Culturas Bananeras

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B IB L IO T E C A S O C IE D A D Y T E C N O C IE N C IA

Colección Estudios Sociales de Tecnociencia desde América Latina

Director

Alexis De Greiff

Culturas bananeras: producción, consumo y transformaciones socioambientales

John Soluri

Soluri, John Culturas bananeras : producción, consumo y transformaciones socioam bientales/John Soluri; prólogo Reinaldo Funes Monzote. - Bogotá: Siglo del Hombre Editores, Universidad Nacional de Colombia, 2013. 400 p.; 24 cm. Incluye bibliografía. 1. Industria del banano - Historia - América Latina 2. Industria del banano - Aspectos sociales 3. Bananos - Industria y com ercio - Aspectos ambientales 4. Consumo de banano l. Funes Monzote, Reinaldo, 1969- , pról. II.Tít. 338.1747 21 ed. Al 397973

© John Soluri Titulo original: Banana Cultures. Agriculture, Consum ption, and Environm ental Change in Honduras and the U nited States © 2005 by the University of Texas Press O La presente edición 2013 © De la traducción, Vita Randazzo © Universidad Nacional de Colombia Ciudad Universitaria, Bogotá D.C., Colombia PBX: (57-1) 316 50 00 www.unal.edu.co © Siglo del Hombre Editores Cra 31A n.° 25B-50, Bogotá D. C., Colombia PBX: (57-1) 337 77 00, fax: (57-1) 337 76 65 www.siglodelhombre.com

Diseño de carátula Alejandro Ospina Armada electrónica Angel David Reyes Durán

ISBN: 978-958-665-241-4

Impresión Panamericana Formas e Impresos S. A. Calle 65 n° 95-28, Bogotá D. C.

Impreso en Colom bia-Pr/nfeJ in Colom bia

ÍNDICE

PR ESEN T A C IÓ N ..........................................................................................

11

Alexis De Greiff

PR Ó LO G O ......................................................................................................

13

Reinaldo Funes Monzote

PREFACIO A LA E D IC IÓ N E N ESPA Ñ O L...........................................

21

I n t r o d u c c ió n

LA IN T E G R A C IÓ N D E LA PR O D U C C IÓ N , EL C O N SU M O Y LAS TR A N SFO R M A C IO N ES SO C IO A M BIE N TA LES.......................................................................

27

C a p ít u l o 1

EL N A C IM IEN T O TR A SN A CIO N A L D E LA CU LTU RA D E L BA N A N O ..................................................

51

Los bananeros de la Costa N orte...........................................................

56

Entre finca y mercado ............................................................................

66

La cultura norteamericana de consumo................................................

75

C a p ít u l o 2

INVASORES D E L ESPACIO

85

Mercados de masas, culturas de consumo y calidad ...........................

111

Fincas fugaces: el mal de Panamá y la agricultura pasajera..................

128

C apítulo 3 PAISAJES Y PA SAJERO S....................................................................

135

La sombra de la plantación.....................................................................

137

Los efectos contradictorios de la agricultura transitoria.....................

149

C apítulo 4 SIGATOKA, T E C N O C IE N C IA Y C O N T R O L .............................

177

La tecnociencia del control de la Sigatoka.............................................

191

El trabajo del control de la Sigatoka......................................................

196

C apítulo 5 R E T O R N O A LA P R ISIÓ N VERDE.................................................

213

Buscando buena cham ba........................................................................

217

El entorno del trabajo.............................................................................

230

Campeños y capataces.............................................................................

240

El entorno de los campos .......................................................................

247

C apítulo 6 LA SEÑ O R ITA C H IQ U IT A ...............................................................

257

C apítulo 7 LA Q U ÍM IC A .................................................................. .................. .

299

C apítulo 8 CU LTURA S D E L BAN ANO EN PERSPECTIVA CO M PARATIVA..................................................................................

331

El cometón: formación de los mercados masivos en ee .uu .................

334

Gustos finos: la evolución de los estándares de calidad......... ..............

343

Campos de poder: producción y proceso ambiental...........................

352

BIBLIO G RA FÍA .............................................................................................

371

Fuentes de archivo...................................................................................

371

Archivo Nacional de Honduras, Tegucigalpa..............................

371

Archivo de la Gobernación de Atlántida, La Ceiba, Honduras..

373

Archivos municipales, Honduras..................................................

373

Fundación Hondurena de Investigación Agrícola (fhia), La Lima, C ortés......................................................................

373

Documentos personales del Dr. Robert H. Stover, La Lima, Honduras.................................................................

374

Biblioteca Baker, Escuela de Negocios de Harvard, Cambridge, Massachusetts....................................................

374

Biblioteca Countway de Medicina, Escuela de Medicina de Harvard, Boston.................................................................

374

Biblioteca Howard-Tilton, Universidad de Tulane, New Orleans, Louisiana.........................................................

374

Estados Unidos, Biblioteca del Congreso, División de Geografía y Mapas, Washington D. C .............................

374

Archivos Nacionales de los Estados Unidos, Washington, D. C ...................................................................

375

National Museum o f American History, Washington, D .C .......

375

Hunt Institute for Botanical Documentation, Pittsburgh, .................................................................

376

Periódicos................................................................................................. Documentos gubernamentales hondureños publicados....................

Pennsylvania,

376 376

e e .u u

Entrevistas del autor (realizadas y grabadas entre junio y septiembre de 1 9 9 5 ).................................................................... Fuentes publicadas...................................................................................

377 377

Fuentes inéditas.......................................................................................

