La Historia Y El Historiador

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ENRIQUE FLORESCANO

La Historia y el historiador

FONDO 2 0 0 0 (MüscmgxnmoxíSw FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MÉXICO

i’rimera edición, 1997 Tercera reimpresión, 2003 I). R. & 1997, Fondo di-: CmvRA Economica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14200 México, D. F. www.londodeculluraeconomica.eoni

ISBN 968-16-6957-6 Impreso en México • P rin ted in M éxico

n a c ió en San J u a n C oscom atepec, V eracruz, en 1937. E stu dió en la F a c u l­ ta d d e D erech o d e la U n iversidad V e ra cru z a n a y en la F a c u lta d d e F ilo so fía y Letras d e la Uni­ v ersid a d A u tón om a d e V eracruz. D esde sus a ñ o s d e estu d ia n te d e fin ió los q u e s e r ía n los p r in c i­ p a le s verteros d e su v o c a c ió n in telectu al: f u n d ó la revista u n iv ersitaria Situaciones, d irig ió e l su ­ p lem en to cu ltu ral d el Diario de Xalapa e in ició sus a c tiv id a d e s d ocen tes. En 1 9 6 8 in g resó c o m o p ro feso r-in v e s tig a d o r d e El C olegio d e M éxico, d o n d e co d irig ió el S em in a rio d e H istoria E c o ­ n ó m ic a y S o cia l d e l C entro d e E stu dios H istó­ ricos. Al a ñ o sig u ien te f u e n o m b r a d o p r o fe s o r titu lar d el S em in a rio d e H istoria E c o n ó m ic a d e M éx ico d e l C olegio d e H istoria, en la F a c u lta d d e F ilo so fía y Letras d e la U n iv ersid ad N a c io ­ n a l A u tón o m a d e M éxico. F u e d ire c to r d e la revista Historia Mexicana d e El C olegio d e M éx ico, j e f e d e l D ep a rta m en to E n r iq u e F lo r h s c a n o

d e In v estig a cio n es H istóricas y, p o sterio rm en te, d irec to r d e E studios H istóricos d e l Instituto N a­ c io n a l d e A n tro p o lo g ía e H istoria. A su a m p lia trayectoria co m o p r o fe s o r e in v estig ad or se su m a u n a im p o rta n te la b o r e d ito r ia l c o m o c o o r d in a ­ d o r d e la serie SEP-Setentas q u e e d ita r a la Se­ c r e ta r ía d e E d u ca c ió n P ú blica y co m o fu n d a d o r d e la revista Nexos en 1976, d e la q u e f u e d i­ rector h a s ta 1982. Ese m ism o a ñ o f u e d e s ig n a ­ d o d irec to r g e n e r a l d e l in a h , ca rg o q u e o cu p ó h a sta 1988. A p a r tir d e en to n ces d irig e la C o o r d in a c ió n N a c io n a l d e P royectos H istóricos, d e p e n d e n c ia d e l C on sejo N a c io n a l p a r a la C ultura y la s A r­ tes. A dem ás, es p r e sid e n te d e la F u n d a c ió n N e­ xos, A. C , y a ctu alm en te o cu p a la cá ted ra Sim ón B o lív a r d e Estudios L a tin o a m e r ic a n o s d e la U n iversidad d e C am brid g e, In g laterra. E n riq u e F lo resca n o es a u to r d e m á s d e cien a rtícu lo s d e in v estig ación en revistas c ien tífic a s d e l á r e a d e c ie n c ia s s o c ia le s d e M éx ico y el e x ­ tran jero. Entre los m últiples reco n o c im ien to s q u e h a recib id o , d e s ta c a e l P rem io N a c io n a l d e C ien cias Sociales, 1976, q u e le c o n c e d ió la A c a ­ d e m ia d e la In v estig ación C ientífica, las P a lm a s A c a d é m ic a s q u e le o to rg a ra el g o b ie r n o fr a n c é s en 1982 y el n o m b ra m ien to d e C a b a lle r o d e L ’O rdre N a tio n a l du Mérite, im pu esto p o r el p r e ­ sid en te d e F ra n cia F r a n fo is e M iterran d en 1985M iem bro d e n iim ero d e la A c a d e m ia M ex ica n a d e la H istoria, F lo resca n o p e r te n e c e a l Sistem a

