El complot de Matusalén. Qué no te frene el miedo a envejecer 9587042670

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El complot de Matusalén. Qué no te frene el miedo a envejecer
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-RANK SCHIRRMACHER

EL COMPLOT DE MATUSALÉN

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El complot de Matusalén Traducción de Anna Coll

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TAURUS PENSAMIENTO

© Frank Schirrmacher, 2004 © De la traducción: Anna Coll Garda j © 2004, Santillana Ediciones Generales, S. L. © De esta edición: 2005, Distribuidora y Editora Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, S. Calle 80, No. 10-23 \ Teléfono: 635 12 00 Bogotá, Colombia Teléfono (571) 635 12 00 Telefax (571) 326 93 82 • Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara,. S. A. Av. Leandro N. Alem 720 (C1001AAP) • Santillana Ediciones Generales, S. A. de C. V. Avda. Universidad, 767, Col. del Valle, México, D.F. C. P. 03100 • Santillana Ediciones Generales, S. L. Torrelaguna, 60. 28043 Madrid Diseño de cubierta: Pep Carrió y Sonia Sánchez ISBN: 958-704-267-0 Printed in Colombia - Impreso en Colombia Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.

Í n d ic e

U sted es u n o de e l l o s ............................................. N uestro fu tur o ....................................................... El

P rimera parte

9 15



porvenir de u n a sociedad q ue envejece

Horario de las generaciones............................. .... Alemania en comparación con el resto del mundo ........................................ La guerra de las culturas........................................ La guerra de las generaciones ..............................

41 49 53 59

S eg u n d a parte E l com plot

El final del culto a la juventud ..................... .. 73 Juventud, belleza y reproducción........... 81 Por qué nos avergüenza tanto envejecer . . . . . . . 85 El envejecimiento social ............ 97 El envejecimiento económ ico........................ 117 La cibeijuventud........ .................... 129 El coste de nuestra muerte ...................................... 137 El envejecimiento intelectual ’ .............. 147 La generación de Matusalén .......... 161

T ercera parte

La m isión

Hollywood en la revuelta ........................................ 173 Libros infantiles, chistes y tarjetas de felicitación.............. 179 Incapacitación por el lenguaje ................................183 Por qué nos sentimos culpables por envejecer . . 191 Una lucha por la cabeza .......................................... 199 Consejos del corazón m aduro..................................207 U na

C uarta parte nueva definición de u n o mismo

Después de nosotros .................................................223 Un par de cómplices del complot .........................229 A gradecimientos .............................................................. 231 N otas ...................................... 233 Í ndice

o n o m á s t ic o

.....................................................251

Para Jakob y Rebecca

You can dye your hair But it’s the one thing you can’t change. Can’t run away from yourself, yourself.. Funny how it allfalls away. So help the aged J arvis C ocker, «Help the aged»

(Puedes teñirte el pelo Pero es lo único que no puedes cambiar. No puedes huir de ti mismo, de ti mismo... Es divertido ver cómo todo se cae. Así que ayuda a los viejos)

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U st e d es u n o d e e l l o s

zin n q u e aún no lo sepa, usted es uno de ellos. Si ha em­ pezado a leer este libro, es uno de los que ha decidido responder al llamamiento. La gran movilización ha co­ menzado. La guerra de las generaciones^ asunto suyo, así que súmese y siéntase reconfortado: pertenece al gru­ po de gente destinada en las próximas décadas a insti­ gar una verdadera revolución. Suena dramático, y lo es. En realidad, nuestra situa­ ción se ha vuelto insostenible. Todavía tenemos firmes anclajes en el día a día, nos decimos que la cosa tampo­ co puede ser tan grave. El presentador del telediario lee las noticias y sale del estudio sin inmutarse. Los redac­ tores escriben artículos y columnas. En la calle, los jóve­ nes son civilizados y sociables. Las madres empujan los carritos de sus bebés. No se oyen ataques; el frente de esta guerra todavía está lej os. Sin embargo, en el horizonte del futuro asoma ya una de las luchas contra la vejez más enconadas de la histo­ ria. Se aproxima hacia nosotros, los que ahora tenemos veinte, treinta o sesenta años, aquellos que cuando la guerra empiece seremos los viejos. Esta sociedad les arre­ bata todo a los que envejecen: la confianza en sí mismos, 9

El complot de M atusalén

el puesto de trabajo, la biografía. Las decisiones que tomamos a lo largo de nuestras vidas se basan en esque­ mas y datos del siglo pasado. Si nos relacionáramos con el entorno como lo hacemos con nuestras vidas, segui­ ríamos viajando en diligencia. Es hora de actuar. Nos queda muy poco tiempo para empezar a sufrir la estigmatización. Y cuando llegue el momento tendríamos que haber reciclado la prehis­ tórica idea que tenemos ahora sobre la vejez y haberla adaptado al futuro. Se trata sin duda de una revolución equiparable a los grandes movimientos de liberación del pasado. Por ahora vamos acumulando masa crítica. Cuando dentro de cinco o diez años llegue el momento del cam­ bio, aparecerá como por arte de magia una sociedad nue­ va en el horizonte de cada uno de nosotros. La gente sue­ le comentar lo rápido que se hace uno viejo. Uno abre los ojos incrédulo, como si no le hubieran estado avi­ sando desde hace años y, de repente, ya es viejo. Lo mis­ mo le va a pasar a nuestra sociedad. La inexorable lógica del calendario nos revela que la amenaza avanza con cada cumpleaños, pero seguimos actuando como si el tiem­ po que discurre no fuera con nosotros. Algo parecido nos ocurre con respecto al tráfico des­ de que somos niños. Vemos que sólo siguen en circula­ ción los últimos modelos de coche, y es precisamente esto lo que nos prueba que el tiempo está pasando. El seiscientos, el dos caballos o el escarabajo son como las cifras de un calendario. A nosotros nos pasa lo contrario: son cada vez más las personas que viven a la vez, y el tiem­ po parece haberse detenido. Muchos de nosotros coin­ cidimos en el mundo con nuestros padres, abuelos e in-

U sted es uno de ellos

cluso bisabuelos. Por primera vez se plantea una situa­ ción que la evolución no había previsto, algo que debería haber evitado por medio de todos sus mortales trucos: la existencia de un grupo incapaz de seguir reprodu­ ciéndose, que ha alcanzado su objetivo biológico hace mucho tiempo, que ya no puede ser reparado y al que la naturaleza ha declarado como prescindible. Y este gru­ po precisamente es el mayoritario dentro de una socie­ dad. Por primera vez en la historia de la humanidad, ha­ brá más viej os que niños1. Unase a la marcha con toda confianza, pues usted está situado en el lado de estos viejos. Todos tenemos la gran tarea de nuestras vidas por delante. Quizás para entonces seamos más débiles que ahora, pero seremos mayoría. Se trata de nuestro espíritu, sin sentimentalismos. Se trata de nuestra autoestima y de nuestra seguridad, y por ende de la estabilidad de la sociedad en la que nos to­ cará vivir. Y además de nuestro propio interés, está el de las generaciones venideras. La discriminación de la ve­ jez y de los viejos provocará importantes perjuicios eco­ nómicos e intelectuales en todo el mundo. En el año 2050, sólo en China habrá más personas mayores de se­ senta y cinco años de las que hay ahora en todo el mun­ do2. Ante tal aumento de la cifra de viejos, la que triun­ fe será la sociedad cuyas convicciones religiosas o culturales permitan aprovechar de manera creativa la vejez. Por paradójico que pueda resultar, envejecer en el seno de una sociedad que envejece nos convierte a la vez en instigadores y víctimas de una nueva globalización. Lo esencial es que cada uno se esfuerce por poder vivir el máximo tiempo posible en este mundo. Esto por una parte. Por otro lado está la creciente necesidad del

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mundo de disuadir a la gente de una forma más o me­ nos abierta de este empeño. En algunos países, a los an­ cianos se les priva de su casa, de sus propiedades e inclu­ so de su comida. En otras sociedades, como la nuestra, se les arrebata la autoestima y las ganas de vivir. No será suficiente con revolucionar todas nuestras ex­ periencias, valores y conocimientos. Lo que considera­ mos correcto y bueno, lo que denominamos experien­ cia, lo que nos ha hecho grandes y fuertes, todo queda aplastado por el proceso de envejecimiento, que nos hace iguales a todos sin distinción. Pues ¿qué importancia tiene el éxito, la belleza, la experiencia o la riqueza del pasado cuando llega la vejez? Vivimos despreocupados, como los hobbits en La Comarca, con los huevos fritos, el tabaco de pipa y las demás cosas que nos hacen la vida agradable. Pero en el horizonte amenaza ya una clasé de poder que pretende arruinar para siempre nuestra vida y nuestra forma de vida. Hay que tomárselo en serio: se trata de la mitad de la existencia, de una etapa de la vida que dura tanto como la infancia y la juventud juntas. Olvide las falsas amena­ zas de las últimas décadas. «Al contrario que en relación con una eventual catástrofe medioambiental, no hay duda sobre cuándo y dónde empezará el envejecimien­ to global», afirma el ex secretario de Economía esta­ dounidense Peter G. Peterson. Ylos estudios demográ­ ficos le dan la razón. Nuestra vejez no será agradable: no habrá sillón de orejas, ni fuego en la chimenea ni una despensa llena. No podemos quedarnos en casa; debe­ mos ponernos en marcha mientras todavía tengamos fuerza y confianza en nosotros mismos. En pocas oca­ siones ha podido una sociedad decirlo tan claro como

U sted es uno de ellos

la nuestra: en los próximos treinta años debemos apren­ der a envejecer de una manera completamente diferente, pues de lo contrario todos y cada uno de sus miembros sufrirá un castigo económico, social e intelectual. Se tra­ ta de la liberación de ese ser oprimido e infeliz que re­ pudiamos y que hoy todavía no existe. Se trata de nues­ tro futuro yo*.

* Nota del editor: Para esta edición se han introducido a lo largo del texto datos referentes a España.

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N uestro fu tu ro

.A.nadie le gusta hacerse viejo. En el curso de las cinco próximas décadas este sentimiento tan personal adqui­ rirá carácter público, de una manera desconocida has­ ta ahora: ese sufrimiento privado causado por el enve­ jecimiento se convertirá en un fenómeno de masas. Si ya ha cumplido los treinta y cinco conoce estas pe­ queñas tragedias privadas que desencadenan el padeci­ miento en nuestra sociedad. Se sufre por el aspecto, por el mercado de trabajo, se sufren los primeros bajones en el rendimiento y los primeros achaques; sin olvidar­ nos de la mortalidad. Hay un sufrimiento originado por el envejecimiento de nuestro propio cuerpo. Este es como un coche que en su día fue el orgullo de la carretera y que atraía todas las miradas, y que ahora, con el paso del tiempo, aunque sigue siendo de utilidad para su dueño, se va convirtiendo cada vez más en una carga, e incluso en una vergüen­ za. Seguro que ha visto esos vehículos que a base de ale­ rones y faros extra pretenden irradiar la fuerza y la ju­ ventud que perdieron hace tiempo, a juzgar por su matrícula. Sin embargo, la sociedad depara al organis­ mo que envejece un tormento aún peor. Acosa al coche 15

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viejo en la autopista cuando no se aparta voluntaria­ mente, protesta por sus ruidos, lo considera un perjui­ cio para el medio ambiente y finalmente, alegando ra­ zones de seguridad, le retira el permiso, para que no pueda seguir circulando por la vía pública. De momen­ to vamos a dejar en este punto la comparación; es sufi­ ciente con saber que las personas, por causas que vere­ mos más adelante, despiertan desprecio e ira cuando se muestran con un cuerpo o con un traje viejo o raído. Los que estamos vivos ahora somos protagonistas de una singular aventura en la historia de la humanidad, una aventura del todo imprevisible. No envejecerán sólo las personas, sino los pueblos enteros. Los habitantes de Europa se enfrentan a una paradoja originada por un ata­ que desde dos frentes. Viven más tiempo y tienen menos hijos. La dinámica demográfica ya no dependerá del na­ cimiento, sino de la muerte. La sociedad y la cultura se verán sacudidas por una guerra silenciosa. Alemania será más vieja y más débil en términos cuantitativos: la ONU estima que en el año 2050 su población disminuirá en al­ rededor de doce millones de personas. Esta cifra supera a la de los muertos de todos los países en la I Guerra Mun­ dial. En el caso de España, la población pasará de alre­ dedor de 40 millones en 2000 a unos 37 millones en 2050. En el reino animal, una población así estaría condenada a la extinción. La antropología denomina a este tipo de especies «muertos vivientes». La política no cuenta, al menos no de momento. La longevidad política es de cuarenta y seis meses: la dura­ ción de un periodo legislativo. En contra del consejo de los demógrafos, los políticos calculan a la baja la esperanza de vida humana, y así se dan un respiro en el presente. En

N uestro futuro

un artículo para la revista Foreign Affaires, Peter G. Peterson reflexiona sobre la reacción habitual de los políti­ cos en el siglo xx ante el inminente problema del enveje­ cimiento colectivo. «Por mis charlas en privado con jefes de gobierno de grandes potencias, puedo confirmar que todos ellos saben perfectamente cuáles son las terribles tendencias demográficas que se anuncian. Pero se com­ portan como si estuvieran paralizados». No es casualidad que este trabajo de Peterson, considerado aún como un manifiesto de un mundo que envejece, aparecierajusto donde algunos años antes se publicó un texto que altera­ ría profundamente la política estadounidense: El choque de civilizaciones, de Samuel Huntington, que tras finalizar el conflicto Este-Oeste pronosticó una núeva guerra de las culturas, un conflicto existencial entre un islam fun­ damen talista y un Occidente de tecnología secular. Nosotros ayudamos a los políticos con este autoengaño colectivo mediante nuestra extraña coquetería pre­ via con la muerte. Por alguna extraña razón, actuamos como si no fuera cosa nuestra; muchos están convenci­ dos de que no llegarán a conocer ese futuro. Otros des­ confían por principio de la demografía, a pesar de que los objetos de sus estudios, las personas nacidas, han pa­ sado a ser magnitudes matemáticas. No sólo la clase po­ lítica: nosotros también calculamos a la baja nuestra es­ peranza de vida, como si los últimos decenios de nuestras vidas fueran a transcurrir ocultos por la niebla. Cual­ quiera que sepa leer entiende que el problema de nues­ tro futuro como europeos y como alemanes equivale al que se nos plantea como individuos: el problema de la esperanza de vida intelectual. No obstante, como si empezara a flotar en el aire una sospecha generalizada,

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antes de que nadie nos pregunte, nos apresuramos a ase­ gurar que no queremos llegar a ser tan viejos. Pero por una vez, sin que sirva de precedente, vamos a pedirle que sea usted total y absolutamente egoísta. Olví­ dese por un momento de la retórica al uso que reflejan lugares comunes como «yo no quiero llegar a ser tan vie­ jo» o similares, un monólogo interior de autodestrucción sobre cuyas causas profundas volveremos más adelante, y traduzca al lenguaje cotidiano lo que percibe a diario sobre envejecimiento, edad, jubilación o demografía. La traducción sería la siguiente: su propio envejecimiento, no el envejecimiento abstracto de los institutos de esta­ dística oficiales, se considera una catástrofe natural. Los errores de cálculo de la política son tan desas­ trosos para la planificación económica del individuo como para el futuro de todos3. En realidad, tal y como prevé el anuario estadístico de la revista Der Spiegel, pron­ to aparecerán los primeros millonarios en edad: a los ciento catorce años, una persona ha vivido un millón de horas. Nos invadirá la paranoia del rico, pero no ten­ dremos nada que dejar en herencia, excepto liberar a la Tierra de nuestra existencia. En los rostros y en las mi­ radas de los cada vez más escasos jóvenes leeremos la sentencia o el reproche, la esperanza o la pregunta, en cualquier caso el recuerdo de nuestra grandilocuente promesa: ¿No decías que te ibas a morir pronto? Y luego están los hijos de nuestros hijos, los que ven­ drán al mundo a partir del año 2025. Nuestros nietos. «Volvamos vencidos a casa, los nietos lucharán mejor». Este dicho de la guerra de los campesinos, que popula­ rizó el anciano filósofo Ernst Bloch, siempre se ha con­ siderado un ejemplo de cómo la sucesión de las gene18

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raciones va formando el futuro. Nosotros no seremos un pueblo de abuelos y abuelas. Si se imagina mecedoras, cuentos y labor de punto, se equivoca de siglo, y aunque siga habiendo abuelos, habrá muchos menos nietos. El sociólogo Peter Schimany dibuja una «nueva relación histórica de escasez», que se manifestará en la falta de parientes en general y en la desaparición de los nietos en particular. El papel de abuelo, que permitía a muchas personas mayores justificar su utilidad social, no podrá seguir desempeñándose, pues muchos abuelos se re­ partirán pocos nietos4. Los niños que hoy tienen doce años no sólo formarán parte del grupo de sexagenarios más numeroso nunca habido, sino que además vivirán en una sociedad en la que los mayores de ochenta años no serán como hoy un cuatro por ciento (3,2 millones), sino el doce por ciento de la población (9,1 millones). La mitad de Alemania tendrá más de cuarenta y ocho años, aunque otras previsiones elevan la cifra a cincuenta y dos5. Según fuentes de la ONU, en España los mayores de 80 años pasarán de constituir el 3,5 por ciento de la población (1.451.000 personas) en el año 2000 al 12,6 por ciento (4.714.000 personas) en 2050. Además en 2050 el 52,12 por ciento de la población española (19.463.100 personas) tendrá más de 50 años, frente al 32,40 por ciento (13.205.000 personas) que superaba esa edad en el año 2000. Estamos hablando de una so­ ciedad que níuy poco tiene que ver ya con la actual. Se­ guirá teniendo las mismas autopistas y ferrocarriles, pero su infraestructura moral, la relación entre las genera­ ciones, se habrá transformado por completo.

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El complot de M atusalén

L as cadenas rotas de la esperanza de vida

Nuestra conciencia cotidiana y política no sólo infra­ valora la dimensión del seísmo demográfico, sino tam­ bién la velocidad con la que sus grietas aparecerán en nuestro mundo. Lajubilación de los hijos del baby boom provocará en el mundo occidental un aumento masivo del número de ancianos, y como un cohete que no aca­ ba de apagarse, catapultará durante décadas a millones de personas, individuos a los que se sumarán pueblos en­ teros, más allá de la frontera de los sesenta y cinco años; y no sólo a un nuevo mundo económico y social, sino también a un mundo intelectual desconocido. La cuen­ ta atrás de esta descomunal misión ha sido ya fechada por los institutos demográficos estadounidenses: «En Estados Unidos la lucha contra el terrorismo ha des­ plazado a un segundo plano otros importantes proble­ mas sociales. Pero el reloj sigue su marcha, y la genera­ ción del baby boomalcanzará pronto la edad de jubilación. Hasta ahora se pensaba que los primeros se jubilarían en 2011, y que hasta entonces no nos alcanzaría de lle­ no el primer impacto. Pero hoy en día la suposición es más realista, y se calcula que nos afectará ya en 2008»6. Si pudiéramos traducir estos cálculos en imágenes, la Tierra sería como un gigantesco asilo en órbita por el uni­ verso7. ¿Cuánta senilidad, cuánta falta de memoria, cuán­ ta demencia, cuánta enfermedad albergará esa concien­ cia colectiva? ¿Cuánto miedo, cuánta mala conciencia, cuánto odio a uno mismo y cuánto odio en general? Cada 7,5 segundos en Estados Unidos un niño del baby boom cumple cincuenta años. Cada 7,5 segundos se pro­ duce una microcatástrofe. Cada 7,5 segundos, eñ pala­ 20 t

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bras de Marco Aurelio, la vida se junta con malas com­ pañías. La generación del baby boom, nacida entre 1950 y 1964, situará al mundo occidental en un estado de ex­ cepción, que llegará como muy tarde en el momento en el que sus miembros se jubilen. La estadística no puede concebir su revolucionaria fuerza explosiva, pues, como sabemos, la estadística no tiene alma. Llama viejo al que se jubila. La tasa de enve­ jecimiento representa la proporción entre alimentadores y alimentados. Pero los fantasmas del envejecimien­ to llegan mucho antes que el certificado de la seguridad social; a veces llevan alojados varias décadas en la casa que es el alma de las personas; al principio escondidos en los rincones más oscuros del sótano, poco a poco se van me­ tiendo entre los armarios y los espejos, para terminar por adueñarse de la casa y de todos sus canales de suministro. «Las futuras guerras por los recursos —dice abier­ tamente la estadística—, se librarán por las pensiones y por las plazas en las residencias de ancianos»8. Y tam­ bién, cabría añadir, por la cercanía de los ancianos a los jóvenes en países como Alemania, donde las personas vi­ ven más tiempo y cada vez nacen menos niños. Las ex­ periencias obtenidas se convertirán en un recurso muy valioso. La dimensión del cambio permite a los más so­ brios demógrafos de Naciones Unidas llegar a la con­ clusión de que entonces comenzará una nueva fase de la historia del mundo. Con la autoridad del profeta so­ litario, el filósofo y etnólogo Claude Lévi-Strauss decía: «En comparación con la catástrofe demográfica, la caí­ da del comunismo será algo insignificante». Acostumbrados a ver lo que ocurre con las falsas alar­ mas de los recurrentes apocalipsis, nos decimos: ahora

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tengo veinte, treinta, cuarenta años, y para el año 2020 falta aún mucho; ¿por qué no esperar que pase el tiempo y ver qué ocurre, como en tantas ocasiones anteriores? Y esto es precisamente lo que diferencia la actual si­ tuación: no podemos ignorarla, como tantas generacio­ nes antes que nosotros. Seremos llamados afilas, quera­ mos o no. El tener que empezar a ahorrar para la jubilación, y cuanto antes mejor, no es más que un diálo­ go económico que mantenemos con nuestro yo futuro. Vendrán otras formas de entrar en contacto con aquel que llegaremos a ser y en lo que la sociedad nos convertirá. En los próximos años observaremos las huellas de la edad no sólo en nuestros cuerpos, sino también en el mundo que nos rodea. Cuando hace tiempo unos guardabosques des­ cubrieron casi al mismo tiempo dos manadas de lobos en la región alemana de Muskau, no opinaron sólo los eco­ logistas, sino también los demógrafos9. El Instituto de De­ mografía Mundial de Berlín (Berliner Institutfür Weltbevólkerung) preelijo que los animales no sólo penetrarían por las estribaciones orientales de Alemania, sino que en los próximos años llegarían a otras zonas despobladas, como los bosques de Turingia. La naturaleza regresa cuan­ do el hombre se retira. Por la zona occidental, por ejem­ plo en los bosques del Palatinado, han sido avistados ya linces procedentes de las áreas abandonadas en Francia por el éxodo del campo a la ciudad. De hecho, la transformación de la civilización ya está en marcha. Se cierran escuelas, se alargan lasjomadas la­ borales, se reducen las pensiones, se abandonan los pue­ blos. Los políticos lamentan el retroceso de la natalidad; saben, aunque no lo dicen, que hay que elegir entre gas­ tos de educación para muchos niños, o pago de pensio22

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N uestro futuro

nes a muchos ancianos. Las estrellas del pop sólo sobre­ viven cuando tienen éxito en los programas familiares, y cuando no lo tienen, aparecen en persona, como la fa­ milia Osboume, exhibiéndose ante los ojos del mundo entre la locura juvenil y la demencia senil. La estadística demográfica no registra nacimientos, sino sólo récords de edad y cifras de fallecimientos. Y esto no es más que el comienzo, lo que sucede un par de años antes de esa cesura a partir de la cual nuestra sociedad pasará a estar formada cada vez por más viejos, y finalmente por más viejos que jóvenes. Si rio aguzamos ahora nuestra conciencia para prepa­ rar esta situación futura, nos ocurrirá lo mismo que a los adultos de la década de 1970. Se quedarori de una pieza cuando supieron que nuestras industrias envenenaban el medio ambiente, que podían arruinar los tesoros de la Tierra y que había que frenar el crecimiento desmedido. Durante treinta años este mensaje del Club de Roma ha determinado cada día de nuestra vida de una u otra ma­ nera, afectando no sólo a nuestra mala conciencia o al ter­ mostato de nuestras casas. Eso pasará con el envejecimiento global. A partir de un determinado momento, teñirá e impregnará todos nuestros actos y pensamientos, nos dividirá en los que so­ mos hoy y los que seremos al envejecer. Surgirá una nue­ va clase de previsión, toda clase de medidas de seguridad preparatorias para la mente, el alma y el cuerpo de una población cada vez más decrépita. Y en nuestra sincroni­ zada sociedad habrá dos tiempos con direcciones opues­ tas: el de los pocos jóvenes y el de los muchos viejos. Pero no se trata sólo de un error de cálculo de la po­ lítica, sino de nuestro propio error de cálculo: contamos

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con morir pronto. Nosotros, que hemos aprendido a apro­ vechar cada segundo y a penalizar los retrasos, estamos a punto de cometer un trágico error en lo único que im­ porta: la suma de nuestra vida. Deprimidos, como sole­ mos estar en los últimos años, desanimados y pesimistas, a menudo no estamos en condiciones de festejar el triun­ fo de la longevidad. Aunque tendríamos motivos: la es­ peranza de vida femenina ha aumentado en tres meses cada año durante los últimos ciento sesenta años. En 1840, las suecas tenían la esperanza de vida más alta de todas las mujeres, con cuarenta y cinco años. En la actualidad, las japonesas suelen alcanzar los ochenta y cinco años de edad. Y no hay límite a la vista10. Al no estar preparados, la crisis que sufriremos en un futuro inmediato no será sólo política o económica, sino también espiritual. La esperanza de vida se convertirá en un concepto clave para nuestra época. No se refiere únicamente a cuánto tiempo viviremos, sino que indica que la mayoría de los adultos y de los niños vivos hoy vivirán mucho más tiem­ po que cualquier otra persona antes. Esto no nos afecta sólo a nosotros, ya que la mayor esperanza de vida, según los demógrafos, conmocionará el sistema social. Afecta­ rá mucho más a nuestros hijos: una de cada dos niñas que vemos hoy en la calle tiene una esperanza de vida de cien años, y uno de cada dos niños, según todos los pronósti­ cos, alcanzará los noventa y cinco11. De seguir así, supon­ drá no sólo la modificación de los registros de nacimien­ to y defunción, sino una nueva situación antropológica en nuestras vidas12. Ciento cincuenta años después del inicio de la era téc­ nica moderna, el hombre debe empezar a pagar por su

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deficiente adaptación. Hemos declarado guerras, inclu­ so civiles, por no adaptamos a las debacles del progreso moderno, pero ahora se trata de una guerra contra no­ sotros mismos, contra las personas que seremos dentro de unos años. No se han encontrado nunca esqueletos de individuos prehistóricos que hubiesen superado los cin­ cuenta años de edad. La esperanza de vida humana du­ rante el 99,9 por ciento del tiempo que este planeta ha estado habitado, no alcanzaba los treinta años13. Ahora, en el transcurso de una única generación, nos vemos obli­ gados a desterrar caracteres de cien mil años de antigüe­ dad de nuestros cuerpos, y también de nuestra cultura. Vamos a decir abiertamente lo que desde la década de 1990 han puesto de manifiesto incontablés estudios muy serios, al principio de forma muy tímida y finalmente con perplejidad: ignoramos si existe límite temporal para la vida humana. Según testimonios fidedignos, la francesa Jeanne Calment, con ciento veintidós años, ha sido la persona que ha alcanzado mayor edad, pero nada pa­ rece indicar que esta edad sea un límite absoluto14. A principios de 2002, James Vaupel, director del Insti­ tuto Max Planck de Estudios Demográficos y uno de los más prestigiosos biodemógrafos del mundo, publicó en la revista Science un artículo que despertó gran expecta­ ción, titulado «Los límites rotos de la esperanza de vida». En este estudio, Vaupel acusa de equivocarse a los go­ biernos al seguir creyendo en un margen de vida fijo y por tanto limitado. Mientras que el Gobierno estadouniden­ se, por ejemplo, prevé un aumento de la esperanza de vida hasta alcanzar un máximo de 83,9 años en las próxi­ mas siete décadas, Vaupel pronostica una esperanza de vida femenina de 101,5 años15.

El complot de Matusalén

Precisamente a los habitantes másjóvenes de las nacio­ nes industrializadas no les debe de hacer ninguna gracia saber que sus gobiernos maquillan las previsiones, fijan­ do tan a la baja la esperanza de vida. Esto sólo puede signi­ ficar que los que hoy tienen entre treinta y cincuenta años de edad deberían morirse a tiempo para que las cuentas cuadrasen. El aumento de nuestra esperanza de vida bio­ lógica se enfrenta a la esperanza de muerte social, que or­ dena: muérete en tu momento. Lo que hace la situación más precaria es que, evidentemente, la triunfal historia de la longevidad no ha hecho más que comenzar. En un estu­ dio financiado por la Sociedad Max Planck y por el Insti­ tuto Nacional del Envejecimiento, Vaupel y su colegaJim Oeppen analizaron datos procedentes de Australia, Islandia,Japón, Holanda, Noruega, Suecia, Suiza y Estados Uni­ dos, y llegaron a la conclusión de que seremos testigos de una revolución en la duración de la vida. La esperanza de vida de europeos y estadounidenses aumenta cada año en tres meses. Las personas centenarias serán algo normal en­ tre las que están vivas hoy, y no hay indicios de que exista ningún límite para la esperanza de vida. Y aunque lo hu­ biera, no nos encontramos aún ni tan siquiera cerca de alcanzar el máximo16. La esperanza de vida de las personas es una línea ascendente y sin límite previsto. La duración estadística de la vida humana siempre se ha infravalorado. La esperanza de vida no es tan sólo una cifra; es la cer­ teza de que tendremos una sociedad que por su larga vida entrará en conflicto con el reloj biológico y que por su avanzada edad vivirá cada vez más tiempo y cada vez más cerca de la muerte. Cuando la mayoría de una sociedad está formada por viejos, desaparece automáticamente el recurso «futuro». 26

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Hasta bien entrada la década de 1980, había formularios e impresos en los que, para comodidad del usuario, figu­ raba un «19» preimpreso, como si ni los papeles ni los usua­ rios fueran a sobrevivir al siglo xx. En cierto sentido, eran los formularios de la sociedad que envejecía. A largo pla­ zo los límites del crecimiento son los límites del tiempo, pues losjóvenes serán controlados por los mayores. Esta crisis intelectual no resulta demasiado apropiada como tema para charlas frívolas de café, puesto que mo­ dificará nuestra relación con la vida. Se producirá una cri­ sis real y psicológica de las mentes que envejecen, de los cinco sentidos y de la propia conciencia. Por ejemplo, cada año serán más las personas que desconfiarán de sus sentimientos y de su propio juicio, aumentarán los te­ mores financieros, y aun cuando no exista un motivo real para ello, el miedo a la demencia senil o al Alzheimér, sólo en Estados Unidos se extenderá como una niebla gris so­ bre las almas de unos setenta millones de personas y con­ trolará sus conductas17. Sabemos lo que es la juventud; todos hemos pasado por ella. Observamos, sonreímos, envidiamos a losjóve­ nes, e intentamos imitarles. Todas las culturas han co­ nocido la juventud, pues todas las personas han sido jó­ venes, pero son las menos las que han conocido la vejez. En la historia de la cultura y la evolución de nuestra so­ ciedad, la vejez es algo bastante reciente: ha sido siempre una improbabilidad en la vida y la experiencia de una mi­ noría. Las investigaciones en este campo no tienen ni si­ quiera cincuenta años. Apenas hay representantes en ese sector. «Los ancianos de hoy en día —escribe el biólo­ go Tom Kirkwood—, constituyen la silenciosa avanzadi­ lla de una revolución de la longevidad, que provocará un

El complot de Matusalén

cambio radical de la estructura social y que alterará nues­ tro concepto de la vida y de la muerte»18. La vanguardia está en camino, y nosotros somos el ejér­ cito que le va a la zaga. Muchas personas aún no se han dado cuenta de que las civilizaciones occidentales estamos convocadas a una gran misión. La sociedad de la que es­ tamos hablando no la conocerán hasta que lleguen a los cuarenta, cincuenta o sesenta años de edad. Para enton­ ces la mayoría que decide en Alemania tendrá también cincuenta, sesenta o setenta años. Al mismo tiempo, las generaciones másjóvenes, los que tendrán entre treinta y cincuenta años, estarán infectados ya por el miedo a en­ vejecer. Como ocurriera durante la peste, con cuyas con­ secuencias se ha llegado a comparar el cambio demográ­ fico al que nos enfrentamos19, es probable que surjan cultos al presente y sublevaciones ante las desorbitadas cargas en previsión social a las que habrá que enfrentarse por el en­ vejecimiento individual y colectivo. Al final, mientras todo esto ocurre, las personas de ochenta y noventa años for­ marán el sector con mayor crecimiento de la población. Lo único que puede ocurrir con las competencias de salud, familia y seguridad social es que se vean sobrepa­ sadas. En este libro comprobaremos que los prejuicios so­ bre el envejecimiento y las personas mayores son un de­ sastre tremendo para nuestra civilización y nuestra vida. Precisamente en Alemania, donde en las últimas décadas tanto se ha hablado sobre el concepto político y cultu­ ral de enemigo, se rechaza la propaganda de guerra con­ tra nuestra propia existencia. Mientras que en Estados Unidos e Inglaterra sigue publicándose una impresio­ nante cantidad de estudios sobre la discriminación por la edad (ageism), la psicología alemana tiene el tema prác­

N uestro futuro

ticamente olvidado20. Se ha hecho muy poco para trasla­ dar al lenguaje coloquial los estudios escritos en la com­ plicada jerga de los expertos. Haría falta un Martín Lutero que tradujera, al menos en parte, los espectaculares descubrimientos de los investigadores sobre la actividad mental e intelectual de los ancianos. Las falsas ideas sobre el envejecimiento resultan tan le­ tales como cualquier otra clase de racismo que discrimine a las personas. Yletal no sólo en sentido figurado: hoy en día sabemos que dañan gravemente la capacidad de resisten­ cia psíquica de los ancianos y que acortan sus vidas21. Los ra­ cismos tienen un rasgo común, que es el de caricaturizar la realidad. Por ejemplo, que los ancianos son despistados, lentos o difusos al expresarse es, hasta cierto punto, algo evidente. Pero siempre se trata de procesos individuales, cuyas generalizaciones son tan absurdas como lardea de que los niños no pueden aprender bien un primer idioma hasta los doce años. Estamos equivocados en nuestros jui­ cios sobre la infancia, y también nos equivocamos sobre las personas que seremos en la segunda mitad de nuestras vi­ das. Hablamos de un sentimiento vital fundamental en continuo cambio, que puede provocar una sensación de decadencia y muerte, una cultura de la extinción. La cer­ canía de la mayoría de la población con la muerte, unida a los miedos físicos y psíquicos del envejecimiento, pro­ longa nuestro pasado y acorta nuestro futuro. UNA IDEOLOGÍA VERDADERAMENTE MORTAL

Hay personas que, conscientemente, deciden vivir me­ nos tiempo. Fuman o beben, y, al menos desde su pun­

El complot de Matusalén

to de vista, están cambiando un poco de vida por un pla­ cer inmediato. En la autodestrucción que ocasiona la dis­ criminación de la vejez no se obtiene ningún placer, ex­ cepto la trivialidad de mirar por encima del hombro a los demás. Y por su parte, la fijación en imágenes de la eter­ na juventud y belleza, como veremos, también produce infelicidad en losjóvenes. Lo que está leyendo no es un panfleto de crítica cul­ tural; lo que se pretende es provocarle para que conver­ se consigo mismo y se convierta en un conspirador con­ tra el imperio de una ideología verdaderamente mortal. Existen pruebas de que la discriminación de las personáis por su raza o su sexo provoca alteraciones en su conduc­ ta. Afortunadamente, se organizan revueltas, protestas, encadenamientos o recogidas de firmas contra este tipo de discriminaciones racistas, y algunas veces logramos im­ poner un nuevo idioma sobre el dominante. Y en el úni­ co caso en el que no lo hacemos es cuando se trata de no­ sotros mismos y de nuestro propio futuro. En el año 1975 los investigadores comenzaron un es­ tudio a veinte años vista en el Estado norteamericano de Ohio. Asunto: el envejecimiento de toda una ciudad. Los resultados más espectaculares de este estudio no se die­ ron a conocer hasta 2002. Los participantes en el estudio fueron entrevistados en seis ocasiones a lo largo de esos veinte años, para conocer sus impresiones sobre su pro­ pia edad y su envejecimiento. El estudio demuestra que aquellos que consideraban el envejecimiento como una fase más de sus vidas y que tenían una imagen positiva de los ancianos, vivían un promedio de siete años y medio más que los que no esperaban nada de la vejez. «Esta di­ ferencia persiste incluso si se tiene en cuenta el estatus so-

N uestro futuro

dal y econòmico, el sexo, las relaciones sociales y la salud de las personas [...] El aumento de la esperanza de vida en siete años y medio, que constata nuestro estudio, es realmente considerable. La influencia sobre la tasa de su­ pervivencia de una imagen positiva, tanto de uno mismo como de la vejez, es mayor que la de la hipertensión o el colesterol, que reducen la esperanza de vida en unos cuatro años»22. Según los investigadores norteamericanos, la fórmu­ la de esta medicina es muy simple: voluntad de vivir. Sus adversarios son aquellos que pretenden poner a las per­ sonas bajo tutela. Esta incapacitación se inicia con la ad­ ministración de sus vidas, con unajubilación como mu­ cho a los sesenta y cinco años, y finaliza enei precipitado diagnóstico de un supuesto «ser demasiado viejo». La dis­ criminación que se sufre a partir de los cuarenta años pue­ de llegar a convertirse en mortal cuando ya no estamos en condiciones de defendernos. A lo largo de los si­ guientes capítulos veremos que, a medida que cumpli­ mos años, la sociedad nos va privando de algo que resul­ ta imprescindible para nuestra esencia como personas: la seguridad en nosotros mismos y la razón. El siguiente episodio fue objeto de debate en la comparecencia del fiscal de California ante el Comité de Investigación del Senado sobre Envejecimiento: Un hombre de ochenta y cinco años fue encontrado muerto por su esposa de ochenta y uno en su casa. La mu­ jer llamó enseguida a la policía y al médico de urgencias, y cuando llegaron les explicó que, poco antes de la muerte de su marido, había visto á una mujer por la casa. Todos los funcionarios, incluida la policía, consideraron que habían

El complot de Matusalén

sido imaginaciones suyas. Los forenses fueron informados por teléfono. Como no había signos de violencia, se firmó el certificado de defunción. Al día siguiente, el banco avisó a la viuda de que la cuenta corriente de su esposo fallecido mostraba movimientos inusuales. La policía entonces se puso en marcha y ordenó practicar una autopsia. El resul­ tado no dejaba lugar a dudas: el hombre había muerto es­ trangulado. Poco después, la visitante desconocida fue de­ tenida23.

Es evidente que siempre han pasado cosas así; todos podemos recordar haberlas leído en aquellas grotescas páginas de sucesos. Pero aquí no se trata de una extra­ ña denuncia, sino de denunciar algo muy extraño: ¿por qué razón hubiera tenido mayor credibilidad la observa­ ción de la anciana esposa si esta testigo no hubiera teni­ do más de cuarenta años? ¿Por qué la muerte del ancia­ no en principio fue considerada «normal», al menos no insólita, a pesar de que, según todos los informes, había sido siempre un hombre muy fuerte y saludable? Hasta que no se plantean estas preguntas, como al parecer hizo el fiscal, no nos damos cuenta de las consecuencias que puede llegar a tener sobre la seguridad personal de los ancianos su discriminación social. Este episodio nos proporciona una leve idea de los problemas de credibilidad que sufren las personas a me­ dida que van haciéndose mayores. Veremos que son mu­ cho más graves y trascendentales de lo que nos imagi­ namos. Pero no son sólo fuerzas colectivas las que nos van pri­ vando de autonomía a lo largo de nuestra vida. Es tam­ bién el mercado, que lanza nuevos productos sin cesar,

N uestro futuro

pues considera perjudicial que sus productos duren mu­ cho. Por eso la locura juvenil puede desencadenar una fuerza tan tremenda, porque, como veremos más ade­ lante, está aliada con el código biológico del hombre: la oposición de la naturaleza contra la vejez. Por eso necesitamos medidas de previsión de otro tipo; no materiales. Tenemos que damos cuenta de lo que se nos viene encima y de cómo lo podremos superar sin perder nuestra identidad, la historia de nuestra vida; dicho de forma patética, sin perder la dignidad. Todos seguimos teniendo por delante la tarea más importante de nues­ tras vidas. Somos como un Sísifo sin cumbre y sin piedra, que ya ha descendido y que ha de quedarse en la llanura. «La edad —dijo el anciano Norberto Bobbio—, refle­ ja tu opinión de la vida; además, con la edad tu actitud ante la vida dependerá de si la concibes como una es­ carpada montaña que ha de ser conquistada, como un ancho río en el que te sumerges para llegar nadando len­ tamente hasta la desembocadura, o como ün intrinca­ do bosque por el que vagas sin saber nunca del todo por dónde debes seguir para encontrar la salida»24. Somos integrantes de un cuerpo expedicionario ata­ cado, sitiado y perseguido; el enemigo nos pisa los talo­ nes y a la vez lo tenemos cara a cara, y ante nuestros ojos se abre un territorio gris y desconocido. Antes de co­ menzar la guerra en sí, se suceden tácticas de guerra psi­ cológica. Nuestro carácter cambiará. Nuestros descen­ dientes pensarán que somos duros de corazón, egoístas y desvergonzados, y nosotros no querremos vivir con ese juicio. Cuanto más nos acerquemos al final, más débiles, obstinados y apáticos estaremos. Hay que renunciar a algo para ganar; a algo que, como el anillo de Tolkien, impo­ 33

El complot de Matusalén

ne el poder de su voluntad, nos esclaviza, nos ata e inclu­ so nos hace actuar contra nuestros propios intereses. ¿Qué se puede hacer? Tenemos que olvidar muchas lecciones de esas déca­ das autoritarias, obsesionadas por lajuventud. Tenemos que mandar mucho antes a los niños a la escuela yjubilar a los ancianos mucho más tarde y conforme a criterios completamente diferentes. Tenemos que modificar la es­ tructura de los ciclos vitales, haciéndolos simultáneos don­ de antes eran lineales: las fases del trabajo deben cambiar, como lasjornadas laborales. Debemos rehabilitar la ex­ periencia, la sabiduría y el intercambio entre las gene­ raciones. Tenemos que aprender a valorar no sólo los errores y los fracasos de nuestra generación, sino también sus lo­ gros. A esa gran cohorte de ancianos que procede de la segunda mitad del siglo xx tenemos que poder contarle la historia de sus conquistas, la mayor de las cuales es que, al contrario que las generaciones anteriores, no urdió nin­ guna guerra mundial y supo sobrevivir en las condiciones de un moderno apocalipsis. Este autorrelatode las actua­ les generaciones tiene una enorme importancia por una única razón: es el medio, el instrumento, para lograr la seguridad en uno mismo que nos roba la edad. Las sociedades anteriores no tenían demasiado interés en mantener esta seguridad en sus miembros de edad más avanzada. Lamentablemente, nuestra nostalgia burguesa de un pasado glorioso, en el que se rendía tributo a la ve­ jez, es en la mayoría de los casos la nostalgia de una ilusión. «Ya que no son de utilidad para la Tierra, deberían morir, desaparecer y no seguir siendo un obstáculo para los jó­ venes en su camino», se decía ya en la antigua Grecia25.

