Historia De Los Anticonceptivos

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Historia de los anticonceptivos D e la antigüedad a nuestros días

Angus McLaren

I S B N :

84- 8 8 1 2 3 - 04-3

© 1990 Angus McLaren, Basii BlackweU Ltd. © 1993 de la edición en español: M i n e r v a E d ic io n e s , S.L. c/ Ayala 116 - 28006 Madrid Tel.: 577 97 48 - Fax: 4C1 86 46 Diseño de portada y Fotocomposición: Cuzco P u b l ic i d a d , S.L. c/ Pensamiento 11 - 28020 Madrid Tel.: 571 78 70 - Fax: 579 34-40 im preso por: G r á f i c a s C o n t r e r a s , S.A. ci Athos 30 - 28011 Madrid Tel.: 463 40 40 - Fax: 479 34 00 Depósito legal: M. 10.549 - 1993

Printed in Spain - Im preso en España

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Indice

P ró lo go

9

Introdu cción

11

1

Ei patrón de fertilidad en ia Antigua Grecia

24

2

El control de la fertilidad en Roma

57

3

A b o r t o y anticoncepción en ei Occidente Cristiano

92

4

L a procreación en la E d a d Media

5

C o n t r o l de la fertilidad a principios de la Era Moderna en E u ro p a

123

167

fi

Ei Neomaltusianismo y la transición en la fertilidad

208

7

El triunfo de la planificación familiar

250

C on clu sión

292

I n d ic e alfabético

311

Prólogo

Este libro fue escrito a instancias de V ir g in ia Murphy de la ed ito r ia l Basil B la c k w eil. En un p r in c ip i o no me sentía m u y in c li n a d o a e m b a r c a r m e en el a m b i c i o s o y p r o b a b le m e n t e arriesgado intento de determinar las diversas motivaciones de aquellas personas com prom etidas en la búsqueda del c o n trol de la fertilidad durante un período de cerca de tres mil años. N o obstante, una v e z iniciada la in v e s tig a c ió n y al em pezar a escribir, me di cuenta de que eí proyecto era mucho más g r a t i ­ fic a n t e de lo e s p e r a d o . C reo s in c e r a m e n t e que lec to re s de diversa fo rm ación e intereses participarán d el entusiasmo q u e y o sentí al descubrir que incluso los problem as planteados p o r las más recientes tecn ologías de rep ro d u cció n se hallan f i r m e ­ m ente arraigados en las tradiciones c ulturales de occidente. E m p e c é a tr a b a ja r en la h istoria de 1a p r o c r e a c ió n h a c e m uchos años y he contado con ia g e n e r o s a ayuda de m uchos especialistas. D o y las gracias de fo rm a especial a Aríene Tigar, L e s l e y B ig g s , B arb ara B rooxes, C a th e rin e C raw ford, D o n n a Dippie, Ellen Gee, Diana Gittins, John Giliis, Deborah Gorham, L u d m illa J o r d a n o v a , Jean L 'E s p e r a n c e , R a lp h H o u lb r o u k e , A n d r é e L é v e s q u e , D a v id L e v in e , Jane L e w i s , James M o h r , W e n d y Mitchinson, G e o ffr e y Quaife, James Reed, Ellen Ross, Joan Sangster, Chiara Saracemo, V erónica Strong-Boag, Judiíh W a l k o w i t z y A d r iá n W ils o n . A l e s c r i b i r e s te libro tuve q u e h a ce r incursiones en campos po co c o n o c id o s para mí. T e n g o q u e a g r a d e c e r a K e ith B radley, B r ia n D ip p ie , Tim H askett, M ic h e le Muchahey, M a r y Lynn Stewart y W a lly Seccombe p o r sus expertos c o n se jo s y lectura crítica d el manuscrito. P e te r Laslett se ofreció generosam ente a hacer una crítica de 1a v e r ­ sión final. Todos me salvaron de co m eter errores importantes y a tod os les habría gustado que cambiara algunas cosas. Yo soy,

pues, e) único responsable de las imprecisiones que permanezcan. A g r a d e z c o la amistosa ayuda que recibí en ios a rc h ivo s y bibliotecas d o n d e trabajé, tanto en Canadá y Estados Unidos, como en In g la terra y Francia. Encontré fuentes de inform ación de gran utilidad en la Sophia Smith Coiiection de Smith College, en la b ib lio teca Houghton d e ia Universidad de H arvard y en la b ib lioteca de Medicina C ou n tw a y en Boston, Massachusetts, la B ritish Library, el Instituto W e llco m e para la Historia de la M e d ic in a en Londres y la Biblioteca del C on greso. El p e r ­ sona! de Basil Blackwell co la b o ró amablemente en el p roceso de publicación. Este p r o y e c to se hizo posible gracias a la bcca de in v estig a ­ ción concedida por el Social Science and Humanities Research Council de Canadá. Doy ias g rac ias a esta institución po r su generosidad. Las traducciones donde no se cita autor han sido hechas por mí.

Introducción

Se ha escrito un g ra n número de libros s o b r e la regulación de la r e p ro d u c c ió n a tra v é s de los t ie m p o s , y en particular, sobre los adelantos en el control de la natalidad. El propósito de la mayoría de ellos no es sólo o fre ce r un entendimiento de las culturas antiguas, sino más bien e lo g ia r la nuestra. La p r i­ m era cuestión que se plantean los autores es el momento en que se inició la restricción de la fertilidad. U na vez establecido su punto de referen cia en los siglos X V III o X I X y nombrado a los " p io n e r o s " , p r o c e d e n entonces a h a c e r ia crónica de los "adelantos" hechos en la producción y distribución de los d is ­ positivos usados en el control de la natalidad. Según ellos, en los " v ie jo s y m a lo s t i e m p o s " de ia p r e in d u s t r ia liz a c ió n , las mujeres se enfrentaban una y otra vez a em b ara zos no deseados mientras que en ias socied ad es racionales y modernas, anticon­ ceptivos fiables a seg u ran el control del p r o p io cuerpo.'- Hoy día las familias son más pequeñas, las fuerzas biológicas han sido dominadas por la t e c n o lo g ía moderna; p e r o ¿se pueden in ter­ pretar estos cam bios c o m o un. simple paso de la sujeción a la libertad? Una m irad a a dos "instantáneas" s o b r e ei tema del control de la fertilidad en acción sugiere lo contrario. La p r im e ­ ra ilustración, del s ig lo IV, es de San A g u s t ín antes de su c o n ­ versión religiosa. Este norteafricano de clase alta, a pesar de c o h a b ita r con d o s co n c u b in a s por más de qu in ce años, só lo e n ge n d ró un hijo. S e gú n es de suponer, su escasa fertilidad se d e b ió ai uso de las "ex e cra b les prácticas en contra de la natura­ le z a ", que él m is m o c o n d e n ó más a d e la n t e c o m o cris tia n o.2 Nuestra segunda im a g e n , aportada por dos s o ció lo g o s médicos, es un retrato de un g r u p o de 200 mujeres pacientes de una c l í ­ nica prenatal de un distrito pobre en Estados Unidos, fechada en 1975. A l investigar a fondo, encontramos que, de ellas, un 21

puxj ciento había a b o rta d o vo luntariam ente, un 15 por c ie n to había abortado naturalmente, un 60 p o r ciento había s u frid o embarazos no deseados, un 25 por ciento de mujeres no sabían po r qué se habían q u e d a d o embarazadas, un 25 por ciento no entendía ¡os métodos anticonceptivos que usaba, el 40 por c ie n ­ to dijo que no se p o n ía de a cu erd o co n su pareja so b re los m étodos y un 14 por cien to declaró que no hablaba del tem a con su esposo.3 ¿Qué c o n c lu s io n e s se d e b e n sacar de e s to s datos? Sería absurdo su gerir que en el curso de 1.500 años no se avanzó casi nada en el campo del c o n trol de fertilidad; sin em bargo, datos de este tipo podrían aconsejar más cautela a la hora de seguir a aquellos científicos que sostienen que la h is t o ­ ria de la planificación familiar refleja un m ovim iento constante hacia adelante. Tales investigadores hablan a m enudo de dos "revoluciones anticonceptivas". L a .p r im e r a tuvo lu ga r en los siglos X V III y X I X y consistió en la práctica por parte de los hombres del c o i ­ tus interruptus. "Hasta en ton ces -afirm a M a rtin e Segaien- la gen te ni siquiera había im aginado ia posibilidad de tomar d e c i­ siones sobre ei acto sexual, que era un acto de la naturaleza, y fue este cambio de actitud hacia ei cu erp o lo que constitu yó una revolución en Ja mentalidad de la g ente". La segunda r e v o ­ lución, según Segaien, ocurrió en la década de los sesenta con la introducción de la p íld o ra y 1a le g a liza c ió n del aborto. "L a diferencia real entre las dos revoluciones es que la an ticon cep­ ción moderna es un asunto de mujeres. Po r v e z primera, la r e s ­ ponsabilidad de crear vid a se halla en manos de aquellas que ia concib en".4 Segaien -junto con ia m ayoría de los especialistas interesados en ia historia de ia fertilidad- encuentra fascinante ei dramático descenso del tamaño de ias fam ilias en el s ig lo pasado, hecho que liberó a la mujer de la ocupación vitalicia de dar a luz y criar a ios hijos. Esta caída en picado de la fertilidad en occidente, cuidadosamente docu m entada po r de m óg ra fo s, puede ser el cambio más im portante que haya afectado a una masa de población en los últimos cien años. Se podría a r g u ­ m entar que la familia nu clear m oderna es, al m ism o tiem po, causa y efecto de unos m é to d o s a n tic o n c e p tiv o s sum am ente efectivos. Sin embargo, los historiadores, al contrastar de forma m a r ­ cada el mundo m od e rn o en el que la fertilida d es restringida

tecnológicam ente con ei pasado en el,que no lo era, corren ei riesgo de pasar por alto matices importantes. L o s q u e pregun­ tan cuándo se em pezó a " co n tro la r" la fertilidad e v it a n contem­ plar, d e fo rm a consciente o inconsciente, la p o s i b i l i d a d de que tal vez siempre haya sido controlada. Los p la n if ic a d o r e s fami­ liares d e los años cincuenta, imbuidos de la o p i n i ó n de que la crisis de población dei T e r c e r Mundo sólo p o d r ía s e r resuelta si se adoptaban ias prácticas anticonceptivas o c c id e n t a le s , popu­ larizaron la idea del recien te y repentino t r iu n f o ele la ciencia sobre la fertilidad. C on cedieron , deferentes, q u e ias sociedades o c c id e n t a le s fu ero n en o t r o tiem po tan i n c a p a c e s como el m u n d o s u b d e s a r r o ila d o d e h o y de limitar r a c i o n a l m e n t e el ta m a ñ o de la fam ilia. Si el surgim iento de u n a "m entalid ad m oderna" fue lo que nos saivó, la salvación d e l T e r c e r Mundo debería hallarse, de fo rm a similar, en la a d o p c ió n d e las solu­ ciones ofrecidas po r la m edicina moderna. La mayoría de los científicos que apoyaban e s ta s ideas eran hombres. Basaban sus argum entos en los datos aportados por a n te rio res g e n e r a c io n e s de médicos, d e m ó g r a f o s y políticos que ponían de manifiesto que ciertos cambios "revolu cio n arios" en ias actitudes hacia la m aternidad tuvieron lu g a r a finales del s ig lo XIX. Tales a rg u m en tos tenían algunos fa l l o s . En primer lu ga r eran etnocéntricos y enfocaban sólo el p a s a d o reciente. ¿ N o se podría d e sc rib ir c o m o " re vo lu cio n a ria " e n el antiguo Im p erio Romano la condena cristiana ai in f a n t ic id i o , aborto y prácticas anticonceptivas que habían sido u tiliz a d a s y permiti­ das durante mucho tiem po? Y en segundo lu ga r, e s to s teóricos raramente consideraban ios testimonios o f r e c id o s p o r mujeres. Cabe preguntarse si una m u je r de principios d e i s i g l o X X some­ tida a un em b ara zo no d e s e a d o se sentiría m u y d iferen te de otra con el mismo p ro b lem a que hubiera vividS'-e-r; el siglo XIII o XVIII. Tenien do en cuenta que la maternidad ha s i g n i f i c a d o nece­ sariamente cosas diferen tes para el hombre y la mujer, me dis­ puse a examinar ia in g en te ob ra escrita sobre c o n t r o l de fertili­ dad, y desde ei prim er m o m e n to me sorprendió e i h e c h o de que en la historia ele las actitu d e s del mundo o c c i d e n t a l hacia la maternidad hubieran ten id o lugar tantos p e r i o d o s d e continui­ dad co m o revoluciones. P o r supuesto que h u b o cam bios, pero ai considerar una visión de conjunto descubrí rá p id a m en te que

ia' historia dei contro! de ia fe rtilid a d estaba m arcada tanto por "a d e la n to s " como por "r e a c c io n e s " . No tuve más r e m e d io que conclu ir que cualquier in terp re ta ción que su giriera q u e tomar decisiones sobre la rep ro d u cció n era imposible en o t r o tiempo pero que ahora es "fácil", io q u e implicaría que tales decisiones h a bía n c e s a d o de ser causa y consecuencia de c o n f l i c t o , era inadecuada. Siempre existió un interés por in flu e n cia r o confi­ gurar la fertilidad, por r e d u c ir o incrementar c o n c e p c io n e s y nacim ientos. Ta i h ip ó te s is no es n u e v a . Carr-Saunders a f i r m ó en 1922 que, in c lu s o en la p r e h is t o r ia , hubo intentos d e c o n t r o l a r la población. "H ay otro tipo de fa ctores cuya función p rim o r d ia l y no inciden tal es reducir ia fe r tilid a d o eliminarla. E sto s factores son ia abstención p rolo n g ad a d el acto sexual, ios a b o r t o s y el infanticidio. La opinión pla ntea da aquí es que n o r m a lm e n t e en todas las razas primitivas se practican una o más d e estas cos­ t u m b r e s . 5 N o r m a n H im e s en un estudio que fu e p i o n e r o , A M e d ic a l H is to r y o f C o n tra c e p tiv a s , llegó a d e c l a r a r q u e "ei deseo de control no se lim ita ni p o r el tiempo ni p o r e l espacio. Es una característica u niversal de la vida social".G P e r o io que Carr-Saunders y Himes no documentaron fue c ó m o los cambios en ideas y prácticas de c o n tr o l de fertilidad in flu y ero n y se vie­ ron afectados por ios ca m bios en ia configuración fa m il ia r y en ei papel de los sexos en la socied ad . Por otra parte, en su d e fe n ­ sa propagandística del co n tr o l de la natalidad, H im e s eludió ia cuestión de si el control de la fertilidad podría s e r v ir o n o para p ro p ó s ito s contradictorios. H o y día es más fácil v e r que, aun­ que pu ed e ser liberador para muchas mujeres, un a lto ín d ice de control de fertilidad no s ig n ifica necesariamente q u e ias muje­ res disfru ten de más libertad. Para entender p o r c o m p le t o los p ro p ó sito s que cumple ei c o n tr o l de la fertilidad es necesario situarlos en su contexto cultural. La investigación sobre ia fertilid a d en sociedades d e i pasado ha sido llevad a a cabo fundam entalm ente por h is to r ia d o r e s de la d e m o g r a fía y economistas. Sus modeios de te rm in ístic os cier­ tamente explican ias v a ria c io n e s en ia fertilidad a l a r g o plazo, pero p a g a n un precio. A u n q u e los cuantificadores m á s sensi­ bles adm iten que la "cultura" d e b e formar parte de sus ecu a cio­ nes, la m ayoría ük ellos se sienten incómodos cu ando tratan un tema tan resbaladizo. Una historia sencilla y lineal d e l desarro-

lio del co n tr o l de la fertilidad puede, en resumen, ser obtenida fácilmente, p e r o sóio a costa de extraer el tema de la p r o c r e a ­ ción fuera de su contexto cultural. Yo he escogido lo que a lg u ­ nos pueden tom ar como un exasperante enfoque indirecto del tema. He recurrido a 1a historia dem ográ fica, médica, literaria, r elig ios a, fa m i lia r y de la m ujer para d e m o stra r la c o m p le ja trama en la q u e se hallaban en tretejid as las decisiones so bre rep ro du cció n y las relaciones sociales, culturales y sexuales. En mi opinión, los cambios de actitud en cuanto a limitaciones en el n ú m e r o d e hijos, sóio pu eden ser en te n d id o s si se sitúan tanto en el contexto de las co n dicion es sociales y económ icas como de Ihs preocupaciones religiosas, médicas y filo sóficas. Intentaré dem ostrar que la maternidad siem pre ha sido s o p e s a ­ da ta n to en t é r m in o s e m o c io n a le s c o m o e c o n ó m ic o s . En el mundo occiden tal moderno nos inclinamos a pensar que el c o n ­ trol de natalidad se usa simplemente para limitar ei número de embarazos. P e r o este control ha sido practicado en otras épocas y culturas co n otros objetivos en mente. En algunos períodos la p r o m o c ió n de la fertilidad fue más p e r s e g u id a que su lim ita ­ ción. Los cam bios en la tasa de fertilidad y los medios e m p le a ­ dos para co n se gu ir esos cambios fu ero n siempre contingentes. En mi o p in ió n , el control de la fertilidad se entiende m ejor no como a lg o predeterminado, sino co m o un resultado cuestiona­ ble, una po sibilid ad entre muchas. Este estu dio se basa en dos premisas claves. La primera es que s ie m p r e han existido sociedades o, p o r io menos, g ru p o s importantes dentro de ellas, que po r una razón u otra, en aigún p e r ío d o d e su historia, han t o m a d o m e d id a s para lim itar su progenie. Los métodos empleados dependían de las circunstan­ cias p a rtic u la res . La idea de c o n tr o l de fe r tilid a d r a ra m en te estaba ausente, lo que variaba era la m otivación para ponerla en práctica. Los medios tecn ológicos necesarios para regular la fertilidad po día n ser empleados en caso de necesidad. En c o n ­ secuencia, no había un crecim ien to lineal de las prácticas de c o n trol d e la fertilidad; algunas v e c e s su rgían y otras v e c e s desaparecían. He evitado cuidadosamente la tentación de acu ­ dir al a rg u m en to de los W h ig s según el cual el m ovimiento p a r ­ tía de la ig n ora n cia para llegar a! conocim iento; de los m étod o s " p r im it iv o s " a las formas de a n tic o n c ep c ió n más efectivas; el tema de este estudio es que cada é p o ca dio su propio sentido a

una planificación fam iliar efectiva e inventó sus propios m é t o ­ dos de control. Esto no q u ie r e d e c ir que no hayan o c u r r id o cam bios. Ei conocimiento de lo que una pareja o una mujer podía hacer a través de acciones deliberadas con el fin de actuar sobre la p r o ­ creación, ios m ed ios disponibles (en tendiendo por disponibili­ dad una cuestión tanto técnica como cultural) y ei grado en que estas acciones perm itían a !a gente tener ios hijos que querían cuando querían, cam biaron a través de los tiempos. De fo rm a similar, lo que constituía una familia " g r a n d e " o "pequeña" era una cuestión de p e r c e p c ió n , con n u e v a s norm as a d o p ta d a s rápidamente en m u c h os casos. La m od e rn a "revolu ción" a n ti­ conceptiva es, en algunos aspectos, un sim ple aumento en el grado de control disponible y en el porcentaje de la población que ejerce dichos controles, aunque ob viam ente también marca un cambio en ia m odalidad de la regulación, un cambio desde un espaciamiento de nacimientos a un cese. El control de la f e r ­ tilidad ha sido s ie m p re una categoría culturalmente d e p e n d ie n ­ te. En consecuencia, es imposible es c r ib ir "la" historia de ios patrones de fertilidad, puesto que la experiencia de cada s o c ie ­ dad ha sido única. Diferentes culturas emplearon diferentes métodos para c o n ­ trolar la familia. Es atrevido hacer afirm aciones definitivas en cuanto a la efectivid ad de muchas estrategias de control em p le ­ adas en épocas pasadas. Los médicos nos dicen que la m ayoría de los supuestos a b o r tiv o s y anticon ceptivo s preparados con hierbas que serán mencionados no podían "funcionar". Lo que se debe m encionar, sin embargo, es que tales pre p a ra cio n es tenían un valor tanto simbólico como práctico. C om o m ínim o el intercambio de~tálelTrecetas por g r u p o íf de mujeres reforzó un sentido de solidaridad femenina; en el m ejor de los casos, a lg unus de estos b reba jes proporcionaron un m a rg en de protección vital. P e ro ¿por qué, si tales métodos po co fiables estaban d is ­ ponibles, no ha q u e d a d o registrado casi ningún indicio de su empleo en las narraciones históricas? Si las pruebas han sid o menospreciadas se d e b e en parte al hecho de que pocos in v e s ­ tigadores han fo r m u la d o las preguntas adecuadas o utilizado las fuentes correctas. Recuerdo una queja reciente de la o r g a n i­ zación Planned P a r e n t h o o d de que los ca nales de t e le v is ió n norteamericanos dedicaran miles de horas a ia descripción de

encuentros sexuales sin hacer nunca mención de ia anticoncepción. U n historiador dei futuro que basara sus in vestigaciones sobre las costumbres sexuales d el siglo XX en esos g u io n es de televisión, lógicamente sacaría en conclusión que los n o rtea m e­ ricanos ignoraban las técnicas de control de natalidad. Si p o r restricción de fe r tilid a d se entiende ei uso de anticon­ ceptivos modernos, entonces es o b v io que no es cosa del pasa­ do. P e r o si la definición de c o n tr o l se amplía para incluir cual­ quier m é t o d o dirigido a red u c ir el tamaño de la fam ilia incluso -"m e d io s naturales", tales c o m o la abstinencia y la p r o l o n g a ­ ción de la lactancia-, se p u ed e lle g a r a diferentes conclusiones. De h e ch o existen abundantes da tos sobre una gran va ried ad de prácticas de control de fe rtilid a d que se emplearon en el pasa­ do. Está claro que la abstinencia, ei aborto, la retirada del pene y la p r o lo n g a c ió n de la la ctan c ia, métodos utilizados p o r los antigu os g rieg os/ p e r m a n e c ie r o n como las form as básicas de lim itación familiar de una g r a n masa de población hasta bien entrado ei siglo XX. Sólo en los años sesenta con la lleg a d a del a n tic on c ep tivo oral y el D ÍU d e plástico hubo plena confianza pública en una "solución t e c n o ló g ic a ". Fue quizás un triunfo m om en tá n eo. Las mujeres n o r te a m e r i­ canas de clase media, que habían sido las primeras en utilizar la p íld o ra , to m a r o n la iniciativa d e dejar de usarla en los años setenta para volver a otros m é t o d o s de control. Estas mujeres también encabezaron una v u e lta al aplazamiento d el m atrim o­ nio y la prolongación del p e r ío d o de lactancia.7 A l m ism o tie m ­ po, los planificadores fa m iliares empezaron a darse cuenta de que los m éto d o s modernos d e c o n trol de natalidad no podían ser s im p le m e n t e im p u estos a lo s países del T e r c e r M u n d o . Tales a nticonceptivos, aun si e r a n adoptados, a m e n u d o sólo r e e m p la z a b a n métodos t ra d ic io n a le s usados para es p a cia r los nacimientos. Más preocupante fu e el hecho de que las formas tecn o ló g ica s de'limitación fa m ilia r minaran el éxito de prácticas de c o n t r o l tradicionales -ei a n tic on c ep tivo orai, p o r ejem plo, acabó co n la capacidad de la m ujer para espaciar los nacim ien ­ tos p o r m e d io del a m a m a n ta m ie n t o p ro lo n g a d o - p o r lo que tuvo el e fe c to contrario de a u m en ta r el índice de nacim ientos.3 Los científicos más positivistas se vieron forzados a rec on oc er que incluso la "eficacia" de los anticonceptivos m o d e rn o s está socialm ente determinada.

La segunda prem isa sobre la cual se basa este libro es que las decisiones relativas a ia reproducción tienen mayor i m p o r ­ tancia para ias m u je res que para los h o m b r e s .3 A i p r e g u n ta r quién ha buscado el c o n tr o l de la rep ro d u c c ió n se plantea la cuestión de 1a política de ia fertilidad humana. Estos p rob lem a s se encuentran vig e n te s desde hace poco tiem po como resultado de los dilemas m orales y legales planteados por el debate d e i aborto y el s u r g im ie n t o de las t e c n o lo g ía s de r e p ro d u c c ió n . Pero este estudio argum enta que ia cuestión de las relacion es entre los sexos -quién controla 1a fertilidad y con qué fines- n o ha surgido recientem ente. Este debate es muy antiguo; nunca ha existido una cultura que haya sido indiferente a este p r o b l e ­ ma o que haya estado dispuesta a atribuir todas las influencias causales a fuerzas ajenas a la voluntad. Pongamos, por ejem plo, el caso de una m adre que amamantara a su hijo. Si p ro lo n g a ra el período de lactancia hasta tíos años, no sólo afectaría p o s it i ­ vamente la salud de 'su hijo sino que tam bién se aseguraría un margen ce garantía contra una concepción inmediata. En a lg u ­ nas sociedades, un tabú en contra de las relaciones sexuales mientras una mujer amamantaba, complem entaba la protec ción ofrecida por la a m e n o r r e a del p o s p a r to . Sin e m b a r g o , si ei marido insistía en e je r c e r sus de rech os conyugales -d e rech o s respaldados por algunas religiones- p o d ía poner en p e lig ro el bienestar de la m adre y del hijo. A un nivel t o d a v ía más básico se p u e d e a rgu m en tar q u e, debido a la particular naturaleza de la sexualidad occidental, la procreación es el resultado de prerrogativas y objetivos o p u e s ­ tos entre los sexos. Ei coito heterosexual ininterrumpido es só lo una más entre toda s las form as p o sibles de actividad sexual, pero esta forma fue consid erad a la m e jo r mientras todas las demás fueron reprim idas. Los d e m óg ra fo s simplemente evitan la idea de que exista cualquier otra forma. Pero, puesto que el deseo sexual y un sentido de los derech os conyugales orientan y determin an p o d e r o s a m e n t e el c o m p o r t a m ie n t o c o ita l, la sexualidad debe ser tratada como una "variable independiente". Los datos sobre id e o lo g ía sexual son escasos, pero su influencia en un régimen p r o c r e a d o r debe ser considerada. Las siguientes p á g in a s ofrecen un panorama de 1a in te r a c ­ ción de los cambios en ias relaciones entre los sexos y las d i f e ­ rentes formas de co n tr o l de la fertilidad. Dicha historia tiene

a s p e c t o s tanto críticos c o m o c o m p e n s a t o r io s . Ya que en ei mundo occidental ias r e ia c io n e s enlre los s e x o s han sido cíe dominación, ei estudio to m a en cuenta la m a n e r a en que gran parte d é la sociedad trató de aprovechar el p o d e r 'reproductor de ias mujeres. Pero, p u e s to que este p o d e r se hallaba ya en m anos de las mujeres, el estudio intenta t a m b ié n descubrir y analizar las formas proh ibidas y ocultas en q u e ellas trataron de controlar su fertilidad, lo q u e lograron con fre cu en c ia . Los antropólogos nos han demostrado q u e en la regulación de la fe r t ilid a d el p r o c e s o y la in te n ció n s o n a m en u do tan im portantes como el resu ltad o.10 La posición so c ia l de 1a mujer m e jo r a b a po r la m aternidad; pero lo que era m ás importante para las gen e rac ion es a n te r io r e s no era t a n t o la cuestión de cuantos niños nacían, sin o más bien, de q u ié n ios concebía, c u á n d o y p o r qué. El m a t r i m o n i o d e s e m p e ñ ó el pa p e l más ob vio en la regulación social dé la fertilidad. L a fertilidad de ia mujer casada era sancionada como la coronación dei éxito fami­ liar en ia selección del c ó n y u g e y como garantía de descenden­ cia. En cam bio la com unidad intentó reprim ir ia fertilidad de la mujer soltera, propagando la opinión de que la p rocrea ción ser­ vía in tereses familiares, no individuales. ~ El hech o de tener una fam ilia numerosa no sig n ific a b a que la pareja no contemplara el co ntrol de la fertilida d. D e la misma fo rm a , la práctica de m é t o d o s ineficaces n o p r e s u p o n ía una res ign a c ión irracional. Para entender por c o m p le t o la experien­ cia rep ro d u ctora , ei e le m e n t o mediador d e b e s e r reconocido co m o central. Para c o m p r e n d e r io que sign ifica b a ia reproduc­ ción para la mujer en ei pasado, es necesario t o m a r en serio la amplia g am a de tabúes, b re b a jes y rituales q u e em p leaban para limitar los embarazos. D e fo r m a similar, los d i v e r s o s intentos de aum entar la fertilidad, espaciar los hijos, d e te r m in a r su sexo' y p r o t e g e r la propia salud d e b e n ser analizados para redondear ei tema. Las prácticas p rocrea tivas de las g e n e r a c io n e s pasadas se hacen inteligibles una v e z que entendemos lo s objetives que intentaban conseguir y lo q u e fueron capaces de log ra r. Los antropólogos nos han advertido también d el peligro que su p o n e intentar aislar ei t e m a de la a r.tic o n c e p c ió n de otras p r á c t ic a s reg u lad oras d e ia fertilidad. L o s p a r t id a r io s de la reg u lac ión de la natalidad a principios del s ig lo X X , debido en parte a razones de táctica, intentaron trazar una línea definida

