Educar para la convivencia. Las relaciones sociales de los niños [6ª ed.]
 9788498402780

Table of contents :
PRESENTACIÓN
INTRODUCCIÓN
PRIMERA PARTE: LA FAMILIA Y EL NIÑO
CAPÍTULO 1. Las grandes claves
Buenos modales de los educadores
Unión profunda
Pensar en el «otro»
¿Quieres que tu mujer o tu marido mejore sus modales?
El trato diario. Los detalles concretos
Cuando ella o él no están presentes
Situación familiar: «Padre y madre de acuerdo»
¿Qué es un hijo?
Cada hijo es como es: una persona diferente
¿Cómo conseguir que vuestro hijo os trate bien?
Autoridad de los padres
CAPÍTULO 2. Relaciones familiares
Somos seres relacionales
¿Cuándo empezar?
Escucharles, hablarles
Enseñarles a observar
Situación familiar: «Trato entre hermanos»
Ayuda mutua
Los objetos personales
Un caso: «Un pequeño revoltoso»
Los ancianos en el hogar
Situación familiar: «Nuestro ejemplo es vital»
Trato de los nietos a los abuelos
Inconvenientes del trato con los mayores
UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN
PARA RECORDAR
PARA PROFUNDIZAR
SEGUNDA PARTE: RELACIONES SOCIALES
CAPÍTULO 3. El entorno cercano
Abrir el hogar
Con los vecinos
Con las visitas
En el colegio
Con los amigos
En las fiestas
Concretando más
La práctica religiosa
Comportamiento en la iglesia
En el hogar
En Navidad
Semana Santa
Comportamiento en el tiempo libre
Tiempo libre en casa
Situación familiar: «El juego»
El deporte
Un peligro: el culto al cuerpo
CAPÍTULO 4. Ampliando el círculo
Entrando en materia
En el médico, en la compra, en la calle
Medios de transporte
Espectáculos
UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN
PARA RECORDAR
PARA PROFUNDIZAR
TERCERA PARTE: ESTILO
CAPÍTULO 5. El ambiente educa
¿Casa? ¿Hogar?
Hermanos mayores
Encargos
Situaciones varias
CAPÍTULO 6. Higiene y arreglo personal
Cuestiones de fondo
Higiene
La ropa
Porte exterior
CAPÍTULO 7. Comer bien
Comer, ¿acto biológico?
Situación familiar: «Educado en el capricho»
Antes de comer
En el momento de comer
Al acabar la comida
Comer fuera de casa
UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN
PARA RECORDAR
PARA PROFUNDIZAR
ANEXO
ÍNDICE

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José Fernando Calderero

Educar para LA CONVIVENCIA Las relaciones sociales de los niños de 2 a 7 años  

El estilo y los buenos modales de los niños pequeños   SEXTA EDICIÓN REVISADA Y AUMENTADA

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Colección: Hacer Familia

  Director de la colección: Ricardo Regidor Coordinador de la colección: Fernando Corominas

  © José Fernando Calderero, 2014 © Ediciones Palabra, S.A., 2014   Paseo de la Castellana, 210 - 28046 MADRID (España)   Telf.: (34) 91 350 77 20 - (34) 91 350 77 39   www.palabra.es   [email protected]

  Diseño de la cubierta y maquetación: Raúl Ostos Imagen de portada: © Istockphoto Edición en ePub: José Manuel Carrión ISBN: 978-84-9840-278-0

      Todos los derechos reservados. No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor.

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A Paloma con todo cariño.

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PRESENTACIÓN

Querido lector: Además de agradecerte que estés ahí ahora mismo, me parece obligado explicarte desde el principio de qué trata esta pequeña obra que tienes en tus manos. Podemos considerar que este libro es un «remake» de LOS BUENOS MODALES DE TUS HIJOS PEQUEÑOS al que se le han hecho ciertas transformaciones que creemos que han quedado recogidas en el nuevo título. Conviene tener en cuenta que, dada la complejidad de la vida, la educación de los niños recae en la práctica con cierta frecuencia en manos de otras personas que no son los que deberían ser sus primeros y principales educadores: papá y mamá, aunque sea a estos a quienes me dirijo preferentemente. Por ello, sin renunciar al rigor intelectual, he tratado de presentar el contenido de forma que sea fácil de leer por no especialistas; de hecho se conservan prácticamente todas las anécdotas de Los buenos modales de tus hijos pequeños. Por otro lado parece incuestionable que es muy necesaria, quizá imprescindible, la estrecha cooperación familia-escuela; este tema también interesa a los maestros. De hecho en cada capítulo se incluyen algunas orientaciones que pueden ser útiles también para ellos, tanto en su formación inicial como estudiantes de Grado de Maestro como en cursos de formación permanente. Por ello queremos en esta ocasión dirigirnos a todo educador, profesional o no, que tenga o vaya a tener a su cargo niños pequeños (de 0 a 6 años) y hemos cambiado TUS HIJOS por LOS NIÑOS. Por otro lado el comportamiento de los niños es algo que tiene raíces más profundas que la simple conducta externa por lo que, manteniendo el objetivo de conseguir que los niños tengan buenos modales, apuntamos a una educación más honda cuyos frutos puedan percibirse en el momento, aquí, ahora, pero también en el medio y largo plazo. Pretendemos ayudar a que los niños pequeños tengan «principios» en el doble sentido que el diccionario (Cfr. www.rae.es) admite: «Norma o idea fundamental que rige el pensamiento o la conducta» y «Primer instante del ser de algo». Lo utilizamos en ambos sentidos ya que no pretendemos, solamente, poner ejemplos o exponer casos prácticos, sino mostrar y proponer algunos «principios» inspiradores de las conductas de los niños; queremos destacar también la gran importancia que tiene abordar la educación de los niños desde el «principio», desde que son pequeños. Aunque, igual que su predecesor, este libro tiene de origen una orientación cristiana, conviene destacar que me dirijo a todo educador de buena voluntad que, con mente y

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corazón abiertos y sin prejuicios, trate de guiar su quehacer por valores auténticos que necesariamente han de ser universales. Las referencias a la trascendencia del ser humano no han de ser entendidas exclusivamente en el sentido religioso del término, que también, sino a la aspiración de todo ser humano a una plenitud que «trasciende» las propias limitaciones.   Deseo que estas humildes páginas te sean de ayuda en tu tarea de educador. J.F. Calderero

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INTRODUCCIÓN

Mi idea, al re-escribir este libro, es ayudar a las familias y a los maestros que, convencidos de su importancia, desean que los niños pequeños que están a su cargo puedan adquirir o mejorar los buenos modales. El sentido de las páginas de este volumen es poner a vuestra disposición una serie de pensamientos, consideraciones y consejos que, fruto de mi experiencia profesional y personal en el campo de la actividad educativa, a la que añado conocimientos procedentes de la investigación científica del campo pedagógico, he ido recogiendo sobre los buenos modales. He tratado de hacer un libro práctico que nos facilite soluciones concretas y, sobre todo, que nos ponga en situación de diseñar y aplicar soluciones personales que se adapten a la situación de cada familia. Estoy convencido de que la mejor forma de ser cada día mejores educadores es PENSAR, con cierta profundidad, sobre nuestra tarea como paso previo e imprescindible para ACTUAR; a un pensamiento que no influye de una u otra forma en la conducta le «falta algo». Por eso considero imprescindible el análisis personal de las cuestiones que vamos a tratar y para ello he introducido en los diferentes capítulos algunas preguntas que nos hagan reflexionar. ¿Basta con desear que nuestros hijos tengan buenos modales? ¡No! ¿Basta con sermonear sobre el tema? ¡No!

Algunas claves importantes Aunque, como veremos más adelante, lo realmente importante es la actitud interior, centraré la cuestión de los buenos modales en la conducta externa. Los educadores estaríamos muy satisfechos si consiguiéramos que los niños procurasen... Tratar bien: A los objetos. A los animales y las plantas. A las personas. Incluso a… Dios.

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Si logramos que se acostumbren a ser cuidadosos, irán desarrollando su capacidad de atención para captar detalles y podrán estar en mejores condiciones para tratar bien a sus semejantes, que, evidentemente, son más difíciles de tratar. Todo esto no suele ser un proceso sencillo, continuo, pacífico y sin traumas. Por eso es necesario que nos paremos a considerar criterios y modos prácticos de lograrlo. La educación de los buenos modales está íntimamente relacionada con la educación en valores y de las virtudes (entendidas como hábitos operativos buenos y realizados intencionalmente con buen fin), de las cuales la conducta externa debe ser una manifestación. De hecho es muy peligroso, y contraproducente, fijarse como meta exclusiva la modificación de conductas externas sin prestar atención a la interiorización de dichas conductas. Considero que la relación de los buenos modales con las virtudes es doble: Por un lado, para practicar los buenos modales se requiere haber adquirido, al menos en grado aceptable, algunas virtudes. Por otro, la práctica de los buenos modales consolida, y/o fomenta, la adquisición de las virtudes. Quizá el modo más asequible de empezar a cultivar unos y otras sea centrarse en las conductas externas, que son las observables directamente. Aunque a lo largo de este libro haremos algunas referencias a las virtudes, en tanto en cuanto se relacionen con los buenos modales, si se desea profundizar en la cuestión recomiendo en el apartado «Para profundizar» de la primera parte algún libro más específico sobre el tema. Una de las grandes ventajas que tenemos los Lo que realmente educa eseducadores –padres de familia o profesionales– es que al la vida. Eduquemos con... educar a nuestros hijos, o alumnos, también nos educamos nosotros, dentro de un proceso de mejora continua. De hechos y palabras. hecho, el principal factor educativo para los niños es nuestra conducta, reflejo de nuestra actitud de fondo que se manifiesta de mil formas implícitas y explícitas. También hemos de hablar con los niños, adecuándonos a su edad, si no queremos hacer de ellos unos autómatas sin personalidad. Necesitan saber el porqué de las cosas. Si solo pretendemos que actúen de una determinada manera sin procurar que comprendan los motivos de esa conducta y sin intentar su adhesión interior a los principios morales inspiradores de esa conducta externa, los estamos «cosificando» convirtiéndolos en meras «unidades de producción». El respeto a su dignidad personal exige la motivación y explicación clara, adecuada a su edad y a la idiosincrasia de cada niño, del porqué de las conductas que pretendemos que vivan.

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A lo largo del libro sugeriré formas de conseguir los objetivos educativos que deseamos basándome en experiencias concretas de familias que lo han conseguido. Es especialmente importante que nosotros tengamos bien claros los motivos por los cuales queremos que nuestros hijos tengan buenos modales. Siendo cierto que las formas externas de relación son convencionales, no lo es menos que la razón de su uso es mucho más profunda que la que se derivaría de una simple convención: debo tratar a todo ser humano con la dignidad que le es propia, independientemente de su conducta, circunstancias o incluso de la mayor, menor o nula reciprocidad en el trato. Entiendo que la autenticidad de nuestras motivaciones es determinante de la eficacia educativa. Las intenciones profundas se transmiten de una forma muy difícil de expresar pero muy fuerte y real. El principal «trabajo» de un educador es el interés y el esfuerzo por alcanzar uno mismo la mayor plenitud personal posible; estas actitudes y conductas son las que se «contagian» sin ruido de palabras. Curiosamente para alcanzar esa propia plenitud es necesario ocuparse de la plenitud ajena; en nuestro caso, de los niños que queremos educar. ¿Corrijo a mis hijos porque... Me molestan? Me dejan en mal lugar? Deseo su bien?

¿Cuándo empezar? En muchas ocasiones, analizando situaciones concretas de deterioro de buenos modales, me he encontrado un fondo de desánimo y en el origen de ellas un denominador común, un enemigo terrible: el conocido «¡qué más da!» o el no menos peligroso «ojalá hubiera empezado en su día». ¡REACCIONEMOS! Si en una casa no se hace caso, a tiempo, de una pequeña grieta, puede acabar en ruinas o la reparación puede ser mucho más costosa. La mejor ocasión, y la más fácil, para solucionar un problema es cuando se detecta. Si puede ser al principio, mejor. Pero, si lo descubrimos más adelante, hemos de solucionarlo entonces. Cuanto más tardemos, peor. Guerra al... ¡qué más da! Nos puede hacer mucho bien ese principio que procede, según tengo entendido, del movimiento «hippy» de los años sesenta: Hoy es el primer día del resto de tu vida. Nunca es tarde para empezar.

Contenido del libro De todas estas cuestiones voy a tratar con mayor detalle en los capítulos siguientes, buscando en todo momento las aplicaciones prácticas. Cada capítulo contiene, además de las pertinentes explicaciones acerca de las costumbres que se consideran correctas,

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anécdotas y casos reales, dificultades concretas y posibles soluciones, preguntas que conviene que nos hagamos, y sobre todo la constante invitación a hacer y escribir planes de acción que nos ayuden de modo real a llevar a la práctica aquello que deseamos. El libro está dividido en tres partes: En la primera parte, La familia y el niño, nos centraremos especialmente en las personas que constituyen normalmente una familia. Hablaremos del trato entre los responsables de la familia, especialmente «papá» y «mamá» (Cap. 1) y entre los demás miembros de la familia (Cap. 2). La segunda parte, Relaciones sociales, se refiere al trato correcto con otras personas que no forman parte del hogar propiamente dicho, empezando por el entorno más cercano (Cap. 3) para, a continuación, ampliar el círculo (Cap. 4). La tercera parte, Estilo, se centra en aspectos más «físicos» y menos personales pero también importantes: la ambientación del hogar y de la escuela (Cap. 5), la higiene y el porte exterior (Cap. 6) o la forma de comer (Cap. 7).

«Instrucciones» de uso Es corriente, al comprar un objeto práctico, recibir un pequeño folleto que enseña a usarlo, conservarlo, etc. Leyendo y poniendo en práctica las instrucciones se consigue una mayor utilidad. El sentido de este apartado es precisamente ese: aconsejar al lector sobre mi punto de vista acerca de la forma en la que este libro puede ayudar mejor a que los niños pequeños tengan buenos modales. Permitidme que os sugiera unas «instrucciones de uso»: 1. Personalizar el libro. A cada educador le llamarán más la atención algunos aspectos. Otros le serán más aplicables. Con algo puede que no esté de acuerdo. Si se lee el libro subrayando y haciendo anotaciones personales, se facilitan mucho las sucesivas lecturas, se entra en «diálogo» con el autor y se convierte en algo personal, propio. 2. Comentarlo juntos. Para pasar a la acción y conseguir cambios reales en la conducta de los niños es necesario que los educadores, padre, madre, familiares, profesores, hayan sintonizado previamente en los objetivos que pretenden, y eso no es un proceso automático ni inmediato. 3. Hacer planes de acción. No basta con desear conseguir algo. Hay que definir bien la estrategia concreta que se va a emplear para conseguirlo. En la práctica, si un plan no está escrito, es casi como si no existiera. Lo más probable es que se desdibuje e incluso se olvide. 4. Evaluar los resultados. Tampoco basta con escribir un plan de acción. Hay que llevarlo a la práctica y comprobar si funciona o no. Y, si no da resultados, habrá que insistir perseverantemente hasta que los dé o cambiar de plan.

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5. Disfrutar de los logros obtenidos. A medida que uno va consiguiendo logros es normal que vaya concibiendo y proponiéndose nuevas metas. Esto es bueno y así iremos elevando nuestro nivel y el de los niños que educamos. Pero hay un peligro: que solo nos fijemos, de modo negativo, en lo que falta por conseguir y nos sobrevenga lo que podemos llamar celo amargo. No hay nada que ayude más a un niño que el reconocimiento, por parte de padres y educadores, de lo que le está saliendo bien.

Petición final Me permito pediros que, si disponéis de alguna experiencia o idea que, en relación con los buenos modales, pueda ser útil a otras familias, me la hagáis llegar y así podré enriquecer futuras ediciones con lo cual podremos hacer un mayor bien a todos.

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PRIMERA PARTE: LA FAMILIA Y EL NIÑO Lo importante es que en todos nuestros actos tengamos un fin definido que deseamos alcanzar, a la manera de los arqueros que apuntan hacia un blanco claramente fijado. Aristóteles, Ética a Nicómaco, Lib. I, cap. 1

Si el padre o la madre se «olvida» de sí y se implica en el crecimiento de sus hijos, de CADA hijo obtendrá, como premio, su propio crecimiento personal; será entonces un ejemplo real de cómo aprender no solo conocimientos, sino a vivir. La familia y las relaciones familiares son la primera y principal influencia en la educación de los niños. Es necesario, por tanto, prestar especial atención al modo de tratarse entre los padres y con los demás, de modo que vean hecho realidad en nuestra conducta diaria aquello que pretendemos inculcarles.   LA FAMILIA Y EL NIÑO ¿Cómo afecta la convivencia familiar en la educación de los hijos? ¿Cómo conseguir y mantener la autoridad en el hogar? ¿En qué momento se debe empezar a educar en los buenos modales? ¿Cómo conseguir que los hermanos se lleven bien entre ellos?

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CAPÍTULO 1 | Las grandes claves



Buenos modales de los educadores Hay un amplio consenso entre los educadores profesionales, las asociaciones de madres y padres, las publicaciones pedagógico-científicas especializadas, muchos blogueros, responsables de webs educativas y usuarios de redes sociales acerca de la enorme importancia de los valores en la educación, incluso, o especialmente, desde bien pequeños. Se insiste en que en la escuela no basta con transmitir conocimientos, sino que hay que transmitir valores; entendiendo lo que creo que quieren decir los defensores de esta idea, me preocupa aceptarla sin matices. ¿No sería mejor, en vez de poner el acento en la simple «transmisión», normalmente oral, ayudar al niño a que poco a poco vaya reflexionando y descubriendo por sí mismo aquellos aspectos de la vida que son valiosos y cuáles, a pesar de su inicial y aparente brillo, no lo son? Quizá el buen educador lo sea más cuando, sin querer «transmitir» nada, contagia, porque lo vive, un espíritu de superación y de aspiración a una mayor plenitud personal, social y profesional. Si el padre, la madre, el profesor se «olvida» de sí y se implica en el crecimiento de sus alumnos, de CADA alumno, obtendrá, como premio, su propio crecimiento personal; será entonces un ejemplo real de cómo aprender no solo conocimientos, sino a vivir. Desde luego a través de la palabra se pueden, y se deben, mostrar situaciones y personas que ejemplifiquen los valores pero es mucho mejor que, sin descuidar este influjo «verbal», se plasmen en la conducta diaria de educadores y educandos en lo que podíamos llamar influjo «vital». Lo que más educa es la vida. Una condición sin la cual será imposible obtener algún resultado es que ellos, los niños, vean hecho realidad en nuestra conducta diaria aquello que pretendemos inculcarles. Desde bien pequeños, con insaciable curiosidad, nos observan, estamos en su punto de mira y, aunque no razonen aún, por lo menos según los esquemas de un adulto, van asumiendo las pautas de conducta y opinión que les mostramos con nuestro modo de hablar y actuar. Los niños nos ven. Cualquier persona con experiencia en este Si los tratamos bien, terreno constata a diario el enorme poder de observación y los niños aprenderán.retentiva de un niño pequeño. No lo minusvaloremos. En concreto, y habida cuenta de su condición de primeros y principales educadores, es enorme la influencia positiva que tiene el buen trato entre los

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padres. El modo de tratarse padre y madre es el principal motor del proceso de mejora de los buenos modales del resto de la familia. Es lógico, por tanto, que nos ocupemos en primer lugar de esta cuestión.

Unión profunda El trato correcto, cordial y afectuoso entre la madre y el padre y, en concreto, la práctica de los buenos modales entre ellos deben ser una manifestación externa del amor. El afecto y el cariño, que el padre o la madre tiene en su interior hacia el otro, necesariamente han de «entrar en erupción» y sacar al exterior la luz y el calor de unas relaciones cuyo buen estilo captan los sentidos. Si el calor o la luz son fingidos, sin rectitud de intención, y los buenos modales se convierten en meras tácticas hipócritas para conseguir fines no confesados, pueden llegar a repeler, obteniendo resultados contrarios a los que se pretendían. Sin embargo, hay una forma de «fingimiento» basada en una profunda rectitud de intención que es una auténtica manifestación de amor. La ejemplifico con una anécdota que me han contado asegurándome que se trata de un caso real. No he tenido el placer de conocer al protagonista del hecho.   Por ejemplo: Se trata de un matrimonio de octogenarios. A ella le gustaban mucho los toros y por eso él la había acompañado siempre. Un día, ella dijo que desde entonces ya no quería ir a los toros porque no eran «lo de antes». Su marido le dijo que no tenía inconveniente, porque a él nunca le habían gustado y que, si la había acompañado, era por ella; parece ser que a ella le había ocurrido otro tanto. Había «fingido», a lo largo de toda una vida de matrimonio, haciéndole creer que también era aficionado. Eso es «hilar fino»; eso es amor.

  A veces, la frialdad interior que reina en algunas relaciones matrimoniales puede estar disfrazada de cortesía externa. En estos casos los demás adivinan fácilmente que los buenos modales de estas personas son superficiales y artificiales. Difícilmente una actitud de este tipo puede contagiar a los hijos y, si se produce un cierto resultado externo, morirá por falta de raíces. La cortesía sin autenticidad repele. Si él o ella contesta con sonrisa artificial alguna respuesta convencional mientras se nota su impaciencia por seguir pendiente de los whatsapp o del correo-e estableciendo «links» con personas lejanas mientras descuida la relación con quien tiene al lado, esta se va enfriando poco a poco. ¡PELIGRO! Las actitudes profundas se hacen especialmente patentes en el ejercicio de la sexualidad. Si se produce una auténtica donación mutua de cuerpos y espíritus, surge la maravillosa y poética mezcla de misterio y delicadeza en la que cada uno busca la

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satisfacción del otro. Esta profunda unión está plena de sentido y genera un «nosotros» que excede a cada uno. En efecto, los dos son «una sola carne». ¡Qué diferente situación cuando algo tan bello y sagrado se convierte en meros actos mecánicos de autosatisfacción compartida! El fuerte egoísmo que reina en estos casos produce, a la larga, desencanto e insatisfacción. No son los mejores cimientos para edificar una familia en la que sea importante tratar bien a los demás. La sexualidad, fruto del amor, une. La sexualidad sin amor separa.

Pensar en el «otro» En la vida de un hombre o una mujer casados lo más importante ha de ser su cónyuge. Más que los negocios, el trabajo, el éxito social, etc. Si se triunfa en todos o alguno de los campos de actividad humana pero se fracasa en el matrimonio, ¡qué tristeza! En cambio un matrimonio unido que cultiva su unión con mimo y que está pendiente de hacer todo aquello, por insignificante que parezca, que potencie la unidad está en buenísimas condiciones de afrontar las dificultades de la vida. ¡Qué bonito es que, en medio del ajetreo diario, se le vaya a uno el pensamiento hacia la persona amada! Al enamorado se le va el pensamiento a la persona amada. Se equivoca el que construye su vida al margen de su mujer o de su marido. Incluso en la vida espiritual deben ocupar una atención preferente las oraciones por el marido o la mujer.

¿Dedico tiempo a pensar en él/ella? ¿Conozco bien... Sus gustos? Sus aficiones? Sus virtudes? Sus necesidades? A veces, es necesario adivinar lo que el otro desea pedir o contarme. Debo crear la ambientación o el clima para que se «atreva» a decírmelo. Un paseo, un rato a solas, una mirada de acogida y cariño, pueden obrar milagros y descubrir mundos interiores insospechados. Habrá que hacerse violencia para romper el desenfrenado ritmo de la vida actual y salir de nuestro «torreón amurallado».   Por ejemplo: Una amiga a otra: «¡Estoy de la Tecnología de la Incomunicación hasta las narices!»

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La amiga: Querrás decir TIC, de la CO-MU-NI-CA-CIÓN. No, no, de la IN-CO-MUNI-CA-CIÓN. ¡Desde que mi marido tiene la nueva tablet, se comunica con todo el mundo menos conmigo!

  Creo que, si se actúa con tacto, no es egoísmo facilitarle al cónyuge que «adivine» nuestras propias necesidades. Se le puede hacer un gran favor, ya que al «otro» tampoco le resulta fácil salir de sí mismo y pensar en mí.

