El Desarrollo Del Pensamiento Economico

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Henry W. Spiegel

El desarrollo del. pensamiento económico Historia del pensamiento económico desde los tiempos bíblicos hasta nuestros días

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Prefacio Mi objetivo al escribir el presente libro lia sido fortalecer los vínculos en­ tre la economía política y las humanidades y relacionar la historia del pensa­ miento económico con las tendencias intelectuales de las distintas épocas, Por ello, he preferido un enfoque cultural a un enfoque técnico que hubiera convertido las ideas anteriores en modelos matemáticos. La inclusión de de­ talles biográficos subraya también la orientación humanística del trabajo y realza su interés humano. Al prestar atención conjuntamente al espíritu de una época y a la biografía de un autor, se abren nuevas perspectivas que nos descubren el por qué un determinado pensamiento económico tuvo vigencia en una época dada. Se ha intentado dar unidad a la manera de tratar los distintos períodos, especialmente los primitivos, haciéndonos de forma sistemática la siguiente pregunta: ¿En qué forma un autor o su escuela intentaron luchar contra el problema económico fundamental de la escasez? Mientras que algunos de los antiguos se enfrentaron a este problema proponiendo restricciones sobre la demanda de mercancías, otros sugirieron controles públicos o recomendaron moderación. Junto a estas ideas, fue surgiendo la opinión de que el problema de la escasez podría resolverse aumentando el abastecimiento de mercancías, en vez de disminuir su demanda. Este punto de vista, sin embargo, tardó mu­ cho tiempo en abrirse camino. Mientras los medievales centraban la lucha en el problema económico de la escasez, en la protección del consumidor, los mercantilistas intentaban resolverlo mediante el progreso de su nación a costa de las otras naciones. Smith sugirió la autoconfianza, Malthus la autocontinencia. La historia de la economía política preclásica se presenta como un asunto de sustancial interés general, en parte debido a que está llena de alternativas para la economía del consumidor. Se ha procurado que la forma de tratar la época moderna sea amplia y cosmoplita. Se ha prestado una especial atención y se ha dedicado un am­ plio espacio a la economía política del siglo xx. En la economía de los últimos cien años distinguimos una primera fase, fijamos primero la existencia de un determinado número de recursos y vamos tratando dicha fase en los capítu­ los dedicados a Jevons y sus predecesores, a los Austríacos, a la Escuela de Prefacio

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Lausana y a la Escuela de Cambridge. Cada uno de estos capítulos concluye con su evolución actual; así, por ejemplo, la Escuela de Cambridge conduce a la competencia monopolística, a la economía del bienestar y a la introduc­ ción de la renta en la teoría monetaria. La fase siguiente de la economía mo­ derna — el sensacional avance del análisis monetario y de la renta, tal y como se pone de manifiesto por ejemplo en el trabajo de Keynes— puede tener su origen tanto en la Escuela de Cambridge como en las Escandinavas, La ter­ cera fase —la transformación de la economía política en econometría— viene documentada en un amplio bosquejo, atendiendo a la influencia de matemá­ ticos como Neumann y Wald y a las corrientes de pensamiento de la Francia contemporánea, en la que se originó la economía matemática y en la que pueden encontrarse nuevas directrices. La amplitud de las notas bibliográficas tiende a dar oportunidades a la investigación ulterior. Damos las gracias al Dean John J. Murphy y al Profesor Walter Morton por sus provechosos comentarios a nuestro manuscrito, H. W. S. Washington, D. C.

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Indice de materias P r e f a c i o ................................................................................................................

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Capítulo L —-D e la Biblia a Platón: Los orígenes de la Civilización Occidental .. ................................................................................................ 15 El pensamiento económico en la Biblia. El pensamiento económico en la Grecia Clásica. Los filósofos griegos.

Capítulo 2. — De Aristóteles a los Padres de la Ig lesia .............................40 Aristóteles. Cinismo, estoicismo y epicureismo. Epicuro, La caída de Boma y la aparición del Cristianismo. La doctrina cristiana. Los Padres de !& Iglesia.

Capítulo 3, — E l pensamiento económicomedieval: La práctica de la caridad y la evitación del pecado

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El feudalismo. La transformación de las técnicas agrícolas. E l sistema gre­ mial. Las transformaciones tecnológicas. Políticas económicas nacionales. Las tensiones sociales. Las operaciones a crédito. La organización social. La Iglesia. Santo Tomás. Los consorcios. Los. censales. Los bancos de depó­ sito y cambio. La doctrina de la usura en los tiempos modernos. Ideas sobre el dinero. E l Tratado de Oresme.

Capítulo 4. — La transición del siglo xvi i De la unidad a la diversidad La aparición de la nación-estado. Martín Lutero. Juan Calvino. La. litera­ tura económica del siglo xvi, Thomas Wilson. Dumoulin. John Hales. La aparición de la teoría cuantitativa del dinero. Copémico. Martín de Azpilcueta. Jean Bodin.

Cajntulo 5. — El mercantilismo: La pugna económica para alcanzar la riqueza n acio n al..................................................................................119 Los nuevos tipos de propiedad. El pensamiento económico de la época. Características nacionales. El mercantilismo. Milles. Malynes. M\m.

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Capítulo 6. — Más allá del mercantilismo: La aparición de los méto­ dos c u a n tita tiv o s ,..................................................................................149 La búsqueda de la medida, Descartes, Hobbes y Bacon, Petty. Graunt. Süssmilch, Fleetwood. Davenant, King. Bemoulli.

Capítulo 7, — Después del mercantilismo: La aparición de las ideas liberales......................................................................................................... 180 Child. John Locke. Sir Dudley North.

Capítulo 8. — La aparición del pensamiento fisiocrátieo: La corriente circular de

la n a t u r a le z a ............................................. .......

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Laffemas. Colbert, Boisguilbert. Law. Cantillon. Los fisiócratas. Quesnay. Turgot. L a influencia de los fisiócratas.

Capítulo 9 . — Comente de pensamientos discordantes: Galiani., Hume, S t e u a r t .............................. ......................................................................... 244 Galiani. Hume. Steuart.

Capítulo 10. — Adam Smith y su economía de la autoconfianza: Ante­ cedentes filo só fico s...............................................................................287 La vida de Smith. Los intereses privados y el bien común. Mandeville. Hutcheson. La ética de Smith. Pufendorf y Locke. Las paradojas de la sociedad comercial. La evolución económica. Smith y los fisiócratas. La influencia de Rousseau. Smith y la tradición inglesa. La economía política clásica.

Capítulo 11 . — E l análisis del sistema de Smith y su reorganización por Say ..................................................................................................... 291 La división del trabajo. Trabajo productivo e improductivo. La teoría del valor-trabajo. E l precio natural, La teoría de los salarios. E ! interés y los beneficios. L a renta. E l capital. Comercio exterior y comercio interior. Las tareas del gobierno. Los cánones de tributación. La influencia del pensamiento de Smith. Say. L a ley de Say.

Capítulo 12. — Malthus y su doctrina

dela población: La limitación

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Godwin y Condorcet. Argumentos a favor de la igualdad. E l primer en­ sayo. Las revisiones del «ensayo». Los precursores de Malthus. Interpre­ taciones de Malthus, Francis 'Place. Malthus y Darwin. Reacciones frente a las ideas de Malthus.

Capítulo 13. — Nuevas transformaciones de la economía de Smith: El interés por la d em and a.......................................................................341 E l ambiente intelectual. Las aportaciones de Malthus a la teoría económica. Lauderdale. Sismondi.

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Capítulo 14, — La economía política ricardiana: La entronización del lib e r a lis m o ............................................. ................................................... La vida de Ricardo. E l método económico de Ricardo. Ei debate sobre «1 metal. Thornton. La teoría monetaria de Ricardo. La teoría del valor. La teoría de la renta. La teoría de los salarios. La teoría de los beneficios. El principio de las ventajas comparativas. Ricardo y la tributación. La ley de Say. El sistema de Ricardo.

Cajntulo 15. — De Ricardo a Mili: Consolidación y fermento . Panorama general del período. Bentham. James Mili. McCulloch, West. Torrens. La «Currency school» frente a la «Banking school». Tooke. Sénior. Whately y Lloyd. Longfield. Wakefield y el debate sobre la colonización. La derogación de las «Corn I.aws». Los economistas y el «laissez faire». Bastiat. El pensamiento económico americano. Carey, Cardozo, Tucker y Everett. Rae.

Capítulo 16. — John Stuart Mili: La redención del liberalismo . La vida de Mili. El utilitarismo de Mili. Mili y las corrientes de pensa­ miento de su época. Mili y Harriet Taylor. Aportaciones a la economía política internacional. Mili y la ley de Say. El método de Mili en economía política. Mili y Comte. Los «principios» de Mili. La influencia ejercida por Mili.

Capítulo 17. — Aspectos de la economía histórica: La variante econó­ mica y otros a fin es........................................................................... Whewell y Jones. Variantes de la economía histórica. La influencia de Mili, Comte y Spencer. La jurisprudencia histórica frente a la analítica. El grupo irlandés: Ingram. Cliffe Leslie. Bagehot. Rogers y Toynbee. Teó­ ricos e historiadores.

Capítulo 18. —■La variante hegeliana de la economía histórica . Alemania y la Ilustración, La aparición de Alemania como nación. El his­ toricismo alemán. La filosofía hegeliana, La influencia de Eurke. Adam Müller, Fichte. List. Los economistas históricos antiguos. Los resultados de su trabajo. Schmoller. Spiethoff y Sombart. Max Weber, La influen­ cia de los economistas de la escuela histórica.

Capítulo 19. - —El socialismo antes de Marx: Diversidad de ideas . E l proletariado y la burguesía. Las fuentes del pensamiento socialista. Fines y métodos socialistas. El socialismo y los modelos nacionales de pen­ samiento, E l socialismo inglés. Owen. Los socialistas ricardianos. El socia­ lismo cristiano. E l socialismo francés. El socialismo alemán; Lassalle.

Capítulo 20. — M arx: La salvación a través de la revolución . La esencia del persamíento de Marx. La vida de Mari. Engels. E l mani­ fiesto comunista. «Das Kapital». Marx y Hegel, La interpretación econó­ mica de la historia. Las clases. La economía política de Marx. Crítica de la economía de Marx,

Capítulo 21. — E l socialismo después de Marx: Reforma frente a la R e v o lu c ió n ................................................................................................. 559 E l revisionismo. E l ret'ormísmo francés. El sindicalismo. E l marxismo so­ viético. E l pensamiento económico soviético. La planimetría. E l pensa­ miento económico de 1a Europa Orienta). El socialismo en los países subdesarrollados. E l comunismo chino. E l socialismo británico, L a sociedad fabiana. El socialismo y la sociedad opulenta.

Capítulo 22, — La reestructuración de la economía política: MarginaIísmo y optimización. (1) Los precursores y Jevons . . . .

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La revolución margínatela. Los precursores. Jevons. La influencia de Jevons.

Capítulo 23, — (2) La escuela austríaca: La u tilid ad ..............................617 Menger, E l ambiente intelectual. Los bienes económicos y su valor. La teoría de la imputación. La teoría monetaria. Menger y los métodos de las ciencias sociales. Wieser y Bóhm-B&werk,

Capitulo 24. — (3) La escuela de Lausana: E l equilibrio general .

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Walras, padre e hijo. Walras y Coumot. E l equilibrio general. La influen­ cia de Walras. Leontief. Pareto.

Capítulo 25. — (4) La escuela de Cambridge. La superación de la ofer­ ta y la d e m a n d a .......................................................................... .......

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MarshalJ. Pigou y la economía del bienestar, Pigou y Keynes. La nueva economía del bienestar. La competencia imperfecta: Sraífa. Chamberlín y Robinson. L a teoría monetaria: Marsh&Il. Robertson, Los economistas de Oxford: Harrod y Hicks. L a escuela londinense de economía.

Capítulo 26. — De Wicksell a Keynes: La irrupción del análisis mone­ tario y de la renta .... ............................................................................684 E l dinero neutro. Wicksell. Los contemporáneos de Wicksell. Ohlin. Myrdal, Keynes. L a evolución posterior de la economía política keynesíana. L a economía política, antes y después de Keynes.

Capítulo 27. — El pensamiento económico en los Estados Unidos. Or­ todoxia y disensión .

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Xewcomb. Walker. J. B, Clark, Fisher. Los contemporáneos de Fisher. L a economía política institucional. Veblen y 1a crítica de la civilización de los negocios, Mitchell y el estudio de los ciclos de los negocios. Commons y la economía del trabajo. Las escuelas americanas de pensamiento. Samuel son.

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Capitulo 28. — De la economíapolítica a la econometría .

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Los pioneros americanos de la econometría. L a teoría de las decisiones. La programación matemática. Wald y la teoría del equilibrio. L a econo­ metría en Europa. Francia.

Notas b i b l i o g r á f i c a s .................................................................................... 765 índice a l f u b é t í c o ............................................................