entre anticoncepción y aborto. Pero gran parte de ia in form a ­ c ió n que tenemos s u g i e r e que tradicionalrnente las m ujeres co nsideraban am b as prá ctica s como p a r te de una estrategia continua de control d e la fertilidad. Por otra parte, la idea prev a le n te en el m u n d o occiden tal del s i g l o X X de que s ó lo se recurre al aborto d e s p u é s de que fallan los m étodos a nticon­ ceptivos, no era necesariam ente compartida en períodos an te­ riores. La inducción d e l aborto era., con frecuencia, la prim era práctica realizada c o n tr a los embarazos no deseados. Las m u je ­ res preferían m é t o d o s q u e podían co n tr o la r de alguna fo rm a sin la intervención o a yu d a del médico o d el marido. Este estu­ dio, pues, analiza la g a m a completa de estrategias utilizadas para regular la fe rtilid a d . D e esto se deduce q u e ia historia de 1a fam ilia debe servir de m arco a este estudio, y a que determinados m odelos de familia optaron por el e m p le o d e diferentes tipos de prácticas de c o n ­ trol..En el mundo o c c id e n ta l del siglo X'X en que el compañeris­ mo conyugal se c o n v i r t i ó en la norma, se esp e ra b a que las p a reja s llegaran a un a c u e r d o en el uso d e a n tic o n c e p t iv o s "dependientes del c o it o " , tales como los preservativos o el la v a ­ d o vaginal. En las s o c i e d a d e s donde ex istía una se p a ra c ió n entre hombres y m u je res, lo cual impedía este tipo de co m u n i­ cación, las mujeres p e d í a n consejo no a sus maridos, sino a sus amigas y parientes ele su mismo sexo, sobre el uso de estratage­ mas posibles antes o después del coito.” L o s desacuerdos entre p a r e ja s sobre lo s m é t o d o s a decu a d os n o t e r m in a r o n , p o r supuesto, con la in v e n c ió n de los anticonceptivos m odernos o el compañerismo c o n y u g a l, a pesar de los esfuerzos y buenos propósitos de los c o n s e je r o s familiares. En los argumentos de la mayoría de los d em ógra fo s e h is to ­ r ia d o r e s de la f a m i l i a se encuentra im p líc it a la idea de q u e tanto la reducción e n e l tamaño de ia fa m ilia como ei s u r g i­ m iento del c o m p a ñ e r is m o en el m atrim onio eran "cosas b u e ­ nas" que separaban ei m undo racional p re sen te dei irracional pasado. El hecho de q u e estos informes sean a’n istóricos en su esencia por cuanto t i e n d e n a juzgar el pa sa do por ios criterios del presente., ha sid o e l tema central del argu m ento de la nueva generación de h is to r ia d o r e s de la familia, que pretende o fre ce r una descripción m ás sen sib le de los m o d e lo s de familias del pasado, investigadoras feministas han critica do en particular la

idea cíe q u e la lucha entre los sexos en el tema de ia r e p r o d u c ­ ción es, de algún modo, m enos im portante hoy día de lo que 1c fue en lo s siglos pasados. Las dicotom izaciones r a d ic a le s -lo tradicional contra lo moderno, lo irracional contra io racionalson claram ente engañosas c u a n d o se aplican a la h istoria del co n tr o l de la fertilidad. P r o b a b le m e n te resulte cie r to afirm ar que la infertilidad siempre se ha considerado com o un p r o b l e ­ ma y que la maternidad siem pre ha mejorado ia situación de la mujer. De la misma manera, se pu ed e decir que en ia sociedad m oderna ia falta de control de natalidad exacerbó las d e s ig u a l­ dades, m ientras que el uso d e a nticonceptivos fia b le s fue un m ed io de mejorar la condición d e la mujer. No obstante, la idea de que ios anticonceptivos puedan por sí solos superar las d e s i­ gualdades sociaies y económ icas ya no se considera s e ria m en ­ te. P o r otra parte, las contradicciones y complejidades p la n te a ­ das p o r fo rm a s de control de fe r tilid a d de alta t e c n o l o g í a se están em p ezand o a admitir. La advertencia expresada p o r p ri­ mera v e z po r ias feministas d e q u e las nuevas t e c n o lo g ía s de rep ro d u cció n tienen ia p o sib ilid a d cié usurpar el p o d e r r e p r o ­ ductor de la mujer, ha servido de recordatorio de que la r e g u la ­ ción de la fertilidad nunca es un tem a fácil. L os so c ió lo g o s y antropólogos pueden preguntar a sus su je­ tos de estudio sobre los temas m ás íntimos. El h is to r ia d o r en cam bio tiene que fiarse de la inform ación escrita en la que los relatos detallados del uso real de anticonceptivos son escasos. Por lo g e n e r a l lo que estudiamos en realidad es ia rea cción de los contem poráneos ai uso d e d ich os anticonceptivos. El análi­ sis de ias ideas y concepciones occidentales referentes a ia p r o ­ creación, a menudo sólo o f r e c e una aproximación a ias prá cti­ cas rea les . En cuanto a si éstas fu e r o n aceptadas o no, cada época las definió y ias ju zgó a su manera. Ei control de la f e r t i ­ lidad sie m p re ha sido un s ím b o lo y un síntoma de ca m bios en las relacion es de los hombres hacia las mujeres, y de la familia hacia la comunidad. ¿Tenían los h om b res las mismas m o t iv a c io ­ nes que las mujeres para r e g u la r la fertilidad? ¿Cam biaron los co n ceptos de maternidad y pa tern id a d a través de los años? ¿Se alteró el va lor económico de los hijos? ¿Trataron la Iglesia y la c o m u n id a d de influir en ias d e c is io n e s sobre r e p r o d u c c ió n ? Som os capaces de entender m e j o r una sociedad cu a n d o c o m ­ p r e n d e m o s los valores que da a ia limitación de la fertilid a d y

también a p r e c ia m o s m ejo r por qué incluso en épocas en que supuestamente no eran muy em pleadas, llamaban tanto la a te n ­ ción tales prácticas. Este estudio es la primera visión panorám ica de la historia del control de la fe rtilid a d desde el clásico trabajo de Him es de 1936. Mi p rop ósito, al recurrir a trabajos recientes sobre la h is ­ toria de la m ujer y sus aspectos m éd ico s y familiares, ha sido ofrecer una síntesis interpretativa accesible. En la última d é c a ­ da se ha p u b lic a d o un gran nú m ero de libros y artículos que tratan sobre el co n tr o l de la natalidad en el período m oderno; por esta razón he dedicad o particular atención a los a rg u m e n ­ tos m enos c o n o c i d o s que f u e r o n t e m a s de d is c u s ió n en ei mundo antiguo y medieval. En cada uno de los siete capítulos del libro -dedicad os a la antigüedad g r ie g a , el Imperio Rom ano, el mundo cristiano de occidente, la Edad Media, los principios de ia edad m o d e r n a en Europa, la industrialización de o c c id e n ­ te y el siglo X X - la intención ha sido hacer salir a la luz las c o n ­ secuencias intencionadas y no intencionadas del control de la fertilidad y su rela ció n con los m o d e lo s cambiantes de la fa m i­ lia y de las fu n c ion es de los sexos. La cuestión sigue siendo la misma; ias respuestas siempre difieren.

NOTAS 1 Peter Fryer, The Birth Controllers, (Stein and Day, Nueva York, 1965; Edward Shorte, The Making o f the Modera Family (Basic Books, Londres, 1976]; John Knodel y Etiene van de Walle, "Lessons r'rom the Past: Pollcy Impiications of Histórica! Fertility Stu­ dies", Population and Development Review, 5 (1979), pág. 227. 2 Brent D. Shaw, "The Family in Late Antiquity: The Experience of Augustine", Past and Prcscnt, 115 (1987), págs. 45-6. 3 Shirisy M. Johnson y Loudeil F. Snow, "Assesment of Reproducti­ ve Knowledge In an ínner City Ciinic", Social Science and M ed ici­ ne, 16 (1982), págs. 1657-62. 4 Martine Segalen, Histórica¡ Anthropology o f the Family (Cambrid­ ge University Press, Cambridge, 1986), págs. 164, 166. 5 A. M. Carr-Saunders, The Population Problem: A Study in Human Evolution (Clarendon Press, Oxford, 1922), pág. 214. 6 Norman E. Himcs, A Medical History o f Contraception (William and Wilkins, Baltimore, 1936), Pág. xii. Para otros puntos de vista véase John Caldwell, Pat Caidwell y Bruce Caldweli, "Anthropo­ logy and Demography: The Mutua! Reinforcement of Speculation

and Research", Currc-nt AnLropology, 28 (1987), págs. 25-43. 7 J. E. Goldthorpe, Famüy Life ir. Western Societies (Cambridge üniversity Press, Cambridge, 1987), Págs. 164-5. 8 Maicolm Potts and Fouru Bhiwandivyala eds. Birth C ontrol: Ar> International Assessment (MPT, Lancaster, Mass, 1979) pág. 51. 9 Riaz Hassan, Ethnicity, Culture and Fertility: An Exploratory Study o f Fertility Behavior a n d Sexual Beliefs (Chopmen, Singapur, 1980). 10 Lucile F. Hevvman, ed., Women's Medicine: A Cross Cultural Study o f Indigenous F e rtility Reguiation (Rutgers U n iv e rs ity Press, Brunswick, N.J., 1985; Wiliiam C-. Archer, Songs fo r the Bride: Weddirtg, Rites o f Rural India (Columbia University Press, Nueva York, 1985. 11 C. H. Brewer y Sandra T. Perdue, "Women Secrets: Bases for Reprodúctive and Social Autonomy in a Mexican Comnvunity", American Ethnologist.. 15 (198) págs. 84-94

El patrón de fertilidad en ia A ntig u a Grecia "A sí están haciendo siem p re muchas m u jeres , recetándose a sí m ismas" Hipócrates (c.400 A.C.), "Enferm edades de ias mujeres" Aunque Poiibio (c.150 A.C.), estrictamente hablando, no es un producto de ia época clásica, nos dejó !o que llegó a ser la descripción más fa m o s a del problem a d e m o g rá fic o de ia anti­ gua Grecia: En nuestro tiem po toda Grecia ha sido sometida a un bajo índice de natalidad y a un descenso general de la p o b la ­ ción, por lo que muchas ciudades han quedado desiertas y la tierra ha dejado de dar fruto, a pesar de que nunca ha habido ni guerras continuas ni epidemias. Si alguien nos hubiera aconsejado entonces preguntar a los dioses sobre esto, y averiguar lo que debíamos decir o hacer, con ei fin de aumentar la pobla ción y hacer ias ciudades más p o p u ­ losas, ¿no parecería absurdo, siendo evidente ia causa del mal y teniendo el r e m e d io en nuestras manos? Porq u e debido a que los hom bres han caído en tai estado de p r e ­ sunción, avaricia e indolencia que no han deseado casar­ se, o si se han casado para criar a sus hijos, com o regla general sólo tuvieron uno o dos, a fin de dejar a éstos en la opulencia y criarlos hasta consumir sus bienes, el mal ha crecido de fo rm a rápida e insensible.’ La queja de P o i i b i o en f a v o r de la n a t a lid a d su en a tan moderna que es difícil evitar la idea de que los griegos, en su preocupación p o r ia s o b r e p o b l a c i ó n o la baja d e n s id a d d e población eran "c o m o nosotros". Pero para ofrecer una historia

cultural del control de la fertilidad es n e ces a rio hacer algo más que sumar cada referencia de io que hoy p u e d a ser interpreta­ do como acto de anticoncepción. La fertilidad y las tácticas de co n trol son p r o d u c to s culturales. Ei h i s t o r i a d o r que intenta entender ias sociedades de antaño tiene que h a c e r un esfuerzo co n sc ien te pa ra e v ita r pla n tea rse la a n a c r ó n i c a cuestión de hasta que p u n to e s t u v ie r o n próximas a c o m p a r t i r nuestros valores y prácticas. Sin du da ciertos a ctos u tilizad os por ios g rieg os restringieron o alentaron ia fertilidad, p e r o para averi­ guar si ése era su p r in c ip a l objetivo o una co n secu en cia no intencionada tenemos que determinar có m o es ta b a n considera­ dos en esa época. L o 'q u e a menudo im p ortab a no era tanto el acto como ia estructura social de los v a lo r e s atribuidos a él y las respuestas individuales a tales valores. C o n ei fin de situar ei tema de control de fertilida d en su contexto social, inicio este capitulo con un análisis'fie ios papeles del h o m b r e y ia mujer en la familia g rieg a , continúo con ias actitudes hacia la procrca'clón y po r últim o repaso -a ia luz de lo que s a b e m o s sobre los conceptos fa m iliares y culturales de la é p o c a - la información disponible sobre control de fertiiidad. En el mundo antiguo las familias eran r e la tiv a m e n te pequeñas debido a una varied ad de causas. La e s p e r a n z a de vida era ~córta7 e n tr e v e in t e y tr e in t a años. Un e s t u d i o de restos de esqueletos en Grecia ha su gerido un p r o m e d io d e vida para los que so b r e v iv ía n a la infancia, de 45 años p a r a ios hombres y 36,2 para ias mujeres, pero estos números son dem asiado altos. Los ín d ices de n a ta lida d y d e m ortalidad p o r a ñ o rondaban entre treinta y cin co y cincuenta por mil. En io s buenos tiempos sólo se podía esperar un m odesto increm ento d e la población.: en los tiem pos malos los intermitentes f la g e lo s d e la guerra y el hambre aniquilaban generaciones enteras.2 La vida matrim onia! no era considerada p o r tod os como un placer. M u ch os hom bres elegían no casarse y aquellos que lo hacían tenían una familia pequeña. Dada la te m p r a n a edad en que se ca sa ba n las m u je res (entre ca to r c e y d ie c is ie te años) eran p o s ib le s cin co o seis nacimientos, p e r o se ha calculado que sólo nacía un p r o m e d io de cuatro niños p o r mujer, de los cuales sobrevivían dos o tres. Se han adu cido diferentes razo­ nes para explicar la baja densidad de p o b la c ió n , como la to le ­ rancia pública y, en el caso de Grecia, ei e l o g i o de la homose­

xualidad in c lu s o entre los h o m b re s ca sa dos. En Creía la h o m o ­ sexualidad era apoyada o fic ia lm e n te , según Aristóteles, co m o estrategia para reducir la p o b la c ió n .3 L o s heterosexuales im penitcntes te n ía n sus propias tá c tic a s. L a práctica generalizada de recurrir a cortesan as propo r c io n a b a un desahogo sexual a los hombres q u e n o deseaban dejar e m b a ra za d a s a sus esposas". E incluso si se concebían hijos, la m a ln u f n c ió n y'las"efffernTedades que s u f r í a n las madres d a b a n c o m o resultado un g r a n número d e .a b ortos_espontán e>os_. El t a m a ñ o d e la familia d e p e n d í a , pues, del alto índice de mortalidad y d e las restricciones d e fe r tilid a d que eran a m en u ­ do efe c to s n o buscados de p r á c t i c a s sociales contrarias a la procreación. N o obstante, el c o n t r o l d e natalidad era buscado 'por m uchos conscientemente. La m an ipu lación de la fertilidad era claram ente deseada y se creía p o s i b le .'1 Platón, por ejemplo, al res p on d er a la pregunta de c ó m o se podía asegurar la esta bi­ lidad de la po bla ción , manifestó: "E:5Tüso de decidir sobre la muerte d e sus hijos. Tai severidad era considerada de mal gusto desde los t ie m p o s de Livio (59 A C M 7 DC] y no fue puesta en práctica d u r a n te el imperio.3 Pero en teoría los hijos podían ser tratados c o m o esclavos, y el nacim iento de nu evos herederos de un s e g u n d o matrimonio siem pre planteaba a los hijos del anterior la am enaza de ser despojados de su herencia. Los r o m a n o s tenían una verdadera fijación p o r un ideal de h o m b re a g r e s i v o , viril y capaz de e je r c e r a u t o c o n t r o l} Para log rar estas cualidades los niños eran sometidos a una educa­ ción cru el y exigente?)Sin duda, en la práctica, la mayoría de las fam ilias s o lo tenían que enfrentarse a las fricciones g en e ra ­ cionales co m u n e s; pero la existencia de hogares llenos de ten­ sión, en lo s q u e la independencia de tos hijos sólo estaba ase­ gurada d e s p u é s de ia muerte del padre, hacía com prensible el temor de los rom anos por el parricidio. F.n te o r ía el padre era todopoderoso, pero, de hecho, en ias familias m á s p o b r e s no lo era. Entre ios ja ie b e y o s existía un mundo c e n t r a d o en la m ad re en el que ios niños llevab an su nombre, y s ó lo reconocían ai padre si era m iem bro deí hogar. Por su parte, ios hijos de la élite, una vez que salían de la casa paterna, se v e ía n libres de su tiranía. Adem ás, el p o d e r a g o ­ biante d e l p a d r e se veía lim ita d o p o r su co rta es p e ra n za de vida. Se c r e e que sólo la mitad de las hijas que se casaban en ia a dolescencia tenían a su padre v iv o todavía.5 Las p r e o c u p a c io n e s fa m iliares de los v a r o n e s rom an os se centraban fundamentalmente en la propiedad. N o consideraban n la familia c o m o una estructura "natural." La conservación del p iv 'iliy io y d e l patrimonio familiar, exigía, según ellos, ia a d o p ­ ción d i1e s tr a te g ia s matrimoniales, en las cuales, idealmente, las mujeres y los niños eran empleados como peones por padres y maridos cal» iilador.es. Según esto, la familia romana, aunque liiiüleimieiite conyugal y nuclear,, era, como su equivalente grie-

una unidad flexible su sceptible de ser expandida o contraif a f¡¡ruüia podía in clu ir esclavos, amas de cría, tu tores e hijos*iHoüiivoS: ademas de sus miembros "naiuraíes'' (m ujer e hij-.s), todos ellos sujetos a los dictados del p a te r fam ilias i Los m ie m b ro s , cíe la familia estaban unidos fundam entalm ente por tos intereses materiales^ para evitar que los bienes recayeran en terceros, estaba perm itido rec u rrir a m atrim onios e n d o g á m iRoma no era com o E g ip to , donde el matrim onio entre h e r ­ manos era común; pero los rom anos podían, igual que ios g r i e ­ g o s , casarse con las sobrinas.0

Ei matrimonio romanó era un acuerdo com pletam ente p riv a ­ rlo- 'ParaTós que~poseían bienes, su aspecto mas im portante era ~efcontrato de ¡a dote; creían que no existía ninguna razón para que los m atrim onios c o n c e r t a d o s no fueran fe lic e s al m ism o tiempo. La participación de los padres era necesaria ya que los romanos"creían, al igual que los griegos, que el orden fam iliar se aseguraba mejor si existía una diferencia de edad de cerca de diez años entre la pareja de cónyuges. Los datos re c o g id o s de e p it a fio s s u g ieren q u e , a u n q u e las j ó v e n e s r o m a n a s no alcanzaban la m adurez s e x u a l hasta los ca to rce años p o r lo menos, muchas se casaban a los doce, y la mitad eran esposas a los quince años. Sus m aridos, p o r otra parte, se desposaban ya entrados en la veintena. Esta disparidad en ed ad y experiencia daba a m en u do como r e s u lt a d o ia violación de a te rroriza d a s jó v en e s desposadas en su n o c h e de bodas.s I n t e r p r e t a c io n e s recientes sugieren que estos matrimonios prem aturos no eran tan frecuentes. Las hijas de 1a élite contraían m atrim onio muy jóv en e s por razones de su c e s ió n , pero las m u je res de clases sociales más bajas -cuya fu n c ió n era ser compañeras de trabajo ai mismo tiempo que esposas- se casaban más bien a partir de ios quince años.50 En ei E g i p t o romano la edad más común era de quince a dieciséis para las mujeres y a partir de los d i e c i o ­ cho para los hombres. El afecto entre los c ó n y u g e s era objeto de e lo gio , p e ro no se consid eraba absolutamente necesario para que la unión fuera perfecta. Si un matrim onio fracasaba, el divorcio era la c o n se­ cuencia lógica. La dote era devuelta con la mujer, p e ro no se seguía ia tradición g r ie g a p o r !a cual el padre se llevaba a la hija lejos del esposo. La costu m b re del divorcio no era necesa­ riamente señal de que los rom an os se preocuparan por la bús­

queda del a m o r y del afecto; m u c h a s veces su objetivo era sim ­ plem ente perm itir que se llevaran a cabo otras alianzas m atri­ moniales. Sin embargo, en caso de que la causa de un d iv o rcio fuera o b t e n e r ganancias m a t e r ia le s y se destruyera ia unión estable de una pareja, se co n sid era b a moralmente r e p re n s ib le ," Paul V e y n é )h a argumentado a c erc a de-los motivos para c o n ­ traer m atrim onio, que tuvo lu ga r un cambio gradual en ei siglo I D.C.: de casarse para ten er d e sc en d en c ia se pasó a casarse por' am or o afectó' entre'los c ó n y u g e s . Ciertamente, Séneca (4 A .C .-65 D.C.}, el filósofo estoico, y Piinio el Joven (61-112 D.C.), el fa m oso escritor de cartas, a d o p ta r o n un tono sentimental ai d is c u tir ei m atrim on io. La e s p o s a -antes clasificada c o n los criados- lle g ó a ser con el t i e m p o una especie de amiga. Pero s e r ta un e r r o r pen sa r que se h a b ía iniciado a l g u r T t i p o de rom anticism o. La distinción e n tr e el amor romántico y el amor entre co m p a ñ e r o s continuaba v ig e n t e . La rneta era la c o n c o r ­ dia, no ia pasión. Se tendía a a s o c ia r ei amor con ia lujuria irra­ cional de los am oríos e x t r a m a t r im o m s Ie s .,í Plu tarco (46-119 C.D.), por ejemplo, aclamó ají m atrim on io como un fr e n o a las pasiones sexu ales y com o e s c u e la de orden y m an sed u m b re . Po r su pu esto que tales e s p e c u la c io n e s idealistas eran un lujo limitado a ia élite. Ya que tradicionalm ente no se perm itía a los esclavos casarse, las personas q u e estaban legalm ente "c a s a ­ das" constitu ían una pequ eñ a p a r te de la población. Para las masas q u e v iv ía ri en unión libre^ es dudoso que ex istiera un cam bio de actitud hacia la unión conyugal. No obstante, en la práctica ocu rrió un cambio radical: a partir del siglo if el d e r e ­ cho a! m atrim onio legal fue a m p lia d o incluso a los e s cla vo s .n N o ha q u e d a d o ningún t e s t i m o n i o escrito por las m ujeres romanas, p e r o sabemos más s o b r e ellas de lo que antes se creía p o sib le .14 Los datos indican que era n más libres que las mujeres griegas, siem pre recluidas en sus ca sa s. A mediados del sig lo V A.C., p o d ía n heredar, se;' p r o p ie t a r ia s y legar b ie n es si eran legalm ente representadas por un hom bre. Aunque es im p o rta n ­ te no e x a g e r a r ia "libertad" de q u e gozaban las mujeres r o m a ­ nas, p a rec e que, aunque al p r in c ip io contraían m atrim onio bajo ei sistema de cum manü que da ba co ntrol de su dote a sus m ari­ dos, a pa rtir del sigio Ii A.C., r eten ía n con más frecuencia dicho c o n tr o i al ca sa rse sirte m a n u .'1 Las hijas de la élite rom a n a , según Hailet, también gozaban d e m a y o r estima que las g rieg as

¿ í , su c l a s e , y mantenían vínculos con ei padre, cuyo nombre l l e v a b a n . 14 in c lu s o d e s p u é s ciei m a t r im o n io s e g u ía n siendo m i e m b r o s de su f a m i i i a de origen.

N o era considerado excepcional que las esposas de familias de a b o le n g o sólo tuvieran un contacto lim ita d o con sus espo­ sos. La indiferencia en las relaciones conyugales no era causa de ansiedad.'-' La mujer buscaba en sus hijos -sobre todo en ios varones- el apoyo em ociona! que necesitaba. D e s d e luego, ei m avor podía estar más cercano a ella en edad que su marido. Aún así, ¡a cultura romana glorificaba a la m a d r e ideal como e n érg ica y racional, p e r o no más tierna co n sus hijos que ei padre. Si su matrim onio fracasaba, ia mujer rom an a podía obte­ ner el d iv o rcio con ia ayuda de su padre. A l separarse, se le devolvía ia dote llevada al matrimonio. Después de la muerte de su padre podía v o lv e r a casarse a su voluntad. Las viudas ricas tam b ié n podían v o l v e r a casarse, p e ro a lg u n a s optaban por tener amantes. En las leyes se hacía valer la subordinación y la d e fe re n c ia hacia los hom b res, pero en la p r á c t ic a -tal como a te stig u a ro n las b io g r a fí a s de Fulvia, M e s a lin a y A grip in aalgunas mujeres romanas disfrutaban de una g ra n independen­ cia. Algunas creencias populares atribuían a las mujeres pode­ res casi m ág icos. Su leche, afirm aba P lin io el V iejo , (23-79 D.C.), crédulo co leccion ista de inform ación esotérica, curaba fiebres y gota, su pelo quemado servía para aliviar verrugas y úlceras, y su flujo m enstrual -lo más p o te n te de todo- podía matar gusanos, sabandijas y escarabajos, d e s t r u i r cosechas, arruinar colmenas, em pañar espejos, oxidar m etales, desafilar navajas y causar abortos a las yeguas.18 A pesar de estos supuestos poderes, las m ujeres romanas, ai igual que los hom bres, estaban destinadas a una vida breve. A lr e d e d o r de la mitad de ia población llegaba a los veinte años, un t e r c io a ios cuarenta, un sexto a los sesenta años. Ei alto índice de mortalidad significaba que muchos quedaban viudos y v o lv ía n a casarse.13 Pocos niños tenían a sus abuelos vivos. A s e g u r arse la sucesión familiar v ver ñor lo m e n o s a un descen­ diente que sobrevivía a la adolescencia era só lo un sueño, una ambición, nunca una certeza. Los romanos se casaban para tener una fam ilia, o como lo expresó el médico Sorano d e fo r m a poco romántica: "las muje­ res n orm a lm e n te se casan para tener hijos, no po r placer".'"

