Historia Universal Siglo XXI 19

283 77 10MB

Spanish Pages [394]

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Historia Universal Siglo XXI 19

Citation preview

El imperio chino

HISTORIA UNIVERSAL SIGLO XXI

Volumen 19

El Imperio chino

LO S AUTORES

H erb ert Franke Nació en Colonia (1914). Estudió sinología, historia, filosofía y jurisprudencia en las universidades de Colonia, Bonn y Berlín. Fue profesor en la Universidad de Colonia (1949); f e l l o w en la Universidad de Cambridge (1951-1952); profesor de Cultura y Lingüística del Asia oriental en la Universidad de Munich (1953); miembro de la Academia Bávara de Cien­ cias, sección de Filosofía e Historia (1958); profesor de la Universidad de Washington, Seattle (1964-65). Además de un elevado número de artículos en revistas especializadas, ha pu­ blicado: G eld u n d W irtschaft in China u n ter d e r M on golen Herrscbaft, Leipzig, 1949; Sin ologie, Berna, 1953; B eitrage zur K u ltu r g e s cb ich t e Chinas u n ter d e r M on golen-H errschaft, Wiesbaden, 1956; Die G o ld e n e Truhe. C h in esisch e N ovellen aus z w ei ]ah rta u sen d en , Munich, 1959 (en colaboración con W. B a u e r ). En 1953 obtuvo el premio Stanislas Julien, de la Académie des Inscriptions et Belles-Lettres. '

Rolf Trauzettel

Nació en Leipzig (1930). Estudió sinología, japonología, indo­ iogía y filosofía en las Universidades de Leipzig y Munich. Asistente científico en el Seminario sobre Asia oriental de la Universidad de Munich (1965). Ha publicado: Ts’ai Ching (1046-1126) ais T y p u s d e s iIlegitim en M inister, Bamberg, 1964. Colabora en revistas especializadas.

TRADUCTOR

María Noya (traducción y revisión)

DISEÑO DE LA CUBIERTA

J u lio Silva

Historia Universal Siglo veintiuno Volumen 1 9

EL IMPERIO CHINO

Herbert Franke R olf Trauzettel

siglo veintiuno editores MÉXICO ESPAÑA ARGENTINA COLO M BIA

m s ig lo veintiu n o editores, sa C ERR O DEL A G U A 248, M E X IC O 20, D.F.

s ig lo veintiu n o de esp a ñ a editores, sa C / P L A Z A 5, M A D R ID 33, E S P A Ñ A

s ig lo veintiu n o argentina editores, sa s ig lo veintiu n o de Colom bia, ltda A V . 3a . 17-73 PRIMER PISO. B O G O T A . D.E. C O L O M B IA

p rim era edición en español, 1973 © sig lo xxi de e sp a ñ a editores, s. a. cuarta edición en español, 1982 © sig lo xxi editores, s. a. ISBN 968-23-0009-6 (obra com pleta) ISBN 968-23-0788-0 (volum en 19)

prim era edición en alem án, 1968 © fisch e r bücherei gm bh, frankfurt am m ain título original: d a s ch in e sisch e koiserreich d e re c h o s re se rva d o s conform e a la ley im p re so y hecho en m éxico/printed and m ade in m exico

A la m em oria d e Étienne Balázs

Indice

V

DEDICATORIA

XI

PREFACIO

1

INTRODUCCION 1.

6

LOS COMIENZOS DE LA CULTURA CH IN A

I. Mitos y leyendas, 6.—II. La época plenamente histórica, 15.—a) La dinastía Shang-Yin, 15.—b) Los Chou, 26. 2.

LA CH IN A FEUDAL (SIGLOS VIII A III A. C . ) ................

31

I. Estructura social y nuevas técnicas, 31.—II. La diversidad de estados de la época Ch'un-chiu: policentrismo y pluralismo, 36.—III. Confucio y su escuela, 39.—IV. Los «estados en lucha» pugnan por la hegemonía, 44.—V. Las «cien escuelas filo­ sóficas», 49.—a) Mo Ti y los mohístas, 49.—b) La escuela del Yin-Yang, 51.—c) Los taoístas, 52.— d) Los confucianos tardíos: Meng-tzu y Hsün-tzu, 54.—e) Los legalistas, 57.—/) Los lógicos, 60.—VI. El auge de Ch’in y fin de la China feudal, 61. 3.

EL PRIM ER IMPERIO Y LA EPOCA HAN

220

d.

(221

A. C -

c.)