396

PRESENTACIÓN

Banana Cultures, com o se tituló este libro en su edición original, ha sido ampliamente celebrado, galardonado y leído. H asta la presente publicación, solo los angloparlantes han podid o disfrutarlo, no obstante ser una historia desde Am érica Latina. D igo desde y no sobre Am érica Latina (o al menos no solo), porque sin grandilocuentes pretensiones y gracias a una balan­ ceada com binación de m icrohistoria, econom ía política, estudios literarios y análisis de ciencia y tecnología, él profesor John Soluri aborda algunos de los m ecanism os de construcción de la m odernidad, exam inando la pro­ ducción y el consum o de bananos. Tom ando la C osta N orte de H onduras com o pivote, Soluri dibuja el globo de la expansión capitalista. A pesar de la especificidad geográfica, se trata de espacios, actores, relaciones y juegos que nos son familiares a los países del ‘sur’. Por eso es una historia que parte de Am érica Latina pero que se proyecta al resto del m undo al reconstruir algunos de los m ecanism os de un m odelo que se ha ido unlversalizando: la “m odernización al estilo yanqui” , com o él m ism o lo llama. Esta práctica del desarrollo m antiene en la ciencia y en la tecnología su más poderoso aliado, tanto desde el punto de vista del discurso (al justificar ‘racionalmente’ las relaciones de poder) com o desde el punto de vista socio­ económ ico (al adm inistrar recursos a partir de lógicas de ‘optim ización’) y ambiental (al producir nuevos objetos ‘naturales’). N ad a es, pues, puro, en esta historia. N i los cam pesinos, ni las instituciones locales, nacionales y transnacionales, ni los empresarios, ni la Sigatoka, ni los fungicidas, ni las tortillas que hacen las m ujeres de los trabajadores, ni los ferrocarriles, ni las cajas en donde se em paca la fruta, ni por supuesto los b an an o s... Puede que hayan existido alguna vez en form a pura, pero la red que sostiene a esta historia es la de los híbridos. C uando se contagian unos a otros producen el m undo de relaciones que nos interesa. En su form a pura son imperceptibles 11

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y, por consiguiente, irrelevantes. M ás aún, sin actores com o las enfermedades o los quím icos, esta historia sería ininteligible. La narrativa de Soluri lleva la marca de una prom iscuidad ontológica que perm ite m irar al discurso del desarrollo con sano escepticismo. Este libro, segundo de la Colección Estudios Sociales de Tecnociencia desde Am érica Latina, m uestra la política, la naturaleza, la tecnociencia y la cultura en un continuum que el autor desenreda con el cuidado que requiere esta abigarrada m adeja. Pasamos suavemente de una plantación de banano, a los corredores ministeriales de un gobierno centroam ericano; entramos a un laboratorio m ientras M iss C h iquita canta y baila en la televisión y una am a de casa estadounidense prepara una receta con un producto exótico que ha entrado a su canasta familiar corriente. El mercado produce bananas estandarizadas: la biodiversidad agrícola dependerá de la m etrología que determina la “calidad de la fruta” . La im agen de una om nipotente U nited Fruit Co. no sobrevive. Los pequeños productores tienen m argen para ne­ gociar, actuando en form a a veces impredecible pero no m enos racional que la empresa. E sta historia no tem e exam inar el poder, pero evita las visiones com plotistas y m ecanicistas. N o es u n a narrativa aséptica sobre cóm o se construyen las redes de la producción y el consum o m asivos, pero tam po­ co una denuncia ideológica anclada en los dogm as m arxista o liberal, que reducen a las com unidades a sim ples banana republics. Este com plejo ensam blaje de poder, conocim iento, explotación, m er­ cados, depredación y producción cultural se enm arca en la m ás profunda de nuestras transform aciones socio-técnicas: la que surge de la agricultura y la alimentación, prácticas específicas de cada civilización. ¿C óm o será el juicio de la historia a la nuestra? El autor de este libro no pretende dar una respuesta, pero su rigurosidad y com prom iso nos invitan a form arnos una opinión inform ada. Pocas veces podem os reconocer que tenem os en las m anos un libro ‘rom pe aguas’; cada página de John Soluri es irreductible a una sola disci­ plina. D esde ya es un clásico en los estudios interdisciplinarios con vocación transcultural, por lo que nos honra poder presentarlo a un público que lo necesita y lo merece. Alexis D e GreifFA. Departamento de Sociología, Centro de Estudios Sociales, Universidad Nacional de Colombia Bogotá, mayo de 2013

12

PRÓLOGO

La conquista de los trópicos fue el alegórico título escogido por Frederick U pham A dam s para su libro de 1914 dedicado a la evolución de las “em ­ presas creativas” conducidas por la U nited Fruit C om pan y en las costas de El Caribe y de Sudam érica. U n a conquista que al decir del autor sería reco­ gida por los futuros historiadores com o el logro m onum ental de la nueva era. Expresaba así una idea m uy extendida en los discursos imperialistas y racistas vinculados a la expansión europea hacia Africa y Asia, facilitada por los nuevos m edios de transporte, los avances en m ateria sanitaria, las armas de fuego y las com unicaciones m odernas. A lgunos años antes, el ideólogo social darwinista británico, Benjam ín K idd, había propugnado, en una obra de 1898, por “el control de los trópicos” por parte de las dos grandes potencias de habla inglesa a am bos lados del Atlántico: el Reino U nido y los Estados U nidos de Am érica. Sin em bargo, esa aspiración tropezaba, a su juicio, con las dificultades para la “aclim atación del hom bre blanco” en aquellas regiones, sin sufrir la “degeneración” propia de las poblaciones na­ tivas. D e m odo que se trataba, ante todo, de una conquista comercial antes que de un sistem a de asentam ientos coloniales. E n aquel m ism o año 1898 se producía en los escenarios americanos uno de los acontecim ientos que m arcarían el ascenso form al de los

e e .u u

.

al plano de potencia m undial, con su intervención en la guerra de indepen­ dencia que se libraba en C u ba y su ocupación de las posesiones coloniales de España en El Caribe y El Pacífico. Fue ese el contexto en el que se produjo la com probación de la teoría del m édico cubano, Carlos J. Finlay, sobre la existencia de un agente biológico en la transm isión de la fiebre amarilla, la hem bra del m osquito Aedes aegypti, com o parte de las labores de una 13

