Ensayos sobre la vida humana [2 ed.]
 9681660986

Citation preview

Thomas Nagel

ENSAYOS SOBRE LA VIDA HUMANA Supongamos que la muerte es el fin inequívoco de nuestra existen�ia.. Entonces surge la pregunta de si morir es algo malo. Existe un desacuerdo notable al responderla: algunos piensan que la muerte es algo terrible; otros no plantean objeciones a la muerte per se, aunque esperan que la suya no sea prematura ni dolorosa. La filosofía abarca una inmensa variedad de temas; pero la vida mortal siempre ha sido uno de sus intereses: cómo entenderla y cómo vivirla. Los ensayos de este libro tratan sobre la vida, su fin, su significado, su valor, y sobre la metafísica de la conciencia. Algunos de los temas no han recibido mucha atención por parte de los filósofos analíticos por la dificultad de abordarlos con claridad y precisión, pero a pesar de lo diferentes que son, a estos trabajos los une un interés por la vida humana individual y su relación con concepciones más impersonales de la realidad. El mismo interés por el lugar que ocupa la subjetividad en un mundo objetivo da pie a discurrir sobre la filosofía de la mente, las cualidades extrañas del absurdo, la discusión acerca de la fortuna moral, las implicaciones de las perversiones sexuales, el ejercicio siempre cuestionable de los responsables de las guerras, los descubrimientos sobre las bases neurofisiológicas del cerebro, la política, la igualdad, entre otros tantos temas de particular seducción; las disertaciones sirven para llegar a una conclusión: la labor filosófica, incluso en los temas públicos más actuales, seguirá siendo teórica. El autor afirma que no sabe si es más importante cambiar al mundo o comprenderlo, y añade que la filosofía se juzga mejor por sus contribuciones a la comprensión y no al curso de los sucesos.

COLECCIÓN POPULAR FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MÉXICO

i

�e

] J ro

l! º �

COLECCIÓN POPULAR UrJ/VERSl�Ao. �EDA60GIC A NACIONAL B,!3UO fECII CENTRAL

11

ll!W1 1 /11/lfi1 1111 1 1/lif . 01010055368

205 ENSAYOS SOBRE LA VIDA HUMANA

Traducción de HÉCTOR IsLAS AzAis

THOMAS NAGEL

ENSAYOS SOBRE LA VIDA HUMANA

COLECCIÓN

POPUIAR

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MÉXICO

P�mera edición en inglés, 1979 Pnmera edición en españo l, 1981 Segunda edición en españo l, 2000

NOTA A LA SEGUNDA EDICION

Se pro�íbe la r p od cción total o parcial de esta obra � � � _ mclmdo el diseno tipográfic o y de portadasea cual fuere el medio electr . o' n1ºco o meca-nic · . · o,' . ' sm el consentimien to por escrito del editor Título original: Mortal Questio ns D. R.© 1979, Cambridge Un iversity Press 32 East 57th Street, Nueva Yorl; NY 10022 EVA ISBN 0-521-29460-6

En su primera e dición bajo e l se llo de l Fondo de Cul­ tura Econ ómica (1981) esta obra apare ció como La muerte en cuestión; te nía, además, un subtítulo: Ensayos sobre la vida humana. Como e l título origin al (Mortal Questions) te n ía una se rie de connotacion es que no con se rvaba su e quivalen te e spañol -el jue go de pa­ labras con Moral Questions, que e n n ue stra len gua lla­ maríamos problemas morales, y la idea de pe ligro, pue s Mortal Questions e voca venen os mortales-, de cidimos cambiar e l título en esta se gunda e dición . Puesto que no es posible e ncontrar una traducción e xacta del títu­ lo origin al, hemos optado por dar prioridad al subtí­ tulo de la prime ra e dición, por con siderarlo más pre­ ciso y descriptivo: Ensayos sobre la vida humana: En cuan to a los ensayos que con tie n e y al orden e n que se pre se n tan, e sta se gun da e dición e s idéntica a la primera. Sin e mbargo, a un tiempo es dife ren te , ya que la traducción se ha re hecho por comple to.

D. R.© 1981, FONDO DE CU LTURA ECONÓMICA D. R. © 200?, FONDO DE CU LTURA ECONÓMICA Carretera P1cacho-i\jusco, 227 ; 14200 México D · F· www.fce.com.mx '

ISBN 968-16-6098-6 (se gund a e dición) ISBN 968-16-0684-1 (primera e dición)

Impreso en México

5

,

A mi padre, WALTER NAGEL,

pesimista y escéptico

PREFACIO La filosofía abarca una inmensa variedad de temas, pero la vida mortal siempre ha sido uno de sus intere­ ses: cómo entenderla y cómo vivirla. Los ensayos de este libro tratan sobre la vida: su fin, su significado y va­ lor, así como sobre la metafísica de la conciencia. Al­ gunos de los temas no han recibido mucha atención por parte de los filósofos analíticos, porque es difícil abordarlos con claridad y precisión, y asimismo deslin­ darlos de una mezcla de hechos y sentimientos de los que esas cuestiones hacen abstracción para el análisis filosófico. Tales problemas deben abordarse con un método filosófico que ten ga como fin una compren ­ sión tanto personal como teórica, y que busque combi­ nar ambas·para incorporar los resultados teóricos en el marco del autoconocimiento. Su logro implica riesgos, pues los temas significativos evocan con mucha facili­ dad respuestas extensas y equivocadas. Cada campo teórico se enfrenta a un a pugna entre el exceso y la contención , la imaginación y el rigor, así como el impulso por explayarse y la precisión. Al tratar de evadir los excesos de uno de los extremos, es fácil caer en los excesos del otro. El apego a un estilo grandio­ so puede producir impaciencia ante las exigencias de rigor y puede conducir hacia una tolerancia de lo inin­ teligible: Si bien los defectos de un a tradición tienden a reflejar sus virtudes, el problema en la filosofía an alí9