N a c io n a l d e In v estig ad ores y recien tem en te fu e g a la r d o n a d o c o n e l P rem io N a c io n a l d e C ien ­ c ia s S o cia les y H u m a n id a d es, 1996. El F o n d o d e Cultura E co n ó m ica h a p u b lic a d o Memoria mexicana y El mito de Quetzalcóatl, d e en tre los m u ch os libros q u e co n fo rm a n su a m p lia e im portan te obra. En esta ocasión . El d o cto r Florescayio h a escrito ex p resa m en te p a r a FONDO 2 0 0 0 La historia y el historiador, un libro q u e reú n e en tres en sa y o s la fu n c ió n s o c ia l d e l h is­ to r ia d o r y q u e resp o n d e a la s p r eg u n ta s b á s ic a s qu e, en torn o a la h isto ria y la h isto rio g ra fía , se h a n fo r m u la d o d es d e los tiem p os m á s rem otos: ¿cóm o n a c e un relato histórico?, ¿ p ara q u é se e s ­ cr ib e la h istoria? y ¿qu é c a r a c t e r iz a a la in v es­ tig a ció n histórica? El lecto r q u e d a in v ita d o a un breve, p e r o intenso, reco rrid o p o r los r in c o ­ nes d e l o ficio d e h isto ria r y a u n a revisión d e la tra y ecto ria d e la n a r r a c ió n h istórica, d e s d e su rem oto orig en c o m o m e m o r ia d e l p o d e r h a s ta su m o d e r n a situ a ció n c o m o a n á lis is crítico d e la s o c ie d a d y. d e la e x p e r ie n c ia h u m a n a .

Advertencia

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M J n * tres ensayos reu nidos en este librito tocan temas que han atraído el interés de un público muy amplio desde tiempos re­ motos: ¿Cómo nació el relato histórico? ¿Para qué se escribe la historia? ¿Cuáles son las características que distinguen a la indagación del pasado? El primero, “De la memoria del poder a la historia como explicación”, es un re­ cuento mínimo del desarrollo de la narra­ ción histórica, desde sus lejanos orígenes como memoria del poder, hasta su si­ tuación presente, como análisis crítico de los procesos que tejen y construyen la experiencia humana. El segundo, “Breve incursión a los sótanos del oficio”, es una revisión poco usual de las condiciones sociales e institucionales que intervienen en la producción de las obras históricas. El último, “La función-social del historia-

dor”, intenta resumir los variados cometidos so­ ciales que hacen del relato histórico una lectura in­ evitable para los curiosos que se siguen preguntan­ do: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Cuáles fueron nuestros orígenes? E. F. Cambridge, enero de 1997

De la memoria del poder a la historia como explicación*

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HISTORIA PARA SANCIONAR EL PRESENTE

n la medida en que la reconstrucción del pasado es una operación que se hace desde el presente, es natural que los inte­ reses que más pesan en ese momento participen en la recuperación del pasado. Cada vez que un movimiento político impone su dominio en una sociedad, su triunfo se vuelve la medida de lo históri­ co; domina el presente, comienza a de­ terminar el futuro y reordena el pasado: define qué recuperar del inmenso pasado y el para qué de esa recuperación. Así, desde los tiempos más remotos, la inqui­ sición acerca del pasado, antes que cien­ * Este ensayo se publicó en la obra colectiva H is­ toria. ¿ P ara qué?, México, Siglo XXI Editores, 1980, pp. 91-127. Recoge las concepciones acerca de la in­ vestigación histórica prevalecientes en la década an­ terior, y resume las características de las principales corrientes de investigación.

