El desarrollo argentino y la comunidad americana

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EL DESARROLLO ARGENTINO Y LA COMUNIDAD AMERICANA Conferencias en Universidades de Estados U nidos

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BUENOS AIRES 1959

INTRODUCCION

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de mi viaje a los Estados Unidos, respondienE doel acurso la invitación de las universidades de G eorgetown, N

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Queda hecho el depósito que previene Ja ley 11.723.

Columbia, Harvard y Stanford tuve la oportunidad de explicar, en sendas conferencias, la naturaleza y el sentido del plan económico elaborado por el gobierno argentino. Atribuyo ese honor al enorme interés por la Argentina que se despertó en todos los círculos de aquel país, luego de la visita efectuada por el presidente de la Nación, Arturo Frondizi, y al conocimiento de mi participación en la génesis y ejecución de ese programa, como secretario de la presidencia primero y asesor económico después. Aproveché esa oportunidad, además, para ponerme en contacto con destacados representantes d~l gobierno, la banca y la industria norteamericanos. En todos los casos, lo hice . a título personal, sin otro aval que aquellos antecedentes, ni otro propósito -con el derecho que tiene todo ciudadano argentino de bregar por lo que entiende que es beneficioso para su país- que el de promover desde el llano lo que había propiciado desde la función pública. Aún cuando desprovisto de representación oficial, mi reciente desempeño junto al presidente de la Nación candi7

cionó mi conducta y mis opiniones. Y puesto que advierto que ellas exceden en algo el ámbito de los hechos privados, creo necesario facilitar a mis conciudadanos el texto de las conferencias pronunciadas en esa oportunidad.

Esa conducta y esas opiniones son productos de un sistemático análisis de los problemas de la realidad nacional. Parten de la convicción clara y objetiva de que la crisis actual no es sino una etapa dentro de un proceso de empobrecimiento originado en la creciente insuficiencia de una economía nacional que estructurada en función de intereses exter- ' nos no alcanza a subvenir a las necesidades de una población en constante aumento. Cuando la economía agropecuaria satisfacía holgadamente las necesidades de bastante menos de diez millones de habitantes y el país contaba con recursos para financiar una etapa más avanzada de desarrollo, se omitió efectuar este análisis. Es que los hechos parecían ratificar la bondad de la teoría que, postulando la división internacional del trabajo, adjudicaba a la Argentina una feliz y próspera especialización agropecuaria. En esos momentos de euforia no se previó ni la crisis del mercado internacional de granos y carne que se desencadenaría a partir de 1930, ni la creciente insuficiencia de la producción de la tierra para satisfacer todas las exigencias de una población en constante crecimiento y lógicamente deseosa de elevar sin pausa su nivel de vida. Al comenzar a configurarse la curva declinante del proceso, se lo intentó afrontar con una exageración de la misma organización económica que provocaba la crisis, vale decir, con una excluyente ~xpansión agropecuaria. El progreso se detuvo y comenzó el empobrecimiento, por cuanto el país no había desarrollado nuevas fuentes de riqueza que, su8

madas a las existentes, pudieran acompañar el crecim1ento demográfico . La producción se estancó o aumentó a un ritmo excesivamente lento y el aumento del consumo interno fué reduciendo paulatinamente los saldos exportables con la consiguiente incapacidad para pagar los elementos que debía importar Se limitaron las importaciones y fué así como nació y perduró un control de cambios que no solucionó ninguno de los problemas de fondo, sino que solamente aplicó parches a las consecuencias de defectos estructurales. Primero trabó la importación de bienes suntuarios o superfluos. Luego fué necesario extender la restricción a los bienes de capital, comprometiendo la capacidad productiva futura. Finalmente, para pagar sólo las materias primas y el combustible imprescindibles al funcionamiento de la economía interna, fué necesario echar mano a las reservas monetarias y al crédito externo. Esa utilización de recursos extraordinarios y temporales -porque a la larga debían agotarse-, provenientes de los ahorros anteriores .'Y de los ahorros futuros, no alcanzó a detener la declinación económica. Para disimular el émpobrecimiento real que se operaba por el simple transcurso del tiempo, se recurrió a la redistribución de los ingresos; iniciada con e.l progresivo despojo del productor agropecuario -al crearse el control de cambios-, extendido al poco tiempo sobre los otros sectores productivos de la economía nacional. Así, en lugar de tratar de ajustar el consumo a la capacidad real de producción del país, se arbitraron medios para mantenerlo a niveles artificiales. Fué una progresiva socialización tendiente a proporcionar un alto nivel de vida popular, al precio de agotar la fuente productora de bienes, promover la evasión de los capitales, el desalien_to por las actividades creadoras, la descapitaliza9

ción de las empresas y, como consecuencia, la aceleración del proceso de ernpobreámiento nacional. El pueblo, aparente beneficiario de esa política durante unos años,habría de terminar siendo la más importante de sus víctimas.

* * * Al primero de mayo de 1958, la crisis estaba perfectamente definida. El déficit del comercio exterior arrojaba, en el transcurso d~ los últimos aiios, un quebranto de 1.000 millones de dólares, financiado en parte por el agotamiento de las reservas de oro y divisas y, en parte, por el crédito externo. El Banco Central se encontraba ante una masa de compromisos que· excedía su capacidad de pago, aún computando los futuros ingresos del afio. Es decir, que no solamente el país carecía de capital sobrante para la explotación de nuevas y necesarias fuentes de riquezas, sino que ni siquiera estaba en condiciones de seguir afrontando por muchos meses la compra de los elementos -materias primas y combustibles- vitales para la economía interna. La situación era desalentadora. Podían comprimirse las importaciones suprimiendo totalmente lo no esencial; pero, aún así, los recursos eran impotentes para financiar la compra del resto y hacer frente a las obligaciones emergentes de los créditos externos empleados con anterioridad. No existía otro camino que recurrir urgentemente al exterior para obtener los recursos que por lo menos aseguraran el mantenimiento de la actividad económica interna al nivel alcanzado. Para obtener ese mínimo era necesario garantizar la posibilidad de pagos, puesto que el monto de las deudas contraídas y el curso declinante de la economía nacional configuraban excesivos factores de riesgo para los que aportaran el capital requerido. 10

Era ilusorio pensar que el crédio extranjero podía ampliarse en la medida nd,.cesaria para asegurar la fluidez y continuidad de los abastecimientos, el oportuno pago de las deudas anteriores y· la financiación total de las grandes inversiones que el país requería para transf armar en un proceso de expansión económica un crónico proceso de empobrecimiento. Menos aún, pensar en recurrir, para todo ello, a los recursos provenientes del ahorro nacional. Si estos no alcanzaban para cubrir el mínimo de materias primas y combustibles requerido para el funcionamiento corriente de la economía, era absurdo pensar que con ellos hubiéramos podido adquirir los bienes de capital que precisábamos. Ese cuadro rigurosamente objetivo, que en su mensaje inicial el presidente de la Nación calificara de dramático, parecía no tener solución. El país estaba amenazado de entrar en césación de pagos a fines de 19 58. eon ello no sólo se hubieran cerrado las fuentes de crédito basadas en la confianza, sino que la economía nacional, por la falta de capacidad para seguir importando en cantidades suficientes, hubiera sido inexorablement~ estrangulada. Junto con el descrédito internacional de la República, habríamos sufrido la progresiva paralización industrial, con todas sus dramáticas repercusiones sociales, y la imposibilidad de conseguir los recursos necesarios para superar ese proceso de empobrecimiento y decadencia. Para evitar la cesación de pagos se recurrió a la restricción de las importaciones no esenciales, buscando que el mercado de cambios lograra por sí solo el equilibrio de los ingresos y egresos. El Plan de Estabilización, que pretende ajustar el consumo del país a su efectiva capacidad dé producción, fué elaborado en función de ese objetivo. Al mismo tiempo, proporcionó garantías elementales a créditos e;xternos que eran imprescindiblas para financiar un volumen adecuado 11

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de suministros exteriores y el pago de los rueJZcimientos; ya que era lógico que en el exterior no se estuviera dispuesto a facilitar fondos a un país que no realizaba un enérgico esfuerzo positivo por contener su descapitalización. Pero, dada la declinante situación de la economía nacional, el simple objetivo de equilibrar el consumo con la producción no era suficiente. No lo era ni para los inversores, a quienes babía que proporcionar una firme confianza de reintegro, ni tampoco para el pueblo argentino, al que hubiera condenado a condiciones de vida en progresivo deterioro , como consecuencia de la falta de correlación entre crecimiento demográfico y producción de bienes. Era necesario, por ello, llevar a la práctica, previamente, un programa de expansión. Pero, ¿có11zo financiarlo? Poco podía esperarse del préstamo extranjero que, en la medida en que se obtuviera, debía ser empleadopara satisfacer inmediatas necesidades de subsistencia. La única solución concreta y positiva era el aporte del capital privado extranjero en los sectores básicos de nuestra economía, cuyo desarrollo interesaba promover. La disyuntiva estaba perfectamente configurada: o promover la expansión económica con el concurso de la inversión privada extranjera, o aceptar resignados que siguiera su curso un proceso de empobrecimiento cadt1 vez más acelerado, que frustraría todas las posibilidades de bienestar y potencia nacional. Elegimos sin vacilar el primer término del dilema.

* * * Pero no era suficiente abrir las puertas al capital extranjero para incorporarlo. Desde tiempo atrás, en la Argentina existía un régimen jurídico favorable en este sentido y los sucesivos gobiernos habían efectuado reiteradas manifesta12

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ciones acogedoras. No obstante, como no estaban creadas las· condiciones políticas y económicas que lógicamente exige el inversor antes d~ decidirse a colocar su capital en un país, con pre[ erencia a otros, la cooperación del ahorro externo en nuestro desenvolvimiento había sido insignificante. Para colmo, no es un secreto que en el curso de los últimos aiios una parte del capital auténticamente nacional había sido invertido en el extranjero, desalentado por las desfavorables condiciones econó111icas que imperaban y para escapar de la desvalorización monetaria de un punto tal que, de poseerse una contabilidad adecuada de las "fugas financieras", podría comprobarse que exceden considerablemente los ingresos, produciéndose así la paradoja de que nuestro país, más que receptor de inversiones extranjeras, fué e.'tportador de capitales. No fueron pocas las críticas que tuvimos que afrontar a raíz de nuestra decisión de superar la crisis e impulsar el desarrollo nacional con el concurso del capital extranjero. Sobre el fondo general de los intereses económicos desplazados, muchas de ellas estuvieron movidas por las conveniencias específicamente políticas; otras, por una confusión de conceptos que conviene- precisar. Por un lado, están los capitales foráneos que se incorporan al país con el objeto de obtener el dominio o control sobre fuentes de materias primas destinadas a abastecer los grandes centros fabriles del exterior. Tienden por ello a crear en los países adonde llegan, estructuras adecuadas al papel de proveedores de materias primas a cambio de la importación de artículos manufacturados. No cabe duda que inicialmente favorecen la promoción económica, pero a la postre estancan el proceso en una etapa de producción primaria. Se constituyen así en implacables enemigos de todo 13