tica ha sido el opuesto. No es apropiado decir que la filo­ sofía angloamericana e vita los grandes te mas. En pri­ me r lugar, no hay problemas más profundos o impor­ tan te s que los de la metafísica , la e pistemología y la filosofía del lenguaje, todos los cuales se e n cuentran e n e l cen tro de e se campo de estudio. E n segundo lugar, la tradición analítica ha sido muy receptiva a los inten ­ tos recie n tes por e xplorar territorios poco conocidos. No obstante , e l temor a decir disparates ha producido un poderoso e fecto inhibidor. Después de mucho tiem­ po de la desaparición del positivismo lógico, los filósofos analíticos han ten dido a proce der con cautela y a provee rse con los últimos recursos técnicos. Es compren sible que un ape go a cie rtos crite rios y métodos conduzca hacia una concentración e n proble­ mas susce ptibles de abordarse con tales métodos. Lo an te rior puede ser un a e lección e stratégica pe rfecta­ mente racion al, pe ro a menudo conlleva una tenden­ cia a definir las cuestione s le gítimas en términos de los métodos de solución disponibles. Semejante hábito aparece no sólo e ntre académicos, sino también en dis­ cusiones sobre cue stion es políticas o sociales, donde circula con e l n ombre de re alismo o pragmatismo. Si bien e ste hábito ase gura cierto tipo de comodidad, · pues n os salva de la posibilidad de pasar por alto pro­ blemas reales e importantes, resulta insen sato en cual­ quie r campo de e studio, y especialmen te e n filosofía. Cuando tienen que desarrollarse métodos n ue vos y crite rios apropiados para abordar problemas que no pueden plante arse e n términ os de los proce dimie ntos de investigación ya existen te s surgen cosas interesantes. A vece s los problemas n o pueden compren de rse cabal10

mente sino hasta que se han desarrollado los métodos. Es importante tratar de evitar las tesis vagas, oscuras o in fundadas, así como procurar buen os niveles de pre ­ sentación de pruebas y argume ntación. Pero también son importantes otros valores, algunos de los cuales ha­ cen difícil que podamos mante ner las cosas en orden. Mis propias simpatías y antipatías filosóficas se e sta­ blecen con facilidad. Así, creo que debemos confiar más en los problemas que en las solucion e s, en las intuicio­ nes antes que e n los argumen tos, y e n e l desacue rdo plural por e ncima de la armonía sistemática. La sen ci­ llez y la e le gancia n unca son razone s para pensar que una teoría filosófica es verdadera; por el contrario, por lo común son fun damentos para pe n sar que es falsa. Ante un argumento de mole dor en favor de una conclu­ sión que resulta intuitivame nte inace ptable , debemos suponer que tal vez hay algo e rróneo que no podemos de­ tectar en semejante argumento; aunque también es po­ sible que n o haya sido ide n tificada correctamente la fuente de la intuición. Si los argumen tos o las conside­ raciones te óricas siste máticas con ducen a resultados que intuitivamen te parecen no tener se ntido, si una so­ lución e scrupulosa para un problema n o elimina la con vicción de que éste sigue ahí, o si la demostración de que dete rmin ada pregunta e s irre al y nos de ja aún con e l deseo de plante arla, e ntonces algo anda mal con e l argumen to y n e ce sitamos e sforzarnos más. A men u­ do e l problema tien e que reformularse , porque una res­ puesta adecuada a la formulación original no logra ha­ ce r que desaparezca la sensación de la persistencia de un problema. En filosofía siempre es razonable guardar un gran respe to por el sentido intuitivo hacia un pro11

blema no resuelto, pues nuestros propios métodos siem­ pre son cuestionables, y ésa es una forma de estar pre­ parado para abandonarlos en cualquier momento. Lo que une estas ideas acerca de la práctica filosófica es la suposición de que para generar entendimiento, la filosofía debe convencer. Esto significa que debe crear o destruir creencias, más bien que simplemente suminis­ trarnos un conjunto consistente de cosas a decir. Asi­ mismo, la creencia, a diferencia de la mera aserción, no debe estar bajo el control de la voluntad, sin importar cuáles sean sus motivaciones: más bien debiera ser in­ voluntaria. Desde luego, a menudo la voluntad controla la creen­ cia, y ésta se puede refrenar incluso . Ejemplos obvios de ello son los políticos y religiosos. Sin embargo, el pensamiento cautivo se encuentra bajo formas más su­ tiles en contextos puramente intelectuales. Uno de sus motivos más fuertes es el simple deseo de creerlo. A quienes sufren de esta condición les resulta difícil tole­ rar no tener opinión alguna durante cualquier periodo de tiempo sobre un tema· que les interese; Pueden mu­ dar de opinión con facilidad cuando se presenta una alternativa que puedan adoptar sin que les produzca malestar, pero no les gusta estar en una situación en que se suspenda el juicio. Esto último puede manifestarse de maneras distin­ tas, todas ellas bien representadas en el sujeto. Una consiste en el apego a teorías sistemáticas que pro­ ducen conclusiones para todo. Otra es la afición a las dicotomías inequívocas que obligan a elegir entre la opción correcta y la equivocada. Una más es la disposi­ ción a adoptar un punto de vista porque todos los de12

más que conocernos sobre el tema han sido refutados. Sólo un apetito desmesurado de creer motivará su adop­ ción entre tales posibilidades. Como último recurso, aquellos que se sienten incómodos por no tener C_?n­ vicciones pero que tampoco pueden entender que es verdadero, pued�n buscar una salida decidiendo que no hay nada correcto o incorrecto en el área de deb�te. De este modo no necesitamos decidir en qué creer, sino simplemente podernos decidir manifestar lo que que­ ramos siempre y cuando sea consistente, o bien pode��s flotar por encima de la batalla entre oponentes teon­ cos desorientados, adoptando una actitud observadora pero indiferente. La superficialidad es tan difícil de evitar en filosofia como en cualquier otro campo. Es demasiado fácil al­ canzar soluciones que no logran impartir justicia ante la dificultad de los problemas. Todo lo que podemos hacer es intentar mantener nuestro deseo por obtener respuestas, una tolerancia para los largos periodos en que no encontremos ninguna, una renuencia � descar­ tar las intuiciones no explicadas y una adhes10n a los criterios razonables bien expuestos que sigan una argu­ mentación convincente. Puede ser que háya problemas filosóficos que no ten­ gan solución. Sospecho que lo anterior es v��dad con respecto a los problemas más profundos y v1eJOS, pues nos muestran los límites de nuestro entendimiento. En tal caso, la comprensión que podemos alcanzar depe�­ de de que nos mantengamos aferrados al problema sm abandonarlo, y de que entendamos por qué fracasaron otros intentos de solución en el pasado. (Es por ello que estudiamos las obras de filósofos como Platón Y 13