tífica, ha sido política: una recuperación selectiva del pasado, adecuada a los intereses del presente, para obrar sobre el porvenir. La reconstrucción pragmática del pasado es tan antigua como la historia del hombre y se ha pro­ longado hasta los tiempos recientes. Los individuos y los pueblos acuden al pasado para exorcizar el fluir corrosivo del tiempo sobre las creaciones hu­ manas; para tejer solidaridades fundadas en orí­ genes comunes; para demarcar la posesión de un territorio; para afirmar identidades nacidas de tradiciones remotas; para sancionar el poder esta­ blecido; para respaldar, con el prestigio del pasa­ do, vindicaciones del presente; para construir una patria o una nación fundadas en un pasado com­ partido; o para darle sustento a proyectos dispara­ dos hacia el futuro.1 Los primeros testimonios que los seres humanos dejaron a la posteridad, son memorias del poder: genealogías de reyes y go­ bernantes, monumentos que magnifican entroni­ zaciones de reyes, o anales que consignan la his­ toria de la familia gobernante. Cumplían la doble tarea de sancionar el poder establecido, y de im­ poner a las generaciones venideras el culto ritualizado de esa memoria. Aun cuando los autores de estas recuperaciones 1 Véanse varios ejemplos de esta tradición en J. H. I’lumb, La m u erte d e l p a s a d o , Barcelona, Barral, 1974, particularmente el capítulo titulado “La sanción del pasado”, pp. 17-52; y tam­ bién Bernard Lewis, L a h istoria re co r d a d a , resca ta d a , in v en ­ tad a, México, Fondo de Cultura Económica, 1979.

manifestaron su propósito de relatar hechos ver­ daderos, no invirtieron mucho tiempo en estable­ cer la autenticidad de sus fuentes. Sin embargo, a menudo sus relatos fueron capaces de enterrar una tradición e imponer una nueva versión del pasado (como en el caso de la Iglesia cristiana en el Medievo, o de las revoluciones mexicana y so­ viética a principios del siglo xx), apoyándose en toda suerte de hechos verídicos, aduciendo testi­ monios espurios, recuperando tradiciones repri­ midas y omitiendo hechos importantes. En estos casos, el fundamento de la nueva versión del pa­ sado no se sustentó en la autenticidad de los testi­ monios aducidos o en la fuerza de la explicación. Más bien esa versión del pasado fue impuesta por las mismas fuerzas sociales que modificaron el desarrollo histórico. Más tarde se volvió la expli­ cación histórica dominante gracias al control que el grupo en el poder ejercía en los medios de difusión. Obtuvo legitimidad porque los grupos sociales que participaron en la contienda vieron en esa recuperación del pasado una explicación de sus aspiraciones y una interpretación de accio­ nes hasta entonces confusas o inconexas. Perdió credibilidad en la medida en que las versiones de nuevos grupos sociales erosionaron su monopolio y filtraron otras interpretaciones que contradecían o superaban la establecida. Si para los poderosos la reconstrucción del pa­ sado ha sido un instrumento de dominación, para los oprimidos la recuperación del pasado ha servi­

do como hilo afirmador de su identidad y como fuerza emotiva que mantiene vivas sus aspiracio­ nes de independencia y liberación. Las guerras entre las grandes potencias políticas, entre éstas y las naciones pequeñas, la lucha de clases en el ámbito nacional, las acciones de conquista y do­ minación colonial, la opresión de minorías étnicas o religiosas, todos estos conflictos han sido revitalizadores de la imaginación histórica y creadores de versiones contradictorias del pasado. En los tiempos en que chocan dos o más inter­ pretaciones del pasado, se agudiza la sensibilidad de lo histórico: grupos, clases y naciones intentan fundamentar con mayor ansiedad sus raíces. Los protagonistas de esos momentos críticos redoblan entonces la búsqueda de testimonios para fortale­ cer los intereses propios y destruir los del con­ trario. En los tiempos en que se lucha simultánea­ mente por el presente y el pasacio, surge también la crítica histórica, la revisión de los testimonios en que se funda la interpretación propia y la anta­ gónica. La época en que el cristianismo comenzó a suplantar al paganismo como religión estatal (siglos m y iv), los años de la Reforma y la Contra­ rreforma, o las décadas de crisis política que van del siglo xviii a fines del siglo xix, fueron tiempos en que el pasado dejó de ser uno para convertir­ se en múltiple. Entonces la colisión entre distintos pasados y proyectos políticos provocó el descu­ brimiento de interpretaciones diferentes de lo acontecido, la exhumación de nuevos testimonios

