente. Ahora bien, el filósofo supera, respecto del lingüista, el plano puram ente psíquico de la significación y del lenguaje51. Pero tal relación sólo es posible, entendem os a su vez, porque la intención e incluso intuición cognoscente está subsum iendo la energía fonadora en el horizonte intencional de la significación. El acto significativo ya guarda en su moción interna un principio dicente que lo precede desde antiguo. Sin signo tampoco hay conocim iento, por­ que el conocer propio parte también de una relación, la cual supone, como mínimo, un corte, una marca, un signum, entre el objeto y el sujeto cognos­ cente. Tal relación es precisam ente el signo. El sentido - “Sinn”- brota como surgencia no anticipada de la anim a­ ción o espiritualización del cuerpo. El brote signa el fluido im prim iéndole natural por excelencia para Humboldt. Desde tal consideración, suscribimos la tesis principal del artículo de Montero Moliner, heredera a su vez de Merleau-Ponty: la reducción eidética de Husserl es lingüística. Ya está en Humboldt. r>0 Hansen-L 0ve, O.: La Réuolution Coperniáenne du Langage dans l'Oeuvre de Wilhelm von Humboldt. Vrin, París, 1972, pp. 63-64. 51 Conf. E. Husserl: Vorlesungen überBedeutungslehre Sommeisemester 1908, op. dt., pp. 10-11.

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carácter relativamente discreto, pues tiende de continuo, según veíamos, a otra cosa diferente, siendo su propia entidad algo alterativo. El brote es el signo mismo. Sólo así puede el lenguaje ser casa del ser, como lo denom inó Heidegger, o “habitación de un m undo, un incoleré\ dice Lévinas com entan­ do el análisis de Husserl realizado por M erleau-Ponty52. De este modo, el lenguaje entra también en la “raum-zeitlich-materielle N atur” (12,163), un espacio-tiempo-material o Naturaleza en tanto objeto y surgencia origina­ ria. Un tono, un tempo. El significante es horizonte de m undo. En él se abre a la significación. Al hablar y oír entram os en contacto con el m undo, en su estado de abierto o Naturaleza. La voz es tacto en el habla y unidad intencionalm ente signifi­ cativa -va hacia un significado- en la recepción y expresión comprehensiva e interpretante. La reactivación de las imágenes sólo es posible cuando coinciden con su m odo de producción, en el yo o en el otro, por lo que éste se muestra también como transferencia de tal copresencia - ‘ubertragene Komprásenz”. En tal sentido, el lenguaje condiciona, con palabras de Lévi­ nas, la toma de conciencia del m undo53, anterior a la com prensión temáti­ ca, pues dispone, con su apertura invocativa, el encuentro de los interlocu­ tores. La palabra contiene también intencionalidad fenomenológica, por la que habla lo indecible, lo pre y transtemático. Por eso el lenguaje es, afirma J. Patocka partiendo precisam ente del concepto de “Lebenswelt”, más pro­ fundo que su contenido, porque recoge en su naturaleza el eco y la reso­ nancia del m undo54. Sólo así, trascendiendo la idealidad temática en pro de la apertura constituyente y de la acción significante que atraviesa a todo significado, puede entenderse el lenguaje como m undo de la vida. En Ideen II hay con­ ceptos que com plem entan los de la Krisisy perm iten un giro notable, diría­ mos que copernicano, respecto de otros anteriores. Heidegger, MerleauPonty y Lévinas los explicitan abriendo nuevos horizontes. A su apertura •v2 Lévinas, E.: Hors Sujet. Fata Morgana, Montpellier, 1987, p. 165. 53 Lévinas, E.: Entre Nous. Essais sur le penser-á-VAutre. Grasset, París, 1991, p. 19. 54 Patocka, J.: L'Ecriven, son Objet. Essais. P. O. L., París, 1990, pp. 19,95. En la tradición zen, por ejemplo, la superposición de órganos en la postura de loto, cruzados los pies sobre los muslos y las manos en forma oval, conduce a su indistinción como tales miembros del cuerpo y a un sobresentido trascendente de la unidad y dualidad, ya también indiferenciadas, aunque no anuladas. (Conf. Sh. Suzuki: Espút '¿en, Esprit Neuf. Seuil, París, 1977, pp. 35-39). Este presentido dado anterior posteriormente va más allá incluso de la resonancia material del sentido en la transducción, Übertragung, y Einfühlungo endopatía husserliana.

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pertenece también el lenguaje como Lebenswelt. La palabra es carne viva del pensam iento, que tiene asimismo vibraciones materiales. E x pr e sió n c o n c ept iv a

De lo dicho se deduce que la expresión antes subsidiaria ha experim en­ tado una elación que implica, a su vez, un valor conceptivo. No queremos decir que el sonido articulado sea directam ente un concepto, pero sí que su transducción significativa le ha conferido carácter conceptual. Husserl tiene en cuenta también a Hum boldt (LUI, 351) y la tradición herderiana. Al sonido articulado que se convierte en marca o signum del sentido, realm ente materia signata, le conviene la misma evolución constitutiva del flujo sonoro de la melodía, sustituyendo a ésta por el contenido intencional que se está form ando en la palabra, sintagma o frase. En el ir hacia atrás del sonido - “mit Rücksichkeit”- para constituirlo, conocerlo o reconocerlo, se recubre su tendencia designativa y conceptiva: va hacia fuera de sí y del sujeto en dirección hacia otra cosa, pero también hacia fuera de sí pero aún en el sujeto cognoscente, en dirección hacia el significado, coincida o no con el concepto. C uando se constituye, tiende además en vacío al no ser él mismo el designado, pero esa ausencia pasa a ser precisam ente el espaciotiempo que lo constituye como significante conceptivo. La doble dirección genera volumen, resonancia, disposición, y asocia colateralm ente cuanto de valor significativo lo rodea, creando así la unidad expresiva. Lo que parecía lineal es realm ente una expansión molecular, pues hay entropía, recortes, alargamientos, selecciones de ondas, silencios también intencio­ nales, mom entos, localizaciones, etc. El significante expresivo, la palabra, también se cuelga entonces a lo nom brado como una cualidad suya y, según los m om entos intendidos, como cualidad incluso táctil - “Tastqualitát”. Así acontece para Husserl en las formas representativas, los conceptos y la constitución del objeto, que también pasa, como el signo, por un m om ento, si no vacío, sí objetivamente ralentizado, insatisfecho - “Hemm ungsphánom en”- en cuanto a su com pletud, y por tanto abierto a algo siempre nuevo. La conciencia crítica está dotada de una tendencia o placer observador, constituyente, de una neotenia que la impulsa a sobrepasar lo ya conocido hacia algo nuevam ente nuevo00. 55 Nos estamos refiriendo aquí a las relaciones de la intención y de la representación con intuición cumplida o no y al cometido de la expresión en el cumplimiento intencional del objeto y del conocimiento. Conf. E. Husserl: Aufsátze und Rezemionen (1890-1910). Marti­ nus Nijhoff Publishers, The Hague, 1979, pp. 269-302.

El dram a

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La expresión ya ha experim entado, como decíamos, una transform a­ ción total en este proceso. La ausencia de lo designado en y por el signo nos deja tensos, de tal modo que se agranda aquel vacío y la desproporción relacional entre el signo y lo designado, pero crece, en cambio, la elación expresiva. A este crecim iento o Wachstum, así lo denom inan también H er­ der y Heidegger, le corresponde la concepción significante. La expresión deviene conceptiva. El interregno relacional atrae incluso nuevas asociacio­ nes, colateralidades, y esto favorece la actividad del pensam iento, la surgencia de nuevos conceptos y la presencia de nuevos rostros de los objetos. La expresión antes vivenciada descubre ahora su energía tensional y contribu­ ye a la significación entendida ya como desarrollo plenificante del concep­ to. Suscita un interés previo de unidad, contribuye a la del contenido, le sirve de marca clausurante, aunque queda abierta a nuevas relaciones, y despierta familiaridad íntim a56. En tal proceso, la expresión resalta también su form a visual, morfosintáctica, y acústica -valor tonal de la palabra-, al m odo de una cualidad gestáltica: sobre el fondo resonante acontece la unidad de contenido. Para ello, la expresión ya tiene que estar significada, semantizada, pues, si no, no se explica su tendencia hacia la significación y el hecho de que, al no conse­ guirla, su carencia o insatisfacción se convierta en subsuelo de la objetivi­ dad constituyente, del objeto que vaya apareciendo a instancia suya. Al no cumplirse lo esperado, tampoco sirve de consuelo recurrir al uso y cambiar de registro, como propone la pragmática desde W ittgenstein, ni a los m ode­ los mentales de H. Putnam. El incum plim iento mismo sorprende y la sor­ presa se objetiva expresando. ¿Expresando qué? Algo nuevo, aún no visto, oído, considerado en el objeto, o uno verdaderam ente nuevo. Cuando sucede esto, el vacío tensional y fenom enológico del signo hace objetivable la espera, la objetiva desde y frente a su sorpresa. Y eso es su intendido, por tanto lo conceptualizado y representado. Supone una novedad y es algo diferente de la espera que inducen los rasgos aún escon­ didos y adivinables de un objeto ya parcialm ente conocido. Esta intención no es espera, afirma Husserl (LU2, 573). C o n c e p c ió n expresiva

La expresión trasciende como el conocim iento y el objeto por encima de su contenido hacia algo más de sí mismo, lo que constituye una plusvalía objetiva y existencial, según la denom inam os nosotros. Es el plus del cono56 Ibid,, p. 291.

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cimiento, lo que se le adjunta de continuo. La clausura de la form a objeti­ vada m antiene un resto inconcluso o una inclinación adjunta por el hecho de venir dada en el halo de un horizonte. Y esto sucede también en la expresión lingüística. Tal inherencia por defecto o exceso de lo dado, tal imantación interna, que Husserl reduce a simple tram polín - “Sprungbrett”'’7-, actúa también en el sonido vivenciado como expresión constitu­ yente y en todas las formas verbales. Es el principio dicente y, como tal, expresión conceptiva o, más bien, concepción expresiva. Sobrepasa la habitualidad del signo, su uso, que se debe a ella, y es plusvalía form ante que atrae al signo o significado conocido, sobrepasándolo también. Es el funda­ m ento de la ciencia. Tanto la significación como la concepción cognoscitiva trascienden sus formas y contenidos desde una tendencia traslapada que las expresa. El concepto se abre al conocim iento como despliegue expresivo. Sus marcas son la materia signata o lenguaje vivificado. En lo conocido hay siempre un fondo traslapado de anexión nueva, hacia atrás o hacia adelante, arriba o abajo, oblicuo, curvo, fragm entado, con aristas, semoviente, tentacular, etc., como si todo lo conocido o hablado lo fuera sobre una tendencia obje­ tivante que nunca se satisface o es llamada desconocida que cum ple como respuesta em ergente. Tal es el m undo de la vida y la vida del m undo en el lenguaje.

57 “Das sich-in-das-Objekt-Versenken, das sich-vom-Objekt-Erheben, es ais Sprungbrett nehmerT (Ibid.: Aufsátze und Rezemionen, op. cit., p. 293).

El vuelo del discurso: G. Santayana D in a m ism o fo rm a l d e la m ateria

El sistema filosófico y crítico de G. Santayana se apoya en un concepto dinámico de m ateria, de cuya posibilidad inherente deriva el sistema de las formas y la naturaleza del objeto. La conciencia es incluso, en tanto activi­ dad operativa del pensam iento, un grado de conform ación en el que la m ateria alcanza a interpretarse. Su dinamismo perm ite dotar a las esencias que la definen de existencia propia58. La relación cognoscitiva existe con entidad también real, con lo que el reino de la existencia se dilata de m odo omnicomprensivo. Esta perspectiva que asigna realidad a la relación cognoscente en cualquiera de sus grados es decisiva no sólo para una teoría del conocim iento, sino también, y especialmente, para la lingüística considera­ da como ciencia. No supone nada nuevo respecto del realismo aristotélico y sus derivaciones posteriores. Suárez ya atribuyó dinamismo formal a esta relación y Husserl la considera punto nodal de la form a form ante. Tal dinamismo es a su vez flujo incesante sólo relativamente aquieta­ do en m om entos sustanciales cuya esencia o tropos m iden la interrelación de la m ente con la transitividad de la materia (LRS, 258). De este concepto dinámico derivan todas las formas o acontecimientos com plem entarios de esa actividad fecunda, entre ellos también, además del pensam iento, el len­ guaje. Santayana une de este m odo en un materialismo de interpretación esencial la fluencia de Heráclito, la idealizante de Platón y la nous activa de Aristóteles. Las esencias del filósofo abulense, también eternas, universa­ les e imperecederas, aunque, no obstante, procesivas, son simples formali­ dades del pensam iento -tropos- , necesarias en cuanto que por ellas y en ellas podemos conocer algo, siempre relativo, de la entraña del ser y de la naturaleza. Al proceso dinámico se incorpora entonces la sombra actuante del formalismo kantiano con el recuerdo añadido de D. Scoto y la inmedia­ tez semiótica, contem poránea, de Ch. S. Peirce. El dinamismo descarta una consideración especular de la conciencia. El conocim iento no es espejo simple de la realidad. Al contrario, su acción procesiva conform a ideas partiendo de un trasfondo vital previo o continuo 58 Santayana, G.: Los Reinos del Ser. FCE, México, 1985, p. 244. (LRS). 63

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oscuro del sentido: una vibración innata de la materia en el cuerpo. De no ser así, la fluidez de la m ente no concluiría en reflexión, no podríam os fijar los contenidos abstractos en palabras o símbolos para interpretar el m undo interpretándonos a nosotros mismos conjuntam ente09. A la m ateria le corresponde en el organismo hum ano, también mate­ rial, la sensación o cualidad vibrátil y la síntesis de estas cualidades constitu­ ye la forma, que la actividad mental de la percepción discrimina y clasifica en orden a sus contenidos. Los objetos ya se presentan en este nivel sintéti­ co de las cualidades como entidades complejas. Son algo persistente que en realidad acum ula un tránsito incognoscible de vibraciones oscuras que apa­ recen como tales objetos en razón de un interés o afinidad procesiva de la m ateria corporeizada o L ^h u sserlian o . V a l o r sim b ó l ic o d el len g u a je

El lenguaje será la expresión interpretativa de la m ateria formalizada y, en cuanto tal, se confunde con el pensam iento, que es, gracias a la expre­ sión, un poder en el m undo, del cual recibe su ser al tiem po que lo convier­ te en algo sustantivo60. El concepto de expresión, básico en lingüística, resaltado por B. Croce como su razón de ser científica, implica también el de forma, que en los prim eros escritos de Santayana adquiere un grado cualitativo propio al integrarse en un sistema de correspondencias. En el lenguaje no debe con­ fundirse con la materia, si bien depende de su proceso. De hecho, la form a presentativa de la expresión, que funciona como instrum ento suyo, es en sí misma un efecto del significado y puede determ inar incluso el modo de apercepción del objeto sugerido, pues cada palabra tiene también su pro­ pio valor respecto de cualquier otra en un mismo o diferente lenguaje. Pan, Dios, bread y God no indican la misma actitud, en español e inglés, respecto del objeto com ún designado por cada una de esas palabras en sus respecti­ vas lenguas (TSB, 104, n i). Cada una de ellas es una form a e intuición dife­ renciada en la sustancia tanto expresiva como conceptiva. Esto implica que cada lengua posee un m odo propio de estructurar y percibir el m undo. No expresamos lo mismo cuando decimos pan, Dios, bread o God, aunque el referente designado coincida. Las formas de Santayana implican m odos perceptivos inherentes. La 59 Ibid.: The Seme of Beauly. Beingthe Ouíline of Aesthetic Theory. Dover Publications, Inc., N. York, 1955, p. 119. (TSB). 60 Ibid.: Reason in Science. Dover Publications, Inc., N. York, 1983, p. 180. (RS).

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designación com porta un aspecto o actitud designativa. A hora bien, el len­ guaje utilitario y su efecto intrínseco, por ejem plo los form alism os funcionalista y descriptivo, desatienden estos m odos internos. La lingüistica deri­ vada de ellos parte ya de una reducción operativa de consecuencias im por­ tantes para el estudio y análisis del lenguaje61. La form alización del sonido tiene carácter sim bólico y no se asem eja al objeto sim bolizado p or sí m ism a, en su pura naturaleza sensitiva, pero entre los sonidos y los objetos representados se establecen corresp o nd en ­ cias intrínsecas al form ar parte conjuntam ente de una estructura procesual y representativa. El efecto del cuerpo o m aterialidad anim ada del sonido, su incorporación expresiva al proceso cognoscente, le confiere un factor correlativo en el que la preposición cum convertida en prefijo -aspecto replicativo del leng u aje- desarrolla un valor intrínseco de nacencia y gene­ ración in tern a ya im prescindible para com p ren der el fenóm eno verbal. Pueden variar los m odos explicativos, pero la realidad fundante y funda­ m entada del proceso sigue siendo la misma. La estructura del lenguaje se desarrolla entonces com o un fluido dinám ico de carácter form alizante y especular sólo en cuanto induce la estructura, tam bién dinám ica, del m undo en la inteligencia. No se trata de un espejo fijo, m ecánico y reproductor, sino de una corriente especular cuyo principio de o rd en y arte es la inteligencia. La palabra, el signo locuti­ vo, refleja entonces las com plejidades ocultas del proceso cerebral (RS, 180). A su vez, y desde tal presupesto, el estudio analítico del lenguaje, la gram ática, se convierte entonces en pariente de la metafísica, porque, al revelar la estructura de la lengua, la palabra m anifiesta tam bién la del p en ­ sam iento y, por tanto, la jerarq u ía categorial con que concebim os el m undo. La form a gram atical que el análisis descubre en el lenguaje eviden­ cia una intención im plícita, un intent, consciente o inconsciente, pero p ro ­ ductivo en am bos m odos, conjuntam ente. Hay una parte oscura, irracional, y otra consciente, am bas relacionadas en el proceso interno. 61 El filólogo y lingüista atento al proceso expresivo del lenguaje habrá notado las dife­ rencias sustanciales del pensam iento de Santayana con el de Saussure y Hjelmslev, por ejem ­ plo. El valor considerado por el filósofo incluye lo que la lingüística glosemática y estructuralista dejan al margen -el modo perceptivo- en razón de su dificultad metodológica, por ser aspectos precisam ente singulares, aunque propios de cada lengua, y no susceptibles de for­ malización sistemática. Los intentos actuales de incorporar la proxém ica al estudio del len­ guaje y la escisión pragmática de la lingüística responden a este trasfondo reductivo. Sucede algo sem ejante en la corrección cognitiva respecto del generativismo chom skiano, pero sin profundizar en el proceso perceptivo e interno de la conciencia, porque reducen tam bién el aspecto antepredicativo y expresivo del lenguaje.

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El propósito intencional o intent de Santayana recoge el carácter dicente de la tradición filosófica respecto del lenguaje, pero ya lo sitúa en el hábito del uso, en su conformación sustantiva. Es intención ya intenciona­ da, con un designio específico, acuda o no a él una realización normativa. El intent es la esencia procesual, el alma de la gramática - “the soul of grammar”- según ésta aparece en el lenguaje. Resulta importante para la lingüística el hecho de considerar la forma de la expresión como un efecto del significado, esté éste ya definido o no, porque el significado verdaderamente procesual comprende el momento en que la significación se realiza, el instante fundacional del sonido como representación intencionada, corporeizada, de mundo. Si no fuera así, la inercia dinámica de la materia sería incognoscible. Las diferencias formales del sonido permiten distinguir entonces las del contenido y, con ello, nos situamos plenamente en el dominio gramatical del lenguaje y del pensa­ miento. Al contenido pertenece incluso aquel valor modal de las expresio­ nes, el tono, el timbre, la inflexión de la voz, etc., que lo matizan y diferen­ cian. En las formas gramaticales reconocemos parte de la operación inten­ cional, significante, del pensamiento, y esto ya es también el alma del lenguaje. El efecto inmediato de este proceso formal, corporeizado el sonido o la forma expresiva como intent en la complejidad significante, es el nivel sintáctico: “The syntax is the next source of effect” (TSB, 105). La sintaxis también es positivamente representativa62, dice Santayana. Sus partes refle62 Santayana, G.: Reason in Art. Dover Publications, N. York, Inc., 1982, p. 78. (RA). El valor cualitativo de la palabra diferencia, entre otras razones, a la lingüística fenomenológica del funcionalismo gramatical, que prescinde, repetimos, de la singularidad conceptiva y autó­ gena de las lenguas basado en la identidad referida, siendo así que luego abstraen y reducen ésta para evitar los problemas ontológicos que la designación objetiva com porta. Por eso se dice que el lenguaje es arbitrario. Los diversos significantes de pan o cualquier otra expresión en diferentes lenguas confirm an, dicen, la arbitrariedad del signo lingüístico. Sin embargo, el efecto o valor propio del signo en cada lengua, considerado como forma sustancial de la expresión conceptiva, y sus valores relaciónales, descubren otro fundam ento fenomenológi­ co en el lenguaje. Así lo vieron autores contem poráneos como W. Von Hum boldt, G. Gerber, el P. Serge Boulgakov, Santayana y W. Benjamín, por ejemplo. El fenóm eno verbal contiene el dinamismo que la materia induce en el hom bre y lo impulsa a conocerla e interpretarla como m undo. Hay un vínculo básico, relacional más que relativo, entre la m ateria y la conciencia: el lenguaje. La expresión es en Santayana, como en Croce, el efecto inducido de las impresio­ nes habidas en el m edio social común de cada hom bre y sociedad en un tiempo determ ina­ do. Por eso Croce criticó el desvío de la lingüística funcional respecto de la realidad viva de la palabra e identificó la ciencia del lenguaje o Lingüística general con la Estética, pues ambas tienen por objeto la expresión, “ch ’é il fatto estetico m edesim o”. La definición misma de

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jan las distinciones m entales operadas en el proceso del lenguaje, como más de una vez ha señalado la tradición filosófica de éste desde los gram áti­ cos indios y griegos hasta Port-Royal, los neogram áticos y sus derivaciones m odernas más o m enos disimuladas en los diferentes funcionalismos de hoy día y en la hipótesis neurolingüística. A la cualidad le corresponde el adjetivo; a la relación, el verbo, pero teniendo presente que todo el dina­ mismo verbal es relativo. El verbo gramatical representa un tipo determ ina­ do de relación entre formas. A la sustancia le pertenece el nom bre, y su inflexión, sea sustantiva, verbal o de otro tipo, también es representativa. Los tiempos reflejan la distribución de los sucesos y los casos interpretan los papeles de los objetos en la operación dinámica del conocim iento. Por eso las categorías del discurso son en parte representativas, en parte gramatica­ les y también de los dos dominios, como el género (RA, 75, 79). Santayana esboza de este m odo una gramática del discurso en la que sus unidades con­ templan conjuntam ente el proceso perceptivo, lo percibido y sus relaciones internas con otras percepciones lingüísticam ente formalizadas, la gram áti­ ca propiam ente dicha. Estas ideas lingüísticas se basan en el carácter simbólico del lenguaje y del pensam iento apoyado en la función intencional de éste, un intendere o intent etimológico por cuanto no salimos nunca del flujo subyacente de la materia. Palabras y conceptos son símbolos y el símbolo transform a aquel flujo general en objetos relativamente estables al tiem po que lo represen­ tan en el discurso63. Ni lenguaje ni pensam iento alcanzan el estado natural de las cosas. Más bien las interpretan. El conocim iento lingüístico o la lin­ güística cognitiva es aquí, como en Peirce, interpretante. Tal es la función del símbolo, cuyo carácter adventicio no imita sino que reproduce la forma procesiva en un nuevo medio y con función diferente64 (RA, 146). El objeto externo, la cosa, produce un estímulo y éste un impulso que reproduce la sonido articulado implica el hecho expresivo: “il linguaggio é suono articolato e delimitato alio scopo dell’espressione” (B. Croce: Estética come Scienza delVEspressione e Lingüística Generóle. TeoríaeStoria. Remo Sandron Editore, Milano, 1904, p. 143). Así pues, la dificultad metodoló­ gica de sistematizar la cualidad primaria del lenguaje, su efecto expresivo, por una parte, y la también analítica de circunscribir según el método lingüístico una noción propia de objeto, con los problemas ontológicos implicados, restringe bastante los fundamentos de la lingüísti­ ca. El propio Husserl descubrió en la expresión un carácter original, pues aunque resulta sub­ sidiaria respecto del acto significativo, la significación se descubre en ella objetivante. Le corresponde, por tanto, algún rasgo o matiz de su esencia. 63 Ibid.: Reason in Society. Dover Publications, Inc., N. York, 1980, p. 197. 64 Ibid.: Same Turns ofThougt in Modern Philosophy: Five Essays. Scribner’s, N. York, 1937, p. 93.

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estimulación inicial como otro ser en su entorno. Del estímulo o impulso originario procede un “poder” intrínseco que permite reconstruir el proce­ so y generar una afinidad con la estructura de las cosas (RA, 149). Tanto la idea como la palabra son resultados de esa energía interior, por lo que les corresponde también un aspecto creativo. El conocimiento es creador y supone una pérdida o entropía general respecto de una concepción suya absoluta, porque nunca alcanzamos la realidad fuera de su manifestación y apariencia simbólica65. Cuerpo e inteligencia tienen entidad plástica, vir­ tual, y evolucionan concretándose en formas según los ritmos propulsivos de la materia. La función acumulativa y sintética de la experiencia fija mediante la percepción moldes, tipos, tropos, palabras e ideas. Tales fijacio­ nes o arquetipos se forman mediante complicaciones crecientes - “growing complication"- de los fenómenos experimentados. Las sensaciones se acu­ mulan en la estructura perceptiva multiplicándose de tal modo que una posterior coincide con alguna vibración de la precedente en la conciencia. Resultan entonces distintas en cuanto vivencias singulares - “in point of existence”-, pero idénticas en cuanto a su índole - “in point of character”66. El carácter crecientemente sintético de la percepción funciona de igual modo en la base material del lenguaje. El sonido no tiene carácter espacial intrínseco (TSB, 44). Sus cualida­ des, el tono, la duración, el timbre, se incardinan en el espacio de la medi­ da, de una numeración, por tanto en un tiempo. Se convierten así en obje­ tos, en símbolos susceptibles de conocimiento e interpretación del mundo. De ellos interesa aquí la posibilidad de sensación acompañada de algún 65 Ibid.: Dominaciones y Potestades. Edit. Sudamericana, 1954, pp. 216-217; Scepticism and AnimalFaith. Dover Publications., Inc., N. York, 1955, pp. 179-180. 66 Ibid.: Reason in Common Sense. Dover Publications, Inc., N. York, 1980, p. 70. Esa coin­ cidencia debe desarrollar a su vez algún modo de retención productiva. Es lo que resalta Gerber, por ejemplo, al desarrollar la constitución orgánica del sonido articulado según lo form u­ lara Hum boldt previamente. Las connotaciones de Santayana con Gerber son múltiples, tal vez porque proceden de referencias comunes, sobre todo las consonantes con Baumgarten, Herder, Humboldt, Wundt y los empiristas angloamericanos. La fuerza simbólica del lenguaje o Bildkraft, la corporeización del sonido -V erleiblicliung-, también presente en Husserl; su uopismo básico, metafórico, la Kunstfomy el KunsUrieb-"das ganze Material der Sprache Tropus ist”-, que también influyó mucho en la concepción filológica y filosófica de Nietzsche, y la per­ cepción expresiva de la conciencia o flujo reflejo -Reflexbewegung-áe\ conocim iento y del alma - “der Fluss der Seelenbewegung”-, están presentes asimismo en Santayana. Conf. G. Gerber: Die Sprache ah Kunst, Zweiter Band, I. Hálfte. Mittler’sche Buchhandlung. H. Heyfelder, Bromberg, 1873, pp. 14, 121; 2. Hálfte, 1874, pp. 163-166; Die Sprache und das Erkennen. R. Gaertners Verlagsbuchhandlung H erm ann Heyfelder, Berlin 1884, pp. 3-5,61-66,144, etc.

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rasgo racional, de tal modo que el m undo real se convierte en m era sombra de esta combinación. La objetividad del símbolo llega a ser así, como en G. Gerber, una figura imaginativa - “any m ental figm ent”- dotada de cohesión necesaria para resultar algo no sólo audible sino incluso con categoría de idea espacial - “spatial ideas”. El sonido significante es unidad sintética de tiempoespacio articulado con resonancia simbólica. Implica al cuerpo anim ado con las sinestesias respectivas y, por ello, una com paración em ergente de elem entos y un prin­ cipio de abstracción naturalm ente selectivo y orientado. Omitimos unas vibraciones y filtramos otras según la atención y un interés direccional diversamente motivado e inducido. En cuanto tales, las sensaciones sólo reflejan partes, no la relación existente entre ellas o respecto del todo, que corresponde ya a la intención significativa (RS, 174-175). Este principio de selección o de pureza - “of purity”- es el equivalente de la percepción sinté­ tica, pero también procesual y em ergente como ésta. C o n g r u e n c ia a n a l ó g ic a d el sig n ific a n te

Vemos, pues, que existe una serie de nudos o coordinaciones en los niveles sensitivo, perceptivo y racional. El prim er grado de síntesis es la ana­ logía nativa - “native analogy”- entre el movimiento am biente, del medio, aquí el sonido sinestésico, y el tema que lo subsume. El mensaje queda inmerso en el sonido y en virtud de ello se generan afinidades entre ambos, y así acontece también en la explicación de G. Gerber. Hay incluso cierto grado de form alidad expansiva en la econom ía básica del lenguaje. Los sonidos son entidades concretas que posibilitan designaciones universales. O pera en ello otro principio de vibración simpatética o antipatética que tiene su fundam ento en el cerebro, donde se produce una congruidad sutil - “subtle congruity”- entre el significante y el significado, si bien los objetos del lenguaje y de la m ente no coinciden siem pre (RA, 77). Convergen en un foco o asentam iento -seat- perceptivo. Acontece lo mismo en la em o­ ción imaginativa respecto de las asociaciones poéticas. Esta síntesis percep­ tiva, idealizante y neokantiana, es fundam ental para todo el sistema filosófi­ co y lingüístico de Santayana. El sonido verbal contiene, pues, una dirección ya naturalm ente inter­ pretada e interpretante, inconsciente, semiconsciente y consciente. En cuanto resonancia espaciotemporal obtiene rango de idea y se vincula con el proceso dinámico y em ergente de la naturaleza. Es, sin em bargo, algo nuevo que acontece en la conciencia corporeizada. No representa por sí mismo la realidad natural de la que procede, pero guarda un grado con-

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gruente con ella. Retiene en cierto modo una semiogénesis metonímica transformada o transducida -Übertragungde Gerber y Husserl- en el víncu­ lo corporal del hombre con el mundo. El sonido articulado fundamenta ese vínculo y despliega el movimiento semiconsciente de las síntesis percep­ tivas hacia las ideas. Se obtiene entonces, como en Gerber, una conciencia sonora o momento nominativo de la realidad: la donación del nombre, donde sonido y concepto convergen resonando mutuamente67. La signifi­ cancia opera ya, por tanto, en el nivel sonoro. El significante tiene rango de inducción conceptual, aspecto que refuerza en Nietzsche, por ejemplo, el tropismo básico del lenguaje y su mentira respecto de la realidad con él representada. El hombre no posee, sin embargo, otro recurso originario de comprensión de la naturaleza. El tono musical también implica cronemas que se forman de igual modo. El sonido articulado es marca de la concien­ cia sonora y de la reflexión nominativa, como advirtió antes Herder. El len­ guaje se convierte en razón sonora, lautende Vernunftm. La función lingüística es también dinámica y participa de la orienta­ ción del significado intencional. El significante o vehículo sensible recibe su proyección lógica y funciona como fulcro o punto de apoyo suyo. La ima­ gen de la palanca la usa antes Humboldt para sensibilizar precisamente la actuación práctica del lenguaje y del pensamiento. Tales coincidencias o préstamos, unidos a otros de Herder, Gerber, Novalis y Shelley -el conoci­ miento poético desvela la vida del ser y su fundamento-, apuntan hacia un residuo romántico del empirismo angloamericano subyacente en la obra de Santayana. La búsqueda de un intermedio entre el discurso racional o de esencias y la espontaneidad emotiva del lenguaje recuerda también la síntesis de Herder y Humboldt entre racionalismo e irracionalismo. En uno y otro el lenguaje es órgano natural del pensamiento. En la constitución del lenguaje resuena la extensión corporal y aními­ camente temporalizada del cuerpo. Por una parte es sobreabundancia de la base física del pensamiento y, por otra, se convierte éste en expresión suya. La división clásica de materia y espíritu encuentra aquí su vinculo, pues la materia es el tema de la razón vital, que grita en voz alta para encontrarse y 67 Según Gerber, el sonido formalizado contiene un recuerdo al menos de la excita­ ción previa y en él se deslíe el movimiento de la inconsciencia sintética dándose a conocer en un acto covital y congénere con la vida del Universo. Y todo esto confluye en la denomina­ ción, el acto del nombre: la inducción sonora y nemotécnicamente resonante de la mente concibiendo un sonido. Conf. G. Gerber: Sprache und dasErkennen, op. cit., pp. 64-67. 68 Herder,J. G.: Sámmtliche Werke. Edic. de B. Suphan, Berlín, 1891, p. 45.

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reunirse con ella (RS, 178). En su “gesto audible” participa la extensión automática de los músculos y nervios. El sonido corporeizado como símbo­ lo funde el flujo dinámico de la m ateria y de la conciencia. Por eso el len­ guaje refiere continuam ente la situación y las circunstancias que rodean a los objetos. La situación, el tiempo y el m odo, diremos más adelante, al estudiar la función semiótica, enm arcan el fenóm eno del lenguaje. Su siste­ ma material depende de la referencia a las cosas y ya sabemos que tal refe­ rencia implica, como en Herder, un principio de relación trifásica sobre la base diferenciada de una m ancom unidad o vida del Universo, según resu­ me Gerber. El cuerpo es el espaciotiempo semiótico del m undo. Actúa con­ form e a la dirección dinámica e intencional del significado, pero como un ergon suyo. Es unidad de cuerpo y espíritu, “Einheit von Leib und Geist” en cada uno de los niveles em ergentes del lenguaje y del pensam iento, como los objetos espiritualizados o begeistete Objekte de Husserl, fundam ento de gran parte del arte y la crítica m odernas (12, 240-241). El t r o p o

g r a m a ti c a l

El flujo continuo de la naturaleza se deja captar sólo en m om entos especiales, de tal m odo que las formas de su prendim iento son siempre relativas a esos instantes, su m odo de manifestarse y, sobre todo, de consoli­ dación concreta. Santayana parte, como la fenom enología, de los fenóm e­ nos o acontecimientos. La m ente retiene parte del flujo en unidades esen­ ciales, tropos y tipos característicos. Recurre a la identificación de lo que se replica , a la proyección de su energía y al designio, el nom bre. Las esencias existen realm ente cuando las nom bram os, lo cual no quiere decir que se identifiquen. Siempre queda fuera de ellas, y del nom bre, un resto inasible, desconocido, pero las formas, tropos y nom bres ayudan a profundizar con más intuición en el fondo inabarcable. El nom bre designa tanto esencias como singulares, pero nunca abarca totalm ente lo designado. Nos da éste en su medio, en la relación con otros designados. Su intención m ira a las esencias, pero su realización lo retorna al medio natural. Hay en él, por tanto, una relación doble e implícita: designar la esencia o conjunto de notas que la identifican, proyectar en ella el singular sentido, o viceversa, éste en aquélla, y referir además la convergencia con otras esencias o singu­ lares, así como las acciones que las interrelacionan. Mientras tanto, el flujo sigue su curso latente determ inando otras for­ mas o alterando, con el tiempo, las ya constituidas. Los m omentos captados, esenciales o singulares, rem iten siempre a esta atmósfera para reavivar la cir­ cunstancia que los rodea o al contexto que los define. Tal remisión es propia

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del lenguaje, pero éste sólo representa uno de los cauces posibles en los que se manifiesta el flujo de la naturaleza. Sin embargo, el modo suyo de manifes­ tación resulta peculiar para entender y dar razón de los demás, como la mate­ mática, la música, la ciencia y sus varias divisiones. El fluto transcurre entre la mente y la cosa, configuraciones suyas, cada una con su esencia específica, en períodos armónicos que se convierten en objetos del pensamiento y reciben un nombre. Ahora bien, en cuanto configuraciones implican un punto conge­ nial tina inscripción que es al mismo tiempo cesura y sello de cuanto transcu­ rre. Así se signa la materia y deviene materia signata. Las relaciones que esta­ blecen entre sí estos signos, desde su propio interior, forman estructuras y esquemas de intelección de la realidad. La llevan dentro en modos diversos y la explican retornando al punto de sus manifestaciones. En esto consisten los trapos, unidades a un tiempo ideofónicas -el fono­ grama es la emisión natural del hom bre ante el m undo-, sintéticas, hasta cierto punto rítmicas y lingüístico retóricas. El tropo es el acontecim iento o fenóm eno regularizado. Puede ser tanto una palabra o subunidad suya como un conjunto más complejo: una oración, frase, período, texto, oral o escrito. No es el hecho mismo, sino la ley o regla del acontecim iento, aque­ llo que lo define o identifica como unidad esencial. En Santayana hay siem­ pre una dialéctica type/token, incluida la relación interna que confronta el tipo con la muestra o caso concreto. Por eso la esencia del acontecim iento no se identifica con éste totalm ente (LRS, 258). El tropo une el pasado con el futuro, el origen con los resultados. Es un punto táctil, congrue, del flujo. Y los hay de varios tipos, verbales, bioló­ gicos, históricos, políticos, sociales, naturales: palabras, células, épocas, hábitos, intereses, instintos, clases, etc. Se agrupan en órbitas y form an redes perceptivas, episodios, fórmulas, esquemas y otras configuraciones más o menos vigentes en cada época. Unido al concepto de tropo va el de espacio pictórico, el campo indefi­ nido de la orientación corporal en el espacio y en el tiempo. Es el punto de inclusión o inmersión en la naturaleza. El hecho de encontrase aquíy ahora. El ubi y el quando de toda posición en la existencia. Tal punto siempre es centro, porque desde él irradian las perspectivas y se configuran los tropos. Lo otro será siempre una relación locativa o temporal respecto de ese punto. Percibimos algo, no sabemos qué exactam ente; lo situamos según la orientación de nuestros sentidos y los datos que éstos nos proporcionan; los sintetizamos; proyectamos conjeturas sobre ellos; elegimos un centro o punto y aprehendem os alguna form a suya constante, etc. Así procede el conocim iento y su m étodo. Es cosa conocida.

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El espacio pictórico se vincula intuitivam ente con el físico. Las cosas se alejan o aproxim an tanto en espacio como en tiempo. La atención mira desde aquí hacia alli, desde ahora a antes o después. Son relaciones del movi­ m iento transitivo y de la orientación cognoscitiva, que crean un tiempo e infinito emocional (LRS, 221, 227). Nacen así las preposiciones, adverbios y pronom bres, puntos de orientación estésica y somatizados en las síntesis pasivas del psiquismo. El espaciotiem po relativo a ese centro dram ático de la existencia, dram ático porque está dentro de uno vayamos donde vaya­ mos, estemos donde estemos, com prende asimismo el campo de la imagi­ nación. Pronom bre, preposición y adverbio implican una dimensión imagi­ naria, una proyección del aquí allí, del ahoia entonces, etc. Esta inmersión proyectiva crea una luz visionaria, un espaciotiempo en el que dibujamos las formas perm anentes del flujo. El conocim iento se convierte así en una obra de arte. Pintamos la realidad. La coloreamos figu­ rándola: “la luz es el mensajero de la m ateria”, dice Santayana (LRS, 213). Hay un contacto evidente con ella: trazo, sonido, espaciotiem po estésico. Las formas, esencias, tropos, se suceden configurando redes, esquemas, que, en el fondo, proceden de la m ateria, vuelven a ella para conocerla mejor, pero, procediendo así, también la sobrevuelan. El lenguaje es vuelo continuo en el discurso hacia las esencias o sustancias, sin alcanzarlas nunca del todo. Ese vuelo es lo real suyo: “Pero el discurso es vuelo, es signi­ ficación; y cuanto más escudriñamos su ser real, tanto más insustancial, fugitiva y transitiva nos parece su esencia” (LRS, 117). Un ejemplo de ese vuelo es la “analogía sexual” de la concordancia entre adjetivo y nom bre. Extendemos el sexo a lo que es pura proyección emotiva o habitual en el lenguaje. La concordancia de unidades asexuadas favorece el reconocim iento de las palabras y nos orienta en el discurso. Sucede algo similar en la relación predicativa. El nom bre propio “agarra” al objeto que designa en una acción y lo convierte en su sujeto. Los demás nom bres esenciales, no tan concretos, que figuran en el repertorio del trato con otros seres de la realidad pasan a predicados o atributos gramaticales. Es un m odo de educar la m ente, dice Santayana, quien parte del hecho de que conocer o expresarse es manifestación de un “choque” habido en la existencia y que estimula a quien lo experiem enta. Luego viene la descrip­ ción de “las circunstancias y las cualidades conectadas con ese estím ulo” (LRS, 373). Santayana sitúa así el tropo gramatical en el punto de contacto con el flujo de lo que él llama la m ente animal o autoconfiguración de la materia. La gramática surge como descripción del choque emotivo que experiem en-

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ta la m ente hum ana. Es el punto de la autoconciencia o despliegue del “tropo innato”, dotado de potencia germ inal, cuyo desarrollo concluye en voluntad y actuación de sus “poderes innatos” (LRS, 269, 270). Transform a­ mos nuestras sensaciones y emociones en tipos o categorías. Son éstos cua­ dros o tropos de la mente. Cada uno ha retenido algunas impresiones. Las ha sintetizado. Las com para luego con otros recuadros del impulso emotivo y, mientras procedem os así, está corriendo en nuestras venas el flujo de la naturaleza (LRS, 373). Los tipos los elevamos a categorías e hipostasiamos lo fluido. Hace­ mos perm anente la sucesión constante. Recordamos el olvido. Por eso tales unidades violentan la realidad que aprehenden al hipostasiar lo que es olvi­ dadizo y evanescente. Por eso no podemos confundir la descripción del choque emotivo, la gramática, con el flujo de la naturaleza. El análisis es una cosa y lo analizado otra más compleja. Ahora bien, Santayana deja entrever por el resquicio del punto o cen­ tro estésico del espacio pictórico de la realidad que la relación detectada entre las cosas, sus nom bres, y de éstos entre sí, congenia de algún modo con la realidad del flujo. Para ello es necesario volver a la actitud natural del ritmo de las cosas, a sus choques. Y esto ya corresponde al ritmo y sus varia­ dos modos de presencia emotiva. Es el reino de la poesía. Recupera así la gramática la función herm enéutica que le correspondía como gramma en los estudios humanistas. Su estudio era prelim inar para el análisis filológico de los textos y la inmersión interpretativa en su sentido. Retoma también la contraposición entre la idea totalizante de Fichte y la singularidad de la experiencia según la herm enéutica de Herder. La gramática depende en el fondo del texto que la contiene. Y éste es simbólico, reúne en sí el espaciotiem po estésico de la sensibilidad y la designación esencial de las cosas. Lo im portante es la relación interna que descubre entre los elem entos, tipos, tropos, esencias y retorno de éstas a los singulares de la naturaleza. Se abre así el verdadero horizonte de la gramática. U n id a d se m ió tic a

En el símbolo lingüístico hay dos hipóstasis correlacionadas. Una, del significante y significado y, otra, del significado, ya implícito en él su signifi­ cante y el referente. Es unidad semiótica:

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Idea

El símbolo viene a ser entonces hipóstasis lógica que corresponde en el discurso a la hipóstasis material de las percepciones. El conjunto suprahipostático de racionalidad y discurso form a la verdad, correlacionada al mismo tiem po con la naturaleza. La intensión del lenguaje se manifiesta así tan empírica como la realidad de las cosas (RS, 182). En esto consiste la viveza de su intención transitiva. Nos conduce de la existencia a la idealidad interpretante en el nexo vital del lenguaje. Cada m om ento de su estructura es sólo un alcance posible y revelación de una semiosis interna. Al símbolo de Santayana lo atraviesan factores semejantes al objeto e interpretante dinámico de Peirce. Al hablar de las esencias en Los Reinos del Ser, advierte el filósofo espa­ ñol que el nom bre de las cosas y el acto verbal tienen por beneficio, bajo el “rum or sordo de la m ente discursiva”, facilitar la acción entre cosas y obje­ tos. Mientras ésta sea viva y ajustada, el lenguaje transcurre sin inconvenien­ tes (LRS, 113) . La pragmática rige de algún modo el orden del discurso. Cuando ese “rum or sordo” se objetualiza entre la m ente y la cosa, com­ prendiéndolas, nos situamos en el nivel poético. A los térm inos que describen las cosas los denom ina con el nom bre genérico de palabras, sean éstas visuales, táctiles o de otra naturaleza, incluida la conceptual. Sólo considera en ellos, desde el punto de vista ontológico, un ser lógico o estético, independiente del acto que los descu­ bre, por lo que debemos entender tales palabras como verba mentis o sim­ ples form alidades del conocim iento. En el proceso de adaptación del sím­ bolo al medio, del que procede según condiciones materiales, se produce una econom ía de recursos y un ajuste material m ediante la acción, que “la naturaleza puede aceptar y entretejer en su propia econom ía m aterial”. En el caso del lenguaje, esta econom ía comienza por la estructuración del sonido. De m om ento, Santayana se refiere sólo al discurso de las esencias, el de la mente: “La vida traducida en discurso, el traslado retórico y em o­ cional de la existencia, que al ser ahondado y purificado se convierte en poesía o música” (LRS, 10). Podemos entender, sin embargo, que el ajuste viene inducido por esa misma fuerza dinámica procedente de la materia. Referido a este flujo material, del que procede, el lenguaje es, igual que la escritura, secundario, porque registra sus ritmos en otro orden de

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representación. Responde, como todas las actividades conscientes, a una fe o confianza animal y en ello se basa el carácter moral de su significación, cuyo alcance también es reductivo. Los nom bres designan universales y cosas u objetos concretos, decíamos. Incluso cuando sus designados son aquellos universales -las esencias-, la semiosis del signo actúa de modo objetivante, situándolos en la perspectiva de algún correlato material. La esencia funciona como arquetipo intangible o pura form alidad del pensa­ miento. Al nom brarla, se ausenta y deja un espacio vacío al que acude algún signo material circunstanciado por otros de su mismo nivel. Para alcanzar rasgos de su estela, hay que reactivarla y rem itirla al medio natural en que fue pronunciada por vez prim era. Además de la intención, de su designio, precisa una intuición, y esto corresponde más bien a la literatura, en con­ creto a la poesía (LRS, 18). La palabra poética incorpora una intuición que es, nos parece, el efecto imagen de la sensibilización de la esencia. Lo intui­ do plenifica el hueco o distancia del nom bre puram ente designativo o, al menos, lo intenta. Al designar esencias, el nom bre procede sólo intencio­ nalm ente, como en Husserl, y precisa el com plem ento intuitivo, una reduc­ ción de la reducción eidética. E spa cio d el o b je t o

En ninguno de los dos casos, ni en el de las esencias ni en el de los nom bres concretos, alcanzamos el objeto designado, sino sólo el espacio objetivo, el marco objetivante o que circunscribe la objetividad de algo. Santayana adm ite la definición clásica de signo - “aliquid stat pro aliquo”-, seguram ente matizada por la lectura de Ockham y con m étodo propio de representación, que en su caso es creadora y perspectivística. De ahí que m encione el “vuelo intrínseco del discurso”. Nos movemos en su metáfora sobrevolando la realidad designada. La significación vuela sobre las esen­ cias y sustancias sin alcanzarlas. Lo único real es el vuelo de la palabra, según veíamos antes (LRS, 117). Retomamos entonces el tropismo fundam ental del lenguaje, la metá­ fora original de Gerber, la marca de Herder, Merkmal, en cuyas raíces ya tenemos, com enta D. Modigliani, la génesis interior, Merk-, y la dirección hacia el objeto: -mal, de donde, a su vez, Merkworten tanto palabra interior y Wort, palabra sim plem ente69. La form ación de marcas distintivas es tam­ 69 Modigliani, D.: “La céleste étincelle de Prométhée. Essai sur la philosophie du lan­ gage dans le discours de Herder. Rapport á Condillac, Diderot et Rousseau”, en J. G. Herder: Traite de TOrigine du Langage. PUF, París, 1992, p. 183.

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bién la de palabras, resume a su vez H eidegger sobre la base de Herder: “M erkmalbildung ist W ortbildung, sofern in Wort: Merkmal einer deutlichen B esinnung”70. Al m arcar sonora o intencionalm ente una distinción en la conciencia, formamos una palabra. La ausencia que posibilita su designación se hace m arcadam ente presente y esto ya es el nivel langue del discurso, que determ ina una epojé constante en el acto de habla y, al mismo tiempo, una reconversión intuitiva. Tal acto procede también, no obstante, de aquel flujo dinámico. El rasgo adventicio del signo cede en la síntesis perceptiva a esa fe natural de motivación hum ana. El instinto se convierte en hábito e instaura una segunda naturaleza, la del lenguaje71. Lo arbitrario de base queda motivado en la función de superficie. En ello han intervenido la econom ía y el ajuste material determ inado por el flujo de la m ateria y la intencionali­ dad de la m ente. En tal proceso ha funcionado también la imaginación, agente dinám i­ co del discurso. Santayana le atribuye el elem ento formal de las cosas, su significado o esencia. Es la región de la sensibilidad desplegada “or synthetic representation”, cuyos valores, determ inados por la sensación dotada de forma, son estéticos (RA, 15). Precede y sigue a la razón, porque es “the great unifier of hum anity” o “the self-consciousness of instinct”, además de intervenir en la configuración de la verdad última y de contactar con la fuerza irracional de base72. En estas funciones resuenan también ecos de Shelley y hasta de Herder, en cuanto el instinto entra en el lenguaje. Enten­ dim iento e imaginación, aunque coinciden en su origen, difieren no obs­ tante en sus resultados. Aquél confirm a sus conceptos por reducción a la experiencia y la imaginación los sobrepasa, anticipándolos incluso, por lo que precede y acom paña además al m étodo científico. La hipótesis proyectiva tiene carácter imaginativo. Gracias a ella, la imagen, que une, como en el surrealismo, pero antes de él, objetos dispares entre sí, restaura la indivi­ dualidad de la percepción y sus asociaciones mentales (IPR, 261).El lengua­ je de uso instrum ental prescinde de los valores formales del significante, por lo menos de algunos, y del significado. Al convertirse estos valores en 70 Heidegger, M.: Vom Wesen der Sprache. Die Metaphysik der Sprache und die Wesung des Worteszu Herders Abhandlung «Über den Ursprung der Sprache». V. Klostermann, Frankfurt am Main, 1999, p. 19. ll Santayana, G.: Dominaciones y Potestades, op. cit., p. 213. /2 Ibid.: Inteípretalions ofPoetry and Religión, New York, Ch. Scribner”s Sons, 1922, pp. 7, 9. (IPR); Soliloquies in England and Later Soliloquies. New York, Ch. Scribner”s Sons, 1923, p. 123.

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objetos propios de percepción, el lenguaje recupera su función creadora, que es prim aria y previa a la científica. Santayana distingue en principio entre prosa y poesía. La prim era es transparente, deja pasar la luz sin dete­ nerse en las cualidades del cristal. La segunda, en cambio, considera el color, la tonalidad del vidrio y sus causas: “poetry is speech for its own sake” (IPR, 255). La prosa transparenta y la poesía tapia la luz del natural, resume J. P. Sartre años después en una obra de larga influencia crítica73. Santayana no prescinde de cierta referencia a los hechos indepen­ dientes, pues el hom bre y su medio, la circunstancia, dice O rtega y Gasset, form an otra síntesis, la vida. El lenguaje poético elabora su objeto expre­ sándolo y dotándolo de afinidades ajenas a su propia naturaleza, en concre­ to las emocionales (RA, 75). Esta objetividad es paralela a la de la sensación en la síntesis perceptual. Por eso lenguaje y conocim iento se fusionan aún más en poesía. Su nudo sintético es una cualidad consanguínea - “kindred quality”- o un efecto emocional de la expresión. Cosas y cualidades diferen­ tes se unen en asociación analógica por virtud de un sentim iento com ún arm ónico (IPR, 268). Tal cualidad funciona en el sentim iento con indepen­ dencia de la percepción aislada del objeto (TSB, 55). Trasladamos el rasgo emocional producido por uno de ellos a otro que no guarda relación obje­ tiva con él, como cuando predicam os azul de sonido. Uno de los térm inos tiene que proceder de la imaginación. El prim ero es la fuente estimulado­ ra, el tenor, y en él se incrusta el valor asociado del segundo. Cuando la rela­ ción entre térm inos, y no estos mismos, constituye el objeto -así en mate­ máticas-, alcanzamos la belleza de la forma. El sentido de relación es para Santayana la esencia del objeto (TSB, 119-123). Esta asociación explica el extrañam iento de la imagen m oderna. Es el soporte del irracionalismo simbólico de C. Bousoño, por ejemplo, quien antepone la emoción al significado74. Sus antecedentes rem ontan a la pre­ lación del lenguaje emocional en J. J. Rousseau. A esta capacidad de sugestión de una cosa la denom ina Santayana expresividad - “expressivenes”. Es concepto im portante porque señala la virtualidad operativa de las sinestesias, tal como las explica hoy M. D ufren­ ne75. Hay un principio virtual en la luz sonora de un tintineo cristalino. San­ tayana lo explicaría por juego de protenciones y retenciones perceptivas, 73 Sartre,J. P.: Qu’est-ceque la Littérature? París, Gallimard, 1948, p. 18. 74 Bousoño, C.: Teoría de la Expresión Poética, Madrid, Credos, 1970, pp. 145-146; Sttuperrealismo Poético y Simbolización, Madrid, Gredos, 1979, p. 27. 75 M Dufrenne, LVeilet TOreille, París, J.-Michel Place, 1991, pp. 115-126.

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como Husserl, es decir, según las cualidades vibrátiles de los sensibles, que se interpretan unos a otros. La expresión procede de un hábito, pero el valor formal prim ario es más bien instintivo, la prim era impresión espontá­ nea que un objeto determ ina en la sensibilidad. Por eso las esencias, intui­ das directam ente, son productos biológicos y poéticos (LRS, 371-372). Su claridad congenia con el instinto vibratorio de la sensación. Se resuelve, dirá X. Zubiri, en una inteligencia sentiente, aquella que intelige dando form a en lo sentido, en la inmersión sentida76. La poesía es de orden intuitivo e imprime simpatía connatural a la materia. La prosa depende, en cambio, de la intención designativa, siem pre distanciadora (LRS, 113). Aquí, la ima­ gen procede del pensam iento, m ientras que allí antecede la imaginación creadora con el dinamism o de sus imágenes (TSB, 126, n i). Incluso la cla­ ridad de esencia es entendida en cuanto purificada por la reducción tras­ cendental del sentido, donde interviene ya, desde el comienzo, el dinamis­ mo de la imaginación, que es poético. Según esa objetivación del significante, resultado de recursos eufóni­ cos y métricos, Santayana considera tres niveles de poesía. La plasticidad del cuerpo adende incluso al grado de salivación procurada por los reflejos fónicos. En este prim er nivel entra la estrucutra del sonido, su efecto analó­ gico y métrico. Es diferente en cada idioma y poeta. En esta prim era fase cita a Byron y Pope. Después resalta los juegos eufuísticos del color verbal y la estructura de frase elíptica. Es lo propio del simbolismo. Shelley y Keats son los poetas citados. La reducción sensible nos pone aquí en contacto con la fluencia del ritmo. Consiste en descom poner el contenido conven­ cional del lenguaje y recobrar la experiencia originaria perdida en el uso instrumental. Nos da la verdad del sentimiento. El m undo se baña en su tinta y la interioridad se expresa en la form a de las cosas. En esto consiste la “pathetic fallacy” del romanticismo. El ejemplo es Wordsworth. Empapa­ mos la naturaleza con nuestra emoción y después celebramos su simpatía congénita con nuestro ser moral (IPR, 264-266)77 asignándole y atribuyén­ dole además nuestros afectos y significados. En ello se fundam entan los obje­ tos espiritualizados-begeistete Objekte- de Husserl. Esta reducción supone para Santayana un regreso al caos de la conciencia pasiva y animal. Nos abisma en su textura infinitésima. '6 Zubiri, X.: Inteligencia Sentiente. Alianza Editorial, Madrid, 1980, pp. 81-84. '' En Tres Poetas Filósofos: Lucrecio, Dante, Goethe (Buenos Aires, Losada, 1943, p. 152) Santayana retoma esta consideración desde una vertiente filosófica partiendo de Goethe. (TPF).

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R e d u c c ió n t r a n sc e n d en t a l y po é tic a

Es inevitable recordar aquí la donación de m undo en un núcleo de “presencia originaria” m ediante un sistema de representaciones consonan­ tes, que Husserl desentraña en La Crisis de las Ciencias Europeas (DK, 165) /8. Hay cierta similitud entre la reducción sensitiva de Santayana y la transcen­ dental de Husserl, si bien el filósofo español niega cualquier subsuelo extra­ ño a las síntesis perceptivas. Esta semejanza se apoya también en el hecho de que volvemos al sensible para procurar alim ento a la razón, así como destruim os convenciones para constituir ideales (IPR, 270). Tal es el come­ tido “of all great poetry”. La reducción sensible descubre además el valor sugestivo y penetran­ te de las capas liminares de la existencia, anteriores al sentido racional que la clarifica y dota de estructura significándola. En ese subm undo se revela, a nuestro entender, el fundam ento emocional. Descubre la capa oscura e irracional de sus conexiones azarosas, pero fundidas en el engarce de la existencia considerada como m undo sentido. El sentim iento ahonda las raíces m undanas de la existencia. Se manifiesta siendo la fusión originaria. Y tal ser procesivo y fundente tiene como marca existencial una cualidad rítmica. Cuando accedemos a ese punto, se nos abre entonces aquel m undo previamente reducido y su apertura envuelve, sugestiona, nos regresa al ritm o originario y natural de las cosas, al m undo. Santayana aprecia así en el “nonsense” del caos reductivo “some quality” rítmica que favorece su m emoria. Este “m em orable nonsense, or sound vvith a certain hypnotic power” antecede al significado convencional. Es el lecho emotivo de la significaci6n, que la prosa abstrae en su práctica. El lenguaje, dijimos, obtiene ahí el flujo del origen y la sintaxis muestra una simpatía de connotación y estructura -o rd e n - con el sueño imaginativo que funde sensaciones e imágenes (RA, 90). Esta simpatía fundam enta la sugestión que une al lector con el poeta en un texto com ún. Sin embargo, pocas veces acierta, ajuicio de Santayana, porque suele ser solipsista y pura experim entación. El receptor la recibe como m undo propio del poeta y la interpreta a su modo. El “hypnotic power” es puro “stress” y pregnancia cre­ adora. Su riqueza es solipsista por quedarse absorta, en éxtasis, y extrañar el m undo despejado y referencial de la prosa. Santayana la sitúa antes del mal y del bien, previa al reino de la verdad racional, como hicieron, por otros caminos, el abate Brem ond y J. Maritain. Su saber em brionario - “embryonic lore”- sólo congenia con su imaginación. 78 Husserl, E.: Die Krisis der europüischen Wissenschaften und die transzendentalePhánomenobgie, op. cit., p. 165.

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Ahora bien, si la expresión consigue transmitir al lector la experiencia matriz - “the parent experience”-, pasamos del m undo explosivo al “racio­ nal art”, un arte que contribuye al fin de la hum anidad y mejora la vida (RA, 16-17). Esto se consigue transmitiendo en el volumen de la form a poética la form a de la sensación originaria. La poesía es entonces sublime, porque resulta transcendental y transforma lo privado en centro del m undo (RA, 100). Crea nuevos signos o atraviesa los convencionales, consiguiendo así una comunicación amplia y una clarificación del pensamiento. Es, a nuestro juicio, la reducción transcendental poética, ya esbozada por Shelley. Para salir al m undo, precisamos la responsabilidad de la prosa cientí­ fica, en la que el pensam iento creador se muestra más progresivo. Su trans­ parencia rem ite a las riquezas de la realidad y su arte es más profético que cualquier éxtasis. Pertenece al m undo de la acción y de las abstracciones del cálculo. Una prosa absoluta sería, no obstante, un ideal superfluo, por­ que en ella interviene el cuerpo y las cosas nos llegan siem pre a través de él. Nunca las conoceríam os en sí mismas, tan sólo el daño o provecho que nos procuran, su apariencia corporeizada: “Perception represents things in their practical relation to the body”, y en cuanto tal modifica su objeto (RS, 146; RA, 108). Santayana busca un interm edio entre el solipsismo de la poesía salva­ je, bárbara -W. W hitman y R. Browning- y esta aparente responsabilidad de la prosa. Algo parecido realiza O rtega y Gasset años después para corregir la deshumanización del arte m oderno y su desvío aparente de una razón vital. Es intento propio de encrucijadas seculares y movimientos artísticos de fuerte impacto social, como el rom ántico. Santayana consideró en Interpretations of Potery and Religión otra función poética más elevada, la de la razón creativa, que era el equivalente de la poesía racional en Reason in Art, pero allí no citaba la alternativa que ahora propone, una prosa literaria en la que música y denotación se entrelazan. Esta prosa conserva parte de la “unreason” originaria y de la “reason” progresiva79. En la segunda obra de las cita­ das tem pera el fervor religioso de Interpretations y sustituye la transustanciación eucarística del poem a por la eficacia de la ciencia. Sin embargo, Interpretationsya atiende a la form a en cuanto conciencia del m undo y a un sen­ tido “topográfico”, cósmico. La poesía más elevada incrusta una experien­ cia imposible en un significado convencional. Es profética o instintiva y está /9 Será T. S. Eliot quien realice poéticamente este proyecto a la vez crítico y científico. El correlato objetivo busca precisamente la unidad bicéfala de la sensación y de la razón en la esencia rítmica de la palabra.