Berkeley, cuyas ideas nadie acepta. ) Los proble mas ca­ . ren tes de solución n o s on por ello irreales. Los e nsayos de la presen te obra tienen orígenes tan­ to inte rn os como e xte rn os. A pesar de l o diferentes que s on entre sí, l os une un inte rés por el punto de vis­ ta de la vida human a individual y del probl e ma de su relación con concepciones más impersonales de la rea­ l idad. Este problema, que se discute de manera gene ral e n el capítul o XIV, aparec e e n toda la fil osofía, desde la ética hasta la metafísica. El propio in te rés por el l ugar que ocupa la subjetividad e n un mundo objetivo moti­ va l os ensayos sobre l a filosofía del pensamie nto, el ab­ s urdo, el principio moral y otros. Ha permanecido en el centro de mis inte reses desde que c ome n cé a pensar ace rca de la filosofía, y ha determinado los problemas e n que trabajo y la clase de comprensión que deseo al­ c anzar. A lgunos de estos e nsay os se escribie ron mientras l os Estados Unidos participaban e n una gue rra crimin al , dirigida en términos asimismo criminales. Ello acentuó aún más la sensación que tenía respecto a lo absurdo de mis búsque das teóricas . L a ciudadanía es un vín c ulo s orprendentemente fuerte, incl uso para quie nes, como yo, abrigan sentimientos p atrióticos débiles. Leíamos el periódico cada día c on r abia y horr:_o r, y n os res ul taba algo diferente a leer acerca de crímenes cometidos por otros países. Esos sentimien tos condujeron hacia fines de l os¡ añ os sesenta a des arrollar trabajos profes ionales s erios de filósofos s obre cuestiones públicas. Sin e mbargo, una cl as e dife ren te de abs urdo acom­ paña la producción de c r ítica filosófica en torno a l as políticas públicas. El juicio moral y la teoría moral cie r14

tamen te tie ne n aplicación en as untos públicos, pe ro s on n otablemente infructuosos . Cuando hay intereses pode ros os e n jue go, e s muy difíc il c ambiar al go me­ diante argumentos, n o imp orta qué tan convince n tes sean, que apelen a la decencia, al humanitarismo, a l a c ompasión o a la justicia. Es tas conside raciones tienen que competir además con los sentimientos morales más primitivos de honor, retribución y respeto por la fuerz a. La importanc ia de estos sentimien tos e n nuestro tiem­ po hace que sea imprudente e n un argumento político condenar la agresión y exhortar al altruismo o al senti­ do humanitario, p ues la preservación del honor exige us ualmente un a c apacidad de agresión y resis tencia a la human idad. Desde l uego, l a noción es flexible y bien puede . terminar ampliándose hasta abarcar ciertos requi­ s itos de decencia. Con todo, ésa n o es l a forma gene ral que tiene la concie nc ia moral en este tiempo y lugar. Así que me s ie n to pesimis ta c on respecto a la te oría é tica considerada c omo una forma de servicio públic o. Las condiciones e n l as c uales l os argumentos morales p ue de n e je rce r una infl ue ncia e n l o que se hace s on m ás bien espec iales, y no l as compre ndo muy bie n . (Necesitan investigarse a lo l argo de l a historia y la psi­ c ol ogía de l a moral , materias de estudio importantes pero poco desarrolladas y muy descuidadas por l os filó­ s ofos desde Nietzsche.) Ciertamen te n o basta que la in­ justicia de una práctica o lo equivocado de una política se e videncie de manera palmaria. La gente debe estar l is ta para escuchar, y eso n o lo dete rminan los ar­ gumen tos. D igo e s to sólo p ara s ubrayar el he cho de que la labor filosófi c a, incluso en l os temas públ ic os más actuales, se guirá s iendo teórica, y no pue de e va15

l u arse medi an �e s us efectos práctic os . Es probab le u e es ta l abor sea m fru ctuosa· . ' y si es teo, nc am en te me no s prof,u�da que obras i rrelev ant es pa ra lo s pr ob lem as de l � so c1e d�d, n_o pue d e p ret end e r poseer un a im o rta n­ Cia u pe no r simpl emen te en vir tud del ca rácte;públi � ­ co e' s us preo cu pacio ne s. No sé si es más important e cam b1ar el m un do o co mp ren derlo , pe ro la filosofía . . s e J u zga meJo r por s u co ntri bució n a la co m pr en sió n no al curso de los su ce so s.

16

PROCEDENCIA DE LOS TEXTOS Los capítulos XIII y XIV se p ublican aquí por prim e ra vez. Las versiones originales de los capítulos I a XII apa­ recieron en las publicaciones que se c itan en la siguien­ te lista. He hecho varias revisiones e incluido algunos cambios de título. 1 . Nous, IV, núm. 1 (fe brero de 1970) . Reimpreso con e l permiso d e Wayne State University Press. n. Journal of Philosophy, LXVII I , núm. 20 (21 de oc tubre de 1971) . III. Proceedings of the Aristotelian Society, volumen com­ plementario L ( 1 976) . Se tra.ta de una r espues ta al ar­ tículo de B ernard Williams con el mismo nombre. 1v. journal ofPhilosophy, LXVI, núm. 1 ( 1 6 de en ero d e 1969) . v . Philosophy & Public Affairs, I , núm. 2 ( in vierno d e 1972) , con res puestas de R. B . Brandt y R. M. Hare. V I . Public and Prívate Morality, ed . po r Stuart Ham p­ shire (Cambridge University Press , Cambridge, 1978) . VI I . Philosophy & Public Affairs, I I , núm. 4 ( verano d e 1973) . VIII . Impartido en l as conferencias Tanner en la Uni­ versidad de Stan fo rd en 1977, y publicad o en Crítica ( 1978) . P ublicado con el permiso de Tanner Lecture Trust. I X . Knowledge, Value and Belief, ed. por H. Tristram