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com isión form ada por el ejército estadounidense durante su permanencia en C u b a (1 898-1902). Esta enfermedad, jun to con la malaria, era consi­ derada históricamente com o uno de los principales valladares para el éxito de la inm igración europea en los trópicos; de m anera que contar con la base científica para eliminarla se convertiría en un poderoso auxiliar en la expansión de los intereses económicos, comerciales y políticos del naciente im perialism o yanqui en el subcontinente americano. L a erradicación total de la fiebre amarrilla en L a H aban a fue resaltada por el entonces jefe del D epartam ento de Sanidad del ejército interventor, W illiam C. G orgas, quien escribió en su últim o informe de julio de 1902: “ [...] durante el prim er año de nuestra vida en los trópicos perdim os 67 hombres de cada mil, por enfermedad; y durante el últim o año de nuestra perm anencia habíam os ganado tanta experiencia que nuestra pérdida solo fue de 7 hom bres por m il” . Para Gorgas esta experiencia sería de sum a uti­ lidad para su posterior desem peño com o Jefe de Sanidad en las obras del canal de Panamá, pues las m edidas sanitarias serían claves para la conclusión de este m onum ental proyecto de la ingeniería m oderna, que m arca el inicio “oficial” de la llamada “conquista de los trópicos” en el hemisferio occidental. El nuevo discurso hegem ónico de los

e e .u u .

hacia Latinoam érica

asum ió el carácter de un proceso civilizatorio en nom bre del crecimiento económico o el desarrollo y sus correlatos de progreso en el orden científico y

tecnológico, aunque no estuvo exento de intervenciones militares. Esta

paulatina im posición de la suprem acía estadounidense, secundada por la ideología y las instituciones panamericanas, condujo a una masiva transfor­ m ación o dom esticación de los ecosistemas, con vista a materializar sobre el terreno lo que K idd, el teórico del predom inio anglosajón, llamaba en 1898 “el control de los trópicos” y que otros m ás tarde tradujeron com o dom inio o conquista. U no de los m ejores emblem as de esa era fue el ascenso de la producción, la comercialización

y

el consum o del banano desde fines del

siglo x ix, que estudia John Soluri para el caso de las relaciones entre H o n ­ duras

y

los

e e .u u .,

en el libro que ahora presentamos. Y esto, com o resalta

el autor, tiene m ucho que ver con el hecho de que aquel fruto fuera tom ado com o el ejem plo por antonom asia de la vida tropical, en donde solo basta­ ba estirar la m ano para alcanzar un banano

y

sobrevivir. U na im agen que,

por supuesto, no escapa a las construcciones teóricas racistas

y

xenófobas

durante la nueva fase del im perialism o colonial de las llamadas potencias 14

P R Ó LO G O

“occidentales” del siglo x ix e inicios del xx, puesto que la discrim inación racial y clim ática m archaría a la par. El comercio de frutos tropicales con los

e e .u u .

no era una novedad

antes de que entrara en escena el banano, pero, sin duda, se trataba de una etapa distinta a la que representaban otros productos com o el azúcar y el café hasta llegar al siglo x ix . El citado libro de A dam s ofrece una im agen muy reveladora al respecto, cuando se refiere a que el creciente consum o de este fruto por los estadounidenses era el resultado de la nueva m aquinaria de producción y distribución que fue creada en la era de invenciones de 1870 a 1890. R em em oraba la prim era vez que vio un banano, cuando su padre lo llevó en Filadelfia a la Exposición del Centenario, en 1876, com o parte de la sección de horticultura, en un pabellón del gobierno. Esa m añana, mientras cam inaba por la ciudad con su padre, de quien dice que podía ser el único allí en haber visto la planta en sus viajes a El Caribe y Centroam érica, se detuvieron en una tienda de frutas que vendía bananos com o un gran lujo im portado desde Sudam érica. Sobre su precio, el padre le indicó que era lo que podría recibir “un nativo” en un mes entero; y m ás tarde, al comerlos, le com entó que no eran m uy buenos com parados con los que probó direc­ tamente en el trópico, y que de hecho algunos ya estaban en m al estado. En com paración con la situación vivida más de tres décadas después, Adams escribe que habría que unir tres de aquellas bananas de 1876 para ha­ cer una de las que ya se consum ían m asivamente en los m ercados de e e . u u . H acia la fecha de la aparición de su libro, la diferencia del precio era 2 0 veces inferior, al por menor, respecto a lo que había pagado su padre en 1876. Entonces, no consideraba exagerado afirmar que el pueblo estadounidense consum ía diez veces m ás bananos que los países latinoamericanos en donde se producían. N o obstante, adm itía que su sabor no era el m ism o que tenía en los lugares de origen, porque los racim os tenían que embarcarse verdes, y por el proceso quím ico al que se som etían para su preservación. Según sus palabras, la naturaleza no tenía la posibilidad de perfeccionar su trabajo. Por el contrario, el banano comercial era el resultado de “el hom bre orgulloso que triunfa sobre la naturaleza” . El libro de A dam s es un fiel reflejo de la ideología que presidió el p ro­ ceso de expansión de los intereses de las grandes empresas y del gobierno de los

e e .u u .

hacia los países de Am érica Latina, estuvieran o no dentro de

la franja de las zonas tropicales y subtropicales, pero que en el caso de la 15

C U L TU R A S B A N A N E R A S: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y T R A N SF O R M A C IO N E S SO C IO A M B IE N T A L E S

U nited Fruit C om p an y y de otras com pañías dedicadas a la producción y comercialización del banano, debido a la ecología de la planta, corresponden específicamente a las zonas bajas y cálidas del subcontinente. D e m odo que se pueden encuadrar de form a m ás fidedigna dentro de un proceso que, en palabras de A dam s, era la historia de “una pacífica y honorable conquista de una porción de la Am érica tropical de la que cada ciudadano (estadouni­ dense) debería sentirse orgulloso” . La historia que nos presenta John Soluri es otra bien diferente desde m uchos puntos de vista; y sobre la cual sería difícil proclam ar el orgullo dem andado por A dam s, al m enos si se consideran los grandes im pactos hum anos y ecológicos que trajo aparejado el éxito económ ico y comercial del banano, así com o sus implicaciones políticas para los países productores. Su cronología tam bién es distinta, pues, aunque com ienza desde el último tercio del siglo x ix , con el lento afianzam iento de una econom ía agroexportadora en H onduras, se centra más en un período posterior, cuando el país com ienza a convertirse en la principal zona productora de banano en Centroam érica, reem plazando a las que fueran dom inantes hasta 1914 en las costas de los países vecinos. Justo en 1912 la U nited Fruit C om pan y recibió las primeras concesiones en H onduras, y junto con otras com pañías fruteras de capital estadounidense, tendría en adelante un protagonism o cada vez m ayor en la historia de la nación centroamericana. Varios autores han abordado el estudio de la influencia de las grandes corporaciones estadounidenses que controlaban la producción y el comercio del banano en Am érica Latina, pero antes de este libro ninguno se había detenido, com o lo hace Soluri, a profundizar en la estrecha conexión de las variables ecológicas y m edioam bientales con las económ icas, políticas y sociales, que hasta ahora han recibido la m ayor atención, así com o en los nexos entre las zonas productoras y el m ercado consum idor. La obra se in­ serta dentro del m ovim iento de la historia ambiental, y m uestra su vocación interdisciplinaria, con el fin de tender puentes entre las ciencias sociales y las ciencias naturales que perm itan analizar críticamente la singularidad de la sociedad contem poránea dentro del conjunto de la historia hum ana. C om o bien lo señala el autor, el asom broso aum ento del consum o del banano y otras frutas frescas en los

e e .u u .

