Los mapuche y el proceso que los convirtió en indios: Psicología de la discriminación 9789563246926, 9789563247022

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Los mapuche y el proceso que los convirtió en indios: Psicología de la discriminación
 9789563246926, 9789563247022

Table of contents :
Índice de contenidoPortada
Créditos
Índice
Prólogo a la Primera edición
Prólogo a la Segunda edición
Introducción
Capítulo I Aspectos generales de la cultura mapuche
1.1 Cultura e identidad
1.2 La lengua mapuche o mapuzugun
1.3 Principales valores
1.4 Creencias
1.5 Medicina
1.6 Alimentos
1.7 Artesanía
Capítulo II Aspectos sociopolíticos
2.1 Autoridades políticas del pueblo mapuche
2.2 Autoridades religiosas
2.3 Organización social y religiosidad
2.4 Cantos y danzas
2.5 El mingaco
Capítulo III Racismo y modernidad
3.1 Las etnias: patrimonio de la humanidad
3.2 Discriminación y prejuicio racial
3.3 El racismo moderno
3.4 Indio: expresión símbolo
3.5 Del abuso psicológico al perjuicio social de la etnia
Capítulo IV Rasgos identitarios y estereotipos
4.1 La identidad mapuche4.2 El Mapuchemapu
4.3 A propósito del Estado de derecho
4.4 Los mapuche en los escritos del chileno
4.5 El discurso político de las elites
4.6 La consistencia del discurso oficial
4.7 El género masculino en la sociedad mapuche
4.8 Las malocas
4.9 Estereotipo mapuche
4.10 Violentos, de mal genio y guerreros
Capítulo V Relaciones conflictivas
5.1 Mapuche y chilenos: una relación poco sana
5.2 Significación psicosocial de la marginación
5.3 Psicología del mapuche
5.4 El apego a la tierra
Capítulo VI Aprendizajes, préstamos culturales y la resistencia
6.1 Los mapuche en la lucha política
6.2 La obediencia versus la autoridad del Estado
6.3 La folclorización de la cuestión mapuche
6.4 Etnodesarrollo mapuche
Capítulo VII Aculturación
7.1 Supervivencia
7.2 Educación y pobreza
7.3 Los problemas en el aula
7.4 Una deuda por pagar
Epílogo abierto
Bibliografía
Notas

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Julio Paillalef Lefinao Los mapuche y el proceso que los convirtió en indios Psicología de la discriminación Julio Paillalef Lefinao Los mapuche y el proceso que los convirtió en indios Psicología de la discriminación / Julio Paillalef Santiago de Chile: Catalonia, 2019 ISBN: 978-956-324-692-6 ISBN Digital: 978-956-324-702-2 GRUPOS RACIALES, ÉTNICOS, NACIONALES CH 305.8 Diseño de portada: Ximena Morales Fotografía de portada: Copyright© “Colección Museo Histórico Nacional”. Diseño y diagramación:  Sebastián Valdebenito M. Dirección editorial: Arturo Infante Reñasco Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, en todo o en parte, ni registrada o transmitida por sistema alguno de recuperación de información, en ninguna forma o medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin permiso previo, por escrito, de la editorial. Primera edición Catalonia: diciembre de 2018. ISBN: 978-956-324-692-6 ISBN Digital: 978-956-324-702-2 Registro de Propiedad Intelectual N° A-298481 © Julio Paillalef Lefinao, 2019 © Catalonia Ltda., 2019 Santa Isabel 1235, Providencia Santiago de Chile www.catalonia.cl  –  @catalonialibros Índice de contenido

Portada Créditos Índice Prólogo a la Primera edición Prólogo a la Segunda edición Introducción Capítulo I Aspectos generales de la cultura mapuche 1.1 Cultura e identidad 1.2 La lengua mapuche o mapuzugun 1.3 Principales valores 1.4 Creencias 1.5 Medicina 1.6 Alimentos 1.7 Artesanía Capítulo II Aspectos sociopolíticos 2.1 Autoridades políticas del pueblo mapuche 2.2 Autoridades religiosas 2.3 Organización social y religiosidad 2.4 Cantos y danzas 2.5 El mingaco Capítulo III Racismo y modernidad 3.1 Las etnias: patrimonio de la humanidad 3.2 Discriminación y prejuicio racial 3.3 El racismo moderno 3.4 Indio: expresión símbolo 3.5 Del abuso psicológico al perjuicio social de la etnia Capítulo IV Rasgos identitarios y estereotipos 4.1 La identidad mapuche

4.2 El Mapuchemapu 4.3 A propósito del Estado de derecho 4.4 Los mapuche en los escritos del chileno 4.5 El discurso político de las elites 4.6 La consistencia del discurso oficial 4.7 El género masculino en la sociedad mapuche 4.8 Las malocas 4.9 Estereotipo mapuche 4.10 Violentos, de mal genio y guerreros Capítulo V Relaciones conflictivas 5.1 Mapuche y chilenos: una relación poco sana 5.2 Significación psicosocial de la marginación 5.3 Psicología del mapuche 5.4 El apego a la tierra Capítulo VI Aprendizajes, préstamos culturales y la resistencia 6.1 Los mapuche en la lucha política 6.2 La obediencia versus la autoridad del Estado 6.3 La folclorización de la cuestión mapuche 6.4 Etnodesarrollo mapuche Capítulo VII Aculturación 7.1 Supervivencia 7.2 Educación y pobreza 7.3 Los problemas en el aula 7.4 Una deuda por pagar Epílogo abierto Bibliografía Notas A todos los peñi que han ofrendado la vida defendiendo el derecho a vivir libres en nuestro mapu

Prólogo a la Primera edición Este es un libro que debería constituirse en material obligado de lectura para los maestros de educación básica de todo el país, y en especial de los maestros de escuelas rurales. Trata de un tema que cala hondo en nuestra nacionalidad: nuestros manifiestos prejuicios raciales y, en particular, nuestra actitud colectiva ante el pueblo mapuche. Este racismo no racionalizado, y ni siquiera consciente, que sin embargo llevamos a flor de piel, se expresa de modos muy diversos en nuestra experiencia cotidiana. Así, por ejemplo, es de toda evidencia que el pelo rubio y los ojos azules constituyen elementos muy atractivos para la sociedad chilena, como lo demuestra la publicidad de toda clase de artículos en los canales nacionales de televisión; de otro modo sería inexplicable el hecho de que los niños y jóvenes que aparecen en ellos ¡siempre compartan esos rasgos! El pelo negro y la tez oscura no son “vendedores” en Chile. Lo mismo, por cierto, expresa nuestra peculiar pretensión de ser “los ingleses” de América del Sur. Al parecer nos cuesta aceptar nuestra identidad de pueblo mayoritariamente mestizo, mezcla (en lo principal) de mapuche y español. Es bien sabido que los primeros conquistadores llegaron a Chile sin sus mujeres, por tanto nuestro mestizaje comienza junto con nuestra historia y este es uno de nuestros rasgos principales como país. Se trata de una característica que corta transversalmente a la sociedad chilena, desde los más pudientes (por ejemplo, las “familias fundadoras”) hasta los que tienen menos. Somos un pueblo homogéneamente mestizo, y ello constituye una de nuestras mayores fortalezas. Desde esta perspectiva resulta inexplicable el trato que, como nación independiente, hemos dado y damos a los actuales descendientes de nuestros pueblos originarios y muy especialmente a los mapuche. Es pertinente recordar aquí un poco de nuestra historia. Los españoles nunca lograron vencer militarmente al pueblo mapuche. Más todavía, el Parlamento de Quilín, celebrado cien años después de iniciada la guerra de la conquista (enero de 1641), reconoció al río Biobío como la frontera sur de los dominios españoles y la independencia del pueblo mapuche respecto de la Capitanía General de Chile, la que fue respetada, explícita o implícitamente, por todos los parlamentos siguientes, incluido el celebrado por Ambrosio O´Higgins en Negrete (1796), cerca ya del inicio de la Guerra de Independencia. Correspondió a Chile el dudoso “honor” de derrotarlos definitivamente en una guerra, declarada o no, que se extendió por cerca de veinte años plagados de altibajos y donde se cometieron terribles actos de barbarie. La “guerra a muerte”, como bautizó Vicuña Mackenna a la guerra de guerrillas organizada por grupos realistas después de la batalla de Maipú, en la que participaron los mapuche combatiendo por ambos bandos, fue seguida, a partir de 1860, por una verdadera “guerra de exterminio”, que terminó con el aplastamiento total de ellos en 1883. Es notable que debieron transcurrir cuatrocientos años para acabar con la independencia y la libertad de un pueblo que tanto españoles como chilenos consideraron siempre como de “salvajes carentes de inteligencia”.

Curiosamente, la historia oficial de Chile, que nos enseña a enorgullecernos de ser los herederos de una tradición heroica encarnada en las figuras legendarias de Lautaro y Caupolicán, nada dice sobre este período oscuro que eufemísticamente se conoce como “la pacificación de la Araucanía”. El pueblo mapuche, su valor indomable, desaparecen de esos textos a partir de la independencia. Tal vez nuestro comportamiento colectivo hacia ellos sería diferente si conociéramos –y asumiéramos– a cabalidad nuestra verdadera historia. El proceso que “convirtió en indios” a los mapuche, del que nos habla el título de esta obra (todo un acierto, en mi opinión), probablemente se incube y desarrolle en esos años: los héroes de antaño pasan a ser considerados como “indios bárbaros y sanguinarios”, lo que a su vez justifica que sucesivos gobiernos de Chile llevaran a cabo una suerte de limpieza étnica que les permitió apoderarse de sus tierras ancestrales y reducirlos a la condición de pobres entre los más pobres de nuestra sociedad. La suma de estos y otros antecedentes –básicamente culturales– contribuyen a cimentar nuestro absurdo sentimiento de superioridad sobre los mapuche, y en general sobre todos los pueblos originarios, lo que a su vez constituye una de las manifestaciones más claras de nuestro racismo colectivo. Es importante reiterar aquí, como lo hace este libro, que la supuesta superioridad de una raza sobre otras carece por completo de base científica. En efecto, los avances recientes en genética molecular permiten hoy afirmar que, desde el punto de vista del genoma humano, hay más diferencias entre individuos de la misma raza que entre individuos de razas diferentes. Las diferencias que observamos entre razas se deben más bien a cambios adaptativos de una estructura genética común. Hablar hoy de “razas superiores” es derechamente una manifestación de ignorancia. En general los chilenos ignoramos la cultura mapuche, y en particular su notable cosmovisión. Los “hombres de la tierra” (mapu-che) se identifican con la naturaleza, se sienten parte de ella y su idioma (mapu-dungun) es el habla de la tierra. Los mapuche no consideran la riqueza material como un bien en sí mismo. Así, la posesión de tierras no les importa como un “bien de mercado” (y por lo tanto transable); ellos son parte de la tierra y la tierra de ellos, como lo son del aire, del cielo y del agua. ¡Cuánto mejor sería nuestra calidad de vida en Chile si, en lugar de arrasar con su cultura, hubiésemos aprendido de ella! La obra que nos presenta don Julio Paillalef nos coloca frente a nuestra responsabilidad de cara al pueblo mapuche, y nos invita a asumirla proponiéndonos caminos posibles. Por ejemplo, no es aceptable que el Estado chileno haya definido por ley cuando alguien es indígena (ley Nº 14511, de 1960) y cuando deja de serlo, como lo establece la ley Nº 2568, del año 1979, que autoriza la división de la tierra comunitaria, lo que es muy pertinente en los conflictos actuales con las empresas madereras: “...a partir de la división, las tierras dejarán de considerarse tierras indígenas e indígenas sus dueños”.

La identidad de un pueblo no se reconoce por decreto; se reconoce por su cultura, por su idioma. Estos son temas que debería incluir nuestra educación obligatoria. Del mismo modo, debería enseñarse una historia que pueda ser reconocida como propia también por el pueblo mapuche, y no solo la visión de la cultura dominante. Por último, si alrededor de un diez por ciento de los chilenos tiene una ascendencia mapuche directa y se reconoce como tal, y la gran mayoría de nosotros somos mestizos, ¿cómo no declarar el mapudungun como el segundo idioma oficial de Chile, y de esta manera devolver al mapuche parte de la dignidad que le hemos quitado? Subrayo finalmente una proposición muy concreta que hace el autor: que el Estado de Chile, como una medida de indemnización al pueblo mapuche, establezca un sistema de becas que permita a quienes tengan las condiciones necesarias acceder gratuitamente a todos los niveles de nuestro sistema educacional, desde el nivel básico al superior. Con esto se reconocería que el “conflicto mapuche” no solo implica la recuperación de tierras, lo que de por sí es muy importante, sino, sobre todo, es una cuestión cultural. Sin duda alguna la tarea de devolver al pueblo mapuche su dignidad y autoestima sigue estando pendiente, y esta obra de don Julio Paillalef es un aporte muy significativo para que así lo reconozca el Estado de Chile. Igor Saavedra Gatica Premio Nacional de Ciencias, 1981 Prólogo a la Segunda edición  Tengo el honor de prologar el libro titulado: Los mapuche y el proceso que los convirtió en indios, psicología de la discriminación , cuyo autor es el profesor don Julio Paillalef Lefinao. Se trata de un ensayo fundamental, sólido y profundo, relacionado con el compartimiento desigual por dos (o más) pueblos de un mismo territorio: Chile. Este es un libro no solo de psicología social, sino uno que también abarca temas antropológicos, históricos, filosóficos y culturales vinculados con la coexistencia, rara vez pacífica, entre estos pueblos.

El autor analiza, con muy sólidos fundamentos, las causas que llevan al pueblo chileno a actuar en forma excluyente y con visos de superioridad, y al pueblo mapuche a ser excluido y, desde luego, tratado en forma desigual. El profesor Paillalef comienza por entregarnos conceptos relativos a la cultura mapuche: su identidad, la lengua mapuzugun , sus principales valores, algunas de sus creencias, su medicina, alimentos y artesanía. Continúa refiriéndose a aspectos sociopolíticos: sus autoridades políticas y religiosas, su organización social, religiosidad, sus cantos y otras de sus expresiones culturales. Es así como nos vamos impregnando, poco a poco, de temas que debimos haber conocido desde siempre y que apenas hemos rozado tangencialmente al estudiar la historia de los héroes mapuche en sus hazañas bélicas contra los españoles. Hace ver este autor, cómo se ha narrado, para el grupo mayoritario, una historia mediante la cual se han exacerbado las supuestas características negativas atribuidas a los mapuche. Para que el lector pueda ir comprendiendo los meandros por los que navegan los narradores sociales y los historiadores dirigidos al grupo mayoritario, don Julio Paillalef nos entrega varias definiciones o conceptos relacionados con los tópicos principales de esta obra. Conceptualiza el vocablo “prejuicio” como “una actitud usualmente negativa. Se refiere a juicios, opiniones pensamientos preconcebidos arbitrariamente, o actitudes hacia otra persona o grupo social, sin que existan antecedentes verdaderos que justifiquen dicha conducta.” Continúa señalando en forma más concreta: “La actitud prejuiciosa del grupo dominante (que) permite racionalizar y justificar sus posiciones de privilegio ante el grupo oprimido. En el caso de los pueblos originarios, sabemos que estos prejuicios han sido parte de un código racista utilizado por las elites dueñas del poder para justificar ante el país sus conductas de arbitrariedad, atropello, destrucción y despojo de los territorios de la etnia. Las consecuencias de estas prácticas están a la vista, los mapuche como pueblos se encuentran en una absoluta postergación sociopolítica respecto de la sociedad mayor. Los estados de pobreza en que se encuentra la mayoría de sus integrantes son una fuente más del prejuicio y discriminación, ya que prejuzgar al pobre es una conducta casi regular en la interacción intergrupal”. Más adelante, el autor comenta la “mapuche-fobia” o “la búsqueda (que aqueja a un importante sector de la sociedad chilena) de una identidad extranjera, ajena a su realidad, y de ocultar el mestizaje”. Al referirse a la discriminación, adopta el concepto de Swim y la explica como consistente “en acciones negativas hacia otros grupos debido a prejuicios raciales, étnico sociales o religiosos.” Luego, al tratar los estereotipos, los define como “las creencias respecto de los atributos personales que asignamos a personas o grupos de personas”. Por último, al razonar sobre “el racismo moderno” sostiene que sus características son “la negación por parte de los grupos dominantes de que sigue existiendo discriminación contra las minorías; la oposición a las demandas de las minorías de un trato igualitario y el resentimiento sobre los favores especiales a los grupos étnicos”.

En Chile, el primer aspecto tiene que ver con la marginación de los descendientes del pueblo mapuche que no tienen presencia en los niveles de gestión del Estado, y de cómo algunos personajes públicos declaran que no tienen dificultades con los jardineros ni empleadas domésticas de origen mapuche y que “hasta” les han pedido que enseñen mapuzugun a sus hijos. El segundo incide básicamente en la carencia de interés, por parte de la clase política, en legislar para otorgar reconocimiento político a los pueblos originarios y, por el contrario, en criminalizarlos y reprimirlos, llegando hasta el asesinato”. Al comentar el profesor Paillalef el último aspecto, relacionado con el “racismo moderno”, señala la manera en que muchas publicaciones plantean que el gobierno chileno destina “demasiados” recursos para el fondo de recuperación de tierra de los mapuche o que la Conadi resulta demasiado cara para el erario nacional. Los conceptos anteriormente explicados resultan indispensables para poder comprender en plenitud la obra comentada y, particularmente, cómo incide la discriminación en la cultura, el aprendizaje, el trabajo y la pobreza del grupo discriminado. De las consideraciones expuestas por el autor sobre la discriminación que sufren los demás pueblos originarios existentes en Chile, debemos entender que la más violenta la recibe el pueblo mapuche. ¿Y por qué son ellos los más discriminados? No cabe la menor duda de que es por su enérgica resistencia durante siglos, por su legendario heroísmo y por sus demandas más directas, particularmente las referentes a sus territorios ancestrales y con respecto a su autodeterminación; y, por las consecuencias que ello podría implicar para el grupo mayoritario. Está claro que Chile es un país que está enfermo. Solamente en un país enfermo se puede continuar afirmando que durante la dictadura nunca fueron violados los derechos humanos o que si hubo excesos, ellos fueron necesarios. Asimismo, un país en el cual continúan produciéndose violaciones a los derechos humanos necesariamente debe seguir enfermo. Y hemos podido comprobar que, posteriormente, gobiernos compuestos por personas pertenecientes a partidos políticos cuyos militantes fueron asesinados, torturados y desaparecidos, han actuado con el mismo espíritu discriminador que los afectó tan dramáticamente. Al afirmar que el país está enfermo debemos reconocer que las principales causas de su enfermedad son la avaricia, el egoísmo y el odio; que su llave maestra consiste en el engaño, y que hace uso de la fuerza y de la violencia para reprimir a quienes prejuzga como peligrosos. La historia se repite o, más bien, la historia siempre ha sido la misma. Nuestro país ha sido inoculado, en permanentes olas sucesivas, con los gérmenes del prejuicio, el racismo y la discriminación. En los últimos capítulos de esta obra se desarrolla en profundidad la temática concerniente a las relaciones existentes entre el grupo mayoritario

y el minoritario mapuche; sobre los aprendizajes; acerca de los préstamos culturales, la resistencia y la aculturación. Quizás su parte titulada “Mapuche y chilenos: una relación poco sana”, constituya el núcleo de este texto. Su autor sostiene que la relación entre estos pueblos “se construyó sobre bases ciertamente insanas, en donde primó el interés por parte de unos (los chilenos) por apropiarse, como diera lugar, de los territorios de los otros…”. “Se iniciaron una serie de acciones, de saqueos por grupos (de) ambos lados que sirvieron para impregnar la relación entre el Estado y la etnia con una carga emocional llena de desconfianzas y temores. Así, desde los inicios se constituyó una relación social paranoica que se fue asentando a lo largo del tiempo en el inconsciente de ambos bandos. El temor y la desconfianza, muchas veces con fundada justificación, se han mantenido prácticamente incólumes hasta nuestros días”. Más adelante se mencionan los ingredientes de esta relación paranoica: el carácter del pueblo mapuche y su resistencia frente a la avaricia depredadora del colono, tanto chileno como foráneo, y, poco a poco, vamos reconociendo partes de la historia maquillada de fines del siglo XIX , cuando se desarrolla la denominada “pacificación de la Araucanía”, sus atrocidades y la huella que fue quedando impresa en el alma de los mapuche. Este periodo está caracterizado por una forma de panamericanismo semejante al existente en el desarrollo de la “operación Cóndor” que tuvo lugar durante la dictadura militar de 1973 a 1990. En ambos periodos mencionados, actuaron los gobiernos de Argentina y Chile aliados y coordinados en sus acciones de exterminio. Respecto de la denominada “pacificación”, resulta útil recordar que mientras el ejército chileno libraba una guerra contra los mapuche, arrinconándolos contra la frontera argentina, por el otro lado de los Andes, las tropas argentinas también combatían contra los mapuche en la denominada “guerra del desierto”, acorralándolos hacia su frontera con Chile. La historia oficial ha omitido referirse a este genocidio, posiblemente por la vergüenza que deben experimentar los historiadores al saber que el ejército chileno participó en masacres de mujeres, niños y ancianos, además de haber contado con armamento y adiestramiento muy superiores, y de haber actuado respaldado con una alianza tan poderosa. Este genocidio dejó lo que hoy son las regiones del Biobío y de La Araucanía “desiertas” de mapuche y aptas para estimular aún más la ocupación permanente y progresiva de los wingkas en estos territorios, olvidando lo acordado en los parlamentos de Quilín y de Negrete, en 1641 y 1803, respectivamente, entre los mapuche y el Estado español, y años después el decreto de don Bernardo O’Higgins Riquelme, mediante el cual garantizó a los mapuche la propiedad perpetua de sus suelos, reconociéndolos como legítimos dueños de sus territorios ancestrales donde habían vivido desde tiempos pretéritos. En este capítulo se relata cómo se fue generando el prejuicio racial y materializándose la discriminación que mantuvo vivo el conflicto que hoy resurge con renovadas fuerzas entre los mapuche y las empresas forestales, eléctricas y los propietarios agrícolas, que no es más que la continuidad del arrebato de las tierras, casas, ganado, destrucción de las siembras,

asesinatos y otras violaciones a los derechos humanos por el grupo mayoritario. En la parte titulada “Significación psicosocial de la marginación”, se demuestra cómo la marginación y la pobreza en las que quedó sumido el pueblo mapuche han incidido poderosamente en su postergación y discriminación, que aparece palpable al comprobarse que ha sido ignorado en las decisiones sociales y políticas del país y sus miembros desviados hacia cargos, funciones y ocupaciones menores y, por último, cómo se ha ido destruyendo la sociedad mapuche, aboliéndose la propiedad colectiva, con las consecuencias psicológicas y sociales correspondientes, todo lo cual, junto con el establecimiento de las reducciones, ha marginado a este pueblo y lo ha conducido a su pobreza y actual postergación. En “Psicología del mapuche”, el autor se refiere a algunas de las fuentes que comentan la apreciación que los europeos desde siempre han tenido de los mapuche. En ellas sus autores hablan de un pueblo noble, poseedor de humanidad y respeto, hospitalarios, detentadores de una etiqueta especial que observaban con la mayor rigurosidad y que demostraban “una crianza (educación) digna de las naciones más civilizadas”. Y que en nuestros días “siguen siendo personas acogedoras y cariñosas con las visitas, a las que reciben en sus casas campesinas ofreciendo asiento y compartiendo algún alimento”, además de ser solidarios. Todo esto lo he comprobado personalmente al estar, muchas veces, por algunos días, en comunidades huilliche, pehuenche, lafquenche y picunche, con motivo de juicios, charlas o de visitas con alumnos extranjeros. En esta parte del trabajo se comenta cómo se fueron generando los prejuicios de “violentos”, “ladrones”, “sucios y flojos”, entre otros apelativos, que han contribuido prodigiosamente al racismo, la marginación, la discriminación y la postergación del pueblo mapuche. Resultan valiosos los conceptos explicados en el capítulo VI relativos a los aprendizajes, préstamos culturales y a la resistencia. Sin embargo, sobre el primero de estos aspectos quisiera detenerme y reflexionar un poco más. El autor refiere cómo Leftraru (Lautaro) estudió a los españoles y compartió sus métodos para poder derrotarlos. Este hecho, aunque se haya dado a los inicios de la larga guerra, no se ha repetido más en forma exitosa. ¿Qué ha pasado? ¿Terminó la hora de los toquis? ¿Se llegó al momento en que el brío y la astucia se agotaron? Lo cierto es que este aprendizaje y los resultados del mismo, no se repitieron más. Sin embargo, la historia mundial nos ha demostrado la existencia de muchos triunfos trascendentales basados en el aprendizaje y su asimilación, unidos a otros factores altamente valiosos. Para señalar algunos, recordemos los logros obtenidos en el siglo recién pasado de Mahatma Gandhi, Martin Luther King y Mandela, entre otros, en los cuales se aprecia que desde la mayor discriminación, postergación y violencia ejercidas con respecto de sus respectivos pueblos, lograron revertir estos flagelos, obteniendo el fin de sus ocupaciones, la igualdad y la autodeterminación de sus pueblos. Cuando el profesor Paillalef analiza el tema de la aculturación, toca uno de los puntos que más daño ha causado a los pueblos precolombinos: la imposición de la cultura del invasor sobre la del pueblo invadido. En el

continente americano muchas civilizaciones altamente desarrolladas sufrieron una gran transculturación hasta caer en el olvido Se deduce, al avanzar por esta parte, que el pueblo mapuche mantiene su cultura, costumbres, cosmovisión y lengua precisamente porque nunca ha sido vencido. Sin embargo, se advierten ciertos rasgos de aculturación como lo explica el ensayista, al preferir, ciertos longkos conspicuos, la educación wingka sobre la tradicional de su pueblo. El autor hace un llamado de alerta al referirse a la gran cantidad de integrantes del pueblo mapuche que emigra de sus campos para trabajar en las grandes ciudades. Explica cómo van engrosando las gigantescas masas de seres discriminados, en un medio sumamente adverso, dando origen a la capa más marginada y más pobre de la población. El autor nos da una visión desoladora respecto de la pobreza y su efecto desfavorable en la educación de los mapuche. Al respecto señala: “Al Estado de Chile le corresponde responder por los perjuicios cometidos tras su vergonzosa acción conocida como “pacificación de la Araucanía” mediante lo que hemos denominado indemnización por los daños inferidos por la ocupación de sus territorios. El total financiamiento de la educación para los mapuche es una forma de ir pagando en parte esta deuda. Esto implica transformar la pobreza de la escuela en escuelas distintas, en lo posible experimentales, para que también los maestros tengan acceso a la investigación y al perfeccionamiento en su profesión”. Pienso que esta indemnización la debe el Estado a todos los pueblos originarios sobrevivientes. La indemnización considerada en esta obra como “una deuda por pagar”, es de vital importancia. Resulta evidente que mientras no se materialice, va a continuar la animosidad recíproca, la resistencia del pueblo mapuche, la permanente invasión wingka y muchas acciones consideradas subversivas por parte de los mapuche. En consecuencia, van a continuar los efectos de la discriminación, el racismo y la marginación señalados. Al respecto, debemos destacar que esta indemnización debe ser producto de un importante esfuerzo nacional generado a base de impuestos y de medidas económicas adecuadas. Debe existir una voluntad sincera de restituir lo suyo, por parte del Estado, a los mapuche. En lo referente a la devolución de las tierras, debe efectuarse con un conocimiento realista de lo que la tierra implica para este pueblo. Las tierras son parte de cada mapuche y cada tierra corresponde a un grupo mapuche determinado, constituyendo una parte integrante de su ser. El pueblo mapuche, hoy carente de su tierra, se encuentra ubicado en el sector de irremediable pobreza. Por ello, además, en las medidas a adoptarse, debe existir la voluntad estatal de resolver esta situación de emergencia nacional. El profesor don Julio Paillalef concluye su ensayo señalando que estando en los inicios del siglo XXI , con un evidente desarrollo de la sociedad humana a nivel mundial, es el momento de pensar en fundar la institucionalidad de este país, para incluir a los mapuche y demás grupos sociales, frecuentemente atropellados en sus derechos. Los mapuche deberían ser

una identidad dentro de Chile, con el respeto y la responsabilidad que esto implica por ambas partes. Solo así se entiende asumir en conjunto las responsabilidades de la gestión política y administrativa del Mapuchemapu, territorio donde siempre han vivido. Es la condición para garantizar un cambio real que busque la inclusión de la etnia y un verdadero desarrollo de la diversidad. Compartiendo plenamente este criterio, pienso que la referida refundación de la institucionalidad debería efectuarse a través de la promulgación de una nueva Constitución que reconozca la calidad de pueblos nacionales a los aymara, mapuche, pascuense y quechua; que establezca sus respectivas lenguas como oficiales; que otorgue una igualdad efectiva a los integrantes de todos los pueblos nacionales y que se cumplan en forma preferente las deudas históricas. Hoy soplan vientos que pregonan la necesidad imperiosa de una nueva Constitución, pues la que nos rige es excluyente y desconocedora de la verdadera dignidad e igualdad de la gente del país. Resulta indispensable que se reemplace por una Carta moderna, inclusiva, democrática e integradora de los derechos humanos en forma igualitaria, toda vez que ha llegado la hora de incorporar los principios fundamentales contenidos en los tratados internacionales, que consagran la igualdad en su sentido más hondo y la autodeterminación de los pueblos. Comparto también la opinión de don Igor Saavedra Gatica, quien prologó la primera edición de esta obra, al expresar “que este debería constituirse en material obligado de lectura para los maestros de educación básica de todo el país, y en especial de los maestros de escuelas rurales. Trata de un tema que cala hondo en nuestra nacionalidad: nuestros manifiestos prejuicios raciales y, en particular, nuestra actitud colectiva ante el pueblo mapuche”. Me permito agregar que también pienso que debería ser un texto de estudio obligatorio para los alumnos de educación media, por su calidad, por la verdad que contiene y por su importancia social. Juan Guzmán Tapia Juez de la República Introducción A pesar del intenso desarrollo que la Psicología ha experimentado en el último tiempo –que ha permitido elaborar modelos bastante coherentes respecto de cómo se articula el comportamiento humano y las consecuencias que el mismo tiene en los procesos de desarrollo social–, poco se habla acerca de determinadas conductas y modelos de pensamiento, aceptados como naturales por la cultura dominante. En nuestro medio, es el caso, por ejemplo, del prejuicio y la discriminación racista que se practica en perjuicio de los grupos étnicos ¹  o pueblos originarios. En Chile, el pueblo mapuche, su principal etnia, ha logrado mantener en primer plano del interés periodístico y público sus demandas por un nuevo trato de parte de un Estado que le ocupó sus territorios, lo ha estereotipado, prejuzgado y discriminado a través de toda la historia en común.

Las consecuencias en la estructura mental de las víctimas de estas prácticas racistas es una cuestión poco explorada. En este trabajo, se entregan elementos extraídos fundamentalmente de la psicología para comprender desde otra mirada los efectos de tales prácticas. A la luz de la literatura psicológica se busca indagar los efectos dañinos que sobre la organización mental del sí-mismo de las víctimas, en este caso los mapuche, tienen las sostenidas prácticas discriminatoria expresadas en ámbitos como la educación, el discurso político, la represión policial, el tratamiento de los medios de comunicación, las relaciones laborales y la actividad literaria. Muchas de estas constituyen verdaderas agresiones psicológicas, que por dos siglos ha debido soportar esta parte de la sociedad chilena en cuya identidad se reconoce mapuche. De hecho, entre las preocupaciones de los profesionales que se interesan por la salud mental, no está el indagar los efectos que sobre un individuo puedan tener conductas como el maltrato psicológico y el daño moral que provoca la discriminación y el prejuicio de origen racista. Este trabajo analiza algunas de esas consecuencias psicosociales en doscientos años de ocupación de los territorios mapuche. El único pueblo que se opuso tenazmente a la ocupación de sus territorios por parte de los españoles, en un primer momento, y luego por parte de los chilenos, ha tenido mucho que soportar y tiene mucho que contar en este sentido. Los contenidos de esta obra centran su atención en los últimos doscientos años de vida en común con el Estado chileno. Los antecedentes fueron extraídos de variados documentos históricos y vivencias personales que dan cuenta del encuentro de significados de todo orden entre los descendientes españoles y la sociedad mapuche. El enfoque se realiza fundamentalmente desde la óptica de la psicología social, pues parece un ámbito poco explorado, por lo menos en Chile, y porque pensamos que es el modelo de trabajo que nos entrega los elementos para dimensionar las consecuencias que para la salud mental tiene esta práctica en la comunidad nacional. La conquista y colonización de América y de Chile, por el español y sus descendientes, además de arrebatar la propiedad indígena por la fuerza, en términos generales significó la destrucción de las culturas de los pueblos aborígenes, su organización política, socioeconómica y psicosocial. La desculturización total felizmente no fue posible, al menos para el pueblo mapuche, el que resistió haciendo sentir su identidad a través de la lucha reivindicativa que mantiene hasta nuestros días. El eje central de este trabajo es el prejuicio racista, comportamiento solapado, que se expresa en el estereotipo maligno y la discriminación que sufre el mapuche urbano y rural. En este análisis es imposible obviar el papel de la escuela tradicional, que a través de sus contenidos se convierte en un instrumento de hostigamiento a las culturas diferentes de la oficial (Bourdieu y Passeron, 1970:58-64). La escuela con sus contenidos, según estos investigadores, ha contribuido a perpetuar estructuras sociales o normas culturales que han utilizado las elites para someter a los grupos humanos menores. Ellos sostienen que tales instituciones, por ser la expresión valórica de los grupos dominantes, ejercen una violencia simbólica en contra de los que provienen de culturas diferentes a la oficial.

Tales observaciones son relevantes en el análisis de la situación de los aborígenes, ya que dan cuenta de la estrategia utilizada para arrasar con sus valores y creencias mediante los procesos regulares de aculturación ²  en las escuelas del blanco. Es lo que ha sucedido en nuestro país con la cultura de todos los pueblos precolombinos. Esta práctica influye en el pensamiento de las víctimas, así como en los valores de su entorno, los procesos de identidad, sus formas de ver el mundo, su realidad y, en definitiva, en el sí-mismo de las personas. En el plano de la salud mental, es sin duda una fuente de formación de determinados cuadros o trastornos ansiosos. La escuela del wingka , entonces, lejos de ser un agente de progreso del hombre, se transforma en una formidable herramienta para enrarecer el núcleo de desarrollo natural del educando, y actúa como un eficiente vehículo de colonización cultural a favor de la cultura dominante. Son doscientos años los transcurridos de vida en común entre chilenos y mapuche y la educación sigue teniendo un marcado acento colonizador, cerrando cualquiera posibilidad de inclusión y enriquecimiento cultural a través de la diversidad. Dos siglos durante los cuales el principal producto educativo hacia los pueblos originarios ha sido la formación de un pensamiento prejuicioso y estereotipado de contenidos perversos, tanto del chileno con respecto del mapuche como del mapuche respecto del chileno. El desarrollo de la biología genética hasta nuestros días aporta un antecedente indispensable en este tipo de análisis. En los inicios del siglo XXI , se hace insoportable para el hombre culto tolerar cualquier idea racista, sobre todo si con ella se intenta justificar la suerte que han corrido los diversos grupos étnicos. Las razas en la especie humana no existen ni existieron nunca, y el racismo es una invención de ciertos grupos para perjudicar a otros seres humanos de culturas diferentes. En nuestro país el prejuicio racista hacia el mapuche es el componente esencial de una ideología inventada por los chilenos comprometidos en la usurpación del suelo mapuche. En este trabajo se apela a los principios de los derechos humanos cautelados por Naciones Unidas para volver a fundar un Estado de derecho que sea realmente inclusivo, en donde se garanticen y respeten los derechos de todos los seres humanos de este país. Que los pueblos originarios tengan la libertad de disponer de espacios dignos donde vivir una vida sana y normal en lo psicológico, social y económico, a partir de una nueva relación política. En este ensayo se objeta la discriminación positiva que ciertos sectores propician, por las implicaciones psicosociales que pueda tener, tanto en la psiquis de las víctimas como en el resto de la comunidad nacional. Por lo observado, las intenciones de dichas prácticas no son más que otro artificio político para beneficiar las viejas y conocidas maniobras de dilación de las soluciones de fondo. La deuda histórica tiene una connotación moral distinta a regalo. Lo que corresponde es hablar de indemnización por los daños y perjuicios psicológicos y económicos en contra de todo un pueblo que, siendo reconocido como chileno, ha sido tratado de manera cruel e injusta a lo largo de estos dos siglos.

Son recurrentes, en los análisis de este trabajo, conceptos como prejuicio social, discriminación y racismo; no obstante, también se examinan otros conceptos de la psicología social como la influencia social, el conformismo, la obediencia, la reactancia psicológica, etc. Especial interés concitan temas como la identidad, ubicada en el centro del análisis en los últimos años ante el intento de ciertas corrientes, identificadas con los sectores más conservadores del país, de poner en duda la identidad mapuche, perdida según ellos por el mestizaje, idea bastante extemporánea. Se utilizan registros históricos para establecer el doble estándar con que diversos escritores han tratado el tema (heroicos y valientes versus cobardes y crueles) para configurar la visión neurótica de una historia que involucra a todos quienes se identifican con lo chileno. Aquí se entrega un planteamiento nuevo respecto de una problemática aparentemente muy conocida, pero cuyo significado real muchos ignoran, en relación con los efectos del prejuicio sobre sus víctimas mapuche. Los avances de la biología genética no pueden quedar fuera de este trabajo. La genética de poblaciones en el pasado, y el reciente desciframiento del genoma, no hacen más que ratificar lo equivocado de los planteamientos de los racistas a través de la historia. Las investigaciones científicas en el tema son categóricas, la especie humana es una sola, las razas jamás existieron. Las evidentes diferencias físicas posibles de observar entre los distintos pueblos son la expresión de un reducido número de genes cuya misión es lograr la sintonía del individuo con su entorno. En el resto de la configuración genética (genotipo), los humanos son prácticamente iguales. La especie humana es una de las mejores dotadas genéticamente entre los animales mayores, para vencer los diversos climas del planeta y por ende se ha transformado en un verdadero triunfador ecológico. Consecuencia de ello es que ha sido capaz de colonizar hábitats cálidos, fríos, secos, húmedos, altos, bajos, marinos, desérticos, utilizando sus recursos genéticos. De modo que ya no existen bases conceptuales serias como para seguir tolerando el paradigma de las razas, en cuyo nombre tanto dolor ha causado a millones de seres humanos en el planeta. Considerando las características del problema, entregamos sugerencias respecto de cómo transitar por un camino que ofrezca algunas soluciones. Se debe propiciar un cambio de fondo, sobre todo en políticos y funcionarios del Estado, para transformar la mirada hacia nuestros pueblos originarios. Nos parece que la educación es la que más respuestas debe dar. Como país es necesario abogar por construir una historia de Chile sin los sesgos impuestos por los interesados en los suelos mapuche del pasado y del presente. Nuestros jóvenes tienen derecho a conocer la verdadera historia de un pueblo tan importante en la fundación de la nacionalidad. Es la oportunidad de redimir en la memoria de todos, las actitudes prejuiciosas y ofensivas con que se ha tratado históricamente a un pueblo para enmendar dichas conductas. En lo concerniente a la nación mapuche, haber sido anexada por la fuerza al Estado de Chile es un antecedente que tendría que pesar en un futuro próximo. La recomendación de los organismos internacionales que cautelan los derechos humanos es reparar los daños y perjuicios que tal acción produce en estos grupos humanos construyendo una nueva relación, o un

nuevo trato, basado en el derecho internacional, que propende un desarrollo humano sin cortapisas. Al parecer ha llegado el momento en que se inicien acciones de rescate e inclusión de los derechos civiles y políticos de este pueblo. Es decir, buscar los caminos para que tengan voz y voto en las instancias de gobierno, tanto nacionales y regionales, mediante sus propios representantes. Muchas son las formas para avanzar en el pago de la deuda histórica que el Estado de Chile tiene para con el pueblo mapuche. Allegar recursos estatales para entregar educación gratuita en todos los niveles: básico, medio, técnico y universitario para quienes estén en condiciones de hacerlo. En el plano agrario, proseguir con la devolución de suelos usurpados, junto con acciones para apoyar con asistencia técnica a los campesinos de la etnia. Incluir a los profesionales mapuche en la construcción y gestión de una economía agraria distinta a la tradicional, con un sello que considere el tema de la identidad. Inaugurar un sistema de administración política en el Mapuchemapu ³  (territorio de los mapuche) con participación igualitaria de mapuche y chilenos en los gobiernos regionales donde se ubican sus territorios ancestrales. La experiencia mundial señala que el racismo y el prejuicio que han soportado ciertos grupos humanos se pueden resolver mediante la construcción de nuevas relaciones políticas; procesos donde las autoridades de los estados reconocen los espacios para su desarrollo a través de una nueva legalidad. Por ejemplo, es difícil avanzar en el tema de la discriminación laboral si no existen las normas constitucionales que la regulen. O avanzar en el aspecto del contenido de las materias de Historia que se enseñan, si el Ministerio del ramo no establece la normativa correspondiente. O decretar el mapuzugun como segunda lengua oficial de Chile, si previamente el Gobierno no crea las instancias necesarias, para que las comisiones técnicas de lingüistas mapuche se aboquen a trabajar el tema. Chile no puede proclamar al mundo que respeta el Estado de derecho, cuando en la construcción del país se han anexado los territorios de un pueblo sin el consentimiento de sus habitantes, manteniéndolos hasta nuestros días en una situación desmedrada en relación con el resto de la comunidad nacional. Se trata de aceptar que, como cualquier ser humano, los mapuche tienen el derecho de vivir en sus suelos ancestrales que les fueron arrebatados por una fuerza fundada en el apetito de algunos, puesto que tal acción tampoco fue compartida por todos los chilenos. Los actuales niveles de interés alcanzados por el tema, en todos los ámbitos, permiten aventurar que cada día son más los interesados en recabar mayores antecedentes. Es normal que cuando se habla de cultura, o de valores, las personas se pregunten qué cultura, cuáles valores, qué sociedad, cómo están organizados, cuáles son sus creencias, sus héroes o figuras históricas más destacadas; en fin, se necesita saber más acerca de la identidad de este pueblo y de su visión del mundo. Para satisfacer estas justas interrogantes y como un necesario marco introductorio a la temática de este libro, nos parece pertinente comenzar

este ensayo con un capítulo dedicado a los aspectos más generales de la cultura mapuche. Julio Paillalef Lefinao Junio de 2012 Capítulo I  Aspectos generales de la cultura mapuche Abordar la cultura mapuche es un desafío muy complejo, fundamentalmente porque se compone de tantos elementos que corremos el riesgo de dejar fuera aspectos esenciales de ese todo que se pretende definir. Ello se explica, por un lado, porque la cultura es un hecho dinámico e histórico, y por otro, debido a la capacidad que ha tenido el mapuche para ir adaptándose a los diversos ambientes y situaciones que le ha tocado vivir. Asimismo, porque existen modos y costumbres, e incluso expresiones de su lengua, que distinguen al que vive en la costa, en el centro o en la precordillera. Sin embargo, se trata del mismo pueblo. Y la resistencia ante el modo de ser wingka es un hecho que no se puede ignorar. Asimismo, en la cultura mapuche algunos rituales, creencias y costumbres se parecen o tienen algún grado de similitud con la de los pueblos andinos, hecho que seguramente ocurrió por procesos de influencia cultural que en algún momento se dio entre ambos. Es difícil imaginar que el Estado del Tahuantinsuyu, popularmente conocido como el imperio inka, no haya transmitido el pensamiento andino a alguna agrupación mapuche. Sabido es que en sus afanes expansionistas, este imperio alcanzó a extenderse hasta las riberas del río Maule, desde donde sus huestes fueron contenidas y expulsadas por los mapuche. En el año 1460, Huaina Cápac comprobó el irreductible principio y valor del mapuche por vivir libre. El ejército inka no pudo con los toquis Kurillanka, Warakulen, Lonkomilla, Butahue y Yankinao, quienes los derrotaron y expulsaron al norte del río Maule. Huaina Cápac debió volver y dar por fracasada su pretensión de anexar la etnia que ocupaba los territorios del sur de este río ⁴ . Esta influencia andina es posible reconocerla en algunas prácticas, creencias y rituales mapuche. Por ejemplo, en algunas comunidades próximas al lago Titicaca, en Cochabamba y el norte del Potosí, se mantiene intacta la cosmovisión andina tripartita del mundo (Villegas Editores, 1996). Así, y en términos aymara, el mundo se divide en: 1) Alax pacha o mundo de arriba, morada de santos y de Dios. 2) Aka pacha, sitio de los hombres, nuestro mundo. 3) Maqha pacha o inframundo, morada de los muertos y de lo telúrico, identificado con lo indómito y la energía creadora. En la cosmovisión mapuche también existe esta visión tripartita, aunque con distintas connotaciones. Así, encontramos: El Wenumapu o tierra de arriba, lugar donde viven seres de naturaleza espiritual. Allí habitan los espíritus de nuestros antepasados que

representan el Küme Newen o fuerzas positivas. También es el lugar del sol, las estrellas, la luna que para el mapuche connotan positivamente pues están relacionados con la vida, su pensamiento y creencias religiosas. Es un espacio sagrado y en él habitan la familia divina, los antepasados y las energías positivas. Este lugar no se corresponde al concepto de cielo cristiano que incluye la idea de premio o castigo. Para los mapuche la muerte representa la separación de lo material, cadáver que se transforma en tierra, y el alma ( puyu ) que continuará viviendo en el más allá. El Nagmapu, tierra de abajo, el espacio donde vive el hombre, que se ubica entre dos mundos o tierras en oposición, conocido como Küme Newen y Weda Newen (energías positivas y negativas que estarán en equilibrio y armonía según la ley mapuche). Es el espacio donde se desarrollan las distintas expresiones de la vida, plantas y animales y, por cierto, donde vivimos los seres humanos. Es la dimensión más próxima a nosotros. En el Nagmapu se establecen las distintas relaciones ecológicas entre los diferentes organismos y entre estos y los componentes abióticos o inertes. El Minchemapu, debajo de la tierra, según la creencia mapuche es el lugar de la oscuridad, la maldad, la dimensión negativa del mundo. El profesor e investigador mapuche Ramón Curivil (2002:51) identifica una cuarta dimensión que él denomina Ragiñwenumapu (otierra intermedia). Al respecto señala: Existe un lugar intermedio llamado Ragiñwenumapu, que sería el lugar de los espíritus transformados en viento, en lluvia, en truenos y relámpagos. Además allá están las nubes y el aire, y los espíritus menores. Algunos lo consideran también como un lugar de paso obligado para todo difunto, donde se decide la suerte si pasa al Wenumapu para convertirse en un espíritu protector o se queda en el Naqmapu convertido en un espíritu que puede ser manipulado por los agentes del mal ( kalku ). Este planteamiento nos parece de mucha importancia, pues da cohesión a la cosmovisión arraigada en la psiquis del mapuche tradicional, la cual explica en forma coherente las distintas dinámicas de la vida como manifestación de la naturaleza. Este discurrir mental lo encontraremos en las diferentes expresiones de su cultura: ceremonias, rituales, manifestaciones artísticas, agricultura, religiosidad, etc. Constituye la esencia de la cosmovisión, donde él es un sujeto activo, que se comunica con el universo (cosmos) de cuya relación surge una reflexión de profundo respeto por los componentes de la naturaleza, de la cual es integrante en ese enorme y misterioso mundo. Así, la naturaleza, con todos sus misterios, da origen a un pensamiento que se manifiesta en actitudes de religiosidad y respeto hacia ella.

El mapuce ⁵  habla y dialoga con esta fuerza misteriosa presente en la naturaleza. En consecuencia, en la realización de diversos ritos, algunos elementos de la naturaleza como el sol, la luna y las estrellas, se reverencian no por ser considerados seres divinos (dioses) sino en cuanto ellos hacen posible la vida y porque poseen capacidad de engendrar vida en el Naqmapu. El análisis del lenguaje, en la temática mapuche, es uno de los desafíos más complejos de abordar, ya que como expresión del pensamiento guarda muchos de los misterios de la cosmovisión y cogniciones que configuran el pensamiento y la psicología de este pueblo. En otro ámbito, resulta sorprendente constatar que los elementos presentes en algunos mitos mapuche –como el de su origen, a través de la historia de Treng-Treng y Kay-Kay–, y relatos obtenidos de pueblos que estaban integrados al Imperio inka. Al respecto, el mito recogido en territorios de los actuales Cañaris, en Ecuador –quienes además conservan restos de construcciones que son una muestra de su largo contacto con la cultura inka–, se presenta con varios elementos comunes al mito mapuche. Villegas (1996:138) relata que un cronista colonial se refiere a este mito en los siguientes términos: “los Cañaris cuentan que había una alta montaña, Huaca-Ynan, en la que habían salvado del diluvio un par de hermanos que luego de la catástrofe, regeneraron la raza humana”. Los sacrificios humanos de niños fueron prácticas comunes en el imperio de los inkas, y en Chile; como registro de ello ha quedado la momia del cerro El Plomo. Esta momia, que puede ser visitada en un museo santiaguino, muestra la figura de un niño vestido especialmente para ese ceremonial. Antecedentes recogidos de la tradición oral de los mapuche, y consignados posteriormente en cuentos, señalan que el sacrificio de niños también se dio en algún momento de la vida de este pueblo aunque en menor grado, puesto que por lo general se ofrendaban animales. Estas acciones son ordenadas por la machi, quien generalmente ha recibido la petición a través de los sueños ( peuma ). En el caso de los inkas, según los antecedentes legados por los cronistas españoles, existían los llamados rituales de sacrificios reales, en donde niñas y niños escogidos para la ocasión eran sacrificados por el denominado Cápac Hucha (Obligación Real). Cabe aclarar que estos procedimientos se realizaban sin sufrimiento para la víctima, que al parecer era previamente preparada y narcotizada. Otro elemento interesante de mencionar, común para ambos pueblos, dice relación con el matrimonio como la manera con que los inkas establecían su influencia política y territorial. En los mapuche encontramos a los ñidol longko ⁶  estableciendo relaciones de amistad y lealtad mediante el matrimonio de sus hijos, con lo cual se sella un verdadero pacto político y se elimina la posibilidad de algún conflicto futuro. Debido a lo popular que se ha hecho la expresión longko en el último tiempo debido a la contingencia política, es necesario precisar algunos aspectos. Longko era el jefe de varias familias, era un líder con influencia política, poseedor de sabiduría y actuar correcto ( kümekimun ) y además tenía un respetable poder económico.