17

E ngelhardtJr. y Daniel Callah an (Insti tute of Society, E thics and the Life Scien ces, Hastings-on-Hudson, Nue­ va York, 1977) . x. Morality as a Biologi,cal Phenomenon, ed. por G. S. Stent (Dahlem Konferenzen, Berlín, 1978) . XI. Synthese, xx (1971 ) . XII. Philosophical Review, LXXXI II ( octubre de 1974) .

18

l. LA MUERTE SI LA MUERTE ES EL FIN i n equívoco y permanen te de nuestra existen cia, surge la pregun ta de si mori r es algo malo. Existe un desacuerdo n otable respecto al asunto: al­ gunos piensan que la muerte es algo terrible; otros no plantean objeciones a la muerte per se, aun que esperan que la suya n o sea una mue rte prematura ni dolorosa. Los que perten ecen a la primera categoría tienden a pensar que los que pertene cen a la segunda categoría no ven lo obvio, mientras que los segun dos supon en que los primeros son presa de algun a suerte de confu­ sión. Por un lado, puede decirse que la vida es todo lo que tenemos, y que su pérdida es la pérdida más gran­ de que podamos sufrir. Por otro, puede objetarse q ue la muerte priva a esta supuesta pé rdida de su sujeto, y que si n os damos cuenta de que la muerte no es u n a condición inimagin able de la persona persistente, sino sen cillamente un vacío, veremos que no puede tener un valor en abso luto, sea positivo o n egativo. Dado que deseo dejar de lado la cuestión de si somos o podríamos ser in mortales de algun a fo rma, simple­ mente usaré en este ensay o la palabra "muerte" y s us términos afines para referirme a una muerte permanente, sin el añadido de cualquier forma de sobreviven cia consciente. Deseo formular la pregunta de si la mue rte es en sí misma un mal; y qué tan grande y de qué clase 19

podría ser éste. La c uestión debiera ser de inte rés incl u­ so para qui e n e s creen en alguna fo rma de inmo rtali­ dad, p ues la actitud hacia la inmo rtalidad debe depe n­ der en parte de la actitud hacia la m ue rte . . Si l a muerte e s un mal, no p uede serlo por sus carac­ terísticas positivas , sino sólo por aquello de lo que nos p riva. Intentaré lidiar con las dific ultades que rodean a l a opinión ordi naria de q ue la muerte e s un mal po r­ que pone fin a todo s lo s bi enes q ue guarda la vida. No n ecesi tamo s dar aquí una relación de e stos bi enes, sal­ vo obse rvar que al gunos de ellos, como la percepción, el deseo, la ac tividad y el pensami ento, son tan genera­ les que son constitutivos de la vida humana. Se conside­ ran po r lo c omún como be neficio s formidables en sí mi smos, a p e sa r del hecho de que son con diciones tan­ to de mi seria como de felicidad, y de q ue , en cantidad sufici ente, otros mal es más partic ulares p ue den p esar, q uizás, más que ellos. C reo que eso es a lo que se alude con el al e gato de que es bue no simplemente estar vivo, i ncl uso c ua n do pasamo s po r e xp e riencias te r ri bl e s. A grandes rasgo s, l a sit uació n es la sigui e nte: e xi ste n elementos q ue , si se añaden a n uestra expe riencia, me­ joran la vida; existen, asimi smo, otros elementos que, si se añaden a n ue stra - experiencia, e mpeoran la vida. Sin e mbargo , lo que resta c uando e sto� elementos se sepa­ ran no es nada más neutral: es al go categó ricamente po­ sitivo. Por tanto, vale la pena vivir la vida incl uso c uando l o s e l e mento s n e gati vo s de la exp e rie ncia son a bundantes o c uando los elementos positi vo s son demasiado e scaso s como pa ra s up e ra r po r sí mismo s a lo s ne gati­ vo s. El p e so positivo adicional lo p roporcio na la expe­ riencia misma, antes que c ualqui e ra de sus contenido s. 20

No disc utiré el valor que l a vida o la mue rte de una pe rso na p ue de tene r para otro s, o su valo r obje ti vo , sino sólo el valo r que tiene para l a persona que e s su su­ j eto. M e parece q ue tal es el caso fundamental, y el q ue p rese nta las mayores dificultades. Permítaseme agregar únicamente dos observaciones. E n p rimer l ugar, el va­ lor de la vida y sus contenidos n o se atribuye a la simple supervivencia orgánica: a casi c ualquiera le daría lo mis­ mo (si no i ntervienen otros factores) una muerte inme­ diata o un coma inmediato seg ui do por una mue rte veinte años después sin haber recuperado la conciencia. En se gundo l ugar, como la mayoría de los bienes, é ste p ue de multiplica rse con el ti e mpo: más es mejo r que menos. Las cantidades añadi da s no necesitan ser tem­ poralmente continuas (aunque la continuidad tiene sus ventajas sociales) . Las personas se siente n atraídas por la posi bilidad de la s usp ensión a largo plazo de la ani­ mación o por una congelación se guida por la reanuda­ ción de la vida consciente porque p ueden consi de rarla desde su interior sencillamente como una continuación de su vida presente. Si alguna vez se pe rfeccionan estas tec­ nologías, lo que desde fue ra p a recería un intervalo de inactividad de trescientos año s, podría ser experime nta­ do por el sujeto sencillamen te como una inte rrup ción repentina en el carácte r de s us expe riencias . No nie go, desde l ue go, que esto presen te sus p ropias desventajas. La familia y los amigos podrían morir entre tanto; el len­ guaj e p uede haber cambiado; se habrán perdido las como­ didades que p roporcionan la familiaridad con los hechos sociales , geográficos y c ulturales. No obstante , e sto s i n­ convenie ntes no eliminarán la ventaja básica que propor­ ciona una exi stencia contin ua a unque interrumpida. 21