¿Quieres que tu mujer o tu marido mejore sus modales? Claro que sí. Si le quieres bien, debes desear que mejore. Todos tenemos que mejorar y nos tenemos que ayudar. ¿Con recriminaciones? ¡No! Ayuda a crear un buen clima familiar soportar con paciencia sus innegables defectos. ¿Tú no tienes? Le harás un mal favor si conviertes sus defectos en algo de broma y le ríes la gracia. No se trata de eso. A veces, con gran cariño, a solas tendrás que hacerle algún pequeño comentario, mejor si es breve y discreto y mejor aún si es simpático, para ayudarle a corregirse en algo. Esto dará muchísimo mejor resultado si tienes costumbre de alabar, sin artificio, lo que hace bien y felicitarle con naturalidad por sus grandes o pequeños éxitos. De todas formas, lo que más le va a ayudar es tu propio ejemplo. Si de modo habitual te comportas con él o con ella como una auténtica señora o como un auténtico caballero, le resultará más fácil tratarte como tal. Incorpora en tu conducta diaria un adecuado arreglo e higiene personal, un agradable tono de voz, una conversación amable, etc., y sé con ella o él atento y servicial y te sorprenderás de los resultados. La vida en común requiere un aprendizaje. La educación de Si quieres que mejore,los hijos, también. Disculpaos mutuamente la inexperiencia inicial. El buen humor es esencial en esos momentos. Las empieza tú. costumbres que se vayan adquiriendo en los comienzos de la vida matrimonial van a marcar el rumbo futuro de la familia, incluido el de los hijos que todavía no han nacido. También es necesario exigirse mutuamente un buen trato desde el principio. El tiempo, por sí solo, no arregla las cosas. Exigirse con cariño y buenos modales pero con firmeza. Cuanto más tiempo pase, más difícil será dar marcha atrás. Aprended juntos, disculpaos, exigíos, quereos.   Por ejemplo: Y nosotros que llevamos treinta y cinco años de matrimonio, y precisamente es ahora cuando

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están empeorando nuestras relaciones, ¿no tenemos remedio? Claro que hay remedio. Este es el momento de empezar de nuevo. Conozco algunos matrimonios en situaciones similares que han remontado sus crisis.

  Hoy, ahora, es el mejor momento para volver a ser cordiales. De hecho, raro será el matrimonio que no haya pasado por situaciones difíciles, y son millones en el mundo los que han logrado superarlas y han conservado su fidelidad. Una vez que se ha vencido el amor propio y se da el primer paso resultará más sencillo volver a cultivar las atenciones y delicadezas que se tuvieron en su día.

El trato diario. Los detalles concretos La sinceridad de fondo en las relaciones es una garantía de fidelidad y de felicidad. Pero no todo lo que uno piensa o siente debe contarse. Antes hay que pensar si lo que le vamos a decir al otro le va a hacer bien o le va a hacer daño.   Por ejemplo: Cuando una mujer le dice a su marido a los veinte años de matrimonio, en un arranque de «sinceridad»: «Estoy bastante desanimada. Nos pasamos la vida discutiendo por tonterías y no conseguimos dejarlo. Estoy cansada de todo esto y ya ni intento cambiar las cosas. No merece la pena»... empieza a solidificar el hielo. Él también deja de luchar por mejorar las relaciones.

  Antes de hablar, pensar; y mientras hablas… también. ¿Qué efecto va a producir lo que voy a decir? Las palabras pronunciadas casi nunca son indiferentes. Pueden hacer mucho bien o mucho mal. ¡Cuántas agrias discusiones han empezado por unas palabras que no debieron ser pronunciadas! Entonces lo mejor será no complicarse la vida y estar callado, puede pensar alguien. Tampoco es solución. Lo mejor... Utilizar la conversación para agradar, servir, ayudar. Mantén viva la llama del amor de recién casados. ¡Fuera la rutina! A los matrimonios que han sabido defender la lozanía de su amor de los comienzos, a base de mantener la dignidad, el respeto, la cortesía, el buen humor, las buenas maneras en definitiva, les va a resultar más fácil lograr que sus hijos adquieran esas mismas cualidades. Ciertamente no es sencillo superar los obstáculos de todo tipo que dificultan un desarrollo normal de la vida familiar, pero se puede conseguir y, desde luego, ¡merece la pena! Que parezca que seguís siendo novios. Algunos consejos prácticos que ayudarán a mejorar el trato diario: Siempre escuchar, comprender.

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Ponerse en el punto de vista del otro. Tratar a la mujer o al marido por lo menos igual o mejor que a los extraños, ¡qué menos! Tener tiempo para «nosotros». (Defenderlo; buscarlo). Que el marido ayude en algunas tareas domésticas. Que la mujer, y en su caso el marido, comprenda el cansancio que puede tener el otro debido a su trabajo profesional y doméstico. Que ninguno de los dos vuelva al hogar a ser servido. Cada uno, a servir al otro. ¿En qué se diferencia un buen actor de teatro de uno malo? Los dos van vestidos igual. Los dos repiten las mismas palabras. Los dos hacen los mismos gestos pero… la entonación cambia, la elegancia es distinta, la mirada de uno trasluce identificación con el personaje, la del otro refleja miedo al ridículo. Se diferencian en los matices, en los detalles. ¿En qué se diferencia un buen marido, o una buena esposa, de uno malo? En los matices, en los detalles. Una comida hecha con amor es más sabrosa. Un cuadro colgado con amor tiene los colores más vivos. Un pequeño servicio hecho con amor es inolvidable. Una mirada de afecto puede cambiar una vida. Los pequeños detalles son enormemente importantes. Poneos guapos el uno para el otro. No solo en las grandes ocasiones. Hay que reconquistarse a diario, sin instalarse en la desidia. Guerra al «qué más da». Agradeceos los pequeños servicios y los grandes, las tareas de cada uno… Que veáis que os valoráis. Interesaos por vuestras cuestiones profesionales y… ¡por los niños! A la hora del descanso cuidad las posturas. Fuera la indolencia. Ten detalles de elegancia y de caballero con tu mujer, como «los de antes»; mucha gente sigue valorando las atenciones y la delicadeza: ábrele la puerta, déjala pasar en primer lugar, etcétera. Si va conduciendo tu marido o tu mujer, no le vayas dando indicaciones sobre lo que tiene que hacer. Suele ser el comienzo de bastantes discusiones. Acuérdate de las fechas importantes. Hay que celebrarlas siempre. Y, si falla la memoria, puede ser un buen detalle de cariño e interés recurrir a la agenda del móvil, de la Tablet, del ordenador o… al calendario de la cocina; todo menos «pasar» del tema. Haceos pequeños regalos. No hace falta tener un motivo.

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Si alguno de los dos sale de viaje… un what-sapp, SMS o… una llamadita, mejor de viva voz; es más cálido y personal.

Cuando ella o él no están presentes No puedo evitar un sentimiento de desagrado y de vergüenza Es muy importante...ajena cuando oigo frases como: «Yo, es que a mi mujer no la ¡Cuidar la buena aguanto» o «Ya sabes lo raro que es Antonio. Yo creí que de casados iba a cambiar pero de eso nada». Siempre está mal hablar fama del otro! de los ausentes pero, cuando el objeto de la crítica es la persona a la que más se debe amar, está muchísimo peor. Hay que tener mucho cuidado de no pronunciar frases de este estilo: «Mira, hijo, ya sabes lo maniático que es tu padre». Si está mal con los extraños, con los hijos está todavía peor. La fidelidad en el matrimonio es un bien tan elevado que debe ser protegido de todo aquello que puede empañarlo. Si uno posee un objeto de alto valor, lo cuida con esmero, lo aleja de las personas desconocidas y procura correr los menores riesgos posibles de que se pierda, lo roben o lo deterioren. Si uno considera que el amor conyugal es algo de enorme valor, lo protegerá aunque eso le cueste esfuerzo o incomprensiones. Seguro que has oído alguna vez una situación parecida a la siguiente: Un hombre, ejecutivo de una gran empresa, tiene cuarenta y cinco años. Está casado y tiene cuatro hijos. Pasa por un hombre intachable, muy trabajador, muy cordial y simpático. Un día se presentó a su mujer para comunicarle que se iba de casa. Por lo visto, «se le había pasado el amor» y «tenía derecho» a disfrutar de la vida. Se fue a vivir con la directora de relaciones exteriores de la empresa, muy mona ella y bastante joven. No se paró a pensar en los sentimientos de su mujer. Sus hijos no importaban. La gente comentaba: ¡Parece mentira! ¡Qué cosas pasan! Para proteger el amor ¡Y lo más llamativo es que haya sido así, de pronto! En esto hay que tomar ciertas último se equivocaban totalmente. De pronto no suele ocurrir precauciones, cada unacasi nada. Los desenlaces son la parte final y observable de un proceso oculto. Imperceptible para los de fuera pero muy real de las cuales es un pequeño acto positivo para el protagonista. En este caso concreto, esta persona empezó la cuesta abajo un día, dos años antes, cuando no solo de amor. vio a su compañera profesional, sino que la miró y la volvió a mirar. Ya no dejó de mirarla. Ni lo intentó siquiera. La fidelidad no se consigue sin esfuerzo, pero ¡merece la pena! Si uno evita situaciones en las que pueden ocurrir pequeñas infidelidades y está alerta para que ni siquiera puedan darse las apariencias, en realidad está teniendo detalles de delicadeza con su mujer o su marido aunque ellos no lo sepan nunca y no tengan la oportunidad de agradecerlo. Eso es amor.

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El cultivo de la cortesía, los buenos modales, la delicadeza, los detalles de servicio entre los esposos crean un magnífico clima, muy propicio para que los hijos aprendan esos mismos valores. Todo ello es condición necesaria pero puede no ser suficiente. Hay que tener en cuenta otras claves que iremos viendo más adelante. Cuidar la fama de los ausentes no atañe solo a «papá y mamá». Si en casa se «pone verde» al profesor del colegio, aparte de dar muy mal ejemplo a los niños, se pone uno en situación de perder a quien podría, y debería, ser un valioso aliado. Lo mismo hay que decirle al profesor respecto de los comentarios impertinentes sobre los padres de sus alumnos; ¡qué poca categoría, profesional y humana!

Situación familiar: «Padre y madre de acuerdo» ¿Qué opinión os merece la actuación siguiente? Pilar es una niña de cinco años, bastante caprichosa, que normalmente suele negarse a comer todo aquello que no le guste mucho, que es casi todo. Un día había en casa chucherías sobrantes del cumpleaños de un hermano. Su madre llevaba media hora aguantando el llanto de la niña a la que se le había antojado comer caramelos antes de cenar. En esto entra el padre y, cogiendo en brazos a la pequeña, le empieza a hacer carantoñas y se entera de la causa de los lloros. A pesar de la negativa de su mujer, cosa que ha observado la niña, le da los caramelos. ¿Cómo os hubiera sentado la reacción del padre, si estuvierais en el lugar de la madre? ¿Qué hubiera debido hacer el padre? Parece evidente que es necesario, en la actuación con los hijos, un acuerdo previo y una coherencia en los planteamientos de marido y mujer. Aunque el objeto de este libro es tratar de los buenos modales, Las formas externasconsidero que no se debe tratar la cuestión aisladamente. Si solo han de ser reflejo pretendemos conseguir una conducta externa más o menos del fondo interior. elegante sin que esta sea un reflejo de amor auténtico, habremos errado el camino. Además normalmente no conseguiremos ni siquiera ese nivel «externo» de aparente buena convivencia.

¿Qué es un hijo? No es una pregunta ociosa. Y tampoco la respuesta es sencilla. Pienso que muchos de los problemas que se producen en las relaciones entre padres e hijos proceden de respuestas equivocadas a esta pregunta. No voy a intentar responder de un modo profundo que abarque toda la realidad de un ser humano. Sería ingenuo pretenderlo y fuera de lugar en este libro.

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Ante todo un hijo es un QUIÉN, no un QUÉ. Es una PERSONA destinada a ser feliz. No es una «propiedad» nuestra. Si queremos que tenga buenos modales, no es para poderlo «enseñar» a las amistades o para gozar nosotros con un sentimiento parecido al que experimentamos cuando estrenamos algo. No es alguien que deba ser dominado ni ante quien nos tengamos que defender para que no nos domine. No hay que establecer con él un equilibrio de fuerzas que se contrarresten. Es un ser radicalmente libre, aunque no independiente. Es fruto de vuestro amor. Papá     Mamá Hijo/s Cuando se produjo la mutua donación de vuestros cuerpos os entregasteis vosotros mismos, «enteros», y el hijo fruto de la unión es un poco TÚ y un poco ÉL o ELLA. Os queréis tanto que os habéis perpetuado.

Cada hijo es como es: una persona diferente Claro que queremos que nuestros hijos sean mejores y que estén adornados de todas las virtudes posibles, pero... cada uno tiene una personal forma de ser. Para ayudarle a mejorar de forma concreta hay que conocer sus limitaciones, sus capacidades y sus potencialidades. Quererle es «estudiarlo»; dedicar tiempo a pensar en él y a hablar los dos de él y a concretar modos prácticos de actuar para ir logrando las metas que os vayáis proponiendo. Hay que aceptarlo tal cual es. No el que nos hubiera gustado tener, sino el que realmente tenemos. Hay matrimonios que están tan ilusionados con sus hijos que no son capaces de ver los innegables defectos que tienen y que cualquier observador ajeno detecta sin proponérselo. Otros, por el contrario, siempre comparan a sus hijos con el ideal que se han forjado en su imaginación y siempre los encuentran faltos de algo. Lo que solamente muy pocas personas hacen es actuar intencionadamente, desde que los niños son bien pequeños, para desarrollar la sorprendente y enorme cantidad de posibilidades de perfeccionamiento que tiene un ser humano al nacer y que ni los educadores ni los propios niños pueden predecir. Urge desarrollar la capacidad de «ver lo invisible» de forma que estemos abiertos a la creatividad, a la inspiración y, en definitiva, al misterio de la vida. Es muy peligroso trazar un camino, por estupendo que sea, y empeñarse a toda costa en que el niño lo siga; de ahí al sometimiento hay un paso. Hemos de educar en libertad y para la libertad, lo cual no quiere decir, ni muchísimo menos, que hemos de dejar al niño indefenso en manos de sus caprichos y sus propias limitaciones sin ayudarles a superarlas. No hay amor sin exigencia. A veces estamos ciegos para ver todo lo bueno que tienen nuestros hijos o aquello que está latente y que sin nuestra atención y cuidados no podemos hacer florecer.

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¿Quieres encontrar tesoros? Hazte amigo del guardián Sin pretender «fabricar» genios de laboratorio se pueden, y se deben, cultivar las capacidades innatas de los niños. Tienen más de las que mucha gente se imagina. A veces en la conversación corriente nos referimos a los hijos como si se tratara de un grupo compacto casi sin diferenciar en partes. Cla-ro que hay situaciones en las que procede hablar así de los hijos: ¡Siempre les digo que...!, ¡Se pasan el día riendo!, ¡Da gusto con ellos! Esto es normal y así debe ser. El problema es cuando un educador adquiere la costumbre de generalizar por sistema. Es preciso considerar, no solo en teoría sino en la práctica, que cada hijo tiene una personalidad propia, con unas virtudes y unos defectos personales. Aunque a estas edades puedan parecer todos iguales, no lo son. Cada hijo es un serCada hijo, aunque esté viviendo en el mismo ambiente que sus único, irrepetible. hermanos y reciba, aparentemente, los mismos estímulos, asimila todo ello de manera singular, adquiere distintas experiencias y, en definitiva, tiene una biografía propia y distinta de la de sus hermanos. Sin olvidar que su «yo» es suyo y que su carga genética, su experiencia intrauterina y su potencial son singulares.   Por ejemplo: Luis aprendió a andar a los doce meses pero Piluca no lo hizo hasta los dieciséis. Luis tuvo en el jardín de infancia una profesora inexperta que, para tenerlo quieto, le asustaba con un monstruo que se comía a los niños que se portaban mal. Durante una temporada tuvo terrores nocturnos. Piluca no vivió nada parecido y es una niña pacífica y tranquila.

  De cada uno de los hijos cabe esperar diferentes aspiraciones y realizaciones personales. Cada uno de ellos tiene alguna excelencia personal propia, en la cual un educador hábil puede y debe apoyarse para ir ayudándole a mejorar. La diversidad es una riqueza, no una limitación. Cada niño, cada niña, cada ser humano es una pieza única y, por tanto, una joya, un tesoro. ¡Prohibido hacer comparaciones!

¿Cómo conseguir que vuestro hijo os trate bien? Tratándole bien.

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Entonces, ¿hay que darle todo lo que pida? ¡No! Tratarle bien consiste en respetar lo que es. Su naturaleza exige que se le ame; es decir, que reciba mucho afecto y que se le ayude a que él pueda ir conquistando poco a poco su libertad a base de avanzar en su autodominio. El niño necesita mucho afecto y mucha disciplina. Si le Una disciplina razonabledamos todos los caprichos, no nos quejemos luego de que es imprescindible para sea un maleducado. En efecto habrá estado «mal educado». Es importante que el niño pequeño reciba mucho afecto, y que tus hijos tengan precisamente como muestra del afecto que le tenemos buenos modales. debemos ayudarle a ir ejerciendo, desde bien pequeño, el autodominio que tanta falta le va a hacer en su relación con los demás, padres incluidos, y consigo mismo. La educación no se produce a base de compartimentos estancos; es un proceso global. Es muy difícil que una persona caprichosa demuestre el necesario control de sí mismo para tratar bien al prójimo.   Por ejemplo: Un ejemplo claro lo tenemos en las comidas: Si al pequeñín no le gusta una comida y mamá o papá o los abuelitos, de modo habitual, para que no sufra el niño ¿o su educador? le prepara solo lo que le gusta, puede acabar siendo un auténtico tirano. No esperemos de él que esté atento a las necesidades ajenas.

  No olvidemos que, por muy listo, guapo y bueno que nos parezca el niño, tiene impresa en lo más íntimo de su ser esa tendencia al mal con que todos nacemos. Hemos de lograr que los niños vayan abandonando ese «egoísmo» innato con que todos venimos al mundo y lleguen un día a ser esas personas útiles a los demás que debemos ser. Además les ayudaremos a ser aceptados por la sociedad. En caso contrario irán contaminándose de la pseudoeficiente cultura actual en la que se inculca a los niños desde bien pequeños que el ideal de su vida no es «hacerse un hombre/mujer de provecho», es decir, provechoso para los demás, sino una máquina de hacer dinero no importa para qué ni a qué precio. Una auténtica educación humanista empieza desde la cuna.

Autoridad de los padres Si de verdad queremos a los hijos y, por tanto, queremos ayudarles a ser mejores, hemos de ponernos en condiciones de poder hacerlo. Para que nuestra actuación con ellos pueda ser eficaz hemos de ganarnos su adhesión. Necesitamos tener autoridad. No

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se trata de que nos guste o no tenerla. Es que por el bien de nuestros hijos tenemos obligación de tenerla. Nuestros hijos tienen obligación de: — Amarnos. — Respetarnos. — Obedecernos. — Ayudarnos. Por amor hacia ellos debemos poner todo el interés posible para conseguir que nos: — Amen. — Respeten. — Obedezcan. — Ayuden. Las buenas relaciones entre padres e hijos vendrán marcadas por estas cuatro grandes claves. AMOR: Hemos de ser dignos de ser amados. Debemos amarles en serio. El amor es esencialmente entrega y sacrificio por los otros, pero también es afecto y ternura. RESPETO: Es condición imprescindible para el amor. Cariño y respeto no son excluyentes, más aún, se exigen mutuamente. OBEDIENCIA: Hay que saber mandar. Autoridad no es autoritarismo, pero hay obligación de ejercerla. AYUDA: Si logramos que nuestros hijos ayuden en casa, les haremos un gran bien. Adquirirán experiencia en la vida y estarán más integrados en la familia.   Recuerda que:     – Una condición sin la cual será imposible obtener algún resultado es que ellos, los niños, vean hecho realidad en nuestra conducta diaria aquello que pretendemos inculcarles. – Una disciplina razonable es imprescindible para que los niños tengan buenos modales. – Es preciso considerar, no solo en teoría sino en la práctica, que cada hijo tiene una personalidad propia, con unas virtudes y unos defectos personales.

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CAPÍTULO 2 | Relaciones familiares



Somos seres relacionales En todas las facetas tiene mucha importancia tener muy en cuenta la realidad concreta que nos rodea; hay ocasiones, incluso de la vida más corriente imaginable, en las que hasta la supervivencia se ve amenazada por una conducta ajena a las circunstancias en las que uno se encuentra. No hace falta buscar ejemplos muy sofisticados; basta con pensar en las consecuencias de atravesar una carretera sin haberse fijado en si venía algún coche o no. La naturaleza, dirección e intensidad de dichas relaciones son muy variadas. Van desde la imperiosa necesidad, dependencia vital, que cada uno de nosotros tenemos respecto de aquellos que nos proporcionan, en sus más variadas formas, el alimento, el vestido, el techo, etc., hasta las formas más sublimes de solidaridad, entrega, heroísmo y caridad. No parece posible que alguien pueda considerar en serio que cada ser humano puede ser autosuficiente sin ningún tipo de vínculo con los demás. De todas las relaciones que los seres humanos tenemos con lo que nos rodea merece la pena destacar por su enorme importancia y repercusiones las relaciones con otras personas. Un requisito para el avance hacia la plenitud personal es precisamente el desarrollo de la capacidad de establecer y mantener encuentros interpersonales valiosos. El establecimiento y mantenimiento de relaciones humanas valiosas Solo contigo debería ser uno de los objetivos prioritarios de todo educador. No puedo ser «yo».debería considerarse esta faceta de la educación como un añadido interesante y bueno que «adorna» un currículum vitae de buen nivel.

¿Cuándo empezar? Desde la cuna: Hay que huir de que la habitación del bebé esté rodeada de un ambiente de estridencia, pero también puede ser malo crear un clima tan aséptico que el bebé reciba muy pocos o casi ningún estímulo. La sociabilidad empieza desde los pocos meses. Los niños que habitualmente ven pocas caras nuevas suelen ser más retraídos y luego, de mayores, les cuesta más la relación con las personas. Desde bien pequeños se les puede acostumbrar de forma simpática a hacer pequeños servicios o a desarrollar determinadas habilidades que pueden ser enfocadas casi como juegos pero que se van incorporando eficazmente a la conducta.

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Escucharles, hablarles Gran parte de la habilidad de una persona para comunicarse con corrección –aspecto importantísimo de los «buenos modales»– se debe a las oportunidades de practicar que haya tenido. Cuando un niño de año y medio o dos se dirige a papá o mamá a «contarle» algo con su «lengua de trapo» espera una respuesta de acogida. En esas edades tan simpáticas normalmente el niño es atendido. Los problemas surgen cuando ya tiene tres o cuatro años y empieza a hacer preguntas continuamente.   Por ejemplo: Por ejemplo: ¿No habéis oído alguna vez expresiones como... ¡Qué niño tan pesado! ¡Vete a jugar y déjame tranquilo!?

  Siempre me ha parecido mal que, cuando una familia con sus hijos se encuentra con algún amigo o conocido, este salude cariñosísimo a los pequeñines y a los «mayores» no les haga tanto caso. Entre los cuatro y los siete años les encanta aprender y tienen un gran entusiasmo por saber hacer bien las cosas. Nuestra actitud de enseñarles con cariño y paciencia es muy importante para su desarrollo psíquico, intelectual, afectivo y emocional. Su «saber estar» de joven o adulto depende en gran medida de la atención que les hayan prestado sus padres en estas edades tempranas. Un niño, a partir de los cuatro años aproximadamente, necesita Escuchar a los hijosimperiosamente ser escuchado por sus padres, si no le defraudamos. Será una magnífica forma de conocerle, estrechar es enseñarles lazos y darle la oportunidad de aprender a expresarse bien, que a relacionarse. tanta falta le va a hacer en su relación social. Esta edad de los «porqués» es un momento magnífico para desarrollar... la paciencia de los padres. Gracias a Dios no exigen definiciones o explicaciones perfectas de todo, si así fuera, ¡menudos aprietos! Se conforman con ser atendidos y recibir una respuesta amable acorde con su pequeñita visión del universo. Cuando un pequeño nos hable no importa tanto la Si queremos que nuestros corrección con que se exprese como la actitud de hijos hablen con corrección,escucha que demostremos y sobre todo que adquiera la hablémosles con corrección.costumbre de comunicarse con sus padres. Si por una pretendida pureza en la expresión las conversaciones se convierten en «clases» de dicción, no nos extrañe que el diálogo no perdure.

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En algunas ocasiones los «malos modales» son una forma no consciente de reclamar la atención que le niegan sus padres, en ese momento o con cierta frecuencia. Una de las claves del aprendizaje es la imitación. Sin darnos cuenta nos imitan en todo. Está relativamente extendido el error de hablarles a los niños pequeños de forma afectada, imitando los adultos la «lengua de trapo» propia de los chiquitines. Así no se les hace ningún favor. Solamente se les entorpece el desarrollo de su capacidad de expresión. Hablémosles con un lenguaje sencillo pero correcto, con precisión y sin miedo a la riqueza de vocabulario. Gran parte del éxito de nuestros hijos en la relación social se deberá a su facilidad de expresión. Nosotros los padres podemos y debemos ayudarles mucho en este terreno desde bien pequeños. ¿Nos harán más caso si les gritamos? A veces sí, pero no por el volumen de voz, sino porque captan que va en serio. Si realmente estamos firmemente decididos a ser obedecidos, ellos, por lo general, lo notan y actúan en consecuencia. No es necesario gritar. Si el niño es muy pequeño o el grito es muy fuerte, quizá solo se consiga que el niño sufra un bloqueo y se paralice. Es importante hablarles en un tono elegante de voz y utilizar con ellos las expresiones: por favor, gracias, perdón, etc. Ellos lo asimilarán por imitación.