no habría sido posible sin la confluencia

de las locom otoras y buques de vapor capaces de transportar a largas dis­ tancias y a velocidades antes inalcanzables materias volum inosas y perece­ 16

PR Ó LO G O

deras, de los furgones clim atizados y frigoríficos, de los nuevos productos quím icos para com batir las plagas o restituir las condiciones de fertilidad, de los intercam bios globales entre los expertos científicos; es decir que “la transform ación del banano de una novedad a un artículo de consum o fue un producto de la era del com bustible fósil” . Soluri nos ofrece un apasionante recorrido por los diversos factores que interactúan en la conversión del banano en un artículo de m asas; una transform ación en tiem po récord si se com para con otros productos tropi­ cales com o el azúcar o el café. Entre esos factores aparecen; la integración vertical de grandes empresas o trusts, para lograr economías de escala a través del control de la producción, el transporte, la distribución y el mercadeo; las nuevas técnicas de adm inistración empresarial; la form ación de redes ferroviarias en los territorios productores; los cam bios sociales en las ciu­ dades estadounidenses, com o el acceso de la m ujer al trabajo y la com ida rápida; así com o los discursos sobre el progreso y el desarrollo im pulsados desde los centros de poder y desde las propias com pañías, que eran abra­ zados con fervor por las elites locales y los habitantes citadinos o rurales de los países productores. N o obstante, el autor está en contra de las lecturas lineales, y presenta un panoram a m ucho m ás com plejo, en donde la producción de banano para la exportación se acerca m ás a una serie de im provisaciones que a un bien planeado guión de m anejo del poder político de las com pañías ba­ naneras y sus representantes locales o foráneos. Ese poder condicionó, sin duda, la trayectoria histórica de la producción del banano de exportación en H onduras y otros lugares, pero no la determ inó, porque tam bién tom a­ ron parte de m anera m uy decisiva las prácticas culturales en los m ercados consum idores y en las zonas productoras, así com o los procesos biofísicos, a los que el libro presta una particular atención. D entro de estos últim os, tuvieron un lugar destacado los grandes cam bios ecológicos provocados por los nuevos paisajes de las extensas plantaciones bananeras establecidas en zonas boscosas, las inundaciones, los m osquitos o las serpientes, la pérdida de fertilidad de los suelos, así com o el influjo de las grandes plagas que con­ figuraron la relación entre producción y m ercado, junto con las alternativas para com batirlas por parte de las com pañías fruteras. L a obra de Soluri reúne protagonistas hum anos y no hum anos; y entre los prim eros, desde dignatarios y adm inistradores hasta las m ás diversas 17

CULTU RAS BA N A N ERA S: P R O D U C C IO N , C O N SU M O Y TR A N SF O R M A C IO N E S SO C IO A M B IEN T A L ES

categorías de trabajadores del m undo del banano; desde productores indi­ viduales, fumigadores

y

arrieros hasta el creciente sector del empleo feme­

nino en las plantas empaquetadoras de la segunda m itad del siglo xx. Un elemento por destacar es la amplia gam a de fuentes que se utilizan; entre las que no faltan entrevistas personales a empleados de distinto rango que hicieron parte de la historia de la producción bananera en Honduras. El autor enfatiza las profundas desconexiones entre los consumidores de la fruta en el destino final y las condiciones de trabajo en las zonas producto­ ras, tanto en el aspecto social, por la desposesión de la tierra, la precariedad del trabajo o los abusos de poder, como en los efectos a corto y largo plazo sobre la salud de los trabajadores por el empleo de agroquímicos. D e igual forma, debemos agradecer el esfuerzo por insertar la historia del banano en el contexto de otros alimentos vinculados al cultivo en forma de plantacio­ nes en gran escala, com o son el azúcar y el café en las zonas tropicales, y las naranjas, frutas frescas y viñedos en los e e . u u . C on esto se llama la atención sobre la necesidad de una m irada trasnacional a la historia, sobre todo en el período de la civilización industrial. Este libro constituye un valioso aporte para quien busque profundizar en la historia ambiental latinoamericana. Basta mencionar que los estudios de Soluri sobre el banano en Honduras y sus conexiones con el mercado de masas de esta fruta en e e . u u . han sido merecedores de dos de las mayores distinciones por parte de la American Society for Environmenta History: el premio Leopold-H idy para el m ejor artículo publicado en Environmental History en 2003, y el premio George Perkins Marsh al mejor libro de historia ambiental publicado en el año 2007, por la versión en inglés que sirve de base para la presente edición. C on ambos reconocimientos, el autor honra, dentro de la academia norteamericana, al creciente grupo de historiadores ambientales que dirige su atención hacia los temas de América Latina y El Caribe. La historia de la producción y consumo del banano resulta inseparable, como destaca Soluri, de la construcción de las ideas sobre el trópico y la tropicalidad, así com o de sus mutaciones a medida que se yuxtaponen los procesos locales y globales con el avance de la internacionalización. N o es casual que uno de los grandes estereotipos que se asocian al fruto, desde la mirada del autoproclamado m undo civilizado de Occidente, sea el famoso calificativo de “repúblicas bananeras” con el que se suele identificar a los 18