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em parentada con la religión. Todo lo visible vale para ella como un sacra­ m ento al ser signo externo de una gracia interna que el alma sedienta ansia (IPR, 286). Tiene “vislumbre divino”, pero su definición literaria sólo reco­ ge los rasgos técnicos pertinentes: discurso métrico y eufuístico que expresa el pensam iento a la vez sensual e idealizante. Es ésta la descripción que subyace en la prosa literaria de Reason in Art. Esta alternativa conjunta el reino del sentido y de la inteligencia en la imaginación idealizante. Santayana aproxim a así el m étodo científico a la form a poética, pues toda ciencia presupone una fase proyectiva, la hipóte­ sis imaginada, antes de evaluar los datos (RA, 76). Su centro es la razón ide­ alizadora. La sensación queda transcendida en un plano suprasensible y genera principios que interpretan el m undo real, a m odo de un neokantismo poético. De este modo, las transiciones entre niveles resultan estadios propedéuticos más que realidades ontológicas. La razón ha descubierto el impulso originario que la mueve y el efecto que produce en el desarrollo de la existencia. La form a conceptiva desentraña así el germ en que la concibe. En el plano lingüístico sucede algo similar. El discurso consta de cuer­ po, las palabras, y de alma: el entendim iento. Aquéllas se desdoblan todavía en sentido o vibración material del sensible y nociones, es decir, la inten­ ción designativa, esencializante. Su com binación determ ina un sobresentido -sintaxis- m ediante el cual se identifican -oraciones- en carácter y dis­ tribuyen en la existencia: semántica (RA, 111). Es im portante entrever en este sobresentido dado en la com binación sintáctica aquella acción suya inherente y paralela a la de la sensación tras­ cendida en principio suprasensible, anteriorm ente considerada. Nos referi­ mos a la fuerza o poder rem ático subyacente en toda posición tética. Es fuerza m aterialm ente imaginativa para Santayana. Ya constituida, la pala­ bra vibra al tiem po que designa esencializando. Esta unidad de presente resonante y perceptivo, designador, no es un corte vertical del proceso cognoscente, sino irradiación del horizonte temático y categorial. Sólo así se entiende el sobresentido dado o advenido en la conjunción formal, sintác­ tica, de las palabras. La sintaxis es sobreabundancia significativa del m undo, expansión significante, expresiva, del don em brionario. Decimos esto porque nos hallamos ante una propuesta im portante: la prelación de un sentido abundancial anterior o inm ediatam ente constituti­ vo de la semántica entendida como dom inio posicionalm ente temático de la palabra, de la oración y del discurso. La sintaxis significa y presta sentido a los significados. Es el correlato rítm icam ente rem ático del sobresentido o vibración racional de la conciencia. La oración establece, a su vez, equiva­

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lencias, caractetres funcionales de las palabras, que son, al mismo tiempo, el repertorio temático de la existencia. He aquí la verdadera semántica fun­ cional, la existencialm ente distribuida. C o n o c im ie n t o

y h e r m e n é u t i c a lingüística

O tro tanto sucede con las sensaciones y los principios intelectivos res­ pecto de la razón idealizante. Conocim iento y lenguaje coinciden en la poesía racional y en ello se basa la verdadera vida, por cuanto resume en sus funciones los tres niveles armonizados: la conciencia subsume el caos difu­ so de las sensaciones en ideas; la razón las cifra con sus movimientos imagi­ nativos en leyes y propósitos de la voluntad; por último, el lenguaje dota a las cosas de un nuevo valor gracias a sus escorzos (RA, 81-82). En la vida de la razón es fundam ental el traslado de sensaciones y eventos anímicos a ideas y principios. Esta transmutación corresponde al lenguaje y en concre­ to a la literatura. Santayana no especifica ahora un form ante métrico deter­ minado, aunque debemos entender que prosa literaria y poesía racional son lo mismo. Así se deduce al señalar que “podría llamarse poesía que se hizo penetrantem ente representativa y del todo fiel a su función racional” (RA, 103-104). Observemos de paso que esta prosa literaria cum ple una función paralela a la de la prosa creadora de los rom ánticos, en concreto Novalis y F. Schlegel. Con esta solución, Santayana preserva parte del “barbarie yavvp” y sos­ tiene el conocim iento último y verdadero de las cosas en su práctica lingüís­ tica. El m undo real sometido a principios derivados de la experiencia. Poeta racional es el que resume la visión “topográfica” o cósmica de Interprelationsen una perspectiva idealizadora -scopede Reason inArt. Sus m ode­ los son Dante, Shakespeare y H om ero, quien añade a la “mastery” de la des­ cripción ingenua de las cosas, tales cuales son, la “idealisation” o selección pertinente de la realidad para el lenguaje del alma (RA, 115). Así se cumple la corporeización del espíritu, fin de todo arte. Realizado el viaje de vuelta de la reducción racional y contactado el subm undo emotivo, rítmico, de la pregnancia creadora, em brionaria, el flujo constituyente sigue actuando en la percepción hum ana. La concien­ cia dispone ahora de un horizonte amplio que sobrepasa las fronteras redu­ cidas. Ve, palpa la constitución de su propio flujo. Ve, siente el ámbito y cír­ culo original de su acto consciente, pero también nota, má allá o más acá de él, la vibración que lo subtiende e irradia los m árgenes oscuros o penum bras de la sensación prerracional. El horizonte así dilatado ya con­ tiene los principios verbales que explicitan la esencia también ya irradiada.

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El tema previo, reducto del m étodo fenomenológico, se rematiza al consi­ derar el apúori emocional que lo traslapa. Ahora bien, esta acción remática revierte los atributos implícitos de la esencia y antepone su efecto cualitati­ vo, de tal m odo que, en realidad, es el rem a antecedente del tema o, dicho de otro modo, éste se propone, es propuesto en la incidencia rem ática de la cualidad emotiva suyacente. El tenor es tenido; el tema, tematizado; el nom bre, nom brado, etc. La posición tética implica su com ento, virtual o explícito. La palabra contiene discurso y decurso. En tal consideración, apoyada en lo ahora dicho por Santayana y en sus precedentes, sobre todo H erder y Hum boldt, el lenguaje, el acto de nom brar, encierra una interpretación propia y nace unido a ella. H erder antepone el verbo al sustantivo, el predicado al sujeto80, idea que repetirá luego O rtega y Gasset, como veremos. El lenguaje ya se mueve en un hori­ zonte herm enéutico. La prosa se constituye entonces en el acto discursivo de la inherencia esencial de la palabra. Por eso Santayana retom a la visión transcendente del lenguaje encarnado ya en esta form a form ante o acción congrue de fusión básica a la vez sensible y racional. Tal es la nueva función del lenguaje en tanto expresión anim ada del horizonte constitutivo. He aquí, pues, la esencia real de una lingüística cognitiva. Concluimos aquí el límite propuesto. Q uedan m uchos temas por exponer y desarrollar, como esta herm enéutica crítica, la psicología litera­ ria, la interpretación receptora -Santayana sitúa el poem a en la m ente del receptor- y las relaciones de la poesía con la filosofía, que estudió en los poetas Lucrecio, representante del naturalismo, Dante, del sobrenaturalismo, ambos poetas filósofos como Hom ero y Shakespeare, y Goethe, quien resume el voluntarismo romántico. Exceptuados algunos matices com unes -la contem plación intuitiva e imaginativa del orden y valor de las cosas- y diferencias metodológicas -razonam iento frente a intuición, paráfrasis contra sugestión, etc.-, Santa­ yana antepone en Tres Poetas Filósofos la experiencia poética al resultado de una filosofía válida (TPF, 60), como hizo Novalis, aunque el poeta sensato, que no debe filosofar, incorpora la filosofía, antes del poem a, a su vida (TPF, 100), como hicieron otros, entre ellos Shelley. Por lo demás, esta obra insiste en los valores ya expuestos de la poesía racional. Añade, sin em bar­ 80 “¿Palabras sonoras? ¿Acciones y aún no lo que ahí actúa? ¿Predicados sin ningún sujeto? [...] La idea de la cosa misma flotaba aún entre el agente y la acción; el tono debió designar la cosa, así como la cosa donó el tono; los nombres derivaron entonces délos verbos y no los verbos de los nombres” (Herder, J. G.: Sámlliche Werke, op.át., p. 52).

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go, una última consideración interesante. Tal poesía o arte no puede reali­ zarse del todo al m argen del progreso y desarrollo de la sociedad. Señala dos direcciones posibles : “sostener una form a determ inada de vida o ... lle­ gar a expresarla” (TPF, 164). La prim era implica belleza en las acciones para m ejorar el m undo. La segunda expresa un ideal de libertad en esas condiciones. Es el arte más artístico, pero requiere un amplio grado de des­ arrollo social. Para Santayana aún no llegó este poeta, porque todos los anteriores incurrieron en el error de considerar sus ensueños como parte de un am biente aún no desarrollado. Las condiciones de este nuevo poeta, que está aún en el limbo, dice el filósofo, consisten en reconstruir “la des­ trozada imagen del orbe” m ediante una experiencia viva que motive el conocim iento de la naturaleza -su fundam ento- y proyecte “las resonancias ideales de sus propias pasiones y de todos los matices de su felicidad posi­ ble” (TPF, 165). En cuanto a sus bases lingüísticas, no cabe duda que la concepción del lenguaje aquí expuesta participa del continuum semiótico -la cualidad originaria y form ante-; dota de sentido em ergente al significado y, por tanto, al significante en él incurso; resalta la significancia procesiva de la sintaxis; sienta la base herm enéutica, interpretativa, del signo y lo dota de valor simbólico; lo hace partícipe del conocim iento desde una base biológi­ ca y corporeizada, lo que sitúa a Santayana entre los pioneros de la ciencia cognitiva, y restituye la función imaginativa de la palabra en el nivel poéti­ co. A su vez, expone la im portancia del análisis y fundam ento lingüístico para com prender la acción del pensam iento y sus efectos racionales. El len­ guaje conecta con tacto sutil la intuición en la intención designativa y la plenifica, sobre todo el lenguaje poético. La vibración sonora del lenguaje restaura las bases de la reducción eidética e integra al hom bre en la con­ fianza natural del Universo. Esta fe resultaría imposible al m argen del vín­ culo de la palabra con la naturaleza. La lingüística debe, por tanto, recupe­ rarla, si aspira a ser explicación y fundam entación científica de la forma naturalm ente form ante. De todo ello se deduce, por otra parte, que no existe estudio o crítica literaria propiam ente dicha al margen de esta consi­ deración herm enéutica, y poética, del lenguaje.

El espacio del otro Mens agitat molem et magno se corpore miscet V ir g il io : Eneida, V I, 727 A l terid a d d el h a bla

El habla cotidiana (die alltágliche Rede) es el campo de manifestación del otro. Al hablar, se nos presenta otro y nos presentamos como otros. Esta experiencia dene doble rostro en la filosofía husserliana: uno inmediato, tal cual se presenta -el aspecto cosa del lenguaje-, y otro mediato, en reali­ dad oculto, inaccesible. Lo inm ediato del lenguaje es su cuerpo investido ya de cierto grado espiritual -Leib-, pero precisam ente este asomo espiritual en el cuerpo es lo que se oculta detrás de él y sólo lo intuimos mediata­ m ente. En la experiencia verbal del otro obtenem os en prim era instancia su palabra material, no la interior, la de su experiencia anímica. Su Innerlichkeit perm anece oculta. Alcanzamos un Mit da, no un Selbst-da. La expe­ riencia íntim a del otro, su corriente vital, nunca se ofrece como presencia originaria, sino como experiencia colateral, “apresentada”. A unque hay semejanza entre esta apercepción del otro y la de la cosa -se trata en ambos casos de com ún mediatez de la intencionalidad-, en la experiencia cósica podemos alcanzar lo originario, una com pletud por sucesivas presentaciones, m ientras que, en la alterativa, lo interior del otro es siempre a priori encerrado, imposible -apúori ausgeschlossen. Es lo otro que habla incesante en lo de aquí, en su materialidad sensible. La materia del lenguaje se repite en sucesivas presentificaciones. Lo sensible reprodu­ ce lo sensible y en ello se agota. Ahora bien, el Kórperde la lengua es una carne traspasada de sentido: Leib, un cuerpo investido de espíritu: begeistete Objekte u objetos ya animados. En esto se diferencia básicamente de la per­ cepción cósica, pues rem ite a una ausencia desde un Mit da. Es la apercep­ ción con sentido alter ego de Husserl81. A ella pertenece, de hecho, el lenguaje. El paso de mi Korper a Leib o Leib-Korper se evidencia en la unidad sin­ tética de mis actuaciones y potencialidades internas, en las que me descu­ bro como centro organizan te-organizado de mi propia constitución orgáni­ ca. Es la transform ación perceptiva del órgano en objeto y de éste, a su vez, (CM).

81 Husserl, E.: Caríesianische Meditañonen. F. Meiner Verlag, Hamburg, 1987, p. 114. 86

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en órgano (CM, 99), procurando así una “reflexión” intercorpórea que, en realidad, está constituyendo el espacio interior y anim ado del cuerpo como algo objetivo frente a la corriente vivencial (CM, 107). La organicidad espacializada o Leib-Kórper es la mediación que usa Husserl para dar el salto analógico -u n salto sin tiem po- a la corporeidad anim ada del otro. Mi Leib es el fundam ento original del apaream iento -Paarung- y de la “transgresión” intencional que se produce en la síntesis pasiva que lo origina (CM, 115). Al aparecer la presencia del otro Kórper en la esfera vivencial del mío, se dispara en mi experiencia -en ese disparo salta también mi Kórpera LeibH2- otro presente ya pasado de mi cuerpo y, en virtud suya, también acom pañado de otros presentes antiguos, se asocian las dos presencias, viva una, reavivada la otra, y el sentido se transfiere tam­ bién de una a otra. Como mi Kórper ya era Ldb-Kórper; en la m ediación va implicada además, como inferencia de tránsito asociativo, no lógico, la transferencia de un LdbdX Kórper del otro ahora presente en mi esfera vital. Asunto distinto es, como decíamos, el interior de este otro, su espíritu, sólo intuible colateralm ente a través de las manifestaciones de su Ldb-Korper8S. E l m u n d o d e l len g u a je

Aplicado este esquema al lenguaje, se deduce que la comunicación del habla es siempre m ediata, una continua interpretación de los signos y señales de estos cuerpos orgánicos. Sin embargo, su Leib es también un tanto diferente de cualquier Kórper o cosa (Ding). Al analizar la función ini­ cial del habla dentro del sistema constitutivo del otro, M. Theunissen resal­ ta la impresión que aquélla produce de introducirnos en el alma del otro desde su cuerpo orgánico84. El habla (Rede) sirve así de guía, incluso de base, a la “instauración originaria” del otro. El lenguaje pertenece también a los “sistemas constitutivos m utuam ente correspondientes y concordantes” de la arm onía intersubjetiva (CM, 110). Husserl no desarrolla este Leib-Kórper del lenguaje en las Meditaáones Cartesianas. Nos sugestiona con el paso del Mit da al Selbst-da, nunca alcanzado, de la corriente vivencial del otro, pero siguen prevaleciendo en él las dicotomías expresión / indicación, 82 Theunissen, M.: DerAndere. W. de Gruyter, Berlín, 1977, p. 65. 83 Los términos alemanes Leib y Kórper significan cuerpo. Sus ámbitos connotam os aña­ den, sin embargo, ciertos matices etimológicos y tradicionales. Leib remite a Leben, vida, y Kór­ per A corpus latino. Siendo su materia la misma, animal o humana, el primer vocablo supone cierta animación respecto del segundo, aunque éste también la implica en tanto organismo, pero aquél asocia un nivel más animadamente sensible. 84 Theunissen, M.: DerAndere, of). cit., p. 59.

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significación / manifestación, de las Investigaciones Lógicas (LUI, 30-110)85. El Leib del lenguaje queda reducido en la esfera m undana del Kórper, aun­ que, de hecho, continúa actuando en la transferencia analógica de la Übertragung Si el habla, como otras actividades concordantes de la intersubjetividad, por ejem plo el trabajo, nos ofrece la síntesis de la expresión y de lo expresado, según dice Husserl en Ideas //(12, 236), al lenguaje le corres­ ponderá también una función interna. Su enclave pertenece, como míni­ mo, a la estructura reducida del m undo objetivo, al ámbito de lo extraño. Ahora bien, el concepto m undo es hom ónim o en Husserl. Por un lado, pertenece a la esfera de lo propio, se constituye en ella, pero, por otro, la trasciende. Es un sustrato de las experiencias, algo que me pertenece y que, en el mismo punto, me excede. En él, las vivencias descubren lo que no es mi esencia propia (CM, 109). En cuanto m undo transcendente, el lenguaje sólo puede constituirse como experiencia al m odo del alter ego. De ahí que ofrezca en su estructura un esquema de tránsito alterativo86. Sin embargo, como m undo inm anen­ te, de la esfera de lo propio, sólo podría pertenecer a la corporeidad orgá­ nica, objetiva y espacial. En la reducción del cuerpo a la esfera de lo propio, frente a lo extraño, Husserl recurre a la función objetiva del órgano ac­ tuante y a la orgánica del objeto correspondiente: «Das wird dadurch móglich, daB ich jeweils „mittels” der einen H and die andre, mittels einer H and ein Auge usw. w ahrnehm en „kann” , vvobei fungierendes O rgan zum Objekt und Objekt zum fungierenden O rgan werden muB» (CM, 99)87. Confiado en la mecánica de este m étodo, tal reducción excluye cuanto no sea verdadera propiedad -eigenheitliche Reinigung- de uno mismo. De este modo, pierdo, dice Husserl, hasta mi sentido natural de ser un yo, en tanto queda elim inada toda relación de sentido a un posible nos ( JJns) o nosotros (Wir) (CM, 100)88, del que partíamos. Es la esfera de la propiedad espiri­ 85 Se trata de la primera investigación, «Ausdruck und Bedeutung». 86 En este nivel, sólo el cuerpo de la palabra, su materialidad fónica, sería objeto de percepción originaria, reproductiva, y el significado, a su vez, lo apresentado, lo oculto sujeto a consideración intersubjetiva y comercial con aproximaciones más o menos certeras, pero nunca concluyentes. La plenitud experiencial corresponde sólo al significante. 87 En traducción de Mario A. Presas: “Esto es posible por el hecho de que yo siempre puedo percibir una mano mediante la otra, un ojo mediante una mano, etc; así, pues, el órgano funcionante tiene que convertirse en objeto y el objeto en órgano funcionante”. (E. Husserl: Meditaciones Cartesianas. Tecnos, Madrid, 1986, p. 130. 88 “Si el mundo exterior, el cuerpo orgánico y la totalidad psicofísica han sido purifica-

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tual, un coto suigeneris, pues difícilmente puede darse un ámbito del espíri­ tu, por rem oto que sea, sin una dimensión alterativa. No obstante, en esta reducción entra asimismo “la form a espacio-tem poral” descubierta en la relación órgano-objeto-órgano, de la que deducim os la espacialidad de cada uno de los objetos en ella reducidos. Le pertenecen también “los pre­ dicados de valor y de obra” (CM, 110), donde habrá que situar al lenguaje; por tanto, en la esfera de lo propio. Al excluir el “nosotros” y ceñir la esfera de lo propio a una contraposi­ ción yo-mundo dentro de mi ser psicofísico, en la que el yo es también una parte de ese m undo reducido, del lenguaje sólo queda un halo suyo, por­ que la com unicación desaparece y, con ella, su valor indicativo. La relación que hay ahora entre expresión y expresado no es, según dice Husserl en Investigaciones Lógicas, un señalar indicativo (anzeigen) de existencia, como el del lenguaje cotidiano, sino una mostración (hinzeigen). Aquí, en la direc­ ción del m ostrar o del signo que muestra, el ser contingente de éste no motiva el ser del significado ni nuestra convicción de que tenga realm ente uno: «Das Dasein des Zeichens motiviert nicht das Dasein, oder genauer, unsere Ü berzeugung vom Dasein der Bedeutung» (LU, 42). Es el ámbito del monólogo, que Husserl contrapone al del habla. En la esfera propia del hablar uno consigo mismo no hay transferencia alterativa. Nos repre­ sentamos sólo como hablantes y comunicantes: «man stellt sich nur ais Sprechenden und M itteilenden vor» (LU, 43). Asistimos solitarios a la esce­ na del habla. Ese lenguaje es pura representación imaginativa de sonido, grafemas o interlocutores. S u b su e l o del s e n t id o

Lo sorprendente es que Husserl siga hablando de expresión en la esfera de lo propio, cuando en realidad descarta cualquier signo suyo dife­ renciado. ¿Por qué, entonces, la necesidad de una palabra no real, ni siquiera imaginaria, sino sólo su representación imaginativa? Esa necesi­ dad rem ite al acto mismo de la imaginación com o pura form a im aginante, al punto en que noesis y noem a coinciden. No se trata de un significado con perfiles bien definidos y contrapuestos a los de otro; m enos aún de alguna sustancia m aterialm ente formalizada. La expresión sim ultanea en dos así de lo que no es propiedad {eigenfmlliche Reinigung), yo he perdido mi sentido natural de ser un yo, en la medida en que permanece eliminada toda referencia de sentido a un posi­ ble « n o s » o « n o so tro s» , y he perdido toda mi mundanidad, en el sentido natural” (Trad. de Mario A. Presas en Ibid., p. 131).

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Husserl con el sentido y los significados, o los constituye atravesándolos. Es la fluencia misma del sentido en su constitución y excedencia propia, o la dirección intencional constituyendo sentido. Cuando éste se formaliza, aparece la Bedeutung, el significado, y su apoyo es precisam ente la dinám i­ ca de aquella intención del yo dirigiéndose a sí mismo y descubriéndose como sentido en la esfera de lo propio, es decir, como parte del m undo, cuerpo orgánico y yo personal. De hecho, al preguntarse Husserl qué cam­ bios experim entan los contenidos vivenciales expresivos cuando intervie­ ne la expresión, los rem ite a su intencionalidad, a su sentido inm anente, a la diferencia que separa, de una parte, a este sentido y los m om entos eidéticos del elem ento /?raexpresivo y, de otra, a la significación del propio fenóm eno expresivo con los m om entos que le pertenecen (II, 287). Defi­ ne también la expresión como form a que se adapta a cada “sentido” en tanto núcleo noem ático y lo introduce en el reino del “Logos”, de lo con­ ceptual y general (II, 286). Derrida vio en esta función «une double sortie hors de soi du sens (Sinn) en soi, dans la conscience, dans l’avec-soi ou l’auprés-de-soi»89. Este doble vector estaría representado por la expresión y la intención efectiva, no siempre simultáneas. D errida resalta también, al explicar la idealidad de la Bedeutung, la no coincidencia entre expresión, Bedeutung y objetoí0. Q ueda en pie, sin em bargo, y a pesar de estos matices diferenciados, la función em ergente de la form a en el núcleo noem ático y su kerigma lógico de intro­ ducción sucesivamente presente a m edida que avanza el sentido. La form a externa, tradicionalm ente expresiva, está presuponiendo un cauce suyo interno, un logos originario en el que pensam iento y lenguaje son sólo ori­ llas de un solo flujo consciente. E spa cio s e m ió t ic o

Se establece entonces un espacio semiótico claramente delimitado por tres vértices. Sólo resta añadir el sentido como núcleo del triángulo, cuya constitución preside. Es el germ en procesual de la aprehensión objetiva, cul­ mine ésta en intuición, con objeto bien real, bien representado, o señale sólo la intención objetiva, su “visée”, no cum plim entada por una intuición H9 Derrida, J.: La Voix et le Phénomene, op. cit., p. 35. 90 Ibid., p. 101. Se apoya en el párrafo noveno de las Investigaáones Lógicas, /. En el deci­ mocuarto constan los tres componentes: «Die beziehenden Reden von Kundgabe, Bedeutung und Gegenstandgehóren vvesentlich zujedem Ausdruck» (LUI, 56). Lo notificado son viven­ cias psíquicas; lo significado, el sentido o contenido y, lo nombrado, el objeto de la repre­ sentación (LUI, 38).

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plena. El plano expresivo remite entonces, bajo la presencia dinámica del sentido, a un significado -lo apunta- o a un objeto, real o representado. Tal espacio semiótico es el de la constitución objetiva de la conciencia. El apun­ tar de la expresión a un significado, a través de la voz, corresponde a los “actos de dar sentido" o “intenciones significativas ”, que son esenciales a la expre­ sión, mientras que el cum plim iento de esas intenciones significativas com pe­ te a otro tipo de actos no esenciales, pero que cumplen, “confirm an”, “robustecen” o “ilustran” la expresión. Son los actos plenificadores de la intención significativa o el sentido impletivo (LUI, 56). Los denom ina actos de cumplimiento del sentido o cumplimiento significativo, que anticipan, a nuestro entender, la pragmática. Unos y otros se unen cuando la referencia de la expresión a la objetividad se realiza de pleno (LUI, 4445). Con estas divisiones, Husserl establece las bases de la semiótica y de la lingüística sistemática. Según las relaciones entre vértices, distingue tres tipos de expresión. Por una parte, la absoluta, que corresponde a lo que hoy conocemos como signo lingüístico o “sonido anim ado de sentido”; por otra, la “m era expresión”, el puro sonido verbal, lo sensible o “simple voz”, donde la palabra “cesa de ser palabra” (LUI, 41-42); y en tercer lugar, la expresión plena, en cuyo caso lo expresado es el acto de dar cumplimiento -der erfüllende Akt- (LU, 45), referencia incluida, diríamos hoy. Detrás del triángulo hay, sin embargo, una capa preexpresiva cuya form a nos introduce en el ámbito de la representación imaginaria. Su carácter formal es impreciso. Si se limita a una reproducción neutra, no posicional, será pura fluencia psíquica. La palabra no cuenta entonces o se confunde con ese fluir, al m odo del idealismo poético de los creadores románticos, hipótesis que Husserl no trata, pero cuyo ferm ento intuimos en lo más recóndito de la reducción transcendental. El Logos último de Husserl contem pla las palabras como una escena que se reproduce ante sus ojos, sin intervenir en ella como actor ni autor, sin ser él mismo público o parte suya representativa, pero con un sentido em ergente. ¿No funciona el lenguaje, al menos, como correlato psíquico, y hasta ontológico, de la fluencia mental, como significado o frontera, aún no específica, entre el sentido y ese acto fluyente? ¿No se desliza el diálogo, su estructura, por debajo del monólogo? ¿No lo precede? ¿No soy yo mi “tú ” en este caso? ¿Cómo podría ser “yo” sin él? Derrida interpreta esta form a fronteriza de la expresión interna como significante transparente que borra su cuerpo en pro de la forma pura de la conciencia: «Cet effacem ent du corps sensible et de son extériorité est pour la conscienceXa form e méme de la présence imm édiate du sig-

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nifié»91. Este significante invisible viene a ser más bien un reducto metodológico. Husserl lo transparenta hasta identificarlo con la form a del concepto. Al explicitar su carácter productivo, señala que su acción noemática se agota en la form alidad expresiva del concepto: «erschópft sich im Ausdmcken und der mit diesem neu hereinkom m enden Form des Begrifflichen». Guarda incluso perfecta identidad de esencia temática con la capa /weexpresiva y, por ello mismo, es tal la representación expresiva (II, 287), es decir, una transparencia diáfana e improductiva de la presencia, como expone J. Derrida. ¿Improductiva? En realidad, no hay nada que producir, pues el producto rem ite más a su presencia o mostración que a una obra previam ente concebida. La producción de sentido es el proceso o el hecho de llevar adelante su propia emergencia: producere. S o m br a m u d a d el d e c ir

L. S. Vygotsky analizó estas implicaciones entre pensam iento y pala­ bra. «La regla que rige el lenguaje interiorizado», dice, «es el predom inio del sentido sobre el significado, de la oración sobre las palabras, y del con­ texto sobre la oración»92. El habla interna viene a ser «una función autóno­ ma del lenguaje». Las palabras viven a la par del pensam iento y m ueren con él93. Aunque no coinciden, se motivan m utuam ente. «La relación entre pensam iento y palabra», sigue diciendo, «es un proceso viviente; el pensa­ m iento nace a través de las palabras. Una palabra sin pensam iento es una cosa m uerta, y un pensam iento desprovisto de palabra perm anece en la sombra»94. Advierte también que su conexión es procesual y evolutiva. Relacionando estas observaciones con Husserl, podríam os adelantar que, si bien intuimos el pensam iento detrás de las palabras reducidas, como una consecuencia del m étodo, nunca se da del todo sin ellas, aunque sólo cuente con su sombra. Al ser relación intencional, rem ite, como m ínimo, a la palabra que, constituida, también lo constituye de alguna manera. Y la pregunta se impone: ¿puede el pensam iento, con m étodo reduccionista, desembarazarse de esta sombra verbal? No basta decir que un signo es evocado en nuestra imaginación, pero que en realidad no existe. Esa no existencia real efectúa una función reproductiva que perm ite pensar en silencio. ¿Habría m onólogo si no hubiera habido diálogo? De hecho, Hus91 Derrida, J.: La Voix et le Phénomene, op. cit., p. 86. 92 Vygotsky, L. S.: Pensamiento y Lenguaje. La Pléyade, Buenos Aires, 1984, p. 189. 93 Ibid., pp. 191,192. 94 Ibid., p. 196.

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serl atribuye a la expresión nuevas funciones intencionales, aunque correlativamente tributarias de las que operan en el basamento intencional (II, 288). Mikel Dufrenne recuerda a este propósito el esquema kantiano y el Bild de Heidegger. Sería una voz muda, descarnada, pero esquematizan­ te. La sitúa en el fondo del cuerpo, donde se esbozan las palabras sin que la voz las haga sonar91. Voz f e n o m e n o l ó g ic a

Las delimitaciones de Husserl chocan, por una parte, con la idealidad del significado y del sentido y, por otra, con la fluencia del contenido vivencial puro. Estas polaridades determinaron en lingüística la recurrencia al valor como formalidad diferencial emanada del sistema. Tal es, por ejem­ plo, la postura de Saussure y, a partir de él, de otros lingüistas, como Hjelmslev. Saussure inventa un nuevo concepto, “la pensée-son’”, para ilustrar la síntesis, aún misteriosa, de pensamiento y materia, ya cantada por Virgilio. «II n’y a done ni matérialisation des pensées, ni spiritualisation des sons, mais il s’agit de ce fait en quelque sorte mystérieux, que la ‘penséeson’ implique des divisions et que la langue élabore ses unités en se constituant entre deux masses amorphes»96. Una vez sintetizado el “pensamientosonido”, sólo interesan sus diferencias formales9', con lo que escamotea­ mos gran parte del problema en aras del método. La intención de Husserl consiste en retener algún eco de sustancia 9:>Dufrenne, M.: L ’Oeil el L'Oreille, op. cit., p. 51. Incluso en los casos de pura repetición lingüística en el habla ordinaria, o en el discurso científico, la conexión de las palabras es siempre nueva, aunque las formalicemos con esquemas consabidos. El sentido que las anima es también lenguaje, la reformulación o replicación lingüística necesaria para que acontezca el pensam iento sonoro o el sonido pensante. 96 Saussure, F. de: Cours de Linguistique Générale, op. cit., p. 156. Fijémonos en que niega el carácter espiritual del sonido como si se opusiera conscientem ente a una atribución suya de “begeistete Objekt", en sentido husserliano. Afirma, no obstante, su carácter misterioso y, como después Hjelmslev, su masa am orfa y la del pensamiento. ¿Cómo sabemos que son amorfos si sólo conocem os las fronteras de sus formas? ¿Nos asiste un conocim iento irracio­ nal nunca del todo clarificado? Tales prejuicios actúan solapados en la sistematización lingüís­ tica del lenguaje y con pretensiones científicas, siendo así que aún carecen de fundam ento. Saussure no explica cóm o se produce la síntesis del pensam iento y del sonido. La da por hecha y obvia sus presupuestos. Le bastan la coherencia y replicación interna del lenguaje, que crea un espejismo autotélico y eufórico. Luego, ya educido el sistema de las formas, se proyecta éste sobre la realidad de la que suponem os parten y se eleva a categoría y principio constitutivo suyo. Estamos presuponiendo aún una connivencia no dem ostrada con la reali­ dad aludida. 97 Ibid,, p. 166.

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expresiva formalizada en la interioridad, pero sin recurrir a lo externo, a lo no propio. Reducido el carácter sensible de la palabra, su actitud natural y la tesis m undana de existencia, de la que participan los demás fenóm enos de autoafección -así el verse y tocarse-, perm anece, sin embargo, en el escucharse u oírse hablar uno mismo, un modo de sustancia significativa. Su pertinencia consiste en reducir al máximo la distancia entre significante y significado, entre la experiencia y su contenido psíquico. Al convertirse el significante en presencia autoexpresiva, posibilita la subjetividad, el poursoi. Este signo puram ente representativo se auto-re-presenta. Tal es, según Derrida, el atributo de la voz fenomenológica: «l’étre auprés de soi dans la form e de l’universalité, comme con-science. La voix est la conscience»98. El proceso se repite igual y de inmediato en la intersubjetividad, donde el significante queda también prácticam ente reducido -es simple m edio- a relacionar dos orígenes fenomenológicos de autoafección pura. Hablar a alguien es oírse hablar y hacer que el otro repita de inmediato en sí la misma form a del oírse hablar que yo produje. D errida matiza que el receptor «reproduce la auto-afección pura sin el socorro de ninguna exte­ rioridad»99. Esto es cierto, pero con dos salvedades. Antes de oírse hablar, el receptor oye hablar a otro. En su experiencia inm ediata no es él mismo el objeto de su recepción o, como diría Condillac, no se encuentra a sí mismo en lo que oye100. Recibe un hablar, no sólo un “oírse hablar”. Y ello a distan­ cia. Q ueda interm edio el aire transmisor. Y tampoco percibe la misma forma. Se pierden las vibraciones internas autoafectivas, lo que D. Charles denom ina “bruit de form e” en la voz, las turbulencias propias del locutor, por ejemplo el tim bre101. Los niños repiten con gusto estas turbulencias que vibran en el cuerpo y que incluso podemos constatar con la mano. La voz se inscribe, se grafía en la carne. El significante sí tiene en este caso una exterioridad, aunque el oyente abstraiga en ella una misma form a idealiza­ da, los fonemas. Supone, en todo caso, que su autoafeccíon articulatoria corresponde a la del locutor, o viceversa. Y ello implica que lo otro ha sido dado, una vez más, en la esfera de lo propio m ediada la experiencia de un m undo que me trasciende como algo ajeno y extraño. Ese m undo dado 98 Derrida, J.: La Voix etle Phénomene, op. cit., p. 89. 99 Ibid. 100 Condillac contempla la autorreflexión corporal, el proceso órgano-objeto-órgano, en la hipótesis de la estatua. Sólo reconoce que hay otros cuerpos al no encontrarse en los que toca. Cf. Condillac, E.: Lógica y Extracto Razonado del Tratado de las Sensaciones. Aguilar, Madrid, 1975, p. 146. 101 Charles, D.: Le Temps déla Voix.J.-P. Delargue, París, 1978, p. 19.

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dentro es el principio del diálogo que el logos mutuo descubre como su tacto transparente. Existe una taxia profunda, una piel unánime, y de ella procede el gesto del lenguaje. Antes de que la abstraigamos y reduzcamos su conexión o sintaxis ontológica, el lenguaje se nos da como pertenecien­ do al mundo del gesto o, como dice Ortega y Gasset, a la vivencia orgánica en tanto gesticulación de la carne. Por ello acusa este filósofo a la lingüísti­ ca de olvidar que el gesto es la raíz de la lengua y del cuerpo diciendo. La consideraciópn científica del lenguaje procede entonces reducida y “como amputación del decir”102. S u p o s ic ió n

in t e r pr e t a t iv a

Por lo que atañe al significado, siguen siendo válidas las obser­ vaciones de Husserl sobre la percepción del habla en el modo alter ego o de representación intuitiva inadecuada. Entre los interlocutores no hay igual­ dad de vivencias. Ninguno de ellos vive el lenguaje del mismo modo. No puede entrar uno en el otro, ni ser su otro, aunque alguien, un fantasma, se le figure otramente. Quedan ambos en un plano de suposición interpretativa (LU, 41)103. 102 Ortega y Gasset, J.: “Com entario al « B a n q u e te » de Platón”, en Obras Completas, T. IX. Alianza Editorial-Revista de Occidente, Madrid, 1983, pp. 755, 759-761, 767. 103 Habida cuenta de la importancia y actualidad de este planteam iento fenomenológico para la teoría de la recepción y la base intersubjetiva del lenguaje, transcribimos las palabras de Husserl: “Sin duda existe la diferencia esencial ya apuntada. El oyente percibe que el que habla exterioriza ciertas vivencias psíquicas y percibe también, por tanto, esas vivencias; pero no las vive, y solo tiene de ellas una percepción « e x te rn a » , no « in te r n a » . Es la gran diferencia que existe entre la verdadera aprehensión de un ser en intuición ade­ cuada y la presunta aprehensión de un ser sobre la base de una representación intuitiva, pero inadecuada. En el prim er caso tenemos un ser vivido; en el ultimo tenemos un ser supuesto, al cual no corresponde verdad. La m utua com prensión exige justam ente cierta correlación de los dos actos psíquicos, que se desenvuelven respectivamente en el notificar y en el tomar nota de la notificación. Pero no exige su plena igualdad” [Tradc. de Manuel G. M orente y José Gaos en (IL1, 326-327)]. He aquí una diferencia fundam ental entre la concepción expe­ rim entada, vivencial y expresiva, del lenguaje y el carácter supositivo del signo, que implica diferencia entre los interlocutores y proyección interpretativa del habla. Por tanto, el supues­ to lingüístico de la reducción intersubjetiva, que iguala el modo de producción y recepción del habla en cada uno de los hablantes, tanto en el estructuralismo como en el generativismo, encubre un nivel herm enéutico no fundam entado. Advirtamos, por otra parte, que la reducción alter ego de lo notificado prescinde también de las vivencias ya acumuladas por los hablantes. Al tomar nota de lo notificado, el oyente ^notifica en una esfera com ún de tono intersubjetivo. & vincula con el medio activado por el hablante. La onda sonora, su entona­ ción singular, tiene una entidad propia al tratarse de tal lengua y no otra. Incluso hay una base vinculante entre lenguas diferentes cuando diferenciamos por el tono parte del habla

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El sujeto que se oye hablar participa también de la síntesis órganoobjeto-órgano, pero de m anera distinta. Al hablar, tactilizamos el sonido. Los órganos fonadores producen, por contacto y resonancia, un objeto sonoro. Lo percibimos m ediante otro órgano a través del aire y las resonan­ cias internas de la voz en el cuerpo. A unque el proceso es de percepción inmediata, hay una transición entre los com ponentes articulatorios y los acústicos, así como una selección auditiva y una abstracción de sonido que Vygotsky sitúa como nueva fase, la de “pensar palabras”, después del len­ guaje egocéntrico, en el que sólo se pronuncian104. Existe incluso identidad orgánica com ún a la boca y al oído. Los órganos branquiales estructuran el oído m edio y la faringe oral, T oro-pharynx”. Alfred Tomatis ve en este ori­ gen com ún, motriz y sensóreo, de intim idad orgánica, la base de su unidad funcional105. Por otra parte, la fonación se produce con el movimiento respiratorio. El hablante asimila y transform a en su interior un objeto externo que, casi de inm ediato, devuelve al m undo. El tacto fonador es ade­ más articulación espacio-temporal, asignándole al guión interm edio valor de igual índole en cuanto silencio o fondo percutido. Al espacio puntual del órgano afectado se une el carácter discreto de la linealidad articulato­ ria. Hay una sucesión culminativa diferenciada. En esos puntos se amalga­ man tiem po y espacio. Todo ello es recibido a su vez en gradaciones varia­ das de timbre, duración, intensidad, etc., que hom ologan con otro criterio las concreciones articuladas. No está clara la coincidencia del carácter dis­ creto en sonido y fonema. Un VÍNCULO FÓNICO Querem os decir con todo esto que el cuerpo, en cuanto unidad obje­ tiva espacio-temporal, ya es lenguaje. El hablante articula espacio con la voz y crea tiempo. Es una de las prim eras conform aciones del m undo en la con­ ciencia. Se crea así un vínculo o prim er estadio de configuración simbólica del sonido. Le podem os aplicar la conclusión de Merleau-Ponty sobre la autorreferencia corporal: “II y a un rapport de mon corps á lui-méme qui fait de lui le vinculum du moi et des choses”106. En él se cum ple la ek-stase de extranjera que no entendemos. La voz ha efectuado un vínculo ontológico y metonímico con la materia convirtiéndose en mundo o naturaleza: la actitud natural del habla. Nos encontra­ mos con él en autores de filiación teórica diversa. 104 Vygotsky, L. S.: Pensamiento y Lenguaje, op. cit., p. 177. 105 Tomatis, A.: L ’Oreilleet le Langage. Seuil, París, 1978, p. 69. 106 Merleau-Ponty, M.: Signes, op. cit., p. 210.

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la apropiación heterónim a y autónim a al enlazar el ser en bruto con el cuerpo propio y el ajeno. En el vínculo fónico percibo algo externo que es mío, mi propia voz, pero envuelta o envolviendo otra cosa, lo otro dado previam ente como ruido del m undo y sentido fundam ental suyo, del que derivan la historia y el conocim iento107. Y también como voz suya que acom paña a la mía, como un se anónim o u on prim ordial108 en el sentido articulado. Bajo tal supues­ to, la voz impide una recurrencia de lo O tro a lo Mismo, porque quiebra la cápsula del yo incluso cuando se oye a sí misma. El sonido sobrepasa así, según señala E. Lévinas, lo dado. Es un desgarram iento en el m undo, aque­ llo por lo que el m undo del aquí se prolonga en otro ámbito no convertible en visión109. Tal vez por esto, porque en él resuena el eco del m undo, nos parecen más agradables, y no decepcionantes, los sonidos de la naturaleza. Sólo disuenan los que no consuenan con esa extensión del decir en la voz que dice. La constitución del sonido articulado también responde al análisis fenomenológico. Su carácter audioperceptivo y verbomotriz se aúnan para diferenciarse de los sonidos concom itantes, de tal modo que el sentido glo­ bal alcanzado confiere función pertinente a los movimientos particulares que lo producen. En él hay siempre una estructura globalizante, sujeta tam­ bién a implicaciones anticipadoras que orientan la sensación propioceptiva - “propiozeptive E m pfindung”-, como indica G. L indner110. F u n d a m e n t o c o n s t it u t iv o

Al percibir, por tanto, el sonido propio, el sujeto verifica además, identificando lo percibido con lo producido, la constitución objetiva. Se vive. No sólo reconozco lo propio. En ello descubro algo que me trasciende elaborado por mí mismo. La oreja funda, como dice Dufrenne, la referencia así mismo, pero precisa también de un otro interno, la voz111. En tal sentido, conviene recordar que el fonema ya es “unité com plexe”. Resulta de la com­ binación de una unidad oída y otra hablada112. Conlleva en sí, además del autoafecto, una comparación, base, sin duda, del prim er estadio conceptual. 107 Ibid.: Éloge de la Philosophie. Gallimard, París, 1953-1960, p. 49. 108 Ibid.: Signes, op. cit., p. 221. 109 Lévinas, E.: “La transcendance des mots. A propos des biffures”, en Hois Sujet, op. cit., p. 219. 1.0 Lindner, G.: Hóren und Verstehen. Akademie-Verlag, Berlín, 1977, pp. 67, 69, 73,166. 1.1 Dufrenne, M.: LVeilet TOreille, of). cit., pp. 51-63. 112 Saussure, F. de: Cours de Linguistique Générale, op. cit., p. 30.

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La “imagen acústica” se asocia al acto articulatorio correspondiente, el cual, a su vez, implica imágenes musculares, motrices, adecuadas. Esto lo comprobamos también en el juego fónico de los niños al repetir sus propios sonidos y en la corrección articulatoria, cuando nos equivocamos. La constitución fenomenológica del espacio-tiempo fónico va unida a este reconocimiento. No se trata de un tiempo matemático, de “tiempos iguales” en la cadena verbal, sino de “temps homogénes”113, de unidades impresivas conformadas según el modo sinestésico de percepción114. Al compararlas con el espacio de la articulación, en esa distancia, añadida al tiempo propio del acto articulatorio, más las vibraciones intracorporales, se configura el fenómeno espacio-tiempo como en ninguna otra parte. De ahí que el lenguaje deba ser considerado también como atributo de lo propio al lado del mundo, el cuerpo y el yo. Es su base de interrelación constitutiva y fundamento, a su vez, de la intersubjetividad en el modo de apercepción fundamental (12, 238). La psicofonética confirma estas operaciones liminares de la concien­ cia. Los movimientos vibratorios, regulares o irregulares, de las cuerdas vocálicas, el paso más o menos forzado del aire por la glotis, se traducen en cualidades auditivas, oscuras o claras de la voz. En los juegos fónicos, entre los dos y tres años, el niño descubre con placer que es él mismo la fuente del fenómeno. En estos mismos años reconoce, con sorpresa, su imagen en el espejo. Ivan Fónagy asocia incluso aquellos movimientos periódicos de la voz con la recreación de una atmósfera prenatal dominada por el ritmo car­ díaco de la madre. La correspondencia entre laringe y oído se traduce tam­ bién, en la entonación, por un segmento espacial de mímica laríngea11'0. En el vivirse de la voz se autoconciencia el individuo. Tomatis asocia este proceso al de humanización: «Ce repli sur lui-méme, c’est au langage qu’il le doit... C’est par l’écoute de sa propre voix que la notion de vie le pénétre. C’est par ce jeu incessant avec le verbe que son corps prend une 115 Ibid., p. 64. 1,4 Ibid., p. 30. 1,3 Fónagy, I.: La Vive Voix. Essais dePsycho-Phonétique. Payot, París, 1983, pp. 117-121. La producción del sonido implica rasgos y modos comunes, o análogos, de connaturalidad per­ ceptiva, emocional y expresiva, en hablantes de lenguas diferentes, lo cual induce una kinesia fónica en la conciencia espontánea del idioma. (Conf. en este sentido, del mismo autor, Languages within Langnage. An Evolutive Approach. John Benjamins Publishing Company, Amsterdam, 2001, caps. 2, 4, 11, entre otros, por ejemplo pp. 18-21, 340-352). El gesto fónico ya implica metáfora: ‘T he m etaphor is a verbal m irror image of the preconscious or unconscious mental movement inherent in the phonetic gesture” (p. 345).

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image»116. El lenguaje se form a sobre una capa de autoafección cuyas vibra­ ciones contribuyen a form ar los signos y sus unidades simbólicas. El m undo se configura en ellas a la par de su producción. Reflejo suyo es, por ejem­ plo, como cita D. Charles com entando a Heidegger, el tono, el acento pecu­ liar de una zona. H eidegger reflexionó sobre estas implicaciones a propósi­ to de los Mundarten o “patois”. En tales modos vocales habla la Tierra de origen. C uerpo y boca, dice el filósofo alem án, pertenecen al flujo y desa­ rrollo de la Tierra en la que, mortales, crecemos y de la que recibimos genuina raigambre (das Gediegene einer Bodenstándigkeit)u '. En la voz articulamos m undo. A este respecto, dice Ortega y Gasset: “los gestos con que un idioma es pronunciado simbolizan los m odos de vida hum ana que un pueblo prefiere”. Tal actitud espontánea refleja un com portam iento ori­ ginariam ente m elódico y lírico del hom bre118. Hay otro com ponente más en estas unidades sintéticas de conform a­ ción objetiva. Hoy sabemos que el feto reconoce la voz de la m adre. Sus vibraciones fónicas alcanzan al cuerpo en ella naciente. Técnicas de hidro y microfonía detectan ruidos de fondo en el habitáculo uterino, entre los que destaca, al lado de los vasculares e intestinales, el de la voz m aterna transmitido a través del tórax y del abdom en. Tomatis reprodujo un medio amniótico y com probó que los niños reaccionaban con placer al recibir los sonidos así mediatizados. Incluso alargaban los labios en actitud de suc­ ción119. En estas respuestas se configura asimismo una especie de apercep­ ción colateral, implícita. En el feto actúan vibraciones mediatizadas del m undo, el “aire” de la voz, que, en form a de oxígeno, penetra también en su sangre. El cuerpo es m undo y el m undo se corporeíza. Desde un punto de vista fenomenológico, a la voz le corresponde una función en este gramma constitutivo. Reflejo suyo serían, a su vez, las pervivencias orgánicas de la fonémica. Con este térm ino designa B. Ucla la relación simbólica entre significante y significado, la motivación sígnica del fonem a -u n recuerdo de la cinestesia socrática de los sonidos- y, con base antropológica, apoyada en la lateralización del cerebro y del lenguaje, la proyección de la ontogénesis sobre la 1.6 Tomatis, A.: L ’Oreille et le Langage, o. c., p. 65. 1.7 Heidegger, M.: Unterwegs zur Sprache. Gesamtausgabe I, 12. V. Klostermann GmbH, Frankfurt a. M., 1985, p. 194, (p. 205 en G. Neske, Pfullingen, 1959). 1.8 Ortega y Gasset, J.: “Comentario al « B a n q u e te » de Platón”, op. cit., pp. 760, 762. 1.9 Tomatis, A.: L ’Oreille et le Langage, o. c., p. 72. Para las implicaciones lingüísticas de esta prelación fonémica véase el apartado “Palabra pregnante” de A. Domínguez Rey: El Decir de lo Dicho. Heraclea, Madrid, 2000, pp. 21-30.

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filogénesis120. Nos recuerda, por ejemplo, el campo semántico m aterno establecido por B. M almberg en torno a la m, sonido oro-naso-labial asocia­ do a la cadena semántica madre-seno-alim ento121. Se le opone la n, en cuya pronunciación la lengua, liberada de su inmovilidad succionadora, puede percutir el paladar o los dientes. La n refleja el prim er asomo de autono­ mía, de identidad, y se caracteriza, como las dentales, por su apertura al exterior. A este campo conjunto de oposición m / n se le opone, a su vez, otro externo, el de los sonidos dentales, que representan el m undo del padre. La n es el elem ento de engarce entre lo subjetivo y objetivo naciente. Nasales y dentales representan el m undo interior y el deíctico, indicativo, de una semántica corpórea en la que los sonidos labiales se corresponden con la prim era actividad alim enticia122. En el proceso de hominización, a m edida que la m ano se libera de su carácter prensil, la boca desarrolla, a la par de su función nutritiva, un campo gestual, deíctico y señalativo, del que serían eco suyo algunas de estas pervivencias fonémicas hasta alcanzar un grado de organización simbólica. O rig en f e n o m e n o l ó g ic o

De lo hasta aquí expuesto, resaltamos tres hechos notables: el descu­ brim iento de la autoafección en la unidad fonoauditiva, la organización procesual del significante en capas motrices y sinestésicas motivadas y, en tercer lugar, como implicación de los otros dos, la simbiosis m undo-cuerpo en esa unidad de articulación auditiva. A partir de entonces queda configu­ rada la semantización del cuerpo en cuanto función expresiva de tal uni­ dad fonoacústica. El significante engendra significado por recurrencia y amalgama de funciones sensóreas y motrices. El cuerpo se somatiza y el soma deviene sema. No hay significado fuera de la actuación pragmática del significante. Cuando se abstraen los significados de sus funciones pragm áti­ cas y se convierten, así, en nuevos significantes, o cuando estos se objetivan y rem iten a otros, conceptualizándose, entonces surge la auténtica dinám i­ ca interior del signo, que es un estadio de organización superior a la del índice y señal sensoreomotriz. Tal epojé se muestra procesual y coincide, en sus prim eros barruntos, con atisbos iniciales de autonom ía sensórea y consciente. 120 Ucla, B.: Phonémeet Latéralité. Les Origines du Langage. TextIMus, Marcilhac-sur-Célé, 1990, pp. 125,88. 121 Malmberg, B.: Introducción a la Lingüística. Cátedra, Madrid, 1982, pp. 191-192. 122 Ucla, B.: Phonéme et Latéralité, op. cit., pp. 109-111,122.

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Cuanto sucede en la unidad fonoauditiva en relación con el descubri­ miento constitutivo de la unidad m undo-cuerpo, acontece, a la par, con la revelación del yo dentro de ella. Lo articulado es el soma. El sujeto se tematiza al sentirse distanciado de sí mismo, distancia en la que se com prende y organiza como sentido. Ser yo es hacerm e o verme otro en esta m odalidad que me acontece, u oír al otro que me invade m odelizándome, revelándome como interlocutor suyo. Un modo que en Husserl genera modelo. Es sentir e interpretar la “concreción m uda” de La Crisis (DK, 191). Sin embargo, eso concreto coexige de form a constante otras apresentaciones que dejan tras de sí un resto atemático, anónim o (DK, 111), que ya conocemos, y su huella nos configura desde la base como un limo. A esa separación-encuentro con­ sigo mismo pertenece el origen fenomenológico del lenguaje. Es fenóm eno sentido, la surgencia del sentido en lo sentido. Me habla. Por tanto, la “concreción m uda” se revela más bien como rem anente metodológico, aquello que intuyo desde un hablar silencioso como culminación suya. Para Husserl, estas unidades responden al modo de apercepción funda­ mental, ya citado, o a la instauración originaria (CM, 114). En el prim er caso, el “fluido psíquico” del significante, de lo preáonado, contribuye, en su misma fluencia, a constituir otro tipo de objetividad, la de los objetos espiri­ tuales, también ya citados. Su carne sensible, sonora, por ejemplo la de un poem a, no es carne existente (12, 239, 243). Sufre una metástasis. Al animarse el cuerpo y somatizarse el espíritu, estas unidades adquieren tam­ bién carácter ideal. No obstante, el vocablo sigue siendo el ancla y basa­ m ento del sentido. El significante sonoro es arrastrado por él y lo insufla de preindicación, de orientación discursiva. En él está el ritmo, ladinam icidad (12, 241). Lo convierte en una materia especial, en Leiby según vimos. En el significante existe, por tanto, una sustancia formalizada que no es pura sustancia. La expresión se bifurca en dos formas, una puram ente expre­ siva, insuflada en la materia fónica, y otra conceptual, que delimita la fluidez del sentido en concreciones semánticas. La sustancia del contenido se reser­ va un plano previo de expresión, cuya frontera, transparente y esquemática, resulta imprecisa. No deja huellas de su productividad en el interior de la sus­ tancia. Sobre esta base y la reducción consecuente de Saussure, organiza Hjelmslev la estructura del signo lingüístico y de la función semiótica123. 123 Cf. Hjelmslev, L.: «Expression et contenu», en Prolégomenes á une Théoriedu Langage. Minuit, París, 1968-1971, pp. 65-79; «La stratification du Langage», en Estáis Linguistiques. Minuit, París, 1971, pp. 45-77; «Entretien sur la théorie du Langage», en Nouveaux Essais. PUF, París, 1985, pp. 69-86.

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Husserl traslada su concepción implícita del signo al campo de la sub­ jetividad. Hay en él un esquem a estructural de discurso o articulación de sen­ tido: una unidad anim ada se integra en otra de orden superior. Parte de ella para explicar la constitución perceptiva del hom bre, que es segunda res­ pecto del yo y del otro. Com prendo a los otros percibiéndom e de la misma m anera que los percibo a ellos, m ediante apresentaciones. Mi yo directo, revelado frente a mi cuerpo como objeto suyo interior, coincide con ese otro yo apercibido. Esa coincidencia se llama ser hombres. Husserl convier­ te su unidad en un signo. El significante es el cuerpo y, el significado, el alma. Se integran en unidad superior y funcionan asimismo como signifi­ cante frente a otro signo-hombre, que ha de elucidar su significado corres­ pondiente. Así se form a la sociedad o discurso supremo de signos: el campo del nosotros. Sólo en él soy un auténtico yo y, el otro, un verdadero otro. Yo y otro sólo tienen sentido en nosotros (12, 242). Tal identidad de yoes, el percibido directam ente y el apercibido por el otro, coincide con la identidad de la elucidación en el “Origen de la geo­ m etría”. Según sabemos ya, al percibir, en el otro se produce “una form a en form ación” y, en virtud suya, los dos procesos, el mío y el suyo, se revelan el mismo (DK, 374). Son procesos derivados de una unidad de sentido globalizante, de la “transgresión intencional” del apaream iento: hom bre integra a cuerpo y alma; cada una de estas unidades sintetiza percepciones correspondientes: la sociedad engloba a los hom bres, etc. El hom bre es para la sociedad el correlato del sentido en el vocablo, así como el discurso lo es de la sociedad. Tanto aquí como allí, al aspecto somático le corres­ ponde poco, m enos aún al corpóreo, pues, en el fondo, se trata de una interpretación continua de lo coexigido, de lo copresentado, de la apresentación. Algo similar, analógico, sucede en La Crisis. Percibir “lo ajeno” es un m odo de percepción mía, de variación mía al m odo de mi ser otro en la cadena duradera de la des-presentización continua. Las formas de darse el otro, el mío y el del otro dentro de mí, son análogas. Y así también la per­ cepción de mi ser, como objeto, en el otro (DK, 188-189). H o r iz o n t e del sig n o

El signo de Husserl reduce a idealidad la referencia afectiva de su pri­ m era sustancia. Erradica de lo propio aquello que lo fundam enta. En la conciencia constitutiva hay una unidad a un tiempo diferenciada de m undo, cuerpo, yo y dependencias funcionales que la estructura íntim a del

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tiempo im pone como fondo perceptivo. Todo contenido ya sintetizado ingresa en un flujo precedente de motivaciones que irradian, a su vez, sus propios elementos. Se incardinan en el flujo. Lo estático de la percepción -noem ático- deviene así dinámico -no ético - (12, 227). La lingüística tiene su equivalencia en las relaciones sintagmáticas y paradigmáticas. La noesis atraviesa sus noemas, transcendiéndolos. He aquí el horizonte fenom enológico del signo y sus categorías bási­ cas, el verbo y el sustantivo, ambas modos, a su vez, de la donación origina­ ria de sentido o acto del nom brar: dar nom bre a las cosas, cualidades, afec­ tos, a la propia moción de la conciencia nom brante, nominal. El nom bre verbo, el verbo nom bre. En la forma íntima del tiempo se da el pliegue de la conciencia sobre sí misma sin intervención opaca de ningún tipo. Yde este pliegue surgen des­ pués, o en tal instante, las formas gramaticales, concediendo aquí a gramá­ tica su valor etimológico. Las personas, el complejo yo-otro (nosotros), estructuran form alm ente, y sobre la base de aquel diálogo habido en la taxia fundante del m undo como gesto, el fluido tem poreoespaciado de la conciencia, del que las cadenas y vínculos sintagmáticos son sólo esquemas que configuran paradigmas a su vez retroyacentes en los nuevos procesos del conocim iento: recuerdo sobre olvido, presencia sobre ausencia, recu­ brimientos, colateralidades, apaream ientos, apresentaciones, etc. Tal es el trasfondo fenomenológico de las formas y modos gramaticales del verbo nom brado o del nom bre verbalizado, de la conjugación y de los casos: indi­ cativo, subjuntivo, presupositivo, presente, pretérito, prepresente, prepretérito, pospresente, pospretérito...; nominativo, acusativo, que implica algún tiempo y por tanto se rematiza; genitivo, que engendra y también encierra así, a su modo, objetivando o subjetivando, un índice verbal; dati­ vo, eferente, donante, que contiene la acción interna del sentido; locativo, que centra, sitúa la raíz, el gramma; ilativ o transferente que señala y mues­ tra el marco global y /ilativ o del lenguaje: todo sucede en un espaciotiempo y según un m odo de donación peculiar y constitutiva. El paradigm a ver­ bal, la gramática, es residuo y reducción de la forma íntima de la conciencia m odalm ente situada. La lingüística, en cambio, presenta el fenóm eno puro. Es pura fenomenología: logos de la presencia. Para Husserl, el lenguaje desaparece de la forma íntima de la concien­ cia con sus obstáculos. Se transparenta en otra cosa. La unidad de sentido abstrae el significante que la posibilitó. Sin em bargo, en su dinámica tem­ poral intuimos un reflejo suyo. Proyecta una sombra transparente. ¿De dónde le viene al proto-Yo su carácter declinable, el ser yo del Yo o en el Yo,

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el constituir “desde sí y en sí la intersubjetividad transcendental”, el “Yo de los otros trascendentales”? (DK, 188-189). De la autodonación, del autoconstituirse, de la autotem poralización. Pero esto sucede siempre desde lo extraño, desde lo ajeno que me invade, tanto en su dimensión negativa-en lo otro de mí me descubro a mí m ism o-, como positiva: en el despliegue de mis actuaciones no puedo decidirm e sin horizonte, sin otro dentro de mí. Incluso mi propia constitución es algo extraño en la inm anencia de mi yo. El extrañam iento de la epojé extraña. ¿No podría ser, entonces, el lenguaje la doblez de ese pliegue, el producto de la dinam icidad autoexplicativa, la curva del movimiento plegándose? ¿La marca del autodistanciamiento, el espacio del otro, su energía? S o l ed a d de f o n d o : L a epo jé

El paso de la Vorstellungo representación conceptiva al objeto, que en Husserl corresponde a la expresión, obliga a considerar un lenguaje imagi­ nado. No sabemos en qué consiste esta palabra de la imaginación fuera de una imagen verbal, del rem anente que el lenguaje determ ina en la con­ ciencia afectando sus propias formas discursivas. Resulta difícil concebir una conciencia impoluta que no se sienta inquietada, en su distanciamiento, por la plasticidad del objeto espiritualizado que constituye. ¿Cómo podría una sustancia absoluta, siempre idéntica, dar cuenta del complejo fenoménico, variado y creciente, que descubrimos en la correlación mundo-yo-lenguaje? Veíamos que Santayana rechaza esta posibilidad y la sustituye por una “form a actual plástica” en el cuerpo y la mente. Con ella explica la perm anencia del pensam iento y unidades sintéticas de la experiencia124. La interrogación continua que la epojé realiza presupone una forma de diálogo. Husserl da a entender que es lingüística la pregunta, pero no la respuesta que obtenem os. El yo transcendental escapa así al esquema del lenguaje que lo posibilita como pregunta. Es la soledad de fondo de la epojé en cuanto exigencia metodológica (DK, 187-188). El ojo que ve está siendo visto. ¿No pudiera ser que el lenguaje que habla, el decir, esté siendo habla­ do, dicho? ¿Que la soledad de la epojé sea el silencio constitutivo de la pala­ bra, el limo donde germina? Por eso cabe preguntar todavía: ¿refleja la expresión de Husserl esta plasticidad? ¿Se rem odela el yo transcendental según va constituyendo, explicitando sus unidades perceptivas? ¿Es puro principio explicativo? La autotemporalización deja entrever un modo plás­ 124 Santayana, G.: Reason in Common Sense, op. cit., p. 71.

