Saber, historia y discurso

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Michel Foucault

Saber, historia y discurso

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l ibr o s

Foucault, Michel Saber, historia y discurso / Michel Foucault ; con prólogo de Georges Canguilhem. - la ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Prometeo Libros, 2015.

152 p.; 2lxl5 cm. Traducido por: Raúl Carioli ISBN 978-987-5 74-695-4

l. Filosofia. 2. Antropología. l. Canguilhem, Georges, prolog. ll. Carioli, Raúl, trad. Ill. Título CDD 190

Cuidado de la edición: Micaela Magni Armádo: María Victoria Ramírez Corrección: Marina Rapetti

©De esta edición, Prometeo Libros, 2015 Pringles 521 (Cl 183AEI), Buenos·Aires, Argentina Tel.: (54-11) 4862-6794

/ Fax:

(54-11) 4864-3297

[email protected] www.prometeoeditorial.com Hecho el depósito que marca la Ley 11. 723 Prohibida su reproducción total o parcial Derechos reservados

índice l. Nota Preliminar

Un positivista desesperado : Michel Foucault

Sylvie Le Bon 2.

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Prólogo

¿Muerte del hombre o agotamiento del cogito?

Georges Canguilhem . 3.

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Preguntas a Michel Foucault

Círculo de Epistemología de la Escuela Normal Superior (París) . . . 53 4. Respuesta al Círculo de Epistemología

Michel Foucault . . . .

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5.

Coloquio sobre Las palabras y las cosas, d e Michel Foucaul t

B.

Balan, G. Dulac, G. Marcy,].-P. Ponthus,j. Proust,]. Stefanini, E. Verley

6.

Anexo

Carta de Michel Foucault sobre el coloquio

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l. Nota Preliminar Un positivista desesperado:

Michel F oucault Sylvie Le Bon ¿ Cómo suprimir la historia? Para este problema imposible , Michel Foucault propone una solución desesperada : no pensar en la historia. Excluirla , si no de lo real, por lo menos del saber. Es el propósito de su libro Las palabras y las cosas, y para sostenerlo el au tor no retrocede ante ningún sacrificio . Sacrificar a sus predecesores, la honestidad e incluso su objeto de estudio , es cosa fácil . Pero , Foucault va más lej os y sacrifica su propia obra , prefiriendo exponerla a la muerte por inin­ teligibilidad antes que abandonar su postulado posi tivista . Aparente­ mente , Las palabras y las cosas analiza la transformación de las ideas, de las ciencias , desde el Renacimiento hasta nuestros días . Pero , tras esta empresa epistemológica que él reivindica con complacencia , es una filosofía lo que quiere referirnos . Desde luego , la predilección por una reflexión sobre las ciencias no es indiferente; está ligada , funda­ mentalmente , a la voluntad positivista de esta filosofía . Consideremos , pues, la obra, como el todo que pre tende ser. Las palabras y las cosas realiza la arqueología de las ciencias hu­ manas. En Foucault, el término no sorprende . Ya su estudio sobre El nacimiento de la clínica se presentaba como "una arqueología de la m irada médica". De un libro a otro el mismo vocablo y la misma in ten ción: restituir en su verdad los pensamientos de una cultura , pas ada o presente .

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En esto , la tradicional historia de las ideas ha fracasado radical­ mente . ¿Qué hace esa historia? Describir campechanamente lo que ·descubre al seguir el hilo de la progresión temporal . Esto , objeta Foucault, es confundir la aparición de las dispersas ruinas de un templo con el templo mismo . Y, ríe de esta insuficiencia y de esta in­ genuidad . Allí está la enemiga mortal de la arqueología , esa confusión que constituye el principio de ta doxología. Su ámbito , la opinión , es incompatible con el ámbito de aquella, la episteme. El arqueólogo se consagrará a la reconstitución de la episteme de una época porque esta goza de una primacía de derecho: ella es la que permite la existencia misma del conj unto incoherente de las opiniones contemporáneas. Creer lo contrario, como hace el doxólogo, creer que de la infatigable confrontación de las opiniones surgirá la unidad inteligible , es invertir el orden de las causas y de los efectos, es cometer una falta de lógica . Es necesario descender profundamente baj o el nivel doxológico para volver a encontrar el "basamento" arqueológico que representa sus condiciones de posibilidad . Sea , por ej emplo, la ciencia del ser vivo . La doxología sostiene frecuentemente que nació del fracaso del mecanicismo cartesiano . Pre tende , por consiguiente, describir su historia a partir de este acontecimiento anecdótico. Su paciente investigación enumerará por una parte las influencias recíprocas, las de los hombres y las de los métodos (cuando un modelo obtiene buenos resultados en un dominio del saber se tiende a extenderlo a los dominios vecinos , o a traspo­ nerlo) , restituyendo las elecciones efectuadas según los individuos , los medios , los grupos sociales. Por otra parte , hará un inventario de la multiplicidad de temas , deba tes, pasiones, "grandes intuiciones" que dividieron a la opinión en el curso del período en cuestión . Para concluir, bau tizará a este entrelazamiento "historia de la biología en el siglo xvm", sin advertir que en el siglo xvm la biología no podía existir porque "la vida misma no existía " . Ese método , para Foucault, s e apoya e n un supuesto ruinoso : la creencia de que una ciencia puede nacer de otra , es decir que es po­ sible una explicación histórica de la his toria de las ciencias, legítima y fecun�a . Ciertamente, hay ecos comprobados entre los diferentes 10

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momentos de una ciencia como la biología , pero señalar aquello que una ciencia ha aportado como novedad en relación con su pasado no es nunca captar su positividad. Pues la novedad aparecida en el tiempo no podría dar cuenta de aquello que la hizo legítimamente posible. " Es posible , aunque habría que examinarlo , que una ciencia nazca de otra; pero nunca una ciencia puede nacer de la ausencia de otra , ni del fracaso, o del obstáculo encontrado por otra " . O sea que, la continuidad de una problemática que uniría el mecanicismo carte­ siano con la biología tal como se la entiende actualmente no existe. Al postularla , la doxología se ve llevada a una lec tura retrospectiva ; y aplica brutalmente categorías , como la de la vida, que son anacrónicas respecto de los saberes anteriores que analiza. Si es ocioso pensar que las ciencias se engendran unas a otras, aún más ocioso es tratar de discernir la relación histórica de las opciones teóricas con los intereses de clase. Tal vez los fisiócratas representaban a los terratenientes, y los "utilitaristas" a los comerciantes y empre­ sarios. Pero , "si la pertenencia a un grupo social puede explicar la elección individual de un sistema de pensamiento en vez de otro , la condición para que ese sistema haya sido pensado no reside nunca en la existencia de ese grupo " . Creer que un pensamiento expresa la ideología de una clase es una "necedad" . Uno se pregunta, leyendo esto , qué sentido puede tener la aprobación que da Foucault a los trabajos marxistas de Althusser. Para Foucault, la primera condición para analizar rigurosamente un saber es no tener en cuenta ni los personaj es ni su historia. Así como no son fenómenos de herencia o de tradición , los conocimientos tampoco son fenómenos sociales; en una palabra : ellos no se transforman. Por ello , Foucault desprecia la doxología . Consagrada al devenir platónico de las opiniones, que no es sino una agitación supe rficial, ella carece , por su propia naturaleza , de la plenitud inmóvil de la realidad profunda. Cuanto más se perfeccione, más lej os estará de su objetivo , pues la diferencia entre doxología y arqueología no reside en la extensión de los conocimientos sino en el nivel en que se emprende la investigación. Kant se interrogaba sobre lo que hacía posible nuestro conocimiento en general. Foucault quiere

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interrogarse sobre lo que hace posible los saberes singulares propios de una época . La arqueología será esta interrogación. Examinémosla mej or. La diversidad cambiante de las opiniones, sus espectaculares contradicciones , no son más que una ilusión: un efecto de superficie. En una época determinada , en el nivel arqueológico de la episteme; nunca hay más que un saber único que las hace posibles a todas al mismo tiempo . Foucault llama a esta disposición fundamental del saber, un a priori histórico. La aproximación paradój ica de las dos palabras tiende, en su intención , a trastornar nuestras categorías es­ tablecidas, a conmover nuestras certezas familiares , del mismo modo que la asombrosa clasificación china imaginada por Borges (y citada en el prefacio) desencadenó en él, con la risa, la toma de conciencia de los límites de nuestro pensamiento y finalmente el proyecto de escribir Las palabras y las cosas. ¿Qué significa, pues, este concepto deliberadamente contradictorio? Todas las búsquedas, todos los de­ bates de opinión en su singularidad y sus divergencias, descansan en un a priori histórico, basamento epistemológico que comprende en sí mismo , en estado de virtualidades predeterminadas, la totalidad de los efectos visibles que la doxología, ingenuamente , toma por realidades definitivas . Pero , sin el a priori histórico no existirían, salvo que se admita que existen efectos sin causa. " Este a priori no está constituido por un grupo de problemas constantes que los fenómenos concretos planteen sin cesar como otros tantos enigmas para la curiosidad de los hombres ; tampoco está formado por un cierto estado de los cono­ cimientos , sedimentado en el curso de las edades precedentes y que sirve de suelo a los progresos más o menos desiguales o rápidos de la racionalidad; tampoco está determinado , sin duda alguna, por lo que llamamos la mentalidad o los "marcos del pensamiento" de una época dada , si con ello debe entenderse el perfil histó rico de los intereses especulativos, de las credulidades o de las grandes opciones teóricas. Este a priori es lo que, en una época dada, recorta un campo posible del saber dentro de la experiencia, define el modo de ser de los objetos que aparecen en él, o torga poder teórico a la mirada co tidiana y define las condiciones en las que puede sustentarse un discurso , reconocido como verdadero , sobre las cosas" (pág. 158) . De este modo, la his12

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toria, es decir esa sucesión de anécdotas llamadas acontecimientos históricos, aparece como el reflejo confuso de acontecimientos más profundos que son, "más acá de toda cronología establecida" , los acon­ tecimientos arqueológicos en su necesidad . La episteme de una época ser�. pues.Ja totalidad ahistórica de condiciones que hace posible y necesaria a la historia como epifenómeno . La historia de las ideas, pero también la de las prácticas . En efecto , "si pueden oponerse la práctica y la especulación pura, de cualquier manera, ambas reposan sobre un único e idéntico saber fundamental (. . . ) En una cultura y en un momento dados, solo hay siempre una episteme, que define las condiciones de posibilidad de todo saber, sea que se manifieste en una teona o que quede silenciosamente investida en una práctica. La reforma monetaria prescrita por los Estados generales de 1 575, las medidas mercantilistas o la experiencia de Law y su liquidación tienen la misma base arqueológica que las teorías de Davanzatti , de Boute­ roune, de Petty o de Cantillon" (pág. 166). Las prácticas históricas dependen de la episteme del mismo modo que las teorías científicas. Esta es una consecuencia obligada para Foucault; si no la admitiera, se vería llevado a considerar, como la abominada doxología , lo que los saberes de una época deben a las prácticas históricosociales de esa misma época, algo que él no quiere aceptar. Estas prácticas, por lo tanto , están adheridas directamente al basamento epistemológico por una relación de dependencia unívoca . La expresión "a priori histórico" no debe pues despistamos. Si es histórico, lo es en el sentido en que el a priori permite la historia . Ambos términos no tienen el mismo peso ; el término decisivo es "a priori " . Ahistórico en todos sus aspectos , el a priori histórico es sistema. Pues , como nos afirma Foucault, en toda cultura hay "la experiencia desnuda del orden y de sus modos de ser" . El arqueólogo se limita a comprobar este hecho bru to de que hay orden, cierto orden mudo al que él quiere hacer hab�r. Cuando trata de restituir su necesidad interna , nunca se encuentra con un devenir sino con un "hay" , es decir, con una red de positividades. El a priori se da siempre como algo ya constituido , como el basamen�o positivo de los conocimientos, y su análisis no depende de la historia de las ideas o de las ciencias. De ningún modo se trata , y Foucault nos 13

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previene, de hacer una historia en el sentido tradicional de la palabra, ya que la única " historia" restituida aquí es la de las condiciones de posibilidad de los conocimientos, es decir de modalidades ahistóricas por esencia. Tampoco podría haber en ella progresión, porque un a

priori histórico o más bien arqueológico -esta configuración general de los saberes que se estudiará- se da desde el comienzo en su forma definitiva, acabada , to talizada . Que una ciencia , o varias, se desarrollen sobre su fundamento , que logren buenos resultados o que fracasen , estos incidentes superficiales no modificarán un ápice del sistema , cerrado desde siempre . Así es, así será y así ha sido siempre: esa es la

episteme. Un "espacio de saber" que fue dispuesto de una vez , y que , s i desaparece, lo hará igualmente d e u n a vez. No s e puede agregarle nada, ni tampoco qui tarle nada ; solo el sistema en su to talidad puede desplomarse . La arqueología de Michel Foucault es, en su principio IJlismo, un positivismo . jamás le preocupa explicar una progresión, una evolución, es decir, una historia, ya que esta no existe en el nivel en que se ubica la arqueología. Esta quiere describir un orden regido por leyes, un orden de cosas que está allí, o más bien una sucesión de órdenes de cosas, estáticos , cristalizado cada uno en la necesidad de su red de positividades e ignorando tanto a su antecesor como a su sucesor. "La arqueología se dirige al espacio general del saber, a sus configuraciones y al modo de ser de las cosas que aparecen en él, define sistemas de simultaneidad así como la serie de las mu taciones necesarias y suficientes para circunscribir el u mbral de una nueva positividad" . El orden reina; en él, todo enlace es conexión , toda co­ rrelación ley. Nada ocurre , nunca . Para el arqueólogo , la historia no es jamás un ámbito de nacimiento y de transformación; "el tiempo es para el lenguaj e su modo interno de análisis, no su lugar de naci­ miento " . En consecuencia , se recorrerá el tiempo por etapas sucesivas, según recortes simultáneos que no son sino las diversas epistemes. Con lógica, concluye Foucault: "la historia del saber solo puede ser hecha a partir de lo que es contemporáneo de él" . El desarrollo temporal es reconducido a un despliegue espacial. Así, la historia de las ideas y de las ciencias, desde el Renacimiento hasta nuestros días, es reducida por Foucault a la descripción de tres etapas, tres órdenes, al despliegue 14

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de tres espacios epistemológicos o también al análisis de tres a priori históricos, que dan cuenta suficientemente de la abundancia anárquica en apariencia de los múltiples saberes. Hasta fines del siglo xv1, la Semejanza organiza la configuración general del pensamiento . El saber es saber de las similitudes . Cuatro figuras principales la aniculan: la conveniencia y sus proximidades, la emulación y sus ecos, la analogía y sus encadenamientos , la simpa tía y sus atracciones . La semejanza es la forma invisible que , desde el fondo del mundo , hace visibles a las cosas . Esta forma se manifiesta a través del sistema de los signos -grafismos, jeroglíficos, cifras, blasones- que cubren el mundo . Saber es, pues, descifrar. Buscar la ley de los signos es descubrir similitudes naturales. Por eso , el saber del siglo xv1 se sitúa entre una hermenéutica y una semiología ; las palabras y las cosas se reúnen en la forma de la similitud. El lenguaj e , escritura de las cosas, prosa del mundo , es él mismo una cosa de la naturaleza . Dentro de este sistema tiene su lugar la categoría del microcosmos , cuya im­ portancia fue exagerada desmedidamente por los historiadores de las ideas. En el nivel de un tradicional estudio de opiniones, esta noción parece esencial , porque es una de las más frecuentemente formuladas . Pero , en el nivel arqueológico , es decir en el nivel de sus condiciones de posibilidad , las relaciones del microcosmos y del macrocosmos no son primeras; aparecen como un simple efecto de superficie . Derivan de una necesidad íntima del saber en el siglo xv1. "En una episteme en la que signos y similitudes se enroscan recíprocamente en una voluta que carece de fin, era necesario que se pensara en la relación entre microcosmos y macrocosmos como garantía de este saber y término de su efusión " (pág- 40) . Este juego complejo desaparece bruscamente a fines del Renaci­ miento . Se produce una inmensa reorganización de la cultura, que sustituye el sistema del Signo por el sistema de la Representación . Esta nueva disposición de la episteme corresponde al período clásico (siglos xv11 y xvm). Por una ruptura esencial en el espacio del saber occidental , ya no será cuestión de simili tudes, sino de identidades y de diferencias. El pensamiento clásico obedece a una disposición a priori, necesaria y única: en él la palabra ya no es el comentario infini to de 15

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un texto primi tivo inscrito en las cosas, sino un sistema artificial de signos arbitrarios, ligado a una teoría general de la Representación. Por eso , predomina el afán de elaborar una lengua bien hecha, de análisis y combinación, una lengua de los cálculos. En el nivel de la doxología , esto podrja verse como un entrecruzamiento de influen­ cias individuales; asignándose escrupulosamente lo que corresponde a Hobbes, a Berkeley, a Condillac , a Leibniz , a los Ideólogos. Se hace historia de la filosofía . En el nivel arqueológico, lo que ha hecho posible la episteme clásica es la disociación del signo y de la semej anza , que tuvo lugar a comienzos del siglo xv11. Ella permitió la aparición de las figuras nuevas del saber: el análisis, la probabilidad, la combinatoria, la lengua universal, "no como temas sucesivos que se engendran o se impulsan unos a otros, sino como una red única de necesidades" . La

episteme clásica es una ciencia general del Orden que puede definirse como el sistema articulado de una mathesis -orden de las naturalezas simples-, una taxonomía -orden de las naturalezas complejas-- y un análisis genético-orden de constitución de los órdenes-. Nuevamente , hay que señalar que los diferentes saberes no han aparecido al plan­ tearse un nuevo problema al que los antiguos no podrían responder, sino porque la episteme ha dispuesto de una vez , en el siglo xv11, un espacio de saber en cuadro , con sus caminos necesarios que luego no cesó de recorrer. "Se advierte la huella de este recorrido en la superficie histórica de los temas, los debates, los problemas y las preferencias de la opinión" . Foucault vuelve a encontrar en tres dominios empíricos, la Gramática general, la Historia natural y el Análisis de las riquezas -es decir, en las teorías del lenguaje, de la clasificación de los seres y de la moneda-, la unidad implícita pero inevitable de la red arqueológica. Todos los saberes clásicos remiten a su basamento fundamental : una teoría general de los signos y de la representación. A fines del siglo xvm, una nueva conmoción sustituye la episteme clásica por otra , que es aún la nuestra . Esta ruptura profunda nos se­ para para siempre del Orden clásico . En el siglo x1x , el espacio general del saber ya no es el de las identidades y las diferencias , sino el de las analogías y las sucesiones . Es la edad de la Historia. "Esta Historia impondrá progresivamente sus leyes al análisis de la producción, al 16

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de los seres organizados, al de los grupos lingüísticos. La Historia da

lugar a las organizaciones analógicas, así como el Orden había abierto el camino de las identidades y de las diferencias sucesivas". En el sistema moderno , la historia es el modo de ser de todo lo que se nos da en la experiencia , es "lo imperfilable de nuestro pensamiento " . Este espacio renovado ha permitido el nacimiento de los saberes que nos resultan familiares: filología , biología , economía política. Lenguaj e , vida , pro­ ducción, constituyen las nuevas positividades estudiadas por Bopp , Cuvier, Ricardo. Estas no se definieron porque en el siglo anterior un progreso de la racionalidad, añadido al feliz descubrimiento de nuevos temas culturales, nos hizo salir de la edad prehistórica -explicación doxológica que no puede conformarnos-. Fue un acontecimiento fun­ damental, radical , de la cultura occidental el que a comienzos del siglo x1x desbarató la positividad del saber clásico y constituyó otra nueva , que aún nos envuelve . Para Foucault, la constitución de las ciencias positivas , la aparición de la literatura sobre la literatura , el repliegue de la filosofía sobre su propio devenir, la emergencia de la historia, son otros tantos signos de ese acontecimiento fundamental , que en todas partes fue del mismo tipo. Acontecimiento que , en el nivel en que los conocimientos se arraigan en su positividad, concierne a la relación de la representación con lo representado. Las cosas y las representaciones se separan y dejan de tener un espacio de orden común; el ser mismo de lo representado cae fuera de la representación. En la episteme moderna aparece necesariamente la posibilidad de una filosofía trascendental, justamente porque la síntesis de las representaciones ya no puede confiarse al espacio mismo de las representaciones. Pero , la novedad más espectacular de esta episteme es que permite al hombre en trar, por primera vez , en el campo del saber occidental. El ho mbre es " una invención reciente , una figura que no tiene dos siglos, un simple pliegue de nuestro saber (. .. ) desaparecerá apenas este saber haya encontrado una forma nueva " . El conoc imiento del hombre no corresponde de ningún modo a la búsqueda más antigua, sino a "cierto desgarrón en el orden de las cosas , a una configuración dibuj ada por la nueva disposición que adoptó recientemente en el saber" . En e fecto , en el pensamiento clásico , simbolizado por "Las 17

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meninas" de Velázquez -extensamente descritas en el primer capítulo de Las palabras y las cosas-, no aparece el rey, es decir el hombre , el suj eto de la representación. "Antes de fines del siglo xvm , el hombre no existía " . La episteme clásica no tenían ninguna necesidad del hombre y hasta excluía absolutamente algo que fuera una ciencia del hombre. Es la episteme moderna la que suscitó esta "recientísima criatura" , obj eto para un saber y suj eto que conoce , al mismo tiempo que permitió -de acuerdo con su disposición singular- que la historia natural se con­ vierta en biología , el análisis de las riquezas en economía y la re flexión sobre el lenguaje en filología , y que aparecieran las ciencias humanas. El hombre , cuya aparición estuvo determinada por modifi caciones en el saber que superan su caso particular, solo es posible arqueológica­ mente cuando se hace posible una analítica de la finitud , es decir en la ed�d de la historia . La historia es el a priori histórico que sirve de suelo casi evidente a nuestro pensamiento y a las ciencias humanas. Pero , de ningún modo es una necesidad de todo saber. Foucault nos muestra necesidades internas a las episteme, situando la totalidad de estas en una contingencia radical. La redistribución general que provocó la existencia de la episteme moderna se disolverá; la edad del hombre , de la historia y de las ciencias humanas se hundirá a su vez en la noche del no saber. Ante ciertos signos , como el interés vital de nuestra época por la naturaleza del lenguaj e y las modalidades del inconsciente. Foucault cree presentir el perfil aún indistinto de otra edad epistemológica . Esto le complace, ya que actualmente la filosofía , confortablemente aloj ada en el hombre , ese pliegue, ha caído en el "sueño antropológico" . Así, pues, para nuestro arqueólogo el fin del hombre es la condición necesaria para un retomo del comienzo de la filosofía . "En nuestros días no se puede pensar sino en el vacío del hombre desaparecido " . La historia d e las ideas e s así l a yuxtaposición d e sistemas positivos heterogéneos. De acuerdo . Pero , un pensamiento sistémico solo se justifica por el rigor de sus encadenamientos internos. El arqueólogo rechaza las normas de la epistemología tradicional, pero por lo menos debe respetar sus propios postulados. Nada de esto ocurre. En este pensamiento del sistema , el sistema solo es posible cuando está en 18

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quiebra . Como a cada paso surgen las dificultades por la aplicación misma del método arqueológico , el método y el rigor resultan sacri­ fü:ados con desenfado . Es el primer acto de desesperación de este pensamiento positivista. Una episteme, nos repite Foucault, es un sistema de simultaneidad. Debe dar cuenta, sincrónicamente, de la convergencia de todos los sa­ beres de una época en la misma episteme. Debe hacernos comprender cómo el a priori histórico otorga su unidad a las ciencias que son su surgimiento , cómo un acontecimiento del mismo tipo se vuelve a en­ contrar en cada una de ellas a la vez . Para Foucaul t, la teoría clásica qe la representación permite las teorías contemporáneas del lenguaj e , d e l a clasificación y d e las riquezas; l a palabra , el carácter, l a moneda son esencialmente representaciones . Pero , hay otra explicación de la sincronía que se yuxtapone a esta . El cuadrilátero del lenguaje, que comprende las funciones de la proposición, de la articulación, de la designación y de la derivación, forma también la trama de los otros dos saberes empíricos . El orden de las riquezas y el orden de los seres naturales se ordenarían según los mismos modos de ser que el orden de las representaciones tal como se manifiesta en las palabras. " Para el pensamiento clásico, los sistemas de la historia natural y las teo­ rías de la moneda o del comercio tienen las mismas condiciones de posibilidad que el lenguaj e " . ¿ Qué debemos entender? ¿ Que las tres ciencias "expresan" a la vez una teoría general de la representación, o que la historia natural y el análisis de las riquezas reproducen en sí mismos las funciones esenciales del lenguaje? ¿ Cómo explica Foucault una armonía tan sorprendente? É l no da ninguna explicación que no sea puramente verbal : en el interior de una episteme, los saberes se "corresponden " . "El análisis de Condillac , de Galiani , de Graslin, de Destu tt corresponde a la teoría gramatical de la proposición" . "Se ve así que a la extensión taxonómica del carácter en el espacio simultáneo del cuadro corresponde la velocidad del movimiento monetario durante un tiempo definido " , etc . La teoría del precio corresponde al análisis de las raíces gramaticales y ambas corresponden al análisis del carácter en historia natural. Si Foucault no nos suministra pruebas, en cambio no nos ahorra las afirmaciones positivas: "se comprueba que el análi19

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sis de las riquezas obedece a la misma configuración que la historia natural y la gramática general" . Igualmente , en el saber moderno , la positividad simultánea de las ciencias de la vida, del lenguaje y de la economía está "en correspondencia" con la instauración de una filoso­ fía trascendental. Más aún : este juego de correspondencias se vuelve a encontrar de un sistema a otro , a pesar de una prohibición de principio. Ciertamente el gran cuadrilátero de la gramática general ha desapare­ cido con todo el resto a fines del siglo xvm , pero sus cuatro segmentos teóricos "mantienen cierta relación" con los del sistema actual , que son el análisis de la finitud, de la repetición empírico-trascendental) , de lo impensado y del origen. ¿ Por qué cuatro segmen tos y no tres o cinco? Esta "relación" parece totalmente arbitraria. Foucault, pues , no explica en ningún momento la articulación del sistema sincrónico . Para él no se trata de poner en juego influencias, por ej emplo . Una influencia es un proceso temporal , mientras que una epísteme no lo es; la epísteme,

como se vio, se da de una vez . Hay que resignarse entonces, ya que no se sale de la simple comprobación positivista , a aceptar milagrosas coincidencias, inexplicables correspondencias cuya explicación no se intenta . Sin embargo , un sistema que no se mantiene sino por oscuras correspondencias, ¿ no revela así su poca consistencia? En todo caso, Michel Foucault no es riguroso . En las escasas oportunidades en que intenta explicar la sincronía de los saberes, el arqueólogo se contradice. Mientras que la historia natural y la gramática general llegaron, bruscamente , a ser lo que fueron en la época clásica , el dominio de las riquezas -Foucault se ve obligado a aceptarlo- no dependía solamente de modalidades epistemológicas y se constituyó mucho más lentamente. Es porque estaba ligado a "toda una praxis, a todo un conjunto institucional (y) tenía un indice de viscosi­ dad histórica mucho más elevado" . Este vocabulario, incongruente en arqueología ( "praxis " , "índice de viscosidad histórica" ) , no indica que Foucault se desdice de su postulado positivista . Reconoce , por fuerza , que la teoría económica está ligada a una política , a una experiencia, a una actividad humana histórica, pero reduce esta irrupción de la historia a la adición de un "índice temporal " junto a sus coordenadas habituales. Esta expresión tiende a reducir fantásticamente la historia 20

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a ser solo una variable en el sistema . Hablar de "índice temporal" es reconocer la quiebra del sistema, súbitamente incapaz de explicarse a sí mismo con sus propios medios, como se había afirmado tan rotun­ damente . En el nivel de la arqueología , Foucault no puede encontrar la praxis , que por definición no corresponde al orden del sistema . Se ha contradicho , pues, inútilmente, ya que , después de recurrir a una noción doxológica -algo que se había prohibid�. la manipula de una manera que le impide aprovecharla . Un "índice temporal" no es la historia , ni tampoco una categoría arqueológica . No, Michel Foucault no es riguroso . Si la explicación sincrónica es un fracaso , si no comprendemos la organización interna del sistema, sin duda podremos entender diacró­

nicamente cómo se pasa de un sistema a otro. No la articulación, sino -para hablar como Foucault- por lo menos la derivación de los siste­ mas. Pero , aquí descubrimos una idea más oscura, si esto es posible , que la " teoría" de las correspondencias es la de las "mutaciones" . La evolución epistemológica aparece como una serie de discontinuidades. Entre sistema y sistema, hay ruptura. La aparición y la desaparición de los a priori históricos son bruscas, incomprensibles como una mu tación biológica. " ¿ Cómo un pensamiento puede escabullirse ante algo distinto de él? " , pregunta socarronamente Foucault. En efecto , él comprueba mutaciones: pasaj e sin transición del sistema de los Signos al sistema de las Representaciones y del sistema de las Representaciones al sistema de la Historia , pero no ofrece ningún medio de esclarecerlas. Sin duda , dice vacilante, estas mutaciones se abren sobre una "erosión del exterior" ; pero la expresión sugiere un parentesco del fenómeno con los grandes cataclismo naturales , incomprensibles en su brutali­ dad, y no una apertura del sistema sobre el mundo . Al llegar hasta el umbral de la edad de la historia , Foucault registra una discontinuidad "enigmática en su principio" . Renuncia a explicar la derivación de las positividades, una respecto de otras. "Para un arqueólogo del saber, esta abertura profunda en la napa de las continuidades, si bien debe anali­ zarse y minuciosamente , no puede explicarse ni tampoco recogerse en una palabra única " . Foucault transforma esta confesión de fracaso en reivindicación metodológica positivista . Le bastará describir "directa 21

M1cHEL FoucAULT

y positivamente ( . . . ) los sistemas singulares y los encadenamientos internos", y "acoger esas discontinuidades en el orden empírico, a la vez evidente y oscuro, en que se presentan" . Las positividades valdrán como signos, sacudidas, efectos de un inaccesible acontecimiento radi­ cal. Esto explica, pues, todo aquello imposible de explicar. Siguiendo la recomendación de Auguste Comte , Foucault renuncia a captar la causa de los fenómenos y se contenta con describir correlaciones re­ gulares que están ya ahí, dadas en la empirie. Ahora se comprende por qué el acontecimiento, en Foucault, nunca tiene más que una "verdad solitaria " . Separado de sus causas, rechazando sus fines, no es sino un puro hecho reducido a su positividad. Para respetar sus postulados arqueológicos, Foucault debe ubicarse siempre ante los saberes como ante hechos positivos. El sistema es, nunca deviene. "La arqueología debe recorrer el acontecimiento según su disposición manifiesta" ; es, ante todo, u n pensamiento del orden. N o hay que comprender un orden establecido, sino primeramente aceptarlo como tal, y a lo sumo describirlo. Diacrónicamente, pues, el arqueólogo arriba a una ininteligibilidad aun más grave que desde el punto de vista sincrónico . Situado ante un acontecimiento, el arqueólogo lo considera a la vez como "aparente enigma" -porque siempre puede reabsorberlo en el a priori histórico que lo hizo posible- y como "verdad solitaria" -porque cada hecho está separado de todos los demás por su mirada positiva-. La discontinuidad de los sistemas es inexplicable, no se ofrecen los medios para explicar por qué un sistema se disuelve súbitamente en el no saber, así como tampoco la manera de comprender cómo un no saber se convierte en saber. Se trata de dos tipos de accidente , eso es todo . Admitir aquí la palabra y la noción de mutación es capitular ante lo ininteligible. Entre las diversas co nfiguracio nes se elevan infranqueables barreras. En el interior de cada una de ellas, las barreras desaparecen providencial­ mente. El positivismo de Michel Foucault conduce a la falta de rigor sincrónico y a la incoherencia diacrónica: dos formas de ininteligibili­ dad. No se comprende ni la relación delos pensamientos entre sí, ni la relación de los sistemas entre si; ni el orden interno de sistema, ni sus aventuras externas. ¿Qué le queda por hacer, entonces , al positivismo 22

SABER, HISTORIA

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DISCURSO

arqueológico? Manipular arbitrariamente los saberes constituidos. Y, esto no excluye las contradicciones. Ya hemos señalado la que consis­ te en integrar subrepticiamente la historia con la explicación de una episteme ahistórica , a través de la utilización del "índice temporal" . La razón de esto era que e l sistema n o podía dar cuenta por sí mismo de una de sus emanaciones: la teoría de las riquezas. Ahora encon­ tramos una contradicción complementaria. Mientras que todo saber parti cular se define como el efecto superficial de una causa que es el a

priori histórico , existe por lo menos un saber que escapa a esta ley,

y basta pues para invalidarla. Ese saber que, según la confesión del propio Foucault, no participa de ninguna episteme caracterizada , es la historia , la ciencia histórica. É l sitúa, sin embargo , su aparición como tal a comienzos del siglo x1x, pero la historia no pertenece propiamente , como las ciencias humanas, a la episteme moderna. " En efecto, quizá no tiene un lugar entre las ciencias humanas ni al lado de ellas: es pro­ bable que mantenga con todas ellas una relación extraña, indefinida , imborrable y más fundamental de lo que sería una relación de vecindad en un espacio común" . La ciencia histórica hace estallar así los marcos rígidos del positivismo arqueológico. La contradicción anterior denun­ ciaba la ineficacia del sistema; esta hace dudar de su legitimidad . Al refluir sobre todo el pensamiento de Foucault, denuncia la fragilidad de esas redes epistemológicas, condiciones de posibilidad para saberes que solo se afi rman negándolas o desbordándolas, cuya aparición es ininteligible y su necesidad dudosa; denuncia la inconsistencia de una empresa presuntamente arqueológica que, para respetar su voluntad de positivismo , debe fundar su demostración en la oscuridad irracional de coincidencias y mutaciones , es decir, en una doble contingencia . Una crítica interna de la obra de Foucault muestra que este pasa por alto las exigencias lógicas de su método cuando se trata de salvar el positivismo fundamental de su pensamiento. Pero, estas deficiencias internas manifiestan, en nuestra opinión , la ilegitimidad del proyecto de Foucaul t. Sartre critica el empleo de la palabra "arqueología" para designar algo que no es más que una geología : el rescate de la serie de capas que forman nuestro suelo . Una arqueología , en cambio, buscaría las huellas de una civilización desaparecida en la medida en que son 23

MICHEL FOUCAULT

los resultados de una praxis cuyo desarrollo quiere restituir. Es muy cierto que lo que hace Foucault es una geología . Pero , lo esencial no es que haya bau tizado mal a su empresa, sino que esta es ilegítima. ¿ Existe el a priori histórico, esa capa primordial de nuestros saberes que Foucault quiere revelar? No lo creemos. Se trata de un artificio retrospectivo destinado a transformar el devenir histórico de las ideas y de los saberes en una yuxtaposición de necesidades intemporales. Foucault solo tiene sarcasmos para la doxología porque esta cede a las ilusiones retrospectivas; pero él mismo se hace pasible de. un repro­ che mucho más grave . Lo que llama "a priori histórico" no tiene otra existencia que aquella -adoptada- que le da, con gran esfuerzo, .una voluntad positivista, mucho más infiel a la verdad de las "positividades" que una simple ilusión retrospectiva. Foucault es aquí comparable a un etnólogo tiránico que no se limita a aplicar las categorías de su propia sociedad al desciframiento de una realidad social extraña que posea sus propias categorías -esto podría ser apenas una ligereza-, sino que pretenda además que la sociedad estudiada reconozca como propias esas categorías importadas. Por lo demás, las categorías que Foucault aplica a la época clásica , por ej emplo, no son solamente importadas; tampoco existen para nadie . Ni para los saberes pasados, que no se dirigieron a sí mismos la mirada de Foucault, ni para los saberes pre­ sentes, que pertenecen a otro sistema. El a pri ori histórico no es más que un artificio retrospectivo que debe su existencia a los saberes singulares que pretende hacer posibles. Es el producto laborioso de una inversión de la perspectiva histórica . Ese saber que permitiría los saberes, ese basamento epistemológico, en realidad está tomado de ellos. El sistema general de la representación no existe antes de la gramática general, la historia natural y el análisis de las riquezas que lo establecen . Son estos los que analizan poco a poco las identidades y las diferencias, y no el a pri ori el que les impone ese procedimiento . Antes de los trabajos de Buffon, Linneo o Adanson, no había en ninguna parte un basamento epistemológico ya constituido para garantizar la solidez de la hisforia natural que se constituía . No se trata de darle la razón a la doxología. Se trata de consignar que aquello que se empeña en describir Foucault no existe. El artificio es flagrante 24

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DISCURSO

cuando Foucault parece descubrir arqueológicamente la emergencia de un tema trascendental en la episteme moderna. Tanto la cosa como la palabra están tomadas de Kant, pero Foucault las presenta como deducidas de la lógica del sistema y del a priori histórico del siglo XIX, lo que le permite concluir con desenvoltura que "corresponden al descubrimiento de un campo trascendental , realizado por Kant" . Por una vez , la razón de la "correspondencia" es ostensible. Este pasaj e , p o r lo demás, e s notablemente dificultoso , y a que el descubrimiento del tema trascendental aparece como un modo de la vasta red arqueo­ lógica moderna que engloba a ese modo y al pensamiento de Kant, o bien confundido con el kantismo, única filosofía que permi tiría la constitución del suelo arqueológico. Ora , es el sistema el que permite a Kant, ora Kant quien permite el sistema, o más bien, en este último caso , el sistema no es sino Kant . Esta dificultad tiene una razón evi­ dente ; pretender presentar la filosofía de Kant como manifestación de un pensamiento a priori que no hubiera existido sin la filosofía de Kant es un procedimiento que no puede ofrecer mucha claridad. Este ej emplo particular desarrolla hasta ei absurdo la imposibilidad del proyecto arqueológico en general. Foucault describe a priori las condiciones de posibilidad de los saberes históricos, pero lo que en realidad hace es tomar de esos saberes los términos mismos de la descripción. Deduce las ciendas de un a priori epistemológico , pero el a priori es inducido a partir de los saberes . El famoso basamento epistemológico no existe , no es otra cosa que un fantasma lógico. Fou­ cault no trata de decir que en todas las épocas los hombres encuentran ante sí lo que está ya ahí, lo constituido , que deberán retomar en una práctica totalizadora. Lo constituido que describe es contemporáneo de los saberes que en realidad lo constituyen . Está formado por un conj unto de generalidades extraído de la historia efectiva de las ideas y proyectado retrospectivamente como destino del pensamiento del siglo XVI, del pensamiento clásico , del pensamiento moderno . Esta perspec tiva retrospectiva da como fin futuro de los saberes pasados lo que no era sino su presente, transforma en misión predeterminada las investigaciones actuales. Pero, este seudodestino que esperaba a las ciencias del siglo xvn , el que esperaría al pensamiento actual, no son 25

M1cHEL FoucAuLr

más que entes de razón. Los saberes se encuentran unificados arbi­ trariamente por una contemporaneidad de importación en el interior de un sistema ficticio ; toda influe ncia entre ellos, toda transferencia, toda inspiración están excluidas , porque el objetivo de Foucault es transformar la contingencia histórica en destino inflexible. La empresa arqueológica es la proyección, en un a priori histórico , de una reflexión a posteriori sobre las ciencias . Esta lógica retrospectiva , aplicada a la historia, reduce a esta a una suma de opiniones necesarias. Extraña aventura. Lo que la permite es la confusión , realizada a voluntad, entre las apariencias y las apariciones. La aparición de una ciencia no es para él más que una apariencia. Sartre ha mostrado que los "pensamientos" que pretenden haber superado el marxismo caen, en realidad, más acá del marxismo . A Foucault le convendría meditar en este mecanismo , al que él no escapa . Ha superado el saber contem­ poráneó y profe tiza una nueva época, la del "sistema" , en la que habrá desaparecido el hombre , esa ilusión de óptica. Pero , cae más acá de lo que nos enseñaron algunas ciencias sobre esa episteme agonizante. La fenomenología, en particular, denunció permanentemente la confusión siempre posible entre apariencia y aparición. Pero , más allá de la feno­ menología , es más acá de ella. Toda la tesis de Foucault se apoya en la distinción de un nivel superficial -el de las opiniones- y de un nivel profundo -el de la episteme-. Hay un nivel "aparente" de la doxología, y la verdad de un saber fundamental. "Es necesario reconstituir el sis­

tema general de pensamiento cuya red, en su positividad, hace posible un j uego de opiniones simultáneas y aparentemente contradictorias" . D e este modo , todas las ciencias -biología, filosofía, economía- son ilusiones que deben superarse hacia lo que encubren, así como la apa­ riencia debe abolirse para mostrar lo que aparece en ella . En realidad , no hay nada detrás d e esas apariencias; l o que s e nos aparece e s l o que es. Las apariciones históricas de las ciencias y de las opiniones solo se manifiestan a sí mismas ; no disimulan un saber cristalizado y oculto detrás de sus oposicio nes de superficie. Para Foucault, el pensamiento de Comte se opone aparentemente al pensamiento de Marx, y ambos se oponen a la reflexión fenomenológica. En realidad , según Foucault, descansan en el mismo suelo, una red apretada los liga "a pesar de las 26

SABER, HISTORIA Y DISCURSO

apariencias" en el nivel de las configuradones arqueológicas ; se nece­ sitan mutuamente. Esto implica distinguir una existencia de hecho y una existencia de derecho de las ciencias, puro artificio lógico. Si Marx se opone aparentemente a Comte , es porque se opone a él realmente. Nada garantiza esa unidad, postulada por Foucault, en la que todas las apariencias se reconciliarían . El objetivo de los artificios arqueológicos es eliminar la historia . Para este considerable proyecto, Foucault ha utilizado procedimientos radicales: 1 ) cristaliza el devenir; 2) lo hace necesario.

