De Ginebra a Rio de Janeiro

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SILVIO VILLEGAS?

De Ginebra a Río de Janeiro %

Casa Editorial SANTAFE Calle 14 N.o 3-53

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DE GINEBRA A RIO DE JANEIRO Las Victorias Mutiladas. Los desfallecimientos internacionales. Los suplicantes. El irreparable error. El Protocolo de Río de Janeiro.

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SANTAFE

QALLE 14 N o 8-53

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DISCURSO PRE LIM INAR

Este libro es la obra de un combatiente. Sus páginas fueron escritas durante los días del con­ flicto con el Perú contra los desfallecimientos de nuestra política internacional. Los términos del •problema son hoy los· mismos y su relación no ha cambiado. Cada uno de estos ardientes ale­ gatos en defensa de los derechos de la Nación contiene la madurez de un ideal político acari­ ciado desde los albores de 'a juventud; un sen­ tido profundo de responsabilidades nacionales los anima; al escribirlos nos sentíamos el instan­ te de un caso inmortal. En 1924 se escribe por primera vez en el país, con un sentido espiritual y económico, la pala­ bra nacionalismo. Se trataba, entonces, de una mezcla de ideas dispersas, cuyas raíces se hun­ dían en la tradición conservadora de Colombia, pero .cuyos jugos vitales se remozaban en el na­ cionalismo sentimental de Mauricio Barres .y en el gran pensamiento político de Carlos Maurras.

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Nietache, Renán, Taine, el Marqués de la Tour du Pin, Jacques Bainville, Maritain, el tradicio­ nalismo y el solidarismo católicos, fueron los ma­ yores afluentes de nuestra doctrina política. Re­ dactamos entonces un Manifiesto, que tuvo cier­ ta resonancia, y a cuyas ideas fundamentales hemos permanecido fieles. Si hoy se nos llama­ ra a troquelar nuevamente nuestro pensamien­ to sobre los principios esenciales de la sociedad y del Estado, escribiríamos como en 1924: La Propiedad, la Familia y la Patria; La Autoridad que crea el orden, causa del progreso, y mantiene, la disciplina, base del per­ feccionamiento, y La unidad espiritual, que es la unidad reli­ giosa. I Nuestra devoción intelectual por Carlos Maurras no ha disminuido con los años. La Iglesia católica y nuestro sentido republicano nos im­ piden aceptar muchas de sus conclusiones. Pero en todos los continentes una ardorosa juventud nacionalista reconoce en Maurras el mayor pen­ sador político de los tiempos modernos. “Alucinador de juventudes” lo han llamado con exac­ titud sus adversarios políticos en Francia. En treinta años ha creado una orientación espiri­ tual, un nuevo misticismo, sojuzgando más. rei­

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nos con su inteligencia que los antiguos conquis­ tadores con la espada. La propia Alemania cons­ truye el capitolio de su renacimiento político con mármoles prestados a su cantera latinaQué es la familia para un nacionalista? La célula social. El orden económico y el orden polí­ tico deben fundarse sobre la familia y no sobre el individuo. Las familias deben ser considera­ das como los vehículos naturales de la tradición. Cuando están constituidas enérgicamente, lo que el hombre ha podido hacer de útil no muere con él, sino que se trasmite con la sangre y el nom­ bre a su descendencia. La propiedad no es brutal y ciega asimilación de cosas inertes, sino uso inteligente y volunta­ rio de una riqueza subordinada no servida por una persona que le confiere una participación en su dignidad. El problema de la tierra antes que un problema de bienes por repartir es el proble­ ma de una situación humana: menos un pro­ blema de “propiedades” que un problema de “pro­ pietarios”. Esta fórmula

la adivinamos

sagaz­

m ente en la feliz sentencia de Augusto Comte: “En todo estado normal de la humanidad cada ciudadano constituye realmente

un funcionario

.público cuyas atribuciones más o menos defini­ das determinan a la vez las obligaciones y las

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pretensiones. Este principio universal debe evi­ dentemente extenderse hasta la propiedad don­ de el positivismo ve sobre todo una indispensa­ ble función social, destinada a formar y admi­ nistrar los capitales por los cuales cada genera ción prepara los trabajos de la siguiente. Sabia­ mente concebida esta apreciación ennoblece la posesión, sin restringir su justa libertad y ha­ ciéndola respetar mejor” . La pequeña propiedad y la gran familia son los gonces indestructibles de toda fuerte organización nacional. La patria es por definición la tierra de los padres, un movimiento de la raza que arranca del fondo del pasado, se afirma en el presente y se prolonga en el porvenir. Para Renán la patria ‘era el plebiscito de los ciudadanos, es decir, el cambiante deseo de la multitud. Quien no tenga el sentido de la tradición, quien desconozca la solidaridad en el tiempo, que hace de las gene­ raciones presentes un simple punto en el vasto círculo de la historia, no podrá ser nunca un ver­ dadero nacionalista. Con una emoción, casi religiosa repasamos todavía las sílabas sagradas donde Maurrás nos entregó su idea de la nación: “Los hombres del Risorgimienio que habían erigido en regla de ley la voluntad expresa y consciente de compatrio­

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tas y contemporáneos, según el derecho demo­ crático individual, no pensaban tan sólo en los italianos vivientes cuando hablaban de nuevos derechos a la vida de su joven Italia. Como los antiguos, y a diferencia de los hombres de la revolución francesa, invocaban a los abuelos y la tradición, la tierra y los muertos. Su idea de Ita­ lia comportaba seguramente los veinte o treinta millones de italianos que colaboraban a la lucha, pero abrazaba también un millar o dos de italia­ nos muertos, un millar o dos de italianos por na­ cer. Se ha reconocido la bella fórmula que ela­ boraba hacia el mismo tiempo Augusto Comte para toda patria. Con el tiempo, es ella la que ha llevado a su desarrollo el sentimiento nacio­ nal italiano· El nombre de una patria envuelve el sentimiento de la continuidad de las familias que se suceden sobre la tierra de los padres, don­ de los hogares construidos, destruidos y Recons­ truidos, protegen la identidad del espíritu y de la sangre. Pero una serie de hombres de una cierta especie sobre un cierto sector del espacio y del tiempo no constituye sino el primer cam­ posanto de lo que se nombra a Italia. El bello país que los italianos habitan, lo apropiaron sus padres y sus hijos lo adaptaron a sus deseos nue­ vos, Esta tierra fertilizada, humanizada y hecha

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por este medio mejor al hombre italiano, recibe y lleva una floresta de edificios privados o públi­ cos que decoran el encanto de su antigüedad y a veces, sobre la cima, el prestigio de su belleza. A los hoteles, a los palacios, a las iglesias, a los arcos y a las torres se agregan estos tesoros de la estatuaria y de la pintura, que atraen al ad­ mirador, al copista, al estudiante. No se tendrá una tabla completa del sentimiento italiano, ni el inventario del capital que le sostiene y le ins­ pira, si se omiten estas riquezas estrechamente ligadas a las fuerzas del suelo y de· la sangre. So­ bre estos testimonios inanimados brilla la len­ gua, la que habla y la que canta. Ella expresa un espíritu civil y religioso, la unidad católica felizmente guardada, y este espíritu traduce el ritmo artístico de los oradores, de los filósofos, de los historiadores, y aquel más vivo, más impor­ tante, de los poetas y de los héroes. Si la lengua y la raza no bastan para caracterizar a un pue­ blo es más insuficiente todavía reducir la esen­ cia a la voluntad pasajera, a la conciencia osci­ lante de los ciudadanos.” El esfuerzo de los proceres, el pensamiento de los grandes hombres de estado, la divina lo­ cura republicana, el sacrificio fecundo de los abuelos, la voluntad simbólica de las multitudes, *

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el genio de los lugares, la silueta espiritual de los tiempos católicos, es lo que crea el nombre pro­ pio y común de una patria. Se argumentó entonces y se ha publicado luégo que nuestro nacionalismo era importado, doctrina exótica de un ideólogo violento. Pero las variaciones históricas no cambian gran cosa la tabla de las necesidades humanas. Se con­ cibe una lista casi inmutable de bienes so­ ciales de la cual es imposible prescindir. A cualquier grupo de naciones que pertenezca, el «hombre solicita un gobierno de garantías, la integridad del territorio sobre el cual nace, cons­ truye su casa, engendra una descendencia, vela y muere: después de la seguridad, el hombre pue­ de desear la multiplicación normal de los miembros de su comunidad, el progreso de los medios ma­ teriales que aseguran o facilitan su subsistencia, y en fin, el respeto a las condiciones superiores de una vida común próspera, lo mismo las que 'mantienen las costumbres que las que amparan el fuero interior, la preferencia dada al bien so­ bre el mal y a la virtud sobre el vicio, la impar­ cialidad de la justicia y de la ley, la dignidad de esta ley, el honor del país y de la nación. Las condiciones de seguridad social son idénticas en todos los continentes para todas las razas. Por

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esto un verdadero nacionalista afirma la filoso­ fía del ser contra la filosofía del devenir. Es el clásico conflicto entre el sereno Parménides y Heráclito, el delirante. En esta época profunda­ mente trabajada por el deseo, sólo ofrece una certidumbre la filosofía tradicionalista cuando garantiza que para construir una casa no hay que cambiar sus fundamentos sin cesar. El nacio­ nalismo lucha igualmente contra la anarquía tranquila del liberalismo y contra la violenta anarquía comunista. Sobre estos universales principios hemos que­ rido construir con materiales colombianos el edi­ ficio de nuestra nacionalidad. El pensamiento político de Bolívar, los escritos de Posada Gutié­ rrez, de Rufino Cuervo, de José Eusebio Caro, de Mariano Oispina, la obra esencial de Nuñez, los estudios de Miguel Antonio Caro y Marco Fidel Suárez, descifran para nosotros la realidad co­ lombiana. También hemos leído en el gran libro que se llama Colombia. La condición de nuestros obreros, la miseria de nuestra vida campesina, la autonomía de las provincias, nuestro régimen de propiedad, el desarrollo de nuestra cultura, la defensa de la raza, el mejoramiento de la aldea, han solicitado en diez años de acción política continua nuestro fervor nacionalista. .Constante-

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mente hemos reclamado una política económica, a un tiempo uniforme y variada, como lo exigen las circunstancias geográficas del país y las ten­ dencias dispersas de nuestra raza. * Cuando un nacionalista habla de la tierra, articula todo un sistema económico, plantea la defensa de las riquezas nacionales contra los de­ seos demasiado vehementes de otras razas; cuan­ do habla de los muertos, no se trata de construir cementerios, sino de ser fieles a una herencia de honor, de desinterés, de sacrificio, de heroísmo, es decir, de prolongar en las generaciones del fu­ turo las oscuras potencias de la raza y del genio nacional. La tierra y los muertos son altos sím­ bolos espirituales y económicos. Un verdadero nacionalista cree que la polí­ tica está sometida a ciertas leyes y cree más en el orden que en la libertad. Hay un sistema en política como hay un sistema en física y en quí­ mica. “ Sería muy singular —palabras son de Voltaire— , que la naturaleza toda, todos los plane­ tas, hubieran de someterse a leyes eternas y que hubiera un pequeño animal de cinco pies de altu­ ra que, rebelde a estas leyes, pudiera obrar a su antojo, de acuerdo únicamente con su capricho” . En nosotros canta el genio de la estirpe. La ver­ dadera grandeza es aceptar las leyes de la vida.

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La nación antes qué los partidos y que los plebiscitos democráticos constituye el afán polí­ tico de un nacionalista. “La política interior exis­ te tan sólo para asegurar la fuerza y la unidad de la exterior”, .ha escrito Osvaldo Spengler. El gobierno contra el cual, está escrito este libro realizó precisamente todo lo contrario: subordi­ nó las necesidades exteriores del estado a recor­ tadas urgencias de política interna, utilizando ei conflicto con el Perú como arma de persecución política. Así no obraron nunca los fieros eupátridas que construyeron en un siglo la nacionali­ dad colombiana. En plena guerra civil Julio Ar­ boleda abandonó la campaña victoriosa del sur volando a la frontera para humillar a los inva­ sores. Benjamín Herrera rompe en el “ Wisconsin” su espada casi siempre victoriosa para de­ fender nuestra soberanía en Panamá· Un pueblo sin conciencia internacional es una tribu sin pa­ tria. El V de septiembre de 1932 fue asaltada nues­ tra frontera por un grupo de civiles peruanos. Todo lo que hasta entonces había sido en nos­ otros infrangibie silogismo de la inteligencia se convirtió en instintiva realidad del espíritu. Así fue como el nacionalismo llegó a ser en nosotros sustancia vital, medio orgánico.

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Igualmente nuestro pacifismo pasó al cemen­ terio de las doctrinas canceladas. La posibilidad de un conflicto armado nos obligo a pensar profundamente. El sentimiento trágico de la vida ha engendrado las grandes obras humanas des­ de el ciclo clásico griego hasta la música de Bee■thoven. Nada se pierde en el reino del espíritu. Los pueblos espiritualmente más mezquinos son aquellos que no sintieron nunca el viento áspero y salubre de la guerra: los Estados Unidos, don­ de una nación sin ideales se ha convertido exclu­ sivamente en inhumano medio de progreso eco­ nómico: Suiza, comarca de sosegados burgueses, donde no fue posible encontrar seis justos. La sangre vertida en las orillas del Rhin ha fecun­ dado toda la cultura europea. En un libro, bello y profundo, Jorge del Vechio, profesor de la Universidad de Bolonia, ha estudiado el fenómeno de la guerra y de la paz, “ La condenación absoluta de la guerra, escribe, sólo sería legítima si se demostrara que su prác­ tica no ha servido ni puede servir para aquel fin al cual conviene que todo se sacrifique: el cum­ plimiento de la justicia. En la moderna fase, en la cual la guerra casi ha agotado su función, aún existen injusticias que con ella pueden ser repa­ radas y quizás ,sólo con ella; aún hay la posible

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lidad de guerras muy santas y aún merece gloria quien dá su vida combatiendo. En general, la violencia no puede ser condenada si se dirige a la reintegración del derecho: sólo cuando el de­ recho esté en pleno vigor y permanezca univer­ salmente inviolado, sólo entonces, resultando in­ útiles todas las formas de la coacción, la guerra desaparecerá igual que la pena, y la paz adqui­ riría el valor del bien supremo. Cuando el dere­ cho humano todavía está por cumplir o reivin­ dicar, la guerra en que se combate para él es guerra por la p a z... La guerra, concluye, es dis­ ciplina de la voluntad y escuela de abnegación” . La experiencia universal atestigua la inuti’ idad del derecho inerme. Cualquier sargentón ad­ venedizo puede romper los tratados internacio­ nales más respetables. La audacia de nuestros vecinos del mediodía no reconoce más fronteras que las de la fuerza. Los barcos de guerra de Chile convirtieron en legítima posesión suya las “cindadelas del recuerdo” del PerúLa paz, como la guerra, no es sino un ins­ trumento de la política internacional de un Es­ tado. Por esto es profundamente equivocada y peligrosa la política del presente gobierno cuan­ do trata de hacer reducciones en el presupuesto de guerra. Sólo una perfecta organización militar

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puede evitarnos un conflicto armado con el Perú. El insensato pacifismo de nuestro gobierno siembra de nubes sangrientas el futuro. Hasta la simple previsión económica aconseja hoy una política militar. Hemos despilfarrado en todo los dineros nacionales; en obras públicas, en vera­ neos diplomáticos, menos en la defensa de la Nación. La propaganda antimilitarista equivale a una deserción en pleno campo de batalla. Si queremos la paz debemos darle los poderosos fun­ damentos que ella necesita. Nosotros concebimos hoy a la patria arma­ da y terrible por la fuerza que élla saca de su suelo y de sus hijos, con el escudo de la vengan­ za grabado sobre la espada de sus generales. Un siglo de historia patria nos está recordando que sólo las armas podrán asegurarnos la soberanía en el Amazonas. Hoy sí que podemos decir, usan­ do la frase de un grande estadista latino, que nuestros soldados son la frontera de la patria. Es preciso infundirle al país una conciencia internacional. La seguridad exterior exige uni­ dad de propósitos, unidad de voluntad, unidad de acción. Hemos perdido la dirección espiritual del Continente que tuvimos en los orígenes de la in­ dependencia, Una diplomacia mercenaria ha vepido deshonrándonos a lo largo de América, mi-

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nando nuestra inexpugnable posición jurídica. Es hora de que el gobierno se preocupe por armar a la república de un equipo diplomático, ajeno al juego voluble de los partidos, que nos permita concurrir victoriosamente a los estrados inter­ nacionales. Hoy estamos prácticamente aislados en el Continente porque la representación del país no es elegida con un imperativo de selec­ ción, atendiendo a los intereses históricos de la patria, sino con el mezquino empeño de- saldar averiadas deudas políticas. El nepotismo, la in­ competencia y el soborno de las conciencias, constituyen los principales criterios para la se­ lección de nuestro personal diplomático. Se im­ pone una renovación general de nuestros men­ sajeros internacionales en América. Hay que res­ taurar los tiempos de Joaquín Mosquera, de Aní­ bal Galindo, de Carlos Holguín, de Rafael Uribe Uribe. Entre las grandes calamidades de la demo­ cracia está el hecho de que recorta el ideal na­ cional y crea ideales partidaristas, feroces y ex­ clusivos. La espada del gran Condé, las hazañas internacionales de Richelieu, son reemplazadas en la Francia republicana por lais intrigas pig­ meas del Palacio de B-orbón. En medio de nues­ tras luchas políticas, nosotros preconizamos la

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Urgencia de crear un ideal nacional que concille la opinión de todo¡s los partidos y que se impon­ ga aún en medio de las más recias luchas para el bien general. La frontera puede ser el áureo anillo de la unión colombiana. Queritae sursum. Buscad más arriba, debe ser la empresa solita­ ria de nuestro escudo. Hay que crear un derecho internacional ame­ ricano. La Liga de las Naciones es el mayor fra­ caso político de los tiempos modernos. El enjam­ bre “ de parásitos veraneantes en las orillas del lago de Ginebra” es igualmente desdeñado hoy por las grandes potencias y por las mínimas. El concepto que allí se tiene de las democracias la­ tinas de América está reflejado en el discurso del señor Alvarez del Vayo, pronunciado el 13 de mayo de 1934 en la Sociedad de las Naciones, so­ bre el conflicto del Chaco: “ Se trata, dijo, de una lucha sin sentido si se considera desde el punto de vista de los intereses auténticos de los dos países, con territorios inexplotados cada uno, ca­ paces de absorber por muchísimos años varios programas de reconstrucción y edificación na­ cional” . Lo que ignoran los europeos es que en América existe una conciencia nacional tan fir­ me como en los Estados seculares del viejo Mun­ do. Para nosotros es tan sagrado el territorio del

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trapecio Amazónico como puede ser para España el de Andalucía o el de las provincias vasconga­ das. Como en el más divino de los misterios de la Iglesia para nosotros la patria está toda en cada una de las partes que la integran, lo mis­ mo en Bogotá que en Leticia. Un estadista europeo de calidad tan ilustre como André Tardieu, ha escrito esta sentencia condenatoria contra la ociosa burocracia ginebrina: “ El papel de la Liga de las Naciones es hacer reinar el derecho entre los pueblos asegu­ rando el respeto de los contratos, donde este de­ recho está inscrito. ¿Cómo lo ha desempeñado? Por la falta de algunos de sus miembros y la ca­ rencia de ciertas funciones la Liga no ha dado nunca una impresión de equidad. Su inquietud es obtener unanimidades de fechada ventajosa, en cada debate, para los países que gritan más fuerte. El culto de las apariencias y la práctica del equívoco agravan la indiferencia de las reso­ luciones tomadas. Mientras más se multiplican los textos nuevos, menos se aplican los textos existentes, como ocurre con el artículo 16 del Pacto· Y llegan a perderse de vista sus princi­ pales fundamentos. En lugar de debates genera­ les y públicos, se procede por medio de conciliá­ bulos secretos entre las grandes potencias. Las

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decisiones se toman bajo la influencia oficiosa e irresponsable de países como los Estados Unidos, que no hacen parte de la Sociedad de las Nacio­ nes, escapando a los deberes que ella impone a sus miembros. Los cálculos de política interior se insinúan en las negociaciones. La Liga es el arte de diluir los problemas a fin de inquietar la conciencia internacional” . Preferible sería una Sociedad de Naciones Americanas, un Congreso afictiónico como el que soñó el Libertador en Panamá. Las grandes po­ tencias dominan la Liga de Ginebra. Nada tene­ mos que hacer allí donde no se comprenden nues­ tros problemas raciales, geográficos, económicos y políticos. Hay que regresar a los ideales bolivarianos: la Gran Colombia, la Asamblea de Ple­ nipotenciarios de América “ que nos sirva de con­ sejo en los grandes conflictos, de punto de con­ tacto en los peligros comunes, de fiel intérprete de los tratados públicos cuando ocurran dificul­ tades, y de conciliador, en fin, de nuestras diferencias” , como escribió el Libertador en su men* saje a las repúblicas del Nuevo Mundo en 1824. En Ginebra debemos ser simples observadores, sin responsabilidad y sin obligaciones. La ma­ tanza del Chaco atestigua la inutilidad de la fla­ mante burocracia cosmopolita de Suiza.

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SILVIO VILLEGAS El mayor error de nuestro gobierno fue acep­

tar la mediación de la Liga. Sólo por esto fue­ ron po-sibles luégo todos nuestros desfallecimien­ tos internacionales. Allí fue nuestra suprema ca­ pitulación. Colombia ganó todas las batallas de la guerra, pero perdió todas las de la paz. Necesitamos un gobierno capaz de hacer una política

internacional

fuerte,

que

reconquiste

nuestras posiciones perdidas y que haga sentir coercitivamente, si es necesario, el poder espiri­ tual del derecho. La política exterior no se apo­ ya en abstracciones. Es el resultado de concep­ tos precisos, es una ecuación formada por el in­ terés nacional inmediato y la perspectiva histó­ rica. Sólo los pueblos ardientemente nacionalis­ tas escribieron su nombre con indeleble signo en la frágil tela del tiempo· El honor nacional ha gravitado íntegramen­ te en los últimos años sobre el partido de la opo­ sición que tuvo que defender contra el gobierno los derechos de Colombia. El intrigante extran­ jero que ocupaba entonces la Presidencia de la República no sintió un solo día las angustias y sobresaltos de la patria. El mismo despejó el ca­ mino de los invasores. Acertadamente dijo Re­ nán que en todos los pueblos la minoría es la que hace las grandes cosas.

La oposición

ocasiona

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siempre la gloria de un país. Los más grandes hombres de una nación son los que ella condena a muerte. Sócrates fue la gloria de Atenas y Ate­ nas le dió a beber la cicuta. Spinoza fue el más grande de los judíos modernos y la sinagoga lo excluyó de su seno ignominiosamente. El renaci­ miento del espíritu nacional no es la obra de un día: reconstruirlo será el esfuerzo durable de la presente generación. Y cuando no quede siquie­ ra el recuerdo del petulante fantoche que des­ guarneció nuestra frontera vivirán en la memo­ ria de las generaciones agradecidas las cláusulas inflamadas donde la oposición defendió el honor de la patria.



