Invitacion A La Microhistoria

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LUIS GONZALEZ Y GONZÁLEZ

Invitación a la microhistoria

enea MÉXICO

P n m e ra ed tn ó n Sip S cttnia.i . 1973 S rg u n d a ed ic ió n (B iblioteca Jo v e n ), I9tk>

R R * 1986. F ondo d» C i x n u £ u ) nómi comunidades. Hasta hace poco cada quien se rascaba con sus propiauñas, se caracterizaba por su aislamiento, por su ausen­ cia de comunicación con los otrus historiadores, por vivir arrinconado. Ahora Ea?. barreras de la soledad empiezan .i deshacerse: Todavía ¡a mayoría no se relaciona con sus colegas, no pertenece a ninguna asociación o secta aca­ 2$

démica, aunque son cada día más los inscritos en comu­ nidades de especialistas que se frecuentan periódicamen­ te, que discuten métodos e intercambian experiencias. Hay cada vez más asociaciones nacionales de historiadores lo­ cales, pero no existe todavía, que yo sepa, una agrupa­ ción internacional. Por supuesto que los microhistoriadores requieren me­ nos del intercambio intelectual que otros especialistas, pero quizá el motivo mayor del aislamiento sea, aparte del de la dispersión geográfica y de intereses, ei de la desigualdad de cultura. A la mies de la microhistoria siguen concurriendo operarios provenientes de todos los campos del saber y ía ignorancia: maestros y alumnos, médicos, abogados, sacerdotes, poetas, políticos, buró­ cratas de todos los niveles, fotógrafos, artesanos y meros memoristas sin oficio. Aquí acuden letrados e iletrados de toda laya que difícilmente pueden convivir y menos entenderse. Es deseable mantener la diversidad cultural de los ope­ rarios. Es muy fructífera la participación de sacerdotes, médicos y maestros en la tarea de revivir el pasado del terruño. Conviene que los disímbolos obreros lo sean de tiempo pardal. N i los recursos de los lugares pequeños son suficientes para sostener un cronista sólo dedicado a serlo, ni ayuda a la confección de una crónica local el aislarse de los quehaceres comunales y volverse rata de biblioteca. La microhistoria gana con la concurren­ cia de individuos de distinta formación y de diferentes posibilidades, pero pierde cuando no hay un denomina­ dor común entre los operarios que no sólo sea la pura afición a la microhistoria. El microhistoriador requiere un mínimo de dotes y bienes culturales. Por lo pronto, necesita de una buena dosis de esprit de fines e como el m acrohistom dor. Debe 24

ser un hombre d i ciencia, pero na al modo burdo del geómetra. También es hombre al agua si no tiene a su alcance archivos y bibliotecas. Y está fuera de toda posi­ bilidad de competir en el mercado intelectual st no posee un buen arte del oficio. En Bauer se ice; "La historia regional cae en descrédito por el diletantismo con que frecuentemente se cultiva / ’ 14 Si en el uso de Ja técnica de investigación y otros as­ pectos del oficio hay una mayor torpeza en el ini.ro que en el macrohistomdor, en el terreno de la vocación se cambian los papeles. Aquél no sólo es aficionado por falta de oficio sino también por sobra de afición y sinv patía por su tema. O tra diferencia se da en el nivel del talante. Mientras los historiadores metropolitanos de alcance nacional o mundial viven como azogados, en stress, nerviosos, compulsivos, ávidos de asistir a con­ gresos y reuniones y ansiosos de reconocimiento, los irovincianos pasan la vida sin desasosiegos, viven sin el veneno de la fatiga y sin los acosos de la ambición sin límites. Una ventaja más del miní con respecto al maxi es la de que aquél escribe habitualmente de lo que conoce por experiencia propia; de lo que conoce y ama; tiene alma de anciano y muy frecuentemente lo es. De hecho no podría ejercer la historia matria antes de llegar a la edad madura. AI historiador matrio, según el dicho de Nictzsche, "le conviene una ocupación de viejos, mirar atrás, pasar revista, hacer un balance, buscar consuelo en los acaeceres de otras éjxxas, evocar recuerdos".” En plan de encasillar al m icrohistom dor en un casillero psi­ cológico, habría que ponerlo en el grupo de los sentiM

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mentales o E n a s de 1a clasificación de Rene Le SermeíS porque c? un tipo más emotivo, más amante de la naiuraleza y su terruño, menos dinámico y jolgorioso, más solitario, conservador, tímido y iriste y menos deportista que c! promedio de los hombres. Los microhístoriadores se hermanan entre si por el carácter que no por la ética profesional. En cuanto a con iludas e ideales, son distinguibles tres tipos: el pri­ mero procede como la hormiga; el segundo, como Ja araña, y el último, como la abeja. El microhistoriador hormiga lleva y trae papeles; extrae, según el dicho de don A rturo A m áis y Freg, noticias de la tumba de los archivos para trasladarlas, reunidas en forma de libro, a la tumba de las biblio­ tecas; ejerce de acuerdo con una ética positivista cuyos principios son: / ) el buen historiador no es de ningún país y de ningún tiempo; 2 ) procede a su trabajo sin ideas previas ni prejuicios; 3 ) se come sus amores y sus odios; 4 ) no es callejero, gusta de lo oscuro y arrin­ conado, es rata de gabinete, archivo y biblioteca; 5 ) no se cuida de componer y escribir bien, Je basta con cortar, pegar y expedir mamotretos de tijeras y engrudo* El buen microhistoriador positivista es de hecho un com­ pilador disfrazado, un acarreador de materiales, una hor­ miga laboriosa* La soberbia del microhistoria do r-a raña contracta con la humildad del mícrohistoriador-hormíga. Se declara a voz en cuello hijo orgulloso de su matria y de su época; no le importa ser hombre de prejuicios; no oculta sus simpatías y diferencias; Je da rienda suelta a la emoti­ vidad y a la loca de la casa. Le concede m is importancia a la imaginación que a la investigación y a Ja expresión *

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del propio modo de ser que a la comunicación de cono­ cimientos, Las obras del sabio-araña no son ni m is ni menos que telarañas emitidas de sí mismo cjuc no tras* m tridas de algo, cosas sutiles o insignificantes que no tejidos fuertes y duraderos. El ideal arácnido produce intérpretes brillantes que no historiadores de verdad. El tercer tipo imita la conducta de la abeja que re­ coge, digiere y toma miel de los jugos de multitud de flores. El que aspira a comportarse como abeja no teme amar al pasado y al terruño; procura ser consciente de sus ideas previas, simpatías y antipatías y está dispuesto a cambiarlas si los resultados de la investigación se lo piden. N o est;l casado con sus prejuicios como el hombrearaña, ni con los útiles como el hombre-hormiga. Alternativamente pelea y simpatiza con sus instrumentos de trabajo; es critico riguroso y hermenéutko compasivo. Busca ser hombre de ciencia a la hora de establecer los hechos, y se convierte en artista en el momento de tras­ mitirlos. Los tres (hormigas, arañas y abejas) nacen de im­ pulsos parecidos. Un hombre que ve a su terruño como se ve a sí mismo, un buen día es asaltado por la curio­ sidad, dizque por haberse topado con una ruin.i. or.i por haber dado oídos al cuento de algún viejo, ya por al­ guna lectura. De la curiosidad salta a las cuestiones vagas: ¿Qué fue aquello? ¿Cómo se pasó de aquello a esto? Desde aquí el naciente microhistoriador se embarca hacia el pasado pero no sin antes hacer los preparativos del viaje: limitar la meta, hacerse hipótesis y otras cosas por el estilo. Lo

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Cada disciplina del saber recorta del conjunto de Ja rea­ lidad un dominio o campo propio para esclarecerlo a 27

s-: r...,nei!. Sólo en términos generales puede decirse que el dominio de la microhistoria es el pasado humano, re­ cuperable, irreversible, influyente o trascendente o típico. Dentro del enorme universo del pasado historiable es posible aislar la parcela que le corresponde a la microhistoria; es decir, el espacio, el tiempo, la gente y las ac­ ciones que le preocupan. El espacio es la patria chica o matria, definida dife­ rentemente según los mirajes de los definidores. Para Migue! de Unamuno es "la que podemos abarcar de una mirada como se puede abarcar Bilbao desde muchas alturas"." Con todo, algunas patrias chicas no se pueden abarcar de una ojeada. Los hombres que se sienten entre sí oriundos de la misma matriz pueden estar dispersos en una extensión terrestre inabarcable a simple vista. Por lo mismo, otra definición de terruño, aparentemente más vaga, es más justa, Matria es la realidad por la que algunos hombres hacen lo que deberían hacer por la patria: arriesgarse, padecer y derramar sangre. La patria chica es la realización de la grande, es la unidad tribal culturalmente autónoma y económicamente autosufidente, es el pueblo entendido como conjunto de familias liga­ das al sudo, es la dudad menuda en la que todavía los vecinos se reconocen entre sí, es el barrio de la urbe con gente agrupada alrededor de una parroquia o espirifcualmente unida de alguna manera, es la colonia de inmigrados a la gran ciudad, es la nación minúscula como Andorra, San Marino o N aurú, es el gremio, el monas­ terio y la hacienda, es el pequeño mundo de relaciones personales y sin intermediario. El tiempo y los tiempos de la microhistoria también tienen su peculiaridad. U n estudioso de la nación o del C f. L u í j C f i J i / j l f t , 1 9 7 0 ) , N ú i r M , p , }.

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mundo pocas veces se interesa por el origen, la vida total y el termino de una nación; acota generalmente un trozo del principio, del medio o del fin. Un microhisto­ riador rara vez deja de partir de los tiempos mis re* motos, recorrerlo todo, y pararse en el presente de su pequeño mundo. El asunto de la microhistoria suele ser de espacio angosto y de tiempo largo, y de ritmo muy lento. D e otra manera: los tempos microhistóricos son el larguísimo y pachorrudo de la geografía y el nada violento de la costumbre. Aunque a veces derrama su atención en menudencias, la microhistoria, por lo general, sólo se ocupa de acciones humanas importantes por influyentes, por trascendentes y sobre todo por típicas; separa los episodios significativos de los insignificantes; selecciona los acontecimien­ tos que levantaron ámpula en su época, o ios que siendo Iodos, acabaron en polvos, o los representativos de la vida diaria, los botones de muestra. Lo normal, sin embargo, es que la historia de índole monumental recoja los su­ cesos influyentes; la de índole crítica, los sucesos tras­ cendentes, y la anticuaría los sucesos típicos. La primera persigue al grito de Dolores, la batalla de W aterloo, la derrota de la Armada Invencible; la segunda anda detrás de lo que retorna: crisis agrícolas, curvas de precios, formas artísticas que se hacen, se deshacen y vuelven a hacerse; lo más o menos repetitivo o no del todo irre­ petible. A la microhistoria le interesa, más que lo que influye o renace, lo que es en cada momento, la tradi­ ción o hábito de la familia, lo que resiste al deterioro temporal, lo modesto y pueblerino. A pesar de que la microhistoria no se detiene en los sucesos que levantan polvareda, su asunto suele ser más comprensivo de la vida humana que el de la macrohistoria. Según Bauer es característico de esta especie 29

historiográfica el proyectar "sobre una región estricta­ mente delimita da el entrecruzamicnto de los puntos de vista geográfico, económico, histérico-constitucional y administrativo con los de Ja técnica, el arte, los usos y costumbres, los hechos populares y las modalidades lingüísticas". Y en general es rox fropnU que una de las justificaciones de a microhisioria reside en que abarca la vida integralmente, pues recobra a nivel local la fami­ lia, los grupos, el lenguaje, la literatura, el arte, la ciencia, la religión, el bienestar y el malestar, el derecho, el poder, el folklore; esto es, todos los aspectos Je la vida humana y aun algunos de la vida natural. Las macrohistorias pueden prescindir en mayor o me­ nor grado del ambiente físico. U na crónica local, no. Helbok escribía en 1924: "El lugar recibe su vida in­ mediatamente del suelo; la nación sólo mediatamente, de segunda mano. La nación o Estado se asienta sobre ¡2 aristocracia, la Iglesia, las ciudades. . . La historia local debiera serlo de aquella simbiosis prodigiosa entre tierra y nuehlo, que conduce a cada localidad a resultados dis­ tintos." 3' En la microhistoria pocas vcccs se olvida la introducción geográfica: relieve, clima, suelo, recursos hidráulica, vestidura vegetal y fauna. Tampoco se pres­ cinde de las calamidades públicas (sismos, inundaciones, sequías, endemias y epidemias) y de las transformaciones impuestas por los lugareños al paisaje. La historia universal y las historias nacionales están pobladas de gente "im portante” : estadistas y milites fa­ mosos por sus matanzas, explotadores ilustres o intelec­ tuales soberbios y cobardes. Los actores de la vida me­ nuda rara vez merecen los apelativos de sabios, héroes, santos y apóstoles. Los innovadores locales siempre van a la zaga: descubren un pedernal para producir lumbre ** B u x f ,

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cuando ya. se han descubierto los fósforos. Los héroes de la patria chica rara vez superan el nivel de bravucones y pocas veces acaban en mártires. Cuando están a punto de ser ejecutados con Ja debida solemnidad, se mueren de gripe. Los santos también suelen ser de risa. En los éxtasis no falta quien les clave una aguja y los haga despertar y proferir blasfemias. Los benefactores son di* fun tos c[ue han dejado una modesta fortuna par.* ponerle piso de mosaico al templo. Los hombres de la microhistoria son cabezas de ratón y dudadanos-núm:'ro de la macro que en la micro se convierten en ciudadanosnombre. Muchas veces en la historia grande se habla del rebaño, pero como rebaño; se enfocan los reflec­ tores sobre el mazacote de la burguesía, sobre la masa del proletariado, que no sobre los burgueses y los hu­ mildes llamados fulanito y zutanito. La microhistoria no ha eliminado el tema guerrero. La vida militar — el tema de antes de toda historia— ha su­ frido injustamente el descrédito de la historia-batalla. ^Pe­ ro la historia militar — como dice Jean Meyer— es mucho más que los combates. Por un lado es un aspecto del fenó­ meno social de la violencia, y por otro, el campo de acción de esos grupos sociales que son los ejércitos." ” Además "cada región tiene una guerra, muy propia" que le corres­ ponde esclarecer al microhistoriador. La vieja historia de generales y bandoleros, cañones y fusiles, batallas y com­ bates no amerita ser jubilada simplemente por ser vieja. La vida económica — el asunto de! día-— y la cuestión social concomitante so» los temas de mayor interés para las tres escuelas de la vanguardia microhistórica actual. La razón es clara: los sucesos económicos suelen ser los más cotidianos. En las zagas locales menudean las notií í M ey w , " H is to ria p tr r c a c ít S o b r t h i f t o t i a

