Semiotica Y Ciencias Sociales

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ALGIRDAS JULIEN GRE1MAS

SEMIOTICA Y CIENCIAS SOCIALES

M A D R 1D 1980

T ítu lo orÍRÍn«l: Sém iotique c t sciencw sociales E d itio n s du Seuil, París 1976 T rad u cció n : A dolfo A rias M uñoz

Reservados todos los derechos de trad u cció n y edición en lengua española ® by E d itorial FR A G U A . M adtid, 1980. G a íia in b id e , 77 y A ndrés M ellado, 64. T eléfono 244 24 30.

r.S.H.N. 84-7074-047-4. D epósito legal: M -462-1980. P riw c d in Spain.

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CA PITU LO PR IM ER O

ACERCA DEL DISCURSO CIENTIFICO EN LAS CIENCIAS SOCIALES

0 .1 .

C i e n c i a : S is t e m a y P r o c e s o

H ablar de ciencia cu: ndo de lo que se trata es de nuestro saber acerca del hom bre, incierto y controvertido, parece ser una m ues­ tra de ingenuidad o impostura. M ás aún si este concepto, inter­ pretado inicialmentc como organización acabada de conocimientos, no estuviera colocado tan alto com o para que su caída, de esa m a­ nera retóricam ente preparada, fuese más convincente. P or esto, los “ sabios austeros” , aún reconociendo que sólo pueden apoyarse sobre el postulado no fundado de la inteligibilidad del m undo, pre­ fieren valerse únicamente de un proyecto científico, de una parti­ cipación en la elaboración del discurso científico. Desde entonces, si se quiere reflexionar sobre el estatuto ser.iiótico de un discurso basta con interrogarse acerca de los m odos específicos de su manifestación, sobre las condiciones de su pro­ ducción y sobre los criterios que lo distinguen de las otras formas de saber. Así, dejando la ciencia concebida com o sistema, se la puede representar como proceso, es decir, com o un “ hacer" cientí­ fico que se manifiesta, de forma siembre incom pleta y con frecuen­ cia defectuosa, en'cí discurso“quc produce, y que sólo son reconoci­ bles, en un prim er enfoque, gracias a las connotaciones sociolingüísticas de “cicntificidad” de las que están dotadas. L a semiótica de hoy ha retenido, entre sus tarcas urgentes, el estudio de las organizaciones discursivas de la significación. La

lingüística, por su parte, que es la más elaborada de las semióticas, es reconocida entre las ciencias sociales como estando en posesión del estatuto científico más acentuado. Es con este doble título, como sujeto y objeto, a la vez, de la reflexión acerca de! discurso cientí­ fico. cómo la semiótica se halla allí comprometida. 0.2.

E l d i s c u r s o y su s u j e t o

Pasar de las consideraciones sobre el sistema al examen de los procesos, no es particularm ente revolucionario en semiótica, al contrario, sólo el conocimiento de los procesos realizados proyecta alguna luz sobre la economía general y las formas de organización ckl sistema. Sin embargo, la explotación de la dicotomía saussuriana lenvnn vs habla no deja de encerrar dificultades, aunque sólo fuera porque obligue a concebir y a colocar una instancia de m e­ diación que asegure el paso de la una a la oirá de las dos formas de existencia semiótica. Así, considerando con Bcnvcniste, que el discurso no es otra cosa que “la lengua en tanto que asum ida por el hombre que habla” , no se postula sólo una identidad hipotética entre estas dos formas lingüísticas, sino que se prevé tam bién un lugar de paso de la una a la otra, y se acuerda darle el estatuto de actante sintáctico, es decir, no el de un sujeto ontológíco: . el hombre que habla .sino de un concepto gramatical el hombre que hahla conocido tradicionalm cntc en lingüística bajo el nombre de sujeto luihtaiUc. Est:i última observación, por evidente que parezca, merece, sin embargo, el ser subrayada: la introducción, en este lu g a r,'d e un sujeto psicológico o trascendental — tentativa con frecuencia obser­ vada en nuestros días— , pone en cuestión, a raíz de la aparición un concepto heterogéneo e incom patible con la teoría lingüís­ tica en su conjunto, la coherencia interna de la lingüística en su conjunto, y no una de sus escuelas o tendencias. El sujeto del dis­ curso no es, semióticamcnte hablando, nada más que una instancia virtual, es decir, una instancia construida, en el marco de la teoría

lingüística, para dar cuenta de la transform ación de la forma parad ig n ática en una form a sintagm ática del lenguaje. M ás aún, esta instancia m ediadora se presenta bajo la form a de un sujeto sintác­ tico, de un actante que — en posesión de categorías lingüísticas presentes “en la lengua” com o diferencias, como oposiciones dota­ das de una organización sistem ática— ■, las manipula de m anera que pueda construir un encadenam iento sintagm ático que se rea­ liza como program a discursivo. Lo que sucede en este lugar de la m ediación no es sólo una actualización de la lengua que se ¡levaría a cabo por la convoca­ toria, en la cadena sintagmática, de tales o cuales térm inos vir­ tuales, con exclusión de otros términos, diferenciales, en suspenso y por lo tanto necesarios en el proceso de la significación; es tam ­ bién el tom ar en cuenta algunas categorías semánticas — tales como las de afirmación y negación, la conjunción y la disyunción, por h ablar sólo de las más evidentes— necesarias para que le sea perm itido al sujeto el asumir el papel del operador que m anipula y organiza los térm inos convenidos, aunque ello sólo fuera con vistas a la construcción de enunciados elementales, por los proce­ dim ientos llam ados de la predicación. El sujeto del discurso es, pues, esta: instancia que no se contenta, según la concepción de Saussure, con asegurar el paso del estado virtual al estado actual del lenguaje: aparece como el lugar donde se halla m ontado el conjunto de m ecanismos de la puesta en discurso de la lengua. Si­ tuado en un lugar donde el ser del lenguaje se transform a en un hacer lingüístico, el sujeto del discurso puede ser llam ado, sin que ello sea una m ala m etáfora, productor del discurso. T odo hacer presupone un saber hacer (o un no saber hacer, lo que viene a ser lo mismo): al discurso, m anifestación de un hacer, le corresponde un sujeto del discurso dotado de com peten­ cia discursiva. L a instancia del sujeto parlante, al ser el lugar de la actualización de una lengua es, al fnismo tiem po, el lugar de la virtualización del discurso, lugar donde son depositadas y gozan de una existencia semiótica las formas presupuestas del discurso, form as que éste, al actualizarse en sus perfom ancias, no podrá m anifestarse n ada m ás que bajo form as incom pletas c inacabadas.

Sin ir más lejos en esta serie de extrapolaciones, se puede y, probablem ente, se debe invertir esta problem ática, revalorizando la pcrfom ancia discursiva; haciendo notar, por ejemplo, que, sobre el plano del ejercicio individual del lenguaje, las com petencias lo­ calizadas se adquieren y aum entan gracias a las prácticas discur­ sivas; que, sobre el p i n o social, las estructuras son susceptibles de transformaciones; y, por consiguiente, que — en los límites que quedan aún por precisar— el sujeto com petente del discurso, al ser una instancia presupuesta por el funcionam iento de éste, puede ser considerado como un sujeto en construcción permanente, si no un sujeto por construir. Por otro lado, y sobre el plano de la praxis semiótica, que trata de aprehender el quehacer lingüístico en tanto que tal, nuestro co­ nocimiento del sujeto del discurso o, lo que viene a ser lo mismo, nuestro reconocim iento de los procedim ientos por los cuales pro­ duce y organiza el discurso, no es posible más que de dos mane­ ras: bien porque el sujeto al explicitarsc en los discursos que él produce nos hace saber de él mismo (de forma parcial y con fre­ cuencia engañosa), bien por las presuposiciones lógicas que pode­ mos postular, a partir de discursos realizados, en cuanto a las condiciones de su existencia y de su producción. Poco creíbles en sí, los sim ulacros de actividades del sujeto de la enunciación, que encontram os en los discursos enunciados, pueden, sin em bargo, ser interpretados en el m arco de las estructuras de presuposición y dar lugar, en caso dado, a descripciones de representación semántico-sintácticas de la organización de la instancia del sujeto del discurso. E stas dos últim as consideraciones, tendentes a acreditar al dis­ curso — aunque sólo sea parcialm ente— como el lugar de la cons­ trucción. de su sujeto y como única fuente de nuestro saber sobre él, están llam adas a constituir Ja luz bajo la cual el estatuto espe­ cífico del discurso científico podrá ser examinado.

1.1.

U n a s i n t a x is y un a s e m á n t ic a p e r f e c t a s

L a representación, muy sum aria, de la instancia del sujeto del discurso pone a la luz, como se ha visto, rn a doble actividad que se ejerce, de una parte, en las operaciones de selección, que consisten en colocar, con vistas a su utilización, fragmentos del universo semántico dotados de una organización sistem ática; de las operaciones de manipulación, de otra parte, organizan los conte­ nidos en vías de actualización a través de las articulaciones hipotáxicas y los encadenamientos sintagmáticos. Tal concepción de la puesta en discurso, por muy elemental que sea, perm ite distinguir y examinar por separado los com po­ nentes. taxinóm ico y sintáctico, del haccr lingüístico. Es al ba­ sarse, m ás o menos implícitamente, sobre este género de distin­ ciones cóm o el lenguaje lógico puede pretender el estatuto de sin­ taxis organizando el discurso de la racionalidad, con el fin de la m anipulación de una semántica que no está presente en los enun­ ciados lógicos más que, bajo la forma de “ nombres propios” , esos 'lugares vacíos, susceptibles de ser investidos de contenidos concep­ tuales dependiendo de tal o cual universo ccntífico cuya organiza­ ción taxinómica está presupuesta. Se ve que ésta es una imagen estática, fijada, de la ciencia que cum ple una cierta lógica, la cual se considera como una sintaxis perfecta que manipula los objetos inscritos en las taxinom ias esta­ blecidas. Se ve también cómo, ai hacer abstracción de estas exi­ gencias nprióricas legítimas, una vulgarización deform ante y a vcccs malévola, llega a presentar el discurso científico com o la pro­ gram ación, con vistas a su transm isión, de un saber constituido, identificándolo así con el discurso didáctico. 1.2.

E l h a c e r ta x ín ó m íc o

Si la hipótesis según la cual el “diccionario" de una ciencia recubre p o r entero una “sem ántica" organizada en un sistema no falto de utilidad, la puesta entre paréntesis del com ponente taxi-

nómico facilita considerablemente el examen y la íorm alización de los mecanismos del funcionamiento discursivo de los universos científicos, haciendo prácticamente imposible la aplicación de las sintaxis formales de este género a Jos discursos de las ciencias hu­ manas y sociales., Postulando como resuelto un problem a que con frecuencia no ha sido planteado aún, esta neutralización de Ja "se­ m ántica” atrasa el momento de una interrogación acerca de la na­ turaleza y el estatuto de los objetos semióticos que sus discursos supuestamente manipulan. La observación de algunos discursos con vocación científica, tales como e l discurso sobre “las ciencias de la tierra" muestra, por el contrario, que un cierto hacer científico se sitúa a mitad de camino entre los dos casos extrem os que acabamos de evocar: una ciencia “media” no presupone, en su práctica cotidiana, la exis­ tencia taxinómica de los objetos semióticos de los que se ocupa, ni tampoco confirma el desorden taxinómico que haría triviales sus ejercicios sintácticos. M ás bien pone en evidencia la existencia, junto a la adquisición taxinómica asum ida ( “sat>emos q u e ...” ), de un esfuerzo constante de construcción de objetos semióticos, cons­ trucción caracterizada por incesantes atribuciones de determ ina­ ciones accidentales o esenciales (del orden del haber y del ser), por inclusiones y exclusiones de cualidades y potencialidades de h a c e r , por homologaciones que ponen un poco de orden en estos andamiajes conceptuales provisionales, etc. Este esfuerzo sosteni­ do, desplegado a lo largo del discurso, abarca, en líneas generales, un c a m p o de actividades a la vez semánticas y sintácticas cuyas d i m e n s i o n e s son comparables al ám bito de los ejercicios de la l ó g ic a de clases o de la teoría de conjuntos. embargo, todas estas operaciones que parecen perseguir un d o b l e fin: asegurarse de la existencia semiótica — y no verídica— de l o s objetos y construirlos, tanto por sus determ inaciones com o por l a s redes taxonómicas en las que se les puede inscribir, son la Sin

1 ile In 1973.

Cfr. C o itirib u tio n d l'analyse le x ico -sé m a n iiq u e d 'u n c o rp a s d e s sciences d ó m a m e Jran^ais, p o r G i l b e r t o G a c n o n (Tesis m nnuscritn),

ierre:

realidad del sujeto que realiza el discurso, que trata así de esta­ blecer el nivel prim ero de su discurso, no por mediación de un lenguaje-objeto, sino por un lenguaje de los objetos, a partir del cual podrá m anipularlos. Así, aún adm itiendo que el discurso cotidiano no hace más que program ar — a partir de la lengua considerada como el resultado de una categorización anterior e “ingenua” del mundo— algunas partes del m undo que abarca, es necesario reconocer que el discurso científico se define, en el com ponente que examinamos, como el lugar de un hacer taxituimico y que la organización del universo sem ántico localizado que explora, lejos de ser algo dado, es por el contrario, el proyecto científico de este hacer. El discurso cien­ tífico se distingue ya, aunque tan sólo fuera por ese rasgo, de los restantes discursos sobre el m undo. 1.3.

E l h a c e r ta x in ó m ic o e n li n g ü ís ti c a

Sin com partir por com pleto las certezas optimistas de Chomsky y sin pretender que la organización del nivel taxinómico en lingüís­ tica esté ya acabada y superada, se puede, no obstante, tomar en consideración la experiencia de la lingüística en este punto, aunque sólo sea para ver cómo concibe ella esta organización y si los re­ sultados obtenidos justifican el estatuto privilegiado que, a veces, se le ha querido dar. 1.3.1.

L a manifestación

Lo que parece constituir la especificidad de la lingüística, es el ám bito de su reflexión, el cual la sitúa a mitad de cam ino entre las ciencias del contenido (las “sem ánticas") y los lenguajes forma­ lizados (lógica y m atem ática), aunque permitiéndole desem peñar los dos papales, jugar con los dos registros a la vez. Así, por ejemplo, si su hacer taxinóm ico puede estar próxim o — e incluso en g r a n m anera asim ilado— a las operaciones situadas en el interior de la lógica de clases, y si, de forma general, la búsqueda de los univer­ sales obsesiona constantemente a la lingüística, que se considera una teoría deductiva del lenguaje, ello no impide que este hacer este inm ediatam ente llamado a ejercerse sobre tal o cual lengua

natural, es dccir, sobre contenidos que son forma lingüísticas par­ ticulares; más aún, a tom ar en cuenta el plano de Ja manifestación tic esta lengua— , contrariam ente a Jo que sucede en lógica, len­ guaje sin contenido, donde toda investidura sem ántica es conside­ rada como una actividad ulterior, no dependiente de su com pe­ tencia. Es a través de un enfoque inductivo cómo el lingüista descubre, en el plano tic la manifestación, “ m agnitudes", objetos no defini­ dos de sus manipulaciones futuras, en los que observa las recurren­ cias, trata de reconocer las variantes e invariantes y acaba por reunir los casos en clases que, solas, pueden pretender el estatuto de objetos semiótícos constitutivos del nivel taxinómico. Su hacer lingüístico, a la vez inductivo y deductivo, no tiene sentido para él más que si, estando subordinado a una metalógica, le perm ite dar cuenta de su “ realidad", de la m anifestación lingüistica; por otro lado, los mecanismos gramaticales complejos que se ingenia en montar, sólo se justifican a sus ojos si son susceptibles de engen­ drar, en última instancia, “estructuras de superficie” . Este recurso, prim ero y último, a la realidad lingüística consti­ tuye, pues, para el la referencia — y el referente— única y homo­ génea de su hacer científico. Esta es la paradoja de este nivel de signos que es la manifestación: nivel no pertinente por su actividad y. sin embargo, necesario, porque Ja funda y justifica. A partir de ahí se com prende que la semiología, “ciencia uni­ versal de los signos” , cuando trata de instaurar tal o cual de sus semióticas localizadas, no puede hacer otra cosa que postular en primer lugar el plano de su manifestación, sirviendo de referencia \ de instancia de control a los conceptos que tendrá que elaborar. 1.3.2.

