Escritos Sobre El Lenguaje

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Wilhelm von Humboldt ESCRITOS SOBRE EL LENGUAJE Edición y traducción de Andrés Sánchez Pascual Prólogo de José María Valverde

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Über das vergleichende Sprachstudium in Beziehung auj die verschiedenen Epochen der Sprachentwicklung Über den Einfluss der verschiedenen Charakters der Sprachen auj Literatur und Geistesbildung Über das Enístehen der grammatischen Formen, und ihren Ein­ fluss auf die Ideenentwicklung Über die Buchstabenschrift und ihren Zusammenhang mit dem Sprachbau Über den Dualis La versión de estos textos ha contado con una «Ayuda a la crea­ ción literaria. Modalidad de Traducción» (1990), otorgada por el Ministerio de Cultura.

Cubierta de Jordi Fornas. Primera edición: mayo de 1991. © por la traducción: Andrés Sánchez Pascual, 1991. © por el prólogo: José María Valverde, 1991. © de esta edición: Edicions 62 s|a.. Provenga 278, 08008-Barcelona. Impreso en Limpergraf s]a., Calle del Río 17, Nave 3, Ripollet. Depósito legal: B. 15.148-1991. ISBN: 84-297-3244-6.

Prólogo

La capacidad de hablar —resalta perogrullesco decir­ lo— es lo que nos constituye como seres humanos, más bien que el poder ser definidos como «animal racional» u homo sapiens sapiens. Pero, quizá por ello mismo, la humanidad ha vivido y hablado durante miles —o millo­ nes— de años sin tener más que una conciencia confusa, si es que no nula, de qué sea esa capacidad de palabra, dándola por supuesta casi como algo natural, lo mismo que el respirar, aunque quizá con algún vago residuo de creencia en su poder mágico sobre la realidad. Y ello, casi siempre, sin reconocer que otros tengan otras palabras para lo mismo: si aparece alguien que haga otros ruidos con la boca, son meros ruidos, es un bar-bar (bárbaro), un tar-tar (tártaro), un bereber, no un semejante, y se le puede esclavizar o m atar. Admitir que haya otras lenguas es un salto adelante en la historia moral, y podría llevar a la conciencia de lo que es el lenguaje, pero ésta ha tar­ dado mucho. A partir de un momento dado en la historia, con el desarrollo del pensamiento abstracto —típicamente, la filosofía— algunos asumieron una peculiar idea del len­ guaje, que implicaba desvalorizarlo y malentenderlo: al soñar un mundo de conceptos puros, nítidos, en total ar­ mazón lógica, las palabras se reducían a envoltorios para transm itir esas referencias de valor unívoco. El logos, que en principio era, a la vez y sin necesidad de distinción, «razón» y «palabra», se bifurcó en estos dos sentidos, para mengua del segundo. Como mucho, la tradición escolás­ tica se plantearía la cuestión del significado de los sus­ tantivos, la suppositio, digamos la relación entre el voca­ blo «mesa» y el objeto que suele tener delante el profe­ sor, apuntando siempre a los «universales», siquiera fue­ ra mediante convención en un flatus vocis verbal.

La tom a de conciencia de lo que de hecho es el lengua­ je ha resultado extrañam ente reciente, y todavía hoy, aun­ que se extiende como un virus, alcanza sólo a una peque­ ña parte del mundo cultural. Además, como se puede ver estudiando el caso del que m ejor cabe considerar como padre de la teoría lingüística, Wilhelm von Humboldt, su gran arranque tuvo lugar a través de una enredada ambi­ valencia: ese que cabría llam ar «giro copernicano» lin­ güístico, iniciado en él bajo signo romántico, rom pía, cier­ tam ente con el prejuicio clásico de «concepto-a-través-detérmino», pero lo hacía cayendo en otros prejuicios de entre los cuales costaría trabajo en nuestro siglo extraer la más escueta y elemental comprensión de lo que es ha­ blar. En efecto, en la coyuntura de finales del siglo xvm y principios del xix, si por un lado crecía la impaciencia ante lo que tiene el lenguaje de m aterial, limitado y vul­ gar, por otro lado se sentía la invasión de un impulso uni­ versal en que el lenguaje asumía el protagonismo, anima­ do por un impulso divino. En el prim er sentido: para la orgullosa ambición del intelecto, siempre ha de parecer humillante que toda la vida m ental haya de darse en algo tan modesto y aun tan tonto como es el lenguaje, ese río de palabras y gramática que nos em papa y arrastra. Igual que la famosa paloma de Kant estaba tentada a suponer que volaría m ejor en un espacio vacío, sin la resistencia del aire, así el intelecto tiende a suponer que pensaría con toda plenitud si no fuera por ese límite y ese estorbo que son las palabras. Goethe, más bien desdeñoso del lengua­ je, acertó al situar el escalón final en el descenso de Faus­ to, dejando entrada libre a Mefistófeles, en el momento en que, al ir a traducir el comienzo del Cuarto Evangelio, le parece poca cosa escribir: Im Anfang war das Wort, «en el principio estaba la Palabra»: Ich kann das W ort so hoch unmóglich schatz&n Ich muss es anders übersetzen

(«Me es imposible valorar tanto la Palabra. — Tengo que traducirlo de otro modo.») Y después de probar con der Sinn, «el sentido», y die Kraft, «la fuerza», se satisfa­ ce con die Tat, «la Acción». No es extraño que más ade­ lante se lea: Gefühl ist alies; Ñame, Schall und Rauch!, «el sentimiento lo es todo; el nombre, ruido y humo!» Por su parte, Hegel, en la Estética, dice que en la creación poé­ tica, ya fronteriza de la cumbre filosófica, el lenguaje está reducido a casi puro espíritu, con su m ateria volatili­ zada. Pero mientras tanto, ya se había producido una inter­ pretación a la vez afín y opuesta a ésta, el giro decisivo, aunque provisionalmente descaminador, en cuanto a la comprensión del lenguaje: como preludio al idealismo fi­ losófico, se intuyó una vasta irrupción de lo supremo —lo ideal, lo divino, o como se quiera—, dando sentido y valor a la realidad concreta, y sobre todo a nosotros mismos. Para ese sentir, en nuestro espíritu se manifiesta algo transcendente que le impulsa a ser más y m ejor —sin im­ portar que los estorbos materiales impidan la realización de ese ideal ascendente. Tal enorme aliento tiene su ma­ nifestación en nosotros, antes aún que en la conciencia moral, en la fuerza que nos ha humanizado llevándonos a hablar. Y el hablar, antes y aun aparte de que sea decir algo concreto, es la forma del efluvio superior y elevador que nos dignifica, prim ero como raza hum ana y luego como individuos. De camino a tal sentir, no intentarem os esbozar un mapa de los tanteos del siglo xvm hacia la comprensión del lenguaje —así Locke, Berkeley, Condillac y sobre todo Rousseau—: todos ellos, inevitablemente, dados sus su­ puestos básicos, tenían que caer en el mismo atolladero —al fin y al cabo, tem a de curiosidad inevitable para cual­ quiera, incluidos nosotros mismos— : el de preguntarse ante todo por el origen del lenguaje, por cómo se empezó a hablar, cuestión intrigante de la que m odernamente sue­ le prescindir la lingüística (evitando así extravagancias como las del libro de Diamond, pero dejándonos profun­ damente insatisfechos). Cabía, por las buenas, ver el len­

guaje como don de Dios, y así lo hace Hamann, «el mago del Norte», el paisano de Kant, enemigo de la «puta Ra­ zón» y fanático de la creencia. Sin conocerle, el émigré vizconde de Bonald diría que el lenguaje es el legado de la prim itiva revelación divina, no por ningún contenido concreto o mensaje, sino por su m ism a existencia. Pero antes de que éste escribiera, la Academia berlinesa, en 1769, abrió un concurso sobre ese tema, que fue ganado por el todavía joven Herder, con un texto de tono arreba­ tado y altam ente enfático y de desarrollo tan sugestivo como vacilante y aun contradictorio. Aunque Herder rehúye ver el lenguaje como algo puesto en la misma natura­ leza humana, lo hace derivar de una capacidad de refle­ xión que sí que sería innata —lo que viene a ser casi lo mismo: «El hombre, desde la condición reflexiva que le es propia, ha inventado el lenguaje al poner libremente en práctica por prim era vez tal condición.» Esa condición reflexiva se lanzaría al lenguaje no por necesidad ni con­ veniencia m aterial, sino por un impulso creativo, poético, ante el estímulo de unas «palabras naturales» —así, el balido de la oveja— que caracterizarían a algunas cosas, dando de ese modo comienzo a un proceso de repetición, mezcla y articulación que llevaría a la maduración del lenguaje. Todo ello implica la hegemonía del sentimiento y del carácter: «El lenguaje natural de todas las criaturas poetizado por el entendimiento en el sonido, un dicciona­ rio de las almas, una constante creación de fábulas, llena de pasión e interés; esto es el lenguaje en su origen, y ¿qué otra cosa es la poesía?» Ello no representa un pro­ greso, desde un punto de vista natural —«la especie hu­ m ana no supera al animal en la escala del más y el menos, sino en la cualidad»—; y, además, el lenguaje, una vez in­ ventado, puede ser que no haga sino degenerar respecto a su maravillosa condición original: «Es posible que nues­ tro lenguaje artificial haya desplazado al natural... Una lengua metafísica y refinada... poco puede saber de la ni­ ñez de su prim era m adre... Las lenguas antiguas y prim i­ tivas ...se aproximan al origen.» Dado su empuje expre­ sivo general, no como colección de signos conceptuales,

el lenguaje sería la expresión de lo humano, diversifica­ do en las lenguas como expresiones de sus respectivos pueblos y razas, cuyos tem peramentos quedarían de m a­ nifiesto incluso en la gramática y la fonética de su idioma o dialecto. Este punto lo com parte mucha gente incluso hoy; una creencia piadosa que, como tal, es tan indemos­ trable como irrefutable; una abundancia de sonidos gutu­ rales indicaría un determinado carácter nacional: la gra­ m ática alemana inclinaría a la metafísica, y la gramática francesa a la clarté. Pero esas opiniones, tan propias del espíritu rom ánti­ co también en cuanto éste implica nacionalismos, pinto­ resquismos y folklorismos, tenían de bueno que incitaban al estudio concreto de las lenguas del mundo, saliendo de la tradición clásica, e incluso modificando los supuestos de ésta: el estudio del sánscrito, cultivado por Bopp, a quien W. v. Humboldt haría dar una cátedra, llevaba a un «ente de razón» idiomático como sería el indoeuropeo, lugar geométrico de partida de las lenguas de ese hori­ zonte. Mientras tanto, se empezaban a explorar lenguas de los más variados pueblos, con curiosos descubrimien­ tos no sólo en el léxico, sino en las formas y relaciones gramaticales. Y aquí es donde im porta Wilhelm von Hum­ boldt. Hay que advertir, para el encaje cronológico, que Wil­ helm von Humboldt escribió la mayor parte de su obra lingüística en su vejez, dejándola casi inédita. Pero el in­ terés por las lenguas fue siempre un hobby de curiosidad para él, llevándole a algún breve texto teórico desde su juventud (Über Denken und Sprechen, «Sobre pensar y hablar», es ya de 1795-1796, esto es, de antes de cumplir los treinta años). Además conviene recordar aquí que, para la conciencia cultural alemana, lo lingüístico queda sólo como un capítulo en la biografía de ese procer, más con­ memorado como político, como organizador educativo y como el tercer «clásico», junto a Goethe y Schiller, en el período así llamado, esto es, hasta la m uerte de Schiller en 1805, en un decenio de «diálogo inmortal». (Véase la

brevedad de ese capítulo en el librito de Peter Berglar, en la serie de biografías ilustradas de Rowohlt.) Enmarquemos brevemente su figura en su tiempo: na­ cido en 1767, en la corte prusiana, se educó con precepto­ res privados y estudió derecho y filología clásica; viajó a París, cuando todavía estaban derribando la Bastilla, co­ noció a Schiller, Jacobi y Lavater; entró en un exaltado círculo prerrom ántico, la «Liga de la Virtud», donde cono­ ció a su futura esposa, y, de 1790 a 1791, fue alto funcio­ nario jurídico, dejando luego el servicio para casarse y vivir en el campo. Desde ahí, visitó largamente Jena, el meollo de la vida intelectual germánica de entonces, y en esa ciudad estrechó su am istad con Schiller, colaborando en la revista de éste, Die Horen, y se convirtió en uno de los predilectos de Goethe. Los largos períodos en que no se veían estos tres grandes dieron origen a abundantes epistolarios: se ha llamado a Wilhelm von Hum boldt «el rey de las cartas», también por las tres mil enviadas a su m ujer. A él fue dirigida la últim a carta que escribió Goe­ the, la víspera de su muerte. En ese período empieza a publicar algunos artículos sobre teoría del derecho, de sentido liberal, en relación con una ambiciosa obra que quedaría inédita: Ideas para un ensayo de determinar los límites de la efectividad del Estado; y, en la revista Die Horen, un par de ensayos sobre la diferencia sexual. Otros viajes hizo, uno de ellos por el País Vasco, ocupándose de la lengua eusquera. En 1799 tuvo éxito su prim er escrito amplio: Ensayos estéticos, 1: Sobre «Hermann y Doro­ tea» de Goethe. De 1802 a 1808 —años napoleónicos— fue enviado prusiano ante la Santa Sede, y tuvo ocasión de conocer, con los jesuítas, la obra lingüística de Hervás y Panduro y los materiales que habían acumulado sobre las lenguas de sus tierras de misión —-sobre todo, las de in­ dios americanos. De Roma volvió para dirigir la Sección de Culto y Enseñanza del Ministerio del Interior, esta­ bleciendo la gran organización que culminaría en la crea­ ción de la Universidad de Berlín y en la institución del Gymnasium, bajo un nuevo espíritu humanístico y liberal, con consecuencias para más de un siglo: lo im portante

era form ar al hom bre para la libertad y la verdad, dejan­ do en segundo térm ino las especializaciones profesionales. A este sentir afluirían ideas de Fichte, gloria de la Univer­ sidad de Berlín. Pero cuando se funda esa Universidad, en 1810, Wilhelm von Humboldt ya ha dejado su efímero cargo, bajo el barón von Stein, por más que sus directri­ ces vayan a quedar en pie: con un honroso ascenso de grado, es enviado de diplomático a Viena, desde donde asistirá a diversos congresos internacionales, incluido el propiamente llamado de Viena, en 1815. Vuelto a Berlín en 1817 con otro cargo, choca con el canciller Hardenberg, y pasa a ser em bajador en Londres, y a otras funciones, hasta que en 1820 se retira definitivamente a su palacio campestre en Tegel; muere en 1835, tras dedicar esos quin­ ce años sobre todo a la reflexión sobre el lenguaje —tam ­ bién, durante tres años, tuvo la costum bre de escribir un soneto diario, no especialmente inspirado. Al final enu­ meramos los treinta y ocho textos lingüísticos de Wilhelm von Humboldt, con las indicaciones pertinentes; ahora tratarem os de resum ir su sentido. Ante todo, para la lectura de los textos aquí reunidos y de los demás, conviene advertir que Wilhelm von Hum­ boldt no escribía de una m anera sistem ática y científica, sino con poderosas intuiciones enlazadas en un medio estilístico a veces un tanto difuso. Ya dijo Cassirer: «Hum­ boldt es un espíritu por completo sistemático, pero enemi­ go de toda técnica exterior de sistematización. Así ocurre que en el esfuerzo de presentarnos en cada punto aislado de su investigación la totalidad de su concepción lingüís­ tica, se opone a la neta y clara diferenciación de esa to­ talidad. Sus conceptos no son jam ás productos despren­ didos y puros del análisis lógico, sino que late en ellos un ostensible tono estético, un talante artístico, que vivifica la comprensión, pero que oscurece al propio tiempo la articulación y el análisis del pensamiento.» 1 En efecto, en Humboldt, frases o párrafos bien elegi­

1. Citado en J. M. V a lv e rd e , Guillermo de Humboldt y la filo sofía del lenguaje, Madrid, p. 31,

dos resultan más impresionantes que la totalidad del texto en que figuran; y los textos breves, a su vez, atraen más que los largos. Esto tiene que ver con lo que indicábamos más arriba: en Wilhelm von Humboldt no hay una sola perspectiva, sino más bien una dualidad de horizontes lin­ güísticos, en últim o término contrapuestos, a p artir de una gran intuición común. Esa gran intuición básica es que el lenguaje constituye la form a única y necesaria de operar para el pensamien­ to: no hay pensar sin lenguaje. «El pensamiento tiene lu­ gar mediante el lenguaje; ... el lenguaje debe acom pañar al pensam iento»;2 «el lenguaje es el órgano del ser inte­ rior; este mismo ser, en cuanto logra paso a paso reco­ nocerse interiorm ente y exteriorizarse».3 O de otro modo: «El lenguaje es el órgano form ador del pensamiento. La actividad intelectual, por completo espiritual, por com­ pleto interior y en cierta medida desapareciendo sin hue­ lla, mediante el sonido se hace exterior en el habla y per­ ceptible para los sentidos. Aquélla y el lenguaje son, pues, una sola cosa... Tiene que unirse al sonido lingüístico: si no, el pensar no alcanza claridad, ni la representación se hace concepto. La unión inseparable de pensamiento, ór­ gano vocal y audición descansa en el sentido originario de la naturaleza hum ana»4 y «el pensamiento sin lenguaje es, sin más, imposible».5 Y el lenguaje no es una iluminación instantánea y total, sino un desgranarse sucesivo de una palabra tras otra, hasta redondear la frase: «La operación del lenguaje consiste en obligar al espíritu a desarrollar todo el conjunto del pensamiento en palabras que se su­ ceden, en dar cuerpo al pensamiento, en detener su ola [vague, en el original en francés] por la impresión que dejan los sonidos articulados.»6 Tal es el sentido de la famosa expresión humboldtiana, de que el lenguaje no es 2. Edición Flitner-Giel, vol. III, p. 56-57.

3. 4. 5. 6.

Ibidem, p. 383. Ibidem, p. 426. Ibidem, p. 429. De la Carta a Ai. Abel-Rémusat.,,

ergon sino enérgeia, expresión que, por cierto, queda inexplicada en su contexto, y que seguramente arranca de la terminología aristotélica, en la Ética a Nicomaco: «El len­ guaje es algo en cada instante perm anentem ente transito­ rio. No es un producto (ergon) sino una potencia (enér­ geia). Su verdadera definición sólo puede ser genética. Es la labor, perennemente renovada, del espíritu, para hacer al sonido articulado capaz de la expresión del pensamien­ to.»7 La fluidez del lenguaje, aun atenida a límites —fo­ néticos, sintácticos, léxicos— no tiene límites en sus po­ sibilidades de uso, en su enérgeia: «El lenguaje no con­ siste sólo en sus producciones concretas, sino en la posi­ bilidad de obtener otras innum erables.»8 Y después: «Debe hacer un uso ilimitado de medios limitados, y lo logra merced a la identidad de la fuerza que produce el pensamiento y el lenguaje.» 9 El lenguaje, pues, no es una sum a de palabras, ni aun una sum a de palabras y silen­ cios, además de todas las reglas que las estructuran, sino una movediza y fecunda disponibilidad organizada: «Su organismo no yace como una m asa inerte en lo oscuro del alma, sino que actúa, determ inando como ley, las fun­ ciones de la mente, y por eso la prim era palabra ya pro­ clama y anuncia el lenguaje entero.» 10 Sobre la palabra aislada, advierte: «La palabra no constituye el lenguaje, pero es su parte más im portante, o sea, lo que en el m un­ do viviente es la célula individual.» 11 El lenguaje, así, es tan subjetivo como objetivo —y sería m ejor evitar la aplicación de un esquema dialéctico en que se viera como síntesis de una tesis y una antítesis, porque ninguno de aquellos térm inos tiene en él prioridad lógica o tem poral sobre el otro: el lenguaje establece el ámbito de comunidad que hace posible la comunicación: «La producción del lenguaje es una necesidad íntim a de 7. 8. 9. 10. 11.

Ed. Flitner-Giel, p. 418. Ibidem, p. 418. Ibidem, p. 477. Ibidem, p. 10. Citado en V alv erd e, op. cit., p. 37.

la naturaleza humana, no sólo un comercio social para la comunicación, sino algo asentado en su misma esencia, imprescindible para el funcionamiento de sus potencias espirituales.» 12 El lenguaje impone el reconocimiento de los demás espíritus, y así, perm ite el reconocimiento del propio, que sólo se ve a sí mismo como si fuera otro: «El hombre habla, aunque sea en pensamientos, sólo con otro, o consigo mismo como si fuera otro.» 13 Y: «El hom bre tiende, aun a instancia de su pensamiento aislado, hacia un tú que corresponda al yo\ el concepto sólo le parece que consigue determinación y certeza cuando viene refle­ jado desde una mente ajena.» 14 Pero eso da lugar a la pa­ radoja de que, al comprendernos unos a otros, y, por tan­ to, al comprendernos m ejor a nosotros mismos, acaba­ mos por sentirnos más distantes de los demás, percibien­ do m ejor las diferencias: «El lenguaje tiende puentes desde una individualidad a las demás, y da lugar a la m u­ tua comprensión, pero más bien aum enta la diferencia [de concepción personal] al producir más distintam ente en la conciencia un refinamiento y aclaramiento de las ideas, tal como se enraízan en la situación anímica de que proceden.» 15 De todo esto deriva el carácter creativo, de lujo, pla­ cer y regalo que es propio del lenguaje —manifiesto en su «redundancia», de que hablan los lingüistas—, más allá de la m era comprensión: «La m ás elemental, pero más lim itada concepción del lenguaje es la de considerarlo como un mero medio de comprensión» 16 y, refiriéndose al tema del dual cuando escribe esta frase, añade: «Si los pueblos que han formado las lenguas tuvieran m eram ente como objetivo la m utua comprensión, como afortunada­ m ente no es el caso, entonces sería superfluo un plural de dualidad propio.» 17 Si se privilegia la exactitud en la com­ 12. 13. 14. 15. 16. 17.

Ibidem, p. 32. Ed. Flitner-Giel, pp. 137-138. Ibidem, p. 138-139. En Valverde, op. cit., p. 34. Ed. Flitner-Giel, p. 134. Ibidem, p. 134.

prensión, apuntando a un ideal de lenguaje científico, se m ata el espíritu m atando el lenguaje: «Con signos lógicomatemáticos sólo se podría agotar una pequeña parte de lo pensable, pues estos signos, por su naturaleza, sólo se podrían aplicar a conceptos producidos por elabora­ ción previa o por convenio. Pero cuando hay que acuñar en conceptos la m ateria de la experiencia interior y de la sensibilidad, entonces es cuestión de la facultad de re­ presentación individual del hombre, de que es inseparable su lenguaje.» 18 Con ese empuje creativo es como el len­ guaje forma mundo: «El lenguaje es indispensable para que la representación se objetive, al regresar al oído la propia creación verbalizada. El lenguaje no actúa como partiendo de los objetos ya plenamente percibidos. Pues sin lenguaje no habría ante la mente objetos (como tales). Ya en la percepción hay una cierta subjetividad; incluso cabe considerar a cada individuo como un punto de m ira en la visión del Universo.» 19 En análogo estilo, con vagos ecos kantianos e idealistas, dice Humboldt: «El hombre se rodea de un mundo de sonido para asum ir en sí el mundo de los objetos, y manejarlo. El hombre vive con los objetos tal como el lenguaje se los trae.»20 O de otro modo: «La peculiaridad del lenguaje consiste en que, sir­ viendo de mediación, funda entre el nom bre y los objetos exteriores un mundo de pensamiento en el sonido.»21 Y, en tono un poco más técnico: «La esencia del lenguaje con­ siste en verter la m ateria del mundo fenoménico en la forma del pensamiento; todo su esfuerzo es formal, y como las palabras tom an el lugar de los objetos, debe también oponérseles, en cuanto m ateria, una form a a la que estén som etidas.»22 Y aquí puede aplicarse la idea de «símbolo», que luego desarrollaría Cassirer: «Sólo así se logra la transm utación del mundo en lenguaje, y se cum18. 19. 20. 21. 22.

Ibidem, p. 16. En V a lv erd e, op. cit., p. 34. Ed. Flitner-Giel, p. 434. Ibidem, p. 85. Ibidem, p. 13.

pie la acción simbolizadora de la lengua, incluso mediante su estructura gram atical.»23 Hasta aquí, estamos dando el núcleo sólido de las in­ tuiciones humboldtianas, pero moviéndose desde él, so­ brevienen ciertas indecisiones; así, en cuanto al origen y el desarrollo del lenguaje. El punto de partida es impeca­ ble: más vale no hablar de cómo empezó el lenguaje, se­ gún venían haciéndolo otros en el siglo xvm : «El lengua­ je... debe considerarse como puesto originariam ente en los hombres; pues es totalm ente inexplicable como pro­ ducto de la razón en la claridad de su conciencia... El lenguaje no se podría inventar si su prototipo no estuvie­ ra ya existente en la razón hum ana.»24 En algún momen­ to lo considera «una emanación involuntaria del espíritu, no una obra de las naciones». Y seguramente con recuer­ do de la célebre paradoja establecida por Rousseau, dice en otro lugar: «El hom bre es sólo hom bre mediante el lenguaje; pero, para inventar el lenguaje, debería ser ya hombre previam ente.»25 Además, como ya se mencionó antes, el lenguaje, una vez que empieza a existir, debe exis­ tir ya en plenitud; Wilhelm von Humboldt adm ite, no sin vacilaciones y arrepentim ientos parciales, que haya una evolución en él, una m ejora o un empeoram iento en los diversos caminos de las lenguas. Su criterio valorativo es la mayor o m enor riqueza de flexiones y form as gram ati­ cales, llegando a poner el sánscrito como caso de madu­ rez ejemplar, en contraste con el chino, por su yuxtaposi­ ción de términos invariables —y, por cierto, monosilábi­ cos— : aquél representaría más espíritu; éste, m ás mate­ ria. En su más extensa obra postum a —la llam ada Kawiwerk—, Wilhelm von Hum boldt llega a basarse en el chi­ no para propugnar la tesis del monosilabismo originario de todas las lenguas. Por cierto que, paradójicam ente cie­ go ante su propia lengua alemana, en contraste con su perspicacia ante otras lenguas exóticas de las que se per­ 23. Ibidem, p. 141. 24. Ibidem, p. 10. 25. Ibidem, p. 11.

mite ejemplificar, no advierte Wilhelm von Humboldt que también para el alemán cabría defender tal tesis, ya que sus raíces suelen ser monosilábicas, a pesar de la longitud de sus palabras, que, como dijo alguien, «tienen perspec­ tiva». Pero después de escribir a Abel Rémusat sobre su gramática china, al reflexionar más sobre el asunto, modi­ fica su idea: habría una curva histórica en la m archa de las lenguas, que, tras alcanzar un máximo de flexión en sus palabras, la irían perdiendo parcialmente; por otra parte, la falta de flexión en el chino podría no entenderse como pobreza espiritual, sino al contrario, haciendo así justicia a la gran cultura china: «En cuanto que requiere al entendimiento un trabajo mucho mayor de lo que exi­ ge de él ninguna otra lengua, le sugiere meram ente las re­ laciones de los conceptos, le priva casi de toda ayuda me­ cánica para la comprensión, e incluso funda casi solamen­ te la construcción de las palabras en la secuencia de pen­ samientos y la m utua determ inabilidad de los conceptos, lo despierta y lo mantiene en la actividad espiritual diri­ gida al mero pensar, y aleja de todo lo que pertenece sólo a la expresión y al lenguaje.»26 La posible perfección se alcanzaría en una lengua en que el pensamiento llegara a dar forma a todo lo m aterial, sin residuo inerte, hacién­ dose él mismo plenam ente sensible y estructurando todo lo sensible: «Cuanto más individualizado [y ello significa: sensible] está el pensamiento según todas las relaciones, más anima y mueve: y cuanto más colaboran todas las potencias anímicas en su expresión, más se individua­ liza.» 27 La lingüística actual —recordémoslo— no ve sentido en la idea de mayor o menor perfección de una lengua, ni en su evolución cronológica a la deriva, ni en comparación con otra. Todo lo que se puede decir en una lengua se pue­ de decir en otra, aunque a veces con más palabras y más rodeos: lo que no se puede traducir es el «aura» —o el 26. Citado en M. B o h le r, epílogo a Wilhelm von Humboldt, Schriften zur Sprache, Stuttgart, 1973, pp. 245-246. 27. Ibidem, p. 247.

«aroma», que decía Nietzsche— de ciertos térm inos por su uso dentro de una tradición cultural nacional. Si quie­ ro mencionar la idea de Weltanschauung, o la dejo en ale­ mán o la traduzco entre comillas. Con esto tocamos algo, en la lingüística humboldtiana, donde aparece, hasta cierto punto, un elemento «ro­ mántico»: el lenguaje como visión del mundo (Weltansicht). Esta visión se puede entender, ante todo y partien­ do de Kant, como conjunto de las formas o categorías mentales —el aire de la palom a a que aludíamos—, un sistema formal que por un lado sería común a «toda mente posible», pero por otro lado se daría configurada según las naciones o idiomas, y aun según los individuos: «El pensar no depende m eram ente del lenguaje en gene­ ral, sino, hasta cierto grado, tam bién de cada lengua de­ terminada.» 23 (Se comprende que el neo kantiano Cassirer hiciera tanto por difundir la obra humboldtiana, al pro­ pugnar, como decíamos, su idea de las «formas simbóli­ cas».) Con todo, Wilhelm von Hum boldt da más poder ac­ tivo al lenguaje que Kant a sus formas y categorías a priori: «Mediante la m utua dependencia del pensamiento y la palabra se echa de ver claram ente que las lenguas no son propiamente medios para presentar la verdad ya cono­ cida, sino mucho más para descubrir la antes desconoci­ da.»29 De modo un poco confuso pero sugestivo —como de costumbre—, Wilhelm von Humboldt incluye una di­ mensión social en esa función de captación de la reali­ dad: «El hombre, en su m utable limitación, puede consi­ derar la verdad como lo ilim itadam ente sólido, que sola­ m ente existe fuera de él, y todo su esfuerzo espiritual es una pugna hacia ella, y el medio más poderoso para acer­ cársele, para m edir su distancia a ella, es la unión social. Así el lenguaje es un requisito necesario para la prim era creación del pensamiento, y para la progresiva form a­ ción del espíritu. La comunicación espiritual, pasando del 28. Ed. Flitner-Giel, p. 16. 29. Ibidem, p. 19.

uno al otro, presupone en aquél algo común con éste.»30 Pero lo más «romántico», en el sentido peligroso del término, es que Wilhelm von Humboldt, heredando el sen­ tir herderiano, piensa que el lenguaje, al darse de hecho en diversas lenguas e idiomas, aparece dividido en «visio­ nes nacionales del mundo»: con ello, cada lengua supone y legitima una nacionalidad —y de sobra es sabido cuán­ to hubo de lingüístico en los nacionalismos del siglo xix, y cuánto sigue habiendo en los de hoy. Cada lengua —ya lo decíamos— expresaría una peculiaridad nacional, in­ cluso un humor, un modo de ser, una «raza» no en senti­ do corporal: «Cada lengua, cualquiera que sea, lleva en su seno en cada momento de su existencia la expresión de todos los conceptos que se puedan desarrollar alguna vez en la nación. Cada una, incluso, en cada momento de su vida, equivale exactamente al alcance de pensamien­ tos de la nación en ese momento. Cada cual, finalmente, en cada una de sus situaciones, form a la totalidad de una visión del mundo (Weltansicht), al contener expresión para todas las representaciones que la nación se haga del mundo, y para todos los sentimientos que produzca el mundo en ella.»31 Esto, aunque en política siga siendo un factor podero­ so, no es de recibo en la lingüística. Con tal creencia, se podía creer, como Goethe, que aprender otra lengua era tom ar posesión del espíritu de otra nación, idea fomen­ tada hoy día por los departam entos universitarios y las academias de lenguas extranjeras, pero irreal: si no se usa la lengua para conocer su cultura, su sociedad y su historia, su mero dominio práctico no perm itirá poseer otra alma más. Con todo, hay que advertir, Wilhelm von Humboldt no desarrolla apenas las implicaciones de aque­ lla creencia, tan aprovechada por otros incluso hoy día. Hay también en Wilhelm von Hum boldt un concepto, lanzado de pasada, igual que el de ergon-enérgeia, —con­ 30. En B oh ler, op. cit., p. 239. 31. Ibidem, op. cit., p. 238.

cretam ente un par de veces-—32 y que lia sido muy mano­ seado, quizá por lo ambiguo y aun enigmático: el de innere Sprachform, que a la hora de traducir a nuestra len­ gua se echa de ver que funde dos sentidos bastante diver­ sos: «forma interior del lenguaje» —y aun si se quiere, el lenguaje en cuanto form a interior—, y «forma interior de la lengua» (de cada lengua). En el prim er sentido, ven­ dría a ser esa formalización —más o menos kantianam en­ te a priori— de que se hablaba antes, si bien, quizá, en un sentido dinámico y orgánico, como form a rectora del desarrollo del lenguaje humano en sus aspectos y estruc­ turas, a través de los tiempos; en el segundo sentido, esa misma form a rectora, pero en cuanto existiera dentro de cada lengua, como si cada idioma estuviera movido y orientado, en su evolución histórica, por una suerte de es­ quema genético, de «genoma», que m arcara su destino. Se­ guramente, en este sentido Wilhelm von Humboldt se ha­ ría eco de la célebre idea de Goethe del Ur-phanomenon, con una base prístina de «protoplanta» y —digámoslo así— de «protoanimal», que se desarrollaría dando lugar a cada especie diversa —y, en definitiva, a cada individuo conforme a su especie. Para Goethe, como es sabido, las especies de plantas eran variaciones sobre el tem a bási­ co «hoja»: las especies animales derivarían, en diversos caminos, desde un núcleo que aproximadamente estaría en el conjunto básico de cráneo-arranque de vértebras. Aplicada a las lenguas, esa idea era muy sugestiva, pero hoy día no nos sirve de mucho: ahora se piensa que las modificaciones y diferenciaciones en las lenguas van a la deriva, sin razón especial, y sin perjuicio ni beneficio. No se pretende que haya un núcleo o un modelo orientador en la marcha m ilenaria de una lengua, que sirva de crite­ rio regulador de su unidad: las formas que componen una lengua son heterogéneas y pueden asociarse o estar ausen­ tes, o perderse o adquirirse sin perturbar a las de otra índole. Toda observación es empírica, fáctica: por ejem­ plo, en el orden de la fonética, cada lengua tiene, a partir 32. Ed. Flitner-Giel, p. 463-477.

de un teclado de fonemas, su repertorio de combinaciones posibles, no conectado con el orden de las categorías gra­ maticales: por efecto de un capricho que llegara a ser moda, podría modificarse sin afectar a nada sintáctico o semántico. Michael Bóhler ha puesto en paralelo esta ex­ presión de Goethe: «En la naturaleza viva no ocurre nada que no esté en un enlace con el todo», y éstas de Wilhelm von Humboldt: «en el lenguaje todo está determinado por cada cosa y cada cosa por todo», y «cada cosa, en el len­ guaje, sólo subsiste por lo otro, y todo sólo por la única fuerza que penetra la totalidad».33 Como lemas rom ánti­ cos, son muy sugestivos, pero hoy sabemos que el lengua­ je no es orgánico. Ahora, sin embargo, después de haber empezado por señalar la poderosa intuición central que revolucionó la comprensión del lenguaje —que el pensamiento sólo exis­ te en lenguaje— y de haber indicado unos aspectos en que Wilhelm von Hum boldt quedó sujeto a los equívocos románticos que eran posibles desde ese punto de partida, nos queda lo más im portante: indicar por qué Wilhelm von Humboldt, en otra cuestión esencial, va más allá —o más acá, mirando desde nosotros— de esa prim era revo­ lución. Y es muy sencillo: el lenguaje consiste en estruc­ turas —en las cuales es donde las palabras llegan a valer como tales, pues no viven por sí solas, según se las en­ cuentra en el diccionario. Así se echa de ver en el título Sobre las diversidades de la estructura lingüística huma­ na, de un escrito de 1827-29, modificado en el título de su gran obra incompleta, sobre la lengua kawi de Java, que, en su segunda parte, dice Introducción sobre la di­ versidad lingüística humana y su influjo en el desarrollo espiritual del género humano. (La cuestión de ese influjo quedaría apenas insinuada.) El designio del trabajo, que resulta sólo esbozado alusivamente como ilustración de unas teorías lingüísticas tam bién ilustradas con referen­ cias a otras lenguas, era analizar la lengua kawi, una len­ gua malaya, para m ostrar que, aunque abundaba en pala­ 33. Ibidem, p. 3.

bras sánscritas, su estructura era totalm ente diversa. Tras­ ladándonos a un ejemplo más cercano: la lengua vasca, eusquera, está mechada de palabras españolas y latinas, pero su gramática es radicalm ente diversa. Wilhelm von Humboldt, en sus incursiones por variadas lenguas del mundo, no se interesaba tanto por los nombres sustanti­ vos cuanto por las formas gramaticales, coleccionando ejemplos sorprendentes, libre ya del inconsciente hábito tradicional de dar por supuestas las formas gramaticales europeas, del griego hasta hoy. Así se permite, por ejem­ plo, sin saber japonés, criticar una gramática japonesa de cierto jesuíta vasco, señalando que era inverosímil que en japonés hubiera cosa tal como el supino de pasiva. En efecto, la jungla mundial de las gramáticas es inagotable en sus categorías, e incluso en comparación entre lenguas próximas siempre hay matices —así, ciertos «aspectos» del verbo—, que difícilmente llega a dominar quien no sea un hablante nativo. Un ejemplo: ingleses y alemanes, aunque lleguen a hablar con familiaridad el español al cabo de décadas de residir en nuestro país, es probable que se equivoquen ocasionalmente entre el imperfecto y el indefinido de indicativo. Y, por lo que he oído decir, ningún foráneo llega a acertar siempre en el perfectivo ruso. Eso es lo vivo del pensamiento lingüístico de Wil­ helm von Humboldt, lo que le hace padre de la concien­ cia del lenguaje en este siglo: el verlo como una superpo­ sición de redes formales —no conectadas lógicamente en­ tre sí—, en las cuales vive el léxico sus significaciones siempre concretadas dentro de lo que W ittgenstein llama­ ría un determinado «juego de lenguaje». Pero significati­ vamente, en la medida en que asumía ese punto de vista, al trabajar en su exploración de lenguas, reducía su su­ gestivo don de comentario intuitivo, que tanto hemos vis­ to brillar en su punto central de la consustanciación de lenguaje y pensamiento; punto desde el cual dejó tam bién esbozados esos que llamábamos equívocos rom ánticos. Lo esencial es que él abrió la puerta a la perspectiva for­ mal en que cabe comprender y analizar la realidad del

lenguaje, guardando un respetuoso silencio sobre la cues­ tión de su origen. Aquí no vamos a intentar una historia del impacto humboldtiano en este siglo, sino meram ente anotar un par de detalles: en el siglo xix, aunque algunos filólogos tom aran en cuenta la edición —presuntam ente comple­ ta— de sus obras en 1841-1852, sus grandes intuiciones no podían tener eco apropiado. Es de notar que Nietzsche, que era quien podía entender el sentido humboldtiano como precedente del suyo propio, no se dio cuenta de tal cosa, y las dos o tres veces que le nom bró fue para ata­ carle por su «clasicismo». (Cierto que aquí se plantea otra cuestión que quizás abordemos en otra ocasión: que la conciencia lingüística de Nietzsche no haya sido obser­ vada hasta los franceses que cabría etiquetar como «del 68»: Foucault, Derrida, Barthes, etc.) Ni siquiera Wittgenstein toma a Wilhelm von Humboldt como base, según podía haber hecho. Para su redescubrimiento —ya lo de­ cíamos— fue decisivo que Ernst Cassirer apelara a él en su Filosofía de las formas simbólicas —que en su forma abreviada norteamericana, An essay on man, se tradujo como Antropología filosófica. Pero al presentar —según indicábamos— el lenguaje como el a priori del pensamien­ to, Cassirer no fue del todo consecuente, porque lo vio como una form a simbólica, junto a otras posibles, como el mito, cuando es obvio que el m ito implica ya el lenguaje. Entre los que deben a Cassirer, y su remisión a Wilhelm von Humboldt, la plena conciencia del lenguaje, estaría nada menos que Heidegger: es curioso que éste no deba tal conciencia a Nietzsche, sobre el cual, como es sabido, escribió una gruesa obra, pero de planteam iento temático. Como episodio largamente arrinconado queda el hecho de que, durante la Prim era Guerra Mundial, W alter Ben­ jam ín oyó hablar de Wilhelm von Humboldt, y ello debió influir en su escrito: Sobre el lenguaje en general..., pero Benjamín parece que tomó a Wilhelm von Humboldt sólo como tránsito, en camino hacia atrás, para acercarse a Herder, a quien sólo alude implícitamente, y, sobre todo, a Hamann, a quien sí nombra.