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1 De la Biblia a Platón Los orígenes de la Civilización Occidental

Se lia dicho que la historia es el campo de estudio en el que no se puede

em pezar por eí principio. Si tuviéramos que buscar el origen de todas las ma­ nifestaciones del pensamiento económico, tanto las explícitas en los libros, registros de negocios, testamentos y cartas, como las implícitas en las institu­ ciones y formas de vida, habría que remontarse demasiado lejos en la prehis­ toria. Más cerca de nuestros tiempos, podemos buscar indicaciones del pen­ samiento económico durante las Edades de Piedra, Bronce y Hierro. Más tar­ de aún, hacia el 3000 a. C., podemos encontrar una floreciente civilización urbana en la India, civilización ésta que rivaliza con las de Egipto y Babilo­ nia. Si bien en estas regiones la industria estaba avanzada y existía un prós­ pero comercio, la situación era por entonces bien distinta en Europa al nor­ te de los Alpes. La barbarie continuó allí durante otros dos o tres mil años, y los predecesores de la raza nórdica, todavía salvajes, llevaban una mísera vida, alimentándose de crustáceos y de caza, a lo largo de la costa del mar Báltico. Las civilizaciones de la antigua India, Egipto, Babilonia y otras viejas culturas han desaparecido. Los vínculos entre sus sistemas de valores y sus realizaciones y los de nuestra propia civilización occidental son sumamente débiles. Es indudable que si quisiéramos utilizar el método del contraste para poner de relieve las características de nuestra propia civilización, lo mejor sena compararla con las civilizaciones de los hombres primitivos o con las ya posteriores de la India, Egipto o Babilonia. Sin embargo, ésta es una tarea que en la división académica de estudios está asignada a especialistas que no son precisamente los estudiosos de la economía. Lo mismo podemos decir sobre la comparación de nuestra civilización con Ja vida económica de los actuales pueblos primitivos, tema éste que entra en i a jurisdicción de los antropólogos. L a Civilización Occidental no tiene su origen en las antiguas India, Ba­ bilonia o Egipto, sino más bien en las civilizaciones de los hebreos de los

tiempos bíblicos y en las de los griegos de la época clásica. Tres religiones universales y la ley moral han brotado de la herencia hebraica. Grecia ha inspirado el amor por la belleza y la búsqueda de la sabiduría. Así se ha di­ cho que es en el siglo v a. C. cuando tuvo lugar la máxima eclosión de la actividad intelectual y estética que el mundo haya conocido jamás... Nada tiene, pues, de extraño que geneticistas tan grandes como Galton y Bateson hayan expresado su convicción de que el clímax de la evolución humana fuera alcanzado por los griegos del Ática en el siglo v a. C. Más aún, fue aproxi­ madamente en la misma época cuando la religión de Israel alcanzó su mayor expresión en los libros del Deutero-Isaías y de Job. La altura representada por éstos no ha sido jamás superada por el monoteísmo pura­ mente ético.1 Con los griegos del siglo v, comienza la época del hombre, es decir, su eman­ cipación de la magia y de la astrología, de la transmigración de las almas, de los reyes divinizados y de los dioses más humanos que divinos. La época ló­ gica difiere tanto de la época prelógica de los salvajes como de la época in­ mediatamente precedente de las civilizaciones del Oriente Próximo, en su estado empírico del pensamiento lógico, «donde el más alto pensamiento es completamente lógico por regla general pero sus sanciones le vienen como resultado de la experiencia y no de los cánones formales de pensamiento». La época lógica del hombre señala también la elevación del individuo que empieza a «recibir reconocimiento formal en la religión y en la literatura, siendo proclamada por primera vez en la enseñanza ética su responsabilidad persorial». Como el mismo autorizado autor añade, «es significativo que des­ pués del siglo v a, C. no puede detectarse ningún cambio fundamental e n la máxima realización de las formas de pensamiento del hombre. Durante los últimos 2500 años el hombre civilizado ha pensado fundamentalmente en la misma forma». Afirmaciones de esta clase no son de ningún modo puntos de vista de un pensador aislado. Gilbert Murray, sobresaliente estudioso de la civilización clásica, comparte la opinión de Albright de que «en los reinos de la metafísica o de la moral, pocas han sido las nuevas ideas desarrolladas por la mente humana, desde el siglo rv a. C.».!

EL PENSAMIENTO ECONÓMICO EN LA BIBLIA Muchos pasajes de la Biblia confirman el valor del buen vivir. Dios pro­ mete bendecir a los hijos de Israel con la abundancia en la tierra de la que mana leche y miel, a fin de que ninguno de ellos se encuentre en necesidad (Deut. 3 : 8 ; 15, 4). «La Ley le fue dada al hombre para que pudiera vivir por

ella, no para que muriera por ella.®3 La regla moral básica «Ama a tu prójimo como a ti mismo» no puede ser interpretada más que en el sentido de que el amor hacia uno mismo no sólo es natural, sino bueno. «Una moralidad sana debe tener en cuenta en la misma medida los propios intereses y los de los demás.»1 L a abnegación y la austeridad no pueden ser tomados como fines en sí mismos. E l gozo no debe ser evitado porque sea malo en sí mismo, sino por causa de los demás, del pobre o del disminuido en una u otra forma. En la época de La recolección, el creyente no debe segar el campo hasta sus rin­ cones más recónditos, ni recoger las espigas extraviadas. Éstas deben dejarse para los pobres y los forasteros (Lev. 19:9). Del mismo modo que el pobre está protegido por una serie de disposicio­ nes •—su derecho cada tres años al diezmo (Deut, 14:28), su participación en las fiestas (Deut. 16:11, 14), también está regulada con detalles la protec­ ción del trabajador. Un patrono no debe negarle su jornal al finalizar el día (Lev 19:13), no debe tampoco exigirle un horario de trabajo excesivamente prolongado, ni aún en el caso de que le pague un jornal más alto del normal. Si un jornalero ha terminado su tarea antes de que termine el día, sólo se le puede exigir que realice un trabajo suplementario de carácter ligero. Un ar­ tesano al que se ha contratado para que ejerza su habilidad, no debe realizar otras tareas.

El Sábado judío La piedra angular de la legislación social bíblica es el Sábado, el día se­ manal de descanso, de relajación y de diversión; día que debe disfrutar tan­ to el dueño de la casa y su familia como el esclavo, la sirvienta o el forastero que se encuentre con ellos. La institución del fin de semana fue una inven­ ción social que no encuentra parangón ni en Grecia, ni en Roma ni en ninguna de las otras antiguas culturas.

La esclavitud Otro rasgo único de la ley bíblica es el mandato de la liberación periódica de los esclavos de raza israelita. Deben servir durante seis años y ser puestos en libertad en el séptimo junto con sus esposas; debe entonces proveérseles generosamente de alimentos y de otros artículos para que puedan empezar una nueva vida por sus propios medios (Deut. 15; 12). A los esclavos israelitas no debe tratárseles con dureza (Lev. 25:46) y si uno se fuga no debe ser en­ tregado a su dueño. Podrá vivir en el lugar que escoja y no deberá molestár­ sele (Deut. 23:16). Esta disposición ha sido interpretada como equivalente a una abolición de la esclavitud. Está en la misma línea que las peticiones de Jeremías (.54:8-22) y Levítico (25:39). Mientras que ni siquiera un buey debe

ser amordazado mientras está pisando el grano (Deut. 25:4), el esclavo de las plantaciones romanas llevaba un bozal durante su trabajo en las piedras de molino.5 Otras disposiciones, no limitadas en su aplicación a los esclavos israelitas, tienden a la protección del esclavo contra la violencia de su dueño. Una vez más existe un vivo contraste con las instituciones de Roma, donde el dueño podía llegar incluso a matar al esclavo. El Éxodo (21:20, 26), esti­ pula que si un esclavo muere como consecuencia inmediata de la acción de su dueño, éste deberá ser castigado; si un esclavo pierde un ojo o un diente, deberá recibir la libertad.

El Año Sabático El séptimo año o Año Sabático, en que los esclavos deben ser puestos en libertad tiene un significado adicional. Es también el año en que las deudas deben ser canceladas (Deut. 15:2) y en que la tierra debe quedar sin labrar ni cosechar para que el pobre pueda comer de ella {Éxodo 23:10). Esta ex­ tensión de la idea del Sábado se interpreta hoy en día, más como algo ideal que como una realidad práctica en el antiguo Israel. No obstante, tanto la liberación periódica de esclavos como la remisión periódica de las deudas, aunque no fueran universalmente observadas, indican una profunda inquie­ tud por evitar que la vida de una persona quedara indebidamente marcada por el peso muerto de un pasado. Es decir, tanto el esclavo como el deudor, recibían la oportunidad de redimirse.

El Año Jubilar Los derechos del propietario de la tierra, ya restringidos por las exigen­ cias del Año Sabático, resultaron aún más limitados con la institución del Año Jubilar, que impide la transferencia de las tierras de labor durante un período de más de cincuenta años (Lev. 25:13). Es muy probable que esta disposición estuviera destinada a evitar que los grandes terratenientes adquiriesen la tie­ rra de los pequeños propietarios. Esta concentración de la propiedad, llegó a ocurrir sin embargo, como se atestigua en Isaías (5:8) y Miqueas (2:2). Para evitarlo, el creyente debía abstenerse de vender las tierras de labor en propiedad, procurando más bien arrendarlas por un tiempo máximo de 50 años. En el año quincuagésimo la tierra debía volver al arrendador o a sus herederos. Tanto el año Sabático como el Jubilar, pueden interpretarse como inven­ ciones destinadas a relajar periódicamente la tensión social existente, debida a las desgracias pasadas o a las condiciones sociales. Como casi todos los preceptos de la Biblia, las reglas para aplicar estas instituciones son conside­ radas hoy como exhortaciones morales cuyo cumplimiento dependía primor­

dialmente de la conciencia individual más que de la aplicación de otras san­ ciones.

La protección del débil E l económicamente débil protegido por una serie de disposiciones, entre las que la liberación de las deudas en el Año Sabático no es nada más que un ejemplo. Bajo las condiciones económicas primitivas, los préstamos se solicitan más con fines de consumo que con propósitos productivos, Estos préstamos para el consumo hacen que la posición en que el trato coloca al que pide prestado, sea con frecuencia sumamente débil. Puede verse llevado a aceptar el pago de unos intereses que exploten sus necesidades. La Biblia tie­ ne en cuenta esta posibilidad, proscribiendo entre los israelitas los préstamos que devenguen intereses (Deut, 23:20). El Éxodo (22:25-27) insiste amplia­ mente en el tratamiento compasivo que debe darse al deudor pobre. Si se ha empeñado una prenda de vestir como fianza, ésta deberá ser devuelta al deu­ dor antes de que la noche caiga. Las vestiduras de una viuda no pueden tomarse en prenda (Deut. 24:17), ni tampoco un molino o la piedra molar, pues esto sería tanto como tomar una vida en prenda (Deut. 24; 6). La Biblia fue una fuente de inspiración para los escolásticos del medioevo y sus escritos abundan en referencias a sus preceptos, tanto económicos como de todo tipo. Posteriormente, en el siglo xvn, muchas de las ideas económicas propug­ nadas por los puritanos de las teocracias de Nueva Inglaterra, provienen igual­ mente de las fuentes bíblicas. Se ha presentado como base de estas comunida­ des, una alianza con Dios, semejante a las realizadas por Abraham, Isaac y Jacob. La condenación del ocioso y la correspondiente elevación del trabajo del diligente al rango de alta virtud, se apoyaron con frecuencia en referen­ cias a la Biblia, como por ejemplo en Prov. (22:29), donde se dice que un trabajador hábil debería permanecer de pie delante de los reyes.

Ei trabajo La Biblia acentúa fuertemente la dignidad y el valor del trabajo del hom­ bre. Más que como una maldición, el trabajo es considerado como una bendi­ ción que proporciona vida (Prov. 10:16) y la dignidad del trabajo del hombre deriva del trabajo del mismo Dios en pro de la humanidad. Se honra la fatiga tanto como se condena la ociosidad (Prov. 6 :6 -1 1 ; 24:30-34; Ecles. 10:18). La actitud positiva hacia el trabajo manual no concuerda con las ideas de los principales pensadores de la antigua Grecia que contemplan con desdén a los que se afanan en duros trabajos. Píndaro, el más grande entre los poetas lí­ ricos de Grecia, que vivió en el siglo v a. de C., estaba tan impresionado por

el tedio del trabajo que en su descripción de los tormentos del Hades entra da fatiga, que los ojos no se atreven a contemplar». Platón, el más grande quizá de los filósofos griegos, relaciona los «trabajos viles» y las «artes ma­ nuales f, afirmando que ambos son degradantes y llevan consigo la desgracia.