La jerarquía

Lo que ha permitido n Chom sky el afirmar que una lingüística laxinómicn o, lo que viene a ser lo mismo, que el nivel taxinómico del discurso lingüístico está ya constituido, pertenece en gran parte al consenso, casi unánime, de los lingüistas, en torno a la interpre­ tación de Jas "magnitudes” en térm inos de unidades construidas

y sancionando al mismo tiempo, desde el punto de vista del hacer lingüístico, el conjunto de operaciones metodológicas designadas como procedimientos de descripción. Pues, contrariamente a lo que sucede en las otras ciencias sociales, donde cada teoría pro­ pone su propio cuerpo de conceptos, los debates actuales en lin­ güística no conducen prácticam ente nunca, en el ámbito que nos interesa en este m om ento, a la definición de las unidades (concep­ tos lingüísticos), sino a la elección que se hace, con vistas al aná­ lisis, de tales o cuales unidades o, lo que no es más que otra forma del mismo problem a, de tales o cuales niveles de articulaciones lingüísticas. En efecto, las unidades son definidas en lingüística como “cons­ tituyentes” , es decir, únicamente por el hecho de que entran en la constitución de otras unidades, jerárquicam ente superiores o por­ que se descom ponen en unidades inferiores. Desde ese momento, la noción de constituyente “inmediato” no hace más que afianzar esta concepción jerárquica del nivel taxinómico del lenguaje, ha­ ciéndole aparecer como una arm adura conceptual hecha de arti­ culaciones isom orfas y dtl interdefiniciones formales. La estruciura taxinómica de la que acabamos de proponer una representación sum aria puede parecer poca cosa en relación u los problem as de otro modo complejos que se le plantean a la lingüística en la actualidad. Sin embargo, es el resultado de un hacer taxinóm ico que jalona la historia de la lingüística desde la •antigüedad (el concepto de “ partes del discurso” ), pasando, en el siglo xix, a la entrada de la lingüística en su edad científica (el surgim iento del concepto de “ m orfema” ), y que continúa en nuestros días con la exploración del com ponente semántico, las tentativas de construcción de una lingüística discursiva y, sobre todo, con los problem as que plantea la adaptación de los princi­ pios fundam entales de este hacer a las otras semióticas, en parte no lingüísticas. Tal como está, su estructura taxinóm ica asegura no obstante a la lingüística, para un gran período, un estatuto cien­ tífico: el discurso científico en lingüística se presenta com o sus­ ceptible de m anipular un lenguaje ya en gran parte form al, cuyos objetos son los conceptos a la vez construidos y reales.

1.3.3.

La pertinencia

E ntre los conceptos que las otras ciencias sociales han tomado prestado, a partir de los últimos diez años, de la lingüística, el concepto de pertinencia es el que provoca en el lingüista los senti­ mientos quizá más im pertinentes con respecto a sus nuevos usua­ rios: designando tanto la “im portancia” de tal fenómeno o de tal dimensión de la investigación, como el "rigor” con el que deben ser tratados — dos nociones veleidosas si las hay— este préstamo no hace más que ilustrar el juego metafórico desviante que resume frecuentemente, en l;i actualidad, el ejercicio de la intcrdisciplinariedad. El concepto de pertinencia, que aparece en la época del hacer taxinómico representada por Jos trabajos de la escuela de Praga, si bien no puede ser interpretado más que en el m arco de la con­ cepción estructuralista — según la cual, toda definición de un ob­ jeto cualquiera, por parcial que sea, es, por definición, una Ínterdefinición de al menos dos objetos— , emerge de la necesidad de reconocer, entre las numerosas determinaciones (rasgos distintivos) posibles de un objeto, aquellos que son a la vez necesarios y sufi­ cientes para agotar su definición; de m anera que éste no pueda ser ni confundido con otro objeto de su mismo nivel (de la misma serie) ni sobrecargado de determ inaciones que, para ser discrimi­ natorias. deben ser retom adas en un nivel jerárquicam ente infe­ rior. La pertinencia se presenta así como uno de los postulados fundamentales del hacer taxinóm ico, pues, al com pletar el prin­ c i p i o de referencia con el de la manifestación y el de jerarquía, y justificando especialmente c! concepto de nivel de análisis, ello permite a la lingüística el acceder al estatuto de lenguaje formal. En

efecto, la descripción lingüística, conservando sus relacio­

nes c o n el plano de la m anifestación, no es otra cosa, bajo esta p e r s p e c t i v a , que la construcción de un cuerpo de definiciones “bien h e c h a s " . Al estar estas definiciones rccubicrtas a su vez por deno­ m i n a c i o n e s de carácter arbitrario, el problema del estatuto metal i ng ü í s t i co de los objetos semiótícos, de los q u e ’ está constituido el ni vel taxinómico del discurso científico en lingüística, se halla

esclarecido: las denominaciones que uno se encuentra no repre­ sentan nada en sí mismas, su única función es la de estar ahí y de remitir a las definiciones que subsuraen al denominarlas. Contraria­ mente a los conceptos que las otras ciencias humanas colocan para con:tituir este nivel, conceptos que J&H susceptibles de un análisis sem ántico que puede eventualm ente dar lugar a su defi­ nición, las denominaciones — que constituyen, en buena parte, la terminología lingüística— están desprovistas de otro sentido que el conferido por las definiciones que le son lógicamente anteriores. El concepto de pertinencia se halla así a la base de los proce­ dimientos de reducción, que exigen la transferencia de elementos no necesarios de un nivel a otro nivel, inferior, del análisis. El famoso reduccionism o con que se quiere acusar a la lingüística y, por extensión, a la semiótica, aparece así no com o un delito, sino com o un título de gloria. 2.

E L DISCURSO DE LA V E R ID IC C IO N ’

2.1. E l e s t a t u t o d i s c u r s i v o d e l a v e r d a d Al exam inar el hacer taxinómico que tiene com o fin la cons­ trucción de objetos semióticos, hemos evitado cuidadosam ente ha­ blar en térm inos de tkvcrdad” , no dotando a estos objetos nada más que de una existencia que nos es revelada por el m odo de su presencia en el discurso. M ás aún, hablando del discurso lingüís­ tico, hemos insistido acerca de !a referencia constante que éste m antenía con el plano de la m anifestación de las lenguas natura­ les, objetos “reales" de sus preocupaciones. Por otro lado, es necesario decir que, incluso colocándonos lo más cerca posible de la manifestación y form ulando un primer enunciado taxinómico del tipo 2 Al situarse el problem a de la verdad en el interior del discurso, coiv vicnc h ab lar en este caso del decir-verdadero, con otras palabras, de la veri-dicción. E) saber del sujeto de la enunciación, tal com o es proyectado en el discurso, se encuentra a su vez m odalizad o en verdadero o falso, en secreto o m entiroso, y so bredeterm inado p o r la m odalidad del creer (per­ su ad ir/asu m ir).

existe una magnitud x, lejos de captar de una manera inmediata una de las magnitudes de las que se ha considerado está constituida la manifestación, no hacemos más que elaborar un juicio de existencia sobre esta m agnitud: de esta forma producimos un p rim a jnunciado a pro­ pósito de la manifestación, en el que las magnitudes no son más que pretextos a partir de los cuales los objetos lingüísticos serán construidos con la ayuda de determinaciones sucesivas. La existencia semiótica no debe, pues, confundirse con la exis­ tencia “verdadera” , y el carácter verídico de nuestras aserciones hay que distinguirlo de nuestra competencia verbal para produ­ cir tales aserciones. En relación con una afirmación de existencia, la verdad de esta aparece necesariamente como sobredeterm inación, es decir, como modalización de la aserción. M ás aún, esta consolidación de la existencia semiótica, aun cuando aparezca como garantía suplementaria, no es más que una toma de posición efectuada por el sujeto de la enunciación con respecto a su enun­ ciado. Dotada de estatuto lingüístico, la modalización de la verídicción depende, pues, esencialmente de la actividad del sujeto que realiza el discurso. 2 .2 .

L a c o h e r e n c ia DEt. d is c u r s o

Al hablar de la veridicción parece oportuno referirse en pri­ mer lugar a la doble definición, clásica, de la verdad, la primera identificándola con la experiencia interna, la segunda fundándola en la adecuación del lenguaje con la realidad que éste describe. í'1 concepto de coherencia, al tratar de aplicarlo al discurso parece, a primera vista, que puede ser relacionado con el, más ge­ neral. do isotopía, comprendido como la perm anencia recurrente, a lo largo del discurso, de un mismo conjunto de categorías justi­ ficables de una organización paradigmática. A partir de ahf, la definición de la coherencia lógica del discurso podría ser obtenida por las restricciones que caen sobre la elección de las categorías

las cuales, por su recurrencia, aseguran la permanencia de un "lugar com ún” que sirve de soporte al conjunto del discurso: tra­ tándose de “verdad" como lugar com ún del discurso, el conjunto categorial correspondería al sistema de valores de verdad que pre­ side la organización de la lógica que articula el discurso en cues­ tión. Es, finalmente, la puesta en discurso de una estructura de las m odalidades de la verídicción lo que constituiría su isotopía racional. Para ser esclarecedor, este dispositivo no parece, sin embargo, suficiente. Desde el punto de vista sintáctico, las modalidades no son más que predicados de enunciados de los cuales los actantesohjcto.t son los enunciados descriptivos. P ara hablar de la cohe­ rencia del discurso, no basta, pues, con ver instalada allí una iso­ topía racional, es necesario que los enunciados que se encuentran así modalizados se ordenen ellos mismos en una isotopía paralela. Dicho de otra m anera, es necesario que una cierta isotopía semán­ tica sea postulada al mismo tiem po que la isotopía racional que la modaliza según la verdad: com o no puede tratarse aquí nada más que de la forma del contenido y no del contenido mismo, la isotopía semántica en cuestión debe corresponder — lo hemos visto a propósito de la lingüística— a un nivel de articulación y de análisis único, no tom ando en consideración más que un tipo determ inado de unidades semióticas. La tendencia de los discur­ sos científicos a utilizar tan sólo una terminología fundada sobre los mono-sememns es la consecuencia indirecta de eso. Se ve finalmente cómo la coherencia interna del discurso, lejos de satisfacerse con el establecimiento de un nivel isótopo de la veridicción, fundado sobre la única racionalidad subyacente, im­ plica, por el contrario, un saber anterior sobre el haccr taxinómico y sus resultados. Aún siendo de naturaleza paradigm ática, en la medida en que depende de la elección previa que el sujeto del dis­ curso hace del dispositivo de las m odalidades de la veridicción, Ir coherencia discursiva aparece esencialm ente como la perma­ nencia implícita del saber del sujeto, recayendo sobre el hacer científico en su conjunto.

2.3.

El.

SABER DEI. SUJETO

En efecto, todo sucede como si el “es verdad que p" no fuera más que la forma objetivad;) del saber del sujeto: resultado de una doble alternción, obtenido gracias a los procedimientos do desembrague actancial, tratando de camuflar, con la ayuda del impersonal “el” , a! sujeto de Us enunciación; garante de la verdad de p. el predicado “es verdad" no es más que una manera encu­ bierta de decir “yo sé". Dicho de otra forma,si la producción de un enunciado asertivo tal como p = la tierra es redonda no presupone más que el acto de palabra productor de este enun­ ciado, pudiendo se*- cxplicitado como (yo digo que) la tierra es redonda, entonces el valor de verdad de esta aserción no puede fundarse más que sobre lo que contienen el enunciado en cuestión y la enunciación explicitada de este enunciado, es decir, sobre un saber lógicamente anterior a aquel que era necesario para la producción do esta formulación lingüística; saber que puede ir de la “convic­ ción íntima”, fundada sobre el universo axiológico asumido por el sujeto, al saber probado, por ejemplo, por un discurso experimen­ tal anterior. A partir de ahí, puede decirse que, si el saber que encuentra su expresión en la postulación de tales o cuales valores de verdad, atribuidos a los enunciados manifestados, tiene su punto de par­ tida en la instancia del sujeto del discurso qúc fija su “decir ver­ dadero" recurrente, el sujeto mismo no juega en rcnlidad allí más papel que el de un agente mediador: puesto que funda este saber sobre otra cosa y sobre otros, lo une, bajo la forma de una referencia a otro discurso o a otro sistema del saber. Se trata ahí, en suma, de una operación anafoi izante del sujeto, que toma en cuenta lo que se sabe, para transformarlo en un hacer-saber que el lleva a efecto.

3.

EL DISCURSO R EFE R EN C IA L

Los mecanismos tic la realización del discurso — y la instau­ del síihcr del sujeto, produciendo su modalización de la vcridieción. es una misma cosa— no pueden ser captados, como ya liemos señalado, rinda más que por los procedimientos de presu­ posición lógica o por el reconocimiento de sus explicitaciones par­ ciales que se hallan manifestadas en este discurso. Estas cxplici­ taciones. aunque no corresponden necesariamente a las necesidades efectivas de' sujeto implícito — ías pcrfomancias aparecen siem­ pre corno imperfectas a la vista de la competencia supuesta— s o n al menos ricas en enseñanzas y, una vez eliminada la ambi­ güedad y sistematizadas, pueden dar una representación aproximativa de l?i organización de la instancia del sujeto del discorso. IX' esta forma, volviendo a nuestro discurso científico "m edio” , piulemos buscar allí la* confirmaciones de lo que acaba de ser adelantado, y sacar igualmente algunas indicaciones suplementarias. ra c ió n

3.1.

