El hablar lapidario. Ensyo de paremiología mexicana 968695936X

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Herón Pérez Martínez

EL H ABLAR LAPIDARIO ENSAYO DE PAREMIOLOGÍA MEXICANA

EL H ABLAR LAPIDARIO EN SAY O DE PAREMIOLOGÍA M EXICANA

Herón Pérez M artínez

El C olegio de M ichoacán

398.961 PER-h

Pérez Martínez, Herón El hablar lapidario: ensayo de paremiología mexicana/Herón Pérez Martínez.-- Zamora, Mich. : El Colegio de Michoacán, 1995. 494 p.; 23 cm. ISBN 968-6959-36-X 1. Proverbios m exicanos 2. Literatura folklórica m exicana 3. Español - Español coloquial I.t.

Portada: Dibujo de Alberto Beltrán O El Colegio de Michoacán, A.C. 1996 Martínez de Navarrete # 505 Esq. Av. del Árbol 59690 Zamora, Mich. Impreso y hecho en M éxico

Printed and made in Mexico ISBN 968-6959-36-X

A Rebeca, mi esposa; a Gustavo Herón, Alejandro Iván y Myriam Rebeca, mis hijos: con mi muy especial gratitud.

ÍNDICE

P rólogo

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PR IM ER A PARTE. ¿DE QUÉ SE TRATA ?

I. D EL H A B LA R AL DISCURSO El problem a El hablar A ntecedentes saussureanos del vocablo “habla” El interés por el habla H acia una epistem ología del habla El concepto de “discurso” ¿Es el refrán un “discurso”?

25 25 28 29 32 36 42 46

II. EL H A B LA R LA PID A RIO El vocablo “ lapidario” D iscurso epigráfico y estilo lapidario De las form as breves a la lapidariedad gnom em ática El discurso gnom em ático, un discurso entim em ático

49 49 51 55 69

III. ¿Q U É ES UN REFRÁ N? El térm ino “refrán” La realidad textual del térm ino “refrán” A los orígenes del refrán Paradigm as parem iológicos

79 79 81 87 93

IV. LA TEX TUA LIDAD DE LOS REFRANEROS Refranero mexicano Dos tipos de refraneros en la tradición hispánica Los refraneros literarios Refraneros en suelo am ericano Los refraneros-acervo de la parem iología m exicana Las colecciones de frases célebres Refraneros literarios en M éxico Universal parem iológicoy refraneros históricos

119 119 128 134 135 143 159 160 169

SEGUNDA PARTE. EL ARTE DE CLASIFICA R REFRA NES V. TA XON OM ÍA PAREMIOLÓG1CA Las prem isas y las tareas Los problem as de la nom enclatura vigente

177 177 183

VI. LAS ESTRUCTURAS DEL REFRA NERO M EX ICA N O La clasificación estructural Los refranes “hay ...” Los refranes negativos Los refranes “N + sintagm a adjetivo” Refranes “Nom bre + adjetivo” Refranes “Nom bre + que...” Refranes “N + m odificador nom inal...” Refranes "artículo + N + que” Refranes “el que...” Refranes "la que...” , “ lo que...”, “quien” Refranes "al que...” R efranes "S N ” Refranes Art. + SN R efranes "N ...” Refranes de pronom bre Refranes "adjetivo....” Refranes de verbo Refranes de estructura conativa Refranes de infinitivo Refranes de gerundio

197 197 200 207 212 217 217 218 219 219 220 222 222 222 223 224 225 226 226 227 229

Refranes de indicativo R efranes de subjuntivo Refranes de adverbio Refranes “más vale... que” R efranes “vale más... que” Refranes “más + verbo... que” Refranes “ja la más + SN + que + SN” Refranes “más + adjetivo + que...” Otros refranes “m ás...” Expresiones “com o...” Otros refranes de adverbio Refranes de protasis preposicional Refranes “a + SN ...” Refranes “a + pronom bre...” Refranes “a + verbo...” Refranes “a + adverbio...” Refranes “con + SN...” Refranes “de que...” Refranes “de + SN...” R efranes “desde...” Refranes “en + SN ...” Refranes “entre + SN...” R efranes “ hasta...” R efranes “para...” Refranes “por ...” R efranes “ según...” R efranes “ sin...” R efranes “sobre...” Refranes de conjunción R efranes “si...” R efranes “aunque...” R efranes “que...” R efranes “ 0 ...0 ” R efranes “y...” Refranes interjectivos Refranes interrogativos

230 231 231 231 232 233 234 234 234 235 236 238 238 240 240 241 241 242 243 244 245 246 247 248 250 251 251 252 252 253 254 254 255 256 256 258

VII. LA FORM A DE LOS REFRANES La forma y lo formal en la investigación literaria Las formas de nuestro corpus Los refranes constatativos Los refranes norm ativos Refranes consejo Refranes veredicto Refranes tasación Refranes receta Los refranes exclam ación Los refranes pregunta Refranes interlocución Tem a y forma en el refranero m exicano La clasificación según las funciones discursivas Otras posibilidades

259 259 274 274 282 287 290 292 295 296 302 303 308 311 316

TER CER A PARTE. LAS DEUDAS Y LAS TEO RÍAS VIII. EL BAGAJE SU BYA CEN TE Enlace Arranque Disciplinas, teorías, m étodos La herm enéutica La retórica La lógica La lingüística: m orfosintaxis, lexicología y sem ántica La estilística La sem iótica La literatura com parada Lasociocrítica La teoría del discurso La pragm ática La teoría de la recepción

319 319 321 332 332 340 343 344 344 345 348 351 352 354 355

CU A R TA PA RTE. LOS RECURSOS DEL H A BLA R LA PID A RIO IX.

EL REFRÁ N COM O M OD ELO DEL HA BLA R LA PID A R IO D elim itación del corpus El lem a, el refrán, la frase célebre Los m odelos de la lapidariedad La expresión de lo lapidario D iscurso argum entativo y diálogo H acia una teoría de la lapidariedad

BIBLIO G RA FÍA ÍN D IC E A N A LÍTICO ÍN D IC E O N O M Á STICO

359 359 362 368 375 414 419 427 465 485

PRÓLO GO

Bajo el nom bre de El hablar lapidario. Ensayo de paremiología mexicana nos proponem os realizar una incursión sobre una m anera de hablar, el hablar parem io ló g ico ,1que por las características que ostenta tanto form ales como discursivas es paradigm a de una m anera de hablar más general a la que hemos denom inado discurso lapidario. La m anera de hablar que llam am os aquí discurso lapidario es, en resum idas cuentas, un hablar sentencioso, de pocas y m edidas palabras, hablar tajante y zanjante, hablar producido por el entorno y que se vale de él para aum entar su capacidad de significación, hablar denso y elegante, hablar en cápsulas, hablar figurativo, un hablar, en suma, ya al estilo de los refranes o hablar paremiológico, ya sentencioso y sapiencial como el de las frases célebres o lacónico como el de los lemas y slogans. Textos com o éstos realizan de distinta m anera y en distintos grados el hablar lapidario. La m áxim a realización suya, sin em bargo, corre a cargo de unos textos que, en concreto, son formalmente textos breves, concisos y sentenciosos y discursivamente textos parásitos susceptibles de desempeñar en el discurso mayor en que se insertan la función de un entimema. A esos textos los 1lamamos gnomemas y los asumimos como una variedad de los textos gnóm icos. 1

1.

Usamos el término “paremiología” y su derivado “paremiológico” en su ya sentido usual: nos referimos con el primero al estudio científico de los refranes y con el segundo a todo lo relacionado con él. El Diccionario de la lengua española, editado por la Real Academia Española, en su edición vigésim a primera, (Madrid, 1992), hace derivar ambos vocablos del término “paremiólogo” que significa la “persona que profesa la paremiología o tiene en ella especiales conocim ientos”. El Breve diccionario etimológico de la lengua española de Guido Gómez de Silva (M éxico, El Colegio de M éxico / Fondo de Cultura Económica, 1988, p. 519) dice: paremiología ‘estudio de los refranes o proverbios’:paremio- ‘refrán’, (del latín tardió Paroimía ‘refrán’, del griego paroimía ‘refrán’; ‘observación incidental’, de par-‘al lado’(de) [véanse para- per-] + oimos ‘senda, camino; camino de unacanción, melodía’, del indoeuropeo soi- ‘cantar, proclamar’ [de la misma familia: proemio ]) + -logia ‘estudio’ (véanse - logia , leer). En todo caso, el mismo Diccionario de la RAE, por una parte, remonta el origen de toda esta familia a la palabra griega paroimía que significa “proverbio” y, por otra, recoge el término “paremia”, ya avecindado en el español actual, con la acepción de “refrán, proverbio, adagio, sentencia”.

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E l hablar lapidario

Todos los textos gnóm icos tienen como características distintivas del género la sentencialidad y la concisión. Al estilo de los textos gnóm icos se le 1lama tam bién esti lo lapidario. Son varias las form as y funciones de los textos concisos, como son varios los grados de la sentencialidad: en ello estriban los distintos modos y grados de la lapidariedad verbal. En efecto, con la antigua retórica, asum im os como m aneras de sentencialidad, tanto a la función entim em ática de los textos, como a su función de ornato y de exemplum. M ientras las funciones discursivas de ornato y de exemplum llevadas a cabo por los textos gnóm icos expanden el discurso, la entim em ática, en cam bio, lo contrae; además, con el mismo Aristóteles, asum im os que hay varias m aneras de darse textualm ente un entim em a que, de un m ínim o a un óptim o, va desde los para-entim em as hasta los entim em as propiam ente dichos con el presu­ puesto de que entre m ás perfecto sea el entim em a resultante de la incrustación del texto gnóm ico en el discurso m ayor, m ayor perfección tendrá su lapidariedad. Entre las form as de incrustación para-entim em ática cabe seña­ larlos m ecanism os que em plean los refranes exclam ativos o los slogans para adherirse a los discursos m ayores y funcionar en ellos: en efecto, los refranes exclam ativos em plean m ecanism os de tipo acústico m ientras que los slogans extrem an la m etaforización de las circunstancias a las cuales se aplican asum iéndolas como figuras m últiples de un versátil em blem a. Por lo general, en estos casos el texto gnóm ico desem peña la función “m enos lapidaria” del ornato que junto con la función de exemplum consti­ tuye un tipo de lapidariedad inferior a la resultante del entim em apropiam ente dicho: la lapidariedad tipificada por los textos gnóm icos desem peñando esas funciones discursivas es sólo una lapidariedad form al, no discursiva, cuya característica radica sólo en la brevedad y concisión. Hay, ciertam ente, entre los diferentes tipos de discurso hoy en uso, m uchos que se distinguen por su brevedad. Lo que aquí, em pero, llam am os hablar lapidario es un hablar que, adem ás de breve, es un hablar conciso, en el que las palabras tienen adem ás tanto peso socioculturalm ente que son capaces de zanjar una cuestión, com o una sentencia dada por un tribunal, en la m edida en que son aplicables ya propia, ya metafóricam ente, a una gama de circunstancias concretas referibles discursivam ente: am én de breve y conciso, el hablar lapidario es un hablar sentencioso que se coloca siem pre por encim a de la circunstancia particular para poder decidir sobre ella con una autoridad libre de sospechas y de discusiones. Por eso, aunque hay m uchos otros tipos textuales breves, estrictam ente hablando, al que m ejor convendría el calificativo de “ lapida­

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Prólogo

rio” sería al hablar parem iológico de tipo gnom em ático: con ello queda claro que lo que aquí definim os como lapidariedad verbal no es principalm ente asunto de hablar em pleando pocas palabras. El grado m áxim o de la lapidariedad verbal está dado, pues, por textos gnóm icos que a la concisión añaden la sentencialidad o carácter entimemático. A la unidad de este discurso lapidario perfecto la llam am os gnom em a. Un gnom em a, por tanto, es un texto, un refrán por ejem plo, que teniendo la característica form al distintiva del hablar lapidario, la concisión, es suscepti­ ble de desem peñar dentro del discurso m ayor en el cual se enclava las funciones de un entimem a. La índole gnom em ática de los textos gnóm icos es la m arca m ás im portante de lapidariedad. En el presente libro nos ocupam os sólo de la lapidariedad gnom em ática. Em pero, esta lapidariedad gnom em ática no es sólo característica formal de los textos form alm ente breves, concisos y sentenciosos. Como estos textos son discursivam ente parásitos en la m edida en que su sentencialidad sólo funciona discursivam ente en discursos mayores, el hablar lapidario es más un hablar gnom em ático que un hablar a base de frases breves, concisas y sentenciosas usadas en form a autónom a. A los gnom em as se los encuentra, principalm ente, entre los refranes pero tam bién pueden ser gnom em as textos com o la “frase célebre”, la m oraleja o el slogan. El gnom em a, com o se ve, tiene una serie de características tanto form ales como discursivas que explicitadas nos indican las principales características del hablar lapidario. Para estudiar el hablar lapidario, nos hem os valido, tom ándolo como punto de observación, de un corpus de refranes m exicanos en el que consideram os estar representado un corpus mucho m ayor y abierto que podríam os llam ar refranero m exicano: los refraneros son acervos siem pre abiertos del hablar lapidario en la m edida en que sus textos son, por lo general, gnom em áticos. Por ello, el hablar parem iológico es el paradigma, sin más, del hablar lapidario en la m edida en que realiza al m áxim o sus virtudes y potencialidades. Está claro que, aunque la lapidariedad verbal no es privativa de los refranes, son los refranes los que m ejor la representan por la variedad y perfección de sus usos. Hem os verificado, por lo dem ás, que la m ayor parte de las estructuras y form as parem iológicas están tan extendidas en las principales culturas, tanto occidentales com o del Antiguo Próxim o Oriente, que las observaciones que aquí hacem os sobre un corpus de refranes m exicanos tienen un alcance transcultural si no es que estam os ante verdaderas estructuras universales del

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E l hablar lapidario

lenguaje. Este hablar, en efecto, como lo m ostram os en el interior de estas páginas, asume moldes más o menos estables de una cultura a otra y tiene en ellas un com portam iento sociocultural análogo. Estudiamos, pues, un corpus de refranes m exicanos para docum entar una m anera de hablar a la que llamamos hablar lapidario: la lógica de esta investigación, por tanto, consiste fundam entalm ente en estudiar lo más com pletam ente posible el hablar parem iológico para abonarlo a la cuenta del hablar lapidario. Los textos paradigm áticos de este hablar lapidario, los refranes, están docum entados en la historia cultural humana de todos los tiem pos com o una m anera de hablar breve, condensada y decisiva que se refiere a las principales cosas a las que un grupo humano se atiene, que aprecia en su vivir cotidiano y que em plea como punto de referencia cultural perm anente en su hablar diario. Esa expresión del hablar lapidario, los refranes, adem ás de sus características formales y de las discursivas, ya señaladas, tiene, en efecto, una serie de propiedades sem ánticas entre las cuales sobresale la de ser expresión de los intereses vigentes en la vida cotidiana de un pueblo, de sus verdades medias. Son tres las m aneras principales como esos pequeños textos funcionan, subsisten y se transm iten: a veces como listas de verdades a las que un pueblo acude para beber la tradición; a veces se introduce en el patrim onio literario del pueblo en cuestión y sigue los m ism os derroteros am plios y libres de lo literario; las más de las veces, sin embargo, esa m anera de hablar penetra hasta las entrañas del habla cotidiana y en ella vive y muere, y con ella se transporta, como un acervo patrimonial que pasa de boca en boca, a lomos del lenguaje mismo, de una generación a otra; em pero, la tradición del hablar lapidario de un grupo de hablantes, de la cual es prototipo su hablar parem iológico, no es ni sólo ni principalm ente un fenóm eno de oralidad. De hecho, los refranes en la actualidad sobreviven más en textualidades escritas que a lomos de la lengua hablada por un pueblo. Para decirlo de otra m anera, en la actualidad, en las culturas dom inantem ente escritas, los refranes no se transm iten tanto de boca en boca cuanto de página a página, por ejem plo en las listas de refranes que hoy llamam os “ refraneros”, tipos textuales escritos cuya función sociocultural, a su vez, está principalm ente dentro de la lengua escrita; o en las obras literarias que, como el Quijote, La Celestina, El Periquillo Sarniento, Arrieros o Las tierras flacas, constituyen lo que aquí hemos llamado los “refraneros literarios” .

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Prólogo

En efecto, aunque el hablar lapidario nació en el seno de la lengua hablada, casi desde sus orígenes penetró en la textualidad escrita. Unos, sin em bargo, son los usos del hablar lapidario en la lengua habladay otros son los de la lengua escrita. Los tipos textuales que esta investigación ha considerado com o paradigm as de “discursos m ayores” en los cuales se enclava el refrán com o recurso de la lapidariedad son discursos orales. Esta investigación, por tanto, deja de lado las funciones discursivas y los m ecanism os de inserción de los gnom em as en “discursos m ayores” de tipo escrito. En resum idas cuentas, el hablar lapidario, en su m odalidad paradigm ática, nace com o recurso de la oralidad, se transm ite y sobrevive dentro de la textualidad escrita, y funciona discursivam ente com o recurso y m arca de la lapidariedad tanto en la lengua hablada com o en la escrita: esta investigación ha basado sus observaciones sobre cóm o se inserta un gnom em a en un “discurso m ayor” en el diálogo y el discurso argum entativo. L a presente investigación se ubica en los terrenos, por fortuna aún poco transitados, de la tipología de los discursos modernos. De situarla en su ámbito se ocupa la prim era parte que hem os denom inado “fronteras y térm inos” : las actuales ciencias del lenguaje han ido creando un vasto léxico que todavía carga consigo, pecado de juventud, m uchos de los oficios que ha ido desem peñando. Investigaciones como ésta requieren, por ello, esbozar las líneas de las tradiciones a las que se adscriben y ubicarse con precisión en el general, rico, y a veces confuso concierto de voces. En la segunda parte, en cam bio, nos aproxim am os a nuestro corpus para, al clasificarlo, percibir los principales rasgos del hablar lapidario desde el punto de vista de sus estructuras y sus form as: ello nos pone en contacto, de inm ediato, no sólo con los sustratos universales o, al m enos culturalm ente m ás am plios, del hablar lapidario sino con los principales ám bitos y usos sociales en los que este tipo de discurso nace. L a tercera parte adopta la form a de una lista de acreedores; tiene, en efecto, la función de enclavar la investigación en el am plio territorio de las ciencias del lenguaje, las hum anidades de hoy. Se trata, en efecto, no sólo de un recuento de las teorías que se suscriben y de las deudas que se tienen contraídas, sino que tiene tam bién la función de un m odesto glosario de las categorías, conceptos, térm inos, obras y autores con los que se roza. Dadas las proporciones relativam ente grandes del corpus, la cuarta parte se ocupa de reducirlo bajo dos criterios: en prim er lugar, aquellos de los textos del corpus que en vez de condensar el discurso lo hacen estallar expandiéndolo no son

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lapidarios y, por ende, deben ser elim inados; de esa m anera quedan sólo dentro del paradigm a de la lapidariedad los refranes que discursivam ente tienden a condensar el discurso: en pocas palabras, los refranes susceptibles de desem peñar dentro del discurso la función de un entim em a. Q uedan, así, fuera del paradigm a de la lapidariedad la m ayor parte de los refranes exclam ativos. En segundo lugar, se agrupan los refranes por tipos estructu­ rales y se tom an representantes de cada uno de ellos de m anera que sus características sean válidas para todo el conjunto. De esta selección resulta un corpus m ás m anejable que, analizado, aporta una serie de características del hablar lapidario y, en general, de los mecanismos de la lapidariedad discursiva. Si bien dotados de un rico bagaje de herram ientas, en investigaciones com o esta nos encontram os en cam po abierto: nuestra aportación, por tanto, no es espectacular. Las tareas que para poder avanzar ha tenido que realizar van desde la hum ilde labor taxonóm ica hasta la creación de un cuerpo suficientem ente coherente de conceptos. Los resultados, tom ados en form a absoluta, parecen modestos: lo son. Em pero, se trata de una investigación que abre ciertam ente brecha a futuras investigaciones que ilustren de una m anera m ás profunda y clara los m ecanism os, características, funciones y alcances del hablar lapidario. El hablar lapidario. Ensayo de paremiología mexicana es, pese a las apariencias, una form ulación abreviada, aunque desde luego no lapidaria, de una disertación doctoral defendida en la Universidad de Bourgogne, Francia, el 16 de diciem bre de 1995 ante un jurado reunido por mi directora de tesis, D orita N ouhaud, y que integraron, adem ás de ella, C hristian Boix, Eliane Lavaud y M arié-C laire Zim m erm ann. En un proceso tan largo y, a veces tan arduo, com o es natural, son m uchas y de muy variada especie las deudas contraídas. Ante la im posibilidad de m encionar a todos los acreedores, este libro, hecho sobre la base de esos granitos de arena, quiere ser un explícito testim onio de gratitud cordial para todos ellos. U na especial m ención y un “ ¡ gracias!” m uy sincero m erece D orita N ouhaud, mi directora de tesis, cuya contribución sobrepasó con m ucho los cánones del deber oficial de una dirección de tesis: su altísim a com petenciay prestigio, am istad, preocupacio­ nes, trám ites y gestiones, de la m ás diversa índole, hicieron m uy grato no sólo todo el proceso sino mi estancia m ism a en la U niversidad de B ourgogne, a cuyas autoridades agradezco desde estas páginas. Gracias, igualm ente, a las autoridades del Colegio de M ichoacán: especialm ente a su presidenta, la

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Prólogo

doctora B rigitte Boehm de Lam eiras, y a su secretario general, el m aestro H eriberto M oreno García, por su infaltable y puntual apoyo. A gradezco tam bién a mis com pañeros del Centro de Estudios de las Tradiciones en cuyas reuniones de los j ueves se discutieron los contenidos de este libro. Una m ención especial de gratitud tanto a Clarisa Desouches, como a don A ndrés, su padre, por todo. A Sergio Pérez Córtez, Philippe Caron, A gustín Jacinto, Andres Lira, Alfonso Valdivia, A urora del Río y José Luis R am írez un agradecim iento especial: cada uno, a su m odo y desde su lugar, contribuyó a que este 1ibro fuera realidad. Finalm ente, quiero agradecer a mis com pañeros del departam ento de publicaciones del Colegio de M ichoacán, Valentín Juárez, Rosa M aría M anzo, Cristina Ram írez y, desde luego, a Jaim e D om ínguez Ávila: Jaim e no sólo tom ó bajo su diligente cuidado los deberes habituales de la revisión y m aquillaje del libro sino que, más allá del deber, con com petencia y ejem plar dedicación lo acompañó hasta la imprenta; suyos son los útiles índices con que el libro aparece.

Herón Pérez M artínez Diciem bre de 1995, Jacona, Michoacán, junto al Canal de la Esperanza.

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PRIMERA PARTE ¿DE QUÉ SE TRATA?

I D EL H A BLA R A L DISCURSO

E L PROBLEMA

L a prim era palabra de un texto tiene la prerrogativa de presidirlo y, a ese sólo título, la prim acía de la significación. Por otro lado, en un proceso de com unicación, com o lo es un texto, una de las prim eras cosas que han de procurar los interlocutores es la de asegurarse que estén hablando de lo m ism o. Si ese acto de m etalenguaje es necesario en cada texto, m ás lo es cuando el texto en cuestión pertenece al ám bito de las ciencias del lenguaje dom inio en donde los vocablos no tienen el tiem po de echar raíces y en donde son asediados por otros térm inos y aún por otras funciones. B astaría con consultar un par de diccionarios provenientes de diferentes ám bitos culturales para percatarse del desconcierto léxico que reina en nuestro dom inio epistem ológico: las palabras no parecen funcionar con la m ism a firm eza que en otros dom inios m ás estables. N uestra época y nuestra disciplina no sólo no han desarrollado un sistem a de explicación term inológica com o el de la escolástica m edieval,1sino que la inestabilidad y rapidez con que se suceden las teorías, y lo efímero de m uchas de ellas; la rapidez con que la investigación avanza en el cam po de los lenguajes, am enaza con convertirlo, paradójica­ m ente, en una nueva Babel. Por ello ha de considerarse como sana, la costum bre de explicar los térm inos im plicados en una investigación. 1

1.

Es conocida, por ejemplo, la estructura de cada uno de los artículos en la Suma teológica de Tomás de Aquino: la sección videtur quod non , o contratesis, la sección sed contra , o prótesis, el respondeo o defensa de latesis propiamente dicha, y, finalmente, la sección de respuestas, por orden, a cada una de las objeciones de la sección sed contra. Sin embargo, la sección videtur quod non soporta sobre sí, dentro de este discurso, la importante función metalingiiística a veces de explicar el sentido de la afirmación principal o tesis aveces, simplemente, de proponer los 1imites absurdos del enunciado en cuestión. Pueden verse muchos ejemplos en Summa Theologica, 5 tomos, Madrid, BAC, 1951. También puede verse la importancia que esta labor metalingüística conserva aún, en este tipo de discurso, afínes del siglo XVI en las Disputationes metaphysicae de Francisco Suárez. Véase la edición de Gredos, Madrid, 1960.

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Ello tiene una doble ventaja: la de indicar con precisión de qué se está hablando, por una parte, y la de trazar con cuidado, por consiguiente, los límites del problem a. Está claro que la prim era labor de un libro com o éste es una labor de tipo metalingüístico: decir con claridad lo que se trae entre manos y, en concreto, en qué sentido se va a utilizar los principales vocablos y conceptos en que se basa la investigación y, sobre todo, form ular el alcance exacto del postulado central que se ha obtenido de el la. Ahora bien, puesto que nos proponem os exponer las características del discurso lapidario a partir del refrán, que suponem os paradigm ático de ese discurso lapidario, tal cual se le encuentra en el refranero m exicano, hemos de explicar, prim ero, qué vam os a entender por discurso y, en general, en qué sentido usarem os en lo sucesivo térm inos como “discurso”, “ habla” , “discurso lapidario” , “ refrán”, “re­ franero”, “refranero m exicano” , etc. Por razones de preem inencia discursiva, el prim er problem a que se nos presenta es el em pleo que se ha hecho de los térm inos “habla” y “discurso” en la historia de la teoría del discurso y que se encuentran en el corazón del asunto que aquí nos ocupa. Por principio de cuentas, el título que dam os a nuestra investigación, “hablar lapidario”, remite al térm ino saussureano parole ; por lo dem ás, con frecuencia hablam os de “discurso lapidario” com o si los térm inos “habla” y “discurso” significaran lo mismo. Y, en efecto, hem os de decir enseguida y sin rodeos que en esta investigación em pleam os am bos térm inos como sinónim os. Sin em bargo, con ello no hemos avanzado gran cosa porque, después de todo, no hemos aclarado qué vam os a entender por "hablar” y qué por “discurso” . Ni hemos explicado por qué y en qué condiciones un texto tan breve como un refrán puede ser llam ado sea "h ab la ” , sea “ discurso” . El uso de las palabras para un hablante nunca es totalm ente arbitrario. En efecto, a decir de Roland Barthes, la lengua es un más acá que funciona como presupuesto del discurso; el otro presupuesto, el límite de enfrente, el más allá del discurso es el estilo. En medio, están todos losdiscursosy lenguajes nacidos de los diferentes grupos sociales, de sus intereses: la m ultiplicidad de estos discursos refleja, en efecto, la m ultiplicidad social, expresión de un tipo de al ¡enación social, como toda escritura, que funciona, de hecho, a la m anera de un ritual.2Sin ánimo de dar cuenta de las diferentes reflexiones que han tenido lugar en torno a vocablos como "discurso” y “ habla” , sí es conveniente, en 2.

26

Roland Barthes. El grado cero de la escritura, séptima edición. M éxico. Siglo XXI. pp. 18 y 88.

D el

hablar al discurso

am bos casos, recoger a guisa de inventario las principales direcciones que ha tom ado la reflexión en los últimos tiem pos, dado que m uchos de esos m atices sem ánticos aún persisten y son aprovechables a la hora del análisis. Ello significa, por una parte, que hemos de identificar las diferentes cargas ideológicas, los diferentes intereses y las diferentes perspectivas que se han ido asentando en vocablos como “habla” y “discurso” ; significa, adem ás, que no sólo hemos de explicitar aquí lo que estos vocablos han significado en su historia más reciente, sino discutir, principalm ente, de qué m anera estos conceptos convienen a un tipo textual como el que nos ocupa, el refrán; ¿en qué m edida se le puede llam ar al refrán “discurso lapidario” ? Independientem ente de que en el capítulo siguiente hayam os de discutir el sentido de esta expresión, lo haremos recargando el énfasis más en lo “ lapidario” que en su carácter de “discurso” . Y, efectivam ente, nos interesa desde el principio dilucidar si a los pequeños textos, los refranes, que hemos escogido como punto de partida de nuestra investigación sobre el discurso lapidario les conviene el nom bre de “discurso” y en qué sentido. El orden de nuestra exposición empezará por una somera exploración de 1 pasado y presente del vocablo “habla” bajo el m encionado presupuesto de que las palabras cargan a cuestas con su propia historia. Nos interesa destacar los distintos m atices y puntos de vista que fue asum iendo al calor de las diferentes reflexiones que tuvieron lugar, casi simultáneamente, para configu­ rar lo que se podría llam ar la lingüística del “habla” . N os detendrem os, de m anera especial, en dos: la reflexión en torno a la traducción y el conjunto de reflexiones que, desde distintos puntos de vista y con distintos intereses, desem bocaron en la sem iótica discursiva.3El segundo punto de nuestro viaje será explorar los diferentes usos que se han dado al vocablo “discurso” para fundam entar el em pleo que aquí le darem os asum iéndolo, en principio, com o una “secuencia coherente de enunciados” .4 La tercera tarea de este capítulo será la ya esbozada de discutir en qué m edida se puede llam ar “discurso” a los textos lapidarios como los refranes.

3.

Normalmente la expresión “semiótica discursiva” se usa dentro de la terminología greimasiana para designar uno de los componentes del nivel superficial de los textos. Aquí lo empleamos en el sentido más general en lam edidaen que el análisis semiótico es un análisis del discurso.

4.

Jean Caron, Las regulaciones del discurso. Psicolingüísticaypragmática del lenguaje, versión española de Chantal E. Ronchi y Manuel José Pérez, Madrid, Gredos, 1988, p. 119.

27

E l hablar lapidario El

hablar

“ H ablar” es no sólo un vocablo que designa todo acto de com unicación sino un vocablo que suele ser sinónim o del térm ino “habla” con que se ha traducido al español el saussureano vocablo francés parole. Sobre este vocablo y el concepto de que es portador se podrían hacer tres historias: una larga y dos cortas. Uno podría, en efecto, tom ar como punto de partida de la exploración sobre el uso o los usos que históricam ente se ha dado al vocablo parole y a su traducción más frecuente en español: “habla” . Se tendría que tom ar com o punto de partida obligado a Ferdinand de Saussure y su Coursde linguistique générale por la simple razón que fue él quien desencadenó su uso en las ciencias del lenguaje de principios del siglo XX. Se encontrará uno, por este cam ino, con el hecho de que el térm ino “ habla” se halla irrem ediable­ m ente “ uncido”, como se sabe, a la palabra “ lengua” y que con ella se ha desplazado a todas partes. En una especie de estudio léxico, para ver los nom bres y los usos de este par de conceptos, se podría uno ir hacia atrás, como lo hace C oseriu;5o hacia adelante, como lo hace K oerner,6entre otros, para ver las evoluciones que ha sufrido y cómo 1legó a cruzarse con el vocablo “discurso”, y cuándo y por qué lo hizo. Por este camino, se 1legaría a la conclusión de que los usos del vocablo “ habla” siem pre tendrán la sombra del correspondiente térm ino “ lengua” y estarán interesados, de una u otra m anera, en diferenciarse de él. Este es el cam ino largo: se dan en él aproxim aciones al uso que hoy se le atribuye al térm ino “ hablar” en la teoría prevalente del discurso a que aquí recurrim os. La historia corta, en cambio, se rem onta hasta los albores de las ciencias del texto cuando la lingüística se decidió a explorar la vía abandonada por Ferdinand de Saussure, la de la lingüística de la parole. Otra historia aún m ás corta del uso del vocablo muy bien hubiera podido trazarse a partir de un representativo corpus de textos en que aparece el vocablo “habla” para explorar qué acepción se atribuye en ellos al vocablo. En cualquiera de las vías cortas, uno podría llegar fácilm ente a la conclusión no sólo de que fueron las “ciencias del discurso” las que en la década de los sesenta7rom pieron finalm ente con algunas ataduras saussu5. 6. 7.

28

f ide infra.

Vide infra. L abibliografíam ás abundante empezó a aparecer a principios de ladécadade los setenta. Eugenio C oseriuensu Textlinguislik (T übingen.GunterNarrVerlag, 1 9 8 1 ,pp. 1 yss.)d au n ap eq u eñ ap ero

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hablar al discurso

reanas y le dieron al vocablo la acepción hoy dominante que aquí le atribuimos, sino que esa acepción dom inante es relativam ente tardía. Cuando, en efecto, se em pieza a abandonar la lingüística de la lengua y se voltea hacia la lingüística del habla, es cuando tiene lugar el nacimiento del concepto que aquí nos interesa. A

n tecedentes sa u ssu r ea n o s del vo cablo

“habla”

En el uso actual de la palabra “habla” están claros aún, como se ha dicho, sus antecedentes saussureanos. En efecto, la lingüística abreva durante los prim eros sesenta años de este siglo en la distinción saussureana entre langue y parole. Ferdinand de Saussure expone sus ideas sobre el habla, en efecto, en varios lugares del Curso de lingüística general;* así, en los núm eros 65 a 67, se form ula la distinción entre lengua y habla; de los núm eros 78 y 63, en cam bio, se desprende que el habla es algo individual; que, en cam bio, es el habla la que perm ite constituir un circuito de com unicación entre hablantes, se dice tanto en los núm eros 76 a 81 como en el núm ero 118; y, finalm ente, en los núm eros 57 y 75 a 81 se dice que es la lingüística del habla laque tiene que ocuparse del estudio del habla, pero que la lingüística, propiam ente tal, es la lingüística de la lengua. En el núm ero 68 m uestra De Saussure cóm o ya algunas lenguas europeas distinguen léxicam ente entre lengua y habla. Para dejar asentada la acepción que el Curso de lingüística general da al vocablo “habla”, nos interesa explícitam ente el prim er punto. A saber: la distinción entre lengua y habla en donde, de pasada, se establece el carácter individual del habla. Por un lado, el tem a del habla es introducido en el número 63 cuando llama al habla “el lado ejecutivo” de la lengua; se refiere a su “ejecución” y dice de ella que es individual y que se contrapone a los elem entos de la lengua que son establecidos por la masa: “nosotros lo llam arem os el habla (parole)'", concluye. En efecto, más adelante explica: “al separar la lengua del habla ( langue etparole), se separa a la vez: 10 lo que es social de lo que es individual; 2o lo que es esencial de lo que es accesorio y más o m enos accidental” .9

8. 9.

precisa referencia bibliográfica de los principales textosy corrientes de lalingüísticadel texto, aprincipios de la década de los setenta. Cito por la edición crítica preparada por Tul 1io de Mauro y publicada en español por Alianza Universidad, Madrid, 1983. N úm .65.

29

E l hablar lapidario

La lengua, pues, es social; el habla, individual. La lengua es “esencial” ; el habla, accidental o accesoria. La lengua es la parte estable del lenguaje; el habla, la parte variable. Está claro que lo que Ferdinand de Saussure llam a habla es, en efecto, la interpretación que hace el hablante de esa gran partitura que es la lengua. Cada lengua es, así, un sistem a de convenciones de tipo virtual que cada acto de habla actualiza. O en palabras de Saussure: la lengua no es una función del sujeto hablante, es el producto que el individuo registra pasivamente; nunca supone premeditación, y la reflexión no interviene en ella más que para la actividad de clasificar, de que hablamos en las páginas 197 y ss. El habla es, por el contrario, un acto individual de voluntad e inteligencia, en el cual conviene distinguir: Io las com binaciones por las que el sujeto hablante utiliza el código de la lengua con miras a expresar su pensamiento personal; 2° el m ecanism o psicofísico que le permita exteriorizar esas com binaciones.101

La acepción que Ferdinand de Saussure da al térm ino “habla” es la de realización de un saber hablar concreto; es decir, una lengua particular históricam ente dada.11 Antes de Saussure, ya varias lenguas europeas hacen intuitivam ente esta distinción, como él m ism o lo señaló. Y no sólo eso: esta distinción estaba im plícita en las viejas disciplinas brotadas en las texnai o artes com o la gram ática, dedicada al hablar correcto, y aún en ciertas m odalidades de la retórica cuando se em pezó a interesar en el hablar bien.12 A dem ás de explorar los antecedentes históricos de la distinción saussureana, Coseriu interesado en una teoría del hablar hace una rigurosa com paración entre estas dos categorías saussurenas y los correspondientes conceptos chom skianos de “com petencia” y “actuación” y establece que la concep­ ción saussureana, com parada con la de Chom sky, no sólo em plea una term inología distinta sino que el contenido m ism o es distinto en am bas concepciones: Para denominar los hechos sobre los que se basan son preferibles los términos de Chom sky, porque son menos equívocos y porque lo que se quiere d écim o sólo lo

10. 11. 12.

30

Núms. 66-67. Puede verse Eugenio Coseriu. Competencia lingüística. Elementos de la te oría del hablar, elaborado y editado por Heinrich Weber, versión española de Francisco Meno Blanco, Madrid, Gredos, 1992, p. 13. Véase el recorrido explícito que realiza Coseriu en busca de “los antecedentes históricos de la distinción” por las lenguas, las disciplinas lingüísticas y los autores, sobre todo alem anes, que precedieron a Saussure. Op. cií., pp. 15-35.

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hablar al discurso

nombran, sino que también lo caracterizan. La langue, en Chomsky, no sólo está dada com o langue , sino ya como lo que es: un saber, una competencia. Asim ism o, la parole no está dada como parole , com o una forma determinada de la lengua, sino com o ejecución, com o realización de un saber en el hablar.13

Por distinto camino y con distintos intereses, E. F. Konrad K oerner14 explora este par de conceptos saussureanos tanto hacia atrás como hacia adelante de Saussure. Sus recorridos hacia atrás, empero, son muy breves y los impulsa una m otivación de muy reducidos alcances: probar su tesis de la originalidad de Saussure.15 La amplitud de sus recorridos hacia adelante, en cam bio, está expresada en el título mismo del apartado en que se ocupa del asunto: “el desarrollo post-saussureano de los conceptos langue, parole y langage” . De esta exploración nos parece especialm ente pertinente, para nuestro asunto, su referencia a Erik Buyssens: Erik Buyssens, por ejemplo, introdujo el concepto de discours que el definió com o la partie fonctionelle de la parole y que deseó situar entre parole y langue que es le systéme qui régit la parole y que constituye una totalidad, más o menos coherente, de reglas seguidas por el hablante.16

Esta “parte funcional del habla”, es de índole abstracta. De hecho, la relación establecida por Buyssens entre langue, discours y parole va de una m ayor a una m enor abstracción: la parole es el elem ento más concreto de los tres; m ás aún, es el único concreto, en la concepción de Buyssens:

13.

Op. cit., p. 14. Para la discusión completa, véanse las pp. 13-71. La comparación entre los conceptos de habla y actuación es, por lo demás, muy frecuente. A guisa de ejemplo, cito Jean Dubois y otros,

'Diccionario de lingüística, Madrid, Alianza Universidad, Colección Alianza Diccionarios, 1979, pp. 14. 15.

16.

327 y s. Ferdinand de Saussure. Génesisy evolución de su pensamiento en el marco de la lingüística occidental, Madrid, Gredos, 1982, pp. 311 y ss. Sobre una polémica entre Koemer y Coseriu en tomo alas influencias de George von der Gabelentz sobre Ferdinand de Saussure, negadas en general por Koerner, véase Eugenio Coseriu, “Georg von der Gabelentz y la lingüística sincrónica”, en Tradición y novedad en la ciencia del lenguaje. Estudios de historia de la lingüística, Madrid, Gredos, 1977, pp. 200-250; especialmente las páginas 245 y ss. En Koemerse encuentra, sin embargo, un buen muestrario de las principales discusiones postsaussureanas en torno aestos dos términos y a los conceptos correspondientes. Esta obra tiene la ventaja de una nada desdeñable bibliografía actualizada hasta 1970. Como bien se sabe, por lo demás, el lingüista rumano Eugenio Coseriu, profesor en la Universidad de Tübingen, se ha distinguido, en el postsaussureanismo, como un crítico creativo de esta dicotomía saussureana entre lengua y habla; puede verse, sobre todo, su ensayo, publ icado por primera vez en 1952, “S istema, norma y habla” en Eugenio Coseriu, Teoría del lenguaje y lingüística general, Madrid, Gredos, 1973, pp. 11-113. Op. cit., p. 341.

E l hablar lapidario Si por “habla” se entiende el flujo sonoro que sale de la boca del hablante, es evidente que se requiere de otro término para designar la sucesión tanto de los fonemas com o de todos los otros elementos que aseguran la comunicación; nosotros la llamaremos “discurso”.17

De acuerdo con esto, el habla sería la parte acústica de la com unicación; el discurso, en cam bio, la parte funcional; de la cadena de sonidos del habla, el discurso se interesa tanto en los sonidos y dem ás elem entos significativos del habla como en su secuencia: la lengua es el sistem a que hace posible la significación discursiva, según Buyssens. No es ésta, desde luego, la acepción del vocablo “habla” que aquí nos interesa. Ya el Diccionario de lingüística de G.R. Cardona llama al térm ino “habla” “sinónim o, hoy en desuso al igual que el francés parler, de variedad lingüística local o individual” .18 La acepción que recoge Cardona, como se ve, apenas coincide con la idea saussureana de “habla” : se trata ya, en efecto, de una variedad de lengua, de una m anera histórica de darse de la lengua análoga a la “norm a” de C oseriu.19 Tornada estrictam ente, podría decirse que la definición de C ardona se refiere a lo que la dialectología suele llamar dialecto. Como puede verse, el térm ino “ habla” ha ido deslizando su significación hasta convertirse en sinónim o de una variedad de lengua. Em pero, contra lo sostenido por Cardona, no sólo se usa para designar una variedad diatópica de una lengua sino tam bién para las variedades diastráticas y aún para las variedades diacrónicas de una lengua.20 De aquí a significar un “tipo de discurso” no hay más que un paso. E l. i n t e r é s

po r el h a b l a

A toda acción corresponde una reacción, dice una de las leyes de la m ecánica. Q u iz á s sea e ste p rin c ip io la m ás im p o rta n te raz ó n p a ra q u e , a g o ta d o 17. 18. 19. 20.