I. La unificación del imperio bajo los Ch’in, 65.— II. La primera dinastía Han, 70.—III. Transforma­ ción de las estructuras sociales, 73.—a) La lucha en el interior contra los señores feudales, fantasmas de realeza, 73.—b ) La guerra en el exterior: Hsiungnu, Asia central, 75.—c) Expansión en el «territorio chino», 79.—d ) Administración y economía, 80.—e) Regresión y evolución social, 84.—IV. La civiliza­ ción de los Han, 89.—V. El interregno de Wang Mang, 94.—VI. La guerra civil y la restauración,

65

96.—a) Las «cejas rojas», 97).—b ) La guerra ci­ vil, 98.—V IL La segunda dinastía Han, 100.—a) Conquistas, 100.—b) Problemas en el interior, 101.—V III. La revuelta de los «turbantes amarillos» y la guerra civil de los generales, 104. EL MEDIEVO C H IN O (220-600 D. C .): DESMEMBRA­ MIENTOS-INVASIONES-RELIGIONES .................................................

1. Rasgos generales del medievo en China, 108.—II. Los «Tres Reinos», 110.—III. División en norte y sur, 113.—IV. Sociedad y economía en la Edad Media, 120.—V. Vida espiritual y religiosa en la primera parte de la Edad Media, 125. LA RENOVACION DEL IMPERIO BAJO LA DINASTIA SU1 Y T’ANG ..............................................................................................................

I. La reunificación durante el dominio de los Sui, 141.—II. El florecimiento del imperio de los T’ang, 146.—III. Economía y administración, 151.—a) Las bases económicas del imperio, 151.—b) Administra­ ción civil y militar, 156.—IV. El desmoronamiento de las instituciones y el ocaso de los T ’ang, 163.— V. La vida espiritual y las religiones bajo los T’ang. Cosmopolitismo y herencia cultural, 170. LA EPOCA SUNG: LA C H IN A BUROCRATICA (SIGLOS X -X IIl) ................................................................................................ ..............

I. Las efímeras «Cinco Dinastías» y los «Diez Es­ tados», 179.—II. Los comienzos de la China «mo­ derna», 183.—III. Las reformas de Wang An-shih, 190.—IV. La renovación del confucianismo, 193.— V. El ocaso de la dinastía septentrional, 197.—VI. China septentrional durante la dominación de los conquistadores árabes, 200.—VIL El imperio de la dinastía Sung meridional, 206.—V III. La vida intelectual, la literatura y las artes, 210. C H IN A , COMO PARTE DEL IMPERIO UNIVERSAL MONGOL .............................................................................................................

I. La conquista de China por Gengis Khan y sus sucesores, 215.—II. Kublai Khan y la dinastía Yüan, 219.— III. China y occidente en el período de los mongoles, 228.

K.

I.A DINASTIA NACIONAL MING: APOGEO DE LA SOCIE­ DAD DE LOS MANDARINES (1368-1644) ........................

232

I. La caída de la dominación mongol. Levantamien­ to social y nacional, 232.—II. Chu Yüan-chang y la fundación de la dinastía Ming, 235.—III. Funda­ mentos socioeconómicos y reestructuración de las instituciones, 238.—IV. La política exterior en los si­ glos xv y x v i, 249.—V. Procesos internos en los siglos xv y xv i, 252.—VI. El desmoronamiento del imperio Ming, 262. 9.

LA EPOCA DE FLORECIMIENTO DE CH IN A BAJO LA DOMINACION EXTRANJERA DE LOS C H ’lNG (SI­ GLO X V IIl) .............................................................................

266

I. La estabilización de la dominación manchú, 266.— II. Tres grandes monarcas del absolutismo «ilustra­ do», 273.—III. El imperialismo chino-manchú en los siglos xvn y xvm , 279.—IV. La imagen de China en Occidente, 285.—V. Administración, eco­ nomía y sociedad, 288.—VI. El Siglo de Oro de la cultura tradicional, 294. 10.

LA IRRUPCION DE OCCIDENTE Y LA DECADENCIA DEL IM PERIO : LA CH IN A HUMILLADA (SIGLO XIX) ...

300

I. La primera guerra del opio, 300.—II. La guerra civil más grande del siglo: los T ’ai-p’ing, 305.—III. La restauración de la era T’ung-chih, 309.—IV. Las potencias occidentales y China, 312.—V. El fracaso de las tentativas de modernización, 315. 11.

.................. I. Las tentativas de reforma y su fracaso, 320.—II. La derrota de la reacción antiextranjera, 323.—III. El fin del imperio chino, 325.