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Las victorias mutiladas

LAS VICTORIAS MUTILADAS

Nada más desolador que el espectáculo que presenta la guerra con el Perú en las manos mo­ rosas y calculadoras

del gobierno.

Hace siete

meses que Leticia está en poder de los invasores, y todavía se está discutiendo el derecho de res­ catarla en la Liga de los pueblos. Todos los generales que van al frente corren el grave peligro de ganar una batalla, lo que sig­ nifica para éllos una licencia indefinida y remu­ nerada. El general Vásquez Cobo, en La Esperan­ za, prepara su regreso a París. El coronel Rober­ to D. Rico, comandante de las tropas del Alto Putumayo, expía en diálogos locuaces· con los cro­ nistas de Bogotá el triunfo memorable de Güepi. La rivalidad y la intriga parece que amenazan trágicamente, a los gloriosos, vencedores del Sur. Se trata, aseguran los expertos, de evitar la. militarización del país, peligro supremo para las; instituciones republicanas·

En Francia,

pasada·

la guerra, se invirtió la frase de Plutarco, p a ra

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afirmar: “ La ingratitud con los grandes hom­ bres es signo de los pueblos fuertes” . Pasado el conflicto, la doctrina puede llegar a ser exacta; pero la guerra no es posible sino con un vigoroso espíritu militar. A la lucha con el Perú se le ha aplicado el espíritu de la generación del Centenario, con­ virtiéndola, primero, en una disputa jurídica, y, más tarde, en un diálogo cortés con los invaso­ res. La guerra hay que hacerla a fondo, con espí­ ritu militar, sin compasión ni vacilaciones. Hay que ser crueles, implacables y duros, porque las leyes de la paz no rigen en la jurisdicción de la guerra. Lo que el gobierno pretende es hacer un conflicto'armado, sin generales vencedores, mu­ tilando las victorias y quitándole a la lucha los dos gonces indestructibles de toda empresa afor­ tunada: la continuidad y la coherencia. La vic­ toria es un contagio místico: la campaña de Ita­ lia es un fuego divino que perdura hasta en los diálogos con el Conde Las Casas, en la isla mar­ chita de Santa Helena. Un éxito trae siempre el que sigue. Retirar a los generales del frente es buscarle un burladero a la fortuna. La república civil pudo en su cuna con los alamares de oro del libertador de cinco naciones.

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El país debe reclamar una guerra a fondo, to­ rrencial, categórica, imperativa. En cuatro meses deben gastarse los recursos que vamos a disper­ sar en cuatro años. El gran peligro de este con­ flicto es que se convierta en una guerra colonial, dura, infructuosa, interminable. El Transvaal y Marruecos fueron las arterias rotas de Inglaterra y de España. Leticia puede ser nuestra ruina. En cambio una guerra concluyente, de cuatro me­ ses, puede costaría a la Nación un terrible desan­ gre* humano y económico, pero será luégo flácil reconstruir los estragos causados por el con­ flicto. Prácticamente la guerra presente no es sino una prolongación de Tarqui, porque a través de un siglo han sido continuos los asaltos e inva­ siones del Perú en nuestro territorio, como lo confirman los “ modus vivendi” firmados por el general Reyes y la batalla de La Pedrera. Una paz armada sí terminará con. la grandeza civil de Colombia. Es preciso aprovechar la emergen­ cia suprema de Leticia para resolver por cien años el problema del Sur, agotando hasta la im­ potencia la cobarde arrogancia de los invasores. El país va a la guerra, porque quiere una paz es­ table con el Perú.

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Por esto mismo no tiene justificación ni ex­ cusa la conducta del gobierno al prolongar inde­ finidamente la lucha, suministrando la. violencia en dosis homeopáticas. El país quiere una acción vertical, certera y perentoria. La parálisis económca engendrada por las perspectivas de la lucha no puede prolongarse de manera indefinida, sin agostar todas las fuentes de la prosperidad pú­ blica. . En cambio, parece que el poder ejecutivo ne­ cesitara de esta guerra infructuosa y lenta, ya que a su sombra es posible asumir facultades om­ nímodas que ni la constitución ni las leyes auto­ rizan. Valiéndose de la turbación del orden pú­ blico en una comisaría, el gobierno ha creado nuevos impuestos y ha dictado decretos como el 604, que desfiguran el perfil republicano de la patria. Los excesos que dejan de cometer nues­ tros soldados en la frontera, los realiza el poder ejecutivo en el interior, con proezas dictatoria­ les que engendran graves querellas públicas. El gobierno central asume hoy las más des­ aforadas actitudes, disparando contra los colom­ bianos desde las trincheras construidas por nues­ tros soldados en el frente del Sur. Si nos ocupamos de estos problemas internos es porque a nosotros sí nos conmueven, y honda-

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mente, los sucesos de la frontera. Por esto mis­ mo hemos reclamado con tenaz impertinencia la unión sagrada. Pero este generoso programa na­ cionalista exige, ante todo, el desarme del gobier­ no en el interior. En el admirable discurso don­ de Manuel Azafia agradeció el homenaje del par­ tido socialista, ofrecido por Indalecio Prieto, nos conmovieron estas palabras, donde hay un noble estremecimiento, así sea simplemente

retórico:

“Nuestra mejor obra h a sido hacer un régimen humanitario, benigno y razonable”. El poder es por sí mismo una cosa demasiado adusta para, ha­ cerlo más cruel con su abusivo ejercicio. Debe ser muy

grato

aún 'en los

para rigores

un de

mandatario las

horas

mantener, críticas,

un

concepto benigno, cristiano, del gobierno, tute­ lando todo derecho y respetando a la oposición, ya que la sociedad es un afán de convivencia. La generación del Centenario no parece que fuera la mejor preparada intelectualmente para hacer la guerra. Donde las generaciones heroicas del pasado estuvieran soñando con un bombardeo a Lima, los hombres del Centenario piensan tiernamente en darle el pésame a las viudas de los invasores caídos en la frontera. La guerra es un huracán de sangre que ho se compadece con un criteriq

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manso de conciliación y de perdón. Desde el sofá republicano no puede soñarse sino con victorias mutiladas. Lo que nuestro pasado aconseja y nues­ tro porvenir reclama es un sacudimiento áspero, brutal y concluyente, que restaure en cuatro me­ ses el honor colombiano y resuelva por un siglo el problema de la paz.

EL FUEGO SAGRADO

A lo largo de un siglo ningún colombiano en­ contró como Enrique Olaya Herrera circunstan­ cia semejante al asalto de Leticia para elevarse en la consideración ¡histórica al nivel de los pro­ ceres. Una causa universalmente respetada; un pueblo ofendido; una fuerza misteriosa capaz de convertir a los colombianos hasta ayer divididos en un solo regimiento, inflamado y purificado por el fuego de la patria. Celosamente el conservatismo ha pedido la unión sagrada para que el gobierno no encuentre mañana silogismos que excusen sus culpables debilidades, y para defen­ der victoriosamente la honra de la Nación. Parece que treinta años de paz hubieran arran­ cado de raíz entre nosotros la planta perenne del De Ginebra—2

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patriotismo. Generaciones formadas en un puni­ ble relativismo político han querido aplicarle su atroz tolerancia a los problemas de la frontera. En silencio hemos soportado los más duros ul­ trajes, desde la invasión del territorio hasta el saqueo de la legación de Lima por las turbas fre­ néticas. Nada nos ha faltado en este calvario/ ni siquiera el proceso doctoral de fariseos, escri­ bas y diplomáticos. Por ultrajes menores, sin con­ sultar a la Sociedad de los pueblos, Chile, Para­ guay o México hubieran hecho correr, en dilata­ da vena, ríos de púrpura. Julio Arboleda, Tomás Cipriano de Mosquera, Rafael Uribe Uribe, José Vicente Concha o Benjamín Herrera, habrían convertido ya ?en un efectivo “ río de sangre” la corriente poderosa del Orellana. Treinta años de paz han debilitado nuestra arrogancia legenda­ ria y la acuciosa diplomacia ha mudado “ los leo­ nes de Colombia” en corderos del sacrificio. A Ginebra fuimos nosotros a solicitar un cas­ tigo ejemplar para los corsarios de Leticia y nues­ tros diplomáticos, en cambio, han aceptado una escandalosa fórmula de conciliación, que es el triunfo definitivo de las “ incontenibles aspira­ ciones nacionales” de Loreto. En efecto, el propósito inicial de la diploma­ cia peruana fue convertir el suceso de Leticia,

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admirablemente juzgado' por nuestro gobierno como un problema de orden público interno, en un suceso internacional sometido a la jurisdic­ ción de los magistrados de Ginebra y de Was­ hington. La propuesta original del comisionado del gobierno del Perú, doctor Víctor Maúrtua, ante el presidente de la comisión permanente de Washington, refutada por Guillermo Valencia, en un alegato de conclusión, fue someter a un pro­ cedimiento conciliatorio el caso de Leticia. Des­ pués de .cuatro meses de resistencia a la diplo­ macia peruana, nuestro gobierno acepta la pro­ puesta de Maúrtua, entregándole a los fríos so­ fistas de Ginebra la reparación de nuestro honor ofendido. Ante la cancillería de Río de Janeiro propu­ so el Perú una tesis semejante a la que acaba de aceptar nuestro delegado en Ginebra, por orden del gobierno, y la respuesta fue la toma de Tarapaca por las armas colombianas. No hay razón para que nuestra conducta varíe hoy. El propósito inicial de Oscar Ordóñez, al asaltar el l 9 de septiembre nuestro puerto so­ bre el Amazonas, fue conseguir la revisión del tratado Lozano-Salomón, por medio de la fuerza. Grandiosa fue entonces la reacción del pueblo co­ lombiano, que respiró a pulmón pleno la atmós­

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fera de los grande# días religiosos y nacionales, en un movimiento del alma decidida a la victo­ ria. Nuestra patria ofendida parecía decirle a los vencidos de Tarqui, con la espada levantada en alto, parodiando la plegaria barresiana: “ Yo soy la juventud, la esperanza, el derecho invencible. Soy joven como Sucre en Junín, como Mosque­ ra en Tulcán, como Arboleda en Cuáspud, como el gran Córdoba en Ayacucho” . Un clamor de masas coléricas agitaba a la patria, y cada una de sus colinas parecía estre­ mecerse como una bandera. Los empréstitos de la victoria fueron suscritos en horas; la pesada cuota militar fue saludada como un lábaro de triunfo. Nunca se había visto un pueblo tan de­ cidido como el nuestro para recibir la corona del triunfo en la suprema consagración de la muer­ te. Nuestros soldados arden todavía como una llama en la frontera, Pero de un día para otro, nuestro gobierno acepta, sin modificaciones, el sexteto de ignominia propuesto por el comité de la Liga de los pueblos. El artículo quinto esta­ blece de manera inequívoca la revisión del trata­ do Lozano-Salomón, porque Colombia no puede ir a una conferencia para arreglar el diferendo de Leticia, con un siniestro espíritu de engañosa dilación, entre otros motivos, porque mientras

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duren las negociaciones, el territorio hoy inva­ dido quedará a cargo de la Liga. La fórmula acep­ tada ya por nuestro gobierno es la que se le im­ pone a un pueblo vencido por las armas, como precio de la derrota. Interpretamos la voluntad soberana de Colombia cuando escribimos que élla ni la quiere ni la acepta, y que si llega a cris­ talizar de manera definitiva, el gobierno presen­ te tendrá que rendir estrecha cuenta. a las ge­ neraciones futuras que deben prepararse desde hoy para el inexorable desquite. Con la solución sugerida en Ginebra, no sólo no se resuelve el conflicto, sino que se plantea de manera definitiva, ya que el pueblo colombia­ no, por encima del gobierno presente, no acepta más norma de paz que la entrega incondicional de Leticia. Así lo manifestó ayer la Asamblea'de Cundinamarca, en una moción que será históri­ ca. Si se cumple la trágica emboscada de la Liga de las naciones, por obra del régimen, el jefe del Estado tendrá que responder ante el tribunal de la historia, no sólo por su debilidad culpable sino por la escandalosa violación de aquel mandato imperativo de la constitución que le ordena al presidente, como suprema autoridad adminis­ trativa, “proveer a la seguridad exterior de la República, defendiendo la independencia y la

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honra de la Nación y la inviolabilidad del terri­ torio” . Ante tantas humillaciones, parece qule ha llegado el momento de organizar una poderosa corriente nacionalista resuelta a restablecer el honor nacional, porque nosotros no podemos en­ tregarle a las futuras generaciones disminuida la patria que recibimos unificada y pura de nues­ tros abuelos. La familia colombiana, cruelmen­ te dividida tendrá entonces la mística unidad que ‘testifica la Iglesia en el cuerpo divino de Jesucristo. Y por obra de nuestra voluntad de sacrificio saludaremos en isl trapecio amazónico nuestra áncora de salud, el sagrado fuego del honor, el hogar del patriotismo. El pueblo co7nimbiano, como lo impone su deber, prjefiere una muerte con honra a una vida deshonrada. Nuestra cooperación con el gobierno la he­ mos ofrecido para el dolor, para el sacrificio, para la austera disciplina. El partido de la gue­ rra es hoy el partido del honor nacional.

LA HERID A IN TER IO R

Nacionalistas nosotros,.’ discípulos de una escuela que acostumbra resolver todos los pro­ blemas políticos pendientes ;en sus relaciones con el interés nacilofoal, colocando la (patria ante todo, procuramos en nuestros juicios sobre la frontera reparar los errores -cometidos antes que condenar a sus autores. Un éstadista no tiene derecho a equivocarse con Bolívar, ni con nadie, y el poderoso orgullo de su inteligencia debe obligarlo, cuando sea necesario, a acertar con los imbéciles, antes que extraviarse con los grandes genios de la Nación. De retorno del frente, después de la heroi­ ca hazaña de Güepi, Juan Lozano y Lozano, te­ niente de navio, ha hecho a la prensa declara­ ciones de una imponderable gravedad. No po­ drá decirse ahora que se trata de un embosca­ do, o de uno de los que anhelaban el sacrificio

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de “ los otros” , lejos del peligro de las balas ene­ migas. Lozano y Lozano acudió valientemente a la frontera, y dejó escrita una página, sobre la batalla de Güepi, que habrá de durar tánto como la historia colombiana. Con la alta autoridad que le dan sus ante­ cedentes de militar y de ciudadano, publica el esclarecido oficial, desde las columnas de uno de los diarios ministeriales: “ El día que se inició la acción de Güepi, apenas pudo disponerse de un contingente de seiscientos hombres. ¿Cómo era posible en estas circunstancias, como era lo natural, dentro de una ofensiva a fondo, iniciar una persecución hacia Pantoja, dirigida en regla, a tiempo que un ataque sobre Puerto Arturo, para bajar luégo al Ñapo, y luégo de dominar el Ñapo entrar triunfalmente a Leticia, si los seiscientos hom­ bres que había disponibles tenían que dedicar­ se íntegramente a consolidar la posición adqui­ rida en Güepi, y rechazar el contra-ataque pe­ ruano, avanzando lentamente, como se hizo has­ ta cuarenta leguas adentro del territorio ene­ migo? “— Y a qué se debió esto? “—Para mí faltaba una suficiente compren­ sión del problema por parte del Estado, Mayor

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del ejército, en donde parece no había una ca­ pacidad que abarcara ampliamente el proble­ ma, que se enterara directamente de las difi­ cultades y pusiera todo e}mpeño ten vencerlas. Al paso que los peruanos tenían cerca de seis mil hombres en el Putumayo, tres mil de ellos, por lo menos, en Pantoja, y tres mil en Puerto Arturo, -el ejército colombiano iba a hacer el ataque sobre Puerto Arturo apenas con sete­ cientos hombres. Y cuando se pedía el envío de tropas con urgencia, la concentración de fuer­ zas en aquellas regiones en donde las distan­ cias son un obstáculo por sí mismo muy pode­ roso, llegaba un capitán con cien hombres, otro con ochenta, cantidades en absoluto insuficien­ tes para hacer la campaña. Pero en cambio se nos enviaba por el Estado Mayor general una cartilla con instrucciones sobre la guerra en la selva, en, la cual se encontraban anotaciones muy interesantes, como la de que en la selva los árboles no están colocados simétricamente·” . “— Si el gobierno hubiera colocado los sol­ dados que podía poner, seguro que no se habría llegado a la solución pacífica del conflicto. La guerra se habría ganado en muy poco tiempo. Pero la guerra tal como estaba iba a ser una guerra larga. Sólo se contaba con un número

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reducido de fuerzas que eran las mismas en to­ das partes, que había que movilizar a todos los sectores. Pero de todos modos la guerra se ha­ bría ganado. " — Se dice que la razón que tuvo el Estado Mayor general para no aumentar el número de tropas, era la dificultad de medios de aprovi­ sionamiento para un mayor número de solda­ dos. Yo considero que con lo que se gasta en un año para aprovisionar mil soldados se pueden aprovisionar dos mil soldados >en seis meses. Y 2.000 en seis meses hacen mucho más que 1.000 en un año” . Estas declaraciones abren un proceso en el cual está comprometido totalmente el porvenir de la Nación. Utilizarlas con cualquier fin polí­ tico sería faltar a indeclinables deberes patrió­ ticos. Lozano y Lozano quiso hacer las afirma­ ciones transcritas en su calidad de oficial del ejército, y sólo después de publicadas envió su solicitud de retiro de las fuerzas armadas de la República. La única actitud digna del gobierno y de Lozano y Lojzano es abrir un amplio deba­ te ante el congreso y ante los tribunales mili­ tares donde el vencido debe responder por gra­ ves culpas ante la justicia y ante la historia.

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Todo lo que se aparte de esta línea de conduc­ ta es complicidad delincuente. Un militar de las elevadas* ,callficacionles de Lozano y Lozano, no puede exhibir al Estado Mayor del -ejército de su patria, cómo un peli­ gro para la defensa nacional, sino cuando tiene la certidumbre de prestarle un servicio eminen­ te a la República, con la áspera afirmación de la verdad, para obtener un cambio en los hom­ bres y en los métodos que dirigen la institución armada. Si el gobierno no abre -este -proceso, es porque lo teme y porque lo trae inquieto la con­ ciencia. La batalla de Güepi comprobó incuestiona­ blemente el valor y disciplina de nuestra tropa y la excelente calidad de los oficiales. Así lo siente, sin discutir, la opinión colombiana. Pero alguien faltaba a su deber detrás del frente. En primer término, el jefe del poder ejecutivo que en plena lucha sostuvo en el ministerio de gue­ rra a un modestísimo oficial del ejército, el ca­ pitán Uribe Gaviria, a quien apenas si hubien podido confiársele el mando de una compañía en la frontera y cuya incapacidad es una de aquellas verdades de universal asentimiento, so­ bre las cuales no es posible ninguna duda.

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Por su parte, el presidente de la Repúbli­ ca, según lo anotó sagazmente don Luis Cano, quiso ser en todos los ^ncmentos el director único de las fuerzas armadas. Parece que Napo­ león Olaya Herrera, por los datos hasta ahora publicados, era al propio tiempo Estado Mayor, jefe de las fuerzas aéreas, comandante de cam­ po y soldado raso. Con la más olímpica sober­ bia quiso concentrar en sí todos los poderes mi­ litares, como ya había concentrado los civiles. Así las cosas, la desorganización en el fren­ te no tuvo límites. Cronistas y oficiales, de re­ torno de la frontera, nos han relatado la terri­ ble desorganización que allí reinaba. Las órde­ nes y las contra-órdentes salían apresurada­ mente de palacio. En los momentos en que se es­ peraba un cargamento para proteger a los heri­ dos llegaba una curiosa remesa de ovarina. Las operaciones, según se desprende del relato de Lozano y Lozano, estaban dirigidas desde las có­ modas butacas del ministerio de la guerra, a in­ numerables kilómetros del frente, con una igno­ rancia absoluta del terreno y de las circunstan­ cias estratégicas. Los miembros del Estado Ma­ yor no se asomaron ni siquiera por curiosidad al frente. Sólo en los días postreros de la cam­ paña, el general Alejandro Uribe hizo un viaje

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de exploración a las regiones del Putumayo. El último en darse cuenta de los problemas de la guerra fue siempre el inocente ministro del ramo. De ser ciertas, como nosotros no vacilamos en creerlo, las afirmaciones de Lozano y Lozano, es preciso establecer que el inquebrantable he« roísmo de nu/tros soldados y la estoica voluntad * de sacrificio de la Nación, en la ruda tormenta de Leticia, fueron burlados y escarnecidos por la incapacidad delincuente del régimen. El poder ejecutivo tuvo a su servicio dinero, tropa y ofi­ ciales suficientes para hacer una guerra victo­ riosa; su ineptitud y su vanidad lo obligaron, luégo, a suscribir la “ resignada” paz de Ginebra, que estigmatizó Carlos Lozano y Lozano en un discurso que será histórico. Con un incomparable valor civil, nuestro bra­ vo teniente de navio ha quebrantado la rígida disciplina del ejército, realizando un gesto que no tiene más justificación que depurar nuestras fuerzas armadas y provocar una crisis definiti­ va en el alto comando, que no se sabe hoy con exactitud dónde se encuentra. Nuestra arraigada convicción nacionalista nos obliga a solicitar una investigación tan mi­ nuciosa e implacable como sea necesaria, sobre

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las hechos denunciados por Juan Lozano y Lo­ zano, con la triple responsabilidad de su grado, de su posición y de su estirpe. El presente régimen fue responsable del con­ flicto con el Perú, como lo atestiguan las decla­ raciones de José de la Vega y Villamil Fajardo. Tanto el jefe del Estado, como los ministros de guerra y relaciones exteriores, tuvieron oportu­ namente noticia de que se preparaba un asalto contra nuestro puerto amazónico, y en vez de reforzar nuestras guarniciones en la frontera se ordenó la desocupación de Leticia. Además, el programa presidencial de Sánchez Cerro incluía la revisión del tratado Lozano-Salomón. El go­ bierno nada hizo por preparar a la República para la inevitable hazaña. Colocado, luégo, por su propia culpa, en es­ tado de guerra con el Perú, estorbó siempre el avance victorioso de nuestras tropas. Fueron muchos los contratos desventajosos celebrados por el régimen, innumerables los civiles enrique­ cidos con el dolor de la Nación, numerosos y re­ puestos los honorarios de diplomáticos ineptos que volaron al Ecuador, al Perú, a Centroamérica, a los Estados Unidos, a exhibir tristemente el nombre de Colombia. Entre ellos el señor García Ortiz, que a su llegada a Lima declaró que núes-

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tro pueblo no sentía ningún resentimiento del Perú y cuyas pintorescas andanzas diplomáticas fueron la divertida entretención de la renuente aristocracia limeña. El dinero que debió gastar^· se en >el Putumayo, sosteniendo sobre las armas diez mil hombres, se dispersó en empresas de esta categoría. Los dineros de las viudas, las jo­ yas sagradas de las familias, se mudaron en equí­ vocos alamares diplomáticos, en burbujas espu­ mantes de champaña, en codicioso botín de con­ tratistas afortunados. Entretanto en la frontera apenas si se soste­ nían mil quinientos hombres exponiéndolos. te­ merariamente al deshonor o a la derrota. Este he­ cho fue el que ¡mantuvo constantemente dispues­ ta a nuestra cancillería a aceptar todas las fór­ mulas de paz que propusiera el Perú. Nadie duda que con una guerra a fondo como la que fue po­ sible y no se hizo, le hubiéramos impuesto al Perú una paz victoriosa. En cambio de esto se nos obligó a reconocer “ los legítimos intereses # del Perú” , a declarar E G IN E B R A A RÍO DE JANEIRO

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tranquila paz del presupuesto. La república ha disminuido de valor. Las duras palabras donde hemos pretendido sintetizar el dolor de la patria merecerán, sin duda, la condenación de los fríos hombres de Es­ tado, para los cuales el “ honor nacional” debe ser una “cosa de comer” , como diría Sancho. Pero siempre fueron algunos espíritus desequilibrados, vehementes y fanáticos los que vieron con mayor claridad en las tinieblas del futuro.