32

En E. F. Konrad Koerner. Op. cit., p. 341. Giorgio RaimondoCardona, Diccionariodelingüística . traducción deMa,TeresaCabello,Barcelona, Ariel. 1991, ad loe. “Sistema, norma y h a b la " op. cit. Este empleo de lapalabra “habla” es muy propio de lasociolingüísticadeladécada de los sesenta y, en general, de los sociolingüistas. Empleo los adjetivos “diatópico” y “diastrático” enel mismo sentido que lo hace José Pedro Roña en su artículo “La concepción estructural de la sociolingüística”, en Paul L. Garvin / Yolanda Lastra de Suárez, Estudios de etnolingüísticay sociolingüística, M éxico, LTNAM, Lecturas UniversitariasNúm. 20.1974. p. 205. En sociolingüística, en efecto, son frecuentes expresio­ nes como “habla aniñada", “habla controlada" para referirse, en efecto, a una variedad lingüística. “Habla controlada" significa, en efecto, el “habla que ha sufrido una revisión inconsciente por parte del hablante antes de ser enunciada". Ibid., p. 478

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al discurso

el m o d elo estructuralistade la lingüística, labúsqueda se orientaraal ámbito de la parole abandonado por Saussure. Quizás haya sido el abandono en sí de la lingüística del habla y el cúmulo de intereses que de los diferentes territorios de las ciencias del lenguaje brotaron casi sim ultáneam ente. Lo cierto es que a la lingüística de la lengua sucede un m últiple y variado interés por el habla. Siegfried J. Schm idt ha señalado ya muy bien, en su Teoría del texto. Problemas de una lingüística de la comunicación verbal,21 cóm o a fines de la década de los cincuenta la lingüística evoluciona gracias al acicate que representan para ella tanto la teoría de la inform ación como la teoría de la traducción interesada en la traducción autom ática; m ientras que el interés de la lingüística en la década de los setenta habría sido estudiar el ser hum ano hablante, es decir, la teoría de la com unicación verbal desde el punto de vista sociológico. Esta diversidad de intereses concretos ciertamente contribuye, en el ám bito de la investigación lingüística, a que el interés por la lengua, en el sentido asum ido por Ferdinand de Saussure, sea substituido paulatinam ente por un creciente y diversificado interés por el habla. Entre los factores de este interés está, ciertam ente, como lo ha señalado Schm idt, la traducción. A raíz de la segunda guerra m undial, brota, en efecto, un creciente interés por la traducción; por lo demás, están las investigaciones que se desarrollan en la teoría de la comunicación en la que tienen no poco que ver las pretensiones de la hegem onía política de algunos de los países triunfadores de la segunda guerra m undial; hacia una lingüística del habla se orientan tam bién las investigaciones que, herederas del form alismo ruso y del círculo lingüístico de Praga, dan pie a reflexiones que a la postre vendrían a constituir el elem ento central de la estilística o a desem bocar en la sem iótica.2122 Preocupaciones como estas vinieron a dar por resultado, en efecto, cam bios de enfoque en la concepción del acto de habla.23 La lingüística del

21. 22. 23.

Madrid, Cátedra, 1973, p. 19. Sobre este desarrollo de la semiótica, véase nuestro libro En pos del signo , Zamora, El Colegio de Michoacán, 1995, pp. 117 y ss. Al emplear la expresión “acto de habla” no me estoy refiriendo explícitamente a la teoría de los speech acts con que John Searle ha contribuido ala creación de la pragmática lingüística, según ha mostrado Brigitte Schlieben-Lange (Pragmática lingüística, Madrid, Gredos, 1987, pp. 49 y ss.) y, por tanto, ala lingüística del habla. Sin embargo, su obra Speech acts (Madrid, Cátedra, 1980) debe ser tenida como un buen ejemplo de unaconcepciónintermediaentreelhablasaussureanayelhablaentendidacomoun tipo discursivo. En efecto, para Searle un lenguaje es una conducta intencional gobernada por reglas; hablar un lenguaje, en cambio, es lo mismo que “realizar actos de habla, actos tales como hacer enunciados, dar órdenes, plantear preguntas, hacer promesas y así sucesivamente, y más abstractamente, actos tales como referir y predicar”. Toda comunicación lingüística incluye ese tipo de actos de habla que

33

E l hablar lapidario

habla, una lingüística impropiam ente dicha,24 vislum brada aunque no traba­ jada por Ferdinand de Saussure, empieza, por razones de necesidad, a ser form ulada en dom inios más heterogéneos: por una serie de tradiciones filosóficas de la más diversa inspiración que desembocan en el pragm atism o,25 por los creadores de la teoría de la com unicación y, en fin, por los herederos de las ideas formal istas literarias en torno al texto provenientes del Círculo de Praga y del form alism o ruso. En efecto y por principio de cuentas, una de las más fructíferas reflexiones que a ese respecto tiene lugar es la de los teóricos de la com unicación al analizar el habla como un proceso.26 Por otro lado, en dominios más cercanos a la lingüística, el esquem adelacom unicación textual ya había sido analizado desde una perspectiva distinta a la de Shanon y W eaver y había sufrido una serie de evoluciones desde Karl B ühler27 y Friedrich K ainz,28 hasta que Roman Jakobson29 am plía el m odelo de com u­ nicación propuesto por Bühler agregándole tres elem entos provenientes de las ciencias de la com unicación.30 Con ello el foco de interés pasa del proceso al discurso mismo. A este interés por el texto, el discurso en sí mismo y el acto de habla en cuanto proceso de comunicación contribuyeron, no poco, investigaciones que habiendo em pezado en cam pos un tanto m arginales, por diversas razones, habrían de pasar más tarde a prim er plano. Estoy pensando, en concreto, en

24. 25. 26.

27. 28. 29.

30.

34

son, por lo demás, la verdadera unidad de la comunicación lingüística, (pp. 25-26) De esta manera, el acto de habla viene siendo no sólo unidad de la comunicación lingüística sino un tipo discursivo fundamental. En ese sentido, el concepto de “acto de habla” en Searle se aproxima alo que aquí queremos entender por habla. F. de Saussure, op. c/7.,Núm. 81. B. Schlieben-Lange, op. cit ., p. 28 y ss. Véase, por ejem plo, el libro de David K. Berlo, El proceso de la comunicación. Introducción a la teoría y a lapráctica, novena reimpresión, Buenos Aires, 1978, que se habría de convertir en clásico. Como bien se sabe, el origen de la fiebre por la comunicación surgió no en la com unicación humana sino en el muy específico y técnico ámbito de la comunicación electrónica cuando Claude Shanon y Warren Weaver publican en 1949 su libro The Matematical Theory o f Communication, Chicago, University o f Illinois Press, 1949. Véase, como ejem plo, el tipo de discusiones y análisis que en la década de los sesenta y principios de los setenta tuvieron lugar a Albert Silverstein, Comunicación humana. Exploraciones teóricas, M éxico, Ed. Trillas, 1985. Los trabajos que allí aparecen fueron parte del Honors Colloquium de la Universidad de Rhode Island en el año lectivo 1971-1972. Sprachtheoríe. DieDarstellungsfunctionderSprache, Frankfurt/Berlin/Wien, VerlagUllstein, 1978, p. 28. Psychologie delSprache, en Eugenio Coseriu, Textlinguistik, op. cit., p. 66. “Lingüísticay poética”, en Ensayos de lingüística general, Barcelona, SeixBarral, 1975, pp. 347-395. El original fue publ icado, en inglés, por primera vez en 1960. Actualmente circulan en español, y desde luego en otras lenguas, varias versiones de este importante artículo. Eugenio Coseriu, Textlinguistik, op. cit., pp. 56 y ss.

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hablar al discurso

la teoría de la traducción que, partiendo de viejas y tradicionales reflexiones, term ina por centrarse en la estilística del texto entendida como un estudio de la expresión lingüística. Con ello, se contribuía no poco a dar un paso más en pos de la lingüística de la parole. En efecto, como ya lo ha señalado muy bien Pierre G uiraud,31 la segunda de las dos estilísticas que se podían distinguir a principios de siglo, la una impresionista y subjetiva remontable al siglo XVIII y la otra, una estilística de la expresión interesada tanto en la elocución como en estudiar “ las relaciones de la expresión con el individuo o la colectividad que la crea y uti 1iza”,32 se centra en el habla de una m anera en que queda claro que lo que interesa es el discurso. Por lo que hace a la teoría de la traducción, cabe decir que en la década de los c incuenta nace formalmente la traducto logia científica sobre los sól idos cim ientos de una larga tradición; una de las consecuencias inmediatas que ello trajo consigo tiene que ver con el problem a que nos ocupa: en efecto, la traducción centrada desde un principio en el texto, trajo consigo una profunda reflexión, m ediante metodologías comparatistas, sobre la naturaleza del texto que vino adesem bocar en un especial interés en disciplinas como la estilística. Todo esto contribuyó, sin duda, a que agotada la lingüística de la lengua, el interés se orientara, a vuelta de década, hacia el habla a estas alturas ya convertida, por simple m etonim ia, en sinónimo de discurso. La traducción, en efecto, ese viejo quehacera veces vilipendiado, a veces exaltado, para principios de la década de los cincuenta ya contaba con una bien densa reflexión que había quedado anclada, sin embargo, en la tipología del discurso.33 Fue en la década de los cincuenta, en efecto, cuando com enzó a desatarse un creciente interés por la traducción debido, probablem ente, a la im portancia práctica cobrada por la traducción durante la segunda guerra m undial: a m ediados de la década de los cincuenta em pezaron a aparecer sobre todo en Francia, Rusia, Estados Unidos, Alemania e Inglaterra, los grandes protagonistas de la segunda guerra m undial, una serie de pequeños y alguno que otro grande estudio sobre el problem a de la traducción.34 Ese 31. 32. 33.

34.

La estilística, cuarta edición, Buenos Aires, Ed. Nova, 1970, pp. 47 y ss. Pierre Guiraud, op. cit., p. 48. Páralos principales momentosy protagonistas de esta tradición, puede verse mi libro Lenguajey tradición en México, Zamora, Ei Colegio de Michoacán, 1989, pp. 35-62. Coseriu en “Vives y el problema de la traducción”, op. cit., ha demostrado hasta dónde hay yaconciencia de una traductologíadiferencial cuya diversidad le proviene de unaexplícita tipología textual, como en el caso de Vives. No es que antes de esta década no hubiera habido trabajos sobre la traducción dignos de ser continuadores de Schleiermacher; a guisa de ejemplo, menciono al alemán W. Franzel, quien había

35

E l hablar lapidario

interés desarrolla no sólo una capacidad analítica sino una serie de categorías cuyo referente principal fue, por razones prácticas, siem pre el texto, no la lengua. El interés por el texto que a raíz de esto nace, contribuirá a afinar el concepto de habla: el habla es una m anera de hablar. Se le llam ará hablas, en efecto, a los sistemas lingüísticos particulares o de alcance m uy reducido; o bien a las form as sociales de una lengua. El concepto de habla, por tanto, se va acercando a una de las acepciones de discurso que nos interesan: un habla concebida como una m anera de hablar, como el habla lapidaria. H

a c ia u n a e p is t e m o l o g ía d e l h a b l a

Reseñando la década de los cincuenta en lo relativo a la traducción, Georges M ounin en Los problemas teóricos de la traducción 35 coloca entre los creadores de la traductología al soviético Fedorov. En efecto, la segunda edición de la Enciclopedia Soviética publica el artículo Perevod con las teorías que Fedorov había difundido en su Introducción a la teoría de la traducción y que ya para 1958 ve aparecer su segunda edición.36A decir del m ism o M ounin, Fedorov aislando la operación traductora con el fin de constituir un estudio científico y promover una ciencia de la traducción, establece en primer lugar que la traducción es una operación lingüística, un fenómeno lingüístico, y considera que toda teoría de la traducción debe ser incorporada al conjunto de las disciplinas lingüísticas.37

Los otros pioneros de la traductología científica del siglo XX son los franceses J. P. Vinay y J. D arbelnet con su Stylistique comparée dufranqais et de l 'anglais?9. En efecto, J. P. Vinay y J. D arbelnet introdujeron en el publicado en Leipzig, en 1914, su Geschichte des Übersetzens in 18. Jahrhunderf,a F. R. Am os que publicó en N ueva York, seis años d esp u és, su Early Theories o f Translation. Hubo, desde luego, otros trabajos importantes sobre la traducción en la primera mitad del siglo XX. Cito, por ejem plo, el libro de J. P. Postgate, Translation and Translations, publicado en Londres en 1922 o el de E. S. Bates, Modern Translation, aparecido en Oxford en 1936. Pero, sobre todo, al verdadero patriarca de la moderna teoría de la traducción: Eugene a. Nida quien había publ icado en N ueva York, en 1947, apenas concluida la guerra, su libro Bible translating. An análisis o f Principles and Procedures 35. 36. 37. 38.

36

with Special Reference to aboriginal languages. J. Mounin, Lesproblemes théorique de la traduction, Paris, Gallimard, 1963. La traducción española se titula, Los problemas teóricos de la traducción, segunda edición, Madrid, Gredos, 1977. G. Mounin, op. cit., p. 26. Op. cit., p. 28. Cuyaprim eraediciónhabíasidopublicadaen 1958.

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al discurso

discurso científico francés de las ciencias del lenguaje el discurso sobre la traducción. Como dice M ounin “fueron los prim eros que se propusieron escribir un compendio de traducción invocando un estatuto científico. Pero titulan todavía su obra: Stylistique comparée du franqais et de l ’anglais” . 39 En realidad, lo valioso de la intuición de los teóricos franceses de la traducción fue, a mi juicio, el haber puesto la teoría de la traducción como una ram a de la estilística y, más en concreto, como un tópico de una aún inexistente estilísticaaplicada. Esa naciente teoría de la traducción desemboca, sin más, en la investiga­ ción sobre el texto.40 En la m ism a década, adem ás de los ya m encionados franceses, cuyo libro influyó m ucho en occidente, hay que m encionar a W. Schw artz quien, en 1955, publica en Cam bridge su libro Principies and problems o f biblical translation m ientras T. Savory publica en Londres, dos años más tarde, su libro The art o f translation. Tam bién en esa década Paul L. Garvin había trabajado en la traducción autom ática m ientras varios investigadores se ocupaban de los problem as de la traducción que ofrecían pares de lenguas como el inglés-alem án41 o el francés-inglés.42 Igualmente en esa década, en 1955 en concreto, surgirán revistas que com o Babel tendrán una gran im portancia para los posteriores desarrollos de la teoría de la traducción. El interés que en la década de los cincuenta suscita la traducción es expresado tam bién por la labor editorial de la UNESCO que en 1958 publica, en segunda edición, su Scientific and Technical Translatingpero que ya tenía rato ocupándose de traducción para m ostrar, por si hiciera falta, que el interés

39. 40.

41. 42.

J. Mounin, Lesproblémes théorique de la traduction, Paris, Gallimard, 1963, p. 23 de la traducción española (Los problemas teóricos de la traducción , segunda edición, Madrid, Gredos, 1977). Las obras que sobre traducción se escribían en la primera mitad del siglo, algunas de las cuales hemos citado más arriba, si bien mostraban que el eterno interés por la traducción seguía vigente, aún no pueden ser inscritas en el concierto de las ciencias del lenguaje que, por lo demás, se encontraban apenas en pañales por entonces: se puede decir, en frase de Vinay y Darbelnet, que no estaban aún escritas bajo un “estatuto científico” ni, desde luego, bajo un estatuto lingüístico. Incluso en la media docena de veces en que la expresión “teoría de la traducción” había aparecido en esas obras, apenas si se refería a un puñado de ideas más o menos tradicionales sobre el acto de traducir y las características que debíatener el texto resultado de é l. La lingüística, por lo demás, teníapor entonces otros problemas de qué ocuparse amén de que, si se exceptúa V ives quien culmina en 1532 su De ratione dicendi con un capítulo sobre latraducción, las consideraciones sobre el lenguaje tradicio­ nalmente no se habían ocupado para nada de la traducción. Véase, a este respecto, el capítulo “lingüística y traducción”, en Valentín García Yebra, En torno a la traducción. Teoría, crítica, historia, Madrid, Gredos, 1983, pp. 25 y ss. Así R. Haas o Straberger quien publica en 1956 los resultados de una discusión celebrada enV iena sobre latraducción al alemán de las más conocidas obras de Grahan Green. Com oW .Tancock.

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por la traducción fue uno de los bienes que vinieron como consecuencia del gran m al que fue la segunda guerra m undial. En efecto, disuelta la Sociedad de las N aciones, la ONU continuó su labor a través de la UNESCO. Desde 1948 em pezaron a aparecer a razón de un volum en por año el Index translationum traducido a las dos lenguas interna­ cionales del m om ento: el francés Répertoire international des traductions y el inglés International bibliography o f translations. En 1949 apareció en París la recopilación correspondiente a 1948. El núm ero de fichas de ese volum en era de 8570. La cantidad de fichas fue aum entando año con año. Así, por ejem plo, la recopilación correspondiente a 1961 aparecida en París en 1963 reunía un total 32 931 traducciones de 75 países. Las técnicas de traducir que se van creando se ocupan directam ente de los textos m ás que de las lenguas: los conceptos de traductibilidad-intraductibilidad, por ejem plo, no se plantean tanto a nivel de lengua cuanto a nivel de texto bajo el presupuesto dom inante de que todo lo que puede ser dicho en una lengua puede serlo tam bién en otra, cualquiera que sea. M ás adelante se descubrirá la intraductibilidad lingüística. Tanto la siguiente década como la de los setenta, pueden ser considera­ das prácticam ente como las épocas de oro de la teoría de la traducción y coincidentem ente, por la razón indicada, la época de las lingüísticas del habla. Fue una época em peñada, por ejem plo, en resolver el problem a de las m áquinas de traducir; abundan enella los libros sobre teoría de latraducción: típico es el libro de J. C. Catford, A Linguistic Theory o f Translation. An Essay in Applied Linguistics', por lo general, la teoría de la traducción que surge en esta época está hecha desde las perspectivas com paratista, textual y estilística como lo m uestran los trabajos de M ario W andruzka.43 M ientras M argot en su Traducir sin traicionar, sintetizaba las teorías de N ida; el traductor español, Valentín García Yebra, colaboraba en este cam inar tanto con sus num erosas traducciones com o con sus tres volúm enes el de En torno la traducción. Teoría, crítica, historia y los dos de Teoría y práctica de la traducción, de corte com paratista. La teoría de la traducción se había desarrollado tanto que interesa a lingüistas com o R om an Jakobson o Eugenio Coseriu. En efecto, de la teoría de la traducción heredada del

43.

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Ver los dos tomos de Nuestros idiomas: comparables e incomparables , Madrid, Gredos, 1976 (cuya edición original había aparecido en 1969): en concreto, se plantead problema de la intraductibilidad por razones lingüísticas.

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form alism o ruso, además de Fedorov y Cary, había dado cum plida cuenta a occidente Roman Jakobson en más de una ocasión como en su célebre ensayo On linguistic Aspects o f Translation. Coseriu, por su parte, explora la historia de la traductología con sus estudios a la teoría de la traducción en Luis Vives, San Jerónim o y M artín L utero44 y hace un balance de las principales posturas teóricas en torno a la traducción.45 Por obvias razones de im pertinencia, es im posible dar cuenta cabal de las aportaciones de cada uno de ellos a las lingüísticas del habla. La década de los setenta, de acuerdo con ésto, es década de cosecha; ve em erger, en efecto, una serie de propuestas de teorías de la traducción: se la puede considerar, sin lugar a dudas, como la década de m adurez la teoría de la traducción. A guisa de ejem plo, m enciono el gran desarrollo que la disciplina tuvo en Alem ania en donde sobresalen los nom bres de Katherine Reiss y W olfram W ilss.46 No son, desde luego, los únicos pero son los más característicos teóricos de la traducción de la década de los setenta. W olfram W ilss, por ejem plo, desde su puesto en el Instituto de intérpretes y traductores fundado a fines de 1974 en Saarbrücken, en la Universidad del Sarre (Saarland) dio carta de ciudadanía a la traducción, como lo había hecho ya Catford, como una rama de la lingüística aplicada en tiem pos en que la lingüística aplicada en los países anglohablantes prefería ocuparse casi exclusivam ente de la enseñanza de lenguas, como lo m uestra la muy difundida Introducción a la lingüística aplicada de Pit Corder. Un hecho que se desprende de lo anterior y que es importante consignar, así sea de pasada, es que la teoría de la traducción, por la naturaleza m ism a de su objeto de estudio, parece destinada a seguir siendo durante m ucho tiem po de corte com paratista y centrada en la estilística. El com paratism o y la estilística, en efecto, le han dado hasta ahora sus m ejores m om entos y confirm an uno de los postulados que se van abriendo paso penosam ente. A s a b e r l a tra d u c tib ilid a d o in tra d u c tib ilid a d son m ás te x tu a le s que lin g ü ís tic a s . Una de las consecuencias más inmediatas del desarrollo de estos estudios es, en prim er lugar, la consecuente evolución y di versificación

44. 45. 46.

“Vives y el problema de la traducción”, en Tradición y novedad en la ciencia del lenguaje. Estudios de historia de la lingüística , Madrid, Gredos, 1977, pp. 86-101. “Lo erróneo y lo acertado en la teoría de latraducción”, en El hombre y su lenguaje. Estudios de teoría y metodología lingüística , Madrid, Gredos, 1977, pp. 214-239. Cfr. Wolfram Wilss, Übersetzungswissenschaft. Probleme und Methoden, Stuttgart, Ernst Klelt, 1977; K. Reiss, Móglichkeiten und Gremen der Übersetsungskritik. Kategorien und Kriterien fiir eine sachgerechte Beurteilung von Übersetzungen, München, 1971.

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de las llamadas ciencias del lenguaje en pos del habla: tras cincuenta años de reinado de una lingüística de la lengua de tipo sincrónico y de filiación estructuralista, la reflexión lingüística se lanza tras el habla a lomos de disciplinas como la estilística, las lingüísticas del texto, la pragm ática, la sem iótica, la “nueva retórica” o la m ism a lexicología. El otro brillante ejem plo de esta tendencia hacia la lingüística del habla es la sem iótica.47 Se trata de reflexiones que em pezaron en territorios muy diferentes y con intereses muy variados pero que term inaron por centrarse en el habla, en el sentido de tipo de discurso: una corriente, por ejem plo, em pieza en torno a los relatos y term ina por solidificar una vertiente de la sem iótica, disciplina que aunque form ulada inicialmente por Saussure con otras tareas, se fue fortaleciendo con reflexiones de varias partes. Una aportación im por­ tante fueron las intuiciones de Charles Sandes Peirce, por ejem plo. Entre el cúmulo de proyectos de sem iótica que se han ido proponiendo a lo largo del siglo XX, sobresalen en efecto tres que, de hecho, se han convertido, en la actualidad, en importantes corrientes de la semiótica: una sem iótica norte­ am ericana, una sem iótica francesa heredera del proyecto saussureano y una sem iótica rusa. De los tres proyectos, los dos últimos se han convertido, de una u otra m anera, en reflexiones profundas sobre el discurso. Así sucede, en efecto, con el proyecto de sem iótica form ulado por Ferdinand de Saussure, desarrollado sucesivam ente por Erik Buyssens, Luis Hjelm slev, Roland Barthes, A lgirdas Julien Greim as y Um berto Eco, sobre todo.48 Lo mismo pasa con la reflexión sem iótica heredera del form alism o ruso y del Círculo lingüístico de Praga, que podríam os llamar rusa. Por lo demás, la sem iótica rusa, com o se sabe, tiene sus propios abrevaderos: se la hace nacer hace más de cien años en las investigaciones del gran filósofo ruso A. Potebnaj interesado en el aspecto sígnico del lenguaje. A partir de entonces, se ha ocupado, hasta principios de la década de los setenta, del vasto territorio de las tradiciones populares, la lingüística y la crítica literaria, a lomos del form alism o ruso, prim ero, y del Círculo de Praga, después. Como ejem plo de las leyes sem ióticas em anadas

47. 48.

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Para una exposición más detallada de la reflexión de la sem iótica que desem boca en el estudio del discurso, véase mi l ibro En pos del signo. Introducción a la semiótica, op. cit. Para ver la lucidezy celeridad con que ésto tiene lugar, puede leerse Los límites de la interpretación de Umberto Eco, Barcelona, Editorial Lumen, 1992, pp. 23 y s s ., en donde muestra cómo se fue abriendo paso la perspectivadel lector dando por resultado un radical cambio en el estudio del texto en la llamada teoría de la recepción, sobre laque volveremos más adelante.

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de las tesis del 29 podem os m encionar la que dice que cualquier sistem a sem iótico está sujeto a leyes sem ióticas generales cuyos códigos siem pre están atados a com unidades históricas. A partir de los sesenta, sin embargo, tuvo lugar un fuerte m ovim iento sem iótico cuyos objetivos m ás importantes son los siguientes: convertir los antiguos principios del form alism o ruso en una auténtica ciencia literaria; alcanzar rigor científico con la inclusión de m étodos de análisis m ás exactos com o la teoría de la información; m antener una apertura interdisciplinaria en que, al coexistir las diferentes corrientes sem ióticas, se puede ver la cultura com o una variedad de sistemas de signos; no sólo la literatura sino cualquiera de los sistem as sem ióticos de que se compone una cultura es un objeto sem iótico: cualquier fenóm eno cultural es susceptible de ser estudiado por la semiótica.49 A las m ism as conclusiones nos conduce una m irada echada sobre la pragm ática, disciplina a la que se suele encargar el estudio de las relaciones entre significantes y usuarios y, m ás específicam ente, el estudio del em pleo de signos por los seres hum anos en sus diferentes m aneras de relacionarse. Sin em bargo, dentro de este ámbito, se pueden distinguir al m enos tres direcciones en la actual pragm ática. Se la puede entender y se la entiende, en efecto, tanto com o una doctrina del empleo de los signos, que com o una lingüística del diálogo y aún como una teoría del acto de habla.50 Lo dicho: la segunda m itad del siglo, por el contrario, está llena de propuestas de una lingüística del habla cuya necesidad51 es perceptible en 49. 50.

51.

Véase nuestro libro En pos del signo , op. cit. Véase Brigitte Schlieben-Lange, Pragmática lingüística, versión española de Elena Bombín, Madrid, Gredos, 1987, p. 12. Esta obra revisa la bibl iografía que sobre pragmática circulaba hasta 1975. Como tipo de una corriente de pragmática actualmente en boga, los Elementos de pragmática lingüística de Alain Berrendoner (Barcelona, gedisa, 1987) sostienen la firme convicción de que “no es posible representar en conceptos generales laenunciación de un enunciado, sin definirla como totalidad del hecho de la comunicación verbal, es decir, sin aceptar representar algunos de esos functivos hasta ahora considerados como no pertinentes: gestos y normas sociales, especialmente”, (p. 27) En las reflexiones pragmáticas, han tenido un lugar preponderante las reflexiones tanto de John L. Austin ( Cómo hacer cosas con palabras , primera reimpresión, Barcelona, Ed. Paidós, 1988) como John Searle (Actos de habla, Madrid, Cátedra, 1980). Sobre ellos regresaremos más adelante cuando nos ocupemos de clasificar nuestro corpus. Eugenio Coseriu es, como he señalado, uno de los primeros en reflexionar sobre este temaen su estudio “Determinación y entorno dos problemas de una lingüística del hablar”, aparecido por primera vez en Romanistisches Jahrbuch (VII, 1955-56, pp. 29-54) y publicado luego en Teoría del lenguaje y lingüística general, op. cit., pp. 282-323. De hecho, la necesidad de una lingüística del habla había sido yatanto por discípulos de F. de Saussure, cual Charles Bally, como en los terrenos de la filosofía del lenguaje, en el empirismo lógico, donde se hablaba hacía ya largo tiempo de los speech acts de

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las diferentes disciplinas que han surgido o se han consolidado a partir de la década de los setenta como la sociocrítica, las sem ióticas, la pragm ática52y, sobre todo, las lingüísticas del texto. El

concepto

de

“ d is c u r s o ”

En nuestra investigación em pleam os el vocablo “hablar” en el sentido, ya m encionado, de “variedad de lengua” que, como decía, está tan cerca del vocablo “discurso” térm ino que, para efectos prácticos, se le suele usar com o sinónim o suyo pese a ser, como se sabe, uno de los m ás polisém icos de la lingüística contem poránea.53 Por lo general, una prim era acepción de “dis­ curso” es la que asume el vocablo “en el sentido de lenguaje puesto en acción, realizado, efectuado, en el sentido de la actualización concreta de la lengua (sin.: habla)” .54 Según Dom inique M aingueneau, ésta es la acepción m ás frecuente del vocablo en el seno de la lingüística estructural.55 Em pero, cuando aquí hablam os de “discurso lapidario” dam os al térm ino “discurso” un m atiz distinto: no estam os interesados en el sujeto de la enunciación sino en las características textuales del enunciado tom ado, de cualquier m odo, desde una perspectiva transfrástica. El énfasis está puesto en el texto no en el hablante. En la term inología de John L. Austin,56estam os interesados tanto en las dim ensiones “ ilocucionaria” como “perlocucionaria” del acto lingüísti­ co: no en la sim ple dim ensión “ locucionaria” . Por ello, aunque fundam ental­ m ente sinónim os, em pleam os el vocablo “discurso” para recalcar este m atiz. Esta sería una acepción muy general, sin em bargo, y para lleg ara ella no hubiera sido necesario ningún recorrido histórico. A unque, sin duda, si entendem os por “discurso” sim plem ente “el lenguaje puesto en acción, la

52. 53.

54. 5 5. 56.

42

que trata, por ejemplo, el libro Actos de habla de John Searle (Madrid, Cátedra, 1980). Puede verse, igualmente, el libro de Brigitte Schlieben-Langue, Linguistische Pragmatik (Stuttgart, Verlag W. KohlhammerGmbH, 1975) cuya versión en español citamos en la bibliografía. Cfr. Brigitte Schlieben-Lange, Linguistische Pragmatik, op. cit. Sobre esta cuestión puede verse la discusión y las observaciones hechas por Dominique Maingueneau en Iniciation aux méthodes de / ’analyse du discours (Paris, Hachette, 1976). Maingueneau encuentra que el término “discours” tiene seis acepciones diferentes entre los lingüistas y teóricos contemporáneos de la literatura. Jean Dubois y otros, Diccionario de lingüística , Madrid , Alianza Editorial, 1979, p. 200. Marc Angenot en su 1ibro La parole pamphletaire. Contribution a la typologie des discours modernes (Paris, Payot, 1982) emplea, por ejemplo, el término “parole ” como sinónimo de “discours".

Op. cit.

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discurso

lengua asum ida por el sujeto que habla” ,57 ciertam ente, son indudablem ente “discurso” los refranes y, en general, esas m inúsculas piezas que tantas virtudes tienen. Ya el diccionario de Dubois ha observado que es distinto el em pleo de esta acepción entre los hablantes de lengua española que entre los de lengua francesa. Que en lengua francesa “se ha visto favorecido por la sustitución de la oposición saussureana, langue etparole (lengua y habla), incóm oda por la polisem ia de este último elem ento, por la de langue et discours (lengua y discurso) realizada por G. G uillaum e” .58 Sin em bargo, no se pueden dejar de lado, así como así, las otras acepciones del térm ino. Desde luego, nos interesa una segunda acepción, quizás más en boga que la anterior, según la cual discurso viene a ser sinónim o de “enunciado” cuando se lo define como “una unidad igual o superior a la oración; está form ado por una sucesión de elem entos, con un principio y un final, que constituyen un m ensaje” .59En esta segunda acepción el énfasis no está puesto en el sujeto sino en el texto mismo considerándolo en form a aislada. Aunque M ainguenau m encione el hecho de que un enunciado puede ser “trasoracional” y, por tanto, en esta segunda acepción “discurso” significaría un texto de índole transoracional,60 de hecho su énfasis está puesto en su carácter de enunciado. Prim ariam ente, se suele llamar enunciado a cualquier sucesión finita de palabras em itida en form a oral en una lengua histórica cualquiera por uno o varios hablantes, antecedida y seguida por un periodo de silencio. Por tanto, un enunciado puede estar constituido por una o varias oraciones, puede ser gram atical o agram atical, significar algo o no. Hay enunciados literarios, polém icos, didácticos, hablados, escritos. Según el diccionario de Dubois, En lingüística distribucional, el enunciado es un segmento de la cadena hablada de longitud indeterminada, pero claramente delimitado por marcas formales: inicio del habla de un locutor tras un silencio durable o tras el cese de la alocución de otro locutor, cese del habla seguida del com ienzo de otro locutor o de un silencio durable[...] Pero un discurso de dos horas, ininterrumpido, también es un enunciado.61 57. 58. 59. 60. 61.

Renato Prada Oropeza, El lenguaje narrativo. Prolegómenos para una semiótica narrativa , Zacatecas, Universidad Autónoma de Zacatecas, 1991, p. 42. Op. cit., p. 200. Jean Dubois y otros, op. cit. Op. cit., p. 15. Diccionario de lingüística , op. cit., pp. 227-228. Desde luego, este mismo diccionario nos recuerda que existen otras tres acepciones en boga del término “enunciado”: sinónim o de “oración”,

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Hay, em pero, una tercera acepción que quizás dom ina en el m edio de las ciencias del lenguaje y de la cual, ciertam ente, no se puede prescindir siem pre que se hable de discurso no importa si se lo asume en el m ism o sentido que habla. Me refiero a la idea de que un discurso es todo enunciado que consta de más de una oración. El vocablo “discurso”, entonces, designa un texto transoracional. Dubois describe esta tercera acepción del térm ino en palabras que, estrictam ente, la hacen equivaler a la segunda; en efecto, “discurso” es lo m ism o que “enunciado” a condición que se entienda por enunciado un texto de más de una oración.62 Esta aparente am bigüedad y aún contradicción, sin em bargo, tiene su explicación. Como en el caso del vocablo parole, tam bién el térm ino discours ha sufrido m odificaciones y deslizam ientos semánticos al ritmo de los nuevos intereses epistem ológicos en el campo de las ciencias del lenguaje. En el caso del vocablo discours, el parteaguas es planteado por las corrientes interesa­ das en el análisis del discurso. Como en el caso del vocablo parole, este cam bio de paradigm a tuvo lugar en la década de los cincuenta y form a parte del ya m encionado m últiple interés en una lingüística de la parole. Sólo que el vocablo “discurso” es asumido aquí en una acepción muy concreta; se trataba de ir m ás allá de la frase,63 de estudiar series de oraciones: se trataba, en sum a, de una lingüística transfrástica en donde el térm ino “discurso” significaba lo m ism o que secuencia de oraciones. A este respecto, son significativos los trabajos de Zellig S. Harris, célebre después por haber dirigido la tesis a Noam Chomsky. Jean Caron señala, sin embargo, tres características que debe satisfacer una secuencia de oraciones para poder ser denom inada discurso. En prim er lugar, la “ puesta en relación” entre los enunciados del conjunto. Esta puesta en relación se refiere al hecho de que “un enunciado no está nunca aislado, rem ite a otros enunciados — reales o virtuales— que le dan su sentido o definen su función: presuposiciones, rem isiones anafóricas, isotopías, etc.

62. 63.

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significado de una serie de oraciones o de una oración, sinónimo de “discurso” en expresiones como “análisis del discurso”. Una simple comparación entre los esquemas léxicos, entre dos diccionarios o dos autores de dos tradiciones lingüísticas diferentes, relativos a términos como “enunciado”, “discurso”, “habla” y “texto" nos convencen enseguida de lo inestable del léxico en estos dominios y de la consiguiente necesidad de excursiones terminológicas como la que aquí hacemos. Jean Dubois. Diccionario.... op. cit.. p. 201. Esta imprecisión terminológica muestra también, por si hiciera falta, la gran fragilidad de términos como los que aquí analizamos. A ella se había dedicado la lingüística emparentada con Ferdinand de Saussure: en la primera mitad de este siglo se trataba de una lingüística frástica.

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señalan estas relaciones” .64 En segundo lugar, un discurso es un proceso. No sólo hay una relación entre los enunciados que conform an un discurso, sino que el discurso “se desarrolla en el tiempo, de form a orientada” y adopta el esquem a de una sucesión de transform aciones consistentes en el paso de un estado a otro, y así sucesivam ente.65 De hecho, en el seno de la sem iótica literaria, se ha propuesto com o estructura de todo texto una secuencia de estados y/o cam bios que conform a una especie de narratividad, aunque de índole distinta a la narratividad de carácter cronológico. La sem iótica greim asiana, por ejem plo, extiende la narratividad a estructuras en discursos no narrativos. Ello quiere decir que la narratividad, definible como la sucesión de estados y/o de cambios de estado, no es sólo prerrogativa de los textos organizados en torno al tiem po. Ello quiere decir, por otro lado, que tam bién estructuras de tipo espacial pueden tener y de hecho tienen sus formas de narrati v idad. Se trata de una narratividad organizada por principios distintos a los de la concatenación cronológica. Se le suele llamar narratividad generalizada y considerarla como principio organizador de todo discurso. Se puede decir que son los estilos descriptivo y discursivo los que más adoptan esta narratividad generalizada.66 La tercera característica que deben tener las secuencias de enunciados para que sean discurso sería, según Caron, que tales enunciados estén ordenados entre sí de tal m anera que haya una progresión entre ellos hacia un objetivo. La presencia de un objetivo m anifiesto o no como cohesionador del discurso lo presenta como un sistema abierto que se va haciendo m ientras fluye: En efecto, el discurso es un acto, y com o tal, corresponde a una “intención” : sin que sea preciso emitir hipótesis sobre el status psicológico de esta última, nos limitaremos a considerarla tal como se presenta en el discurso — com o lo que funda, en último análisis, su unidad.67

Empero, si dejam os las cosas en el punto hasta el que hemos llegado, nos hem os creado un serio problem a que urge discutir, al m enos. Por un lado, hem os convenido en que usarem os indistintam ente los térm inos parole y 64. 65. 66. 67.

Jean Caron, Las regulaciones del discurso. Psicolingüística y pragmática del lenguaje, versión española de Chantal E. Ronchi y Miguel José Pérez, Madrid, Gredos, 1989, pp. 119-120. Jean Caron, op. cit., p. 120. Grupo de Entrevernes, Análisis semiótico de los textos. Madrid, Ed. Cristiandad. Jean Caron, op. cit., pp. 119-120.

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discours en el sentido, sim plem ente, de la acción de hablar o actualización concreta de una lengua histórica; por otro, hemos dicho que discurso nos dice m ás que habla en la m edida en que lo que aquí nos importa resaltar no es el sujeto hablante sino las form as y dem ás características del discurso mismo. Se trata, pues, de una parole que es más bien un discours. Y puesto que de discurso hablam os, se trata de una m anera concreta de hablar cuya naturaleza es más de tipo transoracional que oracional amén de suponer una estructura relacional en la que tiene lugar un proceso tal que su desarrollo supone la intención de “avanzar” hacia un objetivo. Pero si esto es así, ¿por qué llam ar “discurso” a un texto que se caracteriza, precisam ente, por su brevedad y que, por lo común, no es de índole transfrástica? ¿Cóm o llam ar a un texto así? ¿Qué querem os decir, entonces, cuando hablam os del discurso lapidario? En últim o térm ino, lo que ahora nos interesa aclarar es la pregunta: ¿ES

EL REFRÁN UN “ DISCURSO ” ?

Si com o dijim os arriba, nos proponem os exponer las características del discurso o hablar lapidario a partir del refrán, que suponem os paradigm ático de dicho hablar, tal cual se le encuentra en el refranero m exicano, hem os de preguntarnos hasta dónde y en qué sentido podem os llamar “discurso” a estos pequeños textos que, por lo general, no pasan de una oración y no cum plen, por tanto, con los requisitos, arriba esbozados, que debe satisfacer un texto para que pueda dársele el nombre de discurso: transoracional, de estructura relacional, en la que tiene lugar un proceso, que suponga la intención de “avanzar” hacia un objetivo. Los textos, punto de partida para nuestra teoría del discurso lapidario, son ciertam ente lapidarios pero no se les puede llam ar “discurso” al menos en este último sentido. Desde luego, se les puede llam ar “discurso” en los dos prim eros sentidos del vocablo arriba señalados. A saber: en el sentido de lenguaje en acción, com o sinónim o de habla; y en el sentido de enunciado. En am bos sentidos, los refranes en sí m ism os pueden ser llamados, con todo derecho, no sólo "discurso” sino “discurso lapidario” . N uestra investigación, por tanto, realiza parte de sus análisis en pos de una teoría del discurso lapidario en los refranes considerados en sí mismos. Por ejem plo, estudiam os sus caracterís­ ticas form ales: rima, ritmo, aliteraciones, léxico, estructuras y cosas así. De este tipo de análisis deducim os las características de lo que podría ser llamado el estilo lapidario.

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Sin em bargo, no es éste el único alcance que querem os dar a nuestra búsqueda. Bajo la expresión parole lapidaire querem os abarcar cualquier tipo de discurso, grande o pequeño, que presente las características form ales y discursivas que derivarem os del refrán m exicano, asum ido sólo com o paradigm a del discurso lapidario. En otras palabras, el discurso lapidario que nos interesa no se reduce a los refranes, aunque nuestra reflexión al respecto se base en ellos. La lapidariedad, en efecto, es una propiedad de varios tipos de discurso que se realiza en grado sumo y de form a paradigm ática en los refranes. ¿En qué sentido, entonces, se puede hablar de discurso lapidario? Por principio de cuentas, en dos sentidos. En prim er lugar, en la m edida en que los refranes aportan la cuota de lapidariedad a los textos m ayores en los cuales se insertan; en segundo, en la m edida en que los refranes sólo funcionan en discursos más grandes: nunca funcionan solos. En ambos casos, el vocablo “discurso” es asum ido en su sentido transfrástico. De acuerdo con el prim ero, hablam os de los discursos en cuyo interior funcionan refranes y los llam am os “discurso lapidario” en cuanto echan mano de la lapidariedad. Lo que nos interesa estudiar, en este caso, son los m ecanism os de inserción que, com o están las cosas, son, ni más ni menos, que los m ecanism os de lapidariedad discursiva: esquema emblemático, inserción ya sea entim em ática ya fonética, de los que hablarem os más adelante. En el segundo caso, estam os frente a la característica discursiva más importante de los refranes: son textos parásitos. Su única m anera de funcionar, discursivam ente hablando, es insertándose en discursos m ayores m ediante alguno de los m ecanism os que acabam os de m encionar. El funcionam iento textual del refrán sólo se da, en una hipotética gram ática del discurso, en el seno de un discurso mayor. En otras palabras, el funcionam iento textual del refrán no es sino discursivo en el sentido transoracional del vocablo. Esa es, desde otro punto de vista, una de las características del discurso lapidario.

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II EL H A BLA R LAPIDARIO

El

vocablo

“ l a p id a r io ”

A guisa de hipótesis, calificam os de “ lapidario” un tipo de discurso cuyas características nos hem os propuesto resaltar a partir de nuestro corpus de refranes m exicanos. Se trata, en este capítulo, de explicar lo que por “discurso lapidario” entendem os. Desde luego, pese a que no es raro oír hablar del “estilo lapidario”, 1en las tipologías de los discursos no se m enciona para nada ningún “discurso lapidario” . El vocablo “ lapidario”, por lo general, tanto en el francés actual como en el español, se usa para otras cosas, como se verá más abajo. Ello, sin embargo, sólo significa que el discurso lapidario no ha sido estudiado, no que no exista. ¿Qué significa el adjetivo “ lapidario” aplicado a los ya conocidos vocablos “habla” o “discurso”? En suma, ¿qué significa nuestra expresión “hablar lapidario” ? La palabra “ lapidario”, en latín “ lapidarius”, como todas las palabras que term inan en -arius, indica tanto el oficio, cuando se trata de personas, como la cualidad, cuando se trata de cosas. Lapidarius era llamado, pues, tanto el tallador de piedra como todo aquello que tenía algo que ver con piedras. El francés actual distingue el uso del vocablo como sustantivo de su uso como adjetivo: el sustantivo se refiere exclusivam ente a cosas relaciona­ das con las piedras que nada tienen que ver con el discurso. Designa, en efecto, tanto al tallador profesional de piedras preciosas y finas especializado sea en diam antes sea en otras gemas, como al que com ercia con este tipo de 1.