A continuación haremos una breve descripción de aquellos elementos o situaciones más inherentes al ser mapuche, que lo identifican de manera contundente, y que pueden ser reconocidas a los ojos de otras culturas. Por la naturaleza de la cosmovisión de este pueblo hay muchos otros aspectos que no se dan a conocer porque son de dominio exclusivo de personas como los o las machis, encargados de resguardar los valores de la etnia. 1.1 Cultura e identidad En nuestros tiempos, la cultura es un concepto profundamente explorado no solo como un genuino producto de los seres humanos, sino como un importante reservorio de información de las diversas agrupaciones humanas incluidas por cierto las etnias. Más allá de las creencias, mitos y valores, el marco conceptual de cultura, en los hechos, se transforma en un poderoso modulador de los comportamientos sociales. Está presente en diversos aspectos y facetas en el hogar, en la escuela y en el discurso de los distintos líderes sociales. Un auténtico producto cultural es la identidad, no existen grupos o individuos que no tengan un autoconcepto. Este autoidentificarse con los diversos productos sociales ha llegado a constituirse en un importante tema de estudio de la psicología social. Por ejemplo, Gordon Allport (en Pinxten, 2000:4) sostiene que entre los seres humanos el importante hecho psicosocial de la identidad posee toda una organización. Este autor se lo explica al modo de un modelo espacial en donde el concepto asume la forma de círculos concéntricos, y la mayor lealtad la ocupan los anillos más próximos al núcleo, en que estaría lo esencial del concepto: cultura, lengua, valores. El grado de pulsión de un individuo con su identidad estará determinado por la proximidad o lejanía en que se encuentra respecto de este núcleo. Utilizando este modelo podemos explicarnos las confusiones o bochornos que más de alguien ha sufrido cuando un descendiente de alguna etnia reivindica su propia identidad en desmedro de las actuales nacionalidades. Este es un hecho que sucede con la identidad de pueblos como los originarios de América que quedaron por la fuerza dentro de los nuevos Estados fundados por el conquistador europeo. Se configura así un hecho extraño para el lego en estos temas; que la mayor lealtad de la mayoría de los integrantes de estos grupos humanos se encuentra con los valores y prácticas de su propia cultura, subordinando e incluso desconociendo su identidad con el estado o país en que ha quedado. En nuestro país no es extraño escuchar a algunos líderes mapuche renegar de su condición de chilenos, situación que además se explica por las consecuencias psicosociales de la exclusión de la sociedad mayor en la que quedaron a partir de la segunda mitad del siglo XIX . La identidad étnica tiene que ver con procesos mediante los cuales un grupo humano se adhiere a determinadas prácticas culturales que incluyen un idioma, rituales, creencias, mitos y donde sus integrantes se identifican a sí mismos como un nosotros. Prosiguiendo con lo central de este análisis, la identidad mapuche también se funda en su respetable historia; sus héroes, sus prácticas y costumbres de

vivir libres en sus territorios ancestrales. Ello es lo que los diferencia de otros pueblos originarios de la región, como también del propio pueblo chileno. Sin embargo, su identidad también se compromete con su condición de pueblo americano y, en estos tiempos, como parte de la nacionalidad chilena. No obstante, en lo fundamental se trata de un pueblo distinto, con historia propia, por lo que se le debe reconocer y respetar en tal sentido. Entenderemos como cultura un sistema de significados compartidos por todas las personas que se sienten miembros de la etnia o país y que los representa y los diferencia de otras culturas o pueblos. “La cultura es la respuesta que el hombre da a sus necesidades básicas. La cultura es el modo que el hombre tiene de situarse en el mundo. Es el comportamiento aprendido en el seno de la sociedad” (Montagu, 1970:146). Así entonces, la cultura comprende la lengua o idioma, los rituales religiosos, los valores, las creencias, la historia, la organización social, el arte y la artesanía, los cantos y las danzas, las comidas, el vestuario, la medicina. También forman parte de esta cultura los héroes, personajes cuyo accionar ha sido central en la mantención de la cultura; es el caso de los valerosos toquis de la guerra contra el conquistador español: Kaupolikán, Lautaro, Kolokolo, Lientur, Pelantaro, Galvarino, Kilapan, solo por citar a los más famosos. En el caso de la cultura mapuche existen ciertos componentes que no se recrean regularmente y suelen estar reservados a los rituales de celebración o al conocimiento de los ancianos de la etnia. 1.2 La lengua mapuche o mapuzugun Mapuzugun es una palabra compuesta y viene de mapu que significa tierra y zugun que se refiere al acto de hablar. Utilizando el habla de la tierra, de los animales, del bosque, de los insectos, de los ríos, del viento, de la lluvia, de la vertiente, del amanecer y del anochecer, nuestro pueblo creó sistemas de comunicación, un modo de dialogar, de comunicar, de recibir y trasmitir mensajes; creó entonces lo que llamamos Mapuzugun , el habla de la tierra. (Marileo, 1999) En esta nota Marileo expresa con singular claridad la real dimensión de la expresión mapuzugun en la cosmovisión mapuche. Al respecto es necesario hacer algunas consideraciones: en la lengua mapuche la expresión mapu no se agota en su significado; ella se utiliza también en otras dimensiones como, por ejemplo, la sociopolítica, o en un sentido religioso o sagrado. Paralelamente, la expresión zugun significa el habla de la tierra donde vive y transcurre la vida del hombre en estrecha comunicación con el resto de los seres vivos y demás elementos de la naturaleza. La ocupación del país mapuche por parte del Estado chileno y sus tropas da inicio a tiempos de abusos y atropellos. Ello ocasionó que no pocos padres mapuche dejaran de enseñar el mapuzugun a sus hijos pequeños. Sin duda que esta medida se da como una forma de protección del niño pequeño ante la burla del niño y profesor wingka . El escolar mapuche nunca tuvo otra opción de aculturación que no fuera en la lengua castellana, ocasionando

con ello un daño inconmensurable al patrimonio cultural de la etnia. Así entonces, conservar su lengua nativa en los hechos ha sido difícil y poco útil para los aprendizajes escolares. Ello es la constatación del desprecio, ignorancia y descriterio de quienes a través del tiempo han gestionado la cultura en este país. Ellos y sus criterios racistas son los principales responsables de los riesgos de extinción de este patrimonio cultural de la humanidad, como es el lenguaje de los mapuche, el mapuzugun . El lenguaje, como expresión del pensamiento, ha sido central en el desarrollo cultural de los hombres. La importancia de la lengua para esta cultura la resume la antropóloga argentina Beatriz Carbonell (2001:3) en los siguientes términos: La lengua refuerza los lazos con sus antepasados, conserva y transmite el sistema de valores y creencias de los antiguos, y es a ellos a quienes se remite todo el cuerpo de creencias mapuche. Los antiguos o antepasados, desde la memoria, conducen e indican el camino a seguir de las comunidades mapuche. La lengua cumple una función didáctica comunitaria en las reuniones y en los Consejos de Sabios cuando adoctrinan a los jóvenes. A través de ella se transmite el pasaje mágico-religioso que relaciona con lo trascendente en el viaje de la machi. El vuelo de la machi mapuche es extásico y se remite al vuelo de los antiguos tunguses de Siberia (no usan hipnóticos para alcanzar el trance ). A ello tendríamos que agregar que la posición privilegiada de la especie humana por sobre el resto de los animales radica en las características del lenguaje que ha servido para desarrollar su mente y crear una cultura. Con ella actúa sobre el mundo creando herramientas para ir enfrentando los permanentes desafíos. En este contexto, el lenguaje se inscribe como el más fundamental de los recursos para crear y transmitir la cultura. Para ello los pueblos aprendieron a escribir su lengua, situación que no alcanzó a suceder con el mapuzugun , ante la irrupción del conquistador español y su descendencia. El mapuzugun es el reflejo de la psiquis mapuche, el espejo de la mente , por tomar una expresión de Chomsky, por medio del cual es posible entender la visión de mundo de este pueblo y por cierto comprender algunos elementos de su psicología, sobre todo su amor por la tierra. Por ella mantiene una lucha que en el pasado tuvo las máximas expresiones de valor y heroísmo a las que se puede ver enfrentado el ser humano, entregar incluso la vida. Ella le da la vida y el sustento y por ello la reconoce como la ñuke mapu (madre tierra). De ella y por medio de sus naturales procesos perceptivos construyó sus herramientas y símbolos cognitivos culturales (elementos semióticos), como su lengua –el mapuzugun o mapuchezugun –, sus mitos, su pensamiento, etcétera. La inmensa riqueza de significados del mapuzugun ha impresionado tanto a sus propios hablantes como a quienes se han interesado en reflexionarlo. Un estudio científico de esta lengua es una tarea aún no abordada por las elites expertas del país. Los parámetros que se utilizan hoy en el estudio del lenguaje corresponden a la lingüística. Los trabajos acerca del mapuzugun realizados en el pasado por extranjeros son más bien aproximaciones

rudimentarias al significado de las distintas palabras y expresiones que ellos entendieron como observadores pertenecientes a otra cultura. Considerando además el riesgo de la deformación natural de quien mira desde fuera las manifestaciones de una cultura que no es la suya. Colocar las cosas en su lugar pasa necesariamente por formar equipos técnicos en donde los kimches y lingüistas mapuche deben tener un rol protagónico para elaborar el material oficial que respalde el decreto de nombramiento del mapuzugun como segunda lengua oficial. El conocimiento de los procesos activadores del lenguaje es actualmente uno de los temas más complejos que desafían la inteligencia humana. La anexión involuntaria del Estado mapuche al Estado de Chile en la segunda mitad del siglo XIX significó, entre otras, que los niños mapuche tuvieran como única opción concurrir a la escuela de los wingkas . Ello representa un hecho tremendamente violento en la psiquis del niño mapuche, puesto que sus creencias, valores y representaciones mentales, en general, quedan desconfirmadas y desvalorizadas por la cultura del descendiente europeo. Se genera entonces una situación bastante extraña al aprender de los mismos que le ofendían, agredían física y psicológicamente y arrebataron por la fuerza suelos y riquezas de sus padres. La expresión wingka, en esos tiempos, tenía una carga afectiva negativa, ya que se aplicaba a toda la gente no mapuche que se internaba en el Mapuchemapu y que no pocas veces les hicieron daño. Wingka es una expresión que viene de wingkalf que significa robar en mapuzugun . La escuela del wingka ha sido una instancia muy traumática para el niño mapuche; en ella no solo sistemáticamente se desconoció su idioma, sino incluso fue objeto de burlas y desprecios por sus costumbres y modos de comportamiento. Ello es la expresión más nítida de la violencia simbólica ejercida por la escuela del blanco, puesto que se sustituyen valores, creencias y percepciones vernáculas por los de una cultura ajena. Además, para cualquier educando es una situación de máximo estrés el tener que asistir a una escuela en donde se enseña incluso en un idioma y una simbología que no es la suya. Lo anterior es un antecedente más que explica por qué cada vez son menos los mapuche que conocen su idioma, lo que por cierto coloca al mapuzugun en serio riesgo de perderse. 1.3 Principales valores

Los temas axiológicos son de difícil manejo en trabajos de este tipo, por cuanto existe el riesgo de caer en sesgos etnocentristas y hacer afirmaciones discutibles o incomprensibles para muchos, como creo que ocurre con los escritos de algunos historiadores. Es decir, tratar de encontrar cualidades del agrado del observador en individuos pertenecientes a otra cultura, a simple vista parece una locura. No obstante, es lo que se ha hecho regularmente por parte de algunos intelectuales chilenos. Ello ha servido para seguir alimentando un estereotipo sesgado y valoraciones bastante ofensivas, que regularmente aparecen en la literatura wingka . Tomás Guevara (s/f:163), por ejemplo, en su libro El pueblo mapuche , hace afirmaciones como esta: Dada la organización mental del araucano, los sentimientos sugeridos de la intelectualidad se manifestaban deficientes, casi nulos. Impotentes para contraer el hábito de las abstracciones y las generalizaciones, su espíritu tomaba un giro a lo esencialmente objetivo. La distancia de las sociedades bárbaras de América a lo abstracto, constituía un estigma general. El proverbio dice “no hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que el que no quiere escuchar” . Para este importante intelectual chileno del siglo XX , resulta insuficiente la vasta historia de los mapuche para encontrar algún valor que mereciera ser reconocido o inteligencia digna de subrayar. El pensamiento moderno reconoce que el desarrollo del hombre es de carácter sociohistórico, además de dialéctico. A la llegada de los españoles, los mapuche, como otros pueblos de América, dan muestras de un notable desarrollo que la historia oficial no reconoce. Cuando se habla de desarrollo humano, desde la psicología, estamos hablando de la función cerebral, de la psiquis y sus complejos procesos, de la capacidad del cerebro para pensar en términos más complejos, enfrentar situaciones hipotéticas, reflexionar y encontrar soluciones inteligentes para los diversos problemas. Los antecedentes conocidos hacen verosímiles las hazañas de Lautaro, Pelantaro, Kilapang, solo por nombrar algunos jefes mapuche, que con inteligencia y valor lograron neutralizar a los ejércitos enemigos. Ello por cierto da cuenta de un nivel de desarrollo bastante distinto del observado por el profesor Guevara. En la guerra, por ejemplo (considerando uno de los aspectos que forman parte del estereotipo construido por el wingka para referirse al mapuche), Lautaro rápidamente comprendió la importancia de las estrategias y tácticas de guerra del español. Es decir, se dio cuenta de que el resguardo y el cuidado de sus ejércitos eran vitales para soportar la larga guerra. Así transmitió a sus subalternos admirables estrategias y comportamientos en los campos de batalla que sorprendieron a más de algún cronista de la época. Entonces, el resguardo de la vida de los soldados ya era un valor en el siglo XVI , actitud observada por los distintos toquis de la larga guerra. Al respecto, es necesario hacer notar, que la guerra moderna tiene entre sus principales objetivos el resguardo de la vida del soldado. Para ello existe la máquina y la tecnología, las que se pueden recuperar; no así la vida humana. Las tácticas de guerra de los ejércitos mapuche en su época fueron ampliamente admiradas en Europa. Actualmente muchas de sus tácticas bélicas se consideran en la formación de ejércitos profesionales.

Con respecto al tema de los valores, algunos filósofos, entre ellos Russell, advierten sobre las cualidades subjetivas de estos. Son deseos subsistentes en la mente del observador. Estos deseos serán casi siempre la expresión emocional del que hace el ejercicio y que, por cierto, estará modulada por las construcciones sociales de su cultura, constituyendo el fundamento de la mirada etnocentrista. “Cuando decimos que algo tiene valor, no afirmamos un hecho independiente de nuestros sentimientos personales, sino que estamos dando expresión a nuestras propias emociones” (Frondizi, 1995). A continuación se comentarán algunas cualidades (valores) de la sociedad mapuche que suelen concitar el interés de los estudiosos de estos temas. Existen, a la vez, muchos otros valores importantes para el mundo conceptual de la etnia, pero al no ser reparados por la sociedad dominante quedan en el entramado cultural del mapuche. Uno de los valores tradicionales más característicos de la familia mapuche es el respeto por sus mayores, de ambos géneros por igual. De hecho, sus divinidades incorporan el componente etario fücha (hombre anciano) y kuse (mujer anciana). Ambos son los responsables de transmitir la cultura a los más jóvenes por medio de la tradición oral; de esta forma se preserva el sistema de valores y creencias de los más viejos. En relación con esta afirmación más de alguno ha tratado de establecer lo contrario, como es el caso de Tomás Guevara (1906:35),quien se aventura a sostener: En la actualidad los padres ancianos, sobre todo cuando la edad los priva de iniciativa en los negocios domésticos y económicos, reciben con frecuencia de sus hijos golpes y tratamientos que revelan lo débil que es el sentimiento filial en el hombre de civilización inferior. Esta afirmación es contraria a los antecedentes reunidos por diferentes autores y cronistas extranjeros que se internaron en territorio mapuche en el pasado y han sido considerados como fuentes necesarias para esta y otras investigaciones. En la familia mapuche el anciano tiene carácter de sabio, por lo que se le cuida y respeta; además, él transmite los valores de la cultura y enseña el mapuzugun . La definición que hace de los ancianos el dirigente mapuche Armando Marileo (1999) es clarificadora: “ Kuse/fücha: anciana, anciano. Representan a nuestros abuelos y mayores, quienes alimentan en sabiduría y conocimientos a nuestros jóvenes”. Por su parte, Coña (2000:196) señala: “En la casa mapuche era persona principal el hombre de más edad; él mandaba a toda la gente que se encontraba en la ruka. La primera mujer del dueño de casa dirigía a las de su sexo”. El cautivo militar español Núñez de Pineda y Bascuñan también entrega abundantes antecedentes en el sentido de que el respeto habría sido un valor muy antiguo para este pueblo. La justicia es un valor central en la sociedad mapuche, y es percibida por los primeros cronistas y aventureros europeos que llegaron hasta sus territorios junto con los conquistadores. Según estos, en esa época ya existía el Admapu, una especie de código con las disposiciones o normas que regulaban su vida. El contenido de este era de claro dominio de los más ancianos, existiendo personas que se hacían expertas en su manejo y que algunos investigadores los denominan caciques justicieros. Hasta antes de la

ocupación del suelo mapuche, la sociedad era administrada por el ñidol longko, jefe principal del lofche (unidad social, territorial y parental ) ; personaje poderoso, con recursos económicos y su propio cuerpo de konas o soldados, para garantizar su autoridad. Era socialmente prestigiado y con influencia política a toda prueba (Hernández, 2003; Catrileo, 2005). La organización de la justicia en el pueblo mapuche estaba por cierto a nivel de sus necesidades, por lo que resulta ocioso comparar dichos ordenamientos con la existente en la sociedad del blanco. En el Ad-mapu (ad: costumbre, norma, derechos de un grupo), están contenidas las suficientes disposiciones para modular las conductas de la sociedad y hacer viable la convivencia entre ellos. El malón mapuche, por ejemplo, se puede consignar en los códigos de justicia que este pueblo tenía para zanjar sus diferencias en un determinado momento histórico. Es admirable constatar que tal código, (una suerte de derecho consuetudinario) al consignar el derecho a réplica del afectado, se transforma en un eficaz medio para regular la convivencia de la sociedad mapuche. Cuando un longko mapuche se encontraba en situación desmedrada ante una afrenta de parte de alguien más poderoso, le quedaba la opción de constituir alianzas para responder eficientemente ante el ofensor. Es probable que después de estas acciones se facilitara el restablecimiento de la autoestima del ofendido y así mantener en el tiempo el sentido de justicia. Es interesante referirse también a los malones y malocas, pues se relacionan con uno de los estereotipos asignados. Estas conductas de robo son imitadas por el aborigen del comportamiento habitual del europeo y su descendencia. Sabido es que a la llegada de los españoles los mapuche, como el resto de los pueblos originarios de América, no sabían o no conocían comportamientos de robo. La proximidad de colonos y fuerzas militares a sus territorios incentivó estas conductas en algunos longkos , incluso la maloca es una invención española según ciertos registros históricos. Esta última formaba parte de una de las tácticas empleadas por el ejército español cuyo objetivo era ablandar la moral de los guerreros mapuche robándoles sus niños y mujeres y también sus animales. Por otro lado, los malones entre mapuche no pocas veces estuvieron atizados por colonos y militares chilenos, instalados en la vecindad de sus territorios. El gobierno chileno pagó mensualmente sueldos a longkos considerados amigos para hacer la guerra a los jefes mapuche independentistas. Estas acciones se caracterizan por enfrentar a los distintos linajes por alguna conducta que ofende a uno de los bandos. Las disputas personales dentro de la comunidad generalmente se resuelven por la intervención del longko del lofche . Los chilenos que han tenido la oportunidad de conocerlos admiran en el mapuche el valor de la honradez, percepción que se contradice con lo escrito reiteradamente por historiadores wingkas . Otro valor destacado de la etnia es su respeto y hasta veneración por la naturaleza. En la cosmovisión mapuche existe una relación entre la naturaleza, la tierra y el ser humano. Conciben a este último como parte de la naturaleza, así como a todos los elementos que constituyen la tierra y provienen de ella, son la naturaleza misma. Esta concepción conlleva un comportamiento muy respetuoso con la naturaleza, a la que cuidará, protegerá, y de la que tomará lo justo y necesario para vivir. Por ello, no es

extraño encontrar entre los planteamientos de los longkos que dirigen la lucha de los comuneros mapuche del Biobío y de La Araucanía, la denuncia al mundo de cómo la industria maderera ha destruido los ecosistemas naturales de esos territorios. Se han secado los ríos y napas subterráneas, los animales de la fauna silvestre prácticamente han desaparecido, ocasionando un grave perjuicio a los ecosistemas, la naturaleza y la madre tierra. También es conocida la solidaridad del lofche para llevar adelante tareas agrícolas, como la siembra y la cosecha; y en la construcción de casas. Para tales efectos se reúnen en los mingacos, de cuyo rito hablaremos más adelante. En tiempos de guerra, la valentía y el arrojo en el campo de batalla son valores inherentes a la etnia. Incluso siendo prisioneros el valor quedaba de manifiesto en la alta tolerancia al dolor físico, al soportar con estoicismo las terribles torturas físicas (cercenamiento de dedos, amputación de manos, marcación con hierros incandescente en el rostro, quema de genitales, etc.), que acostumbraba aplicar el civilizado conquistador europeo. El objetivo era amedrentar a los guerreros, hecho que, como todos sabemos, jamás consiguieron. ¿Cómo explicarnos tanto valor y heroísmo en un grupo humano tan despreciado por algunos autores? Para los mapuche los eventos de la guerra no eran asumidos como acciones de venganza y odio en contra del español según sostienen algunos historiadores nacionales. Era la ocasión que les permitía poner a prueba su virilidad y talento guerrero que tenía por objeto expulsar de sus territorios hasta el último invasor. Era una acción de autodefensa. Este designio es posible encontrarlo en más de alguna arenga o discurso de algún toqui del pasado. Para estos hombres no había lugar en el suelo mapuche para ningún español o extranjero que viniera con propósitos de conquista. Por tanto, estos soldados no consideraban digno otro comportamiento que no fuera el de luchar con valor hasta ofrendar la vida si fuera preciso. El historiador Campos (1972:55) se refiere al valor y al honor practicado por los mapuche en los siguientes términos: Gozaban los mapuche cuando encontraban virilidad en sus enemigos y si ese español valiente y audaz daba muestras de espíritu justiciero y de grandeza de alma, era mirado con inmenso respeto. Y si caía preso peleando valientemente, y se defendía después en el “ aucantraun ”, con oratoria brillante, el respeto se convertía en admiración, se le perdonaba fácilmente la vida y se adoptaba como hijo por la familia del captor. La libertad y autonomía de sus territorios eran una cuestión de honor, que justificaba holgadamente prepararse para combatir con la guerra a quien se atreviera a arrebatárselas. Los konas o guerreros se entrenaban y se ejercitaban permanentemente para conservar un estado atlético que les permitiera tener un exitoso desempeño en los campos de batalla. Pero contrariamente a lo que algunos sostienen, los toquis de entonces en ningún caso fueron fieros carniceros inmisericordes. Como se ha señalado, la valentía del enemigo era respetada por los guerreros mapuche, y muchas veces sirvió como antecedente para perdonarle la vida al prisionero.

En sus códigos valóricos también existe un lugar para la palabra empeñada o el compromiso; valor primordial para este pueblo. Algunos escritores, sin entender este principio, han fustigado la opción de una parte de la etnia (liderada por el longko Mangiñ Wenu) de alinearse del lado de los españoles durante la guerra de la Independencia. En esos casos prevaleció la palabra empeñada por el longko en anteriores paces alcanzadas con los hispanos ⁷ . El astuto y visionario Mangiñ, al parecer, tenía muy claro que eran más útiles los acuerdos con el europeo que reconocía y respetaba la existencia de territorios mapuche y de los que tenía la esperanza de que algún día se cansaran y atravesaran el charco por donde habían venido y por fin los dejaran tranquilos. En cambio, de los chilenos, el ñizol longko intuía lo peor, por ser pobres y necesitados de los suelos mapuche. 1.4 Creencias En lo religioso, ya hemos visto que el pueblo mapuche es monoteísta y que el ser superior y único dios es Ngünechen, en cuyo nombre se inicia cualquier actividad importante. En un nuevo trabajo, en las siembras, las cosechas, las festividades de celebración, etc., siempre está presente su dios. Por su parte, las fuerzas negativas están representadas por Wekufü, el espíritu de la destrucción y la muerte. Para esta cultura no hay una lucha entre las fuerzas del bien y del mal, sino la compensación entre ambas. La mayoría de los pueblos en sus largos procesos de evolución han desarrollado su propio mito acerca de la creación del mundo. En las creencias mapuche este mito se expresa en la lucha de Kay-Kay y TrengTreng, no obstante piensan que el mundo ha existido siempre. Cabe destacar que un cuerpo conceptual importante en su cosmogonía es el modo como se ordena su mundo, en el que identifican cuatro sentidos: meli witxan mapu , que corresponde a la jurisdicción global del pueblo mapuche (Hernández, 2003). El investigador mapuche Ñanculef (2004) sostiene que el meli witxan mapu es un concepto filosófico amplio, es la ciencia de la cosmología mapuche, que no solo permitió generar el calendario, sino medir procesos cíclicos”. El mismo Ñanculef nos advierte acerca de las diferencias existentes entre el calendario judeocristiano y el calendario mapuche. Por ejemplo, en el we tripantu o año nuevo mapuche se celebra en junio, el wingka lo celebra el 1°de enero. En el Mapuchemapu los cuatro puntos cardinales (norte, sur, este, oeste) están representados en las líneas que dividen al kultrún en cuatro partes. Estos cuatro puntos cardinales encierran todo un significado en la psiquis del mapuche. No es un hecho menor que tal pensamiento se consigne en las líneas dibujadas en el kultrún, instrumento lleno de significados religiosos. Recordemos que el kultrún es el instrumento que acompaña a la machi, o machi varón en sus rituales de rogativas y agradecimientos o cuando realiza acciones de sanación. Los cuatro puntos cardinales, o meli witxan mapu , en el pensamiento mapuche, corresponden al ordenamiento conceptual del mundo y del tiempo; nos hablan de un origen y un destino, contactándonos con los fundamentos de la vida misma. Es la contención geográfica de todos los rewe , todo el pueblo mapuche y su cultura (Ñanculef, 1989). Tal es la

importancia de este pensamiento que a partir de él se originan las cuatro identidades territoriales mapuche incluyendo a las personas que las habitan. El norte es el pikum ( pikummapu ) o territorio del norte, donde viven los mapuche pikumche. El sur se designa como willimapu o territorio del sur. Allí viven los williche o mapuche del sur. Por el oeste se encuentran los territorios ribereños al mar, lafquen ( lafquenmapu ); allí viven los lafquenche. En tanto por el este o puelmapu viven los puelche y los pewenche. El concepto de meli witxan mapu también se utiliza para explicar las cuatro bases o vigas que sustentan el universo. A través de la historia de los mapuche, sin duda este se fue llenando de otros significados, sobre todo por las experiencias alcanzadas frente al contacto con el europeo. Así, por ejemplo, el norte se asocia con hechos negativos y de mal pronóstico: por el norte llegaron los españoles y más tarde los chilenos que tanto daño y dolor han causado a la etnia. El viento norte es un presagio de mal tiempo, les traerá lluvias indeseadas que complicarán las actividades agrícolas. El oeste u orientación al mar ( lafquen ) se asocia igualmente a hechos negativos; de allí vienen los terremotos y maremotos, y también es el centro del mal tiempo. Por esa orientación se entra el sol y se va la vida, de modo que los enfermos con la cabeza orientada hacia el oeste es muy probable que vayan a morir. El sur tiene significados positivos, es la dirección del Mapuchemapu, donde se desarrolla la vida de este pueblo. Finalmente, el este también se asocia con hechos positivos, como que en esa dirección vive el Padre Sol o Chaw Antu, ( Antufucha/Antukuse ), se relaciona con la fertilidad y la abundancia, y es la orientación hacia donde reza la machi. Algunos colores tienen significados particulares: el negro anuncia mala suerte; no es buena señal soñar con animales negros, ellos pertenecen o se asocian con Wekufe , o fuerzas negativas. El color blanco representa vida, buena salud, hechos positivos. El color azul también está asociado a la vida y la confianza. La dicotomía izquierda/derecha también representa juicios de valor. Así entonces, lo izquierdo se asocia con muerte y hechos de mala suerte: los kalku o maleficios que se pueden encontrar se deben patear con el pie izquierdo o lanzar con la mano izquierda hacia el lado izquierdo, lo más lejos posible del hogar. Lo derecho se asocia con hechos buenos, como la vida. Tal como lo advertimos, el año nuevo mapuche no se corresponde con el año nuevo de la civilización occidental, y se llama we-tripantu (que se celebra entre 21 - 24 de junio, día que finalmente lo determinan los ciclos de la naturaleza). El año nuevo nace con un nuevo ciclo de la naturaleza, que comienza con la salida del sol; se celebra como un acontecimiento importante y es el punto de partida de un calendario que regirá las actividades de la siembra. Esta fecha encierra la expresión de una cultura milenaria que alcanzó a desarrollar un sistema de conteo muy avanzado. El mismo Ñanculef afirma: “ el pueblo mapuche sabe contar, si tenemos un sistema numeral perfecto, como que basta saber contar hasta 10, para saber hasta el infinito.” A las unidades se les suma y a las decenas se multiplica. Para decir 11 se dice 10 más 1. Para decir 20 se dice 2 veces 10.

Es una suerte de coincidencia, o tal vez alguna forma de influencia, la existencia de estas celebraciones que también se observan en los pueblos andinos, aquellos que conformaron el imperio de los inkas. Los cronistas precolombinos observaron que para estos el mes de junio marcaba el inicio de una serie de ceremonias que coincidían con las más importantes actividades del trabajo de la tierra, como la siembra, el cultivo y las cosechas. En junio se realizaban ceremonias para agradecer las buenas cosechas. En julio tenían lugar los rituales de limpieza y purificación de la tierra, en tanto que en octubre se hacían los ceremoniales para pedir las lluvias de las que dependían las cosechas. Diciembre era la gran fiesta en honor a la tierra o Pachamama, que los proveía en estas fechas de abundantes frutas y alimentos. Interés despierta en algunos investigadores de la cultura mapuche una antigua creencia que se expresa en el relato al que hicimos referencia denominado Treng-Treng y Kay-Kay. Cuenta la tradición que alguna vez hubo una gran inundación en la tierra provocada por una fuerza negativa llamada Kay-Kay. Esta deseaba eliminar a todos los seres vivos de la faz de la tierra. Entonces, durante muchas lunas, Treng-Treng, que representaba las fuerzas del bien, luchó hasta derrotar a Kay-Kay (Huentemil, 1998). Al parecer esta creencia es el reflejo de una observación mucho más profunda en el conocimiento mapuche o kimün , que tiene que ver con la dinámica de la naturaleza, con sus ciclos, como los de la tierra, los planetas y astros en el cosmos. Kay-Kay y Treng-Treng representan la lucha perpetua por la preeminencia del agua sobre la tierra (Ñanculef, 2004), en una lucha cósmica, por los ciclos de los ciclos, en que Treng-Treng representa la tierra y Kay-Kay el agua. Ñanculef agrega que estos ciclos son inevitables y que bien lo sabe el pueblo mapuche. A propósito del calentamiento del planeta, que parece un hecho ineludible, el investigador sentencia que Kay-Kay inevitablemente pasará por sobre Treng-Treng antes de 15.000 años. Tal vaticinio se sostiene además por los millones de toneladas de tierra que día a día van a dar al mar, producto de la demencial tala de bosques en todo el planeta. Treng-Treng evitó que los habitantes murieran ahogados al hacer emerger desde las aguas un gran cerro para que se salvaran. Esta lucha duró mucho tiempo y finalmente, cuando bajaron las aguas, solo habían sobrevivido cuatro personas, dos ancianos – kuse (mujer) y fücha (hombre)– y dos jóvenes, un hombre joven ( weche ) y una mujer joven (ülcha). Con esta historia los mapuche explican sus orígenes, y en ella basan también su nombre, mapuche, que literalmente significa “gente de la tierra”. 1.5 Medicina La medicina intercultural que se ha puesto en práctica entre mapuches y chilenos, con la participación de ambos en el diagnóstico y tratamiento de una enfermedad, ha sido una excelente y enriquecedora experiencia entre los conocimientos sobrenaturales de los/las machi y los años de estudio de los médicos graduados en alguna universidad. En el hospital de Makewe, al sur de Temuco, ha significado un punto de encuentro de fundamental importancia para ambas culturas. También ha sido la oportunidad de valorar, en los hechos, la diversidad, donde se verifica que no existe una cultura

mejor que otra. Todas son válidas, en todos los tiempos, si se logran complementar dos mundos culturales distintos que aportan sus propias verdades, a pesar de prácticas y creencias diferentes. El poder de la medicina mapuche siempre ha descansado en el conocimiento que posee la machi de las propiedades de una serie de hierbas, las que recoge y prepara en concentraciones que ella misma decide en función de su experiencia. Por años, la cultura del blanco ha descalificado este conocimiento; sin embargo, ya no es un misterio que las hierbas medicinales de los mapuche han sido sometidas a estudios químicos para aislar los principios activos que producen determinados efectos en la fisiología orgánica. De modo que el tema ya está fuera de discusión; por lo demás, es sabido que tales plantas han sido objeto de exportaciones no tradicionales hacia países de Europa y Asia, regresando al nuestro muchas veces convertidas en grageas. La experiencia compartida en el hospital de Makewe permite corroborar la eficacia de los tratamientos del machi, incluso en situaciones donde el médico tradicional ha debido practicar alguna intervención quirúrgica. Aquí se ha asistido al trasfondo terapéutico que opera en ambos sistemas, y que se traduce en el apoyo psíquico al paciente convaleciente, y la constatación de que la salud es un estado de armonía o equilibrio entre el ser humano y las fuerzas del cosmos. 1.6 Alimentos En el siglo XVIII , a la llegada de los europeos y criollos a los territorios mapuche, estos ya conformaban una sociedad que contaba con importantes masas ganaderas, por lo que su dieta alimentaria carnívora era habitual debido a las provisiones que obtenían de su abundante ganado integrado por vacunos, ovejas, caballares y aves (Coña, 2000:60). El consumo de carnes en grandes cantidades es una conducta alimentaria bastante antigua de este pueblo, y que en los últimos doscientos años ha ido paulatinamente disminuyendo en razón de las condiciones de pobreza y marginalidad tras la pérdida de sus territorios. Cuando se trata de recibir una visita, la buena comida basada en carnes de cordero, ave o cerdo, sigue siendo una costumbre hasta la actualidad, aunque con menor frecuencia dada la razón anterior. Mas, su sentido de la hospitalidad se conserva intacto. Conocemos una experiencia de una visita a Molko, lugar próximo a Pitrufquén, donde a nuestra llegada la familia anfitriona se empeñó en cosechar las manzanas para mandarlas a moler y hacerlas chicha. La pregunta que nos surgió espontáneamente fue por qué iban a sacrificarse en la preparación de esa bebida si en la casa poco o nada se consumía. La respuesta de doña Elena Lefinao Calfuquir fue contundente: “Nuestros padres acostumbraban guardar abundante chicha y charqui, y criaban corderos, cerdos y aves de todas clases para atender de la mejor manera a las visitas que podían llegar en cualquier momento. Debían estar contentas y a gusto durante su permanencia, para que no se olvidaran de volver” . La chicha también se guarda para los nguillatunes, la principal fiesta mapuche, que es el momento de encuentro con los parientes y la

oportunidad para socializar. En estas ocasiones se suele apreciar una actitud de cooperación para que la fiesta salga sin contratiempos, donde no deben faltar la bebida ni la comida, de manera que la reducción en conjunto se esfuerza tras este objetivo. En las antiguas quintas, manzanas y peras eran la producción principal. La manzana es una fruta que tuvo gran importancia en la cultura alimentaria de la familia mapuche del pasado no lejano; era consumida fresca, seca o cocida. Las partían y luego las secaban al sol, guardándolas para cocerlas y comerlas generalmente en los meses de invierno, con harina tostada. Las manzanas frescas eran un importante recurso para fabricar chicha, la que después de los procesos de fermentación se guardaba en envases de cuero o en barriles, para servirla en las celebraciones como una bebida alcohólica. En la identidad alimentaria, la harina tostada es uno de los alimentos de mayor consumo. Los relatos del siglo XVII consignan que llama la atención de los españoles que este era el único alimento que portaba el soldado mapuche en sus prolongadas campañas, que a veces duraban hasta veinticinco días. Siendo en general bueno para comer, en la guerra era adiestrado para abstenerse del sexo y de la comida, pues se creía que el estómago ligero mejoraba la alerta, templaba el espíritu y preservaba la capacidad física. Hoy día la harina tostada se fabrica de trigo; a la llegada de los españoles este no existía de modo que se obtenía del maíz (Núñez de Pineda y Bascuñán, 2001:863). El consumo de harina tostada es de larga data en las costumbres de este pueblo, y ha perdurado a través de los tiempos. Se prepara con agua en forma de bebida para refrescarse y recobrar la fuerza mientras se trabaja en la dura tarea agrícola, y como ulpo, con agua hervida o con leche cocida, de vaca, en el desayuno de los niños. Combinada con vino tinto y azúcar constituyen la “chupilca” o “tupilca”, que se aprecia como bebida de preferencia en la mañana y para calentar el cuerpo. La harina tostada de trigo y de maíz, conjuntamente con las papas, han sido los alimentos predilectos de los mapuche por años. Además cultivan en sus huertos habas, arvejas, porotos y linaza. Los niños y jóvenes comen los frutos de árboles como el maqui, el boldo, las frutillas, y de los robles extraen los dihueñes que se consumen como ensalada. El piñón o pewén, fruto de las araucarias, es otro de los alimentos que marcan la identidad de los mapuche de la cordillera de los Andes y ha sido indispensable para los que viven en sus faldeos del Biobío y de La Araucanía. Es un alimento magnífico que se transformó en la base alimentaria de los pewenche. En este sentido, es importante puntualizar que no existe un alimento tipo que identifique a todos los mapuche, ya que tienen relación con las regiones donde habitan. Los lafquenche, por ejemplo, tienen una dieta basada principalmente en productos del mar: mariscos, algas marinas y pescados. Otro alimento muy apreciado en la cocina chilena es el merkén (condimento mapuche), el que se emplea para sazonar los alimentos y que se hace de ají colorado y seco que se tuesta y macera con sal y semillas de cilantro. El merkén se ha transformado en un nuevo producto de exportación y ha sido

incorporado por más de algún chef santiaguino en su cocina. Es un aliño sencillo, sano, perdurable y se puede usar para condimentar varios platos y ensaladas. (En mapuzugun la pronunciación de merkén es bastante diferente a su escritura). Obviamente, la cocina mapuche se fue enriqueciendo a partir del momento en que toma contacto con los españoles. Se genera una fuerte influencia europea mediante dos caminos: de una parte, por las jóvenes mapuche raptadas en las malocas españolas y que terminaron al servicio doméstico de las señoras españolas. Algunas fueron rescatadas de sus cautiverios y pudieron regresar a sus familias, llevando los nuevos aprendizajes que en general fueron bienvenidos por los mapuche. Por otra parte, esta influencia se establece luego de las capturas y secuestros de mujeres españolas por parte de los mapuche, en sus temidos malones, que fueron la respuesta a las malocas y políticas de pillaje de los españoles. Así entonces, en 1627 el capitán Núñez de Pineda y Bascuñan cuenta entre sus vivencias como prisionero de guerra, en Cautiverio Feliz, que en los agasajos organizados en su honor en casa de los distintos caciques, le sirvieron platos elaborados, como cazuelas y humitas, guisos que en nada desmerecían en calidad y preparación a los que se consumían entre los suyos. También tuvo la oportunidad de disfrutar de las empanadas –de origen español, y que los chilenos asumieron como un plato nacional–, así como de pasteles, rosquetas, buñuelos y tortillas de huevo con mucha miel de abeja. A lo largo de este ensayo encontraremos razones suficientes para demostrar la capacidad de aprendizaje de este pueblo, que en su necesidad de sobrevivencia observó, repitió y adaptó para sí las costumbres y prácticas que en todo orden de cosas le mostraba la cultura del enemigo. Pero no cualquier aprendizaje, sino aquel que tuviera que ver con prácticas que realmente le beneficiaran. Todos los antecedentes que se conocen muestran que el pueblo mapuche se caracterizaba por una intensa vida social, en donde se comía y bebía en abundancia, para luego entregarse al baile que duraba hasta que se terminaran la comida y la bebida. Con esta realidad fue fácil para el español introducir sus comidas más elaboradas, y sobre todo el vino de uva y el aguardiente, que a la larga fueron más dañinos que los arcabuces y mosquetes españoles y, más tarde, la carabina y cañones de los chilenos. No obstante, tampoco el pueblo mapuche sucumbió al alcoholismo. Los sabios longkos y toquis supieron distinguir en esta vorágine de estímulos perversos y no perdieron el objetivo tomando lo que les servía, y templaron a sus soldados en el mismo sentido. Estas características psicológicas y valores permanecen en la psiquis de la familia mapuche urbana hasta nuestros días. A pesar de la marginalidad social y lo que ello implica, son muy pocos los jóvenes que se ven involucrados en conductas antisociales. 1.7 Artesanía El trabajo a telar es una de las artesanías más preciadas en la cultura mapuche. De sus ovejas obtienen la lana con la que después de un proceso de lavado e hilado fabrican mantas, chamales, capas, frazadas, lamas,

choapinos, fajas, etc. Las fibras las tiñen con raíces de plantas cuyas fórmulas no son de público dominio. Los motivos son creatividad de la artesana y se caracterizan por sus figuras geométricas. Durante el siglo XVIII la abundante masa ganadera que estaba en poder de los mapuche, en particular las ovejas, les permitió desarrollar una respetable actividad textil. El producto estrella fueron los ponchos que incluso llegaron a venderse fuera del territorio amenazando el mercado de las telas españolas traídas de Europa (Pinto, 2000:25), lo que indica la laboriosidad de este pueblo y la ductilidad para adaptarse a nuevas actividades en pos de su desarrollo. Estos ponchos hasta nuestros días subsisten en los telares de las artesanas mapuche y entre sus adornos perdura la cruz cuadrada en las mantas de nuestros longkos , todo un símbolo de la cosmovisión de este pueblo. Esta cruz es en honor a la galaxia del Willileufu, en el idioma mapuche, y Cruz del Sur en idioma wingka. La plata es el metal predilecto de este pueblo para fabricar sus joyas y adornos, que de preferencia lucían las mujeres. Sin embargo, también era posible observar este metal en los frenos de riendas, cabezales y espuelas de las cabalgaduras de algún jefe poderoso. Por años la greda ha estado presente en la artesanía mapuche, para fabricar cántaros, ollas y vasos. Y la madera para hacer cucharas, cucharones, platos, fuentes, azucareros e incluso vasos. Las ubres de las vacas faenadas se secan y transforman en depósitos para guardar todo tipo de elementos y condimentos. De las bolsas escrotales de los novillos faenados, secados al humo, también se fabrican depósitos para guardar utensilios, fundamentalmente de cocina. Capítulo II  Aspectos sociopolíticos 2.1 Autoridades políticas del pueblo mapuche La literatura existente ha sido en general poco rigurosa en el tratamiento de la estratificada sociedad mapuche. Es más, tanto sus costumbres como su organización política no fueron, por mucho tiempo, temas sobre los que valiera la pena siquiera detenerse. Los intelectuales de entonces se quedaron con su visión prejuiciosa y sesgada de que se trataba de un pueblo de salvajes de cultura inferior, sin valía considerable. El desarrollo de las ciencias sociales, la historia, la psicología, la sociología, la antropología, afortunadamente, ha contribuido al interés por estos temas. Desde la mirada de la psicología social, el comportamiento de las autoridades mapuche respondió al modo en que la psiquis del mapuche de entonces procesaba su medio. Es uno de los aspectos más interesantes, debido a que a partir de ello es posible determinar las dinámicas psicosociales que sentaron las bases del comportamiento de este pueblo. La suya fue una sociedad ordenada, respetuosa de sus autoridades, reguladas según principios valóricos que se transmitían oralmente.

Las relaciones psicosociales del grupo tenían en el longko y su fuerte autoridad y liderazgo un factor central. Aparte de sus naturales responsabilidades, estos jefes eran vistos como los depositarios de la tradición y cultura. Así entonces, dominaban los contenidos del Ad-mapu. Esta realidad se destruye a partir del momento en que el Estado de Chile invade con su ejército y sus colonos el territorio mapuche. Por tanto, en lo conceptual y en los hechos el poder de los longkos comienza a derrumbarse hasta desaparecer. En la estratificada sociedad mapuche del pasado, las autoridades políticas se elegían considerando determinadas características personales, lo que aún se mantiene. Estas correspondían a los mapuchekimün (mapuche dotado de un pensamiento superior, ordenado y sistematizado). También se reconocía en ellos la capacidad de razonamiento lógico y de elaboración de ideas lo que denominan rakizuam . En los códigos actuales ambas características se corresponden con lo que denominamos ser inteligente, o sea, con pensamiento claro y dinámico. Asimismo, eran grandes conocedores de la tradición y costumbres de la sociedad mapuche y de las normas presentes en el Ad-mapu. Un segundo antecedente, del que poco se habla, respecto de los antiguos longkos , era su poder económico, del que nacía parte de su autoridad y liderazgo y, por supuesto, los privilegios de tener más de una esposa, lo que a la larga lo hacía poseedor de una extensa familia que por cierto le servía para incrementar su poder político y proveer de más soldados en tiempos de guerra. Existen antecedentes de que la poligamia mapuche se incentivó como una necesidad de la guerra, para mantener un cuerpo de konas suficiente para reemplazar a los que caían en combate. Al parecer tampoco era una práctica muy extendida y obligatoria. La persona que lo adoptaba debía poseer los recursos suficientes, puesto que por las mujeres había que efectuar un pago a los padres de la novia. Este pago era la garantía de que la hija se casaba con alguien que pudiera darle una buena vida. El matrimonio múltiple también sirvió a los jefes de aquella sociedad para establecer nexos políticos y alianzas con otros y otorgar muestras de agradecimientos y lealtad. De este modo el longko era jefe de una familia grande y extensa y, a su vez, jefe de varias familias que formaban una comunidad o lofche . Sobre estos jefes estaba el ñidol longko que era el jefe de varios lofche , por lo que se le reconoce como el jefe principal de una región. La máxima jerarquía en el poder político estaba representado por el ülmen, hombre con fortuna, poder político y prestigio social dueño de influencia y autoridad en toda una región. (Catrileo, 2005) Este ordenamiento social y político nos habla de una sociedad bastante más organizada respecto de lo que algunos escritores nos han hecho creer. Irrepetible en las actuales condiciones en que viven los mapuche. Seguramente esa forma de organización se gravó en la psiquis del mapuche de entonces, de modo que esa memoria facilitó posteriormente la asimilación y obediencia a la autoridad impuesta por la ocupación chilena. Los ñidol longko encabezaban la organización de una comunidad regional. Eran representantes del linaje y dentro de sus atribuciones estaba la administración de justicia. Ellos fueron los interlocutores válidos en los

numerosos parlamentos; primero entre españoles y mapuche y después entre chilenos y mapuche. Ejercían funciones de juez en los litigios o desavenencias entre las familias que estaban bajo su responsabilidad, y sus decisiones eran plenamente acatadas dado que sus dictámenes eran sabios y justos. Razonables y generosos, debían poseer también el don de la palabra, pues una importante fuente de su prestigio se basaba en su calidad oratoria. Los longkos poseían cierto dominio sobre un territorio pero no eran dueños de él, lo que significaba que cualquier persona se podía instalar sobre las tierras siempre que tuviera la autorización del jefe bajo cuyo dominio estuviera esa propiedad. En la sociedad mapuche anterior a la llegada de los chilenos existía la propiedad privada sobre habitación, bienes y ganado, en tanto que las tierras y las aguas pertenecían a la colectividad. En todo caso, algunos investigadores, entre ellos Bengoa (2000:48), piensan que la dinámica sociedad mapuche se encontraba en un proceso de cambio en relación con su organización socioeconómica, dando origen a una sociedad de poderosos ganaderos. Ello puede explicar hechos como el ocurrido en la segunda mitad del 1800, en Pitrufquén, cuando el ñidol longko Ambrosio Paillalef “ … entregó y redistribuyó las tierras a su pueblo para que fueran explotadas en comunidad, en el marco de una idiosincrasia completamente diferente a la que tenían los integrantes de la sociedad global” (Bessinger et al., 2005:5). Antes los indígenas no conocían las instituciones políticas chilenas; pues entonces, aún no había gente extranjera en sus tierras. Ellos mismos activaban sus negocios públicos; había los caciques que gobernaban a sus mocetones, y a ellos se recurría cuando había algún asunto que arreglar. Distinguíase antiguamente a caciques principales y caciques inferiores y los mocetones. (Coña, 2000:131 ) El toqui es el jefe militar en tiempos de guerra, elegido por la asamblea de longkos y debía reunir una serie de cualidades. Además de sus condiciones de fortaleza física, debía tener valor para sobreponerse ante la adversidad y ser sensato e inteligente para guiar a sus guerreros. Los jefes guerreros en más de alguna ocasión desafiaban a los jefes militares españoles al enfrentamiento cuerpo a cuerpo, o duelos. Con ello, es probable que acrecentaran el respeto y obediencia a su mando. Ercilla, y varios historiadores militares de las “guerras largas”, señalan que los españoles debieron haber tomado lecciones de los ejércitos mapuche, de las tácticas militares de sus generales o toquis, y de las estrategias seguidas en los campos de batalla. Esto indica que su papel no era asignado solo por cuestiones de valor; sin duda eran muchos más los requisitos que debían cumplir. La historia ha sido particularmente bondadosa con Lautaro (Leftraru) pero sin duda la estrategia y la táctica fueron desplegadas con igual sapiencia por los toquis Lientur, Aylla-Pangui, Caupolicán Pelantaro, Kalfukura, Kylapan y varios más. Los toquis y sus ejércitos tenían una serie de servicios anexos a su gestión, que ahora podemos encontrar en los ejércitos modernos.

Palacios (1986:78), por ejemplo, hace alusión a los sistemas de comunicación. El “semáforo mapuche” o “telégrafo”, que el autor piensa se usaba desde antes de la llegada de los españoles, consistía en un sistema de señales hechas con ramas de árboles camufladas en los bosques. Esta comunicación se llevaba a cabo por las noches utilizando antorchas cuyas señales eran imposibles de decodificar por los ejércitos españoles. Existían también los honderos de fuego, destacamentos especializados en romper la resistencia del enemigo provocando incendios; al igual que los escuadrones de picas, que siendo dispuestos para interceptar la caballería española, eran infranqueables. El apoyo en las fuerzas naturales como las lluvias, vientos y temporales también constituían un misterio para el enemigo. Las fuerzas especiales mapuche estaban compuestas por grupos reducidos de hombres, los wentrún , que eran capaces de paralizar un batallón mediante la guerrilla y sus formas de combate cuerpo a cuerpo. Ellos manejaban los estados de ánimo de las fuerzas españolas haciéndoles creer que sus balas eran inocuas en los pechos de los mocetones o konas . Generalmente lo lograban usando tablones de madera a modo de escudo para protegerse de los proyectiles; recogiendo a sus muertos y colocándolos por delante; mediante escuadrones que se ocupaban de recoger a los heridos y muertos antes de abandonar los campos de batalla; o lanzándose al suelo frente a la primera descarga de los arcabuces del enemigo, lo que aumentaba la ira y el desconcierto de las tropas españolas. El uso de estas y muchas otras estrategias por parte de los ejércitos mapuche desmienten, al menos, un par de estereotipos arraigados en la sociedad chilena. Por ejemplo, aquel que niega la indudable capacidad e inteligencia de este pueblo que por cierto se refleja en la gestión de sus jefes. Por otro lado, los toquis eran elegidos por una especie de consejo que representaban a las distintas regiones comprometidas en las acciones bélicas. Ello nos habla de organización, que nos lleva a concluir que la sociedad mapuche lejos de ser primitiva, salvaje y carente de organización – como lo establece la historia oficial–, esta existía, y era suficiente para enfrentar como lo hizo al enemigo. Los antecedentes que hemos podido recabar nos hablan de un pueblo que había alcanzado un desarrollo psíquico superior y sus jefes – longkos , toquis, machis y consejos de viejos sabios ( fücha kimche )– eran el reflejo de esta realidad. El werken es un personaje importante en la antigua organización de los mapuche; es el mensajero de la comunidad, elegido por el longko entre los jóvenes y expertos jinetes. Entre sus dotes se apreciaba también su capacidad de memorizar mensajes y ser buenos oradores, conocer las normas del protocolo mapuche y manejarse en las lides de la diplomacia. Todos los niños eran antaño educados para llegar a ser un werken . 2.2 Autoridades religiosas La machi es la máxima autoridad de la medicina y de las ciencias mapuche, algo así como el núcleo central en la cosmovisión de esa cultura. Erróneamente se ha confundido este papel con el de una simple curandera, siendo que se trata de un personaje muy respetado, dotado de una particular sabiduría ( mapuchekimün (saber ancestral ordenado que pertenece a los

sabios) y mapucherakizuam (forma de pensamiento racional y lógico, que está en relación con una forma de vida) y conocedor de los secretos del mundo mapuche. Ser machi es una designación de origen divino que se presenta en sueños y en percepciones sobrenaturales. Tiene particulares recursos perceptivos, o la capacidad de ver lo que a simple vista no es posible distinguir. En los últimos doscientos años se observa la tendencia a que este oficio sea desempeñado principalmente por mujeres. Tal hecho ilustra la importancia de la mujer en la sociedad mapuche; no se puede olvidar que en esta cultura la machi es una persona en comunicación o intermediaria con lo sobrenatural, con los espíritus del bien y del mal. Tales privilegios la transforman en una persona temida y respetada. En todo caso, ella no alcanza caracteres de sacerdotisa puesto que tales funciones las cumple el ngenpin . El o la ngenpin es la persona que dirige el ritual del nguillatún junto a la machi y el longko o jefe de la comunidad (Catrileo, 2005). Respecto de la designación celestial de la machi, resultan muy didácticos los testimonios de Pascual Coña (2000:344): Otra mujer se enfermó. Le buscaron una Machi para que le aplicara los servicios profesionales. Esta invocaba a favor de la enferma su espíritu e inquirió de él de qué enfermedad se trataba. En ese momento empezó la enferma a tiritar. La Machi seguía asistiéndole con sus cantos. De repente se sentó la mujer enferma, agarró el kultrún arrebatándolo a la Machi y se puso a cantar ella misma: “Yo me enfermé porque seré Machi; el dios del cielo me ha dicho: Yo te crearé machi y te proporcionaré eficaces oraciones. Realmente no estoy enferma; es el espíritu de Machi que me atormenta; por eso he de asumir la profesión ahora”. Es muy frecuente que la designación de machi le sea comunicada a la elegida por medio de visiones, sueños, enfermedad –como en el caso que relata Pascual Coña– o por herencia, por medio de la cual se transmiten los poderes en la familia. A través de su capacidad de conectarse con los espíritus ancestrales y Ngünechen, tiene un importante rol en la administración de la medicina a los enfermos. En la organización de los antiguos mapuche la machi era parte de una institución llamada machin . Esta organización era depositaria de valores humanos como fraternidad, vocación de servicio al prójimo, cuidar el cuerpo de las enfermedades. Al parecer existía comunicación entre las machis de los distintos lofche. El concepto de enfermedad es frecuente que se asocie a un desequilibrio entre el bien y el mal, por acciones realizadas por el sujeto enfermo o por envidias que se ha granjeado de alguien que, como respuesta, le envía un kalku o mal. Existen kalkus que pueden haber sido depositados en la comida o la bebida de la víctima; otros que actúan como maleficios que son lanzados al lugar que frecuenta y aquellos que se pueden realizar a partir de una prenda de vestir. Además, hay algunos que ejercen su influencia a través de la mente, porque dicen tener relación con cierta capacidad psíquica de un brujo que puede concentrarse en la víctima y mediante oraciones influirla para que enferme o fracase en las acciones que emprende. Algunos brujos pueden ser tan fuertes que logran arruinar, deprimir y enfermar hasta la muerte a su víctima.

Las machis son capaces de leer todas estas formas de mal y de deshacer los maleficios; por lo general analizan alguna prenda de vestir de la persona enferma, u observan sus orines, ayudándose a veces con el humo del cigarrillo. Ella nunca está involucrada en la autoría de un mal; por el contrario, en el trabajo de sanación aporta sus conocimientos de medicina y receta tomas de brebajes que ella misma prepara con plantas y hierbas del campo. En situaciones en las que la víctima sufre las consecuencias de la acción de alguna brujería, preferentemente por la noche, la machi puede trasladarse a través de un viaje mágico para llegar donde el brujo o bruja y castigarlo, al parecer mediante azotes o golpes de palo que lo harán disuadirse del mal hecho. No obstante, a veces el brujo resulta ser miembro de una agrupación de espíritus malos con poderes más poderosos que los/las machis, en cuyo caso ella se lo informa a la víctima y se niega a realizar el trabajo. En esas circunstancias el paciente queda en libertad de acción para concurrir a otro/a machi más eficaz, con más poderes, para buscar mejoría y solución a su problema. La o el machi atiende a sus enfermos en su casa, donde posee un kemokemo o altar que suele estar adornado con banderas blancas y azules que, como se dijo, son colores que representan la vida y las cosas positivas. El kemo-kemo o rewe es un símbolo religioso mediante el cual se comunica con los espíritus ancestrales. Cuando son muchos los enfermos atendidos y muchas las “transferencias” recibidas durante la consulta, toma su kultrún y comienza a cantar y a pedirle fuerzas a Ngünechen y a los espíritus que le han heredado su poder para que la protejan y le den salud suficiente para atender a sus pacientes. En más de alguna oportunidad hemos escuchado que psicólogos clínicos recurren, al igual que las machis, a algunos adminículos para protegerse de las angustias de sus pacientes. Algunos usan una joya de plata que, según afirman, funciona como protección ante las malas vibraciones ajenas. Mediante visiones, las machis son capaces de saber con anticipación si la gente que va a pedir su intervención está muy cargada por los malos espíritus, lo que las motiva a levantarse al alba para realizar sus oraciones en su altar o kemo-kemo y de esa manera fortalecerse con oraciones cantadas al son de su kultrún . Hemos oído a más de alguna decir que la maldad o brujería entre chilenos es tan mala y negativa como la mapuche. La machi es muy asertiva y con gran capacidad de convencimiento, sus pacientes la escuchan con atención y respeto. Es probable que la sanación se logre debido a la fuerte influencia que ejerce sobre quienes la consultan, pues son reconocidas sus dotes psicoterapéuticas. Estas mujeres u hombres se transforman en grandes conocedores del comportamiento humano y, por lo mismo, son depositarias de un conocimiento amplio de comportamientos y tradiciones de su pueblo. Por ello es que ocupan un lugar destacado en la estructura social y religiosa mapuche. Basan su fama y prestigio en sus logros, y no es raro que sean llamadas desde localidades muy distantes a su domicilio, y por personas ajenas a su etnia. Ella acude sin hacer distinciones. Además, con frecuencia la solicitan en consultorios y en atenciones médicas.

