Ideologia Teoria Y Politica En El Pensamiento De Marx

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A. Altieri, U. Cerroni, H. Reichelt, G. Vargas, O. del Barco, R. Rosdolsky, J. Juanes, J. Mora

Ideología, teoría y política en el pensamiento de Marx Selección, cronología y notas, Gabriel Vargas Lozano

ICUAP Editorial Universidad Autónoma de Puebla

Colección Filosófica Dirigida por Oscar del Barco

La Colección Filosófica del Instituto de Cien* cias de la Universidad Autónoma de Puebla tiene com o objetivo difundir aquellos textos que sirvan para profundizar en la teoría, y, consecuentemente, en la práctica social. Res­ ponde así a uno de los postulados fundam en­ tales del “ Programa de Reforma Universita­ ria” que rige la actividad de esta casa de estu­ dios: el postulado crítico. Com o señaló Carlos Marx la crítica no es una pasión del cerebro sino el cerebro de la pasión, vale decir la inte­ ligencia del hilo conductor de la historia que es la lucha de clases. El actual debate dentro del cam po marxista no constituye así un "mero intercambio de opiniones sino que es la forma teórica en que se dilucidan temas esenciales para el curso revolucionario de nuestra época. Por esta causa la discusión, en lugar de redu­ cirse a la repetición de viejos esquemas y simplificaciones, exige el esfuerzo constante de la razón, la que vuelve concepto la reali­ dad, para que estos conceptos, al encam ar en las masas, devengan fuerza transformadora.

Universidad Autónoma de Puebla Instituto de Ciencias

U n iv e r s id a d A

u tónom a

de

P u ebla

Rector, ingeniero Luis Rivera Terrazas Secretario General, licenciado Alfonso Vélez Pliego Secretario de Rectoría, licenciado Edgar Armenta Castro Director del IC U A P , doctor Jaime Kravzov Director de la Editorial, Oscar Walker Cornejo Director de la Colección, Oscar del Barco

Edición, Martín Pérez Zenteno Primera edición, septiembre de 1980 ©

U n iv e r s id a d A u t ó n o m a

4 Sur número 104 Puebla, Pue., México Impreso y hecho en México

de

P uebla

índice Presentación, 11 1. Reflexiones acerca de la tesis doctoral de Marx, Angelo Altieri Megale, 15 2. La crítica de Marx a la filosofía hegeliana del derecho público, Umberto Cerroni, 45 3. La concepción materialista de la historia en la obra de Marx, Helmut Reichelt, 81 4. Los sentidos de la ideología en Marx, Gabriel Vargas Lo­ zano, 107 5. Como nacieron los Grudrisse, Román Rosdolsky, 131 6. La Introducción de 1857, un texto político, Oscar del Barco, 209 7. El tomo I de El capital: plan general y problemas fun­ damentales, Jorge Juanes, 223 8. La concepción de Marx sobre el socialismo, Román Ros­ dolsky, 329 Apéndice: Marx y Engels: sus diferencias con Hegel, Juan Mora Rubio, 363 Cronología de K. Marx, 383 9

presentación*

La idea central que ha servido de hilo conductor para la orga­ nización de este volumen ha sido la de proporcionar, a un amplio público lector, un conjunto de materiales que le per­ mitan ingresar a una etapa de profundización en el estudio del pensamiento de Marx. Para lograr este propósito, hemos reunido aquí un con­ junto de ensayos que en forma didáctica y sintética, pero a la vez rigurosa y aguda, van analizando las principales etapas por las que va atravesando la reflexión teórica de aquel gran autor revolucionario. Es así como se presentan aquí trabajos sobre obras tan importantes como la Tesis doctoral, la Crítica a la filosofía hegeliana del derecho público, la Ideología ale­ mana., los Grundrisse, la Introducción general de 1857, el tomo primero de El capital y los escritos de Marx sobre el socialismo. Una de las razones que nos han impulsado a realizar esta obra, ha sido el hecho de que durante mucho tiempo han predominado en forma persistente, y a pesar de los golpes recibidos, una serie de mitos en torno a la teoría de Marx.

* Salvo las colaboraciones de Umberto Cerroni, Helmut Reichelt y Romá Rondo M y, todas las demás han sido redactadas especialmente para este volu­ men. MI texto de Reichelt ha sido traducido de la versión italiana por Ro­ berto 1Fernández. Oramas. Infortunadamente, en esta edición, no fue posible incluir el análisis de las obras liislóricus de Marx que vería preparando el historiador haitiano Benoit Joachim, por mi repentino fallecimiento en un lamentable accidente. Rendimos aquí un «cutido homenaje a su memoria.

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Estos mitos se han convertido en verdaderos obstáculos que han impedido la comprensión de las tesis originales sosteni­ das por el autor de El capital. Estos mitos han sido, entre otros, los siguientes: 1. La creencia de que existe una identidad absoluta entre las concepciones de Marx y Engels. Esta creencia ha sido re­ batida aquí y esperamos que en forma definitiva por Juan Mora Rubio, en su estudio titulado Marx y Engels: sus dife­ rencias con Hegel. 2. La idea de que existe una división escolástica entre un materialismo histórico y un materialismo dialéctico. Esta di­ visión procede de Engels, se continúa con Lenin y logra su mayor esquematización en las obras de Stalin. Recordemos que ha sido Alfred Schmidt, en su libro titulado El concepto de naturaleza en Marx, quien ha precisado, en forma muy rigurosa, que la teoría de Marx se conserva dentro de los lí­ mites de la sociedad y de la historia. Es justamente sobre esta vía abierta por Schmidt que otro alemán, el filósofo Helmut Schmidt, cuyos textos se dan a conocer aquí por primera vez, profundiza sobre la concepción de la historia en los escritos juveniles de Marx. 3. Otra creencia muy arraigada ha sido la de que Marx sostiene una especie de economicismo al considerar a lo ideo­ lógico y lo político como simples efectos de la base material de la sociedad. Los estudios actuales que se han hecho al res­ pecto han demostrado que si bien lo económico es lo deter­ minante en última instancia, Marx sostenía que la sociedad era un todo en la cual las otras estructuras tenían también un peso específico cuya eficacia es necesario determinar en el análisis. Y todavía más, en sus manuscritos se han encon­ trado datos sobre todo el programa que quería desarrollar y del cual sólo se cumplió una parte. Este programa incluía análisis sobre el Estado capitalista y sobre otros elementos de la superestructura como el arte, la ideología, etc. En este volumen encontraremos dos ensayos que analizan las carac­

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terísticas específicas de la reflexión de Marx sobre el Es­ tado (vid. Umberto Cerroni) y la ideología (Vid. Gabriel Vargas L.). 4. Uno de los mitos más difundidos entre quienes no han sobrepasado el estudio de los manuales, es la creencia de que todos los procesos de la sociedad o la naturaleza pueden resolverse, en último término, en las tres famosas leyes de la dialéctica. Lucio Colletti en su libro II marxismo e Hegel ha expresado irónicamente que cuán dura debería ser la cabeza de un hombre que no se aprendiera de inmediato estas leyes. Una forma contundente de derribar este mito es el análisis del proceso de investigación y de exposición de El capital. Es en este sentido que se han escrito los textos de Rosdolsky, del Barco y Juanes. El primero, se refiere sobre todo a la etapa de la investigación concentrada en los borradores hechos por Marx durante los años de 1857 y 1858, Los trabajos de Ros­ dolsky son ya considerados como fundamentales para la com­ prensión de la etapa madura de Marx. El segundo, afirma en forma enérgica y polémica un aspecto frecuentemente olvi­ dado por quienes se concentran en la “ pura teoría” : el aspec­ to político de sus obras. No en vano dijo Marx en el postfacio a la segunda edición alemana de El capital que su obra solo podía estar representada por una clase cuya misión his­ tórica consiste en trastocar el modo de producción capitalista y finalmente abolir las clases: el proletariado. Finalmente, Jorge Juanes nos ofrece un útil análisis, parágrafo por pa­ rágrafo, del primer tomo de El capital. Este último consti­ tuye una magnífica introducción al estudio de dicha obra. 5. Por último, el ensayo de Román Rosdolsky toca uno de los problemas más acuciantes y vivos de la actualidad, la concepción que Marx tenía de socialismo. Este trabajo toca un mito esencial: la creencia de que el socialismo por Marx corresponde al socialismo realmente existente. Como se desprende de lo anterior podemos pensar, en for­ ma fundada, que estamos ante una obra que nos servirá para

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trasitar de una fase introductoria en el estudio del marxis­ mo, al análisis de un verdadero universo de problemas que fueron abiertos por Marx y que aún no han sido resueltos cabalmente. Por otro lado, esperamos que este libro inicie en nuestro país una serie de balances críticos sobre lo que es y lo que ha sido la teoría de Marx, en ocasión del centenario de la muerte del fundador del materialismo histórico a cumplirse el 14 de enero de 1983. Gabriel Vargas Lozano

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reflexiones acerca de la tesis doctoral de marx angelo altieri megale

1. Consideraciones preliminares Karl Marx se graduó de doctor en filosofía en la Universi­ dad de Berlín, en el año de 1841, con una tesis sobre “ La diferencia de la filosofía de la naturaleza en Demócrito y en Epicuro” . En la elección del tema suele verse un interés peculiar de Marx, en su época idealista, por los problemas de la natura­ leza, que los demás jóvenes hegelianos habían ignorado del todo; más aún: Marx habría, desde entonces, por lo menos intuido que ninguna crítica a Hegel, que no incluyera tam­ bién sus fundamentos teóricos, pudiera considerarse comple­ ta.1 A nosotros esta interpretación, que, sosteniéndose en el tenor del argumento escogido con finalidad puramente aca­ démica, pretende ver en el joven Marx un materialista incipiente y que, además, resta mucha fuerza a la “ acción li­ beradora” del naturalismo antropológico de Feuerbach, reco­ nocida explícitamente por Marx y por Engels como determi­ nante para su conversión al materialismo,2 nos parece poco aceptable. Lo que distinguió a Marx, desde un principio, de 1 L. Geymonat: Storia del pensiero ¡ilosofico e scientifico, Vol. IV, Garantí, Milano, 1971, pp. 507*8 2 Marx y Engels: La sagrada familia, Ed. Grijalbo, México, 1967, pp. 158*9; Engels: L. Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, en Marx y Engels, Ed. Progreso, Moscú, 1969, p. 638

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los demás hegelianos de izquierda no fue una presunta in­ clinación al materialismo — en verdad, hasta 1843 Marx se mantuvo fiel a una concepción hegeliana de izquierda que evidenciaba la exigencia de comprender racional y global­ mente la realidad existente, pero que dejaba inmutado el fundamento idealista y apriorístico del método hegeliano— sino la preocupación por los problemas vivos y concretos que giraban en torno a la asfixiante situación politicosocial del tiempo, cuyas soluciones requerían, más allá de un teoricismo abstracto y de un radicalismo verboso, un empeño de trans­ formación revolucionaria. Claro está que esta exigencia de “ praxis” corría el riesgo de permanecer tal, pura intencio­ nalidad, mientras estuviese condicionada por el “ metro de la racionalidad” ; pronto Marx comprendería, bajo la in­ fluencia de Feuerbach, la imposibilidad de reformar racio­ nalmente al Estado prusiano y la necesidad de invertir los términos de la relación “ idealidad realidad” , a fin de romper la cadena de deducciones absurdas del método idealista, que no servía sino para sancionar el estado de cosas existente al concebirlo como el producto necesario e ineluctable de la razón. Pues bien, el haber entendido la filosofía desde un prin­ cipio como instrumento de modificación del mundo humano puede explicar muy bien la preferencia de Marx, al dispo­ nerse a elaborar su tesis doctoral, por un argumento que versa en gran parte, y con crítica favorable, sobre la filosofía postaristotélica. En efecto, la filosofía helenística en general, y la epicúrea en particular, se distinguió por subordinar la orientación teorética de la filosofía clásica griega a finali­ dades de orden práctico: el pensamiento ha de servir a la vida, no la vida al pensamiento. El propio Marx, al precisar el objeto de su disertación, contrapone las filosofías de las grandes síntesis, como la platónica y la aristotélica “ que son más significativas e interesantes por su contenido” , a las postaristotélicas — y en especial la epicúrea, la estoica y la escép­

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tica— “ que lo son más por la forma subjetiva” , esto es, por su carácter de reproducir aquella sabiduría, aquella “ pru­ dencia” , que había inspirado la obra legendaria de los Siete Sabios y que había constituido el rasgo esencial de la pri­ mitiva filosofía griega; sabiduría que debía dirigir todos los asuntos y quehaceres de la vida.8 Desde el punto de vista de un sistema de la totalidad, las filosofías postaristotélicas, que exponen cada momento de la autoconciencia como una existencia peculiar, representan una decadencia; pero desde el punto de vista práctico en cuanto dan prioridad a lo que es útil y ventajoso para el hombre sobre lo que es pura­ mente cognoscitivo, son un progreso. De esta filosofía que “ no se apega a la soledad, al aisla­ miento sistemático, a la fría contemplación” ,4 sino que “ vuel­ ve los ojos al mundo configurándose como tensión práctica de la autoconciencia” ,6 Marx se propone, en su disertación, probar el vínculo con la filosofía anterior y, para el efecto, elige como modelo la relación entre el naturalismo epicúreo y el democriteo. Trátase del planteamiento de un problema nada cómodo pero sumamente importante, ya que le permi­ tirá poner de manifiesto, contra un viejo prejuicio, que, a pesar de su afinidad, existe una diferencia relevante entre las físicas de Demócrito y Epicuro. Aun ciñéndose la confrontación al terreno teórico, donde el “ original” Demócrito deberla salir airoso sobre el “ repe­ tidor” Epicuro, Marx hace resaltar, a través de su examen, una serie de innovaciones profundas aportadas por el filósofo de Samos, señaladamente la relativa a la desviación de los átomos, la que lo complace y en cierto modo lo halaga eomo^ dialéctico. El atomismo democriteo, según el joven. Marx, tie­ ne el defecto de no ir más allá de una descripción mecániga 8 M urx: Diferencia de la filosofía de la naturaleza en Demócrito y en Epi­ curo, Cid Ediciones, México, pp. 15-6 * M arx: Artículo de fondo en el No. 179< Gaceta del Rhin, julio de 1842. 6 L. Geymonat: op. cit.r p. 507

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del movimiento de los átomos; en cambio, el atomismo epicú­ reo, al atribuir a los átomos un poder de libre declinación, quiebra el rígido determinismo del maestro y consiente una interpretación dialéctica de su física. ¿Qué cosa es, efectiva­ mente, la desviación sino la “ negación” de la línea recta, el “ ponerse de algunos átomos fuera de la totalidad mecá­ nica” y enfrentársele? ¿No expresa, filosóficamente, la des­ viación y aquí se vislumbra la influencia de su formación genuinamente hegeliana, es decir, “ idealiza” la exteriorización en el mundo natural de la libertad de la autoconciencia, rasgo fundamental del iluminismo antiguo de Epicuro, de su crítica antirreligiosa? A todas luces, esta concepción de la dialéctica se centra en el momento de la contradicción y no implica el momento de la superación: la declinación del átomo en Epicuro no permitía una interpretación más atre­ vida del proceso dialéctico en su conjunto, especialmente en su momento positivo racional. Con todo, no hay que olvidar que también en el Marx maduro, en virtud y en función del compromiso de la lucha activa, el momento de la “ negación” y necesaria “ destrucción” del estado de cosas existentes es afirmado con mayor énfasis que el momento de la necesaria resolución y superación de la contradicción: si la sociedad colectivista se considerase, especulativamente, como el re­ sultado necesario del juego de las fuerzas operantes en la his­ toria de las relaciones economicosociales por fuera y por encima de las voluntades individuales; si sólo hubiese que tomar nota de la situación y esperar pasivamente su determi­ nación final, ¿qué sentido tendría entonces la acción política tendiente a formar en el proletariado la conciencia de clase? Esta conciencia de clase, y la consecuente praxis revolucio­ naria, deben introducirse como un factor activo en el curso de los eventos, a fin de que el mundo sea radicalmente “ trans­ formado” y no simplemente “ interpretado” .