Por ejemplo, la vigésim a primera edición del Diccionario de la lengua española , editado por Real Academia Español a, (Madrid, Espasa-Calpe, 1992, adloc.), habladel “estilo lapidario” aunque por ello entiendael estilo de las inscripciones en lápidas; presenta, sin embargo, como tercera acepción, el uso figurado del término de esta manera: “dícese del enunciado que, por su concisión y solemnidad, parece dignu de ser grabado en una lápida”. Y agrega: “úsase con frecuencia en sentido irónico”. Le petit Larousse grandformat (Paris, Larousse, 1993), por su parte, hablando de expresiones como formule lapidaire y refiriéndose, por tanto, al estilo dice: d ’une concision brutale.

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productos o a la m uela utilizada para pulir piedras. Ése erael nom bre tam bién que en la Edad M edia se daba a un célebre tratado sobre las virtudes m ágicas y m edicinales de las piedras preciosas. Nada, por tanto, que tenga que ver con el discurso.2 Es el uso adjetivo del vocablo el que consagra, en el francés actual, sus dos acepciones a cuestiones que podrían considerarse com o discursivas. En la prim era de ellas, en efecto, designa como lapidarias a las expresiones “ d ’une concision brutale”. En ese sentido, por ejem plo, se habla de una formule lapidaire. Sin embargo, el m encionado diccionario Larousse no da m ayores explicaciones sobre las características textuales que deben tener estos textos: sólo m enciona la concisión. El francés contem poráneo tam bién em plea el adjetivo lapidaire, em pero, para designar genéricam ente todo lo relativo a piedras preciosas y, en general, a todo lo que se refiere a la piedra. De esta m anera, la expresión inscription lapidaire no significa una inscrip­ ción concisa sino, sim plem ente, una inscripción grabada en piedra.3 De los dos, lo que aquí nos interesa, desde luego, es el uso adjetivo de la palabra lapidaire. Sin em bargo, de ese uso adjetivónos interesa sólo loque tiene que ver con el discurso. La relación del vocablo “ lapidario” con el discurso es muy antigua y tiene que ver, desde luego, con el arte latino de grabar inscripciones en piedras. Aunque sea sólo por el hecho de que tanto el vocablo español “ lapidario” como el francés lapidaire provienen, com o se ha dicho, del vocablo latino lapidarius, nos interesa referirnos sólo a la historia latina del vocablo a sabiendas de que el arte de escribir en piedra sea m ucho m ás antiguo y haya tenido origen en otras culturas.4 En efecto, una de las acepciones más tem pranas de la palabra latina lapidarius es la que designaba lo escrito sobre una piedra como los epitafios: el Satyricon de Petronio habla de las lapidariae litterae para significar las letras impresas en piedra. Es fácil constatar que Lapidarius es una palabra muy frecuente en la obra de Petronio.5 Se puede decir que en este uso la palabra lapidarius es una palabra del latín vulgar.6 2. 3. 4. 5. 6.

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Cfr, Le petit Larousse grandformat, op. cit., ad loe. Ibid. Más adelante, en cambio, cuando hablemos del estilo lapidario mencionaremos otras vertientes de la tradición lapidaria. Agustín Blánquez Fraile, Diccionario latino-español español-latino , Barcelona, Ed. Ramón Sopeña, 1988. Cfr. Veikko Vaanánen, Introducción al latín vulgar, Madrid, Gredos, 1971,pp. 1 4 2 y ss. En el caso del español, la palabra “lapidario” se encuentra consignada ya en el Universal Vocabulario en latín y en romance publicado en Sevillaen 1490.

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i s c u r s o e p ig r á f ic o y e s t il o l a p id a r io

Según acabam os de ver, el estilo lapidario remitía prim eramente a laescritura de las inscripciones latinas. En una prim era acepción, por tanto, lo que se llam aba “estilo lapidario” era, ni más ni menos, que el estilo epigráfico.7 Aunque poco o nada tiene que ver con lo que ahora significa la expresión “ lapidario” y que aquí nos interesa, hemos de decir que el origen de algunas de las características textuales de lo lapidario provienen de esos viejos textos escritos en piedra. Ello equivale a decir que lo que aquí llam am os discurso lapidario tiene dos tipos de características, form ales unas y discursivas otras, de las cuales algunas de las prim eras se encuentran ya en el discurso epigráfico en tanto que las discursivas vienen de otra parte. La tradición epigráfica es muy antigua, rica y variada. Entre los más antiguos y célebres textos grabados en piedra tenem os el Código de Ham m urabi, el fam oso sexto rey de la dinastía am orrea de Babilonia quien gobernó en el siglo XVIII antes de nuestra era. Como se sabe, Ham murabi difundió su fam oso código m andándolo imprim ir en estelas de piedra que repartió en las principales ciudades de su imperio. A fortunadam ente, una de esas estelas, hecha de diorita negra, fue descubierta en Susa (Irán) en el invierno de 1902-1903 por una misión arqueológica francesa dirigida por J. de M organ.8 Hoy se encuentra, como se sabe, en el Museo del Louvre. Empero, el origen del estilo lapidario no está sólo ligado al hechode haber tenido poco espacio por tratarse de textos escritos en piedra, sino tam bién por el hecho de haber sido textos, como los legales, los que con alguna frecuencia se grabaron en piedra. Esta tradición pasó intacta a la iconografía occidental 7.

8.

Empleamos esta expresión para referimos al estilo que, con el tiempo, adoptaron los textos grabados en algún material duradero: piedra, madera o metal. Como bien se sabe, el adjetivo “epigráfico” es un vocablo derivado de “epígrafe” o epigraphe como llamaban los griegos alas inscripciones o títulos que se imprimían en los templos, arcos de triunfo, obeliscos, estatuas o lugares parecidos. Se trataba siempre de una escritura excepcional en la medida en que tenía, fundamentalmente, fines anamnésicos. De allí se derivó, por ejemplo, el término “epigrafía” para designar la disciplina que se ocupa de estudiar las inscripciones grabadas sobre materiales durables. Epigrafista, en cambio, se llama al especialista en epigrafía. Cdt/zgo de//flwwwraó/, edición preparada por Federico Lara Peinado, Madrid, EditoraNacionafpp. 19 y ss. Hubo otros casos famosos tanto de inscripciones como de desciframientos. Cito sólo el también célebre caso de la piedra de Roseta como se conoce a la gran losa de basalto negro que, empotrada en el muro de un fuerte árabe de Roseta, fue hallada por un soldado francés del ejército de Napoleón que por ese 1799 andaba de campañaen Egipto: la piedra tenía grabada una inscripción incompleta que, como se sabe, tras haber fracasado el m édico inglés Thomas Yung, fue descifrada por Jean-Frangois Champollion. Véase Emil Nack, Egipto y el Próximo Oriente en la Antigüedad, Barcelona, Labor, 1966, pp. 80 y ss. Nack cita otros ejemplos de inscripciones.

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bajo la figura de M oisés, el legislador hebreo, con las piedras de la ley en las manos. Como veremos más adelante, varias de las características de los textos legales aún funcionan en nuestros textos paradigm a.9 En la epigrafía latina, la directam ente relacionada con nuestro vocablo “ lapidario” , había cuatro tipos de inscripciones: las inscripciones sagradas que por lo general servían de com plem ento a m onum entos religiosos y cum plían en ellos la función de dedicatoria. Un segundo tipo de inscripciones latinas eran las inscripciones de honor que, como su nombre lo indica, estaban destinadas a rendir hom enaje a algún personaje. En tercer lugar vienen las inscripciones históricas que tenían la función de inm ortalizar o conm em orar algún hecho notable. Finalmente, las inscripciones eventuales que recordaban fiestas solem nes, exequias famosas, reuniones de poetas. El estilo epigráfico había adquirido entre los latinos con el tiem po una serie de características propias que son muy importantes para dilucidar el estilo lapidario. Unas de ellas se refieren al discurso en cuanto tal; otras, en cam bio, se refieren a aspectos formales. En relación con lo prim ero, cabe señalar, desde un principio, que el esti lo epigráfico tenía com o característica más importante la,c\añdadoperspicuitas\además, supuesta una tipología del discurso, el discurso epigráfico ocupaba un lugar intermedio entre el discurso oratorio y el poético: acepta audaces expresiones poéticas consistentes, principalm ente, en figuras tanto de palabras aisladas como de grupos de palabras, como la prosopopeya, exclam ación, apostrofe, el ruego. Cabe señalar, con respecto a lo anterior, que pese a la aparente libertad que el uso de figuras retóricas podría hacer suponer, el discurso epigráfico estaba sum am ente codificado: sólo se podía escoger figuras dentro de un reducido paradigm a. Por lo demás, com binaba el uso de figuras poéticas con una parquedad austera y una gran mesura. El paradigm a de figuras em pleadas en el discurso epigráfico m uestra una propensión hacia la dram aticidad; la austeridad discursiva, en cambio, m uestra algunas de las afinidades entre el discurso epigráfico y el discurso lapidario, su sucesor. El léxico del discurso epigráfico solía estar tom ado de los clásicos.

9.

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La arqueología nos puede proporcionar m uchísimos ejem plos que nos permitirían reconstruir la tradición epigráfica. Sin embargo, para nuestra investigación bastará con señalar la gran antigüedad, variedad y riqueza de esta tradición epigráfica. No es oportuno cargar este texto con referencias bibliográficas del mundo de la arqueología. Las hay abundantes. Cito sólo, a guisa de ejemplo, de Raymond Bloch y Alain Hus, Les conquétes de l ’archéologie , Paris, Hachette, 1968.

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Había, además, una serie de características formales que debían cum plir las inscripciones latinas. En prim er lugar, el discurso epigráfico era muy tradicional: le gustaba imitar los modelos más antiguos a no ser que su sabor arcaizante fuera muy marcado; además, tenía propensión a usar letras antiguas. En cuanto a la estructura del escrito, hacían sobresalir el nombre del destinatario de la inscripción; separaban con puntos cada palabra excepto los vocablos que se encontraban al final de cada verso; en la división de los versos había que preservar, sobre todo, la claridad del sentido. La m agnitud de la inscripción debía corresponder a la magnitud y grandeza del m onum ento. En las inscripciones religiosas, prim ero se ponía la deidad o personaje a quien se dedicaba la inscripción; luego se indicaba el nombre de quien la dedicaba y la causa; finalm ente, venía la fecha. Entre las inscripciones de honor se distinguían dos clases: los epitafios y los elogios. En ambos casos, estaba muy codificada la estructura de la inscripción. En los epitafios, venía en prim er lugar la consagración a la divinidad con una fórm ula ya hecha; seguía luego la m ención de la m uerte o sepultura en un lenguaje más poético y elegante; a ello seguía el nombre del difunto con sus honores y cargos; no se sol ía contar su vida a no ser en form a muy breve; se ponía después el día de su muerte y su edad, con algún saludo: para todo esto se d ispon ía de un cerrado acervo de expresiones ya codificadas al respecto. Finalm ente, se indicaban los autores del m onumento, la fecha y alguna breve sentencia o algún poema como si hubieran sido pronunciados por el difunto. De la m ism a m anera sucede ahora, entre nosotros, con las esque­ las, las participaciones de bautismo, de primera comunión o de m atrim onio. Las inscripciones elogiosas o panegíricas, por su parte, solían tener la siguiente estructura: em pezaban con el nombre de la persona a quien se dedicaban; seguía el nombre de batalla o apodo deducido de la m ayor hazaña o, en su defecto, el nombre del cargo; en forma de aposición, venía luego una selecta m ención de sus virtudes o hechos notables que se quieran inculcar a la posteridad. Finalm ente, se indicaba el nombre de quien m andaba hacer el monumento. Por inscripciones históricas se suelen entender aquellas inscripciones cuyo propósito es preservar para la posteridad alguna hazaña ya civil, ya profana; destacar la realización de alguna obra pública; o indicar los límites de algún territorio. Las reglas estructurales y discursivas por las que se solían regir son análogas a las de los tipos anteriores: nombre del héroe seguido de una m ención de la hazaña en una fórmula lapidaria como el ablativo absoluto,

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m ención de la obra motivo de la inscripción y, finalm ente, indicación del m ecenas. Las inscripciones para señalar los límites de tierras, obviam ente, van al grano y tienen y carecen de los elem entos que se señalan para las inscripciones conm em orativas. Lo mismo hay que decir de las inscripciones eventuales. Este tipo textual floreció mucho entre nosotros no sólo en m onum entos sino en las portadas de las tesis: la Universidad de M éxico produjo, durante el período novohispano, una gran cantidad de inscripciones que seguían estas m ism as reglas.10 Que en la actualidad han cambiado las cosas, lo m uestra el ya citado Petit Larousse quien coloca como prim era acepción del térm ino lapidaire la referencia al discurso: “de una concisión brutal” y pone como ejem plo la expresión “fórm ula lapidaria” . Aquí, cuando hablam os de textos lapidarios querem os decirtextos “brutalm ente concisos” . En efecto, el estilo lapidario de las inscripciones no corresponde, ciertam ente, al estilo lapidario de los textos sentenciosos que nos ocupan. Sus funciones discursivas son, com o se ha dicho, diferentes. Lo que hoy día se quiere designar con la expresión “discurso lapidario” es la lapidariedad sentenciosa no laantigua lapidariedad de tipo epigráfico. Por tanto, cuando aquí hablam os de discurso o habla lapidaria, nos referim os a la lapidariedad sentenciosa. Sin em bargo, como ya se ha señalado, el estilo epigráfico es una etapa anterior de este estilo lapidario que aquí nos interesa. Por un lado, en efecto, el estilo lapidario es en alguna m edida continuador del estilo epigráfico; pero, por otro, el estilo lapidario fue alim entado tam bién en otros terrenos y tiene a sus espaldas otras tradiciones: form as diferentes de literatura sapiencial, la m ism a literaturajurídicay aún una literatura que podríam os llam ar didáctica. En pocas palabras, diríam os que el estilo epigráfico aunque es lapidario por estar esculpido en piedras, no es lapidario desde el punto de vista discursivo. Es decirque el estilo lapidario de las inscripciones ciertamente no corresponde al de los textos sentenciosos que nos ocupan. Más aún, el estilo de las inscripciones carece de la propiedad fundam ental del estilo lapidario que consiste en decir más de lo que enuncia. 10.

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He recopilado una gran cantidad de estas inscripciones que muestran bien cómo el estilo epigráfico sobrevivió y aún sobrevive en ámbitos académicos, por ejemplo, en donde todavía se cultivad latín. Por razones de inoportunidad e impertinencia omito cualquier mención ulterior sobre las características textuales de estas inscripciones. Para ejemplos y una idea más precisa de este estilo epigráfico véase Blas Goñi y Emeterio Echeverría, “Apendix secunda. De inscriptionibus latinis seu de stylo lapidario”, en Blas Goñi y Emeterio Echeverría, Gramática latina . 15" edición, Pamplona, Ed. Aramburu, 1963, pp. 384 y s s ., en quien me he apoyado para las anteriores observaciones.

El hablar lapidario

Hay, por otro lado, otras propiedades características de los textos lapidarios que ciertam ente no se encuentran en la textualidad epigráfica: por ejem plo, discursivam ente, una inscripción es un texto autónom o, está dotada de independencia textual; nuestros textos lapidarios no lo son, según hemos de ver más adelante. Por tanto, la lapidariedad epigráfica es independiente, m ientras que la lapidariedad que aquí llamaremos sentenciosa o gnom e­ mática, por razones que luego se darán, es parásita. Las funciones que ambos tipos de discurso tienen son, por lo tanto, también diferentes. Cuando aquí hablam os de discurso o habla lapidarios nos referimos a una m anera de hablar breve, concisa, pesada, preñada de sentido, tajante, capaz de zanjar por sí m ism acualquierdiscusión y, portanto, lacónica. En lo sucesivo, llamaremos gnom em ática a esta lapidariedad, objeto del presente ensayo; a ella hacem os referencia ya desde el título con la expresión “ hablar lapidario” . De l a s

f o r m a s b r e v e s a l a l a p id a r ie d a d g n o m e m á t ic a

En efecto, del corpus de refranes, objeto de nuestro estudio y punto de observación para docum entar la lapidariedad hemos escogido un grupo que pertenece, desde el punto de vista discursi vo, a un tipo textual que podríam os llamar gnom em ático. Los textos gnom em áticos son un subtipo de los textos gnóm icos o lapidarios que son, a su vez, una variedad de las llamadas “form as breves” .11 Ello quiere decir que, desde el punto de vista de nuestro presupuesto, es el refrán el tipo textual que m ejor realiza las funciones discursivas de lo que aquí llamamos las formas gnóm icas o lapidarias;12 significa, tam bién, que este funcionam iento gnóm ico o lapidario no es privativo del refrán. Nos interesa, sin embargo, estudiar el refrán en cuanto expresión privilegiada y paradigm ática del discurso lapidario. Independientem ente de que más adelante nos ocupem os de nuestro corpus desde el punto de vista formal, es conveniente enfatizar que la lapidariedad está íntimamente relacionadacon la brevedad: una característica central de la lapidariedad es la brevedad y, como hemos dicho, el discurso lapidario es un subtipo de las formas breves. Es conveniente, entonces, que i 1.

12.

Sobre esta cuestión pueden verse trabajos como los de Alain A. Montadon sobre las formas breves: Les formes breves, Paris, Hachette, 1992; igualmente. J.Heisteinet A. Montandon(éd.), Formes littérarires breves. Editions de EUniversité, Paris, Nizet, 1991; o bien la revista Tigre, de Grenoble, dirigida por Michel Lafon. Para unaexposición detallada de laetimologíay evolución del vocablo reirán, véase el capítulo siguiente.

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para penetrar m ás en la naturaleza del discurso lapidario nos asom em os un poco a lo que hoy se llama las “form as breves” : explorar brevem ente los conceptos tanto de “form a breve” como de “form a” a secas, nos perm itirá ahondar en el concepto de lapidariedad que aquí nos ocupa. Por lo que hace al concepto de “form a” , cabe señalar que desde la Metafísica de A ristóteles,13 ha pasado a form ar parte del acervo cultural ordinario de la cultura occidental sobre todo desde que la escolástica m edieval incorporó el hilem orfism o a su reflexión.14En la actualidad, es un vocablo m uy polisém ico. Por lo común, se llama form a a la apariencia o aspecto exterior de una cosa. Como se sabe, en teoría del texto el hilemorfism o fue introducido por Luis H jelm slev.15 En literatura, el térm ino “form a” se refiere a varias cosas: en una concepción hi lemórfíca, se entiende que un texto consta de form a y contenido en donde “form a” significa la m anera de expresar el contenido. “Form a” , en este caso, significa tanto la apariencia del texto como su organización. Por otro lado, en literatura tam bién se suele entender la form a como una característica de la enunciación. De esta m anera y, siguiendo la term inología de John L. Austin, la palabra “form a” puede significar ya la enunciación perform ativa, ya la enunciación constati v a .16Un enunciado, por ejem plo, puede adoptar la form a de un m andato, un consejo o una sim ple declaración constatativa. U na acepción del vocablo “form a” muy sem ejante a esa ha sido muy útil a la Formgeschichteschule. Por lo general, se ha asumido allí como form a una estructura textual a la que corresponde una función social práctica de tal m anera que es la función la que determ ina los 1imites y naturaleza de la forma: si el texto es una carta debe tener cierta form a en donde el térm ino “form a” significa no sólo que debe tener cierta “estructura” sino que debe usar ciertas

13. 14.

15. 16.

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Cfr. Metafísica de Aristóteles, edición trilingüe por Valentín García Yebra, segunda reimpresión de la segunda edición, Madrid, Gredos, 1990,999b 1 6 ,15a5,17b25,etc. En realidad, suele llamarse hilemorfismo en la actualidad a la doctrina propuesta por el filósofo árabe Avicebrón (1020-1069) en su 1ibro Fons Vitae según 1a cual todo está compuesto de materiay de forma. Que Tomás de Aquino asume el hilemorfismo, puede verse fácilmente tanto en su Summa Theologica como en su Summa contra gentes. Esta doctrina fue central en la reflexión escolástica como puede verse en las Disputationes metaphysicae de Francisco Suárez, publicadas en Salamanca en 1597, en la imprenta de los hermanos Juan y Andrés Renaut (véase la edición de Gredos, Madrid, 1960). La disputación XV, en efecto, está destinada a la causa formal que empieza con la pregunta an dentur in rebus materialibussubstantiatesformae. Op. cit., tomo II, p. 633. Prolegómenos para una teoría del lenguaje, Madrid, Gredos, 1971. John L. Austin, Cómo hacer cosas con palabras, Barcelona, Paidos, 1988; véase también John Searle, Actos de habla, Madrid, Cátedra, 1980.

El. HABLAR LAPIDARIO

fórm ulas. Este concepto de “form a” ha jugado un papel muy im portante en la investigación bíblica desde el siglo pasado.17 Las form as de que habla la Formgeschichteschule son pequeñas estructuras textuales endurecidas que correspondían a situaciones concretas: se trata allí de textos, en algunos casos casi fórmulas, destinados a decirse en determ inadas situaciones. Un saludo, por ejemplo, sería una de esas form as; pero tam bién lo sería una bendición, un cántico ritual, una arenga, una leyenda. ¿Lo es un refrán? Está claro que el concepto de refrán que aquí em pleam os, como se verá más adelante, es genérico: indudablem ente, que el refrán es una form a pero el problem a estriba en que hay m uchas form as de refranes y para poder m anejar esa realidad textual quizás sea m ejor asum ir el refrán como un género literario que se realiza en formas diversas: consejos, m andatos, recetas, declaraciones sentenciosas, exclam aciones, etc. Más adelante, al intentar una clasificación formal de los textos de nuestro corpus , regresarem os sobre estos conceptos. Sería necesario, pues, retom ar el con­ cepto de género. ¿Qué relación hay entre una forma y un género? Hay, en la actualidad, varias m aneras de entender esa relación. Por ejem plo, se puede argum entar tanto en el sentido de que el térm ino “ form a” es más extenso que el térm ino “género”, como en el sentido exactam ente opuesto: hay géneros que pueden realizarse históricam ente en varias form as y form as que pueden estar cons­ tituidas por varios géneros. Ejemplo de lo prim ero podría ser nuestro tipo textual, el refrán; como ejem plo de lo segundo, en cambio, tendríam os una carta que, como bien se sabe, sería una form a textual en cuya constitución podrían concurrir textos pertenecientes a distintos géneros: podría, por ejem plo, contener refranes, enseñanzas, relatos, etc., sin em bargo, son posibles aún otras reláciones que no vam os a agotar aquí. Por ejem plo: los géneros, form as y fórm ulas literarias pertenecen al mismo tipo de estereo­ tipos textuales. En efecto, como se ha visto, la teoría de las form as se basa en el hecho sim ple pero importante de que existen diferentes estereotipos tanto en los textos orales corno en los escritos: m aneras idénticas de reaccionar

17.

Para unaexposición de este método y de este concepto de forma, puede verse el libro, hoy un clásico, de Klaus Koch, JK3s/'s/Forwgesc/7/c/7te(Neukirchen-Vluyn.NeukirchenerVerIagdesErziehungsvereins, 1967); su abundante bibliografía actualizada hasta mediados de la décadade los sesenta puede servir de punto de partidametodológico: como se sabe, esta metodoiogíaha sido empleada posteriormente por la sociocrítica a otros tipos textuales.

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verbalm ente ante situaciones idénticas.18Por tanto, tam bién en tipos textuales tan presuntam ente dotados de libertad y creatividad, como la literatura, existen y funcionan los estereotipos. Prácticam ente cada uno de los llamados géneros literarios es, de hecho, una form a fija y estereotipada. A estas codificaciones textuales en unidades fijas y estereotipadas la crítica les ha dado el nom bre de form as literarias. Son de tres tipos según su m agnitud: géneros, form as y fórm ulas. Si no fuera porque el uso perm ite esa gran variedad de funciones y de térm inos, se podría pensar que los géneros, como corresponde al nom bre que em plean, son tipos textuales mayores; las form as, serían estereotipos que estarían entre el género y la fórmula: ni tan libre como el género, ni tan dependiente de la función como la fórm ula. Las fórm ulas, de esa m anera, serían expresiones de tipo ritual; los géneros, producto de la creatividad; las formas, en cambio, son hijas de la costumbre. Sin embargo, hay otras m aneras de afrontar esta relación: lo que se suele llam ar formas, estrictam ente hablando, sólo se da en las literaturas de carácter tradicional. En las literaturas orales, en efecto, se dan una serie de estereotipos discursivos más estables y estructurados que en las literaturas escritas. Sólo a los estereotipos orales convendría el nombre de “form as” . Los géneros serían categorías de las literaturas escritas. De acuerdo con esto, el concepto de form a es más apropiado en las literaturas llam adas tradicionales que en las literaturas propiam ente tales. Todas las literaturas, entonces, empiezan siendo formas y de las form as nacen los géneros. Hacer historia de una forma es rastrear sus orígenes y determ inar las evoluciones que ha tenido. De esa m anera, todas las literaturas tienen una historia de sus formas. Más aún, toda historia de la 1iteratura se podría reducir a determ inar la historia de sus form as en la m edida en que las form as evolucionan en géneros. En efecto, como lo ha señalado Tzvetan Todorov, los géneros vienen de otros géneros. “ Un nuevo género es siem pre la transfor­ m ación de uno o de más géneros antiguos: por inversión, por desplazam iento por com binación” .19Por la m ism a razón, a su modo, tam bién los géneros son

18.

19.

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Para toda esta cuestión puede verse el importante libro, arriba mencionado, de Klaus Koch. Was ist Formgeschichte? Nene Wege der Bibelexegese. segunda edición, Neukirchener Verlag des Erziehungsvereins. Neukirche-Vluyn. 1967. Parael concepto de forma, deberá revisarse, además, toda la bibliografía que en el interior de las ciencias bíblicas ha producido desde el siglo pasado la Formgeschichteschule referida arriba: como muestra de ella, véase Claus Westermann, Grundformen prophetiseher Rede. München. Chr. Kaiser Verlag. 1968. Tzvetan Todorov. Les genres du discours. Paris, du Senil. 1978. p. 47.

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form as; sin em bargo, como he dicho, el lugar propio de las form as es la literatura tradicional: En tales tradiciones tiene mucha más importancia la forma, cuyo origen se sitúa en el impulso de las necesidades prácticas o que es transmitida por costumbre o tradición. En este estadio no existen aún maestros individuales capaces de romper con dicha forma; la evolución se realiza en consecuencia según un ritmo regular sujeto a determinadas leyes intrínsecas. N o sin razón se ha llegado a hablar de una biología de la saga.20

Visto de otro modo: la lengua, en efecto, no es el único tipo de codificación que se da en la comunicación humana. Una lengua histórica, podríam os decir, es el nivel ínfimo de las m uchas codificaciones que tienen lugar en un acto de habla. Inm ediatam ente “después de la lengua”, tienen lugar otros esquem as fundam entales: “describir” , por ejem plo, es agrupar las palabras de una determ inada manera; el “narrar” , en cambio, las organiza de otra. D escribir y narrar son configuraciones básicas, ya endurecidas, que pasan a form ar parte de discursos mayores. Como ellas, desde luego, hay otros tipos de configuraciones básicas: preguntar, mandar, aconsejar, excla­ mar. En térm inos de un historiador de las formas: Un buen número de científicos no hacen distinción alguna entre forma y género. Otros llaman “formas” a unidades menores, reservando el nombre de “géneros” a las grandes formas, como la novela o el drama. Un tercer grupo de científicos llaman “forma” a la estructura de cada género particular, o individual; en cambio, llaman “género” a las formas típicas que aparecen con frecuencia.21

En este libro, distinguim os entre “ form a” , “estructura” y “género” . En prim er lugar “género” : se habla de “géneros literarios” y se les suele identificar, sim plem ente, con “clases” de discursos en un alarde claram ente tautológico, como diría Todorov.22 El “género” es entendido aquí como la relación de un texto con la tradición a la que se adscribe y, por ende, con sus diferentes codificaciones. Portanto, asumimos con el mismo T. Todorov que: 20.

21. 22.

Martín Dibelius, La historia de las formas evangélicas, Valencia, EDICEP, 1984, p. 13. Fernando Lázaro Carreteren un artículo, sobre el que volveremos más adelante, titulado “Literaturay folklore: los refranes” {Estudiosde lingüística, 2aedición, Barcelona, Editorial Crítica, 1981, pp. 207-217) niegael estatuto de “literatura” a los refranes y a las demás formas textuales del folklore. G. Lohfink, op. cit., p. 75. Op. cit., p. 47.

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E l hablar lapidario Los géneros son, pues, unidades que pueden ser descritas desde dos puntos de vista diferentes: el de la observación empírica y el del análisis abstracto. En una sociedad, se institucionaliza la recurrencia de ciertas propiedades discursivas y los textos individualmente tomados son producidos y percibidos por relación a la norma que constituye esta codificación. Un género, literario o no, no consiste en otra cosa sino en esta codificación de propiedades discursivas.23

Lo que aquí llama Todorov "propiedades discursivas” son ubicables, a decir de él, a nivel ya sea semántico, ya sintáctico, ya pragm ático, ya, en fin, verbal. Ahora bien: se podría decir, sin ánimo de ir más allá, que hay géneros simples y géneros compuestos en la medida en que algunas de las codificacio­ nes de propiedades discursivas que se dan en su interior son, a su vez, géneros. En pocas palabras, géneros simples son los que no están com puestos a su vez de otros géneros, y géneros compuestos son los que sí lo están. El refrán, por ejem plo, es un género simple; la novela, un género compuesto. Históricam en­ te los géneros han adoptado “form as” . Todorov habla, por ejem plo, de las “form as naturales” de la poesía y de sus “form as convencionales” : las prim eras estarían constituidas por las tradicionales lírica, épica y dram ática; las segundas, en cambio, configuraciones como el soneto, la redondilla, el madrigal. En este libro, sin embargo, preferim os dar al vocablo “form a” una acepción más pragm ática y, por tanto más general. U naform aes sim plem en­ te un tipo de enunciación. Para entender lo que con ello queremos decir, hemos de recurrir a un ejem plo: son formas, en el sentido aquí adoptado, una exclam ación, una orden, una explicación, una descripción, un consejo, un relato, una aseveración declarativa. Si nos atuviéram os al esquem a tradicio­ nal de todo acto de com unicación, diríamos que las form as de los textos se configuran según que los textos impl iquen uno o varios de los tres elem entos fundam entales: emisor, receptor, referente.24 Un texto en form a descriptiva expresa los diferentes com ponentes del referente recom poniéndolos estáticam ente; un texto en forma narrativa, en cam bio, los organiza dinám icam ente; los textos en forma de consejo o mandato se configuran como interpelaciones del em isor al receptor, y así sucesivam ente. 23. 24.

60

Op. cit.. p. 49. Latraducción es mía. No es preciso mencionar la extensa bibl iografía en donde se echa mano de este esquema. Me basta con citar la Spractheorie. Die Sratelhmgsfunktion der Sprache de Karl Bühler, Stuttgart. Gustav Fischer. Verlags. 1965.

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Al contrario de estas formas simples, un texto con una determ inada función social, como una carta, es catalogable, más bien, como un género y es, desde luego, un texto compuesto. En una carta, en efecto, se echa m ano de diferentes form as y aún de otros géneros textuales. Por “estructuras”, en cam bio, entenderem os aquí, sim plem ente las diferentes configuraciones en que se expresan las formas. En relación con nuestro problema, hemos de decir que el refrán es un género que, como veremos, se da históricam ente en diferentes form as las cuales, a su vez, se expresan a través de estructuras diferentes. El refrán es, por otro lado, un género simple: es tan breve, en efecto, que apenas existe posibilidad de que entre en su com posición algún otro género. El refrán pertenece, en efecto, a las llamadas “form as breves” . Por lo que hace a estas “formas breves”, hemos de decir que con ello entram os a un campo de investigación de interés reciente. En las actuales ciencias de la literatura, en efecto, se suele llam ar “form a breve” a ciertos géneros literarios, pseudo-géneros o formas particulares cuya característica exterior dom inante radica, precisam ente, en el hecho “exterior” de ser breves en el sentido de que ocupan poco espacio al escribirlas en relación con textos de características sim ilares con una enunciación más larga. La expresión “form a breve” , por tanto, hace referencia, implícitam ente, a “form a escri­ ta ” . Sin em bargo, gracias a la referida brevedad y a la necesidad de expresar lo m áximo en el mínimo espacio, estas formas asumen, en su comportam iento discursivo, la importante característica textual denom inada concisión.25 Sin embargo, como quedará claro más adelante la brevedad discursiva tiene otras virtudes: estim ula, por ejem plo, la creatividad herm enéutica del oyente o del lector. Las form as breves tienen el mismo origen que el discurso lapidario: la escritura epigráfica de la cual hemos hablado. El arte necesario para hacer caber un texto en un espacio reducido dio como resultado el desarrollo de las características básicas textuales de la concisión y el laconismo com binadas con una m áxim a capacidad expresiva. Estas características perm anecieron pese a haber cam biado con el tiem po y otras circunstancias las condiciones m ateriales de la escritura. Desde luego, este discurso lapidario no es el único origen de las form as breves: las necesidades m nem otécnicas en textos orales de la más variada índole fueron junto con las necesidades, ya estilísticas, ya 25.

Dentro de la actual investigación sobre las formas, queremos explorar aquí la rama de la familia textual que aquí llamamos las formas gnómicas.

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estéticas, ya psicológicas, ya prácticas, constituyeron otras tantas fuentes ilustres de las form as breves. De hecho, para el caso de los refranes que nos ocupa, hay que buscar su cuna más en este segundo ámbito. Uno de los subtipos em inentes de las form as breves son las form as gnóm icas o lapidarias, cuyo rasgo específico es, amén de su brevedad, concisión, laconismo y máxima expresividad, su carácter gnómico, sapiencial y didáctico. El carácter gnóm ico a que me he referido es una especie de eternidad y aire de atem poralidad que em anan de los textos gnóm icos: son textos, en efecto, no circunscritos a una sola circunstancia. Se puede decir que los textos gnóm icos son textos tipo para un tipo de circunstancias: son, por tanto, textos endurecidos. Estas form as gnóm icas o lapidarias están constitui­ das por tipos textuales como los lemas, epitafios, consignas o slogans , frases célebres y, desde luego, lo que aquí llam am os refranes: proverbios, m áxi­ m as, adagios, aforism os, sentencias y dichos. Como ya lo m encionam os en Refrán viejo nunca miente j btodos estos casi 1leros textuales indican, más que géneros literarios distintos, el origen de nuestros actuales refranes: su vida pasada. Ya se sabe, que un texto sólo form a parte del folclore cuando pasa a form ar parte del habla popular cotidiana.2627 A la hora de deslindar el campo nocional de lo lapidario28 hay que trazar una serie de lím ites entre tipos discursivos que coinciden en una serie de propiedades centradas en la brevedad, pero que se diferencian en su form a y estructura en la m edida en que se trata de textos que, adem ás de ser m orfoestructuralm ente breves, concisos, decisivos y densos, discursivam ente son tam bién lapidarios en la m edida en que abrevian el cam ino de la reflexión m ediante el recurso del entim em a. Quizás en este carácter entim em ático, radique la m ayor diferencia entre los diferentes tipos textuales breves en orden a la lapidariedad: es que, como verem os más adelante, una de las form as más im portantes de la eficacia verbal es el entim em a. El hecho im portante de que una sentencia universal o asum ible como tal abrevie el cam ino de la reflexión es el más im portante acto de lapidariedad discursiva. Es, ni m ás ni m enos, que el m ism o m ecanism o del discurso indirecto o de la inducción argum entativa en donde un ejem plo dice más que mil palabras. Por consiguiente, no todas las form as breves son lapidarias; lo son sólo las que siendo concisas son susceptibles de desem peñar discursivam ente de 26. 27. 28.

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Op. cit. Ibid. Tomamos este concepto de Marc Angenot. La parole pamphlétaire. op. cit.. p. 20 y ss.

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alguna m anera la función de lo que la antigua retórica llama sentenlici o gnoma. Me refiero, como se explicará más adelante, a proposiciones univer­ sales o unlversalizantes que, por tanto, son susceptibles de ser aplicadas a casos particulares. De entre las que aquí proponem os en esta estructura arbórea como form as gnóm icas o lapidarias, el refrán es, de hecho, el que m ejorcum ple discursivamente con ese requisito. La brevedad textual no basta para la lapidariedad: un chiste o una adivinanza son textos breves pero no lapidarios. Por la m ism a razón, tam poco lo son ni las blasfem ias, ni los epitafios. En cam bio, las “frases célebres” son susceptibles de desem peñar una función discursiva de tipo lapidario en la m edida en que pueden form ar parte de un m ecanism o entim em ático; aunque su form a no siem pre es lapidaria. Las consignas y los lemas necesitan por lo general una figura para significar, su discursividad es de una índole distinta: su m ecanism o de significación, en efecto, es de tipo em blem ático, como se establecerá más adelante hablando de los lemas. Lina característica distintiva que se puede asignar em píricam ente a las formas gnóm icas es, ya lo dijimos, laconcisión. M uchos diccionarios definen la concisión textual no sólo por la brevedad, sino por la capacidad de expresar la m ayor cantidad de cosas con la m enor cantidad de palabras: un discurso conciso es un discurso breve y denso. Al discurso breve y denso se le llama, por lo dem ás, discurso lacónico. De hecho, en el ám bito discursivo, un discurso “ breve” no es sinónim o de discurso “conciso” . En cam bio, discurso “conciso” aunque es habitualm ente sinónimo de discurso “ lacóni­ co”, va más allá: el laconismo sólo alude al hecho de la parvedad verbal; la concisión, en cambio, agrega un elem ento más: el decir más que lo que las palabras enuncian; o, si se quiere, el que las significaciones del texto globalm ente tom ado vayan más allá que las resultantes de los significados particulares de las palabras que lo componen. Le petit Larousse. Grand format, por ejem plo, define lapalabra concis en estos térm inos: “^w/ exprime beaucoupdechosesenpeudemots,\ 29El estilo conciso es, portanto, un estilo denso en la m edida en que es austero, que sólo em plea las palabras indispen­ sables, sin m odificadores innecesarios, y que por ese solo hecho resulta un estilo claro y preciso que dice, sin palabras de más, exactam ente lo que quiere decir, com o lo quiere decir. Un texto conciso es, por definición, un texto preciso y, consiguientem ente, un texto denso y pesado en donde las palabras despliegan su plena capacidad expresiva. 29.

Paris, Larousse, 1993.

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La concisión es, pues, la cualidad por la que los textos se condensan al m áxim o desde los puntos de vista tanto sintáctico como lexicológico a la par que se expanden al m áxim o desde los puntos de vista sem ántico y sem iótico. El diccionario de la RAE 30define “concisión” como la: “brevedad en el modo de expresar los conceptos, o sea el efecto de expresarlos atinada y exactam en­ te con las m enos palabras posibles” . En un texto conciso, por consiguiente, las palabras se cargan al m áximo de su capacidad. Sin em bargo, en el caso de los textos lapidarios no sólo es importante su concisión y laconism o sino el hecho fundam ental y aún sin nom bre de expresar más de lo que enuncian. Un texto lapidario, en efecto, no sólo es un texto breve y conciso, en el sentido explicado, sino adem ás un texto cuya expresividad supera los lím ites de sus significados referenciales ya m ediante m etaforizaciones y abstracciones que los proyectan a otros territorios, ya m ediante funciones discursivas en cuya conform ación no entran sólo elem entos verbales sino elem entos extra­ verbales. Com o dijim os arriba, de entre los textos de nuestro corpus , que catalo­ gam os com o gnóm icos o lapidarios, nos interesa especialm ente un subtipo que por sus características discursivas hemos denom inado gnom em ático. El vocablo “gnom em ático” que aquí acuñam os hace referencia a la cualidad m ás sobresaliente de este tipo textual desde el punto de vista discursivo: su carácter entim em ático. Con ello resaltam os una de las funciones discursivas que atribuye Aristóteles a los gnomai en el discurso m ayor en que se enclavan. Ya en el capítulo anterior discutim os en qué m edida a una form a breve com o ésta, de tipo generalm ente m ononuclear por estar constituido por una sola sentencia conviene la categoría de discurso. Llam arem os gnomema a la unidad de este tipo textual. Independiente­ m ente de lo que m ás adelante direm os sobre el gnom em a, conviene advertir, por una parte, que se trata de una unidad de tipo discursivo y, por otra, que, com o todo el género gnóm ico, se trata de un tipo de un discurso de carácter parásito en la m edida en que su función discursiva es siem pre adjetiva y, por ende, está siem pre supeditada a un discurso m ayor cuya naturaleza no vam os aquí a estudiar: los textos gnóm icos son, desde el punto de vista discursivo, textos parásitos. Si, para entendernos, volvem os los ojos a los refranes, verem os cóm o nadie, en sus cabales, dice refranes “en seco” , el refrán es un 30

30.

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Real Academia Española.

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tipo textual altam ente contextual: el refrán siem pre es producido por el contexto y ese contexto es siem pre de índole discursiva.31 En el presente ensayo, suponemos que entre las principales formas discursivas m ayores en que funciona el refrán están tanto el diálogo, como el discurso argum entativo en general32en que se desarrolla un determinado tema ante un público.33 La función discursiva que la retórica aristotélica les asignaba a los gnomai era, principalm ente, la función argum entativa. Sin embargo, la antigua retórica les atribuía otras dos funciones igualmente importantes en la actualidad: los gnomai o máximas no sólo funcionaban como entim em as sino que, además, desem peñaban la función tanto de “ejem plos” que de “ornato” .34 En efecto, en la Retórica de Aristóteles, al si logismo, como form a de demostración, el estagirita agrega, para com pletar el esquem a lógico de la retórica, la inducción que funciona discursivam ente m ediante el m ecanism o del “ejem plo”.35 Un texto gnómico o lapidario es, por tanto, un texto breve, conciso, preciso, susceptible de desem peñar discursivam ente las funciones de una sentencia, de un ejem plo o la de ornato. Como lo hemos reiterado, de todas las formas gnóm icas o lapidarias sólo nos ocupam os del refrán bajo el presupuesto de que es una form a paradigm ática de ellas, está más a la mano y es la más usada principalm ente en el diálogo, form a privilegiadadel hablar cotidiano.36 31.

32.

33. 34.

35. 36.

Para más datos sobre el rango contextual del reirán puede verse nuestro ya citado Refrán viejo nunca miente. Para ver cómo en la actualidad se pueden catalogar los diferentes entornos y contextos puede verse Eugenio Coseriu, “Determinación y entorno” en. Teoría del lenguaje y lingüística general, Madrid, Gredos, 1978. Por lo demás, tanto la lingüística del texto como la pragmática, de las cuales no nos ocupamos ahora, trabajan con esta categoría. El término “discurso” es usado aquí en su acepción ordinaria. Discurso argumentativo es, por tanto, un tipo textual como un sermón, una alocución política, una arenga: se trata, en efecto, principalmente de textos cuya finalidad es persuadir. En lo sucesivo, usaremos la palabra “alocución” como sinónimo de “discurso” en esta acepción vulgar que al término se da cuando se dice que fulano pronunció un discurso. Por las razones que expondremos más arriba, empleamos como sinónimos el término “sentencialidad” con el que nos referimos a lafunción gnómicao argumentativa de los refranes. Lo que los latinos llaman sententia, los griegos llaman gnoma. El término “argumentativo” con el que nos referimos también a esta función está tomado tanto de la Retórica de Aristóteles, como de los trabajos de Ch. Perelman sobre ella. Cfr., especialmente Ch. Perelmanny L.Olbrechts-Tyteca, Tratado de la argumentación. Lanueva retórica , Madrid, Gredos, 1989. Sobre la importancia de las investigaciones de Perelman véase JeanBlaise Grize, De la logique á la argumentation, Genéve, Librairie Droz, 1982. Retórica, 1,2.4; II, 20.1-4. En diferentes épocas de nuestra historia literaria han prevalecido diferentes formas gnómicas. Por ejemplo, a fines del siglo XVII novohispano estuvo muy extendido entre nosotros el uso de lemas en los sermones. Un libro muy importante, en ese sentido, fue el Mondo simbólico de F. Picinelli. que en la traducción latina del fraile agustino Agustín Erath, Mundus symbolicus , se encontraba prácticamente en todas las bibliotecas novohispanas. De ello nos ocuparemos más adelante.