PRÓ LO G O

países y gobiernos latinoamericanos y caribeños, aunque para algunos con más énfasis que para otros. En ese tipo de imágenes la acusación casi siempre recae sobre los actores locales, sin reparar en la parte muchas veces determinante de los protagonis­ tas que resultan invisibles para quienes desconocen los entresijos de historias como la que nos alumbra Soluri. N o sería exagerado sugerir que su libro adquiere especial actualidad, a partir de lo ocurrido con el golpe de Estado en Honduras el 28 de junio de 2009. Pero más allá de ver un caso en par­ ticular, estamos en presencia de un estudio que profundiza en la compleja interdependencia del m undo en que vivimos y sus profundas asimetrías, ante lo cual el autor no se lim ita a un ejercicio académico e intelectual para crear un nuevo conocimiento, sino que participa y nos conm ina a enfren­ tar el reto de asegurar m odelos alternativos agroecológicos y culturales que reconozcan las interconexiones dinámicas entre los lugares de producción y consum o y entre las transformaciones sociales y las medioambientales. En ese camino, com o nos enseña Culturas bananeras, la historia ambiental no puede ser ajena a la tarea de transformar un sistema global que requiere de un cam bio urgente en los paradigm as civilizatorios dominantes. Reinaldo Funes M onzote

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PREFACIO A LA EDICIÓN EN ESPAÑOL

H oy por la mañana, después de tom ar un cafecito, me com í una “banana” (es decir un plátano, o banano, o guineo, o mínimo) antes de salir al parque con el perro-mascota. Son pequeños actos — casi rituales— com o estos los que constituyen la vida cotidiana. Es “lo típico” . Pero la vida cotidiana no significa cosas sencillas ni tam poco triviales. El café, la fruta (y a lo mejor el alimento del perro) me vinculan a entornos y trabajadores diversos en América Latina. Por ejemplo, el banano llevaba un sello con las palabras “producto orgánico” y “comercio justo” (_fair tradé), que indica mucho so­ bre el ingreso económico de mi familia profesional norteamericana, tanto como sobre las redes contemporáneas de productores y consumidores que pretenden construir cadenas de comercio “alternativas” a las que dom inan los mercados de consum o de masas. H ace veinte años, cuando empecé un program a de posgrado sobre historia latinoamericana, apenas existían los bananos orgánicos y el café de comercio en las tiendas norteamericanas. En aquel entonces me interesó la región centroamericana debido a las revoluciones, las guerras civiles y la política intervencionista del gobierno de mi país, que me parecía muy destructiva. Adem ás de esto, había m ucha preocupación sobre la alta tasa de deforestación tropical y una gran discusión acerca de cómo detenerla. La figura del brasilero Chico Mendes me llamó la atención por su defensa de los bosques y los sustentos rurales. Ese fue el contexto dentro del cual llevé a cabo un estudio socio-agroecológico de la historia de la producción y consumo del banano — un producto a la vez sencillo y complicado, cómico y serio, que ha enlazado las Américas y las ha dividido— .

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CULTU RAS BA N A N ERA S: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y TR A N SF O R M A C IO N E S SO C IO A M B IEN T A L ES

Hace veinte años, la historia ambiental — igual que el comercio jus­ to— estaba en su infancia. H oy día, en cambio, la historia ambiental está floreciendo en la form a de congresos internacionales, libros, revistas y programas de posgrados. Desde Vancouver hasta Buenos Aires hay in­ vestigadores trabajando una gran variedad de temas relacionados con las transformaciones ecológicas en las Américas (y más allá). N o cabe duda de que la historia ambiental está motivada por la percepción colectiva de una actualidad marcada por cambios climáticos, erosión de la biodiversidad y conflictos socio-ambientales. Pero si bien la historia ambiental tiene com ­ promisos (a veces implícitos) con movimientos intelectuales y/o populares organizados alrededor de discursos, símbolos y prácticas “verdes”, también debería cuestionar e investigar los supuestos, silencios y límites de aquellos. Es decir que el gran desafío de la historia ambiental es revelar la indisolubi­ lidad de lo hum ano y lo natural, sin dejar de fijar o buscar “lo esencial” en procesos dinámicos cuya naturaleza es variable y está entretejida de elemen­ tos culturales y biológicos. La historia ambiental debe ir más allá de mostrar “el hecho” de las interrelaciones entre la naturaleza y el m undo humano, con el propósito de revelar cómo y por qué sus dinámicas han afectado y siguen afectando a la humanidad. La motivación intelectual de Culturas bananeras es indicar que el banano es a la vez un organismo biológico y un artefacto cultural, un híbrido co-producido por la agricultura moderna y los mercados de masa. Las ideas son intoxicantes: la historia verdadera ocupa espacio. En este caso, el espacio — o lugar— principal donde trabajé fue la C osta Norte de Honduras, una zona bananera ubicada en uno de los países más pobres y menos conocidos de las Américas. Estoy contento con la decisión que tomé, en 1993, de comprar un pasaje enTicabus y viajar de San José, C osta Rica, a Tegucigalpa. Vivir en Honduras no fue fácil pero tam poco reductible a etiquetas como “república bananera”, “enclave”, “país-en-desarrollo” o “sur global sur”. Encontré gente amable y generosa (sobre)viviendo en condicio­ nes difíciles. El golpe de Estado de 2009 trajo problemas m uy graves para el pueblo hondureño como la violencia y la represión estatal. La reacción del gobierno estadounidense frente al golpe reveló una vez más la debilidad de su compromiso con la democracia en América Latina. Lamentablemente aún es necesario luchar contra el olvido de la historia de la dom inación norteamericana sobre el Gran Caribe en el siglo xx. Por eso espero que los 2 2

PREFACIO A LA E D IC IO N E N ESPA Ñ O L

lectores colombianos, costarricenses o ecuatorianos encuentren tendencias y dinámicas parecidas a las de sus propias historias nacionales, pero que también presten atención a un país a m enudo subestimado tanto por los mismos latinoamericanos como por los gringos. ***

Ideas, cuentos e historias son netamente sociales — sus vidas y sus pode­ res dependen, casi por completo, para su circulación, de redes de actores humanos— . En este sentido este libro no es “m ío” sino que aglutina una serie de colaboraciones de personas generosas. Son muchas las que merecen agradecimientos atentos y profundos (en español) por la fuerza que hicie­ ron para que saliera primero Banana Cultures y ahora Culturas bananeras. Reconozco, ante todo, al historiador hondureño, Darío Euraque. N o hay quien haya hecho más en los

e e .u u .

