Mi camino : la vida y la obra del padre del pensamiento complejo : Edgar Morin conversa con Djénane Kareh Tager
 9788497843539, 8497843533

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MI CAMINO La vida y la obra del p a d re del pensamiento complejo Edgar Morin conversa con Djénane Kareh Tager

EdgarMorin

gedisa editorial

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© Librairie Arthéme Fayard, 2008 Diseño de cubierta: Departamento de diseño de la Editorial Gedisa Traducción: Antonia García Castro Realización: Atona, SL Fotocomposición: gama, si

Primera edición: febrero de 2010, Barcelona

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano © Editorial Gedisa, S.A. Avenida delTibidabo, 12, 3o 08022 Barcelona (España) Tel. 93 253 09 04 Fax 93 253 09 05 Correo electrónico: [email protected] http://www.gedisa.com ÍSBN: 978-84-9784-353-9 Depósito legal: B. 10.899 - 2010

Impreso por Romanyá Valls Verdaguer, 1 - 08786 Capellades (Barcelona) Impreso en España P rin ted in S p ain

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Indice 1. Luna......................................................................................

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2. Vidal.......................................................................................

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3. Morin......................................................................................

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4. Doble identidad.....................................................................

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5. Debates y combates...............................................................

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6. La sociología del presente....................... .............................. 123 7. La complejidad humana........................................................ 145 8. Mi método.............................................................................. 163 9. El estado del mundo............................... .............................. 187 .10. La educación del futuro.................... ..................................... 213 11. La vida....................................................... ■.......................... 233 12. La m uerte................................................ .,............................. 265 E píl o g o ..................................................................................... 1....................................... 2 7 7

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Luna Usted es el creador de lo que se ha llamado el «pensamiento complejo», un pensamiento global, perturbador, en la medida en que implica vincular las contradicciones, intim idante en un universo que ha optado por caminos más fáciles... Es u n pensamiento que pretende vincular el conocimiento de las partes con el de la totalidad y el de la totalidad con el de las partes, de acuerdo con este enunciado de Pascal: «Siendo todas las cosas causadas y causantes, ayudadas y ayudantes, m ediatas e inm ediatas, y estando todas unidas por un lazo na­ tu ra l e insensible que vincula las más alejadas y las m ás di­ versas, sostengo que es imposible conocer las partes sin cono- ; cer el todo, así como conocer el todo sin conocer las partes». Este pensamiento es fruto de su personalidad atípica, fo rja -. da en gran parte, como usted ha relatado, por un drama: la ' muerte de su madre cuando tenía diez años. Ese fue el cataclis­ mo fundam ental de su vida... Esa m uerte provocó en mí u n Hiroshim a interior. Aunque supe de inm ediato que era irrem ediable, definitiva, durante mucho tiempo esperé el regreso de mi m adre. Se llam aba Luna. Luna, diosa a la que h an rendido culto varias civiliza­ ciones de la Antigüedad, M esopotamia, Cartago... Desde en­ tonces, se me aparece cada vez que hay luna llena, h a sta el día 9

de hoy, h asta mi m uerte, y le m urm uro el canto sagrado «Cas­ ta diva», que le está dedicado en Norma. El corazón de Luna era frágil, murió de un paro cardíaco en un tren suburbano. Tenía trein ta años. Ese día yo estaba en el colegio. A la salida, me estaba esperando mi tío Jo, aunque ese hecho sorprenden­ te no me alertó. Me llevó a su casa explicándome que mis p a ­ dres se habían ido p ara hacer u n a cura. E ra un hermoso día de primavera. Tomamos un taxi de techo descubierto, yo iba de pie, m iraba los árboles en flor, hacía viento, me sentía feliz. No sospechaba nada. Dos o tres días m ás tard e, me llevaron a la plaza M artin Nadaud, contigua al cementerio del Pére-Lachaise. Ju g ab a en el césped cuando, de repente, me topé con un p ar de zapatos negros. Levanté la vista. Vi u n pantalón ne­ gro, una chaqueta negra, un hom bre totalm ente vestido de negro, mi padre. De golpe, entendí todo. Supe que mi m adre había muerto, pero hice como si no entendiera. Me dijo: «No juegues en el césped, está prohibido». Respondí con un gesto malhumorado. Volvía del entierro, pero no me reveló nada.

¿No le parece que, con su silencio, es probable que su padre quisiera, como se hacía entonces, atenuar la conmoción? Usted era un niño... Sin duda, pero fue peor, porque subestim ó la conciencia de un niño de nueve años. Mi tía m aterna, Corinne, me dijo que mi m adre se había ido de viaje al cielo, que quizá volvería, to­ das esas tonterías que se les cuentan a los niños. Los odié a todos, no sólo por m entirm e acerca de la m uerte de mi m a­ dre, sino tam bién por haberm e impedido despedirme de ella. Me quedó un odio hacia la m entira. Odié a mi tía cuando me pidió que la considerara como mi m adre; odié a mi padre, que, por querer evitarm e una emoción, me causó un shock del que jam ás me repuse. N unca les h ablé de mi m adre, se convencie­ ron de que sólo sentía indiferencia. No entendieron nada h as­ ta trein ta años m ás tarde, cuando evoqué la m uerte de Luna en Autocrítica. Pero yo los quería. S entía am or filial hacia mi padre y am aba a esa tía que ya estaba muy presente an tes de la m uerte de mi m adre (me bañaba en su casa porque en la nu estra no teníam os bañera) y que luego se ocupó de nosotros. 10

En cambio, me negué a acompañarlos a la tum ba de mi m adre en los aniversarios de su m uerte. Fui por prim era vez siendo adulto, con motivo del entierro de uno de mis tíos. Mi m adre era mía, mi pena era mía, yo no quería com partirlas. Viví con ellos con mi secreto a cuestas.

- ¿Cómo vivió las consecuencias de esa desaparición brutal? De noche, mi m adre estaba presente en mis sueños, volvía a ausentarse en cuanto me despertaba. Me encerraba en el baño para llorar, me sacudían sollozos mudos. Aún puedo oír la voz de mi padre: «¿Estás bien, Edgar? ¿Te duele el estómago?». E s­ peraba que se me secaran las lágrim as para salir. Él escru ta­ ba mi rostro tranquilo, indiferente, le aterrab a la idea de ■que yo no m anifestara algún sentim iento, atribuía eso a mi nece­ dad. No sabía que de noche lloraba en silencio en mi cama y que todas las m añanas me despertaba desesperado porque mi m adre desaparecía de mi sueño. El silencio y el disimulo re s­ pecto a su m uerte habían provocado en mí silencio y disimulo hacia mis seres queridos. Así fue como viví la pena m ás gran ­ de, en u n a desdicha acrecentada por la soledad, la disim ula­ ción y la incomprensión. Me vinculaba con mi m adre a través de una canción española que a ella le gustaba mucho, «El re li­ cario». La escuchaba de m anera repetitiva, casi obsesiva, h a s­ ta romper el resorte del fonógrafo de manivela. Entonces daba vueltas al disco con mi dedo. Me intoxicaba con esa canción cuya letra no entendía, porque no hablaba castellano en ese momento, pero sentía que se tra ta b a de una historia de am or y de muerte. ¿Entonces vivió ese duelo en una soledad total? ¿No compar­ tía al menos su tristeza con algún am igo? No hablaba de eso con nadie. En la escuela, me avergonza­ ba de ser huérfano. En mi curso había otros judíos, había pro­ testantes, pero yo era el único huérfano. Ése era el defecto que me diferenciaba de los demás. Incluso con mis dos amigos m ás íntimos, nunca abordaba ese tem a. Por otra parte, los niños se 11

sienten siem pre m ás o menos culpables de la m uerte de sus padres. Un día escuché a hii tía Corinne decir a sus hijos: «La tía Lunica se murió porque la hicieron sufrir mucho». ¿Era yo quien había provocado ese sufrim iento el día en que, estando enojado, le había gritado: «¡Mala!»? D urante mucho tiempo sentí esa culpabilidad.

¿Luego desapareció? No, siempre puede.volver.

¿Cuándopudo hablar de su m adre? La prim era vez que hablé de mi m adre tenía diecinueve años. E ra al principio de la segunda guerra m undial, me había refugiado en Toulouse con otros estudiantes. U na am iga que trabajaba vendiendo Paris-Soir en las calles me había in v ita­ do a comer. Me inspiró confianza, hablé. Y lloré. A finales de la década de 1980 pasé por un período de depresión, la única en • mi vida. Un amigo, un psicólogo ecléctico que se convirtió en mi gurú, me pidió que lo llevara a la tum ba de mi m adre en el ce­ m enterio del Pére-Lachaise. H abía ido una vez, ya lo dije, a l­ gunos años antes p ara el entierro de un tío m aterno. Lo llevé de m anera casi autom ática, en un estado cercano al sonam bu­ lismo, aunque es bastan te complicado llegar h asta el lugar. Ahora bien, hace poco, un equipo de televisión mexicano que me dedicaba un documental me pidió tam bién ir a e sa tu m b a . Después de algunos tanteos, llegamos h a sta un pequeño islote judeoespañol del cementerio, pero no logré encontrar el lugar. O sea, yo sé (inconscientemente) y no sé (concientemente) dón­ de está esa tum ba. ¿Ese shock lo transformó a usted de manera fu n d a m en ta l? Es un shock que me hizo envejecer de m anera prem atura, bloqueándome a la vez, paradójicam ente, en un espíritu infan­ til que se ha m antenido en todas las edades. 12

En el fondo, ¿fue la muerte de su madre, o más bien las cir­ cunstancias que la rodearon, el hecho de que usted no pudiera despedirse, lo que lo conmocionó tan profundam ente? Me despedí mucho tiempo después pero sólo en sueños. Te­ nía casi cincuenta años, había sido invitado a p asar un año en California por el Salk In stitu te de La Jolla. Tenía una casa grande a orillas del océano, invité a mi padre y a mi tía Corinne, con quien después él se casó. No vivía con mi padre desde hacía más de trein ta años. La noche anterior a su llegada tuve un sueño. Estaba en la ladera de una. colina, abajo había una estación, arrib a un camino. Un autobús se detuvo, bajaron al­ gunos pasajeros y se dirigieron hacia la estación. E ntre ellos, vi a mi m adre. Corrí hacia ella, llegó el tren. Me abrazó, le dije adiós y se fue. Me desperté llorando, pero con un sentim iento increíble de liberación: había podido despedirme de ella a u n ­ que sólo fuera en sueños. Mi relación con mi padre y Corinne se tranquilizó enormemente. Hace poco volví a despedirme de mi madre, cuando me despedí en tres oportunidades de mi m ujer Edwige, en el momento en que murió, al cerrar el ataú d y en el cementerio. El aspecto de «pequeña -mamá» de Edwige integró a mi madre. Ahora estoy tranquilo.

Cuando usted habla de nacimiento, utiliza una expresión extraña: «Nací muerto». ¿Qué quiere decir? Es literal, nací m uerto. Cuando se casó, mi m adre tenía una lesión en el corazón y le habían aconsejado que no tuviera hijos. Cuando quedó em barazada por prim era vez, sin decirle nada a su marido, mi padre, recurrió a una m ujer que la ayu­ dó a abortar. Volvió a ver a esa m ujer cuando quedó em bara­ zada por segunda vez, pero el aborto fracasó: siendo feto, me negué a salir. El médico le prometió a mi padre, inform ado de la situación, que haría todo lo posible por salvar a Luna y al niño. El parto fue un momento trágico. La vida de mi m adre precisaba de mi m uerte y mi vida podía provocar la suya pro­ pia. Mi m adre sobrevivió al parto, pero yo nací prácticam ente m uerto, estrangulado por el cordón umbilical. Mi padre me contó la escena en una c a rta muy conmovedora que me mandó 13

muchos años m ás tarde, el 8 de julio de 1975, cuando cumplí cincuenta y cuatro años. En esa carta- revive esa noche en vela • a p artir del momento presente: describe al médico sujetándo­ me por los pies, «como a un conejo», y dándome cachetes por '■ todas partes, en las mejillas, en el pecho, h asta que suelto el prim er grito. Estábam os a salvo, mi m adre y yo. Conservo de ese nacimiento un sentim iento de asfixia que a veces me vuel­ ve y que se traduce en un enorm e bostezo, una su erte de ne­ cesidad de aire. Siendo niño, sólo podía hacer ese bostezo cuando nadie me m iraba, entonces me escondía debajo de la mesa. ¡El simple hecho de h ablar de eso me da sensación de . ahogo! Al poco tiempo de la m uerte de mi m adre, al verano si­ guiente, tuve una dolencia extraña. Los médicos no lograron diagnosticarla y dijeron que era fiebre aftosa, esa enferm edad que sufren los bovinos. T enía 41 grados de fiebre, mi tía Corin n e me sum ergía en hielo para in ten tar bajarla, m etía sus dedos en mi garganta p ara tr a ta r de sacar la flema que me \ ahogaba. Esa enferm edad fue un combate entre u n a parte de mí que había sido golpeada a m uerte y otra parte que quería vivir. Cuando volví al colegio, las clases ya habían empezado. Recuerdo al inspector general terriblem ente enojado cuando justifiqué mi ausencia por una fiebre aftosa: «Ah, pequeño, ¡cómo te burlas de nosotros!». El hecho de hab er sobrevivido dos veces a la m uerte, al nacer y tras mi «fiebre aftosa», me dio quizás esa «resiliencia» de la que habla:' Boris Cyrulnik, que me ha dado la capacidad h asta ahora de resistir m uchas si­ tuaciones difíciles. ¿Usted srimer movimiento de esa sinfonía el 4 de m arzo de 2008, en el entierro de Edwige, mi esposa, que lo am aba tanto como yo. El principio de la Novena sinfonía es lo que m ás profundam ente me ha marcado y esto sigue siendo válido. Continúo escuchan­ do las grabaciones de Furtw angler, Celibidache y Abbado para comparar la m anera en que lo ejecutan. También descubrí a los músicos románticos: Schubert, Schumann, Liszt. Adoré Boris Godounou de Mussorgsky, más que shakesperiano con ese Bo­ ris usurpador que accede al trono después de haber asesinado a un zar niño y que será perseguido por el •remordimiento, con todos esos personajes mostrados en su complejidad hum ana, y que term ina con la queja del inocente: «Llora, llora, Rusia, ¡po­ bre pueblo!». Nunca dejé de escuchar música. En 1941, estando refugiado en Toulouse, iba a los conciertos y a la ópera. Incluso hice de figurante como guerrero núm ida en Salambó. Lo que más admiro en la música es la capacidad que tiene de expresar el dolor transfigurándolo en felicidad, sin dejar de expresar su­ frimiento, como en Schubert y Beethoven. Como decía Beethoven, «Durch Leinden Freude» («la alegría a través del sufrim ien­ to»). El milagro del lenguaje del amor, eso es la música.

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Hoy con la distancia ¿cómo ve usted a ese padre atípico? Hay que reconocer que mi imago del padre estaba dism i­ nuido por el resplandor del imago inmenso y sin contornos de la madre. Viví en la triple carencia del mito paterno (pero mi padre estaba sum am ente presente), de la m adre real (pero el mito de la m adre estaba terriblem ente presente) y de un fra­ tría, o más bien de una herm ana —me veo soñando siem pre con una herm ana im aginaria—. Sin embargo, poco a poco se esfumó gran p arte del rencor hacia mi padre y fui percibiendo sus cualidades. Con el tiempo, adem ás, fui adquiriendo ciertos rasgos de su carácter. Hoy me doy cuenta de que en algunas cosas me parezco a él. Lo ayudé en los últim os años de su vida, 32

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cuando sufrió el haber sido rechazado por su m ujer Corinne. Ella, por su parte, vivía de un modo paroxístico una doble culpabilidad: el haberse casado con el esposo de su herm ana m uerta y tam bién la m uerte de su propio marido, el tío Jo, en Auschwitz. Mi p a d r^ vivió h asta 1984. Murió con noventa años, a causa de un áneurism a, tra s una buena comida en la que no faltó el vino. M urió en buen estado de salud. P ara mí esa m uerte fue como un trueno. En el fondo, por haberlo visto atravesar las edades sin perder su vitalidad ni su... «vidalidad», ¡me parecía que se había hecho inmortal!

Entre las tragedias que marcaron su infancia y su juventud, nunca evoca el antisemitismo. S in embargo, su infancia se de­ sarrolló en la muy antisem ita Francia del período de entregue- ' rras. ¿Nunca fue objeto de antisemitismo? Es cierto, había en la sociedad un im portante antisem itis­ mo, entre la prensa francesa había periódicos violentam ente antisem itas, pero, en los ám bitos que yo frecuentaba, en espe­ cial en el colegio, no lo sufrí. Como ya he señalado, en la escue­ la mi diferencia fundam ental con los otros niños no era mi judaísmo, sino el hecho de ser huérfano. Ésa era mi vergüenza., U na sola vez algo llamó mi atención. Mi profesor de gim nasia ' me había castigado durante cinco horas. Hice como se hacía en el Sentier: le pedí «una pequeña reducción». Entonces, el pro- • fesor se puso a refunfuñar: «calle Aboukir...», que es donde es­ taba la tienda de mi padre. A p artir de ahí empecé a decir «ca- . lle Aboukir...» en voz alta, ante él, para m ostrarle que había . •. entendido. No reaccionaba. A parte de ese incidente, no, no su- ■. frí directam ente el antisem itism o ni durante mi infancia n i' ' durante la adolescencia. Usted tenía dieciocho años cuando estalla la segunda gue­ rra mundial. S u padre fue movilizado, usted se quedó solo en • París, en casa de su tía. ¿Cómo vivió ese período? Paradójicam ente, me liberé cuando mi país conoció la opre­ sión. Tenía dieciocho años cuando empezó la guerra, diecinue33

ve cuando se produjo la derrota. Por ese entonces, estudiaba en la Sorbona, vivía con mi tía H enriette cuando me enteré por radio de la suspensión dé los exámenes con motivo del avance fulgurante de las tropas alem anas que llegaban de París. Tomé el último tren hacia Toulouse. L legué después de m u­ chas paradas provocadas por los bombardeos. Por fin era auto nomo. Me inscribí en la universidad. El ejército alem án seguía su avance, los estudiantes llegaban de toda Francia para refu­ giarse en esa zona sur. En un momento dado, fui secretario del centro de acogida de los estudiantes refugiados: me ocupé de recibirlos, de ayudarlos en sus diligencias, de encontrarles u n a vivienda. Tuve amigos de todas las nacionalidades: ira ­ níes, libaneses... Ahí descubrí el mundo, conocí a chicas. Cedí una vez más ante mi padre al año siguiente, cuando vino a vi­ sitarm e a Toulouse. Al descubrir que me alojaba en u n a h ab i­ tación situada encima de un café con baños en los pasillos, me obligó a cam biar de casa. F ue la últim a vez que le obedecí. Cuando se enteró de que me había unido a la Resistencia, exi­ gió que dejara mis actividades. Me negué y convocó un consejo de familia, y me aseguró que m oriría de pena. No cedí, se olvi­ dó de morir. La autoridad a la que h asta entonces había obe­ decido se desmoronaba. Pero ¿su padre no había sufrido algún as medidas de repre­ sión por ser judío ? Mi padre volvió a la zona norte, a París, después de haber sido desmovilizado. Pasó el período 1940-1941 en compañía de sus amigos de regimiento, vendiendo m ercancías que eran in­ vendibles h asta la época de las restricciones im puestas por la ocupación. No recuerdo en qué fecha, lo obligaron a poner el cartel am arillo de «empresa judía» a la entrada de su tienda en el Sentier. Me vino a ver a Toulouse ingeniándoselas p ara conseguir un salvoconducto alem án. Luego, cuando vio que la situación se agravaba p ara los judíos, cruzó clandestinam ente la línea de demarcación, en 1942. Prim ero se instaló en Niza, adonde habían huido tam bién otros miembros de la familia. Después de la capitulación italiana, dejó Niza para instalarse en Lyon, donde le acogió u n a peluquera. Allí vivió d u ran te un 34

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tiempo como un señor: la señora B tenía clientes que le traían los mejores productos y fiam bres de la región y le cocinaba a mi padre platos que sabía apreciar. Tuvo que dejar a la señora B cuando Corinne le pidió ayuda, tras la detención de su m ari­ do por la policía alem ana. Le dijo a la señora B que era un agente de la Resistencia y que estaba obligado a cruzar la fron­ tera española para reunirse con De Gaulle. Después le conse­ guí papeles falsos que lo protegieron y se refugió en el campo con Corinne h a sta la liberación de París. Le m andé entonces una orden de misión o un salvoconducto, no recuerdo, para gue pudiera llegar h asta la capital. A p artir de 1942 hubo una inversión de roles: era yo quien protegía a mi padre.