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tico de engendram iento sin explicitar el correlato objetivo de la expresión. ¿Pura forma? ¿Sustancia alada? ¿Un plus de conciencia? La identidad precisa formas de retención; la conciencia, inscripciones, marcas: yo, tú (otro), nos­ otros; presente, pasado, futuro, pretérito del pasado, del futuro, apresentaciones, retenciones, protenciones, retroproyecciones suyas, hipótesis, presu­ posiciones de pasado, presente y futuro, apaream ientos progresivos, etc. La gramática pura, la verdadera gramática universal. No basta pensar el presen­ te como form a puntual transcurriendo. Si transcurre y hemos de conocerlo, cristaliza en form a de algún m odo consciente. Sentirse es notarse, tener evi­ dencia de sí mismo, una unidad perceptiva, aunque sea licuada o etérea. La fonoauditiva es procesual, em ergente; la gramatical, sintagmática, constituti­ va. No existirían sin cuerpo. Dejan marcas que denom inam os significados y toda estructura suya significa. No hay sintaxis ajena a un sentido fenom éni­ co. No hay tampoco semántica sin sintaxis. Aisladas una y otra en niveles diferentes, sus esquemas son modos parcialmente perceptivos y originados por un análisis reductor que prescinde tem poralm ente de la unidad expresi­ va y em ergente del lenguaje. Los esquemas previos, ya dados, intentan expli­ car o anular la emergencia, siendo así que ésta los usa y supera en tanto recu­ brimientos suyos. Así como la form a fonoacústica se articula en un prim er nivel investida de sentido, así se articula también, desde este signo inicial, en otros significados más complejos. Su interioridad es significante. E l ó r g a n o d el p e n sa m ien t o

H um boldt atiende, como Herder, a esta determ inación procesual del pensam iento objetivándose en palabra. El lenguaje es el órgano que forma el pensam iento -“das bildende Organ des G edanken”125. Su lugar de ins­ cripción está en el movimiento articulado. La articulación prim a sobre la recepción en el plano onomasiológico por ser en ella donde se produce, a modo de fuente prim ordial, la constitución objetiva. El sonido del lenguaje es objeto creado. No existía en el m undo fuera de la naturaleza hum ana. Aparece porque la conciencia lo explícita o porque el surgir de la concien­ cia ya suena. Nada sabríamos de su interioridad sin las formas recurrentes, sin su resonancia mutua. Su sonido es concepto aireado. I2:) Humboldt, W. von: Sclmften zur Sprachphibsophie. Cotta, Stuttgart, 1988 (1963), p. 426. Las citas de esta edición comprendidas entre las páginas 144-367 corresponden a «Ueber die Verschiedenheiten des menschlichen Sprachbaues»; a su vez, las páginas 368-756 se refieren a «Ueber die Verschiedenheiten des menschlichen Sprachbaues und ihren Einfluss auf die geistige Entwicklung des Menschengeschlechts». (SzS).

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El lingüista alemán resalta así la organización originaria, en alianza indisoluble, de pensam iento, fonación y oído como algo propio de la natu­ raleza hum ana. La lengua no es sólo condición de existencia conceptual. Actúa sobre el m odo del concepto im prim iéndole una marca (SzS, 433), como sucede ya en Herder. El concepto nace espontáneam ente con el lenguaje, aunque no siempre ajusta en él del todo la riqueza de su conteni­ do, que desborda también a la materia verbal. Incluso la representación objetiva es deudora del lenguaje concipiente (SzS, 154). De ahí que el con­ tenido no sea puro noem a subsistente, susceptible de aprehensión en un golpe intuitivo o por aproxim aciones sucesivas. Las leyes fijas que lo rigen se m uestran en su proceso, pero no así el campo de aplicación o las m odali­ dades de su producto, que perm anecen indeterm inadas (SzS, 431). En la aplicación noética surgen los noem ata como marcas suyas de inscripción. Tal función productiva es la Darstellung o paso de la representación al objeto. Hay cierta connaturalidad en este térm ino con la expresión de H u­ sserl, pero H um boldt centra su actividad en la articulación, palanca o clave arquitectónica del íntim o nudo que establece el operar conjunto de lengua y pensam iento (SzS, 192). Es irreductible, fuente originaria, y se identifica con la intención significante más que con el sonido. La intención y su capa­ cidad significativa constituyen por sí solas el sonido articulado (SzS, 440). H um boldt resalta la capacidad significante del sonido sobre su m ateriali­ dad sonora. Esta intencionalidad articulatoria es de suma importancia. Sin ella, el material sonoro nunca alcanzaría carácter de signo. Es foné semantiké, como lo definió Aristóteles en el Peri Hermendas (16-, 2). H um boldt describe su proceso a través de la voz em ergiendo del pecho como “música viva” o “soplo de vida”, a la que insufla sentido, donde se concentra, del mismo m odo que la lengua restituye en el objeto representado la emoción que lo acom paña como contem poráneo suyo. Yasí se pronuncian después Gerber y Nietzsche sobre el precedente constitutivo de la sensación significante. La voz, el sonido fónico, es, por tanto, intencionalidad surgida en un m edio vivo. Y así se funden en ella m undo y hom bre, actividad y receptividad hum ana (SZS, 428)126. Relaciona incluso el sonido lingüístico, como hoy la 126 Esta fusión introduce una lingüística muy diferente a la fundada en la masa amorfa del sonido y del pensamiento, como la de Saussure y Hjelmslev. Difiere también de la con­ cepción generativa del lenguaje, que parte de su emergencia y prescinde, no obstante, del principio activo de las sustancias. Chomsky recubre en el innatismo la facultad orgánica del hombre para hablar. La forma interna de Humboldt es nacimiento, emergencia in nuce. En cuanto tal actúa en todos los niveles del lenguaje y no diferencia sectores estancos. El léxico

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paleoantropología, con la verticalidad del hom ínido, suscitada de algún modo por aquél. La lengua es síntesis constituyente de m undo. Engloba la actividad de la naturaleza a través de la energía del cuerpo y, en su actuar, el hom bre asimila al tiem po que abre m undo. F o n d o a fe c t iv o del c o n c e p t o

Así pues, el objeto se constituye en el espacio lingüístico y reintegra con él la afectividad de la voz. La constitución objetiva acaece en el surgir de la interioridad conociéndose como palabra. El objeto se objetualiza reintegrándose en el sujeto, la emisión en recepción127. Es la base de lo que O. Hansen-Love denom ina revolución copernicana del lenguaje. H um ­ boldt hace hincapié, sin embargo, en la pura donación sonora como em er­ gencia de sentido articulado, precediendo, en apariencia, la constitución del objeto a su recepción afectiva por el oído. Esto no implica que el sentim iento acom pañe al objeto en segunda instancia. Dice que lo restituye y que es su contem poráneo. Estaba, entonces, de alguna m anera oculto. Antecedía en latencia y em erge a la par que el objeto se constituye. Tal latencia va incursa en la voz, en la vida como voz, que es quien insufla senti­ do. El objeto se constituye ya en una capa de sentido em ergiendo del cuer­ po. Y la voz “acom paña”, incluso fuera de la lengua, al dolor, a la alegría, a la desgana, al deseo, todas ellas designaciones de afecto objetivado. La voz individualiza. El concepto, que brota en su engarce, abstrae. Gracias al soni­ do, los dos polos se funden en uno solo con valores diferenciados según la aplicación y el genio de cada lengua. Ahora bien, H um boldt resalta la pertinencia del lenguaje en la consti­ tución objetiva sin prescindir de la subjetividad. Lo articulado revierte como audición. Sin este preám bulo, no existe concepto y, por tanto, pensa­ m iento. El habla es incluso condición imprescindible del m onólogo (SzS, 429). La objetividad se refuerza cuando revierte a nosotros como sonido ajeno, es decir, cuando otro la repite. Lo que llevamos y producim os dentro viene a ser una modificación de lo com ún a todos, porque la lengua nos precede. El habla es m ancom unidad del género hum ano. Descubre una misma esencia por el hecho de que nos com prendem os (SzS), 432). Los ya la contiene como principio de organización sintáctica y semánticamente formalizante. (Véase al respecto el esquema general de la forma interioren la gramática y lingüística en A. Domínguez Rey: El Signo Poético. Edit. Playor, Madrid, 1987, p. 75. 127 Cf. Hansen-L 0ve, O.: La Révolulion Coperniáenne du Langage dans VOeuvre de W. von Humboldt, op. cit., pp. 63-64.

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individuos de una com unidad tienen en com ún una lengua. Y hasta entre individuos de com unidades distintas se despierta la capacidad lingüística según el m odo de ser uno el hom bre con el hom bre. La objetividad consti­ tutiva es el tributo del individuo a una esencia com ún que lo trasciende. La lengua, dirá Saussure, es lo sistemático y social com ún a todos los indivi­ duos; el habla, lo peculiar de estos128. Pero no existe una sin la otra, como tampoco se da un signo sin el fondo social que lo constituye. En ello apoya­ rá Hjelmslev la esencia del sentido y del significado. Existen dos pasajes fundam entales de la constitución de la intersubjetividad y transcendencia óntica del lenguaje desde el sonido, precedente, a nuestro entender, del giro lingüístico de Husserl y su corporeidad constitu­ tiva, la Leiblichkeit. La prim era concierne a las síntesis pasivas y a la represen­ tación del objeto que retorna a ellas ya con nuevo sentido: “La actividad de los sentidos - “Die Thátigkeit der Sinne”- debe unirse sintéticamente con la acción interna del espíritu, y de esta unión se desprende la representación - “die Vorstellung”-, se hace objeto frente a la fuerza - “Kraft”- subjetiva, y retorna a ella percibida de nuevo en cuanto tal -ais solches auf neue wahrgenom m en” (SzS, 428). Es muy im portante fijarse en el retorno a la activi­ dad originaria de los sentidos desde esta segunda percepción que ya con­ templa lo subjetivo en lo objetivo o la unidad así resultante, el sujeto trans­ form ado en objeto. La percepción mueve lo así representado hacia el ori­ gen. Este proceso perceptivo que form a la representación y la reconduce como un contenido suyo al origen de donde procede, es la base de la cons­ titución fenom enológica y transcendental en Husserl. Para que tal proceso se realice, el lenguaje resulta indispensable: “Hierzu aber ist die Sprache unentbehrlich”. Y explica a continuación cómo actúa en ello el sonido y cómo la objetividad así conform ada resulta también original y constitutiva: “Pues mientras la tensión espiritual - “das geistige Streben”- se abre camino en él (el lenguaje) a través de los labios, retorna su producto al propio oído. La representación se sobrepasa así en verdadera - “wirkliche”- objetividad sin sustraerse por ello a la subjetividad. Y esto sólo puede hacerlo el lenguaje” (SzS, 428). He aquí, pues, un matiz im portante del carácter objetivo del conoci­ miento. La objetividad real - “wirkliche”- es manifestación subyacente de lo representado, lo objetivo que acontece sobrepasándose o transform ándose la fuerza espiritual en producto sonoro sim ultáneam ente articulado y per­ cibido. Es el prim er nivel constitutivo del conocim iento lingüístico: la fuer­ 128 Saussure, F. de: Cours de Linguistique Générale, op. cit., p. 30.

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za fonoacústica, o más bien, ideofonoacústica. Sin tal proceso, com enta Hus­ serl, no hay form a conceptiva, no hay concepto. Pero la salida y retorno simultáneo de la unidad ideofónica, com pren­ diendo además en el fono la resonancia perceptiva del sonido, perm ite por tanto un reconocim iento de la voz propia. Reconocemos asimismo en ello el conocim iento sonoro que así nos llega también de los otros. De aquí deduce H um boldt una esencia com ún a los interlocutores, pero individual­ m ente escindida en cada uno de ellos y para su recíproca conveniencia (SzS, 432). La señal emitida manifesta así el vinculo ontológico y existencial del hom bre con el hom bre. Se convierte en expresión y, al hacerlo, el hom ­ bre se enhebra a sí mismo como la crisálida. H um boldt alude aquí a la con­ form ación del yo en el proceso lingüístico. El lenguaje es la casa del ser, dirá más tarde Heidegger. El lingüista alemán usa al respecto una imagen altam ente significativa: “Por el mismo acto en virtud del cual el hom bre hila desde sí el lenguaje hacia fuera, se hila él en éste mismo”129 (SzS, 434). La objetividad resulta, por tanto, una emergencia proyectiva que con­ tiene en su proceso la retroyección que la funda y, al constituirse así, se constituye también la subjetividad del hom bre. El retorno -zurückkehrensobre su propia energía es a la vez producto de ésta y se percibe regresando, siendo ya tal regreso algo nuevo, es decir, un avance. A esta novedad perte­ nece la apertura del sonido articulado o producto de la tensión anímica. A su vez, la autoapropiación del sonido implica en acto simultáneo su reso­ nancia estésica y el reconocim iento del sonido ajeno, que coincide en el modo de percepción. Hay, pues, un instante de fusión externa e interna, de algo propio que es ajeno -está fuera- sin perder su condición subjetiva. Este arco perceptivo, así lo denom inam os, inaugura otra originalidad más honda, la de la naturaleza que va dentro de nosotros y a la que pertenece­ mos. En ella, el hom bre ya es uno con el hom bre: “der Mensch liberal Eins mit dem M enschen ist”. He aquí la m ancom unidad óntica de Husserl, Hei­ degger y Ortega, el nosotros constitutivo. La constitución hum boldtiana se muestra también transcendente. La lengua es “un objeto extraño” y su producto procede de algo diferente de aquello sobre lo que se aplica (SzS, 437). Sin embargo, pertenece, como vemos, a la esfera de lo propio, donde se objetiva, y en ella lo trasciende. H um boldt descubre el valor transcendental del lenguaje en térm inos muy 129 «Durch denselben Act, vermóge dessen er die Sprache aus sich herausspinnt, spinnt er sich in dieselbe ein”. Es un hilado diferente al de la araña de S. Pinker, comentado en la Introducción.

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semejantes a los que Husserl emplea para reducir el yo de igual índole. La lengua se objetiva en el individuo y lo trasciende, porque lo precede. El hablante es autónom o y obedece, sin embargo, a imperativos superiores. Aquello que lo rige en el lenguaje procede, a su vez, de una naturaleza m ancom unada. Ha estado en otros como en mí, sólo que no con esta misma modificación suya: «und das Frem de in ihr (der Sprache) ist daher dies nur für m eine augenblicklich individuelle, nicht m eine ursprünglich wahre Natur» (SzS, 438). ¿No están implicados aquí el yo de la epojé, de naturaleza m om entánea, prim ordial, y el Yo tanscendental de la intersubjedvidad? H um boldt anticipa cuestiones fenomenológicas y convierte al lenguaje en objetivación del pensam iento130. E spa cio tr a n sit iv o

Si resumimos lo hasta aquí expuesto, nos encontram os con que en el habla (Redé) se despierta la afectividad y el lenguaje nos remite, por un lado, al núcleo amniótico, donde ya se nos habla desde fuera, y, por otro, al aire del m undo, que revierte nuestra propia articulación y constituye una síntesis de nueva naturaleza. Todos esos reclamos externos descubren la transitividad interna del yo en sus pretensiones de plegarse y alcanzarse como form a pura. En esos pliegues se evidencia su alteridad constitutiva. Buscarse o expresarse implica cubrir un hueco que distancia al yo de sí en sucesivos modos de presencia, ninguno de ellos plenificante. “¿Qué es este intervalo que hay entre mí y mí?”, se pregunta F. Pessoa131. Ese espacio transitivo altera y extraña originando heteronim ia diver­ sa. Cada nom bre nom bra lo otro inalcanzable. Al hablar, respondem os a un decir que nos inviste previam ente -el habla del otro. La presencia se inicia como pregunta o asombro ante lo extraño. Uno de esos nom bres es el espa­ cio del O tro o función del cuerpo en tránsito verbal de m undo. 130 Convendría cotejar, por ejemplo, el apartado b) del 8c 54 de Die Krisis (187-190) con la sección «Natur und Beschaffenheit der Sprache überhaupt», de Humboldt, en concreto el punto decimocuarto, del que entresacamos el siguiente párrafo: «Die Thátigkeit der Sinne muB sich mit der inneren Handlung des Geistes synthetisch verbinden, und aus dieser Verbindung reisst sich die Vorstellung los, wird, der subjectiven Kraft gegenüber, zum Object und kehrt, ais solches auf neue wahrgenommen, in jene zurück. Hierzu aber ist die Spracheunentbehrlich. Denn indem in ihr das geistige Streben sich Bahn durch die Lippen bricht, kehrt das Erzeugniss desselben zum eignen Ohre zurück. Die Vorstellung wird also in wirkliche Objectivitát hinüberversetzt, ohne darum der Subjectivitát etnzogen zu werden. Dies vermag nur die Sprache...» (SzS, 428-429). 131 Pessoa, F.: Libro del Desasosiego. Seix Barral, Barcelona, 1984, p. 45.

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En tal hueco o grieta -Rifi- fundam enta W. Iser, por ejemplo, la acción escénica del lenguaje y de la lectura, porque el hom bre nunca logra en su afán de conocim iento alcanzarse según la m edida de su deseo. Se pro­ duce así un Erágnism o suceso que, para nosotros, ya se cum ple previamen­ te en el emisor y autor del texto. Los otros lectores siempre resultan, cuan­ do menos, segundos respecto de este fenóm eno. La grieta nos remite, por otra parte, al abismo o Kluft que H um boldt sitúa entre el ser y la nada. Se da en el preciso instante de la emergencia - “Erscheinung”- o aparición del fenóm eno. Esta em ergencia de continuo retraída también está en consonancia con el desgarro y hendidura -Rifi- del acontecim iento -Ereignis- de Hei­ degger en Denken und Dichíen, según lo interpreta Derrida, es decir, en tanto inscripción, corte -entame- o huella -trace- que acontece borrándose o se borra adviniendo133. He ahí la base transicional del objeto y de la cons­ titución categorial. Las categorías son recubrim ientos. D esentrañar lo encubierto será tarea de la gramática lingüística o fenomenológica. L \ GRIETA DEL LENGUAJE

La expresión se identifica con la presencia del m undo corporeizado en la conciencia. Es la form a diferenciada del m undo en tal cuerpo y no otro, su principio formal determinativo, la concepción del concepto que se inscribe en el espacio-tiempo diferencial de la materia anim ada organizán­ dose como sustancia sentiente y hum ana. La conciencia se concibe en y desde lo extraño de sí misma, porque algo la extraña o hiende, al modo, por ejemplo, y en orden contrapuesto, de la facticidad de J. P. Sartre o de la grieta obstinada, transcendente, de K. Jaspers134. La conciencia nunca es el fundam ento de su ser, aunque sí el espacio-tiempo de su sentido. Eso extra­ ño es voz que llega del m undo como habla, reclamándola, pero llega en y desde ella misma, objetivándose. Lo concreto y diferencial de sí presupone una identidad sentida en ese mismo instante, form alm ente diferenciada, por lo que su apertura se abisma, a la par, en grieta o hueco que sólo de form a inadecuada la sutura de un signo o cifra surgida en ese espacio-tiempo puede colmar, siempre a distancia. Es la grieta del lenguaje. Desde 132 Iser, W.: Das Fiktive und das Imaginare. Perspektiven literamcher Anthropologie. Suhrkamp Verlag, Frankfurt am Main, 1991, pp. 157, 481, 486,512, etc. 133 Derrida, J.: “Le retrait de la m étaphore”, en Psyché. Inventions de VAutre. Galilée, París, 1987, p. 89. 134 Sartre, J. P.: L'Etre et le Néant. Essai d ’Ontologie Phénomenologique. Gallimard, París, 1943, pp. 121, 356;Jaspers, PL: PhilosophieIII. Metap/iysik. Piper, München, 1994, p. 74.

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entonces, conciencia y signo se engendran m utuam ente sobre un fondo de palabra, sin agotar, en cambio, la realidad del m undo que llevan dentro. Son lo uno del otro. En tal hueco ve J. Kristeva, por ejemplo, la reconstitución de la cosa originaria m ediante el signo o negación - “dénegation (V erneinung)- de la pérdida m aterna. Este principio negativo constituye el lenguaje en cuanto sutura o transposición del signo en la ausencia originaria. El lenguaje tradu­ ce entonces el desm adram iento como surgencia de sentido135. Ahora bien, esa traducción nace para nosotros en la form a misma de la grieta. El signo tiene su vacío por molde. Y así retom am os una línea conceptiva que va desde Herder, Hegel y Gerber a Nietzsche, el estructuralismo y posm oder­ nismo fenomenológico. M. H enry extiende la autodonación del afecto, en cuanto esencia de la vida, a los niveles sensitivo, conceptual e imaginativo136. Son tres aspectos del funcionam iento formal de la afectividad, entendida ésta como identi­ dad inm anente y radical del contenido con su form a137. Identifica la fun­ ción de la cenestesia con la /adicidad de J. R Sartre y la describe como “el térm ino inevitable” desde el que la conciencia «se léve vers le m onde et construit ses projets». Su presente « nest uneprésence que par la distance ou la tient la conscience, elle-meme identique avec cette distance comme telle»m . En este distanciamiento se engendra para nosotros el lenguaje como función suya. El pensam iento nunca fue tal al m argen de la palabra. Si hay capa pre­ via de expresión, según señala Husserl, la concebimos desde la expresión misma. Fuera de ella se sume en el olvido, cuya anonim ía sirve de base, por ejemplo, a Lévinas en diferentes interpretaciones de las síntesis husserlianas. Lo anterior a la expresión es también autoconstituyente, la búsqueda del origen que la retiene y sostiene. La form a surge como función pensante de la conciencia. No está ahí desde siempre ni para siempre. Es el brotar del m undo con éstas y no otras determ inaciones. D epende tanto de la idea­ lidad como de su ser material sensóreo, pues es función de la m ateria abs­ traída que ya actúa en la constitución del sensible. Se identifica con el len­ guaje. En el m onólogo, no desaparece la capa sensible del significante. Dejaría de existir el hom bre como totalidad perceptiva. El sensible está en suspenso posibilitando la dinámica del flujo consciente, el espacio-tiempo ,3:> Kristeva, J.: Soleil Noir. Üépmsion et Mélancholie. Gallimard, París, 1987, pp. 52-59. 136 Henry, M.: L ’Essence de la Manifestation, II. PUF, París, 1963, p. 649. 137 Ibid., p. 648. 138 Ibid., p. 637.

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que éste determ ina sobre un vacío aparente que es silencio abismado. La distancia de sí a sí de la conciencia también significa. Es parte del signi­ ficante que engendra su función, donde precisam ente se constituye la aper­ cepción fundam ental de Husserl. Significante y significado son reflejo de la función expresiva, partes suyas constituyentes, no aisladas. El rem anente de sus actuaciones deja una marca o huella que, estando en suspenso el sensi­ ble -u n a ausencia presente y actuable en cualquier instante-, se reproduce en la imaginación. Hay, pues, una imagen funcional del lenguaje constitui­ do. Es ella quien posibilita el lenguaje interior, silencioso, y dentro de ella brota tam bién la voz nóm ada, errante, que arrastra al yo por los pliegues de sus funciones. En la autodonación, siempre “agrietada”, de la conciencia, se engendra la form a como expresión funcional suya. En esto consiste el carácter transcendental del lenguaje en tanto form a prim ordial propia y ámbito resonante de lo Otro.

Crítica del método de Hjelmslev C o n s id e r a c io n e s in ic ia les

La línea de progresión dinámica expuesta hasta ahora, una vez espiri­ tual o anímica, con H um boldt y Husserl, otra correlativa, con Amor Ruibal, y aún otra m aterialm ente significante, con Santayana, también biológica, como luego en Ortega y Gasset, continúa en otro plano formal con la deno­ m inada escuela de Copenhague o glosemática, en concreto con el lingüista danés L. Hjelmslev. Sus comienzos analíticos se fundaban también en la form a interna del lenguaje y se extendían a todos sus niveles. Sin embargo, la estructura significante de Husserl y la lectura de Saussure inclinaron sus observaciones hacia el esquematismo funcional de las formas. Si la inten­ ción significativa se detiene en el de intuitivo a falta de una evidencia y alcance real de la sustancia viva, y si el significante deja de orientarse a la cosa sustancial y se dirige a lo de ella significado, im porta más el esquema de las relaciones formales, de sus funciones, que la referencia objetiva. Por eso se im pone un análisis precisivo de la form a en su epojé o separación reductiva de las sustancias. Para Hjelmslev, la sustancia depende de la forma. No tiene existencia independiente de ella. El factor com ún a varias lenguas es, en consonancia con Saussure, el sentido o actividad del pensam iento en cuanto masa am orfa que sólo se articula de m odo diferente según las diversas lenguas. Las fu n ­ dones son las que determ inan la form a del sentido: « L e sens devient cha­ qué fois substance d ’une form e nouvelle et n ’a d ’autre existence possible que d ’étre substance d ’une form e q u e lc o n q u e » 139. Hjelmslev nos sitúa entonces ante un núcleo fundam ental de su siste­ ma lingüístico: «constatam os en el contenido lingüístico, en su proceso, una forma específica, la forma del contenido, que es independiente del sentido con el que está en relación arbitraria y que ella transform a en sustancia del conte­ n ido» (PTL, 70-71). Dado que el sentido se determ ina por la forma, que lo convierte en 139 Hjelmslev, L.: Prolégoménes á une Théorie du Langage, op. cit., p. 70. [En lo sucesivo citaremos esta obra dentro del texto con las siglas PTL y la página correspondiente (PTL, 70). Haremos lo mismo con las demás obras de este autor una vez citadas a pie de página]. 114

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sustancia, cabe preguntar cómo puede aquélla ser independiente de él. Hjelmslev recurre a las diferencias formales de las diferentes lenguas. Ese sentido sería un continuum amorfo, pero sabemos que la diferencia de for­ mas rem ite a un sentido interno del sistema, al menos como formalización suya. La form a del contenido es en sí misma un m odo de expresión. Por eso es forma, concepto que Hjelmslev integraba en el plano expresivo140 antes de orientarse por el horizonte biplánico de Saussure. A pesar de la segmentación, el continuum sigue siendo el mismo, como repite U. Eco partiendo del «D ynam ic O b je c t» de Peirce: “lo mismo pero segm entado por el contenido”141. H abrá que preguntarse entonces cómo puede segm entar el contenido, de dónde recibe esa activi­ dad y si es una form a diferente del significante o éste en otra fase de actua­ ción. Visualizado esquem áticam ente el proceso, tendríamos: [Sentido]

t

[Funciones]

T

[Formas]

4

Independientes del sentido

[Sustancia]

La organización de la m ateria lingüística -d e hecho, formas y sustan­ cias- difiere en cada lengua o grupo de ellas. No existe concordancia res­ pecto de una misma zona de sentido: el núm ero, el tiempo, paradigmas léxicos, etc. La form a del contenido, m anifestada también en léxico dife­ rente, es arbitraria en cuanto al sentido. Pudiera ser otra. Hjelmslev ejem­ plifica esto con un cuadro ya familiar para el estudioso del lenguaje: trae skov

Baum

arbre

Holz

bois

Wald

forét

N0 Ibid.: Principios de Gramática General Gredos, Madrid, 1976 (1928), p. 124. En lo sucesivo, citaremos como PGG. 141 Eco, U.: Semiótica y Filosofía del Lenguaje. Lumen, Barcelona, 1990, p. 73.

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Por otra parte, en la expresión hay zonas fonéticas de sentido que se crean distintam ente en las lenguas según sus funciones específicas y que, en tanto sustancia de la expresión, se unen, atan, - “se rattachent”- a su forma correspondiente. Así pues, las funciones se m uestran determ inantes. En got, inglés, y Gott, alem án, tenemos el mismo sentido de la expre­ sión -zona fonética- y distinto significado. En Je ne saispasy I do not know se presenta el mismo sentido del contenido y diferente sentido de la expre­ sión. El hablante de una lengua dada form a fam iliarmente los dos sentidos. Por tanto, ambas sustancias, del contenido y de la expresión, aparecen “cuando se proyecta la form a sobre el sentido, como una red estirada pro­ yecta su sombra sobre una faz ininterrum pida” (PTL, 75). El continuum del sentido recubre entonces las dos sustancias y ya no puede ser amorfo, aun­ que no se nos dice cómo y cuándo se formaliza, sino que se parte del hecho de las formas actuantes en un sistema ya dado. De otro m odo, existiría una m ente incansable y oscura que contendría en sí toda la m aterialidad virtual de la lengua. Parece más bien que aquí sigue latente el concepto de Stoff contrapuesto al de Form, según los exponían y usaban H um boldt, Steinthal y Gabelenzt, es decir, “el conjunto de los materiales a disposición del hablante: no sólo los fonemas, sino también los conceptos puros” (PGG, 120, n. 5). Los perfiles conceptuales de este contorno un tanto “subconsciente” se pierden en la indefinición de la materia o de una sustancia resbaladiza, sólo com prensible por oposición a una forma. Así, Eco idendfica el conti­ nuum con el m undo o “espesa pulpa de materia en cuya m anipulación con­ siste la semiosis”142. El sentido de Hjelmslev sería un segundo círculo con­ céntrico en el que se determ inan tanto la sustancia del contenido como de la expresión. Problem a aún no resuelto sigue siendo la osmosis entre las dos franjas o su factor delimitativo. Para Hjelmslev, ser signo de cualquier cosa quiere decir además que la form a del contenido puede com prender esa cosa cualquiera como sus­ tancia del contenido. Y está claro que sólo el concepto o representación de la misma es el m odo de tal aprehensión. La sustancia del contenido, deter­ m inada por proyección de la form a sobre el sentido aún amorfo, no parece distanciarse m ucho de su propia forma. Aunque indeterm inada, al ser cosa, o cosa cualquiera, también le corresponde algún tipo formal. ¿Cómo sabríamos de ella si no fuera así? Hjelmslev sigue considerando, implícita, la diferencia entre concepto y significado de Principios de Gramática General 142 Ibid.

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E l DRAMA DEL LENGUAJE

(PGG, 161). Esto p resu po n e a su vez u na concepción am orfa del pensa­ m iento p relingüísdco, com o es el caso tam bién en Saussure, sin que u no ni o tro nos exp liquen el paso a la form a que, a posteriori, m iran do hacia lo in fu n dad o , intuyéndolo, pues aún no tiene rostro ni hay figura suya, lo con ­ sidera am orfo p o r el sim ple h echo de q ue no se m anifestara tal cual aho ra lo hace. El con cep to surgiría de esa m asa gracias a algún o tro p rincipio for­ mal -su p u e sto - que sobre ella actuara. A p artir de ahí, de este a priori irra­ cional, se explica m ejor el proceso, p o rq u e el significado será ento n ces resu ltan te form al del concepto o proyección de la form a lingüística sobre el sentido. Es decir, cuan do conceptos y signos se form alizan -lo que equi­ vale a u na red u n d a n cia -, tenem os significados. Hay, pues, u na actividad paralingüística subyacente, no explicada. El signo es tam bién, y a la vez, signo de u na sustancia del co n ten id o y de u na sustancia de la expresión (PTL, 76). Se o rd en an am bas con fo rm e a dos ejes actuantes, paradigm ático o del sistem a, con represen tación verti­ cal, y sintagm ático o textual, q ue c o rresp o n d e al eje locutivo del discurso, n o rm alm en te rep resen tad o en h o rizo n tal143. Las dos caras son solidarias: sistem a.......................... texto

i

—> proceso

paradigm as

El sistema se divide en cara del con tenid o y de la expresión. El texto, p o r su parte, en línea tam bién de la expresión y del con tenid o . Y el signo integra en dos planos de idénticos y respectivos n om bres a caras y líneas; es decir: Plano del contenido Signo ^ ^

Plano de la expresión

cara: línea: línea:

cara:

paradigm a J

cadenas (texto) paradigm a

143 El eje cartesiano conjunta así la función de la m em oria y del proceso locutivo. Es un m odo de representación suya, entre otros, pues sabemos que la conciencia es retroproyectiva y el proceso de la m em oria recuerda m á s , en cierta m anera, las funciones m oleculares que las ecuaciones geom étricas. El m étodo de análisis no coincide aquí con lo analizado, cuastión que plantea serios problem as al funcionalism o lingüístico de base convencional y arbitraria.

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Hjelmslev cruza paradigm a y sintagma y sólo atiende, de hecho, a sus relaciones formales. No hay que olvidar la línea progresiva del texto, actuante en cada uno de los planos y al mismo tiem po dinámica interna de su relación solidaria: Signo

^ ^

C ti E

--------------- proceso-------- »

Del paradigm a sólo trasciende la sustancia formalizada, más form a que sustancia, punto éste muy controvertido en la teoría de Hjelmslev, como puso de manifiesto E. Coseriu144. Para Hjelmslev, el tratam iento cien­ tífico de una sustancia la convierte en form a145. Dicho así, sin otro supues­ to, la form a sería asunto epistemológico, perspectiva del analista y no prin­ cipio inherente del sistema. Se presupone, por tanto, y una vez más, alguna formación interna en el proceso. E st r u c t u r a fu n d a m e n ta l d el len g u a je

Planos El térm ino significación sustituye al de contenido para evitar problemas mentalistas y behavioristas, añadiendo que ello “no nos com prom ete a nada”, pero en realidad se pierde el sentido referencial de la significación, el hacia fuera del signo, y se realza el factor estar contenido en. La preposición in prim a sobre ad y esquiva el problem a intencional de la de intuitiva del conocim iento, escollo que Hjelmslev advierte en Husserl y da por resuelto al considerar el logaritmo de la form a de formas, orillando entre tanto la interrelación o dinámica interna de la forma en formación respecto de las sus­ tancias. El lingüista debiera referirse más bien a lo expresado, en consonan­ cia con expresión, y a continente, térm ino también relacionado por raíz con su hom ólogo, en este caso el contenido. El signo aislado no tiene significación, que nace de un contexto, situacional o explícito (PTL, 62). La significación pertenece a la dinámica procesual y depende de las funciones formales. En Hjelmslev, el signo es más dinámico que el concepto. 144 Coseriu, E.: Teoría del Lenguaje y Lingüística General Credos, Madrid, 1978, p. 174 ss. 145 Hjelmslev, L.: Essais Linguistiques, op. cit., 1971, p. 57. (En lo sucesivo citaremos como EL).

El dram a

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d e l l e n g u a je

Ejes. Proceso Sistema

: texto

I:

lengua

Lo inmediatamente observable, las cadenas, cada uno de los constituyentes del texto.

El hecho lingüístico inm ediato es el texto, no la lengua, que se cono­ ce a través del análisis textual. Y el texto se constituye también en el proceso del análisis científico, es decir, en contacto con la lengua. U no y otro se implican m utuam ente sin que tampoco sepamos cuál es el determ inante originario (PTL, 192). Aunque ambos son caras de una misma m oneda, la lengua se presenta entonces como resultado m etalingüístico del análisis efectuado sobre sus manifestaciones. Implica una consideración refleja e inherente, una distancia que la aleja de sí misma para com prenderse, pero tal lejanía le pertenece en propio, pues funda la esencia del signo. El texto se distancia continuam ente engendrando más lengua. Su crecimiento -Wachstum de Herder, Husserl y H eidegger- dilata el horizonte desvelado, pero no es visible en perspectiva simultánea al instante vital del lenguaje. Las formas de la lengua se alejan al tiem po que la explican. Yese fenóm eno interno es el fundam ento de todo lenguaje, que Hjelmslev apenas retiene en el formalismo funcional del texto. El metalenguaje es, por una parte, la consideración fenom enológica de la actitud natural del habla, pero, por otra, más fundam ental, su función creativa, pues se form a en aquella dis­ tancia interna. El funcionalismo acostum bra a considerar sólo el recubri­ m iento de las formas en el metalenguaje, sin advertir que éste procede de una distancia más rem ota y constitutiva. Es el carácter signo de toda form a em ergente. Al no detectar este desfondam iento creador del lenguaje, el m étodo de Hjelmslev retiene sólo el m om ento nodular de las funciones o el cruce de las formas en el centro determinativo del deintuicional de la conciencia lingüística en cuanto relación intencional. Del de nos queda su dirección relacional a otra forma, del significante al significado, o viceversa, pero abo­ lida aquella distancia, pues ya nos movemos en un suelo sólido de formas y funciones que se recubren tapiando cualquier ausencia inoportuna. Y sin embargo, el ¿/¿sigue siendo genitriz, objetivo y subjetivo. Objetiva en cuan­ to sujeta y sujeta en tanto objetiva. Así nacen y crecen los nom bres del len­ guaje.

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A n t o n io D o m ín g u e z R e y

De esta oblicuidad pretendidamente recta y cartesiana deriva la incogruencia del método hjelmsleviano. Por una parte prescinde del eje comu­ nicativo, del emisor, receptor, conciencia y conducta; es decir, de la base natural del lenguaje. Por otra, incluye a ésta en el análisis, añadiendo ade­ más que el científico “deja sus huellas sobre el objeto de su investigación” (PTL, 193), lo que nos aproxima al interpretante continuo de Peirce, al principio de indeterminación de Heisenberg y al perspectivismo orteguiano. Afirma también que el “texto es independiente de su manifestación particular” (PTL, 199), lo que determina una lingüística más estática que dinámica, a pesar de la consideración del proceso o del eje horizontal de la lengua, y de que el texto mismo precisa de análisis para serlo. En ello ve Coseriu una contradicción de origen platónico146. ¿Cómo puede ser el texto independiente de su manifestación? Por imperativos de la arbitrarie­ dad sustancial, que en Hjelmslev recibe una acepción plástica sin viveza propia. El orden que gobierna las secuencias lingüísticas es interno. No hay que confundirlo con un orden espacial y temporal, aunque se manifiesten en el espacio y en el tiempo. Hjelmslev lo compara con el orden de la infe­ rencia. Habla de «co-articulación» y de articulaciones simultáneas (PTL, 198). El orden lingüístico interno no es cuestión de antes y después, sino de compatibilidad o posibilidad combinatoria y condicionamiento o rección, que interviene también en la expresión al margen de la extensión de las unida­ des concernidas. El sistema aclara el proceso descubriendo posibilidades de lengua aún no actualizadas en el texto. Contiene todo lo virtual, aunque no posea 146 Coseriu, E.: Teoría del Lenguaje y Lingüística General, op. cit., pp. 211, 215. Recorde­ mos que Hjelmslev abandona la concepción tradicional del signo que lo considera sólo como “expresión de un contenido externo al signo mismo”. En tal hipótesis, el segundo plano sería una determinación objetiva del primero. La preposión A tendría entonces una función intui­ tivamente ontológica y Hjelmslev rechaza también, además de los datos de esta función, los fonéticos y fenomenológicos de los niveles de la expresión y del contenido (PTL, 65, 101), lo cual no le impide retener los modos de recubrimiento formal según las Investigaciones Lógicas de Husserl, sobre todo los conceptos de fundación y acto fundado, de donde derivan los cru­ ces glosemáticos de los otros conceptos de sustancia, materia y forma. Hjelmslev sitúa el siste­ ma lingüístico en la formalidad husserliana de los recubrimientos, especialmente los de orden categorial significativo, pues los intuitivos quedan relegados al existir una incongruen­ cia entre los cumplimientos de las categorías semánticas y las ontológicas. La intención signi­ ficativa alcanza más que su realización concreta. De ahí la importancia objetiva y subjetiva del ¿/¿determinante y determinado, genitriz, de la intuición categorial. El m undo de los objetos y sustancias queda sustituido por los nudos de las formas y relaciones formales.

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E l DRAMA DEL LENGUAJE

unos lím ites definidos. Es el privilegio de la ciencia: p red ecir sucesos posi­ bles (PTL, 20). La equivalencia p ro p o rcio nal proceso

sistema

--------------

y

texto

--------------

lengua

refleja factores com unes y diferenciales. T ien en en com ún los elem entos y los inventarios, p ero en realidad son dos dim ensiones distintas que se c ru ­ zan. Se d iferencian en que un elem en to p u ed e rep etirse sin cesar y siem pre el m ism o en el proceso, fen ó m en o que resulta im posible en un paradigm a y en u na categoría. ¿Procesará la diferencia categorial lo sustancializado e irrep etib le p o r m ás q ue se rep ita su m odo nom inal, el n om b re que nom bra? Eln om b re im plica proceso a m edida que sustancia lo n o m b rad o siem pre igual y dife­ ren te, d iferen tem en te el m ism o e igualm ente d iferen te. Tal es el lenguaje. Planos y ejes. Existe interrelació n con stante e n tre los dos planos del lenguaje y sus dos ejes. Son el fu n d am en to de la estru ctu ra básica. Los dem ás rasgos se derivan de estos. La denotación define al signo en cuan to lazo de los paradigm as de la expresión y del c o n te n id o 14': Signo ^ ^

X

denotación

E

Pero hay asim ism o relaciones en tre u nidades de un m ism o plano: u ni­ dades del co n ten id o ( « M u s e u m » , « H o l b o r n » , en los ejem plos usados p o r Hjelm slev) y unidades de expresión (687, 405, núm ero s convenciona­ les co rresp o nd ientes a aquellos n om bres). A La relación en tre dos u nid a­ des de un m ism o plano y dos unid ades del otro, relación de relaciones 147 Resulta inevitable fijarse en la preposición de de la palabra denotación contrapuesta al prefijo conjuntivo de la connotación. La notación ¿te algo se convierte en de-notación con sen­ tido de procedencia e incluso de m ateria sobre la que se trata. El ¿te in te n c io n a l, cum plido o no por una intuición correspondiente, según Husserl, ajustadas o no sus condiciones de satis­ facción intencional, según J. R. Searle, nos rem ite incesante a la distancia nom inativa del signo y al cam po de las sustancias que lo engendran.

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A n t o n io D o m ín g u e z R ey

-algoritm o husserliano de la constitución significativa-, la denom ina Hjelmslev conmutación, y los elem entos que entran en ella se dicen conmuta­ bles (PTL, 217). Por ejemplo, en la correlación de los planos ( «boy» \ «girl»

/\ girlboy

« b o y » conm uta con « g i r l » . No dice « b o y » con boy, Museumcon 687, Holborn con 405. Aquí, entre estos nom bres y núm eros identificativos, hay denotación. Así pues, M useum----------conmuta --------- Holborn 687

----------conmuta --------- 405

t denotan

La conm utación no es reductible a la denotación, aunque está ligada a ella, pues la supone. Ahora bien, ella misma puede ser denotada en otra fase del proceso, lo que, a nuestro entender, evidencia la acción cursiva del de, que atrae a su campo denominativo, como un preverbo, el campo cola­ teral de las manifestaciones. Este fenóm eno es en Husserl recubrim iento de actos y fundam ento categorial del conocim iento. Hjelmslev descubre también que los contenidos del signo y sus expre­ siones correspondientes pueden ser analizados en componentes designo: con­ tenidos que no están unidos a expresiones precisas y viceversa. Tales conte­ nidos pueden conm utar también. En la form a cant-o: « c a n ta r » , « in d ic a ­ tiv o » , « p r e s e n te » , « I a p erso n a » , « s in g u la r» y c-a-n-t-o. A cada com­ ponente de una unidad no le corresponde algo de la otra. Por eso conm u­ tan « c a n ta r » , « la v a r» , etc.; los rasgos de / k / con los de /m /, /t/, ///, etc. La conm utación implica que una unidad sea com ponente de signo o bien una expresión o contenido de signo por sí misma; 5 en sin -pecad o - es com­ ponente y, en cat-s, sin em bargo, expresión de signo. Puede existir también una expresión 0 -ce ro - de signo, por ejemplo el singular de cat. Dos elem entos conm utables son susceptibles de recubrir­ se a su vez y tener una o más variantes en com ún: presente y pasado se recu­ bren en inglés y en español. El presente también significa el pasado. Asimis­ mo, una conm utación se neutraliza en ciertas condiciones definidas. El

El dram a

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caso está neutralizado en el sustantivo inglés, igual que en español, pero no así en el pronom bre: he, him, etc. La ausencia de com ponente de signo, como sucede en el singular, retrae y com prim e la distancia conceptual convirtiéndola en campo posible de objetivaciones. Adivinamos en él aún el rastro del deprocesivo que nominaliza por entero la escena del nom bre o donación de sentido. Por eso el singular traslapa también valores colectivos y genéricos: hom bre, gato, árbol, etc. En cuanto a la neutralización del caso en los sustantivos, debemos advertir que la pérdida de estas funciones en las lenguas indoeuropeas obe­ dece más bien a recubrim ientos por evolución precisam ente cultural e idiomática de las com unidades. A m edida que éstas formalizan la distancia m etacrítica del signo y reducen la atomización de sus com ponentes, incre­ m entan su econom ía textual, se sincopan, traslapan y recubren en almagama de funciones, algunas de ellas ya sustanciales. Así sucede, por ejemplo, con la preposición de en francés, italiano y español. Relaciones entre unidades. Entre las unidades existen relaciones bien definidas. Son funciones de cadena, según advierte Hjelmslev148. En la combinación no hay rección entre unidades, por ejemplo, dice, entre la preposición aby el ablativo lati­ no (PTL, 228). A su vez, en la rección -catálisis- una unidad implica a otra, de tal suerte que la implicada es una condición necesaria para que la impli­ cante esté presente. Puede ser unilateral (—>) o bilateral (). La operación que consiste en insertar o interpolar una unidad impli­ cada por otra se llama también catálisis:, una subordinada implica a otra principal aunque ésta no se muestre. La rección unilateral se da cuando la unidad presupuesta es regida por la otra: preposición —> caso, subordinada —» principal, m árgenes de sílaba -> unidad central (PTL, 226-228). La presencia de un argum ento es a su vez condición necesaria para la presencia del otro, sin que sirva la inversa (NE, 76). La llama determinación. Existe relación bilateral o m utua cuando se aplica a las dos unidades. Un térm ino no puede aparecer sin el otro (NE, 77). Se implican necesaria­ m ente, com o acontece en la relación E C. 148 Hjelmslev, L.: Nouveaux Essais, op. cit., p. 84. (En adelante, citaremos como NE).

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Aplicadas estas relaciones al signo, obtenemos: C --------------------------> rección unilateral J rección bilateral E --------------------------» rección unilateral

Signo

Las unidades mínimas se llaman taxemas (taxis: serie, proceso, como en la sintaxis). En NouveauxEssais distingue Hjelmslev también una función recíproca: el prim er térm ino no implica necesariam ente al segundo, o viceversa. Entre C y E hay, como sabemos, bilateralidad, pero entre los segmentos de estos dos planos existe función recíproca: ninguno de ellos supone de m odo necesario a los demás (NE, 77). La prueba de conmutación determ ina las unidades de las recciones unilaterales, cuyo inventario se hace distinguiendo los elementos conmutables y las variantes -cantidades no conm utables en el interior de un único y mismo paradigm a-, clasificando a su vez los conm utables en categorías según rijan otras unidades, sean regidas por ellas, rijan y sean rejidas. Tene­ mos, pues:

Signo

C % E

categorías elementos conmutables y variantes: taxemas elementos conmutables y variantes: taxemas -------------;---------categorías

El análisis sintáctico m uestra así de qué m odo las unidades superiores son construidas a partir de otras más pequeñas y cuáles son éstas. Procede en orden ascendente, o descendente, según el punto de partida, genético o analítico, m ediante relaciones horizontales de rección, determ inación y dependencia. Una vez más, el ¿fcprocesivo, ajustado o no -Searle-, cumpli­ do o incum plido -H usserl-, muestra las direcciones implicadas en la sínco­ pa, incluso la tendencia vacía de algunos com ponentes: intuición de, inten­ ción de, significado de, relación de 0 a & entre ay b, dea con b, de a en b, etc. En tales casos, decíamos, la misma dirección relacional se objetiva sustan­ ciando la distancia. Sustancia de las relaciones implicadas: sobresentido de las relaciones relacionadas: macla funcional de las categorías: ejes retroproyectivos: conversión de sintagmas en paradigmas: apertura paradigm ática al proceso. M etalengua constitutiva del lenguaje.

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Inventario y sistema: el signo semiótico Inventario y sistema no son semejantes en los dos planos de la estruc­ tura. Los com ponentes de signo no coinciden. En Essais Linguistiques retom a Hjelmslev estos mismos presupuestos y los dilata proponiendo un sistema semiótico del signo lingüístico. A hora proyecta la form a y la sustancia de Saussure sobre el significante y el signi­ ficado, térm inos que engloba en la expresión y en el contenido. Dice Coseriu que Hjelmslev no ha tom ado de Saussure la distinción entre form a y sustancia149, y es cierto, porque ya venía dada de antes en el trasfondo filosófico de la filosofía alem ana, sin contar los precedentes clási­ cos, pero es evidente, no obstante, que parte de ella para establecer sus propias bases. De hecho, la función semiótica, que en Saussure actúa entre los planos -E y C-, la refiere Hjelmslev a la form a y sustancia (EL, 53,57). Signo

^ > Sustancia (Se) Contenido f ^ Forma (Fe) \l ^ Forma (Fe) Expresión ’T * . „ Sustancia (Se)

No hay función o dependencia inm ediata entre Sc-Fe, Se-Fc y Sc-Se. Q uedan, pues, tres estratos: C-EyFc-Scy Fe-Se.

Signo

71

C s* *+ f | f

KC?

complementarias: función recíproca denotación (solidaridad) y función bilateral complementarias... (1985:77).

La relación s-f - semiótica•- es una selección: la sustancia selecciona -m anifiesta- la forma: Se —>Fe y Se —>Fe. A la manifestación la denom ina tam­ bién determ inación y sólo vale en el eje sintagmático. En el paradigm ático hay reciprocidad entre sustancia y form a (EL, 55). La form a es seleccionada por la sustancia en el interior de cada plano. De aquí deduce Hjelmslev una concentración y convergencia de las relacio­ nes determ inadas por Fe y Fe entre los dos planos. ¿Es la forma, entonces, 149 Coseriu, E.: Teoría del Lenguaje y Lingüística General, op. cit., p. 176.

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una « d e c is ió n » , un resultado de la sustancia? ¿Quién activa y empuja a ésta? Anotábamos antes que la sustancia procede de la proyección de la form a sobre el sentido. Ahora vemos que también selecciona la forma. Hay, pues, una función interna, dinámica, no explicitada por el autor, y un tanto paradójica, porque actúa y es em pujada por su propia acción formalizante. La selección acontece en el mismo m om ento en que la form a deter­ m ina al seleccionador. ¿No hay una petición de principio en ello? Asistimos a una decisión bien irracional o bien apriorísticam ente prejudicativa, no elucidada. Lo que va apareciendo en el proceso textual, la forma, rem ite a un m odo y estado específico de sustancia no bien determ inado, pues con­ tiene un elem ento altam ente irracional en su funcionam iento. Avanzar en el conocim iento de las formas prejuzga sustancia. La relación recíproca del paradigm a tampoco tendría justificación sin la tendencia manifestativa. Parece, pues, que rondam os un núcleo en el que la acción o actividad de la sustancia determina, pone térm ino -lím ite, form a- a su proceso y esta acción misma es el comienzo articulado o apertura m em brada de su des­ pliegue. Dicho de otro modo, la relación recíproca de s-fen el paradigm a, aunque no necesaria ni científicam ente dem ostrable, ya acontece, sin embargo, un punto más allá de su posible e incierto ajuste. Acontece en la distancia progresiva y determ inante del signo. El límite o térm ino nunca se ajusta y el desajuste hace avanzar, precisa determ inaciones. He aquí, otra vez, el exotismo recurrente del lenguaje. La relación semiótica entre s-/se sustenta en la acción antepredicativa que todo nom bre com porta al sustanciar el m undo como form a de conoci­ miento. La taxia conmutativa no encuentra explicación posible al margen de un contacto cualificado en el punto de inicio. En semiótica, la adyacen­ cia precede al determ inante. Las formas procesivas son lo determ inado de la sustancia m undo. Antes acontece la cualidad sensible que adjetiva y adverbia para que lo yectivo se sustancie como nom bre sustantivo o nom bre verbo. El núcleo del nom bre, de la acción de nom brar -d a r nom bre o senti­ do a algo-, desentraña la manifestaáón como una m ano que avanza tendida hacia la posición tética o rem ática de las cosas en tanto otra faceta del obrar diario del hom bre respecto del m undo en que vive. Hjelmslev asigna esta posibilidad táxica a la semiótica, horizonte últi­ mo de la lingüística, pero no imprescindible para obtener una descripción adecuada de ésta. En la sintagmática, la sustancia se manifiesta variable. Su presencia no la convierte en condición necesaria de la forma, lo que se llama una determ inación o función unilateral entre la sustancia como variable y la form a como constante. La palabra y la imagen, por ejemplo,

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convergen en un film, pero son sustancias diferentes desde una considera­ ción lingüística, aunque semiotizadas en el plano cultural del m undo cir­ cundante. En la paradigmática existe, decíamos, reciprocidad -el prim er térm ino no implica necesariam ente el segundo, y viceversa- o com plem entariedad entre sustancia y forma. De ahí que la sustancia sólo pueda realizar el papel de variable en el análisis sintagmático, reducido a las formas. En los otros casos, cuando sintagma y paradigma se cruzan, debe atenderse a la sustancia en los dos planos. Es el camino de la semiótica o metasemiótica, que afecta también, a nuestro entender, al metalenguaje. La distancia inherente del signo conlleva una interpretación continua nunca del todo satisfecha. En los planos, por el contrario, no existe conflicto entre paradigm a y sintagma, como sucede entre form a y sustancia (EL, 55). Lo más sorprendente del m étodo, ya semiótico, de Hjelmslev es la fija­ ción de la sustancia en litigio. Existen niveles suyos con funciones definidas y un orden jerárquico, pero la sustancia por excelencia es la de apreciación colectiva, la sustancia semiótica inmediata: selecciona la form a que mani­ fiesta, de la que es com plem entaria, y a su vez es seleccionada por los otros niveles, entre los cuales se hallan el físico y el sociobiológico. Le correspon­ de entonces un papel semidemiúrgico. Es sustancia interm edia entre la materia, la sociedad y el pensam iento. ¿Sustancia puram ente lingüística? Sea cual fuere la respuesta, resulta evidente que Hjelmslev recurre a la semiótica para justificar la lingüística y, por otra parte, a un materialismo sociológico como fundam ento de las dos, lingüística y semiótica. Sin embargo, la sociología tampoco es aquí autónom a, pues rem ite a un fondo biológico. Hjelmslev alcanza así, todavía hoy, cierta actualidad al sugerir que el funcionam iento semiótico del lenguaje tiene como fundam ento la vida de la sociedad, el Lebenswelt husserliano, y la biología irradiada al con­ ju nto de los hombres. ¿Un genoma formal de la lengua o m ente colectiva de Saussure? En todo caso, los dos autores, Husserl y Saussure, más sus fuentes, el psicologismo y la sociología conductista, asoman en el m om ento de las fundam entaciones. D iv isió n de c a teg o r ía s

En el análisis de las unidades distingue Hjelmslev dos bases generales: reciprocidad para las de gran extensión y selección para las propiam ente semióticas. C uando el análisis por selección se agota, aún es posible separar un elem ento en el estadio correspondiente: un taxema. Estos se explicitan a su vez en glosemos cuyas categorías son, por definición, m utuam ente solida­

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rias. Los taxemas quedan reflejados en la sustancia fónica m ediante los fonematemas, com prendido aquí el fonema. Las figuras mínimas son taxemas. La unidad que prim eram ente adm ite un análisis por selección es la lexía, a m enudo coincidente con la frase, cuando puede dividirse en princi­ pal (seleccionada) y subordinada (seleccionante). Hjelmslev esboza también la posibilidad de semióticas connotativas, posteriorm ente desarrolladas por seguidores suyos, especialmente en los análisis de crítica literaria y en semiología. Se puede integrar a Se (PTL, 70), cuyo dom inio adm ite también ilimitaciones. Considera asimismo relaciones entre relaciones de estratos, interestráticas, y relaciones en el interior de un solo estrato: intrínsecas. Las primeras consisten en la proyección de ciertas unidades de un estrato sobre el otro y surgen así unidades extrínsecas, extrañas a las propias del segundo estrato. Son Sc-Fc, Fc-Fey Fe-Se. Veamos sus proyecciones. Fc-Fe. En cada estrato de este par, las unidades extrínsecas son las dos caras del signo, CyE, ligadas entre sí por la relación semiótica, es decir, s-f Las denom ina glosematemas. En Fe estas unidades son los « co n ten id o s de sig n o » o plerematemas, impuestos al plano del contenido por el de la expresión. Viceversa, en Fe las unidades extrínsecas son las « ex p resio nes de sig n o s» o cenematemas, impuestos al plano de la expresión por el del contenido. Es evidente que aquí retom a Hjelmslev, con agilidad, el significante y el significado de Saussure como determ inantes o funciones de los planos del contenido y de la expresión entre sí. Es su aporte al sistema del maestro ginebrino. Observemos, por otra parte, que incluye la relación semiótica como fondo del par Fc-Fe, donde no aparece la sustancia, por lo que la supo­ nemos implícita y actuante en el algoritmo puram ente formal de Cy E, que constituye, por otra parte, el nivel propiam ente lingüístico, donde no entran las sustancias. La lingüística viene a ser, entonces, la form alidad pura de la semiótica, su centro más operativo. Tendríamos que revisar, en consecuencia, las relaciones entre ambos dominios, pues, si la lingüística tiene su fundam ento sustancial en la semiótica, como decíamos antes, ésta descubre su centro recóndito de operaciones en aquélla. Se impone, pues, una consideración lingüística de la semiótica, El esquema del signo queda finalmente como sigue:

E l d r a m a d el l e n g u a je

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C E

f ------> contenidos de signos: plerematemas ^

> expresiones de signos: cenematemas

En el par que estudiamos, Fc-Fe, se consideran cuatro observaciones. La primera concierne a los glosematemas en cuanto vanantes. Es el caso de homónimos y sinónimos. Son variantes de un mismo glosema: los pleremas o unidades formales del contenido, variantes de un plerema; los cenemate­ mas, de un cenema. Hjelmslev usa como ejemplo de lo dicho la desinencia -s del francés, que indica simultáneamente plural de nombres, 2- persona singular de ver­ bos y sincretismo de l 9 y 2- persona singular. Constituye, pues, una homonimia que produce el plerema- « plérie»: )«p lu ral», « 2 - p. singular», « 1 - / 2- p. singular»( Es decir, un significante y varios significados. Por el contrario, los sinónimos producen cenemos, por ejemplo las des­ inencias del participio pasado: )-é, -u( donde a varios significantes les corresponde un mismo significado; o las raíces del verbo « a lle r» : ) all-, ir-, v-( Homónimos y sinónimos son caso particular de un fenómeno más extenso y sólo existe diferencia gradual entre tales extremos y otros casos con diferencias de variantes. Debemos recordar que Hjelmslev no distingue al respecto entre sincronía y diacronía. Los glosematemas son siempre, en principio, variantes. La segunda observación consiste en que los glosematemas son arbitraños. Ni desde el punto de vista interestrático ni desde el intrínseco hay nada inherente que motive la relación semiótica particular de cada signo ni la forma específica tomada por el glosematema en cada caso. El concepto de arbitrario no es característico del signo, sino del uso respecto de la estruc­ tura (NE, 82, 83). Por tanto, homónimos y sinónimos tienen carácter for­ tuito. Reúnen en una misma categoría -glosema- miembros absolutamente disparatados y heterogéneos. Los glosematemas no coinciden con las uni­ dades intrínsecas. Sus extensiones son arbitrarias y diversas. Resulta difícil aceptar hoy este rechazo implícito de la motivación, sobre todo si recurrimos al uso. La desconsideración relativa de las sustan-

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cias borra los párrafos que el propio Hjelmslev dedicó a la onom atopeya en Principios de Gramática General. Si no hay nada que motive la form a particu­ lar de cada glosematema, ¿cómo explicaremos la evolución fonética con­ vergente en dominus —> don, donare —> don; la fonosintaxis: « c o n dados ganan co n d ad o s»; o la evolución semántica divergente, por ejemplo en pupila: niña bajo tutela o parte del ojo?. La tercera observación se refiere precisam ente al uso en cuanto configurador de la relación interestrática. Al no guardar relación con las funcio­ nes intrínsecas, tampoco ejerce influencia sobre la estructura, aunque los signos de una lengua pueden cambiar totalm ente sin afectarla en su orden interno, porque éste se repitirá siempre el mismo. Para explicar esta posibilidad Hjelmslev recurre a las figuras o unida­ des intrínsecas de un glosematem a, por ejem plo sílabas y fonemas en E. Las figuras mínimas son los taxemas. Con ellas, que no se corresponden plano a plano, se construyen nuevos signos y ellas mismas son no-signos. Las denom ina « co m p o n en tes de sig n o » (PTL, 63-64). Su núm ero es limitado y, el de signos que producen, ilimitado. Y esto constituye la cuarta observación. Sc-Fc, Fe-Se. Tienen los mismos caracteres que Fc-Fe. En bastantes pun­ tos esenciales, la manifestación o relación entre form a y sustancia en el interior de un plano se com porta como la relación semiótica o denotación. En Sc-Fe, las unidades son variantes:, en Fc-Fe, arbitrarias, así como la elección de sustancia es, respecto de una form a dada, arbitraria, aunque antes se dijo que toda form a viene seleccionada por la sustancia. En Fe-Se, la relación interestrática -la m anifestación- deriva del uso. Hasta aquí hay analogía entre los pares marginales del signo y el cen­ tral, Fc-Fe, habida cuenta de las diferencias señaladas: la relación semiótica es solidaria y, la manifestación, una selección. El cuarto punto de las observaciones también responde a la analogía. Propone como térm inos correlativos el glosema, plerem a y cenem a para las relaciones centrales, y término de manifestación para las m arginales o exter­ nas. En la forma, un térm ino de manifestación se llamará manifestado; en la sustancia, manifestante. Propone también ampliar el concepto de figura para el estudio de relaciones entre form a y sustancia. La figura com prende en uno y otro nivel las unidades intrínsecas de que se com pone un térm nio de manifestación. Por ejemplo, [~] es una figura -rasgo nasal- y un mani­ festante (con una sola figura en este caso) que manifiesta un taxema -fonem a- de la expresión: / n / . [~] es figura de la sustancia fónica: la nasalidad. Las unidades intrínsecas de donde se sacan las figuras son suscepti­

El dram a

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bles de una extensión sintagmática más grande que el térm ino de manifes­ tación en el que entran. El taxema / m / de « m a d r e » tiene como manifes­ tante el sonido [m]. Podemos descom ponerlo en figuras fónicas: nasal, sonoro, oclusivo bucal. Tales figuras están sacadas de unidades intrínsecas de orden fónico que cuentan con extensión más grande que el mismo soni­ do. Así, la nasalidad recubre la palabra entera « m a m á » - « m a m a n » en francés-, que por ello contrasta con la palabra francesa « b a b a » . La sono­ ridad atañe a todo el recorrido del enunciado « j e vous aime bien, ma mere a d o ré e » (PTL, 75). La cuarta observación resulta particularm ente decisiva a la hora de determ inar unidades. Es cierto que una figura no constituye signo por sí sola, pero como elem ento de expresión y parte de un conjunto algún « h a l o » de sentido ha de corresponderle por el hecho de participar en él a través de una relación interna. ¿Cómo sabríamos, en caso contrario, que pertenece a ese conjunto, a tal lengua y no a otra? Que no tengan significa­ do propio no prejuzga que no participen de alguna m anera en el sentido que las engloba. En el proceso textual apreciamos, según vemos en el mismo ejemplo de Hjelmslev, esta participación. La cadena o proceso moti­ va que unos signos induzcan a otros, los posibiliten directa o colateralm en­ te o los rechacen. Expuestos tales preámbulos, podemos definir ahora los conceptos de palabra, uso, norma y esquema. Las palabras son signos mínimos entre los que hay perm utación tanto en el plano de la expresión como en el del conteni­ do (PTL, 95). También las define como encuentro y entrecruzam iento de estratos o conjunto de relaciones interestráticas efectivamente ejecutadas. La norma lo es de relaciones interestráticas admitidas y, el esquema-semxoúco lingüístico-, viene definido por las funciones intrínsecas en la form a de cada plano considerado aparte. C a rá c ter l in ea l y a rb itr a rio

El tiem po no entra en la lingüística de Hjelmslev, que es inm anente y sistemática, como la de Saussure. La linealidad -tod a cadena verbal se des­ arrolla en un antes y después- es característica de la manifestación fónica, gráfica, psicológica y fenomenológica del signo, pero no una propiedad del signo mismo (NE, 79). En el interior de la lengua no hay tiempo, ni en la cadena interna, porque sus unidades coexisten como elem entos lógicos (NE, 85), al m argen de la temporalidad: se implican m utuam ente -com bi­ nación, rección: unilateral (determ inación), bilateral, recíproca. En el paradigm a no coexisten. Cuando está una, no está otra. Alternan. El tiem­

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po es de la manifestación, no de la determinación (luego rección, en el ensa­ yo « L a estratificación del leng u aje» , donde no aparecen las relaciones recíprocas de NouveauxEssais). La lógica no dura. Es im perecedera. La alternancia de unidades en el paradigm a pone de manifiesto, en cambio, la distancia interna del signo en función colateral y respecto del trasfondo que lo sustenta y que él mismo crea a m edida que avanza el pro­ ceso del lenguaje. El signo ya no es sólo la referencia vertical y horizontal, hacia las cosas y las estructuras dicentes. Su trasfondo abre una red mole­ cular de interacciones m últiples sólo com parable con el tiem po biológico de la naturaleza hum ana. Tiem po trascendente en cuanto el clima del m edio afecta a la acción locudva del organism o. La relación de la form a presente con el trasfondo que la subtiende atañe también a su horizonte potencial, aún no determ inado. Palabras, sintagmas y oraciones son for­ mas, esquemas, conjuntos presentes que subtienden una efervescencia m olecular difícil de definir y exponer en fórm ulas concretas de eficiencia epistemológica. Están detrás, o debajo, encima, colaterales, etc., no sólo las síntesis pasivas de Husserl, el inconsciente de Freud, el significante o transferí de Lacan, las “capacidades m entales no-representacionales” de Searle, la palabra fluctuante de Jaspers, más extensa e intensa que el signo lingüístico, y el trasfondo orteguiano, sino tam bién la magia ancestral, la mimesis originaria, el keiigma bíblico, etc. El m undo vibra m olecular y m agnéticam ente en cada idioma. ¿Cómo m edir el espacio interno de tal profundidad, espacio que crea tiem po biológico? De ello sólo nos da razón -razón inm ensam ente débil- la distancia silenciosa que m edia entre las palabras, usos, norm as y esquemas. Al lenguaje pertenece como esencia suya esta distancia-tiempo de la intuición retroproyectiva, un tiem po reso­ nante como el del ritm o, que considera incluso las arritm ias y cortes del discurso. La presencia alterna del paradigm a es tiem po acum ulado como el del aire y el agua. No se ve, pero hum edece. ¿No alterna en profundidad el pre­ sente con el pasado y, no obstante, ninguno de los dos se da sin el otro? ¿Qúe límite los diferencia? Las unidades del paradigm a coexisten más cohesionadas incluso que las del sintagma. Pero su m odo de coexistencia difiere porque cada una selecciona a las demás en función de otro princi­ pio selectivo que las recubre y subtiende: el sentido fundacional. Al selec­ cionarlas, recupera su base sustancial, pero ya en otro orden y nivel. Y no el sentido del origen, irrecuperable, sino el fundam ento que el lenguaje apor­ ta al hom bre en el m undo. En él aún se captan vibraciones de la resonancia originaria de fondo. Si alguna razón de existencia tiene la distinción idio-

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mática, es la vivencia singular del fundam ento, acorde con la situación con­ creta del hablante, en espacio y tiempo. Así pues, las direcciones vertical y horizontal se sostienen sobre un fondo de profundidad conceptiva o tercera dimensión, volumen, del len­ guaje. La arbitrariedad corresponde en Hjelmslev, decíamos, a la relación del uso con la estructura, de un uso particular con una estructura conoci­ da. En principio no atañe a la función semiótica. La elección del signo es arbitraria en el marco dado de com binaciones virtuales, pues tal elección no está determ inada en la estructura. Y esto vale también para la elección de las manifestaciones. Existe, pues, un margen, bastante circunstanciado, de creación propia. Estas dos consideraciones perfilan el tipo de lingüística que Hjelmslev ofrece. En realidad desvincula el proceso del sistema al prescindir del marco comunicativo que subyace en la lengua. La lógica prim a sobre la experiencia y com petencia del habla. Si el tiem po no pertenece a la deter­ minación, si ésta es ajena a la manifestación, el sistema parece deshacer la fusión inicial del habla con el pensam iento, base propia del signo. Hjelms­ lev desatiende el factor que la ausencia determ ina en la asociación de uni­ dades paradigmáticas. A unque alternan, el estar de una no impide la sus­ pensión de la otra en el funcionam iento procesual. Gracias a tal suspensión resulta posible el avance sintagmático, que se apoya, entonces, en el hueco virtual así creado. Entre una unidad ausente y otra presente existe algún tipo de determ inación favorecida por la « im a g e n significante» y la « im a g e n v erb a l» que el lenguaje va determ inando en los hablantes a m edida que se desarrolla150. Imagen sin copia, pues la de los esquemas aprendidos la presuponen. Sin ella sólo repetiríam os clónicam ente lo dado. Partiendo de Saussure y Vendryes, Hjelmslev extiende esta imagen en la prim era parte de su obra a « im a g e n g ram atical» y la engloba en el sig­ nificante (PGG, 123). De éste quedan vestigios en las últimas form ulaciones de su sistema. El sintagma genera incluso paradigma. La manifestación implica cierta determ inación en virtud de la cadena procesual. Al detener el tiem po, minimizamos el esquema del que se parte. O tra cosa es la unidad intencional e intensiva que se manifiesta en ese tiem po y en el análisis del científico. Asimismo, al decir que la elección del signo es arbitraria en el conjun­ 150 Domínguez Rey, A.: El Signo Poético, op. cit,, pp. 226-231.