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En efecto, la form a más “natural” de funcionar del refrán es la de la interacción com unicactiva entre dos hablantes, el diálogo.37 Derivado del vocablo griego diálogos que significa sim plem ente “conversación”, el diálogo se opone al “m onólogo” o soliloquio como se llama al “discurso de una persona sola”38 y encuentra en el diálogo dram ático su m anifestación literaria. Pese a la etim ología de ambos vocablos, la oposición entre diálogo y m onólogo deberá ser m atizada: en el teatro, por ejem plo, el diálogo del dram a clásico consiste en una secuencia de m onólogos.39 Tanto el diálogo literario como el diálogo en la vida real ofrecen distintas m odalidades. La más importante característica de este tipo de comunicación radica “en el intercam ­ bio y en la reversibilidad de la com unicación.”40 El diálogo, por lo dem ás, es la form a de com unicación ordinaria y, podríam os decir, normal en las relaciones hum anas. Desde luego, aún suponiendo que el diálogo es una conversación entre dos o más personas, hemos de señalar que existen d istintos tipos de diálogos. En el diálogo, los interlocutores com parten no sólo los referentes del discurso sino un conjunto de circunstancias extraverbales en que se da, am én de que poseen un conocim iento exacto sobre la identidad y condiciones de cada uno. Según se relacionen los contextos entre los diferen­ tes interlocutores de un diálogo la interpretación sem ántica será distinta. El tem a y la situación de un diálogo determ inan, por lo dem ás, su divergencia o coherencia. En el discurso dialógico se significa tanto por lo que se dice, como por los silencios y por lo que no se dice, por las interrupciones, la vehem encia de las réplicas y, desde luego, por el contenido de las palabras.41 El refrán capta el sentido global de una situación de diálogo, la resum e o la reduce a su m ínim a expresión por m edio de rápido proceso de abstracción, la sim boliza y luego la com para con la situación ya encapsulada en el refrán. En este tercer nivel, por tanto, toda la interacción dialogal es resum ida por la situación a la que hace referencia el refrán: este proceso

37.

38. 39. 40. 41.

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Cfr. María del Carmen Boves Naves, El diálogo. Estudio pragmático, lingüístico y literario, Madrid, Gredos, 1992; véase, igualmente, Michael Holquist, The Dialogic Imagination by M. M. Bakhtin, traducido al inglés por Caryl Emerson y Michael Holquist, Austin, University o f Texas Press, 1987. Guido Gómez de Silva, Breve diccionario etimológico de la lengua española , M éxico, El C olegio de M éxico / Fondo de Cultura Económica, 1988, ad loe. Patrice Pavis, Diccionario del teatro. Dramaturgia, estética, semiología, Barcelona/ B. Aires/ México, Ediciones Paidós, \ 99Q,adloc. Patrice Pavis, Diccionario del teatro. Dramaturgia, estética, semiología, op. cit., ad loe. Pavel Patrice, Diccionario del teatro, op. cit., pp. 130 y ss.

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es, como se puede ver, un acto de lapidarismo verbal que como los otros recursos del discurso lapidario serán estudiados a lo largo de este ensayo.42 El seleccionar aquí las formas discursivas gnom em áticas de entre las form as gnóm icas o lapidarias significa que nos ocupam os sólo de aquellos entre los refranes de nuestro corpus cuya función dentro de un discurso m ayor es la función argum entativa o entim em ática. En cambio, no significa que restrinjam os nuestro análisis a los refranes tipo de nuestro corpus a sus funciones dentro de un discurso mayor: para nuestro propósito son tan importantes en un refrán sus funciones discursivas de tipo gnom em ático, como sus funciones discursivas en cuanto tipo textual autónom o que es y, de acuerdo con nuestra hipótesis, en cuanto m odelo del hablar lapidario. Al prim er tipo de función se le podría llamar función argum entativo-deductiva; al segundo, en cambio, función lapidaria, a secas. La referida función argum entativo-deductiva puede resum irse en el ya señalado hecho de que los refranes asumen en el discurso la misma función argum entativo-deductiva que la retórica asigna a las gnomai o sententiae ,43 La función lapidaria del refrán consiste, sim plem ente, en em itir un mensaje en form a gnóm ica. La palabra gnomema se deriva del verbo griego gignóskó, que significa fundam entalm ente “conocer” . Su aoristo segundo de subjuntivo, gnó, ha dado como derivados tanto el térm ino culto gnóma — el “conocim iento” , la “sabiduría”, el “pensam iento” — como el térm ino muy popular gnómé que significa ya el “buen sentido”, ya la “sentencia”, ya la “m áxim a” .44 Su equivalente en el habla popular, Gnomé, aparece por prim era vez en el siglo V a. de C. en autores como Píndaro, Herodoto y los presocráticos; evoluciona durante el periodo helenístico, como es fácil percibir en textos como los LXX, Filón, Josefo o el N uevo Testam ento. Es decir que ya para este periodo el térm ino gnome deja de designar un tipo de realidad y pasa a designar un tipo de discurso. A ello se debe que muy pronto se abran paso tanto el adjetivo 42.

43. 44.

Estáclaro que nuestro anál isis en pos del discurso lapidario está fundamentado en las perspectivas teóricas y metodológicas de la teoría del diálogo tal cual es expuesta, por ejemplo, en el ya citado 1ibro de Carmen Bobes Naves, El diálogo. Estudio pragmático, lingüísticoy literario (Madrid, Gredos, 1992) con una muy importante bibliografía. Cfr. Aristóteles, Retórica , 11,21. Quintiliano {Op. cit., 8, 5, 3) hace esta importante observación: sententiae vocantur, quas Graeci gnómas appellant, utrunque autem nomen ex eo acceperunt, quo similes sunt consiliis et decretis. Hay aquí, una importante pista sobre los géneros del discurso gnomémico. Es decir: los consejos y los decretos. De hecho, los refranes, desde el punto de vista discursivo, tienen muchos puntos comunes con los consejos y las leyes. Como bien se sabe, la Retórica de Aristóteles (II, 21) consagra el capítulo 21 del libro II a los gnomai.

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gnómikós, “ sentencioso” o “gnóm ico” en el sentido de “ m oralista” , com o el adverbio gnómikós, “sentenciosam ente” . De allí proviene, un poco más tarde, el sustantivo plural Gnómiká que designaba las “sentencias” alternan­ do con gnómé. Más tarde, en el nivel discursivo y como palabra derivada de gnómé, hace su aparición el verbo gnomologeó con el significado, evidente­ m ente, de “hablaren sentencias”. Finalm ente vienen una serie de derivados: gnómología para significar tanto “colección de sentencias” como el “arte de hablar sentenciosam ente” ; gnómologikós, “ sentencioso” ; gnómologikós , “ sentenciosam ente” . El térm ino “gnóm ico”, pues, en la expresión “form as gnóm icas” indica el género; el vocablo “gnom ém atico”, en cam bio, indica la especie: aquellas entre las formas gnómicas susceptibles de desem peñaren el discurso una función entim em ática. De hecho, en las principales lenguas occidentales de origen indoeuropeo ya desde hace tiem po se utiliza el térm ino “gnóm ico” sobre todo en dos disciplinas: la gram ática y la filosofía. En gram ática, se em plea el vocablo “gnóm ico” para designar “el valor que adquieren los tiem pos verbales en frases de validez intemporal o en frases sentenciosas, aforism os, refranes, etc .-.por aquí pasa el tranvía, no matarás, etc.” .45Com o se ve, el uso del vocablo “gnóm ico” en gram ática es derivado de la textualidad que aquí nos ocupa: llam ar gnóm icos a los m iem bros de esta fam ilia textual es algo ya usual dentro de la term inología gram atical. Esto es confirm ado por la gram ática griega que llama aoristo gnóm ico al aoristo que utilizaba el griego clásico en los refranes y axiom as.46 “G nóm ico” , pues, se refiere a todo lo que está relacionado con los refranes y fam ilia textual de tipo sentencial. Así, el adjetivo “gnóm ico” sirve para calificar un tipo de estilo: el Diccionario de términos filológicos de Fernando Lázaro Carreter47 habla del “estilo gnóm ico” como sinónim o de “estilo sentencioso” . Lo m ism o sucede en la filosofía donde el vocablo “gnóm ico” designa un tipo de estilo textual. Según N icola Abbagnano, por ejem plo, la palabra “ gnóm ico” se em plea para designar un tipo de discurso: precisam ente el hablar m ediante sentencias m orales breves como lo hacían los siete sabios a 45. 46.

47.

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Cfr. Femando Lázaro Carreter, Diccionario de términosfilológicos, tercera edición corregida, Madrid, Gredos, 1981, ad loe. Así, por ejemplo, la Graecitas bíblica de Maximiliano Zerwick (cuarta edición, Roma, Pontificio Instituto Biblico, 1960, n. 256) dacomo ejemplos de aoristos gnómicos los comienzos de las parábolas, el hómoióthe, como hace el primer evangel io. Según Zerwik, el aoristo gnómico tuvo probablemente sus orígenes en relatos del pasado en los que se quería consignar lo permanente. Op. cit.

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quienes se llamaba, por esa razón, los gnóm icos.48 “G nóm ico”, pues, es un térm ino que designa desde hace tiem po, en las disciplinas que de alguna m anera se ocupan del discurso, todo lo relativo al tipo textual del que aquí nos ocupamos. E

l d is c u r s o g n o m e m á t ic o

,

u n d is c u r s o e n t im e m á t ic o

El discurso gnom em ático, según hemos dicho, es el discurso gnóm ico en funciones discursivas entimem áticas. Desde luego, suponemos que el discur­ so gnom em ático es paradigm a del discurso lapidario. Por tanto, nuestra investigación intenta m ostrar, a partir del corpus textual del refranero m exi­ cano ya referido y del que hablarem os m ás adelante, cómo está estructurado y cómo funciona el discurso gnom em ático del que forman parte una buena parte de los refranes de nuestro corpus. Como ya sabemos, todo tipo textual es un conjunto semiótico constituido tanto por unidades funcionales como por reglas que indican la com binabilidad de esas unidades para producir todos y solam ente los textos de ese conjunto. Si lo que aquí nos proponem os es elaborar una teoría del discurso lapidario bajo el presupuesto que el discurso gnom ém atico es paradigm a suyo, lo que habría de hacerse, desde el punto de vista de la metodología, es explorar nuestro corpus para determinar cuáles son las características del gnomema y cuáles son las reglas “gram aticales” que los rigen. La m ás importante de las respuestas a las cuestiones anteriores consiste en afirm ar que la prim era gran característica discursiva de los textos gnom em áticos es su índole entim em ática: esto, por lo demás, ya lo había señalado y tratado am pliam ente Aristóteles en su Retórica, en II, 21, sobre­ todo. El carácter entim em ático del gnom em a hace de él un tipo textual muy peculiar. El gnom em a es una unidad que no se une, por lo general, a otros gnom em as para constituir los textos gnom em áticos. Por lo general los textos gnom em áticos, en la m edida en que son m ononucleares y constan de una sola sentencia, son m onognom ém icos: constan de un solo gnom em a. De esta manera, un gnom em a viene coincidiendo, en la práctica, con un proverbio, una m áxima, un dicho, etc. Aunque raros, hay, empero, en el refranero m exicano, refranes com puestos de dos o más gnom em as.49

48. 49.

Dizionario di Filosofía , Torino, Unione Tipografico-Editrice, 1961, ad loe. Véase nuestro Lenguaje y tradición en México, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1988, pp. 1 6 yss.

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Por lo demás, es evidente que el gnom em a tiene una serie de otras características tanto de tipo formal como de tipo discursivo que irán apare­ ciendo a lo largo de estos capítulos. Las especificaciones aristotélicas de lo que es un gnom em a y de la m anera como se inserta en el discurso práctica­ m ente se reducen a eso; además, apenas hubo quien se ocupara, después de él, de hacer una caracterización del género y de sus funciones discursi vas, ni, m ucho menos, quien se encargara de estudiar su gran variedad formal. Cuando se trata, en efecto, de encontrar denom inadores com unes en la vasta fam ilia textual gnom ém ica, “ invariants extrapolés d ’une masse de variables interdépendentes”,50a partir de nuestro corpus de refranes m exicanos, puede uno percibir m ejor su gran diversidad formal y la gran com plejidad de sus estructuras y funciones. De acuerdo con los sondeos practicados a nuestro corpus, y a reserva de elaborar más adelante su tipología de m anera precisa y com pleta, los textos dom inantes y que podríam os considerar como refranes-m odelo son del tipo gnom em ático, de acuerdo con la term inología aquí acuñada, o refranessententia de acuerdo con la term inología retórica.51 En la antigua retórica, una sententia, en efecto, es un pensamiento “infinito” (esto es, no limitado a un caso particular), formulado en una oración, y que se utiliza en una quaestio finita com o prueba o com o ornatus. En cuanto prueba la sententia entraña una auctoritas y está próxima al iudicatum. En cuanto ornatus la sententia comunica al pensamiento finito principal una luz infinita y, por tanto, filosófica: Quint. 8, 5 ,2 consuetudo

iam tenuit, ut ... lumina ... praecipueque in clausulis posita "sententias" vocaremus. El carácter infinito y la función probatoria de la sententia proceden de que ésta, en el medio social de su esfera de validez y aplicación, tiene el valor de una sabiduría semejante en autoridad a un fallo judicial o a un texto legal y es aplicable a muchos casos concretos (finitos).52

La sentencialidad del refrán, pues, ha de identificarse con su carácter entim em ático aquí señalado. Esta definición de sententia, por lo dem ás, me parece que resum e bien la posición de la retórica antigua con respecto a nuestro tipo textual a partir de Aristóteles; retom ada, puede servir de base 50. 51.

52.

70

Voir, Marc Angenot, La parole Pamphlétaire. Contribution á la typologie des discours modernes, Payot, Paris, 1982, p. 30. Para estas primeras observaciones, me baso en Heinrich Lausberg, Manual de retórica literaria. Fundamentos de una ciencia de la literatura, tres volúmenes, Madrid, Gredos, 1965-1975, nn. 872 y ss. Lausberg, op. cit., n. 872.

E l HABLAR LAP1DARJ0

para nuevas e importantes vías de investigación: amén de trazar un pequeño cuadro de los subtipos textuales que conform an el discurso lapidario, no sólo da una idea muy exacta de cuáles son las funciones discursivas del refrán y cómo las realiza,sinoque hace unapropuesta sobre el posible ám bitoen que se origina el discurso gnómico. A las funciones entim em ática y de ornato propias del gnoma habría que añadir, con Aristóteles, el parádeigma. La antigua retórica diserta am plia­ m ente sobre el entim em a y el parádeigma : más aún, Aristóteles dice clara­ m ente que “ la dem ostración retórica es el entim em a” .53 La función del ornato, en cam bio, no está desarrollada en su Retórica. La reflexión retórica posterior, sobre todo a través de Quintiliano, se extiende m ucho sobre la función que el ornato desem peña en el discurso y sobre sus m ecanism os. Enfatiza, por ejem plo, que el ornato es uno de los recursos de la argum enta­ ción54 necesarios al discurso para que no carezca de arte, tenga variedad y no sea aburrido. Sin embargo, el ornato am plifica el discurso y, de por sí, va en sentido opuesto a la lapidariedad.55 La retórica sugiere, como recursos de ornato para el buen discurso argum entativo, tanto al parádeigma o exemplum , al que la Retórica de Aristóteles se refiere explícitam ente en muy variadas o casio n es,56 como a gnoma o sententia. M ientras que el gnoma o sententia funciona dentro de un esquem a argum entativo de tipo silogístico, el exemplum lo hace dentro de-un esquema argumentativo fundam entalmente inductivo: en todo caso, el m ecanism o de inserción de ambos en el discurso argum entativo es la analogía que, por lo demás, tam bién se em plea en los refranes que funcionan en el discurso mayor con la función de ornatus. Como dice muy bien Quintín Racionero, el traductor de la Retórica de Aristóteles al

53. 54.

55. 56.

Retórica, 55a. L a Institutio oratoria de Quintiliano (4 ,1 4 ,3 3 ) recomienda un discreto ornato en la elocución. Ahora bien, la mismaretóricaantiguamenciona varias formas de ornato una de las cuales es atribuida a los textos gnómicos como \&sententia y aún al exemplum. Cfr. H. Lausberg, op. cit., núm. 6 1 ,3 , tomo I, p. 110. Del “ejemplo” la Retórica de Aristóteles habla en varias partes: en 56b, por ejemplo, dice que el parádeigma es una inducción mientras que el entimema pertenece al silogismo o argumento deductivo. La fuerza argumentativa del ejemplo se basa, en efecto, en la relación de semejanza entre la situación referida por el discurso y la referida por el parádeigma. En nuestro corpus, como señalaremos más adelante, hay varios grupos de refranes que mediante el mecanismo de una figura funcionan en el discurso como un parádeigma : me refiero a los refranes “como”. Para una lista completa de los lugares en que Aristóteles habla del parádeigma véase Aristóteles, Retórica, Introducción, traducción y notas por Quintín Racionero, Madrid, Gredos, 1990, p. 611.

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español, “el ejem plo es el correlato inductivo del entim em a en cuanto que propone generalizaciones probables, que, o bien son persuasivas por sí m ism as, o bien lo son como prem isas plausibles de un silogism o” .57 En efecto, la oferta de autoridad que un gnom em a hace no le viene tanto de la evidencia como de la autoridad. Aristóteles y, en general, la antigua retórica se refieren m ás al segundo tipo que al primero. Quizás, si se habla de una m anera muy general, se pueda afirm ar que la evidencia engendra las form as populares de los textos gnóm icos como los refranes o los dichos; m ientras que la autoridad engendra las form as cultas como las sentencias, m áxim as, adagios y aforism os. En todo caso, ello m uestra que la fam ilia a la que pertenecen nuestros hum ildes refranes está muy em parentada, tanto desde el punto de vista formal como del discursivo, con las leyes, m andatos y consejos de que se alim enta la literatura sapiencial. Al respecto, dice Lausberg: La sententia — com o un texto legal— es también fuera del contexto del discurso un pensamiento formulado (con mayor o menor precisión) de la sabiduría popular: Quint. 8, 5, 3 haec vox universalis, quae etiam citra complexum causae possit esse laudabilis— Naturalmente (com o pasa también con los textos de la ley) son posibles nuevas sentencias (Quint. 8, 5, 15 nova sententiatum genera ), que surgen con la misma pretensión de universalidad.58

Por lo dem ás, tanto la sentencialidad del refrán como su función dentro del discurso han sido señaladas, en general, en todos los tratados antiguos de retórica. Aristóteles (Rhétorique, 11,21), nada menos, dice que un gnoma es una aseveración; pero no, ciertam ente, de cosas particulares, com o, por ejem plo, de qué naturaleza es Ifícrates, sino en sentido universal, y tam poco de todas las cosas, como, por ejem plo, que la recta es contraria a la curva, sino de aquellas precisam ente que se refieren a acciones y son susceptibles de acción o rechazo en orden a la acción. De este modo, pues, como el entim em a es un si logismo sobre este tipo de cosas, resulta entonces que las conclusiones y principios de los entimem as, si se prescinde del propio silogism o, son, sobre poco más o m enos, gnomai.59

57. 58. 59.

72

Aristóteles, Retórica , op. cit., p. 188, n. 63.

Ibid. El subrayado es mío.

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El discurso gnomemático, por tanto, no sólo es de tipo entim em ático sino que, por ello mism o, tiene una conexión tam bién de tipo entim em ático con el contexto textual: vale decir, con el discurso m ayor en el cual funciona el gnom em a. Por su parte, Isidoro de Sevilla60 dice: Sententia est dictum impersonate y distingue la sententia de la chria porque “ sententia sine persona profertur ” , sin embargo nada dice de sus funciones discursivas. Ernst Robert Curtius, en su ya clásica obra Europaische Literatim und lateinisches Mittelalter,b' hablando de los aforism os dice que: “ Quintiliano los llamó sentencias (propiam ente “juicios”), porque se asem ejan a las resoluciones de las asam bleas públicas (VIII, V, 3). Son versos hechos para retenerse; se aprenden de memoria, se coleccionan, se ordenan alfabéticamente para facilitar su consulta” . Los catálogos y esta función sapiencial de los refranes, m encionados por Curtius, muestran que ni las funciones discursivas, ni la índole de este tipo textual son de tipo obligatoria y exclusivam ente oral. De lo dicho por Curtius se desprende, además, que uno de los ám bitos propicios para el nacim iento del discurso lapidario puede haber sido el de la didáctica. Se puede deducir de ello, además, que los refranes tienen, como función discursiva propia, una función didáctica que bien se puede agregar a las ya referidas funciones argum entativas y de ornato, com pletándolas desde otro punto de vista. Esta función didáctica de los refranes está muy próxim a, por lo dem ás, a la función discursiva que la retórica asigna al exemplum. El Epítome de la elocuencia española escrito en 1725 por Francisco Joseph A rtiga62coloca al refrán entre las “figuras de sentencias” y dice: El refrán, ó la apariencia es una sentencia aguda que de usada, y muy antigua, por verdadera sejuzga. Suele exornar la oración, y com unm ente se usa, persuadiendo, ó disuadiendo con elegancia, é industria.63 60. 61.

Etymologiae, II, II. Bern, Francke AG Verlag, 1948. Cito por la traducción al español, Literatura europea y edad media

latina , 2 tomos, M éxico, FCE, 1955, vol. I, p. 92. 62. 63.

Madrid, Viudade Alphonso Vindél, s/f.

Op. cit., p. 321.

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Según se puede ver, aunque la función discursiva del refrán esté, para esta época, casi reducida al sim ple ornato, aún se m enciona la función argum entativa: “persuadiendo o disuadiendo” . Por otro lado, es interesante observar cóm o A rtiga atribuye el origen de la autoridad que tiene el refrán dentro del discurso a la antigüedad y al uso. En cam bio, entre las características lógico-sem ánticas de este tipo textual, que hay que preservar y resaltar a toda costa entre los rasgos distintivos del discurso lapidario o gnóm ico,64 está su ya m encionada “ infinitud” : un texto lapidario es un texto “ infinito” en el sentido de que su validez no está lim itada a un caso particular.65 La term inología retórica di vide los asuntos o tem as del discurso, según su grado de concreción, en dos grandes grupos: la thesis o quaestio infinita que es “abstracta, general y teórica”6667y la quaestiofinita que es concreta, individual y práctica y que los griegos llam aban ypothesis. Un gnom em a es una thesis. Las cuestiones infinitas son asunto de la filosofía; las finitas, en cam bio, de los otros tipos de discurso y son llam adas causa por la term inología de la retórica muy ligada al discurso forense. De hecho, a decir de la retórica, la autoridad de la sententia le viene del hecho de funcionar como algo ya juzgado: iudicatum.61N uestro discurso gnom em ático, pues, no es abstracto, general y teorizante, sino que está dotado de autoridad y funciona como una filosofía. Otra característica fundam ental del gnom em a es su ya m encionado carácter “ adiectivo” :68 es un tipo textual “parásito” que desde el punto de vista del discurso funciona siem pre como pegado a un discurso principal. La sentencia nunca es el discurso principal: es más accidente que substancia, según la term inología aristotélica. Como decíam os arriba, se trata de una

64.

65.

66. 67. 68.

74

Como bien se sabe, el concepto de “rasgo distintivo”, nacido en el seno de la fonología, (véanse los Gründzuge der Phonologie de N. S . Trubetzkoy, que cito en la traducción española publ ¡cada en 1973 por la Ed. Cincel de Madrid) ha inspirado numerosas investigaciones en el ámbito de la crítica literaria. Para unadiscusión sobre la cuestión de los rasgos distintivos puede verse aZarco Muljacic, Fonología general. Revisión critica de las nuevas corrientes fonológicas (Barcelona, Ed. Laia, 1974) con una amplia bibliografía. Según la Institutio oratoria Quintiliani (3, 5, 5), infmitae sunt quae remotispersonis et temporibus et locis ceterisque similibus in utramque partem tractantur .... quaestionesphilosophó convenientes. (Citado por Lausberg, op. cit., núm. 69). Lausberg, op. cit., núm. 69. La célebre Rethorica ad Herenium (2, 13, 19) dice que iudicatum est de quo sententia lata est aut decretum interpositum. (Citado por Lausberg, op. cit., núm. 353) Acuñamos este vocablo derivado del verbo adjicio, “añado”, porque la palabra “adjetivo”, que es la adecuada, funciona desde hace mucho como término técnico y tiene una connotación más gramatical que aquí no viene al caso.

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quaestio infinita que se aplica a una quaestio finita. Su lógica consiste en traer a cuento un principio de validez general para ilum inar el caso particular que se discute. Como texto “adiectivo” que es, la sentencia tiene dos funciones con respecto al discurso principal, según la retórica: servir de prueba y servir de adorno.69 Tiene ya un carácter apodíctico,70 ya un carácter ornam ental según sea tanto la función que desem peña en el discurso como el consecuente nexo que tenga con el discurso principal. En el caso de los refranes, aunque están docum entadas en la retórica antigua estas dos funcio­ nes, y de hecho los m ecanism os de transm isión históricamente local izables se refieren a ambas, la estructura m ism a del refrán y su incrustación dentro del discurso privilegia la función apodíctica sobre la ornam ental. Em pero, nos encontrarem os con que los refranes exclam ativos prefieren, en general, otros m ecanism os discursivos y una función preferentem ente ornam ental. En efecto, si echam os una provisional ojeada, tanto a la estructura del refrán como a la lógica de su m ecanism o de incrustación dentro del discurso quedará más de m anifiesto que su función dom inante es de tipo apodíctico y, por ende, su vinculación con el discurso jurídico. Si, a reserva de lo que direm os más adelante sobre las características form ales y estructurales del refranero, agrupam os los textos de nuestro corpus en refranes que adoptan la form a de una exclam ación o exclam ativos, refranes que adoptan la form a de una interlocución o connativos, y refranes que adoptan la form a de una sentencia o declaración; direm os que, sin importar su forma, la relación del

69.

70.

La función argumentativa en los refranes, como ya se ha insinuado arriba y quedará claro más adelante, en el caso de los refranes de nuestro corpus se bifurcaen las modalidades inductivay deductiva. Y a hemos visto, además, cómo la función de ornato emplea como recursos tanto la sententia como el exemplum; además, ciertos textos de nuestro corpus catalogables primariamente desde el punto de vista discursivo como textos de ornato, son susceptibles de desempeñar dentro del discurso mayor una función paraentimemática. De este modo, se puede decir que los refranes de nuestro corpus se insertan en el discurso mayor al que se adhieren yaen la función de sententia , yaen la función de exemplum, ya, en fin, en la unción de ornatus. Estas funciones no son puras, en todo caso. Usamos el término “apodíctico” en el mismo sentido en que se utilizaen la lógica cuando se habla de la “argumentación apodíctica” para denominar el tipo de argumentación que partiendo de premisas ciertas y necesarias llega a una conclusión cierta y necesaria. En sentido estricto, una proposición apodíctica es unaproposición irrefutable y, por tanto, absolutaen el sentido de que su validezno está condicionada. El vocablo apodeiktikos, como se sabe, deriva del vocablo griego apódeixis que significa “demostración”. “A podíctico”, en primera instancia, significa lo mismo que “argumentativo”: la función apodíctica de los refranes, por tanto, es la de servir de prueba o argumento supremo en un proceso argumentativo. Por tanto, “apodíctico” vale aquí tanto como “absoluto” en el sentido de una ley cuya aplicación tiene una vigenciauniversal de validezen cualquier circunstancia. El carácterapodíctico del refrán desde el punto de vista discursivo alude, por tanto, a esa validez argumentativa absoluta y por encima de cualquier circunstancia.

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refrán tanto con su contexto textual como con su entorno situacional es com o de una sentencia infinita con un texto finito: el discurso o entorno siem pre viene siendo un caso particular de la ley o principio énnunciado por el refrán. Haciendo un recuento de los rasgos distintivos del gnom em a hasta ahora recabados, diríam os que se trata de un texto form alm ente breve, conciso, preciso y denso; y discursivam ente parásito y sentencioso en el sentido de entim em ático. Desde luego, no son ésas las únicas cualidades ni form ales, ni discursivas del gnom em a. Para estudiar las funciones discursivas del refrán hay que intentar, como prim era m edida m etodológica, una clasificación de nuestro corpus tom ando como elem ento discrim inatorio, precisam ente, la función que cada refrán puede ser susceptible de desem peñar en el discurso actual. En este test de discursividad, hay que advertirlo, hay im plícita una especie de “gram aticalidad” de índole parecida a la chom skyana, parte de los conocim ientos im plícitos que un hablante nativo tiene, que nos perm ite saber a ciencia cierta cuándo el uso de un refrán es “gram atical” o no. Sin em bargo, como ya decíam os, el gnom em a es la unidad del discurso gnom em ático. La term inación -em a de este térm ino indica, en efecto, que se trata de una unidad funcional de ese tipo discursivo y que está acuñada con los m ism os principios con que en otros ám bitos de la teoría del discurso se han identificado com o unidades de los respectivos discursos al narrem a, com o se llama en el análisis del relato a la unidad m ínima de la acción narrada;71y como se llam an en otros niveles del análisis a otras unidades funcionales com o el estilema, morfema, fonema, lexema, etc.72 Si bien, como señala M arc Angenot, partim os de la suposición de que todo conjunto sem iótico com plejo está com puesto de un núm ero finito tanto de unidades funcionales com o de reglas de com binación que a su vez dan cuenta del conjunto al que pertenecen.73

71.

72.

73.

76

Véase, por ejemplo, Giorgio Raimondo Cardona, Diccionario de lingüística, Barcelona, Ariel, 1991, p. 191. Parael significadode estos términos usuales en lingüística puede verse los yacitados diccionarios de Jean Dubois o de Giorgio Raimondo Cardona y, en general, cualquier diccionario de lingüística. Para el término “fonema”, en concreto, pueden verse además los Principios defonología de N . S . Trubetzkoy, Madrid, Cincel, 1973; para “lexema” véase G. Haensh / L. W olf / S. Ettinger / R. Wemer, La lexicografía. De la lingüística teórica a la lexicografía práctica, Madrid, Gredos, 1982, pp. 195 y ss. Marc Angenot, La parole pamphlétaire , Paris, Payot, 1982, p. 31. Como bien se ve, este mecanismo generativo está tomado de lagramáticagenerativo-trasformacional. Más detalles pueden verse enNicolás Ruwet. Introducción a la gramática generativa, Madrid, Gredos, 1974,p p .60yss. Paraunaevaluación más reciente del modelo chosmkyano puede verse Rocío Caravedo, La competencia lingüística. Crítica de la génesis y del desarrollo de la teoría de Chomsky, Madrid, Gredos, 1990.

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Se trata, en efecto, de unidades de análisis en uno de los niveles del texto; en nuestro caso sería la unidad de los textos que aquí llam am os lapidarios. Este tipo de unidades universales de un género de discurso o, m ejor dicho, de unidades categoriales de un tipo de análisis son susceptibles de ser com bina­ das y de funcionar como elem entos “ léxicos”, según ciertas reglas, para dar cuenta (“generar” según la term inología chom skyana) de los textos de un determ inado sistema textual, de una lengua determ inada y, en casos como el que nos ocupa, de un tipo textual que, como bien se sabe, actualizan las lenguas de una m anera especial. En concreto, este tipo de unidades tienen tanto una estructura como un com portam iento textual del que ya hablam os en el prim er capítulo. U nidadesy reglas constituyen, bien se sabe, una gram ática de tipo generativo concebida como un m ecanism o finito capaz de “generar” un núm ero infinito de textos de un género determ inado. Como bien se sabe, este m ecanism o ha sido discutido en los dom inios de la gram ática generativa ya m encionada.74 Ya hemos dicho, empero, que estas unidades discursivas, los gnomemas, no se unen a gnom em as sino que su peculiaridad es unirse a unidades discursivas mayores. Se trata, por tanto, de unidades discursivas peculiares en la m edida en que el tipo discursivo es peculiar, como hemos señalado en el primer capítulo. Una propiedad adicional, en efecto, del discurso gnomemático es la de “colorear” el discurso m ayor en que se enclava convirtiéndolo en lapidario. Discurso gnom em ático, por tanto, es no sólo el gnom em a, propia­ mente dicho, sino tam bién aquel discurso que acepta gnomemas. En el prim er caso, el térm ino “gnom em ático” es usado en sentido estricto; el segundo, en cambio, en sentido lato. En nuestro caso, nos ocupamos de ambas situaciones. De acuerdo con lo dicho, por tanto, el incrustar gnom em as en discursos m ayores es una m anera tipificada de hablar y de razonar. En efecto, com o se

74.

N o esel caso de darcuentadelaenormebibliografíaquelalingüísticagenerativahaproducido. Páralos conceptos aquí esbozados, nos hemos servido especial mente de la síntesis que ha hecho Nicolas Ruwet en su Introduction á la grammaire générative (Paris, Librairie Pión, 1967). Nos hemos servido de la traducción que de Iasegundaedición francesa ha publicado en 1974 la Editorial Gredos de Madrid bajo el título de Introducción a la gramática generativa (pp. 60 y ss.). Para una evolución posterior de la escuela generativista en el ámbito del análisis del discurso, puede tanto el trabajo de Nicolas Ruwet, Théorie syntaxiqueet syntaxe dufrancais (Paris, Ed. du Seuil, 1972) como el de Jean-Claude Milner, De la syntaxe á Vinterpretation. Quantités, insultes, exclamations (Paris, Ed. du Seuil, 1978), sobre todo aunque no exclusivamente, por sus análisis de las exclamaciones e insultos. Para una idea de las principales tendencias del generativismo en sus primeros 25 años, aún es útil el balance hecho por Frederick J. Newmeyer en El primer cuarto de siglo de la gramática generativo-transformatoria (1955-1980), Madrid, AlianzaUniversidad, 1982.

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desprende de lo dicho, la característica más im portante del discurso gnom em ático, desde el punto de vista discursivo, consiste en ser entimemático. El discurso gnom em ático, por otro lado, es una m anera de razonar y de hablar a partir de lugares comunes: una serie de lugares com unes asum idos por un grupo social que, como verdades dotadas de autoridad, son insertados en el discurso ordinario m ediante el vivaz m ecanism o de un entim em a. En el libro prim ero de su Retórica , Aristóteles distingue fundam entalm ente dos tipos de discurso dem ostrativo: los que se basan en ejem plos cuya dem ostración es de tipo inductivo y los que se basan en entim em as y que, por tanto, son discursos deductivos.75 La retórica se ocupa de los entim em as.76Es im portante señalar que los refranes, de los que hablarem os más explícitam ente en los capítulos que siguen, son esos lugares comunes. Ahora bien, los entim em as y, con ellos la retórica, se ocupan de asuntos de opinión, no de verdades científicas. Por otro lado, las circunstancias de un refrán constituyen con el refrán m ism o una especie de estructura em blem ática en donde el refrán hace las veces de lem a y las circunstancias, la de figura. Esta es otra característica del discurso gnom em ático. Lo podríam os llamar su em blem atism o. Com o vere­ mos, en él descansa una buena parte de su potencialidad para decir m ás de lo que enuncia. Es decir: en el em blem atism o descansa buena parte de sus virtudes de lapidariedad. Por lo anterior, debe quedar claro que el cam ino por el que exploram os las características textuales del discurso lapidario es un camino mixto: a la vez axiom ático que inductivo.77 En efecto, para construir una gram ática del discurso lapidario, así sea breve, postulam os que todo sistem a sem iótico está constituido por unidades funcionales y reglas que indican el em pleo de esas unidades funcionales para conform ar discursos que puedan ser llam ados lapidarios: en esa m edida, nuestro cam ino es axiom ático. Pero tam bién es inductivo dado que los rasgos característicos del discurso lapidario son tom ados del corpus a través de diferentes análisis tanto form ales com o discursivos y aún lógicos.

75. 76. 77.

78

Retórica. 1.2.4. “Llamo entimema al silogism o retórico”, dice Aristóteles, op. cit., 1,2.4. Marc Angenot ha trabajado con una metodología parecida en La parole pamphletaire, op. cit. para documentar este tipo de discurso.

Ill ¿QU É ES UN REFRÁ N ?

El

t é r m in o

“refrán”

Tanto los vocablos “refrán” y “refranero” como la expresión “refranero m exicano” form an parte del núcleo central de este libro. Es conveniente, por tanto, por razones no sólo de orden sino m etalingüísticas, una palabra sobre ellos. Por lo que hace a la palabra “refrán” , reiteram os lo que ya hem os dicho con m ás am plitud en otra p arte.1A saber: que su etim ología es oscura; que son dos las principales propuestas de explicación etim ológica la m ás antigua de las cuales se rem onta a don Sebastián de Cobarruvias12 para quien la palabra “refrán” proviene del verbo latino referre y, en concreto, “a referendo, porque se refiere de unos y otros. Y tanto es refrán que referirán, porque m uchos, en diversos propósitos, refieren un m ism o refrán que fue dicho a uno” . Cobarruvias, como se ve, piensa que el vocablo “refrán” alude al hecho de que se trata de textos que andan de boca en boca. La segunda opinión, en cambio, muy difundida en la actualidad entre los etim ólogos com o C oram inas, hace derivar el térm ino “refrán” del verbo latino frangere , que significa “rom per” o “quebrar” . La derivación es explicada a través de refringere, un derivado de frangere, del que habría provenido el térm ino refranh que en la antigua lengua de Oc significaba, “estribillo” , que en la m ism a lengua de Oc derivaba del verbo refránher el cual, a su vez, provenía de fránher, “rom per” . Producto de estas derivacio­ nes habrían sido tanto el térm ino catalán refrany, proverbio, como el vocablo francés refrain, estribillo. De refrain nuestro vocablo “refrán” que origina­ riam ente significó “estribillo” cuya docum entación m ás antigua en nuestra 1. 2.

Sobre el origen del vocablo “refrán”, puede verse lo dicho en nuestro libro Refrán viejo nunca miente, op. c/7.,pp. 42 y ss. Tesoro de la Lengua Castellana o Española. Primer Diccionario de la lengua (1611), Madrid / México, Ediciones Turner, 1984.

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lengua es hecha rem ontar por Corom inas hasta el léxico del siglo X III. Cabe señalar que el vocablo francés refrain aún conserva la prim itiva acepción de “estribillo” con que nació.3 Se puede decir, por lo dicho, que el origen de nuestro térm ino “refrán” sigue siendo oscuro. A sabiendas de las dos tradiciones existentes en la historia literaria hispánica tanto del uso del térm ino “refrán” como de su concepto, de que ya hem os hablado en Refrán viejo ,4 se puede decir que en el uso actual del térm ino continúan prevaleciendo las m ism as dos actitudes: la de quienes distinguen entre “ proverbio” y “ refrán” , por una parte, y la de quienes continúan diciendo que “refrán” es lo mismo que proverbio, sentencia, adagio, m áxim a y aforism o. Alain Rey, el prefacista del Dictionnaire de Proverbs et Dictons5 recoge, por ejem plo, las dos posiciones ya cuando, poniendo como ejem plo al célebre parem iólogo norteam ericano A rcher Taylor, profesor de la Universidad de California en Berkeley y autor del célebre libro The Proverb, dice por un lado que: eminentes especialistas han sostenido que se trataba de nociones indefinibles debido a su complejidad. En efecto, una serie de palabras: proverbe, dicton, máxime, aphorisme, adage, sentence, locution, citation [...] son más o m enos confundidas con frecuencia, por lo menos en algunos de sus em pleos, en francés. Ello vale también para otras lenguas [,..]6

M ientras que a la página siguiente, abordando el importante problem a de la tradición, a propósito de la transm isión de los refranes se m uestra defensor de la postura contraria cuando dice que “el refrán se opone a la sentencia, el adagio, la m áxim a por el peso histórico y social de una transm isión anónim a y colectiva, y más aún por las diferencias de contenido.”7 La tradición parem iológica española que empezó con la firme convicción de distinguir los proverbios de los refranes se fue, por tanto, extinguiendo al enseñorearse del cam po léxico el térm ino “refrán” en detrim ento de las dem ás denom ina­ ciones.

3.

4. 5. 6. 7.

80

Por lo general. como decía, esta opin ión es sustentada tanto por J. Corominas en su Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana. 4 tomos. Madrid. Gredos. 1954, como por los principales críticos actuales. Op. cit.. pp. 43 y ss. Dictionnaires le Robert. Les usuels du Robert, nov ena edición. París. 1989. Op. cit.. p. X. Latraducción es mía. Op. cit.. p. XI. Latraducción es mía.

¿Q ué

es un refrán ?

Q uedaaún pendiente lacuestión del nombre que ha de dársele al género: ante esta variedad tan grande de nombres como ha cargado y sigue cargando a cuestas nuestro tipo textual, conviene preguntarse ¿cuál es el nombre genérico con el que se ha de designar y por qué? Por todo lo que aquí hemos dicho está claro que nuestra respuesta es que el nombre de este prodigioso tipo textual debe ser el de “ refrán”, ni más ni menos: “refrán”, no “proverbio” ni “dicho” que son los térm inos que más le disputan el nombre. Hubiera habido otras posibilidades: don Joaquín Calvo Sotelo, en su “prólogo a la segunda edición” del Refranero general ideológico español de Luis M artínez Kleiser8 propone, por ejem plo, denom inar “dicho” al género próximo, “es el tronco, dice, que las abraza, la raíz fértilísim a de donde les sube la savia unificadora” . Otra posibilidad hubiera sido llamarles paremias. Sin embargo, esta denominación carece de tradición amén de que estamos más acostum bra­ dos a 1lamarles refranes independientemente de si nacieron siendo aforismos, proverbios, dichos u otra cosa.9 A favor del térm ino “refrán” como nombre del género está, desde luego, la m anera histórica como se ha impuesto esa denominación frente a sus contrincantes y, desde luego, el vocablo “refrane­ ro” que, como verem os, designa a los acervos de este tipo textual. H acia allá apunta tam bién la existencia, en la tradición hispánica, de los refranes sobre refranes, como se verá m ás adelante, en que el adjetivo “ refranero” para designar al individuo muy dado a hablar en refranes prácticam ente no tiene contrincantes a no ser el vocablo “dicharachero” . La

r e a l id a d t e x t u a l

d e l t é r m in o

“ r e f r á n ” 10

Tras haber esbozado el origen, evolución y uso del térm ino refrán, es importante pasar de la palabra a la realidad textual y responder a la pregunta ¿qué son, de hecho, los refranes?; o, al menos para este ensayo, ¿qué vamos a entender aquí por refranes? Para responder a preguntas como las anteriores, es obvio que no funcionan las definiciones, pocas o muchas, que se puedan dar del refrán. Lo que importa, en efecto, en este nuevo recorrido es la realidad 8. 9.

10.

Madrid, Hernando, 1986, pág. VI. Entre las tareas que aguardan a la paremiología, habrá que incluir, desde luego, lade un estudio completo de las maneras como se introduce o citaun refrán en un acto de hablacualquierayaoral, yaescrito. Estas fórmulas introductorias, es indudable, darán información adicional sobre el peso y autoridad que se atribuye a los refranes y, desde luego, sobre su función y aún sobre su nombre. Para todo esto puede verse la primera parte de nuestro libro Refrán viejo nunca miente, op. cit., pp. 29 a 175.