N uestro futuro

En otros tiempos, como la mayoría (es decir, lajuventud) quería hacerse cargo pronto de la casa y el patri­ monio, el desposeimiento de los ancianos resultaba ina­ pelable. Pero para nuestro futuro es más necesario que los mayores conserven su autoestima. En Alemania, la ge­ neración anterior procedía de un mundo de inseguri­ dad, miedo, pobreza y guerra, pero logró un mundo in­ comparable de seguridad y de riqueza: la República Federal en la que nacimos. Nosotros, sin embargo, vamos en sentido contrario: éramosjóvenes en los años del bie­ nestar y la felicidad, y envejeceremos en un mundo in­ vadido por grandes incertidumbres y miedos después del 11 de septiembre de 2001. Si no queremos que la guerra demográfica de las culturas nos sorprenda minados, ren­ didos y desalentados, debemos declararle antes la guerra a la difamación de la vejez. El sociólogo Austin Lyman ha grabado cánticos mantras con ancianos indios navajos, que muestran cómo las personas superan intactas la ve­ jez relatando sus pequeñas conquistas pasadas; el grupo rememora en forma de verso cómo cuidaba de sus ove­ jas incluso en las peores condiciones. La conclusión es que quien es capaz de proteger a las ovejas de la tormenta, también es capaz de dominar su vejez: Yo ya he sobrevivido antes. Ahora puedo volver a hacerlo. Yo ya he logrado muchas cosas. Ahora puedo volver a conseguirlo. He vencido temporales, osos, lobos y al hombre blanco. También puedo vencer a la vejez. Por muy mal tiempo que hiciera, yo siempre sacaba v a pastar las ovejas. Seguiré haciéndolo, sin importarme la edad que tenga26.

El complot de M atusalén

Los futuros ancianos desarrollarán sus propios ritos, ideas y prioridades. Serán diferentes a los que conoce­ mos hoy en día, aunque sea sólo porque nosotros esta­ remos allí. Éste es el triunfo biológico de nuestra gene­ ración; no hemos conquistado países, hemos conqüistado tiempo de vida. «Considere los años ganados como un re­ curso —dice el crítico cultural estadounidense Theodore Roszak—; un recurso cultural y espiritual que hemos arrancado a la muerte, como los holandeses le ganaron terreno fértil al mar»27. Nosotros, que nunca pensamos que llegaríamos a ver el final de la Guerra Fría, viviremos en un mundo de cen­ tenarios. No resultará fácil; hasta ahora tener cien años en Europa equivalía a muerte y decadencia. Sentire­ mos en nuestras propias carnes cómo se vive en una so­ ciedad de avanzada edad. Nosotros no hemos cuidado rebaños bajo rayos y truenos. Pero todos los indicios se­ ñalan que después de siglos hemos logrado formular un programa contra el feroz acortamiento de la vida. Hace un par de años visité en Wilflingen al centenario Ernst Jünger. Jünger estaba considerado por entonces como una leyenda viva; mejor dicho, como una leyenda petri­ ficada. El escritor, nacido en 1895 en Heidelberg, había hecho de todo, lo había visto todo y todo lo había su­ perado. Guando tenía ya más de noventa años, se metía todas las mañanas en una bañera de agua helada, es­ cribía diarios y cartas, leía, meditaba, daba largos pa­ seos y vivía una vida que despertaba la admiración ge­ neral, y muchos creían que este hombre había descubierto la fuente de la eterna juventud en alguna de sus expediciones por el largo siglo.

N uestro futuro

Un día, este caballero casi centenario contó que cuan­ do tocaba a un niño o a un recién nacido, tenía cada vez más la sensación de estar cerrando una corriente de ener­ gía sobrenatural, que hacía tambalearse las épocas. «Imagí­ nese: una mujer ancianísima, centenaria, que me hubie­ ra acariciado en la cuna como yo acaricio a este bebé. Mi cuerpo conecta dos generaciones, de las cuales una na­ ció prácticamente en los albores de la Revolución Fran­ cesa y la otra tiene muchas probabilidades de llegar a vi­ vir en el siglo xxii». En esa mañana algo nublada ante el castillo de StaufFenberg, las manos de Jünger abarcaban desde el año 1790 hasta el 2100 en un solo gesto.

37

i

P r im e r a pa r te

E l p o r v e n ir d e u n a s o c ie d a d q u e ENVEJECE

ί

H o r a r io d e las g e n e r a c io n e s

o se deje impresionar por las cifras que aquí le presen­ tamos. Obsérvelas como si fuera el horario de la parada del autobús; no tienen más fiabilidad o importancia que la de cualquier trasbordo que pueda perder en la vida28. Acos­ tumbrados a ver las previsiones económicas, generalmen­ te en franca contradicción con la realidad, somos muy es­ cépticos frente a los pronósticos de cualquier tipo. Pero las predicciones demográficas tienen un carácter muy dis­ tinto al de los datos económicos, pues suelen ser de una sor­ prendente precisión. «Los pronósticos y proyecciones de­ mográficas de las últimas décadas han resultado de una asombrosa exactitud», escribe el demógrafo HerwigBirg, y como prueba, cita los pronósticos de Naciones Unidas del año 1950 para el año 2000: «El resultado era de 6.267 mi­ llones de habitantes. Para poder comparar, debemos saber que en el año 1950 la población del mundo era de 2.521 millones de personas. Entre los cálculos de hace más de cuatro décadas y la cifra real para el año 2000 (6.100 mi­ llones) la diferencia es tan sólo del 3,5 por ciento. El error real del pronóstico es incluso inferior»29. Las personas a las que aquí nos referimos no son fic­ ciones; todas ellas están ya aquí, incluidos nosotros.

El complot de Matusalén

«Como todas las personas que en 2050 pertenecerán al grupo de la tercera edad ya han nacido —escribe el demógrafo Peter Schimany—, la cifra puede ser calcu­ lada con relativa sencillez. Según los cálculos, el núme­ ro de ancianos se triplicará con creces, pasando de los 606 millones del año 2000 a los 1.970 millones de 2050. Este grupo de edad crecerá más que la población res­ tante del mundo, que en el mismo periodo aumentará solamente la mitad»30. El número de personas que su­ peren los ochenta y cinco años de edad será seis veces superior, pasando de 26 a 175 millones, y el de las que su­ peren los cien años se multiplicará por seis, pasando de los actuales 135.000 a 2,2 millones31. Tal vez sea esta precisión la que diferencia el adveni­ miento de la sociedad del envejecimiento de otros apo­ calípticos pronósticos con los que nos hemos enfrentado a lo largo de nuestra vida. Quizás por eso nos cuesta creer en las dimensiones de una crisis que se anuncia como el horario de los autobuses urbanos. Una revolución cuya fecha de inicio conocemos, cuyos efectos tememos y que, sin embargo, todavía no podemos evitar, supera la capa­ cidad de nuestra imaginación. Inicio del conflicto32: 2010, fecha en la que comen­ zarán ajubilarse las primeras promociones de la posgue­ rra. Nuestra sociedad se verá socavada desde dos direc­ ciones opuestas:• • El aumento de la esperanza de vida; los seres huma­ nos de los que estamos hablando ya han nacido, y la duración de su vida probablemente supere incluso los límites tan generosamente establecidos en la ac­ tualidad. 42 i

H orario de las generaciones

• Mientras que los ancianos siguen viviendo y no se mue­ ren, losjóvenes a los que necesitamos para el futuro no han nacido. Y esto no podremos corregirlo más adelante con la ayuda de una máquina del tiempo. El suelo de nuestro futuro está por tanto plagado de mi­ nas, sin que apenas hayamos intentado poner un pie sobre él; y como nuestros hijos no han nacido, tam­ poco tendrán nunca hijos. • De generación en generación nacen cada vez mer nos mujeres; la generación actual de niñas es in­ ferior en número a la generación de sus madres. Para m antener estable la población es necesario que cada mujer tenga 2,1 hijos de media, en lugar de 1,4, que es la cifra actual en Alemania. En Es­ paña también se necesita que cada mujer tenga 2,1 hijos pero en 2003 la media sólo alcanzó 1,3. En Alemania el año más prolífico en nacimientos fue 1964; el año clave, por tanto, es 2029. En España los años que registraron un mayor número de nacimientos fue­ ron los comprendidos entre 1970 y 1975, por lo que los años clave para España empezarán en 2030. La tasa de ancianos (el número de mayores de sesen­ ta por cada cien personas de entre treinta y sesenta años de edad) casi se duplicará para 2030, pasando del 44,3 en el año 2002 al 46 en 2010, al 54,8 en 2020 y al 70,9 en 2030. Y seguirá aumentando hasta llegar al 78,0 en el año 2050. Según estimaciones de la ONU, en España la misma tasa pasará de 52,2 en el año 2000 a 51,2 en 2010, para des­ pués aumentar a 60,3 en 2020 y a 82,3 en 2030. En 2050 habrá ascendido a 127,5.

El complot de Matusalén

Suponiendo que no haya ninguna guerra, la evolución de los próximos cincuenta años ya es irreversible. La po­ blación alemana disminuirá posiblemente hasta 2050 en unos doce millones de personas, aunque la ciña podría alcanzar los diecisiete millones. Si no contáramos con la inmigración, habría que fijar la disminución en veintitrés millones. Sin una variación considerable del índice de na­ talidad y de la inmigración, en el año 2050 la mitad de los alemanes tendrá más de 51 años (hoy tiene más de cua­ renta) , y una perspectiva psicológica de vivir treinta años más. De seguir con la misma tendencia, Italia tendrá so­ lamente diez millones de habitantes al final del siglo. Si se cumplen las previsiones de la ONU, en 2050 la población española disminuirá en tres millones y me­ dio. Sin un cambio en el bajo índice de natalidad y en la inmigración, en el año 2050 la mitad de los españoles tendrán más de 50 años (frente al 32 por ciento del año 2000) y una esperanza de vida aproximada de 75,9 en el caso de los hombres y 82,8 en el de las mujeres. La población en Alemania se reducirá conforme al si­ guiente esquema: Hasta 2030 pasará de los actuales 82 millones a 76,7 millones de habitantes, y llegará a 67 millones en 2050; ese año como muy tarde la población habrá disminui­ do al menos en 12 millones; la población aportada por la antigua República Democrática Alemaná (en su día 18 millones de habitantes) se habrá quedado en nada. La población española, según datos de la ONU, dis­ minuirá entre los años 2000 y 2030 en 800.000 perso­ nas, entre 2030 y 2040 en casi un millón de personas, 44 i

i

H orario de las generaciones

y más drásticamente entre 2040 y 2050 con una reduc­ ción de más de millón y medio. En total en 50 años, la población española se verá reducida en más de tres mi­ llones de personas. Las ciudades se despoblarán, las relaciones humanas se alterarán drásticamente, y disminuirá el número de con­ sumidores: no solamente de mercancías y servicios, sino también de educación, cultura y medios de comunicación . En Alemania algunos estados federados, como Brandenburgo y Mecklenburgo-Pomerania Occidental, verán cómo grandes áreas pertenecientes en su día a la civilización regresan de nuevo a manos de la naturaleza; la despobla­ ción por parte del hombre dará lugar a la colonización por parte de una nueva naturaleza, salvaje y auténtica. En cuanto a los cambios en la distribución por eda­ des, el número de jóvenes disminuirá hasta el año 2050 de manera continua, pasando de 17,7 a menos de diez millones. Para España los datos de la ONU indican que el número de jóvenes entre 15 y 30 años también dismi­ nuirá notablemente. Pasará de 9.569.000 en el año 2000 (un 23,48 por ciento de la población española) a apenas 5.139.000 personas en 2050 (únicamente un 13,76 por ciento de la población total). El número de octogenarios se triplicará. Como muy tarde en 2050, por cada dos personas de entre 40 y 60, ha­ brá una persona de más de ochenta años. Por tanto, au­ mentará la necesidad de personas más jóvenes, y tal y como está la situación, solamente pueden provenir de fuera de la Unión Europea. La población emigrante ne­ cesaria parece ser muy superior a la que estamos dis­ puestos a admitir en la actualidad, e incluso en el caso más favorable, aliviará sólo en parte las consecuencias del en­

El complot de Matusalén

vejecimiento social. Para poder mantener en el año 2000 la tasa de mayores de sesenta y cinco años por cada cien personas en activo, Alemania debería recibir unos cien­ to ochenta millones de inmigrantes. «Aun en el caso de que el excedente de la inmigración fuera moderado —afirma el demógrafo Herwig Birg—, como por ejem­ plo de 210.000 por año, la proporción de los inmigrados después de 1995, incluyendo sus descendientes y los ex­ tranjeros que viven ya en Alemania, aumentaría sobre un 30 por ciento de 1995 a 2050, según las estimaciones de la ONU»33. En España, en 2050, por cada dos per­ sonas entre 40 y 60 años (aproximadamente 8.329.000) habrá al menos una persona mayor de 80 años (4.714.000 en total). Por otra parte, las previsiones de la ONU re­ comiendan la llegada de una media de 56.000 inmigrantes al año. La tasa demográfica de cuidado de ancianos (el nú­ mero de octogenarios por cada cien personas de entre 40 y 60 años) aumenta del 12,6 al 55,0; es decir, se cuadru­ plica. El aumento es más significativo en el caso de los hom­ bres que en el de las mujeres. En España la misma tasa au­ menta de 14,4 en el año 2000, a 56,6 en 2050, lo que significa que en 50 años se habrá cuadruplicado también. Esta tasa referida a nonagenarios (en comparación con las personas de entre cincuenta y setenta años) se multi­ plica por seis. Y en España aumenta de 2,28 en el año 2000, a 12,46 en el año 2050. Por tanto, se multiplica por seis en cincuenta años. La cifra de centenarios aumenta de los actuales 11.000 a 70.000, y en 2067 llegará a 115.000, cifra diez veces su­ perior a la actual y que en España pasa de cero en el año 2000 a 57.000 en 2050.

H orario de las generaciones

Debido a la superior esperanza de vida de las mujeres, se producirá una feminización de la vejez y, muy posible­ mente, de la pobreza. Esta situación, según eljefe de la Oficina Federal de Estadística, es en esencia «segura e ine­ vitable». Los cambios tienen carácter global: se produ­ cirán tanto en los países en vías de desarrollo como en los industrializados. Los primeros están viviendo un aumento sin precedentes de lajuventud (que mantiene a la baja la edad media de los países), de modo que en las próximas décadas no es previsible que haya más viejos que jóvenes. Dada la inexistencia de sistemas sociales, el que se tripliCOMPARACIOÑ INTERNACIONAL DE LOS INDICADORES DEL ENVEJECIMIENTO SOCIAL

País

P orcentaje de ad ultos

M ayores de 65

^

N ùm ero de adultos (en m illones) M ayores de 65

M ayores de 80

1990

2030

2050

1990

2050

1990

2050

China

5,6

15,7

22,6

63,0

334,0

7,839

99,602

India

4,3

9,7

15,1

37,0

230,9

4,017

46,999

Corea

5,0

18,1

24,7

2,1

12,6

0,276

3,763

México

4,0

19,9

18,6

3,3

27,3

0,644

5,979

Canadá

11,2

22,6

23,8

3,1

10,1

0,643

3,579

Francia

14,0

23,2

25,5

7,9

15,3

2,136

5,696

Alemania

15,0

26,1

28,4

11,9

20,8

2,985

8,299

Italia

15,3

29,1

31,8

14,8

33,4

2,922

12,09

Japón

12,0

27,3

31,8

14,8

33,4

2,922

12,09

Gran Bretaña

15,7

23,1

24,9

8,1

14,1

2,092

5,287

EE.UU.

12,4

20,6

21,7

31,5

75,8

7,213

26,914

España

13,8*

23,4

35,0

16,4

1,148*

6,034

5,4*

Fuenté: Naciones Unidas, División de la población (1999) * Estos datos corresponden a los del ano 1991. (Fuente: Censo del INE de 1991)

L

47

El complot de Matusalén

quen los octogenarios (por no citar a los sexagenarios) en Africa o cuadrupliquen en Latinoamérica, es un as­ pecto de la globalización que se está dejando pasar total­ mente por alto. Las estimaciones más conservadoras pre­ vén que en Estados Unidos aumenten los gastos sociales y médicos (que en 1970 suponían el 20 por ciento y ac­ tualmente el 40 por ciento) hasta llegar al 68 por ciento.

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A l e m a n ia e n c o m p a r a c ió n CON EL RESTO DEL MUNDO

L o s países en vías de desarrollo experimentarán no so­ lamente otro boomjuvenil, sino además un age quake, un terremoto de la edad, del que Naciones Unidas viene ad­ virtiendo con mayor insistencia desde el cambio de mi­ lenio. Mientras que un país como Suecia necesitaría aún 84 años para duplicar la población del grupo de mayor edad, Singapur necesitará solamente veinte años para lo­ grarlo. China, marcada por su política de un único hijo, habrá doblado la tasa de mayores de sesenta y cinco años en menos de treinta años. Actualmente, viven en Bangladesh 7,2 millones de personas mayores de sesenta años, pero en cincuenta años podrían ser más de cuarenta mi­ llones. En el año 2050 el número de mujeres mayores de ochenta y cinco años será superior al de las encuadradas en los demás grupos de edad. En cualquier hormiguero la estructura de la población resulta decisiva a la hora de elegir qué camino tomará la evolución del colectivo. Y a nosotros nos va a pasar lo mis­ mo. Debemos aprovechar sin demora el tiempo del que dis­ ponemos en la actualidad, pues el cambio demográfico nos afectará cuando ya no estemos tan pletóricos de energías como hoy. En Alemania, debido al aumento de la esperanza

El complot de Matusalén

de vida, coexistirán en un futuro muy próximo diferentes generaciones (las nacidas de 1930 a 1965), y el total de ma­ yores de sesenta años representará ya casi el 35 por ciento de la población34. En España en el año 2020 coexistirán di­ ferentes generaciones, desde los nacidos a partir de 1930 que ya serán nonagenarios. Entonces habrá 11.171.000 ma­ yores de 60 años, lo que supondrá el 27,36 por ciento de la población. Este enorme grupo pugnará por dominar los recursos económicos y financieros, posiblemente contra losjóvenes, pero acaso también contra sus propios coetá­ neos. Un estudio del Instituto Allensbach del año 1997 so­ bre el futuro conflicto generacional no indica en principio señales de alarma: «La polémica respecto a que los viejos viven a costa de losjóvenes no tiene apenas eco en la po­ blación». A continuación, sin embargo, aclara: «Los únicos que parecen sensibles en cierta medida al tema son los ale­ manes occidentales menores de treinta años: un cuaren­ ta y tres por ciento»35. Las estructuras familiares ya no serán verticales sino horizontales, «con muy pocos primos o primas, pero con cuatro a cinco generaciones que vivirán al mismo tiem­ po»36. Entre ellas se establecerán relaciones totalmente nuevas; el manejo del dinero, de los productos y los con­ tenidos culturales en el seno de las familias vendrán de­ terminados por normas completamente nuevas. A esto hay que añadir una segunda cuestión fundamental: den­ tro de unos treinta años los niños de hoy tomarán una de­ cisión fundamental, que tendrá una enorme influencia en nuestros últimos años. Decidirán si tendrán niños y si sus niños tendrán abuelos.

A lemania en comparación con el resto del mundo

Las consecuencias económicas

La mayoría de los pensionistas de la República están integrados en la DGB (Confederación Alemana de Sin­ dicatos) . Casi 1,6 millones de sus miembros son pensio­ nistas, jubilados o prejubilados. Un proyecto de investi­ gación de la Universidad Libre de Berlín considera muy probable que los sindicatos prolonguen su mandato y se transformen en sindicatos de pensionistas. Como aún no se sabe lo egoístas que serán los ancianos del futuro, la influencia de este tipo de organizaciones podría ser tremenda. Si la tasa de ancianos aumenta, como antes dijimos, en un ciento por ciento, o bien líabría que re­ ducir el nivel de las pensiones a la mitad, o bien dupli­ car las contribuciones. Al mismo tiempo se prodúcirá una gran transformación en la demanda. Mientras que la industria de la salud y sus servicios asociados experi­ mentarían un fuerte crecimiento, la construcción de vi­ viendas y el mercado inmobiliario disminuirían. Sobre una posible reforma de las pensiones, y teniendo en cuenta la conducta electoral de los ciudadanos alema­ nes, los científicos piensan que hasta 2020 no sería con­ cebible una mayoría política que apoyara el cambio del procedimiento contributivo al de cobertura de capita­ les. A partir de 2023, la gente joven, a la que le conviene este cambio, estará en minoría; en 2027 más de la mitad (el 55 por ciento) estaría ya en contra de la reforma. Si a todas las generaciones vivas en Alemania se les apli­ casen los impuestos, pensiones y seguros sociales vigen­ tes en 2001, el agujero resultante equivaldría al 225,9 por

El complot de Matusalén

ciento del producto interior bruto, es decir, el endeu­ damiento real sería muy superior al registrado cada , año3^. En España, a partir de 2010, la población joven co­ menzará a estar en minoría. En el año 2000 los menores de 30 constituían el 38 por ciento de la población. Esta cifra irá reduciéndose progresivamente desde el 30,4 por ciento de los españoles en 2010, hasta el 27,28 por ciento en 2020 y el 27,12 por ciento en 2050.

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La g u e r r a d e las c u ltu r a s

la vista de tales datos, solamente hay una cosa que es nuestro deberhacer por nuestros descendientes: hacernos viejos. Debemos vivir durante mucho tiempo, y al mismo tiempo, mantener una fuerte e inquebrántable seguri­ dad en nosotros mismos. No es una idea demasiado ori­ ginal, pero de ella depende la supervivencia de nuestra cultura. En verano de 1993, Foreign Affairs, la revista estratégi­ ca de la política exterior estadounidense, publicó un en­ sayo que habría que considerar uno de los más relevantes publicados en los últimos años. Escrito por el politòlogo Samuel Huntington, trata sobre el «choque de civiliza­ ciones» del que tanto se habla, que provocará una recon­ figuración del orden mundial que, según este autor, dará lugar a enormes conflictos, sobre todo en las líneas fron­ terizas entre el mundo musulmán y el occidental. Mu­ chos consideran que el pronóstico de este autor sirve como modelo para la política exterior estadounidense en el siglo xxi. En cualquier caso, los acontecimientos subsiguientes, incluida la guerra de Irak, parece como si hubieran sido literalmente modelados por Hunting­ ton38. 53

El complot de Matusalén

Hay otro artículo mucho menos conocido, que apa­ reció seis años más tarde también en Foreign Affairsy que se basaba expresamente en las tesis de Samuel Huntington, aunque en apariencia trataba un tema completa­ mente diferente: el envejecimiento de la sociedad. Peter G. Peterson, secretario de Economía de Nixon, y después presidente del Consejo de Lehman Bros., publicó bajo el título «El gris crepúsculo» su propia guerra de las cultu­ ras. Pronosticó que en la siguiente generación habría que redefinir «los sistemas económicos y políticos de los paí­ ses desarrollados» en función de la curva de envejeci­ miento. Al final proponía la celebración de una «cumbre del envejecimiento», en la que habrían de participar to­ dos los estados desarrollados, una sugerencia que no pudo ser tomada en cuenta de inmediato, debido al ataque te­ rrorista a las Torres Gemelas de Nueva York. En realidad no puede entenderse la «guerra de las cul­ turas» si no se entiende también la «guerra de las genera­ ciones»; ambas son inseparables; la amenaza de un fundamentalismo en alza y la autoamenaza por el gris ocaso de nuestro mundo. Huntington trata ampliamente la cuestión en su ensayo (y más adelante en su libro); pero él aún no disponía de los datos que prueban con qué inconcebible velocidad envejecerán las sociedades europeas del año 2010. Ahora está claro: el envejecimiento de las naciones in­ dustrializadas se solapará como una curva sinusoidal en los próximos treinta años con la enorme avalancha de ju­ ventud de los países musulmanes. «Quizás no sea pura coincidencia que la proporción de jóvenes de la pobla­ ción iraní aumentase en la década de 1970 hasta llegar al veinte por ciento, y el hecho de que la revolución iraní se produjera en 1979»39. Desde entonces, otros muchos

La guerra de las culturas

países islámicos han experimentado una gran moderni­ zación, y a la vez ha surgido un tipo de burguesía econó­ mica de cuyo núcleo parte hacia el mundo la nuevajuventud musulmana. En muchos aspectos, la actitud de la protesta de los jóvenes musulmanes es muy semejante a la de los estudiantes de 1968. Los partidarios de Bin Laden procedentes de Arabia Saudí no hablan sobre su país de manera muy diferente a como lo hacían sobré el suyo los protagonistas de Mayo del 68. Cada vez son más los hijos de la clase media burguesa musulmana que, mar­ cados por una ideología fundamentalista y resentidos por la injusticia del mundo, se reúnen para representar de nuevo el drama dé la revolución de entonces, coinci­ diendo con el momento en el que los revolucionarios oc­ cidentales, los del 68 de Berkeley, Berlín y París, están a punto de jubilarse. En su libro, Huntington cita además otros países cuyo porcentaje de jóvenes aumentará al menos en un vein­ te por ciento en los próximos años, según los pronósticos de Naciones Unidas. En la década actual son Egipto, Irán, Arabia Saudí y Kuwait. Para nosotros será todavía más pre­ ocupante la evolución en otros estados que Huntington, por su distribución de edad, considera en riesgo a par­ tir de 2010: Pakistán, Irak, Afganistán y Siria. La imagen resultante es de un enorme simbolismo: en el momento histórico en el que en los países musulma­ nes la tasa de jóvenes aumente hasta el veinte por ciento, la mayoría de los países europeos habrá alcanzado o su­ perado ese porcentaje de ancianos40.Y además con un di­ namismo sin precedentes, que por ejemplo en España, en el año 2050, habrá disparado el porcentaje de mayo­ res de sesenta años a más del cuarenta y tres por ciento41.

El complot de Matusalén

El atentado en los Juegos Olímpicos de Munich en 1972, que dejó marcada a toda una generación, retros­ pectivamente resulta ser el inicio de una experiencia ge­ neracional, una reacción en cadena que encontró su pun­ to álgido el 11 de septiembre de 2001 por el momento. Son muchos los indicios de que en las décadas en las que usted sea un anciano, de 2010 a 2050, la crisis se conver­ tirá en catástrofe. La guerra terrorista de las culturas no nos abandona­ rá ya durante el resto de nuestras vidas; el 11 de septiem­ bre señala el inicio de un nuevo calendario. No obstante, esto significa que es bastante poco realista la idea de que los ancianos del mañana, dada su superioridad numéri­ ca, dominarán políticamente a los más jóvenes. Estare­ mos expuestos a la protección de lajuventud. Losjóvenes son menos, pero son más fuertes: son los policías, los em­ pleados de banca, los periodistas, los médicos, las enfer­ meras, los que se rebelarán contra nosotros si en algún momento intentamos, por medio de nuestros votos, im­ ponernos como clase explotadora. Resulta también in­ concebible, porque Alemania y la Unión Européa, incluso según las previsiones más conservadoras, conocerán tal aumento de la inmigración, que su capacidad de inte­ gración social se verá desafiada hasta extremos insospe­ chados. Los nueve estados vecinos del Mediterráneo, des­ de Marruecos hasta Turquía, continuarán creciendo, de modo que aumentará notablemente «la presión de la in­ migración en los países de la UE, aunque sea sólo demo­ gráfica»42. Pero al mismo tiempo aumentará la demanda de jóvenes que vengan desde el exterior a nuestro enve­ jecido mundo. Hay que tener siempre en cuenta que in­ cluso los pronósticos más pesimistas se basan en el su­

La guerra de las culturas

puesto de que Alemania se convertirá de hecho en un país de inmigrantes. Sin inmigración, la población total en Alemania hasta el año 2080, cuando nuestros hijos sean viejos, sería aproximadamente la mitad de la actual43. La tarea integradora a la que se enfrentan las actuales generaciones es absolutamente extraordinaria: deben acoger a una gran cantidad de inmigrantes, predomi­ nantemente musulmanes; deben disuadir a sus hyos, a la vista del exceso de ancianos, de que abandonen el país, y a la vez deben integrar a las futuras madres jóvenes en el mundo laboral. En un momento en el que nuestra so­ ciedad, con su desastrosa distribución demográfica, se ve inmersa en una crisis de valores y seguridad en sí misma, tenemos que conseguir además que dosfcientos mil in­ migrantes anuales como mínimo se comprometan con los valores occidentales, aprendan el idioma del país y se declaren partidarios de un patriotismo occidental ilus­ trado. Dotar a una sociedad amenazada de cierta seguridad en sí misma basada en la experiencia y la sabiduría será la gran misión de los que habiten este país dentro de quin­ ce años. Ser viejo no debe equipararse a ser débil o estar can­ sado, y no hay que permitir que el que envejece se debi­ lite: ésta es una de las reglas de supervivencia de nues­ tra amenazada comunidad.

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L a g u e r r a d e las g e n e r a c io n e s

L a historia del mundo ha conocido muchas guerras. Guerras con puños y con lanzas, e incluso a mordiscos, otras con armas defuego o bombas, guerras defensivas y exterminadoras, guerras civiles y guerra^ entre civiliza­ ciones. Y hay además una guerra de las generaciones. Se diferencia fundamentalmente del resto de los con­ flictos y campañas en que los ejércitos no entran en abierto combate en el campo de batalla; por regla ge­ neral tampoco hay fusilamientos ni se capturan prisio­ neros. Sin embargo, el conflicto de las generaciones ob­ viamente mueve algunas fuerzas que son tan profundas y subversivas que no podemos por menos que deno­ minarlo «guerra». En cierta manera la guerra de las ge­ neraciones es la más antigua y al mismo tiempo la más moderna de todas las guerras. Es la más antigua porque, como veremos, está programada biológicamente. Y es la más m oderna porque desde hace miles de años so­ lamente se manifiesta como guerra psicológica de la hu­ manidad, como guerra de las palabras y las humilla­ ciones. Los jóvenes matan a los viejos destruyendo su identidad, lo que sucede casi exclusivamente a través del lenguaje y las imágenes.

El complot de Matusalén

La guerra psicológica destruye la autoestima al arreba­ tar a los que envejecen la confianza en su aspecto, en sus cinco sentidos y sobre todo en su juicio. El hijo de Sófo­ cles se presentó ante eljuez para solicitar la incapacitáción de su padre, de noventa años de edad, alegando que ya no estaba en plena posesión de sus facultades mentales. Con­ fiaba, como tantos otros que hacen lo mismo con sus pa­ dres, en poder entrar así en posesión del patrimonio fa­ miliar. Para dar prueba de su capacidad intelectual, Sófocles recitó de memoria una de sus tragedias, y la solicitud del hijo fue rechazada44. En la guerra de las palabras y de las imágenes, ya procedan de Aristófanes o de L’Oreal, se tra­ ta de infundir inseguridad a las personas que envejecen. Veamos un antiguo fragmento al respecto: A medida que aumentaban los insultos, aumentaban también todo tipo de las peores vejaciones: no sólo es que durante semanas e incluso meses no les dirigieran ni una sola palabra, que no se dignaran mirarles cuando daban muestras de debilidad por la edad o la enfermedad o que les privaran de todas sus simples obligaciones, sino que ade­ más les deseaban en voz alta todo lo peor y la muerte in­ mediata; sólo abrían la boca en su contra, y también les al­ zaban la mano; preferían dar un trozo de carne al perro antes que arrojar un pedazo de pan duro a sus padres; quien pueda ver lo que sucede entre padres e hijos se asustará, se mareará y perderá el sentido; pues lo que perpetran los hi­ jos acechando tenebrosos como la peste, son secretos de la más negra maldad45.

Este fragmento fue escrito a finales del siglo xvm por Johann Friedrich Mayer, y retrata el destino de los vie­

La guerra de las generaciones

jos campesinos que heredaban el derecho al usufructo de la tierra. Tras esta guerra se oculta el conflicto de la edad y del dinero, que ha marcado la historia de nuestra especie; la naturaleza es, como veremos después, una gran maestra para los que pretenden arrebatar el capital a la ve­ jez, porque los viejos cierran el paso a losjóvenes. Los jó­ venes censuran a los viejos el hecho de que se resistan a la sucesión, o mejor dicho, a la transmisión de la propiedad; La guerra entre un viejo y unjoven suele describirse como un verdadero infierno; losjóvenes regañan, gritan, ate­ rrorizan, desdeñan, maldicen a los ancianos. «Les dedi­ can las más horrendas palabras (como ya decía Hesíodo ■ hace 2.700 años), pero no compensan a sus ancianos pro­ genitores en modo alguno por haberlos criado»46. Desde la introducción de las pensiones a finales del si­ glo xrx, esta polémica relación entre edad y economía ha estado siempre en el trasfondo de la cuestión. Mientras la pirámide de edad permaneció firmemente asentada y funcionaba el contrato generacional, el brutal funda­ mento económico de la lucha entre jóvenes y viejos que­ dó relegado. También se olvidó, lo que resulta igual de esencial, que las personas mayores de sesenta y cinco años no tienen por qué apartarse necesariamente del ciclo eco­ nómico. El hecho de que las personas mayores pudieran cooperar muy activamente, con eficacia y productividad en las distintas ramas de la economía, parecía absurdo tras la aplicación del sistema de pensiones a generacio­ nes enteras. No crea usted que el islamismo integrista es la única fuerza que pretende enviar a nuestra sociedad de vuelta a la Edad Media a base de bombas; nuestras culturas, de hecho, están retrocediendo. ¿Le cuesta identificarse con

El complot de M atusalén

la ideología medieval de la culpa y la condena? Pues le po­ demos ayudar. Si no adaptamos nuestro concepto del en­ vejecimiento social a las nuevas circunstancias, el otoño de nuestras vidas se convertirá en una nueva Edad Media. Desde el punto de vista actual, sobre el mundo más allá de 2010 se cierne ese ambiente medieval de muerte y de­ cadencia, de pecado original y de castigo. Sin embargo, no seremos castigados en el otro mundo, sino en la se­ gunda mitad de nuestra propia vida. Es literalmente la otra cara del mundo juvenil que hay a este lado: el tiem­ po de la expiación, en el que los hombres serán respon­ sabilizados de todas las omisiones e imprudencias come­ tidas en las cuatro primeras décadas de su vida. La culpa y la deuda se convertirán en palabras clave de esa épo­ ca. Los viejos tendrán sensación de culpa: se sentirán cul­ pables por seguir aquí. No hay ninguna fecha exacta para que estalle el con­ flicto entre jóvenes y viejos y para que los implicados, de­ seosos de evitar lo peor, hagan balance. El conflicto co­ menzará de manera paulatina, como un imperceptible cambio en el seno de nuestra cultura y en su relación con las demás. Hoy en día muchos creen que el envejecimiento será un serio problema en el futuro, pero un simple proble­ ma sociopolítico. De hecho, deberemos enfrentarnos constante e incesantemente con el problema del envejeci­ miento colectivo. El envejecimiento podría ser fuente de noticias a diario, como la contaminación del mundo. Por­ que, como ya hemos visto, el envejecimiento de las so­ ciedades en nuestros países contrasta con las altas cifras de nacimiento yjuventud en otras partes de la Tierra, lo que indica que los efectos del envejecimiento se harán

La guerra de las generaciones

sentir de manera simultánea en la política interior y ex­ terior. Peter G. Peterson pronostica que la línea de la po­ breza ya no se limitará a separar el Norte y el Sur, sino que separará cada vez más los países jóvenes y los viejos. «Si los actuales países con bajos salarios, al frente de los cua­ les se encuentra China, logran establecer sistemas de pen­ siones completamente financiados para su población ma­ yor—escribe Peterson en su artículo en Foreign Affairs—, producirán enormes reservas de capital. Por lo tanto, al­ gunas de las grandes potencias envejecidas podrían lle­ gar a depender de estas reservas para poder seguir fun­ cionando. ¿Qué ocurrirá?; ¿cambiará la diplomacia internacional?; ¿llegará un día en que los chinos, por po­ ner un ejemplo, exigirán de los estadounidenses que re­ formen su sistema de salud, de igual manera que éstos exi­ gen hoy a los chinos que modifiquen su política de derechos humanos?»47. Los indiferentes

En el año 2003 una abrumadora mayoría de los alema­ nes, a pesar de conocer los problemas del futuro, ac­ tuaban como si ese futuro no les fuera a afectar: el 76 por ciento pensaba que la población en Alemania dismi­ nuiría en los próximos treinta años, y el 84 por ciento asumía que la edad media de los alemanes seguiría en ascenso. Muchos encuestados expresaron su descon­ fianza en que la política pudiera dominar los efectos del cambio demográfico: el 76 por ciento estuvo de acuer­ do con la afirmación de que la política se interesa única­ mente por el tema del día y suéle aplazar las decisiones políticas que son necesarias con urgencia. Los encues-

El complot de Matusalén

tados se enfrentaron entonces al momento de la verdad: ¿qué medidas apoyarían para moderar los efectos ne­ gativos del cambio demográfico? Se ofrecían como po­ sibilidades la prolongación de la vida laboral (a favor un nueve por ciento y en contra un 76 por ciento), el au­ mento de las pensiones y de las contribuciones socia­ les (66 y 67 por ciento respectivamente en contra), au­ mento de la presión fiscal, etcétera. De todas las propuestas, los encuestados tan sólo se declararon con­ formes con una mayor subvención a las familias (83 por ciento) y con la promoción de contratos eméritos (58 por ciento a favor). Es evidente que las personas no con­ templan su propio envejecimiento en el panorama del futuro; en todo caso no parecen haberse percatado de que en la vejez podrían sufrir una enorme presión cul­ pable48. Como esas muñecas rusas que encajan entre sí de modo que al abrir una deja ver otra más pequeña en su interior, el envejecimiento mundial seguirá su curso afectando des­ de las relaciones globales entre continentes y países, a las familias y los individuos, hasta llegar a cada célula de cada persona. Así las generaciones se clasificarán en función de cómo los países asuman nuevas relaciones económicas, según sus diversos grados de envejecimiento. Hoy es evidente que se avivará un grave foco de ten­ sión en el seno de la sociedad entre los que no tienen hi­ jos y los que son padres; surgirá un sentimiento de soli­ daridad dentro de una facción frente a la otra: los que mantienen familias se enfrentarán a los egoístas. Y no es difícil imaginarse que la batalla será particularmente do64 í.

La guerra de las generaciones

lorosa cuando los que no tengan ni hijos ni padres vayan envejeciendo, y deban afirmarse frente a aquellos que en­ cuentren refugio dentro de las estructuras familiares. En Florida, uno de los estados de mayor media de edad de Estados Unidos, los hombres y las mujeres que viven solos están ensayando nuevas formas de adopción; in­ vierten en la formación de huérfanos para asegurarse su lealtad én el futuro. Si los pronósticos aciertan tan sólo en parte, en algunos años en Alemania tendremos las mis­ mas discusiones que en Florida han dado lugar a algunas decisiones de carácter sociopolítico. Porque aunque qui­ siéramos aumentar el índice de natalidad mañana mis­ mo mediante un insólito acto de procreación en masa, sólo llegaríamos a notar el principio de las consecuencias. El aumento del índice de natalidad no incidiría sobre la disminución de la población hasta dentro de treinta años, y hasta dentro de sesenta no provocaría un aumento de­ mográfico perceptible. «Puede que aún no se haya dado cuenta—dice el economista Peter Peterson—, pero la enorme concentración de ancianos en Florida (el die­ cinueve por ciento de la población) representa el mo­ delo del futuro de la humanidad. La Florida de hoy es el punto de referencia, que las naciones desarrolladas alcan­ zarán y superarán en un breve periodo de tiempo. Italia lo rebasó en el año 2003, Japón lo hará en 2005, y Ale­ mania un año más tarde, mientras que Francia e Ingla­ terra lo harán aproximadamente en 2016, y Estados Uni­ dos en el año 2021 »49. Viviremos en un mismo eje temporal con nuestros pa­ dres, y posiblemente con nuestros abuelos. Además, se­ gún todos los datos, conviviremos con nuestros hijos de avanzada edad. 65

El complot de Matusalén

Contra los vetustos miedos históricos que puede pro­ vocar esta situación, sólo es válido algo que suele prece­ der a todas las revoluciones: un complot.

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S e g u n d a pa r te

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L a conspiración debe dirigirse contra ese peculiar autorrechazo provocado por la denigración de la vejez. Nues­ tra sociedad no tendrá oportunidad de sobrevivir mientras sus futuras mayorías sean tildadas de molestas, decrépi­ tas y desmemoriadas; en suma, de enviadas de la muerte. La catástrofe que se nos avecina si no combatimos la ra­ cista discriminación a los ancianos no afectará a nuestros hijos, a los hijos de nuestros hijos o las generaciones fu­ turas en un mundo lejano; nos afectará a nosotros mis­ mos. Pero eso ocurrirá cuando estemos débiles y seamos viejos, con la autoestima arruinada desde hace mucho tiempo. El odio a la vejez es un sentimiento primitivo, un poder que nos domina como los tiranos absolutistas do­ minaron en su día a nuestros antepasados. No se trata de un fenómeno moderno ni de una nue­ va fase de una cierta «corrección política» geriátrica. Com­ batir el rechazo a la vej ez no incluye oponerse a la vani­ dad de los que deciden el significado de juventud y no soportan la idea de hacerse viejos. Si no logramos rede­ finir el concepto de envejecimiento, como uno de los lo­ gros más singulares a los que está llamado el ser huma­ no actual, nos veremos abocados a una civilización de la 69

El complot de Matusalén

eutanasia. Lo que en principio está enjuego es nuestra propia vida, y con ella todo lo demás. Por eso, si nosotros, la mayoría del futuro, logramos replanteamos nuestra ve­ jez, conseguiremos a la vez modificar la actitud general de la sociedad frente al envejecimiento. Una sociedad cuya perspectiva de vida se está acortando drásticamente por estar envejeciendo a pasos agigantados, tiene un fu­ turo limitado, pues está perdiendo uno de sus recursos más preciosos: el tiempo. Las envejecidas sociedades oc­ cidentales se verán cara a cara con lasjóvenes sociedades de los países musulmanes, cuyas élites fundamentalistas se guían por periodo? de tiempo que superan nuestra ca­ pacidad de imaginación. Nos convertiremos en una cifra estadística. Se dirá sin ningún pudor que somos superfluos, se discutirá sobre la eutanasia y el elevado coste de las últimas semanas en los hospitales, pues los casos irreversibles son una carga muy pesada para la seguridad social. No disponemos de datos empíricos sobre lo que su­ cede cuando en una sociedad ultramoderna coinciden muchos viejos con pocos jóvenes. No sabemos aún qué ocurrirá cuando de repente a la mayor parte de la socie­ dad le queden solamente veinte años de vida. ¿Proyec­ tará su propia melancolía o su propio pánico sobre la so­ ciedad? ¿Serán los escasosjóvenes de esta sociedad como rugientes deportivos y los viejos como coches usados que entorpecen el tráfico? El dramatismo de esas dos últimas décadas de vida se verá agravado por el hecho de que entre los más viejos, en la mitad del siglo, habrá más personas sin hijos de las que nunca ha habido. Todos los niños tienen padres adul­ tos, pero no todos los adultos tienen hijos, y cada vez se­

El complot

rán más los adultos que no hayan cumplido o no hayan podido cumplir su programa biológico. Vivimos en una sociedad de la información. Por culpa de los estereotipos sobre la vejez difundidos a través de multitud de canales diferentes, esta sociedad mantiene frente a los ancianos la misma actitud que en su día mantenía la contaminante sociedad industrial frente al medio ambiente. Hace más de treinta años, ante la perspectiva de su autodestrucción, la humanidad tuvo que aprender una lección: hubo de to­ mar en consideración las advertencias del Club de Roma, se replanteó su relación con el medio ambiente y, por mu­ cho que le costara, lo hizo de manera tan eficaz que mar­ có a toda una generación. Logró despertar la sensibilidad por la naturaleza y sus tesoros, su escaseé y su singulari­ dad. Hemos aprendido a respetar los valiosos recursos de la naturaleza, y ahora debemos aprender a respetar el re­ curso más valioso de las personas: sus vidas. La sociedad industrial tuvo que admitir que no podía renunciar a la naturaleza; la sociedad de la información no puede re­ nunciar a la experiencia, la conciencia individual, los co­ nocimientos y la sabiduría de los mayores. La humanidad ha logrado en varias ocasiones modifi­ car un programa biológico, al menos en parte. Ha con­ vertido en aliada a su gran enemiga, la naturaleza. Ha cam­ biado el beneficio directo, aunque dudoso, de la caza por el beneficio indirecto pero seguro de la agricultura. Ha aprendido la lección de la previsión social, con la crea­ ción de un entramado burocrático cada vez más complejo. Nuestro campo de trabajo es el tiempo. El hombre de la Edad de Piedra no llegaba a cumplir los cuarenta años. Por extraño que suene, es lo que en Alemania le queda­ rá de vida a la mayoría de las personas en las próximas dé­

El complot de Matusalén

cadas, pues tendrán más de cuarenta años y, por tanto, se­ gún las actuales previsiones sobre la edad y las pensiones, sólo tendrán que planificar un máximo de veinticinco años más de vida y trabajo. Como dice Camus, Sísifo ha de descender constante­ mente al dolor para ascender a la alegría. Una sociedad a la que se prive de su cúspide se verá privada también del dolor y de la alegría. El heroísmo habrá de ser extraordinario, pues es pre­ ciso establecer un nuevo calendario de la vida, una fuer­ te imagen del individuo y la convicción de que la vejez equivale a cambio, no a calamidad. Sólo si nos aliamos con la vejez, nuestro gran enemi­ go, para combatir nuestra autodifamación, lograremos su­ perar la Edad de Piedra.

