Los Fundamentos Metafisicos De La Ciencia Moderna

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EDWIN ARTHIIR BURTT

LOS FUNDAMENTOS METAFÍSICOS DE LA CIENCIA MODERNA

EDWIN ARTHUR BURTT

LOS FUNDAMENTOS METAFÍSICOS DE LA CIENCIA MODERNA Ensayo histórico y etílico Traducción de R oberto R9J6

ED ITO RIA L SUDAMERICANA BU EN O S A IRES

IMPRESO EN LA ARGENTINA Queda hecho el depósito que pre­ viene la ley. © 1960, Editorial Sudamericana Sociedad Anónima, calle Alsina 500, Buenos Aires.

T ítulo del original en inglés: “T he metaphysical foundations of modern physical Science ”

PREFACIO El primer capítulo de esta obra indica con suficiente cla­ ridad el alcance del problema planteado en ella. Baste agre­ gar axiuí que mi atención se sintió atraída por la profunda importancia de este problema al asumir ¡a responsabilidad de un curso superior de Historia de la filosofía inglesa en la Universidad de Columbio. Un estudio intenso de los pen­ sadores británicos clásicos me enseñó hace mucho que no era posible apreciar los motivos subyacentes de su obra hasta haber dominado la filosofía de aquel inglés cuya autoridad e influencia en la Edad moderna rivaliza con la de Aristó­ teles en la Baja Edad media: Sir Isaac Newton. Deseo expresar mi especial deuda de gratitud para con el decano F. J. E. Woodbridge, del Departamento de Filo­ sofía de la Universidad de Columbio, por el estímulo de sus enseñanzas y su interés crítico en la filosofía de Newton; al profesor Morris R. Cohén, del Colegio de la ciudad de Nue­ va York, que es una autoridad en la materia; al doctor J. H. Randall, hijo, cuyas amplias investigaciones en el mismo campo de estudios han hecho que sus críticas sean suma­ mente útiles; y, finalmente, a mi esposa, sin cuya fiel com­ pañía y colaboración hubiera sido imposible cumplir la tarea. Dos palabras sobre las citas que aparecen en los capítu­ los siguientes: como en gran parte he trabajado con fuentes no traducidas, debo aceptar la responsabilidad por las tra­ ducciones de Copémico (salvo por la Carta al papa Pablo III, para la que he usado la traducción de Miss Dorothy Stimson en su Gradual Acceptance of the Copemican Theory of

PREFACIO

the Univcrse [La paulatina aceptación ¿le la teoría copemicana ¿leí universo] ); KépHer; Galileo (salvo sus Diálogos so­ bre los dos máximos sistemas del universo y los Diálogos y demostraciones matemáticas sobre las dos nuevas ciencias, para los cuales he utilizado las traducciones anotadas); Des­ cartes, en lo que respecta a todas las citas tomadas de la edición ¿le sus obras al cuidado ¿le Cousin; el Enchiridion metaphysicum de More; Barrote y Newton, en lo que se re­ fiere a las citas tomadas de la edición de sus obras cuidadas por Horsley, tomo IV, págs. 314-320. El resto de las citas proceden de traducciones existentes. Deseo expresar mi cordial agradecimiento a mi amigo y colega, el profesor T. V. Smith, de la Universidad de Chica­ go, que ha compartido conmigo el trabajo de revisar las pruebas. E. A. B. Universidad de Chicago.

PREFACIO A LA EDICIÓN INGLESA REVISADA ¡Ojalá tuviera yo competencia para volver a escribir este volumen con clara comprensión de todo lo que ha ocurrido en el mundo de la ciencia desde los dios de Newton, y es­ pecialmente a la luz de las transformaciones de la física con­ temporánea! En lugar de hacerlo creo que el mejor plan consiste en dejar el cuerjm de la obra tal como estaba, ad­ mitiendo tan sólo unos pequeños cambios. Ninguna de las investigaciones históricas de estos últimos años, que yo co­ nozca, parecen requerir cambios esenciales en el panorama que aquí se presenta, y hasta donde éste alcanza. Sin embargo, el último capítulo ha sido escrito de nuevo casi en toda su extensión. Su énfasis original ya no está muy de acuerdo con mis actuales preferencias filosóficas, y no con­ seguía poner de manifiesto las lecciones derivadas del es­ tudio histórico de manera que se obtuviesen sugerencias oportunas para la especulación contemporánea. E. A. B. Universidad de Stanford, California.

C a p ít u l o

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INTRODUCCIÓN A. EL PROBLEMA HISTÓRICO SUGERIDO POR LA NATURALEZA DEL PENSAMIENTO MODERNO

Iji muñera como nosotros los modernos pensamos acerca de nuestro mundo es, en reulldud, bastante curiosa. Y no sólo curiosa, sino también original. La cosmología que sub­ yace en nuestros procesos mentales tiene tan sólo trescien­ tos años de edad; es, pues, una mera criatura en la his­ toria del pensamiento. Sin embargo, nos adherimos a ella con el mismo turbado fervor con que un papá joven mima a su recién nacido. Como él, ignoramos cuál sea su natura­ leza precisa; como él, empero, aceptamos piadosamente que es nuestra y le dejamos ganar un dominio que penetra sutil­ mente y sin oposición en todo nuestro pensamiento. La visión del mundo de cualquier época puede descubrir­ se de varios modos, pero uno de los mejores es observar los problemas que se repiten en sus filósofos. Los filósofos nunca consiguen salir completamente de las ideas de su tiempo y, de este modo, mirarlas objetivamente. En realidad sería mucho esperar. Tampoco las doncellas que se cortan el pelo y dejan más en descubierto la bifurcación de la nuca se ven con los ojos de una madura matrona puritana. Pero en cambio los filósofos logran divisar algunos de los problemas impli­ cados en las nociones metafísicas de su tiempo, y sacan inocuo placer especulando en tomo a ellas de manera más o menos vana. Pongamos a prueba la moderna visión del

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mundo de esta manera. Preguntemos cuáles son los proble­ mas cuyo correcto planteamiento —se ha supuesto general­ mente— constituyen la ocupación fundamental de los pen­ sadores metafísicos. Pues bien, el problema más notable en este sentido es el llamado problema del conocimiento. La corriente principal de la investigación especulativa desde Descartes en adelante ha estado imbuida por la convicción de que el estudio de la naturaleza y posibilidad del cono­ cimiento forma una etapa preliminar y necesaria para abor­ dar con éxito otros problemas últimos. Preguntemos ahora cómo llegó a ocurrir todo esto, qué supuestos se aceptaban cuando el mundo se sumía en estas profundas reflexiones epistemológicas, cómo es que estos supuestos penetraron en el pensar humano. Plantear estas cuestiones en un momen­ to en que todo el mundo cree lozanamente que la filosofía debe ocuparse de esto, es, naturalmente, fútil e inoportuno; pero ahora que algunos filósofos contemporáneos han te­ nido la osadía de descartar la epistemología como si se tra­ tase del estudio de enigmas irreales, es sazón de sugerirlas. ¿El problema del conocimiento conduce el pensamiento en direcciones equivocadas e invalida sus conclusiones con sus falsas premisas? ¿Cuáles son estas premisas, cómo se rela­ cionan con los otros rasgos esenciales del pensamiento mo­ derno, y qué era, en el fondo, lo que inducía a pensar de este modo al mundo moderno? No por accidente la episte­ mología ocupa el puesto central en la filosofía moderna. Es el corolario natural de algo más significativo y penetrante, una concepción del hombre mismo, y especialmente de su relación con el mundo que lo rodea. El conocimiento no era problema para la filosofía dominante en la Edad media. Ex­ plícitamente se daba por supuesto que el mundo que el espíritu humano trata de comprender es inteligible. El hecho de que luego se considerase al conocimiento como un pro­ blema implica que se habían aceptado ciertas creencias dife­ rentes sobre la naturaleza del hombre y sobre las cosas que

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el hombre trata de comprender. ¿Cuáles son estas creencias y cómo aparecieron y se desarrollaron en los tiempos mo­ dernos? ¿De qué modo impulsaron a los pensadores hacia los característicos esfuerzos metafísicos que llenan los libros de la filosofía moderna? Los pensadores contemporáneos que vituperan la epistemología, ¿han objetivado realmente ante sus ojos la totalidad de este proceso? En una palabra, ¿por qué la corriente fundamental del pensamiento moderno es lo que es? Como se habla de una manera tan general de ‘la comen­ to fiimlaiucutal de) pensamiento moderno”, quizá debamos intercalar breves palabras para mostrar que no caemos cie­ gamente en cierto y claro peligro. Pudiera ser muy bien que las ideas verdaderamente constructivas de la filosofía moder­ na no fuesen en modo alguno las ideas cosmológicas, sino conceptos éticosociules como los de “progreso”, “control”, y similares. Tendríamos así una clave muy atractiva para la interpretación del pensamiento moderno que le daría un perfil muy diferente del que toma cuando rastreamos sus nociones metafísicas. Pero en este trabajo no nos concierne ese aspecto del pensamiento moderno. Un postrer análisis muestra que la posesión más fundamental de una época es la imagen última que se ha formado con respecto a la na­ turaleza de su mundo. Es el elemento básico que domina todo pensamiento. No tardaremos en ver que el espíritu moderno tiene claramente esta imagen, tan claramente como cualquier época anterior que deseáramos escoger. Pregunte­ mos ahora cuáles son los elementos esenciales de esta ima­ gen y cómo se insertaron en ella. Sin duda no es misterio por qué, entre todos los estudios genéticos que hoy se emprenden con tanta confianza, no se haya hecho objeto de una investigación realmente crítica y desinteresada la naturaleza precisa y los supuestos del pen­ samiento científico moderno. La verdad de este aserto no reposa sólo en el hecho, importante de suyo, de que todos

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nosotros tendemos a caer atrapados por el punto de vista de nuestra época y a aceptar sin cuestión sus principales presuposiciones. Se debe también a la asociación que se realiza en nuestros espíritus entre el principio de autoridad y la dominante filosofía medieval de la que el pensamiento moderno se apartó en airosa rebelión. Los pensadores mo­ dernos han condenado tan vigorosa y unánimemente la ma­ nera como la autoridad exterior imponía amplias proposi­ ciones en los espíritus inocentes, que se ha aceptado con bas­ tante facilidad que las proposiciones mismas eran totalmente insostenibles, y que los supuestos esenciales subyacentes en el nuevo principio de libertad, la manera como se buscó con éxito el conocimiento mediante su ayuda, y las implicacio­ nes más generales del mundo que se desprendían de ese proceso, están completamente bien fundadas. Pero ¿por qué habríamos de aceptar todo esto como sana doctrina? ¿Pode­ mos justificarla? ¿Sabemos claramente lo que significa? A buen seguro necesitamos aquí un estudio histórico y crítico de los orígenes de los supuestos fundamentales que carac­ terizan el pensamiento moderno. Por lo menos nos obligará a reemplazar este fácil optimismo por una apreciación más objetiva de nuestros propios postulados y métodos intelec­ tuales. Tratemos de establecer de manera preliminar, aunque tan precisa como podamos, el contraste metafísico central entre el pensamiento medieval y el pensamiento moderno con res­ pecto a su concepción de la relación del hombre con su medio natural. Para la tendencia dominante en el pensa­ miento medieval, el hombre ocupaba un puesto más signifi­ cativo y determinante en el universo que el reino de la na­ turaleza física, mientras que para la corriente principal del pensamiento moderno la naturaleza tiene un puesto más in­ dependiente, determinante y permanente que el hombre. Nos será útil analizar más específicamente este contraste. Para la Edad media el hombre era el centro del universo en todo