Es preciso destacar que el prestigio de la medicina mapuche, tanto en los diagnósticos como en la eficiencia de sus tratamientos, desde hace años viene interesando a algunos médicos de los hospitales de Temuco. Sin duda es una tendencia novedosa que pone en evidencia, una vez más, que las culturas no se pueden prejuzgar como buenas o malas, inferiores o superiores. Las culturas son la respuesta de los seres humanos a las condiciones de un determinado momento histórico. En el último tiempo los fármacos que recetaban las antiguas machis en sus brebajes de origen vegetal se han industrializado, aislando sus principios activos para venderlas en forma de grageas y gotas en farmacias mapuche de Santiago y Temuco. El éxito ha sido notable y se transforma en una alternativa de medicina al alcance de las grandes mayorías de chilenos. La verdadera sinergia entre la medicina occidental y la medicina mapuche, en la Región de La Araucanía, ha demostrado sus beneficios. Estas buenas experiencias han permitido que en la ciudad de Imperial se inaugure el primer hospital mapuche–occidental. Según informaciones de prensa ( La Nación , septiembre de 2001), este centro de medicina intercultural fue proyectado por el arquitecto y urbanista mapuche Raúl Carimán. En la visión de la medicina mapuche, las enfermedades se clasifican, según su etiología, en dos grandes grupos: naturales y del espíritu. La medicina mapuche funciona sobre la base del principio fundamental de considerar mente y cuerpo como un todo. La investigadora Bacigalupo (2001:42) se refiere a este principio en los siguientes términos: Según esta visión, las emociones, los procesos orgánicos y psicológicos están interrelacionados: las emociones afectan el flujo de la sangre, en el corazón, el estómago, el hígado y los riñones, la tristeza y los problemas familiares afectan el funcionamiento de los órganos, por lo cual la cura de enfermedades es tanto espiritual como física. Así, el trabajo de la machi incluye una fuerte acción terapéutica mediante el consejo, la sugerencia y la disciplina que se debe observar durante el tratamiento; además, en muchas ocasiones ella orienta hacia un cambio de actitud del paciente para enfrentar de modo distinto la vida incluyendo, naturalmente, el entorno social. El ñempin es otra autoridad en la jerarquía social mapuche; su papel se relaciona con la cosmovisión. Conoce en detalle cómo está conformado el mundo y el pensamiento mapuche; en caso de necesidades extremas, puede sugerir medicamentos, pero no tiene el respaldo o fuerza sobrenatural que posee la machi. En el nguillatún, el ñempin es una autoridad, es el dueño de la palabra. El zugunmachive es un personaje que en el nguillatún o machitún oficia de intermediario entre la machi, que está en trance, y el pueblo. Él puede hacer las preguntas e interpretar las respuestas de la machi. 2.3 Organización social y religiosidad Según Marileo (1999:16):

Existen dos tipos de organización dentro del mundo mapuche: organización ideológica-religiosa y la organización sociopolítica-cultural. Todas las organizaciones tienen una base y un principio religioso. No obstante, lo anterior está determinado por el Ad-mapu (ley mapuche); es decir, la forma propia que tiene cada lugar o sector de concebir, desarrollar y promover su organización. El lugar o espacio físico destinado para realizar el ngüillatún, la ceremonia más importante del pueblo mapuche, se llama ngüillatuve . En estos lugares, además de pedir o agradecer a su Dios también piden a los espíritus. En las creencias mapuche existen los espíritus positivos y los negativos. Entre los espíritus positivos que se suelen invocar están Küme Newen, que provee el alimento y cuida la vida; Küme Kürüf, que purifica la naturaleza y al ser humano; y Küme Püllu, que lo protege de los malos espíritus. El altar para las ceremonias religiosas se denomina rewe: “es un tronco plantado sobre monedas de plata con peldaños para subir y una plataforma hecha por una especie de sombrero que tapa una cara humana toscamente esculpida en el lado anterior y superior del palo. Sobre esta plataforma baila la machi y se pone en comunicación con los espíritus”. (Coña, 2000:343) En este lugar, y mediante la gestión de la machi, se produce la conexión con las fuerzas positivas y los espíritus de los antepasados. En el lenguaje mapuche ( mapuzugun ) existen expresiones que no se agotan en un solo significado. Por ejemplo, rewe es la unidad territorial religiosa, que está bajo la autoridad de un longko en estrecha comunión con la o el machi. No cualquier mapuche es longko , este es un personaje mayor, sabio que, en el pasado, por su poder y riqueza también se le identificaba como un füta ülmen. Este señor está directamente involucrado en la gestión religiosa de su lof ; por ejemplo, la consagración de nuevas machis en estrecha relación con las machis consagradas del rewe o de machis aliadas de rewe . Antiguamente, de acuerdo con los antecedentes que se le entregaba, el longko ordenaba la construcción del kemo-kemo (Alonqueo, 1985) que los mapuche de hoy identifican como rewe . El kemo-kemo tiene cuatro, cinco o siete peldaños, ellos simbolizan el poder del o la machi. Así el kemo-kemo de cuatro peldaños significa cuatro estados de cielo o poder; es la consagración más común, o sea, machi común. El de cinco peldaños significa cinco estados de cielo o poder; tal congregación tiene más poder y jerarquía que la anterior. El de siete peldaños significa siete estados de cielo o poder; es la congregación que tiene sumo poder y de mayor jerarquía. La religiosidad del pueblo mapuche suele expresarse en las ceremonias o rogativas que se realizan para invocar a Ngünechen, el ser supremo y dios de los mapuche. Ngënechen es el padre ( chaw ) bueno ( kume) y se le nombra con los prefijos chaw o kume : Chaw Ngünechen, Kume Ngünechen, que significa padre dios, dios sabio. En las rogativas se le pide por la salud y prosperidad de los hijos.

Si las cosechas han sido provechosas se le agradece a Ngünechen por haber asegurado el alimento. En algunos hogares campesinos, hasta no hace mucho, antes de servir la comida la dueña de casa destapaba la olla en el patio para que primero se sirviera Chaw Ngünechen. La deidad mapuche posee género masculino o femenino ( füta y kuse ) y también atributos etarios, viejo o vieja. El pueblo mapuche es monoteísta, aunque puede llamar a engaño la existencia de una serie de divinidades que se reconocen en las distintas expresiones de la naturaleza. Sin embargo, tales divinidades son la manifestación del mismo dios y algunas de ellas son: chaw antu (padre sol), huillifucha–huillikakushe (dioses del viento sur), lafkenfucha–lafkenkushe (dioses del mar, los ríos y lagos), tralkanfucha–tralkankushe (dioses de los truenos). Los principales rituales mapuches de carácter religioso son el nguillatún, el kamarikún y el machitún. De éstos, el de mayor convocatoria, porque reúne a más personas y familias, es el nguillatún, que se organiza para agradecer al dios Ngünechen por la abundancia de la cosecha o por la salud de sus miembros. Pero también se le invoca si las cosas no han andado bien para los hijos de Ngünechen, sea porque ha habido enfermedades, o el año agrícola ha sido malo debido a las pestes, la sequía o las demasiadas lluvias. La traducción de Ngünechen es ser supremo, la voluntad todopoderosa que domina, gobierna, dirige, guía al ser inteligente, racional e irracional (Alonqueo, 1985:41). El nguillatún es una ceremonia religiosa en honor a Ngünechen, una fiesta, donde se habla mapuzugun , se danza y se comparte el alimento. Este es abundante y consiste fundamentalmente en carne de vacuno, caballo asado, cordero, sopaipillas, chicha de manzana, muday y mate. Esta fiesta puede llegar a durar hasta cuatro días, y los concurrentes observan un comportamiento festivo y de respeto a la vez. En algunas regiones la solemnidad de este ritual se asegura con una brigada de konas a caballo para vigilar y controlar a los curiosos y cuidar que los asistentes lleven la vestimenta tradicional. En el marco de esta gran fiesta tienen lugar especiales rituales religiosos, donde la principal protagonista es la machi; pero también es el espacio para reunirse, saber de los integrantes de la familia o de la comunidad y bailar las danzas tradicionales. Todos los antecedentes que existen respecto de la vida social del pueblo mapuche que conoció el español, lo señalan como un pueblo festivo, vivaz y alegre; amigo de la buena comida y dispuestos a incorporar a su cultura culinaria los buenos platos que comía el español. Durante su cautiverio, Francisco Núñez de Pineda y Bascuñan ⁸  cuenta de las grandes celebraciones que en su honor organizaban los diversos caciques por donde anduvo. Las comidas que se ofrecían en estas ocasiones eran a base de carne asada de gallinas, perdices, ovejas y terneras. También se preparaban platos elaborados, guisos de carnes, pasteles y empanadas de igual o mejor preparación que las que hacían las familias españolas. Cerca del mar, la comida consistía principalmente en mariscos y pescados. 2.4 Cantos y danzas

Los bailes mapuche tienen la singular característica de representar lo que se pide o implora al dios supremo; en estos casos es evidente la existencia de una suerte de conexión o coordinación con la machi. Bacigalupo (2001:25) observa que en el tamboreo rítmico con que aquella ejecuta este instrumento existen elementos que la inducen al trance necesario para emprender el viaje al encuentro con los espíritus ancestrales y con Ngünechen, el dios padre. “La ejecución circular ( trincaipürun ) de estos bailes sagrados es seguramente un procedimiento para provocar el éxtasis de la machi” (Guevara, 1906:310). Exactamente, se refiere al lonkomeo o treqüipurrun, que viene de la expresión treqüil , que es como el mapuche designa al ave queltehue, y pürun que significa baile en mapuzugun . De modo que la traducción literal del tréqüipurrun o lonkomeo es “baile del queltehue”. El tréqüipurrun es una hermosa danza cuyo movimiento y ritmo busca imitar al delicado y amoroso baile del queltehue en la fase de nidación. Llegado el momento de poner los huevos estas aves hacen su nido en la tierra, utilizando generalmente el hoyo que dejó la pisada de un animal mayor. El espectáculo suele ser conmovedor, el nido lo hace con pastos secos en compañía de varias otras parejas en bulliciosa reunión como adhiriendo a la ocasión. En este momento la pareja baila alrededor del nido, en forma circular por cierto, desplegando y plegando sus alas al tiempo que coordinadamente alza y baja su cabeza. La tradición oral señala que de la observación cuidadosa de este evento el mapuche creó el lonkomeo. Por ello el mapuche bailarín de tréqüipurrun se disfraza de queltehue. Cuando el baile tiene por objetivo expresar estados de ánimo, como la alegría, sigue otra dinámica: prevalece la expresión gimnástica y representa movimientos y carreras de animales. En este sentido uno de los bailes más conocidos de las ceremonias de los mapuche es el choyque purrun (baile del ñandú), donde los movimientos están inspirados en los de esta ave. El movimiento de las nubes y la corriente del aire también son fuente de inspiración para crear el p ü run o baile de 3/4, que es masivo y donde la concurrencia se anima y se realiza al compás de 3 x 4 con el acompañamiento de trutruka y püfülka (Alonqueo, 1985:70). Como el lector podrá apreciar, también en los bailes, importante expresión de la cultura, se aprecia un marcado sello de la cosmovisión de este pueblo. 2.5 El mingaco

Desde muy antiguo los mapuche practican formas de comportamiento que privilegian la solidaridad y la ayuda comunitaria para realizar diferentes tareas. Estas acciones tenían características de fiesta, por cuanto el dueño de la casa donde se realizaría el trabajo que iba a requerir de terceros, enviaba mensajeros a los vecinos indicando el día en que debían encontrarse, y una vez concluida la razón del encuentro se daba inicio a una celebración con diversas comidas y bebidas. A esta actividad se le daba el nombre de mingaco. A ellas concurrían hombres y mujeres quienes se repartían quehaceres respetando el género de los trabajadores. En las actividades mapuche es característico que existan trabajos reservados solo para hombres o solo para mujeres, de modo que pocas veces se juntan en una misma actividad. Mediante esta práctica construían sus casas, cosechaban el trigo, el maíz, las papas, los porotos, y trasquilaban las ovejas, entre otras actividades. En referencia al mingaco, Coña (2000:176) dice: En aquel tiempo la gente no conocía los trabajos separados, en todo se ayudaban, trabajaban en ligas o mingacos. Ya he referido algunos de estos mingacos: la siembra del maíz, la cosecha y trilla de trigo; también he mencionado la construcción de la casa mapuche. Los dueños del mingaco agasajaban a sus invitados trabajadores con carne de oveja pan, harina tostada y finalmente con chicha de manzana o de maíz. Esta última tenía graduación alcohólica como producto del proceso normal de fermentación, pues había sido preparada con antelación y guardada durante meses para estos menesteres. Las conductas prosociales han sido motivo de abundantes investigaciones entre los psicólogos sociales. Existen distintas hipótesis para explicar estos comportamientos, al parecer, en todas subsiste un elemento común o compartido y que tiene que ver con estados de ánimos o disposición positiva en los individuos que son capaces de desarrollar conductas altruistas o prosociales. Las observaciones recogidas entre familias mapuche respecto de las razones por las que acuden a ayudar en una labor agrícola o de construcción de una nueva vivienda muestran que esta actitud se cimienta en motivos valóricos o éticos. Ayudar a los vecinos y parientes de la comunidad es percibido como una cuestión de obligación (racional) que ayuda a que los beneficiados logren sus metas y puedan alcanzar las condiciones para seguir viviendo sin mayor contrapeso. Además, existe plena conciencia de que mañana, cuando ellos lo requieran, recibirán sin más esas necesarias ayudas. La misma razón explica las conductas en el pasado durante la guerra, en que frente a la amenaza del invasor se unían rápidamente las distintas tribus para enfrentar al enemigo. Capítulo III  Racismo y modernidad Todo ser humano proviene de una célula inicial: el cigoto, formado a su vez por la unión de dos células que proceden, respectivamente, de dos líneas: la materna y la paterna. En estas células microscópicas, especializadas para la

función reproductiva, se encuentran los cromosomas, depositarios de miles de genes que semejan verdaderos programas que, al ser ejecutados en la “cibernética” de nuestro cuerpo, se traducirán en funciones y características únicas en cada organismo. La unión de un espermatozoide o gameto masculino con un ovocito o gameto femenino, en el sorprendente proceso biológico conocido como fecundación, determina en alguna medida las características que tendrá la persona, su individualidad, lo que en definitiva la hace distinta de otra, irrepetible y única. Es el comienzo de la diversidad, concepto valorado en estos últimos tiempos en el mundo, y también en nuestro país, por los organismos de derechos humanos, la Iglesia católica y en los más variados campos del saber. Esta información aparentemente simple es el producto de muchos años de trabajo, durante los cuales cientos de investigadores y científicos del mundo entero han hecho sus contribuciones. Especial relevancia tienen aquellos que han centrado sus investigaciones en indagar y desentrañar la trama de la vida. Muchas veces han debido enfrentarse con principios fuertemente arraigados, llegando incluso en el pasado a exponer su vida por los nuevos conocimientos construidos. En esta tarea, sin duda, han sido los biólogos los que han hecho los más importantes aportes, puesto que el conocimiento proporcionado por ellos ha contribuido de manera decisiva a derribar una serie de paradigmas, entre los que se encuentra la idea de una supuesta superioridad racial. Las investigaciones en genética humana de poblaciones fueron las primeras en advertir a la comunidad científica mundial que no existían grandes diferencias entre el hombre europeo respecto del sudamericano, africano, asiático, etc. Que el color de la piel, como las estructuras faciales, son la expresión de una ínfima cantidad de genes que han ido cambiando a través de la evolución, en respuesta a los distintos climas a los que se ve enfrentado el ser humano en su dispersión por los diversos continentes. Así entonces, “ las diferencias entre las distintas poblaciones humanas solo son de tipo cuantitativo pero no cualitativo” , según afirma el profesor de Genética de la Universidad de Stanford, Cavalli-Sforza (1993:140). Con relación a los cambios adaptativos por factores climáticos, puntualiza el científico que estas diferencias son superficiales: Los genes que responden al clima influyen sobre caracteres externos del cuerpo, porque la adaptación al clima requiere sobre todo que haya modificaciones en la superficie del cuerpo (que es nuestra interface con el mundo exterior). Al ser exteriores estas diferencias raciales saltan a la vista, y automáticamente pensamos que en el resto de la constitución genética debe haber diferencias de la misma envergadura. Pero no es así: en el resto de nuestra constitución genética nos diferenciamos poco . Estos conocimientos contribuyen a darle otro matiz al tema de la discriminación por motivaciones racistas. El racismo, inventado y difundido por el europeo, no tiene ningún sustento racional, solo ha sido un recurso más para despojar y someter a otras culturas distintas de la suya con fines económicos. Mantener en estos tiempos comportamientos discriminatorios

racistas es un tema político y ético. Se ha postergado y excluido del desarrollo a millones de seres humanos por pensar y vestirse de un modo distinto a la ideología oficial. El evidente daño moral en perjuicio de las víctimas de la discriminación racista y el despojo de sus riquezas en el pasado, hoy deben ser compensadas. Tal raciocinio es coherente con el derecho individual e internacional de los pueblos por los que se aboga en estos tiempos. Es probable que tales conocimientos sean la base que sustenta la creciente preocupación de los organismos internacionales que velan por los derechos individuales de los seres humanos. Contundentes son los conocimientos aportados en los últimos años por los equipos de investigación del mapa genético humano, lo que se conoce como genoma. Los trabajos de Collins (2001), que contribuyeron al desciframiento del genoma humano –el acontecimiento científico del último tiempo–, afectan el paradigma de las razas humanas y son un grave revés para los racistas del mundo entero. Es, sin duda, una muy mala noticia para ciertas corrientes antropológicas y de historiadores cuyos trabajos han servido para ofender y discriminar a millones de seres humanos. El equipo de científicos que ha trabajado en desentrañar el mapa genético del genoma concluyó que “todos los seres humanos somos hermanos genéticos”. Sus descubrimientos apuntan a que en cuanto estructura genética los seres humanos somos como hermanos gemelos, puesto que el 99,9% del mapa genético de cada humano es idéntico a otro, cualquiera sea su color, nacionalidad. “El genoma no es racista” afirma el equipo de Collins, y agrega: “Los seres humanos comparten el 99,99% de sus genes y los xenófobos deberán conocer que, genéticamente hablando, puede existir mayor diferencia entre dos personas de lo que hasta ahora se consideraba una misma raza que las que hay, por ejemplo, entre un asiático y un negro”. El derrumbe del mito de la supremacía racial, estimula la lucha reivindicativa por los derechos civiles y políticos de los distintos pueblos, sometidos cultural y políticamente. Las consecuencias de este cambio de escenario, que todavía se están viendo, permiten que seamos testigos de diversas declaraciones de respeto a las etnias y a la diversidad. Todo esto, como consecuencia de la cristalización en la mente humana, al menos del porcentaje que piensa, del derecho que tiene todo ser humano de vivir libremente. Por lo tanto, no es una exageración sostener que biólogos y genetistas, seguramente sin proponérselo, han sido los principales responsables de derribar el mito de la superioridad racial. Así, el ser humano va comprendiendo que lo que diferencia a los distintos grupos humanos, además de su genotipo y fenotipo ⁹ , es fundamentalmente su propia cultura. Y a su vez, cada cultura es un hecho singular que se ha desarrollado en función de las necesidades existentes para ese momento, razón por la cual para la antropología moderna no existen culturas superiores ni inferiores. Lo que ha existido es la intolerancia de los hombres, movidos generalmente por intereses políticos o económicos, como también tradiciones culturales distintas determinadas por su propio desarrollo histórico.

El desarrollo sociohistórico y dialéctico de la humanidad nos enseña que muchas de las verdades del pasado ya no lo son en estos tiempos y que el conocimiento humano cada vez se construye a ritmos más acelerados. Las evidencias entregadas por el genoma humano muestran que no es argumento suficiente para admitir la existencia de razas cifrar el análisis en función de la forma de la cabeza, la cara, la nariz, los ojos, labios, orejas y color de pelo, la piel o el grupo sanguíneo; ello representa apenas una ínfima expresión de rasgos anatómicos visibles que no tendrían ningún peso frente a los rasgos invisibles, que suman miles, imposibilitando la definición de lo que sería la raza. Estos descubrimientos recientes incrementan los argumentos a favor de la evolución del ser humano a partir de un tronco común, siendo su dispersión por el planeta una de las causas de la gran variación de sus rasgos anatómicos. Gómez (1993), catedrático de la Universidad de Granada, refiriéndose a la conmoción producida en la comunidad científica por el desciframiento del genoma humano, afirma: No hay razas, solo racistas… Para la ciencia biológica se derrumbaron ya las especulaciones sobre las razas humanas. Sin embargo, los prejuicios raciales y racistas permanecen muy arraigados y no pierden vigencia social, sin duda por el poder de las apariencias y por la manipulación económica y política interesada . Con respecto al riesgo de confundir los aspectos culturales con una supuesta diferencia racial, el profesor señala: Al no tener a mano el imprescindible análisis genético de nuestro congénere, que nos develaría nuestra estupidez por encasillarlo racistamente, lo cierto es que montamos nuestra teoría cazurra de las razas apoyándonos, más todavía que en el tono de la epidermis, en la indumentaria, el peinado y los adornos, el aseo o la suciedad, el porte o la buena pinta, los signos de la posición social, las creencias, la lengua o las costumbres. Todos estos son rasgos culturales y no biológicos, curiosamente. En nuestro país, cualquiera sea la comprensión de estos hechos, sus efectos deberán ir creciendo hasta convertirse en nuevos elementos que enriquecerán las discusiones en torno a la realidad de los pueblos originarios. La altiva posición de las organizaciones mapuche y la presión internacional han logrado cambiar la mirada de algunos sectores de nuestra sociedad, que no pueden desconocer que un 10% de su población desciende de manera directa de la etnia mapuche. Cada vez son más los que, a diferencia de antaño, reconocen en la diversidad un hecho positivo y enriquecedor. Distintas corrientes de opinión se pronuncian y parecen estar de acuerdo en reconsiderar sus posiciones respecto de las etnias. En Chile, los últimos gobiernos se han visto en la obligación de colocar el tema en su agenda política, aun cuando no siempre se observa la capacidad de resolver o encauzar las salidas para enfrentar los problemas concretos. También aumentan aquellos que solidarizan o se interesan por la lucha de las etnias que quedaron dentro de las fronteras de nuestro país. Así lo demuestra el importante respaldo de la opinión pública, según los resultados

de las distintas encuestas realizadas en los últimos tiempos, y las permanentes muestras de simpatía hacia la causa mapuche expresada por miles de chilenos que no han dudado en salir a las calles y aplaudirlos en sus movilizaciones por las carreteras y ciudades de Santiago, Concepción y Temuco, en demanda de sus derechos. Tales manifestaciones entregan un importante indicador que tendrán que considerar ambas partes a la hora de adoptar decisiones. Un gran porcentaje de la población ve en estas demandas un planteamiento justo que los compromete emocionalmente por razones de identidad nacional. Contrariamente a lo que sostienen algunos, han sido los mapuche y su respetable historia los que han hecho una de las contribuciones más concretas a la identidad chilena. Es necesario recordar que trescientos años antes de que se fundara el Estado de Chile estos sorprendían a los europeos por su irreductible decisión de defender sus territorios, a la vez que escribían parte de la historia de este país defendiendo con sus vidas lo que creían suyo. La opinión internacional, consciente de su parte de responsabilidad en el maltrato a los pueblos originarios, es un nuevo actor que juega un importante papel como catalizador de los procesos de discusión de los derechos de las etnias. Y no podía ser de otra manera, pues cabe recordar que el racismo es un “producto” europeo y surge como una necesidad del invasor para justificar sus inhumanas acciones en contra del nativo, al que fueron sometiendo, y de paso legitimar la apropiación de las riquezas de los países colonizados. Algunos ideólogos de la discriminación racista no dudaron en calificarlos de “bárbaros” por la única razón de poseer una cultura distinta a la suya. Se trataba de hacer creer que los pueblos despojados eran dignos de menosprecio, por ser casi “sub-humanos”, incapaces de autogobernarse y de decidir por sí mismos. Es así como el prejuicio se va convirtiendo en una ideología, desde donde surgen voces criollas que hacen una verdadera profesión de la elaboración de discursos ideológicos, con elementos teóricos y metodológicos de discriminación, cuyo objetivo es justificar las acciones del colonizador o del usurpador de los territorios de los pueblos originarios. Esta etapa ha sido denominada por los psicólogos sociales como “racismo antiguo”, o “racismo manifiesto o biológico”; es decir, se pretende establecer la idea de la superioridad racial, la que sin duda servirá de marco teórico para justificar acciones de violencia extrema en contra de estos pueblos, lo que muchas veces se tradujo en su exterminio físico. En Chile, desde hace aproximadamente unos doscientos años, se viene escribiendo una historia cuyas características fundamentales se encuentran en las ideas consignadas en los párrafos anteriores. Esta historia ha quedado establecida como verdaderas cogniciones sobre la base de las actitudes prejuiciosas del chileno común, las que se reproducen en el tiempo, y derribarlas será todo un desafío social y especialmente educacional. En nuestro país, el tema del racismo se ha ido instalando prácticamente al mismo ritmo que en otras latitudes. Es probable que en ello influya el

notable desarrollo de las comunicaciones como también los movimientos reivindicativos de representantes de la etnia mapuche, la más importante. Aunque con sus propias características, el tema se ha logrado posicionar en nuestra sociedad, lo cual no es de extrañar por cuanto es un fenómeno social que en ningún lugar del mundo ha permanecido carente de dinámica. Efectivamente, el prejuicio y la discriminación van variando según cambian las condiciones políticas, económicas y sociales del país. Y, como se ha señalado, por el avance en la construcción de nuevos conocimientos a partir de la biología genética y las ciencias sociales. Nadie puede negar que en la última década el tema del pueblo mapuche ha logrado mayor presencia y los gobiernos debido, entre otros factores, a la presión política del movimiento mapuche, se han visto obligados a implementar determinados paliativos. Si bien es posible percibir una cierta apertura de la sociedad hacia la problemática mapuche, la cobertura al tema muchas veces pretende hacer creer que el problema se reduce a lo que plantea un puñado de dirigentes de la etnia que solo lo circunscriben a lo rural. Lo real es que este es un problema político en que un pueblo sometido por el Estado de Chile exige la restitución, a la brevedad, de su derecho a gestionar su propio destino. Por tanto, es una cuestión instalada no solo en el campo sino también se ha trasladado a la ciudad. Los pueblos originarios no han sido tomados en cuenta como “legítimo otro” en la gestión del Estado y de la sociedad chilena. Y lo que es peor, avanzar hacia una solución de fondo, que involucre a todos los miembros de la etnia, parece no estar en el itinerario de la clase política y elites que administran la Nación. Más aún, en la actualidad hay ciertos sectores políticos que sostienen que no existe tal conflicto, y que lo que se observa es una mala gestión por parte de los gobiernos respecto de los temas étnicos. En todo caso, el argumento no es nuevo y se complementa con la idea de que lo que afecta a estas minorías son problemas de tipo social. Tales sectores están prestos a criminalizar cualquier acción de protesta o reivindicación, dando clara señal de que tratándose de las minorías étnicas los derechos no son los mismos que los del resto de la comunidad nacional. Es decir, nada los detiene en recurrir a conductas totalitarias y racistas. Para los estudiosos del tema, negar el problema forma parte de las estrategias que se siguen en cualquier lugar donde existen dificultades con las minorías étnicas. La estrategia de la negación es denominada “racismo sutil” (Navas & Rueda, 1998), y se trata de un racismo que es tan o más nefasto para las víctimas que el abierto o biológico, puesto que niega la esencia del conflicto y, por tanto, estorba la búsqueda de cualquier camino racional para aminorar o reparar el daño causado. De cualquier forma, la cuestión ha ido generando posiciones, por un lado, y muchas expectativas, por otro, sobre todo en relación con futuras definiciones y acciones. En cualquier caso, es posible afirmar que no es un asunto indiferente para la opinión pública. Decíamos que hoy en día son muy pocos los que no tienen un punto de vista al respecto. Algunos, para lamentar no haberlos exterminado

(afortunadamente muy pocos); otros, que con exacerbadas ideas mercantilistas sostienen que el tema de las etnias es un excelente negocio; y unos cuantos que prefieren creer que las demandas de los mapuche están siendo canalizadas por extremistas venidos de otros países, o son banderas de lucha de partidos políticos que pretenden sacar dividendos apoyando sus reivindicaciones. Pero también han surgido otras voces que buscan incluir esta problemática en el mismo saco de otro gran tema, que es la pobreza, sin duda uno de los graves flagelos que enfrentan amplios sectores de chilenos, producto de seguir los designios de un modelo económico que, al menos hasta ahora, ha significado hacer más pobres a los pobres y más ricos a los ricos, de acuerdo con sus propias estadísticas y los públicos reconocimientos que sus propios ideólogos comienzan a aceptar. Esta visión busca restar valor y mérito histórico al tema que nos ocupa, al igual que la pretensión de comparar e igualar la situación del pueblo mapuche con las dificultades de otras minorías como, por ejemplo, la de los homosexuales. El lector comprenderá que la única similitud en cuanto a este último grupo es la de ser minorías sociales. Digno de destacarse es la existencia de un conglomerado cualitativamente importante de la sociedad chilena, que coincide con la posición de importantes sectores de la población mapuche, que cree estar frente a un problema político entre el Estado de Chile y la etnia. Para ellos el primero no ha sido justo y existe una deuda histórica con este pueblo autóctono por las acciones del pasado y por su trascendencia en la formación de la cultura y nacionalidad chilena. Para este sector, el creciente interés de los organismos internacionales de derechos humanos y los distintos conflictos étnicos que se suscitan en el mundo, abren caminos para ir en apoyo de estos grupos y enmendar los errores del pasado. En un país católico como el chileno, resulta tremendamente significativa la opinión del fallecido papa Juan Pablo II , en relación con la situación en que se encuentra la mayoría de los pueblos aborígenes. Es probable que el Papa fuese consciente de que muchas de las injusticias y arbitrariedades se hicieron en nombre del cristianismo. Al respecto, Myers (2003) citando las investigaciones de Altemeyer y Hunsberger, Bastón y Gorsuch, señala que los miembros de la Iglesia expresan más prejuicios raciales que los no miembros. Y que los que profesan creencias cristianas tradicionales y fundamentalistas son más prejuiciosos que los de creencias menos tradicionales. Los registros históricos de lo ocurrido durante el descubrimiento y la conquista de América consignan la activa participación de los religiosos católicos que vinieron con las también católicas tropas de los conquistadores. Eran tiempos de fuertes disputas religiosas en Europa entre el protestantismo inglés y el catolicismo romano, que había encontrado en España su principal aliado. En este contexto se hace más comprensible aún la preocupación de Su Santidad en relación con las conductas observadas por los conquistadores, que bajo el auspicio de los reyes católicos de España emprendieron la gran empresa de descubrir el Nuevo Mundo. Hoy día, cuando la Iglesia católica ejerce una fuerte influencia en temas morales de

la más diversa índole, es normal que también se interese en las conductas que los miembros del clero tuvieron con los pueblos que conquistaban. Después de todo, una característica de la modernidad es la reflexividad, proceso mediante el cual esta puede pensarse a sí misma. A partir de este ejercicio, también es posible colonizar el tiempo, resignificar la historia, etcétera. El cambio de milenio parece haber traído consigo una nueva perspectiva de sensibilidad, cuya característica principal reside en una revisión de los comportamientos del pasado y una toma de conciencia de los sufrimientos y el dolor causado a tantos seres humanos. La psicología, mediante la psicoterapia, permite a las personas resignificar un pasado ingrato o doloroso que muchas veces les impide disfrutar de la vida. Son precisamente las construcciones sociales del pasado, o mejor dicho, aquellas valoraciones, las que se están cuestionando y motivan a amplios sectores de la humanidad a la crítica y autocrítica respecto de la necesidad de enmendar planteamientos o visiones anacrónicas. El respeto por la diversidad humana es uno de los baluartes de nuestros tiempos, que recorre el quehacer humano en lo político y lo cultural, y por cierto debe ser también revisado en la educación formal, en particular en el trabajo de aula en los niveles básico y medio. El anterior argumento se sustenta en el hecho de que tanto el prejuicio racial como el racismo tienen en su base un fuerte componente cognitivo. En este sentido, se puede aseverar que el prejuicio racial en Chile fue aprendido porque alguien lo enseñó, si tomamos en cuenta los principios del aprendizaje social que funcionan más o menos de la siguiente manera: los niños adquieren las actitudes negativas o peyorativas respecto de los grupos étnicos a partir de sus modelos, vale decir de sus padres, de sus maestros, de la literatura de uso oficial y del manejo comunicacional con que se suele presentar la información. La psicología social, además, advierte que el prejuicio se puede adquirir a través de la observación directa y también del condicionamiento vicario. 3.1 Las etnias: patrimonio de la humanidad Después de mucho tiempo, amplios sectores de la población humana parecen darse cuenta del injustificado desprecio por la sabiduría contenida en el modo de vida de los pueblos aborígenes. Se desconoce la fecha exacta en que se comenzó a poblar de seres humanos nuestro continente. Recientes hallazgos de restos encontrados en la región austral de Chile, han sido datados en aproximadamente 33.000 años ¹⁰ . Aún están abiertas las líneas de investigación para establecer fehacientemente de dónde, cómo y por qué vinieron a nuestro continente los primeros seres humanos. Una de las hipótesis más populares es la que señala que los continentes no siempre tuvieron la configuración que hoy conocemos. Con certeza se sabe que hubo un periodo de glaciación en el que nuestro planeta sufrió un descenso de temperatura de unos 10 °C, ello hizo que se cubriera de hielo y nieve una superficie trece veces mayor que la actual, haciendo variar fundamentalmente el nivel del mar, lo que afectó la forma del relieve de la corteza terrestre y, por tanto, la distribución de la flora y fauna, lo que

posiblemente favoreció la inmigración de seres humanos al continente americano. Todo indica que después de miles de años de evolución surgieron en América notables civilizaciones que establecieron claros polos de desarrollo humano. Los registros de su existencia han sido verificados por las ciudades y obras de ingeniería que hasta nuestros días se siguen encontrando en esta parte del mundo y, como es natural, cada día son más numerosos quienes se interesan por encontrar los orígenes de esta realidad. Pero también, y por sobre todo, atraen su cultura, la relación que establecieron con el entorno físico, con la madre tierra y sus recursos. Asistimos a un momento histórico en el que desde distintos lugares surgen corrientes de opinión, se forman grupos políticos y apolíticos que cimientan sus credos en la defensa ecológica del planeta, reconociendo, de paso, cuánta sensatez existe en la mayoría de los pueblos originarios, de nuestra América, en la adopción de sus formas de vida. Estos habitantes fueron desarrollando una notable sensibilidad respecto de la madre tierra y del cosmos. La depredación irracional de los recursos naturales, como la conocemos hoy, no tenía cabida en su visión de vida, y solo extraían de la naturaleza lo necesario para la subsistencia. La perfecta sintonía con el medio ambiente en que vivían las civilizaciones precolombinas les debe resultar incoherente a la mayoría de las personas acostumbradas a leer o escuchar de boca de los voceros de la sociedad mayor que estos no eran más que pueblos “primitivos” o “incultos” con escasa o ninguna virtud que admirar. El nivel de interés por los vestigios que han quedado de tales civilizaciones está permitiendo que ya no sea tan fácil seguir atropellando a estas minorías sin que repercuta en la opinión y en las acciones de gentes de otras latitudes. La situación debiera dar origen a una nueva relación entre estos pueblos y sus respectivos Estados, propiciando una reconstrucción de su cultura y de su historia que se concilie con la verdad. En nuestro país hacer un nuevo trato con los mapuche debe considerar necesariamente el rescate y reconstrucción de su cultura. Esta nueva visión basada en el respeto por la diversidad, y que incluye abrir los canales de participación a los grupos discriminados por centurias, toma forma en importantes naciones, entre estas Estados Unidos y Canadá, por nombrar dos países importantes de nuestro continente. A medida que pasa el tiempo, y producto del desarrollo alcanzado por la humanidad, se tiene cada vez más conciencia de que el mundo avanza hacia la diversidad y el respeto total de los derechos humanos. En el país del Norte, por ejemplo, se piensa que para el 2050, alrededor del 50% de su población será de procedencia europea y el resto estará formada por grupos provenientes de muy distintos orígenes. Naturalmente, en un país desarrollado como aquel se han venido modificando las normas sociales para adecuarlas a la realidad que se está configurando. La situación ha incrementado el interés de la psicología social por estudiar este fenómeno que sin duda tendrá como gran beneficiada a la especie humana. Los nuevos hechos necesariamente obligarán a los líderes políticos a tener una visión distinta en las políticas de gestión para este mundo diversificado, de modo que no debieran extrañar el interés y las opiniones que comienzan a

estructurarse en distintas latitudes y que involucran a los pueblos originarios de América Latina. En el mundo son cada día más los que piensan que la destrucción de las culturas precolombinas en América fue un daño infringido a toda la humanidad (en lenguaje actual: “crimen de lesa humanidad”). La apreciación se funda en que los actuales habitantes de la Tierra no justifican la barbarie del pasado que les impidió conocer y aprender de esas civilizaciones. Han sido vedados de escuchar a los aztecas, a los inkas y a otras culturas que florecieron en nuestra América, respecto de temas tan diversos como su concepción del planeta, el universo, el ser humano, el tiempo. Aquello no fue posible por la barbarie con que fueron sometidos, privando a las generaciones futuras de contemplar ya no ruinas de un pasado majestuoso, sino magníficas obras arquitectónicas en toda su magnitud. Es posible incluso que se hubiese encontrado explicación a más de alguna inquietud e interrogante aún sin respuesta. El paradigma racista, entronizado en el viejo continente, reflejado en el comportamiento de quienes viajaron a estas latitudes, impidió a la humanidad saber más de las civilizaciones existentes en América. Los mismos intelectuales españoles o sus descendientes han reconocido que gran parte de las tropas que acompañaron tanto a los descubridores como a los conquistadores de América fueron individuos de los peores estratos sociales, a los que solo movía el enriquecimiento fácil por medio del pillaje. Algunos cronistas consignan, por ejemplo, que ser enviado a Chile era un castigo o una condena a muerte, pues la bravura y el heroísmo de los mapuche en la defensa de sus territorios era ampliamente reconocida en España y resto de Europa, ya que desde el primer momento defendieron con gran valor su libertad y sus territorios, causando importantes pérdidas en vidas humanas a los conquistadores españoles. Tan justificados eran los temores de estos soldados que existen cifras, proporcionadas por ellos mismos, que señalan que la conquista de América, desde California a Tierra del Fuego, costó entre 300 a 400 vidas españolas. Tales cifras exceptúan las víctimas producidas por la guerra de españoles contra los mapuche. “Los cálculos hechos sobre las vidas consumidas en la conquista de la Araucanía, que nunca obtuvo España en forma definitiva, dan ¡50.000! vidas españolas”. (Campos, 1972:17) Los dolorosos hechos acaecidos con motivo del descubrimiento y posterior conquista de América, en una perspectiva cultural del planeta, fueron una tragedia, puesto que no solo se le hizo un indiscutible perjuicio al hombre americano sino, además, se privó a la humanidad de conocer parte del desarrollo histórico de la especie humana alcanzada en estas latitudes.

Probablemente algo de esto han tenido en cuenta las corrientes de opinión que en todo el mundo se organizan para exigir respeto por las minorías, víctimas de la ignorancia de quienes en un determinado período de la historia han ostentado el poder. Iniciar acciones de reparación parece ser una necesidad que dignifica la esencia humana y resignifica la historia. Visto de esta forma, el problema es mayor para los que ofendieron que para los ofendidos, puesto que se trata de un tema de definiciones valóricas que deberían estar dispuestos a enmendar. 3.2 Discriminación y prejuicio racial La prensa oral y escrita del país ha informado profusamente acerca de los asesinatos de jóvenes mapuche en manos de las fuerzas represivas del Estado de Chile en el contexto del conflicto del usurpador wingka con las comunidades mapuche. Los autores de estos crímenes, pocas veces, por no decir nunca, han sido procesados por la justicia, por lo que sus acciones quedan en la impunidad absoluta. Tal situación a ojos de la ciudadanía resulta incoherente con el Estado de derecho que supuestamente protege los intereses de todas las personas de este país. La justicia chilena se ha prestado para amparar arbitrariedades como la detención y el prolongado encarcelamiento de líderes campesinos de la etnia sin pruebas y sin juicio. Existen documentales hechos por productoras chilenas que muestran a las fuerzas policiales instaladas en las comunidades de los territorios de la etnia maltratando a niños mujeres y ancianos. Curiosamente instancias oficiales del Estado, como las que defienden los derechos de la mujer, los niños o los ancianos, nada dicen, no tienen opinión frente a estas situaciones. Este gobierno, como los otros, justifican el accionar de sus fuerzas represivas e inventa justificaciones para aplicar la Ley de Seguridad Interior del Estado, que según dicen algunos legisladores ni siquiera tiene rango constitucional. El prejuicio, la discriminación, el racismo, la estigmatización y el estereotipo racial son prácticas maliciosas que surgen con intensidad en las sociedades estructuradas a partir de la desigualdad social. Desde la perspectiva de la psicología social, cada una de estas expresiones tiene significados bastante claros y por cierto han sido estudiadas detenidamente por ser causa importante de los varios conflictos que sufre el individuo y la sociedad. El prejuicio es una actitud usualmente negativa, se refiere a juicios, opiniones, pensamientos preconcebidos arbitrariamente, o actitudes hacia otra persona o grupo social, sin que existan antecedentes verdaderos que justifiquen dicha conducta. La actitud prejuiciosa del grupo dominante permite racionalizar y justificar sus posiciones de privilegio ante el grupo oprimido. En el caso de los pueblos originarios, sabemos que estos prejuicios han sido parte de un código racista, utilizado por las elites dueñas del poder para justificar ante el país sus conductas de arbitrariedad, atropello, destrucción y despojo de los territorios de la etnia. Las consecuencias de estas prácticas están a la vista, los mapuche como pueblo se encuentran en una absoluta postergación sociopolítica con relación a la sociedad mayor. Los estados de pobreza en que se encuentra la mayoría de sus integrantes son una fuente más del prejuicio y discriminación, ya que

prejuiciar al pobre es una conducta casi regular en la interacción intergrupal. Los procesos sociocognitivos (estereotipos, actitudes, ideologías) actúan normalmente como mecanismos de ahorro de esfuerzos cognitivos. Es decir, gracias a ellos el cerebro no necesita gastar energía en procesar cuidadosamente toda la información. En Baron y Byrne (2005:18-19) encontramos investigaciones de Bodenhausen, Macrae, Milne y Bodenhausen, entre otros, que confirman esta especie de flojera mental que explicaría cómo se forma y se mantiene el prejuicio. Así entonces, los grupos dominantes, que inventaron las prácticas discriminantes y las ideologías prejuiciosas, las enseñaron y promovieron un día, para luego, por reproducción (Bourdieu y Passeron, 1995), se han logrado mantener en el tiempo. El prejuicio racial se sostiene por una suerte de impermeabilidad del pensamiento que da lugar a una conducta marco, dogmática, basada en cogniciones que se tornan irreflexivas, haciendo surgir sentimientos negativos hacia el objeto del prejuicio. Para mantener la consistencia de sus actitudes prejuiciosas, las personas estarán más receptivas y atentas a toda información que refuerce esa actitud; en esta instancia del proceso serán muy importantes los estímulos del entorno, como por ejemplo los medios de comunicación, el tratamiento o manipulación de la información, la literatura formal, los panelistas y políticos cuyo discurso o posición les sea afín. De este modo se construye un verdadero pensamiento prejuicioso con todas las cualidades de este; es decir, interpretar y comprender rígidamente el mundo, impermeable a los nuevos antecedentes. El aprendizaje social es un concepto importante de tener presente para explicarnos el fenómeno social del prejuicio racial. Crecer en medios como los descritos, hace posible estructurar cogniciones prejuiciosas que se graban en la memoria y sirven en la vida para estructurar procesos intelectuales complejos como, por ejemplo, las representaciones sociales, que son sistemas de referencia o representaciones que nuestra mente utiliza para interpretar la realidad. Muchas de estas cogniciones quedan como verdaderos paradigmas que cuando son transmitidas por personas que ocupan posiciones de liderazgo grupal, cobran mayor importancia. Los antecedentes arriba analizados permiten entender algunas conductas decisivas en los procesos de escogencia social, en que, por ejemplo, un seleccionador prejuiciado, a pesar de la influencia de la educación y de los posibles entrenamientos para cambiar algunas actitudes, termina resolviendo en función de lo que le dictan sus códigos internos. De tal suerte que no es raro encontrar que en la decisión de seleccionar a un determinado candidato para ocupar un cargo en una organización, a pesar de los antecedentes, no siempre se realiza por sus mayores méritos técnicos. En esta nebulosa de procedimientos, es predecible saber qué puede ocurrir cuando el postulante pertenece a alguna minoría. Como hemos sugerido, se suele discriminar por el fenotipo, existiendo especial interés por las personas de tez clara y, en lo posible, con un apellido aristocrático o extranjero. Y aún más, es recurrente el comentario entre jóvenes de

comunas marginales del gran Santiago que han sido discriminados por sus posibles empleadores, cuando estos se imponen del sector donde viven. Este tipo de situaciones ocurre a vista y paciencia de las autoridades del trabajo; el discriminador pasa inadvertido, sus conductas prejuiciosas son inconfesadas respecto de sus víctimas y de la sociedad. Ellas fueron aprendidas en algún momento de su vida y hoy se encuentran en su mente a modo representaciones mentales complejas, que al ser intrasíquicas son difíciles de advertir para la mayoría, de modo que todo se asume como normal. Una segunda fuente relacionada con los orígenes y mantenimiento del prejuicio, es la que plantea Bobo (1983) conocida como la teoría del conflicto realista. Según esta teoría, el prejuicio deriva de la competencia entre grupos raciales por beneficios y mejores oportunidades (Baron y Byrne, 2005:224). Con relación a la cuestión que nos ocupa, los mapuche siempre han sido conscientes de su condición de pueblo distinto e independiente. Los grupos más preparados son conscientes de que la paz con los españoles se firmó en Quilín y Negrete y que concluyó con el reconocimiento de la nación mapuche por parte de los reyes de España. Documentos oficiales reconocieron la existencia de la nación mapuche y el derecho de este pueblo a vivir libremente en sus territorios, que para tales efectos se extendía desde el río Biobío al sur (Parlamento de Quilín, 1641, Parlamento de Negrete, 3, 4 y 5 de marzo de 1803). Estos datos que constan en los respectivos documentos oficiales, han quedado como un antecedente que, por cierto, influye en aumentar la reactancia psicológica sobre todo del sector más preparado de este pueblo e interesado en el tema. La reactancia psicológica forma parte de la teoría del control psicológico del individuo Brehm y Brehm, (en Morales y otros, 1994:395) (1981:395). Plantea que los individuos son libres de comportarse de una manera si sienten o perciben que en el pasado disfrutaron de esa libertad. El sentimiento de la libertad perdida mediante procedimientos reñidos con los más elementales principios del derecho es una cuestión que cada vez se hace más consciente en importantes sectores de la etnia. La memoria mapuche jamás ha olvidado que el Estado chileno, mediante una ley unilateral y arbitraria dictada el 4 de diciembre de 1866, decide invadir, confiscar y rematar sus territorios ubicados al sur del Biobío. Los designios de esta ley se cumplen con la ocupación militar del país mapuche, con todas las atrocidades que estas acciones han significado hasta nuestros días. A partir de estos arbitrarios procedimientos, se sentaron las bases de un conflicto político y territorial que se mantiene hasta nuestros días y que, sin duda, es una de las fuentes más importantes del prejuicio racial y que permanece hasta hoy. Demás está en insistir que este conflicto, además, se fue cargando cada vez de un fuerte componente emocional, el que ha originado, también, claras acciones de discriminación. Cabe hacer presente que esta competencia intergrupo tuvo expresiones de violencia y crueldad extremas como linchamientos a mapuche protagonizados por los nuevos habitantes de estos territorios (Bengoa, 2000). Otra fuente del prejuicio son las experiencias tempranas, es decir las que ocurren durante la niñez. El prejuicio se transforma en una actitud, la que es aprendida como todas y se desarrolla a través de la vida. Sobre el tema

existen bastante investigaciones, una de las últimas es la de Towles-Schwen y Fazio (en Baron y Byrne, 2005:229). De acuerdo con esta línea de trabajo, los niños aprenden las actitudes negativas hacia determinados grupos sociales de sus padres y de la escuela. En la primera edición de este trabajo, hicimos hincapié en el rol que habían jugado en el pasado las escuelas y liceos de La Araucanía en la proliferación de actitudes prejuiciosas y comportamientos discriminadores hacia la etnia mapuche (Paillalef, 2003). Investigaciones realizadas por estudiantes de universidades del sur del país muestran que la situación no ha cambiado. Otras investigaciones realizadas por diversos centros de estudio concluyen que el aumento de la discriminación social y étnica se da, a nivel preocupante, por parte de los sectores más acomodados. El prejuicio es un fenómeno presente en las relaciones intergrupales interpersonales y se torna preocupante cuando se continúa en comportamientos discriminatorios hacia personas o grupos de persona. Para los investigadores Navas y Rueda (Baron & Byrne, 1998), el prejuicio “cumple una función social clara: permite explicar y mantener las desigualdades existentes y las relaciones de poder entre los grupos dominantes y subordinados, o entre las mayorías y las minorías”. La discriminación social es un fenómeno ligado al prejuicio y es un hecho propio de las sociedades con alta desigualdad social como la chilena. Según Swim et al. (Baron y Byrne, 2005) la discriminación consiste en acciones negativas hacia otros grupos debido a prejuicios raciales, étnicos sociales o religiosos. En el tratamiento de las minorías, el prejuicio racial y la discriminación como conducta base van de la mano, y es una de las formas en que se expresa el racismo. Importantes sectores de la comunidad nacional consideran que calificar a la sociedad chilena como racista es un exceso o tal vez una injusticia. Es cierto que no todos los chilenos son racistas o antipueblos originarios. Sin embargo, nos parece que los hechos pesan más que los deseos y estos en definitiva demuestran que un sector de la sociedad chilena, sobre todo la elite que maneja el poder, se comporta como racista, sin el más mínimo interés de rectificar dicho estatus. Varios son los antecedentes que justifican esta valoración, por ejemplo las reiteradas condenas de parte de los organismos internacionales de derechos humanos por los atropellos de los derechos de estas personas; el evidente desinterés de las élites políticas de otorgar reconocimiento constitucional a los pueblos originarios; la violencia con que se reprime las demandas de los comuneros de las regiones del Biobío y de La Araucanía, criminalizando sus peticiones, son claros ejemplos de discriminación racista. Sobran los ejemplos de país discriminador con sus minorías étnicas y también con personas con fenotipos diferente al estereotipo oficial. Mencionaremos algunos ejemplos que por haber sido de público conocimiento nos permiten mostrar que es un tema preocupante. El 28 de junio de 2016, la comunera mapuche Lorenza Cayuhan fue condenada a cinco años de prisión más 61 días, por robo, receptación y tenencia ilegal. Fue encarcelada en Arauco. En octubre de ese año, Lorenza, con ocho meses de embarazo, comenzó con síntomas de parto prematuro,

“me sacaron de la cárcel solamente con esposas y después cuando me subieron a la ambulancia me pusieron los grilletes en los pies, siempre amarrada a la camilla”. Ella da a luz vigilada por gendarmes y esposada a una camilla. Este caso fue denunciado y repudiado por el observatorio de Violencia Obstétrica, la Defensoría Penal Pública, el Colegio Médico, el Departamento de Derechos Humanos, Amnistía Internacional, la Corte de Apelaciones de Concepción y Gendarmería. Acusando grave violación a su derecho a la salud física y síquica, a ser sometida a tratos crueles, inhumanos y degradantes, a ser sometida a violencia de género, además de los derechos específicos con relación a los pueblos indígenas. Famoso por la crueldad del caso, fue el que protagonizó una joven estudiante ecuatoriana en la ciudad de Antofagasta a fines del 2004, quien intentó regresar a pie a su país aburrida de tolerar las burlas y ofensas de sus compañeros del Liceo Mario Bahamonde de esa norteña ciudad. Entre las groserías con las que molestaban sus pares chilenos a esta adolescente estaban: “negra fea”, “cabeza de virutilla”,“cara de carbón”. Como esas, otras minorías extranjeras en nuestro país sufren de discriminación, y su prevalencia no es fácil de probar pues se requiere constatar el hecho flagrante y no existen reguladores legales en los cuales basarse. Se da espontáneamente en procesos de selección entre individuos en igualdad de condiciones, donde se suele discriminar hasta al mismo chileno en beneficio del que tenga la piel más clara, ostente un apellido extranjero, o provenga de colegios o universidades “tradicionales” o privadas. También se discrimina por edades o por sexo; basta con revisar los contenidos del discurso escrito o verbal de los medios impresos como también la radio y la televisión. Al respecto Van Dijk (2003) sostiene que el racismo y la discriminación son hechos cotidianos y se encuentran presentes en el discurso de las elites poderosas sobre todo de países como el nuestro donde las de sigualdades sociales son evidentes. En Chile es normal que se subvalore al peruano, al ecuatoriano, al boliviano ¹¹ , hay muy pocos llamados de atención sobre esta discriminación. Cuando se dice que estos hechos son “normales” en nuestra sociedad, es porque son comportamientos que se repiten una y otra vez sin mayor contrapeso. Por lo anterior, hablar de discriminación y prejuicio racial en Chile no impacta a la mayoría de las personas porque dichas prácticas se han hecho habituales o “normales” en el modo de ser del chileno. Ambas palabras no dan cuenta en toda su magnitud del perjuicio psicológico que produjo y se está produciendo en las víctimas.