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Morin Su padre le había pedido que se mantuviera alejado de la política y, por prudencia, él también se m antenía apartado. ¿Por qué entró en la Resistencia? Fui politizado antes de la Resistencia. La política entró b ru ­ talm ente en nuestro liceo en 1934, cuando se produjeron las revueltas del 6 de febrero y el enfrentam iento entre derecha e izquierda. P ara mí, esa fue u n a época de gran escepticismo; sostenía que estaba por encima de las contiendas políticas. Te­ nía trece años. Había adquirido de Tolstoi, de Dostoievski, de La ópera de tres centavos, el sentim iento de la m iseria h u m a­ na, no sólo de la m iseria m aterial sino tam bién de la pobre­ za interior. Quizás inconscientemente, me parecía que había un vínculo entre las desdichas de los que sufren, de los que es­ tán al m argen de la felicidad, y la desdicha que yo había sufri­ do con la m uerte de mi madre. Luego, en 1936, cuando tenía quince años, me im pactaron los grandes impulsos fraternales del Frente Popular. Entonces empecé a dudar entre reform a y revolución. La idea de reform a se adecuaba a mi misticismo, incluso a mi propensión al m esianismo. D urante un tiempo, me interesé por los que buscaban u n a «tercera vía», m ás allá de la democracia burguesa abocada al dinero, pero oponién­ dose tan to al comunismo como al fascismo. Buscaba mi ver­ dad política leyendo las publicaciones libertarias, entre ellas L ’Unique de los an arq u istas individualistas, los- periódicos trotskistas, Essais et Combats de las juventudes socialistas, 37

izquierdistas en esa época, Esprit y otras publicaciones. De cualquier modo, todas esas lecturas hacían de mí un ferviente antiestalinista. Mi prim er acto político consistió en acercarm e en 1937 a la SIA, Solidarité Internationale Antifasciste, orga­ nización libertaria que m andaba paquetes a los an arquistas catalanes durante la guerra de España. Hay que subrayar las condiciones en esa época: la crisis de la democracia, el triunfo del nazismo en Alemania, los juicios de Moscú en la Unión Soviética, la guerra de España, la anexión de A ustria... El pe­ ligro de la guerra había aparecido e iba en aum ento. Algunos cam biaban de campo en función de lo que consideraban el pe­ ligro principal. Yo dudaba: ¿qué pensar? ¿Qué hacer? F inal­ mente, me adherí en 1938 al pequeño partido «frentista» de Gaston Bergery, instigador del frente común contra el fascis­ mo, y milité junto a los estudiantes «frentistas». Leía el perió­ dico La Fleche, que luchaba sim ultáneam ente en dos frentes, contra el fascismo y contra el comunismo estalinista. D urante toda mi vida m antuve esa lección: hay que luchar en dos fren­ tes. Sólo durante la ocupación lo hice en uno solo. Luego, los enemigos cambiaron, pero siem pre seguí luchando en dos fren­ tes, como durante la guerra de Argelia. Después de los acuer­ dos de M únich de 1938, era esencialm ente pacifista por dos motivos: primero, porque la g u erra me daba miedo, es decir tem ía m orir antes de h aber empezado a vivir; segundo, por_que estaba muy influenciado por la corriente pacifista de la izquierda, que surge del horror de la prim era g u erra m undial y que estipula que la g u erra es peor que los males que p re te n ­ de combatir. S in embargo, progresivamente, usted, el anticom unista, va a reconsiderar sus posiciones respecto al comunismo.... Cuando llegué a Toulouse, en 1940, tenía diecinueve años. Me puse a trabajar en la acogida de los estudiantes que llega­ ban de toda Francia. Ésa fue p ara mí una actividad placentera en esa época de desastres. Pero ya en ese momento, mi amigo George Delboy —a quien había conocido en casa de los estu ­ diantes frentistas y con quien había asistido a las clases de fi­ losofía en la Sorbona—, me había introducido en la idea de que 38

el pensamiento de Marx tenía la capacidad de vincular los co­ nocimientos científicos con la filosofía, las ciencias hum anas. con la acción política. Pero seguía siendo, como ya dije, muy reacio al comunismo estalinista. Había leído a Trotsky y a Souvarine y sabía que los juicios de Moscú eran una farsa. Sin embargo, a p artir de 1941, otras lecturas me llevaron a consi­ d erar como tem porales los vicios de la Unión Soviética, que atribuía al peso del retraso de la Rusia zarista y a los efectos ■ del cerco que sufría ese país por parte del mundo capitalista. Luego me adentré en la idea «rusa de la razón» de Hegel. Por ejemplo, las ideas libertadoras de la Revolución francesa se beneficiaron de la ambición personal de Napoleón para expan­ dirse en Europa. De.la misma m anera, para mí, la razón socia­ lista se beneficiaba del despotismo personal de Stalin para salvar a laU n ió n Soviética de sus enemigos y propagar el co­ munismo en el mundo. Todas esas ideas se fortalecieron a fi­ nales del año 1941, a p a rtir de la resistencia de Moscú y sobre todo de la contraofensiva de Jukov, que liberó la capital del yugo nazi e hizo retroceder a las tropas alemanas en unos dos­ cientos kilómetros. Entonces me dejé llevar por la esperanza. Con las victorias soviéticas después de Stalingrado, esta espe­ ranza se volvió mesiánica y viví el comunismo como una reli­ gión de salvación terrenal. Sin haber sido eliminada, mi racio­ nalidad escéptica pasó a un segundo plano. ¿No se la pasó por la mente la idea de defender la demo­ cracia? , La democracia francesa había sido im potente d u ran te la guerra de España y la democracia alem ana había sido impo­ tente an te el ascenso del nazismo. D urante el Frente Popular, fue el Parlam ento el que votó las leyes que otorgaron el pleno poder a Pétain. Sin duda, equivocadamente, en 1942 pensaba que sólo había dos fuerzas, el comunismo y el nazismo. Mi amigo Michél H err utilizaba p ara describirlos la m etáfora del caballero blanco y el caballero negro, ambos provistos de las mismas arm as y de la m ism a brutalidad, pero el prim ero enarbolando un futuro luminoso, y el segundo, la barbarie del pa­ sado. 39

En ese momento sólo una m inoría apostaba por la Resisten­ cia... En 1940 la población francesa estaba desorientada. P ara la mayoría de los franceses, Pétain, el vencedor de V erdún du­ ra n te la prim era guerra m undial, era quien salvaría lo que se pudiera, al menos el honor de Francia. Tanto lo espantoso como lo absurdo de la prim era guerra m undial habían provo­ cado un fuerte pacifismo dentro de la izquierda francesa. Una parte de los pacifistas, como ya he comentado, pensaba que la guerra era peor que los desastres que pretendía evitar. Esos pacifistas aceptaron la capitulación francesa. Incluso Emmanuel Berl, que había fundado el sem anal de izquierdas Marianne, redactó dos discursos de P étain en junio de 1940. En octubre P étain tuvo uñ encuentro con H itler en Montoire y anunció la colaboración. Es en ese momento cuando el régimen de Vichy m uestra su cara reaccionaria. Ahora bien, de junio de 1940 a diciembre de 1941, la dominación alem ana parecía cada vez m ás duradera. Con excepción de Inglaterra, toda Europa estaba sometida a Hitler. La propia Unión Sovié­ tica pactó con la Alemania nazi h a sta el ataque de junio de 1941. En el verano de ese año, la victoria alem ana parecía con­ seguida: el ejército alem án entró en la Unión Soviética con una increíble facilidad, cercó ciudades, hizo millones de prisio­ neros, destruyó toda la aviación de Sta.lin y, en septiem bre de 1941, con una rapidez fulgurante, llegó a las puertas de Leningrado, de Moscú, del Cáucaso. En la revista Esprit, el intelec­ tual católico Em m anuel M onier comentó esa derrota escri­ biendo que al menos eliminó el peligro comunista. Los prim eros grupos de resistencia, b astan te aislados, se form aron en el otoño de 1940: 'sé tra ta de Combat y de Libération, rápidam ente seguidos por Franc-Tireur. La dirección del partido com unista francés era en ese momento antipétainista, aunque no antialem ana, y negoció con los alem anes el m an te­ nimiento de la publicación del periódico L H um anité. P ara conformarse al pacto germano-soviético el partido denunció la guerra im perialista de los ingleses. Desde luego, algunos co­ m unistas empezaron a resistir, pero no eran muchos, entre ellos, los inm igrantes y ap átrid as de la MOI, la M ain d’Oeuvre Immigrée, satélite del partido com unista. Por supuesto, las di40

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ficultades de la población urbana aum entaron el descontento contra el ocupante a p a rtir del duro invierno de 1940-1941. No hay que ignorar que hubo una evolución considerable entre la caída de 1940 y la liberación de 1944. En noviembre de 1942, el ejército alem án ocupó la zona «libre» de Vichy, que perdió toda autonomía, y la Resistencia se desarrolló. En 1943, el STO (Servicio de Trabajo Obligatorio) en Alemania, provocó la deserción de muchos jóvenes, que se sum aron a los m aquis. No se puede «compactar» ese período y verlo como un bloque.

Entonces, de entrada, ¿el partido comunista no participó en la Resistencia? Se incorporó a la Resistencia en junio de 1941, cuando Ale­ m ania atacó la Unión Soviética. Y en ese momento empezaron los atentados de las FTP* que atacaban a los soldados ale­ manes, no antes. Es u n atentado com unista lo que provoca, el 22 de octubre de 1941, la ejecución de cuarenta y ocho reh e­ nes, entre ellos mi amigo Claude Lalet, en C háteaubriant. La Unión Soviética se ve entonces derrotada, pero su suerte h is­ tórica proviene de la conjunción de tres acontecimientos alea­ torios. El prim ero es un invierno precoz, sum am ente crudo, que congela literalm ente a las tropas alem anas a las puertas de Moscú en septiem bre de 1941. H itler habría podido evitar esa situación si hubiera resuelto un ataque en mayo, como es­ tab a previsto, y no en junio. Pero entonces se produce el se­ gundo acontecimiento. Italia había atacado Grecia con la cer­ teza de la victoria, pero tuvo que retroceder ante el pequeño ejército helénico. M ussolini pidió ayuda a Hitler. H itler acce­ dió a esa petición y creyó que podría atrav esar tranquilam ente Yugoslavia, ligada a Alem ania por un pacto de am istad. Pero tras el golpe de estado en Belgrado, se denunció ese pacto y Serbia se opuso a las tropas alem anas. H itler tardó un mes en destruir la resistencia serbia. Esto retrasó su ofensiva. Luego, un tercer acontecimiento jugó a favor de los soviéticos: d u ra n ­ te el otoño de 1941: Stalin se enteró, por mediación de su espía Richard Sorge, de que Japón no iba a atacar a Siberia. Trajo a * Francs Tireurs et Partisans («francotiradores y partisanos»). (N. del t.) 41

esas tropas intactas desde el Extremo Oriente hacia Moscú y las puso al mando del general Jukov, uno de los pocos genera­ les competentes, ya que los otros eran en su m ayoría buenos cortesanos y mediocres generales. Jukov inició su ofensiva el 5 de diciembre, Japón atacó.,Pearl H arbor el 7 de diciembre, los norteam ericanos entraron en guerra con gran despliegue de medios, enviaron arm as a la Unión Soviética. A principios de 1942, la esperanza cambió de campo. En Francia, la resisten­ cia com unista y gaullista se desarrolló en las ciudades y en los maquis. E n su caso, fue con los comunistas con quienes se adentró en una m ilitancia más activa: ya no se contentó con ir a reunio­ nes, fue al terreno. ¿Cómo se convierte uno en resistente? Me dan ganas de responderle que por contaminación. En Toulouse tenía un amigo del liceo, Claude Dreyfus, que, como muchos comunistas, había estim ado que el pacto germano-so­ viético, celebrado por el partido comunista francés como una victoria contra las fuerzas im perialistas, no era sino u n ardid de Stalin. Dreyfus tenía tres ídolos: Jesús, Robespierre y Stalin, tres encarnaciones de una misma verdad. Quería que la revolución convirtiera en obligatoria la enseñanza del griego en los liceos. Preconizaba la pureza y la castidad, no bebía y no fumaba. No dudaba un solo segundo de Stalin. No cesaba de alentarm e cuando yo me m ostraba dubitativo. Cuando el p ar­ tido com unista se incorporó a la Resistencia después de junio de 1941 y creó el Frente Nacional p ara integrar a los que no eran comunistas, un acólito de Claude, que tenía el apodo de Passepoil, vino a verme p ara pedirm e que me sum ara a «los patriotas en lucha contra la vil ocupación». Le dije que lo había enviado el partido comunista. H ipócritam ente me respondió: «De ninguna m anera. Respeto ese gran partido pero me envía el F rente Nacional». Le dije que la clandestinidad me daba mie­ do. «¿Y si cayera una bomba en tu casa?» «¡Me escondería de­ bajo de la cama!», respondí. Y él, con desprecio, se fue diciéndome: «Quédate debajo de su cama». Pude sobreponerme al miedo y a la reticencia cuando la pri­ m era contraofensiva soviética liberó Moscú y cuando Estados 42

Unidos entró en la guerra. Claude seguía alentándome y empe­ cé a trabajar con él y con Passepoil haciendo pintadas en las pa­ redes de Toulouse: «¡Abajo Pétain!», «¡Abajo Laval!», o «¡Abajo el relevo!».1 Se tratab a de pequeñas acciones que, a pesar de todo, . eran arriesgadas, ya que un grupo del otro lado-del canal que hacía lo mismo había sido apresado por la policía cuando pinta­ ba, sin saberlo, la pared de una comisaría... ¡Nos divertíamos co­ mo niños! Recuerdo una noche en la que estábamos con Violette, que más tarde se convertiría' en mi esposa. Acabábamos de em­ pezar a trabajar en u na pared y oímos un ruido. Todos salimos corriendo, salvo Violette, que se quedó paralizada con la brocha en la mano. Por suerte, se trataba de un borracho... O esa otra noche, en la que festejando nuestro reencuentro con JacquesFrancis Rolland, amigo del liceo refugiado en Grenoble, había­ mos lanzado octavillas en las calles oscuras de Toulouse cantan­ do «La Internacional» —en voz baja, ¡desde luego!—. Rolland ya era miembro del partido, m ientras que yo seguía al margen. Le gustaba decirme en un tono docto: «No basta con conocer el m ar­ xismo, ¡hay que querer además a la clase obrera!». Sin embargo, usted era antiestalinista... Había evolucionado, como 1e he comentado. En un libro pu­ blicado en 1938, De la Sainte Russie a VURSS, el sociólogo marxista Georges Friedm ann, con quien me relacioné en Toulou­ se, se había atrevido a hablar del culto del jefe que rodeaba a Stalin, juzgándolo necesario para soldar poblaciones ta n heteróclitas como las que conformaban la Unión Soviética, que van desde los uzbekos a los lituanos. P ara él, la aparatosa burocra­ cia soviética era fruto del retraso de la Rusia zarista. Cuando se publicó ese libro, que constituía un elogio inteligente de la Unión Soviética, fue duram ente criticado por la prensa comunista. En cuanto a mí, me incitó a legitim ar el comunismo. Trotsky conde­ naba a Stalin y la degeneración de la Unión Soviética, pero con­ sideraba tam bién que ese Estado, que seguía siendo socialista l. En francés, releve. Se trata de un acuerdo entre Francia y Alemania: se liberaba a los prisioneros de guerra a cambio de la partida hacia las em­ presas alemanas de obreros voluntarios franceses. 43

en su base, podía regenerarse. Me influyó tam bién un texto de Simone Weil que describía la implacable barbarie de la conquis­ ta romana, luego la atenuación con el tiempo de sus caracteres crueles, hasta el edicto de Caracalla, que otorga la ciudadanía romana a todos los residentes del Imperio. Simone Weil había aplicado su razonamiento al imperio hitleriano; yo lo apliqué al imperio soviético. Me decía a mí mismo que, sin duda, el estalinismo era bárbaro pero que, finalmente, daría nacimiento a la magnífica civilización en germen en las ideas socialistas. ¿Por qué al año siguiente dejó Toulouse, esa ciudad en la que parecía estar tan integrado? Precisamente porque me conocían demasiado. Como judío y como aprendiz resistente. Jacques-F rancis Rolland me pro­ puso que me fuera con él a Lyon, a la residencia estudiantil. Allí, me incitó a adherirm e al partido comunista. Recuerdo mi prim er encuentro con el responsable de los estudiantes comu­ nistas, quien me dijo: «Cuando uno es el del partido, no hay familia, no hay nada. ¡La entrega es total!». Aunque eso me aterraba, no impidió que me lan zara. Ju n to con razonam ien­ tos que me parecían racionales, convertí la lucha clandestina en u na razón existencial. En efecto, podía sobrevivir muy fácil­ m ente pasando a Suiza o a España. O sim plem ente escondién­ dome. Pero sobrevivir no es vivir. Me daba cuenta de que a los veinte años aú n no había vivido. ¡Y yo quería vivir! Y vivir signi­ ficaba p ara mí participar en la acción, en la Resistencia, en la lucha de la hum anidad; vivir significaba arriesgar mi vida. Yo creía que el mundo iba hacia la libertad. La esperanza de liber­ tad, de fraternidad, que recorría el siglo, me había atrapado. Así fue como me sum é a las Forces U nies de la Jeunesse Patriotique («fuerzas unidas de la juventud patriótica») y p a r­ ticipé en la distribución de octavillas, de periódicos clandesti­ nos, en la organización de reuniones clandestinas, en la redac­ ción de u n a lite ratu ra resistente. Tam bién escribí una carta conm inatoria de los estudiantes de Lyon al m ariscal P étain. Al mismo tiempo, seguía frecuentando las fiestas, bailando, divirtiéndome, yendo a clases de filosofía y, desde luego, se­ guía con mi lectura de Hegel. Se tratab a, según la expresión 44