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cías sobre maneras de trabajar Ubres, asalariadas y ser­ viles, sobre í orgias forzadas de perder el tiempo en viajes obligados y trámites oficinescos, sobre estructuras agrarias y modos de apropiación de la tierra, sistemas de cultivo, avances agrícoías. quehaceres artesanales, costum­ bres de compra y venta, paso del autoconsumo a la eco­ nomía de mercado e incorporación de los grupos a i 1tu ral v económicamente marginales al mundo moderno. En fin, la economía y la sociedad con enfoque más cualitativo que cuantitativo ,10 Aunque todo mundo dedica la mayor parte de su tiempo a¡ descanso y la diversión, la macrohistoril se empeña casi siempre en ver únicamente Jos aspec­ tos penosos del ser humano. Sólo Ja microhistoria, y no siempre, (orna como asunto el ocio y la fiesta: formas de liberación, astucias eróticas, intercambio de mujeres, modos de proliferación de la vida, vida infantil, juegos de niños, fiestas caseras, nacimientos, bautizos, primeras comuniones, santos, bodas, días Je campo, camping, caza, fiestas cívicas, festividades religiosas, turismo, ¿¿porte* juegos de salón, costura, artes populares, corridos, can­ ciones, leyendas, ruidos, músicas, danzas, todos Jos mo­ mentos de descanso y expansión y producción artística, espectáculos, pasatiempos, regocijos, solaces, distracciones, devaneos, desahogos, jolgorios, juergas, jaleos, festines, saraos, mitotes,, circo, charreada, gira política, discursos, desfiles, títeres, castillos, toritos de fuego, lunadas, sere­ natas y velorios. Foster en su libro sobre T v itízu titza n at habla de Ja importancia que tiene en la vida comunal Ja llamada ÍO Pauí

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'visión del mundo” u "orientación cognoscitiva" y cree que es un tema imprescindible de cualquier estudio sobre la vida social menuda. Esa cosmovisión engloba un con­ junto mayor o menor de creencias religiosas que el microhistoriador no puede ignorar. Y como el dogma religioso se traduce en prácticas litúrgicas y morales, también se ocupa de ellas. Las demás historias han ido siendo cada ve* menos sagradas y m is profanas; la matria sigue con­ cediéndole un sitio distinguido a las creencias, las ideas, las devociones y los sentimientos religiosos. Existen y han existido algunas minicomunidades sin relaciones exteriores, replegadas sobre sí mismas. En las zonas cerriles, lo normal eran los poblados sin comuni­ cación con otros poblados. Pero nunca la incomunica ión lia sido lo común entre ciudades medianas y chicas y entre simples congregaciones minúsculas de las zonas lisas y archipobladas. Sólo excepdonalmentc el microhistoriador no se enfrentará al tema de los contactos que se establecen en un pueblo con otros pueblos "o en una región con otras regiones: contactos de mercado, contac­ tos por peregrinaciones, por leva, por emigración defini­ tiva o simplemente estacional" / 5 Así es como el asunto de la historia local sobrepasa algunas veces lo lugareño. El otro modo de salirse del terruño es comparándolo con la tierra en que está inscrito. "La historia local es una historia diferencial. Trata de medir la distancia éntre­ la evolución general y la evolución particular de las lo* calidades; la distancia y el ritmo." 23 La microhistoria se interesa por el hombre en toda su redondez y por la cultura en todas sus facetas. El dominio del conjunto de las minis es amplísimo c inabar­ cable para cualquier investigador o equipo de investiga* M M c y c r, o p . ti! ., p . m L e u in io t, a p . tit., p .

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dores. El dominio de cada minihistoria es reducido, y por lo mismo, comprensible para un solo hombre si sabe extraerle su verdad mediante el uso adecuado de un mé­ todo científico. El análisis microhistórico El descubrimiento del pasado sólo es posible con proce­ deres científicos. Y si hubiera otro modo de enterarnos de la vida y la acción de los difuntos, ahora no la pon* dríamos en práctica porque vivimos en plena hegemo­ nía de la ciencia. En el viaje de ida hada atrás, el m i­ cro historiador que se estime y quiera ser estimado en el mundo de hoy, debe ejecutar cuatro series de operaciones con nombre enrevesado: problemática, heurística, critica y hermenéutica. Escogido por el investigador el pequeño mundo que quiere esdarecer, se impone el deslinde y subdivisión del tema y un plan de operaciones. En microhistoria el uso de un plan no es tan urgente como en otras ciencias humanas, pero tampoco es prescindible. En Marrou, se lee: "El conocimiento de un tema histórico puede ser peligrosamente deformado o em pobreddo por la mala orientación con que se le aborde desde el prindpio.“ ** Aun en los supuestos de que el asunto elegido sea abarcable en su totalidad por ser la costumbre de una aldea, o una villa, o un barrio, y de que sea susceptible de es­ tudio porque se den las sufidentes condidones subjetivas y objetivas, se requieren una definición clara y predsa de lo que se busca, un bosquejo de los temas mayores y menores a tratar y un horario y calendario del trabajo. La definición incluye el señalamiento del espacio y la longi­ tud temporal del tema, la importancia del mismo, los 14 H. I. Marrou, El contximitnto hittirito. Barcelona. Labor, 1963. p. 50, 34

métodos y técnicas que se emplearán en su estudio y el público al que va destinado. Eí esquema o bosquejo es un cuestionario o un preíndice según adopte una forma in­ terrogativa o expositiva. Se dice que debe ser claro, realis­ ta, minucioso y flexible. Un manual de técnicas de invesíigatión, como el de Ario G an a Mercado, propone algu­ nas maneras de hace rio.1}li El investigador, con la red de su cuestionario prelimi­ nar, reúne testimonios sobre el trozo del pasado que desea revivir. La historia se hace con testimonios lo mismo que el motor de explosión funciona con carburantes," w Su objeto no esti ante los ojos; se ve al través de la mirada ajena y de las reliquias. D e hecho, según Collingwood, "cualquier coüíi puede llegar a ser un documento o prueba para cualquier cuestión " . 17 La microhistoria, por regla general, no suele contar con tantas pruebas como Ja macrohistoria, Tratándose Je comunidades rústicas, so o muy raros los testimonios directos y Jas fuentes literarias. I_a micro, además de documentos, emplea como testimonios marcas terrestres, aerofotus, construcdones y ajuares, ono­ másticos, supe rv i vendas y tradidón oral , La vida del hombre produce desfiguro* y cicatrices en el suelo que Ja investigación utiíiza como pruebas a falta de otras más patentes. A veces descubre huellas geográ­ ficas a simple vista y sobre la marcha; otras, acude al recurso de Ja foto desde aviones. Mediante Ja intemretadón de ihíiJot^-m/irk} o sombras, crop-marks o corta­ duras y soü~nitirks o mandias en las fotos aéreas toma­ das desde alturas óptimas, se reconstruyen algunos sig­ ** A r i o G a r z íi M e r c a d o , E l C d !c£ Í o d t M c n io o , 1 9 7 0 ., p p . i* M a r r o u , o p . t i l . , p L } 4 . **

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nos del pasado que a simple vista son inexistentes; viejos caminos, pozos, cultivos, minas / 4 En mayor o menor grado, se necesita subir al cielo y bajar al subsuelo. En muchos caí os la excavación se hace necesaria, pero para hacerla provechosa se requiere la co­ laboración de un especialista. Gene ral mente ningún microhitforiador es, por !o difícil del oficio, un arqueólogo competente, y ejercer la arqueología sin ia necesaria com­ petencia se considera pecado gordo y aun irreparable. Aquí, muchas veces el dilema es irresoluble porque no se dispone de la ayuda arqueológica y uno no se puede desdoblar en arqueólogo. Y no es el único caso en que el cronista local debe resignarse a no hacer una investiga­ ción [sor su cuenta y riesgo. Casi siempre los actores o personajes abordados por la microhistoria son iletrados y no generan escritos probato­ rios de su vida y virtudes. A veces su pensamiento y su conducta sólo son recuperables por lo que se acuerda la "ente y por ja tradición oral. El africanólogo Jan Vansi na escribe: "Las tradiciones orales son fuentes histó­ ricas cuyo carácter propio está determinado por la forma que revisten: son orales O no escritas y tienen la particu­ laridad de que se cimentan de generación en gencración ,\ 50 1*1 microhistoriador a fuerza de entrevistas, char las con la gente del común y cuestionarios pueble resolver problemas difíciles y recibir noticias valiosas. Incluso los relatos de apariencia mítica suelen contener verdades. Las tóenicas de la encuesta ponen al investigador en contacto con un mundo pleno de voces y ecos, poblado de fórmutas didácticas y litúrgicas, listas de toponímicos y onomásticos, * » C tl.

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comentarios explicativos y ocasionales, relatos liistóricos de índole universal, local, familiar, mítica, esotérica o producto puro de recuerdos personales, y por último, que no al último, con la llamada poesía popular o iletrada que recoge no sólo sucesos efímeros cuando es narrativa sino el pensamiento y los sentimientos de otras épocas. Quizá únicamente a través de corridos y otros poemas tan in­ genuos y toscos como ellos sea posible penetrar en el espíritu anterior de la gran masa del pueblo. Y sin embargo nada suple ni supera a las fuentes es­ critas, a las precarias y humildes fuentes de la microhis­ toria. El macrohistoriador rara vez acude a papeles tan escuetos como son los registros; para el m icrohistom dor las listas de bautizos, matrimonios y entierros son testi­ monios de primer orden, aunque generalmente no muy antiguos. El registro inglés remonta hasta las instruccio­ nes eclesiásticas de Thomas Cromwcll en 1538. Las dis­ posiciones de Villers-Cutterets (1 5 3 9 ) y Blois (1 5 7 9 ) introducen en Francia el asentamiento de bautizados, ca­ sados y difuntos. En Suecia se regulariza en 1 6 8 6 ; en Europa central no antes del siglo xix y en los Estados Unidos más acá. En México se practica desde hace cua­ trocientos años. En 1559, el prim er Concilio Provincial Mexicano dispuso registrar bautizos y matrimonios de indígenas y el Tercer Concilio, en 1585, ordenó que se anotaran los bautizos, las confirmaciones, los matrimonios y los entierros de todos los fieles conforme a lo mandado por el Concilio Tridentino. P or supuesto que ios libros parroquiales de México (y los de otras partes) deben escogerse y emplearse con prudencia, porque son obra de personal no siempre muy acucioso y porque a veces no anotan todo lo que debían anotar (como los difuntos en tiempo de epidem ias); pero son, con todo, de un alto .37

valor,” que no Jos únicos testimonios m anuscrita de la vida municipal y espesa. Tan valiosos como los registros civiles suden ser las actas notariales, y si se da con ellos, todavía pueden ser más rendid o res ios libros de eo: V iri­ lidad de individuos, casas y firmas y los epistolarios fa­ miliares, cada vez m is difíciles de encontrar. Los censos son otra fuente de información par* el pa­ sado inmediato, pero casi nunca para el remetí . F ru id a censó por primera vez en I69*7; Estados Unidos ^n I7S9; Gran Bretaña en 1 SOt; Bélgica en 1 S46; Italia en 1861; Alemania en 1871; India en 1831, 7 Rusia en 189?. Mé­ xico hizo diversos pininos desde las " r d ación es geográ­ ficas “ de finales d d xv! hasta d padrón de Revülagígedo en d ocaso del siglo xvm; pero como todo mundo sabe, los censos se regularizaron e hicieron cada década al final del siglo XIXT durante el imperio de Díaz. N o se olvide que censos y dem is fuentes estadísticas no son tan útiles en el quehacer microhi*tórico porque éste es cualitativo y no cuantitativo, y porque Jas estadís­ ticas no son muy dijgn.is de fe a escala menuda. Por ejemplo, en la historia de una villa "Jas cifras de nata­ lidad o de mortalidad tienen menos importancia que el examen de las causas de la morbilidad, la subal¡menta’ d ó n , la falta de higiene, los padecimientos llamados pro­ fesionales, las fiebres intermitentes” y otras / 1 A Jemas, en mucho casos, Lis cifras son inexactas. Usted sabe que las de tanto?, menús económicos sobre nuestra prodiadón rural, basadas en declaraciones temerosas de rancheros, titá n muy por debajo de las verídicas. Los periódicos son un buen arsenal de pruebas [jara la historia urbana y algunas veces sus noticias sirven a la C u m i e M o rin , "X ífl ii b f o í p ir r o q u ii! * * " e n Uis:erij Mtxirsm*. M Í H M , El C o le g io ije M í t i c o ( m c r ú -m a r z o , 1 3 7 2 ) , VOl. X X I , N ú fli. 3,

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crónica pueblerina. Sin embargo, como el periodismo es un fenómeno apenas bisecular no ayuda en la inves­ tigación de lo antiguo. Las otras fuentes (leyes, actas e informes gubernamentales, narraciones autobiográficas, biografías e historias, tratados científicos y filosóficos, poesías, novelas y piezas de teatro y muchas más mani­ festaciones escritas) suelen arrojar bastante luz sobre la existencia urbana y poca sobre la ruraI.4S Tratándose de la vida campesina, la literatura histórica es muy escasa. En cambio, no es insólito que el his­ toriador de ciudades se tope con precursores. Para el mi­ crohistoriador es una gran ventaja contar con historias previas, aunque seguramente los cronistas de antes no se plantearon las mismas preguntas que el cronista actual. La selección de hechos es diferente en una obra de en­ tonces y en una de ahora. Con todo, las historias ante­ riores de la ciudad suelen ser la fuente máxima de la microhistoriografía urbana, aun en esta época de idolización del documento inédito. Para la mayoría de los eruditos la heurística se reduce al uso de bibliografías y catálogos de fuentes. Para los microhistoriadores la tarca de recopilar fuentes es bien dura. Las bibliografías y hemerografías aprovechables para ia tradición local escasean, y los catálogos de archivos locales y privados son una especie poco menos que inexis­ tente. ¡Si ni siquiera hay un archivo clasificado la mayoría de las veces! Los macrohistoriadores cuentan con los bue­ nos servicios de las llamadas ciencias auxiliares í arqueo­ logía, numismática, sigilografía, heráldica, epigrafía, pa­ leografía, criptografía, diplomática, cronología, geografía, onomástica y no sé cuantas m ás) mientras la historia lo­ cal, y especialmente la pueblerina, se hace la mayoría de las veces sin apoyos externos. La operación de reunir «