EL PENSAMIENTO ECONÓMICO EN LA GRECIA CLÁSICA Se ha dicho que «si se exceptúan las fuerzas ciegas de la naturaleza, todo lo que se mueve en este mundo tiene su origen en Grecia». En la época en que el notable jurista Sir Henry Maine, en una alocución dada en 1875 hizo esta afirmación, su veracidad era más obvia de lo que es en la actualidad. E l conocimiento de la literatura y de la lengua griega era todavía por aquella época el distintivo de la élite culta. Entre los economistas clásicos quizá sea Ricardo el único que no había estudiado el griego. La Riqueza de las Na­ ciones de Adam Smith contiene referencias a Pitágoras, Demócrito, Epicuro, Zenón (una a cada uno de ellos), y a Platón y Aristóteles (cinco a cada uno). Malthus buscó apoyo para sus teorías sobre la población, en los trabajos de Platón y Aristóteles, Mili tradujo y anotó cuatro diálogos de Platón. Marx escribió su tesis doctoral sobre las filosofías naturales de Demócrito y Epicu­ ro. Lasalle fue autor en su juventud, de un trabajo en dos volúmenes sobre la filosofía de Ilcráclilo. Hasta casi los albores del siglo xx, la experiencia grie­ ga se ha mantenido viva en las mentes de las personas cultas. Largas citas griegas pueden encontrarse todavía en un artículo publicado en 1895 en el Quarterly Journal o f Economics. Los que estudiaban a los autores antiguos no podían evitar el conmoverse ante esa experiencia moral y estética única, tras la cual el mundo jamás ha vuelto a ser como antes. Debido a la enorme riqueza del legado intelectual de los griegos, nada tiene de extraño que se hayan encontrado paralelismos entre las ideas griegas y los pensamientos económicos desarrollados más de dos mil años después. Como los trabajos de Aristóteles cubren virtualmente todos los campos del. conocimiento, sus escritos han sido una fuente especialmente fructífera para la búsqueda de dichos paralelismos. El pensamiento económico de los antiguos hebreos está encerrado en los preceptos morales de la Biblia. E l de los griegos se encuentra en las discu­ siones de los filósofos. La Biblia habla a todo el mundo. Por el contrario, el público de los pensadores griegos era un grupo selecto formado fundamentalemnte por la élite más culta. Mientras el pensamiento económico de la Biblia encuentra su inspiración en los impulsos religiosos, el pensamiento económico de los filósofos griegos se desarrolla principalmente en relación con sus ideas políticas.

E l centro de la política griega fue la polis o ciudad-estado que alcanzó su máximo florecimiento en Atenas. Aunque las ciudades-estado formaran alianzas, Grecia no constituyó nunca una unidad política durante el período clásico. Éste llegó a su fin cuando las ciudades-estado sufrieron un colapso como resultado de las perpetuas rivalidades internas entre los ciudadanos y ios conflictos entre las ciudades y cuando poderes extranjeros —primero los macedonios y luego los romanos— invadieron el país. Los griegos estaban excesivamente preocupados por la política y parte del tiempo que normalmente hubieran dedicado a la vida laboral, lo pasaban dedicados a las actividades políticas requeridas por la institución de aquella democracia directa, que la vida en las relativamente pequeñas comunidades de la ciudad-estado bacía posible. Atenas, la mayor de estas comunidades, cubría aproximadamente un área de mil millas cuadradas, o sea la mitad del actual estado de Delaware. Si una persona tenía que actuar como jurado un día, sentarse en la asamblea legislativa el día siguiente y realizar alguna que otra función cívica los demás, poco tiempo debía quedarle para el trabajo productivo. Éste era realizado en gran parte por los esclavos y por los resi­ dentes extranjeros, sin los cuales el sistema no hubiera sido capas de producir los excedentes necesarios para mantener a esa gran cantidad de políticos. Los esclavos y los residentes extranjeros formaban la mayoría de la población. La plena ciudadanía era estrictamente cuestión de herencia, no de residen­ cia. Los extranjeros, a los que no les estaba permitido poseer tierras se dedi­ caron principalmente al comercio y a los oficios. Por regla general los gastos de consumo personal de los griegos, tales como los de la casa, ropa o alimentación, eran modestos. Las diversiones comunes, por el contrarío, eran fomentadas en forma de construcción de edificios y rea­ lización de festivales, lo que en términos actuales podría llamarse inversión a fondo perdido del gasto público. Todas las ciudades tenían su propio teatro y a su alrededor había abundancia de templos, obras de arte y esculturas. Los que han llegado hasta nuestros días nos dan idea de una belleza que ninguna otra civilización ha llegado a alcanzar jamás. Los ingresos necesarios para todo esto venían en gran parte de los pagos de los aliados o de los enemi­ gos vencidos que contribuían en gran proporción a la renta estatal. Se ha calculado que hacia el 440 a. de C. la mayor parte de los ingresos de la ciudad de Atenas eran destinados a la construcción de templos y monumentos para la Acrópolis, así como también a la financiación de un importante número de fiestas públicas.

Cuatro acontecimientos en la historia económica griega Hay cuatro acontecimientos en la historia económica de la Grecia antigua que llegaron a tener unas profundas consecuencias en la estructura económica de la ciudad-estado. E l primero fue la adaptación del antiguo alfabeto fenicio en el siglo ix an­ tes de C. Aunque pasaron todavía 300 años hasta que Dracón, en el 621 a. de Cristo, codificara las leyes de Atenas, la existencia de la palabra escrita fue un factor de la mayor importancia para el desarrollo del comercio y el reor­ denamiento de las clases económicas. Conforme la economía se iba haciendo menos primitiva, la aristocracia propietaria de la tierra y que había gobernado siempre la ciudad fue viendo su situación amenazada por la insatisfacción existente entre los pobres y por la elevación social de los mercaderes, comer­ ciantes y nuevos ricos. El segundo acontecimiento fue la fundación, a partir del siglo vin a. de C.» de colonias griegas por todo el mar Mediterráneo y por el mar Negro, Aunque el fin primordial que inspiró a los colonizadores fue el deseo de obtener tie­ rras (escasas ya éstas dentro de los límites de la ciudad-estado) las colonias, políticamente independientes de las ciudades que las fundaron, llegaron a ser importantes aliadas comerciales de estas últimas, con -las que intercam­ biaban esclavos, cereales y otras materias. Al abrir una ventana al Oriente, materialmente más rico, el mundo griego conoció una forma de vida más floreciente que, al estimular la producción y el comercio, iba mucho más allá de las meras necesidades de la subsistencia. El tercer acontecimiento fue la invención de la moneda en Lidia y Asia Menor al principio del siglo vu a. de C. y su pronta extensión al territorio griego. E l uso de la moneda significó un gran avance sobre los tipos primiti­ vos de dinero tales como las herramientas o el ganado. La moneda tenía ma­ yor aceptación que el dinero herramienta pues éste aunque tenía valor de intercambio, no tenía el valor intrínseco de los metales preciosos. Las monedas eran .unidades de cálculo mucho mejores que el ganado, Más aún, la intro­ ducción de la moneda marcó el fin de una era en la que la riqueza estaba principalmente en forma de tierras, ganado, aceite u otros productos que o bien eran perecederos o no podían acumularse en forma ilimitada. Al hacer posible la posesión de un activo que podía ser fácilmente amontonado —más fácilmente aún que los altamente valorados metales preciosos— la moneda proporcionó un poderoso estímulo a la acumulación de riqueza. E l cuarto acontecimiento, que coincidió más o menos con la extensión de la moneda, fue el incremento de los préstamos a interés, Transacciones de este tipo, que no son mencionadas por los autores anteriores como Homero o Hesíodo, empiezan a ser registradas en la segunda mitad del siglo vu a. de C. E l interés se originó probablemente en los préstamos de productos que, como

el ganado o las semillas de cereales, habían de producir un rédito por su misma naturaleza. Conforme las oportunidades para el uso productivo del dinero se fueron haciendo más amplias, la idea se fue extendiendo para pro­ teger mediante réditos los fondos prestados.

£1 desarrollo económico La promoción del comercio y de las empresas parece ser que hizo aún más honda la diferencia entre el pobre y el rico de la ciudad-estado, entre los grandes y pequeños propietarios de una parte y los trabajadores sin tierras propias de la otra y entre los terratenientes aristocráticos de antiguo linaje y las nuevas clases adineradas. A medida que estas diferencias se iban ha­ ciendo más profundas, nuevos factores fueron actuando sobre el desarrollo económico. E l crecimiento de la población estaba contenido por los matrimo­ nios tardíos y por el alto índice de mortalidad infantil. Si en algún momento el aumento de población ejerció una presión, ésta encontró salida en la emi­ gración a las colonias ultramarinas y no en el incremento de la producción. La esclavitud frenó el desarrollo económico, debido a la falta de motivaciones y de habilidad de los esclavos y a la restricción que dicha institución supuso sobre el nivel de consumo de una gran parte de la población, incapaz de ejercer presión para obtener un nivel de vida más elevado, presión ésta que unos trabajadores libres y sus organizaciones hubieran podido realizar. La empresa siguió siendo de pequeño tamaño y siguió organizada a la manera tradicional por los terratenientes, artesanos, comerciantes y vendedores. La guerra era una importante actividad económica ya que proporcionaba esclavos y tributos del enemigo vencido. Excepto en lo referente al despido de merce­ narios, apenas se oyó nunca hablar de desempleo, para cuya idea la lengua griega carece de vocablo. La ruina económica significaba la esclavitud pero no el desempleo. La lengua griega no tiene ningún concepto paralelo a lo que nosotros llamamos competencia mientras que su antónimo, o sea el monopo­ lio, fue conocido, practicado y censurado. No se tuvo idea de la protección de la industria doméstica pero fueron comunes las restricciones al comercio exterior con el fin de obtener beneficios o para reservar mercancías para el mercado interior.

Las reformas de Solón El desarrollo económico que la existencia de la palabra escrita, el estable­ cimiento de colonias y la introducción de la moneda llevaron consigo, supuso a menudo la sustitución de las relaciones personales por el nexo monetario. Los pequeños propietarios y los trabajadores del campo no pudieron, al en­ contrarse en apuros, seguir confiando ya en la liberalidad paternalista de sus

nobles señores. Muchos se endeudaban y eran amenazados con la pérdida de la tierra o de la libertad cuando 110 podían pagar sus obligaciones aumen­ tadas por los altos intereses. E l trabajador del campo solamente podía retener la sexta parte de la cosecha para él y su familia, mientras que las otras cinco sextas partes debían ser entregadas al amo. Esta situación, en la que la escla­ vitud por deudas constituía una amenaza inminente para muchos ciudadanos, fue remediada por las reformas de Solón en los primeros años del siglo vi a. de Cristo. Sus reformas marcan un hito porque significaron un paso hacia la de­ mocracia política y porque hicieron disminuir la diferencia económica entre las clases. Económicamente, supusieron la cancelación de todas las hipotecas y de todas aquellas deudas a las que el deudor hubiera empeñado su propia persona, la liberación de todos aquellos que se encontraban en esclavitud a causa de deudas, la abolición de la esclavitud por deudas en general y para el futuro, la limitación en la extensión de las propiedades y la prohibición de exportar materias primas, a excepción del aceite de oliva. Las reformas económicas de Solón fueron una bendición para los pequeños propietarios y para los trabajadores no poseedores de tierras, ya que supusieron una pro­ tección contra la pérdida de la tierra o de la libertad. La prohibición de ex­ portar cereales tenía como finalidad el evitar la escasez V el aumento de los precios del grano en la ciudad. Al mismo tiempo que estas reformas, Solón llevó a cabo una serie de innovaciones políticas que pusieron los cimientos para el establecimiento de 3a democracia en Atenas. Dividió a los ciudadanos en cuatro clases, cada una con sus derechos y sus deberes. La cuarta e ínfima clase incluía a los pequeños propietarios que podían ahora votar en la asam­ blea y llegar a ser miembros de la judicatura, ante ía cual los magistrados eran responsables. Más aún, el asignar a una persona a una u otra clase, estaba basado en su calidad de propietario y no en el accidente de un naci­ miento noble o común. Todo esto, permitió por lo tanto una cierta movilidad económica que puso freno al poder de las familias nobles al mismo tiempo que los privilegios políticos y el progreso quedaron abiertos al talento.

El camino hacia la democracia El progreso hacia te democracia tuvo que dar en Grecia muchos rodeos y no siempre avanzaron juntas, como en las reformas de Solón, la democracia política y la igualdad económica. Los «tiranos" que en muchos momentos reemplazaron a la aristocracia de sangre o a los dirigentes democráticos, aun­ que ligados a formas de gobierno autoritarias, proclamaban ser hombres del pueblo y sus sistemas políticos tendían a disminuir las diferencias entre po­ bres y ricos. Así ocurrió, por ejemplo, con Pisístrato que se alzó con el poder en los años de decadencia de Solón. Una vez hubieron marchado al exilio sus oponentes políticos, dividió los bienes que habían dejado vacantes y los

distribuyó entre los trabajadores no poseedores de tierras que formaron así una nueva clase de propietarios campesinos, Al final del siglo vi a. de C., las reformas políticas de Solón dieron otro paso hacia adelante gracias a Clístenes, que fortaleció las fuerzas de la de­ mocracia al declarar políticamente absolutas las antiguas lealtades a las tri­ bus o clanes, que fueron reemplazados por «distritos» o subdivisiones polí­ ticas, estrictamente basados en factores geográficos. En el siglo v a. de C., una vez conseguida la victoria sobre los persas, la democracia ateniense al­ canzó su máximo esplendor. E l servicio al estado estuvo por aquella época remunerado y al existir una mayor facilidad para que el pobre pudiera de­ sempeñar cargos políticos, la influencia de las grandes familias continuó dis­ minuyendo. E l poder político del verdadero pueblo llegó a ser tan pronun­ ciado que incluso fue posible, en ocasiones, votar a su favor distribuciones de grano o cosas análogas. Al mismo tiempo, sin embargo, que estos privile­ gios hacían la ciudadanía especialmente valiosa, la democracia ateniense —siempre cerrada a los esclavos y a los residentes extranjeros— fue aleján­ dose todavía más de lo que llamaríamos una sociedad abierta, al quedar res­ tringida la ciudadanía a aquellos cuyos padres fueran ambos atenienses, sin bastar con que fuera solamente el padre como había sido norma general hasta entonces. Esto significó que la minoría que podía disfrutar los plenos derechos de ciudadanía, se hizo aún más reducida, quizá de unos treinta mil en una población total de cuatrocientos mil. Al mismo tiempo que progresaban en su camino hacía la democracia, las ciudades-estado griegas fueron capaces de sacudirse la amenaza de la expan­ sión del Imperio Persa a mediados del siglo v a. de C. Una rivalidad ininte­ rrumpida continuó existiendo, sin embargo, entre Atenas. Esparta, Gorinto y Tebas, hasta el punto de que hacia el final de este siglo, Atenas encontró su propia ruina en la Guerra del Peloponeso. Un centenar de años más tarde, al finalizar el siglo iv a. de C., las ciudades-estado griegas sucumbieron ante Macedonia e incluso su decadencia se vio acelerada por las luchas que con­ tinuaron entre ellas. Desde el punto de vista político, el futuro de las ciudades-estado quedó totalmente cerrado cuando cayeron bajo el dominio de Roma a mediados del siglo n a. de C. Desde el punto de vista cultural por ei contrario, la civilización griega se extendió por casi todo el mundo enton­ ces conocido, que entró en la llamada Época Helenística. E l legado cultural de Grecia fue una herencia de incalculable valor para muchas generaciones, incluso mucho después de que el poder político griego se hubiera desvane­ cido. Las enseñanzas de los filósofos griegos son una parte inseparable de este legado, en el que se incluye, por supuesto, un arte y una literatura del máximo valor.