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desarrollo que afecte la ecuación "trueque de materias primas por productos elaborados". Por otra parte, como para abaratar las materias primas necesitan mantener bajos costos de producción, son sistemáticos adversarios de todo progreso económico-social que se traduzca en plena ocupación y aumento de la retribución de la mano de obra. Por otro lado, encontramos los capitales que se incorporan en función de las necesidades del mercado interno de los países, generalmente para reemplazar con la producción local al artículo importado. En esta forma, suplen la incapacidad financiera del país de que se trate para obtener un desarrollo económico acorde con los modernos adelantos técnicos y con el natural deseo de los pueblos de alcanzar el nivel de vida de los países más adelantados. Son capitales que modifican la estructura colonial de una economía; la integran y fortifican, suprimiendo su excesivo unilateralismo e independizándola de los resultados de su intercambio con el exterior. El concepto "inversión extranjera" puede, por consiguiente, ofrecer significados muy distintos y hasta antagónicos. Puede representar un factor de estancamiento y ulterior retroceso, acompañado de creciente subordinación al exterior del país o constituir un factor de progreso, de mayor abundancia, que fortalezca paralelamente la capacidad de autodecisión nacional en sus relacionef con las grandes potencias del mundo moderno. La Argentina ha conocido, desde fines del siglo pasado, el primer tipo de inversión extranjera que inicialmente fué beneficiosa al contribuir a la producción y transporte de las materias primas agropecuarias con destino a los mercados del exterior. Este exclusivo objeto presidió la construcción de puertos y el trazado de caminos y ferro carriles que, si bien sirvieron en un primer momento a la expansión económica 14

nacional, formaron una estructura que terminó obstaculizando el desarrollo argentino hacia planos de alto nivel. En tanto se ejerció por ese inicial inversor extranjero, el poder económico que gravita sobre círculos sociales y trasciende a los sectores de la cultura y de la política, fué un factor coadyuvante del estancamiento argentino. No solamente se ~reó una economía destinada nada más que a servir al intercambio de materias primas alimenticias por los artículos elaborados que el país necesitaba, sino que incluso fué promovida una ideología opuesta a toda superación del progreso alca~zado, que postulaba las ventajas permanentes de la especialización y desalentaba los esfuerzos destinados a la explotación de otras fuentes de riqueza o al desarrollo superior de la actividad industrial. Esa ideología, que durante muchos años imperó enseñoreándose en las universidades y los medios de difusión cultural, sólo se quebró a partir del año 1930 con el impacto de los mismos hechos económicos.

* * * Se ha afirmado que el tipo de inversión a que me estoy refiriendo es el que ha predominado en los países latinoamericanos, queriendo deducirse de ello un concepto adverso al ingreso de capitales con fines reproductivos. Cabe preguntarse, sin embargo, cuál es la verdadera causa profunda de esa preferente orientación inversionista hacia la producción primaria con destino a la exportación. Para que hubiera sido de otro modo, se exigían determinadas condiciones económicas y jurídicas que no se encontraban en los países latinoamericanos, inclusive el nuestro. El desarrollo de una industria, en efecto, requiere un concurso de factores favorables sin cuya concurrencia el inversor no está dispuesto a afrontar los riesgos. Ne ce sita no 15

sólo un mercado local con una adecuada capacidad de consumo, sino también la seguridad de contar con efectiva protección frente a la competencia extranjera, como en los Estados Unidos y otros países altamente industrializados donde existe un amplio régimen de defensa de la industria nacional, que no reposa ni en el capricho de un funcionario ni en la eventualidad de un cmnbio de gobierno. Es forzoso reconocer que esas condiciones de seguridad no fueron dadas sino muy recientemente y en forma parcirrl en los países latinoamericanos. Resultó lógico, entonces) que el capital extranjero - e inclusive el nacional- realizarrr sus inversiones solamente en las áreas establecidas en función de un mercado real y positivo -el de los grandes centros industriales- y no de un mercado interno insuficiente y mal protegido. Ese carácter "colonialista" de las inversiones no era un monopolio del capital extranjero, pues también el inversor nacional se orientaba en el mismo sentido. Esto demuestra acabadamente que son las condiciones políticas y económicas de carácter general y no las malignas intenciones subjetivas del capitalista extranjero, las que orientan la inversión en una dirección favorable o desfavorable al desarrollo económico de los países de insuficiente desenvolvimiento. En la medida en que se adopte una política económicrr de expansión integral que contemple como forzoso corolario la del propio sistema productivo, la inversión extranjera y la nacional cambiarán de orientación. Este es el primer punto que tuvimos e11 cuenta para canalizar el capital extranjero hacia objetivos de interés nacional. Pusimos así en práctica un programa que realizará la integración económica impulsando la exprrnsión de los sectores que abastecen el ·mercado local sustituyendo importaciones. En esta mate16

ria, la tesis es ce.rrar la puerta al artículo foráneo para abrirla de par en par a la fábrica que lo producirá en el país. Era necesario, sin embargo, algo más. El capital es muy sensible a los riesgos que no son estrictamente económicos y que, por lo tanto, no puede prever. Son los que se derivan, entre otros factores, del peligro de confiscación, de la arbitrariedad gubernativa o de la falta de justicia independiente. Hubiera sido inútil crear condiciones económicas adecuadas si al mismo tiempo no eliminábamos todos esos factores que,' en los centros de exportación de capitales más importantes del mundo, inducirán a la desconfianza. El primero de mayo de 1958 nos encontramos frente a distintos litigios que, justa o injustamente, habían dañado nuestro prestigio como país de inversión. Procedimos, entonces, a negociar con las partes interesadas para resolverlos. Se solucionaron así los problemas de las empresas alemanas confiscadas durante la última guerra, el de las empresas Bemberg y se resolvió asimismo el diferendo con las empresas norteamericanas y europeas de electricidad. Si el país hubiera perdido algo en alguna de esas transacciones -como afirman algunos de nuestros críticos- lo recobró con creces al eliminar motivos perturbadores en las relaciones internacionales que trababan la obtención de los recursos imprescindibles para llevar a cabo la expansión económica. Esa política determinó, como es público y notorio, un creciente aflujo del capital extranjero a los sectores básicos de nuestra economía, que se irá acelerando en los meses venideros como consecuencia del principio de que el capital atrae al capital. La Argentina se vislumbra hoy, en el exterior, como un país que presenta oportunidades de inversión 17

tan múltiples y excepcionales como las que caracterizaron a los Estados Unidos durante el siglo pasado y a Canadá en el presente; países éstos que son ejemplo irrefutable de la posibilidad de afianzar la independencia y robustecer la potencia nacional con el concurso del capital privado extranjero. Lo importante ahora es orientar ese interés inversionista en el sentido más concorde con los intereses integrales de la Nación . Lo que ayer fuera elemento de deformación y dependencia económica, debe serlo hoy de integración e independencia. El desarrollo de la energía, de la siderurgia, de la petroquímica, de la producción de maquinarias y vehículos, de la explotación de la olvidada minería, del aprovechamiento de nuestros bosques, de nuestra plataforma submarina etcétera debe constituir un factor del armónico des' ' , arrollo económico y social de todos los sectores del pms. Es necesario que los vincule entre sf, creando vigorosos centros económicos en el interior y terminando con el drama de la macrocefalia argentina, resabio de la economía colonial estructurada en función de la exportación de granos y carnes. Y no por vía de la descentralización, como erroneamente se ha sostenido una y otra vez, sino mediante la creación de centros económicos distribuídos en nuestro vasto territorio, estimulados por el régimen impositivo, el desarrollo de la energía y la multiplicación de los medios de comunicación.

* * * Tales son los objetivos esenciales del programa de expansión que el gobierno debe llevar adelante con el concurso de todos aquellos que estén dispuestos a invertir sus bienes o su capacidad de trabajo en la conquista de metas que son la entrafza misma del porvenir de la Patria. Si las inversiones extranjeras de ayer fueron factor de de18

pendencia, las de hoy llevarán un signo inverso. La Argentina será una verdadera potencia si obtiene el autoabastecimiento energético y promueve ampliam.ente su siderurgia y las industrias básicas. Será, en cambio, un país débil y atrasado, sometido a la influencia de otras potencias y en última instancia, colonial, si no modifica aceleradamente su estructura realizando esos desarrollos. Perderá inclusive su actual rango en el conjunto de los países latinoamericanos, muchos de los cuales se nos han adelantado en la promoción de sectores económicos que constituyen los soportes i11mstiwíbles de la potencialidad nacio11al. Lo vital y urgente es que el pafs recobre el alto rit7llo de crecimiento que conoció a fines del siglo pasado y pri11cipios del presente. Los Estados U77idos resolvieron el mismo problema con el concurso del capital extranjero, c11111 pliendo la afirmación de H amilton en el sentido de que todo dinero extranjero que se invierte en una nación deja de ser zm rival para constit11irse en 7177 aliado. Nosotros podemos reproducir ese proceso porque, agregadas a la magnitud y variedad de las riquezas naturales, al clima, a la capacidad de la mano de obra y bomoge77eidad de raza, se dan las favorables condiciones internas jurídico-económicas y la concurrencia de factores positivos imernacionales. Los Estados Unidos, que en el siglo pasado fueron el mayor receptor de capital extra77jero, se han convertido luego de una vertiginosa expansió77, en los mayores exportadores de capital del mundo moderno. Pero es posible afirmar que, en este sentido, su capacidad es paralela, por razones de buena salud económica, a la necesidad de hacerlo. La 1nagnitud de fondos que no encuentra dentro de sus fronteras una adecuada oportunidad de inversión, el bajo precio del dinero y la modesta renta que percibe el pequefío multitudinario inversor, son factores decisivos para impulsar la ex19

portación del capital hacia aquellas zonas del mundo donde las mejores perspectivas económicas coinciden con la deseada seguridad. Esas circunstancias y el hecho de considerar que el progreso nacional no depende de actitudes estáticas, sino que exige fundamentalmente un esfuerzo de promoción, me llevaron a aceptar la invitación de las universidades norteamericanas. Fué una inmejorable oportunidad para explicar nuestra situación, nuestras perspectivas y nuestras intenciones alentando al inversionista norteamericano a cooperar, en 'concordancia con sus intereses, en esta tarea de desarrollo económico argentino. Simplemente, mostrando que el camino que estamos dispuestos a recorrer es el que ellos mismos recorrieron. En este momento viene a mi recuerdo una pregunta que me formuló un universitario mejicano al término de mi conferencia en la Universidad de H ar·vard. Ella no sólo expresaba el pensamiento de sectores más vastos, sino que, a mi juicio, constituía el "quid de la cuestión", la 'Verdadera llave que desde la confusión abre la puerta hacia la claridad. El joven latinoamericano me disparó desde una de las últimas filas del anfiteatro el siguiente interrogante: "Admitiendo que con la política por usted propuesta se logre el desarrollo económico. ¿será esa una economía nacional? ¿No terminará sirviendo a los intereses extranjeros? ¿No estaría haciendo una economía para los demás en detrimento de los naturales del país? Esa es nuestra inquietud." La respuesta permitió exponer la clave más profunda de nuestra política y el sentido verdaderamente nuevo de una experiencia. No cabe duda -respondí- que los índices de capitalización interna argentina impiden afrontar sin la colaboración extranjera la movilización integral de las riquezas. Este aporte del exterior se produce después y para un 20

plan organico que busca el desarrollo armonico de todas las áreas geográficas y sectores técnico-económicos y que se elaboró con vistas a obtener una economía autónoma. "Nosotros -dije, utilizando un ejemplo náutico- no estamos construyendo un chinchorro de lujo que marcha a remolque, sino un buque que tenga libertad de maniobra." Establecidos los rubros esenciales de la economía que interesa promover - petróleo, acero, carbón, energía eléctri- . ca, petroquímica, celulosa, etc.- y determinado el desarrollo correlativo de las áreas que se debe procurar en función exclusiva del interés nacional, la incorporación del .capital extranjero dentro de ese n:zarco no somete, sino libera.