Si ahora pasamos de lo que es bueno ace rca de la vida a lo que es malo acerca de l a muerte , el caso e s comple­ tamente distinto. En ese ncia, aunque puede haber pro­ ble mas para su especificación, lo que e ncontramos de­ se able e n la vida son c iertos e stados, condiciones o tipos de actividad. Estar vivo, hacer ciertas cosas y tener c iertas e xperie ncias, e s l o que consideramos bueno. Pero si la muerte e s un mal, éste es la pérdida de la vida, y no l a condición de e star muertos, o no e xistir, o e star inconscie ntes, lo que resulta desagradable. 1 Esta asime­ tría e s importante . Si e s bue no estar vivo, e sa ve ntaja. puede atribuirse a una persona en ca?a mome nto de su vida. Se trata de un bien del cual Bach tuvo más que Schubert, se ncillame nte porque vivió durante más tiempo. Sin embargo, l a muerte no e s un mal del que Shakespe are haya recibido hasta ahora una porción mayor que Proust. Si la muerte es una desve ntaj a, no es fácil decir cuándo la sufre un hombre. H ay otros dos indicios de que objetamos l a muerte no sólo porque implique periodos largos de no existen­ c ia. En primer lugar, c omo se ha señalado ya, la mayo­ ría de nosotros no c onsideraría la suspensión temporal de la vida, incluso por interval os signifi cativos, c orno una desgracia e n sí misma. Si alguna vez fuera posible congel ar a las personas sin que se redujera l a duración de su vida consciente, sería inapropiado apiadarnos de l os que se encontr aran temporalmente fuer a de c ircu­ l ación. En segundo lugar, ninguno de nosotros e xistió antes de nacer ( o de ser concebidos) , pe:ro pocos conI

A veces se sugiere que lo que en realidad nos preocupa es la ago­

nía. Pero en realidad no objetaríamos la agonía si no le siguiera la

muerte.

22

sideran e sto c omo una desgracia. H ablaré sobre e sto más adelante. La idea de que l a muerte no se c onsidera un estado infortunado nos permite refutar una curiosa aunque muy común sugere ncia acerca del origen del temor a la muerte. A menudo se afirma que quienes objetan la muerte han cometido el error de intentar imaginar qué se siente estar muerto. Se alega que no compre nder que e sta tarea e s l ógicamente imposible ( por la razón trivial de que no hay nada que imaginar) conduce a la c onvicción de que la muerte es un misterio, y por tanto un estado presuntamente terrible. Pero este diagnóstico e s evide nte me nte falso, pues es tan imposible imagi­ narnos totalmente inconscie nte s c omo imaginarnos muertos ( aunque e s bastante fácil imaginarnos a noso­ tros mismos, desde afuera, e n cualquiera de esas condi­ c iones) . Sin e mbargo, l as personas adversas a la muerte no son por lo c omún adversas a la inconcie ncia ( sie m­ pre que ésta no impl ique una reduc c ión considerable de la duración total de la vida c onsciente) . Si hemos de dar sentido a la opinión de que morir es malo, deberá ser sobre l a base de que l a vi da es un bien y la muerte es la correspondiente privación o pérdid a, y que e s un mal no por alguna de sus c aracterísticas p osi­ tivas, sino por el c arácter . dese able de l o que el imina. Debernos abordar ahora las d ificultades serias que plan­ tea esta hipótesis, y que tiene n que ver con la pérdida y l a privación e n general , y con l a muerte e n particular. Hay ese ncialmente tres tipos de problemas. Primero, puede surgir l a duda respecto a si hay algo que pueda ser malo para un hombre sin ser dec ididamente des­ agradable para él: e specíficame nte, puede dudarse de

23

que haya males que consistan tan sólo e n la p rivación o ausen cia de posibles biene s,. y que no depe n dan de que a algui e n le importe esa p rivación. Segun do,. e xisten en el c aso de l a m ue rte difi cultades especi al e s acerca de cómo el s upuesto infortunio ha de atribuirse al suje to. Exi sten dudas respecto a quién es su suj e to y cuándo lo sufre. Mientras exista una persona, aún no habrá m uer­ to, y una vez que ya ha muerto, ya no existirá; de modo que no parece haber un momento en que l a muerte, si e s una desgracia, pueda atribuirse a su desafortunado suje to . El terc e r ti po de dificultad tiene que ver con la asimetría, mencionada ante s, entre nue stras actitudes hacia la no existen cia póstuma y prenatal. ¿Cómo p ue­ de se r m al a la p rimera si l a segunda no lo e s? D ebería aceptarse que si éstas son objecio n e s válidas p ara la conside ració n de que la muerte sea un mal, po- , drán aplicarse igualmente para muchos otro s supuestqs m ales. El prim e r ti po de obje ción se exp re sa en forma gen eral medi ante la obs e rvación común de que lo que no conocemos no puede dañarnos. Esto significa que in­ cluso si un hombre es traicionado por sus amigos, ridi­ c ulizado a sus espaldas y despre ciado por p e rsonas que lo tratan con co rtesía e n su pre sen ci a, n ada de ello p ue de consi derarse un infortunio para él dado que no sufre por ello. Significa que un hombre no sufre daño si sus deseos no son acatados por el albacea de su testa­ mento, o si, tras su muerte, se generaliza l a creencia de que toda la obra literaria en que reside su fama fue es� crita realmente por su h e rmano, que m urió e n México a l a e dad de 28 años. M e pare ce que vale l a pe na pre­ guntar qué supuesto s ace rca del bie n y el m al co n du­ cen hacia estas restricciones drásticas.