En ellos tiene el particular efecto de perjudicar su valoración social, lo que es grave. La discriminación y el prejuicio racial es una práctica perversa porque daña la psiquis de las víctimas; son percepciones, procesos subjetivos o individuales que involucran al sí-mismo de todos los actores, es decir, la sensibilidad de víctimas y victimarios. Por cierto, las más perjudicadas son las víctimas, en este caso los miembros de las minorías étnicas. Como se sostiene más arriba, somos prejuiciosos y discriminadores con peruanos, bolivianos, ecuatorianos porque son pueblos que en su constitución tienen una fuerte presencia aborigen. Porque dentro del complejo de blanqueamiento chileno no falta quien diga que somos los ingleses de Sudamérica. Esta indigenofobia seguramente dará lugar a cada vez más actos discriminatorios y racistas sobre todo por la gran cantidad de inmigrantes, que están llegando al país. Estudios realizados por psicólogos sociales en los años sesenta concluyen que los actos de crueldad y de violencia en donde el castigador profiere insultos a sus víctimas castigadas, erosionan la conciencia de quienes las realizan. Los comentarios hirientes del castigador lo autorrefuerza para de este modo encontrar justificación a tan despreciables actos. Los actos crueles engendran actitudes aun más crueles y llenas de odio (Myers, 2003). Los estereotipos son creencias respecto de los atributos personales que asignamos a personas o grupo de personas; estereotipar es generalizar (Myers,2003). Es otro mecanismo de nuestro pensamiento que sirve para simplificar el mundo. Los estereotipos étnicos son, generalmente, un conjunto de creencias negativas, compartidas dentro de una cultura, acerca de los atributos o características que poseen hombres y mujeres del grupo social en cuestión. Los estereotipos son marcos cognitivos que tienen una fuerte influencia en el procesamiento de la información social que recibimos, y pueden ser excesivamente generalizados, inadecuados y resistentes a nueva información. Ellos desempeñan un importante papel en diversos procesos psicosociales y uno de los más destacados es el desarrollo de la propia identidad. El estereotipo étnico mapuche necesariamente tendrá una fuerte influencia en la formación del autoconcepto del individuo joven que, como hemos sostenido, lo marca en su desempeño social. Es generalmente un pesado ripio social y psicológico que entrabará aún más su relación con el medio, sobre todo por lo disonante que muchos de estos contenidos tienen con lo oficialmente aceptado. Algunos de los estereotipos más populares con relación a los mapuche son: indios crueles y violentos, indios flojos y borrachos, indios torpes y brutos, indio come carne de caballo, indio tenía que ser para ser tan porfiado, indios sucios y cochinos, indios salvajes e ignorantes, entre otros. Al conquistador español los estereotipos le sirvieron para obtener el apoyo de sus gobiernos e implementar las formas más crueles de guerra contra la etnia. Crueldades que no solo eran practicadas por la tropa. El historiador Campos (1972:13) refiriéndose a cartas que Pedro de Valdivia, enviaba a su rey, recoge uno de estos documentos que en parte del texto dice:

12 de marzo tuvo lugar un formidable ataque de los mapuche al fuerte de Penco, recién construido; fueron rechazados y quedaron muchos prisioneros; a 200 de ellos (lo dice el mismo Valdivia en carta fechada en Concepción del Nuevo Extremo, de 15 de octubre de 1550. Nota del autor.) les hizo cortar las manos y las narices, para escarmiento. Resulta lamentable cuando ciertos líderes que se autoerigen como representantes de una etnia, actúan de manera tal que ratifican o refuerzan el estereotipo creado por la sociedad dominante. Esto ocurre cuando, por ejemplo, en sus discursos orales dicen “nosotros los indios…”. Tales expresiones en nada favorecen a la etnia, puesto que validan lo que el grupo dominante inventó, y puede confundir a otros. Además que tal producto social se ha construido bajo el falso supuesto racista que por siglos dividió a los seres humanos haciéndoles creer la existencia de razas entre los humanos y, peor aún, que algunas de estas poseían ciertos atributos que la ubicaban por sobre otras. La experiencia histórica indica que solo la educación y mayores oportunidades para estos grupos, en todos los ámbitos del quehacer moderno, es el único camino para superar esta especie de distorsión social. Estas son eficaces medidas que redundarán en el mejoramiento de la autoestima y de las competencias sociales de estos grupos victimizados. 3.3 El racismo moderno Hasta hace muy poco tiempo, en la Región de La Araucanía, en los establecimientos educacionales básicos y medios el racismo era biológico, con agresión psicológica abierta y con el beneplácito de algunos profesores y la casi totalidad de los compañeros. En esa región vivieron y trabajaron intelectuales que escribieron innumerables páginas ultrajantes para los sobrevivientes mapuche de la guerra de Arauco. Algunos de ellos fueron profesores del Liceo de Hombres de Temuco; obviamente, no todos los maestros mostraron el mismo comportamiento. En la actualidad son pocos los que están dispuestos a manifestar de un modo tan abierto sus prejuicios raciales. En nuestro país se practica un racismo distinto, más moderno, sutil, pero igualmente nefasto. Como decíamos, desde la perspectiva de la psicología social el racismo sutil es solo una versión más moderna de un mismo fenómeno que es igualmente dañino. En Baron & Byrne (1995:220) encontramos investigadores que han caracterizado este racismo moderno en tres aspectos que hablan por sí solos, y que permiten comprender en mayor profundidad lo que sostenemos. – “Negación por parte de los grupos dominantes de que sigue existiendo discriminación contra las minorías”. Aunque en Chile un importante sector de la población es descendiente de mapuche, ellos prácticamente no tienen presencia en los niveles de gestión del Estado. Algunos personajes públicos declaran no tener dificultades con sus jardineros o empleadas domésticas de este origen; agregan que son buenos trabajadores, honrados y limpios, y que en su calidad de patrones les tienen mucho respeto… si “hasta” les han pedido que enseñen mapuzugun a sus hijos. Nos parece que este cuadro es un flagrante ejemplo del comportamiento racista de la sociedad chilena. Es sabido que la población

mapuche tiene profesionales de todo tipo; sin embargo, se insiste en martillar en la mente de la opinión pública una imagen de seres incompetentes para desempeñarse en tareas trascendentales que en definitiva producen prestigio social. A pesar de que en el discurso patriotero de más de algún político o personero público se recuerde el comportamiento altivo y valiente de Lautaro, Caupolicán o Galvarino, lo cierto es que en doscientos años de vida en común con los chilenos, nunca hemos visto un general, un almirante, un rector de universidad, un presidente de la Corte Suprema que provenga de la etnia. Negar la existencia de discriminación hacia los mapuche no es más que un artificio por parte de los integrantes de la sociedad mayor para eludir uno de los más importantes conflictos sociopolíticos de nuestro país, a la vez que esconder el escandaloso comportamiento de un Estado que hoy se hace acreedor de violar los derechos humanos de sus pueblos originarios. Las medidas paternalistas de los gobiernos en nada ayudarán a resolver el problema, puesto que no impactan la situación de estos pueblos y no hacen sino mantener un estereotipo de mapuche incapaz de realizar tareas de mayor valía social. El cientista social mapuche J. Calbucura (2001), del departamento de Sociología de la Universidad de Uppsala (Suecia), lo consigna en los siguientes términos: Vale la pena recordar que el Departamento de Estado norteamericano, en su informe anual sobre derechos humanos correspondiente a 1999, llama la atención sobre las irregularidades en torno a la situación legal de los detenidos mapuche y los abusos de que han sido objeto mujeres y niños (2000). A situaciones similares alude la condena al Estado chileno por la violación de los derechos humanos de los mapuche (1999) presentada por la Fundación Danielle Mitterrand, France Libertés, ante la Subcomisión de Lucha Contra las Medidas Discriminatorias y por la Protección de las Minorías de las Naciones Unidas. Sobre lo mismo refiere la Propuesta de resolución por la violación de los derechos humanos de la población mapuche de Chile, del Parlamento Europeo (marzo de 1999) y la condena al Gobierno de Chile del Comité por la Eliminación de la Discriminación Racial de las Naciones Unidas por la discriminación que se ejerce contra la población indígena (agosto, 1999). Agréguese a ello que a mediados del 2002 se conoció de la denuncia de Amnistía Internacional que acusa al Estado de Chile por violencia excesiva en contra de niños y mujeres mapuche en los conflictos por las tierras del sur del país. –“Oposición a las demandas de las minorías de un trato igualitario”. En los hechos, a la clase política, casi sin excepción, no le interesa legislar para otorgar reconocimiento político a los pueblos originarios, tal como lo prueba la demora indefinida de las leyes ofrecidas al respecto en las campañas electorales. El Senado de la República de Chile en reiteradas oportunidades rechazó el reconocimiento constitucional de los pueblos originarios, perdiendo así la oportunidad de ser considerados como legítimos otros en la relación con un Estado que en los hechos es pluriétnico. De esta manera, se demuestra la indiferencia de la clase política

chilena por la problemática de los pueblos originarios. Queda la impresión, además, de que nuestros legisladores están ajenos a lo que sucede en otras latitudes y por cierto a las actuales recomendaciones del derecho internacional. A veces pareciera que la única respuesta del Estado y de ciertas elites poderosas frente a las demandas de estos grupos es la de criminalizar y reprimir llegando hasta el asesinato. Así por lo menos lo han hecho con las demandas de las comunidades de las regiones del Biobío y de La Araucanía que reclaman derechos sobre territorios ocupados por las forestales. Por otro lado, los grupos empresariales instalados en los territorios mapuche y ligados a la actividad agrícola y maderera no cesan en sus campañas en contra de los comuneros que aún sobreviven en sus reducidos campos. Es así que mediante la prensa escrita y la TV , de la que son propietarios, están disponibles para dar tribuna a ciertos personajes identificados como enemigos de la causa mapuche. De modo que estarán prestos a reproducir declaraciones destempladas ofensivas y mentirosas en contra del pueblo mapuche. Es el caso del profesor Sergio Villalobos, premio nacional de Historia y que ya se ha transformado en un clásico en estas materias. Nos detendremos a analizar una de sus aseveraciones, expresada en un artículo publicado por un diario de circulación nacional, denominado “Araucanía: Errores Ancestrales”, en la que él niega la existencia del pueblo mapuche, al respecto sostiene: “los llamados araucanos –eufemísticamente, Mapuches– no son más que mestizos aunque sean notorios los antiguos rasgos”. Nos parece esta frase una expresión falaz de principio a fin, puesto que se elabora sobre la base de supuestos falsos. En Chile lo que siempre ha existido es la identidad mapuche, los araucanos son una invención wingka, impuesta por la cultura dominante. En los hechos, los araucanos nunca existieron como etnia, basta con investigar en la cultura mapuche, en particular su lengua, para constatar que es una expresión extraña, ajena a su idioma. Lo de “mestizos”; seguramente la mayor parte de la humanidad lo sería según el criterio o lo que entiende este personaje, en el contexto de sus escritos sobre historia. Es una afirmación racista y antigua, abandonada por sus propios inventores, los españoles del siglo XVI , desechada hace más de cuatrocientos años por inexacta y poco científica. La expresión “mestizo” supone creer en la existencia de algo así como una raza dentro de la especie humana, lo cual es inaceptable por inexacta para el conocimiento científico. “Los notorios y antiguos rasgos”, seguramente se refiere al color de la piel o de los ojos, la forma de la cara, la estatura o el ancho de la nariz. Esto corresponde a lo que las ciencias biológicas identifican como variabilidad fenotípica de la especie humana, que son la expresión de una pequeña cantidad de genes del genoma y que tienen un valor adaptativo en relación con los distintos climas. Sin embargo, en ningún caso ello constituye un antecedente serio para hablar de una raza de seres distintos, como nos han querido hacer creer los grupos interesados en los territorios donde viven estas poblaciones humanas.

Volviendo a los contenidos de este tipo de publicaciones en diarios y libros, es difícil no asociarlos a las demenciales pretensiones del facismo hitleriano, que entre otras, abogaba por el encuentro de una raza “pura”, la aria, a la que se le atribuía características superiores, sin mezcla, con un fenotipo característico, llamados a gobernar el mundo. El avance del conocimiento alcanzado por la biología genética, nos muestra que tal pretensión es un imposible tratándose de poblaciones humanas y por tanto ello constituye un nuevo mentís a lo que nos han querido hacer creer los racistas como el personaje en cuestión. El estudio del genoma humano reafirma lo que los científicos han venido sosteniendo desde hace tiempo: “la raza humana es una sola y se llama homo sapiens . Los contenidos de este tipo de artículo poco ayudan al país a resolver las injusticias cometidas hacia esta etnia fundacional. Más parece que solo buscan allegar argumentos a la irracional ideología del prejuicio y discriminación racial y atizar el conflicto. —“Resentimiento sobre los favores especiales a los grupos étnicos”. Varios son los ejemplos de publicaciones de diversas autorías que plantean que los gobiernos de la Concertación destinaron demasiados recursos para el fondo de tierra de los mapuche, o que la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (Conadi) resulta demasiado cara para el erario nacional. Tales expresiones evidencian una total falta de sensibilidad e inhumanidad de grupos ligados a la derecha empresarial y que han ido alcanzando cada vez más protagonismo en la sociedad chilena. Además, se desconoce de hecho que la actual pobreza de estos grupos humanos es la consecuencia de arrebatarle sus territorios y bienes por la fuerza de las armas y posteriormente utilizando una curiosa legalidad fabricada a la medida de ellos por el propio Estado chileno. A pesar de las opiniones a que hemos hecho referencia, está cada vez más claro que mientras el Estado no indemnice a todos los mapuche por los daños económicos, psicológicos y morales sufridos, cualquier esfuerzo será insuficiente. La caracterización enunciada por Swin (en Baron & Byrne, 1995:221) no contempla otro elemento importante a la hora de precisar los componentes del racismo moderno, y que tiene relación con la incredulidad con que los medios de información, mayoritariamente en poder de los grupos dominantes, acogen los logros de los hijos de la etnia mapuche en actividades de connotación pública. De igual manera ocurre cuando un integrante de la etnia se destaca en las artes, el deporte o la política. Un conocido caso fue el revuelo causado en revistas de modas y en el periodismo del sector el reconocimiento a la belleza y a las cualidades innatas de modelo de una joven mapuche, por parte de un prestigioso diseñador de modas de visita en el país. Por cierto que sus comentarios resultaron absolutamente disonantes o incoherentes para la prensa. También el racismo sutil está presente en el modo en que tratan los medios de comunicación las diversas noticias del conflicto de los comuneros mapuche con las empresas forestales. Es más, el espectador común, por ejemplo, no se conmueve frente a un estímulo –una noticia ya cotidiana– que

muestra la intervención violenta de carabineros contra señoras, ancianos y niños en las regiones del Biobío y de La Araucanía. Más aún, este espectador será más proclive a ver la violencia de un lado sin mucho reparo en aquella ejercida por las fuerzas del Estado. Pocos advierten el uso de bombas y balines contra esos niños, mujeres y ancianos, lo que no deja de extrañar si consideramos que en el país se ha desarrollado una fuerte sensibilidad respecto de los derechos del niño y de la mujer. Ningún especialista en maltrato, de esos formadores de opinión que abundan en los matinales o programas vespertinos de la TV criolla, dice algo respecto de estos hechos. Todos saben que los niños y las mujeres mapuche pertenecen a la especie humana; aquí lo que está funcionando es la cultura racista que equivocadamente cree que los derechos humanos solo valen para los integrantes de la cultura dominante. Cambiar actitudes implica llevar a cabo procesos que impacten en los aspectos cognitivos, afectivos y conductuales de las personas. En lo posible en todas estas variables, pero a veces basta con modificar determinadas conductas ofensivas o prejuiciosas para lograr en las personas cambios importantes. El papel de los medios de comunicación, puede contribuir eficientemente en modificar ideas prejuiciosas en la opinión pública. En Estados Unidos, por ejemplo el solo hecho de mostrar a integrantes de minorías étnicas en forma favorable en los medios o en cargos destacados ha contribuido fuertemente en la lucha en contra de la discriminación racial (Baron y Byrne, 2005:258-259). Fue lo que sucedió en su momento con Colin Powell y Condoleezza Rice. Y recientemente no podemos dejar de mencionar al presidente Barak Obama. Las conductas de las personas generalmente están en consonancia con los factores ambientales o del entorno en que se desempeñan. Ya lo señaló Hebert Blumer (1968), sociólogo norteamericano creador del paradigma del interaccionismo simbólico al señalar: “la gente actúa sobre la base del significado que atribuye a los objetos y situaciones que le rodean”. El ser humano es por esencia un ser social y sus comportamientos están mediados por los códigos y comportamientos aceptados por su entorno social. De modo que las nuevas formas de relación, los nuevos valores, las experiencias de vida, condicionarán los procesos intrasíquicos que están en la base de las nuevas conductas sociales. Estas ideas justifican plenamente que el Estado se involucre en procura de cambiar la mirada de la cultura dominante frente a la realidad de las minorías étnicas. Como dice Schein (1994:47): La conducta humana es el resultado complejo de nuestras intenciones, de la forma como percibimos una situación inmediata y de los supuestos o creencias que tenemos sobre una situación y sobre la gente que está en ella. Estos supuestos están basados, a su vez, en nuestra experiencia pasada, en normas culturales y en lo que otros nos han enseñado a esperar. El aprendizaje social, si se verifica por medio de modelos positivos, es una importante estrategia por explorar que se utiliza en todo el mundo para revertir actitudes indeseables, pues es un medio efectivo y fácil de implementar. De acuerdo con esta teoría, por medio de «modeling»

(modelado), las personas con un alto y amplio prestigio social, son, por excelencia, las que dan lugar a más conductas de imitación. Generalmente son poseedores de estos atributos los deportistas de alto nivel y los artistas intelectuales, en general. Particularmente sensible a este tipo de aprendizaje son los niños de sectores de alto riesgo social por presentar fuertes hábitos de dependencia (Bandura & Walters, 1990:24). 3.4 Indio: expresión símbolo Por años se ha utilizado la expresión “indio” para designar a los descendientes de los pueblos originarios de América. Tal expresión, además de fundamentarse en un error, no es nada inocente. Se trata de un símbolo que se ha ido llenando de connotaciones despreciables en la escala de valores de la sociedad del blanco, constituyéndose en un instrumento más de dominación y discriminación psicológica hacia los descendientes de los pueblos originarios. La expresión es la más clara constatación de un estereotipo maligno aplicado a los pueblos originarios de Latinoamérica. Para detonarla basta poseer algún apellido, materno o paterno. Más aún, los individuos se pueden transformar en “indios”, lo que acontece cuando alguien se enoja y asume conductas antisociales o “salidas de madre”. En ese caso, se autoculpa diciendo “me dio la indiá”. También es frecuente dentro del lenguaje estereotipado y discriminador la expresión “ponerse la pluma”, “o no te pongas indio” que se utiliza cuando alguien se enoja y desarrolla conductas agresivas y belicosas. Este estereotipo se alimenta con el especial interés de ciertos medios de comunicación de mantener el estereotipo de violentos guerreros inmisericordes con que algunos “historiadores” del pasado quisieron caracterizar al pueblo mapuche que hasta el día de hoy no acepta el vasallaje del blanco, como creo es el deber de cualquier pueblo que se sienta sometido. Sabido es que los conquistadores españoles llegaron a este continente en busca de la India, y creyendo encontrarla decidieron bautizar como indios a sus habitantes, a pesar de que en rigor los indios son habitantes de la India. Si bien los expedicionarios no tardaron en comprobar sus erróneas apreciaciones, y pese a que hicieron rectificaciones a su debido tiempo, resulta inexplicable cómo la ignorancia de aquel marino genovés, financiado por la Corona española, quedó grabada desde los tiempos del descubrimiento de América. Desde ese entonces la expresión comenzó a ser usada por los europeos, dotándola de significados ofensivos que hablan de crueldad e ignorancia, aun cuando el conquistador se encontró con pueblos de notables civilizaciones y muy amistosos, como ellos mismos lo reseñan. A través de los tiempos la expresión se incorporó al lenguaje cotidiano y su connotación ha sido más poderosa que la verdad, quedando como una muestra más del modo a partir del cual se construyó la llamada institucionalidad de los grupos dominantes. Tal expresión se instaló en el inconsciente colectivo (Progoff, 1967: 76) ¹²  de la sociedad occidental, plena de significados mentirosos, asociados a connotaciones socialmente despreciables, por la cultura dominante. Es un producto social inventado por el europeo que expresa su intolerancia a lo

distinto, o a lo que hoy eufemísticamente algunos llaman “diversidad”. La expresión “indio” es cotidiana y su significado se relaciona con hombres del último eslabón social y con un fenotipo disonante con los rasgos físicos socialmente valorados. Se cuestiona su inteligencia y no se le reconocen ni aprecian sus valores y cultura. Hombres inteligentes, cultos y bien intencionados, como ciertos poetas y escritores, han sucumbido a esta apreciación heredada. El lector estará de acuerdo en que la expresión es esencialmente racista, pues a la base subsiste la idea de seres humanos distintos, desmedrados en su genotipo ante el europeo o blanco. Ya nos hemos referido a tal valoración falaz. El que algunos dirigentes de las etnias aplaudidos por ciertos escritores reivindiquen para sí dicho mote no es razón suficiente para desconocer la evidencia científica. Los seres humanos somos iguales. A nuestras diferencias culturales se tiene que considerar una mínima expresión de genes que se expresan para colocarnos en sintonía con los ambientes diversos del planeta. A nuestro país, que desde sus inicios como nación independiente ha sobrevalorado lo extranjero, no le fue difícil apropiarse de la expresión “indio” transformándola en una muletilla de uso habitual, sin reparar en la carga de su contenido que agravia en forma directa a una parte de la población de Chile, y deja como ignorante al noventa por ciento restante. “Indio” y “bárbaro” son los calificativos de mayor uso por los antiguos cronistas e historiadores que se aventuraron a escribir acerca de los mapuche sin mayor reflexión respecto de lo que decían. La palabra “bárbaro” es otra inexactitud lingüística de la que se ha hecho uso y abuso, transformando su significado original. Lo interesante es que a tal epíteto se le han asignado, al menos en sus orígenes, significados que no tenía y que se asocian con crueldad, irreverencia religiosa, salvajismo, torpeza cognitiva y, en general, comportamientos inhumanos. No obstante, la expresión es un calificativo creado por los griegos para denominar a todos los pueblos que no hablaban su lengua, el griego. De modo que desde esta perspectiva, no solo los mapuche son bárbaros sino que además todos los que no hablaban el griego como lengua oficial, entre ellos los mismos españoles como también los historiadores y antropólogos que la plasmaron en el papel o la usan para referirse a los mapuche. Es claro que los mapuche se han preocupado por validar su permanencia, pese a la adversidad del ambiente; es así como han logrado mantener una influencia política a través de toda la historia del país, manifestada fundamentalmente en rebeliones, luchas por reivindicar los territorios perdidos, la participación en política contingente, llegando incluso al Parlamento. En lo cultural, su presencia se puede encontrar en las más diversas actividades, como el arte, la literatura, el canto, la danza, y también en el vocabulario, con expresiones de uso cotidiano en el lenguaje de los chilenos. En las ciencias naturales, hasta nuestros días se mantienen los nombres con que los mapuche identificaron las especies de la abundante flora y fauna existente en sus territorios y que ha servido a zoólogos y botánicos en sus trabajos taxonómicos.

Sin embargo, esta presencia no ha sido suficiente para influir en los niveles de gestión del Estado, allí donde se toman las decisiones, de modo que sus condiciones de vida en lo material y educacional se deterioran peligrosamente. No han sido suficientes las promesas, ni el reconocimiento a su valor y heroísmo en las luchas pasadas que, de paso, sí han servido para adornar el discurso de más de algún político. 3.5 Del abuso psicológico al perjuicio social de la etnia Todos los seres humanos, sin excepción, son afectados en su organización mental por el maltrato y abuso psicológico al que pueden estar sometidos en algún período de su desarrollo. Esta es una verdad que se sustenta en los estudios y descubrimientos de la psicología científica y sus distintas líneas de investigación. Los conocimientos aportados por esta ciencia han logrado sensibilizar a buena parte de la opinión pública respecto de estos temas y de las consecuencias sobre las víctimas. Con relación a los pueblos originarios, no se conocen estudios en tal sentido; no obstante, y partiendo del supuesto de que el abuso psicológico puede lesionar seriamente el desarrollo psicológico de cualquier ser humano, es fácil inferir que los mapuche no han estado libres de estos perjuicios. El sentirse discriminado y prejuiciado en la relación con la sociedad mayor, produce en los integrantes de este pueblo construcciones mentales que afectan su desempeño y desarrollo social. La discriminación y el prejuicio son dos hechos que operan normalmente en las relaciones sociales de nuestro país, y de su existencia tienen conciencia amplios sectores de la opinión pública nacional. Estos fenómenos representan una agresión psicológica y por tanto un abuso que infringe la sociedad poderosa en contra de los pueblos aborígenes. ¿Cuál es la verdadera dimensión del abuso psicológico en el niño mapuche? A la luz de tales cogniciones se puede inferir que, si el abuso psicológico se manifiesta en los primeros años, el perjuicio será más serio por cuanto incide en la formación del sí-mismo de la persona, algo así como la conciencia que tiene todo ser humano de su propia vida mental. Al respecto, el psiquiatra italiano Vittorio Guidano (1994:46) le asigna a este aspecto de la organización psíquica del individuo importancia capital en el desarrollo al calificarlo como: “el hilo conductor subyacente al desarrollo de la personalidad”. Considerando las bases conceptuales de la psicología del desarrollo, se puede sostener que el trato ofensivo y discriminatorio que recibe el mapuche, prácticamente desde su niñez, perjudica su desarrollo ontológico. En los últimos años, los gobiernos de la concertación han implementado algunas políticas hacia los pueblos originarios. Se creó la Corporación de Desarrollo Indígena (Conadi), se dictó una nueva ley indígena (Nº 19235), se han implementado algunas políticas de devolución de suelos, etc. Sin embargo, no se aprecia intención alguna en devolver a estos pueblos el reconocimiento a vivir libres en sus territorios ancestrales y autogestionar su propio desarrollo, mediante políticas de etnodesarrollo. Lo que lamentablemente se observa es un fomento del paternalismo de Estado y el clientelismo, viejas prácticas inconducentes que lo único que producen es

más frustración. La experiencia internacional muestra que para derrotar la discriminación de tipo racista se tienen que abrir caminos de participación en tareas de mayor estatus para los integrantes de las minorías postergadas (Baron & Byrne, 2005:230-231). El reconocido investigador del aprendizaje social, Albert Bandura (1974), refiriéndose al tema de la frustración señala: “La frustración puede provocar una gran variedad de reacciones; por ejemplo, la agresión, la dependencia, el retraimiento, la somatización, la regresión, la apatía, el autismo”. El científico enfatiza en la unanimidad existente entre los distintos investigadores del aprendizaje social humano, acerca de que la agresión es una de las reacciones naturales a la frustración. La agresión psicológica por motivaciones racistas es un tema de salud mental, puesto que afecta las emociones y el pensamiento de las víctimas, en este caso, los descendientes de un pueblo aborigen. Las consecuencias de este proceder son graves, puesto que se están afectando las estructuras psicológicas; es decir, la personalidad, el autoconcepto, la autoimagen de las víctimas. No es raro entonces, que a partir de esta realidad los descendientes de estos pueblos sean los más proclives a desarrollar cuadros psicológicos que pueden transformarse en enfermedades psíquicas. De hecho, existen antecedentes que hablan de una mayor frecuencia de cuadros depresivos en personas de origen mapuche. Es un hecho ampliamente aceptado por la psicología, la correlación existente entre los procesos cognitivos y los afectivos. Ellis (1997:16) afirma que el pensamiento y las emociones de los seres humanos no son dos procesos diferentes, sino que se yuxtaponen de forma significativa y que, desde el punto de vista práctico, en algunos aspectos son esencialmente la misma cosa. Carecemos de antecedentes acerca de estudios que expliquen las consecuencias psicológicas en los seres humanos víctimas de discriminación étnica. Sin embargo, cruzando información científica proveniente de la psicología y disciplinas que se preocupan de la salud mental pública, se puede inferir que existen, y con resultados bastante serios.

Los afanes hegemónicos de la cultura dominante por transformarse en monocultura, produce un atropello psicológico en la persona mapuche, pues no le queda más opciones que asimilar valores, creencias, pautas sociales y culturales muy distintas a los mapas perceptuales establecidos por su propia cultura. Cuestión bastante delicada si consideramos que la persona construye su propia realidad interna a partir de la realidad externa cuyo patrón se encuentra en lo culturalmente establecido por su medio. El conflicto se genera al darnos cuenta de que nuestras percepciones, y por tanto nuestro modo de procesar el mundo, está en contraposición con lo psicológico-social determinado por la cultura dominante. La resultante de este proceso es la imposibilidad de un pleno y normal desarrollo de los integrantes de la etnia, porque no quedan espacios para desplegar sanamente su identidad. Aceptando los postulados respecto de la flexibilidad de las personas para asumir las pautas o directrices culturales distintas de las suyas, el proceso no puede ser tan fácil cuando la cultura a la que se accede posee contenidos perjudiciales u ofensivos para quienes la reciben. Como es lógico de entender, el abuso psicológico en nuestro medio ha ido evolucionando a través de los años y tiene que ver con los procesos de cambio que en todos los ámbitos ha estado alcanzando el mundo, la sociedad chilena y la mapuche. Así, las primeras relaciones fueron más crueles que las que se están dando en estos tiempos; pero en lo psicológico, las establecidas por la cultura del “blanco” hacia los pueblos originarios siguen siendo perversas y, por qué no decirlo, enfermizas. Una de las falacias famosas es de que en Chile somos todos iguales, no existe diferencia entre los seres humanos nacidos en el territorio nacional. O sea, nuestros derechos están debidamente resguardados por leyes y una institucionalidad que funciona. Estas afirmaciones son engañosas, puesto que se asume una igualdad que es ilusoria, por cuanto los pueblos originarios han sido excluidos de sus derechos (Pinto, 2000:212) o cuando más son ciudadanos incompletos (Hernández, 2003:140). La homogenización social excluye y perjudica severamente a las minorías étnicas (Young, 1990). Por estos tiempos abundan los trabajos de “mapuchólogos”, quienes basándose en documentos oficiales muestran cómo se ha ido perjudicando al mapuche a través de la historia. En este sentido es necesario aclarar algunas verdades. Es un hecho que ni siquiera las leyes que dictó el Estado de Chile en el siglo XIX , después de arrebatar a los mapuche sus suelos y para “protegerlos” del despojo total, han servido para evitar el atropello y la usurpación. Por ejemplo, muchos de los terrenos sometidos en el pasado a los oprobiosos “títulos de merced” protegidos por ley, y por tanto intransferibles, hoy están en manos de empresarios forestales e hijueleros. ¿Cómo lo hicieron? ¿Cómo llegaron a sus manos? ¿Y las instituciones, dónde estaban? Esta es la raíz del conflicto entre comuneros mapuche y algunos propietarios wingkas que, por lo general, termina con la prisión o detención para los longkos mapuche que reivindican sus derechos. Mientras tanto y en forma paralela, algunos medios de comunicación, generalmente los más comprometidos con el capital, se preocupan al respecto, de apelar al derecho y hacer respetar la ley. Los argumentos de estos fluyen sin contrapes, como flor en primavera, y como en verdaderos actos de magia salen del sombrero de algún jurista o político representante del sector empresarial, para justificar lo injustificable.

En estas campañas comunicacionales dirigidas a la opinión pública es fundamental insistir en la majadería de la sociedad de derecho y el respeto irrestricto a la propiedad privada. Campaña que será reforzada en algún panel de la TV , incluyendo a esos que se autocalifican de cero tolerantes, en donde los mapuche no son más que indios trasnochados, inconscientes de la globalización de los mercados en los que participa el país, que tienen la desfachatez de reclamar por suelos que cambiaron en el pasado por aguardiente y vino y que hoy, en manos de emprendedores empresarios, producen para los mercados internacionales generando bienestar para “todos” los chilenos. Esto, a pesar de que sus mismas estadísticas muestran lo contrario, en las que Chile aparece en el grupo de los países que lideran la inequidad respecto a cómo se reparte la riqueza (son más de treinta veces las distancias que separan los ingresos de los que más ganan respecto de los ingresos menores). En algunos países de Europa estas distancias no exceden las diez veces. Todo ello ocurre en una sociedad democrática donde las instituciones funcionan. Así entonces, es urgente dar lugar a acciones que puedan reparar esta realidad que se caracteriza por perjudicar social y políticamente a este pueblo. Son necesarias medidas sociopolíticas que generen mejores condiciones y faciliten cambios de relación, entre la sociedad dominante y los pueblos originarios, cuyo objetivo debe ser crear mayores oportunidades para su pleno desarrollo social y político. Acciones en esta dirección potencian la autoestima individual y la de toda la etnia, lo que permitiría una mejor relación entre chilenos y mapuche. Implica intervenir el peligroso camino de la polarización social que, de seguir las pautas trazadas, continuará dañando una convivencia que cada vez se va tornando más compleja. Actuar ahora puede significar aprovechar la oportunidad de liderar los cambios adelantándose a ellos, por cuanto estos vendrán de todos modos con un resultado poco beneficioso si quedasen dependiendo de las dinámicas del tiempo. Solo la autonomía de este pueblo en sus ancestrales territorios, con inversión en recursos para implementar una verdadera política de etnodesarrollo, es el camino para devolverle su dignidad y permitir su pleno desarrollo. Capítulo IV  Rasgos identitarios y estereotipos 4.1 La identidad mapuche El concepto de identidad abarca lo individual, lo grupal, lo cultural, lo político, lo religioso, la nacionalidad. Los especialistas coinciden en la idea de que el ser humano va construyendo su propia identidad social a través de procesos de adhesión a grupos. Según Allport (en Pinxten, 2001:44) el núcleo de la identidad del individuo lo constituye la familia y, a partir de ella, se van estableciendo círculos concéntricos, siendo la proximidad de estos al núcleo en cuestión lo que determina la mayor o menor lealtad que uno puede tener respecto a identificarse con algo. Según el modelo de Allport, en la medida en que estos

círculos se alejan de ese núcleo central, va disminuyendo la adhesión o lealtad a una identidad. La psicología social sistematiza el concepto, reconociendo por lo menos tres niveles: lo individual, el grupo y la comunidad. En países como el nuestro, el concepto de identidad étnica no ha sido muy considerado a la hora de formular políticas de Estado en relación con los pueblos originarios. Es probable que se deba a diversas circunstancias, una de las cuales puede ser la confusión respecto de la propia identidad chilena (“los ingleses de Sudamérica”) ya que en este país, prácticamente desde su fundación, se ha privilegiado lo extranjero de origen europeo. No olvidemos que de este último continente se trajeron una buena cuota de inmigrantes, a los que se les destinó como colonos de los suelos mapuche. Hubo quienes recibieron 300 hectáreas de suelo mapuche, maderas para construir sus viviendas y yuntas de bueyes para trabajar, de fondos del Estado de Chile, es decir plata de todos los chilenos (Bengoa, 2000). Esta cruzada de blanqueamiento se justificó ante el país con argumentos que decían que aquellas zonas tendrían un gran desarrollo económico por acción de estas privilegiadas “razas”. La historia se ha encargado de demostrar lo equivocado que estaban los ideólogos de la ocupación. El pretendido desarrollo económico de aquellas regiones hasta el día de hoy no se ve. Otro antecedente es la fuerte dependencia cultural y técnica que históricamente ha tenido el país. Desde Europa siempre han venido modelos conceptuales y de gestión en ámbitos como el educativo, la salud, lo militar, etc., lo que a la larga ha significado no solo una dependencia, sino que además una cierta simpatía por lo extranjero, a veces en desmedro de lo nacional. Hasta nuestros días los profesionales universitarios ven en los postítulos y posgrados obtenidos en Estados Unidos o Europa una suerte de validación obligada de sus pericias. Sin desconocer los beneficios y ventajas de estas prácticas, influyen en las visiones y valoraciones de nuestras raíces, además de comprometer algún grado de adhesión a modelos extranjeros en desmedro de la cultura de origen. Muchas de estas personas son las que después acceden a cargos públicos de gestión estatal. De este modo, no es extraño observar en su proceder actitudes displicentes o de desprecio por nuestros pueblos originarios. La identidad es un elemento poderoso en el análisis de la ontogenia del hombre. Sangrientos enfrentamientos humanos recientes en Europa y Medio Oriente así lo demuestran. En la misma España de nuestros días, a partir de las nacionalidades regionales que reconocen el Estado español, se ha encontrado la oportunidad para investigar las influencias de otros pueblos en la cultura de ese país. En el último tiempo, algunos autores advierten del importante rol que la identidad puede llegar a desempeñar en actores sociales que se encuentran en “posiciones devaluadas o estigmatizadas por la lógica de la dominación, por lo que construyen trincheras de resistencia y supervivencia basándose en principios diferentes u opuestos de los que impregnan las instituciones de la sociedad” (Castells, 1998). El autor la denomina “identidad de resistencia” para diferenciarla de otras. A pesar de todo, y al parecer como una de las tantas paradojas que engalanan nuestra existencia, la identidad país está fuertemente asociada a

lo mapuche. Para los extranjeros, y para no pocos chilenos, las hazañas de los mapuche son un referente, un verdadero clásico de la historia de Chile y son una realidad presente. Ellos no han desaparecido de la faz de la tierra por el proceso de mestizaje, del que nos habla un historiador criollo. No es fácil que desaparezca un pueblo que tiene una potente historia, una clara identidad y una cultura que, junto a lo anterior, le permite hasta nuestros días, reclamar sus derechos y autonomía como pueblo distinto al chileno. El desconocimiento o desprecio por conceptos como la identidad no es nuevo en Chile, y tratándose de los mapuche se han cometido acciones que bien justifican la valoración de país violador y atropellador de los derechos de las minorías que existen en nuestro país. En efecto, con prácticas que recuerdan estilos propios de los colonialismos de triste recuerdo para la especie humana, el Estado de Chile, en la segunda mitad del siglo XIX , promulgó una serie de leyes, como lo hemos señalado en este trabajo, cuyo objetivo fue expulsar a los mapuche definitivamente de la propiedad de sus últimos territorios. Suprimió por decreto la condición de indígena a los mapuche que cumplieran con la ley de educación primaria obligatoria, o que hubieran alcanzado su educación secundaria o universitaria incompleta. Como todo el mundo sabe, los mapuche siempre se han identificado como gente de la tierra, por lo que tales leyes no se pueden interpretar de otro modo sino como un abierto intento por destruir la identidad y la cultura de este pueblo a través del despojo “legal” y el olvido. Una investigación del sociólogo Jorge Calbucura entrega antecedentes acerca de esta problemática: ¹³ 1931, junio. Decreto-ley Nº 4111, Artículo 54. Una persona es indígena cuando pertenece a una familia cuyo jefe es miembro-copropietario de una Comunidad de Indígenas que tiene una Merced de Tierras. Quedan exceptuados de esta formalidad los indígenas que hayan cumplido con la ley de instrucción primaria obligatoria. 1960, enero. Ley 14511, Artículo 29. Una persona es indígena cuando pertenece a una familia cuyo jefe es miembro-copropietario de una comunidad de Indígenas que tienen una Merced de Tierras. Quedan exceptuados de esta formalidad: 1) los indígenas que hayan rendido válidamente sexto año de Humanidades o hecho estudios equivalentes, calificados por la Dirección General de Educación Secundaria. 2) Los indígenas que hubiesen obtenido título profesional conferido por la Universidad de Chile, o por Universidades reconocidas por el Estado. En marzo del año 1979 el régimen militar dicta la ley Nº 2568 que modifica la ley Nº 17729, de 1972, de Comunidad Indígena Indivisa. Se refiere a la división de las comunidades Indígenas. “La ley establece que la división puede ser solicitada por cualquiera de los miembros”. En los hechos, su promulgación significa liquidar para siempre la propiedad comunitaria de los suelos mapuche y con ello terminar con uno de los pilares sobre los que ha descansado su cultura e identidad. Al respecto, esta ley es meridianamente clara en tal sentido cuando expresa: “…a partir de la división las tierras dejarán de considerarse tierras indígenas e indígenas sus dueños”.

Como puede observarse, tales cuerpos legales (a excepción de la ley del año 1972) se construyeron bajo la falsa premisa de creer que la identidad se puede perder por acceso a ciertos niveles de educación de la cultura mayor. Lo curioso es que en los hechos, aunque los mapuche cumplan con completar la educación básica, media o universitaria, los mismos que intentan quitarle la identidad los siguen discriminando, dejando una vez más en evidencia la conducta fóbica de importantes sectores de la sociedad chilena hacia este pueblo. Tales comportamientos más bien esquizoides, plenos de dobles mensajes con que la cultura dominante se relaciona con la cultura mapuche en nada ayuda a avanzar en una política de etnodesarrollo. Suprimir la identidad de un pueblo por decreto, utilizando una treta “legal” como la antes descrita, parece ser una práctica que distingue a determinados sectores de la clase política y elites chilena del resto de nuestra América del Sur. No tenemos conocimiento de que otras legislaciones en Latinoamérica hayan procedido de manera similar. Al parecer es un antecedente más de la intolerancia de nuestra sociedad hacia el mundo aborigen. Además, los mencionados cuerpos legales reflejan de modo claro una conducta invariable de las instituciones nacionales consistente en negar la posibilidad a los mapuche más preparados de asumir responsabilidades de gestión o liderazgos en los temas de la etnia o del Estado; situación que como ya hemos dicho, se da en todos los ámbitos del quehacer nacional constituyéndose en una evidente muestra de discriminación de origen racista. Todo ello sin considerar las intenciones que se esconden en tales procedimientos, que no son otras que mantener la exclusión de este pueblo en el concierto político y desarrollo nacional. Lo cierto es que en general en Chile, basta con tener uno de los apellidos de origen mapuche para ser discriminado. La forma que el proceso toma, puede incluso ser bastante sutil, seguramente ello depende de cómo le afectó al sujeto discriminador los contenidos respecto del tema que recibió en los procesos de educación formal y respectivo aprendizaje vicario al que ha estado sometido en el lugar social que le toca interactuar. Esto hecha por tierra todas las “leguleyadas” antes consideradas y también debiera llevar a reflexionar a ciertos grupos mapuche fundamentalistas, que de tiempo en tiempo aparecen para sostener que son mapuche solo los campesinos que sobreviven en el minifundio y que se relacionan por medio del mapuzugun . Como señalábamos anteriormente, la identidad ha sido estudiada por la psicología a través de sus distintas áreas de trabajo: psicología clínica, psicología social, etc. En Inglaterra, por ejemplo, Tajfel desarrolló su propia visión acerca del tema. Distingue una identidad personal o individual y una identidad social. Se refiere a la primera como el conjunto de características propias de cada individuo en las que se hallan presentes los componentes del sí-mismo como rasgos psicológicos, sentimientos, intereses y preferencias. En tanto, la identidad social estaría dada por las relaciones con los grupos formales e informales; es decir, sexo, grupos étnicos, nacionalidad, región. Según el antropólogo belga Rik Pinxten (2001:46), la identidad étnica forma parte de lo que denomina “identidad comunitaria”, que se caracteriza por trascender en el tiempo y en el espacio a los individuos y a los grupos existentes.

Los mapuche se las han arreglado para mantener viva su identidad étnica. En el pasado fueron los bravos longkos y toquis los que arengaron a sus huestes en la defensa de su mapu . En los siglos XIX y XX la resistencia de este pueblo se ha mantenido por medio de sus diversas organizaciones, y por la presencia de un discurso que enfatiza en lo reivindicativo, además de hacer alusión al pasado histórico y al ejemplo de sus héroes: Caupolicán, Lautaro, Galvarino, Pelantaro, Lientur, Kolokolo, Kylapan y muchos otros que desarrollaron conductas heroicas en defensa de su territorio y su cultura. Para Pinxten el discurso y la etiqueta (autodenominación) tienen una particular importancia en la comunidad para mantener la identidad étnica, y la explica en los siguientes términos: “Los mitos y los relatos de cariz histórico forman una trama que, por un lado, ayuda a unir las diferenciaciones internas en la comunidad y, por otro, disimula las tensiones entre mismidad y cambio”. Tal discurso ha permitido mantener no solo la identidad de la etnia, sino también ha ido concitando un sentimiento favorable de parte de importantes sectores externos a este pueblo. Así, en Chile se ha logrado una suerte de reconocimiento de un territorio virtual que el wingka lo ha denominado “Región de la Araucanía” (Di Domenico, 1976). En la memoria de la etnia esto viene a ser la “tierra prometida”, sus tierras ancestrales, espacio físico fundamental que posee la característica de ser el lugar donde vivieron sus antepasados y donde se dirimieron los acontecimientos históricos más importantes de la comunidad. De forma tal que no es fácil negar el legítimo derecho de los mapuche a reconocerse como pueblo originario en sus propios territorios o país. Los investigadores Hutchinson y Smith (en Pinxten, 2001) postularon que la identidad étnica descansa en seis elementos: – Un nombre común que identifica a los miembros de la comunidad. En el caso que nos ocupa: mapuche, hombre de la tierra. – Un mito explicativo de la descendencia como origen común en el tiempo y en el espacio. En el primer capítulo de este ensayo tratamos el tema de la mitología mapuche en relación con sus orígenes. – Recuerdos históricos y un pasado común con sus héroes, acontecimientos y sus correspondientes conmemoraciones. En la larga historia de los mapuche (mayor que la chilena), los recuerdos históricos y sus héroes han permanecido constantes en la memoria de viejos y jóvenes. Seguramente este elemento es el que más ha influido en la identidad de la etnia. – Uno o varios elementos de una cultura común que la identifican y que, normalmente, incluyen una religión, costumbres, una lengua, etc. Varios son los elementos de la cultura mapuche que han perdurado además de sus comidas, sus rituales religiosos, deportivos y su lengua que se aprende y se practica hasta la actualidad por las nuevas generaciones. Es una verdadera pulsión de grupo que atrae con igual fuerza a mestizos y mapuche, y sus prácticas se recrean incluso en espacios urbanos de la capital de Chile.

– Un vínculo con el país de origen con el cual persisten los contactos, al menos simbólicos (el país de los ancestros). En Chile, las antiguas provincias desde el río Biobío al sur han sido reconocidas por mapuche y chilenos como el Mapuchemapu; en ese espacio tuvieron lugar importantes acontecimientos que han quedado en la memoria de este pueblo y también de los chilenos. Tal ha sido la identidad territorial marcada por los mapuche que el mismo Estado le ha conferido a parte de ese territorio el nombre de Región de La Araucanía, que en honor a la verdad debiera llamarse Región Mapuche. – Un sentimiento de solidaridad entre los miembros de una comunidad. A lo largo de la historia los mapuche han formado distintas organizaciones para defender sus derechos sobre los escasos territorios dejados por el Estado (Sociedad Caupolicán, La Unión Araucana, Sociedad Galvarino, etc.). En nuestros días los mapuche urbanos y rurales mantienen comunicaciones eficientes que les permiten reaccionar con rapidez frente a las distintas situaciones específicas que puedan afectarlos. Tal es la fuerza de esta pulsión que incluso importantes intelectuales mapuche, que trabajan en Europa y los Estados Unidos, han estado atentos a reaccionar desde sus ámbitos de competencia en pro de la causa de sus hermanos que viven en Chile. Nos referimos a intelectuales que, viviendo fuera del país, participan activamente en distintas investigaciones acerca de este pueblo. En nuestro país se ha venido generando una fuerte dinámica de protección por parte de organizaciones no gubernamentales hacia la cultura mapuche. Factor importante de tal dinámica ha sido la toma de conciencia del significado de la discriminación y sobre todo de los atropellos que de tiempo en tiempo se suceden por parte de los representantes del Estado. A lo largo de la historia, los quebrantamientos de acuerdos o compromisos pactados por los representantes del Estado y los mapuche están consignados en más de alguna crónica o parte de guerra. Sin embargo, no menos importante ha sido la resuelta actitud de los mapuche que a pesar de sus históricas rencillas internas –que en el último tiempo se han incrementado a causa de la escasez de suelos y la pobreza en la que los sumió el Estado–, siempre se las han arreglado para mantener la unidad frente a las grandes cuestiones que les son de común interés. La identidad es un hecho consustancial al sí-mismo de cada persona, por lo que no es un tema que se pueda manejar por decreto. Es un proceso que se inscribe en la vivencia de cada día y que compromete a la conciencia individual. Para los científicos sociales, la identidad es un proceso dinámico que se genera a partir de una multitud de factores, lo cual determina las características que dicho proceso va tomando en el tiempo. En los niveles de análisis grupal y comunitario, estará influido por factores económicos y políticos. Tajfel, precursor en la investigación de este tema, señala: “Las personas construyen su identidad social a partir de la adhesión a un cierto número de grupos” (en Pinxten, 2001:43). Tal sentencia deja espacio para que cada individuo pueda libremente optar por una propia. En Chile, en los casi doscientos años de vida como país independiente, la identidad mapuche se mantiene y se fortalece cada vez más en una fuerte adhesión a sus

valores, su cultura y su historia. Y lo esperable es que en la medida en que más mapuche alcancen mejores niveles de educación y desarrollo, mayor será su fortalecimiento. La apropiación cultural o préstamos culturales para avanzar en la conquista de logros propios es un modelo conceptual de reciente interés en las investigaciones sociales. En todo caso, fue el notable toqui Leftraru (Lautaro), a mediados del siglo XVI , el primero en mostrarnos lo determinante que puede llegar a ser una apropiación cultural en el logro de los objetivos de un pueblo. Este joven toqui, al aprender de los españoles acerca del uso del caballo en la guerra y, luego, quitárselos, aplicó una apropiación cultural que fue fundamental en la guerra contra los españoles. Los actuales conflictos étnicos que se producen en el mundo, y en los que suelen estar en juego problemas de identidad, nos permiten calibrar la importancia que esta puede llegar a tener. La identidad mapuche y los mapuche han existido por siglos en estas latitudes del planeta; esto a pesar de las visiones de algunas corrientes antropológicas que identifican a los “reches”, categoría considerada por estos, como los grupos que habrían entrado en la tenaz guerra contra el conquistador europeo. Esta denominación habría evolucionado para desaparecer hace dos siglos y dar origen a la etnia mapuche. Guillaume Boccara ¹⁴ , autor de esta hipótesis, afirma que el nacimiento de la etnia mapuche fue algo así como un efecto “perverso”, no deseado, provocado por el afán del wingka por ocupar los territorios del Biobío al sur. No es objetivo de esta publicación descalificar el trabajo de otras disciplinas de las ciencias sociales, en este caso la antropología; sin embargo a la luz de innumerables documentos, partiendo de los escritos de los primeros intelectuales que vinieron a este país –como Alonso de Ercilla y Zúñiga, por ejemplo–, queda claro que son los mismos seres humanos, los mapuche, los que opusieron una feroz resistencia a los ejércitos españoles de la conquista. Estamos de acuerdo en que algo pasó en la mente de esos primeros hombres que enfrentaron al conquistador y aprendieron de él en la derrota y en la victoria. Pero ello solo confirmaría la ductilidad del mapuche para acomodar su organización adecuándola a las condiciones de la guerra. Las características determinadas para los llamados reches, en lo sustancial han permanecido durante siglos como una peculiaridad de la sociedad mapuche, como por ejemplo, su modo de organización en torno a determinados linajes absolutamente independientes y que la hacen aparecer a la vista de los observadores como carente de una organización central. Es muy posible que esto, considerado por muchos como una debilidad, en realidad haya sido una de las fortalezas importantes que los resguardó de la total capitulación. La no existencia de la unidad política y de una organización representativa única que el investigador ve en los reches, es algo consustancial a los mapuches, incluso hasta nuestros días. Parece más consistente con los registros históricos, que el concepto de reche, “pura sangre” según Huentemil, (1998) fue una denominación que usaron los mapuche para calificar a los guerreros que se destacaban por su valor y heroísmo en el campo de batalla, como fue el caso del Galvarino. Sabido es, que a este longko, después de haber sido hecho prisionero, los

españoles le cortaron las manos como medida de escarmiento. En los registros escritos por los españoles se cuenta que este valeroso mapuche hizo que le amarraran con boqui ¹⁵  al muñón de su brazo derecho una lanza con la que volvió a combatir. Esta lección de valor ejerció tal impacto psicológico en las huestes españolas, que para evitar el sentimiento de desmoralización de sus tropas los jefes españoles capturaron al irreducible Galvarino y lo asesinaron mediante la horca, provocando sentimientos de vergüenza en el poeta Ercilla quien lo inmortaliza en el canto XX ll del poema La Araucana . Sin duda que tales muestras de valor producían efectos contraproducentes en la moral de los ejércitos españoles. “Esa misma virilidad los lleva sin sentir, a creerse superiores a todos los demás; de ahí una de las denominaciones que ellos se daban: “reche”, es decir, “propiamente persona, verdaderamente hombre”; las demás razas no lo eran.” (Campos, 1972:26) La unidad política tampoco existía en el Mapuchemapu en 1845, cuando fueron visitados en sus territorios por el científico polaco Ignacio Domeyko. Incluso esto fue parte de las observaciones que llamaron su atención. Son los factores geográficos los que por esos tiempos marcaban la división entre ellos. Existía la propiedad privada sobre la habitación y bienes, y la tierra y las aguas pertenecían a la colectividad, realidad que llevó a fray Félix de Amberga a escribir que los mapuche vivían en un estado de “comunismo primitivo”. La comentada hipótesis de los reche pierde consistencia, además, por la continuidad lingüística, creencias, símbolos y rituales que según los registros históricos han practicado los mapuche. Al parecer, lo sustancial de este análisis es reconocer la infinidad de dinámicas que se dan en este grupo, advertida por algunos investigadores, y la notable capacidad de aprendizaje del mapuche que le ha permitido acomodarse a las circunstancias ambientales y permanecer como identidad. Tal característica da cuenta de su altivez, a diferencia de otros grupos aborígenes guerreros de nuestra América, que no soportaron la depresión de la derrota de la guerra y que los llevó a entregarse a prácticas evasivas hasta casi desaparecer. En la narrativa de los discursos de los líderes mapuche de los siglos XIX y XX siempre ha estado presente el recuerdo de sus héroes: Lautaro, Caupolicán, Galvarino, Kolokolo, etc., lo que habla de identidad y continuidad étnica. Defender los derechos y la existencia de la identidad mapuche no tiene otra connotación que la de apelar o reclamar igualdad de derechos, más aún cuando en muchas oportunidades estos han sido desconocidos. Bajo ninguna circunstancia se trata de una posición racista, pues no creemos en la existencia de razas ni en la superioridad de grupos humanos por sobre otros. Los mapuche no son superiores a otros como tampoco son inferiores; son seres humanos como el resto de la comunidad nacional y mundial, por lo que en virtud de ello merecen respeto y que se reconozcan sus derechos a ser tratados como cualquier hijo de esta tierra. 4.2 El Mapuchemapu

La participación en el gobierno de los territorios ancestrales es un camino perfectamente factible y necesario para lograr la integración de la identidad mapuche, incorporando el principio de diferenciación. Ante el actual nivel de desarrollo que ha alcanzado el conflicto mapuche, se necesitan soluciones definitivas a sus demandas y resolver su situación de exclusión y pobreza. Esta problemática fue abordada por el notable científico, antropólogo e indigenista chileno, don Alejandro Lipschutz, a mitad del siglo XX . Incluso en el año 1972 mientras se discutía en el congreso la ley indígena, Lipschutz presentaba a las autoridades del país y a los propios dirigentes mapuche su proyecto para crear la Federación Autónoma Mapuche (Berdichewsky, 2004:140). Don Alejandro Lipschutz no solo era un profundo admirador del pueblo mapuche, además pensaba que la autonomía, en el marco de la nacionalidad chilena, era el camino acorde con los tiempos para devolverle su dignidad y derechos como pueblo originario. Hoy día explorar soluciones políticas administrativas para aplicar en sus territorios ancestrales puede significar solucionar en gran medida el déficit en integración y exclusión en el que lo ha dejado la sociedad dominante. El que tengan un territorio real en donde participar de su gestión en igualdad de derechos y responsabilidad con el resto de los habitantes de la región, no debiera sonar a ficción, ello es una potente medida de inclusión. Al respecto y según la teoría del contacto social, se ha visto en otros lugares del planeta que el contacto prolongado entre personas de grupos distintos destruye los estereotipos. También existen pruebas de que las mezclas entre miembros de diferentes grupos sociales o étnicos pueden reducir los prejuicios. Nos parece que la creación de la autonomía nacional mapuche como lo pensaba Lipschutz con sus propios servicios de gestión, no debiera entenderse como intento separatista de la nacionalidad chilena. Por el contrario, debiera ser visto como un ejemplo de reconocimiento de los derechos y de inclusión de un pueblo originario fundacional de la nacionalidad chilena. Otorgar mayor autonomía a las regiones, para incentivar su desarrollo, es una idea bastante generalizada entre los políticos en un intento por descentralizar el país. En esto basan sus planteamientos, más de algún político, con motivo de las elecciones al parlamento nacional; el objetivo siempre es buscar mejores perspectivas de desarrollo regional y como una acción concreta para desatar el incómodo nudo del centralismo. Así también el reconocer la existencia de un país pluriétnico es un planteamiento que cada vez se hace más permeable en la opinión pública nacional, situación que ya se reconoce como natural en otras naciones del mundo. Representa, a su vez, la oportunidad de frenar la migración hacia la capital del país postergando el desarrollo de regiones. La creación de una región mapuche, por ejemplo, debiera implicar prácticas políticas y administrativas acordes con los valores que siempre practicó este pueblo, sin que por ello se tenga que vedar el acceso de estos grupos humanos a los beneficios del desarrollo científico tecnológico. En lo referente a la educación, ella tiene que orientarse a rescatar su cultura, por lo que los distintos niveles educacionales no podrían realizarse con los criterios de mercado que imperan en el resto del país.