* * * La batalla contra el subdesarrollo nacional es, como se advierte, la piedra angular de nuestra política. Considero que, sin embargo, la definición concreta de esta categoría económica y su influencia en la interpretación del proceso político general, no han trascendido en la medida necesaria. No han penetrado debidamente en la temática y actitudes de nuestros partidos políticos. No menos importante es discernir la profunda relación que existe entre ese. bienestar y grandeza que se procura alcanzar con el desarrollo económico, y el alma del país, las tradiciones, el estilo de vida, el "genio" de los argentinos. Todos los argentinos poseemos un patrimonio nacional que comprende la tradición, los hábitos sociales, las artes, las vivencias del contacto con la propia naturaleza y una herencia moral llena de contenido religioso, determinante de una voluntad de convivencia pacífica. Ese todo espiritual que arranca de Espaiia realizando valores universales en el seno de la comunidad nacional, reclama con urgencia un aporte material que lo nutra y lo fortalezca. 21

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La vida internacional moderna se caracteriza por la creciente interdependencia de las naciones que deben aportar al conjunto la riqueza de su fisonomía personal. De esta manera, la creciente corriente universalista no sólo no desplaza sino que exige la vigorosa afirmación y promoción de las nacionalidades. Lo económico de mis conferencias se conecta entonces de inmediato con lo espiritual. O efectuamos nuestro aporte al mundo, mediante el desarrollo económico que apuntale y estimule el "genio nacional", o marcharemos a la zaga de otras nacionalidades que no solamente nos someterán económicamente sino que nos impondrán su ((forma de ser". Así, el doniinio económico que asfixia a la Argentina desde hace casi un siglo, no ha dejado de tener repercusiones en la vida del espíritu. Sufrimos paralelamente la falsificación de nuestra historia, la imposición de formas literarias ajenas a la tradición nacional y la carencia de técnicos, artistas y científicos que plasmen en su esfera un estilo nacional, la proyección de nuestro hombre y una voluntad colectiva de realización histórica. Pero en cada recodo de su existencia como nación, la Argentina encontró hombres y mujeres que lucharon por crear las condiciones que permitieran la plena vigencia y desarrollo de los ideales espirituales de la nacionalidad. No cabe duda que la llegada del capitalismo extranjero comporta el riesgo de la introducción de elementos culturales que puedan disgregar nuestro espíritu colectivo o que sean incompatibles con éste. Pero -la historia lo demuestra-, por obra de esos hombres y mujeres, la República siguió 'madurando y las esencias morales de nuestro pueblo pennanecieron intactas. Es cierto que el puerto de Buenos Aires agrupó a los agentes del dominio extranjero, pero no solamente dentro del ámbito porteiio encontraron 22

un eco saludable los factores esenciales de la nacionalidad, sino que el resto del país, a pesar de la fuerza económica que poseían las corrientes foráneas introducidas a través de la Capital, preservó siempre latente la riqueza de sus atributos autóctonos. Si bien en algunos aspectos los agentes culturales extranjeros perjudicaron esa fidelidad con las propias esencias, la vitalidad espiritual de nuestro interior se mantuvo incólume a la espera de que una economía nacional autónoma rompiera las trabas a la fuerza expansiva de sus culturas regionales que forman la entraña del personaiísimo ser nacional. Estas inagotables reservas son las que están esperando contribuir a la grandeza de la patria, merced a una movilización económica integral. Allí están, como potencias latentes, el Norte con el venero de sus tradiciones populares; el Centro, con la historia conjugada en su prodigiosa naturaleza; la región Andina, con las posibilidades de sus misterios aún sin develar, y el olvidado Sur, entregado a una minúscula explotación agropecuaria inspirada por el extranjero. Hasta ahora, apii2ados en torno al puerto de Buenos A ires, hemos permanecido de espaldas al país y, sin embargo, éste ha seguido creciendo y forjando las bases de un gran futuro. . Nuestra realidad educacional, refleja uno de los aspectos más acuciantes del problema que estoy delineando a grandes rasgos. Se fundaron muchas universidades que no han servido al país en la medida que éste reclamaba. Producen grandes cantidades de médicos, abogados y contadores, pero pocos técnicos, científicos, investigadores y hombres de cultura. Cuando, merced a la ensefianza libre abrimos las posibilidades a todos los argentinos y creamos las condiciones para que la enseñanza sirviera a los intereses nacionales, 23

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tuvimos que enfrentar una anacrónica lucha racionalista y una grita que - conciente o inconcientemente- contribuía a trabar el necesario desenvolvimiento de los matices que deben existir en toda nacionalidad. Por su parte, las escuelas secundarias sólo sirven para proporcionar a nuestros jóvenes un barniz de formación libresca y enciclopedista, incapaz de prepararlos para la vida y hacerlos útiles para la comunidad . La ensefianza primaria no es tan deficiente, pero no es completa por no ser totalmente argentina, por razones que escapan a la voluntad de los que ejercen esa noble profesión. Necesitamos que se extienda hasta los últimos confines del territorio nacional, que todos hablen y escriban correctamente nuestro idioma y que conozcan la geografía y la verdadera bistoria de la República, para que esa comunidad cultural cimente la capacidad de un quehacer histórico colectivo. Pero, ¿cómo conseguir estos objetivos, sin una fácil c01nunicación entre las distintas zonas? ¿Cómo, sin luz eléctrica, ni libros, ni comodidades mínimas para maestros y alumnos, sin intercambio entre las regiones y sin la complementación del país?

* * * Vuelve así a entroncarse con la necesidad de desarrollo cultural, la obligación de superar la condición de país subdesarrollado. Con energía e industria pesada, el país constituirá realmente una sola unidad geográfica y sus sectores sociales se integrarán armónicamente en la consecución de los intereses que son comunes, sirviendo de garantía a la estabilización política. Con estas condiciones, con la necesaria disciplina y cohesión nacional que proyecte lo genuinamente popular en el plano que le corresponde dentro de la vida de la R epú24

blica, no podemos tener ningún temor de que la presencia del capital extranjero signifique un peligro para nuestra cultura y nuestro espíritu nacionales. Si cambiamos las palabras por las realizaciones y creamos la siderurgia y fuentes de energía; si nuestros hombres y mujeres defienden la institución familiar, la cultura de sus antepasados, la religión de sus padres y los grandes principios de paz y solidaridad humana que inspiran nuestra magnífica historia, habremos e_chado las bases imprescindibles para defender los más entraiiables elementos espirituales de la nacionalidad. Estas son, en apretada síntesis, las ideas rectoras que se encuentran por debajo de los planteos económicos que a continuación se exponen. . La Argentina se encuentra en una situación difícil; pero si nos damos cuenta dentro de qué antagonismos nos movemos y suspendemos las bajas querellas internas poniendo a la Nación por encima de todo, nada nos detendrá en una ascendente línea de grandeza y estaremos inmunizados contra todo veneno espiritual. Porque la Nación, como organismo vivo, dinámico y armónico, engendrará de inmediato los anticuerpos que contrarresten las influencias de la anti-nación.

ARGENTINA Y LOS ESTADOS UNIDOS Expansión económica y mercados

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'· Versión taquigráfica de las palabras pronunciadas el día H de abril de 1959, en el banquete que le ofrecieron, en Nuéva York, banqueros y bornbres de negocios.

Seffores:

TE todo quiero decirles que siento un profundo agradecimiento por los autores de esta cordial acogida que por sí sola constituye un rotundo desmentido a la pretendida frialdad de los hombres de negocios. Quiero, además, poner un énfasis especial en mi ruego de indulgencia por no poder expresarme en el idioma inglés y, finalmente, deseo apresurarme a declarar que la mayor parte de los elogios contenidos en las emotivas palabras de presentación de Mr. Henry Holland, son sólo imputables a la unción amistosa que las inspiró y al espíritu amplio y generoso de este gran amigo de la Argentina. E l mundo moderno asiste al más impresionante de los avances técnicos y científicos que registra la historia. Sin embargo, ninguna de esas conquistas se hubiera traducido en un efectivo adelanto del bienestar humano, sin la presencia de los hombres de empresa, de los banqueros y financistas. Sin ellos, los brillantes resultados de la investigación científica de laboratorio, por ejemplo, no trascenderían las carpetas académicas o los informes a congresos de especialistas.

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G racias a los hombres de empresa, el progreso específicamente tecnológico alcanza niveles superiores que redundan en beneficio del hombre y de las colectividades. Siempre he rechazado esa imagen falsa y vulgar del hombre de negocios esclavo de las cifras. E n nuestros días, la economía ya no es sólo la ciencia pura de los números y de la estadística. Está indisolublemente ligada al destino del hombre, como criatura de carne y hueso, y al destino de la sociedad como ecuación vital. Economistas, hombres de ciencia, pensadores y artistas son, por igual, arquitectos del progreso humano. Nada de lo que concierne al hombre en cualquier lugar del planeta es ajeno a la preocupación de ustedes. Por eso, quizás, han invitado a compartir esta mesa a un lejano amigo que viene a relatarles la experiencia de un pueblo de la gran comunidad americana en u n campo familiar a las cotidianas inquietudes de ustedes. (Aplausos). Desde mi llegada a los Estados Unidos he dialogado franca y amistosamente con hombres de negocios, banqueros, profesores y estudiantes norteamericanos. He podido apreciar la curiosidad por conocer mejor mi país y sus problemas. La visita del presidente Frondizi inició, realmente, una era nueva en las relaciones entre este país y el mío. En todas partes se advierte la afectuosa atmósfera de esas relaciones. Debo declarar que he experimentado la emoción de sentirme en casa propia y de recibir las más expresivas muestras de amistad de todos los sectores con que me he puesto en contacto. No quiero responder a este gentil agasajo con una larga exposición de la experiencia argentina. Todos los presentes conocen sus elementos principales. Sólo quiero repetir aquí que la obra que estamos realizando con el auspicio reiterado de nuestro pueblo, consiste simplemente en aplicar a la realidad argentina la filosofía de la libre iniciativa y 30

el estímulo de la imaginación creadora del hombre que han hecho la grandeza de vuestro país. La Argentina no es un país demasiado extenso -tres millones de kilómetros cuadrados-, pero ocupa el octavo lugar entre las naciones más dilatadas del globo. Sin embargo, está poblada por apenas 20 millones de habitantes. De éstos, más de la mitad viven en un radio de 300 kilómetros en torno a la ciudad de Buenos Aires, donde también reside el 80 por ciento del potencial económico de la R epública. Se trata de 20 millones de personas de raza blanca, en su mayoría de origen europeo. No conoce los problemas raciales ni, por su privilegiada situación geográfica, las neurosis de guerra. Sus recursos naturales son enormes y diversificados. Posee grandes reservas petrolíferas cubicadas, toda clase de minerales, comprendido el valioso uranio y su tierra, al mismo tiempo que asienta una importante riqueza ganadera, produce sin fertilizantes desde hace varias décadas cereales de primera calidad. Su superficie está poblada de bosques, cruzada por grandes ríos navegables y en condiciones físicas inmejorables para producir energía hidroeléctrica. La historia de los Estados U nidos demuestra que un país, para desarrollarse, necesita contar con un amplio mercado libre interno. La población argentina, que disfruta de un alto nivel de vida y tiene un crecimiento vegetativo de más de 400.000 almas anuales, constituye uno de los mercados libres de más capacidad de absorción en el hemisferio, ofreciendo por lo tanto un amplio campo a las posibilidades de expansión económica. Corno punto de referencia, puedo señalar, por ejemplo, que el consumo per cápita del Brasil apenas si representa una tercera parte del de la Argentina. Aparte de ello, poseemos una mano de obra inteligente y 31