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Los desfallecimientos internacionales

EL OBLATO

Después de declarar la infalibilidad de Gui­ llermo Valencia, nuestro admirado amigo don Luis Cano les niega toda sinceridad y todo respe­ to a las opiniones contrarias a la paz de Lima y. de Ginebra. A pesar de este anatema hemos de adelantar algunas objeciones a la plegaria mística, donde el periodista de la izquierda ago­ tó todo el incienso ante el ara del nuevo ídolo li­ beral. Su discurso no pertenece a la esfera de la razón ni de la lógica, arranca de algo más profun­ do, del golfo místico, del fondo de la creencia. Se trata de la devota oblación de un creyente.-Sólo así pueden explicarse expresiones como aquélla d¡e que “ el gesto del doctor López no tiene prece­ dentes en la historia política del mundo1·, que parecen arrancadas del Koran o del Antiguo Testamento. Y qué no pensar sobre “el hombre que le faltó a Europa en 1914” , el arcángel res­ plandeciente que hubiera detenido con una pa­ labra o con un gesto la compleja máquina de los

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intereses sociales, políticos y económicos en cu­ yos cortes afilados los ¡emperadores, los parla­ mentos y los ministros eran tan sólo las débiles pavesas que proyecta el huracán de un incendio. Olvida el oblato que en aquellos años de vesa­ nia, anteriores y posteriores a 1914, Rosa Luxemburgo, Carlos Liebnecht, Jaurés, pagaron con el arresto carcelario o con su propia vida su adhe­ sión al evangelio internacional de la paz. En este caso no fue el audaz movimiento de un ins­ tante, sino la prolongada y sistemática exposi­ ción de una doctrina. Conductores de grandes masas humanas, como Jaurés y Caillaux, no lo­ graron detener el gran crimen de la guerra mun­ dial. El super-genio, -el hombre providencial, el mensajero de Dios, se empollaba entonces en una modesta y olvidada república del trópico. No es extraño, pues, que las grandes potencias lo soli­ citen hoy para solucionar el conflicto de la Man­ churia. La historia humana podremos dividirla de ahora en adelante en dos partes: antes del hombre quie le faltó a Europa en 1914, y después de López. ¡Divinos milagros de la fé! A la propia esfera de la mística pertenece la afirmación que hace luego don Luis Cano cuando asegura que el doctor López salvó a la Liga de las Naciones, cuando era uhánime el convencí-

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miento de que la asamblea de Ginebra “carecía de fuierza coercitiva y de ascendiente moral para imponer sus decisiones no sólo al gobierno perua­ no que desconocía francamente su jurisdicción, sino a los demás estados signatarios del pacto de Ginebra y del convenio antibélico de París” . Quedamos enterados de que si Wilson fue el após­ tol de la Sociedad de las Naciones, Alfonso López ha sido quiien la ha consolidado definitivamen­ te en la conciencia de la humanidad. En esta forma la ideología europea y asiática fue reva­ luada y removida por “ el hombre que le faltó a Europa en 1914” . No en otra forma se anuncia en el Koran la resurrección de Mahoma. Pero el hieeho exacto es que el salvador de la Liga, para usar términos gratos a la nueva mística, fue el doctor Eduardo Santos, quien per­ feccionó la paz de Ginebra, en los precisos mo­ mentos en que el doctor López ensayaba, “pasán­ dose al enemigo”, un arreglo directo más con­ veniente, según él, para el porvenir de América. El Perú iba a aceptar el arreglo de Ginebra, y el doctor López no fue sino el cómplice de una paz cuya responsabilidad les corresponde a los docto­ res Olaya Herrera y Eduardo Santos, que lie con­ sagraron a élla su desvelado esfuerzo.

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Disculpando la paz, agrega luego que tenía mos que someternos a la sentencia que “ el imás, alto tribunal de justicia del mundo” había dic­ tado en el pleito que por usurpación de predio ajieno habíamos promovido contra el Perú. Des­ pués die dictado ese fallo, el propio señor Cano propuso que nos retiráramos de la Liga, trasla­ dando ai presupuesto de la guerra el capítulo que teníamos destinado para sostener nuestra delegación en Ginebra. Para los que no estén bajo el dominio de la mística aclaramos que la Liga de las Naciones no es un tribunal de justicia sino una corpora­ ción destinada a buscar fórmulas de paz, dentro del orden político, teóricamente obligatorias para las naciones que las demandan. Pero el efectivo tribunal de justicia de los pueblos es la Supre­ ma. Corte de La Haya, como quedó establecido en los estatutos internacionales del Armisticio. Capitant, el magistral expositor del código civil, afirma que no hay preceptos de derecho donde falta la sanción. “ A esta clase, agrega, pertenece el derecho internacional público, que tiene por objeto reglamentar las relaciones que m forman entre los diversos Estados. No hay un poder superior a los Estados que sea capaz de imponer coercitivamente el respeto de sus prin­

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cipios. El derecho internacional público es, pues, un derecho imperfecto, porque la posibilidad de la coerción es indispensable para dar al derecho una perfecta garantía de eficacia” . La Liga de las Naciones es tan sólo una benévola sociedad de Madres piadosas, destinada a darles buenos consejos a los pueblos, que pueden ser igualmen­ te desconocidos por el Perú, el Japón y Colom­ bia. Con el aplauso de don Luis Cano, que con­ sidera hoy sus sentencias inapelables, nuestra cancillería rechazó una de las soluciones de paz que propuso sel consejo de la Liga. Notificados quedan Bolivia y Paraguay de que ha terminado la éra de ]a violencia en América, y en “desa­ rrollo de esta nueva época de la civilización”, creada por el doctor López, nuestro gobierno debe proceder a un desarme general, ya que nada po­ demos temer de un fiel vecino que por «el derecho de la fuerza ha destruido la fuerza del derecho, significada en el tratado Lozano-Salomón, que nos hemos comprometido a revisar. No se trata de una afirmación sin respaldo. Nosotros queremos que don Luis Cano nos expli­ que qué significa la firma de Eduardo Santos-al pie de una fórmula de la Liga, por medio de la cual nos hemos comprometido a iniciar “ negóQiaqiones sobre los problemas pendientes para

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buscar una solución justa, duradera y satisfacto­ ria” . A pesar de los habilísimos exégetas del Nue­ vo Testamento de la paz, hemos reconocido en esta frase que el tratado Lozano-Salomón no es una solución satisfactoria, duradera ni justa. O la lógica no existe. Asimismo, queremos que se nos explique si “ los legítimos intereses del Perú” , que hemos re­ conocido incuestionablemente en el pacto de Gi­ nebra, son las incontenibles aspiraciones nacio­ nalistas de Loreto, o los anhelos de revisión del tratado que alimenta el sucesor de Sánchez Cerro. Con ¡el agravante de que el doctor Alfon­ so López, con su admirada audacia, afrontó de manera firme con su amigo Benavides las posi­ bles modificaciones del Tratado como consta en •el famoso diálogo que publicaron los diarios de Occidente, y confirmó una nota oficiosa de pa­ lacio. Se equivoca fundamentalmente don Luis Cano si piensa que en las negociaciones que han de iniciarse en. cumplimiento de la fórmula de la Liga van a tratarse “ cuestiones políticas y fi­ losóficas comunes a todas las naciones america­ nas”. Tenemos la certidumbre de que cuando nuestro delegado afirme que entiende aquello “ de buscar una solución justa, honorable y durade­ ra ”, en el sentido de aclarar algunos postula­

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dos de Aristóteles y Espinoza, el representante del Perú presentará vigorosamente las aspiracio­ nes nacionalistas de Loreto y la revisión de un tratado que el Perú considera inicuo. Sólo la verdad nos hará libres. Para su tranquilidad el país necesita algo distinto de los puros granos odorantes del incensario de don Luis Gano. Lo cierto es que aquí el único que ha triun­ fado en el campo diplomático es Maúrtua, quien afirmó que en el caso de Leticia existía una cues­ tión internacional. Antes de gastar veinte o treinta millones de pesos y numerosas vidas, Maúrtua nos propuso una solución superior a la de la Liga, porque como él mismo lo dijo al nom­ brar nuestro delegado a la comisión de arbitra­ mento d¡e Washington, nada nos comprometía­ mos a aceptar en punto de la revisión del trata­ do. ¡Hoy es otra cosa! Bien se ha dicho que la mística consuela el corazón aunque no tranquilice la inteligencia. Existe un inefable consuelo en pensar, como don Luis Cano, que es una altísima honra que nues­ tras tropas tengan en territorio colombiano el carácter de policía internacional. Propóngasele a. Francia, a Inglaterra o a Italia una situación semejante para sus tropas, no ya en Lyon ni en Venecia, sino en alguna de sus colonias, para sa­

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ber hasta dónde tienen a alta honra esta- humi­ llación efectiva de su soberanía. No escribimos para los creyentes del nuevo mito sino para los escépticos de la paz. Leticia queda bajo una ju­ risdicción extranjera. El mandato en derecho in­ ternacional moderno no sólo limita la soberanía sino que la destruye. Allí están las regiones en­ comendadas por el tratado de Versalles a la ju­ risdicción de la Liga para confirmarlo. Los grandes dolores nacionales se olvidan fá­ cilmente. Hace tres meses que nuestra Legación en Lima fue saqueada: nuestro ministro perdió gran parte de su fortuna y tuvo que huir en la noche. Hasta hoy no existe memoria de ningún pueblo que tolerara tal afrenta. Los negociado­ res de Ginebra la olvidaron. Pero en el banquete de la paz se alzó »el dolor de Colombia transfigu­ rado en la egregia figura de Carlos Lozano y Lo­ zano, quien reemplazó las burbujas sonrientes del champaña por lágrimas de vida, y los pláci­ dos ramilletes por la corona sin flores del mar­ tirio. En esos instantes, Lozano y Lozano fue el más puro símbolo de la patria. ¿Qué explicación se ha dado sobre el saqueo de nuestra Legación en Lima? ¿Don Luis Cano aceptaría, así, la Delegación en el Perú?

DESENREDENSE

Si algo hemos lamentado en aquella desdi­ chada paz de Lima y de Ginebra es la presencia de Luis Cano entre el coro de los amigos satis­ fechos, cuando sus antecedentes lo reclamaban en el campo de los profetas inconformes. Al lado suyo hemos librado valientes cam­ pañas nacionalistas que han sido la afirma­ ción permanente de nuestra intangible sobera­ nía. Mientras la opinión pública de un pueblo no se resigne ni claudique, ese pueblo es todavía libre. Los gobiernos pueden entregarlo. Pero más que el propio tratado oficial con los Estados Uni­ dos, las cláusulas elocuentes de José Vicente Con­ cha y de Luis Cano están afirmando la voluntad soberana de la democracia colombiana y su de­ recho al porvenir. Descendiendo del aeroplano de la mística, don Luis Cano vuelve al terreno de la razón, don-

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de lo citó nuestro cuestionario de ayer, que no ha sido absuelto hasta ahora, y que espera -to­ davía una réplica satisfactoria por parte d;e los . exégetas de la paz. El pueblo colombiano nece­ sita algo más que los íntimos antecedentes de la gestión diplomática que constan en documentos que sólo los diaristas ministeriales han podido analizar. Si el gobierno tuvo en algún instante el propósito de restaurar por medio de las armas nuestro honor humillado en Leticia, su deber era asociar la oposición a la empresa restauradora. Durante los días de la guerra grande, como cons­ ta en los volúmenes hasta hoy publicados por Poincaré, el presidente de la república francesa llamó al propio Maurras, a informarlo sobre la marcha de las empresas guerreras y diplomáti­ cas, afirmando así la voluntad de triunfo del pue­ blo francés. Entre nosotros el hombre incapaz y vanidoso que rige los destinos nacionales, duran­ te los días del conflicto con el Perú continuó la depravada hazaña de corromper nuestras cos­ tumbres políticas premiando con los más altos destinos públicos a los amigos satisfechos o a los enemigos en potencia propincua de delinquir. Los altos destinos diplomáticos no fueron como antes el premio a la virtud, a la sabiduría o a la austeridad republicana, sino el precio de la adu-

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lación, el convenido estipendio de aquella esencia que ceba los incensarios. La victoria política en el interior tuvo siempre mayor importancia para •el gobierno que el triunfo de nuestras armas en la frontera. De allí que sólo la prensa ministe­ rial tenga los íntimos secretos de la paz. Hemos sostenido que la firma de nuestro de­ legado en la Liga de las Naciones al pie de una fórmula por medio de la cual nos hemos com­ prometido a iniciar negociaciones “sobre los pro­ blemas pendientes para buscar una solución jus­ ta, duradera y satisfactoria” , entraña el expre­ so reconocimiento de que el tratado LozanoSalomón no es una solución satisfactoria, dura­ dera ni justa. Para romper el cerrado anillo de este irreprochable silogismo don Luis Cano afir­ ma que no hemos leído la parte final del artículo 59 del acta de 25 de mayo, donde se establece que “el consejo ha reconocido la necesidad de proce­ der a dichas negociaciones sobre la base de los tratados vigentes” . Allí está precisamente la con­ firmación irrebatible de nuestra tesis. Si el con­ sejo de la Liga hubiera escrito que las negocia­ ciones de la paz se harían sobre la base de la “ intangibilidad” de los tratados vigentes, se im­ pondría en forma victoriosa la tesis de don Luis Cano. Pero ha dicho todo lo contrario. Las nego­ ciaciones se iniciarán sobre la base del tratado

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Lozano-Salomón, para encontrar aquella solución recta, aceptable y permanente que desea nuestro delegado en Ginebra. No creemos que sea a Colombia a quien le corresponda exclusivamente definir “ cuáles son las legítimas aspiraciones del Perú” , porque se trata de un pacto bilateral. Y si como lo asegura don Luis Cano, “ hasta hoy no sabemos ni alcan­ zamos a adivinar siquiera cuáles puedan ser es­ tos legítimos intereses sostenidos por el Perú” , es •claro que se ha faltado a un deber patriótico al reconocerlos en el acta de Ginebra, Hasta hoy esos intereses supuestamente legítimos no han te­ nido más expresión que las “ incontenibles aspi­ raciones de Loreto” y la revisión del Tratado. Nuestro delegado »en Ginebra ha establecido su legitimidad, en un acta solemnísima. La optimis­ ta afirmación de don Luis Cano no puede des­ truir, ni desconocer, ¡este hecho jurídico. En el empeño de censurar una paz que hemos considerado contraria a los intereses públicos y a la honra de la Nación, no puede detenernos la perspectiva de “ acumular argumentos falsos que más tarde habrán de servirle al Perú en contra de los legítimos intereses de Colombia” . Si son falsqs? es claro que nadie podrá utilizarlos. Ni el Perú, ni nosotros. Y sobra la inepta sugestión. Por lo demás, no $e compadece con la generosa

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lealtad con que nosotros hemos iniciado esta po­ lémica, esta increíble afirmación, que es la mis­ ma que han usado siempre los enemigos del bién público para detener la voz de los fiscales de la conciencia nacional. Fue la que utilizó el doctor Olaya Herrera, en la memorable discusión del tratado con los Estados Unidos, haciendo un pa­ ralelo entre las afirmaciones de Roosevelt y las de José Vicente Concha, Benjamín Herrera y Luis Cano, asegurando que si lo que éstos decían era exacto, Roosevelt había tenido razón al arre­ batarnos a Panamá. Lo grave no es que ciertas cosas se afirmen sino que sean exactas. Los que aceptan compla­ cidos la fórmula de Ginebra se espantan de sus comentaristas. El crimen está en la idea, y no en los hechos. Nosotros no tenemos la culpa de que el gobierno haya reconocido que existen legi­ timas aspiraciones peruanas y que haya aceptado la revisión del tratado. El que ha faltado .a su deber es el gobierno; en ningún caso nosotros. Cúlpense a sí mismos los signatarios de la paz. Lo que resta del escrito de don Luis Cano es humareda retórica, granos de mirra, ; (mística oblación. Nuestro cuestionario queda en pié, de­ fendido ya de los deleznables silogismos qúe háh ensayado los panegiristas de la paz,

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Las limpias columnas que sustentan nuestra inconformidad las enunciamos así para que sean absueítas nuevamente por el gobierno, por don Luis Cano o por la opinión pública. 1. Al reconocer que deben iniciarse negocia­ ciones para buscar una solución justa, duradera y satisfactoria, hemos aceptado que el tratado Lozano-Salomón no es ni satisfactorio, ni justo, ni durable; 2. Las negociaciones que han de iniciarse tie­ nen que partir de la base de las “ legítimas aspi­ raciones del Perú” , reconocidas a nombre de la República, por nuestro delegado en Ginebra; 3. La diplomacia peruana triunfó sobre la nuéstra, porque la tesis victoriosa, en nueve meses de polémica constante, fue la de los Belaúndes, Manzanillas y Maúrtuas, de que el incidente de Leticia era un problema internacional; 4. Leticia ha quedado bajo una jurisdicción extraña a la de Colombia, y en vez de nuestra bandera a tres colores será izado el iris equívoco de la Liga, símbolo de nuestra conformidad; 5. Ninguna nación puede temer a alta honra que su propio ejército sea declarado policía inter­ nacional, en el suelo de sus libertadores; y, 6. El saqueo de nuestra Legación en Lima, si no demanda justicia, exige, al menos, un peren­ torio desagravio .que salve la honra de la Nación. Desenrédense, como diría don Luciano Pulgar,

LOS MISTERIOS DE LA PAZ

Cuando esperábamos la contestación autori­ zada de Luis Cano, responde algún foliculario, desde las columnas de “ El Tiempo” , la encuesta sobre la paz de Ginebra. Los irresponsables ciri­ neos tratan en vano, con engañosos sofismas, de justificar una fórmula contraria a las tradicio­ nes gloriosas de la 'República y a nuestro inme­ diato porvenir. Queremos quitarle a esta polémi­ ca todo sentido retórico y reducirla a la “ turgen­ cia del hecho” , al recinto murado de la más es­ trecha lógica, del cual no podrán fugarse fácil­ mente los contumaces golillas que a nombre de un espíritu partidarista pretenden desconocer la unánime repulsa a la paz mercenaria de Gine­ bra. Por primera vez “ El Tiempo” trata de lanzar la sonda, sin tocar fondo, por cierto, en algún problema nacional. Ese diario . ha vivido de la

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clemencia pública, porque cuando sale de las fronteras del panfleto o del limitado repertorio de sus ironías antillanas, exhibe tan sólo la indi­ gencia mental de los escribas o fariseos que lo redactan. Y es que para conducir la opinión ciu­ dadana y erigirse en su dogmático rector, se ne­ cesitan más conocimientos de los que se adquie­ ren traduciendo malamente revistas francesas o leyendo con devoción a Paul Morand, Wenceslao Fernández Flórez y Ramón Gómez de la Serna. El problema de la paz no es un problema po­ lítico, ni en Colombia existe ningún partido beli­ cista. El nuéstro menos que ninguno. Cuando se inició el conflicto de Leticia, presentámos noso­ tros, en asocio de Elíseo Arango, una proposi­ ción en la Cámara por medio de la cual se esta­ blecía la voluntad de paz de la Nación, y -tuvi­ mos que retirarla ante la avalancha de los ami­ gos, del gobierno, que hicieron las más viles su­ gestiones contra nuestra rectitud nacionalista. Lo que el país quiere, afirmaba colérico uno de los redactores de “ El Tiempo”, es la guerra. La voluntad de paz era para nosotros el escudo de la defensa nacional ante la incalificable agresión de los asaltantes de Leticia. Como lo expresó Va­ lencia, -el Tratado con el Perú no podía quedar a merced de cualquier valentón advenedizo. Ami­ gos teóricos de la paz, hemos sido contrarios a

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la paz de Ginebra, porque en vez de resolver iel conflicto, lo plantea para más tarde, y es un de­ plorable armisticio, donde el Perú lleva todas las garantías y nosotros corremos todos los peligros. “ El Tiempo” pregunta dónde está “ el éxito revolucionario de los que han combatido la fórmula de Ginebra” . No podíamos esperar un éxito revolucionario, porque somos doctrinaria­ mente enemigos de la revolución. Pero en forma espontánea, sin que nosotros habláramos, se ma­ nifestó unánime la opinión no remunerada en contra de la paz de Ginebra y de Lima, por los órganos más autorizados de ambos partidos: “Re­ lator” . de Cali, “ La Prensa” de Barranquilla, y todos los diarios conservadores del país. Acudien­ do al llamamiento nacionalista, se sumaron luégo conductores tan autorizados de la izquierda como Carlos Arango Vélez, Raimundo Rivas, San­ tiago Ospina y Jorge Eliéoer Gaitán. Los aplau­ sos conservadores para ellos, lejos de deprimir­ los, como afirma “ El Tiempo”, los exalta, porque en este país de opinión pública el verdadero hom­ bre de Estado es el que habla desde su partido para toda la Nación. Sólo han adquirido «entre nosotros la consagración definitiva los ciudada­ nos que >en los azares de nuestra borrascosa vida civil han alcanzado el aplauso de sus amigos y el respeto de sus adversarios, como José Vicente

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Concha, Nicolás Esguerra, Carlos E. Restrepo o Guillermo Valencia. Los simples voceros de irre­ conciliables odios políticos se han desvanecido como el humo. Los enemigos de la paz de Ginebra laboran en silencio, preparando a la Nación para la hora suprema del desquite, o para cuando la falaz di­ plomacia limeña le tienda una emboscada defi­ nitiva al armisticio, como se la tendió al tratado Lozano-Salomón. Porque esa hora habrá de lle­ gar, y antes de que lo sospechen los panegiristas de la paz. En cambio, tienen casi el nivel de un hecho delictuoso las 'manifestaciones de regoci­ jo para encomiar una paz de la cual dijo uno de sus autores, el doctor Alfonso López, en repor­ taje para los diarios de Cali: “ Repito que había preferido la fórmula sugerida por mí al presiden­ te Benavides; pero creo que hay muchas razo­ nes para esperar que la fórmula de la Liga resul­ tará en la práctica mejor de lo que parece ser en principio” . Esa paz resignada, de que habló Lo­ zano y Lozano, sólo con resignación puede cele­ brarse. Las dos o tres manifestaciones que se han hecho para exaltarla, responden tan sólo a un mezquino interés partidarista. Lo está demos­ trando el hecho de que en una ciudad como Bo­ gotá, donde al grito de “ ¡Viva el partido liberal!” , se congregan a cualquiera hora y sin motivo cin-