320

.....................................................................................

330

..................................................................................................

332

BIBLIO G RA FIA ...................................................................................

348

............

361

...........................................................

367

........................................................................

368

C H IN A EN LOS UMBRALES DEL SIGLO XX

CRONOLOGIA notas

NOTA SOBRE LA ESCRITURA Y LA LENGUA CH IN A INDICE DE ILUSTRACIONES INDICE ALFABETICO

Prefacio

Este volumen tiene una prehistoria. Originariamente se le asignó a Étienne Balázs (1906-1963), decisión muy feliz la de los editores, pues se le brindaba a Balázs la ocasión de expresar por vez primera sus ideas respecto a la historia de China mediante una exposición amplia y coherente. Tal libro estaba llamado a ser —no cabe duda— una obra maestra. Pero el trabajo no traspasó el umbral de los preparativos iniciales, interrumpidos por la prematura muerte de Balázs, el 29 de noviembre de 1963. Algunos colegas franceses, y con ellos los editores, se dirigieron entonces a mí. Aun cuando, convencido de haber encontrado en el doctor Rolf Trauzettel un valioso colaborador dotado de las mejores cualidades, me mostré dis­ puesto a redactar el libro, he de manifestar que, en el mejor de los casos, nuestros esfuerzos quedarán muy por debajo de cuanto hubiera podido esperarse de Étienne Balázs. Me decidió finalmente a ello la gratitud muy personal que guardo hacia el desaparecido maestro, gratitud que comparten todos cuan­ tos tuvieron el privilegio de conocerle. Recuerdo con especial melancolía las muchas conversaciones cordiales en las que él comunicaba pródigamente su saber y sus puntos de vista; la última vez, en el verano de 1963, con ocasión de su visita a Munich. En Étienne Balázs se aunaban la más sólida erudición y un espíritu profundamente huma­ nista. Tanto en su vida como en sus trabajos, que se han convertido en clásicos y que evidencian su calidad de maestro de la sinología europea, desconfió siempre de las lisas fórmulas ideológicas, tras las cuales se suelen ocultar una mera política de poder y unos intereses determinados. Esta actitud aguzó su sentido y le permitió percibir los rasgos autoritarios de la sociedad china, que se traslucen en la fraseología convencional de las fuentes, y a la vez explica su capacidad para comprender a los grandes inconformistas e innovadores de la historia china. Si bien otros autores han hecho suyos estos princ'D’.os bá­ sicos, no han sabido formularlos, sin embargo, con la nítida y vigorosa evidencia que caracterizó al maestro. Por todo lo expuesto, era forzoso que el presente volumen conservara in­ tacto, al menos, el plan esbozado por Balázs en cuanto a la

articulación de los materiales, marco que sólo é l hubiera sido capaz de poblar adecuadamente con la plena captación de los fenómenos y de las fuerzas históricas. La gratitud que los autores deben a Étienne Balázs encuentra su expresión en el hecho de que este volumen esté dedicado a la memoria del amigo y maestro desaparecido. H erbert Franke

Introducción

China desempeñó en dos épocas históricas distintas un pa­ pel no desdeñable en cuanto a la formación d ; la conciencia histórica en Europa. La primera época, la gran recepción de ( Ihina, coincide con la adopción de la imagen idealizada del imperio del Centro, que tuvo por intermediarios a los jesuí­ tas y coincidió cronológicamente, al ocurrir en el siglo xvm , con el desarrollo general de la Ilustración, y en especial, dentro de ella, de la historia universal; la segunda época hay que situarla a comienzos del siglo xx, cuando Oswald Spengler, al despojar a la historia de China de todo exotismo, la sitúa en el horizonte de las personas cultas, adjudicándole por primera vez una calidad equivalente a la historia europeoamericana. La concepción spengleriana sirvió de base teórica para abandonar las posiciones de la Ilustración. Paradójica­ mente, el racionalismo de la Ilustración y la teoría, más bien mítica, de los ciclos culturales llevaban, en un punto particu­ lar, al mismo resultado, a saber, a representarse la historia china como estática. Con todo, las propias fuentes históricas chinas son res­ ponsables de esta imagen de una China «eterna», en cuanto que aparece como baluarte del tradicionalismo. La conciencia histórica, en sentido específico, no se extendía en China a los documentos. Una vez que la historia había tomado su forma ortodoxa, moral y políticamente útil, los documentos prima­ rios ya no interesaban. Estos eran ante todo los diarios de las actividades del emperador ( c h ’i-chü cb u ) , redactados por funcionarios designados al efecto, y los «informes diarios» (jih-li), que posteriormente se conservaban en el Archivo del Estado y de los cuales surgían finalmente las historias oficia­ les de las dinastías, así como también los compendios docu­ mentales (shih-lu) de un soberano. Al margen de las inscrip­ ciones tempranas de oráculos en hueso y en bronce, algunas inscripciones en piedra y ciertos hallazgos de textos de Tu-huang', los primeros documentos conservados datan a par­ tir de comienzos de la dinastía Ch’ing. Así pues, las investiga­ ciones históricas únicamente pueden basarse en material de segunda o de tercera mano, aunque la literatura histórica, tendenciosamente seleccionada, se cita con bastante fidelidad. La ciencia diplomática, que, por ejemplo, desempeña un papel