LOS FILÓSOFOS GRIEGOS E l examen del contenido económico de la filosofía griega es difícil, debido a la Casi total destrucción de la mayor parte de su literatura. De los escritos de los filósofos, solamente han llegado intactos hasta nuestros días los Diálo­ gos de Platón y la mayoría de las obras de Aristóteles. De los escritos de los otros filósofos griegos existen únicamente fragmentos, en ocasiones sólo unas pocas líneas, y por si esto fuera poco, la mayoría de estos fragmentos han llegado hasta nosotros en forma de citas o acotaciones de segunda o tercera mano. E l panorama de la filosofía griega que queda impreso en la mente del estudiante está por lo tanto falseado, Los escritos que se han perdido en todo o en parte quedan en forma difusa en el fondo de la mente, mientras Platón y Aristóteles ocupan la plataforma central. En realidad, no ha llegado hasta nosotros ni una sola exposición de teoría política democrática por lo que se ha dicho que la literatura superviviente no es representativa de Atenas, que fue la cuna de la democracia, La figura central de la filosofía griega fue Sócrates (469-399 a. de C.), que no dejó ningún documento escrito por lo que todo lo que sabemos solare él lo debemos a los escritos de otros, entre los que destacan los Diálogos de Platón. La posición de Sócrates tiene tal importancia que la filosofía griega puede dividirse en dos épocas: la presocrática y la postsocrática. El legado del pensamiento de Sócrates fue tan rico y las interpretaciones que podía dár­ sele eran tan variadas que la mayoría de las numerosas escuelas de pensa­ miento que surgieron en la época postsocrática reclamaron para sí ser las herederas intelectuales de Sócrates.

La filosofía presocrática: Pitágoras Muchos filósofos presocráticos fueron un enlace entre la mitología y el discurso racional de la época lógica. Prestaron una gran atención a la cos­ mología, al estudio de la naturaleza del universo y a las leyes que lo rigen. Las ideas de algunos de ellos han influido en el pensamiento económico. Así ocurre, por ejemplo, con Pitágoras (582?-507? a, de C.), cuyos escritos se han perdido en su totalidad pero que, según un autor griego posterior, «ensalzó y promovió el estudio de los números más que ninguno, apartándolo de la práctica mercantil y comparándolos a todas las cosas». El mismo autor atribuye también a Pitágoras la introducción entre los griegos de las pesas y medidas. Las ideas de Pitágoras sirvieron como base a la introducción *matemática» a la teoría del justo cambio, tal como fue desarrollada por Aris­ tóteles. No está claro, sin embargo, el que la inclinación de Pitágoras hacia lo cuantitativo estuviera o no inspirada en las prácticas mercantiles. Parece más bien que llegó a las matemáticas por medio de la música y se cree que

fue el descubridor de las relaciones numéricas que determinan los intervalos de la escala musical. De estas investigaciones surgió el concepto de la armo­ nía que, a su vez, es afín al concepto del equilibrio que había de ocupar una posición preponderante en el pensamiento económico de las generaciones posteriores. Para los griegos, armonía significaba «la unión o ajuste de unas cosas a otras»,* idea ésta que representó un importante papel en la discu­ sión de Platón sobre la triple división del alma y del estado.

Heráclito A primera vista, armonía, nivelación o equilibrio pueden parecer concep­ tos completamente independientes e incluso opuestos al concepto de rivali­ dad o competencia; esto, como principio fundamental de organización cósmi­ ca y social, nos lleva hasta Heráclito (5S5P-475 a. de O.), otro filósofo presocrático, nacido unos cincuenta años más tarde que Pitágoras. Heráclito, a quien los antiguos dieron el apodo de «El Oscuro», desarrolló su pensamiento en términos paradójicos. Enseñó que «la guerra es la madre de todas las cosas», idea que ha sido interpretada como una referencia a la pugna entre cosas opuestas para generar nivelación, equilibrio y orden armónico. Las formas que ha tomado este pensamiento en la historia del intelecto, hacen legión. Nuestra noción del mercado autorreguiado tiene su raíz en la filosofía de Heráclito. Lo mismo ocurre con la idea del darwinismo social del siglo xix y su creencia de que la lucha competitiva asegura la supervivencia del más apto. Otro concepto de Heráclito relacionado con el anterior, es su lógica paradójica o polaridad de pensamiento que en su forma extrema afirma que los opuestos son idénticos y, en una forma más moderada, que los distintos conceptos sólo pueden comprenderse en relación con sus opuestos respecti­ vos. Dos mil años más tarde, esta idea ha revivido en la dialéctica de Hegel (1770-1831), cuyo pensamiento ha sido interpretado en el sentido de que un concepto, la tesis, se convertirá inevitablemente en su opuesto, la antítesis y que la interacción de ambas dará lugar a la síntesis, que a su vez será la primera forma, o sea la tesis, en una nueva tríada. E l idealismo dialéctico de Hegel condujo al materialismo dialéctico de Marx, que, junto con el «sis­ tema de las Contradicciones Económicas» de Proudhon, otro socialista, es afín al pensamiento de Heráclito.

Demócrito Las ideas elementales emergen igualmente del pensamiento de Demócri­ to (460P-370? a. de C.),: contemporáneo de Sócrates que, aunque es recordado principalmente por su teoría del átomo, escribió también, entre otras muchas cosas, un tratado de economía política. De toda su obra lo único que ha llegado hasta nosotros son unas trescientas citas.

Aunque Demócrito afirmó que los valores morales eran absolutos, su teo­ ría del valor económico era totalmente subjetiva. En un fragmento de sus escritos se afirma que ^mientras una cosa es buena o verdadera para todos los hombres por igual, lo que para uno es agradable para otro no lo es». La utilidad se interpreta pues en términos subjetivos al mismo tiempo que se reconoce su carácter relativo ¡ «las cosas más agradables se convierten en las más desagradables cuando no reina la moderación». Este pensamiento se an­ ticipa al concepto de utilidad decreciente y al de la transformación de las mercancías en estorbos cuando se ha alcanzado el punto de saturación. De­ mócrito tuvo también una noción de la ventaja de la oportunidad que puede parecer más atinada que la de algunos autores modernos que, como Pigou, interpretan nuestra inclinación a dar mayor valor a los artículos presentes que a los futuros como el resultado de una «visión telescópica defectuosa». ((El hombre anciano fue joven una vez —dice Demócrito—, pero nadie nos puede asegurar que el joven llegará a alcanzar la ancianidad; una mercancía en mano es, por lo tanto, superior a una que está todavía por llegar. 3 E l carácter subjetivo y relativo de lo útil, está reconocido también en el dicho de Demócrito referente a que cuando las cosas deseadas son pocas, éstas parecen ser muchas, debido a que una demanda contenida hace a la pobreza equivalente a la riqueza. Estos pensamientos y otros similares nos indican la intención de Demócrito de abordar el problema de la escasez, actuando sobre la demanda. No olvidó sin embargo, tener en cuenta lo rela­ tivo a la oferta y fue uno de los pocos filósofos griegos que respetó el valor y la dignidad del trabajo; «¡a fatiga es más dulce que la ociosidad para el hombre que gana para sí aquello por lo que se afana o para aquel que sabe que podrá utilizarlo». En cuanto a la incomodidad del trabajo, Demócrito indicó que podía disminuirse, subrayando la importancia del hábito del tra­ bajo regular. En lo que se refiere a organización económica, Demócrito pone de relieve la importancia de la liberalidad y mutua ayuda como medio de integrar la sociedad. «Cuando el fuerte defiende al pobre, le presta un servicio o se com­ porta amablemente con él, los hombres no se encuentran abandonados, se convierten unos en compañeros de otros y se defienden mutuamente.» Demó­ crito atribuyó también un valor más alto a la libertad que al disfrute de bienes materiales. «La pobre/a en una democracia es preferible, con mucho, a la prosperidad bajo el despotismo, de la misma forma que la libertad es prefe­ rible a la esclavitud.» Favoreció la propiedad privada sobre la pública ba­ sándose en los superiores efectos que aquélla tiene sobre los incentivos, el ahorro y el placer. «Los ingresos retenidos para la comunidad dan a la pro­ piedad menor placer y al gasto menor dolor.» Sí bien Platón no hizo jamás una referencia a Demócrito, Aristóteles es­ tuvo familiarizado con sus escritos y dedicó varios de sus propios trabajos

ai pensamiento de Demócrito. Es muy posible que la defensa que hizo Aris­ tóteles de la propiedad privada (pág. 27), estuviera inspirada en las ideas de aquél. Demócrito fue una fuente de inspiración todavía más importante para Epieuro (pág. 38) pero éste jamás estuvo dispuesto a reconocer su deuda. Marx se sintió atraído por la filosofía materialista de ambos y su tesis docto­ ral, publicada en 1902, trató sobre las diferencias entre las filosofías naturales de Demócrito y Epieuro.

Platón Los Diálogos de Platón (427P-347? a. de C.) que contienen ideas económi­ cas son L a República y Las Leyes aunque algo más puede también encon­ trarse en otros de sus diálogos. Estos trabajos tratan sobre temas que más bien pueden incluirse en la ciencia política o en la jurisprudencia. Los pen­ samientos económicos contenidos en ellos deben discutirse dentro del con­ texto de las ideas políticas con las que están vinculados.

La República, — El propósito de Platón al escribir La República fue dar una respuesta a la pregunta que había obsesionado a los filósofos de todos los tiempos: ¿qué es la justicia? Antes de dar lo que él consideraba la res­ puesta adecuada, Platón refutó una serie de falsas interpretaciones. No se sintió impresionado por la idea de que la justicia consistiera en decir la ver­ dad y en pagar las propias deudas. En relación con su discusión sobre esta falsa interpretación de la justicia, Platón desarrolla algunos pensamientos so­ bre la riqueza. Admite que la riqueza es una gran comodidad y que todos la aman debido a su utilidad. Hace entonces una distinción entre la riqueza heredada y la riqueza obtenida. Los que han hecho su propia fortuna están doblemente vinculados a ella : su riqueza no es solamente algo que les resulta útil, es también su propia creación. Estas personas son, sin embargo, una mala compañía. No hablan más que de su propia fortuna. Según algunos, el máximo valor de la riqueza deriva de que proporciona paz a la mente del hombre rico que puede así hablar con verdad y pagar sus deudas. Esto puede ser correcto, pero según Platón —que habla a través de Sócrates— el decir la verdad y el pagar las deudas no son definiciones exhaustivas de la justicia. Otra Interpretación de h justicia refutada por Platón es la teoría del contrato social según la cual la conducta individual está moderada por los acuerdos tomados en interés de todos. Estos convenios o acuerdos son debi­ dos a que los hombres se dan cuenta de que si alguien actúa de forma cen­ surable, el daño sufrido por la víctima es más importante que la ventaja obtenida por el culpable. De esta forma, las leyes se escriben para evitar que