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to de com binaciones virtuales, se evita realm ente el problem a tratado, por­ que tales com binaciones ya « m o tiv a n » , precisam ente en razón del eje procesivo. O tras o b serv a c io n es c r ítica s

Desde « E n tretie n sur la théorie du lang age» , que es de 1941, a « L a stratification du lang age» , de 1945, y aún antes, en 1943 (PTL, 78), hay un gran avance en la teoría lingüística de Hjelmslev. En « E n tre tie n ...» term i­ na diciendo, después de analizar el uso como determ inante de expresiones y contenidos exteriores a la lengua -variables como « h o g a r » , « p u e ­ b lo » , « n a c ió n » , e tc -, que “La lengua, en sí misma contenido y expre­ sión, puede, considerada en su totalidad, funcionar como expresión de un nuevo contenido” (NE, 86). Sin em bargo, en « L a stratification...» pro­ yecta la form a y la sustancia de Saussure en cada plano del signo y conside­ ra incluso el esquema de la semiótica connotativa de la expresión, “dont le plan d ’expression est constitué para une sémiotique linguistique” (EL, 70). Es decir, de C

se pasa al esquema de signo que ya conocemos, con formas y sustancias en los dos planos, y desde aquí avanza la posibilidad del mismo esquema de signo aplicado a la expresión, donde ésta se convierte realm ente en sustan­ cia de una nueva expresión, ya formalizada, que a su vez determ inará un nuevo contenido semiótico. Hjelmslev subsume “par une disposition arbitraire” (EL, 57) la sustan­ cia y la form a generales de Saussure en E y C, lo cual nos inclina a pensar que esos dos funtivos replican el significante y el significado del lingüista ginebrino151. Los problem as de base, si el significante es puram ente psíqui­ co -« im a g e n a cú stica » - o hay parte sustancial en él, se filtran en Hjelms­ lev causando equívocos conceptuales y diferencias forzadas, sobre todo en lo concerniente a la distinción entre sustancia y m ateria, que afecta ya a la 151 A ello apunta también la observación de Derrida sobre el ascendente saussureano del formalismo y de la teoría del valor de Hjelmslev. Conf. J. Derrida: De la Grammatologie. Minuit, París, 1967, p. 84.

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forma. La relación semiótica arrastra consigo un problem a profundo. La form a de la expresión ya es conceptiva, o viceversa, la form a del contenido implica ya algún modo de expresión 1d2. Algo similar sucede en la cuarta observación sobre las analogías entre pares de elem entos de signo, las concernientes a Sc-Fcy Se-Fe. Para diferen­ ciar los térm inos respectivos al par Fc-Fe (glossématier. plérématie, cénématie), inventa otros proporcionales a los anteriores. En prim er lugar el término de manifestación o variante de unidad externa, que en la form a -ya lo dijim osse llama « u n e manifesté» y en la sustancia « u n e manifestante». ¿No son estos térm inos los homólogos de C y E en función semiótica? En tal caso, Hjelmslev repite en los constituyentes del signo sus propios planos. Por otra parte, rechaza, y también lo hemos indicado, los conceptos de sentido -puede haber contenido sin sentido- y significación, éste por­ que se determ ina a expensas del contexto y de la situación, y sin embargo hace depender las unidades glosemáticas, en cuanto externas -« E n tre tie n ...» -y extrínsecas -« S tra d fic a tio n ...» -, del uso, del cual depende, a su vez, la sustancia (NE, 80). ¿Son sustancias, entonces, las glossématies? Hjelmslev las considera unidades sustanciales que manifiestan las formas antes latentes. Y tales formas son a su vez las funciones internas de la len­ gua. Como advierte Coseriu, “el concepto de form a se diluye y se pierde en el concepto de función (en el sentido de relaciono dependencia)”153, pero el mismo Hjelmslev definía la función gramatical como una especie deforma. Parece existir, por tanto, otra redundancia, y además una paradoja, pues justifica una unidad, la glosemática, con un concepto, el uso, que, queramos o no, depende también de la situación y, en consecuencia, afecta al significado. ¿Entra o no entra la manifestación en la determ inación? ¿Afecta o no el uso a los glosematemas o unidades semióticas? ¿Cómo des­ cartar entonces el tiem po de los ejes internos? ¿Cómo olvidar la motivación intrínseca del habla? ¿Dónde, en qué punto o instante se delim itan la len­ gua y su análisis científico? ¿Son la misma cosa? Eso parece a tenor de las palabras del propio Hjelmslev. Considerar el lenguaje significa situarse en posición científica. Advirtamos además la epojé fenom enológica de la significación en el sistema lingüístico al basarse aquélla en la situación y en el contexto, varia­ bles imprecisas e indeterm inables. Vemos en ello también un reflejo del de {r> es un sujeto sin predicado” (1946d, 772). Más que una realidad sustantiva, ente, lo ente, encierra una pregunta por su sustancia y descubre en ello la menesterosidad que el hom ­ bre tiene de un sentido “y, por tanto, un m odo de ser los hom bres” (Ibid., 773). Falta algo en el hecho, otra vez el hecho, de sentirse siendo. Como en la grieta de H erder y H um boldt, hay aquí una carencia, una necesidad de ser algo más de lo que se es. Al enunciarla, la convertimos en el ente. La hemos sustantivado. Este nom bre contiene, entonces, una realidad verbal, predicativa. Ya era, y sigue siendo, un participio declinado, con caso o caída, pero encerrado en sí: un caso que se cierra en sus atribuciones y tien­ de hacia sí mismo hispostasiándose. Con nada parece darse lo contrario, pues no hay verbo aparente en ella. Es caso absoluto. Ortega olvida que procede de la expresión res nada, cosa nacida, que se usó con sentido negativo, negando la existencia de algo previo. Es caso nominativo y además participio atributo. Contiene también verbo, un verbo ya anquilosado. La nada es lo no nacido, lo que no existe porque no aparece en el orbe del ser o de la cosa habida, com o sucede, por ejemplo, con néant en francés, Nichts en alemán y nothingen inglés. Asimi-

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lan o sincopan la negación del ente, de la cosa o, para el caso francés, de gentem, tal vez entera, en acusativo, regidos, pues, por un verbo. Son más que atributos: predicados. Lo predicado se nominalizó y pide, desde dentro de su potencia verbal, nuevos atributos o predicados. Pero con cosa acontece algo semejante. Ortega la entiende como nombre homónimo en la expresión las cosas son cosas, nombre sujeto y pre­ dicado, respectivamente. La segunda función le añade, según el filósofo, el carácter de sustancia a la pura designación nominal del sujeto cosas, algo concreto, individualizado (1946d, 777-778). La realidad es que el predica­ do se replica, porque cosas sujeto son las causas originarias, los porqués de los sucesos y acontecimientos tratados jurídicamente: la cosa. ¿No era la exis­ tencia de los entes razón y causa de su conocimiento? La cosa encierra tam­ bién un predicado causal, una relación efectiva, criticada asimismo por Nietzsche como hipóstasis del mero fenómeno o acontecer de la existencia. Las cosas van fuera de sí porque en ellas ya avisa un otro de otra cosa tan pronto son avistadas o inciden en nosotros. Es su parte “porciúncula de un y o ” , s u remite subjetivo por el hecho de ser consideradas y puestas en relación con otras. La interrelación atributiva pasa por el considerando del atribuyente, por su percepción225. En el conocer objetivo, abocado a las cosas como términos y puntos de llegada, nos detenemos en los límites y sus definiciones, lo que una no es respecto de otra que la circunda, como es también el caso en el concepto de valor lingüístico y de significación según Saussure, pero desde una relación subyacente, implícita e intersubjetiva. Ahora bien, en el conocer poético asistimos a la fuente misma de lo que acontece en el conocimiento. Aquel límite es la espalda de la cosa y se convierte en un signo de arranque hacia otro estadio, hacia un objeto nuevo que es la objetividad misma actuando como instante ejecutivo y concipiente. Mientras contemplamos el objeto real, nos ignoramos, pero, rien­ do el ver del objeto, en reminiscencia cartesiana, descubrimos un “estado real” propio, “un momento de mi yo, de mi ser”. Y esta visión nueva ya no es sustantiva, coto vedado de la circunstancia, sino campo abierto, verbo. Y esto representa, decíamos, el gran aporte de Ortega a la teoría del lenguaje 225 La percepción adquiere así rango semiótico. Las atribuciones son resultado de un efecto interpretante que atañe, en la relación, tanto al valor de las cosas como al acto cognos­ citivo. Pertenecen al proceso del objeto dinámico. De ahí que incluso quepa relacionar este aspecto orteguiano con el signo semiótico de Peirce. De hecho, O rtega concibe una « sem ió ­ tica universal» restringida a la delimitación consciente de las “intuiciones fisiognómicas” dadas en el curso de la vida (1925c, 589).

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sobre el fondo lingüístico de Herder, Dilthey, Humboldt y Bühler, así como el fenomenológico de Husserl y Heidegger. Convierte la intuición trascen­ dental del ser en verbo transitivo o lugar donde las cosas transitan entre sí creando, primero, imágenes y, luego, metáforas221’ que dicen lo indecible y abren un nuevo rostro que las supera y proyecta más allá de sí mismas, inau­ gurando lo que nosotros llamamos una plusvalía existencial. La metáfora contiene, a diferencia del concepto, una experiencia que cumple, si no del todo, el ansia de la intención significativa. De este modo se acrece también aquel valor-t 1 de Ortega, no el de Saussure- descubierto en la relación de unas cosas con otras, un ser suyo direccional, dirigido a la estimativa del sujeto -la cosa me es- y donde reapa­ rece aquel predicado cualitativo que aún no encierra sujeto: “en ocasiones, vemos la cualidad sin conocer bien su substrato, la cosa que la posee y de quien es” (1923, 331 )227. Una estimación nativa y fundacional que afecta incluso al intelecto como si de un instinto o sentido especial se tratara. Implica, como el sonido, pero en otro nivel, y según entrevé Platón en el Banquete por boca de Sócrates, un tacto sensual: tocamos las ideas, los valo­ res. “De todo lo que hablamos con sentido es porque tenemos algún con­ tacto con ello” (1923, 329-330). Los valores son la virtualidad de la cosa. La prelación del predicado tiene también antecedentes en la fenome­ nología del concepto según Husserl y de la conexión vivencial de Dilthey. La presencia o percepción de algo concreto subtiende una relación trasla­ pada de orientación hacia algo indefinido que lo culmine. En el fundamen­ to del sujeto o algo ya establecido según los atributos y relaciones pertinen­ 226 En realidad, la imagen tiene dos caras (1914b, 260), com ojano. Por una mira a las cosas y este acto ya las convierte en instancia objetiva; por otra, habla del ver mismo, de la acción ejecutiva, del estado o modo yo del ser viendo algo, que ya es una forma de sentirse o sentimiento, donde actúa la transparencia metafórica. En la metáfora hay, por tanto, una ima­ gen implícita que refiere oblicuam ente la cosa ya convertida en objeto. La metáfora recupera, no obstante, la rectitud objetiva. Pone a los objetos, digamos, en pie y de frente, confesando en una ¡denudad absoluta su no-identidad o “identidad parcial” de partida (1924a, 393). 227 Advirtamos en todo esto que el valor orteguiano va más allá y más acá del mismo concepto, también fundam ental, en Saussure y el estructuralismo, tanto el lingüístico como el filosófico. Saussure nunca nos dijo a qué se debe o en qué se fundam enta el hecho de que el signo, sus partes, salga en busca de otro para definirse según el vacío relacional que descu­ bre en sí mismo al encararse con su prójimo. Lo adm ite com o un hecho y no entra en sus posibles considerandos. Observemos además que la cualidad predicativa del wj/ororteguiano coincide en más de un aspecto con el cualisigno y el rema de Peirce, donde se dan una trans­ misión existencial, en el prim er caso, y una tensión predicativa, en el segundo. La taxia exis­ tencial, metonímica, dispone el fondo atributivo del ente en cuanto nom bre.

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tes va incurso el fundamento del predicado como marca suya en Husserl y el curso de la vida en tanto fondo profundo de los predicados, según Dil­ they228. Algo - “etwas”- precede a este ahí o aquí - “dieses da”- en cuanto relación suya a otra cosa que lo define, pero relación subyacente, inmersa en él como fundamento predicativo229. La marca subjetiva, del sujeto, es un haber específicamente determinado del fundamento predicativo, pues todo algo busca, como parte, el horizonte de completud que lo define. Tal bús­ queda acontece entonces sobre un punto o momento sustancialmente vacío e incluso indiferente. Vacío sustancial, entitativo, que no descarta, por otra parte, una configuración cualificada, un conjunto de disposiciones preconceptuales orientadas al acto nominal según aquella tendencia o momento significativo. La palabra ya es cualidad predicativa de lo designa­ do. Y esto implica que al concepto lo rodea y traslapa un halo dicente. El signo verbal contiene en sí esta dimensión procesiva. Adjunta a su calidad dicente la tensión de la ausencia designada y tal vacío sirve a su vez de hueco o cauce asociativo230. Al signo lo asiste también, de tal modo, un fun­ damento crítico y cognoscente. La prelación citada supone asimismo en Husserl que la donación del objeto y del significado trasciende de sí más allá del contenido o espectro del significado que inicialmente muestra o aporta cuanto se nos presenta en los conceptos y palabras. Lo dado siempre adjunta algo nuevo consi­ go231. La adjunción es posible gracias al fundamento predicativo que la sub­ tiende. Su posibilidad ontológica afecta también a la expresión en cuanto tendencia conceptiva e intencionada. La significación y la concepción busm Dilthey, W.: Dos Escritos sobre Hermenéutica, op. cit., p. 151. La relación de la parte o partes al todo que las conjunta y estructura es categoría abarcadora para este autor y Husserl, cuyas Investigaciones Lógicas influyeron notablemente en los fundamentos lingüísticos y fenomenológicos de la hermenéutica diltheiana. El uso de este principio lo remonta Dilthey en el “Surgimiento de la herm enéutica” a M. Flacius Illiricus, autor del siglo XVI (Con}. Dos Escritos sobre Hermenéutica, op. cit., p. 53. Ortega se anticipó, no obstante, sobre la base de H erder ya señalada, en la aplicación lingüística y metafórica del fondo predicativo. 229 Husserl, E.: Aufsátse und Rezensionen (1890-1910), op. cit., p. 286. A la lingüística no le escapó el aviso de esta prelación fundamental. Observemos estas palabras de G. Guillaume: “La fonction de prédicat est en effet une fonction qui est non pas possesion de support, mais recherche de support. II s’ensuit que le verbe [...] est [...] un mot qui n ’a pas, en langue, trouvé son incidence et qui, en conséquence, doit la chercher en discours » (G. Guillaume : Grammaire Particu liére du franfais et Grammaire Genérale. Les presses de l’Université Laval, Québec, 1984, p. 66). 230 Ibid., pp. 288-289. 231 Ibid., p. 293.

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can algo y la búsqueda va traslapada en lo que encuentran, si lo encuen­ tran. En lo donado hay un fondo de anexión y conexión nueva, como si todo lo sentido y conocido, por este orden -prim ero es el sensible-, lo fue­ ran sobre o desde una acción objetivante que nunca obtiene total cum pli­ m iento. Esto justifica la evolución del conocim iento y de la ciencia, así como la creación continua del lenguaje. E l n o m b r e p o é t ic o

El punto de encuentro y tránsito m etafórico es el sentim iento enten­ dido también como verbo. Los sustantivos o cosas deslíen en él sus perfiles dejando de acudir una al lugar no identitativo de la otra, com o en el proce­ so científico, y así desrealizadas, pero para mejor real-izarse, coinciden en un mismo y “unigénito” instante o com ún “lugar sentim ental”, que es, además, su “form a yo ” (1914b, 261). Sin dejar de ser lo que son, se transparentan una en otra. Fusión de tiempos, no de espacios -ya son irreales-, en un espaciotiem po singular e insustituible. En esta form a yoica las cosas “nos son ’ y, en tal sernos, nace su nom bre verdadero, el poético: “aquel con que llamamos las cosas en nuestra intim idad, hablando con nosotros mismos, en secreta endofasia o hablar interno (1946c, 386). Es un nom bre nuevo, original, pero que nom bra una intim idad “en gran parte” com ún a todos. Ortega resuelve el problem a de la introyección o Einfühlungpor vía poética al transm itirnos -sernos- el nom bre poético, que es también filosofía origi­ naria, un fondo de intim idad com ún en el que el hom bre logra entenderse a sí mismo (1946c, 387). Tal nom bre singular deviene, por tanto, com unita­ rio. De ahí que el poeta “plagie” al lector. Observemos, de pasada, el tono tem plado de 1914 respecto de la explosión identitativa y neutralizadora, como si de un estallido de neutro­ nes se tratara, de la “bom ba atómica m ental” en aquel texto por otra parte dramático, de 1946, en Idea del Teatro. La fusión antecede a la fisión lógica, el pathos al logos, o éste estalla dilatado por el fondo que lo anima. La fisión descubre entonces el ritm o fluyente de las cosas convocadas al núcleo ener­ gético de su tendencia cósmica: la cuna del nom bre. La palabra bien nacida “llama a la cosa que no está ahí, ante nosotros, y la cosa acude como un can, se nos hace más o menos presente, se dirige a nosotros, responde, se mani­ fiesta” (1947a, 292). Tras la explosión, el diam ante, la transparencia. El nom bre contiene entonces, a la vez, la sustancia y la acción, el nom bre sus­ tantivo y el nom bre verbo, según veíamos al estudiar la metáfora. La palabra com ún del decir “consabido” no es el verbo m ancom una­ do del ser si no desvela en éste la relación entitativa del individuo con el nos­

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otros en la circunstancia del m undo vivido. Aquel yo ignorante de su secreto al percibir el ciprés fundido con la llama se asombra de que haya en su hori­ zonte algo no-yo y ahí principia el exotismo de otra prelación aún más pro­ funda. Podemos repetir una palabra, saber que es com ún a otros, pero la vivencia creadora del ser nuevo, del existir singular, se da cuando creamos una palabra antes inexistente en razón también del ver prim igenio de una cosa o relación nueva. Es ésta, la creadora, una función diferente del len­ guaje y contraria además a la repetitiva de lo ya dicho y clónico. Ante lo nuevo entrevisto, buscamos un vocablo inédito, pero la búsqueda se realiza entre los nom bres ya dados “en aquel vulgar y cotidiano decir” -la lengua m antiene y subtiende, por tanto, la creación posible de palabras nuevas: es « v id a colectiva» (1946c, 388, n. 1)-, y lo hacemos procurando que su sig­ nificado m antenga alguna analogía “con la ”, para entender­ nos. Al proceder así, analógicam ente, trasponemos el sentido ya dado y entram os en la dimensión o “em pleo metafórico de la palabra, por tanto, poético”. Ortega concluye diciendo que la creación léxica y conceptual es “una operación de poesía” (1946c, 385). Y ello es además el fondo auténti­ co de la alétheia griega, antes anunciado como averiguación. Tal instante es poético: “el instante en que un nom bre nace, en que por prim era vez se llama a una cosa con un vocablo es un instante de excepcional pureza crea­ dora” (1946c, 384). El lenguaje así elevado a metáfora y, con ella, a estilo, radiografía el transcurso del conocim iento y promueve el decir implícito de todo dicho erotizando su expresividad interna, que no es otra, y en esto O rtega coinci­ de, desde Herder, con Lévinas, que el verbo incurso en todo sustantivo. Entramos así en una dinámica herm enéutica de interpretación y concep­ ción infinita, ensimismados en la honda aspiración de un arom a poético. Todo este proceso implica, además, un giro ontológico y epistemoló­ gico. La remisón yoica del objeto descubre en ese mismo instante una ten­ sión alterativa u otra cara interrelacional abierta a nuevos atributos. Así adquiere sentido el m undo de la vida. Pero hay un objeto que, en su reso­ nancia yoica, además de extraño, algo no perteneciente al centro de su horizonte, se muestra como de algún modo incurso en él. Extraña y, al mismo tiem po, su fenóm eno revela, como un objeto, aquella piel com ún y emotiva que fundam enta el m undo en cuanto pertenencia del yo y alguna otra cosa. Es lo extraño en el ámbito “cálido” del yo (1950a, 121), un no-yo con visos, sin embargo, también yoicos, como si su revelación procediera de un encuentro anterior ahora mismo clarificado. Viene de una convivencia precedente, de un Nosotros vivencial y locutivo al que pertenecen también,

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antes que el yo propio, el Tú y el Él (1950a, 125). La búsqueda de un sujeto a través de los atributos que lo preceden como vivencias surgentes se clarifi­ ca como yo al contacto con el tú o tús de la otredad así abierta. La locución manifiesta una prelación “alter tu” del yo o reverso fenomenológico del “alter ego” clásico. No hay, pues, anticipación proyectiva del receptor a ima­ gen del yo propio, sino encuentro profundo en el subsuelo de una radical soledad marcada por el guión negativamente transitivo del no-yo o espacio tensional del mundo en la esfera abismada del yo más soterrado. El mundo del Nosotros es “realidad segunda” en el orbe ontológico pero prima y ante­ cede como fondo epistemológico. Así interpretamos nosotros este otro giro locutivo de Ortega232. El guión tensional activa también la inquitud del decir al personalizar­ se en el eje yo-tú del habla como un nosotros continuamente alterado. Las palabras recogen en sus contornos los perfiles de este encuentro y delimi­ tan, con el uso, un campo pragmático que las cohesiona sin cerrarlas, por­ que “el sentido más importante se halla, por decirlo así, difuso en el con­ junto” (1953, 643). Captarlo será cometido de la reducción fenomenológi­ ca operada precisamente sobre el entorno del campo pragmático de los sig­ nos. Ahora bien, al captarlo se manifiesta, según veíamos, un trasmundo, el del decir, que justifica el giro de la nueva lingüística. Surge entonces una desconstrucción reductiva, una Kehre. El decir nos sitúa ante el abismo de la fuente o el punto naciente de las palabras. Recuperarlo o descubrirlo en statu nascendi ya es cometido, según veíamos al estudiar la metáfora, de la 232 La m ancom unidad de base también viene dada en Dilthey desde el contenido espi­ ritual que las manifestaciones de la vida muestran u objetivan en la relación subyacente entre lo expresado y su expresión. Dilthey subtiende en las manifestaciones vitales el concepto hegeliano de espíritu objetivo. Ya implican una conexión yo-tú de fondo a través de lo extra­ ño en ellas inmerso. Lo expresado desborda el círculo yoico de su relación expresiva en vir­ tud de que la vivencia ha brotado sumergida “en un m edio de cosas com unes” desde la infan­ cia y en el proceso formativo del lenguaje: “Pues todo aquello en lo que el espíritu se ha obje­ tivado contiene en sí algo com ún al yo y tú ” (W. Dilthey: Dos Escritos sobre Hermenéutica, op. cit., p. 167). El exceso por la parte de lo expresado de la relación interna a la conexión vivencial lanza a ésta más allá de sí misma hacia el proceso discursivo de otras vivencias que contienen, a su vez, nuevas manifestaciones \itales. Alcanzamos así, m ediante un raciocinio analógico, el universal hum ano o hum anidad de las relaciones existenciales implicadas e individualizadas. Com prender consiste en captar el halo universal y transcendente de lo hum ano. Pero el des­ arrollo así com prendido de la expresión se contiene a sí mismo en su realidad efectiva como historia propia. Se distingue, por tanto, de las abstracciones predicadas en las form alidades lógicas. El pensam iento discursivo contiene su propio discurso como historia viva de todos. Así da Dilthey el salto a lo otro del sujeto, en m ancom unidad de historia y conectándose con la fuerza creadora del pensam iento discursivo (Conf. Ibid., pp. 178-179, 180-181,186-187).

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poesía. Hay, pues, una convergencia poética del lenguaje. Su fundamento es el sentido primigenio que las palabras tuvieron un día “en una situación vital típica’ (1953, 637). En él y en ella resucita la vivencia que los motivó creando nombres nuevos, auténticos, que revelan y son instantes “de excep­ cional pureza creadora” (1946c, 384, 385). Vivenciando y circunstanciando de nuevo la palabra, se produce, además, algo específico de la “Kehre” poé­ tica: el decir actúa, es la ejecución misma de la palabra. Sitúa al habla en la fuente del ser y entonces ya es, concluye Ortega, “una especie de hacer”. La creación verbal va unida al sentimiento y a la intimidad cálida y refleja del orbe yoico de los seres, pues revela cómo y como nos sonm . Orte­ ga declara, para sorpresa de lingüistas, “que las cosas tienen, en efecto, un nombre auténtico” (1946c, 386, n. 2) y tal nombre es el propio de la poesía: “aquel con que llamamos las cosas en nuestra intimidad, hablando con nos­ otros mismos, en secreta endofasia o hablar interno”. Pero este monólogo dialoga, pues la autenticidad conlleva aún nuevos relieves ontopoéticos. El nombre creativo entraña autenticidad porque vincula la vida común de la palabra en el uso ordinario con la personal del sujeto hablante, cuya emo­ ción genuina y refleja -nos son- la vivifica.Y así, la metáfora es el auténtico nom­ bre de las cosas (1947a, 292). El concepto de significado adquiere ahí una razón vital y, la palabra, a su vez, una biografía. U n pe s p u n t e c r ít ic o

El acto de lectura promueve, por su parte, una endopatía, ya que el nombre poético capta también en el ser colectivo de la palabra aquella inti­ midad del “nosotros” común a los interlocutores. “Por eso le entendemos: porque él, por fin, da una lengua a nuestra intimidad y logramos entender­ nos a nosotros mismos... Todo lo que él nos dice lo habíamos « sen tid o » ya, solo que no sabíamos decírnoslo” (1946c, 387). La comprensión de lo percibido acaece sobre un fondo de reconocimiento o pertenencia a un mundo personalizado. El nombre auténtico trae a superficie algún atisbo de su resonancia, pero, al hacerlo, en el acto de traer, que es nombrar, se 'm Ortega recoge aquí, de hecho, la diferencia ya establecida en 1914 entre la narra­ ción, que “hace de todo un fantasma de sí mismo”, la ciencia, que esquematiza y ensombrece, y el arte o el objeto estético, cuya función consiste en presentarnos las cosas “como ejecután­ dose”, es decir, en el proceso de su intimidad (1914b, 256). Yen tanto íntimas, nos presentan cuanto tienen de nosotros mismos, su sernos. Respecto de la ciencia creadora, ya nos es cono­ cida su aproximación a la metáfora a partir de 1924 y 1934-1936: “la ciencia está mucho más cerca de la poesía que de la realidad (1934a, 391). Llega incluso a considerarla sub sfieáe póte­ seos (Ibid., 403).

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abre más m undo, una plusvalía existencial, dijimos antes, al exponer el fondo em ergente de la forma. Si pensar es decir, al decir leemos además lo dicho. Escogemos reu­ niendo en torno lo consonante con nuestra naturaleza y lo desentrañam os de las sombras que nos habitan en las síntesis procesivas de la conform a­ ción hum ana. El acto de reunir y desentrañar pertenece al interior del nom bre. Por eso la lectura funciona también como otro u otredad abierta en el plasma cósmico del sentimiento. Es otro yo “alter tu” en la esfera com ún del nosotros. U na función lingüísticam ente herm enéutica del giro poético del lenguaje. En su proceso va incursa tanto la ilocución como la perlocución del decir. Ambas dimensiones derivan del contacto o contagio que la poesía induce en quien la lee. Taxia poética por cuanto el Logos pro­ cede en consonancia de naturaleza y obrando: eligiendo entre lo reunido en torno. La boca separa y selecciona como la m ano y siendo otro escorzo más del cuerpo al moverse obrando. Recordemos lo dicho páginas arriba respecto de las Mudarten de Heidegger. El habla difiere así de la separación que el libro « p e trific a d o » -distancia tética de la teoría (1946d, 762; 766, n. 2 )- im pone inm oralm ente al lector sin una “m ínima carne” dicente (Ibid., 765, 764). Hablábamos antes de un ser como de la cosa para nosotros y de un cómo interrogativo, superpuesto. La pregunta, origen del conocim iento, acaece sobre una donación modal previa. Las cosas nos son en un reconoci­ m iento prepredicativo como el nosotros que nos circunda. En su representa­ ción posible -ya fueron presentadas- hay una capa subyacente del m odo o como natural de advenim iento a uno y de conform ación suya dentro de nosotros. Sucede ello, evidentem ente, en un punto del espacio y en un latido del tiem po, ambos circunstanciados. Esta im pregnación irradia el m odo originario y lo distiende como nom bre o acto nom inal del cuerpo así afectado, ya convertido en palabra. Así acontece el m odo de ser las cosas en nosotros, su cómo, al que res­ ponden nom inando en la conciencia y con prelación dicente de pregunta implícita. Esta relación suya modal es entitativa y el nom bre prim ero la anuncia y luego la m enciona. La m ención implica una presencia ya ausente incluso cuando la cosa se da inmediata a los sentidos. Designa una relación modalizada en la que va envuelta la posible representación de las cosas. La ausencia es fondo en suspensión. Aún no se ha convertido en olvido o, si lo fuera, aún guarda un rescoldo del encuentro originario. Al mentar, no evo­ camos o llamamos sólo a presencia un objeto determ inado, sino el objeto rodeado del m odo suyo de presentársenos, sobre el que acontece como tal

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representación. Solemos invertir el proceso dando prioridad al contorno o superficie del objeto. Y esto es, a nuestro entender, el trasfondo de la idea en cuanto cara vir­ tual de todo cuanto percibimos, su tercera dimensión, escorzo o profundi­ dad . Hay una distancia interna, un volumen, un ámbito, sea sonido fonologizado, letra o icono, contenido mental, significado, texto, obra, acto de escritura o lectura. Las impresiones emergen estructurándose en modos de donación de sentido. Cuando se dan como objetos, su presencia rem ite a esa dimensión traslapada o “segunda vida virtual”, el escorzo, donde “se dila­ ta en un sentido profundo”, según veíamos páginas atrás (1914a, 337). Los perfiles de la palabra son también escorzos. El significante se dilata y evoca, con el contenido, el ámbito de su constitución. Hay en él, veí­ amos, una distancia refleja cuya sonoridad se virtualiza asimismo idealm en­ te, con “distensión virtual”, y donde abre su bosque profundo el nido arti­ culado de la idea. Idea que subsume la virtus sonora al presentarse como relación de fondo o escorzo de la cosa. En tal relación vibra y se dilata el m undo. Las palabras, los signos, se objetivan virtualm ente y entran en nue­ vas relaciones m utuas con las cosas y entre ellas mismas, configurando nue­ vos escorzos. Ortega resumió en frase brillante este proceso ontológico: “cada cosa al nacer trae su intransferible ideal” (1916, 37). Ya sabemos en qué consiste este ideal. Lo aplica también al acto de lectura y a la obra o texto, que nos sirve, creemos, de caso hom ólogo del proceso crítico del conocimiento: Al leer un libro, sobre el cuerpo que forma lo leído, va golpeando como un íntimo martilleo de agrado o desagrado: « Esto va bien, decimos; es como debía ser». 3 Hemos de recordar aquí la m irada - “Rücksicht”- hacia atrás y expectante que determ ina entidad en los sonidos y confiere perfiles, límites conceptuales, a las cosas en la sucesión tanto expresiva cuanto cognoscente de la palabra conceptual o Begriffwort de Hus­ serl (Aufsátze und Rezensionen (1890-1910), op. cit., p. 286). Tengamos presente asimismo la adjunción concom itante de lo dado en la constitución del objeto, que lo sobrepasa más allá de sí mismo hacia otros orbes o esferas (Ibid,, p. 293), aspectos ya considerados anteriorm en­ te en la exposición crítica de Husserl y Ortega. Podemos decir que los campos pragmáticos y conceptuales de la lingüística y filosofía responden a estos presupuestos gnoseológicos y fun­ dam entan una consideración verdaderam ente cognitiva del lenguaje y del pensamiento. 254 Mon tero Moliner, F.: “El análisis del lenguaje y la reducción”, op. cit., p. 16. 255 j-[ay un precedente, al menos, de esta congruidad en las redes léxicas correlaciona-

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Ortega coincide en parte con Lévinas, pero la huella o traza de éste -trace- remonta mucho más allá del pasado o duración de la profundidad temporal que Ortega asigna, como historia, a la huella del conocimiento . Frente al signo, los límites fronterizos permanecen como retracciones de un espacio y tiempo antepredicativos, innominados e inmemoriales. Se abre así un espacio crítico e interpretativo muy diferente del pragmático o, a la inversa, la pragmática adquiere un sentido subsidiario, pues nunca alcanza la pretensión de llenar los huecos de la distancia y el fondo del horizonte, totalizando al máximo, según se propone, la presunción de una “relevancia óptima” de lo enunciado, tal como la entienden Sperber y Wilson236. El significado pragmático queda reducido a un horizonte eco­ nómico de intereses tales como el beneficio de variadas consecuencias sígnicas y el coste de un mínimo esfuerzo textual para obtenerlas. Su vuelo no remonta en altura la cresta del monte que lo eleva, por alto que éste apunte. T ra sfo n d o d e l

nosotros

Así pues, el mundo resulta más bien un “trasmundo” y es el funda­ mento de la acción locutiva. La parte que de él entra en el lenguaje ya está contextualizada desde el principio y no puede entenderse como algo forá­ neo. El lenguaje mismo le pertenece, si bien es un límite formal suyo dota-

das con los campos conceptuales y la ordenación de cosas y estados de cosas en clases objeti­ vas según se agrupan o reflejan unas en otras. Nos referimos al onomástico o nomenclátor de F. Martín Sarmiento, sucesor en esto de Julio Pollux (200 p.C). Son ordenam ientos alfabéticos de palabras según las clases de las cosas que significan, lo cual no supone que haya una corre­ lación estricta, sino que, cuando existen nom bres respectivos, éstos se agrupan en función denominativa de aquéllas. (Conf. F. Martín Sarmiento: Elementos Etimológicos según el Método de Euclides, op. cit., pp. 383-384; Onomástico Etimológico de la Lengna Gallega. Fundación Pedro Barrié de la Maza, A Coruña, 1998, pp. 30-31). Sarm iento da prelación al m undo objetivo sobre las palabras, porque la comunicación es más amplia que el lenguaje: “pudiéram os pasar sin loqñela form ada, pero no sin cosas” (OnomásticoEtimológico..., p. 27). Ya considera los tres vértices del triángulo semiótico: la voz o significante, el significado y la cosa. El onomástico remite las palabras “al sitio en donde se explican” (Ibid., p. 31), es decir, al contexto o entor­ no de la clase objetiva de cosas y a la raíz o campo léxico. Obtenem os así su referencia deriva­ tiva y cósica, de tal m odo que, en m uchos casos, y a pesar del olvido y de las crasis históricas de sonidos y transmutaciones léxicas, alcanzamos aún “la señal de su origen” (Elementos Etimológi­ cos..., p. 388). Como además busca un contexto para la palabra, ésta adquiere vida propia en él. Es lo que hacen m uchos diccionarios modernos: situar la palabra en una frase o sintagma, pero Sarm iento critica a los diccionarios sólo alfabéticos, que sirven, dice, “para refrescar la m emoria de lo que ya se ha estudiado” y le parecen “escobas desatadas” (OnomásticoEtimológi­ co..., p. 31).

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do, en cambio, de un horizonte siempre posible. Hablar se convierte en retrotraer y apropiarse una pantalla o marco del m undo que funda y cir­ cunda con actos nuevos la escena interlocutiva. Com unicar significa haber­ se encontrado previam ente en un área o piel com ún. En tal encuentro va incurso el otro yo, de tal m odo que el m undo aparece siempre como algo hecho en com ún, pero el yo locucional concibe al tú com o un no-yo o extraño a la esfera “cálida” de mi yo, como dice O rtega (1950a: 175-176). Es cálida porque aún dura el rescoldo de aquel afecto orgánico que Schleierm acher sitúa en la base de la acción predicativa y la taxia existencial tam­ bién subyacente en el fondo del juicio, según Husserl y Lipps. De ahí surge el Nosotros locutivo como prim era form a verbal de convivencia, en la que nacen, antes que el yo propiam ente consciente, el Tú y el El (1950a: 181, 194). La realidad del otro recorta la esfera presencial del yo profundo, que, en contacto con los tús del otro, va reconociendo los perfiles propios de su yo hablante. Y esto sucede sobre la prelación de lo sentido. Ortega opone a la soledad radical del yo dado en el silencio del m undo un yo “alter tu” que adviene al contacto y en convivencia o “realidad segunda” con los tús de los otros (1950a: 196). H abría como un m olde suyo previo a la presencia efecti­ va del tú ajeno. H um boldt ya afirm aba que “en el yo está dado también autom áticam ente el tú”. Su cuenco es, no obstante, la huella polar de la relación interna Yo-Tú, intersubjetiva, que constituye tanto a la palabra como a las vivencias, según Dilthey y Buber. O rtega invierte así el m étodo funcional basado en el “alter ego” del otro, que aún prim a hoy en los presu­ puestos m etodológicos de la psicología y de la interacción verbal, como sucede en Dik2n7. La intersección locutiva de emisor y receptor es posible gracias al con­ ju nto com plem entario del m undo, concepto y realidad implícita en toda palabra. Es también la propuesta de Husserl en La Crisis, según veíamos al estudiar la elucidación y la form a form ante de la conciencia partiendo asi­ mismo de la prelación nosotros. Ortega recoge el eco de la reactivación ori­ ginaria del lenguaje. Por eso insistimos en que la pragmática sólo actualiza su trasm undo. Funciona como intuición directa que activa el halo genérico que la rodea. Es, en tal sentido, una lingüística aplicada. Form a parte de la acción social que la subtiende. Lo básico es aquí la convivencia de uno con otro en la realidad segunda nosotros, pues la prim era, radical, la marca el yo 2’>6 Sperber, D.-Wilson, D.: Relevance. Communication and Cognition. Basil Blackwell, Oxford, 1986, p. 158. 2:*7 Dik, S. C.: The Theory ofFuncional Grammar, op. cit., p. 10.

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en soledad extrema frente a un no-yo considerado como otro, algo extraño y oscuro en la intim idad percipiente, en cuya esfera aparecen el tú y el yo interlocutivos como “alter tu ”. Estaban traslapados en un « n o s o tro s » oculto por la vigencia imperativa del yo y sus reclamos. Así gradúa O rtega los niveles de aproximación alterativa en la acción social. Al explicar el proceso introyectivo del conocim iento m utuo avanza el m odelo de la “información pragm ática”, el “m utuo conocim iento” y la “escala de explicitación” de Dik258, fundam entos de la gramática funcional de este autor basados aún, a su vez, en una teoría del otro concebido como “alter ego”. El emisor anticipa una imagen del receptor al modo de su campo u horizonte pragmático. El receptor hace, por su parte, lo mismo, de tal m anera que la acción interlocutiva introduce en un pretendido hori­ zonte com ún de información previa un cam po propio de información en principio sólo disponible para cada uno de ellos por separado. Es el inte­ rregno de la suposición husserliana, pero teñido en su fondo con la tinta oscura de la desconfianza inmersa en la lejanía de los interlocutores. Hablar presupone un viaje mediático de referencias previas antes de afron­ tar el cara a cara de la conversación. Esta alternancia de aporte individual informativo, la aún “non-shared inform ation”, en un ámbito com ún prece­ dente - “the com mon or shared inform ation”- y subsiguiente - “the background of the shared inform ation”-, constituye el punto de interacción ver­ bal. Dik no analiza el efecto de confianza alterativa que esto supone más allá incluso de un nuevo y previo contrato social -el “Given-New contract” de la psicolingüística-, también pragmático, ni las implicaciones fenomenológicas en él presupuestas. El engaño, la duda, desconfianza y m entira proceden de la desvincu­ lación del sujeto del fondo constitutivo de la hum anidad surgida en la conexión vital Yo-Tú. Hay un m om ento, dice Dilthey, que contiene la deter­ m inación individual del todo259. Yese instante es el constitutivo de la indivi­ duación. El universal hum ano conecta singularm ente con el individuo al conocerse éste a sí mismo o ser conocido por otro. Tal es el fondo del nos­ otros que O rtega concibe como realidad segunda desde una consideración lingüística y ontológica. E mpatía lin g ü ístic a

El fundam ento de esta teoría es la Einfühlung o introyección del otro

258 Ibid., pp. 9-11. 259 Dilthey, W.: Dos Escritos sobre Hermenéutica, op. cit., p. 178-179.

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en el yo en razón de una corporeidad analógicam ente anim ada como la mía, la cual presupone, por inducción, un m undo básico, animal, com ún260. La introyección implica siempre, como el propio Husserl afirma, una interpretación: Die FRliMDU'JBUCHE W a h r x k h m u n g ist vielmehr, so werden wirsagen müssen, ihrem eigenen Wesen nach WAHRXEHMVXG DURCH URSPRÜXGIJCHE I\TtJtPRETATIO

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Cabe decir, pues, que el campo de la pragmática pertenece a la her­ menéutica. Así piensa también Ortega, quien parte de una hipótesis “cero de inti­ m idad” entre sujetos de una acción cuya base com ún, la corporeidad, les perm ite dirigirse el uno al otro proyectando m utuam ente conjeturas sobre las respectivas reacciones. Tales supuestos tienen por fondo el saber habi­ tual o “idea práctica” que todo hom bre posee (Ortega, 1950a: 182). La pala­ bra es “acción viviente” (Ibid.: 242) y, como tal, le pertenece un horizonte propio o, según dice Bühler, autor seguido de cerca en esto por el filósofo español, un cam po o historia precedente de actos: un aprendizaje concreto sometido a síntesis pasivas y activas, en acepción aristotélica y husserliana262. El horizonte de la palabra implica en su campo de acción el eje interlocutivo y la situación que la subtienden. Así, por ejemplo, el escorzo del sonido nos sitúa en su reflejo estructural: todo son nos llega dirigido, nos trae, nos aporta y, por dedrlo así, descarga en nuestro oído la realidad emisora misma (Ortega, 1950a: 194).

Esta señalización del origen convierte a la palabra, además, en “un adverbio de lugar”, conclusión orteguiana derivada de Bühler a través de H erder y de gran im portancia para la lingüística que el filósofo español anuncia como nueva. De ahí que la significación nunca sea un campo clau­ surado, sino abierto, un fieri antes que factum, pues rem ite de continuo a la situación que la engendra. La palabra contiene locus. Es lugar. Tal remisión pertenece ya al decir como acto conjunto en el que habla y lengua se iden­ tifican con el gesto (Ortega, 1950a: 257) y el ámbito articulatorio de la pala­ *¿6° u[)ekernos decir que la percepción del cueipo ajeno es más bien, según su propia esen­ cia, percepríón mediante interpretadón originaria” (E. Husserl: CM, 94, 102ss). 261 Ibid.: Erste Philosophie (1923/24). Zweiter TeiL B. VIII. Martinus Nijhoff, Haag, 1959, p. 63. 262 Bühler, K.: Sprachtheorie., op. dt., pp. 56, 57.

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bra. Sirve ésta, entonces, de guía e índice para adentrarse en el horizonte que la engloba y ella perfila. De aquí quieren inducir la pragmática y el funcionalismo, amparados en el uso, un m étodo propio ajeno a la lingüística, siendo así que aquél des­ alma a las palabras de su origen dicente y situacional (Ortega, 1950a: 260262). El uso las vacía de sentido y las convierte en hábitos o vigencias, giro ya denunciado por Nietzsche. Al m argen de una situación y entorno vivo, es decir, sin un carácter de apropiadas y convertidas en vivencia, son esquele­ tos o matrices (Ortega, 1950a: 246). El filósofo reproduce aquí una obser­ vación de H um boldt citada por él mismo: 249).

En toda lengua tiene que venir el contexto del habla en auxilio de la gramática (Ortega, 1950a:

El significado resulta, pues, de la introyección vivencial del entorno en la matriz de la palabra como uso. El contorno que la rodea va incurso, a su vez, en un contexto (Ortega, 1946d: 764). No es en el habla repetitiva, sino en el decir que la traslapa, en el diálogo original, donde aparecen las « fu e r z a s » operativas, internas, “las potencias genitrices del lenguaje” (Ortega, 1950a: 251). Son los sueños larvados de la energía dicente de las palabras. Tal vez asume aquí Ortega, además del concepto hum boldtiano de energeia, la tercera categoría básica de Dilthey en el curso de la vida, la fuerza actuante entre el hacer y padecer, la acción y reacción, hom ologa, a su vez, de la fuerza interpretante de Peirce. La naturaleza entra así en la realidad efectiva del concepto y de la palabra como energía suya propia, no hipotética, sólo experim entable según los resultados y efectos de las sustan­ cias activas, como sucede también en el concepto de las ciencias experi­ m e n ta le s263. Son el mismo transcurso, el mismo proceso transcendental de la objetividad predicativa, la autotranscendencia, por ejemplo, de Hus­ serl y Lipps, fondo ontológico de todas las ciencias. Le cum ple aquí, sin embargo, este honor prelativo a la relación dicente del lenguaje. En cuanto tal, la em patia resulta algo más profundo que la simple piel perceptiva del otro. Percibimos a los demás porque ya estamos trabados con ellos en un ámbito de pertinencia existencialm ente comunicativa: un fondo afectada­ m ente com ún. Un m odelo a la vez productivo e interpretativo, como el de Wittgens­ tein o el de Dik264, quien parte del “usuario natural del lenguaje (NLU)”, es 263 oiJthey, W.: Dos escritos sobre Hermenéutica, op. cit., pp. 148-149. 264 Dik, S. C.: The Theory of Funcional Grammar, op. cit., p. 13.

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decir, de sus hábitos y vigencias convencionales, tiene que resucitar éstas, ya de por sí fosilizadas, dándoles nueva vida. De otro modo, sólo obtiene esquemas reductivos de unidades aisladas y acciones tópicas. El contorno que delimita el contexto nunca es ajeno a la palabra, sino parte esencial suya (Ortega, 1946d: 764). Funciona también como contexto y constela­ ción en el engarce con otras palabras, pero ya asiste al receptor como con­ torno aproximativo. El contexto es campo virtual del lenguaje dotado ya de una fuerza productiva y m etoním ica de la naturaleza. Desvincularlo de ella supone desrealizarlo y travestirlo con aportes analíticos desfondados. Impli­ ca deshumanizarlo, es decir, desengancharlo de su responsabilidad prim e­ ra e ineludible: decir el fondo hum ano del encuentro en el m undo. De ahí arranca también su fuerza moral y, por tanto, la perspectiva inmoral, mercantilista, del análisis infundado. Al considerar los campos pragmáticos, cuya articulación define la vida de cada individuo en cuanto actos y asuntos del existir cotidiano, Ortega dice que a cada uno de ellos corresponde un campo lingüístico, una galaxia o vía láctea de palabras, las cuales dicen algo sobre todo gran asunto humano. Dentro de esa galaxia están íntimamente ligadas, y sus significaciones son influi­ das unas por otras, de suerte que el sentido más importante se halla, por decirlo así, difuso en el conjunto (1953: 643).

Sin esa galaxia verbal, en la que se anuncia el halo significativo des­ pués estructurado por las unidades semánticas de Greimas, los pragmata quedan sin sentido. La palabra es también un asunto y destino para el hom ­ bre, un faciendum, pues la auténtica, la que induce novedad, surge en el choque del decir; siem pre personalizado, con el habla o expresión com ún del uso. Si le pertenece un contorno y éste define, a su vez, un campo prag­ mático, toda pragmática ha de entenderse, por tanto, desde una acción lin­ güística. El horizonte fenom enológico de una galaxia verbal nunca consi­ dera la función representativa del signo lingüístico como campo cerrado y unívoco. Bühler ya advirtió la im portancia de los dos medios contextúales más generales, la orientación material o esencial apertura del pensam iento ver­ bal y la connotatio265. El carácter símbolo del signo deja abierta su referencia, determ inación y expansión, sintáctica o semántica, a objetos, situaciones y campos de otros signos. A sus funciones habrá que añadir otra más proce­ dente de la rotación galáctica: la virtualidad ya anunciada por Ortega. Esta orientación abierta en la m aterialidad misma del signo es el fundam ento de 265 Bühler, K.: Sprachtheorie, op. cit., pp. 172-173.

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toda pragmática. Teóricos del lenguaje como H um boldt -relación de la “m entalité” con los usos o “G ebráuche”- y Bühler han tenido siem pre en cuenta la praxis al explicar el campo simbólico del signo y su entorno rele­ vante. Gracias a ella resultan significativas las implicaciones emprácticas y simprácticas, contextúales, de la situación y la palabra, así como las cone­ xiones virtuales, a veces táxicas, del lenguaje en general266. De aquí deriva la circunstancia de Ortega. El nivel pragmático, adherido al uso gestual y contextual del habla, queda subsumido en el fenomenológico, cuya epojé, de orden m etoním ico y metafórico, contextualizada o de adscripción a distancia, respectivamente, la segunda en cuanto unitas multiplex sensible267, acota el entorno -Umfelden aras del trasm undo y potencia genitriz del lenguaje. Nace entonces el estilo en cuanto expresión vital de existencia propia, individualizada - “viviente decir”-, y con él la poética. La pragmática configura sólo el prim er grado de la reducción fenom enológica a su vez trascendido en una lingüís­ tica de nuevo cuño que, como indicó P. Cerezo Galán, concluye en un nivel estilístico, y éste, además, en un giro poético. Es aquí, en la convergencia poética del signo, donde se produce la desconstrucción reductiva: una Kehre o retorno a la fuente del ser en relación dicente. Entonces, el decir sitúa circunstancialm ente al habla y es ya “una especie del hacer” (Ortega, 1946c: 349), una razón productiva. Hemos visto al hablar de la coalescencia erótica del estilo que la palabra activa su dirección hacia el entorno y que éste tiene también, por tanto, “una potencialidad enunciativa”, un “poder cuasiverbal”. El entorno y el contexto son asimismo dicentes. E l g ir o h e r m e n é u t ic o

Antes de enfocar la convergencia poética aludida conviene detenerse en la aplicación herm enéutica que O rtega y Gasset hace del lenguaje en com paración con otros campos semánticos afines, la escritura, la acción hum ana, los hechos, y las bellas artes, la música, la poesía y la pintura, entre otras. Todas estas actividades com unican a otros algo de nuestra intimidad. La intención volitiva, el querer decir... algo, resulta fundam ental. Un querer, no obstante, que obedece a la llamada de una vocación en principio anónim a e induce en el sujeto una mise en valeurespecífica. Revuelve el fondo del ser y nos convoca con voz dim inuta - “vocecita insonora”-, “nos llama en todo instante a ser de un cierto m odo” (1947b, 566). Nos saca de la indiferencia 266 Ibid., pp. 154, 158-159. 267 Ibid., p. 165.

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del anonim ato. Es la llamada del ser en el ente a ser mejor, una exigencia suya interna, un plus existencial o valor ineludible que intensifica además la entidad de la persona y sus actos. Y en cuanto tales, éstos son ya obra hum a­ na, algo realizado con voluntad de comunicarse, lo cual implica haber crea­ do unos signos con tal fin y una, añadimos nosotros, plusvalía existencial. El valor de esa llamada descubre en uno mismo “el imperativo de la nobleza del alm a”, que antecede en el fondo del ser “como una infinita obligación y exigencia de sí mismo ante sí mismo” a la posición tética, subjetiva, de “suje­ to de derechos”, es decir, la gramática ya existencial, ya civil, del individuo (1947b, 566). Esta creación es para O rtega y Gasset una “actividad semánti­ ca” que empieza por un decir o diálogo sentido y entendido, por tanto, como llamada nueva de algo desconocido que acontece, no obstante, en el trans­ curso cotidiano de la vida. Y aquí entram os ya en el nivel superior de la comunicación y en el espacio semiológico. O rtega afronta la subsunción del lenguaje en el decir semántico que aúna a otras actividades intersubjetivas al estudiar la pintura como fenóm e­ no expresivo y comunicativo. El decir es válido aquí sólo en la etapa inicial de diálogo entre el pintor y los contem pladores. Ahí term ina su rango com ún y hom ólogo, porque, en tanto habla, el decires el “instrum ento más perfecto que para com unicarse tienen los hom bres” (Ortega, 1946b, 490). Además de comunicar, patentiza, declara “de m odo que no sea cuestionable qué es eso que querem os com unicar”, o, dicho de otra m anera, aspira a una claridad comunicativa que no precisa de interpretación. Parece, pues, que excluye la herm enéutica, al menos en principio. Nuestro filósofo no resalta que la com unicación logre su propósito o no. “Lo im portante, com enta, es que la palabra procede anim ada por ese generoso propósito o ideal de entregar, sin más, su sentido” (1946b, 490). Hay, pues, una confianza, una fe inicial en el hablante, que le viene precisam ente del subsuelo com ún del habla: el horizonte interlocutivo. Ortega aduce como razón el concepto que todo signo o decir implica: “y el concepto es lo claro por excelencia, es dentro de lo hum ano la máxima ilu­ m inación”, m ientras que todo lo demás no incluido en el f a r d e l habla “es, en una u otra medida, enigma, intríngulis y acertijo” (1946b, 491). He aquí un concepto muy diferente al que hasta ahora conocíamos. Sorprendería esta claridad cartesiana si no supiéramos ya que tal con­ cepto se ha alum brado en un espacio de resonancia \irtual y que contiene en su interior un reflejo o relación ontológica que realm ente se basa en una coexistencia o fundam ento óntico de las cosas. Estos adjetivos, ontológico, óntico, no los usa aquí el filósofo, pero su teoría del reflejo y del escorzo los

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encubren como nuevas denominaciones suyas. Nombres nuevos que, por serlos, ya significan matices antes ocultos. Heidegger los emplea en esos mismos años sin sonrojo alguno268. Lo importante aquí son dos cosas. Primera, que el lenguaje lleva con­ sigo una “aspiración” o impulso confiado de que será entendido sin necesi­ dad de que lo interpreten, con lo que Ortega se antepone entonces a la Auslegungo interpretación diltheiana, de la que parte en más de un aspec­ to. El acto de nombrar y dar sentido a las cosas las patentiza sin cuestionar­ las. Las hace presentes. Las pone delante. Y en esto consiste verdaderamen­ te su fuerza ilocutiva. Surge de una confianza radical: el hecho de comuni­ carse, de hacerse común con otro. Declaramos, hacemos clara nuestra intención comunicativa. Pero hay más y he aquí la segunda cosa. Ortega se refiere también en la comunicación al qué comunicado, al hecho de que no pueda ser cuestionado como tal antes de juzgarlo verdadero o falso. Se supone, pues, que actúa una inteligencia o claridad básica en todo lo comu­ nicado, resulte éste o no verdaderamente entendido. Importan el don, la entrega, el propósito y el entendimiento de algo común: un qué colectivo. Los interlocutores han entendido algo incuestionable en el qué de la comu­ nicación, aunque no comprendan muy bien su alcance o estén en des­ acuerdo con sus implicaciones. Además del modo, existe un punto unáni­ me de entendimiento en el común nosotros de una fe ilocutiva que va más allá de las suposiones probables de Dilthey e incluso de la convicción - “Uberzeugung”- motivadora y prerracional - “ein nichteinsichtiges Motiv”del signo en cuanto “sospecha del ser del otro”, según anota Ortega al tra­ ducir un párrafo de Husserl (2002, 21) 269.