Desde ahí —sin olvidar a Sapir, W horf y otros—, Wil­ helm von Humboldt llega a ser una referencia común —como es sabido— en la teoría lingüística, si bien no sue­ la advertirse su ambivalencia, sus indecisiones y el carác­ ter de esbozos intuitivos que tienen sus grandes momen­ tos. Algo de eso pasa —para aludir a un caso eminente— con Chomsky, acaso menos humboldtiano de lo que él mismo supone, así, en sus «estructuras profundas» de ca­ rácter innato —«gramática en los genes», dijo alguien. Pero quede esto sólo como una insinuación en medio de la jungla de la lingüística de este siglo. J o sé M a r ía V a lv er d e

Bibliografía

TEXTOS LINGÜISTICOS DE WILHELM VON HUMBOLDT Über Denken und Sprechen («Sobre pensar y hablar») (1795/ 1796). Über die Natur der Sprache im allgemeinen (en «Latium und Helias», 1806) («Sobre la naturaleza del lenguaje en gene­ ral»). Einleitung in das gesamte Sprachstudium («Introducción al estudio lingüístico en su conjunto») (1810/1811). Berichtigungen und Zusatze zum 1. Abschnitt des 2. Bandes des Mithridates über die Cantabrische oder Baskische Sprache («Rectificaciones y adiciones a la 1.a sección del 2.° tomo del Mithridates sobre la lengua cántabra o vasca») (1811). Über Sprachverwandtschaft («Sobre el parentesco lingüísti­ co») (1812-1814). Ankiindigung einer Schrift über die Vaskische Sprache und Nation, nebst Angabe des Gesichtpunktes und Inhalts derselben («Anuncio de un escrito sobre la lengua y la nación vasca, junto con indicación de su punto de vista y conte­ nido») (1812). Essai sur les langues du nouveau Continent («Ensayo sobre las lenguas del nuevo continente») (1812). Über das vergleichende Sprachstudium in Beziehung auf die verschiedenen Epochen der Sprachentwicklung («Sobre el estudio comparado de las lenguas en relación con las di­ versas épocas de su evolución») (1820) (traducido en esta selección). Prüfung der Untersuchungen über die Urbewohner Hispaniens vermittelst der Vaskischen Sprache («Examen de las in­ vestigaciones sobre los habitantes primitivos de Hispania mediante la lengua vasca») (1820-1821). Versuch einer Analyse der Mexikanischen Sprache («Ensayo de un análisis de la lengua mexicana») (1821). Über den Einfluss der verschiedenen Charakters der Sprachen auf Literatur und Geistesbildung («Sobre la influen-

cia del diverso carácter de las lenguas en la literatura y en la formación del espíritu» (1821) (traducido en esta se­ lección). über das Entstehen der grammatischen Formen, und ihren Einfluss auf die Ideenentwicklung («Sobre la génesis de las formas gramaticales y su influencia en la evolución de las ideas») (1821) (traducido en esta selección). Über die allgemeinsten Grundsatze der Wortbetonung mit besondrer Rücksicht auf die griechische Akzentlehre («Sobre los principios más universales de la acentuación de las palabras con especial referencia a la teoría griega de los acentos») (1821). Über die in der Sanskrit-Sprache durch die Suffixa twá und ya gebildeten Verbalformen («Sobre las formas verbales cons­ tituidas en la lengua sánscrita mediante los sufijos twá y ya») (1822). Über den Nationalcharakter der Sprachen («Sobre el carácter nacional de las lenguas») (1822). Inwiefern lasst sich der ehemalige Külturzustand der eingebornen Volker Amerikas aus dem Überresten ihrer Spra­ chen beurteilen? («¿En qué medida se puede valorar la an­ tigua situación cultural de los pueblos indígenas de Amé­ rica por los residuos de sus lenguas?») (1823). Über den Zusammenhang der Schrift mit der Sprache («So­ bre la conexión de la escritura con el lenguaje») (18231824). Über die Buchstabenschrift und ihren Zusammenhang mit dem Sprachbau («Sobre la escritura alfabética y su cone­ xión con la estructura de las lenguas») (1824) (traducido en esta selección). Notice d'une grammaire japonaise imprimée a México («No­ ticia de una gramática japonesa impresa en México») (1825). Lettre á Monsieur Abel-Rémusat, sur la nature des formes grammaticales en général, et sur le génie de la langue chinoise en particulier («Carta al señor Abel-Rémusat sobre la naturaleza de las formas gramaticales en general, y so­ bre el genio de la lengua china») (1825-1826). Über den grammatischen Bau der Chinesischen Sprache («So­ bre la estructura gramatical de la lengua china») (1826). Untersuchungen über die amerikanischen Sprachen (Fragmen­ to) («Investigaciones sobre las lenguas americanas») (1826).

Grundzüge des allgemeinen Sprachtypus («Rasgos básicos del empleo universal de lenguaje») (1824-1826). Über den Dualis («Sobre el dual») (1827) (traducido en esta selección). Memoire sur la séparation des mots dans les textes sanscrits («Memoria sobre la separación délas palabras en los textos sánscritos») (1827). Über die Sprachen der Südseeinseln («Sobre las lenguas de las islas de los mares del Sur») (1827). Über die Verwandtschaft der griechischen Plusquamperfektum, der reduplizierenden Aoriste und der attischen Perfekta mit einer sanskritischen Tempusbildung («Sobre el parentesco del pluscuamperfecto, el aoristo reduplicativo en griego, y el perfecto ático, con una forma verbal sanscrí­ tica») (1828). An Essay on the best Means of ascertaining the Affinities of Oriental Languages, contained in a letter adressed to Sir Alexander Johnston («Un ensayo sobre los mejores medios de determinar las afinidades de las lenguas orientales, con­ tenido en una carta dirigida a Sir Alexander Johnston») (1828). Über die Verschiedenheiten des menschlichen Sprachbaues («Sobre las diversidades de la estructura del lenguaje hu­ mano») (1827-1829). Über die Verwandtschaft der Ortsadverbien mit dem Pronomen in einigen Sprachen («Sobre el parentesco de los ad­ verbios de lugar con los pronombres en algunas lenguas») (1829). Von dem grammatischen Baue der Sprachen («De la estruc­ tura gramatical de las lenguas») (1287-1829). Lettre a Monsieur Jacquet sur les alphabets de la Polynésie asiatique («Carta a Monsieur Jacquet sobre los alfabetos de la Polinesia asiática») (1831). über die Kawi-Sprache auf der Insel Java, nebst einer Einleitung über die Vérschiedenheit des menschlichen Sprach­ baues und ihren Einfluss auf die geistige Entwicklung des Menschengeschlechts («Sobre la lengua kawi de la isla de Java, junto con una Introducción sobre la diversidad de la estructura del lenguaje humano y su influencia en la evolución espiritual del género humano») (vols. 1-3) (18301835).

Las traducciones de los textos aquí incluidos siguen la edi­ ción más accesible de obras selectas (tercer volumen de los cinco) Wilhelm von Humboldt Werke in fünf Banden, al cui­ dado de Andreas Flitner y Klaus Giel, Wissenschaftliche Buchgesellschaft, Darmstadt, 1963 (quinta edición, 1979). Esta edi­ ción es fiel reflejo de la edición canónica de las obras com­ pletas, Gesammelte Schriften, al cuidado de Albert Leitzmann, Bruno Gebhardt y Wilhelm Richter, Koniglich Preussischen Akademie der Wissenschaften, 17 vols., Berlín 1903-1936. El prologuista, sin embargo, por gratitud personal, quiere hacer constar que le fue posible hacer su ya remota tesis doctoral sobre Wilhelm von Humboldt (abreviada en el librito incluido en la bibliografía) porque encontró en la biblioteca del Ate­ neo de Madrid la edición decimonónica, presuntamente com­ pleta, en siete volúmenes, al cuidado de Cari Brandes (G. Reimer, Berlín, 1841-1852). Quede aquí este homenaje a los pro­ ceres de nuestra vieja cultura liberal que hicieron posible la presencia de semejante monumento en el entrañable caserón de la calle del Prado. ALGUNOS LIBROS SOBRE W. HUMBOLDT B e r g l a r , Peter: Wilhelm von Humboldt (obra breve, de ca­ rácter general) (Rowohlt) Hamburgo, 1970. B o h l e r , Michael: (epílogo a Wilhelm von Humboldt, Schrif­ ten zur Sprache), (Reclam) Stuttgart, 1973. B o r s c h e , Tilman: Sprachansichten. Der Begriff der menschlichen Rede in der Sprachphilosophie Wilhelm von Humboldts, Stuttgart, 1981. E v a n s , Charlotte, B .: Wilhelm von Humboldt Auffassung vom Ursprung der Sprache (tesis doctoral, Ohio State U., 1967). H e e s c h e n , Volker: Die Sprachphilosophie Wilhelm von Humboldts (tesis doctoral, Ruhr-Universitat, Bochum, 1972). Ross, Roberta Graber: Wilhelm von Humboldt’s philosophy of language (tesis doctoral, Stanford Univ., 1970). T r a b a n t, Jürgen: (epílogo a Wilhelm von Humboldt, Über die Sprache, Ausgewahlte Schriften (dtv)), Munich, 1985. V a lv e r d e , José María: Guillermo de Humboldt y la filosofía del lenguaje (Gredos), Madrid, 1955 (en bibliografías ale­ manas y alguna italiana se atribuye a «José María Velarde»),

Nota a la edición

De los casi cuarenta textos sobre asuntos lingüísticos redactados por Wilhelm von Humboldt a lo largo de su vida (véase la lista completa antes, en las pp. 25-28), la inmensa mayoría de ellos fueron escritos en su vejez, en­ tre los años 1820 y 1835, en que falleció. Pocos fueron, sin embargo, los que el propio autor dio en vida a la im­ prenta. Entre ellos destacan, por la brillantez de exposi­ ción, por la concentración de pensamiento y por la varie­ dad de intereses, las célebres conferencias que pronunció en la Academia de las Ciencias de Berlín. Junto a la obra denominada Kawiwerk, que fue publicada postumam ente, es en esas conferencias donde se encuentra lo esencial del pensamiento lingüístico de Wilhelm von Humboldt. En este volumen se han recogido cuatro de tales conferen­ cias, las más im portantes, a las que se ha agregado un breve pero decisivo texto de 1821.

Sobre el estudio comparado de las lenguas en relación con las diversas épocas de su evolución *

1. El estudio comparado de las lenguas no podrá con­ ducir a averiguaciones seguras y significativas sobre el lenguaje, la evolución de los pueblos y la formación de los seres humanos hasta tanto no hayamos hecho de él un estudio específico, que tenga en sí mismo su propia utili­ dad y su propia finalidad. Es cierto, desde luego, que con ello se torna difícil hasta el trabajar una sola lengua. Pues si bien resulta fácil captar la im presión total producida por cada una, no es menos cierto que, al pretender inves­ tigar las causas, nos perdemos en una gran cantidad de detalles que en apariencia son insignificantes y pronto ve­ mos que la acción de las lenguas no depende tanto de ciertas peculiaridades grandes y decisivas, sino que estri­ ba más bien en la impresión regular, apenas perceptible en los casos singulares, de la índole de sus elementos. Y es precisamente aquí donde la universalidad de ese estudio se convierte en el medio idóneo para colocar nítidamente ante nuestros sentidos ese organismo dotado de un te­ jido tan fino que es la lengua, pues la claridad de la for­ ma, la cual, aunque adopte figuras múltiples y diferentes, es siempre idéntica en la totalidad, facilita la investi­ gación. 2. De igual manera que nuestro globo terráqueo pasó por grandes convulsiones antes de que los mares, las mon­ tañas y los ríos adoptasen la configuración que ahora tie­ nen, pero a partir de ese instante es poco lo que se ha modificado, así también hay en las lenguas un punto en que su organización se halla acabada y a partir del cual no varía ya su estructura orgánica, su figura fija. Lo que en las lenguas, como productos vivos que son del espíri­ * Texto leído en la Academia de las Ciencias de Berlín el 29 d junio de 1820.

tu, sí puede progresar sin fin, dentro de unos límites da­ dos, es su perfeccionamiento formativo, que les otorga una mayor finura. Una vez que una lengua ha adquirido su figura propia, las formas gramaticales esenciales no cambian. La lengua que no ha distinguido los géneros, los casos, el tiempo pasivo o el medio, no subsana ya tales la­ gunas; tampoco se increm entan ya las grandes familias de las palabras, las formas principales de la derivación. Sólo mediante la derivación en las ramificaciones más finas de los conceptos, sólo m ediante la combinación de las palabras, sólo mediante su enlace ingenioso, sólo me­ diante el uso imaginativo de sus significados originarios, sólo mediante la separación, sentida correctamente, de ciertas formas para ciertos casos, sólo m ediante la elimi­ nación de lo superfluo, sólo m ediante el pulimento de los sonidos ásperos: sólo mediante todas esas cosas van emer­ giendo en la lengua, pobre, torpe e inaparente en el ins­ tante en que adquirió su figura, y eso si le sonríe el favor del destino, un mundo nuevo de conceptos y un brillo de la elocuencia antes desconocido. 3. Merece atención el fenómeno siguiente: hasta aho­ ra no hemos encontrado ninguna lengua allende la línea fronteriza de su configuración gramatical completa, hasta ahora no hemos sorprendido a ninguna en el tum ultuoso devenir de sus formas. Para exam inar aún más, en el as­ pecto histórico, la aseveración anterior, es preciso que, al estudiar los dialectos de las naciones salvajes, aspiremos constantemente de manera principal a determ inar el nivel más bajo de su formación, con el fin de conocer así por experiencia al menos el tram o inferior de su organización. La experiencia que yo he tenido hasta ahora me ha pro­ bado que tam bién los denominados dialectos toscos y bár­ baros poseen ya todo aquello que se requiere para su uso completo y que son formas en cuyo molde podría verterse con el paso del tiempo, igual que lo han experimentado los dialectos m ejores y más excelentes, la totalidad del áni­ mo, para acuñar así en ellas de m anera más o menos per­ fecta todas las especies de ideas.

4. La lengua tampoco puede surgir de otro modo que de una sola vez, o, para expresarme con mayor exactitud, es preciso que en cada instante de su existencia posea lo que hace de ella una totalidad. Emanación inmediata de un ser orgánico en su validez sensible y espiritual, la len­ gua participa de la naturaleza de todas las cosas orgánicas en que, en ella, cada uno de los elementos subsiste única­ mente por medio de los otros, y todos ellos subsisten úni­ camente por medio de la fuerza única que penetra la tota­ lidad. La esencia de la lengua se repite tam bién incesan­ temente dentro de ella misma, en círculos más reducidos o más amplios; en cuanto estriba en la form a gramatical, tal esencia está ya en unidad completa en la simple frase. Y como el enlace de los conceptos más sencillos excita la tram a entera de las categorías del pensar, y como lo po­ sitivo exige y trae lo negativo, y lo mismo hace la parte con el todo, y la unidad con la pluralidad, y el efecto con la causa, y la realidad con la posibilidad y con la necesi­ dad, y lo condicionado con lo incondicionado, y una di­ mensión del espacio y del tiempo con la otra, y cada gra­ do de sensación con la sensación que lo circunda inme­ diatamente, como ocurren todas esas cosas, tenemos que está presente una totalidad de lengua, tam bién en su ri­ queza léxica, desde el momento mismo en que se ha logra­ do de manera clara y distinta la expresión del más sencillo enlace de ideas. Todo lo expresado form a lo inexpresado o lo prepara. 5. En el ser humano se juntan, por tanto, dos áreas que son susceptibles de división hasta un número calcu­ lable de elementos fijos y susceptibles de unión hasta el infinito, y en ellas cada una de las partes manifiesta siem­ pre a la vez su naturaleza peculiar como relación con aque­ llas partes que pertenecen a ella. El ser humano posee la fuerza de dividir esas dos áreas, de dividirlas espiritual­ mente mediante la reflexión y corporalm ente mediante la articulación, y posee tam bién la fuerza de reunir sus par­ tes, de reunirías espiritualm ente m ediante la síntesis del entendimiento y m aterialm ente m ediante el acento; éste

junta las sílabas en la palabra y junta las palabras en el discurso. En consecuencia, tan pronto como la conscien­ cia humana ha llegado a ser lo bastante poderosa para hacer que esas dos áreas se interpenetren en ella con la fuerza que efectúa esa misma interpenetración en el oyen­ te, también éste se encuentra en posesión de ambas. La m utua interpenetración de esas dos áreas puede ocurrir únicamente por medio de una y la misma fuerza y, a su vez, ésta puede brotar sólo del entendimiento. Tampoco la articulación de los sonidos, la enorme diferencia que hay entre el mutismo de los animales y el habla de los hombres, cabe explicarlas físicamente. Sólo el vigor de la consciencia de sí impone a la naturaleza corporal esa divi­ sión precisa y esa delimitación fija a la que damos el nom­ bre de «articulación». 6. Es difícil que el perfeccionamiento formativo, que otorga mayor finura a la lengua, haya ido asociado en se­ guida al prim er devenir de ésta. Tal perfeccionamiento presupone unas circunstancias que las naciones sólo atra­ viesan en una larga serie de años, y lo habitual es que las acciones de una lengua se entrecrucen con las acciones de otras. Esta confluencia de varios dialectos es uno de los momentos más principales en la génesis de las lenguas; puede ocurrir que la nueva lengua que está surgiendo re­ ciba elementos más o menos significativos de las otras lenguas que con ella se mezclan, y puede ocurrir, que es lo que sucede cuando las lenguas cultas se barbarizan y degeneran, que los elementos nuevos que se agreguen sean escasos y que sólo quede interrum pida la tranquila m ar­ cha de la evolución, y que la form a culta sea malentendi­ da y desfigurada, remodelada y usada de acuerdo con otras leyes. 7. En general no cabe negar la posibilidad de que ha­ yan surgido varios dialectos sin ninguna comunión entre ellos. Tampoco hay una razón que obligue a rechazar la hipótesis de una conexión universal de todos ellos. Nin­ gún rincón de la Tierra es tan inaccesible que no pueda

haber recibido población y lengua de otro lugar; y ni si­ quiera estamos en condiciones de pronunciam os acerca de la distribución que los mares y la tierra firme tuvieron en otro tiempo, y que acaso fue muy distinta de la actual. La naturaleza misma del lenguaje y el estado del género humano mientras es inculto son circunstancias que abo­ nan la mencionada conexión universal. La necesidad de ser entendido obliga a buscar cosas ya existentes y com­ prensibles, y, antes de que la civilización junte más a las naciones, las lenguas permanecen largo tiempo en pose­ sión de poblaciones pequeñas; éstas, poco inclinadas a m antener duraderam ente los sitios donde habitan y poco capaces de defenderlos con éxito, a menudo se expulsan unas a otras, se sojuzgan y entremezclan; y eso, como es natural, repercute sobre sus lenguas. Aun cuando no se admita una procedencia común de las lenguas, es fácil que ninguna familia lingüística haya dejado de mezclarse posteriormente con las demás. Por tanto, en la investiga­ ción de las lenguas ha de estar vigente la máxima siguien­ te: buscar la conexión entre ellas m ientras sea reconocible cualquier rastro de tal conexión y examinar con cuidado a propósito de cada lengua si está form ada de m anera independiente, de una sola pieza, o si en su formación gra­ matical o léxica está mezclada con elementos ajenos y de qué manera lo está. 8. Tres son, pues, los momentos que cabe diferencia a fin de examinar y analizar las lenguas: — La formación prim era, pero completa, de su estruc­ tura orgánica. — Las variaciones debidas a añadidos ajenos, hasta que las lenguas vuelven a alcanzar una situación de esta­ bilidad. — Su perfeccionamiento formativo, que les otorga m a­ yor finura, una vez que su delimitación (frente a otras lenguas) y su estructura de conjunto están ya fijas y son inalterables.

Los dos prim eros momentos no cabe disociarlos con seguridad. El tercero, en cambio, funda una diferencia esencial y decisiva. El punto que lo separa de los otros dos es el punto de la organización acabada; en él la lengua se encuentra ya en posesión y en libre uso de todas sus funciones y después de él no consiente ya más modifica­ ciones en su estructura propiam ente dicha. En las lenguas hijas del latín, así como en el griego moderno y en el in­ glés —este último es uno de los fenómenos más instructi­ vos en lo referente a la posibilidad de que una lengua se componga de elementos muy heterogéneos y uno de los más agradecidos objetos de la investigación lingüística— cabe incluso efectuar un seguimiento histórico del perío­ do de organización y averiguar hasta cierto punto el grado de acabamiento; la lengua griega la encontramos, ya en su prim era aparición, en un grado de acabamiento que no nos es conocido en ninguna otra, y a partir de ese mo­ mento recorre, desde Homero hasta los alejandrinos, una senda de progresivo perfeccionamiento formativo; la len­ gua rom ana la vemos reposar, por así decirlo, durante algunos siglos, antes de que en ella comience a resultar visible una cultura más refinada y científica. 9. La disociación aquí ensayada da lugar a dos par­ tes distintas en el estudio comparado de las lenguas; y de que ambas sean tratadas por igual depende que ese estu­ dio sea completo. La diversidad de las lenguas es el asun­ to que aquí vamos a trabajar; debemos hacerlo a partir de la experiencia y de la mano de la historia, debemos estudiar esa diversidad en sus causas y en sus efectos, así como también en su relación con la naturaleza, destinos y fines de la humanidad. La diversidad de las lenguas se presenta, empero, en una doble figura: por un lado, como fenómeno de la historia natural, como consecuencia ine­ vitable de la diversidad y separación de los pueblos, como obstáculo a la unión inmediata del género humano; por otro, como fenómeno de la teleología del entendimiento, como medio de formación de las naciones, como instru­ mento de una multiplicidad más rica y de una peculiari­

dad más grande de los productos intelectuales, como ar­ tífice de una unión de la parte culta del género humano, unión que está basada en el sentim iento recíproco de la individualidad y que por ello mismo es más íntima. Este último fenómeno es propio únicamente de la Edad Moder­ na; la Antigüedad lo conoció tan sólo en la unión de la literatura griega y la romana; pero como esas dos litera­ turas no florecieron al mismo tiempo, lo conoció sólo de manera imperfecta. 10. Por m or de la brevedad, y pasando por alto pequeña inexactitud que resulta del hecho de que el per­ feccionamiento formativo de una lengua influye tam bién en su organismo ya consolidado, así como en el hecho de que éste mismo puede haber experimentado los efectos de aquél antes incluso de haber llegado a tal situación, voy a designar las dos partes arriba descritas del estudio com­ parado de las lenguas del modo siguiente: — la investigación del organismo de las lenguas, y — la investigación de las lenguas en la situación de su perfeccionamiento formativo. El organismo de las lenguas brota de la facultad uni­ versal y de la necesidad universal de hablar que el ser hu­ mano posee y procede de la totalidad de la nación; la cultura de una nación singular depende, en cambio, de disposiciones y destinos especiales y en gran parte se basa en individuos que van surgiendo en ella uno tras otro. El organismo de las lenguas pertenece a la fisiología del hom­ bre intelectual; el perfeccionamiento formativo, por el contrario, a la serie de las evoluciones históricas. El aná­ lisis de las diversidades de organismo lleva a medir y exa­ m inar el área del lenguaje y la capacidad de lenguaje del ser humano; la investigación en la situación de la cultura superior lleva a conocer la consecución de todos los fines humanos mediante la lengua. Los estudios del organismo exigen una comparación continuada, hasta donde sea po­ sible; la indagación de la m archa del perfeccionamiento

formativo requiere concentrarse en la misma lengua y adentrarse en sus peculiaridades más finas; de ahí que lo prim ero exija extensión de la investigación, m ientras que lo segundo demanda profundidad. En consecuencia, quien de veras desee enlazar estas dos partes de la ciencia del lenguaje, habrá de ocuparse, desde luego, de lenguas muy dispares, más aún, si ello fuera posible, habrá de ocupar­ se de todas las lenguas, pero tendrá que partir siempre del conocimiento preciso de una sola o de unas pocas. Los fallos en esto último son castigados de m anera más sen­ sible que las lagunas en la totalidad, nunca alcanzable por entero. Trabajado de ese modo, el estudio empírico com­ parado de las lenguas podrá m ostrar las diversas mane­ ras en que el ser humano ha hecho realidad el lenguaje, la parte del mundo de los pensamientos que ha consegui­ do llevar a él, el modo en que la individualidad de las na­ ciones actúa sobre la lengua y el modo en que esta últi­ m a vuelve a operar sobre aquélla. Pues los cuatro objetos que la investigación comparada de las lenguas ha de con­ siderar en su conexión recíproca son los siguientes: la lengua; los fines del ser humano que mediante ella pue­ den alcanzarse; el género hum ano en su evolución pro­ gresiva; y, por último, las naciones singulares. 11. Todo lo concerniente al organismo de las lenguas me lo reservo para un trabajo detallado que he empren­ dido sobre las lenguas de América. Las lenguas de un gran continente, de un continente que ha estado habitado y re­ corrido por múltiples poblaciones y del cual es dudoso incluso que alguna vez haya estado unido con otros, ofre­ ce un objeto muy favorable para esta parte de la lingüís­ tica. Aun contando sólo aquéllas de las que poseemos no­ ticias bastante detalladas, encontram os allí una treintena de lenguas que todavía son en realidad completamente desconocidas y a las que podemos considerar como otras tantas nuevas especies naturales; a esas treinta lenguas habrá que añadir un número mucho mayor de otras de las que no tenemos otra cosa que datos incompletos. De ahí que sea im portante analizar con detenimiento todas

ellas. Pues lo que sigue faltándole a la lingüística general es esto: una penetración suficiente en el conocimiento de las lenguas singulares. Sin eso será escasa la ayuda que podrá aportar la comparación de las lenguas, por muy grande que sea el número de las comparadas. Se ha con­ siderado suficiente con señalar peculiaridades singulares divergentes en la gramática y con com parar entre sí lis­ tas de palabras más o menos extensas. Pero tam bién el dialecto de la más tosca de las naciones es una obra de­ masiado noble de la Naturaleza como para que la rom pa­ mos en pedazos tan casuales y la presentemos de m anera fragmentaria a la consideración. Ese dialecto es un ser orgánico y hemos de tratarlo como tal. De ahí que la pri­ mera regla sea estudiar antes que nada cada lengua co­ nocida en su conexión interna, perseguir y ordenar siste­ máticamente todas las analogías que en ella quepa encon­ trar, con el fin de llegar a conocer así, de m anera intuiti­ va, el enlace gramatical de las ideas que en ella existen, la extensión de los conceptos designados, la naturaleza de esa designación y el impulso espiritual más o menos vivo que la acompaña y que tiende hacia la ampliación y el re­ finamiento. Pero, además de esas monografías de las lenguas en su conjunto, la lingüística com parada demanda otras mono­ grafías de partes singulares de la estructura lingüística, del verbo por ejemplo, a través de todas las lenguas. Lo que mediante ellas debe buscarse y enlazarse son todos los hilos de la conexión; algunos de tales hilos se extien­ den, por así decirlo, a lo ancho, a través de las partes ho­ mogéneas de todas las lenguas, pero tam bién hay otros hilos que se extienden a lo largo, a través de las distintas partes de cada lengua. Los prim eros reciben su orienta­ ción de la identidad en todas las naciones de la necesidad de lenguaje y de la facultad de lenguaje; los segundos, de la individualidad de cada nación. Esa doble conexión permite conocer la extensión de las diversidades con que el género humano form a el lenguaje y la coherencia con que un pueblo singular forma su propia lengua; y ambas cosas, el lenguaje y el carácter lingüístico de las naciones,

se presentan a una luz muy clara cuando hemos visto rea­ lizada en formas individuales tan múltiples la Idea del lenguaje y, al mismo tiempo, hemos visto contrapuesto el carácter lingüístico de las naciones a la universalidad y a sus géneros próximos. Sólo de ese modo cabrá dar una respuesta radical a la im portante cuestión de si es posi­ ble, y cómo lo es, clasificar las lenguas por su estructura interna, más o menos como las familias de las plantas. Lo dicho hasta aquí, por muy profundos que sean los atisbos que en ello se encierren, no es, con todo, más que una m era conjetura si no es sometido a un examen empí­ rico más riguroso. Pues la lingüística de que aquí esta­ mos hablando habrá de apoyarse únicamente en hechos, y, claro está, no en hechos coleccionados de m anera unila­ teral e incompleta. También para juzgar si las naciones proceden unas de otras en lo referente a sus lenguas es preciso encontrar los principios básicos m ediante un aná­ lisis preciso, que aún nos falta, de las lenguas y dialectos cuyo parentesco esté ya probado históricam ente por otras vías. Hasta que no avancemos, tam bién en este campo, de lo conocido a lo desconocido, nos encontraremos en una senda resbaladiza y peligrosa.

12. Mas, aunque investiguemos de m anera muy exac­ ta y completa las lenguas en su organismo, es su uso el que decide lo que ellas pueden llegar a ser m ediante éste. En efecto, lo que el uso adecuado conquista al área de los conceptos vuelve a operar a su vez sobre éstos, enri­ queciéndolos y configurándolos. Son, por tanto, esas in­ vestigaciones, que de modo completo sólo cabe efectuar en las lenguas cultas, las que m uestran la idoneidad de éstas para alcanzar los fines de la humanidad. La clave de bóveda de la lingüística, su punto de unión con la ciencia y el arte, reside, pues, en esto. M ientras no haya­ mos llevado la lingüística hasta ese punto, m ientras no hayamos considerado la diversidad de organismo con las miras puestas en indagar la capacidad de lenguaje en sus aplicaciones más excelsas y variadas, el conocimiento de un gran número de lenguas será fecundo a lo sumo para

indagar la estructura del lenguaje en general y para efec­ tuar investigaciones históricas singulares, pero no sin ra­ zón asustará al espíritu y lo disuadirá de aprender m ulti­ tud de formas y sonidos que a la postre conducen siempre a la misma meta y significan lo mismo, sólo que con tim ­ bres diferentes. Prescindiendo del uso inmediato para la vida, el único estudio de lenguas que conserva im portan­ cia es el de aquéllas que poseen una literatura, y tal estu­ dio está subordinado a la atención prestada a ésta. Tal es el punto de vista, muy correctam ente adoptado, de la fi­ lología, en la medida en que cabe contraponerla al estu­ dio general de las lenguas. Este estudio se llama así por­ que trata el lenguaje en general, no porque pretenda abar­ car todas las lenguas; a esto últim o es forzado, antes bien, únicamente con vistas a aquel fin. 13. Pero si ahora somos empujados de ese modo ha­ cia las lenguas cultas, lo prim ero que hay que preguntar es lo siguiente: ¿es cada una de las lenguas capaz de idén­ tica cultura significativa o es capaz sólo de alguna?, ¿hay formas lingüísticas que hubieron de ser destruidas antes de que las naciones pudieran alcanzar mediante el dis­ curso los fines superiores de la humanidad? Desde luego, yo estoy plenamente convencido de ello, hemos de ver el lenguaje como algo situado inm ediata­ mente en el ser humano; pues en modo alguno cabe ex­ plicarlo como obra producida por su entendimiento a la claridad de la consciencia. De nada sirve conceder milenios y más milenios para su invención. Si su tipo no preexistiese en el entendimien­ to humano, no cabría inventar el lenguaje. Para que el hombre comprenda de verdad una sola palabra, para que la comprenda no como un mero estímulo sensible, sino como un sonido articulado que designa un concepto, para eso es menester que en él preexista el lenguaje en su to­ talidad y en su conexión. No hay en el lenguaje nada que esté aislado, cada uno de sus elementos se presenta úni­ camente como parte de una totalidad. De igual m anera que resulta muy natural la hipótesis de un perfecciona­

miento formativo de las lenguas, así también la invención de éstas no pudo acaecer más que de un solo golpe. Sólo por el lenguaje es hom bre el hombre, mas para inventarlo tenía ya que serlo. Es cierto que hay quien se figura que esto pudo ir ocu­ rriendo poco a poco, gradualmente, por rondas, por así decirlo; hay quien se figura que gracias a una parte más de lengua inventada pudo el hombre llegar a ser más hom­ bre y que gracias a tal incremento pudo él, a su vez, in­ ventar más lengua; tam bién hay quien desconoce la indisociabilidad de la consciencia hum ana y la lengua hum a­ na, así como la naturaleza de la operación intelectual que se requiere para concebir una única palabra. No por eso es lícito, sin embargo, imaginar la lengua como algo dado de manera acabada; si así fuera, tam po­ co cabría concebir cómo el ser humano podría compren­ der la lengua dada y servirse de ella. La lengua emerge necesariamente del hom bre mismo y, además, emerge de él poco a poco, pero lo hace de tal m anera que su orga­ nismo no yace desde luego como una masa inerte allá en la oscuridad del alma, sino que condiciona como ley las funciones de la fuerza del pensar; en consecuencia, la pri­ m era palabra hace resonar ya, y presupone, la lengua en­ tera. De ahí que, si con algo cabe com parar eso que en realidad no tiene igual en toda el área de lo pensable, es del instinto natural de los animales de lo que podemos acordarnos, y al lenguaje podemos llam arlo un instinto natural de la razón. De igual manera que no cabe explicar el instinto de los animales por sus disposiciones espirituales, así tam ­ poco es posible dar cuenta de la invención de las lenguas recurriendo a los conceptos y a la facultad de pensar de las naciones toscas y salvajes que fueron sus artífices. De ahí que yo nunca haya podido hacerme a la idea de que una estructura lingüística que esté dotada de una gran coherencia y que sea muy artificiosa en su pluralidad deba presuponer una gran ejercitación en el pensar y ser prueba de una cultura anterior perdida. Del más tosco estado de naturaleza puede surgir una lengua como ésa.

la cual es, sí, producto de la Naturaleza, pero de la natu­ raleza de la razón humana. Coherencia, uniformidad, y ello incluso en una estructura compleja, son en todos los sitios la im pronta que llevan grabada los productos de la Naturaleza, y la dificultad de hacerlos brotar no es la principal. La verdadera dificultad de la invención de la lengua no está tanto en la coordinación y subordinación de una m ultitud de circunstancias interrelacionadas cuan­ to en la insondable profundidad de la sencilla operación del entendimiento que en general se requiere para com­ prender y hacer surgir la lengua aun en uno solo de sus elementos. Una vez dado eso, todo lo demás se sigue por sí mismo, y no puede aprenderse, sino que es m enester que preexista originariam ente en el ser humano. Pero el instinto de los hombres se halla menos sujeto que el de los animales y deja espacio a la influencia de la individualidad. De ahí que la obra producida por el ins­ tinto de la razón pueda florecer en una perfección mayor o menor, mientras que el producto del instinto animal conserva una uniform idad más persistente; y no es con­ tradictorio con el concepto de lengua el que algunas, en el estado en que se nos aparecen, sean realm ente incapaces de un perfeccionamiento formativo acabado. La experien­ cia de traducciones de lenguas muy dispares, así como el uso de lenguas muy toscas e incultas para instruir con ellas en las doctrinas más misteriosas de una religión re­ velada, m uestran ciertam ente que en cada una de las len­ guas cabe expresar toda una serie de ideas, bien que con éxitos muy diversos. Pero esto es m era consecuencia del parentesco universal de las lenguas y de la ductilidad de los conceptos y de sus signos. Lo único que aporta prue­ bas en favor de las lenguas mismas y de su influencia so­ bre las naciones es lo que surge naturalm ente de ellas; no aquello a lo que son forzadas, sino aquello a lo que por sí mismas invitan y animan.