Aulo Geíiio ( C .1 3 0 - C . 1 8 0 ) declaró que las parejas hacían e ! ju ra ­ mento de casarse para tener descendencia, y rec ord ó que por eso un m arido se había d iv orcia d o de su amada esposa al d e s ­ cubrir que era estéril.21 P e ro había otras razones mucho más prácticas p o r las que las parejas romanas querían tener hijos y asegurar su supervivencia. La conservación de la casa dependía de ellos, así corno ei mantenimiento dei patrimonio, la su pervi­ vencia del a pellid o familiar, ia posibilidad de nuevas alianzas familiares, ei cuidado de los m ayores en su vejez y la ejecución de los ritos funerarios después de su f a l l e c i m i e n t o . E l hijo lle ­ vaba a cabo las esperanzas y los planes de la familia. Se decía que el contrato de m atrim onio de ia mujer era una carga, pero la provisión de ia dote y las alianzas que cimentaba eran consi­ deradas un éxito social para la familia. La fertilidad era alabada y r e c o m p en sa d a . La m a t e r n id a d rea lza ba la c a t e g o r í a cTi 1ai mujer y durante ei g o b ie rn o de A ugusto se concedían privile-] gios a las mujeres que tenían más de tres hijos. Los h erederos eran tan importantes que los rom anos tolera ­ ban una curiosa variedad de arreglos matrimoniales con tal de tener descendencia. Había casos excepcionales de esposas f é r ­ tiles que eran "compartidas". Plutarco dejó un relato sobre un hombre, Catón, que se d iv o rció de su mujer, Marcia, para que ella pudiera casarse con un a m ig o y darle un heredero, y d e s ­ pués v o l v e r a casarse con C a t ó n .23 Se co n o c e n v a r io s casos famosos de hombres que hacían alianzas y casaban a sus m uje­ res embarazadas con amigos; por ejemplo, Livia ya había q u e ­ dado embarazada de Claudio N e r ó n antes de su m atrim onio con Augusto. "’ San Agustín (354-430 D.C.j también inform ó de casos de "madres sustituías" en el im perio cuando una esposa estéril daba p erm iso a su marido para tener un hijo con otra mujer que luego criaba ella como p r o p io .25 El tem or de los h om b res de no legar sus b ie n e s a ¡os h e r e d e r o s le g ítim o s in d u jo a realizar prácticas igu a lm en te in n o v a d o r as.. Los m aridos se mostraban preocupados p o r ias historias de adulterio que daban a menudo como resultado pretendientes ilegítimos y abortos que destruí­ an a los legítim o s herederos. En ocasiones, algunos embarazos eran vigilados. Las viudas que estaban bajo sospecha o sostení­ an estar embarazadas, eran encerradas hasta el parto por los parientes p a ra im p e d ir una su p la n ta c ión m e d ia n t e un n iñ o abandonado.26

Si una pareja no tenía hijos naturales, siem pre podía rec u i n ¡ a la a d o p ció n . Ciertamente, en la 'l e g is la c ió n del e m p e r a d o r A u g u s t o , que requería que un h om b re fu e r a "padre" para o o i a r

a ciertos puestos, había que poner en p r á c t ic a tales e s t r a t e g ia 1. El ob jetivo de la adopción era fu ndam entalm ente, tanto para lo s ' g r i e g o s c ó m o - para los ro m a n o s / c o n tro la r ei patrimonio. F r e c u e n t e m e n t e los yernos eran ad op ta d os c o n esté tín. A u g u s t o , sobrino-m eto de César, fue declarado c o m o hijo en ei te s ta m o n to de éste p o r razones políticas. La a d o p c i ó n era otra señal d e l p o d e r d e l p a d r e en ia medida e n q u e s e podía utilizar p a r a usurpar el lugar de un heredero le g ít im o ; Cicerón, (106-43 A . C . ) y Ulpiano {200 D.C.) atacaron por c o n s ig u ie n t e ia crueldad ele los hom bres que adoptaban hijos con el fin de desheredar a su s propios hijos.” No.obstante, en el cu rso n o rm a l de los a c o n t e c i ­ m ientos, un r o m a n o s e .c a s a b a ."p a r a t e n e r hijos", c o m o e r a debido, y no contemplaba las ideas de a d o p c ió n ni de sustitución. Si parecía necesario restringir o aum en tar ia fertilidad, la p a r e ja normalmente recurría a la ayuda de la m a g ia o de la medicina.

rLós

rom a n o a d ep en d ía n en gran m e d i d a .deja m e d ic in a .g r ie ­ ga para co m p ren d er la reproducción -d e sd e luego, los m e j o r e s médicos del im perio eran griegos- p e r o lo s romanos t e n d ía n a tener una opinión más pesimista en cu e s tio n e s de salud. L o s textos h ip o c r á tic o s suponían que el c u e r p o era b á s ic a m e n t e saludable y no resaltaban la necesidad d e moderación. P e r o l o s m édicos que practicaban su profes ión en Roma, como G a l e n o , tendían a presentar el cuerpo como en un continuo p r o c e s o d e deterioro, y simplemente equiparaban la salud con la a u s e n c ia de enferm ed ad . Los pacientes estaban claramente p r e o c u p a d o s por su fragilid ad corporal y exhibían un acusado interés en d i e ­ tas y r e g ím e n e s .28 En este contexto se d e b e ubicar la c o n c e p ­ ción rom ana de la procreación. S e r a n o de E fes o, un médico g r i e g o q u e practicaba e n la época de Trajano (98-117 D.C.) y A d r i a n o (117-38 D.C.), f u e el m ejor escritor rom ano de temas g in e c o l ó g i c o s . Utilizó la s a b i ­ duría de ios anatomistas alejandrinos p a r a descartar la idea d e l útero en m ovim iento y rechazó las id e as d e Hipócrates r e la t iv a s a los hu m ores y polaridades sexu ales. N e g ó que las m u j e r e s tuvieran semen, ai tiempo que discutía la opinión de A r is t ó t e le s de que los hom b res y las mujeres eran radicalmente d if e r e n t e s . C ontradiciendo a los escritores h io o c r á t ic o s ciue insistían e n la

idea de que la salu d femenina dependía de una menstruación regular, Serano l l e g ó a afirmar que ésta era básicamente n o c i­ va. Señalo que íasliiüjé reTTantantes,-atletas-y muchas mujeres robustas jó v e n e s y adultas no menstruaban. Igualmente, restó importancia a la insistencia cíe Hipócrates en la necesidad de la mujer de tener re la c io n e s sexuales. La_virginidad era saludable, y el coito a go ta d o r. "Tanto la menstruación' c ó m o e l embarazo son útiles para la prop agación de la especie humana" -escribió" p e r o c i e r t a m e n t e no son sa lu d a b les p a ra la m a d r e " . M Los embarazos Iban acom pañados de trastornos y antojos y causa­ ban senilidad prematura. La mujer que envejecía antes de tiem ­ p o p o r n u m e r o s o s p a r to s era c o m o un c a m p o es q u ilm a d o . S o ra n o r e c o n o c í a q u e las p re s io n e s so c ia le s para casarse y t e n e r hijos e r a n a bru m a dora s; su c o n s e jo era que la buena esposa y madre fu era suficientemente sabia para conservar su salud mediante la insistencia en abstinencias periódicas.30 ¡■''Galeno de P é r g a r p o (129-99 D.C.), acompañante del empera d o r Marco A u r e lio y el rr.ás influyente de los antiguos anato­ mistas, presentó una interpretación del coito ligeramente d if e ­ ren te. O fr e c i ó e s e n c ia lm e n t e una sín te s is de ias teorías de A r is t ó t e le s e H i p ó c r a t e s sobre la c o n c e p c ió n , a cep ta n d o la importancia de ios hum ores y la teoría de ias dos simientes en la procreación.31 A u n q u e al igual que Aristóteles, suponía que la m u je r carecía d e c a l o r y co nfu ndía el flu jo menstrual con el "sem en" de la mujer, reconoció la im portancia de los o v a rio s.” N e g ó ia capacidad del útero para " v a g a r " p o r el cuerpo, m ie n ­ tras sostenía la idea de que era la sede de ia mayor parte de las en fe r medades de la mujer.33 Afirmó, en oposición a Sorano, que si el semen o la m enstruación no eran expulsados podían resul­ tar altamente n o c iv o s . La retención de la simiente era, según él, una "ca rg a " para la m ujer y podía ser causa de histeria. Las relaciones sexuales eran, pues, necesarias para la salud.34 "Es evidente -concluía- que una persona casta no se complace en el coito, sino que io hace con la intención do aliviar su necesidad, com o si no estu viera asociado con el pla cer".“ - a literatura m é d ic a sugería que los rom anos, lejos de ser ir r e fle x iv o s h e d o n is ta s , se a p roxim a b a n a ia sexualidad con cierto desasosiego. Tanto si seguían a Galeno como a Sorano, llegaban a la c o n c lu s ió n de que la p ro c r e a c ió n era un asunto problemático. Pero, al mismo tiempo, tales escritos transmitían

la certeza de que los doctores p o d ía n ofrecer consejos a a q u e ­

llos que buscaban ¡a forma de co n cebir, consejos que n o r m a l­ mente complementaban o com p etían con la sabiduría p o p u la r . A l g u n o s hacían grandes esfu erzos para asegurar la fe r tilid a d

de la esposa,36 Sorano daba p o r h e c h o que incluso a n te s del m a trim on io , la familia del n o v io en viaba comadronas p a r a e x a ­ minar el útero y la fisonom ía d e la futura esposa. S o r a n o no tenía nacía q u e decir en contra de esta costumbre, p e r o atacó com o inútil la práctica de p o n e r a prueba la fe cu n did ad d e la mujer por m ed io de fu m igaciones y supositorios. Una v e z que

la pareja se casaba y mantenía rela cion es sexuales, se pla ntea ba la cuestión de qué posiciones eran Jas más ventajosas. S ora n o a firm a b a (c o m o lo había h e ch o ei fil ó s o fo L u crec io), q u e los esp osos debían aparearse com o los animales, a tergo, sí q u e ría n

garantizar la concepción. La o p in ió n contraria fue p r e s e n ta d a

por Artem idoro (106-43 A.C.) en La interpretación de ios sueños, donde catalogaba una variedad de posturas, pero co n clu ía que

"los hombres inventaron todas ias dem ás posturas c o m o r e s u l­ tado de su desenfreno, de sus a petitos licenciosos, de su in t o x i­ cación, y que sólo la posición cara a cara les fue en señ ad a por la naturaleza". ’f Otra p r e gu n ta era cuál p o d ía ser el tiempo más p r o p i c i o . Pablo de Egina siguió a Galeno al declarar que el co ito era "el mejor rem edio posible para la m e la n co lía " en ia m edida q u e ali­ geraba la plétora, fomentaba el crecim iento, restauraba ei a p e ­ tito y liberaba la mente. Pero para soportar sus dem and as -p a r ­ ticu larm ente para a q u e llo s d e d i s p o s i c i ó n s e c a y f r í a - se requería i n g e r i r com id as c á l i d a s c o m o m olu sco s, h i e r b a s , nabos, le g u m b r e s , guisan tes y ju d ía s . Después d e c o m e r y antes de d o rm ir era, según él, el m e jo r momento para e i coito: "Es también el mejor momento para la procreación en m u ch os aspectos, y p o rq u e al quedarse d o rm id a es más p o s ib le q u e la mujer retenga el semen".35 U n b a ñ o caliente o un m a s a je que relajara a la m ujer era también c o n ve n ien te según Sorano. Los m édicos romanos p r o p e n d ía n a seguir a H ip ó c r a t e s en la-creencia d e que tanto h o m b r e s c o m o m ujeres p r o d u c í a n semen. El vocabulario sexual latino contenía muchas a n a lo g ía s agrícolas que se referían al "a ra r" d el hombre y al " m o l e r " de las mujeres.” Se d e scribía a amb o s sexos desem peñando p á p e ­ los activos. O ribasio y Galeno a firm ab an que las m ujeres sabían

c u á n d o concebían. P íin i o el Viejo y L u c r e c io s e ñ a ia r o n que algunos tipos de es te rilid a d se debían a incom patibilidad.40 A l igual que Sorano y G a len o, creían que el placer de la m ujer era necesario para la p r o c r e a c ió n . Según Sorano. ei útero se d ila ta ­ ba "en el deseo dei c o i t o para recibir e l semen".'" La fu n c ió n vital del clítoris estaba bien entendida. En caso de im p o te n c ia los médicos recomendaban el co n su ­ m o de raíz de narciso, garbanzos., piñones, semilla de o r tig a o anís, y bebidas de pim ienta, ruqueta y azafrán. Plinio el V iejo i n f o r m ó sobre ias c r e e n c i a s popu lares de que las pa tas del cocodrilo, la mirra, la ruqueta, la pimienta, el sudor de y egu a, y los testículos secos d e caballo actuaban co m o afrodisíacos, que el m uérdago ayudaba a concebir a la mujer, y que las bebidas hechas con !a savia de pulguera y ei cardo garantizaban el n a ci­ m iento de un varón.42 La fecundidad era tan importante, que algunos, co n ven cid os de que su esterilidad era causada por sus enemigos a través de m ag ia negra, se p r o t e g ía n con talismanes y colgantes. El poeta O v id io (43 A.C.-17 D.C .) habló de hechizos -hechos con nudos, b e b i d a s v e n e n o s a s y c o n ju r o s - que se usaban para ca u sa r im potencia.43 Por el contrario, la orina podía ser usada m edicamente, según su gería P lin io el Viejo, especialmente "la de eu nu ­ cos, para contrarrestar el hechizo que im p id e ia fe cu n d a ció n ".14 N o obstante, P lu t a r c o a d v ir t ió a las m u je r e s que no usaran pociones de amor ni m a g ia con sus esposos.45 Para favorecer el pa rto, también era frecuente utilizar algo de magia. Se creía que sentarse ai iado d e una mujer em b a ra za ­ da con ias piernas c ios dedos cruzados prevenía el parto p r e ­ maturo. Plinio el V ie jo informaba en su catálogo de creencias p o pu lares lo s ig u ie n te : "Se dice que un parto difícil term in a rápidamente si so bre la casa donde se halla la mujer se tira una piedra o proyectil q u e ha matado a tres seres vivos de un g o lp e a cada uno -a una pe rson a , a un jabalí y a un oso".'16 La raíz de pa m p orcin o usada c o m o amuleto también aceleraba la e x p u l ­ sión, según algunos.47 __ Si la prim era p r e o c u p a c ió n de la pareja romana era ten er hijos, la segunda era no tener dem asiados. Aunque se esperaba que llegaran pronto d esp u és del casamiento, a la élite rom ana no le hacía mucha g r a c ia la idea de p o n er en peligro su c iv iliz a ­ do y urbanizado estilo de vida por una horda de niños. La eos-

tumbre q u e requería la división equitativa del patrimonio entre ios hijos era 1a razón principal p resen ta da normalmente parn e x p l i c a r el tamaño reducido de las familias romanas. Incluso los intentos intermitentes del estado para incentivar el crecimiento de la población eran inútiles. La rev oca ción de sanciones, io que habría fo rz a d o al poeta Sexto Propertius (c.50-16 A.C.) a renun­ ciar a su amante, le indujo a regocijarse de la siguiente forma: La le y p o r fin ha sido derogada, esa amenazadora ley que p o d r ía haber separado vio len tam e n te un corazón de o tr o corazón amante, aunque r,i el mismo Júpiter p o d r ía separar a los verdaderos amantes... N o e n g e n d ra ré hijos para a u m en tar ia gloria de Roma; N o hablarán de mis hijos ios historiadores... D éja m e ser tu única alegría; c o n t ig o a mi lado N o n e ces ito hijos para alimentar m i orgullo48 Sin em b a rg o, la mayoría de los q u e cuestionaron ia sabidu­ ría de una excesiva descend encia estaban motivados, no p o r razones románticas, sino p o r ia co m p r e n s ió n realista de que dem asiad os hijos eran una am en a za para el orden doméstico. Pimío el Joven señaló que vivía en "una era en la que incluso un hijo era considerado una ca rga".43 S én eca los llamaba una o b l i­ gación cívica .50 Los viudos y viudas sin hijos cuya edad g ara n ti­ zaba que su patrimonio no tendría q u e ser compartido con d e s ­ c e n d ie n t e s , eran, según los e s c r i t o r e s satíricos, los b la n c o s favoritos de cazadores de fortunas. "N a d ie cría hijos -afirmaba P e tr o n io - p o rq u e cualquiera que t e n g a descendencia p rop ia nunca es invitado a cenar o a ir al t e a tr o ".51 incluso ¡as supues­ tas v e n t a ja s de tener hijos e r a n cu estio n ad as. "La cosa más fatua d e l mundo -afirmaba Séneca despectivamente- es casarse y t e n e r h ijo s para perpetuar el n o m b r e o tener ayuda en la vejez, o para asegurarse de tener un h e re d e ro " . M A p e sa r de que la limitada in fo r m a c ió n existente hace im p o ­ sible pre sen ta r cifras exactas, es p r o b a b l e que ias parejas r o m a ­ nas de la élite disfrutaran un p r o m e d i o de, por lo menos, quin­ ce años de vid a conyugal, p e r o ra r a m e n te tenían más de dos o tres hijos. En efecto, casi todos los em peradores entre los años 14 y 200 D.C. tuvieron que a d o p t a r herederos. La m ayoría de las inscripciones funerarias in d ic a b a n sólo uno o dos hijos por

familia. T e n e r tres o más era c o n s id e r a d o e x c e p c i o n a l . 53 La extraordinaria infertilidad de la élite r o m ana ha sido atribuida a mncoas r a z o n e s , desde d e g e n e r a c ió n racial hasta e n v e n e n a ­ miento p o r p lo m o , pero ia a u s en c ia de datos ha d e sc a rta d o t.alíys i n t e r p r e t a c i o n e s . " N o o b s t a n t e , es ig u a l m e n t e d i f í c il determinar con precisión los resultados ce ios esfu erzos co n s­ cientes para controlar la fertilidad; lo que sí está claro es que se hicieron e s fu e r z o s en este se n tid o . D e b id o al alto ín d ic e de mortalidad infantii los .romanos no podían, por supuesto, co n ­ centrar el nacim iento de sus hijos en unos cuantos años en la confianza d e que uno o dos so brevivirían .53 Se veían ob liga d o s a buscar so luciones más flexibles de acuerdo con las circunstan­ cias, d a n d o p o r supuesto que c u a lq u ier tipo de in terve n ció n durante ei p e r ío d o entre la co n ce p ció n y ei nacimiento era l e g í ­ tima, En m u chos casos se tom aban medidas para espaciar ios embarazos o interrumpirlos cu ando resultaban in op ortu n os o peligrosos. Para los romanos el problem a no era sólo concebir o ¿no, sino im p e d ir o, por ei contrario, incentivar la concepción, la gestación, el aborto y la superviviencia infantil. "£] co ntrol de ia fertilidad",-afirma Brent D. Snavv-, se limitaba jSfm u ch as familias a las soluciones.prácticas de.matar, v e n ­ der o a b a n d o n a r a los hijos e x c e s iv o s que s o b r e v iv ía n " . 56 El aba « d o n o e r a la forma más d r a m á tic a de d e s h a c e r s e de los hijos no deseados. Esta práctica se insinúa de fo rm a confusa en el romántico relato de Longo so b re la crianza de Dafnis por una cabía_y de C loe entregada a unas ninfas.57 El historiador Tácito (55-320 D .C.) fue más directo cuando hizo una pausa en su d e s ­ cripción d e las "crueles y absurdas" costumbres de los -judíos país adm itir que por lo m enos tenían una costum bre digna de elogio: " tie n e n ia intención d e aumentar su población; ya que consideran un crimen matar a los hijos tardíos".58 Los egipcios también se oponían al abandono de recién nacidos, lo que con­ sideraban una costumbre g r ie g a . Los niños r es ca ta d o s en el Egipto r o m a n o eran a menudo llamados Copreus, que significa 's a c a d os d e un lugar a s q u e r o s o " , en r e c u e r d o d e l lu g a r de donde habían sido recogidos.59 ;Por " h ijo tardío" Tácito se refería a un niño que inesperad a­ mente aparecía en escena después de que su padre había redac­ ta d » su testam ento. Un padre r o m a n o no mataba a este hijo, p e r » estaba en su derecho de abandonarlo si lo deseaba. Para

un ciudadano romano el ritual era "a c e p ta r" al niño r e c o g ié n ­ dolo del suelo donde lo dejaba la co m a dron a en cuanto nacía. Los intereses familiares, interpretados p o r los p ater fam ilias, dictaban si et bebé era aceptado o no. Las mujeres viudas y s o l­ teras de la élite gozaban del mismo p r iv ileg io . Sorano sentía desprecio p o r los g e r m a n o s y los escitas que sólo criaban a los recién nacidos que so b rev ivía n a la prueba de un baño helado, pero aceptaba que los b e b é s anormales fueran de sp a c h a d os p o r la c o m a d r o n a o a b a n d o n a d o s por r azon e s eugenésicas".60 Suprimimos la p ro g e n ie monstruosa -afirmaba tranquilamente Séneca- y ahogam os a los recién nacidos d é b i­ les y anorm ales” .55 N o obstante Séneca e x p res ó la ambivalencia de los romanos sí preguntar: ¿Se comportaría un h om b re con sus hijos tan injustamen­ te com o para cuidar más de un hijo saludable que de otro en ferm o, o de un hijo alto de estatura excepcional más que de otro de estatura baja o mediana?... Los padres se inclinan más afectuosam ente hacia a qu ellos por los que sienten compasión. La virtud, asimismo, no ama necesa­ riamente más aquellas de sus obras que ve en peligro y con graves problemas; pero, com o los buenos padres les presta más cuidados.52 Séneca hablaba de un niño, no de un recién nacido, pero la preocupación que expresa implica que no se recurría al a b a n ­ dono sin un m otivo justificado. "Los p o bres no crían hijos", declaró Plutarco, pero existen pocos datos de que la gen te recurriera al abandono, excepto los d e s e s p e r a d o s ." T a m p o c o de b e ría s u p o n e r s e que puesto q u e algunos niños eran abandonados, los restantes no eran aprecia­ dos y amados. "Otros los abandonan en algún lugar solitario", afirmaba Filón (30 A.C. -40 D.C.), el filó s o fo del judaismo h e lén i­ co, con la esperanza, dicen, cíe que sean rescatados, pero en re a lid a d d e já n d o le s q u e su fran un d e s t i n o h o r r ib le ".64 P e r o incluso los más pobres abrigaban la rem ota esperanza de q u e un niño abandonado fuera encontrado y adoptado. La prueba de que muchos sobrevivían se halla implícita en la existencia de leyes que trataban de sus derechos y ob lig a cio n es .65 T o d o p a r e c e in d ic a r q u e se a b a n d o n a b a n más niñas q u e

niños. En una carta, por lo dem ás irrelevante, escrita en Egipto bajo el d o m in io romano, Hilarión ciaba instrucciones ex cep cio­ nales a su esposa Aiis: "Si, co m o puede suceder, das a luz un niño, si es varón, déjalo que viva, pero si es niña, abandónala".66 Un m arid o, en !a M etam orfosis de O vidio decía, de fo rm a simi­ lar, a su esposa: "Si por casualidad tu hijo resulta ser una niña -siento d e cirio , y ojalá sea p e rd o n a d o por mi acto im pío- deja que ia m a ten ".67 Algunos han ido más lejos ai sugerir que quizás un 10 ó 20 por ciento de ias niñas recién nacidas eran abando­ nadas, p e r o no existen suficientes datos de desequilibrio en la p r o p o r c ió n de sexos.63 De todos modos, la aceptación pública del p r i n c i p i o de a b a n d o n o era una d e m o s t r a c ió n c la r a de! p o der del p a dre romano. El abandono de niñas recién nacidas era un eslab ón en la cadena de explotación sexual de las rnuje­ res que conducía a la esclavitud y a ia prostitución. A fin a le s de la república, la p r e o c upación por aumentar la población condujo a la aparente invención de la "iey de Hornil­ lo" que se oponía al abandono de los varones y de la primera hija.39 En tiem pos de Severo (193-211 D.C.), los abandonos eran co n sid erad os como asesinatos aunque todavía no eran co n d e ­ nados oficialm ente. En el 318 D.C., Constantino declaró que el asesinato de un niño por su padre era un crimen, p e r o no exis­ tía una postura clara sobre el infanticidio. A fines del sig lo IV, Valen tin ia n o, Valente y G racian o condenaron el asesinato de niños, y los padres que abandonaban a sus hijos perdían desde entonces sus derechos sobre ellos. Pero incluso los em p e r a d o ­ res cristianos permanecieron ambivalentes en el tema de! aban­ dono; en el 529 D.C. Justiniano sólo lle g ó a prohibir esclavizar a los niños abandonados.70 El a b a n d o n o era, para el p a d re e g oc én trico, la fo r m a más sencilla d e c o n tr o l de f e r t ilid a d . P o d ía e n g e n d r a r t o a o s los hijos que quisiera y luego abandonar el excedente. Según es de suponer, las mujeres romanas compartían estoicamente la cr e ­ encia de que, para p r o teg e r el bienestar del hogar, ias circuns­ t a n c ia s p o d í a n r e q u e r i r el a b a n d o n o d e a l g u n o s r e c i é n nacidos.71 P e r o obviamente habría redundado más en beneficio de las m u je res si hubieran usado anticonceptivos para evitar em barazos o abortivos para interrum pirlos, en v e z de e n fr e n ­ tarse a ios r ie s g o s fis io ló g ic o s de llevar un em barazo hasta el final y a la ca rg a psicológica de abandonar al recién nacido.

Las mujeres de c lases so ciales elevadas, tenían motivos para estar más interesadas en la anticoncepción. F n prim er lugar, tendían, a casarse más jó v e n e s que las ple b e ya s y por lo tanto su período de fertilidad era potencialmente más largo. Se incli­ naban menos a amamantar a sus hijos, p r iv á n d o s e así de la p r o ­ tección natural c o n tra el em barazo a so c ia d a c o n la lactancia prolongada. Y finalmente, podían acariciar la esperanza de que al restringir su fertilidad garantizarían mejor ei patrimcmio de los hijos ya existentes. Desde luego, sus intentos para limitar la fami­ lia sugieren no tanto una aversión por los niños como una preo­ cupación por su bienestar. En resumen, tenían mucho que ganar al restringir la fertilidad, y mucho que perder si no lo hacían. Esto no q u ie r e d e c i r , p o r supuesto, q u e las m ujeres sin medios económ icos no tu vieran motivos p o r igual para tratar de evitar em barazos no deseados. D ion C r is ó s to m o , al notar que algunas mujeres nacid as libres r e c o g ía n niños abandona­ dos para encubrir su esterilidad, afirmaba: pero en el caso de m ujeres esclavas, por otra parte, algu­ nas destruyen al hijo antes de nacer y otras después, si pueden hacerlo sin ser sorprendidas, e incluso alguna vez con la complicidad de sus maridos, para no verse involu­ cra da s en el p r o b l e m a de criar a los h ijo s además de soportar su propia esclavitud. Desafortunadamente, son extrem adam ente raras las fuentes que describen experiencias sobre la maternidad de las clases bajas. El hom bre estaba in teres ad o p rin c ip a lm e n te en el número de hijos entre los cuales se dividirían sus bienes; la mujer, p o r su parte, también se p r e o c u p a b a por el n ú m e r o de hijos que tendría y cuándo, p e ro p o r diferente m otivo: su salud dependía de ello. Tales p reocu pa cion es se hallaban refleja da s en la llama­ da hecha por Sorano y O ribasio para ei espa cia m ien to de los hijos, o por lo m enos para el aplazamiento d e l matrimonio de las jó v en e s.73 La fo r m a más sencilla de p o s p o n e r o espaciar los na cim ien tos era a b s t e n e r s e de rela c io n e s sexu ales. A lg u n o s maridos eran ascetas. Plutarco alabó la práctica de la abstinen­ cia con la esposa c o m o entrenamiento para prescindir de otras m ujeres.74 Los más p ru d e n te s optaban p o r una dieta especial para amortiguar el deseo. Una dieta seca, una cama dura y reln

tos sombríos eran r ec o m en d a d o s por S e r a n o . Pablo de Egina afirmaba que v e g eta le s fr ío s como la ruda, ia lechuga, y la lina­ za entorpecían los apetitos venéreos, un pia to d e piorno atado a los genitales preven ía sueños estimulantes y los polvos de ruda o p im ie n to silv e s tr e r o c ia d o s sobre la c a m a garantizaban la continencia.75 Los hombres pa recían más interesados en los beneficios que la abstinencia ofre cía a-su salud que en la p r o t e c c ió n contra los em barazos que ésta p ro m e tía a sus esposas. Epicuro decía que to d o tipo de coito era m alo. Rufo de Efeso (100 D.C.) le seguía m u y de cerca y s e ñ a ló que la pérdida de c a l o r que sufría el hom bre, pero no ia mujer, era causa de in d ige stión , pérdida de m em oria, esputos d e s a n g r e y debilitam ien to de la vista y el o í d o . 75 Sprano estaba d e acuerdo en que el c o it o excesivo era p e lig ro s o . Celio A u r e lia n o , quien tradujo y a b r e v ió a Sorano, a fir m a b a que ei a cto c a rn a l contribuía a c o n t r a e r pleuresía, apoplejía, iocura, parálisis, nefritis y h em orra gias. Y al rebatir el argum ento de A s c le p ía d e s que consistía en afirmar que el coito podía curar ia epilepsia, volvía sobre el tem a asegurando que el coito mismo era un caso de "epilepsia m e n o r" : Porque causa m o v im ie n to en las partes c o m o el que pro­ voca la epilepsia; va r io s órganos se ve n sujetos a espas­ mos, 1c que va a c o m p a ñ a d o de jadeo, s u d o r e s , ojos en blanco y rubor. Y la realización dei coito t ra e consigo un sentimiento de m alestar, palidez, debilidad o depresión. El coito, co n clu ía, e x a c erb a b a la loc u ra , " p o r q u e no sólo priva al cuerpo de en e r g ía , sino que perturba el alma".71 Celso (20 D.C.) siguió una lín ea más moderada al a rgu m entar que, a u n q u e el coito p r o d u c ía cansancio, sólo h a b í a que evitarlo durante el día, en el v e r a n o y antes del trabajo y de las comidas. "D esd e luego ei co n cu bin a to no debe ser d e s e a d o en exceso, ni excesivam ente t e m id o ; practicado o c a s io n a lm e n te fortifica el cuerpo, y frecuentem ente, lo relaja".?s A liñ e Rousselle a firm a que el temor a lo s excesos sexuales era importante, va q u e tenía como consecuencia una reducción de ia frecuencia del coito: "Este es, sin duda, uno de los facto­ re s responsables, p o r p a r te del hombre, d e l descenso en el número de nacimientos entre las ciases altas d el imperio rom a ­