268 ¿Será ésta la razón del encubrim iento, a pesar del com ún reflejo del escorzo en 269 Se refiere al párrafo segundo, “La esencia de la señal”, del prim er capítulo de la

Husserl?

Investigación Primera de las Investigaciones Lógicas (LUI, 32). Ortega traduce la palabra Verm utungpor sospecha, dando así un valor más irreal a la suposición básica del “quid com ún” de las cosas como signo indicativo de una hacia otra en esta descripción husserliana: “Y encontram os que ese quid com ún es la circunstancia de que” (hasta aquí la traducción en IL, I, 317, y luego la consignada por O rtega): “cualquier objeto o Sachverhalt de cuya consistencia -B estand-, tiene alguien conocim iento actual indican a este la consistencia de ciertos otros objetos o sachverhalle en el sentido de que la convicción del ser del uno le parece un motivo para la convicción o sospecha [ Vermutung] del ser del o tro” (2002, 21). Tengamos en cuenta, además, que Husserl está partiendo de la “función viviente” del “concepto de signo indicati­ vo” que las cosas y situaciones objetivas, las manifestaciones vitales de Dilthey, por ejemplo, tienen para nosotros en cuanto unidades esenciales o vivencias propias. Son relaciones ante­ predicativas, vivenciales, no basadas en intelección lógica.

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Es lo o puesto al “enigm a, intríngulis y acertijo ” de las bellas artes. Lo p ro p u esto aquí rem ite, com o un jeroglífico, a u na in terp retació n de senti­ do latente. Así p ro cede la p intu ra, p ero no sin más, sino, añad e O rtega, y esto es lo so rp ren d en te, allí “d o n d e el lenguaje concluye”, y ella, la p intu ra, com ienza a com u nicar contrayéndose, “com o un resorte, sobre su m udez p ara p o d er dispararse en la sugestión de inefabilidades”270. Existe, p o r tanto, algo inefable que trasciende el decir del habla y sólo se p u ed e decir desde el m utism o y silencio de la p intu ra. El habla tiene un lím ite. P rocede com o lo claro fren te a lo oculto o latente. El habla del uso coloquial, rep eti­ tiva, el m u n d o de la g en eralid ad com unicada: el a n d ar en el g én ero despo­ ja d o del instante nativo q ue ya conocem os. Los valores singulares, el tacto individualizado de aquel qué com ún, no ajeno tam poco al habla, p ero sí con frecuencia p reterid o o enajenad o, p erm an ecen ocultos, latentes, com o u na p oten cia aún inédita, y no dicha - n o u sad a- de la palabra. H e aquí el nivel poético del lenguaje, o m ás aún, el reino de la poesía que se da en él trascen d ién d olo , com o verem os. Pero antes de ad e n tra rn o s en este reino veam os, u na vez más, qué acontece en el decir ap a ren te m e n te lim itado. N o olvidem os que partíam os de un concepto suyo hom ólogo a todo acto de com unicación, p ero que, in tro d ucido -¿te rm in a en algún m o m en to ?- com o diálogo, diferencia sus “caracteres especiales” en tanto habla y se distingue de la com unicación pic­ tórica. La com unicación parece, pues, el m arco general de todo decir, pues dos leyes activas de éste, de deficiencia y exuberancia, ya expuestas al tratar el con cep to de nueva lingüística, son en realidad leyes generales de la com u ni­ cación considerada, a su vez, com o actividad sem ántica, y resulta difícil co m p ren d erla sin un decir suyo im plícito. La sem ántica se convierte e n to n ­ ces en trasunto de la h erm en éu tica y, a nuestro enten der, de u na sem iolo­ gía o sem iótica, com o se d ed u ce del m étodo dialéctico de la cosa o “del hilo al tirar del cual sacam os el ovillo” (O rtega, 1946b, 504), que el p ro p io au to r considera m éto do de la « h is to ria » (Ibid., 494). R etornam os, pues, a la sem asiología o noología sem ántica de 1915. Su h orizonte es la metasemia g eneral del lenguaje o cam bio co n tin u o de los vocablos, según veíam os en el capítulo p reced en te. Los problem as im plicados al p rincipio en el con cepto de decir y sus 2'° Hem os seccionado la frase de O rtega intencionadam ente. He aquí en conjunto: “Por eso la pintura com ienza su faena com unicativa d onde el lenguaje concluye y se contrae, com o un resorte, sobre su m udez para poder dispararse en la sugestión de inefabilidades” (1946b, 491).

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relaciones lógicas con la com unicación desaparecen al desarrollar el con­ cepto de nueva Filología o lingüística. En el estudio sobre Velázquez acota y deslinda los perfiles de la com unicación según el alcance expresivo de las formas. Por eso introduce otro concepto colateral de Husserl, la manifesta­ ción, y lo deja también impreciso respecto del decir y del algo dicho: “decir es siempre un querer decir tal cosa determinada ’ (1946b, 493), aquel qué suyo antes citado. Deficiencia y exuberancia le son propias, pero ésta, su esplen­ dor, “manifiesta siempre muchas más cosas de las que nos proponem os e incluso no pocas que querem os silenciar”. Y no porque “el decir diga más de lo que dice”, añade en nota, “sino que manifiesta más”. Los personajes de M aeterlinck ya se lo habían dem ostrado. ¿ Y qué es, en qué consiste esta manifestación? “Manifestar no es decir. El m undo sensible es, por excelen­ cia, lo manifestado y, sin embargo, no es « l o d ic h o » , antes bien es lo inefable” (Ortega, 1946b, 493, n.2). He aquí otra vez el límite de lo fable e inefable. La frontera en la que incide el decir dejando atrás cosas sin decir, pero desde cuyo lecho habla, dice. Por eso hay siempre una laguna o deficiencia en lo dicho. Y ahí entra precisam ente la función herm enéutica o semiótica, la búsqueda del signifi­ cado perdido en todo cuanto significa. Ahora entenderem os aquella para­ doja del ^ ¿ sa tu ra d o en cuanto comunicación, pero indiferente a su cum­ plim iento efectivo. Entra, una vez más, sin embargo, y a pesar de las diferen­ cias, de la mano de Dilthey. El plus dicente de la manifestación procede del estudio herm enéutico de los clásicos y a él alude Dilthey en El Surgimiento de la Hermenéutica, de 1900271, como resultado de la com prensión inteligente de una gran obra artística, en concreto literaria. Este convencimiento de entender la obra mejor de lo que la entendió su propio artífice, e incluso sus contem poráneos, es un efecto de la perspectiva histórica de la com prensión herm enéutica. Procede, según Gómez Ramos, de Fichte y Kant272. 271 Dilthey, W.: Dos escritos sobre Hermenéutica, op. cit., pp. 72-73. La influencia herme­ néutica de Dilthey resultó decisiva en la evolución de Ortega, si bien el rumbo de su propio pensamiento la trasciende al librarse del cerco autoconsciente de la objetividad, apoyado en ello por la herencia de Nietzsche, como advierte H. Gadamer [“Wilhelm Dilthey y Ortega y Gasset: un capítulo de la historia intelectual de Europa”. Revista de Occidente, n9s. 48-49 (1985), 81, 84]. 272 El primero se propuso entender a Rousseau “en plena coincidencia consigo mismo y con nosotros” y el segundo pretende comprender la Idea de Platón mejor de lo que él mismo la entendió. (A. Gómez Ramos: “Notas a la traducción” de W. Dilthey, op. cit., n. 53, p. 218). Las citas respectivas de Fichte y Kant son, tomadas del citado prologuista y traductor: Werke, VI, Zur Politik und Moral (Walter de Gruyter, Berlín, 1971, p. 337); Crítica de la Razón Pura (B 369).

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O rtega trastoca el trasfondo irracional del contenido lógico del len­ guaje en Dilthey y asume en la manifestación del decir la claridad que el filósofo alemán atribuye a “las formas superiores del com prender” en cuan­ to inmersión crítica y herm enéutica del intérprete, aquí del sujeto cognoscente, en la misma conexión creadora de la obra, que trasciende a los inter­ locutores, es decir al autor y su intérprete. A la manifestación artística per­ tenece también, por tanto, aquel entretiem po e interespacio de la indeter­ m inación determ inable de la palabra, su cam po virtual de decires potencia­ les, callados o tensionales. La pintura es significativa desde el punto táctil de su incisión en la tela. El movimiento genitriz del sentido ya actúa en el pigm ento de la m an­ cha como huella inmortal que subtiende la pincelada y condensa toda una actividad hum ana. La huella late, está ahí sin estar del todo. Tiene un apo­ sentam iento, un lugar. El pasado de las manchas, su “haber sido puestas”, muestra un presente continuo que “no queda abolido y como no siendo”. Es signo o señal perenne (1946b, 490). Bastará seguir su huella y resucitar el paso que la produjo. La pintura contem plada requiere entrar en el pro­ ceso semiogenético que la indujo y rehacer sus formas interpretándolas. Pero la pincelada ya anticipa una idea general del cuadro, por lo menos la decisión que lo indujo. Trae consigo un para qué y desde él, siguiendo su génesis, descubrimos por qué se pintó e inició la obra artística. He aquí, por tanto, la conexión diltheiana de los fines y la deducción analógica, de base siempre inductiva, e intuitiva, de la causa histórica y biográfica, que no es causa científica, sino principio estructural, diferencia muy notable en Dil­ they. La estructura de la función viviente sustituye al universal lógico e implica un juicio de existencia en el que las partes juzgadas son asumidas por un sentido profundo que es la base óntica y ontológica de su universali­ dad, aunque Dilthey no usa evidentem ente tales adjetivos273. La lógica de las formas proposicionales representa sólo un fragm ento del conjunto vivencial de la hum anidad. He aquí el alcance herm enéutico de Dilthey, cuyos ecos inducen en Ortega una aplicación lingüística de carácter semió­ tico o, como él mismo dice, una semasiología. Esta semiogénesis descubre algo im portante. La m orfología taxonó­ mica de las formas, su clasificación, nos deja al m argen del sentido íntim o de la obra. Sólo la com prenderem os entrando en su génesis, en la form a del logos o morfología. He aquí un avance, pues, de lo que el m étodo semiológico supone: adentrarse en la morfología de la obra, verla, sentirla 273 Dilthey, W.: Dos Escritos sobre Hermenéutica, op. cit., pp. 204- 205.

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desde dentro, en statu nascendi. Ortega recoge así la tradición herm enéuti­ ca hasta Schleierm acher y Dilthey, con observaciones ya activas de Husserl, Lipps y Heidegger, sobre todo el concepto, latente, de Ereignis. ¿Qué rasgo o m odo diferencial nos descubre tal método? El pintor echó m ano de una materia y la dotó de su propio movimiento añadiendo a sus cualidades una intención que la transform a en “señal, símbolo o sínto­ ma de un designio hum ano” (1946b, 490), las tres funciones del signo según Bühler. El movimiento de la mano, la aplicación del cuerpo, inducen una obra según una intención -hoy sabemos que esto puede ser incluso la carencia de una específica- y dentro de un estilo que actúa como preferen­ cia del pintor y, por tanto, con toda la carga de los convencionalismos histó­ ricos que com porta. La decisión estilística ya presupone, como dice Lévinas, una asunción de la realidad histórica y, por tanto, un pre\uicio, una pre­ ferencia vocacional, dice Ortega. El comienzo no es inocente. El escoram iento de O rtega hacia el estilo como género de encuadre procesivo de la obra parece restarle a ésta frescura y originalidad propia, resaltada, como sabemos, en el Ensayo de Estética a Manera de Prólogo. Destaca el regreso al estado naciente como recuperación de su \ivencia: “En suma, ver bien un cuadro es verlo haciéndose, en un perpetuo estarse haciendo, dotarlo de reviviscencia actualizándonos la biografía del autor. Sólo así lle­ gamos a la auténtica realidad del cuadro” (1946b, 497). Es su morfogénesis constitutiva. Supongamos que un amigo del pintor, o un curioso que pasaba por allí, sigue paso a paso el proceso del cuadro hasta su culm inación definitiva. ¿Habrá entendido por ello el cuadro? No necesariam ente. Ni siquiera lo entendería del todo si fuera pintando él, en paralelo, el mismo cuadro. Tampoco el pintor lo entiende siempre. La obra excede al autor como res­ puesta a una llamada nunca del todo cumplida. Al descubrir el encuadre de la pincelada en el conjunto que la integra sólo accedemos al inicio herm enéutico de un proceso más largo. Es acto o gesto de “una resolución tomada por el pintor”, de una postura locativa que, tenga o no sujeto fijo, un tema previsible, asocia y parte de un pre-tiempo de afinidades y conform aciones traducidas en la elección de un estilo propio (1947b, 564-565). El estilo prefigurado funciona como valor apiiori de la obra. Hay una prelación formal y constituyente. Antes citábamos la lla­ mada que convoca a la voluntad como obligación dicente, óntica, del ente en su despliegue existencial. Nos decía Ortega que descubrimos el porqué del cuadro o estilo de una época en su para qué. Cada instante del pincel responde a un motivo existencial dado en la voz táctil de la llamada. Y es

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ésta una form a intuida, el enam oram iento de una cualidad abstracta, de una form a que aún no tiene figura, un predicado, pues, sin sujeto fijo, ante­ rior a las categorías que luego lo hipostasian. O rtega cita como ejemplo la terribilitá que los contem poráneos de Miguel Angel citaban ante sus obras: ”así, en neutro y en genérico y en abstracto, la pura calidad « te r r ib le » , inconcretada y sin soporte de cosa o sustancia que fuera efectivamente « t e r r ib le » ”. Y añade: “En el alma del artista los adjetivos se dan antes que los sustantivos y, por casi milagro metafísico, los accidentes estéticos preexisten a las sustancias” (1947b, 565). Hay, pues, una “sensibilidad aprioride los valores” por la que éstos se anticipan en la conciencia a las cosas concre­ tas que los sostienen (1947b, 565). Para nosotros, esta prelación se funda­ menta en el cómo de la dación o m odo ontológico de ser y estar en el m undo. Un m odo dicente. El eco de Dilthey sigue notándose, con todo, en la prelación cualitativa del predicado inmerso en el curso de la vida y, por tanto, en la matriz em ergente del proceso creador y del pensar discursivo, como se deduce de la herm enéutica del filósofo alemán. He ahí la taxia sentida del fluido existencial que el sujeto cognoscen­ te, aquí en estado de artista, vive en contacto con el m undo y, salvatis salvandis, el cualisigno semiótico de Peirce o prim er nivel faneroscópico que la realidad induce en quien la experim enta y conoce. Esa form a cualitati­ va, abstracta, es presencia m ental anterior a la figura. Los tipos y categorías fónicas, morfológicas, sintácticas y semánticas serán dibujos suyos, perfiles o pinceladas más o m enos densas de la gram ática pictórica del conoci­ m iento vivenciado. Una m ente enam orada, un tacto intelectivo, un pretiempo amoroso que anticipa la realidad conform e a un m odo afectivo de percibirla y entenderla. El regreso herm enéutico al origen de la obra, desde la pincelada y su pigm ento al horizonte que la integra como todo suyo, es también llam ada fecunda del origen en el lector, escritor o con­ tem plador del texto o de la tela. Incitación al estado de nacim iento, el punto, fragm ento, dice ahora O rtega, en consonancia con Dilthey, donde com ienza lo sentido del m undo como pre-tiempo o anticipo figural de los rostros que lo conform an. Las formas, concretas o abstractas, reclaman el horizonte o todo integrador que las explica. Pero lo convocan desde un estado naciente. Ortega incide mucho en el regreso, como Dilthey. Ahora bien, este retorno o Rückkehr es encuentro con la fuente del tiem po, el punto cisorio cuyo vínculo anticipa su com prensión y entendim iento. Abre futuro. Así sucede con las etimologías, al menos con las que aún pueden descubrirnos su origen o un m om ento de su historia. Su sentido actual se clarifica siguiendo la estela de

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su pasado. Pretérito, no obstante, vivo y aún presente. Por eso dice O rtega que “no hay propiam ente un Zurück” (1934b, 29), dando a entender que se trata más bien, como en Heidegger, de una mirada retroproyectiva274. A partir de aquí, toda forma, nivel, esfera, etc., es límite y fragm ento de continuas presencias entrelazadas. Todas tienden a su horizonte de com­ prensión. Se abre así un proceso de semiosis o interpretación continua que afecta también al lenguaje como decir ya inadecuado entre la intención, siempre renovable, de aquel querer dicente y lo dicho. Entre uno y otro extremo, ya en el emisor, ya en el oyente, ya en ambos cara a cara, median cosas com unes que traslapan subdichos, presuposiciones, un tiem po y espa­ cio reales de enunciación. Se abisma el entretiem po y espacio que media entre lo oculto, manifestado y dicho. Entran aquí las “cosas que « p o r sabi­ das se c a lla n » ”, y hasta las no sabidas, pero incrustadas dentro de uno. Decir es un acto de manifestación que implica lo dicho y sus supues­ tos tácitos, sabidos o no. O rtega resalta lo callado por sabido, la intención, pero al elegir, desde la llamada original, un estilo propio dentro de uno ya dado -singularidad del individuo en las manifestaciones plurales de la vida-, y al explicar los supuestos actuantes en el decir, admite factores que escapan al subtexto aún intencionado y que el orden sucesivo de implica­ ciones descubre en parte (1946b, 494). Entra aquí el paréntesis de los signi­ ficantes indefinidos, atemáticos, que form an el lacaniano “sujet-supposésavoir”, citado por nosotros en otra parte. Asoma también el interpretante de Peirce. El fragm ento que define a toda form a nos descubre, como en Dilthey, un orden o sucesión de esferas interpretativas que se entrelazan hasta obtener el horizonte comprensivo que lo integra y, dentro de él, al autor como biografía o historia estampada. La herm enéutica sería, pues, pura “reviviscencia” del texto o cuadro -reproducirlo o revivirlo, “das Nachbilden oder N acherleben” de Dilthey275-, pero entendida, dijimos, desde la cuna del tiempo. De ahí surge el arte como belleza o proyección imaginada 2/4 En tal sentido, Ortega resume las tres pautas de la hermenéutica antigua, nueva -la de la Reforma- y estructuralista, pero les añade la plusvalía existencial auspiciada en el hori­ zonte dado e inducido de la circunstancia, contexto y entorno de las cosas. La hermenéutica antigua, resume Elmar Holenstein, proyecta el texto en su contexto originario; la nueva sos­ tiene, por su parte, que el texto ha de entenderse desde el horizonte subjetivo y peculiar del intérprete; la estructuralista busca, a su vez, las posibilidades objetivas del sistema verbal y su relación traductora con la dialéctica mutua de las cosas -sus campos pragmáticos-, donde resalta el interpretante de Peirce. (Conf. E. Holenstein: Román Jakobsons phánomenologischer Strukíuralismus, of). cit., p. 53. 275 Ibid,, pp. 186-187.

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de las cosas según las deseamos (1947b, 574) partiendo de sus formas obje­ tivas y del drama que la formalización de la forma - las formas formales (1947b, 5 7 0 )-supone respecto de aquéllas para reconducirlas en el deseo manifestado o implícito. Tal deseo nace asimismo de la llamada ontológica o plusvalía de existencia antes comentada. Así acontece también en el decir de todo dicho, aquel fondo inefable de lo manifestado. Rodea al dicho como un entorno dicente y en un con­ texto reflejo de otros dichos. En ello consiste su actividad semántica. En pintura hablaba Ortega primeramente de huella aludiendo a un resto metonímico de la actividad humana, de tal modo que la intención pictóri­ ca conlleva siempre una interpretación. Luego cita el fragmento, que refuerza la hipótesis metonímica, y su valor de parte respecto de un todo. Deja en el aire el tránsito entre la huella del trazo y su pigmento y la ten­ sión de la parte fragmentada. No son evidentemente lo mismo, huella y fragmento, pero aluden a lo que les falta y manifiestan una tensión de acontecimiento continuo. Ortega tampoco delimita de modo preciso la frontera entre la huella del decir en el habla y en la pintura, si hay allí, como aquí, un movimiento metonímico. Pero podemos deducir una huella acústica homologa en la profundidad virtual del sonido y, por tanto, en la formación de la idea, según explicamos al tratar la nueva lingüística y el fondo de los campos prag­ máticos. Son alusiones, trueques de conceptos y vocablos que se implican en lo subdicho -comunicación, decir, huella, virtualidad, fragmento, refle­ jo276-, pero no hay o no parece haber una declaración precisa fuera de aquel arranque homólogo del decir en el habla y la pintura. No afronta la distinción entre el estado de puesta de la mancha y el carácter fluido de la onda sonora, entre la retención visual del pigmento y la acústica del sonido. Su insistencia en un círculo o esfera de realidad cumplida - “realidad inte'm O rtega advierte que algunos textos de su obra sobre Velázquez son contem poráne­ os de Principios de una nueva Filología (1946b, 493). Conviene tener esto en cuenta por cuanto tocamos aquí el fondo de una concepción lingüística y herm enéutica con base estética, coin­ cidente en más de un punto con la semiogénesis fenomenológica. Adviértase además que la redacción de Velázquez coincide con su “Com entario al « B a n q u e te » de Platón”, también de 1946. Este año y el siguiente resultan decisivos para el encuadre sociológico, herm enéutico y pragmático del lenguaje, resumido y explicitado luego en El Hombre y la Gente. Recordemos asimismo que la biografía de Velázquez ya había sido introducida en Europa por C. Justi siguiendo el m étodo de la afinidad creadora con el autor conseguida a través del estudio constante y las intuiciones geniales desarrolladas a través de él y de las facultades del intér­ prete. Tal fue el trabajo de W inckelmann y Schleierm acher respecto de Platón. Conf. W. Dil­ they: Dos Escritos sobre Hermenéutica, op. cit., p. 83, y n . 55 de Gómez Ramos, p. 218).

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gral” o “ suficiente, autártica”- deja en el trasfondo estas implicaciones y resalta más, en cambio, la deuda kantiana y fichteana de Husserl y Dilthey en cuanto a la relación de la parte con el todo o de éste con las partes, la totalidad viviente que las integra fundam entándolas (1947b, 562-563). Sin embargo, sabemos que el sonido nos trae “la realidad emisora misma” (1950a, 194). Hemos visto también que es gesto y que existe, ade­ más, una prelación positiva, una infinita posición cuyo carácter m etonímico resulta indudable. Su profundidad virtual ya implica una interpretación espontánea. Parte de una taxia acústica y articulatoria que induce un alcan­ ce y un fondo significante del concepto posible. Nos movemos, pues, en una interpretación originaria, pero sobre la base, veíamos, de una confianza prelativa: el eje Yo-Tú. Una m etonim ia que afecta, por tanto, a la cinemática sonora y al espaciotiempo mental en el que com prendem os el carácter obje­ tivo de las cosas y del m undo. La prelación tética, el pre-tiempo de las formas, es el vínculo o el instante, el cronem a en el que sujeto y objeto se encuen­ tran manifestándose m utuam ente. Tal es el fondo, y la forma, el fondo for­ mal del tacto lingüístico, al que hemos aludido en varias ocasiones. La noción de texto es amplia y al mismo tiem po breve para Ortega. Breve porque lo identifica con el fragmento. Largo porque lo encuadra en un horizonte de posible sobresignificación o más allá de sí mismo, por una parte, y también más acá, por ser “fragm ento de un contexto inexpreso” (1946c, 394). D epende de la situación que ya convoca como parte del hori­ zonte y “es ella quien pone todo lo que se supone, quien dice sin hablar todo lo que nuestro decir calla” (1927c, 393). En cuanto tal, viene recorta­ da por el contorno o entra, más bien, en el lenguaje contorneándolo. “El lenguaje consiste no sólo en decir lo que él por sí dice, sino en actualizar esa potencialidad decidora, significativa del contorno” (1950a, 245). La situación vital en que surgen, y se usan, podem os añadir, confiere evidencia a las palabras (1935a, 233-234). Siendo el lenguaje básicamente diálogo, el texto queda referido sobre todo al habla o discurso. Frente a él, el libro le parece a O rtega “la ceniza del efectivo pensam iento” (Ibid., 234). La palabra escrita adquiere “tristeza espectral” al petrificarse, como el libro, en “un decir fijado”, ya dicho. Estampada, no tiene “voz que la llene” ni “mímica carne que la incorpore y concrete” (1946d, 762). El autor tiene que suplir a los interlocutores con supuestos y descripciones varias. O rtega recoge los argum entos de Platón sobre la escritura. Ofrece constancia y perm anencia a la fluidez del habla y recurre a efectos paralíngüísticos y metagráficos para evocar un estilo dialógico, latente, como los variados signos de puntuación. La gramática, el

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gramma, es un efecto suyo. La filología la convirtió precisam ente en análi­ sis e interpretación de lo escrito. Esto fuerza al autor del libro a imaginarse un lector posible y a motivar una colaboración mutua. El lector percibe entonces “como si de entre las líneas saliese una mano ectoplásmica que palpa su persona, que quiere acariciarla -o bien, muy cortésm ente, darle un puñetazo” (1930b, 70). Esto ya depende de la calidad del escritor. El esti­ lo contagia, como sabemos. Inyecta también en el texto un cierto m odo de manifestación espontánea. Usa “la lengua nativa con un prodigioso tacto, logrando dos cosas que parece imposible cohonestar: ser inteligible, sin más, y a la vez modificar el uso ordinario del idiom a” (1937b, 435-436). Ortega coincide aquí con Spitzer, no sabemos si por vía directa o mediata. La buena escritura o singularidad del estilo erosiona, dice, la gramática, el uso y “la norm a vigente de la lengua. Es un acto de rebeldía perm anente contra el contorno social, una subversión. Escribir bien implica un cierto radical denuedo” (Ibid., 434). El texto escrito recupera, pues, la llama del rescoldo envuelto en la ceniza y aviva el semblante pálido con la viveza del estilo, sobre todo el poético, aquél que surte la fuente, sea en prosa o verso. La prosa puede incluso alcanzar el nivel suprem o de escritura cuando conecta con el centro predicativo de la vivencia. En esto, O rtega y Santayana coinciden. En cuanto tal, la escritura entra en el contorno de la situa­ ción y se hace contexto del fondo implícito y a veces callado del lenguaje. Entonces, es ella “la única form a en que se pueden decir ciertas cosas, las cuales sería vano querer com unicar ni al mejor amigo en la más densa de las confidencias” (1946d, 766). Son éstas, no obstante, pinceladas sueltas y espigadas, con otras, aquí y allá en los escritos de Ortega. La escritura atañe también al trazo pictórico. Es una form a inducida por la mano. Ortega advierte con intuición crítica el movimiento en ese o la disposición S de la composición de la Madonna del eolio lungo, de Parmigianino (1959,573). La form a se sustancia en el tema. Este tipo de escritura requiere, en correspondencia, una lectura “en perm anente alerta” y “un leer pensativo”. O rtega practica esta atención con ojo vivo. Resalta el efecto etimológico allí donde intuye una generación fónica de la palabra o una macla lingüísticam ente geológica de niveles encastrados, fundidos: “Del mismo m odo que hay un ver que es un mirar, hay un leer que es un intelligere o leer dentro, un leer pensativo” ( 1914a, 340). La lectura interpreta. La imagen sensible que em plea Ortega para definir a los lectores e indirectam ente a los escritores es la de “náufragos en el parejo océano de la escritura” (1946d, 766). Como ellos, sumidos entre las aguas, a punto de ahogo, suben y descienden, vuelven a subir hasta m an­

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tenerse en el ritm o proporcionado del movimiento de brazos y aguas. El acto de leer, la com prensión de lo escrito, es “faena utópica” y “operación problem ática” (1946d, 751, 762). Por acertada o inteligente que resulte, siempre queda aquel resto inabarcable que señala Nietzsche, o inmemorial, según Lévinas, “un residuo « ile g ib le » . Por eso leer implica interpreta­ ción, integrar el fragm ento en el horizonte que lo entorna. Doble horizon­ te, decíamos, el abierto como sobresignificación de sentido imprevisible -a veces tarda en llegar al texto, como sucedió con Góngora en la interpreta­ ción de Dámaso A lonso- y el, de algún m odo, oculto, sumergido en duer­ mevela: “Leer en serio, auténtico leer, es referir las palabras patentes a ese todo latente dentro del cual quedan precisadas y con ello entendidas” (1946d,752). Ortega rem em ora aquí las implicaciones del análisis y crítica filológi­ ca con el añadido de la visión herm enéutica ya com entada. Hay que sumer­ girse en el texto, contagiarse con su fondo y movimiento, bucear, “descen­ der a su entraña, ver bien su anatom ía y sus límites para salir de nuevo al aire libre, dueño de su secreto interior” (1929b, 318). Es lo que él ha hecho con los poem as de M oreno Villa, con El Quijote, con la pintura de Veláz­ quez, con la filosofía de Husserl, etc. Una lectura crítica, que enseñe “a leer los libros”. En tal sentido, cita los dos tipos más usuales de lectura y confor­ me al fondo lingüístico que ya conocemos: la linealidad del uso y la vertica­ lidad del reflejo. Lectura lineal y vertical, sesgada, quebrada, por períodos, siguiendo las matrices léxicas, semánticas, los campos concptuales, etc. La horizontal, sin relieve, la juzga “simple patinar m ental”. La otra, ortogénica, nos abisma en cada vocablo como un “fértil buceo sin escafranda” (1929b, 318). La inmersión léxica descubre también aquella doble direc­ ción que reconvierte la linealidad propositiva: hacia la cosa y en, desde, por el verbo, conjuntam ente. C uádruple m irada en un solo golpe intuitivo: hacia delante, hacia atrás, arriba, abajo, en ese, ele, zeta, todo el abecedario en función paragráfica y metalingüística. Si esquematizamos el horizonte herm enéutico, tendrem os un triánguio: Libro Escritura

Texto

Lectura

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A la lectura sólo le falta asimilarse con la metáfora. De hecho, son también actos transpositivos. No olvidemos que, para Ortega, “Toda la len­ gua es m etáfora” (1947a, 284). La traducción también. Pone en ejercicio la función m etalingüística del lenguaje. D oblem ente metalingüística. Ahora bien, si partimos de la noción óntica de m undo, todas las lenguas están tra­ duciendo la singularidad del individuo y de los pueblos que los agrupan. En Ortega subyace una teoría propia al respecto. Lo norm al es considerar una sinonimia semántica entre la lengua de origen (Ll) y la de destino (L2). Reconvertimos así las diferencias lingüísti­ cas a un denom inador semántico equivalente y a otro sintáctico común: nom bres = objetos; sucesos = verbos; adjetivos, adverbios = cualidades, modos, abstracciones. Elegimos luego entre varias opciones estructurales -incluidas las estilísticas-, morfosintácticas, y buscamos un paralelismo más o menos gramatical y proporcionado entre una y otra lengua. Puede suce­ der que el contexto induzca la elección o ayude a definirla. La concordan­ cia nunca es, sin embargo, perfecta. Cabe incluso que el traductor imponga un estilo propia dentro del que quiere transmitir del autor y texto traduci­ do. En la paráfrasis hacemos lo contrario. Vertemos la lengua del autor en la del lector según los parám etros de la lengua original. Es lo establecido por la reglas y sintetizado por Schleiermacher. Ahora bien, existe otro m odo de versión: conducir al lector a la len­ gua de origen y arrancarlo así, dice Ortega, “de sus hábitos lingüísticos” (1937b, 448-449). Se produce entonces un exotismo. El nom bre asocia un am biente mágico. Un título, Moby Dick, por ejemplo, de H. Melville, evoca un am biente, una época. Los niños conocen bien este exotismo de los nom ­ bres. Los hay intraducibies, porque son propios, reales o inventados. Ya hemos visto que los térm inos cursi y guarango son de este tipo, sin ser pro­ pios, pero poseen singularidad autóctona. Con el m odo peculiar del habla del autor, el lector, dice O rtega, descansa así un poco de sí mismo y le divierte encontrase un rato siendo otro (1937b, 502). Hay siempre, además, un contenido flou, borroso, entre los significan­ tes y significados de una y otra lengua. El isomorfismo posible no palia las diferencias conceptivas de fondo. Entre wald y bosque existe algo más que incongruencia significante. “Los perfiles de ambas significaciones son incoincidentes como las fotografías de dos personas hechas la una sobre la otra” (1937b, 436). Y aun cuando los térm inos ajusten sus coordenadas, el ensamble proviene de un acuerdo aposteriori, no previo, pues las lenguas no se conciertan entre sí cuando nacen:

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Cada lengua es una ecuación diferente entre manifestaciones y silencios. Cada pueblo calla unas cosas para poder decir otras. Porque todo sería indecible. De ahí la enorme dificultad de la traducción: en ella se trata de decir en un idioma precisamente lo que este idioma tiende a silenciar. Pero, a la vez, se entrevé lo que traducir puede tener de magnífica empresa: la revelación de los secretos mutuos que pueblos y épocas guardan recíprocamente y que tanto contribuyen a su dispersión y hostilidad; en suma, una audaz integración de la humanidad”(1937b, 444).

La traducción es un género literario aparte. No hay transustanciación entre las lenguas concernidas. No se doblan ni se clonan. Traducir consiste en cam inar hacia la obra: Texto T I ......T 2 .......T 3 .......Tn

Traducciones divergentes según lo que queramos resaltar en ellas. La obra, como el individuo, es irrepetible (1937b, 5009). Entre el emisor de la (Ll) y el receptor emisor de la (L2) hay asimetría. La intersección de sus trueques procede de un área respectiva de infados que exigen inferencias y, por tanto, interpretaciones. Recurren a sus contextos respectivos. Todo signo está inmerso en un contorno que recorta el m undo. Aparece el inter­ pretante continuo. La palabra asocia una función metalingüística incursa en un horizonte significativo o campo de significaciones y significantes posi­ bles, más aquéllas que éstos. Es ella más sus posibles o irradiaciones contex­ túales. G uarda entonces una capacidad u horizonte de determ inaciones más precisas. El signo se reinterpreta de m odo latente o explícito. Para O rtega el concepto m undo implica que todo se parece un poco a todo, pero todo es diferente de todo. La realidad se presenta en un “conti­ nuo de diversidad” inagotable. Hacemos cortes, apartados, y establecemos diferencias relativas. Dividimos lo que aparece y lo clasificamos en series o categorías. A cada una le atribuim os un signo de la voz: lenguaje. Cada pue­ blo hace “una obra cisoria distinta” (1937b, 447). Las categorías son rutas m entales que pierden vigencia en los distintos modos de habla: lo vivo, lo m uerto. La voz integra y secciona, ju nta y divide. Tal es el concreto univer­ sal o el género individuado. La traducción nos ayuda a conocer m ucho mejor nuestra propia lengua y el dinamismo m ental, biológico, del conoci­ miento. Así pues, al triángulo herm enéutico de antes lo subtiende otro de base continua:

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Traducción

Estamos inmersos en un m undo de transform aciones constantes. Lo único perm anente son las relaciones y, sobre todo, la del apiiori correlativo, gracias a la cual el lenguaje rehace también constantem ente su estructura. El M undo es Libro y rota sobre sus elem entos con presencia de sentido nunca anclado en una significación fija y determ inante. E l m é t o d o h is t ó r ic o

Debemos apreciar, por tanto, el interregno entre las fuentes fenomenológicas y herm enéuticas y el atisbo de originalidad esbozada. Así sucede con el encuadre general del m étodo histórico que subsume las explicacio­ nes hasta ahora dadas y el trueque de los conceptos antes citados. Conviene resumir el esquema general subyacente. Hay una semántica general que integra al vocablo, el trazo pictórico y la acción hum ana. Su objeto es la acti­ vidad comunicativa del decir en tanto voluntad dicente de un qué o algo. Aquí se separan el lenguaje en tanto habla y el trazo de la pintura. Aquélla patentiza y ésta interpreta. Allí prim a el concepto claro y aquí un sentido latente. Parte ésta, la pintura, de una huella, el pigm ento de la m ancha y pincelada. Su posición, el locus o estado de puesta, nos descubre un pre-tiempo ideal en el que ha habido una anticipación afectiva de contacto sentido con el m undo y sus prefiguraciones en form a de valores anticipados, aprioris conceptivos -cualidades abstractas sentidas como algo concreto- de la realidad así em ergente. A partir de aquí, O rtega habla ya de fragm ento más bien que de huella y dentro de la relación de la parte al todo. Retoma entonces el decir del lenguaje y su hom ólogo entrelazam iento de esferas y niveles interpretativos, en consonancia con Dilthey. Volvemos entonces a la distancia abierta entre el decir y lo dicho, lo intencionado y lo manifestado, etc. Y ahí adquiere entendim iento cum plido el m étodo histórico. Citábamos antes la inadecuación entre el decir, lo dicho y lo manifes­ tado. Entran ahí, sobre la base de cosas com unes -el qué propuesto, la reía-

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ción intersubjetiva- los supuestos de lo callado, también subdicho con intención o inconsciente, pero actuante a su vez en el acto locutivo. O rtega dinstingue entonces dos posibilidades. Los hablantes se encuentran en una esfera de relación contem poránea y entonces coinciden con gran probabi­ lidad “en esos radicales supuestos sobre los cuales o en los cuales «viven, se mueven y s o n » ”, o, por el contrario, son de épocas distintas, como aconte­ ce al leer un libro o contem plar un cuadro antiguo. La com prensión es aquí entonces problem ática y requiere un m étodo de técnica especial, la historia. Ya hemos visto al estudiar la nueva lingüística qué horizonte fenomenológico le pertenece a la historia. Com prenderem os ahora, sin embargo, algo más fundam ental del m étodo que inaugura. No se trata sólo de cir­ cunscribir el objeto o al individuo en un marco o contexto según los testi­ monios y huellas que de ellos nos quedan. Es cuestión, más bien, como en los cuadros, de revivir su m orfogénesis y activar la morfología correspon­ diente. Siendo la historia, aparentem ente, “la técnica de la conversación y la amistad con los m uertos” (1946b, 494), consiste ésta, sin embargo, en determ inar “los últimos supuestos desde los cuales el antepasado vivió y en que, de puro serle evidentes, no podía reparar. Por tanto, para entenderlo como él se entendió, no hay más rem edio que entenderlo m ejor” (1946b, 494). He ahí, de nuevo, el ser mejor de la plusvalía existencial de la historia. Su fenóm eno es, pues, cuestión de presente, no de pasado, aunque trate de éste con cierta objetividad. C om prendem os m ejor hoy el tiem po pasado - “tiempo viviente”- de la existencia ajena, porque la historia es asunto de otro, del prójimo, en uno mismo. Su distancia engendra perspectiva inte­ lectual. Es pura paradoja. Pero la com prendem os en presente retornando al pasado, nos decía Dilthey. Delimitamos el entorno del objeto, acto o individuo y extraem os su contexto avanzando, en pintura, lenguaje, ciencia, historia, de esfera en esfera desde la evidencia de los fragmentos vivenciales, directos o mediatos, sobre todo el estilo de vida. Los fragmentos hablan, dicen. O rtega retom a el fondo del lenguaje por simple yuxtaposición explicativa de la pintura, pero el significado supera, como en Dilthey, la simple adición de un color a otro o de térm inos asociados sin más. Está en función de un sentido o lo presupone. El decir emerge del fondo de la historia como dicho. Por eso la definió com o “técnica de conversación y amistad con los m uertos”. Vemos, pues, que la segunda posibilidad de encuentro interlocutivo, en distancia de tiem po y espacio, requiere, como la pintura, interpretación. Pero sucede así también en el supuesto contem poráneo de los interlocuto­

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res. Su probable coincidencia presupositiva y vivencial requiere una actuali­ zación constante de la situación y encuadre locutivos de las palabras en el sintagma, de los sintagmas en la frase, de las frases en los textos, de éstos en su medio, etc. Avanzan engendrando sentido y articulándose como partes suyas. Cada unidad idiomática es a su vez fragm ento de un “todo origina­ rio” en el que se integra. Y a este todo pertenece también la situación en que acontece el decir. La preposición de o la conjunción o no significan nada por sí mismas. Son fragmentos de algo que les falta e incluso se mues­ tran carentes si, form uladas en un sintagma o frase, no asumen la circuns­ tancia que las subtiende. “De donde resulta, concluye Ortega, que sólo tiene por sí mismo sentido, significación algo cuando no es fragmento, sino, por el contrario, realidad com pleta y genuino todo “ (1947b, 563), palabras que nos retrotraen una vez más a Dilthey y el círculo herm enéutico alemán. De aquí salta Ortega, de nuevo, a la consideración del m étodo históri­ co, lo cual nos confirm a en la base lingüística de la historia o, por lo menos, en su m utua convergencia, a pesar de que la sitúa aparentem ente como “interpretación de los actos hum anos -pincelada, palabra o acción-”. Es actividad semántica y ésta procede siguiendo la órbita de los campos prag­ máticos con sus reflejos entre esferas y niveles acotados de sentido. El m éto­ do histórico “trata de descubrir cuál es la realidad completa, enteriza, el auténtico todo a que hay que referir el acto hum ano de que se trata”. Su evi­ dencia ha de ser matemática hasta que se delimite el todo citado como “organismo entero que se basta a sí m ism o” (1947b, 563) o la “realidad sufi­ ciente, autártica, direm os sustancial a que el hecho pertenece” (Ibid., 583). Al fragm ento le corresponde, por tanto, una función semiótica seme­ jante a la de la cualidad originaria respecto del estilo. A unque no tiene un significado propio si lo consideramos aislado, es evidente que asocia, indu­ ce, abduce, deduce, implica, subtiende, traslapa una orientación de senti­ do. Nadie considera ni articula un fragm ento sin esta tendencia o relación implícita que ya conocemos. En el fragm ento actúa aquel fondo prelativo que busca sujeto, la realidad sustancial antes citada. O rtega no se detiene en el significado antepredicativo de la parte, pero lo está suponiendo en la anticipación de la llamada como presentido originario y prelación de estilo propio. La historia es, como la pintura y el lenguaje, respuesta estética. Com prendem os así la razón del título que había pensado para el con­ ju nto de estos estudios y conferencias: Aurora de la Razón Histórica, citado en la obra sobre Velázquez (1946b, 493, n .l). Es aurora porque nace en el fondo de com prensión del sentido originario. Aunque vuelve hacia atrás

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integrando el fragm ento en el contexto, la historia descubre un pre-tiempo ideal de raíz afectiva que tiñe todas las formas posteriores del conocim iento expresivo. Bajo tal aspecto es también lingüística fenomenológica de orien­ tación pragmática. Se descubre a sí misma en el fondo dicente que la inten­ ción en él abierta inaugura respecto de todo dicho suyo. La pretendida totalidad del sentido es discernim iento de “talento anatóm ico” que intuye el organism o viviente o su vacío, como sucede, por ejemplo, en las formas objetivas cuya form alidad aislada queda significando sin sustancia propia fuera de esa actividad suya formalizante. Pero el hecho de repetir la form a cubre, de algún m odo, el vacío que predica. O tra cuestión surge cuando la form a toca el fondo del cuadro entrevisto como hueco del m undo y es ella misma el desfondam iento continuo de las presencias o la tenue epiderm is de la percepción sensitiva, “la tercera dimensión hacia dentro del cuadro” (1959, 612) o el cuadro como cuadro, su “visión en « v o z m e d ia » ” (1954, 635) y no referida a un tema que traslapa el “gran hueco” del m undo. Una razón, pues, viviente, cognoscitiva, y como veremos, también poética. E l g ir o p o é t ic o

Nos decía O rtega que la pintura principia donde el lenguaje concluye si lo aislamos también de su pre-tiempo originario. En la latencia del vocablo, su tensión dicente de fragmento, apuntan formas del m undo manifestado y aún inefable. “La poesía en rigor, no es lenguaje. Usa de éste, como m ero material, para transcenderlo y se propone expresar lo que el lenguaje sensu stricto no puede decir. Empieza la poesía donde la eficacia del habla term i­ na. Surge, pues, como una nueva potencia de la palabra irreductible a lo que ésta propiam ente es” (1946b, 491, n .l). El lenguaje poético coincide entonces en algo con la pintura. Dice lo fable de lo manifestado que queda fluctuante en el uso norm al y anónim o de la palabra. Decimos anónim o por cuanto se aísla de la fuente original del nom bre y acontece como repetición no fundada de lo dado. La dinámica dicente del signo nos perm ite reinterpretar, en cambio, aquel vínculo de “coalescencia súbita” de la palabra con las cosas. El len­ guaje abre entonces el perfil y límite dicente de éstas creando en aquella unidad viviente, pragmática -P. Cerezo la nom bra “teoría pragmática del « u s o > ” en cuanto “vínculo entre la instancia lingüística y la prelingüística o vital”2" - , una form a objetiva o poética, el “instante de excepcional pureza creadora”, ya citado en el capítulo precedente (1946c, 384), donde surge el 277 Cerezo Galán, P.: La Voluntad de Aventura, op. át., p. 392.

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nom bre auténtico o encarnado en aquella potencia genitriz: la energda dicente. El centro del decir despierta y excita el dintorno de lo dicho y deci­ ble. Hace visible lo invisible y ya objetivo. Convierte en visión fenomenológica el contenido de las palabras: Cada palabra nos es una invitación a ver las cosas que ella denomina, a ejecutar el pensamien­ to que ella enuncia (1946c, 372, n . 1).

Al giro poético le corresponde anim ar y resucitar la “situación vital” originaria del ver la novedad de la cosa. Desde él, se abisma aún más la dis­ tancia entre el habla como uso y como vivencia. Abismo que se convierte en farsa, caricactura y chiste anacrónico, como el del Quijote aún sumido en un entorno ya caduco. El uso del habla como vigencia y estereotipo de for­ mas nunca es aquí algo serio, pues la seriedad máxima de su entorno sería “callarse” ante el silencio que traslapa al lenguaje y la ausencia, el olvido inmemorial, diría Lévinas, que lo separa de su origen (1946c, 383). El alcance de una consideración seria del lenguaje - “Take languages seriously”, propone Dik con otra intención278- no puede fiar el abismo del tránsito entre el silencio y el ruido, la form a huera y la viva, a la simple fun­ ción gramatical de esquemas aparentes fijados por el uso en el hablante de una lengua natural. Entre otras razones, porque, como dice O rtega, “NO h a bla m o s EN s e r io ”. La lengua ya no es el acto serio de expresión en que pensam iento y palabra constituían un sentido y el habla era “conocer”, sino “un puro chiste”, « m a n era s de h a b la r» respecto de lo que nos dicen y pensamos (1937b: 444, 447, 448). Hoy traducim os en cada acto de habla, interpretam os lo que nos dicen y decimos. Cada situación concreta, viva, de un lenguaje también vivo renueva tanto la cosa como el nom bre que la nom bra. Un uso semejante ya presupone una relación analógica, es decir, un “empleo metafórico de la palabra, por tanto, poético”, según veíamos tam­ bién en un capítulo precedente (1946c, 385). La denom inación poética desvela el núcleo matriz de la praxis lingüís­ tica, pues confiere autenticidad al nom bre entrañando en su « v id a colecti­ v a » -pertenece a todos lo usuarios, como recoge el aspecto langue del len­ guaje, según Saussure- la « v id a p erso n a l» del sujeto, o viceversa. Este entrañam iento autentifica el nombrar. Va más allá de la parole de Saussure por cuanto inyecta en la abstracción esquemática del concepto una razón vital o sentim iento originario. Sólo así tienen las cosas un « n o m b re autén­ tic o » (1946c, 386, n.2). La autenticidad es la vivencia personal del vocablo 278 Dik, S. C.: The Theory ofFuncional Grammar, op. cit., pp. 16,17.

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en su inherencia histórica de colectivo análogo, al que añade una plusvalía de emoción sentiente. A esa colectividad pertenecen también las « im p lic a ­ ciones históricas in m ediatas», lo que Grice denom ina implicaturas. La palabra adquiere así una « b io g ra fía » propia. Para lo que nos im porta aquí, pues O rtega aún recurre, a fin de cuen­ tas, al puente analógico del “alter tu ” desde una introyección o em patia yoica, pero con un matiz peculiar de resonancia hegeliana -el Hegel subya­ cente en Dilthey-, observemos que el giro poético convierte el uso anóni­ mo y ausente del habla en vivencia actual. El uso del habla adquerida se reúsa individualizando el anónim o y abstracto conjuro social de la palabra, rebelándose contra su esquema impositivo y estado de metáfora m uerta, como la denom ina D errida una vez desustancializada por el uso. Si hay pra­ xis, es, entonces, poética y desde una reducción fenomenológica. De todo ello deducimos, a m odo de conclusión, que el lenguaje no se supedita a ninguna adecuación psicológica, porque ya posee un com po­ nente de tal índole en la acción verbal. Es parte peculiar de la psicología, pues su relación descubre estructuras que interpretan el acto intersubjeti­ vo. Por otra parte, la com petencia comunicativa es posterior a la expresiva del significante, que, como gesto, ya va incurso en la acción verbal. Además, se dice que el constreñim iento restrictivo impide descom poner unidades léxicas en otras metalingüísticas279, pero los parám etros y satélites de los argum entos empleados, así como las marcas predicativas de cada térm ino en las restricciones selectivas280, son aplicaciones metalingüísticas. La semántica se desdobla para interpretarse y el lenguaje se asiste y recubre en todo m om ento para describirse. Y esto es así porque entre las presentacio­ nes y copresencias de los entornos y contextos lingüísticos, antecedentes en el emisor, y consecuentes, cuando no simultáneos, en el receptor, hay una relación interna dada por el decurso mismo de la acción verbal, que es, a la postre, el discurso. Ortega resuelve en el pre-tiempo originario y en la coalescencia súbita de las cosas, así como en el talento anatómico necesario para entrever su engarce y nexo vivencial, el Mitleben o convivencia del sujeto histórico con el “acontecer m ism o”, la reviviscencia y la intuición genial - “die persónliche G enialitát”- que Dilthey atribuye a la reviviscencia del com prender herm enéutico. Al revivir una obra entram os en su proceso y vivimos la sustan­ cia fluyente de su creación. Lo que implica de regreso a un origen no es, sin 279 Ibid., pp. 2-3, 7,9. 280 Ibid., pp. 76 ss.

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embargo, m archa atrás, recuperación de lo sucedido en un m om ento de la historia o en el instante inspirado del autor, sino “conexión de una viven­ cia” - “Erlebniszusam m enhang”-, la vivencia o curso vital de la obra y del acontecimiento. Contactamos un proceso ya en desarrollo. Por eso vamos más allá de una endopatía o Einfühlung propia, pues estamos ya dentro del suceso. M archamos entonces hacia adelante con la historia del tiempo: “So gehen wir mit der Zeitgeschichte vorwárts”, dentro del suceso o Erágnism . El tacto de tal tiem po son los instantes supremos de las grandes obras, las hendiduras por las que penetra la intuición creadora del artista o del histo­ riador en el curso íntim o del tiempo. Por eso la historia es también poética, hallazgo de nom bre original y efectivo. O rtega aplica a la herm enéutica de Dilthey su propia m étodo, es decir, m etiéndose dentro de él y reconvirtiendo la com prensión e interpre­ tación filológica, de la escritura, en nueva inmersión lingüística o transposi­ ción histórica: el hecho de colocarse dentro del transcurso de las cosas: Sichhineinversetzen. Lee y, al leer, revive y reinterpreta lo leído entrando en el interior de la vivencia o acontecim iento dado en ese instante. Surge así tam­ bién el pre-tiempo de las potencias o raíces genitrices que dilatan delante de sí el horizonte de vida y lectura. Está siendo llamado a un ejercicio de estilo. No inaugura una desconstrucción ni una construcción, sino que simple­ m ente pasando por ellas, por la intertextualidad de las obras y vidas hum a­ nas, entra en la energía creadora del cuadro, libro o acontecim iento histó­ rico. La inmersión descubre nueva vida propia y nuevos horizontes en las acciones y modos de engendrar y conducirse la vida. Es, en el fondo, el ideal clásico del hum anism o. El retorno a Parm énides, aunque no lo parez­ ca, al pensar poético dado ya en y desde el ser que se anuncia con su evi­ dencia y nos imprime su im pronta (2002, 14). Impresión de poema.

281 Dilthey, W.: Dos Escritos sobre Hermenéutica, op. cit., pp. 186, 187.

Fundamentos de gramática semiótica L in g ü íst ic a y se m ió tic a

Los análisis realizados hasta el m om ento, las consideraciones de los autores aquí estudiados, la contraposición entre el formalismo funcional y el fondo em ergente del lenguaje, la desconsideración expresiva de las sus­ tancias verbales y, en cambio, la introyección del cuerpo como cam po sim­ bólico y gestual de la significación, así como el desarrollo fenomenológico de la interpretación herm enéutica, en principio gramatical y filológica, luego ya lingüística e incluso poética, como acabamos de apreciar en O rte­ ga y Gasset, nos abren el cam ino para reflexionar sobre la acción conjunta del lenguaje en Filosofía y Lingüística. Los excesos formalistas del análisis filológico, ya denunciados por Nietzsche, dejan huella en los nuevos pensa­ dores y se busca, desde otros planteam ientos y autores, como Hervás y Panduro en el caso de Hum boldt, éstos y además J. Cejador en el de O rtega y Gasset, la razón de un nuevo m étodo que justifique y explique el fenóm eno lingüístico del pensam iento y el cognoscitivo del lenguaje. El concepto orteguiano de semasiología nos favorece, bajo tal aspecto, la entrada en la reflexión semiótica del lenguaje, paralela en América del N orte al estableci­ m iento de la fenom enología y del estructuralismo en la otra orilla atlántica de Occidente. Peirce y Santayana sirven de enlace entre los dos continentes al unir en sus reflexiones la renovación acaecida en una y otra parte desde lecturas e intuiciones de las más férvidas en la tradición siempre renovada de Platón, Aristóteles y Kant, por ejemplo, a los que se unen Dilthey, Hus­ serl y Heidegger. La ruptura de Hjelmslev con la intuición fenom enológica es, en este sentido, representativa. Pero la atención orteguiana al trasfondo significante del círculo herm enéutico de Alemania sienta las bases de otro modo lingüístico del pensamiento. Resta, con todo, aquel residuo inabarcable, todo más virtual, del signo, que distiende un espaciotiempo envuelto en la sombra fluctuante, nos dice Jaspers después de Herder, Gerber, Hegel y Nietzsche, del lenguaje. Una fisura o grieta -Rifi- cuyo trazo trata de interpretar H um boldt en la organicidad de la forma interna. Los esquemas m odulares de las ciencias cognitivas no añaden nada nuevo, en este sentido, al proceso vinculante de la forma gramatical de Hum boldt, activa desde la taxia fónica del hom bre con el 257

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m undo hasta el com ponente semántico del pensamiento, previo paso por los vínculos sintácticos, fónicos, morfológicos y léxicos. H um boldt recrea, en el fondo, el espíritu objetivo de Hegel, el engendram iento de la form a en la materia, porque ésta ya contiene en sí el germ en anímico que la inspira282. Cuando descubramos la conexión interna del genom a con las estructuras perceptivas y lingüísticas, como pretende hoy día A. López García, conoce­ remos el verdadero alcance de la forma internam ente objetivada. Desde esta perspectiva, creemos necesario afrontar el fenóm eno semiótico del lenguaje apreciando las intuiciones iniciales y básicas de Peir­ ce al respecto. Nos interesa esclarecer el trasfondo del a priori correlativo que prelate en la relación básica del lenguaje y sus derivaciones para un posible esquema global suyo. En él hemos de apreciar, al mismo tiempo, la función em ergente del a priori gramatical que Husserl sitúa en el fondo del nom bre. Nace así, tal vez, un horizonte distinto de Gramática, por lo menos otra visión de su fondo em ergente. Los análisis funcionalistas, incluido en ello el gran aporte de la gramática generativa, a m enudo oscurecen con su brillo el fondo del que parten. El nuevo enfoque de la lingüística denom i­ nada cognitiva desatiende, a pesar del nom bre, el proceso interno de la form a percipiente y locutiva, o lo confunde con un m odelo reductivo de conocim iento heredado del paradigm a que éste proyecta sobre un resulta­ do suyo: la morfología del cerebro. De ahí extrapolan la cibernética y la informática, en paralelo con la Gramática Universal, que reduciría Babelia al paraíso edénico y adámico de una tipología única, totalizante, un O rde­ nador también Universal que, en breve, resolvería las paradojas y diferen­ cias de las sustancias, es decir, de los hablantes, en una palabra, del hom bre. El sintagma antropológico -Acción (Agente-Paciente / Sujeto-O bjeto)coincide ya con el gramatical -O (SN+SV)- y el genético con las sinapsis de las neuronas: Núcleo-Dendritas-Axiones, etc. La percepción m odular del lenguaje procede, cuando menos, semiológicamente. El fondo herm enéutico de la com prensión nos dice que también hay un com ponente semasio­ lógico. El contenido semántico encuentra su razón cognitiva y la biología de la conciencia se anuncia en la semiosis del lenguaje. Lingüística y semiótica son denom inaciones de una misma realidad dicente. Las dos se fundan en la sistematización del signo y ambas parten 282 Conf. Domínguez Rey, A.: Eí Signo Poético, op. cit,, pp. 74-75. Resumimos ahí el des­ arrollo progresivo de la forma interna de Humboldt hasta su nivel gramatical y las reduccio­ nes sucesivas en orden a la configuración del lenguaje, hasta que el proceso revierte de nuevo al punto de partida, el estado de las cosas.

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de la consideración funcional de su forma. Tienen, pues, el mismo objeto material, pero difieren en la reducción esquemática de la actitud espontá­ nea y en el concepto operativo de la forma. La lingüística considera a la form a como un producto consolidado y la semiótica atiende además a su proceso em ergente. Allí im porta la descripción analítica y aquí la semiosis conform ante. El lingüista se contenta con un travelling fílmico que asiste, acom pañándolo, al movimiento de los actores en la escena. El semiótico procura además un fundido suyo. En un caso, el de la lingüística, las sustan­ cias quedan en cierto m odo deslindadas y, en otro, el de la semiótica, asume ésta el deslinde como parte constituyente del proceso formativo. Lo allí reducido es aquí nuevo objeto de observación y conform ación de nive­ les. De ahí que Hjelmslev prescinda de la objetividad referente del de fenomenológico y se atenga, como el prim er Husserl, al recubrim iento funcio­ nal de actos introyectando en la sustancia del contenido la relación social de los actores. El semiótico considera incluso, aun cuando no lo reconozca o lo niegue, los supuestos ontológicos de la acción, la escena y los actores en un dram a cuyo tema surge in situ y sin dirección propia fuera del impul­ so que la existencia vital supone. El m étodo semiológico retom a la reduc­ ción de la reducción para ahondar en feedback el proceso del que partía. Su retorno al origen del fundam ento crea más presencia em ergente y nace entonces el texto. Por eso lingüística y semiótica form an hoy aspectos alternos y com ple­ mentarios del estudio científico del lenguaje. El eje com ún de la relación dinámica del nom bre perm ite fundirlas en una lingüística semiótica dotada a su vez de principios herm enéuticos que recuperan el gran legado del Logos, donde palabra y pensam iento son, a su vez, nom bres de una misma realidad poiética. La historia de la ciencia desentraña en el espaciotiempo de la vida sus razones biológicas. El objetivo dialéctico de Platón y Aristóteles, maestro y discípulo, fue siempre el sentido y com prensión de la vida. El nom bre distiende la acción que lo constituye asignándole un papel dram á­ tico de personaje y actor locutivo. Su carácter de agente, objeto o circuns­ tante responde al proceso dinámico del Logos en tanto pensamiento, dis­ curso racional e incluso sentido o sentim iento originario de un predecir; según veíamos con O rtega y Gasset y señala también Zubiri desde otro enfo­ que similar283. El rango categorial ya asume papeles del dram a o gramática 283 ^jos referimos a la donación de sentido anclada en el sentir concebido como “la pri­ maria realidad de la verdad” (Conf. X. Zubiri: “Filosofía y metafísica”, en Sobre el Problema de la Filosofía y otros Escritos (1932-1944). Alianza Editorial-Fundación Xavier Zubiri, Madrid, 2002,

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del discurso. Cada nom bre actúa entonces conform e al doble papel que la acción nom inal le asigna en el proceso discursivo. La Gramática es curso de la vida. Los nom bres sustantivos sustancian de varios modos la acción protogramatical del pensam iento y de la existencia. Los atributivos o predicati­ vos -tod o nom bre predica- exponen y expansionan su acción implícita o explícita en el decurso ya configurado. La gama polimórfica de los otros nom bres relacionantes entre unidades así constituidas introduce las acota­ ciones del proceso mental y dram ático retroproyectando la acción según sus implicaciones fenomenológicas de presencia, apaream iento y recubri­ m iento semiódco -correlativo- del lenguaje: espaciotiempo pronom inal , huella -forism o retro y proyectivo: anáfora, catáfora-, elipsis, prelaciones, posiciones tempolocadvas, transposiciones y expansiones, ordenación expositiva, argumentativa, función retórica de las unidades lingúístico-cognitivas, etc. El nom bre es la declinación relacional de las cosas y sus estados o acciones en la m ente. Las categorías las interpretam os entonces como casos de la relación antepredicativa. Son la actancia o actuación del nom ­ bre respecto del apriori correlativo que las funda y origina. La base denominativa activada por la función y el valor de los signos al interpretar o percibir la realidad es el fundam ento dinámico de la lingüísti­ ca semiótica. El acto dicente form a la prim era unidad operativa sea cual fuere su extensión e intensión. Un silencio interlocutivo constituye tam­ bién realidad dicente. Dos hablantes de lenguas m utuam ente desconocidas y situados frente a frente en actitud comprensiva crean un acto locutivo. Partimos del enunciado como centro de análisis de la lingüística semiótica según lo interpreta Tesniére, es decir, como un espectáculo. En él se representa o escenifica una lectura del m undo. La sintaxis general antes propuesta, y con ella la gramática, es el escenario de representación lógica e interpretación semántica del universo. Con este enfoque podemos deter­ m inar también una gramática semiótica fundada en la función gramatical p. 202. Zubiri resalta también, partiendo de Aristóteles, el valor táctil de la mente en los pri­ meros principios, una mente tentacular (pp. 211-212). Las categorías básicas resultan enton­ ces acusaciones o categoremas del sentir o “ser real y efectivo que es siempre” (p. 208). Las categorías originarias presuponen un sentido previo a los significados. La acusación -acusati­ vo- del filósofo resulta en el lingüista una declinación prelativa del ser relacional y de la acción cognoscente de las cosas. El nombre se convierte entonces en el tacto de la realidad, pues las cosas vienen al conocimiento, añade Zubiri, con su voz adjunta y una renosanancia cósmica de fondo: “A cada cosa le va adjunta su voz, y esta voz a su vez reúne todas las cosas en una voz unitaria. Por esto todos los hombres despiertos tienen un mismo mundo: es el cosmos" (Ibid., p. 205).