1

importante en lo que se refiere a la Edad Media europea y al mundo islámico, en el caso de China falla por completo. Esta indiferencia por las fuentes se observa, por lo demás, también en lo referente al fomento del arte en China; lo anti­ guo no se conserva simplemente por el hecho de serlo. La posibilidad de que la historiografía china se desprendiera de su función y objetivos claramente conservadores, se desva­ neció finalmente en virtud de su institucionalización2, por la que los anales oficiales se tornaron prácticamente sacrosantos. Durante la primera mitad del siglo v il se creó una organización que seguramente en este sentido sea única. Aunque la posi­ ción de los historiadores titulares era, en principio, indepen­ diente (realmente los emperadores no tenían derecho a ins­ peccionar los c h ’i-chü ch u ), de hecho la historiografía estaba dirigida generalmente por un ministro y a veces incluso por el canciller, y sus miembros eran funcionarios de carrera que, en consecuencia, estaban sometidos a las relaciones autoritariojerárquicas generales, que en este caso repercutían de modo muy directo como autocontrol de la colectividad, por lo que la opinión dominante tenía que imponerse fatalmente. Los llamados anales privados, es decir, aquellos que no se escri­ bían por encargo, presentan en esencia el mismo espíritu, pues en su mayoría estaban escritos por funcionarios pensionados. Es sorprendente el hecho de que ya en la fase primitiva de este desarrollo nos encontremos con un prominente repre­ sentante de la crítica histórica, Liu Chih-Chi (661-721), que había sufrido personalmente las fuertes limitaciones impuestas por la nueva organización, y que formulaba sus dudas al res­ pecto en una carta en la que expresaba que la responsabilidad de cada historiador quedaba anulada por la colectividad y por su situación de dependencia con respecto a sus superiores, anulando así toda controversia. También critica el hecho de que la sección de historiografía se encuentre situada en el área de los palacios imperiales, puesto que de esta forma no puede garantizarse realmente el secreto1. Liu fue, sin embar­ go, una excepción, y nadie le siguió en sus planteamientos. La burocratización de la historiografía tuvo consecuencias de alcance aún mayor, pues el material histórico se repartía y elaboraba de manera igualmente administrativa. El único progreso logrado en este campo fue que, dentro de la historia de una misma dinastía, los anales y las biografías guardaban una cierta relación 4, si bien este método ya había sido puesto en práctica por Ssu-ma Ch’ien (145-aprox. 90 a. C.) y Pan Ku (32-92 d. C.). Por regla general, las fuentes históricas están redactadas en un estilo cancilleresco, árido y aburrido, carente 2