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co mil manifestantes, el motín de la paz ha exi­ gido treinta días de dolorosa gestación. Por cierto que los motines donde se celebra la paz con el Perú se convierten en auténticas guerri­ llas internas, con lo cual se va más allá de lo que pedía algún autorizado vocero del liberalis­ mo, cuando dijo que con los conservadores era preciso ser más implacables que con los asal­ tantes de Leticia. “ El oscuro misterio de la paz, escribe “ El Tiempo” , realizado a la luz pública, y que tuvo oportunidad de ser discutido desde mucho antes de que se llevara a cabo, no existe” . Esta ha sido precisamente nuestra tesis. La fórmula de Gine­ bra hay que juzgarla objetivamente, dentro de las líneas escuetas que firmó nuestro delegado en la Liga, con autorización del gobierno. Los que han hablado “ del misterio de la paz” son don Luis Cano, quien afirmó que él conocía “ los ínti­ mos secretos, de aquel negociado” , que eran los que lo justificaban, y don Guillermo Valencia, quien dice: “ El tono de su telegrama me indica que allá se dispone de datos diplomáticos, finan­ cieros y militares que no conocieron acá los en­ cargados de dirigir la defensa nacional” . En el mismo despacho se asegura que los íntimos mis­ terios de la paz permanecían ocultos “ en velos que a él le estaba vedado levantar” . No hemos

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sido, pues, nosotros los difamadores de la paz sino don Guillermo Valencia y don Luis Cano, quienes son los llamados a defenderse hoy del cargo falaz que les hace el irresponsable editorialista. “ Si la guerra hubiese continuado adelante ‘^después de las oportunidades de hacer la paz tal como hoy existe, el gobierno y el liberalismo hu­ bieran tenido que recibir con igual abnégacióh el chaparrón de injurias por haber permitido el sacrificio de Colombia” . Precisamente el mayor reparo que nosotros tenemos para oponer a la fórmula de Ginebra es el hecho de que después de gastar veinte o treinta millones de pesos, después de haber paralizado durante diez meses la vida económica del país y de sacrificar innu­ merables vidas, hemos pactado en inferiores con­ diciones a las que nos ofrecía hace nueve meses el Perú, cuando nos invitó a aceptar la media­ ción del tribunal de arbitramento establecido por el pacto de Gondra. A la Nación se le estafó con la guerra, de la propia manera que ahora se le ha estafado con la paz. Tomamos, sí, nota de que a la República la llevaba el gobierno “ a un sacrificio” , posiblemente porque, como lo ex­ presaba don Luis Cano, el doctor Olaya quería conqentrar bajo su mando todos los poderes de

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la paz y de la guerra, con una arrogancia que no tuvo el propio Bonaparte, y porque al frente del ministerio de la defensa nacional está la más probada incapacidad de que haya noticia en la historia colombiana, desde la Patria Boba hasta nuestros, días. “ Quitar la honra de hacer la paz a los que la hicieron, declarándola adversa a los intereses nacionales, es la suerte de todo, arreglo de paz honorable y justa. Es la suerte de todos los actos inteligentes y de todas las actuaciones en que no interviene la fuerza como elemento supremo y decisivo, aplastando a los que a ella se opon­ gan” . No entendemos este inepto jeroglífico de “El Tiempo” . En la prosa de Luis Cano se clari­ fica hasta el sofisma. Los folicularios de “ El Tiempo” escriben sin lógica, sin elegancia y sin precisión: se nota en sus escritos el aturdido es­ fuerzo del empleado por defender al patrón. El deshonor de la paz se lo dejamos íntegramente a sus autores. Pero como rectificación a un prin­ cipio intelectualmente falso y gramaticalmente ' atolondrado, declaramos que las soluciones jus­ tas .y honorables han sido históricamente dis­ cutidas, pero rara vez vituperadas. En cambio' las soluciones de la violencia, la paz brutalmen­ te impuesta, como el Tratado de Versalles, han sido objeto de implacables polémicas y del irr

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vocable anatema de la Historia. Al publico no se le puede irrespetar escribiendo inepcias como las del editorialista de “ El Tiempo” . Hasta la defensa del error exige algún decoro menc-al. “ En qué sitio de la fórmula de la paz se de­ clara que el tratado Lozano-Salomón debe revi­ sarse por injusto?” , pregunta “ El Tiempo” . Nos­ otros sí estamos en posibilidad de dar respues­ tas categóricas:.Ese hecho se reconoció en el se­ gundo considerando del Consejo de la Liga, acep­ tado por nuestro delegado en Ginebra, donde se lee “ que sobre la base de los tratados vigentes se procederá a negociaciones entre las partes, bus­ cando la mejor manera de encontrar una solu­ ción justa, duradera y satisfactoria” , así está expresamente escrito en los considerandos firma­ dos por nuestro delegado a nombre de Colom­ bia. Tenemos la certidumbre de que tanto el doc­ tor Santos como el gobierno trataron de que se le agregara a la fórmula “ sobre el respeto, o la intangibilidad de los tratados” , pero que el Perú rechazó toda posible modificación, para dejar un cauce propicio a sus falacias diplomáticas. Si sobre la inepta cuestión de Sucumbí os los go­ lillas del Perú pudieron discutir durante un año, con sofística arrogancia, en la fórmula de Gine­ bra hay polémica diplomática para doscientos años.

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La solución definitiva que entrañaba el tra­ tado Lozano-Salomón ha sido reemplazada por una fórmula peligrosa y equivoca. Con el agra­ vante de que en favor del Perú está en este caso no solamente la gramática, sino que entre los antecedentes de la paz necesarios para esclare­ cer la fórmula de Ginebra está la insólita propo­ sición del Brasil, aceptada por nuestra cancille­ ría, que dice en su aparte tercero: “ En compen­ sación el gobierno de Colombia accede a que, in­ mediatamente después, los delegados de los dos países se reunirán en Río de Janeiro junto con los técnicos que se estimen necesarios, con el objeto de considerar el tratado Lozano-Salomón, dentro de un amplio espíritu de conciliación, y en el propósto de encontrar una fórmula suscep­ tible de aceptación recíproca que incluirá medi­ das económicas, comerciales y culturales que constituyan un vínculo moral más firme para hallar un ESTATUTO TERRITORIAL adecuado al propósito inicial, y conforme a las peculiari­ dades de esas regiones” . Este gravísimo antece­ dente lo invocará el Perú como interpretación legítima del acuerdo de Ginebra, si es que el sen­ tido gramatical es desconocido por „Colombia. „ Asimismo, el doctor Alfonso López entró a discu­ tir en Lima con su amigo Benavides las posibles modificaciones al tratado, antes de que el gobier-

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rio del Perú aceptara las insinuaciones de la Liga. No desconocemos la gravedad de estas afir­ maciones, pero más grave es que sean ciertas. El gobierno de Colombia ha cometido una culpa y nosotros no hacemos sino explicarla. El sofisma de que “ los problemas aduane­ ros” van a ser el objeto de posibles conversacio­ nes, lo está refutando claramente el hecho de que muy antes de la toma de Leticia por los asal­ tantes de Loreto, ese negocio había quedado sa­ tisfactoriamente arreglado con el gobierno del Perú, como consta en-una nota de la cancille­ ría de Torretagle, donde se le daban las gracias al gobierno de Colombia. “ Reconocemos que pueden existir legítimas aspiraciones del Perú en la frontera” , asegura “ El Tiempo” . Otra cosa muy distinta dice la fór­ mula aceptada por nuestro delegado en Ginebra. No fueron aspiraciones, sino intereses legítimos los que se hicieron constar en aquel peligroso documento. La aspiración «es un deseo; el interés legítimo «entraña un derecho. Luégo el editorialista hace un esfuerzo por interpretar las legíti­ mas aspiracions del Perú. Las declaraciones que hace “ El Comercio” de Bogotá, a nombre de sus poderdantes del otro lado del Amazonas, no son por sí mismas suficientemente autorizadas.

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Falta saber si así piensan el presidente. Benavi­ des y la cancillería de Torretagle. Viene en seguida una sofística y complicada explicación del curso que siguieron las negocia­ ciones diplomáticas, para demostrar que no fue la tesis de Maúrtua la que triunfó, al aceptar nuestro gobierno que el conflicto de Leticia era un problema internacional. Explicando la insólita afirmación, dice “ El Tiempo” que los oposicionis­ tas ignoran “ el momento público y solemne en que se planteó una guerra con el Perú, cuando se comprobó la invasión militar, ordenada por el gobierno de Sánchez Cerro” . Antes de la agre­ sión peruana, patentizada oficialmente en íá, “ victoria blanca” de Tarapacá, nuestra cancille­ ría había reconocido el hecho de que se trataba de un conflicto internacional, aceptando la me­ diación del Brasil para llegar a un arreglo pa­ cífico. Como en “ El Tiempo” se escribe ordinaria­ mente sin ninguna honradez mental, el editorialista de ayer olvida que el público recuerda uñ artículo titulado “ Ulna negociadión Imposible” , que figuró como editorial de “ El Tiempo” en la edición del 7 de enero de 1933: “ Y es porqué creíamos y seguimos creyendo —afirmaba “ Él Tiempo” de esa fecha— que la cuestión de Leti­ cia, no por haberse presentado a las orillas del gran río central de América es menos un casó

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de orden público colombiano, que sólo afecta la Constitución, las leyes y las autoridades de Co­ lombia, y pensábamos y seguiremos pensando que someterla a la decisión, a la discusión o a la negociación con naciones o entidades extrañas es un peligroso caso de subordinación de la sobera­ nía colombiana a estas entidades o a esas naciones” . Sólo que los que ayer consideraban que so­ meternos a entidades extrañas era subordinar nuestra soberanía, son los mismos que hoy aplau­ den la paz desoladora de Ginebra. Más grave que la declaración de Víctor Ra­ mos desautorizada por la cancillería del Perú, fue la afirmación de los golillas de Torretagle, en los primeros días del incidente de Leticia, cuan­ do declararon que se trataba de un problema in­ ternacional que debía someterse al Tribunal de Arbitramento de Washington. Al afirmar que en este caso había un negocio internacional, se nos estaba diciendo claramente que el gobierno del Perú respaldaba a los legionarios de Oscar Or­ dóñez. Por lo demás, desde el primer día el go­ bierno tuvo conocimiento expreso y tácito de que el Perú apoyaba a los asaltantes de Leticia. El tardío sofisma de “ El Tiempo” no convence si­ quiera a sus autores. Perdimos totalmente la ma­ gistral réplica de Valencia a Maúrtua y aquel egregio discurso suyo en el paraninfo de la Uni-

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versidad del Cauca, donde se afirmó con incom­ parable arrogancia: “ El desconocimiento y la su­ plantación de las autoridades colombianas én el pueblo de Leticia, es un suceso de nuestra polí­ tica que debe ser considerado y atendido como inci­ dente de orden público interno en el que sólo tienen voz y acción las autoridades constitucio­ nales de Colombia” . La tesis inicial de nuestro gobierno, de que “ este vulgar caso de rebeldía” debía considerar­ se como de simple orden público interno, fue aniquilada por nuestro propio gobierno, al acep­ tar la mediación del Brasil, que quebrantaba la rigidez de nuestro derecho. Vinieron luégo a con­ firmar tan estupendo descalabro las humillantes genuflexiones de Ginebra. Por esto hemos dicho y hoy lo confirmamos, que Maúrtua es el victo­ rioso, y que la diplomacia peruana triunfó sobre la nuéstra, convirtiendo en un problema interna­ cional la ocupación de Leticia. Tampoco será nuestra bandera la que se iza­ rá en Leticia, y nuestra jurisdicción estará allí limitada por la voluntad sqprema de la Liga de las Naciones. Lo que se ha pactado en Ginebra es un simple armisticio, que nos obliga a la paz armada que tan grave le parece al editorialista de “ El Tiempo”. Sólo que mientras dure el armis­ ticio el Perú tendrá todas las ventajas: Nuestras

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posiciones quedarán en depósito en la Liga de los Pueblos, sin derecho de nuestra parte a man­ tener allí más tropa que la “ guardia suiza” co­ lombiana, que funcionará bajo las órdenes de un capitán español y varios coroneles foráneos. En­ tretanto, el Perú podrá fortificarse en Güepi, en Saravia, en todas las posiciones del Putumayo que a costa de inenarrables sacrificios cayeron, en poder de nuestras tropas. El fruto de la ra­ piña queda en manos extranjeras: las posicio­ nes brava y legítimamente tomadas, pasan sin condiciones a los invasores. Por lo demás, lo inapelable de las sentencias y resoluciones de la Liga, lo han demostrado el. Japón y el Perú, y lo comprobó Colombia al re­ chazar sin consecuencias, con el aplauso de “ El Tiempo” , la segunda de las fórmulas de paz pro­ puesta oficialmente en Ginebra. Finalmente, el hecho de que “ El Comercio” de Bogotá entienda que las reparaciones por el asalto de nuestra legación en Lima se dejarán para más adelante, no sosiega el patriotismo co-. lombiano. Si al asalto de Leticia le vamos a bus­ car “ una solución honorable” , y se reconocen sobre él “ intereses legítimos” , no hay derecho ni justicia para que en la fórmula de la paz que contempla, según dice ella flamantemente, “ la totalidad de los problemas”, se calle en una for-

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ma delictuosa sobre el mayor atentado interna­ cional (que registra en cuatrocientos años la his­ toria de la civilización americana. Porque hasta los bárbaros» reconocieron como sagrada la per­ sona de los mensajeros diplomáticos. En pie queda la totalidad de nuestro cues­ tionario, esperando quién lo absuelva satisfac­ toriamente, para honor de Colombia. En el par­ lamento el gobierno tendrá que explicar por qué ordenó la desocupación de Leticia que dió ori­ gen al conflicto; por qué aceptó que el tratado Lozanó-Salomón no era una solución justa, ho­ norable y definitiva; por qué reconoció legítimos intereses del Perú en el trapecio amazónico; por qué dejó convertir en problema internacional el asalto de Leticia; por qué le entregó a una juris­ dicción extraña un pedazo del territorio patrio, delegando nuestra soberanía; por qué no ha exi­ gido reparaciones por el asalto de nuestra lega­ ción en Lima. La oposición ordinariamente representa el ho­ nor histórico de un pueblo. Nadie recuerda a los israelitas que aceptaron dócilmente el cautiverio de Babilonia y adoraron ídolos falsos. En cambio, durárá más que la eternidad la protesta de aque­ llos profetas coléricos a quienes sus contemporá-

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neos juzgaron locos y en quienes la posteridad reconoce a los que despejaron el camino de Dios. Ningún vidente fue tenido por cuerdo en su épo­ ca. Los ultrajados nacionalistas de hoy son los; arquitectos del futuro.

EL SENTIDO DE LA PAZ Creemos cumplir un deber nacional si entre el coro desolado de la tragedia económica hace­ mos un llamamiento a la opinión pública sobre el sentido de la paz. Hoy, cuando se reanuda el curso de nuestra rota vida, política, es preciso ha­ cer algún esfuerzo por asegurar una paz «estable con el Perú, fijando el alcance del pacto de Gi­ nebra, denunciando los errores cometidos y cum­ pliendo un vigoroso esfuerzo por habilitar a la Nación para todas las contingencias del futuro. Ningún hecho tiene para nosotros la gravedad del que hoy denunciamos ante la conciencia libre de todos los partidos, porque nuestro patriotis­ mo est'á por encima de toda codicia política. Mientras el doctor Olaya Herrera se entrega a las caricias volubles de la democracia, la miseria económica se multiplica y se anuncian días acia­ gos para la Nación sacrificada,

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En repetidos escritos, que no han sido hasta ahora rectificados, demostramos que la fórmula aceptada por nuestro gobierno en Ginebra en­ traña la revisión del Tratado con el Perú. Ni don Luis Gano, ni “ El Tiempo” , ni el señor ministro de relaciones exteriores, han logrado explicarnos satisfactoriamente cuáles son los “ legítimos inte­ reses del Perú” , reconocidos por nuestro gobier­ no, y qué significa “ buscar una solución justa, duradera y satisfactoria sobre la base de los tra­ tados actuales a los problemas pendientes” , con nuestros vecinos del mediodía. Tanto don Guillermo Valencia, como “ El Tiempo” , don Luis Cano, y el señor ministro de relaciones exteriores, en declaraciones públicas que tenemos ya protocolizadas, han sostenido, sin pruebas de ninguna naturaleza, que la fórmula de Ginebra no comprende la revisión del Trata­ do. Honorablemente creemos que el gobierno se está comprometiendo en una empresa que liqui­ dará el último saldo de confianza que pueden tener entre nosotros las declaraciones oficiales. La fórmula de Ginebra fue aceptada en Lima después de terminados los memorables diálogos entre el doctor Alfonso López y su amigo el pre­ sidente Benavides. El 18 de mayo último publi­ caron simultáneamente “La Patria” de .Mañiza?

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les y “ El Correo del Cauca” de Cali, el texto de úna conferencia sostenida entre el doctor Olaya Herrera y el doctor Alfonso López, captada au­ dazmente por diversos aparatos de radio del oc­ cidente colombiano. Posteriormente un comuni­ cado oficial de Palacio confirmó la exactitud del trascendental diálogo. El doctor López dijo: “ Benavides insiste en considerar como condición in­ dispensable y sin la cual no puede haber arreglo alguno que el territorio del Trapecio de Leticia continúe en poder del Perú mediante concesio­ nes territoriales en otras partes, posiblemente al norte y sobre el Ñapo” . * Parece que en el propósito de hacer “ la paz a todo trance” el doctor López le prometió a su amigo Benavides no sólo trabajar por la revi­ sión del Tratado sino expresárselo así en un te­ legrama dirigido desde Colombia que sirviera ante el Perú de excusa y defensa de la paz. En Cali y Buenaventura el doctor López encontró práctica­ mente amotinada la opinión contra la fórmula de Ginebra. Sólo cuando se invocaron los inte­ reses reales o supuestos del partido liberal, una gran porción democrática se manifestó favorable a la paz ginebrina. Porque todo lo que se ha es­ crito en materia de lógica desde Aristóteles hasta huestros dfas sg compendia en este simple s í I ck

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gismo: “ viva el partido liberar’. Después.,, será otra cosa. Las revoluciones políticas tienen tam­ bién su cansancio. El liberalismo aceptó, además, la fórmula pactada ante la solemne promesa del gobierno y ue sus gestores más eminentes de que no sería revisado el pacto Lozano-Salomón, Los diarios de Bogotá anunciaron, en víspe­ ras de la conferencia de Londres, que entre el doctor López y el presidente Benavides se habían cruzado sensacionales despachos. Agregaban luégo que esos despachos serían publicados oportu­ namente. Hasta el día de hoy no ha sido posible que esta promesa se cumpla, y el gobierno no parece dispuesto a satisfacer los justos anhelos de la opinión nacional. ¿Qué misterio hay en esos despachos que el poder ejecutivo no tolera su pu­ blicación? ¿Será posible que se nieguen esos mensajes a las comisiones investigadoras del próximo congreso? Si perjudican los intereses de Colombia, ¿el gobierno por qué calla? Si favoreren nuestros derechos, ¿por qué son sustraídos si­ gilosamente de la necesaria e inevitable publica­ ción? Tenemos la certidumbre de que este cuestio■v-i « -m í o

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tona, porque al país no se le puede engañar sin peligro. De una fuente absolutamente insospechable hemos sabido que el doctor López, ante el uná­ nime rechazo de la opinión pública a la revisión del Tratado, no pudo cumplirle su promesa al presidente Benavides y se limitó a dirigirle des­ de Puerto Colombia, antes de partir para Londrs, un mensaje protocolario, eludiendo el fondo del asunto y saludando en Benavides un apóstol del ideal bolivariano. Entonces el general Bena­ vides, en enérgico despacho, le manifestó tanto al doctor López como al presidente Olaya que él no estaba dispuesto a dejarse engañar y que exigi­ ría el cumplimiento de las promesas de Lima que entrañaban inequívocamente la revisión del Tra­ tado Lozano-Salomón. Hecho que coincide con la * conversación radiotelefónica captada por los dia­ rios de Occidente. És la plena prueba de la tesis sostenida por nosotros. Publicamos escuetamente la noticia para que sea rectificada por el gobierno o por los periódi­ cos ministeriales, en la certidumbre de que le prestamos un efectivo servicio a la República. Es preciso restablecer la verdad, que hace libres los pueblos.

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Lo que nos parece más peligroso en la paz equívoca de Ginebra es el espíritu con que ha sido recibida por nuestro gobierno y por el jefe del liberalismo. El día mismo en que fue acep­ tada, uno de sus más esclarecidos gestores decía, con certera visión del futuro, que se trataba de un simple armisticio, de una tregua que nos per­ mitiría darnos una adecuada preparación para la guerra. Este criterio, al menos, se afirma so­ bre realidades internacionales y verifica un ele­ vado concepto de la defensa nacional. Hoy más que antes de ser aceptada la fórmula de la Liga, debemos preparar millitar¡m,ente^ al país para una guerra que será inevitable el día en que el Perú no encuentre cancelados todos “sus legíti­ mos intereses” . Pero el poder ejecutivo y el doctor López parece que entienden la paz de Lima no como un concepto relativo sino como una idea trascen­ dental. Son humanitaristas como Jaurès o como Romain Rolland. En esta forma, el nuevo con­ flicto con el Perú nos encontrará tan despreve­ nidos como el 1? de septiembre, cuando fue asal­ tado nuestro puerto amazónico. Hay que recor­ dar la amarga sentencia de un clarísimo escri­ tor francés sobre la tumba de León Burgeois: “su pacifismo está cálido de sangre. Quizás cien

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mil, quizás quinientos mil jóvenes franceses es­ tarían aún llenos de vida si Leon Bourgeois no hubiera existido, si él no hubiera enseñado la imposibilidad de la guerra, si no hubiera impe­ dido a su país ponerse en guardia contra -este azote”. Este concepto de la paz es más asolador que la guerra y ejerce un poder considerable para la destrucción de los hombres y de las cosas, para la efusión de sangre, para el dolor y para la muerte. Si queremos exigir el respeto del Trata­ do Lozano-Salomón es preciso que tengamos un ejército respetable y una nación armada. Los utopistas de la paz son los precursores de una irreparable humillación.