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altamente adiestrada junto a empresarios, científicos y técnicos que conocen cada una de las facetas de nuestros recursos. El inversionista que llegue a la Argentina encontrará así, de inmediato, todos los elementos técnicos que necesite su empresa: obreros capacitados y capitalistas nacionales dispuestos a asociarse. El gobierno del Dr. Frondizi está decididamente resuelto a movilizar de manera integral todas estas posibilidades, en forma de superar nuestras transitorias dificultades y corregir, de una vez por todas, los defectos de la estructura económica nacional. Para ello, luego de asegurarnos el desarrollo de sectores básicos, como petróleo, carbón, acero y energía eléctrica, hemos creado las posibilidades para la plena vigencia de la ley económica, la libre actividad de los empresarios y el indispensable clima de continuidad y seguridad jurídicas. Terminamos con los controles artificiales, efectuamos una reforma cambiaria basada en el concepto de la libertad y disolvimos el sistema de subsidios que consumía los recursos del Estado. Simultáneamente, en estos momentos estamos librando una implacable batalla contra la burocracia y la inflación; para eliminar los déficits crónicos y cuantiosos de las empresas del Estado para equilibrar el presupuesto fiscal y enjugar el desnivel de la balanza de pagos. La tarea no ha sido fácil porque creo que ustedes se darán perfectamente cuenta lo difícil que resulta para un gobierno dejar sin efecto un subsidio y las presiones que debe soportar cuando se trata de controlar con energía los factores inflacionistas. Pero estamos irrevocablemente decididos a llevar adelante este programa, convencidos de que es el único camino que conduce a la recuperación nacional y a la felicidad del pueblo. A fin de lograr estos objetivos, hemos llamado, acle32

más, a colaborar a los capitales extranjeros en iguales condiciones que los nacionales, estableciendo la más completa garantía jurídica. Algunos compatri9tas nos han criticado por ello, af irmando que poníamos en peligro la soberanía nacional. Eso ocurrió, sobre todo, frente a los contratos petroleros. Por nuestra parte, pensamos que teníamos que elegir entre comprar el petróleo a los extranjeros o invitarlos a que nos ayudasen a extraerlo. Con la segunda solución, los inversionistas harán un buen negocio y ·el país también porque pondrá al servicio de su desarrollo una riqueza dormida y evitará el permanente drenaje de divisas. En buena parte, la conducción económica del gobierno está en manos de hombres de negocios que saben, mejor que nadie, la importancia de establecer garantías para una rápida y legal solución de los posibles conflictos entre el Estado y las empresas. Un gobierno integrado por hombres de empresa, es un gobierno que advierte que todo progreso mensurable reclama un régimen inflexible en cuanto a las garantías individuales y a la propiedad privada; un régimen impositivo que esté a cubierto de cambios violentos y sorpresivos; un régimen de sólida continuidad jurídica. La medida de que estos principios constituyen la norma del equipo gobernante de nuestro país la da, más que su formulación literaria, el hecho objetivo de que en pocos meses fueron finiquitados problemas que, como los casos American Foreign Power, DINIE, CADE y Bemberg, viciaban nuestras relaciones económicas internacionales y creaban recelos en los inversionistas. El mundo entero debe estar seguro, ahora, de que la Argentina cumple lealmente toda palabra empeñada, sea quien fuere quien lo haga en representación de la República. Conocemos también la urgencia en terminar con el ex33

ceso de burocracia, mal que, según me dicen, a ustedes también les aqueja aquí (risas y aplausos), y suprimir radicalmente las zonas de las empresas estatales que originan los déficits. E n el curso de este año, alrededor de 120.000 empleados públicos serán desplazados hacia las empresas privadas promovidas por un plan que unificará e intercomunicará el país con carreteras, construirá hoteles de turismo y levantará aeropuertos adecuados en toda la extensión de la República. Esto no significará quitarles su trabajo, sino, por el contrario, fortalecer el desarrollo del país con su aporte, reduciendo los gastos estatales que son fuente principal de la emisión y por ende del proceso inflacionario. E n breve plazo, todo esto nos dará como saldo una moneda estable, una economía sana y un país desarrollado que pueda ofrecer elevados niveles de ocupación y de vida. A mérito de este programa, hemos promovido la incorporación de capitales extranjeros que gozarán -como he dicho- de todas las garantías que la ley confiere al capital nacional, sin discriminación alguna. Prueba de la confianza que esta política ha suscitado en todo el mundo es el considerable número de inversionistas europeos y americanos que ya han decidido incorporarse a nuestra economía, en los más variados sectores de la producción. N uestro gobierno cree firmemente que los planes de desarrollo económico serán parte inseparable de la recuperación democrática de nuestras instituciones. E l pueblo argentino está definitivamente resuelto a vivir en el ámbito de la libertad y el derecho, porque tiene una amarga experiencia de los gobiernos de fuerza y del dirigismo estatal, vinculados en nuestra historia - con una rarísima fidelidad- a los períodos de atraso y estancamiento económico. (A plausos). 34

Voy a terminar, porque estoy descoso de entablar el diálogo que provocarán las preguntas que se me van a formular. Agradezco vivamente la atención con que han sido escuchadas mis palabras que, cuando las inicié, supuse que serían mucho más breves. Antes permítaseme una consideración ajena al tema . Contradeciría mis más íntimos sentimientos si callara mi solidaridad con el dolor que asoma en todas las miradas y que empaña la auténtica alegría de este ágape cordial. Me refiero a la agravación experimentada esta tarde en la salud del ilustre Secretario de Estado, Mr Foster Dulles, que ha determinado su alejamiento definitivo del cargo desde el cual sirviera con tenacidad a la nación norteamericana. Recapitulando el tema de esta noche, diré que los planes de recuperación económica que estamos ejecutando en mi país, son susceptibles de crítica y de análisis para mejorarlos. Pero la decisión de asegurar la libertad y la protección jurídica a nacionales y extranjeros es firme, inmodificable y permanente. Queremos que todos los argentinos y los extranjeros que colaboren en el progreso del país tengan iguales oportunidades y trato igual ante la ley. Queremos que la Argentina sea no solamente rica, sino libre y democrática. P.orque dem.ocrático y libre es el destino común de las nac10nes amencanas. Nada más. (Grandes aplausos).

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LA NUEVA ECONOMIA ARGENTINA Desarrollo, libre ernpresa y austeridad

Conferencia pronunciada en la Universidad de Georgetown (Was/Jington) el dfo 10 de abril de 1959.

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querrán sin duda saber en qué consiste la experiencia argentina, el esfuerzo de un pueblo amigo del vuestro, por superar su condición de país subdesarrollado y emprender con firme paso el camino hacia el progreso material y espiritual que caracteriza a las naciones adelantadas de la tierra. Es realmente significativo que una alta casa de estudios como ésta, provoque una disertación sobre el tema. La experiencia económica de cualquiera de los países americanos interesa de una u otra manera al destino del hombre americano. Interesa al futuro mediato e inmediato de la unidad continen'tal, auténtico bastión de una cultura libre y de un modo de vivir digno. Pero es preciso ser absolutamente franco cuando se habla de un tema tan trascendente: no habrá ni unidad ni integración continental, por muchas declaraciones formales que se hagan, si no se crean honesta y responsablemente todas las condiciones para el desarrollo económico, social y cultural de las vastas zonas americanas que todavía permanecen sumergidas o semi-sumergidas en la miseria o en el atraso. Intentar lo contrario es, simplemente, la política del aves-

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truz que oculta la cabeza ante el peligro; es confiar en una unidad de papel, irreal, abstracta y puramente declamatoria; es auto-engañarse de que se está fuerte, cuando en realidad se está débil. No hay seguridad real, señores, si ella no está basada en el desarrollo armónico e integral de todas las posibilidades geográficas, técnico-económicas y espirituales. Por otra parte, a esta altura de nuestra civilización, la experiencia de todos los días está probando que sin ese desarrollo integral a que me he referido, los pueblos pierden, inclusive, su vocación por la seguridad democrática. Este lenguaje rudo y franco que estoy empleando es una prenda auténtica de mi amistad. No envuelve reproches, sino que, por el contrario, procura que esta oportunidad de ventilar nuestros problemas comunes sea constructiva. Y, para eso, es menester que seamos objetivos y realistas. Y si algo caracteriza, justamente, a la experiencia argentina, es su objetividad y su realismo. En materia económica, el principio adoptado es el de la libertad. Terminamos con el intervencionismo del Estado, dejando que, en adelante, la actividad empresaria sea regulada fundamentalmente por la ley económica. Establecimos, al mismo tiempo el sistema de garantías jurídicas que necesitaban los inversionistas extranjeros y comenzamos una lucha implacable contra la inflación. Todo ello fué promovido como parte de una acción que se nutre en la filosofía que toma en cuenta la experiencia del intervencionismo estatal en todos los órdenes de la vida. Es así que, paralelamente a la batalla económica, tuvimos que librar otra contra el viejo prejuicio que adjudicaba al Estado todo el monopolio de la enseñanza. La implantación de la libertad educacional -impuesta además por la impostergable necesidad de obtener t écnicos y científicos a la al40