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materiales sigue siendo la etapa dura donde se hunden muchísimos neófitos escasos de paciencia y malicia. Y la heurística es apenas la segunda estación del viacruds. Si se quiere que respondan con verdad a las preguntas, las fuentes deben ser maltratadas, atorm entadas aperrea­ das, estrujadas, hedías chillar medíante las operaciones críticas. Para obtener material resistente en la reconstruc­ ción del pasado se necesita hacer pasar las pruebas histó­ ricas por las pruebas que permiten establecer su integri­ dad, autoría, fecha, lugar, sinceridad y competencia. T o­ davía más: los testimonios para la microhistoria sin so­ meterlos al tamiz de la crítica ayudan muy poco o nada. Por lo que toca a la prueba verbal, escribe R. A. Hamilton; ' ‘La tradición oral jamás debe ser utilizada sola y sin soportes. Debe ser puesta en relación con las estruc­ turas políticas y sociales de los pueblos que !a conservan, comparada con las tradiciones de los pueblos vecinos y vinculada a las indicaciones cronológicas de las genealo­ gías y de los ciclos graduados de los años, a las conexio­ nes documentadas por escrito de los pueblos letrados, a los fenómenos naturales de fecha conocida, como hambres y eclipses, y con los hallazgos arqueológicos .*'.44 La tradi­ ción trasmitida de boca en boca sufre pérdidas y altera­ ciones y sólo da conocimientos válidos si se la trata crí­ ticamente, El microhistoriador rara vez puede confiarse; debería estar diciéndose con alguna frecuencia; "Supongo que las huellas, las reliquias y los documentos me enga­ ñan ora porque no son lo que aparentan, ora porque sus autores fueron engañados, ora porque quisieron engañar­ me, y por lo tanto, no debo prescindir del rigor crítico, del trato duro, de la malicia y el odio/* Pero los golpes deben ser seguidos por las caricias y el apapache. Aquí sí es útil la conducta de Burro de 45 C f. V i n i í n a , o p . c i l ^ p . 1 9

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Oro, un hacendado decimonónico del noroeste de M i­ d i oacin que tras de propinarles puntapiés a sus peones les dalia un puñado de monedas por cada golpe. Una vez sacudidos, los testigos requieren un trato amoroso, San Agustín decía: "no se puede conocer a nadie si no es por la amistad” .4* En la etapa hermenéutica o de psi­ coanálisis de los documentos, el estudioso debe salir de sí mismo para ir al encuentro del otro. La determinación del sentido literal e ideal de las fuentes, la comprensión de ideas y conductas debe hacerse con muchas vivencias, larga reflexión, cultura variada y con el máximo de sim­ patía. Quien es incapaz de sentir los sentimientos ajenos y pensar los pensamientos de los otros nunca llegará a hacer inteligibles las obras humanas sin la elaboración de regularidades causales, y en definitiva, nunca llegará a la comprensión más o menos cabal de ninguna verdad histórica. Las operaciones analíticas sólo pueden tener un fin: la verdad. Recuérdese el aforismo del doctor Johnson: "El valor de toda historia depende de su verdad. Una his­ toria es la pintura, o bien de un individuo, o de la na­ turaleza humana en conjunto. Si ella es infiel, no es la pintura de nada.” *s Los conocimientos alcanzados por los historiadores que proceden científicamente son tan válidos, aunque no sean verificables, como los saberes de físicos y biólogos. L a s ín t e s is m ic r o h is t ó iu c a

Establecidas las acciones, el microhistoriador emprende el camino de vuelta; avanza de la confusión del análisis «

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1928.

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al orden de ¡a síntesis. En su viaje al pasado usó del método científico; en su regreso al presente se servirá de Jus recursos del arte. La microhistoria es ciencia en Ja etapa recolectara, depuradora y comprensiva de las ac­ ciones dei pasado humano, y es arte en la etapa de la reconstrucción o resurrección de un trozo de la humanidad que fue. Todas las operaciones exigidas por el público consumidor al que confecciona un libro, un artículo o una conferencia con noticias del pasado están teñidas de emoción artística. Así Ja explicación, la composición, la redacción y la edición, Strachey solía decir: "Los hechos pasados, si son reunidos sin arte, son meras compilacio­ nes, y las compilaciones sin duda pueden ser útiles, pero no son historia, así como la simple adición de mantequi­ lla, huevos, patatas y perejil no es una om elette” ** En las ciencias de la naturaleza y en las ciencias siste­ máticas dei hombre ia explicación es una tarea científica; en la historia y prindpaíratnte en la micro es más que nada una tarca artística y prescindible. La vida humana, por contingento, es poco sistematízable. En la antigüe­ dad hubo una ¿poca en que se lucieron depender Jas acciones de los hombres del capricho de los dioses y otra en que se repitió el decir de * olibio: "Donde sea posi­ ble encontrar la causa natural lo que ocurre, no debe recurrirse a los dioses.” En la Edad Media se recayó en la explicación prtm dcncm ísta. y en la hora actual lo rm ' es englobar fenómenos particulares en leyes de des­ arrollo. Los máximos historiadores, y no sólo los filóso­ fos, estín de acuerdo en la subjetividad de la explica­ ción. Meincckc escribe: "La búsqueda de causalidades en la historia es imposible sin la referencia a los valores.” ** I b td - , r 102. C f. E u v .'it d H a lle : C a r r ,

p. 6&.

42

i< H i i t o r y

L o n d r e s , M iC t o tK jn , 1 9 6 1

E. H. Carr dice: "La. interpretación en Ja historia viene siempre ligada a juicios valorativos." ** En microhistoria no vale la pena, teorizar y abstraer. Para Niétzsche no es posible la auténtica explicación porque el espíritu anticuario "no puede percibir las ge­ neralidades, y lo poco que ve se le aparece demasiado cerai y de una manera aislada", Según Trevelyan nin­ gún historiador está ubi ¡gado a entrar en explicaciones porque "en la historia nos interesan Jos Iiechos particu­ lares y no sólo las relaciones causales" . 30 Con todo, los autores de historias muy pocas veces renuncian al intento de explicar ya por causas eficientes, ya por causas formales, las acciones del pasado, aun del pasado concreto. La composición sí es ineludible. N o es necesario ajus­ tarse a ninguno de los modelos arquitectónicos que circu­ lan por ahí. Lo importante es seguir el aforismo de Gaos: "A la composición historiogrifica parecen esenciales tas divisiones y subdivisiones de la materia histórica. Mas el historiador ha de cuidarse de que los marcos en que en­ cuadre su materia no Jos imponga a ísta desde un ante­ mano extrínseco a ella, sino que sean los sugeridos por la articulación con que lo Justórico mismo se presenta." s* También debe tomarse en serio a la hora de componer la costumbre de añadir al cuerpo de la obra un par de aperitivos (el prólogo y la introducción), unos tcntcnpíés (notas de referencia y aclaratorias) y, no siempre, un digestivo (epílogo o conclusiones). Dentro dei cuerpo de la obra el orden natural de distribu­ ción es el cronológico. Esto no quiere d ú ir que ha de caerse «« I b i J . , p . 6 9 . ** N ie tz s c b c , o p .

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en el colmo del diario, ios anales y las décadas, ¡iero si evitar el rompimiento absoluto con el orden temporal y descender ai extremo del diccionario. El repartir temporaímente los datos cae dentro del complicado arte de ía periodización. Hay que escoger una manera de periodizar. Como ustedes saben las hay de dos (ipos: iden­ t i f i c o y no mofética, Aquél se subdivide en etocultufftl y endocuiturnl, y éste en cíclico e isocrónico. Parece más cercano a la realidad histórica el tipo ideográfico. subtipo endocultural. La periodización basada en leyes > E v r a i i j , P eto (j.tlia , M e vU O . E d iln r ú lt C u l t u r a , 5 i ~ L u i s G n / j í n

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para investigar las acciones del pasado. En este periodo, mucha gente inepta incursión ó en la minihistoria. Según nuestra bibliografía, y no obstante los feos que les hacían a los investigadores provincianos, en Ja etapa destructiva de la Revolución se publicaron 250 libros de historia local, sin contar catálogos bibliográficos, Entre 1910 y 1924 aparecieron cuatro libros anualmente, y de 1925 a 1940, doce. Encontré uno editado en 1915, y di con 20 publicados en 1940. El 49% de esa clase de libros, algunos rrnilt ¡volumino­ sos, caen en la categoría de historias regionales: el 51%, muchos casi folletos, tratan asuntos de parroquia. Hntre éstos, la mayoría se refiere a Jas ciudades de fuste: Pachuca, Querétaro, León, Guana Juato, San Luis Potosí, Saltillo, M ordia, Torreón, Puebla, Monterrey. Mérida y G nádalajara. Los temas políticos mantienen su predominio; las monografías enciclopédicas no ceden tampoco sus posi­ ciones; irrumpen con fuerza dos nuevos asuntos: el etno­ gráfico, puesto de moda por Manuel Gamio, y el artístico, cuyo principal impulsor fue Manuel Touss&int. Lo ternún es que las crónicas locales abarquen desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, pero en la etapa revolucio­ naria se dan cada vez más las que sólo abordan una época, especialmente la colonial. Sirvan como betones de muestra algunas obras de Vito Alessic Robles, y Tos Apuntes pura t.i histeria ée N n e i ! rhtcaya de don At.in.tvio González Saravia,14 Por lo que mira a la investigación en archivos, biblio­ tecas y sitios arqueológicos, los logros de la etapa revolu­ cionaria son más cuantitativos que cualitativos. Se acrece el uso de las fuentes primarias. Se hacen sumas de docu­ mentos a nivel regional y Jocal. Manuel M eitre Ghigliazia documenta a Tabasto, Ignacio Dávila Garihi a Ocotián, ** V i d . b i b ü r i g í i t l i e ti

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d e i li s t o '" .

87

Guadalajara y otros puntos de Jalisco, y Luis Páez Brotchie ve a La N ueva Galicia a través de su viejo archivo judicial. También cunde el uso de crónicas conventuales y de memorias de conquistadores y pobladores de la época hispánica. En otros aspectos del análisis histórico no se advierten progresos dignos de nota. La debilidad crítica sigue ma­ nifestándose sobre todo en los capítulos concernientes a la época precolombina. Sin embargo, las huellas documentales de los periodos virreinales y republicano son tratadas a veces con gran desconfianza, que no gran finura crítica. Las operaciones de síntesis decaen. Fue aquélla una época de hormigas. El vasto material recogido por los investigadores de la etapa revolucionaria se vació casi todo en moldes viejos y difíciles; Efemérides (de León, por Sóstenes Lira; de Guanajuato, por Crispín Espinoza; de Hidalgo, por Teodomiro Manzano; de Colima, por Miguel G alindo), monografías geográficas y estadísticas (de Tulancingo, por Canuto Anaya; de Tehuacán, por Paredes Colín; de Yuririapúndaro y otros lugares, por Fulgencio Vargas; de Tlaxcala, por Higinio Vázquez; de Aguascalientes, por Jesús Berna!), diccionarios (de Chihuahua y Colima, por Francisco R. A lm ada), colecciones de estampas y episodios (de la región de Jalisco, por Ignacio Dávila Garíbi; de San Luis Potosí, por Julio Betancourt; de Morelos, por M iguel Salinas; de Hidalgo, por Miguel A. Hidalgo; de Veracruz, por José de J. N úñez y Domínguez; de Acapulco, por Vito Alessio y de Zapotlán, por Guillermo Jim énez), narraciones cronológicas (de Querétaro, por Valentín F. Frías; de Nuevo León, por David A. Cossío; de Toluca, por Miguel Salinas; de Morelia y Michoacán, por Jesús Romero Flores; de Jalisco, por Luis Páez Brotchie, y de Oaxaca, por Jorge Femando 88

íturribarría). Fueron novedades ías estructuras que Ies dieron a sus obras los de la escuela histórico-Artística (Tasco, de Manuel Toussaint; S¿in Miguel de Allende, de Francisco de la M a n yVal en duna y otro i pantos de Antonio C ortés), y los primeros ettwhistoriadorcs: W igberto Jiménez Moreno y Gonzalo Aguirre Beltrán que debutaron, desde la década de los treinta, con estudios ejemplares. O tra manera, en parte novedosa, fue la de la guia turística. En 193-4 se conocieron las asombrosas Calles de Puebla, de Hugo Leicht. Lo cierto es que salvo pocas e ilustres excepciones, aquella historiografía no se distinguió por ¡a unidad y la secuencia de las obras; lo predominante fue la disper* sión y el desorden. También en la maneta de contar hubo pocos aciertos. El estilo va de lo extremadamente ampuloso a lo extremadamente árido y pobre. N o sólo debe atribuirse a ineptitud resucitados eJ que el grueso de la historiografía del periodo revolucionario haya tenido escasa acogida en su época y cim ninguna después. Con todo, Jg u n o s líbrotcs gozaron de prestigio en el círculo culto y a sus autores se les premió haciéndolos miembros de la Academia Mexicana de la Historia o de la Sociedad de Geografía y Estadística. Ai círculo popular llegaron pocos y casi nunca los mismos aclamados por las academias y sociedades culta? A los mejor informados se les tuvo por aburridos v algunos de los menos sabios gozaron fama de amenos e interesantes, Casi ninguno se ha reimpreso, aunque más de alguno será Hamaco a la segunda vida por un juez lite n rio o un historiador de la historia. A

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El nacional i ^mo mexicano es otro desde 1940. Se ha vuelto más popular y también más aguado y tibio. Ya no 89

rsrofesa cjios vigorosos contra lo extranjero y ve con indiferencia a la provincia. Ya no dice: "La provincia es la patria." Tampoco sostiene la tesis opuesta. La polítLv. busca el fin de las desigualdades regionales y las diferencias de región a región son cada día menores. De hecho, la distancia entre lo provinciano y lo capitalino está en vías de desaparecer. Por su parte, también el provincialismo y el aldeanismo se entibian y dejan de estar en l>oga. Aunque todavía muchos de los dioses de la literatura me\icana ( Agustín Yáñez, Juan Rulfo y Juan José Arreola) toman inspiración de la provincia, d grueso de los literatos de las tres últimas generaciones anda por otras rutas. H1 que disminuya dia a día d número de poetas y novelistas nacidos y formados fuera de la capital, es una causa rrv.nor d d fenómeno. La literatura reciente tampoco es nacionalista, L i historiografía mayor sigue apartada de lo provin­ ciano. W igbcrto Jiménez Moreno, Gonzalo A^iiirre Ed* trán, Ignacio Rubio Mané, Justillo Fcm indcz y Héctor Pérez Martínez, que se dieron a conocer como historia­ doras locales, hace tiempo que ¿bandor,xrr.n ese- género. Los demás grandes nunca se hsn cutido atraídos por é!. Li república de la historia tiene un asiento capitalino. La gran mayoría de los investigadores viven en la gran urbe, y de-de ella no hay historia provinciana posible. Aquí disfrutan de toda dase de alicientes económicos y hono­ ríficos; goü.ui de regulares sueldos; pueden dedicar la mayor parte de sus jornadas a la investigación; los edi­ tores de revistas y libros están siempre bien dispuestos a publicarles los frutos de su actividad. Cuando dan a luz, lo? críticos bibliográficos se encargan de que los periódico», los radioescuchas y los televidentes lo se­ pan, se les invita a participar en reuniones y academias 90