LA MEDIACION DE WASHINGTON Desde sus orígenes la administración Olaya Herrera se particularizó por la más temblo­ rosa sumisión al gobierno de los Estados Uni­ dos. Durante el primer año de su mando, la legislación nacional fue dictada desde Washington por intermedio de 'técnicos más o menos competentes o por obra activa, de los grandes capitanes de la industria y de la banca americana. Ya era el señor Mellon que le mur­ muraba al oído al señor Olaya Herrera: “ Arre­ glen. ustedes sus cuestiones pendientes en ma­ teria de petróleos; decidan en forma, equitativa y justa las dificultades que a este respecto se les han presentado y una vez que hayan adop­ tado una política que dé estabilidad a las acti­ vidades industriales en esa rama, se abrirán para Colombia, sin duda alguna, amplias vías para su progreso económico y su restauración fi-

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naneiera” . (Reportaje del doctor Enrique Olaya Herrera a “El Tiempo” , el 7 de agosto de 1931). Ya eran los señores Jefferson y Saméis, que in­ tervenían en forma desenfadada en la expedi­ ción de diversas leyes financieras y en el turbio negocio del Catatumbo. Para estudiar la ley de petróleos fue importado un técnico norteameri­ cano, conocido por sus equívocas actuacio­ nes petrolíferas en México. El doctor Olaya Herrera, tan altivo para de­ fender sus fueros autocráticos en el interior, ha sido siempre sumiso con los enemigos de fuera, lo mismo en Washington que en Ginebra o en Lima. Nuestras posesiones del Amazonas se en­ cuentran bajo una soberanía extraña. Nuestro ejército es en el trapecio amazónico una espe­ cie de guardia suiza al servicio de funcionarios foráneos. Más inquietante, si esto es posible, que el conflicto con el Perú, es la intervención que el gobierno de los Estados Unidos ha tenido en el desarrollo de nuestra política internacional. Las indignas claudicaciones diplomáticas de nuestra cancillería nos colocan en la situación de un estado semi-colonial, entregándole a la secretaría de Estado de Washington la última competencia de nuestra soberanía.

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Hay que recordar como antecedente del he­ cho que comentaremos luégo el viaje del doctor Pomponio Guzmán a los Estados Unidos, cuyo alcance no ha sido fijado todavía por el minis­ tro de relaciones exteriores. Lo cierto es que poco después de su llegada a Washington nues­ tro gobierno acudió a los firmantes del pacto Briand-Kellog y como resultado inmediato se publicó la famosa nota dirigida por el secre­ tario Stimson al gobierno del Perú, en rela­ ción con el conflicto colombo-peruano. Sin este antecedente no sería posible entender la siguien­ te declaración categórica, que aparece publicada en un libro titulado “ Un escándalo diplomática” , obra editada posiblemente por el delegado del Perú en la Liga de las Naciones,-y citada en la cámara de representantes por José de la Vega, en sereno y magistral discurso: “ Ciertamente —se lee en la página 12— la Sociedad de las Naciones, de una parte, y los Es­ tados Unidos, de otra, al recomendar la media­ ción brasilera, suplicaron al gobierno peruano aceptarla en toda su integridad... El gobierno de los Estados Unidos, de su lado, aportó una contribución imprevista a la tesis peruana, esta­ bleciendo una' especie de compensación. —“ in compensation” , dice el texto inglés— entre la

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evacuación de Leticia y la promesa de Colombia de examinar el Tratado. Con la tendencia prag­ mática del genio anglo-americano y su respeto por los hechos y las realidades, “ the stubborn faets” , comprendió que no se podía desdeñar la protesta de Leticia y que era preciso reconocer la caducidad, no jurídica, sino real del pacto, y pre­ pararle un sudario” . Vanamente trabajó el doctor Guillermo Va­ lencia en la comisión asesora porque fuera su­ primida la humillante declaración que hemos transcrito, en la fórmula del Brasil. Las insinua­ ciones de Washington han sido siempre órdenes para el presente régimen. Y así fue como aceptó nuestro gobierno la degradante fór­ mula que necesariamente será invocada en contra nuestra por el Perú en la conferencia de Río de Janeiro, como interpretación del conve­ nio de Ginebra. En el trapecio amazónico se están jugando grandes intereses económicos de Inglaterra y de los Estados Unidos. En la Liga de las Naciones el delegado inglés fue siempre el menos explícito en favor de las tesis de Colombia. La mediación de Washington es casi imperativa en el sentido de conseguir una revisión del tratado con el

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Perú, como se desprende de la cuidadosa y me. ditada lectura de la nota del señor Stimson. La América Latina tiene intereses solidarios —el territorio, la raza, la religión, la lengua— , frente a los Estados Unidos, donde está la única amenaza definitiva para su porvenir histórico, Aceptar la mediación de Washington en nuestros litigios territoriales puede ser más grave que los transitorios efectos de un conflicto armado. A los Estados Unidos no les interesa hoy la conquista material de nuevos territorios y no se atreven a intervenir en forma directa ni siquiera en la isla martirizada del Caribe. Ellos no quie­ ren sufrir la pesada servidumbre de los trámites oficiales, ni el tráfico corruptor de los gobier­ nos tropicales: pero, en cambio, mueven audaz­ mente en la sombra, como dóciles fantoches, a nuestros sedicentes gobernantes. La actitud del doctor Olaya Herrera en La Habana fue idéntica a la del delegado peruano en defensa de la inter­ vención americana. Es posible que nuestro con­ flicto con el Perú encuentre más fácilmente una solución en Washington que en Río de Janeiro,

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Los suplicantes

EL CAMINO DE TERCIOPELO

Hoy es un sentimiento nacionalmente unánime el fracaso de la conferencia de Río de Janeiro. La diplomacia sumisa y vacilante del gobierno no podía conducirnos a mejor puerto. Después de año y medio de constantes sacrificios nos encon­ tramos en circunstancias inferiores a las que lle­ gábamos el 1? de septiembre de 1932, cuando se presentó -el conflicto con el Perú. Antes de apelar a las armas el gobierno del Perú, por conducto de su ministro en los Esta­ dos Unidos, propuso someter los problemas pen­ dientes con Colombia al comité de conciliación creado por el pacto de Gondra. El poder ejecu­ tivo consideró que se trataba de un negocio de orden público interno, ajeno a toda extraña juris­ dicción. Llevado el tema a la Liga de las Nacio­ nes, después de las repetidas “ victorias blancas” de nuestro delegado en Ginebra, se firmó el con-

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venio de 25 de mayo, origen y razón de la confe­ rencia de Río de Janeiro. Jacinto López, en su estudio sobre las “ lecciones del conflicto entre Colombia y el Perú” , juzga así la conducta de nuestro gobierno: “ La conferencia de Río de Ja­ neiro es exactamente la conferencia de conci­ liación a que el Perú invitó a Colombia, en sep­ tiembre de 1932, al nacer el conflicto. El gobier­ no de Colombia se negó entonces a la concilia­ ción, para aceptarla después, decretada por la Liga de las Naciones, y bajo un código que reco­ noce expresamente el principio de justicia en la causa del Perú” . De una manera inconfundible queda radiografiado allí nuestro . incalculable triunfo diplomático en Ginebra. Oportunamente, antes de ser aceptado por nuestro gobierno el convenio de 25 de mayo, pu­ blicamos nosotros el peligro que encerraba la aceptación de una equívoca fórmula, donde se re­ conocían los “ legítimos intereses del Perú” , y se determinaba la urgencia de buscar sobre la base del tratado Lozano-Salomón “ una solución justa, durable y satisfactoria”, a la totalidad de los pro­ blemas pendientes con el Perú. La pérfida canci­ llería de Torretagle, que litigó durante un año en torno a la inepta cuestión de Sucum-

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bios, encontrará en la fórmula de la Liga de las Naciones querella militar y diplomática para un siglo. Como lo habíamos anunciado al abrirse la conferencia de Río de Janeiro, rompiendo los protocolos diplomáticos, el delegado Maúrtua, con pleno poderes de su gobierno, anunció que el Perú exigiría la revisión del tratado LozanoSalomón, en cumplimiento de la fórmula de Gi­ nebra. Jacinto López, fiel intérprete de las tesis peruanas, expone así el convenio de 25 mayo: “ En el código de la conferencia de Río de Janei­ ro es mucho más amplio el radio de las negocia­ ciones que el inicialmente propuesto por el Perú. Comprende la totalidad de los problemas pen­ dientes en el tratado de 1922, en su integridad. Los intereses legítimos del Perú es la substitu­ ción del tratado de 1922, por un tratado de arbi­ traje en toda cuestión de límites. Esta seria la solución integral del conflicto; y es sin duda el gran servicio que la conferencia de Río de Janei­ ro está llamada a prestar a la civilización de Amé­ rica. El tratado es un abismo entre dos países. La sabiduría de los hombres del Consejo de la Liga indicó su abrogación como solución del con­ flicto, cuando estableció como artículos del có­ digo de la conferencia, la discusión de todos lc&

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problemas pendientes y el examen de todo inte­ rés legítimo del Perú, sobre la base de los trata­ dos vigentes” . La diplomacia peruana habla este rudo lenguaje lo mismo en Lima, que en La Ha­ bana, en Río de Janeiro que en Montevideo. Nues­ tro gobierno, en cambio, considera como una pe­ ligrosa usurpación democrática de los sacrosan­ tos derechos del jefe del Estado la simple enun­ ciación de las tesis colombianas en el seno del parlamento, y nuestros delegados en Montevideo tienen que aplaudir sumisamente la acertada de­ signación he^ha por la conferencia panamerica­ na, para su reunión ulterior en Lima, donde nues­ tra legación fue pillada y saqueada por las tur­ bas frenéticas. Así hablan hoy los descendientes de los héroes de Tarqui. La conferencia de, Río de Janeiro no se reúne nunca. Un canciller oportunista, sin convicciones y sin carácter, conversa informalmente con el señor Maúrtua, prodigando las falaces sonrisas, mientras se gastan sin contar los dineros nacio­ nales. Lo más grave de todo es que el gobierno se ha propuesto extinguir hasta en sus raíces la planta perenne del patriotismo, pues sólo habla del rudo idioma de los proceres cuando prepara un atentado contra la libertad o el bolsillo de los colombianos. El decreto 604 fue¡ expedido en lo

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mías agrio del conflicto con el Perú, al calor de la metralla de Güepi. Para lanzar el empréstito de los diez millones se le encomendó una arenga patriótica al insensible ministro de hacienda. El regalo de navidad de los siete millones se le. ha hecho a los Bancos, dándole al país la angustiosa impresión de un conflicto inevitable. Concluida la destructora iniciativa, el gobierno toma nueva­ mente el camino de terciopelo de las soluciones diplomáticas. Sólo la traición o la cobardía necesitan de la diplomacia secreta. Secreto fue el protocolo adi­ cional al tratado con los Estados Unidos: secreto el convenio Tezanos Pinto-Olaya Herrera. Ni Bo­ lívar, ni Mosquera, ni Julio Arboleda, necesita­ ron del sigilo para coronarnos de gloria en Cuaspud, en Tulcán, en Tarqui. Tuviera el gobierno una decorosa línea de política nacional, se ende­ rezaran sus empresas a restaurar el honor colom­ biano, y su idioma sería claro y marcial, como el de los libertadores. El año ique concluye encuentra la república en ruinas: el orden jurídico destruido; nuestra deuda pública elevada a ciento cuarenta millo­ nes de pesos; el caos económico y financiero; la violencia y el asesinato convertidos en fórmula única de expresión democrática; sembrada de

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cadáveres la República, como ciertas vías roma­ nas. Entretanto diplomáticos claudicantes des­ pilfarran en el Exterior el dinero de “ los otros” , y el gobierno edifica su gloria con la humilla­ ción de la patria.

LOS SUPLICANTES

Diariamente las agencias internacionales de información trasmiten contradictorias noticias sobre el inseguro desarrollo de la conferencia de Rio de Janeiro. Las nuevas verosímiles oscilan in­ variablemente entre la ya clásica declaración de don Luis Cano, quien confía en el éxito de la conferencia y la posible intervención del señor Afranio Mello Franco, ex-canciller del Brasil, en la conferencia de Río de Janeiro. Tenemos la idea más excelente del señor Mello Franco por las ventajosas noticias suyas que hemos leído en las crónicas internacionales, destacándose entre ellas la que publica el canci­ ller Stressemann en sus apasionantes memorias. Creemos, además, que tiene una generosa con­ cepción y luminosa óptica continental. Pero de las exposiciones suyas que hemos leído sobre el episodio de Leticia se establece con facilidad que

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el señor Mello Franco es primeramente brasilero en un negocio que puede no ser ajeno a los inte­ reses del Brasil. Y qué mucho que así sea si hasta aquel santo laico de la diplomacia que fue Aris­ tides Briand dejó como testamento esta senten­ cia, que es ya un lugar común en todos los dis­ cursos de la Liga de las Naciones: Cada uno debe ser, ante todo, un buen francés, un buen alemán, un buen inglés, y, luégo, un buen europeo. Con todo, ignoramos las razones que susten­ tan la presunta intervención del ex-canciller del Brasil en la conferencia de Río de Janeiro. Es posible que dicha intervención sea conveniente para la paz de América. Pero lo que nadie logra­ rá explicarnos es la situación lamentable en que aparecen nuestros delegados en Río suplicando con temblorosa ternura la presencia del canciller brasilero como irremplazable condición para el éxito de la nueva industria diplomática. Nuestra delegación, por este aspecto, es un verdadero coro de suplicantes. Un día comunica el cable que la conferencia no ha podido reunirse en espera de las sugestiones del señor Mello Franco, y al día siguiente las agencias internacionales de in­ formación transmiten que el viaje del exótico canciller ha quebrado el contacto de las dos dele­ gaciones. Nuestra costosa y flamante delegación

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en Río de Janeiro aparece así como un simple apéndice del esclarecido Mello Franco. ¿Qué se hizo la inteligente sagacidad de don Luis Cano? ¿Dónde está la tersa lumbre intelectual de Gui­ llermo Valencia? Esta espera cotidiana de la re­ nuente intervención del señor Mello Franco le cuesta treinta mil pesos mensuales al Estado co­ lombiano. Nosotros tenemos una instintiva desconfian­ za por las conferencias internacionales, lo mismo en Europa que en América. Ginebra, por ejem­ plo, no es sino la más costosa estación de veraneo para los turistas internacionales. Allí nada se es­ tudia, nada se resuelve, todo se aplaza. Los ociosos veraneantes de la Liga de las Na­ ciones discuten interminablemente teóricas solu­ ciones, que no obligan sino a pueblos candorosos y confiados. El Japón, el Perú, Alemania, el Pa­ raguay, Bolívia, rechazan sus insinuaciones y nunca sucede nada. La Liga hasta hoy ha sido únicamente una Academia de estudios diplomá­ ticos, caudalosamente remunerada por la hipo­ cresía pacifista de nuestro tiempo. Locarno,. Thoyty, Londres, Montevideo, La Habana, todas las conferencias y congresos internacionales, son Iac

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Nada se resolverá en Río de Janeiro; luégo iremos a Washington o La Haya a descubrir el horrífico enigma de Rabealís: “ Agitándose la Quimera en el vacío, ¿no podrá devórar las se­ gundas intenciones?” Entretanto, nos veremos en la obligación de sostener una prolongada paz ar­ mada más destructora que la guerra. Los recursos fiscales del país se invertirán entonces en soste­ ner una costosa fuerza militar, mientras des­ preocupados diplomáticos veranean en playas de lujo. La pretendida conferencia amazónica de que habló uno de nuestros delegados a Río de Janei­ ro es una peligrosa hazaña adelantada contra ios intereses de Colombia. En el triángulo de Leticia sólo Colombia tiene facultad soberana para in­ tervenir. El Perú es ya un primer intruso. En el festín de una supuesta conferencia amazónica, la sola nación perjudicada es Colombia, anfitrión único. No parece que sea el caso de citar nuevos gastrónomos a devorar el repuesto pemil que se sustenta sobre las orillas del gran río. Nada más gravoso para la humanidad que los apóstoles del credo humanitario. Por su culpa se han realizado las jnás sangrientas guerras, Jas

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más aciagas hecatombes. Todos los humanitaristas desguarnecen las fronteras y persiguen a sus conciudadanos. El más egregio de los escritores europeos de nuestro tiempo declaraba en el pró­ logo a “ El Porvenir de la Inteligencia” : “ El prin­ cipio de fraternidad planetaria, que quisiera esta­ blecer la paz de nación a nación, vuelve hacia el interior de cada país y contra sus compatriotas estos furiosos movimientos de cólera y enemis­ tad que están secretamente grabados por la na­ turaleza en el mecanismo del hombre, animal político, pero político carnicero” . Es ligeramente desdoroso para nosotros que todo nuestro problema con el Perú esté sometido a la intervención del señor Mello Franco, a pesar de sus cumplidas dotes de diplomático y esta­ dista. El pasado enseña que nuestros viejos ene­ migos no aceptan más solución que la de las armas. Y lo más grave de todo es que los conser­ vadores de Colombia no adivinan hoy otra opor­ tunidad de volver a ser ciudadanos que la guerra con el Perú. De lo contrario, seremos en el inte­ rior víctimas de aquellos “ políticos carniceros” de que hablaba el estilista francés: que desean la paz con todos los pueblos.

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LA HORA DE LA DECISION No pueden ser más graves para Colombia las afirmaciones contenidas en la nota que la dele­ gación del Perú en Rio de Janeiro dirige ’al pre­ sidente del comité consultivo del consejo de la Sociedad de las Naciones. Como lo anunciamos, a raíz de la aceptación por parte de nuestro go­ bierno del acuerdo de 25 de mayo de 1933, el Perú ha entendido que esa fórmula entraña la revisión del tratado Lozano-Salomón y por consi­ guiente la del estatuto territorial del Amazonas. No es el momento oportuno de comentar este triste episodio de nuestra vida diplomática. Pero lo cierto es que este hecho deplorable le ha dado un feliz pretexto a la diplomacia peruana, con notoria mengua de nuestra posición ante la Liga de las Naciones, para asegurar que Colombia “ se ha negado a ejecutar el acuerdo de 25 de mayo, celebrado bajo la autoridad del consejo” ·

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Sólo que el convenio de Ginebra no está cons­ titucionalmente perfeccionado porque hasta aho­ ra el gobierno no ha cumplido el artículo 34 del acto legislativo número 3 de 1910: “ Corresponde al Presidente de la República, como suprema autoridad administrativa, dirigir las relaciones diplomáticas y comerciales con las demás potencias o soberanos: nombrar los agen­ tes diplomáticos, recibir los agentes respectivos y celebrar con potencias extranjeras tratados y convenios, que se someterán a la aprobación del congreso”. Sin tener un mandato imperativo como el de la Constitución de Colombia, el presidente del Perú, general Benavides, cumplió con la obliga­ ción elemental de consultar el acuerdo de Gine­ bra con el congreso antes de otorgarle la acepta­ ción ejecutiva. Y es que los problemas interna­ cionales que deciden totalmente los destinos de un pueblo no pueden manejarse a espaldas de la nación, ni siquiera en las monarquías absolutas. La tradición de decoro internacional de la Repú­ blica fue rota el 25 de mayo al aceptar una fór­ mula contraria a nuestros intereses, fórmula que hubiera sido rechazada por el parlamento como lo fueron los tratados Cortés-Root y Herrán-Hay,



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Las pueblos tienen una sensibilidad vivaz que contrasta casi siempre con la impasibilidad clau­ dicante de sus gobernantes. En ninguna nación libre los negocios inter­ nacionales constituyen, como entre nosotros, bajó el presente régimen, el patrimonio exclusivo de un pequeño grupo de iniciados que obran con in­ finito desdén de la opinión pública sin que na­ die, ni el parlamento mismo, pueda pedirles cuen­ ta de sus actuaciones. Todos los días los gran­ des estadistas europeos exponen ampliamente a las masas sus orientaciones internacionales, y es el pueblo quien decide, en plebiscito libre, sobro su propio destino. Asi lo ha exigido el docto? Alfonso López de nuestro gobierno, en su discur­ so-programa, al aceptar la candidatura a la presidencia de la República, En la actualidad el doctor Olaya Berrera está decidiendo de la paz y de la guerra sin que el cuerpo soberano de la República tenga la par­ ticipación ¡más mínima en sus resoluciones. A este delincuente desdén de la opinión colombia­ na se debe el hecho escandaloso de que el reclu­ tamiento haya tenido que verificarse por la fuer­ za, contra los mandatos imperiosos de la Consti­ p e Ginebra— 5

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tución y de las Leyes* Este pueblo que parece por esto indiferente a sus interesse vitales, fue el mismo que en 1933, totalmente desprendido de los lazos del egoísmo, estuvo listo para responder al clamor del sacrificio supremo. La oposición ha creado afortunadamente una conciencia nacional hostil a las liviandades diplomáticas del régimen. Nuestra posición in­ ternacional quedó ya irrevocablemente definida en la resolución aprobada por el senado el 27 de septiembre de 1933, por especial solicitud del doc­ tor Laureano Gómez. En ella se proclamó nues­ tra voluntad irrevocable de “ mantener incólu­ mes los derechos territoriales de Colombia sobre la frontera amazónica, definidos por el tratado; Lozano-Salomón en 1922” . El gobierno tiene allí una infrangibie norma de conducta que es la afir­ mación nacionalista de todos los partidos. Parece que ha llegado también la hora de creer menos en las inapelables resoluciones de la Liga de Ginebra porque ellas han sido descono­ cidas y burladas por las grandes y por las pe­ queñas potencias, desde el Japón hasta el Perú. Cuando la Liga declaró a los peruanos fuéra del derecho internacional y solicitó que no se les prestaran auxilios de ninguna- naturaleza, los

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Estados Unidos le dieron paso libre al “ Almiran­ te Grau” por el Oanal de Panamá; Inglaterra los, aprovisionó de carbón adecuadamente en sus do­ minios del Atlántico, y el Brasil les abrió las puertas del gran Río. Hasta el doctor Eduardo Santos dice hoy ya que la Liga obra mal. Hay que mirar más al Amazonas y a Río de Janeiro que a Ginebra. La actitud asumida últimamente por nues­ tro gobierno ha tenido la ventaja de obligar a nuestros delegados en el Brasil y a los delegados del Perú a ocuparse más de los problemas del Amazonas que de su abundante indumentaria. Los problemas capitales no pueden escamotearse por más tiempo. Es la hora de las decisiones su­ premas. Y entre éstas la inapelable para Colombia de decir NO. Bellamente, varonilmente ha dicho André Tardieu, en memorable página oratoria: “ Cada vez, yo lo he recordado a menudo, que Francia ha dicho NO, nos hemos encontrado bien. En quince años hemos dicho NO seis veces: Cuando Millerand ocupó a Francfort; cuando Briand ocupó a Duisburg, Dusseldorf y Ruhrort; cuando Poincaré ocupó el Ruhr; cuando yo re­ chacé en 1929 la entrega anticipada del Sarre y

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exigí en 1930, para los casos de violación de com­ promisos alemanes de reparaciones una sanción de la cual mis sucesores no se sirvieron nunca; cuando en 1933 nuestra cámara de diputados re­ chazó pagar a los Estados Unidos la suma que aquéllos nos impedían percibir de Alemania. En cada una de estas ocasiones los eternos afirmadores del sí nos prometieron catástrofes supre­ mas: ellas no se produjeron nunca. Nada hemos conseguido con nuestras capitulaciones” . Para Colombia ha llegado el momento de decir NO a las pretensiones del Perú, como lo ha hecho hasta ahora nuestra cancillería. En esta hora suprema nosotros representamos el ideal humano del derecho y no podemos dejarlo que­ brantar por los bandoleros armados de Loreto o por los asaltantes diplomáticos de Río de Janei­ ro y de Ginebra.