se realícen malas acciones y para que nadie deba sufrir sus consecuencias; de donde resulta que la justicia es lo que la ley prescribe. Aquí se insertan nuevamente fortuitas observaciones sobre temas económicos, tales como la división de los bienes en tres clases. Una clase la forman aquellos placeres y goces inofensivos que son bienvenidos por sí mismos y que no tienen ulte­ riores consecuencias, una vez pasada la satisfacción del momento. Otra clase está formada por aquellas ocupaciones que son en principio una carga y que no se realizan por sí mismas, sino por sus deseables consecuencias o resulta­ dos; así ocurre por ejemplo con el trabajo. La tercera y superior clase, está formada por todo aquello que es bueno y tiene valor tanto por sí mismo como por sus consecuencias, como ocurre con el conocimiento y la salud. Hay que hacer constar que entre ios ejemplos dedicados a ilustrar la segunda clase, no encontramos específicamente mencionado ningún tipo de trabajo manual o pesado, sino más bien actividades a las que hoy en día asignaría­ mos un contenido satisfactorio en sí mismas, como la educación física o las artes curativas. Si éstas eran consideradas desagradables y pesadas, ¿qué se­ rían los duros trabajos manuales? Habiendo refutado estas y otras interpretaciones de la justicia* Platón se pone ya a construir en vez de criticar y, con ayuda del método de la aproxi­ mación sucesiva, construye un estado ideal que para él constituya la mate­ rialización de la justicia en la tierra. En el estado ideal de Platón, el rey es un filósofo. Platón llegó a esta conclusión tras un prolongado análisis de la ciudad-estado que le rodeaba. La ciudad-estado no estaba basada en una or­ ganización uniforme de sus hombres sino más bien en la desigualdad natural entre ellos, dotados por la naturaleza de una variedad de dones y talentos más o menos desarrollados en unos que en otros. La división del trabajo, la especialización y los intercambios son, por tanto, naturales y ventajosos, a la vista de la desigualdad entre los hombres y de la imposibilidad de que cada uno se baste a sí mismo. La división del trabajo, — El análisis de Platón, es de interés para el eco­ nomista debido a que uno de los conceptos centrales de su pensamiento, la división del trabajo, ha sido de suprema importancia para la historia de la economía política. Dos mil años más tarde, el mismo concepto había de ser­ vir como piedra angular para el sistema económico de Adam Smith. Hay una diferencia significativa, sin embargo, en el contexto y en la importancia que las dos autoridades dan a la división del trabajo. Para Platón el factor más importante es la desigualdad entre los hombres que da lugar a la especiali­ zación. Para Smith, el aspecto que más debe resaltarse es el aumento de la productividad que resulta de la especialización. Lo que más preocupa a Smith son «las causas de la riqueza de las naciones» mientras que Platón lo que busca es la estructura de la comunidad ideal. Smith racionaliza la pro­

ducción de dinero; Platón, como veremos en seguida, racionaliza la dife­ rencia de clases y la estratificación de la sociedad. Platón no niega, por supuesto, que la especializacióu eleve la producción, pero subraya que las mercancías se producen con mayor facilidad y abun­ dancia y de mejor calidad, cuando cada persona desempeña en la comunidad aquella función para la que su naturaleza le hace más apto, La idea de la división del trabajo se extiende a considerar la necesidad de importar de regiones situadas más allá de los límites de la ciudad-estado, así como de las exportaciones que deben hacerse a cambio. En este razonamiento es lógico que la prioridad sea puesta en las importaciones. Además de los campesinos, artesanos, mercaderes y trabajadores por cuenta ajena, el mercado necesita vendedores, es decir, personas que tomen el dinero de aquellos que desean comprar para transmitírselo a aquellos que deseen vender. Si no existieran estos especialistas, los campesinos y artesanos deberían perder el tiempo en el mercado, esperando a los clientes. En una comunidad bien ordenada, afir­ ma Platón, los vendedores deben escogerse entre aquellas personas en las que la falta de fuerza física los haga inútiles para otros trabajos. En cuanto a los obreros, tienen el vigor físico requerido para los trabajos pesados pero su mente es tan pobre que apenas merecen ser incluidos en la sociedad. E i estado ideal»— E l primer «modelo» de ciudad-estado ideado por Platón provee a las necesidades humanas básicas. En ella, la justicia brilla en la medida en que cada persona se dedica a aquella ocupación para la que su naturaleza le ha preparado mejor. En respuesta a la objeción de que una ciudad así podría parecerse a una «comunidad de cerdos», Platón complica el modelo permitiendo el lujo, el tráfico de objetos de lujo y otros refina­ mientos de la civilización. Este desarrollo se verá restringido por la escasez de recursos de la ciudad-estado. El país será demasiado pequeño para poder mantener a los artistas, poetas, bailarines, fabricantes de adornos para los hogares y atavíos para las mujeres, sirvientes, barberos, cocineros, reposteros y médicos, requeridos por el nuevo estilo de vida. A fin de conseguir una base económica más adecuada para ello, la ciudad-estado se verá empujada a gue­ rrear con sus vecinos a fin de obtener un trozo de su territorio mientras que éstos a su vez, si se han abandonado también, como es probable, al deseo de una riqueza ilimitada, perseguirán el mismo fin. «Todas las guerras — dice Platón en otro momento— , se hacen con el fin de obtener dinero» (Fedón, 66). En la segunda aproximación al estado ideal de Platón, surge la necesidad de un poder militar que apoye la agresión promovida por la ciudad-estado y proteja a ésta de la agresión de las restantes. Además de la clase de los productores-campesinos, artesanos, mercaderes, vendedores, etc., que forma la masa de los ciudadanos en la primera aproximación, habrá que formar, por lo tanto, una segunda clase, los soldados profesionales. Según el prin­

cipio de la especializaeión, éstos deberán tener una aptitud nata para su vocación y deberán estar completamente libres de cualquier otro tipo de ocupaciones. En la tercera aproximación, el estado ideal de Platón surge en su pleni­ tud. Aquí el sistema de dos clases: dirigentes — soldados— y dirigidos —pro­ ductores— queda modificado mediante una diferenciación en las clases diri­ gentes, entre ios soldados y aquellos que deberán encontrarse en el vértice de la pirámide, los filósofos. Las tros clases: productores, soldados y filósofos reflejan la idea de Platón sobre la mente o el alma humana que considera dividida en tres partes, «una que desea, otra que lucha y otra que piensa®.7 En esta triple estratificación de la comunidad ideal de Platón, las personas aptas para desear bienes materiales deben afanarse para producirlos, los que posean un pronunciado valor y un instinto de lucha constituirán la clase militar y los que sean capaces de pensar en forma racional y filosófica po­ drán ser escogidos para formar parte del gobierno. Esta ordenación armoniosa de la sociedad, es lo que constituye la justicia. Hay también reglas detalladas sobre la formación y educación de los niños, la emancipación de la mujer y, aunque no con excesiva claridad, sobre el paso de las personas de una clase a otra. Platón, aunque admitió este transvase en principio, es indudable que intentó mantenerlo dentro de estrechos límites, debido a su profunda creencia en la importancia de las características heredadas y de los rasgos personales. Esta misma creencia le inspiró al imponer estrictas reglas para la elección de cónyuge; en esto debía precederse siguiendo los principios de la cría y apa­ reamiento de anímales, entre los que el débil y el enfermo deben ser destrui­ dos. Para hacer posible que los filósofos obtengan y conserven el poder dél estado, se les instruirá para influir en el ánimo de la población por medio de la propaganda, en forma de mentiras «inocentes», «medicinales» o mobles» relativas a su origen divino y al inferior linaje de las otras clases. Propiedad privada frente a propiedad comunal. — En la segunda y tercera aproximación de Platón, se dice poco acerca de la clase productora y de su organización económica. Se hace una observación general, y es que tanto la riqueza como la pobreza tienen malas consecuencias. La riqueza produce lujo y ociosidad; la pobreza puede dar por resultado formas de conducta indignas y una disminución de la destreza en el oficio, Las clases directoras deberán,, según esto, mantener una atención vigilante sobre estas materias. En cuanto a los componentes de las clases dirigentes (soldados y filósofos) deberán estar libres de las preocupaciones de la propiedad privada y de la familia para que puedan dedicar sus vidas por entero a aquello para lo que la naturaleza les ha dotado al máximo, la vida militar y el gobierno. Más aún, además de la educación comunal de los niños, debe instituirse una comunidad tanto de bienes como de mujeres, para uso de las clases superiores,

Esto significa que los miembros de las clases superiores no tendrán casas privadas sino que vivirán juntos y compartirán las mismas comidas. No les estará permitido poseer oro o plata, «esa basura mortal que ha sido la causa de tantas desgracias*. Si se sienten desdichados a causa de estas y otras pri­ vaciones, deberán pensar que lo que cuenta no es la felicidad de una clase determinada sino la de la comunidad en su conjunto. Más aún, sus vidas de­ berán ser dignas y adecuadas a la verdadera naturaleza de cada uno. No deberán dividir violentamente la ciudad, estampando la marca de la propie­ dad privada sobre aquellos bienes que ellos desearían apropiarse. No estarán sometidos a pleitos, disputas familiares ni a repetidas vejaciones del padre de familia. La importancia que da Platón a la necesidad de que las clases supe­ riores tengan todos sus bienes en común, queda aún más resaltada en su dis­ cusión sobre las causas responsables de la degeneración del estado ideal. Tal degeneración tendrá lugar principalmente como resultado de manipulaciones sobre los factores económicos. Las clases directoras se corromperán si adquie­ ren el gusto por el dinero y las posesiones, mientras que las clases producto­ ras, cuyos miembros, por naturaleza, deben tener dicho gusto por el dinero, no' desearán usurpar su posición a los gobernantes si la suya propia supone la acumulación de bienes. Al explicar las condiciones de la degeneración, Platón describe las luchas económicas características de las ciudades-estado griegas de su tiempo, una enfermedad social que la proscripción de la propie­ dad privada para los dirigentes de la ciudad-estado ideal tiende a evitar. Tipos de gobierno. — Platón distingue cinco tipos de gobierno, el aristo­ crático de la comunidad ideal, regida por los mejores, y cuatro formas dege­ neradas : la timocracia o gobierno de los soldados, la oligarquía o plutocracia o sea el gobierno de la riqueza, la democracia y el despotismo. Si la clase militar usurpa el poder, la ambición y el deseo de sobresalir que son inherentes por naturaleza a los guerreros, dejarán de estar modera­ dos por el uso de la razón. Una vez queden en libertad, la envidia y las ri­ validades estarán estimuladas por la posesión de tierras, hogares y todo tipo de propiedades. A escala pública, la riqueza llegará a alcanzar el rango de supremo bien, reemplazando a la virtud. Cuando, reflejando este cambio de valores, se requiera la posición de ciertos bienes para ejercer el poder político, este último será sustituido por la riqueza, con lo que quedará es­ tablecida la plutocracia. E l estado quedará entonces dividido en ricos y po­ bres y cada una de las clases conspirará contra la otra. Algunos ricos pueden disipar su fortuna, caer en deudas y arruinarse. Las filas de la clase pobre se verán engrosadas de este modo ya que una sociedad que honra al dinero por encima de todas las cosas, no puede inspirar ai mismo tiempo en sus miembros un adecuado sentido del propio control que proteja la propiedad de los demás, ni puede proporcionar leyes institucionales adecuadas que

tiendan al mismo fin, como por ejemplo las que pudieran tender a evitar la exigencia de intereses por los préstamos. Conforme la clase pudiente se va haciendo más y más poderosa, la clase humilde ti«nde a rebelarse, la guerra civil estalla y, cuando son los pobres los que ganan, se establece la demo­ cracia. En ésta, el deseo de riqueza, imposible de satisfacer, da lugar a un incontrolable deseo de libertad que viene ahora a ocupar el lugar de sumo bien. Platón desaprueba este orden social bajo el cual todos pueden hablar y actuar como más les plazca, aunque tiene que admitir que una constitución bajo la cual todos pudieran desarrollar al máximo sus distintas individualida­ des podría ser la más hermosa de todas. Sin embargo, deplora una situación en la que los ciudadanos tienen libertad para intentar conseguir lo que se les ocurra en cada momento, donde nadie tiene el deber de esgrimir la autoridad c de obedecerla, donde la tolerancia lleva consigo el desprecio hacia los prin­ cipios autoritarios del gobierno que rige la comunidad ideal, donde los go­ bernantes se comportan como gobernados y los gobernados como gobernan­ tes, donde no se respeta la autoridad y donde llega un momento en que el esclavo es tan libre como el amo que lo ha comprado. Con el tiempo, las luchas económicas destrozarán la democracia igual que destrozaron otras formas de gobierno. La sociedad se verá escindida en tres clases: derrochadores ociosos (zánganos) que suplirán a los dirigentes, personas ricas que serán la presa de los zánganos y la enorme masa de po­ blación de escasos medios sin ningún interés en la política y sobre los cuales los zánganos arrojarán parte de su botín. Los dirigentes demagógicos y las clases pudientes se verán enredados en denuncias y conspiraciones y con el tiempo, los ricos saqueadores llegarán a ser aquello de lo que los demagogos les acusan: reaccionarios a las ideas revolucionarias. En esta situación surge el paladín del pueblo. Éste se transforma en déspota porque le es imposible mantenerse-en el poder por otro medio que no sea el terror, luchando igual­ mente contra el rico, al que persigue por considerar el enemigo del pueblo, y contra los hombres de valor y de razón, a los que detesta. Una vez ha eli­ minado a sus enemigos internos, promoverá guerras exteriores para crear condiciones de emergencia jíermanentes en las que pueda probar que resulta indispensable, al mismo tiempo que consigue que el pueblo se empobrezca de tal manera que tenga que dedicarse enteramente a ganar su diario susten­ to y no tenga tiempo de conspirar contra el tirano. Las leyes. — De cualquier forma, la destrucción del estado ideal está in­ variablemente relacionada con la acumulación de riqueza y con las desigual­ dades y abismos de separación producidos por ella. La eliminación de la pro­ piedad privada es por tanto, en el sistema de Platón, el punto clave de todas las instituciones dedicadas a aquellos que cuentan; la clase dirigente. Esto queda también demostrado en la obra las Leyes, que fue escrita por Platón

