La idea del progreso
 9788420663340

  • Commentary
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Table of contents :
Contraportada
Créditos
Dedicatoria
Prólogo
Introducción
Uno
1
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Dos
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Tres
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1. Algunas interpretaciones de la Historia
Universal: Bodino y Le Roy
1
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2. La utilidad como finalidad del saber: Bacon
1
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5
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3. El cartesianismo
1
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3
4
4. La doctrina de la degeneración:
los antiguos y los modernos
1
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5. El progreso del saber: Fontenelle
1
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6. El progreso general del hombre:
el Abbé de Saint-Pierre
1
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7. Nuevas concepciones de la Historia:
Montesquieu, Voltaire, Turgot
1
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3
8. Enciclopedistas y economistas
1
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6
7
9. ¿Fue la civilización un error?
Rousseau, Chastellux
1
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10. El año 2440
1
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3
4
11. La Revolución Francesa: Condorcet
l
2
3
4
5
6
12. La teoría del Progreso en Inglaterra
1
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3
4
5
6
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13. Especulaciones alemanas
sobre el Progreso
1
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4
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7
14. Corrientes posrevoludonarias
del pensamiento francés
1
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6
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15. La búsqueda de una ley del Progreso:
I.) Saint-Simon
1
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16. La búsqueda de una ley del Progreso:
II.) Comte
1
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6
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8
17. «Progreso» en el movimiento
revolucionario francés (1830-1851)
1
2
3
4
5 (6)
18. Progreso material: la Exposición de 1851
1
2
3 (4)
19. El Progreso a la luz de la evolución
1
2
3
4
5
Epílogo
Notas
Introducción
2. La utilidad como finalidad del saber: Bacon
3. El cartesianismo
4. La doctrina de la degeneración: los antiguos y los modernos
5. El progreso del saber: Fontenelle
6. El progreso general del hombre: el Abbé de Saint-Pierre
7. Nuevas concepciones de la Historia: Montesquieu,Voltaire,
Turgot
8. Enciclopedistas y economistas
9. ¿Fue la civilización un error? Rousseau, Chastellux
10. El año 2440
11. La Revolución Francesa: Condorcet
12. La teoría del Progreso en Inglaterra
13. Especulaciones alemanas sobre el Progreso
14. Corrientes posrevolucionarias del pensamiento francés
15. La búsqueda de una ley del Progreso I. Saint Simon
16. La búsqueda de una ley del Progreso II. Comte
17. «Progreso» en el movimiento revolucionario francés(1830-1851)
18. Progreso material: la Exposición de 1851
19. El Progreso a la luz de la evolución
Índice

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La idea del progreso

John B. Bury

La idea del progreso

El libro de bolsillo Filosofía Alianza Editorial

Humanidades

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o rig in a l: TheIdea ofPrpjre.v.AxJz>pvjryJxt¿>jitO rjfjx a x d G rw /J ?

T raductores: Elias Díaz y Julio Rodríguez Aramberri

Primera edición en «El libro de bolsillo»: 1971 Primera edición en «Área de conocimiento. Humanidades»: 2009

Diseño de cubierta: Alianza Editorial Ilustración de cubierta: Kupferdreh-Ruhr

Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fija­ da en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

© AlianzaEditorial,S.A.,Madrid, 1971,2009 Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 28027 Madrid; telifono 91393 88 88 www.alianzaeditorial.es ISBN: 978-84-206-6334-0 Depdsito legal: M. 52.800-2008 Impreso en Efca, S. A. Printed in Spain

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Dedicado a la memoria de Charles Francois Castel de Saint-Pierre Marie Jean Antoine Nicolas Caritat de Condorcet, Auguste Comte, Herbert Spencer, y otros optimistas mencionados en este volumen.