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sentido. Se suponía que el mundo de la naturaleza en su to­ talidad estaba teleológicamente subordinado a él y a su destino eterno. Los dos grandes movimientos que se unie­ ron en la síntesis medieval, la filosofía griega y la teología judeocristiana, habían llevado irresistiblemente hacia esta convicción. La visión del mundo dominante en este perio­ do estaba caracterizada por una profunda y persistente con­ vicción de que el hombre, con sus ideales y esperanzas, era el hecho más importante y aun dominante del universo. Esta concepción servía de base a la física medieval. Se suponía que no sólo el mundo de la naturaleza en su totali­ dad existía en provecho del hombre, sino que estaba inme­ diatamente presente y era pimíamente inteligible a su espíritu. De aquí que las categorías empleadas para la inter­ pretación del mundo no fueran las de tiempo, espacio, masa, energía y similares; sino las de sustancia, esencia, materia, forma, cualidad, cantidad — categorías derivadas de un esfuerzo por dotar de forma científica a los hechos y relacio­ nes observados en la desnuda experiencia sensible del mun­ do y en las principales aplicaciones que el hombre podía dar­ le. Se creía que el hombre era activo en la adquisición del conocimiento, y la naturaleza pasiva. Cuando observaba un objeto distante algo iba desde su ojo hacia el objeto, y no del objeto a su ojo. Y, naturalmente, lo que había de real en los objetos era lo que podía percibirse inmediatamente en ellos mediante los sentidos humanos. Las cosas que aparecían de manera diferente eran sustancias diferentes, como el hielo, el agua y el vapor. El famoso enigma del agua que parece caliente a una mano y fría a la otra era una auténtica difi­ cultad para la física medieval, pues para ella el frío y el calor eran sustancias distintas. Entonces ¿cómo la misma agua podía tener a un tiempo frío y calor? Lo liviano y lo pesado eran cualidades distintas, cada una de ellas tan real como la otra, pues así las distinguían los sentidos. Lo mismo ocurría en el aspecto teleológico: se reputaba que una ex­

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plicación basada en la relación de las cosas con respecto a los propósitos humanos era tan justa y real, y a menudo más importante, que una explicación en términos de causalidad eficiente, que expresa la relación de las cosas entre si. La lluvia caía porque hacía crecer la cosecha de los hombres, tan ciertamente como porque las nubes la vertían. Se usaba libremente de analogías extraídas de actividades orientadas por un propósito. Los cuerpos livianos, como el fuego, ten­ dían hacia arriba, hacia su lugar propio; los cuerpos pesados como el agua o la tierra, tendían hacia abajo, hacia el suyo. De estas distinciones teleológicas se extraían diferencias cuantitativas. Como un cuerpo más pesado tiende hacia aba­ jo con mayor fuerza que uno más liviano, llegará a la tierra con más rapidez cuando se lo deje caer libremente. Se supo­ nía que el agua en el agua no pesaba, puesto que estaba en su lugar adecuado. Pero no es necesario multiplicar los ejem­ plos. Los que hemos dado bastarán para ilustrar los muchos aspectos en que la ciencia medieval atestiguaba en sus presu­ posiciones que el hombre, con sus medios de conocimiento y sus necesidades, era el hecho determinante del mundo. Además se duba por sentado que esto habitat terrestre del hombre era el centro del ámbito astronómico. Con excepción de unos pocos audaces pero dispersos pensadores, a nadie so le había ocurrido cuestionar la legitimidad de escoger al­ gún otro punto de referencia en la astronomía salvo la Tie­ rra. La Tierra aparecía como algo amplio, sólido, quieto; los cielos estrellados se presentaban como una esfera liviana, vaporosa, no muy distante, que se mueve suavemente en torno de la tierra. ¿Qué más natural que sostener que estas luces regulares y brillantes habían sido hechas para descri­ bir círculos en torno al habitáculo del hombre, en una pa­ labra, que existían para su gozo, instrucción y provecho? Todo el universo era un lugar pequeño y finito; y era el lugar del hombre. £1 ocupaba el centro. Su bienestar era la fina­ lidad rectora de la creación natural.

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Por último, el universo visible mismo era infinitamente más pequeño que el ámbito humano. El pensador medieval nunca olvidaba que su filosofía era una filosofía religiosa, con una firme persuasión del destino inmortal del hombre. El Motor inmóvil de Aristóteles y el Padre personal del cristianismo se habian identificado. Había una Razón y Amor eterno, que a la vez era Creador y fin de todo el sis­ tema cósmico. El hombre, como ser de razón y amor, estaba emparentado de un modo esencial con el Creador. Este pa­ rentesco se revelaba en la experiencia religiosa, que para el pensador nu'dicvnl ora el hecho científico más sublime. La razón habla realizado connubio con la intimidad y el trance místicos; aquel sublime instante, la transitoria pero inefable­ mente embriagadora visión de Dios, era igualmente el mo­ mento en que todo el ámbito del conocimiento humano alcan­ zaba significación última. El mundo de la naturaleza existía para que pudiera ser conocido y gozado por el hombre. A su vez, el hombre existía para que pudiera “conocer a Dios y go­ zarlo eternamente”. Esta benévola concesión de parentesco (>ntre el hombre y una Razón y Amor eternos garantizaba a la filosofía medieval que todo el mundo de la naturaleza en su forma actual no era más que un instante del divino drama que se extendía por innumerables edades del pasado y del presente, y en las que el puesto del hombre era indestructible. Representémonos más vivamente todo esto con ayuda de algunas líneas de la maravillosa creación poética de la filo­ sofía de la Edad media: la Divina Comedia de Dante. Se expresa aquí de una manera sublime la convicción dominan­ te del carácter esencialmente humano del universo. “La gloria de Aquel que todo lo mueve se difunde por el universo, y resplandece en unas partes más y en otras menos. Yo estuve en el meló que recibe mayor suma de su luz, y vi tales cosas, que ni sabe ni puede referirlas el que desciende de allá arriba; porque nuestra in­ teligencia, al acercarse al fin de sus deseos, profundiza tanto, que la memoria no puede volver atrás.

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"Sin embargo, todo cuanto mi mente baya podido atesorar de lo concerniente al reino santo, será en lo sucesivo objeto de mi canto." "Muchas cosas son allí permitidas a nuestras facultades que no lo son aqui, por ser aquel lugar creado para residencia propia de la es­ pecie humana." “Todas las cosas guardan un orden entre si, y este orden es la forma que hace al universo semejante a Dios. Aquí ven las altas criaturas el signo de la eterna sabiduría que es el fin para que se ha creado aquel orden. En el orden de que hablo todas las naturalezas propenden y según su diversa esencia se aproximan más o menos a su principio. Así es que se dirigen a diferentes puertos por el gran mar del ser, y cada una con el instinto que se le concedió para que la lleve al suyo. "Este instinto es el que conduce al fuego hacia la luna; el que pro­ mueve los primeros movimientos del corazón de los mortales, y el que concentra y hace compacta a la Tierra. Y este arco se dispara, no tan sólo contra las criaturas desprovistas de inteligencia, sino contra lus que tienen inteligencia y umor.” “El inefable I’odor primero, juntamente con su Hijo y con el Amor quo de uno y otro clcmumcntc procedí', hizo con tnnto orden cuanto concibe la inteligencia y ven lus ojos, que no es posible a nadie con­ templarlo sin gustur de sus licllezns. "Eleva, pues, lector, conmigo tus ojos liada las ultas esferas, por aquella parte en que un movimiento se encuentra con otro, y empieza a recrearte en la obra de aquel Muestro, que la ama tanto en su in­ terior, que jamás separa de ella sus miradas. Observa cómo desde allí se desvia el círculo oblicuo, conductor de los planetas, para satis­ facer al mundo que le llama. Y si el camino de aquéllos no fuese in­ clinado, más de una influencia en el cielo seria vana, y como muerta aqui abajo toda potencia. Y si al girar se alejaran más o menos de la línea recta, dejaría mucho que desear arriba y abajo el orden del mundo."

De la descripción de la unión última de Dante con Dios:

"|O h luz suprema que te elevas tanto sobre los pensamientos de los mortalesI: presta a mi mente algo de lo que parecías, y haz que mi lengua sea tan potente que pueda dejar al menos un destello de tu gloria a las generaciones venideras.” "Por la intensidad del vivo rayo que soporté sin cegar, creo que

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mu habría perdido, si hubiera separado de él mis ojos; y recuerdo que por esto ful tan osado para sostenerlo, que uní mi mirada con el Poder infinito. |Oh gracia abundante, por la cual tuve atrevimiento >nra fijar mis ojos en la luz eterna hasta tanto que consumí toda mi uer/u visiva! En su profundidad vi que se contiene ligado con víncu­ los d) es el reino de la geometría 8; los matemáticos pos­ teriores usan esta terminología y no hay indicación precisa en ninguna obra que haya llegado a nosotros de que alguien pensara de otro modo. Cuando algunos, como Aristóteles, de­ finían el espacio de una manera muy diferente9, puede no­ tarse que la definición responde todavía plenamente a las necesidades de los geómetras. El gran problema de los astró­ nomos antiguos no giraba en tomo a esto punto fundamental de la identidad del campo de la geometría y el espacio geo­ métrico, sino sobre la cuestión de si un conjunto adecuado de figuras geométricas que “salvara los fenómenos astronó­ micos” podría usarse con propiedad en el caso de que impli­ cara el rechazo de una teoría especulativa de la estructura física de los cielos.10 Es posible que en el caso de algunos que daban respuesta afirmativa a esta cuestión una fuerte dosis de positivismo les hiciera sospechar de todo supuesto metafísico sobre la materia, de modo que para ellos la rela­ 9 Euclides, Elementa, Libro I, Axiomas 8 y 10, también Prop. TV; Libro XI, Prop. IH, VII; y en especial el Libro XII, Prop. II. Sir Robert Heath, en su edición en griego del primer libro, duda de la autenticidad de los pasajes segundo V tercero. Sin embargo, si son interpolaciones, datan de la Antigüedad, y que yo sepa no se ha susci­ tado ninguna cuestión sobre los otros usos de u palabra en Euclides. 9 El límite del cuerpo envolvente del lado incluido. Phys. IV, 4. t 4xo; es la palabra de Aristóteles. 10 Consideraciones muy interesantes sobre el tema se hallan en P. Duhem Essai sur la notion de théorie physique de Platón á Galilée, Pa­ rís, 1908.