no"-79 Es d ifícil imaginar, sin e m b a r g o , cómo se pndrí.'i p r o b a r o refutar esa teoría. La abstinencia puede haber sid o empleada sólo m ien tras la esposa amamantaba para asegu rarse de que una concepcíón no secara su producción d e leche. Los médicos r e c o m e n ­ daban que los niños en las fam ilias cié la élite fueran a m a m a n ta ­ dos hasta los tres años.30 Se a c o n s e ja b a la continencia s e x u a l puesto que era sabido que el c o ito "echaba a perder” la le c h e . Si se h u b ie ra seguido ese c o n s e jo se habría producido c l a r a ­ mente un espaciamienío de los nacimientos, pero las m u je r e s de la élite preferían no dar el p e c h o a sus hijos. En contraste, Tácito e lo g i ó a las madres g erm an as, que criaban a sus n u m e ­ rosos hijos "en la desnudez y en la escualidez llegando a a d q u i ­ rir una en verga du ra en sus m ie m b r o s y su cuerpo que resulta asombrosa para nuestro pueblo. La propia madre am am anta a cada uno d e sus hijos, que no son entregados a niñeras o am a s de cría".1’5 Plin io el Joven y Séneca, q u e nó tenían hijos, s u g i r i e ­ ron que las mujeres recurrían friv o la m e n te ai control d e n a ta li­ dad sim p lem en te por motivos e g o ís ta s .82 Los datos sugieren que sería más acertado decir que las mujeres cambiaron los m é t o ­ dos de protec ción naturales po r los artificiales.*3 Si una e s p o s a se decidía a am am an tar, o por alguna o t r a razón d e s e a b a abstenerse d el c o i t o , su esposo podía b u s c a r gratificación en otro lado. De h e ch o. Plutarco sugirió que si un hom bre e r a d is olu to con o t r a s m u je r e s , en realidad e s t a b a dem ostrándole respeto a su es p os a.84 Las referencias acerc a d e la histeria en mujeres casadas se d e b ía n posiblemente a q u e ios maridos p r e fe r ía n con fr e c u e n c ia la compañía de otras.35 U n hombre podía, por supuesto, r e c u r r ir a prostitutas o es cla va s; estas últim as no tenían derecho a negarse, no existía el c o n c e p ­ to de v i o l a c i ó n de esclavas, y s i e m p r e podían ser f o r z a d a s a realizar se rvicio s sexuales, tal c o m o señalaron Petronio, M a r c ia l y Horacio. Los niños concebidos p o r esclavas no eran r e c o n o c i ­ dos; a lgu n os eran liberados y otr o s criados en la familia c o m o animales do m é sticos , pero n u n ca era n una carga e c o n ó m i c a para la fam ilia. La esclavitud a fe c ta b a necesariamente la v id a privada en ia medida en que fo m e n t a b a en muchos n om b re s un enfoque b u r d o y explotador de la sexualidad. Una ex p lic a c ió n para la p e rsp e ctiva idealista d el a m o r homosexual en ire h o m ­ bres era q u e tenía que ser conqu istado; por el contrario, el s e x o

co n los inferiores c o m o las m u jeres y las escla va s podía ser p e r c i b id o como inevitablem ente co rrom p ido p e r ia coacción.86 Es p o sible que los h o m b re s casados fueran instruidos por las p ro s titu ta s en prá ctica s de a n tic o n c e p c ió n . Una extraña r e fe r e n c ia al coitus interruptus se encuentra en la declaración clel p o e ta Lucrecio (c. 95-55 A .C .) de que ias prostitutas "realiza­ ban, po r su propio interés, tales m ovim ientos que difícilmente q u e d a b a n preñadas".37 |_as amas de cría, cuyo sustento d epen ­ día d e . n o quedarse em barazadas para p o d er continuar traba­ ja n d o, posiblemente recurrían ai coitus interruptus. Sus contra­ tos norm almente requerían evitar el embarazo entre seis meses y tres años. "Mientras se le pague puntualmente, debe tener el c u id a d o debido", se leía en el d ocu m ento, " c o n s ig o misma y con el niño, cuidando de no estropear su leche, no dorm ir con n in g ú n hombre y no quedar em barazada".SB De igual forma, los r a b in o s judíos recom en d ab an la práctica de " tr illa r d e n tro y a v e n t a r afuera" mientras una mujer a m a m a n ta b a .1' Tal vez el uso g e n e r a liz a d o del coitus interruptus e x p lic a p o r qué casi nunca se mencionaba. Sorprende, sin em b arg ó, que las pocas r eferen c ias hechas a la retirada del pene entre los romanos -lo que se supone una form a de anticonceptivo mascuiino-colocaban a la mujer en el papel activo. Parece más acertado deducir q u e fu n d am en ta lm en te los h o m b r e s dejaban el p ro b lem a de e v ita r los embarazos a las mujeres.™ L a realidad fue que ios e s crito res rom an os a tribu y eron la baja fertilidad de su socied ad a la persecución po r parte de la m u je r d e sus prop ios in te r e s e s . Séneca p r o t e s t ó p o r q u e las m u jeres se estaban v o lv ie n do tan malas co m o los hombres en la b ú sq u ed a del placer. Aunqu e destinadas por la.naturaleza a ser m i e m b r o s pasivos, e s ta b a n d e m o s t r a n d o , s e r c o m p e t it iv a s incluso en ei amor."1 El escritor satírico Juvenal [67-127 D.C.) se q u e ja b a de que las m ujeres estaban dispuestas a usar drogas co n los propósitos de evitar la concepción y de interrum pir los em b a ra zo s .32 Pero, com o ha señalado un historiador, depender de d a t o s literarios p u ed e t e n e r el e fe c to de lim ita r nuestros c o n o c i m i e n t o s a los de la " s o c i e d a d de clu b n o c t u r n o " del m a n d o antiguo.1 -5 Una evaluación más seria de ias opciones de las m ujeres fue presentada en 1a literatura m édica de la época. La prim era sugerencia de Sorano para los que trataban de ev ita r ia concepción era "cu ida do con tener relaciones sexuales

en los p e r ío d o s m ás propicios para la fecu ndación". Con esto quería decir q u e la m ujer debía guardar un r itm o y ev ita r el sexo durante lo s d ía s siguientes a la m e n s t r u a c ió n .M C e lio A u r e lia n o , M u stio (s ig lo VI) y Oribasio estaban de acuerdo en esto; Galeno a fir m ó que algunas mujeres sabían cuándo habían con ceb id o . “

Se creía q u e a lg u n o s m ovim ientos o posturas particulares impedían la c o n c e p c i ó n . "Porq u e una m ujer se p r o h í b e a sí misma concebir y lucha en contra de ello", declaró Lucrecio, "si ayuda las acciones dei hombre por el movimiento de sus c a d e ­ ras y por la fle x ib le contorsión de su pecho; porqu e aparta del surco lim piam ente la reja del arado y hace que la sem illa falle de lugar".* Era esta variante clel coitus interruptus la que r e c o ­ mendaba Sorano: Y durante ei a cto sexual,, en el momento crítico, cu ando el hombre está a punto de expulsar el semen, ia m ujer debe contener la respiración y apartarse un poco, para que el semen no se d e p o s it e profundamente en la c a v id a d del útero. Y l e v a n t á n d o s e inm ed iatam ente y a g a c h á n d o s e debería in t e n t a r estornudar y lim piarse con c u id a d o la zona genital; d e b e r ía incluso beber algo frío.87 Esta creencia en la eficacia de! estornudo contin úa estando vigente en el s iq io XX. La referencia d e Sorano a una bebida fría se pu ed e asociar con el hecho de q u e ios romanos, al igual que ¡os g r ie g o s , recu­ rrían a in fu s ion es de hierbas com o a n ticon ceptivo s. Plinio el Viejo señaló que H o m e r o llamaba a! sauce " p ie r d e fr u to " p o r ­ que perdía las sem illa s rápidamente; por esa razón, continuaba Plinio, es bien s a b id o que la semilla del sauce to m a d a co m o droga produce esterilid a d en la mujer".98 La brionia, mezclada con orina de b u e y causaba im poten cia.53 S o ra n o d e s c r ib ió el uso de vino, ru d a, sem illa de alhelí, mirto, m ir ra y p im ien ta blanca.500 D io s c ó r id e s (50 D.C.) hizo una lista d e d ie z plantas dotadas de p r o p ie d a d e s anticonceptivas.101 Las mujeres r o m a n a s también empleaban una v a r ie d a d de métodos que s e r v ía n de im pedim ento para c o n ce b ir. Plinio el Viejo, al hablar d e l cedro afirmaba: "Los rum ores dejan c o n s­ tancia de un m ila g r o : que si se frota por los genitales de! h o m ­

bre antes de! coito previene la concepción". Se supone que se refería a ia g om a del cedro, igual que Dioscórides.5“ Ei a p o lo ­ gista cristiano Tertu lian o {155-220 D.C .) h a b ló del uso de los pesarios y tam pones por los romanos. Dioscórides suministraba recetas para pesarios y mezclas pegajosas de menta, g om a de cedro, alumbre, y cizaña en m iel.103 Oribasio y A etio de A m id a recomendaron básicamente ias mismas recetas.'-04 Los tam pones consistían generalm en te en a lgo d ón em papado en una sustan­ cia viscosa co m o miel, aceite de oliva, p lo m o blanco o alumbre. Sorano dejó una relación completa del uso de tales sustancias: También ayuda a prevenir la concepción untar el orificio del útero po r todas partes antes d el coito con aceite de oliva viejo o miel o resina de c e d r o o j u g o del árbol de bálsamo, so lo o con piorno bla nco; o co n un u ngüento húmedo de cera y aceite de m irto y p lo m o blanco; o con alumbre hum edecido o con g álb añ o y vino; o poner una vedija de lana fina en e! orificio del útero; o usar suposi­ torios va gin a les justo antes del coito, que puedan contra­ erse y condensarse. Po rq u e co m o todas estas cosas son astringentes, taponadOras y r efrescan tes, hacen que se cierre el orificio dei útero antes del coito y no dejan pasar ei semen al fo n d o .105 Los m édicos m odernos estarían de acuerdo en que tales su s­ tancias que inm ovilizaban el esperm a o bloqueaban su entrada eran claramente efectivas. N o obstante, Sorano corno sus a n te ­ pasados g r ie g o s , creía que la capacidad de estas sustancias de enfriar y cerrar el útero -y no sim plem ente el im pedim ento fís i­ co que proporcionaban- era la base de su p o der anticonceptivo. De hecho, sugería que se retirasen algunos de los supositorios inmediatamente antes del coito. Parece ser que los rom an os hacían uso de las abluciones. Sorano m encionaba al respecto una m ezcla de alumbre y vino. El poeta M a r c ia l se r e f ir ió al uso d e l agua de mar c o m o un espermicida.100 O vidio sugirió que el agua fría era tan i m p o r t a n ­ te para las m ujeres co m o el coitus interruptus para los h o m ­ bres.107 Celio A ureliano re c o m e n d ó una mezcla de salmuera y vinagre.103 H ay que resaltar que soluciones similares de vin ag re o zumo de lim ón eran todavía recom endadas por los defensores

dei c o n t r o l d e ia natalidad a p r i n c i p i o s dei sigio X X . S i l o s romanos las usaban sólo antes del c o i t o tenían un efecto l i m i t a ­ do; de h a b e rla s usado antes y d e s p u é s habrían resultad o m á s eficaces. Sorano se burlaba dei uso de a m u le t o s y talismanes p r o f i l á c ­ ticos, p e r o los romanos se valían t.ar¡tc de ia magia corno d e la medicina con ei fin de controlar la procreación. Aecio d e s c r i b i ó la eficacia d e lievar puesto un h í g a d o d e comadreja.!CS Si s e f i j a ­ ba al c u e r p o con piel de ciervo, un c a p u llo de araña c o n t e n i e n ­ do dos g u s a n o s antes del a m a n e cer, se evitaba ia c o n c e p c i ó n por un año, según informaba P lin io e i Viejo. Aunque p e r s o n a l ­ mente e s ta b a en contra de la a n tic o n c e p c ió n , p r o p o r c i o n a b a tales in form a cio n es porque adm itía q u e algunas mujeres n e c e ­ sitaban p r o t e g e r s e de su excesiva fe c u n d id a d .1’0 La m a y o r ía de las mujeres r o m a n a s presumiblemente c o m ­ partían la o p in ión de Sorano de q u e " e r a más ventajoso n o c o n ­ cebir que destruir el embrión".1" P e r o si fallaba la a n t i c o n c e p ­ ción, p o d í a n intentar p roc u ra rse un aborto. L e g a l m e n t e n o tenían " d e r e c h o " a hacerlo, pero o p e r a b a n en un espacio i n f o r ­ mal d o n d e la comunidad les r e c o n o c ía la prerrogativa d e s e g u i r una acción defensiva. Su recurso a ta le s prácticas, que c i e m o s traba la ca p a cid a d de controlar su p r o p i o cuerpo, era m i r a d a por a lgu n os hom bres con d escon fia n za. Tai era ia p r e o c u p a c i ó n porque un h om b re no fuera p r iv a d o d e "su " hijo, que en e i s i g l o segundo R o tilio Severo obtuvo una o r d e n para que fuera c u s t o ­ diado el ú t e r o de su antigua e s p o s a . 115 Ovidio afirmó q u e ia s matronas r o m a n a s llevaron a c a b o c o n éxito una " h u e l g a d e nacim ientos" para forzar la restitución d e un privilegio p e r d i d o : Después se vieron deshonradas, y todas ias matronas j u r a ­ ron n o p ro p a g a r el linaje de sus desagradecidos esposos n o dándoles descendencia; y por t e m o r a tener hijos, r á p id a y s e c r e t a m e n t e se deshicieron d e la carga en sus ú t e r o s . Dicen que ei Senado reprendió a ias esposas por su c r u e l ­ dad, p e r o restauró el derecho q u e se Ies había retirado.113 A m i a n o M a r c e lin o , el h i s t o r i a d o r de! siglo IV, c o n t ó ele nuevo ia historia de la emperatriz E u sebia , esposa de C o n s t a n ­ cio, que administraba abortivos p a r a im p e d ir que su riva l H e l e ­ na c o n c ib ie r a un heredero.5'4

La m a y o r ía de los moralistas a trib u ía n a las mujeres motivos m undanos. Séneca elogió a su m a d r e por no recurrir fr í v o l a ­ mente ai a b o r t o , como muchas d e sus semejantes. N u n c a te has ruborizado p o r e i n ú m ero de tus hijos com o si e s o delatara tu edad., y n u n c a has tratado de esconder tu e m b a r a z o , como si f u e r a u n a carga indecorosa, ta l c o m o h a c e n otras mujeres q u e s ó lo se preocupan por su belleza, ni has destruido la e s p e r a n z a de los niños que se c ria b a n e n tu seno.115 P lu ta r c o condenó a "las m u j e r e s licenciosas que se sirven de d ro g a s e instrumentos para p r o c u r a r s e abortos con ei fin de c o n c e b i r d e n u e v o ".118 P l i n i o e l V i e j o moralizó: "En la raza humana io s varones han id e a d o t o d o tipo de formas insólitas de g r a t i f i c a c i ó n sexual, cr ím e n e s c o n t r a la naturaleza, p e r o las mujeres han inventado el a b o r t o . S o m o s mucho más culpables en este a p a rta d o que los a n im a le s salvajes"."7 Ovidio nos dejó !o que q u iz á s sean las d e s c r ip c io n e s más famosas del aborto en los p o e m a s tre ce y catorce de sus A m o re s . El narrador masculi­ no p r o t e s ta b a ostensiblemente p o r q u e el aborto, motivado por el e g o í s m o y eg o c en trism o d e la s mujeres, am enazaba a la so cied ad c o n despoblarla, p e r o _ d e j a b a claro que su v e r dadera p r e o c u p a c ió n era su propia f e l i c i d a d , que había sido puesta en p e lig ro p o r e l atrevimiento d e su am ante.118 Los romanos rara­ mente se referían a mujeres f o r z a d a s por sus maridos a proc u ­ rarse a b o r t o s . 119 Esto, por s u p u e s t o , no planteaba problem as, puesto q u e las mujeres estaban o b lig a d a s a obedecer a sus c ó n ­ yuges; p e r o si una mujer a b o r t a b a p o r propia iniciativa, se c o n ­ sideraba q u e había caído en la insubordinación. Si los h o m b re s se op on ía n al a b o r t o era porque pensaba que a m e n a z a b a sus intereses, 110 p o r q u e violase la vida del feto. Los r o m a n o s compartían la o p i n i ó n griega de que el fe t o no tenía u n a existencia i n d e p e n d i e n t e hasta su nacimiento. Po r ejem plo, el filó sofo n e o p la tó n ic o P o rfir io (232-305 D.C.) a r g u ­ mentaba en Pros Gauron que el e m b r ió n era poco más que un v e g e t a l . 120 L o s estoicos c o m o S é n e c a opinaban que el ab orto in d u c id o e r a una debilidad f e m e n i n a comparable al uso de maquillaje. D e acuerdo con e s to , e l aborto y la anticoncepción no esta ba n tan claramente s e p a r a d o s en la mente de los r o m a ­

nos como So estarían en sociedades posteriores. S era n o e x im í taba claramente a los no convertidos cuando sin tió la necesidad de señalar que "Un anticonceptivo difiere de un a b ortivo en que el prim ero no perm ite que tenga lugar la c o n c e p c ió n , mientras que el segundo destru ye lo que ha sido c o n c e b id o . Así pues, vamos a llamar a uno 'a b o rtivo ' {p h th o r o n ) y ai otro 'anticon­ c e p t iv o ' (aío/cion). A d e m á s , algunas p e r s o n a s d ic e n que un 'expulsivo' {e k b olion ) es sinónim o de a b o r t iv o " .121 Estas distin­ ciones tan precisas se hacían muy raramente. Gran variedad de hierbas eran em pleadas, en palabras de Sorano, "no sólo para p r e v e n i r la c o n c e p c ió n , sino también para destruir la ya e x is t e n t e " .122 Piinio el V i e j o señaló que el pino era llamado 'a b ig a ' porque provocaba el aborto; de igual forma funcionaban las pociones de algunas v a r ie d a d e s de helech o.123 El herborista D ios córid c s describió m á s de veinticinco plantas que tenían p rop ied ad es abortivas. P a b lo de Egina p r o ­ porcionó recetas para diez brebajes.124 Los médicos rom an os discutían sobre los m is m o s métodos que los incluidos en los tratados hipocráticos -ejercicios violen­ tos, sangrías, p esarios y lavados vaginales.1i!í A r e t e o (200 D.C.) mencionó de pasada "la aplicación de un p e s a d o para inducir un a b orto".126 Sorano d e scrib ió el uso de su positorios vaginales, sangrías, baños calientes, irrigaciones v a g in a les a base de acei­ te tibio y ruda, y cataplasmas de aceite de linaza, hinojo, y ajen­ jo, pero ponía en guardia sobre los peligros d e las intervencio­ nes q u i r ú r g i c a s . T a m b i é n a d v e r t í a q u e i a s m u je r e s se medicaban a sí mismas cuando informaba en c o n tra dei uso del "pep ino acuoso, ei e lé b o r o negro, la m ilen ra m a, y ei bálsamo panacea, d r o g a s q u e las m ujeres usan c o n fr e c u e n c ia para inducir el aborto".127 Los escritos de S o ra n o y Galeno dejaron c la r o que incluso cu ando había un m é d i c o p re s e n te , el e x a m e n f ís ic o de una mujer era llevado a ca b o po r una comadrona. Para ser asistidas en sus abortos, las m ujeres adineradas po día n rec u rrir a coma­ dronas -o b s te trice s - y a mujeres m édicos -m e d ic a e .™ Juvenal afirmaba que las m ujeres pobres podían ir a curanderos, pero preferían no hacerlo: Soportan ios d o lores d el parto y conocen todas las angustias de una madre.

Impulsadas por la n e c e s id a d , hacen d e nodrizas, Y aprenden a criar a ios h ijo s que paren. Los ricos evitan el tra b a jo y ei peligro; y aunque conciba, la da m a rica raramente guarda cama: Tal es ei terrible p o d er de las drogas, y tal la habilidad d e los que se jactan de p r o v o c a r abortos a voluntad. H abía médicos que p ra ctica b a n abortos, p e ro Sorano, señaló que algunos no aprobaban d ic h a práctica y otros, entre los que se hallaba él mismo, sólo p r o v o c a b a n un aborto si la vida de la m a d re estaba en peligro. G a le n o habló de abortivos, pero fue igualm ente discreto.Í3C N i la anticoncepción ni el aborto p e r se eran tratados como ilegales. Es verdad que el a b o r to , no por el resultado en sí, sino p o r otras circunstancias e r a penalizado a fin ales del sig lo II. "Los divinos Severo y C ara ca lla decretaron que una mujer que se procuraba un aborto d e b ía ser enviada al exilio p o r un p e r ío ­ do de tiem po fijo, po rque pa rec ería indigno que hubiera priva­ do de un.hijo a su e s p o s o sin incurrir en una p e n a ".11,1 Brunt su g ie r e que un aborto p r a c t ic a d o en contra de los deseos del e s p o s o era una ofensa m a tr im o n ia l punible con una multa de un oc ta vo de ia dote d esp u és del divorcio.132 Pero co m o afirm a­ ba el estatuto, la práctica s ó lo era considerada un delito si se realizaba en contra del d e s e o del esposo. Era él, no el feto, la p a r t e o fe n d id a . Be esta m a n e r a , N eró n pu do ju stifica r una dem and a de divorcio ai a c u sa r a su esposa O ctavia de haber abortado. De igual forma, lo s abortivos eran ilegales bajo Caracalla, no porque amenazaran al embrión, sino po rq u e eran c o n ­ sid era d os peligrosos pa ra la mujer que los usaba, del mismo m o d o que las pociones de a m o r y los afrodisíacos.133 Los datos sugieren q u e el control de la fertilidad era em p lea ­ do abiertamente siempre q u e las mujeres gozaran de un m ar­ g en de libertad en el p o d e r o s o y urbanizado im perio. En una so ciedad que se preciaba de su racionalismo e individualismo, tales métodos obviamente era n válidos. Pero no era una época, c o m o han asegurado ios historiadores populares, de sensuali­ d a d p a g a n a y lujuria sin f r e n o . Los h o m b re s y m u je res de entonces, sufrían, com o h e m o s visto, de las angustias y r e p re ­ sio n es peculiares de ese m o m e n t o . Y a partir del s ig lo IV se o b s e r v ó una disminución o b v ia en la discusión de los temas de

anticoncepción y aborto, y po sib le m en te en su uso Lair.bión, a m ed ida que se propagaba la r e lig ió n y el ¡rracionulisino y d e s ­ cendía ia posición social de i? m u je r Pe ro incluso antes, en ei siglo II, un cambio en ei p e n s a m ie n ­ to filo s ó fic o había marcado una nueva forma de ver el p r o b l e ­ ma. El es to ic o Musonio Rufo (30-100 D.C.) abrió el c a m in o ai rechazar ci egoísm o que había m arcad o las relaciones m a t r im o ­ niales. Presen tó una nueva form a de matrimonio m on óg a m o, no he d o n is ta y procreativo.13' En este tipo de unión el c o it o era legal solamente cuando se practicaba con intención de p r o c r e ­ ar. L os emperadores, argumentaba, habían intentado ya i m p o ­ ner tal situación: Po r esta razón (temor a la despoblación ) prohibieron a las m u je res someterse a a bortos e impusieron un ca stig o a las que desobedecían; p o r esta razón les prohibieron usar a n t i c o n c e p t i v o s y p r e v e n i r lo s em barazos, y p o r esta razón les dieron a am bos c ó n y u g e s una recom pensa si tenían familias numerosas mientras castigaban a ios que no tenían hijos.13S F.ste confuso informe de la le g is la c ió n de Augusto, de h e ch o describía la ley no como existía, sino com o Muscnio Ru fo d e s e ­ aba que fuera. Hierocles, estoico del siglo II. probablem ente se hallaba más cerca de la opinión pública al afirmar que la natu­ raleza deseaba que las familias criaran "a todos, o por lo m en o s a la m ayoría de los hijos".136 Paul V e y n e ha sugerido que progresivam ente se consideraba mejor el h ech o de que un h o m b re fuera estoico y escon diera a su concubina de sus hijos. M a r c o A u r e l i o '(161-80 D.C.) sería el nuevo m o d e lo de emperador q u e se congratulaba a sí m ism o de su autoco n trol sexual. Esto no q u ie r e decir que hub ie ra c a m ­ bios en el comportamiento d e la élite, pero cambiaron las n o r ­ mas de conducta y se pusieron d e ‘ m oda el ascetismo y el c o n y u g a lis m o . La famosa d é s c r i p c i ó n de T á a t o de las m u je r e s germanas, que contenía un ataque a la antíconcepción, era un ejem plo clásico de esta posíura moralizante: A s í su v id a está c e r c a d a p o r la castidad. N o e x i s t e n espectáculos públicos con sus seducciones, ni banquetes

con sus provocaciones para corromperlas só lo tom an un es p os o, como un sólo c u e r p o y una sola vida, para que no haya dudas ni caprichos tardíos: para que su d e s e o no se dirija al hombre, sino ai matrimonio; limitar el nú m ero de hijos y deshacerse de los que vienen después se considera abom inable, y los b u en o s hábitos tienen más fu erza en sí m ism o s que las buenas le y e s en otras partes.’ 37 El s u r g im ie n t o de e s ta n u e v a moral fu e a p o y a d o p o r los m éd icos. Los placeres sexu ales eran presentados, cada vez más, c o m o p e li g r o s o s , al ig u a l q u e otros ex cesos. P iin io el V ie jo pudo exclamar: "Dios es testig o , cuanto m enos co m p lacen cia a este r esp ecto , mejor".138 L o saludable de la v ir g in id a d fue e l o ­ g ia d o mientras que la m asturbación, que se creía que aceleraba la m ad u rez sexual, fue condena da . ¿ Por qué ocurrió este c a m b io ? Veyne su giere q u e los papeles en la fam ilia cambiaron a m e d id a que los g u e r r e r o s de las ciu­ dades estados se c o n v ir tie r o n en ciudadanos de un im perio, y cu a n d o la aristocracia m ilit a r se convirtió en una aristocracia de se r v ic io . Con el r e e m p la z o ríe ia guerra po r el com prom iso p o lític o com o medio de r e s o l v e r los conflictos, necesariam ente había que hacer intentos para elaborar una nueva moral protecto­ ra. Esto se manifestó ca m b ia n d o el peso de la aprobación pública de la bisexualidad a la heterosexualidad; d el c o n c u b in a to a la vida matrimonial.139 El m atrim onio, que había sid o antiguamente un asunto estrictamente privad o, llegó a ser un rito público. Se hizo incluso accesible a los pobres para que sirv iera de apoyo a las relaciones personales c indirectamente al o r d e n social. El es to icism o p r e d ic a b a esta nueva m ora l de la pareja: el p r o p ó s i t o del sexo, c o m o sie m p re, era t e n e r h ijo s leg ítim o s, p e ro a hora la esposa era ta m b ié n una amiga. Iban em e rg ie n d o nu evas justificaciones para el uso razonable del m atrim onio. S e gú n Antípater de Tarso, el matrimonio había sid o instituido para prop orcion ar n u ev o s ciudadanos; con el fin de procrear, s e g ú n M u s o n io Rufo; p a r a p r e v e n ir el a d u lte r io , que era un ro b o , aseguraba Epicteto; para impartir o b l i g a c i o n e s morales p o r igual, afirmó Séneca. M u s o n io y A te n á g o r a s em p ezaron a hablar del sexo no p r o c r e a tiv o como malo. F ilón d e sc rib ió a los padres que abandonaban a sus hijos como b estias que copula­ ban p o r placer.140Plinio el V ie jo lamentaba la a va ricia e n g e n d r a ­

da por ia civilización que causaba "una carencia de niñ! Classical Studies, 28 (1985), págs. 211-29. 54 Keith Hopkins, Death and Renewal: Sociological Studn-; in />'. ini.m H istory (Cambridge University Press, Cambridge, Mass lüM-il vol. II. págs. 70-88. 55 Mar'k Golden, "Did the Ancients Care When their Children I Mnl 1 Greece and Romo, 35 (1988), págs. 152-63. 56 Brent, D. Shaw, "The Family in Late Antiquity: The ■*■ "I Augustine", Pastand Prescnt, 115 (1987), pág. 46. 57 Longo, Daphnis and Chloe, tr. Paul Turner (Penguin. Lmnli i 1956), 4,35; véase también las obras de Plauto Cistv.ilari.i y » .r.m i Ei informe más completo sobre el abandono es el de John I '" well, The Kindness of Strangers: The Abandonment o í /. Hincmar de Reims se refería con frecuencia M oxori Isiik), oraciones, lágrimas y penitencia empleados en con­ trarrestar la im potencia causada per magia. Nos dice algo del conocimiento médico de la época el que no estuviera seguro de que si u.na mujer que hubiera abortado fuera todavía virgen. Véase Jean D evisse, Hincmar, archévéque de Reims, 845-882 (Droz, Ginebra, 19715), voi. I, págs. 377-80, 400. 38 Duby, The Knight, the Lady and the Friese, págs. 142, 205. Sobre la impotencia causada por hechizos, véase también Cuy de Chauliac (1300-1368), Le Guidon en frangais, corrigé par maitre Canappe (Hierosme, París, 1550), pág. 264. 39 Guibert, The A u to b io g ra p h y o f G u ib ert, A b b o t o f N o g c n tsous-Coucy, ir. C .C . Swinton Bland (R o u tle d g e , L ondres, 1960), pág. 123. 40 Charles T. VVood, "The Doctcr's Dilemir.a: Sin, Salvation, and the Menstrual Cycle in Medieval Thought", Specuium, 56 (1981), págs. 710-27; Saúl Nathaniel Brody, The Bísense o f the Sou!: Leprosy in Medieval Uterature (Córnell University Press, Ithaca, NY, 1977). 41 Duby, The Knight. the Lady and ihe Priesi, pág. 67. 42 A. G. Rigg, ed., Gawairj or¡ Marriage: The De coniuge non ducenda (Pontifical In stitu to o f Medieval Studies, Toronto, 198G), págs. 73, 87-8. 43 Penny Schine Gold. The Lady and the Virgin: Image, Attitudc and Experience in Tw elfth Century Franco (U niversity o f Chicago Press, Chicago, 1985). 44 Henri Bresc, "L'Europe des villes et des campagnes: XlIIe-XVe siécles", eriBurguiére et ai., Histoire de la famille, vol.I, pág. 410. 45 Fierre Tonbert, "Le moment carolingien", en Burguiere ct al., Histoirs de la famille, vol. I, pág. 340. 46 Barbara Hanawalt, The Tics that Bound: Peasant Familics in Medie­ val England (Oxford University Press, Oxford, 198G), pág. 67. 47 Constance B. Bouchard, "The Bosonids or Rising to Power in the Late Carolingian A g e ", French Historical Studies, 15 (1988), pág. 430. 48 K. J. Leysex, Rule and Conflict in Early Medieval Society: Ottonian SaxonyiEtiward Arnold, Londres, 1979), pág. 55. 49 Herlihy, Medieval Households, pág. 146. 50 Chaucer» Nur.’s Priest's Tule, línea 3345; H. A. Kelly, /..ove and Marriage m the A ge o f Chaucer (Cornell University Press, Ithaca, NY, 1975), pág. 285. 51 On the Properties ofThings, traducción de John Trevisa de De proprietatibns rerum de Bartolomeo Anglico (Clarendon, Oxford, 1975), vo-l. 3, pág. 263. 52 Made'.eirue Jeay, "Sexuality and Family in Fifteenth Century France: Are Literary Sources a Mask or Mirror?", Journal o f Family