24

Todas estas cuestiones tienen algo que ver con el tiem­ po. Hay ciertamente bienes y males de una clase simpl e (inclui dos algunos placeres y dolores) que una pe rsona pose e en un mome nto dado simplemente e n virtud de su condi ción en e se momento. Pe ro e sto no es verda­ de ro para to das las cos as que consi de ramo s buenas o m alas para un hom bre. A menudo nece si tamos saber su historia para decir si al go es o no un i nfortunio; esto e s válido para males como el dete rioro, la privación y el daño. A veces el estado exp erime ntal es relativamen te de poc a im portan ci a: como en el c aso de un homb re que consume su vida e n la gozosa búsque da de un mé­ todo para comunicarse con los espárragos. Alguien que sostenga que todos los bienes y males d e ben ser estados atribuibles tem poralmente a la person a, pue de , desde l uego , intentar orden ar casos difíciles señalando el pla­ cer o dolor que los m ás complicados biei1es o mal es cau-· san. Desde este p unto de vista, la pérdida, la traición, la decepción y el ridículo son malos porque l as person as sufren cua_ndo los experime ntan: Pe ro, e n vez de ello, deberíamos preguntarnos cómo tendrían que estar cons­ titui das n uestras i de as sobre los valo re s hum anos p ara conciliar estos casos di rectamente . U n a ventaja de este plante am ie nto podría s e r que nos pe rmiti ría explicar de man e ra razonable por qué el descubrimiento de tales i nfortunios causa s ufrimien to, pues la opinión ordi n a­ ria nos dice que descubrir una traición nos produce in­ felicidad porque es malo ser traicionado, no que la trai­ ció n sea mala po rque su d escubrimiento nos p roduzca infelici dad. Po r tanto, m e p arece que vale la pena explorar l a po­ sición de que l a m ayor parte de la bue n a y mala fortu25

na tiene como suj eto una persona que s e identifica por su historia y sus posibilidades, más b ien que por su es­ tado categórico del momento, y que mientras este suj e­ to puede ser situado de manera exacta en una secuen­ cia de lugares y momentos, ello no es n ecesariamente verdadero para los bienes y males que le sobrevienen. 2 Estas ideas pueden ilustrarse con un ej emplo de pri­ vac ión cuya gravedad se aproxima a la de la muerte. Supongamos que una persona inteligente sufre un daño c erebral que la redu c e a la c ondición mental de un niño satisfecho, y que sus deseos pueden ser satisfechos por un custodio, de manera que no le hace falta nada. Tal situación sería c on siderada en general una desgra:: cia grave, no sólo para sus amigos y parientes, o para la sociedad, sino también, y de manera fundamental, para la persona misma. Esto no quiere decir que ser un in­ fante satisfecho sea una desgracia. El adulto inteligente que ha sido reducido a esa con dición es el sujeto del in­ fortunio. Él es por quien sentimos lástima, aunque des­ de luego que a él n o le preocupa su c ondición: de he­ cho, resulta dudoso respecto a si puede afirmarse que él aún exista. La opinión de que tal hombre ha sufrido un infortu­ nio es susceptible de las mismas ob jec iones que han surgido en relación c on la muerte. A él no le preocupa su condición. Es, de hecho, la misma condición en que se encontraba cuando tenía tres meses, excepto que ahora es más grande. Si no sentíamos lástima por él entonces, ¿ por qué sent irla ahora? En todo c aso, ¿ po r quién de-

2 Ciertamente, esto no es en general verdad respecto de las cosas que pueden decirse acerca de él. Por ejemplo, Abraham Lincoln era más alto que Luis XN. Pero, ¿cuándo?

26

bemos sentir lástima? El adulto inteligente ha desapa­ recido, y para u na c riatura c omo la que está arite nos­ otros, la felicidad c onsiste en mantener el estómago lle­ no y un pañal seco. Si estas objec ion es no son válidas, debe ser porqu e descansan en u na suposición equivocada acerca de la relación temporal entre el suj eto de un infortunio y las c ircunstancias que lo constitu yen . Si en lugar de con­ centrarnos exclusivamente en el enorme bebé, c onsi­ deramos a la persona que fue, y a la persona que podría ser ahora, entonces su reduc ción a ese estado y la can­ celación de su desarrollo adu lto natural constituye n una catástrofe perfectamente inteligible. Este caso debería c onvenc ernos de que es arbitrario restringir los b ienes y males que pueden acaecerle a u n hombre a propiedades no relacionales atribuibles a é l en momentos particulares. Tal y c omo está formulada, semejante restricción excluye no sólo casos de degene­ rac ión extrema, sino también una buen a parte de lo que es importante acerca del éxito y del fracaso, y otras c aracterístic as de u na vida que tien en el carácter de procesos. Sin embargo, creo que podemos ir más lejos. Hay bienes y males irreductiblemente relacionales; son característicos de las relaciones entre una persona, c on límites temporales y espaciales comunes, y circunstan­ cias que podrían no coincidir con él ya sea en el espa­ c io o en el tiempo. La vida d e un hombre incluye mu­ chas cosas que no tienen lugar dentro de los límites de su cuerpo y de su mente, y lo que le sucede puede in­ c luir muchas c osas que no ocu rren dentro de los lími­ tes de su vida. Estos límites se ven , por lo común, atra­ vesados por el infortunio de ser engañado, despreciado 27