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POR MOTIVOS DE SALUD NACIONAL

Es incuestionable el hecho de que si el doc­ tor Pedro María Carreño ha presentado su re­ nuncia del cargo de ministro de educación na­ cional, encargado del despacho de relaciones ex­ teriores, por los motivos de salud personal que expresa en breve mensaje al jefe del poder eje­ cutivo está faltando gravemente a su deber. Hay que recordar a los soldados colombianos que en situación tan grave como la presente, acosados por la malaria y el paludismo, lucharon hasta morir por la patria amenazada. La renuncia del doctor Carreño en esta emergencia crea una nue­ va complicación internacional. Si su renuncia no tuviera más alcance que el que ha querido dar­ le el órgano del gobierno, el doctor Carreño sería sencillamente un desertor,

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Afortunadamente el canciller dimitente le dejó un noble equívoco a su renuncia y habla simplemente de una salud en peligro que es ne­ cesario salvar: la salud de la patria. Todo pare­ ce indicar que el canciller de La Pedrera entra nuevamente en acción. Es bien posible que el doctor Carreño, que había prometido en inolvi­ dable sesión secreta de la cámara, contestando un cuestionario preciso de Ramírez Moreno, que renunciaría antes que permitir la revisión del tratado Lozano-Salomón, se haya visto obligado en un feliz momento de su vida a cumplir aque­ lla promesa sagrada. Esta sugestión parece con­ firmarse con los rumores verosímiles que corrie­ ron en días pasados sobre la posible dimisión del ministro de relaciones exteriores ante las dificul­ tades que le presentaba la política vacilante del doctor Olaya Herrera. El pleno conocimiento que nosotros tenemos del gobierno, los antecedentes del jefe del Esta­ do, su total carencia de una sensibilidad nacio­ nalista, nos permiten interpretar así la dramáti­ ca renuncia del doctor Carreño: al notable en­ fermo se le presentó el dilema de deshonrarse continuando en el puesto para desarrollar desde él una política contraria a la que le ofreció pe­ rentoriamente al país representado en la cáma­

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ra, o retirarse deshonrando al presidente de la República. En todo caso la dimisión del canciller rodea de un cerco de erizadas sospechas la polí­ tica internacional que en este instante inspira el señor Olaya Herrera. Lo que le presta particular gravedad a la di­ misión referida son los vínculos que ligan al doc­ tor Carreño con el jefe del poder ejecutivo, su participación en la candidatura presidencial de Olaya Herrera, su amistad nunca interrumpida, su compenetración profunda con el régimen y su íntima responsabilidad en las tareas diplomáti­ cas de Río de Janeiro. Por un simple motivo de salud personal el doctor Carreño no le hubiera creado nunca este insostenible ambiente de pa­ triótica desconfianza al gobierno. No sólo por este motivo, sino por las informa­ ciones autorizadas que tenemos, hay que aceptar el hecho de que una divergencia en materia grave con el gobierno separa hoy al doctor Carreño de las funciones ministeriales. Contra el tratado Lozano-Salomón ha alegado el Perú que es un pacto inaplicable. Una frontera es un hecho, ha escrito magistralmente Andró Tardieu. ¿Que es un hecho inaplicable? Un he­ cho es aplicable desde el momento en que se ha aplicado. Una frontera inaplicable, como dice el

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Perú, es la guerra. Un cambio de frontera im­ puesto por una voluntad extraña, cualquiera que ella sea, es la ley de la fuerza. El doctor Olaya Herrera continúa empeñado en despreciar la opinión pública. La comisión asesora de relaciones exteriores y el consejo de ministros fueron partidarios de convocar el con­ greso a sesiones extraordinarias para estudiar conjuntamente el problema internacional. Es más, así se lo prometió el doctor Olaya Herrera al presidente electo, quien lo ha venido exigien­ do con perentoria insistencia. Pero como se trata de un redomado farsante hasta ahora no se ha cumplido la solemne promesa y el jefe del Estadocontinúa buscando claudicantes acuerdos con el Perú, que le permitan, como en el caso de La Pedrera y en el de Ginebra, sustraer los proble­ mas esenciales de la Nación al estudio del con­ greso, como exige imperativamente la Constitu­ ción nacional. La fórmula de paz, si no lleva la aprobación del congreso, puede ser rechazada por un país, al cual le ha sido impuesta contra su voluntad y contra sus normas constituciona­ les por un majestuoso polichinela. ¿Qué hace, entretanto, don Guillermo Valen­ cia? Antes de partir para Río de Janeiro el ex­ celso patriota lanzó este reto colérico a la opo­ sición;

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Vamos a Río de Janeiro a cumplir con un deber sagrado para con la patria. Sabemos que se nos ataca con la flecha del Parto por la espal­ da. Sólo exigimos un compás de espera a nues­ tros amigos y a nuestros enemigos. Si regresa­ mos después de haber arriado la bandera con deshonor, que todos nos lapiden. Si volvemos con la dignidad y con el decoro de la patria intactos, que los dioses tutelares de la justicia silencien para siempre las gargantas blasfemas de nues­ tros detractores” . Hay que evitar la justa e inmisericorde lapi­ dación. El doctor Carreño le ha señalado a Va­ lencia el camino del deber y de la gloria, es de­ cir, el único capaz de mantener intactos el ho­ nor y la grandeza de la patria: la renuncia. Lo decimos por tratarse de quién tiene históricos compromisos con la posteridad. Nada podemos exigir, en cambio, del señor TJrdaneta Arbeláez, que es tan sólo un despreciable oportunista. En síntesis, la única interpretación que pue­ de hacerse de la renuncia del doctor Carreño es que en un sobresalto de su conciencia le advier­ te al país que hoy como ayer la defensa de la patria está en manos indignas.

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UNA PO LITIC A DINASTICA

Si pudiera quedar alguna duda sobre el sen­ tido íntimo de la renuncia del doctor Pedro Ma­ ría Carreño, la carta del ministro dimitente que hoy publicamos esclarece, hasta donde la discre­ ción lo permite, el significado de este hecho que “ El Tiempo” considera de carácter doméstico y que para nosotros tiene volumen continental. Como lo preveíamos el doctor Carreño se ha re­ tirado de la cartera de relaciones exteriores por un desacuerdo grave con el Presidente de la Re­ pública y en la carta de hoy promete exponer las razones de su renuncia ante el Congreso, cuando la patria lo demande. La salud personal del doc­ tor Carreño no sólo no es precaria, sino que pue­ de calificarse de excelente. Es más, el ministro dimisionario hace ostensible gala de este hecho, y el doctor Fabio Lozano, que no pertenece a la

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suspicaz cofradía oposicionista y que observa los problemas de la patria con serenidad ilustre, le dá exactamente el mismo alcance que nosotros a la oportuna renuncia del doctor Carreño. Y contra lo que pudiéramos esperar los que vimos a las masas extraviadas, con la mente os­ curecida por la pasión política, lanzar vivas a la “ entrega del Catatumbo” , los que asistimos a la repugnante manifestación de la paz, hemos ob­ servado ahora también, con fervoroso optimis­ mo, que “ la opinión pública sí se ha sentido obli­ gada a conmoverse” ante la notificación que el doctor Carreño le ha hecho de que una salud sa­ grada está en peligro. ¡Cómo quisiéramos hoy no haber vestido nunca los guerreros atavíos de la oposición para que nuestra palabra llegara ante la conciencia angustiada de las muchedumbres, limpia de toda aparente sombra de interés político, como la tierna y persuasiva voz de la patria! Es posible ique no haya todavía nada irreparable, pero la renuncia del doctor Carreño, ciudadano insos­ pechable en su fiel amistad al gobierno, es un clamoroso llamamiento a la Nación amenazada. Independientemente de toda apreciación sobre la fórmula de paz de Río de Janeiro, que el gobier­ no del Perú se ha apresurado a aceptar, de la carta del doctor Carreño aparece que uno de los

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motivos que lo separan radicalmente del gobier­ no es su firme convicción de que el problema con el Perú debe resolverlo el poder ejecutivo de acuerdo con el Congreso. Como lo afirma el doc­ tor Carreño “ este será el mejor método para es­ tablecer un contacto patriótico de las entidades supremas de la Nación que asegure mejor la conformidad de ésta con cualquiera solución a que se llegue. Por este medio el poder ejecutivo compartirá las graves responsabilidades de esta hora con el poder legislativo; no habrá riesgo de un error irreparable, y después de todo, si lo hu­ biere, será la Nación entera quien ha de respon­ der” . Por medio de esta declaración el doctor Ca­ rreño está expresando claramente que su deber de callar no podía comprometerlo hasta el pun­ to de no poder decirle al país su mayor peligro presente, es decir, el propósito que parece irre­ vocable del gobierno de aceptar la fórmula de Río de Janeiro a espaldas de la opinión nacional. Irrevocable porque han sido vanos lo¡s sistemáti­ cos esfuerzos del doctor Alfonso López, la opi­ nión unánime de la comisión asesora, donde hay egregios patriotas liberales como Roberto Botero Saldarraga y'Raimundo Rivás, y el concepto uná­ nime del Consejo de Minstros. Nada más contraro al espíritu republicano de Colombia, a los de­ rechos de la Nación y al propio interés del libe^

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ralismo que ese olímpico desdén del jefe del Esta­ do por el pueblo que gobierna, que lo lleva a asu­ mir una actitud que no hubiera tomado el pro­ pio Libertador en los días de la dictadura. Así se tratara del más grande de los estadistas del uni­ verso y este procedimiento no tendría justifica­ ción. No basta con el deseo de cumplir el mandato constitucional de someter posteriormente a su aprobación por el gobierno la fórmula de Río de Janeiro al estudio del Congreso. Lo que nuestro pasado exige y nuestro porvenir aconseja es un acuerdo previo entre el Parlamento y el Poder Ejecutivo, porque tratándose de actos interna­ cionales la aceptación “ ad referendum” le dá to­ dos los caracteres de un suceso irreparable. Re­ cordamos que en las últimas sesiones secretas del Congreso en que se discutió el tratado con el Brasil el argumento concluyente de sus defenso­ res fue el hecho de que el país estaba solemne­ mente comprometido a aprobarlo desde el mo­ mento en que el gobierno había suscrito el acta tripartita de Washington, es decir, que había un compromiso internacional que nos obligaba so­ lemnemente como hación respetuosa de la pala­ bra empeñada. Antes de que se consume “ el irre parable error” de que habla el doctor Carreño, el

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pueblo colombiano tiene el derecho de exigirle al poder ejecutivo que lo escuche. El gobierno dictatorial del Perú nos dio una severa lección que nos exhibe deplorablemente ante la América libre cuando consultó al Con­ greso el convenio de Ginebra antes de otorgarle la aceptación ejecutiva. ¿Sería mucho exigirle al gobierno republicano de Colombia, en la hora posiblemente más grave de la historia nacional, que despojándose de todo vanidoso recelo pusie­ ra los intereses de la patria por encima de sus personales caprichos? ¿A quién en la historia le hubiera tolerado el país una actitud semejante? ¿Valemos tan poco como nación, es tan despre­ ciable la democracia que tenemos, para que un solo colombiano quiera irrogarse el derecho de, comprometer integramente nuestro destino? Así no se hubiera procedido bajo el mando de una dinastía absoluta. Casi tan grave como esto es la deplorable situación & donde ha llegado el gabinete ejecu­ tivo precisamente por el arrogante capricho del jefe del Estado de resolver imperativamente, con su exclusiva responsabilidad, los más arduos pro­ blemas públicos. En el ministerio no van quedan­ do ya sino escribientes de turno. Parece que va llegando el día en que algún modesto, abnegado y urgido empleado público, ministro titular de

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cualquier cosa y encargado de todas las carteras, le preste al jefe del Estado su delictuoso concur­ so para cumplir el mandato establecido por el artículo 59 de la Constitución cuando declara que “ en cada negocio particular el Presidente con el respectivo ministro del ramo constituyen el gobierno” . ¿Cómo se justifica que en la hora más crítica de nuestra historia internacional haya cuatro carteras vacantes, entre ellas la de relaciones exteriores? En su nota tan discreta como oportuna el doctor Carreño le notifica a “ El Tiempo” que fal­ ta a sus deberes nacionales cuando por “ apa­ riencias o cavilaciones equívocas, trata de des­ viar los problemas internacionales del cauce que deben conservar. En cambio deja vigorosamente! erguidas todas y cada una de nuestras aprecia­ ciones sobre el sentido de su renuncia, ya que él sabe que se le hace un agravio inmerecido' tomando al pie de la letra su renuncia, que lo clasifica como un culpable desertor en pleno cam­ po de batalla. Obligado a hablar el doctor, Ca­ rreño confirma plenamente nuestras apreciacio­ nes sobre el sentido exacto de su renuncia. Y que el más grave problema discutido es éste lo con­ firma “ El Espectador” cuando publica que “ el trabajo principal se concreta ahora en la fraseo­ logía del acuerdo y especialmente de una de la¿|

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cláusulas sobre la cual las delegaciones mantie­ nen una completa reserva. Se entiende, sin em­ bargo, que esa cláusula es la relacionada con la¡ manera como se debiera hacer la apelación ante la Corte de La Haya” . Exactamente lo que nos­ otros publicamos. Es cierto que en un principio guardamos un respetable silencio sobre la fórmula de Río de Ja­ neiro, alegando una falta de información sufi­ ciente. Así hay que obrar cuando están de por medio los intereses de la patria. Pero nuestro si­ lencio no podía prolongarse desde el momento en que adquirimos la plena convicción de que el pro­ pio doctor Olaya Herrera era el corresponsal en Nueva York de “ El Espectador” y de “ El Tiem­ po” . Noticia que no podían desmentir y que no desmintieron los diarios ministeriales. Existen, pues, los siguientes hechos incontro­ vertibles: l 9 Que la renuncia del doctor Garreño obe­ deció a motivos de salud nacional; 29 Que el país sí se ha creído obligado a con­ moverse ante tan grave notificación; 39 Que el gobierno pretende cometer “ el irre­ parable error” de aceptar una fórmula contraria a la dignidad nacional a espaldas del Congreso; 49 Que a este grave hecho se opuso el doctor Carreño y se oponen el doctor Alfonso López, el

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consejo de Ministros y la Comisión asesora de re­ laciones exteriores; 59 Que el doctor Olaya Herrera quiere deci­ dir exclusivamente de nuestro destino, como si se tratara de un esquilmado rebaño; 6? Que la hora más crítica de nuestra histo­ ria la van a resolver escribientes de turno; V Que la discusión capital con el Perú se re­ fiere al artículo 38 del estatuto orgánico del Tri­ bunal permanente de justicia de La Haya, es de­ cir, si será una apelación de derecho o una de equidad y conveniencia; 89 Que nos van dejando sin patria. ¿Tiene derecho usted, lector, a permanecer v tranquilamente en su casa el propio día en que se plantean estos interrogantes, es decir, en el momento en que sin su voluntad, tal vez contra ella, se está decidiendo en su totalidad de su destino, del de sus hijos y del de sus nietos?

EL IRREPARABLE ERROR

Confirmada ya la noticia de que el corres­ ponsal en Nueva York de “ El Espectador” y de “ El Tiempo” , es el propio doctor Olaya Herrera, no podemos seguir emitiendo juicios ligeros sobre la fórmula de Río de Janeiro, cuya aprobación por nuestro gobierno considera el doctor Pedro María Carreño como un “ irreparable error” , que debemos evitarle al país. La fórmula aprobada por el Perú es como sigue: “ l 9 Se reconoce que el vínculo jurídico que existe entre Colombia y el Perú es el tratado Lozano-Salomón, cuya validez no está en discu­ sión. 2- El Perú presenta a Colombia excusas sin­ ceras por el asalto a Leticia y por el atropello

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de la legación en Lima y del consulado en el Ca­ llao. 39 Se reanudan las relaciones diplomáticas y se nombra inmediatamente ministros diplomáti­ cos en los dos países. 49 Se pactarán convenios 'comerciale-s, de aduanas y navegación que contemplen la buena armonía de los dos países en la zona amazónica. 59 Se nombrará una comisión de control, compuesta de un delegado brasilero, un colom­ biano y un peruano, encargada de velar por el cumplimiento de los acuerdos de que se habla en el párrafo anterior. 69 Se adelantarán, por la vía diplomática, en Bogotá y en Lima conversaciones tendientes a buscar definitivo buen entendimiento de los dos países, sobre la base del tratado. 79 Derecho de apelación ante la Corte Per­ manente de La Haya para los dos países, sobre cualquier desacuerdo que en lo sucesivo pudiere surgir relacionado con la aplicación del trata­ do^. Los numerales l 9, 29 y 39 de la fórmula se ex­ plican por sí mismos. Se nota sí la ausencia im­ posible de las necesarias reparaciones que el Perú le debe dar a Colombia no sólo por el asalto de Leticia sino por el apoyo militar y económico que le prestó a los delirantes legionarios de Oscar

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Ordóñez, lo que le cuesta ya cerca de cincuenta millones al país, fuéra del sacrificio luctuoso de muchas vidas sagradas. Nuestros prisioneros fue­ ron fusilados en Leticia y su abnrgado martirio no le merece un recuerdo al jefe del Estado en la hora de la paz. El gobierno del Perú continúa ajusticiando soldados colombianos sin fórmula de juicio y el convenio de Río de Janeiro no con­ dena siquiera la delincuente hazaña. Es una ver­ dad tutelar, animada, coloreada, viviente y sen­ sible la necesidad primera de poner al abrigo de los cuervos la herencia de nuestros muertos glo­ riosos. No es posible aceptar una deshonrosa fór­ mula de paz que no contiene siquiera un recuer­ do agradecido por los defensores .del país fusila­ dos por la espalda y por los que cayeron en el campo del honor combatiendo por la patria fu­ tura. Y nuestra legación en Lima pillada y sa­ queada, no habrá de reconstruirse con una pala­ bra embustera de condolencia. Para llegar a tan deplorable silencio 'el pueblo colombiano ha teni­ do que hacer el más abnegado esfuerzo económi­ co de su historia, comprometiendo íntegramente 'el patrimonio de las generaciones del porvenir. Excepcionalmente vago parece el numeral 49, pero no podemos negarnos a discutir sobre po­ sibles acuerdos de comercio, navegación y aduanas, temas que deben estudiarse con un cri-,

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ferio continental. La libre navegación de los ríos comunes ha sido una tesis tnadicionalmente co­ lombiana, a la cual no podemos renunciar porque ella entraña la liberación económica de media república. No podemos tampoco sacrificar el por­ venir de nuestro gran puerto sobre el Amazonas para salvar a los arruinados comerciantes de Iquitos, factores del pirático asalto del l 9 de sep­ tiembre. “ Se nombrará, dice, el numeral 5·, una comi­ sión de control, compuesta de un delegado bra­ silero, un colombiano y un peruano, encargada de velar por el cumplimiento de los acuerdos de que se habla en el párrafo anterior,,. La admi­ nistración delegada establecida en la fórmula de Ginebra entrañaba un mandato. “ En nombre del gobierno de Colombia, dice el pacto de 25 de mayo de 1934, la comisión se hará cargo de la administración del territorio evacuado por las fuerzas peruanas” . Ahora se trata de establecer el Estado Libre de Leticia, entregando el control de una vasta región colombiana a una comisión mixta nombrada por el Brasil y el Perú. Parece que con esta medida se van a cumplir los anhe­ los de un gran diario de Río de Janeiro, “ O Jor­ nal do Brasil” , publicados en su sección edito­ ra!, al cual pertenecen estas líneas que transcrU

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be Bernardo Arias Trujillo, en su vigoroso pan­ fleto contra la paz de Lima y de Ginebra: . .El Estado Libre de Leticia.

“ Al pensamiento brasileño cupo el honor de interpretar el dogma fundamental del orden po­ lítico en América: teóricamente por conducto del apóstol Teixeira Méndez, quien formuló el principio de la “ reparación de los errores del pa­ sado” y prácticamente por el canciller de Rio Branco, quien le dio su primera aplicación con su gloriosa iniciativa del tratado Mirim-Jaguarao. Será, pues, especialmente grato al Brasil participar en grado máximo en la fórmula final de preservación del “ orden natural” en el repar­ to de los atributos amazónicos en favor de la América ecuatorial, para contribuir a dar al mun­ do el ejemplo de la transformación de una man­ zana de discordia en el símbolo por excelencia del genio civilizador del nuevo mundo: “ El Esta­ do Libre de Leticia” , llamado a hermanar para siempre a todos los pueblos amazónicos! “ La creación de ese “ estado libre*’, en los moldes que vamos a sugerir, constituirá a su vez un servicio más que presta el pensamiento bra­ sileño a la creación eventual de un “ estado neu-< tro” , en las mismas condiciones en la región del

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Chacó con el concurso de Bolivia, Paraguay y Argentina. Efectivamente, el Brasil puede invo­ car con respecto a Bolivia, no sólo los actos de su cancillería, sino también el idealismo de su credo americanista, puestos en el pasado y en el presente, al servicio de las justas aspiraciones bolivianas: la concepción de Río Branco y la eje­ cución inmediata del ferrocarril Madeira-Mamoré, destinado a asegurar el intercambio bolivia­ no con la región amazónica, y la campaña del americanismo brasileño en pró de la creación del puerto libre de Arica y de los puertos libres de Cesárea y de Constantinia, en el litoral bra­ sileño, destinados ambos a facilitar por medio do la locomoción aérea, la libre comunicación del “ Hinterland” suramericano con las vías del Atlán­ tico. “En lo que respecta al Chaco propiamente, es de interés del Paraguay y Argentina atraer ha­ cia tal región el sobrante de las riquezas econó­ micas de Bolivia meridional. Con una política así orientada, se contribuiría en mucho a hacer practicable la concepción que vamos a exponer, en líneas, generales, del “ estado libre de Leti­ cia”*

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“ La constitución política. “ Regido por un estatuto especial, en cuya elaboración habrían de participar los cuatro paí­ ses fundadores, el Brasil, Colombia, Ecuador y Perú, el “ estado libre de Leticia” se abriría al libre tránsito de los países en él vinculados, en forma de prolongación neutral de sus territo­ rios — un dominio— . En tal estado no se permi­ tirían impuestos de importación, de exportación y de tránsito, sino únicamente los de consumo, los de industrias y profesiones, y los territoria­ les y prediales, aplicados estrictamente a las me­ joras locales y a los gastos de su administra­ ción. Tales impuestos deberían ser suprimidos en la primera década, y suplidos por cuotas sumi­ nistradas por los cuatro países fundadores” . No puede «ser más grave el oportuno denun­ cio. La deprimente presencia de un peruano en territorio de Colombia es una humillación que no soñó nunca para nosotros el coronel Sánchez Cerro, aquel “sargentón advenedizo” , que dijo Guillermo Valencia. ¿Habrá colombiano alguno capaz de asumir la responsabilidad de firmar una paz como ésta llena de vergüenza, de ridiculo y de sangre? ¿La presencia de un brasileño en la comisión de control será la soldada que exige el amigable .mediador, señor Mello Franco?