History, 4 ('1979). págs. 337-45. 53 David Herlihy y Christisre Klapische-Zuber, Tuscans and thcir Families: A Study rif Ihe Florentina Catasta of 1427 (Ya!e University Press, New Haven, 19355. pág. 251. Para información sobre un pre dicador francés de) s. XV quien atacó de forma similar a las muje­ res por recurrir si aborto y al infanticidio, véase Alexandrc Samouiilan, Oiivwr Maillard: sa predicarían et son temos (Privat, Tolosa, 1391), págs. 315-27. 54 Hostiensis, Golder, Summa, 4; Palude, Scnícr.cos, 4.31.3;Nider, De morali iepra; Trovamala, Summa; citado en Noonan, Contraception: .4 History, pág. 220. 55 Etienne van Walle, "Motivations and Technology in the Decline of French Fertility", .en Famiiy ano Sexuality in French History, eds. Támara Hareven y Tiobert Wheaton [University o f Pennsylvania Fress, Filadelfia, 1980), pág. 163. 5fi M ary McLaughlin, "S u rv ivo rs and Surrogates: C hildrcn and Parents from the iMinth to the Thirteenth Centuries", The History of Childhood, ed. Lioyd de Mause (Psychohistory Press, NY, 1976), págs. 103-5. 57 Cai olyn Walker Bynum, H oly Feast and Holy Fast: The Rcligious Significo nce o í Food to Medieval Women (University o f California, Gei keley, Cal., 1937), págs. 167, 301. ñ!> P. P. A. Biiler, "Birth Control in the West in the Thirteenth Century and Early Fourteenth Centuries", Past and Present, 44 ¡11982}.pácf 16. 5!) Jean Verdón, "Les so urces de la fernme en Occidcnt aux Xe-XIIIe siécle," Cuhiers de c.iviUzation módievale, 20 (1S77), pág. 223. 60 The Sccrets of Albertos M a gn os (Jaggard, Londres, 1599); Luke Demaitre y Anthony A. Travill, "Human Embryology and Development in the Works of Albertus Magnus", en Albcrtus Magnus and Ihe Sciences: Coramemorative Essays 1930 (Pontifical Institute of Medieval Studies, Toronto, 1980), pág. 412. Las mujeres, que tradi­ cionalmente habían sido las saludadoras, fueron dejadas de lado en ia profesión médica a principios del s. XIII, pero ei recuerdo de su competencia y un implícito descontento con los médicos varo­ nes se mantuvo en los textos ginecológicos atribuidos a "Trótula", una mujer que practicaba en Salerno en el s. XII. Aunque los datos sugieren que estos trabajos ginecológicos y obstétricos fueron escritos, leídos y usados por hombres, sin em bargo reconocían que las experiencias personales de las mujeres eran tan importan­ tes como las discusiones académicas. Véase John F. Bcnton, "Tro tula, Women's Problems, and the ProfessionalizaLion o f Medicine in the Middie Ages", Bulletin o f the History o f Medicine, 39 f 198b), pág. 30-53; Monica H. Creen, "Essay Review: Toward a History of Wom en's Medical Practice and Medical Care in M edieval Europe", Signs, 14 (1989), págs. 434-73.

61 Ludwig Bieler. ed., The Irish Peniteníials (D u blin Institute for Advanced Studies, Dublín, 1963), pág. 205. 62 Jean-Louis Flandrin, Un temps pour embrasser: Aux origines de ia morale ssxuelle o c c i den tale (Vle-XIc sié cle ) (Seuü, París, 1983), págs. 41-58. 63 Herlihy, Medieval Househoids, pág. 215. La devaluación más extre­ ma del matrimonio se hizo en el sigio X13 por San Pedro Damián, quien alabó la abeja y e! buitre en ia creencia cié que se reproducí­ an sin practicar el coito. Véase Robert B u ltot, La doctrine du méprís du m onde: P eter Damicn (N au w ela erts, Lovaina, 1963), págs. 25-6,101-5. 04 Haii Maidenhead, ed. F. j. Furnivall (Early Engiish Text Society, Londres, 1322), pág. 12; véase también John B ugge, Virginitas: An Essay in the H is to ry o f a Medieval Id eal (M artin u s Nijhoff. La Haya, 1975), págs. ^3-90. 65 R. W. Chambers, ed., The Buok of Marger.y Kem p (Devin-Adair, NY, 1944), pág. 6. Para asegurar la continencia, se podía recurrir a dietas "refrescantes". Los escritos de Juan X X I y Arnalrlo de Villanova (m, 1313) sugieren que el clero m edieval estaba tan interesa­ do como los prim eros padres de la Iglesia en las comidas que fre­ naban la lujuria. 66 Jcan Guvon, "D 'Auguste á Charlernagnc; la m ontee des interdi!:s", en Le truit défendu: les chrétiens et la sexual:té de l'antiquitc á nos jours, ed. M arcel Bernos (Le Centurión, Pa rís, 1985), pág. 27. Véase también O le Jorgen Benedictow, " í r ¡ e Milky Way in His­ tory: Breast Feeding, Antagonism Between the Sexes, and Infant Mortality in M edieval Norway", Scandinavian Journal of History, 10 Í1985), págs. 19-53. 67 James A. Brundage. Law, Sex and Christian Society in Medieval Europa (University o f Chicago Press, Chicago, 1.987), Pág. 157. 68 Leah Lydia Otis, "Prostitution and R epenían ce in Late Medieval Perpignan", en Kirshner y Wemple, W om en, págs. 137-60; Leah Lydia Otis, P rostitu tion in Medieval S o c ie ty .- The History o f An Urban Institution in languedoc (University o f Chicago Press, Chi­ cago, 1985); B r o n is la w Geremek, The M a r g in s o f Society in Medieval París (Cam bridge University Press, Cambridge, 1987), págs. 211-41. 69 Danielie Jacquart y Claude Thomasset, Sexuality and Medicine in the Middie A ges tr. Matthew Adamson (P o iit y Press, Londres, 1988), pág. 25. 70 Histoire de 1a familíe, vol. I, pág. 410; y véa se también E. Pavan, "Pólice des moeurs, societé et politique á V en ise a la fin du Moyen Age", Revue historique, 264(1980), págs. 241-88. 71 Chaucer, Parson's Tale, líneas 57^-6. 72 Jacquart y Thomasset, Sexuality, pág. 134. 73 Fierre J. Payer, Sex and the Penitcntials: T h e Develcpment of a

Sexual Corle, 550-1Í50 (Un.iversity o f Toronto -1' • s-; ........... 1984}, pág. 57. 74 Biller, "Birth-Controi", págs. 5-6. Sobre "onanismo' corno mu ,l m bación véase San Pedro Damián, Dock of Gomcmrnt. An ElcvenCi Century Trealise Againsl Clerical Homosexual Pnuctkes, tr. i’i i p .7. Paycr (W ilfrod Lauricr University, Waterloo, Ontario, I98;.’ i pág. 33. 75 Noonan, Contraception: A History, pág. 28. 76 Duby, The Knight, the Lady and the Priesl, págs. 175 206. 77 Francés y Joseph Gies, Marriage and Family in the Miadle Ages. (Harper and Row, Nueva York, 1.987), Págs. 327, r¡. 77. 78 Noonan, Contracept/on: A History, pág. 191. 79 Beisy Bowden, "The Art o f C ourtly Copula-Mon", M edieval)* et humanística, 9 (1979), pág. 67-85. 80 Herlihy y Klapische-Zuber, Tusesns, pág. 253; Jacqtwn y Th oreasset. Scxualiiy, pág. 218. 81 James A. Brundage, “Leí Me Count the Ways: Canonista and Theo log ia n s Contémplate C oital P osition s", Journal o f M e d ica l History, 10 (1984), págs. 81-93. 82 Duby, The Knight, the Lady and the Pricst, pág. 134. ít.'i H e r l i h y , Medieval Households, pág. 89. 84 D u b y , The Knight. the Lady and the Pricst, pág. 71. 85 John T. McNeil y Helena M. Gamer, Medieval Handbonks o f Penance (Octagon, NY, 1965), págs. 119, 166, 197. 237. 291, 304, 330, 340. 86 Guibert. The Autobiography, págs. 40-4. 87 H e r l i h y , Medieval Households. págs. 31-32. 88 Noonan, Contraception: A History, pág. 146. 09 E. Le Roy Ladurie, M ontaiilu: Cuthurs and Cathotícs in a frenen Village, 1294-1324, tr. Barbara Bray (Scolar Press, Londres, 1978), pág. 173. 90 Brian Law, The Salernitan Questions: An Introa-d.rtwn to the His­ tory o f Medieval and Renaissance Prob'em L¡ lerutare (Oarendon, Oxford, 1963). Santa Hildegard (1098-1179), abadesa de Rupertsburg, al continuar ios argumentos de Aristóteles, fue ia primera mujer occidental que escribió sobre embriología. 'Véase Bernard W. Scholz, "Hildegard von Bingen", American Benediciine Review, 31 (1980), 361-83. 91 Ibn Sina, Canon, 2.3, citado en Noonan, Contracepiivn: A. History, "págs. 201-2. 92 El islam era mucho más liberal que el cristianismo en sus actitu­ des hacia el control de fertilidad. Muchos textos árabes incluían una lista de pociones, tampenes y supositorios anticonceptivos. El coitus interruptus era aceptado o por lo menos tolerado por ei Frofeta si se empleaba para proteger los bienes familiares o la salud de ia madre. Se defendía ei aborto que se practicaba antes de la formación a los cien días. Véase B. F. Musallem, Sex and

Society in Islam: Birth Control B efore the Nineteenth Century (C am b rid ge U niversity Press, C am b rid ge, 1983); M adeleine Furrah, Marriage and Sexuality ir. Islam. .A Transiation o f al-Ghazzali's Book on Ihe Etiquettc of Marriage from the Ihya (University of Ulah Press, Sait Lake City, 1984). 93 Demaitre y Travill, "Human Embryology" págs. 407-24; S. Beiguedes, "La collection hippocratique et l'embryologie coranique", La collection hippocratique et son rote dan?, l'histoire de la médecine (Briil, Leiden, 1975), págs. 324-8. 94 Luke E. Demaitre, Doctor Bernard de Gordon: Professor and Prsctitioner (Pontifical Institute o f M edieval Studies, Toronto, 1580). págs. 78-80; M. Antony Hewson, Giles o f Roiv.e and the Medieval Theory o f Conception (Ath)one Press, Londres, 1975), págs. 48-54. 95 Noonan, Contracepiion: A History, pág. 207; sobre sus teorías humorales véase también Arnaldc de Villanova, Here is a New Boke, calied the üefence o f Age and Recovery o f Youth, tr. Joñas Drummond (Wyer, Londres, 1540). 96 Beryl Rowland, Medieval Woman s Guide to Health: The First English Gynecological Handbook (Ksnt State University Press, Kent, Ohío. 1981), págs. 157-9; véase también Delaney, "Constantinus Africanus' De Coiiu". págs. 62-3. 37 R. Nelll, La vis quotidienne des Cathars de Languedoc au Lie siécle (Hachette, París, 1959), pág. 62. 98 Ilelen Rodnite Lemay, "Human Sexuality in 12th to 15th Century ScieníiFic Writings", en Sexual Prácticos and the Medieval Church, eds. V. Bullough y J. Brundage (Prometheus Press, Búllalo, 1982). pág. 200. 99 Lemay, "Human Sexuality”, págs. 187-205. 100 Heien Rodnite Lemay, "The Stars and Human Sexuality: Some Medieval Scientific Views"’, Isis, 76 (1980), págs. 127 -37 101 Los judíos, como los musulmanes, creían que en los casos en que ia vida de la mujer se veía amenazada, se podía Interrumpir el embarazo de forma legítima. Véase Fred Rosner, Medicine in the Mishneh Torah of Maimonides (Ktav, Nueva York, 1984), págs. 1703. Véase también L. Rabinowitz, The Social Life o f the .lews o f Northern France in the X ll-X IV Centuries as RefleCled in the Rabbinical Litcrature o f the Period (Goldstone, Londres, 1938), págs. 150-1; S. D. Goitein, A Mediterranean Society: The Jewish Communities o f the Arab World as Portrayed in the Documents o f the Cairo Ceniza (University o f California Press, Berkeley, Cal., 1978), vol. III, págs. 168-70, 211, 230-1. 102 Claude Aiexandre Thomasset, ed., Placides et Timeo ou Li secres as philosophes (Droz, Ginebra, 1980); Claude Aiexandre Thomasset, Un visión du monde á ¡a fin du XHIe siécle: Commentaire du dialo­ gue du Placides et Timeo [Droz, Ginebra, 1982). Los conocimientos médicos eran todavía primitivos. Galeno basaba su conocimiento

de anatomía en la disección de los monos; en el Salerno .il los cerdos servían para el misim> propósito. 1.a disección hüina:,;i se inició en Padua er. 1341, y lav-viejss creencias de que c I útero estaba dividido en siete cámaras y que los genitales del hombre y la mujer se complementaban persistieron. Véase Georce W. C ó r ­ ner, Anatómical Texts of the Eazlier M ddle Ages (Carnegis Institution, Washington DC, 1927); M. C. Po’achelle, Corps et chirurgie a l'apogés du moyen-áge (Flammarios,. París, 1983], págs. 134, 223-9. 103 Hanawalt, The Ties that Bound, pág. 301; véase también Y. B. Brissaud, "L'Infanticide á la fin de ini&’ers- áge", Revue historique de aroit francais etétranger, 50 (1972), págs. 234-5. 104 Heriihy, Medieval Househoids, pág. 53. 105 Heath Dillard, Daugh.íers o f the Jie-conquest: Women in Casti’isn Town Society, 1100-1300 (Cambridge University Press, Cambrid­ ge, 1988), págs. 210-11. 106 Noonan, Contraceptiva: A History, pág. 218. 107 Noonan, Contraception: A History,.Pág. 219. 108 Rowland, Medieval Woman 's CuidemHealth, pág. 97. Sobre medi­ cina humoral, véase también el .trabajo de Laníranc (muerto en 1303), A Mosx ExceUeni una LestmeiS Work of Chirurgie. tr John Halle (Marshe, Londres, 1565.). 109 Gerson, Opera, 3, 1000, citado en .-Saonan, Contraception: A His­ tory, pág. 273. 110 Joelle Beaucamp, "La situation juridic&ire de la femínea Dyzan.oe”, Cahiers de civilizaron médiév&le, 23 (1877), pág. 164. Sobre la posibilidad de que los abortos .fueran realizados en los xenones (hospitales), véase Timotny Millar, The Birth of the Hospital in the By/.antine Empire (Johns Hopk¡n.s,.BaJ{irnore, 1985), pág. 213. 111 Rouche, "Haut Moyen Age OccidcxiAale", pág. 444. 112 Córner, Anatómicai Texts, págs. 3.05-6. 113 Dante Alighicri. The Divine Comer?/, ed. Charles Singlcton (Prin­ ceton University Press, Princeton, .NJ, 1973), canto 25, 52-81, vol. II, págs. 273, 610-16 Henn de Mandeviile,.. cirujano de Felipe el Hermoso (1285-1314), escribió que-£l feto se hallaba perfeccionado a los cuarenta y cinco días y a las iuwenta se movía. Dr. A. Bos, La chirurgie de maitre Hcnrt de Mimrieville (Firmin, París, 1897), vol. I, págs. 114-15. 114 John T. Noonan, Jr., "An Almosí..Absoiute Valué in History", en The M ora iity o f abortion: Legal and Histórica} Perspectivas, ed. John T. Noonan (Harvard University Press, Cambridge, Mass., 1970), pág. 20. 115 H. G Richardson, ed., Fleta -fSeJdon Society, Londres, 1955), LXXÍl, 60-1. 116 Heriihy. Medieval Househoids, pág. 53. 117 Barbara A. Hanawalt, "Childbeariv.g Among the l.ower Cf asses of Late M edieval England", JournAl,&f lnterdisciplinary History, 8

(19771, págs. 1-22; Peter Biller, "Chilclbirth in the Middle A ges", History Today, 36 (1986), págs. 42-9. 113 Emily Coleman, "Infanticide in the Early Middle Ages", en Women in Medieval Socicty, ed. S. M. Sniard (University of Pennsylvania Press, Filadelfia, 197n), págs. 47-71. Véase también Barbara A. Kellum, "Tnfantieide in England in the Later Middle Ages', History ofChildhood Quarterly, 1 CI974), págs. 307-88. 119 Hanawalt, The I'ies ¡hat Round. pácjs. 101-2. 120 A. Porteau Ditkcr, "Criminalilé el délínquance féminine dan:. Ic droit penal des Xille et XlVe siccles", Revue hisloriquc de droit frangais el étranger, 58 (1980), págs. 15, 34. 121 John Bosvveli, "Expositio and Oblatir»; The Abandonmmi ni' Children and the Ancient and Medieval Family", American Histórica! Review, 09 (1984), págs. 10-3J; John Roswell, The Kinchif.s o í Strangcrs: The Abandonmenl o í t 'hildrcn in Western Iviropc íroni Late Antiquity tu the Renaissance (Pantheon, NY, 1988), partí;:; IIIV. I.a oblación formal -para aqu 'líos que finalmente serian or nados y cuyos padres pagaban una doto no se debe confundir con la acogida de niños pobres que eran criado,-; para hacer el trabajo 122 Biller, "Birth Control", págs, 22-5 123 Los comerciantes de Londres tenían familias sumamente pequeñas "Pero no hay duda de que en ningún momento de ese período el promedio de herederos que producía un comerciante en linca directa llegó a dos". Sylvia L. Thrupp, The Merchant Class o í Medieval /..unción (University of Chicago Press, Chicago, 1948), págs. '199-200. Para el campo, véase Bruce M. S. Campbell, "Popu­ lation Pressure, Inheritance and the Land Market ir, a Fourteenth Century Community", en Land, Kinship, and Life Cyc!e, ed. R. ¡vi. Smith (Cambridge University Press, Cambridge, 1984), págs. 1289. Sobre la baja fertilidad de los comerciantes franceses, véase Arlette Higounet Nadal, Families patricienncs de Périgaux a la fin du moyen age (CNRS, París, 19831, págs. 25, 134, 141-2. 124 Dante, Paradiso, xv, ii, 106-8; Noonan, Contraception: A History, pág. 227, n. 47. 125 Noonan, Contraception: A History, pág. 168. 126 Biller, "Birth-Control", pág. 16. 127 Noonan, Contraception: A History, págs. 299-300. 128 Noonan, Contraception: A History, pág. 197.

Control de la fertilidad a principios de la Era Moderna en Europa "R ecetas p a ra r e a liz a r sus m a lv a d o s p ro p ó s ito s "

l.ouise Bourgeois (1626), citado en The C o m p ie a t Michvife's P ra c tic a E rtiarg e d , de John Pechey A principios de la era moderna ia discusión sobre la fertili­ dad, antiguamente dominada por ia Iglesia, fue "secularizada." El ‘ ' iludo empezó a reemplazar al clero-en la vigilancia de la maternidad al condenar el infanticidio y ei aborto; los médicos obsletnis iniciaron su campaña para sustituir a las comadronas en los partos, y los escritores de folletos sobre onanismo y los productores de preservativos prácticamente emprendieron la "c o m e rc ia liza c ió n " de la anticoncepción. La maternidad se hallaba en un proceso de cambio; para el siglo XV IIi el número de parejas casadas que limitaban sistemáticamente ei tamaño de la familia había aumentado hasta el punto de que ias eviden­ cias sobre dicha práctica son numéricamente importantes.. Los europeos no se contentaban con posponer y espaciar.los naci­ mientos como siempre io habían hecho, sino que estaban empe­ zando a prevenirlos por completo.1 ¿Reflejó la naturaleza cambiante de las prácticas anticoncep­ tivas un cambio en la configuración de la familia? Los investi­ gadores tienen opiniones contrarias en cuanto al grado en que d ifería la familia occidental europea a p rin cip io s de la edad moderna de la familia en la Edad Media. En sus aspectos cuan­ titativos -edad más tardia de casamiento, gran número de solte­ ros y baja fertilidad- eran bastante similares. Los hombres y mujeres comunes continuaban siendo sumamente prudentes al plantearse el matrimonio y la maternidad. Ei dicho medieval "sin tierra no hay m atrim onio", todavía se hallaba bastante vigente, aunque menos a partir del siglo XVI. Hasta un 20 por

ciento de la población permanecía soliera de por vida.2 Los jóvenes de los pueblos se ensañaban ¿con chirigotas y cencerra­ das para censurar uniones que violaban la costumbre local. La Iglesia, por supuesto, también expresaba su opinión, pero em pezaba a ser sustituida en la vigilancia de parejas por el estado. En 1556, para los aprendices de la zona de Londres fue fijada la edad de 24 años para casarse, en un intento de evitar los matrimonios precipitados y esta restricción pronto se exten­ dió a otros pueblos.3 La edad media de los nobles ingleses para contraer matrimonio subió entre los siglos X V I y XVIII de vein­ ticinco a treinta años para los hombres y de veinte a veintitrés para las mujeres. En el noroeste de Europa, los hombres se casaban entre los veintinueve y los treinta años y las mujeres entre los veinticinco y los ventiséis. En el continente, la austera doctrina dei matrimonio tardío y la castidad pre-conyugal pre­ dicada por sacerdotes de la Contrarreforma complementaron la preocupación de los laicos de que los matrimonios ofrecieran seguridad económica.4 E! compromiso matrimonial continuaba siendo el paso fun­ damental para sentar las bases de la unión no sólo entre dos individuos, sino entre dos familias; ias relaciones sexuales pre­ cedían con frecuencia al casamiento. Aproximadam ente un cuarto de las novias iban al altar embarazadas; sin embargo el hecho de que los índices de ilegitimidad sólo representaran un dos por ciento de los nacimientos sugiere la seriedad con que se tomaba la maternidad. En realidad, daba igual si esta cautela se debía a la internalización de la ética cristiana o ai temor por el ostracismo social. El autocontrol sexual era claramente una forma arraigada de comportamiento racional.-’ El m atrim onio en ed a d tardía, ei espaciam ien to de los hijos -r e s u lta d o de la p r o lo n g a c ió n de la la c ta n c ia p o sib lem en te c o m b in a d a con la c o n tin e n c ia o ia a n tic o n c e p c ió n - y la alta m ortalidad infantil d ie ro n com o resultado q u e hasta mediados del s ig lo X V III las fa m ilia s tuvieran el n ú m ero ju sto de hijos para m antener la p o b la c ió n . En el pequeño p u e b lo inglés de K ib w o rth H arcou rt, p o r ejem p lo, las m u jeres daban a luz un p ro m e d io de 4,87 hijos, de los cuales un sexto m oría antes de lle g a r a los veintiún años.5 En Norteamérica, d o n d e no existía ni escasez de tierra ni p resión dem ográfica, ias fam ilias eran más gran d es. En el siglo X V II en la colonia de P iym ou th cada familia

producía cerca de ocho hijos.'