1) Habíamos visto que la arqueología aísla sistemas sucesivos y heterogéneos. La historia está detenida , o más bien nunca se puso en marcha. No hay, en rigor, acontecimientos en Las palabras y las cosas, aparte de esas bruscas convulsiones ininteligibles que sustituyen un sistema por otro : un cambio instantáneo de decorado. El desarrollo temporal está englobado en cada una de las diversas redes de positi­ vidad: "esta red es portadora de la historicidad del saber" . El a priori arqueológico contiene en estado virtual todos los debates de opinión , todos los problemas, todas las elecciones que tendrán lugar, todos los seudodescubrimientos que ocuparán una época. En realidad, no ocurrirá nada, salvo para un observador ingenuo. Las aparentes con­ tingencias desarrollan un orden preeestablecido de posibilidades. La historia no es sino la explicitación del sistema. Para arribar a este resultado , es preciso diseñar las configuraciones epistemológicas de modo que contengan, para cada época, todas las eventualidades posibles, es decir que el arqueólogo se situará necesa­ riamente en un nivel muy alto de generalidad . Solo puede tratarse de una generalidad abstracta: formas vacías pueden contener todo a la vez. Vimos que Marx y Comte estarían más próximos entre sí de lo que se cree. Es cierto que entre ellos se interpone "una diferencia derivada" , pero esta corresponde a l a doxología. "En el nivel profundo del saber occidental, el marxismo no introduj o ningún corte real" . La episteme lo acogió favorablemente porque lo había previsto. En alguna parte se esperaba al marxismo. El Marx así recuperado es un Marx relativizado. "El marxismo se encuentra en el pensamiento del siglo x1x como el pez en el agua, es decir que en cualquier otra parte deja de respirar" . 27

M1CHEL FoucAULT

Se comprende finalmente el sentido de los peligrosos cumplidos.que el arqueólogo Foucault dirige a los "valerosos esfuerzos" del marxista Althusser. Cuanto más se consagre Althusser a leer exactamente a Marx, más se hundirá, según Foucault, en ese sistema , en esa episteme única del siglo x1x , que , destinados a desaparecer, lo arrastrarán con ellos en su catástrofe final . Algo de lo que seguramente se alegrará un pen­ samiento tan refractario a la historia como el de Foucault. Marx es el producto de un sistema de la historia en el mismo carácter que Linneo era el producto de un sistema de la representación. Un saber no puede esperar subsistir cuando el sistema que lo sostenía se ha desplomado . Sin embargo , Foucault afirma que la historia ha ocupado el lugar del orden como a priori histórico de nuestro tiempo. ¿ Qué quiere decir esto ? ¿ Puede sostenerse que suprime la historia en el momento en que habla tanto de ella? En realidad, la mejor manera de suprimirla es hacer de ella el centro del sistema actual. Así, queda reducida a ser solo el principio organizador de un espacio epis�emológico . "La his­ toria da lugar" -nos dice- a los saberes actuales, y "en esto no es, sin duda , muy diferente al Orden clásico " . Nada diferente, en absoluto . Totalmente integrada al sistema, la historia está tan definitivamente cristalizada como un Orden. 2) Foucault, por otra parte, mata a la historia transformándola en desarrollo necesario. En efecto, lo que nos repite infatigablemente a lo largo de su libro es que el sistema es coactivo. Los conocimientos, los métodos, los conceptos, los tipos de análisis, las experiencias, las mentalidades y los hombres mismos se desplazan a merced de una red fundamental e inevitable. No son los escritos de Hobbes, de Berkeley y de Hume los que diseñan un espacio epistemológico , es la red única de necesidades la que ha hecho posibles esas individualidades provocadas que nosotros llamados Hobbes, Berkeley, Hume. Casi podría afirmarse que , para Foucault, Hobbes y Hume no eran necesarios para que exis­ tan las filosofías de Hobbes y de Hume , mientras que esas filosofías de Hobbes y de Hume eran necesarias para que aparecieran los individuos Hobbes y Hume. Además, las ciencias de la época no podían dejar de obedecer a los imperativos de la teoría de la representación; tampoco las ciencias y los saberes modernos -en particular las ciencias del 28

SABER, HISTORIA Y DISCURSO

hombre- pueden sustraerse a las exigencias del "sistema de la histo­ ria" . Los hombres solo pueden optar entre posibilidades estrictamente limitadas y preestablecidas. Su intervención solo tienen algún peso en esos "puntos de herejía" -esta denominación es significativa- que . separan dos direcciones necesarias del sistema. O sea que , Foucault efectúa la deducción de las obras y de los acontecimientos a partir de una estructura general, y también , no sin audacia, la deducción de las existencias individuales: Marx , Husserl, Freud. La existencia de Condillac se deduce de las estructuras epistemológicas clásicas y la de Marx de las estruc turas epistemológicas modernas. No es casual que Foucault tenga tanta predilección por expresiones del tipo de "algo así como una biología" , "algo así como el psicoanálisis es posible" , etc. Es preciso que finj a deducir ciencias que son , y l e inspiran, su deducción misma . De la estructura se deduce la historia . Esta no está solo englobada dentro de sistemas , como antes; los sistemas la requieren en cada uno de sus momentos, como una necesidad. " Era necesario que naciera una lógica simbólica , con Boole " . El sistema hace surgir los saberes, las existencias, las prácticas; obliga a los hombres a pensar según sus estructuras, que ellos actualizan creyendo descubrirlas. Por eso nunca hay, en rigor, invenciones en Las palabras y las cosas. "La ley cuantita­ tiva no fue inventada por Locke" ; no , surgió necesariamente por una articulación del sistema. Por último, el hombre mismo es requerido por cierto sistema particular: el nuestro. Evidentemente , en estas condicio­ nes no puede ser sino un "duplicado empírico-trascendental". Antes de él estaban constituidas, en virtud del sistema, las categorías de lo empírico y de lo trascendental en el interior de una to talidad cerrada. Cuando se entrecruzan, aparece un ligero espesor, una dilatación, una duplicación , un falso pliegue: el hombre . " En este pliegue, la función trascendental cubre con su red imperiosa el espacio inerte y gris de la empiricidad" . Una historia que no es más que la realización de una necesidad deja de ser historia. Es precisamente lo que quiere Foucault: no ver en el proceso temporal más que un encadenamiento de conexiones requeri­ das por estructuras determinantes. Estas seudonecesidades no impiden 29

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que la historia haga las estructuras tanto como las estructuras hacen la historia . Por eso , frecuentemente Foucault se siente incómodo en su exposición. "La teoría clásica de la moneda y de los precios -escribe- se elaboró a través de las experiencias históricas ( . . . ) " ; "Lamarck cerró la época de la historia natural y anticipó la de la biología" ; "a través de las obras de jussieu , de Vicq d'Azyr y de Lamarck (. .. ) " , etc. ¿Surgen pues novedades en las prácticas humanas? ¿Habría invenciones debidas a los individuos? ¿Se desplegaría un tema epistemológico, en el riesgo , a través de obras no garantizadas y de un tiempo libre ? Son problemas planteados por la lectura de Foucault a los que este solo responde con contradicciones y excusas. Esas contradicciones son el envés de su voluntad obstinada de atenerse a un positivismo inconsistente . ¿Qué región asignar, finalmente, a la arqueología? ¿La de las con­ ciencias? No, pues el sistema es siempre inconsciente , está siempre ya ahí, añtes que l os hombres sean conscientes de él, porque en él se aloja la conciencia y a partir de él se aplica. El hombre está siempre traspasado por una palabra anónima que lo supera y lo inviste . ¿ La de los saberes? No, pues toda obra es solo una espuma en la superficie del sistema inmóvil y coactivo . Debemos concluir que la arqueología no tiene objeto asignable. Mediante un puro artificio , Foucault le otorga un obj eto . Los sucesivos sistemas son enunciados arbitrariamente y no tienen otra finalidad que excluir toda epistemología en que la his­ toria real juegue un papel. Se la reduce, para aplicarle un tratamiento positivo , a la yuxtaposición de momentos estáticos. Encerrada en el recinto inflexible de los sistemas, la historia parece triunfar en el del siglo x1x: en realidad, está acorralada en él. O bien es el momento del caos, cuando , por una mutación oscura , el no saber estalla en saber y el saber se abisma en no saber. De todos modos, está liquidada como tal , pues nada deviene, nunca. Todo está en su sitio de una vez , todo cambia de una vez . Positivista , Foucault se coloca siempre en el mo­ mento en que ya pasó todo , aunque, por supuesto , mediante un hábil maquillaj e de la realidad, hace de modo que nunca se encuentre sino ante lo que está ya allí.

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2 . Prólo g o

¿Muerte del hombre o agotamiento del cogito ? Georges Canguilhem

Los dedos de una sola mano bastan para co ntar los filóso fos que reconocieron al Don Quijote de Cervantes la significación de un acon­ tecimiento filosófico. Son, que yo sepa , dos: Auguste Comte y Michel Foucault. Si hubiera escrito una historia de la locura -y pudo haberlo hecho-, Comte habría reservado en ella un lugar para Cervantes, pues más 'de una vez se refi rió a Don Quijote para definir a la locura como exceso de subjetividad y pasión de réplica a los desmentidos de la experiencia, por la incesante complicación de las interpretaciones que esta puede recibir. Sin embargo , más que Cervantes, fue Descartes a quien el autor real de la Historia de la locura encomendó que nos presentara la idea de la locura en la época clásica. Inversamente , en

Las palabras y las cosas, Cervantes y Don Quijote se ven honrados con cuatro páginas brillantes mientras que a Descartes solo se lo nombra dos o tres veces; el único texto cartesiano que se cita -algunas líneas de las Regulae- solo es mencionado en razón de la subordinación manifiesta de la noción de medida a la noción de orden en la idea de mathesis. También, posiblemente , en razón de la temprana utilización de las Regulae por la Logique de Port-Royal, promovida , como lógica de los signos y de la gramática , a la digniqad de ser uno de los libros principales del siglo xvu . Por este desplazamiento sorprendente de los lugares en que uno esperaría verlos citado s como testigos, Descartes

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M1cHEL FoucAULT

y Cervantes se hallan investidos de un poder de juicio o de crítica. Descartes es uno de los artesanos de la partición de normas que tuvo por efecto confinar a la locura en el espacio hospitalicio donde los psicopatólogos del siglo x1x la encontraron como objeto de saber. Cervantes es uno de los artesanos del desgarramiento que arrancó las palabras a la prosa del mundo y las hizo capaces de anudarse unas con otras en la cadena de los signos y en la trama de la representación. Las palabras y las cosas tienen su lugar de origen en un texto de Borges, apelan a Velásquez y a Cervantes para tomar de ellos las claves de lectura de los filósofos clásicos , el mismo año en que la circular de invitación al cuarto Congreso mundial de psiquiatría realizado en Madrid ostentaba la efigie de Don Quijote, el mismo año en que la exposición Picasso , en París , nos recordaba el enigma siempre actual del mensaje confiado al cuadro Las Meninas. Tomemos, pues, de He ñ ri Brulard el término "españolismo" para caracterizar el sesgo filosófico de Foucault. Para S tendhal, que en su j uventud detestaba a Racine y solo confiaba en Cervantes y en Ariosto , el españolismo era la aversión al sermón y a la vulgaridad. Ahora bien, a juzgar por las reprobaciones moralizadoras, la cólera y la indignación d espertadas en distintos sectores por la obra de Foucault, pareciera que esta obra apunta directamente -aunque no siempre voluntariamente- a ciertos espíritus tan vivaces ahora como en la época de la Restauración . Al parecer, ha pasado el tiempo en que Kant podía escribir que nada debe escapar a la crítica. En un siglo en que la religión y las leyes ya han dejado de oponer a la crítica, una su santidad y las otras su maj estad, ¿será en nombre de la filosofía que se proscribirá la impugnación del fundamen to que ciertos filósofos creen encontrar en la esencia o en la existencia del hombre ? Porque en las últimas páginas del libro el lugar del rey se convierte en el lugar del muerto , o por lo menos del moribundo , tan próximo de su fin como de su comienzo , o mejor de su " invención reciente " , porque se nos dice que "el hombre no es el problema más antiguo ni el más constante que se haya planteado el saber humano" (pág. 375) , ¿debemos perder la calma , como lo hicieron algunos que figuran entre las mej ores cabezas de ·hoy? Cuando se ha dej ado de vivir según la rutina universitaria , ¿ hay que comportarse 32

SABER, HISTORIA Y DISCURSO

como un catedrático malhumorado por la inminencia de su relevo? ¿Veremos constituirse una Liga de los derechos del Hombre a ser el sujeto y el objeto de la filosofía, bajo la divisa: "Humanistas de todos los partidos, ¡ uníos ! " ? Más que anatematizar lo que se llama , por amalgama sumaria , estructuralismo o método estructural, e interpretar el éxito de una obra como la prueba de su falta de originalidad , sería conveniente meditar en el siguiente hecho . En 1 943 , Georges Dumézil, en Servius et la Fortune, escribía que su problema se le había presentado "en la encrucijada de cuatro rastros" . Hoy se sabe , viendo la acogida que recibió en 1 967 La religion romaine archaique, que al encontrarse en la encrucij ada esos rastros se convirtieron en caminos. Caminos en los que los antiguos detractores del método de la encrucijada, los campeones de la historia romana histórica , quisieran hoy escoltar a Dumézil si su edad les permitiera tener tiempo y fuerzas para ello . Trabaj os como los de Dumézil, Lévi-Strauss , Martinet, determinaron, sin premeditación , por triangulación virtual, el punto en que debía acudir un filósofo para justificar, comparando sin amalgamarlos, los trabajos y sus resultados. El éxito de Foucault puede pasar, rectamente, por el premio a la lucidez que le hizo advertir ese punto , para el que otros estuvieron ciegos. Hay un hecho notable. Casi todos los comentarios o reseñas sus­ citados hasta ahora por Las palabras y las cosas aíslan , en el subtítulo , el término "arqueología" juzgándolo -a veces con muy mala volun­ tad- al margen del bloque significativo que constituye la expresión

arqueologfa de las ciencias humanas. Procediendo así, es evidente que se pierde la tesis, en el sentido estricto del término , que presentan los dos últimos capítulos del libro . Para esta tesis todo se juega en tomo del lenguaj e , más exactamente en tomo de la situación del lenguaj e e n l a actualidad . E n e l siglo x1x, e l desplazamiento d e l a historia na­ tural por la biología y del análisis de las riqu.ezas por una teoría de la producción dieron como resultado la constitución de un objeto de investigaciones unificado : la vida o el trabajo. En cambio , la unidad de la antigua gramática general se disipó (pág. 296) sin ser sustitui­ da por una recuperación única y unificadora. El lenguaj e pasó a ser tratado por el filólogo y el lingüista , por el lógico simbólico, por el 33

MJCHEL FoucAULT

exégeta, en fin, por el escritor, el poeta. A fines del siglo XIX, cuando Nietzsche enseña que el sentido de las palabras debe remitir a quien lo da ( ¿ pero quién lo da? ) , Mallarmé se borra ·de su poema ( " La frase vuelve , virtual , desprendida de una caída anterior de pluma , ahora a través de la voz escuchada , hasta que por fin se articula sola y vive de su personalidad" 1 ) . Foucault considera que la pregunta tradicional: ¿ qué es pensar? , ha sido sustituida por la pregunta: ¿qué es hablar? Confiesa (pág. 299) que aún no puede responder si esta pregunta se plantea como un efecto de nuestro retraso en reconocer la pérdida de su actualidad , o si ella se anticipa a los conceptos fu turos que permitirán contestarla . En nuestros días , cuando tantos "pensadores" se precian de dar respuestas a preguntas cuya enunciación y pertinencia no han justificado , no es frecuente encontrar un hombre que necesi ta más de trescientas páginas para exponer una pregunta , encarar "quizá la reiniciación del trabaj o " y confesar: "Es verdad que no sé responder a estas preguntas ( . .. ) N i siquiera puedo adivinar si alguna vez podré responder a ellas o si algún día tendré razones para determinarme" (pág. 299) . En cuanto al concepto de arqueología, la mayor parte de los críticos importantes de Foucault no lo han retenido más que para impugnarlQ y sustituirlo por el de geología . Es cierto que Foucault adopta algunos términos del vocabulario de la geología y de la sismología, por ejemplo : erosión (pág. 57) , terreno y napa (pág. 2 1 3 ) , sacudida (pág. 2 1 3 ) , capa (pág. 2 1 6) . El final del prefacio parece extraído de un nuevo discurso sobre las revoluciones del globo: "restituimos a nuestro suelo silencioso e ingenuamente inmóvil sus rupturas, su inestabilidad , sus fallas; es él el que se inquieta de nuevo baj o nuestros pies" (pág. 1 0) . Pero , no es menos cierto que lo que Foucault trata de poner de manifiesto no es lo análogo a una capa de la corteza terrestre oculta a las miradas por un fenómeno natural de ruptura y hundimiento , sino una " desnivelación de la cultura occidental" , es decir, expresamente un "umbral " (pág. 9 ) . A pesar d e que la geografía y la ecología utilicen e l término "habitat" , el hombre habita una cultura y no un planeta . La geología conoce se1 " La penultiéme est morte" , en Divagations: le démon de l'analoge. Cf. sobre Mallarmé y el lenguaj e , Philippe Sollers: "Littérature et totalité " , Tel Quel 26.

34

SABER, HISTORIA

Y

DISCURSO

dimentos y la arqueología monumentos . Se comprende así fácilmente por qué quienes desprecian el método estructural (suponiendo que exista uno, hablando con propiedad) , para defender los derechos de la historia -dialéctica o no-, se obstinan en sustituir arqueología por geología . Es para sostener mejor su pretensión a representar el hu­ manismo. Hacer de Foucault una suerte de geólogo equivale a decir que naturaliza la cultura retirándola de la historia. El existencialismo puede entonces acusarlo de positivista , injuria suprema. Nos habíamos instalado en la dialéctica. Superábamos lo anterior (necesariamente , según algunos; libremente, según otros) , persuadidos de que al superarlo lo comprendíamos. Pero, he aquí que alguien viene a hablarnos de " rupturas esenciales" , a inquietarse por "no poder pen­ sar un pensamiento " en "la dirección por la que se escapa a si mismo" y solamente nos invita a "acoger estas discontinuidades en el orden empírico, a la vez evidente y oscuro , en el que se dan" (págs. 56-57) . Entre el siglo xvm y el x1x, así como entre el xv1 y el xv1 1 , el arqueó­ logo del saber descubre una " discontinuidad enigmática" (pág. 2 1 3) que solo puede calificar -sin pretender explicarla- como mutació n, acontecimiento radical (pág. 2 1 3 ) , acontecimiento fundamental (pág. 2 1 6) , desplazamiento ínfimo pero absolu tamente esencial (pág. 234) . los trabaj os anteriores de Foucault han dado dos ej emplos de esas discontinuidades , de esos acontecimientos radicales que transforman la percepción y la práctica humanas baj o la aparente permanencia de un discurso. la Historia de la locura situó el corte que se produce entre Montaigne y Descartes en la representación de la locura . El nacimiento

de la clínica situó el corte que se produce entre Pinel y Bichat en la representación de la enfermedad . Debemos, pues, averiguar las razones que impulsaron a los críticos -la mayoría de ellos, sin duda , de buena fe- a denunciar el riesgo que corre aquí la Historia. En un sentido , desde el punto de vista de la historicidad, ¿qué más podemos pedir a quien escribe : "modo de ser de todo lo que nos es dado en la experiencia , la Historia se convirtió así en lo inmoldeable de nuestro pensamiento " ? (pág. 2 1 5 ) . Pero , como esta emergencia de la historia, por una parte como discurso , por otra como modo de ser de la empiricidad , es considerada como el 35

M1cHEL FoucAULT

signo de una ruptura, nos vemos llevados a concluir que alguna otra ruptura -quizá ya en curso- nos hará extraño -y, ¿quién sabe ? , impen­ sable- el modo de pensar histórico. Al parecer, esta es precisamente la conclusión de Foucault: "al descubrir la ley del tiempo como límite externo de las ciencias humanas , la Historia muestra que todo lo que se ha pensado será pensado aun por un pensamiento que todavía no ha salido a luz" (pág. 36 1 ) . En todo caso , ¿por qué rechazar, por el mo­ mento, la cualidad de histórico a un discurso que describe la sucesión bruta, indeductible , imprevisible , de configuraciones conceptuales de sistemas de pensamiento? Porque tal disposición sucesiva excluye la idea de un progreso . "No se tratará de conocimientos descritos en su progreso hacia una objetividad en la que , al fin, podría reconocerse nuestra ciencia actual" (pág. 7) . En otras palabras: la Historia del siglo x1x

es el Progreso del

xvm

que sustituye al Orden del

xvn ,

pero esta

emergencia del Progreso no debe ser considerada , respecto de la His­ toria, como un progreso. Y, si el rostro del Hombre llegara a borrarse del saber "como en los límites del mar un rostro de arena" (pág. 375) , nada permite suponer que Foucault considere esta eventualidad como un retroceso . Aquí estamos frente a un explorador y no a un misionero de la cultura moderna . Es difícil ser el primero en dar un nombre a una cosa, o por lo menos, en demarcar la cosa para la que se propone un nombre. Por ese motivo no es inmediatamente transparente el concepto de epis­ teme, a cuya elucidación consagra Foucault su obra. Una cultura es un código de ordenamiento de la experiencia humana baj o una triple relación: lingüística , perceptiva , práctica; una ciencia o una filosofía son teoría o interpretación del orden. Pero , las segundas no se aplican directamente a la primera. Suponen la existencia de una red o de una configuración de formas de aprehensión de las producciones de la cultura que constituyen ya , en relación con esta cultura , un saber que está más acá de las ciencias o de las filosofías. Esta red es invariante y única en una época que se define , es decir se recorta , por referencia a ella. Su desconocimiento entraña , tanto en historia de las ideas como en historia de las ciencias, equívocos tan torpes como obstinados. Un ej emplo de ello es la historia de las ideas en el siglo xvn , tal como se 36

SABER, HISTORIA

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DISCURSO

la escribe ritualmente: "se puede decir también, si lo único que se tiene en la cabeza son conceptos ya hechos, que el siglo xv11 señala la desaparición de las viej as creencias supersticiosas o mágicas y, por fin, la entrada de la naturaleza en el orden científico. Pero , lo que se necesita apresar y tratar de restituir son las modificaciones que han alterado el saber mismo, en este nivel arcaico que hace posible los conocimientos y el modo de ser de lo que hay por saber" (pág. 6 1 ) . Estas modificaciones se resumen e n una retracción del lenguaj e en relación con el mundo. El lenguaj e ya no es, como en el Renacimiento , la signatura o la marca de las cosas. Ha pasado a ser el instrumento de manipulación, de movilización, de aproximación y de comparación de las cosas , el órgano de su composición en un cuadro universal de identidades y de diferencias, el dispensador y no el revelador del orden. La historia de las ideas y de las ciencias del siglo xv11 no po­ dría, pues, limitarse a ser la historia de la mecanización , y tampoco de la matematización, de los diferentes dominios empíricos. Por lo demás, al hablar de matematización se piensa siempre en la medición de las cosas. Pero , es su ordenamiento lo que deberíamos ver como primordial. ¿ Cómo comprender, de otro modo , la aparición, en una misma época, de teorías como la gramática general, la taxonomía de los naturalistas, el análisis de las riquezas? Todo se aclara, en cambio , y aparece la unidad clásica cuando se piensa que todos esos dominios "se constituyeron sobre el fondo de una posible ciencia del orden" y que "la puesta en orden por medio de signos constituye todos los saberes empíricos como saberes de la identidad y de la diferencia" (pág. 64) . Este fondo de ciencia posible es lo que Foucault llama episteme. No es ya el código primario de la cultura occidental, no es aún una ciencia como la óptica de Huygens o una filosofía como el sistema de Malebranche . Es aquello sin lo cual no podría imaginarse como posibles esa óptica o esa filosofía en su época y no tres cuartos de siglo antes. Es aquello sin lo cual no se podrían comprender los intentos de construir las ciencias como tipos de análisis que pueden llegar a los elementos de lo real y tipos de cál­ culos o combinaciones que pueden equipararse, por la composición reglada de los elementos, a la universalidad de la naturaleza. Cono37

MICHEL FoucAULT

cer la naturaleza no es ya descifrarla, sino representarla. Tanto para Descartes como para Leibniz , si la teoría física se da como intento de desciframiento , la certeza que engendra no es más que moral, fundada sobre la probabilidad de que la teoría verdadera sea el sistema de signos más completo, el más coherente , el más abierto a los complementos futuros . Hay que aceptarlo: no es Foucault quien escribió las últimas líneas de los Principios de la fi losofia, ni la carta de Leibniz a Conring del 19 de marzo de 1 678. Nos parece bastante difícil discu tir el hecho de que , al poner de manifiesto " la red arqueológica que da sus leyes al pensamiento clásico" (pág . 77), se renueva provechosamente la idea que nos hacíamos de los contornos cronológicos del período y de los parentescos o afinidades intelectuales en el campo de esta episteme. Pero , pens¡¡mos también que si esta indicación estimulante de reno­ vación llegara a suscitar estudios múltiples y detenidos con el fin de retomar de nuevo la doxología de la época clásica, podría conducir a matizar la tesis de Foucault según la cual la sucesión discontinua y au tónoma de las redes de enunciados fundamentales prohibe toda ambición de reconstitución del pasado superado . Leamos con atención la frase siguiente: " Sin duda porque el pen­ samiento clásico de la representación excluye el análisis de la signi­ ficación, nos cuesta tanto esfuerzo -a nosotros, que no pensamos los signos sino a partir de esta- el reconocer, a pesar de la evidencia, que la filosofía clásica, de Malebranche a la Ideología , fue , de un extremo a otro, una filosofía del signo" (pág. 72) . ¿A quién se presenta aquí la evidencia? Ciertamente no a nosotros, que nos cuesta tanto esfuerzo recono­ cerlo -aunque, digámoslo, no seamos totalmente incapaces de reco­ nocerlo-. La evidencia se presenta seguramente para Michel Foucault. Pero , entonces, aunque no sean transparentes una para la otra , la epis­ teme de una época y la historia de las ideas de esta época subtendida por la episteme de otra no son por completo recíprocamente extrañas. Si lo fueran , ¿ cómo comprender que hoy aparezca en un campo episte­ mológico sin precedente una obra como Las palabras y las cosas ? Quizá ya se ha hecho esta observación. Es inevitable que se la haga. Por lo demás , no es seguro que la paradoja que denuncia sea , realmente , una 38

SABER, HISTORIA

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DISCURSO

paradoja. Cuando Foucault retoma para el saber clásico (págs . 295296) la demostración de arqueología que ofreció en las páginas 63-77, invoca una " técnica lenta y laboriosa" que permitiría la reconstitución de una red ; reconoce que "es difícil reencontrar la manera en que pudo funcionar este conjunto" y declara que el pensamiento clásico dejó de ser " directamente accesible" para nosotros. Es decir que , aunque laboriosamente , lentamente , difícilmente , indirec tamente, podemos llegar, desde nuestras riberas epistémicas, sumergiéndonos , hasta una

episteme que ha naufragado . De modo que esta prohibición , dirigida a cierta historia , de levantar los siete sellos que cierran el libro del pasado , equivale tal vez a una invitación a elaborar otro tipo de historia : "Si la historia natural de Toumefort, de Linneo y de Buffon está relacio­ nada con algo que no sea ella misma , no lo está con la biología , con la anatomía comparada de Cuvier o con el evolucionismo de Darwin, sino con la gramática general de Bauzée, con el análisis de la moneda y de la riqueza tal como se encuentra en Law, Véron de Fortbonnais o Turgot" (pág. 8) . No sería un mérito menor de la obra de Foucault que su lectura insinuara en el corazón de la historia de las ciencias el miedo generalizado al anacronismo . Sin que lo advierta , el historia­ dor de la ciencia aplica a la ciencia que historia la idea de una verdad constituida progresivamente . Un ej emplo de buena conciencia en el anacronismo lo da la obra de Guyénot, Les sciences de la vie aux xvn y xvm siécles: l'idée d'évolution. A pesar de lo que dij eron casi todos los críticos de Foucault, el término "arqueología" dice muy bien lo que él quiere decir. Es la condición de otra historia, en la que el concepto de acontecimiento se mantenga , pero los acontecimientos se asignen a conceptos y no a hombres. También, esta historia deberá reconocer cortes, como toda historia, pero se tratará de cortes situados de otro modo. Hay pocos historiadores de la biología y aun menos historiadores de las ideas que no describan una continuidad de pensamiento entre Buffon o Maupertuis y Darwin, y que no acusen una discontinuidad entre Darwin y Cuvier, presentado a menudo como el genio malo de la biología a comienzos del siglo x1x. En cuanto a Foucault, sitúa la discontinuidad entre Buffon y Cuvier -más exactamente entre Buffon y Antoine-Laurent y Jussieu-, y hace de la obra de Cuvier la posibilidad 39

M1cHEL FoucAULT

histórica de la obra de Darwin . Como se dice vulgarmente, esto puede discutirse. Y, por cierto vale la pena hacerlo. Aunque no se piense que Foucault tiene razón en este punto -y nosotros, personalmente , pen­ samos que tiene razón-, ¿ este es un motivo suficiente para acusarlo de mandar de paseo a la Historia? Buffon no comprendía por qué Al­ drovandi escribió como lo hizo la historia de las serpientes. Foucault cree comprenderlo: "Aldrovandi no era un observador mejor ni peor que Buffon; no era más crédulo que él, ni estaba menos apegado a la fidelidad de la mirada o a la racionalidad de las cosas . Simple y senci­ llamente, su mirada no estaba ligada a las cosas por el mismo sistema, ni la misma disposición de la episteme" (pág.48) . Buffon, en cambio , estaba ligado a las cosas por la misma disposición de la episteme que Linneo. Bu ff�m y Linneo ponen sobre las cosas una misma rej illa (pág. 1 36) . Foucault, pues, no propone otra cosa que un programa siste­ mático de subversión de los métodos de trabaj o de la mayor parte de los historiadores de la biología (págs. 1 26- 1 28). ¿ Por qué , entonces, provoca escándalo? Porque la historia es hoy día una suerte de campo mágico en el que se identifican , para muchos filósofos, la existencia y el discurso , los actores de la historia y los au tores de historias, incluso llenas de a priori ideológicos. Así es como un programa de subversión del discurso histórico es denunciado como un manifiesto de subver­ sión del curso de la historia . La subversión de un progresismo no podría ser más que un proyecto conservador. He ahí por qué vuestra estructura es neocapitalista. Se olvida , o más exactamente se ignora , que Foucault -y él no lo oculta- encontró un estímulo de peso para negar la preexistencia de conceptos evolucionistas en el siglo xvm , en las notables tesis que Henri Daudin consagró , en 1 926, a los métodos de clasificación en Linneo , Lamarck y Cuvier. Quienes conocieron a Henri Daudin , profesor de filosofía en la Universidad de Bordeaux, no encuentran en él ningu na razón para pensar que se traiciona al hombre o al pueblo cuando se afirma, contrariamente a quienes amal­ gaman evolucionismo biológico y progresismo político y social, que el Darwin biólogo debe más a Cuvier que a Lamarck. Foucault tiene razón al decir que Lamarck es contemporáneo de A . L. dejussieu más que de Cuvier (pág. 269) y la lectura que propone de las Le{ons sur 40

SABER, HISTORIA Y DISCURSO

l'anatomie comparte merece que se examine con seriedad la tesis de que "el evolucionismo constituye una teoría biológica cuya condición de posibilidad fue una biología sin evolución : la de Cuvier" (pág. 288) . En el siglo

xvm ,

la teoría dé la escala continua de las formas vivas

impidió , más de lo que favoreció , la concepción de una historia de la vida. Las formas de pasaj e , las especies intermedias , eran necesarias para la composición de un cuadro sin desgarrones, pero no contradicen la simultaneidad de las relaciones . La historia de los seres vivos sobre el globo era la historia de la iluminación progresiva de un cuadro , no la historia de su confección sucesiva . "El continuo no es el surco vi­ sible de una historia fundamental en la que un mismo principio vivo lucharía con un medio variable . Pues el continuo precede al tiempo. Es su condición. Y, con relación a él, la historia no puede desempeñar más que un papel negativo: descuenta y hace subsistir o descuida y deja desaparecer" (pág. 1 56) . De modo que no se exagera cuando se concluye que la historia de la naturaleza es imposible de pensar para la historia natural (pág. 1 57) . Hasta ahora nos hemos limitado, en nuestro intento de comprender lo que entiende Foucault cuando habla de episteme, a aquella de sus demostraciones para la cual, equivocadamente o no, nos creemos con alguna competencia o por lo menos con un interés antiguo. Queda por preguntar si los esbozos bien construidos de la historia del lenguaj e , de la vida y del trabaj o , basados en este concepto de

episteme bastan para garantizarnos de que aquí nos encontramos con algo más que una palabra . La episteme, razón de ser de un programa de subversión de la historia , ¿es, o no, algo más que un ser de razón? Y ante todo , ¿qué tipo de obj eto es, y para qué tipo de discurso? Una ciencia es un objeto para la historia de las ciencias, para la filosofía de las ciencias. Paradój icamente , la episteme no es un objeto para la epistemología. Por el momento , y para Michel Foucault, la episteme es aquello para lo cual se busca un estatus del discurso a lo largo del libro Las palabras y las cosas. El obj e to es, por el momento , aquello que dice de él el que habla de él. Pero , ¿qué tipo de verificación debe aplicarse a tal discurso? Baj o el nombre de verificación no puede tratarse de una referencia a un obj eto dado previamente a su constitución según una 41

MICHEL FoucAULT

regla. La anatomía comparativa de Cuvier sostenía una relación con organismos actuales o fósiles , pero percibidos o reconstruidos según una idea del organismo y de la organización que , por el principio de la correlación de las formas , trastornaba la taxonomía continuista del siglo xvm . Darwin desgarró el cuadro de las especies y dibuj ó la sucesión de las formas vivas sin un plan preordenado . Daudin hizo la historia no conformista del desacuerdo entre Cuvier y Lamarck. En esta historia el arqueólogo descubre las huellas de una red epistémica . ¿ Por qué ? Porque se ha situado a la vez en el interior y en el exterior de la historia de la biología . Porque habiendo adop tado la táctica de la incursión reversible , ha sobreimpuesto dos lecturas , la de las teorías del lenguaj e y la de las teorías de la economía , a la lectura de las teorías de los seres vivos. La verificación del discurso sobre la episteme remite a la variedad de los dominios en que se descubre el invariante. Para percibir la episteme, hizo falta salir de una ciencia y de la historia de una ciencia , hizo falta desafiar la especialización de los especialistas e intentar convertirse en un especialista , no de la generalidad sino de la interregionalidad. Como dij o un crítico de Foucault, tan inte­ ligente como severo2, esto costó mucho esfuerzo. Fue preciso haber leído mucho de aquello que no han leído los demás. Esta es una de las razones del estupor que suscitó la lectura de Foucault en muchos de sus censores. Foucault no cita a ninguno de los historiadores de tal o cual disciplina , y no se refiere más que a los textos originales que dormían en las bibliotecas . Se ha hablado de "polvo" . Pero, así como la capa de polvo sobre los muebles mide la negligencia de las muj eres del hogar, la capa de polvo sobre los libros mide la frivolidad de las muj eres de las letras . La episteme es un obj eto que hasta ahora no constituía el objeto de ningún libro , pero que estos contenían, por­ que ella había constituido todos los libros de una misma época . Pero , s i estos libros han sido finalmente leídos, ¿ n o e s acaso a través d e la "rejilla" Foucault? Otra rej illa , otro botín de lectura. Examinemos la objeción. Es cierto que Foucault no lee el siglo xvm como Cassirer en la Filoso fía de la Ilustración, y mucho menos aún como Paul Hazard 2

Michel Amiot: "Le relativisme culturaliste de Michel Foucault" , Les Temps Mo­

dernes, enero 1 9 6 7 . [ Reproducido en ese volumen. ] 42

SABER, HISTORIA

Y

DISCURSO

en sus dos estudios sobre el pensamiento europeo . Compárese, en La au XVIII siecle, el capítulo sobre las ciencias de la naturaleza con el quinto capítulo de Foucault. Compárense también las referencias bibliográficas . Hazard solo cita obras de segunda mano. Foucault no cita más que textos originales. ¿ Cuál de los dos lee a

pensée européene

través de una rej illa? Inversamente, un lector que sabe ir a los textos , y a textos poco frecuentados , como Cassirer, propone una lectura del

siglo xvm que no carece de relaciones con la de Foucault, y descubre , también él, una red de temas que constituyen un suelo en el que un día surgirá Kant, sin que, por lo demás , se sepa bien de qué manera . Sin duda es el mismo Foucault quien habla de rej illa . Y, como se trata de una alusión a la criptografía , se creería uno autorizado a averiguar quién es el inventor de la rej illa . Pero, es posible que no haya una rej illa propia de Foucault, y sí solamente un uso propio de la rej illa . No es nueva la idea de que el lenguaj e es una rejilla para la experiencia . Pero , la idea de que la rej illa misma requería un descifra­ miento aún aguardaba que se la elaborase. Foucault advirtió el enigma del lenguaj e en la convergencia de la poesía pura , de la matemática formal , del psicoanálisis y de la lingüística. " ¿Qué es el lenguaje, cómo rodearlo para hacerlo aparecer en sí mismo y en su plenitud? " (pág.