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de Rolland, de «la concepción sintética de la vida». En un res­ tau ran te privado, Antoinette* -reservado a los periodistas del antiguo Paris-Soir, una suerte de nido de la Resistencia, conocí a Camus, a M artin-Chauffer, a Jea n Prévost, a Roger Stéphane. Recuerdo que iba allí con Jacques-Francis Rolland y Victor Henri, muertos de ham bre porque la comida de nuestro restaurante universitario carecía totalm ente de m aterias g ra­ sas; nos sentábam os a la mesa de Georges Szekeres, de Didier Limon y de sus compañeros y nos quedábamos con la m irada puesta en sus platos, h asta que alguno se apiadaba y nos deja­ ba term inar su comida. Se puede añadir que, junto con mis am i­ gos, había realizado el rapto sum am ente audaz de gran canti­ dad de m antequilla de ese restaurante, Antoinette. Había un pasillo que conducía del comedor h asta los baños y se desvia­ ba pasando por u n a mesa en la que se ponía la m antequilla, luego se volvía a desviar para conducir h asta la cocina. U n día fui al baño, Rolland corrió h asta la m antequilla; al salir yo del baño, me la pasó y se la di a Víctor, que me esperaba al inicio del pasillo. La escondió bajo su sombrero, pegada a su vientre, y salimos los tres muy dignam ente. También hicimos algunas confiscaciones revolucionarias, por ejemplo en los almacenes. M ientras uno pedía un producto que el dependiente iba a bus­ car al fondo de la tienda, Víctor cortaba con una tijera uno o dos salchichones colgados del techo y yo m etía las m anos en un barril de m argarina p ara sacar algunos puñados que g u ar­ daba en los bolsillos de mi impermeable. Com partía el dorm i­ torio con Rolland en la casa de estudiantes y Víctor estaba en la habitación de enfrente. Teníamos un hervidor en el que h a ­ cíamos alternativam ente té y pastas que yo robaba en un super­ mercado cercano, aprovechando los momentos de distracción de las vendedoras. Era nuestro «té con pastas». Con Rolland de­ clamábamos fragm entos de Une saison en enfer y la noche te r­ m inaba con una b atalla de almohadones. Más tarde, en Lyon, tuvo responsabilidades más im portan­ tes... Fue en el verano de 1943. G racias a Clara M alraux, a quien conocí en Toulouse, había contactado con A ndré U llm ann. 45

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Acababa de ser liberado con un falso Urlaubsschein de rep a­ triación de un campo de prisioneros, el Stalag XI B, y estaba reclutando p ara el nuevo movimiento de resistencia que aca­ baba de crear junto a Michel Cailliau, sobrino de De Gaulle, Pierre Le Moigne y Philippe Dechartre: el M ouvement de Résistance des Prisonniers et Déportés («movimiento de resis­ tencia de prisioneros y deportados»). Me incorporé, pero seguí ligado a los com unistas —con los que esta formación tenía vín­ culos—. Me m andaron a Grenoble p a ra crear un movimiento regional, y luego otra vez a Lyon durante el verano de 1942, época en que se produjeron una serie de arrestos. Había ap ren ­ dido a identificar los automóviles negros con tracción delan­ tera, que eran los de la Gestapo, y a protegerm e de los se­ guimientos. Logré un récord de velocidad un día en que me estaban siguiendo en una calle desierta; escuché que se aproxi­ m aba el tranvía por una avenida adyacente, logré tom arlo en m archa y dejé atrás al hombre que me seguía. La clandestini­ dad era u n a improvisación perm anente, tomaba m uchas pre­ cauciones. A diferencia de los resistentes de los maquis, que tenían un territorio, nosotros, resistentes urbanos, éram os presa siem pre acechada. T ras la detención de Roland Caillé, uno de nuestros responsables, Ullm ann me dio la orden de ir a su domicilio a buscar la m aleta que contenía todo el tesoro del movimiento: falsos tam pones y papeles, arm as, dinero. Vivía en un tercer piso y subí las escaleras temiendo encontrarm e con una ratonera de la Gestapo, como solía pasar. Llegué h a s­ ta la puerta, llam é al tim bre, esperé mucho tiempo. F inalm en­ te, su com pañera, aterrorizada, me abrió la puerta. Fue un ali­ vio para ella deshacerse de esa m aleta, que escondí- bajo la cam a de mi dormitorio. Yo acababa de reclutar a un com pañe­ ro del liceo, Joseph Récanati; era un novato y había anotado en su agenda con todas sus letras mi nombre y mi dirección. La Gestapo lo detuvo y mi prim era reacción fue enviar a Violette para que recuperara la m aleta en esa habitación alquila­ da que quedaba al fondb de un callejón sin salida. Tomando m uchas precauciones, por supuesto, ella logró su misión. Dos días después supe que la Gestapo me había ido a buscar a esa casa, diciéndoles a los propietarios que yo era un ladrón de jo­ yas. Algunos días m ás tard e, mi padre, preocupado por no te ­ ner noticias mías, vino a verm e y lo insultaron por ser el padre 46

de un ladrón. Por mi parte, escondí la m aleta de los tesoros en el jardín de un compañero apodado Ubu y la recuperé más adelante para llevarla a Toulouse.

¿Temía a la muerte? ¿Se tiene ese sentimiento cuando se está en medio de la acción? El coraje es un asunto de organización, dijo con razón Malraux en Lespoir. Sin embargo, a menudo me daba miedo la posibilidad de ser torturado. Me daba miedo el dolor, m ás que la posibilidad de dar información estando sometido al dolor. Sabía que arriesgaba mi vida, pero el miedo a ser torturado atenuaba el miedo a morir. De cualquier m anera, yo sabía que había que afrontar la m uerte para vivir y no sobrevivir. Hoy me pregunto si es que la m uerte no me requirió en esa época.

Es una extraña reflexión... En. dos ocasiones evité el destino fatal en circunstancias sorprendentes. La prim era fue la detención de Récanati, a quien acababa de re.elutar. Se lo presenté a mi superior, André Ullmann. Yo debía acompañarlo un poco más tarde a una cita en la plaza del- museo de Lyon para que se encontrara con Henriot, seudónimo de un jefe de la Resistencia que asegura­ ba los vínculos con Londres. ¿Puede ser que A ndré tuviera un repentino impulso de sim patía hacia Récanati? El hecho es que lo eligió para escoltarlo a ese encuentro, que resultó ser una encerrona de la, Gestapo. Los dos fueron detenidos, to rtu ­ rados y deportados a M authasen. R écanati murió durante la liberación del campo cuando, m uerto de ham bre, se abalanzó sobre las conservas norteam ericanas. André pudo volver. N un­ ca aclaré su ex trañ a decisión de no llevarm e a ese encuentro que era im portante. . El segundo episodio es aú n m ás sorprendente. Ocurrió en París, donde me encontraba desde fines de 1943 con mi adjun­ to Je a n Krazatz, un alem án, antiguo m arino de Hamburgo. Je a n se instaló con su falsa identidad francesa en el hotel Toullier, cerca de la Sorbona, donde yo tam bién había vivido 47

un tiempo. Le había citado éh el cementerio de Vaugirard: ¡los cementerios sonideales para ver si te están siguiendo! No vino al encuentro; supuse que había tenido algún impedimento y me fui a su hotel. Su llave no estaba en la recepción: deduje q\le estaba e n s u habitación, que quedaba en el segundo piso, y empecé a subir las escaleras. Cuando llegué al prim er piso, sentí un cansancio extraño, una inm ensa pereza, incom pren­ sible a. los veinte años. La pereza era tan grande que volví a bajar las escaleras, le escribí una nota fijando otra cita para el día siguiente, se la di a la recepcionista y me fui. M ás tard e supe que ella había roto la nota. Je a n estaba en su dormitorio, la Gestapo lo había detenido y preparaba su ratonera. Lo to r­ tu raro n salvajem ente y, bajo tortura, olvidó su francés y se expresó en alemán. Entonces lo liquidaron en un sótano. Otro amigo, Pierre Le Moigne, que había sido detenido al mismo tiempo y que logró huir, me lo contó después. ¿Cómo explica usted ese cansancio que lo salvó? No me lo explico. ¿Era mi ángel guardián? Indudablem en­ te, tuve u n a premonición. Pero u n a premonición ta n profunda en mi inconsciente que no tomó la forma de -alerta. No fue un principio de precaución norm al lo que me hizo retroceder. No tenía ninguna inquietud. Fue un desencuentro con la m uerte. ¿Por qué escapé a esas dos tram pas? N uncá'logré encontrar una explicación. Evoca a Jean con gran nostalgia. No debía de haber muchos alemanes en la Resistencia francesa... No eran muchos, pero los había. A Je a n me lo había p resen ­ tado Clara M alraux. E ran am antes. Él se convirtió en mi a d ­ junto. Le voy a decir una cosa: haber dado los. medios de resis­ tir a antifascistas alem anes y austriacos, como los amigos de Félix Kreisler, es uno de los grandes orgullos que tengo en mi vida. En Francia, el partido com unista, más que cualquier otro, era antialem án. Una vez más, sin habérm elo propuesto, no fui como los demás. 48

¿Cómo hacía usted para desplazarse de una a otra ciudad, aparentemente con relativa facilidad? Con mis verdaderos falsos papeles. Había adoptado la iden­ tidad de un verdadero prisionero de guerra que aún estaba en Alemania, a p artir de un falso Urlaubsschein, certificado de re ­ patriación de prisionero francés enfermo. André Ullm ann tam ­ bién había entregado estos documentos a Víctor Henri, a Jac‘ques-Francis Rolland y a Pozzo di Borgo, que había reclutado junto conmigo. Estos Urlaubsschein, al igual que el mío, tenían el nombre de auténticos prisioneros detenidos en Alemania. Con ese documento había ido al ayuntam iento de Antibes, con Pozzo di Borgo, para obtener verdaderas cédulas de identidad, de alimentación, de tabaco... El falso Urlaubsschein me otorga­ ba veintinueve años y yo tenía veintidós. Pozzo di Borgo y yo, para envejecernos y no despertar las sospechas de los funciona­ rios del ayuntam iento, nos habíamos dejado crecer la barba y llevábamos sombreros blandos. Hicimos la petición por la m a­ ñana; los papeles iban a estar listos por la tarde, así que m ata­ mos el tiempo paseando por la ciudad. N uestras caras debían de despertar sospechas: pasamos por una comisaría y nos detu­ vieron, nos interrogaron durante más de dos horas, sobre la base de nuestra identidad real y nos soltaron con la promesa de que nos -fuéramos al día siguiente a Alemania a cum plir con nuestro STO. Salimos de la comisaría y nos fuimos corriendo al ayuntamiento, donde nos esperaban los «verdaderos» papeles... Conservé hasta el final esa identidad de prisionero repatriado: Gaston Poncet. Cuando me interrogaban sobre la experiencia de los campos, yo respondía con tono trágico: «¡Alambradas, m ás alam bradas, siempre m ás alambradas!». Esto tenía la ven­ taja de no provocar más preguntas. Por otra parte, es lo que le dije a mi vecino en un vagónrestau ran te, en el tren que nos llevó de Niza a Grenoble. En una parada, los feldgendarmes hicieron un control y sacaron del tren a unos jóvenes con caras de buenos campesinos, que quizás iban a los maquis. Me pidieron mis papeles, les di el Urlaubsschein. «No es bueno», me dijo el joven feldgendarme. «Zehr gut», le respondí despacio. El joven feldgendarme le dio mi Urlaubsschein a su colega, un viejo que miró y dijo que me dejaran pasar. 49

En ese momento adopté el seudónimo que luego conservó, Morin. ¿Por qué eligió ese nombre? Desde mis inicios en la Resistencia había dejado de u sa r el apellido Nahoum y me había puesto el efe m i m adre, Beressi. Mi prim er seudónimo fue Edmond, después-tuve que cam biar por razones de seguridad, y me convertí en M anin. U saba una chaqueta de cuero gastado como la del comisario político de la película Los marinos de Cronstadt. Me presenté con esa iden­ tidad durante u na reunión de cam aradas resistentes en Toulouse. No sé si lo pronuncié mal, el hecho es que entendieron Morin y me convertí en Morin. En el Registro Civil, m ás ade­ lante, conservé mi apellido Nahoum: sigo siendo el hijo de mi padre. Pero le añadí Morin: soy el hijo de mis acciones, de mis obras. D urantes años no tuve problema en viajar con un p a sa ­ je de avión a nombre de M orin y un pasaporte que llevaba el nombre de Nahoum llamado Morin.

Usted se hizo famoso internacionalmente con el nombre de Edgar Morin. Su padre, que murió en 1984, ¿no lamentó que enterrara el apellido N ahoum en pos de su personaje público? No le chocó que conservara mi seudónimo, él mismo se h a ­ cía llam ar señor Vidal. Pero creo que se alegró el día en que renuncié a gestionar jurídicam ente el cambio de nombre.

¿Cómo explica usted que durante la guerra siempre haya sa ­ lido indemne de situaciones arriesgadas? Como le dije, tuve varios desencuentros con la m uerte, m u ­ cha suerte tam bién. M ás tarde, cuando me fui de Lyon después de que una serie de detenciones me hiciera perder todos mis contactos, volví a Toulouse con la m aleta de cartón que conte­ nía los tesoros de mi movimiento de resistencia. Sabía que al bajar del tren, antes de salir de la estación, había u n a b arrera que daba a una calle. Le pedí a C lara M alraux que me espera­ ra allí. Fui el último en bajar, le pasé la m aleta por encima de la b arrera intentando no ser visto. Estuve inspirado: en la es­ 50

tación había un control de la feldgendarmerie. Si hubiera con­ servado la m aleta, es müy probable que me hubieran detenido. Me quedé en Toulouse p ara retom ar contacto con los movi­ mientos de resistencia y el partido comunista. Pude volver a conectar con Michel Cailliau, uno de los jefes del movimiento, sobrino del general De Gaulle, un hombre intrépido, fraternal, cándido. Vino a encontrarse conmigo. Me instalé en un pueblo cercano, en Pechbonnieu, en la casa de una campesina adm ira­ ble, madame Robene, que escondía a clandestinos, entre ellos a Jean, el alem án que se convirtió en mi adjunto. P ara llegar hasta Pechbonnieu teníam os una hora de cam inata desde la parada del tranvía. M adame Robene nos hacía la comida. P ara cada uno de nosotros tenía un silbido. A mí me correspondían seis silbidos. Organizamos un dispositivo con dos ram as: una apuntaba a los soldados alem anes para sacarles información e incitarlos a la deserción; otra a los prisioneros de guerra que trabajaban en fábricas en Alemania: les m andábam os paque­ tes de miel o de m ermelada junto con octavillas, incitaciones a la evasión, directivas para el saboteo de las fábricas alem a­ nas... Con ese objetivo, quise organizar un comité legal de ayu­ da a los prisioneros, con nom bres de escritores conocidos. Cla­ ra M alraux me sugirió que consultara a Jean Paulhan, lo que hice durante un viaje a París. Paulhan me pidió que fuera a verle. a su oficina de Gallimard, sin im portarle que hubiera una cola de au to res espe­ rando an te su puerta. Subí con respeto la escalera en la que esperaban los escritores, en tré en la oficina donde Jean Paulhan estaba hablando con un autor intim idado. Le decía: «Su m anuscrito es excelente, pero es dem asiado largo. H ay que acortarlo, en vez de seiscientas páginas que sean ciento cin­ cuenta. Listo, le devuelvo su m anuscrito. ¿Dónde está? Espere que lo busco...». «Pero m aestro, m aestro —le dijo el escritor—, ¡lo tiene aquí delante!» P aulhan me recibió cordialm ente. La idea de un falso comité para favorecer la resistencia de los pri­ sioneros le gustó o le divirtió. Me pidió que fuera a ver a un colega de Gallimard, A rm and Hoog, ex prisionero, él mismo le avisó y Hogg aceptó. Cuando volví a Toulouse, preparam os muchos paquetes con octavillas que yo había hecho, un diario que contenía un editorial de Michel Cailliau e informaciones sobre los progresos de los aliados y la Resistencia. 51

Una vez que el movimiento se afianzó, quise volver a París. Me fui con J e a n (éramos inseparables) y lo dejé a cargo de un compañero, Schrikler. En la capital, participé en la fusión de nuestro movimiento con el de Frangois M itterrand y un movi­ miento fantasm a que em anaba del partido comunista. F ui uno de los responsables de la dirección trip artita para la región parisina. Me relacioné con Michel Cailliau, que había dejado el movimiento, ya que no quería estar con M itterrand, y había creado su propia red. Tuve el grado ficticio de com andante de las Fuerzas Francesas Combatientes, pero sólo fui homologa­ do como teniente.

Cierta cantidad de historias, de rumores contradictorios, han circulado alrededor de la incorporación de Frangois M itte­ rrand a la Resistencia. ¿Venía de la extrema derecha? Sólo puedo h ablar de lo que sé, de lo que vi, de lo que viví. Yo pertenecía al MRPGD, M ouvement de Resistance des Prisonniers de G uerre et Déportés («movimiento de resistencia de prisioneros de guerra y deportados»). Frangois M itterrand era responsable del Regroupem ent N ational des P risonniers de Guerre («agrupamiento nacional de prisioneros de guerra»), un grupo de la Resistencia formado bajo Vichy, que había fun- . dado junto con M aurice Pinot, secretario de Estado encargado de los prisioneros de Vichy. Pinot era un patriota que protegía a los prisioneros evadidos negándose a devolverlos a A lem a­ nia, contrariam ente a las obligaciones de la convención de a r­ misticio. Había cobijado a Frangois M itterrand en la zona sur después de que éste, hecho prisionero en Alemania en junio de 1 9 4 0 , hubiera logrado evadirse en diciembre de 1 9 4 1 . No creo que Frangois M itterrand haya hecho gran cosa en Vichy. La fotografía de octubre de 1 9 4 2 en la que aparece con el m ariscal Pétain, que tanto conmocionó a los socialistas después de la publicación del lib ro d e P ie r r e P é a n ,2 no significa en sí que haya habido un sometimiento. Esos socialistas descubrían su pasado, pero ¡todos los de mi generación conocían su pasado! 2. 1994.

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Une jeunesse fran>. Levanto la lápida, comienzo a salir, y en ­ tonces él me dice: «No olvides tu maletín». Lo tomo. Y term ina diciendo: «El duelo h a terminado». Entonces me puse a tra b a ­ ja r en El conocimiento del conocimiento, que sería publicado en 1986.

¿Por qué es necesario conocer el conocimiento?

Porque el conocimiento conlleva siem pre un riesgo de error o de ilusión. El conocimiento perceptivo nunca es un reflejo de los fenómenos; es una traducción a p a rtir de los estím ulos que llegan a nuestros sentidos y una reconstrucción cerebral. Aho­ ra bien, cualquier traducción comprende el error, y cualquier reconstrucción comprende el riesgo de insuficiencia. Lo que vale para la percepción vale aún m ás p ara las descripciones, que se hacen m ediante p alabras e ideas, y lasteo rías. El cono­ cimiento es el objeto más incierto del conocimiento filosófico y el objeto menos conocido del conocimiento científico. Asistimos al desarrollo de las ciencias cognitivas, pero unas hablan del cerebro, otras de la psicología, otras tam bién de la teoría de autóm atas; lo uno no está vinculado con lo otro. Mi obra, una vez más, es una obra de vinculación (reliance). Por ejemplo, dado que la m ente y el cerebro son indisociables, el lenguaje neuro-quimio-eléctrico de las neurociencias no perm ite conce­ bir la mente, y el lenguaje conceptual relativo a la m ente y la conciencia no perm ite concebir el cerebro. Constato que no se puede establecer una continuidad entre el conocimiento del cerebro y el de la m ente, pero puedo vincularlos a p a rtir de la noción de emergencia: la m ente es una emergencia que se m a­ nifiesta en la relación entre u n cerebro hum ano, por un lado, un lenguaje y u na cultura, por otro. El conocimiento, em ergen­ cia últim a, es a la vez lo más frágil y lo más valioso. El volu­ men de El conocimiento del conocimiento comprende sólo una antropología del conocimiento. En realidad, debía abarcar lo que se presentó en el volumen siguiente, L a s ideas: la ecología 175

de las ideas, la vida de las ideas y, lo que es el núcleo de El mé­ todo, la organización de las ideas, la que comprende el lengua­ je, la racionalidad, la lógica y la paradigmatología, potencia oculta e invisible que controla los conocimientos.