o el reavivamiento de antiguas tradiciones históri­ cas, y un proceso lento y controvertido de asimila­ ción del pasado extraño en el pasado conocido.2 En Europa, la coexistencia contradictoria de va­ rios pasados desde el siglo xvi en adelante (la an­ tigüedad pagana, el pasado cristiano, los extraños pasados que el descubrimiento y la conquista de los pueblos de América introdujeron en el presen­ te europeo), amplió las dimensiones de lo históri­ co. Nacieron entonces nuevas técnicas para anali­ zar la autenticidad de las distintas tradiciones y brotaron otras preguntas acerca del sentido de esos extraños desarrollos históricos. Aun cuando la reconstrucción del pasado siguió teñida de un sentido pragmático y político, a par­ tir de la Ilustración el interés por el pasado empie­ za a ser inducido por el por qué. No bastaba ya conocer los hechos y describirlos; era necesario comprender el sentido del desarrollo humano, in­ dagar el por qué de sus mutaciones, y explicar por qué se desarrollaban y decaían las civilizaciones. 1.a primera gran obra de la historiografía moderna, 2 Véase, por ejemplo, A. Momigliano (com p.), The C onflict hetw een P a g a n ism a n d C hristianity in th e F o u r Century, Oxlord, 1963. A los historiadores cristianos que mantenían una interpretación del desarrollo histórico a la vez excluyente y universal, este conflicto los obligó a ensayar una nueva forma ■le historia, asentada en “la fe en las pruebas documentales y la ■s cjue le habían impuesto los liberales del siglo xtx. 1.tan parte del pasado inmediato fue satanizado ; ■ira justificar el orden político que intentaba crear la Revolución. Otra porción del pasado resurgió ■leí olvido con brillos insospechados. En contrapou ión a los proyectos liberales del siglo xix, que ¡ legaban al indio y proponían como destino del país la imitación de modelos extranjeros, la Revo!nción se definió como un movimiento de búsque­ da de la identidad primaria, como el primer mo­ limiento nacional que incorporó al indígena y al campesino en su proyecto histórico. De ahí que las décadas posrevolucionarias contemplen una conti­ nua recuperación del pasado prehispánico, centra­ da en sus aspectos más deslumbrantes: arquitecliira, escultura, religión, mitos.7 7 Enrique Florescano, El p o d e r y la lu c h a p o r el p o d e r en la h istoriog rafía m ex ic a n a , México, Cuadernos de Trabajo del Departamento de Investigaciones Históricas del i n a i i , 1980. liste artículo se publicó más tarde en la revista italiana Nova A m erican a, núm. 3, Giulio F.inaudi Editore, Turin, 1980, pp. 199-238.