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La internacionalización de Leticia no podría­ mos aceptarla sino como una de las condiciones de la derrota, al día siguiente de haber resona­ do sobre las deshonradas baldosas del Palacio de la Carrera los victoriosos espolines del general Benavides. ¿Cuánto va a durar la comisión mix­ ta de control? ¿Cuáles son sus funciones? El go­ bierno que se opuso vehementemente, con el res­ paldo agradecido de la Nación, a la prórroga del mandato de la comisión de la Liga, ¿es el mismo que está a punto de aceptar una comisión perua­ na de control sobre un territorio “ cuya inviola­ bilidad, independencia y honra” juró defender el señor Olaya Herrera al posesionarse de la presi* deneia de la República? Las negociaciones directas, por la vía diplo­ mática, sobre toda suerte de temas internacio­ nales, según lo establece el numeral 69 de la fór­ mula, no podríamos rechazarlas, porque se trata­ ría tan sólo del libre y espontáneo ejercicio de nuestras funciones soberanas. Condición previa sería, eso sí, la entrega de Leticia en forma pura y simple. Se trataría, por lo demás, del cumpli­ miento de la promesa hecha por el gobierno de Colombia a la Liga de las Naciones en su nota del 11 de enero de 1933. “ Una vez restablecida la soberanía de Colom­ bia en Leticia y sobre los territorios adyacentes,

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si hay entonces alguna otra cuestión que el go­ bierno del Perú desee discutir, el gobierno de Co­ lombia estaría dispuesto a hacerlo con el más alto espírtu de conciliación. Sería entonces posible llegar a un arreglo por medio de negociaciones diplomáticas directas o por los buenas oficios de cualquier otro gobierno, o por los medios que pre­ vén los tratados en vigor entre los dos países” . Fue el propio delegado del Perú ante la Liga de las Naciones, en los tiempos de Leguía, señor González Prada, de nobilísima inteligencia, quien sentó la tesis que ahora exponemos como con­ dición previa para las negociaciones directas con la cancillería de Torretagle: “ Ningún estado tie­ ne el derecho de imponer a otro, estando el terri­ torio del último invadido por las tropas del pri­ mero, entablar negociaciones directas sobre el alcance y valor jurídico de los convenios preexis­ tentes entre los dos estados” . El numeral V o sea la apelación al Tribunal de La Haya, es un criminal atentado contra Co­ lombia y la vergonzosa legitimación de los dere­ chos de la fuerza. Se trataría, además, de la plena victoria de Oscar Ordóñez; su delictuosa aventu­ ra alcanzaría la revisión del tratado Lozano-Salomón. Vehementemente nuestra atónita opinión pública ha rechazado esta humillante cláusula, cuya aceptación por el gobierno convertiría el

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Palacio de la Carrera en el panóptico del honor nacional. . Estas reflexiones fueron las que determina­ ron al doctor Pedro María Carreño a presentar su irrevocable renuncia de la cartera de relacio­ nes exteriores. Obligado >a hablar el canciller dimitente, presionado por el órgano oficial del go­ bierno a decir toda la verdad ya que su simple silencio era una intrépida acusación al jefe del Estado, se limitó a declarar que ni directa ni in­ directamente habíamos obtenido de él las infor­ maciones y comentarios que hemos hecho públi­ cos. Rectificarlas hubiera sido una peligrosa aventura para el doctor Oarreño que conocía ple­ namente su exactitud. Un ciudadano que ha in­ tervenido durante ocho meses en la gestión di­ plomática de mayor categoría en nuestra histo­ ria no iba a renunciar en vísperas de su total culminación, aún por los más graves e inaplaza­ bles motivos de salud personal. La rozagante sa­ lud del doctor Carreño es un cotidiano reproche al gobierno. El propincuo nombramiento de Gabriel Turbay para reemplazarlo en la cartera de relacio­ nes exteriores aumenta imponderablemente la colectiva zozobra. No creemos ser sospechosos de parcialidad en contra del actual ministro de go­ bierno; pero el doctor Turbay se opuso en el se­

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nado de la república a la moción que establecía la sagrada inviolabilidad de nuestras fronteras. Es el más imposible de los cancilleres. Este ante­ cedente lo clasifica entre los sospechosos amigos de la revisión del tratado con el Perú y sería, por esta circunstancia, una prenda para los vic­ toriosos asaltantes de Leticia. Pór lo demás, el nuevo ministro entra en la más menesterosa ocasión a ocupar nuestra can­ cillería, en calidad de ministro de turno, y en¡ los precisos momentos en que el doctor Pedro María Carreño acaba de abandonar con repug­ nancia el Palacio de San Carlos. Nuestra aversión a una paz realizada en las deplorables condiciones que entraña la fórmula de Río de Janeiro se debe a que alimenta en su seno el germen de muchas guerras infinitamente más crueles de la que nacería sin ella. Es preciso ser fuertes. La debilidad en materias internacio­ nales la paga el desgarrado corazón de los hé­ roes.

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OTRO ASALTO NOCTURNO

La única posición que se compadece con el interés y la dignidad de Colombia en es el inequívoco estilo del “ magno esta­ dista” . Hizo bien el doctor Carreño en no aceptar la apelación a l a Corte de La Haya para sucesos posteriores a nuestra adhesión a las convencio­ nes internacionales orgánicas de aquel alto tri­ bunal de justicia, porque hay muchas cosas pa­ ra aclarar todavía, entre otras el asalto a Le­ ticia, que a pesar de las satisfacciones dadas constituye una violación escandalosa al ¡trata­ do Lozano-Salomón. Pero, por encima de las consideraciones sentimentales, que hace en su es­ crito el jefe del Estado, esáán los siguientes he­ chos que no sólo nos permitían, sino que nos pbligaban a rechazar la apelación referida;

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1) . Antes que Colombia, el Perú colocó fue ra de1la competencia de la Corte el tratado Lozano-Salomón.

2) . La apelación era imposible, por el ori gen delictuoso de ella, o sea el asalto pirático, a nuestro puerto amazónico. 3) . Al hacer Colombia la reserva estableci da en el artículo 29 de la ley 38 de 1930, tuvo seguramente en cuenta la falacia peruana, su maquiavélico concepto de la justicia, sus arte­ ras argucias, que mantuvieron durante un siglo sin solución posible el problema de su litigio de límites con aquélla nación, “cuya, perfidia, se­ gún dijo el Libertador, sobrepasa todos los lími­ tes y que acostumbra hollar todos los derechos de sus vecinos” . Las naciones no son sociedades de benefi­ cencia ni congregaciones de filántropos. El doc­ tor Carreño ha hablado más como hombre de Estado que como jurista, al publicar los siguien­ tes conceptos concluyentes sobre los motivos que determinaron su renuencia a aceptar la apelación á La Haya en los términos solicitados a última hora por la delegación peruana: “Podría observarse que el hecho de que Co­ lombia dejara retrotraer la jurisdicción de la corte a hechos o situaciones anteriores a la ra­ tificación supradicha, conduciría cuando más a

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demostrar la seguridad que tiene Colombia en la inviolabilidad de sus derechos, los que no po­ drían ser desconocidos por reservas legales de más o de menos. Esta es una consideración miuy noble e ideal; pero en tratándose de asegurar de antemano las bases para la defensa de los derechos del país, opino que debe prevalecer un criterio realista, que suele ser más eficaz en el movimiento egoísta de las relaciones interna­ cionales, y más práctico ante jueces que por rectos que sean,, no fallan sobre la nobleza de sentimientos sino sobre los elementos y acuer­ dos que las partes les presentan, convertidos en este caso, unos en “ revisados” —como el de la ratificación— y otros en “ revisables” .. Si lo que no se quiere es un criterio rígida­ mente jurídico allí está el sentido realista de un hombre de Estado que sabe plenamente cómo se defienden, desde el gobierno, los intereses de la nación. La cancillería prepara desde hace cerca de un año una colección de escritos altamente tras­ cendentales sobre el conflicto con el Perú. Per­ dido entre sus páginas, o suprimido tal vez a última hora por razones que se saben, debe es­ tar el siguiente concepto de Raimundo Ppincaré, abogado ante la Corte de Apelación de París y antiguo presidente de Francia* quien dice con

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precisión moral, intelectual y jurídica pasmosa, la razón que asiste a Colombia para rechazar la intervención de cualquier tribunal del mundo en el diferendo de Leticia: “ En Derecho Internacional como en Dere­ cho Privado, parece imposible que el gobierno actual del Perú pueda invocar una jurisdicción cualquiera en la diferencia que él ha suscitado a Colombia y ique fue anteriormente objeto de arreglos definitivos. La jurisdicción a la cual el Perú creyera poder dirigirse, deberá, con toda evidencia, declarar que sobre él ya no puede sus­ citarse un debate, y -que, con anterioridad, las partes arreglaron por sí mismas sus diferen­ cias como ellas lo entendieron” . “ Ninguna comisión internacional, ninguna jurisdicción regular podría resucitar un proceso que las partes fallaron por sí mismas. Nada sería más peligroso para la Justicia y para el Derecho «que un abuso de esa naturaleza. Sería pedir a esa jurisdicción que saliese de sus atribuciones normales y se hiciese moralmente cómplice de un verdadero atropello (coup de forcé)” . «Es posible que ahora el doctor Olaya Herrera descalifique también a Poincaré como hombre de Estado por sus excelencias de jurisconsulto. No en vano se ha 'dicho que nuestros estadistas son ¡os que le hacen falta a Europa.

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Y en los momentos en que todos esperaban una Misa de Réquiem por los combatientes caí­ dos en la fronltera en defensa de la patria, o una fúnebre marcha, con acompañamiento mortuo­ rio, por la paz humillante que nos ha dado el go­ bierno, el doctor Olaya Herrera solicita del arzo­ bispado de Colombia un Tedeum solemnísimo en honra del Dios de la victoria. En Lima es el mis­ mo arzobispo, por su propio motivo, quien ofrece el himno de acción de gracias a Dios, por el triun­ fo alcanzado por el Perú en la conferencia de Río de Janeiro. Entre nosotros el gobierno ha tenido que implorarlo de la iglesia, que manifiesta su respeto a la potestad civil al acceder, de acuerdo con sus normas, a celebrarlo. Pero en el fondo de este incidente no está si­ no la infinita vanidad del señor Olaya Herrera, su inenarrable egoísmo, su ridicula ostentación de efímeras grandezas humanas. ¿Acaso en la humilde aldea, donde vio la luz primera del mundo, no lució constantemente, con presumida insolencia, con plebeya ostentación de nuevo ri­ co, la banda presidencial? Como ahora no es po­ sible organizar una marcha de la paz, porque el gerente de estas empresas ha perdido la confian­ za de sus acompañantes, los empleados del mu­ nicipio, donde le fuera fácil al petulante manda­

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rín exhibirse como el radiante centro de todas las empresas nacionales, provoca una ceremonia grandiosa, a donde se (presientará con todos los cortesanos arreos, pensando únicamente en él y olvidándose del dolor de la patria. Lo que desea es tener un público donde exhibirse mundana­ mente ya que su fe no es la de San Luis, rey de Francia. Se refiere de un deán de Santiago, que por ar­ te de un nigromántico de Toledo, llegó a sentir­ se, no sólo cardenal arzobispo sino pastor del re­ baño de Pedro. Es posible que en la propia cate­ dral, donde han de celebrarse los oficios litúrgi­ cos, en honra del Dios de· los ejércitos, desplega­ da la banda presidencial, sobre el pecho, entre el místico incienso y los melodiosos himnarios, el doctor Olaya Herrera presuma que es gloria suya que salmodian desde el coro: “Llenos están los cielos y la tierra de la ma­ jestad de tu gloria; “A tí el glorioso coro die »los Apóstoles; “A tí de los mártires el espléndido ejército te alaba; “Padre de inmensa majestad; “iSalva a tu pueblo·, Señor y bendice a tu he­ rencia; “ Y rígenos y condúcenos basta la eternidad” .

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La hora parece más propicia para recordar a los soldados caídos en la frontera, a los humildes que no tuvieron una oración sobre su incógnita sepultura, a los mártires de la patria, y cantar como en la introducción de la misa de difuntos: “ Dales, Señor, el descanso eterno y alúmbra­ les la luz eterna” . Mientras el engreído mandatario se ener­ va con el humo del incienso, la fiel ima­ gen de la patria se mantiene velada y nos­ otros imploramos que vuelva su abolida grande­ za, restaurada por la moral y la justicia. La paz de Río de Janeiro lo que reclama es la Misa de Réquiem, las oraciones del 2 de noviembre, las antífonas nodturnas del día de difuntos.

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I:

El

Protocolo

de Río de Janeiro A José de la Vega.

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La mayor responsabilidad en la vasta catás­ trofe que fue nuestro conflicto con el Perú le co­ rresponde al doctor Eduardo Santos. La sustan­ cia inmortal de la patria se disolvió en el agua azucarada de Ginebra. En los momentos en que el gobierno, la opinión nacional, los más escla­ recidos' profesores de Derecho Internacional Pú­ blico, las Cancillerías y la prensa del Continente, afirmabaJn la justicia de Colombia, asegurando ique el caso de Leticia era un problema de orden interno, el doctor Eduardo Santos se dirigía des­ de París a-1 presidente Olaya Herrera, solicitando, autorización para presentar nuestro conflicto a la Sociedad de las Naciones. Dos semanas después d¡el vandálico asalto del primero de septiembre, el doctor Santos le decía a nuestro gobierno:

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“ París, septiembre 21 de 1932.—-Exteriores, Presi­ den-te.—Bogotá. “Aplaudimos actitud moderada, patriótica Gobierno. Respetuosamente recordamos indis­ pensable ocurrir ante Liga acuerdo artículo 11 -caso desgraciado guerra o amenaza guerra. Cau­ sa Colombia clarísima, firmísima, sufriría con cualquier omisión o retardo llenar fórmulas ex­ presas legítimo ejercicio derecho. Esto no exclu­ ye medidas inmediatas atajar a cuadrilleros, es­ tablecer orden, hacer restablecer por tales ele­ mentos la soberanía nacional, ni medidas pre­ ventivas toda clase requiérense hacer frente eventualidad agresión Perú. Ansiosos espera­ mos noticias órdenes. Deeolombia.” Al día siguiente el Ministerio de Relaciones Exteriores, en nota de particular energía, le rec­ tificó al doctor Santos sus peligrosas equivocacio­ nes, asegurando de nuevo que se trataba exclu­ sivamente de un problema de orden interno. El 23 de septiembre el doctor Sanltos, con las vaci­ laciones! habituales en su temperamento, se so­ lidarizaba otra vez con los conceptos del doctor Olaya Herrera afirmado que compartía totalmen­ te el pensamiento del poder ejecutivo al juzgar nuestro diferendo con el Perú como íun sencillo asunto de policía. Agregaba, sin embargo: “ Sería

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una gran propaganda someter nuestra causa an­ te la Liga” . Los dolores de la patria eran juzga­ dos por el doctor Santois como un excelente mo­ tivo de propagada, con el más trágico sentido del anuncio. La República s:e equiparaba así al sui­ cida que sólo busca una hora de notoriedad en la sección gráfica de un gran diario. El 12 de octubre el doctor Santos solicita nue­ vamente a nuestro gobierno permiso para acu­ dir oficiaJmente a la Liga, permiso que le fue ne­ gado. El 19 de diciembre insiste “ eln que no podemos mantener nuestra tesis sobre la cuestión interna y que urgía presentar rápidamente el problema a la Liga” . El 29 de di­ ciembre vuelve a pedir la autorización que nues­ tro gobierno le niega con obstinado empeño. Su tenacidad no desfallece un solo instante. El 21 de einero le plantea audazmente al gobierno la tesis de que la única forma de conseguir el apoyo de los gobiernos europeos para la cuestión de Leticia, es someter el problema a la considera­ ción de la Liga. Fue un verdadero asedio. El país conocerá algún día el texto completo de las comunicaciones anteriores; ellas confir­ man la afirmación del Excelentísimo señor Mi­ nistro del Brasil en Colombia, doctor Coe'lho, con_ tenida en la siguiente carta del Edecán de Pa­ lacio, en los días de la administración Olaya He-

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rrera, que leyó el General Vásiquez Cobo en el Se­ nado d'e la República: ‘Taris, abril 6 de 1934.—Señor general Alfredo Vásquez Cobo.—Presente. “ Estimado señor general y amigo: “ De acuerdo con la conversación que hemos tenido ayer, me es grato decirle que recuerdo per­ fectamente la entrevista que tuvo su excelencia en La Esperanza con el excelentísimo señor Mi­ nistro del Brasil, doctor Coelho. “ El día en que regresamos a Bogotá, el señor Ministro del Brasil y yo, este señor, momenltos antes del tren, y cuando mi general estaba to­ mando el café de sobremesa,· se acercó un poco nervioso, le dijo estas textuales palabras: “ Mello Franco tenía todas las cartas en la mano para arreglar el asunto de Leticia y el Presidente Olaya se las quitó para dárselas a Eduardo Santos, y llevar el asunto a Ginebra. Yo comprendo perfectamenlte que Santos, dada la política interior, es una fuerza en el país; el tiene “ El Tiempo”, “ El Espectador” y “ Mundo al Día” viven de sus favores. “ Relator” de Cali es favorecido también por Santos; pero ese asunto no podrá arreglarse en Ginebra en la forma que para Colombia lo hubiera hecho Mello Franco” .

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“Al día siguiente, temprano, fui llamado al palacio por el excelentísimo señor presidente de la república, quien me manifestó que había re­ cibido un telegrama de usted en que le pedía que me citara para que le refiriera una iconversación, de la cual yo había sido testigo personalmente; lo que hice textualmente, en la forma preinserta, “ Del general, muy respetuosamente, ... “ (Firmado) EDUARDO BONITTO” . El doctor Olaya fue impotente para resistir las insinuaciones delirantes del doctor Santos y desfalleció en los lazos que le tendía nuestro de­ legado en Ginebra. La tesis justa del gobierno, que hubiera evitado seguramente un conflicto armado, devolviéndonos en forma incruenta los territorios invadidos, fue despedazada por la in­ finita vanidad del doctor Santos. En el conflicto con el Perú el novel diplomático vió tan solo una oportunidad para lucir sus habilidades en Gine­ bra y presentarse como el eje de la paz de un continente. El director de “ El Tiempo” se sentía mudado súbitamente, en las orillas del lago sui­ zo, en el Aristides Briand de América. El país ya conoce su deplorable actuación en la Liga de los Pueblos. Allí fue pomposamente Juan. Lanas en el monte Sinaí, Sus discursos, anima-

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•dos del mismo pensamiento, se particularizan por la misma neutralidad, por la misma falta de estilo; no hay recuerdo ide una idea suya, de una iniciativa brillante, de una audaz enseñanza. Se trata de una seca planicie donde las palabras “ abnegación” , “ moderación” , “ franqueza” , “ leal­ tad”, “ paz”, se ordenan monótonas como las cuentas de un rosario. Y la feliz síntesis de su “gran victoria diplo­ mática” fue el reconocimiento de los “ legítimos intereses del Perú” , y la ya clásica afirmación, de la cual el Perú no ha querido desprenderse, de que el tratado Lozaino-Salomón no es una solución justa, durable ni satisfactoria. Todo lo demás ya fue posible. El protocolo de Río de Janeiro no es sino la calcomanía del convenio de Ginebra. Nuevamente se abren ne­ gociaciones entre los dos países para discutir to­ dos los problemas pendientes, como si éstos no hubieran encontrado una solución definitiva en el tratado Lozano-Salomón. Nuevamente se nom­ bran comisiones internacionales para que contro­ len el territorio del trapecio amazónico, a nom­ bre de los dos gobiernos. Nuevamente se recono­ cen como legítimos los intereses imperialistas de nuestros vecinos del medio día. Los grandes historiadores romántico® solían hablar de las mujeres fatales; JDalila, Helena de

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Troya, Cleopatra. Ellas hicieron variar en forma aciaga el curso atormentado del tiempo. E'l doc­ tor Santos es el hombre fatal de la historia co­ lombiana. Sólo un elemento nuevo aparece en el pro­ tocolo de Río de Janeiro: la apelación a La Haya. En el memorándum presentado al excelentí­ simo señor Afranio de Mello Fraco para su per­ sonal información en la conferencia de Río de Janeiro, escribieron los delegados de Colombia, Roberto Urdaneta Arbeláez, Guillermo Valencia y Luis Cano: “ Por otra parte, antes del l 9 de septiembre de 1932 no existía controversia jurídica de nin­ guna especie enltre Colombia y el Perú acerca del Tratado Salomón-Lozano; si esta conferencia cu­ yo origen no es otro que el golpe de fuerza del l 9 de septiembre y de sucesos posteriores, entrará a discutir problemas jurídicos que afecten el Tratado, habría que convenir que un acto de violencia puede ser el medio más eficaz para poner en tela de juicio los tratados públicos, y para abrir sobre ellos una polémica jurídica que antes no existía. Esto crearía un antecedente I funesto para la estabilidad internacional, y Coj lombia no puede convenir en ello en manera al­ guna” .