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histérico-lingüística del género. Es necesario, por ello, abordar la realidad del refrán m ediante una descripción de lo que, de hecho, han sido y son los refranes dentro de la textualidad hispánica. En la realidad, los refranes son expresiones sentenciosas, concisas, agudas, de varias form as, endurecidas por el uso, breves e incisivas por lo bien acuñadas, que encapsulan situaciones, andan de boca en boca, funcionan en el habla cotidiana como pequeñas dosis de saber adheridas a discursos m ayores, son aprendidas juntam ente con la lengua y tienen la virtud de saltar espontáneam ente en cuanto una de esas situaciones encapsuladas se presenta a veces sólo para anim ar el discurso y otras para zanjar una discusión sirviendo de argum ento ya deductivo, ya inductivo. , El refrán, en cuanto texto, puede ser abordado desde distintas disciplinas | y cada una de ellas pondrá de m anifiesto alguna de sus características. Puesto que esta investigación tiene como propósito ilustrar la realidad textual del discurso lapidario valiéndose de un tipo textual al que asum e como paradig­ m ático, es preciso esbozar aquí, como se analizará en detalle más adelante, que el refrán, tipo del hablar lapidario, si es visto por el lingüista y el teórico de la literatura, es definido por ellos como una frase estructurada por leyes tanto form ales11como retóricas y dotada, por tanto, de cualidades com o la lapidariedad, la al iteración, el ritmo o la rima; visto por el sem antistael refrán es un enunciado “ó armature symétrique”, para usar la expresión de George B. M ilner,112 construido sobre un sistema de oposiciones; visto por un historiador, un sociólogo o un folklorista, en cambio, el refrán sería asum ido com o la expresión de una sabiduría popular portadora de la sabiduría ancestral y dotada, por tanto, de autoridad. Esta autoridad otorgada a los refranes los hace funcionar en las axiologías que alim entan el hablar cotidiano, como dice Luis A lonso Schokel13, cual “una oferta de sensatez” de los pueblos, especie de sabiduría creadora de tipo práctico que nace de una experiencia tan variada y rica com o la vida m ism a y que se m anifiesta a veces como lucidez para escudriñar, y a veces com o 11.

12. 13.

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Dada la distinción que en esta disertación hacemos entre “forma” y “estructura” y ante la carencia de un término que exprese en general la acepción de “forma” como “conformación” o “manera de decir” y que abarque tanto la “estructura” como la “forma”, utilizamos aquí “formal” en el sentido de lo relativo a dicha “conformación” o “manera de decir”. “De 1’armature des locutions proverbiales. Essai de taxonomie sémantique”, L ’Homme, 1969, t. 9, Núm. 3, pp. 49-70. Luis Alonso Schókel/Eduardo Zurro, La traducción bíblica: lingüísticay estilística, Madrid, Cristian­ dad, 1977, pp. 20 y ss.

/.Qué es

un refrán ?

convicción profunda em anada del espíritu para aconsejar, adiestrar o contra­ rrestar. Con esto, estam os no sólo enunciando algunas de las principales funciones de los refranes en la vida cotidiana, sino algunas de sus más tradicionales form as, en el sentido explicado en el capítulo anterior. Esta sensatez fundam ental a la que rem iten los refranes no es una sensatez individual: es, sí, la sensatez colectiva de la que se alim enta la m oralidad popular. Los refranes, independientem ente de sus propiedades textuales, son maneras de hablar muy apreciadas por el pueblo en cuyo seno funcionan. Existe, en efecto, una conciencia clara, en el habla popular, del aprecio que la misma habla del pueblo tiene por los refranes: hay, por ejem plo, refranes que hablan de la gran im portancia que se ha de otorgar a los refranes a la hora de tom ar decisiones. Por ejem plo, un refrán español que aún se oye entre nosotros dice que “ los dichos de lqs viej itos, son evangelios chiquitos” .14De esta convicción hay en el refranero español, m anantial en el que abreva el refranero m exicano, diversos vestigios que m uestran con claridad que los refranes tienen en la conciencia popular el rango de verdades puras que sirven para gobernarse en la vida y para gobernar a otros; que, en tanto que verdades, no engañan a nadie; que son los m andam ientos a los que se puede atener, con confianza, el pueblo que los transm ite de boca en boca como los rem edios caseros; y que, en la m edida en que constituyen la herencia de los ancestros, son buenos de m anera que, aunque andan en boca del vulgo, no son vulgares sino que tienen un rango de nobleza que los hace dignos de estar escritos con letras de oro; son, en efecto, el prototipo de toda sabiduría, pues como dice un refrán “quien refranes no sabe, ¿qué es lo que sabe?” . Esta idea no está arraigada sólo en los refraneros hispánicos1516sino que, como lo m uestra bien el Dictionnaire de Proverbs et Dictons,'6este aprecio por el refrán constituye una especie de patrimonio universal. Dicho dicciona­ rio trae, en efecto, a guisa de epígrafes, una serie de refranes que expresan el aprecio que las diferentes culturas profesan al refrán: “ lesproverbes son les lampes des mots’’ (refrán árabe); “sans angles, pas de maison; sans proverbes, pas de paroles ” (refrán ruso).

14. 15. 16.

En adelante, todas las caracterizaciones, ejemplos y observaciones que se hagan sobre el mundo de los dichos tendrán como referente el corpus paremiológico mexicano, a no ser que se diga otra cosa. Cfr. Refrán viejo nunca miente, op. cit., pp. 29 y ss.

Op.cit.

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Como se ve, la convicción parem iológica de que los refranes son textos cuya validez norm ativa es tenida en la conciencia popular como análoga a la de los evangelios no sólo es muy antigua sino que está muy extendida. En el mismo sentido, hay una am plia y bien representada tradición en la parem io­ logía hispánica, fuente de la m exicana, según la cual el aprecio popular hacia los refranes, su gran validez, les proviene del hecho de que lo que enuncian es verdadero al grado de que los refranes pueden ser tenidos como verdades, de que constituyen un tipo de sabiduría de la m ism a validez que la sabiduría reconocida institucionalm ente: “refrán de los abuelos es probado y verdade­ ro” ; “tantos refranes, tantas verdades” ; “refrán viejo, nunca m iente” ; “saber refranes, poco cuesta y mucho vale” ; “con un refrán puede gobernar­ se una ciudad” ; “si con refranes y no con leyes se gobernara, el m undo andaría m ejor que anda” . Desde luego, esta convicción insertada en la m isma habla popular pone de m anifiesto una propiedad de los refranes, sobre la que regresarem os más adelante, según la cual los refranes son verdades sociales que al mismo tiem po que tienen una validez discursiva por encim a de toda sospecha: constituyen el corazón de las tradiciones de un pueblo y el pueblo los suele guardaren su corazón como se guarda un legado ancestral. Gracias a este prestigio popular que los convierte en verdades m edias, pueden los refranes desem peñar las funciones gnom em áticas que aquí nos interesan. A lfonso Reyes, que rem ovió todos los rincones de nuestra cultura con espíritu gam busino en busca de pepitas de oro, al hurgar, como solía hacer con todo, el mundo “de los proverbios y sentencias vulgares” 17parece dejar de lado el valor gnóm ico de los refranes y, contra la m ás antigua y autorizada tradición, querer reducir los m últiples y variados usos, funciones, sentidos y contrasentidos de los refranes a la función discursiva del puro ornato. Dice, en efecto: Quieren muchos decir que tienen los proverbios, los pequeños evangelios, grandísima utilidad práctica, y que sirven para orientar la conducta de la gente sin ley; pero yo mejor los entiendo com o manifestaciones desinteresadas, independientes de m óviles de acción, que nacen por una necesidad de reducir a fórmulas la experiencia (ciertamente), pero no para usar de ellos en los casos de la vida, sino para explicar y resumir situaciones ya acontecidas. Una necesidad puramente teórica de generalizar ha originado la mayoría de esas breves sentencias o consejos, y por eso casi todos son inmorales, o mejor amorales,

17.

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Obras Completas, tomo I, primera reimpresión, México, FCE, 1976, pp. 163 y ss.

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aparte de que quieren más retratar el mundo como es, que no proponer otro como debiera ser. En tal concepto, son comparables con las máximas de La Rochefoucault y los moralistas de su género, que sirven para conocer mejor el alma de los hombres, pero no para orientar la acción inmediata.18

La postura de Alfonso Reyes es no sólo reduccionista sino, en general, falsa: es cierto que se trata de fórmulas que encapsulan la experiencia; es cierto tam bién que la función del refrán no es principalm ente de tipo norm ativo en la m edida en que sirvan para orientar la conducta; sin em bargo, como acabam os de ver, no se descarta en algún caso esa posibilidad. Por lo demás, Reyes no señala que la principal función de los refranes está a nivel discursivo y ello, de una m anera o de otra, es una actividad discursiva. Eso sin m encionar el importante hecho de diferenciar entre los refranes, textos del folklore, y la literatura. De una m anera o de otra, no se puede descartar, como lo hace Reyes, la utilidad práctica, digam os socio-discursiva, de los refranes. Más aún, es muy probable que las más antiguas formas de los refranes hayan sido sentencias del tipo perform ativo en la term inología de J. L. A ustin.19 Del valor que un pueblo atribuye a sus refranes depende, evidentem ente, la capacidad entim em ática que estos pequeños textos tienen en el discurso cotidiano, sobre todo. Si no tuvieran el prestigio de verdades m edias los refranes no podrían, ciertamente, desempeñar ninguna función argumentativa: serían, en el m ejor de los casos, ornato puro. Desde luego, de ese prestigio de los refranes depende tam bién su valor como paradigm as del hablar lapidario: de lo contrario, no pasarían de frases afortunadas cuyo contenido apenas si rebasaría los límites de la significación referencial. Por otro lado, cabe decir que el refrán es, por muchas razones, una form a de la literatura tradicional.20El refrán es, textualm ente, una forma del folklore y a ese sólo título es parte de lo que se llama literatura tradicional en la m edida en que su medio más antiguo de subsistencia y su m anera prim era de transm itirse es lo que suele llamarse la tradición. Poco se ha discutido en la epistem ología el concepto de tradición como instrumento de análisis. Sin 18. 19. 20.

Op. cit., p. 167. Cómo hacer cosas con palabras, op. cit., p. 44. Fernando Lcázaro Carreter en “Literatura y folklore: los refranes” aparecido en sus Estudios de lingüística (segunda edición, Barcelona, edición crítica, 1981, pp. 207 y ss.), niega el estatuto de “literatura” a textos que, como los refranes, son “creaciones folklóricas” que tienen con respecto a la literatura “diferencias de función”. Contra esta opinión, quisiéramos recordar que existen posturas que podríamos denominar funcional istas según las cuales es literatura lo que por literatura es tenido. Véase al respecto Tzvetan Todorov, Les genres du discour, Paris. Ed. du Seuil, 1978, pp. 13-26.

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em bargo, en el caso del refrán como paradigm a del habla lapidaria, que nos ocupa, la perspectiva de la tradición es muy importante no sólo para identificar con precisión los ám bitos en que este tipo textual nace sino las funciones textuales que ha desem peñado y, desde luego, establecer la naturaleza de las im portantes relaciones entre forma y función, al centro de nuestra investiga­ ción. Como en todos los casos de la literatura folklórica, el refrán puede ser asum ido textualm ente como el paradigm a más puro de la tradición.21 Un refrán es una enseñanza encapsulada con arte, reducida al m áxim o y em pa­ quetada en uno de los esquem as m nem otécnicos de la tradición oral con el fin de poder ser retenida más fácilm ente en la m em oria y poder ser transm itida confídelidad a lageneración siguiente: el refrán forma parte, en efecto, del tipo de expresiones que deben ser retenidas en la m em oria como las fórm ulas rituales, las del mundo de la enseñanza o las que vienen del ám bito de la conducta. Aun en los casos en que el refrán parece ser sólo sonido estupendo, tan querido por el barroco tanto m exicano como hispánico, esas expresiones sonoras “ayunas de fondo doctrinal” , como diría M artínez K leiser,22 funcionan discursivam ente de la m ism a m anera que un “refrán tradicional” . Unas veces ornato puro, otras un adorno cuyas funciones sem ióticas dentro del discurso se atienen a otros códigos, se pegan como im ágenes o, com o se verá, por m edio de recursos acústicos. Así nacen los refranes exclam ativos tan frecuentes en ciertos refraneros como el m exicano. Por lo anterior, se puede decir que el refrán es un hecho del folklore. En efecto, si el refrán es un tipo textual tradicional, nada raro, entonces, que una de las características más antiguas de los refranes sea su carácter oral.23 Los refranes son, con respecto al habla, elem entos fijos que el hablante tiene que asum ir tal cual se encuentran: forman parte de la lengua con respecto al habla popular. Sin em bargo, las circunstancias cam bian y lo que una vez fue el referente de un refrán desaparece; al refrán, en esas circunstancias, sólo le queda cam biar o desaparecer: adaptarse o morir. Son m uchas las adaptacio­ nes que un refrán puede sufrir: para que esas adaptaciones pasen de nuevo a 2 1. 22. 23.

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Sobre las relaciones entre refrán y tradición puede verse nuestro Refrán viejo..., op. cit., pp. 38-42. En su magno Refranero general ideológico español, edición facsímil, segunda reimpresión, Madrid, Editorial Hernando, 1986, p. XX. Sobre laoralidad puede verse, sobre todo, Walter J. Ong, Oral idad y escritura, M éxico, FCE, 1987; véase, también, Paul Zumthor, Introducción a la poesía oral, Madrid, Altea/Alfaguara/Taurus, 1991; y, desde luego, Eugenia Revueltas y Herón Pérez (compiladores), Oralidad y escritura, Zamora, El C olegio de M ichoacán, 1992.

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ser hechos del folklore tienen que pasar por el crisol de la socialización. Cuando una m odificación a uno de estos textos es asum ida por la com unidad en el habla, entonces deja de ser una propuesta individual y se convierte en un hecho colectivo. Los hechos de folklore dejan poco m argen a la m aniobra individual. A

LOS ORÍGENES DEL REFRÁN

No es difícil m ostrar que el refrán es uno de los tipos textuales actualm ente vigentes de m ayor antigüedad dentro de la cultura humana. Históricam ente se encuentran vestigios del refrán aún en las literaturas más antiguas en form as y estructuras que pueden variar de una lengua a otra pero fundam entalm ente con las mismas funciones. Samuel Noah Kramer, por ejemplo, al describir las tablillas deN ippur24 cuyo material es rem ontable, en algunos casos, al tercer milenio antes de Cristo, se encontró entre mitos, epopeyas, himnos, lam enta­ ciones, fábulas, ensayos, diarios de escuela y, en general, entre un cúmulo de textos producidos por la vida cotidiana sumera, una buena cantidad de proverbios sumeros. En efecto, entre ese material deN ippur, Edward Chiera, primero, y Samuel N oah Kramer, después, encuentran vestigios de un refranero sumero o, m ejor dicho, más de doce colecciones diferentes, de las cuales algunas contenían docenas y otras hasta centenares de proverbios. Una edición definitiva de dos de estas colecciones, publicada bajo su dirección (de Edmund Gordon), reunió casi trescientos proverbios completos, la mayoría desconocidos hasta entonces.2S

El material parem iológico parece datable en el siglo XVIII antes de Cristo pero, como muy bien observa Kramer, “muchos de ellos son, con toda seguridad, herencia de una tradición oral archisecular ya en la época en que fueron transcritos” .26Las formas y estructuras parem iológicas que aquí aparecen m uestran bien a las claras, amén de la versatilidad del género, unas

24.

25. 26.

Sitio arqueológico situado a unos doscientos kilómetros al sur del Bagdad moderno. Se trata de un antiguo centro religioso sumero de la llanura mesopotámica que data del III milenio. Entre 1889 y 1900 la Universidad de Pennsylvania realizó excavaciones en el lugar encontrando los vestigios de sendos templos a Enl il y a Inanna, ruinas de un pequeño palacio, varios sarcófagos tardíos de arcilla vidriaday, sobre todo, innumerables tablillas en escritura cuneiforme de las más diferentes épocas. Samuel Noah Kramer, La historia empieza en Summer, Barcelona, Ediciones Orbis, 1985, p. 139. Kramer, op. cit., p. 140.

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estructuras que si bien conservan las huellas de la tradición oral que las remontó, tienen ya la complej idad de géneros 1itéranos escritos muy evolucio­ nados. Kram er se m aravilla de que, pese a la antigüedad de los refranes sum eros, la diferencia de culturas, am bientes, creencias, costum bres, vida económ ica y social, reflejen una extraña herm andad y una m entalidad sobre las cosas fundam entales de la vida hum ana muy sem ejantes a los actuales. K ram er observa, con justicia, el carácter transcultural de este tipo textual: los refranes pasan intactos las épocas, las culturas y las naciones y se instalan en lo más hum ano de la conciencia y percepción de las cosas. Como explicarem os más adelante, cuando hablem os de los refraneros, en un refranero, com o este sumero, aparecen las quejas y lam entos por el sufrim iento hum ano, por la lucha fall ida contra el destino; aparecen, además, las inclinaciones más hum anas, las incertidumbres, las ilusiones; y, desde luego, un refranero recoge las m i 1y una relac iones, con sus respectivas marcas de identidad, que se dan en la vida cotidiana de una sociedad así sea muy sim ple.27 Prácticam ente todas las culturas más antiguas han em pezado sus litera­ turas en torno a tipos textuales gnóm icos que, andando el tiem po, darían origen a nuestros refranes. Es muy ilustrador, por ejem plo, que la literatura gnóm ica del antiguo Egipto haya adoptado la form a de “ instrucciones” o enseñanzas de un padre, norm alm ente un rey, a su hijo, el príncipe; o bien las de un m aestro a su hijo, de un escriba a su sucesor. Las literaturas hispánicas han conservado vestigios bastante claros de que uno de los antepasados del refrán fue el consejo, como tam bién los hay de que otro universo generador de parem ias fue el de la ley. Podría bastar, para probar lo anterior, el hecho de que los prim eros refraneros españoles,28com o los ya citados Proverbios del M arqués de Santillana, aún conserven este m arco que, por lo visto, rem ite a los orígenes m ism os del refrán y a una de sus form as m ás antiguas. Esta función y esta form a parecen haber llegado a la textualidad occidental através del libro bíblico de los Proverbios emparentada directam ente, por lo dem ás, con la literatura parem iológica egipcia y aun babilónica. 27. 28.

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Kramer, op. cit., p. 141 yss. En realidad, como se sabe, la tradición paremiológica española no arranca de Santillana. Desde los orígenes de lo que sería después lacultura española, mostró una vocación a lasabiduríaparemiológica reconocida por propios y extraños que no es el momento ni el 1ugar de mostrar. Baste mencionar escritores como Lucio Anneo Séneca, Raimundo Luí io, don Alonso Tostado, don Sem Tob para percibirlo.

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Por lo que hace a los vínculos entre nuestro tipo textual y los textos jurídicos, ya hemos m encionado algunos de tipo discursivo y otros de tipo formal: un refrán no sólo asume discursivam ente la función de una sentencia judicial, sino su form a, como se verá más adelante. Por lo dem ás, como ya se ha mencionado el hecho de que ambos tipos textuales comparten la lapidariedad. El género parem iológico, pues, no sólo es uno de los más antiguos sino que está, podríam os decir, en el corazón mismo de la tradición y la tradición encuentra en él uno de sus más claros paradigmas, como hemos señalado. Se puede hasta decir que es un tipo textual que brotó con la prim ordial función de servir de vehículo de la tradición.29 Sin embargo, si el refrán m uestra muchos vínculos con tipos textuales cuya función nucleares latransm isión de una herencia cultural, se puede decir que, desde sus orígenes y por naturaleza, el refrán fue de índole oral y sólo posteriorm ente y con funciones distintas a las parem iológicas se guardó en colecciones y textos escritos que aquí llamaremos refraneros. Otro ám bito igualmente antiguo em parentado con el origen de los refranes es el de la ley. Ya la antigua retórica había relacionado el refrán con la ley desde el punto de vista de las funciones discursivas. Y a hemos señalado, en efecto, los estrechos vínculos que guarda el refrán con las leyes, mandatos, consejos y form as análogas de que se alim enta la literatura sapiencial. Por lo que hace a los textos legales, son muchos los parentescos del refrán con ellos: unos son de tipo discursivo, otros de formal y los hay también de tipo histórico en la m edida en que no son pocos los refranes que aún conservan huellas de su pasado jurídico. Por lo que hace a los vínculos discursivos entre el refrán y la ley, hemos de retom ar lo que ya hemos señalado en el capítulo anterior a propósito de la sententia o gnoma. N uestros refranes, en efecto, tienen en el discurso la autoridad de una sentenciajudicial. A eso se refería la antigua retórica cuando hablaba del iudicatum. La Rhetorica ad Herennium de Cicerón lo definía como id de quo sententia lata est.30Los refranes no sólo asumen la autoridad discursiva de los fallos judiciales sino su m ism a estructura lógica. En efecto, el raciocinio entim em ático de que hablábamos en el capítulo anterior basados en la Retórica de Aristóteles es de idéntica índole al silogism o de determ ina­

29. 30.

Es tradicional la sabiduría china, por ejemplo, que ha llegado a nosotros no sólo del lejano oriente sino de lamás remota antigüedad. Son célebres, por ejemplo, las máximas de Confucio. Rethorica ad Herennium 2, 13, 19 citada por H. Lausberg, op. cit ., n. 353.

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ción de la consecuencia jurídica. Tanto el entim em a como el silogism o jurídico, en efecto, son de tipo casuístico: Siempre que el supuesto de hecho S esté realizado en un hecho concreto H, vale para H la consecuencia jurídica C. El supuesto de hecho S, generalmente comprendido, está realizado en un hecho determinado, si H, visto lógicamente, es un “caso” de S. Para conocer qué consecuencia jurídica vale para un hecho — cuya procedencia me es siempre dada— tengo, por ello, que examinar si este hecho es subordinable com o un “caso” a un determinado supuesto de hecho legal. Si esto ocurre, la consecuencia jurídica resulta de un silogism o que tiene la siguiente figura:

Si S está realizado en un hecho cualquiera, la consecuencia jurídica C vale para este hecho (prem isa m ayor). Este hecho H determ inado realiza S, es decir, es un caso de S (prem isa menor). Para H vale C (conclusión).31 Tanto las leyes com o los refranes y, en general, los textos gnóm icos son enunciados de tipo universal; en el caso de los refranes, lo hem os dicho, expresan pensam ientos provenientes de la sabiduría popular que dan pie a nuevas sentencias que tienen la m ism a pretensión de universalidad. Por lo general, este tipo de textos no se refieren a verdades de tipo teórico sino de orden práctico según aquel célebre pasaje de A ristóteles relativo al gnoma citado en el capítulo anterior.32 Si desde el punto de vista discursivo hay una estrecha relación entre los refranes y los textos legales de m anera tal que prácticam ente com parten la arm azón lógica; si, por tanto, la ley y el refrán en el discurso desem peñan la m ism a función, nada extraño que revistan form as análogas. En efecto, los estudiosos de las 1iteraturas más antiguas han señalado, por ejem plo, que las dos form as más antiguas adoptadas por la ley han sido la casuística y la apodíctica dando pie, respectivam ente, a las leyes casuísticas y a las leyes apodícticas.33 La característica más importante de las leyes form uladas en 31.

Karl Larenz. Metodología de la ciencia del derecho, segunda edición. Barcelona/Caracas/México, Ariel. 1980. p. 265.

32. 33.

Retórica. \\. 2 \ .

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Sobre el adjetivo “apodíctico*'. véase lo ya señalado en el capítulo II. En la terminología usada por los científicos de la Biblia, el vocablo “apodíctico". por ello, se usa para denotar proposiciones de validez “absoluta" en oposición, por ejemplo, a las de tipo “casuístico" cuya validez está condicionada a que se cumpla la premisa mayor. Así. por ejemplo. Albrecht Alt en su célebre obra Die Ursprünge des

¿Q ué es

un refrán ?

forma casuística es su estructura binaria cuya prim era parte enuncia la condición y la segunda lo condicionado. He aquí, a guisa de ejem plo, la secuencia de las leyes 209 a 214 del Código de Hammurabi: 2 09. - Si un señor ha golpeado a la hija de otro señor haciéndola abortar, pagará diez sid o s de plata. 2 10. - Si esta mujer muere, su hija recibirá la muerte. 2 11. - Si su golpe causa el malparto de la hija de un plebeyo, pagará cinco sid o s de plata. 2 12. - Si esta mujer muere, pagará media mina de plata. 2 13. - Si golpeó a la esclava de un señor y motivó su aborto, pagará dos sid o s de plata. 214. - Si la esclava muere, pagará un tercio de mina de plata.34

La prim era parte de las leyes form uladas de form a casuística, como se ve, la protasis, es introducida aquí por la expresión condicional “si...” . Otras form ulaciones casuísticas pueden ser introducidas por otro tipo de expresio­ nes condicionales o dubitativas del tipo de: “ Si...”, “Cuando...”, “En el caso que...” , “ Supuesto...” . Con frecuencia la prim era parte de la ley adopta la forma de una tasación. Esta introducción condicional es seguida de una descripción del caso a que se refiere la ley. Las leyes form uladas en form a casuística pretenden cubrir todos los casos posibles: de allí el nom bre de casuísticas que se les da. La segunda parte de la ley casuística, en cambio, presenta de m anera absoluta y tajante lo condicionado: el contraste entre la formulación casuística de laprótasisy el estilo sentencioso de laapódosishace que esta últim a adopte los aires de un fallo judicial. Es posible encontrar abundantes ejem plos en la m ayor parte de los corpus legales más antiguos del Antiguo Próxim o Oriente: en ellos, no sólo es bastante frecuente este tipo de form ulación sino que se podría decir que la casuística es la forma ordinaria de las leyes. Se podrían citar ejem plos tanto de los códigos legales de Urnam m u (2112-2095 a. de C.), Lipit-Ishtar (1934-1924 a. de C.), Eshnunna (aprox.

Isrealitischen Rechts (Leipzig, 1934) hace la distinción formal entre las leyes formuladas en forma

34.

apodícticay leyes formuladas en forma casuística: las primeras son absolutas; las segundas, en cambio, están supeditadas al cumplimiento de lacircunstancia condicionante. James B. Pritchard (compilador), l a sabiduría del Antiguo Oriente, Barcelona, Ed. Garriga, 1966, pp. 189 y ss.

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1840 y 1790 a. de C.) y Ham m urabi (1792- 1750 a. de C.).35 En la Biblia hay ejem plos de leyes form uladas casuísticam ente.36 Las leyes form uladas en form a apodíctica, en cam bio, son aquellas que contienen sim plem ente una orden o una prohibición: “no m atarás” , “honra a tu padre y a tu m adre” . A veces el m andato o la prohibición van acom pa­ ñadas de la sanción a quien viole la ley. En todo caso, la prohibición o m andato son absolutos, sin atenuantes ni situaciones de excepción. En la Biblia , por ejem plo, los capítulos 17 a 26 del Levítico llamado por la crítica Códice de Santidad y atribuido al Códice Sacerdotal están conform ados casi exclusiva­ m ente por leyes apodícticas.37 N o es difícil m ostrar que una buena parte de las form ulaciones de los refranes actuales, como los incluidos en nuestro corpus, m antienen tam bién estas dos formas. Más aún, investigaciones como las que lleva a cabo Andreas

35.

36. 37.

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Véase para esto James B. Pritchard (editor). Ancient Near Eastern Texts relating to the Old Testament, Princeton, N ew Jersey, Princeton University Press, 1950, pp. 159-198. Sobre el Código de Hammurabi en especial puede consultarse la excelente edición de Federico Lara Peinado, Madrid, Editora Nacional, 1982. En las páginas 11 y s s ., contiene una excelente introducción al derecho antiguo en el Antiguo Próximo Oriente. Para la segunda mitad del segundo m ilenio antes de Cristo puede consultarse Guillaume Cardascia, Les lois assyriennes, Paris, Les Éditions du Cerf, 1969. J. Alberto Soggin. íntroduzione all ’Antico Testamento, tomo I, Brescia, Paideia, 1968, pp. 147 y ss. La crítica literaria, sobre todo del protestantismo alemán, fue poniendo de manifiesto la realidad textual de la Biblia, hoy un resultado aceptado por todos los investigadores, que en la formación del Pentateuco actual y. en general, del Antiguo Testamento, intervinieron varias fuentes escritas cuyos vestigios son aún detectables. Aunque este atractivo campo de la investigación bíblica aún está siendo explorado; y aunque en los mil y un ámbitos a que se refieren estas investigaciones los científicos de la Biblia tienen muchas divergencias entre sí, se han llegado en por lo menos dos siglos de sabios humanistas a la conclusión de que existen varias fuentes escritas en la conformación del Pentateuco y, en general, de una buena parte de los libros del A. T. Que. por otra parte, esas fuentes escritas pueden reducirse a las cuatro siguientes que han sido utilizadas por el redactor final, muy tardío, de la Biblia tal cual hoy la conocem os: 1).- La fuente J o Yahvista: escrita alrededor del 950 a. C. en la época de Salomón, antes de ladivisión del reino en 926. a. C. 2).- La fuente E o Elohísta: escrita alrededor del año 800 a. C.. antes del profetismo escrito, especialmente de Oseas. 3).- La fuente D que coincide con la forma primitiva del libro del Deuteronomio: escrito alrededor del siglo VII, a com ienzos de la reforma de Josías (622 a. C.) y ampl iado posteriormente. 4 ).-Y, finalmente, la fuente P (letra inicial de la palabra Piesterkodex) conocida también como Escrito sacerdotal: com puesto hacia 550 a. C. durante el exilio en Babilonia y completado en el postexilio. Además de estas cuatro fuentes, los investigadores están de acuerdo, en general, en aceptar al menos en tres redacciones: a).- La redacción R,t:. Después de 722 a. C. (la caída del reino del norte) hubo una primera redacción que fundió en un solo escrito las fuentes J y E. con tal habilidad, que en algunos pasajes no es posible distinguirlas con seguridad. Al escrito resultante se le conoce en el medio de la crítica bíblica como la obra JE (yahvistae!ohísta)ojeho\vista. b ).-La redacción Rr. Es laredacción principal del Pentateuco: durante el exilio una escuela de escritores, probablemente sacerdotes, integró el documento JE en P. c ).- Laredacción R1'"". Esta redacción insertó textos, frases o fragmentos que usan el vocabulario, estilo y temática del Deuteronomio uniendo las fuentes escritas con el Dt o con la obra historiográfica deuteronomista (DtRe). Los críticos no están de acuerdo en si esta redacción fue antes o después de la confección de P.

/.Qué es

un refrán ?

W acke sobre las relaciones entre los refranes jurídicos y el derecho han mostrado en algún caso38 que prim ero se ha dado la regla convencional y de allí se ha pasado a la regla jurídica. Tam poco es difícil m ostrar cuántos refranes han recorrido el cam ino inverso: de ser normas jurídicas se convir­ tieron en refranes. José M. M ariluz Urquijo ha recogido en su Refranero rioplatense del siglo XVIII una buena cantidad de ejem plos.39 En todo caso, o bien las form ulaciones m ás prim itivas de las leyes adoptaron la form a y la función discursiva del refrán, o bien los refranes asumieron una vigencia tal que im itaron en funcionam iento y form a a la ley: bien pudieron los refranes em pezar su función discursiva social como leyes populares paralelas a las leyes de las clases elevadas. P a r a d ig m

a s p a r e m io l ó g ic o s

Todo lo anterior nos lleva a plantearnos, al menos, la cuestión de la existencia de universales parem iológicos y de la índole que adoptan, en caso de existir.40 No se trata de una cuestión bizantina: se trata, más bien, del importante problem a de si las observaciones y resultados aquí obtenidos a partir de un corpus de refranes “m exicanos” tienen alguna validez en otros ám bitos culturales y cuál es esa val idez. En suma, si los datos que a partir del refranero mexicano obtengam os sobre el discurso lapidario sólo tienen el frágil sustento de un corpus muy particular. Como ya hemos señalado, en nuestra pretensión de estudiar el discurso lapidario analizam os el refranero m exicano con la idea de abonar al discurso lapidario lo que descubram os en este tipo textual asumido aquí com o paradigm a del hablar lapidario en general. Si los textos incluidos en el corpus de refranes m exicanos responden, desde el punto de vista de la tipología textual, a paradigm as muy peculiares del habla m exicana o, cuando m ucho, del habla hispánica, entonces, está claro, la validez de las

38.

39. 40.

“Quien llega primero, muele primero”: prior tempore, potior jure. El principio de prioridad en la Historia del derecho y en la dogmática jurídica, en Anuario de derecho civil, tomo XLV, fascículo I, enero-marzo de 1992, pp. 37-52. Mendoza, Rep. Argentina, Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Cuyo, 1993. No es nuestra intención plantear de nueva cuenta la problemática en torno alos universales del lenguaje. El mínimo de universalidad que nos interesa establecer y el enfoque teórico asumido es el propuesto por Eugenio Coseriu en su ensayo “Los universales del lenguaje (y los otros)”, en Eugenio Coseriu, Gramática, semántica, universales. Estudios de lingüísticafuncional, Madrid, Gredos, 1978, pp. 148205.

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E l hablar lapidario

conclusiones que aquí obtengam os sobre el discurso lapidario apenas sobre­ pasará el ám bito casero. Si, en cam bio, existen universales parem iológicos a los que se atiene nuestro refranero m exicano, estará claro que no tendrá tanta im portancia en que una investigación de esta índole se base en este corpus o en este otro. Lo anterior, por tanto, nos conduce a la cuestión de los rasgos distintivos del refrán: ¿qué requisitos debe cubrir un texto para ser considerado refrán? ¿Existen los paradigm as parem iológicos de índole unlversalizante? Las anteriores preguntas justifican una pequeña excursión para dejar sentada la validez de las conclusiones que sobre el discurso lapidario obtengam os a partir de un corpus tan delim itado como el que aquí nos ocupa. Esta excursión tendrá tres m om entos: prim ero nos preguntarem os por la existencia de paradigm as parem iológicos de índole translingüística; en segundo lugar, nos dedicarem os a explorar la existencia, y en caso afirm ativo el tipo de rasgos distintivos parem iológicos tam bién de índole translingüística; y en un tercer m om ento señalarem os, contrastivam ente, algunos rasgos distintivos translingüísticos en dos vertientes, una formal y la otra discursiva. A ntes de indagar la existencia de paradigm as parem iológicos de índole translingüística, hem os de aclarar lo que entendem os por “paradigm a parem iológico” . Con esta expresión denom inam os las estructuras textuales propias de los refranes. En nuestras exploraciones anteriores, por ejem plo, hem os encontrado que los refranes tienen una serie de características form a­ les, discursivas y sintácticas. Hemos visto, adem ás, que existen una serie de coincidencias a nivel discursivo, de tipo muy general, entre los textos del refranero m exicano que conform an nuestro corpus y los gnomai de que habla A ristóteles en su Retórica ; hemos visto que existen algunas características constantes entre los textos considerados gnómicos por diferentes culturas: por ejem plo, se trata de textos breves, concisos, lacónicos y, en general, lapida­ rios; esos textos en diferentes culturas de las más estudiadas, por ejem plo indoeuropeas y sem íticas, se dan en estructuras más o m enos constantes. Es nuestro interés Ilevar a cabo una labor com parativa un poco más expl ícita; lo suficiente, solam ente, como para dejar bien sentados tanto la validez com o el alcance de nuestras reflexiones sobre el discurso lapidario. Sobre los paradigm as parem iológicostransculturales, cabe notar desde un principio que no es difícil encontrar m oldes parem iológicos al m enos de índole transcultural cuyo grado de universalidad puede ser verificado por una investigación ad hoc. Nuestro corpus es susceptible de dividirse en refranes

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¿Q ué

es un refrán ?

trad ¡dónales o transculturales y refranes que podríamos considerar típicos del refranero m exicano. A los prim eros, por lo general, se los encuentra en los estratos m ás antiguos del refranero español y m uchos de ellos provienen de otras culturas. Para m ostrar que los moldes parem iológicos de nuestro corpus no son locales basta con entresacar algunos y m ostrar su presencia en otras culturas. Podríam os proceder a ello por dos caminos: por un lado, m ostrando que las principales estructuras parem iológicas de nuestro corpus son com par­ tidas por otras culturas y, por otro, tom ando un tipo textual parem iológico de índole paradigm ática, por ejem plo, los refranes-sentencia y poner de m ani­ fiesto su existencia en otros sistemas textuales, independientem ente de la form a que sus textos adopten. Desde luego, el hecho de que una parte importante de nuestros refranes no sean caseros y hayan hecho largos recorridos interculturales antes de llegar hasta nosotros, podría bastar para m ostrar que no nos hallam os ante un fenómeno particular. Por ejem plo, algunos de nuestros refranes provienen de las antiguas fábulas. Así, “están verdes, dijo la zorra” es una rem iniscencia de la fábula de Esopo “ la zorra y las uvas” ; tam bién rem iniscencia de una fábula de Esopo es la expresión parem iológica “m atar la gallina de los huevos de oro” ; “el parto de los m ontes” . “ Saber es poder”, en cambio, se rem onta a Bacon; “piedra que rueda no se enm ojece” proviene de la cultura griega a través de Luciano de Samosata. Otra vertiente de transcultural ¡dad le viene a nuestro acervo, por distintos cam inos, de la Biblia, como hemos señalado más arriba. Ya Northrop Frye, en su libro El gran código,41ha mostrado brillantemente cómo la Biblia es el gran código de la literatura occidental a partir del supuesto de que hay una serie de elem entos de la Biblia — ’’las imágenes y la narrativa bíblicas”— que “forjaron una estructura imaginativa en la cual se desarrolló la literatura occidental hasta el siglo XVIII, y en gran m edida hasta nuestros días” .42Concluye, por tanto, que hay una “ influencia literaria recibida”43de la Biblia por las literaturas occidentales, al grado, que: un estudiante de literatura inglesa — dice— que no conoce la Biblia se queda sin entender gran parte de lo que lee; y hasta el más concienzudo de ellos interpretará mal las implicaciones, e incluso el significado.44 41. 42. 43. 44.

Editorial gedisa, Barcelona, 1988,281 páginas.

Op. cit ., p. 11. Ibid. Ibid.

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E l hablar lapidario

Uno de los presupuestos básicos de Frye es que la Biblia , pese a su conocida y evidente heterogeneidad “tradicionalm ente, ha sido leída com o una unidad, y [...] ha tenido influencia en la imaginación occidental como una unidad” :45 la Biblia desde el prim er libro hasta el últim o narra el aspecto de la historia de la hum anidad por el que se interesa — bajo los nom bres sim bólicos de Adán, Israel, la Iglesia— con una serie de imágenes concretas com o m ontaña, río, ciudad, m onte, jardín, árbol, aceite, vino, m ieses, leche, oveja, pastor, novia, fuente y m uchas otras que al repetirse constantem ente constituyen el principio unifícador de la Biblia y, por tanto, principio de form a.46 Este papel la Biblia lo ha desarrollado independientem ente de la versiones vernáculas; lo importante es la forma tradicional como la Biblia fue fam iliar a los autores europeos a partir del siglo V : ese papel lo desem peñó, de hecho, la Vulgata41en cualquiera de las m uchas vernaculizaciones en que se usó en la vida cotidiana. A Frye le interesan, pues, más que “el verdadero significado” de tal o cual palabra difícil, “aquellos sustantivos tan concretos que es prácticam ente imposible que un traductor se equivoque en traducir­ lo s” .48 Frye ve la Biblia, empero, ciertam ente como un libro literario; pero, dice, “ la Biblia es ‘algo m ás’ que una obra literaria” .49 Para el autor, la Biblia sin “ ser” una obra literaria “ ha tenido una continua y fecunda influencia sobre la literatura inglesa, desde los escritores anglosajones hasta los poetas de prom ociones más jóvenes que yo” .50 Frye está de acuerdo con Blake quien llegó a “ identificar la religión con la creatividad hum ana” y quien dijo: “ El 45. 46. 47.

48. 49. 50.

Op. cit.. pp. 12-13. Claude Tresmontant en Ensayo sobre el pensamiento hebreo, Taurus, Madrid, 1962, menciona entre lascategorías típicas del pensamiento hebreo lacreación, el tiempo, laetemidad y lo sensible, por ejemplo. A la traducción latina de la Biblia se le conoce, desde el Concilio de Trento, como Vulgata, o versión “divulgada". El nombre le viene del hecho de que antiguamente circulaban varias traducciones latinas de\a Biblia. La más antigua de ellas circulaba, en el norte de Áfricay en el sur de las Galias, yaen el siglo II de nuestra era. A principios del siglo III. se tiene noticia de que en Roma había otra traducción latina de la Biblia. Todas estas versiones latinas de la Biblia desaparecieron, casi por completo, al aparecer la versión jeronimiana. o sea lo que hoy se 1lama ¡ ulgata. En 1739-1749 P. Sabatier intentó, en tres grandes volúmenes, hacer una edición científica del material de las antiguas traduccioneslatinasdela¿?/¿//'tf.Su obra se tituló Bibliorum sacrorum latinae versiones antiquae seu vetus itálica. Para ello recogió los fragmentos que aparecen en los escritores eclesiásticos latinos. Desde entonces se ha recuperado mucho material de esas viejas versiones que se ha ido publicando por separado. La crítica actual llama Vetus latina al conjunto de esas versiones prevulgata. Jerónimo, por encargo (en 383) del papaDámaso I (366384). revisó las versiones antiguas, las unificó y tradujo lo que fue necesario: el resultado fue la Vulgata. Op. cit., p. 14. Op. cit.. p. 16. Ibid. \

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¿Q ué

es un refrán ?

Antiguo y el Nuevo Testam ento son el Gran Código del Arte” .51 De aquí toma el título de su libro. Los juicios de valor en crítica literaria, dice Frye, son “ una función m enor y subordinada del proceso crítico” y pertenecen sólo al campo de las “hipótesis tentativas de trabajo, que pueden ser revisadas” . Los juicios de valor, por lo dem ás, no son ni el com ienzo de la operación crítica ni su broche final. De allí que una evaluación que tenga por objeto la literariedad, automáticamente lafrena, laasfixia. El autorresolvió el problema encaminán­ dose a un contexto verbal más amplio, fuera de la literatura, del que, sin embargo, la literatura form ará parte: su m irador fue la Biblia. Frye divide la crítica bíblica en dos grandes vertientes: la vertiente crítica y la vertiente tradicional. La prim era es descalificada sin más por Frye y con ella toda la ciencia bíblica sobretodo desde Jul ius Wel lhausen, a fines del siglo pasado, hasta la fecha: “pues en ningún m omento explica con claridad cómo o por qué un poeta leería la Biblia *’.52 Se trata, dice Frye, de “una crítica aún más baja, o subsuelo, donde la desintegración del texto se convirtió en un fin en sí m ism o” .53 Para el autor, la unidad es uno de los cánones estéticos convencionales: pese a su evidente m ultiplicidad y heterogeneidad, dice, la Biblia siem pre ha sido tenida como una obra unitaria. Cualquier crítica, por tanto, que atente contra esta unidad es sospechosa pues “a pesar de su contenido m isceláneo la Biblia no presenta la apariencia de haber nacido como resultado de diversos e improbables accidentes; el producto final, aunque es ciertam ente el resultado de un largo y complejo proceso editorial, tam bién necesita ser exam inado por derecho propio” .54 La otra vertiente de la crítica bíblica, la tradicional, es más afín al autor pues acepta, dice, “ la unidad de la Biblia como postulado” y nos dice “de qué m anera la Biblia puede ser com prensible para los poetas” .55 Por otro lado, la crítica 1iteraría debe a la Biblia sus tem as más genuinos que sólo podrán ser profundizados en la m edida que se profundice más su relación con la Biblia.