por investigar la historia m oderna

de Honduras. Cuando yo era un joven estudiante me ayudó a construir puentes entre los m undos de Honduras y los e e . u u . Además, me abrió las puertas de los archivos institucionales y me presentó a varios contactos en la Costa Norte. Recuerdo bien el día en que nos conocim os en Tegucigal­ pa y me preguntó: “¿Por qué Honduras?” . Espero ya haberle contestado. Cuando trabajaba como director del Instituto Hondureño de Antropología e Historia

(ih a h ),

Darío me motivó a publicar Banana Cultures en espa­

ñol. Agradezco los esfuerzos de Víctor Ram os, Christine Schweers y Saúl Bueso, del i h a h , además de los de Vita Randazzo, quien hizo la traducción inicial del texto. Lam ento que los acontecimientos de 2009 obstaculizaran nuestra colaboración. Justo cuando el proyecto parecía muerto, llegó el salvavidas desde C o ­ lombia. Estoy m uy agradecido con Alexis D e Greiff, director de la Colec­ ción Estudios Sociales de Tecnociencia desde América Latina, de Siglo del Hom bre Editores, por su invitación a publicar la traducción de mi libro. También con el equipo de edición de Siglo del Hombre, en especial con Bár­ bara Góm ez, coordinadora editorial, y con jineth Ardila, correctora de esti­ lo, ambas caracterizadas por sus altas capacidades y una paciencia infinita. Adem ás quisiera agradecer a m uchas personas que hicieron posible la investigación original en Honduras: a M ario Argueta y su familia; a los empleados del Archivo Nacional de Honduras, incluidos los antiguos direc­ 23

C ULTU RAS BA N A N E R A S: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y T R A N SF O R M A C IO N E S SO C IO A M B IEN T A L ES

tores, Freddy Oswaldo Flores y Carlos M aldonado; a m i amigo y asistente incomparable del archivo, Lenin Valenzuela y su familia; a H ugo N oé Pino; a Will Renán Díaz; a Irm a Soto; a Evaristo López Rojas; al doctor Adolfo M artínez; a la licenciada Emily de Alvarado; a Roger M edina; al difunto Robert H arry Stover; a Jorge Romero; al difunto Phil Rowe; a Juan Fer­ nando Aguilar; a Eugene Ostmark; a J. P. Sánchez y a los empleados de las secretarías municipales de La Ceiba, El Progreso, Sonaguera, Tela y Oíanchito. Igualmente a Michael Pacey quien elaboró los m apas aquí incluidos a partir de m apas históricos. Reservo el reconocimiento más atento para los hombres y las mujeres (cuyos nombres figuran en las notas de pie de página) que me contaron las historias de sus vidas en las zonas bananeras de la C osta Norte. A menudo llegaba a sus casas sin aviso, y casi siempre me recibieron como si fuera un prim o perdido. O jalá tengan la oportunidad de leer este libro. Tuve la suerte de hacer muchos amigos hondureños, com o el doctor Juan Almendares, M arvin Barahona, los difuntos Leonel Callejas y Lourdes de Callejas, Fabio Cárcamo, Dolores Duarte, Pepe Herrero, Gladys Lanza, Ennio Maldonado, N arda Meléndez, la familia de Carlos Valdez de La Ceiba y los vecinos de O jojona, pueblito encantado. M is viajes y estadías en H onduras fueron financiados, en su mayor parte, por la Universidad de Michigan, la fundación A. W. Mellon y la U ni­ versidad Carnegie Mellon. Además, la editorial de la Universidad de Texas colaboró en la transformación de una tesis doctoral sobre un tema raro en un libro premiado. Posteriormente, la m ism a editorial facilitó la versión en español, al ceder sus derechos sin compensación. En los últimos diez años he participado en los simposios de la Sociedad Latinoam ericana y Caribeña de H istoria Ambiental

(so lc h a )

. Abrazos a

todos/as los solchero/as extraordinarios/as. Quiero destacar el apoyo y la amistad que, durante muchos años, me han brindado Reinaldo Funes, Stefania Gallini y Fernando Ramírez. Finalmente, abrazo tes a Am alia Crosson y Lucía Beatriz Soluri, quienes me renuevan siempre.

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PREFACIO A LA E D IC IÓ N E N ESPA Ñ O L

Las investigaciones que constituyen la base de este libro se realizaron hace mucho tiempo. Tras el paso de los años, como ya lo he anotado, la histo­ ria ambiental ha avanzado mucho. Por tanto, este estudio tal vez funcione menos como m odelo y más bien como una línea de base para medir los avances del campo. Espero escuchar las inquietudes y las críticas de una nueva generación de historiadores ambientales, que traen sus propias ideas, metodologías, y visiones del futuro. Aunque la industria bananera ya no es tan importante com o lo era antes, en cuanto a su contribución a la econo­ mía del Gran Caribe, la historia de las zonas bananeras sigue siendo muy relevante en América Latina y El Caribe, donde la expansión de las agroexportaciones no-tradicionales, tales como los biocombustibles y los productos de sistemas de acuicultura, da lugar a nuevos conflictos engendrados por dinámicas socio-agroecológicas parecidas a las del siglo pasado. Si bien este libro trata mucho de las tecnociencias agrícolas, lo hace por­ que creo que representan fuerzas poderosas que afectan las vidas cotidianas de campesinos y trabajadores rurales de todo el mundo. Paradójicamente, las personas responsables de hacer rendir la base de la alimentación humana, a m enudo reciben menos beneficios aunque arrastran los mayores riesgos asociados con el desplazamiento de las tecnociencias. Por eso, doy la última palabra al poeta hondureño Roberto Sosa: Los pobres son muchos y p o r eso es imposible olvidarlos.