Tantane vos generis tenuit fiducia vestriî

Prólogo

Se puede creer o no en la doctrina del Progreso, pero en cualquier caso lo que indudablemente posee interés es ana­ lizar sus-orígenes y evolución histórica, incluso si en última instancia resultase no ser más que un idolum saeculi porque de hecho ha servido para dirigir e impulsar toda la civiliza­ ción occidental. El progreso terrestre de la humanidad constituye, en efecto, la cuestión central a la cual se subor­ dinan siempre todas las teorías y movimientos de carácter social. La frase civilización y progreso ha quedado estereoti­ pada para indicar el juicio bueno o malo que atribuimos a una determinada civilización según sea o no progresiva. Los ideales de libertad y democracia, que poseen su propia, an­ tigua e independiente validez, adquieren un nuevo vigor cuando se relacionan con el ideal del Progreso. La conjun­ ción de «libertad y progreso» y de «democracia y progreso», surge así á cada momento; el socialismo, en las etapas ini­ ciales de su moderno desarrollo, reclama igualmente de di­ cha relación. Es más, incluso las mismas corrientes o movi­ mientos de carácter belicista, que niegan la posibilidad de todo proyecto de paz perpetua, lo que hacen es considerar a la guerra como instrumento indispensable para el Progreso. 9

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LA IDEA DEL PROGRESO

En nombre del Progreso declaran hoy obrar los doctrina­ rios que han instaurado en Rusia el actual (1920) régimen de terror. Todo ello parece probar la indudable vigencia de una forma de pensar que atribuye escasas probabilidades de supervivencia a toda teoría o programa social y político in­ capaz de lograr una armonización con esa idea directriz que es el Progreso. La Edad Media europea se guió con criterios muy dife­ rentes. La idea de una vida ultraterrena era, en efecto, su punto central de referencia, en virtud del cual las cosas im­ portantes de esta vida mundanal se movían siempre desde la perspectiva de la otra vida en el más allá. Cuando los sen­ timientos más profundos de los hombres reaccionaban más poderosa y establemente ante la idea de la salvación del alma que ante ninguna otra, era precisamente la armonía con esa idea la que permitía establecer el juicio sobre las po­ sibilidades de pervivencia de las instituciones y teorías so­ ciales. La vida monástica, por ejemplo, se desarrolló bajo su influencia, mientras que la libertad de conciencia carecía de su apoyatura. Con una nueva idea directriz, dicha situación cambió: la libertad religiosa creció así bajo la égida del Pro­ greso, mientras que la vida monástica no pudo invocar nin­ guna relación con él. La esperanza de lograr una sociedad feliz en este mundo para las futuras generaciones -o bien de una sociedad a la que de modo relativo se puede calificar como feliz- ha veni­ do a reemplazar, como centro de movilización social, a la esperanza de felicidad en otro mundo. La creencia en una inmortalidad personal tiene todavía amplia vigencia, pero, ¿no podemos decir con toda honradez que dicha creencia ha dejado ya de constituir el eje de la vida colectiva, es decir, el criterio apto para el enjuiciamiento de los valores socia­ les? Mucha gente, por supuesto, no opina de esta manera, pero quizás un número aún mayor considera que de algo tan incierto como es esa creencia no cabe razonablemente

PRÓLOGO

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hacer depender vidas y formas de pensar. Los que así pien­ san constituyen sin duda la mayoría, pero este pensamiento admite muchas gradaciones. Difícilmente nos equivocaría­ mos al afirmar que, por regla general, la creencia ultraterrena no rige la forma de pensar de quienes la admiten y que sus emociones reaccionan ante ella muy débilmente, que esa creencia es sentida como algo remoto e irreal y que su influencia directa sobre la conducta real es mucho me­ nor que su influencia sobre los argumentos abstractos típi­ cos de los tratados de moral. Regido por la idea del Progreso, el sistema ético del mun­ do occidental ha sido modificado en los tiempos modernos por un nuevo principio que aparece dotado de una impor­ tancia extraordinaria y que deriva precisamente de ella. Cuando Isócrates sintetiza su regla de vida en la fórmula «Haz a los demás...», probablemente no incluía entre los «demás» a los esclavos y a los bárbaros. Los estoicos y los cristianos extendieron después su aplicación a toda la humanidad viviente; pero es en los últimos años cuando este principio ha recibido su más vasta ampliación al in­ cluir alas generaciones futuras, las generaciones de los