Je sabios; ganan fácilmente pan, tiempo y nombradla y están a la última moda. Los cronistas localts andan muy lejos de esa gloria, y sin embargo son cada vez mis numerosos. Desde 1940 no ha dejado de acentuarse la diferencia entre historiadores capitalinos y provincianos. En tiempos de don Porfirio no era perceptible i a desigualdad eco­ nómica, social y profesional entre unos y otros. En la etapa siguiente, varios de Jos cronistas locales cayeron en la categoría de hermanos pobres, torpes e ignorantes. En los últimos treinta años, un abismo separa al histo­ riador de la capital, que ha hcchu estudios ad hoc, pre­ sentado una tesis profesional, visitado universidades de Francia, Inglaterra y Estados Unidos, leído obras en inglés y francés y que posee todos los seguros y ayudas de nuestros institutos de investigación, del cronista local, solo, informe, sin oportunidades de formarse. Algunos ni siquiera han terminado los estudios de la educación primaria, y aunque no faltan los que ostentan títulos universitarios, éstos son de abogacía o medicina. Son muy pocos ios profesionales de la historia, y aun éstos no cuentan con los necesarios auxilios para trabajar. La gran mayoría está en mala situación económica, sin co­ nexiones con el gremio, al margen de las nuevas corrien­ tes historiográficas, a la zaga, muy a la zaga, fuera de onda, completamente out, pero no inactiva, D e 1941 a lo que va del ano de 1969 lian aparecido, según mi lista, 500 historias de tema regional y parro­ quial; esto es, diez y siete por año, el doble de las publi­ caciones en el periodo de 1911-1940 y casi el triple de ¡as que produjo el porfiriato. Han sido años de gran fecundidad los del 45 y 46 con veinticinco libros cada ano, y el de 1968, con treinta y tres. Probablemente en el último treintenio no ha aumentado la producción de 91

artículos, pero sí, con toda seguridad, ia de obras que circulan en copias mecanográficis, no mencionadas aquí. En fin, por el volumen, la cosecha no es nada desdeñable. Sí mi bibliografía no engaña, las historias de tema parroquial han aventajado en número a las de asunto regional. Va de salida la moda de hacer historias de los estados. KI 62% de la producción es parroquial. Todavía más: crece la cifra de libros que toman como asunto ciudades pequeñas y aun pueblos de escaso bulto y renombre. La mayoría de los sitios estudiados perte­ necen a Jalisco, Michoacán, Puebla, Veracruz, Guanajuaio, México, San Luis Potosí y Yucatán. Como quiera los máximos animadores son el jalisdense José Ramírez Flores, el veracruzano Leonardo Pasque 1, Mario Colín del estado de México, el neoleonés Israel Cavazos, y el padre Montejano de San Luis Potosí. En la temática no ha habido una revolución general. Siguen siendo mayoría los cronistas locales empeñados en hacer listas de personas y hechos políticos y militares. Otros siguen adictos a la manera enciclopédica surgida en el porfiriato. El influjo de la escuela etnohistórica ha penetrado poco en la provincia, pero, desde la capital, algunos etnohistoriadores del arte, también capitalinos, han ensanchado el campo de sus investigaciones localistas. El reciente ejemplo de Carlos M artínez M arín se expande. A pesar de su aislamiento, los cronistas locales de la época actual pertenecen al club de los adoradores de las fuentes primarias y el aparato erudito. Confeccionan sus crónicas y monografías con noticias extraídas de los papeles del Archivo General de la Nación, de los archi­ vos estatales, los registros de bautismo, matrimonios y defundones de las parroquias y vicarías y los libros de notarios. También acuden con mayor frecuencia a pe­ riódicos y ruinas. Los trabajos sobre Tlapacoyan y Mi92

santla, de Ramírez Lavoignet; Zamora, y Jacona, de Ro­ dríguez Zetina; Oaxaca, de Iturribacría; Ameca, de Jesús Amaya Topete y los varios de Gabriel Agraz García de Alba, han sido construidos sobre una vasta plataforma documental. Naturalmente que los hechos por profesio­ nales de la historia, como Israel Cavazos Garza y Del fina López Sarrelangue, aúnan a la labor heurística un fino talento crítico. En términos generales, los cronistas lugareños han hecho avances notables por lo que mira al manejo de las fuentes históricas a pesar de la falta de oficio en tantos. Por otra parte, la forma como proceden en el análisis \a ria muchísimo de unos individuos a otros. N o se puede decir nada que los abarque a todos. Son menos los que le saben sacar provecho a sus materiales. Los hay que son auténticos historiadores de tijera y engrudo; los hay que pasan de la m is pura fantasía a la erudición más espesa. Seguramente la gran mayoría de nuestros cronistas locales carecen de! vicio moderno det profesionalismo" Por este lado están en ^ran desventaja con respecto a los historiadores capitalinos. Por otro lade les llevan la delantera. Los estudiosos lugareños ganan en vocación, en experiencia vital y sobre todo en cariño hacia su objeto di.* estudio. Es difícil escoger entre el profesional que es todo inteligencia y oficio y el iifieionndo, o amateur que es puro gusto. A veces lo peor de lo» historiadores lugareños es lt que tienen de profesionales. Muchos comparten con esto­ la nial hadada manera de reconstruir la historia. Se meter en explicaciones farragosas y siempre discutibles. En nom bre de la ciencia, construyen con sus materiales castillos vericuetosos que nada tienen que ver con las articulaciones reales de la vida histórica. Al verse rodeado de tantas 9i

efemérides, monografías histórico-gcogrifico-estadisticAs, relaciones deshilvanadas, informes etnohistóricos y otras deformidades, se añoran la sencillez y la espontaneidad arquitectónicas de Bemal Díaz del Cantillo, Toribio de Motolinía. Jerónimr de M enditta y demás fundadores de la hístorioírrafía mexicana. ¿Por que tanto brinco sí el suelo está parejo? Otr, aspecto, tampoco privativo de la historiografía local, es el de la cignidad de la prosa histórica digna a fuerza de ser esdrújula, reverente, cantp. Pero tampoco aquí se puede generalizar. Entre lo poco que conozco, hay magnífiLas excepciones: ei humorismo de Salvador Novo en la Bre: e histeria de Coyoacún, las evocaciones Iaguenses d t Alfonso de Alba, la prosa vivificadora de Jos¿ Fuentes Mares y quizá muchas que ignora, I lan sido modestos los logros editoriales alcanzados en el úkim o treinteru'o por las obras de tema regional y parroquial. Algunas no han dado con editor o se han impreso en ediciones rortas y miserables pagadas por q uitn las escribió. Otras han salido a luz gracias a la caridad oficial o de los paisanos del escribiente. A veces las editoriales universitarias se dignan imprimirlas, pero las de c a ria , r mercantil temen meterse con esa dase de libros, lo que parece indicar que el lectorio y el auditorio de los historiadores provincianos sigue siendo reducido y pobre. Ei el círculo académi.o seguramente gozan de escasa estima, los críticos rara vez les conceden un rato de atención y el público general difícilm ente se percata de su existencia. Y sin embargo, volviendo a don Alfonso Reyes, en muchos de estos historiadores locales están las "aguas vivas Yo puedo decir que he leído con mucho agrado y he aprendido mucho en Tétela del Volcán de Carlos M artínez Marín, en el Consulado y en la Insurgencia en VA

Guadalajara de José Ramírez Flores, en Cesas de viejos papeles qü Leopoldo L Orendáin, en las Colimas de Daniel M oreno, en las historias michoacanas de don Jesús Romero Flores, en la monografía nuevo^eonesa de Israel Cavazos Garza, en la Historia del Vails .leí Yoqui de G audio Dabdoub, y en la del Fuert-v . Z-i. rio Gilí; en la Historia sucinta de Michoacán de José Bravo Ugarte, en la Huasteca, teracruzaiia de Joaquín Meade: en las reconstrucciones dúhuahuenses de José Fuentes Mares, en las evocaciones de Lagos de Alfonso de Alba, en Héctor Pérez Martínez, Rosendo Taracena, Eduardo Villa, Francisco R. Almada, Santiago R od, José Corona Núñez, Ricardo Lancaster Jones, (osé Cornejo Franco, Jesús Amaya Tope , Jesús Sotelo Incián, Jorge Fernando Iturribarría, Esteban Chávez, Mario Colín, Leonardo iJa>quel, Rafael Aguiñaga y Montejano, José P. Sa! íaña José Miguel Quintana y, cien más. RECOM

E N O A d O N ' ES

A pesar de que hasta ahora la historiografía mexicana moderna de tema local no ha conocido todavía un mo­ mento de gran esplendor, hay signos indicadores de ia cercanía de un buen temporal. El género ya está de moda en algunos países ricos como Alemania, Esíados Unidos, Francia e Inglaterra. En nuestro m^dio ya empiezan a oírse las siguientes ideas: "La educación histórica de la niñez debe comenzar con el relato del pequeño mundo donde el niño vive.” “ La historiografía de áreas cortas es un gimnasio ideal para desenvolver los músculos historiográficos de los estudiantes de historia porque esa disciplina exige, como ninguna otra, ja aplicación de todas las técnicas heurísticas, críticas, interpretativas, ctiológicas, arquitectónicas y de estilo," "En la vida de un pueblo está La vida de todos y por lo reducido dei objeto 95

es posible recrearla en toda su am plitud.” "Cada una de las aldeas de una nación reproduce en miniatura la vida nacional en que está inmersa.” ,T ” En los historiadores i oca les están las aguas vivas, los gérmenes palpitantes. Muchos casos nacionales se entenderían mejor procedien­ do a la síntesis de los conflictos y sucesos registrados en cada región.” 11 En la microhistoria y en la "microsociología” el sociólogo y el historiador tienen en México una riqueza que apenas comienza a explotarse. N o sólo entre los cultos, también en el círculo popular se perciben signos de mayor acercamiento a la microhistoria. Fuera de Jos clientes seguros que en cada región y parroquia ya tienen sus propios cronistas, los hombres de ciudad miran con buenos ojos los relatos de la vida que muere, quizá porque añoran la vida apacible, quizá porque creen que los lugareños tienen algo que enseñar, que todas las común¡dades por pequeñas que sean, incluso las más apartadas del comercio y la cultura, aportan expe­ riencias immanas ejemplares. En el Congreso Científico Mexicano celebrado en M é­ xico, D. F., durante el me. de septiembre de 1951, don W igberto Jiménez Moreno afirm ó: "Espero que se dará mayor importancia a la historia regional, como corres­ ponde a Ja visión de uii México múltiple.” 1!> Y él, mejor que nadie, hubiera podido decir las medidas adecuadas para conseguir la religación de su esperanza. Él puede hacerlo todavía ahora, salvo que crea que el auge de la historiografía local llegará de cualquier manera. Sin em­ bargo, es creíble que, sin el concurso de algunas re­ formas, se malogrará, i r L u í» G o n z A te z . P u e b lo e n t i l o - M i c r o b i n o r i o g r a f i j J e G r a c ia . M i x t e o , E l C cilcfiío iic M 6 ÚCO, 19fi 8, p[». 1 2 - 1 4 . i* A lfo n s o H it e s , 1 /ir U i trr rfr , p . 1 0 7 .

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1» U’rpl'crtQ Jímfnn Motrno, "JO aftes d« hiítoria mexicana'* en Historia MtxieMt, vol I. núm. } (enero-marzo, 1952), p. 4M,

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A reserva de que don W igberto Jiménez Moreno y don Antonio Pompa y Pompa, como máximos expertos y animadores del género que se discute aquí, digan lo conducente sobre el caso, aventuro algunas ocurrencias al parecer practicables. Entre las medidas de orden insti­ tucional, anoto diecisiete * Por lo que toca a reformas interiores, de puertas aden­ tro, sería conveniente revisar los sujetos, los objetos y los procederes de la historiografía local. Paul Leuilliot asegura que "los principios de la historia local son au­ tónomos y aun opuestos a los de la historia general '. Aquélla es "cualitativa y no cuantitativa” ; requiere "une certaine souplesse, c’est une histoire a mailles laches” ; *’debe ser concreta", lo m is próxima posible a la vida cotidiana, y debe ser diferencial, procurar medir la dis­ tancia entre la evolución genera! y la de Jas localidades *10 Por su parte el profesor inglés H. P. R. Finberg apunta otros rasgos específicos .5’ Según el profesor Finberg, el historiador local necesita madurez, lecturas amplias, mucha simpatía y piernas ro­ bustas. Por madurez entiende una larga y surtida expe­ riencia entre los hombres, un buen equipaje de vivencias. Como lecturas recomienda, aparte de otras, las de libros de historia nacional e internacional. La simpatía que exige es por aquello de que sólo lo semejante conoce a lo semejante y aquello otro de que sólo se conoce bien lo que se ama. La exigencia de las piernas robustas alude a la necesidad que tiene el historiador pueblerino de re­ correr a pie, una y otra vez, la sede de su asunto, y de visitar personalmente et mayor número de parroquianos. * V id . S apra p 70. s o P i u l L e u illi o t, " D c f i n s e e t i l t u j t r a t i u n d i r h i i t d i n : ló c a le " e n A n n a l e i , a ñ o 12, N a ( ( c f l t i o - f c b r e r o , Í 9 G 7 ) , PP - 1 5 4 - 1 7 ’ . H . P . R . F tí lb c r g ( e d ) A f i m j c h t i ) v H r 'l o r y , L u n d í t» , R n -j 1le d g c

Sí K cpan Paul, 1 9 Í2 , pp. U M 2 1 .

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Por lo que parece, "el ejercido de la historiografía drcumcrira a una pequeña zona tiene que ediar mano tle todos los recursos de la metodología histórica y de varios más. En este tipo de investigación, a cada una de Jas opcradones historiográficos se oponen numerosos obstáculos.. . N o es fácil partir, como en otros campos de Ja historia, con un equipo adecuado de esquemas ante­ riores, de interrogatorios hecJios. de hipótesis de trabajo y de modelos." Otro problema reside en la escasez y la dispersión de Jas fuentes. Incluso se ha dicho que no puede Jiacerse microhistoria porque faltan los documentos esenciales. "La historiografía local, como la biografía, parece estar más cerca de Ja literatura que los otros géneros históricos, quizá porque la vida concreta exige un tratamiento lite­ rario, quizá porque gran parte de la clientela del histo­ riador local es alérgica a Ja aridez acostumbrada por Jos historiadores contemporáneos. El redactor de una historia local debiera ser un hombre de letras." íS De cualquier historia se puede decir con Simpson que "nacerá muerta a menos que esté escrita en un estilo atractivo", pero nunca con tanta razón como de ía microhistoria. A Jos encargados de formar a los historiadores locales del fu­ turo no se les podrá exigir que hagan poetas, pero sí que impidan los crímenes de producción de algunos microhistoriadores mexicanos.