E n ese libro publicado en 1991, cuyo título completo es Las ideas, leur habitat, leur vie, leurs m reurs, leur organisation, da la impresión de que usted tra ta las ideas como seres vivos... Sí, las grandes ideas viven como los dioses. Al igual que los dioses, son producto de las m entes hum anas, pero, tam bién, al igual que los dioses, adquieren potencia y realidad. Al igual que los dioses, pueden transform arnos en víctimas o en verdu­ gos. Por lo tanto, al igual que los dioses, las ideas están dota­ das de una formidable existencia, pero esa existencia depen­ de de los hum anos que las secretan. Todos los dioses y todas las ideas m orirán cuando m uera la hum anidad. Mi conclusión al respecto es que no podemos escapar ni a los mitos ni a las ideas; que no debemos dejarnos subyugar por las ideas, sino m antener un diálogo conciente con ellas. Debemos dom inar las ideas que nos dominan, y no solam ente ser dominados por ellas.

Las ideas, que prolonga una reflexión iniciada en El conoci­ miento del conocimiento, fue publicado cinco años después. En la medida en que estos libros form an una unidad, ¿por qué hubo un lapso de tiempo tan grande entre los dos? Hubo una serie de problemas en 1986. Edwige sufría crisis de asm a severas que exigían su hospitalización; su m adre es­ tab a enferma y ya no salía de la cama y su padrastro, el doc­ to r Albot, murió después de una terrible agonía. Al mismo tiempo, pensaba mucho en los últim os años de mi padre y esto me atorm entaba. En 1986, d u rante ese período, escribí un dia­ rio cuyo m anuscrito, «Krisis», es confidencial. Dejé de dormir, me despertaba a las 3 o a las 4 de la m adrugada, estaba inquie­ to. Luego me quedé en cama: no podía levantarm e, lloraba. Michel Grappe, el marido de mi hija Véronique, que es médico, 176

me prescribió moléculas que me ayudaron a sobreponerme. Es la única depresión que tuve en m i vida. Una estancia en Quebec con Edwige me devolvió la fuerza. Entonces le pregunté a mi amigo Malarewicz, psicólogo, que consulto como a un gurú cada vez que tengo dificultades internas, si debía seguir con El método, o escribir prim ero un libro sobre mi padre. Me aconse­ jó que escribiera sobre mi padre. En Parm a, empecé entonces a escribir Vidal et les siens, que fue el prim er libro escrito direc­ tam ente en Macintosh; lo continué en París, entre sonrisas y lá ­ grimas. El libro fue publicado en 1989. Y pude seguir adelante con E l método, con Las ideas del que le hablé. En realidad, como le dije, Las ideas debía ser la últim a parte de El conocimiento del conocimiento. Pero tem í que el volumen fuera demasiado voluminoso. D ie z años separan este cuarto volumen del quinto, La h u ­ m anidad de la hum anidad. ¿Un tiempo que, sin duda, le fue necesario p a ra entrar, si pu ed o expresarme así , en el meollo del asunto:* el ser humano?

Es que en un principio no había previsto ese volumen. Creía que después de E l p a ra d ig m a perd id o era inútil volver a re ­ flexionar sobre lo humano. Pero, durante la década de 1990 me di cuenta de que mis ideas antropológicas se habían enriqueci­ do desde El p a ra d ig m a p erdido , en el que se había formado mi concepción compleja de lo hum ano, y que era bueno que El m é­ todo volviera a su punto de partida propiam ente humano. En los años noventa me sentía sum am ente afectado por el nuevo estado del mundo, las reform as de Gorbachov, la im plo­ sión de la Unión Soviética, la guerra en Yugoslavia, tam bién por América Latina. El tiem po que separa los volúm enes de El método fue un tiempo de trabajo subterráneo. M aduraba mis ideas en diversos libros que eran ejercicios de pensam iento complejo, por ejemplo P en sar Europa, en 1987, o Tierra-pa­ tria, en 1993, diagnóstico sobre la etapa actual de la era p lane­ ta ria y llam am iento a la .tom a de conciencia de la comunidad * En francés «le vif du sujet», que retoma el título de una de las obras de Edgar Morin. (N. del t.) 177

del destino terrestre. El método alim entaba esos libros que a su vez lo alim entaban.

Pensar Europa y T ierra-patria fueron bien recibidos p o r la prensa. No es el caso de los volúmenes d e El método posteriores a La naturaleza de la naturaleza. ¿Tiene usted una explicación p a r a esto?

Esa obra no entra en las categorías etiquetadas ni e n lo s tí ­ tulos que clasifican y com partim entan. Para mí, El método es a la vez científica, filosófica y literaria, pero, para los críticos científicos, no es científica; para los de las ciencias hum anas, no es antropológica; p ara los críticos filosóficos, no es filosófica, y para los críticos literarios, no es literaria. Es efectivamente un monstruo, con relación a los criterios de la crítica, ya que reúne lo que se excluye m utuam ente. Además, a la intelligent­ sia hum anista le parece incongruente inspirarse en las cien­ cias n atu rales para tra ta r problem as humanos, y a la intelli­ gentsia científica le parece im pertinente abordar los problem as científicos sin ser un especialista. Los que no me leyeron me rechazaron a priori. Unos quisieron ver un texto de vulgariza­ ción de los logros científicos, ignorando el proyecto epistemoló­ gico que me animaba; otros quisieron ver una síntesis global de todo el saber, a la m anera de Hegel, ignorando que mi m en­ te sistémica distaba mucho de ser sistem ática, sino que dejaba un lugar ineluctable a la incertidum bre y a lo inacabado. En cambio, mis ideas em igraron. América Latina, Japón, Portugal, España, Italia, Grecia, China e incluso Irán, son los lugares donde E l m étodo tuvo m ás repercusión. A menudo, sin que yo me diera cuenta. Tomé conciencia de esto en. 1997, cuando fui invitado por u n a universidad de Medellín. O rgani­ cé más adelante, en Río de Janeiro, un congreso latinoam erica­ no para el pensamiento complejo. Luego, en 1999, la Unesco creó u na C átedra Itinerante «Edgar Morin» sobre el Pensam iento Complejo, con sede en la U niversidad del Salvador, en A rgen­ tina, que opera en América L atina. Un poco en todas p artes ha habido redes de pensam iento complejo, y acaba de crearse una Asociación Internacional del Pensam iento Complejo. En algu­ nos países se han creado in stitu to s y diplomas de complejidad. 178

E n M éx ico , e n H e r m o sillo , e n e l e s ta d o d e S o n o r a , se h a i n t e n ­ ta d o u n a e x p e r ie n c ia c o n fo r m e a m is c o n c e p c io n e s y p u e d e s e r q u e s e la lle v e a C iu d a d d e M é x ic o .1 E n to n c e s , h a y a la v e z m u c h a s r e t ic e n c ia s , r e c h a z o s a m en u d o a p rio ri, p ero ta m b ié n h a y u n a v e r d a d e r a a d h e s ió n p o r p a r te d e in d iv id u o s q u e p e r t e n e c e n a d is c ip lin a s y a p r o fe s io ­ n e s m u y d iv e r s a s . ¿P or q u é ? O cu rre q u e m i o b r a r e s p o n d e a lo s a n h e lo s , a v e c e s in c o n s c ie n t e s , d e m e n t e s in s a t is f e c h a s p or la s c o m p a r tim e n ta c io n e s d is c ip lin a r ia s , in c lu s iv e d e la f ilo s o ­ fía , y q u e a s p ir a n a o tro m o d o d e c o n o c im ie n to , a o tro m o d o d e p e n s a m ie n to . C reo q u e fo r m u lé la s v e r d a d e s a ú n s u b c o n s c ie n ­ t e s p a r a q u ie n e s m e e s p e r a b a n s in s a b e r lo . A l e n c o n tr a r m e , s e e n c o n tr a r o n a s í m is m o s . Y é s a e s m i m a y o r a le g r ía .

El último volumen de E l m é to d o , L a é tic a , fue publicado en 2 0 0 4 . ¿Se puede calificar como m anual moral moderno? ¿So­ bre qué funda usted la ética? N o b u s q u é fu n d a r la é tic a . Q u is e r e c o n o c e r s u s f u e n t e s , q u e e s t á n in s c r it a s e n lo m á s p ro fu n d o d e n u e s t r a h u m a n id a d e in c lu s o d e n u e s t r a a n im a lid a d : s o lid a r id a d y r e s p o n s a b ilid a d . A h o r a b ie n , n u e s t r a c iv iliz a c ió n t ie n d e a a g o ta r la s o lid a r id a d y la r e s p o n s a b ilid a d , y n u e s t r o p r o b le m a e s r e a lim e n ta r la é t i ­ ca. P e r o la é tic a e s ta m b ié n f u n d a m e n t a lm e n t e c o m p le ja e n la m e d id a e n q u e c o n lle v a in c e r t id u m b r e s y c o n tr a d ic c io n e s . L a s in c e r tid u m b r e s p r o v ie n e n d e l h e c h o d e q u e lo s r e s u lt a d o s d e u n a a cció n n o c o r r e sp o n d e n n e c e s a r ia m e n t e a la s in te n c io n e s . E n c u a n to s e in ic ia , u n a a c c ió n d eja d e o b e d e c e r a la v o lu n ta d d e s u a u to r, s u fr e in te r a c c io n e s y r e tr o a c c io n e s q u e s u r g e n d e l m e d io e n e l q u e se d e s a r r o lla y p u e d e in c lu s o s e r c o n tr a p r o d u ­ c e n t e p a ra s u p ro p io a u to r. E s to o c u r r e a m e n u d o e n p o lític a y d e s d e lu e g o e n u n a g u e r r a . E s lo q u e lla m é ■« eco lo g ía d e la a c ­ ción » . A s í, la é tic a c o m p le ja n o só lo c o n s id e r a la s b u e n a s in ­ te n c io n e s . D e b e c o n s id e r a r q u e c u a lq u ie r a c c ió n é tic a s u p o n e u n a a p u e s t a y s u p o n e la c o m p r e n s ió n de la s c o n d ic io n e s e n la s 1. Me acabo de enterar de que el Ministerio de Educación de México va a difundir cincuenta mil ejemplares de La téte bien faite destinados a los profesores del país.

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queseopera. Si seutilizanmediosinnoblespararealizarfines nobles, esosmediospuedenpe^Vertirlosfinesysustituirlos. Lascontradicciones éticas puedensurgircuandodosimpe­ rativos contradictorios se oponen en una misma conciencia. Así, laéticatribal delosbeduinoscomprendedosimperativos: el delahospitalidadyel delavenganzacuandounodelossu­ yos ha sidoasesinado. Di el ejemplo, que conocí através de LouisMassignon, delamujerbeduinacuyomaridofue asesi­ nadoduranteunavendetta tribal. Al caerlanoche, el asesino desumaridovieneasucarpaylepideasilo. Tienedosdeberes imperiosos: el delahospitalidadyel delavenganza. Encuen­ tralamaneraderesolveresacontradicciónotorgándoleal ase­ sinolahospitalidadporlanoche.y, al díasiguiente, lemataen colaboraciónconsushermanos. Nosotrostambiéntenemosconflictosentre deberescontra­ dictorios, porejemploentreel interésdenuestranaciónyel de lahumanidad, o, enmedicina, entreel respetoabsolutoporla vida y el respeto ante la peticiónde unenfermopara poner términoasussufrimientos. Obiencuandosetratadesustraer unórganovital deunapersonaenestadodecomaprolongado paraunheridoounenfermo. ¿Cuáles son, entonces, las condiciones de una acción ética?

Nopuedoresumir milibro, sólolecitoalgunasideas. El li­ brosubraya, enfuncióndela trinidadhumana individuo-so­ ciedad-especie, tres direccioneséticas: unaautoética, unaéti­ ca para la sociedad, una ética para la humanidad. En la autoética, insistoenlanecesidaddeunaculturapsíquicaper­ manente de autoexameny de autocrítica, porque nos desco­ nocemos anosotros mismos enprofundidady amenudonos mentimos inconscientemente. Laética de lacomprensiónme parece serunaexigencia capital nosóloenla relaciónconel extranjero, sinotambiénenlas relaciones connuestros seres más próximos. Laincomprensiónreinaamenudoennuestras relaciones detrabajo, devecindario, ygeneraestragos enlas fam ilias, enlasrelacionesentrepadresehijos. Laincompren­ sión engendra desprecio, intolerancia, odio; gangrena nues­ trasvidas. 180

Ningúnprogreso es posible enlas relaciones entre indivi­ duos yentre pueblos sin una regresiónde las incomprensio­ nes, sinunprogresode lacomprensión. Yésta nos pide que consideremoslacomplejidaddelosotrosenvezdereducirlaa sus peores aspectos. Si llamocriminal al.,hombre quecometió unsolocrimen, eliminodegolpe todos los actos positivos que puedenserleimputados, reduciéndoloal únicocrimenqueco­ metió. ¿Usted define el bien y el mal?

Sí, sabiendoquetienenunafuentecomún. Lo. queseparay loquevinculanacieronjuntos enlos orígenes denuestrouni­ verso: enunprincipio, Diosyel diablosonlomismo. Loquese­ para—diabolus —eslafuentedel mal. Loquevincula—reliance— eslafuentedel bien. Porende, elbien, paramí, esamistad yamor, queesloquevincula. El mal esloquesepara, destruye. El mal eslacrueldaddel mundoylabarbarieentreloshuma­ nos. La primera exigencia ética es resistir ala crueldaddel mundoylucharcontralas diferentesbarbarieshumanas. Lasegundaexigencia éticaprocededemiconcepcióndela poesía de la vida que se desarrolla en la realización de uno mismo, enlacomunión, el amor, el éxtasis. Puedoformularla así: contribuiratodoloquepermitaalos.humanosvivirpoéti­ camente, es decir, realizar amor, fraternidad, comunión, ad­ miración, éxtasis. Porúltimo, estáloquellamomi«feética». Loexpresoal fi­ nal del libro, queconstituye asuvezel librofinal deE l m éto­ do. Éstaes entonces m i profesióndefe: «Lafeéticaes amor». Peroesundeberéticopreservarlaracionalidadenel amor. La relaciónamor-racionalidaddebe serunyin/yang; entodomo­ mentounosevinculaconel otroylocomprendeensuestado original. Eseamornosenseñaaresistiralacrueldaddel mun­ do, nos enseñaaaceptar/rechazareste mundo. Amores tam­ biéncoraje. Nospermitevivirenlaincertidumbreylainquie­ tud. Es el remedio ante la angustia, es la respuesta ante la muerte, esconsuelo. Sóloel DoctorLovepuedesalvaraMister Hyde. Paracelso decía: «Toda medicina es amor». Digamos tambiénysobretodo:«Todoamoresmedicina». El amormédi181

co nos dice: «Amen p ara vivir, vivan para am ar. Amen lo frágil y lo perecedero, porque lo más preciado, lo mejor, inclusive la conciencia, la belléza, el alnik, són frágiles y perecederos». «

Ese libro, publicado en 2004, no lo escribió' a orillas del Mediterráneo, como los anteriores... *

y

Lo escribí en Hodenc-l’Evéque, en el Oise, en la casa de campo que compramos cerca de nuestros amigos JacquesFrancis y Flavienne Rolland. Las condiciones de redacción fueron difíciles debido al agravam iento del estado de salud de Edwige, a quien dediqué ese libro.

¿Fue bien recibido? Lo fue sobre todo como homenaje a la proeza deportiva que significaba term inar E l método, pero no tan to como reconoci­ m iento a mi aportación al pensam iento.

¿Es necesario leer los seis volúmenes de El método, uno tras otro? De ninguna m anera. Cada uno, en su autonom ía y su sin­ gularidad, contiene la totalidad. Se puede abordar desde cual­ quier volumen.

En el fondo, ¿qué sentido le d a a la p a la b ra «método»? P arto del sentido griego original, que significa «recorrido». Ahora bien, toda mi elaboración en seis volúmenes fue u n reco­ rrido en el que el camino se hace caminando, según los versos de Antonio Machado: «Caminante, no hay camino, se hace ca­ mino al andar».* De hecho, ese camino ha elaborado u n método de la complejidad. Ese método no tiene nada que ver con lo que * En castellano en el texto original. (N. del t.) 182



se llama metodología. Una metodología define un program a de trabajo preciso y determ inado definitivo. Mi método pretende ayudar al espíritu para que afronte las complejidades y elabo­ re sus estrategias. De ahí mi formulación: «Ayúdate, la com­ plejidad te ayudará». El método de Descartes se acerca a una metodología, porque prescribe los procesos que hay que seguir para llegar a un conocimiento pertinente. Yo indico las exigen­ cias que hay que satisfacer para tra ta r las complejidades, las exigencias que comprenden tres principios que se h an afirm a­ do progresivamente: el principio dialógico, el principio recursi­ vo y el principio hologramático. Los tres son expresiones diver­ sas y complementarias del principio de vinculación (reliance). Entonces,- no desdeño de ninguna m anera las disciplinas, ya que quiero vincularlas; lo que discuto es su carácter cerrado, y critico la hiperespecialización. Añado que el conocimiento es u na navegación en un océano de incertidum bres entre archi­ piélagos de certidumbres. Cualquier saber complejo com pren­ de una p arte de incertidum bre irrem ediable que hay que saber reconocer y adm itir. El pensam iento complejo comprende la tom a de conciencia de algo que en el saber es inacabado y, más fundam entalm ente, de una limitación de las posibilidades del espíritu humano. Sería vano buscar un fundam ento absoluto e incuestionable. Es lo que debemos saber desde Nietzsche. Te­ nemos que elim inar la m etáfora arquitectónica que necesita fundamentos para levantar un edificio. Debemos utilizar la metáfora musical en la que la sinfonía toma su impulso a p a r­ tir de sí misma y se construye en su propio dinamismo.

Su método se funda igualmente en las ciencias... Podría retom ar la fórm ula de D escartes sobre el método que consiste en conducir bien su razón en las ciencias. Mi mé­ todo se inspira en las ciencias y las exam ina en las condiciones actuales de su evolución. Ahora bien, estam os en una época crítica. Como dije, los principios de simplificación que han guiado a la ciencia clásica, por fecundas que hayan sido sus aportaciones, se han vuelto cada vez m ás ciegos en microfísica, en term odinám ica, en cosmología. Recapitulo: el principio de orden que traducía el determ inism o absoluto ya no reina en 183

el universo. El principio de separabilidad o de disyunción se ha visto lim itado en cualquier consideración de sistem a. El aislam iento del objeto, al ser extraído de su contexto n atu ra l y ubicado en un medio artificial, no vale para todo lo que está vivo. El valor de prueba absoluta, brindado por inducciones y deducciones, ha m ostrado sus límites. Por último, la aparición de contradicciones ya no es necesariam ente un signo de error, lo que indica la emergencia de un nuevo tipo de verdad. Diría que la disyunción y la reducción, que elim inan cual­ quier posibilidad de visión global, constituyen una barbarie del pensamiento. La ciencia clásica había disuelto el cosmos, la naturaleza, el sujeto humano. Pero el cosmos resucitó en una cosmología que surge del descubrimiento de la expansión del universo. La naturaleza resucitó junto con la ciencia ecoló­ gica. Y si el sujeto fue expulsado de la ciencia objetiva, m ues­ tro que el regreso del sujeto es indispensable, aunque sólo sea porque el objeto del conocimiento está coproducido por nues­ tra s proyecciones m entales sobre una realidad exterior, y por la introducción, vía traducción y reconstrucción, de esa reali­ dad exterior en nuestro espíritu. Una zona ciega dentro de la ciencia clásica había sido defi­ nida por H usserl ya en 1930 en su conferencia sobre la crisis de la ciencia europea. É sta desarrolló instrum entos sutiles, precisos y pertinentes p ara conocer el objeto, pero está despro­ vista de cualquier instrum ento p ara conocerse a sí misma. La ciencia no tiene conocimiento del conocimiento científico, y su objetividad no es capaz de reconocer la existencia del sujeto del conocimiento. A hora bien, así como nuestra galaxia, la Vía Láctea, posee en su centro un gigantesco agujero negro que le es invisible, la ciencia, separada de la filosofía, ha sido privada de la posibilidad de conocerse, de reflexionarse, de pensar su devenir. Y, al separarse de la ciencia, la filosofía ha perdido la fuente de conocimientos que incita y alim enta la reflexión. Ya no tiene con qué alim en tar su reflexión, dado que es de los pro­ gresos de las ciencias de donde proceden todos los conocimien­ tos revolucionarios sobre el cosmos, sobre el mundo físico, so­ bre la noción de realidad, sobre la vida y, desde luego, sobre el hombre. Es por eso que necesitamos una reflexión sobre las ciencias, y hay que citar las aportaciones notables de Bachelard y Popper, de Kuhn, Lakatos, Holton, Feyerabend, entre 184

otros. Hayqueintegrarlos enuna«cienciaconconciencia». Es tanto más necesarioenla medida enque lacienciafísica ha generadomedios dedestrucciónimpensables yquelaciencia biológicaelaboramediosdemanipulacióninauditos. ¿Vamos bien encam inados?