ya anciano, desilusionado por su mala fortuna en las empresas políticas prác­ ticas y dispuesto a sacrificar los principios en aras de la viabilidad de los mismos. Indica aquí de nuevo y con palabras todavía más fuertes y conmo­ vedoras que las que utilizó en la República, que la comunidad política mejor es aquella que está formada por amigos que lo comparten todo: mujeres, niños y posesiones. Una comunidad, dice, que haga lo posible por arrojar lejos de sí todo lo que el significado de la palabra propiedad lleva consigo y en la que se procure convertir en propiedad común incluso aquello que la naturaleza ha hecho para cada uno: ojos, oídos y manos, que ahora ven, oyen y trabajan en servicio de la comunidad. Una comunidad así será una comunidad unida, debido a su adhesión al mismo sistema de valores y lo que proporcione gozo o dolor a uno, proporcionará gozo o dolor a todos. Si tal ciudad pudiera fundarse alguna vez en la tierra, debería estar habitada por dioses o por hijos de dioses (V, 739). Platón en las Leyes, no abandona este ideal como impracticable, sino que sigue proponiendo los principios funda­ mentales de una organización que, sí no la mejor, es la más cercana al ideal y la que se aproxima más a lo que puede realizarse en la realidad. E l cuadro que nos pinta es una vez más el de una comunidad de tamaño limitado, aquí de más de cinco mil haciendas agrícolas familiares, cada una regida por un ciudadano y transmitida a su muerte a un hijo, propio o adop­ tado, E l número de posesiones no puede variar y la población debe mante­ nerse estacionaria, enviando colonizadores al exterior cuando sea necesario o por el contrario, aunque esto solamente como último recurso, admitiendo nuevos inmigrantes. La vida de los ciudadanos es objeto de numerosas y de­ talladas reglamentaciones, destinadas a no permitir la entrada a los «pensa­ mientos peligrosos» y a evitar el que se acentúen las desigualdades puesto que éstas podrían ser una amenaza para la cohesión social. Se presta una gran atención a la educación y a la persuasión a fin de conseguir una conduc­ ta recta de los ciudadanos y para que éstos se adineran al ideal del buen vivir. En cuanto a los placeres y diversiones, una educación adecuada no de­ berá insistir en un sacrificio completo, sino más bien en la modestia y en la sobriedad. Aunque la conducta recta y la vida agradable (que llevan consigo el desarrollo de todas las virtudes: sabiduría, moderación, respeto a los de­ más, coraje), tienen valor en sí mismas, van unidas por añadidura a un placer como premio. La conducta recta y el buen vivir no son sólo moralmente su­ periores sino que son descritas como conteniendo mayor placer y menor dolor que sus opuestas. E l placer y el dolor son descritos como «alambres o hilos»; el tirar de ellos es la causa de que las personas actúen. Los hombres prefie­ ren el placer mientras que se sienten repelidos por el dolor y en sus acciones intentan inclinar la balanza hacia el lado del placer. El dolor y el placer tienen «dimensiones» —frecuencia, duración, intensidad, etc.'— que los hom­ bres tienen en cuenta a la hora de intentar inclinar dicha balanza.

Los ciudadanos pueden disfrutar de los productos de las actividades eco­ nómicas, pero el trabajo y el comercio dificultan el ocio de la gente, estimulan sus apetitos indeseables y tienden a degradar a las personas, sobre todo a las que se dedican al trabajo manual o al comercio al detall. Los ciudadanos, por lo tanto, sólo deben encargarse de los trabajos agrícolas relacionados con el sostenimiento de sus haciendas. No les será permitida la práctica de la artesanía o del comercio. Estas «sórdidas vocaciones» quedarán reservadas para los residentes extranjeros que serán admitidos, si tienen habilidad para algo, durante un período de veinte años, permitiéndoseles prolongar su estan­ cia como recompensa, sólo en el paso de que hayan rendido algún servicio señalado a la comunidad. Los ciudadanos no podrán poseer oro ni plata, sino solamente moneda fraccionaria. Por lo tanto no podrán acumular riquezas en forma de dinero en efectivo. Solamente podrán viajar al exterior con permiso del gobierno y si adquirieran dinero extranjero, éste deberá ser entregado a las autorida­ des, Se desaprueban las transacciones a crédito; si llegan a tener lugar, de­ berán basarse en la estricta confianza personal puesto que el que pide pres­ tado no tiene obligación legal de pagar interés ni de devolver el capital. Los precios y la calidad de las mercancías, serán controlados por las auto­ ridades públicas así como también el comercio exterior. Sólo se podrán im­ portar artículos necesarios y exportar lo que no se necesite. La riqueza del individuo nunca deberá bajar de un mínimo —el del mantenimiento de la familia que es inalienable— pero tampoco exceder de un máximo que se fija en el caudal necesario para el sostenimiento familiar más una cantidad no superior a cuatro veces la anterior. Se evitan de esta forma ambos ex­ tremos : la indigencia y la opulencia. Los ciudadanos serán protegidos contra la corrupción que la comercialización lleva consigo. Las desigualdades eco­ nómicas serán principalmente el resultado de la diferente economía y eficacia con que cada individuo rige su hacienda agrícola y no del tráfico de mercan­ cías ni de fortuitas ganancias especulativas que enriquecen a unos al mismo tiempo que empobrecen a otros. Un hombre muy rico, afirma Platón, no puede al mismo tiempo, ser un hombre bueno. La preocupación por la riqueza deberá ocupar el tercer y último lugar después de las atenciones exigidas por el alma y por el cuerpo. Valoración del pensamiento de Platón, — Las ideas de Platón que acaba­ mos de presentar constituyen sólo uua pequeña parte de su pensamiento. Sus escritos han fascinado a innumerables lectores durante más de dos mil años. Incluso hoy en día es el autor más leído en los cursos escolares de filosofía, manteniéndose a la cabeza en la proporción de dos a uno con res­ pecto a cualquier otro escritor. Pocos han podido resistirse a la magia de sus Diálogos que además de tratar de problemas de perenne actualidad, son

obras de arte de primer orden. Thomas Jefferson ha sido uno de los pocos que no se han sentido atraídos por Platón y se maravilló de su persistente reputación que atribuyó a «éstar de moda y a su autoridad». Jefferson ex­ presó su gran satisfacción porque el republicanismo de Platón no se hubiera hecho realidad; en caso contrario, afirmó, «viviríamos hoy todos, hombres, mujeres y niños, confusamente mezclados, como las bestias del campo o de los bosques»,* Realmente, el alegato de Platón a favor de la solidaridad, es llevado hasta tales extremos —ver sobre todo el pasaje de las Leyes para­ fraseado en la página 34— que su implantación destruiría al individuo con­ virtiéndole en un simple miembro de un organismo. Las ideas políticas de Platón son fuertemente autoritarias. Pero aunque no pueden resultar atractivas para una mente democrática, sí pueden empu­ jarnos a intentar desentrañar las motivaciones de las personas apegadas a un sistema democrático de vida. Como un autor contemporáneo ha señalado, la respuesta a los recelos de Platón por la debilidad de la democracia se en­ cuentra en nuestras vidas más que en los argumentos.9 Imaginativo y exaltado como es el pensamiento de Platón, sus ideas eco­ nómicas lo catalogan como hijo de su época. La ciudad-estado que le rodea­ ba tenía una población constituida por un tercio de esclavos y la mitad estaba formada por la suma de los esclavos y de los extranjeros. La esclavitud era para Platón un asunto incuestionable y al disponerse de esclavos y de resi­ dentes extranjeros para realizar la mayor parte de las actividades económi­ cas, ei problema económico no parecía ser especialmente urgente para los ciudadanos de pleno derecho de la ciudad-estado. Platón sólo se preocupa de una sociedad de este tipo, pero nunca de una comunidad política más amplia, ni de la Humanidad en general. Como ciudadano, su corazón está con las familias aristocráticas de antiguo linaje de las que el mismo Platón es un vastago y con aquellos que por aquel tiempo luchaban contra la for­ mación de un nuevo orden social que no les iba a ofrecer, ni a él ni a los de su clase, la oportunidad de ejercer una carrera política. La suerte corrida por su maestro Sócrates, avivó más aún sus recelos contra las instituciones democráticas. La repulsa de Platón hacia la propiedad privada, su desdén por las ac­ tividades comerciales, sus propuestas sobre la cría de seres humanos a seme­ janza de la cría de animales, sus «nobles mentiras», su falta de respeto hacia la esfera privada de los individuos, son todas ellas opiniones que su obra comparte con las ideologías de gran número de políticos modernos. No tiene sentido, sin embargo, clasificarlo como fascista ni como comunista. No se le puede considerar fascista porque en las Leyes rechaza expresamente y con considerable fuerza la idea de que una guerra victoriosa sea el más alto ideal social. Por el contrario, su deseo es que la comunidad esté organizada para la paz, tanto interna como externa; la paz y no la guerra, insiste, es el

máximo objetivo. Más aún, en todo su trabajo, hace un llamamiento al uso de la razón antes que a la violencia o a la emoción. No se le puede tampoco tildar de comunista pues hubiera estado en contra de la idea de entregar el poder político a unos portavoces de las masas trabajadoras que se han esco­ gido a sí mismos. La vida comunal por él propuesta es al mismo tiempo más estrecha y más amplia que la programada por el comunismo. La vida comu­ nal exigida en la República para las clases rectoras, no impide la propiedad privada de bienes entre la clase económicamente activa mientras que la agen­ da del comunismo establece como una de sus máximas principales la elimi­ nación de dicha propiedad privada. Al mismo tiempo y con la excepción de nnas pocas sectas del siglo xix, el comunismo no rechaza el matrimonio mo­ nógamo ni exige que las mujeres sean de propiedad común. Aún más, los motivos que hacen a Platón preferir la propiedad comunal para la clase dirigente no tiene nada que ver con los del comunismo de raíz utilitarista. Lo que las clases rectoras deben compartir, según Platón, no es el placer sino la austeridad. Para él, es básico el dualismo cuerpo-alma que desvaloriza los bienes materiales y los esfuerzos para conseguirlos. Esta actitud es pro­ fundamente diferente del monismo del materialismo filosófico, que niega el dualismo cuerpo-alma y no considera que exista ningún oprobio en el afán de conseguir bienes materiales. Aunque Platón desarrolla como hemos visto una especie de cálculo hcdonista que a primera vista parece anticipar las ideas de Bentham (ver pág. 34), está muy lejos de identificar el placer con la bondad. Lo que a primera vista puede parecer un argumento utilitarista, tiene como objeto simplemente cons­ truir una segunda defensa para una conclusión que se puede alcanzar por distintos caminos: el vivir bien y el seguir una conducta recta son preferibles a vivir mal y a actuar de forma injusta. Platón no propone que se compartan los bienes con el fin de difundir el placer sino porque considera la propiedad privada como una carga que con­ duce a las luchas internas, pone en peligro el equilibrio de la sociedad y saca a relucir con toda probabilidad lo peor de cuanto el hombre encierra. En términos más explícitos, lo que Platón propone — según vemos en el pasaje de las Leyes a que nos hemos referido en la página 84— es que se compar­ tan los bienes materiales y todas las otras cosas como un medio de conseguir una sociedad que forme un todo coherente hasta un punto que él mismo considera utópico y más adecuado para una comunidad de dioses que para una sociedad humana.

1. Wtt.t.iam F . A lb b ig h t: From the Stone Age to Christianity, 2.® ed, (Baltimore: The Johns Hopkins Press, 1857), pp. 121-23. Las citas siguientes están tomadas también del mismo texto. 2. Gzusebt Muhsay : Stoic, Christiün and Humanixt {Boston: Beacon Press, 1950), p. 85. 3. George F . Mookb: Judaism in the First Centuries of the Christian Era (Cambridge: Harvard University Press, 1927), vol. II, p. 107. 4. Ibíd., p. 88. 5. Max Webeb : Ancient Judaism, trad. y ed. Hans II. Gerth y Don Martindale (Nueva York; The Free Press, 1952), p. 261. 6. W. K. C. Girraiuje: A History of Greek Philosophy (Cambridge: University Press, 1962), vol. I, p. 220. 7. G ilb e rt Murray : Stoic, Christian and Humanist (Boston: Beacon Press, 1950), p. 46, 8. Certa a John Adams, 5 julio 1814, en The Adams-} efferson Letters, ed, Lester J. Cappon (Chapel H ill: The University of North Carolina Press, 1959), vol. II, páginas 432-34, 9. W h jjam E b k n ste in : Great Political Thtnkers, 3 * ed. (Nueva York: Rinehart y Com­ pañía, 1960), p. 12.