Así, en el transcurso de los siglos, la historiogra­ fía mexicana ha recuperado, ocultado, descubier­ to, revalorizado, integrado y amputado el pasado, bajo la presión de la lucha política y la conforma­ ción social de la nación. Si no ha sido siempre un instrumento explicativo de los procesos históricos, si ha servido para actualizar diversos momentos del pasado en el presente. Estas interpretaciones diver­ gentes documentan las etapas que recorre la con­ ciencia colectiva para seleccionar, recoger y acep­ tar el pasado, y permiten conocer los mecanismos que transforman el pasado en fuerza modeladora del presente. Su importancia no reside sólo en la infomación que proporcionan sobre los procesos que describen, cuanto en lo que omiten y resaltan. Es lo que perciben y borran sus autores lo que otorga a estas obras su importancia como expre­ siones de la conciencia histórica de su tiempo. No son únicamente memorias del poder y conciencia deformada de la realidad. En la medida en que es­ tablecen relaciones entre varios acontecimientos y distinguen causas y resultados, son testimonios de la forma como sus autores desearon que se perci­ biera la temporalidad y la causalidad de los acon­ tecimientos: son un registro de las operaciones que desarrolla el recordador del pasado para apreciar el cambio histórico y grabarlo en su memoria.

HISTORIA PARA COMPRENDER EL PASADO Y ACTUAR EN EL PRESENTE

I’ero ocurre que el pasado, antes que memoria o conciencia histórica, es un proceso real que deter­ mina el presente con independencia de las imá­ genes que de ese pasado construyen los actores de la historia. Al revés de la interpretación del pa­ sado, que opera desde el presente, la historia real modela el presente desde atrás, con toda la fuerza de lo histórico: volcando sobre el presente la car­ ga de las sedimentaciones más antiguas, transmi­ tiendo la herencia de las relaciones del hombre con la naturaleza, prolongando partes o estmcturas completas de sistemas económicos y formas de organización social y política de otros tiempos, in­ troduciendo en el presente las experiencias acu­ muladas por los seres humanos en el pasado. Sin embargo, el estudio riguroso de la realidad histórica que es producto de la misma acción humana apenas comenzó en el siglo xix. Antes de ese siglo hay un saber histórico, una conciencia de lo histórico y diversas formas de captar el de­ venir, pero no una reflexión acerca del por qué de los hechos históricos, apoyada en procedimientos dirigidos a responder a esa pregunta. En cambio, desde que aparece la preocupación por explicar por qué los hombres entran en relación entre sí para transformar su medio, las preguntas sobre qué ocurrió, cuándo y cómo ocurrió, comenzaron a transformarse en técnicas rigurosas para ubicar

los acontecimientos históricos, establecer su auten­ ticidad y descubrir sus relaciones. El desarrollo de esta comprensión de lo histórico comenzó con la desacralización y racionalización de los elementos básicos del quehacer humano: cuando se percibió el sentido temporal y terreno de las acciones humanas; cuando se reconoció el carácter irreversible e irrepetible de lo ocurrido; cuando se inició el análisis de las relaciones que ligaban a un hecho con otros; desde el momento en que se impuso la inteligibilidad de los aconte­ cimientos históricos y la necesidad de explicarlos para comprender su acción en el pasado y au­ mentar la capacidad de los hombres para domi­ narlos en el presente. Así, desde el momento en que las acciones hu­ manas perdieron el sentido sobrenatural o provi­ dencial que durante mucho tiempo se les había atribuido,8 y fueron consideradas como hechos profanos que ocurrían en un lugar preciso y en un tiempo determinado, nació la moderna concepción del devenir como despliegue de la acción del hombre en el tiempo, desde el pasado hacia el fu­ turo. Desde entonces se entiende que las acciones humanas son parte de un proceso que forma con ellas el tejido del acontecer, la sucesión de los hechos pasados ligados con los presentes y futu­ ros. Si por un lado los hechos humanos son partes 8 Véase S. G. F. Brandon, History, Tim e a n d Deity, Nueva York, Manchester University Press, 1965.