298) . Es en el choque de re torno del lenguaj e (pág. 295) como cosa que requiere una rejilla , cuando aparece el corte con la época en que el mismo lenguaj e era la rej illa de las cosas , después de haber sido , en el pasado , su signatura. Para que la episteme de la época clásica apareciera como obj eto, fue necesario si tuarse en el punto en que , participando de la episteme del siglo x1x, se estaba bastante lej os de su nacimiento como para ver la ruptura con el siglo xvm , y bastante cerca de lo que se anuncia como su fin para imaginar que se vivirá otra ruptura: aquella después de la cual el Hombre , como antes el Orden, aparecerá como un objeto. Para descubrir que antes de requerir él mismo la aplicación de una rej illa , el lenguaje -rej illa de las rej illas- fundó el conocimiento de la naturaleza con la constitución de un cuadro representativo de las iden tidades y de las diferencias del que estaba ausente el hombre -soberano del discurso teórico-, a Foucault le ha bastado , al parecer, situarse en una encrucijada de disciplinas. Pero , para esto hizo falta 43

MICHEL FoucAULT

seguir la vía de cada una de ellas. No había nada que inventar, excepto el uso simultáneo de las invenciones filosóficas y filológicas del siglo x1x . Es lo que podría llamarse la originalidad objetiva . Pero , para ha­ llar el punto en que se la encuentra como recompensa del trabaj o , fue necesario ese impulso de originalidad subjetiva que no todos tienen. Esta situación de originalidad objetiva explica que Foucault se haya visto como obligado a introducir en la diacronía de una cultura un concepto o una función de inteligibilidad, a primera vista análogo

al que los culturalistas norteamericanos introdujeron en el cuadro sincrónico de las culturas. La personalidad básica es ese concepto que permite discriminar, en la coexistencia de las culturas, el invariante de integración del individuo con el todo social propio de cada una de tales culturas . La episteme básica , para una cultura dada , es de algún modo su sistema uqiversal de referencia en cierta época : la única relación que mantiene con el que le sucede es la diferencia. En el caso de la personalidad básica, se considera que la función de inteligibilidad que asume implica un rechazo de la puesta en perspectiva del cuadro de las culturas a partir del punto privilegiado de una de ellas. Es bastante conocido el hecho de que los culturalistas norteamericanos suminis­ traron a la política del gobierno de ese país los argumentos de buena conciencia necesarios para la condena económicamente provechosa para sus autores, de las potencias coloniales del viej o continente. Pero, Foucault sostiene que si la situación colonizadora no es indispensable para la etnología, de todos modos esta disciplina "no toma sus dimen­ siones propias sino en la soberanía histórica -siempre retenida , pero siempre actual- del pensamiento europeo y de la relación que puede afrontar con todas las otras culturas lo mismo que consigo mismo" (pág. 366) . Así, pues, la existencia de una etnología culturalista, que ha contribuido en cierto modo a la liquidación del colonialismo europeo , aparece , por su inscripción en los marcos de la ratio occidental, como el síntoma de un olvido ingenuo, por parte de los norteamericanos, de un etnocentrismo cultural ilusoriamente anticolonialista. Es que existe una diferencia radical de utilización entre el concepto de personalidad básica y el concepto de episteme. El primer concepto es a la vez el de un dato y de una norma que una totalidad social impone a sus partes 44

SABER, HISTORIA Y DISCURSO

para juzgarlas, para definir la normalidad y la desviación. El concepto de episteme es el de un humus sobre el cual no pueden brotar sino ciertas formas de organización del discurso , sin que la confrontación con otras formas pueda depender de un juicio de apreciación. No hay, actualmente, filosofía menos normativa que la de Foucault, más ajena a la distinción de lo normal y de lo patológico. El pensamiento moderno se caracteriza, en su opinión, por no querer y no poder proponer una moral (pág. 3 1 9) . También aquí el humanista , invitado a reservarse su sermón, se indigna. Hay, sin embargo , una cuestión, más que una obj eción, que no creo posible pasar por alto . Tratándose de un saber teórico, ¿es posible pensarlo en la especificidad de su concepto sin referencia a alguna norma? Entre los discursos teóricos que se mantienen de acuerdo con el sistema epistémico de los siglos

xvn

y XVIII , algunos, como la

historia natural, han sido relegados por la episteme del x1x, pero otros han sido integrados. Aunque haya servido de modelo a los fisiólo­ gos de la economía animal durante el siglo XVIII, la física de Newton nos los acompañó en su ruina. Buffon es refutado por Darwin, si no por Etienne Geoffroy Saint-Hilaire . Pero , Newton no es refutado por Einstein ni por Maxwell. Darwin no es refu tado por Mendel y Morgan. La sucesión Galileo, Newton, Einstein no presenta rupturas semejantes a las que se advierten en la sucesión Tournefort, Linneo, Engler, en botánica sistemática. N o creo que esta obj eción, prevista por Foucault, pueda ser levantada mediante la decisión de no tenerla en cuenta por corresponder a otro tipo de estudio . Foucault, en efec­ to, no se ha prohibido toda alusión a la matemática y a la física en su exploración de la episteme del siglo x1x, pero las considera solamente como modelos de formalización para las ciencias humanas, es decir, solo como un lenguaj e , lo que no es inexacto , por lo menos para la matemática, pero sf cuestionable para la física, donde las teorías, cuando se suceden por generalización e integración, tienen el efecto de despegar y de separar por una parte el discurso cambiante y los conceptos que utiliza, y por otra lo que habría que llamar -y esta vez en un sentido estricto- la estructura matemática resistente . Foucault puede responder que él no se interesa en la verdad del discurso sino 45

MICHEL fOUCAULT

en su positividad. Pero , ¿acaso podemos pasar por alto el hecho de que algunos discursos -como el discurso de la física matemática- no tienen otra positividad que la que reciben de su norma, y que esta norma conquista obstinadamente la pureza de su rigor depositando en la sucesión epistémica discursos cuyo vocabulario aparece, de una episteme a otra , carente de significación? Si bien se deja de entender, a fines del siglo x1x , lo que querían decir los físicos que hablaban del éter, no por eso se deja de comprender la apodicticidad matemática de las teorías de Fresnel, y no se comete ninguna falta de anacronismo cuando se busca en Huygens , no por cierto el origen de una historia melódica, sino el comienzo de un progreso . Luego de esta exposición de problemas inevitables referidos a la

episteme, ya es hora de recordar que Foucault no ha querido escribir la teoría general (que nos promete) de una arqueología del saber, sino su aplicación a Í as ciencias humanas, y que se propuso mostrar cuándo y cómo el hombre pasó a ser un obj e to de ciencia, así como la naturaleza pasó a serlo en los siglos xvn y XVIII . No es posible ser más radical que él en la negativa a conceder sentido a todo intento de buscar en la época clásica los orígenes o las premisas de nuestras ciencias llamadas humanas. Mientras se creyó poder sostener un discurso común de la representación y de las cosas, no fue posible tener al hombre por obj eto de ciencia , es decir, por una existencia a tratar como problema. En la época. clásica, el hombre había coincidido con su conciencia de un poder de contemplar o de producir las ideas de todos los seres , en cuyo seno se definía como vivo , hablante y fabricante de herra­ mientas; poder experimentado como trabaj oso o defectuoso respecto de un poder infinito, que se suponía fundaba la positividad del poder humano solamente en la concesión o delegación de una parte de ese mismo poder infinito . Durante mucho tiempo , el Cogito cartesiano pasó por ser la forma canónica de la relación del pensante con el pensamiento , precisamente durante el tiempo en que se ignoró que no hay otro Cogito que el cartesiano , otro Cogito que aquel que tiene por suj e to un Yo (je) que puede decir Yo (Moi) . Pero , a fines del siglo XVIII , por una parte la filoso fía kantiana , y por otra la constitución de la biología , la economía y la lingüística , plantearon la pregunta: ¿Qué 46

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es el hombre? El día en que la vida, el trabaj o , el lenguaj e , dejaron de ser los atributos de una naturaleza para convertirse ellos mismos en naturalezas enraizadas en su historia específica, naturalezas en cuyo entrecruzamiento el hombre se descubre naturalizado , es decir, a la vez sostenido y contenido, en ese momento se constituyen ciencias empíricas de esas na turalezas como cie ncias espec íficas del producto de tales naturalezas, por lo tanto del hombre . Uno de los puntos difí­ ciles de la demostración de Foucault es la aclaración de la convivencia no premeditada del kantismo y de los trabajos de Cuvier, Ricardo y Bopp en la manifestación de la episteme del siglo x1x. En un sentido , la invención del Cogito por Descartes no es lo que constituyó , durante más de un siglo , el mérito esencial de la filosofía de su inventor. Fue preciso que Kant lleve el Cogito ante el tribunal crítico del Yo pienso, negándole todo alcance sustancialista , para que la filosofía móderna adoptara el hábito de referirse al Cogito como el acontecimiento fi­ losófico que la había inaugurado. El Yo pienso kantiano, vehículo de los conceptos del entendimiento , es una luz que abre la experiencia a su inteligibilidad. Pero , esta luz está detrás nuestro y no podemos volvernos hacia ella . El suj e to trascendental de los pensamien tos como el objeto trascendental de la experiencia es una X. La unidad originariamente sintética de la apercepción constituye de manera an­ terepresentativa una representación limitada, en el sentido de que no puede tener acceso a su fuente originaria. Así, a diferencia del Cogito cartesiano, el Yo pienso se enuncia como un en sí, sin lograr alcanzarse como para sí. El Yo (Je) no puede conocerse como Yo (Moi) . A partir de este momento es pensable, en filosofía , el concepto de la función del Cogito sin suj e to funcionario. El Yo pienso kantiano , al estar siem­ pre más acá de la conciencia de los efectos de su poder, no impide los intentos de investigar si la función fundadora, si la legitimación del contenido de nuestros conocimientos por la estructura de sus formas no podría estar asegurada por funciones o estructuras que la ciencia misma descubre en la elaboración de esos conocimientos. En su aná­ lisis de las relaciones entre lo empírico y lo trascendental, Foucault resume con mucha claridad la orientación que siguen las fi losofías no reflexivas del siglo x1x al intentar rebaj ar "la dimensión propia 47

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de la crítica hacia los contenidos de un conocimiento empírico" sin poder evitar el uso de cierta crítica , sin poder prescindir de efectuar una partición que esta vez nos separa a lo verdadero de lo falso , o a lo fundado de lo ilusorio, sino a lo normal de lo anormal, tales como los indicaba -se creía- la naturaleza o la historia del hombre. Foucault cita a Comte una sola vez (pág. 3 1 1 ) , aunque el caso merece que se lo siga de cerca. Comte pensó a menudo que era el verdadero Kant, al sustituir la relación me tafísica suje to-objeto por la relación científica organismo-medio . Gall y Condorcet suministraron a Comte los me­ dios para obtener lo que no había podido Kant. Gall, por la fisiología cerebral, que suministraba a Comte la idea de un cuadro de funciones que desempeñaban el papel de la tabla kantiana de las categorías. Con­ dorcet, por la teoría de los progresos del espíritu humano. El a priori fisiológico . y � l a priori histórico se resumían en esto : es la humanidad la que piensa en el hombre . Pero , en Comte el a priori biológico es un a priori para el a priori histórico . La historia no puede desnaturalizar a la naturaleza. Desde el comienzo, y no solamente hacia el fin, el pensamiento de Comte , al proponerse la fundación de una ciencia de la sociedad, es decir del suj eto colectivo e histórico de las actividades humanas, entiende a la filosofía como una síntesis "presidida por el punto de vista humano " , es decir como una síntesis subjetiva . La fi­ losofía de Comte es el ej emplo típico de un tratamiento empírico del proyecto trascendental conservado . Este tratamiento empírico busca su instrumento principal en la biología , en el desdén o la ignorancia de la economía y de la lingüística. Así, esta filosofía para la cual las génesis no son ·nunca más que desarrollos de estructuras vivas, no reconoce en la matemática y en la gramática de su tiempo las disciplinas por las cuales el concepto de estructura sustituirá en filosofía al Cogito, que los positivistas abandonan sarcásticamente al eclecticismo. No seré yo quien reproche a Foucault la aproximación, en gran medida paradój ica, y escandalosa para algunos, de la fenomenología y el positivismo (págs. 3 1 1 -3 1 2) . El análisis de lo vivido le parece un intento , solamente más exigente y más riguroso , por "hacer valer lo empírico por lo trascendental" (pág. 3 1 3 ) . Cuando Husserl quiso ser más radical que Descartes y mej or trascendentalista que Kant, ya los 48

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tiempos -entendamos la episteme- habían cambiado . El Cogito había dejado de aparecer como el antepasado más venerable de la función trascendental y la empresa de duplicación trascendental había dejado de confundirse con la función filosófica misma. La interrogación hus­ serliana debía pues concernir más a la ciencia que a la naturaleza , y la cuestión del hombre al ser más que a la fundación del ser del hombre en el Cogito. "Baj o nuestra mirada , el proyecto fenomenológico no cesa de desanudarse en una descripción de lo vivido , empírica a pen­ sar suyo , y una ontología de lo impensado que pone fuera de juego la primacía del 'Yo pienso"' (pág. 3 1 7) . Hace veinte años, las últimas páginas , y sobre todo las últimas líneas de la obra póstuma de jean Cavaillés, Sur la logique et la théorie de la science, planteaban la necesidad , para una teoría de la ciencia, de sustituir la conciencia por el concepto . El filósofo matemático que , en una carta a su maestro Léon Brunschvicg, había reprochado a Husserl una utilización excesiva del Cogi to, se distanciaba también, filosóficamente hablando , de su maestro al escribir: "No es una filo­ sofía de la conciencia sino una filosofía del concepto la que puede dar una doctrina de la ciencia. La necesidad generadora no es la de una actividad, sino la de una dialéctica" . Estas palabras parecieron enton­ ces, a muchos, un enigma . Hoy podemos comprender que el enigma valía como promesa . Cavaillés ha asignado sus límites a la empresa fenomenológica , aun antes que esta exhibiera en Francia -es decir, con cierto retardo- sus ambiciones ilimitadas, y ha asignado , con veinte años de anticipación, la tarea que la filosofía está en vías de reconocer. Sustituir la primacía de la conciencia vivida o reflexiva por la primacía del concepto , el sistema o de la estructura. Y, hay algo más. Fusilado por los alemanes por su actividad en la resistencia, Cavaillés -que se decía espinozista y no creía en la historia en el sentido existencial- ha refutado de antemano , por la acción que emprendió sintiéndose impli­ cado , por su participación en la historia trágicamente vivida hasta la muerte , el argumento de quienes tratan de qesacreditar lo que llaman el estructuralismo condenándolo a engendrar, entre otras fechorías , la pasividad ante el hecho consumado.

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Al escribir el breve capítulo " El Cogito y lo Impensado" (págs . 3 1 33 1 9 ) , Foucault sintió sin duda que no hablaba solamente por él, que no indicaba solamente el punto oscuro , aunque no secreto , a partir del cual se despliega el discurso denso y a veces difícil de Las palabras y las cosas, sino que indicaba asimismo la cuestión que fuera de toda preo­ cupación tradicional y que constituye para la filosofía su tarea actual . El Cogito moderno ya no es la captación intuitiva de la identidad , en el pensar, del pensamiento pensante con su ser, sino "la interrogación siempre replanteada para saber cómo habita el pensamiento fuera de aquí y, sin embargo , muy cerca de sí mismo, cómo puede ser baj o las especies de lo no-pensante" (pág. 3 1 5 ) . En Le nouvel es p rit scienti.fi que,

Gaston Bachelard había tratado de derivar de las nuevas teorías físicas las normas de una epistemología no cartesiana, y se había planteado el problema de saber en qué se convierte el sujeto del saber cuando

se pasa el Cogito a la voz pasiva (cogitatur ergo est)3; en La philosophie du non había esbozado , a propósito de las nuevas teorías químicas , las tareas de una analítica no kantiana. Siguiendo las mismas huellas, o no, Foucault extiende la obligación de no cartesianismo, de no kantismo hasta la reflexión filosófica misma. "Todo el pensamiento moderno está atravesado por la ley de pensar lo impensado" (pág. 3 1 8) . Pero , pensar lo impensado no es solamente, según Foucault, pensar en el sentido teórico o especulativo del término ; es producirse corriendo el riesgo de asombrarse y aun de asustarse de sí mismo . "El pensamien­ to, al ras de su existencia , de su forma más matinal, es en sí mismo una acción -un acto peligroso-" (pág. 3 1 9) . Es difícil comprender -a menos de suponer que hablaron antes de leerlo- por qué ciertos críticos de Foucault pueden hablar a su respecto de cartesianismo o de positivismo . Al designar con el nombre general de an tropología el conjunto de aquellas ciencias que se constituyeron en el siglo x 1 x , no como herencia del xvm , sin� como "acontecimiento en el orden del saber" , Foucault llama sueño antropológico a la tranquila seguridad con que los promotores actuales de las ciencias humanas consideran ya como objeto, dado de antemano a sus estudios progresivos, lo que no era inicialmente más que su proyecto de constitución . En este senti3

Op. cit. , pág. 1 68 .

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do, Las palabras y las cosas podrían desempeñar para un futuro Kant -aún desconocido como tal- el papel de desembotador que Kant había concedido a Hume . Se saltearía , pues, una etapa de la reproducción no repetitiva de la historia epistémica si se dij era de esta obra que es , para las ciencias humanas, lo que la Critica de la razón pura fue para las ciencias de la naturaleza. A menos que, no tratándose aquí de la naturaleza y de las cosas , sino de esta aventura creadora de sus propias normas a la que el concepto empírico-metafísico de hombre -si no la misma palabra- podría dejar de convenir, no hubiera que hacer nin­ guna diferencia en tre apelar a la vigilancia filosófica y llevar a luz -una luz más cruda que cruel- sus condiciones prácticas de posibilidad.

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3 . Pre guntas a Michel Foucault

Círculo de Epistemología de la Escuela Normal Su perior (París) Al formular estas preguntas al autor de Historia de la locura, El nacimiento de la clinica y Las palabras y las cosas, solo nos guía el propósito de pedirle que enuncie proposiciones críticas que funden la posibilidad de su teoría y de las implicaciones de su método . Al Círculo le interesa que defina sus respuestas en relación con el estatus de la ciencia, de su historia y de su concepto . Sobre la "episteme" y la ruptura epistemológica

A partir de la obra de Bachelard, la noción de ruptura epistemológica sirve para denominar la discontinuidad que la filosofía y la historia de las ciencias creen observar entre el nacimiento de toda ciencia y la " trama de errores positivos, tenaces, solidarios" que retrospectivamente aparecen precediendo a tal ciencia. Los ej emplos tópicos de Galileo, Newton, Lavoisier, y también de Einstein y Mendeleieff ilustran la perpetuación horizontal de esta ruptura. El autor de Las palabras y las cosas marca una discontinuidad vertical entre la configuración epistémica de una época y la siguiente . Le preguntamos cuáles son las relaciones que mantienen entre sí esta horizontalidad y esta verticalidad ... En esta pregunta queremos retomar el siguiente pasaje del articulo de Canguil­ hem sobre el libro de M. Foucault (Critique, nº 242 [ reproducido en este volu­ men ) ) : "Tratándose de un saber teórico, ¿ es posible pensarlo eii la especificidad de su concepto sin referencia a alguna norma? Entre los discursos teóricos que se mantienen de acuerdo con el sistema epistémico de los siglos XVII y XVI I I , algunos , como la historia natural , han sido relegados por la �pisteme del x1x, pero otros han •

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La periodización arqueológica delimita en el continuo conjuntos sincrónicos que agrupan a los saberes en la figura de sistemas uni tarios. Al mismo tiempo , eclipsa la diferencia que , para Bachelard , separa en todo momento a los discursos científicos de los demás , y, asignando a cada uno de ellos una temporalidad específica, hace de su simulta­ neidad y de su solidaridad un efecto de superficie. Preguntamos si el arqueólogo ha buscado ese eclipse . O, si distin­ gue allí dos registros (jerarquizados o no) . Si es cierto que se obtiene una configuración epistémica por articulación de rasgos pertinentes escogidos dentro de un conjunto de enunciados, preguntamos: -¿Qué preside la selección, y j ustifica, por ejemplo, esta frase: "Solo quienes no saben leer se asombrarán de que lo haya aprendido más claramente en Cuvier, en Bopp y en Ricardo que en Kant o en Hegel" ? (Las palabras y las cosas, pág. 299) . -¿ Cómo se canvalida la configuración obtenida ? -¿Tiene sentido preguntar qué es lo que define , en general, a una

episteme ? Preguntamos además: ¿ la arqueología debe contar con un concepto de la ciencia , es decir, un concepto de la ciencia que no se agote en la diversidad de sus figuras históricas? Sobre la lectura

¿ Qué uso de la letra supone la arqueología? Es decir: ¿qué opera­ ciones deben practicarse sobre un enunciado para descifrar, a través de lo que dice, sus condiciones de posibilidad, y asegurarse de que se ha alcanzado lo no pensado que , fuera de él, en él, lo suscita y lo sistematiza?

sido in tegrados. Aunque h aya servi do de modelo a los fisiól ogos d e la econ omía animal durante el siglo

xvm ,

la f!sica de Newton no los acompañó en su ruina.

Buffon es refutado por Darwin, si no por Etienne Geoffroy Saint-Hilaire . Pero , Newton no es refu tado por Einstein ni por Maxwell. Darwin no es refu tado por Mendel y M organ . La sucesión Galileo, Newton, Einstein no presenta rupturas semej antes a las que se advierten en la sucesión Toumefort, Linneo , Engler, en botánica sistemática " . 54

SABER, HISTORIA Y DISCURSO

¿ Reconducir un discurso a su impensado hace inútil mostrar sus estructuras internas y recomponer su funcionamiento autónomo ? ¿ Qué relación debe establecerse entre esas dos sistematizaciones concurrentes? ¿Hay una "arqueología de las doctrinas filosóficas" que pueda oponerse a la tecnología de los sistemas filosóficos tal como la practica Martial Gueroult? ¿El ej emplo de Descartes podría tener aquí un valor discriminato­ rio? (Cf. Historia de la locura) . Sobre la doxología

¿ Cómo definirse la relación que articula la configuración epistémi­ ca con los conflictos de opinión que se desarrollan en su superficie? ¿ El nivel de las opiniones tiene solamente propiedades negativas : desorden, separación , dependencia? ¿El sistema de opiniones que define a un autor no puede obedecer a una ley propia, de modo que fuera posible establecer las reglas que en una episteme gobiernan la variedad de los sistemas doxológicos, y la presencia de una opinión implicase o excluyese otras dentro de un mismo sistema? ¿Por qué la relación entre los sistemas de opiniones debe adoptar

siempre la forma de conflicto ? Sobre las formas de transición

En las formas de transición que aseguran el paso de una gran configuración a otra, el capítulo VI, § 3 , de Las palabras y las cosas, explica que, si en el caso de la historia natural y de la gramática general "la mutación se llevó a cabo bruscamente ( . . . ) en cambio el modo de ser de la moneda y de la riqueza, por estar ligado a toda una praxis, a todo un conjunto institucional , tenía un índice de viscosidad histórica mucho más alto" (pág. 1 78; también , pág. 204) . Preguntamos cuál es la teoría de la que puede ser objeto la posibi­ lidad general de tal viscosidad.

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¿ De qué manera y según qué relaciones (causalidad, correspon­ dencia, etc . ) puede estar determinada una forma de transición por tal viscosidad? ¿Todas las discontinuidades que se establecen entre configuraciones sucesivas corresponden legítimamente al mismo tipo? ¿ Cuál es el motor que transforma a una configuración en otra? ¿ El principio de la arqueología pretende disminuir el alcance de esta cuestión? Sobre la historicidad y la finitud

Preguntamos al autor de Historia de la locura, El nacimiento de la clínica y Las palabras y las cosas cómo definiría el punto desde el que puede remover la tierra epistémica. Cuando manifiesta que para hablar de la locura "era necesario un lenguaj e sin apoyos" , que actualmente algo empieza a cambiar en la clínica, o simplemente que "el fin del hombre está cercano " , ¿ qué estatus confiere a esta manifestación? ¿ Puede hoy sacar a luz su propia configuración? Si un au tor llamara historicidad a la pertenencia a la episteme de su época , y "finitud" al nombre que una época -particularmente la nuestra- da a sus propios límites , ¿qué relaciones o no relaciones mantendrían, según él, esta historicidad y esta finitud? ¿Aceptaría que se le propusiera una alternativa entre un histori­ cismo radical (la arqueología podría predecir su propia reinscripción en un nuevo discurso) y una especie de saber absoluto (que algunos au tores hubieran podido presentir independientemente de las impo­ siciones epistémicas) ?

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4 . Respuesta al Círculo de Epistemolo gía Michel Foucault

1 . La Historia y la discontinuidad

Curioso entrecruzamiento . Hace ya varias décadas que la atención de los historiadores se dirige preferentemente a los períodos largos. Como si, por debaj o de las peripecias políticas y de sus episodios, se propusieran sacar a luz los equilibrios estables y difíciles de romper, los procesos insensibles, las regulaciones constantes, los fenómenos tendenciales que culminan y se invierten �espués de continuidades . seculares , los movimientos de acumulación y las saturaciones lentas , los grandes basamentos inmóviles y mudos que el entrelazamiento de los relatos tradicionales había recubierto con el espesor de los acon­ tecimientos. Para efectuar este análisis, los historiadores disponen de instrumentos que en parte han recibido , y en pa rte elaborado : modelos del crecimiento económico , análisis cuantitativo de los flujos de inter­ cambio , esquemas de los desarrollos y de las regresiones demográfi­ cas, estudio de las oscilaciones del clima . Estos instrumentos les han permitido distinguir, en el campo de la historia , diversos estratos; las sucesiones lineales, que habían sido hasta ese momento el objeto de la investigación, fueron sustituidas por un juego de desprendimientos en profundidad. De la movilidad política a las lentitudes propias de la "civilización material" , los niveles de análisis se han multiplicado ; cada uno tiene sus rupturas específicas ; cada uno implica un recor­ te que solo a él le pertenece ; y a medida que se desciende hacia las capas más profundas, las escansiones son cada vez más amplias. El viej o problema de la historia ( ¿ qué lazos hay que establecer entre 57

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acontecimientos discontinuos? ) ha sido reemplazado por un juego de difíciles interrogaciones: ¿ qué estratos deben aislarse recíprocamente? ¿ Qué tipo y qué criterio de periodización deben adoptarse para cada uno de ellos? ¿ Qué sistema de relaciones (jerarquía , dominancia, escalonamiento , determinación unívoca, causalidad circular) puede describirse entre unos y otros? Ahora bien , aproximadamente en la misma época , en esas discipli­ nas llamadas historia de las ideas , de las ciencias, de la fil osofía , del pensamiento , de la literatura incluso (por ahora podemos pasar por aÍ to su especificidad) ; en esas disciplinas que , a pesar de sus títulos , escapan en gran parte al trabaj o del historiador y a sus métodos, la atención se ha desplazado , en cambio, de las vastas unidades que for­ man una "época" o un "siglo" , hacia los fenómenos de ruptura. Baj o las grandes continuidades del pensamiento , baj o las manifestaciones masivas y homo géneas del espíritu , baj o el devenir obstinado de una ciencia que se empeña en existir y en concluirse desde su comienzo, se intenta ahora detectar la incidencia de las interrupciones. Bachelard ha señalado umbrales epistemológicos que rompen la acumulación indefinida de los conocimientos ; Gueroult ha descrito sistemas ce­ rrados, arquitec turas conceptuales acabadas que escanden el espacio del discurso filosófico ; Canguilhem ha analizado las mutaciones, los desplazamientos , las transformaciones en el campo de validación y las reglas de utilización de los conceptos. En cuanto al análisis literario, lo que examina es la estructura interna de la obra ; menos aún, del texto. Pero , que este entrecruzamiento no provoque ilusiones . No debe imaginarse , confiando en la apariencia, que algunas dis­ ciplinas históricas han ido de lo continuo a lo discontinuo, mientras que otras -a decir verdad, la historia a secas- irían de la abundancia de discontinuidades a las grandes unidades ininterrumpidas . En realidad, es la noción de discontinuidad la que ha cambiado de estatus. Para la historia , en su forma clásica , lo discontinuo era a la vez lo dado y lo impensable: lo que se ofrecía baj o la forma de acontecimientos, instituciones, ideas o prácticas dispersas y aquello que el discurso del historiador debía contornear, reducir, borrar para que apareciera la continuidad de los encadenamientos. La discontinuidad era ese 58

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estigma del desperdigamiento temporal que el historiador estaba en­ cargado de suprimir de la historia. Ahora , se ha convertido en uno de los elementos fundamentales del análisis histórico . En él aparece con un triple papel. Constituye , ante todo , una operación deliberada del historiador (y no ya lo que encuentra , a su pesar, en el material que debe tratar) : pues este debe , por lo menos como hipótesis sistemática, distinguir los niveles posibles de su análisis y fij ar las periodizaciones que les convienen . Es también el resultado de su descripción (y no ya aquello que debe eliminarse baj o el e fecto de su análisis) : pues lo que busca descubrir son los límites de un proceso , el punto de inflexión de una curva , la inversión de un movimiento regulador, los límites de una oscilación , el umbral de un funcionamiento, la emergencia de un mecanismo , el instante de desorden de una causalidad circular. Es, finalmente , un concepto que el trabaj o no cesa de especificar, y no ya ese vacío puro y uniforme que separa en un solo movimiento dos figuras positivas; adopta una forma y una función diferentes según el dominio y el nivel a los que se la asigne. Noción que no dej a de ser bastante paradój ica: es a la vez instrumento y obj e to de investigación; delimita el campo de un análisis del que es el efecto; permite indivi­ dualizar los dominios , pero solo se la puede establecer comparando a estos dominios; no rompe unidades sino para establecer otras nuevas ; escande series y desdobla niveles ; y, en definitiva , no es simplemente un concepto presente en el discurso del historiador, sino que este , en secreto , lo supone : en efecto , ¿desde dónde podría hablar el historiador si no a partir de esta ruptura que le ofrece como obj e to la historia -y su propia historia-? Esquemáticamente, podría decirse que la historia y, de una manera general, las disciplinas históricas han dejado de ser la reconstitución de los encadenamientos más allá de las sucesiones aparentes; ahora ponen en j uego sistemáticamente a lo discontinuo. La gran mu ta­ ción que las ha marcado en nuestra época no es la extensión de su dominio hacia mecanismos económicos que conocen desde tiempo atrás , tampoco es la integración de los fenómenos ideológicos , de las formas de pensamiento , de los tipos de mentalidad: el siglo x1x ya los había analizado. Es más bien la transformación de lo discontinuo : su 59

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paso del obstáculo a la práctica; esta interiorización sobre el discur­ so del historiador que le ha permitido no ser ya la fatalidad exterior que era necesario reducir, sino el concepto operatorio que se u tiliza ; esta inversión de signos gracias a la cual ya no es lo negativo de la lectura histórica (su envés, su fracaso , el límite de su poder) , sino el elemento positivo que determina su obj e to y valida su análisis. Hay que comprender lo que ha llegado a ser la historia en el trabaj o real de los historiadores: un cierto uso reglado de la discontinuidad para el análisis de las series temporales. Es comprensible que muchos hayan permanecido ciegos ante este hecho que nos es contemporáneo y, sin embargo , está atestiguado por el saber histórico desde medio siglo atrás. En efecto , si la historia se mantuviera como el enlace de las continuidades ininterrumpidas, si anudara sin cesar encadenamientos que ningún análisis podría desha­ cer sin abstracción, si tramara en tomo de los hombres, de sus palabras y de sus gestos, oscuras síntesis siempre prontas a reconstituirse , en ese caso sería un refugio privilegiado para la conciencia: lo que le quita al sacar a luz determinaciones materiales, prácticas inertes, procesos inconscientes, intenciones olvidadas en el mutismo de las instituciones y de las cosas, se lo devolvería bajo la forma de una síntesis espontánea; o, más bien, le permitiría recobrarse, apoderarse nuevamente de todos los hilos que se le habían escapado, reanimar todas esas actividades muertas y volver a ser, en una luz nueva o restituida, el suj e to sobera­ no . La historia continua es el correlato de la conciencia: la garantía de que podrá recuperar lo que se le escapa; la promesa de que algún día podrá apropiarse nuevamente de todas esas cosas que ahora la someten, podrá restaurar su dominio sobre ellas y encontrar allí lo que habría que llamar -conservando toda la sobrecarga de la palabra- su morada. Querer hacer del análisis histórico el discurso de lo continuo, y hacer de la conciencia humana el suj eto originario de todo saber y de toda práctica , son las dos caras de un mismo sistema de pensamiento . En él el tiempo es concebido en términos de totalización, y la revolución nunca es más que una toma de conciencia. Cuando , desde comienzos de este siglo , las investigaciones psicoa­ nalíticas lingüísticas, y más tarde etnológicas, desposeyeron al suj e to 60

SABER, HISTORIA Y DISCURSO

de las leyes de su deseo, de las formas de su habla , de las reglas de su acción, y de los sistemas de sus discursos míticos, aquellos que , entre nosotros , se ocupan de defender todos los baluartes, no dejaban de responder: si, pero la historia . . . la historia , que no es estructura , sino devenir; que no es simultaneidad, sino sucesión; que no es sistema, sino práctica; que no es forma , sino esfuerzo incesante de una conciencia que se recupera e intenta recobrarse hasta lo más profundo de sus condiciones; la historia, que no es discontinuidad, sino larga paciencia ininterrumpida. Pero , para entonar esta letanía de la impugnación era necesario desviar la mirada del trabajo de los historiadores: negarse a ver lo que pasa actualmente en su práctica y en su discurso ; cerrar los oj os a la gran mutación de su disciplina ; permanecer obstinadamente ciego ante el hecho de que la historia no es quizá para la soberanía de la conciencia un lugar más protegido, menos peligroso que los mitos, el lenguaj e o la sexualidad; en resumen: hacía falta reconstituir, para los fines de la salvación , una historia como ya no se hace . Y, cuando esta historia no ofrece bastante seguridad, es al devenir del pensamiento, de los conocimientos, del saber, es al devenir de una conciencia siempre próxima de sí misma , indefinidamente ligada a su pasado y presente en todos sus momentos, que se pide salvar lo que debe ser salvado: ¿ quién se atrevería a despojar al suj eto de su historia próxima? Se clamará que se ha asesinado a la historia cada vez que en un análisis histórico (y sobre todo si se trata del conocimiento) es muy visible el uso de la discontinuidad. Pero , no hay que engañarse: lo que se llora tanto no es el eclipse de la historia, es la desaparición de esa forma de historia que estaba secretamente , pero por completo , referida a la actividad sintética del sujeto. Se habían acumulado todos los tesoros del pasado en la vieja ciudadela de esta historia: se la creía sólida porque había sido sacralizada , y porque era el último sitio del pensamiento antropológico. Pero , ya hace tiempo que los historiadores salieron a trabaj ar en otro lado. Ya no puede contarse con ellos para conservar los privilegios, ni para reafirmar una vez más -cuando la aflicción de nuestros días lo hace tan necesario- que la historia, por lo menos ella , está viva y es continua.