51. 52. 53. 54. 55.

Ibid. Op. cit., p. 17. Ibid. Ibid. Ibid.

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E l hablar lapidario El hombre — dice Frye— existe, no directamente en la naturaleza, com o los animales, sino en el contexto de un universo m itológico, un conjunto de tradiciones y creencias nacidas de sus vivencias [...] nuestra imaginación puede reconocer ciertos elementos de dicho universo cuando se presentan bajo la forma del arte o la literatura [...] La Biblia constituye claramente un elem ento importante de nuestra tradición imaginativa, más allá de lo que aceptemos creer de ella [...]*

Según Frye, m uchos puntos en la teoría crítica contem poránea se originaron en el estudio herm enéutico de la Biblia y m uchos otros parecen yacer ocultos bajo los tabúes que la cultura contem poránea ha ido alim entando sobre ella. El autor piensa, en efecto, en una “tipología bíblica” aún poco estudiada por los críticos de la literatura pese a que “m uchos críticos contem poráneos son conscientes de la im portancia que la crítica bíblica tiene para la literatura secular” .5657 M ito, m etáfora, proverbio y tipología son categorías fundam entales para analizar hasta dónde lo religioso altera los procesos m entales ordinarios. Frye dedica a estas categorías la prim era parte de su libro que, titulada “el orden de las palabras” , es introducida por un capítulo sobre la “retórica de la religión” o sea el lenguaje usado por la gente para hablar de la Biblia y de las cuestiones que tienen que ver con ella. “La literatura, dice Frye, continúa en la sociedad la tradición de la invención de m itos”58 según un m ecanism o que podría llam arse de bricolage : recoge elem entos de aquí y de allá. En resum idas cuentas, el libro que Frye propone es, a su m odo, tam bién un libro de bricolage que pretende ocuparse “del impacto causado por la Biblia en la im aginación creadora” .59 La segunda parte del libro, titulada “el orden de los tipos”, constituye, de hecho, el inventario de los principales tipos bíblicos que Frye encuentra con m ás asiduidad en el bricolage constituido por las literaturas occidentales. Frye encuentra que los terrenos en que se cultiva la poesía colindan con los terrenos de lo sagrado. Incluso su tesis del El Gran Código se sustenta precisam ente en ese postulado. Todo libro sagrado, pues, va aparejado invariablem ente a “cierto estracto de poesía” tanto com o a la lengua en que está escrito. La tesis de Frye a este respecto coloca la Vulgata en el lugar de 56. 57. 58. 59.

98

Op. cit., p. 18. Op. cit., p. 20. Op. cit., p. 21. Ibid.

¿Q ué

es un refrán ?

honor de la influencia para la cultura de la Europa Occidental: “De hecho, dice, la Vulgata, en Europa Occidental, fue la Biblia durante mil años” .60 Nada raro, por tanto, que en nuestros esquemas parem iológicos no sólo del español sino de las lenguas europeas haya tantos refranes que provienen de la

Biblia.6' De esta m ism a fuente son una serie de coincidencias form ales de los refranes más tradicionales de nuestro acervo con paradigmas paremiológicos bíblicos. Es im portante señalar que es la investigación bíblica la que más ha explorado, a propósito del libro de los Proverbios, en la investigación sobre las form as de este tipo textual.62 Para el refranero español, perm anente horizonte de nuestra investigación, el sabio traductor m oderno de la Biblia a\ español, Luis A lonso Schókel,6364ha llevado a cabo un estudio comparativo entre las estructuras parem iológicas hebreas y las españolas. Los resultados por él obtenidos nos sirven de punto de partida para nuestra reflexión. Alonso encuentra paralelism os entre ambos sistemas culturales por lo que hace a las estructuras más fundam entales como, por ejem plo, yeshPayn (“hay...” / “no hay...”) y ‘ishPishah (“hom bre...” / “m ujer...”), muy frecuentes en el libro de los Proverbios, y estructuras equivalentes en el refranero castellano. En nuestro corpus textual, están bien representados refranes del tipo de: “hay”, “no hay”, “hom bre + adjetivo” , “hombre + que”, “m ujer + adjetivo”, “m ujer + que” , que como hemos señalado en nuestro libro Por el refranero mexicano,Mtam bién están bien representadas en los refraneros hispánicos. 60. 61. 62.

63.

64.

O p. c it., p. 27.

Véase lo dicho en R e frá n v ie jo ..., op. c it., p. 66. Son importantes los trabajos de W. Baumgartner: “D ie lite r a r is c h e n G a ttu n g e n in d e r W e is h e it d e s J e s ú s S ir a c h ", Z e its c h r iftfü r A ltte s ta m e n tlic h e r W iss e n sc h a ft3 4 ( 1914), pp. 161 - 198; “D ie is ra e litis c h e W e is h e its lite r a tu r " , T h e o lo g is c h e R u n d s c h a u 5 (1933), pp.259-288; “ The W isd o m L ite r a tu r e " , en H. H. Rowley (editor), The O ld T e s ta m e n t a n d th e M o d e r n S tu d y , Oxford, 1951, pp. 210-237. Igualmente importante son los trabajos de J. Hempel, “D ie F o rm e n d e r S p r a c h e " , en D ie a lth e b r á is c h e L ite r a tu r u n d ih r h e le n is tis c h -jü d is c h e s N a c h le b e n , Wildpark/Postdam, 1930, pp. 44-81 ;J. Schmidt, S tu d ie n z u r S tilis ti k d e r a ltte s ta m e n tlic h e n S p r u c h lite r a tu r , Münster, 1936. Más recientemente: J. M. Thompson, The F o rm a n d F u n c tio n o f P r o v e r b s in A n c ie n t I sra el, S tu d ia J u d a ic a , 1, París/La Haya, 1974; J. G. Williams, T h o se w h o p o n d e r P r o v e r b s . A p h o r is tic T h in k in g a n d b ib lic a l L ite r a tu r e , Sheffiel, 1981. LuisA lonsoSchokel/J. Vilchez, P r o v e r b io s , Madrid,Cristiandad, 1984,pp. 117yss.Enconcreto,para la labor de comparación entre el refranero hebreo de la B ib lia y el refranero español en orden a la traducción, véase Luis Alonso Schókel / Eduardo Zurro, L a tr a d u c c ió n b íb lic a : lin g ü ís tic a y e s tilís tic a , Madrid, Cristiandad, 1977, pp. 90-125. Sobre las relaciones entre la postura de Alonso y las más actuales teorías de latraducción relativas a los refranes, véase nuestro ensayo, “Alfonso Reyes y latraducción en M éxico”, en R e la c io n e s . E s tu d io s d e H is to r ia y S o c ie d a d , Zamora, El Colegio de Michoacán, Vol. XIV, Núm. 5 6,1993, pp. 35 y ss. Véase, sobretodo, lanota35. C fr. P o r e l r e f r a n e r o m e x ic a n o , Monterrey, Facultad de Filosofía y Letras UANL, 1988.

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E l hablar lapidario

Son relativam ente abundantes, en efecto, los refranes “hay...” en nuestro refranero.65 Por ejem plo: “hay muías que viajan solas porque el arriero es un burro” ; “hay m uertos que no hacen ruido y es muy grande su penar” ; “ hay picaros con fortuna y hom bres de bien con desgracia” ; “hay quien m ucho cacarea y no ha puesto nunca un huevo” ; “hay quien cree que ha m adrugado y sale al oscurecer” . Conviene advertir que la estructura profunda parem io­ lógica “hay...” se m anifiesta en español a otras “estructuras superficiales” que, en la term inología de J. L. A ustin,66 podríam os decir que son de tipo perform ativo como “hay que hacer lo que deja: lo que no deja dejarlo” . Son, em pero, más abundantes en él los refranes “no hay...” . De entre los num erosos textos de esa índole recogidos en nuestro corpus cito, a guisa de ejem plos, los siguientes: “no hay cam ino más seguro que el que acaban de robar” ; “no hay mal que por bien no venga” ; “no hay m anjar que no em palague ni vicio que no enfade” ; “no hay loco que com a lumbre por más perdido que esté” ; “no hay gavilán que ande gordo por más pollos que se com a” ; “ no hay dolor que llegue al alm a que a los tres días no se quite” ; “no hay carnaval sin cuaresm a” . Desde luego, tam bién entre los refranes “no hay...” existen otras estructuras sintácticas; cito como ejem plo las de tipo perform ativo, “no hay que ponerse con Sansón a las patadas” . Tanto en este caso com o en el arriba citado de los refranes “hay...” los enunciados perform ativos no corresponden, estrictam ente hablando, a los refranes bíbli­ cos yesh/’ayn m encionados por Alonso. No es difícil encontrar analogías estructurales en otras lenguas europeas sin que ello signifique la necesidad de llevar a cabo investigaciones exhaustivas de parem iología com parada. Nos basta un par de ejem plos tom ados ya del latín, ya del francés, por obvias razones de pertinencia. Para la ocasión voy a citar un par de ejem plos tom ados al azar del Dictionnaire des proverbes québéquois de Pierre Des Ruisseaux6768

II y a plus d ’une faqon d ’étrangler un chat,b%II n ’y a pas de fumée san feu ,69 l l n ’y a pas de rose sans épines. 70 65.

66.

.67. 68. 69. 70.

100

Alonso escribía en L a tr a d u c c ió n b íb lic a ..., op. c it., p. 99: 'no he encontrado refranes castellanos que comiencen con “hay”; creo que la correspondencia más próxima es el impersonal “uno”' . En cambio en P r o v e r b io s , op. c i t . , p. 118 encuentra algunos. En nuestro acervo están bien representados. Véase, para esto, J. L. Austin, C ó m o h a c e r c o s a s c o n p a la b r a s , Barcelona, 1988; Jean Caron, L a s r e g u la c io n e s d e l d is c u r s o . P s ic o lin g ü ís ti c a y p r a g m á tic a d e l le n g u a je , versión española de Chantal E. Ronchi y Miguel José Pérez, Madrid, Gredos, 1989, pp. 73 y ss.; Alain Berrendonner, E le m e n to s d e p r a g m á tic a lin g ü ís tic a , Buenos Aires, Editorial gedisa, 1987. Québec, L’exagone, 1991. O p. c it., p. 40. O p. c it., p. 80. O p. c it., p. 72.

/.Qué

es un refrán ?

Lo mismo puede decirse de la estructura del refranero hebreo ‘ishP ishah (“hom bre...” / “m ujer...”). Ya en “proverbios hebreos y refranero castella­ no”71 Alonso encuentra una serie de correspondencias estructurales entre ambos sistem as parem iológicos. En nuestro acervo, además del universal “hombre prevenido vale por dos”, prácticam ente son escasas las estructuras “hombre que...” y su equivalente estructural “hombre + adjetivo...” . En el viejo refranero español Alonso encuentra, como decía, no pocos casos del tipo de: “hom bre adeudado, cada año apedreado” ; “hombre sin abrigo, pájaro sin nido”. En nuestro acervo, la estructura “hombre que...”, ha sido com pleta­ mente sustituida por otras equivalentes también de índole universal como “el hombre que...” , “el hom bre + verbo...”, “el que...” sustituto indiscutible de la antigua estructura “quien...” más frecuente en el antiguo refranero español. Por tanto, en nuestro corpus esas parecen ser las estructuras más cercanas a la hebrea ‘ish ...; de entre ellas la más frecuente es, sin duda, la estructura “el que...” que puede ser considerada, desde todos los aspectos, prototipo del refrán m exicano. Nuestro corpus contiene cerca de cuatrocien­ tos refranes “el que...” del tipo de: “el que solo se ríe de sus m aldades se acuerda” ; “el que se levanta tarde ni alcanza m isa ni carne” ; “el que se baña en tina no salpica” ; “el que casa con viuda tiene que sufrir m uertazos” ; “el que chico cría, grande espera” ; “el que siem bra su maíz que se com a su pinole” ; “el que siem bra y cría tanto gana de noche como de día” ; “el que siembra vientos cosecha tem pestades” ; “el que siembra en tierra ajena hasta la sem illa pierde” ; “el que am enaza pierde ocasión” . Como se ve, la estructura “el que...” funciona, hecho, como una variante de “el hombre que...” tam bién representada en nuestro corpus: “el hombre que es maricón, desde su cuna com ienza” ; “el hombre que es jodido a cualquier m ujer engaña” ; “el hom bre que es comelón desde lejos se conoce” . Cosa parecida sucede con la estructura ‘ishah... Nuestro refranero contiene abundantísim os ejem plos de refranes “ la que...” ; menos, aunque bastantes aún, de refranes “ la m ujer que...” y relativam ente m uchos casos de “m ujer que...” y “m ujer + adjetivo...” Como ejem plos de refranes “ la que...” cito los siguientes: “ la que en amores anduvo, cásese con quien los tuvo” ; “ la que casa con el ruin deseará pronto su fin” ; “ la que del baño viene bien sabe lo que quiere” ; “la que mucho hizo se muere y la que poco tam bién” ; “ la que m ucho visita las santas no tiene tela en las estacas” ; “ la 71.

En ¿a tr a d u c c ió n

b íb lic a , op. c it.,

p. 100.

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E l hablar lapidario

que en m arzo veló tarde acordó” ; “ la que mal m arido tiene en el tocado se le parece” ; “ la que luce entre las ollas no luce entre las otras” ; “ la que mal casa nunca le falta qué diga” ; “ la que es buena casada a su m arido agrada” . Como se ve, se trata de viejos refranes españoles que han persistido en acervos locales en lugares muy específicos de M éxico.72 Como bien se puede ver, este tipo de refranes conservan la idea que de la m ujer se tiene en España a fines de la edad m edia difundida en el Renacim iento por obras como la Institutio Foeminae Christianae, publicada por valenciano Juan Luis Vives en 1523 y, desde luego, La perfecta casada de Fray Luis de León, que, como ya lo señalam os en nuestro citado libro Por el refranero mexicano, reviven una concepción de la m ujer que hiende, de hecho, sus raíces en la Biblia. El célebre capítulo 31 del libro de los Proverbios, 10-31 sobre la “m ujer hacendosa” — la “m ujer fuerte” de la

Vulgata. Entre denigrante y brillante, la idea que el cristianismo occidental cultiva de m ujer se alza sobre los restos de la civilización griega. A ristóteles, por ejem plo, basaba la felicidad de la polis en la educación de las m ujeres cuyos deberes son los de “am as de casa” . De aquí son rem olcados por Vives junto con los preceptos tanto de Jenofonte como de Platón sobre el gobierno de la casa y de la República, hasta hacerlos pasar por lo que los padres de la Iglesia — Tertuliano, Cipriano, Jerónimo, Ambrosio, Agustín y Fulgencio— estable­ cieron respecto a las vírgenes y viudas cristianas. Vives, en efecto, hace una larga lista de m ujeres que fueron a la vez santas y doctas. Sin em bargo, advierte: El tiempo que ha de estudiar yo no lo determino ni en el varón ni en la hembra, con la salvedad de que es más razonable que el varón se pertreche con mayores y más variados conocimientos, que luego habrán de ser de harto provecho a sí y a la República.73

Así pues, el refranero español del siglo XVI refleja la tradición, arraigada en España, de cómo debe ser educada una m ujer cristiana. Entre los elem entos m encionados por Vives que parecen form ar parte de una doctrina cristiana

72. 73.

102

Por ejemplo en un refranero de una familia de Guanajuato de ascendenciaespafíolaTeresa Betancourt encontró algunos de estos viejos refranes. Véase el capítulo siguiente. Juan Luis Vives, Obras Completas, 2 volúmenes, Ed. Aguilar, Madrid, 1943. Traducción de Lorenzo Riber. Véase vol. I, págs. 999 y siguientes.

¿Q ué es

un refrán ?

sobre la educación de la m ujer están: a la m ujer le compete el gobierno de la casa, al varón el gobierno de la república; el saber no se contrapone con la santidad, al contrario. Vives decía: “aprenderá, pues, la m uchacha, al mismo tiempo que las letras, a traer en sus manos la lana y el lino [...] Pero a mí no me agrada que la m ujer ignore aquellas artes en que se ocupan las m anos” .74 El aprender m úsica en los conventos form aba parte del cultivo de las artes en que se ocupan las manos. Que esta concepción llega a estas tierras americanas lo muestra muy bien el caso de la célebre poetisa m exicana del siglo XVII, Sor Juana Inés de la Cruz, la D écim a M usa, en el cúmulo de problem as que enfrenta con su director espiritual, el jesuíta zacatecano, Antonio Núñez de M iranda, perso­ naje poderoso en casi el último cuarto de ese siglo.75Núñez tenía una idea muy clarad elo q u e una m ujer cristianay m onja debe y le basta saber para salvarse. Muy al estilo de Vives, convierte su deseo en ley: D eseo mucho [...] que leáis ventajosamente el romance y el latín; que labréis y bordéis con todo aseo; que aprendáis perfectamente la música y, si el Señor os diere voz, cantéis y toquéis todos los géneros de instrumentos que pudiereis [...] y, finalmente, adquiráis todas las buenas obras y talentos que podáis.76

Sin em bargo esta sabiduría monjil tenía, en la mente de Núñez de M iranda tantas restricciones como las había tenido la educación fem enina propuesta por Vives. La idea que Núñez tenía de la literatura no era muy diferente a la del valenciano. Así puede amonestar a sus religiosas: N i por el pensamiento os pase leer comedias, que son la peste de la juventud y landre de la honestidad [...] N o habéis de leer ni tener ni sufrir en vuestra celda libros profanos de comedias, novelas ni otro amatorio alguno, sino todos han de ser sagrados, com puestos y modestos [...] ¿Cómo pensará en la Pasión de Cristo, en la Pureza de su Madre, en la eternidad de la otra vida, una cabeza llena de locuras de Don Belianís [...], o las torpes ternuras de Angélica y Medoro [...], o las volantes delicias de las fábulas, Venus, Marte, etc.?77 74. 75. 76.

O p. c it., pág. 992 y sigs.

Véase para esto, nuestro libro E s tu d io s s o r ju a n ia n o s , Morelia, Instituto Michoacano de Cultura, 1988. D is tr ib u c ió n d e la s o b r a s o r d in a r ia s y e x tr a o r d in a r ia s d e l d ía p a r a h a z e r la s c o n fo r m e s a l e s ta d o d e la s s e ñ o r a s r e li g io s a s [...]. Se trata de uno de los muchos libros escritos por Núñez de Miranda. Fue

publicado postumamente en 1712. Citado por A. Alatorre, “La Carta de Sor Juanaal padre Núñez”, en N u e v a R e v is ta d e F ilo lo g ía H is p á n ic a , México, El Colegio de México, tomo XXXV, Núm. 2,

1987, p. 613. 77.

D is tr ib u c ió n d e la s o b r a s d e l d ía , en A. Alatorre, “La C a r ta de Sor Juana al padre Núñez”, en N u e v a R e v is ta d e F ilo lo g ía H is p á n ic a , México, El Colegio de M éxico, tomo XXXV, Núm. 2,1987. p, 6 15.

103

E l hablar lapidario

La m ujer cristiana y, con más razón, la religiosa — según esta tradición esbozada por Vives y convertida en ley monj i1por Núñez— debe estud iar sólo las cosas que su condición de m ujer le requieren: hábil de m anos, la religiosa debe saber hilar y tejer, tocar instrumentos m usicales y, en general, cualquier cosa de tipo m anual y práctica. En cuanto a lecturas debe restringirse sólo a aquellas que le son útiles para el gobierno del hogar— en el caso de la m ujer casada— o las lecturas de edificación espiritual para las m onjas. N ada más. Como decía, el refranero conservó toda esta m anera de pensaren los refranes “m ujer que...” y luego en los refranes “ la que...” . De las estructuras parem iológicas “m ujer que...” y “ la m ujer que...” es más antigua la prim era. Su idea de m ujeres aún muy tradicional, al estilo de la m ujer que tiene en m ente Vives. He aquí algunos de los refranes “m ujer que...” conservados por el refranero m exicano: “ m ujer que buen pedo suelta desenvuelta” ; “m ujer que con curas trata poco am or y m ucha reata” ; “m ujer que con m uchos casa a pocos agrada” ; “m ujer que no em peña cargarla de leña” ; “m ujer que puede su cuerpo vende” ; “m ujer que no huele a nada es la m ejor perfum ada” ; “m ujer que no es laboriosa o puta o golosa” ; “ m ujer que a la ventaja se pone a cada rato venderse quiere barato” ; “ m ujer que sabe latín ni encuentra m arido ni tiene buen fin” ; “m ujer que viste de seda en su casa se queda” . Por lo dem ás, en el refranero m exicano está bien representada la estructura “ la m ujer que...” . He aquí algunos ejem plos: “ la m ujer que fue tinaja se convierte en tapadera” ; “ la m ujer que m ucho hila poco m ira” ; “ la m ujer que te quiere no dirá lo que en ti viere” ; “ la m ujer que es buena plata es que m ucho suena” . N o es difícil m ostrar cuán extendidos están en toda la tradición parem iológica indoeuropea los esquem as parem iológicos “el que...” y “ la que...” . Por principio de cuentas, los aforism os legales em pezaban, en latín, precisam ente por los relativos qui... y quae... tanto fem enino como, sobre todo, el plural neutro. M uchos de ellos, como se dirá m ás adelante, se convirtieron, andando el tiem po, en refranes que hoy form an parte de nuestro acervo: qui tacet, consentiré videtur, por ejem plo, se convirtió en nuestro refrán “el que cal la, otorga” . El lector podrá constatar la abundante presencia de estas form as con sólo consultar algún refranero latino.78 Prácticam ente 78.

104

Para el caso, cito el de Víctor José Herrero LLorente, D ic c io n a r io d e e x p r e s io n e s y f r a s e s la tin a s , Gredos, Madrid, 1985, pp. 307-329. Véase, además, los “proverbios y locuciones latinas” en el D ic c io n a r io d e a fo r is m o s, p r o v e r b i o s y r e fra n e s , quinta edición, Barcelona, Sintes, 1982, pp. 691-894.

¿Q ué

e s

un refrán ?

todos los refraneros rom ánicos conservan la estructura parem iológica “el que...” en sus diferentes formas. Por ejem plo, qui donne á l ’Eglise dom e á

Dieu; qui trop embrasse mal étreint; qui paie mes dettes s ’enrichit; qui aime bien chátie bien; qui veut lafin veut les moyens.19En general, se puede decir que esta estructura con otras que empiezan por un m odificador circunstancial forman parte de las estructuras casuísticas que, como se ha dicho, son com partidas por refranes y leyes. La estructura parem iológica de “que” es, desde luego, una de las estructuras parem iológicas más comunes en todas las lenguas imdoeuropeas, al menos. Se trata, de hecho, de un grupo de estructuras parem iológicas consistentes en una expresión de relativo que funciona como introducción al refrán. Las estructuras en cuestión son: “art. + que”, “pre. + art. + que” , “art. + N + que” , “N + que”, “quien”, etc. Sem ánticam ente este tipo de refranes expresan cierto grado de condicionalidad: como decía, son un caso particular de form ulaciones parem iológicas casuísticas. La protasis en ellos funciona, de hecho, como una condición que, si se cumple, 1leva aparejada una sentencia. Su estructura lógica es, entonces, la de un caso particular que remite a una ley universal. Están constituidos, como puede verse, por textos binarios en cuya prim era parte del hem istiquio, la protasis, se indica la circunstancia; en la segunda, en cambio, la sanción: “el que es gallo (protasis) dondequiera canta” (apódosis). Como decíam os, se trata de una extensa fami 1ia parem iológica muy bien representada en nuestro acervo; tanto, que constituye, en muchos sentidos, una estructura paradigm ática de la categoría refrán. En realidad, esta estruc­ tura parem iológica se caracteriza sintácticamente por reflejar las sentencias y aforismos latinos que em pezaban con qui, quae, quod en cualquiera de sus flexiones. El derecho, como señalamos, se alimentó de sentencias de esa índole: quod legislator voluit, dixit, quod noluit, tacuit (lo que el legislador quiso decir, lo dijo, lo que no, lo calló); qui iure suo utitur, nemini facit injuriam (el que está en su derecho no ofende a nadie). A las estructuras “que”, arriba m encionadas, es posible agregar, de hecho, la estructura indirecta que, como las directas m encionadas, hacen las veces de introducción del refrán. Me refiero a la estructura “prep. + art. + que” que proviene de form as pronom inales flexionadas como “al que...” , que viene del dativo latino cui..., “de lo que...”, que viene del latino cujus...,Qte. 79.

Cfr.

P ie r r e d e s R u i s s e a u x ,

Dictionnaire des proverbes québécois, op.

c it.

105

E l hablar lapidario

Com o se ve, estrictam ente hablando, la estructura m orfológica “artículo + que” esconde, estructuras parem iológicas distintas. Por un lado, están las frases declarativas del tipo: “el que nunca pastor siem pre borrego” , “el que padece de am or hasta con las piedras habla” , etc. Por otro, están los refranes que aunque tienen la estructura “artículo + que + subj.” tienen más bien un sentido didáctico y, a veces, parenético. El El El El

que que que que

quiera ser buen charro, poco plato y menos jarro. tenga cola de zacate que no se arrim e a la lumbre. no quiera em polvarse que no se meta en la era. tenga sus gallinas que las cuide del coyote.

A diferencia de los anteriores, de índole declarativa, esta categoría de refranes consta de verbos en subjuntivo tanto en protasis com o en apódosis. El carácter conm inativo de esta estructura aparece bien, por ejem plo, en la apódosis introducida por “que + subjuntivo” . La apódosis, “que las cui­ de..” , no es una declaración constatativa sino una orden que, en el contexto, suena a am enaza. Y evidencia, adem ás, una característica del refranero m exicano en relación al refranero español: los refranes de nuestro acervo parecen adoptar la estructura de los refranes españoles, una estructura reconocida como típicam ente parem iológica, transform ándola, sin em bargo, por la incrustación de un m odo mental que, en conjunto, le da el m encionado aire conm inativo o, en el peor de los casos, parenético. No vam os a analizar aquí, desde luego, todos los paradigm as parem iológicos de nuestro acervo, pero hem os de decir al lector, por lo pronto, que esta estructura parem iológica es muy versátil y que adopta otras form as presentes en nuestro acervo. Cabe decir que en el refranero de Correas prevalecen las apódosis declarativas. Em pero, si asum im os el refranero de Correas como paradigm a de la parem io­ logía peninsular, parece deducirse de él que la estructura parem iológica que nos ocupa proviene de los refranes introducidos por “quien” . La razón es evidente: en el habla popular “quien” equivale, sim plem ente, a “el que” derivados ambos, como se sabe, del pronom bre latino quisP 8 0

80.

106

En relación a la historia de “quien" don Vicente García de Diego en su Gramática histórica española (Gredos. 1970. pp. 102 y s.) dice: "Este procede del acusativo quem del interrogativo nominativo qui. Por su intensidad expresiva quem no perdió lam como las demás voces y dio fonéticamente quien en castellano y quen en gall, quem en port.."

¿Q ué es

un refrán ?

Como se sabe, el artículo castellano proviene del exagerado uso, por el latín vulgar, de expresiones deicniti vas en torno a los pronom bres dem ostra­ tivos. El castellano, en efecto, asumió como artículo determ inante el latino elle como sujeto e illu para los demás casos.81 De la com binación deicniti vorelativa resultó la expresión pronominal com puesta “el que” . Por lo demás, como decía, el uso deicnitivo exagerado es una de las características del latín vulgar. En resum idas cuentas, pues, “quien” es más antiguo que el com pues­ to “el que” . Correas trae cerca de quinientos refranes introducidos por “quien” . De hecho “quien” sigue teniendo un sabor cultista m ientras que parece m ás popular el uso de “el que” . En todo caso, la parem iología española prefiere descansar en “quien” en tanto que la m exicana prefiere “el que” . Así, m ientras que el refranero de Correas dice, por ejem plo” “quien madruga Dios le ayuda”, el refranero m exicano prefiere decir “al que madruga Dios le ayuda” . En general se puede señalar una tendencia en los hablantes hispanoam ericanos a substituir “quien” por “que” .82 Rubio trae sólo 41 refranes con “quien” . En general, parece evidente que en el sentido parem iológico de los refranes “quien” se desliza un matiz universal izante. En los refranes “quien” , en efecto, parece estar más vigente la lapidariedad parem iológica de que aquí nos ocupamos. El simple empleo de “quien” en vez de “el que” hace que el refrán asuma una expresión más com prim ida y, desde luego, m ás parecida a una ley universal absoluta y por encim a de cualquier excepción: “quien bien ama nunca olvida” . Empero, en el refranero m exicano se encuentran varios casos en que el refrán se vale de las dos form as; para la praxis lingüística m exicana, como ya se dijo, “quien” equivale sim plem ente a “el que” y “ la que”, y viceversa. Como es evidente, la ventaja está a favor de “quien” por esta polivalencia formal. Por tanto, nuestros refranes “el que...” con las variantes que acabam os de m encionar, están directam ente relacionados no sólo con el paradigm a parem iológico hebreo ‘ishl’ishah, m encionado por Alonso, sino con toda la tradición parem iológica jurídica de la que hemos hablado. Es fácil ver la intercam biabilidad entre la estructura “hombre + adjetivo” y “el que es + adjetivo” . Por otro lado, la m ism a form a parem iológica ‘ish/’ishah ha aportado directam ente su caudal al refranero español y, a través de él, al 81. 82.

Cfr. García de Diego, op. cit., p. 211. Charles E., Kany en su Sintaxis hispanoamericana (Gredos, Madrid, 1976, p. 166 y s.) da varios ejemplos de la substitución, en el habla latinoamericana, por “que” de algunas de las expresiones con “quien”: por ejemplo “a quien”.

107

E l hablar lapidario

m exicano. Para convencerse, bastaría con ver ya el vocabulario de Correas, ya el refranero de Rubio. Hay que notar que los refranes bíblicos de la estructura ‘ishPishah son pasados al latín por San Jerónim o m ediante la estructura latina “v/r + adj.". Por ejem plo: vir iracundusprovocat rixas, vir impius fodit malum ,83 Igualm ente importante es la estructura parem iológica “más vale...” que, cuyo alcance como paradigm a parem iológico es tan vasto o más que la anterior. Luis A lonso Schókel,84 llama a los refranes de este grupo, refranes de “valoración com parativa” e incluye los refranes “más vale...” en los otros tipos de com paración parem iológica de la Biblia. Ya se sabe que, al fin de cuentas, todo refrán implica, a su m odo, una com paración. En efecto, como dice Alonso, La valoración comparativa es uno de los temas favoritos de los refranes. El hebreo suele emplear la fórmula tob min, el castellano prefiere “más vale [...]” ... La comparación es muy frecuente en los refranes populares. Lo m ism o que las laboriosas hormigas enseñan diligencia al perezoso, la comparación ofrece su lección para algún comportamiento en la vida. O bien valoramos un comporta­ miento poniéndolo en paralelo con otro ejem plo.85

El refrán de nuestro corpus “ más vale paso que dure y no trote que canse” , por ejem plo, es una de estas valoraciones com parativas como, en general, nuestros refranes “ más vale” que, en efecto, establecen una explícita com paración entre dos axiologías de las cuales la inferior, de acuerdo con el refrán, es superior en apariencia. Los refranes “más vale” son, una form a de refrán consejo ya que discursivam ente un refrán “más vale” es, a su m odo, un consejo: se les podría 1lamar consejos contrasti vos. Esta forma paremiológica, por tanto, se origina en los m ism os medios que dan origen al consejo. Su am biente vital es muy parecido al del refrán anterior. La contrastación es principalm ente una estructura, pero tam bién puede ser considerada dentro de las form as parem iológicas universales. Desde luego, entre las estructuras parem iológicas antiguas e im portantes, hay que m encionar, sin duda, la de los refranes que descansan lógica y form alm ente

83. 84. 85.

108

Estas estructuras han sido discutidas en nuestro libro Por el refranero mexicano, Monterrey, Fac. de Fil. y Letras de la UANL. 1988. pp. 31 y ss. “Proverbios hebreos y refranero castellano”, en La traducción bíblica , op. cit., p. 104. Ibid. pp. 105 y s.

/.QUÉ ES UN REFRÁN?

en una com paración explícita del tipo “es m ejor A que B”, “más vale A que B ”, “vale m ás A que B ” , “A es m ejor que B ”, etc. La parem iología, además, debe determ inar las equivalencias y diferencias entre las significaciones de cada una de esas fórm ulas. Por ejemplo, el refranero m exicano pone de m anifiesto que no se da el m ism o tipo de significación en los refranes “más vale A que B ” que en los refranes “vale más A que B” .86 En el prim er caso se trata, simplemente, de los muy tradicionales refranes “más vale” . Se trata de una com paración explícita en donde se opta por la prim era de dos axiologías perfectam ente paralelas. Por lo que hace a la estructura “vale m ás”, cabe decir que el refranero m exicano desarrolla a partir de ella dos tipos muy distintos de refranes. En el primero y más frecuente “vale m ás A que B ” es equivalente, sin más, a la estructura “más vale A que B” . Es decir, aquí el orden de los factores no altera el producto. Pero en el refranero mexicano hay refranes en que sí lo hace. Por ejemplo: “vale más el collar que el perro” , “vale más el forro que la pelota” . La m ordacidad que este tipo de expresiones parem iológicas encierran se pierde, sim plem ente, si en vez del “vale m ás” se pone “más vale” . La frase, de ser exclam ativa y satírica, se convierte en una sentencia gnóm ica de tono serio y con un sentido totalm ente distinto. Este tipo de refranes consta, por lo general, de tres elementos: la fórm ula de com paración, expresada por la frase “más vale...”, “es m ejor...”, etc.; y los dos térm inos de la com paración. La fórm ula de com paración no siem pre es dada por el verbo “valer” o sus equivalentes: a veces se constituye m ediante el adverbio “m ás” m odificando directam ente al verbo. Así: “más m anda...”, “m ás tiran...”, “más m atan...” . Los térm inos de com paración, en cambio, suelen ser de dos tipos en el refranero m exicano según que se comparen objetos o acciones. En el prim er caso, tenem os lo que podríam os denom inar la com paración nom inal; en el segundo, la verbal. Los tipos de refranes com parativos presentes en el refranero m exicano son tres. Un prim er grupo com para objetos o situaciones y abarcan dos estructuras: a) la prim era es la tradicional “más vale a que b” en donde a y b son sustantivos y denotan, por tanto, la com paración entre dos objetos o situaciones: “m ás vale m aña que fuerza”, “más vale un mal arreglo que un buen pleito” ; “m ás vale salud que dinero” , b) La segunda estructura de estos

86.

Eso aparecerá, más adelante de manera clara tanto en la clasificación estructural que haremos de nuestro corpus , com o en los posteriores análisis estilísticos de este tipo de refranes contrastivos.

109

E l hablar lapidario

refranes no em piezan por la fórm ula “más vale...” sino que el verbo “valer” es substituido por otro verbo de m anera que los refranes de este grupo adoptan la estructura “m ás + verbo...”, por ejem plo: “m ás tiran tetas que carretas”, “m ás m anda el oro que el rey”, “más m atan cenas que guerras” . Se trata de dos acciones de la m ism a índole llevadas a cabo por distintos actores, c) Hay un tercer grupo parecido al anterior sólo en el hecho de que los objetos que se com paran son acciones situacionales contrapuestas; se trata de refranes cuyo objeto de com paración son, por tanto, verbos: “m ás vale burro que arrear que no carga que cargar” , “más vale rodear que rodar” . En los refraneros españoles actuales aún tenem os refranes “m ás vale...” : “m ás vale mal acuerdo, que buen pleito” ; “más vale rico labrador, que m arqués pobretón” ; “m ás dura una taza vieja que una nueva” .87He aquí algunos de los refranes “m ás vale” del refranero m exicano presentes en nuestro corpus : M ás vale agua de cielo que todo el riego. M ás vale atole con risas que chocolate con lágrimas. M ás vale bien com ido que bien vestido. M ás vale dar un grito a tiem po que cien después. M ás vale llorarlas m uertas y no en ajeno poder. M ás vale m alo por conocido que bueno por conocer. M ás vale poco pecar que m ucho confesar. M ás vale quedar hoy con ganas, que estar enferm o m añana. M ás vale m uchos pocos que pocos m uchos. M ás vale un hecho que cien palabras. M ás vale m aña que fuerza. M ás vale m earse de gusto que de susto. M ás vale guajito tengo que acocote tendré. M ás vale bien quedada que mal casada. M ás vale burro que arrear que no carga que cargar. M ás vale gotera que chorrera.88 M ás vale causar tem or que lástima. M ás vale llegar horas antes que m inutos después. M ás vale el diablo por viejo que por diablo. M ás vale estar mal sentado que mal parado. 87. 88.

no

Miguel Tirado Zarco, Refranes, Ciudad Real. Ferea Ediciones, 1987, p. 134. Una variante dice: “más vale tener gotera que tener chorrera”.

/.Qué

es un refrán ?

Más vale ser arriero que borrico. Más vale una abeja que mil moscas. Más vale oler a untó que a difunto. Más vale pura tortilla, que hambre pura. Más vale paso que dure y no trote que canse. Más vale paso que dure y no que apresure. Más vale payo parado, que payo aplastado. Más vale petate honrado que colchón recrim inado. Más vale poco y bueno que mucho y malo. Más vale ser un picaro bien vestido, que un hom bre de bien harapiento. Más vale solo que mal acompañado. Más vale tarde que nunca. Más vale tierra en cuerpo que cuerpo en tierra. M ás vale una colorada que cien descoloridas. M ás vale una vez colorado que cien descolorido. M ás vale una hora de tarde que un minuto de silencio. Más vale un carajo a tiem po que cien m entadas después. Más vale un mal arreglo que un buen pleito. M ás vale ver la cara al juez y no al sepulturero. Más vale un tom a que dos te daré. Más vale querer a un perro y no a una ingrata m ujer.89 Más vale prevenir que lamentar. Más vale rato de sol que cuarterón de jabón. M ás vale ser perro de rico que santo de pobre. Más vale perro vivo que león muerto. Más vale ser cabeza de ratón que cola de león. M ás vale Tianguistengo que tianguistuve. Más vale que digan “aquí corrió” , y no “aquí m urió” . M ás vale m orir parado que vivir de rodillas.90 M ás vale tratar con picaros que con pendejos. Más vale tuerta que ciega. M ás vale rodear que rodar. M ás vale llegar a tiem po que ser invitado. M ás vale ser m ujer pública que hom bre público. 89. 90.

La versión española de este refrán "grega: “pues éste cuida la casa y ella la echa a perder”. Una variante dice: “más vale morir de pie que vivir de rodillas”.

111

E l hablar

lapidario

M ás vale pájaro en m ano que un ciento volando.91 Más valía estar m uerto aquí, que vivo en Tlacotalpan. Esta estructura parem iológica tam bién es transcultural si no es que nos hallam os ante uno de los universales parem iológicos. Corresponde, por ejem plo, al hebreo tob min..., como se dijo, al latín melius est o melior est, al francés vautmieux o il vaut mieux o al alem án besser.... Por ejem plo: melius est abundare quam deficire (más vale que sobre y no que falte), melior est vicinus iuxta, quamfraterprocul (más vale vecino cerca que herm ano lejos), meliora sunt vulnera diligentis quamfraudulenta oscula odientis (más valen las heridas del am or que los besos del odio); vaut mieux avoir dixfilies que

dix mille; il vaut mieux rire que pleurer; besser ein Spate in der Hand ais eine Taube a u f dem Dach. Si atendiéram os no a la estructura sino a la forma, nos encontraríam os con más profundos y universales paradigm as parem iológicos. Ya discutim os m ás arriba las distintas acepciones que la palabra “form a” tiene en las actuales ciencias dei lenguaje. Cuando aquí hablam os de “form a” nos referim os a la organización textual dependiente de la función: una “form a” se configura por el hecho funcional de que el texto en cuestión sea un consejo, una orden, una súplica, una exclam ación, una sentencia, para no hablar más que de algunas de las form as m ás sim ples.92 Pues bien, una de las estructuras parem iológicas más extendidas culturalmente adoptan una form a que podría­ mos llamar parenética y que incl uye tanto a los consejos, com o a los m andatos o las prohibiciones. Son los enunciados que J. L. Austin llama, com o hemos señalado, “perform ativos” . Luis Alonso Schókel los encuentra en la Biblia: El refrán es com o un consejo que a veces se viste de mandato; por esto le oím os manejar los imperativos del mandato y la prohibición. Cuando en la segunda mitad dice los resultados de su consejo, se puede leer casi com o una condicional:

91. 92.

112

Un refrán alburesco veracruzano, que puede considerarse como una variante de este célebre refrán, dice: “Más vale pájaro en mano que un siento rico". No vamos a retomar aquí la cuestión, ya mencionada, de cuántas y cuáles son las “formas sim ples”, al estilo de Jolles; asumimos por “forma simple" simplemente la que no incluye dentro de sí una “forma simple". Una carta, por ejemplo, es indudablemente una forma textual en la medida en que está configurada por una función. Sin embargo, en una carta puede haber consejos, exclamaciones, cuestionamientos. relatos, descripciones: una carta, pues, es una forma que puede ser simple o compuesta. A la “manera de decir" de un refrán la llamamos “conformación”. La “conformación” incluye, por tanto, tanto las “formas" como “estructuras” y demás “configuraciones” de que consta esa “manera de decir".

/.Qué

es un refrán ?

Haz esto [...] y te sucederá aquello = Si haces esto [...] te sucederá aquello. Otras veces la segunda parte introduce una modalidad de la acción [...] Aún más frecuentes son las formas negativas, com o previniendo con la propia experiencia al que aún no la tiene[...] El Eclesiástico (= Jesús Ben Sira) compone series enteras de prohibiciones, explicadas o motivadas, por ejemplo, capítulos 7 y 8; fuera de ellos, la forma “no hagas...” es una de sus favoritas. Hay una variante castellana que consiste en juntar dos prohibiciones para crear un efecto inespe­ rado, com o emparentando individuos de familias lejanas; en tales casos el refrán castellano prefiere la negación “ni[...j ni[...]”, que sujeta con más fuerza las dos piezas.93

Estos m oldes parem iológicos bíblicos educaron, pues, las hablas euro­ peas y sirvieron de huellas para que sobre ellas se calcaran las conformaciones sapienciales del vulgo. Cuando aquí hablamos de refrán m exicano, por tanto, con la intención de docum entar el discurso lapidario hay que tener en cuenta que esas m atrices parem iológicas son viejos m oldes que hollaron muchos otros pies. Entre los refranes de nuestro corpus, he aquí algunos ejem plos de refranes parenéticos: Agua que no has de beber, déjala correr. Agua que no has de beber, no la pongas a hervir. Al caballo palpado, nunca lo m ontes confiado. Al que tu casa sustenta dale siem pre la contenta. Al que te quiere com er alm uérzale tú primero. N unca juzgues mal de un año m ientras no pase diciembre. N unca engordes puerco chico/porque se le va en crecer, /ni le hagas favor a un rico/que no lo ha de agradecer. N unca dejes cam ino por vereda. N unca preguntes lo que no te importa. N unca cantes cuando pierdas, que ya llegará tu día. A estos refranes perform ativos hay que asim ilar una gran cantidad de refranes que, en un estilo altam ente lapidario, form aron parte de las tradicio­ nes parem iológicas hispánicas desde muy temprano. Adoptan la estructura de un recetario bajo el esquem a m al-rem edio del tipo “para esto... esto” o su gemela “a esto... esto” . He aquí un par de ejem plos de nuestro acervo: 93.

L a tr a d u c c ió n b í b lic a , op. c it.,

pp. 102 y ss.