I.A

ANAFOKIZAriÓN

DISCURSIVA 3

No es muy difícil el llevar a cabo la clasificación, eliminando l.i ambigüedad con ayuda de sus contextos, de las expresiones del género se sabe que se tía uno cuenta de que se ha vis! o que es evidente que, ctc. que com porta todo discurso con vocación — c incluso sin voca­ ción— científica, l oma ido como criterio de tal clasificación la tipología tic los lugares a los que remite la instancia del sujeto para justificar su saber, se pueden, en principio, distinguir do* 1 G e n e ra lm e n te se e n tie n d e por a n á fo ra la recu rren cia, e n una fraae del d isc u rso , cíe a ípttn os elem en to s ex p licitad o s, re cu rre n cia que permite la recu­ p e rac ió n im p lícita cíe los conten id o s ya e n u n c ia d o s o anticipa lo* contenido* que n o se rán e n u n c ia d o s nadn m ííj que un poco m ás larde. La colocación, p or el su je to del discu rso , de este disp o sitiv o co n sid era d o como una de la* fo rm a s de la o rg a n iz a c ió n discursiva, se rá lla m a d o a n a fo rita tió n .

clases de lugares de referencia, según se hallen situadas en el dis­ curso mismo o fuera de él. Es fácil reconocer, en el caso donde el discurso remite ;\ sí mismo, una actividad anafórica normal del Sujeto que realiza el discurso: en efecto, en la medida en que todo discurso realizado es en principio un provecto de discurso, su desarrollo lineal exige frecuentes sobrevuelas metalingüísticos, que don lugar a estribillos tales como “se ha visto" y a las promesas del “ se verá que". A partir de ahí. y sin salir del ámbito del discurso mismo, se puede intentar desmontar el mecanismo de estas aserciones reite­ radas del saber. El discurso parece funcionar sobre dos planos relativamente autónomos, de los que el primero está constituido por expresiones cognii'vas manifestadas de m anera recurrente y estableciendo por ello el "lugar común" del saber fijado por el su­ jeto; sin embargo, cada una de estas expresiones modaliza y garan­ tiza un enunciado descriptivo introducido por el “q u e ..,” enuncia­ do que no es más que la forma condemada de una secuencia del discurso en expansión, que precede o sigue al momento de su recuperación. La relación entre un segmento del plano de la veridicción de un discurso V un segmento de su plano referencial es, pues, en principio, una anáfora semántica que postula la identidad de los contenidos articulados en dos formas diferentes. Pero esta afirmación de identidad no es posible nada más que por la intro­ ducción de un anafórico cognitivo que modaliza los contenidos que él toma en cuenta, haciéndolos pasar de su estatuto de “ser" al de “saber-ser". Ocurre como si la preocupación fundamental de todo discurso fuera la exposición de un saber, destinado a transformarse en un haccr — saber, como si los contenidos, obje­ tos de este saber, no fueran más que variables convocadas para constituir los discursos coyunturalcs, susceptibles de expansiones explicativas o justificativas: en el proceso de la producción del discu-so, la colocación del plano de las m odalidades de la veridic­ ción precedería así lógicamente a In de los objetos semióticos que constituyen el discurso. Así, al menos, parece ser el funciona­ miento deductivo de un gran núm ero de discursos sobre el mundo y, en primer lugar, el de los discursos didácticos.

Sin embargo, si se admite, como lo hemos hecho, que el dis­ curso cien tilico; es esencialmente un hacer que construye su propio objeto. q"' recibir un cierto tipo de discurso. Desde i-| pim ío de vista scmiótico, un cierto tipo de diferenciación social so define no considerando inicialmente a grupos sociales constitui­ d o s a partir de prácticas socioeconómicas comunes, sino dando cuenta de una tipología de universos semánticos y discursos sociali/:i(|ns, pudiendo participar un único y mismo individuo en mu­ c h o s tempos semiótícos y asum ir tantos papeles socio-semióticos c o m o grupos existentes en los que se halla integrado. Si el concepto de grupo scmiótico autoriza a poner sobre un plinto de igualdad todos los sociolcctas secundarios: técnicos, cicnnlit o-,, estéticos, deónticos, etc., otras características señalan la c o m p a tib ilid a d de estos “lenguajes” especializados: su volumen, cu primer lugar, no supera, por termino medio, los tres mil lcxemas, el carácter mono-sememico acentuado y estadísticam ente confirma­ do que los constituye, después. Esto sucede com o si los sociolcclas rio fuesen más que excrecencias del sentido, debidas a las soIm-aiiiculaciones excesivas de tal o cual universo sem ántico selec­ cionado, sobre articulaciones que se manifiestan por el aumento

cuantitativo de las coberturas lexenráticas dividiéndose, a continua­ ción de esta empresa analítica que se substituye con la polisemia, una misma cantidad de información. Si el individuo, integrado en los procesos de comunicación so­ cial generalizada, participa al mismo tiem po en un cierto número de grupos semióticos utilizando redes de comunicación restringi­ das, no por ello se halla excluido de un gran número de oíros gru­ pos semióticos del que sólo oye, de vez en cuando, ruidos sordos y fragmentos de conversación. Así, al no tom ar, a título de ejem­ plo, más aue un vocabulario técnico tan próxim o a las preocupa­ ciones de la vida cotidiana como el de la electricidad, se recono­ cerá sin dificultad que el uso cxtrasociolectal utiliza sólo una vein­ tena de palabras, el resto, considerable, no siendo explotado más que al interior de la red de comunicación restringida. Estas miga­ jas lexicales que cada grupo semiótico deja caer en el ám bito co­ m ún, constituyen lugares comunes en los dos sentidos de esta ex­ presión: constituyen ese stock auxiliar de todo “vocabulario de base" com puesto, en gran parte, por denom inaciones, esa memoria disponible que permite al usuario de una lengua comúp el hablar del m undo: pero representa al mismo tiempo los lugares comunes, es decir, las banalidades de cada uno de los micro-universos del saber. Estas simples constataciones se aplican, de m anera general, a todas las configuraciones semánticas, lexicalizadas y m anipuladas por los cuadros técnicos, los clubs de sabios o círculos de cütes. El psicoanálisis, por ejemplo, cuya constitución en un universo cognitivo autónom o está acom pañado por la difusión de sus frag­ mentos lexicales fuera de los medios que practican la com unica­ ción restringida, ilustra perfectam ente el fenómeno, ya estudiado, de la banalización que se manifiesta por la pérdida de articulacio­ nes refinadas, por el ocultam iento de las diferencias creadoras de sentido, en una palabra, por la descmantización progresiva de un cam po de saber cuya existencia, sin em bargo, colocada fuera del alcance com ún de los mortales, se halla presente en la memoria, a la m anera de un objeto connotativo, com o una certeza tranquili­ zante o terrorífica.

A partir de ahí se ve cómo numerosas zonas de una realidad semántica ocultada y apenas sospechada, se manifiestan de forma alusiva por algunos restos lexicales constituyendo otros huecos vir­ tuales en la superficie de una lengua, huecos que vendrán a llenar las representaciones míticas o mágicas sobrevivientes, resurgentes o innovadoras. Así, una encuesta llevada a cabo sobre las repre­ sentaciones de electricidad haría rápidam ente aparecer ideas de fuerzas mágicas, de potencia sobrenatural, dispuestas a revestir formas figurativas variadas. De igual forma, el hueco semántico rccublcrto por el térm ino “com plejo" no evitaría el hacer surgir imágenes inmemoriales de cangrejos y pulpos carcom iendo nuestra alma, reuniendo así las antiguas representaciones figurativas de las enfermedades. Incluso permaneciendo escéptico en cuanto a la importancia que atribuim os a los huecos semánticos y a su función mitificante, se debe reconocer que el utillaje lexical colectivo del que dispone una comunidad lingüística se presta adm irablem ente, a raíz del carácter concreto, polisémico, valorizante, de sus predicados, a la instauración privilegiada de una dim ensión figurativa en los innu­ merables discursos que es susceptible de desplegar. Así puede uno preguntarse, extendiendo un poco la problem ática, si no hay lugar a considerar a la forma figurativa de la com unicación como una de las características principales de la dim ensión semiótica de la sociedad, por la cual se manifiesta la participación más general de los individuos que la com ponen en los sistemas de valores cuyo conjunto constituye su “cultura” . 3.

PARA UNA S O C IO S E M tO T tC A D ISC U R SIV A

Las consideraciones que preceden han sido deliberadam ente situndas en el marco de la com unicación lingüística y a nivel de estos signos simples con contornos imprecisos que son las palabras; aun­ que no puedan aún ser determ inadas salvo por recuentos estadís­ ticos aproximativos y no aportando más que indicaciones probabilísticas, las distribuciones y los reagrupam icntos lexicales perm i­ ten, sin embargo, la existencia de un sem antism o fundam ental, en

el que las Icxicalizacioncs presentan algunas características signi­ ficativas. Este aparece, por un lado, como coextensivo de la co­ m unidad lingüística entera y constitutivo, por ello, de una dimen­ sión socio-semiótica autónom a; presenta, por otra parte, un carác­ ter tentacular, extendiendo sus ramificaciones, bajo la forma de paquetes de denom inaciones diversificadas de los objetos del mun­ do cultural, hacia el conjunto de sociolectas que es susceptible de enganchar e integrar así en los eventuales discursos sociales, figu­ rativos y mitificantes, que podrán surgir en ese Jugar. 3 .1 .

L as co n d ic io n es p r e v ia s

En efecto, la dificultad principal que se presenta cuando se quiere hablar de las formas y los contenidos que constituyen el objeto de la comunicación social generalizada, no reside en la mul­ tiplicidad y la variedad, a primera vista inagotable, de su manifes­ tación. L es M ytholog'es, de R. Barthes, constituyen bajo este punto de vista, desde hace tiempo, un prim er inventario suficientemente amplio, aunque planteándose más como determ inación de un lu­ gar sem ántico común, que da un asiento social y funda la cohe­ rencia interna de un universo scmiótico, dando cuenta del discurso social a la vez múltiple y uno. Lo que es evidente, por así decir, cuando se habla de etno-Uteratura, situándola en el m arco de so­ ciedades arcaicas o arcaizantes, no puede ser traspuesto y aplicado m ecánicam ente a las sociedades industriales (cuyas dim ensiones y com plejidad son, por otra parte, mayores), para justificar la exis­ tencia de una sociolitcratura. Sólo el reconocim iento de una socia­ bilidad semiótica coextensiva a tales sociedades — cosa que no es de! todo evidente a primera vista— perm ite postular un significado de naturaleza colectiva, único, aunque recubierto por m últiples len­ guajes de manifestación que tom an prestado diversos canales y códigos de com unicación y utilizan ihedia con frecuencia heteróclitos. Bajo este aspecto sólo un folklore, es decir, un saber sobre la cultura del pueblo — y no sobre la cultura popular— apun­ tando a las culturas de las m acro-sociedades, es posible. Se com prende entonces nuestra preocupación por establecer, aunque sólo fucru de m anera em pírica, la existencia de este se-

mantismo fundamental, de determ inar, también, los rasgos paten­ tes de este léxico: su carácter metafórico y axiológico. Pues, si se acepta la distinción de las dos principales form as de comunica­ ción lingüística, la forma diológica y la form a discursiva, y si se tiene en cuenta lo que ya ha sido dicho a propósito de la primera de estas dos formas (cuya interpretación social nos ha llevado a considerar la existencia implícita de una gramática sociosemiótica comprendida como la connotación semiótica de nuestros com porta­ mientos sociales '), una socio-semiótica discursiva podría abarcar el campo de las manifestaciones de la segunda forma, discursiva, de la comunicación social generalizada. Si se adm ite, además, que la dicotomía sistema vs proceso da cuenta de los dos principales modos de existencia de no im porta qué conjunto scmiótico — y no sólo de las lenguas naturales— , se ve que tal sociosemiótica debe hacerse cargo de todos los discursos sociales, independientemente de las sustancias, canales o media que sirven para su manifesta­ ción (televisión, cinc, espectáculos de deportes colectivos, libres de imágenes, etc.), lo que no sería posible sino porque remiten todos a un único y mismo universo significante y porque las formas de organización discursiva que descubren son com parables. El carácter metafórico y axiológico que hemos reconocido en el léxico de la lengua natural com ún perm ite esperar, por otro lado, y ésto a título de hipótesis fuerte, que los discursos sociales inscritos en estos límites se presenten como discursos narrativos y pgtirativos. Nadie ignora, en efecto, el papel y el im pacto de la narratividad figurativa, tal com o se manifiesta en los libros infanti­ les (aprendizaje de las estructuras sociales), en los museos al aire libre como son los carteles y vitrinas publicitarias (elaboración de una sensibilidad y gustos colectivos) llegando hasta el diván del psicoanalista, la cual constituye uno de los principales medios de establecimiento de una com unicación eficaz. Es norm al, por con­ siguiente, esperar encontrar, bajo esta cubierta figurativa, las articu­ laciones fundamentales de los sistemas de valores asumidos, a pe­ sar de ellos, por la sociedad.

1 V er c ap itu lo siguiente.

3.2.

L os

CRITERIOS DE ESPECIFIC ID AD

La constitución de una socio-semiótica discursiva, es decir, de un dom inio de investigaciones consciente de su homogeneidad, de sus configuraciones y de sus tareas, se ha vuelto difícil a raíz de la existencia de una ideología am biente: de una especie de elitism o implícito que trata como subliteratura las producciones con destinatario social, de una consideración dem asiado rígida de las clases sociales, igualmente, que no adm ite m ás que con reticencias, y tachando a veces de segundas intenciones conservadoras, la pos­ tulación de una dimensión semiótica única, subyacente a la estra­ tificación social, como si el público de un partido de fútbol o de un western, los lectores de novelas policíacas o de tiras dibujadas, no presentaban la muestra ejemplar de todas las capas de la so­ ciedad. Y sin em bargo, curiosamente, los criterios, por relativos que sean, que se han podido progresivamente poner de manifiesto para distinguir la etno-literatura en oposición a la literatura de los gru­ pos semióticos especializados, parecen aplicarse sin dificultad a los objetos narrativos producidos por el discurso social. El prim ero de estos criterios es la no ingerencia, relativa por otra parte, del narrador en las producciones con vocación social, contrariam ente al interés que manifiesta, para él mismo y para el lector im plícito (“ mi semejante, mi herm ano”), el sujeto de la enun­ ciación de los textos literarios, al fijar su presencia invasora. T odo sucede como si al pasar de la etnoliteratura a la socioliteratura, un estado de hecho se encontrara transform ado en uft estado de derecho, sancionado por el éxito o el fracaso: en el prim er caso, el sujeto de la enunciación es desconocido o, al menos, designado com o sujeto colectivo, en el segundo caso, donde los m ecanismos de producción, abiertos ante nuestros ojos, pueden ser desm onta­ dos y analizados. la instancia de la enunciación debe ser camu­ flada y sus manifestaciones excluidas del texto, pues molestan el consum o social de los productos. El segundo criterio, paralelo al prim ero, es la ausencia de có­ digos sem ánticos en los textos sociales, en oposición a su inscrip­

ción cxplicitada c incluso frecuentemente fijada en obras literarias comparables. La ausencia de investiduras semánticas, en el primer caso, es, a decir verdad, más fijada que real: los textos sociales están salpicados de indicios referenciales que constituyen “modos de empleo” del texto que explican la mejor for-^a de leerlos. La comparación entre la literatura étnica y la literatura social es aquí también, muy csclarccedora: al igual que la sociedad arcáica o la sociedad rural (de dimensiones num éricam ente lim itada), posee, anteriormente a la realización efectiva de los discursos orales, el conjunto de los códigos de lectura necesarias, de la misma form a nueslra sociedad m oderna encuentra su placer no en descodificar las informaciones nuevas o en adquirir un saber suplem entario, sino en reconocerse ella m isma en los textos que se despliegan unte sus ojos y que descifra sin dificultad. Que se trate de enigmas con respuestas conocidas que uno se plantee de una vigilia a otra, de un niño que, antes de dorm irse, reclame su cuento de ayer no­ che y no un cuento nuevo, o de la m uchedum bre de parisinos que quieren ver los mismos partidos y los mismos jugadores, el placer do los reencuentros es, en todas partes, el mismo. Esta redundancia de los contenidos, gozados porque nos remi­ ten una imagen valorizada de nosotros mismos, se halla comple­ tado por la recurrencia de las formas. En oposición al m ito de originalidad creadora que dom ina los grupos semióticos restringi­ dos de escritores, tanto la etnoliteratura com o la socioliteratura se caracterizan por la fijeza de las formas y los géneros. L a expli­ cación según la cual la fijeza de las formas es un picota necesaria para la conservación de los discursos orales, si bien se justifica para In cm olitcraturn, no es suficiente cuando se trata de los discursos sociales de las sociedades m odernas que disponen de la escritura. Y, sin embargo, ¿que aprem iante que la reglam entación de los deportes colectivos o las exigencias im puestas o que se imponen los productores de los films llam ados comerciales? L a teoría de la com unicación social generalizada debe colocarse, com o se ve, bajo la egida no de la inform ación, sino de la significación.