o traicionado. ( Si esto es correcto, resulta fácil explic ar qué es lo que está m al con el rompimiento de una .pro­ mesa en el lecho de muerte d e un mori bundo: e s u n daño que se causa al muerto. Para ciertos· prop ? sito s, . es posible conside rar el tiempo sólo como otro tipo ae distancia.) El c aso de la de generación mental nos muestra un mal que depende de un contraste entre la re alidad y.las alternativas posibles. Un hombre e s el su­ jeto del bie n y el mal tanto p orque ti en e esperan z as que pueden o n o cumplirs e, o posibilidade s que pue­ _ den o no realizarse, como debido a su capacidad de su­ frir y gozar. Si la mue rte es un mal, ello debe expl� carse en estos términos, y no debería preocuparnos la 1mpo. sibilidad de ubicarla dentro de la vida. Cuando un hombre muere se nos deja con su cadáver, que si bien puede sufrir el mismo tipo de accidente �u e/ puede ocurrirle a un mueble, é ste no es un o bJet? que merezca piedad, como sí lo e s el h om bre. H � perdi­ � do la vida, y si no h ubiese muerto, habna contmuado viviéndola, y habría seguido poseyendo cualquier bie n que haya e � vivir. Si aplicamos a l a muerte l a explic a­ ción sugerida para el caso de demencia, diremos qu� a pesar de que la localización espacial y temporal del i n­ dividuo que h a sufrido la pérdida es suficientemen te clara, la d-es gracia misma no puede localizarse con tanta facilidad. D e bemos conformarnos con sólo afirmar q ue su vida ha te rminado y que no h abrá más de ella nun­ ca. Ese hecho, más que su condición pasada o presente, con stituye su desgracia, si es que se trata de una desgra­ cia. No obstante, si hay una pérdida, alguien debe su­ frirla, y esa p ersona debe tener existencia y una locali­ zación espacial y tempo ral específica, aun cuando l a 28

pérdida misrn;1 no la tenga. El h echo de que Beethove n no tuviera hijos pudo haber sido causa d e pesadumbre para él, o algo triste p ara el mundo , pero no puede desc ribirse como un a desgracia para los hijos que nun ­ ca tuvo. Creo que todos nosotros somos afortunado s por haber nacido. Pero a menos que lo bueno y lo mal o puedan atribuirse a un embrión, o incluso a un par de gametos aislados, no pu� de decirse que no h aber naci­ do sea una desgracia. (Este es un factor que debe con­ siderarse en la decisión de si el aborto y el uso de anti­ conceptivos tienen rel ación con el asesinato . ) Este enfoque también ofrece una solución al probl e­ ma de la asimetría temporal señalado por Lucrecio, quien observó que nadie se inquieta por contemplar l a eternidad qu e precede a su propio nacimiento, lo que aprovechó para mostrar cuán irracional era temerle a l a muerte, ya que é sta es simplemen te el reflejo de la ima- . gen del abismo anterior. Sin e m bargo, es to no es ver­ dad, y la diferencia entre ambos explica por qué es r a­ zonable considerarlos de manera distinta . Es verdad que tanto el tiempo anterior al nacimiento de un hom­ bre como el tiempo posterior a su muerte son tiempos durante los cuales éste no existe . Pero el tiempo poste­ rior a su muerte es un tiempo del nial lo p riva su muer­ te. Es un tiempo en el que, si no hubiese muerto, e sta­ ría vivo. Por tanto, cual quie r muerte implica la pérdida de alguna vida que su víctima h abría gozado si no hu­ biese muerto en é se o en cualquie r momen to anterio r. Sabemos p erfectamen te bien q ué habría representado para él h a berla tenido en 1 ugar d e p erd erl a, y no h ay ninguna dificultad para iden tificar al perdedor. Empero no podemos decir q ue el tiempo anterior al 29

n ac imien to de un hombre e s un tiempo en el que ha., bría vivido si no h ubie se n ac ido e n to nces, sino antes; pues, aparte del reducido margen que permite un par­ to prematuro, él no podría haber n ac ido antes: alguien que hubiese nac ido significativamen te ante s que él h a­ bría sido o tra pe rso n a. Por tanto, el tiempo anterio r a su nacimien to no e s un tiempo en el que su nacimien to subsecue n te l e impida vivir. Por consiguiente , su n ac i­ miento, cuando tien e lugar, no implica para él la pérdi­ da de ninguna vida. La direcc ión temporal es c rucial al asignar posibili­ dades a las person as o a otros individuos. Las distintas vidas posible s de un solo individuo pue den divergir a partir de un inicio común, pero no pueden converger e n una concl usión común a partir de inic ios diversos. (Esto último no re presentaría un conj un to de vidas po-; sibles diferen te s de un individuo, sino un conj un to de individuo s posible s distintos cuyas vidas tienen conclu­ siones idéntic as. ) D ado un individuo iden tific able, pue­ den imagin arse inn umerable s po sibil idades para su e x istenc ia continua, y po demos conc e bir claramen te qué sería para él continuar existien do indefinidamen­ te . Con todo y que e sto no pueda oc urrir nunc a, su po­ sibil idad signific aría aún la contin uación de un bien para él , si l a vida e s el bien que conside ramos que e s. 3 3

Confieso que el argumento anterior me inquieta, debido a que es muy complicado para explicar la sencilla diferencia entre nuestras actitudes hacia la no existencia prenatal y póstuma. Por esta razón'., sospecho que se omite algo esencial en la explicación de la maldad de la muerte mediante un análisis que la considera como una priva­ ción de posibilidades. Mi sospecha encuentra apoyo en la siguiente sugerencia de Robert Nozick. Podríamos imaginar que descubrimos que las personas se desarrollaron a partir de esporas individuales que han existido indefinidamente mucho antes de su nacimiento. En esta

30

Po r tanto, aún que da la c uestión de si la no real iz a­ ción de e sta posibilidad es e n to dos los c asos un a de s­ gracia, � si depende de lo que puede esperarse natural­ mente. Esta me parece que e s l a dificultad más seria del punto de vista de que la mue rte se a siempre un mal . Incluso s i pudiéramos desembarazarnos de las obj ec io­ nes dirigidas e n contra de ac e ptar una desgracia que no expe rimen tamos o que no pue de asign arse a un momen to defi nido en la vida de l a pe rsona, aún ten e­ mos que e stablecer algunos l ímites e n cuanto a qué tan posible h a de se r un a posibilidad para que su no re ali­ zación sea una desgrad a (o bue n a fortun a, si la posibi­ lidad e s mala) . La muerte de Keats a los 26 años se con­ sidera por lo gen e ral c omo algo trágico; no así la de Tolstoi a los 82 años. Aun cuando ambos están muertos para siempre, l a muerte de Ke ats lo privó de muchos