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2. Diferencia general entre la filosofía democritea y epicúrea de la naturaleza A ) Diferencia en torno al planteamiento y a la solución del problema de la ciencia Antes de pasar a demostrar la diferencia general entre las físicas de Demócrito y Epicuro, Marx cita una serie de tes­ timonios históricos en los cuales se argumenta la tesis con­ traria de la identidad. Este punto de vista, del todo desfa­ vorable para Epicuro, que no sería sino un repetidor, y en ocasiones un mal repetidor, de Demócrito, es muy generali­ zado entre los antiguos y compartido por el propio Cicerón, quien no vacila en decir: “ En la física, a propósito de la cual mayormente se vanagloriaba, Epicuro no es más que un simple advenedizo. La mayor parte de ella pertenece a De­ mócrito ; cuando se separa de él o quiere corregirlo, lo altera o lo desfigura” . Plutarco va más lejos al tratar de probar “ que de toda la filosofía griega Epicuro se ha apropiado lo falso y no ha comprendido lo verdadero” . La actitud ne­ gativa hacia Epicuro de los Padres de la Iglesia (especial­ mente Clemente de Alejandría) es más comprensible porque el materialismo mecánico de aquél resulta incompatible con cualquier obra providencial e inteligente en la formación y en la conservación del mundo. Pero inclusive los autores modernos ven en Epicuro poco más que un plagiario; y Leibniz “ le niega aun la aptitud de extraer con destreza los pasajes de Demócrito” .6 Indudablemente, acepta Marx, hay una identidad de prin­ cipios (los átomos y el vacío) entre la física de Demócrito y la de Epicuro; sin embargo, si nos colocamos en el terreno estrictamente epistemológico, el de la relación entre el pen-

6 M arx: Diferencia de la filosofía de la naturaleza en Demócrito y en Epi curo, Cid Ediciones, México, pp. 17-9

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samiento y la realidad, la discrepancia se hace patente. ¿No es ello paradójico? ¿acaso los principios que definen una doctrina filosófica no son el resultado de la satisfacción de la inquietud por el saber y no se dan, por tanto, como obje­ tivos, esto es, como reales? ¿Cómo es posible, entonces, que dos filosofías que coinciden en sus principios constitutivos difieran en las soluciones del problema de la verdad? Veamos. Determinar con exactitud cuál es la opinión de Demócrito acerca de la verdad es tarea difícil, ya que, a veces la iden­ tifica con el fenómeno y, otras veces, la considera oculta y trascendente de la apariencia sensible. Para el efecto, Marx se vale de la autoridad de Aristóteles quien, en dos pasajes distintos del De anima y de la Metafísica respectivamente, le atribuye ambas posiciones que se excluyen recíprocamente. Más adelante, cita dos fragmentos que esclarecen esta verdad oculta, al reducirla a los principios fundamentales: “ los principios verdaderos son los átomos y el vacío; el resto es opinión, apariencia” (Dióg. Laercio, IX, 44; Diels 1 25 ); “ sólo en la opinión existen lo caliente y lo frío; en verdad no hay más que átomos y vacíos” (Dióg. Laercio, IX, 72; Diels, 9 ). ¿Dónde está, pues, la verdad: en los principios básicos o en el fenómeno? “ Demócrito — concluye Marx— no esca­ pa a la antinomia. No es aquí el lugar para explicar esto. Basta con que no se puede negar su existencia” .7 Sin embar­ go, a nuestro entender, la antítesis es superable si se tiene en cuenta que el fenómeno representa únicamente el primer momento de la especulación de Demócrito: es el dato de la experiencia sensible, al cual él opone la exigencia de la razón que busca, más allá del devenir, lo que permanece idéntico a sí mismo. Habría sido deseable que Marx no se hubiese limitado a las citas de Aristóteles y hubiese, en cambio, hur­ gado más en testimonios menos indirectos y más fehacientes 7 Marx: op. cit., p. 21

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en los Libros probatorios, aunque parece dar valor de credi­ bilidad a las sensaciones. Demócrito acaba por condenarlas al decir: “ En realidad no conocemos nada que sea invariable, sino tan sólo aspectos mudables según la disposición de nues­ tro cuerpo y de lo que penetra en él o le resiste” . Y en los Cánones afirma claramente que hay dos modos de conoci­ miento, o sea, uno mediante los sentidos y otro mediante la razón: al primero, da el nombre de conocimiento oscuro y, al segundo, de conocimiento genuino; y, para probar la supe­ rioridad del conocimiento genuino sobre el oscuro, prosigue diciendo textualmente: “ Cuando el conocimiento oscuro no puede ir más adelante del objeto más pequeño ni con la vista ni con el oído ni con el olfato ni con el gusto ni con el tacto, entonces hay que encauzar la búsqueda hacia lo que es más sutil por medio del conocimiento genuino, propio de un órga­ no más fino y adecuado al pensar” .8 El conocimiento sensitivo no ofrece, pues, un criterio suficiente para distinguir lo ver­ dadero de lo falso; pero sus limitaciones no se extienden al conocimiento intelectual, el cual, si bien no puede substraerse del todo a las condiciones físicas que tienen lugar en el orga­ nismo, es superior a la sensibilidad, por cuanto nos hace aprehender, por debajo de las apariencias el ser del mundo: los átomos, el vacío y el movimiento. Lo anterior no debe empero hacer pensar que en Demócrito ciencia y apariencia sean términos contrapuestos del mismo modo que objetividad y subjetividad: el que los sentidos no nos den la realidad ver­ dadera sino una realidad transformada y falsificada por la intervención de nuestros órganos receptivos, no impide que lo que ellos tienen de subjetivo enraiza en los objetos exteriores y, por tanto, existe también por naturaleza y no sólo por con* vención; con otras palabras, la apariencia, al propio tiempo que oculta la realidad, en cierto modo y en cierta medida la está manifestando ( “ phainomenon” = lo manifestado, lo des8 Sexto Empírico: “ Adversus mathematicos” , V II, 135-9. Referido por I presocratici, Autori Vari, Laterza, Bari, Vol. II, pp. 748*9

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cubierto, lo hecho visible). El cambio, el devenir, es, en efec­ to, el resultado del ordenamiento (contacto) y posición (con­ versión) de los átomos.9 Además (lo cual no deja de causar cierta extrañeza), Demócrito introduce una segunda distin­ ción dentro de la propia esfera sensible. Entre las cualidades sensibles, no todas son, en el mismo grado y con mismo título, deformaciones de la realidad objetiva: unas, las primarias, son inherentes a los objetos, puesto que derivan inmediata­ mente de las relaciones mecánicas entre los átomos; otras, las secundarias, son modificaciones de la sensibilidad, cuyo contenido, aunque depende de la forma de los átomos compo­ nentes del objeto, no existe en la naturaleza, sino que se cons­ tituye a través de la relación en que aquellos átomos entran con los órganos sensoriales. Así, por ejemplo, lo pesado y lo ligero, lo duro y lo blando son determinaciones cualitativas que los objetos poseen por sí mismos, pues dependen de la forma, magnitud, número y posición recíproca de los átomos, lo cual forma la estructura interior de cada cuerpo, en cam­ bio, el sabor, el olor, el color, el sonido, la temperatura son simples maneras subjetivas de aprehender las propiedades de las cosas. El testimonio es de Teofrasto, que a la letra dice: “ En cuanto a los cuerpos compuestos, el que tiene más vacío es el más ligero, y más grave el que tiene menos... Casi lo mismo dice de lo duro y de lo blando; duro es lo denso, blando lo raro, y más o menos en proporción. Pero, en lo duro y en lo blando, en lo grave y en lo ligero, difieren la posición y la repartición de los vacíos. Así el hierro es más duro y el plomo más pesado: porque el hierro tiene una composición más desigual y vacíos más frecuentes y conside­ rables. .. el plomo menos vacío pero una estructura completa­ mente uniforme.. . Por lo que se refiere a las otras cuali­ dades sensibles, ninguna tiene una realidad sustancial, sino que todas son afecciones de la mudable sensación, de la que nace la representación. En efecto, no tienen una realidad 0 Aristóteles: Metafísica, I, 4, 985, Ed. Porrúa, México, 1969, p. 13

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sustancial, ni el frío ni el calor, sino que los producen la transformación de la forma y el cambio nuestro. La prueba de que las cualidades sensibles (secundarias) no tienen exis­ tencia objetiva se encuentra en el hecho de que no aparecen de la misma manera a los diversos animales, sino lo que a nosotros nos parece dulce es para otros amargo y para otros ácido y para otros aún ácido y astringente; análogamente sucede con las otras cualidades (secundarias). Además, los mismos sujetos pacientes cambian de temperamento, de acuer­ do con la edad y las vicisitudes, por lo que resulta evidente que la disposición es causa de la representación” .10 Concluyen­ do, para Demócrito, el conocimiento sensitivo, aunque resulta ineficaz para aprehender la realidad en sus últimos elementos (alcanzables tan sólo por el conocimiento intelectual), no es absolutamente engañoso, como tampoco es absolutamente en­ gañoso el devenir, que tiene en los principios fundamentales (átomos, vacío y movimiento) su razón de ser. Por otra parte, si es lícito hablar entre los atomistas de una distinción entre cualidades primarias y secundarias, ella ha de entenderse como una distinción de grado, de relativa objetividad, ya que también las cualidades secundarias son en cierto sentido obje­ tivas, en cuanto son modificaciones de la realidad natural, que el sujeto paciente puede alterar hasta donde se quiera pero no desmentir del todo. El verdadero subjetivismo, dentro de la esfera sensible, característico de la sofística, todavía no existe en Demócrito.11 Estas reservas con relación al conocimiento sensitivo des­ aparecen completamente en la filosofía de Epicuro, “ quien hace del mundo sensible un fenómeno objetivo” .12 En esto no hay ni puede haber ambigüedad. Para Epicuro, en efecto, la sensación es siempre verdadera: ella no puede ser refutada 10 Teofrasto: “De sensu” , 61-4. Referido por 1 Presocraúcii, Vol. II, p. 719 11 Guido De Ruggiero: Storia della filosofía, Vol. I , Laterza, Bari, 1974, p. 145 12 M arx: op. cit., p. 22

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ni por una sensación homogénea, que la confirma, ni por una distinta, que proviene de otro objeto.18 Las ilusiones de los sentidos no prueban lo contrario: la falta de corresponden­ cia objetiva se debe a que los objetos, de los cuales se des­ prendieron imágenes que creíamos ver, ya no existen (en vir­ tud del devenir incesante del mundo natural), o entre tanto han variado su composición. El error, que no puede subsistir en las sensaciones (y en los conceptos, que derivan de éstas), puede aparecer en las opiniones formuladas por la razón. Con­ tra los sostenedores de la superioridad del conocimiento racio­ nal sobre el sensible (y aquí se evidencia otra discrepancia profunda para con la posición epistemológica del maestro, que literalmente invierte), Epicuro atribuye a la razón los así lla­ mados errores de los sentidos, las contradicciones que suelen divisarse entre los datos sensoriales (como el bastón que, visto en el agua, se nos muestra roto). La razón va más allá de los datos sensoriales actuales cuando formula opiniones y, aun más, cuando los interpreta y propone hipótesis acerca del fundamento oculto, no perceptible, de ellos. En esta in­ terpretación el alma ya no es pasiva, despliega una actividad suya y por tanto está expuesta a equivocarse: las opiniones de la razón son verdaderas sólo en la medida en que son con­ firmadas o cuando menos no desmentidas por la experiencia sensorial.14 “ La falsedad o el error no está siempre en la adición de la opinión. No habría error, si no concibiésemos también otro movimiento en nosotros mismos, unido si (con el de los simulacros), pero distinto: por esto, si no es con­ firmado o desmentido, nace el error; en cambio, si es confir­ mado o no desmentido, la verdad. Y es necesario tener tal opinión y no destruir los criterios de la evidencia ni confun­ 13 Diógenes Laercio: “ Vidas y doctrinas de los filósofos” , X , 31-2. Referido por R. Mondolfo: El pensamiento antiguo, Y o l. II, trad. esp., Ed. Losada, Buenos Aires, 19(59, p. 96 14 E. Paolo la m a una: Storia della filosofía, Vol. I, Le Monnier, Firenze, 1967, pp. 298-9

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dir lo erróneo con lo cierto” .15 La constitución atómica de los cuerpos, base de todo el sistema epicúreo (incluyendo, des­ de luego, su “ canónica” o ciencia del criterio de la verdad), resulta ser, así, una opinión de la razón, no sabemos hasta qué punto confirmada por la experiencia sensible; esto es, una base que, en vez de sostener, necesita ser sostenida, pues “ las nociones nacen todas de las sensaciones” . Pero la sen­ sación ¿no es el resultado del contacto inmediato entre el órgano sensorial y una imagen (o “ ídolo” ) , que se desprende de la superficie de los cuerpos y “ conserva durante mucho tiempo la posición y el orden de los átomos del cuerpo sóli­ do” ?16 Ello explica cómo, a partir de lo comprobado en las sensaciones particulares acerca de la constitución atómica de los objetos percibidos, Epicuro lo extiende mediante un proce­ dimiento por “ analogía” a toda la realidad. Estamos muy le­ jos de la doctrina democritea, en donde, imperando una absoluta confianza en la superioridad del poder cognoscitivo racional, la definición del ser profundo de las cosas es afir­ mada dogmáticamente y no dada cautamente como hipótesis.