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tura de las nuevas exigencias- fué en realidad un acto coherente con la política seguida en lo económico; una manifestación más de nuestra irrevocable convicción en la fuerza creadora de la libertad. E n menos de un año, el gobierno del doctor F rondizi ha echado las bases para un programa de expansión de la economía, al mismo tiempo que ha impuesto un estricto plan de austeridad y ahorro para estabilizar las finanzas públicas, sanear la moneda y elevar el índice de capitalización interna. De estas medidas les hablaré en seguida. Entretanto, me permito afirmar que, en su conjunto, ellas han producido ya efectos altamente saludables para devolver al pueblo argentino la confianza en sí mismo y al resto del mundo la confianza en los argentino's. Pero, para que ustedes comprendan en su realismo integral esta dura batalla contra el reloj que está librando mi país, es necesario describir brevemente el papel desempeñado por la Argentina en el pasado, dentro de la econom ía mundial. Desde la independencia de la corona española en 1816, la Argentina canalizó la economía en la producción de carne, cueros, lanas y cereales. Jorge Cánning, el ministro inglés que reconoció nuestra independencia en 182 5, definió así la relación económica de la época: "Inglaterra será el taller del mundo; América del Sur, su granja". Así fué, en efecto. Vendíamos .a Gran Bretaña nuestros productos agropecuarios y le comprábamos máquinas y manufacturas. E l transporte de ultramar y los ferrocarriles eran ingleses; la producción de energía y el abastecimiento de .combustibles estaban en manos extranjeras. Las dos guerras mundiales modificaron, en parte, el cuadro en lo que respecta a la Argentina y otros países sudamericanos. La ·imposibilidad de importar forzó a estos países a 41

desarrollar su industria liviana y se produj eron, así, cambios importantes en sus economías internas. En la Argentina, antes de la segunda guerra mundial, el sector agropecuario aportaba al ingreso nacional el 2 8 por ciento del total y la industria manufacturera, el 19 por ciento. Pero, en 19 54, el aporte industrial superó y a la conjunción de la agricultura y la ganadería, tanto en lo que respecta al ingreso cuanto al número de trabajadores ocupados. Este proceso de industrialización de la Argentina, le ha permitido satisfacer en gran parte las necesidades del consumo nacional. Pero es un progreso con pies de barro, porque la industria liviana sigue dependiendo de la importación de combustible, materia prima y bienes de capital. Importamos la mayor parte del petróleo que consumimos y no tenemos producción apreciable de carbón, hierro y acero. Sin combustibles ni siderurgia, nuestra industria de bienes de consumo depende cada vez más de nuestra capacidad de importar sus elementos básicos. Y esta capacidad de importar depende, a su vez, de la relación de intercambio entre el valor de nuestras exportaciónes y el de las importaciones indispensables. Es bien conocido el fenómeno mundial del deterioro de la relación de intercambio operado en las últimas décadas en contra de los países productores de materias primas, fenómeno que se ha venido agravando sin pausa, pues estos países reciben cada vez menos por los productos que colocan en el mercado mundial y deben pagar precios cada vez más altos por las manufacturas que importan. Este empeoramiento paulatino de nuestra balanza de pagos tenía que producir inexorablemente la paralización o estancamiento del desarrollo industrial, la crisis de la producción agropecuaria y un estrangulamiento progresivo de la economía general del país. Llegaría un momento en que el valor de nuestras exportaciones apenas bastaría para cu42

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brir las importaciones de combustibles, dejando en descubierto otros rubros esenciales de la cuenta de importaciones, como materias primas industriales, maquinaria y elementos de transporte. El estancamiento de la industria nacional frente al crecimiento demográfico, produciría el inevitable proceso inflacionario que ocurre cuando la demanda excede a la oferta de bienes y servicios. La progresiva asfixia de nuestra economía era un proceso evidente y previsible. Nada se hizo, sin embargo, ni para contenerla ni para modificarla, pues así convenía a los monopolios europeos que compraban nuestros productos primarios y nos vendían combustibles. Los grupos nacionales que intervenían al amparo de esta relación semicolonial no tenían interés en remover esas estructuras económicas. El 23 de febrero de 1958, el pueblo argentino consagró en las urnas un programa que significaba romper definitivamente con el pasado. Su formulación era bien simple: crear las condiciones del desarrollo económico del país, meta que persiguen las naciones que aspiran a suprimir su relación de dependencia. Para ello era preciso liberar las fuerzas económicas internas de toda traba burocrática, estimular la formación del capital nacional, atraer al extranjero, fomentar la productividad del trabajo, explotar los recursos naturales con el máximo de rapidez y eficiencia. Los propósitos inmediatos y fundamentales fueron fijados así: 1) Explotar las fuentes energéticas (petróleo, carbón, fuerza hidráulica); 2) Sentar las bases de la siderurgia y petroquímica; 3) Intensificar y tecnificar la explotación agropecuaria; 4) Combatir la inflación y crear condiciones para una may or productividad en todos los sectores econóIIllCOS.

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Solamente el logro de estos fines podrá modificar a favor del país la balanza de pagos y permitirá la incorporación de una masa suficiente de bienes de capital para afirmar sobre bases sólidas y permanentes el desarrollo de nuestra industria, tanto urbana como rural. La consecución de estos objetivos no admitía dilación. El país no estaba en condiciones de esperar cuando el presidente Frondizi se hizo cargo del gobierno. En ese momento, el cuadro de la crisis estaba integrado por: a) Déficit en la balanza de pagos; déficit fiscal; b) Déficit energético; c) Déficit siderúrgico; d) Descapitalización y liquidación de la ganadería; e) Inflación; f) Estancamiento de la industria e insuficiente capitalización. A esta altura de mi exposición, permítanme ustedes una fundamental observación política: ninguno de estos objetivos económicos podría alcanzarse en un año, ni en muchos más, si antes no asegurábamos, definitiva e irrevocablemente, el estado de derecho: la legalidad, el respeto firme y obediente, del gobierno y del pueblo, a la ley . A lo largo de nuestro proceso histórico, la legalidad, en nuestro país, siempre estuvo ligada al progreso. En cambio, todos los ensayos que hicimos fuera de la ley, o marginándola, acabaron en el estancamiento, cuando no en el desastre. Quiero que ustedes sepan que, en este sentido, los argentinos hemos aprendido la lección. Y que nada es más atentatorio contra el destino de nuestra República que cualquier intento de ilegalidad, sea cual fuere su pretexto. Al respecto, quiero proclamar, sin ocultar mi orgullo, que este sentimiento es común a todos los sectores de mi país. Para alcanzar los objetivos económicos que he enunciado, 44

se elaboraron dos planes que pusimos sucesivamente en ejecución: uno de expansión y otro de estabilización y austeridad. El primero comprende las metas de desarrollo a ser alcanzadas en el mínimo de tiempo con el máximo de economía. En él están consustanciadas las soluciones de fondo a los más graves problemas de nuestro desenvolvimiento, de nuestro comercio exterior y de nuestra balanza de pagos. En pocas palabras, el plan de expansión constituye la fisonomía de la Argentina que debe ser,tal como la quiere el patriotismo de sus hijos: rica, fuerte y generosa en la explotación de sus enormes posibilidades geográficas y no dormida en un letargo que, haciéndola depender de otras voluntades, priva a su pueblo del acceso a los bienes y al confort de nuestra civilización, impidiendo, al mismo tiempo, su participación más activa en las grandes soluciones de nuestra América, participación ésta en la que tiene un derecho históricamente ganado con la sangre de sus hijos, que se regó generosa para auxiliar a la independencia de los pueblos hermanos en la epopeya sanmartiniana. Este plan de expansión fué elaborado y ejecutado con rapidez por el gobierno de nuestro país. Era menester alcanzar sus objetivos antes de poner en práctica el plan de estabilización para evitar que los efectos de éste pudieran de alguna manera interferir en su puesta en práctica, como consecuencia de la contracción económica. Por otra parte, de esta manera, el país se ponía a cubierto contra el peligro de la desocupación y de los múltiples desajustes que podrían sobrevenir como consecuencia del severo plan de estabilización. La situación económica y social de la Argentina era realmente dramática. Por un lado, la economía detenida; por el otro, las finanzas en colapso, con los bolsillos de la Nación 45

vacíos, sin la posibilidad de enfrentar los más urgentes pagos internos y externos. El mérito del gobierno del doctor Frondizi fué no perder el orden de las jerarquías, actuando con un valeroso y abnegado realismo. E n vez de salir a buscar primero el paliativo financiero, que traería algún alivio momentáneo pero que a la postre agravaría nuestro drama, se resolvió por lo más difícil, pero también lo más patriótico e inteligente: poner primero en marcha la economía nacional. Ese fué el motivo por el cual, contrariamente a lo hecho en situación análoga por otros países latinoamericanos, encaramos de frente y antes que nada el plan de expansión. Se firmaron los contratos de petróleo con empresas extranjeras, en su mayor parte estadounidenses; se aseguraron las condiciones necesarias para el desarrollo de la siderurgia; se estimuló la afluencia de capitales extranjeros a través de una honrada y leal ley de radicaciones y se contrataron inversiones para los sectores básicos de nuestra economía, sobre todo para los sectores extractivos. Y, solamente cuando finalizó esta etapa de la labor del gobierno, recién cuando se tuvo la íntima convicción de que el proceso de movilización económica era irreversible, se procedió a apagar el incendio de la catástrofe financiera, aplicando el plan de estabilización y austeridad. Todo esto, en apenas cinco meses de gobierno. Quizás, justamente, porque había incendio de por medio. Deseo detenerme aquí e invitarlos a que recapaciten sobre el significado de lo que acabo de relatarles. En primer término, se ha subordinado el hecho financiero al hecho económico, por mucho que ello significara un desgaste político. E n consecuencia, existe también una clara y enérgica actitud antidemagógica en la forma de gobernar.

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Pero, el ·episodio permite otras reflexiones que me interesa subrayar, sobre todo ante los hombres jóvenes que aquí me escuchan: hay un profundo sentido moral, pues antes de sa lir a requerir préstamos y contraer compromisos financieros, nos aseguramos -movilizando nuestra economía con el plan de expansión- de que estaríamos en buenas condiciones para el pago. Así como, también, de que quien depositara su confianza en nosotros, estuviera respaldado, más al lá de nuestra voluntad personal, por la propia economía que poníamos en marcha. H ay, también, un sentido de dignidad política nacional. Ko fuimos a requerir soluciones en función de nuestros fracasos anteriores ni a presionar con factores políticos, sino, por el contrario, mostramos que la solución de fondo estaba en nosotros mismos y que no nos faltaba coraje para enfrentarla. Finalmente, y desde el punto de vista interno, repito que el lanzamiento del plan de expansión antes del plan de estabilización actuó también y fundamentalmente como un reaseguro para neutralizar los factores de contracción que se producirían apenas el país iniciase la etapa de sacrificios a fin de salir -como ya está saliendo- de la crisis. Correspondería, ahora, que hiciese aquí la exégesis completa del plan de expansión económica. Temo, sin embargo, que esta tarea prolongue inusitadamente mi exposición . Sintéticamente, deseo señalarles que, en lo concerniente al petróleo, terminaremos este año duplicando nuestra producción anterior. Pero, como es de esperar y de alentar que la curva de nuestro consumo, hoy bastante restringido, suba, en el curso de los próximos dos años, de los 84 millones de barriles actuales a más de 12 O millones, confiamos en que 47

hemos de estar autoabastecidos antes de que finalice el año 1961 y, a partir de entonces, convertirnos en exportadores. Vuelvo a señalarles que se trata de estar autoabastecidos en una economía de abundancia, es decir, de gran consumo energético y no en una economía de restricción, como hasta ahora. Para que ustedes tengan una medida de lo que esto significa en nuestra balanza de pagos, deben saber que a los combustibles, para una economía paralizada, el país destinaba una suma del orden de los 300 millones de dólares por año que, prácticamente, equivale al importe de nuestro déficit anual de divisas. Es decir, que el autoabastecimiento de combustible por sí solo corrige, en nuestro país, el más peculiar de los males económicos de la mayoría de los países latinoamericanos: los permanentes déficits en sus balanzas de pagos. Pero, si ustedes toman en cuenta que el plan de expansión económica contempla también el desarrollo intensivo de la siderurgia, las modificaciones en nuestra balanza de divisas son mucho más substanciales. En efecto, con la política del petróleo, el carbón y el acero que hemos lanzado en la Argentina, el país actúa sobre rubros que tienen una significación del orden de los 550 millones de dólares por año. Debo advertirles que el total de lo que hoy insumimos en nuestras importaciones es de un promedio de 1.100 millones de dólares. No es necesario, pues, subrayar en qué medida mejoraremos nuestra capacidad para hacer frente a los compromisos que hemos contraído, así como para incorporar a nuestra nación todos los progresos de la técnica y brindar a nuestro pueblo un mayor nivel de vida. Esta certeza sobre el futuro inmediato nos ha permitido sancionar una ley de radicación de capitales que acuerda al 48