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narrativa o unidad m ínim a de com portam iento sintáctico-sem ántico. La tri­ cotom ía del signo de Peirce, las condiciones apriorísticas de la significa­ ción, según G reim as, e interpretaciones filosóficas y sem iótico-lingüísticas, com o las realizadas por G endlin, Fowler y D eledalle, perm iten cen trar un núcleo m ínim o de funciones e interpretaciones en tal gram ática. T endre­ mos que añadirle tam bién, y desde la herm enéutica, un com ponente retó­ rico, en la dim ensión especificada p or Jakobson. Los casos p ueden funcio­ nar entonces com o in terpretantes finales de un texto. La gram ática se con­ vierte así en un escenario de actuación lógico-sem ántica y de visión icónica del universo. La gram ática sem iótica conjunta, por tanto, factores lingüísticos, cognitivo-perceptivos y retóricos, considerados en y desde el texto en cuanto no sólo pro d u cto o ergon verbal, sino fundam entalm ente com o textura im plíci­ ta en toda unidad o segm ento de habla. G reim as parte tam bién de la com ­ paración que Tesniére establece entre el enunciado y un espectáculo. D educe un m odelo sintáctico-narrativo del sintáctico-gram atical: “la proposition... n ’est en effet q u ’un spectacle que se d on n e á lui-m ém e Yhomo loquens”m . Adem ás de funciones y categorías, hay actores y actantes. D eter­ m inar sus unidades, relaciones, hom ologías y diferencias, constituye tam ­ bién un objetivo de la gram ática sem iótica. Al sintagm a proposicional ( SN + SV) le corresponde otro narrativo (Actante + Predicado) , que a su vez se correlaciona con otro cognoscitivo-perceptivo, según p ro p o ne el Grupo }i p artien d o del sintagm a citado de G rei­ mas285. R epresenta el encu en tro del m undo y el hom bre en la actividad del conocim iento: Cosm os —> A nthropos. Así pues, una gram ática sem iótica conjunta estos tres esquem as:

A 0

SN

SV

Sintagma Actante

Predicado

Logos Cosmos

A nthropos

284 Greimas, A. J .: Sémanlique Struclurale, op. cit,, p. 173. Advirtamos que la considera­ ción analítica de esta amalgama m ultifuncional es práctica com ún hoy en lingüística y se extiende también a las interpretaciones genéticas del lenguaje. Fue necesario llegar al descu­ brim iento del genom a para reconsiderar conceptos ontológicos com o yo, m undo (cosmos), agente,conocim iento, etc. 28r>G roupe |i (J. Dubois-F. Edeline-J.-M. Klinkenberg-Ph. M inguet): Rhétorique de la Poésie. Edit. Complexe, Bruxelles, 1977, p. 91.

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El punto de partida y llegada sigue siendo la textura del texto, oral o escrito. En él fundam enta la lingüística sus principios epistemológicos y, por mediación suya, estudios estilísticos y literarios encuentran nuevos enfoques de método. El campo de intersección entre los tres niveles, el propositivo, el narrativo y el cognoscitivo-perceptivo, es el lenguaje. En él acontece el encuentro del m undo con el hom bre. Esto nos recuerda, como mínimo, la lingüística antropológica de H um boldt, para quien la lengua es proceso de síntesis, pero no porque reúna en sí dos térm inos disociados y preexisten­ tes, el m undo y el pensam iento, sino porque los antecede, es decir, que cos­ mos y logos se conform an en el lenguaje. En esta misma dirección procede el análisis fenom enológico de Heidegger. Evidementemente, no existe una lengua anterior al m undo ni al pensam iento, pero la noción de estos con­ ceptos se da y descubre en el lenguaje por ser éste su órgano o realidad de configuración manifestativa286. La lengua es dinámica y procesual. No se detiene. A sus diferentes etapas corresponden las imágenes históricas del m undo y del hom bre -el lenguaje como Bildung En esa dinámica activo-receptiva - Wechselwirkung- se configura también el m étodo que ha de analizarla. Un m étodo no extraño al proceso, sino presente en cada una de sus pautas y unidades. Las investigaciones actuales de la paleo y neurolingüística refuerzan el concepto orgánico del lenguaje, de tal m odo que no podemos hablar propiam ente de m undo ni de pensam iento sin referir­ nos a él. La autoorganización material de Petitot, o la cognitiva de Gendlin, así como la experiencial de M acGregor -el sensible m aterial-, son deriva­ ciones mediatas del am biente y clima antropológico heredado de H um ­ boldt o de la ilustración científica, aunque algunos de estos autores no citen al lingüista y antropólogo alemán. E l sig n o d e c h . s . peirce

La intención simbólica de H um boldt la encontram os, con otra expli­ cación, en Peirce. Su enfoque trifásico atiende a las implicaciones formales y sustanciales, tanto del pensam iento como de la expresión. Al integrar el proceso objetualizante del conocim iento, el signo recupera la cara oculta de la realidad. El lenguaje sigue siendo “la esencia misma del pensam iento” ‘2H6 A pesar del éxito y conocimiento de esta propuesta de Humboldt, biolingüistica, sor­ prende hoy que sea tan poco citada por los neurolingüistas y lingüistas atentos al análisis del genoma y sus implicaciones para el lenguaje.

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(2.220)287. Su método considera como punto de pardea el phaneron o dato de conciencia. Aunque no puede demostrarlo, Peirce no duda de que tales fenómenos estén en la mente desde todo tiempo y para todos los pensantes (1.284). Las dimensiones de lo posible, de la existencia y del pensamiento, pertenecen a todos los hablantes de cualquier época. En ellas se formalizan los dominios de la cualidad o presentimiento, del objeto o acción existen­ cial y de la conciencia simbólica o base configurativa -ley- de todo sistema significante. Los tres actúan en la proposición o unidad dicente de repre­ sentación expresiva, a la par indiciaría, ¡cónica y simbólica, pues sus térmi­ nos señalan contiguamente la realidad -el signo apunta al cosmos-, la iconizan al relacionarse entre sí, es decir, la representan por semejanza de rela­ ción -el esquema propositivo es un icono-, y la simbolizan: esa relación predictiva potencia un nuevo significado. Al sistema lo asiste, por tanto, una virtus o exponenete ergativo cuya semiosis comienza en la taxia de la cualidad sensible, continúa en la per­ cepción de las formas objetivas y adquiere categoría en la conciencia inter­ pretante. La taxia resulta fundamental por suponer, de modo implícito, un conatus, un ^nacimiento cualitativo, que interpretamos como metonimia inicial del signo. Una metonimia prerretórica que considera el movimiento desplazante, procesual y transductivo, incurso en el nombre como juicio precategorial, contracto y expansivo. El nombre es la unidad mínima de dicción con rango predicativo, el núcleo amalgamado del signo y el pensa­ miento. Unidad cualificada, objetual y simbólica. En cuanto índice, el signo semiótico abduce una correlación inducti­ va con el objeto dinámico. En cuanto icono, crea una estructura perceptiva analógica. Y en cuanto símbolo, establece nueva correlación, abductiva o deductiva, con los demás significados proposicionales. Así pues, el signo semiótico indica o señala una dirección real, representa un esquema de esa realidad y la significa288. 28/ Peirce >Ch. S.: Collecled Papers. Harvard University Press, Cambridge, Mass. Volms. IVI, 1931-1935; volms. VII-VI11, 1958. [Citamos según la costumbre ya establecida. El primer número entre paréntesis remite al volumen correspondiente y el segundo, después de un punto de separación, al párrafo respectivo. (2.220) se refiere al volumen II y, dentro de éste, al párrafo 220]. 288 Deledalle, G.: Théorieet Practique du Signe, op. cit., p. 152. La abducción salva el para­ lelismo morfosustancial al inducir un movimiento interpretante sin prueba imediata ni apodíctica. Pero sucede igual con la inducción por más estímulos, asociaciones y vínculos que la avalen. El salto metodológico o la cifra resultante presupone una /¿natural en la eficacia de la conciencia intuitiva y de la razón, o una evidencia intelectiva que asuma el tránsito semiótico

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El esquema trifásico de Peirce se combina también con el narrativo. Después de situar la conciencia inmediata como primer nivel faneroscópico, el objeto o “cosa muerta externa” como nivel segundo, y la “representa­ ción mediadora” como tercero, añade de inmediato: “El primero es agente, el segundo paciente, el tercero es la acción por la cual uno influye en otro” (1.361). 1 3 2 Agente — A cción-----Paciente

La acción es el interpretante o signo tercero que atribuye el signo pre­ sentado, el conjunto agente-paciente, al objeto que representa o la realidad considerada en la proposición. El interpretante genera así, como nuevo representamen, un nuevo objeto289. entre la cualidad sensible y la ley simbolizada. Tengamos presente en los térm inos abducción inductiva, analógica o deductiva, sus valores etimológicos: la ducción afectada por las preposi­ ciones latinas ah, in y de. Esta consideración resulta fundam ental para entender la semiosis respectiva. No se trata sólo de la función mental, ni del resultado obtenido, sino fundam en­ talm ente del proceso incurso. En semiótica asistimos al desarrollo interno del fenóm eno, o tal es su objetivo. Otra consideración será sólo aproximativa, descriptiva, externa, y entonces malogramos el em peño consignado. La cualidad táctil de base y el interpretante afectivo con­ dicionan incluso el m odo de aproximación al fenóm eno. La semiosis exige haber conectado con ella para decirla y exponerla. En caso contrario, se m iente y disfraza. Por eso abundan tanto los disfraces académicos del análisis lingüístico, retórico y herm enéutico. Caen en la inautenticidad denunciada por Heidegger. No quiere decir ello, sin embargo, que la semióti­ ca sea asunto de iniciados o de sectas peculiares. Sencillamente, que su m étodo implica al analista, al analizado y, por supuesto, al análisis mismo. 289 Recordemos a este propósito que H erder ya advierte que la diferencia entre dos cosas implica una tercera. La marca-Merkmal- interior del proceso inicial de la conciencia es el punto originario del sonido como palabra y ésta misma en tanto conocim iento diferencia­ do de la realidad. (Conf. J. G. Herder: Abhandlung über den Ursprung der Sprache, op. d i, pp. 33, 36. Vimos, por otra parte, con Amor Ruibal y Ortega y Gasset, que la acción, refleja o inter­ pretante, subyace como fundam ento ontológico en los térm inos considerados. Por eso debe­ mos distinguir aquí entre el nivel puram ente explicativo de la exposición analítica -el tercero como posterior a otros dos anteriores- y el supuesto ontológico que la fundam enta, que es precisam ente el tercero. No hay conjunto o unidad compleja agente-paciente que no presu­ ponga una acción previa. El interpretante de Peirce conecta con esa relación induciendo la parte o instancia relacionada que le corresponde en ella a la conciencia. El consciente no es m om ento aislado de la relación ontológica entre la percepción refleja y el m undo de los obje­ tos. Ya hemos resaltado en Husserl y Heidegger que la noción de m undo engloba como hori­ zonte la perspectiva consciente, y aún antes táxica, de la realidad considerada o vivida. Al punto de fusión en la corriente transitiva-punto ciego, abismado, de la significación- perte­ nece también el interpretante.

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Peirce distingue en la proposición, de una parte, los térm inos indivi­ duales, que son índices de sus objetos respectivos, pero, por otra, considera, como los filósofos neokantianos -C ohén, N atorp-, este par conjuntam ente, form ando una diada u objeto tan individual y existente como los otros dos por separado. En esta diada, un térm ino funciona como prim ero y otro como segundo, por ejemplo Caín —> Abel en el enunciado Caín mata a Abel. La diada se mueve con imágenes de objetos, a los que atribuim os símbolos: prim ero y segundo de una relación tercera (2.316). No tiene otro funda­ m ento que la existencia objetual de los términos. ¿Cómo es posible esto? El célebre semiótico considera dos objetos, prim ario y secundario, en el decisigno. El prim ario es el referente, que ya puede incluir varios térm i­ nos, y, el secundario, el relato de la relación existencial, por tanto un decir propositivo que se mueve en y sobre un fundam ento relacionante y básico, dado por el m ero hecho de existir y encontrarse en una situación determ i­ nada. Lo dado es, como en Heidegger, ¿odonado. Tal relación es objetual en cuanto constituye el objeto al considerarlo y, por tanto, objetiva: rem ite a algo externo. Entre Caín y Abel acontece algo. De ahí que form en, juntos, el objeto prim ario, siendo cada uno de ellos, por separado, una entidad propia. El proceso de objetivación u objetualidad dinámica es a su vez el interpretan­ te, el objeto secundario. En tanto objetiva, la relación tiene carácter de índice. De hecho, el decisigno o proposición incorpora índices en m om en­ tos o situaciones remáticas y su com binación se iconiza incluso como esque­ ma, tanto en el sintagma como en la proposición, porque unos térm inos inciden en otros y establecen estructuras o cadenas de representación con­ ceptiva y gramatical. Y por ser o adquirir también carácter de índice, apun­ ta al objeto prim ario. En cuanto objetual o constitutiva de objeto -se trata ya de la diada individualizada-, la relación supone una identidad en el interpretante y en el objeto. Coinciden en el flujo o dinam icidad constituti­ va. Ambos son una sola cosa. El interpretante290, que indica la relación misma, coincide entonces con la form ación del objeto. Peirce explica esta identidad a través del icono considerado como posibilidad que potencia todavía otra posibilidad de que aquélla sea repre29° jsj0 j0 confundamos con el intérprete, que también puede ser iterpretante,y de hecho lo es al suponerlo conectado por la taxia básica e inicial. Pero aquí importa el acto inter­ pretante inducido por la relación interna de los objetos, no quien lo experimenta, dice o inter­ preta. Peirce resuelve así la propuesta neokantiana del juicio entre un sujeto antepredicativo -objetos o nociones sólo interconectadas- y la relación categorial que los sanciona: identidad, inherencia, causa, etc. El interpretante signa la relación de una relación ya mediada.

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sentada como tal o la posibilidad de la posibilidad implicada (2.311), por tautológico que parezca. El esquema es aquí, como en Gendlin, el desenca­ denante posible de la posibilidad en él aún implícita. No olvidemos que el objeto tiene naturaleza de signo y esto significa que “es capaz de comunicar el pensamiento”, de “tener la naturaleza del pensamiento o de un signo” (1.538). La imagen del objeto determina una posibilidad cognoscitiva. Es el posible cognitivo de la posibilidad todavía incursa en el objeto. La objetivi­ dad contagia. Por eso distinguíamos antes entre proceso objetual y objeto propiamente dicho, el fenómeno del transcurso objetivante inducido por la referencia alo de1mundo, cosa o situación objetiva, y el objeto -objectumpercibido, dado en la conciencia como objetividad que le acontece291. La relación misma puede ser -potens- lo referido en la objetualidad constitu­ yente. Tendremos entonces una relación de relación o relaciones. Peirce remite al término intención o instigación sin impulso292. Cuando esta posibili­

291 El ob-jectum presupone una o/jjetualidad o espacio mental de constitución objetiva. Procede de la semiosis del objeto mismo. Dicho de otro modo, entre el objeto objetivo, dado ahí, y el subjetivo de la conciencia, división usada por V. Brondal, acontece una dimensión objetualizante. 292 La relación y la objetualidad son caras de la misma función cognoscitiva, pues la constitución del objeto presupone u n a .....() ......o R(J) sin relacionados precisos. Es connatural al conocim iento y por eso no precisa impulso, si bien acontece en un proceso ergativo. Aprecia­ mos en ello, por tanto, su diferencia respecto de la lógica y las casillas vacías de Frege en sus ideogramas funcionales, por ejemplo. Para él es objeto todo lo que no com porta lugar vacío, es decir, todo lo que no es función o predicado.(Conf. Frege, G.: “Funktion und Begriff’, “Über Begriff und Gegenstand”, en Funktion, Begriff Bedeutung. Fünf logische Studien. Vandenhoeck & Ruprecht in Góttingen, 1994, pp. 30, 69, respectivamente). Peirce, Amor Ruibal y Ortega, en cambio, subtienden una relación en los términos mismos, pues hay un posible que los expansiona o ellos mismos son, como en Ortega, el pliegue procesivo de la expansión aconteciendo. Una proposición afirmativa tiene denotación de objeto en Fregue porque clau­ sura su sentido en lo denotado como verdadero o falso. (G. Frege: “Funktion und Begriff’, Ibid., p. 30). Allí hasta estos valores de los argumentos continúan predicando su relación exis­ tencial básica de verdad que se busca a sí misma escorando los márgenes falsos. Los núcleos de la identidad remiten continuam ente a sus fundamentos, aunque sólo sea para confirmarse en su valor verdadero o falso. La expresión de las funciones es aquí también funcional, en el sen­ tido que le otorga Frege. Siempre hay una casilla vacía. Y esto diferencia enorm em ente la lógi­ ca simbólica y la matemática del principio expresivo de la significación fenomenológica. Frege distingue como los demás una relación de argumentos previa al predicado locutivo con sus valores correspondientes -el contenido y el juicio que lo valora-, pero tanto Peirce como O rte­ ga, y antes Nietzsche, partiendo de Gerber, y éste de H erder -en el intermedio, Hegel-, sub­ tienden en la prelación del enunciado una relación aún más original en la que todo es casilla vacía o tensión sin térm ino configurado. El matemático puro no contempla la vibración subya­ cente de la taxia del m undo en la sensibilidad, ni el corte o incisión del cuerpo en

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dad es representada a su vez como posible, surge el icono propositivo o decisigno. ¿Qué significa todo esto? R e l a c ió n c o g n o s c it iv a

Ya conocemos el valor virtual contenido en la raíz ten de la intención. Entre Peirce y Husserl existen consonancias de fondo con explicaciones diferencidas y, a veces, convergentes. El objeto primario obedece a una dis­ tinción real y el secundario a otra de razón, no por ello menos objetiva. Además, el concepto de objeto es unívoco, en consonancia ahora con el formalismo gradual de D. Escoto, filósofo al que Peirce se refiere varias veces. Unívoco a pesar de su apariencia homologa. Como el autor francis­ cano, Aristóteles y la escolástica en general, Peirce presupone una relación constante entre el pensamiento y su objeto. Otra cosa es el matiz de la rela­ ción. El semiótico americano la traslada al lenguaje. La atribución implica en la Edad Media un concepto previo, al menos intuitivo, del ente al que se atribuye293. En Peirce, este conocimiento procede por experiencia colate­ ral. Surge procesivo al par del despliegue relacionante. El signo semiótico comprende así una dirección vertical hacia el obje­ to, en cuanto denotado, y otra horizontal hacia el signo contiguo. Ambas son indiciarías y simultáneas294. En esto se basa también el concepto de el flujo dinámico de la materia, o sus magnitudes, según veíamos en Santayana, y anticipó Frege ( “Was isl eine Funktion?”, ibid. P. 82). Tampoco atiende al acto nominativo del núm ero, al hecho de que éste también nom bra un aspecto de la realidad. El núm ero es otra forma de nom bre, como la letra. Nombramos la unidad fónica y el movimiento, que conjunta espacio y tiempo. De ahí que algunas lenguas asignen valores num éricos a las letras, tal el hebreo, al sonido de las voces, como hacían los pitagóricos, y que los barruntos de la ciencia experi­ m ental hayan buscado las bases matemáticas de la paranynpha phonosophia, como hizo el P. Atanasio Kircher en la Phonurgia Nova, de 1673. El sonido se refleja y expande en ondas, como la luz. Es luz sonora. Ello explica, por consiguiente, las diferencias respectivas de análi­ sis y la importancia del fundam ento para unas u otras concepciones científicas. Nosotros par­ timos del valor existencial del m odo conceptivo y Frege, en cambio, del contenido dado en él, al margen, en prim era instancia, de la m odalidad envolvente del juicio y de la taxia que com porta. 293 Bréhier, E.: La Philosophie du Moyen Age. A. Michel, París, 1971, p. 334. 294 Aunque nos referimos a ellas con índices geométricos, en realidad su proceso es tan molecular como el del organismo. Los recubrim ientos se parecen más a conform aciones celulares de tejidos que a superposiciones encastradas de objetos. La colateralidad y adjun­ ción presentativa, las proyecciones, retenciones, elipsis, etc. funcionan también con distancia interm edia y similar a la de campos imantados, energéticos, sinápticos, y a la de relaciones cruzadas, asimiladoras, sinérgicas. La com odidad geom étrica de los ejes cartesianos se ha impuesto, no obstante, en las explicaciones intuitivas. Por eso resulta un tanto paradójico

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valor form ulado por Saussure. Un signo interpreta al otro. En el eje hori­ zontal, sintagmático, se van sucediendo correlaciones paradigmáticas que configuran esquemas representativos de la realidad. La m etacronía de Hjelmslev extiende esta sucesión a otros dom inios así formados: una “yux­ taposición explicativa de varios sistemas sucesivos”295. Y ahí surge precisa­ m ente el nivel semiótico. Ya sabemos que este eje prim a sobre el paradig­ mático, donde no se dan tipificaciones formales ajenas al sintagma, pero consideramos, según lo ya dicho, que la sucesión y recubrim iento de tipos sintagmáticos crea también paradigmas. El eje vertical es el prim er constitutivo de las entidades. Decimos pri­ m ero porque, a m edida que avanza el proceso objetivante, obtenem os nue­ vas entidades, lo cual nos indica que las formas se van objetivando en el mismo proceso constituyente. La semiótica funcionalista suele considerar este prim er nivel al m argen de la acción implícita en cada entidad y subor­ dina el significado de ésta a la función constituyente que desem peña en el sintagma o en el enunciado que lo engloba. La función apresenta nuevas figuras del rostro intuido o vagamente abducido en el prim er contacto, pero hay análisis que no culm inan el proceso interpretativo de la realidad así anunciada y confunden la gramática con el m undo en ella reducido. Pertenece ello a otra variante de las relaciones, siempre difíciles, entre cate­ gorías y funciones. Sin embargo, el establecimiento de las entidades es, como dice MacGregor, condición necesaria para determ inar los constitu­ yentes de la unidad semiótica básica296. De hecho, las restricciones sintácti­ cas y semánticas dependen en buena m edida de los atributos inherentes a la entidad. Esto pudiera indicar que el estatuto de la palabra es decisivo para su incorporación en el sintagma y que, por tanto, cada una de ellas pertenece a un tipo o categoría o, por lo menos, ya va incursa en un proce­ so que la engloba y dirige. Pero, a su vez, el criterio sintagmático resulta imprescindible para asignar categoría a las palabras. Se recurre entonces a denom inaciones y símbolos cruzados como Sintagma -Clase, Frase- Nomi­ nal (SN) y Sintagma -Clase, Frase-Verbal (SV), cuyos núcleos son, a su vez, un (N)om bre y un (V)erbo, como si éste no fuera también nom bre. Se exponer con líneas verticales y horizontales, hasta con algoritmos traslapados, procesos men­ tales que implican la forma constituyente. Lo explicado pertenece al modo de explicación. Sólo en esta medida podemos hablar de semejanza molecular y orgánica en el lenguaje. Su dinamismo supone en la mente y en el cerebro lo que la actividad molecular en el cuerpo, incluida la relación inherente que existe entre éste y aquélla. 295 Hjelmslev, L.: La Catégmiede Cas, op. cit., p. 110. 296 MacGregor, W. B.: Semiolic Grammar, op. cit., p. 28.

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entiende que (N) encabeza siempre sustantivos y que éstos desempeñan una función dominada o correlacionada por el verbo (V)297. Así, por ejem­ plo, MacGregor establece el siguiente esquema implícito al exponer los sig­ nos constituyentes de las unidades fundamentales de la semiótica y sus rela­ ciones en cualquier situación: Participants (Actor, Undergoer, Benefíciary)

SITUATION -> NFs + VPs Transitive system of directionalitv (Behavioural clauses)

Ergative system of directionality (Being clauses)

Ahora bien, el verdadero trasfondo semiótico de MacGregor, y de otros lingüistas a los que sigue, por sectores, como M. A. K. Halliday, S. Dik, R. Langacker, etc., apunta a tres grandes significados: la situación, la enti­ dad y el proceso (going-on), que constituyen el sentido general, en el que va incluida la referencia de cada uno de los tres como partes suyas. El referen­ te es un aspecto del sentido, pues las relaciones contraídas en las cadenas sintagmáticas son sólo gramaticales298. Sin embargo, ese trasfondo deja entrever que los tres significados de los tres grandes constituyentes del siste­ ma semiótico se interrelacionan. El proceso y la entidad no son entidades separadas, sino que más bien se implican. MacGregor las remite a las unida­ des gramaticales superiores, (NPs) o Nominal Phrases y (VPs), Verbal Phrases, como sus correspondientes significados. Pero esta remisión nos introduce ~h Obviamos aquí el problem a del sujeto y otras implicaciones deducibles de lo dicho. En cuanto al dom inio de la (O)ración o (P)roposición, cláusula o como se quiera denom i­ narla, sobre (N) y (V), digamos que (O), (P), (SN), (SV), etc., son lo interno, lo que funda­ m enta a los correlacionados como tercero implícito. No existe sin ellos ni es, por tanto, un hipernivel. La costumbre de representar tales símbolos como cabezas con dos o más brazos -tronco con ram as- nos mueve a iconizar la figura y a considerar un nivel su perio r-(O ), (P), (SN), (SV )-que no existe realm ente fuera de sus relacionados. Por otra parte, el verbo indu­ ce siempre índices que posibilitan en ausencia, virtualm ente, uno o más correlacionados. C ontiene la base relativa ya incursa en el sustantivo como nom bre y además la manifiesta. 298¡biii.. p. 89.

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en el grave problem a de las siglas del análisis en cuanto significantes de lo analizado, aquí la cláusula u oración. En tal caso, tanto la entidad como el proceso abarcan unidades sintagmáticas que, a su vez, engloban entidades reales y estados de cosas concretas. La pregunta surge entonces obvia. ¿El sintagma de la entidad no implica algún tipo de proceso o going-on? ¿No encie­ rra ninguna entidad el proceso? Los significados aludidos se refieren a una misma cosa, en realidad la situación de partida, el hecho de que en cada una podamos distinguir una acción, con su actor, y una o varias cosas: undergoers. Convierten, por otra parte, a los símbolos metalingúísticos (NPs) y (NVs) en significantes gramaticales, con lo que la entidad (N) se refiere realm ente al sintagma que constituye, y lo mismo sucede con (V), pero sobre todo con la Situación, que ya com prende el conjunto oracional. ¿Puede englobarlo sin la situación real, referente, por lo menos aludida? La gramática así concebida o bien es paralela al orden real de las cosas o lo integra interpretándolo. En el segundo supuesto, toda ella es el (SoA), y no el verbo en exclusiva. El a prioñ implícito de M acGregor y de gran parte de la gramática cognitiva, funcional, temática, etc., no explicitado, es que la entidad ya transcurre en el proceso de la situación, o viceversa, acontece procediendo. Es decir, tales gramáticas presuponen impensadamen­ te que: SITUACIÓN

....... Proceso.........>

La entidad encubre el problem a de la referencia real, la distancia gnoseológica de la huella, el corte y fijación de la marca, y el sentido correspon­ diente al resultado de su incorporación en la cadena sintagmática, incre­ m entado, si cabe, por el problem a añadido de las categorías correspon­ dientes. Los sintagmas respectivos ya funcionan como hipercategorías gra­ maticales. Lo cierto es que no hay ninguna unidad entitativa que no esté situacionada ni ningún proceso que no constituya entidad sintagmática. Los ejes se cruzan de nuevo y las implicaciones terminológicas traslapan cuestiones de m étodo. Va incluido en ello, también, el problem a de la con­ sideración analítica, el proceso consciente que considera el objeto presen­ tado. La conciencia objetivante y la realidad tienen velocidades diferencia­ das. El análisis semiótico pretende, en últim a instancia, el m om ento o

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punto constitutivo de la realidad en cuanto objeto, el cual lleva incursa la semiosis procesual de aquélla, a la que pertenece también la conciencia, que es otra form a objetiva, y objetivante, del m undo. ¿Que hay, pues, den­ tro de ella? Tal es, nos parece, el fondo latente de la epistemología y de la ciencia desde los orígenes objetivos del pensamiento. El supuesto implícito encuentra su explicación en el hecho de que los constituyentes son nom bres y el nom bre ya contiene en sí, sustantivo o verbo, una acción verbal que lo expande y extima. La acción nom inal desve­ la, a su vez, la relación constitutiva, con o sin relacionados propios, que es plurirradial, pero que se centra en dos direcciones fundamentales, de inte­ gración y de expansión. Las antinom ias gramaticales de la forma, función, categoría y ejes suyos fundam entales se resuelven analizando la unidad lin­ güística básica, el nombre. M acGregor es consecuente con sus premisas al decir que “las palabras no pueden analizarse en constituyentes”299, pero el fundam ento del nom bre, el a prioú correlativo, nos muestra cómo se origi­ nan el sustantivo, cabeza nuclear de las (NPs), y el verbo, núcleo de las (VPs). La transitividad direccional, propiam ente transitiva o ergativa para este autor, está fundada precisam ente en la relación prelativa del nom bre o .....(Rf)......., según veíamos en capítulo precedente. Transitividad retroversa, por otra parte. Las unidades implican y replican retorno al pasado, en cuya retrospectiva adquieren el sentido que les corresponde como signifi­ cado, nos dice Dilthey partiendo de la com prensión herm enéutica del len­ guaje. Esto las diferencia del sentido unidireccional de lo dicho, en el que se apoyan norm alm ente las gramáticas, y de donde extraen un segm ento suyo ya constituido. Las distingue también de las cadenas nucleótidas del genoma, que no miran hacia atrás como Eurídice y por eso no conocen el sentido del lenguaje. El sintagma se forma retroproyectivamente. Cada unidad discreta o funcional es resultado de un plexo de relaciones múltiples. Hay que obser­ varla como la punta de un iceberg, en profundidad, y no sólo según la direc­ ción del viento y de las corrientes marinas. Los enclaves desplazados funcio­ nan también en el paradigma respecto del sintagma que queda vocalmente impreso en el aire. El nombre es la donación propia de sentido en la situación básica del ser o estar-ahí. La integra al tiempo que lo dilata con movimiento amébico de incorporación e interactuación en el medio vital. Peirce fue de algún m odo consciente de estas implicaciones y por eso cambia el giro del análisis y la consideración metodológica del lenguaje. 299 Ibid., p. 90.

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Presupone que de la conexión entre las partes del decisigno -relación icónica- se deriva “una conexión en el objeto entre el objeto prim ario diádico y la prim eridad indicada por la parte correspondiente al decisigno” (2.311). Resta decir que el conjunto diádico -Caín —> Abel- y la relación incursa en matar son el sujeto de la proposición y lo otro, el carácter prim a­ rio, su predicado, que ya lo subtiende. La noción de sujeto com prende todos los índices nominales, sean sujetos propios, objetos, circunstanciales o incluso un verbo. Todo el lenguaje se pone en función subjetiva respecto del objeto semiótico. La form a y la función constituyen significado gram ati­ cal en el proceso sintagmático. Hasta aquí llegan las gramáticas, tradiciona­ les o no. Pero la función se define como significado sólo en virtud del terce­ ro que la engloba desde el dinamismo formal, es decir, el predicado o inter­ pretante. No el predicado constituyente de la unidad gramatical, el (V) de las (NPs), que figura también en el área del sujeto para Peirce. Un interpre­ tante subyacente, un sub-pre-dicado. Propuestas como la de M acGregor parten de un supuesto, decimos, similar: los participantes -Sujeto, Objeto, Objeto Indirecto- y el estado de la situación o (SoA). La situación es lo subyacente a unos y otros, represen­ tada en gramática por los núcleos (N) y (V) de las (NPs) y (VTs), respectiva­ mente. Bajo tal aspecto, sería ella el equivalente predicativo de Peirce. Pero la predicación semiótica subtiende todo el complejo desde un fondo aún no configurado o en proceso de configuración. ¿De qué significante es sig­ nificado la situación que encabeza los dos tipos de g r am atic al r o les , los par­ ticipantes y el estado de la situación? ¿Del significante gramática? Entonces, la gramática es el m undo y, su form a entitativa, pura semiosis. La acción hum ana, incluido el m étodo analítico que la estudia, determ ina una form a funcional que es puro significante. El m undo aludido, concepto extraño para las gramáticas citadas y sub­ yacentes en la propuesta de MacGregor, se presenta desfondado. He ahí la cuestión y la insuficiencia que las separa de la semiosis constitutiva. Tratan una parte suya y con replicación m etodológica, pues m arginan el funda­ m ento último del análisis y lo sustituyen por la demostración analítica, con­ fundiendo la metagramática con el engramma que la constituye. P a rá m etro s de in t e g r a c ió n léx ic a

Un ejemplo, a nuestro entender, de este círculo cerrado es el Modelo Lexemático Funcional o FLM, que integra, por otra parte, las anomalías fun­ cionales de los ejes paradigm ático y semántico conjuntándolos de tal m odo que establezcan y predigan los marcadores de integración léxica en el nivel

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sintáctico-semántico. Sintaxis y semántica muestran aquí sus interrelaciones operativas. Es un ejemplo, sin embargo, de cómo el círculo lingüístico gira sobre sí mismo con rotación ecuacional y desplazando de un nivel a otro las aporías aún irredentas de planteamientos anteriores, como el de la Gramática Funcional de Dik. El lexicón sería, en este modelo, y muy resu­ mido aquí, en nuestra exposición, un almacén de parámetros informativos que definen el campo de integración de una palabra en el sintagma u ora­ ción gramatical. La descripción de su potencial semántico y sintáctico, es decir, las entradas sintáctico-semánticas que permiten incrustar una pala­ bra en una posición concreta del sintagma o de la oración, determinarían una clase lexemática. El modelo tendrá entonces un valor predictivo: Our assertion ist that regularities in the lexicón can be mapped out by means of syntactic-semantíc (synsem) parameters that operate throughout the lexicón in the various areas of meaning. Such parameters are the result of the convergence of paradigmatic and syntagmatic information, and are derived from the nuclear meaning of semantic sets, as well as the complementation patterns characteristic of each suddomain in the FLM lexicón. Though basically lexical semantic in nature, synsem parameters also influence a verb’s syntax.300

En realidad, los dominios y subdominios sintáctico-semánticos que sirven para describir el synsem se implican mutuamente por cuanto repiten en las entradas del lexicón los campos sintagmáticos y paradigmáticos que ya los facultan para estar allí y no en otro lugar. Y esto, sobre todo, si se parte de una concepción básicamente natural de semántica léxica. Primero habrá que explicar en qué consiste esa naturaleza semántica y cómo se constituye. De otro modo, los parámetros sustituyen al núcleo aún no defi­ nido de la entidad nominal y su esencia intuida. Sustituyen con explicitaciones predicativas lo que el núcleo está determinando. Es lo que acontece con los rasgos semánticos de las palabras simples. Su combinación preten­ de anular la simplicidad del término en cuanto núcleo unitario de atribu­ ciones o predicados. Esa unidad perceptiva y significativa excede a los pará­ metros, porque los funda y constituye. Los contextos conceptuales y sintácticos empleados en los parámetros y sus posibles realizaciones ya son potencial semántico o sintáctico de las palabras. Incluso se recubren a veces con relaciones de hiper e hiponimia conceptual o funcional. Por ejemplo, los términos spot, sight, glimpse, spy, son hipónimos léxicos de see. Su parámetro de “duración corta”, activado

300 Faber, P. B.-Mairal Usón, R.: Constructing a Lexicón ofEnglish Verbs. Mouton de Gruyter, Berlín, New York, 1999, p. 144.

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en el dom inio léxico de v isu a l p e r c e p t io n , c o n s u m p t io n y f e e l in g 301, tam­ bién actúa como rasgo semántico en spit y wink, y no por ello incluimos estas dos palabras en ninguno de los paradigmas y contextos citados. Todo térm ino se relaciona con cualquier otro en presencia o ausencia, bien por afinidad concertada o bien por exclusión o indiferencia. El lexicón presu­ pone un conjunto cerrado, porque sus posibles, lo que en él hay de prede­ cible, también le pertenecen por principio: form an entidades a las que sólo les falta actualidad real. La propuesta de f lm es una variante de la capacidad de campo prevista por Bühler en toda unidad lingüística, de las redes de Trier, del diferencial semántico de Osgood y de los núcleos sintáctico-semánticos de Greimas, Pottier, Coseriu, etc. Describen la constelación de térm inos o conceptos que se replican m utuam ente en determ inadas posiciones. Es un sistema reticular práctico para ver sus variantes mínimas, los sememas, archisememas y archilexías, sobre todo para contribuir a una posible descripción general de una o varias lenguas en un program a informático. Ahora bien, ¿qué diferencia hay entre citar como parám etros de EXISTENCE los dominios temporales “To beging to exist”, “To continué to exist” y “To stop existing”302 y saber, como sabemos, que la existencia está, como todo lo existen­ te, bajo el enm arcador Tiempo, a la que se subordina, y que éste com pren­ de un comienzo, una continuación y un cesé? Por otra parte, la raíz xist subtien­ de a dom inio y subdominio como un hiperparám etro suyo, semántico y morfológico. Beging; continué y stop presuponen además el concepto lexicalizado de existencia. Lo mismo sucede con duration, cessation, iterationy conation respecto del Tiem po implicado en la acción. Se recubren y son reversi­ bles respecto de las unidades que enm arcan. Por otra parte, la descripción de los subdominios es muy aleatoria y depende a veces de la doxa social de cada m om ento. ¿El parám etro “To beging to exist” se concreta en el subdo­ minio “exist”, “in the perception of others” e “in tim e”, cuando existir es imposible sin tiempo presente? ¿Y si los demás no ven al pajarito que pico­ tea la cáscara del huevo y busca el aire que intuye por instinto? ¿No existe? ¿Existe en cualquier tiempo? Este tipo de descripciones representativas del funcionam iento estelar de una palabra o concepto en la constelación de áreas o “sets” léxico-conceptuales se apoya también en el fundam ento nom inal del apúoricorrelati­ vo. Su potencial semántico y sintáctico, m utuam ente interrelacionados, 301 Ibid., p. 146. 302 Ibid., p. 219.

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depende de la predicación subyacente y virtual que va ordenando y soste­ niendo los posibles de las unidades en cuanto partes suyas constitutivas. Tal asistencia m antiene activos los parám etros de com plem entación en los subdominios que dependen de las relaciones implícitas en los cruces de para­ digmas, sintagmas, y de éstos entre sus taxonomías entitativas y procesuales. Las clases así determ inadas se implican a su vez en parám etros más globa­ les, hasta llegar a los m ínimos constituyentes que ya conocemos, cada vez más com unes y generalizados entre los lingüistas. Por ejemplo, la dicoto­ mía acción y objeto sobre el que se aplica, o la de Peirce, ya citada: AgenteAcción-Paciente, con la característica de que la Acción es tercero y centro de sus correlacionados. La clasificación categorial responde a idénticos cri­ terios. ¿No son parám etros sintáctico-semánticos los (SN) y (SV) que dom i­ nan a los constituyentes (N) y (V)? Es cierto que todo acto y situación remite, como dice W. Kóller, a un signo y, con ello, a una interpretación303. No tenemos otro recurso para adentrarnos en el fundam ento científico y hasta aquí llegan casi todas las gramáticas hasta ahora propuestas, sobre todo las de rango funcionalista. Pero el problem a rem ite a un estadio previo. Esa propuesta es sólo el inicio del m étodo que seguir. Debemos indagar también la energía, dinamicidad o semiosis que trasciende los signos continuam ente: la significancia preconstitutiva y en ellos subyacente. Es una necesidad y condición inexcusa­ ble, entre otras cosas, y recurriendo a otra observación de Kóller, porque antes de tematizar una relación ya hemos entendido intuitivam ente la fuer­ za sintética del signo gramaticalizado304. El estatus metainform advo de los signos gramaticales, superior, como señala este filósofo, al de los térm inos que integran el lexicón305, procede precisam ente del análisis fenomenológico y herm enéutico de la prelación intuitiva dada como un dato más de la actitud natural del habla. La separación analítica de las formas para deter­ m inar unidades y la correlación funcional que adquieren en el proceso, así como la superposición lógica de la intentio obliqua sobre la recta, del sentido interpretante sobre el significado categorial, para evitar así el problem a ontológico y metodológico del lenguaje, son recursos y derivaciones del a prioú correlativo. La m ediación analógica de la conciencia y del lenguaje, o de éste y el pensam iento, es sólo un paso, im portante, pero insuficiente, 303 Kóller, W.: Philosophie der Grammalik. Vom Sinn grammatischen Wissens. J. B. Metzler, Stuttgart, 1988, p. 52. 304 Ibid., p. 59. 305 Ibid., p. 62.

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para com prender el fundam ento semiótico. Precisamos una relación más intrínseca. El objetivo fundam ental consiste ya en descubrir la inherencia de la form a gramatical en la realidad misma, no sólo en el pensamiento. Es cierto también que las formas elem entales del m undo vital del lenguaje nos sitúan en un horizonte expansivo de usos y costumbres, naturales y cultura­ les, y que tal horizonte resulta entonces originario-Urhorizont- e imprescin­ dible para cualquier ciencia y conocim iento, pero, aún así, la intuición y la evidencia que lo describen son también insuficientes si no profundizan el sustrato y abismo de donde em ergen. La evidencia intuitiva funciona entonces como índice m etainformativo respecto de los referentes incursos en el signo -cóm o se estructuran, coordenan, subordinan, replican, etc.pero no en relación al a priori predicativo que los subtiende, incluida la evi­ dencia. El círculo hermenéutico de la Filosofía de la Gramática propuesta por Kóller306 sería sólo un Ersatz de la ciencia, del pensam iento, del lenguaje y, por tanto, de la realidad pretendida, pues las formas culturales a que reduce el orden formal de la gramática aún la presuponen. U n o r d e n a d o r un iv ersa l

Sustitutos del fondo antepredicativo son también los modelos virtua­ les que, apoyados en la interactividad sensible, instrum ental y de grupos sociales, sustituyen la actualidad entitativa u ontológica del objeto por el exponente de su potencia o virtualización que la muta y desplaza convir­ tiendo cualquiera de sus posiciones en centro locativo de sus desplazamien­ tos, posibilitados por “un vide m oteur”: Virtualiser une entité quelconque consiste á découvrir une question générale á laquelie elle se raporte, á faire muter l’entité en direction de cette interrogation et á redéfmir l’actualité de départcom m e réponse á une question particuliér.30'

No habría nada que objetar a este supuesto -el lenguaje encaja en el fondo de la semiosis entitativa- si la « élévation á la puissance» de la enti­ dad respondiera a lo que ésta aún no es por haber dejado en el camino o no alcanzar parte del ser que presiente oteándolo en el horizonte así abierto. Tampoco objetaríamos si la “cuestión general” a la que se refiere la entidad como caso de una regla más abarcadora no form ulara un principio reducti306 Resumimos aquí, de forma escueta, los presupuestos fenomenológicos de Kóller, quien indaga también la base fenomenológica y hermenéutica de la semiótica, imprescindi­ bles para un entendimiento lingüístico de la gramática. Conf. pp. 35, 3040. 307 Lévy, P.: Qu’est-ce que le Virluel?La Découverte, París, 1998, p. 16.

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vo de la realidad que se considera. Si prescindimos en ésta de algo que la constituye, o si no acertamos a ver en su constitución el m odo adecuado, y luego preguntam os por lo que le falta desde otro punto de vista, caemos en un error de principio y enfoque. El a priori correlacional es respuesta m utante dada en el vacío de las formas nacientes, pero a una pregunta des­ conocida, interna y no program ada desde un cálculo que sustituye a la rea­ lidad de la que parte y además pretende interpretarla. ¿No está presupo­ niendo que abarca todos sus posibles, que los asiste sin huecos desde una presencia aún no justificada? La relación entre lo particular y general de la cuestión hace a ésta hom ologa y no implica lo mismo en lo correlacionado. Tan pronto sabemos que la entidad se refiere a una cuestión general deri­ vada de ella -n o prefiguramos el m odo ni el tipo-, o que la condiciona, ya se ve allí como huérfana de algo que la explica sin entenderla, sin serla. Se refiere, se redefine, se sustituye en máscaras, gira en torno de su propia sombra, traslada los problem as a otra dimensión que repite en tiem po real -¿real?- sus propias representaciones. Lo representado entonces es más repre­ sentado que nunca. La realidad, el objeto, desentraña una pregunta tan pronto se nos presenta y todo asomo de conocim iento es respuesta, incluso cuando interroga. He aquí el fondo del dram a verbal, cognoscitivo y entitativo. Asistimos a un m undo interactivo, polifónico, pluricanalizado, de Tiempo, Espacio y Modo sincopados, que nos presenta una realidad más nítida e intensa -¿intensa?-que lo real mismo y su m odo de presentación es re-presentación de la representación o asentam iento -sidere- tético de la realidad. Decimos que los tiempos coinciden, que el espacio reduce distancias, se vuelve simultáneo, y que el m odo de presentación nos introyecta -efecto Moebiusen un interior hasta ahora oculto: el fondo de los mares, de la selva, las fosas cósmicas, de la tierra y del cielo, del cuerpo propio, etc. Incluso podemos simular la respuesta futura de la realidad latente según parám etros induci­ dos y deducidos. Esto no ofrece problem as en el cruce sintáctico-semántico de las oraciones, cuyas estructuras y símbolos -las cadenas- se repetirán en cualquier lugar, tiem po y del mismo modo. ¿Cualquiera? Tampoco. La reducción lingüística de los enm arcadores E , Ty M es un espejismo de corto alcance. La diacronía de una o varias len­ guas, de una familia lingüística, nos dice que no es así. Por eso se aísla la gramática como m étodo discrim inador de unidades doblem ente articula­ das, una de ellas insignificante, y com binadas luego entre sí y que, desde ese m om ento, crean niveles y estructuras que representan el m odo de representación de la realidad. Representación de la representación. He

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aquí el origen del drama que se convierte en tragedia trastocando unos valo­ res sin que aparezca el superhombre, pero sí el megaespacio y el gran ojo de un Ordenador Universal o Gramática General del mundo. El hombre proyecta sobre el Ordenador Universal el megamarco ETM de la reducción operada sobre la gramática y desde ella pretende comprender la taxonomía de los elementos, su combinatoria y el grado de predicción futura de tales conformaciones con nuevos elementos que res­ ponden a los mismos símbolos? ¿No encierra este método una tautología? ¿No prejuzga una capacidad creadora, una fe natural del conocimiento que avanza sin que el £ y el T se fragmenten? ¿De dónde le viene, de los elementos aislados, de la combinatoria? Está presuponiendo que la gramá­ tica biarticulada del análisis es la del mundo y de su propia autoorganización biológica308. Entonces, la gran ecuación Cerebro : Máquina : Mundo m H ubert L. Dreyfus analizó con precisión los cuatro supuestos implícitos en la teoría del procesamiento \irtual de la información y del lenguaje, a saber: el biológico, psicológico, episte­ mológico y ontológico. [Conf. Wfoat Computen still carít do. A Critique of Artificial Reason. The MIT Press, Cambridge, Mass., London, 1992 (1972), pp. 159, 163-165, 190, 206]. Según ellos, y res­ pectivamente, el cerebro hum ano debe funcionar como un computador digital. La mente obe­ dece a un programa heurístico: las reglas usadas en la información de la conducta son las mismas que la producen. Aunque este presupuesto no se da en todo tipo de conducta, la no arbitraria es formalizable y las reglas de formalización son reproducibles en máquinas que explican y repro­ ducen también la conducta de partida. Por último, el supuesto ontológico da por asentado que la atomización de los datos en el ordenador -discretos, explícitos y determ inados- se correspon­ de y reproduce asimismo el modo de percepción, habla y entendim iento humano. Para Dreyfus, la explicación adecuada de la competence de un proceso, en este caso el físico del cerebro y de la conducta, no explica su performance (Ibid., p. 190). Dificultades operativas en juegos, traducción, resolución de problemas y reconocimiento de modelos muestran un límite en la habilidad humana de sustituir un modo de “procesamiento informativo” por otro. Las reducciones o tras­ laciones implícitas en los procesos maquinales no explican ni fundamentan el m undo previa­ mente seleccionado. Tampoco dan razón adecuada del proceso mental actuante, incluido el del procesador. « I t is impossible to process an indiferent “input” without distinguishing between relevant and irrelevant, significant and insignificant d a ta » (Ibid., p. 187). Vemos, pues, que el momento inicial de la constitución de los datos, o de la intelección de los hechos, que, por sí mis­ mos, carecen de significado (Ibid., p. 290), resulta decisivo. La interacción del procesamiento ya significa el m undo e introduce este significado, o el sentido que lo subtiende, con voz, sombra y luz callada, en el procesamiento general de la máquina. Dreyfus advierte que el procesamiento informativo escamotea este a priori y critica la falta de fundamentación teórica de los modelos que pretenden justificar así nada menos que la realidad última del funcionamiento de la inteli­ gencia humana y sus frutos culturales. De los supuestos epistemológico y ontológico, los más senos de los cuatro citados, dice lo siguiente: ‘T he inevitable appeal to these assumptions as a final basis for a theory of practice leads to a regress of more and more specific rules for applying rules or of more and more general contexts for recognizing contexts” (Ibid., p. 226). Dreyfus apela también a los supuestos de una interpretación continua de los hechos humanos.

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encuentra, al fin, justificación cumplida. El hom bre ha conseguido introyectar en la m ateria la linfa coordenada que la m ateria desarrolla evoluti­ vam ente y, por tanto, alcanza el secreto y la fórm ula de la autoorganización del M undo. La velocidad del C onocim iento coincide con su realidad. El acto puro. El cambio rotativo del centro, la multicanalidad, el ciberespacio e hipertexto, aum entan e intensifican la percepción del m undo, sus escorzos o virtualidades. Nos ofrecen más m undo, pero el m odo de conocerlo, sen­ tirlo, atribuirlo y predicarlo sigue siendo básicam ente el mismo incluso si camuflamos o desviamos sus directrices con métodos refinados de oculta­ ción o sustitución program ada, o si confundim os las articulaciones ortopé­ dicas con las del sentido y la interactividad de modelos con los effets de subjedivité, com o pretende la ecología cognitiva. El contraste entre la ubicui­ dad y simultaneidad de lo percibido y la persistencia correlativa de fondo respecto del antepredicado existencial no han cambiado. El tiem po y espa­ cio de alta velocidad prom etidos desfondan aún más la distancia constituti­ va respecto de su proyección imaginada. Asistimos a un gran efecto m etafó­ rico, a un tropismo universal de la Gran Retórica, donde sitúa P. Lévy la apertura virtual, ecológica y autónom a del m undo, en paralelo con la Gra­ mática -disección de formas y com binatoria de funciones-, y la Dialéctica: intersubjetividad argumentativa de la semántica y referencia309. O tra cosa es la respuesta que indaga el rostro anónim o de la pregunta en el latido precategorial de la conciencia. Ser-ahíes estar “hors-lá” sin nin­ guna contradicción, o con m ucha más de la que pretende introducir M. Serres respecto del Dasein heideggeriano310. No hay ex-sistencia alguna que no salga del ahí o aquí en que se emplaza, más bien del ahí donde lo otro de sí mismo le reclama una respuesta a su estado existencial. Si la pregunta for­ mulada es un esquema deducido del encuadre de la entidad en el espaciotiempo general de los grupos sociales que lo parcelan, retornam os a la sus­ tancia am orfa del contenido en Hjelmslev recortada por unas formas que reproducen en el texto la insuficiencia del fondo presentido. El sistere de la ex-sistencia recupera su cátedra entitativa y replica su esencia favoreciendo, como nunca, el sueño imaginativo de la Realidad. Segismundo ya no des­ pierta nunca. El nuevo sesgo, ya trágico, del M undo. Tal es, a fin de cuentas, la interactividad de m odelos en la ecología cognitiva, que prescinde de la 309 Lévy, P.: Qu’est-ce que le Virtuel?, op. cit., pp. 80,91-92. 3,0 Nos referimos a la obra Atlas de M. Serres (Julliard, París, 1994), donde opone el “hors-lá” al da-sein de Heidegger.

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verdad, de la conciencia y de cualquier aprioú transcendente, pero da cré­ dito al resultado de la ilusión cósmica y cosmopolita de una inteligencia social omnipresente311. Ya no vivimos el concepto ni la emoción de saber­ nos, como Fray Luis de León y Antonio Machado, pequeños rincones oscu­ ros que piensan, porque la conciencia asume incluso sus paradojas y proce­ de indiferente a cualquier fundamento que no sea su propio giro y rotación sin ningún retorno eterno. Pura superficie y puro interplano en un movi­ miento continuamente simulado. El Gran Teatro del Mundo ha cloncluido, pues somos ya puro drama, tragedia pura. Hemos entrado en escena y gira­ mos con vuelo quebrado como la mosca en una botella del todo transpa­ rente. No se ve ni el cristal, el límite, la frontera, pues se mueve a la misma velocidad del conocimiento, o más allá de él, que es, en pura ecología gnoseológica, la de la realidad que nos envuelve. La pregunta halla una respuesta previamente condicionada, como el término o índice encuentra en el lexicón el parámetro que ya lo define a distancia. En la virtualidad lingüística la actualización de lo predicible no resuelve la problemática inicial si el horizonte predicativo es el perfil de lo dicho. Transforma el dicho de partida en caso posible de una predicación más extensa. Lo predicho sería diferente si su posibilidad estuviera fundada en un horizonte suyo aún virtual o aurora naciente de su propia entidad. Una perspectiva aún ciega y no coincidente, retardada o adelantada respec­ to de lo dicho. Aquello que en la retención o apresentación de lo sido o evocado aún no se manifestó, o no del todo, e instiga, extima cuanto se pre­ senta como decir interno en lo dicho, conocido o desconocido. Hay una medida desigual del tiempo implicado en lo oculto aún no presente en tanto posibilidad de un posible aparecer, pero no, como dice M. Dufrenne, posible de un sujeto ejecutivo312, aunque luego lo sea hurgando en el limo del sentimiento presentido. El sujeto se sujetiva, se somete a cuanto lo pre­ cede predicándolo existencialmente. Llega tarde a la conciencia de que puede. No es la medida de cuanto puede ser. Lo mismo el sujeto gramatical.

311Lévy, P.: Les technologies de ilntelligence. L'Avenir de la Pensée á l'Ére Injormatique. Éd. La Découverte, 1990, pp. 193-194. De la actividad ilusa de la conciencia se siguen efectos intelec­ tuales que atañen a la complejidad infinita que trasciende y motiva el área estrecha de su individualidad. Sin embargo, ni ella, ni la unidad sustancial o el funcionamiento secuanzializado son indispensables para el pensamiento, que es colectivo (íbid., p. 194). ¿No persiste aún aquí, traslapado, el fondo estructural de la languey la parole, fundado en una preconcepción amorfa del pensamiento, como sucede en Saussure y Hjelmslev, cuya sustancia mental es, sin embargo, la opinión colectiva? 312Dufrenne, M.: L ’Oeilet l'Oreille, op. d i, p. 194.

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Ya lo atraviesa una acción locutiva que nunca sujeta ni lo prende del todo, el verbo de la palabra. La pretendida virtualidad del hipertexto en el ciberespacio aún es construcción perceptiva de la realidad. La presencia de su ser actualm ente relativo, hiperactivado -otra form a entitativa-, no coincide con la ¿/zentidad que la potencia aunque se dé en tiem po real como trasnmisión en directo o apertura siem pre presente de la hiperpágina digital. Sigue rem i­ tiendo a otra virtualidad más profunda y operativa. El hecho de conectar el receptor-transmisor; de haber preparado la escena; de codificarla; de haber creado el sistema mismo de pantalla interactiva -todo rem ite aún a pantalla y la remisión instaura fondo- y creer además que así alcanzamos el Modo, Espacio y Tiem po absolutos, una dimensión blanca e inédita de la realidad, es un espejismo consecuente del deseo profundo que la realidad misma tiene de cuanto le falta por decir descubriéndose, y también de su potencial imaginativo. Imaginación que ansia lo real en la realidad que lo constriñe: “elle accueille l’imaginaire qui hante le réel et qui cautionne sa réalité »313. Así se increm entan la entidad y el sentido que descubre. El deseo abismado de realidad conduce incluso a pintarla como nunca la conocemos. Abre un espacio sin fondo en el que va em ergiendo una protopresencia descarnada, un interior auditivo, nos dice H erder, que fundam entaría incluso, anota Heidegger, un interior previo a la diferencia entre dentro y fuera, interior y exterior, lo que hoy conocem os como “El efecto M oebius”314. He aquí la frase: «G ehór und Gehorsam: die horchende, erharrende Instándigkeit in der L ichtung»^0. Traducida librem ente: oído y obediencia, el instante férvido que escucha anhelante e impaciente la luz. O ír es ver, iluminarse, pero el oído percibe más que el contorno de lo visto: “Das Wesentliche im Vernehmen beim Menschen: das » H ó r e n « vernehmender ais das » S e h e n « ... Was H erder ahní mit dem » m ittle r e n « Charakter des » H ó r e n s « , ist das Inzwischen und Inm itten der Lichtung^ I6. ¡Luz! ¿La vir­ tual, simulada? Los avances técnicos de reproducción real derivan del poder oculto que el fondo desfondado de la entidad percibida induce al manifestarse. Es la sombra lévinasiana de la realidad ininteligible sin retorno crítico sobre su fundam ento y más acá de la luz plástica, resbaladiza, que clona las for­ 3.3 Ibid., pp. 195, 197. 3.4 Lévy, P.: Qu’est-ce que le Virtuel?, op. cit., pp. 22-23. 3.5 Heidegger, M.: Vom Wessen der Sprache,op. cit., p. 8. ™lbid., p. 113.

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mas e induce un sentim iento de inmersión en su riego gramatical, cognitivo y entitativo. El decir de lo dicho en la luz férvida del sentido aún oculto. Algo muy diferente y más primitivo que Moebius. EL INTERPRETANTE

El predicado semiótico de Peirce va también más acá del holismo, del ciberespacio, del hipertexto haptique y, no obstante, los conjunta y confir­ ma. Representa “la form a de conexión entre los diferentes sujetos en tanto expresados en la forma proposicional”317. Pero esta forma implica a su vez un continuo predicativo representado por la relación de cada uno de los tér­ minos nom inales y el relacionante. Se irradia a las partes del conjunto y a cuanto lo subtiende desde la relación ontológica y existenciaria del inicio en la dimensión prim era del representante, cuya conexión con el m undo son las graduaciones del cualisigno o categoría del ser en estado sentiente. Entre Caín y mata, que también es un símbolo remático, hay una relación; entre ésta y aquélla más general, otra, y así sucesivamente: C R A C Ri R A C Ri Ri R A

Las implicaciones de esta predicación continua o “atrapada”, polié­ drica, son múltiples. Decimos poliédrica porque, si tenemos presente que la relación básica es triangular, cada vértice desarrolla otra relación y así, sucesivamente, un tejido o malla procesual. Pensemos, por otra parte, en las relaciones morfológicas y en la compatibilidad o incompatibilidad semántica entre los térm inos, las selecciones regidas, las subcategorizaciones, etc. El género, el núm ero, el caso, la posicición sintagmática, sus fun­ ciones, serían ejemplos gramaticales de esta relación continua. En realidad, el conjunto Caín mata a Abeles el sujeto de un predicado procesivo, subya­ cente y explícito: S (C -R -A ) —> P (R l).....(Rn).

El predicado explícita la conexión entre:

p. 41.