B) Diferencia en la “ praxis científica” de Demócrito y Epicuro

La diferencia en los juicios teoréticos de Demócrito y Epi­ curo — dice Marx— se refleja también en sus respectivas pra­ xis científicas. Demócrito, al no hallar satisfacción en la filosofía (cuyo principio, según Marx, no deviene fenómeno y permanece sin realidad ni existencia) y al no tener frente a sí otra realidad que el mundo de la percepción sensible, es estimulado a la observación empírica, al conocimiento positivo. Y, en efecto, 18 Epicuro: “ Epístola a Herodoto” , 50-2. Referido por R. M ondolfo: op. cit., Vol. II, p. 96 30 Epicuro: op. cit., 48. Referido por R. M ondolfo: op. cit., p. 96

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él es el “ vir eruditus” , como lo llama Cicerón, el hombre ver­ sado en física, ética, matemática, en todas las disciplinas y en todas las artes. A ese propósito, Marx cita un testimonio de Diógenes Laercio (IX, 37, 46) en que se realza su saber en­ ciclopédico y su afán por recorrer la mitad del mundo en busca de experiencias y conocimientos: “ De todos mis con­ temporáneos — se vanagloria— yo soy el que ha recorrido la mayor parte de la tierra y explorado los países más remo­ tos: he visto los climas y regiones más variados, he oído a los sabios más ilustres y nadie me ha sobrepasado en la compo­ sición de figuras con demostraciones ni aun los llamados arpedonaptas de Egipto” . A causa de esta misma ansiedad, debida (insiste Marx) a que el saber que él tiene por autén­ tico es vacío y el que le ofrece un contenido carece de verdad, se habría privado de la vista (Cicerón: Quaestiones Tusculanae, V, 39; De finibus bonorum et malorum, V. 29) para que la visión sensible no oscureciera en él la penetración del espíritu.17 Nosotros disentimos de la apreciación de Marx, por cuanto, como hemos probado arriba, Demócrito no des­ deñó la apariencia sensible como mera subjetivación de la realidad, sino que, al contrario, le reconoció un grado, aun­ que fuera relativo, de objetividad. En ella, por tanto, no pudo buscar lo que ya tenía hallado por vía racional (los elemen­ tos constitutivos del ser), sino sólo lo que podía ofrecer como manifestación exterior de la propia realidad profunda. Innegablemente (y en esto convenimos con Marx), Epicuro se siente satisfecho y feliz con la filosofía, no precisamente porque haya logrado una teoría filosófica coherente (puesto que la suya no lo es), sino porque en la filosofía él ve sobre todo una regla de vida, el secreto de la felicidad, un medio que asegura la tranquiladad interior. Epicuro no fue un amante de las ciencias positivas, ni un viajero incansable en pos de nuevos conocimientos.18 Las fuentes nos relatan que 17 M arx: op. cit., pp. 22-4 18 M arx: op. cit., pp. 24-6

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despreció las matemáticas, por su abstracción, y las letras, porque desvían al hombre del recto camino de la evidencia y lo hacen caer en el camino sinuoso de la opinión. Pero la imputación, de parte de los estoicos, de que era casi un igno­ rante, carece de fundamento; es el autor de más de trescientas obras que, si bien no sobresalen por cualidades literarias, cu­ bren por lo menos todo el campo del saber de la época en que le tocó vivir. Claro está que Epicuro, quien se jactaba de ser autodidacto ( “ los otros no son sino cerebros de segun­ da clase” ), no demostró un interés científico comparable con el de los estoicos. El no pretendió crear una escuela cien­ tífica, sino una escuela de sabiduría práctica; a la cual por tanto podían ofrecer una materia apropiada cualquiera edad de la vida (“ que el joven no dude en filosofar ni el anciano renuncie a filosofar, porque nadie es demasiado joven ni de­ masiado maduro para recobrar la salud del alma” ), cual­ quier condición social y cualquier grado de cultura. Dice Guido de Ruggiero que en este llamado a los menos dotados y hasta a los marginados hay algo religioso, el ofrecimiento de una esperanza de salvación, no tanto por medio de la doc­ trina, de la cual no todos son capaces, como por medio del ejemplo y de la disciplina de la vida, que son asequibles a todos.19 Y Séneca consignó que las grandes almas epicúreas no fueron el fruto del saber sino de la compañía asidua de Epicuro.20 Este espíritu de humanidad, de benevolencia, de filantropía, también hacia el esclavo y el extranjero, por el cual Epicuro fue altamente celebrado, ha debido constituir la razón más poderosa de la fortuna del epicureismo en la antigüedad. Por supuesto, el haber concebido a la filosofía como acti­ vidad directiva de la conducta humana, como el instrumento para descubrir el secreto de la felicidad no podía consentir a Epicuro aceptar el rígido determinismo de Demócrito, uni19 Guido De Ruggiero: op. cit., Yol. II, p. 459 20 Séneca: Epístola 6, 6

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versal en su alcance (todos los hechos son regulados por la misma ley) y constante en su inflexibilidad (la ley no admi­ te excepciones). Una naturaleza encerrada en su íntima nece­ sidad, no reducible a la sensibilidad humana, que no brinda nada al hombre por hacer, y por tanto es objeto de pura con­ templación, no podía adecuarse a las exigencias prácticas se­ ñaladamente éticas, de Epicuro. De aquí, la preferencia que él manifestó por una interpretación menos rigorista, más abierta a las posibilidades humanas, de la naturaleza, capaz de ahuyentar el espectro de la inexorable fatalidad física, fuente de inquietudes para el hombre, igual o más que el miedo de los dioses y de los demás fantasmas de la mitología popular; por otra parte, dicha hipótesis daba fundamento a la creencia en la libertad de la voluntad humana, necesaria para la lucha y la victoria sobre las pasiones en la vida del sabio. En relación con el materialismo democriteo, el materialismo epicúreo representa sin duda una disminución, desde el punto de vista científico; pero Epicuro pasa fácilmente por alto esta incoherencia, con tal de asegurar la finalidad preferen­ temente ética de un sistema. Contra la necesidad causal, que en la filosofía de Demócri­ to tiene la primacía, Epicuro escribe: “ La necesidad a la que algunos convierten en dominadora absoluta, no existe; hay algunas cosas fortuitas, otras dependientes de nuestro arbi­ trio. Es imposible persuadir a la necesidad; el azar, al con­ trario, es inestable. Sería preferible seguir el mito sobre los dioses que ser esclavo del hado de los físicos, pues aquél deja la esperanza de la misericordia por haber honrado a los dio­ ses, pero éste presenta la inexorable necesidad. Sin embargo, debe admitirse el azar y no la divinidad, como cree el vulgo. Es un infortunio vivir en la necesidad, mas vivir en ella no es una necesidad. Por todas partes se hallan abiertas las sendas, numerosas, cortas y fáciles, que conducen a la liber­ tad. Agradezcamos, pues, a dios que nadie pueda ser retenido en la vida. Dominar a la necesidad misma está permitido”

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(Séneca: Ep. X II).21 Como se nota, Epicuro se revela feliz­ mente incoherente, respecto de sus premisas teoréticas (la génesis, la destrucción y la regeneración del mundo ocurren en virtud de las fuerzas mecánicas del movimiento; no hay nada divino en su sustancia y tampoco en su movimiento), en obsequio a sus exigencias prácticas. Para ello, no vacila en conceder su preferencia al elemento mítico o religioso, a la garantía sobrenatural ofrecida por los dioses al hombre piadoso para calmar sus temores y satisfacer sus deseos, sobre una naturaleza concebida como principio de “ necesi­ dad” ciega, o sea, carente de carácter finalista y por lo mis­ mo extraña a los intereses del hombre por las vicisitudes de su vida en el mundo. Sustituir la divinidad por el azar no es un remedio apropiado, porque, como señala Feuerbach, “ una cultura que está dirigida a hacer de la naturaleza un ente que desde el punto práctico sea condescendiente y com­ prensiva hacia las necesidades humanas” es el equivalente laico de la religión la cual “ no tiene otra tarea y otra ten­ dencia que la de transformar la esencia de la naturaleza, de aquella naturaleza que en sí es inflexible y dura como el acero, en una esencia conocida y familiar, suavizada en el calor del corazón, en vista de los fines humanos; hay una sola diferencia: que la cultura mira hacia aquel objetivo sir­ viéndose de medios, y de medios que ella ha aprendido es­ piando a la naturaleza, la religión, en cambio, sin servirse de medios o, lo que es lo mismo, sirviéndose de los medios sobrenaturales del rezo, de la fe, de los sacramentos, de la 22 magia . ¿La noción de “ azar” es original de Epicuro? ¿No la ha utilizado también Demócrito? A estas interrogantes, Marx objeta, con acierto, que los dos pasajes que acerca de esto se hallan en Simplisio muestran claramente que no fue Demó­ crito en emplear dicha categoría, sino Simplisio en atribuír21 Mnrx: op. cit., pp. 26-7 811 L. Feuerbach: Essenza della religione, Laterza, Bar, 1970, cap. 34, p. 78

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sela. Otro tanto vale para el testimonio de Eusebio.28 Nosotros nos permitimos añadir la opinión análoga de Dante, quien textualmente dice: “ Demócrito, che ‘l mondo a caso pone” (Demócrito, que pone el mundo al azar).24 ¿En qué se ba­ saría esta interpretación, a todas luces errónea? Tal vez en que el mundo se ha formado y deviene a causa del choque fortuito de los átomos, sin un diseño providencial u orden finalista. En el cumplimiento de una finalidad inmanente hay, ciertamente, necesidad; “ la necesidad de acción del fin” como la denomina Aristóteles;28 pero igual necesidad hay en la determinación de un hecho para cuya efectuación hayan concurrido todas las condiciones requeridas, que, consideradas en sí, podían también no darse. Además, una doctrina que re­ conoce, como la de Demócrito, la universalidad del principio causal y que, en consecuencia, fija las condiciones fundamen­ tales de la formación y del devenir del mundo, absorbe en su íntima racionalidad cualquier manifestación en apariencia casual o fortuita. “ Un punto es históricamente cierto: Demócrito emplea la necesidad y Epicuro el azar; cada uno de ellos rechaza con aspereza polémica la opinión contraria. La consecuencia más inmediata de esta diferencia reside en la forma de explicar los fenómenos físicos particulares” .26 En efecto, puesto que la necesidad tiene su explicación en la posibilidad real y el azar en la posibilidad abstracta (o lógica), el interés por ex­ plicar los objetos reales tiene que ser desigual según se adopte uno u otro punto de vista. Pero, ¿qué se entiende por posibilidad real y qué por posibilidad abstracta (o lógica)? La definición de lo posible como “ posibilidad real” , que se remonta a la escuela megárica y que fue compartida sucesi­ vamente por Avicena y Hobbes, identifica lo posible con lo 23 M arx: op. cit., pp. 27-S 24 Dante: La Divina Comedia, “ Infierno” , Canto IV, v. 136 25 Aristóteles: Fisica, II, 9, 200a 5, Laterza, Barí, 1973, p. 47 26 M arx: op. cit., p. 28

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necesario: lo que es posible se realiza necesariamente y lo que no se realiza no era posible, pues, de lo contrario, no se habría convertido en imposibilidad. Con otras palabras, se puede hablar de posibilidad sólo abstractamente, antes de que algo empiece, a ser; desde este momento, dándose todas las condiciones exigidas para que ese algo sea, lo posible se vuel­ va necesario. La posibilidad abstracta es de naturaleza lógi­ ca: posible es lo que no es necesariamente falso; lo que, no incluyendo contradicción, es pensable.27 Demócrito busca, entonces, con entusiasmo y seriedad las causas de los fenó­ menos naturales, que a su inteligencia se revelan como los productos de la necesidad causal, de un orden racional in­ trínseco y no como contenidos mentales carentes de verdad. Demócrito, insistimos, no es un escéptico, no tiene a la na­ turaleza sensible por apariencia subjetiva; por lo cual, no al­ canzamos a ver, en su empeño por explicar la existencia real de las cosas, contradicción alguna. La contradicción, en cam­ bio, es visible en Epicuro, quien, luego de haber puesto el criterio de la verdad en la evidencia sensible, acaba por adoptar el método de las explicaciones múltiples: ya que cada fenómeno comporta una multiplicidad de interpretacio­ nes, no conviene rechazar ninguna, todas pueden ser exac­ tas.28. Como solución epistemológica al problema de la posibi­ lidad del conocimiento, la tesis de las explicaciones múlti­ ples deja mucho que desear: es una forma disfrazada de sub­ jetivismo. Como cánon metodológico empero resulta muy útil porque ofrece a la consideración una variedad de inter­ pretaciones por elegir de conformidad con las exigencias prácticas. En el fondo, era lo que le importaba a Epicuro, el cual se sentía estimulado hacia la investigación de los fenó­ menos naturales no por el gusto desinteresado de la investi­ gación científica, sino por la necesidad de escoger, entre las 27 N. Abbagnano: Dizionario filosofico, Art. “Possibile” , U.T .E .T ., Tori.no, 1964 pp. 667-70 28 M arx: op. cit., p. 29

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doctrinas ya elaboradas, las que mejor se prestaban para fundamentar su sistema filosófico, esencialmente ético. 3. Diferencia particular entre la física democritea y la epicúrea