Al reflexionar sobre los cam inos recorridos durante algunos años por las “comunicaciones de m asas” , una impresión curiosa se destaca: se diría que todo sucede como si una razón inmanente, una especie de lógica algorítm ica, presidiera la estrategia que exige el desarrollo de las ciencias sociales. Una disciplina innombrable, con objeto vago y metodología em brionaria, se fija, se extiende, se difunde en todos los sentidos, se im pone casi, y en el momento en que ella acaba por interrogarse a sí misma, y a poner en cues­ tión sus postulados y su propio hacer, aparece de pronto, a la vista del desarrollo paralelo y con frecuencia contradictorio de otros ám bitos de investigación, que recubre en realidad un campo de curiosidad científica inexplorado, que corresponde a una nece­ sidad real, la de instaurar una investigación semiótica sobre tos dim ensiones y las articulaciones sugnificativas de las macro-sociedades actuales. Desde el punto de vista sem iótico, su proyecto global se pre­ cisa. Parece, en efecto, que su problem ática se articula alrededor de tres temas principales: 1. En la medida en que se aborda el problem a de las com u­ nicaciones sociales a su nivel inter-individual, una gram ática sociosemiótica debería poder surgir de los modelos suficientemente ge­ nerales, dando cuenta de su organización y funcionamiento. 2. El reconocim iento de la existencia de grupos semiótícos utilizando sociolcetas y produciendo discursos sociales para uso interno instaura las investigaciones acerca de las comunicaciones sociales restringidas, situadas en el interior y •entre ¡os'grupos seinióticos de una sociedad. 3. Las comunicaciones sociales generalizadas, com prom etien­ do a la sociedad en su totalidad, nos han llevado a sugerir la posi­ bilidad de una sociosemiótica discursiva y a considerar las condi­ ciones específicas de su constitución.

ACERCA DE LOS MODELOS TEORICOS EN SOCIOLINGÜISTICA (1) (Para una gramática socio-semiótica)

1.

IN T R O D U C C IO N

La interrogación acerca de esta disciplina, aún muy imprecisa, aunque reclama con insistencia, gracias al concurso de numerosos investigadores, su lugar y a la que se ha convenido darle el nom ­ bre de sociolingüística, se inscribe en la problem ática de !a inves­ tigación interdisciplinar. Esta, para ser teóricam ente deseable e in­ cluso necesaria, no encuentra menos, en la práctica, grandes difi­ cultades. Se puede, incluso, pretender que sea imposible el in­ tentar una aproxim ación entre dos disciplinas científicas sin que de como resultado la dominancia de la una sobre la otra, sin que la tarca metodológica de una se imponga a expensas de la otra. Así, la experiencia m uestra que el cam po de investigaciones que se asigna a la socio-lingüistica está en realidad recubierto por dos tipos de investigaciones casi independientes que conviven en los mismos libros y las mismas revistas. En efecto, la utilización de los métodos sociológicos sólo puede acabar en la constitución de una sociología de las lenguas naturales, m ientras que la utiliza­ ción de la metodología lingüística prom ete el desarrollo de una lingüística sociológica (so':io-lingüística). Uri segundo punto merece ser señalado: el que hace referencia a la distinción entre la socio-Ungü'tstica y la etno-lingiüstica. Los 1 Este texto reproduce la conferencia pronunciada en la» }orneula.i inter­ nacionales de socit>-lingüística, encuentro organizado por el iM iluto Luigi S turzo ruK>liqueM e n P u liq u e s vi lungügt'S X i'stucls, n ú m e ro especial de L c n ^ a i’cs, 10. ISM8.

‘'Hacer la ca m a ” , en verdad, n o es comunicar, sin o operar. Sin em bargo, in cluso efectuando puras operaciones prácticas, el hombre traiciona su estatuto cultural y, por ello m ism o, significa, aunque tan sólo fuera por su pertenencia a un grupo social. La puesta en relación de las culturas, lo que es uno de los temas favo­ ritos de la sociulingii/stica actual, es por consiguiente una forma particular de la com u nicación, no interindividual ciertamente, sino social. Si, a título de hipótesis, la etnología europea hiriera suyo tal proyecto de exploración de la com u n icación intcrcullural, aún d e ­ bería precisar en principio de qué culturas cree ocuparse, qué conjuntos socio-culturales cuenta con poner en relación, con el fin de

hacer brotar las significaciones que la definirían, justa­

m ente en tanto que totalidades culturales. La cuestión está lejos d e ser ocios: ya que plantea ingenua­ mente el problem a del objeto m ism o de ¿a etnología europea. ¿Qué pretende, en verdad, la etnología europea o, com o se dice al otro lado del A tlántico, la “folklorística” ?, ¿es la descripción, al tratar de destacar la originalidad, d e algunas clases sociales en vías de desaparición, integradas progresivam ente en las sociedades indus­ triales dominantes? E n ton ces dependería de una sociología europea que estudiara las m acro-socied ad es actuales en sus articulaciones internas. ¿No trataría mejor el reconstituir ■— com o las colecciones de objetos culturales y los archivos de tradición orales depositados en nuestros m useos de etnografía lo dejan sugerir— la especialidad cultural de las sociedades agrícolas entre los siglos x v i y el x ix , sociedades dominadas por los islotes de las civilizaciones ciudada­ nas, aunque vivienda en una especia de autarquía económ ica y cultural? Esta sería la tarea de [a etnología histórica. Un tercer objetivo puede serle igualmente asignado. Partiendo Je la idea de la autarquía cultural de estas sociedades agrícolas, aunque ten ien do en cuenta también una especie de suspensión de la historia q ue las caracteriza (así, las recientes excavaciones en la A natolia h an sacudo a la lu z habitaciones del v i y v n milenios untes de J. C. com parables a ías casas actuales de los campesino:-;

turcos), ¿no p uede estar tentado a actuar com o arqueólogo quien trata de reconocer, en los datos culturales históricamente deter­ m inados, indicios estructurales que permitan lu reconstrucción de una cultura desaparecida, aunque subyacentes en capas fáciles de reconstituir? ¿N o sería este el objeto d e una verdadera etnología europea? Un ejem plo bastará para ilustrar la ambigüedad de la tarea etnológica eu el ámbito europeo. U n etn ólogo que quisiera proce­ der al análisis estructural de ¡as fiestas de fia de año en una c o ­ munidad agrícola del Este europeo, ¿entre cuál de las tres isotopías posibles de la descripción escogería:

las fiestas de A ñ o N uevo

organizadas en la granja colectiva, las costumbres ciistianas de la N avidad o la reconstrucción de las cerem onias y rituales “paganos” subyacentes a estas dos manifestaciones? 2.

E L E N F O Q U E SE M I O T IC O

Esta interrogación acerca d d proyecto m ism o de la etnología europea y sobre la am bigüedad de sus tareas se justificaría plena­ mente ante las confusiones creadas por la heterogeneidad de ¡as perspectivas de investigación que uno encuentra tanto en las obras teóricas co m o en las antologías del- folklore europeo. Sin embargo, esto ha sido planteado sólo a raíz de la problemática que se in­ tenta tratar aquí. Diferentes enfoques son posibles, en efecto, cuando se quiere reunir en una visión de conjunto los hechos poéticos, m usicales y gesticulares y descubrir los elem entos de su comparabíiídad. a)

E n el marco de una reflexión metodológica general, se

puede intentar la aproxim ación a los hechos folklóricos, d ep en ­ dientes en cada lenguaje considerado de heelu>s similares del mis­ m o orden; exam inando, por ejemplo, la canción popular a la la / de los resultados de las recientes investigaciones en poética o a la vista de los m étodos que se elaboran actualmente en cino-m u sicología, integrando así la gestieularidad folklórica en la problemática de las semióticas visuales en general.

b)

En

una perspectiva

más estrictamente semiótica, puede

intentarse el situar estos hechos sobre una isotopía más reducida, no consid erándolos más que desde el punto de vista de su signifi­ cante. Se verá entonces que se trata ahí, en los tres casos, de fen ó­ m enos discursivos, que p o see n regularidades iterativas y suscepti­ bles por ello de ser analizados y descritos, cada uno por separado, bajo la forma de una gramática que los hiciera comparables. c)

Pero uno puede igualm ente sallar las etapas intermedias

y, en lugar de considerar cada lengua por separado, interesarse m/is particularmente *por el fen óm eno de su sincretismo. Es lícito, en efecto, el observar c ó m o los lenguajes que por otro lado son sus­ ceptibles de una existencia autónom a, pueden también funcionar com o lenguajes de manifestación, reuniendo múltiples cód igos de expresión con vistas a producir una significación global. Son estos objetos

semióticos

complejos

los

que

retendrán

principalmente

nuestra atención. 3.

L A E T N O - S E M I O T I C A Y L A S O C IO -S E M IO T IC A

Si se buscan ejemplos que puedan ilustrar nuestra concepción del objeto semiótico com plejo, éste se presenta de dos maneras: por un lado, se halla en el m arco de las sociedades arcaicas, la danza cantada de los guerreros que preparan una exp ed ición de castigo pero se halla también, por otro lado, y colocad o en el contexto cultural de nuestras sociedades, el espectáculo de la ópera cómica. La aproximación de lo sagrado y de lo profano no tiene nada de extraño y la historia está ahí para explicárnoslo: se sabe, por ejemplo, que la ópera nació y se desarrolló a partir del si­ glo x v i , en la época de la desacralización definitiva del mundo occidental. Sin em bargo, lo que distingue un objeto mítico del objeto esté­ tico es la forma particular de la connotación cultural que subtiende a “a m bos fenóm enos. Tratando de establecer la tipología de los textos literarios, el sem iótico soviético Y. L otm an no ha dejado de señalar q u e lo que decide en definitiva acerca del carácter sa­ grado, d idáctico o literario de un texto cualquiera, no son necesa­

riamente las propiedades intrínsecas del lexlo en cuestión. sino las actitudes connotativas del lector, inscrito él mismo en un con­ texto cultural dado. N o hace mucho, al interrogarnos acerca de la naturaleza de las categorías socio-lingüísticas subtendidas en las lenguas naturales \ hem os creído poder distinguir dos m odos distintos del funciona­ miento de las connotaciones sociales, correspondientes a dos tipos de sociedades — arcaicas o industriales—

que ellas contribuyen

a articular en significación. En las sociedades de tipo arcaico, la lengua natural que abarca a una comunidad cultural dada está articulada en diferentes “ lenguajes” m orfológicamente estables: la lengua sagrada se op o n e a la lengua profana, la lengua de las mujeres a la de los hombres, la lengua de uso externo a la que es interna a la sociedad, etc. El paso a un nuevo tipo cultural se efectúa no sólo por la fragmentación y multiplicación de estos “lenguajes sociales” en múltiples discursos (al lenguaje sagrado corresponderían así los discursos filosóficos,

religiosos,

poéticos,

ctc itera), sino también por la aparición de una especie de sintaxis socio-lingüística móvil, que pern'iite a cada miembro de la sociedad comportarse com o un camaleón, el asumir sucesivam ente discursos y palabras diferentes. Una morfología sociolingüística relativamen­ te fija toma lugar en una sintaxis de com u nicación social polisémiea. Es fácil el extrapolar este esqu em a construido a partir de la observación de las lenguas naturales y aplicarlo al conjunto de len­ guajes de manifestación de una cultura dada, al inscribir los he­ chos socio-lingüísticos en un conji.-.ito más vasto, el de la sociosemiótica. Aplicando, el m ism o principio de transformación, puede observarse có m o los objetos sem ióticos complejos, reconocibles en el estado de la ctno-sem iótica se fragmentizan dando Jugar, en el estadio socio-sem iótico, a una estilística con variaciones múltiples. Este paso de la ctno-scmiutica a la socio-semiótica es rccont>cible de diferentes maneras.

u)

Un fen óm en o mítico global, es decir, un objeto scm iótico

cuya significación viene manifestada por los códigos p oético, m u­ sical y gesticular a la vez, se halla disuelto y aparece e n el límite, en las sociedades llamadas desarrolladas, bajo la forma de discursos di., sino sólo refiriéndose a uno o a otro de los m o d elos estructuralmente definidos. 4.

L A S IT U A C I O N D E L H E C H O F O L K L O R I C O

Desde el punto de vista de la historia, la existencia d e períodos de transición, lejos de, ser excep cional, aparece c o m o un cstado; de cosas normal: cada cultura, por el hecho m ism o de que es his­ tórica, p osee en todo momento, entre la infinitud d e los datos bajo los cuales se presenta, elementos estructurales, tanto de lo q ue fue cu m o de lo q ue .será. Nuestros m odelos datos son. por el contrario, anhisióricos que tan sólo fuera por el h ech o d e que coherencia interna que la sola presencia puede ofrecerle.

de interpretación d e esos en un cierto sentido, aun­ su construcción exige una de datos heterogéneos no

El análisis de los hechos folklóricos está pues obligado a re­ ferirse bien a los m odelos ctno--semióticos, bien a los esquemas socio-sem ióticos de la organización y la interpretación de estos datos. El ejemplo de las investigaciones acerca de la narratividad que se han desarrollado durante estos últimos años, permitirá si­ tuar, por analogía y de forma más concreta, este problema m eto ­ dológico. Se sabe que al relato m ítico, por ejemplo, que es de orden

etno-sem iótico,

corresponde,

en el

estadio

folklórico,

el

cuento m aravilloso, caracterizado por una especie de pérdida de sentido, reconocible por el h echo de la ausencia de un có d ig o se­ mántico explícito en la narración; se sabe también que el relato

literario que reaparece en el estad io socio-sem iótieo, está marcado por la reactivación del sentido, por 'la reintegración del sem antísm o en su estructura formal, aunque c o n la diferencia, evidentem ente, de que los relatos literarios manifiestan los sistemas de valores in­ dividualizados, mientras que los m itos son las expresiones de axiologías colectivas. D e esta forma p u ed e u n o preguntarse si un re­ corrido tipológico del m ism o gén ero no lleva de la poesía sagrado, de naturaleza etno-semiótica, a la poesía folklórica, en cierta ma­ nera desemantizada, y hasta la reaparición de la poesía llamcula m oderna, individualizada y con frecuencia hermética. Nuestras len­ guas m odernas no poseen palabras para designar a estos objetos míticos com p lejos co m o son los “can tos danzados” o las “danzas cantadas” : no sucede lo m ism o en las sociedades arcaicas. ¿Se e s ­ taría en

error viendo en estas form as de la gesticularidad fo lk ló ­

rica (canciones de trabajo, juegos danzados y cantados, algunas danzas populares) formas degradadas, desemantizadas de la gesticularidad ritual de otros tiempos? A d o p ta n d o la hipótesis de la dcscm antizació» que caracterizaría al fen óm e n o folklórico, no se encontraría sólo, en el sincretismo d e las m anifestaciones poéticas musicales y gesticulares de sentido, el término litúrgico co m p le­ mentario de la teología contenida en la narratividad mítica, se po­ dría también tratar de elaborar, a partir de los estereotipos cul­ turales hallados en el nivel folklórico, los procedimientos que han de normitir la reactivación d e la significación.

5.