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M ICHEL FoucAULT 2 . El campo de los acontecimientos discursivos

Si se quiere aplicar sistemáticamente (es decir, definir, u tilizar de una manera tan general como sea posible , y validar) el concepto de discontinuidad en esos dominios, tan inciertos sobre sus fronteras , tan indecisos en su contenido , que se llaman historia de las ideas, o del pensamiento , o de la ciencia , o de los conocimientos , se encuentra un cierto número de problemas . En primer lugar, tareas negativas . Hace falta liberarse de todo un juego de nociones que están ligadas al postulado de continuidad. No tienen sin duda una estructura conceptual muy rigurosa; pero , su fun­ ción es muy precisa . Por ej emplo , la noción de tradición , que permite a la vez situar toda novedad a partir de un sistema de coordenadas permanentes, y dsir un estatus a un conjunto de fenómenos constantes. O la noción de influencia , que ofrece un soporte -más mágico que sus­ tancial- a los hechos de transmisión y de comunicación. O la noción de desarrollo , que permite describir una sucesión de acontecimientos como la manifestación de un solo y mismo principio organizador. O la noción , simétrica e inversa, de teleología o de evolución hacia un estadio normativo . O también las nociones de mentalidad o de espíritu de una época, que permiten establecer entre fenómenos simultáneos o sucesivos, una comunidad de los sentidos , de los lazos simbólicos , un juego de semejanzas y de espej os. Es necesario abandonar estas síntesis ya hechas, estos agrupamientos admitidos antes de cualquier examen, estos lazos cuya validez se admite de entrada; expulsar las formas y las fuerzas oscuras que habitualmente sirven para ligar entre sí los pensamientos de los hombres y su discurso ; aceptar encontrar­ se , en primera instancia , solo con una población de acontecimientos dispersos. Tampoco deben considerarse valederos los recortes o agrupamientos cuya familiaridad hemos adquirido. No pueden admitirse tales como se presentan , la distinción de los grandes tipos de discurso y la de las formas o géneros (ciencia , literatura, filosofía , religión, his toria, ficcio­ nes, etc . ) . Las razones saltan a la vista . Nosotros mismos no estamos seguros del uso de estas distinciones en nuestro propio mundo de 62

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discurso . Con mayor razón aún cuando se trata de analizar conjuntos de enunciados que estaban distribuidos, repartidos y caracterizados de un modo muy distinto : después de todo, la "literatura " y la "política" son categorías recientes que no pueden aplicarse a la cultura medieval , o incluso a la cultura clásica , sino por una hipótesis retrospectiva y por un juego de analogías nuevas o de semejanzas semánticas: pero ni la literatura, ni la política , ni por consiguiente la filosofía y las ciencias articulaban el campo del discurso en el siglo xvn o en el xvm , así como lo articularon en el x1x. De todos modos , hay que ser conscientes de que estos recortes -ya se trate de los que admitimos, o de aquellos que son contemporáneos de los discursos estudiados- son siempre categorías reflexivas, principios de clasificación, reglas no rmativas, tipos institucionalizados: son a su vez hechos de discurso que mere­ cen ser analizados al lado de los otros, que mantienen, seguramente , con ellos , relaciones complejas, pero carecen de caracteres intrínsecos autóctonos y universalmente reconocibles. Pero , sobre todo , las uni­ dades que hay que dejar en suspenso son aquellas que se imponen de la manera más inmediata : las del libro y de la obra. En apariencia no se las puede borrar sin un artificio extremo: se dan del modo más cierto , ya por una individualización material (un libro es una cosa que ocupa un espacio determinado, que tiene su valor económico , y que marca por sí mismo , con cierto número , los límites de su comienzo y de su fin) , ya sea por una relación asignable (aunque en algunos casos sea bastante problemática) entre los discursos y el individuo que los ha proferido . Y sin embargo , cuando miramos las cosas de más cerca , comienzan las dificultades. No son menores que las que encuentra el lingü ista cuando quiere definir la unidad de la frase , o el historiador, cuando qu iere definir la unidad de la literatura o de la ciencia. Ante todo , la unidad del libro no es una unidad homogénea: la relación que existe entre diferentes tratados de matemática no es la misma que la que existe entre diferentes textos filosóficos; la diferencia entre una novela de Stendhal y otra de Dostoievski no puede superponerse a la que separa a dos novelas de La comedia humana; y esta , a su vez , no puede superpon�rse a la que separa a Ulises de Dedalus. Pero además, las márgenes de un libro nunca están delimitadas rigurosamente , con 63

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claridad; ningún libro puede existir por sí mismo ; siempre está en una relación de apoyo y de dependencia respecto de otros; es un punto en una red ; implica un sistema de indicaciones que remiten -explícita­ mente o no- a otros libros, u otros textos, u otras frases; y según se trate de un libro de física, de una recopilación de discursos políticos o de una novela de anticipación , la estructura de remisión, y por tanto el sistema complej o de autonomía y de heteronomía , no será el mismo. Aunque el libro se dé como un objeto que se tiene en la mano , aunque se encoja en ese pequeño paralelepípedo que lo encierra , su unidad es variable y relativa: no se construye, no se indica , por consiguiente no puede describirse sino a partir de un campo de discurso. En cuanto a la obra , los problemas que suscita son aún más difíciles. En apariencia, se trata de la suma de los textos que pueden denotarse por el signo de un nombre propio. Pero , esta denotación (aun dejando de lado los problemas de la atribución) no es una función homogénea : un nombre de autor no denota de la misma manera un texto publicado baj o su propio nombre , otro que ha presentado bajo un seudónimo , otro que se encontró después de su muerte en estado de esbozo, o tro que no es más que un borrador, un cuaderno de anotaciones , un "papel " . La constitución de una obra completa, o de un opus, supone un cierto número de elecciones teóricas que no es fácil j ustificar, ni tampoco formular: ¿es suficiente agregar a los textos publicados por el autor aquellos que proyectaba entregar a la imprenta , y que solo la muerte dejó inconclusos? ¿ Debe integrarse también todo lo que sea bosquej o , plan inicial, correcciones y borrones? ¿Deben agregarse tam­ bién los apuntes abandonados? ¿Y qué estatus debe darse a las cartas, las notas , las conversaciones conocidas, las opiniones transcritas por otros, en resumen, a esa inmensa pululación de huellas verbales que un individuo dej a a su alrededor en el momento de morir, que hablan en un entrecruzamiento indefinido tantos lenguajes diferentes, y tardarán siglos, tal vez milenios, en borrarse? En todo caso , la denotación de un texto por el nombre Mallarmé no es sin duda del mismo tipo si se trata de los temas ingleses, de las traducciones de Edgar Poe , de poemas o de respuestas a encuestas: asimismo, no es una misma relación la que existe entre el nombre de Nietzsche y las autobiografías de j uventud, 64

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las disertaciones docen tes , los artículos filológicos, Zaratustra, Ecce homo, las cartas, las últimas tarjetas postales firmadas por Dionysos o Kaiser Nietzsche , los innumerables cuadernos que acumulan cuentas del lavadero y proyectos de aforismos. En realidad, la única unidad que puede reconocerse a la "obra" de un autor es cierta función de expresión . Se supone que debe haber en ella un nivel (tan profundo como sea necesario suponerlo) en el que la obra se revela , en todos sus fragmentos, incluso los más minúsculos e inesenciales, como la expresión del pensamiento , o de la experiencia, o de la imaginación , o del inconsciente del autor, o de las determina­ ciones históricas a las que estuvo sometido. Pero , enseguida se ve que esta unidad del opus, lej os de darse inmediatamente , está constituida por una operación; que esta operación es interpretativa (en el sentido de que descifra , en el texto , la expresión o la transcripción de algo que este oculta y manifiesta a la vez) ; que , en fin, la operación que determina el opus, en su unidad, y por consiguiente a la obra misma como resultado de esta operación, no será la misma si se trata del autor de El teatro y su doble o, en cambio , del autor del Tractatus. No puede considerarse a la obra como una unidad inmediata, ni como unidad cierta, ni tampoco como unidad homogénea . En fin, úl tima medida para poner fuera de juego las continuidades no reflexivas por las que se organiza, de antemano y en un semisecre­ to , el discurso que se pretende analizar: renunciar a dos postulados ligados recíprocamente , y enfrentados. Uno de ellos supone que nunca es posible asignar, en el orden del discurso , la irrupción de un acon­ tecimiento verdadero; que más allá de todo comienzo aparente , hay siempre un origen secreto -tan secreto y originario que nunca es po­ sible recuperarlo enteramente en sí mismo-. Tanto que fatalmente nos remontaríamos, a través de la ingenuidad de las cronologías, hacia un punto indefinidamente remoto , jamás presen te en ninguna historia; él mismo no sería sino su propio vacío ; a partir de él todos los comienzos no podrían ser nunca más que recomienzo u ocultamiento (a decir verdad , es un solo y mismo gesto , esto y aquello) . Este tema se liga a otro , según el cual todo discurso manifiesto reposa secretamente sobre lo ya dicho , que no es simplemente una frase ya pronunciada , un texto 65

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ya escrito , sino lo "nunca dicho " , un discurso sin cuerpo , una voz tan silenciosa como un suspiro , una escritura que solo es el hueco de su propia huella. De este modo , se supone que todo lo que el discurso formula se encuentra ya articulado en ese semisilencio anterior a él, que continúa deslizándose obstinadamente debajo suyo, pero que él recubre y hace callar. El discurso no sería , en definitiva, más que la presenc_ia depresiva de aquello que no dice ; y lo no dicho sería un hueco que anima desde el interior todo lo que se dice. El primer motivo destina al análisis histórico del discurso a ser búsqueda y repetición de un origen que escapa a toda determinación de origen; el otro , lo destina a ser interpretación o recepción de lo ya dicho, que sería , al mismo tiempo, lo no dicho . Es necesario renunciar a todos estos temas cuya función es garantizar la infinita continuidad del discurso y su secreta presencia ante sí en el juego de una ausencia siempre reconducida . Es necesario acoger cada momento del discurso en su irrupción de acontecimiento ; en esta puntualidad en que aparece, y en esta dispersión temporal que le permite ser repetido , sabido , olvidado , transformado , borrado hasta en sus menores huellas , sumido -lejos de toda mirada- en el polvo de los libros. No hay que remitir al discurso a la lej ana presencia del origen; hay que tratarlo en el juego de su instancia. Una vez descartadas estas formas previas de continuidad, estas síntesis mal dominadas del discurso, todo un dominio aparece libe­ rado . Un dominio inmenso , pero definible: está constituido por el conjunto de todos los enunciados efectivos (que han sido hablados y escritos) , en su dispersión de acontecimientos y en la instancia propia de cada uno. Antes de enfrentamos con una ciencia , con novelas, con discursos políticos, con la obra de un au tor o inclusive con un libro , el material que se tratará en su neutralidad primera es una población de acontecimientos en el espacio del discurso en general. De esta manera , aparece el proyecto de una descripción pura de los hechos del discurso. Esta descripción se distingue fácilmente del análisis de la lengua . Ciertamente, solo puede establecerse un sistema lingüístico (si no se lo construye artificialmente) utilizando un corpus de enunciados, o una colección de hechos de discurso ; pero entonces, se trata de definir, a partir de este conj unto que tiene valor de muestra, reglas que permitan 66

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construir eventualmente otros enunciados: aunque haya desaparecido desde tiempo atrás, aunque ya nadie la hable y sea restaurada a partir de escasos fragmentos, una lengua constituye siempre un sistema para enunciados posibles: es un conjunto finito de reglas que au toriza un número infinito de aplicaciones. El discurso, en cambio , es el conj unto siempre finito y actualmente limitado de las solas secuencias lingüís­ ticas que han sido formuladas; pueden ser innumerables, pueden, por su cantidad, superar toda capacidad de registro , de memoria o de lectura : de todos modos constituyen un conjunto finito . El problema que plantea el análisis de la lengua, a propósito de cualquier hecho de discurso , es siempre: ¿según qué reglas se ha construido tal enunciado , y, por tanto , según qué reglas podrían construirse otros enunciados semej antes? La descripción del discurso plantea un problema muy distinto : ¿por qué ha aparecido tal enunciado y no otro en su lugar? Se ve, asimismo, que esta descripción del discurso se opone al análi­ sis del pensamiento. También aquí, no puede reconstituirse un sistema de pensamiento sino a partir de un conjunto definido de discurso . Pero , este conjunto es tratado de tal modo que se intenta recuperar, más allá de los enunciados mismos, la intención del suj eto hablante , su actividad consciente , lo que ha querido decir, o también el j uego inconsciente que ha aparecido a pesar suyo en lo que ha dicho o en la fractura casi imperceptible de sus palabras manifiestas; de todos mo­ dos, se trata de reconstituir otro discurso, recuperar la palabra muda, murmurante , inagotable que anima desde el interior la voz escuchada, restablecer el texto fino e invisible que recorre el intersticio de las líneas escritas y a veces las trastona. El análisis del pensamiento es siempre alegórico en relación con el discurso que utiliza. Su proble­ ma es , infaliblemente: ¿ qué se decía , pues, en lo que se dij o ? Pero, el análisis del discurso está orientado muy diferentemente; se trata de captar el enunciado en lo estricto y singular de su acontecimiento; de terminar las condiciones de su existencia , fijar lo mejor posible sus límites, establecer sus correlaciones con los demás enunciados con los que puede estar ligado, mostrar cuáles son las otras formas de enunciación que excluye . No debe buscarse , bajo lo manifiesto , la palabrería semisilen ciosa de otro discurso, sino mostrar por qué no 67

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pudo ser más que ese, por qué excluye a cualquier otro , cómo se ubica en medio de los demás y con respecto a ellos en un lugar que ningún otro podría ocupar. El problema específico del análisis del discurso podría formularse así: ¿cuál es, pues, esta irregular existencia que sale a luz en lo que se dice y no en cualquier otra parte? Podría preguntarse para qué puede servir finalmente este poner en suspenso todas las unidades admitidas , esta obstinada búsqueda de la discontinuidad , si, en definitiva , se trata de liberar una miríada de acontecimientos discursivos, acogerlos y conservarlos en su pura dispersión. En realidad, la desaparición sistemática de las unidades ya dadas permite ante todo restituir al enunciado su singularidad de acontecimiento; ya no se lo considera simplemente como la puesta en j uego de una estructura lingüística, ni como la manifestación episódica de una significación más profunda que él, se lo trata en su irrupción histórica; lo que se intenta tener ante la vista es esta incisión que él constituye , esta irreductible -y a menudo minúscula- emergencia. Aunque sea banal, aunque uno se lo imagine poco importante en sus consecuencias, aunque después de su aparición sea olvidado enseguida, aunque se lo suponga poco comprendido o mal descifrado, aunque sea devorado velozmente por la oscuridad, un enunciado es siempre un acontecimiento que ni la lengua ni el sentido pueden agotar totalmente. Acontecimiento extraño, seguramente: en primer lugar, porque por un lado está ligado a un gesto de escritura o a la articulación de un habla , y por otro , se abre a sí mismo una existencia remanente en el campo de una memoria, o en la materialidad de los manuscritos, de los libros, y de cualquier forma de registro; además, porque es único, como todo acontecimiento , pero se ofrece a la repetición, a la trans­ formación, a la reactivación ; por último , porque está ligado a la vez a situaciones que lo provocan y a consecuencias que él incita , y ligado al mismo tiempo y según una modalidad muy diferente, a enunciados que lo preceden y que lo siguen. Pero , si se aísla , en relación con la lengua y con el pensamiento , la instancia del acontecimiento enunciativo no es para tratarla en sí misma como si fuera independiente , solitaria y soberana. Es, por el contrario, para comprender cómo esos enunciados, en su carácter de 68

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acontecimientos y en su especificidad tan extraña, pueden articularse sobre acontecimientos cuya naturaleza no es discursiva y que pueden ser de orden técnico, práctico, económico, social, político , etc. Hacer aparecer en su pureza el espacio en que se dispersan los aconteci­ mientos discursivos no es tratar de establecerlo en un corte imposible de superar; no es cerrarlo sobre sí mismo, ni, con mayor razón aún, abrirlo a una trascendencia; es, por el contrario, declararse libre para describir un juego de relaciones entre él y otros sistemas exteriores a él. Relaciones que deben establecerse -sin pasar por la forma general de la lengua, ni por la conciencia singular de los sujetos hablantes- en el campo de los acontecimientos. El tercer interés de tal descripción de los hechos de discurso es que al liberarlos de todos los agrupamientos que se presentan como u nidades naturales, inmediatas y universales , nos damos la posibilidad de describir, esta vez mediante un conjunto de decisiones controladas, otras unidades. Siempre que se definan claramente las condiciones podría ser legítimo constituir, a partir de relaciones correc tamente des­ critas, conjuntos discursivos que , aunque no serían nuevos, hasta ese momento se mantenían invisibles. Estos conjuntos no serían nuevos porque estarían compuestos por enunciados ya formulados, entre los cuales podría reconocerse cierto número de relaciones bien determi­ nadas. Pero , estas relaciones no habrían sido nunca formuladas por sí mismas en los enunciados en cuestión (a diferencia, por ej emplo, de aquellas relaciones explícitas expuestas y dichas por el discurso mismo cuando adopta la forma de la novela, o cuando se inscribe en una serie de teoremas matemáticos) . Pero , estas relaciones invisibles no constituirían de ningún modo una suerte de discurso secreto, que animara desde el interior los discursos manifiestos; no serían puestas de manifiesto por una interpretación, sino por el análisis de su coexistencia, de su sucesión, de su funcionamiento mu tuo, de su determinación reciproca, de su transformación independiente o corre­ lativa. En conjunto (aunque nunca puedan ser analizadas de manera exhaustiva) , forman lo que podría llamarse -un poco por un juego de palabras, pues la conciencia nunca está presente en tal descripción- el inconsciente , no del suj eto hablante, sino de la cosa dicha. 69

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En el horizonte de todas estas investigaciones se esbozaría tal vez un tema más general: el del modo de existencia de los acontecimientos discursivos en una cultura. Lo que se trataría de poner de manifiesto es el conj unto de las condiciones que rigen, en un momento dado y en una sociedad determinada , la aparición de los enunciados, su con­ servación , los lazos que se establecen entre ellos, la manera en que se los agrupa en conj untos estatutarios, el papel que desempeñan, el juego de valores o de sacralizaciones de que están afectados , la manera en que están investidos en prácticas o en conductas , los principios según los cuales circulan son reprimidos, olvidados , destruidos o reactivados. En resumen: se trataría del discurso en el sistema de su institucionalización. Llamaré archivo, no a la totalidad de los textos que han sido conservados por una civilización, ni al conjunto de las huellas que pudieron salvarse de su desastre , sino al j uego de las reglas que determinan en una cultura la apari ción y la desaparición de los enunciados , su remanencia y su eclipse, su existencia paradój ica de acontecimientos y de cosas. Analizar los hechos de discurso en el ele­ mento general del archivo es considerarlos, no como documentos (de una significación oculta, o de una regla de construcción) , sino como

monumentos (debo a Canguilhem la idea de utilizar la palabra en este sentido ) ; es -fuera de toda metáfora geológica , sin ninguna asignación de origen, sin el menor gesto hacia el comienzo de una arché- hacer lo que podría llamarse, según los derechos lúdicos de la etimología, algo así como una arqueologfa. Tal es, aproximadamente , la problemática de Historia de la locura, El nacimiento de la clínica y Las palabras y las cosas. Ninguno de estos textos es autónomo , ni se basta a sí mismo; se apoyan unos en otros, en la medida en que se trata, en cada caso , de la exploración muy parcial de una región limitada. Deben ser leídos como un conjunto, apenas esbozado, de experimentaciones descriptivas. No obstante , si bien no es necesario justificar su carácter parcial y sus lagunas, es menester explicar la elección a que obedecen . Pues , si el campo general de los acontecimientos discursivos no permite ningún recorte a priori, está descartado , sin embargo , que puedan describirse en bloque todas las relaciones características del archivo . En una primera aproximación, 70

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pues, hay que aceptar un recorte provisorio: una región inicial, que el análisis transformará y reorganizará cuando esté en condiciones de definir en ella un conjunto de relaciones. ¿ Cómo circunscribir esta región? Por un lado, es preciso elegir, empíricamente , un dominio en que las relaciones sean posiblemente numerosas, densas , y relativa­ mente fáciles de describir: ¿y en cuál otra región los acontecimientos discursivos parecen estar más ligados unos a otros y según relaciones mej or descifrables que en aquella que se designa en general con el término ciencia? Pero , por otro lado , ¿ cómo obtener las mayores posibilidades de recuperar en un enunciado, no el momento de su estructura formal y de sus leyes de construcción , sino el de su exis­ tencia y las reglas de su aparición? ¿ Cómo , si no dirigiéndose a grupos de discurso poco formalizados , en los que los enunciados no parecen engendrarse según reglas de pura sintaxis ? En fin, ¿cómo estar segu­ ros de que no adoptaremos todas esas unidades o síntesis irreflexivas que se refieren al individuo hablante , al sujeto del discurso , al autor del texto; en resumen: todas esas categorías antropológicas? ¿ Cómo, si no , quizá , considerando justamente el conjunto de los enunciados a través de los cuales se han constituido esas categorías -el conjunto de los enunciados que han elegido por "obj eto " el sujeto de los dis­ cursos (su propio suj eto) , y decidieron desplegarlo como campo de conocimientos-? Así se explica el privilegio efectivo concedido a ese juego de dis­ cursos del que se puede decir, muy esquemáticamente , que define a las "ciencias del hombre " . Pero, este no es más que un privilegio inicial. Hay que tener bien presentes dos hechos : que el análisis de los acontecimientos discursivos y la descripción del archivo no se limitan de ningún modo a un dominio semej ante ; y que , por otra parte , el recorte de ese dominio no puede ser considerado defi nitivo , ni ab­ solutamente válido ; se trata de una primera aproximación que debe permitir que aparezcan relaciones que arriesgan borrar los límites de este primer esbozo. Ahora bien , debo reconocer que este proyecto de descripción, tal como trato ahora de acotarlo, se encuentra él mismo comprendido dentr� de la región que , en una primera aproximación , intento analizar, y que amenaza disociarse bajo el efecto del análisis. 71

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Interrogo a esa extraña y problemática configuración de las ciencias humanas a la que mi discurso se halla ligado . Analizo el espacio en que hablo . Me expongo a deshacer y a recomponer ese lugar que me indica los hitos primeros de mi discurso; emprendo la disociación de sus coordenadas visibles , sacudiendo su inmovilidad superficial; corro , pues , el riesgo de suscitar en cada instante , baj o cada uno de mis en­ foques, el problema de saber de dónde puede nacer: pues todo lo que digo podría muy bien tener el efecto de desplazar el lugar desde el que lo digo . Hasta el punto de que a la pregunta : ¿desde dónde pretende hablar, usted que pretende describir -desde un punto tan elevado y lejano- el discurso de los otros? , yo solo podría responder: he creído hablar desde el mismo lugar que esos discursos, y que al definir su espacio , situaría mi enfoque; pero , ahora debo reconocerlo: desde donde mostré que aquellos hablaban sin decirlo , ya no puedo hablar yo mismo , sino solamente a partir de esta diferencia, de esta ínfima discontinuidad que ya ha dejado detrás suyo mi discurso. 3. las formaciones discursivas y las positividades

He tratado , pues, de describir relaciones de coexistencia entre enunciados. Tomé la precaución de no tener en cuenta ninguna de esas unidades que podrían proponerse para el caso , y que la tradición ponía a mi disposición: ya sea la obra de un autor, la cohesión de una época, o la evolución de una ciencia. Me atuve solamente a la presen­ cia de los acontecimientos contiguos a mi propio discurso -seguro de encontrarme en adelante con un conjunto coherente siempre que lograra describir un sistema de relaciones entre ellos-. En primer lugar, me pareció que algunos enunciados podían formar un conjunto en la medida en que se refieren a un solo y mismo objeto. En definitiva, los enunciados que conciernen a la locura, por ej emplo , no tienen todos el mismo nivel formal (están lej os de responder a los criterios requeridos para un enunciado científico) ; no todos perte­ necen al mismo campo semántico (unos dependen de la semántica médica, otros de la semántica jurídica o administrativa ; otros utilizan un léxico literario) , pero sí todos se refieren a ese objeto que se per� 72

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fila de diferentes maneras en la experiencia individual o social, y que puede designarse como la locura . Ahora bien, se advierte rápidamente que la unidad del obj eto no permite individualizar un conjunto de enunciados, y establecer entre estos una relación a la vez descriptiva y constante. Y, esto debido a dos razones. Porque el objeto, lejos de ser aquello que puede servir de referencia para definir un conjunto de enunciados , está constituido más bien por el conjunto de esas formulaciones; sería equivocado buscar del lado de la "enfermedad mental" la unidad del discurso psicopatológico o psiquiátrico ; nos engañaríamos, seguramente, si pregun táramos al ser mismo de esta enfermedad, a su contenido secreto, a su verdad muda y cerrada so­

bre sí, lo que pudo decirse de él en un momento dado ; la enfermedad mental ha sido constituida por el conjunto de lo que pudo decirse en el grupo de todos los enunciados que la nombraban, la recortaban, la describían, la explicaban, narraban sus desarrollos, indicaban sus diversas correlaciones, la juzgaban , y eventualmente le prestaban la palabra articulando, en su nombre , discursos que debían pasar por ser los suyos. Más aún: este conjunto de enunciados que conciernen a la locura , y a decir verdad la constituyen , está lej os de referirse a un solo obj eto , de haberlo formado una vez por todas , y de conservarlo indefinidamente como su horizonte de idealidad inago table ; el ob­ j eto que exponen , como correlato suyo , los enunciados médicos de los siglos xvn o xvm, no es idéntico al obj eto que se insinúa a través de las sentencias jurídicas o las medidas policiales; asimismo, todos los objetos del discurso psicopatológico han sido modificados desde Pinel o Esquirol hasta Bleuler: aquí y allá no se consideran las mismas enfermedades -a la vez porque el código perceptivo y las técnicas de descripción han cambiado , porque la designación de la locura y su re­ corte general no obedecen ya a los mismos criterios , porque la función del discurso médico , su papel , las prácticas en las que está investido y que lo sancionan, la distancia que mantiene respecto del enfermo, han sido profundamente modificados-. A partir de esta multiplicidad de los obj etos, se podría -o debería , quizá- concluir que no es posible admitir, como una unidad válida para constituir un conjunto de enunciados, el "discurso que concierne 73

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a la locura " . Tal vez habría que atenerse solamente a aquellos grupos de enunciados que tienen un solo y mismo objeto: los discursos sobre la melancolía , o sobre la neurosis. Pero , rápidamen te se advertiría que cada uno de estos discursos, a su vez , ha constituido su objeto y lo ha trabajado hasta transformarlo enteramente. De modo que se plantea el problema de saber si la unidad de un discurso no está he­ cha, más que por la permanencia y la singularidad de un obj eto , por el espacio común en que diversos objetos se perfilan y transforman continuamente. La relación característica que permite individualizar un conjunto de enunciados concernientes a la locura sería entonces: la regla de aparición simultánea o sucesiva de los diversos objetos que allí están nombrados, descritos , analizados, apreciados o juzgados; la ley de su exclusión o de su implicación recíproca; el sistema que rige su transformación. La unidad de los discursos sobre la locura no se funda en la existencia del obj eto "locura " , o en la constitución de un horizonte único de objetividad; es el juego de las reglas que hacen posible, durante una época dada, la aparición de descripciones médicas (con su obj eto) , la aparición de una serie de medidas discriminatorias y represivas (con su propio objeto) , la aparición de un conjunto de prácticas codificadas en recetas o en medicacio nes (con su objeto específico) ; es , pues, el conjunto de las reglas que dan cuenta , menos del objeto mismo en su identidad , que de su no coincidencia consigo m ismo , de su permanente diferencia , de su separación y de su disper­ sión. Por otra parte , la unidad de los discursos sobre la locura es el juego de las reglas que definen las transformaciones de esos diferentes objetos, su no identidad a través del tiempo, la ruptura que se produ­ ce en ellos, la discontinuidad interna que suspende su permanencia. Paradój icamente , definir un conjunto de enunciados en aquello que tiene de individual no consiste en individualizar su objeto, en fijar su identidad, en describir los caracteres que conserva permanentemente; por el contrario, es describir la dispersión de esos objetos, captar todos los intersticios que los separan, medir las distancias que existen entre ellos -en o tros términos: formular su ley de distribución-. Yo no lla­ maría a este sistema " dominio" de objetos (pues la palabra implica la unidad, la clausura , la vecindad próxima más que el desperdigamiento 74

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y la dispersión) ; yo le daría , un poco arbitrariamente , el nombre de referencial, y diría por ej emplo que la " locura" no es el obj eto (o refe­ rente) común a un grupo de proposiciones , sino el referencial, o ley de dispersión de diferentes objetos o referentes puestos en juego por un conjunto de enunciados, cuya unidad se halla definida precisamente por esta ley. El segundo criterio que podría utilizarse para constituir conjuntos discursivos sería el tipo de enunciación u tilizada . Me ha parecido , por ej emplo, que a partir del siglo x1x la ciencia médica se caracterizaba me­ nos por sus objetos o sus conceptos (de los cuales unos permanecieron idénticos y otros se transformaron por completo) que por cierto estilo, cierta forma constante de la enunciación: asistiríamos a la instauración de una ciencia descriptiva . Por primera vez , la medicina no está cons­ tituida por un conjunto de tradiciones , de observaciones , de recetas heterogéneas, sino por un corpus de conocimien tos que supone una misma mirada dirigida a las mismas cosas, un mismo cuadriculado del campo perceptivo , un mismo análisis del hecho patológico según el espacio visible del cuerpo , un mismo sistema de transcripción de lo que se percibe en lo que se dice (el mismo vocabulario, el mismo juego de metáforas) ; en resumen, me pareció que la medicina se formalizaba, si podemos expresamos así, como una serie de enunciados descriptivos. Pero , también aquí fue necesario abandonar esa hipótesis inicial, y reconocer que la medicina clínica era tanto un conjunto de prescrip­ ciones políticas , decisiones económicas, reglamentos institucionales, modelos de enseñanza, como un conjunto de descripciones; que en todo caso este no podía abstraerse de aquellos, y que la enunciación descriptiva no era más que una de las formulaciones presentes en el gran discurso clínico . Reconocer que esta descripción no ha cesado de desplazarse: ya sea porque , de Bichat a la patología celular, se ha dej ado de describir las mismas cosas; o porque, desde la inspección visual, la auscultación y el palpamiento hasta el uso del microscopio y los tests biológicos, se modificó el sistema de la información ; o porque , de la simple correlación anatomoclínica al análisis fino de los procesos fisiopatológicos, el léxico de los signos y su desciframiento fueron enteramente reconstituidos ; o, en fin, porque el médico poco 75

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a poco ha dejado de ser el lugar de registro y de interpretación de la información y porque , al lado suyo , fuera de él, se ha constituido una masa de documentos, instrumentos de correlación y técnicas de análisis que él, ciertamente , utilizará , pero que modifican, respecto del enfermo, su posición de suj eto observador. Todas estas alteraciones que hoy nos hacen salir, tal vez , de la medicina clínica , se han depositado lentamente , en el curso del siglo x1x, en el interior del discurso clínico y en el espacio que este dibuja­ ba. Si se quisiera definir a este discurso por una forma codificada de

enunciación (por ej emplo : descripción de cierto número de elementos determinados sobre la superficie del cuerpo , e inspeccionados por el ojo , el oído y los dedos del médico; identificación de las unidades de señales y de signos complejos; estimación de su significación probable ; prescripción de la terapéutica correspondiente) , habría que reconocer que la medicina clínica se desvaneció tan pronto como apareció y que apenas logró una formulación en Bichat y Laennec. En realidad, la uni­ dad del discurso clínico no es una forma determinada de enunciados, sino el conj unto de las reglas que hicieron simultánea o sucesivamente posibles descripciones puramente perceptivas , pero también observa­ ciones mediatizadas por instrumentos, protocolos de experiencias de laboratorio , cálculos estadísticos , comprobaciones epidemiológicas o demográficas, reglamentos institucionales, decisiones políticas. Todo este conjunto no puede obedecer a un modelo único de encadena­ miento lineal: se trata de un grupo de enunciaciones diversas que están lejos de responder a las mismas reglas formales, lej os de tener las mismas exigencias de validación, lej os de mantener una relación constante con la verdad, lejos de tener la misma función operatoria. Lo que debe caracterizarse como medicina clínica es la coexistencia de estos enunciados dispersos y heterogéneos; es el sistema que rige su distribución, el apoyo que los sustenta recíprocamente, la manera en que se implican o se excluyen, la transformación que sufren , el juego de su relevo , su disposición y su reemplazo. Es posible hacer coincidir en el tiempo la aparición del discurso con la introducción de un tipo privilegiado de enunciación en medicina. Pero , este no tiene un papel constituyente o normativo. Más acá de este fenómeno y alrededor suyo , 76

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se despliega un conjunto de formas enunciativas diversas: y lo que constituye , en su individualidad, al discurso clínico es la regla general de este despliegue. La regla de formación de estos enunciados en su heterogeneidad, incluso en su imposibilidad de integrarse en una sola cadena sintáctica, es lo que yo llamaría la separación enunciativa. Diría que la medicina clínica, como conjunto discursivo individualizado , se caracteriza por la separación o la ley de dispersión que rige la diver­ sidad de sus enunciados. El tercer criterio según el cual podrían establecerse grupos unitarios de enunciados es la existencia .de un juego de conceptos permanentes y coherentes entre sí. Se puede suponer, por ejemplo , que el análisis del lenguaj e y de los hechos gramaticales se apoyaba en los clásicos (desde Lancelot hasta fines del siglo xv111) en un número definido de conceptos cuyo contenido y uso estaban establecidos de una vez por todas: el concepto del juicio definido como la forma general y norma­ tiva de toda frase, los conceptos de sujeto y atributo reagrupados baj o l a categoría más general de nombre , e l concepto d e verbo utilizado como equivalente del concepto de cópula lógica, el concepto de palabra definido como signo de una representación. Podría reconstituirse así la arquitectura conceptual de la gramática clásica . Pero , también aquí, sería apresurado encontrar límites: sin duda, apenas podrían describirse con estos elementos los análisis hechos por los autores de Port-Royal. Y, en seguida nos veríamos obligados a comprobar la aparición de nuevos conceptos ; algunos de éstos derivan quizá de los primeros, pero los demás son heterogéneos y algunos incluso incompatibles con ellos. Las nociones de orden sintáctico natural o invertido , la de complemento (introducida a comienzos del siglo XVIII por Bauzée) , pueden integrarse aún al sistema conceptual de la gramática de Pon-Royal. Pero , ni la idea de un valor originariamente expresivo de los sonidos, ni la de un saber primitivo envuelto en las palabras y transmitido oscuramente por ellas, ni la de una regularidad en la evolución histórica de las co nsonantes pueden ser reducidas del juego de conceptos utilizado

por los gramáticos del siglo xv111. Más aún , la concepción del verbo como simple nombre que permite designar una acción o una opera­ ción, la definición de la frase no ya como proposición atributiva sino 77

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como una serie de elementos designa tivos cuyo conjunto reproduce una representación : todo esto es rigurosamente incompatible con el conjunto de los conceptos que pudieron usar Lancelot o Bauzée. ¿ Hay que admitir, en estas condiciones, que la gramática no constituye sino en apariencia un conj unto coherente ; y que es una falsa unidad la de este conjunto de enunciados, análisis, descripciones, principios y consecuencias, deducciones, que se perpetuó con ese nombre durante más de un siglo? En realidad, es posible definir, más acá de todos los conceptos aproximadamente heterogéneos de la gramática clásica, un sistema común que dé cuenta no solamente de su emergencia , sino también de su dispersión y eventualmente su incompatibilidad. Este sistema no está constituido por . conceptos más generales y abstractos que aquellos que aparecen en la superficie y son manipulados a plena luz; está constituido más bien por un conjunto de reglas de formación de los conceptos. Este conj unto se subdivide en cuatro grupos subordi­ nados. El grupo que rige la formación de los conceptos que permiten describir y analizar la frase como una unidad en la que los elementos (las palabras) no están simplemente yuxtapuestos , sino relacionados unos con otros; este conjunto de reglas es lo que se puede llamar la teoría de la atribución; sin modificarse , esta teoría de la atribución pudo dar lugar a los conceptos de verbo-cópula, o de verbo-nombre específico de la acción, o de verbo-enlace de los elementos de la re­ presentación. Asimismo , existe el grupo que rige la formación de los conceptos que permiten describir las relaciones entre los diferentes elementos significantes de la frase y los diferentes elementos de lo que está representado por esos signos; es la teoría de la articulación, que , en su unidad específica, puede dar cuenta de conceptos tan diferentes como el de la palabra como resultado de un análisis de pensamiento , y el de la palabra como instrumento por el cual puede efectuarse tal análisis . La teoría de la designación rige la emergencia de conceptos como el de signo arbitrario y c onvencional (que, por consiguiente, permite la construcción de �na lengua artificial) , pero también el de signo espontáneo, natural, inmediatamente cargado de valor expresivo (que permite, así, reintroducir la instancia de la lengua en el deve78

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nir, real o ideal , de la humanidad) . En fin, la teoría de la derivación da cuenta de la formación de un juego de nociones muy dispersas y heterogéneas: la idea de una inmovilidad de la lengua que no está sometida al cambio sino por efecto de accidentes exteriores; la idea de una correlación histórica entre el devenir de la lengua, y las capa­ cidades de análisis, de reflexión, de conocimiento de los individuos; la idea de una relación recíproca entre las instituciones políticas y la complejidad de la gramática; la idea de una determinación circular entre las formas de la lengua, las de la escritura , las del saber y de la ciencia , las de la organización social , y las del progreso histórico ; la idea de la poesía concebida no como una cierta utilización del vocabulario y de la gramática, sino como el movimiento espontáneo de la lengua

desplazándose en el espacio de la imaginación humana, que es por naturaleza metafórica. Estas cuatro "teorías" -que son como otros tanto esquemas formadores de conceptos- mantienen entre sí relaciones descriptibles (se suponen entre sí; se oponen de dos en dos; derivan unas de otras y encadenándose ligan en una sola figura discursos que no pueden ser unificados ni superpuestos) . Constituyen lo que podría llamarse una red teórica. Esta palabra no debe dar a entender un grupo de conceptos fundamentales que reagruparían a todos los demás y permitirían reubicarlos en la unidad de una arquitectura deductiva , sino más bien la ley general de su dispersión , de su heterogeneidad, de su incompatibilidad (ya sea simultánea o sucesiva) : la regla de su insuperable pluralidad. Y, si es lícito reconocer en la gramática general un conjunto individualizable de enunciados, es en la medida en que todos los conceptos que allí figuran se encadenan, se entrecruzan, se interfieren, se expulsan unos a otros, se ocultan , se desperdigan, están formados a partir de una sola y misma red teórica. En fin, podría intentarse constituir unidades de discurso a partir de una identidad de opinión. En las "ciencias humanas" , consagradas a la polémica, entregadas al juego de las preferencias o de los intereses, tan permeables a temas filosóficos o morales, tan dispuestas en algunos casos a la utilización política, tan cercanas a ciertos dogmas religiosos, es legítimo en primera instancia suponer que cierta temática es capaz de ligar y de reunir como un organismo que tien� c;us necesidades, 79

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su fuerza interna y sus capacidades de supervivencia , un conjunto de discursos. ¿Acaso no se podría constituir, por ejemplo , como unidad, todo aquello que de Buffon a Darwin ha constituido el discurso evolu­ cionista? Tema , ante todo , más filosófico que científico , más próximo a la cosmología que a la biología ; tema que, más que nombrar, recu­ brir y explicar los resultados, dirigió las investigaciones a distancia; tema que siempre suponía más de lo que sabía, pero , a partir de esta elección fundamental, obligaba a transformar en saber discursivo lo que se había esbozado como hipótesis o como exigencia. ¿ N o podría hablarse, igualmente , de la idea fisiocrática? Idea que postulaba, más allá de toda demostración y antes de todo análisis, el carácter natural de las tres rentas de la tierra ; que , por consiguiente, suponía el pri­ mado económico y político de la propiedad agraria; que excluía todo análisis de los mecanismos de la producción industrial ; que implicaba, en cambio, la descripción del circuito del dinero en el interior de un Es tado , de su distribución entre las diferentes categorías sociales y de los canales por los que volvía a la producción; y que , finalmente, conduj o a Ricardo a interrogarse sobre los casos en que no aparecía esta triple renta , sobre las condiciones en las que podía formarse, y a denunciar, por tanto , la arbitrariedad del tema fisiocrático. Pero , a partir de este intento , nos vemos llevados a dos comproba­ ciones inversas y complementarias. En un caso , el mismo hecho de opinión, la misma temática, la misma elección se articula a partir de dos juegos de conceptos, dos tipos de discurso , dos campos de obj etos perfectamente diferentes: la idea evolucionista , en su formulación más general, es tal vez la misma en Benoit de Maillet, Bordeu o Diderot, y en Darwin; pero , en realidad, lo que la hace posible y coherente no perte­ nece aquí y allá al mismo orden. En el siglo xvm , la idea evolucionista es una elección efectuada a partir de dos posibilidades bien determi­ nadas: o bien se admite que el parentesco de las especies forma una continuidad dada desde el comienzo, y que solamente las catástrofes de la naturaleza, la historia dramática de la tierras, las conmociones de un tiempo extrínseco la han interrumpido y desgarrado (y en este caso, el tiempo que crea la discontinuidad excluye el evolucionismo) ; o bien se admite que es el tiempo el que crea la continuidad, y los cambios 80