2 De Aristóteles a los padres de la iglesia

ARISTÓTELES La forma tan radical en que Platón expuso su teoría sobre la unidad o solidaridad del estado fue criticada por Aristóteles, su más destacado discí­ pulo. Según éste, no debe procurarse alcanzar dicha unidad, ni aún en el caso de que fuera posible, porque ella misma significaría la destrucción del estado, Examinaremos a continuación la cadena de razonamientos que lle­ varon a Aristóteles a esta afirmación. Aristóteles no tuvo ni la visión ni la imaginación de su maestro, no fue tampoco tan dogmático ni tan inclinado a proponer cambios radicales. Tuvo, sin embargo, un poder analítico más penetrante y procuró al mismo tiempo ser mucho más empírico que Platón. El origen de Aristóteles era menos aris­ tocrático : su padre había sido el médico del rey Filipo de Macedonia, padre de Alejandro Magno, de quien a su vez Aristóteles fue tutor. Los escritos de Aristóteles abarcan todas las ramas del conocimiento hu­ mano. Son pocos, sin embargo, los que tratan específicamente de asuntos económicos y cuando lo hacen es en relación con temas políticos o morales o al examinar el sistema general del razonamiento. Mente superior y discípulo de una figura relevante, Aristóteles encuentra frecuentes fallos en las ense­ ñanzas de Platón; sus críticas a las mismas en ocasiones no parecen comple­ tamente imparciales. Las aportaciones de Aristóteles a la economía política no constituyen un sistema de pensamiento coherente sino que se encuentran en diferentes cam­ pos que no están conectados por ningún principio de integración. Más aún, sus ideas, aunque siempre profundas, están en ocasiones faltas de consis­ tencia. La inclinación básica de Aristóteles es aristocrática, como lo fue la de Platón, y su creencia en las desigualdades fundamentales entre los seres hu­ manos es tan pronunciada como lo fue la de su maestro. Pero a diferencia de Platón, Aristóteles no propone una regulación de la sociedad tan estricta y severa, y su solución al problema económico se basa más en el perfección a­

miento moral que en la reglamentación. Los hombres pueden ser cambiados si se les rodea de un entorno adecuado, mediante instituciones apropiadas y mediante el poder de persuasión; si se consigue hacerlos mejores el proble­ ma económico de la obsesiva escasez de bienes materiales será menos opre­ sivo. Señala también, como veremos en relación con la defensa de Aristóteles de la propiedad privada, la mayor productividad obtenida con ella en com­ paración con la que puede esperarse de una propiedad comunal como la propuesta por Platón, consideración ésta a la que Platón hubiera dado muy poca importancia. En el pensamiento de Aristóteles, el cambio y el crecimiento representan un papel mucho más importante que en las rígidas categorías de Platón. Esto se pone de manifiesto en el papel central que asigna a los conceptos de «naturaleza» o «natural». Para Aristóteles es natural o sea, está de acuerdo con la naturaleza, aquello que conduce al fin o propósito de una cosa. Así, la familia, la comunidad de un pueblo y el estado son todos naturales en el sentido de que son indispensables para que un hombre pueda llevar una vida plena y rica, en la que se realicen al máximo todas sus facultades. Los temas económicos tratados por Aristóteles son la organización eco­ nómica de la sociedad, la propiedad comunal frente a la propiedad privada y los precios y el cambio. La mayoría de estas ideas se encuentran en la Política, el primer tratado de ciencia política; algunos en la Ética, y otros, aunque más escasos en la Lógica y en la Retórica en los que se discute el arte de razonar. La palabra economía es de origen griego y literalmente significa «admi­ nistración del hogar». Aristóteles en su Política utiliza la palabra en el mis­ mo sentido. Las relaciones sociales que vienen al caso para la administración del hogar son las relaciones entre marido y mujer, padres e hijos y amos y esclavos. Al discutir la esclavitud, admite que hay quienes consideran dicha institución como una mera convención ideada por los hombres, contraria a la naturaleza y, por lo tanto, injusta, Aristóteles rechaza esta opinión porque «desde el mismo momento del nacimiento, unos están elegidos para gobernar y otros para ser gobernados». E l amo, afirma, puede prever mediante el ejer­ cicio de su mente; el esclavo podrá, con su cuerpo, llevar a efecto dicha pre­ visión. Un hombre capaz de comprender los razonamientos de los demás pero no de razonar por sí mismo es esclavo por naturaleza; he aquí una sutil distinción propia de una mente que hila muy delgado. Aristóteles admite que rió todos los que son esclavos por ley lo son por naturaleza y en tales c íjs o s es solamente el poder el que ratifica la esclavitud. Si, por el contrario, la relación es de tipo natural, el amo y el esclavo forman una comunidad de intereses y no hay nada que impida el que ambos puedan ser amigos. Este pensamiento, bien que se refiera a una práctica ideal o real, hubiera sido completamente extraño a Platón. De Aristóteles a los padres de Ib iglesia

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Dentro del concepto de la administración del hogar hay que distinguir el concepto de uformas de adquisición». E l primero utiliza lo que el segundo proporciona. Ilay diferentes métodos de adquisición que corresponden a otras tantas formas de vida; en conjunto éstas son cinco que pueden darse en forma pura o combinada y son: las que corresponden al pastoreo, a la agri­ cultura, a la pesca, a la caza y, sorprendentemente, a la piratería. La práctica de estas artes de adquisición dan al hombre lo que la naturaleza ha dispues­ to para él; la verdadera riqueza que está cuantitativamente limitada por las necesidades de la familia y de la ciudad. «La vida es acción, no producción.» Aristóteles pasa entonces a discutir otras formas del arte de adquirir que se distinguen claramente de las «naturales» mencionadas anteriormente. Las naturales están funeionalmente relacionadas con la satisfacción de las necesidades y proporcionan una riqueza cuantitativamente limitada por el propósito a que sirven; la satisfacción de las necesidades. Las formas no naturales de ejercitar el arte de adquirir tienden por el contrario a la ganan­ cia monetaria y la riqueza que proporcionan es teóricamente ilimitada. El por qué esta riqueza no natural carece de límite es explicado por Aristóteles mediante dos argumentos que no son totalmente compatibles entre sí. Por una parte afirma que la riqueza no tiene límite porque se convierte en un fin en sí mismo, en vez de ser un medio para otro fin: la satisfacción de las necesidades. Pero añade Aristóteles, que dicha riqueza no tiene límite porque el deseo de los hombres de poseer bienes materiales es también ili­ mitado, por lo que la adquisición de riquezas vuelve a aparecer como un instrumento o medio, en vez de ser un fin en sí mismo".

Uso y cambio En la misma línea que el anterior, se encuentra el razonamiento de Aris­ tóteles acerca de la importante diferencia que existe entre uso e intercambio, distinción que extendió más tarde a las diferencias entre precio y uso, por una parte, y precio e intercambio, por la otra. La recta y adecuada utilidad de los bienes, afirma, consiste en la satisfacción de las apetencias naturales. Otra utilidad o uso secundario e inadecuado de los bienes es el que tiene lugar cuando éstos se intercambian por otros con el fin de obtener una ganan­ cia monetaria. Todos los intercambios que conducen a ganancias monetarias se definen, por lo tanto, como antinaturales y entre ellos se incluyen explí­ citamente el comercio y el transporte, el empleo de trabajo especializado y sin especializar y los préstamos a interés. El intercambio considerado más antinatural por Aristóteles es el del dinero, cuando se hace con la promesa de devolver el capital con un interés y ello por dos razones. El préstamo e

interés produce ganancia por el simple hecho de hacer circular el dinero mientras que en otros tipos de transacción de intercambio el dinero es sim­ plemente un instrumento destinado a facilitar la transacción. El dinero no produce nada y si algo produce —interés— es contra su naturaleza. Las ideas aquí desarrolladas indican que Aristóteles comparto la repulsa de Pla­ tón hacia el comercialismo y su baja opinión sobre el trabajo a sueldo. Debe observarse, sin embargo, que Aristóteles no condena todas las transacciones de cambio sino solamente aquellas que tienen como finalidad la ganancia monetaria. E l trueque o permuta de dos cosas está explícitamente exento de s li crítica. Una posición más dudosa es asignada a l a s transacciones de intercambio que implican el uso de dinero aunque éste se utilice solamente como forma de fijar el precio y no como fuente de ganancias. Parece que este tipo de transacciones deberían ser consideradas como naturales si qui­ siéramos mantener la consistencia del pensamiento de Aristóteles, Como ve­ remos más adelante, Aristóteles da una enorme importancia, en su Ética, al hecho de que la ciudad se mantiene unida gracias al mutuo toma y daca por el que cada uno da a los demás algo equivalente a lo que recibe de ellos. En la Política se habla de este principio como de la «salvación de los esta­ dos». Y más aún, la Ética trata explícitamente de la justicia en los cambios por lo que si todos los cambios fueran antinaturales es difícil comprender cómo algunos pueden tener la cualidad de justos. Por supuesto, la dificultad se debe básicamente, a la sutilísima diferencia entre los actos de adquisición naturales y antinaturales, los primeros definidos por el carácter limitado de las necesidades del hombre y los segundos por el carácter ilimitado de sus apetencias. Aristóteles no aclara en ningún momento cuál es el punto en el que la necesidad se convierte en apetencia de lo superfiuo, y la dificultad sólo puede resolverse teniendo en cuenta su continuo llamamiento a la moderación; sin embargo, esto es más bien un principio moral que económico.

El dinero Al mismo tiempo que trata sobre el arte de adquirir, Aristóteles desarrolla su teoría del dinero. El dinero, afirma, no es «natural» en el sentido de resul­ tar indispensable para que el hombre se realice plenamente a sí mismo, sino que surge de la ley y de la costumbre. Se empezó a utilizar para satisfacer las necesidades del comercio exterior, en el que la distancia hace impracti­ cable el trueque de mercancías. En un principio, las mercancías no perecede­ ras, medidas por su tamaño o peso, hicieron el papel del dinero. Más tarde se utilizaron las monedas en las que estaba marcado el valor, con lo que se evitaba la molestia de pesar. Con el uso de las monedas se estableció una forma de cambio y una medida de la riqueza que facilitaba una acumulación

antinatural de la misma. Sin embargo, no debe confundirse el dinero con la riqueza. El dinero no es riqueza puesto que la sustitución de un convenio monetario por otro puede hacer perder valor al primero. El dinero no satis­ face de forma inmediata las necesidades de la vida: el que es rico en mone­ das puede estar necesitado de productos alimenticios, como le ocurrió al le­ gendario rey Midas que convertía en oro todo aquello que tocaba. En la Ética se amplía la discusión sobre el dinero. El dinero es una espe­ cie de representación de la demanda que «mantiene todas las mercancías reunidas». Como el dinero existe por convenio, su valor puede ser cambiado o suprimido. Sin embargo, y a pesar de no tener un valor constante, el precio del dinero es más estable que el de las demás mercancías. Se reconoce que el dinero constituye un derecho que de cara al futuro asegura la obtención de mercancías.

La propiedad privada Aunque Aristóteles desapraetü el lucro y las transacciones de intercambio que tienden a la obtención de ganancias, no por eso olvida nunca ía viva defensa de la propiedad privada, y se opone no sólo a su reemplazamiento por la propiedad comunal sino también a las restricciones sobre el máximo que pueda alcanzar dicha propiedad, tal como propuso Platón en sus Leyes. Su defensa de la propiedad privada fue escrita como una crítica a la Repú­ blica ideal de Platón, en la que los dirigentes -deben tener todos los bienes en común. Aristóteles ataca en primer lugar con el objetivo de Platón: la perfecta unidad del estado, para la consecución de la cual la supresión de la propiedad privada de los gobernantes será uti medio adecuado. Esta unidad perfecta, afirma, va en contra de los tres principios de diversidad, reciprocidad y auto­ suficiencia y aunque fuera posible conseguirla, significaría la ruina del estado. Por el principio de diversidad, se requiere que el estado esté formado no so­ lamente por tal o cual número de hombres sino por determinadas y diferen­ tes clases de ellos. De otra forma no sería posible la vigencia del principio de reciprocidad, según el cual lo que mantiene unida a la ciudad es el mutuo toma y daca entre los ciudadanos, por el que cada uno entrega cosas a los demás, por valor de las que recibe de ellos. Por otra parte, la ciudad debe tender a ser autosuficiente, lo que hace la vida deseable y completa. Esto se ha interpretado en el sentido de que la ciudad debe ser un lugar que posea todos los recursos, materias y demás cosas necesarias para que los ciu­ dadanos puedan desarrollar su personalidad, sin tener que confiar en los recursos exteriores. La autosuficiencia es inversamente proporcional a la uni­ dad. El individuo es uno, por lo que carece de autosuficiencia. La familia gana en autosuficiencia lo que pierde en unidad y lo mismo, pero en mayor

medida, podría decirse de la ciudad. Si se desea autosuficiencia, habrá que aceptar, según Aristóteles, un mínimo grado de unidad puesto que sin di­ versidad no puede existir aquélla. Después de haber demostrado de esta forma que la unidad extrema del estado no es una característica deseable, Aristóteles sigue escrutando el medio propuesto por Platón para obtener dicha unidad, es decir, la propiedad co­ munal para los gobernantes. Compara la propiedad comunal a la propiedad privada y encuentra a la última superior por cinco motivos: progreso, paz, placer, práctica y filantropía. 1. La propiedad privada conduce a una mayor productividad que la comunal y, por tanto, a un mayor progreso. Los bienes pertenecientes a un gran número de personas reciben poco cuidado. La gente tiende a considerar primordialinente su propio interés y a olvidar la realización de un deber que puede ser hecho por otro. E l máximo interés y el máximo cuidado sólo puede obtenerlos quien trabaja en persona para su propia hacienda. 2, La propiedad comunal conducía, según Platón, a la paz social por­ que la gente, imbuida de un íntimo compañerismo, era capaz de afrontar cualquier tipo de dificultades. No ocurrirá tal cosa según Aristóteles, sino que cada uno empezará a quejarse de que ha contribuido con un mayor esfuerzo para recibir una recompensa menor que la que recibieron otros que se esforzaron menos. 8. La propiedad privada proporciona placer a quien la posee. La na­ turaleza ha puesto en todos los seres humanos el amor a sí mismos, al dinero y a la propiedad. Este sentimiento se encuentra frustrado cuando todos «pueden llamar suya a la misma cosa». 4. No hay que olvidar la experiencia real. Si la propiedad comunal fuera algo tan bueno, hubiera sido implantada hace ya mucho tiempo. La experiencia de siglos atestigua el uso general de la propiedad privada. Renunciar a ella significa un desdén para dicha experiencia. Las cosas no son buenas por el simple hecho de ser nuevas y no haber sido intentadas. Más bien podría afirmarse lo contrario y el coste social de abolir la pro­ piedad privada sería probablemente mucho mayor que el coste social de la misma propiedad privada. 5. La propiedad privada hace posible que el hombre practique la filan­ tropía, pudiendo al mismo tiempo ejercitarse en la práctica de las virtudes de la templanza y de la liberalidad. En vez de una coacción, lo que exis­ te entre los ciudadanos es una oportunidad de desarrollar su bondad mo­ ral, al poder utilizar sus propios bienes para el disfrute de todos. Una parte de lo que pertenece a cada uno debe dedicarse al propio uso, otra puede estar disponible para los amigos e incluso puede haber otra parte