de ese proceso general, por otro tienen su propia singularidad, pues al ocurrir en tiempos y lugares diferentes, adquieren su condición de hechos úni­ cos, irreversibles e irrepetibles.9 El acontecer humano, al ser despojado de los elementos supraterrenales o metahistóricos, cobró el sentido de un suceder real, susceptible de ser verificado y explicado en función de razones hu­ manas y por medio de técnicas adecuadas a ese propósito. Un paso adelante en la verificación de los he­ chos y en la lectura crítica de los testimonios, lo dio el historiador Leopold von Ranke (1795-1886). Ranke sometió los documentos a un severo escru­ tinio para discernir su origen, develar los fines ex­ presos u ocultos de sus creadores, y descubrir las alteraciones hechas por sus sucesivos lectores y manipuladores. Al mismo tiempo, emprendió una búsqueda acuciosa de fuentes originales con el propósito de ampliar los registros del pasado. La exhumación de nuevos testimonios y la disposi­ ción de instrumentos críticos para autentificarlos, llevó a pensar que el historiador podía explicar el sentido real de los acontecimientos y evitar apre­ ciaciones subjetivas, pues la abundancia de las fuentes y su crítica rigurosa permitirían “mostrar lo que realmente ha sucedido”. Sin embargo, al no vincular la incorporación de nuevos testimonios 9 Para una explicación más detallada de esta concepción de lo histórico, véase Fran^ois Chatelet, El n a cim ien to d e la histo­ ria, México, Siglo XXI Editores, 1979, pp. 3-18.

con un marco explicativo más amplio, los segui­ dores de Ranke — mucho más que él mismo— , convirtieron la investigación histórica en un árido amontonamiento de datos, y al historiador, en un reproductor de los archivos. Si faltaran ejemplos para mostrar que el des­ arrollo histórico no procede en forma acumulativa y progresiva, bastaría recordar que Marx había realizado décadas antes una renovación del méto­ do histórico que fue ignorada por los cultivadores de este oficio. Partiendo de una realidad concreta — el capitalismo industrial inglés— , aplicó a ella las técnicas de investigación más rigurosas de su época, distinguió jerárquicamente los procesos que originaban el capital, estableció las relaciones de la producción capitalista con las clases y la so­ ciedad, y con todo ello elaboró una teoría — un modelo— del modo de producción capitalista, que es una abstracción fundada en la realidad históri­ ca, y una explicación razonada de esa realidad. Como advirtió Schumpeter, “Marx fue el primer economista de gran categoría que reconoció y enseñó sistemáticamente cómo la teoría econó­ mica puede volverse análisis histórico, y cómo la exposición histórica puede convertirse en historia razonada”. Esta metódica reconstrucción histórica y esa notable explicación de las relaciones econó­ micas y sociales del capitalismo, partieron de la noción de que la realidad histórica es inteligible, y susceptible por tanto de ser explicada científica­ mente.

Marx pensó la realidad histórica como una tota­ lidad dotada de coherencia interna, en la cual cada una de sus partes condiciona y transforma a las demás, a la vez que cada parte es condicionada y transformada por el todo. Esta concepción lo llevó a construir un instrumento teórico — él modo de producción— , capaz de captar la realidad social en su conjunto. En contraste con los economistas que sólo disponían de instrumentos analíticos para examinar exclusivamente los problemas econó­ micos, y de los historiadores, absorbidos por la acumulación de datos para documentar procesos desvinculados entre sí, Marx concibió lo histórico como una totalidad dinámica. Hizo de la investi­ gación de los hechos concretos el punto de partida riguroso del conocimiento, y de la teoría el instru­ mento indispensable para penetrar con profundi­ dad en la realidad histórica. Al contrario de la extendida práctica de muchos “marxistas”, Marx pensó que la teoría sólo puede aprehender la rea­ lidad cuando ésta está presente en el análisis, cuando se ha “asimilado en detalle la materia in­ vestigada”. Marx también advirtió que sólo cuan­ do el investigador dispone de un marco general del desarrollo social, puede liberarse del empiris­ mo, y extraer del cúmulo de datos explicaciones más amplias del desarrollo histórico.10 10 Pierre Vilar explica y debate las aportaciones de Marx a la formación de una historia científica en “Historia marxista, his­ toria en construcción. Ensayo de diálogo con Althusser”, en Ciro F. S. Cardoso y Héctor Pérez Brignoli, P erspectivas d e l