** L u is G o n z á le z , o p . c i r , p , 2 2 .

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LA H IS T O R I A C O N T A D A , C A N T A D A Y PA R A VERSE* L a h is t o r ia p o p u l a r

A p u n to de ia presente ponencia. es la m enos firm e de las historias. Se ocupa de la reí gestac de los hom bres del común, de los sucesos menudos de ta gente menuda. Algunos ciemíficos sociales llegaron a excluir del género histórico a ios recuerdo* populares Para los seguidores del funcionalismo sólo eran sartas de chismes, "En aque­ llos que no se negaban a concebir una historia de la gente sin escritura, dice Monior, existia ei sentim iento de la im posibilidad práctica de hacerla por falta de fuen­ tes.” 1 Estuvo de moda, asistida por m ultitud de razones, la tesis que le negaba validez y belleza al discurso h istó ­ rico de hechura popular IX- hecho, a principios de nues­ tro siglo, la enem iga de los intelectuales devotos de la ciencia se extendió a todas las especies del género h is­ tórico ’ Ahora es frecuente oír el elogio de la historia, incluso la de los pueblos sin escritura. Finláy declara "La evi*

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aparte de los oratorios: la pintura a Li m anera prehispánica y -i la m anera española: ta escultura de los retablos y las fachadas barrocas y las representaciones teatrales que han sobrevivido hasta nuestros días con el nom bre de pastorelas. ' La concepción histórica del m undo que sus­ tituyó los antiguos relatos históricos de índole regional o étnica hizo mella en todos los niveles populares de la N ueva España, convirtiéndose en historia folk, trasm iti­ da oralm ente y apoyada por todas las arres y las a rtesa­ nías, y así, hecha una con el pueblo, se m antuvo sin contradicción hasta el asom o de la oreja de una

H l S T O K K X . R A F f A PA TRI A O MEXICANA

En el últim o tercio del siglo XVtll. G im o se repite sin tesar, los criollos ilustrados dieron en darle entrada al desam or por lo hispano, en hacer revisiones a la tradi­ ción cristiana y en sentirse y saberse mexicanos. En muchos criollos cundió la costum bre m oderna del p a ­ triotism o, el espíritu nacionalista y el deseo de añadir a la historia universal en vigor, una historia patria. F ran­ cisco X avier Clavijero dotó a esa historia de un horizon­ te clásico: el m undo de los m exicas.l') La etnohistoria ‘ Sobre vi Teatro histórico difundido por los nrnionemo cristianos nay unu descripción clisita dt Toribio ñenavente Motulmlu. Se refiere u Lt represen­ tación i-n l)* fiesta de on-pus de n 38 de la piefcu tratrjl l.j titnu Je ¡vrurj Un l)c l¡w >upervivencias de ese teatto se ocufw María iStd Carmen Día;: de Chamorro o

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T a m b i é n ( í o r z j I o A g tn r n c B e k t i t i .

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a ite c ^ tan vituperada por los m isioneros de los siglos XV¡ y xv'ü, es convertida en prim era parte del histeria] de b nación mexicana- Poco después, los historiadores de las guerras Je independencia, le agregan una segunda parte nott grata y a la m ism a altura que la Edad Media europea: ¡os trescientos ¿ños de la dominación ¿^chupi­ n a .'0 Pnr último, cientos de historiadores d t ¡a R eform a y la Revolución ie han pegado a la crónica de México una heroica y revolucionaria parre zercera. Se ha confeccio­ nado una visión histórica de México, furibundam ente nacionalista, que se divide en tres actos: el paraíso an te­ rior a la conquista; el purgatorio colonial y ei México independiente suhdividido en tres cuadros: ln.su rgencia, Reform a y Revolución . 11 Las prim eras historias nacionales, hechura de criollos malquistados con España, conocieron la letra escrita y ju n im presa, y quúcá por lo m ism o y por ¡a censura de las autoridades, no llegaron al pueblo sin letras y sin A n l o i o f i j S t i í t t a i u J e JiiiuLJitón PúbÜLj. M éx im , 1976. pf> v M ^

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crioJk^ nI i'unim «JeniJiCArec C«n SUS padres eumpem rtr fon !.p liiíIütJ íALidenul de l- que *>n pnnjJure^ Desísfieradjfner.ir ctmitiirjr uirm urigentJ cu que hntjj' b ¡demiibd y con :esón se dedkjii j perseguir­ los tnrtunLj ron» tuv I* rIerra ¿imrric¿n¿ \ eJ hombre juíémiumenu: «ne*ricino que es ei ljiJ h i" * ü r el [VXU 1 1* l u i r rtk-rentüi iú ¡0 2 h historia que H e riría íi s*f (iliu a j M ie r r r ji 'los líb e n le s se lim ir.m ,i derorpar nK&i lu qvc prmHiin tj l v ír in iu ro, - .. Ecrs etifiMrrv.-ulures. en Lambiu, lu a p ru e b a n .. . " fum u díte tiu ille rm o de L;i P cm . !•! . t u l j y ¡j ( ¿ i n L TI Colegio Je M ich o ad n , Z arnm a. I SU I. p 47 *1 T u n lp o íit mj tdiÍHU unji stilu versión de la vida de) M éxico uwlependwn le. G im o q u ie rj, lj rtlllSv pfufuLidd, por ConHp: ínin el ip u yn d H ^tlb ¡CTr*), e í b q u e ile th rj Je ü njíLHin libre c indepenJienre a t]U íe n t*fm íi-tirL H iín d [ntentií i!c hacerla independiente, y villan o i quien logró la d t se Jila niJcpoíitk’ ncLi .i l]uc rmila benem énin j J u i r t i \ in d u r e s j |m del tundu ii.jnifrv.ii.il ir. y L ifut* suprim e ■ ,.' u m Li dinácnif^ d im clu rs Je D í j í y nn te ertfui'íitrj pertH . ! h u if a h a Revolución M exicana

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libertad Tam poco los volum inosos libros de Rustumanre, Mora, Zavala y Alamán, de Jos cuatro evangelistas de la independencia de México, podían trascender !.i élite culta y poderosa. En el últim o tercio del siglo xix y la aurora del xx se fabricaron narraciones escritas e im pre­ sas de la vida nacional de México de tam año gigante como el M éxico a tr u ié i de los sig/ot o el México: su evolución social, sólo adquiribles por los pudientes, y carecismos de historia para consum o de escolares de cual* quier grupo. Como quiera, los textos de historia de M é­ xico no alcanzaron mucha difusión por la escasez de planteles escolares.2í Aunque ya había discursos de 16 de septiem bre y teatro histórico nacionalista, hacia 1920 todavía era ignorada por la gran mayoría del pueblo ágrafo (indio, m estizo y criollo) la historia nacional y seguía siendo del dom inio público la historia de la cris­ tiandad En los días de José Vasconcelos, el más reciente coloso del nacionalism o mexicano, com ienza la folclorización de la histuria oficial de México, m ediante la alfabetiza­ ción generalizada y la vuelta al uso de m ensajes dirigidos a las orejas y ios ojos del pueblo: pintura mural, cine y radio. ' Si la historia nacionalista pintada por Diego R ivera y otros en tantos muros públicos no llegó a ser tan popular comí) otras fue por la pretensión de desha­ cerse de dos pájaros con el m ism o tiro, por querer infunSobre lut p tx ia jv .u k cs Je b cducatiún t n el vjíln MX hay p ru e b a .liin en h s ni.i^ c/iu jiij'.r.n tic c í .i educación, en ! /rqux;! A C h á * « , Daniel Cosiii Vtllc>{«, Francisco ta m iy u .J in é Bravo l Ius:«i Sierra. lr>p.>ldo Z ea y IIIMI h iílu í utliir-cn J t b cduiatión r a t i i u i u *' L h n h lct& A del E sta jo f\iru llev jr puebin' l.i hisíiana J r Li tu tió n mexicana en nu v e n ió n liberal tu rm a n e n Josefina V i* (ju tí. S jcm u M u rtu t y vJui.uiiri) i n México 1:1 Colegio de M éxico. M cxiiu, 197}

LIO

¿ir la hisroria de México y b o rrar la visión cristiana de lá historia sim ultáneam ente El cine, al través de varias docenas de largom etrajes históricos, ha llevado al pueblo los puntos cumbres de la vida nacional, las proezas de Hidalgo, Múrelos, Juárez y Z apata ,24 En m enor medida, han contribuido a hacer de deglución fácil [os episodios de nuestra historia ios discursos conm em orativos, los m onum entos tie bronce de los héroes, la radio, v deí cincuenta para acá, la te le v isió n ^ Desde hace ¡hjco, extsten im ágenes foik de la historia de México y no sólo de ella Quizá para rener conciencia histórica que requiere todo hom bre, para no sufrir de desnutrición en ese cam ­ po, el pueblo'de México necesita oír y ver. aparre de la historia universal traída por [os frailes y la historia patria que se viene elaborando desde el siglo de tas luces, una historia m atria. la

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C om o la existente antes de la llegada d e los espanules, sim ilar a la destruida por los am os de fe de los m isione­ ros portad orL-s de una concepción histórica entonces con­ siderada exclusiva o poto menos. 1.a corriente de la his­ toria étnica llisí se secó durante el virreinato. Ln el siglo XIX tuvo rebrotes escritos, y por ende no populares, que 11 Q iiúz iin h iy j u tf i ¡itdiuirii

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Villcglt y EJuardn Hlj[it| deésra será lento y a oscuras.: ' Y lo mismo puede suceder si se le conoce muy vagamente y sólo en su> últimas etapas. Quizá se pueda argüir que en casi todos los pueblos y etnias se da el memorioso del lugar que di tunde sus recuerdos oralmente. Pero quienes han acudido a m u­ chos de esos hombres saben que su sabiduría histórica, salvo a lg u n a excepciones, se reduce a un puñado de chismes recientes y de poco v.ilor o a mitos universales o nacionales achacados a Ja propia familia.™ La microhis­ toria de transmisión ural no suele tener aqi;j y ahora la Lih> CmnzJIcí Vjví'íuí í'j: iijn'tN j j'j tmcrahittPTTd. Seurtrarladé EJuín (.iórt PÚUiCJ'FhuiIh de (lulturj Et aO' t HnMtHn. i'WJ,

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■'* A nwdida qi*e s tiem po que la divulgación de h s h isto rias mundial y nacional si se cum plen ciertas condiciones. En prim er térm ino, se espera de un día para otro la apertura de- casas del pueblo en Eas dos mil y pico cabece­ ras m unicipales de México que sirvan de almacén de 1a sabiduría 5 el arre de cada fierruca y de esparcidores a nivel local de saberes y artificios de México y el mundo. '■ tbbrfa que matizar lu jnitriiTtr* jfi truc hxwí Orra «ce n r f ttu Vi ¡j rtltrt üet micfuhbMuriddiH' meÚCJnu'* cr \h í i j in11:^.1.11111 j i.i whfuiinlpru PP

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L)c esas casas de la cultura la difusión de la m icrohistoria puede esperar im portantes ayudas Pero seguram ente el m áxim o auxilio provendrá de los medios masivos di comunicación: radio, cine y tele. El hom bre actual, inclu­ so el alfabetizado, lee poco; prefiere ir al cine, ver la televisión, escuchar el radio y en treten erse con las im á­ genes de ¡as revistas ilustradas. Va quedan muy pocos com patriutas sin acceso al cine, la cele y el radio Se trata de vías de alcance universal que en las

R l C O M LN D ACION !-S

Ú ltim as, propias de cualquier ponencia, no pueden fal­ tar Quisiera concluir este m anojo de inform es y notas, donde la originalidad y el orden no son las características sobresalientes, con sugerencias tan precisas como la.s cinco enlistadas a continuación: 1) C onsiderando que muchas palabras-recuerdo y pie rografias de la época prehispánica fueron rescatadas por los m isioneros y p o r algunos indios latinizados a raíz de la conquista, pero que las tradiciones orales rescatadas andan dispersas en m ultitud de libros inaccesibles para la mayoría de los lectores, propongo la publicación de Jas etnohistorias precolom binas de México salvadas e n to n ­ ces en u n solo C o r p u s bibliográfico donde tam bién que­ pan lo que aún sea posible salvar de esas historias tra s­ mitidas oralm ente. 2) En vista de que todavía andan en boca de algunas etnias aborígenes vestigios de sus antiguos saberes y mitos históricos y de que están a punto de desaparecer, es necesario el rescate urgente, la grabación, escritura y 115

traducción a la lengua española y la publicación en ti C orpus rfc e n tio n a d o en la sugerencia núm ero uno, de e s o s relatos m iñ ó o s e históricos, 3) Cumo sin duda existen abundantes m u e s tra con­ tadas, cantadas y a la vista de la concepción cris: ;.Lna de h historia asumida por ti pueblo y enriquecida por él en la época agachupinada, y como esas m uestras no por abundantes dejan de estar en peligro de extinción, solici­ taría .i este grupo de folcloriscas y ernom usteólogos que turnara las medidas j J boc para rescatar las m anifesta­ ciones sobrevivientes de esa historia universal de carát. ter folclórico y darlas a la im prenta en una segunda sen e de la colección que podría llam arse “el saber histórico popular de México ". i ) Dada la existencia cada v e/ m ayor de versiones populares de lus varios episodios de la historia nacional de México y de la lucha de los medios masivos de com u­ nicación y de la historia oficial contra las iníerpreratiunes netam ente populares, me perm ito sugerir obras de salvam ento sem ejantes a las propuestas en los incisos anteriores. 5 ) Ln el caso de las micro historias de oriundez p o p u ­ lar no sólo deben rescatarse las que ahora circulan en narraciones orales y por otros medios efímeros sirio tam ­ bién estim ular la creación de relatos m icruhistóricos de validez folclórica ¿Porqué no abrir concursos que p o ­ drían llamarse ' La historia de mi tierra", "La historia de mi g en ie” o algo por el estilo?