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ción nitro el mundo de la geometría y el de la astronomía no (tu sino metodológica. Ptolomeo, por ejemplo, en el pri­ mor capítulo del Almagesto, rechaza los intentos de inter­ pretación física de los fenómenos astronómicos —interpreta­ ción física en este caso significa interpretadón metafísica—; pero no se sabe si esto tenía como principal objeto apartar a quienes hubieran trabado su libre procedimiento geomé­ trico con especulaciones acerca de las esferas homocéntricas y similares, o si realmente implicaba la abstención de todo supuesto sobre la naturaleza última del campo astronómico. Ciertamente, pocos pensadores del mundo antiguo podían alcanzar tan alto grado de positivismo como el que esta ac­ titud implica, especialmente pon pie los cielos parecen expiesni' id campo de la geometría en su forma más pura. El Sol y la l.uua parecen círculos periodos, y las estrellas pun­ tos luminosos en (*l espacio puro. En verdad se suponía que eran cuerpos físicos de alguna clase y que por tanto poseían algo más que características geométricas; pero, como no ha­ bía modo de investigarlas, debió ser fácil callar toda cues­ tión que implicara diferenda entre el reino de la geometría y el espacio astronómico. Sabemos en realidad que muchos consideraban la astronomía más próxima al ideal geométrico de las matemáticas puras que la aritmética. En las listas tí­ picas de las ciencias matemáticas, preparadas por Alfarabi y Roger Bacon, se halla este orden: geometría, astronomía, aritmética, música. Naturalmente esto se debe en parte a la dignidad superior otorgada a los cuerpos celestes y al hecho de que la mayor aplicación de la aritmética se hallaba en el comercio. En parte; pero no del todo. La astronomía se aproximaba más a la geometría que la aritmética. No era otra cosa, en esencia, que la geometría de los cielos. Por tanto, los pensadores aceptaban con facilidad que lo que era verdadero en geometría debía ser plena y necesariamen­ te verdadero en astronomía. Ahora bien, si la astronomía no es más que una rama de

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COPERNICO Y KÉPLER

la geometría y si se prosigue uniformemente la transforma­ ción y reducción de ecuaciones algebraicas con el método geométrico aludido, indicando que se los sigue consideran­ do como problemas geométricos, no habrá que esperar mu­ cho para que aparezca un pensador que se pregunte por qué no será posible esta reducción en la astronomía. Si la astronomía es una rama de las matemáticas, debe participar de la relatividad de los valores matemáticos; los valores re­ presentados en nuestra carta celeste deben ser puramente relativos y no habrá diferencia en lo que toca a la verdad si se toma uno u otro punto de referencia para todo el sistema espacial. En la Antigüedad el mismo Ptolomeo ya había adoptado esta posición. Contra los defensores de las diferentes cosmo­ logías celestes se había atrevido a proclamar que es legitimo interpretar los hechos de la astronomía según el esquema geométrico más sencillo que “salve los fenómenos”, sin pre­ ocuparnos por los trastornos metafísicos que pudiera aca­ rrear.11 Su concepción de ln estructura física de la Tierra, sin embargo, le impedía llevar seriamente este principio de rdutividud hasta sus últimas consecuencias, como lo reve­ lan ampliamente sus objeciones a la hipótesis de que la Tie­ rra se mueve.12 Copérnico fue el primer astrónomo que lo hizo, con plena conciencia de sus revolucionarias implica­ ciones. Veamos brevemente qué significa este principio de relati­ vidad matemática en la astronomía. Lo que los astrónomos observan es un conjunto de relaciones regularmente cam­ biantes entre el punto de observación y los cuerpos celestes» A falta de un motivo poderoso en sentido contrario toman como punto de referencia científico el mismo punto desde donde hacen las observaciones, y al descubrir en los coEn su MathenuUical Composition, Boolc 13, Ch. 2.

12 Por ejemplo, "si hubiese movimiento serta proporcional a la gran masa de la Tierra y dejaría en pos de sí a los animales y a los objetos lanzados en el aire”.

49 mienzos mismos de la astronomia que la Tierra debe ser un globo, se convirtió en la térra firma desde donde se levanta la cartografía de los movimientos celestes, y en el centro inmóvil al que se refiere todo lo demás. Operando sobre este supuesto y apoyados por todas las consideraciones mencio­ nadas anteriormente en este capitulo, los astrónomos tenian las matemáticas antes de copérnico

que expresar geométricamente este sistema de relaciones cambiantes tal como lo había hecho Ptolomeo. Su sistema de deferentes, epiciclos, excéntricas, ecuantes y demás detalles constituyen una representación de los hechos casi tan sim­ ple como pueda imaginarse si se parte de este supuesto. El descubrimiento de Copérnico consistía en que se podían ob­ tener los mismos resultados por una reducción matemática de la complicada geometría planetaria de Ptolomeo. Tome­ mos un ejemplo sumamente sencillo en lo que atañe a los movimientos celestes, pero que nos servirá para ilustrar este punto. Desde E como punto de referencia observamos el movimiento de un cuerpo celeste D, de modo que cuando se opone a otro cuerpo S, por ejemplo en G, parece mucho mayor que cuando está del otro lado de su órbita, en F.

SO

COPÉRNICO y képler

Podemos representar este movimiento por una combinación de dos circuios ABC, con E como centro, y ABD, que tiene su centro en la circunferencia del anterior. Supongamos que cada uno de estos círculos gira en el sentido indicado por las flechas, empleando igual tiempo de revolución. El punto D en el circulo ABD recorrerá entonces un camino DGCF que, si los radios y las velocidades están bien elegi­ dos, corresponderá bastante bien a los hechos observados. Pero es patente que debe haber algán punto en la direc­ ción del cuerpo S, que es el centro del camino circular re­ sultante DGCF, y que si se toma como punto de referencia se podrá representar los hechos con un solo circulo en vez de dos. Supongamos que los hechos no impiden situar este punto en el centro de S. Supongamos además que, estimu­ lados por esta simplificación de los movimientos representa­ dos, observamos que ciertas irregularidades del movimiento del planeta D, que sólo habíamos podido representar con otros nuevos circuios, se completan exactamente en el mis­ mo tiempo en que el cuerpo S completa una importante va­ riación anual en su movimiento aparente alrededor de E. Consideramos que S está en reposo, con nuestro punto de referencia E y él planeta D girando a su alrededor y de repente observamos que las irregularidades del planeta y la variación anual en el movimiento de S se cancelan entre sí. De este modo, en lugar de un sistema alrededor de E como punto de referencia, que ya se estaba complicando de­ masiado, tenemos un sistema sencillo de dos movimientos circulares alrededor de S. Así fue precisamente como Copémico ideó la nueva astronomía. Como resultado de su obra todos los epiciclos requeridos por el supuesto de que hay que mantener E como punto de referencia en vez de S quedaban eliminados. Matemáticamente no hay problema de cuál de ellos es el verdadero. En la medida en que la geometría es matemática ambos son verdaderos, pues ambos representan los hechos; pero uno es más sencillo y armonioso que el otro.

LAS MATEMÁTICAS ANTES DE COPÉENICO

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El acontecimiento particular que llevó a Copérnico a con­ siderar un nuevo punto de referencia en la astronomía fue su descubrimiento de que los antiguos no se habían puesto de acuerdo sobre el asunto. El sistema de Ptolomeo no había sido la única teoría propuesta.18 "Por tanto, después de considerar por mucho tiempo la incertiduml>ri* do la matemática tradicional, comencé a cansarme de que no hulili'tii mui explicación más definida del movimiento de la máquina del nmiulii liumiiludii paro nosotros por d mejor y el más sistemático de |loii sostenido Iii m ism a o p in ió n ...

"Cor rooslgoii'iite, partiendo de esta circunstancia yo también co­ mencé a |M*nsar en la movilidad de la Tierra. Y aunque la opinión parecí» absurda, como sabía que otros antes que yo habían gozado de la lilicrtad de imaginar los círculos que quisieran para deducir de ellos tos fenómenos astronómicos, pensé que con igual facilidad me seriu permitido experimentar si, suponiendo que la Tierra tiene algún movimiento, no se podrían encontrar más firmes demostraciones de las revoluciones de las esferas celestes que las empleadas por los demás. "Asi, suponiendo los movimientos que atribuyo a la Tierra más ade­ lante en esta obra, encontré al cabo de muchas y largas observaciones que, si se transferían los movimientos de los otros planetas a la ro­ tación de la Tierra y si se tomaba por base a ésta en la revolución de lux astros, no sólo los fenómenos de los otros astros se seguían de esto, sino también el orden y las magnitudes de todos los astros y esferas t el ciclo mismo resultaban conectados de tal modo que no era posi>le cambiar ninguna de sus partes sin producir una confusión en todo el universo. Es por esta razón que en el curso de esta obra he seguido tal o rd en ...”

Í

Igualmente en el breve Commentariolus, escrito alrededor de 1530, después de describir su insatisfacción con los astról# Copemicus, De Revolutionibus, Carta al Papa Pablo III.

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COPÉRNICO Y XEPLER

nomos antiguos por su falta de capacidad para alcanzar una coherente geometría de los cielos que no violase los postu­ lados de la velocidad uniforme14, dice:

"De aquí que esta teoría no parezca bastante cierta ni bastante de acuerdo con la razón. Asi cuando noté estas cosas, consideré a me­ nudo que acaso podría descubrirse un sistema más racional de círcu­ los, del que dependiera toda aparente diversidad, y de tal suerte que cada uno de los planetas se moviera uniformemente, como lo exige el principio del movimiento absoluto. Al encarar un problema muy difícfl y casi inexplicable, di al fin con una solución que podría alcan­ zarse con un número menor de construcciones y mucho más conve­ nientes que las hasta ahora hechas si se me concedieran ciertos su­ puestos, que llamamos axiomas. . . "De acuerdo con estas premisas, intentaré mostrar brevemente cómo puede asegurarse sencillamente la uniformidad del m ovim iento..."14

Estos pasajes muestran claramente que para Copémico la cuestión no se refería a la verdad o falsedad, ni se pre­ guntaba si la Tierra se mueve. Sencillamente, incluía a la Tierra en la cuestión que Ptolomeo había planteado con referencia a los cuerpos celestes solamente. ¿Qué movimien­ tos deberíamos atribuir a la Tierra a fin de obtener la más sencilla y armoniosa geometría celaste que esté de acuerdo con los hechos? El hecho de que Copémico fuera capaz de plantear la cuestión en esta forma es amplia prueba de la continuidad de su pensamiento con respecto a los progresos de la matemática que se acaban de describir. Por esta razón apelaba constantemente a los matemáticos como los únicos capaces de juzgar imparcialmente sus teorías. Tenía plena confianza de que ellos, por lo menos, apreciarían y aceptarían su concepción.

“Ni dudo de que los hábiles y eruditos matemáticos convendrán con­ migo en lo que la filosofía exige desde el principio; examinarán y juz­ garán no casual sino profundamente lo que he recogido en este libro 14 Principio que en última instancia tiene una base religiosa. La causa (Dios) es constante e inmutable, por eso el efecto debe ser uni­ forme (De Revoíutioníbus, Bk. I, Ch. 8). 16 Commentariolus, Fol. la, b, 2a.