14. Será el examen histórico el que habrá de inves gar en concreto las razones de la imperfección de algunas lenguas. Pero yo he de abordar aquí una cuestión diferen­

te, a saber: si hay alguna lengua que esté m adura para una formación acabada antes de haber atravesado ya va­ rias situaciones intermedias, precisam ente aquellas situa­ ciones que de tal modo rompen el modo originario de re­ presentar que ya no está del todo claro el significado inicial de los elementos. Ello resulta verosímil tanto por la nota­ ble observación de que la coherencia es una propiedad característica de las lenguas toscas, m ientras que en las cultas lo es la anomalía en muchas partes de su estructura, cuanto por razones sacadas de la naturaleza mism a del asunto. El principio que domina en la totalidad de la lengua es la articulación; en cada una de las lenguas, la más im­ portante de sus excelencias es una articulación sólida y ágil; pero esto tiene como presupuesto unos elementos simples y en sí mismos indivisibles. La esencia de la len­ gua consiste en verter la m ateria del mundo fenoménico en el molde de la form a de los pensamientos; todas sus aspiraciones son formales. Y dado que las palabras están en lugar de los objetos, es m enester también que a las palabras en cuanto m ateria se les oponga una form a a la cual estén sujetas. Ahora bien, son precisamente las len­ guas primitivas las que acumulan una m ultitud de deter­ minaciones en el mismo grupo silábico y las que son vi­ siblemente deficientes en el dominio de la forma. El sen­ cillo secreto de tales lenguas, un secreto que indica la vía que siempre será preciso seguir para descifrar su enigma, olvidándonos completamente de nuestra gramática, es el siguiente: que alinean inmediatamente lo que es signifi­ cativo en sí. La form a es añadida mentalmente, o bien viene dada por una palabra que en sí está dotada de sig­ nificado y a la que también se tom a como tal, por lo que, en consecuencia, la form a viene dada como m ateria. En el segundo gran nivel del avance, el significado ma­ terial cede ante el uso formal y ahí es donde se generan las palabras dotadas de un significado gram atical y, por tanto, formal. Pero la forma es indicada únicamente en aquellos sitios donde viene exigida por una circunstancia inherente al sentido del discurso, es indicada únicamente

en aquellos sitios donde, por así decirlo, viene exigida por la m ateria, y no en aquéllos donde viene exigida formal­ mente por el enlace de las ideas. Sin duda el plural es pensado como una multiplicidad, pero el singular no es pensado exactamente como una cosa única, sino sólo como el concepto en general; el verbo y el nom bre coinciden en aquellos casos en que no es precisam ente la persona o el tiempo lo que hay que expresar; la gram ática no ejerce todavía su imperio sobre la lengua, sino que aparece tan sólo en el caso de que se tenga necesidad de ella. Al tercer nivel se ha ascendido tan sólo cuando ningún elemento es pensado ya como huérfano de form a y cuan­ do la m ateria como tal es vencida totalmente en el dis­ curso; mas ese nivel, si es entendido como aquél en el cual hay en cada uno de sus elementos una indicación audible de la forma, es un nivel al que apenas llegan las lenguas más cultas, aun cuando sea él aquello en que se basa la posibilidad de una euritm ia arquitectónica en la estructura de los períodos. A mí no me es conocida nin­ guna lengua, ni siquiera en su acabamiento supremo, cu­ yas formas gramaticales no sigan llevando en sí rastros inconfundibles de la originaria aglutinación silábica. Así, pues, en tanto la palabra, en el nivel inferior, apa­ rezca compuesta con su modificación y no como modifi­ cada en su sencillez, faltará la fácil divisibilidad de sus elementos y el espíritu será oprimido por la torpeza del significado con que cada partícula básica se presenta, no siendo estimulado al pensar formal por el sentimiento de lo formal. El ser humano, próximo todavía al estado de naturaleza, fácilmente lleva también demasiado lejos un modo de representar, una vez que lo ha adoptado; piensa cada objeto y cada operación con todas sus circunstan­ cias concomitantes, transfiere esas cosas a la lengua y lue­ go vuelve a quedar avasallado por ésta, ya que en ella el concepto viviente queda congelado, reducido a mero cuerpo. Un medio sumamente eficaz de reducir esto a sus ver­ daderas dimensiones y de dism inuir la fuerza de lo que tiene un significado m aterial es el entrecruzam iento de

las naciones y de las lenguas. Una m anera nueva de re­ presentar se asocia entonces a la que existía hasta ese momento; las poblaciones que se mezclan no conocen m u­ tuam ente la composición singular de las palabras de sus dialectos, sino que las acogen meram ente como fórm ulas en conjunto; puesto que resulta posible elegir, los elemen­ tos más incómodos y torpes ceden ante los más ligeros y dúctiles; y como el espíritu y la lengua no están ya entre­ lazados con tanta unilateralidad, el prim ero ejerce más libremente su imperio sobre la segunda. Es cierto que el organismo originario queda perturbado, pero la nueva fuerza que se agrega es tam bién una fuerza orgánica, y de este modo se continúa sin interrupción el tejido, sólo que ahora de acuerdo con un plan dotado de una mayor am­ plitud y variedad. Así, pues, lo que hizo la amalgama apa­ rentem ente confusa de las poblaciones en los tiempos pri­ mitivos fue preparar el florecimiento del discurso y del canto en siglos que llegarían mucho más tarde. 15. Pero aquí no vamos a fijarnos en esa imperfección de algunas lenguas a la que acabamos de referirnos. El examen de las lenguas dotadas de idéntica perfección o de aquéllas cuya diferencia no puede medirse de m anera puram ente cuantitativa es lo único que perm ite dar res­ puesta a esta cuestión general: ¿cómo hemos de ver la di­ versidad en cuanto tal de las lenguas en su relación con la formación del género humano?, ¿hemos de verla como una circunstancia fortuita que acompaña la vida de las naciones y que puede aprovecharse con habilidad y suer­ te, o hemos de verla como un medio necesario, insustitui­ ble, de trabajar el área de las ideas? Pues todas las len­ guas se inclinan cual radios convergentes hacia esa área, lo cual hace que su relación con ella, que es su contenido, constituya el punto final de nuestra investigación. Si fuera posible independizar de la lengua ese contenido o hacer de la expresión lingüística algo indiferente para él, si la lengua y su contenido fueran de suyo independientes e indiferentes, entonces el perfeccionamiento formativo de las lenguas y el estudio de su diversidad tendrían una im­

portancia condicionada y subalterna nada más; en el caso contrario, su im portancia sería incondicional y decisiva. 16. El modo más seguro de dilucidar esta cuestión está en com parar la palabra simple con el concepto sim­ ple. Es cierto que la palabra no constituye la totalidad de la lengua, pero es su parte más significativa, aquello que en el mundo de lo vivo es el individuo. En modo alguno resulta indiferente el que una lengua exprese con una pe­ rífrasis aquello que otra expresa con una sola palabra. No resulta indiferente con respecto a las form as gramaticales, ya que en la perífrasis éstas no aparecen como ideas mo­ dificadas, por contraste con el concepto de la form a pura, sino que aparecen como ideas que indican la modifica­ ción; pero tampoco resulta indiferente con respecto a la designación de los conceptos. La ley de la articulación su­ fre necesariamente quebranto cuando aquello que en el concepto se presenta como unidad no aparece como uni­ dad también en la expresión, y un concepto al que le falte tal expresión carece de la entera eficacia viva de la pala­ bra en cuanto individuo. Al acto del entendimiento que hace brotar la unidad del concepto corresponde como sig­ no sensible la unidad de la palabra, y am bas unidades han de ir juntas, y lo más cerca posible, en el pensar mediante el discurso. Pues de igual m anera que el vigor de la refle­ xión hace surgir la separación y la individuación de los sonidos mediante la articulación, así tam bién ésta a su vez ha de volver a operar sobre la m ateria de los pensa­ mientos, separando e individualizando, y ha de hacerle posible a esa m ateria el que, partiendo de lo no-separado y aspirando a lo no-separado, aspirando a la unidad ab­ soluta, recorra ese camino a través de la separación. 17. Mas el pensar no depende sólo del lenguaje en ge­ neral, sino que hasta cierto punto depende tam bién de cada lengua determ inada y singular. Es cierto que ha ha­ bido quien ha querido sustituir las palabras de las diver­ sas lenguas por unos signos dotados de validez universal, por unos signos como los que la m atem ática posee en las

líneas, los números y el álgebra. Con ellos no cabe ago­ tar, empero, más que una exigua parte de la masa de lo pensable, ya que por su propia naturaleza tales signos no convienen más que a aquellos conceptos que pueden ser el producto de una m era construcción m ental o que son fomados puram ente por el entendimiento. Pero en aque­ llos sitios donde ha de ser troquelada en conceptos la ma­ teria de la percepción interna y de la sensación, lo que im porta es la facultad individual de representación del ser humano, de la cual es indisociable su lengua. Todas las tentativas de colocar en el centro de las diversas len­ guas singulares unos signos universales para los ojos y los oídos son simplemente métodos abreviados de traducción, y sería una necia ilusión el figurarse que con ellos sali­ mos fuera, no digo que de toda lengua, pero ni siquiera del círculo restringido y determinado de la nuestra pro­ pia. Cabe desde luego buscar tal punto central de todas las lenguas y encontrarlo realmente, y resulta necesario no perderlo de vista tampoco en el estudio comparado de las lenguas, tanto en su parte gramatical cuanto en su parte léxica. Pues en ambas partes hay un buen número de cosas que pueden ser determ inadas enteram ente a priori y que pueden ser separadas de todas las condiciones de una lengua particular. Pero frente a eso hay una cantidad mucho mayor de conceptos y tam bién de detalles grama­ ticales que se hallan tan indisolublemente entretejidos con la individualidad de su lengua que no es posible m ante­ nerlos suspendidos del mero hilo de la percepción inter­ na, flotando entre todas las lenguas, ni cabe traspasarlos sin alteración a una lengua diferente. Una parte muy sig­ nificativa del contenido de cada lengua depende de ella tan indudablemente que la expresión lingüística no puede ya continuar siendo indiferente para el contenido. 18. La palabra, que es la que en realidad hace del concepto un individuo en el mundo de los pensamientos, le agrega muchas cosas suyas significativas; y la idea, al recibir nitidez de la palabra, queda al mismo tiempo en­ cerrada dentro de ciertos límites. El sonido articulado de

la palabra; el parentesco de ésta con otras de significado parecido; el concepto transitorio, casi siempre contenido en la palabra y que lleva hacia el objeto designado de un modo nuevo y al cual es ella asimilada; las relaciones con­ comitantes de la palabra con la percepción o la sensación: todas esas cosas hacen que surja una impresión determ i­ nada, y esa impresión, al convertirse en hábito, aporta una dimensión nueva a la individualización del concepto, el cual es de suyo más indeterminado, pero tam bién más libre. Pues con cualquier palabra dotada de significado se enlazan las sensaciones que ella misma va estimulando poco a poco, las intuiciones y nociones surgidas ocasio­ nalmente; y palabras distintas, si se ponen juntas, perm a­ necen idénticas a sí mismas tam bién en las proporciones graduales en que actúan. De igual m anera que una pala­ bra transform a un objeto en una representación, así tam ­ bién hace resonar, aunque a menudo de m anera im per­ ceptible, una sensación que corresponde simultáneamente a la naturaleza de la palabra y a la naturaleza del objeto; y la serie ininterrum pida de los pensamientos en el ser humano va acompañada asimismo de una secuencia inin­ terrum pida de sensaciones. Tal secuencia viene desde lue­ go determinada por los conceptos representados, pero es ante todo la naturaleza misma de las palabras y de la len­ gua lo que determina su grado y su colorido. El objeto, cuya aparición en el ánimo va siempre acompañada de una impresión que es individualizada por la lengua y que se repite siempre de m anera regular, es también repre­ sentado en sí de una manera modificada por tal proceso. Esto resulta poco observable en el caso singular, pero el poder del efecto causado en la totalidad consiste en la regularidad y en la continua reiteración de tal impresión. El carácter de la lengua se adhiere a cada impresión y a cada unión de expresiones y, en consecuencia, el acervo de las representaciones adquiere un colorido que procede de aquel carácter. 19. Pero la lengua no es un producto libre del hom­ bre singular, sino que pertenece siempre a la totalidad de

la nación; también en ésta las generaciones posteriores reciben la lengua de quienes han vivido antes. El hecho de que en la lengua se mezcle, acendre y reconfigure el modo de representar propio de todas las edades, sexos, estamentos, variedades de carácter y de espíritu de un mismo pueblo, y luego de varias naciones —merced al traspaso de palabras y lenguas—, y a la postre del género humano entero —al ir aum entando la comunidad de los pueblos—, ese hecho com porta que la lengua sea el gran punto donde se realiza el tránsito de la subjetividad a la objetividad, el tránsito de la siempre lim itada individuali­ dad a la existencia omnicomprensiva. La invención de unos signos fonéticos nunca antes oí­ dos es algo que sólo cabe imaginar en el origen de las lenguas, origen que queda allende toda experiencia hum a­ na. En los sitios donde el ser hum ano ha recibido por tradición unos sonidos articulados, los cuales están de al­ guna manera dotados de significado, form a su propia len­ gua adhiriéndola a tales sonidos y amplía su propio dia­ lecto de acuerdo con la analogía proporcionada por ellos. Esto se basa en la necesidad que el hom bre siente de ha­ cerse comprender, en la conexión universal de todas las partes y elementos de cada lengua y de todas las lenguas entre sí, y en la identidad de la facultad de lenguaje. También para la aclaración gram atical de las lenguas tiene im portancia el no perder de vista que no es fácil que las poblaciones que form aron las lenguas llegadas hasta nosotros hubieran de inventarlas, sino que, más bien, en aquellos sitios donde actuaron autónomamente hubie­ ron de repartir y aplicar aquello con que se toparon. Sólo así cabe dar cuenta de muchos matices finos de las for­ mas gramaticales. Es difícil que para tales matices se in­ ventaran designaciones distintas; lo natural sería, por el contrario, que no se usasen indiferentemente las distin­ tas designaciones que preexistían. Lo que preponderantemente pasa de una nación a otra son los elementos capi­ tales del lenguaje; es decir, las palabras. A las form as gra­ maticales eso les resulta mucho más difícil, pues, al tener una naturaleza intelectual más fina, más bien que adhe­

rirse m aterialm ente a los sonidos articulados, aclarándo­ se de ese modo a sí mismas, es en el entendimiento don­ de tienen su sede. Esto comporta que entre las generaciones eternam en­ te cambiantes de los seres humanos y el mundo de los objetos susceptibles de representación haya un número infinito de palabras, las cuales, aun cuando originariamen­ te fueran producidas según leyes de libertad y en lo suce­ sivo fueran empleadas de ese modo, nosotros no podemos ver igual que vemos a los hombres y los objetos, sino como entidades que tienen su sede en sí mismas, como entida­ des que sólo cabe explicar históricam ente, y que han ido surgiendo poco a poco merced a la fuerza conjunta de la naturaleza, los seres humanos y los acontecimientos. La serie de las palabras se extiende de tal modo hasta las oscuridades de los prim eros tiempos que ya no es posible fijar su inicio; la ramificación de las palabras abarca la totalidad del género humano hasta donde hubo unión bajo él; la actuación ulterior y la producción ulterior de las palabras podrían encontrar un punto final únicamente si quedaran extirpadas de golpe todas las generaciones que ahora viven y si quedasen cortados de repente todos los hilos de la tradición. Dado que las naciones se sirven de los elementos lin­ güísticos preexistentes, y dado que éstos mezclan su na­ turaleza con la representación de los objetos, ocurre que ni la expresión es indiferente ni el objeto es independien­ te de la lengua. Pero el ser humano, que está condiciona­ do por la lengua, a su vez vuelve a operar sobre ella, y esto hace que cada una de las lenguas particulares sea a su vez el resultado de tres acciones distintas y coincidentes, a saber: la naturaleza real de los objetos, pues ella es la que hace que brote la impresión en el ánimo; la naturale­ za subjetiva de la nación; y la naturaleza peculiar de la lengua, debida a la m ateria básica que se le mezcla y a la fuerza con que todo lo que alguna vez ha sido transferido a ella permite un perfeccionamiento formativo sólo den­ tro de ciertos límites de la analogía, aunque en su origen fuera creado con total libertad.

20. La dependencia recíproca del pensamiento y el lenguaje hace claro y evidente que las lenguas son propia­ mente un medio no tanto de presentar la verdad ya cono­ cida cuanto, mucho más, de descubrir la verdad antes desconocida. La diversidad de las lenguas no es una diver­ sidad de sonidos y signos, sino una diversidad de vistas del mundo. La razón y la finalidad últim a de toda inves­ tigación lingüística residen en eso. El acervo de lo co­ nocible, que es el campo que el espíritu ha de trabajar, hállase en el centro entre todas las lenguas e indepen­ diente de ellas; a la zona puram ente objetiva no puede acercarse el ser hum ano sino de acuerdo con su modo propio de conocer y de sentir, es decir, sólo puede hacer­ lo por una vía subjetiva. Cabalmente, los sitios donde la investigación toca los puntos más altos y profundos son aquéllos donde el uso mecánico y lógico del entendimien­ to —el uso más fácil de separar de toda peculiaridad es­ pecial— se encuentra al final de su operatividad y donde se inicia un método de percepción y creación internas del cual lo único que está claro es que la verdad objetiva bro­ ta de la totalidad de la fuerza de la individualidad subje­ tiva. Tal cosa es posible únicamente con y mediante lengua. Ahora bien, en cuanto obra de la nación y del pasado, la lengua es algo que le resulta extraño al ser humano; esto hace que por un lado éste quede atado por lo que todas las generaciones anteriores han ido depositando en la lengua, pero por otro lado salga enriquecido, reforzado y estimulado por ello. La lengua, que se contrapone como algo subjetivo a lo conocible, se enfrenta como algo obje­ tivo al ser humano. Pues cada una de las lenguas es un eco de la naturaleza universal del hombre; y si bien es cierto que ni siquiera todas las lenguas juntas pueden llegar a convertirse nunca en una copia completa de la subjetividad de la humanidad, no es menos cierto que es­ tán aproximándose continuamente a esa meta. Pero a su vez la subjetividad de la hum anidad entera va convirtién­ dose en sí en algo objetivo. La coincidencia originaria en­ tre el hombre y el mundo, en la cual se basa la posibili­

dad de todo conocimiento de la verdad, va siendo, por tanto, recuperada fragm ento a fragm ento y de m anera progresiva por la vía de los fenómenos. Pero nunca deja de ser lo objetivo aquello que hay que conquistar; y si bien el ser humano se acerca a ello por la vía subjetiva de una lengua particular, su segundo esfuerzo consiste en aislar lo subjetivo, aunque sólo sea trocando una subjeti­ vidad por otra, y en disociarlo de lo objetivo con la ma­ yor fuerza posible.

21. Si comparamos en varias lenguas las expresione que se emplean para designar los objetos no-sensibles, en­ contraremos que sólo son sinónimas aquellas expresiones que, por ser construibles m entalmente de un modo puro, lo único que pueden contener y que contienen es aquello que se deposita en ellas. Todas las demás expresiones recortan y seccionan de m anera distinta el área que está en su centro —si es que podemos denominar así el objeto designado por ellas—, todas ellas tienen un contenido mayor o menor y encie­ rran otras muchas determinaciones. Las expresiones em­ pleadas para designar los objetos sensibles son sinónimas, desde luego, en la medida en que en todas ellas se piensa el mismo objeto; pero su significado diverge en el modo de expresar su representación. Pues, m ientras permanece viva, la influencia ejercida por la visión individual del objeto en la formación de la palabra determ ina también la manera como ésta reevoca a aquél. Un gran número de palabras brota, empero, de la unión de expresiones sensibles y expresiones no-sensibles o de la elaboración de las prim eras por el entendimiento; ello hace que todas las palabras com partan la im pronta indi­ vidual, que no vuelve a encontrarse tal como era, de las segundas, mientras que la im pronta de las prim eras va necesariamente extinguiéndose con el discurrir del tiempo. Pero dado que la lengua es copia y signo al mismo tiempo, y que no es enteramente producto de la im pronta causada por los objetos ni es tampoco enteram ente pro­ ducto del arbitrio de los hablantes, todas las lenguas par­

ticulares llevan en cada uno de sus elementos rastros de la prim era de esas propiedades; y el que tales rastros sean reconocibles estriba, si dejamos aparte su propia nitidez, en la disposición del ánimo a querer tom ar las palabras más como copia o más como signo. El ánimo puede llegar a lo segundo merced a la fuerza de la abstracción, pero también puede, abriendo todas las puertas de la recepti­ vidad, acoger la entera influencia ejercida por la m ateria peculiar de la lengua. Mediante el tratam iento dado a esa m ateria puede el hablante orientarla en dirección a la copia o en dirección al signo, y a menudo el uso de una expresión poética ajena a la prosa no tiene otro efecto que el de disponer el ánimo a que no contemple como signo la lengua, sino a que se entregue a ella en su entera peculiaridad. Si ese uso doble de la lengua queremos contraponerlo en géneros, los cuales establecen ciertam ente en él una separación más neta que la que él mismo puede tener en la realidad, entonces podemos llam ar a uno de ellos el uso científico de la lengua y al otro su uso oratorio. El prim ero es al mismo tiempo el uso del comercio; el se­ gundo, el de la vida en sus circunstancias naturales. Pues el trato libre desata los lazos que pudieran haber encade­ nado la subjetividad del ánimo. En el sentido en que aquí lo tomamos, el uso científi­ co es aplicable tan sólo a las ciencias de la pura construc­ ción m ental y a ciertas partes y tratam ientos de las cien­ cias de la experiencia; en todo conocimiento que exija las fuerzas indivisas del ser humano aparece, en cambio, el uso oratorio. Y es de esta últim a especie de conocimiento de la que fluyen directam ente la luz y el calor que se de­ rram an sobre todas las demás especies; sólo en aquélla se basa el avance en la cultura espiritual general, y una nación que no busque y encuentre el punto central de su cultura en la poesía, la filosofía y la historia —las cuales pertenecen a la mencionada especie de conocimiento— es una nación que pronto se ve privada de la benéfica reper­ cusión de la lengua, pues por su propia culpa no alim enta ya a ésta con la única m ateria capaz de conservarle la ju ­

ventud y la fuerza, el esplendor y la belleza. En esa zona es donde está la auténtica sede de la elocuencia, si por elocuencia entendemos, en una acepción muy amplia y no precisamente usual, el tratam iento de la lengua en la medida en que ésta o bien influye esencialmente por sí misma en la presentación de los objetos o bien es usada adrede para tal fin. En este últim o modo, la elocuencia puede pasar también, con razón o sin ella, al uso científi­ co y al comercial. A su vez, es preciso disociar el uso científico de la len­ gua de su uso convencional. Ambos pertenecen a una úni­ ca clase, en cuanto que, eliminando el peculiar efecto de la lengua como m ateria autónoma, quieren verla única­ mente como signo. Pero el uso científico hace eso en el campo donde resulta pertinente y lo lleva a cabo inten­ tando apartar de la expresión toda subjetividad, o, más bien, intentando disponer el ánimo de una m anera com­ pletamente objetiva; en ello le sigue el tranquilo y razo­ nable uso comercial. El uso convencional traslada ese tra­ tamiento a un campo que necesitaría de la libertad de la receptividad; es un uso que impone a la expresión una subjetividad determinada en cuanto a su rango y su colo­ rido, y que intenta conducir el ánimo a tal subjetividad. Con ello el uso convencional pasa luego al oratorio, pro­ duciendo una elocuencia y una poesía degeneradas. Hay naciones a las que la individualidad de su carácter hace tom ar uno u otro de esos caminos errados o seguir de ma­ nera unilateral el correcto; hay naciones que tratan con mayor o peor fortuna su lengua. Pero si el destino quiere que llegue exactamente al punto decisivo de congelación del organismo de un dialecto un pueblo al que su ánimo, su oído y su entonación disponen de m anera preferente para el discurso y para el canto, surgen entonces lenguas magníficas, adm iradas en todos los tiempos. El nacimien­ to del griego no podemos explicárnoslo sino por uno de esos lances afortunados. 22. A estas últim as y esencialísimas aplicaciones de la lengua no puede ser ajeno su organismo originario. En

él reside el prim er germen del perfeccionamiento form a­ tivo que viene a continuación, y las dos partes del estudio comparado de las lenguas, que en lo anterior estaban se­ paradas, encuentran aquí su unión. Una exposición lumi­ nosa y coherente del modo y el grado de la producción de ideas a que han llegado las lenguas humanas y una expo­ sición también, en la estructura de éstas, de la influencia de sus diversas propiedades sobre su culminación últim a, son cosas que sólo resultan posibles a partir de la inves­ tigación de la gram ática y el léxico de todas las lenguas, en la medida en que haya recursos para realizarla, y a par­ tir del examen de los monumentos literarios de las na­ ciones cultas. 23. El único propósito que yo he tenido aquí ha sido: trazar en su conjunto el perím etro del campo de las in­ vestigaciones comparadas de las lenguas, fijar la m eta de tales investigaciones y m ostrar que para llegar a esa meta es menester tom ar juntos el origen y la culminación de las lenguas. Sólo por esa vía pueden llevar tales investi­ gaciones a ver cada vez menos las lenguas como unos sig­ nos arbitrarios y a buscar en la peculiaridad de su estruc­ tura, penetrando más hondamente en la vida espiritual, recursos para investigar y conocer la verdad y para for­ m ar los sentimientos y el carácter. Pues si en las lenguas que han florecido en un perfeccionamiento formativo su­ perior hay unas vistas específicas del mundo, entonces ha de existir una relación no sólo de tales vistas entre sí, sino también entre ellas y la totalidad de todas las vistas del mundo imaginables. Ocurre con las lenguas, pues, lo mismo que ocurre con el carácter de los seres humanos, o, para elegir un objeto más sencillo de comparación, lo mismo que sucede con los ideales de los dioses de las artes plásticas; en tales ideales podemos buscar tam bién la totalidad y trazar un círculo cerrado, ya que cada uno expone desde un deter­ minado lado el ideal universal, ideal que no es individuable como recopilación simultánea de todas las sublimida­ des. Es cierto que no nos está perm itido figurarnos que

ese ideal universal esté presente en su pureza en algún género de excelencias; y si quisiéramos exponer históri­ camente de ese modo las diversidades del carácter o de las lenguas violentaríamos la realidad. Lo único que hay son las disposiciones, así como unas direcciones que no están recorridas de m anera pura. Y ni en los seres humanos, ni en las naciones ni en las lenguas cabe imaginar una formación del carácter (cosa que, por cierto, no equivale al sometimiento de los fenómenos a una ley, sino que es el acercamiento del ente a un ideal) de otro modo que viéndonos a nosotros mismos recorrer una vía cuya dirección, dada por la noción del ideal, pre­ supone otras direcciones determinadas, las cuales son las que agotan todos los lados del ideal. El estado de las naciones en el cual puede encontrar aplicación este ideal en sus lenguas es el estado últim o y supremo a que puede conducir la diversidad de sus po­ blaciones; ese estado presupone una masa hum ana rela­ tivamente grande, ya que las lenguas las exigen para al­ zarse hasta su culminación. En la base de ese estado se halla el estado más bajo de todos, del cual hemos parti­ do, el estado que surge del inevitable fraccionamiento y ramificación del género humano y al que deben su origen las lenguas; ese origen presupone unas masas humanas múltiples y pequeñas, porque en ellas resulta más fácil la génesis de las lenguas. Y si han de surgir lenguas ricas y flexibles, es preciso que esas masas confluyan y se mez­ clen. En ambos estados se da una conjunción de lo mis­ mo que hallamos en la economía entera del género hum a­ no en esta Tierra, a saber: que el origen está, sí, en la necesidad natural que se siente y también en la necesidad física, pero, en la evolución progresiva, ambas necesida­ des sirven a los más altos fines espirituales.

Sobre la influencia del diverso carácter de las lenguas en la literatura y en la formación del espíritu * En nadie que haya dedicado alguna reflexión, por exi­ gua que haya sido, a la naturaleza de las lenguas presu­ pondremos opiniones como las siguientes: que una lengua es un mero conjunto de signos conceptuales arbitrarios o que se han vuelto habituales por azar; que el único des­ tino y la única fuerza que tiene una palabra es la de evo­ car un cierto objeto que, o bien existe fuera de ella en la realidad, o bien es pensado en el espíritu; y que, por tan­ to, puede considerarse en cierto modo indiferente cuál sea la lengua de que se sirve una nación. Al contrario, podemos dar por generalmente aceptado lo siguiente: que las diversas lenguas constituyen los ór­ ganos de los modos peculiares de pensar y sentir de las naciones; que son muchísimos los objetos que en realidad son creados por las palabras que los designan (esto po­ demos extenderlo propiam ente a todos ellos, si considera­ mos el modo en que son pensados en la palabra y el modo en que, en el pensar, actúan mediante la lengua sobre el espíritu); y, finalmente, que las partes fundamentales de las lenguas no han surgido de m anera arbitraria y, por así decirlo, por convención, sino que son sonidos articu­ lados que han brotado de lo más íntimo de la naturaleza humana y que se conservan y se reproducen (y podría aña­ dirse: como entidades en cierto modo autónomas en una determinada personalidad). Ahora bien, continúa aún abierto el campo de la inves­ tigación acerca de cuestiones como las siguientes: la na­ turaleza de la actuación de la lengua sobre el pensar; la indicación de aquellas propiedades de la lengua en que se basa tal actuación; la fijación de los requisitos que deben * Fragmento de 1821.

darse en la lengua para que se alcance éste o aquel gra­ do o para que se produzca ésta o aquella precisa diver­ sidad del pensar; la dependencia o independencia en que se encuentra la nación con respecto a su lengua; el poder que la nación puede ejercer sobre la lengua, o la coacción que necesariamente ha de sufrir por parte de ésta. Al abor­ dar todas estas cuestiones penetram os sin duda, más bien preocupados, en un territorio que es poco accesible y que aún no ha sido recorrido con mucha frecuencia. La finalidad de este trabajo consiste en em prender esa investigación y en proseguirla hasta donde parezca nece­ sario y posible, y proceder en ello tanto de m anera pura­ mente reflexiva, penetrando en la naturaleza del lenguaje en general, como de m anera histórica, examinando las lenguas más significativas que realm ente existen, para lle­ gar así a determ inar cuál es la influencia que el diverso carácter de las lenguas ejerce sobre la literatura y la for­ mación del espíritu (el mero fijar con exactitud esa in­ fluencia no es en sí una tarea fácil). De igual modo que la gram ática y la lexicología pue­ den considerarse como el análisis anatómico de las len­ guas, así en esta investigación somos llevados, por así de­ cirlo, a sus funciones fisiológicas, a conocer el modo en que actúan sus componentes, individualmente o en con­ junto, y la manera en que a partir de eso y mediante eso se configura su vida orgánica. Ésta no puede negárseles, en efecto, a las lenguas. Las generaciones pasan, pero la lengua permanece; cada una de las generaciones encuentra ya ante sí la len­ gua y la encuentra como algo que es más fuerte y podero­ sa que ella misma; jam ás consigue una generación llegar del todo al fondo de la lengua y la deja como legado a la generación que la sigue; sólo m ediante la serie entera de las generaciones resulta posible conocer el carácter de la lengua, pero ésta establece un vínculo entre todas las ge­ neraciones, y todas tienen en ella su representación; ve­ mos lo que la lengua debe a tiempos singulares, a varones singulares, pero siempre permanece indeterm inable aque­ llo de que todos le son deudores a ella. En el fondo la

lengua es (pero no la lengua tal como llega a la posteri­ dad en sonidos y obras fragmentarios, sino la lengua en su existencia viva y agitada, y tampoco la m era lengua externa, sino simultáneam ente la lengua interna, en su identidad con el pensar, el cual es hecho posible únicamen­ te por ella), en el fondo la lengua es la nación misma, la nación en el auténtico sentido del término. ¿Pues qué otra cosa es la lengua sino la flor a la que aspira unitariam en­ te todo aquello que hay en la naturaleza corporal y espi­ ritual del ser humano, la flor en la que por vez prim era adquieren figura todas las cosas que, de lo contrario, per­ manecen indeterminadas y fluctuantes, y que es más fina y más etérea que la acción, la cual va siempre mezclada de un modo más profundo con lo terrenal? Pero la lengua es asimismo la flor del organismo de la nación entera. No puede, en efecto, el ser humano ni hacerla surgir por sí solo ni recibirla meramente de otros; y el secreto del ori­ gen de la lengua está en el secreto de una individualidad separada y que, sin embargo, en un sentido más elevado, está a su vez innegablemente unida. Tal vez parezca extraño que, a propósito de la investi­ gación de la influencia de las lenguas sobre las naciones, mencionemos la literatura; pues a menudo ocurre que ésta es meramente una obra artificiosa y no algo que por sí mismo haya surgido de la propia lengua y gracias al entusiasmo aportado por ella. Aunque nunca haya llega­ do ni siquiera a un inicio de literatura, un pueblo brinda en su vida doméstica y pública unos fenómenos muy dig­ nos de atención y unas energías más grandes, que desde luego no se hallan menos sujetos a la influencia de la len­ gua; y las más de las veces ésta no pasa a los escritos y a los libros sino empobrecida y debilitada, m ientras que su plena corriente se derram a enérgica y llena de sentido sobre el habla cotidiano de un pueblo. La formación de una literatura se asem eja a la form a­ ción de puntos de calcificación en la anatom ía de un hom­ bre que va haciéndose viejo; y a p artir del instante en que el sonido articulado que resuena librem ente en el discur­ so y en el canto queda encerrado en la cárcel de la escri­

tura, la lengua se encamina, por muy rica que sea y por muy ampliamente difundida que esté, prim ero a una pre­ sunta depuración, después a su empobrecimiento y, final­ mente, a su muerte. Pues la letra vuelve a operar con efectos petrificadores sobre la lengua hablada, que por algún tiempo continúa subsistiendo libre y varia a su lado; mediante su clara perceptibilidad, la letra rebaja a lenguaje popular las explosiones desatadas de la lengua, sus formas múltiples, sus modificaciones, las cuales de­ signan figurativamente los más nimios matices, y pronto no soporta en su entorno otra cosa que aquello que le es semejante. Esto es, por otro lado, un mal inevitable, que no pro­ viene sino de que la lengua com parte con todas las demás cosas terrenales una existencia perecedera. Pues si la es­ critura no fija la lengua, si el presente no tiene, para per­ cibir ios sonidos de los tiempos pasados, otra cosa que la tradición, siempre oscura y fluctuante, entonces no que­ da retenido ningún progreso y todas las cosas corren mez­ cladas en una m archa circular que se halla entregada úni­ camente al azar. Se necesitan, además, unas concatenaciones de cir­ cunstancias que raras veces retornan en la historia uni­ versal, para que no le falten pureza, nobleza y dignidad a una lengua una vez que, saliendo del habla cotidiana del pueblo, queda recogida en la región más separada de las ideas. Sin considerar, pues, ya que ello sería desde luego muy errado, que la existencia o inexistencia de una lite­ ratura sea precisam ente la característica determ inante de la influencia ejercida por las lenguas en la formación del espíritu, lo que no podemos pasar por alto en una inves­ tigación como ésta son las literaturas de las naciones. Y no sólo eso, sino que en tal investigación es preciso incluso empezar dirigiendo la atención a ellas, pues son las únicas que proporcionan unas formas estables y seguras en las cuales deja su im pronta la influencia de las lenguas y me­ diante las cuales es posible aportar pruebas seguras de tal influencia. De todos modos, al mismo tiempo es preciso

que estemos libres de todo menosprecio —y al investiga­ dor de las lenguas es precisamente al que menos le cua­ dra eso— por aquellas lenguas que presumiblemente nun­ ca poseyeron una literatura ni la poseerán; de ellas pue­ de obtenerse ciertam ente un provecho grande y poderoso también para esta investigación. Un examen imparcial m ostrará, en efecto, que tam ­ bién las lenguas que en apariencia son pobres y toscas portan en sí un abundante m aterial para una cultura re­ finada y compleja, un m aterial que no deja de causar efecto en los hablantes por el hecho de que éstos no hayan sido perfeccionados efectivamente m ediante escritos. Pues­ to que el ánimo del ser humano es la cuna, la patria y el hogar de la lengua, todas las propiedades de ésta pasan a aquél de m anera oculta e inadvertida para él mismo. En las páginas siguientes volveremos de m anera especial so­ bre la influencia aquí insinuada que la escritura ejerce sobre la lengua, influencia que, por cierto, ya ha sido apun­ tada varias veces, especialmente con ocasión de las anota­ ciones puestas a los cantos homéricos. No son pocas las lenguas cuya marcha no puede explicarse sino mediante esa peregrinación que las lleva de la lengua vulgar a la lengua literaria; y comparando a Montaigne con Voltaire, habríamos de pensar que la lengua de una nación ha pa­ sado a ser la lengua de un barrio urbano. No deja de haber personas, y no pocas, que, teniendo la lengua más bien por un instrum ento que en cierto modo es de suyo indiferente, adjudican al carácter de la nación aquellas cosas que se afirman del carácter de su lengua. Para ellas habrá siempre, en toda esta investiga­ ción, algo torcido, y según ellas se tratará aquí no de la influencia de las lenguas, sino de la influencia de las na­ ciones sobre su propia literatura y su propia cultura. Para refutar esa opinión podemos llam ar la atención sobre el hecho de que es innegable que ciertas formas lingüísticas otorgan una cierta dirección al espíritu y le imponen una cierta coacción, y que para expresar las mismas ideas en una lengua rica y en una lengua pobre de léxico es preci­

so cuando menos seguir una m archa distinta y, por tan­ to, trocar unas ventajas por otras, lo cual puede ser im­ posible si no se da ninguna otra influencia. Después pue­ de m ostrarse además que...