Creo que hemos entrado en los primeros tiempos de una revolucióncientíficaenel sentidodeThomasKuhn, quecam­ bialosmodelosyprincipiosdelconocimientooparadigmas. La revoluciónmicrofísicadiolugaraunatransformacióndetodo el universomacrofísicoycosmofísico. Lasciencias.delaTierra, lacienciaecológica, operaronelencuentroylainterfecundación de disciplinas separadas. Todas las ciencias avanzadas, las cienciasdelaTierra, laecología, lamicrofísica, lacosmología, rompenel viejodogmareductor deexplicaciónporloelemen­ tal. Tienen encomún el hecho de considerar sistemas com­ plejosenlosquelas partesylatotalidadseentreproducen, en losquefactoresmúltiplesintervienenyseentreorganizan. En el casodelacosmología, lacomplejidadestámás alládecual­ quiersistema. Tardeotemprano, el movimientoseguiráenlas cienciasbiológicas, yasehainiciadoenlabiologíasistémica, y porúltimo, loespero, enlas ciencias humanas, enlas quesoy el únicoqueefectuólareformadelossaberesdelasdisciplinas másdiversasenunaantropologíacompleja. Anunciéesanece­ sariarevolucióncientíficaenel paradigmafinal deLa natura­ leza de la naturaleza: «Podem os entreverqueunacienciaque aporteposibilidadesdeautoconocimiento, queseabraalaso­ lidaridadcósmica, que nodesintegre el rostrode los seres y delosexistentes, quereconozcael misterioentodaslascosas, puedaproponerunprincipiodeacciónquenoordene, sinoque organice; quenomanipule, sinoquecomunique; quenodirija, sinoqueanime». ¿Su método sería entonces estrictamente científico?

Noestrictamente, yaqueintegrélareflexiónfilosóficaenel pensamientocomplejo. Pero, sobretodo, el pensamientocom­ 185

plejo no está reservado a una casta de filósofos o de científicos. Involucra a cada persona; a Cáda ciudadano sometido al riesgo de error y de ilusión, incapaz de vincular conocimientos sepa­ rados, im potente ante los problem as fundam entales y globa­ les. Esto rem ite a n u estra vida cotidiana, a nuestras relacio­ nes con otros. Cada cual encierra en sí mismo su propia complejidad. El pensam iento complejo puede ayudar a cual­ quiera a sobreponerse a la barbarie del conocimiento que es no sólo ilusión o error, sino fragm entación y compartimentación.

¿No es una empresa desm esurada? Me planteé una misión imposible. Pero me hubiera sido im ­ posible renunciar a ella. •

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El estado del mundo A usted le gusta citar la expresión de Ernesto-Sábato «Ha­ cen falta mundiólogos»... Efectivamente. Porque estam os todos embarcados en la aventura histórica de la mundialización. Porque, por abun­ dantes que sean, nuestros saberes están dispersos y son frag­ m entarios, m ientras que el estado del mundo es un nudo gor­ diano de innum erables interacciones y reacciones, un cóctel de orden y desorden. Nos hace falta una ciencia,, que sería la mundiología, par a concebir y comprender el e stado del mundo.

¿Estamos en tinieblas? Tanto que, contrariam ente al sentim iento común, es muy difícil conocer el presente. José Ortega y Gasset decía: «No sa­ bemos lo que nos pasa, y eso es precisam ente lo que nos pasa». Siempre es necesario cierto retraso para entender lo que pasa. Y el presente siempre se ve afectado subterráneam ente por fuerzas invisibles, a veces sólo audibles para quienes tienen el oído fino. Lo que Hegel llam aba «el trabajo subterráneo del viejo topo», que logra ag rietar la superficie que se c re ía esta­ ble.

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Sin embargo, tiene algunas ideas sobre el estado del mundo. Ha escrito en particular Tierrá-patria, P ara en tra r en el si­ glo xxy, más recientemente, Vers l’abime... Sí, tra té de concebir la era planetaria. Esa noción la tomo prestada de Heidegger, pero la trabajo a mi m anera, que es mucho m ás pertinente que la de los «tiempos modernos» a la que corresponde cronológicamente. Los tiempos modernos se inician con la caída de Bizancio, en 1453. La era planetaria comienza en 1492, con el descubrimiento-conquista de las Américas por Cristóbal Colón y, poco después, la navegación alrededor del globo de Vasco de Gama. La era planetaria es la historia de la dominación, de la dominación y de la explotación . de gran parte del mundo por naciones europeas. El fin del pe­ ríodo colonial en 1975, con el abandono por parte de Portugal de sus colonias, anuncia el nuevo período llamado globalización. Hay que subrayar una paradoja. La Europa dom inadora tam bién fue el foco de ideas hum anistas que favorecieron la emancipación de los colonizados. A partir del siglo XVI, B arto­ lomé de Las Casas hizo reconocer por la Iglesia que los am e­ rindios tenían un alma. M ontaigne admitió su civilización di­ ciendo: «Llamamos bárbaros a los pueblos de otra civilización». Y subrayó, en su capítulo sobre los caníbales, que su supuesta barbarie era inferior a la de los colonizadores. Las grandes ideas em ancipadoras se desarrollan d u ra n te el siglo de las Lu­ ces, luego con los principios de la Revolución francesa, sobre todo los derechos del hombre, y con las Internacionales del si­ glo xx. Y es reivindicando los derechos del hombre, el derecho de los pueblos a la autodeterm inación, el derecho a la nación, como van a operarse los procesos, a veces trágicos, de la desco­ lonización.

¿Se puede vincular la era planetaria con una interdepen­ dencia creciente entre las diferentes regiones del m undo? Sí. Los desarrollos de la era planetaria hasta fines del siglo xx no son sólo los de la dominación y de la emancipación (por otra parte, relativa). Son tam bién los de la interdependencia 188

creciente entre las diversas partes del mundo. La conciencia de esa interdependencia: sé m anifiesta, hacia 1990, con la ap a­ rición de la noción de globalización.

¿Es fundam entalm ente diferente de la nocion de m undiali­ zación? La globalización de la década de 1990 es la etapa actual de la mundialización propia de la era planetaria. La implosión de la Unión Soviética y la ap ertu ra al capitalismo de China y de Vietnam hacen que el mercado se haya convertido en ver­ daderam ente m undial. Esa m undialidad se ve favorecida por el auge concomitante de las técnicas de comunicación —teléfo­ no, fax, correo electrónico, In tern et—, que posibilitan la inm e­ d iata relación de un punto a otro del planeta. A trav és de ese proceso se acelera la occidentalización del globo, es decir, la extensión de la civilización y de las costum bres originarias de Occidente. Al mismo tiempo se opera, sin duda de m anera in ­ completa e incierta, una democratización, que se m anifiesta en las naciones' que fueron som etidas a la ex Unión Soviética y en la misma Rusia, como tam bién en América L atina y en al­ gunos países africanos. Hay que vincular esto con una mundialización cultural. M arx había previsto que el auge m undial del capitalism o p er­ m itiría una lite ratu ra m undial. Es lo que ocurrió en la medida en que nosotros, europeos, disponemos ahora de lite ratu ras su­ damericanas, chinas, japonesas. También se produjo el desarro­ llo de una cultura cinematográfica mundial, que comprende las aportaciones originales de las producciones coreanas, chinas, iraníes, africanas. Esta m undialización cultural reviste tres aspectos sim ultáneos. El primero es el de una tendencia homogeneizante que contribuye a d estruir las originalidades culturales o a integrarlas banalizándolas. El segundo es el de una regeneración de ciertas culturas en su resistencia a la homogeneización, que van a beneficiarse de una audiencia afue­ ra de sus fronteras. El tercero es el de los m estizajes cu ltu ra­ les, algunos extrem adam ente creativos. Explico estos tres procesos con el flamenco. Ese arte del cante, de la g u itarra y de la danza, que nace en Andalucía, es 189

el producto original de un rico sincretismo cultural que in te­ gra aportaciones hindúés, árabes y judías. Agonizaba a m edia­ dos del siglo XX, pero una nueva generación, preocupada por salvar sus raíces culturales, regeneró el flamenco bajo la con­ ducción de los viejos m aestros, y la industria m undializada del disco comenzó a producir antologías que lo propulsaron prim e­ ro en Francia y, m ás tard e am pliam ente, hasta Japón. Sim ul­ táneam ente se crearon tipos mestizos, flamenco-rock, flam en­ co-raí, que aportan nuevas originalidades. Así entonces, hay varias m undializaciones en la mundialización. Es al mismo tiempo u n a y plural. E stá la mundialización tecnoeconómica, la m undialización democrática y la mundialización cultural, que es tam bién una y plural. E stas tres mundializaciones en una nos em barcan en la aventura plane­ taria donde todo lo que es global interviene en lo local, donde todo lo que es local interviene en lo global, donde todo interfie­ re, interactúa y retroactúa.

Partiendo de esa visión compleja y nada sim plificadora que es la suya, usted expresó en varias ocasiones sus posiciones res­ pecto a ciertos problemas o conflictos que sacuden el planeta. Pienso, en particular, en el conflicto árabe-israelí... Ese conflicto, nacido de la formación de dos naciones en un mismo territorio, se sitúa en una línea sísmica del globo que parte de A rm enia y de A zerbaiyán y llega h asta Egipto. Allí se encuentran y se oponen O riente y Occidente, norte y sur, judaísmo, cristianism o e islam , modernidad y fundam entalism o, laicidad y religión. Y esto, en y entre esos estados recientes, de fronteras arbitrarias, donde tanto las etnias como las religio­ nes son oprimidas, donde los conflictos se entrem ezclan, don­ de intereses vitales se oponen unos a otros. Con la palabra cáncer designé las consecuencias de un conflicto en el que dos pueblos afirm an cada uno su derecho absoluto a la m ism a tie ­ rra, y cuyas m etástasis se expanden sobre el planeta. Digo planeta, porque todo Occidente está involucrado, Estados U ni­ dos en prim er lugar, así como todo el mundo islámico.

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Usted tam bién está involucrado al haber tom ado p a rtid o p o r la causa palestina...

E ntre 1998 y 2004, escribí sobre el tem a cinco artículos en los que me esforcé por comprender los dos puntos de vista an ­ tagónicos («Le double regard», «Le simple et le complexe» son títulos elocuentes). Pero, como hay un dom inante y un domi­ nado, un opresor y un oprimido, una extrem a desigualdad de fuerzas, de víctimas y de m uertes, expresé mi apoyo a los opri­ midos.

¿No olvida usted la s am enazas que p esa n sobre Isra el?

Al contrario, creo que, en el futuro, la radicalización de la oposición entre Israel y el mundo árabe, el desarrollo técnico y m ilitar de este último, el eventual debilitam iento, incluso la pérdida de sostén norteam ericano, llevarán a Israel al desas­ tre. Su única oportunidad es la paz. Mi experiencia de la guer r a d e Argelia me hizo com prender que, cuando un conflicto no logra a tiem po un acuerdo se vuelve pestilente para am bas partes. No sé si esa paz será posible; la deseo fervientem ente.

¿Su apoyo a la causa p a le stin a no implica, entonces, ningún cuestionamiento de la existencia del E stado de Israel?

En Le Monde moderne et la question juive, libro que publi­ qué en el año 2006, renuevo mi punto de vista sobre el proceso actual, aclarando que abogo por el m antenim iento de Israel como nación y que deseo al mismo tiempo que sea reconocida la existencia de una nación palestina. No soy hostil a la idea sionista de Herzl, que es el derecho de los judíos que han sido perseguidos en las naciones de ten er su propia nación, pero no puedo adherirm e a la justificación perm anente de todo lo que hace Israel. Lo que es trágico es que el sionismo haya creído que un pueblo sin tierra iba a una tie rra sin pueblo: esa tierra no carecía de pueblo, había una población árabe, m usulm ana y cristiana en Palestina. La tragedia se desarrolló a p a rtir de esa situación. 191

De todas formas, su artículo publicado en junio de 2002 en «Israel-Palestine: le cáncer», cofirmado con Sam ir Na'ír y Danielle Sallenave, le significó ser considerado como traidor por algunos, e incluso ser perseguido p o r■difam ación de carácter racial...

LeMonde,

Es una acusación de la que fui absuelto y desagraviado. Cuandolasmentesseapasionan, cuandoestándominadaspor unapsicología, omejoraún, unahisteriadeguerra, entonces sevetraiciónencualquierdisensión. Mire, lahisteriadegue­ rraproduceel maniqueísmo, esdecir, porunlado, lajustifica­ ciónpermanente del propiocampo, porotrolado, labúsqueda deunchivoexpiatorioyel odiodel enemigo. Nuncacedí yno voy acederjamás al odioinmundohacia el otro. Pero sufro •precisamente de lo mismo. Ha habido en Francia un rumor anti-Morin, propagadoconfidencialmente, incluso enlos ám­ bitos intelectuales refinados, los que aveces soncapaces del peorsectarismo, quepretende queyoquieroladestrucciónde Israel yquesoyantisemita. Estohageneradodesprecio, insul­ tos yamenazas. Contodaevidencia, los infelices, ignorantes, fanáticos ocrédulosquemeacusandeesamaneranomehan leído. Peroalgunos delos que mehanleído, yquenopueden ,soportarqueIsrael seacriticado, quierenqueyoseaantisemi’ta y que desee la destrucción de Israel en virtud del refrán «Muertoel perro, seacabólarabia». ¿Sufre por eso?

.No megustaserodiado, prefieroserquerido. Perohesufrido odios abstractos, calumnias abstractas porparte degente que no me conoce, odios por mis ideas y sobre todoporlas ideas quesuodiomeatribuye. Nosoyelúnicoquehasidovíctimade ese tipo de odio. He visto a muchos otros ser víctimas de lo mismo, especialmenteenlaépocadelahegemoníaintelectual del partido comunista, en la que cualquier crítica contra la UniónSoviéticaeradenunciadacomoremitiendoauninnoble y visceral anticomunismo. Vi en acción la reductio ad hitlerum, especialm entecontralostrotskistas, calificadosdehitlero-trotskistas por los estalinistas, y pienso que otros, mu­ 192

chos otros, sufrieron más que yo. Esto me impide situarm e como m ártir único de la m aldad hum ana. Lo que le sucedió a Jesús no le sucedió a Morin. Por lo tanto, estoy menos afectado de lo que podría haber estado. Pero le repito, para alguien a quien no le gusta ser odiado, resulta desagradable. Y lo que me preocupa es que la rinocerontitis progresa.

¿Qué es la rinocerontitis, además de uno de esos neologis­ mos que tanto le gustan ? Me gusta crear nuevos sustantivos o nuevos verbos a p artir de palabras que ya existen, para expresar mejor realidades que carecen de palabras que las nombren. En E l rinoceronte, de Eugéne Ionesco, un habitante de una tranquila ciudad se transform a repentinam ente en rinoceronte. El contagio se pro­ paga y casi todos los habitantes se convierten en furiosos ri­ nocerontes. Este fenómeno se ha repetido varias veces en la historia: en cuanto se produce una crisis o una guerra, se de­ sencadenan nacionalismos y racismos. En 1914, gran parte de los franceses y de los alem anes, por influencia del socialismo internacionalista, eran pacifistas; bastó que explotara un con­ flicto para que el nacionalism o devorara al internacionalism o y los pacifistas se volcaran en la unión sagrada y odiaran al enemigo. De un lado y otro, la intelligentsia se esforzó por des­ honrar al adversario y pretendió ser la defensora exclusiva de la civilización. Romain Rolland, que había condenando la gue­ rra fratricida, fue.insultado por ambos campos. Muchos alem anes se transform aron en rinocerontes a p artir de la gran crisis de. 1929-1931 que llevó a H itler al poder. Más recientem ente, Yugoslavia se desgarró en una guerra frenéti­ ca, provocando odios inexpiables y crueldades insensatas. Ahí donde se instala la rinocerontitis, se es incapaz de entender al otro, de considerar su argum ento visto como innoble calum ­ nia, se criminaliza al adversario, incluso al simple co n testata­ rio, se reduce al otro a lo inmundo, a la bestialidad: perro, ca­ rroña, etc. La compasión, la justificación sólo valen para uno de los campos; y los crímenes que se cometen en el propio cam ­ po, a lo sumo son considerados como errores. La incapacidad de pensar la complejidad, de considerar dos verdades ap aren ­ 193

tem ente antagónicas, castiga cada vez más. Cuesta reconocer que el mal se ha propagado ün póco en todas partes, sin duda de m anera despareja, y que, de la misma forma, tam bién el bien está disperso u n poco en todas partes, sin duda, tam bién de m anera despareja. El círculo infernal se agrava a p artir de u n tratam iento desigual, que suscita odio, que genera violen­ cia que a su vez refuerza el tratam iento desigual, su p u esta­ m ente justificado. Así, aunque no se tra te en todos lados del mismo tipo de re ­ gresión, ésta se produce en todo el mundo. La rinocerontitis progresa, mentes delicadas se transform an en bestias, escrito­ res sutiles se vuelven inquisidores implacables, eclécticos, en predicadores, y los intim idados hacen como si no tuvieran nada que ver. Al final de la obra de Ionesco, cuando todos los hu m a­ nos se h an transform ado en rinocerontes, el héroe, Bérenger, dice: «Soy el último hombre, ¡lo seguiré siendo hasta el final! ¡No me rindo!». T rataré de se r fiel a ese ejemplo,

¿Volvería a escribir su artículo sobre «el cáncer»? Corregiría dos o tres expresiones que, tom adas fuera de contexto, se prestan a una interpretación antijudía.

¿Cree en la posibilidad de un nuevo conflicto m undial? Es posible que la emergencia de doi:¡ imperios del bien, uno encarnando para el otro el imperio del m::;ll, pueda ser un prelu­ dio de una guerra de carácter civilizácional y religioso. Sin duda, una suerte de marcha hacia la ’m uerte ha comenzado. Pero todavía son muchas las fuerzas que operan en sentido contrario. Dudo que el mundo islámico siga los pasos de AlQaeda, dudo que el mundo occidental siga los pasos de Estados Unidos. Muchos acontecimientos, evidentem ente inesperados, van a producirse. Aunque Estados Unidos dispone de una su ­ perioridad científica, técnica, m ilitar, sobre todas las otras po­ tencias, ya no puede aspirar al control del planeta. Lo que se dibuja es un mundo m ultipolar en el que emergen nuevas gran­ des potencias: India, China, Brasil y quizás América Latina 194

confederada. Incluso Europa, aunque inacabada y no válida políticamente, es por lo' menos una entidad económica im por­ tante. Como lo ha expresado Neumann, un juego con más de dos jugadores racionales es imprevisible. Ahora bien, tenemos varios jugadox;.es, entre ellos pequeños jugadores. Y dudo que todos sean rat'ionales. Entonces... No está excluido que, al igual que en 1914, una chispa provoque un incendio generalizado.