113

E l hablar lapidario

A buena hambre, gordas duras. A buen tragón, buen taco. A cam a corta, encoger las piernas.94 A cam ino largo, paso corto. A cazador nuevo, perro viejo. A cena de vino, desayuno de agua. Para un buen burro, un indio; para un indio, un fraile. Para un gavilán liviano, un tuvisi m adrugador.95 Para uno que m adruga, otro que no se acueste. Para una buena hambre, una buena tortilla. El carácter transcultural de nuestro acervo se m uestra, tam bién, en las m uchas deudas que tiene contraídas, por obvias razones de ascendencia lingüística, con la cultura latina. Una simple mención a los refranes de nuestro acervo que son de origen latino nos persuadiría enseguida que, en efecto, el fenóm eno que afrontam os tiene alcances más generales. De allí provienen, en efecto, refranes com o: “am or con am or se paga” (amor amore complectatur), “ m ás vale que sobre y no que falte” (melius est abundare quam deficere), “quien bien te quiere te hará llorar” (qui bene amat bene castigat), “más vale tarde que nunca”, “nadie da lo que no tiene” , “el que escribe lee dos veces”, “del plato a la boca se cae la sopa” . A san Jerónim o se suele atribuir el origen de nuestro popular refrán “a caballo regalado no se le m ira el diente” que en latín decía noli equi dentes inspicere donad o bien “el am or todo lo vence” . De hecho, san Jerónim o era muy aficionado a regar sus textos con sentencias, dichos y adagios de la más variada índole. M uestra de ello son sus Cartas.96 Algunos de sus dichos, como se ha visto, han pasado directam ente a enriquecer nuestro acervo, otros han encontrado su expresión en los referentes de la cultura m exicana. Así, la célebre carta 57 a Pam aquio, verdadera teoría jeronim iana de la traducción, está salpicada, aquí y allá, de m áxim as, sentencias, adagios y refranes del tipo de: “ sólo sé que no sé” (scio quod nescio), el socrático “conócete a ti m ism o” es transform ado por Jerónim o en te ipsum intellige, “m andar bueyes al gim nasio es perder aceite y dinero” 94. 95. 96.

114

El refrán español que dio origen a este refrán dice: “a cama chica, échate en medio". Así lo registrad profesor Higinio Vázquez Santa Ana, Jiquilpan y sus prohombres, M éxico, Botas, 1 9 3 4 ,p. 171. Cartas de San Jerónimo, Introducción, versión y notas por Daniel Ruiz Bueno, dos tomos, Madrid, BAC, 1962.

¿Q ué

es un refrán ?

(ioleum perditet inpensas qui bouem mittit ad ceroma) que, mutatis mutandis, es ni más ni menos, nuestro “ lavar puercos con jabón es perder tiem po y ja b ó n ” . Desde luego, es la cultura latina97. en su total idad, una de las fuentes más abundantes y variadas del acervo parem iológico mexicano. Sin la pretensión de ser exhaustivo, m enciono, a guisa de ejemplo, algunos de los refranes que nos llegaron o de ámbitos latinos o en indumentaria latina. “La voz del pueblo es la voz de D ios” {voxpopuli vox Dei) proviene de una carta de Alcuino a Carlomagno; “di m entira y sacarás verdad” de Quinto Curcio. Sin embargo, también circuló un contrarrefrán que no llegó a nuestro refranero y que dice exactamente lo contrario: voxpopuli, voxdiaboli (“la vozdel puebloes la voz del diablo”). “ El que persevera alcanza” ( vincit qui patitur). “Tanto peca el que m ata la vaca como el que le detiene la pata ” {Utique suntfures etqui accipit et qui furatur)] “el trabajo lo vence todo” {labor omnia vincit); “ la paciencia todo lo alcanza” {patientia vincit omnia)] “el amor es ciego”

{amor cae cus). Hay otros universales parem iológicos o cuasi-universales de índole discursiva. Me refiero a una serie de rasgos parem iológicos que hemos ido estableciendo aquí y que forman parte del funcionamiento discursivo lapida­ rio. Se trata tam bién de paradigm as parem iológicos: los refranes de todas las culturas se comportan discursivamente siempre como textos gnómicos. Entre sus rasgos distintivos, m enciono, a guisa de ejemplo, tanto la parasiticidad como la sentencialidad, de las que hemos hablado anteriormente. Esto plantea el problem a que, desde luego, no discutiremos aquí, expresado en la pregunta ¿de qué consta un paradigm a parem iológico? En lo que antecede hemos intentado m ostrar cómo algunas estructuras y formas de refranes constituyen moldes tradicionales típicos del género que aún suelen revestir los refranes en los actuales sistem as parem iológicos, al menos los indoeuropeos y el hebreo bíblico que han servido de matriz, por distintas razones, a nuestro sistema textual. Ello bastaría para m ostrar que al menos algunos de los rasgos del discurso lapidario obtenidos del análisis del corpus de refranes m exicanos, tienen un alcance transcultural y su vigencia abarca al menos los tipos lingüísticos indoeuropeos. Sin embargo, al encontrarnos con refranes que aún siéndolo no siguen los moldes tradicionales, anteriorm ente m encionados,

97.

Para el acervo paremiológico que nos llegó a través del latín, puede verse la ya citada recolección de Víctor-José Herrero Llórente. D ic c io n a r io d e e x p r e s io n e s y f r a s e s la tin a s . Madrid, Gredos, 1985.

115

E l hablar

lapidario

llegam os a la conclusión de que es la función del refrán la propiam ente portadora de los rasgos parem iológicos distintivos. Ya hemos señalado, sin embargo, que el hábito no hace al m onje y que, por tanto, no basta con que un texto tenga la conform ación de un refrán para que lo sea. Debe desem peñar tam bién, textualm ente, la función de refrán que es, principalm ente, de tipo discursivo. N ada raro, entonces, que, pese a que el refrán sea, como se ha dicho, un tipo textual tradicional, esté dotado de un alto grado de creatividad en cuanto a sus form as y estructuras: es susceptible, por ello, de buscar nuevas expresiones aunque las funciones sigan siendo las m ism as. Parecería, en efecto, que las constantes parem iológicas, desde el punto de vista de los rasgos distintivos del refrán, no se identifican, necesaria­ m ente, sólo con las estructuras o form as que adopte. Señalarlas, sin em bargo, contribuye a m ostrar que los textos de nuestro corpus están cifrados en un estilo y en una indum entaria textual de índole cuasi-universal: laotra parte, la de las funciones discursivas del refrán m exicano, en parte ya señaladas, serán objeto de reflexiones ulteriores más detalladas. Los indicios aquí m ostrados apuntan, por lo menos, hacia la existencia de una serie de características parem iológicas estructo-form ales de tipo génerico que son com partidas por los textos de nuestro corpus. Por lo dem ás, que no estam os ante conform aciones caseras nos lo m uestra cualquier recopilación transcultural de refranes. M enciono, a guisa de ejem plos, los ya citados Dictionnaire de Proverbes et Dictonsy Diccio­ nario de aforismos, proverbios y refranes. El primero vierte al francés, bajo el título de “ Proverbes du monde ” no sólo refranes de la fam ilia indoeuropea sino de otras doce fam ilias lingüísticas. El segundo, en cam bio, recoge las versiones de alguno de los más tradicionales refranes hispánicos en lenguas como portugués, francés, italiano, inglés, alemán o latín cuya sim ple consulta m uestra hasta donde hay patrones parem iológicos que al menos alcanzan a los sistemas textuales pertenecientes a un mismo tipo lingüístico. Por ejem plo, el refrán “caballo que vuela no quiere espuela”, presente en nuestro acervo, tiene sus equivalentes en las diferentes lenguas arriba m encionadas de la siguiente manera: Portugués: Cavalo que voa nao quer espora Francés: Cheval bon et trottier, d ’éperon n ’a métier Italiano: Caval che corre, non ha bisogno di sprone Inglés: A willing horse must not be whipped

¿Q ué es

un refrán ?

Alemán: Williges Pferdsolí man nicht spornen Latín: Strenuos equos non esse opere defatigandos.98 No sería difícil, a partir de corpus translingüísticos, esbozar caracterís­ ticas generales del género parem iológico del tipo de las siguientes: las proposiciones de los refranes son o generales o generalizables, lo cual se indica en lenguas como el español o el francés por el empleo de artículos definidos: “aunque la m ona se vista de seda, mona se queda” ; Aínda que vistas a mona de seda, mona se queda (portugués); Le singe est toujours singe, et fút-il déguisé en prince (francés); La scimmia é sempre scimmia,

ancovestitadiseta(ita\\ano);Anape ’san ape, avarlet 's, though they be ciad in silk or scarlet (inglés); Affen bleibet Ajfen, wenn man sie auch in Sammet Kleidet (alem án); Simia semper simia, etsi aurea gestet insignia (latín); en otros casos la ausencia de artículo o el uso de otros determinantes dan al refrán el alcance general m encionado. Por otro lado, los refranes se estructuran en torno a categorías lógicas simples como la implicación o la exclusión. El tiempo verbal preferido de los refranes es un presente “atem poral” en tercera persona, en los refranes constati vos, en segunda en los refranes performati vos. Quizás, en buena lógica, hubiera parecido más necesario haber com en­ zado por buscar los rasgos específicos de lo parem iológico y ver luego si se encontraban en los textos de nuestro corpus. Hemos, empero, seguido el camino más transitado en las actuales ciencias del lenguaje: siguiendo criterios m eram ente funcionales, hemos asumido como refrán todo texto que se com porte como refrán, independ ientemente de su estructura y de su forma. Tarea posterior es, entonces, constatar si esa estructura y esa forma responden a esquem as que otros sistemas lingüísticos consideran como típicam ente paremiológicos. Sin pretender abordarel asunto, el problema se trasladaría a indagar cuál es la función de un refrán para verificar, después, en qué medida los textos de nuestro corpus cumplen con esa función. En nuestro caso, sin embargo, esta cuestión de parem iología com parada es sólo tangencial. Nos basta, en efecto, con constatar de una m anera general que los textos de nuestro acervo no se distinguen, en general, de los refranes de otros sistemas textuales así pertenez­ can al mismo tipo lingüístico. No se requeriría, en efecto, mucha tinta para demostrar que las m arcas parem iológicas de tipo estructo-formal que en 98.

Diccionario de aforismos..., op. cit., p. 121.

E l hablar lapidario

nuestro corpus aparecen, son fundam entalm ente las m ism as que aparecen en las diferentes lenguas indoeuropeas. A dem ás, esta investigación se interesa m arcadam ente en los aspectos discursivos de los refranes, puesto que nos ocupam os del discurso lapidario, hem os de insistir en los rasgos específicos de tipo discursivo del refrán. De allí la respuesta afirm ativa a la pregunta ¿puede ser refrán un texto que no ha sido acuñado en ninguno de estos m oldes ancestrales? Es el caso, por ejem plo, de nuestro refranes exclam ativos, de los que hablarem os más adelante com o discutirem os varias otras cosas de las aquí planteadas. Estos refranes son de tipo acústico y corresponden a la concepción del ' ‘sonido estupendo” , " m u y propia del espíritu barroco que impregna, por vocación, la cultura m exicana. Por tanto, estos refranes exclam ativos presentan particularidades desde el punto de vista sem ántico: tienen como función discursiva principal el ornato y se conectan con el discurso m ayor en que se enclavan, sea diálogo o discurso argum entativo, no m ediante los tradicionales conectivos de tipo entim em ático sino de tipo acústico. Desde luego, al analizarlos más adelante, hem os de enfatizar el carácter parásito de estos textos, sus m ecanism os de relación con los discursos m ayores, especialm ente con el diálogo, pero tam bién con otros tipos textuales como los discursos argum entativos o los textos cifrados en otras estructuras, como los narrativos. Por tanto, habría que concluir que, tam bién desde el punto de vista discursivo, los textos de nuestro corpus pertenecen sin duda al universal paradigm a de los refranes. En todo caso, está claro que aunque trabajam os sobre un corpus parem iológico que podríam os llamar “ local” , sus m oldes, sus rasgos tanto estructurales y form ales como, sobre todo, discursivos lo enclavan, por necesidad, en los universos mucho más extensos y, en algunos casos, casi universales del refrán: el refrán, en todas las culturas, se com porta com o tal, independientem ente de su form a y de las estructuras que adopte. Se da el caso, em pero, según lo hem os visto, que dadas las form as, estructuras y funciones que caracterizan al refrán m exicano, los refranes de nuestro corpus form an parte, por razones de género y de cu Itura, de una m ucho más ampl ia tradición textual que dotan a los textos de nuestro corpus del rango de cuasi-universalidad suficiente para que las conclusiones que aquí establecem os en base al refrán m exicano, tengan alcances tam bién cuasi-universales.

99.

118

Sobre laexpresión “sonido estupendo” como característica del estilo del barroco, puede verse nuestro libro Estudios sorjuanianos, Morelia, Instituto Michoacano de Cultura, 1988, pp. 69 y ss.

IV LA TEXTUALIDAD DE LOS REFRANEROS

R

e fr a n e r o m e x ic a n o

Por principio de cuentas, hacem os nuestra la definición que da la últim a edic ión del Diccionario de la lengua española de la Real A cademia Españo­ la:1“colección de refranes” . Sin em bargo, para este estudio, “refranero” es mucho más que una “colección de refranes” . Es, como verem os enseguida, un tipo textual muy usado desde el siglo XVI en las sociedades hispanohablan­ tes tanto com o un libro de consulta sobre estas frases breves y sentenciosas, llamadas refranes, y desde luego como un lugar de encuentro con la sabiduría ancestral sobre las más variadas situaciones que suelen presentarse en la vida cotidiana. Más aún. puesto que se llama refranero, fundam entalm ente, a toda "colección de refranes", nos encontram os a lo largo de la historia de la textualidad hispánica unos acervos de refranes con pretensiones prim arias de tipo I¡terario: me refiero a obras como el El diálogo de la lengua. Quijote. La Celestina. El Periquillo Sarniento. Arrieros o Las tierras flacas que escritas prim ariam ente con fines literarios albergan, de hecho, verdaderas "colecciones de refranes" constituyendo, por ende, verdaderos refraneros, aunque de distinta índole. Al térm ino "refranero", por tanto, dam os dos acepciones a partir de ese significado fundam ental: en una prim era, designam os los refraneros-acervo que, como decía, conform an una larga y sólida tradición com o tipo textual autónomo aunque acuñado ya bajo el paradigm a de un diccionario, ya bajo el modelo del libro bíblico de los Proverbios como un libro de enseñanzas m orales.2 Ese tipo textual, el “ refranero”, ha servido, a lo largo de al m enos E 2.

Madrid. 1992. Para documentar la función que la cultura hispánica atribuyó en su momento a los refraneros, bastaría con consultar los títulos de ellos en un hipotético catálogo. A nosotros nos basta un catálogo real que aunque incom pleto desde el punto de vista de la tradición paremiológica hispánica, muestra bien la

I 19

________________________________________ E j. 11A|i 1.AR I.API DARIO

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______

quinientos años, no sólo para alim entar el habla popular y hacer sobrevi viren ella una serie de textos preciosos de la sabiduría ancestral, sino com o una perm anente fuente de consulta de una m oralidad, una m anera de hacer las cosas y una actitud ante las diferentes situaciones de la vida. En cam bio, llam am os aquí "refranero m exicano” al acervo de los refranes que, en el sentido genérico ya expl icado, han formado parte de alguna de las hablas m exicanas en alguna época de su historia. Los refraneros son tipos textuales que, por loque hace a la lengua española, fueron inaugurados, a la zaga del libro bíblico de los Proverbios, por obras tan prestigiadas com o lo fueron en el ám bito culto los Proverbios ele gloriosa doirinu e fructuosa enseñanza de don Iñigo López de M endoza (1398-1458), m arqués de Santillana, o los ya muchas veces m encionados Refranes que clizen las viejas tras elfuego en el ám bito popular. Bien se sabe, sin em bargo, que la tradición hispánica ha alim entado desde siempre una textual idad muy rica en coleccio­ nes de dichos m orales mucho más antiguos, como los de Séneca. Empero, ningunade estas viejas colecciones asumió la muy tardía etiqueta de "refranero". Si bien la realidad textual de los refraneros es antigua, el vocablo “ refranero” es, en efecto, tardío. Es producto apenas del siglo XIX y se usa prim eram ente para designar al hombre dicharachero del cual, por lo dem ás, se dice una veces que es de hablar certero, y otras que es un em bustero. M uchos de los actuales vocablos que en el español actual term inan en -ero em pezaron siendo adjetivos y luego asum ieron una función sustantiva conser­ vando a veces la función anterior, a veces perdiéndola. Com o adjetivos, los más de los vocablos en -ero indican una m anera de ser; rem iten, por tanto, a una costum bre. Así, el pendenciero, el justiciero, el ranchero. De allí se sustantivó y pasó a significar prim ero al objeto designado por el nom bre sufijado y hasta después su función específica. Una gran cantidad de estos nom bres en -ero denotan solam ente la relación de un sujeto con el objeto referido por el nom bre sufijado: un zapatero, con respecto a los zapatos o un cartero con respecto a las cartas. Con frecuencia, sin em bargo, los nom bres en -ero significan ya un espacio en el que se contiene, alm acena o conserva algo, ya el m aterial de que está hecho algo. Así, un ropero es un m ueble que

f u n c ió n s o c ia l d e s e m p e ñ a d a p o r lo s r e fr a n e r o s . M e r e fie r o al e x tr a c to d e l c a t á l o g o g e n e r a l d e la B ib li o t e c a

Colección de libros de la sección paremiológica. Obras que ex profeso o incidentalmeníe tratan de refranes, proverbios, adagios, sentencias, máximas, apotegmas, emblemas, consejos, aforismos, enigmas, conceptos, avisos, empresas, problemas, y dichos notables, sentenciosos, agudos y graciosos. V a l e n c i a , I m p r e n ta d e F e r r e r d e O r g a , 1 8 7 2 . d e S a l v á , e s c r i t o p o r D . P e d r o S a l v á y M a i le n , t it u la d o

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L a thxtuaeidad di-; ios refraneros

sirve para guardar ropa. Éste es, precisamente, el sentido prevalente en la palabra “ refranero''.3 Denota, primariamente, su carácter de acervo de refranes. Ya hemos dicho en que sentido aplicamos el adjetivo “m exicano” al acervo de refranes al que remite nuestro corpus. Un refranero como el mexicano es, por otro lado, como un magno fichero con muchos casilleros. O, si se quiere, es como una familia cuyos hijos son los tipos textuales que se cobijan bajo el apel 1¡do de “ refrán” . En efecto, la de los refranes es una gran familia de muchos miembros, aunque no todos hayan nacido en el seno familiar: algunos de los actuales refranes se han asilado en él cansados de sus largas correrías y responsabilidades. Los textos que actualmente forman parte de esa abstracción que es el refranero mexicano no sólo no tienen el mismo origen sino que ni siquiera tienen la misma forma. Para un estudio puramente paremiológico, un tipo de estudio importante del refranero mexicano sería, por consiguiente, llevar a cabo un inventario cuidadoso de formas y funciones en orden a establecer un también cuidadoso sistema denominacional. Aquí, como nuestro propósito es estudiar las carac­ terísticas del discurso lapidario, sólo nos concentraremos y nos ocuparemos de los tipos paremiológicos más aptos para ello. Por razones que aparecerán a lo largo del libro, esos tipos paremiológicos son los que hemos llamado gnomemas o refranes-sentencia. Esta incursión por la textualidad llamada “refranero” tiene la muy importante finalidad de resaltar una de sus características textuales más importantes. Me refiero a la verdad de Pero Grullo de que los refraneros no son sólo acervos, archivos o almacenes de refranes: los refraneros son también y principalmente un tipo textual con su estructura, su discurso y su función bien definidos. Los refraneros, en efecto, no funcionan solamente como testimonio patrimonial de un tipo textual oral sino que, de una u otra manera, pueden servir de medio de transmisión y aún de fuente de ese tipo textual. Es posible que un refranero tan importante como el de Darío Rubio haya servido de fuente para que una serie de refranes sigan vigentes en el habla mexicana.4

3. 4.

C fr. Ignacio Bosque / Manuel Pérez Fernández. D ic c io n a r io in v e r s o d e la le n g u a e s p a ñ o l a . Madrid, Gredos, 1987, pp. 518 y ss. Es posible, por ejemplo, que algunos de los refranes incorporados por Agustín Yáñez en su novela ¿as tie r r a s f l a c a s provengan del refranero de Rubio. Yáñez, por ejemplo, tiene sus fuentes propias, sin embargo, no faltan los casos en los que entre las diversas variantes disponibles del refrán, Yáñez escoge la variante de Rubio. Como ejemplos, escojo sólo dos: el refrán “a cada pájaro le gusta su nido", en el que coinciden Yáñez L a s tie r r a s f l a c a s . M éxico. Joaquín Mortiz, p. 328) y Darío Rubio ( R e f r a n e s .

121

El. 1IAH1.AR LAPIDARIO

Para este libro, por tanto, un "refranero" no es solam ente un alm acén de refranes sino una especie de supertexto 5 conform ado com o un m osaico de pequeños textos que aunque originalm ente independientes entre sí y tener un funcionam iento sociocultural autónom o, al pertenecer al m ism o estado de lengua o al estar en el m ism o refranero, contraen entre sí una serie de relaciones: en efecto, la presencia de un refrán en un refranero es tam bién una m anera que tiene este texto de funcionar, de ser texto. Lo m ism o se puede decir de la función que el refrán desem peña en los textos narrativos, didácticos u otros. Sin el ánim o de ser exhaustivo, bastaría, para percibir la realidad textual del género literario llamado refranero, un simple catálogo bibliográfico com o el que de la Biblioteca de Salvá compiló don Pedro Salvá y Mallen bajo el título de Colección de libros de la sección paremiológica. Obras que ex profeso

o incidentalmente tratan de refranes, proverbios, adagios, sentencias, máximas, apotegmas, emblemas, consejos, aforismos, enigmas, conceptos, avisos, empresas, problemas y dichos notables, sentenciosos y graciosos 6 Por principio de cuentas, bien podría este larguísimo título i lustrar el cam po nocional del discurso gnóm ico de que nos ocuparem os m ás adelante. Por lo que'hace al asunto que aquí nos ocupa, un simple catálogo com o éste nos indica con m eridiana claridad que aunque el vocablo "refranero" sea tardío, su identidad com o tipo textual se rem onta, al menos, hasta el siglo XVI si no querem os reconocer la am plísim a tradición parem iológica tan viva en tierra española desde los tiem pos de Séneca. proverbios)' cJichosy dicharachos mexicanos. M exico A. P. Márquez, 1940. vol, I.ad loe.), tiene la variante que dice: “a cada pajarito le gusta su nidito”. recogida por José Pérez. Dichos dicharachos y refranes mexicanos. 5a edición. M éxico, Editores M exicanos Unidos. 1986. p. 14.

5.

6.

122

C oinciden, igualmente, en el reirán “a las mujeres y a los charcos no hay que andarles con rodeos" (A. Yáñez. Las tierras flacas, p.7 1 y Darío Rubio Op cit.. p. 29) que. no obstante circula en otra variante que dice: “a las mujeres y a los charcos, hay que entrarles por en medio". listos ejem plos, desde luego, pueden multiplicarse. Cabe observar, no obstante, que de estas coincidencias no se sigue, necesariamente, una influencia directa de Rubio a Yáñez ya que admiten otras posibles explicaciones: por ejem plo, que tanto Rubio com o Yáñez hayan recogido algunos de sus refranes en los m ism os abrevaderos lingüísticos que bien pudieron ser el mismo occidente mexicano de donde eran oriundos ambos. Dado que no contamos con una dialectología paremiológica. sólo podemos conjeturar el papel que asignam os al refranero de Rubio en la literatura m exicana de ¡asegunda mitad del siglo XX. El refranero de Yáñez ha sido extraído por nosotros y publicado en nuestro libro Refrán viejo nunca miente (Zamora. El C olegio de M ichoacán. 1994. pp. 142 y ss ). El término hipertexto. lamentablemente, que convendría muy ala idea que aquí queremos dar. ya ha sido usado en otro sentido porGérard Genette en Palimpsestes. La littérature an seconddegré . Paris, Du Seuil. 1982. Impreso en Valencia, en la Imprenta de Eerrer de Orga. a espaldas del teatro principal. 1872. impreso com o separata del Catálogo General, pp. 195-248.

L a tlxtijai .idad di . los rllranlros

Por otro lado, un catálogo como éste sirve para trazar con más acuciosidad la línea de la tradición paremiológica española en siglos que, como el XVII, parecerían haber olvidado la vocación hispánica al discurso lapidario. Allí está Juan de Aranda con sus Lugares comunes de conceptos, dichos y sentencias de diversas materias? allí está también el célebre Benito Arias Montano con sus Aphorismos sacados de la historia de Puhlio Cornelia Tácito 78al lado de una serie de libros que como la Idea de un príncipe político christiano, representada en cien empresas, de Diego Saavedra Fajardo; o los Afectos divinos con emblemas sagradas, de Pedro de Salas; o el hecho de las sucesivas reediciones de obras como la Floresta española de apotegmas y sentencias sabia y graciosamente dichas , de algunos españoles, de Melchor de Santa Cruz de Dueñas, que publ ¡cada por vez primera en Bruselas en 1598, tuvo, entre otras reediciones, las de 1614, 1629 y 1702. Lo cual quiere decir, entre otras cosas, que estuvo vigente a lo largo del siglo XVII. Este par de ejemplos mostraría, además que la paremiología del siglo XVII español cambia de lo popular a lo culto. Otra cosa que muestra un catálogo como e 1anteriormente citado de Salvá es la gran popularidad que este tipo de obras tenían y la función social que su discurso desempeñaba. Son obras, por lo general, moralizantes que desem ­ peñan funciones educativas y aun didácticas. Por ejemplo, entre la paremio­ logía culta del siglo XVII se encuentran las obras de Ambrosio de Salazar: un libro de sentencias, con fines educativos, y dos obras sobre la gramática española. Pues bien, el primero de los libros. Las clavelinas de la recreación, indica en el título mismo que se trata de textos “ muy agradables para todo género de personas'’.910Pero así como en algún caso a estos repertorios de dichos se les asigna la fuñe ión de d ivertir, en otros se le asigna una función más seria. Por ejemplo, a partir de la segunda mitad del siglo XVI, empezó a circular una obra titulada Sentencias 10en cuyo título se dice que se tratan de sentencias de di versos autores cuya recopi lación se hizo “ para edificación de buenas costumbres” .11Algunos viejos refraneros, incluso, llegaron a poner en el título esa función: así El sobremesa y alivio de caminantes de Juan

7. 8. 9. 10. 11.

Publicado en Madrid por Juan de la Cuesta en 1613. PublicadoenBarceloñaporSebastiánM atebaten 1614. Salva, op. c i t ., p. 236. No se menciona el autor, sólo se dice que fue impresaen Coimbra por Juan Álvarez impresor del rey, que se terminó de imprimir el 20 de marzo de 1555. Se conocen varias ediciones. Salvá, op. c it.. p. 240.

123

EL HABLAR LAPIDARIO

Tim oneda. Esto pone de m anifiesto, pues, una muy vigorosa y versátil tradición de textos escritos, de muy diversa índole, que recogen refranes para que leídos, sirvan ya para el solaz de sus lectores, ya para su edificación. Hoy llam am os refraneros a esas obras, entonces, antes de que se inventara el nom bre, se llam aron de muy diversas m aneras, acercándolas a los tipos textuales entonces conocidos. Ello nos lleva, pues, a verificar que es muy antigua la convicción de que, desde el punto de vista textual, el refrán no es, en el am biente culturalm ente m ixto de la actualidad, ni sólo ni principalm ente un texto que haya de ser considerado única y exclusivam ente desde los cánones de la tradición oral: tiene otras funciones igualm ente importantes, otras m aneras de funcionar textualm ente y, desde luego, otras m aneras de transm itirse. Más aún, el presente estudio quiere llam ar la atención sobre las olvidadas funciones discursivas del refrán tan antiguas y tradicionales com o las que le asignó la tradición oral. Estas funciones discursivas, puede decirse, parecen estar en proceso de ser recuperadas por el refrán no sólo en la m edida en que tiende a ocupar un lugar en la literatura m exicana contem poránea sino en la m edida en que tiende a penetrar en otros tipos discursivos. Me refiero no sólo a funciones com o la de ornato y la argum entativa, sino a funciones com o la didáctica y la jurídica. En todo caso, se puede afirm ar que la presencia del refrán es muy abundante y variada en las recientes form as narrativas de la literatura m exicana actual. En suma, es posible asentar que las funciones que el refrán tiene actualm ente en las diferentes hablas m exicanas, son tan im portantes y variadas las de la textualidad escrita com o las de la oralidad. A dem ás, el uso de un refrán ya en un refranero, ya en un texto narrativo com o una novela, ya en un periódico, un film, una carta o cualquier texto escrito no im porta a qué género pertenezca, yaen una conversación ordinaria o en un discurso de tipo argum entativo escrito sobrepasa, ciertam ente, los límites de una oral idad en estado puro. Actualm ente, en nuestra cultura, puede decirse que las funciones textuales del refrán tienden hacia una textualidad híbrida. Por tanto, en esta investigación sobre el discurso lapidario asum im os los refranes con este cúm ulo de funciones textuales, m ixtas y m últiples, que tienen en la actual textualidad m exicana. N uestro corpus, por tanto, nuestra versión del “ refranero m exicano”, está com puesto tanto por refranes tom a­ dos directam ente del habla popular m exicana, com o por refranes que funcio­ nan en textos escritos: la condición de pertenencia a este refranero que deben cum plir los textos que en él incluim oses.solam ente.su condición de refranes

124

L a TRXTUAI.IDAD DI. I.OS RH1RANKROS

reconocida por sus usuarios dentro de alguna de las hablas m exicanas, no importa quienes sean estos usuarios. A sum im os aquí, por tanto, que un refranero es un tipo textual con pleno derecho, tan válido como cualquier otro tipo textual. Un refranero, por consiguiente, aunque se trate de una mera recopilación o florilegio de refranes, tiene una función social com o todos los tipos textuales. Un refranero es, en sí mismo, un texto que impl ícitam ente docum enta los refranes que contiene. La textualidad de un refrán es, por el hecho de form ar parte de un refranero, tan válida como la textualidad de un refrán en una expresión de la lengua hablada por un grupo hum ano. A sum im os aquí, por consiguiente, que ni las caracte­ rísticas form ales de un refrán, ni sus principales funciones discursivas, ni sus rasgos de lapidariedad son afectados por esta m ultifuncionalidad a que nos acabamos de referir. El anterior concepto de “refranero” aparece bien explícito en la tradi­ ción parem iológica m exicana. A principios de este siglo, em pezó a reapare­ cer, en el conj unto de textos que conform an la textual idad m exicana, una muy fortalecida y renovada tradición parem iológica que venía, com o verem os enseguida, de muy lejos: se reanuda el viejo arte de com poner refraneros que, porotra parte, siem pre había aparecido como importado o, en todo caso, como un arte colonizador. Los anteriores refraneros que habían form ado parte de la textualidad m exicana no habían sido textos escritos acá. Estos refraneros mexicanos, en cam bio, fueron textos nativos con frecuencia dotados de una pretensión nacionalista: textos con sus propios objetivos y, desde luego, sus lectores. Los refraneros m exicanos del siglo XX, por lo dem ás, expresan una especial propensión hacia un tipo textual que si bien nunca se había extinguido del habla había ido cam biando, sobre todo el siglo anterior, el prim er siglo después de la independencia, y al conm em orar los prim eros cien años de vida independiente, parece surgir el deseo de hacer inventarios de los refranes hechos acá. Em pero, nuestra m anera de hablar, muy dada a las frases sentenciosas, lapidarias, pul idas, no había nacido de la noche a la mañana: este interés m exicano por el hablar lapidario tenía, a com ienzos del siglo XX, un larguísimo cam ino recorrido del cual, desde luego, no nos vam os a ocupar aquí. Cabe, em pero señalar, que el interés m exicano por lo parem iológico tenía su origen en una crecida corriente alim entada por dos vertientes a cual más de exuberante: una indom exicana y otra hispano-europea. En efecto, el refranero m exicano sem eja, a un m agno árbol cuyas raíces hienden el fértil

125

E l hablar lapidario

suelo del renacim iento europeo, se alim entan de las vetas parem iológicas m edievales y alcanzan los caudales que vienen de la patrística y de la Biblia. Ya M arcel Bataillon m enciona herm osam ente la propensión del alm a hispana hacia la lapidariedad que em ana de los refranes cuando en su ya clásico Erasmo y España dice: España — dice— tierra clásica de la brevedad sentenciosa, del epigrama, del chiste, no tenía lecciones que recibir de la antigüedad en materia de apotegmas. Se habían recopilado ya las sentencias de A lfonso V de Aragón y las del primer Duque de Nájera. La tradición oral guardaba verdaderos tesoros de esas senten­ cias.12

El m ism o erudito achaca a la traducción al español de los Apotegmaía de Erasm o, a m ediados del siglo X V I,13el auge y, hasta se podría decir, la espe­ cie de fiebre parem iológica que se desencadena en España. Los Apotegmas de Erasm o, dice B ataillon14 pudieron contribuir a hacer nacer en la segunda mitad del siglo las grandes recopilaciones españolas, com o la Floresta española de apotegmas y sentencias del toledano M elchor de Santa Cruz (1574) y las Seyscientas apotegmas de Juan Rufo (1596).

Al escudriñar la España del siglo XVI en busca de las huellas de Erasmo, B ataillon descubre la afición española al hablar lapidario y se m uestra im presionado por el arraigo que refranes, sentencias, dichos, adagios y apotegm as tienen en la textualidad española de índole tanto culta com o popular. Es com o si el hablante español se hubiera aficionado a hablar a base de jo y as de alto kilataje: Los españoles — dice— tenían un gusto vivísim o por estas condensaciones de la experiencia humana, memorables por su simetría, por sus antítesis o por su solo laconism o moneda corriente y pulida por un largo uso, pero cuyo relieve resiste maravillosamente al desgaste de los tiem pos.15

12. 13. 14. 15.

126

Marcel Bataillon. Erasmo y España. F.C.E.. M éxico. 1950. Los Apotegmas de Erasmo fueron traducidos al español en 1549 por el bachiller Francisco Thámara y el maestro Juan de Jarava. Op. cit. pág. 626. Marcel Bataillon. op. cit.. pág. 51.

La

textualidad di-: i .os refraneros

El erasm ism o habría significado, pues, según Bataillon, para latradición parem iológica española un importante y decisivo estím ulo: im pulsada por Erasmo, la España de la segunda mitad del siglo XVI se habría aficionado a este hablar lapidario, cuyos gérm enes llevaba en la estirpe, ya desem polvando sus viejos refranes, ya recogiendo en las apenas extinguidas hogueras de la tertulia nocturna los dichos sentenciosos de sus m ayores, ya hurgando en la experiencia cotidiana para recoger esas condensaciones sabias que a fuerza de transm itirse de boca en boca habían perdido su árbol genealógico y recorrían las generaciones, m oldeadas durante siglos de uso popular, en el más riguroso anonim ato. Q uizás sea desproporcionada la parte que de tan magna em presa atribuye Bataillon a Erasmo; quizás no estaría de m ás hacer un nuevo balance y ver si con Erasm o confluyeron otras causas: si, por ejemplo, la m oda parem iológica que Bataillon hace em pezar con Erasm o no venía, en realidad, de más atrás y rebasa, de hecho, al propio Erasm o. Así lo hace José A ntonio M aravall en sus Antiguos y modernos l6quien tras asentar con A m érico Castro que “el refrán nos lleva al centro de la ideología renacentista” , ve en el interés del siglo XVI por el refrán una sim ple expresión del interés por lo hum ano: Es lo cierto que de Erasmo deriva una gran influencia — dice— pero ni es bastante para explicar la tendencia que se observa en nuestros humanistas, ni estos m ism os dejaron de darse cuenta de la importante diferencia que había entre los adagios que Erasmo recopiló y anotó y aquellos proverbios de que tantos escritores españoles se ocuparon [...] El gusto por los refranes se revela en los más rigurosos y entusiastas representantes de la espiritualidad renacentista, desde las primeras fases de este m ovim iento cultural en la península.17

M aravall insiste en que el interés español por los refranes es fruto del espíritu renacentista en su carácter de quintaesencia de lo humano y “expre­ sión del fondo de verdad eterna y universal que la naturaleza buena puso en el hom bre” .18 Sea lo que fuere de ello, este problem a queda, por lo pronto, fuera de nuestro interés inm ediato.

16. 17. 18.

Segunda edición, Madrid, Alianza Universidad núm. 458,1986, pp. 407-413. p. 408. Cita de E l p e n s a m ie n to d e C e r v a n te s de Américo Castro tomada de Maravall ,o p . c it., p. 408. Véase lo señalado en R e fr á n v i e j o , op. c it., p. 73. O p. c it.,

127

E l hablar lapidario

Dos

TIPOS DE REFRANEROS EN LA TRADICIÓN HISPÁNICA

Para el caso que nos ocupa, es im portante hacer notar, de entrada, que el interés español por los refranes fue expresado en dos tipos de textos a los que, aunque sea por analogía, se puede llam ar “refraneros” . Por un lado, están los acervos de refranes: se trata de libros m oralizantes que contienen, en form a sentenciosa, m áxim as del habla cotidiana de las cuales se desprende una m oraleja. Por la m anera como organizan su contenido, los llam arem os “refraneros-acervo” . En este tipo de “refraneros” el m arco discursivo en que se inserta el refrán adopta la form a de un consejo y es, en general, de tipo parenético. Su antepasado más ilustre es el libro bíblico de los Proverbios obra que, por lo dem ás, com o ya hem os señalado, fue la que abrió histórica­ m ente los cauces para que este tipo de refraneros se im pusiera. Los refraneros españoles de los siglos XV, XVI y X V II19conform an esta sólida corriente parem iológica en donde nace y se desarrolla el tipo textual “ refranero” que, andando el tiem po, se irá abriendo paso hasta constituir el tipo textual sobre cuyos derechos llam am os aquí la atención. A guisa de ejem plos, m encionarem os un par de refraneros que circularon el siglo XVI español con el solo ánim o de aprender no sólo algunos rasgos de este tipo de textualidad, sino lo que el “refranero” aportó a la educación de España. Em pezarem os, pues, recordando un refranero español con pie de im prenta de 1541,20 sin lugar, ni autor o recopilador: se titula Refranes glosados. En los

quales qualquier que con diligencia los quisiera leer hallará proverbios: y maravillosas sentencias; y generalmente a lodos muy provechosos. ¡541. Com o bien dice el título, se trata de refranes glosados. La glosa en cuestión es m uy singular: los refranes, en prim er lugar, están enclavados en el m arco de una exhortación de un padre a su hijo. En efecto, el libro em pieza con estas significativas palabras: Un muy virtuoso hombre allegadose a la vejez considerando que los días de su bivir eran breves deseando que uhn sólo hijo que tenía fuesse sabiamente instruydo y consejado: para que discretamente biviese. De los presentes prover­ bios y refranes le adoctrinó. Hijo mió dilectissim o: aprende escuchando la doctrina de mi tu p ad re...21

19. 20. 21.

128

Véase una primera lista de ellos en Refrán viejo, op. cit.. pp. 45 y ss. En Juan B. Sánchez Pérez. Dos refraneros de 1541. Imprenta J. Cosano, Madrid, 1944, pp. 11-65. Op. cit.. p. 13.

La

textualidad oh los refraneros

Esta m agna exhortación de un padre a su hijo podría equipararse al exordio a un serm ón parenético m ientras que el refranero allí insertado mediante diferentes técnicas y con distintas funciones discursivas entre las que no faltan, por ejem plo, la función argum entativa de tipo entim em ático, haría las veces del sermón. En este refranero, con frecuencia el refrán, en efecto, hace las veces de “cierre” a una pequeña exhortación o a un argumento. La obra, dividida en capítulos tem áticos consta de doce. Por ejemplo el capítulo prim ero expresa su contenido con estas lacónicas pala­ bras: “que no deves hablar m ucho” ; La “glosa”, en cam bio, con que empieza el libro dice: loan todos los discretos el poco hablar: pues es vezino de buen callar. Ca es cierto que el que calla no puede errar. E si para hablar piensa bien y delibera primero que hable: y el lugar y el tiempo: seruando buena orden: no será largo en su dezir: porque presto es dicho: lo que es bien dicho.

Con una técnica parecida hilvana una serie de refranes sobre el hablar prudente del tipo de: Quien m ucho habla: m ucho yerra. Al buey por el cuerno: y al hom bre por la palabra. En boca cerrada: no entra moxca. Palabras y plumas: el viento las lleva. A las palabras locas: orejas sordas. A la m ala llaga: m alayerva. De m anera que estos prim eros refraneros estaban ordenados tem ática­ mente y se presentan com o una “doctrina” , “ instrucción” o “consejo” . El “refranero”, pues, en cuanto tipo textual nace en España a im agen y semejanza del 1ibro bíblico de los Proverbios. Con el tiem po fue perdiendo el marco parenético o didáctico y adoptó la forma de una 1ista de refranes legible, sin embargo, y con una función sapiencial autónom a. M uchos de los refranes de este refranero de 1541, como se ve, aún siguen su recorrido de boca en boca en refraneros derivados, com o el m exicano. La técnica de la “glosa” es, por tanto, m últiple y la investigación parem iológica tiene en estos refraneros un caudal inexplorado. De cualquier modo estos prim eros refraneros ponen a circular un caudal de principios sacados de las reservas m orales de la sociedad española frecuentem ente form ulados de m anera parem iológica con senten­

129

E l hablar lapidario

cias breves. Una técnica de glosa, en este refranero es la concatenación de un refrán con otro m ediante un m ecanism o de asociación verbal, tem ática y aún acústica. Ejem plo de las técnicas de concatenación em pleadas por el glosador es el capítulo sexto, que titula el anónimo parem iólogo “cómo te de ves guardar de contender ni pleytear: en especial con m ayor que tu”, 22y que em pieza con el refrán “allá van leyes: do quieren reyes” . Este refrán es introducido por una pequeña exhortación que, por lo dem ás, dom ina todo el refranero: N o te consejo hijo que con grandes señores o mayores que tu no presumas contender; ni pleytear: puesto que tengas buena justicia: porque con el mucho tener o amistades hacen lo que quiere: y al fin allá van leyes: do quieren reyes.

El refrán, pues, aparece en este tipo de parem iología com o un pretexto en el contexto de un discurso m oralizante que parece seguir su propio rumbo. Si bien insertados en el m arco de un discurso, los refranes de este refranero, de cualquier m anera, constituyen con él un tipo textual con derechos propios. El prim er refranero im portante de esta serie es el ya varias veces m enc ionado Proverbios de gloriosa dotrina efructuosa enseñanza de don Iñigo López de M endoza (1398-1458), m arqués de Santillana.23 El otro refranero que em ine por su fam a y por ser realm ente el prim er refranero español, en el sentido que actualm ente se da a esta expresión, es una reedición muy retocada del célebre Refranes que dizen las viejas tras el fuego: nos entrega un valioso testim onio de una de las m uchas m aneras de actuali­ zarlo creadas por la em bestida parem iológica del siglo X V I. Lleva como título

Los refranes que recopiló Yñigo López de Mendoza por Mandado del rey Don Juan24Aquí tam bién se trata tam bién de refranes “glosados” presenta22. 23.

24.