Sobre la génesis de las formas gramaticales y su influencia en la evolución de las ideas * Al intentar describir el origen de las formas gram ati­ cales y su influencia en la evolución de las ideas, no es mi intención examinar uno por uno los géneros de tales for­ mas. Al contrario, me lim itaré únicam ente a su concepto en general, para dar respuesta a esta doble pregunta: ¿Cómo se genera en una lengua ese modo de designar las relaciones gramaticales que merece llevar el nombre de «forma»?, y ¿hasta qué punto es im portante para el pensar y para la evolución de las ideas el que esas rela­ ciones sean designadas mediante form as propiam ente di­ chas o lo sean con unos medios diferentes? Puesto que aquí se hablará del devenir gradual de la gramática, las diversidades de las lenguas, contempladas desde este lado, se ofrecen como los escalones del pro­ greso de éstas. Sólo que hemos de guardarnos bien de pretender bos­ quejar un tipo universal de conformación gradualmente progresiva del lenguaje y de querer juzgar por ese tipo todos los fenómenos singulares. En todas partes la acción del tiempo va em parejada en las lenguas con la acción de la peculiaridad nacional, y lo que es característico de las lenguas de las toscas hordas de América y del norte de Asia no por ello necesita haber pertenecido tam bién a las familias originarias de la India y de Grecia. Ni a la len­ gua de una nación singular ni a aquellas lenguas que han pasado por varias naciones cabe asignarles un camino evolutivo completamente regular y prescrito en cierto modo por la Naturaleza. El lenguaje, tomado en su máxima extensión, conoce, sin embargo, en el género humano como tal un punto cen­

* Texto leído en la Academia de las Ciencias de Berlín el 1 de enero de 1822.

tral último; y si partim os de esta pregunta: ¿en qué gra­ do de acabamiento ha hecho realidad el ser hum ano el lenguaje?, en seguida hay un punto fijo, de acuerdo con el cual cabe determ inar a su vez otros puntos igualmente fijos. De esa manera es posible reconocer una evolución progresiva de la facultad de lenguaje y reconocerla por unos signos seguros, y en ese sentido podemos hablar con todo derecho de una diversidad gradual entre las len­ guas. Puesto que aquí vamos a hablar solamente del concep­ to de las relaciones gramaticales en general y de su ex­ presión en el lenguaje, de lo único que habremos de ocu­ parnos es de exponer el prim er requisito de la evolución de las ideas y de determ inar el nivel más bajo de la per­ fección lingüística. En un prim er momento parecerá extraño, sin em bar­ go, que se suscite siquiera la duda, como si no poseyeran todas las lenguas, también las más imperfectas e incultas, formas gramaticales en el sentido verdadero y propio de la palabra. Las diversidades entre las lenguas, se dirá, ha­ brá que buscarlas únicamente en la idoneidad, totalidad, claridad y concisión de tales formas. También se invoca­ rá el hecho de que sean precisamente las lenguas de los salvajes y, en concreto, las americanas las que exhiban formas particularm ente numerosas, producidas de una m anera planificada y artificiosa. Todo eso es perfectamen­ te verdadero; la única cuestión es si esas formas han de ser consideradas también verdaderam ente como tales. De ahí que lo im portante sea el concepto que vinculemos con la palabra «forma». Para hacer perfectam ente claro esto es preciso, antes de nada, eliminar dos malentendidos que aquí pueden surgir con mucha facilidad. Al hablar de las excelencias y los defectos de una len­ gua no deberíamos tom ar como criterio lo que en ella sería capaz de expresar una mente cualquiera, no form a­ da exclusivamente por tal lengua. A pesar de su influen­ cia poderosa y viva sobre el espíritu, todas las lenguas son también al mismo tiempo un instrum ento inerte y pasivo y todas ellas llevan en sí una predisposición no sólo para

el uso correcto, sino también para el uso más cumplido. Y cuando alguien que ha obtenido su formación en otras lenguas estudia una lengua cualquiera menos perfecta y la domina, ese alguien puede producir mediante ella un efecto que en sí y por sí a ella le resulta ajeno; lo que con ello se hace es traspasar a esa lengua una vista del m un­ do que es completamente distinta de la que con respec­ to a ella alberga la nación que se halla únicamente bajo su influencia. Por un lado, la lengua es sacada un poco de su círculo; por otro, puesto que todo comprender está compuesto de algo objetivo y algo subjetivo, se introduce en ella algo diferente; y de ese modo apenas resulta po­ sible decir lo que puede ser producido y lo que no puede ser producido en ella y mediante ella. Si nos fijamos meram ente en lo que cabe expresar en una lengua, no sería de extrañar que acabásemos decla­ rando que en lo esencial todas las lenguas son aproxima­ damente iguales en excelencias y en defectos. Las relacio­ nes gramaticales en particular dependen completamente de la intención que vinculamos a ellas. Más que estar adheridas a las palabras, esas relaciones son añadidas mentalmente por el que habla y por el que escucha. Pues­ to que ni el hablar ni el com prender son pensables sin la designación de las relaciones gramaticales, es preciso que todas las lenguas, aun las más toscas, posean ciertos mo­ dos de designarlas; y por muy menguados, raros y, sobre todo, materiales que esos modos sean, el entendimiento que ha sido formado por lenguas más perfectas se servirá con éxito de ellos y sabrá indicar suficientemente con ellos todas las relaciones de las ideas. Resulta mucho más fácil introducir mentalmente la gramática en una lengua que introducir en ella una gran ampliación y un gran refinamiento de los significados de las palabras; y así no ha de sorprendernos que en las exposiciones de lenguas enteram ente toscas e incultas encontremos los nombres de todas las formas de las lenguas sumamente cultas. Están realmente presentes allí todas las indicacio­ nes de todas las formas, pues el lenguaje habita en el ser humano siempre de manera completa y nunca de m anera

fragm entaria, y es fácil pasar por alto la distinción, más sutil, de si y hasta qué punto esos modos de designar las relaciones gramaticales son formas propiam ente dichas y actúan como tales en la evolución de las ideas de los nativos. Lo que decide de las excelencias o defectos de una lengua no es, pues, aquello que logra expresarse en ella, sino aquello para lo que ella misma inflama y entusiasm a con su fuerza interna y propia. El criterio para juzgar una lengua es la claridad, precisión y vivacidad de las ideas que ella despierta en la nación a que pertenece, na­ ción por cuyo espíritu está form ada y en la que ella ha vuelto a operar a su vez de m anera formativa. Mas si se deja de lado esa influencia de la lengua sobre la evolución de las ideas y sobre la suscitación de las sensaciones, si se intenta examinar lo que es capaz de producir y aportar ella misma, en cuanto instrum ento en general, entonces se cae en un terreno que ya no es susceptible de ninguna delimitación, dado que falta el concepto preciso del espí­ ritu que debe servirse de la lengua, y dado que todo lo efectuado por el discurso es siempre un producto com­ puesto de espíritu y de lengua. Cada una de las lenguas ha de ser tom ada en el sentido en que ha sido formada por la nación y no en un sentido que le resulte ajeno. Aun cuando una lengua no posea formas gramaticales auténticas, no sólo puede existir muy bien el discurso, puesto que nunca le faltan a aquélla otros modos de de­ signar las relaciones gramaticales, sino que tam bién pue­ den ser traspasados tal vez a una lengua tal todos los gé­ neros del discurso y ser formados en ella. Ahora bien, esto último es sólo el fruto de una fuerza ajena, que se sirve de una lengua más im perfecta en el sentido de una más perfecta. No porque quepa indicar con las designaciones de casi cada lengua todas las relaciones gramaticales posee ya tam bién cada una formas gramaticales, en el sentido en que las conocen las lenguas dotadas de una elevada for­ mación. La diferencia, que es ciertam ente sutil, pero que resulta muy perceptible con el sentimiento, reside en el

producto m aterial y en la acción formal. La continuación de esta investigación expondrá esto con mayor claridad. Para eliminar el prim er malentendido que aquí podía te­ merse bastaba en este momento con separar aquello que una fuerza cualquiera es capaz de producir con una len­ gua de aquello otro que ella misma está en condiciones de efectuar mediante la influencia continua y habitual so­ bre las ideas y sobre su evolución. El segundo malentendido se genera en la confusión de una forma con otra. Dado, en efecto, que el estudio de una lengua desconocida se aborda de ordinario desde la perspectiva de una más conocida, como la lengua m ater­ na o el latín, lo que se hace es lo siguiente: indagar el modo en que las relaciones gramaticales de la lengua más conocida suelen ser designadas en la lengua extraña y dar precisamente a las flexiones o a las ordenaciones de pala­ bras usadas en ésta para ese fin los nombres de la form a gramatical que para ello sirve en la lengua conocida, o también según leyes lingüísticas universales. Ahora bien, con mucha frecuencia ocurre que en la lengua extraña no están presentes en absoluto esas formas, sino que son sustituidas o parafraseadas por otras. De ahí que, para evitar el citado error, sea m enester estudiar cada lengua en su peculiaridad, de tal m anera que por el análisis ri­ guroso de sus partes se conozca la form a precisa con la cual ella designa, de acuerdo con su estructura, cada una de las relaciones gramaticales. Las lenguas de América proporcionan frecuentes ejem ­ plos de tales nociones erradas, y lo más im portante que ha de hacerse en las reelaboraciones de las gramáticas españolas y portuguesas es desembarazarse de las torci­ das consideraciones de esa índole y fijar los ojos pura­ mente en la estructura original de aquellas lenguas. Unos cuantos ejemplos ilustrarán m ejor lo que deci­ mos. En la lengua caribe el vocablo aveiridaco viene in­ dicado en las mencionadas gramáticas como la segunda persona del singular del imperfecto de subjuntivo: «fue­ ses». Pero si analizamos con más exactitud esa palabra, veremos que veiri es «ser», a el pronom bre de la segunda

persona del singular, que se une tam bién a sustantivos, y daco una partícula que indica el tiempo. Es posible que esa partícula signifique una parte determ inada de tiem­ po, aunque yo no la he encontrado citada de ese modo en los diccionarios. Pues oruacono daco significa «al ter­ cer día». La traducción literal de aveiridaco es, por tan­ to: «en el día de tu ser», y lo que con esa perífrasis se expresa es la suposición hipotética que hay en el subjun­ tivo. Lo que aquí se denomina «subjuntivo» es, pues, un sustantivo verbal unido a una preposición, o, si se quiere expresarlo acercándolo a una form a verbal, es un ablativo de infinitivo o el gerundio latino en do. De esa m anera es como se indica el subjuntivo en muchas lenguas de Amé­ rica. En la lengua lule se indica un participio pasivo; por ejemplo, a-le-tipan, «hecho de tierra». Pero esta unión de sílabas significa literalmente: «tierra de ellos hacen» (ter­ cera personal del plural del presente del verbo tic, «yo hago»). Sólo por confusión con otras formas se atribuye tam ­ bién el concepto de infinitivo, tal como fue conocido por los griegos y los romanos, si no a la totalidad, sí a la ma­ yoría de las lenguas de América. El infinitivo de la lengua brasileña es un sustantivo perfecto: iuca es «asesinar» y «asesinato», caru es «comer» y «comida». «Yo quiero co­ mer» se dice o bien che caru ai-pota, que significa literal­ mente: «mi comer yo quiero», o bien ai-caru-pota, con el acusativo incorporado al verbo. Esta construcción u or­ denación de palabras conserva la naturaleza verbal tan sólo en el sentido de que rige otros sustantivos en acusa­ tivo. En la lengua mexicana hay esa misma incorporación del infinitivo, entendido como acusativo, al verbo que lo rige. Sólo que el infinitivo es representado por la persona del futuro de la cual se habla, ni-tlacotlaz-nequia, «yo quería amar», es, literalmente: «yo, yo amaré, quería». Ninequia significa «yo quería», y en la medida en que in­ corpora a sí la prim era persona del singular del futuro, tlacotlaz, «yo amaré», la frase entera se convierte en una

sola palabra. Pero ese mismo futuro puede tam bién ir pospuesto, como una palabra propia, al verbo que rige, y entonces, como ocurre en la lengua mexicana en general, es indicado solamente en el verbo por la intercalación de un pronombre, c; ni-c-nequia tlacotlaz, «yo lo quería», es decir: «yo amaré». Esa misma ordenación doble con res­ pecto al verbo es propia tam bién de los sustantivos. La lengua mexicana reúne en el infinitivo, por tanto, el con­ cepto de futuro y el concepto de sustantivo, e indica el primero con la flexión y el segundo con la ordenación. En la lengua lule se ponen inmediatamente uno detrás del otro, meramente como dos verba finita, los dos ver­ bos, uno de los cuales rige el infinitivo; caic-tucuec, «yo suelo comer», pero que literalm ente dice: «yo como, yo suelo». También en el antiguo indio, como lo ha m ostrado agu­ damente el profesor Bopp, el infinitivo es un sustantivo verbal que está en acusativo y que en la form a es del todo semejante al supino latino.1 De ahí que no pueda usarse con tanta libertad como el infinitivo griego o el latino, los cuales quedan más próximos a la naturaleza del verbo. El antiguo indio no tiene tampoco una form a pasiva. Don­ de resulta necesaria, la asume en sí, en vez del infinitivo, el verbo que lo rige. En consecuencia se dice «es podido comer», en vez de «puede ser comido». De estos ejemplos se sigue que en ninguna de esas lenguas debería registrarse el infinitivo como una form a propia, sino que deberían exponerse en su propia natura­ leza las maneras con que es sustituido y observar cuáles son las condiciones del infinitivo que son cumplidas por cada una de ellas, ya que ninguna las satisface todas. Si son, pues, frecuentes los casos en que la designa­ ción de una relación gramatical no corresponde exacta­ mente al concepto de la verdadera form a gramatical, y si son esos casos los que constituyen la peculiaridad y el carácter de la lengua, entonces tal lengua, aunque estu­ viera en condiciones de expresar en sí todas las cosas, se 1. Edición del Nalus, p. 202, nota 77, y p. 204, nota 83.

encuentra todavía muy lejos de ser idónea para la evolu­ ción de las ideas. Pues el punto en que esa evolución co­ mienza a lograrse es aquél en el cual al ser humano, fuera del fin último m aterial del discurso, no le resulta ya indi­ ferente su índole formal; y ese punto no es posible alcan­ zarlo sin la acción de la lengua o sin su re-acción. Las palabras y sus relaciones gramaticales son dos co­ sas del todo diversas en la representación. Las prim eras son los auténticos objetos en la lengua, las segundas son m eramente los enlaces, pero el discurso es posible sólo m ediante la unión de las unas con las otras. Las relacio­ nes gramaticales pueden añadirse m entalmente sin que ellas mismas tengan en la lengua signos en todas partes, y la estructura de la lengua puede ser tal que, pese a ello, se eviten las imprecisiones y los malentendidos, al menos hasta cierto grado. Pero cuando a las relaciones grama­ ticales les es propia una expresión determinada, entonces tal lengua posee, para el uso, una gramática sin formas gramaticales propiamente dichas. Si, por ejemplo, una lengua form a los casos mediante preposiciones adjunta­ das a la palabra, la cual permanece siempre inmodificada, entonces lo que ahí existe no es una form a gramatical, sino sólo dos palabras cuya relación gramatical es añadi­ da mentalmente; en la lengua mbayá etiboa no significa, tal como se traduce, «por mí», sino «yo por». El enlace está sólo en la mente del hombre que tiene la representa­ ción, no está como signo en la lengua. En esa misma len­ gua L-emani no es «él desea», sino que es «él» y «deseo» o «desear», unidos entre sí sin nada que le sea peculiar al verbo, y se asemeja tanto más a la expresión «su deseo» cuanto que el prefijo l es propiamente un pronom bre po­ sesivo. También aquí, por tanto, la cualidad verbal es aña­ dida mentalmente. Sin embargo, muchas formas expre­ san con suficiente comodidad el caso del sustantivo y la persona del verbo. Mas para que la evolución de las ideas se efectúe con verdadera precisión y a la vez con rapidez y fecundidad, es preciso que el entendimiento quede dispensado de ese puro añadir él mentalmente la relación gramatical y que

ésta sea designada por la lengua del mismo modo que lo son las palabras. Pues todo el afán gramatical de la len­ gua consiste en presentar mediante el sonido la acción del entendimiento. Los signos gramaticales no pueden ser, empero, palabras que designen tam bién cosas; pues en­ tonces esas palabras se encuentran otra vez aisladas y pi­ den nuevos enlaces. Si esos dos medios, a saber: la ordenación de las pa­ labras, con la relación añadida mentalmente, por un lado, y la designación de las cosas, por otro, quedan excluidos de la auténtica designación de las relaciones gramaticales, entonces lo único que le queda a ésta es la modificación de las palabras que designan cosas, y sólo éste es el ver­ dadero concepto de una forma gramatical. Hacia eso se lanzan las palabras gramaticales, esto es, aquellas que en general no designan en absoluto un objeto, sino meramen­ te una relación y, en concreto, una relación gramatical. La evolución de las ideas puede tom ar un impulso pro­ pio tan sólo cuando el espíritu experimenta satisfacción en la mera producción del pensamiento, y esto es algo que depende siempre del interés por la m era form a de éste. Tal interés no puede despertarlo una lengua que no esté habituada a presentar la form a en cuanto tal, y tam ­ poco ese interés, al generarse por sí mismo, puede encon­ trar complacencia en semejante lengua. Ese interés, por tanto, allí donde se despierta, rem odelará la lengua, y allí donde la lengua haya acogido en sí por otra vía tales for­ mas, será impulsado de súbito por ella. En las lenguas que aún no han alcanzado ese nivel no es raro que el pensamiento vacile entre varias formas gra­ maticales y se contente con el resultado de hecho. En la lengua brasileña el vocablo tuba significa tanto, en expre­ sión sustantiva, «su padre», cuanto, en expresión verbal, «él tiene un padre»; más aún, ese vocablo se usa tam bién para decir «padre» en general, pues «padre» es siempre, claro está, un concepto de relación. De igual m anera xe-ruba es «mi padre» y «yo tengo un padre», y así en todas las demás personas. La indecisión del concepto gram ati­ cal en este caso llega todavía más lejos, y tuba puede sig-

niñear también, según otras analogías presentes en la len­ gua, «él es padre», de igual modo que la palabra entera­ m ente sernejante iaba, form ada sólo en el dialecto m eri­ dional de la lengua, significa «él es hombre». La forma gramatical es meramente la yuxtaposición de un pronom ­ bre y un sustantivo, y el entendimiento ha de agregar el enlace que corresponde al sentido. Es claro que lo único que el indígena piensa conjun­ tam ente en esa palabra es «él» y «padre», y que costaría no pocas fatigas aclararle la distinción de las expresiones que nosotros encontram os ahí confundidas la una con la otra. La nación que se sirve de esa lengua puede ser en muchos aspectos una nación razonable, hábil e inteligen­ te, pero de tal estructura lingüística no pueden brotar ni una evolución libre y pura de las ideas ni una complacen­ cia en el pensar formal; antes bien, tal estructura experi­ m entaría forzosamente unas modificaciones violentas si desde otros lados se provocase en la nación semejante transform ación intelectual. De ahí que, a propósito de las traducciones que de fra­ ses de esa naturaleza se hacen de tales lenguas, sea me­ nester tener bien presente que esas transcripciones, en la m edida en que atañen a las formas gramaticales, son casi siempre falsas y ofrecen una visión gramatical enteram en­ te diferente de la que tenía en ese caso el hablante. Si se quiere evitar eso, será preciso que a la transcripción se le dé una forma gramatical únicamente en la medida en que ésta se halle presente en la lengua original; y se tro­ pieza con casos en los que habría que abstenerse lo más posible de toda forma gramatical. Así, en la lengua huas­ teca se dice nana tanin-tahjal, «yo soy tratado por él», pero una traducción más exacta da: «yo, a mí, él trata». Aquí, por tanto, una form a verbal activa va unida al objeto pasivo entendido como sujeto. El pueblo parece haber tenido el sentimiento de una form a pasiva, pero ha­ ber sido llevado a las formas activas por la lengua, que conoce solamente éstas. Ahora bien, es preciso considerar que en la lengua huasteca no hay en absoluto formas de casos. En cuanto pronom bre de la prim era persona del

singular, nana es tanto «yo» como «mío», «para mí», «a mí», e indica m eram ente el concepto de «yoidad». En nin y en el prefijo ta lo único que hay, desde el punto de vista gramatical, es que el pronom bre de la prim era persona del singular es regido por el verbo.2 Esto hace ver con claridad que no es tanto que el sentir de los indígenas capte aquí la diferencia de la form a activa o la form a pa­ siva cuanto meramente que el concepto de «yoidad», re­ modelado gramaticalmente, es unido a la representación de la influencia ajena ejercida sobre aquélla. Qué abismo tan inmenso hay entre una lengua como ésa y la lengua más culta que nosotros conocemos, a sa­ ber, la lengua griega. En la artística construcción del pe­ ríodo griego, la ordenación de las formas gramaticales produce un todo específico que refuerza el efecto de las ideas y que suscita en sí alegría por su sim etría y su eurit­ mia. Brota de ahí un encanto propio que acompaña a los pensamientos y que, por así decirlo, flota levemente a su alrededor, más o menos a la m anera como, en algunas obras plásticas de la Antigüedad, además de la disposición misma de las figuras, brotan formas m uy agradables de los meros contornos de sus grupos. Pero en la lengua esto no es meramente una fugaz satisfacción de la fantasía. La agudeza del pensar se acrecienta cuando también las for­ mas gramaticales corresponden exactamente a las relacio­ nes lógicas, y el espíritu es atraído con fuerza cada vez mayor hacia el pensar formal y, por tanto, hacia el pensar puro, cuando la lengua lo habitúa a la separación neta de las formas gramaticales. Aun sin tener en cuenta esta enorme diferencia entre 2. Al igual que la mayor parte de las lenguas de América, también la lengua huasteca tiene, en efecto, diversas formas pro­ nominales, según que los pronombres sean usados autónomamen­ te o lo sean como rigiendo el verbo o como regidos por él; nin sirve únicamente para el último caso. La sílaba ta indica que el objeto está expresado en el verbo, pero sólo va antepuesta cuando el objeto está en la primera persona o en la segunda. El modo en­ tero de designar el objeto en el verbo es muy notable en la lengua huasteca.

dos lenguas situadas en dos niveles tan diversos del per­ feccionamiento formativo, es preciso confesar que tam­ bién entre aquellas a las que cabe reprochar gran pobreza de formas hay muchas que, de todos modos, poseen una muchedumbre de recursos para expresar una m ultitud de ideas, para designar múltiples relaciones de las ideas me­ diante el enlace artístico y regular de pocos elementos, y para unir en ello la concisión y la fuerza. La diferencia entre esas lenguas y las lenguas dotadas de una forma­ ción más perfecta no reside en eso; tanto unas como otras alcanzarán, una vez elaboradas con cuidado, casi el mis­ mo resultado en aquello que se trata de expresar; pero aun cuando posean realmente tantas cosas, lo que a las prim eras les falta es esto: la expresión de la form a grama­ tical en cuanto tal y la im portante y benéfica repercusión de ésta sobre el pensar. Sin embargo, si nos detenemos un instante en esto y volvemos la vista de igual m anera a las lenguas dotadas de una formación elevada, puede parecer que tam bién en éstas acontece algo similar, bien que de un modo algo di­ ferente, y que se comete injusticia con aquéllas al hacer­ les el reproche que les hemos hecho. Cabe decir ciertamente que toda ordenación o cone­ xión de palabras que ha sido dedicada una vez a designar una determinada relación gramatical puede ser conside­ rada también como una forma gramatical propiam ente dicha, y que poco im porta que esas designaciones se rea­ licen mediante palabras significativas de por sí, denotadoras de algo real, y que sólo la relación formal haya de ser añadida mentalmente. Pues, en efecto, apenas puede estar presente de otra m anera tam bién la verdadera for­ ma gramatical; y aquellas lenguas situadas a mayor altu­ ra y dotadas de un organismo más artificioso han empe­ zado también por una estructura más tosca y llevan en sí, visibles todavía, las huellas de ella. Si se quiere que esta investigación que aquí estamos realizando descanse en un fundam ento seguro, es preci­ so dilucidar con todo detalle la citada objeción, que inne­ gablemente es muy im portante; y para eso lo prim ero que

se necesita es reconocer lo que en ella es indiscutiblemen­ te verdadero y, luego, determ inar qué es lo que, no obs­ tante eso, sigue siendo correcto tam bién en las asevera­ ciones atacadas. Aquello que en una lengua designa característicam ente (de tal manera que retorna siempre en el mismo caso) una relación gramatical, eso es para esa lengua una for­ ma gramatical. En la mayoría de las lenguas de formación más perfecta cabe reconocer todavía hoy el enlace de ele­ mentos que no han sido unidos de m anera diferente que en las lenguas más toscas; y ese modo de generarse tam ­ bién las formas gramaticales auténticas m ediante afij ación de sílabas significativas (aglutinación) hubo de ser casi lo general. Esto es algo que brota claram ente de la enu­ meración de los recursos que la lengua posee para desig­ nar esas formas. Pues esos recursos son los siguientes: — Afij ación o intercalación de sílabas significativas que, por lo demás, constituyeron en otro tiempo palabras propias o siguen constituyéndolas. — Afij ación o intercalación de letras o sílabas no sig­ nificativas, con la m era finalidad de indicar las relaciones gramaticales. — Mutación vocálica mediante el paso de una vocal a otra o mediante la modificación de la cantidad o de la acentuación. — Modificación de consonantes en el interior de las palabras. — Ordenación de las palabras independientes las unas de las otras de acuerdo con leyes invariables. — Repetición silábica. La mera ordenación proporciona sólo pocas modifica­ ciones, y, si quiere evitarse toda posibilidad de equívoco, puede designar tam bién sólo pocas relaciones. En la len­ gua mexicana y en algunas otras lenguas de América es cierto que este uso se extiende merced a que el verbo aco­ ge en sí o anexiona a sí sustantivos. Pero tam bién en ellas los límites continúan siendo estrechos.

La afij ación o la intercalación de elementos de pala­ bras no significativas y la modificación de vocales y con­ sonantes serían el recurso más natural e idóneo si una lengua se generase por una auténtica convención. La ver­ dadera flexión contrasta con la afij ación, y puede haber tanto palabras que correspondan a conceptos de formas cuanto palabras que correspondan a conceptos de obje­ tos. Antes hemos visto incluso que, en el fondo, estas últi­ mas no son aptas para designar formas, pues tales pala­ bras quieren ser enlazadas de nuevo con otras mediante una forma. Pero resulta difícil pensar que en la génesis de una lengua haya predominado alguna vez tal modo de designación, que presupondría una noción y una distin­ ción claras de las relaciones gramaticales. Si se dice que bien puede haber habido naciones que hayan poseído un sentido lingüístico claro y penetrante de esa m anera, eso significa cortar el nudo en vez de solucionarlo. Si nos re­ presentamos las cosas de m anera natural, veremos fácil­ m ente la dificultad. En las palabras que designan cosas el concepto se ge­ nera por la percepción del objeto; el signo, por la analo­ gía que con facilidad cabe extraer de él; y la comprensión, por la mostración del signo. En la form a gram atical todo esto es distinto. Puede ser reconocida, designada y com­ prendida únicamente según su carácter lógico o según un oscuro sentimiento que la acompaña. Sólo de una lengua ya existente cabe extraer el concepto, y faltan también analogías suficientemente determinadas para designarlo o para hacer clara la designación. Sin duda pueden haberse generado en el sentimiento algunos modos de designación, como, por ejemplo, las vocales largas y los diptongos y, con ello, una prolongación de la voz en griego y en alemán para el subjuntivo y el optativo. Ahora bien, puesto que también a las relaciones gramaticales les consiente su na­ turaleza enteram ente lógica muy pocos contactos con la imaginación y el sentimiento, tales casos podrán haber sido sólo pocos. Algunos casos notables se encuentran todavía, con todo, en las lenguas de América. En la lengua mexicana

la formación del plural, en las palabras que term inan en vocal o que rechazan adrede en el plural sus consonantes finales, consiste en que la vocal final es pronunciada con una fuerte aspiración, propia de esa lengua, que provoca una pausa en la pronunciación. A ello se agrega tam bién a veces la reduplicación silábica: ahuatl, m ujer, teotl, «Dios»; plural: ahuá, teteó. No cabe designar más gráfica­ mente mediante el sonido el concepto de pluralidad que repitiendo la prim era sílaba, quitándole a la últim a sílaba su consonante final, que la corta de m anera seca y preci­ sa, y dando así a la restante vocal final una acentuación tan prolongada y reforzada que el sonido se pierde en la vastedad del aire, por así decirlo. En el dialecto meridional de la lengua guaraní el sufi­ jo yma del perfecto es pronunciado con mayor o menor lentitud según esté hablándose de un pasado rem oto o de un pasado próximo. Tal modo de designación se sale casi del ámbito del lenguaje y confina con el gesto. También la experiencia habla en contra de la originariedad de la fle­ xión en las lenguas, si excluimos unos pocos casos, seme­ jantes a los que acabamos de tocar. Pues tan pronto como se comienza a analizar una lengua de un modo más exac­ to, muéstrase en todos los sitios la afijación de sílabas significativas; y en los sitios donde no cabe ya dem ostrar­ la, se la puede deducir por analogía, o al menos queda in­ cierto que no haya estado presente en otro tiempo. Que la afijación manifiesta puede convertirse con mucha faci­ lidad en una flexión aparente es algo que cabe m ostrar con claridad en algunos casos en las lenguas de América. En la lengua mbayá daladi significa «tú arrojarás», nilabuitete «él ha hilado»; las letras iniciales d y n son las características del futuro y el perfecto. Esta conjugación efectuada mediante un único sonido parece, por tanto, exi­ gir que se la califique de verdadera flexión. Sin embargo, es una pura afijación. Pues las características completas, que también siguen usándose realm ente con frecuencia, de esos dos témpora son quide y quine, pero el qui es abandonado y el de y el ne pierden su vocal final delante de otras vocales. Quide significa «tardío», «venidero», co-

quide (co de ñoco, «día»), «el atardecer». Quine es una partícula que significa «y también». Es posible que las de­ nominadas sílabas flexivas de nuestras lenguas deban su origen a algunas de tales abreviaciones de palabras en otro tiempo significativas, y sería muy incorrecto aseve­ rar que es una hipótesis vacía e ilícita el presuponer la afijación allí donde ya no cabe dem ostrarla. En todas las lenguas la flexión verdadera y originaria es ciertam ente un fenómeno raro. Eso no obstante, es preciso tratar siempre con todo cuidado los casos dudosos. Pues, por lo dicho más arriba, a mí me parece cosa decidida que la flexión estuvo presente tam bién originariam ente, y por tanto puede estar presente, lo mismo que la afijación, en form as en las que ahora no cabe ya discernirla. Más aún, yo creo que es m enester llegar más lejos, y no debería ol­ vidarse que la individualidad espiritual de un pueblo pue­ de ser más idónea que otras para la formación de la len­ gua y para el pensar form al (y esas dos cosas van insepa­ rablemente unidas). Tal pueblo, si, como todos los demás, llega originariamente al mismo tiempo a la flexión y a la aglutinación, hará de esta últim a un uso más frecuente y sutil, transform ará más rápida y establemente la prim era en la segunda y pronto abandonará completamente la vía de la primera. En otros casos, circunstancias externas, como los traspasos de una lengua a otra, pueden dar a la formación lingüística de la aglutinación un impulso más rápido y elevado, de igual m anera que influjos opuestos pueden ser culpables de que las lenguas vayan arrastrán­ dose con una torpe imperfección. Todas éstas son vías naturales, explicables por la esen­ cia del hombre y por las vicisitudes de las naciones, y lo único que yo pretendo es no com partir la opinión que atribuye a ciertos pueblos, desde el prim er origen, una formación lingüística que progresa meramente por fle­ xión y por desenvolvimiento interno, y no reconoce a otros pueblos ninguna formación de esa especie. A mí me pa­ rece que esa clasificación demasiado sistemática se sale de la vía natural de la evolución humana; y si puedo con­ fiar en las investigaciones que he emprendido, queda refu­

tada por la propia experiencia cuando se estudian con detenimiento muchas y diversas lenguas. A la aglutinación y a la flexión se añade todavía un tercer modo, muy frecuente, de formación, un modo al que, por ser siempre intencional, es preciso ponerlo en la misma clase que la flexión y que se da en aquellos sitios donde el uso m arca una form a léxica para que sea exclu­ sivamente una form a gramatical determinada, sin que lleve en sí, ni mediante afijación ni mediante flexión, algo característico precisam ente de la form a gramatical. La repetición silábica descansa en un oscuro senti­ miento suscitado por ciertas relaciones gramaticales. Allí donde esto com porta repetición, reforzamiento, amplia­ ción del concepto, la repetición silábica está justificada. Allí donde eso no ocurre, como es el caso con tanta fre­ cuencia en algunas lenguas de América y en todos los ver­ bos de la tercera conjugación del antiguo indio, la repeti­ ción silábica se origina en una peculiaridad m eram ente fonética. Eso mismo cabe decir de la mutación vocálica. En nin­ guna lengua es ésta tan frecuente, im portante y regular como en el sánscrito. Pero son muy pocos los casos en que lo característico de las formas gramaticales se basa en ella. La mutación vocálica va unida sólo a algunas de esas formas, y luego, en la mayoría de los casos, a varias a la vez, de tal m anera que es preciso buscar lo caracterís­ tico de cada una en algo diferente. La afijación de sílabas significativas continúa siendo, por tanto, el recurso más im portante y frecuente para producir las formas gramaticales. En esto son iguales las lenguas toscas y las cultas; pues se cometería un gran error si se creyese que también en las prim eras toda for­ ma se fracciona en seguida en elementos reconocibles en sí más claramente. También en ellas las diferencias de formas se basan en sonidos enteram ente singulares, que, sin pensar en la afijación, podrían sin duda tenerse por sonidos flexivos. En la lengua mexicana el futuro es de­ signado, según la diversidad de las radicales, por varias de esas letras singulares, y el imperfecto por un sufijo ya

o a. O es el incremento del pretérito, como a en sánscrito y £ en griego. En la lengua no hay nada que pueda indi­ car que estos sonidos sean residuos de palabras que hubo en otro tiempo; y si no quiere hacerse valer casos se­ mejantes en latín y en griego como casos de afijación cuyo origen no se conoce ahora, entonces es preciso con­ ceder la flexión, igual que a estas lenguas clásicas, tam bién a la lengua mexicana. En la lengua tam anaca tareccha (este verbo significa «portar») es un presente, tarecche un pretérito, tarecchi un futuro. Aduzco estos casos sólo para probar que, cuando se penetra con más cuidado en las lenguas singulares y se tiene un conocimiento más básico de su estructura, la aseveración que asigna la afijación a ciertas lenguas y la flexión a otras no aparece sostenible por ningún lado. Si, por tanto, estamos constreñidos a suponer la afija­ ción también en las lenguas dotadas de una formación elevada, y en varios casos se la reconoce de m anera visi­ ble, entonces es enteram ente correcta la objeción de que tam bién en ellas es preciso añadir mentalmente la verda­ dera relación gramatical. En amavit y en énotrioag van jun­ tas, y eso sin duda no podría negarse, las designaciones de la raíz, del pronom bre y del tiempo; y la verdadera naturaleza verbal, que está en la síntesis del sujeto y el predicado, no tiene ahí una designación particular, sino que es preciso añadirla mentalmente. Si quisiera decirse que, sin pretender decidir precisamente acerca de tales formas, a algunas de ellas puede estarles incorporado el verbo auxiliar y que éste puede indicar esa síntesis, esto no bastaría, sin embargo, ya que tam bién es preciso ex­ plicar el verbo auxiliar, y no puede estar incluido conti­ nuam ente un verbo auxiliar en otro. Pero nada de lo aquí admitido suprime la diferencia entre las verdaderas formas gramaticales, como amavit, énolrjaaS' y esas ordenaciones de palabras y sílabas que la m ayoría de las lenguas más toscas necesita para designar las relaciones gramaticales. La diferencia consiste en que esas expresiones aparecen realmente fundidas en una sola forma. El crecimiento conjunto del todo hace olvidar el

significado de las partes; el enlace fijo de éstas bajo un solo acento modifica a la vez su acentuación separada y, a menudo, incluso su sonido; y la unidad de la form a en­ tera, que con frecuencia el gramático especulativo es in­ capaz ya de analizar, conviértese ahora en la designación de una relación gramatical determinada. Se piensa como uno aquello que nunca se encuentra separado; se conside­ ra como verdadero cuerpo, una vez firmemente organiza­ do, aquello que no puede descomponerse ni trasladarse a otras uniones cualesquiera; no se ve como parte autóno­ ma aquello que no aparece de ordinario de esa form a en la lengua. Para el efecto resulta indiferente cómo se ha generado esto. La designación de la relación, por muy autónoma y significativa que pueda haber sido, se trans­ forma ahora, como debe, en la m era modificación que se adhiere al concepto siempre idéntico. La relación, que primero tenía que ser añadida m entalm ente a los elemen­ tos significativos, está ahora realm ente presente en la len­ gua, merced precisam ente al crecimiento conjunto de las partes para form ar un todo fijo, y es oída con los oídos y vista con los ojos. Las lenguas a las que afecta el reproche de que sus formas gramaticales no son de naturaleza tan formal ase­ m éjam e de todos modos también en muchas cosas a las lenguas descritas antes. Los elementos que están alineados sucesivamente, bien que sólo de m anera laxa, confluyen en la mayoría de los casos también en una única palabra y se agrupan bajo un único acento. Mas, por un lado, eso no ocurre siempre, y, por otro, aparecen aquí otras circunstancias accesorias que perturban más o menos la naturaleza formal. Los ele­ mentos de las form as son separables y desplazables; cada uno mantiene su sonido completo, sin abreviación ni mo­ dificación; en general esos elementos están presentes en la lengua de m anera autónoma o sirven también para otras uniones gramaticales, así por ejemplo los afijos pro­ nominales como pronom bres posesivos en el sustantivo, como personas en el verbo; las palabras que aún no se flexionan no llevan ya en sí caracteres de diversas partes

del discurso, como es necesario que ocurra en una lengua en la que la formación gramatical haya penetrado profun­ damente, sino que son hechas así sólo mediante la afija­ ción de los elementos gramaticales; la estructura de la lengua entera es tal que la investigación es conducida en seguida a separar esos elementos, y esa separación se con­ sigue sin grandes fatigas; junto a la designación mediante form as o mediante enlaces de palabras semejantes a for­ mas, las mismas relaciones gramaticales son indicadas tam bién mediante la m era yuxtaposición acompañada del manifiesto añadido mental del enlace. Cuanto más confluyen en una lengua las circunstancias aquí enumeradas, o cuanto más se encuentran sólo aisla­ damente, tanto menos o tanto más promueve esa lengua el pensamiento formal, y tanto más o tanto menos está alejado del verdadero concepto de las formas gramatica­ les su modo de designar éstas. Pues lo que aquí puede de­ cidir no es lo que aparece aislado y disperso en la lengua, sino aquello que constituye la acción de ésta sobre el es­ píritu. Esto depende, empero, de la impresión total y del carácter del todo. Los fenómenos singulares pueden ser aducidos únicamente para refutar, como ha ocurrido en lo que antecede, aseveraciones demasiado osadas. Pero no pueden hacer que se desconozca la diversidad de los nive­ les en los que se hallan dos lenguas con respecto al todo de su estructura. Cuanto más se aleja una lengua de su origen, tanta más form a adquiere, si permanecen idénticas las demás circunstancias. El mero uso prolongado fusiona más fir­ memente los elementos de las ordenaciones de palabras, lima sus sonidos singulares y hace irreconocible su ante­ rior form a autónoma. Pues yo no puedo alejar de mí el convencimiento de que todas las lenguas han partido prin­ cipalmente de la afijación. Mientras se considere que las designaciones de las re­ laciones gramaticales consisten en elementos singulares más o menos separables, puede decirse que el hablante, más que servirse de las formas existentes, lo que hace es form arlas él mismo en cada momento. De ello suele gene­

rarse una pluralidad mucho mayor de esas formas. Pues el espíritu humano tiende por su m era disposición natu­ ral a lo completo, y cada relación, aunque se presente muy raram ente, se convierte en una form a gramatical en el mismo sentido que todas las demás. Allí donde, por el contrario, se toma la forma en un sentido más riguroso y es formada por el uso, pero no por ello el hablar habi­ tual se convierte en lo sucesivo en una nueva actividad formativa, allí hay formas sólo para aquello que hay que designar con frecuencia y, en cambio, es parafraseado y designado con palabras independientes aquello que apa­ rece raram ente. A este procedimiento se añaden todavía estas dos circunstancias: la de que al hom bre aún no culti­ vado le gusta representar cada cosa particular en todas sus particularidades, no sólo en aquellas que son necesa­ rias para el fin pretendido en cada caso; y la de que cier­ tas naciones tienen la costumbre de condensar frases en­ teras en presuntas formas, y así, por ejemplo, acogen en el seno del verbo el objeto regido por él, especialmente si es un pronombre. De ahí se origina que sean precisamen­ te las lenguas que están privadas esencialmente de un ver­ dadero concepto de forma las que posean, sin embargo, en estrecha analogía con esto, junto a un número comple­ to, también una adm irable m ultitud de presuntas formas constitutivas. Si la excelencia de las lenguas dependiese de la plura­ lidad y de la rigurosa regularidad de las formas, de la multitud de las expresiones para designar diversidades enteramente particulares (como ocurre en la lengua de los abipones, en la que el pronom bre de la tercera persona es diferente dependiendo de que el ser humano sea pensado como presente o como ausente, como erguido o como sen­ tado, como echado o como en movimiento), entonces se­ ría preciso colocar muchas lenguas de los salvajes por en­ cima de las lenguas de los pueblos de alta cultura, y eso es algo que se hace no raram ente incluso en nuestros días. Ahora bien, dado que, como es razonable, la excelencia de unas lenguas sobre otras puede ser buscada únicamen­ te en su idoneidad para la evolución de las ideas, las co­

sas son exactamente al revés. En efecto, la mencionada idoneidad es dificultada más bien por esa pluralidad de formas y encuentra fastidio en tener que acoger en tantas palabras también determinaciones accesorias, de las cua­ les no tiene ninguna necesidad en cada caso. H asta este momento he venido hablando únicamente de form as gramaticales; ahora bien, hay en cada lengua tam bién palabras gramaticales y a ellas cabe aplicar asi­ mismo la mayor parte de lo dicho sobre las formas. Esas palabras gramaticales son preponderantem ente las pre­ posiciones y las conjunciones. Por ser designaciones de relaciones gramaticales, al origen de esas palabras, enten­ didas como verdaderos signos de relación, se oponen las mismas dificultades que al origen de las formas. Hay en esto una única diferencia, y es que no todas ellas pueden ser derivadas, como ocurre con las formas puras, de las meras ideas, sino que han de recurrir a conceptos de la experiencia, como el espacio y el tiempo. De ahí que con razón pueda dudarse, aunque recientemente Lumsden lo haya aseverado con vehemencia en su Gramática persa, que haya habido originariam ente preposiciones y conjun­ ciones en el verdadero sentido de la palabra. Según la teo­ ría, más correcta, de H om e Took, todas ellas tienen pre­ sumiblemente su origen en palabras propiam ente dichas, designadoras de objetos. El efecto formal-gramatical de la lengua se basa también, por tanto, en el grado en que esas partículas se encuentren todavía más cerca o más le­ jos de su origen. Un ejemplo notable de lo aquí dicho lo ofrece, más aca­ so que ninguna otra lengua, la lengua mexicana en sus preposiciones. Posee tres especies distintas de ellas: 1. Aquellas en las cuales ya no cabe descubrir en modo al­ guno el concepto de un sustantivo, aun cuando ese origen sea muy verosímil; por ejemplo, c, «en». 2. Aquellas en las cuales encontramos una preposición unida a un ele­ mento desconocido. 3. Aquellas que contienen claram ente un sustantivo unido a una preposición, como, por ejem­ plo, la preposición itic, «en», que propiam ente está com­ puesta de ite, «estómago», y c, «en», «en el estómago».