fantasía, e l nacimiento nunca ocurre de manera natural antes de más de cien años del final permanente de la existencia de la espora. Pero luego descubrimos una forma de provocar el nacimiento prematuro de estas esporas, y nacen personas que tienen miles de años de vida activa ante ellas. Dada semejante situación, sería posible imaginarse que uno mismo ha llegado a la existencia con miles de años de adelan­ to. Si dejamos de lado la cuestión de si ésta sería realmente la misma persona, incluso dada la identidad de la e spora, entonces la conse­ cuencia parece ser la de que el n acimiento de una persona en un momento dado podría privarlo de m uchos años anteriores de vida po­ sible. Ahora, si bien sería causa de pesadumbre el que se nos haya privado de todos esos años posibles de vida por haber nacido dema­ siado tarde, el sentimiento diferiría del que muchas personas guar­ dan en relación con la muerte. Mi conclusión es que hay algo acerca de la perspectiva fu tura de la nada permanente que no capta el análi­ sis en términos de posibilidades negadas. Si es así, entonces el argu­ mento de Lucrecio aún aguarda respuesta. Sospecho que ello exige un análisis general de la diferencia entre pasado y futuro en nuestras actitudes hacia nuestras propias vidas. Por ejemplo, nuestras actitu­ des hacia el dolor pasado y futuro son muy distintas. Los escritos iné­ ditos de Derek Parfit sobre este tema me han revelado su dificultad.

31

años de vida que s e le co ncedi e ron a Tolstoi; así q ue, en un sentido claro, la pérdida de Keats fue mayor (aun­ que n o e n el sentido empleado de manera estándar e n la comparación matemática entre cantidad.es infinitas) . Sin emba rgo, esto no pru e ba que la pérdida de Tolstoi fuese insign ificante. Quiz á sólo obj e tamos los males que s e añaden de manera gratuita a lo inevitable; el he­ cho de que sea p eor morir a los 26 que a los 82 años no imp lica que no sea te rrible morir a los 82 , o inc luso a los 806. La c uesti ón es s i podemos cons iderar como una des grac ia c ualquie r lim itac ión, como la mortali­ dad, que es normal a las especies. La ceguera o casi ce­ g ue ra no es una d esgrac ia para un top o, n i lo s ería para un hom bre si tal fue s e la condición natural de b raza humana. El p ro blema es que la vida nos acostum bra a bienes d e los que nos priva la m ue rte. Ya somos capac es d� , aprec iarlos, así como un topo es incapaz de apreciar la percepción visual . Si dejamos de lado las dudas ace rca de s u c ondic ión como b ie n es y aceptamos que su canti­ dad es en parte función d e s u d uración, que da la c ues­ tión de s i p uede dec irs e que la muerte, s in importar cuán do oc urra, p riva a s u víc tima d e lo que e s e n e l sentido p ertinente una con tin uación posible de la vida; La s ituación es ambigua. Vistos desde e l exterior, los seres humanos tienen obviamente un lapso de vida na­ tural y no p uede n vivir mucho más de c ie n años. Por otra p arte , el sentido que un hombre tien e d e su pro- i p ia exp erienc ia no comprende esta idea de un lím ite natural. Su existe ncia define para é l un futuro posible esen c ialmente ilimitado, que c ontie n e la mezc la usual de bienes y males que tan tolerable le ha parecido en e l 32

pasado. Al haber llegado al mundo de man era fortuita p or un conjun to d e accidentes naturales, his tóricos y soc iales, s e e nc ue n tra con que es e l s ujeto de una vida, con un futuro inde terminado y no limitado ese ncial ­ mente. La muerte, vista de este modo, s in imp ortar qué tan in e vitable sea, es un a cancelación a brupta de una cantidad inde fin idam e nte grande de bien es posible s . La normalidad n o parece tener que ver nada con ella, p ue s e l hecho de que todos in evitablemen te morir e ­ mos en unas c ua n tas decenas de años n o puede por s í solo imp licar que no sería bueno vivir duran te m ás tiempo. Supongamos que to dos inevitablemente mori­ remos sufriendo una agonía; una agonía fís ica que du­ rase s e is m eses. ¿Haría su c arácter in e vita ble menos desagradable esta p erspe ctiva? Y, ¿por qué habría de ser distinto para una privación? Si el lapso normal de vida fuera de unos mil años, m or ir a los 80 sería una trage­ dia. Tal como son las cosas , bien po dría s e r sólo una tragedia más frec uen te . Si la cantidad de vida que sería bueno ten er carece de límite , entonces p udiera ser que lo que nos aguarda a todos s ea un mal fin.

33

II. EL ABSURDO de l a s pe r so na s sien te e n oca sio nes �� e l a vida es a bsur da, y algun as lo sie n te n de m a nera vivida y con tinua . Sin em bargo, l as razo nes que se ofrece n por lo común para defe n der esta convi cción son clar�me n­ _ te in a decuada s: n o han podido explicar por que la � da e s a bsurda . ¿Por qué ofre cen e n to nce s un a e xpres10n n a­ tural del se ntimie n to de que la vida e s absurda?

LA MAYORÍA

I Con side remos algun o s ejempl o s. A m e nudo se � u? rayá que nada que h agam o s ho y importará e n un m�llo n de años. Pe ro si e sto e s ver dad, ento nce s, por l! m� sma r a­ zón, n a da que aco n tezca en un millón de a nos 1mport� ahora . En par ticul ar, n o impor ta aho r a que � n un mi­ llón de año s n a da que h agam o s hoy vaya a impo r� ar . Ade m ás, incluso si l o que hiciéramos a hor� fuese a �m­ po rtar e n un millón de año s, ¿cómo po dn a e so evi tar q ue nue stras pre o cupa cio nes a ctual e s fueran a bsur da s? _ Si el he cho de que importen aho ra no e s sufici e nte para lograrlo, ¿cómo po dr ía ayudar que importe n de ntro d� un millón de años? El h e cho de que l o que hacemos aho� a impor te e n _ u n millón de año s podría significa r l a dife re nci a cru­ _ cial sólo si su impo r tancia e n un millón de anos