A ) La desviación de los átomos de la línea recta Epicuro admite un triple movimiento de los átomos: en línea recta, por desviación y por choque y rechazo. En el primero y tercer movimiento está de acuerdo con Demócrito; los diferencia la desviación de su línea recta. El testimonio en que se basa Marx es el De natura deorum (I, 25, 26) de Cicerón.29 Con todo, es muy dudoso, ateniéndose a las demás fuentes, que Demócrito admitiera el movimiento en línea recta, el cual habría por lo menos dificultado, si no hecho completa­ mente imposible, el choque y el rechazo de los átomos. Dice Alejandro: “ Estos (Leucipo y Demócrito) sostienen que los átomos se mueven chocándose mutuamente, y rechazándose los unos a los otros, pero no dicen nada de dónde puede provenir el principio del movimiento, inherente a ellos por naturaleza, ya que el choque recíproco es un movimiento for­ zado y no por naturaleza, y el forzado es posterior al natu­ ral” .30 Igualmente Aristóteles reprocha a los atomistas no haber explicado la naturaleza y la causa de este movimiento originario: “ Estos (los atomistas) como los otros, por negli­ gencia, omitieron, determinar de qué manera y de qué origen el movimiento es inherente a los seres” .81 Y en el De coelu vuelve sobre el tema con más precisión: “ Hay que preguntar 20 Marx: op. cit., 33-5 30 Alejandro: “ A d metaficos” , I, 47. Referido por R. Mondolfo: op. cit., Vol. I, p. 116 81 Aristóteles: Metafísica„ I , 4, 985, Ed. Porrúa, México, 1969, p. 13

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a Leucipo y a Demócrito, que afirman que los cuerpos ele­ mentales se mueven siempre en el vacío y en el infinito, de qué movimiento se mueven y cuál es su movimiento según su naturaleza. En efecto, si los elementos se mueven los unos a los otros por fuerza, es necesario que también haya para cada uno un movimiento según su naturaleza, además del cual hay el movimiento forzado, y es menester que el pri­ mer móvil no se mueva por fuerza, sino por naturaleza; así que se iría hasta el infinito, si no hubiera un primer motor por naturaleza, y si cada vez el motor preceden­ te se moviera siendo él mismo movido por fuerza” .82 ¿De dónde proviene, pues, el movimiento de los átomos? Esta pregunta ha dado lugar a una larga controversia entre los intérpretes de los atomistas. Los historiadores alemanes, incluyendo a Zeller, han creído poder afirmar que la cau­ sa del movimiento primordial o espontáneo de los átomos era la caída en línea recta, es decir, el descenso por efecto de la gravedad; otros (como Enriques, Mondolfo, Robin, etcétera) refutan esta interpretación, porque no está justifi­ cada ni por las fuentes ni por razones científicas. Cierto es que también la tesis de la gravedad se apoya en algunas doxografías, en las cuales se atribuye a los átomos la cualidad del peso; pero se ha tratado de probar que tal atribución deriva de una confusión que se ha creado desde antiguo entre el atomismo originario de Leucipo y Demócrito y la versión que de él dio más tarde Epicuro. Este, en efecto, habiendo vivido después de Aristóteles, y por tanto bajo la influencia de la doctrina peripatética de la gravedad, pudo hacer del peso una propiedad fundamental de los átomos. De aceptar esta tesis, según la cual el peso es una añadidura de Epicuro. ¿cómo explicar, entonces, desde un punto de vista científico, el movimiento de los átomos en Demócrito? El historiador italiano Guido de Ruggiero sostiene que la falta del peso no a2 Aristóteles: D e coelu, II, 2, 300b, Lateraa, Barí, 1973, p. 327

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es un obstáculo para dar razón del movimiento en una filo­ sofía prearistotélica. La idea de que la materia sea por sí misma inerte, en el sentido antiguo de la palabra, o sea, inmó­ vil hasta que interviene una causa exterior a ponerla en mo­ vimiento, es una idea extraña a toda la concepción científica presocrática; es una idea que, introducida primeramente por Aristóteles, tuvo luego consecuencias incalculables para el desarrollo de la física occidental. Puede suponerse que Leucipo y Demócrito, siguiendo las huellas de sus predecesores jónicos, que concebían la materia como dotada de vida y movimiento, hayan considerado a los átomos como semovien­ tes. Inclusive Mondolfo nota, objetando lo dicho por Aristó­ teles, que no tiene sentido imputar a los presocráticos el no haber determinado el principio del movimiento, puesto que, al comienzo, esa causa es considerada intrínseca a la ma­ teria y no distinta de ella: es una concepción de “ natura naturans” 9 que ha podido ser definida como “ hilozoismo” o “ hilopsiquismo” .88 Dado el movimiento espontáneo en el va­ cío, queda explicado además cómo, chocando recíprocamente, los átomos determinen desviaciones y complicaciones en el propio movimiento; el resultado es la “ dínee” , el torbellino cósmico, por el cual los átomos más grandes, que ofrecen una resistencia mayor, tienden a disponerse hacia el centro, los más pequeños hacia la periferia. No es preciso, como qui­ siera Enriques atribuir a los atomistas el descubrimiento de la primera ley de la dinámica o principio de inercia, por el cual un cuerpo persiste en su estado de reposo o de movi­ miento rectilíneo uniforme hasta que actúe en él una causa exterior que modifique tal estado; el que Demócrito tuviera conocimiento de este principio no está de ningún modo jus­ tificado por las fuentes.*4 El peso de los átomos, reconocido por Epicuro como una cualidad fundamental de los átomos, provoca una lluvia de 33 R. Mondolfo: op. cit., Vol. I, p. 38 34 Guido De Ruggiero: op. cit., Vol. I, 140-1

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cuerpos simples en líneas perpendiculares y paralelas. Este estado, prolongado infinitamente, impediría el encuentro y el choque de los átomos, necesario para explicar la condensa­ ción atómica, y por tanto la formación de los cuerpos com­ puestos. Ni es pensable que la causa del encuentro resida en el diverso grado de velocidad de los átomos, correlativo a su diversa grandeza y peso: en el vacío, en efecto, los átomos más grandes y pesados no se mueven más velozmente que los pequeños y livianos, sino que todos se mueven con igual ve­ locidad. Por ello “ aquel hombre agudo (dice Cicerón), obje­ tando que si todos fueran atraídos hacia abajo en línea recta jamás resultaría que un átomo pudiese tocar a otro, intro­ dujo una novedad y dijo que el átomo puede sufrir una des­ viación, de una mínima cantidad, de la que no se da menor; y así se forman las combinaciones, uniones y adhesiones de los átomos, de las cuales nacen los mundos” .85 Este expe­ diente, un verdadero “ deus ex machina” , sirve también para dar cuenta de los movimientos “ que quiebran las leyes del destino” , o sea, de los movimientos libres de la voluntad humana.86 “ Si en la naturaleza, en realidad, todos los mo­ vimientos están siempre encadenados y de uno nace siempre un segundo, según un orden riguroso; si por su desviación los elementos primeros no provocan un movimiento que rom­ pa las leyes de la fatalidad e impida que las causas se suce­ dan hasta el infinito, ¿de dónde les proviene a los animales este poder libre, este poder arrancado a la fatalidad, por el cual cada uno se dirige hacia donde lo conduce su propia volutad?” 37 ¿Qué piensa Marx de esta arbitraria declinación de los átomos, que representa una derogación muy fuerte del rigor 86 Cicerón: “De finibus” , I, 6, 18. Referido por R. Mondolfo: op. cit., Vnl. II, p p . 100-1 Kpicuro: “ Epístola a Herodoto” , 41. Referido por O. De Ruggiero: op. d t. Vol. II, p. 466 flT I,ii(',rccio Caro: “De rerum natura” , II, 252. Referido por R. Mondolfo: *>/». rtt,, Vol, II, p. 101

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mecanicista? Es la “ negación inmediata del movimiento en línea recta” . En tal virtud, los átomos se revelan “ cuerpos puros autónomos, en su autonomía absoluta, como los cuer­ pos celestes, a semejanza de los cuales se mueven no en línea recta sino oblicua; el movimiento de la caída (en lí­ nea recta) es el movimiento de la dependencia.. . Se pue­ de decir del átomo que la desviación es algo interior que puede luchar y resistir” .38 Lejos de ser el efecto del azar, la desviación es la supresión, de parte de la individualidad abstracta, de toda relatividad, es un prescindir del ser que la absorbía, es la subtracción (diríamos nosotros) de par­ te del contenido del principio universal, de la línea recta, permaneciendo dentro de la cual el átomo, como punto, per­ dería su individualidad. Pero, ¿cómo pueden coexistir la caída en línea recta y la caída en línea oblicua? Cicerón censura a Epicuro “ no alcanzar siquiera el resultado según el cual ha imaginado este proceso, ya que, si todos los átomos se desviaran, no se unirían nunca, o bien algunos se separarían y otros se verían por su movimiento empujados rectamente, y así sería necesario entonces atribuir a los átomos tareas de­ terminadas: unos tendrían que moverse en línea recta y otros oblicuamente” . Epicuro advierte la contradicción que yace aquí y trata de representar la desviación del modo menos sensible posible: “ ella no está ni en un lugar cierto ni en un tiempo determinado; ella se produce en el más pequeño es­ pacio posible” .89 Al igual que el átomo, que se libera de su existencia limitativa (la línea recta), toda la filosofía epi­ cúrea observa la mismo tendencia, así, en la ética, “ el fin de la acción es la prescindencia, la fuga ante el dolor y la angustia (la ataraxia), en tanto que el bien consiste en el alejamiento del mal” .40 Pero la individualidad abstracta apa­ rece en su suprema autonomía y libertad sólo cuando el ser 38 M arx: op. c i t pp. 37-8 59 M arx: op. cit.y pp. 38-9 ■*° M arx: op. cit., p. 40

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del que se separa es “ todo ser” ; he aquí por qué los dioses evitan el mundo y viven fuera de él, sin preocuparse por 61. Pues bien, si el hombre, para que devenga para sí mismo el único objeto real, debe aniquilar la fuerza del deseo, su dependencia de la naturaleza, el rechazo (el tercer movimien­ to) se manifiesta como “ la primera forma de la autoconcien­ cia” , como “ determinación formal” , en contraposición del lado material, representado por la “ caída en línea recta” .41 Demócrito, en cambio, concluye Marx, no ve en el rechazo sino el aspecto material, la dispersión, el cambio y no el as­ pecto ideal, según el cual “ toda relación con otra cosa es ne­ gada y el movimiento es puesto como autodeterminación” .42 La desviación de la línea recta y el rechazo de los átomos, en la interpretación dialéctica de Marx, pierden el carácter arbitrario, azaroso, que (a nuestro juicio) presentan en la física epicúrea, dejan de ser un recurso artificial para ex­ plicar (la excepción) lo que en un sistema rígidamente de­ terminista no sería explicable, y se convierte en la realiza­ ción de una contradicción que yace en el concepto mismo de átomo. No sabemos, sinceramente, hasta donde sea lícito, a un dialéctico moderno, adulto, ver en Epicuro a un “ dia­ léctico embrionario” . Ello nos parece tanto más atrevido cuanto que el principio fundamental de la física epicúrea, según consta en su Epístola a Herodoto, es que nada pro­ viene de la nada. Haber admitido, por lo tanto, más tarde una declinación del movimiento rectilíneo de los átomos, que no tiene ninguna razón causal (en contraste con dicho principio), con el objeto de poder explicar el enlace de las trayectorias atómicas, evidencia una incoherencia que nin­ guna interpretación benévola o interesada logra disimular.

41 M arx: op. cit., pp. 42-3 42 M arx: op. cit., p. 43

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B) Las cualidades del átomo “ Para los atomistas los primeros cuerpos son indivisibles, difiriendo únicamente por la forma” ;43 otras veces, a la for­ ma se le agrega la magnitud: Demócrito sostiene que nin­ guno de los primeros elementos se engendra el uno del otro, sin embargo, según él, “ el cuerpo común es el principio de todas las cosas, diferentes en sus partes por magnitud y for­ ma” .44 En ninguna otra fuente (acreditada) se habla más que de estas dos cualidades (la magnitud, por otra parte, pue­ de quedar incluida en la forma, la única cualidad en verdad esencial); fue Epicuro en agregar, como probamos en el pá­ rrafo anterior el peso. Epicuro, en cambio, afirma que forma, magnitud y peso son diferencias que el átomo posee por sí mismo, pues, aun­ que el poseer cualidades se contradice con el concepto de átomo (que es invariable, mientras la cualidad cambia), los muchos átomos en repulsión, separados por el espacio sensi­ ble, tienen que ser necesaria e inmediatamente distintos entre sí y de su esencia, esto es, deben tener cualidades.48 Aun en la parte relativa a las cualidades del átomo, Epi­ curo, según Marx, objetiva la contradicción, es decir, facili­ ta una interpretación dialéctica. Veamos. Primeramente, “ a través de sus cualidades el átomo adquiere una existencia que se opone a su concepto, es puesto como ser alienado, di­ ferente de su esencia. Tan pronto como él ha puesto una cualidad y ha extraído así la consecuencia de la naturaleza material del átomo, contrapone, a la vez, determinaciones que anulan tal cualidad en su propia esfera y que, al contra­ rio, hacen valer el concepto del átomo. El determina, por tan­ to, todas las cualidades de tal forma que ellas se contradicen

43 Aristóteles: Della generazione e della corruzione, 3, 8, 325b, Laterza, Bari 1973, p. 46 Aristóteles: Física, III, 4, 203a-b, Laterza, Bari, 1973, p. 59 48 M arx: op. cit., p. 44

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entre sí” .46 Pasemos ahora a considerar cómo determina .Epi­ curo en particular las propiedades del átomo. Epicuro admi­ te la magnitud y, al propio tiempo, su negación: lo pequeño; no admite, en cambio, lo mínimo, lo infinitamente pequeño, que expresa la contradicción (ninguna magnitud). Dicho diversamente, Epicuro reconoce cierto cambio de tamaño en los átomos, pero no “ cualquier magnitud” .47 También la segunda propiedad de los átomos, la figura, contradice al concepto del átomo, así que hay que poner su contrario. “ La individualidad abstracta es lo abstracto-igual-a-sí y, por con­ secuencia, lo carente de figura” . Epicuro admite la figura, pero no tantas figuras cuantos átomos existen: sólo hay un número determinado y finito de figuras, por lo cual puede haber (contra lo que enunciaría Leibniz en su Principio de la Identidad de los Indiscernibles: “ no hay dos individuos indiscernibles” o “ poner dos cosas indiscernibles significa poner la misma cosa bajo dos denominaciones” ) muchos átomos con la misma figura.48 Por fin, el peso, la tercera cualidad reconocida por Epicuro a los átomos, contradice asimismo directamente al concepto de átomo, porque el peso es “ la singularidad de la materia como un punto ideal, exte­ rior a la misma” . Pero el propio átomo es esta individuali­ dad; es, por así decirlo, el centro de gravedad, representado como una existencia individual. La gravedad existe, pues, para Epicuro, tan sólo como peso diferenciado, y los mismos átomos son centros de gravedad, igual que los cuerpos celes­ tes. Por otra parte, los átomos se mueven con igual velocidad en el vacío, por muy diferentes que sean en masa y figura, sin chocar con nada; el peso, así, parece intervenir únicamen­ te en el rechazo y en las composiciones que del mismo resul­ tan, lo cual ha dado origen a la consideración de que sólo los conglomerados de átomos, y no los átomos en sí, están 46 M arx: op. cit., p. 45 47 M arx: op. cit., pp. 48-9 48 M arx: op. cit., p. 49