Ilhuicatl itic no significa, pues, tal como se lo traduce, «en el cielo», sino «en el estómago del cielo», pues «cielo» está en genitivo. Solamente a las dos últim as especies citadas de preposiciones son unidos los pronombres; y dado que luego no son tomados nunca los pronom bres personales, sino los posesivos, esto indica claram ente el sustantivo escondido en la preposición. Notepotzco se tra­ duce, es cierto, por «detrás de mí», pero propiamente sig­ nifica «detrás de mi espalda», de teputz, «la espalda». Aquí se ve, por tanto, la sucesión gradual en que ha ido perdiéndose el significado originario, y se ve al mismo tiempo el espíritu de la nación, artífice de la lengua, espí­ ritu que, si un sustantivo, «estómago», «espalda», debía ser usado en el sentido de una preposición, añadía a ese sustantivo una preposición ya existente, con el fin de no dejar desunidas gramaticalm ente las palabras (al modo del latín ad instar o del alemán inm itten). La lengua mixteca, que en este punto tiene una formación gram atical­ mente más imperfecta, expresa «delante, detrás de la casa» precisamente con chisi, sata huabi, «estómago», «espal­ da», «casa». La relación que aquí se constituye en las lenguas en­ tre las flexiones y las palabras gramaticales funda nuevas diferencias entre ellas. Esto se manifiesta, por ejemplo, en el hecho de que una lengua hace determinaciones en mayor medida a través de casos y la otra las hace más me­ diante preposiciones; una hace tiempos en mayor medida a través de la flexión y la otra los hace más m ediante la combinación con verbos auxiliares. Pues estos últimos, cuando designan m eramente relaciones de las partes de la frase, son asimismo sólo palabras gramaticales. Del griego ruyxávsiv no nos es ya conocido un significado ver­ daderamente m aterial. De igual modo, pero mucho más raramente, se usa en sánscrito schtha, «estar». Pero en este punto podemos servimos de principios generales para establecer la norm a con que juzgar las excelencias de las lenguas. Allí donde las relaciones que han de ser designa­ das resultan meramente de la naturaleza de una relación superior y más general, sin el añadido de un concepto par­

ticular, la designación se realiza m ejor mediante la fle­ xión; en el caso contrario, mediante palabras gram atica­ les. Pues la flexión, que en sí no está dotada en absoluto de un significado, no contiene nada más que el puro con­ cepto de la relación. En la palabra gramatical está, ade­ más, el concepto accesorio que es referido a la relación para determ inarla y que siempre es m enester que se aña­ da allí donde no basta el puro pensar. De ahí que el caso tercero y aún el séptimo de la declinación sánscrita no sean ventajas precisamente envidiables de esa lengua, ya que las relaciones designadas por ellos no están suficien­ temente determinadas como para poder prescindir de una delimitación más precisa mediante una preposición. Un tercer nivel, que, sin embargo, excluyen siempre las len­ guas que tienen una formación realmente gramatical, se da cuando una palabra es m arcada en su entero significa­ do m aterial para ser una palabra gramatical, como hemos visto anteriorm ente a propósito de las preposiciones. Tanto si nos fijamos en las flexiones como si nos fija­ mos en las palabras gramaticales, siempre regresamos al mismo resultado. Puede ocurrir que las lenguas designen de manera suficientemente clara y precisa la mayoría y, acaso, la totalidad de las relaciones gramaticales, más aún, que posean una gran pluralidad de presuntas formas, y que, sin embargo, les falte en conjunto o en lo particu­ lar una auténtica formalidad gramatical. Hasta aquí he pretendido sobre todo establecer una diferenciación entre los analoga de las formas gramatica­ les, con los que las lenguas intentan al principio aproxi­ m arse a éstas, y las formas mismas. Convencido en esto de que nada causa a los estudios lingüísticos un daño tan sensible como los razonamientos generales, no fundados en un conocimiento pertinente, he documentado con ejem­ plos cada caso singular, en la medida en que podía hacer­ lo sin caer en una excesiva prolijidad, aunque siento muy bien que el verdadero convencimiento puede brotar úni­ camente del estudio completo de al menos una de las len­ guas aquí consideradas. Para llegar a un resultado decisi­ vo será necesario todavía, sin embargo, resum ir en sus

puntos finales la entera cuestión aquí abordada, sin mez­ clar ahora en ella nada fáctico. Aquello a lo que aboca todo en la investigación de la génesis y la influencia de la form alidad gramatical es la co­ rrecta distinción entre la designación de los objetos y la designación de las relaciones, entre la designación de las cosas y la designación de las formas. El hablar, entendido m aterialm ente y como consecuen­ cia de una necesidad realmente sentida, va de m anera in­ mediata tan sólo a la designación de cosas; el pensar, en­ tendido idealmente, va siempre a la forma. De ahí que una preponderante facultad de pensar otorgue formalidad a una lengua, y que una preponderante form alidad en ésta eleve la facultad de pensar. 1. GÉNESIS DE LAS FORMAS GRAMATICALES La lengua designa originariam ente objetos y deja al que la comprende la tarea de añadir m entalmente las for­ mas que enlazan el discurso. Pero intenta facilitar esa tarea m ediante la ordenación de las palabras y mediante palabras que designan objetos y cosas, pero que están orientadas hacia la relación y la forma. Así es como, en el nivel más bajo, la designación gra­ matical se realiza mediante locuciones, frases, enunciados. Este medio auxiliar es llevado luego a una cierta re­ gularidad; la ordenación de las palabras se vuelve estable, las palabras mencionadas van perdiendo poco a poco su uso autónomo, su significado m aterial, su sonido origi­ nario. Así es como, en el segundo nivel, la designación gra­ matical se realiza mediante ordenaciones fijas de palabras y mediante palabras que oscilan entre un significado m a­ terial y un significado formal. Las ordenaciones de palabras adquieren posteriorm en­ te unidad, a ellas se agregan las palabras de significado

formal, que se convierten en afijos. Pero la unión no es todavía firme, los puntos de enlace continúan siendo visi­ bles, el todo es un agregado, pero no una única cosa. Así es como, en el tercer nivel, la designación gram a­ tical se realiza m ediante análoga de formas. Finalmente la form alidad se impone. La palabra es una unidad, modificada únicamente en sus referencias gramaticales por sonidos flexivos cambiados; cada pala­ bra pertenece a una parte determ inada del discurso y po­ see individualidad no sólo léxica, sino tam bién gram ati­ cal; las palabras que designan la form a no tienen ya un significado accesorio que las perturbe, sino que son puras expresiones de relaciones. Así es como, en el nivel más alto de todos, la designa­ ción gramatical se realiza mediante verdaderas formas: la flexión y las palabras puram ente gramaticales. La esencia de la form a consiste en su unidad y en el preeminente dominio que sobre los sonidos accesorios aña­ didos a ella ejerce la palabra a la que pertenece la forma. Esto es sin duda facilitado por la pérdida de significado de los elementos y por el desgaste de los sonidos en el uso prolongado. Ahora bien, la génesis de la lengua no es nunca explicable del todo por una acción tan mecánica de unas fuerzas m uertas, y es preciso no olvidar en ningún momento la influencia que tienen el vigor y la individua­ lidad de la fuerza del pensar. La unidad de la palabra es form ada por el acento. En sí éste es de naturaleza más espiritual que los propios sonidos acentuados; si se dice del acento que es el alma del discurso, no es meram ente porque aquél sea el que introduce en éste la comprensión propiam ente dicha, sino también, realmente, porque es aquél el que se convierte, con mayor inmediatez que ninguna otra cosa en la len­ gua, en emanación del sentimiento que acompaña al dis­ curso. El acento es eso tam bién en los sitios donde, me­ diante la unidad, troquela las palabras para hacer de ellas form as gramaticales; y de igual modo que los metales, para fundirse de manera veloz e íntima, necesitan de una llama que arda con rapidez y fuerza, así tam bién la fu­

sión de formas nuevas es algo que no lo consigue sino el acto energético de una fuerza de pensar vigorosa y ten­ dente a una delimitación formal. Esa fuerza se revela también en las demás propiedades de las formas, y es irre­ futablemente cierto que, sean cuales sean las vicisitudes por las que atraviese una lengua, nunca llegará a poseer una estructura gram atical excelente si no tiene la suerte de ser hablada al menos alguna vez por una nación que sea ingeniosa y piense con profundidad. De lo contrario, nada podrá salvarla de la mediocridad de unas formas que están unidas de m anera laxa y que en ningún lugar hablan incisivamente a la fuerza del pensar. 2. LA INFLUENCIA DE LAS FORMAS GRAMATICALES El pensar, que acontece m ediante la lengua, está diri­ gido o bien hacia fines externos, materiales, o bien hacia sí mismo y, por tanto, hacia fines espirituales. En esa doble dirección necesita de la claridad y precisión de los conceptos, y en la lengua esa claridad y esa precisión de­ penden en gran parte del modo de designar las form as gramaticales. Las paráfrasis de éstas m ediante frases, ordenaciones, no convertidas todavía en regla segura, de palabras, y aun análoga de formas, producen no raras veces ambigüe­ dades. Pero si está oculta también la comprensión, y con ella el fin externo, entonces ocurre con mucha frecuencia que el concepto en sí permanece indeterm inado y que, en los sitios donde manifiestamente puede ser tomado, en cuanto concepto, de dos maneras diversas, permanece in­ distinto. Si el pensar se vuelve hacia la efectiva consideración interior y no meram ente hacia la actividad exterior, en­ tonces también la m era claridad y distinción de los con­ ceptos produce otras exigencias, que son siempre difíciles de alcanzar por aquella vía.

Pues todo pensar aspira a la necesidad y a la unidad. La aspiración de conjunto de la hum anidad tiene esa mis­ ma dirección, ya que no pretende como resultado último otra cosa que encontrar la legalidad mediante la investi­ gación o fundarla mediante la definición. Ahora bien, si la lengua debe adaptarse al pensar, en­ tonces en su estructura ha de corresponder lo más posi­ ble al organismo de aquél. De lo contrario, dado que debe ser símbolo en todo, la lengua será precisamente un sím­ bolo imperfecto de aquello a lo que está unida del modo más inmediato. M ientras que, por un lado, la m asa de sus palabras representa la extensión de su mundo, por otro su estructura gramatical representa la visión que tiene del organismo del pensar. La lengua debe acom pañar al pensamiento. Por tanto, éste ha de poder pasar en la lengua continuamente de un elemento a otro y encontrar también en ella signos para todo aquello de lo que necesita para su propia conexión. De lo contrario, allí donde la lengua, en vez de acom pañar al pensamiento, lo abandona, se originan lagunas. Aunque a la postre el espíritu tienda siempre y en to­ das partes hacia la unidad y la necesidad, sin embargo no puede desenvolver ambas, sacándolas de sí, de otra mane­ ra que gradualmente y sólo con la ayuda de recursos más sensibles. Entre éstos, uno de los que más le ayuda es la lengua, la cual, en razón ya de sus fines muy condiciona­ dos y muy bajos, necesita de la regla, de la form a y de la legalidad. En consecuencia, cuanto más perfeccionado en­ cuentre el espíritu en la lengua aquello a que tam bién él aspira para sí mismo, tanto más íntim am ente podrá uni­ ficarse con ella. Si ahora consideramos las lenguas en lo que respecta a todas estas exigencias que aquí les hemos hecho, vere­ mos que las cumplen bien solamente, o preferentemente, cuando poseen formas auténticam ente gramaticales, y no sólo analoga de ellas, y así es como esta diferencia se re­ vela en toda su importancia. Lo prim ero y más esencial es esto: el espíritu exige de la lengua que separe limpiamente la cosa y la forma,

el objeto y la relación, y que no los mezcle. La lengua pa­ raliza y falsifica la entera actividad interior del espíritu desüe el momento en que lo habitúa a tal mezcla o le di­ ficulta la separación. Pero precisam ente esta últim a es ejecutada con limpieza tan sólo en la constitución de la form a auténticam ente gramatical m ediante la flexión o mediante palabras gramaticales, como hemos visto antes, es decir, en la designación gradual de las formas gram a­ ticales. ün todas las lenguas que conocen únicamente analoga de formas subsiste siempre en la designación gra­ matical, que debía ser meramente formal, algo m aterial. Allí donde no se logra de m anera perfecta la fusión de la forma, tal como la fiemos descrito más arriba, allí el espíritu sigue creyendo siempre que está viendo separa­ dos ios elementos y ain no tiene la lengua para él la exi­ gida concordancia con las leyes de su propia actividad. El espíritu tiene el sentimiento de que hay lagunas, se esfuerza por llenarlas, ña de habérselas no con un número moderado de magnitudes en sí sólidas, sino con un nú­ mero desconcertante de magnitudes unidas a medias, y no trabaja con igual rapidez y destreza, ni con igual compla­ cencia, en emazar con lácil fortuna, por medio de formas lingüisticas apropiadas y concordantes con sus propias leyes, conceptos particulares con otros más generales. En ello se revela, si planteamos la cuestión con toda su agudeza, que, a fin de cuentas, si bien es cierto que una forma gramatical no incluye en sí ningún otro elemento que aquei que nay taniDien en sus anaiuga, los cuales nun­ ca la reemplazan del todo, sin embargo ya es, en su efec­ to so ore ei espíritu, algo enteram ente diterente; y se re­ vela también que esto se basa en su unidad, en la cual ella porta en sí el reilejo del poder de la fuerza del pensar por la que fue creada. En una lengua que no posea sem ejante formación gra­ matical el espíritu encuentra acuñado de m anera incom­ pleta e imperfecta el esquema general del enlace del dis­ curso, esquema cuya adecuada expresión en la lengua es la condicion indispensable de todo pensar que haya de lograrse con facilidad. No es necesario que ese esquema

llegue hasta la consciencia; eso es algo que les falta inclu­ so a naciones muy cultas. Dado que el espíritu procede siempre inconscientemente según ese esquema, basta con que para cada parte singular encuentre una expresión tal que le perm ita volver a aprehender con correcta precisión otra parte. Al reobrar la lengua sobre el espíritu, la form a autén­ ticamente gramatical suscita la im presión de una forma, aun cuando la atención no esté dirigida expresamente a ella, y produce una educación formal. Pues, dado que la lengua contiene con limpieza la expresión de la relación y no contiene ninguna otra cosa m aterial sobre la cual pudiera divagar el entendimiento, sino que éste ve modi­ ficado allí el concepto originario de la palabra, es preciso que el entendimiento aferre la form a misma. En el caso de la form a inauténtica no puede hacerlo, pues no ve sufi­ cientemente determinado en ella el concepto de relación y todavía se halla distraído por conceptos accesorios. En ambos casos esto ocurre en el hablar más usual y se ex­ tiende a todas las clases de nación; y allí donde la influen­ cia de la lengua es favorable, surgen una claridad y pre­ cisión generales de los conceptos y una disposición gene­ ral a captar con mayor facilidad lo puram ente formal. Está también en la naturaleza misma del espíritu el que esa disposición, una vez existente, se perfeccione conti­ nuamente; por el contrario, cuando una lengua ofrece de m anera im pura y defectuosa las formas gramaticales, el salir de esa ofuscación de la visión puram ente form al re­ sulta tanto más difícil cuanto más dure esa influencia. Por tanto, sea lo que sea aquello que pueda decirse de la idoneidad que para la evolución de las ideas tiene una lengua no dotada de sem ejante formación gramatical, siempre será muy difícil concebir que una nación vaya a poder llegar por sí misma, sobre la base inmodificada de tal lengua, a un gran desarrollo científico. Aquí el espíritu no recibe de la lengua, ni ésta recibe de él, aquello de lo que ambos tienen necesidad, y el fruto de su recíproca influencia, para convertirse en beneficioso, tendría que ser en prim er lugar una modificación de la lengua misma.

De esta m anera quedan, pues, fijados, hasta donde tal cosa puede ocurrir en objetos de esta naturaleza, los cri­ terios por los que cabe distinguir de las otras las lenguas que tienen una formación gramatical. Es cierto que acaso ninguna pueda ufanarse de una concordancia perfecta con las leyes lingüísticas generales; es cierto que acaso nin­ guna esté conformada completamente en todas sus par­ tes; y es cierto que tam bién entre las lenguas del nivel más bajo existen a su vez muchos grados de aproxima­ ción. Sin embargo, aquella diferencia, que separa de ma­ nera precisa dos clases de lenguas, no es una diferencia relativa, consistente meram ente en un más o un menos, sino que es efectivamente una diferencia absoluta, pues la presencia o la ausencia del dominio de la form a es algo que se acusa siempre de m anera visible. Es innegable que las lenguas dotadas de una form a­ ción gramatical poseen una idoneidad perfecta para la evolución de las ideas. De todas maneras, serán el ensayo o la experiencia los que aportarán pruebas de cuánto po­ dría lograrse también con las demás lenguas. Lo que des­ de luego es seguro es que éstas nunca estarán en condi­ ciones de actuar sobre el espíritu en el mismo grado y del mismo modo que las otras. El ejemplo más notable de una literatura que viene floreciendo desde hace milenios en una lengua que está desprovista casi de toda gramática, entendida esta pala­ bra en su sentido usual, nos lo ofrece la lengua china. Es sabido que precisam ente en el denominado «estilo anti­ guo», en el cual fueron redactados los escritos de Confucio y de su escuela, y que todavía hoy es el estilo general­ mente usado para todas las grandes obras filosóficas e históricas, las relaciones gramaticales son designadas úni­ ca y exclusivamente por la posición de las palabras o por palabras separadas, y que con frecuencia se le deja al lec­ tor la tarea de adivinar por el contexto si debe tom ar una palabra por un sustantivo, por un adjetivo, por un verbo o por una partícula.3 Es cierto que el estilo m andarín y 3. Grammaire Chinoise, de M. Abel-Remusat, pp. 35-37.

el estilo literario se han cuidado de introducir una mayor precisión gramatical en la lengua, pero tampoco en ellos posee ésta unas form as verdaderam ente gramaticales, y la literatura a que antes aludimos, la más célebre de la nación, es completamente independiente de este tratam ien­ to moderno de la lengua. Si es cierto, como ha tratado de probar agudamente Etienne Quatremere,4 que la lengua copta fue la lengua de los antiguos egipcios, entonces tam bién entra aquí en consideración la elevada cultura científica que esa nación tuvo, según se dice. Pues tam bién el sistema gramatical de la lengua copta es, como dice Silvestre de Sacy,5 un sistema perfectamente sintético, es decir, un sistem a en el cual las designaciones gramaticales están separadamen­ te antepuestas o pospuestas a las palabras que significan cosas. Silvestre de Sacy lo compara expresamente en esto con el sistema gramatical chino. Si, por tanto, dos de los pueblos más notables han lo­ grado alcanzar el nivel de su cultura intelectual con unas lenguas a las que les faltan del todo o en gran parte las formas gramaticales, de ello parece resultar una im por­ tante objeción contra la aseveración de la necesidad de tales formas. Sin embargo, de ninguna m anera está de­ m ostrado que la literatura de esos dos pueblos posea pre­ cisamente las excelencias en las que influye preferente­ mente esa propiedad de la lengua de que aquí estamos ha­ blando. Pues es innegable que la rapidez y la agudeza del pensar, favorecidas por una rica multiplicidad de formas gramaticales plasmadas con precisión y ligereza, donde más brillantem ente se m uestran es en la exposición dia­ léctica y oratoria, y de ahí que sea en la prosa ática don­ de se desplieguen con fuerza y finura supremas. Del estilo antiguo chino admiten, incluso quienes pro­ 4. Recherches critiques et historiques sur la langue et la littérature de l’Egypte. 5. En M illin, Magasin encyclopédique, t. IV, 1808, p. 225, don­ de al mismo tiempo se exponen ideas muy nuevas e ingeniosas sobre la influencia de la escritura jeroglífica y alfabética en la formación gramatical de las lenguas.

nuncian un juicio favorable sobre la literatura de ese pue­ blo, que es un estilo vago y entrecortado, de tal m anera que el estilo que lo siguió, m ejor adaptado a las necesida­ des de la vida, hubo de trabajar por darle más claridad, precisión y variedad. Y esto es algo que prueba, por tan­ to, lo que nosotros hemos afirmado. De la literatura egipcia antigua no nos es conocido nada; pero las demás cosas que sabemos de los usos, de la constitución, de los edificios y del arte de esas notables regiones, hacen pensar en una cultura rigurosam ente cien­ tífica más bien que en una fácil y libre dedicación del es­ píritu a las ideas. Y si estos dos pueblos hubiesen alcanzado precisam en te las excelencias que con razón hemos de guardarnos de atribuirles, no por ello estaría refutado, sin embargo, lo que antes hemos expuesto. Allí donde el espíritu humano, merced a un concurso de circunstancias favorables, empeña sus fuerzas en una labor afortunada, allí llega a la m eta con cada uno de los instrumentos, aunque sea por una vía más trabajosa y lenta. Ahora bien, no porque él supere la dificultad deja ésta de hallarse presente. Que las lenguas que tienen po­ cas o muy imperfectas formas gramaticales son lenguas que, en vez de favorecer la actividad intelectual, causan en ella efectos perturbadores, eso es algo que, como creo haber mostrado, brota de la naturaleza misma del pensar y del discurso. Otras fuerzas pueden reducir o suprim ir en la realidad tales obstáculos. Sólo que en la considera­ ción científica es preciso, para llegar a consecuencias ne­ tas, juzgar cada influencia como un momento aislado y tal como si no fuera perturbado por nada ajeno a él; y esto es lo que aquí se ha hecho con las formas grama­ ticales. Para saber hasta qué punto se alcanzó también en las lenguas de América un nivel superior de cultura, no cabe pedir consejo a la pura experiencia. Los escritos de indí­ genas 6 en la lengua mexicana que nosotros poseemos pro­ 6. A. v o n H u m b o ld t, Essai politique sur le royanme de la Nou-

ceden únicamente del tiempo de la Conquista y de ahí que respiren ya una influencia extranjera. Sin embargo, es muy de lam entar que en Europa no se conozca ningu­ no. Antes de la Conquista no había en aquella parte del m undo ningún medio de registro escrito. Eso podría ver­ se ya como una prueba de que ningún pueblo se alzó allí con ese decidido vigor de la fuerza del pensar que que­ branta los obstáculos hasta llegar a la invención del alfa­ beto. Sólo que sin duda ese invento ha ocurrido muy po­ cas veces, ya que la mayoría de los alfabetos han surgido por traspaso unos de otros. De las lenguas que nos son conocidas es la sánscrita la más antigua y la prim era en poseer una verdadera es­ tructura de formas gramaticales, y ello con un organismo tan perfecto y completo que en ese aspecto ha sido poco lo que posteriorm ente se ha añadido. A su lado se encuen­ tran las lenguas semíticas; ahora bien, la culminación su­ prem a de la estructura la ha alcanzado indiscutiblemente la lengua griega. El modo en que esas diversas lenguas se relacionan las unas con las otras, y los nuevos fenómenos que han surgido por el nacimiento de nuestras lenguas modernas a partir de las clásicas, son asuntos que ofre­ cen un abundante m aterial para ulteriores, pero más fi­ nas y difíciles, investigaciones.

velle Espagne, p. 93. Del mismo, Vues des Cordilléres et Monuments des peuples de l’Amérique, p. 126.

Sobre la escritura alfabética y su conexión con la estructura de las lenguas * Siempre he tenido la impresión, al reflexionar sobre el nexo de la escritura alfabética con la lengua, de que la prim era estaba en proporción directa a las excelencias de la segunda y de que la aceptación y la elaboración del al­ fabeto, más aún, su contextura, y tal vez su invención, dependieron del grado de perfección de la lengua y, más originariamente todavía, de las disposiciones para ella. Una larga dedicación a las lenguas de América, el es­ tudio del antiguo indio y de algunas lenguas em parenta­ das con él, y la consideración de la estructura del chino, parecen también confirmarme históricam ente esta tesis. Las lenguas de América, con las que ciertam ente se co­ metería una gran injusticia calificándolas de toscas y sal­ vajes, pero a las que su propia estructura las diferencia decididamente de la perfección de las lenguas cultas, no han poseído nunca, en lo que hasta ahora sabemos, una escritura alfabética. Este género de escritura se halla tan íntimamente entrelazado con las lenguas semíticas y las de la India que no existe ni la m enor huella de que éstas se hayan servido nunca de otro género distinto de escri­ tura. Si los chinos rechazan los alfabetos de los europeos, que les son conocidos desde hace mucho tiempo, tal cosa no se debe meramente, a mi parecer, a que estén muy apegados a sus tradiciones y a que repudien las cosas ex­ tranjeras, sino, mucho más todavía, a que en ellos, dado el grado de sus disposiciones para el lenguaje y dada la estructura de su lengua, no se ha despertado todavía en absoluto la necesidad interna de una escritura alfabética Si no fuera ése el caso, ya habrían llegado por sí mismos, mediante su propia gran capacidad inventiva, y m ediante * Texto leído en la Academia de las Ciencias de Berlín el 20 de mayo de 1824.

los signos de su lengua, a form ar un alfabeto propiamente dicho, puro y completo, en vez de lim itarse a usar signos fonéticos como una ayuda accesoria, que es lo que hacen ahora. Únicamente a Egipto parece no adaptarse bien este modo de pensar. Pues la actual lengua copta prueba inne­ gablemente que tam bién la lengua egipcia antigua pose­ yó una estructura que no testifica grandes disposiciones de la nación para el lenguaje; y, sin embargo, no sólo poseyó Egipto una escritura alfabética, sino que, según testimonios que en modo alguno cabe rechazar, fue su cuna. Con todo, aunque una nación fuese la inventora de una escritura alfabética, queda su modo de tratarla, de acuerdo con su disposición, queda su modo de captar el pensamiento y de apresarlo y conform arlo m ediante la lengua; y la verdad de esta aseveración brota con claridad precisamente del modo tan maravilloso como los egipcios hicieron que se compenetrasen las imágenes y la escritu­ ra alfabética. La escritura alfabética y la disposición para el lengua­ je están, pues, estrechísimamente conectadas y se hallan en constante relación la una con la otra. Esto es lo que aquí voy a esforzarme en probar, tanto conceptual como históricamente, en la medida en que ello pueda hacerse dentro de la brevedad que conviene a estas conferencias. Me ha parecido que la elección de esta m ateria resultaba adecuada por una doble razón, a saber: porque de hecho no es posible entender de m anera completa la naturaleza del lenguaje si no se investiga al mismo tiempo su cone­ xión con la escritura alfabética; y porque precisam ente las recientes dedicaciones a la lengua egipcia redoblan en el momento presente el interés por las investigaciones so­ bre la invención de la escritura y sobre su apropiación. Aquí no me ocuparé en absoluto de nada de lo concer­ niente a las finalidades externas de la escritura, a su utili­ dad en el uso para la vida y a la difusión de los conoci­ mientos. Es tan evidente la im portancia de la escritura, si se la considera desde ese lado, que sin duda serán muy pocos los que desconozcan en este aspecto las ventajas

de la escritura alfabética sobre los demás modos de es­ cribir. Me lim itaré meram ente a la influencia de la escri­ tura alfabética sobre la lengua y su tratam iento. Si esa in­ fluencia es realmente significativa, si la conexión de la lengua con el uso de un alfabeto es íntim a y firme, enton­ ces no pueden seguir siendo dudosas por más tiempo las causas de la afanosa apropiación de la escritura alfabéti­ ca o de la fría indiferencia frente a ella. Ahora bien, dado que hasta de las propias lenguas se ha aseverado con frecuencia que su diversidad no es de gran importancia, puesto que, suene como suene el soni­ do y se enlace como se enlace el discurso, al final lo que siempre destaca es el pensamiento, sin duda podría en­ tonces tenerse por algo mucho más indiferente la índole de los signos de la escritura, con tal de que no comporte incomodidades demasiado grandes o la nación se haya ha­ bituado a vencer las que van unidas a ella. Por otro lado, se dice, la parte de cada pueblo que se sirve de la escritu­ ra es siempre pequeña y son menos todavía los que se sirven de ella con tino. Por tanto, no sólo cada lengua ha existido largo tiempo sin escritura, sino que, además, en gran parte continúa viviendo de ese mismo modo. Ahora bien, la palabra hablada, la palabra-sonido, es por así decirlo una corporificación del pensamiento, y la escritura, una corporificación del sonido. El más univer­ sal de los efectos de la escritura es que liga firmemente la lengua y hace así posible una reflexión sobre ésta que es enteram ente diferente de la que se da cuando es m era­ mente en la memoria donde tiene un asiento perm anente la palabra hablada. Al mismo tiempo, tam bién es inevita­ ble que a la influencia de la lengua sobre el espíritu se mezcle algún efecto producido por esa designación me­ diante escritura y por la índole determ inada de esa desig­ nación en general. No es, por ello, indiferente cuál sea la índole del estímulo que la actividad espiritual recibe de la naturaleza especial de la designación escrita. En las le­ yes de esa actividad está el considerar lo pensable e intuible como signo y designado, el provocarlos recíproca­ mente y el enfrentar lo uno a lo otro; es propio de esa

actividad el hacer intervenir, a propósito de una idea o una intuición, tam bién las ideas o intuiciones emparen­ tadas con ellas; y así es como la conversión en un objeto visual de los pensamientos que están prim eram ente liga­ dos como sonido puede dar orientaciones muy distintas al espíritu, según cuál sea la m anera en que se produzca esa conversión. Pero resulta evidente que, para que el efecto total no quede perturbado, es preciso que estén formados de m aneras concordantes, y estén fundidos como en un único molde, el pensar en lenguaje, el discurso y la escritura. La influencia ejercida sobre la lengua por la escritura no es menos im portante porque esta últim a sea siempre propiedad únicam ente de una parte pequeña de la nación, ni tampoco porque sin duda haya surgido en todas partes tan sólo cuando la estructura ya fija y determ inada de la lengua no consentía más modificaciones esenciales. Pues el habla común envuelve a la totalidad del pueblo (aun­ que, desde luego, menos en una form a de vida que en otra), y aquello que en los individuos actúa sobre el habla común pasa inmediatam ente a todos. La elaboración más fina de la lengua, sin embargo, cuyo punto inicial viene designado propiam ente por el uso de la escritura, es pre­ cisamente la más im portante de todas las elaboraciones, y en sí misma, y en su acción sobre la cultura de la na­ ción, diferencia la peculiaridad de las lenguas mucho más de lo que lo hace la estructura originaria, que es más basta. La peculiaridad de la lengua consiste en que, median­ do entre el ser hum ano y los objetos exteriores, liga a so­ nidos un mundo de pensamientos. Todas las propiedades de cada lengua singular podemos referirlas, por tanto, a los dos grandes puntos capitales que hay en el lenguaje como tal, a saber: su idealidad y su sistema fonético. Las deficiencias de integridad, claridad, precisión y pureza en la idealidad y las deficiencias de perfección en el sistema fonético son los defectos de la lengua; lo contrario, sus excelencias. En dos textos ya leídos ante este auditorio he tratado

de exponer y justificar esa visión de las cosas y me he es­ forzado en m ostrar: 1. Que el sistema léxico de cada lengua, tam bién el no enlazado, form a un mundo de pensamientos que se sale completamente del área de los signos arbitrarios y posee de suyo esencialidad e independencia. 2. Que esos sistemas léxicos nunca pertenecen única­ mente a un pueblo, sino que, por una vía de transm isión que ni la historia ni la investigación de las lenguas están en condiciones de seguir del todo, se convierten en la obra de la hum anidad entera a lo largo de todos los siglos de su existencia, y que, con ello, cada palabra porta en sí un doble elemento formativo: uno fisiológico, que brota de la naturaleza del espíritu humano, y otro histórico, que reside en su modo de generarse. Y además: 3. Que el carácter de las lenguas perfectam ente form a­ das está determinado por el hecho de que la naturaleza de su estructura prueba que lo que al espíritu le im porta no es meramente el contenido, sino preferentem ente la for­ ma del pensamiento. Creo que también aquí puedo seguir esa vía, y es por sí mismo evidente que la escritura alfabética favorece de modo negativo la idealidad de la lengua ya por el mero hecho de no estim ular el espíritu de ninguna m anera que sea divergente de la form a de la lengua, y que el sistema de los sonidos puede alcanzar firmeza y totalidad merced únicamente a la escritura alfabética, dado que la designa­ ción de los sonidos articulados constituye su esencia. Por sí mismo salta a la vista que toda escritura me­ diante imágenes, toda pictografía, necesariamente ha de perturbar, en vez de apoyar, la acción de la lengua, dado que estimula la visión intuitiva del objeto real. La lengua demanda también intuición, pero la liga a la form a léxica unida mediante el sonido. A ella ha de subordinarse la re­ presentación del objeto para pertenecer como eslabón a la cadena infinita a la que tiende por todas las direcciones el pensar mediante lengua. Cuando la imagen se forja me­ diante tan signo gráfico, involuntariam ente reprim e aque-

lio que la palabra pretende designar. El dominio de la subjetividad, esencia del lenguaje, queda debilitado; su idealidad sufre a causa del poder real del fenómeno; el objeto actúa sobre el espíritu con todas sus propiedades, no con aquellas que la palabra, en concordancia con el espíritu individual de la lengua, elige y recopila; la escri­ tura, que debe ser tan sólo signo del signo, conviértese al mismo tiempo en signo del objeto, y, al introducir en el pensar la manifestación directa de éste, debilita la acción que la palabra ejerce precisamente por el hecho de que­ rer ser únicamente signo. En vivacidad no puede ganar la lengua merced a la imagen, pues ese género de vivaci­ dad no corresponde a su naturaleza, y las dos distintas actividades del alma, que aquí se querría estim ular al mismo tiempo, no pueden tener como consecuencia un reforzamiento de la acción, sino su dispersión. En cambio, una escritura figurativa que designe con­ ceptos parece favorecer muy propiam ente la idealidad del lenguaje. Pues sus signos, elegidos arbitrariam ente, no tienen, como tampoco lo tienen los signos de las letras, nada que pueda distraer al espíritu, y la legalidad interna de su formación reconduce el pensar a sí mismo. No obstante, tam bién tal escritura se opone directa­ m ente a la naturaleza ideal —es decir, convertidora del mundo externo en ideas— del lenguaje, aun cuando estu­ viere articulada en todas sus partes de acuerdo con la más estricta legalidad. Pues para la lengua es de natura­ leza material no meramente el fenómeno sensible, sino también el pensar indeterminado, en tanto en cuanto no está unido de un modo firme y puro por el sonido; pues tal pensar carece de la forma que le es esencialmente pe­ culiar. La individualidad de las palabras, en cada una de las cuales hay siempre algo más que meramente su defi­ nición lógica, está ligada al sonido en tanto en cuanto éste despierta inmediatam ente en el alma la acción que les es peculiar a las palabras. Un signo que busque el con­ cepto y descuide el sonido puede expresarlas, por tanto, sólo de manera imperfecta. Un sistema de tales signos re­ produce únicamente los conceptos abstractos del mundo