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E l fin a l d e l c u l t o a la ju v e n t u d 1

emos a esos jovencísimos padres a diario en las re­ vistas, la televisión y el cine. Anuncian olores y place­ res, pronuncian mensajes y comentarios, envuelven sus cuerpos con materiales que son mucho más que sim­ ples telas. Son narraciones y promesas de un mundo ma­ ravilloso, cuentos de felicidad que nunca deberían de­ jar de contarse, porque de otra manera, como le ocurría a la hermosa Sherezade en Las mil y una noches, podría­ mos perecer. Pero me temo que Sherezade dejará pron­ to de contar cuentos. Retrocedamos mentalmente: ¿cuándo se impuso eco­ nómicamente esa fijación absoluta en la imagen de lajuventud? No hace demasiado tiempo. A principios de la década de 1960 la gente empezó a seguir el rumbo que marcaba la juventud en la moda, la música, la publicidad y el cine; es decir, en todos los ámbitos en los que miramos, jugamos o buscamos entretenimiento. Diane Vreeland, redactora jefa de una de las publicaciones más influyentes del mun­ do de la moda, la estadounidense Vogue, fue la que acuñó y difundió el término «yoüthquake» (seísmo juvenil) para describir el impetuoso movimiento que dominaba la moda,

El complot de Matusalén

la música pop y la cultura de losjóvenes. Aunque el térmi­ no parecía evocar un desastre, el fenómeno habría de con­ vertirse en una bendición: un nuevo grupo de consumi­ dores de proporciones gigantescas que inició ese culto ala juventud que la publicidad sigue alimentando en nuestras conciencias. Lo malo es que como la mayoría de los con­ sumidores tiene cada vez más edad, nuestra sociedad pa­ dece de infantilismo adulto. Es un hervidero de cuaren­ tones que hablan y se visten como crios; abundan los recuerdos infantiles resucitados en la televisión y en los li­ bros, en particular entre los de la mayor cohorte, los naci­ dos entre 1970 y 1985. En 1967, el 67 por ciento de los artículos de moda fue­ ron adquiridos por jóvenes de entre dieciséis y diecinue­ ve años. Como muy tarde en 2010, la vanguardia de los ávidos consumidores de entonces llegará a la edad de ju­ bilación. Por el momento nadie se atreve a predecir lo que ocurrirá, aunque lo más probable es que entre 2005 y 2010 comience un furtivo cambio cultural, cuyos pri­ meros indicios son perceptibles ya en los actuales deba­ tes sobre las pensiones. La verdadera conmoción tendrá lugar entre 2010 y 2020, década en la que la generación de los nacidos en­ tre 1960 y 1970 entrará en su personalísima crisis senil. La humillante imagen de la vejez que muy probablemente siga imperando provocará un clima de gran tristeza y mie­ do. La mayor esperanza de vida hará que aún vivan per­ sonas mucho mayores de generaciones anteriores, y esto dará lugar en Alemania a una singular mezcla de gene­ raciones completamente distintas entre sí, que formarán el conjunto de los biológica, social y económicamente «viejos».

El final del culto a la juventud

Para entonces los que iban al instituto cuando la ca­ rrera de Michaeljackson alcanzó su cénit convivirán (con sus cincuenta años) en el sector «viejo» de la sociedad con los ancianos de setenta y ochenta que vivieron el Mayo del 68, y puede que con algunos representantes de la ge­ neración de la II Guerra Mundial, conformando una nue­ va mayoría social. Pero aún hay más: mientras todo esto sucede, los avejentados hijos del baby boomestadounidenses estarán globalizando su propio envejecimiento, al igual que en su día comercializaron sujuventud. Y estamos ha­ blando de una generación que controlará el setenta por ciento del capital en Estados Unidos50. Los HIJOS DEL B AB Y B O O M REVOLUCIONARON EL MUNDO Lo que conocemos como «ilusión juvenil» es una ma­ nifestación de poder adquisitivo. «Esta generación so­ cava la sociedad como un cerdo trufero—escribe la antropóloga Helen Fisher—, y la historia va cambiando cada día, a medida que va haciéndose mayor». Los baby boom modificaron el concepto de infancia yjuventud. Trans­ formaron el mundo simplemente por ser muchos, por­ que accedieron a un poder adquisitivo que nunca antes tuvo ninguna generaciónjoven. Ken Dychtwald es un miembro típico de esta genera­ ción. Lleva veinte años esperando que llegue su momen­ to. Nacido y criado en Estados Unidos en la década de 1950, estudió en California a principios de la década de 1970, donde se interesó por el yoga y los efectos de las prácti­ cas orientales sobre el espíritu occidental. Enseguida se dio cuenta de que aquella curiosa mezcla de pop, política

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y Siddhartha que había transformado radicalmente los campus universitarios y las ciudades, tenía muy poco que ver con las ideas y mucho con el simple poder de las masas. Y como intuyó que todas las crisis de esta enorme genera­ ción provocarían conmociones en todo el país, a media­ dos de la década de 1980 comenzó a desarrollar un modelo de negocio a partir del estudio de los propios miedos. Re­ lata en retrospectiva cómo a principios de la década de 1980, cuando trabajaba como experto al servicio del Con­ greso de Estados Unidos, de repente se le reveló esta idea: «Sentí una gran angustia al darme cuenta de que el si­ guiente grupo de mayores no sería la generación de mis abuelos, ni tampoco la de mis padres. No, los más viejos del mañana serían los hijos del bajby boom: mi generación»51. Dychtwald ha construido junto con su esposa un ver­ dadero imperio edificado sobre temas relativos a la vejez. La generación del baby boom, la cohorte que vino al mun­ do entre el final de la década de 1940 y 1965 aproxima­ damente, no ha cambiado el mundo con la guerra, sino con su mera existencia. He aquí la fenomenología de Dychtwald sobre los hijos del baby boom: No sólo han ingerido alimentos: han modificado los ba­ res, los restaurantes y los supermercados. No sólo han llevado ropa: han cambiado la industria de la moda. No sólo han comprado coches: han transformado la in­ dustria del automóvil. No sólo han tenido citas: han alterado los roles y las prác­ ticas sexuales. No sólo han ido a trabajar: han revolucionado el lugar de trabajo. 76 i

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No sólo se han casado: después de miles de años han transformado la naturaleza de las relaciones humanas y sus instituciones. No sólo han pedido préstamos: han cambiado los mer­ cados financieros. No sólo han utilizado ordenadores: han modificado las tecnologías. Deberíamos darnos cuenta, si es que aún no lo hemos hecho, de que estas personas que transformaron todo un planeta a Su imagen y semejanza, a partir del año 2010 empezarán ajubilarse. El proceso lo trastocará todo, y du­ rará por lo menos hasta 2029, cuando sejubilen los naci­ dos en 1964, el año que registró más nacimientos. Por primera vez desde Woodstock, la generación para la que se acuñó también el término teenagerconocerá una nueva experiencia generacional. En Alemania el baby boom no fue tan prolífico como en Estados Unidos, y la cohor­ te más numerosa se da entre 1960 y 1964, mientras que en España la generación más numerosa es la de los na­ cidos entre 1970 y 1975. Pero esto no cambia el hecho de que para una Alemania que envejece mucho más se re­ petirá la experiencia cultural de las décadas de 1950 y 1960. Los hijos del baby boom que vayan envejeciendo y muriendo darán paso a una nueva cultura que dejará mar­ cada para siempre a la sociedad. Estados Unidos se prepara ya a gran escala para el su­ ceso. Hay innumerables instituciones, organizaciones, gru­ pos de presión, empresas, páginas web, que ya están aten­ tas a la crisis que provocará el envejecimiento social. Todavía naestá del todo en marcha, pues la mayoría de los nacidos en el año 1946 sigue trabajando. Pero es como si al menos

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esa parte del planeta hubiera comenzado ya (murmuran­ te, vacilante, curiosa) a observar su propia vejez en la bola de cristal. El New York Times muestra su asombro en un co­ mentario sobre la undécima edición del Merriam Webster. Evidentemente, un diccionario es un referente del cam­ bio social, porque constituye una especie de recurso ma­ terial básico de nuestro pensamiento. Lo más llamativo no es que en este diccionario bási­ co de los estadounidenses se hayan incluido diez mil nue­ vas entradas en los últimos cuatro años, sino que por pri­ mera vez las entradas referidas a salud y medicina superen a las referencias sobre tecnología e informática y, además, que el cuarenta por ciento de los términos médicos estén relacionados con el envejecimiento. En una entrevista con el New York Times, eljefe de la edi­ torial dio la única explicación sensata sobre este cambio: la generación del baby boomhabía comenzado a ocuparse de su propio envejecimiento, y además del envejecimien­ to de sus padres. Y este guardián del vocabulario en Esta­ dos Unidos añadió: «Esta generación lo ha alterado todo en el curso de su existencia. Ahora asistiremos al último y mejor ejemplo del cambio: la vejez de la generación del baby boom. Si piensa que no había quien les aguantara cuan­ do eran adolescentes, y que de jóvenes eran insoporta­ bles, espere a ver cómo serán de viejos. Exigirán un cier­ to nivel de asistencia sanitaria y atención, al menos el que tuvieron sus padres, aunque éstos eran muchos menos. La generación del baby boom obligará a la sociedad a ocu­ parse de la asistencia sanitaria y de la gerontología, quie­ ra o no quiera»52. Sobre todo, sus miembros se verán forzados a ocupar­ se de sí mismos; las tétricas imágenes sobre la vejez acu­

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nadas con la muy activa colaboración de esta misma ge­ neración se volverán ahora en su contra. Los sismógrafos de Estados Unidos están empezando a registrar los pri­ meros temblores de este seísmo. La vieja Europa, mucho más amenazada, no está preparada en absoluto, así que todo ocurrirá a la vez: la baja tasa de nacimientos, la ilusiónjuvenil de la avejentada generación del baby boomyL· prolongación general de la esperanza de vida. Hace tiempo que todos sabemos que nuestro culto a lajuventud no se corresponde con la realidad. Evidente­ mente, el espíritu no se deja engañar durante mucho tiem­ po: llega un momento en que hasta el cuarentón más ino­ cente se da cuenta de que ya no es joveñ. El remedio elegido por las culturas occidentales, en particular la ale­ mana, se manifiesta en el infantilismo imperante en los medios, los roles sociales y la opinión pública. El hecho de que en los países con baja natalidad los primeros pues­ tos de las listas de ventas estén ocupados desde hace años por librosjuveniles como Harry Potterno deja duda sobre quién lee en realidad estos libros. Lo mismo puede de­ cirse sobre el revivalde bebidas, comidas, coches, pelícu­ las y series de televisión, memoria colectiva de una gene­ ración carente de otras experiencias históricas. La industria de la publicidad y el cine no parece ha­ berse dado cuenta de que la situación ha cambiado. Sin embargo, de ella depende cómo vivan los futuros ancia­ nos sus roles sociales y, lo que es más importante, impli­ car a la futurajuventud en el gran proceso de transfor­ mación de la sociedad. La cultura socializa y define como generación a losjó­ venes; los mayores le atribuyen una parte fundamental

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del sentido de sus vidas. Dieter Gorny, jefe de la emisora alemana de música VIVA, observa la aparición de «agu­ jeros negros» en el seno de la sociedad. En la década de 1990, el éxito de una estrella del pop dependía de gru­ pos juveniles e incluso infantiles de compradores, y así se fue ampliando el espectro de edad. Las antiguas es­ trellas ahora se dedican a doblar películas de dibujos ani­ mados aptas para todos los públicos, y el que no envejece a la vez que sus coetáneos no tiene ninguna oportuni­ dad. La población que nos sucederá es demasiado esca­ sa, y su poder adquisitivo insuficiente para competir con el de los mayores. Las sociedades anteriores, en las que los más ancianos eran la excepción, se servían de la sabiduría y la expe­ riencia de los mayores para aprender a cultivar los cam­ pos y criar a la descendencia. Unicamente si logramos descubrir esta fuerza en nosotros mismos y nos enfren­ tamos al odio propio, al rechazo y al miedo al envejeci­ miento mediante otros sentimientos, paternales y ma­ ternales, podremos mantener el contacto con la nueva generación y animarla a traer niños al mundo.

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J u v e n t u d , b e l l e z a y r e p r o d u c c ió n

IVIayoría y dinero: hay personas que creen, y no envidio su optimismo, que con eso ya es suficiente. No sólo se­ remos muchos, como ya hemos visto, sino que tendremos capacidad adquisitiva como para transforínar la sociedad a nuestra voluntad. ¿Acaso lo que lograron nuestros pa­ dres o nuestros hermanos mayores en la famosa Carnaby Street londinense no vamos a lograrlo nosotros, los naci­ dos a lo largo de tres décadas? En Estados Unidos los hijos del baby boom empiezan a hacerse viejos, mientras que la cifra de nacimientos sigue constante. Los europeos nos hacemos viejos, pero cada vez nacen menos niños. Por eso aquí envejece todo el país a la vez, mientras que en Estados Unidos envejece sólo el mercado. Será demasiado tarde si esperamos al año 2020 para comprobar que nuestra vida no es un simple juego, sino algo terriblemente serio. Muchosjóvenes con poder adquisitivo es algo muy dis­ tinto a muchos viejos con poder adquisitivo. Losjóvenes son precavidos y construyen. Losjóvenes siguen recibien­ do unaprima extra de la naturaleza a diario; no cada in­ dividuo, sino todos. Esta prima consiste en la fuerza, la in­ novación, el impulso reproductivo. Los más viejos van

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gastando sus reservas y sus ahorros; la naturaleza les va des­ contando algo, como veremos más adelante, a partir de los cuarenta y cinco años de edad. Desde el punto de vista eco­ nómico, esto responde a la «hipótesis del ciclo vital» de Fran­ co Modigliani, según la cual las personas mantienen un alto nivel de ahorro a lo largo de su vida laboral, y una gran par­ te del capital disponible se gasta con posterioridad. Si la biología y la economía diezman las reservas de los mayores, la cultura no puede quedarse atrás. Los con­ ceptos que acuña sobre los viejos los describen como el sector anormal de la especie. Suele decirse, por citar un ejemplo totalmente inocente, que los viejos son cerriles, conservadores, egoístas y pesimistas. Nuestra cultura nos sugiere que en el curso de nuestras vidas vamos cambiando totalmente. Es decir, que cuando envejecemos, la socie­ dad va consumiendo sistemáticamente las reservas que la naturaleza aún rio nos ha arrebatado. Allá donde miremos, en cualquier revista o programa de televisión, vemos modelos de una existencia que no es la nuestra y nunca lo será. El joven matrimonio de los anuncios resulta un prototipo paradójico, y no sólo des­ de el punto de vista demográfico. Este ideal de belleza y de juventud nos hace sentirnos culpables e infelices, in­ cluso mientras aún somosjóvenes. Es una infelicidad que en generaciones enteras despierta la sensación de no ser amada y merecer un castigo. Cuando los arqueólogos de un futuro lejano estudien nuestros archivos de cine, televisión y otros medios, en lu­ gar de estatuas y vasijas encontrarán imágenes de hom­ bres y mujeres jóvenes y hermosos. Los investigadores del futuro examinarán también al­ gunos de nuestros huesos. Comprobarán que la consti­

J uventud, belleza y reproducción

tución física casi siempre será diferente de la que se po­ dría deducir de esas imágenes. Constatarán además que llegamos a ser mucho más viejos que las generaciones an­ teriores a las nuestras. Ylos archivos les revelarán además que a partir del siglo xx se produjo un brutal descenso de la fertilidad. Las personas cuyos restos examinen al pa­ recer se habrán reproducido cada vez menos. Los inves­ tigadores que descubran las atractivas parejas en las fotos de la industria de la moda y de la belleza y a la vez averi­ güen que apenas nos reprodujimos llegarán a la con­ clusión de que están ante un culto a la fertilidad de los ex­ tintos europeos de principios del siglo xxi. Que la misión de las estrellas de cine, la televisión y la publicidad pro­ bablemente fuera fomentar la reproducción. Realmente, en las décadas pasadas nuestra cultura ha estado marcada, más bien transformada, por dos ances­ trales necesidades biológicas. Por una parte, el deseo de las personas de retardar u ocultar su envejecimiento me­ diante la cosmética, el deporte, la medicina o la nutrición. Por otra parte, la posibilidad, favorecida por la medicina moderna, de disfrutar de la sexualidad sin el riesgo de embarazo. Las factorías de cosmética y estilo de vida,jun­ to con la industria farmacéutica y los medios de comuni­ cación, han desarrollado e impuesto ciertas imágenes en todo el mundo equiparables a la religión, lafilosofía y la política de los últimos siglos. Sin embargo, la dictadura de lajuventud, la belleza y la sexualidad se ha convertido en una amenaza para la nueva mayoría. El cristal se hará añicos; en un par de años nos veremos frente a este concepto del mundo como fren­ te a los pedazos de un espejo en el que no podremos re­ conocernos nunca más.

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Sabemos que la edad comienza a arrojar su sombra so­ bre los mayores de treinta años, y cubre por completo a algunos cuarentones de melancolía y tristeza. Konrad Lorenz denomina «masa anónima» a los ma­ yores que prefieren pasar desapercibidos envolviéndose en ropas de color gris. Dice el autor: «El que los que es­ tán completamente indefensos se mantengan firmemente unidos como un enjambre obedece a una debilidad de los depredadores consistente en que muchos, tal vez to­ dos los depredadores que van a la caza de una presa son incapaces de concentrarse en un objetivo cuando a la vez hay otros muchos iguales dando vueltas alrededor»53. Las personas mayores se sienten amenazadas por un depre­ dador muy particular: lajuventud. Es probable que la temprana sensación de caducidad y transitoriedad sea una herencia evolutiva procedente de la época en que las personas no llegaban a cumplir treinta o cuarenta años de edad. Seguimos viviendo y so­ mos jóvenes, cuando en realidad nuestro programa bio­ lógico ya ha expirado. Aunque ésa sea la situación indi­ vidual, del envejecimiento de la sociedad puede decirse lo mismo: ésta sigue activa mientras en su seno, como en el mecanismo de un reloj, la hora ya está fijada, pues suena una alarma: el despertador de varias generaciones.

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P o r q u é n o s avergüenza ta n to ENVEJECER

C orram os un poco hacia un lado el telón que nos se­ para del mundo de sombras que será nuestra biografía, de esas yermas regiones que desearíamos apartar de nues­ tro pensamiento. Allí, en esa inmensa llánura sin cum­ bres y sin valles; allí, entre cenizas y nieblas, es donde en­ contramos a aquellos que seremos algún día. En la actualidad tiene usted treinta, cuarenta, cincuenta años o más. A muchos nos sucede algo especial a partir de los treinta, tanto a hombres como a mujeres. No no­ tamos la edad, pero lavemos. Perseguimos sus indicios delatores como la policía busca huellas incriminatorias, para poder reconstruir un hecho del que no somos testi­ gos: el envejecimiento. Las diferentes sensaciones ante lo que ve en el espejo y lo que siente en realidad le perseguirán en los próximos treinta o cuarenta años con mayor o menor fuerza, lle­ vándole de un abismo al siguiente. La razón estriba en que aunque la conciencia no conoce ni el espacio ni el tiempo, el envoltorio físico sí depende del tiempo, y ade­ más las cuentas del seguro de jubilación, con las que debe calcularlos años que le quedan, son inexorables. En cada nuevo cumpleaños significativo (cuando llegue a los trein­

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ta, los cuarenta, los cincuenta, los sesenta, etcétera), se la­ mentará por no haber disfrutado más en la etapa ante­ rior, y por haber sufrido tanto acuciado por el temor y las preocupaciones. Esto ocurre porque el envejecimiento se vive como un acto público, y la mirada pública sobre los mayores es mal­ vada precisamente en su ceguera. La ausencia de mayo­ res en la televisión, el cine y la publicidad hace más ex­ traña la vejez de cada uno; el proceso del envejecimiento se percibe como una anomalía, que no denota tan sólo una infracción estética y física, sino una especie de in­ fección, una enfermedad contagiosa, cuyo contacto hay que evitar a toda costa. «Al ser el envejecimiento un tabú en nuestra sociedad —dice el escritor Max Frisch en su diario—, apenas se verbaliza como experiencia íntima, mientras que por el con­ trario se manifiesta públicamente en multitud de indicios físicos. Por eso tendemos enseguida a temer los indicios fí­ sicos, los conocidos signos de envejecimiento: caída de los dientes, calvicie, bolsas bajo los ojos, arrugas, achaques, etcétera. Justo lo que es más evidente para el mundo, es sin embargo un tabú». La naturaleza hace sus cálculos y nosotros también. En todo el mundo se estima en cuánto habría que valorar nuestra inversión social en vidas humanas; por decirlo de otro modo: qué prestaciones médicas son las que com­ pensan. Sólo por eso los mayores tienen esa extraña sensación de vergüenza, como cuando dejas en descubierto la cuen­ ta bancaria o te gastas el dinero en el juego. Es evidente que no existe ningún «mensaje» de la naturaleza; en nin­ gún lugar dice: «¡Acabad con los viejos!». Pero podemos

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leerlo como en los libros de contabilidad de un econo­ mista muy estricto, concentrado sólo en el beneficio a cor­ to plazo, como ha explicado el biólogo evolutivo Richard Dawkins. La naturaleza no tiene otra idea que no sea la de au­ mentar el capital, su herencia. Naturalmente, va apren­ diendo de los errores. Ha aprendido que no tiene senti­ do dejar morir enseguida a los padres del niño, pues éste no tendría oportunidad de sobrevivir. Por tanto, les da tiempo suficiente para criar a sus hijos. Pero después, a los cincuenta o sesenta comienza de repente el proceso del envejecimiento biológico. Como nuestro cerebro forma parte de la naturaleza, expresamos las reglas de supervivencia de manera que nuestra especie pueda comprenderlas. Nuestros relatos tienen para nosotros la misma utilidad que las intermi­ nables horas de enseñanza que, por ejemplo, los chim­ pancés reciben de sus madres. Apenas nuestros hijos están en condiciones de reconocer sonrientes a sus abuelitos, escuchan cuentos de hadas en los que las personas ma­ yores se comen a los niños o los convierten en animales. Parece que hay que tener miedo de la vejez, evitarla y es­ tar preparado para la lucha a muerte de losjóvenes contra los viejos. Hasta muy tarde, de hecho cuando por desgracia ya es demasiado tarde, los viejos no empiezan a comprender que ellos mismos envenenaron su propia vida por imperativo biológico, ese enraizado imperativo del atractivo sexual con fines reproductivos. La investigación revela que son muy pocos los viejos que se manifiestan sobre su aspec­ to físico, es decir, que se sirven de su aspecto físico para definirse, lo cual «se opone claramente a las manifesta-

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dones que realizan los adultosjóvenes cuando se les pide que juzguen a los viejos»54. Tras pasar decenas de años en­ tre cosméticos, esteticistas y lifiings, las personas de nues­ tras latitudes parecen superar el terror a su rostro. Sin em­ bargo, el condicionamiento estético y biológico sigue siendo tan grande como para que los viejos hablen y pien­ sen sobre otros viejos como lo hacen losjóvenes. Se preguntará si con todo esto, como pasa ya en Estados Unidos, se pretende propagar una especie de envejeci­ miento alternativo sin maquillajes ni disfraces. La res­ puesta es no; con lo que hay que acabar es con la propa­ ganda. El complot de Matusalén de los mayores contra la ideología de los jóvenes sólo puede tener un resultado: lograr oportunidades de libertad, espacios de decisión para la elección autónoma; y precisamente donde se roba indecentemente a las personas: en su vejez. Estoy absolutamente seguro de que incluso una ma­ yoría de los viejos no puede cambiarlo todo o que no de­ bería cambiarlo todo. No pasa ni un solo día sin que en los medios de comunicación aparezca alguien que ha perso­ nalizado su cuerpo con anillos, clavos, tatuajes, opera­ ciones o implantes. Nos debería interesar muy poco lo que cada uno hace con su propio cuerpo, y más lo que la socie­ dad hace con nuestro cuerpo. Porque cuando envejecemos son los demás los que nos tatúan dolorosamente, el cuer­ po con signos y cortes. No se ven, pero se notan. Por ejem­ plo, los viejos, si aparecen en alguna serie de televisión, lo hacen como pacientes en los hospitales o consumidores de medicamentos, pegamento para dentaduras postizas o infusiones para la vejiga. Una sociedad que, como la nues­ tra, se guía cada vez más por los roles que aparecen en los medios de comunicación, ante la abolición de las res­

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tantes tradiciones, va remendando el cuerpo de la perso­ na anciana como hacía el Dr. Frankenstein con su mons­ truo, para acabar por expulsarlo de la comunidad. Por tanto, puede decidir envejecer sin intervenciones cosméticas o quirúrgicas, puede maquillarse, enmasca­ rarse, rejuvenecer, puede dejarse seducir por el terror de un rostro sin arrugas o liberarse; lo importante es que nin­ guna de estas actitudes es ni natural ni no natural, ni au­ téntica ni no auténtica. Nuestra conciencia colectiva nos convence de la primera opción, y lo hace por una única razón. Ala naturaleza sólo le interesa el éxito reproduc­ tivo, y en ningún lugar notamos más esa obsesión por el éxito que en lo relativo al aspecto y al cuerpo. Las per­ sonas que pretenden aparentar menos edád de la que tie­ nen y confunden al mundo que les rodea sobre su capa­ cidad reproductiva son un riesgo enorme. Reducen automáticamente el éxito reproductivo de los hombres y mujeres másjóvenes. Por esta razón emitimos un juicio moral sobre la apariencia juvenil artificial. La industria cosmética emplea de una manera absurda conceptos como «engaño», «legitimidad», «verdad» o «autenticidad» referidos al aspecto físico de las personas. La sociedad in­ vierte una considerable energía por una parte en vender lajuvéntud como mercancía, y por otra en denunciar a todo el que la consume. Mujeres mayores que se visten o maquillan como jovencitas, que se ponen en manos del cirujano plástico; hombres maduros que hacen lo mismo que las mujeres; hombres y mujeres que practican de­ portes de riesgo: todas estas actitudes provocan risitas por lo bajo o abierta censura social. Esta conducta se conside­ ra poco auténtica, falsa y engañosa. Pero este juicio social no tiene nada que ver con estándares de la civilización; es

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un juicio que proviene del mundo animal: los que no se 1 pueden reproducir no deberían aparentar poder seguir ] haciéndolo. En la novela de Thomas Mann, Muerte en Venecia, un hombre joven, alegre y bien parecido despierta el interés de Gustav Aschenbach, el envejecido héroe. Apenas se fijó un poco más en él, «descubrió casi con horror que el mozalbete era un fraude. Era viejo, no cabía la menor duda. Las arrugas circundaban sus ojos y su boca. El ru­ bor mate de sus mejillas era maquillaje; el cabello casta­ ño bajo el sombrero de paja una peluca; tenía el cuello descolgado, [...] y sus manos, con anillos de sello en am­ bos índices, eran las de un anciano». El mundo animal habla por boca del distinguido señor Von Aschenbach, que quiere expulsar al muchacho de la comunidad: «Con sus amigos le miraba horrorizado, a él y a sus acompa­ ñantes. ¿No sabían, no se habían dado cuenta de que era mayor, de que sin derecho alguno llevaba ropa elegante y multicolor, de que sin derecho alguno se hacía pasar por uno de ellos?». He aquí el mandato moral según el cual el viejo de­ bería ocultarse o ser devorado por la muchedumbre anó­ nima, convertido en literatura55. El que se maquilla mien­ te, pero el que no se maquilla también. En sociedades amenazadas por la guerra o sacudidas por las epidemias, enfrentadas a diario a la muerte, el sentimiento de la pro­ pia transitoriedad es tan profundo que la propia piel se considera vestimenta. En un antiguo manuscrito, el gran medievalistajohan Huizinga leyó lo siguiente: «La belleza física. Pues si las personas viesen lo que hay de­ bajo [...] sentirían repugnancia [...] Si ni siquiera somos capaces de tocar flemas o porquería con los dedos, ¿quién 90

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podría desear tener entre los brazos un saco de inmun­ dicia?»56. Becca Levy, una de las autoras del estudio a largo pla­ zo sobre el envejecimiento llevado a cabo en Ohio, cree que esa disociación con nuestro propio cuerpo tiene una influencia directa sobre el proceso de envejecimiento. Al parecer, las personas que logran el don de una vida más larga son aquellas que están dispuestas a negarse a la vejez, al menos a la versión de la mala vejez con la que socialménte se nos adoctrina. «Será interesante ver cómo se las apañan los hijos del baby boom para negarse a en­ vejecer. ¿Es mejor recibir el envejecimiento con los bra­ zos abiertos, o resistirse a base de Botox? Todavía no he­ mos entendido del todo esta relación»57. ^ Un

cuerpo cargado de deudas

Podemos ver por todas partes las grietas en los mu­ ros de la norma sobre un envejecimiento discreto; y sin duda llegaremos a ver su derrumbe. «Matusalén tenía 187 años cuando engendró a Lamech, vivió 782 años más y engendró otros hijos e hijas; llegó a tener 969 años y des­ pués murió». Al contrario que los clásicos griegos en relación con el pobre y vetusto Titonos, la Biblia no menciona senilidad y decrepitud al referirse a los ancianos, sino fertilidad y fuerza. Y ésta es la razón de que el poderoso Matusalén sea la figura que evocaremos en la construcción de nues­ tro futuro. La segunda revolución sexual tendrá lugar en el fren­ te de la sociedad que envejece, con el respaldo de los fa-

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bricantes de medicamentos como Viagra, la respuesta de la sociedad que envejece a la píldora. El sueño de Italo Svevo (que coincidió con el último cambio de siglo) del rejuvenecimiento del anciano gracias a laj ovencita, se ha convertido cien años después en un fenómeno de masas farmacológico, que hará tamba­ learse los cimientos de la sociedad. Con un retraso de cien años, el código biológico (según el cual el que se reproduce no muere) se transmite de los escritores a la sociedad. En cierto sentido, Svevo en­ carna en su anciano héroe, que mantiene una relación amorosa de pago con unajoven trabajadora del tranvía, la teoría abstracta del contrato generacional: «El caba­ llero descubre que a la juventud de este mundo le falta algo, algo que la haría mucho más hermosa: personas an­ cianas sanas, que la amen y le presten su apoyo». Lo que esta revolución significa en las actuales con­ diciones para un seguidor de Svevo lo averiguamos en la novela de Philip Roth, La mancha humana, donde su pro­ tagonista dice: «Soy un hombre de setenta y un años con una querida de treinta y cuatro, y eso, en la comunidad de Massachusetts, me descalifica para instruir a nadie. Es­ toy tomando Viagfa, Nathan. La BeUeDame sans Merci exis­ te. Debo toda esta turbulencia y felicidad a la Viagra. Sin ese fármaco no sucedería nada de esto. Sin Viagra tendría una imagen del mundo apropiada a mi edad y unos ob­ jetivos totalmente distintos. Sin Viagra tendría la digni­ dad de un anciano caballero libre de deseo que se com­ porta correctamente. No estaría haciendo algo que no tiene sentido. No estaría haciendo algo indecoroso, te­ merario y desastroso en potencia para todos los impli­ cados. Sin Viagra, en mis años de declive podría seguir 92

1 i ] j

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desarrollando la amplia perspectiva impersonal de un hombre experimentado y educado que se hajubilado de una manera honorable y que hace largo tiempo ha aban­ donado el goce sensual de la vida. Podría seguir extra­ yendo profundas conclusiones filosóficas y ejercer una firme influencia moral sobre losjóvenes, en lugar de ha­ ber vuelto al perpetuo estado de emergencia que es la em­ briaguez sexual». En una edición especial del New York Times con motivo del Día de la Madre, se elogiaba a una talJane Juska, que había puesto el siguiente anuncio: «Voy a cumplir sesen­ ta y siete años y busco a un hombre deseoso de tener mu­ cho sexo». El anuncio dio lugar a un vehemente debate sobre la segunda liberación sexual de la mujer. Esta anti­ gua profesora de inglés, con un alto grado de formación, representa el tipo dé la «anciana indigna» (en palabras de Brecht), que entretanto ha éscrito un best setter en el que relata sus experiencias. Casos como éste probable­ mente sean la variante más inofensiva de todas las que el futuro nos depara. Para nuestra cultura significan, por una parte, que el atractivo, la sexualidad y la cercanía de la muerte ten­ drán una nueva definición. Por otra, que las familias, los matrimonios y las relaciones amorosas o de pareja serán las encargadas de concluir la revolución del siglo xx. En amplios sectores de la sociedad se ha generalizado ya la idea de que el matrimonio, las parejas y los valores in­ terpersonales posiblemente no se corresponden con la realidad del enorme aumento de la esperanza de vida. No sólo la discriminación de la vejez está determinada biológicamente; las ideas sobre la convivencia de dos per­ sonas, la reproducción y la estructura familiar provienen

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también de programaciones de conducta de tiempos muy remotos. Debido al aumento de la esperanza de vida, muchas mujeres posponen el tener hijos hasta que casi llega el momento en que ya no los podrían tener. Al aumentar la esperanza de vida, el final del periodo reproductivo de las mujeres, al contrario que en los hombres, no se ha re­ trasado, sino que se ha adelantado (aunque sobre esto hay controversia); como ha ocurrido siempre, a partir de los cuarenta años de edad la posibilidad de embarazo dis­ minuye drásticamente. La disminución de la capacidad reproductora mascu­ lina no se ha producido en la misma medida, y la prácti­ ca del sexo resulta más sencilla gracias a medicamentos como la Viagra. Esta deriva divergente de los ciclos vita­ les a la larga podría modificar nuestra vida: en un mun­ do con hombres que se casan dos, tres o cinco veces y que se reproducen de forma proporcional, la modificación genética que provoca la edad supondría un riesgo para la carga genética; gran parte de una generación en cre­ cimiento podría tener padres mayores casados varias veces, que a su vez serían bisabuelos de otras líneas de des­ cendientes. A medida que se han ido haciendo mayores, los hijos del baby boom han revolucionado todas las relaciones so­ ciales, desde el lave stary adolescente hasta el matrimonio, la parejay la propia paternidad. En el Londres de la dé­ cada de 1960 o en el París de 1972, en San Francisco o en ■ Nueva York, se formaron comunas que por las noches rompían literalmente todas las normas morales impe­ rantes en la época. En los próximos treinta años serán ellos mismos los que revolucionen las formas de amor y

P or qué nos avergüenza tanto envejecer

vida de la segunda o última mitad de la vida. En su día se levantaron contra lasjerarquías de la horda primitiva que había grabado el genotipo biológico en nuestra so­ ciedad. Ahora están en condiciones de volver a encabe­ zar la lucha. En esta ocasión se trata del sentimiento de culpa e inferioridad de la persona envejecida que ya no puede reproducirse y que no sirve para nada. Y se trata también del delito que cometemos cuando nos sentimos más jóvenes de lo que la sociedad nos permite. En los siguientes capítulos nos ocuparemos de tres as­ pectos en los que se nos impondrá dicho sentimiento de culpa. La culpa económica es la culpa realista: se trata de la implosión de sistemas de previsión social que fun­ cionan con deudas y déficits ocasionados por la gran can­ tidad de personas que envejecen y la ausencia de jóvenes. Además, se plantea una culpa biológica. La naturaleza eli­ mina a los que ya no pueden traer hijos al mundo. No in­ vierte en los seres vivos que, como los ancianos en la eco­ nomía, siguen viviendo únicamente de reservas. Al final, el cuerpo está tan cargado de deudas, que la persona mue­ re. Y finalmente está la culpa sinfibólica, en la que con­ vergen los dos aspectos anteriores. Si nuestra vida sólo cuesta dinero y somos demasiado viejos como para ser mantenidos con vida por la naturaleza, se plantea clara­ mente la cuestión de si la sociedad desea mantenernos con prótesis y operaciones. Esto significa que la cuestión de la eutanasia, y también la de la muerte voluntaria de­ cidida por sentimientos de culpa, así como la de los cos­ tes de la vida y de la muerte, mantendrán en vilo a con­ tinentes enteros.

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E l e n v e je c im ie n t o so c ia l

E x iste un envejecimiento biológico y existe un enve­ jecimiento social. En el momento en que la naturale­ za empieza a golpear (a partir de los cuarenta años), la sociedad también golpea. No puede ir rftás rápida; se mete a la fuerza en el curriculo y saca a las personas de la pista. Traducido al mundo animal: les arrebata su es­ tatus dentro del grupo para poder echarlas con mayor facilidad. Como los animales en la estepa, tras perder su presti­ gio los viejos son sometidos a una caza general hasta el agotamiento. Esto ocurre mediante estereotipos sobre la vejez, alusiones y ataques desde todos los flancos. La ofen­ siva tiene como objetivo la conciencia individual. La na­ turaleza de ésta caza hace que la persona pronto se con­ funda con la caricatura que circula sobre ella. A los cuarenta y muchos empieza a notar que el prestigio en el ámbito profesional disminuye; una vez cumplidos los cin­ cuenta se convence de no poder esperar el momento de jubilarse. Mientras que para la propia imagen de lajuventud exis­ ten innumerables patrones (no sólo en la publicidad, sino también en el cine, la literatura o la historia), llega un mo97

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mentó a partir del cual la persona que envejece no los en­ cuentra ya. Es un extraño vacío sobre su propio ser que rara vez se atreve a llenar. En general, la ropa que visten los mayores, aunque diez años antes se atrevieran con la moda más osada, parece tener como objetivo integrarse en una discreta masa, para evitar ser vistos por los depre­ dadores. La década que transcurre entre los cincuenta y los se­ senta años de edad es un periodo en el que, a semejan­ za de lo que ocurre entre los veinte y los treinta, la vida y la experiencia se derrochan de una manera inconcebi­ ble. Se puede observar, por ejemplo en los hombres que ocupan cargos directivos, cuánta energía invierten en de­ fenderse sin tregua del peligro que presienten. Se de­ fienden contra la sospecha que pende sobre sus cabezas: una sutil acusación que nunca se expresa en voz alta, que sugiere que la persona es ya demasiado débil, demasiado lenta, demasiado despistada para su trabajo. Pero son los grupos que no han alcanzado la cima los que reciben de lleno el golpe de los estereotipos discri­ minatorios sobre la vejez. La imputación de que una per­ sona con sesenta, sesenta y cinco, setenta o setenta y cin­ co años ya no está en condiciones de desempeñar con éxito tareas intelectuales o físicas en su vida profesional diaria, es uno de los racismos más rastreros de esta so­ ciedad. Para el afectado, el percibir que es expulsado de la so­ ciedad sólo a causa de su edad, es una verdadera con­ moción. Es algo que nos amenaza a todos: en algún mo­ mento, durante la noche, nuestro «yo» será cambiado por otro. Este nuevo ser tendrá la fisonomía de un monstruo desmemoriado, enfermo, débil, egoísta, sin imaginación,

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aburrido, feo, cansado, vago, decrépito, inflexible y malo: así son los estereotipos que circulan desde hace años so­ bre las personas mayores. Estos prejuicios desembocan en un círculo vicioso que nunca se detiene y que afecta pri­ mero a la autoestima, a los propios actos y a los complejos de inferioridad; se trata de un mecanismo oculto que se dispara en el momento en que el animal de la estepa, aco­ sado casi hasta la muerte, acaba por caer en la trampa. L eng ua de S erpiente , o cóm o E IMAGINAMOS EN LA VEJEZ

n o s vemos

Al constructor de estas trampas le llarríaremos «Len­ gua de Serpiente». Lengua de Serpiente se instaló un día entre nosotros, desplegando sus trampas por todas par­ tes: nos envenenó el cine, la música, la publicidad, los chis­ tes, las conversaciones, las taqetas de felicitación; con sus insinuaciones consiguió someter la seguridad en noso­ tros mismos y arruinar nuestros cuerpos. En la obra de John Tolkien El Señor de los Anillos, un libro que trata mu­ chos temas, pero sobre todo del envejecimiento, es pre­ cisamente Lengua de Serpiente el que persuade al an­ ciano rey del Salón Dorado de que es débil, necio y decrépito. Hasta que llega Gandalf, que también es un anciano, rompe el encantamiento y ahuyenta al intrigante. «¡No todo es oscuridad! Armaos de valor, pues no halla­ réis mejor ayuda. Marchad; el tiempo del temor ya pasó!». Y entonces Théoden, el gran rey, se alza de su trono, se coloca frente al salón, contempla la interminable exten­ sión de su país y respira libremente. Del anciano emerge un hombre erguido, más fuerte y más sabio.