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de la naturaleza obligan a las especies a adoptar caracteres diferentes a los que poseían inicialmente: de modo que el cuadro más o menos continuo de las especies es como el afloramienlo , anle la mirada del naturalista, de todo un espesor de tiempo. En el siglo x1x la idea evo­ lucionista es una elección que ya no se asienta sobre la constitución del cuadro de las especies, sino sobre las modalidades de interacción entre un organismo cuyos elementos son solidarios y un medio que le ofrece sus condiciones reales de vida. Una sola "idea" , pero a partir de dos sistemas de elecciones. En cambio , en el caso de la fisiocracia, puede decirse que la elección de Quesnay se apoya exactamente sobre el mismo sistema de conceptos que la opinión inversa sostenida por los utilitaristas. En esta época, el análisis de las riquezas comportaba un juego de conceptos relativa­ mente limi tado y admitido por todos (se daba la misma definición de la moneda, que era un signo y que solo tenía valor por la materialidad prácticamente necesaria de ese signo; se daba la misma explicación de un precio por el mecanismo del trueque y por la cantidad de trabaj o necesaria para l a obtención d e l a mercancía; s e fijaba de l a misma manera el precio de un trabaj o : lo que costaba el mantenimiento de un obrero y su familia durante el tiempo de la obra) . Ahora bien, a partir de este juego conceptual único, había dos maneras de explicar la formación del valor, según se la analizara a partir del intercambio, o de la retribución de la jornada de trabajo. Estas dos posibilidades inscritas en la teoría económica y en las reglas de su juego conceptual dieron lugar a dos opiniones diferentes a partir de los mismos elementos. Sin duda, sería equivocado buscar en estos hechos de opinión los principios de individualización de un discurso . Lo que define la unidad de la historia natural no es la permanencia de ciertas ideas como la de . evolución; lo que define la unidad del discurso económico en el siglo xvm no es el conflicto entre los fisiócratas y los utilitaristas, o los que sostenían la propiedad de la tierra y los partidarios del comercio y la industria. Lo que permite individualizar un discurso y concederle una existencia independiente es el sistema de los puntos de elección que deja libre a partir de un campo de objetos dados, a partir de una gama enunciativa de terminada, a partir de un juego de conceptos definidos 81

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en su contenido y en su utilización. Sería, pues, insuficiente buscar en una opción teórica el fundamento general de un discurso y la forma global de su identidad histórica: una misma opción puede reaparecer en dos tipos de discurso ; un solo discurso puede dar lugar a varias opciones diferentes. Ni la permanencia de las opiniones a través del tiempo, ni la dialéctica de sus conflictos basta para individualizar un conjunto de enunciados. Para ello , hace falta situar la distribución de los pun tos de elección y definir, más acá de toda opción , un campo de posibilidades estratégicas. Si el análisis de los fisiócratas y el de los utilitaristas forman parte de los mismos discursos, no es porque vivían en la misma época , ni porque se enfrentaban en el interior de una misma sociedad, ni porque sus intereses se superponían dentro de una misma economía; es porque sus dos opciones pertenecían a una sola y misma distribución de los puntos de elección, a un solo y mismo campo estratégico. Este campo no es el total de todos los elementos en conflicto, ni tampoco una oscura unidad dividida contra sí misma que no acepta reconocerse bajo la máscara de cada adversario; es la ley de formación y de dispersión de todas las opciones posibles. En resumen , nos encontramos con cuatro criterios que permiten reconocer unidades discursivas que no son las unidades tradicionales (ya sea el "texto " , la "obra" , la "ciencia " ; o el dominio o la forma del discurso , los concepto que utiliza o las elecciones que manifiesta ) . Estos cuatro criterios n o solo n o son incompatibles, sino que s e re­ quieren unos a otros: el primero define la unidad de un .discurso por la regla de formación de todos sus objetos; el segundo, por la regla de formación de todos sus tipos sintácticos; el tercero , por la regla de formación de todos sus elementos semánticos; el cuarto , por la regla de formación de todas sus eventualidades operatorias. Quedan así cubiertos todos los aspectos del discurso. Y, cuando en un grupo de enunciados pueden situarse y describirse un referencial, un tipo de separación enunciativa , una red teórica, un campo de posibilidades estratégicas, podemos estar seguros de que pertenecen a lo que podría llamarse una formación discursiva. Esta formación agrupa toda una población de acontecimientos enunciativos. No coincide, evidentemen­ te , ni en sus criterios, ni en sus límites , ni en sus relaciones internas, 82

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con las unidades inmediatas y visibles, baj o las cuales habitualmente se reagrupan los enunciados. Saca a luz , entre los fenómenos de la enunciación , relaciones que hasta ahora permanecían en la sombra, y no se transcribían inmediatamente en la superficie del discurso. Pero , l o que saca a luz n o e s un secreto , l a unidad d e u n sentido oculto , ni una forma general y única; es un sistema reglado de diferencias y de dispersiones. Este sistema de cuatro niveles, que rige una formación discursiva y debe dar cuenta , no de sus elementos comunes sino del juego de sus separaciones , de sus intersticios , .de sus distancias -en cierto modo de sus blancos , más que de sus superficies cubiertas-, esto es lo que me propongo llamar su positividad. 4. El saber

Inicialmente , el problema era definir, baj o las formas apresurada­ mente admitidas de síntesis, unidades que pudieran instaurarse legíti­ mamente en el campo tan desmesurado de los acontecimientos enun­ ciativos. Ante ese problema traté de ofrecer una respuesta que fuera empírica (y articulada sobre investigaciones precisas) y crítica (porque concernía al lugar desde el que planteaba el problema , la región que lo situaba , la unidad espontánea dentro de la cual yo podía creer que hablaba) . De allí , esas investigaciones en el dominio de los discursos que instauraban o pretendían instaurar un conocimiento "científico" del hombre vivo , que habla y trabaj a . Estas investigaciones pusieron de manifiesto conjuntos de enunciados que llamé "formaciones dis­ cursivas" y sistemas que con el nombre de "positividades" deben dar cuenta de esos conjuntos. Pero , en definitiva , ¿no habré hecho pura y simplemente una historia de las "ciencias" humanas -o , si se quiere-, de esos conocimientos inexactos cuya acumulación no ha podido aún constituir una ciencia? ¿ N o he quedado apresado dentro de su recorte aparente y dentro del sistema que pretenden darse a sí mismas? ¿ N o h e hecho una especie d e epistemología crítica d e esas figuras que no es seguro merezcan verdaderamente el nombre de C iencias? En realidad, las formaciones discursivas que han sido recortadas o descritas no coinciden exactamente con la delimitación de esas cien83

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cias (o seudociencias) . Sin duda, fue a partir de la existencia actual de un discurso que se dice psicopatológico (y que para algunos puede pasar por científico) que abrí la investigación sobre la historia de la Locura; sin duda, también, fue a partir de la existencia de una econo­ mía política y de una lingüística (a las que algunos no concederán los criterios de la rigurosa cientificidad) que comencé a analizar lo que , en los siglos XVII y xvm , pudo decirse sobre las riquezas, la moneda, el intercambio, sobre los signos lingüísticos y el funcionamiento de las palabras. Pero, las positividades obtenidas al término del análisis y las formaciones discursivas que agrupan no cubren el mismo espa­ cio que esas disciplinas y no se articulan como ellas; más aún: no se superponen a lo que pudo considerarse como ciencia, o como forma autónoma de discurso en la época estudiada. De este modo , el siste­ ma de positividad analizado en la Historia de la locura no da cuenta exclusivamente, ni de una manera privilegiada , de lo que los médicos pudieron decir, en esa época , sobre la enfermedad mental ; define más bien el referencial, la gama enunciativa , la red teórica, los puntos de elección que hicieron posible, en su misma dispersión, los enunciados médicos, los reglamentos institucionales, las medidas administrativas, los textos j urídicos, las expresiones literarias, las formulaciones filo­ sóficas. La formación discursiva , constituida y descrita por el análisis , desborda ampliamente lo que podría relatarse como la prehistoria de la psicopatología, o como la génesis de sus conceptos. En Las palabras y las cosas la situación es inversa. Las positividades obtenidas por la descripción aíslan formaciones discursivas que son menos amplias que los dominios científicos reconocidos en primera instancia. El sistema de la Historia natural permite dar cuenta de cierto número de enunciados concernientes a la semejanza y la diferencia entre los seres , las constituciones de los caracteres específicos o ge­ néricos, la distribución de los parentescos en el espacio general del cuadro; pero, no rige los análisis del movimiento involuntario, ni la teoría de los géneros, ni las explicaciones químicas del crecimiento . La existencia, la autonomía, la consistencia interna , la limitación de esta formación discursiva es precisamente una de las razones por las cuales no se constituyó en la época clásica una ciencia general de la 84

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vida . Asimismo, la positividad que en la misma época rigió el análisis de las riquezas no determinaba todos los enunciados referentes a los intercambios, los circuitos comerciales y los precios: dejaba de lado las "aritméticas políticas" , que se incorporaron al campo de la teoría económica mucho más tarde, cuando un nuevo sistema de positividad hizo posible y necesaria la introducción del análisis económico en este tipo de discurso. La gramática general no da cuenta de todo lo que pudo decirse sobre el lenguaj e en la época clásica (ya sean los exegetas de textos religiosos, los filósofos, o los teóricos de la obra literaria) . En ninguno d e estos tres casos s e trataba d e volver a encontrar lo que los hombres pudieron pensar del lenguaj e , de las riquezas o de la vida en una época en que se constituían lenta y silenciosamente una biología , una economía y una filología; tampoco se trataba de descubrir los errores, prejuicios, confusiones, fantasías que aún se mezclaban con los conceptos que se iban formando: no se trataba de saber cuáles eran los cortes, las represiones, a costa de los cuales una ciencia, o por lo menos una disciplina con pretensiones científicas , iba a constituirse finalmente sobre un suelo tan impuro. Se trataba de poner de manifiesto el sistema de esa "impureza '' , o más bien, pues la palabra carece de significación en este análisis, de explicar la aparición simultánea de cierto número de enunciados cuyo nivel d� cientificidad, cuya forma, cuyo grado de elaboración pueden aparecer, retrospectivamente , heterogéneos. La formación discursiva analizada en El nacimiento de la clínica re­ presenta un tercer caso. Es mucho más amplia que el discurso médico en el sentido estricto del término (la teoría científica de la enfermedad, sus formas, sus determinaciones y de los instrumentos terapéu ticos) ; engloba toda una serie de reflexiones políticas , programas de reforma, medidas legislativas, reglamentos administrativos , consideraciones morales, pero , por otra parte , no integra todo aquello que , en la época estudiada, pudo conocerse sobre el cuerpo humano, su funcionamien­ to , sus correlaciones anatomofisiológicas y las perturbaciones que po­ dían presentarse en él. La unidad del discurso clínico no es de ningún modo la unidad de una ciencia o de un conj unto de conocimientos que intentan darse un estatus científico . Es una unidad compleja: no 85

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se le pueden aplicar los criterios según los cuales nosotros podemos -o creemos poder- distinguir a una ciencia de otra (por ej emplo , a la fisiología de la patología) , a una ciencia más elaborada de o tra menos elaborada (por ej emplo , a la bioquímica de la neurología) , a un discur­ so verdaderamente científico (como la hormonología) de una simple codificación de la experiencia (como la semiología) , a una verdadera ciencia (como la microbiología) de una ciencia que en realidad no lo es (la frenología ) . la clínica no constituye ni una verdadera ciencia , ni una falsa ciencia , aun cuando en nombre de nuestros criterios contem­ poráneos podamos otorgarnos el derecho de reconocer como verda­ deros algunos de sus enunciados y otros como falsos. Es un conjunto enunciativo , a la vez teórico y práctico, descriptivo e institucional , analítico y reglamentario, compuesto tanto de inferencias como de decisiones , tanto de afirmaciones como de decretos. las formaciones discursivas no son, pues , ni ciencias actuales en vías de gestación , ni ciencias antes reconocidas como tales y luego obsoletas y abandonadas en función de las nuevas exigencias de nues­ tros criterios. Son unidades de una naturaleza y de un nivel diferentes de lo que hoy se llama (o de lo que pudo llamarse) una ciencia. Para caracterizarlas no es pertinente la distinción de lo científico y lo no científico: son epistemológicamente neu tras. En cuanto a los siste­ mas de positividad que aseguran su agrupamiento unitario no son estruc turas racionales, ni tampoco juegos , equilibrios, oposiciones o dialécticas entre las formas de racionalidad y las imposiciones irracio­ nales ; la distinción de lo racional y su contrario no es pertinente para describirlos: no son leyes de inteligibilidad, sino leyes de formación de todo un conjunto de objetos, tipos de formulación, conceptos, opciones teóricas que están investidos en instituciones , en técnicas, en conduc tas individuales o colectivas , en operaciones políticas, en ac tividades científicas, en ficciones literarias, en especulaciones teó­ ricas. El conjunto así formado a partir del sistema de positividad y manifestado en la unidad de una formación discursiva es lo que podría llamarse un saber. El saber no es una suma de conocimientos -pues de estos siempre puede decirse si son verdaderos o falsos, exactos o no , aproximados o definidos, contradictorios o coherentes-; ninguna 86

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de estas distinciones es pertinente para describir el saber, que es el conjunto de los elementos (obj etos , tipos de formulación, conceptos y elecciones teóricas) formados a partir de una sola y misma positividad , en el campo de una formación discursiva unitaria. Ahora nos encontramos con una figura compleja, que puede y debe ser analizada a la vez como una formación de enunciados (cuando se considera la población de los acontecimientos discursivos que forman parte de ella ) , como una positividad (cuando se considera el sistema que rige , en su dispersión , los obj etos, los tipos de formulación, los conceptos y las opiniones que ponen en juego esos enunciados) , como un saber (cuando se consideran esos objetos, tipos de formulación, conceptos y opiniones, tales como están investidos en una ciencia, en una receta técnica , en una institución , en un relato novelesco, en una práctica jurídica o política , etcétera) . El saber no se analiza en términos de conocimientos; ni la positividad en términos de racionalidad ; ni la formación discursiva en términos de ciencia. Y, no puede pedirse que su descripción sea equivalente a u na historia de los conocimientos , o a una génesis de la racionalidad, o a la epistemología de una ciencia . De todos modos, es posible describir entre las ciencias (con sus estructuras de racionalidad y la suma de sus conocimientos) y las formaciones discursivas (con su sistema de positividad y el campo de su saber) un cierto número de relaciones. Pues, es cierto que solo criterios formales pueden decidir sobre la cientificidad de una ciencia, es decir, definir las condiciones que la hacen posible como ciencia; nunca pueden dar cuenta de su existencia de hecho, es decir, de su aparición histórica, de los acontecimientos, episodios, obstáculos, disensiones, esperas, atrasos, facilitación, que pudieron marcar su destino efectivo . Si hizo falta , por ej emplo , esperar hasta fines del siglo xvm para qu e el concepto de vida llegara a ser fundamental en el análisis de los seres vivos, o si la observación de las semejanzas entre el latín y el sánscrito no pudo ·dar lugar antes de Bopp a una gramática histórica y comparada, o si la comprobación de las lesiones intestina­ les en las afecciones " febriles" no pudo dar lugar antes del siglo x1x a una medicina anatomopatológica, la razón no debe buscarse ni en la estructura epistemológica de la ciencia biológica en general , o de 87

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la ciencia gramatical, o de la ciencia médica , ni tampoco en el error que habría enceguecido durante tanto tiempo a los hombres; reside en la morfología del saber, en el sistema de las positividades, en la disposición interna de las formaciones discursivas. Más aún: es en el elemento del saber donde se determinan las condiciones de aparición de una ciencia , o por lo menos de un conj unto de discursos que aco­ gen o reivindican los modelos de cientificidad: si, hacia comienzos del siglo x1x, vemos formarse baj o el nombre de economí� política un conjunto de discursos que se dan a sí mismos signos de cientificidad , y se imponen un cierto número de reglas formales; si, aproximadamente en la misma época , algunos discursos se organizan sobre el modelo de los discursos médicos, clínicos y semiológicos, para constituirse como psicopatologÍa , no podemos pedir retrospectivamente una explicación a esas mismas "ciencias" -ya sea a su equilibrio actual, o a la forma ideal hacia la que supuestamente se encaminan-; tampoco podemos pedir explicación a un puro y simple proyecto de racionalización que se habría formado entonces en el espíritu de los hombres, pero que no podría asumir la especificidad de estos discursos. El análisis de esas condiciones de aparición debe ser emprendido en el campo del saber, en el nivel de los conjuntos discursivos y del juego de las positividades. Baj o el término general de "condiciones de posibilidad" de una ciencia es necesario distinguir, pues, dos sistemas heteromorfos. Uno define las condiciones de la ciencia como ciencia: es relativo a su dominio de objetos, al tipo de lenguaje que utiliza, a los conceptos de que dispone o que busca establecer, define las reglas formales y semánticas que se requieren para que un enunciado pueda pertenecer a esta ciencia ; está instituido, ya sea por la ciencia en cuestión en la medida en que esta se formula sus propias normas, o bien por otra ciencia en la medida en que se imponga a la primera como modelo de formalización. De todos modos, sus condiciones de cien tificidad son internas al discurso científico en general y no pueden definirse sino por él. El otro sistema concierne a la posibilidad de una ciencia en su existencia histórica. Es exterior a aquel, y no se le superpone. Está constituido por un campo de conj untos discursivos que no tienen ni e'l mismo estatus, ni el mismo recorte, ni la misma organización , ni el 88

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mismo funcionamiento que las ciencias a las que dan lugar. No habría que ver en estos conjuntos discursivos una rapsodia de falsos conoci­ mientos, de temas arcaicos, de figuras irracionales, que las ciencias, en su soberanía, desplazarían a la oscuridad de una prehistoria . Tampoco hay que imaginarlos como el esbozo de futuras ciencias que estarían aún confusamente replegadas sobre su futuro y vegetarían, durante un tiempo , en el entresueño de las germinaciones silenciosas . No habría que concebirlos, en fin, como el único sistema epistemológico del que sean susceptibles esas falsas , o casi , seudociencias que serían las ciencias humanas. Se trata , en realidad, de figuras que tienen su propia consistencia, sus leyes de formación y una disposición autó­ noma. Analizar formaciones discursivas, positividades, y el saber que les corresponde , no es asignar formas de cientificidad, es recorrer un campo de determinación histórica que debe dar cuenta , en su apari­ ción, su remanencia, su transformación, y llegado el caso su eclipse, de discursos -algunos de los cuales se reconocen aun hoy como cien­ tíficos, otros han perdido ese estatus, algunos no lo tuvieron nunca , y otros, por último , j amás aspiraron a él-. En resumen: el saber no es la ciencia en el desplazamiento sucesivo de sus estructuras internas , sino el campo de su historia efectiva. 5 . Varias observaciones

El análisis de las formaciones discursivas y de su sistema de posi­ tividad en el elemento del saber solo concierne a algunas de termina­ ciones de los acontecimientos discursivos. No se trata de constituir una disciplina unitaria que sustituiría a todas esas otras descripciones de los discursos, invalidándolas en bloque . Se trata , más bien, de dar su lugar a diferentes tipos de análisis ya conocidos, y a menudo prac­ ticados desde tiempo atrás; determinar su nivel de funcionamiento y de eficacia ; definir sus puntos de aplicación; y, finalmente, evitar las ilusiones a que pueden dar lugar. Hacer surgir la dimensión del saber como dimensión específica no es recusar los diversos análisis de la ciencia, es desplegar, lo más ampliamente posible , el espacio en que pueden aloj arse. Es, ante todo , prescindir de dos formas de extrapo89

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ladón, cada una de las cuales desempeña un papel reductor simé trico e inverso: la extrapolación epistemológica y la extrapolación genética. La extrapolación epistemológica no se confunde con el análisis (siempre legítimo y posible) de las estructuras formales que pueden carac terizar a un discurso científico . Pero , dej a suponer que esas es­ tructuras son suficientes para definir, en una ciencia, la ley histórica de su aparición y de su despliegue. La extrapolación genética no se confunde con la descripción (siempre legítima y posible) del contexto -ya sea discursivo , técnico, económico o institucional- en el que ha aparecido una ciencia; pero, deja suponer que la organización interna de una ciencia y sus normas formales pueden ser descritas a partir de sus condiciones externas. En un caso , se encomienda a la ciencia la misión de dar cuenta de su historicidad; en el otro, se encomienda a las determinaciones históricas la misión de dar cuenta de una cientificidad. Pero , esto es desconocer que el lugar de aparición y de despliegue de una ciencia no es ni esta ciencia misma distribuida según una sucesión teleológica , ni un conjunto de prácticas mudas, o de determinaciones extrínsecas, sino el campo del saber con el conjunto de las relaciones que lo atraviesan. Este desconocimiento se explica por el privilegio concedido a dos tipos de ciencias que sirven en general de modelos cuando en realidad son, sin duda, casos límites. En efecto , hay ciencias que pueden retomar cada uno de los episodios de su devenir histórico dentro de su sistema deductivo ; su historia puede describirse como un movimiento de extensión lateral y luego de recuperación y generali­ zación en un nivel más elevado, de modo que cada momento aparece, o bien como una región particular, o bien como un grado definido de formalización; las sucesiones se cancelan en favor de vecindades que no las reproducen, y las asignaciones de fechas se borran para hacer aparecer sincronías que ignoran el calendario. Es, evidentemente , el caso de las matemáticas, en las que el álgebra cartesiana define una región particular en un campo que fue generalizado por Lagrange , Abel y Galois ; en las que el método griego de la exhaustividad parece contemporáneo del cálculo de las integrales definidas. Por otra parte , existen ciencias que solo pueden asegurar su unidad a través del tiem­ po mediante el relato o la recuperación crítica de su propia historia: 90

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si, desde Fechner, hay una y solo una psicología, si, desde Comte -o desde Durkheim- hay una y solo una sociología , no es en la medida en que puede asignarse, a tantos discursos diversos, una sola estructura epistemológica (por endeble que uno se la imagine) ; es en la medida en que la sociología , la psicología , han situado en cada momento sus discursos dentro de un campo histórico que ellas mismas recorrían en el modo crítico de la confirmación o de la invalidación. La histo­ ria de las matemáticas atraviesa siempre el límite de la descripción epistemológica ; la epistemología de "ciencias" como la psicología o la sociología está siempre en el límite de una descripción genética. Por eso , lej os de constituir ej emplos privilegiados para el análisis de todos los demás dominios científicos, estos dos casos extremos amenazan inducir a error: no dejar ver, a la vez en su especificidad y en sus relaciones, el nivel de las estructuras epistemológicas y el de las determinaciones del saber; que toda ciencia (aunque tenga un grado de formalización tan alto como las matemáticas) supone un espacio de historicidad que no coincide con el juego de sus formas , pero que toda ciencia (aunque esté tan cargada de empiricidad como la psicología , y como esta tan alejada de las normas requeridas para constituir una ciencia) existe en el campo de un saber que no prescribe simplemente la sucesión de sus episodios , sino que determina también, según un sistema que puede describirse , sus leyes de formación. En cambio, son las ciencias "intermedias" -por ejemplo , la biología , la fisiología , la economía política, la lingüística , la filología , la patología- las que deben servir de modelos: con ellas no es posible confundir en una falsa unidad la instancia del saber y la forma de la ciencia, ni elidir el momento del saber. A partir de allí es posible situar en su posibilidad , pero también definir en sus límites , cierto nú mero de descripciones legítimas del discurso científico. Descripciones que no se dirigen al saber, como instancia de formación , sino a los objetos, a las formas de enuncia­ ción , a los conceptos , a las opiniones suscitadas por él . Descripciones , no obstante , que solo serán legítimas a condición de no pretender descubrir las condiciones de existencia de algo así como un discurso científico. Es perfectamente legítimo describir el juego de las opiniones 91

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o de las opciones teóricas que surgen en una ciencia y a propósito de una ciencia; debe ser posible definir, para una época o un dominio determinado, cuáles son los principios de elección, de qué manera (mediante qué retórica o qué dialéctica) se han manifestado , encu­ bierto o justificado , cómo se organiza y se institucionaliza el campo de la polémica, cuáles son las motivaciones que pueden determinar a los individuos; en resumen: hay lugar para una doxología, que sería la descripción (sociológica o lingüística, estadística o interpretativa) de los hechos de opinión. Pero, hay ilusión doxológica cada vez que se hace valer la descripción como análisis de las condiciones de existencia de una ciencia. Esta ilusión tiene dos aspectos: admite que el hecho ·de las opiniones , en lugar de estar determinado por las posibilidades estraté­ gicas de los juegos conceptuales, remite directamente a las divergencias de intereses o de hábitos mentales en los individuos; la opinión sería la irrupción de lo no científico (lo psicológico, lo político, lo social , lo religioso) en el dominio específico de la ciencia. Pero , por o tro lado , supone que la opinión constituye el núcleo central, el foco a partir del cual se despliega todo el conj unto de los enunciados científicos; la opinión manifestaría la instancia de las elecciones fundamentales (metafísicas, religiosas, políticas) , de las que los diversos conceptos de la biología, o la economía, o la lingüística , no serían más que la versión superficial y positiva, la transcripción en un vocabulario determinado , la máscara ciega para sí misma. La ilusión doxológica es una manera de elidir el campo de un saber como lugar y ley de formación de las opciones teóricas. Asimismo , es perfectamente legítimo describir, para una ciencias dada, uno de sus conceptos o de sus conjuntos conceptuales; la de­ finición que se da de él, su utilización, el campo en el que se intenta validarlo, las transformaciones que ha sufrido, la manera en que se lo generaliza o el modo en que se lo transfiere de un dominio a o tro . Es igualmente legitimo describir, a propósito de una ciencia, las formas de las proposiciones que reconoce como válidas, los tipos de inferencia a los que ha recurrido, las reglas que se da para enlazar los enunciados unos con otros o para hacerlos equivalentes, las leyes que plantea para regir sus transformaciones o sus sustituciones. En una palabra, siempre 92

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puede establecerse la semántica y la sintaxis de un discurso científico. Pero , también hay que precaverse de lo que podría llamarse la ilusión formalista: es decir, imaginarse que esas leyes de construcción son al mismo tiempo y con pleno derecho condiciones de existencia ; que los conceptos y las proposiciones válidas no son más que la puesta en forma de una experiencia salvaj e , o el resultado de un trabaj o sobre proposiciones y conceptos ya instaurados, que la ciencia comienza a existir a partir de un cierto grado de conceptualización, y de una cierta forma en la construcción y el encadenamiento de las proposiciones ; que , para describir su emergencia en el campo de los discursos, basta situar el nivel lingüístico que la caracteriza. La ilusión formalista elide el saber (la red teórica y la distribución enunciativa) como lugar y ley de formación de los conceptos y de las proposiciones. En fin, es posible y legítimo definir, por un análisis regional, el dominio de objetos a los que se dirige una ciencia. Y analizarlo, ya sea sobre el horizonte de idealidad que la ciencia constituye (mediante un código de abstracción, reglas de manipulación, un sistema de pre­ sentación y de eventual representación) , ya sea en el mundo de cosas al que se refieren esos objetos: pues, si es cierto que el objeto de la biología o de la economía política se definen por cierta estructura de idealidad propia de esas dos ciencias, si no son pura y simplemente la vida en la que participan los individuos humanos o la industria­ lización de la que fueron artesanos, de todos modos esos objetos se refieren a la experiencia, o a una fase determinada de la evolución capitalista . Pero , sería erróneo creer (por una ilusión de la experiencia) que regiones o dominios de cosas que se ofrecen espontáneamente a una actividad de idealización y al trabajo del lenguaj e científico , que se despliegan por sí mismas , en el orden en que la historia , la técnica, los descubrimientos, las instituciones, los instrumentos humanos han podido constituirlas o ponerlas de manifiesto ; que toda la elaboración científica no es más que una cierta manera de leer, descifrar, abstraer, descomponer y recomponer lo que se da en una experiencia natural (por consiguiente , de valor general) o en una experiencia cultural (por tanto , relativa e histórica) . Hay una ilusión que consiste en suponer que la ciencia se enraíza en la plenitud de una experiencia concreta y 93

M1cHEL FoucAULT

vívida; que la geometría elabora un espacio percibido, que la biología da forma a la experiencia íntima de la vida , o que la economía política traduce al nivel del discurso teórico los procesos de la industrializa­ ción; es decir, que el referente de tenta en sí mismo la ley del objeto científico . Pero , también es una ilusión imaginarse que la ciencia se establece por un gesto de ruptura y de decisión, que se libera de golpe del campo cualitativo y de todos los murmullos de lo imaginario por la violencia (serena o polémica) de una razón que se funda en sus propias aserciones: es decir, que el objeto científico comienza a existir por sí mismo en su propia identidad. Si hay a la vez relación y corte entre el análisis de la vida y la fami­ liaridad del cuerpo, del sufrimiento , de la enfermedad y de la muerte; si hay entre la economía política y cierta forma de producción a la vez enlace y distancia , si de una manera general la ciencia se refiere a la experiencia y no obstante se separa de ella , no es en virtud de una determinación unívoca , ni de un corte soberano , constante y de­ finitivo. En realidad, estas relaciones de referencia y de distancia son específicas para cada discurso científico, y su forma varía a través de la historia. Es que ellas mismas están determinadas por la instancia específica del saber. Esta define las leyes de formación de los objetos científicos, y especifica así los enlaces u oposiciones de la ciencia y de la experiencia. Su proximidad mayor, su distancia infranqueable no están dadas inicialmente ; su principio se encuentra en la morfología del referencial ; este es el que define la disposición recíproca -el frente a frente , la oposición, su sistema de comunicación- del referente y del objeto. Entre la ciencia y la experiencia está el saber: no en calidad de mediación invisible , de intermediario secreto y cómplice, entre dos distancias tan difíciles a la vez de reconciliar y de desenmarañar; en realidad , el saber determina el espacio en que la ciencia y la experiencia pueden separarse y situarse recíprocamente . Lo que la arqueología del saber deja fuera de juego no es , pues, la posibilidad de las diversas descripciones a que puede dar lugar el discurso científico ; es más bien el tema general del "conocimiento " . El conocimiento es la continuidad de la ciencia y de la experiencia, su entrelazamiento indisociable , su reversibilidad indefinida; es un juego 94

SABER, HISTORIA Y DISCURSO

de formas que se anticipan a todos los contenidos en la medida en que los hacen posibles en un campo de contenidos originarios que diseñan silenciosamente las formas a través de las cuales podremos leerlos; es la extraña instauración de lo formal en un orden sucesivo , que es el de las génesis psicológicas o históricas; pero , es también el ordenamiento de lo empírico por una forma que le impone su teleología. El conoci­ miento confía a la experiencia la misión de dar cuenta de la existencia efec tiva de la ciencia , y confía a la cientificidad la misión de dar cuenta de la emergencia histórica de las formas y del sistema al que obedece. El tema del conocimiento equivale a una denegación del saber. Ahora bien , este tema mayor está ligado con algunos otros. El de una actividad constituyente que aseguraría , por una serie de opera­ ciones fundamentales, anteriores a todos los gestos explícitos, a todas las manipulaciones concretas , a todos los contenidos dados, la unidad entre una ciencia definida por un sistema de requisitos formales y un mundo definido como horizonte de todas las experiencias posibles. El de un sujeto que asegura , en su unidad reflexiva, la síntesis entre la diversidad sucesiva de lo dado y la idealidad que se perfila , en su identidad , a través del tiempo. Y, sobre todo , el gran tema histórico­ trascendental que ha atravesado el siglo x1x y apenas empieza a agotarse ahora en la infatigable repe tición de estos dos problemas: ¿ cuál debe ser la historia, qué proyecto absolu tamente arcaico debe atravesarla, qué telos fundamental la ha establecido desde su primer momento (o más bien desde que se abrió la posibilidad de ese primer momento) y la dirige , en la sombra, hacia un fin ya detenido , para que la verdad salga a luz en ella, o para que reconozca en esta claridad siempre re­ mota el retomo de lo que ya el origen había ocultado? Y, en seguida se formula el otro problema : ¿cuál debe ser esta verdad o tal vez esta abertura más que originaria para que la historia se despliegue en ella, no sin recubrirla, ocultarla , sumergirla en un olvido del que esta his­ toria, sin embargo , lleva la repetición , el recuerdo, la memoria nunca consumada? Podrá hacerse todo lo que se quiera para que estos pro­ blemas sean tan radicales como resulte posible : de todos modos, se mantienen ligados, a pesar de todos los intentos por separarlos, a una analítica del sujeto y a una problemática del conocimiento . 95

M1cHEL F ouCAuLT

Por oposición a todos estos temas, puede decirse que el saber, como campo de historicidad en que aparecen las ciencias , está libre de toda actividad constituyente , emancipado de toda referencia a un origen o a una teleología histórico-trascendental, separado de todo apoyo sobre una subj etividad fundadora . De todas las formas de síntesis previas mediante las cuales se quería unificar los acontecimientos discontinuos del discurso , es probable que estas hayan sido durante más de un si­ glo las más insistentes y las más temibles; son ellas, sin duda , las que animaban el tema de una historia continua, permanentemente ligada a sí misma, e indefinidamente ofrecida a las tareas de la recuperación y de la totalización. Era necesario que la historia fuera continua para que no corriera peligro la soberanía del suj eto; pero , recíprocamente, era necesario que una subjetividad, una teleología trascendental atra­ vesaran la historia para que esta pudiera pensarse en su unidad. De ese modo, la discontinuidad anónima del saber quedaba excluida del discurso y confinada en lo impensable. Fuentes: Pierre Burgelin: " I.'.archéologie du savoir ", Esprit, nº 5 , mayo 1967 , págs . 843-86 1 . Olivier Revault d'Allones: " Michel Foucault: les mots contre les choses" ,

R.aison Présente, nº 2 , febrero-abril 1 9 6 7 , págs. 29-4 1 . Michel Amiot: "Le relativisme culturaliste de Michel Foucaul t" , Les Temps

Modemes, nº 248, enero 1967, págs . 1271-1298 . Sylvie Le Box: "Un posi tiviste désespéré: Michel Foucault " , Les Temps Mo­

dernes, nº 248, enero 1967, págs. 1299-1319. Georges Canguilhem: "Mort de l 'homme ou épuisement du Cogito ?", Critique, nº 242 , julio 196 7 , págs . 599-618. B. Balan, G . Dulac , G . Marcy. ] . -P. Ponthus, ] . Proust, ] . Stefanini , E. Verley: "Entretiens sur Foucault'' , La Pensée, nº 437, enero-febrero 1968, págs. 3-37. --

"Lettre de Michel Foucault-Réponse de ] . Stefanini" , La Pensée, nº 139 ,

j unio 1 968, págs. 599-6 1 8.

96

5 . Coloquio sobre Las palabras y las cosas, de Michael F oucault B.

Balan, G. Dulac, G. Marcy, ]. -P. Ponthus, ]. Proust, ]. Stefanini,

E.