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Introducción LA INTEGRACIÓN DE LA PRODUCCIÓN, EL CONSUMO Y LAS TRANSFORMACIONES SOCIOAMBIENTALES

La primera taza azucarada de té caliente bebida por un trabajador inglés fu e un acontecimiento histórico significativo, porque prefiguró la transformación de la sociedad entera, al rehacer totalmente su base económica y social. Debemos luchar por entender completamente las consecuencias relativas y los acontecimientos relacionados con esto, porque sobre ellos fuimos erigiendo un concepto enteramente diverso de la relación entre los productores y los consumidores, del significado del trabajo, de la definición de uno mismo y de la naturaleza de las cosas. Sidney Mintz, 1985

Una vez que pasaron a las manos de la United Fruit, los pantanos y las selvas tropicales pronto florecieron como inmensos escenarios de deliciosas plantas verdes de bananos, dispuestas en filas, en un suelo bien drenado, correctamente fertilizadas e irrigadas. Las progresivas prácticas agrícolas nunca antes vistas, con respecto a enarenar, irrigar y rociar, en una lucha interminable contra la enfermedad de la planta, produjo millones de racimos de ‘oro verde’ para la exportación. Stacy May y Galo Plaza, 1958

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CULTU RAS BAN AN ERAS: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y T R A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

Hoy en día, el banano es una fruta ubicua en los e e . u u . Se vende en super­ mercados, gasolineras, aeropuertos, y en restaurantes que sirven comida rápida. Pero no siempre fue este el caso. Antes de mediados del siglo xix, pocos residentes de los Estados Unidos habían probado un banano y menos todavía lo habían comido de forma regular. Sin embargo, el último trimestre del siglo x ix atestiguó una gran alza en el consumo de banano en los Esta­ dos Unidos, superando las fronteras de género, clase, raza y región. Antes de los años veinte, la única fruta fresca que se comía en mayores cantidades en la nación era la manzana. En ese m om ento, la palabra banana adquirió significados simbólicos importantes, deslizándose en el argot anglófono de la calle, en la música popular, la comedia, la literatura y la poesía. El banano llegó a ser uno de los productos del trópico que ayudó a definir la cultura popular de los Estados Unidos. Si bien a inicios del siglo x x el banano había perdido su significación exó­ tica, no puede decirse lo mismo de sus lugares tropicales de origen. Escritores, comerciantes, diplomáticos y dibujantes yanquis tendieron a ver las zonas tropicales como un mundo aparte, lleno de gente negra, sensual y perezosa, que sobrevivía en gran parte debido a la fecundidad natural de los paisajes que habitaban. Esta opinión acerca de las tierras y de la gente del trópico se encuentra en la base de la expresión “república bananera”, acuñada en una novela de 1904 por O. Henry, el seudónimo del escritor norteamericano William Sydney Porter. La frase metafórica adquirió un poder discursivo im­ portante, funcionando como explicación y justificación para los conflictos, la pobreza y las intervenciones políticas de los e e . u u . , temas centrales de la historia centroamericana del siglo xx. Paradójicamente, mucha gente en los Estados Unidos se ha distanciado de Centroamérica utilizando el banano — la m isma materia que ha ligado las dos regiones por más de un siglo— como símbolo de sociedades “corruptas” , “atrasadas” y “subdesarrolladas” . Honduras, uno de los principales países exportadores de banano del mundo entre las décadas de 1870 y 1970, era considerado por muchos observadores en los Estados Unidos como la “república bananera” sin par. Lo cierto es que los hondureños han hecho frente a más de lo que les co­ rrespondía en términos de inestabilidad, pobreza y política intimidante por parte de los e e . u u . durante el último siglo. Sin embargo, poseen su propio sistema de significados respecto a los bananos. Incluso más que para los Estados Unidos, los bananos y plátanos han llegado a ser parte central 28

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de la dieta de los hondureños. La mayoría de los jardines de los hogares hondureños — fueran estos cultivados por indígenas Pech en la M osquitia o por profesionales urbanos en Tegucigalpa— incluían por lo menos un par de variedades de bananos y plátanos. La extensión de la producción de exportación a finales del siglo x ix transformó el banano, que pasó de ser un elemento de la dieta m undana a ser “oro verde”. La fruta simbolizaba las riquezas materiales que llenaban los sueños de muchos trabajadores en Honduras y en otras partes de Centroamérica. La producción de exporta­ ción dio lugar, en la Costa Norte, a una región llena de las maravillas de la modernización al estilo yanqui: hospitales, electricidad, fábricas de hielo, ferrocarriles, aeroplanos, radios, alimentos, ropa y música importados. La dinámica económica de la región atrajo a grupos heterogéneos de inmigran­ tes, que ayudaron a crear movimientos sociales y políticos de gran alcance en el siglo xx. M uchos escritores hondureños retrataron a los trabajadores del banano como iconos de la resistencia a la hegemonía y la explotación del capitalismo de los e e . u u . En Honduras, por lo tanto, el banano es un símbolo ambivalente y complejo, en agudo contraste con el estado trivial de la fruta en la cultura popular de los e e . u u . La transición del banano de ser una novedad exótica a ser un producto de consumo masivo en los Estados Unidos produjo mucho más que nuevos significados simbólicos para la fruta. El aumento dramático en la produc­ ción transformó paisajes y sustentos de las tierras tropicales bajas-húmedas, desde México hasta Ecuador. A lo largo de la primera mitad del siglo xx, los trabajadores tumbaron bosques y drenaron humedales; sembraron, culti­ varon y cosecharon bananos; construyeron líneas de ferrocarril y ciudades enteras; prepararon comidas, lavaron y plancharon ropa, y criaron niños. Esta no era la primera vez que la iniciativa humana había transformado estas regiones, pero el índice y la escala del uso de los recursos en la producción de banano no tenían precedente histórico. Estos cambios ayudaron a su vez a transformar un proceso de producción de bajos insumos en uno que era, y continúa siendo, de altos insumos en cuanto a agroquímicos. Este libro recorre las entrelazadas transformaciones ambientales y so­ ciales que dieron forma a la C osta Norte de Honduras entre 1870 y 1975. La historia ocurre sobre todo en y alrededor de las fincas bananeras, pero los escenarios cambian periódicamente hacia los Estados Unidos, en donde millones de personas consumían bananos como alimento y símbolo. Sigo 29