Los hogares, por supuesto, no eran lo mismo que las fanii lias. Los primeros tendían a aumentar de tamaño a m edid a que subían en ia jerarquía social; un hogar grande era un lujo que ios pobres no se pedían permitir. Un aristócrata p o d ía tener hasta cuarenta personas vivien do bajo su techo, mientras que un jo rnalero corriente sóio tenía tres o cuatro 5 Los artesanos y aparceros, no pudiendo mantener a sus hijos por m u ch o tiem­ po, los enviaban muy jóvenes a servir como criados o jorn ale­ ros. Los ricos absorbieron esa mano de obra para satisfacer sus necesidades económicas y al mismo tiempo demostrar su poder social, pero con ei aumento del comercio, empezaron a conside­ rar cada vez más a ios sirvientes como empleados en vez de como miembros de la "familia". Esta práctica de dejar el h ogar familiar desde jó v e n e s para trabajar en otra casa no era exclusiva de ios pobres. Ser envia­ do para servir de criado o de aprendiz fue ,un aspecto im portan­ te del ciclo vita] de la familia occidental especialmente en Bre­ taña y Escandinavia. Estaba asocia do con ios m a trim o n io s tardíos y ia instalación final de un hogar independiente. Los jóvenes de ambos sexos que servían en Inglaterra representa­ ban un 14 por ciento de la población total y-un 80 p o r ciento de los jóven es entre quince y veinticuatro años.* La E urop a preindustrial era,- con tantos jó v e n e s buscando trabajo fuera de casa, una sociedad mucho más m óvil de So que generalm ente se cree. Sin embargo, su meta fin a l era establecerse en algún lugar fijo. Enviarlos lejos proporcionaba una re sp u esta a su problema de cómo pasar los diez o más años de tensión previos al matrimonio. Si ios varones recibían un buen salario, incluso podían establecerse por su cuenta antes del?, muerte del padre. Su novia podía haber ganado o heredado su dote. L os pobres sin bienes, supuestamente no tenían mucho que p e r d e r si se casaban cuando querían y con quien querían. Por otra parte, dicha práctica de trabajar fuera del hogar, al alargar la adolescencia, tuvo un impacto evidente en la fertili­ dad. Kussrnaul ha descrito la etapa de servidumbre en el ciclo vita! com o una forma de estrategia de planificación familiar: "La institución del servicio o em pleo fue una forma de limita­ ción de la familia ex p o s t f a d o . Una vez que la familia sabía que tenía dem asiados hijos supervivientes para ser e m p le a d o s o

mantenidos dentro del hogar, el exceso podía ser e n v ia d o a otra familia que tuviera pocos hijos para trabajar en la tierra".w El empleo, al retrasar los matrimonios y por ende los nacimien­ tos, permitía un equilibrio en la oferta y demanda de trabajo en una comunidad. Además, como iniciación a una vida casi inde­ pendiente.. preparaba a la gente jo ve n a opinar en ia elección de su pareja. No obstante, el "individualismo" de los europeos de occidente no debería ser exa gerad o; John Gillis ha señalado que, a pesar del énfasis que ponen los historiadores d e m o g r á fi­ cos en la naturaleza "nuclear" de la familia occidental, las pare­ jas sabían que sólo podían casarse de forma segura cuando tuvieran el apoyo de ia comunidad, los amigos y los parientes.11 En el noroeste de Europa, los lazos familiares eran relativa­ mente débiles, los hermanos raramente compartían la tierra o el hogar, y las familias amplias eran poco frecuentes. En Fran­ cia y Alemania, la "estirpe fam iliar" era más evidente: el hijo mayor sucedía a su padre jubilado mientras que los más jó v e ­ nes se marchaban del hogar o se quedaban en la finca familiar sin casarse. Incluso aquí, debido a ia relativamente corta esp e ­ ranza de V id a , era probable que se produjera únicamente un breve período de convivencia entre las generaciones adultas. Más al sur y al este, donde la tierra era más pobre y había una gran necesidad de trabajo familiar, aumentó el porcentaje de hogares complejos o multifamiiiares. En el sur y este de Europa esta etapa de empleo fuera del hogar era poco frecuente, debido en parte a la falta de un mer­ cado de trabajo. Y cuando una pareja se casaba, el estab leci­ miento de una nueva familia no implicaba necesariamente la organización de un nuevo h o ga r. En Italia, por e je m p lo , la norma era la convivencia en una gran familia. Los hijos recién casados llevaban a su esposa al hogar paterno. La in dep en d en ­ cia con que se vivía en e! noroeste era menos apreciada que la solidaridad familiar. Era una solidaridad que exaltaba la d om i­ nación masculina. En los hogares amplios de España y Sicilia, todas las mujeres se casaban muy jóvenes, normalmente entre los dieciocho y los veinte años.12 A partir del Renacimiento, las jóvenes italianas dejaban su h ogar a los siete años para entrar en un convento o a ios doce para casarse, por lo que no era raro que el traje de novia se qu edara pequeño.13 Se tendía a mirar a las esposas como a invitadas en la casa del esposo, y si

se quedaban viudas, normalmente regresaban con su " i >i í > familia- Las mujeres del sur de Europa no eran tan :fum¡:;a: co m o se ias describe, pero su margen de actuación era clara xnente más estrecho que el de sus equivalentes en occidente. Las costumbres ele los pobres relativas ai matrimonio eran reguladas más por ia comunidad que por sus familias. Los c o m ­ pañeros de trabajo ofrecían mucho apoyo y ias mujeres en p a r­ ticular gozaban de una gran solidaridad entre ellas. Y aunque la economía mejoró notablemente a partir del siglo XVI, el n ú m e­ ro real de pobres aumentó. Europa occidental pasó a principios de la era moderna de la agricultura de sustento a la agricultura comercial, de pequeñas parcelas a fincas valladas. Para el siglo XVII, muchos labradores rurales no tenían tierras. En ei p e r io ­ do anterior no habrían podido casarse, pero ahora el trabajo asalariado se ¡o permitía e incluso ocasionalmente era un incen.tivo econ óm ico para casarse y criar una gran fam ilia. Lo s pequeños propietarios, sugiere Cicely Howell, interesados en impedir la división de las tierras entre demasiados herederos, continuaban teniendo un instinto "preservador" para regular la fertilidad.14 En el este y sur de Europa tuvo iugar una "refeudalización" a medida que la élite expulsaba ai campesinado de sus tierras. Los intentos de ios campesinos de aumentar su mano de obra al criar una familia más grande sólo sirvieron para sum ir­ los más aún en la servidumbre. Europa se recobró lentamente en los siglos XV y XVI de las desastrosas epidemias del siglo XIV y en el siglo XVII3 e x p e ri­ mentó un aumento de población sin precedentes, lo que fue atribuido alguna vez por los historiadores únicamente a la caída de ia mortalidad ocasionada por la disminución del hambre y de las enfermedades endémicas de la Europa medieval y p o r ei aumento de la productividad agrícola. Aunque tales interpreta­ ciones todavía parecen mantenerse en gran parte dei con tinen ­ te, investigaciones recientes han llegado a la conclusión de que en Inglaterra el crecimiento se debió tanto si aumento de la f e r ­ tilidad como a la reducción de la mortalidad. La población del país estaba gobernada, en palabras de W r i g l e y y Schofieid, por un "sistema de baja presión dominado por la fertilidad".':5 Una edad más temprana para contraer matrimonio, una mayor in ci­ dencia de! matrimonio, una creciente fertilidad de ias parejas casadas y una esperanza de vida más larga se combinaron para

producir un mayor índice de fertilidad. No fue una coincidencia (¡ue Inglaterra, el país que inició la industrialización, sufriera taies cambios. Gran parte dei crecimiento de ia población se originó, según David Levine, por la proietarizacíón del trabajo. En la comunidad tradicional ios niños eran enviados a servir, pero el desarrollo de la industria doméstica en el siglo XVIII creó la necesidad de emplear niños y con ello proporcionaba salarios que permitían casarse más pronto. La demanda de mano de obra., al ofrecer incentivos positivos para casarse y criar una familia, sacó a ia luz el "poder generador" normal­ mente controlado por las restricciones sociales.56 El lado oscuro de esta situación fue que así como el desarro­ llo del mercado fomentaba el matrimonio de jóvenes parejas, una crisis económica, al impedir la unión, podía producir altos niveles de ilegitimidad. En el siglo XVIII, los embarazos prema­ trimoniales aumentaron del 10 ai 30 por ciento y los índices de ilegitimidad subieron del 2 ai 8 por ciento, alcanzando en algu­ nos lugares ei 16 por ciento.” Las ciases altas sufrían periódica­ mente de pánico moral a ia vista de lo que consideraban pro­ miscuidad e inmoralidad por parte de los pobres; en realidad el alio índice de ilegitimidad no se debía a una moral laxa, sino a ia frustración de no p od er con traer matrimonio, lo que era resultado de los desarreglos de la economía. La importancia real dei aumento de la tasa de nacimientos en Inglaterra, discusión que pudiera parecer fuera de lugar en un estudio ele control de ia fertilidad, es que demostró que la maternidad era susceptible de cambios, de acuerdo con ias fuerzas sociales en evolución. Tanto los europeos que aumenta­ ban su fe rtilid a d , com o a q u e llo s que la reducían, estaban demostrando su deseo de lo grar el tamaño ideai de la familia.18 A u n qu e pueda p arecer iró n ico , ei mero hecho de que la población europea estuviera creciendo a un ritmo sorprenden­ te, desempeñó un papel crucial en ia propagación de las prácti­ cas de control de la fertilidad. Incluso los historiadores demo­ gráficos, que han sido ios más reacios a aceptar la idea de que las generaciones pasadas podían e incluso intentaban limitar los embarazos, han aportado "datos sólidos" que indican que los europeos occidentales, a partir de! siglo XVII, no sólo inten­ taban regular su fertilidad, sino que lo lograban. W r i g l e y encontró pruebas cuantitativas de lim ita ción fam i­

liar en los registros de ia parroquia del pueblo tic Colyton. • qii ■ quienes había h a b la d o declararon.

mujeres obreras c o n

"¡Somos dueñas y señora:; do m>suti as mismas!" Y en ton ces y o pregunte: ",.l labia . h a d o este breve t r a ta d o (neom altusianol"? Una de ellas me contesta " Y o lo ha, y no entendí nada. En los libres q u e se nos venden no se e n t ie n d e nada, pero los compramos p o r las ilustraciones y la s direcciones que a p a r e ­ cen en las últim as páginas"." Tal era la a s o c ia c ió n del c o n t r o l d e la natalidad c o n l a s "mujeres a v a n z a d a s " ; y la p r im e r a g e n e r a c i ó n de m u j e r e s m édicos se e n c o n t r ó con que U in t'i s u s colegas co m o s u s pacientes s u p o n ía n que ellas darían < 01 m ojos sobre el a b o r t o y la anticoncepción."2 Las ciases m e d ia s fingían estar de .m u e r d o con las do ctrin as oficiales p r o -n a t a lid a d de la Iglesia y d e la profesión m é d ic a . En la práctica, sin embargo, llegaron a aceptar, en la s e g u n d a mitad del s ig lo , ol argumento e x p l í c i t o d o los defensores d e l control de ia natalidad y el argum ento im p líc ito de las f e m i n i s ­ tas de que só lo la limitación de los n a cim ien tos garantizaría la familia e c o n ó m i c a m e n t e segura y u n i d a que se i d e a l i z a b a entonces. Las nu evas clases medias b a ja s y los empleados d e oficina, que so ex ten d iero n ráp idam ente a fines de siglo, l l e n o s de p reten sion es p e r o sin los p r i v i l e g i o s ni la prosperidad d e las clases m ed ias, encontraron m a y o r e s razones para r e d u c i r su fertilidad. ¿También im itó la clase obrera las n o r m a s de conducta de la clase media? P r im e r o tenemos que r e c o r d a r que los obreros d e l siglo XIX ya c o n trola b a n su fertilidad; la diferencia real fue q u e a partir de m e d ia d o s de siglo la b u r g u e s í a empezó a p ra ctica r dicho c o n t r o l m á s intensam ente. ¿ F u e co p ia d o este n u e v o modelo de fam ilia pequeña? Sin du da los criados observaban y procuraban im ita r algunas costumbres d e sus amos, pero aún más im p o r t a n te fu e el impacto d e l c a m b i o económico e n la estructura fa m ila r de las clases t r a b a ja d o r a s . En Inglaterra la mecanización de la industria se in ició e n e l siglo XVIII, pero lo s siguientes cien años la mayor parte d e la producción se h a c ía todavía en u n id a d e s familiares; ias f á b r i c a s no lograron d e s a -

r i-i >11.i i '. pm completo I ¡isla finales del siglo XIX. Ei aumento ■li-l m'mn'i'u fie irabajadoros industriales asalariados en un prin­ cipio riiiiH'irló los matrim onios tempranos y la crianza de hijos 1111 {* cohli'ibuyeran a la e c o n o m ía familiar. La ausencia de segu­ ridad ec on óm ic a también a n im ó a los trabajadores a v iv ir en Iio< i.i rt.s más complejos d o n d e se alojaban .huéspedes y parien­ te;."' De: esta forma, la p roie ta riza ció n y ei aumento de la pobla­ ción iban de la mano.35 Inglaterra tenía mala fa m a p o r el abuso generalizad o del tra­ bajo de las mujeres y ios n iñ o s en ias minas y las fábricas, pero el "s a la r io familiar" era c o m ú n en toda Europa.. En ia primera mitad d e i siglo XIX, la fe r tilid a d alemana aumentó ju n to con ia mecanización, y en el este y sur de Europa el p r o c e s o continuó hasta principios del siglo X X . En el centro y sur de Italia, por ejem plo, la fertilidad c o n tin u ó ascendiendo entre las dos gue­ rras p o r la demanda de tra b a ja d ores no especializados.8S Obser­ v a d o r e s de la clase m e d ia l l e g a r o n a afirmar q u e las clases bajas tenían hijos con el ú n ic o m otivo de satisfacer su necesi­ dad de mano de obra barata. A usente de estos análisis estaba ei h e ch o d e que los trabajadores, a! tiempo que reconocían la con­ trib u c ió n esencial que a p o r ta b a n todos los m iem bros capaces de una fa m ilia a la e c o n o m í a d e l hogar, eran a m b iv a le n t e s sobre ia moralidad del tra ba jo infantil.87 ¿ P o r q u é razones d e s c e n d i ó finalmente la fe r t i l i d a d de ia ciase o b r e r a ? En un p r i n c i p i o se mantenía tra d ic io n a lm e n te b a ja er. las zonas t e x t i l e s d o n d e las m ujeres e n c o n t r a b a n e m p l e o fu era de la casa; d o n d e no existían esta s opciones, c o m o en ias zonas mineras o de industria pesada, ia fertilidad pe r m a n e c ió alta hasta bien en tra d o el siglo XX. La categoría del tra b a jo y ia actitud de lo s m a r id o s , no sólo su n iv e l salarial, eran de especial importancia. Los obreros especializados, cons­ c ie n te s a fin es de s ig lo d e q u e la clase media t e n ía familias pequeñas, a menudo sentían que se les mantenía en la ignoran­ cia acerca de los m étodos a seguir. Estas preocu pacion es fue­ ron resaltadas por los e d ito r e s del diario francés de izquierdas Le P é re P e in a rá ; Cuanto más proletarios haya, menos costará alimentarlos. D e ahí que cuando una j o v e n pobre tiene un hijo que no es via b le , se oye rebuznar a esos camellos po rq u e han sido

estafados. Lanzan a ¡a madre a ios osos y claman que le • han en ga ña do. Sin embargo, si se leen los periódicos de grana ton, se verá fácilmente que sus esposas desprecian la fidelidad conyugal, y que con frecuencia no son sino putas, cuyos hijos pueden tener treinta y seis padres ... norm a l­ mente tienen dos pequeños, los demás son evitados." Los d ife r e n te s partidos socialistas se oponían a ias t e o r ía s económicas cleí neomáltusianismo, p e r o se hallaban d i v id id o s sobre la c o n ve n ien c ia de defender ei derech o de los o b r e r o s a recibir in fo rm a ció n sobre el control de natalidad.89 Sin e m b a r ­ go, los o b re ro s finalmente r es trin g ieron ei tamaño de 3a fam ilia, no para i m it a r ei c o m p o r ta m ie n t o d e las ciases altas, s i n o , sobre todo, p o rq u e los salarios de las mujeres y los niños, q u e a principios de la era industrial rep resenta ba n más de ia m ita d d e ios ingresos familiares, descendieron radicalmente al e v o l u c i o ­ nar la ec o n o m ía . En Inglaterra y A le m a n ia , después de 1870, aumentó la dem anda de mano de ob ra especializada y d is m in u ­ y ó el t r a b a jo p a ra niños y m u jeres. A d e m á s , los o b r e r o s se o r g a n iza r o n pa ra p r o t e g e r s e de la c o m p e t e n c ia de m an o d e obra barata y se opusieron cada v e z m ás ai trabajo de los n iñ o s y ias mujeres, e x igie n d o para ellos m ism o s un salario d ig n o d e l "sostén de ia fam ilia". Ei estado r e s p o n d ió con la ““le g is la c ió n p r o t e c to ra " q u e red ucía ias o p o r t u n i d a d e s de trabajo cíe ia s mujeres y de los jó v en e s.sc Un nuevo h o g a r de la clase o b re ra su rg ió lentamente -con la mujer en la p o sició n subordinada de ama de casa a tiempo c o m ­ pleto- co m o resultado de la compleja lucha por los trabajadores contra ia ex p lotación económica y la búsqueda de 1a s e g u r id a d doméstica. Dadas sus preocupaciones p o r la inseguridad de su empleo y la fra g ilid a d de sus hogares, era comprensible que lo s obreros idealizaran una nueva división de ios sexos en el t r a b a ­ jo, donde el h o m b re sería el único p r o v e e d o r y la mujer se v i e r a libre para d e d ic a r toda su e n erg ía a sus deberes de e s p o s a y m adre. El p r e s t i g i o del p r im e r o s u p u e s ta m e n te a u m e n t a b a fuera del h oga r, y ei de ia segunda d e n t ro dei hogar?2 La e s p o ­ sa, según este n u evo có digo de resp eta b ilid a d femenina cié la clase obrera, ya no era una com pañera en el trabajo, sino g u a r diana del h o g a r y de los hijos y p o r e llo se esperaba que s u b i e ­ ra su nivel de com petencia doméstica; un "hogar" real, d e c la r a ­

ba la prensa popular y socialista, no era un centro de p r o d u c ­ ción, sino un paraíso de reproducción y consum o en el que ia e s p o s a cuidaba a toda 1a fam ilia.32 La realidad fue que serían escasas las mujeres trabajadoras d e l s ig lo XIX que pu dieran aspirar a dar el paso hacia la m a te r ­ n id a d a tiempo com pleto. Rn Inglaterra se señaló a fines de la d é c a d a de 1880 que " D e b e recordarse que, de hecho, la m ayoría ríe los hom bres no m a n tien en a sus esposas n i a sus familias. La es p os a, agotada p o r sus prop ias ob ligaciones, debe además t r a ­ ba ja r para aportar una contrib ución a la ec on om ía doméstica, y los niños también co n tr ib u y e n ".3-1 Y aunque el número de m u je ­ res que trabajaban fu era de casa desc en d ió a finales de siglo, a lg u n a s seguían h a c ie n d o trabajos a de stajo y desempeñaban un p a p e l crucial c o m o adm inistradoras del presupuesto f a m i ­ liar, y con frecuencia se les entregaba el sueldo de sus maridos y d e sus hijos. Estas m u je res n e ces a ria m en te estaban más al co r r ie n te de las finanzas de ia familia que las matronas de clase m ed ia. Y dada la ausencia de intimidad en las viviendas de los o b r e r o s , es improbable q u e sus hijas fueran tan ignorantes del funcionamiento de sus cuerpos como lo eran las nacidas en el s e n o de la ciase media. C on la caída de ia d em an d a de mano de obra agrícola y no especializada, las fam ilias numerosas p e r d ie r o n su m otivación económ ica. Los niños, no requeridos en los trabajos, se vie ron lib r e s para ser educados; la educación no po día ser impuesta m ien tras hubiera in c en tivos económ icos para faltar a clase. Los hijos dejaron de co n trib u ir a la econom ía doméstica y se c o n ­ v ir t ie r o n en consumidores de ios recursos. Pasaban gran parte de su tiempo estudiando y por decreto no se les permitía tra b a ­ ja r en las fabricas. En el pu eb lo m inero francés de Anzin, el 50 p o r ciento de los ch icos de 10 a 14 años trabajaban en 1872, m ientras que en 1906 só io lo hacían el 16 p o r ciento. La e d u c a ­ c ió n obligatoria acentuó las diferencias en edad e "infantilizó" a lo s niños, volviéndolos m en o s autónomos y más dependientes.91 T.os obreros, aunque d u d a b a n que la e d u c a c ió n les o fr e c ie r a m u c h a movilidad so cia l, a cep ta ro n la n u e v a idea de que los p a d re s debían trabajar p o r sus hijos y no viceversa. Incluso la id e a de tenerlos para r e c ib ir un posible a p o y o económico en su v e j e z se vio socavada ininten cionadam ente p o r la aparición de m o d e r n o s programas de ju bila ción y asistencia social.

A m e d id a que subían los costes de la educación, e! número de h i jo s en las familias de 1a clase obrera em p ez ó a decaer. ■En su rev a lu a c ión de estrategias familiares, los padres trataron no só lo d e espaciar los nacimientos sino de limitarlos. Es probable que la aparición de empleos regulares y la creación de barrios es ta b le s para la clase ob rera aumentara la capacidad de los tra­ b a ja d o r e s para planear su futuro. A l poder p re d ec ir sus posibi­ l id a d e s futuras, estaban m e jo r p re p a ra d o s p s ic o ló g ic a m e n te para pe n sa r en limitar ia natalidad. N o obstante, muchos o b r e ­ ros p a recían concebir esto último fundam entalm ente como una e s tr a ta g e m a defensiva a la que se recurría para protegerse en un m u n d o amenazador, y no consideraban que hubieran o b te ­ nido ningú n beneficio. Seguram ente diferentes combinaciones de razonam ientos fueron causa de la mayoría de ias decisiones d ir ig id a s a reducir la fertilidad. L o s o b re ro s tenían sus propias razones para restrin gir los n acim ien tos. No ignoraban el nuevo m odelo de familia adopta­ do p o r las clases altas, p e ro tenían que pensar en sus propios in teres es . Hubo una filtración de ideas hacia abajo que fueron r e c i b i d a s algunas con a cep ta ción y otras co n resistencia. La a d o p c ió n del control ríe fertilidad por parte de los obreros, que p o d ía ser tomada como síntoma de una búsqueda de "respeta­ b i l i d a d " p o r las clases bajas y un aspecto de su " a b u r g u e s a ­ m ie n t o " , representaba en realidad su deseo, no tanto de formar p arte d e la clase media, c o m o de mantener su po sició n dentro de la cla s e trabajadora. Ya q u e nos hemos detenido en los intereses materiales de los tra b a ja d ores , es necesario ahora reconocer el p e lig r o que supo­ ne a tr ib u ir ios resultados a los cálculos económ icos, cuando se discu te el declive de la fertilidad tanto en la clase media como en la c l a s e obrera. El c o n c e p t o de las p a r e j a s q u e buscan " e s t r a t e g i a s " de fertilidad es una iclea seductora, p e ro puede dar la im presión injustificada de que cada nacim ien to estaba p r o g r a m a d o . Evidentemente, cada embarazo de una mujer de la clase o b r e r a no era planeado. Muchos cambios familiares p u e­ den h a b e r sido resultado de factores ambientales que tuvieron un i m p a c t o inintencionado en la fertilidad. Por ejem plo, la e m i­ g r a c ió n a las ciudades p r o v o c ó un aum ento im p r e v is t o en la m o r t a n d a d infantil; el t r a b a jo a sa la ria d o p e r m i t i ó c o n tra er m a t r i m o n i o antes de lo n orm a l, lo que era c o n v e n ie n t e para

producir mayor n ú m ero de concepciones, aunque esto, con f r e ­ cuencia, no ocurría. P e r o ia mayor trampa ai considerar las ca u ­ sas económicas deí d e sc en s o de la fertilidad es que, al posiular la idea de "estrategias familiares", se puede lle g a r a olvidar que en un hog a r p o d í a m u y bien haber o p in io n e s diferen tes p o r parte del marido y de la mujer.65

Si el índice de fe r t ilid a d hubiera sido d ic ta d o sim plem ente por fuerzas económ icas, podría haberse espera do que oscilara, subiendo en las ép oca s prósperas y bajando en las malas. Pero una vez que em p ezó a decaer, nunca v o lv ió a sus niveles a nte­ riores; es d ifíc il no c r e e r que las m ujeres ju g a r a n un papel importante en tal de cis ión , lina vez que ias mujeres se dieron cuenta de que no ten ía n po r qué quedarse embarazadas, su o p i ­ nión sobre la m a t e r n id a d cambió radicalm ente. El estoicism o que a menudo asumían cuando se enfrentaban al embarazo fue sustituido por tem o res y preocupaciones. D esde luego, los p a r ­ tos no cesaron de s e r peligrosos de repente; esto no sucedería hasta la década de 1940, cuando se em pezaron a usar las sulla midas para co ntrarrestar las infecciones del posparto. Pero la creciente capacidad para prevenir embarazos y las co m p lica cio­ nes que de ellos resultaban hicieron que las mujeres estuvieran más determinadas q u e nunca a evitarlos. Cari Degler ha atribu ido el aumento del control de natalidad al sentido creciente de individualismo que experim entaron las mujeres del s ig lo X I X . 37 Indudablem ente e s to d e se m p eñ ó un papel importante, y fu e fomentado por la alfabetización; las que podían leer tenían m a y o re s expectativas de controlar su prop io destino, de fo rm a q u e 1a alfabetización de las mujeres m arcó una gran diferen cia . Estudios sobre la A m é r ic a del siglo XIX revelaron que las esposas instruidas tenían una fertilidad más baja que las esposas analfabetas casadas c o n hom bres de la misma clase.53 O fic ialm en te la línea neo-maltusiana ponía é n fa ­ sis en las decisiones tom adas por el individuo, pero las mujeres de la clase obrera hacían hincapié en la reciprocidad, la c o m u ­ nidad, la asistencia e n tre vecinas y ia ayuda mutua. Tenían una visión pragmática y no romántica de! m atrim onio, se tomaban las disputas domésticas con calma y aceptaban el hecho de que !a fuente prim ordial de realización persona! no se encontraba necesariamente en su pareja. Otras mujeres -madres, hermanas, amigas- prop orcion ab an apoyo emocional y era precisamente a

través de esta red de solidaridad com o se difundía la in fo r m a ­ ció n s o b r e la a n tic o n c ep c ió n . La d en sid ad de p o b la c i ó n se co rrelacion a ba a menudo con el control de fertilidad, sin duda, p o rq u e una concentración de m ujeres permitía la transmisión de consejos. Y ia rápida difusión dei ideal de fertilidad posible m ente se debía, además, al h e c h o de que la cultura fe m en in a estaba m en o s dividida que la masculina. En la difusión de in f o r ­ mación s o b r e ei control de natalidad, se aprovecharon las viejas redes de sociabilidad para c o n s e g u ir nuevos objetivos y se c r e ­ aron otras adicionales. Tales discusiones no eran sie m p r e explícitas. Bunnie Smitr ha s u g e r id o que ias co n v e rs a c io n e s de las mujeres francesas sobre ritos y tareas cotidianas del hogar habían implantado en eilas referen c ias implícitas al tamaño adecuado de la familia y las fo r m a s de lograrlo. Pero las mujeres no eran sie m p re tan r e s e r v a d a s . A l g u n a s e s p o s a s e s c u c h a b a n de b o c a ele sus inaures, hermanas o amigas la información sobre m étodos de control. Fn el invierno de 1877, M a r y Hallock Feote,, después de haber s id o informada de estos temas por su cuñada, escribía desde California a su amiga H elena Gilder en N ueva York para que transmitiera dicha inform ación: Por supuesto, yo no sé nada sobre esto en la práctica y su en a e s p a n to s o ; p e r o t o d a s las fo rm a s s o n t e r r i b l e s e x c e p to aquella que parece de p o co fiar. Mrs. H. dijo que A r t h u r d e b ía ir a un m é d ic o y conseguir cie rto tipo de p r o t e c t o r e s . También se p u e d e n encontrar en algu nas d r o g u e r ía s . Suena abso lu tam en te repugnante, p e r o una de b e afrontar cualquier cosa antes que el inevitable resul­ tado de las leyes de la N atu ra leza .” Y

las red es de comunicación femeninas cruzaron ias fr o n t e ­

ras de clase. Las sirvientas intercambiaban información con sus patronas co n frecuencia. En In g laterra a mediados de la década de 1860 Susan Harris, una c r ia d a , se vio en la situ ac ión de inform ar a su ama sobre el m e jo r sistema de abortar.’--' ¿Cual era ci papel del e s p o s o ? Los dos sexos a m enudo no coincidían en su opinión s o b r e ei control de la natalidad, ya que la p r o c r e a c ió n imponía una ca r g a más pesada sobre la mujer. Todos los indicios sugieren que ias mujeres estaban más d e s e o ­

sas de limitar el tam año de la fa m ilia que los hombres. L o s c o n ­ flictos no se hacían esperar, pero norm alm ente la pareja e n c o n ­ traba un tipo de solución. La p r im e r a cuestión a dis cu tir era cuál de los dos d e b ía regular la fertilidad. La opinión más an ti­ gua era que ia responsabilidad debía recaer en la mujer. G e o r ­ ge Drysdale d ecla ró que las mujeres deberían encargarse d e la anticoncepción ( p o r m ed io de los ir r ig a d o r e s v a g in a les y las esponjas), puesto que el hombre era demasiado im pulsivo para fiarse de él y tanto el preservativo c o m o el coitus interruptus le resultaban in s a tis fa c to r io s .10' A n n ie Besant, la prim era m u je r defensora de la anticoncepción, q u e se refería al p r e s e r v a t iv o como "usado p o r los hom bres de carácter disoluto c o m o p r o ­ tección contra la sífilis y oc a s io n a lm e n te rec o m en d a d o c o m o preventivo", c la r a m e n te p r e fe r ía q u e la mujer c o n s e r v a r a el control por m ed io de la esponja.10' P o r lo menos entre la clase obrera, se su p o n ía q u e .la p la n ific a c ió n de la familia d e b e r ía seguir siendo responsabilidad de la mujer. Una encuesta única en su género so b re los hábitos anticonceptivos de las m ujeres de clase media en Estados Unidos, rec op ila d o pnr la Dra. Celia Mosher entre 1392 y 1920 reveló que treinta y nueve de las c u a ­ renta y tres mujeres de la muestra usaban algún tipo de a n ti­ concepción. Entre ellas, más del d o b le se inclinaba por el m é t o ­ do femenino de la ir r ig a c ió n v a g in a l en vez de los m é t o d o s masculinos de la retirada o el c o n d ó n .’03 El argumento de que los hom bres debían asumir la r e s p o n ­ sabilidad de reg u lar la descendencia fu e expresado por W illia m Thompson en la década de 1820, lo que consiguió apoyo a d i c i o ­ nal con el paso del tiempo. Borrachos y patanes d e s c o n s id e r a ­ dos que p r e ñ a b a n a sus esposas im p r u d e n te m e n t e e r a n los villanos más rastreros en los tratados sobre control de n atali­ dad. Muchas m u je r e s , sin e m b a r g o , d ecía n que sus e s p o s o s eran c o n s id e r a d o s : " M i e s p o s o se t o m a todas las m o l e s t i a s necesarias", escribía una mujer de Sussex en 1910, "y c r e o que a un esposo le im porta más su m ujer cuando tiene que p r e o c u ­ parse por ella".'04 P e r o el hecho de que las mujeres trabajadoras elogiaran a los que eran "cuidadosos", sugería que esto no era 1a tónica general. Estudios hechos so b re los obreros alem an es justo antes de la prim era guerra m undial arrojan una luz r e v e l a ­ dora sobre ia d iv ersid ad de criterios, la división cultural d e ios sexos y la ausencia de anticonceptivos. Una obrera de B erlín, al