Enseñarles a observar Si deseamos que nuestros hijos tengan buenos modales, seguramente nos gustaría oír que dicen de ellos: —¡Qué niño más atento! Esta frase significa precisamente lo que dice: ¡Cómo atiende! ¡Cómo capta las necesidades y deseos de los que le rodean! Será «atento» si desde bien pequeño le ayudamos a que adquiera el hábito de observar. En los tres primeros años de la vida de un niño se produce el despertar de los sentidos y es un momento especialmente adecuado para desarrollar la capacidad de observación.

Ayudemos a nuestros hijos a ser «atentos» Un paseo de un niño de dos años con sus papás puede ser una importante fuente de conocimientos y una magnífica ocasión de desarrollar su capacidad de observación. Se le puede ayudar mucho si intencionadamente se procura que fije su atención en lo que le rodea. Si es algo mayorcito, de tres, cuatro o cinco años, se pueden mantener con él simpáticas conversaciones con preguntas y respuestas sobre lo que va viendo.

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Los juegos son una buena ocasión para desarrollar hábitos de convivencia. A modo de juego se puede lograr que un niño de dos años deje sus cosas ordenadas ya que es algo que le encanta naturalmente. A estas edades se les debe iniciar en los hábitos de higiene. Un niño de dos años o incluso menos puede desear, por imitación, lavarse los dientes o hacer que se los lava. Hay que tener precaución de no tener a los niños demasiado tiempo frente a la televisión. El rápido ritmo de las imágenes de algunos programas, incluso infantiles, pueden hacer que se acostumbren a mirar sin ver. Es una falsa situación de desarrollo de capacidad de observación. Démosle tiempo para que «experimente». Tratemos de vacunarle contra esa «enfermedad» de la prisa que aprisiona al hombre actual. No le sustituyamos y dejémosle que pueda ir haciendo pequeñas cosas por sí solo. Lo hará peor que si se lo hacemos nosotros pero, si tenemos la paciencia de dejarle hacer, aprenderá. Le haremos un gran bien.   Algunos ejemplos: Laura, 18 meses: Su hermana mayor acaba de cambiarle los pañales en su habitación y le dice: Laura, lleva los pañales a la basura. La pequeña, con ojos sonrientes que indican que entiende el encargo, se dirige a la cocina y cumple su «importante» misión. Enrique, 3 años: Termina de desayunar en la cocina y lleva su taza al fregadero. Luis, Laura y Enrique: Luis de cinco años y Enrique de tres llevan a Laura de dieciocho meses cada uno de una mano por la acera «para cuidarla» porque «son mayores». Pedro, 3 años: Después de hacer «determinadas funciones fisiológicas» le dice a mamá en una posición muy pintoresca: Por favor, ¿me limpias? Carmen, 3 años: Se abrocha perfectamente todos los botones de su bata del colegio.

Situación familiar: «Trato entre hermanos» Elena, de cuatro años, se enfadó mucho y pegó a su hermana pequeña porque le rompió su juguete favorito. Escoged el final que consideréis más educativo. Final 1: La madre, muy irritada y a gritos: —¡Eres muy mala! ¿Por qué pegas a tu hermana? ¿No te da vergüenza? Toma, toma y toma (azotes). Final 2: La madre seria y enfadada: —¡Elena! no debes pegar a tu hermana. Ella no quería romperlo pero es pequeña y lo ha roto sin querer. Más conciliadora:

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—Te voy a arreglar el juguete, pero dale un beso a tu hermana. ¡Hala! Perdónala y dale un beso. ¿Verdad que sí que la quieres? La educación de los buenos modales, que es casi lo mismo que la educación de la sociabilidad, empieza en la familia. Si logramos que cada uno de nuestros hijos se integre en la familia, habremos dado un gran paso adelante, el paso definitivo. Hay que procurar que se quieran todos los hermanos. No esperemos, ni pretendamos, una exagerada cortesía entre ellos. Tampoco sería natural. Pero hay algunas costumbres que sí podemos y debemos inculcarles desde que empiezan a hablar. Si a un niño de dos o tres años un hermano le presta algo Un hijo no es solo mi hijoo le ayuda, hay que acostumbrarle a que dé las gracias. o nuestro hijo, sino que Puede resultar delicioso comprobar que un pequeñín tiene el también es un hermano hábito de pedir las cosas por favor. Esto puede lograrse como un mecanismo automático de forma que interiorice para sus hermanos. que las frases de petición empiezan: Por favor... Y, si hace algo sin querer, qué bonito que hayamos logrado que espontáneamente diga: ¡Perdón! Acostumbrarles a usar: por favor, gracias, perdón. Estas tres expresiones son más importantes de lo que parece. Además de ser un exponente de nivel educativo, son un reflejo de actitudes fundamentales ante la vida tales como agradecimiento y reconocimiento de la dignidad de los demás. Evidentemente a estas edades no profundizan del todo en el significado de lo que dicen, pero, si adquieren el hábito, tendrán mucho adelantado. Y, si no lo adquieren, probablemente adquirirán el contrario: ser unos tiranos exigentes que no se sacian con nada. Los cinco o seis años primeros de la vida de un niño son el período más fecundo en el aprendizaje. Es la época de «sentar las bases». La elegancia y cortesía de estas personitas cuando sean mayores va a depender mucho del trato que dé o reciba de sus hermanos. Un trato habitual de cariño y de ayuda mutua –¡pobre del niño que no tiene costumbre de compartir!– es un magnífico fundamento de sus futuros buenos modales.

Ayuda mutua ¡Qué importante es que los hermanos se ayuden!   Algunos ejemplos: Lourdes, de 9 años: Cambia los pañales del bebé, le pone el pijama, le da la cena y lo acuesta. Pedro, de 16 años: Le corrige los ejercicios de cálculo a su hermano de 7 años. Luisa, Marifé y Pablo, de 13, 11 y 9 años: Se llevan a pasear al parque próximo a casa a sus hermanos de 5, 3 y 1 años.

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Pablo, de 9 años: Reza todas las noches tres Avemarías con su hermano de cinco años que duerme en su cuarto.

  Es bueno para los mayores ya que adquieren experiencia de la vida, desarrollan su generosidad y estrechan lazos con sus hermanos pequeños. Es bueno para los pequeños porque ven el ejemplo práctico de sus hermanos mayores y se sienten queridos por ellos. El nivel de trato y convivencia entre hermanos depende del afecto real que se tengan. Sin ello los «buenos modales» se quedan en meras formas externas de coexistencia sin cimientos. Cualquier alteración del estado de ánimo puede dar al traste con la más elemental cortesía. No nos rasguemos las vestiduras porque a veces surjan auténticas peleas por cosas sin importancia. Ni nuestros hijos ni nosotros somos perfectos y es casi imposible evitar roces e incomprensiones. Sí hay que procurar que esas «tormentas» no cristalicen y se conviertan en estilo de la familia. El final feliz de las situaciones «bélicas» incluye el perdón y la reconciliación. Normalmente esto exige una conversación con el culpable –si no reconoce su culpa, no hemos adelantado nada aunque externamente pida perdón a regañadientes– y otra con la «víctima» para que sea capaz de perdonar y no se provoque otra explosión en el momento del intento de reconciliación. Un curioso caso de ayuda mutua: Federico, de tres años y medio, se dirige, con su bata de rayas, hacia el jardín de infancia acompañado por su padre y por Enrique, de dos años, que acudía por primera vez. Federico como «mayor» le pone la mano en el hombro a su hermano y le dice, muy serio: —Si te pega Luis me avisas. Yo le puedo. Si te pega Andrés, que es muy fuerte, díselo a la «seño». No es un buen ejemplo hablando de buenos modales, pero sí viene al caso para ilustrar cómo un hermano estaba pendiente del otro.

Los objetos personales Quizá podrían resumirse los objetivos de la educación en sentido muy amplio en: conseguir que un niño que necesita TODO de los demás, cuando nace, llegue a ser alguien ÚTIL para los demás. Se trata de ayudar a nuestros hijos a darse cuenta de que hay que pasar del «servirse de» al «servir a». Es propio de los niños muy pequeños que se refieran a todas las cosas como «mío», «mío». Tienen, por lo general, muy desarrollado el instinto de posesión. Lo anterior, unido a que aproximadamente a los tres años es la edad del no, hace que tengamos que estar especialmente pendientes los padres para que nuestros pequeños aprendan:

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– A respetar las propiedades de sus hermanos. – A ser generosos y prestar las cosas. – A usar los bienes materiales con señorío, sin dejarse esclavizar. Podría ser útil un breve código similar a este: 1. Si necesitas o deseas usar algo que es de un hermano o de los papás o de los abuelos, debes pedir permiso siempre. 2. Si alguien de la familia te pide algo tuyo, préstaselo. También puedes regalárselo. 3. Si te prestan algo, devuélvelo lo antes que puedas. 4. Si usas algo que es de todos, déjalo luego en su sitio. 5. Las personas son mucho más importantes que las cosas. Cuántas fuertes desavenencias de familias adultas proceden de luchas por la posesión o disfrute de propiedades. ¿No serán manifestación de que ese egoísmo innato que todos tenemos no fue amortiguado, sino que, por el contrario, se fue autoalimentando? La mejor edad para aprender a relacionarse con los demás a través del uso de sus objetos personales es lo antes posible. Depende de cada niño pero los dos años puede ser un momento ideal. A lo mejor, en determinadas circunstancias, el aprendizaje en esta materia comporta alguna rabieta que habrá que soportar lo más estoicamente posible. Lo que es casi seguro es que, si, para que no llore, consentimos en que, de modo habitual, se salgan con la suya y tengan que ceder siempre los hermanos, estaremos contribuyendo a enturbiar las relaciones entre ellos. Atención en este tema a la actuación de los abuelos. A veces tienden a mostrar clara predilección por los más pequeños y algunos la manifiestan dándole satisfacción a sus caprichos especialmente de orden material. Evidentemente también hemos de enseñarles a cuidar sus propias cosas, pero esto será tratado en otro capítulo más adelante.

Un caso: «Un pequeño revoltoso» Imaginemos el caso de una familia con cuatro hijos, los tres mayores son niñas y el pequeño es un niño de dos años. Este matrimonio no ha tenido ningún problema con sus hijas: Han crecido juntas y, salvo alguna rara ocasión aislada, se han llevado hasta ahora muy bien compartiendo los juguetes. A causa de la situación económica, han tenido que dedicar más tiempo al trabajo y «han bajado la guardia» en casa. El pequeño es un niño nervioso al que sus hermanas no aceptan muy bien porque al menor descuido les rompe sus «tesoros». A veces le pegan y por ello se llevan algún cachete de su madre, una situación que le pone realmente

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nerviosa; ella ve claramente que el tiempo no va a arreglar nada, a pesar de que su marido le anima a no preocuparse. Una amiga, que asiste a una escuela de familias, les explicó con detalle que, para ayudar a los niños a mejorar, no basta con desearlo o con echar broncas o lamentarse. Hay que hacer planes de acción. Esa idea de «profesionalizar» el asunto les gustó y esa misma noche, cuando acostaron a los niños, empezaron a buscar soluciones concretas y a escribirlas. Se le ocurrieron las siguientes ideas: — Poner una cerradura en la parte baja del armario y guardar allí las mejores muñecas y los «tesoros más valiosos». Se trataba de evitar las situaciones más conflictivas. — Pedirles a las dos niñas mayores que apartaran algunos juguetes algo deteriorados y convencerlas de que se los prestaran al pequeño. Querían que este empezara a recibir atenciones de sus hermanas y que estas iniciaran el camino de la generosidad. — Exigir a las niñas que, al acabar de jugar, dejen todo bien recogido. Hasta ahora lo hacía la madre y al no llegar a todo había ocasiones en las que, cuando se retrasaba, el pequeño aprovechaba para «atacar». No conozco el final de la historia por lo que no sé si lograron sus objetivos, pero creo que coincidiremos todos en que es más fácil lograr algo cuando uno se lo propone en serio y hace planes concretos. No existen soluciones mágicas de efectos inmediatos. Normalmente las mejoras en educación se logran poco a poco a base de paciencia, insistiendo con perseverancia una y otra vez en los mismos temas.   Por ejemplo: Una madre de familia preocupada por las frecuentes riñas de uno de sus hijos con los hermanos le decía al tutor del chico en el colegio: —Ya no sé qué hacer. No sé si matarlo o dejarlo. La respuesta serena del tutor fue: —Ni lo uno ni lo otro.

  Es preferible apoyarse en los valores y cualidades para potenciarlos que poner el punto de mira en los defectos aunque sea con la buenísima intención de corregirlos. Nunca se logrará del todo y se genera un estilo nada estimulante. Hagamos pedagogía positiva. Si logramos que nuestros hijos estén unidos a nosotros, Para vivir bien la estaremos en condiciones de influir en ellos para que estén fraternidad es necesariounidos entre sí. En realidad es el único camino posible para lograr que haya una auténtica convivencia entre los hermanos

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y puedan tratarse con buenos modales. En el fondo se trata de enseñar a amar. A no ser que tengamos el concepto roussoniano de que el hombre es naturalmente bueno, tenemos los padres la obligación de ayudar a nuestros hijos a luchar contra esa inclinación al mal que subyace en lo más íntimo de nuestro ser desde que nacemos. Aprender a amar a los hermanos requiere efectivamente un aprendizaje. De hecho la experiencia nos muestra que hay bastantes personas que no lo consiguen y que, incluso ya adultos, tratan con mayor delicadeza y cortesía a los extraños que a los propios. Hay que procurar encontrar la clave con la que actuar en cada caso concreto. Hay que buscar la motivación adecuada. Un medio importante para inculcar buenos modales y buenas costumbres a nuestros hijos más pequeños es convertir intencionada y explícitamente a los hijos mayores en nuestros aliados. Hay que explicarles a fondo nuestros planes con los pequeños dándoles, proporcionalmente a su capacidad de entender, las razones que nos mueven. Hemos de hacer conscientes a los mayores de que son observados permanentemente por los pequeños. Es una razón añadida para que los mayores actúen con corrección. Por nuestra parte hemos de reforzar la autoridad de los mayores ante los pequeños. Evidentemente debe ser autoridad-servicio. No transijamos en esas situaciones en las que un hermano mayor se libra de sus quehaceres o encargos mandándoselo hacer a un pequeño aprovechándose de la debilidad o voluntariedad de este. Advirtamos a los mayores para que no le rían las «gracias» al pequeño de turno cuando hace algo mal. Aunque pueda resultar gracioso, le hacemos un mal favor si observa que nos divierte. Tenderá a repetirlo. Procuremos que no nos pase como a aquella madre de familia numerosa que me decía: —Este pequeño me ha pillado cansada. Reconozco que no le exijo como hice con los mayores.Además los mayores están muy ilusionados con el último y le consienten todo. Es muy espabilado pero lo estamos haciendo un tirano. El pequeño de una familia no debe convertirse en el juguete. Es lógico, y muy bonito, que se le hagan «fiestas» pero dentro de un orden. Para terminar, dos últimas consideraciones: Cada familia debe buscar sus propias soluciones, adaptadas a sus circunstancias. Muchas familias han logrado que los hermanos se quieran y se traten bien. Es posible.

vivir bien la filiación.

Los ancianos en el hogar Los buenos o malos modales con que nuestros hijos traten a sus abuelos dependerán en gran medida del cariño mutuo que hayamos logrado que se tengan. Como siempre, las

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formas externas dependerán de las profundas actitudes interiores. Trataremos –nuestros hijos y nosotros– a las personas mayores según el concepto que tengamos de ellos.   Viene a mi memoria una cita de la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio de Juan Pablo II que nos expone dos realidades bien distintas y que reproduzco a continuación: «Hay culturas que manifiestan una singular veneración y un gran amor por el anciano; lejos de ser apartado de la familia o de ser soportado como un peso inútil, el anciano permanece inserto en la vida familiar, sigue tomando parte activa y responsable –aun debiendo respetar la autonomía de la nueva familia– y sobre todo desarrolla la preciosa misión de testigo del pasado e inspirador de sabiduría para los jóvenes y para el futuro. Otras culturas, en cambio, especialmente como consecuencia de un desordenado desarrollo industrial y urbanístico, han llevado y siguen llevando a los ancianos a formas inaceptables de marginación, que son fuente a la vez de agudos sufrimientos para ellos mismos y de empobrecimiento espiritual para tantas familias».

  ¿A cuál de ambas alternativas nos apuntamos, en la práctica, en nuestro hogar? Quizá al leer lo de «formas inaceptables de marginación» pensemos en situaciones de miseria económica o cultural, pero hay otras formas inaceptables de marginación más sutiles pero no menos dañinas: Si cada vez que la abuela habla hay sonrisitas «comprensivas» dando a entender que no sabe nada, ella sufre. Si cuando el abuelo cuenta la eterna historia del servicio militar se le hace el vacío, él sufre. Si, a sus espaldas o abiertamente, se les critica por sus costumbres, se les está marginando. Algunos de estos tipos de marginación se están dando en hogares con un aparente estatus moral y social. Seamos agradecidos con nuestros mayores. Si queremos a los abuelos y procuramos que nuestros hijos les quieran, tendremos más oportunidad de ser queridos y de ayudarles a superar las limitaciones de todo tipo que, fruto de la edad, muchos tienen y que pueden ser para ellos motivo de sufrimiento.

¿Qué hacer si los abuelos viven fuera del hogar? — Visitarles y que nos visiten. — Escribirles. — Llamarles por teléfono.

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• Visitas: Convendrá tener en cuenta algunas recomendaciones. Es bueno tener algo previsto sobre lo que van a hacer los niños mientras están en casa de los abuelos. Suele ocurrir que los adultos crean su ambiente, su conversación y los pequeños, aburridos, empiezan a causar problemas con disgusto para todos. A la vista de las circunstancias físicas o de ambiente del hogar de los abuelos, conviene tener prevista alguna «estrategia» para que todo resulte bien. Parece bueno aleccionar a los pequeños antes de ir, explicándoles cómo deben comportarse en sentido positivo y diciéndoles también lo que no deben hacer. Deben: Saludar, ser cariñosos, contar cosas, escuchar, etc. No deben: Ir tocando los pequeños objetos, interrumpir las conversaciones, etcétera. • Correspondencia: Evidentemente a estas edades no están capacitados para escribir una carta a sus abuelos, pero sí pueden enviarles, aprovechando quizá una carta de los padres o de algún hermano mayor, algún dibujo suyo. Basta algún garabato con lápices de colores para crear una agradable relación. • Teléfono: Quizá no sea el mejor modo para que un chiquitín de estas edades se comunique con sus abuelos. A partir de los cuatro años, más o menos, edad en la que ya pueden mantener una cierta conversación, puede hacerles a nietos y abuelos mucha ilusión llamarse por teléfono de vez en cuando. Creo que la diferencia de vitalidad entre abuelos y nietos ha de ser tenida en cuenta, sobre todo en cuanto al alboroto que naturalmente producen los pequeños. Hay que «regular» el alboroto de alguna forma, sobre todo cuando se convive con los abuelos. No se les puede consentir, por muchos motivos, a los pequeños que se «entreguen» el alboroto de forma absoluta. Hay que procurar que respeten los momentos de descanso de los mayores y que eviten las estridencias. Pero tampoco se les puede estar todo el día obligando a actuar como adultos.   Por ejemplo: Siempre recuerdo con simpatía la anécdota que cuenta D. Jesús Urteaga en su libro Dios y los hijos, que, por cierto, recomiendo vivamente, sobre un niño al que siempre le decían: —Los niños buenos se están quietos. Y un buen día dijo: —Y, en el Cielo, ¿también tendré que estarme quieto?

  Si un pequeño oye de continuo: ¡No molestes al abuelo! ¡No molestes al abuelo!, es bastante probable que acabe harto del abuelo. Una acertada combinación de actividad infantil en la que haya abundante ejercicio físico puede ser utilísima para la buena convivencia. Un niño «encerrado» en un piso puede ocasionar y ocasionarse problemas en relación con su formación humana.

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  TRATO DE LOS ABUELOS A LOS NIETOS Que haya oportunidad de trato. Buscando los momentos adecuados, si viven en nuestro hogar, o procurando que se hagan visitas mutuas en las que se dé el clima adecuado. Si pedimos a los abuelos ayuda concreta, proporcionada a sus circunstancias, les ayudamos a ser y a sentirse útiles y les damos ocasión de que los nietos tengan cosas concretas que agradecerles. No solo alguna «propina» o algún capricho. Así también les ayudamos a vencer el egoísmo en el que se pueden instalar los abuelos con facilidad. Puede ser delicioso para los chiquitines que su abuelo les cuente cuentos. O se los lea si no sabe contarlos. Un agradable paseo del abuelo con alguno de sus nietos puede ser recordado durante años. Un abuelo paciente, ¡cuánto bien puede hacer enseñando a leer a un pequeño de 4-5 años! Los abuelos, especialmente si son piadosos, pueden desempeñar un papel fundamental a la hora de transmitir la fe; disponen, por lo general, de un tiempo que a veces los padres no tienen. A los niños les encanta aprender oraciones de labios de sus abuelos. Los juegos de nuestra infancia, que quizá recuerden nuestros padres, pueden ser muy satisfactorios para nuestros hijos. Las circunstancias de la vida actual hacen que nuestros hijos tengan menos oportunidades de jugar y encuentren dificultades para hacer algo distinto de «mirar» la televisión.

  Los abuelos les pueden enseñar esos juegos o canciones tan entrañables. He visto la cara de auténtico interés con la que niños de tres años en adelante siguen a sus padres o abuelos cuando les cuentan las costumbres de épocas anteriores. Les divierte mucho, a partir de los 4-5 años, saber lo que valían las chucherías, que había tranvías, que el panadero iba en un carro con un burro, que había gallinas en la casa, etc. Todo esto, además de intensificar la relación personal entre abuelos y nietos, les ayuda a estos en su percepción de la realidad y, por tanto, en su formación intelectual. Aquí lo he citado como ocasión de intensificar el afecto para lograr que nuestros hijos tengan buenos modales con sus abuelos. Además de oír historias generales sobre las cosas, de labios de sus abuelos, hay una historia especialmente importante. Me refiero a la historia de la propia familia. El conocimiento de la biografía de los padres, abuelos y otros parientes cercanos ayuda mucho a integrarse en la familia. ¡Qué ratos tan agradables cuando les enseñan las fotos familiares! La auténtica integración en la familia produce una estabilidad emocional que es la base de una personalidad consolidada, con mayor seguridad en sí mismo. Esta seguridad personal es la que permite que una persona «salga» de sí misma y pueda atender las necesidades de los demás teniéndolos en cuenta y tratándolos como se debe.