P. 35 y siguientes. 'Para las posibles fuentes de este refranero dentro de la tradición española puede verse a Rafael Lapesa, “Los proverbios de Santillana contribución al estudio de sus fuentes” en Rafael Lapesa, D e la e d a d m e d ia a n u e s tr o s d ía s , segunda reimpresión de la primera edición, Madrid, Gredos, 1982, pp. 95 y ss. Juan B. Sánchez Pérez, op. c it., pp. 67-143. El título de este refranero es larguísimo, como era costumbre en los libros del siglo XVI. Lo voy a reproducir aquí porque contiene unaserie de datos a los que me referiré más adelante: L o s r e f r a n e s q u e r e c o p iló Y ñ ig o L o p e z d e M e n d o z a p o r m a n d a d o d e l R e y D o n Ju a n . A g o r a n u e v a m e n te g lo s a d o s . E n e s te a ñ o d e m il e D . e X L. 1. Y ñ ig o L ó p e z d e M e n d o z a : p o r m a n d a d o d e l r e y d o n J u a n : o r d e n o y c o p ilo lo s R e fr a n e s C a s te lla n o s : q u e s e d ic e n c o m u n m e n te e n tr e to d o g é n e r o d e p e r s o n a s : lo s c u a le s c o m p r e h e n d e n e n s y s e n te n c ia s m u y p r o v e c h o s a s y a p a c ib le s : n o e m p e r o la s m a n ifie s ta s : q u e p u e d e n f á c ilm e n te s e r e n te n d id a s d e to d o s : y p o r ta n to lo s g lo s o n u e v a m e n te u n a p e r s o n a d o c ta : a g lo r ia d e n u e s tr o s e ñ o r y p r o v e c h o y c o n s o la c ió n d e lo s c r is tia n o s e s p e c ia lm e n te d e lo s d e n u e s tr a n a c ió n y la g lo s a e s b r e v e : p o r q u it a r f a s t i d i o : y d a r c o n te n to a lo s le c to r e s : y v a n p u e s t o s lo s r e fr a n e s : p o r la o r d e n d e l a b e c e : y j u n t o a c a d a r e f r á n : s u g lo s a : o s e n te n c ia : la c u a l s e h a h e c h o a g o r a n u e v a m e n te . V a lla d o lid , 1 5 4 1 . F r a n c is c o H e r n á n d e z d e C o r d o b a . E n 8 o. 4 0 h o ja s .

130

L a tfxtuai .idad di: i.os rffranhros

dos pororden alfabético. La glosa, empero, es casi tan breve como la sentencia glosada. De más está decir que en este viejo refranero hay ya m uchos de los refranes de la tradición parem iológica hispánica que, por tanto, pasaron a engrosar del caudal de refraneros como el m exicano: el anónim o refranero registra ya, por ejem plo, el refrán “a otro perro con ese hueso” y lo glosa así: “ los sabios, no reciben engaño de los cautelosos” .25 De hecho, lo que aquí nos interesa resaltar es el tipo textual conform ado por este príncipe de los refraneros que, por esa prerrogativa, sirvieron de modelo al prim er tipo de refranero o refranero-acervo. Se trataba, en prim er lugar de textos para ser leídos. Un estudio de recepción nos podría indicar quienes fueron los principales destinatarios de refraneros como éste. Que era un libro para ser leído lo indica la observación de que las glosas son breves “por quitar fastidio y dar contento a los lectores” . En la evolución de este primer modelo de refranero, cam bió desde luego el destinatario: ya no es el lector piadoso que quiere imbuirse de una doctrina moral izante sino será, más bien, el hacedor de discursos: desde el fraile o clérigo con sus serm ones hasta el cúmulo de escritores y, en general, el hombre culto de pelo medio que quiere hacerse con un caudal de sabiduría popular para usar cuando hable. El refranero, por tanto, se convierte en fuente de consulta para alim entar el habla.2627 Que estos refraneros eran consultados lo prueba la gran cantidad de ediciones que de algunos de ellos se hacen, como ya lo señalam os, y la afluencia de ellos a las bibliotecas novohispanas entre los libros de prim era necesidad. Este aprecio por los refranes m uestra bien, por otra parte, que el placer por la frase bruñida, densa y lacónica era característico del habla hispana en ese siglo. A la fiebre parem iológica del siglo XVI seguirá, aún en la península, un reconcentrado interés por coleccionar refranes. El siglo XVII es en efecto, con todo su desbordam iento barroco, un siglo de reflexión y de transform ación en México, es el siglo en que em pieza a brotar la identidad novohispana. En la península, por ejem plo, Pedro de Figueroa publica por entonces sus Avisos de Príncipes en aforismos políticos.11 Un cuarto de siglo después Jerónim o

25. 26.

27.

Juan B. Sánchez Pérez, op. cit., p. 72. Sobre los antecedentes medievales de la paremiología hispánica del siglo XVI, véascel estudio de Rafael Lapesa “Los proverbios de Santillana, contribución al estudio de sus fuentes”, en Rafael Lapesa. Déla edad media a nuestros días , Madrid, Gredos, 1982, pp. 95-11. Salamanca, 1647.

131

E l H A B LA R LAPIDARIO

M artín Caro publicará Aforismos, refranes y modos de hablar castellanos 28 y A ntonio Pérez regresará al refrán político con sus Aforismos políticos .29 Sin embargo, dentro de la gran tradición parem iológica de los refranerosacervo, hubo una m agna obra en la España del Siglo XVII que estaría destinada a m adurar de una vez por todas la parem iología hispana. La de M éxico no sería la excepción. Es obra de m adurez de la lengua com o lo será unos años m ás tarde el Tesoro de la lengua castellana o española de don Sebastián de Cobarrubias. Me refiero, por supuesto, al ya citado Vocabulario

de Refranes y frases proverbiales y otras fórmulas comunes de la lengua castellana en que van todos los impresos antes y otra gran copia obra del docto hum anista, el m aestro Gonzalo Correas, profesor de latín, griego y hebreo en la prestigiada Universidad de Salam anca en la que se distinguió adem ás com o catedrático de lengua castellana.30 Con ser un autor muy fecundo, la obra m aestra de C orreas es su Vocabulario de refranes y frases proverbiales. Ya hem os señalado en otra p a rte 3132las peripecias por las que pasó esta obra antes de ser publ ¡cada en 1906 por la Real A cadem ia Española. No sólo el concepto de “ refrán’' es am pliado con el de “ frases proverbiales” sino que la m ism a form a del tipo textual es enriquecida sustancialm ente, amén de colocar el tipo textual “ refranero” dentro de la tipología de los “vocabularios” o “diccionarios” robustecida p o rN eb rijaen 1492, hace más de m edio m ilenio, al publicaren Salam anca su Vocabulario latino-español y, tres años m ás tarde, su Vocabulario españollatino?2Para la cuestión que aquí nos ocupa, está claro, en efecto, que Correas m o d ific a d concepto de refranero que hasta entonces se había impuesto y que de alguna m anera tenía com o m odelo a Refranes que dizen las viejas tras el fuego. N o sólo am plía el paradigm a de las form as que se asum ían com o refranes sino que, com o buen gram ático que es, intenta un sistem a denom inacional del cam po textual m ás técnico: “ refran es” , “ frases 28. 29. 30.

31. 32.

132

Madrid, 1671. Zaragoza, 1680. Entre sus notables publicaciones cabe mencionar su Arte grande de la lengua castellana (1626), el Trilingüe de tres Artes de las lenguas castellana , latina y griega (1627) y el Tratado de Ortografía castellana (1630). Véase Refrán viejo..., op. cit., p. 84. V éase laed ición facsimilar que este último publicaen 1989 la Real Academ ia Española en Madrid. Don Sebastián de Cobarruvias en su Tesoro de la Lengua Castellana o Española (M adrid/M éxico, 1979, p. 1012) recoge en 1611 el uso durante el siglo XVI de las palabras “vocabulario” y “dicionario” ; suelen usarse ordinariamente en forma indistinta com o lo indica la explicación que pone a la palabra “vocabulario”: “lo m esm o que dicionario”.

L a tf.xtualidad

de los reí-raneros

proverbiales” y “ fórm ulas com unes” . Analizado con cuidado, se verá enseguida que el concepto de refrán cam bia en Correas. Tam bién hay, por primera vez, un intento de abstracción: hasta ahora, los refraneros habían recibido su nom bre de sus contenidos, como se ha visto. Correas, por prim era vez, trata de darle nom bre al tipo textual cuyo contenido son refranes: el modelo más a la m ano es el de un “vocabulario” que en vez de palabras sueltas tenga refranes. Tanto N ebrijacom o Cobarruvias se habían ocupado de la palabra “ vocabulario” . Cobarruvias, por ejem plo, dice que es “ lo m esm o que dicionario” y que proviene de voce A1 Para Correas, por tanto, un refranero es un “ vocabulario de refranes” . De hecho, el Vocabulario de Correas es un verdadero m uestrario de tipos parem iológicos con sus más de 25,000 refranes castellanos. Em parentadas con los refranes, hay otro tipos de colecciones de textos breves como consecuencia del atractivo que el habla lapidaria siem pre provoca. Aunque de los em blem as hemos de hablar más adelante, es preciso que digam os aquí que el barroco habría de producir sus propias colecciones y, hasta cierto punto, su propia parem iología: sólo m encionaré lo que aquí llamaré “parem iología em blem ática” que jugará un papel tan im portante en el cultivo, entre nosotros, del gusto por el hablar lapidario; que com o m uestra eximia de esa parem iología em blem ática he de m encionar, así sea de pasada, la obra del m ilanés Filippo Picinelli Mondo Simbólico impreso por prim era vez en Milán en 1653. El Mondo Simbólica es una colección de em blem as cuyas figuras están sólo descritas verbalmente; por ello, el libro tiene más bien la apariencia de un acervo de lemas com entados en el que la figura o cuerpo del em blem a está reducido al título que preside cada capítulo. Tiene, pues, la forma de un refranero. Por lo dem ás, el autor parece estar pensando en la predicación y en los predicadores, al escribir su libro. Tras varias reim presiones y am pliaciones en italiano, fue traducido al latín en A lem ania por Agustín Erath, canónigo regular de la orden agustina. El texto traducido fue muy popular en la Nueva España: en cada biblioteca novohispana había, de ordinario, un ejem plar del Mundus Symbolicus. Aún ahora no son raras las copias am ontonadas en los sótanos en donde suelen yacer las bibliotecas novohispanas; en el exconvento agustino de A colm an, por ejem plo, hay una decena de “picinellos” provenientes de diversas 3

33.

Op.cit., p. 1012.

133

E L H AB LA R LAPIDA RIO

bibliotecas conventuales. Entre los libros de los jesuítas el siglo XVI11 se m enciona un Mondo Simbólico 14 El Mundus Symbolicuses una enciclopedia del sím bolo. En el universo barroco, tan dado a la sim bolización, nació la sim bolística com o una ciencia del sím bolo. Picinelli se siente parte de una tradición de em blem atistas. Los em blem as, com o se sabe, constan de dos partes: una com posición visual, por un lado, y una sentencia breve alusiva, el lema, generalm ente en latín. Picinelli substituye la parte visual con su explicación. De este modo el Mundus Symbolicus viene a ser una extensa colección de lemas de la más variada procedencia: la antigüedad clásica, la Biblia , la patrística, los escritores y teólogos m edievales, etc. Sin em bargo en la explicación del lema concurren voces m uy diversas en form a sentenciosa y contundente. Este tipo de obras, frecuentes durante los siglos XVII y XVIII novohispanos, dan cuenta de la recolección de otra clase de sentencias por parte de los eruditos barrocos: los lemas. La capacidad enunciativa de los lemas les viene del hecho de form ar un sistem a sem iótico con las figuras. Sentencias de esta índole, a su modo parem iológicas, habrían de salpicar la literatura de la época, am én de otras artes. Los

REFRANEROS LITERARIOS

Esto nos lleva de lleno a la otra importante tradición parem iológica o, si se quiere, a otro tipo de refranero que ya por entonces em pieza a difundirse en España: se trata de refraneros literarios o, si se prefiere, refraneros-literatura cuyo paradigm a pueden ser obras como el Quijote o la Celestina. A diferencia de los refraneros-acervo, los refraneros literarios no sólo recogen y ponen a circular refranes sino que los insertan en un discurso, por lo general literario, con sus correspondientes contextos situacionales y funciones discursivas. A falta de grabadoras que recogieran m uestras de discursos con todo y ámbitos discursivos en que se usaban los refranes, este tipo de obras literarias sirven de excelente docum ento del habla popular con su peculiar m anera de pensar. El diálogo de la lengua de Juan de Valdés, que a su modo puede ser tenido por un refranero literario, docum enta el hablar del siglo XVI a partir de la teoría del uso que docum enta, fundam entalm ente, en un pequeño corpus de refranes.34 34.

134

AGN, Archivo Histórico de Hda. Temporalidades, legajo333 expediente 6.

I. a n x niAi.iDAD

di : i.os r efr a n er o s

Como bien se ve, a este tipo de acervos sólo conviene el nom bre de refraneros de una m anera analógica: su naturaleza textual sigue siendo primariamente literaria. Porlodem ás, históricamente nunca fueron llamados “refraneros” sino m etafóricam ente. Sin em bargo, se trata de refraneros con derecho propio. Los refranes, en efecto, no sólo se han transm itido de boca en boca, ni sólo por medio de los refraneros-acervos sino que este tipo de acervos literarios han sido una m anera muy eficaz no sólo de supervivencia de los refranes sino, desde luego, de transm isión. Sin em bargo, el orden de las funciones que los refranes desem peñan en un discurso literario es distinto al de las funciones que desem peñan en los tipos de discurso orales en los que se enclavan: en los refraneros 1iterarios parece prevalecer la función ornam ental sobre la argum entativa. De lo dicho, por tanto, parece imponerse la verdad de Pero Grullo de que el “refranero” , no importa cuál sea su m odalidad, es también un tipo textual con derechos propios. R efraneros

en s u e l o a m e r ic a n o

Ambas tradiciones llegan intactas a la Nueva España como es fácil de m ostrar no sólo por los cargam entos de libros que están am pliam ente docum entados3536 sino en la producción literaria novohispana de plumas tan prestigiadas como la de Juan R uizde A larcóno Sor Juana Inés de la Cruz. Así, en el “ pagaré de Alfonso Losa, m ercader de libros” , fechado en M éxico el 22 de diciem bre de 1576, entre los libros que el Sr. Losa debe a Diego M exía“ vezino de lacibdad de Sevilla” figuran doce ejem plares del Apotegmas de Erasmo que, a decir del documento, "contiene dichos graciosos", están impresos en octavo y tasados a ocho reales. La 1ista incluye 247 obras más. Entre el las 15 “florestas españolas, en papelones a 5 reales” y “2 florestas españolas, en tablas a 5 reales”31’. Esta lista de libros, como se ve, está form ulada en la jerga de los mercaderes de libros. La obra aludida con el nombre de “floresta española” es la de Toledano M elchor de Santa Cruz cuyo título com pleto es Floresta española de apotegmas y sentencias, ya m encionada. En un pagaré análogo unos meses a n te s — fechadoel 21 d e ju lio d e 1576— Pablo G arcía recibe de Alfonso Losa, en la ciudad de M éxico, un envío de libros entre los que se

35. 36.

Por ejem plo, en Irving A. Leonard, Los libros del conquistador, segunda edición, F.C.E., M éxico, 1979, p. 329. Ibid. p. 330.

135

E l. H A B L A R L A P ID A R IO

encuentran “dos proberbios del M arqués a medio peso'"37. Este tipo de obras aparecen prácticam ente en todos los cargam entos de 1ibros. Así en un pedido que hace el librero limeño Juan Jim énez del Río, techado el 22 de febrero de 1583, solicita “ 12 floresta española de todas suertes en tablas de papel y flores de oro”38. Y en la declaración que un tal Trebiña tuvo que hacer a la Inqui­ sición de la ciudad de M éxico el mismo año, entre los libros de su biblioteca particular— cincuenta y cinco en total— figura una “ Floresta española” . Lo que aún queda de las ricas bibliotecas novohispanas basta para m ostrar la abundante presencia en la vida cultural m exicana de los refraneros españoles. Por cuanto hace a los escritores novohispanos, no es difíci 1com probar y ya lo han señalado tanto los trabajos de Alfonso Reyes como los de Pedro H enríquez Ureña 39en el caso de Juan Ruiz de Alarcón, que en tiem pos de la N ueva España hay una com unidad cultural entre la cultura y sociedad am ericanas con las peninsulares: Alarcón es un m exicano cuya vida intelec­ tual se desarrolla en España en donde triunfa independientemente de su origen m exicano. En el caso de Sor Juana Inés de la Cruz, tam bién paradigm ático, se trata de alguien que a pesar de perm anecer pegada al terruño triunfa en España y en sus colonias: la poesía de la m onja jerónim a, en efecto, se lee ávidam ente en todo el orbe español y, desde luego, es discutida y publicada en España. Una buena parte de sus adm iradores, como su biógrafo el jesuíta Diego Calleja, están allá. Para el asunto que nos ocupa, esto quiere decir que en ese lapso los libros de uso para la cultura novohispana venían de España. La frágil infraestructura editorial que acá florece está ocupada en la satisfacción de las necesidades m ás urgentes que plantean tareas tan arduas como la evangelización, la catequesis y, desde luego, la educación en todas sus m odalidades. Para tener una idea de qué obras se im prim ieron en M éxico durante el período colonial bien puede servir de referencia la gigantesca obra de don José Toribio M edina La imprenta en México 1539-1821.40 La N ueva España se alim entó, por lo que hace a los refraneros, de los editados en España: el habla aún pretendía

37. 38. 39.

40.

136

I. Leonard, op. cit. pp. 319-326, reproduce el documento com pleto. Ibid., documento III, págs. 338 y sigs. De P.H.U. basta citar su conferencia pronunciada el 6 de diciembre de 1913 “Don Juan Ruiz de Alarcón” en Estudios Mexicanos , F.C.E./SEP, Lecturas M exicanas N. 65 pp. 23-42. Véase allí mismo Juan Ruiz de Alarcón pp. 43-53. De Alfonso Reyes véase sobre todo Obras Completas, I. XII. Edición facsimilar, México, UNAM, 1989.

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T E X T U A L ID A D

D i-

LOS R EFRA N ERO S

tener una cierta unificación que, sin em bargo, muy pronto em pezó a ser quebrantada con todos los brotes nacionalistas que em piezan a florecer ya el siglo XVII.41 Sin em bargo, aunque muy escasos, no faltan del todo los refraneros hechos en suelo novohispano. Y los refraneros que acá se dan siguen, es natural, losm oldesde la parem iología española: hay refraneros-acervo y algo que muy de lejos se parece a los refraneros literarios. Entre losdelprim ertipo, si acaso hay que m encionar el pequeño refranero indígena de apenas 83 refranes elaborado por Fray Bernardino de Sahagún.4243Ya de esta prim era recolección de dichos m exicanos se pueden sacar una serie de im portantes conclusiones sobre la naturaleza del tipo textual "refranero” . Por un lado, hay varias diferencias form ales entre los textos de este corpus y las habituales formas parem iológicas de los refraneros españoles del siglo X V I. A dem ás, el corpus de refranes nahuas que Sahagún nos presenta consiste en refranes traducidos al español. No m uestra Sahagún m ucha acuciosidad para distin­ guir refranesde lo que, en general, se podría llamar expresiones paremiológicas a las que, sin em bargo, llama "este refrán".1’' Son, en verdad, m uchas las cosas que sobre este pequeño refranero mexicano habría que decir. Para el concepto de "refranero” que aquí nos interesa, sin em bargo, basta con recordarlo aquí. La m ayor parte de los problemas que este refranero ofrece al lector contem poráneo tienen que ver, sin embargo, con la traducción: se puede decir, en general, que Sahagún traduce los refranes nahuas em pleando los moldes parem iológicos españoles entonces disponibles. Al respecto, la m anera como afronta el problem a de la traducción es muy m oderna, se diría. Se atiene al principio de que los refranes no se traducen, se adaptan.44 Eso es, en efecto, lo que hace Sahagún aún a riesgo de achacar inapropiadam ente a los nahuas expresiones de la cultura europea. Es muy significativo que en el ya m encionado refrán 80 Sahagún se vea obligado a decir: "esta proposición es de Platón y el diablo la enseñó acá” .

41. 42. 43.

44.

Para esto, puede verse nuestro ensayo “Nacionalismo: génesis, uso y abuso de un concepto” en Cecilia Noriega El ío (editora), El nacionalismo en México , Zamora, El Colegio de Michoacán, 1992, pp. 27-81. Véase, al respecto, lo dicho en Refrán viejo ..., op. cit., pp. 77 y ss. Excepto el refrán número 66 cuyaexplicación empieza diciendo: “este adagio se dice del que cuenta cosas loables que hahecho y muchas cosas notables que ha visto...” El refrán 80, en cambio, es llamado “esta proposición...” Sobre la traducción de los refranes, puede verse mi artículo “Al fonso Reyes y la traducción en M éxico”, en Relaciones, vol. XIV, Núm. 56, Zamora, otoño de 1993, pp. 49 y ss.

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El. H A B L A R

L A P ID A R IO

Por lo dem ás, ya se ha señalado45el recurso, por Sahagún, a clichés europeos al traducir al español su pequeño corpus de refranes nahuas. Sahagún traduce los refranes nahuas al español de su tiem po con la m ism a conciencia y bajo los mismos principios teóricos que los dem ás traductores del siglo XVI al verter a los m oldes hispanos una cultura nacida bajo otras estructuras y presupuestos. Cómo estos grandes pioneros tenían conciencia del bagage que cargaban sobre sus espaldas al traducir, lo m uestra otro fraile traductor, el también franciscano fray Juan Bautista, quien a cabal lo entre los siglos XVI y XVII, traduce las Huehuetlahtolli o “ pláticas que los padres y las m adres hicieron a sus hijos y a sus hijas, y los señores a sus vasallos, todas llenas de moral y política", obra publicada en 1601. Eran textos en náhuatl de la m ism a índole que los recogidos por fray Jerónim o de A lcalá en lo que se conoció después como La relación de Michoacán 46 o por Fray Bernardino de Sahagún en el Iibro Coloquios y doctrina cristiana.47 Don José Toribio M edina48 m enciona una nota que se lee en la página 77 y que, entre otras cosas, dice que fray Bartolomé de las Casas recibió estas pláticas del franciscano Andrés de Olmos y expone sus ideas acerca de la traducción y de los problem as que enfrentaba en la traducción náhuatl-español: las cuales romaneo de la lengua mexicana sin añadir ni quitar cosa que fuese de substancia: sacando sentido de sentido, y no palabra por palabra. Porque a veces una palabra mexicana requiere muchas de las nuestras. Y una nuestra comprehende muchas de las suyas. Y porque son mucho de notar, dice que las pone en su libro, para que se vea la gran doctrina moral y pu 1icía en que estas gentes bárbaras criaban y doctrinaban sus hijos.49

45.

46.

47. 48. 49.

138

Para todo este asunto puede verse el librito de Luis Rublúo. Sahagún y los refranes de los antiguos mexicanos. México. Muy útil para ver la técnica de traducir empleada por Sahagún. por ejemplo, sería comparar las formas con que traduce estos refranes nahuas con los refranes españoles en boga. Lo que hace Sahagún es mostrar que cada textual idad tiene sus expresiones, clichés y formas endurecidas, amén de sus estructuras sintagmáticas. Véase la edición que presenta Francisco Miranda en la C olección Cien de M éxico, M éxico, SEP, 1988. Es opinión aceptada comúnmente entre los estudiosos de La relación de Michoacán que esta obra es. en buena parte, latraducción al español de informaciones en lengua purhé recabadas por el fraile quien dice de su labor: “esta escritura y relación presentan a Vuestra Señoría los viejos de esta Ciudad de Michoacán y yo también en su nombre, no como autor sino com o intérprete de ellos ... yo sirvo de intérprete de estos viejos...'*, (p. 44) Véase la edición preparada por Miguel León Portilla publicada por la Fundación de Investigaciones Sociales de laU N A M en 1986. La imprenta en México (1 539-1 821). edición facsimilar. M éxico. UNAM . 1989. J. Toribio Medina, op. cit.. tomo II. p. 5.

L a textualidad de los refraneros

Los problem as de traducción apenas m encionados en relación a este prim er refranero m exicano nos proporcionan, adem ás, un im portante dato: existe, en el siglo XVI, una conciencia muy clara de un tipo de discurso que podríam os llam ar parem iológico que se concreta en un estilo, un léxico, una sintaxis, una serie de expresiones endurecidas que son reconocidas por todos como pertenecientes al género parem iológico. Todo ello nos confirm a no sólo el concepto que de este tipo textual tenía el hom bre culto del siglo XVI, sino el indiscutible hecho de que en la real idad sociocultural de ese siglo hay entre las hablas del español un tipo textual llamado “ refranero”, de tipo lapidario, bajo la form a de un discurso independiente. Si se trata de ver la m anera com o refranes y refraneros están presentes en la lengua novohispana, puede servir la obra literaria de Sor Juana Inés de la C ruz.50 Se puede decir, a grandes rasgos, que la D écim a M usa em plea, en su obra, de dos m aneras los refranes populares: ya m ediante la cita exacta del refrán, por una parte, ya m ediante la alusión. En el prim er caso, el refrán form a parte del discurso ya en función argum entativa ya en función ornam ental. En el segundo caso, el refrán sólo es aludido ya m ediante paráfrasis, ya m ediante otra m anera. Sin em bargo, las funciones discursivas que desem peña siguen siendo fundam entalm ente las mismas. Distinta, en cambio, es la m anera com o la poetisa em plea en su escritura las sentenc ias, adagios y proverbios de origen literario que, por lo general, llegaron a nuestra lengua bajo la indum entaria latina. R evisando la escritura del siglo XVII novohispano, por ejem plo, no es difícil constatar en la práctica un uso im plícito que distingue los dichos de origen popular— los refranes— de los que provienen de una tradición escrita — los proverbios— según la distinción que recoge Casares y que ya había puesto de m anifiesto el siglo anterior Juan de Valdés en su célebre y ya citado Diálogo de la lengua.5' Por lo dem ás, el prestigio que el erasm ism o había dado desde el m ism o siglo XVI a este tipo de nobles frases lapidarias, es atestiguado por los refraneros erasm ianos que en ese m ism o siglo vienen a engrosar las bibliotecas novohispanas.52 M uestra del respeto que estas vene50. 51. 52.

Véase la pequeña exploración que de ella mostramos en Refrán viejo , op. c it ., pp. 80 y ss. Juan de Valdés, Diálogo de la lengua, Porrúa, M éxico, 1966, p. 9. Véase también la importante edición quepublicaCristinaBarbolanien Editorial Cátedra, Madrid, 1984. En la Biblioteca Nacional de M éxico hay una edición del Adagiorum Erasmi Roterodami Chiliades

quatuorcumsesquicentuaria: magna cumdiligentia, maluroque indicioem endataeetexpurgatae. Paris, 1579. Aunque no sabemos con exactitud cuándo llegó aestas tierras, muestrabien el interés que la frase breve de corte sapiencial suscitó en la naciente cultura. Sor Juana, según puede ver en sus obras, lee y cita con soltura la Vulgata.

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E l hablar lapidario

rabies frases provenientes de distintos rincones de la literatura suscitan en Sor Juana el hecho de la poetisa los suele reproducir intactos, com o en el caso presente o com o cuando en la m ism a com posición reproduce el “nadie da lo que no tiene” que tanto circuló por la filosofía escolástica. En la época, circulaban en nuestro país al lado de las colecciones de adagios, com o la de E rasm o53 los refranes populares. De hecho, lo que aquí se plantea no es la pugna entre dos tipos de refranes sino una especie de pugna entre los refranes y otros tipos textuales afines pertenecientes al m ism o cam po nocional: las frases célebres com o se llama hoy a las frases sentenciosas tom adas de algún autor célebre usadas, por lo general, en forma entim em ática para apuntalar alguna opinión en disputa o algún razonam iento. Por lo dem ás, el concepto de “ refranero” com o tipo textual aparte ya para entonces está bien definido aunque aún se le conciba bajo paradigm as textuales prestados com o el de “diccionario” o, en general, la novela. \ Con este alternarse de la parem iología culta y la popular en funciones discursivas predom inantem ente entim em áticas transcurren el siglo XVIII novohispano cuyo interés por los refranes dejan aflorar una serie de panfletos a los que nos referirem os más adelante. El interés del siglo XIX por los refranes españoles se m uestra en una serie de refraneros.54 M uestra del m ism o interés es el ya citado catálogo de la biblioteca de Salvá en donde, adem ás, aparece clara la línea de la tradición parem iológica hispánica. Sin em bargo, esta veta parem iológica está ya muy lejos de los grandes refraneros del siglo XVI. El siglo XIX los refranes son recogidos más como una m irada nostálgica que com o hechos de lengua. Em pero, la genuinidad de ese interés del siglo XIX por los refranes puede percibirse en el hecho, ya m encionado, de que en él nace el vocablo “ refranero” . La parem iología del siglo XIX sigue siendo taxonóm ica: recopilar refranes, como tarea nuclear, y un pequeño com entario explicativo al estilo de Correas. El siglo XIX, sin em bargo, ve surgir una potente parem iología m exicana en pos de una tradición que, aunque noble, apenas había tenido desde el Quijote y La Celestina obras im portantes. La tím ida tendencia parem iológica que aparece en obras literarias com o la de Sor Juana, reaparecerá, en efecto, vigorosa, en una obra que bien puede servir de

53. 54.

140

Citado por Diccionarios Rioduero. Literatura I. versión y adaptación de José Sagredo, Madrid, 1977. p. 246. Por ejemplo: José Coll y Vehi. Los refranes del Quijote . Barcelona, 1876; Fernán Nuñez, Refranes o proverbios. Madrid. 1804; J. C ollins. Dictionary o f Spanish Proverbs , Londres, 1827; P. J. Martin. Proverbes espagnols. Paris. 1859.

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T E X T U A E I D A I ) DI-: I O S R E F R A N E R O S

síntesis de lo que fueron los refranes en los siglos XVII y XVIII novohispanos. Me refiero a El periquillo sarniento de Fernández de L izardi.55 Com o habían hecho Miguel de Cervantes y Fernando de Rojas y com o lo harían, más tarde, G regorio López y Fuentes o A gustín Yañez, Fernández de Lizardi hace un significativo acopio, por igual, de refranes y otros tipos parem iológicos afines salpicando con el los su texto constituyendo no sólo un valioso y singular refranero m exicano sino un verdadero acervo de textos lapidarios cuyas form as y funciones discursi vas docum enta con precisión. El Periquillo Sarniento espera un estudio acucioso tanto de las form as com o de las funciones de estos textos gnóm icos. En el acervo recogido por Fernández de Lizardi, predom inan las sentencias y adagios cultos aunque eche m ano de refranes populares tom ándolos, al parecer, de los refraneros españoles. En todo caso, predom ina en él la parem iología culta. Por lo dem ás, Fernández de Lizardi teje su texto en torno a estas sentencias de modo que realiza grandes glosas exegéticas, bien docum entadas, teniendo al proverbio com o punto de referencia perm anente. Fernández de Lizardi es la puerta de ingreso a una parem iología estrictam ente m exicana. En el seno de un discurso satírico, despunta esta parem iología, com o hemos dicho, en obras de la más variada índole que van desde las grandes novelas del siglo XIX hasta una serie de obras de folletería aún existentes en la célebre Colección Lafragua.56Se trata, por lo general, como hemos señalado, de folletosde índole panfletaria: publicaciones, a saber, de cuatro paginitas que de alguna m anera continúan la gran tradición satírica novohispana, tan desarrollada el siglo anterior. Ejem plo de este tipo de testim onios son los siguientes textos: 1.- A.A .F.G ., El que se quemare que sople. M éxico, Imprenta Americana de D. José María Betancourt, 1 8 2 1 .4 p. s. n. 19 cm.

55.

56.

Cito por José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento , prólogo de Jefferson Rea Spell, M éxico, Porrúa, “Sepan cuantos...” Núm. 1, 1984. Entre los estudios que sobre la paremiología de Lizardi se han hecho, puede verse a Manuel López y López, “M odismos y refranes del Periquillo Sarniento” en Revista de la Universidad de México , México, 1931. Sobre los antecedentes del picaro como tipo literario puede verse Alexander A. Parker, Los picaros en la literatura. La novela picaresca en España y Europa (1599-1753), versión española de Rodolfo Arévalo Mackry, segunda edición, Madrid,Gredos, 1975. Véase Lucina Moreno Valle, Catálogo de la Colección Lqfragua 1821-1853, México, UN AM, Instituto de Investigaciones Bibliográficas, 1975, pp. y ss.

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E l hablar lapidario Contra los que satirizan al gobierno porque no se acomoda a las diferentes opiniones y tendencias; recuerda la obligación de sostener y defender el Plan de Iguala y de todas y cada una de las garantías. 3 .-A perro viejo no hay tus tus. O sea diálogo entre un zapatero y su marchante. M éxico, Imprenta de D. Mariano Ontiveros, 1821. 4 p.s.n. 20 cm. Defiende a la Junta Provisional Gubernativa por la demora de la convocatoria a cortes y habla de la importancia de elegir bien a los electores parroquiales.

En textos de esta m ism a índole, encontram os refranes com o “en el m onte está quien el m onte quem a”,57 “quien no te conoce que te com pre” ,58 “m ás vale tarde que nunca”,59 “ la subida más alta, la caída es muy lastim osa” ,60 “cada cual piensa con su cabeza",61 “ no hay plazo que no se cum pla ni deuda que no se pague” ,62 “el que pregunta no yerra”,63 para no citar m ás que los textos escritos en 1821. Simultáneamente aesa paremiología de folletín, no faltan en ese 1821 folletos claramente paremiológicos como las Máximas morales dedicadas al bello sexo, por un ciudadano militar que no son otra cosa que “consejos sobre el com portam iento de toda m ujer honesta” .64 Por lo dem ás, si bien la novelística del siglo XIX m exicano, con M anuel Payno a la cabeza, quien riega de refranes, dichos y expresiones paremiológicas tanto El fistol del diablo como Los bandidos de Rio Frío , es testigo de que persiste en el habla popular m exicana el afán por el hablar lapidario, que de una m anera débil docum entan las m encionadas novelas, cual leve imitación de lo que arriba llam am os refraneros literarios; sin em bargo, a diferencia de lo que pasa en países com o Francia, no se da en el siglo XIX m exicano la profusión de obras parem iológicas ni hay constancia de un especial interés por los refranes. Los m ism os “textos costum bristas” de I. M. A ltam irano no son, para la parem iología m exicana, lo fecundos que se pudiera esperar.65

57. 58. 59. 60. 61. 62. 63. 64. 65.

142

Texto número 85. op. cit., p. 9. Texto número 162, op. cit., p. 17. Texto número 166, op. cit., p. 17. Texto número 197, op. cit., p. 21. Texto número 209, op. cit., p. 22. Texto número 242, op. cit., p. 25. Texto número 259. op. cit., p. 27. Texto número 219. op. cit.. p. 23. Cfr. Ignacio Manuel Altamirano. Obras Completas. SEP. M éxico. 1 9 86,vol.V .

L a textualidad

de los refraneros

L O S REFRANERO S-ACERVO DE LA PAREMIOLOGÍA M EXICANA

En efecto, la parem iología m exicana, propiam ente dicha, es obra del siglo XX:666789el refranero entra a la textualidad m exicana, com o tipo textual por derecho propio, en este siglo. Los nom bres de José Trinidad Laris con su Historia de modismos y refranes mexicanos 67y a Luis M. R ivera con su libro

Origen y significación de algunas frases, locuciones, refranes, adagios y proverbios f Qnc&bez&n el desfile de parem iólogos m exicanos del siglo XX. Empero, cabe señalar desde ahora, no está siempre claro el interés parem io­ lógico en los diferentes refraneros de que consta esta tradición: cuando m ucho podrían m erecer este nom bre los m encionados jaliscienses y, desde luego, el guanajuatense Darío Rubio. Estrictam ente hablando, se puede decir que el interés parem iológico apenas es obra de los últimos diez años; lo dem ás parece reducirse a refraneros com erciales. Desde luego, ni el texto de Laris, ni el de Rivera, adopta el nom bre de “refranero” . Son concebidos, m ás bien, como ensayos sobre el refrán m exicano, en general, o sobre un corpus de refranes, reputado com o m exicano, más que como sim ple acervo del tipo textual. A su m odo, sin em bargo, éstos son los prim eros refraneros m exicanos propiamente tales y con ellos da com ienzo lo que aquí llam am os el “refranero m exicano” . La Historia de modismos y refranes mexicanos69 es prácticam ente el primer refranero m exicano. Sin em bargo, está claro que no tiene pretensiones exclusivam ente parem iológicas: por lo que puede desprenderse del título mismo, parece aún conservar intereses filológicos. En la obra, por una parte, son más los “ m odism os” que los “ proverbios y refranes” . Por otra, aunque el título indica que el autor se ocupará del “origen” y de la “filosofía” de los textos del corpus, en la estructura real de cada com entario sólo incluye explícitam ente el “origen” del texto. La referida estructura, en efecto, consta de una frase del corpus catalogada, por tanto, com o m odism o o refrán, seguida de una indicación entre paréntesis sobre su uso: la parte del león de cada pequeño artículo está dedicada a escudriñar el origen de la frase en tum o. Con ello, este refranero adopta la form a de un anecdotario a propósito de modismos y expresiones parem iológicas en uso en el habla de M éxico. La 66. 67. 68. 69.

Para la historia de la paremiología mexicana remitimos al lector a Refrán viejo..., op. cit., pp. 87-114. Guadalajara, 1921. Guadalajara, Tip. Jaime, 1921,228 pp. Esta obra consta de 228 páginas y fue impresa por el editor Fortino Jaime, en Guadalajara, en 1921 .

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E l hablar lapidario

Historia de modismos y refranes mexicanos de Laris, cabe señalarlo, no se presenta com o un “ refranero” categoría textual por entonces aún poco difundida. De tendencia más parem iológica, en cam bio, es el refranero de Rivera. Al contrario de Laris, Rivera dota a su colección de una pequeña aunque útil introducción en donde m uestra sus aspiraciones de parem iólogo aunque su pretensión últim a sea muy parecida a la de Rivera: la del gram ático. En efecto, si atendem os a la catalogación que el m ism o autor hace de su obra, cabe decir que ciertam ente no es colocada por él entre los “refraneros” , tipo textual que aunque con am plia tradición dentro de la textualidad hispánica, com o se ha dicho, aún no se les reconoce un status propio. Al distinguir y definir las p a la b ras “ fra se ” , “ lo cu ció n ” , “a d a g io ” , “refrán ” y “ p ro v erb io ” , en efecto, R ivera lo hace con el propósito de distinguir el significado propio de cada una de ellas para usarlas convenientem en­ te en el discurso, no dándoles una comprensión, extensión y connotación que no les corresponda, con perjuicio de la propiedad del lenguaje.70

De la inexactitud de sus explicaciones, puede servir de ejem plo el refrán LXI “dar coces contra el aguijón”71 dice que: “equivale al refrán m exicano el pleito del cántaro contra la p iedra'. Y tras la explicación de am bos remite su origen a una fábula de Sam aniego — ” La serpiente y la lim a”— que term ina con esta estrofa: Q uien pretende sin razón al m ás fuerte derribar, no consigue sino dar coces contra el aguijón. Sin em bargo este refrán es de origen latino. En efecto en una serie de códices tardíos tanto de la Vulgata com o de la Vetus Latina aparece una variante del texto de la conversión de Pablo al cristianism o {Act. 9 ,5 ) en que se añade al texto griego precisam ente un com plem ento del diálogo en que aparece el refrán contra stimulum calcitrare (durum est tibí) traducido en los viejos leccionarios como: “dar coces contra el aguijón” . L a frase en cuestión 70. 71.

144

Op. cit.. p. IV. Op. cit., p. 113.

La

textualidad de los refraneros

aparece con frecuencia en textos españoles. Por ejem plo en la Vida de San Ignacio, escrito por Ribadeneyra en 1572, aparece en boca de Ignacio esta frase: “¿Cóm o, y contra el aguijón tiráis coces? Pues yo os digo, don Asno, que esta vez habéis de salir letrado; yo os haré que sepáis bailar” .72 La segunda parte de la obra de Rivera es un refranero hecho y derecho al viejo estilo de los grandes refraneros del siglo XVI. Rivera la titula, significativam ente, “ Refranes, adagios, proverbios, locuciones y frases más usados en la república, con la significación de cada uno de ellos.”73 Los textos están ordenados alfabéticam ente y son acom pañados por una explicación, muy breve, ya sobre su significado ya sobre su uso. Como ejem plo de las explicaciones que en esta segunda parte acom pañan a cada refrán, cito estos tres casos. La expresión “más fregado que la reata del pozo” es seguida de la siguiente explicación: “se dice de quien se halla en pésim as condiciones económicas, por haberse m etido en honduras de que con dificultad podrá salir” .74 En cam bio, del refrán “no se puede repicar y andar en la procesión” dice: “refrán que expresa la imposibilidad que hay para poder desem peñar dos cargos o com isiones que son incom patibles por razón del lugar en que deben desem peñarse” .75Como el lector puede ver, no siempre las explicacio­ nes son atinadas. En el prim er caso de los aquí m encionados, por ejem plo, hay que decir que el uso de la expresión parem iológica se extiende a cualquiera de las m aneras com o alguien puede estar “fregado”, no sólo la económ ica. El sentido parem iológico del segundo, por su parte, no se restringe a la incom patibilidad local. De hecho, hay otro refrán m exicano con el m ism o sentido parem iológico que se funda en una incom patibilidad que podríam os llamar funcional: “ no se puede m am ar y tragar zacate” . Estas dos prim eras colecciones de refranes m exicanos tienen el m érito de inaugurar el interés por los refranes en un mundo académ ico por m uchas razones apenas en gestación. En todo caso, sirven de puerta de entrada al único paremiólogo m exicano propiam ente dicho: el guanajuatense académ ico de la lengua don Darío Rubio. Ya hem os señalado en otra parte los m éritos de Rubio dentro de la parem iología m exicana.76 72. 73. 74. 75. 76.

Edición en Biblioteca de Autores Españoles, LX, 38b; Véase además Rafael Lapesa “Ribadeneyra: Vida de San Ignacio ” en De la Edad Media a nuestros días, Gredos, Madrid, 1982, pp. 193-211. Op. cit., p. 135. Op. cit., p. 220. Op. cit., p. 236. Cfr. Eugenia Revueltas / Herón Pérez, Oralidad y escritura, Zamora, El Colegio de Michoacán, 1992, pp. 25-37; véase, igualmente, Refrán viejo..., op. cit., pp. 90 y ss.

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Rubio nació en el Mineral de La L uz.G to.en 1878. Cursó la preparatoria en G uanajuato y allí se inició en el periodismo. Publicó, en efecto, un perió­ dico destinado a los mineros y fundó, más tarde. El Correo de Guanajuato. Radicado en M éxico, ocupó varios cargos públicos: desde regidor del A yuntam iento hasta director de distintas sucursales del Nacional M onte de Piedad pasando porjefe del Departamento Adm inistrativo. Al ingresar como m iem bro de la A cadem ia M exicana de la Lengua dedica su discurso de ingreso a El lenguaje popular mexicano publicado en folleto en 1927. Se distinguió en esa institución en donde fue secretario a perpetuidad. Usó el seudónim o de Ricard j C astillo.77Pero, sin duda, su obra más notable y por la que es evocado aquí es por sus Refranes. Proverbios y Dichos y Dicha­ rachos Mexicanos aparecida en dos tomos por prim era vez en 1937 aunque el prólogo data de 1932.7879Darío Rubio murió en la ciudad de M éxico en 1952. La segunda edición dista de la prim era aproxim adam ente 400 refranes y una im portante y hasta ahora única sección titulada "por los dom inios del ham pa” en donde recoge cerca de un centenar de refranes de "la gente de mal vivir en M éxico” ,7