LA M A T E R I A L I D A D D E L O M IT IC O

El reconocimiento de dos tipos de objetos poéticos — unos depen­ dientes del lenguaje sagrado, otros representando una forma m o ­ derna de sacralidad personalizada-— , objetos que serían com para­ bles por su organización estructural y que no se distinguirían más que por su naturaleza, colectiva o individual, de las investiduras se­ mánticas, permite utilizar nuestros con ocim ien tos de poética m o­ derna para poner en evidencia algunos aspectos de la poesía sa­ grada. Se sabe que la especificidad del lenguaje poético consiste, en primer lugar, en el tratamiento particular al cual el lenguaje somete su plan del significante: el ritmo, la rima, la asonancia, etc., no son, en las formas de la poesía difusas, más que los elementos dispersos de una organización de la expresión tal corno ella aparece, con su máxima densidad, en ciertas formas de la poesía moderna o en las antiguas formas de la poesía sagrada. La articulación p oé­ tica del significante se define, en estos casos límite, c o m o un co n ­ junto de estructuras que se hallan en correlación con las del sig­ nificado pudiendo ser h om ologad as co n estas útlimas. El lenguaje poético se presenta así c o m o una organización específica de la palabra que trata de escapar a lo arbitrario de los signos lingüísti­ cos y de encontrar una m otivación originaria c o m o la de los signos onom atopéyicos o, ya en el límite, las ücl grito hum ano. Este tomar en cuenta el significante del lenguaje que se encuentra d e esa forma próxim o a su significado, puede ser interpretado c o m o un esfuerzo del sujeto del discurso p oético por encontrar, más allá de los signos y de los sím bolos, la materialidad del lenguaje y tiene c o m o efecto de sentido para el receptor la impresión de verdad, de la realidad de la cosa dicha. D e sd e entonces parece eyidente que la duplicación o triplicación de¡ p la n o de lo significante del lenguaje, cuando se produce por la unión de la m anifestación musical y / o gesticular com plem entarias, no-p u ed en m á s que consolidar esta ilusión de la autenticidad de la palabra, esta" certeza de la com unicación verdadera, confiriendo ni objeto m ítico global que nosotros examinamos al m áxim um de eficacia. N o h ay que decir que s¡ el canto aparece, incluso a nivel folklórico, c o m o el a co m p a ñ am ien to casi natural de la poesía, y se

encuentra en plena fusión con ella, la danza, ella, aún siendo una de las formas de la gesticularidad, no es la única forma. D e manera general, la gesticularidad

mítica constituye la forma fuerte del

com p rom iso del ser humano en la producción del sentido; ella pone en juego no sólo al cuerpo entero, sino que permite también, gracias a la movilidad del'cuerpo, estable :er las relaciones directas entre el hombre y el espacio que le circunda. De esta forma, hacc su aparición un;

segunda dimensión complementaria de la signi­

ficación, la dim ensión proxémica: que ésta sea en los cantos litua­ nos de invocación a la primavera donde la llamada poética está reforzada por el lanzamiento iterativo, lo más agudo posible, de la cantante encaramada en el colum pio, o en la farándula provenzal (estudiada por M adam e F. L a n c d o i '), donde la cadena humana explora, a través de

un m ovim ien to

rítmico

ininterrumpido, la

totalidad del espacio comunitario y se lo apropia míticamente, la gesticularidad ritual se presenta c o m o la relación del hombre con el m undo. 6.

LA D E FO R M A C IO N C O H E R E N T E

Otro rasgo específico del lenguaje poético — rasgo que com­ parte plenam ente con las lenguas sagradas de las sociedades arcai­ cas— reside en la distancia, querida por el anunciador, que le separa de la lengua natural que él utiliza para expresarse. Si al final la lengua sagrada puede ser una lengua distinta que la lengua coti­ diana (el latín, por ejemplo), la distancia se manifiesta corriente­ mente por una deform ación coherente de la misma lengua natural. Si la lengua sagrada sirve para comunicar con lo transhumauo, es normal que ella presente una distorsión en relación con lo coti­ diano o lo práctico. Así, por ejemplo, los tratados de exorcism o del siglo x v i han elaborado una fonética acabada, dando cuenta del discurso dem oníaco. M ás próxim o a nosotros, los posesos de Loudun, estudiados por M. de Certeau :, se expresan, cuando el de­ m onio habla a través de ellos, no solo en un mal latín, sino que, además, sus discursos están con solidad os por una gesticularidad 1 T esis de D o c to ra d o de 3.cr ciclo, in a n u ic rita . * L a P osscssion de L a u d a n , juliü de 1970.

que lienc las características d e la animalidad, es decir, de subhumanos.

Lo m ism o sucede respecto de la gestieularidad en el

circo — esa supervivencia del tiem po antiguo— d onde el acróbata trata de significar lo sobrehumano, mientras que el clown le sirve d í contrapunto produciendo los sub-hum ano (P. Housissac ')• Se podría decir otro tanto de los nuevos rituales gesticulares c o m o son, en nuestras sociedades modernas, los cam peonatos deportivos, donde la superación de los limites de lo posible corporal se erige en valor absoluto d and o lugar a la constitución de una casta de semidioses. Es en esta misma perspectiva donde uno podría preguntarse acerca de si el principio de la deform ación de la voz, y más exacta­ mente las variaciones de timbre, no sería pertinente, entre otros criterios — m elódicos, funcionales— , para una clasificación de las canciones populares. Entre los hechos más aparentes, se debe señalar la deform a­ ción de los significantes introducidos por el ritmo: es sorprendente constatar có m o el cantor de lo s himnos dogon y el de las baladas rumanas utilizan el m ism o procedim iento de distorsión, al imponer un ritmo de origen musical contrario a las reglas de acentuación y de entonación de las lenguas naturales. Se puede dar un paso nuís proponiendo considerar la deform ación del significante no com o un fin en sí, sino c o m o tratando de instituir una nueva c o h e ­ rencia, una organización significante de segundo grado, en el que el acom pañam iento rítmico señalado por la danza no seria más que la afirmación enfática. L o m ism o sucede si se considera no sólo el aspecto rítmico, sino también el aspecto m elódico de la poesía. Las investigaciones recientes sobre la poesía popular es­ pañola 1 parecen haber destacado la existencia, a nivel de la o r g a ­ nización estrófica, y paralelamente al esquema rítmico que la ca­ racteriza, esquci/ias vocálicos iterativos constituidos por las varia­ ciones cL1 vo cales según su elevación, esquemas que permiten incluso 1 T o i s de D o c t o r a d o del 3 . " ciclo, manuscriia. 1 A. Lomax, ¡i. C k o w k l l T r a y e r , “ Phon otacliqu e ilu c h a n i popiilaire", ¡.'Jlí/nunc, enero -a bril 1964, p. 5-12.

proceder a su distribución geográfica según las propiedades estruc­ turales variables. Si este género de estudios confirma los primeros resultados, se podrá quizá comprender mejor un día el fenómeno poético en su conjunto, al establecer correlaciones más seguras en­ tre los esquemas melódicos (p o é t’co y musical), por un latió, y entre los esquem as rítmicos (poético y musical), por otro. Así, el pro­ blema del refrán, teniendo en c-icnta la naturaleza, a la vez defor­ mante y organizadora de las nuevas regularidades del lenguaje poético, se esclarece bien poco:

dada la descmam ización de la

canción folklórica y el carácter sustituible de sus palabras, el ¡eirán aparece, a raíz de su misma ilegibilidad, c o m o el posible guardián de los esquem as melódicos y rítmiuos del canto sagrado olvidado. 7.

LA EFIC A C IA C O L E C T IV A

El objeto mítico global que tratamos de interpretar tiene a bien ser un objeto com plejo ciuc

integra m uchos lenguajes de

manifestación y definido en su especificidad c o m o com portando una organización estructural secundaria (consolidada, además, por re­ currencias y superposiciones de los significantes') — no siempre se ve lo que distingue en definitiva las ceremonias de matrimonio, por ejemplo, de la opereta vienesa; tanto más cuando que los m anipuladores expertos consiguen admirablemente montar espec­ táculos folklóricos que rivalizan con

los espectáculos de ópera

cóm ica. Y es que justamente la “ folklorización", esa especie de kitsch colectivo, com ienza con la puesta en escena de los objetos etnosemiót/cos. La presencia del espectador desvía el hacer semiótieo de su función original y, al hacerlo objeto de una mirada, trans­ forma el sujeto auténtico de este hacer en un mal actor. E n la medida en que la actividad semiótica es del orden de la com unicaeiór y se desarrolla sobre el eje- e m i s i ó n vs i w c p c i i i n . la carga mítica se halla necesariamente de lado del emisor: el me.ísaje “ verdadero", contenido en el can to sagrado, no se di.’iee a un público de auditores h um anos, sino a un dcstinador mítico y trata con frecuencia de establecer con él lazos contractuales. Pero

es, sobre tocio, bajo la forma de un hacer mítico con finalidad explí­ cita c o m o ella parece manifestarse: aun tratándose del desdobla­ miento mítico de un haccr práctico (Cfr. los rituales cantados que tienden a hacer crecer el trigo), la actividad semiótica no es nunca un hacer-ver, sino un hacer-hacer. C om u nicación o haccr, mensaje verdadero o programa finalizado, el acto mítico se define siempre c o m o una operación eficaz. Contrariamente a la actitud pasiva, receptora, del individuo si­ tuado en el contexto socio-sem ióiico en el que se recita la poesía, se escucha la música o se observa el ballet, la relación del hombre con los objetos ctno-semióticos es la de la participación. U na acti­ vidad de este genero tiene com o primer efecto la integración del individuo en el grupo y la instauración del grupo social co m o

sujeto colectivo: se ve có m o las sociedades con com unicación etnoscmiótica poseen una fuerte coh esió n social. N o es extraño en ton ­ ces el que mucro-sociedades, tales c o m o la sociedad francesa, por ejemplo, no hayan conservado el canto en grupo nada más que en dos casos m uy precisos: en la escuela maternal, lugar del primer aprendizaje de la vida social, y m uy particularmente en el ejercito, lugar del so m etim iento del in div idu o a las normas y finalidades sociales. Los sistemas de com unicación co n fuerte eficacia social parecen así constituir uno de los rasgos característicos d e una cultura e u ­ ropea subyacente a las m anifestaciones folklóricas variadas que in­ teresan al etn ólogo europeo.

CAPITULO V

UNA DISCIPLINA QUE

E BUSCA

LA LITERATURA ETNICA

1. 1 .1 .

LO S P R O B L E M A S D ü

P a l a iir a s

D E S C R IP C IO N

in t r o d u c t o r ia s

D o s enfoques serían posibles para presentar, resumiéndolos, los ira bajos de un sim posion.

El prim ero consistiría en decir, dia-

crónicamente, lo que se puede pensar de cada una de las com u n ica­ ciones presentadas, procediendo a una especie de reparto de lau­ reles: las críticas serían mal recibidas y mal vistas a este nivel de autosatisfacción. Sin estar con v en cido de la utilidad de este género de ritual, he escogido la segunda solución, aquella que consiste en construir un mcta-discurs^

sotíre una

veintena

de

discursos científicos escu­

ch ad os y com prendidos, m etadiscursos que, olvidando a las per­ sonas, retendrá só lo sus palabras. Si, subtendido a estas palabras, existe un plan de conjunto, ello no p uede ser más que aquél del encadenam iento de los problem as tratados y discutidos, que se han im puesto ellos mism os por su pertenencia o su recurrencia. ' F.ste texto re su m e las conclusio nes q ue el a u t o r fue en cardado 70. So p re c in ta , pues, c om o un re y i : i o actual del e stado e u fó ric o de lina disciplina q u e t u l a de orgar.izaise y dispon* de un utillaje m eio d o ló g ic o rico y de e n fo q u e s diversos, pero que todavía no coi'.sij'ue d a r resp uestas s a tis fac to ria s a algunas cuestiones lrad icio n a lm em e con sidera das c o m o esenciales — c o m o la teoría de los t e ­ n e r o s — ni sobre to d o c on ce bir c l a r a m e n te la e c o n o m ía de su propio p ro ­ yecto cieiitiíico. Las Achí.'; del Sim p osio n e stán a ctu alm en te en preparació n.

sometidos al tratamiento del ordenador

uua reforinutación m e­

diadora que se llama lenguaje-máquina. Las cosas, a este nivel, no están muy claras: por un lado, el lenguaje-m áquina expresa en términos unívocos lo que perm anece aún implícito en el texto y aparece así, en algunos m om entos, m ás potente que la lógica “na­ tural” de un matemático. Pero, por otro lado, este lenguaje-m á­ quina obedece a las exigencias pragmáticas de la utilización de los ordenadores: desde este punto de vista, no es más que uno de los lenguajes de documentación posibles y, por consiguiente, inferior al lenguaje lógico. La necesidad de examinar y de precisar eJ e s ­ tatuto del lenguaje documental a utilizar con vistas al desglose y lectura automática de los textos parece imponerse desde esos m o ­ mentos. P a k a u n lenguaje s e m á n t i c o

1 . 4.

Las mismas consideraciones podrían aplicarse a los procedimien­ tos utilizados por Jean Cuisenicr: al proponernos, tanto en su c o ­ municación c o m o en sus intervenciones, descripciones de textos en lengua natural, ha dejado entender, pragmáticamente, que no hacía más que emplear una notación sim bólica con la que uno “se sirve muy bien". Es evidente que una notación simbólica elaborada ad hoc y apropiada a su objeto, puede dar resultado, e incluso muy bueno. L o que no es óbice para que Jos procedimientos que tra­ tamos de establecer deban ser, en principio, generales y transmi­ sibles. La unanimidad se ha conseguido, me parece, sobre este punto capital: para hablar de un discurso manifi stado en una lengua na­ tural, es necesario que se constituya una especie de lenguaje se­ m ántico al cual el discurso en cuestión podrá ser traducido. D e sd e ese m o m e n to el problema se plantea en saber cóm o co n ­ cebir y construir tal lenguaje. La comunicación de Mine. M. Mathiot expresa este tipo de preocupaciones: realizando un desglose del' texto en “segmentos tópicos'1 y buscando, luego, un en cad en am ien ­ to de estos segmentos, insiste c o n razón sobre el h ech o de que el desglose que propone no tiene nada que ver con el desglose sin­

táctico de las lenguas naturales. Lo que intenta, si la he c o m ­ prendido bien, es la construcción de uti lenguaje lógico-semántico uniforme y operatorio, que permita describir cualquier texto. Con tal proyecto de lenguaje semántico, llegamos a algo más, rnutatis muiaridis, corresponde a las estructuras profundas de C hom sky, pero que para nosotros, interesados por el análisis de los discursos y no de las frases, constituye tan sólo el nivel aún superficial de nuestras estructuras narrativas o taxinómicas. listas preocupaciones reúnen así los esfuerzos de Alan D undos y de mí mismo, que tra­ tamos de formalizar el reconocim iento de unidades narrativas e ins­ tituir una sintagmática de estas unidades, esfuerzos cuyo corona­ miento permitiría disponer de m odelos a .la vez semánticos y sin­ tácticos, que pudieran servir de criterios para la segmentación de los textos narrativos. 1.5.