dedicada al goce común de todos los conciudadanos. «Los bienes de los amigos son bienes comunes.» La gente debe tener suficientes bienes para poder practicar tanto la templanza como la liberalidad y no sólo la pri­ mera, como enseñaba Platón en las Leyes. La templanza sin liberalidad tiende a transformarse en avaricia y la liberalidad sin templanza tiende a crear el gusto por el luje) excesivo. Aristóteles se opone también a que existan limitaciones a la cantidad de bienes que cada individuo puede poseer en forma privada y describe las dificultades prácticas que encontrarían tales restricciones. Según sus propias palabras, «es más necesario limitar la población que la propiedad». El olvido de esto es causa infalible de pobreza y «la pobreza es la madre de la revo­ lución y del crimen». Incluso aunque fuera factible dotar a cada ciudadano con cierta cantidad de bienes, sería «más importante igualar sus deseos que sus propiedades». Esto podría llegar a conseguirse con ayuda de la educa­ ción, pero de una educación que en vez de ofrecer el mismo programa para todos, tuviera en cuenta las diferencias individuales. Por otra parte, si bien la desigualdad económica es una causa importante de tensiones sociales, no es ni con mucho la única. Las desigualdades de oficio o de prestigio son tam­ bién importantes, si bien actúan en forma diferente : mientras las masas son incitadas a la revolución por una distribución desigual de la riqueza, la élite se ve incitada del mismo modo cuando existen desigualdades de oficio o presfigio. Así, mientras se puede decir que la pobreza es la madre de la revolu­ ción y del crimen, Aristóteles señala que ambas enfermedades sociales pue­ den ser hijas también de otros factores distintos de los económicos. No todos los crímenes y mucho rnenos los mayores, son originados por la necesidad: «un hombre no se hace tirano por el simple becho de que le resulte imposible soportar el frío i. E l factor económico, aunque importante, no es, por lo tanto, el único que mueve la historia. Lo más significativo desde el punto de vista moral, es el uso que se hace de la propiedad. El bombre siempre quiere más y más; sus deseos son ili­ mitados y no se ven jamás satisfechos. En esta situación, Aristóteles no cree útil ni la abolición de la propiedad privada ni su reparto por igual entre todos. En su lugar, propone confiar en la educación y en unas instituciones adecuadas; a los mejores, o sea, a los que sean capaces de recibir dicha ins­ trucción, debe enseñárseles a limitar sus deseos para refrenar así su apetencia de mayores riquezas; a ios demás, es decir a los que sean incapaces de ab­ sorber tal educación, debe impedírseles la obtención de mayores bienes «co­ locándolos en una situación inferior aunque sin hacerles objeto de injusticia». El estado feliz de Aristóteles, es decir, aquel en que la gente comparte el uso de la propiedad con sus amigos, dejando al misino tiempo cierta parte de ella para el disfrute común de los ciudadanos, es pues un estado ideal para

difundir la felicidad, al poner los bienes materiales al alcance de todos. En realidad, Aristóteles señala que rio puede decirse que una comunidad política es dichosa en su conjunto, a menos que la mayoría o una cierta parte de sus miembros sean dichosos. Obsérvese, sin embargo, que se trata de un estado feliz en el que algunos están condenados a la esclavitud mientras que otros están «colocados en posición inferior».

La justicia aristotélica El principio de moderación que hemos mencionado anteriormente, es uno de los fundamentales en el pensamiento de Aristóteles. En él se contiene su idea de la virtud. E l hombre virtuoso actuará con valor, pues al obrar así se encuentra a mitad de camino de los dos extremos: la temeridad, de una parte, y la cobardía, de la otra. Del mismo modo practicará la liberalidad sin llegar nunca a ser ni avaro ni manirroto. La noción del término medio ad­ quiere, pues, una gran importancia en la Mica de Aristóteles, que, como en sus otros escritos, asimila muchas de las enseñanzas matemáticas de los pita­ góricos y de otras escuelas de pensamiento. Para estos pensadores, el mundo parece estar ordenado según ciertas relaciones matemáticas que la realidad refleja en forma inmediata o al menos de manera simbólica o analógica. No es de extrañar, pues, que hallaran relaciones de este tipo al analizar las ac­ tividades sociales y las económicas. Como en el análisis económico de Aris­ tóteles lo que se relaciona o enlaza entre sí son más bien las personas que las cosas, tanto aquéllas como éstas aparecen vinculadas por una serio de fórmu­ las matemáticas de difícil aceptación por los estudiosos modernos. La noción del término medio está relacionada a su vez con la de la pro­ porcionalidad; todos estos conceptos son utilizados por Aristóteles en su análisis de la noción de justicia. Se distinguen varios tipos de justicia, entre los que se encuentran la justicia distributiva y la justicia correctiva. La pri­ mera trata de la distribución de la riqueza y de los honores en la sociedad, Éstos no se encuentran repartidos por igual, sino en proporción al mérito o valía de cada ciudadano. Como ejemplo Aristóteles se refiere a la distribu­ ción de los gastos del tesoro público que se encuentran en la misma relación, es decir, son proporcionales a las contribuciones de los ciudadanos al fondo público. Si A y B son los contribuyentes y C y D representan los gastos pú­ blicos, tendremos que:

A :B = C :D Esto reflejaría, según Aristóteles, una «proporción geométrica», según la cual dos personas que son desiguales reciben también participaciones dis­ tintas. Mientras que, según lo que acabamos de ver, la justicia distributiva di­

ferencia, la justicia correctiva iguala. Se refiere esto a la corrección de errores realizada por el juez cuando, entre dos partes, reduce la ganancia de una y la pérdida de la otra. Se sirve para ello de la llamada «proporción aritmé­ tica» cuyo término medio está equidistante de ambos extremos;

A— C ~ C — B Por ejemplo, si una mercancía que hubiera sido vendida por 10 unidades monetarias fuera encontrada defectuosa y el comprador reclamara que el precio debiera ser reducido a solamente 2 unidades, la proporción aritmética sería 10 — 6 = 6 — 2. El juez debería establecer el precio en 6 unidades monetarias, es decir, en la media aritmética entre el precio original y el re­ clamado por el comprador a la vista del valor de la mercancía.

La justicia en los cambios E l análisis de la justicia en los cambios surge en Aristóteles como conse­ cuencia de la discusión anterior sobre las justicias distributiva y correctiva. E l pasaje en el que expresa sus ideas sobre este tema es oscuro y todavía hoy las opiniones están divididas sobre si quiso o no desarrollar la idea como si fuera un tercer tipo de justicia, a la que en caso afirmativo, algunas autori­ dades en la materia han dado el nombre de justicia conmutativa. Aristóteles empieza su examen de la justicia en los intercambios introdu­ ciendo la noción de reciprocidad, que para los Pitagóricos quería decir com­ pensación o retribución, tanto en el sentido bíblico de «ojo por ojo y diente por diente», como en el de «un bien merece siempre ser correspondido con otro bien». E l hombre intenta devolver mal por mal y bien por bien, cons­ tituyendo esto último el elemento recíproco de los intercambios. Una recipro­ cidad de este tipo es siempre un elemento de integración importante entre los miembros de una sociedad: «mantiene unidos a los habitantes de la ciudad». Aristóteles aclara que la reciprocidad en los cambios no implica exacta­ mente que las compensaciones deban ser iguales, sino más bien «proporcio­ nales» con lo que empiezan ya las dificultades de interpretación. Junto al significado pitagórico de reciprocidad, se encuentran también otros signifi­ cados como el resumido, por ejemplo, en los Elementos de Euclides y es po­ sible que sea ésta la noción de reciprocidad subyacente a las ideas desarrolla­ das por Aristóteles. Afirma éste; supongamos que A es un constructor, B un fabricante de zapatos, C una casa y D un zapato; si el constructor y el fa­ bricante de zapatos quieren intercambiar sus productos, la proporcionali­ dad del cambio quedará asegurada en la acción recíproca — es decir, en la entrega de unos productos a cambio de los otros— con tal de que las mer­ cancías se encuentren en la proporción adecuada antes de que tenga lugar

el intercambio de las mismas. Esta condición se cumplirá cuando el número de zapatos que se cambian por la casa sea el correspondiente a la razón cons­ tructor/fabricante de zapatos, de forma que se cumpla la siguiente igualdad;

A : B = xD: C

La interpretación de la justicia aristotélica en los intercambios interpre­ tada en estos términos, es decir, en función de la oproporción recíproca» euclidiana, hace surgir inmediatamente dos preguntas. La primera es que quisiéramos saber la forma de determinar la x del segundo miembro de la ecuación, o sea, el número de zapatos que equivalen a una casa y la segunda es que necesitaríamos también conocer el significado del primer miembro de la ecuación, es decir, de la razón constructor/fabricante de zapatos. Las respuestas dadas a la primera de estas preguntas por las sucesivas generaciones de intérpretes del pensamiento aristotélico, reflejan el pensa­ miento económico de sus épocas respectivas. Desde la Edad Media hasta el primer cuarto del siglo xix, lo normal era considerar el valor económico como derivado del trabajo, es decir, se creía que las mercancías debían intercam­ biarse teniendo en cuenta la cantidad de trabajo que llevaba consigo su fa­ bricación. En consecuencia, durante todo este dilatado espacio de tiempo, la interpretación que se daba normalmente a la teoría aristotélica de los inter­ cambios, era que x debería igualar el trabajo del constructor con el del fa­ bricante de zapatos. Durante los últimos cien años, sin embargo, la «teoría del valor-trabajo» ha sido descartada, al menos por los economistas del mundo occidental, si bien los marxistas tienden todavía a adherirse a ella, a costa de una considerable cantidad de dificultades intelectuales sobre si dicha adhesión debe ser sustancial y no quedarse en simple cuestión de palabras. Según el punto de vista que ha venido a reemplazar gradualmente a la teoría del valortrabajo, el valor económico de una cosa debe interpretarse subjetivamente y está en función de su utilidad. Este giro de la teoría económica, al que presta­ remos una mayor atención más adelante, ha influido también en la interpreta­ ción dada a la teoría aristotélica del cambio. Algunos especialistas contemporáneos tienden a determinar x en forma que iguale la utilidad —más que el trabajo— de los objetos que van a inter­ cambiarse. Esta interpretación no se ajusta menos al pensamiento de Aristó­ teles que aquella que ha prevalecido durante tantos años. Esta elasticidad constituye una prueba de la amplitud y profundidad de las teorías de Aris­ tóteles que a pesar de las variadas interpretaciones, han conservado siempre su vigencia durante un período de más de dos mil años. En lo que se refiere a las palabras utilizadas por Aristóteles, la interpretación en función de la utilidad parece estar más sólidamente fundada que la interpretación basada en el trabajo. Así, por ejemplo, cuando dice que los objetos que van a inter­ cambiarse deben ser en algún modo iguales y que deben ser por tanto meDe Aristóteles a los padres de la iglesia



didos con el mismo patrón. Este patrón, continúa, es la demanda o necesidad («que mantiene a las cosas reunidas») junto con el dinero que actúa como representante de aquélla: asi los hombres no necesitaran en absoluto las co­ sas de los demás, no habría intercambios de ninguna clase o, en caso de ha­ berlos, serían de tipo distinto». El que esta valoración en función de la utilidad no está en desacuerdo con el pensamiento de Aristóteles, puede demostrarse con la ayuda de ciertos pasajes de su Política, de su Lógica (en la que trata del arte de razonar) o de alguno de sus otros trabajos como la Retórica. En la Política (1323 b, 7), se refiere a que si una cosa útil es excesivamente abundante, puede ocurrir que dicha cosa resulte dañina o que no sirva para nada a su poseedor. Inter­ pretando esto con cierta amplitud, podría decirse que estos pensamientos se anticipan a la teoría de la utilidad decreciente. En la Lógica (117a y 118 b), se viene a decir que la deseabilidad de una cosa podría medirse por la ga­ nancia resultante al unirla a otras cosas o bien por la pérdida que resultara al separarla de las mismas. Esto puede interpretarse, aunque también en sen­ tido amplio, como una anticipación al principio de marginación. La segunda pregunta