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Situación familiar: «Nuestro ejemplo es vital»   Situación negativa: Es el caso de una madre de familia, Irene, de cuarenta y cinco años, que tiene dos hijos pequeños. Su madre, viuda, vive con ellos. En la comida de un día corriente se comenta una noticia política en la que surgen, como casi siempre, posiciones encontradas. Después de una conversación en un tono poco agradable, en la que desde luego están presentes los niños con los ojos muy abiertos, Irene corta la situación diciéndole a su madre: —¡Qué pena me das! Pareces tonta.   Situación positiva: El caso de un padre de familia, Mario, de treinta y dos años, con cuatro hijos pequeños. Su mujer es realmente bastante desordenada, razón por la que la madre de Mario no la acepta bien. Después de una escena en la que delante de los niños la «suegra» la ha ofendido, Mario actúa de la forma siguiente: —Mamá, siento decirte esto, pero no tienes derecho y no te consiento que trates así a mi mujer. Más tarde llama a solas a sus tres hijos mayores y les explica... —La abuelita se ha portado mal pero tenemos que quererla mucho. Es muy mayor y a veces tiene dolores y se enfada. Vosotros también os enfadáis alguna vez y tengo que regañaros y castigaros pero os quiero mucho. ¿Verdad que vais a querer mucho a la abuelita? Hala, a jugar. Algunas recetas prácticas para enseñar a nuestros hijos, sin ruido de palabras, a tratar a los abuelos: –No criticarles en su ausencia. –Reforzar siempre su imagen. –Comprender sus limitaciones. –Ayudarles en cuestiones materiales. –Escucharles con paciencia y cariño. –Tenerles al corriente de las cuestiones familiares. –Visitarles, escribirles, dedicarles tiempo. Carmen, de setenta y ocho años, lleva un tiempo residiendo en un pueblecito del Levante español rodeada de amigos jubilados. Antes residía en Miami con sus hijos y nietos. Decidió irse de allí y volverse a España porque se le hacía muy dura la soledad. Me contó un día:

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Mi hijo es una buena persona y muy inteligente y trabajador. Mi nuera también es buena y tiene mucha relación social. Mis dos nietos son muy estudiosos y deportistas, sacan muy buenas notas en la universidad. Son lo que podría llamarse, desde fuera, una familia estupenda. A mí me dicen que me quieren y me hacen muchos regalos, pero estoy muy sola. Vivimos lejos del centro en una zona en la que apenas hay transporte público. Cada uno de mis hijos y nietos tiene su propio coche y pasan todo el día fuera de casa. Cada uno cena a su hora y tiene su propio televisor. Yo también tengo el mío. Solamente coincidimos todos algún fin de semana en el que los chicos no se van de camping con los amigos. Quizá haya sido egoísmo por mi parte pero lo estaba Nuestros hijos trataránpasando muy mal y decidí venirme. Ellos no lo entienden. No a los abuelos según son conscientes de que hubiera ningún problema.

lo hagamos nosotros. Trato de los nietos a los abuelos Está muy bien que los abuelos se ganen el cariño de los nietos. Está muy bien que vean nuestro ejemplo. Pero seamos realistas. Practicar el bien cuesta y nuestros niños pequeños han de aprender y hay que enseñarles. Tenemos que explicarles cómo tienen que tratar a sus abuelos y tenemos que procurar que adquieran los hábitos correspondientes. Hay que explicarles que las personas mayores, por lo general, tienen menos fuerzas y hay que ayudarles. Si en estas edades tan pequeñas no pueden ser unos perfectos ayudantes, por lo menos han de tener claro que a los abuelos hay que ayudarles. De todas formas hay algunos pequeños servicios que un pequeño puede hacer.   Por ejemplo: A los tres años puede acercar a sus abuelos objetos que necesiten sin que estos tengan que dejar su sillón. A los cinco o seis años les puede leer, por lo menos alguna vez, los titulares del periódico si no ven bien. Algunos niños que lo hagan especialmente bien pueden leerles incluso libros. Serán ayudas muy pequeñas pero irán adquiriendo hábito. Los nietos, aun pequeños, pueden ayudar a los abuelos.

  Hay que explicarles que deben contarles cosas a los abuelos y cómo han de hacerlo. Es una buena costumbre que les cuenten lo que han hecho en el colegio, lo que han comido, cosas de sus amigos, etc. No está de más decirles que les han de contar las cosas despacio y ayudarles a explicarse bien. A veces habrá dificultades de comunicación que habrá que intentar vencer por ambas partes. Sesenta o más años de distancia pueden comportar bastantes diferencias de vocabulario y conceptos.

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En cualquier caso, con paciencia, pueden lograrse situaciones Hay que enseñar muy enriquecedoras. Los pequeños pueden ayudar a llenar el a los niños a hablartiempo de los abuelos y de paso aprovechar magníficas con sus abuelos. oportunidades para aprender a expresarse. En más ocasiones de las deseables, bastantes padres actuales no pueden, no saben o no quieren encontrar el tiempo para hablar con sus hijos.

Inconvenientes del trato con los mayores Normalmente en la vida nada es totalmente blanco ni totalmente negro. Casi todo suele ser cuestión de equilibrio. Es estupenda la relación nietos-abuelos pero también tiene sus peligros. No permitáis que vuestros padres malcríen a vuestros hijos. Hay bastantes abuelos que consienten a sus nietos cosas inconsentibles que a sus hijos no se las dejaron hacer. Por cansancio o por no llevarse un mal rato ceden ante absurdos caprichos y en realidad hacen daño, bienintencionado pero daño real, a sus nietos. Un niño mimado tiene muchos y serios problemas de convivencia. Cuidado con los abuelos permisivos. Otro peligro proviene del carácter de algunos ancianos. Por no haber sabido asimilar las limitaciones propias de la edad o por otros motivos, hay ancianos irritables y malhumorados que difícilmente aguantan a los niños. En estas condiciones pueden ejercer una influencia negativa sobre nuestros hijos. Habrá que estar alerta y tener previsto algún plan de acción para contrarrestar. Atención a los ancianos malhumorados. Para terminar señalo una cuestión que se da con frecuencia y sobre la que hay que estar vigilantes. Desde siempre los abuelos han ayudado a cuidar los niños en ausencia de sus padres, y eso es bueno. Pero he oído a abuelos, sobre todo abuelas, muy cansadas que notan que sus hijos están abusando y en cuanto pueden se libran de sus cargas familiares. En esta época de la «eficacia» a todos los niveles hemos de inculcar a nuestros hijos, desde bien pequeños, el cariño, amor, respeto, veneración y trato exquisito a estas personas aparentemente «improductivas» que son nuestros ancianos, a los que tanto debemos.   Recuerda que:     – La sociabilidad empieza desde los pocos meses. Los niños que habitualmente ven pocas caras nuevas suelen ser más retraídos y luego, de mayores, les cuesta más la relación con las personas. – Una de las claves del aprendizaje es la imitación. Sin darnos cuenta nos imitan en todo. – Será «atento» si desde bien pequeño le ayudamos a que adquiera el hábito de

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observar. En los tres primeros años de la vida de un niño se produce el despertar de los sentidos y es un momento especialmente adecuado para desarrollar la capacidad de observación. – Los cinco o seis años primeros de la vida de un niño son el período más fecundo en el aprendizaje. Es la época de «sentar las bases».

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UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN SITUACIÓN: Imaginemos a dos hermanos, Pedro, de seis años, y Antonio, de cinco. Estamos en general contentos con su comportamiento pero nos gustaría que se llevaran mejor entre ellos. En ocasiones surgen algunas rivalidades sin mucha importancia y queremos conseguir que no se produzcan o, al menos, que sean excepcionales. OBJETIVO: General: Mejorar la generosidad. Concreto: Que Pedro mejore su relación con Antonio. MEDIOS: – Ayudar al mayor a que preste sus juguetes a su hermano. – Entretener en ocasiones al pequeño para que no le pida siempre cosas. No podemos pedirle a su hermano que permanentemente renuncie a sus juguetes preferidos. – Aprovechar que pronto se va a celebrar el cumpleaños de Pedro para que, con ocasión de los nuevos regalos, preste a su hermano alguno de sus viejos «tesoros». – Jugar a menudo al fútbol con su padre formando equipo los dos hermanos. MOTIVACIÓN: – Explicarle al mayor, en algún momento propicio, lo contenta que se va a poner mamá si algunas veces le presta juguetes a su hermano y consigue que este también esté contento. – Presentarles el plan de jugar juntos al fútbol como algo estupendo y en forma de reto: ¡A ver si conseguís ganarme! DESARROLLO: El sábado celebramos su cumpleaños, vinieron algunos amigos y tuvo algunos regalos. Cuando se fueron los invitados, aprovechando lo contento que estaba le animamos a que le prestase a su hermano pequeño la vieja espada de madera que tanta ilusión le hace a este. Aceptó de buen grado. La mirada, sorprendida-agradecidailusionada, de Antonio fue deliciosa. El domingo por la mañana se pusieron a jugar los dos con los regalos del cumpleaños. El pequeño tuvo una rabieta, se le antojaba todo. Papá se lo llevó a otra

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habitación y estuvo llorando bastante tiempo. Cuando se calmó le pedimos a Pedro que le dejara –él mismo– uno de los nuevos juguetes. Le costó un poco pero aceptó las explicaciones de papá y se lo prestó de buen grado. Por la tarde, puesto que «se habían portado bien» los llevamos a jugar al fútbol. Mi marido les subrayaba que eran los dos del mismo equipo, que iba a ganarles y que se pasaran la pelota. Al venir del colegio, por las tardes, siguen los tres con el fútbol un rato después de merendar. RESULTADOS: Llevamos tres semanas. Va mejorando la relación. Es un proceso lento pero apreciable.

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PARA RECORDAR: BUENOS MODALES DE LOS EDUCADORES Y RELACIONES FAMILIARES La autenticidad de nuestras motivaciones es determinante de la eficacia en la influencia sobre nuestros hijos. ¿Corrijo a mis hijos porque... me molestan, me dejan en mal lugar o porque deseo su bien? El estilo de la familia está marcado por el nivel de relación entre los padres: Si nos tratamos bien, los hijos aprenderán. Interesa invertir tiempo y esfuerzo en la formación de los hijos mayores, es muy importante su ejemplo. Queramos a los ancianos, nuestros hijos tratarán a los abuelos como lo hagamos nosotros. Mejorar las relaciones entre padres e hijos, logrando en concreto: Un mayor nivel de obediencia, escucharse más unos a otros, utilizar un tono moderado de voz, evitando los gritos.

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PARA PROFUNDIZAR: José Antonio Alcázar y Fernando Corominas, Virtudes humanas, Madrid, Palabra, Colección Hacer Familia, nº 70. La educación de las Virtudes humanas de los hijos busca promover en ellos hábitos que les permitan obrar bien en cualquier circunstancia y por voluntad propia, tener como objetivo formar personas capaces de enfrentarse a la vida con un proyecto personal, con madurez e ideales. Juan Pablo II, Familiaris Consortio: Exhortación Apostólica sobre la misión de la familia cristiana en el mundo actual. Documento básico de referencia para todas las cuestiones relacionadas con el vínculo familiar y, por extensión, con otras relaciones sociales más amplias. La vida es bella (1998). Roberto Benigni. Película italiana de Roberto Benigni muy premiada que exalta el cariño entre marido y mujer y entre padres e hijos. Es muy profunda y entrelaza magníficamente los elementos dramáticos y cómicos. Es muy recomendable para la familia. El Papa solicitó un pase privado de la película.

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SEGUNDA PARTE: RELACIONES SOCIALES Una respuesta suave calma el furor, una palabra hiriente aumenta la ira. Proverbios 15, 1

El buen comportamiento de los niños no solo atañe al hogar y a la familia, hemos de enseñar desde pequeños a los niños a saber estar en las distintas situaciones cotidianas que se presentan. Hay determinadas situaciones que pueden convertirse en verdaderas pesadillas si no sabemos qué esperar de los niños y cómo exigírselo en el momento adecuado.   RELACIONES SOCIALES ¿Cómo educar la sociabilidad de los hijos? ¿Cómo ayudarles en la práctica religiosa? ¿Es posible hacer del tiempo libre una herramienta de crecimiento personal? ¿Es posible enseñar a nuestros hijos a ser respetuosos con las personas, los seres vivos y las cosas?

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CAPÍTULO 3 | El entorno cercano



Abrir el hogar Hasta aquí hemos venido hablando de relaciones internas en el seno de la propia familia. Pero tanto nosotros como nuestros hijos nos relacionamos con otras personas. Tenemos que enseñar a nuestros pequeños a tratarlas bien. Hay familias que, buscando una especie de confort y cierta ausencia de problemas, practican el llamado Aunque parezca obvio, para aprender a relacionarse«cocooning», es decir, se encierran en su «burbuja». En determinadas circunstancias o épocas puede ser hasta hay que relacionarse. recomendable que la familiase repliegue sobre sí misma, pero de modo ordinario parece mejor que haya una normal relación interfamilias. Ser sociable es bueno. La sociabilidad es una virtud que merece la pena cultivar. Una vez más el estilo de nuestros hijos va a depender, en buena medida, de nuestro nivel de relación social. Mi experiencia de veinte años como profesional de la educación me indica las grandes ventajas que tiene, para la formación de los niños y jóvenes, haberse educado en hogares abiertos. Los padres conocen a los amigos de sus hijos, aspecto muy interesante ya que los amigos ejercen una notable influencia y, por otro lado, conocen a los padres de los amigos con el consiguiente intercambio de experiencias. Hay otra ventaja añadida. Aunque la casa esté habitualmente ordenada, es bastante corriente, antes de recibir alguna visita o invitado, dar un pequeño repaso a algún detalle que parece mejorable. En realidad esto genera una benéfica actitud de sano inconformismo que nos aleja del nefasto «¡qué más da!» que citaba en la introducción. En resumen, salvaguardando la necesaria intimidad familiar, mi recomendación es: ¡Abrid el hogar! De las relaciones sociales he entresacado aquellas que me parecen más habituales en el entorno de un niño pequeño. Trataré a continuación de las relaciones de nuestros hijos con los vecinos, en las visitas, en el colegio, con sus amigos y en las fiestas.

Con los vecinos Anécdota: Francisco, padre de varios hijos, movidos e inquietos en general, se acerca al portal de su

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casa y observa cómo una señora de mediana edad está hablando con dos de sus hijas de trece y once años. Saluda a las tres y oye lo que está diciendo: Hacía mucho tiempo que no me encontraba con jovencitas tan bien educadas. Verá usted, me han sujetado la puerta mientras pasaba y me han dicho ¡buenas tardes! con mucha simpatía.

  Ceder el paso y sujetar la puerta del ascensor a los vecinos son dos actuaciones que un niño de cuatro o cinco años puede hacer si nos proponemos enseñárselo. En realidad lo aprenden enseguida. También es relativamente fácil conseguir que saluden. Un simple buenos días o buenas tardes es suficiente para un pequeño. Al portero y a los vecinos les resulta simpático y eso mismo hace que lo sigan practicando. Son pequeñas cosas que, a veces, se puede pensar que no tienen importancia y que ya las aprenderán de mayores. Cuanto antes empecemos, mejor. Los niños tienen mucha más capacidad de aprender de lo que nos imaginamos.

Con las visitas ¿A quién no le ha pasado que unos niños que estaban jugado pacíficamente se «transformen» en unos diablillos en cuanto aparecen por la puerta una visita o unos amigos? No nos sorprendamos y pensemos que nuestros hijos son especiales. Es una reacción natural que desarrollan inconscientemente al captar que se les va a «robar» la atención. Que se produzca de modo natural no significa que no haya que intentar evitarlo. Tanto si recibimos a alguien en nuestra casa como si vamos, acompañados de los niños, a otra casa, conviene prever las situaciones y tener pensadas algunas estrategias. Es muy probable que, si se deja que este tipo de situaciones se desarrollen espontáneamente, acaben todos nerviosos, los anfitriones, los invitados y los niños, que en más de una ocasión acabarán llorando. Un tipo de estrategia sería la que mantiene a los niños alejados del escenario de la conversación o los tiene suficientemente entretenidos. Esto soluciona muchos problemas y, en ocasiones, será muy conveniente o imprescindible aplicarlo, pero estamos ocupándonos de cómo ayudar a nuestros pequeños a comportarse. Para lograrlo hay que darles algunas indicaciones previas sobre lo que se espera de ellos durante la reunión, sin pedirles imposibles. Durante el desarrollo de la visita habrá que retomar las indicaciones y, preferiblemente a solas, recordarles algún punto. Lo que considero muy negativo es dejarles descontrolados y, abusando del resto de los presentes, permitirles hacer lo que quieran o, lo que es peor, «reírles las gracias». Algunas de esas recomendaciones previas podrían ser:  

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Por ejemplo: Cuando vengan las visitas, nosotros les saludaremos y tú, como ya te estás haciendo mayor (esto les encanta, por lo general), les dirás ¡Buenos días! ¡A ver si te sale bien! Si quieres decirnos algo, espera a que terminemos lo que estemos diciendo. No debes gritar para decir las cosas. Me avisas, yo te escucharé y me dices lo que sea. (Hay ocasiones en las que tienen que chillar porque no tienen opción de ser tenidos en cuenta). Si sacan algo de comer o de beber, come o bebe despacio. Si lo que te ponen no te gusta, prueba algo para que esté contento quien te invita. (Evidentemente si el niño es muy pequeño, quizá tres años o menos, esto es impensable). Si necesitas algo, pídelo por favor y luego le dices ¡Gracias! Utiliza la servilleta, después de comer o beber, así estarás limpio y dará gusto verte. Si te dejan juguetes, luego lo dejas todo muy bien ordenado. Cada cosa en su sitio. (A partir de los dos-tres años les encanta ordenar).

  Estas frases u otras parecidas suelen dar buen resultado o menos según se utilicen. Mejor decirlas con convicción de que van a ser eficaces. No es nada bueno utilizar amenazas del tipo: Y si no lo haces... Sobre todo si habitualmente no se cumplen. En el fondo se le está dando a entender al niño que cabe la posibilidad de que no lo haga. No creo que sea bueno dar toda una arenga tocando todos los puntos de forma exhaustiva. Lo que sí importa es estar prevenidos y dar las indicaciones concretas que cada uno de los hijos necesita a la luz de la experiencia. Quizá algún lector piense que todo esto es innecesario indicarlo porque es lo que habitualmente se hace. No siempre. ¿No nos quedamos muchas veces en un genérico: ¡Mucho cuidadito con lo que hacéis! ¿A ver si os portáis bien? Y no olvides, si se portan bien, reconocérselo; es el mejor refuerzo para que lo repitan.

En el colegio   ALGUNAS IDEAS PREVIAS Hay una fuerte relación entre rendimiento escolar –atención– y buen trato a las personas y a las cosas (buenos modales). Los primeros educadores son los padres. Familia y colegio han de colaborar estrechamente. Hay especial responsabilidad de elegir, si es posible, un colegio acorde con los planteamientos familiares. Desde el hogar se debe reforzar la autoridad del profesorado. Los buenos hábitos se adquieren desde bien pequeños.



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A través de una labor perseverante hay que ir inculcándoles desde el hogar una serie de pautas de conducta que les ayudarán enormemente en su vida colegial. El mejor momento es cuando acuden al jardín de infancia o a los cursos de Educación Infantil. En cuanto a los métodos es muchísimo más eficaz prevenir, advertir, orientar, exigir, en tono positivo, destacando especialmente aquello que uno hace mejor. ¡No perdamos tiempo dirigiendo nuestras fuerzas exclusivamente a corregir lo negativo! Algunas pautas de conducta colegial deseables: – Ir bien aseado, arreglado y peinado. – Llevar el material necesario. – Fijarse bien en lo que dicen los profesores. – Obedecer. – Postura correcta. Además del aspecto estético, hay problemas de salud en la vida adulta, originados por años de posturas incorrectas de la espalda. – Mantener limpio y ordenado el sitio de trabajo. – Mantener limpia y ordenada la zona de juegos. – Pedir las necesidades fisiológicas apremiantes. Algunas dificultades en este sentido tienen que ver con la personalidad. – Compañerismo. No riñas ni peleas. – Saludar a profesores y empleados. – Cuidar las instalaciones. – Corrección en el autobús escolar. – Corrección en el comedor.

Con los amigos A estas edades, en general, no puede hablarse de amistad en el sentido profundo de la palabra. Creo que es más propio hablar, conceptualmente entre nosotros, de compañeros de juego. Sin embargo a ellos les gusta utilizar la palabra amigo y es muy bueno que se acostumbren a usarla; ya la llenarán de contenido. Sus «amigos» son normalmente compañeros de colegio, vecinos o hijos de nuestros amigos. Suelen ser amistades poco duraderas. Se hacen y deshacen los grupos de amigos con asombrosa rapidez. No nos extrañe Un «termómetro» de correcto desarrolloesto ya que su sentido del tiempo no abarca, por lo menos hasta educativo: ¿Nuestro los cinco años, mucho más allá del momento presente. En su relación con sus iguales tiene una magnífica ocasión hijo tiene amigos? de adquirir hábitos de convivencia, tales como: Aprender a compartir.

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Saber ceder. Ayudar. Admitir a todos. En definitiva empezar a practicar eso tan difícil, y tan necesario para la vida social, que es vencer el egoísmo y «salir de sí mismo» abriéndose a los demás.   Por ejemplo: Miguel, de tres años, le dice a su padre: Hoy he «yudao» a Luisita a ordenar la clase. Juan, de cinco años: Un pequeño ha dicho «gi...» y lo que sigue, pero yo no. ¿A que no se insulta, papá? Cuanto antes asimilen estos criterios de ayuda, irán dejando una huella más profunda.

En las fiestas «Estoy agotada. Ayer celebramos el cumpleaños de Laura y fue cansadísimo. Invitó a quince niñas y menudo jaleo armaron. Había trozos de tarta por toda la habitación. Derramaron vasos de refresco y una de ellas se enfadó porque otra no le dejaba un juguete y casi se pelean. ¡Menos mal que lo hicimos en el club social de la urbanización! Si llega a ser en casa, me da algo». Así se expresaba una madre contándoselo a un matrimonio amigo. Sacaba como conclusión que los niños de hoy en día no tienen modales. Independientemente de que, en efecto, hay algunos niños muy consentidos que están acostumbrados a hacer frecuentemente lo que quieren, por lo cual no saben comportarse, yo le daría a esta madre algunas sugerencias para que piense en ellas antes de la próxima fiesta. No esperemos que los pequeños tengan una conducta exquisita. Se están formando. Un grupo numeroso de niños tiene una dinámica propia distinta de las conductas aisladas. Se genera un ambiente de mayor jaleo. Los pequeños cambian frecuentemente de actividad. Conviene no confiar en la improvisación y organizar las cosas de modo que no haya «tiempos muertos». Es bueno tener previstos varios juegos sencillos de participación. A pesar de todo tratar de vencer la tentación de «anestesiarles» con los consabidos dibujos animados de televisión. Que los pequeños se lo pasen bien y que la fiesta sea ocasión de ejercitar las virtudes sociales depende, en buen medida, de la habilidad del matrimonio anfitrión.

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De todas formas, cuando uno de nuestros hijos acude a una fiesta, podemos ayudar a los anfitriones orientando a nuestro pequeño sobre cómo ha de comportarse. Creo que valen en general las recomendaciones anteriores cuando hablamos de las visitas. Quizá añadir, o insistir en... Moderación en la comida. Por favor, gracias. No gritar ni alborotar. Saludar a los padres al llegar. Despedirse de los padres y dar las gracias. Que ayuden a recoger. Si somos nosotros quienes organizamos la fiesta, podemos indicar a nuestros hijos que... Procuren atender a todos los niños. Que dejen jugar a los demás niños con los regalos o con los juguetes propios. Que no se fijen en el valor material de los regalos. Desde luego, organizar o asistir a una fiesta de niños es cansado y conlleva ciertas incomodidades, pero es una buena ocasión para hacer que nuestros hijos sean sociables y para observar cómo se desenvuelven con los demás y poderles ayudar a corregir lo que proceda.

Concretando más Hemos analizado algunas situaciones diferentes en las que nuestros pequeños pueden ir aprendiendo a relacionarse socialmente. Aunque cada uno de nuestros hijos puede actuar de distinto modo en ambientes diferentes, seguro que tiene algunas tendencias, positivas o negativas, que se manifiestan en todas las situaciones sociales en las que se encuentra. Es necesario personalizar. Puede resultar útil incluso tomar pequeñas notas que pueden ayudar a marcarse objetivos concretos. Esto es Para conocer bien a nuestro hijo, a cada uno,especialmente interesante a la hora de preparar la es necesario observarle, entrevista con el tutor, profesor o cuidador del niño en la guardería o en el colegio. A veces la información indirecta reflexionar sobre su que, de modo casual, pueden proporcionarnos las personas conducta y reconocer que conviven con nuestros hijos nos puede revelar aspectos sus avances y retrocesos. menos conocidos de su personalidad. Según las circunstancias personales o el deseo o la necesidad de atender especialmente algún aspecto concreto, puede llevarse una pauta escrita de observación.

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Este instrumento de seguimiento consiste en un breve cuestionario, elaborado por uno mismo, a base de preguntas relativas a las conductas que van a ser observadas. Aunque pueda parecer poco «humano» o poco «natural» llevar documentación escrita sobre temas relativos a aspectos familiares, considero que hacer algo en este sentido es una manifestación de interés para mejorar. Siempre que no se exagere cayendo en rigideces y se convierta la educación de los niños en algo «de laboratorio», ¿por qué no poner en la educación el mismo empeño, o los mismos recursos y las técnicas que uno pone en su trabajo profesional? ¿Acaso es menos importante? Sin olvidar que el motor de la educación, buenos modales incluidos, es el amor, hagamos planes escritos de acción. Es la forma de concretar y perseguir intencionadamente metas. Y, por último, la cuestión que quizá sea la más importante: el diálogo con el propio niño para ir evaluando sus logros, motivarlo y proponerle nuevas metas. Este diálogo solo será beneficioso para padres e hijos si es alegre, no forzado, variado y traduce el profundo y auténtico afecto que deben presidir las relaciones entre padres e hijos.