RENACIM IENTO DEL PITAGORISMO

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para probar estas cosas." "La matemática se escribe para los matemá­ ticos, a quienes parecerá, si no me equivoco, que mis trabajos contri­ buyen con algo..." "Lo q u e... puedo haber conseguido en esto, lo dejo a la decisión de Vuestra Santidad en especial, y a la de todos los doctos matemáticos. Si acaso hubiese insensatos que se pusieran a hablar y junto con los que ignoran totalmente las matemáticas, se sintieran llamados a decidir acerca de estas cosas, y a causa de algún lugar de las Escrituras que han tergiversado inicuamente para sus riñes, osaran atacar mi obra, yo no los tomaría en cuenta, porque des­ precio lu precipitación de sus juicios.” w Nii rs sorprendente, pues, que durante los sesenta años

que piiMiroti untes de «pie la teoría de Copémico se confir­ mase de una nianerti mús empírica, prácticamente todos los «pie oNiilum ponerse «lo sn parte fueran cumplidos mate­ máticos, cuyo pcosumh'oh» «’slalm totalmente al día en los progicsoN de mi ciencia. C. IMPLICACIONES ÚLTIMAS DE LA ACTITUD COPE KNICANA. RENACIMIENTO DEL PITAGORISMO

Por supuesto, la cuestión que Copémico ha contestado con tanta facilidad entraña un tremendo supuesto metafísico, que no tardó en ser descubierto y traído al primer plano de la discusión. Se planteaba entonces el siguiente problema: ¿Es legítimo en astronomía tomar como punto de referencia otra cosa que no sea la Tierra? Copémico esperaba que los matemáticos que habían recibido las mismas influencias que él contestaran afirmativamente. Pero, como es natural, toda la filosofía empirista y aristotélica de la época se levantó para negarlo. Porque la cuestión calaba bien hondo. No sólo significaba que el campo astronómico fuera fundamental­ mente geométrico —lo que casi todos hubieran conce;i

raería nunca en línea recta hacia la tierra. “De suerte que en toda naturaleza no puede haber nada más cierto o bien pro­ bado que el fenómeno de la gravedad repugna a las leyes mecánicas; y además que su explicación no puede resolverse en causas puramente mecánicas y corpóreas; sino que es ne­ cesario admitir aquí ciertas causas adicionales, inmateriales e incorpóreas.” 32 More encuentra estas causas en su concep­ ción de un “espíritu de la naturaleza”, que mantiene juntas las diferentes partes del universo material en un sistema uni­ tario, que es claramente no mecánico. D. EL “ESPIRITU DE LA NATURALEZA"

Este “espíritu de la naturaleza”, según lo describe More, tiene mucha semejanza con la idea antigua, especialmente platónica, del anima mtmdi, un principio hilárquico vital que penetra la materia y cuyos poderes activos se expresan en los fenómenos físicos y astronómicos. En realidad More lo llama a veces “el alma universal del mundo”. 33 Era una idea muy común durante la Baja Edad media; a ella acudie­ ron frecuentemente los místicos, teósofos y filósofos de la naturaleza. Para Képler, por ejemplo, cada planeta, incluyen­ do la Tierra, está dotado de un alma, cuyos poderes constan­ tes se muestran en la rotación planetaria. El propósito capi­ tal de More era interpretar de nuevo esta idea errante en términos que le dieran una mejor posición en la nueva co­ rriente científica y, por supuesto, sin perjuicio de sus concep­ ciones religiosas. En el prefacio a la Inmortalidad del alma llama al espíritu de la naturaleza “el poder vicario de Dios sobre la materia”, que es el agente de Dios inmediato y formativo, a través del cual su voluntad se cumple en el mundo material. Corresponde íntegramente en el conjunto de la na­ 32 hnmortality of the Soul, Bk. III, Ch. 13. 33 Como en Immortality, Bk. III, Ch. 13, Par. 7.

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LA FILOSOFÍA INGLESA EN EL SIGLO XVH

turaleza a los espíritus animales que penetran en los siste­ mas nerviosos y circulatorios y transmiten los propósitos del alma a los distintos órganos y miembros. Sus funciones son vitales, vegetativas y directivas, pero ella misma no es cons­ ciente. More la define más cuidadosamente como “una sus­ tancia incorpórea, pero carente de sentido y animadversión, que penetra la materia toda del universo y ejerce en ella un poder formativo, según las diversas predisposiciones y oca­ siones de las partes sobre las cuales obra [observemos cómo se contenta aquí con planteos vagos y generales] y dirigien­ do las partes de la materia y su movimiento produce fenó­ menos que no pueden reducirse a poderes simplemente me­ cánicos”.34 Agrega aun más específicamente en una nota que el alma posee vida, pero no sentido, animadversión, razón ni libre albedrío. Sin embargo, More está ansioso de preca­ verse contra la acusación de que al invocar como causas las incorpóreas sustancias espirituales amengua la propensión para el tratamiento científico y exacto de los fenómenos na­ turales y a la creciente fe en la posibilidad de su reducción a principios regulares y metódicos. Este espíritu de la natu­ raleza, dice, debe considerarse como una auténtica causa y es además seguro y uniforme en sus manifestaciones, por lo cual no se sustituye ni se perjudica el cuidadoso estudio científico del cómo de las cosas. “Afirmo con Descartes que sólo afectan nuestros sentidos las variaciones de la materia, las cuales están determinadas por las diferencias de movi­ miento, figura, posición de las partes, etc., pero discrepo con él en cuanto sostengo que no es un simple y puro movi­ miento mecánico el que produce todas estas modificaciones sensibles de la materia, sino que muchas veces su principio inmediato y director es este espíritu de la naturaleza uno y el mismo en todas partes, que actúa siempre de manera se­ mejante en circunstancias semejantes, como un hombre de mente luminosa y de juicio sólido da siempre el mismo fallo 34 Immortality of the Soul, Bk., III, Ch. 12, Par. I.

ix "espíritu

de la naturaleza”

l US

en las mismas circunstancias.” 35 En este punto principalmen­ te desea More distinguir su concepción de la concepción an­ tigua y medieval del anima mundí (interés que revela por sí mismo la amplia influencia del ideal de exactitud de la nueva ciencia), y espera con esto salvar la objeción de los que, como Descartes, se oponían a la introducción de un principio semejante en la filosofía natural, mientras todavía parecía posible explicar matemáticamente todos los fenóme­ nos. En realidad, su posición es que las causas mecánicas producen tipos de movimientos que no agotan todos los movimientos, sino que producen sólo la clase de movimientos que obedecen a las leyes fundamentales del movimiento. Pero existen también los fenómenos de la gravedad, cohesión, magnetismo, etc., que revelan fuerzas y movimientos distin­ tos de los mecánicos sin los cuales, sin embargo, el universo que conocemos y en el cual vivimos no podría existir. Si estas fuerzas no son mecánicas tienen que ser espirituales (t>. g. el dualismo cartesiano), y algo afín al espíritu de la na­ turaleza se ofrece como la entidad que da la explicación más apropiada. More resume como sigue las conclusiones funda­ mentales sobre este tema: “Según los principios mecánicos, concedidos en todos los aspectos y confirmados por la ex­ periencia, he demostrado que la caída... de una piedra o de una bala, o de cualquier otro cuerpo pesado similar es muy contraria a las leyes de la mecánica; y de acuerdo con ellas, si se las dejara libres se alejarían de la tierra y serían transportadas fuera de nuestra vista en las partes del aire más alejadas, si algún otro poder más que mecánico no con­ tuviera ese movimiento y las obligara a dirigirse hacia la tierra... N i... el reconocimiento de este principio debe des­ alentar nuestros esfuerzos en la búsqueda de las causas me­ cánicas de los fenómenos de la naturaleza, sino que más bien debe hacernos más cautelosos para distinguir lo que es resul3B immortatíty of the Soul, Bk. III, Ch. 13, Par. 7. Las bastardillas son nuestras.

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LA FILOSOFÍA INGLESA EN EL SIGLO x v n

tado de los poderes simplemente mecánicos de la materia y el movimiento, y lo que es producto de un principio superior. Indiscutiblemente, esta firme suposición de cjue en el mundo no hay más fine materia lia alentado a algunos a arriesgar muy precipitadamente soluciones mecánicas donde no son sostenibles.” :,,i Finalmente, para More, este orden que todo lo penetra y la armonía del mundo mismo implican la existencia de una sustancia incorpórea superior al espíritu de la naturaleza, una sustancia espiritual y racional, realizadora de fines, que merece suprema obediencia y adoración. “Hemos descubier­ to fuera del simple fenómeno del movimiento (esto es, su causa última) la necesidad de la existencia de alguna esencia incorpórea distinta de la materia. La consideración del or­ den y el admirable efecto de este movimiento en el mundo proporciona a esta verdad una mayor certeza. Supongamos que la materia se moviera por si misma: ¿podría la materia sola, con su movimiento propio, constituir ese plan admira­ ble y sabio de las cosas que vemos en el mundo? ¿Puede un impulso ciego producir tamaños efectos con esa exactitud y regularidad que, cuanto más sabio es un hombre tanto más se percata de que no puede aumentar esa sabiduría ni quitar ni alterar nada en las obras de la naturaleza con lo cual pu­ diera mejorarlas? ¿Cómo lo que no tiene tanto juicio puede producir efectos que llevan el sello de una suprema razón o intelecto?” 37 More está persuadido con estas pruebas teleológicas de que existe un creador infinitamente sabio y gober­ nador del universo, cuyo instrumento y medio subordinado para la ejecución de sus propósitos es este ser incorpóreo inferior, el espíritu de la naturaleza.38 38 Immortality of the Soul, Preface. 37 Immortaliúj of the Soul, Bk. I, Ch. 12. Cf. también Antidote to Atheism (la misma colección), Bk II, Chs. I, 2; Divine Dialogues, págs. 29 y sig., etc.

ESPACIO COMO PRESENCIA DIVINA

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E. EL ESPACIO COMO PRESENCIA DIVINA

Ahora bien, como todo lo real es extenso, también Dios, según More, debe ser un ser extenso. Negarle la extensión sería reducirlo a un punto matemático y lanzarlo fuera del universo. El interés religioso de More unido a su aguda apre­ ciación de la corriente científica de la época le llevó a per­ catarse instintivamente de que la única manera de asegurar a Dios un lugar adecuado en la nueva terminología metafí­ sica de la época era declarar osadamente que Dios se extien­ de a través de todo el espacio y todo el tiempo. Este era uno de los más importantes puntos en disputa entre More y Des­ cartes. En su primera carta a Descartes declaraba More: “Definís la materia o cuerpo de manera muy amplia, pues parece que no sólo Dios, sino hasta los ángeles y todo cuanto existe por sí mismo es una cosa extensa; de donde la exten­ sión parece tener límites no más estrechos que la esencia absoluta de las cosas, aunque pueda, sin embargo, diversifi­ carse de acuerdo con la variedad de la misma esencia. La razón que me hace creer que Dios es extenso a su manera es que es omnipresente y llena íntimamente todo el universo y cada una de sus partes; pues ¿cómo podría comunicar el movimiento a la materia como lo ha hecho y como lo está ha­ ciendo realmente de acuerdo con vos, si no tuviese contacto inmediato con la materia?... Por eso Dios es extenso y está difundido a su manera; de donde se sigue que Dios es un ser extenso.” 33 Descartes replicó3839 que Dios es verdadera­ mente extenso en potencia, esto es, es capaz de mover la materia en cualquier punto, pero que esto es esencialmente diferente de la exacta extensión geométrica que se atribuye a la materia. More no estaba, con todo, satisfecho. “Entendéis 38 Oeuvres de Descartes (Cousin), Vol. X, pág. 181. 39 Oeuvres, X, págs. 195 y sig.