El complot de M atusalén

Ahora tenemos a Lengua de Serpiente a la altura de nuestros cuellos. Le oímos susurrar en las páginas de las revistas, pero también en el metro y en el Parlamento, en las piscinas y en los centros comerciales, en las consul­ tas de los médicos y en las oficinas. Su dominio es tan po­ deroso como lo es nuestro sometimiento. Persuade al vie­ jo de su debilidad y al débil de su enajenación; y de todos los calificativos que se le pueden atribuir (adicto a las com­ pras, obsesionado por lajuventud, presa del pánico), hay uno que destaca: es un derrochador diabólico. Maneja la vida humana de manera irresponsable, y deja caer sobre nosotros, como una lluvia de confetis, los restos de nues­ tras biografías agujereadas. La historia de la degradación de las personas a través de la demonización de su envejecimiento es un Tolkien con otros medios: una historia de mitos, descubrimientos y men­ tiras. Funciona mientras los viejos estén en minoría. Mu­ chos estereotipos sobre la vej ez en el mundo industrial, como veremos, sólo prosperan por la llegada de refuerzos: la materia prima que son los nuevos niños. Si los viejos si­ guen aumentando se convertirán en mayoría, y esta ruinosa situación provocará el fallo generalizado del sistema. Lengua de Serpiente ha lucido a lo largo de los siglos los disfraces más inverosímiles, pero su aparición en los albores del siglo xx puede ser datada con precisión. Evi­ dentemente no se llamaba Lengua de Serpiente, sino William Osler, considerado hasta la fecha el más destaca­ do e influyente médico del mundo anglosajón. Por entonces, en una fría mañana de febrero del año 1905, ocurrió lo que constituye el fundamento de todos los mi­ tos que han triunfado en el siglo xx: la transformación de una ideología en una «verdad» seudocientífica. 100

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El profesor Osler, de cincuenta y seis años de edad, dio una charla en Baltimore que habría de revelarse como una de las más trascendentales de la historia de la medicina y algo así como la carta de libertad para do­ tar a la gerontofobia de fundamentos científicos. En pri­ mer lugar, celebró la presencia de tantos jóvenes en la universidad y les advirtió del peligro de un mundo en el que el exceso de ancianos provocaría un estancan miento intelectual. Después proclamó, consciente de su inaudita autoridad médica, que para la sociedad se­ ría mejor que se obligase a todos los mayores de sesen­ ta años a retirarse por completo de la vida profesional y política. En realidad, a los cuarenta serían ya inope­ rantes frente a las novedades intelectuales. «Puede que a algunos pueda resultarles chocante, pero la historia mundial, si la leemos correctamente, corrobora esta afir­ mación. Tomemos la suma de las conquistas humanas en la política, la ciencia, el arte, la literatura, y dejemos a un lado las obras realizadas por mayores de cuaren­ ta años; aunque echáramos de menos grandes tesoros, e incluso tuviéramos que renunciar a algunos verdade­ ramente únicos, seguiríamos estando donde estamos hoy»58. Osler fue un catalizador, y alguno de los estudios más recientes confirma todavía que este insólito discurso in­ vernal «desató una ola de discriminación de la vejez que se ha mantenido hasta bien entrada la década de 1970»59. De hecho, nuestras opiniones siguen siendo en gran parte las opiniones de Osler. No son juicios que afecten al resto de la tropa social; es una imputación de incom­ petencia sobre personas a las que se aplica otro baremo: el de las personasjóvenes que funcionan perfectamente

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y que no tienen arrugas ni preocupaciones. Noventa años después del discurso de Osler, Lewis Lapham y Robert Fulford publicaron un estudio que analizaba las deci­ siones que se tomaban en el mundo laboral en función de la edad. «Los mayores de cuarenta años obtuvieron en este estudio valoraciones bastante inferiores a las de los menores de cuarenta. Lo esencial es que la relación ne­ gativa entre edad y calidad se mantenía incluso cuando las diferencias entre los candidatos en nivel de formación, experiencia profesional específica e incluso en los re­ sultados de las pruebas de capacidad intelectual fueron controladas estadísticamente»60. En otro estudio se les pidió a algunos estudiantes de ciencias económicas que valorasen a un candidato joven y a otro mayor; el resultado fue que, sin otro motivo que el de la edad, la valoración de los mayores fue claramen­ te peor61. Las declaraciones sobre mujeres mayores son en general más devastadoras si cabe. La verdad es radicalmente distinta. Muy pocos estu­ dios prueban que la edad provoque una disminución del rendimiento laboral, y cuando esto ocurre, la experien­ cia del trabajador mayor suple con creces las deficiencias mecánicas62. El cliché de que losjóvenes tienen mucho que apren­ der antes de poder hablar es un prejuicio educacional. El prejuicio de que las personas mayores han olvidado mu­ chas cosas, que ya no pueden reciclarse ni tienen nada que decir, es un ataque a la dignidad humana. Debemos librarnos de nuestras ideas preconcebidas para poder captar la monstruosidad que supone este pro­ ceso: la difamación social e intelectual ha encontrado fundamento desde el punto de vista médico, casi cien­

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tífico: un diagnóstico contra el que nadie tiene ninguna oportunidad. Estos tres aspectos —el diagnóstico médico aparen­ temente objetivo sobre las personas desgastadas, la su­ posición de incompetencia sobre su capacidad intelec­ tual y el juicio social (el que envejece, como mensajero de la muerte, debe apartarse de la vida laboral) — re­ sultan absolutamente totalitarios. La condena a las per­ sonas por su aspecto exterior y sus supuestas caracte­ rísticas biológicas, para la que no cabe apelación ni clemencia alguna, sólo se ha dado una vez en la historia: en la «argumentación» seudocientífica del racismo del siglo xix. Con esto no pretende decirse que en el caso de algu­ nos mayores no se produzca una disminución de sus ca­ pacidades ni se manifiesten efectos negativos como con­ secuencia de la edad. Pero la gravedad de la sanción no es proporcional en absoluto con la dimensión media de la pérdida de condiciones, al menos hasta los ochenta años. Mientras que todas las decisiones vitales del primer cuarto de la vida las hacemos depender de pruebas, exá­ menes y resultados comprobables, en la última mitad de la vida tomamos decisiones que afectan a la propia exis­ tencia sobre la base del prejuicio, la intuición y la expec­ tativa estadística media. Lo perverso de esta operación era de sobra conocido por los asistentes al discurso de Osler. La tremenda rabia que despertó puede entenderse incluso como una últi­ ma revuelta desesperada contra el terror a la vejez del siglo xx. El alboroto de la indignación se manifestó en forma de cartas de lectores y protestas de poderosos se­ 103

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nadores; durante semanas se sucedieron los artículos, dis­ cursos y comentarios, la mayoría condenando la cruel­ dad de Osler, y se llegaron a elaborar listas que preten­ dían demostrar que los hombres viejos también podían seguir siendo creativos y trabajar perfectamente63. La controversia demuestra que la asociación forzosa de edad yjubilación no puede entenderse ya como be­ neficiosa socialmente, como sin duda lo fue en su día, sino que supone una discriminación de enormes dimensio­ nes. La destitución profesional y social del mayor se ex­ plicaba por la demanda de la industria de personas que funcionaran en el mundo del trabajo fabril del siglo xx, en el que no sólo los productos tenían su ciclo vital, sino también las personas. Si contra todo pronóstico las per­ sonas siguen sanas y en forma, se programan daños en su espíritu, con tremendas consecuencias sobre la propia imagen de la sociedad. Si el verbo inglés para «jubilarse», «to retire», en la pri­ mera mitad del siglo xrx significaba aún «retirada de la atención pública», ochenta años después ha pasado a sig­ nificar «no ser apto para seguir en el servicio activo». Si en su día «senilidad» no significaba más que «manifesta­ ciones de la edad», después se ha convertido en «excen­ tricidades de la edad»64. La ideología, una vez puesta en marcha, fue mucho más allá de la mera adscripción de las personas a las rue­ das dentadas y las cintas continuas de las fábricas. Fue muy eficaz, pues conjugó de una manera funesta una supues­ ta declaración médico-científica «verdadera» con una in­ formación social.

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U n a palabra repugnante

El que se hace mayor se alegra de poder retirarse. La sociedad le pone nervioso y las constantes exigencias pro­ fesionales también. Si a pesar de ello acude cada maña­ na al trabajo, se ofrece a asumir tareas, a ser útil, lo hace sólo para que no le echen a la calle. La sociedad, por su parte, también está esperando esa retirada. Los mayores tienen cada vez más probabilidades de morirse de un día para otro, lo cual perjudica la producción y altera la paz laboral. Estas observaciones proceden de principios de la dé­ cada de 1960, y constituyen una funesta teoría sobre el envejecimiento que ha tenido una gran influencia. En la teoría del disengagement (desconexión), las insinuaciones de Lengua de Serpiente dan lugar a un sistema que tiene la ventaja de aliviar a la sociedad y al individuo y de agra­ dar al holgazán. Su crudeza y falsedad aún siguen ani­ dando en la mente de la mayoría; surgió en un momen­ to en el que, en un mundo moderno y cada vez más ruidoso, la idea del «retiro» podía tener un sentido muy diferente según la edad, y se instaló además en una ge­ neración que había colaborado como ninguna otra a la modernización del mundo, en un proceso que incluyó dos guerras mundiales; además se ha comprobado que la voluntad de aislamiento, la necesidad de tirarlo todo por la borda, no es sino el resultado de la privación de la se­ guridad en uno mismo. No deberíamos dar crédito a las teorías sobre el en­ vejecimiento, porque interpretan el envejecimiento des­ deña perspectiva de las sociedades jóvenes, en las que la vejez es una anomalía y una experiencia minoritaria. Tam­ 105

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poco nos interesa especialmente la teoría de la ITV que explica los motivos por los que su viejo coche ya no está en condiciones de circular; lo que nos importa es no que­ darnos sin medio de locomoción. En realidad todo lleva al hecho de que cada vez más personas rechacen la muerte social que supone la «jubi­ lación». Stanley Kunitz, nacido en 1905, premio Pulitzer y experto en cuestiones relativas a la vejez, califica la «ju­ bilación» como una «palabra repugnante». Suele pasar bastante tiempo hasta que los oprimidos se dan cuenta de que están siendo oprimidos. Reconoz­ camos que vivimos esclavizados por los prejuicios esta­ blecidos por ciertos individuos sobre nuestra personalísima edad. Después de haber pasado años persiguiendo un objetivo y dándole un sentido tradicional a nuestra vida, de pronto resultamos prescindibles a los ojos de los demás. Nada de lo que hayamos hecho, pensado o sido tiene ya importancia cuando se trata de la vejez. El valor de la vida que hemos vivido se calcula en función de otros parámetros: arrugas, canas y fecha de nacimiento. La esclavitud de este sistema acabará por destruir nuestras sociedades. Si no le hacemos callar, Lengua de Serpien­ te nos convertirá en monos, como al pobre rey Théoden. Puede que a una sociedad demográficamente joven le interese arrebatar la confianza a los viejos en el mundo laboral, pero para la nuestra las consecuencias serán ca­ tastróficas. Al pensar en la vejez, olvídese por un momento de la edad de lajubilación. Ésta no es más que la última frontera visible, absolutamente arbitraria, que traspasan las personas mayores en nuestra sociedad. Es el último momento en el que se es visible socialmente; tras esa mu­ jer o ese hombre se cierra la barrera; ya sólo podremos

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verlos un poco más, hasta que se vayan haciendo cada vez más pequeños y terminen por desaparecer a lo lejos. De lo que tenemos que ocuparnos todos nosotros en las próximas décadas, tanto en China como en América, España, Alemania o Bélgica, es del camino hacia esa fron­ tera, de esa increíble procesión de gente nacida en años de gran natalidad que dirige su marcha hacia la barre­ ra. Dos investigadoras realizaron un trabajo de recapitu­ lación sobre el envejecimiento en el mundo laboral y, des­ pués de revisar numerosos estudios, experimentos y son­ deos, comprobaron que «de todos los estudios se infiere que en el ámbito laboral el envejecimiento se inicia muy temprano (en especial en el nivel de los ejecutivos), y que ese momento se sitúa casi veinte años antes de la fecha le­ galmente prevista para el abandono de la actividad re­ munerada»65. En el verano de 2003, la cadena británica BBC publi­ có los resultados de una encuesta según la cual no sola­ mente la generación de Elvis y de los Beatles, sino tam­ bién la de Nirvana, a los treinta y cinco años se sentían ya desplazadas. «A los treinta y cinco años muchos emplea­ dos creen haber ascendido al menos un par de peldaños en sus carreras y contar con el respeto de sus superio­ res; y creen que todavía tienen sus mejores años ante sí. Pero en realidad ya los han vivido. Ya están en la cuesta abajo» 66. Si le interesan otros ejemplos parecidos, encontrará en Internet miles de informes sobre quejas, denuncias, procesos patológicos o suicidios cuyo origen está en la dis­ criminación por la edad (y curiosamente en un país don­ de lajubilación no es obligatoria). La sociedad del en­

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vejecimiento conocerá una crisis intelectual mucho más radical, pues los estudios demográficos (y ya hay indicios en este sentido) prueban que ella misma provocará la radicalización de la sociedad. A efectos estadísticos, la vejez se inicia a los sesenta y cinco años; sin embargo, el drama privado de la edad a menudo se inicia a los cuarenta. La industria estadounidense de los medios de comunicación es sólo un síntoma: desvela lo que de otra manera per­ manecería oculto, lo que sucede en el inconsciente. Las despectivas opiniones ajenas, esas extrañas observacio­ nes como de paso, las primeras reacciones de alarma en el entorno, comienzan para las mujeres a los cuarenta, y para los hombres como muy tarde a los cuarenta y cin­ co años. Estas desconcertantes experiencias se intensifi­ can sin duda en una sociedad que rinde culto a lajuven­ tud, y en la qüe ésta se ha convertido en un tesoro precioso y escaso. Las consecuencias tal vez más serias de esta delirante estructura social se revelan de manera casi patológica en la percepción que cada individuo tiene de sí mismo. Un estudio de los investigadores sociales J. Rodin y E. Langer probó que la desocupación y la estigmatización de la vejez provocan actitudes y estereotipos negativos: pérdida de la seguridad en uno mismo, pérdida del con­ trol, reducción de la creatividad y de la capacidad inte­ lectual. Al igual que ocurre en un cuerpo que envejece, don­ de las células se autodestruyen gradualmente, las molé­ culas de nuestra autoestima sufren también daños irre­ versibles, provocados no por los radicales del oxígeno, sino por la radicalidad de una sociedad que quiere hacer sitio. El ego de las personas se ve abrumado por una gran 108 i

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cantidad de daños intelectuales que deben ser repara­ dos, lo que provoca muchas de las extravagancias inte­ lectuales de los mayores. Deténgase a pensarlo un momento: estamos hablan­ do de una ficción, de una invención que en nada se dife­ rencia de la arrogancia con la que en su día una Europa supuestamente ilustrada hablaba de «salvajes». No pue­ do resistirme a calificar como la más desvergonzada de las arrogancias el que unas personas pongan en evidencia a otras. Definen una belleza del rostro y una capacidad intelectual que no permite verificación; definen a las per­ sonas como decrépitas aplicando un baremo aparente­ mente cierto de uña medicina objetiva; despiertan unos miedos sobre su salud mental que cubrifán de sombras decenas de años de su vida, aunque tan sólo se refieran, si acaso, a una fracción de la vida que han vivido. Algunos investigadores que en los últimos años han es­ tudiado si las personas mayores trabajan peor, o con me­ nos concentración, eficiencia o fiabilidad, han llegado a la conclusión de que, al menos hasta los ochenta años, no existen datos que avalen esta afirmación. Y ésta es una afirmación más decisiva para nuestra vida social, econó­ mica y cultural que cualquier otra. No sólo es enorme el perjuicio social; también lo es el económico; tanto que en el futuro no nos lo podremos permitir. Mientras escribo esto se publican estadísticas, según las cuales en Estados Unidos (cuya dinámica del enveje­ cimiento es muy inferior a la nuestra) y en Japón son cada vez más las personas que trabajan más allá de los setenta años. «Hay una manera muy simple de solucionar el boom, del envejecimiento —escribe James Vaupel—. Acotemos la definición de los llamados “viejos”. Si la mayoría de las 109

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personas de setenta años están tan sanas como lo estaban antes la mayoría de las de sesenta, ¿por qué no animamos a la gente a que siga trabajando hasta los setenta? Y si des­ pués las de ochenta años están tan sanas como lo estaban antes las de setenta o incluso sesenta, ¿por qué no per­ mitirles que trabajen hasta los ochenta?»67. En realidad, ¿por qué no? Porque seguimos paraliza­ dos por el terror de una cultura impulsada por lajuventud. Saber cómo y qué es el envejecimiento se convertirá en una cuestión con un enorme poder de definición, por­ que lo que está enjuego son las cuentas de la vida huma­ na. Esta definición, según nos dicta la razón, no puede ser impuesta normativamente, por ley, a todas las perso­ nas por igual. Pero tampoco puede derivarse de una «vuel­ ta a la cultura»; el canon occidental no es suficiente para ese cambio de valores en el que consiste nuestra tarea. En las vísperas de las revoluciones, las personas nece­ sitan ávidamente alguna autoridad, que algunas veces se erige negativamente: la televisión y la publicidad resultan apropiadas como chivos expiatorios, y todos pensamos enseguida en los anuncios de la revista Vogueo el tráiler de MTV cuando se menciona a los instigadores de la dis­ criminación de la vejez. Nuestra cultura occidental tampoco lo ha hecho mu­ cho mejor con el asunto del envejecimiento, lo que pue­ de deberse tanto a nuestras codificaciones biológicas so­ ciales como al simple hecho de que los más viejos han sido siempre una minoría. La vuelta a un sueño occidental de verdad, belleza y bondad en el que los jóvenes honran a sus mayores y todos viven en paz y concordia nos está absolutamente vedada68. Este sueño nunca fue una rea­ lidad.

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Nos encontramos en una situación singular; en un pun­ to tan particular de nuestra evolución, que el estudio del pasado más que orientamos nos puede confundir. Nun­ ca antes las personas han percibido con tanta intensidad la superioridad cuantitativa de los mayores sobre los jó­ venes; las gerontocracias tradicionales, como en el co­ nocido caso de Esparta, establecieron el poder de los ma­ yores sobre la base de la política, y no de su superioridad numérica. Mientras escribo este trabajo, dos historiado­ res han presentado un breve estudio sobre la «imagen de la vejez en la Antigüedad», del que se infiere que la nor­ ma de la dignidad de los ancianos y la honra que se les debe fue tan contradictoria en la Antigüedad como lo es en el presente; en cualquier caso, no nos confirma que antes la sociedad honrase de verdad a los ancianos, tal y como nos han contado nuestros abuelos69. Más o menos en el momento en que nuestros abuelos (o bisabuelos) fueron socializados, Italo Svevo se dedicaba a analizar el envejecimiento humano. Los héroes de Sve­ vo son ancianos tragicómicos, que viven en cuartos cada vez más vacíos y que de vez en cuando, esporádicamente, perciben la vejez como una nueva forma de libertad. Los textos de Svevo a menudo resultan quebrados, iró­ nicos, como sinfonías a varias voces; pero vea lo que en un fragmento de su obra manifiesta un anciano caballe­ ro a punto de morir: Los viejos, cuando no eran aún tan viejos, se habían re­ producido en losjóvenes con gran facilidad y un cierto pla­ cer. Era difícil saber si la vida, con la transición de un or­ ganismo a otro, se había desarrollado o mejorado [...] Pero tras la reproducción era muy posible que hubiera progre­

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so intelectual si la asociación entre los mayores y losjóvenes fuera verdaderamente estrecha y si unajuventud sana pu­ diera confiar en una vejez completamente sana. El propó­ sito del libro era, por tanto, probar hasta qué punto es ne­ cesaria la salud de los viejos para el bienestar del mundo. Según el caballero, el futuro del mundo, es decir, la fuer­ za de lajuventud que ha de construirlo, depende de la ayu­ da y las instrucciones de los mayores.

El hombre del que hablamos ayudó a unajoven pros­ tituta pagándola para sentirse másjoven, por lo que en este sentido la obra que escribe y de la que hablamos es la obra de un hipócrita. Pero entonces este caballero mayor (se trata de un hombre de sesenta años), que ve su propia teoría cada vez más rebatida, acrecienta su cólera contra lajuventud a medida que se da cuenta de que su obra, es decir, su vida, se acerca a su final: El anciano caballero quería terminar su trabajo, acla­ rando una duda tras otra, y comenzó a revisar las obliga­ ciones de los viejos respecto a losjóvenes [...] Volvió a guar­ dar los folios viejos con los nuevos en una carpeta en la que figuraba la pregunta para la cual no tenía respuesta. A du­ ras penas logró escribir debajo varias veces la palabra: Nada70. -

Este antifilosófico «nada» con el que concluyen los apuntes de Svevo señala el principio de nuestra nueva his­ toria. Solamente algunos han llegado a viejos. La socie­ dad no podía aún saber qué ocurre cuando muchos lle­ gan a viejos y se convierte en sociedad-zoo. Y tampoco lo que 112

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sucede cuando muchos llegan a viejos y, como en el par­ que zoológico, nacen pocos. Estos psicogramas deses­ perados, inquietantes e hipócritas del sexagenario héroe de Svevo, ¿se convertirán en el signo psíquico de nuestra época?; ¿qué será entonces de nuestra serenidad, de la paz de nuestras almas, desconcertadas con lajubilación y los viajes? Todos tenemos más tiempo y más espacio, pero no te­ nemos imágenes ni textos. Nuestra cultura no nos ha pre­ parado. Aún podemos continuar un trecho considera­ ble en el curso de la vida. Doblaremos la siguiente esquina, en medio del tráfico y del ruido, y de repente se abrirá ante nosotros un enorme desierto. Nuestros antecesores no de­ jaron nada plantado en el mundo de nuestras ideas; no construyeron nada ni pensaron o escribieron nada sobre un periodo de la vida que dura mucho tiempo y durante el cual somos viejos. No hay películas, libros, poemas, canciones, ideologías, programas políticos. Nunca fue­ ron necesarios, porque eran sólo unos pocos los que so­ brevivían tanto. Casi nadie se ha preocupado por ello. Aquí nada ha llegado a hacerse realidad. Aquí no se ha­ bía desarrollado nada, ni había nada con lo que nos pu­ diéramos desarrollar culturalmente, ningún trabajo a partir del cual crear obras. «Debo confesar —escribe Hannah Arendt— que me afecta mucho este proceso de desfoliación y desmonte. Envejecer equivale a la gradual (más bien repentina) trans­ formación de un mundo lleno de caras familiares en una especie de desierto habitado por rostros extraños». Te­ nemos un surtido inabarcable de cultura «juvenil», de his­ torias, novelas, películas, poemas, óperas, cuadros, en los cuales el hombre o la mujer joven se convierten en hé-

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roes, porque cualquiera puede identificarse con ellos: del de G oethe a de A le­ jan d ro a Napoleón, de Sissy a Lady Di. Lo cierto hoy es que todos los viejos han sido jóvenes alguna vez, pero no todos los jóvenes llegarán a viejos, y en el pasado ocurría lo mismo. Por eso habita en noso­ tros el gen de Hanno Buddenbrook, la melancolía del úl­ timo de su especie, que m uriójoven. Hanno trazó una fa­ mosa línea en el libro de fam ilia y dijo: «Después de m í no hay nada». Así hemos pensado también los europeos: en esa fase de m iedo al fin del m undo y a la extinción de los últimos treinta años. Pero la destrucción desde el exterior, de origen natural o nuclear, es muy improbable. Los viejos actuales no son útiles como modelos, y no co­ nocemos a otros. Como en las sociedades actuales la ma­ yoría de las personas no han vivido lo suficiente como para experimentar los efectos de la vejez, no podemos recurrir a antiguos héroes o heroínas, que serían tan importantes para nuestra propia imagen71. En lo que se refiere a estos modelos, hemos sido abandonados por los padres. Nosotros mismos debemos crear estos elementos. Los héroes geriátricos de Beckett, el lobo estepario de Hesse o Gustavvon Aschenbach no resultan suficientes como modelos. Lo novedoso de nuestra situación consiste en que hay muchos viejos que se sienten mucho más jóvenes de lo que son en realidad. Los héroes de Italo Svevo ga­ nan seguridad en sí mismos al escribir sus memorias. Las biografías de personas de treinta y de cuarenta años, el estudio de las diferentes décadas de la vida, serán las que señalen la transición a la sociedad del envejecimiento. No hay que ser profeta para predecir que ese tipo de autoconvencimiento tendrá una dem anda considerable. Po­

Werther

El guardián entre el centeno,

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dría darse un resurgim iento de las artes, porque no hay nada que perm ita contar las cosas m ejor que la literatu­ ra, la música y las artes plásticas. De la producción en serie de m em orias y relatos so­ bre uno mismo, lógicam ente, surgirá en un m om ento dado un gran concierto sincronizado. Porque los más viejos están cada vez más tiem po en el m undo y com ­ parten cada vez con más personas los mismos recuerdos, mientras que los más jóvenes son cada vez menos y su re­ ducido poder adquisitivo no les perm itirá tener una genuina culturajuvenil.

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El e n v e je c im ie n t o e c o n ó m ic o

H e m o s visto antiguas fotos borrosas, las fotos de esa sociedad de la que hablaba Stefan Zweig en la que los hombres de treinta años intentaban actuar como los de sesenta. Llamamos a esa tendencia, que envolvió la Euro­ pa de nuestros antepasados hace cien años, y que en­ troniza los amores desgraciados, la enfermedad y la muer­ te temprana, la decadencia y las tumbas elegiacas, Fin de Siècle. En el colegio nos enseñan a entender el espíritu de aquella época mediante la poesía. Las líneas siguientes son un ejemplo: Fatigas largamente olvidadas de pueblos que no puedo apartar de mis párpados, ni alej ar aún del alma espantada en su enmudecida caída de estrellas lejanas.

Podría pensarse que el mundo en el que se escribían este tipo de poemas debía ser un paradigma de vejez y muerte. Pero Hugo von Hofmannsthal, que escribió las líneas anteriores y que se sentía acabado, en el momento de escribirlas no había cumplido los veinte años. La nove­ la de Thomas Mann Los Buddenbrook (publicada en 1901 ),

El complot de Matusalén

que ha marcado el concepto de los alemanes sobre la vida de un individuo y de familias enteras como ninguna otra obra literaria, reúne innumerables autoridades, patriar­ cas, ancianos y dignos amos. Estos son los datos: el cónsuljohann Buddenbrook, abuelo de Hannos, muere a los cincuenta y tres años; el senador Thomas Buddenbrook,' su hijo, a los cuarenta y nueve. En cierta ocasión, descri­ ta en un famoso capítulo de esta novela, estaba leyen­ do a Schopenhauer y meditando tan profundamente so­ bre la vejez y la muerte, que decidió hacer testamento, a los cuarenta y ocho años de edad. Todos estos pasajes, que aún conmueven la vejez de las personas mayores cultas del siglo xxi, fueron escritos por Thomas Mann cuando aún no había cumplido los veinticinco años. Gente ini­ maginablemente joven ha acuñado durante un siglo nues­ tro concepto de la decadencia y de la vejez. Hace cien años losjóvenes consideraban la decaden­ cia como un elemento de inspiración, que marcaba ge­ neraciones enteras. Hoy ocurre justo lo contrario: los vie­ jos comercializan lajuventud. Ya no escriben poemas perfectos, sino que crean poemas perfectos de carne y hueso. Sus versos no son ya palabras, sino actrices, acto­ res, modelos de extraordinaria belleza. Nunca antes en la historia ha habido tantas personas que pudieran con­ templar imágenes de tantas personas bellas. El mundo occidental tiene realquilados que no figuran en ningún estudio demográfico ni en ninguna oficina del censo, aun­ que nos topemos con ellos constantemente. Nos hacen guiños desde los carteles en cada esquina de la calle y nos miran desde cualquier revista. La publicidad y el cine or­ ganizan nuestra vida interior. Hemos perdido la fuerza, o tal vez sólo el deseo, de pensar de manera simbólica,

El envejecimiento económico

porque entendemos la edad solamente como un factor económico, incluso en lo relativo a la prejubilación. El protagonista de la obra de Durero El caballero, la muertey el diablo, que inspiró el espíritu Fin de Siecle, cabalga hoy entre el seguro médico y la pensión de jubilación. Si nosotros, los mayores, que somos la primera gene­ ración en vivir la experiencia del envejecimiento colecti­ vo, tuviéramos sólo una fracción del genial valor de aque­ llosjóvenes de entonces, podríamos llegar a considerarla no como una pérdida, sino como un beneficio. Hoy en día nos parece un desperdicio, un derroche de recursos. La experiencia de la I Guerra Mundial alteró radicalmente los sueños del envejécimiento filosófico y de la bella muer­ te. El seguir viviendo sin más resultaba harto sospechoso frente al sacrificio de tantas vidas jóvenes. Seis años des­ pués de terminada la guerra, Thomas Mann publicó otro libro sobre la muerte. En la estricta clínica privada para enfermos terminales del consejero áulico Behrens de La montaña mágica, un moribundo, que necesita urgente­ mente una bombona de oxígeno, es tildado de «viejo de­ rrochador». De esta manera (estamos en el año 1924), el placer y la duración de la vida se relacionan por su ren­ tabilidad: al parecer el «derrochador» de La montaña má­ gica había previsto todo lo necesario; se lo podía permitir. El que no quiere retirarse a tiempo es un despilfarra­ dor. Cuanto mayor sea la sensación que la sociedad tiene de que el anciano no responde suficientemente por estos recursos, es decir, que no aporta lo bastante para mante­ nerse, más fuerte se vuelve la presión moral y económica, y finalmente la legal, hasta que se plantea la famosa y ló­ gica pregunta de quién debe sufragar el último periodo de la vida, el más caro. Cuando el envejecimiento ya no 119

El complot de Matusalén

resulta de interés para la sociedad, que es lo que ocurre en nuestro caso, tampoco lo es la prolongación de la es­ peranza de vida. E l ciclo del « reem bolso »

La periodista inglesa Victoria Cohén ha estudiado el comportamiento económico de los actuales pensionis­ tas, presionados por la sociedad del envejecimiento. Ella ha ido un paso más adelante de lo que es habitual. Es algo de sobra sabido que los mayores, poco antes de de­ jar la vida laboral, suelen manifestarse algo desconcer­ tados, y que pasa algún tiempo hasta que se adaptan a las condiciones de su nueva vida. Muchos reportajes muestran a la «tercera edad» en viajes, participando en coros o en la comunidad de su parroquia. Cohén, como hemos dicho, se atrevió a dar un paso crucial y pregun­ tó, en vista del aumento de la esperanza de vida, qué ha­ rían los ancianos una vez acostumbrados durante dé­ cadas a lajubilación y (como hablamos de Inglaterra) a jugar al bridge. ¿Les ayuda aquello que nos mueve a los demás en la vida: el puro consumismo? ¿Yqué compra realmente la gente de setenta y cinco a ochenta y cinco años? ¿Licuadoras y medallas, como suponemos ense­ guida, o por el contrario juegos de ordenador y los úl­ timos reproductores de DVD? Hacen de todo. Dicho de otra manera: lo compran todo y se lo llevan a casa. Pero ésta es solamente la mi­ tad de la historia. Dos días después van a la tienda a de­ volverlo y vuelven a empezar eljuego con otros produc­ tos diferentes. Les gusta también comprar desde casa por

E l envejecimiento económico

catálogo. Hacer el pedido y recibir la mercancía va se­ guido de inmediato por su reembalaje y devolución. Por lo que se ve, a la gente mayor le gusta devolver co­ sas a las tiendas. Victoria Cohén se pregunta cómo es que frente a los mostradores de devoluciones de los grandes almacenes británicos Marks&Spencersólo haya octoge­ narios. Es porque les entretiene devolver lo que han com­ prado; porque lo que les interesa no es la compra, sino el simulacro de un tráfico de mercancías del qué están ex­ cluidos. El ciclo del «reembolso» dinero-producto-dine­ ro no añade más o menos dinero a los haberes del ancia­ no, pero consume su tiempo. Y precisamente esta actividad les da la sensación de estar participando en la vida social. En otras palabras: desean intervenir activamente en la vida económica de alguna manera, aunque solamente sea para disfrutar de experiencias sociales. Desde este punto de vista, en Alemania la fianza de los cascos retornables es un buen principio. Según la periodista, deben de ser muchos los septuagenarios británicos que se han hecho ricos reuniendo y devolviendo grandes cantidades de cas­ cos a los supermercados. La cuestión es que estos laboriosos ancianos devuelven las botellas vacías, pero no se las llevan llenas. Llegará un momento en que, frente a los supermercados, en vez de amontonarse las botellas vacías se amontonen los viejos que las recogen, y su mal disimulada codicia por los cas­ cos retornables acabará por ahuyentar a losjóvenes. El dilema se plantea, además, porque los ancianos no son menos, sino cada vez más, destruyen el sistema y des­ piertan miedos atávicos que parecían superados hace dé­ cadas. No se trata sólo de la pensión contributiva, que no es más que una botella retornable que nos arrebata al121

El complot de Matusalén

guno de esos venerables ancianos. Pagamos fianza por todo en la vida; la devolución sin coste alguno sólo existe en La naturaleza, por ejemplo, se cerciora de que nuestros cuerpos no inviertan todas las calorías en belleza, fuerza y sexualidad, y que nos quede una reserva suficiente para poder criar a nuestros hijos. Pero no ha previsto que un ser deba ocuparse no solam ente de sus descendientes, sino también de sus predecesores. Como cada generación trae al mundo menos descendientes que la anterior, los jó ven es venideros se en fren tarán al re­ sultado matemáticamente inevitable de que los ancianos improductivos se lo comerán todo y no dejarán a sus pro­ pios hijos ni tan siquiera las calorías suficientes para po­ der reproducirse. Para conseguir hacernos u n a idea de esta tran sfor­ mación histórica, m erece la pena revisar la década en la que nació la generación de los actuales septuagenarios; la que encarna nuestro actual concepto de la vejez. To­ dos hemos oído en alguna ocasión las canciones popu­ lares de la época en la que nuestros abuelos y bisabuelos eran jóvenes. R obert Steidl escribió una en 19 2 3 cuyo texto dice: «Nos bebem os la casita de nuestra abuela y tam bién la prim era y la segunda hipoteca». El mensaje es obvio: era el punto álgido de la inflación en A lem a­ nia, y, en una época de com pleja depreciación m one­ taria, lo logrado a lo largo de la vida p or los mayores era justo lo suficiente como para ser dilapidado. Probable­ m ente no haya ninguna generación más decisiva para la historia del siglo x x que la que cantaba esta canción. A grandes rasgos se trata de los nacidos entre 1883 a 1903, que conocieron dos guerras m undiales y una feroz in­ flación. En el año 1925, de hecho, sólo el 5,8 por ciento

Marks&Spencer.

El envejecimiento económico

de la población del Reich alem án tenía más de sesenta y cinco años, y el 36,2 p o r ciento era m en o r de veinte años. Apenas cien años más tarde, en el año 2020, el 26 por ciento de los alemanes tendrá más de 65 años, y por debajo de la vein ten a estará el 17 p o r ciento de la po­ blación72. En España en el año 1950 sólo el 7,3 por cien­ to de la población total superaba los 65 años, mientras que los menores de 20 años constituían el 45,4 por cien­ to de los españoles. Sin em bargo, cien años más tarde, en 2050, los porcentajes casi se habrán invertido, ya que los mayores de 65 años constituirán el 35 p o r ciento de la población total y los m enores de 20 años únicam ente el 18 p or ciento de los españoles. Las proporciones han dado un drástico vuelco, y también la canción popular; las abuelas y los abuelos del futuro, las madres y los pa­ dres solicitarán hipotecas sobre el trabajo de sus futuros hijos y se quedarán con el capital. No hay generación más im portante para nuestra au­ toestima que aquella para cuya m aravillosajuventud fue acuñado el concepto referirse a los adoles­ centes entre trece y diecinueve años, la generación naci­ da entre finales de la década de 1940 y el año 1970, los hi­ jos del a los que, por lo menos en Europa, no puede culparse de ninguna guerra ni desastre, sino sola­ mente de haber cambiado radicalmente la sociedad por el simple hecho de ser muchos y de haber vivido, como sabemos ahora, en la edad de oro del crecim iento eco­ nómico. A esta generación, sacudida p o r debates políticos so­ bre pensiones, seguros médicos, duración de la vida la­ boral, previsión social y estadísticas sobre envejecimien­ to social, no hay quien la saque de sus casillas. Tiene más

teenagerpara,

baby boom,

El complot de M atusalén

bien la sensación de que el «gastárselo en beber» va a toda . marcha y que los borrachos duermen la mona en el pa­ tio. Ninguna comisión de pensiones ni comité demo­ gráfico considera el envejecimiento social como un fe­ nómeno global, sino, en todo caso, como un hecho ’ meramente contable, e incluso esto demasiado tarde. Los funcionarios responsables de esta falta de visión perte­ necían hasta hace poco a una generación que no tenía por qué tener miedo a vivir lo mismo que reprimía. Pero nosotros sí, y, en sentido literal, por las propias cuentas que echa la vida. Nosotros también podemos re­ primir este proceso, y muchos lo hacen. Debemos tener claro lo que esto quiere decir en este caso: sólo puede sig­ nificar morir antes. Ninguna perspectiva humana admi­ te una tercera vía. Invertir de nuevo en el curso de unas pocas generaciones una pirámide de edad que está patas arriba solamente puede significar esperar que haya epi­ demias, catástrofes o guerras. Pero del futuro esperamos exactamente lo contrario: hallazgos médicos e invencio­ nes que mejoren la calidad de vida, la paz y la prosperi­ dad. Cada uno de estos sueños ancestrales de la humani­ dad amplía la esperanza de vida, no la acorta. Esto significa que llegaremos a conocer aquello que esperamos y que tememos al mismo tiempo. Una parte de la sociedad anhela con cada fin de año, con cada cum­ pleaños, llegar a formar parte de la nueva mayoría de los v que envejecen. Así llegamos a un conflicto irremediable frente al concepto repetido durante miles de años de lo que significan vida, envejecimiento y muerte. Algunos dicen que aunque perdamos el recurso del sentido de la vida mantendremos el poder73. ¿Por qué tendríamos que estar asustados? Nosotros, los que hoy so124

El envejecimiento económico

mosjóvenes y muyjóvenes, mañana seremos los viejos, se­ remos la mayoría. Votaremos a quien nos guste y com­ plazca nuestros deseos. Los viejos, con sus pensiones, su patrimonio y su experiencia serán la clase explotadora frente a losjóvenes: por decirlo al estilo marxista, repre­ sentarán el dominio del trabajo acumulado, pasado y con­ creto sobre el trabajo directo y vivo. Los economistas calculan que el cambio se produciv rá en la segunda década de este siglo, si el peso de la ma­ yoría se desplaza finalmente a favor de los ancianos. Al­ gún pronóstico dice que «después de 2023, Alemania se convertirá en un sistema gerontocrático, en el que los ma­ yores decidirán sobre losjóvenes. Solamente el miedo a que losjóvenes puedan emigrar, y quizás úna cierta acti­ tud altruista con respecto a los propios descendientes, hará desistir a los mayores de explotar a losjóvenes»74. Echemos la vista atrás por un momento y observémo­ nos a nosotros mismos. Porque estas observaciones, que muchos cientos de personas dejan aun lado, describen nuestro futuro ser. Es la representación de nuestro enve­ jecimiento como catástrofe natural. Los que hoy tienen entre veinte y cincuenta años no solamente serán muchos y serán viejos y serán improductivos, no sólo arrasarán las reservas de sus propios hijos, sino que, y ésta es la reali­ dad implícita, arrasarán a sus propios hijos. Aunque sea difícil deshacerse de las fantasías autoincriminatorias de nuestra generación, debemos asumir como falsa la imagen del alegre baile de los viejos vam­ piros en el calvario de nuestros descendientes. Nuestra situación en realidad vendrá marcada por el hecho de que, aunque seamos mayoría, a partir de cierto momento seremos más débiles y estaremos más desvalidos. Nada in-

El complot de Matusalén

dica que el mundo en el que viviremos será tan confor­ table y seguro como la Alemania de las décadas de 1960 y 1970. Sin necesidad de grandes especulaciones, un re­ levante estudio prevé una mayor dependencia: «Los an­ cianos en el futuro tendrán menos parientes cercanos que los ancianos de hoy, como consecuencia del au­ mento de los divorcios y de la escasa natalidad. Es previ­ sible que aumente el número de ancianos sin parientes directos. Si llegado el momento necesitan cuidados, sólo tendrían tres opciones: la residencia, la asistencia a do­ micilio o la creación de una sólida red social capaz de sus­ tituir a la familia» 75. Por primera vez la mayoría habrá de enfrentarse al oprobioyla deshonra de la vejez. ¿Cómo lo soportará? ¿Qué ocurrirá cuando los muchos (los viejos del maña­ na) se sientan rechazados por unos pocos (losjóvenes)? ¿Qué miedos surgirán frente a las enormes cohortes de jóvenes de los países islámicos? ¿Yqué miedos hay fren­ te a la dependencia de una juventud minoritaria que debe garantizar nuestra seguridad, nuestra salud y nues­ tros cuidados? Debemos desarrollar estrategias de autodefensa, tác­ ticas bélicas que nos permitan sobrevivir cuando seamos una vejez debilitada: desde la lucha de guerrillas hasta los ataques piratas informáticos. ¿Le parece que exagero? Aunque sea usted buenecito y se quede en casa, como un abuelito de cuento, llegará un momento en que alguien le echará en cara que está abusando del sistema social. Si estorba en la cola para pa­ gar, se lía con los impresos de la renta o se conecta con otros viejos a través de Internet, le pasará lo mismo. Hoy nos resulta extraña la ocurrencia de que a los ancianos se 126

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El envejecimiento económico

les pueda imputar todo tipo de villanías y delitos, desde sabotaje a criminalidad. Pero es exactamente esta idea la que barajan como probable ciertos consultores estraté­ gicos y grupos de expertos desde hace tiempo. Los más viejos del futuro ya no harán cola frente al mos­ trador de devoluciones de Marks&Spencer. Usted también está participando en un simulacro comercial, también compra, cambia y vuelve a comprar, pero ya no necesita ir a los grandes almacenes o los supermercados. Su mer­ cado es Internet, y gracias al tiempo que le sobrará y a su inteligencia, aprenderá a controlarlo hasta alcanzar la perfección absoluta. Batallones de programadores de pelo blanco se jubi­ larán, pero sus manos no estarán tan temblorosas como para no poder teclear un par de ingeniosos y molestos có­ digos para vengarse de una sociedad que pone en jaque a los que envejecen. Pero no son solamente los miembros de la generación de Neal Stephenson, ese ciberpoeta que en su novela Snow Crash, considerada la Biblia de los pi­ ratas informáticos, profetiza la aparición de un virus que amenazará con desencadenar el infocalipsisde nuestra so­ ciedad. Todos estamos implicados. Los que, a empujones cada vez más fuertes, acaben a partir del año 2010 en el sector de los viejos, serán verdaderos genios de la tecno­ logía y sus aplicaciones. Han revolucionado la radio, la industria de la música, los periódicos y las revistas, la pu­ blicidad, la televisión, el tráfico; han aplicado todo lo inventado en su tiempo en su propio beneficio.