La práctica religiosa En algunas iglesias hay carteles con textos similares a estos: «Por respeto a las personas que rezan se ruega silencio», «Se ruega decoro en el vestir». Evidentemente respetar a los asistentes es una buena razón para comportarse dignamente en el templo. Sin embargo siempre he pensado que el aviso está bien para los no creyentes que acuden por motivos sociales, culturales, etc., pero se queda corto para aquellos que sí creemos. La razón de las razones por la que hay que comportarse dignamente en la iglesia es la presencia real de Dios.   Por ejemplo: No sé si he leído o me han contado la respuesta de un niño de cinco años que se preparaba para su Primera Comunión: Un catequista trataba de comprobar los conocimientos del niño sobre la Eucaristía. «Muy fácil, ahí (señalando el Crucifijo) parece que está, pero no está y ahí (señalando el Sagrario) parece que no está, pero sí que está».

  Cualquier persona que conozca bien a los niños de estas edades sabe la gran espontaneidad y facilidad con que elevan su corazón en oración absolutamente llena de naturalidad.

Comportamiento en la iglesia

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Un chiquitín de tres años no va a comprender todo La raíz y la finalidad de todo lo que ve en una iglesia –algunas cosas sí las lo que veremos a continuacióncomprende– pero irá penetrando en su interior todo un estilo de comportamiento íntimamente relacionado con es justamente la íntima relación personal con Dios. lo nuclear de la conducta y de la vida. Verá el recogimiento de sus padres y del resto de los fieles. Se dará cuenta de que a veces se arrodillan e irá captando gradualmente que algo especial pasa allí. Un día se dará perfecta cuenta de que en la iglesia hay que tener muy buenos modales porque está Dios realmente. Nuestro hijo debe saber que esta es la razón por la cual sus papás le insisten en algunas pautas concretas de conducta que ahora veremos. ¡Qué bien haremos si acostumbramos a los niños a ir bien arreglados a la iglesia! Se darán cuenta, por vía de hechos, de que van a visitar a Alguien importante. Que hagan la señal de la cruz bien hecha, sin prisas, con dignidad. Guerra a esos garabatos precipitados que parecen una pura rutina vacía de sentido. El uso del agua bendita les suele hacer mucha ilusión. Quizá las primeras veces hagan una «inmersión» de toda la mano, jersey incluido, pero enseguida aprenden, sobre todo si se les enseña cómo ha de hacerse. Al pasar por delante del Sagrario enseñémosle a hacer la genuflexión bien hecha, con calma y tocando el suelo con la rodilla. Al principio suele haber problemas de «puntería». Pueden hacer una genuflexión bien hecha pero en otra dirección. Que no corretee. Que no coma, ni mastique chicle. Si le damos explicaciones de lo que va ocurriendo en la ceremonia, se le ayuda a participar. Si nos conformamos con que «esté» físicamente, acabará aburrido y será contraproducente. Hay algunos libritos a color con abundantes imágenes sobre temas religiosos que le ayudarán a estarse quieto e irá entrando en ambiente. Explicarle lo que le va a pasar a los pantalones o a las faldas de las personas si se ponen los pies en el reclinatorio. El pequeño debe estar acostumbrado a estar antes de que salga el celebrante y a marcharse después que él. Pura cortesía. No temamos agobiarle con indicaciones. Les encanta aprender a hacer las cosas y ser cumplidores. Lo que sí puede atosigar es el modo de darlas. Evidentemente hay notables diferencias entre un niño de dos años –que no sé si realmente compensa llevarlo a la iglesia– y uno de seis que incluso puede enterarse muy bien de muchas cosas. Uno de dos años puede entrar un momentito con sus padres o hermanos a darle un besito a la Virgen o a Jesús, pero quizá no mucho más.

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En el hogar ¿Quién ha dicho que el único sitio donde se puede tratar a Dios tenga que ser la iglesia? ¡No!, no es el único sitio ni mucho menos. Desde siempre el lugar y las circunstancias donde cualquier persona puede y debe encontrar a Dios son todos los lugares y todas las circunstancias. Pero lo que nos interesa ahora a nosotros es que nuestro hogar En el hogar es el sitio físico y el ambiente donde, después del Bautismo, nuestros hijos van a conocer y a aprender a tratar a Dios. deben aprender a tratar bien a Dios. El trato con Dios lo van a ejercer a estas edades, en las que se da un «vacío de Sacramentos», a través de la oración, del despertar del sentido de lo moral y a través de las prácticas de piedad domésticas. La verdad es que los tres aspectos están, de suyo, íntimamente ligados, pero además la mente, el corazón y el alma de un niño de las edades que nos ocupan están realmente fundidos. Tienen, o pueden tener, si queremos nosotros, muy claro que para agradar a Dios tienen que hacer cosas buenas y que, si hacen cosas malas, Dios no está contento con ellos. Por otro lado valoran la bondad o maldad de una acción por las consecuencias más que por la intención. Creen que es más grave, por ejemplo, romper un cristal grande con la pelota sin querer que romper queriendo un dibujo pequeño de un hermano. También tienen como criterio de bondad o malicia la aprobación o no de los padres. Es fundamental que nosotros tengamos muy clara la jerarquía de valores, ya que se deja una huella más profunda con nuestras actitudes y criterios habituales, no intencionados, que cuando nos ponemos a sermonear en plan pedagógico.   Por ejemplo: Si le damos más importancia a la rotura de un jarrón que a una falta de sinceridad, estamos deformando la conciencia del niño y por tanto entorpeciendo su trato correcto con Dios.

  Quizá los lectores podéis estar pensando que entro en demasiadas profundidades alejándome del tratamiento de las formas externas y los buenos modales. Lo siento pero es que la percepción de nuestros hijos pequeños no alcanza a distinguir bien, ni en la práctica ni conceptualmente, entre los aspectos externos y el fondo de las cuestiones. Pienso que estaréis de acuerdo en que el cuidado de la Rezar bien no es solo un vida de piedad es lo más valioso que podemos ofrecer a problema de dicción, sinonuestros hijos. Y a estas edades son extraordinariamente también de compostura. receptivos para ello. Todos hemos aprendido las primeras oraciones de labios de nuestra madre. Quizá no lo

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recordemos pero seguro que fueron momentos entrañables. Proporcionemos esos momentos a nuestros hijos. Enseñémosles a rezar bien. Pronunciando bien, dando la entonación adecuada, haciendo las pausas, y, en la medida en que la edad lo permita, procurando que entienda lo que dice; si no todas las palabras por lo menos el sentido de lo que dice.

Algunas anécdotas Enrique, de casi tres años, había oído todas las noches a su mamá el «Jesusito de mi vida». Ya había empezado a repetirlo y, sacando por su cuenta conclusiones gramaticales, decía: «Jesusito de tu vida...». Va para filólogo. Julio, de cuatro años, llevaba unos días con sueño agitado hasta que su padre averiguó que en el colegio alguien le había metido miedo con el «coco». Le trató de convencer, sin éxito, de que el «coco» no existía, hasta que se le ocurrió: «No tengas miedo porque el ángel de la Guarda, que duerme contigo, te defenderá». Se le iluminó la cara y se relajó. El sueño volvió a ser tranquilo. Laura, de cuatro años, estaba durmiendo justo al borde de la cama. Al preguntarle su madre los motivos, oyó esta respuesta: «Es para dejarle sitio al ángel de la Guarda». Hay que procurar que estos momentos tan entrañables y llenos de contenido didáctico humano y sobrenatural no los vivamos dejándonos llevar por la rutina. No es un mero trámite desde el punto de vista que nos ocupa, puede ser una fuerte inyección de delicadeza. Enseñar a los hijos a rezar bien no se agota en las oraciones de la noche. Otros momentos son: El ofrecimiento de obras por la mañana. La bendición de la mesa y la acción de gracias en la comida y en la cena. Esa devoción antiquísima que es el rezo del ángelus al mediodía o al atardecer. La cortesía más elemental nos lleva a saludar a las personas. En vuestro hogar es muy probable que tengáis alguna imagen o cuadro de la Virgen, y si no lo tenéis, ¿por qué no os animáis a comprarlo? Pues bien, vamos a enseñar a nuestros hijos desde bien pequeños a ser educados con la Virgen y que, por lo menos, la saluden. Otro tanto se puede hacer con el Crucifijo. Unos momentos adecuados para estos saludos pueden ser: Al levantarse de la cama y al acostarse, al entrar o salir de casa, al pasar delante de las imágenes que saluden a la Virgen y a Jesús. ¿Quién no ha contado alguna vez un cuento a sus hijos cuando se acuestan? Es una estupenda costumbre que tiene innumerables ventajas de todo tipo, pero a veces el papá o la mamá no se acuerdan bien de ningún cuento o no tienen ninguno a mano para leérselo. Propongo una alternativa, ensayada con éxito, que además les encanta a los

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pequeños. Contarles «Historias de Jesús». Para tratar bien a alguien hay que conocerlo. Los niños a estas edades viven una religión antropomórfica. Conclusión: que conozcan bien a Jesús. Si les contamos con viveza y riqueza descriptiva esos pasajes del Evangelio que tan bien conocemos, comprobaremos cómo disfrutan y les haremos un gran bien ya que les estamos poniendo en el camino del trato directo con Dios. Probad y veréis los resultados. A continuación me voy a referir a unas circunstancias muy favorables, si las sabemos aprovechar bien, para poner a nuestros hijos en situación de aprender delicadeza de espíritu y sentido de la ceremonia. Me refiero a las fiestas litúrgicas de gran proyección social, como son el tiempo de Navidad y la Semana Santa. Para la educación de los buenos modales, que en definitiva son formas externas, es muy importante adquirir el sentido del rito, de la ceremonia, de los símbolos. Aunque lo importante sea el fondo de las cosas no se puede llegar a él ni captar su realidad si no es a través de los sentidos, de las formas. Todas las manifestaciones litúrgicas, artísticas, culturales, sociales, etc., que acompañan la Navidad y la Semana Santa están llenas de una gran belleza plástica y de un profundo contenido moral. Un niño cuyos padres han logrado que se impregne de espíritu navideño (generosidad, amor) y espíritu penitencial (sacrificio, reciedumbre) está en magníficas condiciones para tratar bien a las personas y a las cosas. No sustraigamos a nuestros hijos de toda esta riqueza.

En Navidad ¡Qué ilusión la de los pequeñines de la familia cuando «ayudan» a poner el belén! Se disponen las cosas para que, aunque tenga que ser modesto, no falte detalle. Es una ocasión de oro para convivir, explicar, transmitir ese cuidado por las cosas que tanto bien les hace. La casa está adornada. Todos parecen más contentos. La cena de Nochebuena y la comida de Navidad son momentos especiales. Se cuida la presentación de la mesa y de los platos que se sirven. Todos se visten «de gala». ¿No es delicioso? La noche de Reyes, además de la expectativa de los regalos, es una especie de balance en la que los niños están un poco «nerviosillos» pensando si habrán sido todo lo buenos que tenían que haber sido. No se acuerdan, desde luego, de lo que hicieron hace días, pero sí tienen el sentimiento, o la convicción, de que han de tratar bien –buenos modales– a sus hermanos y a los papás y a los abuelitos. ¡Qué suerte tienen los niños que han nacido en una familia que cuida estos aspectos!

Semana Santa

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Podemos obtener muchas ventajas en orden a la educación de nuestros hijos si nos sustraemos a las corrientes consumistas de convertir esos días exclusivamente en «vacaciones de primavera». ¿Queremos pasar unos días en la montaña o junto al mar?; pues muy bien, pero allí también podrán participar nuestros hijos del «clima» de las procesiones, por ejemplo, o de las celebraciones litúrgicas. Trascendiendo la belleza plástica, espléndida por otra parte, de los «pasos» de Semana Santa, podemos hacer que nuestros hijos capten el sentido del sacrificio, del sufrimiento y del dolor que invade la liturgia de estos días. ¿No le será más fácil a un pequeño, comer esa verdura que no le gusta o saludar a esa señora tan pesada si capta que hay que hacer sacrificios?

Comportamiento en el tiempo libre «Mis padres me han dado de todo menos una cosa: su tiempo». Frase de un joven de 17 años a tu tutor. Hoy en día se piensa que nos dirigimos hacia, o estamos ya en, una cultura del ocio. La automatización de muchos procesos industriales, profesionales o domésticos hacen que «en teoría» sobre tiempo. Digo «en teoría» porque, paradójicamente, muchas personas se quejan de que no les alcanza el tiempo para nada. Intuyo que la gran mayoría de lectores de este libro podéis ser personas muy ocupadas. Probablemente estéis haciendo notables esfuerzos para disponer de tiempo para compartirlo con vuestros hijos. En ocasiones puede ser necesario pararse a reflexionar si compensaría –en orden a la auténtica felicidad– renunciar a un mayor poder adquisitivo y lograr mayores cotas de tiempo «libre». Para que nuestros hijos no lleguen nunca a decir lo que ese joven, dediquemos tiempo a nuestros hijos. El comportamiento futuro de la persona va a depender, Evidentemente, hasta aproximadamente los tres años de edad, que es cuando se escolariza la mayoría, todo en gran medida, del clima de afecto, orden y «exigencia» el tiempo del pequeño es «libre». en el que se haya desarrollado Suele ocurrir que algunas familias no le dan suficiente importancia a esta etapa del desarrollo en sus primeros años. evolutivo y sin embargo es la más importante. Los niños son más felices viviendo en un ambiente de exigencia. A partir del momento en que el niño va al colegio se produce una división de situaciones: su tiempo escolar y su tiempo libre. Sería un error pensar que los padres solo podemos actuar sobre el tiempo libre de nuestros hijos. Podemos y debemos estar informados e influir sobre la educación que van a recibir en el colegio. Algunos modos concretos de hacerlo: – Eligiendo un buen colegio en el que...

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Además de enseñar, eduquen. Su ideario nos convenza plenamente. Cuiden el tono humano y los buenos modales. (Quizá esto no se encuentre en el colegio que más cerca está de casa). – Conversando con frecuencia con los profesores. – Perteneciendo a la Asociación de Padres. Es muy importante la elección de un buen colegio. Es muy importante la participación de los padres en el colegio. En el tiempo que el niño está fuera del colegio tenemos los padres la posibilidad y el deber de actuar directamente y es la ocasión de poner en práctica el contenido de los capítulos precedentes. Aunque en su tiempo libre debe gozar el pequeño de una cierta autonomía, aliviando la sujeción del colegio, ha de evitarse que esté sin «saber qué hacer». Su principal ocupación será, naturalmente, el juego, del cual hablaremos más adelante. Perdón por la insistencia: Evitad el uso inmoderado de la televisión. El ideal es que el niño esté ocupado de forma que ni siquiera se le plantee el problema del aburrimiento. Hay una amplia gama de actividades en las que un pequeño puede ocupar su tiempo de modo interesante. Si tiene oportunidad de hacerlo, le encantará montar en bicicleta y en patines a partir de los tres años. Entre esta edad y los cinco años adquiere una especial relevancia el desarrollo del sentido del equilibrio. Estas edades son un momento especialmente apto para el nacimiento de aficiones que pueden brotar de modo natural por el «contagio». No perdamos ocasión para compartir con ellos nuestras aficiones. Es casi imposible lograr que un niño adquiera buenos modales si su vida está metida de lleno en el aburrimiento. Aunque habría que matizar, casi podemos asegurar que... Niño ocupado = niño educado. Para que el tiempo libre de los niños sea educativamente rentable debe evitarse la improvisación y no dejarles hacer cualquier cosa con tal de que nos dejen tranquilos. Desde luego no hay que agobiar con un excesivo intervencionismo pero sí hay que planificar un poco en qué van a emplear su tiempo. Las actividades previstas de antemano son más fácilmente gobernables y pueden ser más educativas que aquellas que se deja que transcurran sin preparación ni control alguno. Es necesaria una cierta planificación de los recursos. En cualquier actividad humana es necesario, para obtener resultados, marcarse metas concretas, arbitrar el uso de los recursos disponibles (tiempo, espacio, dinero, cualificación, etc.) y buscar nuevos recursos. También deben evaluarse los logros obtenidos y buscar estrategias y métodos para mejorarlos. Es lo que hacemos todos los profesionales en nuestro trabajo. ¿Por qué en la educación familiar se descuidan tanto estos aspectos? Hay que hacer Planes de Acción concretos. Si queremos que nuestros hijos mejoren sus modales, hemos

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de «profesionalizar» el modo de realizar nuestros deseos educativos.

Tiempo libre en casa Casi todos los aspectos relacionados con la educación de los buenos modales en el hogar ya han sido tratados en los capítulos precedentes. Permitidme, de todas formas, que insista en algunos puntos clave. Hemos de lograr que el clima del hogar sea tal que nuestros pequeños aprendan, casi sin ruido de palabras, a: Tratar a las personas con afecto y respeto, sin caer en rigideces pero con estilo y elegancia. Vestir decorosamente con arreglo a las circunstancias. Adoptar posturas correctas en todo momento. Tener su tiempo ocupado con pequeños encargos proporcionados a su edad, capacidad y personalidad, sin eliminar, ni mucho menos, la posibilidad de jugar. Hay dos grandes tipos de actividad que, por su especial importancia, merecen ser destacadas. Por ello le dedicaremos a cada una un apartado específico. Me refiero al juego y al deporte.

Situación familiar: «El juego» Dos hermanos de seis y cuatro años estaban en casa aburridos y bastante impertinentes. Ya les habían «mandado a jugar» tres o cuatro veces sin resultado y todo parecía indicar que iba a estallar una «tormenta» de un momento a otro. En ese momento llegó su padre de trabajar y en cuanto se hizo cargo de la situación les propuso jugar a «elefantes». Les recordó la vez que habían ido al circo y al mayor le asignó el papel de domador y al pequeño, el de elefante, aunque él también quería ser domador como su hermano. Su padre le hizo ver que entonces no habría elefante y que además ser elefante era muy divertido porque era un animal muy grande y tenía trompa. De todas formas dentro de un rato se cambiarían los papeles. Con un muñeco en el suelo le enseñó (echándole mucho «teatro» al asunto) al «elefante» a hacer el «peligrosísimo» número de poner la pata delantera casi encima del muñeco. También le «enseñó» a ponerse sobre dos patas. Con una advertencia (dándole también mucha importancia) al «domador» de que cuidara muy bien al elefante y le diera de comer (de mentira) y lo paseara por el pasillo y le hiciera dormir y descansar antes de cada número terminó la explicación. Todo ello le llevó un tiempo de unos cinco minutos. El domador y su elefante pasaron más de media hora muy entretenidos y disfrutando mucho. Han recurrido a este juego en más de una tarde de invierno.

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Este padre había logrado: – Motivar a sus hijos. – Compartir tiempo con ellos. – Enseñarles a jugar. – Y, sobre todo, que se sintieran tenidos en cuenta. El juego es una actividad importantísima en la que los El niño capta perfectamenteniños, de modo natural y agradable, pueden desarrollar muchas capacidades (habilidades psicomotrices, –y le duele– cuando un memoria, inteligencia, voluntad, sociabilidad, etc.). No adulto le «manda a jugar» para librarse de él. es, en absoluto, una actividad de tono menor que haya que contemplar como una pérdida de tiempo o algo intranscendente. En el niño hay justificadísima tendencia natural a jugar. Les encanta. ¡Pobre del niño que no sepa jugar! Un niño física y mentalmente sano que sabe jugar y disfruta con ello da menos «guerra» en casa, no «molesta». Esto es así y creo que es bueno. Pero, si lo que es una consecuencia (no molestar) se convierte en un fin, considero que es muy negativo. Con su característica agudeza infantil penetran de forma intensa y en cierto modo misteriosa en las intenciones y actitudes profundas del adulto. Algún lector puede decir: ¿Y qué puedo hacer yo que no tengo la imaginación del padre de esos niños? Respuesta: Leer algún libro especializado donde se sugieren y explican juegos domésticos. Evidentemente se puede recurrir a los juguetes comerciales con tal de que: – No sean demasiados. El exceso produce falta de interés. – No sean muy sofisticados. Si el juguete hace todo... ¿qué hará el niño? – Les enseñemos a usarlos y a cuidarlos y recogerlos una vez usados. – No produzcan «adicción». Cuidado con el uso indiscriminado de los videojuegos electrónicos. Un tipo especial de juegos son los colectivos. Constituyen una buena ocasión para enseñarles que: – Hay que cumplir las reglas. – Hay que saber ganar y saber perder. – Es importante que los demás lo pasen bien. Desde luego es muy probable que surjan discusiones, pero no por eso vamos a desesperarnos. Se están formando y esas situaciones nos brindan la oportunidad de hacerlo.

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Es frecuente que haya problemas a la hora de terminar el juego. Las dificultades no siempre se deben a que el niño sea un desobediente. – Darles un pre-aviso. – Tener en cuenta que pueden estar en «lo más emocionante» de la partida. (Quizá a veces habrá que tener un poco de paciencia y ampliar el plazo). – Dar el aviso con cariño. – Ser muy firmes y no transigir cuando se vea claramente que es un capricho o haya que terminar sin falta por razones de fuerza mayor. Una firmeza sin paliativos no tiene por qué ser iracunda. Si se amenaza con un castigo, hay que hacerlo cumplir. Si un niño nota que hay una firme determinación, no harán falta habitualmente fuertes aspavientos.

El deporte Todos estamos convencidos de la importancia del deporte y el ejercicio físico por lo cual no compensa gastar tinta y tiempo vuestro y mío para argumentar sobre ello. Solamente destacaré dos aspectos: el deporte como favorecedor de la salud y como escuela de virtudes humanas. En este último sentido nos centramos en tanto en cuanto nos ayudará grandemente a educar los buenos modales de nuestros hijos. Distinguiré entre la práctica del ejercicio físico y la participación en el deporte como espectador. En el caso de nuestros hijos de seis años o menos no suele ser habitual la práctica reglada de algún deporte, aunque cada vez más hay colegios que ofrecen actividades deportivas desde los cuatro años. En la medida en que sea posible pongámosles, desde bien pequeños, en contacto con el aire libre, el sol, el agua y, en definitiva, con la Naturaleza. Algunos comentarios sobre playas y piscinas. Procuremos que: – Naden y hagan ejercicio, evitando la indolencia de estar tumbados largo rato o aburridos. No es frecuente a estas edades, pero se dan casos. – Sean conscientes de que hay otras personas. Evitar, por ejemplo, salpicaduras de arena. – Salgan del agua cuando convenga. Como dijimos antes: paciencia y firmeza. – Se duchen antes y después del baño en la piscina. No solo por higiene, sino por reciedumbre. Sobre los deportes en equipo: – Procurar que se sujeten a la autoridad del entrenador. Si conocemos y tenemos trato con esa persona, podremos seguir más de cerca el comportamiento de nuestro hijo.

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– Interesarnos acerca de los logros y dificultades de nuestro pequeño dentro del equipo. – Inculcarles el compañerismo. «Centrar balones». – Ducha después del deporte. – Pudor en el vestuario. Aunque sea pequeño debe adquirir la costumbre de cubrirse. Le ayudará a ser celoso de su intimidad. – Peine, toalla, jabón. – Recordarle que no olvide ninguna prenda. Ayudarle a aprender a cuidar sus cosas. – Enseñarle a perder sin ira y desánimo. – Enseñarle a ganar sin soberbia. Que sea luchador. Como espectador debemos enseñarle a ilusionarse con sus deportistas o equipos favoritos pero guardando en todo momento la compostura y la dignidad. Los comentarios nuestros y el ejemplo que reciba de nosotros en este sentido serán decisivos. ¿Cómo es posible que unas personas que asisten a un espectáculo deportivo, un partido de fútbol, por ejemplo, pierdan de tal modo el control que un rato agradable pueda convertirse en una manifestación salvaje con víctimas mortales? Los gobiernos tratan de solucionar estas desgracias con disposiciones legales y aparato policial. Eso está bien, pero ¿es suficiente? La auténtica solución pasa por la educación de la dignidad de la persona. Nuestros hijos han de ser conscientes de nuestro abierto rechazo a las situaciones aludidas y deben ser orientados sobre la manera correcta de comportarse como espectador en un estadio.