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dotados de gravedad. Gassendi alaba a Epicuro por haberse adelantado, con el simple auxilio de la razón, a las experien­ cias modernas, acerca de la libre caída de los cuerpos pesa­ dos: la velocidad de los cuerpos que caen de arriba abajo no depende del peso sino de la forma (experiencia de Galileo desde los altos de la torre de P is a ); en el vacío todos los cuerpos caen verticalmente con la misma aceleración, de suerte que adquieren después del mismo tiempo la misma velocidad (Newton).49 C) Los átomos como principio y los átomos como elementos Prosiguiendo su examen comparativo, Marx descubre otra significativa diferencia entre la física democritea y la epicú­ rea, relativa a la manera de entender el átomo: o como sim­ ple estoijeion (elemento) y también como arjé (principio). Para Demócrito, el átomo tiene sólo el significado de “ ele­ mento” o “ fundamento” o “ sustrato material” , es decir, co­ mo lo que permanece inmutado debajo de las transformacio­ nes sensibles. En Epicuro, en cambio, aparece la diferencia entre “ elemento” y “ principio” . La diferencia entre elemento y principio se halla ya en Aristóteles: “ Puesto que indagamos los principios, las cau­ sas más elevadas, es evidente que estos principios deben de tener una naturaleza propia. Por tanto, si los que han inda­ gado los elementos de los seres buscaban estos principios, debían necesariamente estudiar los elementos del ser, no en tanto que accidentes, sino en tanto que seres” .80 Pero, ¿qué entiende Aristóteles por principio? “ Lo común a todos los principios es que son el origen de donde se derivan, o la existencia, o el nacimiento, o el conocimiento. Pero entre los principios hay unos que están en las cosas y otros que están fuera de las cosas. He aquí por qué la naturaleza es un prinM a rx : op. cit., pp. 50-1 60 -Aristóteles: Metafísica, IV, 1, Ed. Ponrúa, M éxico, 1969, p. 55

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cipio, lo mismo que lo son el elemento, el pensamiento, la voluntad, la substancia” .81 Como es fácil advertir, a pesar de haber primeramente diferenciado el principio y el ele­ mento o sustrato, Aristóteles acaba por identificar ambas ex­ presiones. Esta identificación, en rigor, reflejaba el punto de vista de los presocráticos, los cuales por principio (ar/e) entendieron dos cosas o el “ comienzo” , el principio en el tiempo, lo que está en el origen y luego ya no está más; o la “ sustancia fundamental” , lo que permanece a través de las variaciones, lo que hay de esencial y de primario en los objetos. Pues bien, en este segundo significado, que acabó por prevalecer sobre el primero, estaban comprendidas tanto la sustancia como la fuerza intrínseca que la hacía devenir; como dijimos arriba con las palabras de R. Mondolfo, era una concepción de natura naturans, donde, junto a la afir­ mación de un sustrato, estaba también la de una causa mo­ tora, que Aristóteles distinguiría más tarde como causa ex­ trínseca, si bien con la tendencia a unificar ambas cosas bajo la misma denominación de “ principio” . Para Epicuro, el átomo, como elemento, es la base del fenómeno; como principio, existe sólo en el vacío, como na­ turaleza aniquilada. En efecto, en tanto pensado según su concepto puro, en tanto supuesto como individualidad abs­ tracta, el átomo no puede realizarse como fuerza idealiza­ dora y extensiva de la multiplicidad fenoménica; en cambio, en tanto pasa a la realidad, el átomo se hunde en su base material, que, soporte de un mundo de relaciones múltiples, no existe sino en sus formas exteriores. La individualidad abstracta es la libertad de la existencia, no la libertad en la existencia, pero, ya que sólo como elemento el átomo es fun­ damento del mundo fenoménico, él ha de ser cualificado, dotado de cualidades: es el átomo completo y enajenado, frente al concepto puro de átomo.5* /il Aristóteles: op. cit., V , 1, p. 76 62 M arx: op. cit., pp. 56-8

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D) El tiempo y los meteoros Puesto que el átomo, como materia pura, está desprovisto de cambio, debe excluirse de él, el tiempo; en esto hay acuerdo entre Demócrito y Epicuro. El desacuerdo surge en la manera como el tiempo es determinado, transferido al mundo fenoménico. Demócrito admite el tiempo sólo para explicar el nacimiento y la muerte de lo fenoménico, o sea, de algo subjetivo; el tiempo, por tanto, no tiene ningún significado para la realidad en sí, estrictamente atómica, que es atemporal. Epicuro, para el cual lo fenoménico es obje­ tivo, considera al tiempo como la forma absoluta del fenó­ meno. El tiempo, como cambio de lo finito, es la forma real que separa al fenómeno de la esencia, se pone como fenó­ meno, al propio tiempo que lleva de regreso al ser. Profun­ dizando su interpretación dialéctica, Marx añade que, para Epicuro, el tiempo es en el mundo del fenómeno lo que el concepto es en el mundo del ser, a saber, la abstracción, el aniquilamiento, el retorno de toda existencia determinada en el ser-para-sí. En fin ya que la sensibilidad humana es el reflejo del mundo fenoménico, su tiempo corporizado, los sentidos resultan ser los únicos criterios en la naturaleza con­ creta, del mismo modo que la razón abstracta lo es en el mundo de los átomos.83 La teoría de Epicuro sobre los meteoros se opone, no sólo a la de Demócrito, sino a la concepción de todo el pueblo griego. La veneración de los cuerpos celestes es un culto com­ partido por todos los filósofos griegos. Contra Aristóteles y los demás filósofos griegos, que sostienen que los cuerpos celes­ tes se comportan siempre de la misma manera (ya que les atrihnyen un elemento propio superior, no sometido a la fuerza del peso), Epicuro objeta que en ellos todo acontece de un modo múltiple e irregular, y que, por consiguiente, 58 Marx: op. cit., pp. 58-63

REFLEXIONES ACERCA DE LA TESIS DOCTORAL DE MARX

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todo debe explicarse por causas diversas y no simplemente con una sola razón. Los que admiten en los fenómenos celes­ tes lo único, lo eterno y lo divino, caen en la manía de que­ rerlo explicar todo de la manera más simple, rebasando los límites de la ciencia natural y arrojándose incautamente en brazos del mito. Esta observación de Epicuro, revela induda­ blemente, un agudo espíritu crítico. Y nos merecería la más grande admiración si luego no quedase condicionada por sus acostumbradas exigencias de orden práctico: los que bus­ can lo imposible y se afanan tras el absurdo, no saben tam­ poco cómo ponen en peligro a la misma ataraxia; es norma absoluta que nada puede atribuirse a una naturaleza indes­ tructible y eterna que turbe la ataraxia; la conciencia debe comprender que ésta es la ley absoluta. Conclusión: puesto que la eternidad de los cuerpos celestes turbaría la ataraxia de la conciencia, es una consecuencia necesaria y rigurosa que ellos no sean eternos. Claro está que también para esta incoherencia es factible una justificación en clave dialéctica. La materia en cuanto ha recibido en sí la individualidad, la forma, como ocurre en los cuerpos celestes, deja de ser una individualidad abstracta, y deviene una individualidad con­ creta, universalidad. En los meteoros, pues, la conciencia in­ dividual y abstracta, reconoce a su enemigo mortal; y les atribuye, como hace Epicuro, toda la angustia y la turbación de los hombres, pues la angustia y la disolución de lo indi­ vidual abstracto es precisamente lo universal.54 En nuestro sentir, y sirva esto de colofón a nuestras breves reflexiones, todo esfuerzo por ocultar o disfrazar las incohe­ rencias tan notables y extensas del epicureismo es vano. En c(vl ación con el modelo democriteo, su materialismo repre­ senta, desde el punto de vista científico, una disminución, porque en él con suma facilidad el rigor lógico cede ante las rxigrncias éticas del sistema. Representativo genuino de la B4 M m x: op. cit., pp. 63-72

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filosofía helenística, el epicureismo está convencido de la po­ sibilidad y necesidad para la razón humana, de llegar a la verdad; pero la suya es una verdad al servicio de la vida, que implica muy a menudo la desvalorización del saber teo­ rético.

la crítica de marx a la filosofía hegeliana del derecho público1 umberto cerroni

I. Relevancia general de la Crítica de la filosofía del Estado de Hegel en los estudios marxistas La Crítica de la filosofía del Estado de Hegel2 ha ido adqui­ riendo un papel cada vez más de primer plano en los estudios 1 Artículo publicado en la Rivista Internazionale di Filosofía del Diritto, X X V III, 1961, pp. 281-308, y reproducido en el libro Marx e il diritto mo­ derno, Ed. Riuniti, Roma, 1962 2 La fecha de redacción de la obra, aunque no determinada con seguridad, corresponde indudablemente al periodo 1841-43. Su relativamente reciente pu­ blicación (1 9 2 7 ), junto con la publicación y el redescubrimiento crítico de otros escritos de Marx (los Manuscritos económico-filosóficos de 2844, la lla­ mada Introducción del 57 y los Grundrisse der politischen Oekonom ie), ha suscitado una discusión científica vivificadora de los estudios marxistas. (Véa­ se la nota bibliográfica que figura al final de este libro para las traducciones castellanas de estas obras de M arx). Prescindiendo de las variadas interpre­ taciones que se han dado de las obras filosóficas juveniles de Marx, este redescubrimiento ha contribuido, en realidad, a renovar no solamente la problemática sino incluso la misma perspectiva metodológica y científica de los estudios marxistas, sobre los cuales había prevalecido durante mucho tiempo una versión positivista-hegeliana, avalada en parte por las obras de Engels. Pero la literatura sobre esta cuestión es ya bastante amplia. De todos modos, es preciso citar el análisis filológico de Cantimori, D ., Interpretazioni e studi intomo al pensiero di Marx e di Engels, 1919-39 Pisa, s. f. pero de 1947, y los diversos estudios de Gal vano Della Volpe. Hay que señalar, por último, la penetrante reconstrucción de la relación Marx-Hegel, por Colletti, L ., II marxismo e Hegel, introducción a los Cuadernos filosóficos, de Lenin en la traducción italiana, Milán, 1958, así como Rossi, M ., Marx e la dialetdca hegeliana, Roma, 1960, vol. I. La Crítica de la filosofía del Estado de Hegel ha sido publicada recientemente (1966) en castellano por la Ed. Política de La Habana (a esta edición en lo sucesivo designada como CFEH se refieren las indicaciones de las notas) y, con anterioridad, por Ed. Claridad. Buenos Aires. [45]

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marxistas. Y ello no tanto por exigencias de completud de la biografía intelectual de Marx, que baila en esta obra un punto de referencia esencial para definir su actitud crítica hacia Hegel, como, sobre todo, por el alcance científico de la obra, que aparece relacionada de modo muy relevante y orgánico con la perspectiva teórica general de Marx.8 De hecho, la obra ha permitido a los estudiosos el reconocimien­ to de dos elementos metodológicos de primer plano: la crí­ tica del apriorismo como crítica de la reproducción subrep­ ticia y no mediada de la empiricidad, y la formulación de la tesis de una mediación científica de lo particular y lo sensible para la fundamentación de una ciencia positiva de la socie­ dad; estos elementos, unidos, forman el presupuesto esencial de la teoría materialista de Marx. Al objeto de una investigación sobre la concepción del de­ recho y del Estado en Marx, esta primera obra suya tiene además una importancia doble. En primer lugar, de hecho está incluido en ella, se ha dicho, el esquema crítico y recons­ tructivo general del pensamiento de Marx, que permanece substancialmente sin cambios y que constituye el parámetro metodológico fundamental de su perspectiva teórica. En se­ 8 Marx se refirió posteriormente a esta obra y a otros escritos suyos del periodo 1841-44, como lugares en los que había desarrollado una crítica del método hegeliano, crítica que para él continuaba siendo válida. Vid., en este sentido, La Sagrada Familia, traducción castellana, Grijalbo, México, 1958, pp. 152 y ss, La ideología alemana, traducción castellana, F. Rubio Lorente, en el volumen Marx, K., Escritos de juventud, (E j. en adelante), Caracas, 1965 [ Vid. la nota bibliográfica citada para otras ediciones], y — como ejemplo probatorio de la continuidad metodológica de Marx— el tardío Postfacio a la segunda edición alemana de El capital, 1873, donde, después de destacar que «mi método no sólo es fundamentalmente distinto del mé­ todo de Hegel, sino que es, en todo y por todo, la antítesis de él», Marx añade: «Hace cerca de treinta años, en una época en que todavía estaba de moda aquella filosofía, tuve ya ocasión de criticar todo lo que había de mistificación en la dia­ léctica hegeliana», El capital, I, traducción castellana, W . Roces, FCE, México, 1966, p. 23. Por consiguiente resulta singular que la obra en cuestión y, más en general, todo el cuerpo de los escritos juveniles, exquisitamente filosóficos, hayan escapado durante largo tiempo a la atención de los estudiosos. Sin duda ha pesado sobre ello la simplificación que ha experimentado el pensa­ miento de Marx por obra de sus primeros comentaristas y divulgadores.

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gundo lugar, este esquema se forma en torno al examen de un texto clásico de la filosofía del derecho, y proporciona consiguientemente indicaciones específicas de extrema uti­ lidad.

II. El tema central de la crítica metodológica de Marx a Hegel El comentario de Marx a los párrafos 261-313 de los Prin­ cipios de filosofía del derecho de Hegel insiste manifiesta­ mente en un tema dejado de lado por la tradición crítica postkantiana y posthegeliana:4 el de la reasunción acrítica de lo empírico dentro del marco de una concepción apriorística e idealista. Marx centra su crítica a Hegel no ya en el apriorismo en sí y por sí, sino en la reaparición de la rea­ lidad “ trastocada” — sin mediación alguna— en el razona­ miento apriorístico. Y concluye con la reivindicación de la positividad de lo finito en la construcción categorial. Consideremos separadamente los principales problemas examinados por Marx en la obra de Hegel: la relación entre Estado y sociedad civil (y familia), y la soberanía en la cons­ titución moderna.