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LA FILOSOFÍA INGLESA F.N EL SIGLO XVII

por extensión jurllo que se acompaña de la facultad de estar cu contacto y posee impenetrabilidad. Admito con vos que este no es el caso de Dios, de los ángeles y del alma, que están desprovistos de materia, pero sostengo que en los án­ geles, y ;e los atribuye, sino que puede haber, como decía ñus clases peculiares de corpúsculos que no tienen todavía nombres distintos. Estos pueden descubrir facultades y modos de ac­ ción peculiares, cuando se encuentran con cuerpos de una estructura tal como para disponerlos a admitir o contribuir a la eficacia de estos agentes desconocidos. Esta sospecha apa­ recerá muy improbable si se considera que aunque en el

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y boyle

éter de los antiguos no se veía nada más que una sustancia difusa y muy sutil, ahora nos contentamos, sin embargo, con admitir que haya en el aire un montón de vapores que se mueven entre el polo norte y el sur con un curso determi­ nado." 86 Esta distinción entre las dos clases de materia etérea, hecha para que el éter pueda dar una explicación adecuada de estos dos tipos de fenómenos, la encontraremos de nuevo en Newton, que en una carta a Boyle escribió acerca de sus posibilidades, diez años después que Boyle había escrito el párrafo citado (1679). Entretanto, los científicos estaban muy perplejos acerca de la posición que en esto correspondía a la gravedad. Había que aclarar si los fenómenos de la gra­ vedad se explican mecánicamente, o si son por naturaleza esencialmente magnéticos o eléctricos. Ya hemos señalado cómo Gilbert defendió la segunda concepción: la Tierra es una enorme piedra imán, y hasta la relación de la Tierra y de la luna ha de entenderse magnéticamente. En general su concepción era la que dominaba entre los científicos ingle­ ses y ejerció una influencia considerable sobre lumbreras del continente como Galileo y Képler. Descartes era el gran defensor do la concepción primera. Al suponer que el medio etéreo que todo lo penetra se precipita en torbellinos de distintas formas, juzgó posible explicar los fenómenos de la gravedad de modo enteramente mecánico, esto es, sin atri­ buir ni a la materia etérea ni a los otros cuerpos ninguna cua­ lidad que no se deduzca de la extensión. Como hemos obser­ vado, el simple hecho de que el éter asuma y mantenga la forma del torbellino, implica que posee cualidades que no se derivan de la extensión; pero la importancia del nombre y de los descubrimientos de Descartes defendió a esta con­ cepción, considerada muy seductora sobre todo por quienes veían en la mecánica matemática la posible clave para todos los secretos de la naturaleza. Para emplear los términos de 8® Boyle, III, 316.

FILOSOFÍA DEL ÉTER DE BOYLE

-’ l I

la principal corriente de la época, parecía una hipótesis miís científica que la otra. En lo esencial, Boyle se sentía indi­ nado a convenir en este punto con Descartes, aunque con una interpretación más libre de la palabra “mecánico”. Como veremos, Newton defendió la segunda concepción, si bien sugería también la posibilidad de conciliar las dos. Robert Hook escribió a Boyle una carta fechada el 21 de marzo de 1666, en la cual describe varios experimentos que hizo sobre la gravedad, en parte para determinar si la fuerza de gravedad aumenta o disminuye de acuerdo con alguna ley regular, y en parte para establecer si es una fuerza magnéti­ ca, eléctrica o de alguna otra naturaleza.86 Ilook observaba que los resultados obtenidos eran indecisos. Poco después, en el mismo año (el 13 de julio), Boyle recibió una carta de John Bcale ®7, en la cual instaba a Boyle a ofrecer una explicación de la gravedad, al tiempo que observaba que parecía tener importantes relaciones con la mecánica y el magnetismo. Poco después de 1670, Boyle no se siente toda­ vía dispuesto a dar una hipótesis definitiva sobre la grave­ dad, pero no tiene dificultad en considerarla mecánica por naturaleza, “puesto que se han demostrado matemática o mecánicamente muchas proposiciones de Arquímedes, de Stevinus y de otros autores que han escrito sobre estática, aun­ que estos autores no se sirvan de ellas para fijar la verda­ dera causa de la gravedad, sino que dan por sentado, como cosa universalmente reconocida, que existe dicha cualidad en los cuerpos que ellos consideran... Puesto que dichas explicaciones han sido llamadas últimamente y de ordinario mecánicas, a causa de que se fundan generalmente en las leyes de la mecánica, yo, que no acostumbro a entrar en disputas de palabras, consiento tranquilamente en ello”.88 Este extracto procede de la réplica de Boyle a las objeciones

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de More a sn pública afirmación de que sus experimentos sobre el peso y la elasticidad del aire mostraban que dichos fenómenos son susceptibles de explicarse con principios me­ cánicos. Y mientras no hubo significado definido y reconoci­ do del término “mecánico”, es difícil imaginarse cómo podían evitarse o establecerse dichos debates. More y Boyle esta­ ban muy de acuerdo en sus intereses religiosos para no estar en profunda discrepancia sobre ningún tema. Diez años después Boyle puso mucho cuidado en hablar de la grave­ dad en un lenguaje que hubiera sido enteramente del agrado de More.89 H. DIOS Y EL MUNDO MECANICO

Muchas de las citas que hemos hecho han puesto clara­ mente de relieve el carácter profundamente religioso de More. Es tiempo que fijemos más directamente nuestra aten­ ción en este aspecto de su filosofía y que señalemos las rela­ ciones últimas que guarda con la ciencia experimental en el pensamiento del mismo More. Múltiples fueron sus activida­ des religiosas. Entre otras cosas contribuyó en gran medida al sostenimiento de misioneros en los más apartados rincones del mundo, y mantuvo una abundante correspondencia con algunos de ellos, incluyendo al famoso John Eliot de Nueva Inglaterra. Fundó la famosa serie Boyle de conferencias, en las cuales esperaba que se respondiera a las nuevas objecio­ nes y dificultades procedentes de los desarrollos científicos y filosóficos de la época, y que impedían la aceptación de la religión cristiana. Un importante corresponsal de Newton, el doctor Bentley, fue el primero en disertar en la fundación

89 Bovle, V, 204. “Es evidente para los espíritus observadores que lo que nace caer las masas de tierra o materia terrestre a la tierra, a través del aire, es algún agente general, cualquiera que sea, el cual, de acuerdo con la sabia disposición del Autor del universo, determina el movimiento de los cuerpos llamados pesados, por los caminos más cortos que les están permitidos, hacia la parte central del globo te­ rráqueo."

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Boyle. Birch nos dice en su Vida de boyle, que “tenía una ve­ neración tan profunda por la Divinidad que nunca pronunció el nombre de Dios sin hacer una pausa y una visible inte­ rrupción en su discurso; y Sir Peter Pett, que lo trató duran­ te casi cuarenta años, afirma que era tan exacto que no re­ cordaba que hubiese dejado de hacer eso ni una sola vez”.09 La ciencia experimental era para Boyle como para Bacon una tarea religiosa. " ... La obra tan admirable que Dios ha desplegado en el universo nunca fue para los ojos que se cierran voluntariamente y la ultrajan no juzgándola digna de especulación. Los animales viven en el mundo y lo dis­ frutan; el hombre, si quiere hacer algo más que eso, debe estudiarlo y espiritualizarlo.” 91 Boyle deseaba con fervor que los otros emprendiesen la obra de la ciencia dentro del venerable espíritu religioso, y suplicaba en su testamento que la Sociedad Real atribuyera todos sus descubrimientos a la gloria de Dios. ¿Cuáles son para Boyle los hechos fundamentales de la experiencia que muestran claramente la existencia de Dios? Ofrece con profusión para este fin dos clases de hechos: el hecho de la razón y la inteligencia humana, y el hecho del orden, de la belleza y de la adaptación en el universo. ‘Ten­ go mis dudas; acaso existan en la naturaleza fenómenos que los atomistas no puedan explicar satisfactoriamente por nin­ guna figura, movimiento, o unión de cualesquiera partículas materiales; pues algunas facultades y operaciones del alma racional del hombre son tan peculiares y excelentes que así como no las he encontrado sólidamente explicadas por prin­ cipios materiales, no espero que las puedan descubrir de prisa.” 92 Qué clase de Dios implica este hecho y el detalle de sus relaciones con el mundo inteligible de la naturaleza es una cuestión a la que Boyle contesta, como veremos, en

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términos (le la doctrina tradicional más bien que con el pro­ pósito de obtener una comprensión nueva del problema. Por lo que toca a su segundo argumento, más claramente teleológico, repártanos en la siguiente afirmación elegida de entre muchas disponibles. “La consideración sobre la inmensidad, la belleza y los movimientos de los cuerpos celestes; sobre la maravillosa estructura de los animales y las plantas, y una multitud de otros fenómenos naturales, y la utilidad de mu­ chos de ellos que puede inducir al hombre, como ser ra­ cional, a concluir que este inmenso, bello, ordenado y (en una palabra) admirable sistema de cosas, que llamamos mundo, fue creado por un autor infinitamente poderoso, sa­ bio y bueno, raramente puede negarse por quien considere las cosas inteligente y desprejuiciadamente.” 93 Una vez que ha demostrado la existencia de Dios, Boyle se contenta con interpretar el puesto de Dios en el mundo y su relación con el hombre en términos de la doctrina cris­ tiana. Dios nos ha dado de sí mismo y de nuestros deberes para con él un conocimiento directo y extraordinario en las Sagradas Escrituras, (pie constituyen un objeto de estudio más valioso que cualquier otro conocimiento que podemos adquirir con un estudio de la naturaleza.94 “No es mostrarse agradecido recibir de Dios el entendimiento y la esperanza de una felicidad eterna y no estudiar lo que podamos acerca de su naturaleza y fines por medio de su revelación ... [o] disputar con impaciencia sobre las propiedades de un átomo y descuidar las investigaciones sobre las propiedades del gran Dios que creó todas las cosas.” 95 La ciencia y la teología son así partes de un todo mayor que las trasciende en alcance y valor. “El Evangelio contiene y revela realmente todo el mis­ terio de la redención humana hasta donde es necesario que lo conozcamos para nuestra salvación. Y la filosofía corpuscu­