¿Sepuede ser optimista? ¿O hay que serpesim ista? Yo soy optipesimista. Puedo retom ar hoy día lo que escribía hacer trein ta años. «Seguimos en la Edad del Hierro plan eta­ ria» y «Seguimos en la prehistoria del espíritu humano». Soy conciente de la presencia, incluso del recrudecimiento, en nues­ tra Edad del Hierro, de tre s formas de barbarie. U na barbarie que se desencadena en las guerras, hecha de odio y de despre­ cio, que provoca m asacres y torturas. Una barbarie inherente a n uestras civilizaciones, que genera, para los subordinados y los excluidos, humillaciones y ofensas. Y una barbarie helada, fru ­ to del cálculo y de la lógica de las máquinas, que sólo conoce lo calculable y lo program able y, en consecuencia, ignora la vida, es decir, el sufrimiento, la alegría, el placer, el amor... •

¿Diría de la globalización, iniciada a principios de los años noventa, que es bárbara o civilizada? Diría am bas cosas. De m anera paradójica, esa etapa ele la globalización, que comienza en 1990, constituye no sólo. una etapa de unificación p lan etaria sino tam bién una etapa de dis­ locación y de balcanización. La guerra de Yugoslavia desm em ­ bró una nación que parecía casi acabada, Eslovaquia se des­ prendió de Chequia, luego Kosovo de Serbia, se produjeron conflictos entre Azerbaiyán y Armenia, luego en África. Casi to­ dos esos conflictos han tenido un carácter étnico-religioso. ¿Có­ mo concebir esa paradoja? Hay una prim era m anera consistente en considerar que la homogeneidad civilizacional engendrada por los desarrollos de la globalización genera una reacción de defensa de las iden­ 195

tidades étnicas cuando se sienten m ortalm ente am enazadas. U na segunda m anera, com plem entaria, rem ite a un desastre ideológico que irrum pe de m anera progresiva, pero irrem edia­ ble, en la últim a década del siglo xx: la pérdida del futuro, como consecuencia del derrumbe..,de la creencia en el progreso de la historia en tan to ley. El mito providencial nacido en Occi­ dente se había expandido al este, donde la Unión Soviética anunciaba un porvenir radiante; al sur, con las esperanzas del desarrollo. Se desintegró. La pérdida del futuro dio lugar a la incertidum bre. Nadie sabe lo que pasará m añana. Nadie sabe si el planeta progresa hacia la unidad o regresa hacia el caos. La incertidum bre afecta no sólo al futuro más cercano, sino al sentido mismo de la aventura hum ana. El presente, entonces, se ve alterado por la angustia. Allí donde hay facilidades para vivir, conduce a un encierro en lo inmediato, tanto más precia­ do que carece de futuro. Y allí donde el presente está hecho de miseria, de sufrim iento o de humillaciones, donde se ha perdi­ do toda esperanza de un nuevo futuro, se opera el regreso al pasado, es decir, a los fundam entos religiosos y étnicos. De esto se nutre el formidable movimiento universal de regreso a las identidades, de defensa de las identidades, que puede con­ ducir a encierros extremos como en Irán, pero que conlleva un mensaje. ¿Qué mensaje? Salvar las diversidades culturales pero contemplando la unidad hum ana. El m ensaje es doble: esa unidad no debe sola­ m ente se r tecnoeconómica o monocivilizacional, ya que se tr a ­ ta de una unidad de tierra-p atria, la que comprende el respeto de las diversidades. Volvemos al tem a antropológico del que le hablé en una entrevista anterior. ¿En qué etapa se encuentra el proceso de unificación, de constitución de la unidad hum ana que usted preconiza? Creo que el proceso tecnoeconómico de la globalización ha creado la infraestructura de una sociedad-mundo, pero que al 196

mismo tiempo vuelve imposible su estructuración. ¿Qué es lo que hace falta p ara que haya sociedad? Hace falta un te rrito ­ rio dotado de comunicaciones; el planeta es un territorio que goza de comunicaciones como nunca antes habían conocido las naciones. Hace falta u n a economía; la economía está tnundializada, pero carece de fuertes instancias de regulaci6n. Hace falta una autoridad legítima; se puede reconocer la legitim i­ dad de la ONU, pero su autoridad es inexistente. Hace falta el sentim iento vivido de u n a com unidad de destino; sin duda, la comunidad de destino existe y eso es cada vez m ás cierto desde Hiroshima: todos los hum anos sufren los mismos problem as a la vez vitales y m ortales de las arm as de destrucción m asiva, de losconflictos étnico-religiosos, de las degradaciones ecológi­ cas, de los desajustes económicos; pero la conciencia de nues­ tra comunidad de destino es aún dispersa y m arginal. Por lo tanto, disponemos, por así decirlo, del sistem a nervioso —pero sin cerebro ni organism o— de una sociedad-mundo. E sta so­ ciedad podría ser, sin lugar a dudas, de un nuevo tipo que aún no podemos concebir, d istinta al modelo agrandado de los ac­ tuales Estados-naciones.

¿Por qué? ¿A causa de las fuerzas de dislocación y de la balcanización de la que habló? /

No solam ente. Esos son los com ponentes de una gigantesca crisis planetaria de m últiples aspectos. Las sociedades tra d i­ cionales están en crisis, se tam balean en tre modernización y protección de sus identidades. La civilización, a su vez, conoce ferm entos de crisis. Ha empezado a revelar sus am bivalen­ cias. Su ciencia no es sólo dilucidación y beneficios, conlleva tam bién su propia ceguera y produce, conjugada con la técni­ ca, am enazas de m uerte para toda la hum anidad. La técnica es am bivalente por n atu raleza y la lógica determ inista de las m áquinas se aplica cada vez m ás a las sociedades y a los h u ­ manos. La economía m undializada carece de verdaderas re ­ gulaciones; cuando crea nuevas áreas de prosperidad, crea tam bién am plias zonas de m iseria. El individuo, que ha ad­ quirido autonom ía y responsabilidad personales, tam bién 'se h a vuelto egoísta y se h a desarrollado en la degradación gene­ 197

ralizada de las solidaridades tradicionales. El bienestar m a­ terial, allí donde se h a propagado, h a generado u n m alestar moral, y ésto es una insuficiencia de la que las jóvenes gene­ raciones, en rebelión desde 1968, se han resentido profunda­ mente. Agreguemos que estos desarrollos hipertrofian las ciudades, convertidas en megalópolis contam inadas y estresadas, y desertifican los campos, condenados a las m onocultu­ ras y a la ganadería industrializada, a los pesticidas contam i­ nados y contam inadores. Sin duda, nuestra civilización occidental ha tenido y sigue teniendo muchos rasgos positivos, pero los rasgos negativos van en aumento. Puede ap o rtar al mundo hum anismo, demo­ cracia, derechos hum anos, lo m ejor de n uestras ciencias y de nuestras técnicas, pero sufre de carencias profundas y debería recibir de otras civilizaciones aquello de lo que carece.

¿Es lo que usted llam a «política d e civilización»?

La expresión, que acuño a principios de la década de 1980, rem ite a lo que había llamado «una política del hombre». Lo que denomino «política de civilización» apunta, en efecto, a lu ­ ch ar contra los desarrollos negativos de nuestra civilización occidental preservando sus desarrollos positivos. Sería in se­ parable de una política que pusiera en simbiosis lo mejor de cada civilización. Es válida p ara todo el mundo occidental, pero puede aplicarse en prim era instancia en un marco nacional, tam bién en el nuestro. Retom a la aspiración a más com uni­ dad, a m ás fraternidad y libertad, que fue la fuente del socia­ lismo durante el siglo pasado, pero reconociendo la dificultad antropológica y sociológica, o sea, de m anera menos ingenua. Se tra ta de refundar y de renovar la política. La política de ci­ vilización apunta a resg u ard ar la política. La política de civili­ zación apunta a preservar las antiguas solidaridades ahí don­ de h an sido destruidas o donde deben ser in stauradas nuevas solidaridades —como mi propuesta p ara Francia, de un se r­ vicio cívico de solidaridad y la creación de casas de la solida­ ridad—.

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¿En qué consisten ese servicio cívico y esas casas de la soli­ daridad? El servicio cívico reem plazaría al servicio m ilitar y estaría destinado a las tareas de solidaridad relacionadas o no con ca­ tástrofes, en Francia, pero tam bién fuera del país. Con las casas de la solidaridad, propongo que el Estado —o la región o el municipio— cree sistem áticam ente esos hogares donde se agruparían las asociaciones caritativas y hum anitarias. H a­ bría perm anentem ente un servicio de alerta, de voluntarios preparados para responder a las peticiones de una anciana que ha quedado aislada o del suicida que necesita ser escucha­ do. Las capas potenciales de solidaridad existen, hay indivi­ duos dispuestos a movilizarse. Estoy convencido de que la soli­ daridad es tan contagiosa como el egoísmo. Coexisten en cualquier ser hum ano dos tipos de program as com plem enta­ rios y antagónicos, tan vitales uno como el otro: uno es el del yo, egocéntrico, donde el ego es el centro del mundo; el otro es el del nosotros, donde el yo se integra en la comunidad de los suyos, de su familia, de su patria, de su partido. N uestra civili­ zación ha hipertrofiado al primero; el segundo, adormecido, puede despertar como ocurre cuando se produce un desastre humano, incluso lejano, como el tsunam i que devastó el S ures­ te asiático en diciembre de 2004. Desde luego, la política de civilización debe desarrollarse y utilizar todos los aspectos positivos de las ciencias, las técni­ cas, el Estado, el capitalismo, el individualismo, invertir en la investigación, apostar por u n a nueva era de la técnica in teli­ gente y, al mismo tiempo, desarrollar la economía solidaria, el comercio justo, las m utualidades y las cooperativas. Es un lla­ m am iento a la hum anización de las ciudades y a la revitalización de los campos, lo que exige tam bién inversiones. Pero ¡cuántos beneficios p ara la salud de todos! Esto supone ta m ­ bién un im portante ahorro p ara el presupuesto de la salud. Tenemos que revolucionar n u estra m anera de vivir. Al mismo tiempo, tenemos que promover la calidad, an te todo la calidad de la vida, m ás que lo cuantitativo, promover el buen-vivir, que tiene dimensiones psicológicas y espirituales, más que un buen vivir exclusivamente m aterial que conduce al empobreci­ miento de la vida en medio de la riqueza. 199

Lo que falta es la conciencia de la necesidad de cam biar de vía, pero falta tam bién la World politicis tanto como las in sti­ tuciones capaces de adoptar esta política de civilización.

¿Habló de esto con Nicolás Sarkozy cuando se reunió con él, después de que hubiera citado su expresión «política de civili­ zación» en su saludo a los franceses el 31 de diciembre de 2007? Nicolas Sarkozy citó la expresión «política de civilización» pero sin rem itir a mis ideas. Cuando me reuní con él, a p eti­ ción suya, en enero de 2008, me expuso su propia idea, que su r­ gía de los problem as de identidad y de valores. Le dije que yo partía de los efectos cada vez más negativos de nuestra pro­ pia civilización. Lo único que retomó en su conferencia de prensa del día siguiente fue que había que term inar con la h e­ gemonía de lo cuantitativo sobre lo cualitativo. Pero nada más. Luego abandonó incluso la idea m ism a de «política de civili­ zación».

Desde su punto de vista, ¿la civilización aporta a sí m ism a y al m.undo más problemas de los que resuelve? Diría más: conduce probablem ente al planeta hacia ca tá s­ trofes en cadena. Piense que la nave espacial Tierra ha sido propulsada por los cuatro motores que produjo: la ciencia, la técnica, la economía, el beneficio, a cuyas am bivalencias ya me he.referido. Ahora bien, no hay piloto en esa nave y se .diri­ ge probablemente hacia catástrofes tanto más profundas que conjugarán crisis económica, crisis ecológica, conflictos ideoló­ gicos y religiosos, utilización de arm as de destrucción m asi­ va... Son las fuerzas vivas de la occidentalización —e insisto en la palabra «vivas»— las que no llevan a la m uerte. ¿Vamos directos al abismo? Probablem ente. Pero prim ero hay que saber lo que significa lo probable: para un observador en un lugar y en un tiempo 200

dado, se tra ta de las perspectivas futuras a p artir de las mejo­ res informaciones de las que se puede disponer sobre los dina­ mismos del presente. Sucede que lo probable deja lugar a lo improbable, o sea, a lo imprevisto, incluso a lo imprevisible. Le ■hablé del otoño de 1941: la muy probable caída de la Unión Soviética y la muy probable dominación nazi sobre toda Euro­ pa fueron perdiendo su probabilidad en diciembre de ese año. Podría hablarle de las guerras médicas, hace veinticinco siglos: lo m ás probable era que el enorme Imperio persa se tra g a ra a la pequeña ciudad-Estado de Atenas. Ahora bien, prim ero el ejército ateniense evitó la invasión persa en M aratón; luego Persia ocupó, incendió y destruyó Atenas. Pero la flota griega le tendió una tram pa a la flota persa y lo improbable se produ­ jo. La doble consecuencia de estos dos acontecimientos im pro­ bables dio lugar, cincuenta años m ás tarde, al nacim iento de la democracia y al de la filosofía.

¿De dónde puede venir hoy el improbable salvador? De nuestra crisis. ¿Por qué? Porque u n a crisis genera incertidum bres y posibilidades. Libera fuerzas inhibidas que pueden desarrollarse de manera. acelerada y perm ite que se actualicen las potencialidades. La crisis es ciertam ente ambivalente: pue­ de favorecer fuerzas. regresivas o .letales; tam bién puede favo­ recer la imaginación creadora de soluciones que perm iten so­ breponerse a ella modificando el sistem a. Ahora bien, vivimos . una crisis gigantesca, hecha de m últiples crisis conjuntas y mezcladas: la crisis de lascivilizaciones tradicionales bajo los efectos de la occidentalización y la crisis de la misma civiliza­ ción occidental, las crisis económica, social, demográfica, cultu­ ral, política, moral, religiosa, educativa. Todas esas crisis, vincu­ ladas en un gigantesco nudo gordiano, constituyen, desde mi punto de vista, la crisis de la hum anidad que no logra acceder a la hum anidad.

¿La crisis puede ser entonces tanto un riesgo como una opor­ tu n id a d ?

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Sí. Y, paradójicamente, cuanto m ás crece el riesgo, m ás po­ sible se vuelve la oportunidad. Como dice Holderlin en Patmos, «donde abunda el peligro crece lo que salva».

¿Piensa usted que las desviaciones de hoy pueden convertir­ se en las fuerzas vivas de m añana? La historia siempre se transform a a p artir de una desvia­ ción. Moisés era probablem ente un desviado egipcio, Jesús era un desviado judío, al igual que Pablo. M ahoma fue un desvia­ do expulsado .de La Meca. El capitalism o y el socialismo fueron desviados en su origen, y lo mismo ocurrió con la ciencia mo­ d ern a durante el siglo xvii. Si la desviación no es elim inada, si se desarrolla, con sus redes, sus adeptos, entonces se convierte en una fuerza real y puede finalm ente triunfar, como ocurrió en los casos, altam ente improbables en un principio, que le acabo de mencionar.

¿Cuáles serían las desviaciones saludables en la actuali­ dad? Hay muchas, pero están dispersas, aisladas, donde se m a­ nifiestan las aspiraciones a otra vida, a otra sociedad,.a otro mundo: aparecen ahí donde renace esa aspiración hum ana fundam ental que h a atravesado toda la historia, que ha sido form ulada en las ideologías lib ertarias y socialistas, y que ha movilizado a los adolescentes en rebelión, que' aspiran a más comunidad y a m ás libertad. . •

Pero los obstáculos son enormes... La enormidad de los problem as que hay que afrontar, la enorm idad de la reforma del pensam iento que hay que efec­ tu ar, han generado la reducción general de los horizontes y un repliegue sobre lo parcial, lo particular. C uanto m ás nos aden­ tram os en la interdependencia planetaria, menos la percibi­ mos; las dislocaciones y los repliegues impiden ver los proble­ 202

mas vitales de cada uno y de todos. El repliegue sobre sí generalizado es un efecto de la crisis planetaria. Además, ¡la mundialización ha agravado las condiciones de la «rinocerontitis» en vez de atenuarlas!

¡Todo parece incluso agravarse! Sí. Estamos cada vez m ás profundam ente confrontados a la crisis de la hum anidad. Pero la profundidad m ism a de la crisis indica la improbable esperanza. Cuando un sistem a es inca­ paz de abordar sus problemas vitales, se desintegra o suscita un m etasistem a más rico, capaz de abordar sus problem as, es decir, de m etam orfosearse. Ahora bien, el sistem a T ierra no es capaz de abordar sus problem as fundam entales, el ham bre, la miseria, las migraciones, la degradación ecológica, la difu­ sión y la multiplicación de las arm as de destrucción masiva, la explosión de los odios ideológico-religiosos. Está condenando a desintegrarse o a m etamorfosearse.

¿Quépodría salir de esa metamorfosis? En la medida en que ha de ser creadora, no se la puede reco­ nocer antes de que se haya producido. Nadie podía im aginar lo que sería la Novena sinfonía de Beethoven antes de que la compusiera. Lo único que podemos prever es que ha de ser una sociedad-mundo, no un modelo agrandado de los E stados-na­ ciones, sino una organización y una estru ctu ra nuevas, cuyo rostro sigue siendo imprevisible. Se gestará como un nuevo nacimiento. No olvidemos que, coino indicó Serge Moscovici, la hum anidad ha conocido varios nacimientos sucesivos: el naci­ miento de la posición de pie hace más de siete millones de años, el nacimiento del lenguaje y de la cultura del Horno erectus, el nacimiento del Horno sapiens y de las sociedades arcai­ cas, por último el nacim iento de las sociedades históricas. Los Estados-naciones modernos son sociedades históricas que ap a­ recieron hace cinco siglos en Europa y su fórmula se mundializó. La historia se ha desarrollado a través de la edificación de civilizaciones múltiples, algunas grandiosas, pero tam bién de 203

guerras, de servidumbres, de destrucciones. Los últimos desa­ rrollos de las arm as de fuego volvieron terriblem ente m ortales las dos guerras m undiales del siglo xx. Hoy, la potencia de des­ trucción de las arm as nucleares puede acabar varias veces con la hum anidad. Por lo tanto, es necesario acabar con la histo­ ria. No, desde luego, con las evoluciones y los acontecimientos, pero sí con las guerras entre la s naciones. Ése es uno de los rasgos de la metamorfosis: el fin de la historia. Pero de ningu­ na m anera en el sentido que le otorga a esa expresión Fukuyama, para quien la historia ha agotado sus facultades creadoras con la democracia parlam entaria yJa economía liberal, sino, al contrario, teniendo en cuenta que esa metamorfosis podría producir nuevas creaciones políticas, culturales y sociales.

¿Dónde están esas facultades creadoras que usted convoca? Existen, pero duermen. Voy a hacer una comparación con las células madre, las que se activan en el embrión y tienen la facultad de generar todos los diferentes tipos de células del organismo, las del hígado, la vejiga, el corazón, el cerebro, etc. Se h a sabido recientem ente que esas células madre, a las que se creía únicam ente em brionarias, existen en los organismos adultos pero están inactivas. D uerm en. Desde luego el proble­ ma de la medicina es lograr despertarlas p ara que puedan re ­ generar o rep arar nuestros órganos cuando se debilitan y pro­ longar, así, la vida a u na edad avanzada, más allá del térm ino actual de la mortalidad. Estoy convencido de que tanto los individuos como las so­ ciedades tienen un potencial generador, regenerador, creador pero inhibido. Las sociedades en su estado norm al tienen rigi­ deces, limitaciones, incluso esclerosis, que ahogan las posibili­ dades creadoras de los individuos. Son los artistas, los m úsi­ cos, los poetas, los escritores, los filósofos o los científicos innovadores los que dan cuenta de dones efectivam ente excep­ cionales, en la medida en que su espíritu no ha podido ser do­ mesticado. Pero en cada niño, como decía Saint-Exupéry, «hay un pequeño M ozart asesinado». La crisis favorece la expresión de fuerzas creadoras, tanto en la sociedad como en algunos in ­ dividuos. Eso es lo que contribuye a la improbable esperanza... 204

¿Cómo concebir esa metamorfosis in au dita?