Verley

Las reuniones de este coloquio tuvieron lugar el 23 de febrero y el 16 de marzo de 1 96 7 en el "Seminario de Estudios e In­ vestigaciones sobre el siglo XVIIl ", en la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de Mo n tpelli e r. Las introducciones e stuvi e ro n a ca rgo de E. Verley (profesor de filosofía en Montpellier), B. Balan (asistente de filosofía de la misma Facultad) y ]. Stefanini (profesor de la Facultad de Letras de Aix-en-Provence). Además, participaron en las discusiones G. Marcy (diplomado en Letras modernas), G. Dulac (asistente de Literatura francesa en Montpellier), ]. -P. Pon thus Gicenciado en Letras clásicas) y el suscripto, director del Semina rio.

jACQUES PROUST Primera Reunión

E. VERLEY: Me propongo determinar, en Las palabras y las cosas, los aspectos que conciernen particularmente a la cultura del siglo XVI I I , y aquellos que cuestionan las interpretaciones más tradicionales. El

interrogante que presentaré requiere una respuesta de los especialistas del siglo xvm . Se trata de saber qué significan , más allá de los análisis particulares sobre las teorías del lenguaje, de la vida o de la economía , las articulaciones epistemológicas propuestas por Foucault. Este punto de vista muy general se justifica por el método aplicado en Las palabras y las cosas. Recordemos sus principios. 97

MICHEL FoucAULT

La ambición de Foucault, en esta "arqueología " del saber (la no­ vedad del término subraya la originalidad del proyecto) , es superar el nivel de la "doxología" para revelar la disposición epistemológica que rige , en una época determinada, la organización de todos los pensa­ mientos nuevos que se dan como conocimientos. La doxología es el método más generalmente practicado en la historia de las ideas, el análisis de las opiniones en su diversidad y su conflicto, según las influencias recibidas y apl icadas, confundiendo las causalidades de niveles muy diversos . De este modo , Foucault denun­ cia que "con las palabras vacías , oscuramente mágicas, de "influencia cartesiana" o de "modelo newtoniano " , los historiadores de las ideas acostumbran mezclar estas tres cosas y definir el racionalismo clásico por la tentación de hacer de la naturaleza algo mecánico y calculable" (pág. 63) . La disposición epistemológica , o episteme, es , para Foucault, aque­ llo que hace posible tanto los problemas y debates como los conoci­ mientos de una época . A través de todas las fórmulas que presentan esta idea , es notable ver la insistencia en la expresión "condiciones de posibilidad" . Por ej emplo : "lo que se necesita apresar y tratar de restituir son las modificaciones que han alterado el saber mismo , en este nivel arcaico que hace posible los conocimientos y el modo de ser de lo que hay por saber" (pág. 6 1 ) . Y, también: "es esta red la que define las condiciones de posibilidad de un debate o de un problema, y es ella la que porta la historicidad del saber" (pág. 8 1 ) . Es evidente la referencia al pensamiento kantiano. La episteme desempeña , con relación a los conocimientos particulares, el papel de un campo tras­ cendental . Pero , inmediatamente se ve la diferencia y la ruptura : es un campo trascendental histórico que lleva la marca radical de un índice de relatividad temporal. Hay, pues, a través de la historia del saber, una sucesión de episteme; pero , una época determinada se caracteriza por una episteme única que rige el conjunto de las formas del saber y de la reflexión. La episteme de la "representación" caracteriza a toda la época clásica , es decir, a la mayor parte de los siglos xvn y xvm . "Los conocimientos han atravesado de un cabo a otro un "espacio del saber" que fue dispuesto de golpe, 98

SABER, HISTORIA

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DISCURSO

en el siglo xv1 1 , y que no debía cerrarse sino ciento cincuenta años más tarde" (pág. 8 1 ) . En la episteme, los conocimientos que la doxo­ logía clasificaba según tipos distintos, a partir de los cuales evaluaba las diversas influencias, encuentran su unidad: "es posible definir la episteme clásica, en su disposición más general, por el sistema articu­ lado de una mathesis, de una ta.xonomfa y de un análisis genético. Las ciencias llevan siempre consigo el proyecto , aun cuando sea lejano, de una puesta exhaustiva en orden" (pág. 80) . Y, es en la misma episteme donde se descubre el fundamento de los sistemas filosó ficos y de su necesaria diversidad: "si in terrogamos al pensamiento clásico al nivel de lo que arqueológicamente lo ha hecho posible , percibiremos que la disociación del signo y de la semej anza a principios del siglo xv11 ha hecho surgir estas figuras nuevas que son la probabilidad , el análisis, la combinatoria, el sistema y la lengua universal, no como temas sucesivos que se engendren o se expulsen unos a otros , sino como una red única de necesidades. Es esto lo que ha hecho posible esas individualidades que llamamos Hobbes , Berkeley, Hume o Condillac" (pág. 69) . Se ve que el alcance de la epísteme desborda ampliamente los do­ minios en los que Foucault ha centrado sus análisis para el período clásico; se apun ta a todo el campo del conocimiento y de la reflexión, y en toda esta extensión será legítimo controlar la hipótesis propuesta. Esta función muy general de la episteme no es accidental ; no es el efecto de una extrapolación audaz; la rige el principio según el cual Foucault articula la sucesión de la episteme, la existencia de tipos irre­ ductibles de lenguaj es, de la puesta en relación de las palabras y las cosas; y el lenguaj e de una época , a través del cual los conocimientos buscan expresarse , se impone con una universalidad tal que hace falta haberse instalado en otro lenguaj e para descubrir su relatividad , sus límites. Por eso , l a conciencia d e l a episteme e s privilegio del "ar­ queólogo " . Por esta concepción d e l a episteme unitaria , fundada e n e l nivel del lenguaj e , Foucault se distingue radicalmente de las teorías anteriores de las Edades de la Inteligencia, las que , interpretando el progreso de la conciencia a partir de la invención de los modelos de inteligibili­ dad matemática, . analizaban cada época en términos de conflicto y 99

MICHEL FoucAULT

describían el movimiento de conjunto como un proceso permanente de crítica de la razón constituida. Porque la episteme es unitaria, su superación no puede ser sino conmoción, discontinuidad radical. Las fórmulas sobre este punto son de una nitidez agresiva : "Los últimos años de siglo xvm quedan rotos por una discontinuidad simétrica de la que habfa irrumpido, al principio del xv1 1 , en el pensamiento del Renacimiento" , y esta discontinuidad es " tan enigmática en su princi­ pio , en su desgarramiento primitivo , como la que separa los círculos de Paracelso del orden cartesiano" (pág. 2 1 3 ) . ¿ Puede resolverse e l enigma? ¿ Hay una explicación posible d e la sucesión de la episteme ? En el comienzo de su obra , Foucault admite una "erosión del exterior" y remite el problema para más adelante: "bastará por el momento con acoger estas discontinuidades en el or­ den empírico, a la vez evidente y oscuro , en el que se dan" (pág. 57) . , Pero , a medida que se desarrolla la reflexión, la irreductibilidad de la mutación epistemológica a toda explicación histórica se afirma con más nitidez : "Para una arqueología del saber esta abertura profunda en la capa de las continuidades, si bien debe ser analizada, y debe serlo minuciosamente , no puede ser "explicada" , ni aun recogida en una palabra única . Es un acontecimiento radical que se reparte sobre toda la superficie visible del saber y cuyos signos , sacudidas y efec tos pueden seguirse paso a paso" (pág. 2 1 3 ) . ¿ Cuál e s l a naturaleza d e esta episteme d e l a poca clásica , que con­ diciona la organización de los conocimientos en el período que nos interesa? Para responder a esta pregunta, es necesario analizar el tipo de lenguaj e que funda la unidad de la episteme clásica, pero también el sentido de la discontinuidad que separa la época de la representación y la del hombre . La ley de la representación se aclara tanto por lo que excluye como por lo que rige . "Lo que hace posible el conjunto de la episteme clásica es, ante todo , la relación con un conocimiento del orden" , nos dice Foucault (pág. 78) . El modelo de este orden no es el pensamiento matemáti­ co, que es solo un ej emplo de aquel. El "proyecto de una exhaustiva puesta en orden" , del despliegue total de un sistema de identidades y 1 00

SABER, HISTORIA Y DISCURSO

de diferencias, es más general que el ideal matemático; condiciona la reflexión sobre las relaciones de cualidad tanto como el pensamiento de la cantidad. "Antes de organizar las series de la causalidad y de la historia , la episteme de la cultura occidental ha abierto un espacio en cuadro que no dej a de recorrer desde las formas calculables del orden hasta el análisis de las representaciones más complejas" (pág. 8 1 ) . "El centro del saber, en los siglos xvn y xvm , es el cuadro. Por lo que se refiere a los grandes debates que han ocupado la opinión, se alojan en forma muy natural en los pliegues de esta organización" (págs. 80-8 1 ) . Lo que d a a todos los conocimientos d e esta época su ley común es que aplican una misma concepción del lenguaj e . Porque entre signo y representación se establece una correspondencia rigurosa y sin in­ termediarios, la época clásica presta un poder al lenguaj e : "el de dar signos adecuados a todas las representaciones , sean las que fueren, y de establecer entre ellas todos los lazos posibles ( . . . ) Debe haber un lenguaj e , posible cuando menos, que recoj a la totalidad del mundo en sus palabras" (pág. 90) . Precisemos el alcance polémico de estas fórmulas que , en su gene­ ralidad, pueden aparecer un poco enigmáticas. Si bien la matemática y la física expresan , en su propio dominio, el mismo pensamiento del lenguaje que las clasificaciones, los análisis genéticos, o las filo­ sofías del signo, en cambio pierden el privilegio epistemológico que tradicionalmente se les reconocía. No pueden influir sobre discipli­ nas diferentes , suscitar filosofías originales, porque no hacen sino expresar un proyecto que sostiene el conjunto de los conocimientos. Sus progresos no podrían alterar la continuidad fundamental de una

episteme fundada en el nivel de una teoría del valor del signo y no en el pensamiento de las operaciones. De este modo , tal concepción de la episteme au toriza a Foucault a pasar por alto obras tan considerables como las de Newton o Lavoisier. La teoría de la episteme clásica se aclara tanto por lo que excluye como por lo que ordena; ante todo , podemos acotarla gracias a los hitos cronológicos indicados por Foucault. El conjunto del fenómeno que constituye la mutación de la época clásica a la modernidad nos sitúa -dice- entre 1 77 5 y 1825; Sade anuncia este acontecimiento 101

MicttEL FoucAuLT

radical que rige la novedad de las obras de Lamarck (no como teórico del transformismo, sino como botánico, que disocia nomenclatura y clasificación) , de Cuvier (aparición de la idea de vida y de diversidad de los planos de organización en la vida animal) , de Adam Smith (el trabaj o como medida del valor) , de Bopp (estudio de las lenguas como realidades históricas y autónomas, y ya no como instrumentos diver­ sos de un discurso universal) , de Kant (aparición de la interrogación trascendental) . La correspondencia entre obras tan diversas, enunciada en un resumen esquemático, es más desconcertante que ilustrativa . Es preciso , pues, buscar su fundamento en esas figuras del saber en las que participan, y que constituyen la novedad radical de la época del hombre : las figuras del hombre y de la historia . Lo que no existe en la época clásica, es el hombre , es la historia. Los especialistas del siglo

xvm

ven estas fórmulas, ofrecidas sin

comentarios, como violentas paradojas. La característica de las obras mayores de este siglo , en Francia , ¿ no es acaso que contienen una re­ flexión sobre la historia? ¿ Cómo pretender que Montesquieu , Voltaire , Diderot, Rousseau hayan ignorado la dimensión histórica del hombre? ¿Y, hay algo más común en el siglo xvm , mucho antes del Helvetius , que la referencia a la idea de hombre? Obj eciones prematuras . Foucault es perfectamente consciente de todo lo que se le podría oponer en este nivel; así pues, debemos exa­ minar de qué modo entiende él esas dos figuras. Si en el siglo xv111 la historia no existe , no es porque falten histo­ riadores , ni porque esté ausente de la cultura el interés por el pasado . Es porque está subordinada a la idea de naturaleza humana , cuyo conocimiento es accesible rectamente a un análisis que puede desple­ gar todos sus elementos según el orden de la representación. Lo que la historia presenta en la sucesión de los acontecimientos no es sino el contenido de una naturaleza humana pensada primero fuera del tiempo en toda la riqueza de su esencia. En otras palabras: la historia es radicalmente secundaria en relación con la idea de naturaleza hu­ mana , y por eso no existe como figura autónoma, como fundamento de conocimientos originales. La historia que surge a fines del siglo xv111 bajo una forma radicalmente nueva , que domina el saber, es la 102

SABER, HISTORIA Y DISCURSO

que muestra, en la sucesión temporal, el surgimiento de contenidos absolutamente nuevos, que no son solamente irreductibles a la esencia de una naturaleza humana ; también dan origen a un cuestionamiento del hombre . Foucault habla de esa dimensión temporal en la que los conocimientos se despliegan según la novedad de sus organizaciones originales. Entendida en este sentido, la historia no se reduce a una dis­ ciplina particular, es aquello que ordena el pensamiento de la sucesión temporal a través de investigaciones tan diversas como la biología , la lingüística , la economía, la filosofía . Es también aquello a partir de lo cual la misma función del conocimiento es constantemente cuestiona­ da ; pero , aquí la figura de la historia se entrecruza con la del hombre . ¿ Qué quiere decir Foucault cuando habla del nacimiento , a fines del siglo XVII I , de esta figura del hombre de la que invita al lector a reco­ nocer la muerte en el pensamiento más moderno? ¿ Qué sentido debe darse a las fórmulas categóricas que enuncian esta discontinuidad ? "Antes del fin del siglo XVIII , el hombre no existía " , escribe (pág. 300) . El hombre del que se habla en el siglo xvn no es nunca más que una ilustración de la naturaleza humana. Que esta se sitúe en una Naturaleza (obra de Dios o Naturaleza eterna) no impide que la Na­ turaleza esté íntegramente recubierta por el orden del análisis y de la representación. De la nueva figura del hombre , Foucault nos da menos una defini­ ción que una serie de esbozos . El rasgo esencial es el surgimiento de una dimensión trascendental, de una interrogación sobre los límites del conocimiento . N o se trata solamente de Kant; la distancia radical que permite este cuestionamiento es tanto la oposición entre la apertura indefinida de la historia y la experiencia actual necesariamente limitada, como la distancia que separa al Entendimiento de la Razón; mas aún : el ritmo trascendental pertenece a la reflexión que fundan los nuevos conoci­ mientos empíricos que conciernen al hombre . El conocimiento que descubre en el trabajo la fuente del valor plantea el problema de la relación de la actividad y del pensamiento , de las condiciones técni­ cas, económicas, sociales, en las que se elaboran los conocimientos en general y ese conocimiento en particular. Es esta "reduplicación 103

MICHEL fOUCAULT

trascendental de las positividades empíricas" la que conduce a Fou­ cault a designar al hombre como "duplicado empírico-trascendental" . A decir verdad, la figura del hombre preside el despliegue de los conocimientos y la elaboración de las filosofías en una suerte de osci­ lación entre lo finito y lo infinito . " Cada una de estas formas positivas en las que el hombre puede aprender que es finito solo se le da sobre el fondo de su propia finitud " ; pero, también "anunciada en la posi­ tividad, la finitud del hombre se perfila en la forma paradójica de lo indefinido " (págs. 305-306) . La vacilación que manifiestan estas fórmulas responde a una dificultad esencial de la teoría de Foucaul t. A la figura del hombre no corresponde un modelo epistemológico riguroso , como el que se propuso para la época clásica, como el modelo estructuralista que subtiende el desarrollo sobre la muerte del hombre. La edad del hombre es una verdadera época crítica entre períodos orgánicos, en el sentido comtiano de estos términos . Este resumen, demasiado extenso quizás y no obstante esquemático, quiere precisar el sentido, a veces dificil de captar, de los problemas que plantea la obra de Foucault al especialista de los siglos XVII y xv111. Resumamos sus resultados: continuidad esencial de la cultura entre el xvn y el xv111; homogeneidad epistemológica de los conocimientos y de las reflexiones; ausencia de una historia o de un pensamiento del hombre, independientes de la referencia a una naturaleza humana definida ante todo en el orden simultáneo de sus posibles; ausencia de una reflexión trascendental; renovación de los contenidos. ¿ Qué valor puede reconocerse a la teoría de Foucault para la in­ terpretación de la cultura del siglo xv111? Más que una respuesta sis­ temática a esta pregunta, yo propondría temas 'de interrogación que contribuyan a abrir el debate. Expresaré , ante todo , mi acuerdo con una empresa que intenta determinar, más allá de la diversidad de las opiniones y de las tesis filosóficas de una época , las formas de pensamiento en las que se organiza el debate que las opone. Esta es una forma esencial de la reflexión filosófica. Y, la interrogación sobre lo que hace posible cierta estructura epistemológica me parece plena de interés. 104

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Y

DISCURSO

No me demoraré en ciertos problemas que cuestionan el conjun­ to de la obra (por ej emplo , el de la transparencia de una episteme para una episteme ulterior, o el de las supervivencias de una episteme superada) . No porque no tengan importancia , sino porque superan nuestro propósito. Solo haré una observación sobre la cuestión , tan importante sin embargo , del carácter inexplicable atribuido por Foucault al surgi­ miento de una nueva episteme. La dificultad en establecer un enlace entre el orden sincrónico de una nueva estructura epistemológica y el orden diacrónico de la historia, ¿ no justifica una inquietud sobre el rigor con que se ha definido esta estructura? Expliquémosnos: me parece válido, desde el punto de vista del método , considerar en pri­ mer lugar, según su lógica interna, un conjunto operatorio como , por ejemplo , una clasificación jerárquica, una combinatoria, o el sistema de las operaciones que definen la noción matemática de número . Pero , esta lógica del sistema, lej os de hacer enigmática su génesis histórica, debe , por el contrario , iluminar sus etapas , mostrar en qué sentido las circunstancias pudieron obstaculizar una toma de conciencia del sistema , o favorecerla . Esta observación me lleva al problema de la coherencia de la epis­

teme, y más precisamente, de la episteme clásica. He señalado , al pasar, la dificultad de definir en términos positivos , aprovechables deducti­ vamente , la episteme de la edad moderna. Hay en la teoría de Foucault, por lo demás, un curioso desajuste entre esta edad y los otros períodos, en el nivel de la relación lenguaj e-disposición epistemológica. En el momento del Renacimiento , en la época clásica , en el período actual de la "muerte del hombre " , es cierto tipo de lenguaje lo que unifica a la episteme. En la edad del hombre y de la historia, por el contrario , una especie de espesor temporal se introduce al mismo tiempo en la lingüística , la biología , la economía y la reflexión filosófica, y crea la unidad epistemológica. Pero , me parece que Foucault adj udica a esta episteme todo lo notable que produce la reflexión en este tiempo (afectándolo con un índice de necesidad: tal filosofía debia surgir. . . ) en vez de fundar efectivamente su unidad. La episteme clásica está de­ finida , indudablemente , con mayor precisión. ¿ Pero , basta reconocer 1 05

MICHEL FoucAULT

en Descartes la ambición real de un método universal que supere el dominio matemático para reducir la desigualdad epistemológica de un orden matemático y de un orden taxonómico? La matemática y el pensamiento clasificador ¿ tienen iguales recursos para definir sus no­ ciones , deducir sus propiedades , analizar los movimientos continuos? ¿ Cómo interpretar los grandes siste mas filosóficos clásicos sin tener en cuenta la desigualdad de nivel epistemológico entre las nociones cuya síntesis intentan, y entre las propiedades que se atribuyen a nociones tales como sustancia, extensión , alma? ¿ Cómo explicar la sucesión de los sistemas sin reconocer a la vez el juego de esas contradicciones y el desplazamiento de las exigencias epistemológicas (la matemática de Leibniz hace posible otros pensamientos que el de Descartes) ? Estas obj eciones n o cubren todo el problema d e l a coherencia d e la

episteme clásica , ya que Foucault funda a esta en cierta organización del lenguaje. Este punto debe ser objeto de otro debate . Me limitaré , pues , a la siguiente observación : admitiendo que haya un postulado común al conjunto de las teorías del lenguaj e , en los siglos xvn y XVIII , en cuanto a la relación del signo y la represen tación , ¿ esto bastaría para fundar la homogeneidad del lenguaje efectivamente empleado en los diversos ámbitos del conocimiento? La idea de una continuidad esencial en la época clásica , antes de la gran ruptura de fines del siglo xvm , es solidaria de la concepción unitaria de la episteme. Pero , el cuadro del pensamiento clásico , ¿no borra , entre 1 630 y 1 77 5 , ciertas modificaciones esenciales en las que habría que reconocer las condiciones de posibilidad de esos nuevos pensamientos que , para Foucault, surgen en el "umbral de la mo­ dernidad" ? Examinemos, por ej emplo, esa referencia a la naturaleza humana que limita radicalmente todas las reflexiones clásicas sobre la historia y sobre el hombre : el cambio que se opera en estos temas , entre un pensamiento de tipo cartesiano por un lado , y el de Hume, Diderot o Helvetius por otro , ¿puede considerarse como secundario? La concepción cartesiana de la naturaleza humana está marcada por una serie de oposiciones de las filosofías del siglo XVIII que contribui­ rán a disipar: entendimiento/imaginación y memoria , actividad libre/ pasión, conciencia/cuerpo. ¿Esto tiene pocas consecuencias? El pen1 06

SABER, HISTORIA Y DISCURSO

samiento cartesiano no admite un saber au tentico que no se funde en el entendimiento ; excluye pues la idea de un conocimiento histórico válido. En su Filosofta. de la Ilustración, Cassirer cita sobre este punto la notable fórmula de Malebranche: solo pertenece al saber " filosófico lo que el mismo Adán hubiera podido conocer" . La profundización de la reflexión sobre la historia a fines del siglo XVI I I , ¿no tiene como condición de posibilidad la aparición (progresiva) de una nueva rela­ ción entre historia y cultura en el curso de este siglo, marcada por las obras de Bayle (constitución de un método crítico) , de Montesquieu , de Vol taire (desplazamiento del suj e to de la historia) ? Me admira la importancia concedida a esta transformación por Cassirer, cuya obra saludó Foucault en ocasión de la publicación de una traducción fran­ cesa. Es sorprendente ver hasta qué punto las articulaciones señaladas por Cassirer desaparecen en el cuadro del pensamiento clásico que encontramos en Las palabras y las cosas. La naturaleza humana , a través de la cual el pensamiento clásico no habla del hombre, ¿ tiene el mismo sentido, invita a las mismas reflexiones cuando se la concibe según un esquema dualista (que da al progreso del conocimiento un ritmo de conversión) y cuando se la piensa en la unidad de sus funciones, en la continuidad de su desarrollo (lo que plantea el problema de una génesis del conocimiento , del papel de la educación, de las condiciones religiosas, políticas, sociales de los progresos de la conciencia) ? Y, esta unificación de la idea de naturale­ za humana , que hace de la experiencia y de la actividad la fuente del conocimiento en lugar de fundarla en un entendimiento que reflej a e l espíritu d e Dios, ¿ n o e s una d e las condiciones d e l a aparición d e una reflexión trascendental? ¿Puede olvidarse el homenaj e que Kant rindió a Hume, por haberlo despertado de su sueño dogmático? Si la discontinuidad descrita por Foucault a fin del siglo XVIII presen­ ta este carácter brusco y enigmático , ¿no se debe al efecto de contraste con una continuidad artificialmente impuesta al conjunto del período clásico? ¿Y, no hay también cierto artificio en la atribución, a conjuntos epistemológicos radicalmente diferentes , de obras situadas más acá y más allá de las fechas críticas? La obra de Kant pertenece a la "época del hombre " . ¿ Pero , acaso no se encuentra en ella la preocupación por 107

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un inventario completo de los recursos del espíritu y la recuperación de la teoría de las funciones del conocimiento en una doctrina de la naturaleza humana? La obra de Comte tiene el aspecto característico de esas filosofías cuyo despliegue se inscribe en las disposiciones de la nueva episteme. Pero , entonces , ¿ cómo concordar con la episteme clásica lo que en la reflexión de Turgot se ordena según una ley de los tres estados del conocimiento? La obra de Hegel y la de Marx (habría mucho que decir sobre lo poco que habla Foucault de Marx y sobre la manera en que lo interpreta) retienen sin duda esta dimensión tempo­ ral en la que los conocimientos se despliegan según la novedad de su organización original. ¿ Pero , cómo no ver esta misma dimensión en la teoría de la alienación histórica y del Contrato Social de Rousseau ? ¿Y, cómo rechazarlas a las síntesis de Vico o de Herder, a menos de limitar su perspectiva a la cultura francesa, y cultivar el punto de vista "hexagonal" ? El conjunto de estas objeciones implica seguramente que no me convence la concepción de conj unto de Foucault. Se me podrá re­ prochar que no he abordado ninguno de los dominios particulares sobre los cuales Foucault desarrolla sus análisis. No discuto que este examen sea necesario para apreciar toda la riqueza de la obra, y estoy muy dispuesto a pensar que el contenido positivo de Las palabras y

las cosas esta en los análisis particulares más que en el plan general. Pero , es el mismo Foucault quien da a su teoría de la episteme un alcance muy general, y examinar la obra en ese nivel es reconocer su importancia . G . MARCY: Las nociones de estructuras, de episteme, de a priori histórico, de sistema, de basamento epistemológico, ¿ son equivalentes? E. VERLEY: Foucault emplea raramente la palabra estructura. Ha­ bla de suelo arqueológico, de disposición epistemológica, de aquello que "hace posible" a un pensamiento ; pero , no define estas expresiones. Su concepción de la disposición epistemológica encubre , además, una ambigüedad. ¿Se trata de un pensamiento anterior a toda reflexión sobre la historia, y que sería utilizado para interrogar a la historia? ¿O

1 08

SABER, HISTORIA Y DISCURSO

por el contrario, es algo que enseñaría la historia misma cuando se la interroga a cierta profundidad? Foucau l t no lo dice. ] . PROUST: En los problemas que veía Verley en Foucault hace un momento , encontré algunos temas de reflexión que me habían ocupado cuando estudié a "Diderot y los problemas del lenguaje" (Romanische

Forschungen, Band 79 , H. 1 , págs. 34-60 , 1 967) . Cuando se ha leído a cierto número de filósofos y de gramáticos del siglo

XVIII ,

impacienta

ver que Foucault no hace ninguna distinción entre el pensamiento matemático y los demás modos del pensamiento científico en el siglo Esta distinción es capital. Es evidente que la teoría de la gramática general y razonada está

XVIII .

ligada a cierta concepción matemática . Ella misma es una suerte de matemática. Ahora bien, cuando se lee atentamente a los autores que cita Foucault, se advierte que no todo se reduce en ellos a la gramá­ tica general, a la matemática. Ni siquiera hay para ellos una ciencia gramatical sino en oposición a un arte gramatical, y cada uno de los dos términos solo se define por su relación con el otro . Es, pues , fal­ sear la perspectiva enfocar solamente a uno de ellos, aun cuando los gramáticos del siglo xvm se extiendan más sobre uno que sobre el otro. En lo que se refiere a Diderot, justamente , lo que a veces hay de original en sus reflexiones sobre el lenguaj e procede de la misma in­ tención que las censuras que dirige al pensamiento matemático . Ya ha sido notado en los dominios filosófico y científico: a partir de los años 50-53, Diderot se aleja del pensamiento matemático. Esto se traduce en un enfriamiento de su amistad con d'Alembert que no está motivado solamente por razones de carácter. Pero , a medida que se aparta de d'Alembert, se aproxima a Buffon, a Haller. Ahora bien, sucede que en la misma época, más o menos, se aparta de las teorías de la gramática general y razonada para intentar nuevas vías. No puede marcarlas con rigor, porque no es gramático de profesión , pero su curva sigue a la que traza por otro lado su pensamiento filosófico y científico. Lo que dice de los idiotismos debe relacionarse, por cierto , con esta búsqueda. En los años 69-70, su reflexión y las experiencias que hace sobre el lenguaj e (en el Sueño de d'A lembert, por ejemplo) están estrechamente ligadas a los interrogantes que se plantea en ese momento sobre las 1 09

M1cHEL FoucAuLr

nociones de continuidad y de contigüidad. Hasta el punto de que a ve­ ces aparecen inesperadamente observaciones "lingüísticas" al margen de desarrollos, diríanse, puramente "biológicos" si Foucault no nos prohibiera , con todo derecho , el empleo de la palabra "biología" para designar la ciencia de los seres animados en el siglo xvm . G . DULAC: A propósito de Vico y de Rousseau , a quienes se refirió Verley al final de su exposición, yo diría que en efecto, lo que Rousseau aporta de nuevo es la idea de historia como proceso irreversible. Pero, en su tiempo no se lo comprendió. Por el contrario, sus contemporá­ neos creyeron que deseaba un retorno al pasado . También, se lo creyó de Vico . Galiani, que pasa por discípulo de Vico, pensaba que todo lo que sucede ya ha sucedido , que la historia es un eterno recomienzo. Yo me pregunto si lo que propone Foucault no es la definición de un modo general de pensamiento , de un hábito de espíritu común, respec­ to del cual debieran medirse las distancias. La tendencia irresistible a reducir esas distancias, manifestada en el caso de Vico o de Rousseau , probaría que tal hábito existe y que es dominante . B. BALAN : Por mi parte , diré en términos más generales que pue­ de haber "distorsión" , en el nivel mismo del suelo arqueológico, entre el modelo cultural y las condiciones de posibilidad de una episteme. Foucault parece considerar como sabios auténticos solo a aquellos que mantienen un perfecto acuerdo con el modelo cultural de su tiempo . Pero, lo que condiciona la percepción cultural de una obra , ¿ es lo mismo que lo que "hizo posible" esa obra? Hay, efectivamente, razones para que se lea a Rousseau o a Vico de una u otra manera . Pero , entre ellas no está la razón de la obra de Rousseau o de Vico. El análisis de Foucault se mantiene , lamentablemente , en el ni­ vel del discurso. Solo vale , finalmente , cuando se trata de la palabra ; cuando se trata de asegurar, por la palabra , un mínimo de coherencia en el interior de la ciudadela científica. Pero , tal procedimiento pierde valor cuando el mismo trabajo científico es reducido a las exigencias del discurso. El discurso "j uega" entre el signo y el significado , pero el trabajo científico se hace en el nivel de las relaciones entre el lenguaje y la realidad de referencia. La palabra cosa es muy ambigua en este libro; en el prefacio se habla de "órdenes empíricos" , de " teorías científicas " , 1 10

SABER, HISTORIA Y DISCURSO

del "ser en bruto del orden" . Foucault esquematiza, simplifica, y yo creo que hay incompatibilidad en tre esta reducción simplificadora y el carácter imperialista del papel conferido a esas estructuras "arqueoló­ gicas" , más exactamente , a esos modelos. Hay sabios cuyo trabajo se efectúa fuera de los modelos culturales de su tiempo; inclusive , en la obra de un autor determinado hay partes que concuerdan muy bien con el modelo cultural, y otras que en cambio lo contradicen. En ese caso , ¿para qué la "arqueología" ? E . VERLEY: Lo que m e parece válido en l a arqueología es e l esfuerzo que realiza para dar cuenta de ciertos debates, de ciertas oposiciones de ideas, a partir de una problemática común , y para mostrar que el debate solo se supera cuando la problemática se desplaza . Por lo demás, este esfuerzo no es nuevo. J . PROUST: Es evidente que el procedimiento que hemos adoptado , y que consiste en hacer examinar las diferentes partes de Las palabras y

las cosas por especialistas , perjudican terriblemente a Foucault. El

lingüista , el historiador de las ciencias, el economista , encontrarán fácilmente en este libro detalles erróneos o por lo menos discu tibles. Pero , no deben olvidar lo esencial . Aun cuando Foucault haya trabajado un poco rápido , estos detalles en nada cuestionan la legitimidad del

punto de vista. Siempre sostuve -y mucho antes de leer a Foucault­ que en una época dada hay correspondencias muy profundas entre los diferentes dominios del saber. Y, cuando vi el índice de este libro tuve la impresión de que había aparecido algo nuevo. No quiero decir que la empresa ha logrado resultados perfectos. Pero , es hermosa y valía la pena que se la intentara. Si se la puede realizar mejor -y yo creo, en efecto , que se la realizará mejor-, será en las principales direcciones indicadas por Foucault. E. VERLEY: De todos modos , hay que plantear reservas sobre el pos­ tulado de homogeneidad epistemológica absoluta en una época dada. En mi opinión, la idea de competencia entre modelos epistemológicos diferentes en una época dada es por lo menos igualmente fecunda. J . PROUST: Yo también lo creo. Balan hablaba hace un momento de imperialismo , y la empresa de Foucault, en efecto , tiene un carácter totalitario que la hace criticable. ¿ Pero , hay acaso muchos sistemas de 111

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pensamiento nuevos que no sean de entrada totalitarios ? Sin duda, es un mal indispensable. Hacer intervenir modelos competitivos es permanecer en la línea indicada por Foucault, pues en una época dada esos modelos no están en el mismo plano : siempre hay un modelo principal. Dicho de otro modo : lo que podrá hacerse ahora es matizar el cuadro , precisarlo. Pero, la dirección indicada sigue siendo buena. B. BALAN : No es seguro que no se haya hecho algo mejor, y desde tiempo atrás, pero no esforzándose por " deducir" la diacronía de la sincronía , sino partiendo simplemente de la historia. Es lo que hace Lo­ vej oy en The Great Chain of Beings. Las críticas que hacemos a Foucault no valen contra Lovej oy, que explica mejor, tanto la homogeneidad como las diferencias. Cuando estudia el principio de continuidad y el principio de plenitud, se ve cómo se engendran contradicciones y cómo, a partir de esas contradicciones, se dibuj an divergencias y con­ flic tos , teniendo en cuenta los conocimientos adquridos en la época considerada. Pero, se diría que para Foucault la información real no es sino la rejilla a partir de la cual se ha obtenido esta información, lo que me parece lamentable. J. PROUST: Es cierto que en este libro sobre Las palabras y las co­ sas las cosas están curiosamente ausentes. Lo único que le interesa a Foucault es la manera como se habla de ellas. Admito , sin embargo (y_ me convierto en el abogado del diablo) , que tanto para el historiador como para el arqueólogo todo lo que puede saberse de una época es lo que se dijo de ella . Es muy difícil reconstituir las cosas mismas. Al considerar solamente la rejilla del discurso, Foucault, en suma, se mantiene dentro de los límites modestos que todo sabio debe respetar. B. BALAN : N o . No puede hacerse abstracción de las adquisiciones técnicas. ] . PROUST: Muy j u sto . . . ni siquiera se las menciona en el libro de Foucault. B. BALAN: No se las menciona, salvo a propósito del microscopio , y siempre de una manera caricaturesca. ]. PROUST: Verley hubiera podido evocar la Enciclopedia. En un sentido -y es el de Foucault- no hay nada nuevo en la Enciclopedia con relación a Descartes. Por lo menos en cuanto al saber, en cuanto a 112

SABER, HISTORIA Y DISCURSO

la manera de representarse las cosas y hacer un cuadro de ellas. Pero , hay otro aspecto de la Enciclopedia que no puede dej arse de lado : que no está hecha solamente para "representan" las cosas , sino , sobre todo , para dar a los hombres medios de aprehensión sobre las cosas. Yo no veo , en los capítulos de Foucault, dónde podrían insertarse , por ejemplo , co nsideraciones sobre las artes y los oficios. Segunda Reunión

B. BALAN : Michel Foucault ha consagrado cierto número de pági­ nas a las ciencias de la naturaleza viva en Las palabras y las cosas. Esas páginas se distribuyen en tres grupos principales: el capítulo V, " Clasi­ ficar" , de la pág. 1 26 a la 1 63 ; el § lll ( " La organización de los seres" ) del capítulo VII , "Los límites d e l a representación", d e l a pág. 2 1 7 a la 228; y el § IlI ( " Cuvier") del capítulo Vlll , "Trabajo, vida , lenguaje" , de la pág. 258 a la 273. Esta distribución permite subrayar la importancia concedida a la historia natural de la época clásica, cuyos caracteres distintivos tratará de precisar Foucault, y esto , para poner en evidencia una radical transformación de óptica que se efectúa cuando pasamos de la época clásica al siglo x1x. Esta transformación se estudia, en su prep�ración, en el capítulo VII , y su realización, en el capítulo VIII. La diseminación de estos tres grupos y de otras numerosas observaciones consagradas a las mismas ciencias en el conjunto del libro se debe a que Foucault no trata de caracterizarlas en su aporte autónomo , sino , por el contrario, comprende este aporte autónomo en el interior de una problemática general, que rápidamente recordaremos. En esta problemática, distinguiremos, de una manera tal vez artifi­ cial , el método y el contenido. Llamamos contenido al producto de la aplicación del método propuesto a los diversos dominios considerados en la obra ; a propósito de este contenido , nos limitaremos a algunas observaciones sobre la historia natural , la biología , y el pasaj e -o más bien, finalmente, según Foucault, la ausencia de pasaje- de una a otra. Veamos ante todo los fundamentos del método preconizado y lo que se considera que aportará.