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lar o mecánica se esfuerza por deducir todos los fenómenos naturales de la materia indiferente y del movimiento local. Pero ni la doctrina fundamental de la Cristiandad ni la de los poderes y efectos de la materia y el movimiento parecen ser nada más que un epiciclo... del sistema grande y uni­ versal de los planes de Dios, y constituye sólo una parte de la teoría más general de las cosas, que se conocen por las leyes de la naturaleza y es mejorada por el conocimiento de las escrituras. Así, estas dos doctrinas parecen ser ele­ mentos de la hipótesis universal, cuyos objetos están repre­ sentados por la naturaleza, los designios y las obras de Dios hasta donde podemos descubrirlos en esta vida.” 96 Boyle pinta el estado futuro como la continuación de nuestra bús­ queda del conocimiento de este inmenso reino de la activi­ dad divina. La principal diferencia será que nuestro obstácu­ lo desaparecerá cuando Dios "ensanche nuestras facultades como para que podamos contemplar, sin deslumbrarnos, las sublimes y radiantes verdades, cuya armonía y esplendor nos toca a nosotros descubrir y admirar con embeleso”.97 Esta fe religiosa en el origen y gobierno divino del uni­ verso unida a su idea acerca de las limitaciones del conoci­ miento humano, lleva a Boyle a rechazar definitivamente el supuesto de Descartes de que las leyes mecánicas del uni­ verso, descubiertas y comprobadas en la esfera de nuestra experiencia, deben aplicarse sin alteración a toda la res ex­ tensa. Ahora bien, si convenimos, con algunos filósofos mo­ dernos, que Dios ha hecho otros mundos además del nuestro, es muy probable que haya desplegado en ellos su múltiple sabiduría en creaciones muy diferentes de las que aquí admi­ ramos... Podemos suponer que en estos otros mundos la obra o estructura en la cual al principio el arquitecto omnis­ ciente planeó las partes de su materia era muy diferente de la estructura de nuestro sistema. Por otra parte, por lo que

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ocurre regularmente en nuestro sistema podemos concebir que hay una gran diferencia entre los fenómenos y produc­ ciones que se observan en uno de esos sistemas, aunque su­ pongamos que no más de dos leyes del movimiento difieren en esos mundos desconocidos de las leyes que se aplican en el nuestro... Dios puede haber creado algunas partes de la materia como algo inmóvil en sí, y sin embargo, puede haber dotado a las otras partes de la materia de un poder como el que los atomistas atribuyen a sus principios [segunda fun­ ción del éter] de moverse por sí mismas sin perder ese poder del movimiento que provocan en los cuerpos inmóviles. Y las leyes de esta propagación del movimiento no pueden ser las mismas que las que están establecidas en nuestro mundo.»8 Como era de esperar de estos argumentos sobre la exis­ tencia y potencia de Dios, la primera función de la Deidad en la economía del universo era ponerlo en movimiento de manera que se hiciera más notable el sistema ordenado y armonioso que ahora advertimos en él." El uso frecuente de la expresión “concurso general" indi­ ca luego a juicio de Iioyle que Dios es algo que se nece­ sita constantemente para evitar «pie el universo sucumba al desorden. A esto lo llevó principalmente su interés religioso, «« Boyle, V, 139. w Boyle, V, 413 y sigs. “El sapientísimo y poderosísimo Autor de la Naturaleza, cuya mirada aguda penetra el universo todo y exa­ mina a una todas sus partes, al comienzo de las cosas reunió los cuerpos en un sistema y estableció las leyes de movimiento que juzgó conveniente a los fines que se propuso al crear el mundo. En virtud de su intelecto inmenso e infinito, que empleó al principio, pudo no sólo ver el estado presente de las cosas que nabia hecho, sino pre­ ver todos los efectos que los cuerpos ejercen unos sobre otros en de­ terminadas circunstancias, los cuales cuerpos tienen tales y tales cua­ lidades y actúan conforme a las leyes que él ha establecido. Asi con el mismo omnisciente poder pudo planear la estructura entera y todas sus partes, de tal modo que, al paso que su concurso general conser­ vaba el orden de la naturaleza, cada parte de su gran máquina, el mundo, obraría regular y constantemente sin propósito o conocimien­ to, hacia el logro de sus respectivos fines que él le señalara, como si entendieran realmente esos fines y los persiguieran con aplicación."

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aunque también fue impulsado por las mismas consideracio­ nes que influyeron en More. También Boyle opina que uti universo mecánico inevitablemente se desintegraría, pues las fuerzas que mantienen sus diferentes partes en un todo orde­ nado son de naturaleza esencialmente espiritual. “Este po­ tentísimo Autor y Artífice del universo no ha abandonado una obra maestra tan digna de él, sino que aún la mantiene y la conserva, regulando los rapidísimos movimientos de las grandes esferas y otras grandes masas de materia mundana de tal modo que no se percibe ninguna irregularidad que desordene el gran sistema del universo reduciéndolo a una especie de caos o confuso estado de cosas degradadas y de­ pravadas.” 100 Los alcances de esta concepción del "concurso general” de Dios que mantiene el sistema del universo, son difíciles de descubrir y de armonizar con el resto de la fi­ losofía de Boyle, especialmente cuando notamos que hace hincapié en que las causas secundarias o físicas actúan de manera completamente mecánica, una vez que se ha esta­ blecido el movimiento regular.101 La clave para resolver esta dificultad, tal como se la halla en Boyle, parece encontrarse en su respuesta a los deístas, que negaban la necesidad de semejante concurso general, sosteniendo que “desde que se formó el universo todas las cosas ocurren por las leyes establecidas de la naturaleza. Pues aunque así se lo pretenda de buena fe y no bajo falsos pre­ textos, considero que una ley es algo ideal, de acuerdo con la cual el agente inteligente y libre está obligado a regular sus acciones. Pero los cuerpos inanimados son totalmente in­ capaces de entender qué es una ley... y por tanto los actos de los seres inanimados, que no pueden incitar o moderar ion Boyle; V, 519 ; cf. también 198 y sig.

roí Boyle, IV, 68 y sigs. "Establecidas las leyes del movimiento y conservadas por su concurso y providencia general, los fenómenos del mundo así constituidos son producidos físicamente por las afecciones mecánicas de las partes de la materia, las cuales obran unas sobre otras conforme a leyes mecánicas.”

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sus propias acciones, son producidos por un poder real, no por leyes”.102 Pista idea de que en la medida en que el mun­ do no sabe lo que está haciendo su comportamiento orde­ nado y legal debe ser explicado mediante la intervención de un poder real, constante e inteligente, se halla en otros pasa­ jes de Boylc.108 En ninguna parte se ve un intento claro de re­ conciliar esto con la posición de que las leyes del movimiento y los fenómenos de la gravedad representan operaciones me­ cánicas autosuficientes. Dios es concebido asi, no sólo como la primera causa de las cosas, sino también como un ser activo, inteligente, siem­ pre alerta para conservar el armonioso sistema del mundo y realizar en él fines deseables.104 Su “conocimiento se extien­ de a todo lo que puede conocer; de una sola mirada sus ojos penetrantes atraviesan la creación entera. Dios contempla de una vez todo lo que cualquiera de sus criaturas hace o piensa en el inmenso universo. Además el conocimiento de Dios no es progresivo o discursivo como el de nuestros ra­ ciocinios, sino intuitivo... Dios... para conocer una cosa no necesita de la ayuda de otra, sino que la conoce por sí misma (pues es su Autor) y él conoce todas las cosas por igual, mirándose a si misino, si asi puede decirse, puede ver como en un espejo divino y universal, todo lo que se puede conocer con distinción y al mismo tiempo”.105 Este elogio de la inteligencia divina nos recuerda a Galileo y Descartes y también se asemeja a la Divinidad extensa de More, que Boyle previamente había rechazado. En un pasaje intere­ sante, Boyle olvida por completo su antagonismo con esta doctrina del teólogo de Cambridge. Las cosas ocurren “como si estuviese difundido por todo el universo un ser inteligente, atento al bien general de aquél y celoso en administrar sa­ biamente todas las cosas para el bien de las partes singulares 102 Boyle, V, 520.

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de él —hasta donde es compatible con el bien de todo— y la conservación de las leyes primitivas y universales que la causa suprema ha establecido”.106 En un pasaje como éste es claro que Boyle va más allá de la concepción de Dios que se requiere para conservar el sistema del mundo por medio de su “concurso general”. Aña­ de la doctrina de una providencia particular e intenta re­ conciliarla con la ley universal a la manera estoica. Los in­ dividuos particulares o las partes del universo están “dispues­ tas sólo hasta donde su bien se aviene a las leyes generales que Dios ha establecido en el universo, y él se propone fi­ nes que son más considerables que la felicidad de las criatu­ ras particulares”.107 Pero no hay que recalcar este acuerdo con las leyes generales porque “esta doctrina [no es] incom­ patible con la creencia en un milagro verdadero, pues supo­ ne que se conserva el concurso ordenado y establecido de la naturaleza, sin negar, de ningún modo, que el muy libre y po­ deroso Autor de la naturaleza puede, todas las veces que lo juzgue conveniente, suspender, alterar o contrariar las leyes del movimiento que él solo estableció al principio y que para conservarse necesitan de su concurso continuo”.108 Dios po­ dría así en cualquier momento “invalidar la mayoría, si no todos, de los axiomas de la filosofía natural al rehusar su con­ curso o al cambiar estas leyes del movimiento que dependen enteramente de su voluntad”.109 De allí que aunque Dios limite de ordinario los movimien­ tos de la materia a las leyes regulares que ha establecido ori­ ginalmente, no haya renunciado de ningún modo al derecho de cambiar sus operaciones a favor de algún fin nuevo o es­ pecial. Ahora bien, ¿qué clases de acontecimientos incluye Boyle bajo el título de milagro, en este sentido? En primer término, naturalmente, los milagros de la revelación. No se 100 Boyle, II, 39. Las bastardillas son nuestras. 107 Boyle, V, 251.

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sigue de la existencia de las leyes regulares de la naturaleza, “que el fuego deha necesariamente quemar a los tres com­ pañeros de Daniel, o a sus ropas, que fueron lanzados... a un horno ardiendo, si el autor de la naturaleza se hubiese complacido en privar su concurso a la operación de las lla­ mas o defender contra ellas de modo sobrenatural los cuer­ pos que estaban expuestos a las llamas”.110 En segundo tér­ mino, Boyle reputa milagro la unión, en el nacimiento, de un alma racional e inmortal con un cuerpo físico 111; terce­ ro, ante los ruegos que imploran salud en ocasión de alguna enfermedad, piensa que no es propio de un filósofo cristia­ no considerarse sin esperanzas 112; y cuarto, piensa que hay muchas mayores irregularidades en el cosmos de las que es­ tamos tentados a admitir. “Cuando considero la naturaleza de la materia bruta y la inmensidad de los cuerpos que componen el mundo, la extraña variedad de cuerpos que com­ prende la tierra y otros que sin absurdo alguno puede conte­ ner; y cuando considero asimismo la fluidez de esa enorme parte intersideral del mundo donde nadan esos globos, no puedo menos que suponer que en la estructura del universo hay monos exactitud y regularidad constante de lo que nos­ otros creíamos.” 113 Cita como ejemplos las manchas del Sol, que interpreta como exhalaciones irregulares de una materia opaca, y los cometas que eran materia de asombro y misterio para todos los científicos de la época. Boyle juzga más satis­ factorio atribuir estos acontecimientos a la interposición in­ mediata del autor divino de las cosas que explicarlos por una tercera entidad, o ser subordinado tal como la naturaleza. Es indudable que Dios tiene fines que trascienden en mucho los fines que se revelan en el sistema armonioso que la ciencia ha descubierto. Es digno de atención, sin embargo, el hecho de que Boyle »» Boyle, IV, 162.