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Cuándo tuvieron razón los delegados de Colombia: ¿Cuando rechazaron la posibilidad de toda ventaja internacional o política alcan­ zada por el Perú con motivo del asalto a Leti­ cia, o cuando firmaron el pacto de Río de Ja­ neiro? Nuestra delegación alega en su defensa que si Colombia no acude a la Corte Permanente de Justicia Internacional de La Haya, en virtud del protocolo del canciller Mello Franco, tendrá que ir por demanda especial presentada por el Perú ante la Sociedad de las Naciones, de acuerdo con el artículo 12 del Pacto orgánico de la Liga, aceptado por Colombia. El artículo 13 dice: “Los miembros de la Sociedad convienen en que, cuando entre ellos i surja un desacuerdo,, susceptible, a su juicio, de una solución arbi­ tral o judicial, que no pueda resolverse satis­ factoriamente por la vía diplomática, la cues­ tión se someterá íntegramente a un arreglo ar­ bitral o judicial. “ Entre las desavenencias que generalmente son susceptibles de una solución arbitral o judi­ cial, se incluyen las relativas a la interpretación de un tratado, a cualquier punto de Derecho In­ ternacional, a la realidad de cualquier hecho que, una vez comprobado, implicaría la ruptura de un compromiso internacional o a la exten-

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sión y naturaleza de la reparación debida por dicha ruptura. “ El asunto se someterá al Tribunal Perma­ nente de Justicia Internacional o a cualquier jurisdicción o Tribunal designado por las par­ tes o previsto en sus convenios anteriores. “Los miembros de la Sociedad se obligan a cumplir de buena fe las sentencias dictadas y a no recurrir a la guerra contra ningún miem­ bro de la Sociedad que las acate. Si la senten­ cia quedase incumplida, el Consejo propondrá las medidas que deban asegurar el efecto de aquél” . La creación de la Corte permanente de Jus­ ticia Internacional de La Haya llevó a la Asam­ blea de 1921 a introducir en este articulo cier­ tas modificaciones de redacción. El texto copia­ do es el texto definitivo. Estas enmiendas en­ traron en vigor el 25 de septiembre de 1924. El delegado Freire d’Andrade, de Portugal, formu­ ló entonces esta objeción: “ ¿Un Estado que ha firmado la jurisdicción obligatoria puede decir que, A SU JUICIO, el diferendo por el cual es llamado ante la Corte no es susceptible de de­ cisión judicial?” Se concibe que el pensamiento de los auto­ res que organizan los procedimientos pacíficos los llevó a tratar de hacer prevalecer, al menos

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para cierta categoría de diferendos, el proce­ dimiento arbitral o judicial. Tal es la intención evidente del artículo 13; solamente que esa in­ tención ha permanecido, si la frase es permiti­ da, en estado de INTENCION. Hay en efecto en el texto citado dos fórmulas que dan a las par­ tes la facultad de sustraerse el compromiso: Las palabras A SU JUICIO, del artículo l 9 les permiten calificar a su capricho el diferendo de susceptible o no de -una solución arbitral o judicial; en el artículo 29, que hubiera limita­ do esa libertad de apreciación calificando de antemano cierta categoría de· diferendos, se ha introducido la palabra GENERALMENTE que permite a las partes argüir que tal caso parti­ cular escapa a la regla. El señor Politis, una de las más altas auto­ ridades mundiales, y activo colaborador en las modificaciones del pacto de Ginebra, comenta así el artículo 13: “ Sin duda las palabras A SU JUICIO incertadas en la primera líinea atenúan considera­ blemente el alcance de la regla, porque ellas su­ ponen que las partes deben estar ,de acuerdo para considerar un diferendo como susceptible de arbitraje, de otra manera no están obligadas a someterlo. Sin duda la palabra generalmente debilita el valor del compromiso especial esta­

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blecido para 'cierta categoría de litigios, porque parece querer indicar que se trata de un uso, no de una regla obligatoria” . Los ^tres gobiernos escandinavos propusie­ ron en 1920 suprimir em el numeral 29 del ar­ tículo 13 la palabra generalmente como manera de hacer absoluta la obligación de recurrir al arbitraje para las categorías de los diferendos enumerados en ese artículo. La comisión de en­ miendas se opuso a la supresión para no con­ trariar el espíritu del pacto, que no ha querido introducir el arbitraje obligatorio sino dejar a las partes libertad para elegir entre los dife­ rentes recursos, sin imponerles la obligación de escoger ninguno. La conclusión de la subcomi­ sión fue que no era actualmente útil ni posible en el pacto el principio del arbitraje obligato­ rio. Siempre que se trató luego el problema en la Sociedad de las Naciones se rechazaron todas las tentativas para hacer obligatorio el arbitra­ je. El artículo 13 es una disposición de carácter esencialmente facultativo como lo aceptan los propios comentaristas oficiales del Pacto. No te­ nemos, pues, ninguna obligación de aceptar la demanda que nos llegue a proponer el Perú. Por otra parte, cuando la Corte Permanente de Jus­ ticia Internacional de La Haya obra por media-

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clon de la Liga, en un problema arbitral, es de­ cir, cuando se eleva ante ella una consulta ju­ rídica, sus decisiones son igualmente facultati­ vas. Así lo publica el órgano oficial de la Socie­ dad de las Naciones, en sus comentarios al pac­ to: “ El Consejo o la Asamblea no tienen, en efecto, el poder de imponer una solución; ellos proponen simplemente una solución que las par­ tes son jurídicamente libres de aceptar o de re­ chazar.” En cambio las sentencias que dicta el Tri­ bunal permanente de Justicia internacional de La Haya en un arbitraje libremente aceptado por ambas partes, son imperiosas, obligatorias. Sería preferible que nuestra controversia con el Perú fuera llevada ante la Justicia internacio­ nal por medio del artículo 13 del pacto de la So­ ciedad de las Naciones que por el protocolo de Río de Janeiro. Todos los Estados deseosos de conservar el máximum de su libertad prefieren siempre re­ currir a la Liga, antes que a la Corte. La Corte decide por simple mayoría, mientras que las re· soluciones de la Liga tienen que ser adoptadas por unanimidad, para que puedan producir cier­ tas consecuencias.

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La causa de Colombia es justa, pero la ha­ bilidad triunfó muchas veces sobre la justicia. El propietario que considera justos sus títulos no está buscando cotidianamente pleitos para que se discuta la legitimidad de ellos. Y lo más grave de todo es que el protocolo de Río de Ja­ neiro amplía de manera desconsiderada el ra­ dio de acción del tribunal de La Haya cuando dice: “ Artículo segundo. El Tratado de límites de veinticuatro de marzo de 1922, ratificado el 23 de enero de 1928, constituye uno de los vínculos jurídicos que unen a Colombia y al Perú, y no podrá ser modificado o afectado sino por mutuo consentimiento de las partes o por decisión de la Justicia Internacional, en los términos que más adelante establece el artículo séptimo.” Por ésto, aunque el mismo protocolo esta­ blece que la apelación ante la Corte de La Haya será de acuerdo con el artículo 36 del estatuto orgánico' que sólo permite considerar cuestiones de derecho, con la aceptación de la cláusula ci­ tada se autoriza a la Suprema Corte de Justicia para “modificar el Tratado” , es decir, para re­ solver sobre problemas de hecho y de derecho. El protocolo de Río de Janeiro entraña por este aspecto la revisión del Tratado de 1928.

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Por otra 'parte no hay que olvidar el crite­ rio con que las grandes potencias suscriben los pactos internacionales, lo mismo cuando se tra­ ta de los convenios de Loearno que de la “ cláu­ sula facultativa” de la Corte Permanente de Jus­ ticia Internacional de La Haya. E'l mismo día en que a nombre de Francia el señor Briand suscribía el.pacto Kellogg, el señor Poincaré, jefe del gabinete, explicaba a los alumnos de una olvidada villa de Lorena, reunidos para la distribución ide premios, que este pacto no bo­ rraba ni disminuía ninguna de las obligaciones militares de Francia, que e'l peligro de guerra subsistía, y que era préciso estar siempre listes para hacerle frente. Era el comentario obliga­ do de las grandes potencias al pacto antibélico de París. El más discutido de los temas del protocolo de Río de Janeiro, es el que entraña el artículo séptimo: “ Colombia y el Perú se obligan solemnemen­ te a ino hacerse la guerra ni a emplear, directa o indirectamente, la fuerza, como medio de so­ lución de sus problemas actuales o de cuales­ quiera otros.que puedan surgir en lo futuro. Si en cualquiera eventualidad no llegaren a resol­ verlos por negociaciones diplomáticas directas, cualquiera de las Altas Partes contratantes po­

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drá recurrir al procedimiento' establecido por el artículo 36 del Estado de la Corte Permanen­ te de Justicia Internacional, sin que la jurisdic­ ción de ésta pueda ser excluida o limitada por las reservas que cualquiera de ellas hubiere he­ cho en el acto de suscribir la disposición facul­ tativa” . La cláusula transcrita fue propuesta a úl­ tima hora en la conferencia de Río de Janeiro por el señor Maúrtua, y sustentada firmemente! por el señor Mello Franco. A su regreso al país don Luis Cano hizo la siguiente declaración al director de un diario de Santa Marta: < '‘Desconozco las opiniones del doctor Carre· ño. Pero sus conceptos fueron considerados am­ pliamente por la delegación de Río, así como por Eduardo Santos. Todos estuvimos de acuer­ do en forma unánime, que la sola enunciación de la tesis de Carreño implicaría la derrota mo­ ral y la deshonra del país. Estoy dispuesto a reafirmar este concepto.” Por fortuna para el doctor Carreño, el duro reproche de don Luis Cano va a herir mortal­ mente al gobierno, ya que fue éste el autor de aquella reserva inmoral y deshonrosa. Efectiva­ mente, la reserva a las convenciones internacio­ nales sobre constitución de la Corte Permanen­

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te de Justicia internacional, cuya vigencia sos­ tuvo el doctor Carreño, fue presentada a la con­ sideración del senado por el doctor Eduardo Santos, iministro de relaciones exteriores del doc­ tor Olaya Herrera, y sancionada por éste el 7 de noviembre de 1930. En el acta de la sesión del senado, correspondiente al 29 de agosto del mis­ mo año, se lee lo que sigue: “ Fue aprobado sin observaciones el artícu­ lo l 9 (que contiene! el texto de la convención ci­ tada). Para después del anterior se aprobó el si­ guiente nuevo, propuesto por el doctor Eduardo Sanltos, Ministro de relaciones exteriores: “Artículo 2? La adhesión de Colombia a las referidas convenciones se verifica con la reser­ va siguiente: “ Que las obligaciones que por ella contrae la república de Colombia no se refieren sino a las diferencias que surgieren de hechos poste­ riores a su ratificación” . Queda así establecido que el autor de la inmoralidad fue el doctor Eduardo Santos, que propuso el artículo 29, y el padre de la deshonra el doctor Olaya Herrera, que lo sancionó. Aclarado así ;el origen de la reserva hecha por Colombia a las convenciones orgánicas del supremo Tribunal de La Haya, no sabe uno qué admirar más, si el cinismo o la falta de memo­

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ria que entrañan las siguientes palabras del doctor Olaya Herrera contra el doctor Eduardo Santos, quien propuso a nombre suyo el artícu­ lo 29 de la ley 38 de 1930: “ ¿Nos convenía moralmente, escribe el doc­ tor Olaya, presentarnos ante la comunidad in­ ternacional etn una actitud semejante? Y hu­ biera estado ella de acuerdo con los preceden­ tes ininterrumpidos de la política de Colombia, que jamás ha esquivado, ni mucho menos recha­ zado bruscamente la suprema apelación a ,1a justicia internacional para resolver sus diferen­ cias con otras naciones?” Es claro que esa tradición se interrumpió el día en que el gobierno rechazó bruscamente, por medio de la reserva mencionada, la apelación a la justicia internacional para hechos anterio­ res a su ratificación. Es posible, por lo demás, que el párrafo transcrito esté en la explicación que seguramente dió el doctor Santos, a nombre del gobierno, al proponer en el senado la reser­ va a las convenciones de La Haya. La inmoralidad y la deshonra deben recaer íntegramente sobre el gobierno que propuso la reserva, en ningún caso sobre el ministro que so­ licitó el cumplimiento dei una ley de la repúbli­ ca, cuya violación sí hubiera sido una auténtica falta de ética. Mayormente cuando el Perú, que

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es quien va a beneficiarse de la derogatoria so­ licitada, hizo Idéntica reserva a'l aprobar Jas convenciones de La Haya, dos años antes que nosotros. Él cargo formulado por don Luis Cano no afecta, pues, a la oposición, sino al gobierno. Por lo demás, escrito está que los pactos inter­ nacionales no son manifestaciones de altruismo. Todo Estado defiende, con legítimo egoísmo, el interés de sus súbditos y de su país. La actitud, siempre cautelosa de los gobiernos, procura no comprometer su libertad de acción política con la jurisdicción arbitral, reduciendo de distintos modos (por enumeración o eliminación), y aún más de lo que la realidad aconseja, el círculo de las cosas litigiosas. (Véase Liszt. “ Derecho Internacional Público” ). Los artículos 59 y 69 establecen: * J “ Artículo quinto.—-Los dos Estados estudia­ rán un acuerdo de desmilitarización de la fron­ tera, según las necesidades normales de su se­ guridad. Los dos gobiernos nombrarán para este efecto una comisión técnica, compuesta de dos miembros por cada una de las Altas Partes con­ tratantes, presidida alternativamente de mes a mes por el oficial de más alta graduación de una y de ptra.. EL primer presidente será escogido por

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la suerte. La sede de la comisión será fijada, de común acuerdo, por los gobiernos. “ Artículo sexto.—Para velar por los Acuerdos de que trata el artículo 49 y estimular su ejecu­ ción, queda creada una comisión de tres miembros nombrados por los gobiernos del Perú, de Co­ lombia y del Brasil, cuyo presidente será el nom­ brado por este último. La sede de la comisión estará en el territorio de una u otra de las Altas Partes contratantes, dentro de los limites de la región a que se aplican los precitados acuerdos. La comisión tendrá la facultad de trasladarse de un punto a otro, dentro de aquellos límites,, a fin de colaborar más eficazmente con las au­ toridades locales de ambos Estados para el man­ tenimiento de un régimen de paz permanente y de buena vecindad en la frontera común. El período de duración de esta comisión será de cuatro años, prorrogable a juicio de los dos go­ biernos” . El 19 de junio la comisión administradora de la Liga de las Naciones hizo entrega a las au­ toridades colombianas, con una sencilla ceremo­ nia, del trapecio amazónico. Este hecho produ­ jo indescriptible alegría en nuestro gobierno, pero el pueblo lo miró con acusadora indiferen­ cia. ¿Por qué?

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El 3.1 de agosto de 1932 Colombia era plena­ mente soberana en el Amazonas, nuestras au­ toridades no tenían allí más limitación ni con­ trol qiue la Constitución y las Leyes de la Repú­ blica. Mediante un asalto nocturno de malhe­ chores en cuadrilla, Leticia, después de haber estado administrada por el gobierno del Perú y por la Liga de las Naciones, queda en aparien­ cia sometida a la soberanía de Colombia, pero cuidadosamente supervigilada por dos comisio­ nes internacionales. El ejército de la nación no podrá moverse libremente dentro del territorio colombiano, sino hasta donde lo determine- una comisión mixta, donde el Perú tiene la misma representación ique nosotros. Ni siquiera en el caso de una con­ moción interna podrán las tropas nacionales avanzar por la orilla izquierda del Putumayo o sobre el trapecio amazónico. ¿Era así como ejer­ cíamos la soberanía antes del 1? de septiembre de 1932? Asimismo se agrega la presencia en el . an­ tiguo puerto colombiano de una comisión mixta encargada de supervigilar el nuevo estatuto te­ rritorial del Amazonas. Esta comisión, según el parágrafo l 9 del artículo sexto, no tiene “ fun­ ciones de policía, ni competencia judicial” . “ Sin embargo, agrega el parágrafo segundo, si en la

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ejecución de los acuerdos antes mencionados, que son parte integrante del presente protocolo, surgieren conflictos por efecto de actos o deciisiones que importen una violación de algunos fde dichos acuerdos, o se refieran a la interpre­ tación de éstos, o a la naturaleza o extensión de la reparación debida por la ruptura de uno de ellos —y tales conflictos fueren llevados por los interesados, ia conocimiento de la comisión— ésta los transmitirá con s¡u informe a los dos gobernos a fin de que ellos tomen, de mutuo acuerdo, las providencias adecuadas” . No se trata, como nos lo anotaba un corres­ ponsal ilustre, de una comisión de turistas. En el fondo todos los actos de administración, de •legislación o die justicia, ejercidos a nombre nuestro en las comarcas amazónicas, que­ darán sometidos a las decisiones de la co­ misión, porque en aquellas comarcas no podrán ocurrir irregularidades que no hagan refterencia al poder ejecutivo, al legislativo y al judi­ cial, o sea, a los acuerdos, a la administración y policía, a las decisiones judiciales. El “ sinembargo” del parágrafo segundo anula plenamen­ te el “ no tiene” del primero. El control que va a ejercer la comisión mix­ ta traiciona y sobrepasa la jurisdicción propia De Ginebra— 9

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del Espado colombiano; es ella la que decide en primera instancia todo posible conflicto en la ejecución de nuestras leyes y en el cumplimien­ to del protocolo de navegación, aduanas y pro­ tección de indígenas. Le Fur, que tiene un con­ cepto internacional del derecho, y que es citado hoy como una de las más calificadas autorida­ des en el tema de la soberanía, escribe: “Es, pues, la soberanía ©1 derecho de mandar, de to­ m ar una decisión definitiva; es la competencia de la competencia, como se dice en Alemania. O la soberanía consiste en esto o la soberanía no es nada; todos tendrán que confesar forzosa­ mente que donde no existe el derecho, donde se dá el caso de una autoridad sometida a otra, no hay soberanía”. La soberanía es la facultad de determinarse por ella misma; de poder hacer todo lo que le parezca útil, rasgo característico suyo, universaimente aceptado. De lo contrario la soberanía se evapora. En el trapecio amazó­ nico “la competencia de la competencia” la va a tener una comisión mixta. Los intereses de los países ribereños del gi­ gante de los ríos no sólo no son solidarios sino francamente adversos. Los celosos comerciantes de Loreto fueron lois que arrojaron a sus deli­ rantes legionarios contra Leticia, con el espiri­ tual pretexto de un empeño nacionalista. U ni­

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dos el Brasil y el Perú mantendrán mediatiza­ das a nuestras autoridades. La situación de la comisión de la Liga era por lo menos clara; no se prestaba a equívocos de ningiuna naturaleza. Ahora le queda a nues­ tros impacientes y volubles vecinos del mediodía el constante derecho de queja contra nuestras autoridades ante el gobierno del Perú. Esta es la verdad esplendorosa, y conviene conocerla en su integridad para evitamos peligrosos desen; cantos. ¿Toleraríamos una comisión de turistas de esta naturaleza en BogoM, en Medellín, en Manizales, en Cali? ¿La admitiríamos en Ipiales, en Bagadó o en Durania? ¿No es igualmente irri­ tante en cualquier comarca de la patria? Y el hecho se agrava imponderablemente cuando se medita que hemos llegado a esta h u ­ millación vergonzosa, no en cumplimiento de un acto de nuestra voluntad soberana, sino por­ que Oscar Ordóñez, a la cabeza de una patrulla de facciosos, asaltó el l 9 de septiembre a Leti­ cia, apresó las autoridades del puerto y se apo­ deró de los caudales de la Intendencia. N i en los tiempos en que la piratería estaba oficial­ mente autorizada logró enriquecerse con bo­ tín tan copioso.

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En tan deplorables circunstancias fue de­ vuelta Leticia a las autoridades colombianas el 19 de junio; la bandera que hoy tremola a me­ dia asta en el puerto no es más nuéstra que el incoloro estandarte de la Liga de las naciones. El compás de una marcha fúnebre y no el him­ no de la patria debió solemnizar la melancólica entrega. Arrogantemente afirmaba '“ El Tiempo” que la reincorporación de Leticia era un hecho ca­ paz de silenciar la prensa oposicionista. Reci­ birla en tan humillantes condiciones, replicamos nosotros, es un baldón siempre renovado contra el régimen. El pacto de Río de Janeiro tiene tantos pe­ ligros corno artículos. Afortunadamente el Con­ greso es libre para rechazarlo o modificarlo. La linter-vención oportuna, sagaz y valiente de Fabio Lozano despeja los caminos de la esperanza y nos dá la certidumbre de que el vergonzoso protocolo no será nunca ley de la república. La política del actual gobierno al reducir el presupuesto de guerra es más temeraria que la désguarnición ’ de Leticia. Un ejército poderoso es hoy la única garantía de la paz Si el proto­ colo se «niega hay que permanecer con el fusil al hombro; si se aprueba cada una de sus cláu­ sulas va a ser motivo de una permanente que-

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relia con el Perú sobre su interpretación y al­ cance. En vez de un conflicto tendremos nueve, en el mejor de los casos,.ya que los leguleyos de Lima se ingeniarán el sistema de hacer una controversia sobre cada una de las palabras, comas y puntos del protocolo del señor Mello Franco. Cuando se firmó el convenio de Río de Ja­ neiro el Canciller Solón Polo anunció a los di­ plomáticos peruanos que el Perú no reinunciaba a sus propósitos de revisar el Tratado, y que sólo una deficiente preparación militar los obli­ gaba a suscribir el /acuerdo 'transaccional del señor Mello Franco. Tenemos únicamente una guerra aplazada. El Perú no conoce mas paz que el armame/nto de sus vecinos. El día en que se disminuya nuestro potencial de guerra ten­ dremos otro asalto nocturno. La culpable omi­ sión del gobierno proyecta sobre el futuro una colosal hecatombe. Universalmente famoso es el apóstrofo de Demóstenes en la primera Filípica: “ Atenienses, no es posible dejarse coman­ dar por los acontecimientos sino prevenirlos: como un general marcha a la cabeza de sus tro­ pas, los políticos sagaces deben marchar a la cabeza de los acontecimientos. No hay que es­ perar los acontecimientos para saber qué medí-

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das deben tomarse sino que las medidas toma­ das deben conducir a los acontecimientos. “Procedéis en las guerras con Filipo como el bárbaro cuando lucha: si él recibe un golpe lo devuelve; si lo hieren de nuevo, hace lo mis­ mo. Pero para prevenir el golpe que le está des­ tinado o prevenir antagonismos, no tiene des­ treza o no lo piensa. “ Jamás proyectos suspendidos. Nunca pre­ cauciones tomadas. Vosotros esperáis a que una mala nueva os ponga en movimiento. Otras ve­ ces sin peligro os podías gobernar así, pero el momento decisivo ha llegado, y es necesaria otra conducta” . El político auténtico es el que siembra los hechos que han de madurar en el futuro. Ter­ minado el peligro inmediato con el Perú volve­ mos a la criminal imprevisión de antaño. El li­ beralismo sólo sabe tornar o retener fuertemen­ te las ventajas inmediatas del poder. Un ejército respetable le dá una disciplina al Estado; mantiene un ambiente de seguridad pública, condición de todo progreso económico; perfecciona la educación de los ciudadanos, y afianza la paz. Colombia armada en las cerca­ nías del canal de Panamá es un amigo estra­ tégico para los Estados Unidos; entonces sí ne­ cesitarán de nosotros. Sólo la ancianidad deca-

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dente de Juan Vicente Gómez nos garantiza hoy la fraternidad internacional de Venezuela. So­ bre las aguas atormentadas del Catatumbo hay muchas nubes sangrientas. El Ecuador mismo tiene por épocas inexplicables veleidades. Una reacción contra Velasco Ibarra necesariamente llegará a ser una reacción contra Colombia. Necesitamos un ejército poderosamente ar­ mado, una sagaz acción diplomática, y una cons­ tante disciplina. El pensamiento de nuestros es­ tadistas debe vivir clavado sotyre la frontera. En política la única certidumbre es la guerra.; la paz no es sino una tregua que la prepara.

I N D I C E

Discurso prelim inar.................................. ... ·

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LAS VIC TO R IAS M U T ILA D A S Las victorias m utiladas................................ El fuego sagrado............................................... La herida interior......................................... U na tesis peruana. . ................................... El honor nacional................................... ..

27 33 37 51 59

LOS DESFALLECIM IENTOS INTER NACIONALES El oblato.............................................

69

Desenrédense........................... Los misterios de la p a z ................................. La mediación de W a s h i n g t o n . . . ................

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SILVIO V ILLEG AS LOS SUPLICANTES

El camino de terciopelo....................... . ..

115

Los suplicantes.................................................

121

La Hora de la decisión....................................

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EL IR REPAR ABLE ERROR Por motivos de salud nacional...................... '135 Una política dinástica..................................... 141 El irreparable e r r o r ...................................... 149 Otro asalto nocturno................................ Las condiciones de la p az....................... -..

16 171

Esa p a z . ..

183

La paz es el olvido........................................

197

El monumento a la victoria........................

203

La flecha del p arto..

211

.. ·................ ............

Misa de réquiem............................................... El Protocolo de Río de Janeiro.....................

221 237

DEL M ISM O AUTOR.

Ejercicios Espirituales (1929). El Imperialismo Económico (1931).

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EDITORIAL SANTAFE/ \

BOGOTÁ

C a lle

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