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La ciberjuventud

C o n nosotros se inicia la fase del envejecimiento alta­ mente avanzado tecnológicamente, y como por arte de magia nos topamos con tecnologías que por sí mismas revolucionarán nuestra vejez. Los ordenadores, Internet y los teléfonos móviles son lo que fueron el tocadiscos, el tráfico masivo y la televisión para la década de 1960. Con su ayuda, entre los años 2010 a 2050 los ancianos hijos del baby boomlograrán intervenir en la sociedad por segunda vez de manera sustancial. No es casualidad que el califomiano Silicon Valley, tan idealizado por losjóvenes, se ocupase por primera vez del enorme recurso que supo­ nen los mayores ya a finales de la década de 1990. Una industria en la que cualquiera puede conectar­ se desde cualquier lugar con cualquier otro no pregunta ni la edad ni el sexo. El periodista Gundolf S. Freyermuth explica cómo la informática ha comenzado a garantizar el futuro de la sociedad del envejecimiento: Una avalancha de sorprendidos artículos, investigacio­ nes científicas y libros analizan la voluntad de continuar par­ ticipando activamente en la vida laboral hasta muy avanza­ da edad. Hay que tener en cuenta la coincidencia de este

El complot de Matusalén

cambio con la tercera revolución industrial, que en Estados Unidos ha progresado como en ninguna otra parte del mun­ do. La digitalización es un factor desencadenante, puede que el único, del repentino abandono de ciertas conductas sociales que, en contraste con fases anteriores de la histo­ ria de la humanidad, fueron establecidas durante los últi­ mos doscientos años 76.

Estos ancianos tecnológicos pedirán la palabra sin ce­ sar con sus cuentas bancadas, chatsy correos electrónicos, y seguramente con sus papeletas electorales. Piense de cuánto tiempo dispondrán los mayores y los muy mayo­ res; además, ya hoy sabemos que en el futuro las personas de avanzada edad tendrán cada vez menos parientes77. La sustitución de la familia por Internet, con o sin webcam, es uno de los panoramas más probables. Los mayores po­ drán influir sobre los mercados y las opiniones y trans­ formarlos hasta una edad muy avanzada. Es evidente que en los lugares donde más se instalen los mayores lo primero que hará falta será asistencia médica y seguridad personal. En Atizona, donde la población de más edad va en aumento, en los últimos años se han pro­ ducido ya algunos conatos de violencia contra los mayores (y de los mayores contra losjóvenes); el detonante de las peleas en el seno de la comunidad fue que los mayores vo­ taron a los políticos que prometían mayor presencia poli­ cial y seguridad, aunque fuera en detrimento del presu­ puesto para educación. Sistemas de vigilancia y aparatos biométricos, dispqsitivos de lectura de huellas dactilares o del ADN (todo aquello que en su día fuera un horror para la generación de George Orwell), estarán tan extendidos como los actuales cajeros automáticos.

La c ib e r j u v e n t u d

Sin embargo, ¿qué sucederá si en todo el mundo mi­ llones, miles de millones de futuros ancianos, algunos más desmemoriados que otros, comienzan a penetrar en las redes como usuarios? ¿Qué ocurrirá si se internan en el intercomunicado mundo global hasta la edad más avan­ zada? Desde eBay hasta Amazon, desde los seguros de vida hasta las operaciones bancarias: en Internet son ya una presencia real. Todo aquello que en el «mundo verda­ dero» dificulta celebrar contratos o comprar mercancías a los frágiles, confusos o socialmente llamativos ancia­ nos, a nosotros ya no nos afectará. ¿Querrá el mundo de­ fenderse de nosotros, los mayores del futuro? Y si la co­ municación y el tráfico de mercancías dependen cada vez más de la red informática mundial, ¿cómó se protegerán a su vez los mayores frente al mundo? Cuanto peor se les mira a los viejos, más peligrosos se vuelven. Pierden su seguridad en sí mismos, se vuelven desmemoriados, agresivos u obstinados. Quien siempre se ve retratado como una caricatura, acaba por caricatu­ rizar sus propios sentimientos. Este evidente caso de «pro­ fecía que se cumple a sí misma» resulta particularmen­ te peligroso en Internet, debido a su estructura abierta. En la televisión, el cine, la radio o la publicidad el públi­ co no puede apenas intervenir, pero esta pasividad no existe en Internet. Quien entra en el ciberespacio, a di­ ferencia del telespectador, ya está interviniendo de algu­ na manera en ese mundo: está allí, reacciona, puede ser atacado y repeler el ataque. Las enormes consecuencias de esta nueva situación (el envejecimiento de la actual generación tecnológica del correo electrónico y de Internet en el ciberespacio) se muestran en la evolución delictiva de los últimos años. La

E l complot de Matusalén

policía y las brigadas ciudadanas no se limitarán a vigi­ lar los bloques de viviendas y las urbanizaciones del mun­ do «real». El hecho de que la red esté copada por usuarios cada vez de mayor edad exigirá la implantación de nuevas ba­ rreras de seguridad. Hoy nos encontramos en una fasé comparable a la del tráfico aéreo en la década de 1950, cuando los aeropuertos apenas realizaban controles de seguridad. A lo largo de nuestras vidas, iremos viendo aumentar este tipo de controles en Internet; cuanto más dependamos de la red, mayor será el control. En este caso, el riesgo no tiene su origen en los errores que puedan co­ meter los usuarios mayores; sino más bien porque en caso de duda éstos no saben lo que hacer. Como en el ciberespacio nadie nos pide el carné de identidad, será nece­ sario desarrollar complejos sistemas de investigación de la conducta. La «usurpación de identidad» (es decir, el robo de contraseñas, números de tarjetas de crédito o di­ recciones) se convirtió en el año 2002 en uno dé los de­ litos que más afectaron a los usuarios informáticos de ma­ yor edad. En una comparecencia ante el Congreso de Estados Unidos, Dennis Carlton, perteneciente al lobby de la industria biomètrica de Washington manifestó: «Las tecnologías biométricas son tecnologías que se sirven de las características de la conducta o físicas para poder lo­ calizar a un individuo. Sirven para comprobar si una per­ sona es quien pretende ser. En otras palabras: utilizamos los ordenadores para comprobar si una conducta mo­ ral o un órgano humano se corresponde con los regis­ trados en nuestros bancos de datos. La investigación ha demostrado que la forma en que hablamos o firmamos, e incluso la fuerza con la que presionamos el teclado, son 132 .¡ 1,1Il i 1

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La c i b e r j u v e n t u d

únicas. De manera similar, podemos cotejar las caracte­ rísticas físicas con nuestros bancos de datos: desde las hue­ llas dactilares hasta la forma de la mano, el óvalo del ros­ tro, el iris o la retina»78. La investigación del comportamiento, como desarro­ llo radical de los estudios de mercado, nos tendrá cada vez más controlados e identificados a medida que aumente la conexión a la red. Olvídese de las cookies, esas peque­ ñas señales que registran su navegación por Internet. Ten­ dremos que vérnoslas con formas completamente nue­ vas de vigilancia. El célebre Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) fundó en 1999 su «AgeLab», un laboratorio que desarrolla tecnologías orientadas a un mundo que enve­ jece79. Según dice su director, Joe Coughlin, en una en­ trevista concedida a la revista de alta tecnología Wifed, «la idea básica es: Babyboomerfareveryoung! [los hijos del baby boom por siempre jóvenes]. Queremos mantener nues­ tro estilo de vida propio hasta muy avanzada edad». Este «AgeLab» o laboratorio de la vejez ha iniciado grandes proyectos de investigación sobre el envejecimiento cere­ bral, pero además diseña tecnologías para la vida cotidia­ na. Un «Pillpet» por ejemplo, una mascota artificial, que simula morir si el dueño se olvida de tomar sus pastillas; o un teléfono móvil que impide colgar enseguida a los pa­ cientes de Alzheimer. «El usuario con problemas de me­ moria puede escribir con el móvil, que funciona también como bolígrafo, “¡Llamar ajuan!” sobre cualquier super­ ficie. Mientras está marcando el teléfono, estas palabras aparecen continuamente en la pantalla, para refrescar la insegura memoria a corto plazo, y además en un color naranja fluorescente, que apela al teenagerque un día fuera 133

1 El complot de Matusalén

el vetusto hijo del baby boom. Como no podía ser de otra manera, un Volkswagen, el famoso escarabajo VW, ha sido equipado con dispositivos que permiten al coche frenar de inmediato y con toda seguridad si se superan los indi­ cadores físicos normales del conductor, como la presión arterial o la temperatura»80. ' Hace muchos años, cuando en Alemania había ape­ nas tres canales de televisión y la red de redes (la World Wide Web) todavía no existía, algunos críticos de los me­ dios de comunicación, como por ejemplo Neil Postmann, asimilaban la propagación de las tecnologías de la in­ formación en nuestra sociedad a la extensión del sistema nervioso humano en el resto del mundo. Oímos, vemos, pensamos y sentimos de una forma cada vez más diver­ sa, hasta los lugares más alejados del mundo. Hoy se está demostrando lo acertada que resulta esta imagen para nuestro futuro. En las próximas décadas cada uno de no­ sotros, a medida que vaya haciéndose mayor, estará co­ nectado con el sistema nervioso digital del resto del mun­ do, de una manera cada vez más inseparable e intensa. Y para entender los cambios, los deseos y los peligros de todas estas terminaciones nerviosas, la investigación del comportamiento nos estudiará como a los animales en el parque zoológico. Al hacerlo podrá inmiscuirse en nuestra información más íntima. Porque no solamente estaremos sentados frente al ordenador, sino que nos convertiremos en un montón de datos. Los actuales sistemas de vigilancia de los hospitales y residencias geriátricas estadounidenses nos permiten hacernos una idea de la manera en que nuestros cuerpos serán apresados en la red. Se podrán medir los valores sanguíneos, la presión arterial y, pro­ 134

LA CIBERJUVENTUD

bablemente, muchos otros indicadores físicos, transmi­ tiéndose los datos en tiempo real. Las personas no se opon­ drán en absoluto a ceder su autonomía a un sistema local o colectivo que analice sus valores y, a través de webcamsy sistemas matriciales, sus movimientos. Utilizamos Inter­ net, móviles, y lo más seguro es que acabemos llevando una camiseta con transmisor GPS y detector de movi­ mientos incorporado. Si usted sufre una caída (que es la causa más frecuente de ingreso hospitalario entre los an­ cianos) , su familia y el médico de urgencias recibirán un aviso. Su existencia más privada se introducirá a diario dentro de una conciencia colectiva; la red le hará libre y a la vez dependiente, y le permitirá seguir trabajando a partir de los sesenta y cinco años. Esta red no es una calle unidireccional. Los más viejos no sólo serán objeto de lectura por parte de los sistemas, sino que a su vez podrán influir sobre ellos, convirtién­ dose así en un factor de intranquilidad permanente. Con vistas a la segunda década de este siglo, la crucial desde el punto de vista demográfico, una comisión del Gobierno británico teme que se produzcan enormes distorsiones sociales entre los viejos y losjóvenes. Según los expertos, podrían surgir nuevos tipos de criminalidad tecnológica. «Nuestra preocupación, a pesar de que aún no hay indi­ cios en este sentido, es que en la sociedad envejecida, a causa del sentimiento de marginación social, se desarro­ lle una nueva forma de criminalidad» , escriben estos au­ tores. «Cuanto más tiempo vivan las personas y cuanto más pronto sejubilen, más fuerte podría ser la sensación de que ya no son de utilidad para la sociedad. Como ocu­ rre en cualquier otro grupo social que se siente discrimi­ nado, esto podría provocar un aumento de la criminali-

El complot de Matusalén

dad. La tentación podría aumentar en caso de dominio de las tecnologías de la información, y cuando se poseen conocimiento y datos sobre las instituciones y los mer­ cados. En el mundo electrónico las capacidades físicas no constituyen un factor limitativo»81.

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E l c o ste de n u estra m uerte

Cxuardémonos de pensar que en el futuro la gran frac­ tura que se produce a la mitad de la vida seguirá mani­ festándose en una simple crisis de la mediana edad. Eso ha sido así durante las últimas décadas, mientras las per­ sonas podían contar con disfrutar de unajubilación sin preocupaciones, casi de lujo. En un futuro muy cerca­ no, el cambio que se produce a partir de los cuarenta o cincuenta años, en el que de un día para otro la perso­ na se convierte en víctima de la discriminación por su edad, del miedo y de la sensación de sobrar, podría afec­ tamos mucho más de los que creemos. En todo el mundo se hacen cálculos sobre cuánto está dispuesta a invertir una sociedad del bienestar en retroceso en prolongar la vida humana, en la vida de sus descendientes (lds embrio­ nes) y en la vida de los más viejos. El término técnico para la disciplina que se ocupa de todo esto es «biopolítica», y esta palabra, privativa hoy de los investigadores que es­ tudian las células madre embrionarias y descifran el có­ digo genético, acompañará nuestra vida futura. Sobre la puerta de entrada del siglo xxi pone «biopolítica», y nosotros, que acabamos de cruzar el umbral, pronto sa­ bremos que no hace referencia tan sólo al principio, sino

El complot de Matusalén

al final de la vida, y más en concreto al final de nuestra vida. «El día más caro de la vida es el día en que uno mue­ re». Eso dijo a principios de la década de 1990 el secreta­ rio de Salud estadounidense: «Invertimos catorce dóla­ res de los fondos de previsión del servicio de salud por cada anciano, frente a un dólar por cada niño. De un 70 a un 90 por ciento se gasta en los últimos meses de la vida»82. El último año de vida de un enfermo de cáncer cuesta en Estados Unidos cerca de treinta mil dólares. El 33 por ciento se gasta en el último mes de su vida, y el 48 por cien­ to en los dos últimos meses de su vida83. Esta relatividad de la vida es objeto de debate entre losjuristas desde hace mucho tiempo. Cuando somos viejos nos resulta imposible comprender los factores eco­ nómicos, morales y sociales, que consideran la vida como un elemento de coste económico y además moral, como carga para nuestros descendientes. Circulan estimacio­ nes según las cuales desenchufar quince días antes los aparatos en las unidades de vigilancia intensiva sanearía por completo las cuentas del sistema de salud; renunciar a dos días de la propia vida (para salvar el sistema) ten­ dría un beneficio similar al de renunciar a dos días de vacaciones. Para nosotros, que envejeceremos en un mundo que echa estas «cuentas de la vida», esto significa que nuestro currículo tendrá un segundo punto de transición. La cri­ sis de la mediana edad será el principio de una produc­ ción en declive. La vida alcanzará un punto en el que ya no vendrá definida por la fecha de nacimiento, sino por la supuesta fecha de muerte. Entonces lo único que im­ 138

El coste de nuestra muerte

portará serán los costes originados por la existencia de las masas envejecidas. En paralelo con los debates sobre los costes de la salud, se ha planteado ya otro sobre los efectos de ahorro de la muerte. Hace algunos años los científicos constataron en un estudio comparativo el ahorro de costes que podría suponer la eutanasia o suicidio médicamente asistido (Physician-Assisted Suicide) para, el sistema de salud estadou­ nidense84. En aquella ocasión, sobre la base de la expe­ riencia holandesa, los autores llegaron a la conclusión de que el alivio en los costes había sido sobrevalorado te­ niendo en cuenta la demografía «normal» de 1998. Con las cargas del año 2020, el resultado probablemente ha­ bría sido muy distinto. Los autores, sin embargo, publicaron sus resultados, profundamente alarmados por el debate sobre aplicación de costes del año 1998: Aunque la suma que se podría ahorrar con la legaliza­ ción del suicidio médicamente asistido es comparativamente pequeña, nos tememos que la competencia de precios en el sistema de salud podría provocar una propagación de esta práctica. Los detractores de la eutanasia insistieron ante la Corte Suprema: «Resulta muy probable que los gerentes sanitarios y sus empleados, acuciados por la presión del pre­ supuesto, obliguen a sus pacientes moribundos a someter­ se al suicidio médicamente asistido; los pacientes que su­ fren de depresión optarían por el suicidio porque, debido alas restricciones económicas, su enfermedad no estaría siendo tratada»85.

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El complot de Matusalén

M orir po r la patria

«En cualquier cálculo que tenga en cuenta la realidad —escribe un testigo de los horrores del último siglo—, hay que tener presente que no hay nada de lo que el ser humano no sea capaz»86. En los treinta años de guerra entre 1914 y 1945, las masacres terminaron con una ju­ ventud entera en dos ocasiones. No deberíamos imagi­ narnos los años 2014 a 2045 con demasiada ingenuidad, pues sabemos que en 2035 se llegará al «punto más alto de la crisis demográfica de Alemania»87. Lo que les ocu­ rrió una vez a los jóvenes podría ocurrirles ahora a los viejos. Recientemente, el historiador cultural Wolfgang Schivelbusch planteó si no llegaremos a conocer una obli­ gación de morirse en la vejez, semejante a la de morir por la patria de los voluntarios de la guerra dé 1914. Nosotros (pues la observación sólo puede referirse a nosotros los de hoy) podríamos liberar a la sociedad de la carga de nuestra vida por el hecho de elegir voluntariamente (a ser posible contentos) la muerte por el bien del pueblo y de la patria. La lingüística, como veremos más adelante, ha encontrado pruebas de que los viejos, cuando hablan con personas másjóvenes, resuelven las hipotéticas ex­ pectativas de los másjóvenes mediante «subadaptación»; es decir, cumplen los estereotipos negativos que se les achacan hablando despacito e incesantemente sobre sus problemas de salud y sus lagunas, para lograr hasta cier­ to punto ser disculpados de antemano88. Por eso resul­ ta tan consecuente que Schivelbusch en su ensayo men­ cione la obediencia anticipada de una sociedad de viejos que tienen la sensación de que sobran: «Como las perso­ nas no pueden vivir sin mentiras, ilusiones, sueños ni ideo140

El coste de nuestra muerte

logias, y obviamente tampoco pueden morir de manera voluntaria y simple, la pedagogía del morir debería con­ tener necesariamente algún elemento de mentira pia­ dosa, como por ejemplo el del sacrificio heroico de uno mismo por el bien de la comunidad. Aquí la cuestión em­ pieza a ser crítica, cuando no peligrosa. Podría ocurrir que el llamamiento a una muerte dulce y honorable lle­ gase a ser un mandato gerontològico dirigido a los viejos, en vez de una orden militar dirigida a losjóvenes, el cual, si la presión social y moral fuera la suficiente, podría ser obedecido de manera tan conformista como en 1914»89. Posiblemente nos veamos empujados a la espantosa repetición de lo ocurrido el siglo pasado, por la proxi­ midad directa de ese frente colectivo de la muerte, de la misma forma que los soldados se enfrentaron en las trincheras de la I Guerra Mundial. Donde hay muchos viejos, la mayoría piensa en la muerte. En sus Considera­ ciones de adualidad sobre la guerray la muerte, Sigmund Freud escribió en 1915 lo siguiente: Nuestro inconsciente es tan inaccesible ante la idea de la propia muerte, tan ávido de la muerte del extraño, tan ambivalente hacia la de la persona amada, como el hom­ bre de los tiempos ancestrales. ¡Cuánto se ha distancia­ do de esa posición originaria nuestra actitud cultural y con­ vencional frente a la muerte! Es fácil señalar el modo en que la guerra se interpone en esta desavenencia. Nos pri­ va de los fundamentos rñás recientes de la cultura y hace resurgir en nosotros al hombre primitivo. Nos fuerza de nuevo a ser héroes incapaces de creer en la propia muer­ te; nos señala a los extraños como enemigos cuya muer­ te debemos procurar o desear [...] Recordamos el viejo

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complot de M atusalén

Si vispacem, para bellum.

aforismo: Si quieres conservar la paz, ármate para la guerra. Habría llegado el momento de modificarlo: Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte90.

Si vis vitam, para mortem.

Ésta es nuestra guerra. Las personas que cumplan cua­ renta años en las próximas décadas deberán revisar a fon­ do el concepto de envejecimiento, olvidar todo aquello que hoy en día asociamos con los viejos y con la vejez. No pensemos en los venerables ancianos que llenan los cafés y los cruceros. Eso sería tan absurdo como si el centena­ rio E m stjünger se hubiera servido en el año 1995 de los consejos de su abuela del año 1898. Las dos guerras mundiales del siglo xx fueron conflic­ tos territoriales, pero ahora nos enfrentamos a un conflicto temporal. Podemos imaginarlo así: es como tener un in­ vitado que no termina de irse. Se queda, aunque hace rato que debería haberse marchado. Tropezamos con él, se in­ terpone en nuestro camino, es inoportuno y nos hace per­ der el tiempo. Sabe perfectamente que molesta. ¿Cuándo deberíamos considerar llegado el momento de marchar? ¿Cuándo resultaría cortés levantarse y aban­ d onar la habitación? Dicho de otra m anera: la m uerte prematura, tal como se define en la mayoría de los países occidentales, es la que ocurre antes dé los sesenta y cinco años. ¿Cómo vamos a fijar los límites ante la prolongación de la esperanza de vida? ¿Qué significa para la profesión médica que la m uerte sea incluso an terior a la conside­ rada prematura? Y sobre todo, ¿cuál es el m om ento justo para morirse? Éstas son preguntas que aún no habrem os de plan­ tearnos en las próxim as décadas; de m om ento pueden

El coste de nuestra muerte

seguir siendo objeto de debates teóricos. Pero la situación actual, por ejem plo la de las listas de espera quirúrgicas o el racionam iento de medicinas en pacientes ancianos en Gran Bretaña91, debería hacernos com prender lo de­ cisiva que es la imagen social de la vejez sobre la vida y la muerte. C uando Jam es Vaupel, d irecto r del Instituto Max Planck de Rostock, publicó sus pronósticos sobre la pro­ longación de la esperanza de vida de nuestra generación, precisamente bajo el título puede que tuvie­ ra en mente el título de otro libro. Es una obra de Daniel Callaban, aparecida al final de la década de 1980 y que se titula Los límites que Callahan fija son, sin excep­ ción alguna, los límites del tiempo, y él justifica sus duras tesis no solamente désde una perspectiva ética e histórico-cultural, sino por la imposibilidad de financiar la ve­ jez en una sociedad que envejece. ¿Cuándo es prem atu­ ra la muerte? Callahan sugiere una definición, en parte biológica — cuando el cuerpo ya no se repara— , y en par­ te cultural: «Es una m uerte que ocurre antes de que la persona llegue a conocer todo aquello que podría citar­ se como típico humano: trabajar, aprender, amar y ver a sus hijos crecer y convertirse en adultos independientes. En general (y hablo desde mis sesenta y nueve años), opi­ no que una vida de sesenta y cinco años es suficiente para alcanzar estas metas, aunque muchos de nosotros desea­ ríamos vivir más tiem po»92. Hay que recordar que en Alemania llegó a debatirse si im plantar una cadera artificial a un hom bre de ochenta y cinco años, aplicar tratamientos terapéuticos a los en­ fermos terminales o mantenerles con vida, o incluso algo

Límites rotos,

Poner límites. Losfines de la medicina en una sociedad que envejece.

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El complot de Matusalén

todavía más banal: arreglarles los dientes a los viejos. Fue unjoven político el que lanzó esta provocación, que, aun­ que suscitó una inicial indignación general, se acabó por aceptar como algo natural.

No, no son las preguntas de unjoven político las que tenemos que contestar. Aquí se trata del darwinismo, el modelo que aplicamos para explicar el mundo biológi­ co. De los tres grandes genios de los últimos ciento cin­ cuenta años —Darwin, Marx y Freud—, probablemen­ te sea el primero el que sobreviva como ganador único. No podremos liberamos de su teoría, como tampoco que­ remos ni podemos liberamos de las teorías del libre mer­ cado, de la oferta y la demanda. Oswald Spengler deter­ minó en un diagnóstico polémico, aunque no falto de acierto, que las teorías de Darwin parten de la transpo­ sición de los principios económicos a la biología. Hace tiempo que nuestra idea de la biología se combina con nuestra idea de la economía, pues hace tiempo que ob­ servamos nuestro cuerpo como si fuera una máquina. «En la era de las máquinas —escribe su biógrafo Geoffrey West—, Darwin proyectó una imagen mecanicista de la vida orgánica. Trazó paralelos entre la lucha humana por la existencia y una lucha natural. En una codiciosa socie­ dad de aristocracia hereditaria explicó que la codicia y la herencia eran precisamente las virtudes fundamentales de la supervivencia»93. Por lo tanto, en las cuestiones re­ lativas a nuestra reparabilidadno habla unjoven político o un filósofo estadounidense de sesenta y nueve años de edad. Lo que escuchamos es el interrogatorio de la pro­ pia naturaleza, que en las décadas próximas retumbará en nuestros oídos como una insoportable sensación de culpa e incriminación.

El coste de nuestra muerte

En este nuevo siglo nos veremos acosados desde dos flancos: la presión de un cuerpo envejecido y la presión económica de una sociedad envejecida. Al envejecer, el cuerpo ha de decidir si una reparación sigue merecien­ do la pena, y cada vez con más frecuencia decidirá que no. Pero además, lamentablemente, la sociedad abrirá un análisis de costes y beneficios justo en el momento en el que usted quiera dejar de estar en las manos de la na­ turaleza, que ya no le curan, para ponerse en las de la so­ ciedad, a la edad de setenta u ochenta años. Digamos de una vez quién será esa ominosa «socie­ dad». Se trata de losjóvenes, de los más fuertes; de aque­ llos cuyo año de nácimiento empieza por «2». Son menos que nosotros, pero mucho más fuertes. Son portadores de nuestro patrimonio hereditario, y algunos seguro que especularán con nuestra herencia. Los hijos del baby boom, que entonces serán los viejos, en su día sacaron de quicio a sus padres capitalistas con Marx y Freud. Lajuventud del mañana descubrirá el darwinismo.

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EL ENVEJECIMIENTO INTELECTUAL

^ lu estras sociedades ya no conocen la transición en­ trejoven y viejo, sano y enfermo, ingenuo y sabio. La vida se divide en tres fases, como si fuera una cadena de pro­ ducción industrial: juventud, trabajo, vejez. Ninguna de ellas tiene nada que ver con las otras. Por eso nuestras sociedades cultivan en nosotros la sen­ sación de que en el curso de nuestra vida seremos inter­ cambiados. Como extraterrestres que se apoderaran del cuerpo de los humanos, de repente se introduce en la per­ sona otra diferente: caprichosa, sin imaginación, codi­ ciosa, agotada, enferma. La investigación ha elaborado ya con estos atributos un verdadero catálogo de los ho­ rrores. Al hacernos viejos, según la literatura especializada, debemos invertir cada vez más capacidad mental en nues­ tros cinco sentidos para compensar el hecho de ver y oír peor que antes. Por eso los jóvenes suelen considerar a los viejos tan pesados, molestos y lentos94. Los hijos del baby boom cambiaron, a través de sus hor­ monas, varias veces la sociedad, en la pubertad y en la cri­ sis de los cuarenta, y pronto lo harán de nuevo. Esta vez no serán las hormonas, sino el flujo cerebral. Este cam147

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El complot de M atusalén

biará de verdad, y no es coincidencia que la investigación neuronal se esté convirtiendo en la filosofía de repues­ to de esta década. Desde Wolf Singer hasta Gerhard Roth, los exploradores del intelecto humano despiertan la aten­ ción de la opinión pública. Está claro que con el aumento de los viejos en una so­ ciedad que percibe el envejecimiento como algo terrible, las «preguntas clave» adquieren una nueva dimensión: ¿de dónde venimos?; ¿adonde vamos?; ¿y por qué? Pen­ sar en el sentido de la vida a los veinticinco años es un lujo intelectual. Una sociedad cuya mayoría sobrepasa los cin­ cuenta años y que, por lo tanto, tiene una perspectiva sub­ jetiva de vida de treinta años solamente, convertirá en ali­ mento básico lo que era un artículo de lujo. Porque para muchos de sus miembros, el resto de su vida se verá te­ ñida de miedos y sentimientos muy primitivos, como do­ lor, enfermedad, aislamiento, decrepitud, demencia y muerte. La persona que envejece será destruida dos veces: la primera por los prejuicios y los clichés que circulan sobre su envejecimiento, que la apartan de la sociedad y la de­ finen únicamente como miembro de la especie biológi­ ca; y la segunda in corpore, por el proceso del envejeci­ miento iniciado años después de esta difamación, que termina con la muerte. En el siglo xxi, según apunta el fi­ lósofo italiano Giorgio Agamben, la vida misma pasará di­ rectamente a convertirse en política95. Así que envejecer será una cuestión política. El enve­ jecimiento proporcionará información para sondeos demoscópicos, programas electorales y estudios de merca­ do. Habrá innumerables clases diferentes de viejos; de hecho, ya hace años que los expertos en marketing dife-

El envejecimiento intelectual

rendan entre viejosjóvenes, viejos medios, viejos recien­ tes y muy viejos96. La

nueva bio lo g ía del envejecimiento

Una noche poco antes de Navidad del año 2000, un representante típico de la generación del baby boom con­ templaba el cielo sobre América. Era Stephen S. Hall, uno de los periodistas científicos más prestigiosos del país y colaborador del New York Times·, a partir de su con­ templación escenificó el siguiente monólogo bajo las es­ trellas: y Estoy a punto de cumplir cincuenta años. He tenido de­ seos, falsos deseos altruistas, como la mayoría de los deseos de mi generación. Lo que yo quería decir en ese momento era: «Déjanos vivir a todos durante mucho, mucho tiem­ po; aún no estamos preparados para...». No era capaz de pronunciar esa palabra, ni tan siquiera en el monólogo. Es­ taba dispuesto a repetir el primitivo ritual y, bajo aquel cie­ lo estrellado, enviar mi plegaria a los indiferentes dioses. De la misma manera, hoy tengo la sensación de que una ge­ neración entera, una generación que no entiende nada so­ bre la mortalidad, se ve obligada a dirigir la misma petición a la naturaleza, como si fuera una especie de queja de una asociación de consumidores. Hablo en nombre de los hijos del baby boom , que sólo en Estados Unidos son setenta y cin­ co millones de personas que integran una generación, y también hablo en nombre de todos nuestros hermanos y hermanas en todas las partes del mundo desarrollado. Ésta es una generación que considera su petición como algo muy 149

El complot de M atusalén

especial; una generación que quizás insista con mayor fuer­ za en que sus ruegos sean escuchados97.

No se puede hablar de la nueva ciencia del envejeci­ miento sin hacernos eco de las peticiones de esta gene­ ración. Solamente así pueden entenderse las paradojas con las que nos enfrentamos a diario: envejecer, a ojos de la sociedad, es algo costoso e improductivo, pero hace­ mos todo lo posible para poder envejecer cada vez más. El envejecimiento es el futuro problema del mundo en­ tero, y la prolongación de la esperanza de vida agrava el problema. Vemos cómo los científicos divulgan a diario los nuevos avances en la prolongación de la esperanza de vida, en la ampliación de la duración de la vida. Las bac­ terias, las moscas, los gusanos, los Matusalenes se dispa­ ran por todas partes como los hongos por el suelo. La ma­ nipulación del famoso gen daf-2 puede multiplicar por seis la vida de ciertos gusanos. No es la esperanza de vida, sino la propia duración de la vida la que puede ser re­ gulada en el caso de los ratones98. En teoría, según los científicos, los seres humanos podrían llegar a cumplir setecientos años. Todos tendemos a valorar las teorías conforme a su contenido político. Todos sabríamos contestar qué es el marxismo y qué pretendían los estudiantes de 1968, y to­ dos sabemos lo que pretenden los movimientos ATTAC y antiglobalización. En los últimos años, este tipo de teo­ rías no parece despertar el interés de la mayoría de la gen­ te. Es sabido que todas las teorías palidecen y que la rea­ lidad supera a los conceptos filosóficos de liberación mundial. Sobre todo lo sabían los que formaban el nú­ cleo duro de la generación del baby boom, aquellos que po­

El envejecimiento intelectual

litizaron las décadas de 1960 y 1970, que protestaron y teorizaron y que, a los que éramos másjóvenes, nos saca­ ban de quicio. En una película muy famosa de principios de la década de 1970, uno de los padres del politizado 68, el filósofo Jean-Paul Sartre, contaba lo siguiente a pro­ pósito de un viaje de investigación realizado por su gran amigo, el comunista Paul Nizan: «Se marchó a Rusia para averiguar si la gente en ese momento, después de la re­ volución, ya no tenía miedo a la muerte, si la muerte para ellos se había convertido en algo secundario, porque, se­ gún pensaba él, las personas que ahora hacían cosas como parte de la masa sabrían que era en provecho de todos, y que los que vinieran detrás harían lo mismo, de modo que se considerarían a sí mismos una parte"de la masa que les sucedería; es decir, que en su opinión rio tendrían que pensar de la misma manera sobre la muerte». La expe­ dición, sin embargo, resultó decepcionante. «No —le dijo Nizan tras su regreso a Sartre—, no hay nada que hacer; en esto no han cambiado». Hemos pasado por alto que algunos hijos del baby boom no se dedicaron al marxismo, sino a la biología. ¿Superan los hechos también a la voluntad de vivir de los seres hu­ manos? ¿No se desmorona la cruda realidad cuando se trata simplemente de sobrevivir? ¿No resulta aniquilada precisamente frente a una teoría convincente sobre la vida eterna? La teoría surgió a mediados de la década de 1940 a par­ tir de la investigación de las enfermedades hereditarias, y siguió desarrollándose sin merecer el interés de la gran mayoría. La gran mayoría, digámoslo así, en aquel mo­ mento tenía entre veinte y treinta años de edad, y no cin­ cuenta o sesenta años como ocurre hoy. El hecho de con­

El complot de Matusalén

siderar el envejecimiento como algo que se puede dete­ ner, retrasar o suprimir es una idea que no hace ni cin­ cuenta años cualquier investigador respetable hubiera considerado atrevida y poco seria. Pero ahora ya no se toma por locos a los investigadores que afirman poder re­ trasar el envejecimiento. Se dedican miles de millones a investigar precisamente esta cuestión. «Hasta hace apro­ ximadamente quince años —dice David Gems alarmado por la creciente cifra de proyectos en este sentido—, la investigación sobre las causas del envejecimiento se con­ sideraban un asunto secundario, del que la biología se ocupaba sólo de paso. Lo que lo cambió todo fue una te­ oría. La teoría sobre la evolución del envejecimiento real­ mente lo ha expuesto con claridad, y posee una gran be­ lleza intelectual»99. En el siglo xx era una locura ocuparse de la cuestión de la vida eterna o del retraso del envejecimiento. En el siglo xxi ya no es una locura ocuparse científicamente de la cuestión de la vida eterna o del retraso infinito del en­ vejecimiento. Estas dos frases describen la transición al mundo en el cual viviremos. En el año 2001 aquel hijo del baby boom que formula­ ba su petición bajo las estrellas inició su camino en busca de la inmortalidad, y lo que comenzó como una búsque­ da se convirtió en un «peregrinaje». Durante tres años, Stephen S. Hall visitó a todos los científicos de renombre que se ocupaban de la edad y del retraso del envejecimiento, inspeccionó laboratorios, asistió a experimentos, discutió con el Gobierno estadounidense sobre la investigación de las células madre y debatió con teólogos y filósofos100. Hall, nacido en 1951, se dio cuenta de que, entre todos sus in­ terlocutores, sobre todo eran los hijos del baby boomlos que 152

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con mayor vehemencia y empeño buscaban si no la vida eterna, al menos trucos para retrasar el envejecimiento. No; esta generación no se rinde. Quizás en la vieja Euro­ pa se canse enseguida, pero en Estados Unidos seguirá in­ tentando durante varias décadas provocar en las ciencias la revolución que fracasó en la sociedad. ¿Una exagera­ ción inadmisible del optimismo a ultranza de toda una ge­ neración? No; más bien parece como si esta generación acabara de despertarse por segunda vez después de ha­ berse dedicado durante décadas a la familia, el trabajo, el divorcio, y finalmente a la «nueva economía». Sus miem­ bros se frotan los ojos, se sientan en la hierba, y parece como si se acabaran de enterar de que son mayores y de que se están haciendo viejos. Hall, protagonista de la nos­ talgia alquimista del siglo xxi, describe lo que pensó bajo el cielo estrellado: Como viejo amateur, sabía que mi garantía estaba co­ menzando a expirar. Si pensamos en términos estrictamente evolutivos, acababa de sobrepasar la edad en la que podría eventualmente tener utilidad biológica para mi especie. Sa­ bía que los interruptores genéticos que llevo insertados de­ jarían pronto de funcionar. La selección natural ya no se in­ teresa por nosoUos cuando hemos vivido lo suficiente como para reproducimos. La evolución es como una extraña nave que surca las aguas oscuras eternamente para mantener con vida la especie, aunque en algún momento tire a cada uno de sus miembros por la borda101.

Envejecer significa que cierta instancia en nuestro cuer­ po ha decidido suspender los procesos básicos de repa­ ración. ¿Por qué? Porque la reparación ya no merece la

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pena. Por este motivo, las células envejecen y mueren. La persona que envejece experimenta en su propio cuer­ po lo mismo que experimenta en la sociedad: piensa que cuesta demasiado, y poco a poco va cayendo cada vez más profundamente en un pozo de culpabilidad biológica. De adulado huésped de primera clase por el que se hace cualquier cosa, pasa uno a ser un polizón, que al final, por mucho que se esfuerce por mantenerse, acabará siendo tirado por la borda. La sensación de tener que pagar una deuda o tener algo que expiar está presente en muchos viejos, y constituye algo así como la base biológica de nuestras religiones. Enveje­ cer equivale a mortalidad, y saber de nuestra mortalidad es nuestro castigo. La naturaleza es estricta, como Dios padre, que expulsó a Adán y Eva del paraíso y así les hizo morta­ les. No soporta el envejecimiento, y donde lo tolera, lo hace de muy mala gana. No hay animales viejos en libertad; son devorados, se ponen enfermos o mueren violentamente antes. Sólo envejecen los animales que son trasladados des­ de su ambiente natural a zonas protegidas, y envejecen de la misma manera que los humanos. En cualquier par­ que zoológico se pueden ver osos de pelaje cano, caballos con problemas de cadera o lobos artríticos. El organismo viejo no es útil para la naturaleza. «Na­ tural» es solamente una definición del envejecimiento: lo que ya no puede multiplicarse es viejo y debe morir102. ¿Qué beneficio obtendría la naturaleza si desarrollara complicados mecanismos de reparación para los seres que envejecen pero que ya no son capaces de reprodu­ cirse? Sería absurdo y naturalmente imposible por la fal­ ta de legado genético. Un organismo que no deja herencia es una inversión fallida de la naturaleza. 154

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Poco después del cambio de siglo, las falsas prome­ sas sobre la eterna juventud y la larga vida se volvieron tan inflacionistas que cincuenta y dos de los biólogos y médicos más importantes del área de la investigación ce­ lular y el envejecimiento decidieron dar un paso extra­ ordinario con la publicación del siguiente manifiesto: «Los defensores de la medicina antiedad mantienen que con las medicinas y los métodos que existen ahora es po­ sible retrasar, mantener o invertir el proceso del enve­ jecimiento. Declaraciones de este tipo se vienen haciendo desde hace miles de años, y son tan falsas como lo fue­ ron en el pasado. Podemos borrar los signos del enve­ jecimiento, pero no el envejecimiento en sí». La respuesta de la futurista e influyente institución autodenominada «Academia Americana de Medicina contra el Envejecimiento» fue la siguiente: «Seamos cla­ ros: el culto a la muerte de los gerontólogos sigue in­ tentando divulgar desesperadamente la creencia santa según la cual el envejecimiento es natural e inevitable. La verdad sobre la posibilidad de interrumpir el envejecimiento algún día se impondrá [...] contra una po­ derosa élite que mantiene el statu quo para no perder sus subvenciones financieras a favor de la actual investiga­ ción sobre el envejecimiento»103. En busca de la inm ortalidad

Hasta ahora solamente ha habido un método para pro­ longar la vida que haya mostrado efectos evidentes, aun­ que sea en moscas de la fruta y gusanos. Los animales viven 155

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mucho más tiempo si se les hace pasar hambre, es decir, si se reduce la admisión de radicales libres por la dismi­ nución, por ejemplo en un tercio, de la ingesta de calorías. A principios de 2003 la revista Science publicó un estudio con el tranquilizador resultado de que la mosca no tiene que estar a régimen todos los días para poder disfrutar de una larga vida. Al parecer, el efecto se manifiesta también si la mosca empieza a pasar hambre al final de su vida. Y al revés: si las moscas alimentadas con una dieta especial vuel­ ven a tomar alimentos normales, la mortalidad retoma de nuevo a la cifra normal. Por otro lado, si se pone a dieta a moscas de la fruta normales, dos días después su mayor es­ peranza de vida ya es equivalente a la esperanza de vida de las moscas que pasaron desfallecidas toda su vida104. No carece de interés que junto a otros muchos pro­ blemas hayamos traspasado también el de nuestro en­ vejecimiento biológico a hambrientas moscas drosophi­ la. En nuestras ideas sobre lajuventud, la madurez y la vejez —sohre la simple duración de la vida—, obedece­ mos instintos de la Edad de Piedra, arruinando así a nues­ tra sociedad y a nuestros congéneres. Y mientras a du­ ras penas intentamos adaptamos a las circunstancias, miles de millones de minúsculas moscas que no superan los tres milímetros organizan la próxima revolución105. Nuestra declaración de no querer llegar a ser «tan» vie­ jos, nuestro manifiesto rechazo de la vida terrestre eter­ na, nuestra valerosa lucha por la desaparición de los viejos dadas las necesidades de losjóvenes: todas estas medidas preventivas con las cuales las personas que envéjecen de­ sean excusarse por adelantado por su propia presencia, surgen del pedregoso suelo de la investigación científica en forma de pura hipocresía.