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El capítulo " Clasificar" ( § 1 , " Lo que dicen los historiadores" ) comienza con una impugnación del método tradicional d e análisis y de interpretación en historia de las ideas. Este método tradicional presentaría las siguientes dimensiones: 1 º) Una búsqueda de los orígenes, motivos, causas , "los nuevos privilegios de la observación" ; la constitución de un "modelo de ra­ cionalidad" a partir de la física , el mecanicismo ; "atenciones diversas" (intereses económicos, curiosidad, etc . ) ; la "valorización ética de la naturaleza" (págs. 1 26- 1 2 7) . 2°) Un estudio de las manifestaciones, es decir, de las formas que han podido adoptar las ciencias y su teoría: mecanicismo contaminado por la química, ritualismo, a través de los cuales los mismos problemas se plantean y reagrupan las discusiones alrededor de temas que van del lugar de la teología hasta el antagonismo entre fij ismo y evolucionismo. Foucault reprocha a tal método que sea un obstáculo y un abuso . Un obstáculo , porque es difícil "apresar la red que puede enlazar unas con otras investigaciones tan diversas como las tentativas de llegar a una taxonomía y las observaciones microscópicas" (pág. 1 28 ) . Un abuso , a causa de las oposiciones ( fij ismo/transformismo) que resultan de la asociación entre lo que ya se sabe y lo que no se sabe , lo que tiene por consecuencia, para el estudio de un saber, "la aplicación de categorías que son rigurosamente anacrónicas con respecto a este saber" (id . ) . Dicho d e otro modo, bajo una aparente claridad y verosimilitud, nos veríamos llevados así a una serie de errores y de confusiones, disimu­ lados por la noción perfectamente bastarda de influencia. ¿ Cómo, pues, podremos captar la verdadera red unificadora de los diversos dominios del saber en una época determinada, y, sobre todo , cómo se justifica la idea de que una red semejante efectivamente existe? Las palabras y las cosas no responden plenamente a estos problemas, salvo quizá por la manera en que se trata la realidad de los dominios científicos abordados. Foucault nos hace esperar una obra próxima (pág. 7) , pero de todos modos señala en su prefacio el marco general en que emprende su trabajo (págs . 5-7) . Resumamos: 1 º) La mirada que clasifica debe estar armada , la realización del orden supone una anticipación del orden: "Un "sistema de los ele1 14

SABER, HISTORIA Y DISCURSO

mentas" -una definición de los segmentos sobre los cuales podrán aparecer las semej anzas y las diferencias , los tipos de variación que podrán afectar tales segmentos , en fin, el umbral por encima del cual habrá diferencia y por debajo del cual habrá similitud- es indispensable para el establecimiento del orden más sencillo" ; 2º) esta anticipación está fijada para todo ho mbre por "los códigos fundamentales de una cultura -los que rigen su lenguaje, sus esquemas perceptivos, sus intercambios , sus técnicas , sus valores, la jerarquía de sus prácticas-" ; 3°) el orden así determinado se justificará , en el otro extremo del pensamiento , mediante " las teorías científicas o las in terpretaciones de los filósofos" , que explican "por qué existe en general un orden y por qué este orden" . Los puntos segundo y tercero retoman , en u n cuadro más amplio y sistemático, el contenido mismo de la tradicional historia de las ideas. Pero , este contenido es tratado finalmente como efecto superficial que no puede adquirir su inteligibilidad sino en el nivel de aquello que alimenta su producción real y que ocupa un lugar intermedio entre la empiricidad y el pensamiento : "Así, entre la mirada ya codificada y el conocimiento reflexivo , existe una región media que entrega el orden en su ser mismo " . Esta región media , por ser fundamental -y fundamental como raíz , al mismo tiempo de las empiricidades y de los pensamientos-, será el lugar en que Foucault desarrollará sus análisis, por consiguiente, el lugar en que encontrará a los seres vivos tratados por la historia natural y luego por la biología, citemos : "Se trata de mostrar ( . . . ) de qué ma­ nera , remontando , como contra la corriente , el lenguaj e tal como era hablado , los seres naturales tal como eran percibidos y reunidos, los intercambios tal como eran practicados, ha manifestado nuestra cultura que hay un orden y que a las modalidades de este orden deben sus leyes los intercambios, su regularidad los seres vivos , su encadenamiento y su valor representativo las palabras" (págs. 6-7) . La exploración de este dominio no será bau tizada "historia" sino arqueología, porque se sitúa en el nivel de las condiciones de aquello que hace posibe lo que aparece como historia. 115

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El problema capital del libro es el siguiente: ¿el método arqueológico no implica una falsificación radical de la historia de las ciencias, al mismo tiempo que un desconocimiento de la naturaleza del procedi­ miento científico , en la medida en que la ciencia se ha desembarazado de la magia al negarse a encerrarse en el interior de una teoría filosófica construida a partir del problema del lenguaj e , y tendiente a plantear límites a priori a la posibilidad de conocer todo sobrevalorizando las capacidades del lenguaje? Por depender de las estructuras formales y arbitrarias del lenguaje, la magia y la filosofía son quizá susceptibles de un análisis ín tegramente arqueológico que revele el carácter iluso­ rio de un devenir poniendo en su lugar una sucesión de rupturas que hacen a lo que precede impensable en el contexto de lo que sigue, al mismo tiempo que necesario en el contexto contemporáneo. No es seguro que suceda lo mismo con la ciencia, en la medida en que esta encuentra la realidad de las cosas, más allá de las formas verbales, de las determinaciones de la relación de las palabras con las cosas , y de las condiciones de la percepción; y, esta realidad implica una seriedad frente a la cual la clasificación china inventada por Borges puede ser restituida a su función de broma ante la cual hace falta una sensibi­ lidad bastante sofisticada para experimentar un malestar cualquiera . Es cieno, sin embargo , que el hombre de ciencia es el constructor de un discurso a través del cual expresa la inteligibilidad que capta en las cosas. Que la determinación filosófica de la relación entre las palabras y las cosas condicione positiva y negativamente la materialidad de su trabajo y la elaboración de los resultados obtenidos, es un hecho; pero , para el sabio , existe también un laboratorio, y como el laboratorio no es una frase, con él se introduce en el pensamiento leyes que tienen su autenticidad y suministran a este pensamiento un devenir que es incapaz de producir, y que le abre perspectivas imprevistas: mucho más que la obra de Cuvier, la de Darwin es quizás una de esas aventuras. Pero , Foucault habla de Cuvier, y no de Darwin. El estudio de la historia natural y de la biología conducen a Foucault a subrayar como capital la obra de Cuvier, porque en su nivel ve una ruptura de tipo arqueológico, una modificación de la relación funda­ mental de las palabras con las cosas, que nos hace salir del dominio 1 16

SABER, HISTORIA Y DISCURSO

de racionalidad definido por la época clásica en el nivel de la repre­ sentación, para hacemos entrar en la consideración de las relaciones internas a las cosas que encuentran la historia y la temporalidad. De Cuvier nació todo el pensamiento biológico del siglo x1x, y en particular él hizo posible la evolución, como lo reconoció Daudin, aunque con una restricción , que Foucault parece minimizar al señalar el carácter polémico y de algún modo regenerador de su fij ismo por oposición al evolucionismo de Lamarck, que se desarrolla en el marco de la serie única y continua de los naturalistas del siglo

xv111

-marco , por ello ,

clásico, perimido , y no revolucionario-. ¿ Cómo se sitúa Cuvier en tal lugar? Responder a esta pregunta exige el análisis del estatus arqueológico de la historia natural y el de la biología. Aquí se plantea necesariamente un problema de exactitud, es decir, de acuerdo con lo que se ha escrito y más precisamente con todo lo que se escribió y dijo: el descubrimiento de una sola frase en contradicción con las condiciones de posibilidad arqueológica de la episteme de la época considerada basta para tachar de insuficiente este tipo de investigación y conduce a la limitación de sus pretensiones. Tal descubrimiento puede ser puesto en correlación con una segunda investigación: si Cuvier ocupa un lugar dominante , ¿es por las razones indicadas por Foucault en nombre del método arqueológico? Ahora bien , en el dominio de las ciencias naturales, dos objeciones pueden conducir, si son justificadas, a conclusiones sensiblemente di­ ferentes: la primera se refiere a la importancia de la disyunción op �rada por Cuvier en el reino animal, sustituyendo la serie única de las degra­ daciones por la teoría de las cuatro ramificaciones; la segunda se refiere a la reducción , hecha por Foucault, de la temporalidad de la época clásica a intemperies cuyo efecto sobre la trama de los seres permanece accidental. El desarrollo de estas objeciones exige un trabajo mucho más importante , susceptible de una publicación ulterior. En ningún caso puede mantenerse dentro de los límites de esta comunicación, para la cual nos limitaremos a algunas observaciones justificativas. ¿Es cierto que "un día, a fines del siglo xv111 , Cuvier meterá mano a las exquisiteces de museo, las romperá, y disecará toda la conserva clásica de la visibilidad animal" (pág. 1 38) ? Según la carta que se 117

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publica encabezando las Lec;ons d'anatomie comparée, Cuvier -que, como fundador consciente de la anatomía comparada científica y filo­ sófica, se decide a la disección sistemática de todos los ejemplares de especies que puede poseer, y por consiguiente utiliza las colecciones del Museo que están a su disposición- no parece hablar de romper nada , sino al contrario , de trabajar para completar esas colecciones mediante un trabaj o sistemático de exploración y de adquisición, que luego se desarrollará baj o su impulso y el de sus colaboradores y continuadores. Cuando leemos las memorias reunidas en las Recher­

ches sur les ossements fossiles, nos sorprende el afán de reunir toda la documentación posible para ilustrar el trabajo propuesto , y, a través de esta recopilación, resulta posible discernir un movimiento progresivo que hace que los materiales sean cada vez más numerosos a medida que nos acercamos al fin del siglo xvm . Pero , por numerosos que sean, no llegan a ser equivalentes en cantidad, y a menudo en importancia, a los adquiridos por el mismo Cuvier, directamente o gracias a una red de colaboradores y de corresponsales a los que él se esfuerza por interesar en la investigación. ¿En qué medida la ruptura señalada por Foucault no es función de la cantidad de información accesible a Cuvier, mientras que no lo era para Buffon? ¿ En qué medida esta ruptura no repercute sobre la necesidad de adquirir informaciones, de tal modo que esa "acumulación galopante" conducirá , después de Cuvier, a reestructuraciones del sistema conceptual destinado a acoger la información, de un carácter cada vez más complej o que marca pro­ gresivamente un alej amiento en relación con el sistema relativamente simple y homogéneo , por contraste, que constituye, según Foucault, el universo de la representación en la época clásica? Esta objeción conduce directamente a dos consecuencias. En pri­ mer lugar, no sería posible aplicar el mismo método de investigación al movimiento científico y cultural que caracteriza a la época clásica y a la época inaugurada por Cuvier, porque hay inversión de las re­ laciones entre estructura coordenadora y materia coordenada , por el hecho de que a comienzos del siglo x1x la cantidad de información científica en ciencias naturales ha superado un umbral que investiga­ ciones ulteriores deberían precisar. En segundo lugar, y sobre todo , 1 18

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ya no sería posible afirmar como Foucault: "Son modos fundamen­ tales del saber que soportan, en su unidad sin fisuras , la correlación secundaria y derivada de las nuevas ciencias y técnicas con objetos inéditos" . Por el contrario, se trata de analizar cómo esos elementos pueden aparecer como derivados en un primer sentido , quizás el más superficial, para luego reactuar sobre los elementos fundamentales del saber y transformarlos. En este sentido, tal vez sea significativo comprobar que con Cuvier asistimos a la descomposición de la Esca­ la de los Seres. Ahora bien , si la Escala de los Seres puede mostrarse perfectamente homogénea al universo clásico de la representación, es una estructura arquetípica cuya historia se remonta a Platón, como lo demostró Lovej oy en The Great Chain of Beings. La permanencia de este arquetipo , al mismo tiempo que la manera en que responde a exigencias a priori de la razón, ¿no pueden significar que sus avatares representan todas las posibilidades de un pensamiento que lucha con una realidad sobre la cual son pobres las informaciones? Se comprende entonces que tal esquema estalle para siempre cuando los datos de hecho se enriquecen , aun cuando puedan usarse todavía elementos pertenecientes al esquema. Lovejoy descompuso este esquema en tres principios: el principio de plenitud, según el cual todo lo que puede existir existe efectivamente; el principio de continuidad , derivado del anterior; y el principio de degradación unilineal , que lleva a la organización del reino animal baj o la forma de una única serie j erarquizada . La disyunción operada por Cuvier repercute en el nivel de los principios de degradación y de continuidad . ¿ Pero , pone en cuestión el principio de plenitud? El abandono del principio de plenitud, ¿ no es un momento aún más capital que el de los otros dos principios que solo serian su preparación? La discusión de estos puntos es tanto más delicada cuanto que no se trata de hechos sino de una apreciación relativa sobre la importancia de los hechos, lo que dej a un margen a la influencia eventual de las motivaciones subjetivas. Es posible, de todos modos, señalar lo siguiente : 1 º ) En un texto de 1 804 (Mémoire concernant l'animal de l'Hyale, etc . ) , Cuvier reafirma el principio de plenitud de las formas en el 1 19

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interior de los nuevos marcos definidos por él para la clasificación de los seres vivos: "los vacíos aparentes solo se deben a que aún no conocemos todos los seres" . Este principio de plenitud jugará en otros niveles , combinándose con las ideas de orden y de armonía . Así, el organismo , ante todo , se define como una totalidad funcional -Fou­ cault ha señalado su importancia desde el punto de vista fisiológico-; pero , este aspecto implica que la existencia de cada órgano responde a la existencia de todos los demás , sin que sea posible una falla . Una falla significa pérdida de armonía y, por consiguiente , la muerte . En segundo lugar, este mismo principio pasa de las condiciones internas de existencia a las condiciones externas, y por consiguiente rige la adapta­ ción , y luego el equilibrio, de las formas consideradas en su conjunto: así, según una cita de la Histoire naturelle des poissons compuesta por Daudin, Cuvier sustituye la cadena de las formas sucesivas y de las formas simultáneas por "esa cadena real de los seres coexistentes , de los seres necesarios unos a otros y al conjunto, y que , por su acción mutua , mantienen el orden y la armonía del Universo" . Consecuencia: e l organismo y el U niverso son esencialmente está­ ticos . Solo pueden ser afectados exteriormente por la temporalidad , que pertenece siempre al orden de la intemperie , y es sinónimo de mortalidad. A una mortalidad externa habrá que oponer una creación igualmente externa y, en esta perspectiva , se multiplicarán las creacio­ nes sucesivas hasta el momento en que se advierta que esta teoría no hace más que consagrar un problema cuya solución resulta imposible en virtud de la problemática de Cuvier. Ahora bien , es difícil consi­ derar esta problemática como nueva: en la anatomía comparada del siglo xvm , que fue una obra de médicos, la idea de armonía interna se justificaba por una finalidad comprendida en términos fisiológicos; por otra parte , el preformacionismo que fue reafirmado por Cuvier es el fruto de una racionalidad a priori que concuerda muy bien con el Universo de la representación y la teoría de la Escala de los Seres bajo sus diversas modalidades. De modo que , si Cuvier es un momento capital en la génesis del pensamiento del siglo x1x, podría decirse que la su tura que separa a este de la época clásica pasa a través de su pensa­ miento . Se sabe, ciertamente , que los autores "reaccionarios" son más 1 20

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revolucionarios que los revolucionarios , los que , como todos saben, están siempre atrasados; lamentablemente, en general puede mostrarse que son, a pesar de todo , "reaccionarios" (pág. 269) . 2°) Si pasamos a Darwin, vemos que este afirma en una carta a Asa Gray (5 de setiembre de 1 857) que los hechos que mantuvieron du­ rante largo tiempo su ortodoxia científica fueron los de la adaptación, por oposición a los hechos embriológicos, sobre los cuales los datos con que contaba provenían principalmente de von Baer. Ahora bien, esto puede relacionarse con la situación siguiente del pensamiento científico contemporáneo a él. Por una parte, el problema de la adaptación sigue regido por la perspectiva definida por Cuvier a través del principio de las condi­ ciones de existencia . En Bronn y d'Archiac vemos el equilibrio de las faunas utilizado como argumento contra toda teoría evolucionista , de la misma manera que Cuvier u tiliza el equilibrio intraorgánico . Ruptura de equilibrio es sinónimo de muerte en un universo pleno en que la imbricación entre las posibilidades de vida y la realidad de los seres vivos es tal que la idea de un ajuste es rechazada a priori. Es cierto que Lamarck había pensado la posibilidad de tal ajuste , pero las modalida­ des que proponía le parecieron inaceptables al mismo Darwin , como lo indica en su correspondencia , a causa de los aspectos psicológicos de la obra de Lamarck, que remitían a otro estilo de pensamiento . Por otra parte, las investigaciones embriológicas fueron empren­ didas por von Baer en un marco constituido por cuatro tipos, cuya correspondencia con las cuatro ramificaciones de Cuvier se impone, a pesar de las reservas hechas en su prefacio de 1 827. Sin embargo , en el interior de estos tipos, él hace jugar el concepto de diferenciación progresiva , en cuyo origen se encuentra una teoría epigenética justi­ ficada por la observación microscópica: los tej idos embrio narios son más visibles y groseros que los del adulto. Por ello , cada tipo podrá aparecer como el lugar en que se desarrollan dos géneros de continui­ dades en la diferenciación progresiva : la continuidad que va del huevo al adulto , y la que va de las formas arcaicas a las formas actuales. En una y otra parte , se comprueba un paralelismo en la elevación de la organización que Darwin señala explícitamente en El Origen de las 121

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Especies (cap. XIV) . Las formas arcaicas actuales y fósiles presentan un carácter menos diferenciado e intermedio entre las formas más evolucionadas , que recuerda al embrión. Darwin siempre reconoció su acuerdo con Fritz Müller. Estas observaciones permiten señalar que la perspectiva en la que se sitúa el trabajo de Darwin no es la perspectiva fisiológica de Cuvier, sino la de la morfología desarrollada desde Geoffroy Saint-Hilaire hasta Owen, y que hace posible la disociación entre los conceptos de analogía y de homología . Si la homología remite a una fisiología , en ningún caso puede ser la de Cuvier: esta dificultad conduce a Owen a yuxtaponer más que a coordinar las nociones de adaptación, que remite a la clásica finalidad, y de repe tición, cuyo origen sería la materia cristalizable , tendiente a producir la diversidad a partir de la identidad. 3°) Darwin agrega a todo esto algo más, que está en ruptura total con el principio de plenitud, a saber, la teoría de la selección natural. Con la selección natural, la muerte alcanza una positividad que siempre se le había negado , porque es a través de ella que tienen lugar los ajustes necesarios de los seres vivos en relación con un medio constituido esencialmente por los otros seres vivos, aunque los datos geológicos y climá ticos solo tengan un papel de soporte . Por consiguiente , la vida se envuelve en sí misma y se repliega sobre la muerte ; de esta manera, puede definirse como radicalmente temporal. En estas condiciones, si Bichat, al definir la vida como el conj unto de las fuerzas que resisten a la muerte , aclara a la vida por la muerte , como Foucault lo muestra en El nacimiento de la clínica, y se halla por ello en el punto de arranque de una tradición que llega hasta Claude Bemard , para quien la vida es la muerte , es decir, abre un conjunto de posibilidades que se ma­ nifiestan extenuándose , tradición en la que puede inscribirse Cuvier -Darwin, por el contrario, conduce a Freud, para quien la negatividad del instinto de muerte está en el origen del Superyó , es decir, de la cultura por la cual la vida se supera destruyéndose (véase , sobre este punto , El porvenir de una ilusión) y también a Oparín, quien extiende la hipótesis de la selección natural al universo de los coacervados y de las macromoléculas químicas-. Así, la selección puede pensarse no solamente como factor de dinámica interna a la vida, sino también 122

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como creadora de vida . Es, pues, discu tible afirmar que la verdad del siglo x1x, captada en su nivel arqueológico, se agota en la búsqueda de una profundidad que culminaría en Schopenhauer y Nietzsche , e incluso Bergson. En esa verdad parece haber algo más y (es una opinión subj etiva) quizás algo mej or. Segunda obj eción a las conclusiones de Foucault: el problema de la de terminación de una perspectiva temporal antes de Cuvier. Para Foucault, en la época clásica, el problema de las formas vivas depende exclusivamente de una combinatoria: la relación con el medio no cuen­ ta. Esta combinatoria realiza la plenitud de las formas posibles . Así , " el monstruo y el fósil no son otra cosa que la proyección hacia atrás de estas diferencias y de estas identidades que definen, para la taxono­

mía, la estructura y después el carácter" (pág. 1 5 7) . Esta conclusión se j ustifica con un texto de Robinet sobre la especie antropocardita, modelo de esas formas que son "como otras tantas estatuas de yeso , modeladas un día y dej adas después por una forma más perfeccionada" (págs. 1 56- 1 5 7 ) . Puede notarse que s i e l estatus d e l fósil e s definido , tanto por Ro­ binet como por Bonnet, estrictamente en el marco de la Escala de los Seres, la situación es singularmente más compleja en el mismo Buffon. La misma perspectiva existe indudablemente en Buffon, cuando en la Histoire des minéraux (articulo "De la figuración de los minerales" ) evoca una materia intermedia entre l a materia bru ta y las sustancias organizadas, responsable de las "producciones de la naturaleza activa en los imperios de la vida y de la muerte" , y en particular de la figura­ ción en los minerales. Pero , si hay figuración, es porque en esa materia hay una propiedad particular: "Todo mineral figurado ha sido trabajado por las moléculas orgánicas provenientes del detrimento de los seres organizados , o por las primeras moléculas orgánicas existentes antes de su formación: así, los minerales figurados dependen, de cerca o de lej os, de la materia organizada" . Hay, pues , similitud , pero también desemejanza: una categoría de fósiles es el producto de especies que efectivamente vivieron. Estas especies vivieron en condiciones diferen­ tes de las condiciones actuales y, por ello , son diferentes de las especies actuales; poseen marcas de anterioridad y de originalidad señaladas en 1 23

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la quinta de las Epocas de la Naturaleza. En la combinatoria productora de formas vivas intervienen variables como el enfriamiento progresivo del globo y la cantidad de moléculas orgánicas disponibles. A esto se agregan las transferencias de un doble origen: la capacidad de los seres vivos para trasladarse y las incitaciones a cambiar de zona , al mismo tiempo que la existencia o ausencia de obstáculos geológicos. Asistimos, así, a la constitución de faunas diferenciadas actualmente en el espacio (oposición entre la fauna de América del Sur y la de las tierras del sur de nuestro continente) y diferenciadas en el tiempo: los fósiles son monumentos de la antigua naturaleza en la que los animales eran más grandes a causa del calor más abundante . Por consiguiente , la función del tiempo en Buffon -sobre todo si se agrega el vínculo del tiempo con la muerte , ya que las especies no constituirían más que un solo individuo si la muerte no exigiera la producción sucesiva, y dado que la muerte permite una redistribución de las moléculas orgánicas necesaria para el nacimiento de nuevas es­ pecies- puede parecer más compleja que una simple fragmentación y el desarrollo de un cuadro. Esta complej idad, que merece un estudio más profundo , no parece concordar con la concepción de Foucault, según la cual la idea de tiempo solo es posible con Cuvier y después de él, aunque esta temporalidad no es aquella en la que puede inscribirse la teoría de la Evolución , punto en que coincidimos con Foucault. Del mismo modo , quizá sea necesario considerar los textos del barón de d'Holbach y en particular los artículos de la Enciclopedia y el Sistema de la Naturaleza. Como señala Francis C. Haber en un artículo titulado Fossiles and the Idea of a Process of Time in Natural History (Forerunners of Darwin, pág. 239) , las nuevas combinaciones solo sobreviven si se avienen a las leyes generales y a las circunstancias y relaciones particulares propias del medio. Estos textos están, sin duda , lej os de Darwin, para quien la evolución es un producto de la selección natural que se realiza por la competencia vital, y no por la acción directa del medio geográfico , que es solo un soporte . Pero , de todos modos, plantean el problema de la interiorización , en el mundo vivo , de una temporalidad cuyo origen es geológico , y que se impuso a los partidarios de la Escala de los Seres y provocó una temporalización 1 24

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de esta escala , para utilizar una expresión de Lovejoy -temporalización contradictoria con la idea misma de Escala de los Seres y que por eso es responsabl e de la descomposición de esa Escala-. En estas condi­ ciones, Cuvier es un momento en un proceso iniciado mucho antes de él y que se acentuó a medida que se incrementaba la masa de los conocimientos científicos disponibles. En el marco de las ciencias de la vida que Michel Foucault introdujo en su perspectiva de una arqueología de las ciencias humanas -con todo derecho , en la medida en que se asiste, por ej emplo, a un empleo permanente de conceptos biológicos en el contexto psicológico, lo que generalmen te provoca dificul tades o confusiones- podemos llegar así a la idea de que si puede determinarse una coherencia interna que defina a una época, es tal vez peligroso subestimar las discordancias que conducen a establecer encadenamientos conceptuales diacrónicos a propósito de un mismo problema. El método utilizado por Foucault es revolucionario , pero, por lo menos en apariencia, insuficiente . No obstante, así como Foucault se consagró a las relaciones entre Biolo­ gía , Lingüística y Ciencia de las riquezas para subrayar las estructuras comunes que se refieren a la posibilidad general de hablar, tal vez el análisis de las discordancias conduzca a determinar estructuras complementarias, susceptibles de iluminar, más allá de la palabra , las estructuras arqueológicas de la percepción en general, acercándose a El nacimiento de la clinica al abandonar Las palabras y las cosas.

] . PROUST: ¿Usted impugna , pues, absolutamente el método de Foucault? B. BALAN: Pienso que conduce a la investigación a un callej ón sin salida . Si se toma a Las palabras y las cosas como ocasión de una polémica , esta polémica debe conducir a profundizar ciertas partes del libro ; pero , mostrará también que el método no sirve. Si, por el contrario, se intenta aplicar sistemáticamente el método, se hará un trabajo de falsificación. Las palabras y las cosas no pueden servir de obra de referencia , por ej emplo . E. VERLEY: El error de Foucault consiste en la generalización abusiva de ciertas nociones . Pero , las nociones de sistema y de método, 1 25

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por ej emplo , consideradas en su correlación y su oposición, ¿debemos acreditarlas a Foucault? ¿Se trata de una descripción nueva en historia de las ciencias? B. BALAN : Lovejoy habla de dos modos de pensamiento opuestos, ya, en Aristóteles . Cesalpino , desde el siglo xv1 , hace historia natural sin literatura. ¿ Por qué acreditarla a los autores de la época clásica ? J . PROUST: Me parece ver en ustedes una tendencia a ceder a la " ilusión retrospectiva " . En varias oportunidades , proyectan sobre algunos autores iluminaciones tomadas de sus sucesores . B. BALAN : Pero, para demostrar que no se tiene el derecho de discernir en un au tor los gérmenes de un pensamiento futuro , habría que integrar siempre los elementos divergentes de su obra en un con­ jun to perfectamente homogéneo . Pero , yo no veo esta homogeneidad. Por otra parte, si en el pensamiento de una época dada no coexisten elementos heterogéneos, el paso a una época ulterior parece absolu­ tamente irracional. Y, si hay hoterogeneidades , no veo por qué dej ar de apreciarlas en función de su valor histórico, es decir, prospectivo. No admito que Foucault ponga en el mismo plano a Robinet, que pasaba por atrasado para muchos de sus contemporáneos, y a Buffon, por ej emplo . Para Foucault, todo lo que se escribió y publicó en la época clásica debe ser considerado independientemente de lo que se dijo y pensó después. Si yo cedo a la "ilusión retrospectiva" , él cede a la "ilusión de la homogeneidad" . E. VERLEY: Cuando Foucault "condensa" la discontinuidad en el momento único de la ruptura y borra las divergencias bajo la homoge­ neidad de una cultura, dej a de lado el problema que plantea el adveni­ miento de todo pensamiento nuevo . Admito que el pensamiento nuevo no se explica totalmente por aquello que lo precede. No obstante, en matemática por ej emplo, cada vez que se abre el sistema del número , se plantea la cuestión: por qué en tal momento , en tales condiciones , a partir de tales investigaciones, etc. Se puede , sin duda , por conven­ ción , tratar de determinar una suerte de lógica del sistema , haciendo abstracción del tiempo en el que se despliega. Pero , si se lo despliega de un golpe, sin averiguar qué fue lo que preparó ese surgimiento, el

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lazo de la historia de las ideas con la historia general aparece como puramente accidental y, de hecho , irracional. j . -P. PONTHUS: En historia del arte , se tiende generalmente a hacer surgir el arte gótico del arte románico . Es manifiesto , sin embargo , que las fórmulas románicas que más se aproximan a las góticas se encuen­ tran en N ormandía o en Borgoña. Pero , no fue ni en Normandía ni en Borgoña donde apareció el gótico . Apareció en Ile-de-France, donde el arte románico era menor. Nació , no de las fórmulas románicas que lo precedieron, sino de una invención bastante "irracional" , que era el crucero de oj iva . Luego , tomó otros elementos del románico . La "ilusión retrospectiva" consiste en este caso en asegurar, cueste lo que cueste, la continuidad del románico al gótico . J . PROUST: Yo creo que Foucault omite deliberadamente la expli­ cación del pasaje. Esta no conviene a su método . Pero, esto no quiere decir que niegue el intento de explicación. Lo deja, provisoriamente , para más adelante. Por otra parte , no hay que subestimar el aspecto polémico del libro. No siempre aparece, porque los adversarios no son nombrados. Pero , me parece que la ridiculización de la "doxología" apunta a ciertos trabaj os recientes: el libro de jacques Roger sobre el pensamiento biológico en el siglo xvm , por ej emplo, o el de jean Ehrard sobre la idea de naturaleza. Personalmente, tengo la mayor estima por estos libros, y por sus autores. Pienso, inclusive , que tienen una considerable superioridad sobre Foucault desde el punto de vista de la información (no cometen el menor error de detalle) . Y, sin embargo , me pregunto si desde el punto de vista del método, Foucault no les lleva ventaja. B. BALAN: A condición de que su libro no sea un obstáculo para ese esfuerzo de comprensión del pasaje, que él niega -según usted­ provisoriamente . J . PROUST: Es decir que el peligro vendrá de los " foucaltianos" , si los hubiera. E. VERLEY: Me referiré o tra vez a la ambigüedad del método de Foucault en relación con sus trabaj os anteriores. justamente , en su Historia de la locura estudia menos "modelos epistemológicos" que "obstáculos epistemológicos" que surgen en cierto marco cultural. 127

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Pero , analizar formas culturales dominantes que desempeñan el papel de "obstáculos epistemológicos" no es lo mismo que analizar los "mo­ delos" que efectivamente fundan las "condiciones de posibilidad" del despliegue de teorías nuevas. Ahora bien, en Las palabras y las cosas, lo que Foucault llama la "disposición epistemológica" corresponde al segundo tipo de análisis. Su intención no es de ningún modo deter­ minar las formas culturales dominantes de la época . En el fondo , aún no hemos abordado lo esencial : lo que unifica a todos esos modelos es en realidad el lenguaje, la concepción del lenguaj e . Algo más: h e releído a Cassirer después d e Foucault, y comprobé que las discontinuidades marcadas por Cassirer no coincidían ente­ ramente con las que él señala . Por ej emplo, lo que dice Cassirer de la oposición entre el cartesianismo y el pensamiento del siglo xvm , y de la desaparición progresiva de la oposición entendimiento/sensibilidad, entendimiento/imaginación, me parece muy importante . Pero, esta articulación no se encuentra en Foucault; pasa a ser contingente . Y, por el contrario -vuelvo a este punto-, ¿puede comprenderse a Hegel sin considerar todo aquello que lo precedió desde Montesquieu? B. BALAN : En mi exposición toqué ligeramente un punto impor­ tante: Foucault considera que el principio de continuidad, en historia natural, se deduce de la necesidad de representar esta historia en forma de cuadro , es decir, de taxonomía. Pero , Lovejoy ha mostrado , justamente, que el principio de continuidad tiene su origen en el pensamiento griego . Es un tema constante que solo llega a agotarse a comienzos del siglo x1x. Como es en torno de este principio que se organizan los debates científicos, he aquí contradicha la homogeneidad de la época clásica supuesta por la arqueología de Foucault. Insisto : si la arqueologa tiene razón, es en detrimento de la histo­ ria . Es lo que Sartre comprendió muy bien, y por eso reaccionó tan violentamente contra el libro de Foucault. J. PROUST: En de trimento de cierta concepción de la historia , sí. Pero , yo no creo que la historia desaparezca necesariamente. Tengo , por el contrario, la impresión de que a pesar de sus defectos, el mé­ todo de Foucault puede suscitar una concepción nueva y tal vez más adecuada de la historia. 1 28

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B. BALAN : A condición de superar la arqueología . J . PROUST: A condición de pasar por la arqueología: es un momento necesario en el desarrollo de la investigación. Tercera reunión

J. STEFANINI : Ante todo , debo confesar una antigua prevención contra este orden de investigación y de pensamiento , el de Lucien Febvre : no se podría ser ateo en el siglo xv1 , luego , Rabelais no lo es. O también: son el prestigio de la civilización francesa y el gusto de su literatura los que introduj eron el francés en las provincias del Me­ diodía. Pero , conceder una influencia al edicto de Villers-Cotterets, es hacer historia acontecimiental. ¡ Como si hubiera existido en 1 539, para un humanista provenzal o languedociano , un escritor francés que justificara el estudio de una lengua nueva ! Confieso , también , cierta incomprensión, no solamente del prin­ cipio mismo de una arqueologta del pensamiento lingüístico, sino también de ciertos detalles de una escritura más brillante que límpida. Y, tengo una sensibilidad muy grande , como es normal en un gramático, para las condiciones permanentes de ej ercicio de nuestra disciplina: como techné, apenas si ha variado en el curso de los siglos. El método del P. Chifílet, cuya gramática enseñó el francés a la ma­ yor parte de los extranj eros que quisieron aprenderlo baj o Luis XIV (aprendizaj e inmediato de los tiempos más usados del avoir y del etre y de algunas palabras del vocabulario que ofrecen rápidamente al alumno la posibilidad de decir: tengo hambre, tenemos sed, soy inglés,

usted es muy gentil . . . ) es aproximadamente el nuestro , en esta hora de laboratorios de la lengua y de lingüística aplicada. En el plano teórico , no se ha beneficiado con ninguno de los progresos técnicos que -aunque desagrade a Foucault, para quien el microscopio es más efecto que causa de los progresos de la botá­ nica- aseguraron la promoción de otras ciencias. Heráclito, Platón, . Aristóteles , razonan sobre datos que simplemente aumentaron en número desde la Antigüedad. Teorías y técnicas nuevas, información ,

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traducción au tomática, y sobre todo formalización, apenas esbozan una transformación que aún no podemos decir si será decisiva . La distinción que hace Foucault de tres periodos no impone un plan que tal vez nos obligue a transgredir la necesidad de seguir las tendencias permanentes de la lingüística. No hemos sabido discernir si el siglo XVI constituye una era distinta o simplemente el fin de la Edad Media. Daremos un ejemplo de las dificultades de interpretación en el detalle. Cuando Foucault escribe: "En su forma primera , tal como fue dado por Dios a los hombres, el lenguaje era un signo absolutamente cierto y transparente de las cosas, porque se les parecía ( . . . ) Esta transparencia quedó destruida en Ba­ bel" (págs. 43-44) , ¿debemos concluir que esta lengua era de esencia divina? El mismo texto del Génesis citado en esa página recuerda que si Dios nombró el día y la noche , dejó que Adán diera un nombre a los animales creados para su uso. Los teólogos, en la Edad Media, seña­ lan el carácter humano del lenguaje. Cuando Dios habla a los hombre ( Chenu , "Grammaire et théologie aun xiie. et xiie. siecles" , Arch. d'hist. doctrinale et litt, dú M. A . , 1 935- 1 936, París , Vrin, 1 936, págs. 5-28) , debe adaptarse a categorías gramaticales carentes de significación para É l: distinción de personas, o del presente, el pasado y el fu turo . Decir Soy el que soy en primera persona del singular y en el presente del indicativo no tiene una justificación para el Eterno , sino solo para el destinatario. Escalígero lo volverá a decir en el siglo XVI (De causis

linguae latinae, pág. 2 1 9) . Esta lengua de Adán, cuyo recuerdo obse­ sionará a comentadores de la Biblia y lingüistas , ciertamente superior a las lenguas surgidas de Babel, más próxima que estas a las realidades designadas, es la de la criatura, y no del Creador: una lingua humana. Sobre el problema de la relación de las palabras y las cosas , lejos de profesar una teoría impuesta por la arqueología del pensamiento , los humanistas permanecieron fieles, me parece, a la tradición de la Antigüedad , a la manera en que , después de Heráclito , Platón y Aris­ tóteles plantearon el problema del signo. ¿ Por qué atribuir solo a los estoicos un sistema temario? Como dice muy bien Coseriu , Aristóte­ les supo distinguir la relación significante-significado de la que une al signo con el referente , y toda teoría de la arbitrariedad del signo 1 30

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-Benveniste lo demostró en Saussure- será explícita o implícitamente ternaria. Pues, la arbitrariedad interviene en la relación del signo con el referente , pero un lazo úr.i coercitivo , une al significante con el significado . Sea en francés la palabra "boeuP' : ningún otro término tiene exac tamente el mismo significado ; ninguna palabra de otra len­ -

·,

gua, aparentemente correspondiente , podrá emplearse como boeuf en cette robe fait un effet boeuf; solamente cuando se lo aplica a un animal designado diferentemente en otros idiomas, el signo boeuf es arbitrario. Y, esta segunda relación, digámoslo de inmediato , no está ausente de la mente de Arnauld y Lancelot: si las palabras se definen en general como "sonidos distintos y articulados que los hombres usan como signos para significar sus pensamientos" , los sustantivos designan "los objetos de nuestros pensamientos" , es decir "cosas como la tierra, el sol , el agua, el bosque" , y los adj etivos, "el modo de las cosas , como ser redondo , ser rojo" (Grammaire de Port-Royal , 2º parte , caps . l y ll) . ¿ Cómo se puede afirmar que en el siglo XVI el lenguaj e no es un sistema arbitrario? (pág. 42) . Por cierto , Sanctius afirma que en la lengua primitiva "nomina et etymologias rerum ab ipsa natura fuisse

deprompta " (Minerva, pág. 3 ) ; que , en las lenguas posteriores , el nom­ bre tiene siempre un motivo extraído de los aspectos diversos de un mismo obj eto : el viento es ventus para los latinos, que lo derivan de venire; para los griegos, anemos viene de un verbo que significa "soplar, respirar" . Lo cual, constituye una versión atenuada de la teoría del signo natural. Pero , Sanctius se enfrenta a su predecesor Escaligero , aunque ambos se sitúan en el mismo marco ideológico , el de Aristó­ teles. Naturalmente , no debe buscarse en Ramus la prueba de que el lenguaje debe "ser estudiado como una cosa natural" (pág. 43) . En el siglo XVI , escribir una gramática francesa es hacer obra de pionero ; los modelos son raros y Ramus no los conoce todos. La arqueología suministra aquí un modo de presentación más que procedimientos de análisis. Ramus sitúa el suyo en los diversos niveles tradicionales en las obras escolares: "letras" , partes del discurso. La parte más nueva de su libro (en lo que se refiere a la lingüística francesa) es la sinta­ xis; la sintaxis de concordancia, la única tradicional en esa fecha . No piensa teorizar, ya que esto se hacía a propósito de la única lengua 131

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constituida en gramática (latín y gramática son una sola cosa) ; hacía falta un patriotismo ardiente para afirmar que el francés podía ser reglado. Los teórjcos de la época son Escalígero y Sanctius; sus espe­ culaciones , como se verá, estaban muy próximas a las de Port-Royal. Si bien trataron rápidamente , aunque sin descuidarlo, el problema de la significación, es porque abandonan al filólogo la tarea de definir los términos , de decir, a propósito de cónsul, los poderes consulares y la historia de esta magistratura. Tienen un agudo sentido del carácter formal de su ciencia. La grammatica nova que quieren fundar conside­ ra únicamente la forma de las palabras, por ej emplo el paradigma de

cónsul. Es una tradición que proviene, en realidad , de la Antigüedad y de la Edad Media, y que dará los resultados conocidos. Otra corriente que atraviesa perpendicularmente los "estratos" arqueológicos: la que nace de la interpretación lingüística del mito de Babel. El texto de la Biblia , considerado entonces como historia, en su concisión se presta a la diversidad de comentarios, más de lo que sugiere Foucault. Ciertamente los Padres, con San jerónimo a la cabeza, privilegiaban el hebreo, lengua de las Escrituras, porque conservaría algo de la lingua humana, de la lengua de Adán . Y, el siglo XVI conoce numerosos partidarios de esta tradición. Pero otros , como Périon, personaj e importante de la Corte y reputado teólogo , defienden la tesis del origen helénico del francés (veremos cómo deben interpretarse estas actitudes) y sostienen que suponer que un idioma y no otros ha conservado el recuerdo de la primera lengua implica negar el castigo de Babel (Dialogorum de linguae gallicae origine eiusque cum graeca cognatione libri IV, 1 555). Esa primera lengua ha desaparecido ; todas las otras que surgieron lo hicieron con el mismo título y el mismo grado : el griego , el latín , el árabe valen tanto como el hebreo. Por otra parte , los defensores de la tesis hebraísta, lej os de querer separar radicalmente a la lengua qe las Escrituras de las demás, se com­ placen en hacer de ella la lengua madre, y por consiguiente encuentran en todas partes raíces hebraicas, inaugurando así el comparatismo lingüístico. Foucault cita a Duret y E. Guichard para el siglo xvI , sin señalar esta confrontación entre el hebreo y los demás idiomas . La época clásica conoce ardientes defensores de la tesis hebraísta: desde 132

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este punto de vista, la obra mayor es, en 1 690, Méthode d'étudier et d'enseigner chrestiennement et utilement la grammaire ou les langues par rapport á !'Escriture Sainte en les réduisant toutes d l'hébreu, del P. Thomassin. En 1 765 , de Brosses cree necesario refutar a Bergier (Les élemens primitifs des langues découverts par la comparaison des racines de l'Hébreu avec celles du Grec, du Latín et du Francais, 1 764) . Es de notar que el postulado inicial , el hebreo como lengua madre, es indefendible; pero , el problema de un parentesco de las lenguas semíticas y de las lenguas indoeuropeas es considerado insoluble, aunque real (véanse los trabajos de Cumy) . En realidad, estos partidarios del hebreo se reclutan entre los hebraizantes. La mayoría de los humanistas ignora el hebreo y juzga el problema desesperado y carente de interés ( cf. Sanctius, pág. 3 : "In illo primo sermone, quicumque ille fuit '') . Más importante es el marco del debate, el de la cronología bíblica, que será discutida hacia 1 680 (Hazard, siempre útil, requeriría algunos complementos) , pero sin salir del mismo orden de magnitud. En una historia de la humanidad reducida a algunos miles de años, se com­ prende que se haya podido creer que la escritura era casi tan antigua como el habla: la noción misma de Escrituras y la existencia de los Libros sagrados acercaban singularmente a la creación y el alfabe to de los orígenes. Los siglos xvn y xvm continúan en este punto al xv1 (véanse los buenos estudios de Madeleine V. , David y Paul Cornelius sobre la escritura y sobre los lenguaj es en los viaj es imaginarios) . La distinción hecha entre los diversos tipos de escrituras -confundién­ dose uno de ellos con la figuración ingenua de los acontecimientos y de los objetos- hizo suponer, a una época que creía en una naturaleza humana aparecida tal cual y caracterizada , como dice de Brosses, por el lenguaje y el uso de la mano , que la expresión escrita había acompa­ ñado inmediatamente a la oral. Los primeros relatos de los misioneros que volvían de China , su descripción de una escritura "real" que se imponía a un inmenso imperio y a provincias de dialectos diferentes , reforzaron además el sueño de una característica universal que poseyera las virtudes de la lingua humana y describiera exactamente el univer­ so, pero esta vez con el rigor de las ciencias . En una página brillante

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(pág. 46) , Foucault muestra que lo escrito c�mienza a desplazar a la tradición: en adelante , se mantendrá ese predominio . En conclusión, en la historia de la lingüística, el siglo XVI tiene sus propios méritos (Foucault no menciona el principal : nacimiento o desarrollo de las gramáticas de las lenguas modernas) , pero el hu­ manismo la mantiene en las vías de la tradición antigua, ya sea por la teoría del signo o la interpretación de Babel . Foucault hace comenzar la era clásica con la Grammaire de Port­ Royal: tradición francesa que encuentra respetada aún en G. Hamois y que se explica por la historia de nuestra Universidad, poblada en sus orígenes (imperiales) de projansenistas. La mayoría de mis maestros hubieran juzgado de buen grado a Pascal superior a Galileo. Saint­ Beuve había colocado a todo el siglo XVI -incluyendo al ultramontano Corneille- bajo la influencia de Port-Royal, atribuyendo a Amauld y Lancelot la misma acción innovadora en gramática que a Descartes en filosofía (lo que también dice Laporte) . Ni la Storia della Grammatica italiana de Trabalza, ni la Geschichte der neuhochdeutschen Grammatih de Jellinek cometen este error de perspectiva , también abonado por Chomsky -aunque , por cierto , no por mucho tiempo-. Esta era se definiría por el interés concedido a la relación de la instantaneidad del pensamiento y la linealidad del discurso. En este punto , Foucault resume exactamente el prefacio de Bauzée. Pero, una vez resuelto el problema de la naturaleza del signo -y con de Brosses y Court de Gébelin , el siglo xvm continúa discutiéndolo apasionada­ mente- esta es una cuestión que se impone a toda lingüística general; la linealidad del enunciado constituye uno de sus pocos elementos indiscutibles . Para atenemos a este único ej emplo, encontramos la misma actitud en los gramáticos alemanes tribu tarios de la psicología de Wundt: en todo enunciado distinguen un sujeto y un predicado psi­ cológicos , a menudo diferentes del sujeto y del predicado gramaticales. Esta nueva concepción de las relaciones pensamiento-discurso habría conmovido las relaciones de las lenguas y del tiempo. La his­ toria de las lenguas, en el sentido en que se la concebía en el siglo XVI , seria en adelante imposible . Sin embargo , hemos visto que la hipótesis hebraísta continuó proponiendo el mismo tipo de filiación. Los que 1 34

SABER, HISTORIA Y DISCURSO

la sostienen utilizan, para resultados ciertamente erróneos , la misma clase de documentos que los historiadores contemporáneos: datos internos, las lenguas mismas y los documentos que las conservan (por ej emplo , para el francés , el Serment de Strasbourg, el ]onas, la Séquence de sainte Eulalie), datos externos (por ej emplo , la prescripción del Concilio de Tours, en 8 1 3 , de predicar en lingua romana rustica y no en latín ) . Thomassin por un lado compara léxicos y paradigmas , y por otro recoge todas las indicaciones que puede suministrar la Biblia sobre las migraciones de tribus, la manera en que Abraham se hizo comprender fuera de su país, etcétera. Inclusive , formula conclusiones para las lenguas antiguas a partir de lo que observa en los dialectos. En todo caso , no se puede ver una prueba de desinterés por los problemas de filiación en una afirmación como la de Le Blan sobre el origen del francés y del italiano (pág. 95) . En el siglo xv1 , como se vio , frecuentemente se defendió la tesis del origen helénico del francés. Esto se explica por la concepción que se tiene a menudo del carácter esencial de una lengua. La mayoría considera únicamente el léxico. Esta apreciación aritmética es la de Bergier en el siglo xv111 , así coma fue la de Périon en el xv1 . Si se encuentran en el francés más palabras de origen griego que de origen latino (y, en el estado de la ciencia etimológica de la época era fácil incrementar el número de las primeras) , se concluye en la filiación griega del francés. Otros, por el contrario, toman en consideración la estructura gramatical: por ej emplo , Ramus, quien, en una exaltación nacionalista del pasado , pone el acento en lo que hoy llamamos sustrato . Aún en la actualidad, los romanistas aprecian por lo general de manera diferente , según su nacionalidad , el papel de este sustrato . Pero , en el siglo XVI , para la inmensa mayoría de los gramáticos, el origen latín del francés no está en cuestión. Thomassin, tan arriesgado en sus aproximaciones entre hebreo, latín, griego , etc . , se apoya siempre en el parentesco, para él indiscutible , del latín y de las lenguas hijas (metáfora usual en él) . Si el siglo xv111 parece cuestionar esta filiación, es por razones históricas (véase Wagner, Contribution a la préhistoire du romanisme, Conf. del Institut de Linguistique , París, 195 1 ) .