externo e interno; pero la lengua debe contener ese m un­ do mismo —cierto que convertido en signos de pensa­ mientos— en la entera plenitud de su rica, polícroma y viviente multiplicidad. Tampoco ha habido nunca, sin embargo, una escritura conceptual, ni puede haber ninguna escritura que esté formada puram ente según conceptos y en la que no ha­ yan ejercido una im portantísim a influencia las palabras de la lengua, recogidas en sonidos determinados, para las cuales fue ésta inventada. Pues dado que la lengua existe con anterioridad a la escritura, busca naturalm ente un signo para cada palabra, y busca esos signos en el sentido que tienen las palabras subyacentes a los signos, aun cuan­ do éstos, por una subordinación sistemática a un siste­ ma de conceptos, tuviesen una validez independiente del sonido. Por tanto, toda escritura conceptual es siempre a la vez una escritura fonética; y el que también valga, de manera marginal, como una verdadera escritura concep­ tual, y en qué grado lo valga, eso es algo que depende del grado en que quien la usa conozca y respete la sistem áti­ ca subordinación de otros signos, clave lógica de su for­ mación. Quien conoce sólo mecánicamente signos corres­ pondientes a palabras no posee en la escritura concep­ tual otra cosa que una escritura fonética. Cuando seme­ jante escritura pasa a una lengua diferente, ocurre lo mismo. Pues también en esta otra lengua, si la escritura ha de ser realmente escritura, es preciso que el uso con­ signe a cada signo su validez en una sola palabra o en varias palabras determinadas. Los signos escritos son, por tanto, sinónimos en las dos lenguas tan sólo en la medida en que son sinónimas las palabras que subyacen a ellos, y el leer lo escrito en una de las dos lenguas se convierte siempre, para el que la desconozca, en un acto de traduc­ ción en el cual queda abandonada en todos los casos la individualidad de la lengua original. En el uso de tal es­ critura entre naciones distintas lo único que se traspasa siempre es, en lo fundamental, sólo el contenido; la form a es modificada esencialmente; y la innegable ventaja de una escritura conceptual, el ser comprensible a naciones

de lenguas distintas, no compensa las desventajas que desde otros lados comporta. Como escritura fonética, una escritura conceptual es imperfecta, y lo es porque da los sonidos como palabras y sustrae así a la lengua toda la ganancia que, como ve­ remos, brota de la designación fonética de los elementos de la palabra. Pero tampoco la escritura fonética actúa nunca puram ente como tal. Dado que, por la validez y la conexión de sus signos, puede perseguir conceptos, dado que puede form ar inm ediatamente el pensamiento, pasan­ do por encima del sonido, por así decirlo, ocurre que se convierte así en una lengua propia y debilita la expresión natural, completa y pura de la lengua verdadera y nacio­ nal. Por un lado lucha por librarse del lenguaje como tal o, al menos, de una determ inada lengua, y por otro lado introduce en la expresión natural de la lengua, en el so­ nido, la intuición visual, que es mucho menos adecuada. Actúa, por tanto, directam ente en contra del sentido lin­ güístico instintivo del ser humano y destruye, cuanto más se hace valer con éxito, la individualidad de la designa­ ción lingüística; ésta, desde luego, no reside meramente en el sonido de cada una de las designaciones, pero se halla unida a él en virtud de la impresión que todo enlace determinado de sonidos articulados produce innegable­ m ente de manera específica. El esfuerzo de una lengua determ inada por independi­ zarse ha de producir en el espíritu efectos desventajosos y devastadores, pues es imposible el pensar sin lengua. Una escritura conceptual no produce esas desventajas, en el grado que aquí hemos descrito, sólo si su sistema no es desarrollado de m anera coherente y ella misma, en el uso, es asumida fonéticamente. La escritura alfabética está libre de esos defectos; es un signo del signo, un signo sencillo, que no distrae con ningún concepto concomitante, un signo que acompaña a la lengua en todas partes, sin adelantarse a ella ni despla­ zarla, un signo que no evoca otra cosa que el sonido y que, por ello, conserva esa subordinación natural en la cual el pensamiento debe ser estimulado de acuerdo con

la impresión hecha por el sonido, y la escritura no debe retener el pensamiento en sí, sino en esa figura determ i­ nada. Mediante esa estrecha adherencia a la naturaleza pe­ culiar de la lengua, la escritura alfabética refuerza preci­ samente la acción de ésta, al renunciar a las pomposas excelencias de la imagen y de la expresión de los concep­ tos. No perturba la pura naturaleza de pensamiento que es propia de la lengua, sino que más bien la refuerza con el sobrio uso de rasgos que en sí no tienen significa­ do, y depura y eleva su expresión sensible al descomponer en sus partes básicas el sonido unido en el hablar, al ha­ cer evidente el nexo de esas partes entre sí y en el enlace con la palabra, y al volver a operar tam bién sobre el dis­ curso audible, fijándolo ante los ojos. Por ello nosotros debemos atenernos a esa escisión del sonido unido, escisión que es la esencia de la escritura al­ fabética, si queremos juzgar la influencia interna que ésta ejerce sobre la lengua. Hasta que agota un pensamiento, el discurso form a en el espíritu del hablante un todo unido en el cual la refle­ xión ha de buscar las secciones singulares. Esto es algo que lo experimentamos ante todo al ocuparnos de las lenguas de naciones incultas. Es preciso dividir y dividir, y sospechar siempre que acaso lo que parece simple conti­ núa siendo algo compuesto. Desde luego en cierta medida esto ocurre tam bién con las lenguas muy cultas, sólo que ocurre de manera distinta; en éstas ocurre sólo etimológi­ camente, con m iras a ver la génesis de las palabras; en aquellas ocurre gramatical y sintácticamente, con m iras a ver el enlace del discurso. El unir lo que hay que separar es siempre una propiedad del pensar y el hablar no ejerci­ tados: es difícil que del niño y del salvaje recibamos pa­ labras, en vez de ellas recibimos frases. Las lenguas que tienen una estructura más im perfecta sobrepasan tam bién con facilidad la medida de aquello que debe estar unido en una form a gramatical. La división lógica, que desata el enlace de los pensamientos, llega, empero, únicamente hasta la palabra simple. La escisión de ésta constituye la

tarea de la escritura alfabética. Una lengua que se sirva de una escritura diferente no culmina, por tanto, la tarea divisora de la lengua, sino que produce una detención allí donde el perfeccionamiento de la lengua manda ir más allá. Es cierto que también sin el uso de la escritura alfabé­ tica cabe imaginar la búsqueda de los elementos fonéticos, y los chinos en concreto poseen un análisis de los sonidos unidos, ya que indican de m anera precisa y exacta el nú­ mero y la diversidad de sus articulaciones iniciales y fina­ les y de las acentuaciones de sus palabras. Mas como ni en la lengua usual ni en la escritura (en la medida es que ésta es realmente, en efecto, una escritura de signos, dado que, como es bien sabido, los chinos mezclan en ella tam ­ bién una designación de los sonidos) hay nada que obligue a ese análisis, ocurre que, por ese motivo, éste tampoco puede ser general. Como, además, el sonido singular (con­ sonante o vocal) no es representado aisladamente median­ te un signo que sea propio sólo de él, sino que únicamente es escuchado de los comienzos y de las terminaciones de los sonidos unidos, ocurre que esa represención de los elementos del sonido no es nunca tan pura y manifiesta como lo es mediante la escritura alfabética, y el análisis de los sonidos, aunque en lo que respecta a su integridad y exactitud no le faltase nada, no hace sobre el espíritu la impresión de una división completamente acabada de la lengua. Pero en la acción interna de las lenguas, única que determina las verdaderas excelencias de éstas, lo que im porta es la acción pura y plena de toda impresión, y la deficiencia más mínima de una de esas dos acciones tiene, aunque ello no se note en el resultado exterior, conse­ cuencias enormes. El leer y el escribir alfabéticos, por el contrario, obligan en cada instante a reconocer los ele­ mentos fonéticos que pueden ser sentidos al mismo tiem­ po por el oído y por el ojo y habitúa a la separación y a la reunión sencillas de tales elementos; generalizan, por tan­ to, una visión acabada y correcta de la divisibilidad de la lengua en sus elementos en el mismo grado en que eso está difundido en la nación. Esa visión corregida se exterioriza prim ero en la pro­

nunciación, que se corrobora y depura mediante el cono­ cimiento y la ejercitación de los elementos fonéticos en una figura separada. Así como está dado un signo para cada sonido, así el oído y los órganos del lenguaje se habitúan a exigir y reproducir siempre exactamente de la misma manera ese sonido; al mismo tiempo, al ser am putado del sonido indeterminado, con el cual un sonido invade a otro en las lenguas incultas, queda delimitado con mayor ri­ gor y exactitud. Esta pronunciación más pura, este desa­ rrollo más fino del sonido y de los instrum entos del len­ guaje, es de la máxima importancia; lo es en sí y lo es también en su acción sobre la interioridad de la lengua; la separación de los elementos fonéticos ejerce, empero, también una influencia más profunda todavía sobre la esencia de la lengua. Tal separación m uestra, en efecto, ante el alm a la ar­ ticulación de los sonidos, al individuar y designar los so­ nidos articulados. La escritura alfabética hace eso con mayor claridad y de m anera más vigorosa que como po­ dría ocurrir por cualquier otra vía, y no es exagerado afir­ m ar que mediante el alfabeto le nace a un pueblo una visión completamente nueva de la naturaleza del lenguaje. Dado que la articulación constituye la esencia del lengua­ je, el cual ni siquiera sería posible sin ella, y dado que el concepto de la articulación se extiende sobre la totalidad del área del lenguaje, incluso allí donde no se habla me­ ramente de sonidos, por ello la sensibilización y la repre­ sentación del sonido articulado han de estar por fuerza en conexión sobre todo con la exactitud originaria y con la paulatina evolución del sentido lingüístico. Allí donde ese sentido es fuerte y está vivo, allí m archará un pueblo por su propio impulso hacia la invención del alfabeto; y allí donde a una nación le viene del extranjero un alfabe­ to, allí éste favorecerá y acelerará en ella el perfecciona­ miento formativo de la lengua. Aunque el sonido articulado es producido de m anera corporal y como por instinto, propiam ente su esencia pro­ cede, sin embargo, tan sólo de la disposición interna del alma para el lenguaje; los instrum entos lingüísticos po­

seen meramente la capacidad de configurarse de confor­ m idad con tal disposición. Me parece imposible, por tan­ to, una definición del sonido articulado que esté hecha m eram ente de acuerdo con su contextura física, sin asu­ m ir en ella la intención o el resultado de su producción. El sonido articulado es un sonido que se separa e indivi­ dualiza, no un sonido o un ruido unido y mezclado, como lo son la mayor parte de los que expresan sentimientos. Su diferencia característica no consiste, musicalmente ha­ blando, en la altura o la gravedad, dado que se puede entonarlo en la totalidad de la escala. Tampoco consiste en la dilatación o el acortam iento, en la nitidez o la borrosidad, en la dureza o la suavidad, dado que estas di­ versidades en parte pueden ser propiedades de todos los sonidos articulados y en parte form an géneros de ellos. Pero el intento de reducir las diferencias entre la a y la e, la p y la k, etc., a un concepto sensible universal, es algo en lo que yo he fracasado siempre, al menos hasta ahora. No queda otra cosa sino decir que, independiente­ m ente de aquellas características, esos sonidos son espe­ cíficamente distintos y que su diferencia brota de una de­ term inada acción conjunta de los órganos; o puede inten­ tarse dar otra descripción semejante, pero que nunca pro­ porciona una verdadera definición. De m anera completa y exclusiva se describe la esencia de esos sonidos única­ m ente cuando se les adscribe la propiedad de producir inmediatamente conceptos con su sonar, por cuanto en parte cada sonido está formado para eso, y en parte la formación del sonido singular hace posible y exige un número, determinable en clases determinables, de sonidos homogéneos, pero específicamente distintos, los cuales son aptos para unirse unos a otros de m anera necesaria o de manera arbitraria. Pero con ello lo único que se ha di­ cho es que los sonidos articulados son sonidos lingüísti­ cos y que los sonidos lingüísticos son sonidos articulados. Pero es en el alma donde reside la lengua, y ésta puede ser producida aunque a ello se opongan los órganos y aunque falte el sonido externo. Eso lo vemos en la ins­ trucción de los sordomudos; tal instrucción resulta posi­

ble únicamente porque sale a su encuentro el impulso in­ terno del alma que tiende a vestir de palabras los pensa­ mientos y sustituye el defecto y vence los obstáculos por mediación de una instrucción facilitadora. De donde bro­ ta el particular sistema fonético de cada lengua es de la contextura individual de ese impulso que tiende a produ­ cir sonidos comprensibles, de la individualidad del senti­ miento fonético (en general con respecto al sonido como tal, con respecto a la articulación), y, por fin, de la indi­ vidualidad del oído y de los instrum entos lingüísticos; y ese sistema fonético se convierte, tanto por su originaria homogeneidad con la entera disposición lingüística del individuo, cuanto en sus numerosísimas influencias —im­ posibles de seguir una a una— sobre todas las partes de la estructura lingüística, en el fundam ento de la peculiaridad especial de la lengua entera. La disposición lingüística específica que resuena en el alma se refuerza en su pecu­ liaridad al percibir a su vez su propio sonar como un so­ nar extraño. Si bien es cierto que toda actividad verdaderam ente humana necesita de la lengua y que ésta constituye inclu­ so el fundamento de la totalidad de esas actividades, no lo es menos que una nación puede, sin embargo, entrete­ jer su lengua de m anera más o menos estrecha con el sistema de sus pensamientos y sus sensaciones. Esto no es tampoco algo que se base meramente, como a veces suele creerse, en su espiritualidad en general, en su orien­ tación mayor o menor hacia lo sensible, en su inclinación hacia la ciencia y el arte, y menos todavía se basa en su cultura, palabra ésta, por cierto, que es sumamente equí­ voca y que debe usarse con el más exquisito cuidado. Una nación puede destacar en todos esos aspectos y, sin em­ bargo, apenas conceder a la lengua los derechos que le corresponden. La razón de esto se halla en lo siguiente. Aunque el área de la ciencia y el arte nos la imaginemos completa­ mente separada de todo aquello que se refiere a la orde­ nación de la vida física, hay, sin embargo, para el espíritu muchos caminos de llegar hasta allí y no todos ellos re­

clam an la lengua con igual fuerza y viveza. Esos caminos pueden determinarse en parte según los objetos del co­ nocimiento, y aquí no necesito recordar más que las artes plásticas y la matemática, y pueden determ inarse en par­ te según la índole del instinto espiritual; éste puede bus­ car más la intuición sensible, o puede aficionarse a la seca reflexión, o puede, en fin, tom ar una dirección que no necesite de la entera plenitud y finura de la lengua. También hay al mismo tiempo en la lengua, como ya señalamos antes, una duplicidad, y en virtud de ella el ánimo no es conmovido siempre con la necesaria unifica­ ción; la lengua form a conceptos, introduce en la vida el dominio del pensamiento, y hace eso m ediante el sonido. La estimulación espiritual producida por la lengua puede llevar a que, afectados preferentem ente por el pensamien­ to, intentemos al mismo tiempo aprehenderlo por otra vía más inmediata, o aprehenderlo de m anera más sensi­ ble, o más pura, más independiente de un sonido que apa­ rece como fortuito; la palabra es entonces tratada única­ m ente como una ayuda accesoria. Pero tam bién puede ocurrir que sea precisamente el pensamiento vestido de sonidos el que ejerza la acción principal sobre el ánimo, que sea precisamente el sonido conformado en palabra el que entusiasme; y entonces lo principal es la lengua, y el pensamiento aparece sólo como algo que brota de ella y que está entrelazado inseparablemente con ella. Al comparar, pues, las lenguas con la individualidad de las naciones, lo prim ero que hay que hacer es, cierta­ mente, prestar atención a su orientación general, pero, en segundo lugar, prestar siempre atención sobre todo a esa diferencia que acabamos de mencionar, a la inclinación por el sonido, al fino sentimiento discernidor de sus infi­ nitos ecos del pensamiento, a la leve efervescencia que perm ite ser afinados por él y dar al pensamiento mil for­ mas a las que nunca podría llegar el espíritu desde arri­ ba, mediante una clasificación de los pensamientos, pre­ cisamente porque esas formas encuentran su estimulación en la plenitud de su m ateria sensible. Fácil resultaría mos­ tra r que esa orientación ha de ser, para todas las activi­

dades espirituales, aquella que con más éxito lleve a la meta, pues el ser humano lo es sólo mediante lengua, y la lengua lo es tan sólo porque busca únicamente en la palabra el eco del pensamiento. Pero ahora nosotros po­ demos pasar por alto esto y quedam os tan sólo con que, cuando menos, por ningún camino distinto de ése puede alcanzar la lengua una perfección mayor. Lo que la arti­ culación de los sonidos, o, como tam bién podría decirse, lo que su propiedad form adora de pensamientos destaca y expone a la luz, será buscado o captado afanosamente en esa afinación espiritual; y de ese modo la escritura al­ fabética, que presenta continuamente al alma la articula­ ción de los sonidos, que se la presenta prim ero al anotar­ la, y luego al producir de la m anera más íntim a los pen­ samientos, a medida que va generalizando tal hábito, la escritura alfabética, pues, ha de estar estrechísimamente conectada con la disposición lingüística individual de cada nación. Sea inventada o sea dada, esa escritura ejercerá su acción plena y peculiar únicamente allí donde haya ido ya precedida de una oscura sensación de su necesidad. Enlazada inmediatam ente de esa m anera con la natu­ raleza más íntim a de la lengua, la escritura alfabética ejerce necesariamente su influencia sobre todas las par­ tes de ella y es exigida desde todos los lados. Pero yo sólo quiero recordar dos puntos con los cuales es parti­ cularmente evidente su conexión: las excelencias rítm icas de las lenguas y la formación de las formas gramaticales. Sobre el ritm o apenas es necesario añadir algo en este aspecto. La producción plena y pura de los sonidos, la separación de los sonidos singulares, la cuidadosa consi­ deración de su diversidad peculiar, son cosas de las que no puede prescindirse allí donde su m utua relación form a la regla de su alineación conjunta. Es cierto que en todas las naciones ha habido poesía rítm ica antes de que se usa­ se la escritura y tam bién es cierto que en algunas nacio­ nes ha habido de m anera regular excelencia en la medi­ ción de las sílabas, y que en unas pocas, dotadas de una organización particularm ente feliz, ha habido una elevada excelencia en ese tratam iento. Pero es innegable que tal ex­

celencia ha de salir ganando cuando se agrega el alfabe­ to, y antes de esa época ella misma testifica ya un tal senti­ miento de la naturaleza de los sonidos singulares de la lengua que propiamente lo único que falta es el signo de eso, de igual modo que, también en otros empeños, el ser humano ha de aguardar con frecuencia que le llegue de la mano del destino la expresión sensible de aquello que ya desde mucho antes lleva él espiritualm ente dentro de sí. Pues lo que principalm ente hay que tener en cuenta al apreciar la influencia que sobre el lenguaje ejerce la escri­ tura alfabética es que también en ésta hay propiamente dos cosas: la separación de los sonidos articulados y sus signos externos. Ya antes, a propósito del chino, hemos señalado (y esa observación puede extenderse también, en determinadas circunstancias, a la escritura verdaderam en­ te alfabética) que no todo uso de una designación fonética produce sobre la lengua la influencia decisiva que la es­ critura alfabética en su verdadero espíritu asegura en to­ dos los casos a la nación y a su lengua. En cambio, allí donde, aun sin la posesión de signos alfabéticos, en virtud de la destacada disposición lingüística de un pueblo, es preparada y generada esa percepción interna del sonido articulado (la parte espiritual, por así decirlo, del alfabe­ to), allí el pueblo disfruta ya de una parte de las ventajas de la escritura alfabética incluso antes de que haya sur­ gido. Por ello los m etros silábicos que desde la más rem ota antigüedad se han conservado y han llegado hasta noso­ tros, como el hexámetro y el verso de dieciséis sílabas de la sloca, metros cuya m era cadencia silábica mece toda­ vía ahora el oído con una magia inimitable, son tal vez pruebas más fuertes y seguras del profundo y refinado sentido lingüístico de aquellas naciones, que los restos mismos de sus poemas. Pues, por muy estrecham ente her­ m anada que esté la poesía con la lengua, son varias, claro está, las disposiciones espirituales que actúan conjunta­ m ente sobre ella; el hallazgo de un entrelazamiento arm o­ nioso de sílabas cortas y largas da testimonio, empero, del sentimiento lingüístico en su verdadera peculiaridad,

de la excitabilidad del oído y del ánimo, cosa que los hace ser afectados y conmovidos de tal m anera por la relación de las articulaciones, que en las articulaciones unidas son distinguidas las articulaciones singulares, y su validez so­ nora es conocida de m anera precisa y correcta. Esto, de todos modos, es algo que en parte se debe también al sentimiento musical, que no pertenece inme­ diatamente a la lengua. Pues el sonido posee la afortuna­ da peculiaridad de poder tocar por dos vías lo ideal, a sa­ ber, mediante la música y m ediante el lenguaje, y de po­ der unir una a otra esas dos vías; con ello el canto acom­ pañado de palabras produce indiscutiblemente en el área entera del arte, al combinarse en él dos de sus formas más significativas, la sensación más plena y más excelsa. Pero cuanto mayor es la viveza con que aquellos m etros silábicos hablan en favor de la disposición musical de sus inventores, tanto más testifican el vigor del sentido lingüístico de éstos, ya que es precisam ente en virtud de tales metros como se le conservan sus plenos derechos al sonido articulado, es decir, a la lengua, junto a la fuerza arrebatadora de la música. Pues por lo que más general­ mente difieren los antiguos m etros silábicos de los moder­ nos es precisamente porque aquéllos tratan verdadera­ mente el sonido siempre, también en la expresión musi­ cal, como sonido lingüístico, porque desdeñan la identi­ dad repetida, completa o incompleta, de los sonidos uni­ dos (rima y asonancia), los cuales abocan a la m era sono­ ridad, porque sólo muy raram ente se perm iten extender o reducir las sílabas en contra de su naturaleza, obede­ ciendo m eram ente a la fuerza del ritm o, y porque se cui­ dan muy precisamente de que suenen claras e inmodificadas y armoniosas en su validez natural. La flexión, en la cual se basa la esencia de las form as gramaticales, lleva necesariamente a distinguir y conside­ rar las articulaciones singulares. Si una lengua enlaza en­ tre sí únicamente sonidos dotados de significación, o, por lo menos, no sabe fundir de manera fija las designaciones gramaticales con las palabras, tal lengua se las ve única­ mente con un todo fonético y no es estimulada a distin­

guir una articulación singular, como sí lo es por la apari­ ción de la palabra distinta sólo en sus flexiones. Por tan­ to, de igual manera que la finura y la viveza del sentido lingüístico llevan a formas gramaticales fijas, así tam bién éstas propician el reconocimiento del alfabeto en cuanto sonido, y de ese reconocimiento se siguen después más fácilmente la invención o el fecundo empleo de los signos visuales. Pues allí donde a una lengua todavía imperfecta gramaticalm ente se le ofrece un alfabeto, allí la flexión puede ser form ada mediante la añadidura y la modifica­ ción de letras singulares, y la flexión existente puede ser conservada con más seguridad, y la que todavía se en­ cuentre medio afijada puede ser separada con mayor pu­ reza. Pero mucho más esencialmente todavía actúa la escri­ tura alfabética sobre la lengua, aunque ello no sea reco­ nocible tan visiblemente en las contexturas singulares, por el hecho de que sólo ella lleva a su culminación la inteli­ gencia de la articulación de la lengua y difunde de mane­ ra más general su sentimiento. Pues sin la distinción, de­ terminación y designación de las articulaciones singulares no son conocidas las partes fundamentales del hablar ni es hecho efectivo en la totalidad de la lengua el concepto de articulación. Pero el hacer efectivo en su integridad todo concepto que esté en un objeto, eso es siempre y en todas partes algo de la máxima importancia, y lo es toda­ vía más allí donde el objeto es completamente ideal, como ocurre en el caso de la lengua, y donde, en parte sim ultá­ neamente, en parte sucesivamente, el instinto actúa, el sentimiento vislumbra, el entendimiento entiende, y la intelección del entendimiento vuelve a operar a su vez so­ bre el sentimiento, corrigiéndolo, y éste hace lo mismo con el instinto. En el caso de las lenguas que no tienen escritura alfabética y en las que no hay huellas visibles de que se haya sentido su necesidad, las consecuencias de la ausencia de eso se extienden mucho más allá de la parte que ha quedado imperfecta, se extienden no m era­ m ente a la inteligencia correcta y completa de la articu­ lación de los sonidos, sino tam bién a la entera índole de

su estructura y de su uso. Pero la articulación es preci­ samente la esencia de la lengua y no hay en ella nada que no pueda ser parte y todo; el efecto de su tarea constante se basa en la facilidad, exactitud y concordancia de sus separaciones y agrupaciones. El concepto de articulación es la consecuencia lógica de la lengua, igual que lo es del pensar mismo. Por tanto, allí donde, en virtud de la agu­ deza del sentido lingüístico, la lengua es sentida en un pueblo en su peculiaridad auténtica, espiritual y fonética, allí ese mismo pueblo es estimulado a avanzar hasta los elementos de la lengua, hasta sus sonidos básicos, y a dis­ tinguirlos y designarlos, o, para decirlo con otras pala­ bras, es estimulado a inventar la escritura alfabética o a tom ar afanosamente la que se le ofrece. Por tanto, la exactitud de la visión intelectual de la lengua, la elaboración de sus sonidos, que testifica viveza y finura, y la escritura alfabética, son cosas que se recla­ man y propician m utuam ente, y, reunidas, consuman la aprehensión y la formación de la lengua en su auténtica peculiaridad. Todo fallo en uno de esos tres puntos se deja sentir en la estructura o en el uso de la lengua; y allí donde la actuación natural de las cosas no experimenta desviaciones debidas a circunstancias particulares, allí es lícito abrigar la esperanza de encontrar juntos esos tres puntos y, además, unidos a la fijeza de las formas gram a­ ticales y al arte del ritm o. La restricción aquí hecha previene el afán de querer probar en seguida con la historia de los pueblos (aunque hubiera que imponérsela), o de pretender refutar precipi­ tadamente con ella, aquello que resulta de la m era teoría. Mas no por ello debería decirse que es inútil el desarrollo a partir de meros conceptos, a condición de que sea co­ rrecto y completo. Antes bien, ese desarrollo ha de acom­ pañar, donde proceda, el examen de los hechos y ha de ayudarle a determ inar los puntos de la investigación. Se­ gún lo dicho antes acerca de la conexión de la estructura de las lenguas con la escritura alfabética, las investigacio­ nes exhaustivas sobre la difusión de esa escritura no de­ berían separarse de la historia m ism a de las lenguas, y

lo que habrá que plantearse será siempre esto: si han sido la contextura de la lengua y la disposición lingüística de la nación, que en ella se expresa, o si han sido otras circunstancias las que han influido esencialmente en el modo de inventar y apropiarse un alfabeto, y hasta qué punto esa manera de generarse ha determ inado o modi­ ficado la contextura de éste, y cuáles son las huellas que eso ha dejado en la lengua, una vez que se generalizó su uso. Tras el desarrollo hasta ahora intentado, a p artir de ideas, no puede ser aquí mi propósito el entrar también en una investigación histórica de las lenguas con respecto a los medios de escritura de que se sirven. Unicamente con el fin de aclarar en el conjunto tam bién con un hecho la aseverada conexión entre la escritura alfabética y el lenguaje, permítaseme concluir esta relación con algunas consideraciones acerca de las lenguas de América, vistas en este aspecto. Puede darse por hecho que en ninguna parte de Amé­ rica ha aparecido el menor rastro de una escritura alfa­ bética, aunque a veces se ha aseverado o sospechado. Es cierto que entre los jeroglíficos mexicanos se encuentra un género de escritura que en parte es sim ilar a las couas chinas y que aún no ha sido aclarado exactamente; pro­ bablemente no perm itirá una aclaración, dados los pocos restos que quedan. Pero si en ese género de escritura hubiese de alguna manera signos fonéticos, las noticias que poseemos sobre el país y su historia contendrían ras­ tros de ello. Podría ciertam ente objetarse que tampoco la antigüedad dice nada de que hubiera signos de letras en los jeroglíficos egipcios. Sólo que aquí el caso es entera­ mente diferente. De la posesión por Egipto de una escri­ tura alfabética ha empezado a dudarse únicamente en los tiem pos más recientes, cuando se declaró que tam bién la escritura demótica eran signos conceptuales; por lo de­ más, había una m ultitud de testimonios que lo pro­ baban o que perm itían sospecharlo. El único objeto de discusión era cuál de entre las especies egipcias de escri­ tura había sido la alfabética; o, más bien, se buscaba la

sede de ésta m eram ente en la antes citada escritura demótica. El hundimiento en América de un estado de cultura anterior, situado allende los más antiguos inicios de la historia que a nosotros nos es conocida, está probado por una serie de monumentos, constituidos en parte por edi­ ficios y en parte por la artificiosa elaboración del suelo, los cuales se extienden desde los grandes lagos de la zona norte hasta el extremo más meridional de Perú; de esos monumentos he compilado yo un catálogo, con una fina­ lidad distinta, sacado en parte del viaje de mi hermano, el cual indica exactamente sus fronteras, los centros de esa civilización y la línea que sigue, y que dem uestra con mucha fortuna las causas de esta últim a, y en parte de otras fuentes, principalm ente de las obras de los prim eros conquistadores. Por tanto, al investigar las lenguas de América mi atención ha estado siempre dirigida al mismo tiempo a averiguar si su estructura lleva las huellas del uso de al­ fabetos perdidos. Pero nunca he encontrado tal cosa; an­ tes bien, el organismo de esas lenguas es precisamente de tal naturaleza que, partiendo de las anteriores considera­ ciones generales sobre la conexión de la lengua con la es­ critura alfabética, puede atinadam ente concebirse que esas lenguas no llevaron a la invención de un alfabeto y que, si se les hubiera ofrecido uno, lo único que habría ocurri­ do hubiera sido una indiferente apropiación de él. La aceptación de la escritura europea llegada a América no prueba, empero, ciertam ente nada en favor de esto. Pues aquellas infortunadas naciones fueron oprimidas en se­ guida y sus más nobles etnias fueron exterminadas en su mayor parte, de tal m anera que no cabe pensar en una actividad nacional libre, al menos en una actividad nacio­ nal espiritual. Algunos mexicanos, sin embargo, asimila­ ron realmente el nuevo medio de anotación y dejaron obras en la lengua indígena. Como ha quedado mostrado en lo dicho antes, todas las ventajas del uso de la escritura alfabética se refieren principalmente a la form a de la expresión y, por medio

de ella, a la evolución de los conceptos y a la ocupación con ideas. En eso reside su efecto, de eso brota la necesi­ dad que de ella se siente. Mas precisamente la form a del pensamiento no es favorecida de modo preferente, y a menudo es descuidada del todo, por la estructura de las lenguas de América, las cuales, es cierto, tienen una ho­ mogeneidad sorprendente, aunque no, desde luego, ni mu­ cho menos, la que hasta ahora ha venido diciéndose; y los pueblos americanos no se encontraban, tampoco en tiempos de la Conquista, ni en sus reinos más florecien­ tes, en aquel nivel en el cual brota en el ser hum ano el pensamiento como algo que ejerce su dominio en todas partes. Aquí sólo recordaré de pasada la rareza y, en parte, la completa falta de esas designaciones gramaticales a las que cabría calificar de auténticas formas gramaticales. Pero no creo equivocarme si también cuento en esto la analogía rigurosa y uniform e de esas lenguas, interrum ­ pida sólo por desviaciones sumamente infrecuentes, la acumulación de todas las determinaciones accesorias da­ das por un concepto también allí donde su mención re­ sulta innecesaria, la predom inante tendencia a la expre­ sión particular en vez de a la más general. No sólo el uso duradero de una escritura alfabética habría modificado y cambiado, a mi parecer, esas cosas, sino que una espiri­ tualidad nacional más viva habría sabido desprenderse tam bién de esas torpes cadenas, habría captado los con­ ceptos en su universalidad, habría aplicado de m anera más enérgica y adecuada la articulación que reside en el pensamiento y en la lengua, y habría sentido el impulso a asegurar mediante signos visuales la tim orata conser­ vación de la lengua en la memoria, con el fin de que la reflexión pudiera ejercer más sosegadamente su dominio sobre ella y el pensamiento pudiera moverse dentro de formas más fijas, pero más libres y cambiantes. Pues si la escritura alfabética no había hecho compañía a la pobla­ ción de América (en la medida, en efecto, en que se acep­ ta una del extranjero), entonces las naciones americanas estaban sin duda consignadas a inventarla por sí mismas;

y como esto va unido a enormes dificultades, seguramen­ te la prolongada privación de una escritura alfabética in­ fluyó de manera no insignificante sobre la estructura de sus lenguas. Asimismo, tal influencia pudo ser modificada especialmente por el hecho de que tampoco el género de escritura que poseían algunos pueblos americanos fuese de índole tal como para ejercer una influencia significati­ va sobre la lengua y el sistema de los pensamientos. Esto lo toco, sin embargo, sólo de pasada, pues para poder poner pie realmente en ello sería necesario hacer una comparación de las lenguas de América con las len­ guas de los pueblos de otros continentes que tampoco se sirvieron de signos de escritura, y con la lengua china, a la cual le son ajenos cuando menos los signos alfabéticos; pero no es éste el lugar de hacer tal cosa. En cambio está más próximo a las consideraciones que aquí hay que hacer, y resulta por sí mismo eviden­ te, que la prolongada privación de la escritura favorece la uniformidad regular de la estructura lingüística, a la cual se tiene equivocadamente por una excelencia. A la me­ moria le resulta más dificultoso retener las desviaciones, especialmente cuando aún no se ha despertado una refle­ xión sobre la lengua suficiente para descubrir y apreciar sus razones internas, o no se ha despertado aún espíritu investigador suficiente para buscar sus razones meramen­ te históricas. El predominio de la memoria habitúa tam ­ bién al alma a producir los pensamientos con la im pron­ ta más idéntica posible; y finalmente, a la atención diri­ gida a la investigación exacta del lenguaje no le son aje­ nos los casos en que la escritura misma, la alineación de las letras, produce abreviaciones y modificaciones. No debería confundirse con esto el hecho de que la escritura da a las formas también más firmeza y, con ello, en otro aspecto, más uniformidad. De ese modo actúa en contra sobre todo de la escisión en dialectos demasiado numerosos, y es difícil que con un uso duradero de la es­ critura se hubieran conservado las diversidades, presen­ tes en las más de las lenguas americanas, de expresiones

propias para varones y para mujeres, para niños y para adultos, para nobles y para el pueblo llano. Por lo demás, en la misma población y en la misma clase m uestran las lenguas americanas una admirable fijación de las mismas formas mediante la mera tradición. Eso hay ocasión de observarlo al com parar los escritos de los misioneros, coin­ cidentes con los prim eros tiempos de los asentamientos europeos, con el modo actual de hablar. Esa misma oca­ sión se ofrece sobre todo en el caso de las tribus de Nor­ teamérica, pues en los Estados Unidos (y, por desgracia, ahora únicamente allí) se preocupan, de una manera muy digna de aplauso, por la lengua y el destino de los indígenas. Sería, pues, muy deseable que la atención se orientase más precisam ente a esa comparación de los mismos dialectos en tiempos distintos. La fijeza produci­ da por la escritura es, por tanto, más una universalización de la lengua, que va pasando poco a poco a form ar un dialecto propio, y es muy distinta de la implantación, a que antes nos referimos, de una única regla en una multi­ tud de casos que ciertamente son parecidos, pero que no siempre son enteram ente idénticos, si se consideran con exactitud el concepto y el sonido. Todo lo aquí dicho puede aplicarse también a la acu­ mulación de demasiadas determinaciones en una única forma; y al investigar más a fondo las razones se ve que todos los fenómenos aquí mencionados dependen de la actividad, orientada más o menos enérgica y peculiarmen­ te a la lengua, del espíritu, actividad de la cual la escritu­ ra es prueba y a la vez causa propiciadora. Allí donde fal­ ta esa actividad, su ausencia se m uestra en la estructura im perfecta de la lengua; y allí donde esa actividad ejerce su dominio, esa estructura experimenta una remodelación saludable, o ya desde el inicio no aparece. Pero la escritu­ ra, la necesidad que se siente de ella y la indiferencia fren­ te a ella, son cosas que están constantem ente unidas a la una o la otra de esas situaciones. Al enum erar las causas de la peculiaridad de las len­ guas americanas, no debería olvidarse tampoco su antes mencionada homogeneidad ni tampoco la separación de