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Nos quejamos del envejecimiento, pero pagamos gran­ des cantidades de dinero e investigamos con grandes can­ tidades de moscas de la fruta para lograr nuestro pro­ pósito de prolongar la vida. Y no solamente con moscas; también con otros animales. Recientemente, un equi­ po investigador, mediante un procedimiento distinto, lo­ gró prolongar la vida de los gusanos ascárides de 20 a 124 días; según los científicos, trasladado al ser humano en un cálculo aproximado algo apresurado, esto significaría una esperanza de vida de quinientos años. Sin embargo, antes de ponerse a hacer planes para los próximos siglos, debería conocer usted el precio que han pagado las ascáridés: «Los gusanos que no murieron al principio de su vida no solamente fueron"manipulados genéticamente con el objeto de ajustar radicalmente a la baja su metabolismo hormonal, o, para ser más exactos, el de la insulina. En su mejor edad, a las pocas horas de vida, les fue extirpado por completo el aparato sexual. Castrados y esterilizados, pero eternamente jóvenes»106. En los años próximos oirá hablar a menudo de ciertas moscas de la fruta, verdaderas artistas en el arte de vivir muertas de hambre, ya que en la actualidad son los agen­ tes más destacados del proyecto de la prolongación de la vida humana107. Por cierto que una vida al borde de la ina­ nición no es precisamente un placer, y, según dice Gregory Stock, el grupo de usuarios de www.infinitefacul1y.org, que siguiendo los resultados de la investigación en los ra­ tones han orientado su vida a pasar hambre, está consi­ derado como el más antipático de todo Internet108. Y como siempre, la naturaleza exige una contrapres­ tación, que en este caso se denomina reproducción. Quien mete dinero en el banco, desea que aumente; quien plan­ 157

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ta genes en organismos, como hace la naturaleza, también desea que aumenten. La naturaleza invierte en un orga­ nismo que tiene el corazón tan duro como el de un capi­ talista. Si deja de percibir el contravalor (la reproducción), deja de invertir. Con el envejecimiento la evolución no per­ sigue un plan particularmente pérfido, y nos castiga tan poco como el banquero castiga al cliente emprendedor al que le retira el dinero una vez expirado el plazo; la natu­ raleza no persigue nada excepto su propio afán de lucro, y la claridad de estas intenciones nos permite enjuiciar imparcialmente el proceso del envejecimiento. Nosotros no hemos hecho nada malo, al contrario de lo que las reli­ giones y algunas filosofías nos han inculcado durante mi­ les de años. Las arrugas del rostro, las canas, las enferme­ dades del cuerpo, no son un castigo, y tampoco significan nada. Sólo muestran la despreocupación de la naturaleza por los organismos que envejecen. A los biólogos evolutivos les gusta describir esta falta de interés de la naturaleza con el símil de los coches: la naturaleza ya no nos lleva a reparar. «Nuestra primera aso­ ciación al pensar en la palabra «reparación» -—escribe Jared Diamond, uno de los biólogos más originales en la ac­ tualidad—, la establecemos probablemente con las reparaciones que más nos irritan, es decir, las de los co­ ches. Nuestros coches se vuelven viejos y deben morir, pero gastamos mucho dinero para posponer su inevita­ ble destino. Nosotros hacemos algo parecido sin darnos cuenta pero de manera constante: nos ocupamos de re­ paramos a todos los niveles, desde las moléculas, pasan­ do por los tejidos, hasta los órganos enteros». Nuestros cuerpos no solamente van descuidando las reparaciones, sino que aunque se reparen, cada vez pre­

El envejecimiento intelectual

sentan más fallos. Y llega un momento en que se de­ rrumban, y entonces nos ocurre como a Charles Chaplin en la fábrica de Tiempos modernos: el engranaje se pone a girar como loco y de repente todo parece empezar a es­ tropearse. Todos los complejos industriales que Stephen S. Hall visitó en su peregrinaje tras la eternajuventud, todos los laboratorios que inspeccionó, las células madre embrio­ narias que observó a través del microscopio y todas las con­ versaciones que mantuvo; todo ello, hace tan sólo cincuenta años, hubiera sido considerado una verdadera locura, por carecer de base teórica. «Los biogerontólogos —escribe David Gems— quieren que se les relacione con la inves­ tigación científica, no con un área asociada a testículos caprinos y dietas de yogur». La idea de comparar el cuerpo con un coche lleva tiem­ po instalada en nuestro pensamiento, y ya no podremos sacarla de allí. Deberíamos empezar a asumir que la so­ ciedad en la que algún día viviremos considerará el cuer­ po de las personas en función de criterios de reparabilidad o de utilidad como almacén de piezas de repuesto. Ni tan siquiera los autores más sensibles encuentran una imagen digna y adecuada para el proceso de su envejeci­ miento. El poeta Charles Simic, que vive en Estados Uni­ dos, lo explica así: Ahora tengo sesenta y un años, y algunos días me siento como un coche con 300.000 kilómetros. El motor a veces traquetea, la calefacción no se puede apagar, la carroce­ ría está oxidada, la tapicería de los asientos sucia y desgas­ tada, un limpiaparabrisas ya rio funciona, el tubo de esca­ pe tiene agujeros, y además pierde aceite. Mi médico dice

El complot de Matusalén

\

que no me preocupe; insiste en que a pesar de la hiperten­ sión, un principio de diabetes y estar sordo de un oído, es­ toy en buenas condiciones. Cada vez me recuerda más a un vendedor de coches usados que tiene que poner a punto un coche que ha tenido un accidente. ¿Pero qué voy a ha­ cer? Le escucho como un cliente fácil de engatusar y sal­ go de la consulta envuelto en una nube de gas de escape, contento y con una canción en los labios.

Después de todo lo que hemos visto, resulta natural que incluso un poeta de la categoría del candidato al pre­ mio Nobel, Charles Simic, compare el envejecimiento de su cuerpo con la reparación de un coche. De hecho, la teo­ ría de la evolución del envejecimiento es aún muy re­ ciente, tanto que viene que ni pintada para dar a la ve­ jez de los hijos del baby ¿oora una esperanza de vida más larga; algunos dicen incluso que eterna.

160

L a g e n e r a c ió n d e M a tu sa lén

L a revista americana Discover informaba en otoño de 2003 de que cada vez eran más las personas que comen­ zaban a planificar las celebraciones de su centenario con varios años de anticipación. Estas ocasiones no ocultan un orgullo desmesurado o una cierta megalomanía, como la sociedad y la historia pretenden hacernos creer, sino que son la única posibilidad realista de hacer productivo el envejecimiento en el siglo xxi. De la misma manera que el mundo tuvo que aprender que el Sol no gira al­ rededor de la Tierra, aunque sea ésa la sensación que nos da a diario, las personas deben aprender que envejecer hace mucho tiempo que no es un proceso degenerativo y definido ya para siempre, por mucho que las personas mayores ofrezcan ese aspecto. Tendremos que aprender a renunciar a esta linealidad en favor de un modelo de mayor complejidad, que no se limite a ver en el envejecimiento un proceso de degene­ ración, sino un movimiento ondular cuya amplitud de­ pende básicamente de imágenes psíquicas y sociales so­ bre la vejez. En cualquier caso, la sugestiva fórmula de la decadencia absoluta no podrá sobrevivir en las próxi­ mas tres décadas, el tiempo que dure nuestra propia ve­

El complot de M atusalén

jez. Cuando a principios de 2001 el National Institute of Aging (Instituto Nacional del Envejecimiento) de Esta­ dos Unidos dio a conocer en un informe la «drástica dis­ minución de minusvalías» en los estadounidenses de edad más avanzada, los investigadores se mostraron muy sor­ prendidos por el alcance de la reducción de las fracturas típicas de los ancianos. Pero estaban aún más fascina­ dos por la velocidad con la que se había producido, con una aceleración que coincide con la también imprevista prolongación de la esperanza de vida109. Evidentemente, estas alteraciones de las curvas no conducen a la inmor­ talidad, y ni tan siquiera son una garantía de que los lí­ mites de la vida sigan ampliándose; tampoco está claro si en cierta manera se trata de la «recompensa» del siglo xx, cuyas medidas de nutrición e higiene comenzarían a re­ velar ahora sus bondades. Pero los datos muestran que, según todas las apariencias, el proceso no se ha detenido, sino que se está acelerando. Pero la lógica de la decadencia se ha vuelto cuestio­ nable, porque al parecer las personas que llegan a los no­ venta años tienen muchas posibilidades de llegar a los cien años. A la vista de esto hay que darle la razón ajames Vaupel, que no ve motivos para pensar que la esperanza de vida tenga un límite. Más bien al contrario: quien logra supe­ rar la barrera de los ochenta y cinco años, tiene muchas probabilidades de llegar a los cien. En 1969 un niño de nueve años, de nombre Richard Gott, visitó el muro de Berlín, y poco después, el enig­ mático monumento megalítico de Stonehenge. Varias dé­ cadas después, Gott, convertido ya en un célebre y con­ trovertido astrofísico de Princeton, rememoró aquella 162

La generación de Matusalén

visita en su teoría de la supervivencia, publicada en el año 1993 en la revista Nature. Su afirmación, simple y con­ tundente a la vez, aunque estaba basada en cálculos ma­ temáticos de gran complejidad, fue la siguiente: lo que existe durante tiempo suficiente, tiene cada vez más po­ sibilidades de seguir existiendo; más que aquello que hace poco que existe. Richard Gott tenía razón en lo que al muro de Ber­ lín y Stonehenge se refiere, pero su teoría también fun­ ciona en Broadway. «Hizo una lista de todas las obras de teatro y musicales que se representaban en la famosa ave­ nida un día determinado (27 de mayo de 1993), y averi­ guó cuánto tiempo llevaban en cartel. Sobre la base de sus afirmaciones, pronosticó que aquellas que llevaban más tiempo serían las que más tiempo permanecerían. Cafollevaba ya 10,6 años, y aún aguantaría otros siete años. La mayoría de las obras restantes, que llevaban menos de un mes en los programas, desaparecieron algunas sema­ nas después»110. El asombroso aumento de personas centenarias en nuestras sociedades es lo que hasta cierto punto contra­ dice científicamente nuestro concepto de la vejez como puro proceso degenerativo. Sorprende el hecho de que entre las personas que alcanzan el siglo de edad el índice de mortalidad desciende ligeramente. Esto no nos resulta nuevo: sabemos que los coches que han sido viejos du­ rante mucho tiempo y han logrado sobrevivir, de repen­ te adquieren un gran valor y ya no desaparecenjamás. Las personas centenarias son para la sociedad lo mismo que los coches de época para los coleccionistas. Envejecer es algo mucho más ambiguo de lo que se creía hasta hace poco, y, en cualquier caso, no es una en­ 163

El complot de Matusalén

fermedad mortal, sino una enfermedad que se puede su­ perar. Toda una serie de enfermedades, desde el asma hasta el cáncer, al llegar a la vejez se ralentizan o incluso remiten. Los investigadores han comprobado que el ries­ go de cáncer, en claro ascenso a lo largo de toda la vida, desciende al llegar a una edad avanzada. El crecimiento de tumores se retarda notablemente, quizás debido a la ralentización del conjunto de procesos fisiológicos111. La edad, según los investigadores, acelera el cáncer (y otras enfermedades), pero cuando es avanzada, también pue­ de reducir el riesgo. Una persona con noventa años, se­ gún los investigadores, puede estar más sana yjoven y ser más creativa que a los ochenta. El sorprendente descu­ brimiento de los últimos años, de que la mortalidad de las personas de edad muy avanzada desciende de nuevo levemente, altera nuestra imagen de la escala de la vida; en algunas personas las famosas etapas de la vida de re­ pente se prolongan en su parte final durante un peque­ ño trecho. Este fenómeno, por cierto, coincide con la sensación manifestada de forma reiterada por las personas muy ma­ yores. A lo largo de mi vida he conocido a algunos cen­ tenarios, y entre ellos a algunos que durante toda su vida han tenido una excepcional actividad intelectual. El fi­ lósofo Hans-Georg Gadamer y el escritor Emstjünger no sólo tenían todavía planes a los cien años, sino la sensa­ ción de que entonces se encontraban mejor que cinco años antes. Hablamos de diagnósticos, descripciones y expecta­ tivas de principios del siglo xxi, es decir, de personas na­ cidas entre 1910 y 1930. En veinte o treinta años las con­ diciones biológicas, médicas y demográficas, con una 164

La generación de Matusalén C ie n

anos:

¿El

n u e v o l im it e d e la v id a ?

Nùmero de centenarios en relación con la población total, 1960 y 1990 1990

I9 6 0

País Nùm ero

Por m illón

Núm ero

Por m illón

119

2,2

2528

40,0

25

3,5

232

29,8

Bélgica

-

-

474

48,1

Dinamarca

19

4,1

323

62,8

España

-

-

Estonia

-

-

Finlandia

11

Alemania Occ. Austria

0*

0*

42

26,7

2,5

141

28,3

371

8,1

3853 '

67,9

531

11,6

3890

76,3

-

-

87

24,8

3

17,0

17

66,7

Italia

265

5,4

2047

35,5

Japón

155

1,7

3126

25,3

Noruega

73

20,4

300

70,7

Nueva Zelanda

18

7,6

198

59,2

Países Bajos

62

5,4

818

54,7

Portugal

-

-

268

27,2

Singapur

-

-

41

15,2

Suecia

72

9,6

583

68,1

Suiza

29

5,4

338

50,4

Francia Inglaterra y País de Gales Irlanda lslandia

Fuente: Vaino Kannisto, de Rostock, 1996

T h e A d v a n c in g F r o n tie r o f S u rv iv a l,

* Estos datos corresponden a los del afio 1991. (Fuente: INE)

165

Instituto Max Planck

El complot de M atusalén

probabilidad rayana en la seguridad, serán mucho más favorables. Por ejemplo, las posibilidades de sobrevivir hoy entre ochenta y cien años, un periodo durante el que prácticamente todas las personas descartan automática­ mente poder llevar una vida activa, siguen siendo muy es­ casas112. Pero sin embargo, en los veinte últimos años han aumentado en más de un ciento ochenta por ciento, y no ha sido, como ocurrió a principios del siglo xx, por los éxitos logrados en la prevención de epidemias. Esa es la razón por la que los pronósticos demográfi­ cos de James Vaupel y otros resultan tan especialmente explosivos: si sus interpretaciones sobre el aplanamiento de la curva de la mortalidad en las edades muy avanzadas son acertadas, revolucionarían todas las previsiones ac­ tuales sobre la curva de la vida. La inmortalidad sin reproducción es, a los ojos de la evolución, una empresa sin sentido. El tiempo terrestre es tiempo que contamina, porque desde que Titonos fuera obsequiado con la vida eterna (pero no así con la eternajuventud, es decir, con la capacidad reproduc­ tiva), quedó claro que la longevidad sin la juventud es una maldición. Entre los muchos descubrimientos mé­ dicos que nos esperan a lo largo de nuestra vida, mu­ chos tendrán que ver con el proceso del envejecimien­ to; aunque al final no se logrará suprimir la vejez en sí, probablemente se logre prolongar de manera con­ siderable la duración de la vida mediante intervencio­ nes médicas o genéticas. El hecho de que en ninguno de nuestros panoramas demográficos se tengan en cuenta en absoluto los des­ cubrimientos científicos y médicos, hace suponer que no hemos elegido de ningún modo el pronóstico más ex­ 166

La generación de Matusalén

tremo113. La probabilidad de que la medicina y la inves­ tigación genética logren prolongar la vida o retrasar el proceso de envejecimiento es al menos lo suficientemente grande como para pensar que aún podamos ver sus efec­ tos a lo largo de nuestra vida. Cada vez cobran más fuerza los indicios de que la pa­ tología del envejecimiento se puede moderar en las per­ sonas mayores, de manera semejante a como se hizo a principios del siglo pasado con la mortalidad de niños y madres. Gregory Stock, uno de los investigadores más avanzados, aboga incluso por una guerra contra la vejez, comparable a la guerra contra el cáncer que Nixon inau­ guró en su día: x

-

Las actuales perspectivas de retardar la vejez o incluso de invertir el proceso en algunos aspectos clave, son razo­ nablemente buenas. Los esfuerzos de los investigadores no son quijotescos, no son reposiciones de la búsqueda de la eterna juventud. Los genes dirigen los procesos de enve­ jecimiento en los animales. Un ratón, un canario, un mur­ ciélago, son todos animales de sangre caliente, tienen to­ dos el mismo tamaño, pero sus vidas duran tres, trece y cincuenta años respectivamente. Un día podríamos lograr modificar nuestros genes de manera que pudiéramos alar­ gar la duración de nuestras vidas114.

La esperanza de vida sobrepasa continuamente los lí­ mites que señalan los médicos y los estadísticos. Pero los políticos deberían estar estudiando las curvas de la espe­ ranza de vida conteniendo la respiración, como si estu­ vieran viendo los índices bursátiles. Si de hoy para maña­ na desaparecieran el cáncer, la diabetes, las enfermedades

El complot de Matusalén

coronarias y los infartos, la esperanza de vida de los seres humanos aumentaría escasamente en unos relativamen­ te modestos quince años, pero si se lograra retrasar tan sólo un poco el envejecimiento, no sería ya raro encon­ trar personas que alcanzasen los ciento quince años de edad o más115.

168

T e r c e r a pa r te

L a m is ió n

^Nuestra misión consiste en llegar a viejos; no tenemos encomendada ninguna otra. Esta es la tarea de nuestra vida. Tiene usted que aprender a cumplir cincuenta años, y después sesenta. Ante los cambios producidos en la es­ tructura de nuestra sociedad, sus cumpleaños futuros ten­ drán un significado muy diferente. Y usted por su parte deberá aprender lo que significa cumplir setenta, ochen­ ta o incluso noventa años, y no quedarse mudo cuando llegue ese momento. Pero sobre todo lo que tiene que hacer es vivir, por muy extraño que le resulte hoy este llamamiento. Habrá quien piense en desertar, en suicidarse. Son ya muchos los libros y los ensayos que se han escrito jus­ tificando desde un punto de vista moral la muerte vo­ luntaria en la vejez aunque haga usted deporte, se ali­ mente de forma saludable y tenga en sus manos su pensión dejubilación. La propaganda de los enemigos intentará disuadirle de mantener la fe en su misión. Los enemigos están por todas partes: jóvenes y viejos, publicidad y medios de co­ municación, burócratas del Estado de bienestar que pre171

El complot de Matusalén

tenden su incapacitación y que creen poder definir el con­ cepto de vida laboral. Intentarán conquistar y colonizar su seguridad en sí mismo mediante todo tipo de subter­ fugios. El ataque apunta inicialmente a su imagen ante el espejo y termina en su cerebro. Hay dos oleadas ofensivas, ambas igual de monstruo­ sas, ante las cuales ha de estar preparado. La primera tie­ ne como lema «viejo y feo» (el reflejo del espejo), y la segunda «viejo y senil» (el cerebro). No se deje conven­ cer; no cometa el error de desperdiciar ahora sus recur­ sos emocionales e intelectuales por culpa del miedo al fu­ turo, porque le van a hacer mucha falta todavía. Morir joven, ese eterno mito de la poesía, era el pro­ grama biológico de las sociedades que entraban en gue­ rra para mantener su población. El héroe de guerra Emst Jünger decía que a los treinta años él hubiera estado dis­ puesto a pactar con el diablo su desaparición de la esce­ na. Conocí aJünger cuando tenía más de cien años, y me encontré con una persona que había sabido incorporar a su existencia el cambio radical de sus sucesivos ciclos vi­ tales.

172

A

H o l l y w o o d e n l a r ev u elta

Imaginemos que existiera lajubilación forzosa de los sue­ ños. Los sueños de las personas menores de cuarenta años se consideran atractivos, interesantes y simbólicos; los sue­ ños de los viejos se toman, en general, por absurdos y pro­ pios de moribundos, y se les recomienda con una falsa sonrisa que por razones de salud es mejor que dejen de soñar. Imagínese lo que hubiera pasado si el furioso Sr. Osler hubiera triunfado también en el campo de las ar­ tes: los libros y los cuadros sólo serían publicados, leí­ dos y contemplados si sus autores no sobrepasaran los cua­ renta años. Todo lo demás, desde el Fausto de Goethe a La máscara deRipley de Patricia Highsmith, sería censu­ rado antes de tener la más mínima ocasión de que su­ piéramos de su existencia. Esto que le resulta tan absurdo es la realidad desde hace tiempo. Afecta a la práctica totalidad de nuestros sueños colectivos, que son difundidos a través de medios electrónicos y que llenan cerca del noventa por ciento del pensamiento del europeo medio. Los grandes gru­ pos que dan forma a la conciencia del mundo occiden­ tal —cine, televisión y publicidad— consideran la edad como criterio decisivo único. Lo más asombroso es que 173

El complot de M atusalén

esa presión selectiva a favor de la ju ven tu d de la «fábri­ ca de los sueños» (los viejos deben m orir para perm itir el paso a los jóvenes) nos parece un problem a exclusivo de los actores. Una cosa es rendir tributo a lajuventud, y otra muy distinta es ensalzarla a base de degradar a los ma­ yores. «La industria del entretenim iento ha convertido a los mayores en algo que debemos temer», dijo una de sus representantes de mayor éxito en una comparecencia ofi­ cial, y añadió: Señor presidente; miembros del Comité; señoras y se­ ñores: Ya he cumplido setenta años. Estoy en la cumbre de mi carrera. Nunca he ganado más dinero ni he pagado más im­ puestos que ahora. La sociedad sin embargo me mira como algo de lo que hay que deshacerse. Considera mis opiniones irrelevantes, mis necesidades ridiculas y mi gusto como algo sin trascendencia alguna para los mercados. Mis coetáneos y yo resultamos ser dependientes, desamparados, impro­ ductivos, seres que exigen y que no ofrecen. Pero en reali­ dad, la mayoría de las personas mayores forma parte de una clase media autosuficiente; de un grupo de consumidores que tiene mayor capacidad económica que la mayoría de las parejasjóvenes; de un estrato que además puede ofrecer a la sociedad tiempo y dedicación. Ésta, estimado señor pre­ sidente, no es solamente una situación muy triste. Es un cri­ men. Estoy aquí para instarle a que se plantee los enormes estragos intelectuales, las pérdidas y los costes que nuestra nación padece por la discriminación de la vejez116. Doris Roberts, que pronunció estas palabras el 4 de septiembre de 2002 ante el Comité Especial del Senado

H ollywood en la revuelta

sobre Envejecim iento de Estados Unidos, es probable­ mente una de las actrices maduras de mayor éxito en su país. Muchos ven a esta ganadora del Premio Emmy como la imagen original de la abuela estadounidense. Una abue­ la metida a luchadora de barricadas: probablem ente el Comité ya había visto algo parecido, pero no así el públi­ co, y, desde luego, Hollywood en absoluto. Un año más tarde, cuando comenzó a levantarse una enorm e oleada de protestas contra la discriminación de la vejez, muchos recordaron este discurso. Porque no se trata tan sólo del terro r a p erd er la be­ lleza y lajuventud, que es tan antiguo como los propios estudios de cine. La situación se había agravado porque el m odelo juvenil se estaba haciendo cada vez más extre­ mista. Doris Roberts nos desvela un Hollywood donde las mujeres de veinticinco años se ponen inyecciones dé Botox, y las de cuarenta son consideradas ya lo bastante ma­ yores como para hacer papeles de abuela (eso en el im­ probable caso de que haya algún papel para ellas). Un estudio del sindicato de actores prueba que, en cualquier caso, hay tres veces más papeles para mujeres menores de cuarenta años que para mayores. Roberts nos explica además que el recelo frente a las personas mayores es tan grande que ni siquiera se confía ya en sus historias, en sus sueños. Com o el cereb ro no se puede someter a tratamientos de belleza ni a se cambian las cabezas directam ente. Ante un público visi­ blem ente perplejo, Doris Roberts prosiguió con su dis­ curso:

lifiings,

v Hace veinte años los guionistas cinematográficos más so­ licitados de toda la industria eran los expertos, los de más 175

El complot de M atusalén

de cincuenta años. Copaban el sesenta por ciento de los en­ cargos. Ahora la tasa ha descendido hasta el diecinueve por ciento. No hace ni seis meses que estaba preparando un proyectó con un autor, un famoso ganador del Premio Emmy. Cuando llegó el momento de presentar nuestro guión a los estudios, se negó a acompañarme. «En cuanto vean mis canas estaremos listos», dijo. ¿Por qué cree Holly­ wood que un hombre de cincuenta años no tiene ya nada que decir sobre el amor, lajuventud o las relaciones? Sé po­ sitivamente que tiene mucho que decir; tan sólo hace falta que alguien le escuche117.

i No había pasado ni siquiera un año de este discurso, cuando la situación comenzó a agravarse hasta desem­ bocar en una rebelión sin precedentes. Los guionistas se manifestaron contra los principales estudios de cine y ca­ denas de televisión, acusándolos de no contratar a per­ sonas mayores de cuarenta años. Según los autores, en­ tre ellos el creador de Kojak y ganador de un Grammy, por los estudios circulaban «listas grises» en las que las personas no se seleccionaban según su raza o su sexo, sino conforme a criterios de edad. Si antes le sorprendió que el gran Osler hace cien años emitiera el absurdo diagnóstico de que las personas ma­ yores de cuarenta años no prestan ya ninguna contri­ bución a la sociedad, habría llegado el momento de sor­ prendernos de nosotros mismos. Desde entonces la esperanza de vida se ha duplicado, ha mejorado la salud, se ha reducido el desgaste físico y mental. Y sin embargo, en una de sus industrias cruciales, donde se crean los sue­ ños, la conciencia y las historias de las que se alimentan naciones enteras, nuestra sociedad ejerce una presión se­

H ollywood en la revuelta

lectiva prácticamente rayana con el fanatismo. El «mun­ do que hay en nuestras cabezas», por usar la expresión de Canetti, es el que crea la gente joven. Los sentimientos de experiencia, vida y mortalidad de los mayores no apare­ cen por ninguna parte. La censura de historias antes de que se escriban por­ que el autor de la historia parece ser demasiado viejo es, sin duda, un nuevo paso en la escalada de la discrimina­ ción de la vejez y, dado que Hollywood suele adelantarse a la sociedad, un síntoma que en principio afecta a la identidad de todos nosotros. Somos lo que somos por­ que experimentamos nuestra vida como una narración, con comienzo y final, altos y bajos, interpretaciones y ex­ pectativas, y porque estamos continuamente afanados en reescribir su texto. Quien diga que los mayores no pue­ den contar historias que interesen a los demás acabará por negarles la capacidad de ser autores de la propia his­ toria de sus vidas.

177

r L ib r o s in f a n t il e s , c h is t e s y TARJETAS DE FELICITACIÓN

E so s jóvenes hermosos que vemos sonrientes en la tele­ visión y en las revistas son una ofensa permanente contra los que son hermosos y sonríen pero ya no sonjóvenes. En los medios de comunicación y la publicidad, donde los mo­ delos empiezan a trabajar a los dieciséis años, el grupo do­ minante es el de la gente de treinta y tantos, que además son ya los más viejos. No creamos, sin embargo, que la ilusiónjuvenil y el miedo a envejecer han llegado al mundo a través de la publicidad y de las revistas. Tampoco es cul­ pa de Hollywood, ni de esos hijos ingratos que de pronto habrían decidido no honrar m᧠a sus padres. La difusión del culto a la juventud que encarnan los medios de co­ municación tiene al menos dos razones. La primera es que los seres humanos jóvenes y bellos son en cierto modo los embajadores de la misión repro­ ductiva, y por tanto nos resultan particularmente inta­ chables, y la segunda que la publicidad sabe que ya no puede influir sobre los viejos en lo que respecta a sus de­ cisiones respecto a elecciones y a compras. El miedo a envejecer es un mensaje biológico. Es más antiguo que nuestra conciencia y, por paradójico que pue­ da resultar, más antiguo aún que nuestro miedo. 179

El complot de Matusalén

Los niños de la tribu kafir de Sudáfrica padecen una obsesión muy particular. En cuanto descubren en sí mis­ mos signos de estar haciéndose mayores, se sienten invadi­ dos por un miedo terrible. Cuando comienza a crecerles la barba, se arrancan los pelos; ruegan a sus antepasados para que les protejan de la vejez118. La gerontofobia, el miedo al envejecimiento, se pro­ paga como un miedo primitivo a través de los medios de comunicación del mundo globalizado como si fuera un virus, pero en realidad anida ya en cada uno de nosotros. El miedo al envejecimiento y a la incapacidad para ma­ nejarlo no es un lujp de las sociedades débiles; es un pro­ grama biológico profundamente arraigado, y eso es lo que hace tan precaria la situación. Como se supone que los modelos biológicos son «naturales», los aceptamos ins­ tintivamente como componentes de nuestra vida coti­ diana y los denominamos cultura, como si la cultura no se definiera precisamente por señalar sus límites a la na­ turaleza. También procuramos eliminar de la faz de nuestra so­ ciedad lo que es síntoma de envejecimiento, y para lo­ grarlo aplicamos dos sistemas diferentes: hacer monstruos o no hacer nada en absoluto. En los últimos años los in­ vestigadores han examinado la imagen de la vejez en nues­ tra sociedad como si fuera una especie ajena. Han ana­ lizado programas de televisión, revistas y periódicos, películas, libros infantiles, chistes, tarjetas de felicitación e incluso esquelas. En una sociedad en la que sólo existe lo que aparece en las imágenes, los resultados fueron de­ salentadores. A los niños se les inculca ya en los dibujos animados un profundo miedo a los viejos119. En el noventa por cien­ 180

Libros infantiles, chistes y tarjetas de felicitación

to de los casos, los viejos son malvados, egoístas, altivos, criminales. Y como la bruja del cuento de hadas, surgi­ da por los mismos motivos biológicos, tienen debilidad por los niños, que se dejan atrapar y ser comidos120. En una habitación con una persona de setenta años y otra de treinta y cinco, los niños de entre seis y ocho años evi­ tan al mayor: apenas establecen contacto visual, man­ tienen una gran distancia, casi no hablan con él y utili­ zan pocas palabras. El miedo a la vejez proviene al parecer de las imágenes que ven en televisión, porque los niños de cuatro años no distinguen aún entre vie­ jos yjóvenes121. En los programas de entretenimiento ofrecidos por las cuatro grandes cadenas estadounidenses a lo largo de un mes en 1990, aparecieron personas mayores de cin­ cuenta años sólo en el trece por ciento de los casos. Los mensajes en los chistes y las tarjetas de felicitación son casi todos negativos. En un estudio sobre la televisión alemana se demuestra que los sexagenarios tienen en ge­ neral una escasa representación, y en las emisiones en es­ tudio y las encuestas los viejos aparecen mayoritariamente como seres pasivos. El doble baremo que se aplica al envejecimiento en función de los sexos es algo evidente para cualquiera que vea la televisión, lea las revistas o vaya al cine. Las mujeres mayores tienen aún menos representación que los hom­ bres mayores, y a partir de los setenta y cinco práctica­ mente no aparecen más en la televisión. Un equipo estadounidense de investigadores analizó en 1997 el papel de la mujer mayor en el cine comercial, coñ un resultado que nos adelanta el propio título del es­ tudio: «Infrarrepresentadas, feas, antipáticas y torpes»122.

El complot de Matusalén

Otros resultados prueban la «socialización silenciosa», es decir, la m anera en que de form a indirecta se nos pro­ porcionan imágenes de los diferentes roles123. En los pro­ gramas infantiles estadounidenses las m ujeres mayores suelen representar papeles negativos: la exageradamen­ te buena esposa, la simple ama de casa, la m atriarca do­ minante, la bruja o la m adre sádica124.

182

INCAPACITACIÓN POR EL LENGUAJE

H o m b r e s o mujeres, no im porta: todos somos objeto de discrim inación. Com o un reloj que siem pre atrasa, muchos intentan corregir en las personas que envejecen algo que les parece una desviación de la norma. Si en un programa de televisión un invitado de edad contradice a un reportero o contertulio más joven (no una autoridad jerárquica, com o un político) o se desvía del asunto, los interlocutores reaccionan con una clara «tendencia a la incapacitación». Vuelven sobre el tema sin cesar cuando el mayor quiere darlo p or zanjado o simplemente igno­ ran sus objeciones125. Cuando nos hacemos viejos vemos peor y oímos peor, y p or eso asumimos equivocadamente que también pen­ samos peor. Pero cuando la cosa se agrava somos mal vis­ tos también por los demás y dejamos de existir en los me­ dios de com unicación. Y esto que estamos diciendo, obviamente, apenas se entiende. Perderem os vista oído, nuestra imagen del espejo nuestro lenguaje. No tiene que creerm e a mí; crea a los que han evaluado todos esos extensos estudios. A la vista de las actuales proporciones entre jóvenes y viejos, ten­ dríamos que em pezar a sacar conclusiones. El lenguaje

y

y

El complot de M atusalén

es realidad; el lenguaje crea realidad. Aceptemos el he­ cho de que somos aquellos que en las próximas dos a cua­ tro décadas serán asados a la parrilla como habitantes de este infierno desbordante, mucho antes de que llegue la catástrofe climática. Si no cambiamos radicalmente las actitudes discriminatorias, nosotros, los viejos del futuro, hablaremos un lenguaje propio que precisará de tra­ ducción; como en su día ocurrió con el lenguaje de los esclavos, en lajerga senil los ritos de dominación y so­ metimiento formarán una gramática propia de nuestros sentimientos. Debemos saber cómo nos hablarán cuando seamos más débiles. Debemos saberlo ya, porque seremos los pri­ meros viejos de la sociedad de la comunicación y la in­ formación. Losjóvenes que vienen detrás de nosotros re­ cibirán por Internet el mensaje de que solamente existe lo que se comunica. Los psicólogos han señalado que las conversaciones entre cuidadores y pacientes de avanza­ da edad no se diferencian de las mantenidas entre adul­ tos y niños de dos años. Con frecuencia no se trata de con­ versaciones, sino de un «lenguaje secundario de bebés», y su uso no depende de las condiciones mentales del an­ ciano. «El interlocutor más joven, por ejemplo, si nota que el otro está un poco sordo, no solamente hablará más alto, sino que además se esforzará por hablar con más sencillez y por alterar su entonación»126. Esta «sobreadaptación» constituye evidentemente un círculo vicioso. El interlo­ cutor mayor tiene la impresión de que ya no se le toma en serio, modifica su forma de hablar y perjudica así su auto­ estima. ¿Qué sucederá si todos, la futura mayoría de esta sociedad, cada año oímos y vemos un poquito peor? Este

Incapacitación por el lenguaje

desgaste, según prueban todos los estudios, será interpre­ tado por los más jóvenes como un signo de debilidad in­ telectual cuando conversen con los mayores. Debemos investigar a fondo la vida cotidiana. La tra­ ma de nuestra conducta comunicativa lleva mucho tiem­ po tendida. Sigrun-Heide Filipp y Anne-Kathiin Mayer señalan entre otras las siguientes estrategias de la «infraadaptación» en el discurso de los mayores: • Los viejos evitan a propósito ciertos temas cuando ha­ blan con personas másjóvenes. Al parecer se trata so­ bre todo de temas que pueden dar lugar a compara­ ciones con los jóvenes en detrimento de los mayores. • Devaluación propia: cuando el mayor se siente sobre­ pasado, alega problemas de salud o similares, preten­ diendo dejar claro que si no cumple las expectativas de su interlocutor no es por falta de ganas. • Los mayores adaptan su forma de conversar a las «ex­ pectativas supuestas» que se establecen sobre ellos. En­ tre ellas están el retardo en la velocidad del discurso y la utilización frecuente de estilos narrativos referidos al pasado.

Puede ser que un país en el que la mayoría oye y ve cada vez peor desarrolle nuevas formas de hablar. Debemos aprender a entender el significado existencial que en nuestra futura vejez tendrá la cuestión, un tanto teóri­ ca, de cómo hablar con otras personas: el hecho de que en las discusiones no suele imponerse la fuerza de los ar­ gumentos sino la voz del más fuerte. El ejemplo de aquellos guionistas víctimas del acoso laboral en Hollywood debe servimos de advertencia. De­

El complot de M atusalén

bemos conseguir que se nos escuche; debemos estar pre­ parados para cuando intenten intimidarnos. Tenemos mucho que decir en lo tocante a relaciones, vida y amor, porque nosotros no somos los autores de las películas, sino los autores de nuestras vidas. Y es precisamente me­ diante la conversación y los relatos como las personas mayores pueden enriquecer enormemente a las socie­ dades. El lenguaje es una de las técnicas culturales que las personas siguen dominando e incluso mejorando has­ ta su más avanzada edad, y, por lo tanto, es harto proba­ ble que suijan estilos lingüísticos propios de los mayo­ res, de los cuales hoy todavía no podemos hacernos una idea. Todos los informes relevantes confirman que nues­ tro lenguaje es un tesoro que no se agota con la edad, sino que incluso puede acrecentarse. La abuelita que cuen­ ta cuentos sentada en su mecedora es una imagen idí­ lica que nos es muy familiar. En la era de Internet el po­ der léxico de la mente que envejece, unido a la gran experiencia atesorada, tendrá nuevas oportunidades de expresión. Porque como hoy ya sabemos, la vejez no so­ lamente despierta en nosotros las historias, sino el ta­ lento para contarlas127. Lo único que hace falta es en­ trenar la mente; por ejemplo, haciendo lo que está haciendo usted ahora: leer. A los hijos del baby boom, que en su día revolucionaron el lenguaje como ninguna otra generación anterior, po­ dría ocurrirles algo similar cuando usted, que dispone de todo su tiempo y del deseo de integrarse, a partir de 2010 se encuentre retirado de la sociedad. El lenguaje —así lo entendió esta generación desde aquellas «sentadas» de las protestas estudiantiles en Berkeleyy Francfort— es un arma muy económica y muy eficaz. 186

Incapacitación por el lenguaje

Dominarlo es muy importante, porque los sufridosjó­ venes que vivan mezclados entre la mayoría de viejos, mi­ narán la autoestima y la responsabilidad de las acciones de éstos precisamente con el lenguaje. Aunque los más jóvenes sepan que los mayores con los que tratan no se han vuelto más tontos, más torpes o más latosos, una es­ trategia apropiada en el discurso puede establecer rela­ ciones de poder desconocidas. Hay una prueba que consiste en dar a escuchar una cinta grabada a un anciano con la misma frase pronun­ ciada en lenguaje de bebés y en lenguaje de adultos; des­ pués examinan las reacciones y se observan las consecuéncias: sin excepción alguna, el lenguaje incapacitador en la vejez provoca una incapacitación de la persona en la vejez. Será nuestra tarea imponer un nuevo lenguaje contra el actual. Nuestras biografías son más que currículos que se almacenan a través de Internet en las bases de datos de las bolsas de trabajo. Nuestros cuniculos son na­ rraciones, historias con planteamiento, nudo y desenla­ ce, que al menos nos contamos a nosotros mismos. Los lectores saben que los logros y los acontecimientos del pa­ sado resucitan durante la lectura. Pero el escándalo de esta incapacitación comienza en este caso mucho antes, como en el caso del aspecto ex­ terno. Arrugas, canas, lentitud de movimientos: todos son signos de cómo se lee y se descifra un lenguaje. La in­ dustria cosmética y los medios de comunicación se ocu­ pan de la constante modernización de este sistema de se­ ñales, que se nos inculca desde la infancia. No sólo los másjóvenes discriminan a los mayores. Se­ gún el estudio berlinés sobre el envejecimiento, no hay nadie que piense peor sobre la gente mayor que la pro­ 187

El complot de M atusalén

pia gente mayor. Haciendo honor a la frase que dice que no hay peor enemigo para el oprimido que otro oprimi­ do, los mayores suelen verse atrapados por sus propios prejuicios. Hablan mal de otros ancianos, y lamentable­ mente parecen estar siempre dispuestos a la denuncia y a la traición. Para comprobar si los ancianos creen también que sólo lo que es hermoso puede ser bueno, se hizo una prueba con mayores de sesenta y cinco años, a los que se mostra­ ron imágenes de mujeres y hombres atractivos y menos atractivos. El resultado demuestra que incluso los mayo­ res atribuyen a las personas atractivas más características positivas que a las poco atractivas: de acuerdo con las opi­ niones de las personas mayores, las mujeresjóvenes atrac­ tivas salían mejor paradas que los hombres. Así lo expli­ can los autores del estudio: Esperábamos que por lo menos los mayores estuvieran inmunizados contra la costumbre de establecer una rela­ ción entre la apariencia externa y el carácter de una per­ sona. Pero al menos en este contexto, más viejo no equi­ vale a más sabio. Lo interesante es que la mayoría de los participantes en la prueba, al ser informados de lo que se les pedía, sonrieron y dijeron que no sería fácil, pues todas las personas tienen su lado bueno. En la práctica, aunque supieran que no hay quejuzgar a las personas por su aspecto físico, los mayores actuaron exactamente igual que los gru­ pos de población másjóvenes en pruebas anteriores. Evidentemente, la edad no ayuda ajuzgar a las per­ sonas mejor, de forma que lo que prime no sea la apa­ riencia. Una sociedad que envejece tampoco cultivará,

Incapacitación por el lenguaje

como algunos creen, una forma no materialista de sabi­ duría y belleza intelectual. Al contrario: debemos acep­ tar el hecho de que el antagonismo entre ser y parecer se­ guirá en aumento, y que en la homogeneidad estética de las actuales poblaciones mayores se producirán grandes cambios.