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Foucault descuida la obra histórica del siglo xvn porque reduce todo el pensamiento gramatical clásico a la Grammaire de Port-Royal . Esta, en realidad, no tuvo mucho éxito en su tiempo: solo cuatro ediciones hasta 1 700. La gramática verdaderamente clásica es la de Regnier­ Desmarais, que cree , como Vaugelas, que en la lengua muchas cosas se hacen por razón, pero otras sin razón o contra la razón. Es el dominio preferido del P. Bouhours, del yo no s é qué, de la gracia (en teología y en arte) . A esta corriente clásica se oponen algunos atrasados como Scipion Dupleix, formado en la lógica del Palacio, o teólogos como esos señores de Port-Royal, habituados al razonamiento escolástico . No mencionemos, ya que Foucault la deja completamente de lado , la con­ cepción barroca de la lengua, fuente de error, de mentira y de ilusión . Fuera del clasicismo mundano, persiste la tradición humanista de la erudición. ¿ Cómo admitir que la arqueología clásica prohiba las in­ vestigaciones diacrónicas, dado que ninguna romanística hubiera sido posible sin el trabajo monumental de Du Cange, que ilustra el principio emitido por Bovelles en el siglo anterior, según el cual las fuentes del francés no se hallan en el latín clásico, sino en el latín de la última época? A fines del siglo XVI I , Ménage publica , después de sus Origines

italiennes, el Dictionnaire étymologique (el 72% de sus etimologías se aceptan aún) , excelente demostración del origen latino del francés. Este siglo XVI I , supuesto enemigo de la historia , forja, a tientas, el instrumento de los triunfos históricos del x1x: el método comparativo que Bochart y Huet aplican a las creencias, a las mitologías y a las lenguas, y que culminará en el siglo xvm en la síntesis prema tura, pero genial, de Court de Gébelin. Ya en el xv1 , Escaligero , por ej emplo, conocía bien la correspondencia de la V gascona con la B panromana. Durante los dos siglos siguientes, las comparaciones proseguirán sobre fundamentos a menudo ruinosos, pero de los que surgirán poco a poco verdades de detalle sobre las que se fundará un método más riguroso . Cuando Foucault (págs. 95-96) define la concepción clásica de la historia lingüística en el sentido de que reduce los cambios a la erosión y a los accidentes exteriores, ¿ cree que la nuestra es muy distinta? Los fenómenos ligados a un empleo frecuente -amalgama, grama­ ticalización , lexicalización- y las influencias o los acontecimien tos 136

SABER, HISTORIA Y DISCURSO

exteriores son las causas esenciales de cambio , mucho más que no sé qué dinamismo propio de la lengua, preferido por los evolucionistas de la Vida de las palabras. La lengua solo ofrece posibilidades de cambio aprovechadas o no por las circunstancias. Es lo que enseñaba Meillet. Que la Grammaire de Port-Royal , lejos de inaugurar una nueva era , continúa u n a tradición medieval , e s algo que s e prueba fácilmente con este análisis del verbo en el que Foucault ve su principal originalidad: "leo = estoy leyendo" . N o hay ninguna originalidad en interesarse por el análisis de la proposición. Toda lingüística opera obligatoriamente en niveles precisos: el de los fonemas , las le tras , las unidades de segunda articulación; el de las partes del discurso, en el que se ha esforzado la gramática antigua, sin ignorar a los otros; el de la proposición, que concierne a los lógicos tanto como a los lingüistas, y que ha retenido en este carácter a los escolásticos, creadores del término appositum, "predicado" , para equilibrar el término suppositum, "sujeto " , legado por la antigüedad. Además, en lo que se refiere al verbo , predicado por excelencia, se puede leer en la gramática latina editada por Fierville esta respuesta a la cuestión de saber por qué las perífrasis verbales comportan general­ mente el verbo ser (ama tus sum, imitatus sum): " (. . .) omne verbum habet in se hoc verbum sum , es , est , ut ego lego , id est ego sum legens; quare hoc

verbum (. . .) potius venit in suppletione quam aliud verbum " (pág. 1 30) . Fórmulas análogas se encuentran en las gramáticas medievales, con la única excepción de aquellas destinadas a los principiantes. En el siglo xv1 , escribe Escalígero : "Verbum est nota reí sub tempore" (pág. 220) . Es porque opta por otra concepción del verbo , heredada de Platón , quien lo ve como la palabra que traduce el cambio y los fenómenos , aquella que adoptará la mayor obra teórica, en mi opinión, de la época clásica: el Hermes de Harris. Tampoco hay originalidad alguna en la definición que da Port­ Royal del nombre ( la definición está implicada en el término mismo) , en la discusión para saber por qué hay menos palabras que cosas , en el análisis de las palabras abstractas como blancura, en la división en palabras necesarias y palabras accesorias, que se remonta a los orígenes del pensamiento lingüístico y que Escalfgero formula netamente (pág. 137

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1 29) . La única originalidad de Port-Royal fue expresar en francés las teorías gramaticales elaboradas por la Edad Media y repensadas por Escaligero y Sanctius (cuyas Oeuvres completes se reimprimen en 1 766, y la Minerva en 1 663 , 1 664 , 1 693 , 1 704, 1 7 1 4, 1 76 1 , 1 799) . No quisiera que se vea aquí una crítica sistemática : me adhiero sin reservas a lo que se dice sobre la originalidad de Bauzée en cuanto a las nociones de complemento y de subordinación. Asimismo , todo lo que dice Foucault sobre los comienzos de la gramática comparada, con Bopp , Schlegel, Rask, de acuerdo con lo que dicen las historias de la lingüística , no requiere ninguna reserva ; a lo sumo, algunos complementos. La comparación de las lenguas había llevado, antes de Bopp, a resul­ tados importantes. El parentesco de las lenguas célticas, gracias a los esfuerzos de los eruditos del otro lado de la Mancha y de los bretones, está bien establecido en el siglo xvm y, como siempre sucede en tales casos , ese éxito trastorna a algunos: recuérdese a Le Brigant y su baj o bretón universal, quimera que seguirán La Tour d'Auvergne y algunos otros. Se cuestiona el origen latino del francés y se buscan ávidamente palabras célticas en la lengua, según un principio enunciado por de Brosses: una vez descartadas las palabras latinas, griegas, las adopcio­ nes inglesas , italianas, alemanas, árabes, etcétera, lo que queda es el celta ; y, la investigación será más fructífera cuanto más alejada esté la zona en que se la emprenda. Así se esboza una toponimia ; sufijos galos como dunum están ya bien identificados. Así se esboza también una dialectología , como veremos. Recordemos ante todo la segunda gran victoria del comparatismo a fines del siglo xvm . Es la del descubrimiento del parentesco de las lenguas finoúgricas (a decir verdad, inicialmente solo se tomaron en consideración el finés y el húngaro) , hecho paralelamente por Rask (Foucault solamente evoca su obra en el dominio indoeuropeo) y los sabios húngaros , el más ilustre de los cuales fue Gyamarthi. Trabajan según los mejores principios del comparatismo (toman en conside­ ración los paradigmas, preferentemente en palabras aisladas; véase el artículo de Gulya. Acta ling. Hung., 1-2, págs. 1 63- 1 70) .

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SABER, HISTORIA Y DISCURSO

Pero , el trabaj o más considerable es el que se emprende sobre las lenguas romances; no se ha esperado al siglo x1x para apasionarse por los patois: curiosidad de eruditos y orgullo provinciano se unen para recoger dichos, proverbios , apodos, canciones, villancicos; el j efe de fila en este dominio fue La Monnoye. El provenzal retiene especial­ mente la atención. En el siglo xv111 habrá un nuevo interés por los textos de los trovadores -hasta entonces , objetos de simples alusiones histórico-retóricas- y Thomassin de Mazaugues, primo del que se cita frecuentemente , y después Lacurne de Sainte-Palaye reúnen , copian los manuscritos y sobre todo los interpre tan poco a poco , constituyen­ do glosarios. Lacurne reúne paralelamente los materiales de un gran diccionario del antiguo francés . Raynouard , más que inaugurar una nueva era , concluye un período de tres siglos divulgando la antigua teoría del provenzal como lengua madre , debida tanto al patriotismo provenzal como a razones propiamente lingüísticas. Indudablemente , cierto número de términos del Sennent de Strasbourg debían parecer provenzales a la gente del siglo xvm (es posible la existencia de un copista meridional) . Nada de esto disminuye el mérito de Bopp , bien subrayado por Foucault, quien no obstante lo inclina demasiado hacia el futuro . Su éxito se debió quizá tanto a los elementos caducos como a la novedad de su obra . Presenta al sánscrito , si no como la lengua primitiva por lo menos como una lengua cuya regularidad morfológica prueba su venerable antigüedad . Su interpre tación -errónea , pero racional, en el sentido del siglo xv111- de las formas del verbo ser en sánscrito seduj o a los lectores más que el rigor de su método . Agreguemos que la clasificación genealógica de las lenguas a la que arriba su comparatismo no excluye , como sugiere Foucault, una tipología . Es bien sabido que el latín y el francés están en relación directa de filiación, y que el inglés solamente tiene lejanas relaciones de primazgo con el francés . Pero , la estructura de las dos lenguas modernas está singularmente más próxima que la de la madre latina y de la hij a francesa . Armado de un diccionario bilingüe, al alumno no le resulta muy fácil traducir su versión latina. Para la inglesa , se considera que no hace falta diccionario (o a lo sumo 139

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se le permite uno unilingüe) . El principio de las comparaciones entre latín y francés, de los méritos comparados del orden natural y rígido del uno y de las posibilidades estilísticas más variadas del otro , a las que se entregó con placer el siglo xvm , es muy defendible. Una de las razones de la aparición de la gramática comparada sería la distinción finalmente realizada entre le tra y sonido. Pero , el análisis de la pronunciación siempre ha ocupado a los gramáticos. Escaligero sabe notar los matices que separan , desde este punto de vista , a un milanés, un latino, un romano , un napolitano que hablan latín . La escritura , a pesar de lo que pueda decir Foucault, siempre fue considerada como "mensaj era e intérprete de la voz , como la voz lo es del pensamiento" (Ramus, pág. 1 6 ) ; una mensajera a menudo infiel , como lo prueba el largo debate sobre la ortografía. La escritura fonética de Meigret constituye ya un excelente análisis de los sonidos del francés en 1 550. Allí donde Foucault ve un pensamiento fundado en la semejanza, la analogía , en las fórmulas de los gramáticos que notan el parentesco de la T y la D, de la P y la B, yo me inclinaría a ver una clasificación aún inhábil de las consonantes. Pero , la fonética hace progresos en la época clásica: el burgués gentilhombre recibe una enseñanza de la que nada habría que quitar. En la articulación de los dos siglos clásicos, Dangeau ha hecho un análisis notable de los sonidos del francés, supo reconocer la existencia de vocales nasales , distinguir vocales abiertas y vocales cerradas, largas y breves. El abate d'Olivet escribirá una pro­ sodia francesa y de Brosses, con su "arqueólogo universal" , el primer proyecto de alfabeto fonético internacional (t. 1, págs . 1 1 2- 1 1 3 ) . No hay que dejarse engañar por el hecho de que los gramáticos escriban a menudo "letra" cuando piensan en "sonido" : en una época en que no se distinguen aún fonética y fonología , la letra es el sonido pertinente, el fonema (todo alfabeto es un esbozo de fonología) . E n cuanto a l a distinción raíz/desinencias, lej os de comenzar con Bopp, hace tiempo que la conocen los hebraizantes; alimenta las es­ peculaciones sobre la lingua humana, el número de las raíces verdade­ ramente necesarias, la relación entre el número de raíces y la riqueza de una lengua, antes de formar el centro de las investigaciones de Court de Gébelin. El lenguaje primitivo es imaginado a menudo como 1 40

SABER, HISTORIA Y DISCURSO

compuesto de raíces monosilábicas, y se sabe oponer la simplicidad de estos lenguaj es de la humanidad primitiva a la riqueza de derivación y de composición de una lengua de civilización como el griego . El hombre primitivo, se piensa -y en este punto no hay gran diferencia entre creyentes y no creyentes-, ha reaccionado ante el espectáculo de la naturaleza o a sus sentimientos , sus necesidades, sus sensaciones, con simples sonidos, orígenes de las raíces monosilábicas, en relación directa con las realidades evocadas. Estas especulaciones sobre la l i n ­ gua humana han alimentado las especulaciones lingüísticas y siguen estando presentes, sin duda, parcialmente en el pensamiento de Bopp . Es un enfoque simplista de las cosas hacer de todos los lingüistas an­ teriores a Bopp partidarios del lenguaj e como representación (no he comprendido muy bien la conciliación realizada por Foucault entre el racionalismo de Port-Royal y el sensualismo de la mayor parte de los gramáticos del siglo xvm ; muchos han subrayado el primado del senti­ miento : véase la teoría del lenguaj e de Rousseau) . No se ha esperado a Bopp para hacer un estudio de la expresividad de los sonidos. Court de Gébelin constituye un buen ejemplo , y Roudaut ha podido decir que la verdadera poesía del siglo xvm no había que buscarla en sus poetas, sino en los lingüistas que analizan el valor expresivo de las vocales y de las consonantes ( "Logiques poétiques du xviii'- siécle" , Cahiers du Sud, 1 959) . Detengamos aquí esta crítica puntillista , que tendería a matizar cada afirmación de Foucault, y que aparentará ciertamente descuidar lo esencial, la hermosa construcción que él elabora . Esto se explica por una concepción enteramente opuesta de la historia de la gramática . No creemos que esta se divida en eras, en estratos sucesi­ vos. Más bien vemos en ella una permanencia de los problemas y de las opciones fundamentales, un lento progreso de técnicas como la gramática comparada ; y las divisiones longitudinales , para nosotros , se establecen entre los objetivos y los fines de las gramáticas : escolares y especulativas. Para terminar con un ej emplo central : vemos a los gramáticos de Port-Royal, no como innovadores, sino como los here­ deros de la tradición medieval y los plagiarios de Sanctius. J . PROUST: Una vez más compruebo que no hemos favorecido a Foucault al abordarlo corno lo hemos hecho , es decir, confiando cada 141

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capítulo de su libro a un especialista que , naturalmente , lo aventaja en su campo . Pero , no lamento haber tomado este partido: si hay un valor en el método de Foucault, como sigo creyéndolo , ese valor no puede ser aprovechado sino mostrando , como contrapartida , todos los errores históricos que en el fondo perj udican su misma intención. E. VERLEY: ¿ Qué piensa usted de las opiniones de Foucault sobre la organización binaria del lenguaj e en la época clásica ? Y, segunda pregunta , me parece que Foucault postula una relación necesaria entre el lenguaj e efectivamente empleado en la construcción del saber y las teorías elaboradas en el mismo tiempo sobre el lenguaj e . Personal­ mente, me inclinaría a pensar que las teorías solo reflejan con atraso la evolución del lenguaj e . ¿ Cuál es su opinión? J. STEFANINI: En realidad , no hay teoría binaria, es decir no hay teoría que enfoque solamente la relación entre significante y signifi­ cado , representante y representado . No hay teoría "binaria" que no dej e aparecer en el trasfondo las cosas mismas. Hay en Benveniste un buen estudio sobre la arbitrariedad del signo según Saussure. Saussure plantea bien el principio de que la lingüística se interesa exclusiva­ mente en la relación significante-significado , y funda la arbitrariedad del signo en el hecho de que una misma realidad exterior es designada diferentemente en lenguas diferentes. Pero , nada prueba que a estos significantes diferentes corresponda realmente el mismo significado. En realidad, la relación significante-significado no es totalmente arbi­ traria: cada significante tiene su significado. Significantes y significados efectúan en la totalidad de lo real un recorte que es específico para cada lengua. Hasta el punto de que las teorías supuestamente binarias son siempre un poco " ternarias" . E n lo que se refiere a las relaciones entre e l pensamiento y l a len­ gua (la concepción del mundo cambia, pero la lengua no cambia) , el ej emplo clásico entre los lingüistas es que seguimos diciendo después de Copérnico: "El sol sale a las seis . . . " . Esto no incomoda a nadie, y tampoco a los observatorios. E . VERLEY: El debate sobre el origen de las lenguas y sobre el ca­ rácter convencional o natural de los sonidos primitivos simples, ¿no ha proseguido aún en el siglo x1x y hasta un período bastante tardío? 142

SABER, HISTORIA Y DISCURSO J . STEFANINI: Ha proseguido hasta tal punto , que la Sociedad

lingüística de París , que surgió en 1 865- 1 866, debió incluir en sus estatutos una cláusula prohibiendo las discusiones sobre este tema. Esa cláusula fue observada durante todo el período "positivista" de la gramática; no así en la actualidad. El problema ha sido retomado por quienes parecen mejor calificados para responder a él: los antropólogos y los prehistoriadores. Leroi-Gourhan, por ej emplo, trata de datar la aparición del lenguaj e en el hombre de acuerdo con las representa­ ciones que ha dejado en las paredes de las cavernas. Los pioneros de la gramática comparada , a comienzos del siglo x1x, sobre todo en la atmósfera del romanticismo alemán, pensaban remontarse, si no hasta los orígenes de la humanidad , por lo menos hasta lo que llamaban las "poblaciones primitivas" . Para ellos, ·una lengua como el sánscrito , morfológicamente muy regular, correspondía bien a una etapa primera en la evolución de la humanidad. Durante mucho tiempo, los lingüistas vivieron con la idea de que en materia de lengua las cosas se degra­ daban progresivamente. Es lo que llamo el "prejuicio etimológico" . E . VERLEY: ¿Es posible , en la historia de la reflexión lingüística , datar la toma de conciencia a partir del hecho de que algunos tipos de lenguas son refractarias a la elaboración de ciertas formas de pen­ samiento lógico ? J . STEFANINI: Tempranamente. Los misioneros, que fueron los primeros en describir la lengua china , tuvieron la impresión de que a pesar de sus mismas virtudes -y sin duda a causa de estas- (para ellos era una lengua "real" , es decir que reflejaba maravillosamente lo real) , la lengua china era demasiado compleja, admitía demasiados caracteres , como para permitir la manifestación del pensamiento. In­ clusive , llegaron a decir que si el Imperio Chino parecía detenido en su desarrollo histórico, la lengua china era responsable de ello. J . PROUST: Quisiera interrogarlo sobre un punto que usted apenas tocó hace un momento , y sobre el cual Foucault es muy discreto. Se trata de la filiación entre la Grammaire de Port-Royal y las gramáticas sensualistas del siglo xvm . Foucaul i considera , me parece, que las anima un mismo espíritu , que tienen el mismo sustrato arqueológico. Usted parece sugerir lo contrario. 143

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J . STEFAN IN I : Foucault afirma que la Grammaire de Port-Royal supone una perfecta adecuación de las palabras y de las ideas. Para los de Port-Royal esta adecuación no planteaba ningún problema de orden genético: la lengua era para ellos un don de Dios; los hombres debían recibirla como tal. Los sensualistas, en cambio -pienso en de Brosses más que en Condillac, cuya Grammaire es bastante escolar-, se interrogaban sobre la génesis del lenguaj e ; veían en su institución un momento esencial en la construcción de la inteligencia. Y, las pa­ labras , para ellos, corresponden originalmente a la realidad exterior. Hay manifiestamente en de Brosses una genética de las lenguas que está ligada a las "sensaciones primeras" . En su opinión, las diferencias de las lenguas se explican de manera "sensualista" , por las diferencias de clima particularmente . Hay allí un principio de diferenciación que se volverá a encontrar en la gramática comparada alemana , y durante mucho tiempo. De Brosses llega por esta vía a consideraciones de tipo indudablemente histórico , y por lo tanto bien extrañas al espíritu que anima a la Grammaire de Port-Royal. Foucault niega esta heteroge­ neidad porque se atiene a la gramática elemental de Condillac, y a los trabaj os de ciertos ideólogos que , en realidad , tendían a dej ar entre paréntesis el origen sensualista del lenguaj e . J . PROUST: Los cortes históricos marcados e n Las palabras y las

cosas son muy netos. Ahora bien, en su exposición me parece que usted presta mayor atención a las continuidades. Si, de todos modos, se quisiera hacer un trabajo de "periodización" , ¿cuáles serían, en su opinión , los grandes cortes seculares de la historia de la gramática? Pues , en fin, hay algo positivo en la intención de Foucault de hacer un paralelo entre las grandes etapas del desarrollo de las diferentes ciencias . J . STEFAN INI: En materia de lingüística, las revoluciones no con­

sistieron hasta ahora en un cambio de enfoque, sino en un cambio del mismo centro de interés. La mayor parte de los lingüistas aceptaría de­ cir hoy día que todo ha comenzado con Saussure , cuando la lingüística descartó de su dominio lo que era exterior a la lengua misma . Pero , a este respecto hay continuidad de Port-Royal a Chomsky. En realidad , los lingüistas s e enfrentan alrededor d e posiciones que fueron definidas 1 44

SABER, HISTORIA Y DISCURSO

desde los orígenes de la especulación lingüística: arbitrariedad o no arbitrariedad del signo , por ej emplo , que se discute desde la Antigüe­ dad; y los argumentos qµe presentan las partes no han cambiado tanto desde Aristóteles o Platón. J . PROUST: ¿ Pero , hay de todos modos un progreso ? ¿ Cuál es el motor de este progreso ? J . STEFANIN I : E l único progreso que y o veo reside e n los recientes intentos de formalizar la ciencia gramatical. He aquí verdaderamente una "aproximación" a la cuestión que no se había intentado. Desde que se hace lingüística matemática -no digo lingüística estadística-, desde que se hace lingüística formal , como Chomsky tiende ahora a hacerlo , se enfoca a la gramática desde un ángulo absolutamente nuevo . Pero, Port-Royal, los antepasados de Port-Royal, y aún hoy Martinet, han hecho y hacen gramática teniendo como única meta-lengua la lengua natural. Discurren sobre el discurso . Pero, a mi vez me gustaría conocer las opiniones de los especialistas de la historia de las ciencias sobre las observaciones de Itard. Foucault parece considerar a Itard en la línea de los Ideólogos y de la Granmzaire de Port-Royal. Para mí, lo que ha escrito I tard es simplemente notable. Era un gramático nato , y no creo que pueda hacerse algo mejor que lo que él hizo. B. BALAN : En efecto , no creo que haya que cambiar una palabra a la memoria de I tard. De su estudio surge que si se toma un niño a la edad en que se forman los mecanismos categoriales y se lo priva de los "alimentos" intelectuales necesarios para esta formación, nunca sabrá disociar la representación de la realidad , o más exactamente el significante del significado . Las experiencias realizadas por I tard sobre el caso del salvaj e del Aveyron son comparables a las de Piaget sobre los niños que observa . Sus conclusiones van lej os en el estudio de la debilidad mental adquirida y confirman el resultado de las obse rvacio­ nes clínicas, por ej emplo , sobre los atrasos de lenguaj e consiguientes a traumatismos afectivos. Pero , la perspectiva adoptada por Foucault impide dar a un trabaj o como el de Hard un valor verdaderamente científico , es decir, un valor todavía actual.

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6 . Anexo

Carta de Michel F oucault sobre el coloquio

A jacques Proust. Sidi-Bou-Said , 1 1 de marzo de 1 968. Querido amigo , Acabo de descubrir y de leer el Coloquio sobre "Las palabras y las cosas " que tú has presidido. Te agradezco que hayas emprendido esa tarea: lo que ustedes dij eron fue muy interesante . Tus observaciones y las de Verley me han apasionado . Dej o de lado todos los problemas de método : actualmente trabaj o e n s u elucidación. Pero , como s e trataron los "errores" que h e podido cometer (a causa o a pesar del método) , he aquí algunas observaciones que me sugieren las opiniones de Stefanini . A decir verdad , me he limitado a hacer un paralelo entre sus afirmaciones y lo que yo pude decir en Las palabras) las cosas. No estoy seguro de que estas observaciones merezcan ser puestas al alcance del público y sigan ocupando a los lectores de "La Pensée" . Sobre todo porque ellos mismos hubieran podido hacer este pequeño trabaj o al que dediqué esta tarde. Pero , si crees que darles estas pocas referencias seria facilitarles la tarea, tienes ya mi acuerdo para publi­ carlas, así como esta carta . Con mi fiel y sincera amistad , M . Foucault.

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MJCHEL FoucAULT l . Lo que escapa a la vigilancia de Stefanini :

Stefanini: "Una de las razones (según Foucault) de la aparición de la gramática comparada sería la distinción finalmente realizada en tre letra y sonido . Pero el análisis de la pronunciación siempre ha ocupado a los gramáticos" .

Las palabras y las cosas, pág. 1 1 3 : u n parágrafo consagrado a la fonética en el siglo xvm , con referencia a Copincu , de Brosses , Bergier. Cf. págs. 1 1 4- 1 1 5 e igualmente pág. 23 1 con referencia a Court de Gébelin y a Helwag. S . : "En cuanto a la distinción raíz/desinencias , lejos de comenzar con Bopp , hace tiempo que la conocen los hebraizantes" . P. y C . , págs. 1 1 3- 1 1 5 , u n extenso pasaj e sobre l a teoría de las raí­ ces en el siglo xvm ; pág. 230: "los gramáticos conocían desde tiempo atrás los fenómenos flexionales" ; pág. 28 1 : "en la época clásica, las raíces se localizaban por un doble sistema de constantes" (y todo el parágrafo que sigue) . S. : "No se h a esperado a Bopp para hacer un estudio de l a expresi­ vidad de los sonidos. Court de Gébelin constituye un buen ej emplo " . P. y C . , págs. 1 07- 1 08 , u n parágrafo sobre la expresividad d e los sonidos con referencia a Le Bel, Thiébault y Court de Gébelin . Págs. 1 1 2- 1 1 3 : dos parágrafos consagrados a la formación de las raíces a partir de los gritos naturales.

Pág. 23 1 : referencia a Court de Gébelin sobre el mismo punto . S. : " Foucault se atiene a la gramática elemental de Condillac, y a los trabaj os de ciertos ideólogos que , en realidad, tendían a dej ar entre paréntesis el origen sensualista del lenguaje" . Contra esta reducción, Stefanini opone a de Brosses y su "genética de las lenguas" . P. y C . , pág. 1 1 3 : el análisis de de Brosses está resumido en un pa­ rágrafo que comienza asf: "Ahora puede desplegarse el lenguaj e según su genealogía" . El texto de de Brosses sobre el papel del clima , que menciona Stefanini, está citado , con su referencia , en la pág. 1 1 5 . De una manera general, la teoría sensualista del origen del lenguaj e está analizada en las páginas 1 09- 1 1 5 .

1 48

SABER, HISTORIA Y DISCURSO 2 . Lo que creyó leer S tefanini :

- Nunca atribuí la "principal originalidad" de Port-Royal al análi­ sis: "leo estoy leyendo" ; traté de definir el papel de este análisis en la teoría de la proposición y del verbo, según la Gramática general. =

- Nunca pretendí que la definición del nombre por Port-Royal fuera original . La misma observación que antes. - ¿ Dónde dij e que ya no creíamos en las influencias exteriores so­ bre los cambios lingüísticos? Traté de mostrar que , para descubrir las leyes de evolución interna del lenguaje, hizo falta , durante un tiempo, no tomar en cuenta a esos agentes exteriores como causa formadora. 3. Lo que S tefanini deformó involuntariamente :

S . : " ¿ Por qué atribuir solamente a los estoicos el sistema ternario ? " P. y C . , pág.

7 1 : "una organización que fue siempre ternaria desde

los estoicos y aun desde los primeros gramáticos griegos" . S . : "Este siglo xv1 1 , supuesto enemigo d e la historia ( . . . ) " P. y C . , pág. 92: "Esta pertenencia d e la lengua al saber libera todo un campo histórico (. . . ) " y todo el parágrafo que sigue. Págs. 1 1 51 20: todo el capítulo está consagrado a diversas formas de evolución histórica reconocidas en la época clásica . Págs . 284-286: diversas indicaciones sobre la historia de la lengua tal como pudo describirla la gramática general. S. : "Foucault afirma que la Grammaire de Port-Royal supone una

perfecta adecuación de las palabras y de las ideas" . P. y C., págs. 86-87: el parágrafo donde se explica la inadecuación del lenguaj e y de las ideas. Por último , deformación mayor: según Stefanini , yo habría omitido las investigaciones comparativas realizadas en los siglos xv11 y xvm . Ahora bien, yo analicé (y ya lo he explicado) el "dominio episte­ mológico" nuevo al que la época clásica dio el nombre de "gramática general" (pág. 88) , dominio que "no es gramática comparada" (pág. 96) , y en el que la comparación no figura ni como "objeto" ni como "método" (pág. 96) .

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MicttEL FoucAULT

Al hacerlo, no pretendí que todo lo que pudo decirse sobre el lenguaj e durante un siglo estuviera allí: no hablé ni de Vico, ni de Herder, ni de la exégesis bíblica , ni de las críticas y comentarios de textos (hablaré de ellos en una próxima obra) , ni de la Retórica o de la estética del lenguaje. Tampoco pretendí que todos los conceptos utilizados por la Gra­ mática general eran nuevos, ni que desaparecieron con ella . En una palabra : no hice la historia de todos los conocimientos sobre el len­ guaje, sino el análisis de una figura epistemológica singu lar, que se da como teoría general del lenguaje, enlazada con una teoría de los signos y una teoría de la representación . Respuesta de J . Stefanini

De lo que pude decir (pues se trata de un coloquio) no estoy más satisfecho que el autor. Ante todo , no he expresado suficientemente mi admiración, que justifica ese minucioso examen de una obra que revela un conocimiento tan profundo de la historia de mi disciplina. Lejos de acusar a Foucault de ignorancia , quise recordar ciertos hechos que no parecen concordar con el conj unto de las estructuras intelec­ tuales, las curiosidades, las orientaciones que forman la "arqueología" de una época . De· modo que no olvido las excelentes páginas ( 1 1 3 , 1 1 5 , 23 1 ) que Foucault consagra a la fonética de la época "clásica" , pero yo pensaba en la pág. 279: las investigaciones etimológicas de la gramática gene­ ral se presentan allí como limitadas porque trataban "más bien de la metamorfosis de las letras del alfabeto que de la manera en que los sonidos e fec tivamente pronunciados podían modi ficarse " . ¿ N o hay contradicción, en cierta medida , entre la afirmación de que "por pri­ mera vez , con Rask, Grimm y Bopp, el lenguaj e ( . .. ) es tratado como un conjunto de elementos fonéticos" , y no solo los trabaj os de de Brosses, sino simplemente las buenas descripciones de fonética articulatoria de d'Aisy o de Dangeau (quien no ignora la fonética acústica) o inclusive las transcripciones de Meigret?

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SABER, HISTORIA Y DISCURSO

En cuanto a la raíz , me he expresado mal. Quise decir que hebrai­ zantes y arabizantes concebían obligatoriamente a la raíz como una realidad morfológica bien definida, que poseía su propia estructura , es decir, que tomé la palabra en su acepción funcional y sincrónica, y no etimológica. Es en este sentido , que la raíz se presta a las reconstruc­ ciones y operaciones bien descritas por Foucault (págs. 28 1 y sigs . ) ; e l P. Thomassin, por ejemplo, distingue muy bien las raíces del árabe de su tiempo ( 1 ° acepción) de las "raíces" primitivas ( 24º acepción) . En este sentido, agreguemos que hubo que esperar a Benveniste y Kurylowicz para tener una idea algo más clara de la raíz indoeuropea. Foucault estudia bien la obra de Court de Gébelin. Yo solo quise recordar que el problema de la expresividad de los sonidos se plan­ tea, creemos, en todas las " épocas" de la gramática: el comparatista Grammont ha estudiado desde este punto de vista los del francés y si ha encontrado críticos (Delbouille) , tiene en Guiraud un defensor póstumo que ha revelado el amplísimo dominio de las alternancias expresivas en francés en "raíces" (l• acepción) muy productivas. El hecho de que racionalistas y sensualistas estén unidos en la prác­ tica común de la gramática general es explicado por Foucault, pero confieso que no siempre he seguido bien el hilo de su demostración. ¿La originalidad de la doctrina de Port-Royal no está pues ni en la definición del nombre , ni en la del verbo ? De acuerdo ¿ Pero, cómo no asombrarse de la insistencia con que la Grannnaire généraie de 1 660 opone su definición a las de Aristóteles, Escalígero , insistencia consignada por Foucault en el parágrafo que consagra a esta teoría del verbo? Creímos que debíamos recordar que esta teoría se encuentra en toda gramática surgida de la gr_ammatica speculativa de la Edad Media, que el análisis "leo estoy leyendo" data por lo menos del siglo xm , que Escalígero no se limita a distinguir voces activas y voces pasivas y agrega que unas y otras conducen al verbo ser (De causis ling. latinae, pág. 222) ; y además, que todo análisis de la lengua en proposiciones debía obligatoriamente atribuir al verbo , en el marco de las partes del discurso (que es el de Port-Royal) , un papel de relación (Brdndal pone al relator como elemento constituyente y, en sus esquemas, Tesniere =

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M1cHEL FoucAULT

hace del verbo el núcleo central) . Si se recuerda todo esto , ¿dónde está la originalidad de la Grammaire de Port-Royal? Reconozco que mi fórmula de la adecuación palabras/ideas pudo parecer una deformación del pensamiento de Foucault. Pero , por lo menos planteaba el problema de la diferencia de la relación lenguaje/ pensamiento entre un pensamiento racionalista y un pensamiento sensualista. Simplemente abrevié mi expresión cuando recordé que la concep­ ·

ción ternaria del signo debía remontarse a Aristóteles y no a los estoicos y a los primeros gramáticos vinculados con el Pórtico . La última observación d e Foucault muestra que finalmente estamos plenamente de acuerdo. Si él reconoce que Port-Royal no resume la lingüística de su tiempo , que el método comparativo aparece a fines del siglo xv1 1 , que conduce, desde el xv1 1 1 , al establecimiento del paren­ tesco de las lenguas célticas, que la época clásica distingue metafísica y mecánica de las lenguas, que esta última elabora el programa de los trabaj os que realizará el siglo XIX, que Rask es tanto el último lingüista del xv11 1 como el primero del XIX, que es necesario distinguir método comparativo y gramática histórica, y que , en definitiva , la gramática comparada ha obtenido los principios de su método cuando su tarea estuvo , más o menos, concluida, casi no veo en qué podríamos no estar de acuerdo. Todos los trabaj os serios sobre la lengua se hicieron, en el siglo xv1 1 , fuera de Port-Royal; en el xv1 1 1 , en cambio , si bien Con­ dillac no aporta nada a la lingüística francesa, Bauzée -tan correcta y ampliamente utilizado por Foucault-, Domergue, Sicard , imprimieron al estudio del francés notables progresos.

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