de valor literario. Si alguna vez resultan estéticamente atraclivas y vivas, se sospecha de su fidelidad histórica, como es el caso de muchas biografías del Sch ib-cbi de Ssu-ma Ch’ien. Por el contrario, las biografías contenidas en las historias de las dinastías T’ang y Sung no son sino simples notas ne­ crológicas compendiadas, en las que se hace especial hincapié en la carrera del personaje como funcionario. Este conformismo encontró su forma de expresión ade­ cuada en el lenguaje culto clásico, que a partir de los siglos III y iv de nuestra era ya se diferenciaba del lenguaje vulgar, pese a lo cual siguió empleándose con exclusividad en la lite­ ratura histórica hasta el siglo xx. Por este motivo resultaba imposible que la prosa narrativa influyera de algún modo en la historiografía, pues las novelas y los cuentos se escri­ bían, por regla general, en el lenguaje vulgar, y además se consideraban géneros literarios inferiores que no gozaban de aceptación social. La escritura ideográfica china favoreció una característica de la lengua culta, a saber, su capacidad para aludir y citar de la forma más concisa posible. Esto provocó una regresión permanente al pasado y contribuyó en gran me­ dida a la tipificación de las normas éticas. Con el fin de proporcionar al lector no muy avezado en chino clásico una idea aproximada de este efecto específico, intentemos una comparación: la relación existente entre la literatura histórica china y su tema es semejante a la que media entre una encíclica social del papa y la realidad social que en ella se formula. Así pues, no sólo el «oportuno silencio» es explícitamente uno de los principios de la historiografía china, que nos desfi­ gura la realidad, sino su propia esencia. El adoctrinamiento confuciano de que eran objeto los historiadores les hacía adop­ tar ante cualquier aspecto el punto de vista de la clase supe­ rior. De ahí la poca información que tenemos sobre las clases inferiores. Ni siquiera en los casos judiciales registrados en obras como el Yüan-tien ch a n g interviene directamente el pue­ blo una sola vez. Compárese, por ejemplo, con los protocolos judiciales de la Europa medieval, gráficamente presentados en el O xford Book o f English Talk. Una formulación inge­ niosa afirma que para los confucianos «la verdad histórica te­ nía poca importancia; la verdad ética, m ucha»s. Pese a ello, las investigaciones modernas han logrado demostrar que la historia de China transcurrió con pleno dinamismo, si bien su desarrollo presentaba un pulso lento, sin sufrir transformacio­ nes ni renacimientos decisivos. La cultura, en su conjunto, con su carácter afirmativo, resultó ser un mecanismo que 3

contrarrestaba las transformaciones. Además, puesto que los poderes tanto temporal como religioso estaban fundidos en una sola persona, el individuo no podía gozar de ninguna de las posibilidades que Europa conoció gracias al dualismo entre nobleza y clero. Resulta, por tanto, muy congruente la estima en que se tenía en China a la vejez y a su sabiduría: las experiencias adquirían valor solamente cuando no sufrían mo­ dificaciones decisivas a lo largo de varias generaciones6. Así, si un chino de la época Han hubiera renacido durante la dinastía T ’ang, el mundo circundante no le hubiera resultado apenas extraño. No resulta fácil distinguir las diferentes épo­ cas en el estilo de la arquitectura, la escultura y la pintura; también en las formas externas son lentos los cambios. Tanto el mobiliario como las vestimentas experimentaron menos va­ riaciones que en Occidente. Con todo, son evidentes los puntos en común con el desarrollo occidental. La sociedad china —tanto objetivamente como en su propia conciencia— es una sociedad de clases que se vio igualmente conmovida que las naciones y pueblos de Occidente por conflictos y luchas de clases. También puede comprobarse en todos y cada uno de los períodos históricos una movilidad social. Y aunque los chinos no concibieron mitos sobre el origen del mundo ni conceptos sobre el fin del mismo, como aquellos que conocieron en la doctrina budista del kalpa, su concepción del tiempo fue siempre fundamen­ talmente lineal. Ya en el siglo II a . C., y probablemente antes aún, la especulación filosófica había desarrollado una serie de teorías con relación a una sucesión evolutiva de los distintos niveles culturales; para los chinos, los míticos empe­ radores primitivos, y muy especialmente Confucio, eran ante todo personalidades históricas. La historia de China no se nos presenta en ninguno de sus aspectos decisivos como específicamente «oriental», si es que semejante determinación conceptual ha tenido en alguna oca­ sión algún valor cognoscitivo. Esto no significa, sin embargo, que no presente ninguno de sus rasgos peculiares. Así, las tensiones entre individuo y colectividad dentro de la clase superior aparecen extraordinariamente marcadas por la presión de la autoridad paternalista, y el individuo intenta emular unos arquetipos que son incomparablemente más conscientes y do­ minantes que en otras culturas. La alta valoración del grupo, y de la sociedad en general, frente a la del individuo quizá esté relacionada con el hecho de que la riqueza no tuviera cabida en la filosofía social china. El actual puritanismo co­ munista aparece así en perfecta armonía con la tradición. 4