317 “Segunda carta a Lady Welby”. En Peirce, Ch. S.: Ecñls sur le Signe. Seuil, París, 1978,

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Matar Caín —> Abel

Los sujetos del proceso forman, sean funciones gramaticales sujetivas u objetivas, un sujeto temático en el que va incursa la relación que estable­ cen y los predica. El verbo es el enlace gramaticalmente remadzado de una predicación más profunda. La proposición interpreta la relación continua de las sustancias nominales afectadas por la acción implícita. Así interpreta­ mos nosotros la predicación de Peirce318. Pero la comprensión entre C —> R equivale a C - R1 - R - A, lo cual indica que toda/arma propositiva, dicente, desarrolla un predicado posible por el hecho de formarse en una estructura, al margen de su extensión o volumen. Ya sabemos que tal posible no favorece cualquier actuación efec­ tiva, pues ésta depende a su vez del entorno sígnico, del interpretante con­ tiguo, evocado, pronominal, elíptico, etc. Ahora bien, el proceso predicati­ vo está manifestando la realización objetiva. No es algo independiente, ni siquiera paralelo, sino la realidad misma actuando como lenguaje. Peirce resalta que lo permanente en la serie predicativa es la “función de relato”. Empieza con la posibilidad de pensamiento que el objeto real induce. Entre ambos, pensamiento y realidad, existe algún tipo de corres­ pondencia. Su medio es el lenguaje, su manifestación el decisigno y, dentro 318 preva]ece ]a entidad sustantiva de los nombres sobre las funciones que desempeñan, sujeto u objeto. El verbo transparenta la relación com ún establecida entre ellos. Antecede su función prelativa, propia de todo nom bre, al valor léxico y semántico. Sería una derivación, según lo que ya conocemos desde Schleiermacher, Dilthey, Husserl, Lipps y Ortega y Gasset, de la autotranscendencia prelativa en el juicio existencial y en el concepto que éste presupone, a m edida que se van configurando o determ inando, según los diversos autores, las categorías y sus vínculos sintagmáticos. Esta correlación sustantiva y nominal de las funciones, así como la función relativa y com binatoria del verbo, ya la entrevio E. Benot (Conf Arte de Hablar. Gramáti­ ca Filosófica déla Lengua Castellana. Introducción de R. Sarmiento. Anthropos, Barcelona, 1991, pp. 92, 96, 126-127). Por otra parte, la predicación continua de Peirce halla fundam ento en la representación de la representación husserliana, tanto para la imagen o icono, diríamos, que las formas procesivas engendran, como para la constitución de sintagmas y oraciones. Cada percepción objetiva, acto nominal en este caso, sirve de base o determ ina bien un acto nuevo o algún carácter nuevo del precedente. ( Conf. E. Husserl: LUI, 438; LU2, p. 603; IL,II, 226227, 394). Las unidades sintácticas, los sintagmas, proposiciones, oraciones, el texto en gene­ ral, por ejemplo, son procesos semióticos de representación signitiva. Hacemos valer aquí la con­ creción de los actos nominales, proposicionales y objetivantes de Husserl (LUI, 448-449;IL, II, 283), así como lo ya indicado en nuestro estudio sobre El Decir y lo Dicho, op. cit., (Conf. El epí­ grafe “El verbo del nombre", pp. 38-49).

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de éste, la proposición. El com ponente sintáctico genera un film predicati­ vo que reduce el alejamiento procesual incurso en la semántica y el objeto representado. Podemos concebir, por tanto, una síntesis sintáctico-narrativa de la operación realizada en la m ente. El orden proposicional, encarnación suya, representa un orden conceptivo. No es la realidad en sí, noum énica, sino faneroscópica. Kant asiste también al pensam iento semiótico. El m étodo de Peirce contiene una hipótesis proyectiva o conjetural, que él denom ina interpretante lógico. Su punto de procedencia es un deseo o vago sentim iento inicial, involuntario y sugestivo. Recibe a su vez el nom bre de interpretante afectivo, que genera aún otro energético, donde puede apreciarse, en uno de sus vértices, un análogo del entendim iento agente en la teoría escolástica. Implica un esfuerzo mental y produce, como efecto suyo, las conjeturas o prim eros interpretantes lógicos. Son expresio­ nes de un hábito o uso “que perm itiría realizar un cierto deseo si se pudiera cum plir un determ inado acto” (5.480). Funcionan de algún m odo como las categorías de Kant. Vienen sugeridos por los fenóm enos y los interpre­ tan en una prim era aproxim ación crítica. La etapa siguiente consistirá en acoplar estos interpretantes o conje­ turas a los móviles y al com portam iento, que abren además el campo del futuro condicional y del m étodo abductivo(5.481), (5.483). La derivación hipotética incluye inducción y deducción sobre una base inicial de confian­ za abductiva. El deseo incipiente asiste, por tanto, al proceso de conceptualización. Está en la raíz del relato. Greimas también lo sitúa como móvil de la acción entre el sujeto y el objeto. Ahí lo encuadra asimismo O rtega y Gasset par­ tiendo de Herder. Peirce es otro pionero de la gramática narrativa y de la herm enéutica fundadas en una relación ontológica prim ariam ente emoti­ va. Con él, la semiótica se abre a un proceso de significación infinita y a la interpretación existencial, prim aria, del estar o ser-ahí del Dasein. El senti­ m iento que impulsa al deseo hacia una interpretación lógica, comprensiva, es ya significante procesual y apertura de campo para un conocim iento de sí mismos. Si la emoción actúa detrás de la conciencia como un impulso o “fuerza real”; si es, en sí misma, un predicado simple de existencia, todo el despliegue cognoscitivo parte de ella. ¿Y qué otra cosa puede predicar el estado emotivo sino la apertura del sujeto hacia el cosmos y, viceversa, del m undo hacia el hom bre, objetivándose como lenguaje? El sentim iento es también en H eidegger campo donde el “ser ahí” se coloca ante su ser como “ahí”. Ambito, a su vez, y situación del estar o tem-

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pie inicial -mood- en Gendlin. Ahí comienza la originalidad de la apertura, el “hors-lá”, por tanto, antes del querer y el conocer319. La intención, cum ­ plida o vacía, tiene ahí también su origen, pero supone un estadio de con­ formación inconform e en cuanto dirigida a un objeto, relación o estado de cosas determ inado. Nos encontram os entonces, de nuevo, con otro m odo del a priori correlativo. El interpretante de Peirce facilita una comprensión semiótica de la simulación virtual. La semiosis procesiva del afecto básico habido en el con­ tacto con el Mundo, y dada en la situación concreta del ser-ahí temporaliza­ do, en su /?rdiistoria, pero sin determinarla, induce las conjeturas y proyec­ ciones que, acopladas a las necesidades y conducta del hom bre, abren e ins­ tauran un futuro condicional. Condición del sentido incurso en los actos, sueños y conocimientos. Campo abierto de la \)7tó0eoi^. El deseo promueve hipótesis, la acción de m eter debajo y, de ahí, lo que se mete debajo, el funda­ mento, la 'U7rdaxaai^. Al desear, como al decir; buscamos la base de la existen­ cia. Ahí lo: adverbio y pronom bre con pausa o transición intercalada. El meter debajo implica lo, un espacio abierto en el que algo se introduce. Algo aún des­ conocido, en proceso, de donde surgen las alegaciones, el decir de los dichos. Apertura vacía de cuanto acude fundando y constituyendo los soportes o entidades que sostienen el Mundo. Algo pronominal, adverbializado. La función energética de la hipótesis resulta decisiva para entender la realidad. Es la base de sus articulaciones. La realización del deseo queda condicionada al cum plim iento de “un determ inado acto”. Si la hipótesis se verifica, el deseo se cumple. Por tanto, su engendram iento iba, va en fun­ ción de /oque instaura, de la realidad que contiene y lo engloba . Vuelo de la m ateria, alas del lenguaje. Lo así instaurado funda incluso el proceso consecuente de la inform a­ ción obtenida y los medios técnicos ideados para obtenerla. La virtualidad operativa de las máquinas halla, de este modo, el fundam ento energético que las posibilita. La simulación resulta entonces el proyecto contracto y calculado que el deseo instaura recortando la realidad para obtener con su ilusión lo que ésta prom ete sin darlo nunca del todo ni para siempre. Es, en cuanto hipótesis, parte del proceso mismo y, cumplida, nuevo rostro de la realidad que lo impulsa. Sólo así adquiere el interpretante virtual función operativa y sólo de tal m odo resulta factor exponencial del proceso en 3,9 Heidegger, M.: Sein und Zeit. Max Niemeyer Verlag, Tübingen, 1986, pp.134, 136. Trad. Española: El Ser y el Tiempo. F.C.E., Madrid, 1984, pp. 151,153. A partir de aquí citaremos la página de la edic. española entre corchetes [...].

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curso. Ahora bien, al serlo y actuar así ya predica e interpreta tanto la reali­ dad que lo prom ueve cuanto la representación incursa en el análisis, los medios técnicos y epistemológicos inventados e ideados para el caso. Entonces podem os decir con fundam ento que lo virtual ya es un poder oculto - “sombra de lo sentido”- e invisible del objeto, a pñoú existencial, anterior a la articulación diferenciada del sensible o “intim idad prenatal” suya, como dice D ufrenne320. El espacio crítico interno es imprescindible para conceder rango de conocim iento a la inteligencia artificial. Podemos vivir en el espacio puro de la hipótesis, pero asunto diferente es convertir sus conjeturas y procesos conjurados en fundam ento de la realidad que la promueve. Aunque la arti­ culación añadida al proceso nervioso -nuevas representaciones y trata­ m iento cuantificado de la inform ación- suelde los m ódulos biológicos con los tecnológicos y lingüísticos e intervenga así en el proceso m ental, como pretende la ecología cognitiva321, las reglas de intervención se limitan al campo procesado, no a la extensión general del conocim iento, del que hay aún, como sabemos -;lo sabemos?-, partes oscuras. El feedback de las máqui­ nas no instaura sentido. Reproduce significado, lo avanza, pero siem pre al m odo del m olde previsto, que es el ya reconocido en las cadenas. No lo crea ni lo fundam enta, ni, m ucho menos, lo origina. La reducción o ausencia del instante crítico form a parte del efecto simulado en los procesos virtuales. La simulación objetal ya lo incluye en la preparación del experim ento o de la hipótesis y entonces la virtualidad es otro m odo de los procesos de ensayo. Se le incorporan mecanismos que reproducen la realidad en parám etros sujetos al cálculo establecido. Su interpretación requiere, al menos de m om ento, la intervención dialogada del procesador con la m áquina y la realidad por ella seleccionada. Vuelve a mostrarse la pregunta implícita en el objeto y aparece la necesidad de repli­ car la cadena y la m áquina con la ilusión simulada y disimulada de que un 320 Dufrenne, M.: L’Oeil et l’Oreille, op .dL, pp. 194-200. Hay una familiaridad óntica -Dufrenne no usa la palabra, pero se deduce- del cuerpo con el mundo al experimentar las cosas (Ibid., p. 190). La virtualidad aún no integra el submundo imperábidom lo impensado que lo subtiende, como diría E. Fink. Mucho menos, por tanto, la inteligencia artificial de los ordenadores. Sin embargo, lo inapercibido deviene percibido precisamente porque ya hay en él una semiosis significante anterior a su presencia y prelativa respecto de la conciencia que lo traslapa. No nos referimos al complejo social previo de Hjelmslev y Lévy, sino a algo que también lo contiene. El a/godel lo inmediato al ahí o pronom bre del adverbio circunstan­ te. No tiene palabra porque la funda. 321 Lévy, P.: Les Technologies de Vlnlelligence, op. dt., pp. 182- 183.

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día tendrem os el O rdenador Universal de la Gramática Cósmica, el Gran Libro, la Biblia que la ciencia aún no escribió. Pero no hemos salido del ins­ trum ento. O tra cosa es que, entre tanto, forcemos la información básica y la desviemos de tal m odo que no nos reconozcamos o no podamos recono­ cernos. Entonces, ni la palabra ni la imagen nos servirían. H abría una ven­ tana, enlace, vínculo o hipervínculo bien perdido, bien alterado, bien falli­ do, y ya irrecuperable. ¿Estamos en esta fase? No habríam os avanzado m ucho respecto de la Biblia ni del cielo platónico. F u n c ió n gra m a tica l narrativa

El punto de inicio en la relación sintáctico-narrativo-perceptiva es un afecto o estado de ánim o sugerente que induce, como efectos suyos, formas objetuales -interpretante energético- o conjeturas proyectivas -interpre­ tante lógico. Nos hem os referido en otra parte322 a este proceso minimalista como búsqueda e impulso del yo fuera de sí en un espaciotiem po a la vez externo e interno -corporeidad hum ana. Deseo de un correlato afectiva­ m ente objetivo que lo com plem ente -am or, identidad, dom inio, conoci­ m iento- y, al no encontrarlo, o no cumplirse en la m edida de lo esperado, crea un m undo com pensatorio -Ersatz- cuya energía y refuerzo promueve más conocim iento. La com pensación no es m ero sustituto de la realidad, sino la cara de ésta que favorece nuevas imágenes de un rostro aún incom­ pleto y oculto. En la búsqueda se procesa el objeto, que objetiva hasta el espacio desfondado: casos de angustia, exaltación, paranoia, etc. Sintetiza­ mos además la relación sin táctico-perceptiva en la denom inada “función gramatical narrativa” o m enor unidad com pleta de com portam iento sintáctico-semántico, es decir: SN, V SN2 SN, SN4 Agente Acción Objeto Destinatario Circunstancia

Distinguimos, con Benot, A. M artinet y otros lingüistas, hasta los plan­ team ientos de R. Van Valin y S. Dik, relaciones internas, las de agente, obje­ to y destinatario, y aparentem ente externas, que corresponden a los deter­ minantes y circunstantes. Pero atendem os, sobre todo, al espacio objetivan­ te que, desde H erder, Gerber, Schleiermacher, Dilthey, Lipps y Peirce nos va apareciendo en la constitución predicativa del sujeto y del objeto. Asi­ mismo, consideramos aquí los actos nominales, propositivos y objetivantes 322 Domínguez Rey, A.: Masaje del Mensaje. Lingüística Semiótica, op. át., p. 88.

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de Husserl, que ya avanzan, a nuestro entender, el núcleo principal de las consideraciones gramaticales y lingüísticas de gran parte del siglo xx, unas conscientes y otras mediadas. El acto nom inal contiene en sí la prelación propositiva y ésta, a su vez, el gran campo de las objetivaciones u horizonte vario del encastram iento sintagmático. El sintagma responde también a la acción nom inal que lo nom bra: nom bre de nom bres, acto de actos. De este modo, el concepto tradicional de oración se nos muestra como acto predi­ cativo o acción sintagmáticamente perceptiva de la conciencia transcen­ dental. A su vez, dado que asume funciones relacionadas con la constitu­ ción básica del conocim iento, sus constitutivos categoriales subtienden a la vez funciones ontológicas y narrativas. Las posibles diferencias entre fun­ ción gramatical y representación objetiva -casos de las oraciones imperso­ nales, del vacío sustancial de los pronom bres, etc - se hallan también inmersas en el proceso objetivo del lenguaje. En las relaciones internas consideramos, sin em bargo, las tres clases de grafos existenciales de Peirce: un simple térm ino en cuanto cualidad, que puede ser cualquier índice, pero sobre todo el verbo en su carácter de pura función remática, aún sin índices que lo determ inen; una relación diádica del tipo amar, que implica dos índices - “alguien ama algo”-, y otra trifásica, que supone tres, como la de dar en “alguien da algo a alguien” (1.363) (1.346). Es sabido que cualquier otra relación con más de tres índi­ ces se reduce en Peirce a una dimensión terciaria (1.347). La clasificación de Benot entre casos sustantivos y determ inantes -genitivo y ablativo- y la de Tesniére entre actantes y circunstantes es similar si atendem os a la prela­ ción relacional del nom bre respecto de su carácter sustantivo o verbal323. El carácter rem ático del verbo persiste incluso en los actos de nominalización objetiva, aquéllos que integran lo referido en el modo referente y recubren acciones más elementales. Supongamos la proposición Juan vino ayer. Imaginemos que alguien la refiere otro día como El venir (de) Juan ayer...; o de este otro modo: La venida deJuan ayer... O incluso: QueJuan haya venido ayer... ¿Qué sucede en estas transform aciones del prim er enunciado? Son nominalizaciones, respondem os, pues todas llevan marca nom inal de artículo o equivalente: (El) que..., (El hecho de) que..., etc. Ahora bien, ¿qué implica la respuesta? ¿Qué supone convertir en sustantivo con función suje­ to una acción verbal previa enunciada en m odo de proposición? El nuevo 323 Tesniére, L.: Eléments de Syntaxe Strudurale, op. cit., pp. 106-107. Pedro M. Hurtado Valero señala el anticipo de Benot respecto de Tesniére en Eduardo Benot: una Aventura Gra­ matical. Edit. Verbum, Madrid, 2002, pp. 105,107.

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enunciado asume también la acción lingüística realizada, el cambio de verbo en sustantivo o su transform ación modal exigida por la nueva subjeti­ vidad de la oración. El giro depende sem ánticam ente de la acción lingüísti­ ca realizada. Resumimos en un acto nominal lo que era un despliegue pre­ dicativo. Com prende aquél lo referido y la acción verbal implícita en el tránsito del m odo personal al infinitivo, en un caso, y de éste, al participio nom inal con sentido totalizante: conjunta la acción realizada en un nom ­ bre que aún m antiene carácter rem ático y agentivo presente en la determ i­ nación genitiva deJuan, el agente del verbo venir. El fem enino del participio dice más que el simple hecho de venir. M antiene su valor activo, pero tam­ bién reúne la circunstancia, la acción conjunta de haber venido, al tiempo que integra la transform ación verbal, e incluso adjetiva, en sustantivo. En el último giro -QueJuan haya venido ayer...- apreciam os también un valor anafórico de gran relieve sintáctico y semántico. Sea Qw^sólo o El que, la form a insiste en su valor conectivo y completivo de algo ya realizado y dicho que considera aquel m om ento suyo dicente324. Tres implicaciones, por tanto: lo referido y su prim er referente -real, evocado o simplem ente virtual-, y el nuevo enunciado ahora vigente. Pero lo ya referido lo es como algo realm ente realizado, hecho, o enunciado como tal. Fue, es un hecho lo entonces habido. Por eso cabe relativizar la form a que con el antecedente hecho, y así sucede al m entar y traer a prim er plano de conciencia lo apresentado com o entonces sucedido. Que Juan haya venido ayer fue, es hoy un hecho. Encierra nada menos que una atribución. El valor auxiliar de haberen la form a haya venido se nos muestra así un poco más complicado que de cos­ tum bre en la simple reducción lexical a él atribuida. Lo hecho es lo habido con la acción realizada de venirJuan ayer; la venida del otro enunciado, etc. (Fijémonos, de pasada, en el nuevo sujeto Juan del infinitivo veniry cómo se complica cuanto vamos diciendo). En la nominalización con sustantivo se produce también una conver­ sión genitiva con posible valor objetivo si el verbo admite com plem ento. Al pasar de Juan vino ayer a La venida de Juan ayer..., el verbo es sustituido por un nom bre verbal y el sujeto pasa a genitivo agente. Si se trata de una ora­ ción predicativa, como en Juan entregó ayer los libros, el com plem ento objeto pasa también a genitivo, en tal caso objetivo: La entrega (ayer) deJuan (ayer) de 324 Conf. Domínguez Rey, A.: “Al decir que en lo dicho de la gramática lingüística”. En P. Carbonero Cano, M. Casado Ve larde, P. Gómez Manzano (Eds): Lengua y Discuno. Estudios Dedicados al Profesor Vidal Lamíquiz. Arco Libros, Madrid, 2000, pp. 255-263.

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los libros*25. El determinativo de se amalgama además con valor ablativo de por; lo que confiere a estas estructuras cierto rango pasivo en cuanto a la acción efectuada. Es evidente que el análisis funcional no tiene en cuenta el conjunto de encastraciones sucesivas que los enunciados atesoran. Los procesos ana­ líticos de la gramática generativa tienden precisam ente a manifestar la génesis formal del enunciado. Pero ningún análisis sería capaz de exponer el porm enor de las implicaciones o recubrim ientos. La misma form a de análisis se convertiría en lo analizado, y viceversa. Regresaríamos al fondo histórico del lenguaje, excursión, como sabemos, ya imposible. Ahora bien, el decir de los enunciados avanza recubriendo actos nominales, propositi­ vos y objetivantes. Veíamos hace poco cómo una atribución implícita recu­ bría una objetivación y cómo ésta, a su vez, era integrada en nuevo sujeto de un posible predicado también nuevo, es decir, de otro recubrim iento proposicional, por ejemplo en: Que Juan haya venido, no me altera el sueño. Los nom bres se nom bran implicando cuanto refieren, el modo de referirlo y hasta de enunciarlo: nom bre sustantivo, nom bre verbo, nom bre proposi­ ción, etc. Todo lo que existe busca su nom bre cuando lo conocemos. Por lo que atañe a las relaciones externas, debemos decir que no son propiam ente tales, pues ninguna acción acontece en el aire, ni siquiera la imaginativa. Las gramáticas funcional y temática les confieren valor subsi­ diario, siendo así que (E)spacio, (T)iem po y (M )odo enm arcan precisa­ m ente la situación o el estado cósico (SoA) del que parten y quieren anali­ zar. Hay siempre un espaciotiempo, un aquí y ahora, hic et nuncy o funda­ m ento, ya no sólo de la articulación fónica de sentido, sino existenciarios: el lugar temporalizado del acontecim iento verbal, el ahí del Dasán. Vere­ mos además que la tensión del nom bre implica y crea una dimensión vir­ tual u horizonte de expectativas sintagmáticas -posiciones- y temporales. Tiem po y espacio internam ente corpóreos, moleculares, tan constituyentes como constituidos, pues el lenguaje, como el cuerpo, conform a al tiem po que es conform ado. Da form a form ándose. Las circunstancias gramaticalizadas son simples modos de presencia 325 Hemos insertado el adverbio con toda intención, pues dificulta su puesto en la frase si queremos mantener un sentido fluyente de la misma. Esta dificultad de orden refleja la transición del verbo al sustantivo y la nominalización general del proceso, que pide una enunciación bien pautada y agradece el adverbio entre comas: La entrega, ayer, deJuan (/) de los libros, o: La entrega deJuan, ayer, de los libros. La dificultad decrece si el adjunto es una expresión adverbial: La entrega deJuan{,) ayer por la tarde(,) de los libros, etc.

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temporal y locativa en función del medio, de la acción en él agentiva y res­ pecto de otros signos, objetos, agentes, configuraciones mentales, etc. Decí­ amos con Husserl y Lévinas que “La circunstancia de...”, “El hecho de que..”, “La cuestión c o n s id e r a d a etc., son expresiones nominalizadas: contienen una o varias acciones cuyos campos predicativos aún reclaman algún m odo casual o caída de su proceso significante respecto de la realidad que objeti­ van. Es lo que rodea a la estancia del ser en el ente. El m odo de su desplie­ gue constitutivo. Pertenece también a la taxia o raíz conectiva del ente con el m undo en tanto existencia. He ahí una distinción crucial respecto de la gramática puram ente descriptiva o de la lingüística que inserta el lexicón como nivel diferenciado del proceso que lo subsume, siendo así que en cada lexema ya va traslapada, al menos, la acción articulante del espaciotiempo fónico y del presentido dado en la taxia inicial de la relación inter­ pretante. El lexicón implica nom bre y sus unidades contienen implícito el acto de nom brar, es decir, la acción predicativa y ontológica que subtiende sus atributos categoriales, según veíamos en Herder, Dilthey, Santayana, Amor Ruibal, Heidegger, Ortega y Gasset y, ahora, también en Peirce. Por eso la función gramatical narrativa adm ite además la replicación del verbo en cada índice o símbolo nominal. Es el modo gramatical de la presencia en la proposición del a priori correlativo y del significante em er­ gente. D eterm inar los elem entos y sus relaciones funcionales será objeto específico suyo. Entre las categorías lógico-faneroscópicas distingue Peirce también tres tipos. A la terceridad -recordem os que es fundam ento origi­ nario desde una consideración ontológica- le corresponde la proposición compleja o relación de proposiciones por conjunción, disyunción, implica­ ción, causación y otras similares326. Las oraciones subordinadas son una expansión del núcleo inicial propositivo, el cual funciona entonces, recor­ demos, como sujeto unitario, aunque en realidad se trata de una proposi­ ción o parte sintagmática suya. El sujeto se tematiza. Es tético. Y el predica­ do de la lingüística funcional ya asoma subo metapredicado. Dos o más pro­ posiciones se encastran en función del espaciotiem po m odalm ente impli­ cado. Despliegan la sucesión fílmica y genética del proceso real e interpre­ tante. En sus conectores hay un punto de síntesis y recubrim iento táxico, inducido bien por el referente objetivo, por una implicación m ental, argu­ mentativa, bien por el carácter icónico del lenguaje, que se replica pronom brando, o ya por su ausencia abismada, como en el caso de la creación poética. 326 Deledalle, G.: Théorie et Practique du Signe, op. ciL, p. 85.

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Dado que una teoría comprensiva del signo no puede eludir el con­ texto, ni la situación, ni la base del eje comunicativo -relación Yo —> Tú-El (Ello)-, esquematizamos el complejo semiótico como sigue327:

s

MG SNi + _V _ + SNa_ SN^ T Ag Ac Obj Dest ML

R S

SN4

c

En esta exposición atendem os sólo a matices de los enm arcadores (£)spacio, (7)iem po y (AÍ)odo, por una parte, y a las funciones semánticas primarias, por otra. Situamos E, T y M como enm arcadores globales de la acción. Están inscritos en el signo. Todo acto de habla incluye, además de un hic et nunc, estén o no manifiestos, un modus locutivo y perceptivo. El m odo se funda también en el sentim iento óntico de la taxia inicialmente existenciaria. Afecta asimismo al conocim iento. La percepción implica una m odalidad sensitiva. Tales enm arcadores pertenecen, pues, a la estructura existenciaria del ser-ahí o Dasein. Pueden actualizarse en cualquier m om ento, lugar o dimensión, y en cualquiera de sus modos gradativos. En algunos casos em ergen casi incrustados en el verbo o adscritos a la situación del enuncia­ do, como sucede en estar, encontrarse, salir, sorprender; caer, etc. En otros, recurren al acusativo procesual de la transitividad puram ente predicativa con la form a se, que manifiesta el puro acontecer narrativo. En los casos de reflexión, sintetiza el espaciotiem po interno y circundante del aconteci­ m iento en subjetividad cíclica. No pierde su función acusativa procesual. E l espa cio

El proceso existenciario de “des-alejamiento” (“Ent-fernung”), del “ser ahí” en el “ver en to rn o ” o “ante los ojos”, desde la lejanía de lo “a la m ano”, constituye, según Heidegger, la espacialidad, que se fundam enta, a su vez, en la significancia. El espacio se manifiesta en el “estado de co-abierto”: “die wesenhafte M iterschlossenheit des Raumes”328. En esta dimensión 327 Conf. Domínguez Rey, A.: El Masaje del Mensaje. Lingüística Semiótica, op. cit., pp. 83, 97,103. 328 Heidegger, M.: Sein und Zeit, op. cit., pp. 108 y 110 para la cita concreta [123, 126].

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descubrimos también la apertura de lo “a la m ano”, es decir, el m undo de los instrum entos, del “para”, del “por m or d e”, del “con qué”, etc. La orien­ tación utilitaria parte ya del espacio. Pero indica también, nos previene Gendlin, cómo actúa el signo o palabra significando, al tiem po que sitúa nuestra posición respecto de él. Las preposiciones, adverbios y conjuncio­ nes desem peñan una función específica en este sentido. Nos introyectan en el espacio, tiempo o m odo interno de cómo trabaja el lenguaje dicente. También los revelan y manifiestan. Recordemos el espaciotiem po estésico de Santayana, la correlación somática e imaginativa del aquí allí, del ahora entonces, etc. Incluso la introyección del sonido y del otro, por tanto del espacio transitivo, con sus implicaciones temporales, acontece, y tanto Husserl como Ortega y Gasset insisten en ello, en relación proadverbial: el aquí desde el allí La misma tensión de ausencia y presencia del signo, de la pala­ bra, reflejan ese espacio virtual. El signo surge en una relación, con pala­ bras de O rtega y Gasset, de pronom bre adverbial. La palabra pronombra, implica un tiempo y espacio en los que acontece yendo hacia el nom bre y como adverbio, adjunta a la acción predicativa que la subtiende. Su nom ­ bre cierra un proceso y abre otro, porque lleva dentro la semilla que ya la interpreta. El espacio lingüístico crea profundidad y abre la dimensión, en prin­ cipio virtual, pero ya resonante, de la objetividad perceptiva. Es reflejo, a su vez, por cuanto traza en el aire y en el cuerpo un arco constituyente, exter­ no e interno, que ya subsume la dimensión alterativa o presencia del otro como relación pronom inal. Tal proceso implica evidentem ente la articula­ ción y, con ella, el tiem po y la orientación u horizonte de los hablantes en la situación comunicativa. El lenguaje circunscribe la orientación plurirradial del sonido concentrándola en función del oyente, la cual asume así tam­ bién una referencia locutiva. Lo referenciado del habla implica siempre una dirección hacia otro, aunque nadie esté presente. En tal proceso acontece también la vinculación de espacios en el sin­ tagma, al que podem os considerar como unidad escénica y espaciotemporal del lenguaje. E l TIEMPO

La otra dimensión, la temporal o “advenir presentando que va siendo sido” -recordarem os aquí a F. de Quevedo y a B. G racián-, da sentido al adverbio ya y a las preposiciones pre y cabe en el enunciado “pre-ser-se-ya-en (un m undo) como ser-cabe (entes que hacen frente dentro del m undo)”,

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que es el com etido de la cura -Sorge- heideggeriana329. Para nosotros tiene el mismo significado aquella búsqueda situada en el núcleo del proceso gramatical narrativo. La búsqueda es un m odo del cuidado, del procurarse algo en el m undo. En lingüística no resulta difícil dem ostrar la conjunción articulada de espacio y tiempo. Al hablar, se coimplican. El habla es espacio articulado y la articulación, discreta o no, constituye o form a tiempo. Una gramática semiogenética no debe eludir el comienzo espaciotemporal del fono. La gram ática principia en los rasgos articulatorios. El sonido articula espacio y tiempo dotando de cuerpo al pensamiento. Pero la unidad temporal rem ite a lateralidades suyas. N unca se da sola, en absoluto. Com prende el foco del presente en alguna de sus relacio­ nes o retenciones fenoménicas. Alude a su punto o centro estésico, nos decía Santayana: "Contiene el principio del conocim iento transitivo” (LRS, 227). Las formas temporales son también tropos. En ellos ya se ha efectua­ do la m irada procesiva y sentida del transcurso implicando así a la imagina­ ción y las potencias virtuales que nos orientan en el espado pictórico del conocim iento. Por eso debemos considerar al Espacio y al Tiem po campos lingüísticos de orientación cognoscitiva. El tiem po gramatical del verbo sintetiza los ejes locutivo y objetual del lenguaje con marca de la posición respectiva de los interlocutores, singula­ rizados o en grupo: Em (E-T) R [Yo-Tú/El (Ello)]. Se extiende al valor del sus­ tantivo y del adjetivo incorporando también el género y adverbializa usos suyos. La acción en él implícita recorre el espectro esencial de la nom ina­ ción al sustantivarse en el infinitivo, adjetivarse en el tiem po concluso y adverbializarse como m odo de presencia, incluidas sus apresentaciones y colateralidades correspondientes, los recubrim ientos temporales: Amar am ado/a

amando

El espaciotiem po de la conciencia perceptiva. Y esto no presupone que el tiem po recuda al campo del sustantivo y su m odalidad propia. Expo­ ne la acción incursa en el acto nominativo. Por eso decimos a veces que el nom bre implica verbo. El acto nominativo consiste en nombrar. Cuando le anteponem os el especificador, El nombrar, o lo enunciam os en función sin­ tagmática, Nombrar es infinitivo, ya distanciamos su acción m entalm ente. 329 Ibid., p. 326 [354].

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Incorpora un posible fundado en un pasado ya cumplido. Incluye expe­ riencia acum ulada y abre el tiem po a nuevos espacios verbales. Ha habido, hay y habrá nombres en algún lugar y tiem po del m undo entorno. El verbo expone la relación implícita en todo nom bre como apertura o clausura de éste hacia otros nom bres y su propio referente, según los casos. La referencia es imposible sin colateralidad adjunta, explícita o implícita. El núcleo del nom bre distiende un halo de relaciones colaterales. Va incurso en un horizonte predicativo. Se genera así una tensión temporal o diátasis del nom bre330. A ella pertenecen los espacios o m om entos virtuales de la protención, retención y presencia locutiva, donde se sitúan o situarán los adjuntos colaterales. El nom bre distiende una distancia o separación según su entidad constituida y constituyente. La diátasis es el origen de las constelaciones sintagmáticas. Se funda en la distancia locutiva del nom bre respecto de la situación que lo enm arca y él correlaciona. Los morfem as tradicionales de artículo, género, núm ero y caso, para el sustantivo, así como los propios del verbo -voz, per­ sona, núm ero, tiem po (aspecto), m odo- son expansiones cognoscitivas de la diátaxis nominal. N om bran ampliaciones o modificaciones suyas respec­ to, por ejemplo, del a priori gramatical general, que sobrepasa, según Husserl, la m orfología pura o estricta de las significaciones y se extiende a “la com prensión m utua de los sujetos psíquicos” (LU, 348-349; IL, II, 141). En tal com prensión entra el campo global de la palabra respecto del signo que la codifica m etodológicamente. Desde él se proyecta la expansión ordena­ da de la diástasis y asiste al conjunto locutivo con elipsis, presupuestos, implicaciones, abducciones, el ámbito pragmático de la palabra, que es también lingüístico. Debemos explicar el tiem po, por tanto, com o energía locutiva que se despliega desde el m om ento y acto nom inal del conocim iento. Por eso no hay verbo que no tenga sujeto, aunque no aparezca uno preciso, pues la ausencia subjetiva se convierte entonces en puro acto verbal del nom ­ bre, así como la del verbo constituye un acto nom inal por excelencia. Los dos casos nom bran llenando el espaciotiem po locutivo al nom brar lo designado. Existe, pues, un tiem po dicente y otro que se dice o nom bra. Toda palabra implica tiempo nom inal y algunas también lo explican, como se ha 330 Empleamos aquí los términos griegos diátasis -tensión, esfuerzo-, diástasis -separa­ ción, distancia-y diátaxis, la distribución y disposición de las partes, de la que es figura suya el orden anímico de la voz, activa o media, en la diátesis. Son conceptos graduales y operativos.

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dicho más de una vez. El sustantivo mañana nom bra una dimensión suya igual que el adverbio hom ónim o en Vendrá mañana o Vendrá de mañana. Adverbio o sustantivo, el nom bre mañana pasa, como todo vocablo, por un m om ento entitativo nom inal y nominalizante. La palabra es tiempo, repeti­ mos desde Heidegger. Ahora bien, cuando la palabra explica además el tiempo o indica cómo se contiene en él conteniéndolo, expone entonces su m om ento relativo o dóxico de locución y concepción. En tal sentido, toda palabra es verbo potencial y algunas lo son también en acto. Están gramaticalizadas. El nom ­ bre contiene (T)iem po virtualm ente explicitable, un (M )odo conceptivo y operativo. Tiene carácter rem ático y, en cuanto tal, dispone, como intuye Peirce, de índices potenciales. Cabe decir, pues, que todo (N )om bre nace con índices locutivos que lo sitúan dentro de la expresión significativa: (-) N (-)

Y esto es la base o el átom o sintáctico, la sintaxis u orden posicional, tético, del nom bre respecto de su irrupción locutiva y presencia dicente: el rema. Frente a onómato o nom bre, rema indica la form ulación enunciativa, el estado y proceso dicente de la palabra. Por eso cum ple decir tembién que todo nom bre nace rematizado en cuanto dicho de una acción dicente que predica sintetizando en unidad fónica un conjunto de cualidades percibidas o intuidas. Es tema rem atizado o locución tematizante, siguiendo en esto a Amor Ruibal, Peirce, Santayana y O rtega y Gasset. El nom bre surge posicionado o buscando - “en espera de algo”, dice Martínez Marzoa331-, inquiriendo la posición locutiva que le corresponde según la acción dicente y ontológica que implica. Contine índices remáticos. Expuesto aún de otra m anera, al decirlo, el nom bre indica una posi­ ción ya adquirida o una declinación suya respecto de la acción que lo con­ tiene en un modo locucional y significativamente cognoscitivo. Nace sujeto a una posición o buscando un puesto locutivo. Tal búsqueda es ontológicam ente remática. El acto nom inal contiene y distiende un horizonte signifi­ cativo de tensión diatáctica. Por eso el nom bre verbo representa muy bien la síntesis locutiva, pues implica el apriori relacional o correlativo de la com­ prensión intersubjetiva, donde va inmersa la situación cognoscente y el supuesto conocido. 331 pp. 3940.

Martínez Marzoa, F.: Lingüística Fenomenológica. A. Machado Libros, Madrid, 2001,

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Pero también el nom bre sustantivo contiene índices remáticos que lo sitúan en la posición ontológica pertinente: sujeto, objeto, térm ino circuns­ tante, etc.332 Los casos, o los sustitutos diacrónicos de éstos, son índices posicionales del nom bre en el orden ontológico de la frase. Indican el a prioñ conceptivo de la realidad en su m odo dicente. Los nom bres sustantivo y verbo adquieren y exponen así relaciones m utuas que los sitúan, a su vez, en posiciones nucleares respecto de otros nom bres o funciones de éstos, que designan interrelaciones metalingüísticas, como sucede con los sincategoremas y la superposición replicativa de las oraciones, bien unas dentro de otras o encastradas en alguno de sus miembros, según las leyes primitivas de complicación, modificación, existencial aprioiística, por la que todo enlace sitagmático establece una “nueva sig­ nificación unitaria” (LUI, 338; IL, II, 130-131), y “el apriori universal de correlación” (DK, 161-163; LC, 167-169). El com ponente cognoscitivo del tiempo así rematizado nos retrotrae al intencional que Husserl, acorde en ello con Natorp, atribuye a la con­ ciencia en tanto acción que implica un actor o sujeto cognoscente: « s i la conciencia aparece como un hacer y su sujeto como un actor, es porque está acom pañada con frecuencia o siempre de un te n d e r» 333. A la lingüística, en concreto a la gramática, le interesa este tender, la tensión cifrada Temáticamente como diátaxis locutiva o sintagma, tenga éste núcleo sustantivo o verbo gramaticalizado. Una tensión que no queda sujeta del todo en el coto de la epojé, sino que trasciende la clausura relativa de los paréntesis como si éstos fueran más bien cisuras o respiraderos del ser abstraído. La unidad espaciotemporal de la vivencia ya es acto de len­ guaje en tanto tensión compulsiva. Recordemos que, para Husserl, las experiencias contienen un sustrato intencional que descubre un mundo reducido y, por ello, trasciende sim ultáneam ente la inm anencia del acto (CM, 108; MC, 141). Ese tenderes significativo. Com porta un signo. Engen­ dra cuerpo o unidad objetiva de espaciotiem po articulado. Ahora bien, tales actos no tienen tema propio, pues acaecen “afectados por los objetos dados previam ente en el cam po de la consciencia”. Es temático el objeto, no la vivencia del acto o acción vivencial que tematiza: “Los mismos actos 332 En el concepto ontológico atendemos a sus valores radicales de ente y logos, con todas sus implicaciones predicativas: entidad dicente o dicha y decir entitativo conforme a conocimiento. 333 Natorp, P.: Einlátungin diePsychologie, p. 21. Citado en E. Husserl: (LUI, 393n.; IL, II, 183, n. 1).

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son atemáticos en esta ocupación con los objetos” (DK, 111; LC, 113). La tematización presupone un hacer o acción atemática. Quiere ello decir que la afección originaria, el estado de afectados, se convierte en acción objeti­ va que afecta a su vez como vivencia no temática. La vida queda siempre debajo como lo aún no dicho, pero ya en tensión dicente. Surge así el “algo de algo”, “algo como algo” o distancia remática, “la articulación dual”, el instante cuántico de la referencia-a del nom bre y del “caracterizar com o” de Aristóteles, que Martínez Marzoa extiende a la arti­ culación del tiem po en el heideggeriano « a n d a r c o n » y «hab érselas c o n » del fenóm eno dicente y de su producto locutivo: el texto. La dim en­ sión (M )odo se cruza entonces con la de (T)iem po antes de su distinción gramatical. Todo ello bajo una consideración fenom enológica que conside­ ra al lenguaje como distanciamiento de lo « r e a l » extralingüístico334, sien­ do así que la diástasis constituye precisam ente la esencia de aquél. El fondo actual / pretérito es modo perceptivo de la conciencia, de su retención y protención expansiva. El acto de nom brar es siempre el mismo, pero lo nom brado y su m odo nom inal difieren según lo referido o correlacionado. En el nom bre sustantivo se nom bra algo concreto; en el verbo, una relación discursiva o remática, pero la acción ya está com prendida en su referencia esencial. Es acción objetivante y objetiva. En los demás nom bres, su entidad refiere una relación interna del lenguaje, simple o compuesta, desarrollada en torno a un núcleo que ya explica tiempo acum ulado, sobre todo en el verbo. El adjetivo y el Adverbio son modos fenoménicos de entidades objetivas, sustanciales o puram ente dinámicas, atributivas o predicativas. Sucede igual entre palabras o conjun­ tos verbales con el pronombre, la preposición y la conjunción. El pronombre sustantiva objetos y conjuntos sintagmáticos. Está en la base misma del nom bre como espacio ontológico locucional. La preposición alude al orden temporoespacial implicado en la locución o en la realidad designada como sustantivo, pero también se muestra en locuciones conjuntivas asociando la posición, lógica o no, de un m iem bro respecto de otro dentro de una pro­ posición o de éstas en un orden oracional más extenso. Las conjunciones compuestas expanden también la acción interna del nom bre, sustantivo o verbo. Son relacionantes internos, discursivos y algorítmicos, pues indican y contienen funcionalm ente relaciones de relaciones. 334 Martínez Marzoa, F.: Lengua y Tiempo. Visor, Madrid, 1999, pp. 15-23; Lingüística fenomenológica, op. cit., pp. 18-20.

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E l modo

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Con la dimensión modal (Ai) sucede algo parecido. Pertenece, como £ y T ,a las estructuras perceptivas, existenciarias, del ser-ahí. Un existencial muy pegado a la realidad perceptiva del m undo. Todo objeto se nos da o llega en un horizonte perceptivo que lo engloba como constelación suya. El lenguaje ya precede en el sujeto a su dación como tal lenguaje. Vivimos orientados en y desde él. Tal vivencia es espontánea, natural, originaria­ m ente atemática. El matiz o matices posicionales de evidencia real, positiva, posible o implicada, suponen una donación objetiva en el modo de un afec­ to o m anera de ser afectados por un objeto. El tema viene después o se da ahí mismo, en el modo de afectarnos. Tematizamos un afecto que resulta a su vez de una síntesis perceptiva cuyo fluido incesante sólo deja como resto suyo una form a o categoría. Analizarla supone adentrarnos en un m undo hasta cierto punto perdido para la conciencia, pero inm anente en ella. De esta donación existencial deriva Husserl un fundam ento origina­ rio para todo tipo de objetividad: “una ciencia del universal cómo de la dación previa del m undo” (DK, 149; LC, 154). El objeto se nos da en un cómo o modo tan perceptivo como entitativo. El afecto originario prima sobre la acción correspondiente, pues la conciencia del acto viene luego y éste ya resulta de una sucesión perceptiva y cam biante de “valideces relati­ vas” (DK, 112, 147; LC, 115, 152). La linearidad posterior, aparente, locutiva-carácter discreto y lineal del signo-, sólo es otro modo de manifestarse la constitución perm anente de lo percibido, su “totalidad sintética”. Así pues, el objeto se da en un cómo que encierra un afecto o lazo sub­ jetivo de conexión e inserción en el m undo. El deseo, pregunta, duda, afir­ mación, suposición..., la voz o afecto locutivo y perceptivo, etc., son modos o modi en los que se me dan las categorías del m undo. Llegan éstas posicionadas, afectadas. Arrastran un resto existencial de copertenencia o correla­ ción m undana, una subjetividad anónim a (DK, 111,115,149; LC, 114,118, 154). Cada cómo es una intención, un tender básico, originario, del sujeto respecto del m undo. De ahí que la lingüística fenomenológica considere estas formas o modos primitivos de donación como manifestaciones ante­ predicativas del m undo. Son preguntas que ya responden de algún modo. Por eso decíamos antes que los nom bres nacen posicionados respecto de un tono o m odo conceptivo y apofántico. Y en esto consisten el caso y la conjugación gramatical. M uestran la dinam icidad del nom bre en el discur­ so. El hom bre percibe el m undo según condiciones, modos, factores pro­ pios, y lo expresa en nodulos gramaticales, por ejemplo:

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Acción Agente Sujeto (Nominativo)

Paciente Objeto (Acusativo)

La subsunción de caso en el tema según la gramática generativa es otro ejemplo de esta dinamicidad apofándca. Coseriu considera por ello a las categorías como diferencias respecto del cómo y no del qué de la expe­ riencia conceptiva, acorde en esto con Husserl: “Aunque las designaciones de las formas nucleares sean extraídas del m odo de designación de las for­ mas lingüísticas, no se m ienta en ellas otra cosa que la diferencia en el modo de concebir”33n. En Husserl, el sentido predicativo es nuevo respecto de este otro entitativo y originario. Coseriu considera a la categoría, no obstante, como “m olde de la intuición y del lenguaje”, pensando, sin duda, que el carácter predicativo de las formas incide y procede según aquél otro, aunque varíe en cuanto a sus funciones lingüísticas. Una entidad puede ser sujeto u obje­ to, nos decía ya Benot; un accidente o adjetivo, atributo o predicado, etc. Heidegger distingue dos funciones en el como, una hermenéutico-existenciaria, que corresponde a la apertura original e interpretativa del “ver en torno”, y otra apofántica o determinativa de lo dado o puesto “ante los ojos”, que atribuye a la proposición336. Habla asimismo de reducción del como herm enéutico al apofántico en la proposición refiriéndose a un encu­ brim iento de lo “a la m ano” - « e l “con qué” “a la m ano” del tener que h abérselas» con algo- en pro del “ser ante los ojos”, del “sobre qué” funda­ m entante de la proposición. Del “con qué” se pasaría al “sobre qué” por ope­ ración de ocultam iento. En el lenguaje, lo “a la m ano”, por ejemplo los valores fónicos, no queda encubierto por la apariencia de lo “ante los ojos”, sino que la visión articulada puede responder incluso a un trasfondo fónico precategorial, táctil antes que icónico. En semiótica, el icono no encubre al 33:> Husserl, E.: Erfahrungund UrteiL, op. dt., pp. 248-249. Citado por E. Coseriu desde um der Weise der Erfahrung”, en Teoría del Lenguaje y Lingüística General, op. cit., p. 257. 336 Heidegger, M.: Sein und Zeit, op. cit., p. 158[177]. Heidegger asume el precedente hermenéutico, ya manifestado en Schleiermacher y Dilthey, de la comprensión e interpreta­ ción básica del lenguaje, de procedencia ontológica, pero que comprende también -se dedu­ ce- el vínculo óntico del ser-ahí en-el-mundo, es decir, con la situación concreta asumida. Y esto se extiende al acto locutivo: ím Ich-sagen spiicht sich das Dasein ais In-der-Welt-sein aus {Ibid p. 321 [349]). Al decir yo se pronuncia o expresa también en ello el ser en el mundo del ser mismo.

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fono, sino que, juntos, dados como síntesis corpóreas o Leiblichkeit, los fonoiconos y los ideofonos crean estructuras textuales que simbolizan el m undo. Guardan también un valor de señales que pertenecen aún a lo “a la m ano”337, extendiendo este concepto existenciario a las resonancias fetales del tiem po preuterino. Un fono llega a iconizarse y hasta hay iconos -los grafos- que asocian valores fónicos, por ejemplo en poesía visual y en anun­ cios publicitarios. La fonologización del gramma, indujo un proceso especí­ fico de ver, sentir y com entar tanto la significación como el concepto en ella implícito. La taxia inicial se desplaza al ojo y a la voz conjuntam ente, y vice­ versa, de ésta revierte hacia el tacto y sensaciones virtuales, como sucede en el hipertexto. Deleuze estudió estos cambios y modos perceptivos en la imagentiempo e imagen-espacio de la percepción: opsignos, sonsignos, noosignos, lectosignos de la imagen-tiempo, donde los límites se difum inan, opuesta a la imagen-cristal, que diferencia la realidad de lo imaginario338 . Y aún hay que añadirles los tactisignos y los fonoiconos aquí considerados. La imagenmovimiento descentra precisam ente la relación conjunta de los elem entos y los hace girar según saltos, rupturas, esguinces, grietas que desmarcan la relación natural de un térm ino a otro, aquí, en el lenguaje, las posiciones gram aticalm ente fijadas en orden discreto. Al considerar el SN4 como incurso en la acción narrativa y al predicado con prelación ontológica res­ pecto de las funciones temáticas, el espacio se diluye en la fluidez temporal de la conform ación sensible y afectiva, provocando giros, inversiones y traslapamientos del lenguaje que sólo alcanzan sentido en un nivel poético. El desvío que norm alm ente asignamos a este proceso resulta de un espejismo gramatical que confunde la realidad del análisis o la representación esque­ mática con lo analizado, en este caso la fluidez citada. Consecuente con ello, Deleuze aplica el interpretante y la terceridad de Peirce a la imagen-movimiento en cuanto nudo fluctuante de relacio­ nes, como acontece en algunas películas de Hitchcock. La acción nuclear se rodea de un conjunto de relaciones y éstas hacen variar su naturaleza, tema y objetivo. Hitchcock designaba este proceso como McGuffin. La rela­ ción desem peña entonces el papel principal y prim a sobre las funciones temáticas norm alm ente gramaticalizadas339. La marca herderiana asume aquí el fondo que la traza, fondo desleído, y la diferencia o écart nos trans337 Ibid,, pp. 82-83 [97]. 338 Deleuze, G.: CÁnéma 2. L ’Image-Temps. Minuit, París, 1985, pp. 357,359, 364. 339 Ibid.: CÁnéma 1. L'Image-Mouvemenl. Minuit, París, 1983, p. 268, 270, 271.

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mite, antes que los rasgos contrapuestos, la abertura abismada de la fluidez constitutiva, el estado de plasma que Ortega y Gasset considera en el senti­ m iento de la base predicatica anterior a la temática. Es la imagen-afección. La encontram os en partes y autores diversos que tienden hacia un mismo trasfondo entitativo de la realidad representada y enunciada. El lenguaje contiene esta semiosis en estado puro. En el esquema anteriorm ente propuesto reducim os las “circunstan­ cias” gramaticales a alguno de estos existenciarios o al causativo, que, en una concepción semiótica de hábito o uso al m odo de Peirce, Hjelmslev, e incluso Nietzsche y Deleuze, tal vez se origine ya, de form a incipiente, en los aludidos, bien en el “para” del utensilio, en el “por m or de” u otra deter­ m inación semejante. Su fondo es la taxia original del sentimiento, cuya huella aparece en las manifestaciones iniciales del engramma o estado gaseo­ so de la percepción molecular para Deleuze, ju nto al líquido del reuma, anterior incluso al rema de Peirce, y al sólido de la proposición o decisigno340. En cuanto elem ento genético, el gramma precede también a la confi­ guración sintagmática y lo consideramos, con el cualisigno, como la prim e­ ra vibración de la form a form ante y de la pulsión originaria. Sus huellas son perceptibles en los trazos del grafo y en los resonantes del fono. Espacio, Tiem po y Modo son asimismo tres vértices de una única rea­ lidad perceptiva. Su ámbito de extensión semántica sobrepasa la pertinen­ cia objetiva de cada ángulo por separado y cruza unos con otros creando dimensiones perceptivas y gnoseológicas que ya no pertenecen a una hipo­ tética realidad exterior, pero contribuyen a su conocim iento. Es más, sin ellas no podríam os ni presentar los fenóm enos ante la conciencia, según sabemos desde Kant. El Espacio, Tiem po y Modo de los acontecim ientos es irreversible. Sin embargo, el lenguaje los cruza, interpola y suspende según las exigencias dramáticas de su presentación en escena. Ahora bien, esto no implica que no sean reales. La taxia inicial de que parten convierte a las dimensiones perceptivas en otro m odo de realidad, que denom inam os transcendental. Sin ella no sabríamos nada de cuanto acontece en el Espa­ cio y en el Tiem po fuera de su pura manifestación cósica. Por eso los signos, las palabras, contienen incurso un interpretante m odalm ente espaciotemporalizado. Es la referencia antepredicativa del predicado locutivo y gram a­ tical. Al hablar, asociamos un tono dicente que confirm a, inquiere, duda, exclama, etc. La entonación abarca al conjunto enunciado y lo predica desde un m odo cognitivo conectado con su form a de presentarse. El predi™ Ibid.,

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cado gramatical es sólo un sintagma de un período locutivo más amplio y que encuentra en éste su form a de engarce respecto de la realidad que lo fundam enta. El tono positivo de Caín mata a Abel reconoce los térm inos ais­ lados, su relación m utua como existentes, el estado de afecto y la alteración ergativa que los conecta, donde incide, proyectada en ellos, otra relación implícita del verbo m atar-dos índices potenciales-, en la que se replican, a su vez, las relaciones de cada uno de los térm inos con el verbo, pero sin que se pierda la relación colateral ya establecida con el otro, etc. Son los facto­ res R, R l...R n de la semiosis continua, antes expuesta. Por eso cabe decir que el predicado gramatical ya nace sub-pre-dicado. Manifiesta su correla­ ción con el estado de cosas subyacente. El tono dicente, positivo en este caso, conecta con la positividad objetiva de los térm inos y relaciones m utuas presentadas. Su nivel apofántico viene inducido por el m odo de presentación herm enéutica. El lenguaje es, en general, Tónen inEmpfindungen, resume H eidegger partiendo de Herder, y añade en cuanto a la expre­ sión verbal: “Der Ton vom innern Wort her zu » L a u t « -W ortlaut, der » l a u t e t « ”341. Tono del sentido, de la palabra interior que suena. En la proposición se m ultiplican los cruces implícitos de las partes, unos susceptibles de análisis y otros inconscientes. Y no se trata, con todo, de dos m om entos o estados predicativos, sino que la predicación gram ati­ cal se enm arca en el conjunto predictivo de base conform e al m odo espaciotemporal que lo presenta. Ello implica además, por supuesto, una m oda­ lidad lógica, pero ya actúa previamente el apriori correlativo. En lo dicho apreciam os además la postura dicente del hablante. Sabe­ mos en qué ángulo se sitúa: positivo, interrogativo, dubitativo o interjectivo para la mayoría de las lenguas. El tono es la taxia proposicional de la reali­ dad percibida. Implica un juicio antepredicativo. De ahí que las conexiones subsiguientes, subordinadas, sean expansiones de cuanto acontece en el núcleo nom inal a través de su prim era expansión predicativa. Yaquí entran de nuevo los enm arcadores situacionales, ya revistidos de funciones prelógicas, análogas o lógicas en razón de las relaciones que contractan o simbo­ lizan. Preposiciones, conjunciones y adverbios traslapan entonces, ya en situación propositiva, nuevas funciones situacionales de Espacio, Tiem po y Modo.

341 Heidegger, M.: Vom Wesen der Sprache. ZurHerders Abhandlung»Über den Ursprungder Sprache«, op. dt., p. 21.

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Introducimos aquí otra sugerencia concerniente a los enclaves semán­ ticos de la función gramatical narrativa, en general conocidos como casos profundos y también como argumentos, aunque en realidad no argum en­ tan nada. Sabido es que no hay correlación unívoca ni biunívoca entre fun­ ciones sintácticas y relaciones casuales. Sí puede darse, en cambio, amalga­ ma de funciones, que Ch. J. Fillmore denom ina hipercasos. Ni el núm ero mismo de casos es aceptado por todos. Fillmore los redujo inicialmente a ocho342. Algunos de ellos son contextúales, como el origen y la meta. Perte­ necen al eje sintagmático del lenguaje. En la pura contingencia no hay m eta propiam ente dicha. Se da sólo el acontecimiento. Fijémonos en el valor acu­ sativo del se aquí empleado: Se da solo el acontecimiento. Ya sabemos que el len­ guaje se replica retroproyectándose. Su meta aparente es punto de retorno para un reinicio. Y otros casos resultan simples variaciones focales, como el agente y el experim entante. El foco, nos dice Gendlin, es pura manifesta­ ción también contingente de la encrucijada implícita en el lenguaje343. En cuanto al tiem po y ubicación, así como al instrum ento, se incrus­ tan en la base del habla y de la relación cognoscitiva. El instrum ental es causa mediata o inmediata, por lo que puede integrarse en el causativo. Los casos m uestran así la dinam icidad del nom bre en el discurso. Actúan la posibilidad que Peirce asigna al térm ino y al interpretante. Van incursos en el diálogo como a prioú de revelación posible del entorno y lo “a la m ano”. Declinan la circunstancia del estado y encuentro del hom bre en el m undo. El hecho de que se hayan reducido en muchas lenguas dando prevalencia discursiva a las preposiciones o a la posición sintagmática, como en las romances, revela el efecto dinámico de la predicación subya­ cente y su expansión distributiva en las partes de la acción y su entorno. Las preposiciones y posiciones oscilan entre el gramma, la posición rem ática e incluso fijan un tema. Participan también de la relación predicativa y des­ centran al verbo de su función rectora de casos o com plem entos. Esto lo vio 342 Fillmore, Ch. J.: “Algunos problemas de la gramática de casos”. En V. Sánchez de Zavala (ed.): Semántica y Sintaxis en la lingüística Transformaloria, 2. Alianza Universidad, Madrid, 1976, pp. 195,181. 343 Gendlin, E. T.: “How philosophy cannot appeal to experience, and how it can”, op.cit., p. 24. (jonf. la continuación de este debate en Ch. Fillmore: ‘T h e case for Case Reopened”, en P. Cole-P. Sadock: Syntax and Semantics 8: Grammatical Relations. Academic Press, New York, 1977, pp. 59-81. Véase asimismo A. López García: Gramática del Español, II. La Oración Simple. Aeco/Libros, Madrid, 1996, pp. 188-204.

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muy bien D. Bickerton al advertir que estas partículas gramaticales asignan tema a los argum entos y confieren a ciertas estructuras sintagmáticas el campo de la rección no cum plida por el verbo: “a indica un objeto, desde una fuente, con un instrum ento, etc.”344 . Apreciamos aquí la transducción implicada en el fondo transidvo de la acción verbal dada por el nom bre, sea éste sustantivo, verbo u otra cate­ goría temática de la proposición. El fundam ento del lenguaje se asiste con­ tinuam ente y reaparece en todas sus funciones. Ahora bien, este enfoque pide otro modo de consideración lingüística. Aquí conjuntam os la fenom e­ nología, la semiosis, la herm enéutica y también la poética, aunque no desa­ rrollemos frontalm ente su estructura perceptiva. Estos enfoques convergen en una lingüística semiótica por el hecho de considerar un fondo de origen com ún, por lo menos homólogo. Es cierto que, en tal proceso, la hom olo­ gía diverge considerablem ente, pero la explicación de sus diferencias es parte asimismo de la semiosis. Al multiplicar los casos, se olvidan principios de funcionam iento general del lenguaje, en concreto la focalización, la conm utación, la expan­ sión predicativa, los ejes metafórico y metoním ico, el fondo pronom inal­ m ente adverbializado de la palabra, el a piiori correlativo, etc. El hablante focaliza el tema según el realce que quiere destacar y el impulso que experi­ m enta en la percepción sentida. El foco determ ina metáforas o m etonimias sintácticas, predicativas, que exigen una explicación de la incompatibilidad semántica. Si un rasgo no anim ado figura en la casilla sintáctica del agente, si “la llave abre la puerta”, entendem os de sobra que aquí hay una focaliza­ ción, un plano sintagmático producido por una metonim ia o desplaza­ m iento contiguo: “la m ano de alguien abre la puerta con la llave”. ¿Vamos a decir por esto que “la llave” es instrum ental y usurpa la casilla del agente? Hay amalgama, pero la acción se visiona y entiende a través del instrum en­ to. Es un objeto que realiza una acción. A la semántica del térm ino “llave” se adjunta, por artificio retórico -¿retónico?-, un nuevo sema de carácter “agentivo” en razón del puesto sintagmático que ocupa. La casilla corres­ pondiente proyecta estas marcas en el decurso del enunciado, no antes. Así sucede también con las inversiones, que anticipan o posponen sintagmas según el foco, sin que las funciones se alteren. En algunos casos, la sucesión sintagmática es determ inante, como sucede en los enunciados tautológi­ cos. Asimismo, en “Antonio se asustó al oír el ruido”, el sujeto no realiza la acción, la recibe o experim enta. Todo acto supone una experiencia y por 344 Bickerton, D.: Lenguaje y Especies. Alianza Universidad, Madrid, 1990, p. 94,96-97.