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P o r q u é n o s s e n t im o s c u lpa b les POR ENVEJECER

L o s alemanes nacidos después de la guerra vivieron en la época de sujuventud, en la antigua República Federal, con la permanente sensación de su extinción. Quien vi­ vió en aquella época todavía recuerda el clima de miedo constante a la aniquilación; existir era sinónimo de cul­ pabilidad; nuestra mera presencia, una carga. Ya sabemos lo que significa ser parte de un problema: somos parte de la catástrofe demográfica y de la contaminación del me­ dio ambiente; somos responsables del agujero en la capa de ozono o de la desaparición de los bosques; derrocha­ mos recursos a diario. Nos sentimos culpables ante la na­ turaleza, o, por decirlo más exactamente, ante el sistema biológico al cual tenemos que agradecer nuestro enveje­ cimiento. Todos los nacidos en años que empiezan por «19» es­ tán invadidos por la culpa de estar cometiendo un crimen contra la naturaleza. No solamente tenemos la sensación de haber nacido en un mundo cuyo equilibrio ecológico está alterado; también tenemos la certeza de estar cola­ borando en el envenenamiento del mundo por nuestra mera, existencia. Somos una generación que se mueve como de puntillas para no seguir deteriorando el equi­ 191

El complot de Matusalén

librio mundial y que, cuando logra restablecerlo, ha de asumir que lo arruina en otros cientos de miles de casos. Lo que somos y cómo hemos aprendido a vemos a no­ sotros mismos lo expresa en términos sencillísimos el bió­ logo evolutivo Niles Eldredge comparando nuestra acti­ vidad humana con el impacto de los meteoritos que en varias ocasiones causaron la destrucción de la vida en la Tierra: Sin duda hemos asumido el papel de los asteroides del Cretácico en lo que respecta a la destrucción de la capa de ozono, el efecto invernadero y las enormes deforesta­ ciones para promover el uso agrícola. Intervenimos en pro­ cesos naturales que ya están en curso, y podríamos acelerar enormemente el avance de la siguiente extinción en masa. En última instancia, se trata de mantener una especie, que es la nuestra propia128. Estas frases no nos sorprenden; nos resultan críticas y valientes. En consecuencia, desarrollamos un moderno sentimiento de culpa, cuyos principales cargos son: na­ ces, vives, respiras, conduces tu coche y no te mueres lo suficientemente pronto. La sensación de culpa frente a la vida, o frente a lo que denominamos «naturaleza», es el pecado original de nues­ tra generación. Casi todos la sufrimos a diario, en cada hora del día: después de cada compra, cada ducha, cada uno de los «pecados» que anidan profundamente en nues­ tro subconsciente, y que, por muy pequeños que sean, siempre provocan un cierto miedo o estremecimiento ge­ neral: lo mismo debían de sentir las gentes de la Edad Me­ dia frente al miedo al purgatorio. 192

Por qué nos sentimos culpables por envejecer

Nuestra tendencia a sentirnos culpables resulta real­ mente paradójica, porque nosotros, a diferencia de las generaciones precedentes (al menos hasta ahora) no he­ mos acarreado desgracias al mundo: los alemanes, du­ rante casi una generación, no hemos maquinado ninguna guerra, no hemos perseguido seres humanos, raramen­ te hemos pretendido salimos con la nuestra, y no hemos sometido a otros pueblos. En realidad lo hemos hecho mu­ cho mejor que nuestros antecesores. Y sin embargo, nuestro subconsciente habla un idio­ ma muy distinto, profundamente desmoralizante y debi­ litador. Como si estuviéramos en una segunda Edad Mo­ derna, toda la vida hemos tenido la sensacjón de que lo que hacemos en términos de civilización es incorrecto y casi un crimen; si no contra nosotros, sí contra nuestros hijos y nuestro medio ambiente: • comer (tóxicos) • reproducimos (superpoblación) • lavar (derroche de agua) • calentamos (energía, energía nuclear) • ir en coche (producción de C02) • volar (efecto invernadero) • viajar (colonialismo cultural) • comunicamos (contaminación electromagnética) Da igual lo «saludablemente» que vivamos: todos te­ memos que algún día se nos pase factura por la vida que hemos vivido. Fumadores, bebedores y obesos se sienten atormentados desde hace mucho tiempo por este miedo. Pero es que probablemente no haya ninguna persona ma­ yor de veinte años en nuestras civilizaciones de la Europa 193

El complot de Matusalén

Occidental que no se sienta acuciada por un perm anen­ te sentimiento de culpa respecto a su propio cuerpo. El jo v e n H erm ann Hesse se estrem ecía ante un cua­ dro que había en la estricta y religiosa casa paterna. Re­ presentaba una calle ancha, muy agradable, a cuyos lados se ofrecían todas las tentaciones posibles, y un estrecho camino de piedras muy escarpado. Debajo ponía: «El an­ cho camino hacia el infierno; el camino lleno de piedras hacia el cielo». Lo m alo de este tipo de ideologías es que propagan culpa y castigo. Nosotros que creim os haber barrido el polvo de la pía casa del párroco de nuestra reluciente for­ ma de vida, al final de nuestros días nos despertarem os de nuevo exactamente allí: en casa de los padres de Hes­ se, donde alguien, ya sea un médico o una cuidadora, nos sacará la cuenta de nuestros pecados. Ésta es una generación con la conciencia biológica pro­ fundam ente quebrada y recelosa desde su nacimiento. ¿Cómo se las va a arreg lar esa generación, que ha des­ cubierto el m undo de la ecología, para superar la idea de que dejará a todos losjóvenes sanos no sólo una carga ma­ terial, social y psíquica sino también ecológica, un fallo de la naturaleza, un error de cálculo en la población, que potencialm ente «convierte en m uertos vivientes a los individuos que todavía quedan»? La bondad de la naturaleza «pura» y de lo natural se han consagrado como la religión de nuestro tiempo. Sin embargo, la propia naturaleza rechaza al organismo en­ vejecido, bien porque éste se opone a sus propósitos, bien porque ella no tiene interés en su existencia. Entonces interviene con un program a inform ático activo que de­ sencadena desgaste y deterioro para hacer todo lo posi­ 194

P or qué nos sentimos culpables por envejecer

ble por expulsar al ser envejecido de la Tierra, o, lo que es lo mismo, deja de invertir en su mantenim iento, por­ que ya no dispone de «reservas» para esta inversión. A me­ dida que envejecemos nos convertimos en una carga pe­ ligrosa, y la historia de nuestra vida pasa a ser una historia de derroche de recursos y de destrucción de capital a cos­ ta de la generación joven, cuyos bienes vamos «agotan­ do» literalmente cada día que pasa. Y nuestras quejas dia­ rias, las manos arrugadas, las canas y la extraña mirada de nuestros congéneres nos muestran que nuestra gran ami­ ga, la naturaleza, nos ha abandonado. ¿Recuerda usted las m anifestaciones contra las cen­ trales nucleares y contra Chem óbil, la muerte de los bos­ ques, los domingos sin coches, las noticias sobre el sida y el agujero de la capa de ozono, la superpoblación, asun­ tos de los que seguramente ya le hablaba su profesor de geografía? En nuestra im aginación hemos visto cente­ nares de veces la m uerte, pero siempre nos hemos que­ dado apunto de morir. Los jóvenes de 1923 estaban mar­ cados, y a su vez marcaron el mundo: por la inflación, dos guerras mundiales, genocidios y la bomba atómica. Para el plazo de tiem po de una vida esto constituye un brote de energía destructiva sin precedentes. Antes de que esta generación pensara en la vejez, pensaba en la m uerte; la cuestión no era cómo serían las cosas cuando llegasen a viejos, sino si llegarían. Nuestros padres y abuelos,, nuestras madres y abuelas, son los últimos en una cadena de seres humanos que se rem onta hasta tiempos muy remotos para los que el en­ vejecimiento en sí era ya un triunfo, un verdadero privi­ legio: el privilegio de no haber muerto antes, lo que en la mayoría de los casos significaba que no les hubieran ma-

El complot de Matusalén

tado. Todas esas orgullosas damas de cabellos con reflejos violeta que vivían en sus pisitos de un solo dormitorio como princesas y que asistían a los bailes y a los cafés, irradiaban ese gran orgullo y esa enorme dignidad precisamente por haber triunfado sobre la muerte antes de que ésta llegase. Todavía los ancianos del año 2004 pueden mirarse a sí mismos y sentirse satisfechos de haberlo superado: de ha­ ber sobrevivido a la posguerra, de no haber perecido en los inviernos del hambre de la década de 1940 o de no ha­ b er saltado p o r los aires al pisar alguna m ina o granada de las que quedaron enterradas por doquier. Todos ellos tienen un herm ano o una herm ana, un com pañero del colegio, un amigo, que no lo logró; alguien que es como su otro yo desdoblado, que está m uerto. Quizás esto no sirva de consuelo eterno, pero es eficaz, y adapta al mun­ do m oderno el refrán de los indios navajos: «Yo ya lo con­ seguí entonces; ahora volveré a conseguirlo». Los inves­ tigadores de la m em oria denom inan a esto «recuerdos instrumentales». Nosotros form am os u n a generación que tiene que aprender algo que ninguno de ellos tuvo que aprender: a no concebir la vejez en sí como un triunfo de la super­ vivencia, como distinción, como privilegio frente a todos los muertos que hemos dejado por el camino. Pero las generaciones venideras tal vez vean en nues­ tros actos y omisiones algo de lo que todavía hoy no so­ mos conscientes. Lo cierto es que, potencialmente, no ha habido ninguna generación más amenazada que aquella que aprendió a pensar, a contar y a escribir después de Hiroshima. Desde Orwell hasta Huxley, desde el Club de Roma y los límites del crecimiento, los envenenam ientos globa-

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P or qué nos sentimos culpables por envejecer

les y los desastres previstos; nosotros, que hemos vivido bajo la perm anente amenaza del fin del m undo, somos una de las generaciones más longevas de todos los tiem­ pos. Resulta curioso que precisam ente aquellos que te­ mían m orir en cualquier m om ento, no quieran retirar­ se. Las grandes catástrofes que imaginaban eran producto de sus mentes. Ahora podemos reím os de todo; nuesü os hijos y los hijos de nuestros hijos seguro que lo harán. Pero en realidad, la gran amenaza apocalíptica no ha provo­ cado el gran apocalipsis. Nosotros, al contrario que las generaciones anteriores, no hemos hecho todo lo que podríamos haber hecho. La fantasía y la razón de esta ge­ neración fueron suficientes hasta ahora para no llegar a los extremos: una moderación que no podía darse por su­ puesta en absoluto en vista de la lección de la primera mi­ tad del siglo xx.

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n a lu ch a po r la cabeza

E n el año 2000, durante las elecciones presidenciales estadounidenses en Florida, uno de los estados con una población de mayor edad, hubo algunos errores en el re­ cuento electrónico de los votos. Ciertas publicaciones y programas de televisión nos mostraron a los culpables del desastre: viejos votantes del condado de Palm Beach que se habían equivocado al seleccionar al candidato. Los politólogos explicaron la debacle técnica alegando que las personas mayores no habían entendido el sistema; un co­ mentarista de la televisión explicó que los votantes de ma­ yor edad ya no tenían la cabeza tan clara como antes y los noticiarios m ostraron a gente m anifestándose bajo un lem a muy simple: (los tontos no deberían poder vo­ tar) 129. La im putación más extrem ista a la que han de en­ frentarse las personas que envejecen en nuestra sociedad es la duda sobre su capacidad mental. Ya pueden ser de­ portistas y tener un análisis sanguíneo impecable; ya pue­ den escalar montañas y cruzar océanos: las dudas sobre su cerebro van dejando poso, como el veneno en su cuer­ po. Muchas empresas consideran «asentadas» a las per­

as sharp as they used to be»),

pid people shouldn ’t vote»

(«not

«Stu­

El complot de Matusalén

sonas de treinta y cinco años; pero después se las acusa de falta de ideas e inspiración. Pasaremos las próximas dé­ cadas de nuestra vida en un ambiente en el que tener la cabeza y el cereb ro claros o confusos se convertirá en un tema primordial de debate. Habrá innumerables con­ cursos de vocabulario y conocimientos, se publicarán cur­ sos de gimnasia m ental para el ordenador, y cualquier signo de m erm a intelectual causará verdadero pánico. Se instalará una enorm e duda en el seno de la so­ ciedad: la duda de si uno puede todavía fiarse de sí mismo. En consecuencia, un com plot contra el racismo hacia la vejez ha de com enzar p o r la cabeza. La sociedad sólo abandonará las ideologías que hayamos logrado deste­ rrar antes de nuestras propias cabezas: elimine de su pen­ samiento la idea de que envejecer sólo es un proceso pro­ gresivo de decadencia. O rien te su defensa, su ira y su agresividad contra los estereotipos que le hacen ceder y cuya consecuencia, como ocurre con todos los estereoti­ pos racistas, son las autoamputaciones que destruyen ra­ dicalmente a las personas que envejecen. Pero se trata de su cabeza, o, para ser más precisos, de su cerebro. Su conciencia y su estructura cerebral son los blancos del ataque del racismo contra la vejez, por lo que se hace necesario desarrollar estrategias psicológicas y fí­ sicas de defensa contra el lavado de cerebro. La visión de Orwell sobre la manipulación del cerebro y la conciencia en su novela no es una visión utópica, ni referida a un territorio, sino la visión de toda una vida. A partir de los cuarenta nos sometemos a esta operación; después de que previam ente la televisión, la publicidad y los condi­ cionamientos biológicos nos hayan ablandado. Tome con­ ciencia de que la gran humillación de la novela de Orwell,

(neurobics)

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U na lucha por la cabeza

en donde el protagonista debe aceptar que dos más dos son cinco, no es una metáfora. Ya en 1992, la Academia Estadounidense de las Cien­ cias, en uno de sus estudios fundamentales acerca de las consecuencias del envejecim iento sobre el cerebro hu­ mano, ofreció pruebas de cómo las ideas preconcebidas sobre el envejecimiento alteran el propio envejecimien­ to. Muchos de nosotros esperamos como algo natural el ir perdiendo m em oria y capacidad de concentración a medida que nos hacemos mayores. Esta expectativa, se­ gún dem uestran los estudios, «provoca un em peora­ miento de la memoria, al conllevar una disminución del esfuerzo y una temprana resignación que nos hacen con­ siderar las estrategias de adaptación como algo absurdo, lo que provoca que evitemos los desafíos y no recurramos a la ayuda médica»130.Al leer estas frases no piense en una edad muy avanzada. Piense en las décadas próximas; en las que tiene p o r delante. El noventa y cinco p o r ciento de las discriminaciones que afectan a nuestra confianza en nosotros mismos tiene que ver con la falsa atribución a las personas de m erm a de eficacia. La idea de los de los profesionales quemados, habitual particu­ larm ente en las ocupaciones creativas, se ha impuesto ya hace tiempo en otras áreas sociales. Durante años el con­ cepto del desgaste intelectual no ha sido sino un conglo­ m erado de miedo y prejuicios. No se trata de dar una im agen idílica de la vejez. Na­ die pretende que se pueda envejecer sin perder faculta­ des, sin desgaste, sin hacerse uno más lento; nadie dice que sea fácil. Cada uno ha de encontrar su propia mane­ ra y su destino. Pero algo totalmente distinto es que una sociedad se erija en guardianay censora de la conciencia

has

beens,

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El complot de Matusalén

individual. Aceptamos, según dice el investigador del ce­ rebro Shinobu Kitayama, que cada persona tiene su pro­ pia manera de madurar y hacerse adulto; aceptamos como evidente que la determinación biológica, por ejemplo en los púberes, es tan sólo un aspecto entre muchos, y todos sabemos que la persona crece a partir de su estructura biológica en el seno de una estructura cu ltu ral131. Por lo tanto, también deberíamos reconocer el carácter lineal de esa decadencia que nos atribuimos a nosotros mismos y a los demás como lo que es en realidad: un proyecto que tiene tanto que ver con la realidad como los Teletubbies con las relaciones sociales entre los seres humanos. Acabe con el lavado de cerebro y hágalo por su propio interés: su futuro ya está en ju eg o , y los miedos que ali­ m ente hoy pueden convertirse en la causa de enorm es daños a sí mismo. El investigador W olfSinger ha acuñado una imagen fascinante sobre la educación de los niños y de losjóvenes: la educación es la intervención microquirúrgica más eficaz que pueda imaginarse. La investiga­ ción del cerebro ha dem ostrado que una m ala o buena palabra, un golpe o una caricia, pueden m odificar en el cerebro del niño todo el sistema neuronal, destruir para siempre una estructura o crear una nueva. A pesar de que el cerebro de un adulto no tiene ya la plasticidad del ce­ rebro infantil, está com probado que pueden obtenerse resultados muy positivos mediante el aprendizaje o la au­ tosugestión, el entrenam iento de la m em oria y el ejerci­ cio constante del cerebro. El envejecim iento es un proceso degenerativo. Paul Baltes, el decano de los investigadores del envejecimien­ to, se esfuerza sin tregua desde hace años p or transmitir una imagen realista de la vejez. En algunos estudios so­ 202

U na lucha por la cabeza

bre la capacidad m ental «se ha probado que en el tra­ mo entre los veinte y los setenta años disminuye sólo una parte de estas facultades (por ejem plo la velocidad); el vocabulario, sin em bargo, se m antiene, o incluso va en aumento. Como prueba el más allá de los setenta disminuyen los cinco sen­ tidos. A pesar de esta merma general y nada insignificante, la capacidad intelectual varía enorm em ente en las eda­ des más avanzadas: la capacidad de cualquier sujeto de quince años, por ejemplo, estaba claramente por encima del valor medio de un septuagenario»132. Los estudios del profesor Baltes y otros expertos han examinado, m edido y comparado estadísticamente una gran cantidad de estas mermas de capacidad. Así hemos sabido que a las personas muy mayores cada vez les cues­ ta más distinguir entre la inform ación im portante y la que no lo es, que la dism inución de la capacidad sen­ sorial req u iere ser com pensada con la capacidad inte­ lectual, y que las reservas de energía están en constante disminución. Todos ellos son procesos que se ven agra­ vados a muy avanzada edad p or la dem encia y el Alzheimer, sobre todo a p artir de los noventa años. La estabi­ lidad en la llam ada «cuarta edad», la más avanzada, consiste en alcanzar un difícil equilibrio a base de una lucha constante, p ero este eq u ilib rio se puede alcan­ zar también mediante la simplificación consciente de la vida cotidiana. A quí los lím ites tam bién se van despla­ zando, y en el m om ento en el que la ola de edad alcan­ ce su punto máximo — a partir de 2020— se verán de ma­ nera com pletam ente diferente133. Todo esto, sin embargo, constituye un proceso muy in­ dividual e individualizado. Incluso si llega a ocurrir, es di-

Berlín,

Estudio sobre el envejecimiento de

El complot de Matusalén

fícil saber cómo reaccionará cada persona ante la pérdi­ da de ciertas facultades. Como en otros muchos ámbitos, hemos de definir de nuevo las normas. Cuando envejezca no cambiará de un día para otro, como sugiere la sociedad. El hecho de que se lo sugiera se debe a que el envejecim iento, a lo largo de cientos de siglos, ha sido definido siem pre desde la perspectiva de la mayoría, es decir, de los jóvenes. Para nosotros, los de hoy, la perspectiva sobre la vejez cambiará también ju n to con las circunstancias de la ma­ yoría. Para nuestra sociedad y nuestras instituciones, para nuestra política y nuestro sistema social, para nuestras familias y nuestro yo, el estereotipo no puede ser la rui­ na, como la evolución y cientos de miles de años de his­ to ria d el h an inculcado en n u estra con­ ciencia. La norm a es distinta; incluso lo es ya pára una cohorte nacida en el p rim er cuarto del siglo xx: en las personas sometidas a la prueba se detectó «una reduc­ ción del nivel de resultados memorísticos», pero no de la propia capacidad de la m emoria. Quien ha vivido durante mucho tiempo en una ciudad — es decir, quien ha envejecido en ella— no suele p er­ derse. Conoce los atajos y sabe volver a casa. Esto es lo que ocurre con la experiencia: puede que la velocidad de per­ cepción disminuya con la edad, y, naturalmente, existe la demencia como enferm edad de perfil propio. Pero a los que le digan lo contrario, empezando por usted mismo, se les puede rebatir aduciendo que los estudios señalan que la capacidad de aprendizaje no remite hasta una edad muy avanzada134. El «mantenimiento de la capacidad de aprendizaje — dicen los científicos con precaución cien­ tífica— , indica que en ausencia de enferm edad demen-

Homo sapiens

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U na lucha por la cabeza

cial, la capacidad de intercambio sensato de información, como presupuesto para la participación intelectual en los acontecimientos del m undo exterior, se mantiene hasta edades muy avanzadas». La falsa ilusión de juventud no puede apelar de nuevo a la velocidad. W olf Singer, director del Instituto Max Planck para la Investigación del Cere­ bro de Fráncfort, ha calculado que las corrientes cere­ brales se hacen más lentas con la edad. Pero puede de­ mostrar que en compensación sucede algo diferente: el viejo cuenta con muchos trucos, pues en cierto modo co­ noce los atajos, y con su ayuda puede alcanzar la veloci­ dad del m ásjoven. Esta rehabilitación científica de lá experiencia no ha llegado todavía a nuestra sociedad, pero ha de convertirse en uno de nuestros recursos más valiosos en el futuro. Así pues, el cerebro, al igual que puede sufrir daños reales como consecuencia del m altrato verbal, puede recupe­ rarse mediante la aplicación del correcto conocimiento sobre sí mismo. Para decirlo claramente: no se trata de privar de su es­ panto a través de la estadística a una fase de la vida a la que probablem ente todos llegaremos. Se trata de corre­ gir algo fundamental: incluso con los conocimientos ac­ tuales, albergamos sobre el envejeci­ miento absolutamente falsos; los modelos y las imágenes fomentadas por la televisión y la publicidad nos arrastran hacia una caricatura bidimensional, anacrónica y horren­ da de nuestra propia conciencia. Es como un desterrado camino del exilio.

conceptos normativos

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o n s e jo s d e l c o r a z ó n m a d u r o

L a s experiencias no son algo abstracto. La naturaleza ha previsto la existencia de personas mayores para que transmitan todo tipo de experiencias; ésta es la única cau­ sa por la que las mujeres podían sobrevivir algunos años más tras la llegada de la m enopausia. Tenían que em­ plear los años así ganados en enseñar técnicas de super­ vivencia a sus hijos. En los libros de supervivencia y de nos explican por qué cuando sentimos m iedo y nos vemos amenazados reaccionamos aún como si nos estu­ viera atacando un tigre dientes de sable. Según la medi­ cina deportiva, para m antener el cuerpo sano debemos adaptarlo a las condiciones de la Edad de Piedra, aunque esto signifique tener que correr cada mañana en círculos durante una hora controlando el pulso. Resulta curioso que este eficacísimo principio de nues­ tra eyolución haya sido tan poco aplicado al aspecto in­ telectual. El cuerpo reacciona ante el estrés descargando adrenalina; ¿cómo reacciona la m ente ante una amena­ za que conoce, pero no ha ocurrido aún? Ya hemos hecho una dem ostración en los apartados precedentes. Como es habitual en las movilizaciones, he­ mos empezado gritando en voz muy alta. Les he hecho

fit-

ness

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El complot de M atusalén

asustarse ante algo que la estadística describe como des­ tino inevitable, que la política conoce aunque no hace nada, y sobre lo que los medios de comunicación infor­ man a diario. En los capítulos anteriores ubicamos nuestros altavo­ ces en todos los lugares y calles disponibles, pero no con la intención de dejarle sordo, sino de despertar en usted a ese extraño ser con el que a m enudo, sin darse cuen­ ta, negocia usted su propia vida. A lo m ejor no había oído su voz hasta ahora que yo le aviso. Pero créame, lleva mu­ cho tiempo susurrándole al oído; es esa sosegada voz de abuelo o de abuela que le dice cosas como: «No es tan fie­ ro el león como lo pintan», o «hasta entonces aún tiene que llover mucho», o «todo a su debido tiempo», «toda­ vía queda mucho», y, finalm ente, «la vida sigue». Esta voz sólo pretende sabotearle, debilitar su deter­ minación, hacer desaparecer sus objetivos insistiendo en su experiencia, en la que debe usted creer. Es en cierta m anera el antídoto cultural de la adrenalina. Y para eso estaba la institución del mayor. La persona mayor dice: me he hecho viejo, porque ya ha llovido mucho y todo lo demás. Tal vez recuerde cómo los enanos de de Tolkien llamaban a la puerta y de repente alteraban la historia de aquel plácido recogim iento, del lento, tranquilo y eter­ no tictac de la vejez (el tiene más de cincuenta años) sustituyéndola por el estrépito del peligro, el mie­ do y la m uerte. Usted ya ha vivido algo parecido. ¿Recuerda aún las mañanas de domingo en casa?; ¿recuerda a su padre o a su madre, al abuelo o a la abuela contando historias de la guerra fren te a un café y unos bollos? Y sobre todo, ¿se

El hobbit

hobbit

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C onsejos del corazón maduro

acuerda de cuando no quería term inarse el plato? Ge­ neraciones enteras de niños fueron reprendidos con la misma cantinela: «Algún día lo echarás de menos; cómo se nota que no has pasado una guerra» (a falta de guerras vividas en prim er persona, iban cambiando la referencia al ham bre en A frica). Tal vez se haya preguntado alguna vez por qué lqs re­ cuerdos de los viejos sobre guerras.y catástrofes tienen una relación tan estrecha con la alim entación de los ni­ ños, como si los mayores no pudieran tener hambre has­ ta ver saciados a los niños. De hecho, estaba usted reci­ biendo un legado cultural: en ese m om ento, sin que el propio narrador tuviera la m enor idea de ello, estaba ha­ ciéndole entrega de un replicador biológico básico que dice: vendrán épocas de penuria, sé previsor, come hasta saciarte, ponte gordo, almacena calorías. Nuestro cuerpo, y esto es algo que sabe cualquiera que haya hecho régimen en alguna ocasión, es un vestigio de la Edad de Piedra; está program ado para sufrir privacio­ nes, y reduce su m etabolismo basal cuando las circuns­ tancias así lo exigen. Pero también nuestras historias de familia: los mensajes esenciales que transmitimos a nues­ tros hijos y parientes provienen en su mayor parte de la Edad de Piedra. El poeta Charles Simic se acuerda de unos abuelos extraordinariam ente estrictos, marcados p o r las jerarquías familiares de los Balcanes:

Cuando seas mayor, ya verás. Esto es lo que se dice siem­ pre a los jóvenes. Cuando aún no había cajeros automáti­ cos y había que ir a ver a la abuela para que nos diera di­ nero, debíamos sentamos en silencio a su lado y escuchar su sabiduría que tanto esfuerzo le había costado acumular.

El complot de Matusalén

Todo iba a acabar muy mal; la gente j oven era cada vez más desvergonzada; en sujuventud a los padres se les llamaba de usted y las muchachas se sonrojaban al oír hablar de sexo. Yo estaba muy inquieto, sentado en el borde del asiento, asintiendo ante las lamentaciones de mi abuela con toda vehemencia y esperando que abriera el monedero para dar­ me un par dé monedas135. El abuelo y la abuela nos sustentan con sus historias; escucham os sus consejos porque han sido previsores y pueden darles a los nietos algo de lo poco que les queda. Existen innum erables copias idénticas de esta historia, y si pregunta a sus amigos, cada uno de ellos recordará algo muy similar, como haber tirado el bocadillo del re­ creo sin que nadie se diera cuenta. Simic confiesa enervado: «¡Qué nervioso me ponía mi pobre abuela!»; y remata reconociendo: «La triste verdad es que tenía razón». Porque lo que resulta absolutamen­ te incom parable con la situación actual es que todas las abuelas y los abuelos hasta bien entrada la última década del siglo pasado (e incluso, aunque cada vez más rara­ mente, hasta hoy) eran en realidad los mensajeros de una lucha por la supervivencia. Ninguna generación antes de 1945 había tenido nun­ ca unos antecedentes fam iliares intactos, a salvo de de­ sastres colectivos externos. Nosotros, los nacidos a partir de 1950, que hemos sido gestados, sustentados y alimen­ tados en el regazo de la seguridad como ninguna gene­ ración lo fue antes, nos diferenciamos de ellos como los animales del parque zoológico de los animales salvajes que viven en libertad. Todos esos lastimeros abuelitos y abuelitas que vemos alrededor, son en realidad podero210

Consejos del corazón maduro

sas máquinas de combate por la supervivencia, y todos lo­ graron ya su gran victoria antes de llegar a viejos: contra la m ortalidad infantil y las epidemias, la guerra y el ge­ nocidio, el ham bre y el crimen. Siga con el dedo la lín ea de su árb ol genealógico y com probará lo pronto que usted, un hijo del siglo xxi, va a parar a esos tiempos de catástrofes, norm alm ente al llegar a sus abuelos, que en gran medida quedaron mar­ cados en su infancia. Aunque se salte las dos guerras mun­ diales, la gran depresión m onetaria o las revoluciones, su viaje con el dedo índice term in ará en el año 18 5 0 , cuando la expectativa del setenta y cinco p o r ciento de la población alem ána era no superar los sesenta y cinco años de edad. Entre 1850 y 1950 aum entó la esperanza de vida, pero esta tendencia positiva fue compensada en cierta m anera p o r dos guerras m undiales: los eu rop e­ os conocieron la m uerte prem atura y no natural p o r la guerra, el ham bre y el genocidio de una form a desco­ nocida hasta entonces. El resultado para nosotros y para nuestro historial fam iliar es que frente a miles de años m arcados p o r la m uerte tem prana, en los que la vejez siempre constituía un triunfo contra la m uerte, nos en­ contramos ante la experiencia absolutamente del envejecimiento natural, que se prolonga durante cincuenta años. La vida equivalía n guerra, y vivir equivalía a sobrevivir. Los mayores siempre eran los que disfrutaban de un pri­ vilegio: no haber m uerto tem prano como otros compa­ ñeros de generación. Esto generaba una profunda satis­ facción, que alum braba aún a nuestra generación en el cuarto de los niños: ese dulce triunfo y ese grandioso con­ suelo docum entado hasta en los misales, consistente en

tura

contra na­

El complot de Matusalén

el hecho de que, aunque a uno ahora ya le quedara poco para morir, habría podido m orir mucho antes. El que m oría a muy avanzada edad no sólo había co­ nocido el mundo: sabía todo lo que hay que saber sobre el mundo y la vida. La sensación de que no hay nada nue­ vo bajo el sol y que por tanto tampoco se pierde uno nada p o r m orirse — o la opuesta de que si se tiene suerte se puede vivir el tiempo suficiente para comprender el mun­ do en tero — se esfum ó en el últim o siglo. Max W eber dice en escrita poco después de la I Guerra Mundial, que el hom bre m oderno ya no pue­ de m orir «viejo y harto de vivir» como Abraham, porque la vida actual siempre le plantea nuevos retos, algo que le gustaría conocer. Ya no podem os salir de los contor­ nos de lo experim entable, a diferencia de los adultos de épocas muy remotas. Por eso, para nosotros, la m uerte ya no tiene ningún sentido cultural. Los jóvenes temían la mágica fuerza de la superviven­ cia de los viejos. Les creían capaces, incluso a edad muy avanzada, de acabar con todo de m anera tan fulminante, que hiciera tam balearse los principios vitales de todos ellos. El escritor polaco Andrzej Stasiuk recuerda a su «ve­ cino, un hom bre del campo, un pastor que se estaba mu­ riendo. Cuando se dio cuenta de que agonizaba, le dyo a su mujer: “Lleva a las ovejas al bosque para que se las co­ man los lobos”. No era una metáfora, no era retórica, pues durante toda su vida había tenido que vérselas con esos lobos. Pero al mismo tiempo sus palabras encerraban una chispa de profunda intuición, que le revelaba que debe­ mos afrontar la muerte tan solos y tan desnudos como el día de nuestro nacimiento. Aunque los viejos antes nos la transmitían, la cultura moderna ha olvidado esta lección».

La ciencia comoprofesión,

Consejos del corazón maduro

Nuestra sociedad ya no contempla la muerte como algo que irrum pe desde el exterior, como un acontecimiento imprevisible, sino como el final natural del proceso vital a una avanzada edad nada natural; en el m ero hecho de ser y hacerse viejo no ve un triunfo, ni una victoria so­ bre la temporalidad, ni tampoco un verdadero privilegio. Ante ella, todos estamos solos; para lo que se nos avecina no existen modelos que seguir. Los consejos de los viejos eran la disculpa para que el grupo de los jóvenes les de­ jasen vivir: sabían del tiempo, de la tierra, de los anima­ les; más tarde, de los caprichos del amo y de las estrate­ gias del soberano; finalmente, en las décadas que duró la anterior República Federal de Alemania, aunque nadie prestaba ya atención a sus consejos, como pasaba con la abuela de Simic, éstos se habían convertido en una m o­ neda fuerte, en el resultado más evidente de la previsión y del saber vivir. Pero ya se ha terminado. Como muchos viejos consu­ m en lo que pocos jóvenes producen, los jóvenes les ven como caníbales, y el mensaje biológico codificado «pre­ visión» suena a broma. Hacerse viejo no es más que el re­ sultado normal de una alta esperanza de vida. Pero no de­ beríamos damos por vencidos tan pronto ni vemos antes de tiempo como una futura carga, algo a lo que nos abo­ ca ya hoy la estadística. Los de ahora que envejezcan en el futuro cuentan con otro triunfo; un triunfo que deben agradecer a su cabeza y a su fantasía. El apocalipsis que les amenazaba-a diario no llegó a producirse; al contra­ rio que la generación que nos precede, cuando seamos viejos podrem os estar orgullosos de lo que rao hicimos.

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S e n tir s e jo v e n no equivale en absoluto a engañarse a uno mismo, p o r mucho que los combatientes en el cam­ po de la selección sexual lo vean de otra form a. El «no puede uno hacerse viejo» es un reproché que tenemos que oír a partir de los cuarenta años. Ya hemos visto que resulta fatal; yo diría que incluso criminal. Nosotros so­ mos los únicos que podemos definir lo que significa en­ vejecer, y es sin duda una empresa que sólo puede tener visos de prosperar si todos los pasajeros del barco de la evolución comparten los mismos intereses. Si la esperanza de vida se m antiene o incluso sigue en aumento, la gen­ te de hoy y del mañana se verá asaltada por la misma pre­ gunta: ¿cómo vamos a vivir esos cincuenta años que no es­ taban previstos en el programa natural de supervivencia? La cuestión es cómo adaptar al hom bre prehistórico que albergamos a una esperanza de vida casi quintuplicada. De hecho, el hom bre ha desarrollado técnicas para acelerar la evolución, o, m ejor dicho, para m etérle ver­ dadera prisa. Como la evolución le resultaba muy lenta, inventó la cultura; para no depender de los viejos y su sa­ biduría, hace'siete mil años inventó la escritura. Así co­ m enzó a flu ir la corriente entre el carácter biológico y 217

El complot de Matusalén

la cultura, que no es más que la evolución bajo control humano. Si nuestros músculos son demasiado débiles, in­ ventamos la rueda; si nuestro cerebro es demasiado lento, inventamos los ordenadores; si nuestras almas se sienten yermas, desarrollamos las artes. La cultura produce una imagen amable de uno mismo y, además, establece mo­ delos: en las personas que son viejas de verdad, el mie­ do social al ridículo p o r intentar conservar una imagen ju ven il es com parable a una amputación, y produce un gran tem or en las personas. Cada individuo — no la sociedad— debe decidir por sí mismo lo que significan para él esos años adicionales. «Me siento m ucho m ásjoven de lo que soy.» Se dice lo mismo a los treinta, cuarenta, cincuenta e incluso a los noventa. Esta frase, según muestra no sólo el estudio rea­ lizado en Ohio, sino también el logra en realidad lo que pretende. «Sentirse jo ­ ven» no es un autoengaño; es una declaración muy efec­ tiva136. Los más jóvenes exhiben su sonrisa irónica, pero todavía ignoran que la voluntad de ser joven es la volun­ tad de vivir. Jacob Grimm no sólo nos dejó en sus cuentos aquellas horribles brujas caníbales que convierten a los niños en animales. Escribió además una obra titulada en la que muestra cómo interpretaba la vejez una socie­ dad ahorrativa: «Entre nuestros antepasados era usual un cálculo progresivo de la esperanza de vida, que el padre de la familia deducía a partir de los objetos más cercanos: una cerca dura tres años, un p erro dura lo que tres cer­ cas, un caballo alcanza la edad de tres perros, un hombre la edad de tres caballos, lo que da un resultado de ochen­ ta y un años»137.

de Berlín,

Estudio sobreel envejecimiento

Sobre la vejez

U na nueva definición de uno mismo

A nuestro alrededor ya no hay nada a partir de lo cual podamos calcular nuestra propia edad. Nuestro calen­ dario es el rostro. Debe estar preparado, porque cuando sea abuelo o abuela aún le sorprenderá la diferencia en­ tre lo que ve en el espejo y lo que es usted, y añorará los años pasados. Los participantes en el hom bres y m ujeres de entre setenta y cien años, m anifestaron de m anera unánim e sentirse com o si tu­ vieran doce años menos de los que tenían en realidad, y en prom edio catalogaron su aspecto como el correspon­ diente a una persona nueve años y medio más joven. En general, estas estimaciones aum entaban un poco con la edad: los nonagenarios decían sentirse dieciséis años más jóvenes, estimaban que su aspecto era el de una perso­ na catorce años más joven, y desearían tener sesenta años. El veintidós por ciento de las personas de setenta a setenta y nueve y de noventa a noventa y cuatro expresaron su de­ seo de alcanzar la siguiente década (es decir, de cum ­ plir ochenta y cien años respectivam ente). A l parecer, es propio de la condición humana, y un he­ cho fundamental de la vida de las personas, no sólo ser más joven, sino de hecho también más joven, y así lograr s^rmásjoven. Pero esto también significa que más adelante las cosas no nos van a dar igual en absoluto. Esta narcotizante idea constituye un trágico erro r de las personas más jóvenes, una autoim posición p o r adelan­ tado. Sobre todo, no siga pensando que cuando sea viejo vivirá plácidamente de recuerdos del pasado y que lo úni­ co que le quedará p o r esperar de la vida será la muerte. A usted no le va a dar todo igual, y lo que más le dolerá será el haber tenido unas ideas tan equivocadas sobre la

Berlín,

Estudio sobre el envejecimiento de

sentirse

desear

El complot de Matusalén

vejez a lo largo de toda su vida. El nivel de satisfacción personal de las,personas mayores, según prueban rele­ vantes estudios, es m uy su p erior a lo que generalm en­ te se supone138. Cuando piense en su propia vejez tampoco se imagi­ ne un estado nebuloso* gris y de relativa inconsciencia, u n a especie de segunda inocencia, que le m ostrará la m uerte como una maravillosa vía de escape. Puede que así sea, pero no es lo norm al. Menos de la décim a parte de los encuestados del — elaborado en el punto álgido del contrato genera­ cional vigente— pensaba a m enudo en la m uerte y en morir, y las encuestas revelaron que los propios ancianos rechazan el prejúicio del «aislam iento social», el cual tiene una relevancia muy in ferio r a la que le damos en general. Naturalmente, esto no quiere decir que todas las per­ sonas de avanzada edad estén sanas. Muchas de ellas pa­ decen graves perjuicios en el aparato locom otor e inclu­ so sensorial. Además, a partir de los ochenta años el riesgo de padecer Alzheimer se incrementa notablemente. Pero el ha desvelado mu­ chos datos que prueban que la vejez no se vive como un infierno social, como se imaginan los jóvenes. La mayo­ ría de las personas mayores parecen estar satisfechas con sus vidas; dos de cada tres se sienten más sanas que sus coe­ táneos, y casi una de cada cinco se ve igual de sana que la gente de su misma edad. Cuanto mayor es una persona, más sana se considera en comparación con las personas de su misma edad. Aun­ que parece ser un e rro r de perspectiva, al fin y al cabo es un error que hace la vida más llevadera. Más de dos ter­

lín

Estudio sobre el envejecimiento de Ber­

Estudio sobre el envejecimiento de Berlín

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U na nueva definición de uno mismo

cios de las personas m ayores opinan que están en con­ diciones de decidir sobre sus propias vidas, y además se sienten autónom os e independientes. Más de nueve de cada diez ancianos tienen m arcados proyectos de vida, y sólo un tercio vive más de recuerdos del pasado139. Ge­ neralm ente imaginam os la vejez com o una especie de epílogo de la vida, pero los ancianos en realidad se sien­ ten como si estuvieran leyendo un em ocionante relato en una revista. Van justo por la mitad, y les queda mucho p o r delante.

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e spu é s de n o so t r o s

El cuestionario: ¿Está seguro de que la conservación del género humano, cuan­ do ustedy todossus conocidosya no estén aquí, leinteresarealmente'? ¿Porqué?Basta conpalabras clave. ¿Cuántos hijos suyos no han venido al mundopor voluntad suya? Responda a las preguntas que en 1966 planteaba el es­ critor suizo Max Frisch en su cuento El dog­ ma de que «hay que pensar en nuestros hijos» no ha pro­ ducido resultados demasiado alentadores en los últimos cien años; mucho menos si tenemos en cuenta el creciente núm ero de personas sin hijos. No hay más remedio; tiene usted que hacer algo hoy. Debemos actuar políticamente y construir nuestro refu­ gio en el futuro, un cometido que abarca hasta la supre­ sión de barreras arquitectónicas en nuestras ciudades e instituciones. Da igual si se tienen treinta, cuarenta o cin­ cuenta años; de la misma manera que tenemos que guar­ dar dinero para la vejez, debem os tom ar m edidas inte­ lectuales, físicas y estéticas que nos aseguren algo más que la manutención: la identidad. El estudio realizado en Ohio

El cuestionario.

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El complot de Matusalén

muestra que de este modo las generaciones venideras po­ drán recibir la herencia más valiosa que les podemos de­ jar: una imagen de su propia vejez libre de autorrechazo. Nuestros hijos, a los que se augura una esperanza de vida de cien años, deben replantearse la sección áurea de sus vidas, sus parámetros. Las personas de hoy somos emisarias; form am os una generación de transición que en­ laza dos periodos de tiempo muy diferentes. Así y todo, nosotros, los que nacimos el siglo pasado, como mani­ festó hace poco el rom anista Hans-Ulrich Gum brecht, podríam os ser de los que están em pezando «a salvar la exageradamente minuciosa separación entre filosofía por un lado y teología por otro»140. El incontenible proceso de disolución y disgregación de lo que aprendim os en el siglo x x está en plena m ar­ cha. Es muy previsible que lleguem os a viejos sin pasar por una guerra mundial. Nuestra responsabilidad frente a nuestros descendientes no consiste en seguir siendo etem am entejóvenes, ni en negar nuestro envejecimien­ to, ni en quitamos de en medio, hacernos invisibles o es­ condernos. Nuestra tarea consiste en reform ar el calen­ dario dem uestra vida social. Consiste en com batir la discriminación de la vejez cuando sea necesario y por me­ dios políticamente correctos en principio. Y en lo que se refiere a modelos e imágenes propias, consiste en sentar un antecedente y dar ejemplo a las generaciones venide­ ras de cómo vivir la vejez. El eslogan político que nos recom ienda pensar en mis nietos, com o lúcidam ente observó el p oeta G ottfried Benn, equivale a «autoimposición y desplazamiento de la responsabilidad m oral en épocas de incertidum bre»: «Ninguna época de gran creatividad ha pensado en sus 224

D espués de nosotros

nietos, sino en dar form a y expresión a su propia sustan­ cia. Cuando no es así, viene el pensar en los nietos [...] el desvío de los abuelos de sus quehaceres»141. Este desvío, esta pérdida de tiempo, ya no nos los podemos permitir: el mecanismo está en marcha, y si en los próximos años los hijos del no logran destruir los estereotipos sobre la vejez, la crisis em ocional de una sociedad en la cual la m itad vivirá con m iedo a la vejez ahogará nues­ tra alegría de vivir. Hasta que no desintoxiquemos la imagen del envejeci­ m iento y la liberemos de las contaminaciones industria­ les del mercado consumista y ávido de las últimas noveda­ des, no podremos contar con crecer y tener descendencia en esta parte del m undo cada vez más grande. En con­ traste con las transform aciones globales del m edio am­ biente, según el experto demógrafo Herwig Birg, «todos los problem as dem ográficos residen sin excepción al­ guna en la conducta hum ana. Por tanto, e n manos del hom bre está construir el futuro de la sociedad conforme a sus propias ideas»142. Todos conocem os la sensación de p erd er el tiem po cada día, casi cada hora. Los «años perdidos» que le fue­ ron robados p o r dos guerras a tres generaciones de eu­ ropeos son ahora días y horas perdidas. Mientras los sin­ dicatos luchan por más tiempo libre, el tiempo psicológico se conyierte en un recurso amenazado. La televisión y los ordenadores se consideran una pérdida de tiempo; irra­ dian m ala conciencia, pues nos roban la ocasión de ha­ cer otras cosas: aprender, leer, educar a los niños, conversar, descansar. Estas preocupaciones son inquietudes propias del si­ glo pasado. En nuestro caso no se trata de perder tardes

baby boom

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El complot de Matusalén

enteras en la salita; se trata del rechazo a la propia vida. A m edida que aum enta el tráfico, vamos construyendo más carreteras; a medida que conquistamos el cielo, cons­ truimos aviones; hemos modificado nuestras casas y pisos para que sean más habitables, y como cada vez había que hacer llegar más información a más personas, nos hemos ocupado de que los datos puedan ir del remitente al des­ tinatario desde cualquier parte y en cualquier momento. Para todo hemos encontrado una vía, una carcasa, un al­ macén, una red o una institución. Imagínese que tuviéramos todo lo que tenemos — co­ ches veloces, gasolina súper, citas, mucha prisa— con la red viaria de la Guerra de los Treinta Años. Así ocurre con la duración de nuestras vidas y nuestros currículos. Nues­ tros currículos están adaptados para la m itad de nues­ tra vida, para el periodo evolutivam ente optimizado, el más corto. A todos se nos han quedado pequeños esos modelos de vida, como a los niños la ropa cuando crecen. Fíjese usted en un rostro, por ejemplo, en un autorre­ trato de Rembrandt. Un especialista en historia del arte, un psicólogo y un neurólogo han intentado interpretar m ediante categorías propias de la geriatría los autorre­ tratos de Rembrandt de los años 1 6 2 9 ,1 6 5 0 y 1669. Han descifrado lo que la mirada inocente también es capaz de descifrar: la fisonom ía va envejeciendo en los cuadros; pero a la vez envejece el segundo rostro: la visión, la idea del cuadro, que es algo más que un cuadro. El viejo Rem­ b ran d t a los sesenta y tres años se m uestra en una dra­ mática profundidad y refracción, que ha sido captada por generaciones de observadores143. La sabiduría de la so­ ciedad de la inform ación consistiría en que uno apren­ diera a m irar a las personas y los rostros sin sentirse inti226

D espués de nosotros

xnidado. Bastaría con mostrar interés. Las artes ya nos han enseñado cómo la form a de m irar y las imágenes y este­ reotipos milenarios pueden modificarse. Tenemos que replantearnos lo que nuestra cultura y nuestra biología nos han transmitido sobre la vejez. Para decirlo con sencillez, ya no tienen razón. Se acabó la in­ cuestionable suprem acía de laju ven tu d sobre la vejez. Pero también se acabó lo de la clásica tercera edad. El crí­ tico literario y filósofo Robert Pogue Harrison, en su en­ sayo m uestra cómo puede pro­ ducirse esta liberación de programaciones anteriores. No se trata de someterse al pasado. Se trata de establecer una relación con éste y con el futuro, de manera que hagamos con las personas que vivieron antes o vivirán en el futuro lo mismo que con nuestros antecesores y nuestros hijos. «Convertirse en un m oribundo equivale a haber apren­ dido a vivir como una criatura muerta; o más exactamente: significa aprender a hacer de la propia mortalidad el fun­ damento de las relaciones con los que deben seguir con vida, pero también con los que ya están m uertos»144. La explotación de la fuerza creativa de la vejez y la conser­ vación, el minucioso cuidado de la vida — la protección pues de los dos recursos más derrochados de nuestros tiempos— exigen mucho de nosotros. Ninguna otra ge­ neración ha tenido en la segunda mitad de su vida una ta­ rea que se le pueda comparar.