Construir una relación regional distinta en lo administrativo y político hace más viable indemnizar a la etnia con medidas como becas completas para los estudiantes en todos los niveles, acceso a una educación técnica y universitaria orientada al desarrollo regional y al esfuerzo país, y condiciones para que la etnia pueda recrear su cultura en forma libre. En definitiva, dar la oportunidad a los profesionales mapuche de dirigir y crear en esos territorios soluciones más congruentes con la cultura de este pueblo sin olvidar que también forman parte de un país. Tal como está planteado, la discriminación positiva no es una medida útil cuando se debe reparar un daño psicológico producto de relaciones históricas abusivas por parte de un Estado rector. No se trata de regalar, sino más bien de pagar daños y perjuicios, porque ello tendrá una connotación distinta en la psiquis y la autoestima mapuche. Desde nuestra óptica, la discriminación positiva es una acción inadecuada para reparar el daño infligido, deja de lado la verdad histórica, que consiste en reconocer que la actual marginación y pobreza en que viven los mapuche es la consecuencia del despojo de sus territorios por parte del Estado chileno, acción que debe ser indemnizada. Fue un acto de ocupación de una nación por otra y en contra de otra, puesto que los mapuche, después de cien años de guerra contra el invasor español habían conseguido de estos el reconocimiento como nación independiente por medio del tratado de Killín, en 1641, con sus territorios desde el río Biobío al sur. Doscientos años después el Estado de Chile, desconociendo la existencia de “la primera y única nación independiente reconocida por un tratado” en un acto unilateral y arbitrario, ocupa militarmente los territorios de este pueblo con las consecuencias que ya se conocen (Hernández, 2003:104). Así entonces, bastaron alrededor de doscientos años (segunda mitad del siglo XIX ) para que el Congreso y el gobierno de Chile decidieran invadir con su ejército los territorios mapuche sin mediar ningún tipo de provocación. Dos siglos fueron suficientes para que el descendiente del conquistador pasara por encima del tratado de Killín que, por medio de la cédula real del 29 de abril de 1643, contó incluso con el reconocimiento de Felipe IV . Esta verdad histórica (anexión involuntaria de un pueblo) resulta impresentable en el actual derecho internacional. Tal vez será esta cuestión la que deberá mover al Estado a considerar medidas compensatorias para mitigar los castigos impuestos a estos grupos humanos. Al amparo del derecho internacional propugnado por las Naciones Unidas, la actitud que ha tenido el Estado de Chile en el tema es cada vez menos presentable. Aunque más de alguien esté pensando en el viejo e inmoral argumento de que lo acontecido con los mapuche en Chile, “fue una práctica común en el planeta”, el actual nivel de desarrollo que alcanza la humanidad recomienda que donde se dieron situaciones como estas se debiera compensar a las víctimas o entregar la autonomía política a los pueblos injuriados. Los organismos internacionales y de desarrollo son cada vez más explícitos en el apoyo al desarrollo de los pueblos originarios. Una muestra de lo que planteamos lo constituye el convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo ( OIT ) sobre los pueblos indígenas, aprobada en el año 1989 y

que los gobiernos de Chile han demorado en ratificar. El convenio estableció el derecho de los pueblos indígenas a controlar sus procesos de desarrollo, y comienza a servir como marco de referencia para la cooperación internacional (Wollny, 1993). El acceso a la tecnología y al desarrollo científico y económico no tiene por qué interferir o ser incompatible con el resguardo de lo propio, lo cultural y la identidad; la historia mundial así lo indica, los países que más se desarrollan, más fortalecen su identidad y su orgullo por sus tradiciones e historia. La integración verdadera debe ser diferenciada, resguardando y respetando celosamente la identidad de todos los pueblos originarios, como legítimos otros en la relación con la sociedad dominante. Insistir en cualquier forma de integración se ha visto que es un error, pues finalmente se termina homogeneizando al conjunto de los grupos, provocando la pérdida por asimilación y despersonalización de las culturas de los grupos menores y los pueblos originarios. La globalización puede ser el caballo de Troya en donde se esconda el poderoso enemigo que atente con el prevalecer de las culturas ancestrales si es que no se toman los resguardos necesarios. Por ello, el reconocimiento constitucional de los pueblos originarios es un camino necesario de recorrer para fortalecer la unidad nacional y asumir la naturaleza multicultural y poliétnica de nuestro país. Es un desafío complejo para una sociedad conservadora como la chilena; ello implica profundizar la democracia y la sensibilización de las elites políticas con estos planteamientos que finalmente fortalecen la libertad y la democracia. El aniquilamiento del paradigma de las razas deberá hacer más fluido el juego de ideas, sobre todo porque se desprejuicia la discusión en la medida en que nos aproximamos a hacer más igualitaria la relación. Las soluciones debieran dejar de lado y para siempre, por parte de ciertos sectores, el recomendar acciones más bien folclóricas para la principal etnia de Chile. Tales ideas, cualquiera sea su procedencia, están basadas en el viejo paradigma racista ampliamente superado por los avances del actual conocimiento humano. En todo caso, cualesquiera sean las acciones que inicien los que ejercen el poder en Chile, los mapuche, mestizos o no, seguirán reconociéndose como identidad étnica, con su lengua, rituales, costumbres, sus territorios ancestrales cautivos y su respetable historia, esta última, el núcleo más sólido de su identidad. 4.3 A propósito del Estado de derecho El Estado de derecho es el concepto en nombre del cual más atrocidades se cometen en la “sociedad occidental y cristiana”. En Chile, y en relación con la etnia que nos ocupa, se expulsó a cientos de seres humanos de sus moradas ancestrales por el solo hecho de que segundas personas, amparándose en las disposiciones legales de ese Estado de derecho, y con la ayuda de ciertos personajes de dudosa moral, elaboraron papeles y fabricaron pruebas para reclamar como suyos los territorios en cuestión. Al respecto, Lipschutz escribió: “Se puede decir sin exageración alguna, que el tenor de la legislación indígena en Chile es, desde 1813, siempre lo mismo:

legislar sobre la forma que más convenga, para conseguir la división de la comunidad indígena de propiedad territorial inalienable, con el fin expreso de transformarla en propiedad territorial individual alienable” (en Berdichewsky, 2004: 189). Al parecer la estrategia es universal y bastante recurrente cuando se trata de avasallar a grupos humanos de otras culturas, sin medir consecuencias. La televisión y los medios impresos pueden dar fe de los padecimientos que en este sentido sufren pueblos en distintas latitudes. A medida que transcurre el tiempo, el tema del derecho o del Estado de derecho, como se concibe en este país, encuentra más cuestionamientos. Las aprensiones no van contra lo esencial de la idea; más bien las críticas van por el lado de la vulnerabilidad y la utilización a favor de ciertas elites de la “institución Estado de derecho” como cuerpo regulador social que decide qué es aceptable y qué no lo es. En las actuales condiciones que vive el país existen sectores que prácticamente carecen de derechos. El problema se evidencia cuando los responsables de establecer o administrar las normas están más interesados en servir a los intereses de grupos económicos y, por tanto, insensibles a los cambios que genera el normal desarrollo humano; en tales circunstancias una sociedad se expone a reventones sociales por la repetida superación de la norma. Aparentemente, en los estados modernos los responsables de establecer los reguladores sociales están atentos a la normal evolución de la sociedad para así poder establecer los reguladores a escala humana. En estos casos, la norma funciona recogiendo las opiniones de expertos o técnicos en el tema y que por lo tanto están en condiciones de brindar una opinión fundada. Las ventajas de una estrategia de esta naturaleza son varias, algunas de las cuales aluden a que la norma se hace atendiendo a las necesidades reales de los seres humanos y de la sociedad en la que están insertos, considerando por cierto la variable temporalidad; las disposiciones se perciben menos unilaterales; cobra más importancia y sentido el trabajo de los científicos sociales, pueden llegar a ser menos sesgadas, etc. En los hechos, las normas son convenciones sociales que los grupos humanos han convenido en adoptar como medios para regular la convivencia. La forma cómo funciona la sociedad está en relación con cómo funciona la mente humana: cómo piensa, cómo siente, percibe o evalúa. La norma pierde su eficacia cuando pierde su ecuanimidad o su espíritu de modulador social, y puede ser la antesala de las conmociones sociales con los consecuentes hechos dolorosos. En los últimos años, en importantes democracias del mundo la reflexión y la autocrítica se concentran en la institucionalidad de los Estados. Las motivaciones que mueven estos análisis se concentran en el tema del derecho individual, el concepto de ciudadanía de los grupos minoritarios y las etnias. Will Kymlicka (1996:166), especialista en el tema, considera legítimo e ineludible complementar los derechos humanos tradicionales con los derechos de las minorías étnicas. La representatividad de las personas bajo el actual concepto de ciudadanía que se practica en democracias desarrolladas es uno de los temas que

ocupan a los cientistas sociales. Esta cuestión moviliza el interés de psicólogos, sociólogos, antropólogos y políticos que ven en ello una necesidad para perfeccionar la democracia. En nuestro medio, el tema de la representación y el respeto a los derechos individuales y grupales de los pueblos originarios ha estado presente en las demandas que cada cierto tiempo realizan estos grupos. Sin embargo, los poderosos recursos del Estado y los manejos comunicacionales de las elites poderosas y comprometidas en la cuestión apagan cualquier intento de llegar a discutir siquiera algún tipo de rectificación. La reflexión ocurre por ahora lejos de nuestras fronteras (Canadá, EE UU y Europa), se desarrolla por la necesidad de fortalecer a la democracia liberal tras la caída del sistema soviético. La inquietud se concentra en el resguardo de los derechos de los inmigrantes, grupos menores y étnicos. Ellos son las principales víctimas del modelo de “ciudadanía” imperante en la mayoría de las democracias occidentales. Esta supone que en su estructura los distintos grupos humanos conviven en igualdad de derechos sin exclusión de ningún tipo; es lo que se conoce como “ciudadanía integrada”. Diversos estudios constatan que tal supuesto se encuentra bastante alejado de la realidad. El tema puede llegar a ser mucho más complejo en países subdesarrollados como el nuestro en que la norma es que una minoría privilegiada no solo es dueña de las riquezas del país sino también tiene poderosos mecanismos para influir en las decisiones políticas y de gobierno. Para muestra de lo que se plantea, un informe del PNUD (1998), con relación al desarrollo humano, señala que en Chile el decil más rico gana casi treinta veces más que el decil más pobre. Lo curioso es que los gobiernos que sucedieron a la dictadura de Augusto Pinochet hicieron sus campañas prometiendo revertir esta realidad, bajo el lema de redistribuir la riqueza. Nada de lo prometido ha ocurrido, e incluso ya no se discute la falta de equidad, la tarea de revertir el cuadro le ha resultado insoluble a los técnicos expertos en manipular cifras, pero torpes o carentes de todo sentido o competencias para abordar el tema desde lo social. En estas circunstancias es natural que existan sectores sociales que cada vez se interesen por temas como la representatividad que toda persona grupo o etnia tiene en las instancias de poder y toma de decisiones. Las mujeres, por ejemplo, que son aproximadamente el 50% de la población, debieran tener el mismo porcentaje de representación directa en las diferentes instancias de decisiones y de poder, lógicamente. Así se corregiría la actual distorsión que implica que los temas de mujeres lo deciden los hombres y los poderes fácticos. Es lo que ha ocurrido siempre con temas como el aborto, los anticonceptivos, la píldora del día después, etc. Siguiendo esta lógica, los mapuche deberían tener sus propios representantes y gestionar sus políticas ante un Estado rector que lógicamente tendrá que ser distinto a lo que existe. En el actual modelo de organización de nuestra sociedad, los intereses y la cultura de los grupos minoritarios y étnicos se diluyen o se pierden por efecto del fenómeno que Iris Young (1990) ¹⁶  denomina homogeneizador de la sociedad mayor. Es decir, los grupos minoritarios carecen de toda posibilidad de representación de sus inquietudes e intereses. En Chile, por ejemplo, los mapuche llevan casi doscientos años eligiendo a diputados,

senadores y presidentes de la República, personas que no tienen ninguna relación con ellos, por lo que jamás se han interesado en considerar siquiera su problemática. Más aún, y es un hecho paradójico, las regiones con alta concentración de electores mapuche son fuertes reductos de los partidos de derecha, representantes de los empresarios agrícolas. Estos grupos desde la fundación de Chile han estado más proclives a la limpieza étnica que por el desarrollo de quienes heredaron sus tierras. La paradoja reside en el darse cuenta de que parte de la estrategia de “convertir a los mapuche en indios” ha estado en mantenerlos lo más ignorantes posible, marginados de la cultura y del derecho, al extremo de ser incapaces de distinguir entre lo que son sus derechos e intereses, que son diametralmente opuestos al de los empresarios agrícolas, muchos de los cuales quisieran expulsarlos para hacerse de sus últimos terrenos. Varios son los autores en Norteamérica y Europa que comienzan a lanzar ideas en torno a revertir la desmedrada situación en que viven en el mundo los grupos minoritarios, entre ellos los pueblos aborígenes. En Canadá, por ejemplo, el científico Will Kymlicka (1996:110) es autor del concepto de ciudadanía multicultural, que se refiere a lograr soluciones para las minorías sociales o culturales en las que el concepto de ciudadanía integrada amenaza su identidad. La idea del autor es encontrar los mecanismos para que estos grupos estén presentes en la administración del Estado con sus propios representantes y se hagan responsables y partícipes en la búsqueda de soluciones a sus demandas. Es decir, no más al paternalismo con que ciertos sectores analizan estos temas. Por cierto que el autor incorpora en sus planteamientos la necesidad de modificar la actual estructura del Estado. En España, Rubio, Rosales y Toscazo (2000) enfrentados al mismo problema, son autores del concepto de “ciudadanía compleja y democracia”. Ellos han elaborado este concepto como respuesta al superado modelo de “ciudadanía integrada”, y al igual que Kymlicka, el objetivo en el trabajo es la búsqueda de la integración verdadera de estos grupos al Estado, que entonces debiera ser pluriétnico, con sus propios representantes sin que por ello pierdan sus rasgos diferenciales. Resulta necesario advertir al lector que varias de las ideas que manejan estos científicos han sido consideradas en los cambios que han ido ocurriendo en estas democracias; de modo que no se trata, como alguien pudiera suponer, de meras elucubraciones teóricas. I. M. Young, investigadora de la Universidad de Princeton ( EE UU ), es una tenaz defensora de una política de diferenciación para las minorías étnicas y grupos minoritarios para corregir los injustos efectos del concepto de “ciudadanía integrada”. Al respecto señala: El concepto hasta ahora hegemónico de ciudadanía integrada es un atentado contra el genuino concepto de igualdad, ya que viene a negar en la práctica los derechos de las minorías sociales y étnicas al forzarla a una homogeneización con las pautas de la mayoría; y tal proceso homogeneizador es también injusto puesto que contribuye a perpetuar su marginación sociocultural en beneficio de los grupos privilegiados de la mayoría (en Rubio y cols. 2000:23).

En Chile existe la arraigada costumbre en la retórica de las elites gobernantes de proclamar que en este país “todos los ciudadanos somos iguales y tenemos los mismos derechos”. El uso y abuso de la popular expresión se contradice con la realidad y hasta pasa a ser una provocación ante la paupérrima situación en que quedaron los mapuche después de haber sido despojados de sus mejores territorios por parte del Estado. Además coloca a las elites dirigentes del Estado en una situación de inconsistencia y de amnesia de los antecedentes de la historia que, sabemos, la escribieron los wingkas . De otro lado, el país seguirá estando en mora, en relación con estos temas, frente al derecho internacional cautelado por las Naciones Unidas. A propósito, Chile exhibe el vergonzoso récord, en el concierto de naciones latinoamericanas, de ser el país que más ha vulnerado el derecho de las comunidades y pueblos originarios en los últimos sesenta años. Un estudio cuyo extracto publica el diario El Metropolitano de Santiago, (Calfucura, 1999) muestra cómo mediante procedimientos legales el Estado de Chile ha buscado sistemáticamente “la abolición del sistema de propiedad colectiva de la tierra de la comunidad indígena”. El estudio considera diez leyes sobre tenencia de las tierras indígenas desde el año 1927 hasta 1978. El ejemplo es didáctico, pues permite mostrar que la norma surge sin ningún interés por reguardar el derecho de la comunidad mapuche. La intención del legislador ha sido clara y no es otra que permitir el despojo legal, por parte de los colonos, de las últimas hectáreas de terreno que mediante régimen de comunidad tiene la etnia. Parodiando a ciertos historiadores se podría concluir que esto ha sido una verdadera “maloca legal” del wingka en contra del mapuche. Es un ejemplo de violencia estatal cuyo resultado ha sido el despojo en contra de una minoría, de sus últimas posiciones territoriales. Y un claro antecedente de por qué estos no pueden sentirse identificados con el Estado de derecho del chileno. La sola excepción en estas legislaturas, que confirma la norma, es la ley n° 17729 del año 1972, que decreta la “comunidad indígena indivisa”. La agresividad por parte de grupos de jóvenes mapuche, que haya podido observarse en alguna oportunidad, son hechos aprendidos por medio de la experiencia directa y la observación de los comportamientos violentos del Estado y sus fuerzas represivas. Son jóvenes que en un porcentaje importante han cursado estudios universitarios y tienen muy claro que las apelaciones al Estado de derecho por parte de la autoridad oficial no son convincentes. Tienen conciencia de que tales cuerpos han sido muy débiles y vulnerables en el pasado, cuando a sus antepasados les arrebataron sus territorios. Si bien los padres de la Patria, O’Higgins y Carrera, tuvieron clara comprensión del derecho de la sociedad mapuche a vivir eternamente en sus territorios ancestrales, no pensaron lo mismo los dirigentes que les sucedieron. El Estado atropelló esos derechos y arbitrariamente determinó las reducciones hasta donde los arrinconó, territorios que en casi doscientos años de hostigamiento se han ido reduciendo más aún debido a “las corridas de cerco” de sus vecinos chilenos y colonos traídos al país, y por los engaños legales de que han sido víctimas, como los arriendos por cien años. Todo

esto ha ocurrido bajo el alero protector del Estado de derecho. Las nuevas generaciones de mapuche, con más elementos de juicio debido a mejores niveles de comprensión, se están rebelando. La sociedad del wingka se ha encargado de ofrecerles los elementos fundamentales para provocar las conductas agresivas: el engaño, la pobreza, la frustración. Aun así, un porcentaje no despreciable de konas , o mocetones de antaño, se han transformado en profesionales o técnicos que se han ido incorporando a la sociedad chilena contribuyendo a su desarrollo, a pesar del trato muchas veces injusto y hasta grosero recibido. Tal contribución no es reconocida en su justa dimensión, y son tratados como minoría, su existencia es prácticamente nula en el diálogo país, o discriminada. Esto explicaría la ausencia de protagonismo, salvo las honrosas excepciones que siempre confirman la regla. Los derechos reclamados por la etnia mapuche no se solucionan solo con educación, como algunos sostienen. Se trata de derechos políticos que incluyen participación y autodeterminación en ciertos temas. Respecto de la educación, es imposible desconocer la importancia que tiene para mejorar los niveles de vida de los grupos humanos. No obstante, esta debe considerar los niveles de calidad suficiente para que realmente contribuya al desarrollo integral de las capacidades intelectuales de los niños y jóvenes. En este sentido, la calidad de la educación que reciben los pobres, y por ende los mapuche en Chile, está lejos de los estándares de calidad que reciben los hijos de los grupos acomodados. Este aspecto no es un tema menor, puesto que son demasiadas las evidencias científicas que avalan el hecho de que los niños serán más inteligentes si durante sus primeros estadios de vida reciben una mejor estimulación. El cerebro humano se desarrolla mediante el ejercicio guiado por profesionales especialistas; en muchas escuelas rurales no existen estos profesionales, o si los hay, estas carecen de la infraestructura mínima para realizar su trabajo. La problemática mapuche se relaciona con los desafíos de una planificación más científica a la vez que estratégica del país. Los requisitos educacionales proclamados por la sociedad para acceder a mayores beneficios y movilidad social, en los hechos no son tales. Cada día aumenta la cantidad de profesionales que no tienen un campo laboral y se transforman en cesantes ilustrados. De modo que tampoco es válido sostener que la educación y la capacitación per se será la solución para que los miles de jóvenes mapuche aseguren su progreso y desarrollo social de manera valedera. En atención al daño acumulado a través de la historia, las soluciones necesariamente deben pasar por acciones radicales, como la devolución de los suelos y el apoyo técnico para desarrollar nuevas formas de una economía agraria a escala que le permitan recrear su cultura y que genere puestos de trabajos de buen nivel. ¿Qué hacer para que el Estado de derecho del wingka permita a los mapuche ser protagonistas de su propio destino? La única certeza que disponemos es la dialéctica del tiempo que nos enseña que los procesos sociales no los detiene nadie, y más temprano que tarde los nuevos líderes de la etnia lograrán para este pueblo los reconocimientos a sus demandas.

Todo indica que los conflictos y la lucha continuarán, porque los jóvenes herederos de los antiguos orgullosos longkos no renunciarán a su identidad y a su condición de pueblo distinto. Tal realidad parece ser un mentís a los teóricos que piensan que el hecho de que las minorías transiten por la cultura de los grupos hegemónicos termina sin remedio en el olvido de las raíces de los primeros. Las luchas de los jóvenes universitarios mapuche en Temuco echan por tierra todas las elucubraciones de algunos especialistas, pues los hechos muestran que se puede conservar la identidad incluso bajo el yugo del opresor, que ingenuamente pudo pensar que los pueblos originarios olvidarían sus propios valores. Exigir sus derechos como cualquier grupo de la comunidad nacional es un objetivo justo y un derecho universal inalienable por el cual movilizarse. No se puede sostener seriamente que los mapuche de los siglos XVIII y XlX son los mismos que los del siglo XXI . Doscientos años de subsistencia, adecuándose a los requerimientos y normativas impuestas para no desaparecer, no han exterminado la conciencia de que se puede aspirar a mejores condiciones de vida. Su adaptación, que incluye hacer suyo el Estado de derecho y sus leyes, nunca significó la aceptación del abuso psicológico por parte de esta sociedad altamente discriminadora e intolerante. Y a través de casi dos centurias de historia con los chilenos, son estos últimos los que aparecen violando ese Estado de derecho al adueñarse de sus territorios. Para los mapuche es “la sociedad del blanco” la que debe una explicación no solo a su pueblo, sino a toda la comunidad nacional que creyó sanamente en el valor de la justicia. El Estado de derecho del wingka ha resultado una institución absolutamente oscura y no pocas veces arbitraria y nefasta para el derecho mapuche. El modelo de seguir las pautas de la sociedad mayor sin otra opción, ha servido como medio para la extinción de la cultura y su identidad. Por ello es que creemos que un camino efectivo de reparación del tema en cuestión pasa por la incorporación directa de los mapuche en la gestión de gobierno en sus territorios ancestrales. El tema se centra hoy día en la confección de un modelo que soporte la idea de “integración y diferenciación político social”, que apunte al resguardo de la identidad como un valor universal. Propiciar políticas orientadas a entregar a los ciudadanos mapuche la gestión política y administrativa en las regiones del Mapuchemapu es una medida necesaria. Ello resulta ser la forma de implementar políticas concretas de reconocimiento y promoción de estos grupos, olvidándose de los actuales intentos folklóricos con los que engañosamente se maneja el problema. Es necesario desarrollar en estos grupos marginados por medio de la educación la conciencia y responsabilidad política que se precisa en todo proceso de integración. El resguardo de los derechos humanos en el actual momento histórico, pasa necesariamente por trabajar por un modelo político social que considere la integración con reconocimiento de derechos diferenciados para las minorías; ese es el único resguardo ante el fenómeno homogeneizador antes denunciado, que ha significado el atropello a los derechos individuales de millones de seres humanos.

La famosa frase de “igualdad de derechos” en nuestro medio, no ha sido más que una abstracción que esconde una realidad muy distinta de la que se busca promover, en que los ciudadanos descendientes de las diversas etnias jamás han podido hacer valer sus derechos individuales o grupales y en la práctica se han convertido en ciudadanos de segunda clase o ciudadanos incompletos y en muchos casos individuos absolutamente marginados. La lucha por los derechos individuales y grupales de los integrantes de los diversos grupos y, por cierto, de las etnias es un tema absolutamente pendiente en este país. En todo caso, en el último tiempo ya no se habla de igualdad de derecho, sino de “igualdad de oportunidades”, que tampoco llega a estos sectores. 4.4 Los mapuche en los escritos del chileno Varios son los puntos de análisis que se pueden explorar en relación con los mapuche en la literatura de los chilenos. Cualquiera sea el camino que se quiera seguir, se constata que ha sido un fenómeno bastante dinámico e influido por las condiciones históricas de un momento determinado. Así, por ejemplo, los grandes toquis que participaron en la guerra contra los españoles en los siglos XVI , XVII y XVIII han sido tratados con admiración y hasta como héroes nacionales, transmisores de elevados valores libertarios. Estos personajes también han recibido el espaldarazo de los españoles, y de forma muy especial la admiración de Alonso de Ercilla. La Araucana fue en su tiempo la obra literaria que más influyó en los intelectuales y patriotas que organizaron la lucha por la independencia de Chile de la tutela española. Incluso Bernardo O’Higgins y José Miguel Carrera fueron grandes admiradores del pueblo mapuche, admiración que no solo se sustentaba en sus hazañas bélicas sino que residía, además, en el modo de ser mapuche, su altivez y su profunda convicción independentista y libertaria. Cuando se da inicio a la organización del Estado de Chile, surge la fuerte pugna de intereses económicos de los distintos grupos al interior de este novel Estado. Los territorios mapuche concitaron incontrolables apetitos por parte de los comerciantes y especuladores que olvidaron los decretos de Bernardo O’Higgins, en el sentido de reconocer a perpetuidad a los mapuche como legítimos propietarios de sus territorios en virtud de ser los primeros habitantes de Chile. A principios del siglo XX comienza una fuerte campaña antimapuche en los medios de comunicación y en algunos círculos intelectuales; así se producen una serie de publicaciones en los principales medios de información de ese entonces, caracterizadas por la brutal descalificación que se hace de este pueblo. Incluso se puede comprobar que determinados autores tergiversan publicaciones hechas por españoles respecto del verdadero comportamiento mapuche, tanto en la guerra como en su sociedad. Al parecer, es la expresión de una potente guerra fría cuyo objetivo es el absoluto descrédito de los que en ese entonces eran víctimas del despojo de sus territorios. Es un hito del proceso de transformar a los mapuche en indios y el momento clave de elaboración del prejuicio y la discriminación. El escritor chileno Nicolás Palacios (1986:72) en su libro Raza chilena , se refiere a esta verdadera cruzada en contra de los mapuche, en la que están

comprometidos varios intelectuales. En el capítulo II , de la obra mencionada, fustiga severamente esta práctica en la que incluso estuvo involucrada la Universidad de Chile. Este autor comenta que durante cuatro años se publica en los Anales de la Universidad de Chile la “Historia de la civilización araucana”, “…en la cual se trata a nuestros antepasados indígenas como indios salvajes, crueles, depravados, sin moralidad alguna, sin dotes guerreras, e interpretando como cobardía de su parte algunos ardiles de combate”. Es probable que la denuncia que hace este profesor marque la época en que comienza a instalarse el ofensivo estereotipo y las conductas prejuiciosas utilizadas en los últimos cien años. La historia de Chile durante el siglo XIX se caracteriza por construir una imagen negativa del mapuche. Los cuatro más importantes historiadores del siglo, según el profesor Jorge Pinto (2000: 147) estuvieron comprometidos en estas prácticas: La historiografía del siglo XIX contribuyó, en no poca medida, a ratificar la imagen tan negativa que en la segunda mitad de este siglo se formó en la intelectualidad, la clase política y la elite chilena respecto del mapuche. Los cuatro grandes historiadores de la época (Benjamín Vicuña Mackenna, Miguel Luis Amunátegui, Diego Barros Arana y Crecente Errázuriz) emitieron juicios lapidarios acerca del indígena. En este trabajo hemos insistido en el papel de la educación y la cognición social en la formación de los estereotipos y la discriminación racista. También nos hemos detenido en el análisis del producto social “indio” por el significado grosero y ofensivo que connota en desmedro de los pueblos originarios. Los cuatro historiadores en cuestión no se detienen en la idea de colocar a los mapuche como seres poco dignos de la condición humana. De modo que los antecedentes que presenta Pinto es un ejemplo más, dentro de muchos otros, a nuestro planteamiento respecto de escribir una historia de Chile menos prejuiciosa y de la que todos nos sintamos partícipes. Posiblemente, antecedentes como estos constituyen el punto de partida de la relación ambivalente con que los chilenos han asumido el tema mapuche. Nadie puede negar la importancia que ha tenido la Universidad de Chile en el liderazgo intelectual del país, por lo que es comprensible el modo con que Palacios se refiere a dicha cuestión. Tampoco es un hecho menor el influjo que para la historiografía y la cultura de Chile tuvieron los cuatro personajes señalados por Pinto. Nicolás Palacios (1986:87), más adelante, se refiere en duros términos a los autores de las publicaciones universitarias, cuando expresa: Los anales se han dado un trabajo de cuervos rebuscando entre cronistas e historiadores todo lo que pudiera dañar la reputación de los araucanos. No puedo seguirlos en su tarea; pero deseo desvanecer uno de los cargos que más a menudo les hacen: el de que eran los indígenas los que rompían las paces que de cuando en cuando daban tregua a la guerra secular.

En esta denuncia el autor es extremadamente didáctico para ilustrar cómo se ha venido escribiendo esta parte de la historia de Chile. En el primer capítulo de este trabajo ya habíamos anunciado como comportamiento característico de la psicología mapuche el respeto por la palabra empeñada. Reconociendo la potencia de la literatura como medio eficaz para penetrar las conciencias e influir en la opinión pública, son importantes las publicaciones que, en forma de artículos, ensayos, crónicas e investigaciones aparecen hasta el día de hoy en diferentes medios de comunicación. En este sentido son varias las líneas de análisis que se pueden seguir; intentaremos esbozar las más recurrentes. 4.5 El discurso político de las elites La idea de que todo fenómeno social es un hecho lingüístico alcanza plena aceptación en los actuales círculos académicos y de investigación filosófica del lenguaje. Ello implica aceptar como superadas definiciones que sostenían que el lenguaje era un medio destinado solo a transmitir información. Las concepciones actuales del lenguaje le asignan a este, además, papeles mucho más complejos, que van desde la propia construcción del ser humano hasta el de generador de nuevas realidades. El lenguaje no solo nos permite hablar sobre las cosas; el lenguaje hace que sucedan las cosas (Echeverría, 2003:34). A partir de este supuesto, el estudio del discurso político, oral o escrito como medio de acción y de intervención de los grupos y elites dominantes adquiere una renovada importancia. En nuestro medio, por ejemplo, y con relación al conflicto mapuche no han sido pocas las oportunidades en que se ha denunciado (Paillalef, 2003) el papel que han tenido las publicaciones escolares, como textos de historia y otras literaturas, en mantener la discriminación y el prejuicio hacia los pueblos originarios. Hemos denunciado la creación de una verdadera ideología de la discriminación para con este pueblo. Esta ha tenido sus fundamentos en el prejuicio y los estereotipos implícitos en la representación social asignada a los integrantes de este pueblo por parte de los sectores interesados en sus suelos, a partir de la segunda mitad del siglo XIX . La opinión pública, en un alto porcentaje, ha sido pasiva y receptiva a este tipo de discurso que, en lo esencial, busca presentar como justas y legítimas las conductas de los grupos que bajo el amparo del Estado de Chile expulsaron a los pueblos aborígenes de sus territorios ancestrales. El hecho constituye una de las tantas paradojas. Los que históricamente se han beneficiado de una ideología política para justificar el despojo al que sometieron a grupos aborígenes, aparecen, ante la opinión pública, como apolíticos, racionales y pragmáticos. En su discurso apelan a la paz social, recurriendo a la ilusoria homogeneidad social que, según ellos, ha traído “desarrollo y progreso al país”. Situación que también es una mera ilusión, pues las estadísticas internacionales muestran a Chile como el país donde la riqueza se reparte entre una minoría ( PNUD -1998) en desmedro de las grandes mayorías. Otra de las tantas paradojas es que el Estado prácticamente les regaló el suelo mapuche a los colonos, muchos de ellos europeos, porque estos, por ser una raza “emprendedora”, iban a provocar la prosperidad de aquellos

territorios. Sin embargo, transcurridos doscientos años, el progreso no se ve por lado alguno y sí se aprecia la destrucción de un hermoso ecosistema, por la tala irracional de los bosques nativos. Entonces, el discurso político justifica tal exiguo aporte de la “raza superior”, responsabilizando al conflicto mapuche de espantar a los capitales de esas regiones. Analizando el discurso oficial, como el de los grupos económicos beneficiarios del suelo mapuche, podemos afirmar que este alude a categorías políticas, como es mapuche, pues tal adjetivo es un colectivo de identificación que involucra a toda una nacionalidad o pueblo. Por ejemplo, un titular que fue portada hace algunos años: “Los mapuche están arrendando los campos que les compró el Estado”. En el titular en cuestión, todos los componentes semánticos y colectivos de identificación (mapuche y Estado) son de tipo político. El uso del colectivo Estado apela en la frase a proteger los intereses de todo un país. De modo que en lo semántico sigue siendo político. En los lugares del planeta donde existen conflictos étnicos, las elites poderosas recurren a un discurso político cuya ideología de sometimiento apela en cierto modo a sus respectivas estrategias de operación simbólica. Uno de los modos recurrentes a los que apela esta ideología, la describe Thompson (1993) y es el hecho de legitimar. Mediante este expediente se insiste en legitimar actos que no resisten ningún análisis en el marco del actual derecho internacional. La historia oficial, como la prensa, jamás han reparado en la ilegitimidad de la ocupación del país mapuche. Cuestión fundamental desde nuestro punto de vista, puesto que en este hecho se fundamenta la deuda histórica y las indemnizaciones que el Estado debiera pagar a todos los descendientes del pueblo mapuche (Paillalef, 2003). La legitimación, según Thompson, es un modo, entre otros, que habitualmente utiliza la ideología del sometimiento. El Estado de Chile ha presentado la ocupación del país mapuche, que eufemísticamente también se conoce como “pacificación de la Araucanía”, como un hecho legítimo. Tal valoración se ha reproducido a través del tiempo hasta llegar a una suerte de racionalización en la opinión pública. Según Weber (1978), la dominación se puede mantener al ser representada como un hecho legítimo, por lo tanto justo y que merece nuestro apoyo. Otro modo presente en las prácticas de la ideología de las elites de poder es el encubrimiento de las realidades que la pueden perjudicar (Thompson, 1973). En la cruzada evangelizadora en pro de la dominación y el sometimiento de los pueblos aborígenes, los grupos involucrados en complicidad con el Estado han sido celosos custodios en vetar toda historia que los pueda perjudicar. Al respecto, también hemos hecho ver en la primera edición de este trabajo, la falta de una historia oficial acerca de las penurias y condiciones que sufrió el pueblo mapuche durante y después de verificada la ocupación de sus territorios. A pesar de lo que se diga, los asuntos étnicos y raciales, como lo señaló Du Bois (en Van Dijk, 2003:79) serán siempre temas políticos. 4.6 La consistencia del discurso oficial

La importancia del lenguaje como vehículo para ejercer la violencia simbólica es fácil de inferir. Desde nuestra perspectiva no ha sido un hecho menor, en la implementación de la discriminación y el perjuicio, el papel de la consistencia de lo que se dice o escribe acerca del dominado, en este caso los mapuche. Para el tema que analizamos, resulta demasiado desvergonzada e intolerable para los tiempos, la expresión que sostiene que la historia la escriben los “vencedores”. Los escritos del chileno han sido inconsistentes y contradictorios en la valoración del mapuche. Aparecen despreciando la cultura autóctona, cuando sostienen que esta nunca tuvo mayor importancia por primitiva y pobre, y que el mapuche, por estructura mental, es salvaje, violento y extremadamente cruel como lo demostró en los campos de batalla, incluso con el enemigo vencido. Apreciaciones todas que se encuentran en publicaciones de diversos autores, en libros o diarios de diferentes épocas, y que aún sostienen unos cuantos panelistas. En esta línea de análisis, especial relevancia han tenido las publicaciones de Tomás Guevara (1906) quien fuera rector del Liceo de Hombres de Temuco. En Psicología del pueblo araucano , expresa opiniones ofensivas para este pueblo, las que se contraponen a escritos de cronistas e intelectuales españoles, que se sorprenden por la organización, valor y heroísmo de este pueblo. El autor los califica de seres violentos y cobardes. Guevara habla de la crueldad del mapuche con el enemigo vencido, al cual sometía a los más dolorosos tormentos antes de asesinarlo. No dejan de llamar la atención tales aseveraciones, sobre todo porque vienen de alguien cuyos escritos han servido de fuente importante para los que escriben sobre el tema, además de haber ejercido como educador. Para este profesor no es crueldad la amputación de manos o de la nariz, sin anestesia por cierto; el herraje o quema del rostro con hierros incandescentes, los mismos que son usados para marcar a los animales; quemar con hierros candentes los genitales femeninos; todas prácticas habituales de los militares y civiles españoles en contra de los mapuche, divulgadas por cronistas españoles o escritores como Alonso de Ercilla, Núñez de Pineda y Bascuñán y el propio Pedro de Valdivia, en su correspondencia habitual con el rey de España. Al respecto un texto del fundador de la ciudad de Santiago es explícito: Matáronse hasta mill e quinientos o dos mill indios y alancéaronse otros muchos y perdiéronse algunos, de los cuales mandé cortar hasta doscientos las manos y narices en rebeldía de que muchas veces les había enviado mensajeros y hécholes los requerimientos que V.M. manda ” ¹⁷ . Siguiendo el análisis de Guevara, resulta poco coherente calificar al pueblo mapuche de cobarde, que le tenía pavor al sonido del arcabuz del español, si en definitiva este pueblo luchó en contra del conquistador por alrededor de tres siglos hasta lograr derrotarlos. En cuanto a las crueldades de la guerra, ni siquiera es preciso recordar que tales excesos fueron igualmente practicados por españoles, chilenos y en menor grado por los mapuche. Es difícil sostener seriamente que los hombres puedan observar una conducta adecuada a su condición en los campos de batalla, menos en

aquellos tiempos. Después de todo, la guerra es una locura, una inhumanidad. Lamentablemente son demasiados los ejemplos que constatan que tales conductas han sido desarrolladas por casi todos los homo sapiens que han estado involucrados en acciones bélicas, con el objetivo final de exterminar físicamente al enemigo. Numerosos son los testimonios de crueldad que se han verificado en las guerras y en las ocupaciones de estados o países por parte de tropas invasoras. Los mismos chilenos en la época a que hacemos referencia no solo saquearon los territorios mapuche, quemaron sus casas, asesinaron a sus niños y mujeres, y en algunos casos hasta las empalaron y las dejaron ensartadas en estacas como escarmiento (Bengoa, 2000:272). La existencia de esta literatura sesgada no solo atenta contra la honra de los sobrevivientes de la etnia, sino también perjudica a todos los chilenos por falaz e inconsistente. Hacer honor a la verdad le hace bien a la memoria del pueblo chileno, lo que le permitirá superar esa insana contradicción que le sugiere que las virtudes de heroísmo y valor las heredó de quienes han denostado sistemáticamente. Reparar estas situaciones es un esfuerzo país que amerita acciones de fondo en las áreas de la educación y la cultura. Se debe buscar la coherencia para superar esta suerte de visión neurótica ¹⁸  de la cultura chilena. Innumerables son los antecedentes que confirman que mapuche y chilenos tienen una innegable y estrecha relación. Porque las hazañas de unos son el referente obligado del otro cuando se quiere reafirmar valores como la altivez o el orgullo de la condición de chileno. Tal necesidad cruza todas las instituciones del Estado; así por ejemplo, los militares chilenos no han dudado en bautizar regimientos, buques, aviones o divisiones con nombres mapuche, generalmente en recuerdo de mujeres destacadas o jefes guerreros de esa etnia. Paradojalmente, la discriminación dicta que nunca un mapuche de padre y madre ocupe un generalato o posición destacada en las instituciones armadas del país. Obviamente, entendido en la perspectiva de la admiración y como modelo de lo que se espera de sus subalternos. Lo curioso es el significado de estas acciones. Lo que se busca es emular el ejemplo heroico de estos personajes, integrantes de un pueblo al que, por otro lado, se ha denostado sistemáticamente. Tales valores hacen de la cultura mapuche un potente referente en la cultura del chileno. El amor incondicional por la libertad y su fiera defensa de la autodeterminación, son principios que, como dijimos, se encuentran en las arengas de los padres de la Patria, que los hicieron suyos. El contenido manifiesto de este material, aunque es fácil de encontrar en la literatura en general y en los textos oficiales del Ministerio de Educación, aparece bastante inconsistente por el doble estándar al cual ya se ha hecho referencia. Es probable que esta situación haya condicionado el modo de ser del chileno y su conducta, cuando se trata de enfrentar estos temas. La situación es bastante comprensible puesto que la disyuntiva no es sencilla: cómo hacer consistente una relación más bien disonante, y que por lo tanto no soporta un tratamiento racional ¹⁹ .

En estas circunstancias la expresión “indio” se transforma en un verdadero producto que se posesiona en la mente de todos, cuyo contenido valórico hace un grave daño a las minorías étnicas. Tal expresión ha calado hondo en la conciencia de todos, comenzando por los europeos y sus descendientes, de manera tal que se encuentra presente en la mayoría de los documentos que aluden a los grupos originarios. También está presente en las intervenciones de políticos que defienden la causa de los pueblos originarios, como en aquellos que les tienen aversión. Está presente en el material didáctico utilizado por las instancias oficiales de educación como también en la creación literaria de los intelectuales blancos. En fin, la palabra “indio” ha sido la expresión más poderosa creada por la cultura del blanco para denostar y discriminar a los pueblos originarios de América. En la literatura del blanco tal expresión ha servido para crear un estereotipo del mapuche que corresponde al conjunto de creencias acerca de los atributos asignados a la etnia. Esto da pie para la formación del prejuicio bastante dañino hacia este grupo, lo que finalmente se traducirá en discriminación. Difícil es considerar casual el empleo recurrente de esta expresión que resulta imposible disociar con la inhumanidad de aquel personaje fílmico o de historietas de antaño, que se caracteriza por un comportamiento cruel y salvaje, según la particular visión de los realizadores o novelistas. Pero no solo ha sido una práctica de los realizadores de Holywood; también en nuestro país se puede encontrar en los textos de historia, muchos de los cuales han sido aprobados por el Ministerio de Educación del gobierno de turno, como material didáctico oficial. Lo grave es que la cartera encargada de la formación curricular de los chilenos aparezca sistemáticamente dando luz verde, como material oficial, a textos de historia de Chile donde se pueden encontrar estas expresiones. Más aún, es posible comprobar particulares interpretaciones que algunos autores hacen de la historia relacionada con el tema de los mapuche, y ya son varias las generaciones de chilenos que han debido estudiar estos “textos de historia” con la pasiva contemplación de las autoridades educacionales. Si todos hemos aprehendido tales conceptos en la educación formal, reforzados por padres y maestros que en su oportunidad estudiaron lo mismo, cualquier planteamiento distinto aparece extemporáneo, subversivo, disociador y conflictivo, producto de un proceso normal de la mente humana que en lo conceptual siempre se orientará a la búsqueda de la consistencia. Así se va estructurando el prejuicio en los niños que deben estudiar historia de Chile. El proceso es del mayor interés para la psicología social, debido a que se constituye en un excelente ejemplo de cómo se van organizando los supuestos ocultos de los que hablamos y que en definitiva son los que guían gran parte de nuestro comportamiento. No es tarea fácil enmendar el rumbo en el tema educacional; sin embargo, una mirada distinta a los contenidos de la historia de Chile no solo es una de las medidas que se requieren para redimir a la etnia, sino que aparece fundamental para mejorar las relaciones entre mapuche y chilenos y

terminar con la contradicción profunda de admirar valores de quienes se ha enseñado a despreciar. 4.7 El género masculino en la sociedad mapuche La valoración que se ha hecho respecto del papel del género masculino en la sociedad mapuche es otro argumento del colonizador para justificar sus comportamientos abusivos, injustificados y crueles. Denostar el papel del género masculino entre los mapuche, arraigando en la sociedad la creencia de su supuesta flojera, es una práctica que forma parte de la estrategia de descrédito de los colonos que se establecen en los territorios ocupados militarmente por el ejército chileno. Verniory (2001), refiriéndose al mapuche varón, dice: “Los hombres son muy indolentes, son las mujeres las que ejecutan los trabajos duros”; dos reglones más abajo continúa: “Son ladrones innatos. Para ellos robar la propiedad ajena es un arte que tienen en gran estima”. El autor de estas apreciaciones es un europeo que vino al país a participar en la construcción de puentes para el ferrocarril en los territorios mapuche de la provincia de Cautín. Opiniones de esta naturaleza en ningún caso son unánimes entre los europeos contratados por el gobierno. Este tipo de descalificaciones eran comunes en esos tiempos y se podría decir que caracterizan una época de la historia humana marcada por la intolerancia y el desprecio hacia lo culturalmente distinto, además de constituir abierto racismo biológico. Como se ha señalado, de acuerdo con las ciencias de la antropología y la psicología social, esta práctica de intolerancia, entre otras razones, se origina al mirar a otra cultura a partir de los paradigmas de la cultura del observador. La división del trabajo en la familia mapuche no dista mucho de lo que ocurre en otras culturas. Las mujeres realizan las tareas propias del hogar en la que se incluye la huerta, donde se cultivan algunos vegetales como verduras para el consumo de casa, y en la actualidad para venderlas en las ciudades. El trabajo de los hombres se caracteriza por el mayor esfuerzo físico a realizar, como por ejemplo barbechar el campo, preparar la tierra para sembrar, cuidar los animales, trasquilar las ovejas, y en los tiempos de guerra concurrir a combatir. Entre los antiguos mapuche el trabajo de la siembra era reservado para las mujeres, ya que dentro de sus creencias y valores es la mujer la que representa la fertilidad. De modo que, enfrentados a esta actividad y para que las cosechas fueran abundantes, la siembra de la semilla y la recolección de sus frutos debía por fuerza estar reservada a las mujeres, a quienes la naturaleza les dio el don de la reproducción. En contraposición, y de manera casi anecdótica, es imposible negarse a la tentación de consignar aquí la fama de cómodo que goza el hombre chileno respecto de las tareas hogareñas, al punto de constituir una conducta que viene siendo combatida por grupos organizados de mujeres, y hasta desde el mismo gobierno, por considerarla injusta y abiertamente “machista”. Se sostiene que recién estarían verificándose pequeñas transformaciones en las nuevas generaciones a raíz del cambio cultural que afecta a la sociedad por la cada vez más creciente incorporación de la mujer al mundo laboral, la familia monoparental y, sobre todo, por la fuerte influencia de formas o

prácticas de vida en otras latitudes del mundo, las que cada vez se hacen más familiares por la globalización de las comunicaciones. Otro elemento por considerar es el fuerte vuelco que está sufriendo la familia tradicional con la aparición cada vez más creciente de madres o padres solteros, todo lo cual generará, a su vez, importantes cambios culturales. Tal situación incluso obligará a los teóricos sociales a modificar muchos de sus actuales postulados. Retomando el análisis de la supuesta flojera de los mapuche, esta, como ya dijimos, formaría parte del estereotipo que se ha usado para generar una cultura del sometimiento y abuso contra un grupo social que perdió la guerra pero no su identidad. Y como es natural, se contrapone una vez más con la realidad que está a la vista; pero es más poderoso el automatismo mental del estereotipo que ciega incluso a las mentes bien intencionadas, como sin duda es la mayoría del pueblo chileno. No se habla, por ejemplo, que desde los inicios de la nacionalidad los mapuche se convierten en la principal fuerza laboral del país. Tampoco se recuerda que la construcción de caminos, las vías del ferrocarril que atravesó la frontera, se hizo con la potencia muscular de los mocetones mapuche. Y no está demás preguntarse quién les ha cultivado los campos a los terratenientes del Biobío y de La Araucanía, los nuevos dueños de los territorios ancestrales de la etnia. Nos parece que estos contenidos, como muchos otros, forman parte de lo que llamamos las bases conceptuales de la psicología de la discriminación, estrategia creada por los grupos interesados en mantener el actual estado de cosas, justificando de paso las políticas utilizadas por el Estado de Chile. Como lo sostenemos a través de este trabajo, esta suerte de estigmatización social ha afectado el self ²⁰ del mapuche en el más amplio sentido. 4.8 Las malocas “Son ladrones innatos…”. El libro que contiene esta frase fue recientemente reeditado por la Biblioteca del Bicentenario… Los mapuche y su supuesta afición a robar mediante la maloca es otra de las ideas sobrevaloradas por la literatura del wingka , de la que se habla incluso en textos de historiadores, admiradores de este pueblo. Para tratar este punto es preciso remitirnos a algunos textos, y desde allí, hacer los alcances que permitan comprender lo que se denuncia. En una publicación realizada hace algún tiempo a raíz del aniversario de la ciudad de Pitrufquén por profesores y periodistas de Temuco –cuyos derechos en su primera edición fueron cedidos a la Ilustre Municipalidad de Pitrufquén– se califica el desarrollo ganadero alcanzado en la sociedad mapuche de Pitrufquén entre los siglos XVIII y XIX , como producto del robo de animales, sobre todo en la frontera Argentina (Bessinger y otros, 2000:23). Los autores, considerando los planteamientos del historiador Leonardo León –quien curiosamente olvida que el pueblo mapuche ocupaba territorios que hoy pertenecen a la Argentina– hacen suyos los argumentos del autor para explicar las enormes riquezas alcanzadas por el ñidol longko de Pitrufquén, Felipe Paillalef, y que a su muerte continúa en uno de sus hijos el también ñidol longko Ambrosio Paillalef, quien tendrá una destacada

intervención en la administración de la justicia para su pueblo y además por ser el fundador de dicha ciudad, Pitrufquén ²¹ , construida en la ribera sur del río Toltén, es quizás la única ciudad de Chile fundada por un mapuche. La idea de sociedad de maloqueros con que cierta historia ha querido caracterizar a los mapuche, o a los grupos que viven en los límites con Argentina, parece ser fruto del etnocentrismo y del prejuicio de ciertos intelectuales más que la constatación de un hecho verdadero que pudiera caracterizar a esta sociedad. De hecho, las malocas son una invención española (siglo XVII ) para robar a los mapuche sus mujeres, niños y ganado. Luego en la llamada, “pacificación de la Araucanía”, la estrategia fue heredada por el general Pinto y el coronel Saavedra, oficiales del ejército de Chile que comandaron gran parte de la ocupación de los territorios de la nación mapuche. A la llegada de los europeos, los mapuche desconocían el robo. No existía propiedad privada sobre la tierra y las aguas y cualquier persona se podía instalar sobre un territorio con la venia del longko del lugar. Las familias tenían sus animales domésticos que incluía a las aves de corral, sus huertos que quedaban solos cuando los dueños se desplazaban a otros sitios a visitar a familiares o amigos. Es precisamente este hecho el que llama la atención de Núñez de Pineda, quien no deja de asombrarse al constatar que cuando la familia se ausentaba, la puerta de la ruka quedaba resguardada únicamente por una rama de árbol, para que no entraran los animales al hogar. Por otra parte, los autores de estos textos olvidaron que los territorios de la nación mapuche se extendían al sur de Chile y Argentina, a ambos lados de la cordillera de los Andes. Esto explica por qué los mapuche la atravesaban casi de manera cotidiana y se internaban por la pampa, sencillamente para trasladar su ganado o para venderlo dentro de ese inmenso territorio que les pertenecía. La aclaración viene a lugar, dado que algunos escritos wingkas consignan que tales viajes eran una suerte de ritual con determinados significados, entre los cuales estaba el robo de animales. Un hecho curioso como fundamental en el fenómeno social de la discriminación es que el grupo oprimido pierde la capacidad de esgrimir sus razones y opiniones, estas son socialmente anuladas y otros son los que tienen el “derecho” de hablar por ellos. En este caso, entonces, es el wingka el que escribe acerca de los mapuche lo que le viene en gana y rápidamente se le asigna el estatus de experto en el tema. En las universidades se encuentran muchos de estos personajes que han hecho carrera con la temática de los pueblos originarios escudándose en una supuesta mirada científica de su quehacer. Es muy difícil encontrar a un intelectual de la etnia exponiendo acerca de su cultura o su historia, ellos no están validados ante la cultura dominante para contar su verdad. Así entonces, se hacen proféticos los discursos de nuestros viejos longkos Mangñil Wenu, Külapang o Kylapan, entre otros, quienes en su momento aseguraron que los chilenos no solo nos quitarían nuestros territorios sino que también nuestra cultura y nuestros héroes. Así se explica el uso y abuso de nuestros héroes; Leftraru, Kolokolo, Galvarino, Caupolican, Pelantaru, Lientur, entre otros.

Antecedentes posibles de encontrar en diversos documentos de investigadores argentinos, reconocen que el pueblo mapuche vivía en territorios que hoy están en posesión tanto de Chile como de Argentina. Además de los registros históricos, la afirmación está contenida en diversos trabajos de antropólogos argentinos y sustentada por la información transmitida mediante la tradición oral entre los mapuche y recopilada por algunos observadores. La antropóloga argentina Beatriz Carbonell (2001:2), por ejemplo, al respecto señala: “La cultura mapuche se extiende al sur de Chile y Argentina, en lo que ellos mismos denominan la nación Mapuche. A pesar de tratarse de una misma cultura, se ha dinamizado de distintas maneras a ambos lados de la frontera que divide a los dos estados, a pesar de que ellos, los mapuche, no reconozcan fronteras”. No debiera llamar la atención, entonces, que los mapuche de Pitrufquén encontraran en los pasos cordilleranos naturales de esa región los caminos normales para acceder a los territorios del otro lado de los Andes para ejercer sus negocios. Territorio, por lo demás, dotado de condiciones naturales excepcionales para la crianza de ganado, por lo que trasladar sus animales constituía un ejercicio muy simple para un pueblo conocedor del medio. Además, Pitrufquén fue desde siempre un punto geográfico estratégico, en donde se ejercía una gran actividad comercial, constituyendo un centro de encuentro entre los mapuche y comerciantes españoles, y luego chilenos. Así lo consigna Paul Treutler (1958:387), aventurero alemán que visitó la zona a mediados del siglo XIX . Con la llegada de los europeos y sus afanes de conquista se crean dos frentes de conflictos para defender el meli wixan mapu o territorio ancestral, los jefes guerreros a veces debieron replegarse a través de los pasos cordilleranos. Varios de los más notables longkos mapuche de la pampa nacieron o estaban emparentados con familias de este lado de los Andes. Así, entonces, los principales longkos de Salinas Grande (Tondiaw, Melín y Kalfukura) nacieron a este lado de la cordillera. El famoso longko Juan Kalfukura (siglo XIX ) nació en la localidad chilena de Llayma (Guevara y Mankelef, 2002) y muy joven emigró a la pampa, llegando a alcanzar fama y riqueza por esos lugares, sin perder jamás sus contactos con familiares y longkos que vivían a este lado de la cordillera. La fama de este jefe mapuche hizo que llegaran a nombrarlo “el emperador de la Pampa” (Bengoa, 2000:97). Kalfukura fue amo y señor de esas latitudes, y al mando de un ejército de cinco mil lanzas complicó al ejército argentino en más de alguna ocasión, llegando a asolar hasta la misma provincia de Buenos Aires. Este jefe estaba en comunicación con sus pares chilenos y el ingreso a sus dominios se hacía mediante permisos otorgados por su jefatura. Calificar de maloqueros a los mapuche es a lo menos un juicio infame toda vez que la práctica fue inventada por el ejército español para doblegar la moral combativa de los ejércitos mapuche y luego continuada por el ejército chileno para terminar con las últimas resistencias mapuche en la llamada “pacificación de la Araucanía”.