Primero, deborecordarlequelametamorfosisnoes enab­ solutoexcepcional enlos insectos, ni siquieraenlos'batracios comolarana. ¿Quéocurre cuando el gusano se convierte en mariposa?Seencierraenlacrisálida, dondealavez se autodestruyeentantogusanoyseautoconstruyeentantomaripo­ sa. Mantiene susistemanervioso, peronosusistemadigesti­ vo. Se vuelve otro y sigue siendo el mismo. Adquiere una propiedadinauditaparaunserrastrero: alas. Yobserve ala mariposa que harotola crisálida: está inmóvil, las.alas bri­ llantes, húmedas, parecequenuncapodrávolary, derepente, vuela. Cada uno de nosotros vive una metamorfosis cuando pasadel estadoembrionario, enunmediocerrado, sinoxíge­ no, al dereciénnacidoquesaleal mundo. Porúltimo, hahabidouna granmetamorfosis de sociedad que se produjohaceunos mil millones deaños enel Oriente Medio, enIndia, enChina, tambiénenMéxicoyenPerú. El planetaestabacubiertopor unadiáspora de pequeñas socie­ dades compuestas por algunos centenares de individuos; vi­ víandelacazaylarecolección, sinagricultura, sinciudades, sin estados, sin ejércitos, sin clases sociales. En algunos de esos lugares que acabo de indicar, esas microsociedades se concentraron, naciólaagriculturay, quizábajoel impulsode saqueadores nómadas, se formaron las primeras sociedades históricas, quediferíandelas sociedades arcaicasalavezpor sutamaño, suorganización, suestructura. .Porconsiguiente, lacrisis radical delahumanidad, las ap­ titudes generadoras/regeneradoras delosindividuos y. de las sociedades, los precedentes de metamorfosis enel mundovi­ vientecomoenel mundosocial, todoesomuestraque, porim­ probablequesea, lametamorfosisantroposocial esposible. ¿Se trataría de un nuevo comienzo, de un nuevo nacimiento?

Que daría sentidoala expresiónde Heidegger: «El origen noestádetrás, sinoantenosotros». CreoenlavirtuddelosEs­ tadosnacientes. Nadaes másbelloqueunamorcuandonace, lo que Alberoni llama innamoramento; pero nada es menos 205

duradero. Porlotanto, siemprehayqueregenerarloyocupar­ sedequerenazca. BobDylandiceconrazón:«Whois notbusy beingbornis busydying>>(«quiennose estáocupando dena­ cer, seestáocupandodemorir»). Éseesel mensajesublimedel primermovimientodelaNovena sinfonía deBeethoven. Y usted, ¿qué hace en pos de este nuevo comienzo, de esta nueva metamorfosis?

Tal vez'lehe dedicadolomejordemipensamientoydemi obra. Primero, el métodoqueelaborétieneporfinalidadarmar­ nos, individual y colectivamente, ante los problemas funda­ mentalesyglobalesquesonlosdelaeraplanetaria. Mantengo vivoel esfuerzointerviniendoallí dondepuedo, especialmente enAméricaLatina, afavordeunareformadelaeducaciónque vayaenesesentido. Así escomointentoiniciarlareformadel pensamiento, queesloúnicoquepuedesalvarnosdelacegue­ ra, laquefavorecetantomáslacarrerahaciael abismoal ser incapazdeverel abismo. Luchocontralacegueraqueesfruto del repliegue enloparcial, loparticular. Luchocontralos re­ pliegues ensí mismos, enlaetnia, enlanación, que sonefec­ tosdelacrisisplanetaria. Retomo-elhilodelatradiciónhuma­ nistanacidaenOccidente, particularmente enFrancia, nola del hombre soberano, amode.lanaturaleza, sinola de lafra­ ternidadentrelosho^tares. Dentrodeesatradición, inclusoin­ tentosobrepasarel occidental-centrismoquenosotorgael mo­ nopoliodelarazóny.de laverdadymilitoporquese puedan reconocerlasvirtudespropiasatodaslascivilizaciones, inclu­ solasmásarcaicas, comolas delosamerindiosdel Amazonas. Todas, incluyendo la nuestra, tienen sus supersticiones, sus cegueras, perotambiénsussaberes, sussavoir-faire, susartes devivir. Debemosreconocerloyaspiraraunapolíticaqueper­ mitalaintegraciónde las virtudes que emanande cada una de ellas, en ese «encuentro entre el d ar y el recibir» que pedía Senghor, para orientarnos hacia una civilización universal, enriquecidaporlas aportaciones detodos. Sigoluchandocon­ tralas denegaciones, los desprecios que nos impidenpercibir lainjusticiaquecometemoscuandotratamos demaneradesi­ gual al oriental, al africano, al árabe. Lesnegamos el accesoa 206

Europa a los africanos que son originarios de los países que hemos explotado durante la colonización y que están sobreexplotados por nuestras implantaciones económicas. Controlamos estrictam ente la entrada de los latinoam ericanos, pero d u ra n ­ te tres siglos los m iserables de Europa emigraron m asivam ente a las Américas. D urante toda mi vida he m antenido intacta mi sensibilidad ante las humillaciones y las ofensas, la miseriafísica y la m iseria moral, y esa sensibilidad sigue anim án­ dome tanto en mi vida como en mi reflexión política. Debo decir tam bién que toda mi obra antropológica, desde E l hombre y la muerte hasta La hum anidad de la hum anidad, es una demostración de la unidad en la diversidad y de la di­ versidad en la unidad de todos los humanos: la unidad es el te ­ soro de la diversidad hum ana y la diversidad es el tesoro de la unidad hum ana. Es lo que alim enta en mí un hum anism o per­ manente.

E s evidente que usted cree en eso plenamente. Pero esa afir­ mación, por fuerte que sea, ¿puede ser suficiente? De ninguna m anera. Aunque sea ignorada, elaboré toda una obra de refundación política. Esto empieza con Introducción a una política del hombre, que se funda en mi antropología. L ue­ go la revisión crítica de los fundam entos m arxistas de la socialdemocracia y del comunismo me ha .llevado a una refun­ dación de la que da cuenta mi artículo «A la recherche des fondements perdus». En Tierra-patria, indiqué las perspec­ tivas p lan etarias de esa política, y en Para una política de la civilización llamo, a p a rtir de un diagnóstico sobre la civili­ zación occidental que se h a expandido en gran parte del globo, a cambiar de vía, a su stitu ir el núcleo tecnoeconómico de la no­ ción de desarrollo por la realización de lo hum ano, a concebir una política capaz de in teg rar los aspectos positivos del desa­ rrollo, teniendo en cuenta las especificidades culturales y so­ ciológicas de las naciones o regiones en las que ha de aplicarse. l,Sus propuestas no son, sin embargo, bastante imprecisas y utópicas? 207

Hay dos utopías. La prim era que, sin duda, responde a la aspiración de arm onía que atraviesa la historia hum ana, im a­ gina una sociedad perfecta donde todos los problemas hum a­ nos estarían resueltos. Es errónea cuando se pretende impo­ nerla por la fuerza -wse cree poder elim inar todos los ferm entos de divergencia y efe conflicto. Como me dijo un amigo ruso en 1989: «Lo que se logró im poner aquí es la utopía socialista de los cuarteles». En realidad, bajo la apariencia de socialismo aparecieron dominaciones, explotaciones, corrupciones. La uto­ pía correcta se funda en posibilidades cuya realización parece imposible en las condiciones actuales: la supresión del ham bre es m aterialm ente posible, pero la im piden las condiciones in ­ ternacionales actuales. La desaparición de la guerra entre n a ­ ciones es ahora posible en n u estra era planetaria. Recordemos que las guerras feudales se term inaron en cuanto aparecieron las naciones. El advenimiento de una era m etanacional (que integraría a las naciones pero suprim iría su poder absoluto) perm itiría el fin de las guerras: lo que hoy es imposible, de la buena utopía, podría ser posible m añana. Sin embargo, no nos limitemos a la crítica de la utopía: ésta tiene por complemento la crítica del realism o y voy a distin­ guir dos realismos. El realism o erróneo es aquel que cree que el presente es definitivo y que hay que aceptar el orden esta­ blecido y el hecho consumado. En 1940 y 1941 el realism o im ­ ponía la aceptación de la colaboración, ya que Francia -había sido vencida y la Alemania nazi parecía tener que rein ar de forma durable en Europa. El llam am iento de De Gaulle, el 18de junio de 1940, inm ediatam ente después de la aplastante derrota, podía parecer utópico. Pero apostaba por la entra-’. da de Estados Unidos y de la Unión Soviética en la guerra y f:?uesperanza tom aba la forma de un desafío fundado en posibili­ dades por entonces improbables. El realism o de adaptación al estado presente y al orden establecido merece la expresión de B ernard Groethuysen: «Sé realista, ¡qué utopía!». El realism o «correcto» sabe que lo real está atravesado por corrientes sub-. terráneas, que lo que m uere puede parecer estable, que lo que nace es aú n casi invisible. Dicho de otra m anera, el buen re a ­ lismo sabe que lo real puede transform arse y modificarse. En consecuencia, hay que proceder a la vez a la crítica del realis­ mo y a la crítica de la utopía y, al mismo tiempo, introducir 208

unapartedeutopíaenunrealismocomplejo. Creoquelapolí­ ticadebenavegarentre realismoyutopía, corriendoel riesgo decaeryasea enel realismoerróneooenlautopíaerrónea. Tambiénenestohayquetenerconcienciadel desafíoque su­ pone cualquier acción política, dadaJaecología de la acción quesiempretiendeadesviarladesumeta. . Finalmente, ¿el sentido de la historia tal como usted lo apre­ hende desemboca en el fin de los Estados?

Yanosetratahoydeoponerlouniversal alaspatrias, sino devincularconcéntricamente nuestras patrias familiares, re­ gionales, nacionales, europeasy deintegrarlas enel universo concretode lapatriaTierra. El Estadonacional se havuelto demasiado pequeño con relación a los problemas mundiales globales. Finalmente, las soluciones nopuedenvenir sinode institucionesmundiales, vinculadasonoconlaONU, parare­ gularproblemasvitalescomolaecología, lonuclearolaecono­ mía. Yaseveaescalaeuropea. Paseloquepase, el decaimien­ todela soberanía absoluta del Estado-naciónsigue sucurso inexorable, yhayqueesperarqueconduzcaaformasasociati­ vasynoasometimientosantelas megapotencias. Nuestraso­ ciedad-mundonoformarápartedeunasupernaciónsiguiendo el modelo-de nuestros Estados nacionales actuales, sino que deberácrearotraformadeorganización, unasuertedeconfe­ deración mundial que, a su vez, será una confederación de confederaciones aescaladeloscontinentes. Loqueyasepue­ dehaceresindicarlanecesidaddecambiardevía. Se observan reticencias ante este tipo de ideas, aunque sólo sea a escala europea... Usted está sum am ente involucrado en la defensa de la idea europea. ¿Cómo es la Europa de sus sue­ ños?

Piensoque lamisiónde Europa es irmás allá del Estadonaciónquecreó, quefue inseparable de suauge, peroque fi­ nalmentelahallevadoal desastre dedos guerras mundiales. Ir más allá noquiere decir liquidar: los Estados-naciones si209

guen estando y seguirán estando dentro del conjunto europeo, conservarán su soberahía propia en todo lo que rem ite a sus niveles de competencia, pero se crearán nuevas posibilidades de acción y de decisión a nivel colectivo. La idea de u n a colecti­ vidad europea surgió de la voluntad de salir del suicidio oolectivo que fue la segunda guerra m undial, es decir, de term in ar con las guerras que hicieron estragos en Europa d u ra n te si­ glos y que tom aron una forma particularm ente destructiva durante el siglo xx. Se tra ta b a sobre todo de crear una unidad política y cultural, pero los nacionalismos, que seguían siendo muy fuertes después de la guerra, impidieron esa institucionalización. D urante la década de 1950, el extraordinario auge económico de Europa occidental generó la constitución de una unidad económica que comenzó con la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) y prácticam ente se term inó con la institución del euro. Hoy, Europa es un éxito económico y un fracaso político. La realización de su unidad política se ha vuelto muy difícil por­ que Europa tuvo necesidad tanto de extenderse a los países que fueron satélites de la Unión Soviética como de afianzarse me­ diante la adopción de instituciones eficaces. Es esa contradic­ ción lo que Europa no logra resolver. Políticam ente está en cri­ sis. H asta ahora, las crisis han permitido un nuevo punto de partida. ¿Seguirá siendo así? No lo sé,.no.sé si el desafío euro­ peo será exitoso. No sé si se construirá una confederación eu­ ropea; es u n a posibilidad, pero actualm ente improbable.

. Me cuesta situarlo en una «casilla» política, lo que probable­ mente le gustará, ya que por encima de todo usted odia ser «en­ casillado». ¿Sigue siendo de izquierdas? Soy de izquierdas en la medida en que reivindico las tres grandes aspiraciones revolucionarias del siglo xix que dieron nacimiento a tres corrientes separadas pero que asum o con­ juntam ente. Prim ero, la aspiración libertaria o anarquista que se preocupa por la' libertad de los individuos y se opone a la opresión del Estado. Luego, la aspiración socialista que vin­ cula el destino de los individuos con la mejora de la sociedad. P or último, la aspiración com unista que es la aspiración a la 210

comunidad, es decir, a la fraternidad hum ana. Ser fiel a estas aspiraciones significa al mismo tiempo luchar contra las b a r­ baries, entre ellas no sólo la explotación, sino tam bién la h u ­ millación del hombre (y de la mujer) por el hombre. No me re ­ conozco en los partidos de izquierdas que se han convertido en sepulcros blanqueados. Sin embargo, en diferentes textos he llamado al partido socialista a regenerarse. Me im portan las libertades; el respeto de la libertad de los individuos, de la prensa, de los partidos, es p ara mí fundam ental. Pero no m e­ nos fundam ental es a mis ojos la idea de que debemos refor­ m ar totalm ente la sociedad y, para eso, como le he dicho, cam ­ biar de vía.

¿Sigue siendo revolucionario? Abandoné la palabra «revolución», que ha sido reducida a sus formas violentas y que ha sido ensuciada por los regím e­ nes comunistas. Creo adem ás que sólo se puede revolucionar conservando no sólo nuestro patrim onio cultural y los valores hum anistas heredados del pasado, sino tam bién la n a tu ra le ­ za, como nos indica la ecología. Las revoluciones del siglo xx se focalizaron sobre el desarrollo tecnoeconómico, m ientras que el desarrollo debe ser hoy cuestionado, repensado y, desde .mi punto de vista, reem plazado por u n a política de la hum anidad diferenciada según las regiones. De todas m aneras, la palabra «revolución» me parece no sólo desviada sino tam bién insufi­ ciente. Por eso hablo m ás bien de metamorfosis, que m antiene la identidad, pero transform ándola. Por otra parte, mi internacionalism o se ha fundido en un patriotism o terrestre. T rato de convencer de que, de ahora en adelante, la comunidad de destino terrestre exige la concien­ cia de ser ciudadano de la T ierra-patria que, lejos de suprim ir a las naciones, las comprende. Intervengo, ahí donde puedo, p a ra indicar que hay que cam biar de vía, que la vía actual con­ duce al abismo. Soy como J u a n B autista. Indico el sentido de la nueva vía y advierto de que el camino se h a rá cam inando. Otros vendrán que abrirán esa nueva vía. Por último, anuncio u n a «nueva esperanza» regeneradora, no la esperanza ilusoria y em bustera que ha alim entado al co­ 211

munismo, sinounaesperanzaquesabequesemantieneaori­ llas deladesesperanza. Tambiénles digoaquienes siendode lasjóvenesgeneracionesdesesperanporquenotienengrandes causasquedefender—adiferenciademigeneración, quepudo lucharcontralabarbarienazi, después contralabarbarie estalinista—,queles aguardalacausamás grandequehayaco­ nocidolahistoria: ladelametamorfosisdelahumanidad. E s su meta...

Es una meta que se confunde conmi camino. Nohayuna metafinal, unasalvaciónfinal, unaluchafinal. Hayunalucha inicial quesiemprehayquevolveraempezaralolargodel ca­ mino. El camino es permanente. Yacité aMachado: «Cami­ nante, nohaycamino, sehacecaminoalandar...». Lahumani­ daddebevolveraserunaespeciecaminante.

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10 La educación del futuro Cuando le pregunté cuáles eran sus deseos hoy en día, su respuesta fue clara: de inmediato dijo que su principal deseo era concretizar su proyecto de reforma del pensamiento en una reforma de la educación. No es un proyecto reciente. ¿Recuerda cuándo comenzó a form ularlo? Tenía conciencia de esa necesidad cuando escribía los volú­ menes de El método. El método desembocaba necesariam ente en una .reform a del pensam iento y, para concretizarse, hacía falta una reforma de la educación. Pensaba incluso escribir, en cuanto term in ara esa obra, un m an u al pedagógico p ara es­ tudiantes, profesores y ciudadanos. No realicé exactam ente un m anual pero sí una trilogía pedagógica desencadenada de m anera inesperada, en 1998, por Claude Allégre, que fue mi­ nistro de Educación bajo el gobierno de Lionel Jospin. Allégre me pidi que presid era un consejo para la reform a de la edu­ cación secundaria. Eram os unos cuarenta miembros, entre los cuales sólo pudo designar a cuatro o cinco. Los otros, que ve­ n ían de diversas disciplinas, insistían cada uno en la prim acía de su propia enseñanza. Yo era el único interesado en vincular los conocimientos. Me ayudó Didier Dacunha-Castelle, m iem ­ bro del gabinete del m inistro delegado p ara este consejo, quien me perm itió reunir mi pequeño equipo en los antiguos locales de L’Ecole Polytechnique y p rep arar ocho jornadas tem áticas, con la ayuda de investigadores y de profesores sum am ente competentes. La prim era jornada fue dedicada al universo, la

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segunda a la Tierra, las siguientes a la vida, a la hum anidad, a la historia, a las lenguas, a las civilizaciones y a las artes, a las culturas adolescentes, y la octava jornada tenía como tem a «Vincular los conocimientos». Yo iba tejiendo el lazo en tre las comunicaciones y las jornadas. Los profesores de secundaria habían sido invitados pero el anfiteatro no se llenó. Fui boico­ teado por el poderoso sindicato de profesores de secundaria: para algunos, Allégre me usaba y su objetivo era «dégraisser le mammouth»;* p ara otros, yo usaba a Allégre. Las comunica­ ciones de esas jornadas fueron publicadas bajo el título Relier les connaissances.1 ¿El trabajo de ese consejo tuvo algún tipo de efecto? Eramos dos informantes. Philippe Meirieu se ocupaba de las reformas institucionales y algunas de sus propuestas fueron adoptadas. No fue el caso de las propuestas de mi informe. Pero esta derrota me estimuló y me llevó a escribir y a publicar La téte bien faite, que enuncia mis propuestas pedagógicas. Poco después, en 1999, en el marco de la prospectiva 'sobre la educa­ ción, la Unesco me pidió un texto que tuviera valor universal para introducir en los program as de las escuelas, los liceos y las universidades el conocimiento de problemas fundam entales to­ talm ente ignorados en esos ámbitos; los riesgos que conlleva el conocimiento en términos de error y de ilusión, la identidad hu­ mana, la era planetaria, la comprensión hum ana, el enfrenta­ miento de las incertidum bres, la ética de la hum anidad. Ese informe fue editado en libró, Los siete saberes necesarios para la educación del futuro, y traducido a varios idiomas. Tuvo una difusión im portante en algunos países, por ejemplo en Italia y sobre todo en Brasil, donde se vendieron 120000 ejemplares. En Francia se vendieron alrededor de 5 000.