lin consecuencia, las instituciones revistieron una enorme importancia. El reverso de esta situación lo constituía la inse­ guridad relativamente grande en el destino del individuo y ilc los pequeños grupos sociales, tal y como se manifiesta en el exterminio de individuos, de familias, de comunidades ru­ rales e incluso de la población de ciudades enteras. En China no existía ningún elemento que cumpliese un papel análogo al del derecho romano. Al derecho no se le reconocía una esfera superior a la de las instituciones ni a la del emperador; los juristas no constituían una clase como en Kuropa, donde, desde los tiempos del absolutismo, jugaron un papel importante en el proceso de formación del Estado moderno. A ello se debe el que China no creara nunca nin­ guna verdadera teoría sobre el Estado. La idea del t ’ien-hsia, aquello «que está bajo el cielo», no fue nunca seriamente formulada, puesto que en ella se manifestaban tanto el poder terrenal como el sagrado. El budismo, cuya ideología del Cakravartin no ofrece ninguna compensación suficiente, tam­ poco conoce un reino de Dios como utopía ultraterrena. Por el contrario, bajo los Sui y los T’ang el budismo fue utilizado por la autoridad para sus propios fines. La creación de un Estado en el sentido moderno, por así decirlo, se remonta en el caso de China al siglo x, es decir, a finales de la dinas­ tía T’ang y en el período siguiente. A partir del advenimiento de los Sung (960), la unidad de China no volvió a cues­ tionarse. En el siglo x m la absolutización del poder impe­ rial había concluido en lo esencial. Posteriormente, también contribuyeron al fortalecimiento de la autocracia las domina­ ciones de pueblos extranjeros, como por ejemplo los mongoles y los manchús. Pese a ello, en los niveles inferiores se man­ tuvieron las estructuras de la administración local, en menos­ cabo de la integración a nivel nacional. Seguían manteniéndose a la cabeza las élites locales, incluso cuando, en el siglo xix, el Estado entró en un proceso de descomposición incontenible. Aun entonces, cuando los funcionarios intentaron restringir el absolutismo monárquico, tampoco supieron formular nue­ vas concepciones sobre el Estado. Aceptaremos la periodización de la historia china tal y como nos llega, es decir, basada en el esquema «AntigüedadEdad Media-Edad Moderna», tan sólo como medio auxiliar de clasificación, para de este modo poder establecer relaciones cronológicas. El interés por la periodización se debe, lamentabfemente, a empeños dogmáticos, y la mayoría de las veces los problemas resultantes resultan ser problemas aparentes, es decir, hipóstasis de sus conceptos. 5

1. Los comienzos de la cultura china

I.

M itos y le y e n d a s

Las fuentes históricas chinas se configuran como un caso único en Asia, debido a su elevado número y a su, a veces, rigurosa exactitud. Los chinos han recopilado con especial in­ sistencia toda suerte de conocimientos sobre su propia his­ toria, creando así unas obras en las cuales su visión de la historia encontraba expresión canónica. Cuando los jesuítas europeos revelaron a Occidente, en los siglos xvn y xviii, el contenido de estas obras, se impresionaron al comprobar la antigüedad del imperio chino, tal y como se les ofrecía en las fuentes, y se entregaron a la tarea de conciliar la para ellos familiar cronología bíblica y sus concepciones sobre la anti­ güedad del mundo con los datos que les brindaba la histo­ riografía china. Hoy sabemos que la cultura china y la his­ toria del imperio no se remontan a tiempos tan remotos, sino que datan de una época mucho más reciente. También ha podido comprobarse que esta imagen de la historia desarrollada por los chinos, imagen indicativa de la máxima antigüedad, tiene su propia historia, y que debe su aparición a una deter­ minada constelación de elementos políticos e histórico-filosóficos. Se puede afirmar, no sin cierta ironía, que en China se sabía tanto más sobre la más remota antigüedad, cuanto más alejado se estaba de ella. La estirpe de los soberanos se iba remontando más en el pasado, y fue en la época Sung, en los siglos x i y xn , cuando culminó esta reconstrucción de la historia. Se trataba de una reconstrucción, de un conoci­ miento alcanzado casi especulativamente, y no de un proceso basado en una información concreta gracias a fuentes que no habían sido tomadas en cuenta anteriormente, o incluso en hallazgos arqueológicos. En el caso que nos ocupa, dos ten­ dencias obraron simultáneamente. Por un lado, la ideología del Estado imperial a partir del siglo III a. C., que fue, por así decirlo, proyectada retrospectivamente sobre la historia, de forma que no pudiera imaginarse el pasado de China sino como un Estado imperial unitario; la segunda fue el empeño de las familias nobles por prolongar en el pasado, tanto como fuese posible, sus árboles genealógicos, encabezándolos con hé6

inrs míticos. La serie dinástica de los soberanos, los héroes i Idsicos originarios, se prolongó retrospectivamente, puesto