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capital extranjero las mismas garantías jurídicas que protegen al nacional y permite la remisión ilimitada de las utilidades al país de origen, al cambio del mercado libre y único. Pocos países del mu~do ofrecen hoy iguales facilidades a los inversionistas. Pero nuestro plan de expansión económica no se detiene solamente en la minería y la industria. Ustedes han demostrado que, para construir mi gran país, la agricultura debe estar integrada dentro del proceso de desarrollo, en forma indivisible y simultánea, con las otras actividades. Nosotros, que recién ahora abordamos el desarrollo armónico que hizo la grandeza de los Estados Unidos, estamos más comprometidos todavía a incrementar la producción agropecuaria, ya que las exportaciones de productos de la tierra siguen constituyendo el mayor valor total de nuestras ventas en el exterior. En tal sentido, nuestra orientación es inequívoca: transformar nuestra economía agraria atrasada en una economía dominada por las formas industriales, con alta tecnología. Queremos substituir la rémora de la explotación familiar, hoy dominante, por el concepto empresario moderno en la explotación rural. En lugar de intentos demagógicos de reformas que solamente parcelan miserias, nosotros vamos a la efectiva movilización de nuestro potencial agropecuario. Por eso, en vez del palabrerío de la "reforma agraria", tan en boga en nuestros días, se están creando las condiciones para que en la Argentina, los capitales y las formas financieras modernas puedan incorporarse a la producción del campo. Acabo de exponer las líneas generales de la experiencia argentina en lo que atañe al plan de fondo, es decir, al plan de expansión económica. Para que ustedes tengan una visión completa de lo que sucede en mi país, faltarían todavía referencias al plan de estabilización financiera . Consiste,

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apenas, en adaptar el modo de vida actual del país y del pueblo argentino a sus posibilidades concretas y reales. No gastar ni consumir más de lo que se produce. No continuar viviendo en una economía de ficción, donde los subsidios quitan de un sector lo que recargan en otro, viviendo el pueblo la falsa ilusión de pagar menos lo que al final termina costándole más. Precios auténticamente económicos, sin ingerencia política. Mercados libres, donde la competencia cumple su papel sin distorsión. Reducción severa de los gastos públicos improductivos y cercenamiento implacable de la burocracia. Eliminación de los déficits presupuestarios. Reajuste de las importaciones -sin más intervención que la instrumentación del régimen carnbiario- para evitar que la escasez de divisas incida en el desarrollo industrial del país por falta de materias primas. En fin, un conjunto de medidas realistas y muchas veces penosas, corno las que aplicaría cualquier gobierno conciente y responsable para salir de una crisis. Estos son, señores, los grandes rasgos y la dinámica de la experiencia argentina que estarnos llevando adelante. Corno no nos creernos administradores exclusivos de la verdad ni propietarios únicos del acierto; corno reconocernos la eficacia, constructiva del diálogo sincero, los invito cordialmente a que me planteen con entera franqueza los interrogantes que les pueda haber creado mi exposición y las observaciones o críticas que ésta les merezca. Todas ellas nos serán de gran utilidad para encontrar la manera más adecuada de alcanzar objetivos que son inconmovibles por responder al mandato expreso del pueblo argentino, y a las más íntimas convicciones de toda nuestra vida, inclusive a la pasión patriótica con que nos hemos lanzado a construir un gran país. Porque los medios se pueden rectificar sobre la marcha, pero el sentido de ésta no admite 50

retorno. N~da podrá así detenernos en la tarea de lograr nuestra completa realización nacional, en el marco de la ley, de la libertad, de la democracia y al servicio de la más completa hermandad con _las naciones de este continente, signado por un profundo destino histórico, al servicio del ser humano.

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CAMBIOS OPERADOS EN LA ECONOMIA ARGENTINA Desarrollo y estabilización

Conferencia pronunciada en la Universidad de Columbia (Nueva Y ork), el día 16 de abril de 1959.

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para mí un honor, que agradezco profundamente, exponer en esta alta casa de estudios los grandes rasgos de la experiencia argentina. Y lo hago porque estoy convencido de que nuestro enérgico esfuerzo por superar el atraso económico, expresa el principal problema y la más profunda aspiración de toda América Latina. La batalla contra el subdesarrollo trasciende así lo específicamente económico para convertirse en pilar de la unidad de un continente que es, en estos momentos, bastión de un concepto de vida basado sobre la libertad, los principios morales y el respeto al ser humano. Desde los primeros momentos del panamericanismo, el problema de la integración política del hemisferio fué objeto de innumerables congresos y conferencias. Al análisis de este objetivo, dedicaron también su talento muchos eminentes pensadores. Sin embargo, sólo el correr de los años demostró dónde se encontraba el verdadero fondo de la cuestión. En el orden interno, las repúblicas latinoamericanas vivieron la mayor parte de su historia encadenadas a un racionalismo político que consideraba vigentes las ideas por el ONSTITUYE

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solo hecho de estar escritas. Las naciones ubicadas al sur del Río Grande consumieron sus preciosas energías durante sus procesos históricos, tratando de aprisionar su realidad en el molde de esquemas ideológicos antes de asegurar las condiciones materiales suficientes para que la democracia y la libertad tuvieran una efectiva vigencia más allá de la declaración en los discursos o en los textos constitucionales. Hoy, en cambio, ya se ha comprendido claramente que la clave para lograr la estabilidad política, la seguridad democrática, el respeto a la ley y el pleno desarrollo social y cultural, consiste en promover la plena movilización de todas las riquezas y en levantar el nivel de vida del pueblo. En forma semejante, las relaciones interamericanas han contemplado el avance de los problemas económicos sobre las declaraciones retóricas. U na parte de América goza de un elevado nivel de vida y se encuentra en pleno desarrollo económico, social y cultural. La otra permanece, en cambio, sumergida en el subdesarrollo cuando no en la miseria. E l imperativo capital en este orden es llegar a suprimir este desnivel para poder presentar al mundo un continente unido, en el que democracia, libertad, respeto por el ser humano y bienestar no sean palabras vanas. Es evidente que aquí la responsabilidad es mutua. Los países latinoamericanos tenemos que volcar las mayores energías en la determinación correcta de nuestros objetivos nacionales. Los Estados Unidos, por su parte, están enfrentados al deber de ayudar a sus hermanos del continente en esta batalla con sus inmensos recursos técnicos, financieros e industriales. Entiendo que sería ingenuo y peligroso que intentáramos ocultar o distorsionar estos hechos - claros por demás- con 56

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falsa literatura. Por suerte para todos, en esto no hay otro camino que la verdad y la total franqueza. Estoy persuadido de que así deben replantearse las relaciones interamericanas y fué precisamente con ese estado de espíritu que nosotros encaramos el problema interno en la Argentina. En lugar de hacer una exposición teórica, será mejor que relate, pues, mi experiencia personal. Porque ustedes, corno yo, somos enemigos de los ·esquemas abstractos. Ustedes, los norteamericanos, han construído una gran nación porque la han vivido como una realidad tangible y no como una categoría ideal. Nosotros, en la Argentina, estamos poniendo en práctica un plan que se inspira en las condiciones objetivas que encontramos al hacernos cargo del gobierno y en las necesidades también objetivas que debemos satisfacer. El análisis que efectuamos no es nuevo ni improvisado para una campaña electoral. Como director de una revista política lo he venido divulgando en los últimos años y he estudiado Jos problemas argentinos mucho antes de que se me diera la oportunidad de aplicar esas ideas desde el gobierno, como colaborador del presidente Frondizi. Formulamos un programa concreto, afirmando que el pueblo argentino no superaría jamás sus rencillas internas si no se decidía a contemplar a la Nación como el único objeto de la política económica, entendiendo por nación una categoría que en su universalidad comprende todas las clases sociales y todas las regiones geográficas. Invitamos al pueblo argentino a "redescubrir" al país, a indagar cuáles eran sus problemas reales y las soluciones posibles. El pueblo comprendió este nuevo lenguaje y eligió presidente al doctor Frondizi por una mayoría de votos que no tiene precedentes en nuestra historia. Recibimos así 57

un mandato de transformación económica, al serv1c10 del desarrollo social y cultural. Estamos cumpliendo ese mandato desde hace un año y puedo asegurar a ustedes que lo más importante de nuestro programa ha sido cumplido. Lo que se haga de ahora en ~delante, !1a de .ser complemento de las líneas básicas ya f iFdas. Es imposible que nadie pueda destruir en el futuro lo que hemos hecho. La Argentina ha tomado el camino del progreso y bienestar, definitivamente, for good, como dicen ustedes. La ~epúbli~a Argentü:a, es, como ustedes saben, un país de casi tres millones de kilometros cuadrados, ubicado en la zona subtropical. E l centro es una gran llanura de tierra fértil y excelentes pastos naturales, bajo un clima templado. Es en esta zona central del litoral atlántico donde se ha desarrollado la Argentina moderna. El resto del territorio -salvo algunas excepciones- permanecía, en cambio, sumergido en el estancamiento. Antes de la primera guerra mundial, éramos uno de los mayores países exportadores de carne, lanas, cueros y cereales. C01~ el producto de estas exportaciones, adquiríamos en el extenor todas las manufacturas, combustibles y materiale~ d~ transporte, que precisábamos. Nuestra geografía econom1ca respondia exactamente a esta relación exterior: la poblaci?n se concentra.ha en la zona agrícola-ganadera y el comerc10 estaba reducido al gran puerto de Buenos Aires, adonde conve~gía~ las líneas de ferrocarriles que transportaban desde el mtenor la carne y los cereales, distribuy endo en eso~ c;entros pr~du~tores las manufacturas importadas. No exist1~n comu111cac10nes adecuadas en las provincias y todo el sistema convergia en el puerto de Buenos Aires. ~ue.stra estruct~a se asemejaba a un g~a~ cono, en cuy o vert1ce se resolvia por completo el movimiento económico 1