L

a in v e s t ig a c ió n d e l c o n t e x t o

Estando claro que el p aso de la .engua natural a su notación lógico-sem ántica no está som etid o únicamente a las exigencias ló ­ gicas, sino también a las exigencias narrativas, la insuficiencia de las informaciones textuales se deja sentir de forma inmediata: una gran parte de nuestras discusiones se han referido a este problema. En efecto, ¿de dónde sacar enseñanzas complementarias, corrien­ temente indispensables, para poder hablar, con algo de propiedad, del con ten ido de la narración? M m c. M. Mathiot introduce, a este respecto, en la e x p osic ión de sus m étodos, el recurso sistemático al narrador el cual, presente bajo la forma de una batería de pre­ guntas, trata do explotar al informador para obtener enseñanzas tanto sobre el con texto c o m o sobre el desglose del texto mismo. El m ism o problema se lia planteado a p rop ósito de los pro­ verbios. A nte mi objeción, a saber, que ^u investigación sobre los proverbios no tenía en cuenta la distinción entre el significante y el significado, Jean Cuísenier respondió, no sin razón, que no dis­ ponía de procedimientos objetivos que le permitieran el reconoci­ miento de los significados. Mi respuesta — y utilizo aquí conversa­ ciones de pasillo— fue que los significados, en efecto, 110 podían ser recon ocidos nada más que inscribiendo los proverbios en su iso-

El prim ero de estos problem as es el de los comienzos, es decir, u la vez el de mis prim eras palabras y la dirección de nuestra tarea metodológica. ¿Es necesario com enzar por las consideraciones epistemou jicas, según la sugestión de V. Nathorst, o bien por notas simples, planteando, por ejemplo, esta misma cuestión ingenua que ha dado lugar a una sesión de discusiones Ubres: en presencia de un texto cualquiera, cómo se debe proceder para dar cuenta de él? Habiendo escogido la segunda vía, hablaré en principio de las cosas aparentem ente simples, abandonándola después para intentar un ascenso hacia la cima de la disciplina que intentam os cons­ truir. 1.2.

En fo q u e g e n e ra tiv o y enfoque in t e r p r e t a t iv o

Para abordar el problema de los textos que poseen una cierta organización transfrástica, existen dos procedimientos que corres-, ponden, grosso modo, a tendencias actuales de la lingüística. El enfoque generativo consiste, teóricam ente, en partir de aquello que se considera como estructuras elementales y profundas del texto, ' para ascender, a través de las diferentes articulaciones de la sig­ nificación — y tratando de explicitar las reglas— , hasta la manifes­ tación que aparece.com o texto redactado en una lengua natural cualquiera. El enfoque interpretativo, que ie es paralelo, toma en consideración el texto m anifestado y trata de dar cuenta de él por los procedim ientos de descripción orientados a la construcción de los modelos y de los metalenguajes, es decir, tratando de alcanzar, en definitiva, los niveles de abstracción o de profundidad cada vez más alejados del texto para encontrar allí las estructuras elemen­ tales que los gobiernan. Se habrá cieaam ente notado que es el enfoque interpretativo el que, en tanto que modus uperaiuli, ha dominado en casi todas las comunicaciones del Sirnposion. N o hay lugar, me parece, a formu­ lar un juicio de valor sobre uno u otro método: ambos procedi­ mientos, no contradictorios, parecen incluso con frecuencia com­ plementarios. El predominio del enfoque interpretativo explica pro­ bablemente el hecho de que algunos de los participantes, desde el momento en que han intentado utilizar el procedimiento deductivo,

no se han beneficiado de la atención merecida y sus construcciones han sido entendidas a veces como hipótesis de carácter intuitivo. Así, las demostraciones de Italo Calvino, de Fr. Rastier o de Paolo Fabbri quienes, partiendo de modelos abstractos, trataban de des­ cubrir una vía hacia la manifestación, no han sido siempre con­ sideradas com o representativas de un enfoque científico. Sin em­ bargo, la discusión en sesión libre que, utilizando un solo texto, ha tratado de poner en evidencia la diversidad de procedimientos científicos, ha revelado, por el contrario, un número im portante de semejanzas y convergencias metodológicas, y ello aún a pesar de la gran dispersión geográfica de los investigadores. 1.3.

El

d esg lo se d e l t ex t o

■Un p rim 'r rasgo común, fundamental, ha aparecido en la inte­ rrogación en torno a la posibilidad de reemplazar, en el mom ento deJ desglose del texto, todo enfoque intuitivo por un conjunto de criterios objetivos. La tendencia extrem a, que trata de hacer posible ¡a lectura autom ática del texto, ha estado representada por Pierre M aranda quien-propone reflexionar en términos de autóm ata, simu­ lar por entero el com portam iento cognilivo del investigador para intentar luego reproducirlo a través de la máquina. Las divergen­ cias han aparecidc me parece, en el momento en que la cuestión se ha planteado el saber lo que se desglosa en realidad. Existe, en eL cto, dos desgloses posibles: por un lado, el desglose dol * texto tal com o se presenta en la lengua natura!, la segmentación del discurso en sus partes constitutivas, y, por otro, el desglose, igualmente posible, del texto considerado como un relato, en sus unidades narrativas. He tenido la impresión de que esta distinción ha perm anecido bastante flotante, y que un peligro de confusión am enazaba con aparecer, aunque sólo fuera en el momento de la generalización eventual de nuestro saber-hacer. Me parecía también que e! proyecto de P. M aranda — que suscribo por entero— no dejaba aparecer de forma suficiente, a jiiv e l de sus aplicaciones, la distinción entre lo que se llama el lenguaje lógico-semántico y el lenguaje-m áquina. Se sabe, por ejemplo, que incluso los textos ma­ temáticos, en apariencia más formalizados, deben sufrir, para ser

lopía contextual. La contra-proposición de J. Cuisenier nicrccc ser revelada: a falta del contexto que presupone el registro de cada proverbio eaptadó en el discurso “espon tán eo” , se podría concebir el recurso a una especie de “com ité de sabios” , a un comité de expertos

de

una cultura dada cuyo

consenso

equivaldría

a la

referencia explícita al código cultural en cuestión. Otro procedim iento podría ser llamado a jugar un cierto papel: este consistiría en utilizar m odelos narrativos ya elaborados en tanto que m odelos de previsibilidad. D ad o que con ocem os, más o menos bien, la sintagmática narrativa experim entada sobre un gran número de textos, puede considerarse c o m o rentable la proyección de nues­ tro saber narrativo sobre textos aún desconocidos, a condición, evi­ dentemente, de que esta proyección sea considerada com o una hipótesis de trabajo y arropada por todas las precauciones nece­ sarias. Estos m odelos de previsibilidad podrían así ser utilizados para el desglose del texto, aunque también para el reconocimiento de las unidades y los “ tiempos fuertes” del relato. La ausencia del contexto puede igualmente ser suplida por el recurso a las variantes. Sabem os ya un cierto número de cosas sobre ' el mito y sus variaciones, sobre el cuento y sus variantes. Pienso que es necesario retener, c o m o adquisición, la definición de LéviStruuss y decir, generalizando, que el r J a to no es un mensajeocurrencia au tón om o, sino que está constituido por el conjunto de correlaciones entre todas sus variantes. Esta definición no hace más que recoger la concepción de Hjelmslcv, para quien la gra­ mática comparada de las lenguas indo-europeas, por ejemplo, no es más que un sistema de correlaciones entre las lenguas particu­ lares por las cuales se manifiesta, concepción que remite, a su vez, a ¡os trabajos de Saussure, el iudo-curcpeista de finales del siglo x i \ . La reunión del mayor número posible de variantes es­ clareciéndose las unas a las oirás permitiría así reconstituir el c o n ­ tenido investido en el relato considerado en tanto que clase. Se llega así a matizar la problemática del con texto y a decirse que si el con texto situacional es extremadamente importante para el análisis, si M m e. Malhiot y J. Cuisenier tienen razón en insistir

anteriormente, la ausencia del contexto no debe obligarnos a re­ nunciar al análisis estructural de los relatos. Tules casos no cons­ tituyen una situación de debilidad que íuera propia tan sólo de nuestra disciplina. Lo que está en juego es algo más impórtame, y pone en cuestión la posibilidad misma de ciencias tales co m o la historia o la arqueología, que no son más que saberes reconstrui­ dos a partir de fragmentos recogido:.

A falta de contexto, otros

procedimientos vienen felizmente en auxilio del investigador. La presencia — siempre parcial— del contexto situacional im­ plícito debe conducirnos a la constitución de un diccionario mito­

lógico, es decir, al establecimiento, para cada cultura dada, de un inventario lexemático hecho de palabras o de expresiones que, en su análisis concreto, han aparecido c o m o “significativas" de hecho, por ejemplo, que manifestasen los fletantes o las funciones en el interior del esquema narrativo exam inado. Tal diccionario, eviden ­ temente, no debería ser establecido nada más que para ser transfor­ mado, tras el análisis, en código semántico del universo cultural da­ do. Teóricamente, sólo la posesión de tal código sem ántico perm iti­ ría el análisis semántico de un relato particular. En su ausencia, los resultados de nuestros análisis perm anecen siempre hipotéticos y plantean problemas de verificación muy complejos. La distancia entre las exigencias teóricas y nuestras posibilidades prácticas es, co m o se ve, considerable. D esde este punto de vista, se dirá que la literatura escrita se halla, en relación con la literatura oral, en una situación privile­ giada: com o ha señalado Jacques Geninasca, lo propio de la lite­ ratura escrita es el integrar una gran parte del código semántico en el texto m ism o, mientras que cód igo permanece casi siempre implícito en el caso de la literatura oral. Esta anotación me parece justa, e incluso puede servir co m o criterio que permita evaluar la distancia que separa la literatura escrita de la literatura oral. En efecto, toda descripción de los lugares y de los medios, todo lo que constituye la “atmósfera” de una novela en la que se desarrolla la psicología de los personajes, constituyen otros tantos elem entos del código semántico, presentes en los textos literarios.

2.1.

El.

PROBLEM A DE

LA C IE N T IF I C I D A D

Otro conjunto de temas, tratados y discutidos en e! Simposion, plantea las relaciones entre la ciencia que nosotros practicamos y la filosofía de las ciencias o la filosofía a secas. Se puede — e in­ cluso se debe— interrogarse acerca del sentido y el estatuto de la práctica científica que es la nuestra. ¿P odem os confiar en nuestra intuición o en nuestro deseo cu an do pretendemos estar en vías de hacer — aunque de una forma lenta y humilde— ciencia? Este pro­ blema, planteado de forma abrupta por Bertcl Nathorst, puede ser consid erado a otro nivel, en el que, polarizado en exceso, apare­ cería bajo la forma de la dicotom ía intuición vs análisis automático., ¿Cuál es en n uestío hacer, el lugar de la intuición y cuál el de los procedimientos formalizados que garantizan la objetividad de la lectura de los textos? En una sesión de discusión libre, dos tendencias se han m ani­ festado bastante claramente: Fierre Maranda se ha presentado com o el portavoz de la actitud que él m ism o ha identificado con la de los buscadores de otro Atlántico, expresándolo p oco más o menos en estos términos: “ nosotros h acem os ciencia y poco nos importa lo que otros, los filósofos o los id eólogos piensen de ello ” . Tal actitud — que posee la virtud de la franqueza— es difícil de asu­ mir en Europa, en razón, especialm ente, de la crítica a la que las ciencias humanas y sociales se hallan constantem ente sometidas, pero también por el hecho de nuestra propia conciencia de los problemas filosóficos y de los presupuestos epistem ológicos que su byace al ejercicio de nuestra profesión. Som os conscientes, por ejemplo, de que toda teoría, y m ás particularmente la teoría que sirve de soporte a las ciencias humanas, reposa sobre un conjunto ile con cep to s no definidos. Sabemos que estos con cep tos no defi­ nidos, incluso estando constituidos en. una axiom ática, lejos de íunJar de alguna manera una ciencia, no sirven m ás que para cxpliciiar — y e s o ya es m ucho— las condiciones de su ejercicio. Nosotros hablam os, por ejemplo, de la descripción, pero la descrip­ ción es para Hjclmslev, el tipo de concepto no definido. N osotros

hablamos de relaciones, pero la existencia de la relación es aún un apriorismo no definible. U na axiomática construida con ayuda de tales presupuestos tan sólo puede formar conceptos operatorios; un cierto relntivis'” T se introduce así hasta' en nuestras teorías semióticas o lingüísticas, cuyo valor de verdad no puede ser eva ­ luado nada más que en función del hacer científico actual el cual, nosotros so m o s conscientes de ello, está destinado a ser superado. 2.2:

DmiATUs lit’ iST H M O i.ó r.iros La fragilidad de nuestro saber y de nuestro sabor-hacer no

debe, sir* em bargo, incomodar al investigador, llamado n integrar lo que hay de mejor en la actualidad y en la epistemología que le es inherente. Es rehusando el debate acerca de los fundamentos tic la ciencia, aunque aceptando las discusiones acerca del valor de los conceptos operatorios y los m odelos que construim os, com o p o ­ demos guardar la lucidez necesaria y servir a nuestra disciplina, la cual se asfixiaría sin una reflexión epistem ológica. U n problem a que depende de este genero de reflexión ha sido puesto en evidencia por Cesare Scgrc cuando, consciente de la'elección a hacer entre los enfoques inductivo y deductivo, ha optado explícitamente por la induccióy. Y o no creo, por mi parte, que el problema

fundamental deba ser necesariamente planteado en

términos de dilema: los dos procedim ientos inductivo y deductivo, me parecen, por el contrario, com plem entarios. Un lingüista que describe una lengua particular opera, sin duda, inductivamente y generaliza a partir de los datos del texto. Pero, cuando se propone comparar dos o más lenguas, está obligado a construir modelos d e ­ ductivos de un nivel superior, d and o cuenta de las lenguas en cucstión co m o ca so s de especie subsum idas por un mismo m odelo. La lingüística es así, por una parte, inductiva y, por la otra, deductiva: los dos procedimientos llevados a cabo en direcciones opuestas, se encuentran y revelan en todo m om ento, en la praxis científica. Jil problem a m etod ológico planteado por Cesare Scgrc se une aquí a las p reo cup aciones d e A lberto Cirese, relativas a la uni­ versalidad de los m odelos y a su localización. El que la ciencia esté

orientada a lo universal parece incuestionable: — que es del orden del proyecto—

el m odelo ideal

no puede ser más universal.

En la actualidad, sin embargo, nosotros no dispon em os más que de m odelos con pretensiones de universalidad y dependen en cierta medida, quiérase o no, de nuestra propia cultura a la que tratamos de superar. C om o nosotros h em os de operar sobre culturas dife­ rentes a la nuestra, un tercer tipo de m odelo, el m odelo que da cuenta de la cultura a describir, hace su aparición. El procedi­ miento científico aparece así c o m o una especie de dialéctica de la deducción y de la inducción, el m odelo del nivel más bajo enri­ queciendo y verificando los m odelos jerárquicamente superiores. Es aquí donde se plantea el problema de) buen uso de la lógica. Si la ciencia está orientada hacia la universalidad, ella no debe utilizar, para la construcción de sus m odelos, más que categorías lógicas que pertenezcan ul inventario todavía hipotético de los uni­ versales del lenguaje. 1.a elección de los conceptos operatorios, dependiendo de la clase de los universales, aumenta, por consi­ guiente, nuestra certeza en cuanto a la generalidad del m odelo y en cuanto a su aplicabilidad a la invi stigación pluricultural. El con cepto de disyunción, por ejemplo, utilizado en giam ática narra­ tiva, parece preferible a la función propia de partida. N o es necesario, por otro lado, perder de vista que no existe una lógica, sino lógicas, y que la reflexión m etodológica del in­ vestigador se refiere también a la elección de la lógica a utilizar. Las lógicas, al igual que los modelos, pueden ser evaluadas en fun­ ción do su eficacia y no sólo de su potencia. Si insisto un poco acerca de la necesidad de utilizar las categorías lógicas para la construcción de los modelos y de servirse de un lenguaje lógicosemántico para la descripción de los textos es, entre otras razones, porque la eficacia de los m odelos lógico-matem áticos ha hecho sus pruebas, aunque sólo fueran para permitirnos el haber llegado a la luna. Q u ed a entendido, sin embargo, que no hablo del valor del viaje a la luna, sino de la eficacia del lenguaje que lo ha hecho posible. El problema de la Intuición puede ser ahora reíormulado de otra manera: lo que entendemos por intuición, no son con fie-

cuencia más que hipótesis de trabajo mas o mentís implícitas que guardamos para nosotros, sin interrogarnos acerca de su valor. La gran tarea — de la ciencia en general, y más particularmente de la semiótica— es la de reemplazar progresivamente estas hipó­ tesis de ira bajo implícitas por m odelos h¡p< elaborar y que,

asegurados de su

'ticos que Uceamos a

forma lógica y sostenidos a

veces por algunas aplicaciones anteriores con éxito, pueden ser sus­ tituidas por la intuición. Tal estado de avance de la ciencia puede ser considerado c o m o su estadio de prefonnalizución en el que la utilidad de la construcción — con frecuencia abusiva— de los m o­ delos, no puede ser negada. Esto puede, en cierto sentido, aclarar la discusión de Cesare Segre con T u lio Di Mauro, este último refu­ tando todo valor a la preformalizaciófl y [adiándolo de esqucmaiización vulgar. En la medida en que la intuición se halla explieitada bajo la

forma de modelos que, perm aneciendo hipotéticos, no son formu­ lados en un lenguaje accesible, se puede decir, con B. Nathorst, que la crítica filosófica dirigida a la ciencia puede transformarse en una crítica científica, interna al “club de los sabios" reunidos por la com unidad de sus pn ocupaciones.