pregu ntarle cómo evitaba los embarazos, contestó: "Mi m.ii'i

  • se cuida siempre. N o sé cómo, pues nunca hablamos ele •■11 S ólo dice que ahora ya naca puede pasar".1" Es más probable que el control de natalidad fu era practicado con éx ito por parejas cuyos miembros c o o p e ra s e n entre sí. Es p o s ib le que una consecuencia inintencionada de la educación de las masas fuera que se rom pieron a lgu n a s de las barreras que dividían anteriormente ias culturas masculina y femenina, h a cie n d o más fácil la comunicación entre ambas. Sin embargo, el h e ch o de que esta armonía no fuera g en e ra liz a d a se dem ues­ tra p o r el considerable número de anuncios de anticonceptivos fe m e n in o s que declaraban que éstos p o d ía n ser usados sin el c o n o c im ie n to de! esposo. Los historiadores de ia familia han supuesto, por lo general, que la difusión d el control de natali­ dad fu e un síntoma del desarrollo de un m o d e lo de familia más equitativa e igualitaria. N o hay duda de que hay algo de verdad en este argumento, pero no se debería ir m uy lejos en p r o c la ­ mar el nacimiento de nuevas relaciones sim étricas a principios del s ig lo XX. Si bien es probable que para lo g r a r la limitación del tam a ñ o de la fam ilia con m étodos in e fic a c e s , las parejas d e b e r ía n haber c o m p a rtid o preocu pacion es, la pregunta p e r ­ m anece -¿fue resultado de una creciente reafirm ación fe m e n i­ na, de una mayor dependencia femenina o de una relación más ig u a litaria entre los sexos? Cualquiera de e s t j s tres caminos p o d ría haber conducido al mismo resultado. A principios de sig lo existía el consenso d e que ia reducción del tam año de la familia representaba el intento de la mujer de l i b e r a r s e de sus d e b e r e s tradicionales. La r e a lid a d era más c o m p le ja . Los roles sexuales existentes fu e r o n reforzados de m u c h a s formas y no p recisa m en te d e b il it a d o s . C iertam en te, s u r g ió un nuevo patriarcado como resultado de que ei o b re r o se convirtiera en el único proveedor de la fam ilia mientras que su es p os a se veía cada v e z más r e le g a d a al h o g a r. El p r e c io social que debía p a gar una madre soltera era aún mayor que en la é p o c a preinclustrial, y los solteros, necesariam ente se plante a ro n de nuevo ios p la c e r e s y p e lig r o s del sexo. Las m ujeres casadas se encontraron en una sociedad en la que su posición se basaba cada vez más en la calidad dei c u id a d o de ios hijos y no en el número de hijos engendrados. La anticoncepción, p o r consiguiente, fue utilizada para mejorar 1a maternidad, no para

    socavaría. L o s h o m b r e s no podían v a lo r a r p o r c o m p le t o los temores de ias m ujeres por los peligros que representaban ios embarazos a d ic io n a le s para su salud y ia de sus hijos; pero en cambio sí lle g a r o n a compartir una nueva preocupación por el impacto que p o d r ía n causar nuevos hijos en el bienestar e c o n ó ­ mico de la fam ilia. Entre el vecindario, el prestigio del que d is ­ frutaba un o b r e r o respetable se basaba cada v e z más en su capacidad para se r un "buen prov ee d or", no en en ge n d ra r más hijos de los que p o d r ía mantener. En 1910, e'l s o c ia lis t a alemán Karl Kau tsky s e ñ a ló que la clase obrera e s ta b a adoptando las "ingeniosas prácticas" de la clase media para restringir su fertilidad. El control de natalidad había sido a n te r io r m e n te brutal, repulsivo y pe lig ro so; ahora, gracias a los a d ela n to s de la ciencia y la tecn ología que p r o d u ­ cían rem edios p r e v e n tiv o s fabricados, era más fácil, concluía Kautsky. Esto n o pasaba de ser una ilusión.106 El desarrollo e c o ­ nómico, ias in n o va cion e s tecnológicas y la creciente racionali­ dad contribuyeron a preparar unas condiciones externas en que se em p learía el c o n t r o l de natalidad a g r a n escala, p e r o no resuitó de la s im p le combinación de dichas fuerzas. El descenso de la fertilidad se entiende mejor si se ve corno consecuencia de los intereses c o m p e titiv o s de ios hom b res y las mujeres, de los individuos y de la comunidad, y no co m o ei producto de un c r e ­ ciente consenso social. Las élites sociales, habiendo sido las primeras en restringir el tamaño de la fam ilia, castigaban dichas acciones cuando eran llevadas a cabo p o r las masas. Los prim eros tem ores de " d e s p o ­ blación" fu eron ex presad os p rim ero en Francia hacia 1860.1117 Todo lo que disgu sta ba a los conservadores -el hedonismo, los impuestos, el fe m in is m o , las herencias equitativas, el so cialis­ mo, el laicismo, la educación- tenia la culpa del descenso de la fertilidad. Las m u je res que evitaban la maternidad eran tacha­ das de insolidarias. "La mujer que rehuye la maternidad -decla ­ raba Th eodore R o o s e v e lt - es igual que el soldado que deja su fusil y corre en m e d i o de la batalla". En los Estados Unidos, A n th on y C om stock , á ge m e de la oficina de c o rr e o s y de una sociedad financiada parcialmente po r el estado de N ueva York para la p r e v e n c ió n d el vicio, lo g r ó que aprobaran una ley en 1873 que proh ib ía el uso del correo para comunicar cualquier tipo de i n f o r m a c i ó n relacionada c o n la a n t ic o n c e p c ió n o el

    aborto, y al año siguiente se incautó de más de 60.000 "artículos de g o m a " y 3.000 cajas cíe píld oras .508 En A lem a n ia , el d ia r io satírico Sim pliassimus satirizó los temores de ios partidarios de ia natalidad: La mujer moderna -vientre altivoPiensa que un hijo al año es un estorbo. Y ios alemanes han p e r d id o su vig or Ya no ordenan- "¡A ia cama! ¡En marcha!" La revisión de 1900 del C ód ig o Penal A lem án incluía es tip u ­ laciones contra publicidad obscena de fo rm a similar ai d e c r e to b ritánico de 185.7 que lim itaba los anuncios explícitos de anti­ co n ce p tivos .189 En Francia, Jacques B ertillon creó la "A lüance nationale c o n ­ tra ia depopulátion", que luchaba contra la "propagan da c r im i­ nal" de los controladores de ia natalidad, intentaba co n se gu ir reform a s de impuestos para aumentar la fertilidad y hacía c a m ­ paña en favor de leyes en contra de la anticoncepción y el a b o r ­ to, q u e finalm ente fu e r o n a probadas en 1920. '0 Estas le y e s , aunque debieron hacer más difícil ia vida a las familias p e b r e s que buscaban métodos más eficaces para co n trola r su f e r t i l i ­ dad, no tuvieron efectos o b v io s en ia tasa de natalidad. Tales d e cretos, aprobados p o r m iem b ro s de las ciases m edia y alta que ya limitaban con éx ito ei tamaño de sus familias, s im p le ­ m ente proporcionaban la tranquilizante fu n ción id e o ló g ic a de atribuir la "degeneración" nacional a las actividades aisladas de los propagandistas neo-maltusianos. La a d o p c i ó n a gran e s c a la del c o n tr o l de n a ta lid a d y e i repentino descenso de! tam año de la familia que tuvieron lugar en unas cuantas generaciones a principios de siglo, p a recieron de f o r m a inevitable e x tr e m a d a m e n t e r e v o lu c io n a r ia s , vistas restrospectivameníe. Existe 1a tentación de buscar una e x p lic a ­ ción sencilla para tal fe n óm en o, asociándolo directamente, p o r ejem plo, ai desarrollo e c o n ó m ic o o social. Un a rgum ento ig u a l­ m ente convincente puede ser que las ideas y aspiraciones f u e ­ ron las primeras en cambiar y ei desarrollo e c o n ó m ic o s im p le ­ m e n t e r e f o r z ó los c a m b io s y a ex isten tes . N o h u b o un s o lo p e r io d o de cambio en la fertilidad; cada clase y r e g ió n tuvo la suya. Entre el vecindario, la planificación familiar era, sin duda.

    mirada por la mayoría de las parejas como una simple estrateqia a corto plazo, a dop ta da para asegurar la supervivencia del h o g a r. R a ram en te c o n s id e r a b a n que g o z a b a n de una nueva liberación. Las nuevas norm as de ia familia p e q u e ñ a fueron asi­ miladas muy pronto. E s t o no debería oscurecer el hecho de que el descenso de la fe r tilid a d fuera realmente n ota ble y de que tuviera lugar a pesar de ia falta de im portantes mejoras en la anticoncepción y fre n te a una hostilidad pú blicam en te admitida p o r parte de la p r o fe s ió n médica, las iglesias y ei estado, indu­ dablemente, millones de hombres y mujeres com unes tuvieron que eje rcer una autodeterm in ación y un c o n trol enormes. Fue precisam ente este d e s e o y esta motivación lo que les ayudó a superar la insuficiencia de medios a su alcance.

    N O TA S 1 Etienne van de Waile, The Female Population c f Frunce in the Nineteenth Century, A Reconstruction of Eighty-Two Departments (Princeton University Press, Princeton, NJ, 1974), Las regiones restantes de alta fertilidad dentro de Francia, como Bretaña, vie­ ron descender su tasa de nacimientos, como en ei resto de Euro­ pa, en el último tercio del siglo XIX. 2 Mary P. Ryan, Cradle o f the Middle-Class: The Family in Oneida County, New York í 790-1865 (Cambridge University Press, Nueva York, 1981), pág. 155: Mark J. Stern, Sudety and Family Strategy in Eñe County, New York, 1850- i 920 (SUNY Press, Albany, 1987). 3 John Knodel, The Decline o f Fertility in Germany, 1871-1939 (Prince ton University Press, Princeton, NJ, 1974), págs. 243-7; E. A. Wrigley, Population and History (Me Graw Hill, Nueva York, 1969), pág. 197. 4 Ansley, J. Colé y S. C. Watkins, eds. The D ecline o f Fertility in Europe (Princeton University Press, Princeton, NJ, 1986). 5 Reinhard Spree, Health and Social Class in Im perial Germany: A Social History o f Mortality. Morbidity, and Inequality (Berg, Nueva York, 1988), pág. 84. 6 J. A. Banks, Prosperity and Parenthood: A Study o f Family Planning Among the Victorian Miadle Cíasses (Routledge y Kegan Paul.. Lon­ dres, 1954); sobre los Estados Unidos véase Richard Senr.ett, Families Against the City: Mídale Class Hornes nf Industrial Chica­ go, 1872-1890 (Harvard University Press, Cambridge, Mass., 1970), págs. 110-19. 7 Michael Ryan, The Fhilosophy o f Marriage (Bailliere, Londres, 1837), pág. 119. 8 A. N. de Condorcet, Esquisse d'un tahleau historique des progrés

    EL NEOM ALTUSIANISM O Y I A TRANSICION CN LA M-jmi.lI >Al>

    cíe l'esprit humain, ed. O. H. Prior (J. Vrin, París, 1334). |>;kjs. 1 E. Pivert de Senancour, De i'amour (Ledoux, París, 1834), vol. I, pág. 245; véase también !a edición de 1880, págs. 41, 145-9. 9 D. E. C. Evsrsiey, Socia! Theovics of Fcriility and the Maizhusian Debate (Oxford University Press, Oxford, 1959!. 10 Thomas Maithus hizo patente su hostilidad hacia las doctrinas optimistas al titular su obra An Essay on the Principie o f Populanon as it Affects the Futuro Improvement o f Society with Remarles oii the Speculations o f Mr. Godwin, M. Condnrcel and Other V/riters (Johnson, Londres, 1798). 11 Norman, E. Himes, "The Birth Control Handbills of 1823", Lancet, 2 (1927), págs. 313-64. 12 Angus, McLaren, Birth Control in Nineteenth Century England (Croom Heim, Londres, 1978). 13 Samuel van Houten, Darwinisme en Nieuw-Maithusíanisine (Nieuw Malthusiaansche Bund, Amsterdam, 1883) 14 Angus McLaren, Sexuality and Social Order: The Debate Over the Fertility o f Women and Workers in Frunce, 1770-1920 (Holmes and Meier, Nueva York, 1983); Francis Ronsin, La gréve des ventres: propagando n ó o -maithus ie nno et baisse de la natalité en France, 190-200 siécles (Aubier Montaigne, Paris, 1980): Paulo Mantegazza, Igiene deU'untore (Bemporad, Florencia, 1903 [la ed. 18891 ), cap. xxi. Benito Mussolini, aunciue una vez en el poder era un oponente rabioso del control de natalidad, en su etapa sindicalista antes de la guerra se encargó con Angélica Balabanofí de la traducción ai italiano de un tratado suizo neomaltusiano, y hasta 1913 apoyó ias actividades de control de natalidad del Dr. Luigi Berta. Laura Fermi, M ussolini (University of Chicago Press, Chicago, 1961), pág. 65. 15 Alexander Walker, Woman Physiologically Considered (Churchill, Londres, 1840), pág. 99. 16 Norman Himes, "Jeremy Bentham and the Genesis o f Engiish , Neo-Malthusianism", Economic Journal, 3 ("1936), págs. 267-76; Richard Carlile, Every Woman's Book; or What is Love? Containing M ost Im portant Instructions for the Prudent Regulatión o f the P rin c ip ie o f Love and Number o f the F a m ily (Cariiie, Londres, 1826). 17 Jno. Hy. Palmer, Individual, Family and National Poverty (Trueiove, Londres, 1875), pág. 15; George H. Napheys, The Transmission of Life (Fergus, Filadelfia, 1872), pág. 108. 18 Robert Dale Owen, Moral Physioiogy; or, A ISríef and Plain Treatise on the Population Question (Wright and Owen, Nueva York, 1831), págs. 66-7; Cari Degler, A i Odds: Women and the Family in Ameri­ ca from the Revolution i o the Present (Oxford University Press, Nueva York, 1980), pág. 217. 19 James Reed, From Prívate Vice to Public Virtue: The Birth Control

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    Movvincnt ;>nú Ameritan Society Sir.cc 1830 (Basic Eooks, Nueva York, I1I7H). 16. I.a pequeña tapa en el cuello de! útero debía ser insería*.:;» por un médico; véase Norman E. Himes, A Medical His­ tory o f Contraception (Williams ano Wükins, Baltimore, 1936), págs. 313-20. McLaren, Sexuality uncí Social Order, pág. 166. Charles Knowlton, Fruits o f Phiiosophy or, the Prívate Companion o f Yournj Married People (Watson, Londres, 1841), pág. 34; Frede • rick Koliick, The Marrísgc Cuido or Naturai History o f Generation (Excelsior, Nueva York, 1883), pág. 264. James Woycke, Birth ■Control in Gormany, 1871-1933 (Routledge, Londres, 1988), pág. 14. Reed, From Prívate Vice to Public Virtuc, pág. 11. The Chemist and Druggist, 10 julio 1897, pág. 64. Horace Goss, Man and Woman: Their Physiology, Functions, and Sexual Disorders (Author, Londres, 1857], págs. 37, 52, 70. Patricia Branca, Sileni Sisterhood: Middle Class VVomen in the Victorian Home (Croom H.elm, Londres, 1975), págs. 130, 138. Branca afirma que anuncios sobre el contro! de natalidad aparecieron en revistas dirigidas a mujeres de !a ciass media en la década de 1880, pero no da ejemplos; pág. 135. Royal Commission on Population, Papers, 1949, I, y Report on an Enquiry into Family Limitation, págs. 7-8, tablas 2, 5, 7. E. A. W r ig le y y R o g «r Schofieid, The Population H istory of England, 1541-1871: A Reconstruction (Cambridge University Press, Cambridge, 1981), págs. 437-8. Para el argumento de que la mojigatería victoriana de la clase media fue "instrumental', ya que apoyaba el autocontrol, véase Paul A. Davis y Warren C. Sanderson, "Rudimentary Contraceptive Methocls and the American Transiticn to Marital Fertility Con­ trol", en Long Term Factors in American Economic Growth, eds. Stanley L. Engerman y Eobert E. Gailman (University of Chicago Press, Chicago, 1986), págs. 307-90; Paul Thompson, The Edwardians: The Remaking o f British Society (Weidenfeld and Nicolson, Londres, 1975), págs. 71-2. William Thompson, Practica! Directioas for the Speedy and Economicai Establishment o f Comrmnities (Strange, Londres, 1830), pág. 239. McLaren, Sexuality and Social Order, págs,, 60-3; Elizabeth Blackwell, Essays in Medical Sociology (Bell, Londres, 1902), vol. i, pág. 77; John Covvan, The Science o f a New Life (Cowan, Nueva York, 1869), pág. 109. Augustus K. Gardner, Conjugal Sins Against the Laws of Life and Health and Their Effects vpon the Father, Mother und Child (Redficld, Nueva York, 187B), págs. 90-7; R. T. Trall, Sexual Physiology: A Scientific and Popular Exposition o f the Fundamental Prohlems in Soriology (Holbrook, NY, 1881); H. Arthur Allbutt, The Wife's Hand-

    book {W. J. Ramsey, n. d.), pág. 36; Anón, Valuable Hints to Fathers Having IncreasingFamilies Bv.t Limited Incomes (Londres, '1866). 33 M. S. Pember Reeves.. Round Aboui a Pouiid a Week (Bell, Londres, 1913), pág. 102; Agnes Fine-Souriac. "La limitation des naissances dans le sud-ouest de la France: feconcUié, allaitement et contraception au Fays de Sault da milíeu du XVIIIe siécle a 1914", Anua­ les du Midi, 90 (1978), págs. 166-88. 34 Chañes Loudon, Solution de Ja probiéms de Ia population (Galignani, París, 1842). 35 Henry Arthur Allbutt, Evils Produced by Over-Chiidbearing and Excessive Lactation (Malthusian League, Londres, 1373); George Sussman, S olling M othcr's M ili: The W et Nursing Business in France, 1715-1914 (University o f Illinois Press, Urbana, 1982), págs. 11-12. 36 William Thompson, An Inquiry Into the Principies of the Distribution ofW ealth (Longman, Londres, 1824), pág. 549. 37 .lean Marestan, L'educatíon sexuelle (Silvette, París, 1916), págs. 165-6. 38 Degler, A t Odds, pág. 211. 39 Alice Stockham, Karezza: The Ethics c f Marriage (Ferino, Nueva York, 1896); Lawrence Foster, Religión and Sexuality: Three A m eri­ can Communal Experimente o f the Ninetccnth Century (Oxford University Press, Nueva York, 1S81); Louis Kern, An Ordered Love: Sex Boles and Sexuality in Victorian Utopias (University o f North Carolina Press, Chapel I-lill, 1981). 40 Angus McLaren, "Contraception and Its Discontents: Freud on Birth Control", Journal o f Social History, 12 (1979), págs. 513-29. 41 R. P. Neuman, "Working Ciass Birth Control in WilheSmine Germany", Com parative Studies in S ociety anü History, 20 ¡1978), pág. 419. 42 Malthusian, (diciembre 1879), pág. 84. 43 Jacques Dupaquicr, "Combiens d'avortements en France avant 1914?" Communications, 44 (1986), págs. 87-105. 44 James C. Mohr, Abortion in America: The Origina and Evolution o f A National Policy 1800-1900 (Oxford University Press, Ny, 1978); John Keown, Abortion, Doctors ana the Law: Some Aspects o f the Lega! Regulation of Abortion in Engiand from 180-3 to 1982 (Cam­ bridge University Press, Cambridge, 1988). 45 C-. J. Witkcwski, Histoire des accouchcments chez toas íes peuples (Steinheil, París, 1887), pág. 135. 46 "A Physician", Satan in Society [Vont, NY, 1872), pág. 119. 47 Mrs. R. B. Gleason, Talks to My Patients; Hints on Getting Well and Kecping V/cll (Wood, NY, 1870), pág. '159. 48 Robert Dale Ovven, Moral Pñysiology (Brooks, Londres, 1832), págs. 36-7. 49 G. Hardy (Gabriel Giroud), Moyens d'évitér la grossesse ÍL'auteur, París, 1908), pág. 5.

    50 A. M. Mauriceau [Charles Lohman], The Married Woman's Prívate Medica1Companion (The Author, Nueva York, 1847), pág. 169, cita­ do en Degler, At Cídds, pág. 243. 51 Robert T. Griswoid, Fam ily and Divorce in California, ¡850-1890 (SUNY Press. Albany, 1982), pág 137. 52 Stephen Wilson, "Infanticide, Child Abandonment and Female Honor in Nineteenth Ccntury Corsica", Comparativo Studies in Society and History, 30 (1988), pág. 772; Henry Euticr, Marriage for the MiUions: For the Latís and Lasses of the Working Ciasses (Guest, Londres, 1875), pág. 11. 53 The Chemist and Druggisi, 26 junio 1897, pág. 1004. 54 Agnes Fine, "Savoir sur ¡es corps et procédés abortifs au XlXe siecle", Communications, 44 (1986), págs. 107-33; Hilary Marland, Medicine and Society in Wakefield and Huddersfield, 1780-1870 (Cambridge University Press, Cambridge, 1987), págs. 216, 240-1. 55 Edward Shorter, A H istory o f Women's Bodies (Basic, NY, 1982), págs. 177-224. 56 Norman Barnesby, Medical Chaos and Critr.e (Kennerlcy, Londres, 1910), págs. 222-3; Mohr, Abortion in America, págs. 78-85. 57 A.ibcrt Dupoux, Sur Íes pas de Monsieur Vincent: trois ccnts ana d'histoire parisienne de Ventanee abandonée (Revue de l'assistance publique, París, 1953), pács. 187-201; Rachel Fuchs, Abandoned Children: Foundiings and Child Welfare in Nineteenth Century Frunce (SUNY, Aíbany, 1984). Sobre Rusia, donde se practicaba el abandono a gran escala hasta el siglo XX, véase David L. Ransei, M others of Misery: Child Abandonment in fíussia (Princeton Uni­ versity Press, Princeton, NJ, 1S88). 58 Véase the British Medical Journal, 1 (1868), págs. 127-8, 175-6, 197, 276-7, 301-2; lionel Rose, The Massacre of the Innoccnts: Infantici­ da in Britain, 1800-1939 (Routledge, Londres, 1986). 59 Se ría argumentado que tal fue ia idealización de la vida familiar que el número de hogares en América y Gran Bretaña que conte­ nía parientes aumentó de un 10% en 1750 a cerca de 20% en 1900. Steven Ruggles, Prolonged Conncctions: The Rise o f the Extended Family in Nineteenth Century England and America (University of VVisconsin Press, Madison, 1987). 60 Bonnie G. Smith, Ladres o f the Leisure Class: The Bourgeoises of Northern France in the Nineteenth Century (Princeton University Press, Princeton, NJ, 1981); Leonore Davidoff y Catherine Iíali, Family Fortunes: M cn and Women of (he Engiish M iddle Class, 1780-1850 (University o f Chicago Press, Chicago, 1987); Leonore D avidoff, The Best G íreles: Society Etiquette and the Season (C room Helm, L on d res, 1973); Nancy F. Cott, The Bonds o f Womanhood: ''Women's Sphere" in New England, 1780-1815 (Yale University Press, New Haven, 1977). 61 Wiiliam Allcort, The Physioiogy o f Marriage (Jewett, Boston, 1856)

    pág. 167. 52 Nancy F. Gott, "Passionlessness: An Interpretaron of Vh im i.m Sexual Ideology, 1790-1850” . Signs, 4 (1970), págs. 219-36. 63 Luc Boitanski, Prim e éducation t í m oraie de clsssc (Monto», París. 1969). 64 Allcott, The Physiology o f Marriage, pág. 181; Peter Stearns. 3e u Man (Holmes and Meier, Ny, 1979), págs. 80-9. 65 Peter Gay, The Bourgeois Experien.ee: Victoria to Freud (Oxford University Press, Ny, 1934), vol. I. pág. 258. 66 Ann Douglas, The Fem inization o f A m erican Culture (Knopf, NY, 1977). 67 AJexandre Boutiquc, Les Maithusiennes (Dentu, París, 1894), i. 68 Frangoise Loux, Le corps dans la societé tradilioneUe (Berger-Levrault, París, 1979), pág. 87. 69 John T. Noonan Jr„ Contraception: .4 History o f Its Treaimeni by Catholic Theologians and Canonista (Harvard University Press, Cambridge, Mass., 1965), págs. 439-46; J. L. Flandrin, L'église et ic i:ontrole des naissances (Flammarion, París, 1970). 70 Gardner, Conjuga! Sins: George M. Beard, Sexual Neurasthcnia (Putnam, NY, 1884). 71 Pat J.'illand, Women, Marriage and Politics, 1860-1914 (Clarendon, Oxford, 1986), págs. 175-7; VVilliam VVoods Smith, .4 Bane!ü! Popu­ lar Pelusion on the Subjcct o f M otherhood (Simpkin, Londres, 1895), pág. 13. 72 Shorter, A History o f Wnmcn's Boilies, pág. 129. 73 Dr. Hcnrv Arthur Allbult, Artificial Chccks to Popuiation, 14a. edi­ ción (Standring, Londres, 1909). 74 J. Soulc, Science o f Reproduction and Reproductive Control (Author, Cincinnati, 1856). 75 John W. Taylor, On the Diminishing Birth Rute (Bailliere, Londres, 1804), pág. 13; C. D. Routh, The Moral and Physical Evils Likely lo Follow if Practices Intended to Act as Checks lo Population be not Strongly Discouragcd and Condemned (Baíllicre, Londres, 1879), págs. 8-21. 76 J. A y O. Banks, Femlnism and Family Planning in Victorian England (Liverpool University Press, Liverpool, 1904); Linda Gordon, Woman's Body, Woman's Right: A Social History o f Birth Con­ trol in America (Grossman. NY 1976), págs. 95-115. 77 Ethel Snowden, The Feminist Movement (Collins, Londres, 1911), pág. 24; Cicely Hamilton, Marriage as a Trade (Chapuzan and H«5i, Londres, 1912), págs. 156-9. 78 John Stuart Mili, Principies o f Política! Econom y (Ifniversity of Toronto Press. Toronto, 1965), pág. 372. 79 Aliee B. Stockham, Tokology: A tíook for Every Wcman (Sanitary Publishing, Chicago, 1887). 80 Richard J. Evans, The Feminists: Women's Emanciparon Move-

    menta in F.urope, America and Australia, 1840-1920 (Croom Heim, Londres, 1877), págs. 107-8. 81 René Berenger, "La propaganríe jiéo-malthusienne", La Réforme sudáis, 1 Agosto 1908, pág. 170; Hené Berenger, Journal Officie!, 25 noviembre 1909, pág. 2931. 82 Gloria Moidow, Women Doctors in Gilded-Age V/ash¡ngton (Uníversity of Illinois Press, Urbana, 1987), pág. 104. 83 J. A. Ban'^s, Victoriar. Valúes: Secularism and the Size o f Families (Routiedge, Londres, 1981). 84 Michael Anderson, Famiiy Structure in Nineteenth Century Lancashirs (Cambridge University Press, Cambridge, 1971). 85 David Levine, "Protíuction, ñeproduction and the Proletarian Family in England, 1500-1851", en Pro'etarianization and Family History, cd. David Levine, "Industrializaron and the Proletarian Family in England", Past and Present, '107 (1985), págs. 168-203. 86 David I. Kertzer, Famiiy Life in Centra! Italy, 1880-1910 (Rutgers University Press, N ew Brunswick, NJ, 1984), págs. 58-60. 87 George Alter, Family and Female Life Course: The Women of Verviers, Beigium, Í849-Í88Q (University of Wisconsin Press, Madi­ son, 1983), págs. 179-88. 88 Citado en Malthusian, (octubre 1893), pág. 73. 39 R. P. Neuman, 'The Sexual Question and Social Democracy in Imperial Germanv", Journal of Social History, 7 (1974), págs. 280-6. 90 Mary Lynn Stuart, Women, Work and the French State: Labour Protcction and Sncia! Patriarchy, 1379-1919 (McGill-Queen's Uni versity Press, Montrcal, 1989). 91 Sobre la "domesticación" de ias mujeres, véase John Gillis, For Bcltcr, For Worse: British Marriages, 1600 to the Present (Oxford University Press, NY, 1985), págs. 242ss; John Gillis, "Peasant, Piebeian and Proletarian Marriages in Britain, 1600-1900 ", en Levine, Proieisrianization and Family History, pág. 155-G. 92 Barbara Taylor, Eve and the New Jerusalcm (Virago, Londres, 1983), págs. 263, 272. 93 E. Fairfax Byrne, "Women and Their Sphere", Our Comer, febrero 1888, pág. 71. 94 Joan Scott y Leíase Tilly, Women, Work und the Family (llolt, Rinehardi and Winston, NY, 1978), pág. 171; Mary-Jo Maynes, Schooling in Western Europe: A Social History (SUNY, Albany, 1985), pág. 136. 95 Gay L. Guilickson, The Spinners and Weavers of Auffay: Rural Indusiry and Sexual División of Labour in a French Villuge, 17501850 (Cambridge University Press, Cambridge, 1986), págs. 154-60. 96 Diana Gittens, Fair Sex: Family Size and Structure, 1900-1939 (Hutchinson, Londres, 1982). 97 Degler, Ar Cüds, págs. 189-92. 98 Degler, At Odds, pág. 207.