A propósito de ladrones o maloqueros, existen versiones de observadores extranjeros que se internaron por esos suelos antes de la ocupación de sus territorios, y las opiniones son unánimes respecto de la solidez y solvencia de esa sociedad mapuche en aquellos tiempos. Tales relatos contradicen el estereotipo que se intenta establecer. Por años, la sociedad mapuche en general ha observado firmes conductas de honradez, como lo avalan el conocimiento empírico de su actual realidad y las observaciones de los cronistas del pasado. Los delincuentes que roban en asaltos a sus víctimas en el Chile de hoy no son suficiente argumento para calificar a la sociedad chilena de ladrona. Con relación al linaje de los Paillalef de Pitrufquén, el profesor Hugo Gunckel (ex director del Museo Araucano de Temuco) publicó en El Austral de Temuco , en diciembre de 1948 ²² , una serie de trabajos de investigación con motivo de los cincuenta años de Pitrufquén, y refiriéndose al padre de Ambrosio Paillalef, el también ñidol longko Felipe Paillalef, dijo: Hay un aspecto muy poco conocido en la vida del cacique Felipe Paillalef y que tiene íntima relación con la historia de la Araucanía y también con la del aventurero francés Orellié-Antoine I. Tenía a sus órdenes el cacique Felipe Paillalef un platero, cuya obligación consistía en fabricarle objetos de plata, que luego usaba para sus usos personales y para sus familiares, o los destinaba a la venta en Argentina, de donde traía principalmente animales, aumentando de esta manera su fortuna personal. Además este platero, cuyo nombre no he podido averiguar todavía, fabricó para el Rey de la Araucanía y de la Patagonia, monedas de plata, las únicas netamente araucanas que conocemos y de los cuales existen ejemplares en varias colecciones numismáticas y que luego describiré con detalle . Para mayores antecedentes sobre el poder de los Paillalef de Pitrufquén, el profesor Gunkel continúa: Treutler, en su obra antes citada sobre la Provincia de Valdivia y los Araucanos, da cuenta con las siguientes palabras de una visita que hizo en compañía del cacique Paillalef a su casa donde guardaba los tesoros de plata que poseía. ‘Me llevó en seguida a su casa de lujo, escribe Treutler, en donde me mostró todas sus riquezas, que consistían en prendas de plata de un trabajo más o menos grotesco, frenos de plata de varias formas y hechuras con sus copas y cabezas de plata, muchos pares de espuelas, vainas de sables, platos, fuentes, cucharas, mates y bombillas, puñales, cuchillos, etc., haciendo particular ostentación de una bolsa de cuero de chivato que contendría más o menos tres mil pesos en monedas de oro y plata sellada, que por primera vez veía en mis peregrinaciones en la tierra’. Es digno de notarse que esa cantidad era el resultado de ventas de animales hechas por un hijo del cacique en Nacimiento . En esta parte del texto el autor se detiene para explicar por qué a los mapuche no les interesó nunca utilizar el oro en sus adornos ni hacer ostentación de riquezas. A este respecto señala:

A propósito, creo que no estará demás advertir al lector que los indios no admiten la moneda de oro, sino las de plata que luego funden para hacer sus alhajas y las de sus mujeres. La razón que dan para no admitir el oro, es que lo creen la causa principal de las desgracias de sus antepasados, recordando la codicia de los españoles. Se me ha referido que varias veces, habiendo recibido como precio de animales vendidos algunas onzas de oro, las habían cambiado por igual número de pesos fuertes de plata. El tabú en que se convirtió el oro tiene una explicación psicológica social, que se remonta a la guerra con los españoles. El dolor y el sufrimiento de la etnia a causa de la crueldad del europeo, que con desesperación buscaba el dorado metal, quedó en la memoria de este pueblo. Las psicóticas conductas que desató la obtención de oro por parte del español, se tradujeron en maltratos y abusos de todo tipo hacia los pueblos de América, a pesar de las muestras de amistad y simpatía con que estos los recibieron. La tradición oral da cuenta de que las haciendas de Paillalef se extendían hasta la Argentina, de donde traía con cierta regularidad sus animales a los llanos de Pitrufquén y Osorno. Esto contradice las versiones que señalan que tales bienes habrían sido el producto de malocas, que para los wingkas constituían verdaderos asaltos armados mediante los cuales se arrebata a otros la propiedad de animales mujeres y niños. Importante indicador de lo que sostenemos, se puede extraer de los contenidos del Parlamento de Negrete del 3, 4 y 5 de marzo de 1803. En este, el delegado del rey de España, reconoce ante los longkos representantes de los cuatro Butalmapu allí reunidos, su admiración por el desarrollo económico alcanzado por los mapuche. Al respecto señala: Yo que he visto por experiencia, la situación de vuestros países, cuando hace pocos años me trasladé por el Butalmapu de Angol al gobierno de la plaza de Valdivia, llenos de haciendas y ganados de todas especies, adelantada la agricultura, vuestro mocetones y familias disfrutando la tranquilidad y conveniencias que ha proporcionado la benignidad de nuestro amado soberano… La religiosa e investigadora anglicana Barbara Bazley se refiere a los aportes de Ambrosio Paillalef en la educación de sus pares y su apoyo a los anglicanos. A este longko célebre por su inteligencia y su manejo político se le recuerda hasta hoy día como el fundador de Pitrufquén, con monolitos y actos organizado por las diversas agrupaciones sociales y la Alcaldía de esa bella ciudad. Bazley (1994:103) se refiere en los siguientes términos a Paillalef: “… fue un hombre muy conocido hasta el otro lado de la cordillera y debido a su influencia muchos mapuche enviaron sus hijos a la escuela ”. La riqueza de la sociedad mapuche antes de la irrupción de las tropas del ejército chileno es un hecho que no solo se verificaba en la zona de Pitrufquén. Tres extranjeros –un polaco, un norteamericano y un alemán,– a mediados del 1800 tuvieron la oportunidad de corroborarlo en terreno. Las observaciones de Ignacio Domeyko, Edmond R. Smith y Paul Treutler se condensan en una monografía publicada en una revista de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile, cuya autoría es del escritor Jorge Teillier, nacido en la hermosa ciudad de Lautaro, en la Región de la

Araucanía. Con distintas motivaciones los tres se aventuraron en territorio mapuche, dejando sus testimonios escritos que tienen el mérito de una visión no sesgada en contraposición a lo que Teillier llama “la indigenofobia” de los chilenos. Los tres vuelven gratamente impresionados. Por razones de trascendencia me detendré en Ignacio Domeyko, seguramente el intelectual extranjero más relevante traído por el gobierno de Chile durante el siglo XIX . Sus notables y fecundos aportes al desarrollo educacional, minero y a la actividad científica del país hablan con holgura de sus méritos. Especial relevancia tienen sus treinta años de ardua labor en la organización y desarrollo de la Universidad de Chile, de la que llegó a ser rector durante cuatro períodos, tres de ellos reelegido con mayoría absoluta por el Claustro Pleno y la alegría de sus estudiantes. Conmovido por los bellos paisajes observados en el Mapuchemapu se detiene en Imperial, zona que hasta nuestros días es la de mayor concentración de población mapuche, y escribe: “…un país que no tiene nada de bárbaro o salvaje: casas bien hechas y espaciosas, gente trabajadora, campos extensos y bien cultivados, ganado gordo y buenos caballos, testimonio todos ellos de prosperidad y paz ” ²³ . Don Ignacio, patriota polaco, indiscutible luchador por la independencia y libertad de su amada Polonia, en ese entonces ocupada por la Rusia zarista, sintió desde su llegada al país (1838) una especial simpatía por el pueblo mapuche. Le conmovía el orgullo y la profunda vocación libertaria de este pueblo que había logrado resistir durante tres siglos al dominio español y seguía luchando. Con gran interés aceptó la misión encomendada por el presidente Bulnes de dirigirse como observador (1844) a los territorios mapuche. De esta visita elabora un informe para el Gobierno en el que aboga por evitar la destrucción militar de este orgulloso pueblo. Sin duda que por experiencia propia tenía clara percepción del significado de las invasiones y conquistas militares que en esa época les quitaban el sueño a los dirigentes del Estado chileno. Todo indica que las recomendaciones del sabio polaco no fueron consideradas por Bulnes y su gente. Para ahondar en el desarrollo y dinamismo de la sociedad mapuche están también los escritos de Pascual Coña (2000:59). Refiriéndose a la comercialización de animales en una escuela que dirigía el sacerdote capuchino conocido como el padre Constancio, a finales del 1800, en Budi, lugar próximo a Puerto Saavedra, dice: Cuando tenían necesidad de dinero –refiriéndose a los mapuche– traían vacas y novillos grandes y gordos; esos animales los vendían en plata. En aquel tiempo había muchísimos animales; algunos caciques tenían quinientas, otros trescientas cabezas vacunas; he visto eso con mis ojos. Toda la gran vega (del Cautín) estaba como sembrada de animales. Por eso el precio de los animales era bajo: una vaca vieja y gorda valía cinco pesos, a veces ocho, pero más no; los novillos grandes quince pesos, los bueyes doce; una vaquilla de dos años se vendía en cinco pesos, una ternera de un año se pagaba con tres pesos, una oveja costaba un peso y un cordero cuatro reales (cincuenta centavos).

Cada día traían los indígenas animales para la venta. Por eso, día por día, nosotros beneficiábamos los animales vendidos aquí. Como el P. Constancio mantenía tantos mozos, fuera del número crecido de alumnos internos, la carne no duraba mucho. A veces nosotros teníamos hasta repugnancia a las comidas de carne, a causa de su gordura excesiva perdimos toda gana de comerla. Según el relato del autor, los cueros de los animales consumidos eran secados por el sacerdote, quien los hacía fardos y luego los vendía en la ciudad de Valdivia; con los dineros obtenidos compraba alimentos y productos para las necesidades de la escuela y de los mapuche próximos al establecimiento. Algunos textos se han inclinado más por establecer o reforzar un estereotipo que por trasmitir la verdad. Finalmente, no deja de extrañar la carencia de una historia que cuente la vida de los mapuche en los últimos doscientos años. En el transcurso de este tiempo de vida en común prácticamente no se les considera en los procesos de educación regular de nuestros niños y jóvenes. Lo que se suele escuchar son opiniones, o pequeños artículos en diarios y revistas, que generalmente tienen que ver con temas contingentes a raíz de la lucha de los comuneros por la defensa de sus derechos de tierra. Evidentemente no ha habido interés en investigar ni en divulgar esa parte de la historia que daría cuenta del proceder del Estado de Chile con este pueblo después de que fuera ocupado militarmente. Es probable que la excepción sea La historia del pueblo mapuche , de José Bengoa, obra que hemos revisado con interés en la preparación de este trabajo. 4.9 Estereotipo mapuche El complejo de blanqueamiento y la “mapuche-fobia” que sufre un importante sector de la sociedad chilena, que consiste en la búsqueda de una identidad extranjera, ajena a su realidad, y en ocultar su real origen, lamentablemente es algo fácil de constatar. Quizás para verificar lo anterior se hace relevante analizar los intentos por estereotipar la imagen física del mapuche. El fenómeno no es menor si se considera que afectará las relaciones psicológicas y sociales de los distintos grupos de la sociedad chilena con la etnia. Puesto el tema en esta perspectiva, lo más probable es que las intenciones sean esencialmente racistas, ya que de lo que se trata es de encontrar nuevos elementos disonantes con lo socialmente valorado. Para la psicología social la promoción de modelos dotados de características físicas, que el estereotipo oficial califica como agradables o bellos, se ha convertido en tema de interés. El fenómeno merece la preocupación de los investigadores, porque su extensión parece ser universal, aun cuando existen diferentes matices respecto de su ocurrencia. La superficial afirmación de los publicistas y marketeros de que “la imagen lo es todo”, finalmente es merecedora de alguna consideración. Ya no nos podemos quedar con nuestras reflexiones “inteligentes” de que “a falta de ideas o contenidos buenas son las imágenes”, pues al parecer un importante sector de la comunidad humana parece funcionar con códigos ajenos a la racionalidad.

Estudios de Hatfield y Sprecher (en Morales et al. 1997: 418) concluyen que “cuando todo lo demás es igual, una persona con apariencia física agradable resulta más atractiva que otra con apariencia física menos agraciada”. La explicación podría encontrarse en el “efecto halo”, que consiste en creer que los individuos que poseen características físicas que el constructo social oficial considera bello, atractivo o armónico, también tendrán otras características positivas. Así escuchamos que lo que es bello es bueno, y basta hacer el simple ejercicio de recordar a los héroes de nuestra infancia: vaqueros, súper agentes, princesas, versus los malos de la película: negros, gordos, brujas, indios, etc. En sus estudios de laboratorio, Feingold (en Morales et al. (1997: 419) encontró que tanto hombres como mujeres consideran que las personas atractivas son también interesantes, sociables, independientes, inteligentes y además poseedoras de otras características positivas. De modo que los intentos de ciertos personajes de estereotipar a los miembros de grupos minoritarios y etnias con atributos distintos a los aceptados, no resulta un detalle o algo sin mayor importancia. Tiene que ver con veladas o abiertas intenciones de seguir perjudicando socialmente a estos grupos; además de ser un hecho prejuicioso, es antesala de la discriminación. Con ello se busca negarlos o desconfirmarlos de la escena social, camino “más civilizado” y cristiano que abogar por su eliminación física de la faz de la tierra. En el proceso de discriminación hacia las minorías étnicas, un hecho que habitualmente se constata es la búsqueda de un estereotipo físico del grupo víctima para ejercer el prejuicio racial. Estos generalmente son atributos y estampillas socialmente despreciadas, y que se dicen con la más absoluta libertad cuando se trata de un conglomerado social políticamente indefenso. No sucede lo mismo con otros grupos o colonias presentes en el país, con protagonismo internacional, las que se manejan socialmente de otro modo y se perciben de manera distinta. Están respaldadas generalmente por sus países de origen en el logro de su prestigio social, de modo que se las trata con respeto, puesto que ante cualquier expresión que se perciba como ofensiva están prestas a protestar y a pedir explicaciones a quien sea el autor del agravio, o en última instancia, a querellarse en su contra. En la medida en que el prestigio social esté acompañado de recursos económicos, mayor es el poder que tiene. Es necesario advertir que el fenotipo del mapuche actual está seriamente afectado. Un estudio realizado por una importante universidad estatal referido a la pérdida de estatura que se aprecia entre los miembros de la etnia mapuche es un indicador de lo que se afirma. Solo resulta coherente para quienes se han interesado en indagar en la historia de este pueblo, que los mapuche que protagonizaron la guerra contra los españoles primero, y luego contra los chilenos, eran de un tamaño y envergadura bastante distinta a sus descendientes de hoy. La fuente de esta afirmación son los textos escritos por expedicionarios extranjeros y chilenos, y también por el sentido común. Las armas que usaban, largas picas y pesadas macanas manejadas con destreza en la batalla, son antecedentes para poder inferir algunas características físicas de quienes las usaron. Según Núñez de Pineda y Bascuñán la fortaleza física de estos guerreros les permitía resistir alrededor de veinticinco días sin comer; no obstante, cuando no estaban en

batalla un mocetón era capaz de comerse una oveja en una noche, con parte de sus interiores. Revisando la literatura wingka , desde La Araucana , de Alonso de Ercilla, hasta lo que se escribe en nuestros días, el estereotipo físico de la etnia no es muy claro. Para Pedro de Valdivia, los mapuche eran un grupo humano dotado de un notable desarrollo físico (hasta hermoso), que era celosamente cuidado mediante ejercicios gracias a los cuales los mocetones estaban siempre listos para entrar en batalla. Tales aseveraciones, aun considerando las posibles intenciones de los europeos por justificar lo estéril de sus intentos por vencer a este pueblo, alguna coherencia deben tener con la historia. Lo que es un hecho es la fortaleza física de los hombres, que les permitía usar con destreza sus armas de guerra. La pica, por ejemplo, llegaba a medir hasta ocho metros; o la masa o macana, una especie de combo que pesaba hasta 20 kilos y que en el campo de batalla muchas veces dio con el enemigo por los suelos con cabalgadura y todo. Durante los siglos XIX y XX , los relatos de los viajeros extranjeros que se internaron en territorio mapuche no desmienten las apreciaciones de los españoles, y algunos dejaron registro de la belleza de la mujer mapuche. En todo caso, el concepto de belleza es bastante subjetivo y no es importante para este análisis. Verniory (2001:61) caracteriza físicamente al mapuche del siguiente modo: El indio araucano es de talla mediana, ancho de espaldas, robusto y al mismo tiempo flexible y ágil. La cara es notablemente redonda y a menudo hinchada, los pómulos salientes, boca grande, labios gruesos, nariz corta y un poco achatada, con las ventanillas amplias, los ojos negros de expresión viva, la piel color moreno claro, el aspecto es duro, frío, serio y sombrío. Rara vez se ríe el indio. Estas descripciones son acompañadas por fotografías que dejan como inconsistente lo que se afirma. Las gráficas bien pueden representar a cualquier chileno medio, por lo que no son esclarecedoras. Nicolás Palacios (1986:239) dice de los caracteres físicos de los araucanos: Dos tipos, con todo, pueden distinguirse entre ellos: uno de nariz de dorso estrecho, recta, de labios más delgados que el otro, el cual tiene nariz roma, ondulada y más baja que el tipo anterior. Es también este último de cara más corta que el otro. Los tipos intermedios son muy numerosos. Así y todo no ha sido posible caracterizar el fenotipo mapuche puesto que no son un grupo distinto del resto de la especie humana, y porque muchos de los que han sobrevivido hasta nuestros días lo han hecho en condiciones de sub alimentación, en un ambiente que ya no es el de sus antepasados. Aparecen más bien bajos de estatura y algo obesos por el desequilibrio alimentario y la desnutrición, producto de la marginalidad. Los “notorios antiguos rasgos” de los que cierto historiador habla son difíciles de identificar, puesto que es posible encontrarlos en cualquier habitante de este país, incluso en gente que se identifica como descendiente directo de los conquistadores.

Los intentos por establecer una identidad física del pueblo mapuche también han fracasado, y lo más probable es que a futuro se establezca que lo que en algún momento alguien observó como atributo físico peculiar del mapuche no sea más que efecto de adornos, rituales o vestimentas que corresponden a diferencias netamente culturales. Difícil es establecer un estereotipo físico que identifique a la etnia, y que la distinga de la población chilena. Y no podría ser de otro modo si el problema es analizado a partir de la configuración genética y de la constatación, por parte de la ciencia biológica, de que la especie humana es una sola. A esta realidad se le debe sumar la cruza temprana con el conquistador español, que hace aún más inaceptable el intento racista. En este aspecto es necesario recordar que los españoles de ese entonces fueron aficionados al robo de mujeres mapuche en las comentadas malocas, y a tomarlas por la fuerza. Núñez de Pineda y Bascuñan constata que del abuso a las mujeres mapuche solteras y casadas participaron hasta los curas, llamados “patiros” por los mapuche. De tal suerte que cuando alguien repara en la disonancia de rasgos del chileno medio con los modelos europeos socialmente valorados, no debiera hacerlo a costa de los mapuche. Las cabezas grandes o chicas, los ojos redondos o rasgados, los cuellos cortos o largos, o la nariz de determinada manera, se pueden encontrar en cualquier grupo humano. Y como dicen los descubrimientos del genoma, ello constituye una mínima expresión de rasgos genéticos, la nada misma, frente a los miles de rasgos que no alcanzamos a apreciar. 4.10 Violentos, de mal genio y guerreros Los calificativos de violentos, de mal genio y guerreros tal vez sean los menos ofensivos del estereotipo creado por el wingka , que se han mantenido en el pasado reciente y que a veces se alimentan con algunos sucesos actuales. Es necesario establecer que estos conceptos más parecen una proyección del español, de sus propios comportamientos que una característica atribuible exclusivamente a este pueblo. Lo cierto es que para cualquier mapuche actual tales afirmaciones no pasan de ser más que mirar “la paja en el ojo ajeno”. La honradez de algunos historiadores, escritores y cronistas españoles confirman que la violencia, la crueldad y la volubilidad del genio es un comportamiento europeo. Incluso la guerra larga de españoles y mapuche es de autoría y rúbrica españolas. Por lo demás, también ha sido reseñada por distintos autores la violencia y crueldad ejercida por sus mujeres en contra de sus congéneres mapuche, que en muchos casos las llevó a asesinar a sus cautivas. (Núñez de Pineda y Bascuñan, 2001:560) Las reflexiones del cacique Quilalebo al cautivo capitán español Núñez de Pineda son ilustrativas de lo que sostenemos, al mismo tiempo que reafirma lo que algunos cronistas de la época constataron en relación a la bondad y, más aún, a la conducta amistosa que practicaban estos pueblos con el forastero. Las reflexiones de Quilalebo son formuladas a modo de pregunta al oficial español. ¿Por qué los españoles, pregunto ahora, nos tienen por tan malos como dicen que somos?; pues, en las acciones y en sus tratos se reconocen que

son ellos de peores naturales y crueles condiciones, pues a los cautivos los tratan como a perros, los tienen con cormas, con cadenas y grillos, metidos en una mazmorra y en un continuo trabajo, mal comidos y peor vestidos, y como a caballos los hierran en las caras, quemándolas con fuego. Si acá hiciésemos eso con vosotros, no habría que maravillarse, cuando seguíamos el camino que vosotros. Y, con tener estos ejemplares, que siempre habéis sido los españoles los que nos habéis industriado en malas y perversas costumbres, no habemos querido imitaros en esto, por parecernos crueldad terrible y no digna de pechos generosos ni de valientes soldados. (695) Cabe aclarar que después de estas cavilaciones, el militar español se sintió avergonzado por cuanto todo lo que acababa de escuchar era cierto. Además, fue parte de las motivaciones que lo llevaron una vez liberado a escribir un informe a su rey que más tarde se conoció como Cautiverio Feliz , obra fundamental e inspiradora de nuestro trabajo. De la revisión de esta magnífica obra, más allá de las emociones que puedan dificultar la razón, queda claro que a la llegada de los españoles no fueron los mapuche los que crearon las condiciones para iniciar la guerra, como cierta historia lo ha proclamado con la complacencia de las instancias estatales. Leyendo los raciocinios de los longkos de entonces, queda claro que los españoles obligaron al pueblo mapuche a transformarse en guerreros. No les quedó alternativa frente al robo y al abuso en contra de sus mujeres y sus hijos, las encomiendas y el intento de esclavizar a un pueblo acostumbrado a vivir libre. Cabe recordar aquí que cuando los europeos llegaron fueron vistos con admiración, sobre todo por sus uniformes y cabalgaduras. Los longkos de entonces se sintieron deslumbrados por su talla militar. En el siglo XIX Ignacio Domeyko se refiere a lo que observó en su visita al país de los mapuche en los siguientes términos (Teillier 1965:4-12): El indio, en tiempos de paz, es cuerdo, hospitalario, fiel en los tratos, reconocido a los beneficios, celoso de su propio honor. Su genio y sus maneras son más suaves, y casi diré más cultas, en cuanto a lo exterior, que las de la plebe en muchas partes de Europa. Grave y muy formal en su trato, algo pensativo, severo, sabe respetar la autoridad, dispensando a cada cual el cariño y acatamiento que le corresponde . Al igual que entonces, hoy día las movilizaciones y protestas de los comuneros es la natural reacción de un grupo humano que ha sido engañado. En Ralko se les hizo una promesa y a la vuelta de unos meses los mismos gobernantes que empeñaron su palabra la desconocieron, a vista y paciencia de toda la sociedad chilena. Las consecuencias de estas formas de gobernar están a la vista, basta con encender el aparato de televisión. El cuadro es lamentable, seres humanos que se atacan del modo más violento, prensa y subsecretarios que buscan infiltrados extranjeros, y en general un discurso que ya está obsoleto por lo repetido. Lo más importante, eso sí, son los contenidos que se quieren inculcar en la opinión pública: los violentos son los (indios) mapuche. Capítulo V

 Relaciones conflictivas 5.1 Mapuche y chilenos: una relación poco sana Tanto la tradición oral como los antecedentes extraídos de diversas publicaciones muestran que la relación entre la naciente nacionalidad chilena y la nación mapuche se construyó sobre bases ciertamente insanas, en donde primó el interés de parte de unos por apropiarse, a como diera lugar, de los territorios de los otros, bajo diversos pretextos. Se iniciaron una serie de acciones de saqueo por grupos de ambos lados que sirvieron para impregnar la relación entre el Estado y la etnia con una carga emocional llena de desconfianzas y temores. Así, desde los inicios se construyó una relación social paranoica ²⁴  que se fue asentando a lo largo del tiempo en el inconsciente de ambos bandos. El temor y la desconfianza, muchas veces con fundada justificación, se han mantenido prácticamente incólumes hasta nuestros días. El profesor Hugo Günckel, de quien hemos hecho referencia, entrega antecedentes respecto de la ocupación definitiva del país mapuche y la gran sublevación de esta etnia en noviembre de 1881, que tuvo en el ataque al fuerte de Temuco la máxima expresión de heroísmo en la defensa de su tierra y su cultura. “El sentimiento guerrero de la raza y el odio que venía germinando contra la población chilena, civil y militar, arrastraban a las tribus belicosas a un levantamiento”. Indica el autor que  este encono profundo se originaba por las crueldades incalificables con que los civilizados venían haciendo víctimas a los indígenas después del último alzamiento. El poblador inculto de los campos de la frontera, de ordinario a un nivel moral inferior al indio, era su encarnizado enemigo: le arrebataba sus animales, lo hería o mataba cuando podía. El propietario de hijuelas invadía poco a poco sus tierras o lo azotaba por simples sospechas de robos; lo atropellaba a caballazos o hería sin distinción a niños y mujeres en sus fiestas, nguillatunes y rogativas. Por otro lado, los extravíos de ciertas autoridades llegaban a un límite en que la crueldad aparece mucho más refinada. Sin forma de proceso, se fusilaba en las cercanías de los fuertes y poblaciones a los indios autores de algún salteo o robo de animales, y muchas veces estos fusilamientos se hacían por falta de investigación minuciosa. …Los individuos de tropa violaban a las mujeres e hijas de los indios y robaban los cementerios y las habitaciones que reducían a veces a cenizas. Se puede afirmar que al comenzar el año 1881, fermentaba en la Araucanía una verdadera conflagración general. A fines de enero de aquel año fue atacada la plaza de Traiguén, donde los indígenas fueron rechazados y algunos de los prisioneros fueron cruelmente asesinados por los soldados chilenos, ‘ya que pasaron por las armas a los indios prisioneros y sus cabezas fueron arrojadas por encima de la empalizada del fuerte a los de afuera’.

Con este acto de inaudita atrocidad pretendían sus autores amedrentar a los araucanos y significarles que estaban dispuestos a llegar hasta el último extremo en este lance a muerte. Los antecedentes de violencia extrema entregados por el profesor Günckel y muchos otros que hablan de excesos y brutalidades, han sido transmitidos de generación en generación en la familia mapuche a través de la tradición oral, así entonces, quedaron grabados como cogniciones que seguramente en muchos casos determinan, en parte, los futuros comportamientos. Dichos antecedentes son la causa real de la sublevación general de 1881, la cual, en conocimiento del presidente Santa María, lo hicieron exclamar : “Lo raro es que con todos estos abusos los indios no se hayan sublevado antes” (Teillier, 1965:4-12). Volviendo a las características psicológicas que enmarcan esta relación, es bueno precisar algunas consideraciones importantes: Generalmente, los rasgos de estructura paranoica en la personalidad de los seres humanos tienen alguna explicación. Pueden ser una forma de protección del Yo amenazado en sus credos e integridad por ambientes francamente extraños y hostiles, o demasiados demandantes. También pueden ser producto de su enfrentamiento a culturas con valores extraños o ajenos, cuyas normas exigen obediencia sin mayores consideraciones. En cualquier caso son situaciones difíciles, de las cuales, la mayoría de las veces, las personas se sobreponen con grandes esfuerzos para no enfermar. Buen ejemplo lo constituyen los individuos que sufren exilios obligados en sociedades con estructuras distintas a las suyas. En estos casos, el inmigrante necesita acatar las normas que la nueva sociedad le impone, puesto que forman parte de la cultura del lugar, y han sido consensuadas por los integrantes de estas, pasando a regular la convivencia social. Evidentemente, en las situaciones comentadas el temor a lo que no se conoce es transitorio y comprensible, y no se considera un trastorno de personalidad; más bien es un mecanismo compensatorio para adaptarse a circunstancias desconocidas que generalmente producen temor. En el caso de los mapuche, la desconfianza frente al wingka se ha tejido a lo largo de sus casi doscientos años de relación con el Estado chileno, y el fenómeno ha sido más evidente en las regiones que reconocen como sus territorios ancestrales, es decir desde el río Biobío al sur. La relación psicológica social entre los sobrevivientes del exterminio y los colonos que llegaron a ocupar sus campos, como es obvio, ha sido conflictiva. Y como lo hemos señalado, es una fuente del prejuicio racial. Esta relación se ha mantenido hasta nuestros días con los matices que impone el desarrollo cultural que obviamente afecta a los actores. Actualmente hacen noticia los conflictos entre comuneros mapuche y empresarios forestales, eléctricos y propietarios agrícolas, sobre todo en patrimonios que se constituyeron bajo circunstancias poco claras, o por el resguardo de territorios considerados sagrados por la etnia. La mayor responsabilidad en dar los principales pasos en la construcción de una relación distinta, más sana, entre chilenos y la identidad mapuche la

tiene el Estado. Esto ocurrirá cuando con hechos se evidencie una nueva conducta, mediante acciones cuantificables teñidas de afectos distintos a los que han caracterizado estos dos siglos de convivencia. Sin duda es todo un desafío educacional y político-social frente a un tema que en todo este tiempo se ha manejado, la mayoría de las veces, con un doble estándar, que ha producido determinada actitud del mapuche hacia esa instancia. A esta altura del conflicto mapuche los caminos parecen estar claros: o se opta por el reconocimiento constitucional de la identidad de esta etnia, otorgando autonomía territorial, administrativa y política y una fuerte inversión para reparar los daños cometidos por el Estado, o se prosigue con las tradicionales políticas que bajo el pretexto de la modernidad y el progreso han creado uno de los problemas político-sociales más delicados del país. Es oportuno insistir una vez más en lo que algunos investigadores ya han señalado y que es fácil de corroborar empíricamente. La llegada de los colonos europeos a los territorios mapuche no trajo el mentado progreso que las corrientes de opinión de entonces vaticinaron (Pinto, 2000). Sí han servido para enrarecer el clima social de esos lugares fomentando sentimientos de indefensión del aborigen frente a un Estado que no los interpreta y menos aún los representa. Los aportes al desarrollo económico del país por parte del colono extranjero han sido modestos, y como contrapartida se ha creado un importante problema social y político por la marginación y pobreza en la que han quedado sus antiguos dueños como consecuencia de la destrucción de su organización social y de su economía. Aplicando los criterios y usando el lenguaje proclamado por los mismos sectores que fueron los ideólogos de estas políticas, los nuevos propietarios de los suelos ancestrales han sido poco eficientes en el manejo agrícola de los campos, por lo que su aporte a la economía nacional no es significativo. De este modo, el origen del comportamiento desconfiado y temeroso del mapuche en su relación con el wingka , tiene sus bases en la memoria de un pueblo que lo ha pasado mal, y se refuerza en lo cotidiano por medio de la discriminación. En definitiva, se trata de las valoraciones que hacen los descendientes de un pueblo que fue expulsado de su casa, con todo lo que ello significa. En el sí-mismo de muchos mapuche se han ido acumulando recuerdos de un pasado traumático y doloroso, transformándose ello en un verdadero conflicto que afecta el desempeño social pleno. Revertir esto no es un proceso sencillo, por lo menos si se mantiene el actual estado de cosas; es preciso implementar condiciones en el sistema país que propendan a un cambio a todas luces necesario. La experiencia en otras latitudes del mundo señala caminos para superar estas dificultades. Así, por ejemplo, se hablan de escaños garantizados para los grupos étnicos a nivel de las estructuras centrales del Estado; el derecho al autogobierno mediante procesos de delegación de poderes, etcétera. La ocupación de sus territorios es un hecho cruel, violento y doloroso (Bengoa, 2000:210; Pinto, 2000:225) para cualquier pueblo y sus consecuencias inmediatas es hambre, enfermedades e indigencia, además de las sensaciones de indefensión. Implica empezar de nuevo en un

ambiente distinto y distante de donde siempre se ha vivido. Significó quedarse sin nada, pues los partes de guerra registran que les fueron arrebatadas sus casas, ganado y se destruyeron sus siembras, además de los vejámenes en contra de sus familias. Como lo hemos expresado en este trabajo, esta situación configura un claro ejemplo de anexión territorial por la fuerza de un Estado sobre un pueblo, es un hecho inaceptable para el actual derecho internacional y para lo cual hoy día estos organismos internacionales recomiendan políticas compensatorias por parte del Estado invasor. En los actuales niveles del desarrollo de los derechos humanos, frente a estas situaciones, lo que corresponde a los estados involucrados en estas prácticas es generar políticas y acciones compensatorias para estos pueblos víctimas. Como decíamos, los dolorosos acontecimientos de la guerra perdida frente al ejército de ocupación chileno han sido transmitidos de generación en generación mediante la tradición oral. El registro de esta información se constituye en verdaderas estructuras cognitivas en el inconsciente de la etnia que afloran fácilmente con los estímulos ambientales. Estímulos tales como la represión violenta a niños y mujeres mapuche de las regiones del Biobío y de La Araucanía, la pobreza, y la imposibilidad de un futuro mejor para los miles de mapuche que han debido emigrar a la capital, a un ambiente extraño, muchas veces hostil y ajeno a su cultura de la tierra. Este conocimiento, aunado a las emociones que despierta, genera en el mapuche comportamientos o conductas de desconfianza frente al wingka y su Estado. Es decir, a partir de la verdad histórica se forma la triada que engendra tal actitud, con todos sus componentes: conocimientos aprendidos, sentimientos o emociones vivenciadas y, finalmente, una conducta que se traduce en desconfianza (Ajzen, 1997, en Morales y otros, 1997:500). Los actuales conflictos en los territorios mapuche y la gestión de las autoridades no hacen más que despertar en los descendientes de la etnia un sentimiento por un trato más justo, donde se reconozca a “la gente de la tierra” sus derechos a una relación igualitaria; donde el Estado, como supremo protector de los derechos de todos los chilenos, sea capaz de enmendar sus errores y corregir aquellas acciones que en muchos casos sirvieron para amparar a personas sin escrúpulos, que cometieron actos que perjudicaron aún más la suerte de un pueblo sometido por las armas. La relación poco sana entre mapuche y chilenos está lejos de mejorar, a menos que se entreguen elementos que propendan cambios en el sistema país, por lo que la cultura de cuidarse del wingka –“porque este no es de fiar”– sigue estando justificada para la etnia. Los líderes wingkas son prejuiciosos, y mediante una vedada discriminación, les niegan protagonismo en una sociedad que cada vez les es más distante. Hemos insistido en que el tema ha sido manejado con una suerte de doble estándar. Definitivamente, es más fuerte lo aprendido en la educación formal, que habla de un pueblo incompetente para asimilar los conocimientos de la modernidad. Es, también, la clara manifestación de lo que se conoce en psicología social como prejuicio y que constituye la antesala de las conductas discriminatorias.

En los doscientos años de convivencia, los mapuche prácticamente no figuran en los órganos de gestión del Estado (Paillalef, 2003). Un número importante de ellos, luchando en condiciones adversas, ha alcanzado logros que en la escala social del chileno se consideran importantes. Sin embargo, estos no trascienden y no hay protagonismo alguno que destacar. Por otra parte, la propaganda oficial y la industria de las comunicaciones se han encargado de mostrar sistemáticamente a integrantes de la etnia en hechos y actos de mal gusto para la sensibilidad social, los que generalmente provocan rechazo, reforzando el estereotipo. Ejemplo de ello es la folclorización del tema o la promoción de agrupaciones que se arrogan la representación de la etnia y participan en desfiles oficialistas rindiendo honores a las glorias del Ejército, acto sin duda oprobioso a la memoria e historia de este pueblo. Esas ridículas acciones son el reflejo de la pobreza e ignorancia en que vive un sector de este pueblo que ha perdido su dignidad y orgullo y se presta para estas acciones grotescas en las que se olvidan que a quienes exaltan hoy día poseen el dudoso mérito de haber masacrado a familias mapuche enteras en la tristemente recordada “pacificación de la Araucanía”. En estas casi dos centurias no figuran mapuche como ministros de Estado o de corte, gerentes de empresas, rectores de liceos y universidades, curas, obispos, panelistas en la televisión, jefes militares, etc. Pero sí es posible observarlos peleando con las fuerzas del orden en Biobío y La Araucanía. Se podría aventurar que se trata de una imagen emblemática que se busca grabar en el inconsciente de las nuevas generaciones de chilenos para seguir justificando el actual estado de cosas. Entonces, la pregunta surge espontánea: ¿es esto discriminación?, ¿o habría que hablar de alguna forma de racismo? Por lo menos es un hecho que amerita reflexión, sobre todo cuando una mirada al mundo nos permite evidenciar que incluso en aquellos países reconocidamente racistas, como Estados Unidos, se ha avanzado bastante en este tema (Baron y Byrne, 2005). En el país del norte es frecuente ver a gente de color ocupando cargos trascendentes en la política, la ciencia y la judicatura. Incluso en los últimos quince años, las minorías afroamericanas de ese país han alcanzado importantes lugares en el gobierno de los Estados Unidos. La ley antisegregación protege a las minorías negras, obligando a los empleadores a contratarlos. A la hora de determinar responsabilidades frente a la situación expuesta, estas, en un mayor grado, recaen en el Estado de Chile, puesto que los mapuche sobrevivientes de las operaciones del ejército chileno fueron proclives, en su mayoría, a aprender de la cultura del blanco. Incluso el mismo Külapang o Kylapan, el último toqui rebelde, hijo de Mangiñ Wenu, contrató a un preceptor chileno (Pantaleón Sánchez) para que sus dos hijos aprendieran a leer y escribir. Aceptaron las condiciones impuestas por el Estado a pesar de que este, en reiteradas ocasiones, los ignorara faltando incluso a la palabra empeñada. Cabe mencionar el importante papel de algunas misiones religiosas que se internaron en el ya destruido país mapuche. Entre ellas destacan los anglicanos, que al margen de su papel transculturizador para con la etnia, su presencia fue muy positiva en un

momento histórico en que el pueblo mapuche estaba solo. Uno de los primeros religiosos, entre varios, que se internó en territorio mapuche, después de la derrota, fue el obispo anglicano Waite Hockin Stirling, el que, en su primer contacto con los mapuche (1888), escribe lo siguiente: “Los indígenas de la Araucanía son una raza extraordinaria”. … Es un noble pueblo, poderoso, escrupulosamente limpio y con ganas de aprender. Siento un gran interés en ellos, y añoro contarles del buen pastor” (Bazley, 1994:91). Se trata de un testimonio que plasma la actitud positiva del mapuche por integrarse a la naciente sociedad chilena. El texto mencionado data de alrededor de diecisiete años después de la ocupación de sus suelos por parte del Ejército. Tales misiones religiosas inglesas fueron muy importantes en su momento, pues contribuyeron de manera decisiva a tratar de integrar al mapuche al Estado de Chile. Tuvieron carácter religioso y educacional, e hicieron importantes aportes en salud; fundaron escuelas y hospitales, estos últimos tan necesarios para hacer frente a las pestes y enfermedades traídas por los blancos, que diezmaron a la etnia. Los antecedentes que al respecto existen, justifican las apreciaciones de algunos analistas que han planteado que el europeo también empleó la guerra biológica contra los mapuches. También las misiones inglesas los ayudaron en los pleitos jurídicos por reclamación de derechos y títulos de merced por las tierras otorgadas a la etnia. Los registros históricos de la época consignan que frecuentemente eran víctimas de engaños por parte de inescrupulosos, incluidos funcionarios del Estado, con el afán de arrebatarles sus ya reducidos territorios. En estas labores de asesoría legal destaca el pastor inglés Carlos Sadleir, apodado “el cacique rubio” (Bazley, 2000), por los empleados de gobierno, debido a sus permanentes viajes a Santiago para exigir los títulos de merced de las tierras que el Gobierno había prometido a los caciques, impidiendo de este modo que se consumaran más injusticias. Al igual que los anglicanos, los misioneros capuchinos realizaron una intensa labor de protección e integración a la sociedad chilena y, como los anteriores, se establecieron en sus territorios con el beneplácito de los longkos y del Gobierno. Ambas organizaciones religiosas son depositarias de importantes antecedentes respecto de cómo era en realidad esa sociedad a la llegada de los chilenos. La historia registra el trabajo de estas congregaciones como esfuerzos integradores de la sociedad mapuche a la sociedad chilena por medio de la educación de los hijos de los longkos . Sin duda es un esfuerzo notable el de estos religiosos en un período donde los políticos y el mismo Estado no tenían clara la estrategia a seguir después de la ocupación del país mapuche. Sin embargo, no se debe dejar de considerar que las acciones de estas agrupaciones religiosas con el apoyo del gobierno fueron también una valiosa herramienta para contener la sublevación mapuche, y a su vez una muestra de cómo operó el imperialismo cultural del que ya nos hemos referido. El trabajo de estas agrupaciones religiosas no

fue tan caritativo; bajo su acción está el intento por destruir la cultura e identidad mapuche. La conducta generalmente descalificadora de algunos chilenos en relación con la etnia provoca en esta un sentimiento de exclusión y de no participación en el proyecto país, generando caminos de desencuentros que solo pueden aumentar el dolor y la desconfianza de los integrantes de este pueblo originario, y muchas veces su ira y resentimiento. Así, en el aspecto psicológico social se van construyendo en el aparato cognitivo del mapuche una serie de atributos o rasgos negativos del chileno. Clara expresión de esta valoración se expresa en una bella canción del folclore que en uno de sus versos dice: “ wingka tregua, wingka pillo , me robaste mi potrillo, mi waka, ruca y ternero”. La traducción del verso lo confirma: “extranjero perro, extranjero pillo, me robaste mi potrillo, mi vaca, casa y ternero” ²⁵ . Esta percepción del chileno y de sus instancias de decisión es definitivamente insana y negativa para mapuche y chilenos por igual, y la explicación sin duda se encuentra en su relación histórica con el Estado. Los misioneros se interesaron por conocer su lengua y muchos de ellos aprendieron a hablarla, aun cuando siempre hemos tenido la duda respecto del nivel real de comprensión de la misma. Esta duda se nos alimenta al considerar planteamientos de lingüistas modernos, como Chomsky, quien nos enseña de la complejidad de las lenguas y de la imposibilidad de llegar a dominar una segunda lengua distinta a la nativa. Sin ir más lejos en nuestro análisis, es cuestión solo de observar las dificultades de los jóvenes de nuestro país en relación con el lenguaje para considerar lo que estamos planteando. Por ello y entre tantas acciones que se debieran emprender, está el considerar el estudio de la lengua del mapuzugun por lingüistas y kimche o expertos mapuche para impedir la pérdida y destrucción de este patrimonio cultural de la humanidad. Los misioneros de antaño elaboraron diccionarios de mapuzugun , se tradujo la Biblia, etc. En las misiones, además de la educación regular establecida, se les enseñaron técnicas de cultivos agrícolas y manejo de animales, podas de árboles frutales e injertos. Lo anterior permite vislumbrar cómo se fue construyendo una forma de pensar y de relacionarse que se ha ido traspasando de generación en generación, adquiriendo características de un verdadero arquetipo (Fadiman y Frager, 1979:66). Tal estructura de personalidad, que el común de las personas califica como “la típica desconfianza del mapuche”, se mantiene hasta nuestros días en este pueblo originario, y su permanencia tiene que ver con una suerte de aprendizaje transmitido por la tradición oral, como dijimos, pero también como aprendizaje social producto de su relación con el chileno. Entre los indicadores de esta relación poco sana que se pretende poner en evidencia, resalta la literatura de aculturación que usa la cultura dominante, en la cual es perfectamente reconocible que se enseña a los niños contenidos distintos y contradictorios respecto de los mapuche. De un lado,

los textos de instrucción destacan su heroísmo en la lucha contra los conquistadores españoles. En este sentido La Araucana , del español Alonso de Ercilla, es una obra que ha influido notablemente en los intelectuales chilenos a la hora de escribir acerca de este pueblo. Pero tales narrativas no se compadecen con otras que los han descrito como indios, flojos, borrachos y salvajes, expresiones de las más despreciables en la escala social. 5.2 Significación psicosocial de la marginación La marginación y la pobreza en la que quedó sumida la etnia en la actual sociedad chilena tienen una particular significación psicológico-social, con componentes como la desconfirmación psicosocial, que significa no ser considerado en las decisiones sociales y políticas, lo que a nivel personal o individual genera una sensación de no pertenencia, configurando un ambiente insano. La relación social con los grupos de la cultura dominante es en desigualdad de condiciones, inconsistente en los códigos comunicacionales que se perciben y en muchos casos lesiona la autoestima del más débil perjudicando su desempeño social. Esta situación afecta el desarrollo integral del ser humano y facilita los procesos de reactancia psicológica que predispone los procesos de explosión social. En muchos casos, es posible apreciar en los raciocinios del mapuche medio, ciertas respuestas típicas del fenómeno de la indefensión aprendida, probablemente como producto de la influencia de la propaganda y de estímulos religiosos de origen wingka . Los profesionales de la etnia son discriminados mediante distintos mecanismos: no se les contrata, tienen acceso a puestos de trabajo sin mayor importancia, ascensos limitados y cargos sin mayor protagonismo; y como es natural, los sueldos son acorde con los cargos. La desconfirmación psicosocial también implica no ser validados para hablar y ser escuchados como un legítimo otro en la conversación sociocultural. Por ello es frecuente escuchar a wingkas como grandes expertos de la cultura mapuche. Por otro lado, los procesos de aculturación, sobre todo los de alfabetización, no pocas veces han ocurrido en ambientes de franca violencia psicológica, pues se desechan los códigos normales de apercepción de la realidad de una cultura, y se reemplazan por otros ajenos al sujeto que se alfabetiza. Se verifica así un elemento de lo que algunas organizaciones mapuche denominan “colonización cultural”. La pobreza limita el acceso a esta cultura que, aunque extraña, es la única, la oficial, por la que se debe transitar para tener la posibilidad de acceder a mejores condiciones de vida en la escala social determinada. A nivel macro social y relacional parece cerrarse el círculo, pues la autoridad estatal ignora estas dinámicas psicosociales y es incapaz de leer el significado de dichos procesos. El etnocentrismo suele cegar los análisis de algunos sectores, sobre todo de los que como única respuesta tienen la vieja estrategia de criminalizar las demandas de este pueblo, haciendo creer que no existen los problemas y que toda protesta es acción de grupos extremistas. Y pocos se hacen cargo de que lo que se vive es la consecuencia de la destrucción de la sociedad mapuche y, en especial, la abolición de la

propiedad colectiva que genera consecuencias psicológicas y sociales profundas. Las reducciones indígenas inventadas por el Estado son el hito manifiesto de la marginación, pobreza y postergación social en la que ha vivido la etnia en los últimos doscientos años (Paillalef, 1964). Pero desde otro punto de vista, fueron también una evidente muestra de segregación, práctica común con que ha operado el racismo en el mundo ( apartheid, en Sudáfrica; getho judío, etc.). La fuerte migración desde el campo a la ciudad, lejos de mejorar sus condiciones de vida las agrava perjudicando al país en su conjunto. Culturalmente, la etnia se ha identificado como gente de la tierra, por lo que al conflicto de identidad que les produce se suma el trauma psicológico que implica vivir en un ambiente extraño y generalmente poco amistoso. 5.3 Psicología del mapuche Sin duda a los integrantes de la etnia les ha resultado incongruente la caricatura que el wingka ha hecho de su identidad como pueblo, en particular en lo relativo a sus comportamientos psicológicos y sociales. En estas caracterizaciones sistemáticamente se les hace aparecer violentos, conflictivos, contumaces y carentes de toda práctica afectiva para con sus semejantes. Sin embargo, son abrumadores los antecedentes de cronistas extranjeros que los describen como un pueblo afable, hospitalario y capaz de demostrar sus afectos y amistad incluso a los extraños, cuando estos muestran algún grado de interés o de respeto. Tal apreciación, que es empírica, también es posible de encontrar en escritos de los visitantes de antaño, y es la percepción de los chilenos que los visitan hasta nuestros días. En los últimos años, por ejemplo, se han venido realizando actividades de agroturismo en comunidades mapuche. Las opiniones positivas de los turistas son unánimes y destacan lo que ya se había señalado en siglos anteriores: personas cálidas, limpias, trabajadoras y con una forma de vida donde sobresale su conexión y respeto por la naturaleza. Como sus ancestros, siguen levantándose muy temprano, ojalá con los primeros rayos del sol. La gran mayoría de los antecedentes reunidos permiten inferir que los mapuche que entraron a la guerra con los españoles eran personas con notables rasgos de madurez, y por tanto, de un admirable equilibrio psicológico para su condición ²⁶ . De otro modo no hubieran podido dar rienda a su reconocida habilidad y creatividad para sobreponerse y encontrar los antídotos para contrarrestar el poder y modernismo de las armas enemigas. Al máximo calor de las emociones de la guerra eran capaces de reflexionar con sentido humanitario, como queda de manifiesto en las crónicas de los que vivieron entre ellos, algunos de los cuales fueron sus cautivos. Curiosamente, estos comportamientos, de acuerdo con las mismas fuentes, fueron diametralmente distintos por parte de los llamados civilizados. En la organización social de este pueblo, la mujer tenía un papel claro y definido. Según las crónicas, desde siempre se restó a las acciones bélicas, las que solo estaban reservadas a los hombres. De acuerdo con algunos autores, esta sería la explicación de la casi total ausencia de heroínas en la

historia bélica mapuche. Las que consigna la historia oficial serían licencias literarias que algunos entusiastas autores utilizaron para adornar sus escritos épicos. Algunos cronistas registran que en el pueblo mapuche es donde la diferenciación de género llega a su máxima expresión. Los baños diarios en ríos y esteros se hacían de modo separado, los hombres por un lado y las mujeres por otro, siempre acompañadas. Ellas eran extremadamente pudorosas y era muy difícil que se dejaran ver desnudas. La virginidad sexual de sus doncellas fue un fuerte incentivo para el conquistador español, quien ideó distintas acciones (malocas), para el robo de este verdadero botín de guerra. La castidad de las mujeres estaba protegida con penas de morir lanceado a quien se atreviera a profanar a una doncella. Proteger a sus mujeres fue un estímulo más que detonó la guerra contra el español, quien desde el comienzo sintió gran interés por ellas. Desde el momento en que llega Pedro de Valdivia, en el siglo XVI , es posible pesquisar en las cartas y documentos que se despachaban a España importante información acerca del comportamiento psicológico de este pueblo. La literatura que se comienza a escribir en esos tiempos, particularmente lo consignado en el importante trabajo de Alonso de Ercilla y Zúñiga, como es bien sabido, entrega elementos a favor del estereotipo establecido para el mapuche: “…gente soberbia, gallarda y belicosa que no ha sido por rey jamás regida ni a extranjero dominio sometida…” ²⁷ . Es, podría decirse, una verdad relativa, para no ofender el poema de tan relevante intelectual. Es cierto que después de cinco siglos los mapuche siguen luchando por su libertad, a pesar de haber perdido la batalla en el campo de guerra. Pero analizando el tema desde el punto de vista psicológico, los mapuche, como el resto de los pueblos originarios, fueron pacíficos y amistosos con el conquistador hasta que este se extralimitó, comenzando por robarle sus mujeres y niños, aspectos muy sensibles para cualquier ser humano y especialmente doloroso para el mapuche, por su particular sentido de familia que conserva hasta nuestros días. Su desarrollada afectividad, particularmente por sus hijos y mujeres, llamó la atención de Valdivia motivándolo a plasmarlo en la correspondencia que mantenía con su emperador Carlos V. Alrededor de cien años después (1629), y con motivo de su cautiverio entre los mapuche, el capitán español Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán tiene la oportunidad de conocer a esta sociedad por dentro. En su libro Cautiverio Feliz , el militar español describe importantes antecedentes sobre la estructura socio política de este pueblo, sus costumbres y prácticas sociales. Se sobrecoge por la nobleza de este pueblo, la humanidad y el respeto con que son tratados los cautivos españoles, muy distinta, por cierto, a la que ellos dispensaban a sus prisioneros.