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M IC R O H I S T O R I A Y C IE N C IA S SOCIALHS*

E l FUKHLO T L R R I’Ñ O A l QUE me referí e n prim era persona si ustedes m e lo perm iten, del que salí a los doce años de edad para incoporarm e a la segunda urbe de la República M exica­ na por sierc años, y a la ciudad hoy más poblada del m undo p or treinta y t r e s , era visto por la g en te de corte urbanu, como todas las poblaciones chicas, con un dejo peyorativo. Los oriundos de la comunidad de San José de Gracia nu escapaban a la regla de ser objero de desdenes y chistes. Yo lo fui al llegar tocado con gurra a una escuela de Guadalajara en una época fanáticamente sinsombrerista y al hacer usu de una lengua paya, pueble­ rina. Logré deshacerm e del som brero con rapidez y me hice de palabras y gestos gentiles que me perm itieron com ­ partir pasablem ente con profesores, profesionistas, po líricos y potentados de la urbe, y cuando ya iba muy adelantado en el cam ino de la urbanización em pecé a percibir que los valores de la gente cam pesina dejaban de ser asunto de la hum orística, eran cada vez m enos el h azm erreír de los citadinos. Quiza hayan colaborado a co nv enir en m eritorio lo poco antes desdeñable las pelí­ culas pobladas de charros cantores y novias hacendosas, *

P o n e n c i a p r e s e n ! j i l a e n e l X l-V C o n g r e s o lie A m e n e j a m o s L t l e b r ^ "

e n Buy¡ejc¿. C o lu m b ra ., d e l 1" ul 6 t!e ¡ u lio d e

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la radiodifusión de corridos y de canciones rancheras, h s novelas de asunto rural que culm inan en Pedro Páramo de Juan Rulfo y las actividades étnicas d e J \ a h y de ! M , instituciones fundadas en 19^9 y 1948 respectivam ente Aunque las m odas del cine de jinetes, la radiodifusión de canciones folclóricas y las novelas de tema rústico pasaron relativam ente pronto, los estudios académicos sobre la vida mexicana rústica y sem iurbana han seguido multiplicándose. Son cada vez más num erosas las m ono­ grafías de comunas indígenas hechas por antropólogos sociales. Son cada vez más apreciadas las historias pue­ blerinas escritas por aficionados y m ejor acogidos los historiadores profesionales que Consideran histortable la trayectoria de los miles de microcosm os de la República Mexicana- Por distintos conductos se produce la revalorización académica de los pueblos. Mi pueblo, mi San José de Gracia, antes ignorado o visto p ey o ra tiv am en te llega a ser tema de debate intelectual en universidades de México, San Diego de California. Maracaibo, M adrid, San Juan de Puerto Rico y Bogotá. Mi pueblo, en su papel de asunto, le ha acarreado miles de lectores a Pueblo en vilo, el volum en que escribí en 1967, cuando todavía el interés por las minisociedades no se volvía torrencial. A hora lo es, y las preguntas sobre la meta, el m étodo y la situación rnicrohistoriográfica me son plan­ teados con frecuencia, A las preguntas respondo, para em pezar, con la definición del microcosmos social objeto de la m icrohistoria. Suelo decir: T erruño, parroquia, m unicipio o sim plem ente minisociedad sólo sabría definirlos a p a rtir de mi patria chica o m arria Desde esta perspectiva los veo como pequeños mundtjs que no cesan de perder, en estos tiem pos de 118

comunicaciones masivas y transportes rapidísim os, sus peculiaridades Quizá desaparezcan en un fui uro p r ó ji­ mo, pese a la «valorización de que son objeto. Ahora todavía conform an a la mitad de los habitantes de la República Mexicana y a d itz millones de m exicanos que han sufrido el doble destierro de su m atria y de su patria, de su terruño y de su nación como los que trabajan en tierras estadunidenses. Hasta hace poco, no más de treinta años, la gran mayoría de la gente mexicana pro­ venía de sociedades pueblerinas ti terruños que ofrecían como carácteríst ¡ L a s más visibles y comunes las siguien­ tes: U n espacio corto, abarcable de una sola m irada heiha desde las torres de la iglesia pueblerina o desde la cum ­ bre del té rro guardián Los terruños de m i país Sun trozos de tierra de quinientos a mil kilóm etros cuadra­ dos que suele equivaler a un m unicipio o una parroquia, Esre ám bito es unas die? veces más corro que una región y cincuenta veces más chico que el prom edio de los Lstados de la República M exicana. E nésra caben dos mil trescientos setenta y ocho patrias chicas o m unicipú >, distinguibles entre sí pese a tener todos ellos m u c h o s , rasgos comunes. La población de la gran mayoría de los municipios mexicanos no suele ser num erosa. Para decir algo, el noventa por ciento de los municipios de la República Mexicana rara vez pasa de los quince mil ti veinte mi! habitantes; en parte juntos en el pueblu ti la villa, y en parte dispersos en el campo, rodos en estreth a relación con el am biente físico, ya pnr prácticas agrícolas o g an a­ deras, ya por el afecto. Los vecinos de una comunidad pequeña, parroquial, no sólo viven de actividades cam ­ IW

pestres, sin ruido de m áquinas ni vistosos anuncios merCantiles. Tam bién se sienten em otivam ente unidos a su tierra. Los lugareños hablan de ¡mi tierra! en tre signos de adm iración En el destierro, la fijación afectiva al terruño es mayor. En cualquier tertulia de gente pueble­ rina que se ha ausentado de su pueblo se cae en la can­ ción nostálgica y en la conversa sobre el paisaje nativo y el deseo de volver al regazo m aternal de Ja tierra propia, ya para m orir allí o ya para hacerla florecer de nuevo. Cada m unicipio de la especie pequeña posee sus lím i­ tes adm inistrativos que lo separan de otros; cada uno suele tener su pueblo y sus rancherías; en todos pulula una población corta, unos miles de seres hum anos que se conocen e n tre si, que se llaman p o r su nom bre y apellido o por su apodo. En sentido estricto. la sociedad munici­ pal no es de ninguna manera anónim a como la de las urbes. En unu a uno de los pueblos cada quien conoce a su vecino y muchas veces lo unen a él vínculos de san­ gre. Hay tierrucas, como la mía, donde todos los vecinos son parientes, donde va uno por la calle dicicndoles a los que encuentra: "buenus días, rio" "qufhubo, prim o' / 'á n ­ dale, s o b rin o " .. . En ningún terruño se da el caso ex tre­ mo a que alude el aforism o ( "entre sí parientes y en em i­ gos todos"), pero no son raras las enem istades en tre parroquianos que desaparecen y se m udan en am istad cuando los distanciados llegan a coincidir en el mismo destierro. En las comunidades pequeñas, las ligas de o r­ den social son poco acusadas en el orden económico y mucho en el orden sanguíneo. En cuestión de discordias, la lucha e n tre familias le hace sombra a la lucha de clases. N o en todos los terruños mexicanos existe o ha existi­ 120

do un mandarrias o cacique, perú sí en la enorm e mayo­ ría En pocos municipios el presidente municipal y los m unícipes son las verdaderas autoridades. Lis ayunta­ m ientos suelen ejecutar las órdenes dei lidcr com unita­ rio que ha conseguido im ponerse a sus coterráneos ora por ascendencia moral, como sucede con los curas caciques, ora por su poderío económico o su fuerza física, como es el caso de! don Perpetuo, el de las caricaturas de Rius. lis raro el terruño (y lo era más en el pasado inm ediato) sin tem plo parroquial, sin palacio m uñidpaí y sin mandamás. Éste, por supuesto, casi siem pre en buenas relaciones con una élite en la que no faltan el todisra. el m enriroso. Jos ricos y los viejos de la comuna mayor y de las rancherías Sería exagerado decir que en cada parroquia o m unici­ pio im peran valores culturales totalm ente propios» una filosofía y una ética diferentes, o si se quiere* una d istin ­ ta visión dei mundo. Con todo, en tratándose de México, es posible escribir am pliam ente de las culturas [ocales, de los valores que le dan sentido y cohesión a cada uno dn lus [res mil de la República Lo com ún es encontrar comunidades con sus propias m aneras de dar gusto al cuerpo, sus propios comestibles y fritangas. En la m ayo­ ría de estas células de la sociedad mexicana hay matices éticos o costum bres que las diferencian de sus vecinas. Cada terruño de México tiene su liturgia especifica para m antener providente y am igo a su patrono celestial, a su santo patrono. Cada una de las miles de las fiestas p atro ­ nales que st: celebran en México tiene su modo particu­ lar de ser. Lo m ism o puede decirse de las artesanías

locales, Ignacio Ram írez, el hom bre de la reform a liberal de 121

México cuya perspicacia no se pone en duda, llegó a decir que México nu era una nación sino un conjunto de naciones diferenres. Afirmar de México que es un m o ­ saico multicolor suena ,i verdad de a kilo. N o es necesa­ rio insistir en la o s a t u r a troceada de México, en ios miles de Méxicos, en "m;my me j u c o s " , en multi-México, en un país aíra mente plural desde antes de la conquista espa­ ñola y confirmado en su multicolor ismo por esa conquis­ ta- Los españoles que forjaron la nacionalidad mexicana provenían de un país que era suma cíe muchas particula­ ridades. de muchos com partim ientos estancos. En México, y no sólo en é l el terruño (espacio .1barcable de una sola mirada, población corta y rústica, mutuo conocimiento y parentesco entre los pobladores, fijación afectiva al paisaje propio, régimen político patriarcal o caciquil, patrono celeste v tiesta del santo patrono, siste­ ma de prejuicios no exento de peculiaridades) el terruño, también llamado mi tierra, el municipio, la parroquia,el pueblo y la tierruca, fue en la época preca pita lisia, desde la dominación española hasta el ayer de los días del presidenre Cárdenas, una realidad insoslayable y todavía lo es en menores proporciones. Los esfuerzos de la m o­ dernización no le han quitado a México su naturaleza disímbola. Es un país de entrañas particularistas que revela muy p ic o de su ser cuando se ¡e mira como uni­ dad nacional; hay que verlo microscópicamente, como suma de unidades locales, pero sin dejar de atender a esas otras unidades de análisis que son la región, el hstado y la zona En pocos países dei mundo, como en México, se justifica el análisis microhisrórico.

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LA MlCROHKTORJA Com o método para dar con la clave de una nación En 19 7 1 propuse la m icrohisroria para el mulriméxico, y catorce años después, sigue válida, a mi m odo de ver, la propuesta, aunque con variantes en su formulación. E n­ tonces tenía vagos Icvs conceptos de terruño y m icrohistoria. N o se me alcanzaba la diferencia entre la breve comunidad del terruño donde predom inan los lazos de sangre y de m utuo conocim iento y la mediana com uni­ dad de la región donde son particularm ente im portantes los lazos económicos. N o distinguía a plenitud entre un pueblo, cabeza de una tierruca, y una ciudad mercado, núcleo de una región. Por lo m ismo, confundía la h isto ­ ria regional con la historia parroquial. A una y otra las llamé m icrohisroria o historia matria. El térm ino de m icrohisroria — pienso hoy— habrá que reservarlo para el estudio histórico que se haga de objetos de poca amplitud espacial Es un térm ino que debería aplicarse a la manera espontánea como guardan su pretérito los mexicanos menos cultos, mediante la historia que se cuenta o se canta por los viejos en miles de terruños. El papá grande de la m icrohistoria que se postula aquí es el papá grande de cada pueblo que narra con sencillez, a veces en forma de canción o corrido, acaece res de una m inicom untdad donde todos se cono­ cen y reconocen. De la microhisroria contada o cantada por los "viejiros" se suele pasar a la microhistoria escrita por los muchos aficionados o "rodistas" pueblerinos. En México abundan las hisrorías parroquiales escritas por gente de cultura general. Se trata de m icrohisioriadores sin con­

tacto con la vida universitaria. que si en vigorosa com u­ nicación con la vida lugareña. N o frecuentan aulas, perú sí cafés y bares. Por lo demás, es difícil definirlos porque a la microhisrórtca acude gente de muy distinta condi­ ción. Y sin em bargo, es posible rastrear en ellos algunos rasgos comunes; la actitud rom ántica, en tre otros. Lu he repetido muchas veces y lo hago una más: "Em o­ ciones que no razones son las que inducen al quehacer microhisrórico. Las m icrohistorias m anan norm alm ente del am or a las raices". el am or a la madre. 'Sin mayores obstáculos, el pequeño m undo que nos nutre y nos sos­ tiene se transfigura en la im agen de la m a d r e .. . Por eso, a la llamada patria chica le viene m ejor el nom bre de m atria", y la narrativa que reconstruye su dim ensión tem poral puede decírsele, además de m icrohistoria, his­ toria matria. lin la gran mayoría de nuestros cronistas locales anida el " m am aísm o‘ , la ‘m am itis", el am or im ­ petuoso al ám bito m aternal. i:l m icrohisroriadur esp o n ­ táneo trabaja con el fin, seguram ente morboso, de volver al tiem po ido, a las raíces, al ilusorio edén, al claustro del vientre m aterno". Con todo, al m icrohistoriador cdípico no solía desde­ ñársele por eso. Si los científicos sociales lo han m irado como al pardear es por que se ocupa de nimiedades e hilvana sus relatos con puco oficio. Quizá sólo cursó la prim aria. Quizá sea prufesionista, pero no historiador con título. N orm alm ente le falca tesitura intelectual; no posee la teoría de su práctica. "Con mucha frecuencia ignora las fuentes de conocim iento histórico" y no sabe hacer acopio de fichas. Tam bién padece de mucha credu lidad y poca pericia crítica Sus libros están generalm en­ te hartos de am or al terruño y ayunos de investigación 124

rigurosa. Por su poco oficio, cae GOfl frecuencia en el vicio de Ja hybrts. rebasa la medida de la r rizón. Según Leuilliot: El m icrohistoriador tiende a desbordarse. en lugar de restringirse a un tema. N o dudará en m eter una digresión, a m enudo muy erudira, en una monografía aldeana; no elim inará, sistiemá tica m ente, todu lo que pueda aparecer sin relación con su tem .i. . . Lo mu Indis L'iplinario se realiza vigorosam ente en los cronistas." Casi iodos m uestran una enorm e capac idad para referir se a todo y una soberana incapacidad de síntesis Sus obras suelen ser verdaderos mazacotes: libros de todas las cosas y de algunas más. Pero la historiografía parroquial o m icrohistoria no está com prom etida con la impericia hasta el grado de no poder superarla. N o es esencial en la m icrohistoria el ser sim ple enum eración de hechos y el no saber esculpir im ágenes interinas del pasado, acopiar pruebas, hacer crítica de m onum entos y docum entos, percibir las in ten ­ ciones de la gente y realizar, como m andan tos m anuales de m etodología científica, las operaciones de síntesis De hecho, ya se esiá haciendo una m icrohistoria d t carácter científico, guiada por el trirerio de I j veracidad de tos hechos y la com prensión de ios hacedores. La nueva m icrohistoria sale al encuentro de su peque­ ño m undo con un buen equipo de preguntas, program a, marco teórico, ideas previas y prejuicios, y en definitiva* con una imagen, provisional del pasado que se busca. El nuevo m icruhisturiador. ei que ha recibido form ación Universitaria para investigar lo sido, se s o n e te a rigores de m étodo más penosos en algunas etapas deJ viaje, que Jos padecidos por quienes practican Ilí>> demás historias En la erapa heurística, de aprendizaje para uno mismo. m

de acopio de información, la especie microhistánca está sujeta a leyes más ásperas que las demás especies m eti­ das en la averiguación del pasado. La genre encopetada y los hechos de fuste, asunto de las macrohistorias tradicionales, ha dejado muchos resctmonios de su existencia, no así la gente humilde y la vida cotidiana, objetos de la microhistoria. Por lo mismo, ésta se ve obligada a echar mano de pruebas vistas des­ deñosamente pór la grande > general historia. La micro se agarra de luces tan mortecinas como las proporciona­ das por las cicatrices terrestres de origen humanu; por los utensilios y ¡as construcciones que estudian los ar~ qneólogos v por la tradición oral, cara a los ernólogos. Écha m ano también de papeles de familia (cartas priva­ das v escrituras contractuales); registros eclesiásticos de bautizos, confirmaciones, matrimonios, pagt> de diezmos y m uertes; registros notariales de compra -venta, dispo­ siciones testamentarias y tantas cosas más' censos de población y de índole económica; informes de curas, alcaldes, gobernadores y otras personas que sirven de enlace entre el poder municipal y los píideres de mayor aliento. La microhistoria que se ha venido haciendo en México en los últimos anos se sirve también de libros de viajeros, de crónicas periodísticas y de las relaciones h e ­ chas por historiadores aficionados. íil micro historiador ha de hacer grandes caminatas o investigación pedestre, larguísimos sentones en archivos públicos y privados y en bibliotecas. La microhistoria puede ofrecer una información abun­ dante y firme si los investigadores tienen la paciencia de! sanro Job y la múltiple sabiduría de! rey Salomón. El microhistoriador recibe ayuda de un numeroso ejército 12ó