* La expresión es de Claude Allégre, literalmente «desgrasar el mamut» (aligerar la institución); actualmente es sinónimo de despidos en el ámbito de la educación nacional. (N. del í.) l. Seuil, 1999. 214

Todo el mundo adm ite la necesidad de una reforma de la educación e incluso de la investigación en Francia. Ahora bien, antes de su programa y después de él, ¡muchos fueron los que fracasaron!

Enrealidad, ha habido distintas propuestas de reformas. Soysensibleatodaslasquepidenunaumentodeloscréditos, de los medios, de las técnicas. Perola ópticacuantitativa no debesustituirseporunanecesidadmásprofundaquenopuede ser cifrada. Ningunaremite al problemaque paramí es cen­ tral: el deloscontenidosyel sentidodelaeducación. . .Esesentido, Jean-JacquesRousseauloformulóensuEmile, donde el educador dice de sualum no: «Quieroenseñarle a vivir». Lafórmulaes excesivaporqueloúnicoque sepuedees ayudar a aprender avivir. Se aprende avivir mediante las propias experienciasconlaayudadelos demás, especialmen­ tedelospadresydeloseducadores, perotambiéndeloslibros, delapoesía... Viviresvivirentantoindividuoquehacefrente alosproblemasdesuvidapersonal, esvivirentantociudada­ no de sunación, es vivir tambiéncomoparte de lohumano. Desdeluego, laenseñanzadelaliteratura, lahistoria, las ma­ temáticas, lasciencias, contribuyealainserciónenlavidaso­ cial, y las enseñanzas especializadas sonnecesarias para la vidaprofesional. Pero, cadavezseesmenoscapazdeafrontar losproblemasfundamentalesyglobalesdel individuo,.del ciu­ dadano, delserhumano. Paraelloesnecesarioreuniryarticu­ lar las disciplinas entre sí. Comotambién es necesaria una maneramás complejade conocer, una manera más compleja depensar. Yesesoloquequisieraaportarlareformaquepro­ pongo. Dado que novinculamos los conocimientos según los principiosdelconocimientocomplejo, seguimossiendoincapa­ cesdeconocerel tejidocomúndelascosas: loúnicoquevemos sonloshilosseparadosdeuntapiz. Untapizestáhechodeto­ dosloscolores, detodaslas materias, rojas, verdes, azules, en seda, lanaoalgodón. Perosi unosóloconoce los hilos indivi­ dualmente, e incluso si los identifica perfectamente uno por uno, nuncaconoceráel rostrodel tapiz. Hayqueconocer ala vezlacomposicióndeloshilosylafiguradeconjunto. 215

Si me permite la expresión, ¿se puede decir que usted quiere ponerlo todo patas arriba? De ninguna m anera. Lo que yo quisiera es integrar lo que existe e introducir lo que no existe. Ahora bien, sé que hay una contradicción lógicamente'insuperable en lo que atañe a la rea­ lización de mi reforma. No se puede reform ar la institución sin haber reformado primero las m entes, pero no se puede refor­ m ar las m entes sin haber reformado prim ero la institución. Sé tam bién que cualquier transform ación empieza por una inno­ vación que se presenta como una desviación, pero si arraiga, si dem uestra su fecundidad, entonces se difunde, se expande e in ­ cluso se universaliza. Así, en 1810, Wilhelm von Hum boldt fun­ dó en Berlín, capital de una pequeña nación periférica, P rusia, la prim era universidad m oderna, la actual universidad Humboldt, con el apoyo de su soberano, Federico Guillermo III. En pocas décadas el modelo conquistó Europa y hoy se ha expan­ dido por todo el planeta. Es ese modelo lo que hay que reformar, y la reforma, si em­ pieza en algún lugar, incluso periférico, podría seguir el mismo proceso. La gran dificultad será educar o volver a educar a los educadores. Marx había planteado el problema en su tercera te­ sis sobre Feuerbach: «¿Quién educará a los educadores?». Ahora bien, eIJ. loque se refiere a mi reforma, ya hay educadores que se han autoeducado leyendo mis libros y pueden convertirse en los nuevos reeducadores. Por ejemplo, en enero de 2009, en el cam­ pus del SESC de Río de Janeiro, doy un curso de formación des­ tinado a educadores que vienen de todos los estados de Brasil.

Se trata de■muy pequeños comienzos... Sí, como todos los comienzos. H ará falta mucho tiempo, m u­ chos esfuerzos, combates, debates para que la reforma tome cuerpo. Pero ya reúne a mentes dispersas, genera algunas in ­ novaciones fuera de Francia. E incluso en ese país hay profeso­ res que quisieran oponerse a la inteligencia ciega que ha tom a­ do las riendas en casi todos lados. Muchos aspiran a encontrar el equivalente de la vocación misionera de los principios de la Tercera República, pero no saben que es eso lo que propongo. 216

Su proyecto involucra a la universidad, a la enseñanza se­ cundaria e incluso a lapH m aria. ¿Piensa usted seriamente que los niños pueden aprender la complejidad?

Creoinclusoqueselapuedenenseñaralo^adultos. Antesde aprenderaseparartodo, losniñosvenlosvi'hculosentretodas lascosas, sobretodocuandosoneducadosenmediodelanatu­ raleza, como los pequeños amerindios que han acompañado asus padres enel bosque. Lanaturaleza noestá divididaen disciplinascomolaescuela. Precisamente,! escuelalesenseña aseparartodo. Desdeeljardíndeinfanciahabríaqueenseñara vincularynosóloaseparar. Enseñémosles aloschicos que se peleanenel patiodelaescuelaareconocerelcírculoviciosoen el quelaofensadeunoconducealaofensadel otro. Porlome­ nossabríanquenosepuedeadjudicarlos erroressolamentea losdemás. ¡Sepuedesacardelaexperienciadelosniñostantos ejemplosquecontribuyenalacomprensión, alaaprehensiónde lacomplejidad! Encuantoalos estudiantes desecundaria, en general, salvoexcepciones, paraelloslaeducaciónestádespro­ vistadesentidovivo, esunamaneradeobtenerel bachillerato, deaccederaunacalificaciónyauntrabajo. Lareformaquepro­ pongodaunsentidovivoyvital alaenseñanzaenesaetapa. Los siete saberes necesarios paralaeduca­

Abordemos sus ¿Realmente no figuran en ningún program a de educación?

cióndelfuturo.

Se trata de hacer siete agujeros negros entodos los siste­ mas deeducaciónconocidos, desieteproblemasquenotienen lugarni enlosprogramas ni enlaeduaciónyque, sinembar­ go, meparecentotalmentenecesarios. El primero, dice usted, es el del conocimiento. ¿Pero la edu­ cación no entrega ya conocimientos en abundancia?

Entregaconocimientossinenseñarloquees el conocimien­ to. Nose preocupaporconocer loque es conocer,-es decirlos dispositivos cognitivos, sus dificultades, sus imperfecciones, 217

sus propensiones al error, a la ilusión. Porque cualquier cono­ cimiento comprende riesgos de error y de ilusión. Sabemos hoy que m uchas creencias del pasado han sido efectivamente erro­ res e ilusiones. Sabemos que los conocimientos «verdaderos», aún recientes, de los com unistas sobre la Unión Soviética o sobre la China de Mao hoy parecen groseras ilusiones. ¿Quién ° nos dice que los conocimientos que hoy damos por verdaderos y ciertos no son erróneos e ilusorios? Como señalaba D escar­ tes, lo propio del error es que no se reconoce como tal.

Pero, bueno, nuestros ojos y nuestros oídos no pueden enga­ ñarnos... ¡Error! ¡Ilusión! Heráclito bien lo sab ía cuando dijo hace veintiséis siglos: «Malos testigos para los hom bres son los ojos y los oídos cuando las alm as son bárbaras». Tomemos precisa­ m ente el caso de la percepción visual. Aunque no parezca, se sabe, gracias a los trabajos de las neurociencias, que ésta no es equivalente a u n a fotografía del mundo exterior. Se tra ta , an ­ tes de nada, de la traducción en un código binario de estím ulos fotónicos que logran llegar h asta la retina; el nervio óptico transm ite esa traducción al cerebro, que opera la reconstruc­ ción llam ada visión. Ahora bien, la visión no obedece to tal­ m ente a la imagen retiniana que dism inuye el tam año de las . personas que están lejos con relación a las que están cerca. El mecanismo que llamamos «constancia» restablece las verda­ deras dimensiones en n u estra mente. Por otra parte, cuando leemos un diario o un libro, n u estra m irada salta de m anera discontinua de grupo de sílabas en grupo de sílabas, y n u estra m ente restablece la continuidad, lo que explica que ra ra vez percibe los errores, y lo que indica que hay una parte de aluci­ nación en la lectura de un texto. Por otra parte, cuando esta­ mos perturbados, tam bién se perturba nuestra capacidad de ver objetivamente. Los diferentes testigos de un mismo acci­ dente presentan visiones diferentes, debidas no sólo a su posi­ ción durante lo ocurrido, sino tam bién a su emoción. P or ú lti­ mo, no hay ninguna diferencia intrínseca entre una alucinación y una percepción; se tiene la misma sensación de realidad. Agreguemos que el lím ite de nuestros sentidos no nos perm ite 218

captar ultra o infrasonidos, ultravioletas o infrarrojos. Incluso puede ser que haya tipoS de verdades que nos sean invisibles. Todo esto explica que si el conocimiento aparentem ente más evidente, la percepción, conlleva un riesgo inherente a la traducción y u n a insuficiencia inherente a la reconstrucción, entonces el riesgo de error y de ilusión es intrínseco al conoci­ miento. Las palabras, los propios enunciados son traducciones-re­ construcciones de traducciones-reconstrucciones que provie­ nen de nuestros sentidos. Las ideas que nos perm iten com uni­ carnos entre nosotros y con la realidad pueden engañarnos y traicionar la realidad que traducen. Además; todas las huellas culturales que nos m arcan desde que nacemos, y más tard e en la escuela y en la vida social, de­ term inan en los individuos (salvo en los rebeldes y en los des­ viantes) sus principios de conocimiento y sus visiones del mundo. Así, según las culturas, ideas que acá se presentan como evidentes, allá son falaces. En las sociedades teocráticas o totalitarias, los desviantes son eliminados físicamente. En las nuestras, no se les elimina: no se habla de ellos. Por último, otra fuente de ilusión: la hum anidad no ha de­ jado de estar poseída por mitos, dioses, ideas que, aun siendo producto y alim entándose del espíritu humano, se imponen a ella. Así como se puede morir por un Dios ahí donde reina, tam ­ bién se puede m atar o morir por una idea, ah í donde reina. Lenin decía: «Los hechos son tozudos». Las ideas lo son mucho más y pueden ocultar los hechos. Entonces, me parece fundam ental enseñar que el conoci­ miento supone un riesgo considerable de error y de ilusión, m ostrar cuáles son las causas y cuáles pueden ser las conse­ cuencias de esto. En la actualidad, las nuevas ciencias cognitivas aportan conocimientos sobre el conocimiento, pero esos conocimientos están dispersos entre neurociencia, psicología cognitiva, sociología del conocimiento, y no disponen de m e­ dios conceptuales para articularse unos con otros. En cuanto a la epistemología, está reservada a una élite restringida de es­ tudiantes de filosofía y se lim ita al estudio crítico de los conoci­ mientos científicos. Y no olvidemos los límites del conocimiento. Es en efecto esencial m ostrar que la m ente hum ana tiene lím ites, que la 219

razón tiene límites, que el lenguaje tiene límites. Hay que m ostrar que los grandes progresos del conocimiento científico, sobre el origen y sobre el porvenir del universo, sobre la n a tu ­ raleza de la realidad, desembocan en lo inconcebible. El descu­ brimiento de los lím ites del conocimiento ha sido un gran pro­ greso del conocimiento durante el siglo xx.

¿Se puede enseñar no sólo el riesgo de error y de ilusión, sino también lo que sería un buen conocimiento? Dicho de otra m anera, ¿un conocimiento pertinente? Es el segundo de mis siete saberes. La pertinencia de un conoci­ miento no radica en la mayor cantidad de informaciones de la que dispone ni m eram ente en su organización rigurosa según un esquema matemático. Un conocimiento es p ertinente si sabe situarse en su contexto y, más allá, en el conjunto al que se vincula. Tomemos el ejemplo de la ciencia económica, que, en su matematización, es la más rigurosa y la más exacta de las cien­ cias hum anas. Sin embargo, tiene un muy débil poder de p re­ dicción y los economistas corrigen sin cesar sus pronósticos sobre las tasas de crecimiento. Esto ocurre porque la ciencia económica se aísla del contexto del universo físico, sometido al segundo principio de la term odinám ica, al que ignora (con ex­ cepción de Nickolas Georgescu-Roegen). Se aísla del contexto político y social, se aísla del contexto hum ano hecho de pasio­ nes, de miedos, de deseos. El cálculo no puede conocer el cora­ zón de la vida, la carne de la vida. . Así, enseñar los conocimientos pertinentes significa ante todo enseñar a contextualizar. También debería consistir en vincular el conocimiento abstracto a su referente concreto. El conocimiento abstracto es necesario, pero está m utilado si no le acompaña un conocimiento concreto. Esto rem ite una vez más al imperativo del conocimiento complejo: vincular. Además, el conocimiento pertinente debe revelar las diver­ sas facetas de una misma realidad en vez de fijarse en una sola. Esto es válido tam bién p ara n uestras relaciones más per­ sonales. Cuando se inicia un encuentro amoroso, uno tiende a ver en el otro su rostro luminoso. Pero, al igual que la Luna, el 220

otro tiene su cara oscura y a veces la descubrimos con horror. . Ahora bien, debemos saber que cada uno de nosotros tiene dos o a veces varias personalidades que van surgiendo en el amor y en la cólera, y algunas aparecen según ciclos interiores que nos sorprenden. Todo esto me rem ite a la idea clave: hay que in sertar los conocimientos parciales y locales en lo complejo y lo global sin olvidar las acciones de lo global sobre lo parcial y lo local. P ara mí, entonces, la educación debe perm itir que la mente utilice sus ap titudes n aturales, situando los objetos en sus contextos, sus complejidades, sus conjuntos. Debe oponerse a la tenden- . cia a satisfacerse de un ángulo de vista parcial, de una verdad parcial. Debe promover un conocimiento a la vez analítico y sintético, que vincule las partes con la totalidad y la totalidad con las partes. Debe enseñar los métodos que perm iten captar las relaciones m utuas, las influencias recíprocas, las interretroacciones. Desde luego, nunca alcanzaremos un conocimien­ to total: la totalidad del universo seguirá siendo inaccesible. Pero debemos aspirar a un conocimiento multidim ensional.

E l tercer «agujero negro» que usted señala no es el menos ambicioso, por lo menos en su formulación: la educación de la condición humana. ¿De qué se trata, exactamente? Es el conocimiento de n u estra identidad de ser hum ano y me parece asombroso que no se enseñe en ninguna parte. Como ha dicho Heidegger, nunca hubo tantos conocimientos sobre el hombre y nunca se supo menos lo que era lo hum ano. El hecho de que todos los conocimientos estén dispersos, compartimentadoS, nos impide entender la realidad a la vez física, biológica, cultural, psicológica, del ser hum ano. Peor: Claude Lévi-Strauss, ya lo he citado, piensa que la m eta de las cien­ cias hum anas no es revelar, ¡sino disolver al hombre! In tro d u ­ je en este tercer saber todo lo que le dije anteriorm ente sobre la antropología compleja, especialm ente la doble identidad hum ana, n atu ra l y m etanatural, la trinidad hum ana, la complejificacion de las ideas de Horno sapiens, de Horno faber y de Horno economicus.

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Usted quiere entender al ser humano. Usted quiere, además, comprender la comprensión. Y sobre todo, es su cuarto saber, desarrollar la comprensión de los demás...

Comprenderlacomprensión: lacomprensiónes más quela explicación. Laexplicacióntratadelarealidadhumanacomo objeto. Lacomprensiónpuedeintegrarlaexplicaciónperocon­ llevaunaempatia de sujeto asujeto. Nopodemos conocer ni comprenderaalguiensinunesfuerzodeempatia, deidentifi­ caciónodeproyección. Piense enel casode unapersona que llora ante usted: ¡nohace falta examinar el gradode salini­ daddesus lágrimas paraentenderqueestásufriendo! Yuno puede compadecerse ante esa pena comprendiéndola. Es por esoqueel amorylaamistadalimentanlacomprensióndelos demás. ' ¿Porqué, paramí, una de las tareas intelectuales yéticas másimportantes es enseñarlacomprensiónhumana?Porque laincomprensiónprovocadesastres. Aveceshaperdidoterre­ no, porejemploconrelaciónanuestrosvecinos más cercanos, perosevuelve aponervirulentahaciael adversarioen■cuan­ tohay unaguerraideológicaounaguerraasecas, cuandoel otroes diabolizadoycuandonos santificamos anosotros mis­ mos, cuandoel mundosereparteentreel imperiodel mal yel delbien, concadacual estimando, porsupuesto, quepertenece al bien. El individualismo, que nos permitiría ser más comprensi­ vosantelascarenciasolastarasdelosotros, si fuéramoscons­ cientes denuestras propiastaras ycarencias, nosllevaporel contrarioaautojustificarsincesar, aecharlaculpaalosotros encuantohayunaquerellaouhadisputaconyugal. Esconde­ mosnuestras propias faltas comosi sólorespondiéramos ala agresióndelos demás. Así se manifiestalaincomprensiónen las familias, entrecónyuges, entrehijosypadres, enlas ofici­ nas yenlostalleres. Lacomprensiónes alavez el medioyel findelacomunicaciónhumana, es vital paraquelas relacio­ nes humanas salgande suestadobárbaro, yesto, atodos los niveles, tanto entre los seres más cercanos comoconlos ex­ tranjeros. Nohabráprogresohumanosi nohayprogresodela comprensión. 222

La meta es loable pero, concretamente, ¿cómo se puede ense­ ñar la comprensión? H abría que em pezar con los niños, lo he dicho, enseñándo­ les cuando §e pelean a salir del círculo vicioso en el que la ofen­ sa de uno provoca la ofensa del otro y en el que cada cual se percibe como el ofendido. Hay que enseñar la cultura psíquica que nos h ará practicar el autoexam en y la autocrítica. Tene­ mos que dar ejemplos históricos de comprensión, por ejemplo el de M ontaigne y el de Bartolomé de Las Casas, que son los únicos que, en una época en la que algunos se preguntaban si los indígenas tenían un alma, pensaban que eran hum anos al igual que nosotros y menos bárbaros que nosotros. La práctica de la -comprensión es vital p ara luchar contra las pestilencias hum anas que son el desprecio y el odio. Quien comprende esto deja de odiar.

. ¿Entonces se vuelve indiferente? No, siente el horror de la crueldad y del odio. Transfiere su odio en odio del odio. Hay que enseñar que el conocimiento de sí mismo es u n a necesidad interna: para comprender a los otros, hay que comprenderse. Es una enseñanza que debe ser practicada .en todos los niveles educativos y en todas las eda­ des. Se pueden utilizar todas las obras m aestras de la lite ra tu ­ ra y del teatro que son obras de comprensión.

¿Yes entonces en esa óptica de comprensión universal que usted ha llam ado el quinto saber fundam ental la