Le asombra al autor la desarrollada afabilidad de este pueblo que se cultivaba y exteriorizaba en sus fiestas, donde abundaban la comida y la bebida y donde hasta los viejos longkos se entregaban al canto y al baile. Se muestra impactado por los cuidados de los que fue objeto después de que Lientur, el toqui de las fuerzas mapuche de ese momento, le perdonara la vida a través de su inapelable sentencia moneaimi (“vivirás”) (Campos, 1972). Lientur le había permitido vivir por ser hijo del correcto militar español, el Maestre de Campo general Álvaro Núñez de Pineda. Este acto tiene variadas lecturas que permiten identificar importantes características psicológicas del proceder de este pueblo. En primer lugar, la admiración y respeto por el enemigo valeroso y correcto, incluso en tiempos de guerra, como es el caso del general Álvaro Núñez de Pineda, admirado y temido por su bravura en el campo de batalla y respetado porque no aceptaba el abuso y la tortura de sus prisioneros. Cuenta la historia que este militar montado en su yegua “Zapatilla” y sin su casco militar, lo que hacía relucir su calvicie, en las batallas se trenzaba a golpes, de igual a igual, con los mocetones mapuche. Él y su yegua eran un todo y cuando abatía a algún adversario lo hacía al grito de “Hinché Álvaro”, que en mapuzugun significa “Yo soy Álvaro”, tal como hacían sus rivales en iguales circunstancias. La crónica cuenta que los golpes que propinaba este jefe español, con la complicidad de su yegua, eran tan fuertes que generalmente daban por el suelo con su rival (Campos, 1972). También son comportamientos arraigados en el modo de ser mapuche la generosidad y la justicia. El inteligente Lientur, en un acto de caballerosidad guerrera, le perdona la vida al español por ser hijo de Álvaro, enemigo en los campos de batalla pero correcto y humano con sus prisioneros. Este acto al menos pone en duda los postulados de quienes han sostenido que el asesinato del enemigo capturado en los campos de batalla es una necesidad de la etnia, por ser una manera de poseer en alguna medida al otro. Otro punto de vista tiene que ver con el trato humano y comprensivo del mapuche para con el prisionero español, al que incluso otorgan atenciones y cuidados, muy por el contrario de lo que hacía el cristiano europeo. Esto habla del notable desarrollo emocional que los caracteriza y que sorprende a más de algún observador extranjero, como Domeyko (2002:201), y que no siempre es comprendido por la civilización occidental. El cautivo capitán español fue objeto de varias fiestas en su honor durante su cautiverio, lo que trasunta un tipo de organización social en donde se privilegia la alegría de vivir y el espíritu festivo del mapuche, en contraposición a lo que algunos intelectuales contemporáneos han querido hacer creer mediante el estereotipo que ya hemos comentado. El desarrollo psicológico social del mapuche es un proceso mediado por la familia, en donde los padres y las figuras mayores tienen un papel muy activo. Del análisis de crónicas del pasado queda la impresión de que tales prácticas son de vieja data, pues es posible rescatar referencias en este sentido desde la época de Pedro de Valdivia en el siglo XVI . De las memorias del Cautiverio Feliz se desprende además, el sentido patriarcal de la sociedad mapuche de entonces, las que tienen el valor de

haber sido escritas por quien tuvo la oportunidad de vivir entre ellos. Queda claro el papel de la familia, en donde los padres y los mayores tienen una natural autoridad sobre los menores. La hospitalidad en el hogar es uno de los hechos que conmueven al autor, sobre todo viniendo de quienes consideran “bárbaros y salvajes”, absolutamente ajenos a los principios del cristianismo. Estos comportamientos forman parte del modo de ser de este pueblo y fueron constatados por muchos extranjeros que se aventuraron por sus territorios. Recordemos las observaciones del científico Ignacio Domeyko (en Teillier, 1965:4-12): El indio, en tiempos de paz, es cuerdo, hospitalario, fiel en los tratos, reconocido a los beneficios, celoso de su propio honor. Su genio y sus maneras son más suaves, y casi diré más cultas, en cuanto a lo exterior, que las de la plebe en muchas partes de Europa. Grave y muy formal en su trato, algo pensativo, severo, sabe respetar la autoridad, dispensando a cada cual el cariño y acatamiento que le corresponde. En la familia mapuche se establece un proceso permanente de comunicación, liderado por los padres, los indiscutibles dueños de casa. Pero es la madre la que ejerce la mayor autoridad sobre el orden y dirección del hogar. A partir de tal premisa ella atiende con cariño y respeto a su marido. Esta conducta hacia su familia llamó poderosamente la atención del conquistador español y la dejó registrada en sus escritos. La pérdida de un hijo, cualquiera sea su género, se vive con profundo dolor. La comunicación dentro del matrimonio es amplia y sistemática, y comienza desde las primeras horas del día en compañía del mate (tetera de agua hervida con hierba de mate) alrededor de la cual, día a día y en forma alternada, beben ambos mientras conversan en mapuzugun . Esta práctica es común en todas las familias mapuche, sin excepción. En estas pláticas no tienen cabida los jóvenes, a menos que los adultos se lo soliciten, y su comportamiento es más reactivo que proactivo. Es decir, los jóvenes participan en determinados temas en la medida en que se les interrogue o se les invite a participar. Distinto es cuando los hijos son mayores o casados, en cuyo caso tienen derecho a participar en el verdadero ceremonial que es el mate. Tales prácticas contribuyen a explicar que en la familia mapuche el matrimonio es estable, nunca se separan y las discusiones generalmente tienen que ver con que el esposo se demora en sus viajes al pueblo o bebió más alcohol de lo debido. Ambos participan en la crianza de los hijos y los entrenamientos tienen una supervisión dependiendo del género del hijo. Llama la atención que el esposo no se mete en la crianza de las hijas, y sus acciones se limitan a una caricia física o a decir alguna frase afectuosa. De modo que el adiestramiento de la hija mujer corre por cuenta de su madre, la que es apoyada por el padre en una actitud más bien contemplativa.

Distinta es la crianza del niño mapuche, el que aprende secundando a su padre, que le enseña a trozar la leña, lacear los animales, marcarlos, trasquilar las ovejas, faenar corderos, hacer el ñachi, etc. De la figura paterna también aprende a preparar la tierra para la siembra, a barbechar con arados tirados por bueyes, remar en bote por los ríos, ensillar el caballo, a ser un buen jinete y a enyugar los bueyes. En general, el niño mapuche no es castigado físicamente por sus padres; las reprimendas son habladas y consisten en dejar en claro las consecuencias de las supuestas faltas cometidas. Los progenitores instruyen a sus hijos con el ejemplo, pues dan un crédito importante a la observación del modelo. Según el norteamericano Smith, los papás mapuche nunca castigaban físicamente a sus niños “porque existía la creencia de que el castigo era degradante y los privaba de valentía e iniciativa”. Este extranjero describe a los niños mapuche en su medio natural como “vivos, habladores y en extremo novedosos”. El principio de autoridad de los mayores por sobre los menores es un elemento digno de destacar en las relaciones de esta familia. Al parecer, dicho comportamiento se va asimilando en la personalidad del niño de modo bastante natural, sin mediar el castigo físico, solo por la autoridad que proyectan los padres. Y como vimos en nuestra presentación de algunos aspectos culturales de la etnia, las figuras paternas mayores se insertan en ciertos contenidos de su religiosidad como es el füta y el fücha . La casa ( ruka) es una importante unidad en la organización de la familia y sociedad mapuche. Es un territorio femenino que funciona como una verdadera escuela para la prole y es el lugar donde socializan todos sus miembros. Ignacio Domeyko también se interesó en observar estas dinámicas y las describe en los siguientes términos: “…orden, disciplina y severidad parecen reinar en el interior de las familias, los hijos sumisos a sus padres, las mujeres ocupadas, unas de cuidar a los chicos, otras en el servicio de la cocina, otras continuamente hilando y tejiendo ropa”. El norteamericano E. R. Smith, apodado “Pichi Wingka” por su pequeña estatura, comentó luego de visitar el territorio mapuche en enero de 1853: “Los mapuche tienen una etiqueta especial y la observan con la mayor escrupulosidad... y en muchos casos demuestran una crianza digna de naciones más civilizadas” (Teillier, 1965). Un aspecto destacable de la psicología del mapuche es su sentido del humor: son capaces de hacer un chiste de casi todo. Están dotados de grandes capacidades histriónicas, que les permiten ser buenísimos imitadores de otros, en particular de los chilenos, que constituyen un buen material sobre el cual hacer chistes. La capacidad de imitar el alarido de los distintos animales y pájaros es comentada también por Tomás Guevara. Esto puede parecer reñido con la imagen de tristeza con que se muestran a veces frente al chileno, y que a más de algún intelectual le ha servido para afirmar que se trata de un pueblo triste; generalmente, suele ser una actuación de la cual se reirá el protagonista cuando esté en familia. En uno de sus tantos escritos, Guevara señalaba que en la guerra, lejos de ser valientes y resueltos, los mapuche se dedicaban a hacer morisquetas y a

esconderse del enemigo. Lo que dice el autor bien podría haber sido una estrategia de guerra; así lo han entendido algunos autores que incluso hablan de un evidente manejo o trabajo psicológico que los mapuche hacían para deprimir a las tropas del rey. Ellos siempre buscaron las condiciones a su favor para atacar, entre las cuales sobresale su apoyo en las fuerzas de la naturaleza. El asombroso toqui Lientur ya había hecho gala de estrategias similares luego de destruir completamente la ciudad de Chillán. Perseguido por los conquistadores se escondió y no dio la cara hasta cuando las condiciones fueron favorables para su ejército. Fue así que en un día tormentoso, con violentas lluvias y vientos, se presentó con su caballería frente al enemigo. Los relatos cuentan que el astuto toqui hizo zigzaguear a sus hombres a todo galope, bajo la lluvia. Así engañó al jefe español de apellido Rebolledo quien optó por un continuo cambio de posiciones, cuidando sus flancos y dando siempre frente a Lientur. Rebolledo cayó en la trampa pues el toqui mapuche, en complicidad con la lluvia torrencial y el viento huracanado, lanzó su caballería como un rayo sobre sus adversarios que no pudieron encender las mechas de sus arcabuces. Los resultados fueron los esperados ya que los hombres de la tierra, con sus asociados naturales, derrotaron al ejército del rey. La astucia y capacidad de este toqui constituyó un permanente dolor de cabeza para los españoles. Por lo difícil de ubicar le llamaron “el duende” y lo consideraban “un castigo de Dios” (Campos, 1972). El siguiente testimonio (vivencias personales de un profesional mapuche entrevistado para los efectos de este ensayo)abunda en detalles sobre la psicología y el transcurrir en sociedad de los mapuche: De niño y en el campo de mi natal Pitrufquén me llamaron siempre profundamente la atención las conductas altruistas de mis padres para con los peñis , que mi madre identificaba como compatriotas. En mis experiencias en los medios escolares de Temuco, muchas veces se me hacían incongruentes las conductas de bondad y amor por el prójimo que practicaban mis padres. Recuerdo que mi madre siempre estaba atenta a corregirnos cuando alguno de nosotros usaba la expresión “indio”. Sin duda que identificaba perfectamente el dejo ofensivo de tal expresión para referirse a nuestros hermanos de sangre. El interés de mis padres por ayudar a las personas en dificultades de pobreza fue una conducta que observé en más de una oportunidad. Ciertos europeos arrancados de las persecuciones y las desgracia de la Segunda Guerra Mundial, llegados al país sumidos en la más absoluta indefensión, en los primeros años encontraron en la bondad de mis padres y en forma gratuita las verduras, los cereales y la leche de vaca para alimentar a sus niños. Los mapuche de nuestros días siguen siendo personas acogedoras y cariñosas con las visitas, a las que reciben en sus casas campesinas ofreciendo asiento y compartiendo algún alimento. Para algunos puede resultar difícil comprender tales conductas de un pueblo al que normalmente se asocia con la dureza y frialdad de la guerra.

Estos comportamientos son más elaborados cuando la visita ha sido invitada oficialmente, en cuyo caso se le acogerá con evidente interés y cariño. Escuchan con atención su conversación, la interrogan por su salud y la de su familia, empatizan ante situaciones de alto componente emocional, le reservan un asiento que se adorna con algún tejido mapuche y le sirven con especial cuidado el plato de comida que ha sido especialmente cocinado para homenajear al invitado. Concluida la visita, se le hace un regalo que con frecuencia son alimentos, para que los lleve a su hogar o para el camino ( rokin ). Entre los mapuche tiene gran importancia el linaje del invitado, es importante el pasado de la familia, el poder alcanzado por esta al margen de que ahora se encuentre en una situación de pobreza. De modo que si el invitado proviene de una estirpe importante, sea por su pasado de riqueza o un parentesco con un füta longko o ülmen, las manifestaciones de respeto y atención serán más cuidadosas (Domeyko, 2002:193): Cuando un invitado importante llega, el anfitrión no solo debe preguntarle por su salud y bienestar, sino también por la de su padre, madre, hermanos, hermanas, esposa e hijos. Debe hacer esta pregunta sobre cada uno de los integrantes de la familia de su huésped según una fórmula establecida . Cuando se trata de una reunión de trabajo, como la construcción de una casa, la siembra de trigo o las cosechas, las esquilas de ovejas, se hace comida abundante, que se comparte con todos los que han participado en el trabajo, hayan sido o no invitados. Estas prácticas se aprenden y transmiten en la interacción social que se da en el seno de la familia y quedan grabadas en la memoria colectiva de los miembros de la familia, la comunidad y la etnia. Es el modo como se comunica la regla que regula el funcionamiento de la familia y la sociedad mapuche. Esta memoria de pautas aprendidas ha permitido, a través del tiempo, ser el medio para legar no solo la norma, sino también para establecer lo que podemos denominar su identidad como grupo étnico. Así se va formando la identidad o autoconcepto del ser mapuche, o modo de ser, que se caracteriza en el amor por la familia, los hijos, los mayores, sus cogniciones, sus valores y su historia. Este hecho también explica el respeto que en esta sociedad se profesa a los más viejos. Son ellos, a través de sus relatos, quienes mantienen vivas las tradiciones y la cultura de este pueblo. El cariño por la familia y en particular por sus hijos se expresa en conductas que existen desde tiempos pretéritos en esa sociedad; la conclusión es posible obtenerla de los relatos de los cronistas españoles e incluso del mismo Pedro de Valdivia. Al respecto, el historiador Mariano Campos (1972:204) relata: Notó don Pedro ese modo cariñoso de ser de los mapuches para con sus hijos y le llamó tanto la atención “aman en demasía” que no pudo menos que contárselo a su emperador. (Carta del 25 de septiembre de 1551). No cabe entonces más interpretación que decir que no es una circunstancia dolorosa lo que obliga a los padres y madres a ser así, sino que la raza es

así, profundamente afectuosa y capaz de sentir y manifestar delicadezas tan hondas que parecían increíbles en una raza de guerreros. Algunos cronistas se sorprenden de la capacidad de los mapuche de mantener conductas de profunda humanidad, incluso en épocas de guerra. El episodio que narra el trato dado por Lientur a Francisco Núñez de Pineda y Bascuñán, perdonándole la vida, es un buen ejemplo de respeto por el vencido que ha sido valiente y honrado; pero además durante su cautiverio es tratado con dignidad y consideración por su condición de soldado valeroso. En general a sus prisioneros les perdonaron la vida, sobre todo si estos eran capaces de defenderse en los largos consejos de guerra, donde sus descargos eran oídos con atención. La honorabilidad de los jefes guerreros para tratar a sus prisioneros merece ser destacada, más aún si se considera que recién en el siglo pasado los organismos internacionales lograron llegar a acuerdos con respecto a normas de humanidad en el trato a los vencidos y prisioneros, como una forma de frenar las torturas y métodos inhumanos. La figura de Lientur definitivamente encarna la altivez, el ingenio y el sentido de justicia de un pueblo que no acepta el abuso y la pérdida de su libertad. En el siglo XVII , Lientur vivía en paz en medio de españoles y mapuche, y se hizo guerrero y luego toqui después de haber presenciado como los wingkas maltrataban, abusaban y engañaban a su pueblo que inicialmente creyó en las promesas de paz. La solidaridad es otro valor muy importante; de ella supieron Bernardo O’Higgins y José Miguel Carrera. O’Higgins conoció a los mapuche de cerca, pues fue compañero de colegio de los hijos de los longkos en una institución que mandó fundar su padre, Ambrosio O’Higgins, para enseñar a los hijos de los jefes mapuche. Después Bernardo O’Higgins se fue a Europa y de regreso tomó posesión de su hacienda Las Canteras, en el sur, y entre sus trabajadores, en su mayoría provenientes de la etnia, formó su ejército para luchar por la independencia de Chile. Era habitual que invitara a los longkos a compartir su mesa, destacando como permanente invitado el famoso longko de Lumaco, Venancio Koñuepang. Venancio fue un fiel amigo del Libertador, e incluso lo siguió en las diversas acciones de guerra por la independencia. El linaje de los Koñuepang es uno de los importantes dentro de las familias mapuche. Descendientes de este longko alcanzaron importantes cargos públicos en el país en la década de los años cuarenta y cincuenta (s. XX ), algunos como diputados, e incluso, bajo el gobierno del presidente Carlos Ibáñez, un Venancio Koñuepang, fue nombrado ministro de Estado en la cartera de Tierras y Colonización. Aun cuando no todos los mapuche abrazaron la causa patriota que luchó por la independencia, O’Higgins siempre proclamó su gran admiración y respeto por este pueblo, del cual aprendió su lengua. El Libertador se proclamó heredero espiritual y continuador de la lucha de los bravos mapuche, y una vez instalado como Director Supremo de la Nación, firmó un decreto mediante el cual les garantizaba la propiedad perpetua de su suelo. Los mapuche y Bernardo O’Higgins supieron cultivar una profunda amistad. Los malos ratos y desánimos del libertador encontraban como interlocutor a

Venancio Koñuepang, su amigo, que lo escuchaba y lo conformaba cariñosamente diciéndole: “Pachencha, no má, peñi, pachencha” (Campos, 1972:160). O’Higgins valoraba la sabiduría y nobleza de espíritu de Venancio, y apreciaba su conocimiento empírico del carácter humano de su etnia, después de trescientos veinticinco años de guerra con los españoles en defensa de su suelo y su libertad. Tras el derrocamiento del gobierno de Bernardo O’Higgins, en 1823, los mapuche no dudaron en ofrecerle asilo en sus territorios, tal como lo consigna una carta de don Venancio Koñuepang enviada al prócer, en Valparaíso, mientras esperaba embarcarse a su destierro al Perú. En el último párrafo de su carta le señala: “Sólo te diré que por ningún evento decaigas de ánimo y cuando no tengas otro asilo, cuenta con tus araucanos...” (Campos, 1972:161). Del texto es posible determinar otro importante componente de la psicología mapuche, que en alguna medida explica su permanencia e identidad como pueblo hasta nuestros días. Tiene que ver con el optimismo y con lo que hoy se conoce como “inteligencia emocional” de los seres humanos, que impide optar por una forma de procesamiento mental apático y de desesperanza. Para Seligman las personas optimistas consideran que el fracaso se debe a algo que puede ser modificado de manera tal que logre el éxito en la siguiente oportunidad (Goleman, 1996:114). El optimismo y la perseverancia del mapuche, como mecanismo de procesamiento mental en un ambiente que lo discrimina abiertamente, es un hecho basado en el orgullo de su identidad como pueblo. Tal característica ha permitido, por ejemplo, que a pesar de la adversidad ambiental el niño o el joven permanezcan en el sistema educacional chileno, y solo lo abandonen por causas económicas. José Miguel Carrera, por su parte, compartía plenamente con Bernardo O’Higgins las apreciaciones respecto de los mapuche, y se preocupó de integrarlos plenamente a la naciente patria chilena. Al respecto, el general Carrera fue autor de un decreto donde se abolían las diferencias de castas en Chile, con lo que buscaba fundar un país de iguales, sin diferencias de ningún tipo. Con ello, este visionario padre de la Patria establecía las bases para construir un país sin discriminaciones sociales y con iguales oportunidades para todos sus hijos. Y al igual que hicieron con O’Higgins, los aborígenes integraron el ejército que acompañó hasta su muerte a Carrera, hecho ocurrido en Argentina. 5.4 El apego a la tierra El irrenunciable amor del mapuche por su mapu ya había sido observado por los españoles que llegaron con Valdivia. Esta conducta será consignada por Francisco Núñez de Pineda en el Cautiverio Feliz . Al respecto le llama la atención la conducta del cacique guerrero Maulicán, su amo por haber sido prisionero de él, quien renuncia a la diversión y a la fiesta por el deseo irresistible de volver a su casa y ver a su familia. Al respecto escribe el militar español: …porque no hay nación en el mundo que tanto estime y ame el suelo donde nace, como esta de Chile, pues se ha visto en ocasiones llegar a cautivar

algunos indios de los más ancianos y viejos, y, por no salir de sus tierras, permitir los hiciesen pedazos antes que tener vida fuera de sus límites y contornos, y otros por sus mismas manos haberse dado muerte, habiendo pedido antes encarecidamente a los que los cogieron y cautivaron que les quitasen la vida y los dejasen muertos en sus tierras, y no habiéndoselos querido conceder, haber ejecutado lo que he dicho con arrogancia y soberbia desmedida, antes que dejarse sacar vivos de sus tierras y ranchos, teniendo por felicidad regar con su sangre valerosamente sus contornos. ¿Puede el amor de la patria llegar a mayor extremo? No, por cierto, ni aun a tanto, porque la vida es más amable que ella. (P. 335) La observación y consecuente reflexión de este correcto militar español es por demás ilustrativa de una conducta que ha permanecido invariable: el amor por su mapu . Por ello la defensa de la tierra es una cuestión de principio, pues es el lugar donde se edifica su identidad, lo esencial de su símismo. Es un elemento de comprensión de las prolongadas guerras soportadas y de los increíbles comportamientos de heroísmo en los campos de batalla. El fenómeno se repite a lo largo de la historia de una lucha sin cuartel contra el usurpador. La batalla del fuerte de Temuco (1881) ha quedado grabada en la memoria de la etnia y de la historia como uno de los hechos sin parangón y enigmático. No solo es un hito que señala la derrota militar y la pérdida de gran parte de su territorio; marca el inicio de tiempos difíciles y complejos para la etnia, de las que saldrían otros herederos de la estirpe para proseguir su lucha mediante otras estrategias, hasta nuestros días. A varios investigadores del tema les han quedado como interrogantes sin respuestas las condiciones en que se dio esta batalla. Ametralladoras, fusiles de repetición, bombas y granadas disparadas por cañones, por el lado del ejército chileno, mientras que por el lado de las huestes mapuche, lanzas de coligües, macanas, lazos y hondas, pudiendo haberse pertrechado de otro modo o sencillamente eludir el combate. Es probable que la explicación se encuentre en la observación hecha por el militar español en la primera mitad del siglo XVII , en el sentido de que frente a lo inevitable, solo muertos los sacarían de su mapu . Y respecto de la no incorporación de las armas de fuego, el simbolismo parece ser claramente de tipo cultural y que consiste en negarse a abandonar sus ancestrales armas en aquel difícil trance. Capítulo VI  Aprendizajes, préstamos culturales y la resistencia Con la llegada de los españoles a sus territorios, el pueblo mapuche debió poner en práctica su capacidad de aprendizaje. La observación cuidadosa le permitió obtener del invasor información valiosísima para ponerla a su favor. Las estrategias de aprendizaje actuaban rápidamente, e incluso algunos indígenas se enrolaron al servicio de las fuerzas españolas para tales fines. Es probable que el mismo Leftraru (Lautaro) fuera empleado en las caballerizas de Pedro de Valdivia obedeciendo a una estrategia de las autoridades de su comunidad. El pueblo habría elegido al joven más

preclaro de entre los suyos para que aprendiera todo lo que fuera necesario respecto de este poderoso enemigo. La historia parece corroborar esta hipótesis: Leftraru pasó a la inmortalidad, y su figura tiene ribetes de mito no solo por su asombrosa capacidad intelectual que le permitió leer las fortalezas y debilidades del ejército español; él supo comprender que enfrentado a las circunstancias de la guerra, el coraje del ejército mapuche no era suficiente para derrotar al español. A la luz de los acontecimientos es imposible ignorar las dotes de maestro de este joven toqui que enseñó a su pueblo la naturaleza y características del nuevo enemigo. Los adiestró en estrategias militares para enfrentarlos, les mostró el uso del caballo en el campo de batalla, los convenció de que el español era un ser humano como cualquiera, y que por tanto no había razón para no enfrentarlo con sus propias armas. Los aportes de este genio militar impactarán en los escenarios bélicos que por siglos protagonizaron mapuche y españoles. Solo la incorporación del caballo en las huestes mapuche configura un hecho único en América. Este hecho social hoy día, se conoce como “apropiación cultural”. Mientras otras sociedades prehispánicas miraban con temor a los conquistadores montados en sus briosos caballos –animal desconocido hasta entonces–, los mapuche los observaron, se hicieron de ellos, y los utilizaron para sus propósitos. Rápidamente se transformaron en notables jinetes, reconocidos por los propios españoles y luego por los chilenos; aprendieron a reproducirlos y a cuidarlos, llegando a tener a finales de la guerra una cantidad de caballos muy superior a la de la caballería española. Del asombro de los españoles acerca de las aptitudes guerreras de los mapuche hay evidencia suficiente en Alonso de Ercilla. Este alaba la disciplina y el orden de los ejércitos mapuche recomendando tomar lecciones de ellos a los ejércitos conquistadores. El antecedente es desconocido por los cronistas de los Anales de la Universidad de Chile ya mencionados, como también por parte de escritores como Tomás Guevara, que buscan desmentir tales dotes. El escritor Nicolás Palacios (1986:76) recuerda algunas de las características que sorprendían a los europeos: escuadrones de filas perfectamente formadas, que a Valdivia le recordaban forzosamente sus campañas de Flandes. “…sus evoluciones, sus dispersiones y concentración rápidas y ordenadas, tanto durante el combate como en sus ejercicios doctrinales, a toques de silbatos hechos de canillas; la admirable disposición de sus tropas para entrar en batalla”. El mismo escritor Palacios transcribe escritos de españoles que reconocen las notables dotes de los ejércitos mapuche : “ No hay máxima practicada por los más expertos generales que no la veamos ejecutada por estos bárbaros chilenos “ (1976:77). Sorprende la creatividad que agregaron a su aprendizaje. Durante la guerra los mapuche asombraron con las diferentes aplicaciones que introdujeron al uso del caballo que para ese entonces era una poderosa “máquina” para la guerra. Diferentes fuentes dan cuenta de los “huentrún”, una especie de “elite” o brigada especial dentro de sus ejércitos. Estaba formada por

fuertes guerreros especializados en estrategias que tenían por objeto distraer, enfrentar, burlar y confundir a las tropas enemigas. Es probable que de la constatación de la existencia de estos seres se haya inspirado el militar y poeta español don Alonso de Ercilla al escribir algunas octavas de su famosa obra La Araucana . Rengo, que el odio y encendida ira le había llevado ciego tanto trecho, luego que nuestro campo vio a la mira y que a dar en la muerte iba derecho, al vecino pantano se retira, y el fiero rostro y animoso pecho contra todo el ejército volvía, y en voz amenazándole decía: ‘Venid, venid a mí, gente plebea en mí sea vuestra saña convertida, que soy quien os persigue y quien desea más vuestra muerte que su propia vida. No quiero ya descanso hasta que vea la nación española destruida y en esa vuestra carne y sangre odiosa pienso hartar mi hambre y sed rabiosa’. (Canto 22, versos 35 y 36) Agregaron a su infantería y caballería una tercera opción, una especie de caballería montada en donde el jinete era capaz de llevar en la grupa de su cabalgadura a otro kona que en el momento de la batalla se transformaba en un infante. Este hecho tiene una enorme importancia en sus incursiones bélicas, puesto que además de aumentar su movilidad les permitió reforzar su eficacia en el campo de batalla. Al kona llevado al anca se le hizo más fácil lancear y poner fuera de combate al jinete enemigo, el que aparte de conducir su cabalgadura debía pelear soportando incómodas y a veces pesadas armaduras, mientras los mapuche se presentaban al campo de batalla con su torso desnudo y un cintillo en la cabeza, que ordenaba su frondosa cabellera.

El profesor e investigador Martín Alonqueo (1985:91) describe dos tipos de caballería mapuche: a los winutufe , escuadrón integrado por caballos incansables, especialmente adiestrados en arenales y fangos. Esta caballería era empleada en las retiradas del ejército mapuche y eran muy difíciles de alcanzar, sobre todo en terrenos fangosos o arenales. Y los malalkawello , escuadrón de caballería empleado para sitiar o rodear al enemigo al modo de un cerco. La curiosidad, ingrediente fundamental del aprendizaje, no se detiene en los guerreros mapuche, alguna historia consigna que después de la batalla de Marihueñu (1554) tomaron los cañones arrebatados a los españoles y se los llevaron consigo, no precisamente para utilizarlos como objetos de adorno o tótem. Por el contrario, como dice el historiador Campos Menchaca: “sin más instrucción militar que su instinto y curiosidad guerrera” (1972:24) aprendieron a utilizarlos. Grande fue la sorpresa del Jefe español García Hurtado de Mendoza, en noviembre de 1558, cuando al intentar avanzar al cerro Pucará fue recibido a cañonazos por los mapuche. Refiriéndose a este episodio Campos escribe: “ Si no me equivoco, es caso único en toda la conquista de América”. El caballo ha sido por años un animal muy apreciado por la etnia; en los últimos tiempos se ha transformado en un recurso para el trabajo del campo y además como un medio de transporte en sus viajes a los pueblos a comprar “las faltas” o mercaderías que necesitan para su hogar. Actualmente, por escasez de tierras, las que han ido subdividiendo entre la familia, y por la falta de espacio para el pastoreo, se hace cada vez más común ver a los jóvenes mapuche, los mocetones o konas del pasado, desplazándose en bicicletas por los caminos principales de Región de La Araucanía, confirmando la flexibilidad de la que hemos hablado para enfrentar los cambios. La necesidad de sobrevivir y preservar su cultura los hace sagaces y maleables a la vez, de manera que sorteando dificultades de toda naturaleza se adaptan a las nuevas condiciones, en un proceso nada fácil. Leftraru (Lautaro), cuya excepcionalidad intelectual y estratégica ha generado el reconocimiento incluso de los historiadores menos amables con los temas de la etnia, goza de un prestigio reconocido a nivel internacional, llegándose a compararle con otros mitos como Aníbal, el famoso general cartaginés. En su calidad de toqui, fue depositario de la confianza y el respeto de su pueblo, al que lideró con sabiduría y prudencia y con toda la autoridad que le daba el poder. En Chile, además de una ciudad de La Araucanía que lleva su nombre, también existen colegios, empresas, regimientos y buques de guerra, aparte de calles que buscan inmortalizar su fama. Esto último no hace más que confirmar la necesidad de autoafirmación de la identidad chilena en el referente más importante que posee, los mapuche. 6.1 Los mapuche en la lucha política Un hecho curioso que ha llamado la atención de los que se interesan en estos temas, es que los mapuche nunca han tenido una unidad política, lo que fue mirado con bastante asombro por los españoles y más tarde por los chilenos. Sin embargo, es probable que tal observación no dé cuenta fiel de

este acontecer social, y que más puede ser fruto de la vieja trampa de mirar al otro bajo los estrechos alcances de nuestros propios paradigmas. Alguna organización siempre existió y esta se dio en torno a la defensa de sus territorios y sus formas de vida. En esos tiempos tales principios escapaban al paradigma europeo de los modos de organización, que es de índole política, y como no encontraban semejanzas con lo conocido les era extraño. Incluso ciertas líneas de investigación antropológica han visto el hecho como un antecedente más para etiquetar de “bárbaro” a este pueblo. Nosotros creemos que existían formas distintas de organizarse frente a situaciones de principios o de interés general. En la guerra, los distintos grupos se ponían de acuerdo en los parlamentos y sin mayores trámites elegían a un jefe militar que sería el encargado de dirigirlos, el toqui. Jorge Teillier, escritor nacional nacido en Lautaro y por tanto conocedor de la etnia, refiriéndose a la falta de unidad política de los mapuche señala : “…la unidad política entre los araucanos no existía y las divisiones entre ellos eran dictadas por el medio geográfico. Sin embargo, solían reunirse, sobre todo los arribanos (habitantes de las tierras altas desde Renaico a Temuco) en caso de peligro de guerra, en parlamentos tras los cuales se confederaban” (Teillier, 1965:4-12). No obstante lo anterior, en la primera mitad del siglo XX , tienen lugar importantes esfuerzos por parte de una serie de dirigentes mapuche para unirse y crear organizaciones que luchen por la defensa de sus derechos. Existió entre los dirigentes de esa época uno que destacó por construir un movimiento mapuche con marcado acento folclórico, cuyo objetivo fundamental era la defensa de las tradiciones de la etnia. Se trata de Manuel Aburto Panguilef, originario de Loncoche de la reducción de Kollimallin. Es la época en que son elegidos los primeros parlamentarios mapuche, los que por orden cronológico fueron: 1924, Francisco Melivilu Henríquez, primer diputado mapuche; 1926, Manuel Manquilef; 1932, Arturo Huenchullan Medel. En el año 1953 son elegidos tres diputados, José Cayupi, Esteban Romero y Venancio Koñuepang. En 1973 es elegido diputado Rosendo Huenumán García, quien ocupa su escaño solo durante seis meses, ya que en septiembre de ese año se produce un golpe de Estado y la junta militar disuelve el Congreso. En este período de la historia se establece una alta participación de los mapuche en la política contingente. Con motivo de la crisis política de 1973 tiene lugar una despiadada represión por parte de la dictadura militar, la que en ocasiones terminó con la detención y desaparición de muchos de ellos tal como se puede constatar en el Memorial de Detenidos Desaparecidos de la avenida Balmaceda de Temuco, frente al cementerio. Estos diputados trataron de defender los derechos de la etnia por medio de iniciativas legales, pero sus esfuerzos no fueron suficientes y en muchas ocasiones resultaron estériles frente a una mayoría interesada en sus tierras. Conseguir apoyo para la causa era prácticamente un imposible. Precisamente la existencia de realidades como estas, a modo universal, motivan los estudios y planteamientos de científicos sociales como W.

Kymlicka y I. Young, entre otros. Sus conclusiones buscan ser implementadas en algunas democracias desarrolladas. Se debe modificar la estructura del Estado para dar cabida a los grupos minoritarios y étnicos históricamente marginados del llamado modelo de ciudadanía integrada. Lo que se busca son espacios de representación directa en un modelo nuevo de ciudadanía multicultural con derechos diferenciados. El Congreso Nacional es un componente importante del Estado de Chile, el mismo que determinó en el pasado apropiarse por la fuerza de sus tierras. Pocas veces, la clase política chilena se ha interesado por considerar la problemática de este pueblo. De hecho, no hace mucho el dirigente político de ascendencia mapuche, actual senador Francisco Huenchumilla, siendo diputado, en una entrevista que concedió a El Mercurio (28 de julio de 2001) refiriéndose, al conflicto étnico, dijo lo siguiente: “Chile es un país racista cuya clase dirigente ignora completamente la profundidad del conflicto mapuche porque no conoce la historia ni la dramática realidad que está detrás de las actuales demandas de este pueblo ”. En todo caso el déficit en el conocimiento de la historia patria es la consecuencia de lo que hemos expuesto en el curso de este ensayo, y como lo sostenemos parece ser el paso lógico de la discriminación y el racismo. La participación de los mapuche en política ha estado enmarcada siempre en la contingencia establecida por el sistema. Tanto candidatos como electores han debido incorporarse y votar por partidos políticos que representan líneas de pensamientos o defensa de intereses de grupos que poco o casi nada han tenido que ver con sus propios intereses o demandas. Por ello es fácil percibir a través del tiempo una suerte de utilización política (clientelismo) tanto de los candidatos como del voto mapuche en las distintas contiendas electorales del país. La observación en ningún caso tiene por objeto restar mérito a la participación de los distintos parlamentarios de este origen que existieron en el siglo pasado. Se trata solo de constatar un hecho que debiera considerarse cuando importantes sectores reconocen la necesidad de incorporar representantes de la etnia al Congreso Nacional. Lo cierto es que tal participación no debiera entramparse en el juego contingente de todos conocidos. Quizás esté próximo el momento de crear una autoridad nacional representativa del pueblo mapuche, elegida por votación universal por todos sus miembros, que debiera canalizar la relación entre este pueblo y los poderes del Estado y ser capaz de participar en la generación de políticas de desarrollo y gestionarlas. La presencia de una autoridad como esta le da sentido al reconocimiento constitucional de la etnia, y tendría varios objetivos: incluir a los mapuche en la gestión y solución de sus propios problemas en sintonía con el gobierno central; fomentar el desarrollo de la etnia (etnodesarrollo) considerando su historia y su cultura; crear un nexo real, constructivo y representativo entre los mapuche y el Estado; canalizar iniciativas económicas y culturales de acuerdo a estudios y prioridades realizadas por los propios interesados.

Al respecto ya existe conciencia por parte de importantes sectores de la sociedad chilena sobre la necesidad de saldar la deuda histórica con este pueblo, por lo que es necesario definir los alcances y el modo en que se materializaría. El reconocimiento constitucional de las etnias –tema que se puso en la Mesa de Trabajo (2000) propiciada por el presidente Ricardo Lagos– es una iniciativa sobre la cual se debe insistir, por cuanto a partir de allí se podrán realizar acciones para reparar la marginación de estos grupos humanos de la sociedad chilena. 6.2 La obediencia versus la autoridad del Estado Si admitimos como válido el supuesto de que el grado de autoridad de un Estado se mide en función de lo que promete y de lo que cumple, se pueden concluir las razones por las cuales tal autoridad es tan relativa para el pueblo mapuche, a quien el Estado no le ha cumplido las promesas. Sin ir muy lejos, en el conflicto con los pewenches del Alto Biobío se firmó un documento que daba luz verde a la construcción de una represa en sus territorios, los que a su vez estaban protegidos por una ley promulgada por el Estado. Son este tipo de actos los que permiten aumentar las barreras neuróticas (contradicciones, ambivalencias) de los chilenos hacia los mapuche, y la paranoia (temor, desconfianza) de los mapuche hacia los chilenos. Los estudios que hacen las organizaciones competentes en el exterior no han pasado por alto esta situación, y Chile aparece calificado ante el mundo como un país “intolerante y violador de los derechos humanos de las minorías étnicas”. Esto aunado al predominio de un sistema jurídico en cuya confección solo participó una parte de los habitantes del país. Como es natural, la intolerancia y la exclusión alimentan los sentimientos de nopertenencia a la nacionalidad chilena de los grupos más radicales del mundo mapuche. Esta no-pertenencia no se nutre exclusivamente de las conductas del Estado y sus representantes; es alentada también por los jóvenes líderes mapuche de hoy que menosprecian las leyes y les son indiferentes los esfuerzos de los últimos gobiernos por tratar de buscar soluciones al tema de los conflictos por la tenencia de la tierra. El significado de este fenómeno tiene varias lecturas, una de las cuales dice relación con la decisión de desconocer la autoridad legítima del Estado chileno en su búsqueda de soluciones creíbles y beneficiosas. Este conflicto de respeto, pero también de fe y de confianza, es la resultante de las reiteradas políticas de engaño del pasado y el presente. En la etnia se agota la confianza en el wingka y sus gobiernos. Desde una perspectiva psicosocial sería la pérdida lamentable de una posibilidad de inclusión de dos sociedades en condiciones de equidad. El Estado chileno, que en sus inicios fue percibido por los grandes longkos como el patriarca, con ribetes de padre omnipotente capaz de discriminar entre el bien y el mal, ha perdido tal crédito. Los porfiados hechos y el transcurrir del tiempo han sentado las bases de un doloroso aprendizaje en sentido contrario. Las peligrosas prácticas del Estado chileno son el caldo de cultivo para los extremismos y fundamentalismos que merodean la justa causa de este

pueblo. Al parecer, la vieja y usada táctica de los hechos consumados, sumada a las fuertes campañas comunicacionales donde los malos de la película son siempre los mapuche, es el caballo de batalla de ciertos sectores de las elites oficialistas. En el país, en el último tiempo, se ha inaugurado un verdadero tecnicismo comunicacional, cuya esencia consiste en desconocer al otro como legítimo interlocutor en un diálogo para buscar soluciones a los problemas en cualquier frente; da la impresión de que todos los políticos hubieran asistido a la misma sala de clases. En los últimos diez años se apela a la participación ciudadana, pero a la hora de escuchar sus demandas no se les toma en cuenta. El gobierno de Chile promulgó una ley indígena que dentro de sus alcances se compromete a respetar la propiedad mapuche. Sin embargo, el mismo gobierno aparece autorizando la construcción de la represa de propiedad de Endesa en Ralco, en suelo mapuche (pewenche). Cuando en septiembre del 2001 Endesa anuncia que las obras llevan un avance del cuarenta por ciento con una inversión de 180 millones de dólares, representantes del Gobierno dicen que se respetará estrictamente la ley indígena y que no será posible inundar tierras no permutadas. Aquí se configura una vez más la estrategia de “hechos consumados”, porque ¿quién en su sano juicio podrá creer que en un país donde el derecho favorece a los dueños de los grandes capitales, se va a fallar a favor de quienes defienden valerosamente el suelo ancestral? Lo que viene luego es la campaña comunicacional con un conjunto de argumentos falaces para hacer creer a la opinión pública que los mapuche son violentos, intransigentes o tercos, que entre ellos hay agitadores internacionales y que la represa solucionará en forma definitiva las necesidades de energía eléctrica del “pueblo” de Chile. Al respecto, nos hemos referido al discurso político de las elites y su papel en el conflicto mapuche. Al margen de que sean mapuche a los que se expulsa una vez más de sus suelos, lo que queda con estas acciones es la sensación de que los que toman las decisiones todavía no dimensionan la responsabilidad social que les cabe, sobre todo por las señales que envían a las nuevas generaciones. No parecen considerar que tal vez el desinterés de los miles de jóvenes por participar en las elecciones tiene su justificación en el repudio a este institucionalizado doble estándar de los grupos que ostentan el poder. Y cómo no relacionar estos manejos como antesala o caldo de cultivo de futuras acciones extremas que la gran mayoría del país, incluyendo los mapuche, repudian. Así como ocurre en la mayor parte de los países subdesarrollados, el principal productor de la violencia civil parece ser el propio Estado, o los individuos que lo gestionan. La construcción de represas hidroeléctricas representa un daño ecológico irreversible; significa la masiva destrucción de los ecosistemas naturales existentes. Por lo demás, tampoco son la solución definitiva a las necesidades energéticas del país; lo único cierto es que como valor agregado a estas acciones interventoras nos quedaremos, de aquí a un tiempo no muy lejano, con enormes pantanos improductivos. 6.3 La folclorización de la cuestión mapuche

Por años en nuestro país han existido ciertas corrientes de opinión que no teniendo una conducta contraria a la causa mapuche han abogado por “preservar” su cultura como una caricatura del pasado. Como si el tiempo y la modernidad no fuera una necesidad ni una realidad. Como si se hubieran quedado pegados a un pasado, impermeables a los cambios de su entorno y al avance de la humanidad. Quienes adhieren a estos planteamientos no reconocen la existencia del mapuche urbano que lucha por ganar un espacio en la sociedad. Tampoco parecen percibir la discriminación y el racismo, y sus contenidos psicológicos tan traumáticos como ofensivos, que se dan en el seno de la sociedad chilena. La folclorización es una visión sesgada o parcial de la realidad de un pueblo, y ha servido en el caso mapuche para corroborar los estereotipos asignados. Se valoriza y reconoce su heroica lucha en los campos de batalla, y quizás se solidariza con los que sobreviven en los minifundios que les dejó el Estado chileno; pero se les conserva a la vez como una muestra heredera de una estirpe a la que hay que exhibir como una suerte de museo viviente y como parte del folclore, ojalá en el estado más primitivo posible, para interés de turistas y ejemplo de “respeto” a la humanidad. Bajo el pretexto de mantener incólume los comportamientos ancestrales de la etnia, se le da cobertura a los grupos mapuche que caen en esta trampa. Por ello, apoyan iniciativas tales como enseñar el mapuzugun en escuelas, en los jardines infantiles, colegios y hasta en cursos electivos en algunas universidades. En la televisión es recurrente observar a las mujeres, con sus vestimentas tradicionales, en los “avances” o sinopsis de programas de las más inconfesables intenciones, actrices de teleseries, realizando parodias del modo de ser de la mujer mapuche, o realizando actividades de empleadas domésticas, jardineros, es decir las menos valoradas socialmente; el objetivo es remarcar un estereotipo. Los libretistas parecen desconocer que en la etnia también existen profesionales y técnicos que anónimamente contribuyen al desarrollo de este país. En algunas oportunidades, en las paradas militares de los 19 de septiembre del Parque O’Higgins, (donde se rinde homenaje a las glorias del Ejército), se nos hace familiar presenciar el desfile de un grupo de mapuche en esmirriadas cabalgaduras y con folclóricos atuendos. El hecho en sí, aparte de ser una parodia de los orgullosos y valientes toquis y longkos de la heroica guerra en defensa del meli wixan mapu , es una paradoja con la historia, a la vez que un reflejo de la visión que el gobierno tiene para enfrentar las demandas mapuche. En los medios de comunicación “el que los mapuche aparezcan vinculados al folclore o a la violencia da cuenta de una discriminación” (van Dijjk, 2005) ²⁸ . Tales comportamientos, cuando emanan de instituciones oficiales son hechos que confunden, puesto que no dan cuenta de lo que realmente está ocurriendo en la interacción psicosocial. En esencia se percibe como un montaje comunicacional con el propósito de confundir a la opinión pública nacional e internacional en el sentido de hacer creer que en este país existe la amplitud y la tolerancia hacia las culturas distintas. Son acciones que más parecen tener propósitos distractivos y dilatorios que destinadas a explorar caminos para una solución medular del problema, que a grandes rasgos

consiste en soltar las ataduras que impiden a la etnia autogestionar la solución de sus problemas. Son pocos los integrantes de este grupo humano que no han sido abusados psicológicamente mediante un trato incomprensiblemente cruel en las escuelas y en las barriadas marginales donde generalmente deben vivir. La agresión afectiva tiene consecuencias para la salud mental, cualquiera sea la edad de la víctima. Socialmente, el mapuche ha sido relegado al estrato social último, sin mayores posibilidades de movilidad social. Es en los medios urbanos donde más perjuicios él ha sufrido, puesto que es donde se produce el choque cultural y donde se percibe en toda su magnitud el problema de la discriminación y el racismo. De modo que mientras los dirigentes del Estado no tomen medidas que aseguren la erradicación de tales prácticas, mediante reguladores legales, las conductas racistas seguirán operando. La folclorización es nefasta porque en su base subsiste la idea racista de que se trata de personas de inferior categoría, incompetentes para asumir la modernidad. Hombres y mujeres estereotipados con la imagen torpe conflictiva, sin estructuras mentales ni sensibilidad para percibir las más altas manifestaciones del espíritu; carentes de los recursos cognitivos para darse cuenta de las más elevadas necesidades humanas. Por lo demás, en nuestro país el folclore nunca ha sido valorado por la mayoría, sobre todo por los significados que ha tenido en la etapa fundacional de la nacionalidad. Es más, un porcentaje importante de la población lo asocia (tomando una expresión juvenil) con lo “chulo”, de mal gusto y que no los interpreta. No se trata de una oposición a conocer y difundir el mapuzugun ; pero obviamente no es lo más importante cuando los problemas centrales son la pobreza, la marginación y la agresión psicológica permanente de una sociedad que no tolera lo distinto. Luchar por condiciones igualitarias de respeto y oportunidades debiera hacer reflexionar, incluso, a los líderes políticos de la etnia. La folclorización del tema mapuche es fomentar la cultura de la pobreza, y por lo tanto, es un camino nefasto por cuanto clausura las vías a la evolución psicosocial normal de este pueblo. Además, implica ser impermeables a las nuevas tendencias de las sociedades, por estar pegados a creencias y suposiciones que en general no se condicen con la realidad. Esto no se contrapone con la defensa de la identidad de la etnia que, como se ha señalado, es un importante componente del sí-mismo y del modo de procesar la realidad. Lo que importa es que a partir de la identidad se debe reconocer lo mapuche, y su presencia como componente fundamental de la nacionalidad chilena. Y es en esta dimensión donde cobra urgencia que se entreguen más oportunidades para mejorar las condiciones de vida de la etnia.

La lengua mapuzugun es mucho más que un sistema de comunicación; es una estructura de significados que le ha permitido construir en sus mentes sus propias realidades, e interpretar el mundo que los rodea. El mapuzugun es inseparable de la cosmovisión mapuche, que permite conocer y percibir al universo. La educación intercultural debe tener en cuenta esta realidad, y los mapuche deben tener claro que cada día aparecen nuevas estrategias para eludir lo central de la cuestión, y una de ellas perfectamente puede ser folclorizar sus demandas. 6.4 Etnodesarrollo mapuche Transcurridos algo más de cien años de la mal llamada pacificación de la Araucanía , la mayoría de los integrantes de este pueblo, no se conforman por las consecuencias que para ellos tuvo la expropiación de sus territorios por parte del Estado de Chile. En la actualidad la emergencia de nuevos líderes de la etnia, más jóvenes y más preparados, auguran que este movimiento se irá fortaleciendo cada vez más a pesar de todas las tretas que puedan ofrecer los políticos defensores de la institucionalidad vigente. Cada vez se aboga por un desarrollo indígena cuyos principales protagonistas sean los propios mapuche, donde se cautelen sus valores y su cultura como algo central. Además se hace popular la idea de un etnodesarrollo entendido al modo que lo define Bonfil, (1995), como “el ejercicio de la capacidad social de un pueblo para construir su futuro, aprovechando para ello las enseñanzas de su experiencia histórica y los recursos reales y potenciales de su cultura, de acuerdo con un proyecto que se defina según sus propios valores y aspiraciones”. Al parecer todos los esfuerzos de blanqueamiento y homogeneización a los que ha sido sometido por la sociedad dominante no han sido suficientes para doblegar la voluntad de seguir luchando. Los mapuche no se conforman ²⁹  con la idea de renunciar a los valores y cultura que sustentan su identidad de pueblo distinto. Tras esta posición se suman importantes sectores no mapuche, integrantes de la sociedad mayor, intelectuales, defensores del ambiente o ecologista nacionales y extranjeros y más de algún sector político que trata de aprovecharse de las circunstancias y obtener los beneficios respectivos. También han jugado un papel importante, las instituciones religiosas del país, sobre todo, en cautelar los derechos humanos de las decenas de dirigentes mapuche que han ido a parar a la cárcel, defendiendo lo que ellos creen justo. Líderes religiosos de distintas iglesias, en más de una oportunidad han expresado que la pobreza en que viven amplios sectores de mapuche, no puede esperar y, que ante tal realidad, los empresarios forestales no son inocentes de las serias dificultades en que viven, por ejemplo, los comuneros del Biobío al sur. Es un movimiento que, a pesar de los tropiezos y distorsiones que se publican en los medios de comunicación, sigue creciendo y avanzando. “Los pueblos indígenas han empezado ya a perder su invisibilidad frente a la sociedad civil y al Estado en América Latina. Paulatinamente y, especialmente, a partir del Quinto Centenario y el Año Internacional de los Pueblos Indígenas, crece la conciencia de los problemas de exclusión y pobreza que padecen estos grupos en la región” ³⁰ .

Un antecedente poco considerado hasta ahora es el gran dinamismo que alcanza en la gran ciudad el trabajo de agrupaciones mapuche, en cuyo objetivo suele estar la recreación de su lengua y sus costumbres ancestrales y el recuerdo de su historia. Ello contraviene la posición de más de algún intelectual del pasado reciente, mapuche o wingka , al suponer que la migración a la ciudad llevaría irremediablemente a la pérdida de la identidad como pueblo y una antesala de la extinción. La identidad es una fuerte pulsión social para los grupos humanos, es irrenunciable y está presente en la ontogenia del ser. Tal afirmación se sustenta en los casi dos siglos de vida en común con los chilenos, durante los cuales han sido excluidos de todo protagonismo sociopolítico; sin embargo la causa mapuche es una realidad presente. Más aún, es necesario considerar que los grupos que se encuentran en situaciones devaluadas y estigmatizadas por la lógica de la dominación, constituyen trincheras de resistencia y supervivencia, que Castells (1998) denomina identidad de resistencia. Los mapuche que viven en las comunas populares del gran Santiago mantienen organizaciones permanentes donde recrean algunas de sus tradiciones, sin dejar de interactuar con el resto de la comunidad. Ello muestra que la cultura es un concepto lo suficientemente dúctil para adaptarse, ganar espacios, capturar algunos elementos de la modernidad y permanecer como una verdadera trinchera de resistencia. El concepto de cultura se hace menos rígido con los influjos de la modernidad, e inclusive los teóricos del tema rechazan las viejas definiciones estáticas para dar paso a construcciones que en su estructura profunda contienen variedades de rutinas alternativas, que abren las puertas al cambio, empapando a cada cultura de una flexibilidad y una gran adaptación frente a los cambios del ambiente, transformándose en verdadero recurso social. Un segundo antecedente a tener presente son los cambios político sociales en el contexto general del mundo y que alcanzan a nuestro país y también influyen en el discurso mapuche. Las características del nuevo discurso, cada vez menos ideologizado, facilita el acercamiento y el diálogo entre las distintas elites sociopolítica en el país y del mundo. Con relación a los mapuche, siempre se les ha reconocido sus habilidades políticas y su flexibilidad para adaptarse a las circunstancias de la historia, hecho que para algunos observadores es una de las razones que les ha permitido subsistir como pueblo distinto dentro de la chilenidad. También es un antecedente a considerar, como ya lo habíamos señalado, el creciente reconocimiento internacional del derecho y del valor de la diversidad étnica y cultural y el apoyo internacional al resguardo y la preservación de los diversos pueblos y sus culturas originarias. En relación con el nuevo discurso mapuche, este se mantiene firme respecto de la reivindicación de sus territorios y su cultura. Sin embargo, también se aprecia cierta influencia de pensadores y actores sociales indígenas con un discurso más propositivo. Es un discurso que habla de desarrollo indígena que intenta ser, como lo sostiene Cepal (1995): “1) legitimable y compatible con los sistemas democráticos existente y 2) capaz de inspirar y orientar propuestas de acciones concretas y específicas.”