de archiveros, bibliógrafos, numismáticos, arqueólogos, sigilógrafos, lingüistas, filósofos, cronólogos y dem ás profesionales de las disciplinas auxiliares de la historia Hi m icrohistoriador, en tas jornadas de recolección y de critica de documentos, se rasca generalm ente con sus propias uñas; establece solo, o con pocos auxilios, la autoría, la integridad, la sinceridad y la com petencia de docum entos y reliquias. Un buen m icrohistoriador, don Rafael M ontejano y Aguiñaga, escribe: Los historiado­ res de provincia [los ocupados en historias locales] so­ mos erm itaños reclusos en las cavernas de una pro b le­ mática muy d u r a .. , En nosotros se ha hecho verdad lo que cantó Machado: 'Cam inante: no hay camino, se hace cam ino al 3ndar‘.” El m icrohistoriador llega a lo m icrohistórico al través de un arduo viacrucis cuya última estación es la h erm e­ néutica o com prehensión de los fines de los seres h u m a­ nos. El historiador de grandes hazañas nacionales cumple si explica los hechos por causalidad eficiente, y el que traza las líneas del devenir del género hum ano satisface a sus lectores si acude a la explicación formal, si resaca de la manga leyes del desarrollo histórico. E 1 m icrohisturiador, para cum plir con sus antepasados y con los lecrores de la com unidad que historia, requiere ser com pren sivo; necesita com prender por sim patía a hom bres de otras épocas; se ve obligado a som eterlos a juicio a p artir de los Ideales de b gente que estudia. I.a m icrohistoria, más que al saber, aspira al conucer. El relato m icro h istó ­ rico com porta, por definición, la cum prensión de los actores. La historia m atria, más que por la fundación de la comunidad que estudia.se interesa en los fundadores y el 127

sentido que le dieron a su obra. En un nivel m icroscópi­ co de hiscorización cuentan sobre todo los seres hum an o s y m is intenciones. E n una tarea que es p a r t e - del culto a los ancestros, es m ás im portante revivir difuntos que hacer la sim ple enum eración de sus conductas o el e sta­ blecim iento de las leyes de su devenir. El saber m icrohistórico se dirige al hom bre de carne y hueso, a la resu­ rrección de los antepasados propios, de la gente de casa y sus m aneras Je pensar y vivir. Por otra parte, la microhistoria se interesa en todos los aspectos de las m ini­ sociedades. La historia sin más, y sobre todo en los tiem pos que corren, pretende ser científica hasta en las etapas de regreso del fundo histórico. M ientras la m acro intenta descubrir leyes causales, la m icrohistoria se reduce al desentierro de hom bres de estatura norm al y de com uni­ dades pequeñas. Para conseguir la resurrección del mejor m odo posible, no se requiere de ayuda científica y sí de litó auxilios del arte La micro se com porta como ciencia cuando va hacia lo histórico y como arte a su regreso de lo histórico. La m icrohisroria no se ha academizado has­ ta el punto del aburrim iento. Exponer la historia con­ creta es siem pre de algún mt>do contar historias in tere­ santes. narrar sucedidos a la m anera Como lo hacen de viva voz los cronistas del común. 1.a m icrohistoria, cuyo principal cliente es el pueblo raso, ha de com unicarse en la lengua de la tribu, en el habla de los buenos conversa­ dores. Por el uso de un lenguaje accesible y sabroso la m icrohistoria no va a ser excluida de la república de

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L a s c ie n c i a s s o c ia l e s

A la que pertenece con igual derecho que la economía, la sociología. Lj dem ografía, La jurisprudencia, la ciencia política y las dem ás historias. Si las ciencias sistem áticas del hom bre no son susceptibles de expresiones tan cáli­ das e interesantes como las de la narración m icrohistórica, no es porque sean más científicas, que sí menos hu* manas. Com o el quehacer m icrohistórico suele estar sa­ turado de emoción, se expresa, de modo natural, en for­ ma grata, artística, atrayente, no árida y fría como la expresión de asuntos ajenos al prójim o; tam poco retó ri­ ca, cursi, que es la m anera de expresar la falsa emoción. La historia m atria exige un m odo de decir hijo del sen­ tim iento. La m icrohistoria es la menos ciencia y la más hum ana de las ciencias del hom bre. Su antipoda es la economía, Si no me equivoco, la econom ía se aleja cada vez a m ayor velocidad del hom bre de carne y hueso. La más joven de ¡as ciencias hum anas se fue del hogar, concretam ente de la cocina, antes que los otros saberes de pretensión h u ­ manística. T ras la ciencia económica marcha b sociolo­ gía que ocupa un sitio interm edio entre la muy materna tizada economía y la antropología social. Aunque ésta se niega a perm anecer en la sim ple descripción de costum ­ bres lugareñas o regionales, aún no se rem onta al cielo de las teorías. La reflexión política o politoiogía tam bién m antiene los pies en la tierra. La historia local o del terruño, b m icrohistoria, es una ciencia de lo particular anterior a cualquier síntesis. Es una disciplina que arrem ete contra las explicaciones al vapor. Es el aguafiestas de las falsas generalizaciones. 129

Siem pre Ja lata. Siem pre le busca excepciones a la teoría que esgrim en las dem ás ciencias del hom bre. Su princi­ pal ayuda a la familia de las hum anidades es la de poner peros a las sim plificaciones Je econom istas, sociólogos, antropólogos, politójogos y demás científicos Je lo h u ­ mano, de un asunto tan com plejo que se presta poco a generalizaciones. La m icrohistoria sirve antes que nada para señalar las lagunas en los territorios de las oirás ciencias sociales. T iene tam bién una función Jesm uificadora cuando irrum pen en el m undo del conocím iento las seudociencias En México es muy frecuente la inclinación a sacraiizar los m itos pro ven ¡entes de los países poderosos. Con bastante frecuencia esgrim im os filosofías que prerenden sustituir la observación M ediante diversos trucos de propaganda se nos da gato por ltebre, ideología en vez de ciencia Hará evitar ser víctima de los im postores tam bién se recom ienda, como preventivo, la m icrohis­ toria. Y ya puesto e n es te plan de doctor pedante y so p o rífe­ ro, diré que no sólo sirve p^ira rectificar y desm entir. T am bién nutre y no únicam ente cura. Cuida d ecaer en la excesiva confianza a que conduce Ja ciencia, pero tam ­ bién proporciona conocim iento científico. Muchos cien­ tíficos sociales le conceden un ía lo r aocilar. en prim er térm ino, los m fcrohistor iadores, Don Alfonso Reyes le escribía a don Daniel Cosío Villegas: "Es tiem po de volver los ojos hacia nuestros cronistas e historiadores locales, . . Muchos casos nacionales se entenderían me* jor procediendo a la sintests de los conflictos y sucesos registrados en cada región" y en cada terruño. Al valor a n u lar, de criada, de la m icrohistoria se refieren tam130

bien diversos estudiosos de la naturaleza hum ana. N o pucos profesionales de las disciplinas que rtenen por asunto al hom bre juzgan que la mejor m anera de conse­ guir una imagen redunda de la grey hum ana en su cunjunto es el estudio de principio a fin de una pequeña comunidad de hombres. Lucien Febvre escribe: "N unca he conocido, y aún no conozco, más que un medio para com prender bien, para situar bien la historia grande Este medio consiste en poseer a fondo, en iodo su desarrollo, la historia de una región." Se ha llegado al m om ento de asim ilar las m inu­ cias de los m icrohistoriadores en la construcción de la gran historia. Claude M orin, un historiógrafo canadien­ se de reconocida seriedad, dice: " 1.a visión macroscópica m ejorará gracias a la ayuda que le prestarán las m o n o ­ grafías locales. ' En Foster se lee: "Lo que es verdad para T zintzum zan parece serlo tam bién para las com unida­ des cam pesinas de otras partes del m undo." Según I. M. Lewis. aun "los antropólogos estructuralistas más ex tre ­ mados", requieren de las aportaciones de los reporteros locales. T am bién "los antropólogos de la pelea pasada, los que se disputan el cam po bajo las opuestas banderas del evolucionism o y del difusionism o, coinciden en el interés de la corriente de investigación m icrohistórica. Los sociólogos que nu rechazan el conocim iento h istó ­ rico, ven provechosa a la cenicienta de la familia Clío. Según H enri Lefebvre cualquier "trabajo de conjunto debe apoyarse en el mayor núm ero posible de m onogra­ fías lerniñicas y regionales" H asta los econom istas acu­ den a los servicios del m icrohistoriador. Beutin sostiene que la historia de una hacienda, de un pueblo, de una ciudad puede ser ejem plar para muchos casos semejan131

res —aunque todos estén igualm ente estructurados— y servir de tipo" o ilustración de am plios sectores de la vida económica- Las m anifestaciones de los científicos sociales en pro de la m icrohistoria son abundantísim as, pero no los voy a som eter a u n desfile ¡nayur de citas, Lo cierto es que la relación de la m icrohistoria con la ciencia social crece a medida que se produce el distanciam ienm con la filosofía y la literatura, las antiguas aliadas del quehacer histórico. Ya nadie duda de la función de anciia de la historia matria. Ésta, según opiniones generalizadas, ejerce bien el papel de sierva de las otras m aneras de h isto riar y de otros modos de ap rehender la vida hum ana Por dar respuestas a muchas interrogaciones de las ciencias so­ ciales, según Chaunu, la m icrohistoria es útil en el sen ­ tido más noble y al m ism o tiem po el más concreto". Para el historiador francés, la ciencia m icrohistórica, so­ bre todo si sigue el sendero cuantitativo, se convierte en "la investigación básica de las ciencias y las técnicas sociales", el ama de llaves de econom istas, dem ógrafos, politólogos, antropólogos e incluso de historiadores de espacios más anchos que el del terruño. La m icrohistoria no padece por falta de defensores oriundos de las ciencias sociales. A bundan los abogados de fuera y de casa aunque éstos debieran ser más, pues en pocos lugares como México las disciplinas del pasado interesan a muchos. Los libros m icrohistóricos tienen ya una a b u n d a n te clientela en la com unidad de los científi­ cos sociales, sólo superada por el atractivo que ejercen en el público común, en el pueblo raso. La rama microhistórica del saber histórico es todavía más lectura popu­ lar que sabia, más alim ento de legcis que de colegas, pero 152

ese es otro cuerno. Para la presente ponencia ya es hora de

L a c o n c l u s ió n *

O epílogo. Concluyo con rt resum en de lo dicho de tres térm inos: terruño, m icrohistoria y ciencia social. De las instancias que utiliza el mexicano en su p re ­ sentación (nom bre propio, apellido familiar, la m atria o el terruño donde nació, la región que lo engloba, la entidad federativa o la p atria' aquí hem os esbozado la del Terruño, que podría Ñamarse m atria. pero que o rd in a ­ riam ente se denom ina p atria chica, parroquia, m unici­ pio y cierra. El terruño es dueñe de un espacio corto y un tiem po largo. El com ún en la República Mexicana em pieza en el siglo XVJ con la política de congregaciones indias y la fundación de com unidades españolas. Se trata de pocos kilóm etros de superficie, muchos años y poca gente. Las personas que ocupan sucesivam ente un te ­ rruño se conocen entre sí. La lucha de clases suele ser m ínim a y de la fam ilia, m áxim a. Las relaciones con el territorio propio tienden a ser am orosas, con las com u­ nas vecinas, de lucha, y con la ciudad próxim a, de ocios y negocios. Diez, doce o quince de estas m inicom unidades confluyen generalm ente en una ciudad m ercado, ca­ beza de una región. En lo cultural, cada terruño maneja un haz de prejuicios que rigen desde la mesa hasta el altar, pasando por un código de honor, una cosmovisión. un andadito y una m anera de hacer arte. El espejo obvio del terru ñ o es la m icrohistoria que hasta fechas recientes fue ejercida por aficionados de 153

m em oria excepcional que la com unicaban de viva voz en forma un ramo difusa y mítica. Com o quiera, en algunas comunidades se practicaba la crónica escrita desde el siglo XIX, y por excepción en la época novohispana Varios terruños o parroquias de México han conseguido recientem ente tener relatos microhtstóriCDS plenos de dignidad científica y de valor artístico. I_a nueva microhistoria procura Hacer el fiel retrato de un pueblo o comuna de cortas dim ensiones desde su fundación hasta el presente. Con la com posición de lugar llena el prim er capítulo. Tom a muy en serio la geografía, los modos de producción y los frutos de su microcosmos. Se interesa en los aum entos de población y en las catástrofes dem ográ­ ficas producidas por pestes, ham bres y guerras. Le da mucha im portancia a los lazos de parentesco y demás aspectos de la organización social. Se preocupa por ro­ barle al olvido Jas acciones, sufrim ientos e ideas de la gente municipal. Se asom a a la vida del pequeño m undo al través de m ultitud de reliquias y testim onios. Ve, escucha y lee con sentido crítico. H ace serios esfuerzos de com prensión. I.e im portan poco las relaciones causa­ les y no disfraza el habla corriente con term inajos a la moda. Le vendría bien la expresión audiovisual del cine y la tele. 1 .a m icrohistoria es la m enuda sabiduría que no sólo sirve a los sabios cam panudos. Es principalm ente autosapiencia popular con valor terapéutico, pues ayuda a la liberación de las minisociedades, y a su cambio en un sentido de mejoría, proporciona viejas fórm ulas de buen vivir a los m oralistas; procura salud a ios golpeados por el ajetreo y ha venido a ser recientem ente sierva o ancila de las ciencias sistem áticas de b sociedad: destruye falsas 134

generalizaciones y p erm ite hacer generalizaciones váli­ das a los científicos sociales. Y por todas las virtudes anteriores, la práctica de la m icrohistoria bien vale el vaso de buen vino que pedia Berreo, justifica suficientem ente una ocupación académica, un acomodo suscepti­ ble de atraer lucros m enores, de subir sin prisas en el m undillo universitario y de conquistar fama en el breve contorno de la propia tierra, en el cenáculo de familiares y amigos, en la querida tierruca.