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tanto una recepción. “A ntonio” no actúa para asustarse, pero en él se pro­ duce una acción que focalizamos como más dinámica que receptiva por el hecho de aportar síntomas en los gestos, conducta, reacciones, etc. Hay también una m etonim ia subyacente. Por otra parte, la mayoría de estas interpretaciones implican lecturas traslapadas de enunciados que no figu­ ran en superficie. Se reinterpretan. Así, si consideramos causativo el sintag­ ma “el ruido”, suponem os que “el ruido o la audición del ruido” asustó a “A ntonio”, que éste fue asustado por aquél, con lo que introducimos un sema pasivo donde no figura, además de com binar un sujeto no anim ado con un verbo que pide marca de anim ación, etc. Pottier se refirió a este proceso focalizante con el térm ino “visión”, dividido en tres factores, la orientación, que incluye dos ejes de lectura, directa e inversa, la m ira y la selección345. Estos factores son otros modos existenciarios del “tener”, “ver” y “concebir” previos de la proposición en sentido heideggeriano346. El habla se mueve en un espacio de concepción abierta, “visionaria”, pero virtualm ente sonora. Los casos son categorías básicas de presentación del m undo a través del lenguaje. Indican el papel de los participantes referidos por los índices y las actividades y situaciones descritas por los verbos, como señala Fowler347. Cabría considerarlos como clasemas, hiperarchisem em as o, en térm inos de Peirce, interpretantes fina­ les. De hecho, derivan o interpretan el valor de los signos. Los índices sin­ tácticos son representaciones icónicas de estas categorías semánticas, que se disparan, en función del uso, cuando aparece un concepto en la m ente. Fijan o concretizan la visión lógico-narrativa del hablante. Las relaciones sintácticas se fundam entan en las semánticas y se interpretan unas a otras sobre la base de una representación apofántica del universo. La interpreta­ ción m utua opera una vez integrados índices y funciones en el eje com uni­ cativo. Lo hacen en virtud de las leyes generales de la lengua. Ahora bien, el foco de la posición sintagmática y la posible amalgama de temas, como en el ejemplo de la llave que abre la puerta, nos revela que cada posición subsume otros papeles temáticos o casos profundos atraídos por la estructura básica, perm eable, de la acción lingüística, aquí conside­ rada en su nivel narrativo. Es ello posible gracias a la entidad nominativa, a la donación de sentido que todo nom bre encierra y expande llegado el Mr> Pottier, B.: Linguistique Genérale, op. cit., pp. 136-137. (Lingüística General Gredos, Madrid, 1974, p. 158). 346 Heidegger, M.: Sein und Zeit op. cit., pp. 156-157 [175]. 347 Fowler, R.: Linguistic Cñtici.m. Oxford University Press, Oxford, 1988, p. 54.

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caso. El hecho de considerar, como hace Bickerton, una alternativa posible que restituya la escala y el orden -¿natural?- de los papeles temáticos -la puerta se abrirá con una llave-, dem ostrando así que un papel inferior no ocupa obligatoriamente una posición más alta de la jerarquía348, desatiende precisam ente las síncopas perceptivas originadas por la taxia de fondo. La llave surgió como instrum ento al concebirse una puerta o tránsito giratorio de fuera a dentro, y viceversa, con sentido de intim idad, posesión, cuidado, desarrollo del núcleo tribal, familiar, de la especie hum ana, para protegerla de las inclemencias y amenazas del horizonte m undo. Lleva dentro de sí la acción que la configuró y la ejerce de pleno derecho. La perm eabilidad de las posiciones sintagmáticas nucleares revela también las acciones prim iti­ vas en ellas incursas. El instrum ento también actúa un posible y el lenguaje filma su m om ento. El nivel poético evidencia estos tropismos sin perder la cohesión de un sentido aunque se pierda la coherencia. Lo puede hacer porque conecta con la taxia o fundam ento del lenguaje, por debajo de sus configuraciones habitualm ente consensuadas. Desde tal perspectiva, la des­ viación de su uso es, aplicando aquí conceptos de Lévinas, mandato y altura de fondo: reencuentro del origen. El desvío retorna entonces al uso fosili­ zado de la fuente prim era, a la metáfora m uerta de H erder, Gerber, Nietzsche, O rtega y Gasset, D errida y Ricoeur. En ese fondo descubrimos que la ontogénesis de la palabra acontece en una penum bra anterior a la visión orientada. La onda sonora ya funciona como taxia en la conform ación del feto y reacciona a sus alteraciones vibratorias. Hay, pues, un presignificante, un engramma o cualisigno em ergente cuyas raíces prenden en la oscuridad o sombra táctil -tactisigno- del sonido hum ano. La colum na vertebral de la madre sirve de antena respecto del exterior y sus ruidos internos, intraute­ rinos, conform an la prim era estancia del nuevo ser hum ano. Ahí se preconfigura el horizonte antepredicativo del m undo. Pertenece también al len­ guaje349. G ram ática se m ió t ic a

Como las conjeturas de Peirce, las funciones semánticas interpretan la relación entre la estructura sintáctica y la cognitivo-perceptiva. Participan, por tanto, en la configuración semiótica de las proposiciones. La relación sintácti­ 348 Bickerton, D.: Lenguaje y Especies, op. cit., p. 96. 349 Esta consideración replantea los presupuestos perceptivos de la lingüística funcio­ nal y requiere otra visión en la generativa. (Conf. al respecto el epígrafe “Palabra pregnante” de A. Domínguez Rey: El Decir de lo Dicho, op. cit., pp. 21-30).

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co-semántica se traduce en térm inos semióticos. Su no equivalencia no invalida el hecho de que la sintaxis tiene su semántica y ésta, a su vez, una sintáctica for­ mal o lógica lingüística, y que increm enta incluso el efecto de semiosis al reve­ lar el artificio retórico operado en la m etacronía del lenguaje. El principio y relación de presencia-ausencia, fundam ento de toda determ inación, favorece la diacronía de la lengua. Un factor económico, la elipsis, provoca amalgamas en presencia que a veces el tiem po solidifica, lexicalizándolas. ¿Qué otra cosa son o en qué otra cosa se fundam entan el principio de elevación del predicado y el conglobam iento de McCawley y Fillmore? ¿O el ligamiento de Chomsky y sus figuras mínimas, el movimiento alfa, la huella, la función PRO? El fundam ento posible de tales formas y funciones está siem pre en el paradigm a de ausencias sintagmáticas, incluyendo en él otros efectos de artificio, sobre todo los sintag­ mas y sus elem entos acumulados también en el tiempo, como los ana y catafórj­ eos. Cuando se pierde este segundo plano de conciencia actuante, la form a de superficie im pone un criterio aparente. Por oculto que perm anezca el otro, es posible recuperar alguna radiación suya en algún punto del pasado aún vivo. En lingüística, la ausencia no se desembaraza del presente. Es la posibilidad de su posibilidad. El reenvió constante, fuente, según Jakobson, de todo artificio -el signo es renvoi-, entra también en la configuración semiótica. Los concep­ tos de lengua, las palabras mismas, son perm anente reenvío y desarrollo de lo oculto. Las precede, dice Hegel, un esto o espacio pronom inal de fondo. Hus­ serl y H eidegger señalan, a su vez, que “el lenguaje alberga en sí en cada caso ya conceptos desarrollados”350. El habla se mueve como predicado continuo en tal expansión. El encubrim iento a que alude Heidegger a propósito del como -recordem os, el paso del “con qué” herm enéutico de lo “a la m ano” al “sobre qué” apofántico de lo “ante los ojos”- guarda alguna relación con esto. Jakobson propuso añadir el artificio, com o cuarto m odo, a la tríada sem iótica de Peirce. Lo fundam enta en dos oposiciones binarias: contiguo / sim ilar y efectivo / im puesto (imputed). La contigüidad es efectiva en el indicio, pero im puesta en el sím bolo. La sem ejanza efectiva, propia del icono, encu en tra su correlato lógicam ente previsible en la sim ilitud im puesta que especifica el artificio351. R esum iendo, para concluir, los fundam entos de una gram ática sem ió­ tica reintegran la com unicación al sistema, contem plan los niveles sintácti­ 330 Heidegger, M.: Sein und Zeii, op. dL, p. 157[175]. 3nl Jakobson, R.: “Coup d ’oeil sur le developpem ent de la sém antique”. En S. ChatmanU. Eco-J.-M. Klinkenberg (ed.): A Semiotic Landscape / Panorama Sémiolique. M outon, The Hague, 1979, p. 16. Observemos que el verbo inglés impute significa atribuir acusando, es decir, declinando el caso de la atribución, la relación que le corresponde en cada circunstancia.

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co, semántico y narrativo-conceptivo, el cual sería su verdadera pragmática, al que se unen, como derivación suya, el com ponente retórico. Preferimos decir tropológlco o cam po semiótico de interpretación conjunta de unida­ des. U na gramática tal atiende también a las sustancias de la expresión y del contenido, donde se formalizan las prim eras unidades espaciotemporales de la lengua, no sólo las sonoras, sino también las sintáctico-semánticas. La taxia inicial fundam enta una prelación sintagmática y un com ponente sin­ táctico activo en todo el lenguaje como a príoú verdaderam ente predicativo, anterior a la dicción conform ada con prioridad de naturaleza e incluso lógica, según veíamos con Amor Ruibal. De este modo, la gramática se con­ vierte en escenario y dram a de representación lógico-semántica y de inter­ pretación icónica del universo. Sólo así se cum ple el estatuto semiótico enunciado por Hjelmslev. La lengua se especifica por el hecho de que “ella, y ella sola, es un sistema semiótico que traduce todos los otros sistemas sem ióticos[...], el más fundam ental y diferenciado de todos los sistemas de signos existentes o imaginables”302. La gramática así concebida aporta incluso nuevas perspectivas a las investigaciones neurológicas del lenguaje y confirm a otras, como la rela­ ción de la conducta y de la atribución con las entidades procesivas del cono­ cimiento, la tipología triádica de las oraciones, según Bickerton -predicabilidad, gramaticalización, sintaxis- y la predom inancia y esquematismo del sintagma como posible imagen perceptiva, en la acepción que le confiere Deleuze, e incluso neurológica del órgano lenguaje en cuanto conform a­ ción cognoscitiva del universo. Bickerton concibe la hipótesis de un supersintagma que explique las mutaciones operadas en el cerebro entre las áreas de alm acenam iento del lexicón y las propias de las acciones353. Ya hemos dicho que en lingüística semiótica no hay lexema posible que no contenga traslapada la acción nom inal que configura sus unidades. La hipótesis de Bickerton es sugerente y reinterpreta el minimalismo chomskiano desde los avances más recientes de la neurolingüística. El lenguaje m uestra una organización hom ologa a la del mecanismo molecular, pero la relación interpretante y la imagen mental, el tacto intelectivo que subtiende los nudos de relaciones, aún no revelaron sus proceso sinápticos, por más que las dendritas y axiones puedan recordarnos en la neurona los ramales del sintagma y del predicado. El lenguaje implica estas conexiones y las tras­ pasa al mismo tiempo en un área de sentido e incluso sinsentido que pro­ 352 Hjelmslev, L.: NouveauxEssais, op. cit., p. 85. 353 Bickerton, D.: Lenguaje y Especies, op. cit., p. 251.

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cura más entendim iento de la realidad. Promueve un más allá de sí mismo que revierte sobre sí y, al hacerlo, proyecta a los hablantes en un horizonte que descubre nuevo m undo. Y esta reversibilidad no aparece, nos dice López García, en el genoma. Hay, cierto, una evolución, una diacronía que nos induce a pensar en una filogenia homologa. Pero entonces tendríam os que justificar m olecularm ente la esperanza así abierta, incluso desesperan­ zada, en aquella búsqueda ontológica inducida por el fondo em ergente del sentim iento predicativo. El lenguaje avanza y conform a horizonte más allá de las previsiones biológicas. Incluso las fundam enta. O direm os que su horizonte es el halo de acción biológica del pensam iento, su órgano, vol­ viendo a H um boldt. Aún así, la explicación verificada será sólo un estadio analítico de su trasfondo. No podemos confirm ar lo dicho ahora, pero sabemos que lingüísticam ente es cierto, saber impreso como empreinte, marca, huella o señal -H erder, D errida, Deleuze, Gendlin: lazo entre la situación y la acción304-, en el significante o transferí que trasciende la mate­ ria en lenguaje, como dice Lacan. Este autor entrevio el continuo que sub­ tiende al significante más allá de la palabra o fondo creador del lenguaje, que es también el del concepto, como vieron asimismo Nietzsche, sobre la base de H erder y Gerber, y Hegel, recordado aquí por Lacan355. El mismo Kant dotó al entendim iento de una función doblem ente activa por cuanto mira al unísono a la síntesis de las representaciones ope­ rada por la intuición sensible y subtiende en ella la m ateria o contenido transcendental de una nueva representación o concepto puro. La intuición parte del afecto sensible, de la fluidez de las representaciones, pero cuando las acciones se unen entra enju ego la función del concepto o categoría en tanto representación de representaciones3'06. La diferencia entre intuición sensible y función conceptiva es, por tanto, algorítmica. Hay en ella un ins­ tante de transform ación o marca trópica de tensión transcendental en el sensible convertido en nueva m ateria o punto de apoyo de la función con­ ceptiva o categorial. Ese instante transcendente -la form a del juicio sensi­ ble, según veíamos en Amor Ruibal, deviene materia de la función formali­ 3r’4 Deleuze, G.: CÁnéma 1. L'Image-Mouvement, op. cit., p. 292. 355 Lacan J.: “Respuestas a unos estudiantes de filosofía sobre el objeto del psicoanáli­ sis”. En Louis Althusser, Freud y Lacan. Jacques Lacan: El Objeto del Psicoanálisis. Anagrama, Barcelona, 1970, p. 54; “La fonction créatrice de la parole”, en Le Seminaire, Lime I. Les Ecrits Techniques de Ereiid. Seuil, París, 1975, p. 267; Proposilion du 9 Octobre sur le Psychanalyste de l’Ecole. Analytica, 8, avril (1978). 336 Kant, E.: Kútik der reinen Vernunft. (B93, A79, B105). Félix Meiner Verlag, Hamburg, 1998, pp. 145,155-156.

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zante del entendim iento- ya sería el impulso orteguiano del plasma sensiti­ vo o predicado que busca sujeto. La representación de representaciones es también la función cognoscitiva del juicio, el interpretante de Peirce, y la base, por tanto, de una semántica y una sintaxis perceptiva. He ahí la m ate­ ria o sustancia sensitiva que, en la síntesis de sus representaciones, deviene form a sensible y se convierte, ipsofado, en m ateria de la función perceptiva. Sustancia material : form a sensible : materia funcional. Es materia, por tanto, la sensación en orden a la form a que la sintetiza con otras sensacio­ nes y el sensible así conform ado, simple o complejo, recupera de nuevo su cualidad material respecto de otra form a ya conceptiva. Materia formal y form a material : m ateria materializante. ¿Qué valor específico confiere el rayo intelectivo a la sensación transform ada en concepto? La intelección del sensible es apertura conceptiva. El paso de la sustancia material a sensi­ ble form ante está siendo, a su vez, materia o impulso del concepto. Enten­ der la m ateria es concebirla. La percepción concibe en la síntesis sensible la fundón de la materia. El rayo intelectivo es único y, su resultado, doble, en realidad triple: [sensación + sensación... + Sn = sensible (forma material) + sensible (fm)... + Sen (fm)n] —> función conceptiva: concepto.

¿Qué concibe realm ente la inteligencia? La form ación de la form a material. Form a form ante. El m odo procesual y agentivo del concepto ya es significante. He aquí el fondo epistem ológico de Husserl, Hjelmslev y la semiosis continua del interpretante en Peirce. En algún punto de la cadena acontece el sensible o form a fónica en tanto apertura o incisión circuncisa de la form a form ante. La marca. Los conceptos son marcas cir­ cuncisas del significante. ¿Pueden darse sin este inciso? Sería una repeti­ ción acum ulada de Sen (fm)n. La circuncisión de la m ateria sensible crea volum en expresivo. La form a form ante concibe. ¿Por qué recurrim os al determ inante de cuando citamos el concepto de algo? Dirección intelecti­ va y resultado concebido. El concepto encierra el predicado haber sido conce­ bido y, por consiguiente, encierra tiem po pasado. El concepto de casa es la casa concebida en algún punto de la dim ensión perceptiva m odalm ente esapaciotem poralizada. C ontiene un m odo del tiem po y del espacio. Y no obstante, cada vez que funciona en la casilla sintagmática de un índice rem atizado, su tiem poespacio se dilata y abre al futuro en su presente locutivo. Robert B. Brandon resalta este m om ento del contenido - “Inhalt”transcendental de las representaciones como tendencia propositiva de

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todo concepto357. Y es así, porque la acción representativa presenta de nuevo, bajo otro aspecto de la función, pero motivada ésta desde el afecto inicial, la materia sensible. Su nueva presentación en el espacio tensivo de la retención es precisam ente el instante espontáneo del concepto o nom ­ bre en tanto idea: “Das Wort ais Idee”, nos decía Benjamín, la profundidad virtual del recuerdo, matiza O rtega y Gasset. Ese instante se irradia a la constelación adjunta y colateral, evocada, de otros conceptos y térm inos correferidos. La acción de las acciones, la relación de relaciones o la repre­ sentación que une representaciones marca de algún m odo el instante con­ ceptivo de la realidad. Es la marca verbal o palabra interna de H erder y H um boldt. Un interior ya externo por cuanto el sonido incide reteniendo la marca o engramma que el ruido am biente produce, y así los demás sensi­ bles, que luego se recubren en nuevas síntesis y originan nuevos conceptos verbales -Begiiffiuórter- o palabras conceptivas. He aquí, pues, una verdadera semántica y sintaxis cognidva. Cada tér­ mino contiene como posible suyo un principio correlativo en el que se mueve inmerso. No extraña, por tanto, que en sus conexiones posibles des­ arrolle el principio interactivo e intercom unicativo que los subtiende. ¿No es éste la inteligencia form alm ente dirigida a las conexiones y funcional­ m ente conceptiva? La inferencia sociopragmática y deontológica de su con­ tenido y del juicio que posibilitan como acción representativa, e incluso nor­ mativa, del m edio social en que interactúan, como propone B randon3,08, es consecuencia también de la capacidad de campo o del horizonte que su posibilidad implica, donde entra asimismo el implicit governingát la multipli­ cidad inseparada del m undo rodonado en las situaciones y vivencias del habla, recordando aquí a Gendlin. La locución encierra en sí los posibles pragmáticos que la explican. La inferencia normativa de Brandon es otra variación del diferencial semántico de las proposiciones en la constelación posible de sus usos y aplicaciones, según lo aplicaron C. K. Ogden e I. A. Richards. El contenido social de las representaciones semánticas y acciones sintácticas es también base del formulismo glosemático de la form a de for­ mas y del concepto de sustancia en Hjelmslev. Pero esto no indica otra cosa que un despliegue del fundam ento interlocutivo de la palabra, tan simple como que nace en situación de habla, con dos hablantes al menos, y ya sabemos que no hay dos sin un tercero que los relacione o fundam ente. Por 35/ Brandon, R. B.: Makingit Explidl. Harvard University Press, Cambridge, Mass, London, 2000. 358 Ibid., pp. 607-608.

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eso tampoco extraña que los conceptos procedan en el medio lingüístico como interpelaciones o interactuaciones de preguntas y respuestas. Ni que la anáfora subtienda a la deixis3n9. Toda palabra es respuesta a una pregun­ ta implícita, pronom bre y adverbio locutivo. La pragmática cognidva de fundam ento social explícita el horizonte que subtiende al lenguaje como posible suyo. Es una aplicación de su potencial lingüístico. Desde tal consideración, debemos invertir los esquemas iniciales de los que partíam os al principio y atravesarlos con la línea virtual que los sub­ tiende. Prim ero se da la tríada del logos como relación interpretante del cosmos en el hom bre -A nthropos-, acción cuyo sintagma implica un actante en función predicativa, del que procede, como esquema, la representa­ ción ramificada del núcleo /m?positivo o espaciotiem po de la proposición oracional. La oración escenifica un espaciotiem po articulado o el acto nominativo por excelencia. Logos

Sintagma

O

.-A-....Acte.APrd....SNA..> SV

Cosmos Anthr.

La línea virtual interna es el dinamismo eferente del objeto dinámico en Peirce, que consideramos emerge y actúa en el proceso de las tres dimensiones, la interpretante, referente e icónica. Es el espaciotiempo de la objetualización considerada más arriba, el ámbito interior, un dentrofuera, como sabemos, en el que acontece el proceso objetivo, la relación nuclear de las relaciones, sin que tal núcleo sea precisam ente un centro geom étrico, sino más bien fondo pregeométrico, nos decía O rtega y Gasset en otro capítulo360. Los fundam entos de la lingüística semiótica perm iten indagar en tal fondo creativo. Es más, se originan en él. Son el fondo creador del lenguaje y requieren, en consecuencia, otra consideración del significante lingüísti­ 359 Ibid., p. 630. 360 Hemos sugerido en otro lugar que el objeto dinámico figure en el triángulo semiótico como punto focal de sus vértices, aunque los procesos semióticos no son necesariamente geométricos, sino más bien moleculares, o como prefiere Benjamin, gravitatorios, imantados de magia. [A. Domínguez Rey: “Lenguaje como figura”. Epos, UNED, IX (1993), p. 148]. Introducimos además una línea vertical geminada que sugiere el rayo intuitivo e intencional que Kant, Husserl y Ortega sitúan en el origen del conocimiento. Esto implica un giro nota­ ble y un esquema diferente del usado en análisis gramatical.

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co. Ya hemos inducido su formación conceptual, que atañe también a la semiosis del concepto como su cualidad dicente. Esto amplía, a su vez, el horizonte de la significación y desvela un halo de presentido en la base de los significados entendidos como sustancias form alm ente articuladas. El sentido es dinámico, em ergente, y funciona en gramática como horizonte predicativo de la semántica. Por eso rem ite a una configuración simbólica, en cuyo espacio virtual la palabra, el signo, presenta la cosa, su referente, sin que esté con presencia real en nuestro entendim iento. La relación apresentativa es, sin embargo, tan real como la cosa misma. Realeza que puede decirnos, por ejemplo, si los atributos respectivos coinciden o se contradi­ cen. Y aun esto sería parte integrante de la realidad semiótica. Así acontece el dram a del lenguaje. U n n ú c l e o c u á n t ic o

El lenguaje integra m undo generando más realidad. La base de inte­ gración es el núcleo del N om bre, cuya inferencia perm ite inducir, deducir y abducir com ponentes suyos implícitos, solapados y derivados. El centro de este núcleo integrativo es el com ponenete dinámico de la acción predi­ cativa y precategorial. La inferencia se basa en su determ inación vinculante con el medio, la situación m odalm ente espaciotemporalizada: ET (S) M : Ac (Ag + Obj)

Al inferir, vinculamos o desvinculamos, procesándola, la realidad implícita o posible que se prefigura en y desde sus formas manifestadas. La vinculación asociativa, incluso la sincopada en el cálculo algorítmico, res­ ponde a la reificación de lo ya dicho y conocido en la “química m ental” que J. S. Mili veía en el hecho de que los fenóm enos se enganchen en las ideas que los refieren, variante asimismo apriorística de la sensación y del con­ cepto de realidad. Hay, sin embargo, un vínculo semiótico a la vez generante-generado, retroproyectivo, que arquea los estímulos y las relaciones fun­ dando un proceso. Su interpretante final es la semántica y com prende tanto los conceptos como su sintaxis formalizada. Cada fase suya deja un rescoldo, activo o latente, que se procesa en el m om ento oportuno. Sócra­ tes deja ver en el Banquete de Platón que sin tal vinculo los conocim ientos quedarían aislados al fantarles precisam ente el fondo que los interpreta. El vinculo ontológico ya no es una sensación o encastramiento de sen­ sibles, sino el halo creador del fondo surgente a través de las cadenas sucesi­ vas de sensaciones imbricadas. Son éstas formas simbólicas que ahondan el abismo originario a medida que se desarrollan y consolidan. El símbolo se

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constituye precisam ente cuando el rayo perceptivo se desdobla desde el objeto, como la función de kant respecto de la síntesis perceptiva, en direc­ ción colateral hacia el espacio ya objetual que lo complementa. La interrelación cualitativa de los sensibles dados en la percepción de un objeto o espa­ cio objetivo determ ina un subcom ponente vehicular, atributivo, en la acción predicativa del conocim iento, de tal modo que, en lo sucesivo, tenemos: Sensación

Objeto

El sensible abre un campo bidireccional que retom a del pasado una virtus procesiva y se increm enta hacia algo nuevo de sí mismo rem itiendo a otros sensibles, mediatos, inmediatos o cruzados, cuya síntesis, ya activa, pro­ mueve la concepción de un nom bre o núcleo cuántico de la realidad así procesada. Decimos cuántico no en sentido numérico, sino aludiendo al quantum del núcleo, al concepto verbal o palabra concipiente, Das Wort ais Idee, de Benjamín. Ideas que son, como las de Ortega y Gasset, las nociones de Amor Ruibal y el interpretante energético de Peirce, la ordenación obje­ tivamente virtual de los fenómenos, su interpretación objetiva. Un orden de correspondencia m utua anterior al concepto y a las leyes, principios o razo­ nes de ellas derivadas. El orden de una constelación: “Die Ideen sind ewige Konstellationen”361. La articulación de los datos acontece desde, en y sobre la relación de los elem entos o puntos estelares respecto de la constelación así formada. El concepto nace en esa relación ya ^radicada, pues incluye entre los elementos correspondientes de los fenómenos sus diferencias. Benjamín sitúa en el mismo nivel originario la verdad, la idea y la pala­ bra. Son ángulos de un mismo triángulo. La verdad iguala el ser simple de las cosas, su nivel preentitativo. La idea, veíamos, es la virtualidad objetiva y, la palabra o nom bre, la fuerza o potencia de la verdad que acuña incluso el fundam ento de la experiencia. El nom bre determ ina la donación de las ideas: “Es bestimm t die G egebenheit der Ideen”, que carecen de intención y la adquieren al volver sobre sí mismas en la meditación reflexiva, retorno que las renueva y en el que la palabra activa otra vez su percepción origina­ ria. La idea es el m om ento simbólico de la palabra: “Die Idee ist ein Sprach361 Benjamín,W.: Abhandíungen. CesammeUe Schriften, Band I.l, op. cit., p. 215. Ya todo es objeto constituido, hasta el sujeto que lo comprende. Ahí se funda la concordancia con el verbo.

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liches, und zwar im Wesen des Wortes jeweils dasjenige M oment, in welchen es Symbol ist”362. He aquí, pues, el instante originario de la correlación perceptiva del nom bre, el fundam ento del quantum. La palabra coincide en su verdad con el ser simple y espontáneo de las cosas. Su taxia virtual es la idea, su decir prim ero y básico. Advirtamos de paso que la constelación nominal de Benjamín ya introduce un m odelo virtual de program ación informativa. Los elem entos de los fenóm enos son percibidos, dice, como puntos de la constelación y, al percibirlos, se instaura el concepto en tanto m odo propio de conocim ien­ to. La apertura de tal percepción es la idea, el campo virtual del que surge el concepto. La idea guarda, por tanto, cierta similitud cognitiva con las nociones de Amor Ruibal y la idea, también virtual, como decíamos en otra parte, de O rtega y Gasset. Lo im portante es resaltar aquí este espacio prelógico y antepredicativo del conocim iento en cuanto instante esencial, y sim­ bólico, de la palabra. El conocim iento categorial empieza tan pronto se despliega ese instante y la inteligencia reconoce su primacía creadora o apertura más allá de sí misma. Y esto ya es un grado de representación con­ ceptiva, o mejor dicho, conceptivam ente creadora. Ha brotado el átomo original de la conciencia, su núcleo atómico: el recuerdo, la ávóc|ivr|ai£. Tal es la función simbólica de la palabra: abrir y fundar el espaciotiempo de la memoria. Pero esta apertura fundacional es el brote interno de la reali­ dad: Das Worte ais Idee. Tenemos, pues, un proceso autónom o que genera funciones, determ ina formas e incorpora la información procesiva al de­ sarrollo de su potencia: “vielmehr lóst in der philosophischen Kontemplation aus dem Innersten der W irklichkeit die Idee ais das Wort sich los, das von neuem seine benennenden Rechte beansprucht”363. Cualquier otro autóm ata de origen hum ano presupone éste en cualquiera de sus manifes­ taciones. Camuflarlo, encubrirlo, determ inar su procesam iento virtual en modelos de simulación, etc., son otras tantas operaciones nom inales de ese derecho constitutivo -Beanspruchung- de la palabra concipiente. La percep­ ción em pírica lo presupone y, el análisis, también. Así pues, el presupuesto apriórico de la lingüística tiene base filosófi­ ca. Gran parte de su ramificación babélica procede del olvido del origen. Y ya no sólo de las sustancias, sino del germ en atómico de las formas. Por eso el m étodo, o los métodos varios del enfoque y análisis lingüístico adolecen

362Ibid., p. 216. 363Ibid., p. 217.

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de fundam entación verdaderam ente cognoscitiva y revolotean sobre sí mis­ mos con sucedáneos que se replican periódicam ente. El espejismo formal de las cadenas formalizadas crea una sensación supuesta de sustancia y enti­ dad susceptible incluso de negarse y licuarse mientras se formaliza. Trasla­ damos al m om ento siguiente la irresolución del previo y la novedad así determ inada justifica el salto olvidando la representación creadora que, implícita, lo fundam enta. Representación. No es una vuelta ni una acción que retom a algo ya dado. El prefijo re se mueve aún en la presentación. Nada resulta verdadera­ m ente presente mientras no se «presenta y un m odo de «presentación es el giro del ala o presentación nueva, nunca en el mismo punto, de la acción procesiva. Tal es también el fundam ento de la ciencia. Dentro del olvido heideggeriano del ser hay que incluir la desm em o­ ria funcional de los prefijos y márgenes de las palabras, el entorno situacional del discurso. A los núcleos atómicos o cuánticos les brotan márgenes que inciden en el interior de la realidad o del discurso, según miren en una, otra dirección, o en las dos conjuntam ente. A las ideas les brotan alas y surge así el vuelo helicoidal de las palabras, el vuelo del discurso, dice Santayana. De este modo, la semiosis cíclica descubre y procesa los interpretantes que analizan y revelan el fondo em ergente. Lo creado es agente reverso, inverso y proverso, todos ellos modos verbales de la evolución real inm anente. El signo semiótico se presenta entonces como una transducción vehi­ cularm ente relacional, correlativa y correferente, «simétrica. En cuanto núcleo creativo ya no está en vez de la cosa o estado de cosas. La integra objetualm ente: la objetiva. La ¿nmerge en un proceso nuevo que se consti­ tuye en tal ámbito y m om ento, no antes: la dimensión objetiva, el objeto dinámico y dinamizante que acrece el sentido del universo y vincula como flujo cognoscitivo -linfa de la m ente- el m undo externo e interno. La cosa deviene objeto; el objeto, mediato o inmediato, molécula perceptiva del tejido cognoscente y así de fase en fase creando relaciones de relaciones, textos de textos: m undo interpretado e interpretante. La estereopsis o relieve visual originado por la superposición de las imágenes que los dos ojos procesan es un ejemplo físico, y paralelo, salvatis salvandis, de cuanto aquí pretendem os explicar. Cualquier m odelo citado ya presupone, como sabemos, el signo semiótico. Esbozamos, como resumen, su núcleo entitativamente procesual y emergente:

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Sentido A

La flecha representa la dirección bifronte del campo de objetualidad o proceso cognoscitivo cuyo núcleo, a la par referente y nominalizante, el instante simbólico, desentraña el interior de la realidad o pala­ bra conceptiva. La dirección vertical designa el m om ento constitutivo del nom bre en cuanto relación al m undo de las cosas y, la horizontal, el tiem po expansivo del discurso. Son dimensiones simultáneas. El punto de intersec­ ción indica el origen del proceso, cuya fijeza expansiva se irradia virtual­ m ente en todas direcciones. La acción cognoscente deviene valor relacional -recordem os el factor .....R(f)......- y crea el constitutivo y expansivo como vectores dicentes del conocim iento. En cada nom bre hay ya un índi­ ce de remisión objetiva que se desdobla en función referencial y discursiva, de tal m odo que el referente es discurso y éste, a su vez, algo referido. Por eso Peirce recurre a dos m om entos perceptivos del objeto, prim ario y secundario. Los térm inos son indicíanos -rem iten a algo- y constituyen, juntos, un objeto prim ario, que es, de nuevo, índice de la realidad así predi­ cada: objeto secundario. Sucede, sin embargo, que en algún instante del proceso, la objetuali­ dad asume el interior constituyente, nos decía Benjamín, la palabra creado­ ra de la realidad. Esto supone una incorporación más que atributiva del conocimiento. Es el instante encarnado, el verbo de la palabra o la idea corporeizada, el supuesto cognoscente. El punto nuclear del cruce constitutivo y expansivo es la expresión del acto verbal, lo concepto suyo. Salimos al paso así de una consideración postergada de la expresión y reducida al acto de habla como instancia segunda de una categoría m ental con rango predicati­ vo. La predicación sería también subsidiaria de la form a categorial o esque­ ma cognitivo liberado precisamente de la encarnación que aquí señalamos. La subordinación m ental del acto expresivo favorece la hom ologa­ ción de categorías en diferentes lenguas y dentro de una misma, por ejem­ plo al diferenciar el repertorio de tonos en una frase española como Juan

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ha salido, afirm ando el hecho; ...Juan ha salido, ironizándolo, y Juan ha sali­ do.. ., suspendiendo el acto verbal con intención preocupada, etc. La coinci­ dencia categorial no anula el m odo perceptivo y singular de cada expre­ sión. A cada una le corresponde un modo propio. Las demás pertenecen al paradigm a tonal de la frase española y el análisis las tiene en cuenta a la par con fines explicativos, mientras que en el hablante funcionan ausentes pero con marca activa, y presente, de la diferencia m utua. El tono no es aquí la expresión añadida a un contenido m ental, recordando a Hjelmslev, sino el m odo conceptivo con rango significante que implica significado. El esquema categorial sería aquí m ero significante lingüístico del m odo percipiente, el ámbito de sentido en el que se engloban las formas gramaticales con sus contenidos. La predicación antecede a lo predicado. Acontece expresada y rem ite, por tanto, a una prelación conceptiva. La diferencia apuntada trastoca el orden norm al de la lingüística. La situación de habla acontece en un tono, temple o clima intersubjetivo que expresa el contacto inicial y ya diferenciado de la percepción habida en el sentido previo al esquema. Esto presupone, a su vez, una asunción fenom e­ nológica del sonido virtual en cuanto espaciotiem po corporeizado o expre­ sión encarnada. No hay punto cero ni reducción abstractiva de esquema neutro fuera de la hipótesis analítica que considera así una proposición o frase. El paréntesis realizado para esa m uestra neutra de laboratorio mental tampoco es inocente. Precisar implica un supratono o dimensión simbólica favorecida precisam ente por el signo en cuanto palabra esencial y creadora de la realidad así constituida. La neutralidad analítica también entona lo analizado. Podemos representar el núcleo o célula cognitiva como sigue: Situación

(Rf).

Acto verbal

El acto verbal no es la suma de un esquema interno de la conciencia y otro acto volitivo que lo expresa, sino el proceso de la acción implícita en cualquier fase suya culm inada. El sonido verbal o significante articulado fue también concebido y participa, en consecuencia, del espacio virtual de la idea que se resuelve, actuada, en concepto.

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La asunción objetiva y creadora fundam enta, a su vez, los cambios de form a y contenido. Pudiera objetarse que las cadenas funcionales, las cate­ gorías, son o parecen fijas, pero olvidamos entonces los cambios históricos implícitos, la evolución lenta de las lenguas, el vuelo del discurso, y aunque nos detengam os en un corte sincrónico, puram ente artificial, la fijeza apa­ rente no es de las formas, sino de sus fundam entos, del m odo verbalm ente perceptivo. Fijeza cuyo contenido es un revuelo, como el fondo atómico de la realidad procesada. El arqueo vinculante del ala en vuelo, del arco fonoacústico, de la pre­ sentación renovada, es propio del conocim iento hum ano y fundam ento de su cultura. Explicamos así el dinamismo de nuestra realidad. Desaparece entonces la división del m undo y de la ciencia que lo interpreta, la dim en­ sión externa e interna del conocim iento, aspectos suyos sólo propedéuticos. Cualquier sección textual del pensam iento o del m undo por él consi­ derado está sujeta a interpretación semiótica. O t r o v u e l o d e l d isc u r so

Aludíamos en otra sección al vuelo del discurso con palabras de Santayana, expresión aplicable también a la significación según la considera Hus­ serl, por cuanto no incluye necesariam ente los actos impletivos. El lenguaje sobrevuela la realidad que significa. Nosotros nos referimos con ello a la función simbólica del signo en tanto horizonte suyo. No basta la simple relación de un significante ya reducido en su capacidad conceptora con un significado que también restringe el alcance de su potencia y abduce la por­ ción de m undo que designa. El ahorro lingüístico de la expresión conlleva una epojé extralim itada que ahonda la fisura del lenguaje respecto del pen­ samiento y de la realidad que pretende significar. El argum ento de Croce resulta aún válido desde una consideración simbólica del signo lingüístico. El lenguaje comienza con la sensación y culmina en ella expresando la sim­ biosis del hom bre con el m undo, a cuyo horizonte pertenece. Es incluso más que GVfdpio^, porque vive en, dentro del m undo, y no sólo con. La expre­ sión lo inm erge en el fondo de la realidad con el sonido conceptualm ete arqueado al unir el cuerpo con la atmósfera y con otro interlocutor que escucha o habla, recíprocam ente. Jaspers atribuye a los fonemas un “uni­ versal carácter m etafórico”364. Llevan fuera el dentro ya objetivado de la conciencia. El fonem a viene a ser la configuración m etoním ica existencial -el m undo cambia de piel-, universal y concreto a la vez: universo del aire ^ Jaspers, K.: DieSprache. Überdas Tragische, op. cit., p. 24[ 120].

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articulado en voz personalizada, persona del individuo y clima fonémico del grupo en el que se integra. Recordemos que Amor Ruibal ya considera­ ba los tipos fónicos como universales concretos. Por otra parte, la escucha une en la correferencia expresiva del discurso a los interlocutores inmersos en el Ello o hay del m undo. Si no existiera esa otra dimensión objetiva y anó­ nima, no habría horizonte comprensivo. Pero el símbolo desborda al signo, o éste se hace, ya es símbolo en tanto abre el punto o cruce de las dimensiones constitutiva y expansiva de la relación básica del lenguaje. El acto verbal implica, como acto expresivo del conocim iento, una función resonante que expande la asunción nom i­ nativa y nominaliza la predicación continuam ente actuada. Es la función simbólica. Sin esa resonancia o apertura de cam po tan pronto nace el nom ­ bre, que ya resuena en el interior de la realidad como vibración suya virtualizada, no hay lenguaje. Los núcleos, las cadenas, quedarían bloqueados. El símbolo teje la malla de los enlaces entre la m ente y la realidad establecien­ do el vínculo táxico que las une y reparando como palabra la escisión intro­ ducida al analizar el núcleo del conocim iento. Estudios de campo, experim entales, avalan también esta hipótesis. El antropólogo T. W. Deacon observó entre chim pancés sometidos a pruebas de reconocim iento léxico según la respuesta de su conducta que la asocia­ ción de un lexigrama con un objeto depende de la función relativa que guarda con otros lexigramas y no sólo de ellos dos, como es costumbre con­ siderar el signo respecto de la realidad. Tal “es la esencia de la relación sim­ bólica”365. En esquema, tendríamos: (L)exigrama (F)unción / (L) adjunto (O)bjeto

I

(O )...

(F)/(L) -> (F)/(L)n

I

(O) ...

I

(O)n

Aplicado a cuanto decíamos, la constitución o relación referencial viene a ser función de la expansión predicativa o relación de discurso, ya narradora. Esto resulta fácil de explicar una vez inmersos en el proceso del lenguaje. Más difícil es proponer un punto crucial que fundam ente lo dicho. El m om ento conceptivo de la palabra creadora o idea virtual esboza un horizonte comprensivo tan pronto vibra el espaciotiempo de los sensi­ bles que conform an la base del conocim iento. Las asociaciones relaciona­ 365 Deacon, T. W.: The Symbolic Species: the Co-Evolution of Language and the Brain. Penguin, London, 1997, p. 86.

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das im plican atributos antepredicativos cuya síntesis perceptiva es el n om ­ bre d on ad o. Sensibles y atribuciones bien del objeto de p artid a, de rasgos suyos, o de otros asociados según las leyes perceptivas y lo impensado que actúa en nosotros com o síntesis pasivas, reflejas, abducciones, etc. Son el lecho o lim o de la creación silenciosa q ue culm ina el n om b re. U na vez d ad o com o idea, vuelve sobre sí un p u n to o grado m ás allá del inicio y com enzam os a e n te n d e r o in te rp re tar el m u n d o h abido y p o r venir, el ya ap ro p iad o y el que se abre a todos los vértices del horizonte. El n om b re ya acum ula m u n d o im preso, expresado. El esbozo aludido anticipa realidad im aginando y p royectando posi­ bles suyos. O rtega y G asset lo d en o m in ab a escorzo. Jaspers se refiere a todo el plexo antepredicativo de la palabra com o lo envolvente - “das U m greifend e ”- , la vida acum ulada, el espíritu, la existencia y su variedad de form as, las conexiones, represen tacion es y estructuras de frase en las diferentes len­ guas. Surge así la com unicación e n tre los seres con u na base arm ónica, p ero tam bién asim étrica, p o rq u e el h ab lante red u ce a signo, su “m agnitud m ín im a”, la riqueza latente del lenguaje366. De su fon d o le viene precisa­ m en te, y sobrepasando o activando la reducción del signo, el im pulso que lo transfiere m ás allá de los dichos, form as y esquem as consolidados. Es su carácter tran scen d en te. Proyecta sobre las form as usuales un resto inasorbido q ue confiere a la palabra fuerza de resorte a distancia. El significado m an tien e su base sensible en la expresión conform e de la voz, tono, m elo­ día e incluso grafo, variedades de su m ovim iento en el sonido y form as diversas de la expresión. Estas figuras sensibles, dice el filósofo alem án, se m an tien en “lim itadas, restringidas, constantes y factibles” en su dim ensión de signos, p ero añade: “A dquieren, en cam bio, la condición de palabras •^Jaspers, K.: Die Sprache. Über das Tragiscge, op. cit., pp. 21, 24, 25, 34[ 118, 120, 121, 131]. C uandoJaspers se refiere al carácter fluctuante de la palabra - uein schwebendes System von B edeutungen”- y a su potencia latente, usa en este caso el adjetivo verbal schlummernd, derivado del verbo schlummern, que significa dormitar en español. La riqueza histórica de las palabras, su diacronía, se m antiene, pues, potencialm ente hibernada, m ejor aún, en duerm e­ vela. Su fondo envolvente despierta en cualquier instante, según las condiciones y circunstan­ cias de la situación básica, las potencias que O rtega y Gasset denom ina genitrices. No cae Jas­ pers, sin em bargo, en la tentación etim ológica del origen de las palabras com o imagen espe­ cular de la posible raíz naciente del lenguaje. La historia del lenguaje debe acom pañar al estu­ dio de las raíces para extraer de ella la potencialidad aludida {Ibid., p. 51-52[ 152]. El vínculo del lenguaje com prende la situación nativa de la palabra, el paisaje y clima de su cuna [Ibid., p, 47 [147], pero el origen se pierde gastado por el uso. Sin em bargo, queda la potencia em er­ gente. Esto es lo que im porta y lo que Dilthey, Biihler, Croce, Jaspers y O rtega resaltan como fundam ento originario del lenguaje, activo en cualquier instante creador, poético, del habla.

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cuando guardan un fondo que no es absorbido jam ás por ningún poder finito”367. El símbolo recoge y proyecta precisamente los extremos así considera­ dos, la capa envolvente de lo impensado, térm ino muy expresivo de Fink, y la transcendencia u horizonte abierto en la dinámica procesiva, y dicente, del lenguaje. Jaspers asigna el símbolo sólo a la representación lógica y matemá­ tica, pero su valor etimológico y fenomenológico perm ite recuperar el bgos que lo habita y entrever en el núcleo cuántico o célula biológica del lengua­ je la distancia interna que desentraña un fundam ento simbólico en el signo. Su capacidad de replicación, el no alcanzarse nunca en el abismo que ins­ taura respecto de la realidad que enuncia -u n m odo de predicación en vacío-, ese retorno imposible a lo olvidado, que lo instiga, instauran el sím­ bolo y, con él, su dimensión lógica y hasta matemática. Lógica y Matemática no quedan exentas tampoco de la acción latente del resto. Su reducción es otro modo de olvido necesario, pero sólo a medias, en suspensión, pues todo térm ino simbólico sería ininteligible, es más, no existiría sin lenguaje. La lógica es parte interna del lenguaje y el materna adquiere valor pro­ pio considerando sus conexiones e implicaciones básicas. La recuperación del Logos reintegra la unidad originaria del pensam iento y el lenguaje. Jas­ pers vacila a veces respecto de la primacía de uno u otro. Sitúa al lenguaje en segundo plano, corrige enseguida esta consideración afirm ando la simulta­ neidad de los dos y vuelve a un prius natura del pensamiento. H abría un ger­ men, un punto originario: “Se trata de una especie de intelección o apre­ hensión anterior al lenguaje que se desarrolla a continuación en él y sólo en él. Pensar y hablar son actos simultáneos. El desarrollo de cualquiera de los dos es el de uno de ellos con el otro”368. Quedamos, no obstante, sin saber cómo se origina ese desarrollo respecto del pensam iento antecedente. Podemos extraer, sin embargo, algún atisbo de esa fuente, sobre todo cuan­ do nos dice que “El lenguaje es la objetividad posible en cada caso”369. Pero esta frase también le cuadra al pensamiento. Veíamos con Peirce que la posi­ bilidad es dimensión primaria y que, al integrar el proceso de la objetividad constituyente, el signo recupera la cara oculta de la realidad. Para Jaspers, el pensamiento precede a fin de cuentas al lenguaje. Lo crea, pero lo creado abre pensam iento370, lo cual nos inclina a creer que la posibilidad de éste ya 367 Ibid., p. 22 [119]. “ M , p. 39 [138]. 369 Ibid., p. 44[ 144]. ™Ibid., p. 45 [146].

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está siendo lenguaje pontencialm ente y entonces sí se entiende la simulta­ neidad no identitativa de los dos. Pensamiento y lenguaje son simultáneos pero no idénticos, porque tampoco el alma se identifica con su expresión verbal, pero consuena con ella371. Quedém onos, pues, y resum iendo mucho, para volver a Hum boldt, con que el signo es la dinamicidad organi­ zada del pensam iento y, el lenguaje, la posibilidad que lo activa. La contraposición de Jaspers y la semejante de Ortega y Gasset entre palabra y signo, tal que: palabra

I

fondo infado

signo

*

poder limitado

se resuelve con el fondo atmosférico del símbolo, donde cabe la pala­ bra fluctuante o metáfora latente de la palabra, pues el símbolo no cierra nunca, ni repite, ni iguala la cesura y corte inicial, por más que las partes fracturadas encajen unas en otras. Queda una marca, cicatriz, circuncisión, huella, resto m enudo o mayúsculo, según el tiem po, etc. El símbolo tiende a recuperar el olvido, cuya marca, imposible, genera más búsqueda y hori­ zonte. Y entonces reencontram os de nuevo- sím bolo- el Logos originario. No el origen del verbo, ya inmemorial, como dice Lévinas, pero sí el funda­ m ento. La vivencia irradia y transmite m undo. Es el increm ento de la taxia, el contenido de la sensación. La viveza de la palabra depende de lo que incorpora, de su continente, el Wachstum, el ergon inicial de la sensibilidad: el sensible. La palabra abstracta retiene la relación de y entre sensibles, ya no sensible propio, sino intelectual: esquema, imagen relacional: atributo, sintagma, predicado, etc. Busca ésta lo fijo, unívoco, de la donación viviente en el horizonte de las referencias. Su base es una situación inmediata, per­ dida luego casi siempre o alterada en el periplo de nuevas situaciones y relaciones -pragm ática-, es decir, en el contexto ambiental. Recuperamos así, decíamos, la unidad originaria del Logos. Su divi­ sión posterior, el retraso de una función nuclear respecto de otra, es el dram a verdadero, ya trágico, del lenguaje. La división sólo pudo ser efectiva

371 Ibid., p. 44(145]. Consecuencia de ello, a nuestro juicio, es que el predicado tras­ ciende lo dicho y no posee en lengua, como nos decía Guillaume, soporte propio, sino que lo busca en el proceso dinámico, significante, del discurso. [Conf. R. Valin (Ed.): Lefons de Linguistique de Gustave Guillaume 1948-1949. Serie G. GrammaireParticuliére duFrarifais et Grammaire

Genérale (IV), op. cií., p. 66). Ahora bien, tal función implica un fondo verbal del pensamiento o un componente suyo relacionalmente prelativo.

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al detenerse el Logos logizando, al rem itir retóricam ente sobre sí mismo y considerar con diferencia de tiempo y espacio lo unido. El recuerdo disocia el tiempo, lo enturbia, ahueca o comba, y las cadenas que lo retienen y estructuran deform an la realidad congrue. Por eso decimos que el pensa­ m iento va más allá, siendo así que él mismo habla, es posición y protensión de palabra. Este más o plusvalía existencial - ante, pro, pre, etc - explica la tensión interna del germ en lingüístico, la grieta o espacio simbólico, la acción em ergente de la palabra. Que el lenguaje vaya por delante de sí mismo, de sus actos concretos, es lenguaje también, su aspecto dicente: lo co s . Lo infado o “resto m udo” que queda latente y hace fluctuar a la pala­ bra desborda al oído y a la boca sólo atentos al ruido ambiente. He aquí, pues, resumida, la acción escénica del lenguaje y el funda­ m ento lingüístico del discurso, que es, como vemos, el proceso del Logos en busca de sujeto. La gramática codificada resulta entonces el resto de la búsqueda, un estado suyo siempre retardado. Sólo el origen continuam en­ te renovado, descubierto en el doble eje retroproyectivo, la sitúa en estado em ergente, o decir antepredicativo. Por eso se im pone una revisión genéti­ ca, fenom enológica y semiótica, del lenguaje, lo cual presupone, a su vez, determ inar el a primi gramatical del conocim iento.

Epílogo La precisión fenomenológica del contenido de experiencia, su resto anónim o y atemático según Husserl, irrecuperable según Nietzsche y Lévinas, el trasfondo dicente de todo dicho y la relación prelativa del nom bre confieren a la palabra una dimensión y un horizonte más lato que el del signo. La distinción de Jaspers entre fluctuación dicente de la palabra y signo sistemático, el valor de cifra del lenguaje, nos recuerda la paralela de Saussure entre parole y langue, por una parte, y la de valor lingüístico, por otra, ya presente en el proceso significativo de Husserl. Pero es distinción más fundada que la del maestro ginebrino por cuanto atañe al fondo meta­ fórico del lenguaje. La palabra es metáfora en su raíz verbal o función nominativa, salto, cifra del m undo respirado articuladam ente, pero con un trasfondo m etoním ico, decíamos, entendiendo por tal el valor táctil del sig­ nificante o resonancia subconsciente del cosmos en la voz del hom bre. Huella también resonante de los conceptos en el espacio virtual de la con­ ciencia. Si el olvido fuera total, com enta Sócrates en el Banquete platónico, los conceptos perderían sus vínculos y el conocim iento sería imposible. Resonancia nocturna y fem enina frente a claridad del sentido, dice el P. Serge Boulgakov. El sentido es la función significante del pensam iento o el acto nominativo por excelencia: donar sentido a los actos, cosas y sus fenómenos. El prim ero de ellos es la relación ontológica e intersubjetiva o a pñori correlativo del lenguaje en tanto horizonte vital y cósmico del hom ­ bre. Ya consideremos a la palabra-idea como vuelo del discurso sobre la rea­ lidad, ya como taxia del m undo que enuncia, su núcleo refiere un sentido real o virtual que expande, a su vez, un espacio predicativo o krónos remático, como señala M artínez Marzoa en el griego arcaico. Muchas raíces pri­ mitivas presentan este núcleo cuántico y procesivo, de tal m odo que cum ­ ple decir, con resumen de Boulgakov, dentro de una tradición filológica y lingüística relevante, que la palabra adquiere cualidad nom inal o predicati­ va en el proceso que la constituye. Hay una prelación dicente que subtien­ de cada instante del habla. Decir antepredicativo. De él o en él derivan o se fundam entan la com prensión y extensión tanto lógica como gramatical. Bajo tal aspecto, la morfología resulta una marca de sentido ya efectuado372 372 Boulgakov, P. Serge: La Philosophie du Yerbe et du Nom, op. cit., p. 47. 326

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y la sintaxis lo despliega diatácticam ente según las relaciones adquiridas por el nom bre en el acto locutivo. Son figuras suyas la anáfora, catáfora, elipsis y el espacio pronom inal del signo, la concordancia, el régim en, dependencia, los fenóm enos husserlianos de com plicación y ampliación. El verbo sintetiza y expande la prelación intersubjetiva. Concierta las perso­ nas, el espaciotiempo ontológico, la m odalidad nominativa originaria, el principio cuántico de realidad, sus funciones operativas, etc. N om bra el proceso del nom bre. Para Boulgakov la naturaleza del nom bre consiste en un “gesto onto­ lógico”, pues las ideas se constituyen en el proceso viviente de m odo autó­ geno, “en simbiosis con un símbolo verbal”: el sentido encarnado en soni­ dos. Las palabras son entonces m onogramas del ser373 y el nom bre que las nom bra es, en cuanto nacidas en su seno, alógico y lógico374, fable e inefa­ ble. Resulta posible, en consecuencia, determ inar las bases ontológicas del lenguaje en una lingüística de carácter semiótico con base fenomenológica y herm enéutica. Boulgakov sitúa también al hom bre en el centro de la escena dram áti­ ca del m undo o verbo a la vez cósmico y antropocósm ico. El m undo se hace oír en él y por él. En la escena intersubjetiva, la relación Yo-Tú / El (Ello), radica el valor táctil y m etoním ico del lenguaje. La voz articula el aire respi­ rado como espaciotiem po significativo e implica en ello a órganos, actos y funciones propias de la nutrición y digestión. Hay una onomatopoesía o don prim ordial de la palabra que antecede el mito a la ciencia como espaciotiempo existencial de ésta. La reflexión del m undo sobre sí mismo pasa por el decir del hom bre y deja tras de sí aquel resto inabarcable, vibrante en la vivencia cognoscitiva, y fluyente, huidizo respecto de una posición tética que lo abarque como acto objetivo. Existe un plus dicente por defecto y exceso, según veíamos con O rtega y Gasset. Son resonancias del fondo ontopoético del nom bre. Benjamín rastreaba también ese poso antepredi­ cativo, el espaciotiem po dram ático del lenguaje. Sobre él inciden tanto filó­ sofos y poetas como lingüistas que se sitúan dentro del proceso locutivo, que andan con el lenguaje o se las tienen dentro de él, indica Martínez Mar­ zoa en un enfoque fenom enológico de la lingüística. Si no podemos alcanzar el resto inefable, la protolengua; si el conoci­ miento pende de un hilo apenas invisible e inaudible en la sucesión temáti­ ca de los contenidos, podemos, en cambio, habérnoslas con sus correspon­ 373 Ibid., p. SI. 374 Ibid., p.48.

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dencias originarias. El origen es inabarcable, inmemorial, com enta Lévinas, pero el fundam ento del lenguaje, deducimos de Husserl, Dilthey, Amor Ruibal, Santayana, Heidegger, Boulgakov, el propio Lévinas, O rtega y Gasset y Zubiri, con algún aporte de poética contem poránea, lo experim entamos cada vez que vivimos y hablamos en tensión nominal creadora. El dram a locutivo requiere nom bres inéditos, com binaciones inauditas, o una dicción nom inalm ente fundada, inmersa en el fondo dramático del lenguaje. A él aludimos con la relación antepredicativa y apofántica del nom bre. La lingüística semiótica de base fenom enológica alcanza así una reso­ nancia poética. El fondo constitutivo del nom bre es poiético. Contiene un m odo dicente que engloba al objeto dado como afecto sentido, táctil, del m undo, y donado r^-^sentándose, en tal sentido también metoním ico. El efecto re de la conciencia y del lenguaje -la /aplicación del signo- es virtual, temporal y antepredicativo: prepone y pre-su(b)-pone. No repite, sino que propone asum iendo el curso de la vida, su futuro. Las categorías implican una marca o corte fónico y sintáctico del habla. Su ser se enuncia anuncián­ dose. Conciben haciendo público el ser que las fundam enta, como dicen Husserl375 y O rtega y Gasset. Entonces, el continente es la consecuencia espontánea, y refleja, del contenido. Así fundado, éste puede ser luego ins­ tancia del significante. De lo dicho puede inferirse que tanto la m etonim ia como esta deri­ vación suya parecen un exceso predicativo carente de fundam ento. Ténga­ se en cuenta, sin em bargo, que el signo lingüístico encierra recubrim ien­ tos de actos o, por lo menos, como señala Husserl, “ciertos caracteres de acto de nueva índole”376. La entidad del signo o “el ser signo” no es “un predicado real” del objeto designado, pero contiene parte de la energía o fuerza de la realidad que lo instaura. El recubrim iento de actos, su cone­ xión implicativa, es otro m odo m etoním ico del nom bre, un tacto ya m en­ tal. Por eso cum ple decir adem ás que el significante es consecuencia de la donación de sentido y que el significado así obtenido resulta incluso ins­ tancia significativa del significante. Una vez incursos en el proceso signifi­ cativo, los constituyentes del signo se recubren y amalgaman form ando sintagmas y proposiciones. 37:> Husserl, E.: Ideen I, p. 159 ; Idees Directrices pour une Phénoménologie, op. cit., p. 243. 376 Ibid,: Logische Unlersuchungen (ZB, ET), p. 438; IL, II, pp. 226-227. Lo dice al hablar del fundamento representativo de las representaciones imaginadas o evocadas: la imagen, la representación signitiva {Ibid,, (ZB/ZT), p. 603; IL, II, p. 394) y el objeto-imagen u objeto-representante.

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Nos situamos así en el drama interno de la escena nominal o teatro poético del lenguaje. La lingüística recaba entonces sus fundamentos cognitivos o fenomenológicos, que la introducen, a su vez, en la semiosis cons­ tante de una relación antepredicativa, de donde derivamos una función gramatical mínima, y cuántica, del lenguaje. Bajo tal aspecto, la lingüística fenomenológica resulta también semiótica y poética.

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Ana M aría Fagundo: Texto y contexto de su poesía.

M ariela A . G u tiér r ez :

H om enaje a jo sé D uránd.

I rene A n d r es -S u á r ez ,J . M . L ó pez d e A B ia d a y P e d r o R amírez M o l a s :

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El teatro d en tro del teau o: C ervantes, Lope, Tirso y C alderón. L a u r a A. C h esa k : José D onoso. Escritura y subversión del significado.

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El espacio de la razón. (Ensayos filosóficos.)

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Tras las huellas perdidas de lo sagrado.

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Ensayos surgen tes e insurgentes.

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L iteraturas y Política en la época de Weimar.

I rene A n d r és -S uárez (E d ito r a ):

Mestizaje y disolución de géneros en la literatura hispánica contem poránea.

A n t o n io E n r íq u e z G óm ez:

Sansón N azareno (Ed. crítica de M aría del C arm en Artigas).

R aq u el R o m e u :

Voces de m ujeres en las letras cubanas.

G . A r e ta , H . Le C o r r e , M. S u á r e z y D. V ives (Editores):

W illia m Luis:

Lunes de Revolución. L iteratura y cultura en los prim eros años de la Revolución C ubana. R o lf E b e r e n z (Editor): Diálogo y oralidad en la narrativa hispánica m oderna. R o ber t o G o n zá lez E chev a rría :

La voz de los m aestros. Escritura y autoridad en la literatura latinoam ericana contem poránea.

Poesía hispanoam ericana: ritm o(s) / m étrica (s) /ru p tu ra (s).

N ilo P a l e n zu el a :

T erritorio Reverte. Ensayos sobre la obra de A rturo Pérez-Reverte.

J o sé L ezama L im a : Poesía y prosa. A ntología. Luis F u e ll e s R o m ero :

La posibilidad infinita Archivo deJosé Lezama Lima.

A dr ia n a M éndez R o d e n a s :

J o sé M a n u e l L ó pez de A bia d a y A u g u sta L ó pez B e r n a so c c h i (EdiLs.): J o sé L ezama L im a :

A leja n d r o H errero -O la izo la :

El Hijo Pródigo y los exiliados españoles.

La estética Gastón Bachelard. U na filosofía de la im aginación creadora.

C uba en su imagen: H istoria e identidad en la literatura cubana.

N arrativas híbridas: Parodia y posm odernism o en la ficción con tem poránea de las Américas.

Isabel G arcía -M o n t ó n :

Pom peu G ener y el M odernism o.

R ic ardo L o ba to M o r c h ó n :

Espejo de Aire. Voces y visiones literarias.

E n r iq u e P érez -C isn e r o s :

Filosofía de arte y de vivir.

V irgilio L ó pez L e m u s :

Los hijos de N em rod. Babel y los escritores del Siglo de O ro.

A n t o n io R o m ín g u e z R ey :

C o n s u e lo T r iv ix o A lz ó la : M ig u el M a r t in ó n : R am ón D íaz-S o l ís : N ilo P a l e n zu el a :

M a n l el M o r e n o F r a g in a ls , J. L. P r ie t o B e w w tn t, R a fa e l R o ja s el alii:

Cien años de historia de Cuba (1898-1998).

J avier H uerta C alvo , E m ilio P eral V ega y J esú s P o n g e C á r d en a s (E d its.):

T iem po de burlas. En to rn o a la literatura burlesca del Siglo de O ro. R ic a r d o M ig u e l A l f o n s o (Editor):

H isto ria d e la te o r ía y la cr ítica literaria e n ee . uu. J o sé M a n u e l L ó pez de A b ia d a , H a n s J ó r g N eu sc h á fer y A u g u sta L ó pez B e r n a so c c h i (EdiLs.):

E ntre el ocio y el negocio: Industria editorial y literatura en la España de los 90.

Viaje a la m odernidad: la visión de los EE.UU. en la España finisecular. El teatro del absurdo en C uba (1948-1968).

El reform ism o español en Cuba.

Eros y T hanatos: La obra poética de Ju sto Jorg e Padrón.

Limos del verbo (José Angel V alente). P ed r o M . H u r ta d o V a le r o :

E duardo Benot: U na aventura gram atical. Luis T. G o n z á le z d e l V a lle : La canonización del Diablo. Baudelaire y la estética m od ern a en España.

A r m a n d o L ó pez C a str o :

Luis C ernuda en su som bra.

J o s é S a n tia g o F e r n á n d e z V á zq u ez:

Reescrituras postcoloniales del Bildungsroman.

M o d esta S uá r ez :

Espacio pictórico y espacio poético en la obra de Blanca Varela.

A n t o n io D o m ín g u e z R ey :

El dram a del lenguaje.