III. Estado y sociedad civil El problema de la relación entre el Estado y la sociedad civil, tan esencial en la historia del pensamiento jurídico y político moderno, es el problema de la mediación, compen­ sación y resolución del antagonismo entre intereses particu-

* Alusiones de notable alcance pueden encontrarse en Tredelenburg y en l'Vunrbach, Cf, al respecto, el amplio cuadro de los antecedentes de esta crítica do Murx esbozado por Rossi, M ., “ La crisi del primo hegelismo, tedesco e glí (•H onlii filosoíici di Marx e di Engels” , en Rivista Storica del Socialismo, n9 7, tt, 9, 1960. A este respecto, parecen esenciales los Principios de la filosofía del porvenir, de Feuerbach.

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lares e interés general, y constituye, por tanto, un campo experimental importantísimo del problema más general de la mediación entre lo particular y lo universal. Bajo el as­ pecto en que lo examina Hegel, se trata del mismo problema de la libertad concreta que — señala Marx— “ consiste (para Hegel) en la identidad (necesaria y doble) del sistema del interés particular (de la familia y de la sociedad) con el sis­ tema del interés general (del Estado)” .5 ¿Cómo construye Hegel esta identidad? Respecto de la familia y la sociedad civil el Estado es, para Hegel, “ una necesidad externa99 y, al mismo tiempo, “ su fin inmanente99. Antinomia no resuelta — la llama Marx— porque Hegel no explica cómo esa exterioridad es mediada por la sociedad civil, salvo que se postule la inmanencia de la finalidad es­ tatal en la sociedad civil misma, degrada así a finitud del Estado. Es decir que Hegel hace pasar la mediación real por una mediación puramente lógica. La sociedad civil está en una relación de dependencia respecto del Estado, que se subsume bajo la relación de necesidad externa, y se opone así a la otra relación, en la que el Estado figura como “ fin inma­ nente” y, por tanto, la sociedad civil y la familia se presu­ ponen al Estado como esferas particulares suyas. “ Subordi­ nación’ ’ y “ dependencia” , comenta Marx, son expresiones adecuadas para una identidad “ externa” forzada, aparente, para cuya expresión lógica Hegel utiliza justamente “ nece­ sidad externa99. Familia y sociedad civil, por tanto, “ apare­ cen como el oscuro fondo natural sobre el que se proyecta la luz del Estado” , y el Estado aparece como la totalidad ideal que se escinde en ellas, solamente para “ surgir de su idealidad como espíritu real infinito para sí” . En otros términos: la sociedad civil, a la cual “ la asigna­ ción de la materia estatal” aparece “ mediada en el individuo por las circunstancias, por el arbitrio, y por la propia selec­ ción. de su detemainación” , de modo que su existir como parte

« CFEH, p. 21

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del Estado exige una mediación que compense la particula­ ridad, aparece al mismo tiempo en la demostración hegeliana como finitud del Estado y, por tanto, no como esa finitud real que había que mediar, sino, subrepticiamente, como una finitud de la idea, como ideal.6 Mientras que antes, para Hegel, había que construir la mediación, ahora se halla ya presupuesta, implicada tal cual es en la explicación de la idea del Estado. Por tanto, Hegel cae, a juicio de Marx, no ya en una contradicción (que comprendería solamente el círculo formal), sino en una auténtica tautología de conte­ nido• ’ toma el Estado y la sociedad civil como dos extremos reales y distintos que exigen mediación, pero los trata como opuestos susceptibles de composición que se resuelven en la historia lógica de la idea. Por tanto, quedan sin mediar: su mediación se “ interpola” en su tratamiento como extremos ideales solamente y, por consiguiente, dialectizables en el interior de la idea. “ La diferencia — concluye Marx— no re­ side en el contenido, sino en el modo de considerar o en la manera de h a b l a r Y, sin embargo, precisamente la admisión de la necesidad de una mediación deja entrever la perma­ nencia de los dos términos, uno de los cuales, la sociedad civil, se halla mediado en el Estado, no ya en su esencia específica de determinación particular, sino sólo y precisa­ mente como esfera del concepto del Estado, como aquella de­ terminación que se trataba de fundamentar y que, en cambio, queda presupuesta. Los dos planos, por tanto, continúan operando en la filoso­ fía hegeliana del Estado: el plano de lo particular, de lo empírico, de lo sensible, y el de lo universal o ideal. Sólo que, por la falta de mediación, el primer plano no se consi­ dera en su especificidad y queda traspuesto en el segundo solamente gracias a su reducción de término real a término 0 El problema en cuestión se relaciona, por tanto, con el tema más general \ que tienen un doble significado, respectivamente el de “ Superar” y “ superación” . “ La palabra aufheben (eli­ minar [superar] tiene en el idioma alemán) un doble sentido: significa tanto la idea de conservar, mantener, como al mismo tiempo, la de hacer cesar, poner fin. El mismo conservar ya incluye en sí el aspecto negativo, en cuanto que se saca algo de su inmediación y por lo tanto de una existencia abierta a las acciones exteriores, a fin de mantenerlo. — De este modo lo qu& se ha eliminado es a la vez algo conservado, que ha perdido sólo su inmedia^ ción, pero que no por esto se halla anulado.— Las mencionadas dos determi­ naciones del Aufheben (eliminar [superar]) pueden ser aducidas lexicoló­ gicamente como dos significados de esta palabra” (G. W. F. Hegel, Wissenschaft der Logik, cit., p. 94; trad. esp. cit., t. I., p. 138). (N. del tr. it., entre corchetes es agregado del tr. esp.). 30 Cfr. Marx-Engels-Studienausgabe, cit., pp. 247 ss. La cita está tomada

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En este texto Marx, inversamente al procedimiento de los Manuscritos económico-filosóficos, en los que intenta desarro­ llar inmediatamente el “ secreto de la propiedad privada” con base en el capitalismo entendido como la forma ( Gestált) conclusiva de la polarización, emprende el camino de la si­ tuación simple del cambio e intenta comprenderla como el origen de todo el proceso de inversión. Es significativo el que Marx, aún antes de haber captado completamente la doc­ trina del valor del trabajo y de haber formulado una teoría propia sobre la plusvalía, desarrolle los temas centrales de la ulterior crítica de la economía política, por medio de los cuales ésta no sólo se sustrae anticipadamente a la ordena­ ción común en la teoría sobre la planificación económica y sobre la teoría del valor del trabajo, sino que le permite criticar una vez más esta subdivisión como un proceso limi­ tado al ámbito de la especialización económica. En efecto, cuando se intercambian dos objetos de uso, el producto del trabajo concretamente-sensible debe necesariamente inver­ tirse en representante del otro producto, en cuanto este último es, a su vez, representante de aquel que está enfrente de él, de forma tal que ambos se convierten en representantes de un tercer elemento diverso de ellos. “ En su lugar se intro­ dujo una propiedad privada de otra naturaleza, y esta mis­ ma tomó el puesto de una propiedad privada de otra natura­ leza. Por lo tanto, en ambas partes la propiedad privada se manifiesta como representante de una propiedad privada de otra naturaleza, como equivalente a otro tipo de naturaleza, y así, en ambos casos se relacionan la una con la otra en el hecho de que cada una representa la existencia de su otro; y ambas se relacionan recíprocamente la una con la otra como sustitutos de sí mismas y de su otro. Por consiguiente, la existencia de la propiedad privada como tal deviene el sustituto, el equivalente. En vez de la inmediata unidad con­ de la traducción italiana: K. Marx, Scritti inediti di economía política, Editori Riuniti, Roma 1963, pp. 5-27.

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sigo misma, sólo existe la relación con un otro. Siendo un equivalente de su propia existencia no es ya más su existen­ cia particular. Se ha convertido, por consiguiente, en el valor, e inmediatamente valor de cambio. Su existencia como valor es una determinación diversa de su existencia inmediata, ex­ terna a su ser específico, es una determinación ajena a sí misma; es sólo su existencia relativa” .31 Marx, aun antes de poder pronunciarse de manera más precisa sobre la sus­ tancia del valor y sobre la medida de su magnitud, ve en el valor algo externo a la realidad concreta de uso, a la que necesariamente se reducen en el cambio los productos sensi­ blemente concretos del trabajo, y ve ahí al mismo tiempo, una indiferencia esencial en la confrontación del valor de uso sin el cual no podría realizarse el proceso de cambio. Esta existencia de la “ propiedad privada” en cuanto equivalente, esencial en el proceso de cambio, debe autonomizarse y adqui­ rir existencia propia, como dinero, como valor existente por sí mismo. “ El equivalente adquiere su existencia de equiva­ lente en el dinero.. .” 32 Más aún, tan pronto como “ este in­ termediario del proceso de cambio” adquiere una existencia propia, se invierte en un Primero ( verkehrt er sich zu einem Ersten) : “ Este intermediario se convierte en el Dios real, puesto que el intermediario es la potencia real con la que éste se mediatiza. Su culto se convierte en el fin en sí mismo. Los objetos (Gegenstande), separados de este intermediario, han perdido su valor. Y por consiguiente solamente tienen valor en cuanto representan a éste, si bien al principio pare­ cía que éste tenía valor sólo en cuanto los representaba. Esta transformación de la relación originaria es necesaria.. .” 3S Y ya que ahora todo objeto es únicamente el representante del dinero, y sólo el “ cuerpo del espíritu del dinero” , también ahora la producción debe autonomizarse frente al consumo, 31 Idem. p. 255; trad. it. cit., p. 17. 32 Idem. pp. 256 ss.; trad. it. cit., p. 20. 33 Idem, p. 248; trad. it. cit., pp. 6-7.

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ya que el producto es producido anticipadamente, como “ cás­ cara sensible” del valor. “ La producción se convierte en fuente de lucro, trabajo asalariado.34 Pues mientras en el primer caso la necesidad es la medida de la producción, en el segundo caso 3es la producción o más bien la posesión del producto la que viene a ser la medida para la satisfacción de las necesidades” .35 Una vez iniciado, este desarrollo debe proseguir y culminar en el capitalismo: “ Presupuesta la re­ lación de cambio, el trabajo se convierte en inmediato tra­ bajo asalariado. Esta relación del trabajo extrañado llega a su culminación sólo en cuanto: 1) por un lado, el trabajo asalariado, el producto del obrero no está en relación inme­ diata ni con su necesidad ni con la determinación de su tra­ bajo, sino que está determinada en ambas partes sobre todo por una combinación social extraña al obrero; 2) Por otro lado, quien compra el producto no se produce a sí mismo, pero cambia lo que ha sido producido por otro” .36 Más aún, en estos fragmentos Marx se limita a anunciar lo que desarrolla­ rá con precisión en su obra de madurez bajo la forma de la exposición dialéctica de las categorías ( unter der Form der dialektischen Darstellung der Kategorien), es decir, el hecho de que el capitalismo está ínsito en la simple situación de cambio. Del cambio de las mercancías se deriva el dinero y del dinero se desarrolla finalmente el capitalismo. La inver­ sión grotesca, cuya forma conclusiva intenta llevar Marx al concepto más abstracto ( auf den abstraktesten Begriff) en Los Manuscritos económico-filosóficos, está ya ínsita en el simple cambio de los productos y el desarrollo posterior consiste, también, sólo en el potenciamiento progresivo de esta inversión. En otras palabras: las categorías de la econo­ mía política son la expresión más abstracta del proceso de 34 Traducimos “ Erwerbsarbeit” por “ trabajo .asalariado” y no por “ trabajo industrial” . (N. del tr. it.). 35 Idem, p. 258; trad. it. cit., p. 22. 36 Idem, p. 255; trad. it. cit., pp. 17-8.

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constitución de la especie humana, en cuanto dicho proceso, en su inmanente logicidad, es producido por los mismos hom­ bres; pero éstos son al mismo tiempo sometidos y “ sacados” , por así decirlo, de la naturaleza en forma semejante a la naturaleza. El hombre es el producto de sí mismo, pero se genera a sí mismo bajo la forma de un excedente de la obje­ tividad social. En consecuencia, el origen de este excedente de la objetividad social debe ser deducido de la simple situa­ ción de cambio: aquí ya es necesario demostrar cómo la subjetividad constituye la objetividad, para decirlo con pa­ labras de Marx, cómo nuestro producto se yergue contra nosotros y nosotros nos convertimos en propiedad de nuestra producción. “ A tus ojos, tu producto es un instrumento, un medio para adueñarte de mi producto y para satisfacer tus necesidades. Pero a mis ojos, ésta es la finalidad de nuestro cambio. Tu cuentas para mí como medio e instrumento para la producción de este objeto, que es para mí un fin, e inver­ samente tu cuentas en esta relación sólo con mi objeto. Pero: 1) cada uno de nosotros realiza efectivamente esto mientras el otro lo observa. En realidad, tú has hecho de ti mismo un medio, un instrumento, un productor de tu propio objeto, para adueñarte del mío; 2) Para ti tu objeto es sólo la cáscara sensible, la forma ( Gestalt) escondida de mi objeto; pues lo que la producción de este significa, intenta expresar, es la adquisición de mi objeto. Por lo consiguiente, tú te has con­ vertido por ti mismo, de hecho, en medio, en instrumento de tu objeto. Tu deseo es esclavo del objeto y tu te has conver­ tido en esclavo de tu esclavo, a fin de que el objeto ya no cumpla más tu deseo. Esta recíproca esclavitud del objeto aparece realmente en nosotros desde el principio del desarro­ llo como una relación de dominio y esclavitud; pero ésta no es sino la cruda y abierta expresión de nuestra relación sustancial” .37 Para interpretar el acto simple del cambio, 37 Idem, pp. 260 y ss.; trad. it. cit., pp. 25 y ss.