DIOS Y EL MUNDO MECÁNICO

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no exagere la importancia de los milagros; el principal argu­ mento a favor de Dios y de la providencia es la delicada es­ tructura y simetría del mundo —la regularidad, no la irre­ gularidad—y a veces cuando predomina su pasión científica niega casi todo lo que había sostenido para afirmar la inter­ posición directa de la divinidad. Con tal que Dios “continúe prestando su concurso ordinario y general, no habrá necesi­ dad de interposiciones extraordinarias, que lo presentarían como si estuviera jugando; se han previsto y dispuesto en la primera fábrica del mundo todas estas exigencias sobre cuya explicación los filósofos y los físicos han ideado lo que ellos llaman naturaleza; de tal manera que la simple materia así ordenada... hará todo... conforme a las leyes universales del movimiento”.114 El universo no es un títere de cuyas cuerdas se tira de vez en cuando, sino es “como un reloj raro, tal los de Estrasburgo, donde todas las cosas se planean tan hábilmente, en el cual una vez que se ha puesto en movi­ miento la máquina, todas las cosas obran de acuerdo con el primer plan del artífice, y los movimientos... no necesitan la interposición peculiar del artífice, o de cualquier otro agente inteligente empleado por él, sino realizar sus fun­ ciones en ocasiones particulares en virtud del plan general y primitivo de toda la máquina”. Esta nueva interpretación del teísmo que encontramos en Boyle con el fin de relacionarlo definitivamente a la nueva concepción científica del mundo, la hallaremos repetida en Newton casi punto por punto, salvo la anulación de sus am­ bigüedades más extremas. En este aspecto de la filosofía de Newton, las únicas influencias comparables a ésta son las de More y la del teósofo Jacob Boehme. El primero era cole­ ga de Newton en Cambridge, y el segundo, a quien leyó mucho, debe haber fortalecido su convicción de que el uni­ verso como un todo no puede explicarse mecánica sino reli­ giosamente. Boyle, V, 163.

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Estamos ahora en condiciones de considerar con más de­ talle del que liemos dedicado a cualquier otro pensador, la metafísica del hombre cuyos descubrimientos, que forman época para la ciencia, le hicieron cambiar sus convicciones logradas hasta entonces de supuestos aún dudosos en axio­ mas casi consagrados por el curso subsiguiente del pensa­ miento moderno. Pero antes de hacerlo, resumiremos los pa­ sos capitales del notable movimiento que hemos delineado. I. SÍNTESIS DEL DESARROLLO ANTERIOR A NEWTON

Copémico se había atrevido a atribuir a la Tierra un mo­ vimiento diurno alrededor de su eje y un movimiento anual alrededor del Sol debido a la gran simplicidad matemática del sistema astronómico así logrado, hedió cuyas implica­ ciones metafísicas podía aceptar porque en su época se vol­ vía a difundir ampliamente la concepción platónico-pitagó­ rica del universo, y que le había sido sugerida por los des­ arrollos precedentes de las matemáticas. Képler, movido por la belleza y armonía de este ordenado sistema del universo y por la satisfacción que le deparaba el encontrarlo conforme con la deificación del Sol que profesaba siendo joven, trató de descubrir otras armonías geométricas entre los hechos compilados por Tico Brahe. Las relaciones armoniosas asi descubiertas las concebía como la causa de los fenómenos visibles y asimismo como las últimas características reales y primarias de las cosas. La idea del movimiento de la Tierra y de su tratamiento matemático llevó a Galileo a plantearse la cuestión de si los movimientos de las pequeñas partes de su superficie no podrían ser susceptibles de reducción mate­ mática. El éxito de este intento lo consagró como fundador de una nueva ciencia y sus esfuerzos por ver más plenamente las implicaciones de lo que él había realizado lo llevaron a otras inferencias metafísicas. Las sustancias y causas esco­

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lásticas, que habían servido para explicar ideológicamente el hecho del movimiento y su último porqué, fueron barri­ das para dar entrada a la idea de que los cuerpos están com­ puestos de átomos indestructibles, equipados tan sólo de cualidades matemáticas, y se mueven en un espacio y tiempo homogéneos e infinitos, que podrían utilizarse para formu­ lar matemáticamente el proceso real del movimiento. Em­ briagado por su éxito y apoyado por la pujante marea pitagó­ rica, Galileo concibió todo el universo físico como un mundo de extensión, figura, movimiento y peso; todas las demás cualidades que suponemos existentes in rerum natura, aquí no tienen cabida y se deben a la confusión y carácter enga­ ñoso de nuestros sentidos. El mundo real es matemático, y surge una apropiada concepción positiva de la causalidad. Toda la causalidad inmediata se aloja en los movimientos reductibles a la cantidad, de sus elementos atómicos; de aquí que sólo por medio de las matemáticas podamos llegar a un verdadero conocimiento de ese mundo. En realidad, en la medida en que no podemos lograr conocimiento matemático es mejor confesar nuestra ignorancia y avanzar con paso cau­ teloso hacia una ciencia futura más completa y no proponer especulaciones apresuradas como si fueran verdades bien fundadas. En Descartes, la temprana convicción de que las matemáticas constituyen la llave que abre los secretos de la naturaleza fue poderosamente reforzada por una experien­ cia mística y dirigida por la prístina invención de la geome­ tría analítica. ¿No podría reducirse toda la naturaleza a un sistema exclusivamente geométrico? Con esta hipótesis Des­ cartes construyó la primera cosmología mecánica moderna. Pero, ¿qué decir de las cualidades no geométricas? Algunas, a las que se aplicó Galileo, las oculta Descartes en la va­ guedad del éter; a otras, alentado por el ejemplo de Galileo y llevado por sus propensiones metafísicas, las desterró del reino del espacio y las convirtió en modos del pensamiento, sustancia totalmente distinta de la extensión y que existe

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con independencia de «‘lia. “Cuando alguien nos dice que ve el color en un cuerpo o siente dolor en uno de sus miem­ bros, es exactamente como si dijera que vio o sintió algo, cuya naturaleza le era enteramente desconocida o que no sabia lo que vio o sintió.” Pero estas sustancias totalmente diferentes guardan entre sí claras e importantes relaciones ¿Cómo hay que explicar esto? Descartes se consideró inca­ paz de responder a esta abrumadora dificultad sin hablar de la res cogitans como si estuviera, después de todo, limitada a un reducido espacio dentro del cuerpo. Hobbes dio, en forma definitiva, esta triste posición al espíritu. Este pensa­ dor ya había intentado reducir todo, inclusive el pensamiento, a cuerpos y movimientos, y desarrollar una explicación plau­ sible de las cualidades secundarias que las reduciría a la irrealidad de los fantasmas, y mostrar por qué aparecen fuera de nosotros siendo así que las produce el choque de movi­ mientos interiores. Además, este intento de Hobbes unido a su completo nominalismo le permitió proclamar abiertamente por vez primera en el movimiento moderno la doctrina de que la causalidad se encuentra siempre en los movimientos particulares y que las explicaciones válidas en un campo cualquiera deben ser explicaciones en función de las partes elementales cuyas relaciones tienen que concebirse sólo a modo de la causalidad eficiente. More, que siguió trabajosa­ mente los desarrollos de la nueva filosofía científica, aproba­ ba todo lo hasta aquí afirmado (con excepción de la reduc­ ción hohbcsiana del alma a movimientos vitales) siempre que se concediera que Dios se extiende infinitamente por el espacio y por el tiempo y tiene a su disposición un ser es­ piritual subordinado, el espíritu de la naturaleza, con el cual puede mantener unido en un sistema ordenado y teleológico un mundo que, librado a sus fuerzas mecánicas, estallaría inevitablemente. Según More, esta concepción tendría la ven­ taja adicional de disponer propiamente del espacio —nuestros métodos científicos implican su existencia real y absoluta, y

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revela un elevado conjunto de atributos—, y por eso tiene que ser considerada como la omnipresencia de Dios y distin­ guida de sus otras facultades. Barrow presenta un trata­ miento similar del tiempo, pero con una gran diferencia. Aparte de la referencia religiosa, el espacio y el tiempo no son más que potencialidades, pero el lenguaje que los expre­ sa y que es apropiado solamente a esa referencia se usa li­ bremente en las exposiciones científicas. De este modo sus­ cita entre los que se interesan más por la ciencia que por la religión la concepción del espacio y del tiempo como entida­ des infinitas, homogéneas y absolutas, independientes de los cuerpos, de los movimientos y del conocimiento humano. Mientras tanto, estaba en gestación un movimiento cientí­ fico de mayor cuño empírico que era capitaneado en Ingla­ terra por investigadores como Gilbert y Harvey y que ope­ raban con el método de las hipótesis y de los experimentos más que con reducciones geométricas. Roberto Boyle, que había sido poderosamente incitado por la restauración del atomismo epicúreo, por obra de Gassendi, aplicó este mé­ todo a la solución de difíciles problemas de física y a la revolución de la química. Fue altamente significativo el hecho de que Boyle, sin ser un matemático importante, hi­ ciera suya in foto la concepción de Galileo y Descartes sobre la naturaleza y la relación del hombre con ella, salvo que, sobre todo por motivos religiosos, Boyle reafirmó la impor­ tancia ideológica del hombre en el esquema cósmico y sos­ tuvo, en consecuencia, la pareja realidad de las cualida­ des secundarias y primarias. Observamos al mismo tiempo que Boyle, al reflexionar sobre la concepción popular de que el alma se aloja en el cerebro, considera que el conoci­ miento humano es esencialmente incompleto e insuficiente. Esto explica su firme tendencia a acentuar lo que hay de posi­ tivista y de provisional en el conocimiento. En su época, asi­ mismo, la idea de un éter que todo lo penetra cumplió dos funciones distintas y definidas; explicar la propagación del

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movimiento a distancia y los fenómenos como la cohesión y el magnetismo, que no habían sido hasta entonces reducidos matemáticamente. Finalmente, su gran celo religioso lo llevó, no sin contradicción, a combinar la idea de una providencia divina con la concepción del mundo como un enorme reloj que el Creador puso en movimiento al principio y que desde entonces se mueve sólo merced a sus propias causas secun­ darias. Si nos hubiéramos propuesto dar un cuadro completo de la filosofía de la ciencia en los siglos xvi y xvn, habríamos te­ nido que añadir otros investigadores tales como, para tomar sólo los más sobresalientes, Huyghens, Malebranche, Leibniz, Pascal y Espinosa. Pero no puede mostrarse que la filosofía de éstos influyera en Newton o desempeñara un papel im­ portante en la relación del hombre con la naturaleza, influen­ cia que, desarrollada y sostenida por su obra, llegara a for­ mar parte de los principios intelectuales de los pensadores que siguieron. Desde este punto de vista, Leibniz aparece como el primer gran protestante contra la nueva ortodoxia metafísica.