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de la República. Los barcos que transportaban nuestros productos a Europa eran extranjeros y también lo eran los ferrocarriles internos que descargaban en el puerto de Buenos Aires. Como productores de alimentos para Europa, gozarnos durante largos años de una cierta prosperidad, pues la cantidad y el valor de nuestras exportaciones eran muy superiores a las de casi todos los restantes. países no industrializados de la tierra y n.uestra población, relativamente pequeña. Fuimos para el mundo de esos tiempos, una nación rica. Tan rica, que grandes masas migratorias buscaron en nuestro suelo las oportunidades que no encontraban en sus países de origen. Con ellas llegaron brazos calificados, capital y nuevos modos de vida; pero, como es lógico, se aumentaron las necesidades del consumo interno. Cuando la primera guerra mundial interrumpió la tradicional corriente de intercambio con Europa, el país empezó a crecer hacia adentro. Pero este proceso no pudo operarse racionalmente, de manera tal que la actividad de la nación seguía concentrándose en su capital y la llanura circundante. En un radio de 300 kilómetros en torno al puerto de Buenos Aires, reside, aún hoy, el 50 por ciento de la población total del país y se concentra el 80 por ciento de la actividad técnico-económico-financiera. Para comprender, entonces, el proceso económico argentino en los últimos cuarenta años, es preciso tener en cuenta los elementos siguientes: 1) El crecimiento demográfico. De los ocho millones de habitantes que teníamos en 1914, hemos pasado a veinte millones. Este solo hecho ha determinado una modificación fundamental en la relación entre el consumo interno de nuestros productos alimenticios y los saldos exportables. De-

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bemos sumar a este factor la mayor demanda en virtud de la elevación del nivel de vida y el crecimiento de la población urbana - ocupada principalmente en la industria- cuyas necesidades de consumo aumentan constantemente. 2) La merma de los saldos exportables de carne y cereales repercute aún más en nuestra balanza de pagos si se tiene en cuenta el descenso constante de sus precios en el mercado internacional, unido al incesante aumento de los precios de las maquinarias, manufacturas y combustibles que debemos importar. Se explica, por consiguiente, que nuestro intercambio arroje déficits que en los últimos años han sido ruinosos para la economía nacional y la más profunda causa de las crisis. En 19 57, por ejemplo, importamos por valor de 1.310 millones de dólares y sólo logramos exportar 97 5 millones; es decir, tuvimos un déificit de 335 millones. No es necesario ser un experto en economía para comprender que si las naciones -como los individuos- gastan más de lo que producen, no tardan en enfrentar graves problemas. 3) El crecimiento de la población y la interrupción de las importaciones provocada por las dos guerras mundiales, obligaron a la Argentina a desarrollar su industria de transformación en condiciones muy precarias, pues no producíamos bastante combustible, energía, hierro y otros minerales para satisfacer los requerimientos industriales. A pesar de estas dificultades, creamos una industria nacional de alta calidad que provee la casi totalidad de nuestros bienes de consumo. Ese crecimiento, sin duda favorable, ocasionó, paralelamente, una nueva presión en la balanza de pagos al exigir mayores importaciones de combustibles y materias primas. De esta manera, en los últimos veinticinco años, el consumo de petróleo se ha sextuplicado, al punto que, mientras en 19 3O los combustibles insumieron el 7 por ciento de

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nuestras importaciones, en 19 57, esta cifra se eleva al 2 2 por ciento. De seguir esta tendencia, pronto hubiéramos carecido de divisas para todas las otras compras esenciales para el mantenimiento de la industria. Es fácil comprender cuáles fueron las consecuencias de estos nuevos factores en la estructura económica. Lo que era adecuado para una nación agraria de ocho millones de habitantes, resultó totalmente insuficiente para una nación en proceso de desarrollo industrial, con una población de veinte millones. E l fenómeno entró en su etapa aguda después de la segunda guerra mundial. La balanza de pagos se fué deteriorando año tras año y el crédito internacional no podía correr otra suerte que .la indicada por nuestras finanzas externas. Al llegar al gobierno, nos encontramos, pues, con una situación cercana a la cesación de pagos. E l esquema de la crisis estaba compuesto por: défi~it en la bala_nz~ de_ fagos; desequilibrio en el presupuesto fiscal; descap1tahzac1on del agro y acentuada reducción. de nuestra ~i~ueza ~ana~er~; desnivel entre nuestras necesidades energet1cas y s1dernrg1cas con la altura alcanzada por la producción; inflación y estancamiento de la industria por carencia de medios financieros para su desarrollo. Frente a este cuadro absolutamente objetivo, no teníamos tiempo que perder y no lo perdimos. E laboramos dos planes que pusimos en marcha uno después ~el otro. En primer lugar, el plan de desarrollo que tiende a la m~­ vilización económica integral, sobre todo en sus sectores basicos: petróleo, carbón, siderurgia, energía eléctrica, petroquímica, celulosa. Recién al tener, mediante estas realizaciones, el pleno convencimiento de que nuestro proceso de desarrollo era 61

irreversible, aplicamos el segundo plan, llamado de estabili-

zación.

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Con ese orden de prioridad, subordinamos el hecho financiero al hecho económico; cubrimos los efectos de la posible contracción económica derivada de la austeridad y nos aseguramos que podríamos responder a los compromisos contraídos. Este es, a mi juicio, el elemento fundamental de la experiencia argentina: no repartir miseria, sino crear riqueza y luego distribuirla con sentido de justicia social; antes de contraer deudas, estar ciertos de poder pagarlas. Nos apretamos el cinturón después de haber establecido las condiciones par:i que la economía entrara en un acelerado proceso de expansión. Era necesario, además, primordialmente, conseguir el equlibrio de la balanza de pagos. Para ello, como es lógico, debimos aumentar las exportaciones y substituir las importaciones. Sin embargo, mientras no se diversifiquen la producción y los mercados, no resultará fácil aumentar nuestras ventas. En consecuencia, correspondía aliviar el rubro de las importaciones. Para ello, teníamos a mano un gran recurso. Nuestras reservas petrolíferas reconocidas bastan para cubrir el consumo interno por muchas décadas. Mientras tanto, sólo extraíamos el 40 por ciento del petróleo que consumimos. Había que llegar no sólo al 100 por ciento, que significa el ahorro de la cuarta parte de las divisas que insumen nuestras importaciones, sino a transformarnos en exportadores. Tenemos, además, hierro y carbón suficientes para alimentar una poderosa industria metalúrgica. Energía e industria pesada, significan así, liberarnos de los rubros más gravosos de nuestro comercio de importación. Con ellas, podemos asegurar, por otra parte, las crecientes demandas de

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nuestra industria liviana y el aumento substancial de la producción de bienes de consumo. En materia de petróleo, dejamos enérgicamente atrás la concepción que entregaba exclusivamente su explotación al Estado y firmamos contratos con empresas extranjeras, en su mayor parte estadounidenses. Nuestro razonamiento, en este sentido, es sencillo y claro. Los contratistas hacen un buen negocio y la Argentina también, extrayendo el petróleo que permanecía dormido bajo su suelo. No podría ocultarles que tuvimos que vencer muchos prejuicios, antes de llegar a esta solución. Algunos compatriotas nuestros consideraban que la nueva política económica amenazaba la soberanía nacional. Por nuestra parte, pensamos que teníamos que elegir entre seguir comprando el petróleo a los extranjeros o llamar a los extranjeros para que nos ayudaran a extraer el petróleo. Nos pareció más lógico y más conveniente lo segundo, porque comprar petróleo nos quita riqueza, mientras que explotar nuestros recursos la aumenta en forma permanente. Estamos haciendo lo mismo con los otros minerales. Con el concurso de empresas extranjeras, explotaremos nuestro hierro y nuestro carbón. Con ellos haremos acero, y este acero servirá de herramienta para forjar la grandeza de la Nación y la felicidad del pueblo. E l consumo de acero per cápita es un signo representativo ~el grado de desarrollo de las naciones. La Argentina consume actualmente solo 80 kilogramos anuales por habitante -mientras tiempo atrás sobrepasó los 100 kilogramos- frente a los 300 de Alemania, Australia y Canadá y los 280 de Francia, sin hablar de los 720 kilogramos que representan una de las bases del alto nivel de vida norteamericano. Se explica, por lo tanto, el empeño que nuestro gobierno 63

ha puesto en la expansión de nuestra industria siderúrgica. Mientras en el norte del país se amplían los altos hornos de Zapla, con el apoyo del Banco de Exportación e Importación estamos terminando una gran planta ubicada en San N icolás, próxima a Buenos Aires. Al mismo tiempo, un grupo de empresas privadas nacionales levantará dentro de muy poco, otros altos hornos de importancia decisiva en la batalla contra nuestro déficit siderúrgico. Como complemento indispensable de estas actividades, el . gobierno intensifica la explotación del hierro y, en este sentido, acaba de abrir una licitación pública para el estudio y posterior utilización de los importantes yacimientos de Sierras Grandes, situados en la Patagonia a pocos kilómetros del mar. La estructura económica formada por estos yacimientos de hierro, la gigantesca represa de El Chacón que levantaremos y los yacimientos de carbón de Río Turbio y de petróleo de Comodoro Rivadavia, se convertirá en Jo que se ha denominado el Rhur argentino, y no sólo nos permitirá llenar las necesidades energéticas y siderúrgicas, sino que actuará como agente transformador de la geografía económica nacional. Con ello, iniciamos una especie de segunda conquista de la Patagonia, movilizando integralmente las gigantescas riquezas de esa zona. La energía eléctrica -motor del progreso modernoconstituye asimismo un grave problema nacional. Como nuestro consumo de energía -319 K w / h per cápita- es uno de los más reducidos del mundo y totalmente insufificiente para cubrir nuestros requerimientos, resolvimos emplear todos los medios para duplicar hacia 1963 la actual producción de 2.300.000 kilovatios. En este sentido, no hemos vacilado en llegar a soluciones equitativas con empresas extranjeras que desde hace muchos 64

años nos suministran energía y que discutían la caducidad de sus concesiones. Hemos atendido sus planteas en el estricto marco de la ley y les hemos dado garantías para futuras operaciones. Porque es sabido que la confianza constituye uno de los factores fundamentales, no sólo del comercio, sino de las radicaciones de capitales. El actual gobierno argentino encontró las relaciones económicas internacionales viciadas por la existencia de una serie de problemas que, como en los casos de American Foreign Power, Bemberg, DINIE y CADE, contribuían a crear recelos en los posibles inversionistas. Estos nombres, así expuestos, quizás no les resulten familiares a ustedes. Comprenden, sin embargo, diferentes grupos extranj eros -americanos y europeos- que, al asumir el gobierno el doctor Frondizi, se encontraban en graves y prolongados litigios con el estado nacional. Atacamos sin vacilar entonces en este frente y, con la solución de todas las dificultades pendientes, mostramos nuestro respeto por el derecho, la lealtad a los compromisos contraídos y el sentido de la continuidad jurídica que impera en nuestro país. No fué siempre fácil la tarea pero, al finaL el gobierno demostró que la palabra argentina es una sola y que se cumple cualquiera sea el que la haya dado. Con energía e industria pesada aportaremos a las explotaciones agropecuarias los recursos y los métodos de la tecnología moderna. Es ésta la única manera racional de incrementar esa producción esencial para subvenir a la demanda interna y mantener el necesario nivel de exportaciones. N uestra política agraria actual no consiste en repartir tierras que no pueden rendir por falta de elementos técnicof inancieros, sino en proporcionar a los productores los recursos y las técnicas indispensables para su tarea. Llevaremos energía a las granjas y centros rurales impul65