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D E LA H IS T O R I A R E C O R D A D A A LA M IC R O H IS T O R IA (E N T R E V I S T A A LU IS G O N Z Á L E Z ) Por C

l a u d io

C

olom bani

— H a o muchos años que usted se ha dedicado a la m ic ro h isto ria .. . —Com encé a dedicarme a ella en 1967, durante un año sabático concedido por El G ílegio de México. Estuve entonces en mi pueblo, m etido en la tarea de recopilar información sobre la trayectoria de San José de Gracia, de un microcosmos minúsculo det Oeste de la República Mexicana. En esa ocasión enfoqué Jas norm as de la his­ toria científica hacia mi tierra y mí gente D espués he historiado a Z am ora y .1 Sahuayo, dos ciudades m edia­ nas, próxim as a San José. Tam bién di en la Teorización de esta especie del género histórico que había com enza­ do a practicar Teoricé la historia de m unicipios, la h isror/a parroquia/, ía historia de com unidades que norm alm ente disponen de un espacio que rara v es superior a Jos m il kilóm etros cuadrados, y de una población corra en núm ero de habitantes y larga p o r la cuantía de las generaciones precedenres. — En ese lapso del 67 a la fecha ¿ha variado su concepto sobre la m icrohistoria. — Sí, en parte En aquel entonces quise aplicar el método de la historia general a esta especie del género histórico 136

que he acabado por llam ar m icrohistoria P o sterio rm en ­ te me di cuenta de la necesidad de hacer una serie de ajustes en el m étodo de los manuales para reconstruir la vida de un puñado de personas avecindadas en un esp a­ cio corto al que se sienten em otivam ente unidas; de personas que se conocen entre sí y que están ligadas por mecates de parentesco con num erosos difuntos y vivos del Jugar. La m ateria y la forma de vida en las pequeñas comunidades tiene lo suyo propio. La m icrohistoria, ta n ­ to por los temas de que se ocupa como por el propósito que la mueve, es distinta a la historia de una nación o a la historia del m undo o a las monografías históricas que se estilan en el ám bito académico. Por su m ira, la m icrohistoria está em parentada muy de cerca con un m odo de historiar muy cotidiano y case­ ro, con la historia recordada, con las rem iniscencias h a ­ bituales en casi todas las familias pueblerinas, con los recuerdos que se comunican en la noche, antes de ir a la cama, a fin de m antener a los vivos en buenas relaciones con los difuntos; con el propósito de m antener al árbol fam iliar ligado a sus raíces, y por lo m ismo, enhiesto y robusto. Concibo la m icrohistoria como afinación o reto ­ que de la hisroria recordada, de la historia oral, que se practica cotidianamente en familia. Mi historia de San

José de Grada es, en gran medida, ¡a transcripción de lo que contaban mi pudre y algunos otros viejos del lugar. Entre Jas historias contadas o canradas p o r ios víe/itos. por ios papás, y la m icrohistoria de corte académico no hay mucha diferencia. Unas y otra son historia narrativa de interés para pueblerinos. A éstos Jes gusta o ír y Jeer Jos acaece res de su propia existencia y de ¡a vida de sus

imepasados. Se trata de una manera de historiar que

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está muy cerca de ¡a que en los m anuales se denom ina historia narrativa o historia -cuento. La m icrohistoria, más que nada, debe referir ¡o que acontece a una comunidad pequeña a lo largo del tiem po p3ra que los m iem bros de esa com unidad no pierdan el rumbo, no repitan errores pasados y no se aparren m u ­ cho de la ruta de la propia estirpe, de los suyos. Si cada tribu tiene su propio sendero, la microhis'< ¡ria se en car­ da de que no Jo abandonen sin antes meditarlo. H asta cierto punto, t i cuento m icrvhistóricv se parece a la genealogía. Cuenta de qué modo los vivos se derivan de tales o cuales familias de otras épocas, habla de p a ­ rentescos. En buena medida, la m icrohistoria gusta de las genealogías, aunque no de los nobles. Todo m undo tiene su árbol genealógico y aun la gente más hum ilde puede vivir a la som bra de su árbol familiar. Por otra parte, en esta historia de com unidades m exi­ canas pequeñas suele haber otro asunto distinguido, p o ­ cas veces no tratado: las fiestas. Desde hace siglos, la vida de un pueblo suele concentrarse en la llamada fiesta patronal. Las gentes, p o r ejem plo, cuando están hablan­ do de sus antepasados siem pre hacen referencias a las buenas fiestas que hubo en tal fecha, en que sucedió tal y cual cosa particular. El regocijo, y como parte de él la com ida, son temas microhistóricos imprescindibles. N a ­ die com prenderá bien a ningún pueblo si no indaga qué come y cómo come. Tam bién tienen im portancia ciertas cosas causantes de orgullo local; por ejem plo el que alguien haya descu­ bierto algún tipo de comida o de bebida. Si usted escribe m icrohistoria no se olvide de los inventores pueblerinos ni tam poco de otros héroes de la com unidad que histo158

ría. N o olvide a quienes dieron centavos para la hechura de las torres y demás adornos de la iglesia y d e la plaza N o olvide a los ágiles y astutos: el fortachón y los cha­ rros distinguidos. N o pueden faltar en una buena m icrohistoria los m andam ases locales que aglutinaron .■ su alrededor, en distintas épocas. la voluntad de toda la gente de un te­ rruño. Muchas veces tos poderosos fueron sacerdotes, curas pueblerinos. O tras veces, clásicos caciques. C an mucha frecuencia, caudi/los m i/itares surgidos, por v o ­ luntad popular, en un m om ento de guerra, como tantos que hit habido en México, sobre rodo del cura Hidalgo para acá. Para defenderse de los ejércitos oficiales en pugna, los pueblos de México erigían su propio ejército. Para defenderse de esta constante lucha entre insurgen* tes y realistas, federalistas y centralistas, conservadores y liberales, revolucionarios y contrarrevolucionarios, el pueblo erigió sus propios caudillos y sus propias m ili' cias, de los que se olvida la historia nacional, pero de los que no debe olvidarse la m icrohistoria. En los relatos de vida pueblerina se pueden m eter sucesos de todo orden si hay pruebas de su realidad. Ln los libros de m icrohistoria cabe reunir muchos datos distintos siem pre y cuando sean fidedignos y no afecten la buena marcha de la narración. D entro de su estrecho ám bito espacial, rodo microcosmos ofrece una gran am ­ plitud de vida que la m icrohistoria debe recoger. H abrá que reunir lo específico de cada sirio y época acerca de sem braduras, cosechas, cria y explotación de animales, comercio, consumo, propiedad de la tierra, vaivenes de la población y de los negocios, ham bres, pestes y gue­ rras, modalidades de la casa, el vestido y la comida, for139

mas de organización y gobierno, ¡as distintas m aneras de divertirse, culto religioso, ideas sobre la vida. la muerte y Ij salvación, relaciones con seres de ultratumba, normas éticas y esté-:artesanías, música diversas manifes­ taciones [iterar ilis. En suma, un turbe! lino de estructuras y coyunturas, de cuentas y cuentos bien confirmados mediante l.i acumulación de testimonios de índole microhistórica. La sustancia Je la m krohisroria es bástam e diferente a la sustancia de la macrohisioria. [.as fuentes utilizadas para conocer lo microhiscóricti también sun distintas a las que frecuentan los m aero historiadores. Hay que tener en cuenta que lus grandes personajes de la historia n a ­ cional dejan muchas huellas de sí mismos; en cambio, la gente r:;s.k materia de la microhistoria, deja ptxos tesiimunios escritos de su existe neta terrenal. Las personas menudas, saben escribir, no son tema de escritos, sal­ vo de ios parroquiales, notariales y otros parecidos. Los papeles dt las parroquias dan la fecha en que nació un lugareño, la fecha en que fue confirmado, la fecha en que se casó y la fecha en que murió Los libros de escribanos públicos \ notarios p m p tl Íuiuim Lnformes acerca de t r a ­ tos y c o n t r a t a de la ¿¡ente común, Las compraventas y los testamentos í>on resquicios que dejan ver algu de la vida del pueblo municipal y espest) de otras ¿pocas Por su parte, Jos diezmos perm iten saber el tipo y la cantidad de b producción de muchas comunidades del México ido, Hay otras fuentes escritas, carras, por ejemplo» pero se trata, en general, de escrirur.^ piiCo abundantes y explí­ citas Por la debilidad de los testimonios escritos, el m:crohísroriador acude cun frecuencia a la tradición oral debe beher en los diehus de los viejos que son fidedignas no

en Íj mayoría de los casos. C uantas veces tuve o p o rtu n i­ dad de confrontar lo que m e contaba un viejo con lo dicho en docum entos fehacientes, encontré coincidencia e n tre el cuenco oral y el discurso escrito Por algt dice que los decires de los viejitos son evangelios chiquitos Pero se necesita saber evaluar lo contado oralm ente. Se necesita utilizar la tradición oral d en tro de ciertos lím i­ tes de tiem po Ln la tradición oral, to muy rem oto se vuelve mito. E n cambio, los recuerdos de hace un siglo e incluso hasta un siglo y m edio suelen corresponder a la realidad. Los m ícrohistor¡adores tam bién echamos m ano de las cicatrices terrestres hechas por los ancestros, así como del utillaje y las construcciones que estudian los arqueó­ logos. M anejam os pruebas a veces débiles pero muy variadas. — ¿Los historiadores nacionales pt>drían utilizar la rr.icruhisroria como una parte anecdótica de la historia de la nación? —Creo que ¡a pueden utilizar para espigar anécdotas representativas de la vida mexicana en su conjunto. La visión nacional m ejora gracias a la ayuda que le prestan las m onografías locales Mucho de lo que es verdad para uno de los pueblechos de la R epública, parece serio ta m ­ bién para las com unidades cam pesinas de otras parres de México. Nadie pune en duda que para com prender m e­ jor la historia de la patria sirve el conocim iento del mayor núm ero de historias m atrias o m iem historias Cuando se haga una verdadera historia del pueblo m exi­ cano, que no sólo de sus proceres, se tendrá que echar m ano de los aportes de los cronistas lugareños, se hará com parecer a la cenicienta de la familia Clío. Son cada 141

vez m is los historiadores creyentes en que* un trabajo de Conjunto debe apoyarse en el mayor número posible de monografías terrúñicas y regionales. La microhisttiria también comienza a ser vista corno un auxiliar eficiente Jeí conocimiento por sociólogos y economistas, Beutin sostiene que la historia de una hacienda.de un pueblo, de una ciudad puede ser ejem plar para muchos casos semejantes — aunque no todos estén igualmente estruc­ turados— y servir de tipo" o ilustración de amplios sec­ tores de la vida nacional. N o es la hora de meterse a fondo en el asunto, pero créame: la microhistoria hace el papel de ciencia auxiliar de la historia, de la sociología y de la economía patrias. La microhistoria ayuda a h u m a ­ nizar los discursos de historiadores, sociólogos y econo­ mistas nacionales y sirve para corregir generalizaciones apresuradas Siempre pone peros a las visiones naciona* les simplistas El microhistoriador está también al servicio de la ac­ ción. Aquí naturalm ente voy a decir que hace buenos ciudadanos, produce agentes de desarrollo local, empuja hacia la concordia a los vecinos y promueve otras linde­ zas. Ya no sé en cuántas ocasiones y e n cuántos tugares he dicho que mi pueblo, San José de Gracia, sufrió h on­ das y positivas mudanzas a partir de !a hechura del tratado histórico que en español navega con el nombre de Puebla un vilo. Lo he dicho más por vanidad que por convicción. También he sostenido que la microhistoria llega tarde o tem prano a tener una aplicación práctica generalmente benéfica. Lo quieran o no sus cultores tie­ ne valor de diagnóstico, significación operativa y capaci­ dad de pronóstico, La microhisturia de un terruño acarrea el renacimiento de algunos valores positivos del pasado 142

( función conservadora), la m uerte de cierros lustres h is­ tóricos (función de catarsis) y la previsión del fururo próxim o de una m inicom unidad (función profética). — ¿Puede la m icrohistoria ser un obstáculo, un freno invisible para una mayor integración de com unidades, al constituir la lucha de Las partes contra el todo? ¿Puede debilitar la unidad nacional? — Aquí y ahora, no, Los sentim ientos nacionales de los mexicanos de hoy se podrán debilitar por fenóm enos como el pochism o, ya no por arraigos a la patria chica. En México, en el siglo pasado, cuando se comenzó a fom entar desde el poder nacional la historia del conjun­ to del país, el particularism o existente sí era opuesto a la unidad nacional. Cada comunidad se sentía única y sentía a las com unidades que estaban alrededor como enem i­ gas. México todavía no era una nación, sino mil naciones diferentes Eso explica que el gobierno de la República com batiera los particularism os. Com batió incluso la his­ toria regional y parroquial, liran otros tiempos, eran los tiem pos en que el sentim iento m atrio no dejaba crecer con plenitud el sentim iento patrio. Actualm ente, con muy pocas excepciones, con la excepción de algunas etnias que todavía no se saben, ni se sienten, ni quieren ser mexicanos, la gran mayoría de Ja población de México ya se sabe, se siente y quiere ser mexicana, y p or lo mismo, sus sentim ientos matrióricos no se oponen a sus sen ti­ mientos patrióticos N o es necesario deshacerse del p e ­ queño m undo donde nacimos para ser buenos ciudada­ nos de la República. — ¿La program ación de la radio y televisión nacionales puede hacer que una com unidad pierda sus valores? —Seguram ente. Los medios masivos de comunicación 143

son poco respetuosas del derecho a la diferencia de cada comunidad. Quieren que rodos cumpa r¡ un L>s valores de las urbes, en especial de la metrópoli, Quieren un ifotmar a toda costa, Pueden conseguir que los pueblos con­ traigan sentim iento de inferioridad, pues sienten que nunca van a poder estar a csre nivel que e> el que ofrece Como idílico la televisión nacional en el m om ento preSenté- C om oquiera, eso no es esencial de Jos medios. de esperarse que en un futuro próximo, la radio y la tele coadyuven a fortalecer los particularismos, el México plural que somos y que deseamos seguir stenJo. Sin embargo, no se puede t-nceguecer ni no oír el avance de tres Fuerzas que aniquilan inmísericordememe la vida a lo pueblo. Se rrata de tres [metes llamados u rb an izació n , industrialización y burocrarización. La ciudad, ¡a indus­ tria y el monstruo burocrático destruyen mu has comu­ nidades mexicanas objeto de la microhistoria; las dejan sin futuro y no pocas veces les hacen perdediza su con­ ciencia histórica, les roban nostalgias e historias recor­ dadas. les restringen las miradas hacia atrás La oración cotidiana de los pueblos sobrevivientes debiera ser: "De la urbe, de la fábrica y deí gobierno, líbranos señ o r" La mucha gente impide las relaciones amistosas, el uso de técnicas complicadas aleja al hombre del trato con la naturaleza y ¿quién ignora la manía de modernización y el pix:o ta a o humanístico de los gobiernos de hoy en día?

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ÍN D IC E

Prólogo a la segunda e d i c i ó n ............................. arte de la m i c r o h i s t o r i a ............................. M icrohistoria para mult i M é x i c o ................... La historia cornada, cantada y para verse M icrohistoria y ciencias s o c i a l e s ................... D e la historia recordada a la m icrohistoria. (E ntrevista a Luis G onzález) Por Claudio 1*1

Cn f a mb a n t

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Este libro sf term inó dr imprimir el día 10 de octubre de I9ft(> en tos talleres de Offnet Mjr-'i, Leini núm. 72. 09í4C M éxicn. D. F. Se rlrurmi S 000 cjem pU rn.