3. 3.1.

LO S N IV E L E S Y LO S P R O C E D IM I E N T O S

L os NIVIil.ES DF. ANÁLISIS En ci estadio ele la preform ali/ación donde se halla actualmen­

te nuestra investigación, una cosa parece particularmente impor­ tante: es la necesidad de entenderse acerca del número y del esta­ tuto estructural de los niveles donde puede situarse el análisis. El problema de sus niveles es ;d m ism o tiempo uno de los gran­ des temas del debate ep istem ológico del que acabo de hablar y la co ndición misma de este debate. Es evidente cjue los diferentes niveles no son tan sólo los niveles de lectura de un texto, sino también los lugares estructurales, caracteriiados por la aplicación de los m odelos y los procedimientos específicos. Ponerse de acuer­ d o sobre los niveles de análisis consiste, por consiguiente, en esta-

blceer las distinciones entre problemáticas diferentes, situar y se­ riar los debates epistem ológicos particulares. Ai hablar de los problemas del desglose, he tenido ocasión de insistir en la necesidad de distinguir el nivel de la manifestación lingüística del texto, presente en una lengua natural cualquiera, del lenguaje ló gico-sem ántico en el que debe transcribirse para p o­ der dar cuenta del texto. He creído poder registrar una cierta una­ nimidad sobre este punto. El nivel — narrativo o taxinóm ieo— superficial, permite entonces acceder al de las estructuras profun­ das, de carácter abstracto: al análisis de las unidades de discurso le sustituye el exam en de operaciones lógicas que dan cuenta de hi organización sintáctica del nivel discursivo superficial. La distinción de estos tres niveles me parece necesaria para la claridad del debate. 3.2.

M a n ip e s t a c ió n

y

f.s t r iíc t u r as s u p e r f i c i a l e s

El paso del texto m anifestado — tal com o se presenta en la lengua natural al texto analizado—

tal com o es reconstruido en

un lenguaje distinto — puede ser realizado de muchas maneras di­ ferentes. Polarizando estas diferencias, se podría incluso distinguir un Análisis textual por un lado, y un análisis sem ántico por otro, el criterio de esta distinción es la distancia más o m enos grande que se establece entre el texto manifestado y el m etatexto que se expresa esencialmente en el tipo de enfoque — inductivo o d ed u c­ tiv a — practicado. Así, cu an do Cesare Scgrc, al analizar una subclase de novelas de Bocaccio, distingue allí una unidad narrativa que designa bajo el nombre de bejfa, puede uno interrogarse, en principio, si el término bejja pertenece a la lengua de B ocaccio o al metalemiuaje de Segre; puede uno preguntarse luego si, befja, es un concepto simple (una función o un enunciado narrativo) o una secuencia narrativa com p leja reconocible c o m o tal en el interior del catálogo de los m odelos narrativos generales y que B ocaccio no hace más que utilizar bajo su forma estereotipada. Esto me parece un buen

t

ejemplo ele análisis textual el cual, aún siendo justo y Uno, no permite, a causa de su prejuicio inductivo, alcanzar el nivel de gramática narrativa superficial a partir de la cual la bcjja de liocaccio aparecería com o la m anifestación que especifica un pro­ grama narrativo canónico. L o m ism o puede decirse de los análisis de Paolo Ramat y de Alan Dundos. El trabajo de P. Ramat se presenta com o un aná­ lisis lingüístico irreprochable, aunque desde el punto de vista scmiótico, inacabado: le falta el m odelo estructural eme suhsumu el conjunto*de análisis particulares y den cuenta de todas las mani­ festaciones,

m odelo que por lo dem ás es implícitamente legible

entre las líneas de su análisis y que, explicitado, enriquecería el inventario de las estructuras narrativas conocidas. Se puede uno preguntar, en cuanto al análisis de los proverbios presentados por Alan Dundcs, si no es justamente representativa de la vacilación m etodológica entre los dos enfoques, si sus resultados no abarcan más que el universo cultural anglosajón o si, por el contrario, po­ seen una aportación más amplia. 111 recurso directo a los m odelos narrativos considerados como hipótesis de trabajo, situando así el análisis a nivel de las estructu­ ras superficiales, se halla en numerosas com unicaciones. Mientras que algunas de éstas (A. Pasqualino y A. Buttita) explotan a fondo las posibilidades así ofrecidas,

A r c o Silvio Avalle y, en parte,

P. Ramat, parecen estar satisfechos por la utilización de tan sólo algunas categorías del inventario proppiano tal, por ejemplo, la categoría de falta y de liquidación tic la jaita. U n o puede plantearse, en este m om ento, la cuestión más ge­ neral del buen em p leo de las referencias a los grandes antepasados com o, por ejem p lo IVopp o Saussurc. La importancia decisiva de su proveció científico, la revolución epistemológica que ha resul­ tado de ello no debería acabar en una especie de ‘'fijación del pa­ dre” que no conduce más que a ralentizar los progresos de nues­ tras investigaciones. E s curióse- constatar, por ejemplo, c ó m o el S im posio» se ha ocupado relativamente m ucho de Propp, sin por otro lado discutir con seriedad las prolongaciones recientes de la

teoría de la narratividad, de la que los representantes más cualifi­ cados — pienso en la formulación lingüística de las unidades narra­ tivas de Alan Dundcs, en la tipología de los relatos propuesta por Pierre Maranda— se hallan .entre nosotros. Supongo que la fijación proppiana no explica todo y que la insuficiencia de la circulación de las informaciones en el interior del “club sem iótico” es mucha.

3.3.

E st r u c t u r a s

s u p e r f ic ia l e s

y

estru ctu ras

pro fu n d as

La posibilidad de llevar bien el paso del nivel superficial del relato a su nivel profundo o, más claramente aún, el deseo de si­ tuar el análisis al nivel de las estructuras profundas ha sido expre­ sado en numerosas com unicaciones. Es la presentación, por Pierre Maranda, de la estructura (dementa! cuadrada, c o m o susceptible de. dar cuenta del relato de Cendrillon, lo que ha provocado el d e­ bate más nutrido y el más instructivo. La estructura elemental se halla investida'por el de dos categorías semánticas binarias cuyos términos son contradictorios. Sin embarg >, hay que mirar más de cerca, parece que la primera de estas categorías (asistencia vs opre­

sión) sea de orden sintáctico, y la segunda ( consanguinidad vs alian­ za) de orden semántico. La categoría asistencia vs opresión parece poder ser identificada con el eje adyuvante vs oponente y depende, por ello, de la sintaxis superficial. Sucede co m o si la segunda cate­ goría, la de consanguinidad vs alianza bastara, ella sola, para llenar toda la estructura elemental; los términos de consanguinidad y de alianza son términos contrarios y 110 contradictorios, y la trans­ formación lógica, que da cuenta del relato, no puede consistir en el paso de la consanguinidad a la alianza. La alianza, en efecto, no es la negación de la consanguinidad; es la negación de la con ­ sanguinidad la que, al hacer aparecer el término de no-cotisanguinídad, permite su conjunción con el término alianza. H e retenido con satisfacción la expresión ¡lip-flop, de la que Pierre M aranda se sirve para designar las operaciones lógicas que se efectúan en el inierior de la estructura elemental, así co m o por otro lado el termino machinetta,, em pleado por A. Buttita en el m ismo sentido. Esta familiaridad con las operaciones lógicas situa­ das en el nivel más abstracto de nuestro análisis muestra a la vez la extensión y el impacto de un modas operandi común.

Otra cima del Simposion fue alcanzada por Remi Savard, en la interpretación que lia dado de u n 'fe n ó m e n o muy complejo de la sintaxis narrativa superficial — pienso en la estructura y en las funciones del actante-sujeto mediador — , con la ayuda del análisis del con ten ido situado al nivel de las estructuras profundas y del exam en de las operaciones que se efectúan en este nivel. 3.4.

E stru cturas

f o r m a le s

y .s ig n if ic a c ió n

Sería oportuno quiza el decir unas palabras acerca de las re­ laciones existentes entre las estructuras formales que utilizamos y los contenidos inscritos en los textos analizados. Las estructuras formales — sean taxinómicas o narrativas— no son más que for­ mas de organización gracias a las cuales y a través de las cuales se manifiesta el sentido de un relato o una clase de relatos corre­ lacionados. D o s direcciones de investigación, relativamente autónomas, pue­ den ser consideradas, una ira ando de aumentar el con ocim ien to de los m o dos

de organización

de la significación, la otra

tra­

tando de explicitai' las significaciones inscritas en tanto que men­ sajes en los textos, sirviéndose para ello de los m odelos de su ar­ ticulación. El respeto a los grandes precursores no debería inducirnos a error, dejándonos imaginar que la gramática narrativa, una vez ins­ tituida por Propp, existe ya bajo una forma acabada. Otro error consistiría en pensar que el recon ocim iento de las estructuras na­ rrativas en el interior de un texto constituye la ultima ratio de su análisis. Las estructuras narrativas puestas en evidencia por Propp no agotan el inventario de A a rn e-T liom p son ; son en realidad for­ mas que significan — independientem ente del contenido que trans­ portan— . Una tipología de cuentos populares — tipología que daría cuenta a la vez de las variaciones de las estructuras narrativas y de su significación—

está aún por hacer, y esto es una tarea a la

que pueden emplearse los investigadores que representan lo que se llama’ impropiamente, la tendencia ‘‘formalista” .

Otra tendencia, la “semántica” , trata sobre todo de dar cuenta de la significación de un relato o de una clase de relatos, sirvién­ dose de estructuras gramaticales que permitan explicitarla. Tal es el sentido, por ejemplo, Je las intervenciones de Italo Calvino, para quien sólo la emergencia de la significación profunda cuenta verdaderamente,

no siendo

la gramática

narrativa

más que

el

instrumento de su cxplicitación. Este “scm anticism o” se ha reve­ lado en el debate que se ha instaurado en torno al Cendrillon , d e­ bate que fue consagrado, en gran parte, a confrontar las diferentes interpretaciones a dar a

la estructura semántica del relato. La

com unicación de Jacqucs G eninasca me parece, en esta doble pers­ pectiva, c o m o la más equilibrada: tras haber descrito las estruc­ turas narrativas, superficiales de Caperucita Roja, ha tratado de rcescribirla a nivel de la gramática profunda, para pasar luego al análisis del con ten ido investido el cual, si he com prendido bien, puede ser reducido, a nivel abstracto, a la correlación de dos cate­ gorías semánticas: cultura vs naturaleza e individuo vs sociedad. 3.5.

M it o lo g ía s e id eo lo g ía s

Un problema que merece el que uno se detenga en él es el de las relaciones entre la mitología y la ideología. H a c e ya tiempo, tomando todo mi valor para hablar de la obra de Georges D u mezil, veía el sentido y la característica fundamental de su empresa en la transformación de las mitologías en ideologías. La descrip­ ción de los mitos o de los cuentos no es más que el descubrim iento del nivel ideológico oculto bajo las apariencias de un hacer antro­ pomorfo. La obra que ha puesto al día la ideología tripartita de las socied ades indo-europeas constituye así uno de los fun dam en ­ tos de la sem iótica narrativa. Y o he intentado, por lo demás, oponer las axiologías a las ideologías, de la misma manera que lys taxinomías se oponen a las estructuras narrativas: la ideología tripartita sería, en este ca­ so, considerada c o m o un m odelo axíológico, lo que tan sólo es un cam bio term inológico. Sin embargo, se aprecia que la utilización ideológica — y no clasi/icatoria— de tres funciones es igualmente posible. Se ti ataría de examinar bajo este ángulo el problema de

la articulación fundamental de los contenidos, tal com o lo en­ contramos en el análisis de las m odalidades del relato: las m oda­ lidades del poder, del saber y del querer, por un lado, y los objetos Je valor transmisibles, por otro. L uno se atiene a esta con ce p ­ ción semiótica de la ideología, fácilmente se aprecia que la descrip­ ción de los contenidos investidos y la puesta a la luz de las signifi­ caciones inscritas en toda la literatura étnica tienen corno finalidad la explicitaciSn de la ideología, siendo la mitología la reflexión fi­ gurativa de la sociedad que piensa su propia cultura. Y o quisiera, en esta perspectiva, considerar co m o no pertinentes algunas inter­ venciones que lian tratado de establecer la comparación entre el sentido del relato y sus fundamentos culturales o ideológicos los cuales, bajo la forma de un referente, se encontrarían en otra parte. Para mí, los relatos míticos llevan en ellos mismos su ideología. Evidentemente, la cuestión de la com paración de las ideologías con los dom inios isótopos del plano de la “ realidad” , podría ser plan­ teada, pero tal comparación comportaría previamente la descrip­ ción del plan de la “realidad” de L» que no disponem os desgracia­ damente y que la sociología, m ucho me temo, no está dispuesta a proporcionárnoslo. Ello no quiere decir, por el contrario, que la comparación en­ tre ideologías, sobre todo si son descritas de manera isomorfa, no sea posible. Este es un cam p o aún no descifrado — a pesar de la existencia de la mitología comparada, elaborada por Georges Dumézil— , donde la semiótica narrativa podría encontrar numerosas aplicaciones. Así, por ejemplo, discutiendo la com unicación que A. Pasqualino ha presentado sobre los Reali di Francia, uno se ha preguntado si la supervivencia de esta gesta 110 podría expli­ carse por su equivalencia ideológica con la “m entalidad” , es decir, con el sistema de valores implícito de la sociedad siciliana. D esd e entonces, nada se opoi.e a la ampliación de nuestro cam p o de investigaciones y a la aplicación de nuestros métodos al estudio de las mitologías de las socied ades industriales: el aná­ lisis de Plumión, presentado por A . Buttíta, no hace más que in ­ tegrar en nuestra investigación n uevos ám bitos folklóricos. N o se puede m enos que alabar, en esta c.:asión, a los organizadores del

Simposion de haber preferido la expresión literatura étnica a la de literatura oral, m ás restrictiva. A qu í sería necesario introducir, para darle el estatuto de acta semiótica, la anotación di: Italo Cu.vino la cual, formulada en los descansos del Sim posion, ha sido registrada en una entrevista de la prensa italiana: el hombre, decía allí C alvin o, antes de pensar, ya cuenta cuentos. La narración, en efecto, es la forma de e x ­ presión humana fundamental y al m ism o tiem po la más natural: ella permite al hombre pensarse y pensar el mundo, enriqueciendo, gracias a las inmensas e in fintas metáforas que desarrolla a través de la narratividad, su universo de significación. Esta gran metáfora del mundo que es el relato devela, a nivel de su estructura semántica profunda, una red categorial relativa­ mente despejada. A las palabras de Malí irmé que cita Maranda, según el cual la única preocupación del hombre es, finalmente, la de dar cuenta del fenómeno de la muerte (de la categoría vida vs muerte que diríamos nosotros), se pueden añadir algunos ejes se­ mánticos tales c o m o cultura vs naturaleza, individuo vs sociedad, enfuña vs disforia, etc., haciéndolos variar sobre las isotopías apa­ recidas en la discusión del texto de J. Geninasca: isotopías alimen­ ticias, de vestimenta, sexuales, etc. E s a partir de esta “naturaleza humana'’, tal c o m o aparece en su desnudez a nivel d e las estruc­ turas profundas, c ó m o se erigen, gracias a las articulaciones y com ­ binaciones de significaciones, ideologías, artes, culturas y socie­ dades.