La preocupación de los organismos internacionales por la situación de estos pueblos deberá permear la conciencia de los políticos chilenos, muchos de los cuales se dejan influir fácilmente porque no conocen realmente la historia de Chile con relación al pueblo mapuche, como al menos, lo insinuó el ex presidente de la República Patricio Aylwin al presidir la comisión Verdad histórica y nuevo trato: “Chile no ejerció soberanía en un comienzo… Los parlamentos celebrados por los españoles con los mapuche establecieron como límite el Biobío”. Informe histórico: “Chile nunca tuvo soberanía sobre territorio mapuche”. ( La Segunda , 26 de abril de 2003. En Hernández 2003:216) “El conocimiento de la verdad histórica debiera llevar a la sociedad chilena a comprender mejor el problema y abrirse a la consideración de caminos de solución que hasta ahora no han sido explorados o que, en general, despiertan mucha resistencia” (Patricio Aylwin, La Segunda , 26 de abril de 2003). La cita es a propósito de los antecedentes que se presentaron a la ONU Ginebra 1999/20-sub.2, Consejo Económico Social. Este informe sostiene que los tratados que involucran a los pueblos indígenas, suscritos entre los europeos y los pueblos indígenas, eran relaciones contractuales entre naciones soberanas, con implicancias legales. Por cierto que esto se relaciona con los parlamentos celebrados entre el pueblo mapuche y los españoles durante la Colonia en Chile (Hernández, 2003: 216). Capítulo VII  Aculturación 7.1 Supervivencia La aculturación o transculturación de los pueblos sometidos, en sí es un proceso traumático puesto que se trata de una imposición arbitraria de creencias, valores y hasta formas de relacionarse extrañas para los grupos víctimas. En el proceso, el grupo dominante impone su cultura a como dé lugar como único camino de desarrollo espiritual del individuo sometido. La aculturación, de acuerdo con Grebe (2006:13-16), se aplica de preferencia para referirse a la asimilación de componentes de la cultura occidental por poblaciones indígenas. Tal como lo hemos advertido en este proceso, los grupos humanos dominados deben soportar la arbitrariedad cultural que implica la imposición de significados simbólicos y culturales generada por las distintas relaciones de poder entre el sometedor y el sometido. Las consecuencias, amén de los perjuicios a las víctimas, implica la destrucción del patrimonio cultural de los pueblos aborígenes y la pérdida de un tipo de conocimiento para la humanidad y un dudoso beneficio de la cultura del opresor. Como era de esperar, ello no ha sido tema para los expertos en educación del ministerio del ramo, y las instituciones del Estado. Desde los tiempos en que el Estado de Chile ocupó los territorios del pueblo mapuche, a este no les ha quedado más opción que acceder al sistema educacional chileno. Desde entonces, y con la sola excepción de las misiones anglicanas y algunas congregaciones cristianas romanas, no ha existido mayor interés por preocuparse de esta materia. Estas organizaciones

enseñaban en mapuzugun y en español a los mapuche, lo que por cierto implicó un acto de empatía social y resguardo de la lengua vernácula. A pesar de todo siempre ha existido por parte de la etnia la voluntad de enviar a sus hijos a las escuelas públicas; al parecer esta acción ha sido percibida como un hecho positivo y útil para ellos. A partir del 1800 abundan los ejemplos acerca del interés de los longkos por enviar a sus hijos a las escuelas de los wingkas. Hemos mencionado que incluso el último gran toqui mapuche José Santos Külapang (Kylapan) tenía a su servicio un preceptor chileno para que instruyera a sus dos hijos. Para muchos jefes mapuche la educación de sus hijos en la cultura del wingka pasa a tener un valor estratégico, puesto que es la oportunidad para entender los códigos y leyes de los chilenos y de ese modo defenderse contra el engaño y el despojo. Educarse ha sido un importante camino para contrarrestar el engaño tantas veces utilizado como estrategia para quitarles sus ya reducidos territorios. En esta línea de análisis bien vale la pena recordar a los longkos que protegieron con sus konas (guerreros) las misiones evangelizadoras, en contra de sectores mapuche que se oponían a tales acciones. Es probable que tras esta decisión, los jefes mapuche buscaban proteger a su descendencia o tal vez este fuera el último recurso para resistir al dominio extranjero. El tiempo se ha encargado de demostrar que las intenciones tanto del gobierno de Chile como de los grupos religiosos que se internaron en suelo mapuche, eran el aniquilamiento de su cultura y la construcción de la monocultura para hacer invisible la lucha de estos grupos. Sumado al desprecio de los técnicos en educación de antaño, por lo distinto de sus paradigmas, se puede comprender que los procesos de aculturación –por sus contenidos y su metodología– se han caracterizado por un verdadero acoso psicológico y hostigamiento a los valores, pensamientos y formas de vida de la etnia. El proyecto educativo liderado por el Ministerio de Educación no se ha interesado en preservar la lengua de la etnia, a pesar de que los intelectuales mapuche (sobre todo profesores) de La Araucanía, han insistido, desde siempre, en la importancia de ofrecer una educación intercultural bilingüe, por lo menos en algunas escuelas de esa zona, con el respaldo oficial de la entidad estatal. La inexistencia de políticas públicas, en el sentido de proteger el idioma mapuche, es responsable de la extinción de su lengua. El alto porcentaje de descendientes mapuche que no hablan el mapuzugun , su lengua originaria, como consecuencia de lo que estamos denunciando, no excluye a estos de su condición de mapuche. Tampoco los ha librado de la discriminación o sentirse agredidos por el estereotipo infame construido por el blanco para someterlos. Ellos se sienten mapuche porque sus ancestros son mapuche y porque la sociedad chilena aparte de discriminarlos se encarga de recordárselos. El interés de las nuevas generaciones por identificarse con sus raíces es algo notable; se rebelan al intento de colonización ideológica del wingka , y su rebeldía constituye un verdadero hito que refuerza aún más la identidad

de este pueblo. Constatar estos hechos coloca otra vez la lucha mapuche como ejemplo de dignidad ante el mundo, y obliga a muchos teóricos del tema a revisar sus paradigmas. Detenerse en este hecho permite aproximarse, desde otro ángulo, a la realidad del pueblo que nos ocupa. Aprender a leer, por ejemplo, significó aprender nuevos códigos orales, con sonidos extraños y absolutamente distintos a la fonética de su lengua de origen. Implicó adquirir una nueva conciencia fonológica. Significó reestructurar el aparato cognitivo del cerebro del niño mapuche, puesto que aprender una nueva lengua provoca conflictos en la sensibilidad fonológica del aprendiz. Segmentar los fonemas de las palabras de la lengua castellana casi siempre presenta una gran dificultad para el escolar común, debido a la ausencia de representaciones mentales (memoria fonológica) en los inicios de su desarrollo, para configurar los significados. Es fácil imaginar la dificultad que ha representado este proceso para el niño campesino en general, que además proviene de una cultura distinta. Con excepción de las organizaciones religiosas mencionadas, el Ministerio del ramo nunca estimuló la creación de escuelas con profesores que enseñaran en mapuzugun ; al parecer una resolución en tal sentido nunca ha sido objetivo en sus políticas. Sin duda, esta situación afecta en un grado importante la supervivencia de la cultura mapuche, si por ella entendemos además de sus valores, tradiciones, creencias, organización social, etc., y su lengua. Los procesos del aprendizaje escolar siguen siendo un desafío para los profesionales de la educación, lo que se agrava en individuos provenientes de niveles socioeconómicos bajos por las implicaciones que tiene. Los factores ambientales, entre los que destacan la estimulación del hogar y el apoyo de los padres, se consideran hoy en día variables fundamentales para llevar a buen término los procesos de educación normal. Así entonces, aculturar al mapuche en la cultura del wingka ha sido un proceso violento y traumático, entre otras razones por la realidad de los actores del proceso. Por un lado, el niño campesino es aislado social y culturalmente desde la perspectiva de la cultura dominante. Por otro, las escuelas a las que tiene acceso han sido históricamente las más pobres del sistema, aquellas donde un único profesor hace clases en cinco niveles a la vez, y en el mismo salón. A esto deben sumarse las enormes distancias que recorren para asistir a clases. El resultado es un niño sin mayor proyección, por lo que tampoco impactará cualitativa ni cuantitativamente en la vida de su familia. Lo más probable es que este joven se transforme en peón o trabajador de fundo, empleado por una mínima paga, sin ley que lo proteja, muchas veces trabajando solo por la comida y con una identidad disonante en lo psicológico. El destino de las niñas tampoco es más feliz, puesto que sus perspectivas laborales por lo general están en el trabajo doméstico en una casa particular del pueblo más cercano, o de la gran ciudad. Allí deberán soportar todo tipo de abusos, desde el social y psicológico, hasta muchas veces el acoso sexual.

La situación no mejora cuando se vive en un pueblo o en una ciudad; aquí la escolaridad se da en escuelas de un mejor nivel aunque también con carencias fundamentales. En estos casos, el choque cultural para el niño mapuche es más severo, puesto que además de aprender en un idioma que poco conoce, debe vivenciar la discriminación. De tal modo que además de soportar la presión de esta realidad, debe tolerar bromas que atentan contra su dignidad, sus tradiciones y su historia. Como el lector comprenderá, se genera así una suerte de contradicción vital cuando el niño escucha la historia gloriosa de sus grandes héroes, que lucharon con valentía defendiendo sus territorios y su forma de vida contra los invasores españoles. Ser heredero de estos personajes, y encontrarse relegado a una situación tan adversa es, a lo menos, incomprensible. Sabe que debe hacerse respetar frente a las burlas, y no contribuyen en nada algunos profesores que los etiquetan de “tontos” porque ellos, como casi todos los niños, presentan alguna dificultad para aprender. Sabido es que algunos padres no les enseñan el mapuzugun a sus hijos para hacer en esta etapa más fácil el aprendizaje de la lengua del wingka , y evitar con ello la burla de profesores y compañeros por su manera de hablar. Reconocidamente altivos y orgullosos como son, no es difícil suponer el costo de este gesto empático por parte de padres en procura de librar a sus hijos de la burla y los malos tratos. No obstante, no son pocos los jóvenes de la etnia que quieren aprender el idioma de sus raíces y con esfuerzo lo están haciendo. Ya hemos dicho que agrupaciones culturales de mapuche existentes en Santiago ofrecen regularmente estos cursos para los jóvenes descendientes que no aprendieron su lengua nativa. También son dignas de destacar las acciones de agrupaciones mapuche que se han dado a la tarea de formar profesores interculturales, constituyendo un verdadero mentís para los “teóricos” wingka que creyeron que los primeros olvidarían su identidad. Es un esfuerzo notable, como fundamental, si entendemos que el lenguaje como herramienta central del pensamiento es el único medio o uno de los más importantes para vivir la propia cultura y seguir construyendo significados. “El modelo de interculturalidad que disputamos no debe quedar reducido a la enseñanza del idioma y las costumbres “diversas”. La interculturalidad en educación es en realidad un problema más político y pedagógico que de suposición de contenidos o idiomas” ³¹ . Organizaciones mapuche tanto chilenas como argentinas parecen coincidir en que este es el camino para construir una nueva relación con los Estados y las culturas dominantes. A pesar de todo, después de tantos años de “convivencia”, su cultura ha sobrevivido, y en los últimos tiempos, al calor de las luchas reivindicativas, parece fortalecerse. Buena prueba de ello es la frecuencia con que jóvenes de la etnia se visten con sus trajes típicos y participan de rituales ancestrales. Incluso en las poblaciones populares de comunas capitalinas, donde se concentra un alto porcentaje de población mapuche, se realizan ritos tradicionales con la participación de sus propios médicos, los machis.

Cada día es más común apreciar a personas pertenecientes a las culturas dominantes buscar respuestas en valores y rituales de pueblos originarios, que tienen en la cosmovisión la base de sus creencias. En el último tiempo, esta tendencia ha servido para revalorizar las distintas visiones que tiene el hombre de la naturaleza y de su propio origen. Podría afirmarse que estamos frente a una suerte de reivindicación de las creencias y valores de los pueblos originarios y minorías étnicas, lo que permite aventurar que el choque cultural será cada vez menos violento por esta revalorización de lo distinto. Pero debe pasar mucho tiempo más, deben corregirse o cambiarse muchas cosas aún para aminorar los efectos morales y psicológicos de una historia de humillaciones y frustraciones de la que han sido víctimas los mapuche en las escuelas y sociedad del wingka . Transcurridos algo más de doscientos años, las dificultades para este pueblo toman otro cariz; sin opciones, no les ha quedado más que migrar a las grandes ciudades y preferentemente a Santiago, en donde se estima vive una cantidad de mapuche muy similar a la de La Araucanía. Como se sabe, las oportunidades en la ciudad siguen siendo escasas, hay poco trabajo y las que se ofrecen exigen cierta calificación. Aquí el futuro es más complicado y su condición solo les deja espacio en una población periférica, bien lejos de los centros de poder. Naturalmente, la pobreza y la ignorancia, ecuación del subdesarrollo social, determinan el nicho ecológico en la gran ciudad, que no es otro que asimilarse a las carencias de las poblaciones marginales. Aquí muchos deben compartir sus desventuras con otros grupos aislados, que generalmente corresponden a trabajadores sin calificación, con ocupaciones humildes y ocasionales, que viven en el hacinamiento familiar, dando espacios a la promiscuidad y a una serie de indicadores que definen la extrema pobreza. En la capital de Chile, en lugares como los descritos, vive la mayor concentración de población mapuche del país, la que debió abandonar su empobrecido terruño para buscar algún trabajo que le permitiera sobrevivir. En este lugar se instalará la familia. En estos ambientes nacen y crecen los niños de estos inmigrantes. Son ambientes pobres no solo en lo material, sino también en lo cultural, lo emocional y lo afectivo. Aquí se verifican los mayores índices de desnutrición, delincuencia, alcoholismo, drogadicción y violencia juvenil, por lo que los códigos de comportamientos violentos en estos sectores son los propicios para sobrevivir. Es decir, a diario se dan las condiciones que casi siempre terminan en conductas antisociales. Aquí está la paradoja de todas las grandes urbes: vivir en el corazón de la civilización y no poder acceder a los beneficios del desarrollo tecnológico, científico ni cultural. Vivir en la pobreza donde el valor del dinero dicta las pautas.

Entonces, el cuadro se torna aún más dramático para los jefes de familia quienes, sin trabajo, deben sobrevivir en un ambiente definitivamente hostil. Sus hijos deberán concurrir a las escuelas de estas barriadas que en ningún caso son mejores que aquellas que dejaron atrás, ni en infraestructura ni en profesionales calificados, creándose un todo dispedagógico que va en contra del elemental papel del educador. En suma, no sería extraño que en un momento los descendientes de los orgullosos longkos del pasado se encuentren abultando las estadísticas de chilenos con conductas antisociales, producto de una situación netamente ambiental de la que es difícil sustraerse. 7.2 Educación y pobreza Los factores socioeconómicos son decisivos a la hora de determinar las características que tiene el rendimiento escolar. El desarrollo del cerebro del niño está en relación directa con la estimulación ambiental, que recibirá en los primeros años de vida. Tal estimulación es la que ocurre en el hogar, en el barrio y en la escuela. A propósito de lo planteado, el notable psicólogo del siglo XX , el soviético Lev Vygotski (1995:25), célebre por sus aportes a la educación, sostiene que la cultura y las relaciones sociales, son la fuente del desarrollo que puede alcanzar la mente humana. Mientras más numerosos y variados sean los estímulos, mayores serán las posibilidades del niño de desarrollar sus potenciales de inteligencia y afectividad en las estructuras cerebrales. Estas estructuras, técnicamente también conocidas como “esquemas” (Páez et al., 1997:156) serán las encargadas de participar en el proceso de conocer y aprender. y tendrán un papel central en la memoria, las cogniciones, los afectos, la motivación y los complejos procesos de la mente. Los esquemas también tienen que ver con la capacidad de abstracción, la interpretación y el recuerdo. Y como todo esto se estructura en la etapa preescolar y escolar del niño, tanto la escuela como el hogar tienen una importancia crucial. Hoy se sabe con certeza que el niño que no es estimulado en esta edad sufrirá un retardo sociocultural que costará trabajo revertir (Bravo, 1998:173). Los niños que concurren a las escuelas pobres, sean del campo o de las poblaciones populares, son niños con retardo sociocultural; este es el caso de un alto porcentaje de niños mapuche que al inmigrar a la gran ciudad, con su familia, pasan a engrosar las cifras de pobres, palabra que tiene amplias implicancias usada en este sentido. El retardo sociocultural significa que el niño no completa su madurez. Sus estructuras cognitivas no alcanzan su potencial de desarrollo debido a la evidente menor estimulación verbal y cultural del hogar y de la escuela, entre otros aspectos. Quizás unos de los mayores aportes a la comprensión del desarrollo intelectual humano ocurrió en la primera mitad del siglo pasado. Importantes investigaciones realizadas por Luria, Vygotski y Piaget dejaron en claro que los niños no vienen al mundo con sus estructuras cognitivas desarrolladas (Woolfolk, 1999:73). Es el ambiente humano que lo rodea el responsable de estimular la formación de estas estructuras con que contará el cerebro. En el proceso educativo, el escolar organiza y perfecciona cualitativamente su estructura cerebral; con ello el individuo amplía las

capacidades para almacenar y transmitir el conocimiento que adquirió de otros seres humanos. Planteadas así las cosas, los niños que vienen del mundo mapuche, en un alto porcentaje, tienen un mal pronóstico para el trabajo escolar. El origen se aprecia en la siguiente relación: – Los ambientes pobres también lo son a la hora de ofrecer estímulos para el aprendizaje. – Muy frecuentemente los padres no alcanzaron una educación formal y trabajan en ocupaciones humildes; poco pueden hacer para ayudar a sus hijos. – La calidad de la estimulación que un padre que vive en la pobreza puede entregar a su hijo es muy limitada. – Su acceso a la escolaridad es en escuelas de muy bajo nivel, puesto que viven en el campo o en las poblaciones marginales de la gran ciudad. – Los profesores que trabajan en estas escuelas, además de mal pagados, son los peores preparados del sistema educacional. – Los recursos técnicos con que cuentan estas escuelas están a años luz de las instituciones de los barrios de nivel socioeconómico alto. – Una escuela con estas características es un lugar muy poco placentero para el niño, contribuyendo a la probabilidad de que abandone el sistema en un corto plazo. – La pobreza hogareña obliga a estos jóvenes, a muy temprana edad, a incorporarse al mundo laboral sin ninguna calificación. No es un ejercicio muy difícil verificar el círculo vicioso que se crea: niños que cuando adultos constituirán familias humildes, sin horizontes, en similares condiciones socioeconómicas. Sin embargo, y a pesar de todo, no son pocos los niños mapuche que por diversas circunstancias y gracias a su notable esfuerzo han logrado salir adelante y se han transformado en profesionales o técnicos en las diversas áreas del conocimiento. Al Estado de Chile le corresponde responder por los perjuicios cometidos a causa de su vergonzosa acción conocida como pacificación de la Araucanía , mediante lo que hemos denominado indemnización por los daños inferidos por la ocupación de sus territorios. El total financiamiento de la educación para los mapuche es una forma de ir pagando en parte esta deuda. Esto implica transformar la pobreza de la escuela en escuelas distintas, en lo posible experimentales, para que también los maestros tengan acceso a la investigación y al perfeccionamiento en su profesión. 7.3 Los problemas en el aula La escuela tradicional refleja los valores de la sociedad dominante, los que chocan con los modos de pensar, sentir y actuar del niño que viene de sectores pobres (Bourdieu y Passeron, 1995). En la escuela ocurre una imposición de sistemas, de simbolismos y significados sobre un grupo, los

que son experimentados como legítimos, estableciendo una relación de violencia simbólica. El salón de clases es donde tiene lugar gran parte del proceso educativo de nuestros niños y es el lugar donde chocan dos culturas de manera poco equitativa y que ha afectado de un modo insano al educando que proviene de grupos minoritarios y étnicos. Las condiciones que allí se generan hacen propicio las prácticas discriminatorias constituyéndose muchas veces en climas desagradables y antipedagógicos para los niños provenientes de grupos étnicos, es lo que ha ocurrido por muchos años en algunas escuelas de las regiones del Biobío, La Araucanía y de Los Ríos. La antropóloga argentina B. Carbonell (2001) visualiza el trauma que sufre el niño campesino mapuche al acceder a las escuelas de la cultura wingka , en tres dimensiones: psicológica, lingüística y cultural. Para estos efectos, nos interesa el aspecto psicológico, donde la investigadora hace referencia a que los niños deben tener que soportar el “interiorizar estereotipos de inferioridad” hacia su cultura madre, que sin duda y como mínimo causan temor e inseguridad. Ya nos hemos referido a los efectos que tales abusos pueden causar en el sí-mismo de la víctima, el que incide en su rendimiento social y lo predispone a padecer alguna dificultad psicológica. Hoy se sostiene que todos los niños del mundo tienen algún grado de dificultad para enfrentar el aprendizaje escolar. Hemos visto que estas dificultades se acentúan en niños provenientes de medios y hogares de nivel socioeconómico bajo, de modo que es fácil inferir que los niños mapuche, por sus condiciones de vida, son candidatos a tener dificultades de aprendizaje. Este problema tiene la mayor importancia, puesto que es el origen de la desmotivación y el abandono temprano de la escuela por parte de algunos niños, pasando a engrosar la masa de trabajadores no calificados, cesantes o mal pagados. También es el origen de los argumentos que ciertos sectores han tenido en consideración para urdir una campaña de discriminación y desprestigio contra el mapuche y que trasciende ciertos sectores de la sociedad chilena. Las dificultades con que el niño campesino enfrenta el trabajo escolar han servido para alentar a ciertos intelectuales que sostienen una supuesta incapacidad congénita del mapuche para enfrentar las tareas intelectuales. Es decir, el viejo y falaz argumento de la superioridad racial del blanco por sobre los pueblos aborígenes. Según algunos documentos, en el primer período los mapuche se encontraron absolutamente solos en su lucha por la defensa de sus territorios, soportando una virulenta campaña en su contra desde diversas trincheras. Posteriormente, tales campañas han servido para acentuar el prejuicio y la discriminación, las que tienen en la sala de clases un importante escenario. Tal vez sea oportuno detenerse aquí en el testimonio de un profesional mapuche que vivió el proceso:

Muchos compatriotas recordarán aquellos ingratos momentos en alguna escuela o liceo de La Araucanía donde algunos profesores practicaban sin reparos la violencia psicológica en contra de quienes, como único delito, teníamos nuestros apellidos. En esos tiempos no se hablaba de los derechos humanos y tampoco la psicología era tan importante como lo es en nuestros días. De modo que había que sacar la fuerza de Caupolicán o la astucia de Lautaro para no dejarse vencer por este enemigo que, a su vez, era el encargado de transmitirnos los valores de la sociedad occidental y cristiana. Estos curiosos profesores eran maestros para etiquetar y mofarse de nuestra sintaxis y déficit fonológico. Viví la burla por la fonética de nuestros apellidos. Para ellos éramos “los gringos” o “los alemanes” del salón, afirmación que buscaba como respuesta la risa fácil y complaciente en función del recurso de la disonancia entre nuestro fenotipo y el de las nacionalidades mencionadas. Nuestros modos y costumbres eran un chiste para estos profesionales, y obtener una buena nota era poner a prueba nuestra honradez, puesto que no creían en nuestros méritos. Ser un buen alumno no se compadecía con la etiqueta de indios, tontos, brutos, salvajes, y en muchos casos “mutros”, expresión que alude a la dificultad que tenían algunos compañeros de estructurar correctamente una oración o hablaban en segunda persona. Curiosamente, la violencia psicológica ejercida en forma sistemática en contra del estudiante mapuche no ha sido suficiente para admitir que en Chile es común la práctica del racismo. Los especialistas en el tema suelen sostener que deben configurarse otras razones técnicas, tales como que existan lugares vedados para las minorías afectadas. Sin embargo, ya no es un misterio que históricamente se nos ha impedido la posibilidad de ser protagonistas de nuestro propio destino. Sin duda eran los tiempos del “racismo biológico”, cuando algunos no sentían escrúpulos de expresar abiertamente sus concepciones racistas. Hoy día, diversos autores coinciden en que el racismo abierto o biológico se ha ido replegando en gran parte del mundo. Sin embargo, este ha sido reemplazado por un racismo moderno, más sutil pero igual de contundente (Baron y Byrne, 2005; Myers, 2003; Swim, 1997). ¿Cuánto se habrá progresado en nuestras escuelas y liceos, en este sentido? La respuesta no puede ser muy alentadora, puesto que Chile es un país muy reticente a los cambios y enfermizamente amante de lo extranjero. La afirmación no es tan ligera; basta ver los prototipos de los rostros de nuestra TV y la gran cantidad de personas con el cabello teñido de amarillo caminando por las calles, sin que por cierto sea su color natural. Las pautas dictadas desde la cultura dominante privilegian el estereotipo europeo; se admiran los fenotipos de nuestros vecinos del otro lado de los Andes y nos lamentamos por la existencia de la cordillera, que nos convierte en isla infranqueable para los cromosomas de los modelos que se admiran. Hace algunos días un amigo abogado me confidenció, algo sorprendido, que como parte de sus servicios profesionales en varias oportunidades debió preparar escritos para jóvenes mapuche que deseaban cambiar sus apellidos

originales. La justificación, dijo, era encontrar trabajo como modelos en las criollas pasarelas de la moda chilena, caja de resonancia de lo que se usa en Europa ³² . Definitivamente no es fácil sobreponerse al rechazo de la sociedad en que se debe vivir; una sociedad que precisamente se caracteriza por la intolerancia hacia todo aquello que no comulgue con los estereotipos establecidos. Planteado así, se trata de un hecho perfectamente explicable, aunque por cierto, no justificable. En relación con lo anterior es inevitable relacionar historias como esta con situaciones que se verificaron durante la Segunda Guerra Mundial, cuando las minorías judías cambiaron sus nombres y apellidos para escapar del exterminio de parte de un grupo de seres humanos que se creyó raza superior. Existen determinadas ocupaciones en las cuales la sociedad dominante tiene sus estereotipos, con fenotipos incluidos. Es cuestión de mirar las teleseries chilenas, los y las modelos en los avisos publicitarios y en las pasarelas, las recepcionistas de las grandes empresas. Y por si fuera poco, los mensajes con contenidos socialmente de menor valía suelen ser reservados para actores oscuros, como “empleadas domésticas tontas, de apellidos mapuche”. De modo que “el arte” también debe cumplir con lo establecido, generalmente en desmedro de las minorías, y en este caso, de la minoría mapuche. Tal realidad no puede ser un hecho inocente; el objetivo es reafirmar los significados sociales que han sido grabados en la educación del chileno. La aculturación del mapuche ha sido violenta y no pocas veces humillante. Ha sido un sometimiento a la norma del wingka , a su verdad, sin posibilidades de disentir. “Si algún niño mapuche protestaba o contestaba a los atropellos en la escuela, era la justificación requerida para reafirmar el carácter “violento” y “pendenciero” de la etnia”, continúa nuestro entrevistado, de lo que dieron cuenta los textos de la historia oficial y ciertos escritos de personajes de mediados del siglo pasado acerca de la psicología agresiva del mapuche. Son esos contenidos que hablan de un pueblo violento e inamistoso los que han quedado grabados en el chileno común. Alguien los enseñó así, de modo que no importa la fraternidad con que un mapuche salude: “mari mari peñi” o “mari mari lamngen” (en mapuzugun “buenos días, hermano”, saludo entre hombres, y “buenos días, hermana(o)” saludo de una mujer a un hombre, o viceversa. La cultura dominante tampoco considera los registros de los extranjeros que se adentraron en los territorios mapuche en los siglos pasados, cuyos testimonios aluden a un pueblo hospitalario, limpio y con una organización económica poderosa, donde abundaba el ganado y una agricultura autosuficiente. Hace algunos veranos, con motivo de mis vacaciones, fui a descansar a Pitrufquén ³³ . Por iniciativa de su alcaldía, la ciudad se estaba preparando para celebrar los cien años de su fundación, y en la plaza principal un artesano construía la base de sustentación de una escultura ya terminada, alusiva al magno evento. La figura rústica en cuestión era la de un hombre semidesnudo que empuñaba una lanza en una mano y con la otra sostenía

las riendas de un caballo, a cuyas ancas aparecía la figura de una mujer. Con la actitud inquisidora del turista me acerqué al artesano que compartía una charla con algunos lugareños, y a pesar de que ya estaba en antecedentes, le pregunté qué representaba su obra. Contestó que era la figura de un cacique ‘bravazo’ que vivía “pa’llá pa’entro” y que había regalado las tierras para que se fundara Pitrufquén. Como yo sabía a quién se refería le repliqué: ‘pero el señor al que usted alude jamás empuñó una lanza y se vestía con trajes de paño, zapatos, y se movilizaba en una estupenda cabalgadura con aperos de primera línea. Además, tenía a su servicio un cuerpo de konas armados que celosamente lo resguardaban’ ³⁴ . El hombre minimizó mis conocimientos y con la solidaridad de sus acompañantes me contraargumentó que la principal característica de los mapuche es ‘que son buenos pa’pelear’. Seguí conversando con él, tratando de explicarle que uno de los tantos atributos del mapuche fue su valor en la guerra contra españoles y chilenos, pero no el único. Además, le dije, a ese longko se le reconoce en la historia no solo por su inmenso poder sino, y fundamentalmente, por tener una posición política distinta para enfrentar los nuevos acontecimientos y ser un interlocutor válido en las negociaciones con el Estado chileno. Definitivamente, el artesano no creyó mi versión, o tal vez no la entendió, y poco menos replicó que yo era un ignorante. Lo importante de la historia es constatar la imagen que el chileno tiene del mapuche: violento, pendenciero y guerrero, ignorando otras características de la etnia. Además, el chileno de hoy asocia pobreza con mapuche; no reconoce que la sociedad que entró en guerra con el Estado chileno era organizada y poderosa, y que la pobreza de hoy es consecuencia de la destrucción de su economía y de la expropiación de sus suelos (Bengoa, 2002:47). A pesar de todo, en Chile hubo y siguen existiendo mapuche que han logrado salvar las vallas impuestas, transformándose en profesionales y técnicos que aportan, desde sus experiencias, al desarrollo de Chile. Su existencia es la excepción que confirma la norma, a la vez que desenmascara a un sistema que ha sido poco tolerante con lo distinto. 7.4 Una deuda por pagar La marginalidad del mapuche urbano amplía necesariamente la dimensión del problema de los pueblos aborígenes de nuestro país. De paso es un mentís a los que creyeron en el pasado que la homogeneidad urbana era la estrategia perfecta para que desapareciera el denominado “problema indígena”. Sus ya reducidos territorios dieron origen al minifundio improductivo como consecuencia natural del crecimiento de la familia campesina; entonces, no les dejó otro camino que emigrar a la gran ciudad: Santiago, Concepción o Temuco. Al parecer, lo ocurrido con la etnia mapuche se trató de una clara estrategia de exterminio de la identidad de este pueblo, urdido por los diferentes agentes del Estado. Hubo, incluso, intelectuales que hasta llegaron a decir que los mapuche debían extinguirse mediante un proceso sociohistórico natural. Ahora, los mismos de entonces, que no son otros que sectores políticos ligados al pensamiento más conservador de Chile, buscan una vez

más, con engañosos planteamientos, castrar el problema de la etnia de su dimensión moral, histórica y política, y reducirlo a un tema de mera reivindicación social. Por ejemplo, se ha hecho frecuente escuchar que el problema de los mapuche no difiere del de otros sectores afectados por la pobreza, o que no es más grave que el de otras minorías. Olvidan que se refieren a un pueblo que en los hechos es la piedra fundacional de la nacionalidad; que se trata de personas que por el año 1485, es decir, trescientos años antes de que aparecieran los chilenos, luchaban tenazmente defendiendo su suelo en contra de las pretensiones de anexión del inka Huaina Capac. Fueron los mapuche quienes expulsaron violentamente a los poderosos ejércitos inkas hacia el norte, corriéndolos hasta el río Maule. Es imposible restar valor a los documentos históricos en donde, incluso, estuvo empeñada la palabra del rey de España. El 6 de enero de 1641 se firmó lo que se conoce como el Parlamento de Quilín, un acuerdo entre mapuche y españoles donde estos últimos, después de cien años de lucha ininterrumpida, reconocían la existencia del “país mapuche” desde el río Biobío al sur. Cien años más tarde el rey Felipe IV , ratificaba lo establecido en “las paces de Quilín” y prohibía terminantemente a su ejército seguir con el intento de fundar nuevos pueblos en territorio mapuche. A esas alturas el país europeo tenía plena conciencia del alto costo que en recursos y vidas humanas estaba teniendo la guerra contra los altivos mapuche, que para ese momento les había significado la pérdida de unas cincuenta mil vidas humanas. La cifra es exorbitante si se compara con las pérdidas que los hispanos tuvieron en la conquista de toda América (con excepción de la lucha sostenida con los mapuche, no superaron las cuatrocientas vidas humanas). Con relación al Parlamento de Quilín, el historiador don José Campos Menchaca (1972:112) aclara: Se comprometieron los españoles a reconocer prácticamente la independencia del territorio araucano, al sur del Bío Bío, menos la zona del fuerte de Arauco, que era tenida ya por tierra de “ wingkas ”; se comprometieron los mapuche a devolver los cautivos, recibir los misioneros y aliarse con los españoles en contra de los corsarios ingleses y holandeses. Trescientos años antes de que existiera Chile, los propios registros de la historia certifican que los mapuche paseaban por Europa su identidad y orgullo de pueblo que jamás claudicó frente al conquistador. Su prestigio en los campos de batalla, como amantes de su libertad y defensores acérrimos de su suelo y su nación, estaba claro para los europeos. El mismo Pedro de Valdivia, cruel militar español, pero no por ello indiferente a esta realidad, empleaba con frecuencia la denominación de “Estado de Arauco” para referirse a los territorios mapuche. Visto así, cómo negar la deuda moral e histórica con este pueblo, que supo defender el suelo que en definitivamente conformó gran parte de lo que hoy se llama Chile. El Estado de Chile, por su parte, tampoco cumplió con el compromiso de respetar la tenencia de los territorios de dominio exclusivo de los primeros, tal como fue acordado después de la guerra.

En este contexto, las acciones del Gobierno a través de la Conadi, respecto de la entrega de tierras a las comunidades autóctonas, no es un regalo. Más aún, y como ya se dijo, es solo una parte del problema; porque entre las consecuencias globales no se puede omitir la situación del mapuche urbano. Es cierto que la lucha por la tierra es fundamental, en el entendido de que se trata de devolverles lo que siempre les perteneció: el espacio necesario para recrear y preservar su cultura y tradiciones. Pero también, hoy día se sabe que más de la mitad de la población mapuche vive en la gran ciudad, y que un crecido número vive en precarias condiciones sociales en las poblaciones marginales de Santiago, la capital de Chile. Reparar los daños y perjuicios ocasionados por el Estado, pasa necesariamente por incluir a todos los descendientes de la etnia, concentrando el esfuerzo en los lugares de extrema pobreza mediante leyes que garanticen el reconocimiento de la existencia de la etnia. Ello porque es la estirpe mapuche la que ha sido víctima de las consecuencias del racismo abierto o encubierto, además, porque la situación a la que ha sido expuesta cada integrante de este pueblo, vulnera abiertamente los derechos individuales propugnado por las Naciones Unidas. Pasa también por pedir perdón por los atropellos del pasado y del presente, donde el Estado no es inocente, e inaugurar una nueva forma de relación, en la que prime el respeto por su historia y su cultura. La indemnización debe incluir a todos los mapuche, porque a pesar de que algunos excepcionalmente han superado la adversidad, y hoy pueden mostrar un nivel socioeconómico y cultural adecuado al derecho que tiene cualquier ser humano, también han sido perjudicados en el logro de su pleno desarrollo. Incluirlos a todos, además, es una señal clara de que en verdad se reconoce la magnitud del daño infringido a cada uno de los descendientes de este pueblo. Es la expresión de saldar una deuda histórica, que beneficia a los chilenos en su encuentro con su verdadera historia. La reparación supone indemnización, al igual como ha ocurrido en otras latitudes de la civilización humana, como en Europa, concretamente con el caso del holocausto judío. Allí, tal como con esta etnia, no solo se atentó contra la vida de un grupo humano, sino que también este fue despojado de sus pertenencias, humillado y denostado, causando daños psicológicos y sociales irreparables que esas sociedades no desconocen. En el caso de los mapuche se ha infringido un daño psicológico y moral que por cierto afecta el aparato psíquico de las personas víctimas. El daño psicológico se produce como consecuencia natural del actuar de una sociedad con una cultura que discrimina y no tolera lo diferente. De una sociedad que proclama no ser racista pero que en los hechos mantiene un doble estándar con la etnia, hecho que se transforma en un comportamiento habitual y por tanto “normal”. El daño moral y psicológico se instrumentaliza en la actuación de algunas instituciones, como la justicia, la educación. Las consecuencias de asistir a escuelas e instituciones educacionales donde se imparten algunos contenidos atentatorios al desarrollo ontogenético del individuo no es un hecho sin importancia. Es probable que ello explique la especie de quiebre

con la nacionalidad chilena que siempre ha estado presente en el discurso mapuche. Para los Tribunales de Justicia de Chile las muertes de jóvenes estudiantes mapuche en las protestas de los comuneros no tienen mayor importancia. Muchos se preguntan y que pasaría si esas víctimas fatales fueran hijos de las familias “importantes” de este país. A partir de esta perspectiva de análisis, quizás sea un eufemismo calificar de discriminación lo que Chile ha hecho en estos doscientos años con su principal pueblo originario. La expresión “discriminación” no da cuenta de lo que realmente ha ocurrido, a escala humana, con miles y miles de mapuche que seguramente murieron con una gran interrogante respecto de la justicia del wingka . Cualquier forma de análisis, por etnocentrista que sea –en el sentido de que no participen mapuche–, debiera considerar la dimensión individual y psicológica del perjuicio ocasionado a la etnia desde su temprana niñez, pasando por todos los estadios de desarrollo del individuo. Este es un tema a reflexionar si lo que se quiere es trabajar con entusiasmo para buscar las mejores acciones de reparación que aminoren en parte el daño causado a esta minoría despojada de todo. En otro ámbito, también le corresponde al Estado restituir la valía social del ser mapuche, reconociendo sus derechos, tradiciones y cultura dentro de la diversidad y la realidad poliétnica de la nacionalidad chilena. La experiencia internacional señala que la incorporación directa de las víctimas a la gestión y gobierno de sus territorios es la forma más eficaz para revertir las conductas racistas de la sociedad mayor. Como se ha planteado, no se trata de configurar museos o de folclorizar las reivindicaciones de la etnia, para así convertirla en un producto turístico para la exportación. Liderar, mediante un esfuerzo educativo, la modificación de significados sociales ofensivos, prejuiciosos y ajenos a la verdad histórica, puesto que la sola mención de algunos de ellos gatilla sentimientos que predisponen las conductas de las personas. Es tarea de toda la sociedad en su conjunto crear espacios donde prime el respeto por las opiniones de los demás. Al Estado, crear las condiciones para un etnodesarrollo del mundo mapuche, dar espacio a una sociedad culturalmente diferenciada que sea capaz de autogestionar su propio autodesarrollo. Una política oficial, exenta de clientelismo en la que no se vedara la participación de los mapuche más talentosos en la gestión y dirección de sus propios asuntos. Sería interesante o al menos novedoso para gran parte de la comunidad nacional escuchar las opiniones de un médico mapuche referirse a los problemas de salud, o a un ingeniero referirse a su ámbito de competencia, o a un profesor etnocultural explicando la importancia de su actividad. Hablando en lenguaje de libre mercado, ¿será que el rostro de un experto mapuche no vende? Habría que comprobarlo, al menos. Y, por qué no, preguntarse también si para algunos esta participación podría resultar peligrosa, en el entendido de que estaría alimentando la corriente de opinión, cada día mayoritaria, a favor de restituir a esta etnia el derecho a su autodeterminación.

La incorporación del mapuche urbano y profesional a participar en el análisis de la realidad nacional no solo es un acto que debiera ser natural, o de justicia, sino además es una muestra de integración, apertura y tolerancia por parte de la cultura dominante. Contribuirá a mejorar la autoestima de niños y jóvenes mapuche, alimentando en sus mentes una predisposición más constructiva, sana y de superación, en lugar de la aversión y natural desconfianza hacia el chileno. Es hora de que la sociedad chilena se disponga a construir un nuevo tipo de relación; de respeto, comprensión y amor por todos los habitantes de este suelo. Solo ello contribuirá al encuentro entre todos y la solución a los problemas de muchos. Se trata de darnos cuenta del elemental derecho humano de respetar al otro como “legítimo otro” en la relación (Maturana, 1997:45). Este cambio conlleva en sí un tratamiento psicosocial profundo, pues apunta a transformar lo que se ha dado regularmente desde la fundación del Estado de Chile. Implica cambiar los viejos paradigmas de la superioridad racial y reconocer a los grupos minoritarios como legítimos “otros”, en una relación de país que respeta la diversidad como fuente fundamental para una sociedad más sana y más justa. Hablamos de un desafío inmenso, una suerte de “revolución cultural” que no ocurre por decreto, pero sí como un proceso de aprendizaje que debe ser liderado y monitoreado por el Estado en su papel de representante de todos los chilenos, apoyado por el mundo político en su conjunto. Es necesario crear las condiciones para elaborar leyes que castiguen la discriminación de cualquier índole. Hay quienes hablan de medidas de discriminación “positiva”, como una forma de remediar un daño. Sin embargo, no es difícil suponer el modo en que afectará la psiquis y la autoestima del mapuche este tipo de medidas paternalistas. La discriminación positiva tiene una connotación de favor, de mendicidad, de justificar la intolerancia y la soberbia del pasado, y de los que se creen dueños de la verdad. Es, de cierta manera, aceptar el modo de razonar de precisamente quienes descalifican al otro porque no se viste ni se expresa como ellos, porque no comparte sus mismos valores, o porque practica rituales distintos. Por ello, la idea de discriminación positiva es discutible, pues de lo que se trata es que las acciones que se tomen impacten realmente sobre el problema. Repercutan, por ejemplo, sobre la autoestima de los miembros de la etnia y del pueblo chileno. Indemnizar a la etnia por daños y perjuicios, la no complacencia frente a la usura de algunos, forma parte integral de este nuevo trato. La etnia mapuche existe, y sus integrantes siguen contribuyendo en las más diversas tareas al desarrollo del país, gracias, sobre todo, a su esfuerzo, al orgullo de sus orígenes y de su historia plagada de hechos heroicos y dolorosos, que hablan de un pueblo honrado y valeroso que por siglos defendió su suelo y su libertad. Epílogo abierto

El pueblo mapuche ha soportado en los últimos doscientos años el avasallador proceso de aculturación en la cultura del wingka , sin embargo, a pesar de ello, su cultura, en un alto porcentaje aún subsiste, existiendo un notable interés por parte de organizaciones mapuche, en el campo y la ciudad, en rescatar y practicar rituales ancestrales en sus reducidos espacios. Se observa, en estos lugares, un sólido interés por parte de los mapuche jóvenes en practicar su lengua, el mapuzugun , para evitar el olvido, antesala de la pérdida definitiva de su identidad y cultura. Este hecho es un serio mentís para los teóricos wingka del pasado que vaticinaban que los mapuche terminarían tarde o temprano olvidando su cultura y asimilándose a la del blanco. Y también es un ejemplo de resistencia ante los intentos homogeneizadores de la monocultura que globalmente busca imponerse. La discriminación de la cual es víctima el pueblo mapuche –tema que ha inspirado el presente ensayo– es el reflejo de la inequidad de la sociedad chilena en la que la riqueza y, por tanto, el poder se concentran en una minoría. Discriminar para los grupos dueños de los privilegios es el modo de justificar sus ventajas mal habidas. Racionalizar la injusticia ha sido el camino regular que han tomado los grupos dominantes en contra de los grupos a los que han perjudicado a través de la historia de la humanidad. El atropello y la crueldad traída a América por el conquistador europeo contra el aborigen tuvo en la lucha entre españoles y mapuche su máxima expresión de crueldad. Las tropas españolas cometieron abusos y torturas de las más atroces de las que tiene memoria la humanidad en contra del pueblo y los guerreros mapuche. Sin embargo, no lograron doblegarlos y en sucesivas paces reconocieron la existencia de la Nación y Estado mapuche que se extendía desde el río Biobío al sur. El Estado mapuche existía a la llegada de los chilenos, la cruenta guerra librada en el pasado entre este pueblo y el conquistador español había concluido. Los europeos jamás pudieron doblegar la voluntad del mapuche de vivir libres en sus suelos. A la Corona española no le quedó más que reconocer el espíritu independentista y libertario de los mapuche y los reconocieron como Estado soberano e independiente en el Parlamento de Quilín (1641) y el Parlamento de Negrete (1803). En estos documentos, el rey español reconocía los territorios del pueblo mapuche desde el río Biobío al sur. En el primer cuarto de siglo (1800), don Bernardo O’Higgins Riquelme, héroe nacional y padre de la Patria chilena, como Director Supremo de la Nación firmó un decreto mediante el cual garantizó a los mapuche la propiedad perpetua de sus suelos, reconociéndolos como legítimos dueños de sus territorios ancestrales donde habían vivido desde tiempos pretéritos. En 1866, cuando la nación mapuche se había recuperado de la maloca del español y vivía con tranquilidad en un notable florecimiento de su economía, las elites de poder de Santiago obtuvieron de modo unilateral del Congreso Nacional de Chile una ley mediante la cual deciden ocupar militarmente el Estado mapuche, confiscar y rematar o repartir sus suelos y su inmensa masa ganadera y riquezas, entre chilenos y colonos, previa acción genocida cruel y brutal, solo comparable con la de sus ancestros españoles. Sin duda

que aquí se olvidaron del famoso Estado de derecho, expresión siempre presente en la boca de los políticos de hoy a pesar de que O’Higgins y Carrera habían reconocido a los mapuche como ciudadanos en un lugar de privilegio en la fundación de Chile. Lo anteriormente expuesto constituye las bases y fundamento de la deuda histórica que el Estado de Chile tiene con todos los mapuche de este país. Al respecto, la Organización de las Naciones Unidas, de la cual Chile forma parte, reconoce como cierta y verdadera la demanda por los derechos de los pueblos que han sido anexados en contra de su voluntad. Aquí se ha ocupado y, por tanto, se ha usurpado un territorio con el correspondiente perjuicio de sus habitantes, situación que está en discrepancia con las políticas del derecho internacional y, por cierto, con los derechos humanos. Los mapuche y el proceso que los convirtió en indios , título de este trabajo, busca denunciar ante la sociedad chilena y el mundo, el entramado de una verdadera ideología del prejuicio y discriminación hacia el mapuche que inventaron las elites de poder de Chile para justificar sus conductas. Con este deplorable propósito han participado consciente o inconscientemente intelectuales chilenos que, por medio de sus escritos, mucho de ellos mentirosos, han logrado racionalizar una ideología que en sus bases prejuiciosas y discriminatorias es racista. La expresión “indio” utilizada para motejar al mapuche en los escritos del wingka , aparte de ser equivocada, es el principal producto social inventado por los nuevos dueños de los territorios mapuche, el que les ha servido para expresar su desprecio a la cultura del aborigen. La expresión “indio” se ha convertido en un verdadero símbolo instrumental de la ideología de la discriminación. Se constituyen así las bases cognitivas de lo que hemos llamado el abuso psicológico hacia las culturas distintas. De esta manera se ha ido creando un estereotipo ofensivo y racista en contra de lo aborigen y su cultura, situación que afecta o distorsiona los procesos de cognición social, por lo que el problema adquiere una dimensión que involucra a toda la sociedad chilena, puesto que esta ha sido formada en esta ideología. Por ello, las soluciones que se adopten tienen en la educación un elemento clave, puesto que para superar este estereotipo necesariamente se deben afectar los contenidos de los procesos regulares de educación de las nuevas generaciones del país. Ha sido normal en la instauración de la ideología de la discriminación racista del wingka , la desconfirmación social del intelectual mapuche, de modo que este no tienen derecho a entregar sus puntos de vista, e incluso, no está validado para referirse a su propia cultura, puesto que para ello existe el “especialista” wingka que tradicionalmente se ha cobijado en los últimos doscientos años en instituciones de educación superior. Propiciamos políticas de etnodesarrollo carente de paternalismos y clientelismo que aseguren la creación de instancias de inclusión y participación de cuadros mapuche en la creación y gestión de nuevas políticas de desarrollo para este pueblo. Desarrollo que debe privilegiar el rescate de su cultura en armonía con el resto del país. Por supuesto que tenemos clara conciencia de la dificultad de la tarea, no es fácil cambiar la mirada de político, gobierno y dirigentes sociales diversos formados en la ideología del prejuicio a los grupos originarios. Invitamos a reflexionar a la

sociedad mayor para comprender que en la actual institucionalidad chilena es difícil y quizá imposible respetar los derechos de todos los actores sociales, entre ellos los mapuche. Los inicios del siglo XXI , con un evidente desarrollo de la sociedad humana a nivel mundial, es el momento de pensar en volver a fundar la institucionalidad de este país, para incluir a los mapuche y demás grupos sociales, frecuentemente atropellados en sus derechos. Los mapuche deberían ser una identidad dentro Chile, con el respeto y la responsabilidad que esto implica por ambas partes. Solo así se entiende asumir en conjunto las responsabilidades de la gestión política y administrativa del Mapuchemapu, territorio donde siempre ha vivido este pueblo. Bibliografía ABAD CAJA, J. (1987). Diccionario de las ciencias de la educación . Madrid: Santillana. ALFONSO, L. y otros (1988). Educación, participación e identidad cultural . Centro para el Estudio de la Educación en Países en Desarrollo ( CESO ), La Haya. *ALLPORT, G . (1970). La naturaleza del prejuicio. Buenos Aires. Eudeba. ALONQUEO, M . (1985). Mapuche ayer-hoy . Santiago de Chile: Editorial San Francisco Padre Las Casas. BACIGALUPO, A . (2001). La voz del kultrún en la modernidad . Santiago:Ediciones Universidad Católica de Chile. BANDURA, A . y WALTERS R . (1990). Aprendizaje social y desarrollo de la personalidad ., S. A, Madrid: Alianza Editorial. BARON, R . y BYRNE, D. (1998). Psicología social . Madrid : Editorial Prentice-Hall. BARROS ARANA, D. (1884). Historia de Chile . Santiago de Chile: Edit. Rafael Jover. BATESON, G. (1994). Fundamentos de la terapia familiar,de Lynn Hoffman . México: Fondo de Cultura Económica. BAZLEY, B. (1994). Somos anglicanos .. Santiago de Chile: Editorial de la Iglesia Anglicana. BECK A. (2003). Prisioneros del odio . Barcelona: Paidós. BECK, A., FREEMAN A . y otros (1995). Terapia cognitiva de los trastornos de personalidad . Barcelona: Paidós. BEISSINGER, F. y otros (2000). Pitrufquén: entre la historia y la memoria . Ilustre Municipalidad de Pitrufquén. Temuco. BENGOA, J . (2000). Historia del pueblo mapuche, siglos XlX y XX . 6ª edición. Santiago de Chile: Lom Ediciones.

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9 Fenotipo: se refiere a un conjunto de caracteres externos de un organismo que se manifiestan como resultado de la interacción entre el genotipo, su dotación genética, y el ambiente que lo rodea. 10 Esta cifra ha sido modificada respecto de la dada en la primera edición, para incorporar recientes antecedentes hallados en la región austral de Chile por el Dr. Tom Dillehay con la ayuda de isótopos de carbono 14. 11 Esta afirmación hecha en la primera edición de este trabajo ha sido corroborada por una encuesta de Unicef realizada a estudiantes de Santiago de Chile, publicada en El Mercurio el 24 de noviembre del 2004. 12 Progoff se refiere a este importante concepto de la psicología jungiana: “Una de las expresiones capitales de Jung, ‘el inconsciente colectivo’, ha conducido a múltiples malos entendidos. Debido a la palabra ‘colectivo’, se le ha interpretado frecuentemente en su sentido literal, es decir, como una especie de ‘mente colectiva’. Pero esto dista, por cierto, del significado original de Jung. La importancia de la palabra ‘colectivo’ reside en su contraste con la palabra ‘personal’, y si Jung la utiliza, se debe tan sólo a su intención de expresar la idea de que el ser humano contiene elementos psíquicos cuya realidad es anterior al hecho de la individualidad”. 13 “Leyes indígenas durante el presente siglo”, en El Metropolitano. 21 de noviembre 1999, p. 7. (Se presenta solo una parte de esta publicación). 14 En “Etnogénesis mapuche: resistencia y reestructuración entre los indígenas del centro-sur de Chile (siglos XVI-XVIII)”.  Http://muse.jhu.edu 15 Boqui: vegetal que crece en forma de una delgada pero a la vez firme enredadera en la selva de los territorios mapuche y que lo utilizaban en la fábrica de lazos y otros artefactos. 16 Iris Marión Young, catedrática de Ciencias Políticas de la Universidad de Chicago, promotora de la idea de la Ciudadanía diferenciada para conseguir una igualdad real y no solo formal entre todos los integrantes de una sociedad. Criticó fuertemente la idea de homogenización social. 17 En Pedro de Valdivia, “Cartas”, (MCMLV). Carta enviada al emperador Carlos V, fechada en Concepción, el 15 de octubre de 1550. 18 El sentido de la expresión está empleado como neurosis de carácter. “La expresión se utiliza a menudo en forma poco rigurosa para designar todo cuadro neurótico que, en un primer examen, no revela síntomas, sino únicamente formas de comportamiento que implican dificultades repetidas o constantes en la relación con el ambiente”. En Jean Laplanche, JeanBertrand Pontalis, Diccionario de psicoanálisis”, p. 244. 19 En el año 1957, Festinger publicó Disonancia cognitiva. “Concretamente, la teoría sostiene que las personas intentan eliminar la incoherencia entre diferentes actitudes que mantienen, o entre sus actitudes y su comportamiento” (en Baron y Byrne (1998:15)

John C. Turner, en Psicología social, refiriéndose al concepto dice: “La teoría se aplicó a toda una gama de asuntos y generó una serie de predicciones contraintuitivas. La investigación sobre la teoría despegó en los primeros años sesenta y, en unión con teorías relacionadas de consistencia cognitiva, generó un nuevo interés en los procesos cognitivos que subyacen a la conducta social” (en Morales et al. ,1997:19). 20 “Self es el centro del universo social de cada persona… por consiguiente influye en cómo procesamos la información del mundo social que nos rodea, con la información de nosotros mismos (como nuestra motivación, estados emocionales, autoevaluaciones y habilidades” (en Baron y Byrne 1997:179). 21 Una placa en la Avenida Bilbao, la calle principal de Pitrufquén, donada por el Club de Leones de la ciudad a mediados del siglo pasado, hace el siguiente reconocimiento al cacique Ambrosio Paillalef: “Pitrufquén y la faceta distinta. Fundación de Pitrufquén, creada por el cacique A. Paillalef con 291 habitantes indígenas en 1836. Llegada de los primeros colonos en 1874. Planificada por el ingeniero Lisperguer en 1896. Reconocida como ciudad en 1897”. 22 Gunckel, H., en ElAustral de Temuco. En las ediciones Nº11.821, Nº11.822, Nº11.823, Nº11.824, Nº11.825, Nº11.826, Nº11.827, Nº11.828, Nº11.829, Nº11.830, Nº11.831 del mes de diciembre de 1948. 23 Es Jorge Teillier quien hace referencia a estos visitantes en “La Araucanía y los mapuches según tres viajeros extranjeros del siglo pasado”. (1965).Tomado de Boletín de la Universidad de Chile N° 58, págs. 4-12. 24 Se usa esta expresión para referirnos al trastorno paranoide de la personalidad. “Síntomas dependientes de la cultura, la edad y el sexo. Algunos comportamientos que están influidos por los contextos socioculturales o por determinadas circunstancias de la vida pueden ser calificados equivocadamente como paranoides, e incluso pueden ser reforzados por el proceso de evaluación clínica. Los miembros de los grupos minoritarios, los inmigrantes, los refugiados políticos y económicos, o los sujetos con diferentes antecedentes étnicos, pueden mostrar comportamientos recelosos o defensivos debido al desconocimiento (por ejemplo, por las barreras lingüísticas o la ignorancia de las normas o las leyes) o la percepción de desprecio o de indiferencia por parte de la sociedad mayoritaria. A su vez, estos comportamientos pueden generar ira y frustración en las personas que tratan con ellos, creándose así un círculo vicioso de desconfianza mutua, que no se debe confundir con los trastornos paranoides de la personalidad. Algunos grupos étnicos presentan también comportamientos relacionados con su cultura que pueden mal interpretarse como paranoides”. Tomado de Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. DSM IV, p. 652. 25 Canción lamento llamada “Huinca’onal” del autor Álvaro Marfán, y cuya data es de la época en que el ejército chileno de ocupación levantó el fuerte Toltén en la línea del río del mismo nombre. En este caso es evidente que el término “huinca” estaba siendo usado para nombrar al chileno.

26 Estos rasgos asombran, entre otros, al miembro académico de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile y Premio Nacional de Ciencias, Alejandro Lipschutz, a los cuales hace referencia en su monografía: “Los araucanos en la evolución de la nación chilena: presente y futuro de un pueblo”. Boletín de la Universidad de Chile, N° 106, 1970. 27 En La Araucana, canto primero, verso 7. 28 El Mercurio 11/01/2005. 29 “Conforman” se relaciona con el concepto de conformidad definida como: “cambio en el comportamiento o de las opiniones de una persona, que resulta de una presión real o imaginaria proveniente de una persona o un grupo de personas” (Paicheler y Moscovici, 1985: 177). 30 Cepal (1995). El etnodesarrollo de cara al siglo veintiuno. 31 Coordinación de Organizaciones Mapuche de Neuquén.  www.xs4all.nl 32 Ídem. Esto se condice con las informaciones aparecidas en prensa y televisión, en el último tiempo, que hablan de una cantidad importante de mapuches que solicitan este trámite en el Registro Civil. 33 Es muy probable que el nombre Pitrufquén sea una chilenización, porque de acuerdo con la tradición oral el nombre correcto es “Pu-trufquén”, cuya traducción es “pu”, (vocablo mapuche para pluralizar) y “trufquén”, “cenizas” (Catrileo, 2005. Este nombre alude a la composición de un tipo de suelos de origen volcánico. Incluso en la técnica de seriación de suelos los expertos reconocen el “trumao pitrufquén”. La ciudad fue inicialmente fundada por don Ambrosio Paillalef en 1836, cuando donó los terrenos para que se instalara el primer asentamiento humano. En 1860 era uno de los centros de encuentro comercial más importantes de la región mapuche y contaba con unos 400 habitantes. En 1897el Supremo Gobierno le dio el título de ciudad. 34 El   longko   en cuyo honor se erigía el monumento es don Ambrosio Paillalef. Los antecedentes de este jefe mapuche, manejados por el protagonista de esta experiencia están registrados en distintas publicaciones, algunas de las cuales han sido citadas en este trabajo. Treutler entrega importantes antecedentes acerca de la historia de Pitrufquén y el linaje de los Paillalef.