    99 ;>egk¡', At Qdds, pág. 224; John Mack Faragher, Women and Men on íhe Overland Tcail (Yaíe University Press, .New Haven, 1979), pág. 123. Véase también Eiizabcth Hampsten, “Jieafi This Only to Ynursaif": The Prívate Wriiings o f Midwesteirt’Wojr.en, 1380-1910 (Indiana University Press, NY. 1982), págs. 102-11. 100 W. Talley. He, c-r Man Midwifery (Caudwell, Londres, 1865). pág, 12. 101 George Drysdale, The Elements o f Social ¿cienos (Trueiove, Lon­ dres 1867), págs. 349-50. 102 Annie Besant, The Law o f Population (Frerthc.ugst Pubiishing, Londres, 1877), pág. 34. 103 Cari Dcglcr, "What Ought to Be and VVhat Wa*¡: Women's Sexua­ lity in the Nineteenth Century ", American Histórica! Review, 79 (1974), págs. 1467-90; James Mahood y K. Wenbury, The M osher Survc'/ (Arno Press, NY, 1980). 104 Malthusian, (mayo 1911), pág. 42. 100 Neurnan, "Birth Control ¡n Wiiheimine GennanyL pág. 421. 106 Kar! Kautsky, V’ermchrung und Entwicklung m.NaPjr und Ceseilschaft (Dietz, Stuttgart, 1910), págs. 178, 193, 252. 107 Y v ü s Oiarbit, Du MitUhusUinisnm uu population ¡ame: ies ¿con o mis tes frangais ct la population, 1840-1870 (PUF, París, 1981), párs. 34-41. 10» Clifl'onJ Browder, The Wickedest Woman in New Vori-:: Madame Rcntcll thv Aboctionist (Archon, NY. 1988), pág. I4R 11)9 Ann Taylor Alien, "Sex and Satirc in Wiiheimine Germany: "Simplic-issimus" Looks at Family Life", Journal ofJEuropean S tu dies, 7 (1977), par/. 34; Woycke, Birth Control in Ge m ar ¡y, págs. 49-ñü. 110 Roger H. Guerrand, La libre maternité, 1850-1969 (Casterman, París, 1971), pág. 83; Roberí Talmy, Histoire du movemení familia! en France, 1896-1939 (UNAF, París" 1952), págs. 41-123.

    El triunfo de la planificación fam iliar "E l c o n tro l de ¡a natalidad es esencialm ente una

    enseñanza pnrsi ¿3.5 niujoros

    M a r g a r e t Sanger (1922), The P ivo t o f C ivilization En la década de 1920 un popu lar chiste siciliano hablaba de un h o m b re que al ser. in fo r m a d o por ios sacerdotes d e que era pecado derra m ar el semen en el suelo, lo metió en su bolsa. Los italianos dudaban de que su capacidad de autodisciplina estu­ viera a ia altura de la de ios fra n ce se s, y sin ella no podían practicar el coitus interruptus con éxito. “ Esta g e n t e -se mara­ villaban- pu ed e c o g e r un vaso de agua, beber ia m itad y dejar­ lo, en c o n tr a s t e con los s ic ilia n o s , que no p u e d e n d e ja r de b e b e r ei v a s o e n t e r o " . ’ En r e a lid a d , la tasa de n a ta lid a d en Francia era la más baja del m undo en el período en tre las dos guerras, a pesar del h e c h o de que no existía un m o v im ie n to organ izado de control y de que lodos los partidos políticos se declaraban a favor de la natalidad. Maurice C h ev a lie r no dejó muy cla r o si estaba s a t iriz a n d o o a p oy a n d o a ios populistas cuando cantaba-. A h ! Faites des enfants. Faites des enfants E i ne cessez jam ais d 'cn faire, Oui, m ais sans trich e r, C a r ce serait un gros p e c h é .2 La restricción del tamaño de la familia que se lo g r ó en Euro­ pa occidental y en N orteam érica a fines del siglo XIX, se perse­ guía t o d a v ía en el sur y este de Europa durante las primeras décadas ciel siglo XX. P e ro curiosamente, tanto los partidarios

    del control de ia natalidad como los médicos, a q u ie n e s ;; le:; solía atribuir los g r a n d e s avances en el contro! de la fertilidad, se opusieron a muchos de los m étodos tradicionales em p lea dos -incluyendo los que e n v id ia b a n los italianos- corno in e fica ce s y peligrosos. Durante g r a n parte del siglo XX, h om b re s y mujeres comunes continuaron c o n trola n d o su fertilidad a p e s a r de! co n ­ sejo de los expertos. En los Estados U nidos, 1a anarquista Emma G o ld m a n e m p e ­ zó alrededor de 1910 a d e fe n d e r públicamente la n e c e s id a d del control de la natalidad p o r motivos libertarios más q u e e c o n ó ­ micos. Goldman, d e b id o en parte a su política rad ica l, no creó un movimiento de masas, p e r o log ró atraer a su causa a alguien que sí lo haría: M a r g a r e t S a n g e r .3 Sanger (1879-1966) era un ama de casa de N u e v a Y o r k con un deseo v a g o de h a c e r algo con su vida. Había sid o educada en un ambiente p r o g r e s is ta , pues su padre -a m ig o de H e n r y George- era socialista y fe m i­ nista; su marido, un arqu itecto, era miembro a ctivo d e! Partido Socialista. En 1911 S a n g e r se mudó a la ciudad de N u e v a York, y en su calidad de e n fe r m e r a em pezó a descubrir los apuros de las mujeres pobres a g o b ia d a s p o r una serie de e m b a r a z o s no deseados. Al m ism o t ie m p o , cam bió su afiliación d e ! Partido Socialista al más radical de Obreros Industriales d el M u n d o , en el que algunos m ie m b r o s presentaron el control d e natalidad com o credo revolucionario. Más tarde Sanger fe c h ó su conversión al c o n tr o l de natali­ dad, no coincidiendo c o n su contacto con G old m a n , d e quien lle g ó a ser rival, sino du ran te un viaje a Francia en 1913, donde q u e d ó so rp ren d id a d e la so fistica ción sexual c e las m ad res corrientes. De vuelta en Estados Unidos inventó la fr a s e "c o n ­ trol de natalidad", c o m o una descripción positiva de la lim ita­ ción de la familia, para ree m p la za r la antigua y l ú g u b r e etiqueta de " n eo -m a ltu sia n is m o ". De esta fo rm a em p ez ó a s e p a r a r ei tema de la restricción de la fertilidad de algunas d e sus relacio­ nes políticas y e c o n ó m ic a s del siglo XIX. Sus p r im e r o s esfu er­ zos para atraer el a p o y o de las masas tuvieron en é x ito limitado. El tratado de S a n g e r , F a m ily L im ita tio n , que d e s c r i b í a para beneficio de las parejas de la clase obrera el uso de irrig a cio n es v a g in a le s , p r e s e r v a t i v o s y p e s a r io s , fue p r o h i b i d o p o r el g o b ie r n o federal. D e c i d i ó sa lir de los Estados U n i d o s y en Inglaterra co n oció a o t r a m u je r también p r e o c u p a d a p o r ios

    temas sexuales: M a r ie Stopes. Estas dos mujeres brillantes y egocéntricas., eran similares en muchos aspectos., .pero nunca reconocería cada una los talentos de la otra. Amibas aprend ie­ ron, por e je m p lo , a explotar sus apariciones en Jos tribunales para difundir sus doctrinas. Las a c u s a c io n e s contra S anger c a u s a r o n una .inesperada publicidad po sitiva y a su regreso a Estados Unidos en 1916 el g ob ie rn o las r e tir ó . Su nombre se había hecho conocido p o r todo el país: en el futuro Sanger buscaría confrontaciones en los tribunales.4 Inició su primera gira de conferencias en 1916, convirtiendo la defensa del control ele la natalidad .en un tem a de libertad de e x p r e s ió n . Tam bién e s t a b le c ió una .clínica en Brooklyn, p o r lo que fue detenida y en ca rcela da . Como r e s ­ puesta, fu n d ó campaña para ra de clínicas misma abriría establecido su

    la A m e r ic a n Birth C ontrol L ea g u e e inició una q u e una reforma legislativa permitiera la apertu ­ para los pobres, supervisadas por médicos. Ella otra en 1923. Mientras tanto, Marie Stopes había p r o p ia clínica en L ondres en 1921.

    Marie S topes (1080-1958) se crió en el seno de una familia culta de ia clase m edia alta. Fue la prim era mujer inglesa que recibió un d o c t o r a d o en paleobotánica, p e r o no Je disgustaba que algunos p e n sa ra n que ia do ctora S to p e s era médico. En realidad, c o m o verem os, llegó a entender del todo la fisiología de ia r e p ro d u c c ió n con bastante retraso, siguiendo su p r o p io viaje particular de autodescubrimiento. En 1912, después de un año de casada c o n un botánico canadiense, su percató le n ta ­ mente de que el matrim onio no iba bien. Es sintomático de la ignorancia sexual d e las mujeres de antes de la Primera Guerra Mundial, e incluso de aquellas con una educación universitaria, el hecho de que no se diera cuenta a! prin c ip io de la impotencia de su marido y de crue su matrimonio no había sido consumado. N o fue hasta 1914 que in ic ió el p r o c e s o de anulación. Fue entonces cuando, escandalizada por su p rop ia ceguera, em pezó a estudiar seriam en te la sexualidad. El p rod u cto de su in v e s t i­ gación fue su lib r o El A m o r conyuga!, que apareció en 1918 y causó sensación en todas partes; fue ed ita do siete veces y lleg ó a vender más de un millón de ejemplares. El principal argu m ento de Stopes en El A m o r conyugal era que la mujer casada tenía tanto derecho a sentir placer sexual como su esposo. Stopes sólo m encionó d e pasada el tema del

    control d e la natalidad, pero a t r a v é s d e la enorme can t ifia n cié cartas q u e r e c ib ió de sus lectores s u p o que la in c a p a c id a d de limitar la Fertilidad era la fuente de muchas miserias m a rita tes .C om o r e s p u e s t a , publicó o t r o l i b r o a fines de 1918 t i t u l a d o S abid uría Pa tern o.!. En este s e g u n d o libro abordó d e f o r m a directa el c o n t r o l de natalidad i n c lu y e n d o diagramas ele Jos órganos rep ro d u ctivos y d e s c rip c io n e s de una variedad d e a n t i ­ conceptivos. U n año más tarde se d i o cuenta de que no e r a s u f i ­ ciente d e s c r ib i r a las madres sin m e d i o s económicos las d i v e r ­ sas fo rm a s de control de fe r tilid a d , sin o que éstas t e n í a n q u e ser a ccesibles. Los médicos,, d is p e n sa rio s, farmacéuticos y o f i ­ ciales locales d e sanidad dejaron c l a r o que no era su o b l i g a c i ó n abastecer d e dispositivos baratos a la clase obrera; c o m o r e s u l ­ tado, en m a r z o de 1921 S io p e s a b r i ó su Mother's C l i n i c e n H o l l o w a y R o a d en Londres. E l p r o p ó s i t o de la c l í n i c a e r a demostrar a los funcionarios p ú b lic o s el volumen de s e r v i c i o s que p o d ía n s e r prestados. La c l í n i c a debía ser f u n d a m e n t a l ­ mente un m o d e lo ; y el principal o b j e t i v o de la Society f o r G o n s tructive B irth Control and Racial P r o g r e s s , también e s t a b l e c i d a en 1921, era presionar a los fu n c io n a r io s públicos para q u e a s u ­ mieran la responsabilidad de d ic h o trabajo.6 $ topes y S a n g e r compartían m u c h a s preocupaciones. A m b a s sentían a l a r m a por las altas t a s a s d e mortalidad m a t e r n a e infantil a so c ia d a s con las familias numerosas, y ex p lo ta b a n la s p reocu pa cion es eugenésicas en c u a n to a la mejora de la '' c a l i ­ dad" de la raza. Conscientes de q u e la clase media ya r e s t r i n g í a su fertilidad, procuraron hacer a c c e s ib le s a las mujeres cíe las clases bajas lo s anticonceptivos lim ita d o s entonces a las c ia s e s privilegiadas. A m b as también h i c i e r o n hincapié en la n e c e s i d a d de abrir c lín ica s financiadas p o r el esta do y dirigidas p o r p e r ­ sonal e n t r e n a d o para educar ai p ú b l i c o en el uso de a n t i c o n c e p ­ tivos. P e ro lo más importante de t o d o es que por una p a r t e t r a ­ ta ro n d e r e s t a r im p o r t a n c ia a l o s antiguos y p e s i m i s t a s argum entos económicos n o r m a lm e n t e sacados a relucir p o r lo s neom altusian os en apoyo del c o n t r o l de natalidad, y p o r o tr a parte in te n ta ro n purgar el m o v i m i e n t o de cualquier a s o c i a c i ó n con un r a d ic a lis m o sexual y p o l í t i c o . Stopes y S a n g e r c r e í a n que el reto era conseguir que la lim ita c ió n de la familia p a r e c i e ­ ra no só lo económicamente n e c e s a r ia sino también m o r a l m e n t e aceptable. C o n este fin de sa rro llaron el argumento p o s i t i v o d e

    q u e la anticoncepción no só lo era compatible con el placer, sino e s en c ia l si se quería p e r m itir a las mujeres expresar sus p a sio ­ nes libremente. N o obstante, el mensaje de estas dos mujeres no era sim p le­ m e n t e un himno a la fe l i c i d a d conyugal; p o r el contrario, lo a s o c ia r o n con una a d v e r te n c ia sobre las terribles consecu en­ cias sociales que podían resultar de la fertilidad incontrolada. Sus a ctividades p r o p a g a n d ís tic a s tu v ie r o n tanto éxito que a m e n u d o se olvida que cu a n d o com enzaron sus actividades, el t a m a ñ o medio de la fam ilia tanto en Estados Unidos com o en G ra n Bretaña ya era só lo la mitad de lo que había sido en el s i g l o X i X . La m a y oría de las p a reja s de la clase o b r e r a ya e m p le a b a n algunos m é to d o s para limitar sus embarazos; Stopes y S a n g e r r e f l e j a r o n la s p r e o c u p a c i o n e s e u g e n é s i c a s d e i m o m e n t o en su convicción de que la fertilidad de la clase o b r e ­ ra d e b ía ser reducida m u c h o más rápidamente. A u n q u e existía una c o n s id e r a b le confu sión sobre la causa del descenso de la fertilidad, para 1914 se había alcanzado un c o n s e n s o general entre in vestigad ores serios de que era vo lu n ­ tario,. y no como habían declarado algunos pesimistas, resulta­ d o d e un deterioro racial. Si r.o se podía aumentar la cantidad d e la población, concluían algunos funcionarios públicos, por lo m e n o s había que h a c e r e s f u e r z o s para m e jo r a r su c a lid a d . C o m o consecuencia, la preocu pa ción por la alta mortalidad de m a d r e s y niños llevó a un aumento de la intervención estatal en los asuntos de la maternidad, con el establecimiento de p r o y e c ­ tos sanitarios, guarderías y centros de asistencia social.7 Los e x p e r t o s en eugenesia, que dieron la voz de alarma propagando la advertencia de que la lucha por la vida se estaba invirtiendo, ya q u e la anticoncepción era un privilegio de las clases a c o m o ­ dadas, que debido a ello hacían aumentar el índice diferencial d e la fertilidad, se o p u s iero n en un principio al control de la natalidad, pero en la d é c a d a de 1920 los neomallusianos y los eu genesistas empezaron a cerrar filas. Partidarios de la e u g e n e ­ sia progresistas ingleses c o m o el doctor C.P. Elacker dieron un g i r o e n defensa del c o n t r o l de la natalidad; puesto que "los sa lu d a b les " ya limitaban el tamaño de la familia, las consecuen­ cias desfavorables para la raza sólo podían ser evitadas si los " b o r r a c h o s incapacitados" eran engatusados para que siguieran el e je m p lo . En un número especial de 1923 de la revista médica

    The P ra c titio n e r, que por prim era vez trataba abierta mi; nie l.i anticoncepción. Lady Florence E. B arret se mostraba de acuei do: "Intentar red u cir e! número de g e n t e com petente mientras se multiplican ios incapaces significa un desastre para el fu tu ­ ro".5 En E s ta d o s Unidos, donde la fertilidad do los n e g r o s y de ios inm igrantes provocó un clam or aún m ayor de " s u icid io de la raza", los pa rtid arios de la eu genesia lograron que se a p r o b a ­ ran leyes estatales parala esterilización de los débiles m entales y leyes fe d e r a le s para imponer restricciones a los inm igrantes. Fue en el c o n te x t o de las alarmantes discusiones so bre la r e la ­ ción inversa en tre la clase social y los índices de fe rtilid a d y sus potenciales resultados sobre la raza en el que S a n g er e m p e z ó su trabajo.® Las pre ocu p a cion es sociales de Stcp es quedaron claras en el Birth C o n tro ! N ew s, que apareció llen o de columnas s o b r e la necesidad nacional y racial del control de la natalidad. Stopes, al igual q u e lo s n e o m a ltu s ia n o s , e s ta b a tan i n t e r e s a d a en aumentar la fertilida d de las clases altas como en red u cir la de las clases tra b a ja d ora s. A c e p tó , lo m ism o que S a n g e r -q u ie n pronto c o r t ó rela cion es con la A m e r ic a n Left- ei a r g u m e n t o eugenésico d e que se estaba in v in ie n d o la lucha por la s u p e r v i­ vencia, con la multiplicación de los "incapaces" por en cim a de la gente sana y la amenaza del "su icidio racial" y la d e g e n e r a ­ ción del p a ís.40 El control de natalidad ofrecía una fo rm a de p e r ­ feccionar a los inútiles y a los ignorantes y de limitar su n ú m e ­ ro. Había q u e enseñar a la mujer o b r e r a a emplear ios m é to d o s de control, a firm ab a Stopes, p o r q u e "ese c o n o c im ie n to no es solamente e s e n c ia l para su b ie n e s t a r p riv a d o, sino t a m b ié n para la r e a liz a c ió n de sus o b liga cio n es co m o ciu da da n a ".11 "El control de natalidad -aseguraba S a n g er- es esencialm ente una enseñanza p a r a las mujeres".12 A pesar d e que los compradores de los iibros so b re co ntrol de natalidad er a n claramente m ie m b r o s de ia ciase m e d ia en su mayoría, S to p e s y Sanger estaban más preocupadas p o r la clase obrera. S t o p e s recorrió In g laterra durante 1a d é ca d a d e 1920 dictando co n fe re n c ia s a una audiencia fundam entalm ente o b r e ­ ra. Su m eta era poner a su disposición los m étodos racionales de control cíe fertilidad usados p o r los ricos y cultos. N o sólo mejorarían la calidad de vida, sino que aliviarían la c a r g a de la clase m edia, s e g ú n ella agobiada p o r impuestos "ab ru m ad ores ".

    "La anticoncepción -escribía- es evidentem ente io más indica­ do, en vez de cargar a ia comunidad con la responsabilidad de unos hijos de vaior racial claramente d u d o so ".13 Sorprendente­ mente, los defensores de base del control de natalidad tendían a ser radicales norteam ericanos o partidarios de los laboristas británicos, que p a rec ía n ca pa ces de ig n o r a r sim plem ente los absurdos arranques elitistas de Stopes y Sanger. Stopes vaticinó que "p ron to, la única clase social que se p e r ­ mitirá, descuidada e in sensiblem ente, transmitir defectos fís i­ cos serán los r e tr a s a d o s , a lgu n a s v e c e s lla m a d o s el 'g r u p o social p rob lem á tic o'"." Para los descuidados, los incoscientes y los d e fic ie n te s m entales q u e rehusaban e m p le a r m étodos de control de natalidad accesib les a ellos, imaginaba las medidas más severas de esterilización. Sus repetidas referencias a "los derrochadores, descon tro lad os y asom brosam ente proiíficos" y a "los irrem ed ia b lem en te malos y en ferm os raciales", dejaron claro que sentía poca sim patía por ia vida de las clases bajas.iS Tales prejuicios d e te r m in a r o n ios m étodos de anticoncepción que intentaba popularizar. La principal preocu pa ción de Stopes era la familia, a la que presentaba c o m o la p ie d r a angular de una so cied ad estable. Pocos habrían n ega do q u e el bienestar econ óm ico de las fam i­ lias era importante, p e ro 1o que preocupaba a Stopes era su b ie ­ nestar emocional. "La única base segura para el Estado de hoy día -escribió- es el m a trim o n io de sus in dividuos; pero existe deterioro y p e lig ro en los cim ientos del Estado si muchos de los matrimonios son in felices".16 La meta de Stopes era la creación de ia pareja sexualmente feliz, en ia que el marido fuera sensi­ ble y c a riñ o s o . E l a b o r ó ia idea de que la se n su a lid a d de la mujer estaba d o m in a d a p o r un "p u ls o fu n d a m e n t a l" que el hombre debía aprender a interpretar. El acto sexual, en su o p i­ nión romántica, tenía q u e ser un "asunto m utuo, no tan sólo el desahogo de un hom b re". A sus lectores íes señaló el objetivo de alcanzar un orgasm o mutuo, a lo cual ella se refería como la "función coordinada". A i liberar las pasiones, prometía, el matri­ monio se transformaría de su estado "brutal, desolado y apático" a algo "lleno de éxtasis, espiritual y vital". Su m odelo de marido y mujer era "jóvenes, felices, y en buena forma física".17 Stopes fue una de las p r im e r a s co n s e je r a s m atrim onia les modernas que hizo o b lig a t o r io para e! m a r id o y la mujer del

    siglo XX que se "adoraran" mutuamente, que fueran "amante-;: tasad os" en constante cortejo, cuando no estu vieran ley e n d o sobre la forma correcta de hacerlo. De pasada co n den ó el les bianismo y la masturbación, no p o r razones morales, sino p o r ­ que reducían ia c a p a c id a d de ia m ujer ele t e n e r una "u nión real". De esa forma Stopes se convirtió en uno de los mayores arquitectos y defensores de ia heterosexualidad moderna. Las miles de cartas escritas a Stopes y S a n g e r o frecen so r­ prendentes relatos de prim era mano sobre los m otivos por los que algunos requerían información sobre ei control de natali­ dad. Las mujeres confesaban v iv ir aterradas cada mes p o r la posibilidad de un nuevo embarazo, de tener su vid a sexual b l o ­ queada por m iedo al em barazo y de evitar el o r g a s m o con ia esperanza de que ello impidiera ia concepción. Estas co n fe s io ­ nes aparentemente francas deben ser usadas con cuidado, sin embargo, porque los comunicantes, incon scien tem en te sabían lo que tenían que decir. Un "g u ió n " para el co rrespo n sa l que pedía ayuda, había sido inspirado, ele hecno, por Stopes y San­ ger y otros que popularizaron nuevas ideas sobre la sexualidad moderna. La corresponsal era norm almente una mujer casada con hijos, que declaraba que otras tenían claram ente acceso a inform ación sobre a n tic o n c e p c ió n que ella no poseía. H abía em p lea d o algunos m é t o d o s que habían fr a c a s a d o , y cuando había pedido ayuda a un m édico, éste no había respon d ido a sus ruegos. Pasando a asuntos más concretos, preguntaba si el pesario era seguro y ei preservativo p e lig ro so ; si los anticon­ ceptivos reducían la sensibilidad sexual y si se podía curar la eyaculación precoz. Su interés principal era limitar ei tamaño de la familia para evitar poner en pelig ro ia salud y bienestar de ella misma y de sus hijos. Pero lo realm ente so rp ren d en te de estas corresponsales era su insistencia en que la inform ación no era requerida p o r m otivos puramente económ icos, sino para llegar a ser mejores esposas y madres. Estas m u je res se p r e o c u p a b a n p o r ei " r o m a n c e " en sus m atrim onios. A c e p t a b a n la idea de que la " p r o t e c c i ó n de la pasión (era) de crucial im portancia para la rela ción marital".ts Claramente se había creado en ei siglo X X un nuevo papel de esposa sensual y m adre concienzuda que sólo se podia realizar en una familia lim ita d a . P o r supuesto, c o n un d e c liv e en el tamaño de 1a familia, el papel de esposa lle g ó a ser más im p o r­

    tante y e! de m a d r e menos. Poro una "sentimentali/ación", más que una "s a c r a íiz a c ió n " de la niñez tu v o lugar tam bién en las sociedades o c c i d e n t a l e s al m ism o t i e m p o que el n ú m e r o de nacimientos disrni muía. Al llegar el s ig lo X X las familias de la clase media habían ya recurrido a instituciones para o b ten er la mayoría de los se r v i­ cios sanitarios y educativos. Su h o g a r era más pequ eñ o puesto que tenían m e n o s hijos y se habían d e se ch o de los parientes, criados y h u é s p e d e s que albergaban en el pasado. A h o r a "el h o g a r " era un r e f u g i o donde s ó i o se es p e ra b a e n c o n t r a r la dicha doméstica. En el pasado estas expectativas no eran co m u ­ nes, pero ahora se presentaba a través de los medios do com u­ nicación una n u e v a imagen sensual de la mujer casada que la describía jo v e n , apasionadamente unida a su marido y madre de dos o tres h ijo s solamente. Aunque raramente se m e n c io n a ­ ba, se hallaba im p líc ito el hecho ele que sólo la anticoncepción permitiría la r e s o lu c ió n de las in h e r e n t e s y c o n tr a d ic to r ia s implicaciones d e l culto a la domesticidad. Era evidente que ya había h ech o su a p a r ic ió n la p e q u eñ a fa m ilia privarla p o r el hecho de que a h ora algunas mujeres de la clase inedia so licita ­ ban consejos s o b r o cuestiones sexuales intimas, no do las am i­ gas del v e c in d a r io o de pariente;' del sexo femenino, sin o de manuales, c o l u m n a s de revistas, de m é d ic o s o de e x p e r t o s extraños, co m o S topes y Sanger. Muchas de estas m ujeres que escribían cartas, confesaban abiertam ente su ignorancia sexual y lamentaban 110 h a b e r tenido una m ad re o una c o n fid e n t e a quien dirigirse para pedir consejo. Stopes y S a n g e r vendieron tantos libros y recibieron tantas cartas po rq u e p a rec ía n tener las respuestas para la m u je r del siglo XX sobre c ó m o reconciliar las presiones conflictivas en su vida. La guerra había puesto de re lie v e la contribución de las mujeres al e s f u e r z o nacional en t o d o s los países, lo q u e fue recompensado en muchos estados con el derecho al voto. A los temerosos les p a r e c ía que había algu n a base para p e n s a r en una d ifu m in a ció n de las distinciones en tre los sexos. C ie r ta ­ mente la g u erra d e r r ib ó gran parte de la resistencia a la discu ­ sión pública d e io s temas sexuales, c o m o las e n fe r m e d a d e s venéreas y el c o n t r o l de la natalidad. P e r o aunque el pú blico lector -i-siaba m ás informado en ios años 20, no se d e b e r ía exa­ gerar e¿ im pa cto del feminismo, psicoanálisis o se xolog ía en la

    masa de !a población. D e ig u a l forma, tam poco debería supo nerse, como se ha h ech o en referencia a que las mujeres e m p e ­ zaran a rizarse el polo y a fu m ar, que en el mundo de la p o s g u e ­ rra lo s papeles de l o s s e x o s cambiaron r a d i c a l m e n t e . í: D e h ech o, como respuesta a la modesta extensión de los derechos políticos y económicos c o n c e d id o s a ias mujeres (a los que se atribuyeron el aumento d e divorcios y el descenso de la fe r t i li­ dad), los analistas so cia les aceptaron el nuevo énfasis cultural que se ponía en ias in e v it a b le s diferencias entre los sexos y que psicoanalistas, s o ció lo g o s y sexólogos decretaban. A principios de s i g l o se construyeron n u e v o s c o n c e p t o s acerca del deseo y el p l a c e r femenino y se e la b o ró la idea de comportamiento sexual " n o r m a l" . Las "necesid ades b io lóg ica s" f u e r o n definidas p o r s e x ó l o g o s como H a v e lo c k Ellis, q u ie n o f r e c i ó argumentos para e l reconocimiento del derech o de 1a m ujer a! placer que ya h a b ía sido exigido por feministas corno Em m a Goldman y Ellen K e y .’' El control de natalidad d e s e m p e ­ ñó un papel clave en esta situación puesto que ofrecía una l ib e ­ ración del temor a los Kiriburuzos y, por lo tanto, minaba los antiguos argumentos en d e fe n s a de la abstinencia. Sin e m b a r ­ go, las mujeres no iban a s e r "liberadas" de sus responsabilida