4. 4.1.

ESTR U C TU R AS Y C O N FIG U R A C IO N E S

E str u ctu r a s

y m otivos

La co m u nicación de Mnic. Denise Paulme sobre el Nombre desconocido, presentándose c o m o . e l estudio de un motivo, plantea el embarazoso problema de la definición de éste y de sus relaciones con lus estructuras narrativas. A primera vista, el m otivo apa­ rece com o una lecucncia de carácter figurativo, secuencia que pue; de ser analizada com o relato autónom o y que p osee un sentido in­

dependiente de su significación funcional en relación con el c o n ­ junto del relato. El motivo es pues una secuencia del relato, pero, en tanto que secuencia, puede ser hallado en los relatos estruc­ turalmente diferentes. A partir de ahí, si se considera una estruc­ tura narrativa cualquiera com o uu invariante, los motivos apare­ cen, con relación a ella, com o variables; e inversamente, la elec­ ción de un motivo cualquiera, co m o invariante, hace aparecer los relatos en ¡os que el m otivo es susceptible de inscribirse, com o sus variables. Desde este punto de vista, el estudio de los motivos puede ser considerado com o un nivel estructural de investigaciones autónomas y paralelas a nivel de las articulaciones narrativas de los relatos. V olviend o sobre el problema del Nombre desconocido, Georges Duniézil me ha hecho notar que este motivo 110 es más que un caso particular de una problemática más general, que es la del secreto y la de su d esv e la m ien to Al tratar de precisar el estatuto estructural de un motivo particular (reconocible a través de nu­ merosos relatos), nos encontramos en medio de una problemática de carácter muy general: las máscaras, los disfraces, los incógnitos dependen de la misma categoría del secreto que, junto con el mis­ terio, la verdad y la falsedad, c o n str u y e n una de las articulaciones de la lógica narrativa del ser y del parecer. Si a esto se añade el que los motivos parecen con frecuencia poseer un carácter transcultural, encontrándose en sociedades muy alejadas las unas de las otras, y si se tiene en cuenta también el hecho de que la misma problemática se halla en otros ámbitos semiótieos, el de las artes plásticas, por ejemplo, donde la "migra­ ció n ” de los motivos plantea las mism as dificultades, podría uno preguntarse si el reconocimiento, la descripción y la tipología de los unitivos no constituyen un ca m p o de investigación dependiente de un nivel jiguraiivo autónomo, en el marco general de las investi­ gaciones aeerca de la narratividad. Este estudio comprendería el reeonociin'em u y el análisis de unidades figurativas iranst'rásiicas ile un tipo particular, constituidas en bloques fijados, especies de invariantes susceptibles de persistir a pesar de los cam bios de con-

textos y de las significaciones funcionales secundarias, que los c o n ­ textos narrativos pueden conferirle. Puede uno también preguntarse a partir de ahí si la reflexión tan sugestiva de A rc o Silvio A va lle sobre el tema del héroe des­ aparecido no es, en el fondo, el estudio de un m otivo y no de un relato. Se trataría de lo m ism o que la bejja de Cesare Segre, de la que ya hem os hablado. Si tal es el caso, si, d ich o de otra mu- , ñera, el análisis de los m otivos puede ser con cebido paralela­ mente al análisis de los relatos, la fam osa clasificación de AarneTh om pson podría ser considerada bajo la forma de una doble tipología, en la que una clasificación de las formas narrativas da­ ría unos resultados muy diferentes de la clasificación de los m o ­ tivos. 4.2.

E str u ct u r a s

n a r r a t iv a s y

o b je t o s

s e m ió t ic o s

MANIFESTADOS

Unas palabras podrían ser añadidas aquí acerca de la manera en que las estructuras narrativas se manifiestan en los textos y ello para disipar la confusión, bastante frecuente, que consiste en ad­ mitir im plícitamente la identidad de dimensiones entre un textorelato manifestado y la estructura narrativa a la que da cuenta. Se acaba de ver que existe una distorsión entre m otivos y relatos, que los m otivos — que pueden presentarse a veces com o relatos au tón om os— se hallan integrados en relatos, bajo la forma de se­ cuencias narrativas doladas de significaciones funcionales secunda­ rias. N o es m enos frecuente el encontrar manifestaciones parciales Je estructuras narrativas. Estas manifestaciones parciales pueden a veces dar lugar a la aparición de subgéneros. Así, los relatos estudiados por Heda Jason, bajo el n om b re de swindler tales, no son en realidad más que m anifestaciones textuales de una sola secuencia narrativa; ellos corresponden, en cuanto a sus dimensiones, a la única experiencia decepcionante introducida por el traidor, tal com o ha sido reco­ nocido por Propp. U n episodio d e dim ensiones variables, extraído de la estructura narrativa can ón ica, puede ser así manifestado co m o un relato y constituir vfn subgénero de relatos.

Un caso diferente se presenta cu an do los segmentos de una estructura narrativa se manifiestan por separado, siendo suscepti­ bles de ser relacionados los unos con los otros com o variantes, siendo el conjunto de variantes la estructura narrativa completa, un relato adabado. T al es el caso, yo creo, d e'la Crperuáta Roja estudiada pe." J. G eginasca. El relato está aquí definido no co m o un conjunto de correlaciones paradigmáticas entre variantes (Cfr. Levi-Strauss), sino c o m o su conexión sintagmática. Finalmente, un tercer caso, ilustrado por la exposición de P. Ramat, es el de las manifestaciones elípticas de los relatos; éstos tie­ nen su lugar estructurulmente marcado en la articulación del co n ­ junto del Zauberspritch, pero el texto manifestado no remite allí con frecuencia nada más que de una forma alusiva. Estas notas no agotan, ni m ucho m enos, las diferentes posibi­ lidades de m anifestación de los relatos. 4.3.

E stru ctura s

e

is o t o p ía s

Un problema diferente ha sido introducido por J. Geninasca cuando ha establecido, a propósito de Caperucita Roja, la distin­ ción entre la estructura de la significación del relato y la isotopía semántica sobre la cual el relato se desarrolla. Para él, la isotopía culinaria, manifiesta en el relato, no es más que un pretexto en el texto: la significación profunda del texto es, en efecto, la proble­ mática de la asunción de la cultura y de la integración del indivi­ duo en la sociedad. N o estoy p lenam ente persuadido de que' la isotopía culinaria sea la única en cuestión, ni que ella sea funda­ mental: la isotopía sexual le hace con frecuencia compañía, o se desarrolla paralelamente, sobre todo a partir de las modificaciones del cuento realizada por Perrault. Esto es sin embargo secundario. Lo importante es reconocer la e.-.isiencia de una capa figurativa lineal (y no secuencial, c o m o es el caso cuando se trata de m oti­ vos) de un plano isótopo sobre el que se desarrolla el relato. Tales isotopías figurativas (reconocidas ya por Fr. Rastier y por mí m is­ m o) están unidas por relaciones reconocibles y definibles (metafó­ ricas, m ctoním icas u otras) al nive; profundo del contenido del que no son m ás que m anifestaciones.

El concepto de isotopía sem ántica me parece útil y merece ser retenido: introduce una nueva distinción estructural en un ám bito de investigaciones muy complejo. El caso de la fábula, es­ tudiado por M orten N ^jgaard, que puede ser parcialm ente defi­ nido por la utilización de la isotopía zoomorfa para hablar del mundo hum ano, no sería más que un ejemplo muy claro. 4.4.

L

it e r a t u r a

oral y

l it e r a t u r a

e s c r it a

Un criterio que permite distinguir, en cierta medida, la litera­ tura escrita de la literatura oral, ha sido ya apuntado: la literatura escrita parece poder ser caracterizada por la integración, al menos pardal, del código semántico en el texto mism >, código cuya ausen­ tan difícil el análisis de la literatura étnica.

cia hace

Nuestras discusiones han permitido entrever la posibilidad de

introducir oíros criterios para consolidar esta distinción que sigue siendo, a pesar de todo, muy relativa. Así, la interpretación de la significación profunda del relato — siempre implícita en los textos étnicos, hasta el punto de que se puede decir, en términos de psi­ cología y no de semiótica, que el narrador “ignora” él mismo lo que cuenta— puede ser asumida, en el caso de la literatura escrita, por el autor-sujeto de la narración. El análisis de la fábula impe­ rial, hecho p o r M. N^jgaard ha mostrado cómo la introducción de la “m oraleja” , de un;i secuencia interpretativa del contenido, puede dar lugar a la aparición de un género literario nuevo. Las anotaciones introducidas por I. Calvíno y por otros participantes en las discusiones que han seguido a esta exposición, han desvelado la existencia de una significación profunda de la fábula en cuanto tal, sin consideración a su m oralidad explicitada, esta moralidad sobreañadida puede ser incluso, yo no diría que falsa — todas las moralejas son buenas y verdaderas— , sino diferentes de la conte­ nida en la fábula misma. Otros ejemplos pueden ilustrar la constitución de los géneros de literatura escrita a.partir de la literatura ora). Es el mismo pro­ cedimiento de cxplicitación de los contenidos abstractos utilizado por Perrault, cuando añade a los cuentos populares rehechos, las ■"moralejas” versificadas. La máxima, por el contrario, sí se la puede

considerar que es la transposición escrita del proverbio definido como una estructura con cuatro términos, abandona la isotopía figurativa ilcl proverbio para no retener más que el nivel de la significación que se auto-afirma como profunda. Finalmente, puede decirse, desde el punto de vista estructural, que el paso de la literatura oral a la literatura escrita está m arcada por la introducción del sujeto de la narración en el texto. La dis­ tinción, aún más clara en la semiótica musical, entre la obra y su ejecución, y que caracteriza en parte a la literatura oral, se en­ cuentra abolida; el sujeto de la narración se introduce en el texto, lo invade casi por entero, desarrollando, como es en el caso de la literatura denom inada postm oderna, las estructuras de la enun­ ciación que se superponen a las del enunciado mensaje — comunes a las dos clases de literatura, orai y escrita— , intentando incluso, en los casos extremos, la abolición del relato en tanto que tal. Tales nuevas estructuras, aunque no entran en el marco de nuestras pre­ ocupaciones actuales, deben, sin em bargo, ser tomadas en consi­ deración e integradas en la teoría general de la narratividad. i

Yo estoy , dispuesto a aceptar la tesis de Arco Silvio Avalle, según la cual hay un umbral de complejidad cuantitativa de la com binatoria, um bral que es necesario traspasar pasando de la li­ teratura oral a la literatura escrita. M e parece, sin embargo, que se puede reconocer igualmente allí diferencias estructurales cuali­ tativas: una de ellas sería justamente la introducción, produciendo un inflamiento casi barroco del texto, del tenia de la narración. Se aprecia, ciertam ente, en estos últimos tiempos, despuntar el in­ terés de los especialistas del folklore por el contexto lingüístico de la narración (yo pienso, especialmente, en la obra que nuestro colega de los Angeles, el profesor George, prepara sobre este tema), tratando de valorizarlo a expensas del texto mismo: fenó­ meno que n»e parece representativo de la interpenetración cada vez más fuerte de los estudios literarios y folklóricos. Está lejos de mi intención el negar el interés de tales investigaciones. Sin em­ bargo, me parece difícil, a primera vista, identificar la estructura del narrador étnico, incluso integrándolo en el conjunto del contexto situaeional, con el sujeto de la narración literaria m oderna.

5. 5.1.

L A PRO BLEM ATIC A DE LOS G E N E R O S

E stru cturas

y

g én er o s

El úlLimo problema es el de la distinción entre las estructuras y los géneros. ¿Qué pensar de esta dicotomía? N o llego a decidirme entre dos actitudes que me parecen igualm ente sabias. La primera, la de Pierre Maranda, consiste en decir que el concepto de género no es del todo pertinente para las investigaciones estructurales. La ¿ifirniación me parece verdadera, pero es igualmente una solución fácil. Lu segunda actitud está resumida por George D um ézil cuando dice, bajo una forma

paradójica, haberse pasado toda su vida

tratando de com prender la diferencia entre el mito y ci cuento y todavía no lo ha conseguido. Se trata, decimos, de una impotencia provisional» de una afirmación de la dificultad — y no de la im posi­ bilidad— de la solución. Es evidente que estas notas conclusivas no pueden pretender aportar una solución al problema a la vez com plejo e irritante — porque no se deja circunscribir—

de los géneros literarios. Lo

más que puede hacerse aquí es tratar de reunir y clasificar provi­ sionalm ente las observaciones extraídas de las com unicaciones y de las discusiones habidas en el conjunto del Sim posion. Sü puede, por ejemplo, partir del postulado de que todos los relatos, sean cu ales sean, ob ed ecen a las reglas de una gramática narrativa, que produce, bajo la forma de textos, objetos narrativos, Puede decirse, lu ego, que estos objetos, productos de una com bi­ natoria de reglas, no son totalm ente uniformes, sino que se dis­ tribuyen en clases y subclases, a raíz de la introducción progresiva de restricciones cada vez más apremiantes, y aparecen finalmente bajo la forma de un amplio inventario de formas can ón icas en las que se manifiesta la narraiividad. Si se denomina géneros* a estos objetos narrativos construidos según las formas canónicas, se ve los géneros, en lam o que términos últimos de una arborescen­ cia de íc e la s restrictivas, resultan de una clasificación de carácter jerárquico que com prende, rem ontándose hacia la cima, clases de géneros cada vez más generales. que

Importa poco el que la clasificación de los géneros, así conce­ bida, sea im posible de realizar en la actualidad: la hipótesis pro­ puesta permite al menos esbozar una clasificación provisional tic

los criterioSfde clasificación que hem os hallado en nuestros debates. I.

N o pudiendo ser establecida la definición de un genero na­

da más que a partir de las propiedades manifestadas en una clase de textos dados, es en principio la presencia o la ausencia de las propiedades narrativas de carácter estructural la üuc puede servir de criterio para la clasificación. A sí, retomando lo que ha sido dicho, se dislinguivún los relatos-enunciados, que no comportan más que estructuras narrativas que organizan el dicho del narra­ dor, en oposición a los relatos-enunciados y a las enunciaciones, donde las estructuras narrativas se hallan desdobladas y articulan paralelamente el dicho y el decir