Un peligro: el culto al cuerpo Al deporte un rotundo sí, pero... no es el máximo valor de la vida humana. Hay personas tan exageradamente preocupadas por su salud o por la belleza corporal que casi se puede decir que rinden culto al cuerpo. Es difícil que a las edades en que están los niños a los que se refiere este libro caigan en este tipo de problemas, pero no lo es tanto que se «contagien» de esta mentalidad. Lo importante no es ganar, sino participar. ¿Hacemos alguna matización? Puede que efectivamente sea así, pero no entiendo cómo puede formarse humanamente un joven o un niño que salga al terreno de juego sin ánimo fuertemente decidido de ganar. Si le estamos diciendo continuamente que todo lo que haga debe hacerlo bien, deberá entregarse a fondo y tratar de que su equipo marque goles o gane puntos. Entiendo que solo así puede adquirir el espíritu de autosuperación y, mucho más importante, el de compañerismo. Otra cuestión distinta es que les enseñemos desde pequeños a asumir las derrotas y las victorias. Sin querer ser negativo, tengo que señalar algo que se da con cierta

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frecuencia en el mundo del deporte y en los demás órdenes de la vida. Me refiero al «todo vale». Con tal de ganar no se repara en medios.   Recuerda que:     – La sociabilidad es una virtud que merece la pena cultivar. Una vez más el estilo de nuestros hijos va a depender, en buena medida, de nuestro nivel de relación social. – Es muchísimo más eficaz prevenir, advertir, orientar, exigir, en tono positivo, destacando especialmente aquello que uno hace mejor. – A través de una labor perseverante hay que ir inculcándoles desde el hogar una serie de pautas de conducta que les ayudarán enormemente en su vida colegial. – Para conocer bien a nuestro hijo, a cada uno, es necesario observarle, reflexionar sobre su conducta y reconocer sus avances y retrocesos.

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CAPÍTULO 4 | Ampliando el círculo



Entrando en materia El nivel cultural y moral de una ciudad o de un país se puede deducir a través del aspecto de orden y limpieza que ofrecen las calles, los edificios, los parques, etc. Hablando del tema en una estación de ferrocarril, bastante sucia por cierto, me comentaba un amigo que había oído en Alemania la siguiente conversación entre padre e hijo: «Me parece muy mal que hayas lanzado el papel del helado al suelo. En nuestra casa está mal que lo hagas, pero es nuestra casa. Si lo echas a la calle, lo has echado en Alemania». Los españoles, y creo que en general los hispanos, tenemos muchas virtudes dignas de imitar por otros pueblos, pero en cuanto al cuidado de las instalaciones públicas tenemos bastante que aprender de otras culturas. En resumen, en este capítulo vamos a tratar, como siempre, de que nuestros hijos aprendan a respetar a las personas, a los seres vivos y las cosas. Vamos a centrar estas ideas generales en algunas situaciones concretas en las que frecuentemente pueden encontrarse nuestros hijos. No vamos a descubrir grandes novedades, ya sabemos cómo queremos que se comporten. El sentido común y la experiencia de la vida nos lo dicen. Lo que sí será interesante es que reflexionemos sobre cómo conseguirlo en cada caso concreto.

En el médico, en la compra, en la calle Todos hemos vivido, como protagonistas o como espectadores, la clásica escena del niño en la consulta del médico. Una sufrida madre que llega tarde a la cita con un hijo al que tiene que arrastrar literalmente para que entre en la sala y, una vez ahí, no hace más que revolver todo, saltar en los sillones, gritar, etc. Cuando consigue crispar del todo a su madre, esta le amenaza con que el médico le va a pinchar, favoreciendo aún más el nerviosismo de la criatura. No nos engañemos, a cualquiera de nosotros nos cuesta esfuerzo mantener tranquilo a un niño en una sala de espera ya que suelen tener una gran vitalidad. De todas formas, quizá si se prevé la situación y se planea algo, la escena puede ser algo distinta. Motivarle de antemano en positivo para evitar acabar de los nervios recurriendo a las amenazas:  

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Por ejemplo: Cariño, el doctor te va a curar, pero no te va a hacer ningún daño, tú te vas a portar muy bien porque ya vas siendo mayorcito, y a mamá y al médico les gustará mucho ver cómo te portas muy bien. Cuando entres en la consulta dirás: Buenas tardes, y te sentarás tranquilo. Mira, he comprado este cuento, que es muy bonito, y mamá te lo va a leer mientras esperamos a que nos llamen. Como habrá niños malitos con dolor de cabeza, hablarás en voz muy baja. Esto no quiere decir que esperemos que baste con la conversación inicial. Habrá que estar pendiente y repetir algún comentario.

  Como contraste cuento una anécdota: A Jorge, de cinco años, le saltó un cristal a la nariz en un accidente doméstico haciéndole un corte de cierta consideración. Le llevaron al hospital y en todo momento, mientras le ponían los puntos, no derramó ni una lágrima. A los pocos días, cuando fue al hospital acompañado por su padre, al entrar en la sala de espera dijo: Buenas tardes, sugerido antes por papá, y mientras duró la espera estuvo conversando tranquilamente con papá en voz baja. (Aclaración): Este niño, al que conozco Una motivación adecuada y un personalmente, no es un amorfo ni es un ser que no entretenimiento pueden facilitarsiente ni padece; es un niño normal, alegre, juguetón, pero con una formación de fondo adecuada a su una larga espera con niños. edad. A veces no hay más remedio que llevar a alguno de los pequeños al mercado o a la tienda; otras veces porque al niño le hace ilusión o por otros motivos, el pequeño acompaña a papá o a mamá a hacer algunos recados. Depende de cómo se enfoque, puede resultar una experiencia casi trágica o, por el contrario, algo estimulante y educativo. Si el padre o la madre consideran llevar al niño como una tarea o una carga más añadida al trabajo de hacer la compra, puede resultar agotador, ya que tiene que redoblar los esfuerzos. Si le hacemos caso al pequeño y le convertimos en nuestro «ayudante», puede ser algo muy agradable.   Por ejemplo: Entramos en un supermercado, la madre va con el carrito y el niño la acompaña de la mano: «Cariño, ahora vamos a comprar café. Es un paquetito de color rojo y que tiene un señor dibujado. ¡A ver si lo encuentras en la estantería!». Si está a su altura, además de encontrarlo, estará feliz de dárselo a su madre. Ella le explica el nombre de la marca, y le va haciendo comentarios, por ejemplo, sobre la otra marca de café que compraba antes, y le dice que a papá le gusta más esta y ha decidido cambiar.



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Esta madre ha logrado que se sienta útil y acaba muchísimo más tranquila que en las ocasiones anteriores cuando no había descubierto esta forma de actuar. Conozco casos concretos de niños de tres años cuyos padres actúan así con rotundo éxito. Si el niño se siente útil o tenido en cuenta, estaremos todos más contentos. ¡Qué distinto cuando el niño, muerto de aburrimiento, empieza a tocarlo todo y a pedir cosas! Al cabo de un rato, madre e hijo están absolutamente hartos el uno del otro. Es cuestión de planteamiento. Si de vez en cuando recibe alguna chuchería, se pondrá, lógicamente, muy contento. Pero, si al «eterno aburrido» se le soborna continuamente de modo sistemático con caprichos, solo lograremos una calma aparente, pero en realidad estaremos agravando la situación.   Por ejemplo: A Juan, de tres años y medio, le encanta ir al lado de papá, sin que le dé la mano, porque ya es «mayor». Incluso puede ir delante de sus padres porque al llegar al cruce se para. Su hermano de cinco años ya hacía lo mismo a la edad de Juan. ¿Cómo lo lograron sus padres? Confiando en él, enseñándoselo y entrenándole en zonas sin peligro. Carlos, de cuatro años, recorrió seis calles al lado de sus padres, con el vasito usado de un helado en la mano, hasta que encontró una papelera. Se le ocurrió a él sin que nadie le dijera nada. Lo había visto hacer en su familia, se lo habían inculcado. Un día Carlos, al ver a un señor muy bien vestido en un coche de lujo, que bajaba la ventanilla y lanzaba al suelo el paquete de cigarrillos arrugado, comentó: «Mira, papá, qué cochino».

  El criterio de estos niños y sus buenos hábitos no son cosas para superdotados. Creo sinceramente que cualquier familia que lo intente en serio está capacitada para conseguirlo. Desde los tres años, un pequeño puede aprender el código de Convirtamos la calle señales de un semáforo. Si cada vez que vamos a cruzar le en un lugar educativo.pedimos que él nos avise cuando está verde, le encantará tener algo que hacer, y estaremos ayudando a potenciar su capacidad de atención. En algún capítulo anterior me he referido a la estrecha relación entre capacidad de atención y los buenos modales. Bastantes situaciones que atribuimos a mala educación tienen una explicación muy sencilla: simplemente el niño no se fija, no capta del todo la realidad que tiene delante. Su mundo interior, bastante lleno de fantasía, le domina. Hacerle caer en la cuenta de lo que tiene delante es hacerle un gran favor. La calle ofrece muchas oportunidades de desarrollar la atención siempre que el ritmo y la velocidad con que se las «ofrezcamos» no le desborde.

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En algunos colegios, que tienen implantados sistemas de aprendizaje temprano, utilizan, entre otras, la técnica del «paseo». Sin entrar en detalles profesionales, sí podemos adoptar, en los paseos con nuestros hijos, la actitud de irles explicando lo que ven. Es una buena ocasión para: Que aumenten su vocabulario. Que aprendan direcciones y la forma de ir a determinados sitios. Conocer los nombres de las calles. Enseñarles en qué consisten las diferentes profesiones y oficios. Explicarles los servicios públicos. Enseñarles a circular y a ceder el paso a otras personas. Ayudarles a captar la realidad en general. Los recorridos por las calles pueden utilizarse también para indicarles, a la vista de determinadas actuaciones de otras personas, lo que no se debe hacer y lo que sí se debe hacer. Si la visión de algo negativo la recibe el niño pequeño acompañada del criterio de sus padres, la asimilará correctamente e iremos sentando las bases de su formación. En caso contrario, el niño puede acostumbrarse a considerar normal lo que no debe serlo. El niño recibe continuamente una gran cantidad de información. Si el «espacio mental» está ocupado por ideas correctas, será mucho más difícil que las influencias negativas hagan mella en él. No olvidemos la experiencia que tenemos todos de lo fácilmente que nos vemos inclinados a veces a portarnos mal; y lo mismo ocurre con los niños. Esto hace imprescindible nuestra vigilancia permanente para inculcar el bien.

Medios de transporte Un viaje familiar en coche con niños, sobre todo si es largo, no puede plantearse en términos negativos: –¡Baja los pies del asiento! –¡No eches el papel de los caramelos al suelo! –¡No te pelees con tus hermanos! –¡No eches cosas por la ventanilla! –¡No molestes a papá! Aunque haya que ir procurando poco a poco que nuestros hijos aprendan a estar tranquilos donde se encuentren, hay que comprender que su naturaleza requiere actividad y es muy duro para ellos aguantar en un pequeño habitáculo, inmóviles durante horas. Algunas posibles soluciones para que el viaje sea más agradable podrían ser:

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Llevar pensados algunos juegos de interior. Adivinar personajes. (A partir de cinco años). Repertorio de canciones para cantar en familia. Disponer de CDs o pendrives con cuentos. Entretenimientos de atención: Contar los camiones con los que nos cruzamos. Contar curvas. Contar señales. (Si aún no saben contar, pueden avisar cuando vean algo de lo indicado). Por otro lado, es conveniente hacer frecuentes paradas para que los niños correteen y se desahoguen. Se evitarán también muchos disgustos, si antes de la partida los padres asignan un sitio a cada uno de los niños. En los medios públicos de transporte, tanto en las salas de espera como dentro del vehículo, por ejemplo, en un tren, ya de viaje, convendrá tener preparada alguna estrategia similar a lo indicado en la espera de la consulta médica o en un viaje en coche particular. Se me puede decir que esto, de alguna manera, son trucos para conseguir que se estén quietos, pero no están ejercitando su voluntad de portarse bien. Yo respondería: En parte es cierto, pero, si se les da oportunidad de que su actuación esté directamente marcada por lo que les apetece en cada momento, es casi seguro que ellos actuarán con malos modales y probablemente nosotros también. Pensemos que no son las circunstancias más naturales para un niño pequeño, y actuemos en consecuencia.

Espectáculos En primer lugar, antes de llevar a un niño muy pequeño al cine, al circo o a algún otro espectáculo similar, tenemos que estar seguros de que le interesará, así todo será más fácil. En cualquier caso, aunque tenga mucha ilusión por ir, pensemos que el propio atractivo de la situación ha de ser tal que le haga estar tan interesado que no cause problemas y su comportamiento sea correcto. Convendría hacerle algunas recomendaciones previas, tales como las siguientes: – «Vas a ir al cine con tu hermana mayor. Sé muy obediente y haz caso de todo lo que te diga. Si te compra caramelos o alguna otra golosina, no eches el papel al suelo». Esto realmente es bastante difícil, ya que le costará no ceder al contagio ambiental. – «Durante la película no debes hablar en alto, si quieres decirle alguna cosa a tu hermana, dilo en voz baja. Si ves a algún amiguito sentado en alguna butaca, no lo

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llames a gritos. Avisa a tu hermana, y os acercáis a saludarle». – «Vamos a ir al circo; te compraré, en el descanso, una bolsa de palomitas, pero no estés todo el rato pidiendo más cosas. Ya sabes: una bolsa de palomitas u otra cosa, pero nada más que una». – «No te levantes del asiento, porque tienes que dejar ver a los de atrás». Si la salida es al parque de atracciones o a la feria, conviene dejarle claro el número aproximado de viajes en los que va a montar. Siempre, allí sobre el terreno, se podrá ser un poco más «generoso». Pero no es conveniente que cedamos sistemáticamente a todo lo que se le ocurra. Siempre le parecerá poco y, probablemente, se enfadará. – «No te sueltes de la mano de papá o de mamá, porque vamos a ir a un sitio en el que hay mucha gente, y te puedes perder». Si la visita es a un museo, evidentemente debe estar advertido de que no debe tocar nada. – «Acuérdate, antes de entrar, de hacer pis; si no lo haces antes, luego tendremos que molestar a la gente para salir a mitad de película». En todos estos casos, tanto en el médico como en otros lugares públicos, sigue siendo válida la misma recomendación de actuar con pedagogía positiva, motivando y previniendo. A pesar de ello, creo que hay ocasiones en las que está clarísimamente justificado algún castigo disuasorio. Todo menos consentir que acabe siendo un niño malcriado que solo haga lo que le apetece. Se le puede sacar mucho partido a cada una de estas situaciones, si con anterioridad, durante y con posterioridad a la visita o al espectáculo, se comenta lo que va a ocurrir o lo que ha ocurrido.   Por ejemplo: Es muy bueno que le cuente, por ejemplo, el espectáculo al que ha asistido a algún otro miembro de la familia. Son situaciones muy ricas, en las cuales se pueden provocar diálogos muy interesantes.

  Desde luego, son niños y no siempre van a hacer todas las cosas bien, pero la experiencia dice que, si se les rodea de un ambiente adecuado y se les explica las cosas intencionadamente, acaban adquiriendo buenos hábitos. Siempre será necesario tener unos objetivos concretos que conseguir, prever situaciones, hacer planes de acción bien concretos para inculcar un estilo definido o corregir un defecto que empieza a manifestarse.  

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Recuerda que:     – Una motivación adecuada y un entretenimiento pueden facilitar una larga espera con niños. – Pensemos que los viajes no son las circunstancias más naturales para un niño pequeño y actuemos en consecuencia. – Actuar siempre con pedagogía positiva, motivando y previniendo.

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UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN SITUACIÓN: Imaginemos una familia con cinco hijos. El padre trabaja muchas horas y la madre no tiene ninguna ayuda doméstica excepto los encargos que realizan, no siempre, los hijos mayores. El ritmo diario de la familia es bastante intenso y últimamente se están haciendo algunas cosas de forma mecánica. Las oraciones de la noche de los dos pequeños se están convirtiendo en casi un «trámite». OBJETIVO: General: Mejorar la piedad de los niños. Específico: Conseguir que las oraciones de los dos pequeños sean un encuentro personal con el Niño Jesús y la Virgen. MEDIOS: — Organizarse de forma que uno de los dos pueda ocuparse, con calma, de los dos pequeños en el momento de acostarse. — Arrodillarse con ellos y, mirando a la imagen de la Virgen con el Niño, dirigir las oraciones pronunciando bien y con cariño. — De vez en cuando, cuando ya estén acostados, contarles o leerles pasajes del Evangelio adaptados a su mentalidad. MOTIVACIÓN: — Antes de rezar, explicarles que la Virgen y el Niño Jesús les están sonriendo desde el Cielo y que vamos a despedirnos de ellos. DESARROLLO: — Llevan diez días poniendo en práctica el plan previsto. — El padre ha estado dos días fuera de la ciudad por asuntos profesionales pero ella ha cumplido el plan en esos días aunque no ha podido hacerlo igual, no estaba serena. RESULTADOS:

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Buenísimos. Los niños están haciendo, en cualquier momento del día, cantidad de preguntas sobre Jesús, Dios, la Virgen... Ella está disfrutando con esos breves momentos de «calma entrañable».

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PARA RECORDAR: AMPLIANDO EL CÍRCULO Abramos nuestro hogar, ser sociables es bueno. La piedad verdadera es el mejor remedio para todo. En el hogar deben aprender a tratar bien a Dios. El hombre es un ser social. La relación con los demás está basada, en gran medida, en el uso de la palabra. Ayudemos a nuestros hijos a ser comunicativos.

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PARA PROFUNDIZAR: José Luis Aberásturi, Educar la conciencia, Col. «Hacer Familia», Nº 81, Palabra. Unos padres que quieran educar bien, deben plantearse metas altas y una muy importante es ayudarles a formar la conciencia, pues, solo enseñándoles a conocer, amar y decidirse por lo bueno, lo serán realmente.

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TERCERA PARTE: ESTILO Usted cree en un dios que juega a los dados, y yo, en la ley y el orden absolutos en un mundo que existe objetivamente, y el cual, de forma insensatamente especulativa, estoy tratando de comprender. Albert Einstein

Aunque en ocasiones pasen desapercibidos, los hábitos y buenos modales más cotidianos y elementales son una fuente de crecimiento del niño. El clima del hogar, los hábitos alimentarios y la higiene son la base de un desarrollo sano y equilibrado. En resumen, los aspectos más «físicos» que rodean la vida del niño deben cuidarse exactamente igual que las relaciones familiares y sociales, de hecho a menudo contribuirán o dificultarán las mismas.   ESTILO ¿Cuidar la limpieza y el orden de una casa educa a los niños? ¿Tienen mis hijos el suficiente autodominio en las comidas? ¿Cómo inculcarles los hábitos de higiene sin caer en manías?

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CAPÍTULO 5 | El ambiente educa



¿Casa? ¿Hogar? Desde luego no me refiero a la palabra casa en términos de edificio. Una casa, en el sentido en que vamos a hablar a continuación, no es solamente un sitio físico, unas paredes, unos muebles, unos servicios, una cocina. Es algo más. Tampoco es una pensión, donde los diferentes miembros de la familia acuden exclusivamente a reparar fuerzas y a tener la comida y la ropa preparada. Una casa es, fundamentalmente, una familia. En esa familia, además de las relaciones interpersonales entre marido y mujer, padres e hijos, abuelos, hermanos, familiares, amigos, que hemos venido desarrollando en los capítulos precedentes, cuentan muchísimo la ambientación, la decoración, la funcionalidad de los objetos y en definitiva los aspectos materiales del hogar. Los aspectos materiales no son en sí mismos lo más importante de la casa pero son imprescindibles para que se den buenas relaciones familiares. Desde luego es cierto que hay familias que se llevan El orden, la limpieza estupendamente bien, viviendo en sitios relativamente pobres e incluso muy pobres, y hay auténticos palacios en los que la y el buen gusto en el hogar educan mucho.vida que allí se vive es bastante desagradable. En cualquier caso, lo que cuenta no es la mayor o menor riqueza o abundancia de los objetos materiales que haya en la casa, sino el buen gusto y la disposición agradable de los objetos, de tal manera que podríamos decir que «las paredes hablan». Además hablan sin palabras, que es el mejor modo de hablar. Al entrar en una vivienda, uno puede deducir mucho de la mentalidad y el estilo de vida de los habitantes de esa casa. En realidad, los aspectos materiales del hogar pueden actuar a modo de indicador sobre muchas cuestiones y sobre el enfoque con que afrontan la vida las personas que allí viven. La casa, el hogar, es el primer lugar de aprendizaje, en todos los órdenes de la vida, en el que van a estar nuestros hijos.   Por ejemplo:

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Las fotografías de nuestros familiares se encuentran, por los general, en un sitio bien visible; es evidente que nadie considera estas fotografías como un simple objeto material. Son exponentes del recuerdo y el cariño a esas personas.

  Habíamos visto que es el sitio donde van a aprender a amar a sus semejantes. Pues bien, también es el primer lugar donde van a aprender a cuidar los objetos y a respetar las cosas. Tendríamos que hacer que, en la práctica, fuera mentira ese dicho popular: «donde hay confianza da asco»; y también declararle la guerra a la nefasta frase: «qué más da». No se trata solamente de aquellas cosas que se ven; el cuidado de los objetos debe alcanzar también a aquellas cosas que no se ven, por ejemplo, lo que se suele entender por «barrer también debajo de la alfombra». Esto lo exige la dignidad de la persona que atiende los objetos, que los cuida, que los limpia. Y esto ha de hacerse aunque no haya «vigilancia». Tendríamos que lograr un tono tal que nuestros hijos aprendan a tratar bien los objetos, aunque ni su madre ni su padre ni ningún otro adulto les esté vigilando. Piensa en una madre de familia numerosa, tiene una casa impecable, reluciente, en la que no hay ni una mota de polvo y todo brilla como una patena. Sin embargo, su marido y sus hijos están bastante hartos de la situación porque no deja de proferir frases como: ¡Estoy harta, todo el día trabajando y no me luce nada, sois unos adanes, todo lo mancháis, y aquí está la criada para dejarlo todo en su sitio! Este caso no es único. ¡En cuántas familias pasan situaciones parecidas! Se ha confundido lo que es un medio, el orden y la limpieza, con un fin al que se supedita el cariño a la familia en aras de una presentación externa de las cosas. Una casa, cuidada y limpia, no es la que más se limpia y en la que continuamente se está ordenando lo desordenado, sino aquella que se procura no ensuciar y no desordenar. Deberíamos hacer realidad en nuestros hogares esa frase popular de «un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio». Pero no solamente cuando vienen invitados, sino de manera continua; no sea que vayamos a pensar que los invitados son más dignos que nuestros propios hijos y nosotros mismos. Evidentemente, cuando viene a casa alguien de importancia, uno siempre se procura esmerar un poco más y eso no es malo, siempre y cuando las condiciones ordinarias de la vivienda respondan al menos a los mínimos dignos de la persona.

Hermanos mayores Para inculcarles a los niños el cuidado de los aspectos materiales del hogar, además de la conversación, de los consejos y de las indicaciones concretas que iremos viendo más adelante y del ejemplo del padre y de la madre, hay un factor importantísimo que es el ejemplo de los hermanos mayores. En estas edades, un chiquitín, además de estar

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fascinado por la figura de su padre y de su madre, tiene una fortísima tendencia a la imitación de sus hermanos mayores. Enrique, de catorce años, se prestó voluntario para arreglar el enchufe de una lámpara que se había roto, sus dos hermanos pequeños le miraban admirados de lo que sabía su hermano mayor. Pedro, de dieciocho años, pintó completamente solo las paredes de su habitación, lo cual produjo en los chiquitines de la familia el fuerte deseo de decir: «Yo también quiero pintar mi cuarto». Elena, de dieciséis años, estaba siendo bastante negligente a la hora de vigilar los lápices de colores, con los que los pequeños de la familia pintaban las paredes al menor descuido. Después de haber dedicado Elena dos tardes de verano a pintar el pasillo, dijo: «Si a un pequeño se le ocurre manchar la pared lo “asesino”». Desde luego Elena, desde ese momento, estuvo mucho más pendiente de vigilar la limpieza de la casa, convirtiéndose en aliada de sus padres. No se trata de que todas las familias tengan que pintar ellos su propia casa; evidentemente hay circunstancias muy distintas. Pero, a modo de ejemplo o de sugerencia, puede ser muy bueno el estilo de que los hermanos mayores colaboren en el orden, el cuidado, la limpieza y el mantenimiento del hogar. Será otra lección sin palabras que les estamos dando a nuestros pequeños. Por otro lado, si los mayores de la familia van dejando todo desordenado en el primer sitio que encuentran después de haber usado los objetos, están haciendo a sus hermanos pequeños más daño del que piensan.

Encargos Cualquier persona con experiencia laboral o que haya leído un manual de empresa habrá tenido noticia de lo importante que es delegar en el trabajo. ¡Cuántos padres y madres de familia se encuentran muy, muy agobiados porque se creen en la obligación de tener que hacerlo todo ellos mismos! Desde luego las circunstancias económicas de la familia, en este tipo de cosas, son decisivas. No es lo mismo una familia con posibilidades económicas abundantes, y con servicio doméstico, que aquellas que salen adelante con sus propios recursos. En cualquier caso es muy bueno, para la propia tranquilidad de los padres y para la educación de los niños, repartir juego. Haced a los hijos sentirse útiles, responsabilizarlos, darles la posibilidad de adquirir experiencia, enseñarles a servir. Desde luego, las tareas y los encargos que pueden ir desarrollando dependen muchísimo de la edad, pero algunos se pueden realizar desde bien pequeños. Cada hijo, un encargo.