El dominio de los muertos,

227

Un

p a r d e c ó m p l ic e s d e l c o m p l o t

N o hacía ni diez años que había terminado la II Guerra Mundial, cuando el poeta alemán Gottfried Benn dio una conferencia de gran repercusión con el título de «El en­ vejecimiento como problem a para los artistas», un título que hoy sigue provocando reacciones. No olvidemos que la II Guerra Mundial había arrebatado a generaciones en­ teras el derecho a envejecer. Pero Benn se refería en re­ alidad al mito del m uerto en la plenitud de la vida, a ese estereotipo cultural según el cual la juventud es genial y creativa mientras que la vejez, p o r su parte, es decrépita y consum idora. Así se expresaba entonces el septuage­ nario poeta:

Es muy curioso; es absolutamente sorprendente cuán­ tas personas célebres hay entre las personas de más edad. Voy citarlos brevemente; sólo el nombre seguido de la edad; primero pintores y escultores: Tiziano, 99; Miguel Ángel, 89; Frans Hals, 86; Goya, 82; Hans Thoma, 85; Liebermann, 88; Munch, 81; Degas, 83; Bonnard, 80; Maillol, 83; Donatello, 80; Tintoretto, 76; Rodin, 77; Kathe Kollwitz, 78; Renoir, 78; Monet, 86; James Ensor, 89; Menzel, 90. 229

El complot de Matusalén

Poetas y escritores: Goethe, 83; Shaw, 94; Hamsun, 93; Maeterlinck, 87; Tolstoi, 82; Voltaire, 84; Heinrich Mann, 80; Ebner-Eschenbach, 86; Pontoppidan, 86; Heidenstam, 81; Swift, Ibsen, Björnson, Rolland, 78; Victor Hugo, 83; Tennyson, 83; Ricarda Huch, 83; Gerhart Hauptmann, 84; Lagerlöf, 82; Gide, 82; Heyse, 84; D’Annunzio, 75; Spitte­ ier, Fontane, Gustav Freytag, 79; Frenssen, 82; y entre los que todavía viven: Claudel, 85; Thomas Mann, Hesse, Schrö­ der, Döblin, Carossa, Dörffler, más de 75; Emil Strauss, 87. Lo cierto es que grandes músicos hay algunos menos. Ci­ taré a Verdi, 88; Richard Strauss, 85; Pfitzner, 80; Heinrich Schütz, 87; Monteverdi, 76; Gluck, Händel, 74; Bruckner, 72; Palestrina, 71; Buxtehude, Wagner, 70; Georg Schu­ mann, 81; Reznicek, 85; Auber, 84; Cherubim, 82.

230

A

g r a d e c im ie n t o s

L o s trabajos preparatorios de este libro se rem ontan al año 1999, cuando resultaba previsible que el nuevo mi­ lenio estaría bajo el signo del envejecimiento. Por aquel entonces comenzamos en nuestro periódico, a preguntar a destacados escritores sus impresiones personales ante su propia vejez. Queríamos averiguar si la gran cesura del m ilenio hacía más fácil o más difícil envejecer. Como era de esperar, la sensación de estar viviendo un momento histórico de transición no aliviaba la situación. Desde entonces aprovecho siempre que puedo el pri­ vilegio de poder hablar sobre el envejecimiento con mu­ chos científicos, periodistas y artistas. Con el tiempo, cada vez voy teniendo más claro que nuestro m iedo a la vejez se halla ante un cambio fundamental de orientación, una verdadera revolución. Este libro no es sino una prim era m anifestación de un seísmo que alterará para siempre nuestro m undo y nuestros sentimientos sobre la vida. Les doy las gracias a todos los que me han ayudado con sus consejos, sus actos y sus mensajes de correo electró­ nico. En particular quiero dar las gracias a Stephan Sahm y ajoach im Müller-Jung p or su asesoramiento en mate-

Allgemeine Zeitung,

Frankfurter

El complot de Matusalén

ría de m edicina y bioética, a W olf Singer p o r sus alenta­ doras enseñanzas sobre el cerebro y su eficiencia en la ve­ jez, a Craig Venter por desvelarme cuestiones relativas al envejecimiento genético, a Monika Stützel y Rainer Flóhl, que me abrieron las puertas de la práctica, a Dieter Gomy por las incursiones en la cultura pop, a Hans Magnus Enzensberger, que me enseñó a com prender creatividad y vejez, ajam es Vaupel y sus colaboradores del Instituto Max Planck de D em ografía p o r perm itirm e utilizar los gráficos, a Matthias Lándwehr por su buena fe, y por en­ cima de todo quiero dar las gracias a Rebecca Casati, que con paciencia infinita me explicó la relación entre edad y cultura pop. Todos me han ayudado, pero ninguno es responsable ni de mis opiniones ni de mis errores.

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N otas

1Vid. P. Schimany, Die Alterung der Gesellschaft. Ursachen und Folgen des demographischen Umbruchs, Francfort, 2003, p. 291. 2Y. Zengy L. George, «Family Dynamics of 63 Millions to more than 330 Millions (in 2050) Elders in China», en Demo­ graphic Research, vol. 2, art. 5, http://www.demographic-rese­ arch.org/volum es/vol2/5/htm l/default.htm. 3 Sobre la discusión del método y el (superado) argumen­ to de que la mayor esperanza de vida se debe a la baja mortali­ dad infantil y la prevención de las epidemias, vid.: http;//www. sciencemag.org/cgi/content/full/296/5570/1029/DCl. 4Vid. Schimany, Alterung, p. 363. 5 Instituto Federal de Estadística, Estudio sobre Desarro­ llo Demográfico en Alemania, 6 de junio de 2003. 6 M. Gendell, «Puede que los hijos de la generación del baby boom comiencen ajubilarse en masa dentro de seis años», en Population Today (Population Reference Bureau), abril de 2002. 7 Sobre el fracaso de la política, Herwig Birg manifiesta: «En la década de 1990, el Bundestag alemán, con la consti­ tución de una comisión para el estudio del cambio demo­ gráfico, suscitó en la opinión pública la impresión de que el Parlamento y el Gobierno empezaban a considerar la im­ 233

El complot de M atusalén

portancia de hacer accesible a los ciudadanos la información sobre las perspectivas demográficas, e incluso de que se pre­ paraban ciertas decisiones políticas constructivas al respecto. Pero las apariencias engañan, y el trabajo de la comisión re­ sultó estéril. A pesar de las numerosas protestas, jamás llegó a publicarse un informe con las conclusiones de su trabajo. Los informes parciales no fueron más que copias de dictá­ menes o resúmenes de los resultados de algunas investiga­ ciones, pero el intento de derivar conclusiones políticas de esos resultados o impulsar un proyecto de actuación política, no fue abordado con seriedad en absoluto [...]. El retraso de esta investigación tienq consecuencias fatales, pues cuando un proceso demográfico como el descenso de la tasa de na­ talidad se trata equivocadamente durante un cuarto de siglo, después es necesario casi el triple de tiempo para corregir la tendencia» (H. Birg, Die demographische Zeitenwende. Der Be­ völkerungsrückgang in Deutschland und Europa, Múnich, 2001, p. 198 y ss.). 8 Según el Anuario 2004 de la revista Der Spiegel, Múnich, 2003, p. 498 y ss. 9 Instituto de Demografía Mundial y Desarrollo Global de Berlín, Newsletter, 9 de octubre de 2003: «Wölfe statt Menschen». 10J. Vaupel, «Testimony before the Senate Special Com­ mittee on Aging», audiencia en TheFuture of Longevity: How Important areMarkets and Innovation ?, Washington, 3 dejunio de 2003 (original). 11J. Vaupel, «Setting the Stage. A Generation of Centenarians?», en The Washington Quarterly, 23:3 (2000), p. 197. 12Vid. G. M. Marten, «Biologyof Aging: The State of the Art», en The Gerontologist,A3 (2003), pp. 272-274. 13 L. Hayflick, «The Future of Aging», en Nature, vol. 408, noviembre de 2000, p. 267. 234

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14 En este punto de la discusión, los investigadores sue­ len remitirse a la segunda ley de la termodinámica, según la cual los sistemas aislados tienden al aumento de su entro­ pía. Tom Kirkwood respondió hace tiempo a este apreciado argumento de charla informal: «La segunda ley de la ter­ modinámica se refiere a sistemas cerrados [...]. Los orga­ nismos como usted y como yo no estamos cerrados, sino abiertos. Para decirlo llanamente: en cada extremo tenemos un orificio. Lo que tragamos luego lo expulsamos, y al ha­ cerlo estamos siempre tomando algo de nuestro entorno. Es la energía, y la energía puede emplearse en la lucha con­ tra la entropía». Vid. T. Kirkwood, El fin del envejecimiento, Barcelona, Tusqueís, 2000. 15 La esperanza de vida no debe confundirse con la dura­ ción de la vida, es decir, con el número de años que una per­ sona ha vivido según fuentes objetivas. Vid. M. Allard, V. Lebre, J.-M. Robine, yJeanne Calment, From Van Gogh’s Time to Ours: 122 Extraordinary Years, Nueva York, 1998. 16J. Oeppen yj. Vaupel, «Broken Limits to Life Expectancy», en Science, voi. 296, mayo de 2002, pp. 1.029-1.031. Los autores, entre ellos el director del Instituto Max Planck de In­ vestigación Demoscopica, manifiestan que no equivale a ser inmortales: «Las discretas tasas anuales de aumento de la esperanza de vida no conducirán a la inmortalidad. Sin em­ bargo, lo sorprendente es que llegar a los cien años será algo natural entre las personas vivas en la actualidad». «Si la espe­ ranza de vida estuviera a punto de alcanzar el máximo, el ré­ cord estaría disminuyendo, pero no es así». 17 R. Brookmeyer, S. Gray y C. Kawas, «Projections of Alzheimer’s Disease in thè United States and the Public Health Impact of Delaying Desease Onset», en AmericanJournal ofPu­ blic Health, 1998, voi. 88, pp. 1.337-1.342.

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18 T. Kirkwood, Elfin del envejecimiento, Barcelona, Tusquets, 2000 . 19 Así de radical es Axel Börsch-Supan en «Global Aging an der Jahrtausendwende: Die demographischen Heraus­ forderungen des 21. Jahrhunderts», Mannheim, 2002, http: / / www.mea.uni-mannheim.de/mea_neu/pages/files/nopage_pubs/dpl4.pdf. 20 Literal: Sigrun-Heide Filipp y Anne-Kathrin Mayer en el resumen del informe sobre su gran estudio Bilder des Alters, Alterstereotype und die Beziehungen zwischen den Generationen,

Stuttgart, 1999, p. 277. 21A este respecto, especialmente en Estados Unidos exis­ te tal cantidad de descripciones subjetivas e informes objeti­ vos, que no cabe sino asombrarse de la resignación con la que envejecemos. Vid. también U. M. Staudinger, A. M. Freund, M. Linden e l. Maas, «Selbst, Persönlichkeit und Lebensges­ taltung im AJter: Psychologische Widerstandsfähigkeit und Vulnerabilität», en Estudio sobre el envejecimiento de Berlín, Ber­ lín, 1999, pp. 321-350. 22 B. R. Levy, M. D. Slade, S. R. Kunkel y Stanislav Kasl, «Lon­ gevity Increased by Positive Self-Perceptions of Aging», en Journal of Personality and Social Psychology, 2002, vol. 83, nQ2, pp. 261-270. 23 «Statement of Paul R. Greenwood, Deputy District At­ torney, Head of Elder Abuse Prosecution Unit, San Diego, DA’s Office», en Saving our Seniors, comparecencia ante la Co­ misión del Senado, 14 de junio de 2001. 24 Cita en H. Schlaffer, Das Alter. Ein Traum vonJugend, Múnich, 2003, p. 18. 25Eurípides, Hiketiden, pp. 1.108-1.112yss.;yvid. G. Guts­ feld y W. Schmitz, Am schlimmen Rand des Lebens ?Altersbilder in der Antike, Colonia, 2003, p. 69. 236

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26 A. Lyman y M. Edwards, «Poetry: Life Review for Frail American Indian Elderly», en Journal of Gerontological Social Work, (1989), 14, pp. 75-91. Vid. J. Kotre, «Weiße Hands­ chuhe», en Wie das Gedächtnis Lebensgeschichten schreibt, Mu­ nich, 1996, p. 228 y ss. 27 T. Roszak, «America the Wise: Boomers, Eiders and the Longevity Revolution», comparecencia ante la Sociedad Ame­ ricana del Envejecimiento, 46 Congreso Anual, San Diego,

2002.

28 Sobre la cuestión de la exactitud del estudio de pobla­ ción, vid. también M. Bretz, «Zur Treffsicherheit von Bevöl­ kerungsvorausberechnungen», en Wirtschaft und Statistik, 11/2001, pp. 906-921. 29 H. Birg, Die demographische Zeitenwende. Der Bevölkerungs­ rückgang in Deutschland und Europa, Múnich, 2001, p. 89,. 30 Schimany, Alterung, p. 288. 31 Vid. Peterson, «Gray Dawn: The Global Aging Crisis», en Foreign Affairs, voi. 78, nQ1 (1999), p. 44. 32 Los resultados citados provienen del 10QEstudio Co­ ordinado Demoscopico; se refieren al total de la población (alemanes y extranjeros en conjunto) en todos los casos. El estudio fue realizado con nueve variantes, combinando en cada caso esperanza de vida baja, media y alta, con el fenó­ meno de la inmigración (saldo migratorio anual respectivo de unas 100.000, 200.000 y, a partir de 2011, 300.000 perso­ nas) ; partiendo de una tasa de natalidad de 1,4 hijos por mu­ jer. La variante media (variante 5) abarca la suposición me­ dia de esperanza de vida e inmigración. La variante con un envejecimiento más acusado (variante 7) se basa en el su­ puesto de baja inmigración y gran aumento de la esperanza de vida; la variante con menor envejecimiento (variante 3) parte de una alta inmigración y un escaso aumento de la es­ 237

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peranza de vida. La cifra de población inferior (variante 1) resulta de un escaso aumento de la esperanza de vida y de una baja inmigración; la de cifra de población más alta de un gran aumento de la esperanza de vida así como de la inmi­ gración. El resto de los datos proceden de Birg, Zeitenwende, pp. 108-136. Vid. los comentarios críticos de G. Bosbachs so­ bre el tema y el Instituto Federal de Estadística de Alemania, que se encuentran en Internet como «Sozialforum Dort­ mund». 33 Birg, Zeitenwende, p. 125. 34 8- y 9- Encuesta Demoscopica del Instituto Federal de Estadística de Alemania (variante 2) ;Vid. Schimany, Alterung; p. 268. 35 Frankfurter Allgemeine Zeitung, nQ12,25 de enero de 1997, p. 5; vid. C. Conrad, «Die Sprache der Generationen und die Krise des Wohlfahrtstaates», enj. Ehmery P. Gutschner, Das

Alter im Spiel der Generationen. Historische und sozialwissenschaf­ tliche Beiträge, Viena, 2000, p. 56. 36J. Vaupel, «A Generation of Centenarians», en Washington Quarterly, 23:3, 2000, p. 199. 37 N. Struss y O. Wintermann, Der Schuldenfalle entkommen. Determinanten öffentlicher Verschuldung und Strategien zur Si­ cherstellungfinanzieller Nachhaltigkeit, Bertelsmann Stiftung,

Gütersloh, 2003. 38 S. Huntington, The Clash ofCivilizations and theRemaking of World Order, Nueva York, Simon 8c Schuster, 1996. [El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, Barcelo­ na, Paidós, 1997.] 39 En el año 2000: Italia 24,2 por ciento; Grecia 23,9 por ciento; Alemania 23,2 por ciento; en el año 2050: España 43,2 por ciento, Italia 41,2 por ciento. 40 Schimany, Alterung, p. 289.

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41 Birg, Zeitenwende, p. 123. 42 Birg, Zeitenwende, p. 134: «El índice de envejecimiento (conforme a la definición que utilizamos del umbral de edad 20/60) en Alemania aumentaría incluso en el caso de alta in­ migración; por ejemplo, hasta 2050 del 39,8 al 90,7». 43 Ibid. 44Apuleyo, Apología, Florida, Editorial Gredos, S. A., 2002; vid. Gutsfeld y Schmitz, Am schlimmen Rand, p. 77. 45 P. Borscheid, «Alltagsgeschichte», en B. Jansen, F. Karl, H. Radebold y R. Schmitz-Scherzer, Soziale Gerontologie. Ein Handbuch fü r Praxis und Lehre, Weinheim, 1999, pp. 127131. 46 Gutsfeld y Schmitz, Am schlimmen Rand, p. 16. 47 P. G. Peterson, Gray Dawn, p. 50 y ss. 48Demographischer Wandel aus Sicht der Bundesbürger, encuesta del Instituto Forsa por encargo de la Fundación Bertelsmann, Gütersloh, mayo de 2003; www.bertelsmann-stiftung.de. 49 P. G. Peterson, Gray Dawn, p. 43. 50 K. Dychtwald, Age Power. How the 21st Century Will be Ru­ led by the New Old, Nueva York, 2000, p. 21. 51 K. Dychtwald, Age Power, p. xvi. 52 F. Brock, «Assisted Living to Viagra: A Dictionary Nod to Aging», en New York Times, 9 de noviembre de 2003. 53 K Lorenz, Das sogenannte Böse. Zur Naturgeschichte der Ag­ gression, Viena, 1963, p. 195. [Sobre la agresión, el pretendido mal, Barcelona, Siglo XXI, 1992.] 54 Estudio sobre el envejecimiento de Berlín, p. 2 31. 55Y precisamente en un caso en el que el mandato repro­ ductor resulta absurdo, pues se trata de relaciones eróticas entre homosexuales. 56J. Huizinga, El otoño de la Edad Media, Madrid, Alianza Editorial, 1996. 239

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57 D. Lang, «Baby Boomers, Beware: What You’re Thinking Could Kill You», BoomerCareer.com, Allegiant Media, 7-102003. 58 Osier, como en un relato de Trollope, sugiere finalmente que habría que matar a la gente con cloroformo al llegar a los sesenta años. Tras la controversia suscitada por estas palabras, alegó que únicamente había pretendido hacer una broma. Vid. L. D. Hirshbeen, «William Osier and the Fixed Period», en Archives ofInternal Medicine, vol. 161, septiembre de 2001, pp. 2.074-2.078. 59 Schimany, Alterung, p. 321. 60 S.-H. Filipp y A.-K. Mayer, Bilder des Alters. Altersstereotype und die Beziehungen zwischen den Generationen, Stuttgart, 1999, p. 184. 61 B. Rosen y T. H. Jerdee, «The Nature of Job Related Age Stereotypes», en Journal ofApplied Psychology, 61, pp. 180-183; vid. Filipp y Mayer, p. 185. 62 Filipp y Mayer, p. 191; las autoras nos remiten al inte­ resante estudio de P. Warr, «Age and Job Performance», en J. SnelyR. Cremer, Work and Aging: A European Perspective, 1994, pp. 377-380. 63 Hirshbein indica que Osier acertó de lleno en la defi­ nición de masculinidad en función del trabajo. 64 Schimany, Alterung, p. 321 y ss. 65 Filipp y Mayer, Bilder, p. 209 y ss. 66 R. Dilley, «Ageism Hits Generation X?»; BBC News, mar­ tes, 10 de junio de 2003. 67J. Vaupel, «Setting the Stage: A Generation of Centena­ rians?», en The Washington Quarterly, 23:3 (2000), p. 199. 68 Soy consciente de que se me puede rebatir con el ejem­ plo contrario, pero ello no altera la falta de exactitud de los hallazgos. Los viejos sólo salen airosos cuando la situación de 240

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los intereses de los jóvenes así lo permite. En principio es­ torban, y lo mejor es que desaparezcan cuanto antes. El Diá­ logo de la vejez de Cicerón, una de sus obras de existencia más bien marginal, se nos muestra hoy como un cierto estímulo en las jubilaciones de empresa o en esos cumpleaños redon­ dos, pero en ningún lugar se ha impuesto con fuerza. Com­ párese la excelente exposición de reciente aparición de Guts­ feld y Schmitz (eds.) en Am schlimmen Rand des Lebens? Altersbilder der Antike, Colonia, 2003, donde se trata el tema de Esparta como gerontocracia clásica. 69 A. Gutsfeld y W. Schmitz (eds.), Am schlimmen Rand. 701. Svevo, La historia del buen viejo y la bella muchacha, Bar­ celona, El Acantilado, 2004. 71 Naturalmente, también hay excepciones en el cine o en estudios sobre gerontocracias tradicionales, como la que sub­ siste en Navrongo. Vid. T. Kirkwood, Elfin del envejecimiento, Barcelona, Tusquets, 2000. La literatura desde Svevo hasta Hesse y Max Frisch contempla la existencia del héroe viejo, pero casi nunca de la heroína. El autor de la sociedad enve­ jecida es Beckett. 72 Schimany, Alterung, p. 264. 73 Me resulta muy interesante que la expresión tan poco frecuente en nuestros días de «el sentido de la vida» aparezca en los actuales escritos de un experto economista. Y precisa­ mente en el libro de Meinhard Miegel, Die d£formierte Gesellschaft. Wie die Deutschen ihre Wirklichkeit verdrängen, Múnich, 2002. Que un científico de la economía, que se supone adusto, plantee de nuevo como destacada la cuestión del sentido de la vida, y que la respuesta no sea el consumo, es contrario a toda cultura. Cito de Miegel, que no es en absoluto sospechoso de dra­ matismos literarios, otra frase más: «Sin embargo, si tampo­ co aumenta (en el siglo xxn) la tasa de nacimientos hasta 241

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un nivel suficiente, las lagunas de población serán tan gran­ des que en un mundo densamente poblado deberán ser cu­ biertas desde el exterior, incluso por medio de la violencia» (M. Miegel, Die deformierte Gesellschaft. Wie die Deutschen ihre Wir­ klichkeitverdrängen, Múnich, 2002, p. 87). 74 H. W. Sinn y S. Ubelmesser, When Will the Germans Get Trapped in Their Pension System, Instituto IFO de Múnich, agos­ to de 2001. 75 Citado por Schimany, Alterung, p. 155. 76 G. S. Freyermuth, «Im Unruhestand. Die neuen Alten rufen die Langlebigkeitsrevolution aus», en c% 25/99. Las ci­ fras que señala Freyermuth respecto a los que quieren seguir trabajando después de cumplir sesenta e incluso cincuenta años deberían ser corregidas a la baja una vez terminado el boom de la alta tecnología. 77Vid. Schimany, Alterung, p. 363, donde simplemente dice: «Los hijos propios representan para los mayores el contacto generacional con nietos y bisnietos, mientras que los mayo­ res sin hijos sólo pueden tener parientes en línea directa den­ tro de la propia generación, que necesariamente van dismi­ nuyendo a medida que pasa el tiempo. Junto con la viudez, la falta de hijos tiene una influencia crucial en la estructura y la función de las relaciones sociales en la vejez. A raíz de la viudedad, la falta de hijos puede provocar un cúmulo de pro­ blemas sociales, hasta llegar el aislamiento». 78 D. Carlton, «Biometrics and the Prevention of Identity Theft», testimonio ante el Comité Especial del Senado sobre Envejecimiento, 18 de julio de 2002. 79 http://web.mit.edu/agelab/index.html 80 C. Fox, «Technogenarian. The Pioneers of Pervasive Computing Aren’t Getting Any Younger», en Wired, 9 de no­ viembre de 2001. 242

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81 Foresight Panel, «Just Around the Corner», Londres, 24 de marzo de 2000. 82 Washington Post, 2 de mayo dé 1991, S. c3. 83 E. Emanuel y M. Baten, «What Are the Potential Cost Sa­ vings from Legalizing Physician-Assisted Suicide?», en New EnglandJournal of Medicine, vol. 339, pp. 167-172,16 de julio de 1998. Sobre el debate jurídico, véase el artículo de Bóckenförde «Die Würde des Menschen war unantastbar», en Frankfurter Allgemeine Zeitung, 3 de septiembre de 2003. 84 El punto de partida fue la sentencia del Tribunal Su­ perior de Justicia de Estados Unidos por la que se cedía la de­ cisión sobre las medidas de acortamiento de la vida a los res­ pectivos Estados fedérales. 85 E. Emanuel y M. Baten, «What are the Potential Cost Sa­ vings from Legalizing Physician-Assisted Suicide?», New En­ glandJournal of Medicine, vol. 339, (1998), pp. 167-172. 86 E. Jünger, Der Arbeiter, Obras completas, vol. VIII, Stutt­ gart, 1981, p. 204. [El trabajador, Barcelona, Tusquéts, 1990.] 87 H. W. Sinn, «Die demographische Zeitbombe: Weniger Rente für Kindererziehung?», en Frankfurter Allgemeine Zei­ tung, 11 de septiembre de 2003. 88 S.-H. Filipp yA.-K Mayer, Bilder des Alters, p. 138. 89 Süddeutsche Zeitung, 15 de octubre de 2003. 90 Citado según S. Freud, Gesammelte Werke, vol. X, Franc­ fort, 1999 (reimpresión de la edición londinense de 1946), p. 354 y ss. [ Obras completas, Editorial Biblioteca Nueva, Ma­ drid, 2004.] Agradezco la indicación a Hans-Ulrich Gumbrecht. 91 Hasta la fecha son incontables los informes sobre aban­ dono de pacientes, operaciones quirúrgicas retrasadas o ra­ dicales límites de edad en las operaciones oftalmológicas. Des­ tacan especialmente los casos en los que no queda claro si en 243

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cierto sentido el paciente mayor rechaza la asistencia médica por sumisión. Vid. el controvertido estudio sobre terapia on­ cológica en personas mayores de N. J. Turner, R. A. Haward, G. R Mulley y R J. Selby, «Cancer in Old Age - is it Inadequa­ tely Investigated and Treated?», British MedicalJournal, 1999, vol. 319, pp. 309-312. 92 D. Callahan, «Death and the Research Imperative», en The New EnglandJournal ojMedicine, vol. 342 (2000), pp. 654-656. 93 G. West, Charles Darwin. A Portrait, New Haven, 1938, p. 334. Vid. el actual debate respecto a la biotecnología en J. Rifken, Das biotechnische Zeitalter. Die Geschäfte mit der Gen­ technik, Múnich, 2000, p. 297. 94 R Baltes, U. Lindenberger yU. Staudinger, «Die zwei Gesichter der Intelligenz im Alter», en Spektrum der Wissens­ chaften, 10, pp. 52-61. 95 G. Agamben, Homo sacer. Die souveräne Macht und das nack­ te Leben, Francfort, 2002, p. 140. [Homo sacer, Valencia, PreTextos, 1998.] 96 M. Carrigan, «Segmenting the Grey Market: The Case for fifty-plus Lifegroups», en Journal oj MarketingPractice: Applied Marketing Science ( 1998), 4, 2, pp. 43-56. 97 S. S. Hall, Merchants oj Immortality. Chasing the Dream oj Human Lije Extension, Boston/Nueva York, 2003. 98 Vid. A. Bartke, «Extending the Lifespan of Long-Lived Mice», en Nature, 414 (2001), p. 412. 99 D. Gems, «Is More Life Always Better? The New Biology of Aging and the Meaning of Life», en Hastings Report, 33, nQ4 (2003), pp. 31-39. 100 Stephen S. Hall, Merchants oj Immortality. 101 Stephen S. Hall, Merchants..., p. 2. 102 George Williams, «Pleiotropy, Natural Selection and the Evolution of the Senescence», en Evolution, 11, pp. 398-411. 244

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En este clásico, Williams expone que la supervivencia y el en­ vejecimiento, una vez terminado el periodo reproductivo, sólo se dan en la civilización y en los animales domésticos o los que se aprovechan de la civilización, como la rata. 103 S.J. Olshansky, L. Hayflicky B. A. Carnes (2002), «No Truth to the Fountain ofYouth», en Scientific American; R.H. Binstock, «The War on Anti-Aging Medicine», en The Geron­ tologist, 43 (2003), pp. 4-14. 104 W. Mair, P. Goymer, S. D. Pletcher y L. Partridge, «De­ mography of Dietary Restriction and Death in Drosophila» , en Science, 2003, 301, p. 1.731. 105 Las moscas de la fruta y sus mutaciones pueden estu­ diarse a través de Internet: http://www.exploratorium.edu/exhibits/mutant_flies/mutant_flies.html. " 106J. Müller-Jung, «Die Untoten», en Frankfurter Allgemei­ ne Zeitung, 29 de octubre de 2003, Natur und Wissenschaft NI. 107Vid. J.Vaupel,J.Carey yK.Christensen, «It’s Never Too Late», en Science, 19 de septiembre de 2003,301, pp. 1.679-1.681. 108 http://www.infinitefaculty.org/sci/cr/crs. Vid. G. Stock, Redesigning Humans. Our Inevitable Genetic Future, Boston/Nueva York, 2002, p. 82. Una comprobación realizada poco antes de imprimirse este libro indica que, al parecer, la vida se ha extinguido en este grupo de Internet. 109 Kenneth G. Mantón y XiLiang Gu, «Changes in the Pre­ valence of Chronic Disability in the United States Black and Nonblack Population Above Age 65 from 1982 to 1999», en

Proceedings of The National Academy of Sciences of the United Sta­ tes of America, 98: 6.354-6.359; publicado online antes que im­

preso como 10.1073/pnas.111152298./ NIH News Release, 7 de mayo de 2001. 110 M. Rees, Unsere letzte Stunde. Warum die moderne Natur­ wissenschaft das Überleben der Menschheit bedroht, Múnich, 2003, 245

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p. 147. Es curioso que el gran Rees mezcle los crudos datos justamente en este artículo, en concreto años y lugares. 111 S. V. Ukraintseva y A. I. Yashen, «Individual Aging and Cancer Risk: How Are They Related», en Demographic Research, vol. 9, art. 8, Max Planck-Gesellschaft, octubre de 2003; h ttp:/ / www. demographic-research.org. 112 V. Kannisto, «The Advancing Frontier of Survival», en Monographs on Population Aging vol. 3, Odense University Press, 1996, http://www.demogr.mpg.de/Papers/Books/Monograph3/start.htm. 113 Vid. Vaupel, Centenarians, p. 198: «Puede que cada dé­ cada que sobrevivamos abra una nueva década de la biología que nos permita vivir una década más. Es posible; improba­ ble, pero posible». 114 Stock, Redesigning.. p. 80. 115 Vid. K. Wright, «Staying alive», en Discover Magazine, vol. 24, nQ11, noviembre de 2003. 116 D. Roberts, Remarks, Comité Especial del Senado sobre Envejecimiento y la Imagen del Envejecimiento en los Medios de Comunicación y en el Marketing, 4 de septiembre de 2002. 117 Ibid. 118 D. Nelson, Ageism. Stereotyping and Prejudice Against Ol­ der Persons, Cambridge, 2002, p. 31. 119J. M. Bishop y D. R. Krause, «Depictions of Aging and Old Age on Saturday Morning Television», en The Gerontolo­ gist, 24, pp. 91-94. 120 Ibid. 121 S.-H. Filipp y A.-K. Mayer, Bilder des Alters, p. 251. Se si­ gue discutiendo si el aprendizaje social a través de la televi­ sión puede influir sobre las características de los niños o si la conducta frente a los mayores está codificada biológicamen­ te. Nelson, Ageism, p. 107. 246

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1 122 D. G. Bazzini, W. D. McIntosh, W. D. Smith, S. M. Cook f y C. Harris, «The Aging Woman in Popular Film: Underre­ presented, Unattractive, Unfriendly, and Unintelligent», en SexRoles, 36 (7/8), pp. 531-543. 123 S. R. Sherman, «Images of Middle-Aged and Older Wo­ men. Historical, Cultural and Personal», enj. M. Coyle, Hand­ book on Women and Aging, Westport, 1997. 124 E. A. Kaplan, «Something Else Besides a Mother: Stella Dallas and the Maternal Melodram», en E. A. Kaplan, Femi­ nism in Film, NuevaYork, 2000, pp. 466-487; vid. D. M. Mee­ han, Ladies of the Evening. Women Characters of Prime-time Tele­ vision, Londres, 1983. 125 S.-H. Filipp y A.-K. Mayer, Bilder, p. 227. 126 Ibid, p. 136. 127 S. Kemper, S. Rash, D. Kynette y S. Norman, «Telling Stories: The Structure of Adults’ Narratives», en EuropeanJour­ nal of Cognitive Psychology (1990), 2, pp. 205-228. 128 N. Eldredge, Wendezeiten des Lebens. Katastrophen in Erd­ geschichte und Evolution, Heidelberg/Berlin/Oxford, 1994, p. 285. 129 D. Nelson, Ageism, p. 16. 130 E .B. Ryan, «Beliefs About Memory Across the Life Span», en Journal of Gerontology: Psychological Science, 1992, vol. 47, pp. 41-47; vid. P. Stern y L. L. Carstensen, «The Aging of the Mind», en Opportunities in Cognitive Research, National Aca­ demy Press, NuevaYork, 2003. 131 S. Kitayama, «Cultural Variations in Cognition: Impli­ cations for Aging Research», en Aging of the Mind, p. 218 y ss. 132 P. B. Baltes, «Die zwei Gesichter der Intelligenz im Al­ ter» j en Spektrum der Wissenschaft, 10, pp. 52-61. 133 P. B. Baltes, «Das hohe Alter. Mehr Bürde als Würde?», M axPlanck-Forschungsmitteilungen, 2/2003, pp. 15-19. 247

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134 P. B. Baltes (ed.), Estudio sobre el envejecimiento de Berlín, p. 370. 135 C. Simic, «Es ist immer drei Uhr», en Frankfurter Allgemeine Zeitung, 29 de marzo de 2000, p. 49. Aparece también en Thomas Steinfeld, Einmal und nicht mehr, Stuttgart, 2001. 136J. Smith y Paul B. Baltes, «Altern aus psychologischer Sicht», en Estudio sobre el envejecimiento de Berlín, p. 232; S. H. Filipp y T. Klauer, «Conceptions of Self Over the Life-Span: Reflections on the Dialectics of Change», en M. Baltes y P. Baltes, The Psychology of Control andAging, Hillsdale, NJ, pp. 167-205. 137 Citado en Schlaffer, p. 9. 138 P. B. Baltes, «Gegen Vorurteile und Klischees: Die Berliner Altersstudie», en Forum Demographie undPolitik, 10, pp. 11-20. Esta satisfacción no se debilita a edad avanzada: «En­ tre las buenas noticias sobre la vejez también puede citarse que, en lo que respecta a la salud mental, sólo una escasa cuar­ ta parte de los mayores de setenta años presenta alteraciones mentales, y sólo una décima parte de dichas alteraciones im­ plican desvalimiento. Las depresiones no aumentan con la edad. Respecto a la salud física, la equiparación de edad y fra­ gilidad también induce a error. Casi la mitad de los mayores de setenta años no padece afecciones graves que provoquen limitaciones del aparato locomotor, e incluso entre las per­ sonas de ochenta y cinco años o más casi la mitad no mani­ fiesta enfermedades clínicas. Sobre la salud física y mental, otro destacable hallazgo del estudio es que apenas se han en­ contrado diferencias desde el punto de vista social entre la morbilidad y la necesidad de tratamiento. Esto probablemente sea debido a la eficacia del sistema sanitario y de tratamiento médico, que no discrimina en función del poder adquisitivo y el estatus del asegurado». Ante estos datos hay que tener en cuenta que los ancianos encuestados proceden de genera248

N otas

dones mucho más fáciles de contentar de lo que nunca lo se­ remos nosotros (algunos nacieron incluso antes de 1900). Lo que resulta si cabe más asombroso, dada la imagen negati­ va que tenía esta generación. 139 Ibid. 140 Agradezco a Hans-Ulrich Gumbrecht que me haya ce­ dido su discurso, pendiente de publicación, «Die Zukunft un­ seres Todes» (2003). 141 G. Benn, Marginalien. Obras completas, vol. II, Múnich, 1980, p. 251. 142 H. Birg, Die demographische Zeitenwende. Der Bevölke­ rungsrückgang in Deutschland und Europa, Múnich, 2001, p. 13. La «ética de la reproducción» de Birg, la obligación de mul­ tiplicarnos la podríamos denominar, como hace Benn, «edu­ cación infantil bajo presión estatal ideológica a cualquier pre­ cio»; en cualquier caso, como proyecto moral del siglo xxi la reiteración del mandato bíblico de multiplicarnos no es ni actual ni realista. 143A Rösler, M. Hofmann, M. Mackenzie, A Harris y M. Mapstone, «Über Succesful Aging hinaus: Rembrandt in seinen Selbstbildnissen», en Psychiatrische Praxis, 2001, pp. 88-90. 144 R. R Harrison, The Dominion ofTheDead, Chicago, 2003, p. 71. Hans-Ulrich Gumbrecht ha sido el primero en plan­ tear la relación entre las tesis de Harrison sobre la muerte y el envejecimiento en Estados Unidos.

249

1

f_ _ _ _ _ _ In d ic e

Agaraben, Giorgio, 148 Alejandro Magno, 114 Arendt, Hannah, 113 Aristófanes, 60 Baltes, Paul, 202, 203, 248 Beckett, Samuel, 114 Benn, Gottfried, 224, 229 Bin Laden, Osama, 55 Birg, Herwig, 41, 46, 225, 233, 249 Bloch, Ernst, 18 Bobbio, Norberto, 33 Brecht, Bertolt, 93 Callahan, Daniel, 143 Calment, Jeanne, 25 Camus, Albert, 72 Canetti, Elias, 177 Carlton, Dennis, 132 Chaplin, Charles, 159 Cicerón, 241

o n o m á s t ic o

Cohen, Victoria, 120, 121 Coughlin, Joe, 133 Darwin, Charles, 144 Dawkins, Richard, 87 Diamond, Jared, 158 Diana (Princesa de Gales), 114 Durerò, Alberto, 119 Dychtwald, Ken, 75, 76 Eldredge, Niles, 192 Filipp, Sigrun-Heide, 185 Fisher, Helen, 75 Freud, Sigmund, 141, 144, 145 Freyermuth, Gundolf S., 129, 242 Frisch, Max, 86, 223 Fulford, Robert, 102 Gadamer, Hans-Georg, 164 Gems, David, 152,159 251

E l complot de Matusalén

Goethe, Johann Wolfgang von, 114,173, 230 Gorny, Dieter, 80 Gott, Richard, 162,163 Grimm, Jacob, 218 Gumbrecht, Hans-Ulrich, 224, 243, 249 Hall, Stephen S., 149,152, 153,159 Harrison, Robert Pogue, 227 Hesfodo, 61 Hesse, Hermann, 114,194, 230 Highsmith, Patricia, 173 Hofmannsthal, Hugo von, 117 Huizinga, Johan, 90 Huntington, Samuel, 17, 53-55 Huxley, Aldous, 196 Jünger, Ernst, 36, 37,142,164, 172 Kirkwood, Tom, 27, 235 Kitayama, Shinobu, 202 Kunitz, Stanley, 106 Langer, E., 108 Lapham, Lewis, 102 Lévi-Strauss, Claude, 21 Levy, Becca, 91 Lorenz, Konrad, 84 Lyman, Austin, 35

Mann, Thomas, 90, 117-119, 230 Marco Aurelio, 21 Marx, Karl, 144,145 Matusalén, 91 Mayer, Anne-Kathrin, 185 Mayer, Johann Friedrich, 60 Miegel, Meinhard, 241, 242 Modigliani, Franco, 82 Napoleon 1,114 Nixon, Richard M., 167 Nizan, Paul, 151 Oeppen, Jim, 26 Orwell, George, 130,196, 200 Osler, William, 100-104,173, 176 Peterson, Peter G., 12,17, 54, 63,65 Postmann, Neil, 134 Rembrandt, Harmenszoon van Rijn, 226 Roberts, Doris, 174,175 Rodin, J., 108 Roszak, Theodore, 36 Roth, Gerhard, 148 Roth, Philip, 92

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ÍNDICE ONOMÁSTICO

Sartre, Jean-Paul, 151 Schimany, Peter, 19, 42, 242 Schivelbusch, Wolfgang, 140 Simic, Charles, 159,160, 209, 210,213 Singer, Wölf, 148, 202, 205 Sófocles, 60 Spengler, Oswald, 144 Stasiuk, Andrzej, 212 Steidl, Robert, 122 Stephenson, Neal, 127 Stock, Gregory, 157,167 Svevo, Italo, 92, 111-114

Titonos, 91,166 Tolkien, John, 33, 99,100, 208 Vaupel, James, 25, 26,109, 143,162,166, 246 Vreeland, Diane, 73 Weber, Max, 212 West, Geoffrey, 144 William, George, 244, 245 Zweig, Stefan, 117

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Este libro se terminó de imprimir en los talleres gráficos de Editorial Nomos S.A., en el mes de febrero de 2005, Bogotá, Colombia.

taurus

T Frank Schirrmacher EL COMPLOT DE MATUSALEN ¡Únete a la guerra de las generaciones! pesar de que, en la actualidad, nuestra sociedad est# envejeciendo a un ritmo desenfrenado, ésta deja sin naf da a los que se hacen mayores: sin confianza, sin trabajé sin biografía... !■ Por este motivo, los jóvenes de hoy, que con el 1 pasarán a engrosar las abarrotadas filas de la tere« edad, se encuentran ante una oportunidad histórica deben enfrentarse a la discriminación que sufren la personas mayores, aunque sólo sea por un mero instir de supervivencia. Si no lo hacen, dentro de treinta af se verán sumidos en una auténtica esclavitud ¡ntelectu La sociedad puede tener una oportunidad de reji venecer, pero no sólo a través de una nueva imagen i la juventud, sino también con un cambio radical en I idea que se tiene de la propia vejez. Es necesario ir plantar nuevas imágenes, tanto en el arte como en Id vida y en la ciencia. Pongámonos en marcha mientra! todavía tengamos fuerza y consciencia. Únete y i pues también formas parte de ese grupo de fu tu r£ i ancianos que, aunque más débiles que antes, será me^j yoría. : j Sobre la base de los más recientes estudios cientffi| eos, este libro —un auténtico tmst setter en Alemania-4 pretende involucrarnos en un complot contra el terrpi j biológico y social qué provoca el miedo a envejec&ijl1 porque sólo así los jóvenes tendrán alguna oportunidaq! en el futuro. 1 A

IS B N : 9 5 8 - 7 0 4 - 2 6 7 - 0

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