sando así la elevación del nivel social y cultural de las poblaciones campesinas. De este modo se despertará nuevamente el interés de las nuevas generaciones por la labor agrícola. En pocas palabras, queremos transformar el campo en otro ámbito industrial, donde, en vez de fabricar tornillos y herramientas, se fabriquen carne y cereales, con todos los elementos de la producción intensiva, animada por el sentido empresario y los métodos modernos. Para ello, fué imprescindible articular un sistema que contemplara la seguridad jurídica, la necesidad de créditos, maquinarias y asistencia técnica, una política de precios y tasas impositivas y todo cuanto pueda, en síntesis, convertir la explotación agropecuaria en un negocio. Llevamos esto adelante porque estamos convencidos de que la energía, el combustible, la siderurgia, la industria y el agro son factores concurrentes de un proceso indivisible y actúan influenciándose recíprocamente. Para terminar, quiero decirles que toda esta transformación de las estructuras económicas que estamos llevando adelante, no podría realizarse sin la base indispensable de un bien espirirnal que nosotros apreciamos más que todos los valores materiales. La Argentina será grande como queremos, dentro de la democracia y del imperio del derecho. Sólo hemos avanzado como pueblo cuando respetamos las normas de la convivencia entre los individuos y entre los pueblos. Es tan fuerte esta idea entre los argentinos de hoy que de una sola cosa estoy seguro: ante nuestros ojos se extiende un período de vida democrática y de convivencia ajustada a la ley. No es ésta una profecía vana; se funda en la firme creencia de que nuestros planes económicos crearán condiciones aptas para consolidar el Estado de Derecho. El gobierno argentino considera a la libre empresa como uno de los pilares esenciales de su política económica y

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confía en que, sin trabas burocráticas, la dinámica de los capitales privados, nacionales y extranjeros en igualdad de condiciones, constituirá uno de los elementos vitales de la recuperación nacional. Interesa a los empresarios, pero mucho más interesa a h Nación, que los hombres de negocios tengan la certeza de que no existen motivos circunstanciales susceptibles de poner en peligro la estabilidad de sus empresas; que sepan que su adversario estará únicamente en la competencia; que el objetivo deberá ser la reducción constante de los costos de producción y que, al ser la ganancia el principal incentivo de su negocio, no tendrán otra limitación que la de observar lealmente las leyes que rigen la vida de la República. En mi país han sido suprimidos los controles, los subsidios y los precios políticos y, sobre todo, el discrecionalismo burocrático, cuyo reinado ha terminado definitivamente. El desarrollo económico, según las líneas que someramente acabo de exponer, beneficiará a los empresarios, a los productores del campo y a los trabajadores de todos los sectores; aumentará las oportunidades para todos y acercará el modo de vida de los argentinos al de las naciones más adelantadas de la tierra. Esa manera de vivir no es solamente una conquista mensurable en términos de bienestar económico; se refleja de inmediato en un estado de superación espiritual, en la firme voluntad de respetar el derecho ajeno para que se respete el propio. Estamos hoy librando encarnizadamente la gran batalla por estabilizar y expandir la economía argentina. Podremos equivocarnos en aspectos parciales de la táctica, pero estamos seguros de la estrategia general. Lo más significativo es que realizamos esta transformación sin descuidar el proceso democrático que restauramos,

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obrando dentro de la ley y en un clima de libertad. Nuestro triunfo no será solamente una victoria económica. Habremos asegurado los beneficios de la libertad para las futuras generaciones argentinas y nuestro ejemplo será monitor en toda la América Latina que, dentro de la presente encrucijada mundial, es una reserva de aquellos valores espirituales por los cuales vale la pena luchar.

SIGNIFICACION DEL PETROLE O EN EL PROGRAMA ARGENTINO DE EXPANSION ECONOMICA

Co11ferencin pronunciada en fo Universidad de 1-farward (Cmnbridge), el día U de abril de 1959.

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mí un verdadero privilegio tomar contacto con E slosparamiembros del International Business Club de la Universidad de Harvard y ocupar la tribuna de una casa de estudios que, desde su fundación en 1636, demuestra los beneficios de la cultura libre y constituye una de las más altas expresiones de la vida intelectual americana. En primer lugar, atribuyo esta distinción al creciente interés que la realidad argentina despierta en los Estados Unidos, sobre todo después de la fraternal visita realizada por el presidente Frondizi. Y, en segundo término, a la modesta pero directa participación que tuve en el planeamiento de un programa de desarrollo nacional y en la difícil tarea de ponerlo en marcha. Este programa se articula en torno a dos planes: el de desarrollo y el de estabilización. Me referiré sistemáticamente al primero y en particular a los caracteres del problema petrolífero por cuanto para mantenerme dentro de los límites normales de una disertación, debo concentrar mi examen en la materia económica y tocar lo financiero sólo en forma subsidiaria. Esta metodología que subordina el hecho financiero al I

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hecho económico es por otra parte la que utilizamos en el planteo de nuestro proceso material y - estoy convencidouna importante peculiaridad de la experiencia argentina que v1v1mos. Si quisiéramos expresar en términos precisos la situación de la República Argentina en esta hora, yo diría que está haciendo un esfuerzo tenaz, concentrado y rigurosamente científico en su aspecto económico, para romper las limitaciones que constriñen artificialmente sus extraordinarias posibilidades. Un futuro inmediato de acelerado progreso está al alcance de nuestras manos. Para llegar a él, hemos puesto en tensión nuestra voluntad y nuestra inteligencia. E l objetivo que concentra toda nuestra atención es la ruptura de viejas estructuras que han venido estancando nuestra economía, hasta sumergirnos en la crisis que heredamos al tomar el poder, hace casi exactamente un año. No es mi propósito, en esta exposición, pasar revista a la historia económica de la República Argentina. Pero ninguno de los temas actuales, especialmente el del petróleo, sería comprensible si no incursionáramos, aunque más no fuera que a grandes pasos, en nuestro pasado económico. En él está la clave de por qué la Argentina, con un territorio inmensamente rico, dotado de todos los elementos necesarios para alcanzar su pleno desarrollo armónico, con una población homogénea y laboriosa, y con el mayor índice de alfabetización de América Latina, se encontraba frenada -que es como decir en retroceso- en un mundo que avanza vertiginosamente, impulsado por los adelantos fabulosos de la ciencia y de la técnica. Es que hasta el preciso momento en que el doctor Frondizi asumió el gobierno, la Argentina no supo o no pudo romper el sistema que se inició hace más de un siglo, cuando Inglaterra, en plena expansión, era el epicentro de los fenó72

menos económicos y políticos del mundo. En aquel entonces se determinó -tal como el ministro inglés Jorge Cánning lo había previsto a principio del siglo pasado- que la Argentina debía ser una especie de granja de la industrialista Gran Bretaña y que a ésta, a su vez, le correspondía el papel de taller proveedor de todos los productos manufacturados que la granja pudiera necesitar para el mejor cumplimiento de su misión. Antes de proseguir, quiero dejar bien en claro que no estoy haciendo reproche alguno a los hombres que en aquella época determinaron ese sistema. En primer término, porque ubico a los actores - tanto argentinos como europeosen la hora y en el momento histórico que vivía entonces la humanidad. En segundo lugar porque -sería pueril negarlo- con la dinámica de las singulares reglas de ese sistema, el país dió importantes pasos adelante: se tendieron ferrocarriles y alambrados, prosperaron la ganadería y la agricultura, se fundaron ciudades, puertos y escuelas y, al amparo del comercio exportador de granos y carnes, se gestó una creciente clase media en la que se asienta un amplio mercado interno de consumo. Lo que sí critico, en cambio, es el no haber forzado el dispositivo cuando éste, cumplido su cometido inicial, entró a gravitar negativamente, como fuerza de contención y de limitación del progreso nacional. No haberlo forzado de la misma manera en que lo hicieron ustedes, los norteamericanos, a quienes la previsión británica les había deparado también un destino granjero igual que el nuestro. En efecto, en la medida en que dejamos transcurrir el tiempo consolidando un sistema idealizado, para convertirnos en parte complementaria de una estructura económica ajena, el proceso de la distorsión de nuestro desarrollo se hizo gravoso. De las enormes riquezas de nuestro extenso territo-

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rio, solamente interesó aprovechar la fertilidad de la pampa húmeda, en un semicírculo que tenía como centro el gran puerto de Buenos Aires, por el cual salían los productos de ese generoso territorio y entraban las manufacturas que el país necesitaba. Se fué formando así ese semicírculo de 300 kilómetros de radio, con centro en Buenos Aires, en el que se radicó más del 80 por ciento de todas las fuerzas dinámicas de la economía, mientras el resto del país era condenado a la inacción, al olvido, al abandono y a la crónica dependencia de los subsidios del gobierno nacional. Por muchos años, el pueblo se resignó a este destino, sinónimo de subordinación económica y bajo nivel de vida, que iría agravándose en la misma medida en que avanzaba el progreso técnico-económico. Sin embargo, dos trágicas circunstancias mundiales demostraron la dramática inconveniencia de nuestro unilateral desarrollo económico. La primera y segunda conflagración anularon por largos años el mecanismo que nos constreñía a producir trigo y carne para comprar todo cuanto puede producir la industria y exige la vida moderna. Por la fuerza de los hechos, fué necesario, entonces, que el país elaborara dentro de sus fronteras lo que antes adquiría en el exterior. Impulsada por esos accidentes históricos, desordenadamente y trabada por las deficiencias de una estructura correspondiente a otro tipo de economía, nació y fué creciendo la industria argentina. Tuvimos que producir masivamente bienes de consumo para el país, sin tener desarrollados los sectores básicos para una completa y económica expansión industrial: el petróleo, el carbón, el acero, la energía eléctrica, la química pesada. Cuando en la posguerra se sumaron a esta deficiencia es74

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tructural ei agotamiento de los saldos de divisas acumuladas durante la contienda y el deterioro progresivo de los precios obtenidos por las exportaciones de carnes y cereales, nuestra economía entró en un inexorable proceso de descapitalización. Como dramática paradoja, la industrialización, que históricamente debía emanciparnos, nos hizo más vulnerables. Sufrimos las consecuencias de haber desarrollado la industria liviana sin la p~ralela expansión de los rubros que, como el acero o la energía, le sirven de base. Cuando el gobierno constitucional