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origen de toda inversión, Marx procede como en los Manus­ critos económico-filosóficos en donde considera a la feudalidad cómo una propiedad privada que aún debe manifestarse en “ su forma ( Gestalt) cínica” y que presenta su esencia real sólo por medio de esta forma fenoménica: solamente cuando el capitalismo se ha desarrollado es posible llegar a conocer que éste está ínsito ( angelegt ist) en el simple cambio de los productos. Esto se deduce claramente de la última frase de la cita precedente. No es necesario aquí examinar más a fondo la interpre­ tación marxiana de la relación recíproca de estas dos estruc­ turas, es decir por un lado el feudalismo, entendido como dominio de las condiciones de producción sobre los produc­ tores, aún no manifiesto en su esencia, y por el otro el de la unión entre el cambio de las mercancías y el capitalismo, sobre todo debemos tener presente que Marx concibe38 toda la historia como un proceso evolutivo, que se desenvuelve en forma semejante a la naturaleza, como proceso de constitu­ ción de la especie humana que surge de la naturaleza bajo la forma de una unidad invertida de hombre y naturaleza. “ Ahora nos preguntamos ¿cómo llega el hombre a enajenar, a extrañar su trabajo? ¿Cómo se fundamenta este extraña­ miento en la esencia de la evolución humana? Tenemos ya mucho ganado para la solución de este problema al haber

38 “ El concebir ( begreifen) un objeto, en realidad no consiste en otra cosa sino en que el yo se lo apropia, lo penetra, y lo lleva a su propia forma, es decir, a la universalidad ( Allgemeinheit) que es de inmediato determinación (Besúmmtheit), o a la determinación que de inmediato es universalidad. [ . . . ] Se tiene la costumbre de decir: Es solamente un concepto, cuando se le contra­ pone no sólo la idea, sino la existencia sensible, espacial y temporalmente palpable, como algo que sería mucho mejor que el concepto. Por lo tanto, se considera así lo abstracto como más pobre que lo concreto, precisamente porque aquél deja de un lado una parte tan grande de aquella materia. En esta opi­ nión, el abstraer significa que del concreto se extrae, sólo por utilidad nuestra subjetiva, una y otra característica, de manera tal, que, con el omitir tantas otras propiedades y cualidades del objeto, éstas no pierden nada de su valor y dignidad, sino que quedan como lo real, por cierto que sólo del otro lado, pero siempre como algo que tiene pleno valer” (G. W. F. Hegel, Wissenschaft der Logtk, cit., pp. 222-5; trad. esp. cit., t. II, pp. 258-62 N. del tr. ital.).

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transformado la cuestión del origen de la propiedad privada en la cuestión de la relación del trabajo enajenado con el proceso evolutivo de la humanidad. Pues cuando se habla de propiedad privada se cree tener que habérselas con una cosa fuera del hombre. Cuando se habla de trabajo nos las tenemos que haber inmediatamente con el hombre mismo. Esta nueva formulación de la pregunta es ya incluso una solución” .39 En este nuevo planteamiento del problema se refleja explícitamente también el hecho de que el proceso histórico del mundo ha alcanzado un punto tal en el que ya no es posible un desarrollo en el sentido de la historia transcurrida. La relación extrañada de hombre y naturaleza ha tomado una forma que en sí va más allá de la forma del extrañamiento. Sólo ahora, en esta “ culminación del desa­ rrollo de la propiedad privada” , la humanidad se emancipa de la forma de la identidad invertida con la naturaleza, en el momento en que ésta no substituye a una forma ( Gestalt) envejecida de propiedad privada con una nueva forma de propiedad privada, o una vieja forma de la identidad diso­ ciada con una nueva forma pero aún pervertida por la uni­ dad entre el hombre y la naturaleza, que elimina simple­ mente la propiedad privada y la inversión. Sin duda se puede suponer que Marx concibió este proceso de emancipación de la forma de la inversión y de la forma de todos los niveles anteriores de emancipación, conforme al modelo de todos los procesos pasados de emancipación en el interior de la historia de la apropiación invertida de la naturaleza. Sin embargo permanece el hecho esencial de que, según la auto-comprensión ( Selbestverstandnis) marxiana, la estruc­ tura del conjunto de la historia se presenta a nuestros ojos sólo en esta culminación, en la que a través de la forma de una relación no extrañada de hombre y naturaleza — que sólo el pensamiento puede anticipar— la historia humana se 39 K. Marx, Manuskripte, cit., p. 86; trad. esp. cit., p. 118.

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revela como un proceso de desarrollo de la especie humana bajo la forma del extrañamiento. “ Para superar ( aufheben) el pensamiento de la propiedad privada basta el comunismo pensado. Pero para superar ( aufheben) la propiedad priva­ da real se requiere una acción comunista real. La historia la aportará y aquel movimiento que ya conocemos en el pensa­ miento como un movimiento que se supera a sí mismo, atra­ vesará en la realidad un proceso muy duro y muy extenso. Debemos considerar, sin embargo, como un verdadero y real progreso el que nosotros hayamos conseguido de antemano conciencia tanto de la limitación como de la finalidad del movimiento histórico; y una conciencia que lo sobrepasa” .40 Marx entiende su concepción sobre la propiedad privada como una expresión teórica del punto de encuentro entre dos épocas del mundo que pueden ser captadas en su determina­ ción ( Besúmmtheit) sólo mediante su propio contrario. Lo cual se manifiesta en este mismo concepto. Anteriormente establecimos que Marx, para desarrollar el concepto de pro­ piedad privada, expone la realidad capitalista como dos estructuras que se reflejan la una en la otra en forma gro­ tesca. El concepto de propiedad privada que al interior del mundo invertido abarca la relación de integración, por así decirlo especulativo, del trabajo extrañado y de la perso­ nificación de las condiciones extrañadas de producción, es impensable — como concepto de la inversión pura y simple— sin su contrario, el no-invertido, la unión esencial del hom­ bre con la naturaleza inorgánica, con la “ propiedad verda­ deramente humana” . “ Sólo entonces se convierte para él su existencia natural en su existencia humana. La sociedad (la comunista n. d. A) es, pues, la plena unidad esencial (Wesensinheit) del hombre con la naturaleza, la verdadera resurrección de a naturaleza, el naturalismo realizado del hombre y el realizado humanismo de la naturaleza” .41 A 40 Idem, p. 116; trad. esp. cit., pp. 164-5. 41 Iiem, p. 101; trad. esp. cit., pp. 145-6.

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continuación afirmará Marx que en la misma formación del concepto se refleja el hecho que la vieja sociedad está grávida de la nueva. No es posible captar adecuadamente el presente sin anticipar en el pensamiento la “ veraz so­ lución del contraste del hombre con la naturaleza y con el hombre” , aún si no es posible describir positivamente esta identidad de hombre y naturaleza, no extrañada y conscien­ temente formada, a la que es necesario exponer en pri­ mer lugar. Esto no debe interpretarse — si no se quiere caer en contradicción con toda la concepción marxiana— como si permaneciese operante, en el hebreo Marx, la prohibición antiguotestamentaria de hacerse imágenes. Sólo cuando los individuos, no más sumidos bajo un Abstracto-Universal, for­ ma que ellos mismos han producido, obtienen su derecho, las afirmaciones generales resultan imposibles. Con la supe­ ración de la objetividad social (mit der Aufhebung gesellschaftlicher Objektivitdt) y de la negación abstracta de la individualidad real, desaparece también el objeto de toda teoría.

los sentidos de la ideología en marx gabriel vargas lozano

El tema de la ideología ha adquirido en las últimas décadas una importancia que sobrepasa con mucho, las previsiones de sus fundadores. Si en 1620, Bacon analizaba el problema bajo la forma de teoría de los ídolos, abriendo una senda de investigación que se continúa hasta hoy, posteriormente el tema fue enriqueciéndose con una serie de significados como los de prejuicio religioso vinculado al dominio polí­ tico, sistema general de las ideas, especulación quimérica, falsa conciencia, concepción del mundo, visión del mundo relacionada con la hegemonía política, juicio de valor, sis­ tema de creencias injustificadas teóricamente, conciencia de clase, etcétera. En la actualidad, el concepto de ideología posee, según consideran algunos investigadores, más de trein­ ta grupos semánticos1 y es utilizado en los más diversos sen­ tidos cuando se trata de establecer sus relaciones con la ciencia (natural o social), el arte, la literatura, la filosofía, la práctica política o la vida cotidiana. Ahora bien, casi todos los autores coinciden en que el origen de las concepciones modernas de la ideología encuen­ tran en la obra de Marx su clave fundamental, pero no todos explican de la misma forma cual es el contenido y signifi­ cado de dicha clave. Es por esta razón que más allá de las 1 Ame Naess, Democracy, Iieology and Objetivity. Oslo, 1956. [107]

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diversas interpretaciones que se han ofrecido sobre el punto, nos interesa estudiar aquí cuáles son los sentidos de la ideo­ logía que pueden encontrarse en su obra, tanto a través de las fases por las cuales va atravesando su pensamiento, como en su concepción más acabada. Antes de iniciar nuestro análisis, cabe hacer algunas acla­ raciones : Nos pareció una empresa necesaria, el estudio del proble­ ma de la ideología ateniéndonos exclusivamente a la obra de Marx, por el hecho de que tanto en el interior como en el exterior del marxismo, se han presentado como atribuibles a Marx ciertas concepciones que no lo son. Ejemplos de ello son, el sentido engelsiano de falsa conciencia, o el leninista de ideología científica. No se trata aquí, desde luego, de quedarnos estancados en este uso original para descalificar todo aquel que no se ajuste o corresponda con los textos clásicos, pero no creo que se pueda ir más allá, es decir, en el sentido de la construcción de una teoría general de las ideologías (inexistentes en Marx y hasta ahora en proceso de elaboración), sin dar este paso fundamental. La necesidad de esta investigación se deriva del hecho de que las posteriores lecturas o reinterpretaciones de la obra marxiana han puesto de manifiesto una aparente paradoja: si Marx no consideraba su propia teoría como ideológica (en el significado estricto que él le daba a este término y como tendremos la oportunidad de examinar más adelante) ¿por qué toda una tradición marxista ha insistido en adjudicarle ese carácter? ¿Se trata de una contradicción que se encuen­ tra en su obra o fuera de ella? Y en este caso ¿cuál es la validez de las interpretaciones? El problema de fondo que se plantea aquí es: ¿cuáles son las relaciones que guardan en la fase madura del pensamiento de este autor su carácter teó­ rico y su sentido revolucionario? Finalmente, con la precisión de los sentidos de la ideolo­ gía, queremos contribuir, en lo posible, a la eliminación de

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usos equívocos, ambiguos o rudimentarios que frecuentemen­ te se hacen en nombre del marxismo, aunque en realidad cons­ tituyan deformaciones de él. Empero, me parece que la polé­ mica alcanza ya niveles suficientemente elaborados para que­ darse en el nivel del lysenkismo. Pasemos entonces a analizar la cuestión en dos tiempos. En el primero detectaremos el concepto de ideología en su aparición explícita a lo largo de la obra de Marx. En el segundo, intentaremos demostrar que este autor utilizaba una serie de nociones, que desde la perspectiva actual, pueden ser interpretadas en un sentido ideológico (aunque no exclu­ sivamente) sin implicar una contradicción con las propias tesis marxianas y prefigurando un significado cualitativa­ mente distinto.

1. El concepto de ideología en su aparición explícita Marx utilizó el concepto de ideología en forma explícita en dos textos esenciales para su teoría: La ideología alemana y el Prólogo a la contribución a la crítica de la economía política de 1859. Como se sabe, La ideología alemana es un texto crucial en la evolución de su pensamiento. En él, Marx y Engels querían efectuar un ajuste de cuentas no sólo con la filosofía alemana anterior, sino también con su propia conciencia filo­ sófica, para establecer las premisas de una nueva concepción científica de la historia. Se trata de una confrontación entre la concepción idealista que había dominado hasta 1845 en Alemania y una nueva concepción que Marx y Engels lla­ maron materialismo histórico. Esta confrontación, que se vie­ ne preparando desde la Crítica a la filosofía del Estado de Hegel, se continúa en los Manuscritos económico-filosóficos (1844) y culmina en las Tesis sobre Feuerbach (1845), La ideología alemana, La sagrada familia (1846) y La miseria

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de la filosofía (1847), constituye un proceso muy complejo

para ser descrito en pocas líneas. Desde mi punto de vista, se trata de un esfuerzo crítico efectuado en diversos campos como son los de la filosofía hegeliana, la economía clásica, las diversas doctrinas políticas existentes, el materialismo íeuerbachiano, y el neohegelianismo. De tal forma que me parecería incorrecto querer encontrar en sólo una obra como La ideología alemana, a pesar de toda la importancia que pueda tener, todas las claves de la fundación de esta nueva ciencia. Lo mismo diría frente a teorías que como la althusseriana (de la primera época), pretenderían hacer depender de la oposición ideología-ciencia, todo el proceso de consti­ tución del materialismo histórico, incluyendo sin más dentro del terreno de la ideología a la filosofía hegeliana en su tota­ lidad y desconociendo los elementos políticos y filosóficos que entran también en juego en esa constitución. Pero más allá de esto, ¿qué entendían Marx y Engels en 1845, por ideología alemana? En forma sumaria podríamos anotar los siguientes rasgos: 1. Movimiento neohegeliano formado por Max Stirner, Bruno y Edgar Bauer, Karl Grün, Georg Kuhlmann y Feuerbach. 2. Este movimiento había desatado una verdadera guerra en contra de las ideas religiosas, creyendo que su ofensiva culminaría con la transformación de la realidad social de Alemania. La premisa de la cual partían era el imperio de la religión y englobaban bajo esta esfera a las ideas metafí­ sicas, jurídicas, morales, etcétera. 3. La crítica a las ideas religiosas partía de la creencia de que “ las ideas, los pensamientos, los conceptos, y en ge­ neral, los productos de la conciencia por ellos sustantivada, eran considerados como las verdaderas ataduras del hom­ bre».2 2

K. Marx, F. Engels, La ideología alemana. Ed. Revolucionaria, Tirad.

W. Roces, La Habana, 1968.

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4. Los hombres y sus relaciones aparecían en su interpre­ tación como una cámara oscura, en forma invertida. 5. Establecían entonces una relación imaginaria con la realidad objetiva. 6. Creían que bastaba interpretar de otro modo lo existente para que la realidad se transformara. La ideología alemana tenía, por tanto, como rasgos esen­ ciales los de ser una concepción invertida de la realidad que confundía el movimiento de lo real con el movimiento del pensamiento; que sustantivaba a las ideas haciendo de éstas las verdaderas ataduras de los hombres; que reducía todas las ideas a las religiosas y que creía que bastaba interpretar de otro modo este proceso para que el mundo cambiara (Tesis sobre Feuerbach). ¿Por qué Marx y Engels llamaban ideológica a esta con­ cepción? Lo primero que podemos pensar es que se trataba del mismo calificativo que dirigiera Napoleón contra Destutt de Tracy y su grupo en 1812 al considerar que éstos se dedi­ caban a la especulación quimérica y por tanto divorciada de la práctica real; pero como lo ha demostrado Hans Barth,3 la noción también tenía resonancias de Holbach y Helvetius. Es por esta razón que no sólo trataban de descalificar a la concepción neohegeliana considerándola no-científica y opo­ niéndole por tanto una concepción que sí lo fuera, sino tam­ bién de explicar cuales habían sido las causas sociales de que hubiesen adoptado tal forma. Tiene razón Lenk cuando afirma que “ Marx consideraba ideológico todo pensamiento incapaz de comprender la trabazón inescindible de su pro­ pio movimiento, con el movimiento de las fuerzas sociales” ."* ¿A qué se debe que la ideología alemana hubiera partido de una concepción invertida de la realidad? La contestación a esta pregunta se proporciona en un doble 3 Hans Barth, Verdad e ideología. F. C. E., México-B. Aires, 1951. 4 Kurt Lenk, El concepto de ideología, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1975, p. 26.