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Para acertar en las tareas que se les pueden encargar, puede ser muy interesante tener una conversación con los propios niños, preguntándoles qué les gustaría hacer y, con nuestra prudencia y sentido común, adjudicárselas, si lo vemos procedente. A modo de sugerencia podrían citarse: – Un niño de tres o cuatro años podría encargarse de ver si en el W.C. hay, o no, rollo de papel higiénico de repuesto. – Puede recoger la taza del desayuno. – Puede llevar la ropa sucia al cesto correspondiente. – En las familias numerosas, este tipo de actuaciones es muchísimo más fácil, ya que por necesidad imperiosa ven a diario este tipo de conductas. Aquellos hijos únicos que por las circunstancias familiares no tengan necesidad de hacer nada en su casa, van a tener más difícil adquirir esa experiencia en cuestiones domésticas; habrá que buscar modos concretos de paliar ese déficit.

Situaciones varias Bien nosotros directamente o a través de los hermanos mayores, podremos marcarnos algunos objetivos concretos, en función de las necesidades familiares y de las peculiaridades de nuestros hijos, en alguna de las situaciones siguientes: Procurar que los pequeños no toquen las paredes con sus manos. Tratar de que no pongan los pies en los sillones y de que no se pongan de pie en ellos. Procurar que dejen su ropa doblada. Al principio, cuando son muy pequeños, tres o cuatro años, su concepto de «doblado» tiene poco que ver con la realidad, pero en cualquier caso van adquiriendo la costumbre de, al desnudarse, dejar la ropita de alguna forma especial. Vestirse y desnudarse solos. Desde los tres años es posible, como he podido comprobar experimentalmente en algunos casos, que se quiten la ropa y se pongan el pijama. Si los interruptores de la luz están a su altura, pueden perfectamente ocuparse de apagar luces encendidas cuando no haya nadie. Desde los dos o tres años, un niño puede recoger los juguetes que ha utilizado y dejarlos perfectamente ordenados. En el momento en el que por altura ya lleguen al picaporte de las puertas, se les puede inculcar que cierren las puertas con cuidado, evitando portazos. Cuidar que el volumen de los receptores de radio, televisión, vídeo, etc., no sea estridente. Esto tiene repercusiones de estilo y también psicológicas.

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Siempre será preferible felicitarles, cuando lo han conseguido hacer bien, que regañarles sistemáticamente cada vez que lo hagan mal, que será la mayoría de las veces.   Recuerda que:     – La casa, el hogar, es el primer lugar de aprendizaje, en todos los órdenes de la vida, en el que van a estar nuestros hijos. – Gran parte de los problemas de desajustes de jóvenes actuales proceden de no haber vivido un auténtico ambiente familiar, en el que no han disfrutado vitalmente de ese profundo afecto e integración. – Haced a los hijos sentirse útiles, responsabilizarlos, darles la posibilidad de adquirir experiencia, enseñarles a servir.

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CAPÍTULO 6 | Higiene y arreglo personal



Cuestiones de fondo Tanto la higiene y el arreglo personal como el porte exterior correcto son aspectos que hay que cuidar y de los que, en principio, podría decirse que, cuanto más, mejor. Quizá en las circunstancias actuales, la afirmación de que cuanto más mejor, pueda y deba ser matizada. Evidentemente la higiene es algo muy bueno que está directísimamente relacionado con la salud propia y la ajena. Existe obligación moral de conservar la salud de uno y de los demás como una manifestación importante de la obligación de proteger, conservar y defender la vida en todas sus manifestaciones, especialmente la vida humana. En este sentido, cuanto más se cuide la salud, mejor. Ahora bien, ¿es interesante que nosotros y nuestros hijos adquiramos tal obsesión por la salud que se convierta en el primero y casi único de nuestros objetivos? ¿No existen personas que todo lo supeditan al cuidado de su propio cuerpo? No vayamos a caer en un exceso que podríamos calificar de «culto al cuerpo» y, al convertir lo que es un medio en un fin, pase a tener una preponderancia que no le corresponde, y a dejar en sordina otros valores, al menos tan importantes como este o más. Tendremos que enseñar a nuestros hijos a adquirir hábitos La higiene y el arreglohigiénicos no solamente en el sentido de la limpieza, sino en personal son buenas cuanto a alimentación, educación física y, en definitiva, todo lo que se refiere al cuidado de la salud y del cuerpo. tarjetas de visita. Pero debemos evitar las exageraciones, de manera que nuestros hijos puedan ser capaces de soportar las pequeñas molestias, o deficiencias de salud, que en muchas ocasiones todos tenemos. Que no lleguen a ser tan escrupulosos que tengan dificultades en la vida de relación con los demás. Ya sé que no es frecuente, pero he conocido a una persona a la que su madre no dejaba besar a los abuelos, que por otro lado eran personas sanas, no fuera a ser que le contagiaran. Claro que habrá que defender a nuestros hijos de posibles contagios, pero sin exagerar y sabiendo que hay exigencias sociales y morales que hacen que haya que correr ciertos riesgos. En el arreglo personal, que también hay que cuidar evitando el desaliño y la falta de compostura, también cabe el exceso. Convendría evitar que nuestros hijos jóvenes, en su modo de vestir, parezcan pobres vagabundos o personas que han consagrado el «feísmo»

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como modelo de vestuario. Pero también cabe el exceso contrario; que nuestros hijos o hijas lleguen a estar tan pendientes de su arreglo personal, de lo guapos que están, que se dejen llevar por la superficialidad y vanidad, lo cual puede influir mucho en sus relaciones con los demás. Merecería la pena pensar un poco en el significado de Tener personalidad es saberla moda. Me refiero a que pensemos nosotros, quizá más vestir según las ocasiones. las madres, en ese significado, ya que los niños de estas edades vestirán como en realidad les vista su madre. La ropa que uno lleve, como muy bien saben los psicólogos, es un indicador externo de la posición que una persona adopta ante el mundo. La elegancia está muy relacionada con la personalidad auténtica, no con la fingida. Se puede ir muy elegante, sin un gasto excesivo, «sabiendo llevar» la ropa con estilo, y se puede vestir con ropas carísimas y resultar muy poco elegante. No solamente cuenta la ropa que uno lleva, sino el modo de llevarla. Si a nuestros hijos los educamos con afectación, pueden tener un cierto rechazo social, de la misma manera que si los educamos en el desaliño o lo permitimos.

Higiene Queremos que nuestros pequeños adquieran el buen hábito de lavarse los dientes, tanto para prevenir la caries y por aspectos higiénicos como por motivos estéticos. ¿Desde qué edad podemos iniciarles en esta sana costumbre? Desde muy pronto. Conozco una niña de año y medio que, sujetando como puede el cepillo de los dientes, trata de imitar a sus hermanos mayores limpiándose la boca. Lo hace sin demasiada eficacia, pero eso no importa; está adquiriendo el hábito. ¿En qué momento conviene que se laven los dientes? Sería deseable que después de cada comida, pero, puesto que en la práctica quizá esto no sea posible, sí deberían cepillarse al menos antes de irse a dormir. Es el momento en el que la boca va a estar más inactiva, y tendrá más dificultades para la limpieza automática. Cortar y limpiar las uñas de nuestros hijos es una actividad propiamente nuestra a estas edades. Ellos todavía no tienen capacidad para hacerlo. Sí podemos procurar que no se las muerdan. Si esto ocurre, normalmente puede ser, tengo entendido, un indicativo de algún leve trastorno en la personalidad; indicio de algún pequeño desajuste nervioso que difícilmente se corregirá por la vía de llamarles la atención. Tampoco a esta edad están capacitados para peinarse solos, pero sí podemos influir en que vayan peinados, alabando aquellos momentos en que los encontremos bien peinados o haciéndole algún comentario sobre el mal aspecto que tiene uno, cuando no está bien peinado.

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Nosotros deseamos que nuestros hijos adquieran la costumbre Un niño educado de ir bien lavados: sus manos, las piernas, la cara, el cuello, las es un niño limpio, orejas... A partir de los tres o cuatro años un niño puede aprender peinado y arreglado.a lavarse las manos solo y también puede empezar a lavarse la cara. Si desde bien pequeños los acostumbramos al baño o a la ducha diaria, lo echarán de menos en aquellas ocasiones en que, por alguna circunstancia, no lo pudieran realizar. Conviene tener paciencia e irles permitiendo ganar cotas de autonomía hasta que ellos puedan ducharse solos. A los cuatro años, algunos niños pueden empezar a hacerlo. Puede ser un rato muy satisfactorio dejar jugar a los pequeñitos con la bañera medio llena durante un rato. Además de la relajación natural que produce, le estamos acostumbrando a ser limpio. Entre los tres y los cuatro años empiezan a darse alguna cuenta de su desnudez. Es un momento óptimo para ayudarle a educar el sentido del pudor que tanto tiene que ver con la protección de su intimidad. Considero un gran error esa costumbre, que existe en algunos ambientes, de bañarse juntos los niños junto con la madre o el padre. Creo que, bajo una apariencia de naturalidad y confianza, se lesiona el natural y encantador sentido del recato. La delicadeza y sensibilidad futuras tienen mucho que ver con la educación del pudor desde pequeños. ¿Cómo corregir la conducta del pequeñín que tiende a meterse el dedo en la nariz? A base de afearle la conducta cada vez que lo haga, explicarle el mal efecto que hace y que a los papás no les gusta. Es muy importante que le felicites porque lleva un día o unas horas sin meterse los dedos en la nariz; esto es más eficiente. Ya sabemos que el criterio de bondad o maldad con el que funcionan los pequeños a estas edades suele ser la aprobación o desaprobación de sus padres. Aprobar la buena conducta puede ser suficiente para corregir la mala. Es natural que, a veces al comer, estos niños de tres, cuatro, cinco años se manchen excesivamente los alrededores de la boca. En la medida de lo posible, hay que procurar que sean ellos mismos los que al verse en el espejo decidan limpiarse, más que dejarse limpiar pasivamente. De alguna forma hay alguna relación entre la higiene, la salud, los buenos modales y el tipo de alimentos que toman nuestros hijos. Si por comodidad o por alguna otra forma de actuar les consentimos todos los caprichos en la comida, podemos estar influyendo negativamente en su correcta alimentación, ya que solamente o preferentemente estará tomando un tipo de alimentos. Al mismo tiempo, estamos impidiendo que adquiera el autodominio necesario para que llegue a tener una personalidad rica, mejor aún, una auténtica personalidad. No conviene ser ingenuos de forma que pensemos que la exigencia, por muy cordial que la hagamos, va a ser siempre bien recibida por nuestros pequeños.

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La ropa Desde luego, que vistan de una determinada manera o la lleven limpia o sucia, depende en gran medida de la atención y dedicación de la madre, en estas edades. Sin embargo, hay algunas cuestiones que el niño puede ir poco a poco aprendiendo, aunque al principio no lo haga totalmente bien. No importa tanto la eficacia del gesto concreto que está haciendo, sino la costumbre que va adquiriendo de hacer ese gesto.   Por ejemplo: Hay madres que, hasta los seis años o más, siempre visten al niño; en estos casos toda la responsabilidad del cuidado de la ropa recae exclusivamente sobre la madre. Hay otras familias en las que, conscientes de lo importante que es que desde edad bien temprana vayan adquiriendo hábitos, le van permitiendo al pequeñín que haga determinadas cosas él solo.

  Por ejemplo: Si ya se sabe quitar el jersey, es muy bueno acostumbrarle a dejarlo doblado (si se le enseña a hacerlo correctamente, es bastante probable que lo haga bien) y colocarlo en el sitio previsto para ello. Aunque no lo doble perfectamente, lo importante es el hecho de haberlo doblado. También puede, al quitarse alguna determinada prenda, observar si está sucia; o, si lo ha observado la madre, puede llevarla él mismo al sitio donde se deposite en casa la ropa sucia.

  Otro aspecto importante es tratar de no manchar la ropa, cuidarla. Es bueno, da resultado, alabar al niño, sobre todo si tiene tendencia a mancharse, en aquellos momentos en que se le ve limpio. Es más eficaz una alabanza que una regañina por cada una de las manchas. Es pedagógicamente muy interesante que el pequeño Una alabanza oportunajuegue libremente con la tierra o con algunos otros elementos que pueden mancharle. Tendremos la precaución de ponerle la es más eficiente ropa adecuada y evitaremos que salga a jugar al parque o a la que regañar. calle con su mejor ropa. No perdamos la perspectiva de forma que supeditemos absolutamente todo a la limpieza exterior de la ropa, aun siendo importante. Desde un punto de vista educativo, es muy bueno que vaya aprendiendo a llevar un tipo de calzado para cada ocasión. Cuando lleve zapatos, procuraremos que los lleve limpios, también corriendo el riesgo de que en ocasiones «limpie» todo menos el zapato, pero es preferible que vaya aprendiendo a desenvolverse por sí mismo. A los cinco años

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puede, con bastante eficacia, responsabilizarse de su propia limpieza de zapatos, aunque siempre será conveniente dar un repaso final. En cuanto al arreglo personal en casa, el niño va a captar el ambiente que se viva en la familia. Creo que hay que huir de los dos extremos: a) Que el hogar esté lleno de afectación, pareciendo que lo único que cuenta son las correctas y frías relaciones exteriores, de tal manera que se produce un cierto envaramiento, y el niño con su espontaneidad parece ser un elemento extraño y molesto. b) Que el estilo familiar sea: ¡Como estamos en casa, no importa la forma de vestir! En casa no se debe estar vestido de cualquier manera; la dignidad de las personas que componen la familia es, por lo menos, igual que la de los invitados. Habrá que encontrar ese punto de equilibrio en el que sean compatibles la comodidad y espontaneidad natural propias del ambiente familiar y la elegancia y el buen tono en el vestir. Dependerá de las ocasiones. En un hogar hay muchos tipos de situaciones distintas. No es lo mismo estar haciendo bricolaje, que sentarse a la mesa, que estar estudiando o jugando. Hay niños a los que les da igual la ropa que les ponga su mamá, no se preocupan de estas cuestiones y no le prestan atención. Quizá a estos haya que hacerles ver cómo en algunas ocasiones compensa ir más arreglado que en otras e insistirle para que poco a poco vaya adquiriendo una cierta capacidad de discernimiento. Hay otro tipo de niños que, por la razón que sea, por comodidad, porque le pica, porque los demás niños lo llevan, etc., exigen que se les ponga alguna determinada ropa, al menos algún día determinado. Creo que es muy educativo no ceder a los caprichos. No se les va a negar siempre su gusto por sistema; esto tampoco es educativo. Pero es muy negativo actuar siguiendo exclusivamente las exigencias de los pequeños. Deben llevar una ropa cómoda, agradable, elegante, funcional, según las circunstancias que sean. Convendría ir explicándoles a los pequeños (lo entienden perfectamente) por qué, en un momento determinado, deben llevar una determinada ropa. Quizá en la época actual puede resultar muy «moderno» ir destartalado con un cierto grado de desaliño. Desde luego no es malo seguir la moda. Pero tampoco seamos esclavos de ella y procuremos que nuestros hijos no se dejen arrastrar por el mimetismo. Realmente hay modas que han surgido exclusivamente por fines comerciales y que tienen muy poco o nada que ver con el buen gusto y que no favorecen a nadie o a casi nadie. Puede resultar muy simpático un pequeño con los calcetines caídos, pero es preferible que él aprenda a estar pendiente de subírselos y tenerlos como debe ser.

Porte exterior Al hablar de los buenos modales, hemos estado hablando de la forma de hablar a los demás, el lenguaje de los gestos, el cuidado de las cosas, pero hay algo difícilmente explicable con palabras que surge del interior de la persona, y que refleja el estilo, el

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autodominio, el señorío sobre las cosas que tiene esa persona. Es lo que podríamos llamar porte exterior. Difícilmente esto se aprenderá con técnicas; más bien es Un niño será educado cuestión de acostumbrarle desde pequeño. Hay una serie de y elegante si es natural.actos que deben ejecutarse de una manera convencionalmente establecida. No me pidáis que explique aquí las razones de esos convencionalismos; algunos son obvios y claros, otros no tanto. En cualquier caso, siempre tienen un «porqué», aunque, quizá, el origen de la costumbre se haya perdido. Me refiero a situaciones como las siguientes: Bostezar: Un niño pequeño, cuando tiene sueño, está muy cansado o tiene hambre, es natural que bostece, pero se le debe acostumbrar a que, cada vez que lo haga, se ponga delante la mano. Doy fe de que puede conseguirse sin traumas y sin una fuerte presión, con niños de tres años. Algo parecido podríamos decir en el momento de toser o estornudar. Aquí desde luego las razones son claras, se trata de no lanzar un «chorro» de microbios sobre las personas que tenemos a nuestro alrededor. Hay que indicarle al pequeño que al toser vuelva la cabeza en otra dirección, ponga la mano o un pañuelo delante de la boca y que esto también lo aplique al momento, por ejemplo, de un posible estornudo. ¿Por qué hay niños que sí tienen estas costumbres bien adquiridas y otros que no? Después de observar intencionadamente muchas situaciones como las descritas, llego a la conclusión particular de que en aquellas familias en las que los padres de modo habitual lo practican y están pendientes de que sus hijos lo hagan, sin gran espectáculo, pero sistemáticamente pendientes con perseverancia, los niños adquieren naturalmente estas buenas costumbres. Relacionada con el porte exterior está la postura. Existen claras implicaciones entre la corrección o incorrección de las posturas y sus repercusiones de tipo higiénico o educativo. Una postura incorrecta convertida en hábito puede ocasionar, a medio o largo plazo, problemas en el aparato locomotor o en el sistema muscular. Por otro lado, si observamos que un niño tiene cierta tendencia a estar tumbado, puede ocurrir que no sea solamente una cuestión de «posiciones». Buscando un poco más el fondo de las causas nos podemos encontrar con un niño aburrido, con poca imaginación, que no ha desarrollado sus capacidades de jugar o de tener intereses o aficiones. Quizá una de las grandes causas de esta tendencia de los niños a estar tumbados en el sofá o en el sillón sea, en nuestra época, el uso inmoderado de la televisión. A la hora de sonarse la nariz, desde luego a los dos o tres años, será la mamá o el papá o algún adulto quien le ayude a sonarse los moquitos. Poco a poco, tiene que ir aprendiendo a hacerlo él solo y ya en la parte final del período de edades al que se refiere este libro, cinco o seis años, puede, en bastantes ocasiones, conseguirlo. Habrá que

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explicarle que no debe quedarse contemplando el «producto de la operación», sino guardar el pañuelo discretamente, sin pararse tampoco a hacer una larga y complicada operación de doblaje. Sabiendo que los pequeños tienden a manifestarse a gritos, deberíamos inculcarles que se rían, desde luego con gran naturalidad y como les salga del alma, pero evitando las fuertes risotadas estentóreas. Como siempre, una indicación amable, cariñosa, diciéndole que no debe abandonarse ciegamente a sus impulsos, a veces exagerados, puede ser muy eficaz. Una persona elegante se distingue, entre otras cosas, por su modo de andar, caminando erguido, sin balanceos innecesarios y moviendo los pies sin arrastrarlos por el suelo. Es evidente que muchos matrimonios desean que sus hijos No basta desear algo adquieran las buenas costumbres que aquí he descrito, pero para que se conviertatambién es cierto que para conseguirlo hace falta perseverancia. Es necesario insistir a diario en las mismas cuestiones sin en realidad. descuidarse y sin atosigar (a veces tendremos que aparentar que estamos distraídos para que no se resientan otras cuestiones más importantes). Poniendo los medios es más probable conseguir los resultados. Un educador no puede desanimarse nunca por no encontrar resultados inmediatos. Está invirtiendo a largo plazo.   Recuerda que:     – Tendremos que enseñar a nuestros hijos a adquirir hábitos higiénicos no solamente en el sentido de la limpieza, sino en cuanto a alimentación, educación física y, en definitiva, todo lo que se refiere al cuidado de la salud y del cuerpo. – No importa tanto la eficacia del gesto concreto que está haciendo, sino la costumbre que va adquiriendo de hacer ese gesto. – Un educador no puede desanimarse nunca por no encontrar resultados inmediatos. Está invirtiendo a largo plazo.

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CAPÍTULO 7 | Comer bien



Comer, ¿acto biológico? Compartimos con los animales y otras especies de seres vivientes la necesidad de alimento. Ahora bien, cuando una persona humana come, no solamente se está nutriendo, alimentando, sino que también está realizando un acto cultural. El acto de comer además suele ser un importante acto social. Cada civilización tiene, lógicamente, sus ritos para comer. Habrá que estudiar el comportamiento a la hora de la comida desde varios puntos de vista: salud, trato social, dignidad de la persona, enfoque cristiano de la vida. Por ejemplo, la bendición de la mesa y la acción de gracias son algo más que meras tradiciones; son una expresión de nuestra relación con Dios, manifestada en uno de los momentos vitales en los que queda bien patente la condición de criatura. La moderación en la comida, que puede ser una de las actitudes de fondo con las que uno ha de sentarse a la mesa, es garantía de buena salud y medio muy eficaz de conseguir el necesario autodominio. Recordemos cuántas enfermedades tienen su origen en un exceso de comida o de un determinado tipo de comida. También la moderación es un indicativo de dominio, de control del propio instinto que se encuentra sometido a la razón. Desde el punto de vista de la «eficacia alimenticia», se puede llenar la mano con un montón de patatas fritas, e El rito, por tanto, implica dominio, señorío,introducirlas a presión en la cavidad bucal; el alimento que comportan las patatas es el mismo, pero desde luego este atención, delicadeza, tipo de actuaciones no es lo que deseamos para nuestros finura de espíritu. hijos los lectores de este libro. Vamos a procurar que adquieran buenas costumbres en la comida y que no lo pasen mal cuando vayan invitados a un ambiente en el que este tipo de cuestiones se cuiden. En la mesa es uno de los sitios donde se nota perfectamente al niño mimado que, normalmente, suele coincidir con el niño grosero: ¡Dame más de eso!, ¡No quiero de lo otro!, ¡Pues esto no me lo como! Este tipo de frases, que resultan cargantes y desagradables, se corrigen no solo desde el punto de vista externo, sino desde el carácter. Es muy corriente que el típico niño mimado «no coma de nada». Con la moda actual de tener cuerpos ágiles y esbeltos y de luchar a brazo partido contra el colesterol, el vicio de la gula cobra quizá unas nuevas características. La gula

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no consiste tanto en comer cantidades exageradas e inmoderadas, costumbre que muy pocas personas practican hoy en día, sino que este vicio se manifiesta en el capricho, en la sofisticación y, en definitiva, dejarse llevar sistemáticamente por el «me apetece».

Situación familiar: «Educado en el capricho» Juan, un conocido de cuarenta años, nos relata su traumática experiencia con la comida: Hijo único, había sido educado en el capricho, su madre siempre le había hecho la comida que le gustaba, que realmente representaba un abanico muy reducido de posibilidades. Cuando empezó a hacer vida social, lo pasaba muy mal ya que prácticamente no le gustaba casi nada y, aun teniendo hambre, no podía vencer la repugnancia que le ocasionaban determinados alimentos muy normales para otras personas, como podía ser, por ejemplo, el tomate, la verdura, etc. En una ocasión en la que, como estudiante, salió al extranjero, no tuvo más remedio que comer algunas cosas que no había probado nunca. Comprobó con sorpresa que no eran tan desagradables. La verdad es que lo hizo por pura necesidad: o comía lo que le ponían o se quedaba sin comer. No tenía otras alternativas. Más adelante esta persona, ya casada, razonó de la manera siguiente: —Que mis hijos coman de todo, es bueno para su salud y para su educación. ¿Con qué autoridad moral voy a inculcarles esta costumbre si yo no la tengo, y estoy más bien lejos de esta situación? A base de un gran esfuerzo de voluntad, empezó a comer algunas cosas que antes, ni siquiera en esa experiencia de estudiante, había conseguido comer. También lo hizo para no defraudar a su esposa, que estaba empezando a aprender a cocinar. El resultado de todo ello es que ahora esa persona, además de comer de todo, es bastante desdolido en el tema de la comida y en cuanto se descuida llega incluso a rozar la falta de comprensión para con personas que en la actualidad tienen el mismo problema que tenía él. ¡Cuántos malos ratos ahorraremos a nuestros hijos si desde bien pequeños les acostumbramos a vencer sus caprichos en la comida! Una madre de familia me contaba que había librado varias batallas, por ejemplo, la batalla de la verdura. Dos de sus hijos no podían «ver», ni en pintura, las judías verdes. Por no comerlas a medio día, se las guardó para la merienda; tampoco las comieron y las guardó para la cena; al día siguiente por la mañana las sirvió de desayuno. Durante todo ese tiempo estuvo vigilando para que no tomaran ningún otro tipo de alimento. Consiguió que a la hora de comer del día siguiente las probaran y comieran un poquito. No insistió demasiado y, en cuanto las probaron y comieron una cantidad razonable, les sirvió otro plato de su predilección. Al cabo de unos días volvió a repetir

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la experiencia, esta vez menos dolorosa. A estos dos hijos, en la actualidad, les encantan las judías verdes y han superado ese mal trago.