América de los demás continentes. Ni siquiera en los si­ tios donde estaban muy cerca unas de otras lenguas deci­ didamente distintas, como ocurría en la actual Nueva Es­ paña, he podido yo notar jam ás en su estructura, por nin­ guna huella segura, la influencia vivificadora o conformadora de las unas sobre las otras. Pero las lenguas ganan fuerza, riqueza y configuración sobre todo por el choque de una diversidad grande e incluso constante, ya que por esa vía pasa a ellas un contenido más rico de existencia humana, conformado ya en lengua. Pues su ganancia real es sólo ésa, la ganancia que en ellas, igual que en la Natu­ raleza, se genera de la plenitud de las fuerzas creativas, sin que el entendimiento pueda llegar al fondo del modo de ese crear, la ganancia que se genera de la intuición, de la imaginación, del sentimiento. Sólo de ellas ha de aguar­ dar la lengua m ateria y enriquecimiento. Y es más bien sequedad y pobreza lo que ha de tem er de la elaboración por el entendimiento, cuando esa elaboración va más allá de procurar a la m ateria su plena validez en el pensar claro y preciso. La escritura puede ahora difundirse, e in­ cluso originarse, con mayor facilidad allí donde una pe­ culiaridad se enfrenta vivamente a otra; una vez surgida y desarrollada, la escritura puede, sin embargo, ser des­ ventajosa también para la vitalidad de la lengua y para su influencia sobre el espíritu, lo mismo que la elabora­ ción lógica, en cuya proyección es ella la que más pode­ rosamente colabora. Pero en las lenguas americanas aquello que las m an­ tuvo alejadas de la escritura alfabética, dado que ni si­ quiera les llegó una de fuera, estaba sobre todo, desde luego, en la ausencia de una cultura espiritual, más aún, en la falta de una general orientación intelectual. De ello ofrecen los mexicanos un ejemplo sorprendente. Al igual que los egipcios, los mexicanos poseyeron imágenes y es­ critura jeroglíficas, pero nunca dieron los dos pasos im­ portantes con los que aquel pueblo de la Antigüedad pro­ bó en seguida su profunda espiritualidad: el de separar de la imagen la escritura, y el de tratar la imagen como un símbolo sensible. Esos pasos, que emergen de la indi­

vidualidad espiritual del pueblo, dieron su form a duradedera a la entera escritura egipcia, y a mi parecer no se deberían considerar como una evolución gradualmente progresiva del uso de la escritura por imágenes, de la pic­ tografía, sino que se asemejan a chispas espirituales que brillan en una nación o en un individuo, produciendo re­ pentinamente una remodelación. La jeroglífica mexicana tampoco llegó a la form a de arte. Y, sin embargo, entre las naciones americanas que nos son conocidas, me pare­ ce a mí que los mexicanos son los que tienen el carácter y el espíritu más excelentes, así como también creo poder probar las excelencias de su lengua con respecto a la pe­ ruana. La atrocidad de sus sacrificios humanos m uestra, de todos modos, a los mexicanos en una figura increíble­ mente tosca y horrible. Sólo que no puede decirse que sea menos cruel la fría política con que los peruanos, guián­ dose por meras ocurrencias de sus soberanos, y con la apariencia de una sabia tutela, arrancaron a naciones en­ teras de los lugares donde residían y em prendieron gue­ rras sangrientas con el fin de im prim ir en los pueblos, hasta donde pudieron hacerlo, la im pronta de su unifor­ m idad monacal. En la historia mexicana hay un movi­ miento más vivo y más individual, y ese movimiento se alza, cuando se agrega la cultura, a una espiritualidad su­ perior, aunque las pasiones denuncien tosquedad. El ur­ banismo de los mexicanos, la serie de sus luchas con sus vecinos, la victoriosa ampliación de su imperio, esas co­ sas traen al recuerdo la historia rom ana. No es posible pronunciar un juicio exacto acerca del uso de su lengua en la poesía y en la elocuencia, pues es difícil que los discursos públicos y familiares que aparecen en los escri­ tores estén recogidos con fidelidad suficiente. Sólo que cabe muy bien im aginar que a la expresión no le habrán faltado, sobre todo en los discursos políticos, ni la agu­ deza ni el fuego, ni tampoco la arrebatadora fuerza de todos los sentimientos. Pues todas esas cosas se encuen­ tran todavía en nuestros días en los discursos de los cabe­ cillas de las salvajes hordas de Norteamérica, discursos de cuya autenticidad no parece que pueda dudarse, y en

los que esas excelencias precisam ente no pueden ser de­ rivadas del trato con europeos. Puesto que todo lo que mueve a los seres humanos pasa a su lengua, sin duda habrá que hacer una distinción entre la fortaleza y la pe­ culiaridad del modo de sentir y del carácter en la vida en general, por un lado, y la orientación intelectual y la in­ clinación hacia las ideas, por otro. Ambas cosas vuelven a irradiar en la expresión, pero sin la últim a no cabe in­ fluir poderosa y duraderam ente sobre la configuración y la estructura de la lengua. Es muy probable que, aunque el imperio mexicano v el peruano hubieran continuado existiendo durante siglos sin ser conquistados por extranjeros, esas naciones no hu­ bieran llegado por sí mismas a la escritura alfabética. La pictografía y las cuerdas de nudos, poseídas por ambos pueblos, pero de las cuales, por causas aún no aclaradas decididamente, la prim era entre los mexicanos y las se­ gundas entre los peruanos perm anecieron exclusivamente en el uso estatal y en el uso nacional propiam ente dicho, cumplían los fines externos de la anotación de los pensa­ mientos, y difícilmente se habría despertado una necesi­ dad interna de medios más perfectos. Sobre las cuerdas de nudos, que tam bién eran usadas en otras zonas de América además de en Perú y en Méxi­ co, y que han llevado a sospechar una conexión de la po­ blación de América con China, así como los jeroglíficos han llevado a sospecharla con Egipto, recopilaré en otro lugar las noticias que acerca de ellas se encuentran. Esas noticias son, desde luego, muy escasas, pero resultan su­ ficientes, con todo, para dar de ese género de signos un concepto más preciso y exacto que el que se obtiene de los relatos de Robertson y de otros escritores modernos. La significación de esas cuerdas residía en el número de sus nudos, en la diversidad de sus colores y también, pre­ sumiblemente, en el modo de hacer los nudos. Sin duda esa significación no era la misma en todas partes, sino distinta según los objetos, y cabe sospechar que, para co­ nocerla, era preciso saber de quién procedía la comunica­ ción y a qué se refería. Pues de la conservación de esas

cuerdas estaban encargados, según la diversidad de las ram as de la Administración, funcionarios distintos. Final­ mente, su desciframiento era una cosa artificiosa y se re­ querían unos intérpretes específicos. Por ello parecen per­ tenecer en general a la misma clase que los bastones con muescas, sólo que esas cuerdas fueron medios artificiales, con un grado de perfeccionamiento muy elevado, prime­ ro de la memoria, y luego de la comunicación, cuando era conocida la clave de la conexión de los signos con lo designado. Lo único que continúa siendo dudoso es el gra­ do en que, de ser convenciones subjetivas para casos de­ term inados y exactamente condicionados, pasaron a ser verdaderos signos de pensamientos. Es manifiesto que fue­ ron ambas cosas a la vez, pues, por ejemplo, en aquellas cuerdas con las que los jueces comunicaban la índole y la cantidad de los castigos impuestos, los colores de las cuerdas indicaban los crímenes, y los nudos, los tipos de pena. Pero no es claro que en esas cosas fuera posible tam bién una expresión más general de los pensamientos; es algo que ha de ponerse muy en duda, pues tampoco el hacer nudos en cuerdas de colores parece proporcionar una diversidad suficiente de signos. En cambio sí había tal vez en ese arte de las cuerdas de nudos unos métodos especiales de mnemónica o ayuda a la memoria, que tampoco a la Antigüedad clásica le fue­ ron ajenos. Parece que entre los peruanos tuvieron real­ mente vigencia tales métodos. Pues se cuenta que los ni­ ños, para retener las fórmulas de plegaria que les comu­ nicaban los españoles, alineaban piedras de colores, es de­ cir, observaban un método sim ilar a las cuerdas de nu­ dos, sólo que con objetos diferentes. Si se presupone esto, entonces las cuerdas de nudos fueron, desde luego, escri­ tura en el sentido más amplio de la palabra, pero queda­ ban muy lejos de ese concepto, pues en la comunicación a distancia la comprensión se basaba en el conocimiento de las circunstancias exteriores; y allí donde servían para la transm isión histórica y estaba reservado a la memoria el trabajo más principal, al cual los signos le servían úni­ camente de ayuda, allí tenía que añadirse la propagación

de una explicación oral y los signos no conservaban por sí mismos de m anera auténtica y completa el pensamien­ to (como sí debe hacer la escritura, a condición de que esté dada la clave de su significado). Pero sobre esto no cabe pronunciarse con seguridad. Y si yo he abordado la contextura presumible de esas cuerdas de nudos, de las cuales todavía en el siglo pasado se encontraba una (pero una mexicana) en la Colección Boturini, ha sido únicamente para m ostrar de qué mane­ ra conocían los pueblos de América el doble género de signos a que pertenece, sea como fuere, toda escritura: la escritura, comprensible por sí misma, m ediante imágenes, y la escritura m ediante un enlace, form ado arbitrariam en­ te para la memoria, de ideas, allí donde el signo recuerda lo designado mediante una tercera cosa (la clave de la designación). La distinción de esos dos géneros —que se compenetran allí donde la pictografía alegorizante renun­ cia también a su comprensibilidad inmediata, y que, por su masa, y en el avance de signos aparentem ente arbitra­ rios, eran en parte originariam ente imágenes— es de gran importancia precisam ente con vistas a la lengua, como puede m ostrarse en las lenguas mexicanas y peruanas. Los jeroglíficos mexicanos habían alcanzado un grado no pequeño de perfección; es manifiesto que conservaban el pensamiento por sí mismo, pues todavía hoy resultan comprensibles, y tam bién se diferenciaban a veces clara­ mente de las m eras imágenes. Pues aunque, por ejemplo, el concepto de conquista es representado en ellos casi siempre por la lucha de dos guerreros, tam bién se encuen­ tra ai rey sentado con el signo de su nombre, y luego ar­ mas figuradas como trofeos, y el símbolo de la ciudad conquistada; todas esas cosas, tom adas juntas, son esta nítida frase: el rey conquistó la ciudad, y son una ins­ cripción mucho más precisa que la famosa frase saíta, que suele ser citada como la única en la que se han con­ servado, en el testimonio de la Antigüedad, el significado y el signo al mismo tiempo. Por lo que acabamos de decir se ve asimismo que no había falta de medios para escri­ bir también nombres y que, por tanto, se estaba en cami­

no de poseer signos fonéticos a la m anera de los chinos. Sin embargo, puede ponerse muy en duda que la jeroglí­ fica mexicana llegase a ser alguna vez una verdadera es­ critura. Pues sólo puede calificarse de tal aquella que indica palabras determinadas en una secuencia determ inada, cosa que también sin letras es posible, m ediante signos con­ ceptuales e incluso m ediante imágenes. Si, por el contra­ rio, se llama escritura, en el sentido más amplio de la palabra, a toda comunicación de pensamientos que acon­ tezca mediante sonidos, es decir, aquélla en la que el es­ cribiente se imagina también palabras y que el lector tra­ duce a palabras, bien que no a las mismas (una definición sin la cual no habría ninguna frontera entre la imagen y la escritura), entonces hay entre esos dos puntos extremos un vasto espacio para múltiples grados de perfección de la escritura. Tai perfección depende, en efecto, del grado en que el uso ha unido más o menos la contextura de los signos a determinadas palabras o aun sólo a pensamien­ tos; con ello el desciframiento se acerca más o menos a la verdadera lectura; y en ese espacio tam bién la escritu­ ra jeroglífica mexicana parece haberse quedado detenida únicamente en un nivel que ahora ya no cabe determ inar, sin alcanzar el concepto de verdadera escritura. La posi­ bilidad de conservar jeroglíficamente poemas, de los cua­ les había algunos famosos, citados expresamente, es algo que ahora ya no cabe decidir, dado que la poesía va unida irrevocablemente por su form a a palabras determinadas en una secuencia determinada. Si eso no era posible, enton­ ces los peruanos se encontraban al respecto en una situa­ ción más ventajosa. Pues una escritura, o un analogon de escritura, que no represente los objetos mismos, sino que sea más un medio interior de memoria, puede adhe­ rirse muy exactamente a la lengua, aun cuando sea menos capaz de pasar a otro pueblo o a un tiempo lejano. No debería olvidarse, con todo, que un pueblo que se sirve de tal escritura en tal sentido, no es que posea realm ente una escritura, sino que, más bien, lo único que ha hecho ha sido perfeccionar en alto grado con medios artificiales

la situación de estar consignado sin escritura a la m era memoria. Pero el punto más im portante de distinción en la situación con escritura y en la situación sin escritura es precisamente éste: que en la prim era la memoria no desempeña ya el papel principal en los empeños espi­ rituales. Sean cuales sean, empero, las ventajas y las desventa­ jas de cada uno de esos dos sistemas de escritura, a las naciones que se los habían apropiado les resultaban sufi­ cientes; se habían habituado a ellos, y cada sistema, y so­ bre todo el peruano, estaba incluso entretejido con la constitución del Estado y con el modo de adm inistrarlo. Por ello no cabe ver cómo uno de esos pueblos habría lle­ gado por sí mismo a la escritura alfabética; no cabe ne­ gar, con todo, tal posibilidad. El ejemplo de Egipto mues­ tra el cercano parentesco de los jeroglíficos fonéticos y las letras; de la presentación gráfica de las anudaciones de las cuerdas de nudos pudieron surgir signos que se asemejasen en su figura a los signos chinos. Para ello hu­ biera sido precisa, empero, una disposición espiritual se­ m ejante a la que acusaron ya muy pronto los egipcios y que también la más antigua tradición nos presenta de igual manera; y es en todos los casos un signo desfavora­ ble para la evolución futura de una nación el que alcance ya un grado tan significativo de cultura y unas formas sociales tan múltiples y fijas, como fue el caso en México y en Perú, sin que salga a luz al mismo tiempo aquella disposición. Cabe sospechar que en ambos imperios hu­ biera habido un rechazo, como lo hay hoy en China, a aceptar el uso de la escritura alfabética, si ese uso se hu­ biera ofrecido voluntariamente, y no por la vía constric­ tiva de la conquista. De igual manera que, a propósito de las formas gram a­ ticales, he intentado m ostrar que su puesto puede ser ocu­ pado vicariamente por meros analoga, así también ocurre eso con la escritura. Allí donde falta la verdadera escritu­ ra, la única acomodada a la lengua, tam bién otras escri­ turas vicarias pueden satisfacer todos los fines y necesi­ dades externos y, hasta cierto grado, tam bién los internos.

Lo único que nunca y por nada puede reemplazarse es la acción peculiar de aquella verdadera y adecuada escritu­ ra, como tampoco la acción peculiar de la auténtica forma gramatical; y esa acción consiste en la aprehensión inter­ na y en el tratam iento de la lengua, en la configuración del pensamiento, en la individualidad de la facultad de pensar y sentir. Sin embargo, allí donde hayan echado raíces unos me­ dios vicarios (ahora esta expresión resultará comprensi­ ble sin duda), allí donde el sentido, dirigido instintivamen­ te en la nación hacia lo mejor, no haya impedido su en­ cumbramiento, en esos lugares tales medios em botarán todavía más ese sentido, m antendrán el sistema de la len­ gua y del pensamiento en la dirección falsa que con ellos se corresponde, o darán a ese sistema la misma dirección, y ya no será posible expulsarlos, o su efectiva expulsión ejercerá ahora de una m anera mucho más débil y lenta la aguardada acción saludable. Por tanto, allí donde la escri­ tura alfabética debe ser tom ada y apropiada con alegre ardor por un pueblo, allí es preciso que le sea ofrecida tem pranam ente, en el tiempo de su frescor juvenil, al me­ nos en un tiempo en que el pueblo no haya formado ya, por vías artificiosas y fatigosas, un género diferente de escritura y se haya habituado a él. Mucho más, todavía, habrá de ser ése el caso cuando la escritura alfabética deba ser inventada por una necesidad interna y, precisa­ mente, sin pasar por la mediación de otra diferente. Si eso ha sucedido realmente alguna vez, o si es tan im pro­ bable que debería ser visto tan sólo como una lejana po­ sibilidad, es una cuestión sobre la que me reservo el vol­ ver en otra ocasión.

Sobre el dual * Ex quo intelligimus, quantum dualis numeras, una et simplice compage solidatus, ad rerum valeat perfectionem. Lactantius de opificio dei Entre los múltiples caminos que ha de recorrer el es­ tudio comparado de las lenguas para resolver la tarea de cómo se manifiesta el lenguaje hum ano universal en las lenguas particulares de las diversas naciones, uno de los que indiscutiblemente conducen de m anera más acertada a la meta es aquel que consiste en considerar una sola parte del lenguaje, siguiéndola a través de todas las len­ guas conocidas de la Tierra. Puede hacerse esto o bien con palabras singulares o clases singulares de palabras, por lo que respecta a la designación de los conceptos, o bien con una form a gramatical, por lo que respecta a la construcción del discurso. Ambas cosas han sido ya ensa­ yadas de varios modos, pero lo único que ha solido hacer­ se ha sido alinear al azar un cierto número de lenguas, sin prestar atención a la aspiración, que aquí no es indiferen­ te en modo alguno, a la totalidad. Si se dirige una m irada de conjunto al modo como, en las diversas lenguas, una form a gram atical —puesto que yo, de conformidad con mi finalidad actual, me limito a éstas— es tratada, destacada o descuidada, modelada de manera peculiar, puesta en conexión con otras, expresada de manera directa o con una perífrasis, tal yuxtaposición arroja con mucha frecuencia una luz enteram ente nueva sobre la naturaleza de esa forma y, a la vez, sobre la con­ textura de las lenguas singulares tom adas en considera­ ción. Cabe establecer entonces una comparación entre el * Texto leído en la Academia de las Ciencias de Berlín el 26 de abril de 1827.

carácter particular que tal form a asume en las diversas lenguas y aquel carácter que portan en sí las demás for­ mas gramaticales de esas mismas lenguas y juzgar de ese modo el entero carácter gramatical de estas últim as, así como su coherencia gramatical. Con respecto a la forma misma, sin embargo, el uso que realmente se ha hecho de ella se contrapone al uso que cabe deducir de su mero concepto, lo cual nos pone a salvo de la unilateral manía de sistema en que necesariamente se cae cuando se quiere determ inar por meros conceptos las leyes de las lenguas efectivamente existentes. Precisamente, la circunstancia de que el procedimiento aquí recomendado insista en la búsqueda lo más completa posible de los hechos, pero haya necesariamente de unir a ella la derivación a partir de meros conceptos, con el fin de introducir unidad en la multiplicidad y adquirir el punto de vista correcto para la observación y el juicio de las diversidades singulares, precisamente esa circunstancia, decimos, previene el peli­ gro que de lo contrario amenaza, con efectos igualmente perniciosos, a un estudio comparado de las lenguas que em prenda unilateralm ente o la vía histórica o la vía filo­ sófica. Nadie que se ocupe de ese estudio y al que su in­ clinación y su talento inviten a recorrer preferentemente el uno o el otro de esos dos caminos debería olvidar que la lengua, por proceder de la profundidad del espíritu, de las leyes del pensar, y de la totalidad de la organización humana, pero hacerse real en una individualidad aislada, y, dividida en fenómenos singulares, volver a operar so­ bre ella, es algo que exige la aplicación, dirigida por una metódica correcta, del pensar puro y, a la vez, de la inves­ tigación rigurosam ente histórica. Una segunda e im portante ventaja de las descripciones, realizadas a través de todas las lenguas, de las formas gramaticales, consiste en la comparación de los diversos modos en que son tratadas estas últim as con el estado cul­ tural e incluso con el estado lingüístico de una nación. Es una cuestión de la máxima im portancia la de si un cierto grado de perfeccionamiento formativo de una lengua pre­ supone o produce un cierto estado de cultura, y también

lo es la de si ciertas peculiaridades de las lenguas africa­ nas y americanas proceden únicamente del estado de ca­ rencia de civilización que les es común en conjunto a los pueblos que las hablan, o tienen otras causas, que habrá que buscar. La respuesta a tales cuestiones conecta el es­ tudio comparado de las lenguas con la historia filosófica del género humano y señala a éste una finalidad superior que lo transciende. Pues el estudio de las lenguas ha de ser elaborado por sí mismo. Mas no por ello porta en sí mismo su finalidad última, como tampoco la porta nin­ guna parte de la investigación científica, sino que está subordinado, igual que todas las demás, a la finalidad su­ prem a y universal a la que tiende en su totalidad el espí­ ritu humano, la finalidad de que la humanidad se escla­ rezca a sí misma y esclarezca su relación con todas las cosas visibles e invisibles que hay alrededor y por encima de ella. Yo no creo que pueda darse nunca una respuesta com­ pleta a las cuestiones mencionadas, aunque se realice un estudio muy completo y muy preciso de las lenguas. Son demasiadas las cosas concernientes tanto a las lenguas como a las condiciones de las naciones que el tiempo ha sustraído a nuestro conocimiento, y los fragmentos que han quedado no perm iten dar un juicio decisivo. Ahora bien, la experiencia que ya he tenido hasta este momento me ha enseñado de varias maneras que la ininterrum pida atención dirigida a esas cuestiones proporciona aclaracio­ nes singulares muy apreciables y en todo caso previene errores y destruye prejuicios.1 A este respecto, sin em bar­ 1. El señor Schmittheuner (Ursprachlehre, p. 20) dice: «Sin considerar que merezca la pena exponer detalladamente que las lenguas de América y de África han de ser tanto más imperfectas y tanto más divergentes las unas de las otras, cuanto menos se han alzado los pueblos que las hablan desde la obtusidad de la vida en el estado de naturaleza hasta la luz de la razón y desde la dispersión de la tosquedad hasta la unidad de la cultura, vamos a proceder..., etc.» No sé si serían muchos los que estarían dispues­ tos a suscribir una sentencia tan reprobatoria y que de antema­ no coarta la investigación. Yo no puedo dejar de tener una opi­ nión enteramente opuesta. No voy a invocar aquí la notable es­

go, hay que dirigir la m irada no meram ente al estado fam iliar y social de las naciones, sino principalm ente a los destinos que sus lenguas han experimentado, hasta donde quepa sondearlas a partir de su estructura o sean conocidas históricamente. Así, por ejemplo, el perfeccio­ nam iento formativo gramatical, fino y completo, de las lenguas letonas, que ahora casi se han convertido en me­ ros dialectos, no está en absoluto en conexión con el esta­ do cultural de los pueblos que las hablan, sino sólo con una conservación más fiel de los restos de una lengua ori­ ginaria y que en otro tiempo tuvo un elevado perfeccio­ nam iento formativo. Por fin, seguramente no es fácil que exista un medio m ejor que la observación de la misma form a gramatical en un gran número de lenguas para alcanzar una contes­ tación más completa a esta pregunta: ¿cuál es el grado tructura que tienen muchas lenguas africanas y americanas. Sin duda no todos los investigadores de las lenguas sentirán dentro de sí una inclinación a tal estudio, pero todo el que se haya ocu­ pado, aunque haya sido sólo superficialmente, en él admitirá des­ de luego que su conocimiento tiene la máxima importancia para el estudio de las lenguas. Sólo que el estado cultural de tales po­ blaciones, especialmente de las americanas, no es siempre el que se describe en el pasaje citado, y no lo es precisamente en lo que se refiere a la expresión de los pensamientos. Los relatos sobre las asambleas populares de las naciones de Norteamérica y los discursos que se han difundido de algunos de sus cabecillas dan un concepto enteramente diferente de esas naciones. Muchos pa­ sajes de tales discursos son de una elocuencia verdaderamente conmovedora, y si bien es cierto que esas tribus mantienen un estrecho contacto con los habitantes de los Estados Unidos, es imposible no reconocer en sus expresiones la impronta de una peculiaridad pura y originaria. Esas tribus se oponen, ciertamen­ te, a cambiar la libertad de sus bosques y montañas por el traba­ jo de la agricultura y por el confinamiento en casas y aldeas, pero en su vida nómada conservan una mentalidad simple, aman­ te de la verdad, y en ocasiones grandiosa y noble. Véase, de M or s e : Report to the Secretary of war of the United States on Indian Affairs, p. 71, ap. 5, 21, 53, 121, 142, 153. Las lenguas de los hom­ bres que saben dar a su expresión esa claridad, esa fuerza y esa viveza no pueden ser indignas de la atención de los lingüistas. De algunas tribus de Sudamérica nos ofrecen testimonios muchas cosas que se encuentran dispersas en el Saggio di storia america­

de semejanza de la estructura gram atical que autoriza a inferir el parentesco de las lenguas? Es un fenómeno es­ pecífico el que para ningún otro fin haya sido empleado el estudio de las lenguas de m anera tan varia como para éste, más aún, el que muchísimos suelan restringir aún hoy su utilidad casi sólo a eso y el que hasta ahora sigan fal­ tando del todo unos principios debidamente asegurados que perm itan dar un juicio sobre el parentesco de las len­ guas y sobre el grado de ese parentesco. Según mi convic­ ción, el método habitualm ente seguido hasta ahora es sin duda suficiente para reconocer las lenguas cuya concor­ dancia recíproca es muy estrecha, así como para pronun­ ciarse sobre la compleja divergencia de otras, si bien esto último exige proceder con una cautela mucho mayor. Sólo que en el medio entre esos dos extremos, es decir, justo allí donde más necesaria sería la solución del problema, los principios me parecen que son todavía tan fluctuantes que resulta imposible dedicarse a su aplicación con confianza. Nada sería tan im portante al mismo tiempo para la lingüística y para la historia como la com proba­ ción de esos principios. Pero tal comprobación va unida a grandes dificultades y exige unos trabajos previos en varias direcciones. En prim er lugar habrá que analizar todavía muchas más lenguas, y algunas habrá que analizarlas con una pre­ cisión mayor que la empleada hasta ahora. Para poder com parar con buen éxito, desde un punto de vista grama­ na, de G i l i j , que trata de sus leyendas y narraciones. Pero aunque todos los indígenas actuales de América se hubiesen rebajado a un estado de tosquedad asboluta y de obtusa vida de naturaleza, cosa que ciertamente no ocurre, de ninguna manera cabría afir­ mar, sin embargo, que las cosas fueran siempre así. Es bien co­ nocido el floreciente estado del imperio mexicano y el imperio peruano; y huellas de la antigua cultura de los muiscas y de los panos, que han sido encontradas por azar, muestran que varios pueblos de América habían llegado a un alto grado de desarrollo. (A. v. Humboldt, Monuments des peuples de l'Amerique, pp. 20, 72-74, 128, 244, 246, 248, 265, 297.) ¿No debería considerarse, pues, que vale la pena investigar si las lenguas americanas que actual­ mente son conocidas llevan en sí la impronta de aquella cultura o de la presunta tosquedad de hoy?

tical, dos palabras tan sólo, únicamente dos, es necesario preparar antes exactamente para esa comparación a cada una de las palabras de por sí, en la lengua a que pertenece. M ientras se siga meramente, y eso es lo que ahora se hace con mucha frecuencia, la semejanza general del sonido, sin buscar las leyes fonéticas de las lenguas mismas y su analogía, se corre inevitablemente el doble peligro de de­ clarar que son idénticas palabras que son distintas y de declarar que son distintas palabras que son idénticas, para no mencionar los casos más burdos, pero todavía frecuen­ tes, en que las palabras comparadas no son tom adas en su form a fundamental, y son pasadas por alto las añadi­ duras y las flexiones gramaticales que en ellas hay.2 A continuación, la investigación habrá de volverse ha­ cia las metamorfosis de las lenguas en el curso de los si­ glos, para conocer qué peculiaridades encuentran su ex­ plicación meramente en tales metamorfosis. Tras la ela­ boración de las lenguas singulares, que es la que en pri­ m er lugar ofrece un m aterial puro y utilizable, es nece­ saria la comparación de aquellas lenguas cuya conexión esté probada efectivamente con argumentos históricos, su comparación en su exacto grado de parentesco, para po­ der juzgar por estas analogías las analogías que aún son desconocidas. Así es como, finalmente, podría ser muy útil el segui­ miento aquí intentado de las formas gramaticales singu­ lares a través de todas las lenguas conocidas. Pues sólo de ese modo cabe examinar cuál es el recíproco compor­ tam iento, en otros puntos, de las lenguas que son seme­ jantes entre sí en tales puntos singulares y cuál es la pro­ fundidad, mayor o menor, con que interviene en el todo de la estructura de la lengua la influencia de las formas singulares. Es obvio que además de estos trabajos prepa­ ratorios concernientes a las lenguas se requiere también, 2. En los escritos recientes de Bopp, Grimm y Sclilegel se en­ cuentra un gran número de comparaciones de palabras, compara­ ciones tan merecedoras de imitación como difíciles de evitar, y que están fundadas en un análisis exacto y completo.

sobre todo, un estudio, que debe sacar sus datos de la historia, acerca del modo en que se ramifican, mezclan y unen las naciones.3 Sólo uniendo esas múlitples investigaciones será po­ sible establecer principios para conocer lo que en las len­ guas ha pasado efectivamente de unas a otras en la his­ toria. Todo procedimiento que sea menos profundo y cui­ dadoso que éste deja siempre subsistente el peligro de confundir aquello que realmente pertenece al parentes­ co con las metamorfosis causadas por el tiempo o de mezclarlo con aquellas cosas que se generan de m anera similar, con independencia entre sí, meram ente por cau­ sas similares, en lugares distintos y en tiempos distintos. De lo que aquí se ha dicho síguese ya por sí mismo que el estudio de la gramática ha de constituir la base en cada una de tales investigaciones. Ese estudio aporta una utilidad doble: una utilidad mediata, la de preparar las palabras para la comparación, y una utilidad inmedia­ ta, la de examinar la concordancia o diversidad de la es­ tructura gramatical. Sólo de este último trabajo resulta con precisión qué es aquello que nunca queda en seguida aclarado por meras comparaciones de palabras, a saber: la cuestión de si las lenguas com paradas pertenecen efec­ tivamente a una única familia o si simplemente han inter­ cambiado palabras entre sí. Sólo por esta vía se obtiene, por tanto, un concepto preciso de aquella particular se­ paración y unión de los pueblos a la que corresponden determinados grados de parentesco de los dialectos. Aho­ ra bien, en todas estas investigaciones es preciso tom ar el concepto de «parentesco» únicamente en el sentido de «conexión histórica», y no dar demasiado peso al sentido literal de la palabra. Esto último induce, por motivos que aquí sería muy largo discutir, a varios errores.4 3. Los Tableaux historiques de VAsie, de Klaproti-i, prueban cómo las investigaciones históricas de esta especie pueden ilumi­ nar muy excelentemente la lingüística. 4. Sobre este problema ha llamado ya muy justamente la aten­ ción K laproth (Asia polyglotta, p. 43).

En esto, como en tantos otros puntos, me parece, en efecto, que habremos de lim itarnos por mucho tiempo todavía a investigaciones singulares, antes de que resulte posible establecer afirmaciones generales. Entretanto, des­ de luego, ya ahora es necesario algo general, sólo que dentro de límites bien determinados; es necesario algo general, en prim er lugar, en aquella parte que el estudio de las lenguas posee también ciertamente, la parte que puede ser sacada únicamente de ideas; y es necesario, en segundo lugar, porque de vez en cuando se precisa tener una visión de conjunto de los progresos que se han he­ cho, de acuerdo con la situación actual de la investigación singular, en la construcción de la totalidad de la ciencia. Sólo hay dos cosas que nunca ni de ninguna m anera de­ berían admitirse: el traspaso de la deducción conceptual a un campo que no le pertenezca, y la inferencia de con­ clusiones generales a partir de la observación incompleta. Si la descripción completa de formas gramaticales sin­ gulares puede proporcionar las diversas ventajas que aquí se han descrito, de ello se sigue tam bién por sí mismo que es preciso em prender tal descripción de acuerdo, pre­ cisamente, con esos distintos puntos de vista. Ya por esta razón he creído que necesitaba perm itirm e estas observa­ ciones introductorias, que, de lo contrario, podrían pare­ cer sin duda una divagación que me apartaba de mi asunto. En este ensayo mi elección ha recaído precisam ente sobre el dual; y si eso necesitase una justificación, la en­ contraría ya en el hecho de que, entre todas las formas gramaticales, es ella la que tal vez más cómodamente pue­ de separarse de la restante estructura gramatical, por cuan­ to incide en ella de un modo menos profundo. Esto, y el hecho de que el dual no se encuentre en un número dema­ siado grande de lenguas, hace más sencillo su tratam ien­ to, de acuerdo con el método aquí seguido. Pues aunque, según mi convicción, la descripción de formas gram atica­ les singulares puede intentarse sin excepción en todas las lenguas, hay algunas formas, como, por ejemplo, el pro­ nombre y el verbo (este último, también en su acepción

más universal), que están tan entrelazadas con la totalidad de la estructura gram atical que su descripción es en cier­ to modo la descripción de la gram ática entera. Con ello, naturalm ente, se acrecienta la dificultad. A elegir el dual invita también, empero, el hecho de que la existencia de esta notable form a lingüística quepa explicarla tanto a partir del sentim iento natural del hom­ bre inculto cuanto a partir del fino sentido lingüístico del hombre muy culto. Por un lado, esa form a se encuen­ tra en las naciones incultas, como Groenlandia, Nueva Zelanda, etc., y, por otro lado, en el griego la ha conser­ vado precisamente el dialecto más cuidadosamente elabo­ rado, el ático. Si se comparan varias lenguas con respecto a la misma forma gramatical, yo creo que es preciso seleccionar para ello las formas que se encuentran en el nivel más bajo de la clasificación gramatical, sin temer, llenos de angustia, que con ello escindamos cosas que están estrecham ente hermanadas. De esa m anera se abarca una extensión me­ nor y se puede entrar m ejor en lo que es enteram ente sin­ gular. Tal es la razón de que yo haya escogido el dual, y no el número en general, aunque necesariamente habré de tener siempre en cuenta al mismo tiempo el plural, que se halla tan estrecham ente conectado con el dual. Sin embargo, el plural exigirá siempre una exposición espe­ cífica. SECCIÓN PRIMERA. DE LA NATURALEZA DEL DUAL EN GENERAL Considero oportuno indicar ante todo la extensión es­ pacial en la que se encuentra el dual en las diversas áreas lingüísticas de la Tierra.5 5. Está en la naturaleza de las cosas el que no pueda ser com­ pleta la enumeración aquí intentada de las lenguas que poseen el dual. Con todo, me ha parecido necesario comunicarla aquí, como una enumeración que ha de ser completada por investigacio­ nes ulteriores.

La geografía exige, en la aplicación a objetos distin­ tos, clasiücaciones distintas; en cambio en la lingüística no cabe separar convenientemente una de otra Asia, Euro­ pa y África del Norte. Si ahora tomamos junta esta parte del viejo mundo, encontram os el dual principalm ente en tres puntos, en dos de los cuales se ha difundido ampliamente y en diver­ sas direcciones: — En las sedes originarias de las lenguas semíticas. — En la India. — En la fam ilia lingüística, hasta ahora considerada idéntica, que se extiende por la península de Malaca, las islas Filipinas y las islas de los Mares del Sur. En las lenguas semíticas el dual domina principalmen­ te en el árabe y ha dejado cuando menos huellas de sí en las lenguas arameas. Con el árabe el dual pasó a África del Norte, m ientras que en Europa llegó solamente hasta M alta y no ha penetrado en la lengua turca, ni siquiera con las palabras de ésta que fueron tomadas del árabe.6 El sánscrito ha transm itido, pero muy poco, el dual en prim er lugar al pali, y no lo ha transm itido nada al prákrit; del sánscrito o, más bien, de la misma fuente que lo recibió él, ha recibido Europa el dual en la lengua griega, en las lenguas germánicas y eslavas y en el lituano; en todas ellas su extensión y su conservación han sido dis­ tintas, según los dialectos y los tiempos, como precisare­ mos a continuación. Entre las restantes lenguas europeas encuentro el dual únicamente en el lapón. Es notable, sin embargo, el he­ cho de que ni en la lengua finlandesa ni en la lengua esto­ niana, que están em parentadas con el lapón, ni tampoco en el húngaro se encuentre ningún rastro del dual. En 6. Sólo algunas fórmulas tradicionales, como «las dos ciuda­ des antiguas y santas» (Jerusalén y La Meca) constituyen una ex­ cepción. P. Amédée Jaubert, Elements de la grammaire turke, p. 19, § 46.