Capítulo V II

LA METAFISICA DE NEWTON E l M étodo de N ew ton Se ha señalado con frecuencia que la historia se hace con rapidez cuando aparecen al mismo tiempo el gran hombre y su oportunidad. En el caso de Newton es indiscutible la realidad y la importancia de esta coincidencia. La historia de casi un siglo de las matemáticas, de la mecánica y de la astronomía —y en gran parte de la óptica—, que se presentó en primer lugar como una gran valoración y aplicación de los descubrimientos de Newton, y este siglo tachonado de es­ trellas de primera magnitud en todas las esferas, apenas pue­ de explicarse si no es suponiendo que un poderoso genio ha preparado el campo y que el genio está cerca para recoger la cosecha. Newton mismo observó en una ocasión: “Si yo he visto más [cjiic otros hombres] es porque estaba de pie en hombros de filiantes." Es verdad que sus precursores, en espccial Calileo, Descartes y Boyle, eran gigantes —habían, en electo, preparado el camino para la hazaña más estupen­ da del espíritu humano—, pero la amplitud de la visión de Newton no se debió meramente a su posición excepcional. Porque para inventar el instrumento que se necesitaba, y con su ayuda reducir a una sencilla lev matemática la ma­ yoría de los fenómenos del universo material, debía Newton estar dótiUló de un grado ral de cualidades esenciales del espíritu científico —sobre todo de imaginación matemática— Sección 1 .

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I.A METAFÍSICA d e n e w t o n

que probablemente minea ha sido igualado. Newton tiene el gran mérito «le haber llegado a ser una autoridad sólo com­ parable a la de Aristóteles en una época que se caracterizó enteramente por su rebelión contra la autoridad. No nos de­ tendremos en estas alabanzas, pero queremos sentar como hecho indiscutible que la supremacía de Newton en la cien­ cia moderna constituye el movimiento más fecundo que re­ gistra la historia. |Cuán interesante sería que en las obras de un científico como Newton halláramos un enunciado claro del método que utilizó su poderoso espíritu en la realización de sus ma­ ravillosas hazañas para servir acaso de guía a los menos do­ tados, o que nos ofreciera un análisis lógico, sólido y exacto de los fundamentos últimos de la revolución intelectual sin precedentes que él llevó a cabo con tan decisivos resultadosl Pero |qué desengaño al recorrer las páginas de sus librosl Sólo encontramos un conjunto de enunciados vagos y gene­ rales sobre elmétodo, que hay7j[üe interpretar laboriosamen­ te y completar con un estudio cuidadoso de su biografía: a este respecto apenas si resiste la comparación con sus más ilustres predecesores, tales como Descartes y Barrow. Uno de los rasgos más curiosos y exasperantes de este magnífico movimiento es que ninguno de sus grandes representantes parecía conocer con suficiente cIaridadn^que~Newton nada o cómo lo hacía. Y tocante a la filosofía última del universo que suponían estas conquistas científicas, Newton hizo algo más que apropiarse de las ideas que le habían preparado sus precursores; las modernizaba en ocasiones cuando no le imrortaban sus descubrimientos personales, o bien las transormaba ligeramente conforme a algunos de sus intereses extracientíficos. Newton fue en el descubrimiento y en la formulación científica un genio extraordinario, pero como filósofo era de segunda categoría, contradictorio, fragmen­ tario y carente de espíritu crítico. No obstante, sus párrafos sobre el método son superiores a

MÉTODO DE NEWTON

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sus otras formulaciones metafísicas, hecho muy natural si se tiene en cuenta la importancia científica más inmediata de los primeros y el hecho de que Newton recogiera la valiosa tradición de la discusión y de la práctica de sus grandes pre­ decesores. Veamos cómo describe su método, en la medida en que es necesario para apreciar su influencia metafísica. Newton observa en su Prefacio a los Principia, que “toda la dificultad de la filosofía parece consistir en esto: a partir de los fenómenos ele movimiento investigar las fuerzas de la naturaleza, y luego, desde estas fuerzas, demostrarToiT otros fenómenos”. Esta afirmación es muy interesante, pues revela en seguida el campo preciso al que Newton limitaba su laborf ti.1 objeto de su estudiofeerá los fenómenos de los mo­ vimientos, y este estudio deke avanzar por medio del descu­ brimiento de fuerzas (que se definen, naturalmente, como la causa de todos los cambios de movimiento), desde los cuales a su vez deben sacarse demostraciones que seTiplican a otros movimientos y 500 confirmados por ellos. En reali­ dad, en su concepción del método Newtori nunca se elevó a ningún grado de generalidad mayor del revelado por su propia práctica: siempre habla de su método. Quizá esto era lo que debía esperarse, pero desde el punto de vista filosófico es algo que nos deja insatisfechos. A. EL ASPECTO MATEMATICO

La frase “demostrar los otros fenómenos” en seguida su­ giere el puesto fundamental de las matemáticas en el método de Newton, sobre el cual hace hincapié al aclarar el senti­ do del título que escogió para su obra: Principios matemáti­ cos de filosofía natural, título que adecuadamente expresa con brevedad el supuesto fundamental del nuevo movimien­ to. “Ofrecemos esta oKra comó pnncipíos matemáticos de fiTosotla.... para las' proposiciones matemátiramente* ciemos-

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LA M ETAFISICA DE NEWTON en."12p rm ? Q»~ JMPgp rlon por su esencia o naturaleza tugares, y 'es absurdo que puedan moverse los lugares nrimnrins de las cosas. Estos son, por ende^ los espacios absolutos y las tr¡^]pr»Vm«» a partir de estos lugares, los únicos movimientos absolutos. Pero como por los sentidas no podemos ver ni distinguir una de otra las partes del espacio, usamos en su lugar sus medidas sensibles. Pues definimos todos los lugares por las posiciones y distancias de las cosas con res­ pecto a un cuerpo cualquiera considerado inmóvil; y luego con rela­ ción a tales lugares calculamos todos los movimientos, considerando que los cuerpos se trasladan de algunos de estos lugares a otros. Y asi en lugar d e lu p ires y movimientos absolutos utilizamos lugares y mo­ vimientos relativos ycstosin m npin inconveniente para_nusslias_tareas corrientes. Pero en las dis Dios el Señor «svtokpítup o Señor Universal... El Dios Supre­ mo es un Ser eterno, infinito, absolutamente perfecto; pero un ser, aunque perfecto, sin dominio no se puede llamar Dios el Señor... Es el dominio de un ser espiritual lo que constituye a Dios; un dominio verdadero, supremo o imaginario hace que Dios sea verdadero, su­ premo o imaginario. Y de su verdadero dominio surge que el Dios verdadero es un Ser vivo, inteligente y poderoso; y de sus otras per­ fecciones se deduce que es supremo o perfectísimo... Lo conocemos sólo por los planes sapientísimos y excelentes de las cosas, asi como por las causas finales; lo admiramos por sus perfecciones, pero lo reveren­ ciamos y adoramos a causa de su dominio, pues lo adoramos como sus siervos; y un Dios sin dominio, sin providencia y sin causas fina­ les no es nada más que Hado y Naturaleza. . . y esto por lo que toca a Dios; el discurrir sobre él a partir de las apariencias pertenece cier­ tamente a la filosofía natural."100

Absurdo sería, en efecto, despojar a un ser concebido así del gobierno que ejerce actualmente en su creación; y en re­ lación con esto encontramos que Newton atribuye a Dios dos ■deberes muy importantes y específicos en la diaria economía cósmica. Entre otras cosas, impide activamente que las estre­ llas fijas choquen en medio del espacio. Esto no se enseña en los Principios-, Newton se limita allí a observar que a fin de impedir tal derrumbe Dios ha puesto estas estrellas a dis­ tancias inmensas.]01 Por supuesto, este expediente difícil­ mente bastaría para todas las épocas, por lo cual el lector de Newton se sorprende de que en ninguna parte apunte esta dificultad como una razón para no atribuir la gravedad a la materia, más allá del alcance de nuestras observaciones experimentales; es patente que no hay problema si las es­ trellas no poseen gravitación. Descubrimos, sin embargo, que Newton piensa implícitamente que las estrellas fijas tienen gravedad, pues en la Óptica y en la tercera carta a Bentley la atribuye a ellas como una de las funciones divinas que las mantienen constantemente en sus adecuados interva­ los.102 En la primera adviértase la cuestión: "¿qué es lo que 100 Principies, II, 311 y sig. Cf. también Opticks, pág. 381. 101 Principies, II, 310 y sig. 102 Opticks, pág. 344; Opera, IV, 439 y sig.

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l a m e t a f ís ic a d e n e w t o n

impide que las estrellas fijas se precipiten unas sobre otras?" En la tercera, después de aprobar en sustancia la hipótesis de Bentley acerca de la creación añade: “Y aunque la mate­ ria se hubiese dividido al principio en varios sistemas y cada sistema estuviese constituido como el nuestro por un poder divino, los sistemas exteriores descenderían hacia los que están más en el medio, de tal suerte que esta estructura de las cosas no podría existir siempre si un poder divino no lo conserva..." En la cuestión final de la óptica encontramos, sin embar­ go, que Dios es responsable de una complicadísima tarea de la mecánica aplicada: se le asigna el deber de reformar providencialmente el sistema del mundo cuando el mecanis­ mo se ha desarreglado de tal modo que requiere esa refor­ ma. Los principios activos del éter conservan el movimiento, pero no lo suficiente para superar las irregularidades apun­ tadas en el movimiento de los planetas y en especial de los cometas. Debido a la desintegración gradual de los cometas bajo la influencia del calor solar103 y al retraso en sus afelios a causa de sus atracciones mutuas y de las atracciones entre ellos y los planetas; y debido asimismo al aumento gradual en el tamaño de los planetas, que obedece principalmente a las mismas causas, aumentan las irregularidades de la naturaleza, y vendrá un tiempo en que las cosas recuperen su orden. "Por algún tiempo los planetas se mueven en órbitas muy excéntricas en sus distintas posiciones, y el destino ciego nunca pudo hacer que todos los planetas se muevan del mismo modo en órbitas concéntricas, salvo algunas irregu­ laridades despreciables, que pueden haber surgido de las acciones mutuas de los cometas y los planetas y que pueden aumentar hasta que se imponga la necesidad de una refor­ ma del sistema." 104 Newton sostiene que Dios constituye ira Principies, II, 293-8. 1