Antes de comer La comida, además de los alimentos, requiere una ambientación; hay que «poner la mesa». ¿Por qué no permitir a nuestros pequeños (a partir de los tres años ya lo pueden hacer) que nos ayuden a poner los vasos, a colocar el tenedor a la izquierda del plato y el cuchillo a la derecha, poner las servilletas, etc.? En este tipo de cuestiones el niño se sentirá útil y algo nos ayudará, aunque luego tengamos que rectificarlo nosotros. Irá adquiriendo por la vía de los hechos la sensibilidad para el cuidado de las cosas. Evidentemente, hay familias en las que por su situación social no hay muchas oportunidades de que los pequeños participen en este tipo de cuestiones. Pero, en la medida de lo posible y como mero ejercicio pedagógico, yo recomendaría contar con ellos. Antes de sentarse a la mesa, debemos procurar que se hayan lavado las manos o que se las hayamos lavado nosotros si por su edad todavía no pueden hacerlo solos. Con los niños de cinco y seis años, puede bastar una simple revisión. ¿Qué decir respecto al peinado y a la forma de ir vestido en la mesa? Deberíamos lograr que se prepararan para comer en familia casi como si hubiera invitados. Sin caer en exageraciones, sin rigideces, pero cuidando el estilo y la dignidad del momento. En definitiva, dejando aparte la casuística, se trata de lograr que la presencia del niño sea tal que agrade. No solamente en cuanto a los aspectos externos, sino también por el buen humor, el gozo y contento, con que se sienta a la mesa.

En el momento de comer Una madre de familia se quejaba: «Paso la mañana en la cocina, preparando la comida para mi familia, se la comen en cinco minutos, y ni uno solo es capaz de dar las gracias. Solamente hacen alguna referencia a la comida, cuando hay algún fallo». ¿No hemos oído algún comentario parecido al de Laura en más de una ocasión? Es de bien nacidos ser agradecidos. No vayamos a considerar que, por el hecho de que sea lo habitual, es algo que nos es debido por sí y no tengamos un detalle de gratitud para quien se preocupa de nosotros. Por otro lado es un detalle de delicadeza tomar con naturalidad la comida aunque no esté exactamente en su punto. No dejemos en mal lugar a quien con tanto amor la ha preparado. Anécdota: El rey de España Alfonso XII fue, con su séquito, recorriendo una serie de pueblos. En uno de ellos el alcalde, tratando de atender a su huésped, le ofreció un banquete. En la

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mesa pusieron un recipiente con agua para lavarse después de haber tomado marisco. El alcalde, que era la primera vez que veía algo parecido, en un momento determinado se llevó el recipiente a los labios y bebió su contenido íntegro. El rey, lejos de soltar la carcajada o de hacer un comentario irónico, imitó al pueblerino alcalde y bebió también el contenido de su propio recipiente. El resto de la corte hizo lo propio.

  Qué lección de delicadeza para no dejar en mal lugar a aquella persona, que por su crianza no conocía esa costumbre. La comida también es un momento de reunión social. Hay que procurar que sean gratos no solamente la presentación de los alimentos y la disposición de los elementos en la mesa, sino también el talante de las personas que se sientan, el buen humor, la conversación agradable, evitando tratar asuntos desagradables o problemáticos. Acostumbremos a nuestros pequeños, cuando han pasado de la edad del babero, a utilizar la servilleta. Expliquémosle que el lugar natural de las servilletas son las rodillas, si bien hemos de ser conscientes de que, para un niño de cuatro o cinco años, es muy difícil mantener su servilleta en las rodillas durante todo el tiempo que dura la comida. Tendamos a ello. Acostumbrémosle a que la utilicen cada vez que beba o cuando haya terminado de comer; en definitiva, en los momentos en que debe usarse. Relacionado con algo que tratábamos antes, tendremos que procurar que no elijan la parte de comida que se les sirve, la que, por ejemplo, lleva aceitunas, o la que no las lleva, y que no vayan apartando determinados componentes de una comida. Procuremos que adquieran el hábito de servirse lo que esté más próximo a ellos, sin hacer distinciones. No siempre se servirán ellos la comida pero esto también se puede aplicar a las ocasiones en que se la servimos nosotros u otra persona. Un capítulo importante es el uso de los cubiertos. Sin entrar en mucho detalle, que se puede encontrar en otros libros más especializados sobre la etiqueta y las buenas maneras, sí deberíamos procurar que nuestros hijos supieran, al menos, lo siguiente: El cuchillo solo se usa para cortar carne y similares. Para el pescado hay un cuchillo especial. El tenedor tiene un doble uso. Sirve para pinchar lo cortado con el cuchillo, pero también se usa para cortar alimentos blandos, tales como tortilla, croquetas, etc. Al terminar un plato se dejan los cubiertos juntos y paralelos, en el plato. Al cortar la carne, por ejemplo, se pincha el trocito que se va a separar y luego se corta con el cuchillo. No es de buen gusto trocear toda la comida y luego ir comiendo los pedacitos. No se debe llevar el cuchillo a la boca. Hay frutas como la mandarina y el plátano, que se toman con la mano sin necesidad de cuchillo y tenedor de postre.

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Hay que aprender el modo de sujetar los cubiertos. La mejor forma de enseñárselo es directamente en la práctica. Es impensable describir por escrito y sin imágenes, en un libro como este, la forma correcta de hacerlo. Ha de evitarse juguetear con los cubiertos y hacer ruido con ellos, golpeando los platos, el vaso, la mesa, etc. No debe echarse la sopa sobrante inclinando el plato sobre la cuchara. A la hora de tomar sopa debe evitarse sorber de la cuchara. Hay que procurar no llenarla demasiado para evitar salpicaduras. La postura a la hora de comer también es un indicativo de buena educación. Debe mantenerse la espalda erguida, con los codos fuera de la mesa, y evitando inclinar la cabeza sobre el plato. Es la cuchara la que debe ir a la boca y no la boca a la cuchara. También se debe ser moderado a la hora de beber. Hay que beber con naturalidad, sorbos normales. Evitando beber un vaso entero de un trago. Resulta antiestético tratar de hablar con la boca llena. Hay que procurar enseñarle a los niños la habilidad de poder hablar mientras se come, pero evitando que la comida interfiera en la pronunciación. Si uno necesita algún objeto, la sal, pan, agua, debe pedir que se lo pasen; es un momento adecuadísimo para practicar el uso de las palabras «por favor» y «gracias». Se le debe enseñar a empujar la comida con un trocito auxiliar de pan, pero enseñándole que los platos no se rebañan y que es de mal gusto empapar la salsa con pan. Ni siquiera con el tenedor y, muchísimo menos, directamente con la mano. También forma parte de la buena educación el comer la comida cortándola en trozos pequeños, evitando llenar la boca de alimento.

Al acabar la comida Después de la acción de gracias, en aquellas familias en las que tengan la buenísima costumbre de bendecir la mesa y de dar gracias al finalizar, ha de evitarse que los miembros de la familia salgan en desbandada. Convendrá habituarles a que tengan el detalle de ayudar a recoger. Si la familia está organizada, y hay algunos encargos por turnos, será más sencillo. Los pequeños pueden hacer algunas pequeñas tareas adecuadas a su edad. En cualquier caso hay que procurar que los que han participado en la comida se presten a colaborar en la recogida de la mesa. Por otro lado habrá que ayudarles a que no se ausenten de la mesa excepto en casos de absoluta fuerza mayor. Por esa condición de

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acto social que también tiene la comida, no puede uno marcharse alegremente en el momento que haya terminado de comer, aunque sea el más rápido de la familia. Si es posible, será muy bueno que adquieran la costumbre de cepillarse los dientes después de haber comido.

Comer fuera de casa Aunque hemos dicho que en casa hay que procurar comer como si hubiera invitados o si se estuviera fuera, es cierto que en estas situaciones se esmeran más los detalles. Cuando estamos invitados en otra casa distinta de la nuestra, habrá que explicarles a los niños pequeños, antes de llegar, algunas cosas como las siguientes: Hay que esperar, para sentarse, a que lo haga quien presida la mesa, la persona de más importancia, normalmente el anfitrión. Debe sentarse donde y cuando le digan. Ha de dar las gracias y, dentro de las posibilidades de su soltura social y su vocabulario, alabar la comida. Si en una celebración, viaje, o por las circunstancias que sean, el niño ha de comer en un restaurante, deberíamos lograr, quizá con la motivación previa adecuada, que se deje aconsejar en la comida que ha de elegir. Es frecuente que los niños pidan aquello que más les llama la atención, no coincidiendo con aquello que es más fácil para ellos o que sabemos que van a tomar mejor. Que se deje aconsejar. En alguna ocasión convendrá, incluso, ser relativamente exigentes en este tema. Habrá que asegurarse, antes de hacer la petición al camarero, de que el menú ya esté decidido, evitando los cambios caprichosos de menú que son un indicativo más de personalidad caprichosa y egoísta. Habrá que vigilar la cantidad de comida que se sirven o que le sirven. Hay que procurar que no le sirvan demasiado; nadie como la madre para conocer las costumbres de su hijo. Habrá que procurar que no grite, escuchándole, atendiéndole, conversando con él, evitando la conversación excesivamente ruidosa. Y por otro lado tratar de evitar esa fea costumbre de señalar con el dedo a algunas otras personas que se encuentran en el mismo restaurante. El comportamiento en la mesa es un buen exponente del nivel de formación de los comensales. Los logros en este sentido dependen más del «clima» en el que la familia se desenvuelve a la hora de comer que de «sermones pedagógicos». Aunque, desde luego, también habrá que decirles a los niños explícitamente qué se espera de ellos.   Recuerda que:  

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  – La moderación en la comida, que puede ser una de las actitudes de fondo con las que uno ha de sentarse a la mesa, es garantía de buena salud y medio muy eficaz de conseguir el necesario autodominio. – El comportamiento en la mesa es un buen exponente del nivel de formación de los comensales. El niño irá adquiriendo por la vía de los hechos la sensibilidad para el cuidado de las cosas.

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UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN SITUACIÓN: Imaginemos un matrimonio padres de una niña de tres años, no tienen ningún problema especial pero han oído hablar sobre las malas consecuencias que puede acarrear a su hija la superprotección. Están dispuestos a hacer algo para ayudar a su hija a desarrollar sus capacidades. Les han explicado que, a esta edad, está en el período sensitivo del orden y van a aprovechar ese conocimiento. OBJETIVO: General: Inculcar la virtud del orden. Concreto: Que aprenda a ponerse el pijama y deje ordenada su ropa. MEDIOS: — Permitirle poco a poco que termine de desnudarse sola. — Animarle a hacer lo que pretenden los padres. — Explicarle cómo se dobla la ropa y dónde tiene que dejarla. — Tener paciencia ante la posible falta inicial de éxito. MOTIVACIÓN: — Dejarle ayudar a mamá cuando dobla la ropa de la colada y alabar lo bien que lo hace. — Aprovechar intencionadamente su instinto de imitación cuando viene su primo de la misma edad a pasar el fin de semana a casa. Él ya deja ordenada su ropa desde hace algunos meses. — Felicitarla cariñosamente cada vez que lo haga, aunque no lo consiga hacer perfectamente. DESARROLLO: Todo salió tal como estaba previsto, excepto un par de veces. Una de ellas porque la niña vino del colegio especialmente cansada y caprichosa y otra, debido a que los padres tuvieron un compromiso y tuvo que quedarse la abuela al cargo de la niña. RESULTADO:

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Muy bueno. Casi no ha costado conseguirlo y la niña está orgullosa de su nueva habilidad.

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PARA RECORDAR: Estilo La elegancia y el estilo «entran» por los oídos, por el ejemplo de los demás y a través de la ambientación de los elementos materiales: el orden, la limpieza y el buen gusto en el hogar educan mucho. El comportamiento en el momento de comer es un buen exponente del nivel de formación. GUERRA AL CAPRICHO. Inculquemos en la comida dominio, señorío, atención, delicadeza y finura de espíritu. Nada se consigue sin esfuerzo y dedicación, dediquemos tiempo a nuestros hijos. GUERRA AL ABURRIMIENTO DE LOS NIÑOS. No basta la buena voluntad, hay que hacer planes de acción concretos.

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PARA PROFUNDIZAR: Alfonso Aguiló, Educar los sentimientos, Col. «Hacer Familia», nº 63, Palabra. Las personas que gozan de una buena educación afectiva son personas que suelen sentirse más satisfechas, son más eficaces y hacen rendir mucho mejor su talento natural. López Pérez, Camilo (1990), El libro del Saber Estar, Oviedo, Nobel. Da abundantes normas y consejos sobre los diferentes usos sociales en prácticamente todas las situaciones relativas a la propia presencia personal y a la relación con los demás. Prologado por S.M. La Reina Dª Sofía de España.

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ANEXO

GUÍAS DE TRABAJO PRIMERA PARTE (Capítulos 1 y 2) Se pueden utilizar estas guías de trabajo cuando vaya a usarse el libro como material de trabajo en escuelas de padres o en cursos de formación para profesores. En estos casos, los participantes deberán trabajar primero la guía individual para luego hacer una puesta en común siguiendo la guía de grupo. OBJETIVOS: – Usar con más frecuencia: Por Favor, Gracias, Perdón. – Vivir mejor la obediencia. – Mejorar la convivencia familiar. TRABAJO INDIVIDUAL: 1. Una lectura rápida y otra lenta marcando lo importante. 2. Apuntar las dudas que surjan en la interpretación del texto. 3. Siempre es posible mejorar la relación entre hermanos. Inspirándote en el plan de acción haz uno parecido con alguno de tus hijos o con todos a la vez. 4. Ayuda a una mejor convivencia hacer campañas en familia para usar con más frecuencia frases como: Por favor, Gracias, Perdón. Inventa una campaña y ponla en práctica. Anota los resultados. 5. La ayuda mutua. ¡Qué importante es que los hermanos se ayuden! y, si solo tienes un hijo, que ayude a sus padres. Lee despacio el apartado del capítulo 2 y haz un plan de acción para vivir mejor la ayuda mutua en familia. 6. Lee nuevamente el plan de acción indicado en el punto 3. Haz una lista con los puntos fuertes de los padres y añade alguna sugerencia para mejorarlo. 7. Haz una lectura reflexiva de los apartados: – Para recordar. – Para profundizar.

TRABAJO EN GRUPO: Tras el trabajo individual de cada uno de los miembros del grupo, se recomienda seguir las siguientes indicaciones para el trabajo en grupo: 1. Tratar de aclarar las dudas de interpretación que hayan surgido al leer el texto. 2. Contar las anécdotas que hayan surgido con motivo de la campaña: Por Favor,

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3. 4. 5. 6.

7.

Gracias, Perdón.. Cada asistente expondrá los planes de acción realizados con relación a mejorar la convivencia familiar bajo el lema: ¡La Ayuda Mutua! Comentar otros planes de acción realizados en el trabajo individual y aportar los seleccionados en otros grupos de trabajo. Seleccionar los tres mejores planes de acción aportados en esta sesión. Recordar entre los asistentes los principales fundamentos en que se basa la Educación Positiva: Prestar atención a los actos positivos, educar en futuro, formar la conciencia, potenciar la sinergia positiva, etc. Dialogar sobre el contenido de los apartados: – Para recordar. – Para profundizar.

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GUÍAS DE TRABAJO SEGUNDA PARTE (Capítulos 3 y 4) OBJETIVOS: – Los buenos modales en el colegio y estudiando. – Mejorar el comportamiento en el coche. TRABAJO INDIVIDUAL: 1. Una lectura rápida y otra lenta marcando lo importante. 2. Apuntar las dudas que surjan en la interpretación del texto. 3. Los buenos modales están relacionados con el colegio y con el rendimiento escolar, repasa el apartado del capítulo 3 y elige un buen objetivo que le ayude a tu hijo a tomarse más en serio los trabajos del colegio y el propio colegio. Ponlo en práctica a través de un plan de acción. 4. Nadie se libra de ir en coche toda la familia. Aprovechemos estas ocasiones para pasarlo bien y mejorar el comportamiento de los hijos. Lee el apartado del capítulo 4 y escoge un buen objetivo para desarrollar un plan de acción. 5. Lee con detenimiento los objetivos del plan de acción que figura al final. Apórtales a los padres sugerencias que hagan el plan más divertido y eficaz. Puedes cambiar el contexto. 6. Haz una lectura reflexiva de los apartados: – Para recordar. – Para profundizar.

TRABAJO EN GRUPO: Tras el trabajo individual de cada uno de los miembros del grupo, se recomienda seguir las siguientes indicaciones para el trabajo en grupo: 1. Tratar de aclarar las dudas de interpretación que hayan surgido al leer el texto. 2. Comentar los objetivos que se han elegido para mejorar el comportamiento. 3. Comentar otros planes de acción realizados en el trabajo individual, y aportar otros hechos por otros grupos. 4. Seleccionar los tres mejores planes de acción aportados en esta sesión. 5. Recordar entre los asistentes las razones por las que no es aconsejable contar, entre los asistentes al grupo, sus problemas o hacer consultas sobre sus hijos. Dar al menos tres razones y desarrollarlas.

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6. Dialogar sobre el contenido de los apartados: – Para recordar. – Para profundizar.

7. Trabajo opcional: Entre todos los asistentes dar ideas para hacer planes de acción en Teorías «Z» aplicados a los buenos modales. Elegir el mejor y escribirlo. Seleccionar y anotar las tres más originales.

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GUÍAS DE TRABAJO TERCERA PARTE (Capítulos 5 al 7) OBJETIVOS: – Vivir los encargos con buena cara y alegría. – Mejorar la higiene de tus hijos. – Los buenos modales en la mesa. – Los buenos modales en los juegos. TRABAJO INDIVIDUAL: 1. Una lectura rápida y otra lenta de los cuatro capítulos marcando lo importante. 2. Apuntar las dudas que surjan en la interpretación del texto. 3. Los encargos en casa ayudan a vivir a todos más felices, sobre todo si se hacen con alegría y buen humor. En el apartado del capítulo 5 encontrarás muchas sugerencias. Elige una y haz un plan de acción. 4. Hacer una lista de todos los encargos que vuestros hijos tienen en casa, clasificarlos por edades y anotarlos todos. Elegir el más original. 5. Un niño educado es un niño limpio, peinado y arreglado. Vivir la higiene bien y siempre supone tener unos hábitos que la soporten. En el capítulo 6 encontrarás sugerencias para mejorar en este campo. Haz un plan de acción para mejorar en lo que más lo necesitan tus hijos. 6. Los buenos modales en la mesa son signo de buena educación, repasa el capítulo 7 y haz un buen plan de acción. Si te es posible, aplica la Teoría «Z», de este modo puedes involucrar a toda la familia. 7. Haz una lectura reflexiva de los apartados: – Para recordar. – Para profundizar.

TRABAJO EN GRUPO: Tras el trabajo individual de cada uno de los miembros del grupo, se recomienda seguir las siguientes indicaciones para el trabajo en grupo: 1. Tratar de aclarar las dudas de interpretación que hayan surgido al leer el texto. 2. Comentar las anécdotas surgidas con motivo de mejorar la higiene en los hijos. 3. Comentar otros planes de acción realizados en el trabajo individual y contar los llevados a cabo en otros grupos.

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4. Seleccionar los tres mejores planes de acción aportados en esta sesión. 5. Exponer las razones por las que es conveniente formarse como padres en el área de la educación de los hijos. ¿Cuándo termina esta formación? ¿Por qué? 6. Dialogar sobre el contenido de los apartados: – Para recordar. – Para profundizar.

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ÍNDICE       PRESENTACIÓN INTRODUCCIÓN

  PRIMERA PARTE: LA FAMILIA Y EL NIÑO CAPÍTULO 1 | Las grandes claves Buenos modales de los educadores Unión profunda Pensar en el «otro» ¿Quieres que tu mujer o tu marido mejore sus modales? El trato diario. Los detalles concretos Cuando ella o él no están presentes Situación familiar: «Padre y madre de acuerdo» ¿Qué es un hijo? Cada hijo es como es: una persona diferente ¿Cómo conseguir que vuestro hijo os trate bien? Autoridad de los padres CAPÍTULO 2 | Relaciones familiares Somos seres relacionales ¿Cuándo empezar? Escucharles, hablarles Enseñarles a observar Situación familiar: «Trato entre hermanos» Ayuda mutua Los objetos personales Un caso: «Un pequeño revoltoso» Los ancianos en el hogar Situación familiar: «Nuestro ejemplo es vital» Trato de los nietos a los abuelos Inconvenientes del trato con los mayores UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN PARA RECORDAR PARA PROFUNDIZAR

  SEGUNDA PARTE: RELACIONES SOCIALES CAPÍTULO 3 | El entorno cercano Abrir el hogar Con los vecinos Con las visitas En el colegio Con los amigos En las fiestas Concretando más La práctica religiosa Comportamiento en la iglesia En el hogar En Navidad Semana Santa Comportamiento en el tiempo libre

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Tiempo libre en casa Situación familiar: «El juego» El deporte Un peligro: el culto al cuerpo CAPÍTULO 4 | Ampliando el círculo Entrando en materia En el médico, en la compra, en la calle Medios de transporte Espectáculos UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN PARA RECORDAR PARA PROFUNDIZAR

  TERCERA PARTE: ESTILO CAPÍTULO 5 | El ambiente educa ¿Casa? ¿Hogar? Hermanos mayores Encargos Situaciones varias CAPÍTULO 6 | Higiene y arreglo personal Cuestiones de fondo Higiene La ropa Porte exterior CAPÍTULO 7 | Comer bien Comer, ¿acto biológico? Situación familiar: «Educado en el capricho» Antes de comer En el momento de comer Al acabar la comida Comer fuera de casa UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN PARA RECORDAR PARA PROFUNDIZAR

  ANEXO

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Índice PRESENTACIÓN INTRODUCCIÓN PRIMERA PARTE: LA FAMILIA Y EL NIÑO CAPÍTULO 1. Las grandes claves Buenos modales de los educadores Unión profunda Pensar en el «otro» ¿Quieres que tu mujer o tu marido mejore sus modales? El trato diario. Los detalles concretos Cuando ella o él no están presentes Situación familiar: «Padre y madre de acuerdo» ¿Qué es un hijo? Cada hijo es como es: una persona diferente ¿Cómo conseguir que vuestro hijo os trate bien? Autoridad de los padres CAPÍTULO 2. Relaciones familiares Somos seres relacionales ¿Cuándo empezar? Escucharles, hablarles Enseñarles a observar Situación familiar: «Trato entre hermanos» Ayuda mutua Los objetos personales Un caso: «Un pequeño revoltoso» Los ancianos en el hogar Situación familiar: «Nuestro ejemplo es vital» Trato de los nietos a los abuelos Inconvenientes del trato con los mayores UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN PARA RECORDAR PARA PROFUNDIZAR

SEGUNDA PARTE: RELACIONES SOCIALES CAPÍTULO 3. El entorno cercano

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Abrir el hogar Con los vecinos Con las visitas En el colegio Con los amigos En las fiestas Concretando más La práctica religiosa Comportamiento en la iglesia En el hogar En Navidad Semana Santa Comportamiento en el tiempo libre Tiempo libre en casa Situación familiar: «El juego» El deporte Un peligro: el culto al cuerpo CAPÍTULO 4. Ampliando el círculo Entrando en materia En el médico, en la compra, en la calle Medios de transporte Espectáculos UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN PARA RECORDAR PARA PROFUNDIZAR

TERCERA PARTE: ESTILO

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CAPÍTULO 5. El ambiente educa ¿Casa? ¿Hogar? Hermanos mayores Encargos Situaciones varias CAPÍTULO 6. Higiene y arreglo personal Cuestiones de fondo Higiene La ropa 108

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Porte exterior CAPÍTULO 7. Comer bien Comer, ¿acto biológico? Situación familiar: «Educado en el capricho» Antes de comer En el momento de comer Al acabar la comida Comer fuera de casa UNA PROPUESTA DE PLAN DE ACCIÓN PARA RECORDAR PARA PROFUNDIZAR

ANEXO ÍNDICE

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