Europa, por tanto, el dual procede principalmente del an­ tiguo indio. Es cierto que se habla también de un dual en la lengua de Gales y de la Baja Bretaña, el así llamado címrico.7 Pero consiste únicamente en el hecho de que se antepone el número dos a las denominaciones de los miembros do­ bles, cuyo femenino pierde en el bajo-bretón, en esa unión, su sílaba ñnal. Dado que esto parece suceder de m anera constante y regular, y la palabra permanece en singular, mientras que el plural reaparece tan pronto aquélla es trasladada a otros conceptos (por ejemplo, la pata de la mesa), aquí hay ciertam ente un sentim iento del dual, y ese fenómeno merece ser señalado. Mas no por eso cabe incorporar el címrico al número de las lenguas que po­ seen realmente el dual. Investigaciones recientes, pero que aún no están acabadas, me hacen suponer que tam ­ bién esta lengua y la gaélica están relacionadas con el sánscrito en su estructura gramatical. Con África ocurre algo parecido a lo que ocurre con Europa. África conoce el dual únicamente en el árabe. La lengua copta no lo posee, y tampoco lo encuentro en nin­ guna de las otras lenguas africanas, muy numerosas, aun­ que algunas, como por ejemplo la lengua bunda, poseen una gran riqueza de formas gramaticales. En el viejo mundo es, pues, Asia la auténtica sede del dual. El dual no aparece en las lenguas asiáticas que proce­ den de la misma fam ilia que el sánscrito. Sólo la lengua m alabar constituye, a lo que parece, una excepción.8 En general resulta notable el fenómeno de que haya trans­ migrado por entero a Europa la elaborada y acabada es­ tructura de la gramática sánscrita, excepto el sánscrito y 7. W. Owen: Dictionary of the Welsh Language, vol. I, p. 36. Gram. Celto-Bretonne, de Legonidec, p. 42. Owen menciona úni­ camente la circunstancia de que el número dos sea antepuesto, no las otras dos circunstancias, que son las únicas decisivas para la forma dual. Pero sin duda eso habrá que cargarlo a la cuenta de su inexactitud, no a la cuenta de la lengua. 8. Mithridates, de Adelung, I, p. 211.

el pali mismos y, en cambio, las restantes lenguas asiáti­ cas conectadas con el sánscrito hayan conservado mucho menos esa gramática. Es cierto que esto se explica con la hipótesis,9 tan aguda como exacta, de que las lenguas euro­ peas aquí aludidas son tan originarias como el propio sánscrito y que, por el contrario, aquellas lenguas asiáti­ cas tienen su origen en el sánscrito, y en su mayor parte m erced a su mezcla con otras lenguas, y que, en conse­ cuencia, han com partido el destino de la decadencia de las formas gramaticales, destino que es general en tales traspasos y convulsiones. También en Europa la estructu­ ra gramatical más rica se encuentra principalmente sólo en lenguas m uertas, y aquellas lenguas asiáticas no pue­ den ser comparadas con éstas, sino que han de serlo más bien con nuestras lenguas de hoy. También por esto es evidente la superioridad de las lenguas europeas en la con­ servación más ñel del carácter lingüístico originario, y no hay en Asia ningún ejemplo de que se haya conservado una parte tan grande de la más antigua estructura de la lengua india, y conservado de un modo tan vivo y puro, en boca de todo un tronco étnico, como se conserva en Europa entre los lituanos y los letones. En cambio resulta muy sorprendente el hecho de que aquella parte de la gramática sánscrita que estamos obligados a calificar de muy artificiosa y difícil, pero muy prescindible para los fines generales de la lengua —es decir, la modificación de las letras, esa sensible susceptibilidad de los sonidos con la cual se modifica casi cada uno de ellos tan pronto como entra en contacto con otros—, parezca haber dominado siempre poco en las lenguas sánscrito-europeas, incluidas las más antiguas, mientras que, en cambio, con respecto a varias de las lenguas sánscrito-asiáticas, no sabe uno si debe decir que esa parte mencionada de la gram ática ha pasado a ellas, o si lo que ocurre es que era tan peculiar 9. Analytical comparison of the Sanscrit... languages, de B o pp , en los Annals of Oriental literature, p. 1 y ss., y en la recensión de la gramática de Grimm en los Jahrbiicher für wissenschaftliche Kritik, 1827, pp. 251 y ss.

del sistema fonético originario de todos esos pueblos que nunca se ha perdido, no obstante todas las convulsiones lingüísticas. El dual no es ajeno a la lengua zend. Pero como también a ella hay que contarla indiscutiblemente entre las lenguas sánscritas,10 con esto no se produce ninguna modificación en la triple sede, antes mencionada, que el dual tiene en Asia.11 Si ahora nos detenemos aquí un momento todavía, lo que vemos es que en Europa, en África y en el continente asiático, excepto el área lingüística malaya, el dual se en­ cuentra principalmente sólo en lenguas muertas, y que sólo continúa vivo: — En Europa, en el arabemaltés, en el lituano, en el lapón, en algunos dialectos de la población rural de algu­ nos distritos del Reino de Polonia,12 en las islas Feroe, en Noruega, y en algunas regiones de Suecia y de Alemania, aunque aquí el pueblo ya no lo entiende y está en uso úni­ camente como plural.13 — En África, en el árabe moderno. — En la parte descrita de Asia, tam bién en el árabe moderno y en la lengua malabar. Ahora bien, puesto que sólo las lenguas del viejo m un­ do poseen una literatura, puede considerarse que el dual está muerto para la lengua literaria (a excepción del árabe). En el este de Asia (tercer punto de su patria) se en­ cuentra el dual, aunque ya sólo con huellas muy débiles, 10. Eso parece ser lo que opina también el señor B opp, Armáis, cit., p. 2. 11. Sobre la vana tentativa de introducir el dual en la lengua armenia, véase la Grammaire de la langue Arménienne, de C irbied, p. 37. 12. Según me ha asegurado de palabra el señor profesor Puharska, mediante cuya misión científica el gobierno polaco está dando un ejemplo extremadamente raro de un noble celo por la lengua patria y por el estudio de las lenguas en general. 13. G rim m , Gramm., I, p. 814, n. 35.

en el malayo; más desarrollado está en la lengua tagala, así como en la lengua pampang, estrechamente emparen­ tada con la anterior, en las islas Filipinas; y finalmente, en gradaciones que, en lo que yo conozco, no aparecen en ningún otro lugar, se encuentra el dual en Nueva Ze­ landa, en las islas de la Sociedad y en las islas de la Amis­ tad. Los dialectos de las restantes islas de los Mares del Sur, por desgracia, no son todavía conocidos debidamen­ te en lo que respecta a su gramática. Pero es muy proba­ ble que todos coincidan entre sí, sobre todo en ese punto. La cuestión de si todas esas lenguas, desde la malaya has­ ta la tahitiana, están conectadas, y cómo lo están, la in­ vestigaré detenidamente en otro lugar. Aquí las reúno so­ lamente porque su tratam iento del dual es semejante. En­ teram ente distintas de la familia lingüística malaya pa­ recen ser las lenguas de los aborígenes de Nueva Holanda y de Nueva Gales del Sur. Pero la lengua de quienes ha­ bitan alrededor del lago Macquarie posee el dual,14 y por ello es probable que se encuentre también en otros dia­ lectos australianos. En las lenguas de América aparece raram ente esta for­ ma de pluralidad, pero lo hace en diversos puntos, casi a todo lo largo de aquel inmenso continente: en el extremo Norte aparece en la lengua groenlandesa; en form a muy restringida, en la lengua totonaca, en la parte de Nueva España donde se encuentra Veracruz; además, en la len­ gua de los chaymas, que es común a casi todas las tribus de la provincia de Nueva Andalucía; tam bién aparece en la lengua tamanaca, en la orilla derecha del Orinoco, al sudeste de la misión de Encamarada; con huellas muy débiles, en el quechua, que en otro tiempo fue la lengua común del imperio peruano; y, por fin, esa form a de plu­ ralidad aparece muy desarrollada en la lengua araucana 14. El misionero L. E. Thredkeld ha publicado en Sidney, en Nueva Gales del Sur (sin indicación de año), unos diálogos en ese dialecto, ordenados de acuerdo con las formas gramaticales, con el siguiente título: Specimens of a dialect of the aborigens of New South-Wales being the first attem pt to form their speech into a written language, 4. Véase el dual, p. 8.

en Chile. También los cherokees, en el noroeste de Geor­ gia y en las regiones limítrofes, poseen, según se dice, un dual en su lengua.15 Por esta breve exposición se ve que el número de las lenguas madres que han acogido en sí el dual es muy pe­ queño, m ientras que, por el contrario, es muy grande el área en la cual se afirmó, especialmente en los tiempos antiguos, ya que el dual pertenece precisamente a las fa­ milias lingüísticas más difundidas: el sánscrito y el semí­ tico. Sin embargo, una vez más he de repetir aquí que la enumeración que acabo de hacer no puede pretender ser completa. Sin hacer mención siquiera de aquello que en el estudio comparado de las lenguas se opone a toda pre­ tensión de completitud, a saber: el hecho de que ni con mucho nos son conocidas todas las lenguas de la Tierra, tampoco existen todavía medios auxiliares gramaticales de muchas lenguas que nos son conocidas en general. De otras, esos medios no son tan exactos como para que po­ damos fiarnos de ellos con la seguridad de que no haya podido pasar desapercibida sobre todo una form a como el dual, que aparece raras veces. Finalmente, resulta muy difícil, y a menudo presupone un conocimiento muy pro­ fundo de una lengua, el descubrir en ella las huellas de formas que ya no se mantienen vivas allí. Trabajos como éste pueden y deben acrecentarse siempre, por tanto; sólo con el fin de evitar continuas interpolaciones lim ita­ tivas me he expresado en lo anterior con mayor firmeza al hacer aseveraciones negativas. Ya se entiende, por otro lado, que no he omitido ningún esfuerzo para alcanzar al menos aquella completitud y aquella exactitud que son posibles en las circunstancias dadas, y he tenido la suerte de poder aprovechar aquí, también para las lenguas extraeuropeas, una significativa m ultitud de medios auxilia­ res. Sólo muy raras veces me he visto obligado a lim itar­

15. Esto último se basa únicamente en una noticia aislada qu el señor Du Ponceau agrega a la nueva edición de Grammar of the Massachussetts Indian language, p. 20, de Eliot, y en la que él mismo se expresa de modo inseguro.

me a usar únicamente obras tan generales como el Mithridates o el reciente Atlas de Balbi. Toda lingüística cuidadosa evitará sin duda, al juzgar la estructura grama­ tical de las lenguas singulares, el apoyarse sólo en esas obras, sin rem ontarse a las fuentes originales, aunque el valor de tales obras sea innegable en otros aspectos y aunque concretamente el Mithridates resulte indispensa­ ble para el estudio comparado de las lenguas. Si ahora examinamos el distinto modo como las len­ guas aquí enumeradas tratan el dual, en conjunto pode­ mos subdividirlas convenientemente, dejando de lado las gradaciones singulares, en las tres clases siguientes: Algunas de estas lenguas tom an la idea del dual de la persona que habla y de la persona a que se habla, del yo y del tú. En ellas el dual está adherido al pronom bre y pasa al resto de la lengua sólo hasta donde se extiende la influencia del pronom bre; más aún, a veces el dual se li­ m ita únicamente al pronom bre de la prim era persona del plural, es decir, al concepto nosotros. Otras lenguas extraen esa form a lingüística del fenó­ meno de los objetos que en la Naturaleza aparecen por parejas, como son los ojos, los oídos, todos los miembros dobles del cuerpo, los dos grandes astros. En ellas esa for­ m a lingüística no va más allá del nom bre de tales objetos. En otras familias, por fin, el dual invade la totalidad de la lengua y aparece en todas las partes del discurso en las que puede tener vigencia. En ellas, por tanto, no es de un género particular de dualidad de donde procede, sino que se deriva de su concepto general. Es obvio que las lenguas pueden llevar en sí también huellas de más de una de esas m aneras de concebir el dual e incluso de todas ellas a la vez. Mayor im portancia tiene la observación de que en las tres familias lingüísti­ cas pertenecientes originariam ente a la tercera clase se encuentra también lo siguiente: bien de m anera general, bien con el transcurso del tiempo, lenguas singulares pue­ den conservar el dual sólo con la restricción que tiene en las dos prim eras clases. Aun en ese caso son añadidas con justicia, sin embargo, a la tercera clase, que es lo que yo

haré aquí. Así, en los dialectos alemanes aducidos antes el dual se m uestra ya tan sólo en las dos primeras perso­ nas del pronombre, y en el siriaco aparece, además de en el propio número dos, meramente en el nombre Egipto, al que la gente se había habituado a pensar, según se ve por esto, como Alto Egipto y Bajo Egipto.16 Las lenguas investigadas por mí se reparten del modo siguiente por las clases que acabamos de enumerar: 1. A la prim era clase, en la que el dual tiene su sede en el pronombre, pertenecen: a) las lenguas antes nom­ bradas del Asia oriental, de las Filipinas y de las islas de los Mares del Sur, y fe) la lengua chayma y la tamanaca. 2. A la segunda clase, en la que el dual procede del nombre, pertenecen: a) meramente la lengua totonaca, y b) la lengua quechua, en la m edida en que pueda atri­ buírsele un dual. 3. A la tercera clase, en la que el dual se extiende a la totalidad de la lengua, pertenecen: a) las lenguas sáns­ critas,17 b) las semíticas, c) la groenlandesa, d) la araucana, y e) si bien de manera menos completa, la lapona. 16. V ater , Handbuch der Hebraischen..., gramática, p. 121. También en hebreo el nombre de Egipto, Mizraim (Genesius, Wórterbuch, palabra mazor), es un dual. Sin embargo, por un instan­ te nos sentimos dudosos de interpretar esa palabra como Alto Egipto y Bajo Egipto, ya que el Alto Egipto, es decir el Egipto meridional, tiene un nombre propio, Vatros (Genesius, Hauptversammlung). También el señor Genesius (Lehrgebaude, p. 539, 2) deriva el dual en Mizraim de la bipartición debida al Nilo, bipar­ tición que, sin embargo, no es ciertamente apropiada para el delta. Sólo que, de acuerdo con comunicaciones posteriores, el señor Genesius se inclina ahora a mi opinión, que dice que la división en Alto Egipto y Bajo Egipto es la razón de la forma del nombre; cuando llegue al dual hebreo explicaré con más de­ talle la mucha agudeza con que él, diferenciando el tiempo de su uso, armoniza todas las denominaciones mencionadas más arriba. 17. Debería recomendarse esta expresión para las lenguas co­ nexionadas con el sánscrito, que recientemente han sido llama­ das también indogermánicas, y ello no sólo por su brevedad, sino también por su adecuación interna, dado que las lenguas sáns­ critas son, según el significado de la palabra, lenguas de estruc­ tura elaborada y delicada.

En esta visión de conjunto, en la que adrede he sido muy conciso, se observa que en la realidad efectiva de las lenguas conocidas el dual se presenta aproximadamente con la misma diversidad de concepto y de extensión que podría habérsele asignado en un puro análisis de ideas. Yo he preferido, sin embargo, buscar esas diversas espe­ cies de dual por la vía de la observación, con el fin de es­ capar así al peligro de imponerlas a las lenguas partiendo de conceptos. Pero ahora será necesario desarrollar tam ­ bién a partir de ideas generales la naturaleza de esta for­ m a lingüística, con independencia del conocimiento de las lenguas reales. Un punto de vista que tal vez no es todavía completa­ mente insólito, pero que es del todo errado, es el que con­ sidera el dual meramente como un plural restringido, in­ troducido por azar para el número dos; con ello autoriza a preguntarse por qué no posee cualquier otro número su propia forma de plural. En el ámbito de las lenguas aparece, de todos modos, sem ejante plural restringido, que, cuando se refiere a dos objetos, trata la dualidad me­ ram ente como un número pequeño; sólo que ese plural no ha de ser confundido en modo alguno, tampoco en este caso, con el verdadero dual. En la lengua de los abipones, una tribu del Paraguay, hay un plural doble: un plural restringido, para dos o más objetos, pero siempre pocos, y un plural amplio, para m u­ chos objetos.18 El prim ero parece corresponder auténtica­ m ente a lo que nosotros llamamos plural. Su formación se realiza mediante sufijos que ocupan el lugar de la desi­ nencia del singular, o bien mediante modificaciones pare­ cidas a flexiones de esa desinencia; es muy varia esa for­ mación, si bien sólo podemos juzgarla en una serie de ca­ sos que han sido transm itidos. El otro plural, el amplio, conoce meramente la desinencia ripi. En ella se encuen­ tra el concepto de pluralidad, lo cual se infiere del hecho de que, tan pronto como ese concepto es designado en el discurso con una palabra específica, se deja de lado la 18. Dobrizhoffer, Historia de Abiponibus, t. II, pp. 166-168.

desinencia ripi y se pone el sustantivo en el plural restrin­ gido. No encuentro, sin embargo, que ripi sea usado por sí solo, y se ha convertido hasta tal punto en una desinen­ cia que no va adherido ni al singular ni al plural restrin­ gido, sino que adopta una formación particular mediante una modificación específica de la desinencia de la palabra. Eso es al menos lo que ocurre en los ejemplos siguientes: S in g u l a r

choale, «hombre» ahopegak, «caballo»

P lural

r e s t r in g id o

choaléc o choaleéna, ahopega

P lural

a m p l io

choaliripi ahopegripi 19

La lengua de los moco vi,20 en la provincia del Chaco, em parentada muy estrecham ente con la de los abipones, no posee este plural doble, pero form a el plural de todas las palabras no term inadas en i m ediante el añadido de la palabra ipi, sin que esta última, a lo que parece al menos por los ejemplos, modifique nada en la desinencia del sus­ tantivo; choálé, «hombre», choaléipi, «hombres». En esta lengua ipi es en realidad la palabra «mucho», y lo que resulta incierto es si la r añadida en la lengua abipona es una letra formativa o si su omisión es una peculiaridad del dialecto mocoví. La lengua tahitiana, que no distingue en el sustantivo el dual, conoce tam bién el plural amplio y el plural res­ tringido de que antes se ha hablado, pero los indica m era­ m ente con palabras específicas antepuestas al sustantivo; esas palabras aún no están aclaradas en su significado ori­ ginario y sólo impropiamente podrían ser llamadas for­ mas gramaticales.21 19. D obrizhoffer escribe joale y ahepegak, pero con la ; quie­ re expresar el sonido español de la ch alemana, y con la e, la o. 20. Gramática de la lengua mocoví, 3, que me ha sido comuni­ cada en manuscrito por el abate Hervás y que está redactada de acuerdo con los papeles del abate don Raimondo de Termaier. 21. A Grammar of the tahitian dialect of Polynesian language, Tahití, 1823, pp. 9-10.

La lengua árabe es la que posee del modo más deter­ minado formas de plural para varios números; posee, en efecto, el dual para dos, el plural restringido para los núm etros tres a nueve, y el plural de pluralidad o plural de plurales —en el cual a partir del plural de algunas pala­ bras se forma, mediante una flexión regular, un plural nuevo— para el diez y más o para un número indeterm i­ nado. También para indicar la unidad se sirve el árabe (lo hace en los sustantivos en cuya naturaleza está el re­ coger bajo sí una pluralidad, como ocurre con los géneros de los animales y los vegetales) de una característica es­ pecial, desconocida por el singular de otras lenguas, y hace de éste un plural.32 Este punto de vista, que considera que el concepto de género se halla en cierto modo fuera de la categoría de número y que diferencia de él, mediante una flexión, el plural y el singular, es innegablemente un pun­ to de vista muy filosófico y su carencia obliga a otras len­ guas a recurrir a otros medios auxiliares. Ahora bien, como estas formas árabes del plural no pueden ser nunca confundidas con el dual, cosa que sí ocurre con las formas del abipón, resulta innecesario tratarlas aquí en detalle. A esa noción del dual, que acabamos de señalar como errada, que se lim ita al concepto del mero número dos como uno de los muchos números progresivos en la serie numérica, se opone la noción que se funda en el concepto de dualidad y que asigna el dual, al menos de m anera pre­ ferente, a aquel género de casos que dan ocasión de llegar a ese concepto. Según esta noción el dual es, por así decir­ lo, un singular colectivo del número dos, dado que el plu­ ral reconduce de nuevo la pluralidad a la unidad sólo oca­ sionalmente y no según su concepto originario. Como for­ ma de pluralidad y como designación de una totalidad cerrada, el dual comparte, por tanto, al mismo tiempo la naturaleza del plural y la del singular. El hecho de que empíricamente, en las lenguas reales, se halle más próxi­ 22. Silvestre de Sacy, Grammaire araba, t. I, pp. 72, 74, 710, con quien merece ser comparado también O berleitn er (Fundamenta linguae Arabicae, p. 224).

mo al plural, prueba que la prim era de esas dos relacio­ nes interesa más al sentir natural de las naciones; ahora bien, su uso espiritual e ingenioso retendrá siempre la segunda de ellas, es decir, la del colectivo-singular. Tam­ bién en otras lenguas cabe dem ostrar esa relación como el fundamento del dual, si bien todas ellas, en el uso su­ cesivo, mezclan la noción correcta y la noción errada, que aquí hemos separado, y convierten el dual tanto en expre­ sión de dos como en expresión de dualidad. Toda la diversidad gramatical de las lenguas es, según mi opinión, triple, y no se obtiene un concepto completo de la estructura de una lengua concreta si no se toma en consideración según esa triple diversidad. Las lenguas son, en efecto, gramaticalm ente distintas: 1. Primero, en la concepción de las formas gram ati­ cales según su concepto. 2. Después, en la índole de los medios técnicos de su designación. 3. Finalmente, en los sonidos reales que sirven para designarlas. En el momento presente hemos de habérnos­ las solamente con el prim ero de esos tres puntos; los otros dos pueden ser objeto de reflexión sólo en una considera­ ción de las lenguas que tenga como m ira el dual. Mediante el segundo y el tercero de esos puntos, sobre todo mediante el último, alcanza una lengua su individua­ lidad gramatical, y la semejanza de varias lenguas en este punto es la señal más segura de su parentesco. Pero el prim er punto es el que determ ina su organismo, y es muy im portante, y lo es no sólo porque actúa principalmente sobre el espíritu y el modo de pensar de la nación, sino tam bién porque constituye la piedra de toque más segura de que en ella existe aquel sentido lingüístico que ha de ser considerado en cada una como el principio auténtica­ mente creador y transform ador de la lengua. Si se pensase con cierto acabamiento el estudio com­ parado de las lenguas, sería preciso examinar el diverso modo como son asumidas en ellas la gram ática y sus for­

mas (pues esto es lo que yo entiendo por «concepción se­ gún el concepto»), examinarlo prim ero en las formas gra­ maticales singulares, como aquí en el dual, y luego en las lenguas singulares, cada una en su conexión; finalmente, ese doble trabajo habría de utilizarse para trazar un com­ pendio del lenguaje hum ano —pensado como algo uni­ versal— en su extensión, en la necesidad de sus leyes y sus hipótesis, y en la posibilidad de la admisión de éstas. La idea de lenguaje que prim ero se ofrece, pero que es la más limitada, es la idea que lo considera como un mero medio de entenderse. Tampoco en este aspecto, sin embargo, resulta enteram ente superfluo el dual; de hecho contribuye a veces a una comprensión m ejor y más pro­ funda, como tendremos ocasión de m ostrar al estudiar su uso en la lengua griega. Pero sin duda esos casos apa­ recen tan sólo en el ám bito del estilo; y si los pueblos ar­ tífices de lenguas tuviesen como finalidad meramente la m utua comprensión, cosa que afortunadam ente no es el caso, entonces un específico plural de dualidad habría sido tenido ciertam ente por superfluo. Hay, en efecto, varios pueblos que no aplican las formas de plural efecti­ vamente presentes en sus lenguas ni siquiera allí donde la m entada pluralidad brota de otras circunstancias: de un número añadido,23 de un adverbio numeral, del verbo, 23. De ese mismo modo parece tomarlo Adelung . (Wdrterbuch, vocablo «Mann», p. 349, y en otros lugares), cuando en alemán se combinan algunas palabras en singular con números y se dice sechs Loth, zehn Mann, etc. En parte esto es también enteramen­ te correcto, algunos de esos modos de hablar son incluso tolera­ dos sólo en el habla vulgar, pero no en la elocución noble, y en todos ellos domina la arbitrariedad fortuita del sentido lingüísti­ co, pues, por ejemplo, se dice zehn Pfund, pero jamás se dice zehn Elle. Sin embargo, precisamente allí donde ese uso lingüístitico ha arraigado más, en el caso de Mann, hay en la expresión, según mi sentir, una hermosa fineza, no destacada por Adelung. Aquí el singular pretende señalar que el número indicado es visto como un todo cerrado; por eso la palabra es arrancada a la mul­ tiplicidad indeterminada del plural. Esto es visible sobre todo en la locución distributiva vier Mann hoch, donde cada cuatro hom­ bres que están juntos de pie deben valer como una única fila. He

cuando la designación de la pluralidad es omitida en el nombre, o del nombre, cuando es om itida en el verbo, etc. La lengua no es en modo alguno, sin embargo, un mero medio para entenderse, sino que es la im pronta del espí­ ritu y de la vista del mundo propia de los hablantes; la socialidad es el medio auxiliar indispensable para su de­ senvolvimiento, pero no es ni mucho menos la única fina­ lidad para la que ella trabaja; esa finalidad encuentra más bien su punto final en la persona singular, en la medida en que es posible separar a ésta de la humanidad. Por tan­ to, aquello del mundo exterior y de la interioridad del es­ píritu que consigue pasar a la estructura gramatical de las lenguas, eso puede ser asumido, aplicado y perfeccio­ nado en ellas, y lo es realmente, en la medida de la vita­ lidad y pureza del sentido lingüístico y en la medida de la peculiaridad de su vista del mundo. Mas aquí aparece en seguida una diversidad sorpren­ dente. La lengua lleva en sí huellas de que en su form a­ ción fue sacada principalm ente de la visión sensible del mundo o de la interioridad de los pensamientos, en la cual aquella visión había pasado ya por el trabajo del es­ píritu. De ese modo algunas lenguas tienen como pronom ­ bres de la tercera persona expresiones que designan al individuo en una posición bien determ inada: erguido, ya­ cente, sentado, etc. Esas lenguas poseen, por tanto, m u­ chos pronombres particulares y carecen de uno general. Hay otras que diversifican la tercera persona según su creído que tenía que hacer esta observación porque este singu­ lar anómalo es propiamente, lo mismo que el dual, un singular colectivo, un singular-plural, y estas locuciones proporcionan una prueba de cómo las lenguas, a falta de formas correctas, aplican, para alcanzar su finalidad, formas incorrectas, pero que son ca­ racterísticas en el instante de su uso en cada caso. En la base de la expresión zehn Fuss hay sin duda algo diferente, a saber, la distinción entre el concepto propio y el concepto figurado, si bien a ese propósito se distingue un doble plural, Fusse y Füsse. Una confusión semejante del número, que debería ser comparada con estos casos, se encuentra en el hebreo (G en esiu s , Lehrgebaude, p. 538). Sobre el címrico véase lo dicho antes.

proximidad o su lejanía con respecto a las personas que hablan. Otras, en fin, conocen al mismo tiempo un él puro —m era antítesis de yo y tú— resumido en una única ca­ tegoría. El prim ero de estos puntos de vista es entera­ m ente sensible; el segundo se refiere ya a una pura form a inm anente de la sensibilidad; el últim o se basa en la abs­ tracción y en la división lógica de los conceptos, aunque con mucha frecuencia habrá sido seguramente el uso el que haya marcado algo que tal vez tenía un origen com­ pletam ente distinto. En general, apenas se necesita seña­ lar que estos tres puntos de vista diversos no han de ser considerados como tres niveles que van avanzando en el tiempo. Todos ellos pueden encontrarse juntos, en huellas más o menos visibles, en una y la mism a lengua.24 El concepto de dualidad pertenece al área de lo visible y al área de lo invisible y, m ientras se presenta de mane­ ra viva y excitante a la intuición sensible y a la observa­ ción externa, al mismo tiempo es predom inante en las leyes del pensar, en las tendencias de la sensibilidad y en el organismo, imposible de investigar en sus fundamentos más hondos, del género humano y de la naturaleza. Para partir aquí de la observación más simple y su­ perficial, lo prim ero que destaca por sí mismo, como algo cerrado y abarcable con la mirada, es un grupo de dos objetos situado entre un objeto singular y un grupo de varios objetos. Luego la percepción y la sensación de la dualidad pasan al hom bre en la división de los dos sexos y en todos los conceptos y sentimientos referidos a ellos. Esa división acompaña más tarde al hom bre en la configu­ 24. En la lengua abipónica, por ejemplo, hay seis palabras dis­ tintas, que recorren los dos géneros, el masculino y el femenino, para expresar autónomamente el pronombre de la tercera perso­ na. Todas esas palabras terminan con la sílaba ha, pero ésta nun­ ca aparece sola y es difícil que designe «él», pues desaparece del todo cuando con ese séxtuple pronombre se combina, y ello es posible, el concepto «sólo». Para el pronombre posesivo, en cam­ bio, hay una designación simple, que, sin embargo, es omitida con frecuencia, de manera que la falta de la designación de pose­ sión se convierte luego en indicación del posesivo de la tercera persona. D o b r i z h o f f e r , op. cit., t. II, pp. 168-170.

ración de su cuerpo y de los cuerpos de los animales en dos mitades iguales y con miembros e instrum entos sensi­ bles que están presentes por parejas. Por fin, precisam en­ te algunos de los fenómenos más poderosos y grandes que hay en la Naturaleza, y que rodean en todo instante tam ­ bién al hombre en estado de naturaleza, se presentan como dualidades o son concebidos como tales: los dos grandes astros que determinan el tiempo, el día y la noche, la tie­ rra y el cielo que la cubre como una bóveda, la tierra fir­ me y las aguas, etc. Lo que así se m uestra presente en todas partes a la intuición, eso el sentido interno lo tras­ pasa de modo natural y expresivo a la lengua, mediante una form a dedicada especialmente a ello. Pero es en el invisible organismo del espíritu, en las leyes del pensar, en la clasificación de sus categorías don­ de el concepto de dualidad está arraigado de una m anera mucho más originaria y profunda todavía: en la tesis y la antítesis, en el poner y el quitar, en el ser y el no-ser, en el yo y el mundo. Aun allí donde los conceptos se dividen en tres o más, el tercer miembro o bien brota de una di­ cotomía originaria o bien, sobre su base, es reconducido con gusto a ella en el pensar. El origen y el final de todo ser dividido es la unidad. Sin duda a eso se debe el que la división prim era y más sencilla, en la cual el todo se separa únicamente para reunirse inmediatamente después en form a articulada, sea la división que predom ina en la Naturaleza y sea en el hom bre la más luminosa para el pensamiento y la más agradable para la sensación. Especialmente decisivo para la lengua es el hecho de que la dualidad ocupe en ella un lugar más im portante que en ninguna otra parte. Todo hablar se basa en el diá­ logo; en él, también cuando intervienen varios interlocu­ tores, el hablante se contrapone siempre como una uni­ dad a aquéllos a quienes habla. Incluso m entalm ente ha­ bla el hombre tan sólo con otro, o habla consigo mismo como si fuera otro; traza con ello los círculos de su pa­ rentela espiritual y establece una separación entre los que hablan como él y los que hablan de m anera diferente. Esa

separación, que divide al género hum ano en dos clases, los de la propia tierra y los extranjeros, es el fundamen­ to de toda unión social originaria. Podría haberse hecho ya antes la observación de que la dualidad que se manifiesta exteriormente en la N atura­ leza puede ser aprehendida o bien de una m anera más su­ perficial o bien en una penetración más íntim a del pen­ sam iento y del sentimiento. En este aspecto bastará re­ cordar una sola cosa. Recientemente A. W. von Schlegel ha m ostrado de una m anera sorprendentem ente acertada y sumamente ingeniosa que la sim etría bilateral del cuer­ po de los hombres y de los animales penetra muy pro­ fundamente en la fantasía y en el entendimiento y se con­ vierte en una de las fuentes capitales de la arquitectónica del arte.25 Tomada en su configuración más general y espi­ ritual, la diferencia de sexo hace que la consciencia de una unilateralidad que sólo puede sanarse m ediante el com­ plemento recíproco traspase todas las relaciones del pen­ sar y del sentir humanos. Adrede no he mencionado hasta aquí esta doble apre­ hensión, una más superficial y otra más profunda, una más sensible y otra más espiritual, porque aparece sobre todo allí donde la lengua se basa en la dualidad del diálo­ go. En lo anterior he señalado tan sólo la manifestación enteram ente empírica de esto. Pero en la esencia origina­ ria del lenguaje hay un dualismo inmodificable, y la pro­ pia posibilidad del hablar está condicionada por el dirigir la palabra a alguien y el recibir de él una contestación. Ya el pensar va acompañado esencialmente de la inclinación a la existencia social, y el ser humano, prescindiendo aquí de toda relación corporal y afectiva, anhela, también con vistas a su mero pensar, un tú correspondiente al yo, y le parece que el concepto alcanza su precisión y su certeza tan sólo cuando una fuerza del pensar ajena le devuelve, reflejándolos, los propios rayos emitidos por él. El con­ cepto es engendrado cuando él mismo se arranca de la agitada masa del representar y, de frente al sujeto, se 25. Indische Bibliothek, vol. 2, p. 458.

plasma como objeto. Pero la objetividad aparece de una manera aún más acabada cuando esa escisión no acontece únicamente en el sujeto, sino que aquel que tiene la re­ presentación ve realmente fuera de sí el pensamiento, cosa que sólo es posible en otro ser que, como él, tiene repre­ sentaciones y piensa. Y el lenguaje es el único mediador que hay entre dos fuerzas del pensar. En sí misma la palabra no es un objeto, sino que es más bien, frente a los objetos, algo subjetivo; sin em bar­ go, en el espíritu de quien piensa debe convertirse en un objeto, en un objeto engendrado por él y que reobra so­ bre él. Entre la palabra y su objeto queda un abismo muy sorprendente; nacida solamente en la persona singular, la palabra se asemeja mucho a un mero pseudoobjeto; la len­ gua no puede ser tampoco hecha real por la persona sin­ gular, eso sólo puede ocurrir de m anera social, en la me­ dida en que a un ensayo osado se le agrega otro nuevo. La palabra, por tanto, ha de adquirir esencialidad, y la len­ gua ampliación, en alguien que oye y contesta. Este pro­ totipo de todas las lenguas lo expresa el pronom bre dis­ tinguiendo la segunda persona de la tercera. Yo y él son objetos realmente distintos y con ellos se agota propia­ mente todo, ya que significan, con otras palabras, yo y no-yo. Pero tú no es un él contrapuesto al yo. M ientras que yo y él se basan en la percepción interna y externa, hay en el tú la espontaneidad de la elección. También el tú es un no-yo, pero no lo es, como el él, en la esfera de todos los seres, sino en una esfera diferente, en la esfera del actuar común mediante la influencia recíproca. En el él mismo hay por ello, además del no-yo, también un notú, y el él no está contrapuesto m eram ente a uno de los dos, sino a los dos. A esto alude tam bién la circunstancia antes mencionada de que en muchas lenguas el pronom ­ bre de tercera persona diverge entera y esencialmente, en su designación y en su formación gramatical, de las dos prim eras personas, y unas veces su concepto no está pre­ sente de manera pura, y otras no está presente en todos los casos de la declinación. Únicamente con la unión, ejecutada por medio del len­

guaje, de un otro al yo se generan ahora todos los senti­ mientos profundos y nobles que afectan al hombre en su integridad, sentimientos que en la amistad, en el am or y en toda comunión espiritual, convierten la unión entre dos en la más alta e íntim a de las uniones. El que aquello que mueve interna y externamente al ser humano pase a la lengua es algo que depende de la vitalidad de su sentido lingüístico, con la cual hace él de la lengua el espejo de su mundo. El grado de profundidad de la concepción en que eso ocurra es algo que depende de la disposición más o menos pura y delicada del espíri­ tu y de la imaginación, disposición en la cual el ser hu­ mano, antes aún de haber llegado a la clara consciencia de sí mismo, influye involuntariam ente sobre su lengua. El concepto de dualidad, en cuanto concepto de un nú­ mero y, por tanto, de una de las intuiciones puras del es­ píritu, posee también, sin embargo, esa afortunada homo­ geneidad con la lengua que lo hace particularm ente apto para pasar a ella. Pues no todo está capacitado para lo­ grar eso, por muy poderosamente que, por otra parte, conmueva al ser humano. Así, no es fácil que haya entre los seres una diferencia que más salte a la vista que la existente entre los seres vivos y los carentes de vida. Va­ rias lenguas, principalmente americanas, fundan en esa diferencia también diferencias gramaticales y descuidan, en cambio, la diferencia del género. Mas, dado que la m era circunstancia de estar dotado de vida no contiene en sí nada que cupiera fundir íntimamente en la form a de la lengua, ocurre que las diferencias gramaticales basadas en aquélla permanecen en la lengua como una m ateria ex­ traña y testifican que el dominio del sentido lingüístico no ha logrado una penetración perfecta. El dual, en cam­ bio, no sólo conecta con una forma que le es estrictam en­ te necesaria a la lengua, el número, sino que además, como antes se ha mostrado, tiene un puesto fundado y específico tam bién en el pronombre. El dual, por tanto, necesita únicamente ser introducido en la lengua para sentirse en ella como en su propio hogar. Con todo, tam bién en el dual puede haber, y la hay

efectivamente en diversas lenguas, una diferencia que no debe descuidarse. En la formación de las lenguas ejerce su imperio, en efecto, además del propio sentido lingüís­ tico creador, también la imaginación, afanosa en general de traspasar a la lengua todo aquello que la emociona vi­ vamente. Aquí no siempre es el sentido lingüístico el prin­ cipio dominante, aunque debiera serlo, y el acabamiento de su estructura prescribe a las lenguas la ley inmutable de que todo aquello que es llevado a ellas abandone su for­ ma originaria y asum a la forma de la lengua. Sólo de esa m anera se consigue la metamorfosis del mundo en lengua y sólo así se consuma la actividad simbolizadora de la lengua también por medio de su estructura gramatical. El género de las palabras puede servirnos aquí de ejem ­ plo. A mi parecer, toda lengua que acoja en sí el género está ya un paso más cerca de la pura form a lingüística que una lengua que se contente con el concepto de lo vivo y lo inerte, aunque es cierto que ese concepto es el fun­ damento del género. Sólo que el sentido lingüístico mues­ tra su dominio no sólo cuando el género de los seres ha sido hecho realmente un género de las palabras, cuando no hay ninguna palabra que no esté asignada a uno de los tres géneros, de acuerdo con los múltiples puntos de vista de la fantasía artífice de lengua. Si alguien dijese que esto no es filosófico, desconocería el sentido verdade­ ram ente filosófico de la lengua. Todas las lenguas que de­ signan únicamente los géneros naturales y no reconocen un género designado metafóricamente, lo que prueban es que, bien originariam ente, o bien en la época en que no prestaron ya atención a esta diferencia de las palabras, o bien porque cayeron en confusión acerca de ella, mezcla­ ron en el mismo m ontón el masculino y el neutro, no es­ tuvieron penetradas enérgicamente por la form a lingüís­ tica pura, no comprendieron la sutil y delicada interpreta­ ción que la lengua hace de los objetos de la realidad. También en el dual lo im portante es, en consecuencia, si ha pasado al sustantivo sólo como percepción empírica de los objetos existentes por parejas en la Naturaleza, o al pronom bre —y con él, ocasionalmente al verbo— como

sentimiento de la apropiación y la repulsión de hombres y tribus, o si, por el contrario, está realm ente fundido en la form a universal de la lengua y se ha unificado verdade­ ram ente con ella. Una de las señas características de que esto ha ocurrido es, desde luego, su asunción general en todas las partes de la lengua; con todo, esta circunstancia no puede ser decisiva por sí sola. Será difícil que alguien ponga en duda que el dual en­ caja bellamente en la construcción del discurso, dado que acrecienta las m utuas relaciones de las palabras entre sí, y también eleva de por sí la impresión viva de la lengua, y en la discusión filosófica viene en ayuda de la nitidez y brevedad del entenderse. En esto el dual es superior a aquello por lo que toda form a gram atical se diferencia, en agudeza y viveza del efecto, de una perífrasis realizada con palabras. Basta con com parar los pasajes de los poetas griegos y latinos en que se habla de los Tindáridas, que saltan a la vista tam bién como astros vecinos, o de otras parejas de hermanos. Las sencillas desinencias del dual en Homero: xpazepóypovE yeivaro itdiSet

o ixivuv&adíco Se yEvéa^r¡v

presentan la naturaleza de los gemelos de un modo m u­ cho más vivo y expresivo que la perífrasis de Ovidio: ...at gemirá, nondum coelestia sidera, fratres, ambo conspicui, nive candidioribus ambo vectabantur equis. Esta impresión no queda disminuida por el hecho de que en el prim ero de los dos pasajes homéricos mencio­ nados, y en otros semejantes, después del dual venga in­ mediatamente el plural. Una vez que la imagen ha sido introducida con el dual, tampoco el plural es sentido de una manera diferente. Es más bien una herm osa libertad

de la lengua griega el que no se deje arrebatar el derecho a usar el plural tam bién como form a colectiva de plura­ lidad, con tal de que retenga, allí donde el énfasis lo exija, la ventaja de designar de una m anera específica la duali­ dad. Pero desarrollar esto con más am plitud e investigar­ lo, bien que en los mejores escritores griegos domine ge­ neralm ente una sensibilidad muy sutil y acertada para el plural, es algo que sólo será posible al final de este estudio, cuando se considere especialmente el dual griego. Después de todo lo que hasta aquí se ha dicho, me parece que no es necesario refutar ya a quienes dicen que el dual es un lujo o una excrecencia de la lengua. La visión de la lengua que la pone en conexión con el hom bre en­ tero y pleno y con lo más hondo que hay en él no puede llevar hasta ella, y es con esa visión solamente con la que aquí hemos de habérnoslas. Por ello concluyo aquí la par­ te general de estas investigaciones y en las siguientes pa­ saré a la consideración de las lenguas singulares de acuer­ do con las tres clases de que antes hablamos con vistas a tratar el dual.

Sumario

Prólogo, de José M. Valverde.............................................. 5 B ib lio g ra fía .......................................................................25 Nota a la edición................................................................ 29 Sobre el estudio comparado de las lenguas en relación con las diversas épocas de su evolución. . . . 33 Sobre la influencia del diverso carácter de las lenguas en la literatura y en la formación delespíritu . . 61 Sobre la génesis de las formas gramaticales y su influen­ cia en la evolución de las id ea s...............................67 Sobre la escritura alfabética y su conexión con la es­ tructura de las lengu as...........................................101 133 Sobre el dual