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movimiento: primero examinando el fenómeno del neohegelianismo; luego desplazándose a un terreno más amplio como es el de la ideología en general. No hay que olvidar que este texto tiene más el carácter de una reflexión personal, que el de un trabajo ya depurado para su publicación. Los autores de La ideología alemana consideran cuatro causas: 1. El hecho de que el movimiento neohegeliano se movía en el interior del horizonte problemático de la filosofía hege­ liana y que sus integrantes no habían realizado una verdadera crítica de aquella filosofía. 2. La explicación de que no tuviera conciencia de la contra­ dicción entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, hecho que produjo el efecto de sustancialización de las ideas. La cita textual es la siguiente: “ La división del trabajo sólo se convierte en verdadera división a partir del momento en que se separa el trabajo físico y el intelectual. Desde este instante, puede ya la conciencia imaginarse realmente que es algo más y algo distinto que la conciencia de la práctica existente, que representa realmente algo sin representar algo real; desde este instante, se halla la conciencia en condiciones de emanciparse del mundo y entregarse a la creación de la teoría “ pura” , de la teología “ pura” , la filosofía y la moral “ puras” , etcétera.5 Esta contradicción había hecho que las ideas adquirie­ sen una aparente sustancialidad; pero a su vez, la causa de este fenómeno se ubicaba en la contradicción entre las rela­ ciones sociales existentes y la fuerza social dominante, o en terminología posterior, entre la estructura económica y juridicopolítica de la sociedad y la estructura ideológica. Esta argumentación en contra de la sustancialización de las ideas y que cobra su máxima expresión en el idealismo 5 K. Marx, F. Engels, La ideología alemana, Ed. cit., p. 31.

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hegeliano adquiere rasgos más elaborados en los Grundrisse. La tercera y cuarta causas se ubican en un terreno más amplio, ya no tanto referido a la ideología alemana sino más bien a lo que podemos llamar las ideologías políticas. 3. La ideología alemana ignora que el origen de la domi­ nación que ejercen cierto tipo de ideas en un momento histó­ rico dado, está en relación directa con la lucha que se efec­ túa entre los diversos intereses de clase. Marx y Engels dicen, en este sentido, que “ las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes de cada época; o dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la socie­ dad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante.” 6 Todo el contexto que sigue es una ampliación de esta tesis. Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relacio­ nes materiales dominantes concebidas como ideas. Los indi­ viduos que forman la clase dominante, cuando asumen el papel de productores de ideas, lo hacen también regulando la producción y distribución de las ideas de su tiempo. En la clase dominante se produce una división del trabajo: aque­ llos que se dedican al trabajo físico y aquellos que se revelan como los ideólogos activos y conceptivos de dicha clase. Ellos tienen la función, entre otras, de hacer aparecer a las ideas de la clase dominante como distintas y extrañas a esta clase, es decir, como dotadas de un poder propio. 4. Finalmente, la cuarta causa de aparición de la ideo­ logía es la contradicción entre el interés social y el interés po­ lítico. La plasmación de la actividad social crea un poder material erigido sobre nosotros, sustraído a nuestro control y que tiene su forma más alta en el Estado. El Estado aparece como un poder independiente y por encima de los intereses particulares y colectivos, pero en realidad es expresión de la lucha de clases. “ Las luchas que se libran dentro del Estado, 6 Idem., p. 48.

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la lucha entre la democracia, la aristocracia y la monar­ quía, la lucha por el derecho al sufragio, etcétera, son sino las formas ilusorias bajo las que se ventilan las luchas reales entre las diversas clases” .7 Hasta aquí podemos decir que los autores de La ideología alemana, consideran que ésta es una conciencia invertida de la realidad, que tiene como origen inmediato el idealismo hegeliano, así como las condiciones económicas, políticas y sociales de las cuales surge. Sin embargo, en la argumenta­ ción en contra del movimiento neohegeliano se va filtrando un elemento de nuevo tipo: el elemento político. La ideología se va considerando ya como aquel sistema de ideas que ex­ presan los intereses de las clases dominantes y que constituye el vehículo reproductor de las formas aparenciales que en el orden de la lucha política tiene el objetivo de preservar la explotación de la clase dominante. Desde mi punto de vista, es importante señalar estas ten­ siones y desplazamientos del texto, porque su olvido o menos­ precio ha tenido sensibles consecuencias en las interpretacio­ nes posteriores que se han hecho del tema. Habría entonces dentro de una misma concepción de la ideología dos aspectos que no conviene identificar: un conjunto de argumentacio­ nes que se dirigen contra La ideología alemana en particular y otro conjunto de argumentaciones que tienden a identificar las ideologías políticas dominantes, aunque en ambos se trate de una conciencia invertida y una forma imaginaria de con­ cebir la realidad y aunque todo esto se encuentre aún plan­ teado en germen en 1845. Ahora bien, la develación del carácter ideológico del mo­ vimiento neohegeliano sólo puede ser realizado desde una explicación científica que empieza a formularse en La ideologia alemana y que culminará en El capital. Esta explicación,

7 Idem., p. 34. Hacemos la aclaración de que aquí la ideología sería la creencia de tra división, en seis partes, del “ Libro del capital” , en la cual aparece, además de las 4 secciones citadas, una quinta sección, “ El capital como mercado monetario” , y una sexta sección, “ el capital

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a) Sección del “ capital en general” , 1) Proceso de producción del capital 2) Proceso de circulación del capital 3) Ganancia e interés b) Sección de la competencia c) Sección del sistema crediticio

d) Sección del capital accionario. De todo ello sólo se llevó a cabo (1857-1858) la primera sección y ello ocurrió precisamente en los Grundrisse de Marx, el cual (como ya se ha destacado), a diferencia de la obra posterior, se limita al análisis del “ capital en generar*. Con respecto a las secciones restantes (b, c, d ) , sin embargo, tuvo lugar posteriormente un proceso similar, como hemos podido comprobar en relación con los libros primero y se­ gundo; es decir que si bien se las abandonó en cuanto sec­ ciones independientes, simultáneamente se las incorporó, en cuanto a su contenido, a la nueva estructura de la obra. Pero aquí se produjo entonces una reducción del esquema origina], el cual no obstante correspondió en forma simultá­ nea a una ampliación de su primera parte, es decir de la sec­ ción sobre “ el capital en general” . Pues mientras que los dos primeros tomos de El capital, en el fondo, no van más allá del análisis del “ capital en general” , en el tercer tomo se incluyen también — y ello en el orden originariamente previsto— los temas de la competencia, del crédito y del capital accionario, que se incorporan al análisis, aunque no por cierto en la medida en que se lo había propuesto Marx inicialmente. También en este caso se revela, pues, que la es­ como fuente de la ricjueza”. Pero es igualmente posible tratar estos últimos temas en las gecciones c) y á ), y ése es ciertamente el motivo por el cual las variantes ulteriores del plan ya no las mencionan. Por lo demás precisamente los dos variantes del plan ya mencionadas atesti­ guan lo “ hegeliana” de la estructura de los Grundrisse.

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tricta separación originaria de las categorías fue sólo Un medio de abstracción metodológica y que por ello se las pudo abandonar apenas se hubo llevado a cabo la tarea principal: el análisis del “ capital en general” . Es esta categoría, pues, aquella cuya comprensión interesa por sobre todas las cosas,

y a la cual debemos consagrar ahora nuestra atención.

2. El “capital en general” y la “pluralidad de capitales” *

Como ya sabemos, los Grundrisse de Marx excluyen en prin­ cipio no sólo todos los temas que caen dentro de los libros segundo, tercero y cuarto originariamente previstos, sino tam­ bién aquellos que estaban destinados a examinarse en las secciones b-d del primer libro.1*0 De antemano sólo pretenden tratar acerca del “ capital en general” . Pero ¿qué significa el concepto del “ capital en general” ? ¿Qué alturas de la abstrac­ ción se escalan aquí? Contentémonos en primera instancia con la respuesta que hallamos en la carta de Marx a Kugelmann del 28 de diciem­ bre de 1862. La limitación al “ capital en general” , se dice allí, excluye la consideración de la competencia de los capi­ tales y del sistema del crédito.161 En la competencia tenemos que vérnoslas con la “ acción del capital sobre el capital” , y *

Esta parte del capítulo se publicó en 1953 en la revista suiza Kyktos.

[N. del E.] 160 Decimos “ en principio” porque precisamente los Grundrisse contienen numerosas digresiones que en realidad rebasan el marco del “ capital en ge­

neral” y que, por su contenido, corresponden a otras partes de la obra de Marx. Cf, la carta de Marx a Engels del 31.5.1858: “ Es cosa del diablo que en el manuscrito (que impreso formaría un grueso volumen) esté todo (revuelto, entre ello mucho material destinado sólo a pasajes muy posteriores” . ( Bñefwecksel, ir, p. 398) 161 “ La segunda parte está ya finalmente terminada decir la Contribución], pero la obra aparecerá por separado con el título de El capital . . . De hecho, la obra no comprende más que lo que debía constituir el tercer capítulo de la primera parte: El capital en general. Tío se incluye, pues, ni la competencia de los capitales ni el crédito.” (Briefe art Kugelmann, p. 15

ICC.,

p.

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presupone una pluralidad de capitales; mientras que en el crédito “ el capital aparece, frente a los diferentes capitales, como un elemento general” .102 En ambos casos se trata del movimiento real de capitales concretos, del capital en su realidad, y no en su “ promedio ideal” .168 “ El capital — lee­ mos en los Grundrisse— existe y sólo puede existir como muchos capitales; por consiguiente su autodeterminación se presenta como acción recíproca de los mismos entre sí” , ya que (y aquí nuevamente tenemos una resonancia de la ter* minología de Hegel), de acuerdo con su naturaleza íntima “ se repele a sí mismo” , necesariamente debe “ repelerse” de sí mismo.164 “ La producción fundada en el capital sólo se pone en su forma adecuada, en la medida y en cuanto se des­ arrolla la libre competencia.” 185 Evidentemente “ en tanto el capital es débil, se apoya en las muletas de modos de pro­ ducción permitidos o que caducan con la aparición de aquél” . Por otra parte “ tan pronto como comienza a sentirse a sí mis­ mo como barrera al desarrollo, recurre a formas que, aun­ que parecen dar los últimos toques al dominio del capital moderando la libre competencia, al propio tiempo anuncian la disolución de aquél y del modo de producción en él fun­ dado” .16* Pero en su época de esplendor, el dominio del caCarta de Mar* a Engels del 2A1858 (Brieftoeschsel, ir, p. 383. \C., P- 84]) 163 También en Teorías a menudo se oponen la competencia y el crédito, en cuanto “movimiento real del capital” , como “ situaciones reales” , el “capi­ tal en general” o a la “ naturaleza general del capital” . (1 Theorien, n, pp. 544, 565, 580 [pp. 464, 481, 493]; m , pp. 48, 305, 348 y 455 [pp. 54, 256, 294 y 382]) 144 Grundrisse, pp. 317 y 323. “ Como el valor constituye la base del capital, y éste sólo existe, forzosamente, gracias al intercambio por un contravalor — se dice en la nota al pie que sigue— el capital se repele necesariamente a sí mismo, Por ello es una quimera un capital universal, un capital que no tenga frente a sí capitales ajenos con los cuales intercambiar . . . La repul­ sión recíproca de los capitales ya está implícita en él como valor de cambio realizado.” (Ibid., p. 324) En consecuencia, también un “ ‘capitalismo de estado” 9¿Io sería posible en la medida en que se enfrentasen varios capitales estatalmente organizados.

18& íóh¿„ p. 543 194 Ibid., pp. 544-545. En consecuencia, aquí —ya en 1858— Marx predice

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pital sólo puede concretarse en la competencia y a trittfi de ella. I Precisamente ese núcleo positivo de la competencia el lo que “ jamás comprendió” la economía burguesa, al decir de Marx. Pues esa economía “ sólo la entendió negativamente, es decir como negación de monopolios, corporación [es], re­ glamentaciones legales, etcétera. Como negación de la pro­ ducción feudal” . Pero la competencia “ dista mucho de tener meramente ese significado histórico o de ser simplemente ese elemento negativo” . Es al mismo tiempo “ la relación del capital consigo mismo como otro capital, vale decir, el com­ portamiento real del capital en cuanto capital” . Sólo “ a tra­ vés de ella se pone como necesidad exterior para cada capital lo que corresponde . . . al concepto del capital” . Por ello, conceptualmente, la competencia “ no es otra cosa que la naturaleza interna del capital . . . que se presenta y realiza como acción recíproca de los diversos capitales entre sí” , los cuales “ se imponen entre sí, y a sí mismos, las determina­ ciones inmanentes del capital” .1*7 En cuanto tal, la compe­ tencia es el “ motor esencial de la economía burguesa” , aun cuando no crea sus leyes, sino que meramente las concreta, no las explica, sino que solamente las permite ver.1®8 De ahí que nada sería más incorrecto que confundir la investiga­ ción de estas leyes con el análisis de la competencia, de las relaciones del crédito que la presuponen, etcétera. Para com­ prender las formas de manifestación es menester investigar primeramente lo que se manifiesta en ellas. Esto es tanto más importante cuanto que en la competencia todo se pre­ senta y debe presentarse a la inversa16® (no el precio defer­ ía forma del capitalismo monopolista. (A esto podrá denominárselo una “vi­ sión” ; nosotros preferimos la menos mística palabra “ dialéctica*’ ) 1