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el movimiento del banano de exportación desde la finca hasta el mercado, con el fin de explorar la dinámica entre la producción de masa y el consumo de masa, la cual condujo, directa e indirectamente, a una serie de cambios ambientales y sociales en la Costa Norte. Esta perspectiva trasnacional tam­ bién revela el poder económico de las sociedades fruteras, derivado de sus monopolios sobre el ferrocarril y la tierra en Centroamérica, y su control sobre los mercados de masa en los Estados Unidos. El poder discursivo de la imagen “república bananera” hace fácil pasar por alto las maneras en las cuales el m onopolio capitalista dentro de los Estados Unidos dio forma a la historia del comercio del banano del siglo xx. Siguiendo al banano en su via­ je internacional, cruzo los límites de varios campos académicos para escribir una historia enriquecida por las perspectivas de biólogos y geógrafos, ade­ más de historiadores culturales, ambientales y sociales. El estudio incorpora una amplia gam a de fuentes, incluyendo datos de censos manuscritos de Honduras, expedientes de la compañías fruteras, investigaciones científicas publicadas e inéditas, correspondencia entre el gobierno de Honduras y el de los e e . u u . , testimonios orales y efímeros (i.e., palabras de canciones, recetas y anuncios) de la cultura de masas de los e e . u u . Algunos estudios recientes sobre el banano han trabajado con un subconjunto de estas fuentes, pero pocos han intentado integrarlas.1 Las zonas bananeras de Latinoamérica y de El Caribe han llamado la atención de escritores en inglés y español a lo largo de los años, incluyen­ do a laureados con el Nobel, como M iguel Angel Asturias, Gabriel García M árquez y Pablo Neruda, además de periodistas, viajeros y eruditos. Pocas corporaciones multinacionales que funcionaron en Latinoamérica han ge­ nerado tanta controversia como las compañías de los e e . u u . que dom ina­ ron el comercio del banano en el siglo xx. Los defensores de las sociedades fruteras las vieron como pilares de modernidad y prosperidad, precisando que generaron decenas de miles de trabajos, construyeron infraestructura de transporte y promovieron aproximaciones científicas a la agricultura y a la medicina tropicales.2 Los críticos los contradecían al referirse a los

Véanse las contribuciones en Striffier y Moberg, eds., Banana Wars; Marquardt, ‘“ Green Hav o c ”; y del mismo autor, “Pesticides, Parakeets, and Unions” . Para una historia anecdótica del consumo del banano, véase Jenkins, Bananas. Véanse Karnes, Tropical Enterprise] y May y Plaza, The United Fruit Company in Latin America.

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monopolios sobre las tierras y el transporte mantenidos por las compañías fruteras, la represión de los movimientos obreros y las subvenciones esta­ tales, como evidencia de que los beneficios de las empresas bananeras eran el resultado de su poder totalizador. Durante los años sesenta y setenta, las compañías del banano estuvieron a menudo en el centro de las discusiones entre los teóricos de la modernización: por un lado estaban quienes veían la introducción del capital y de la tecnología como una ayuda necesaria para que los latinoamericanos dejaran sus formas de vida y maneras “tradiciona­ les” de pensamiento; y por otro, los críticos de la escuela de la dependencia, quienes afirmaban que el capital extranjero estaba “subdesarrollando” a Latinoamérica.3 Las discusiones polémicas obscurecieron a menudo el hecho de que ambos lados, aunque opuestos, compartían supuestos importantes. Com o la historiadora Catherine LeGrand ha observado, “los académicos que tra­ bajaban con las perspectivas de la modernización así como con la teoría de la dependencia han tendido a convenir en que las compañías extranjeras tenían todo el poder y hacían lo que deseaban, mientras que los locales eran pasivos, estaban sometidos” .4 LeGrand y otros varios académicos han cues­ tionado la imagen de las omnipotentes compañías del banano de los e e . u u . manipulando a las elites “vende-patria” y a los campesinos desafortunados, demostrando cómo los agricultores nacionales del banano en Colom bia, los comerciantes en Honduras, los sindicalistas en Guatemala, los inm i­ grantes antillanos en C osta Rica y los trabajadores-campesinos en Ecuador enfrentaron y ocasionalmente redirigieron las políticas de las autoridades del gobierno y de los encargados de las compañías fruteras.5 La historiografía

El texto clave de la dependencia es de Cardoso y Faletto, Dependency an d Development in Latin America. En el contexto centroamericano, véase a Torres Rivas, Interpretación del desarrollo social centroamericano. Importantes análisis de la industria bananera basados en el marco teórico de la dependencia incluyen a Posas, “La plantación bananera en Centroamérica”; Pérez-Brignoli, A BriefHistory o f Central America-, Laínezy Meza, “El enclave bananero en la Historia de Honduras”; y Frassinetti, Enclave y sociedad en Honduras. Para una crítica de las perspectivas de la dependencia en la historiografía hondureña, véase Euraque, “El Imperia­ lismo y Honduras como ‘república bananera”’. LeGrand, “Living in M acondo”. Para críticas sobre la dependencia y teorías de los sistemas globales, véase a Cooper et a i , ConfrontingHistoricalParadigms. Euraque, Reinterpreting the Banana Republic. También véanse LeGrand, Frontier Expansión andPeasant Protest in Colombia; Putnam, 7he Company TheyKepP> Striffier, In the Shadows o f

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nueva identifica la interacción de una amplia gam a de actores, proporcio­ nando al m ism o tiempo un contenido histórico a un tema que ha estado dominado por topologías muy rígidas, tales como “enclave”, “proletariado” y economía del boom a n d bust (auge y decadencia). Las investigaciones históricas sobre la industria bananera latinoamericana y caribeña han prestado mucho menos atención a los supuestos de los teóricos de la modernización y de la dependencia sobre los paisajes tropicales de las tierras bajas. C on pocas excepciones, los escritores de ambos campos teóricos han puesto gran parte de su fe en la capacidad de la ciencia y la tecnología de permitir la utilización eficiente de la naturaleza. Las fuentes en lengua es­ pañola e inglesa, a inicios del siglo xx, elogiaron con frecuencia la capacidad del capital extranjero y de las tecnologías para convertir los “desiertos” en jardines productivos. Los modernistas y los independentistas consideraban la transformación de los paisajes tropicales como un progreso orientado hacia diversos fines imaginados (una clase media estable para los primeros, y un proletariado revolucionario en el caso de los últimos). D e nuevo, el supuesto compartido es que los paisajes tropicales — en lo cual no difieren mucho de sus habitantes— son pasivos, o sea, sobre los cuales se ejerce la acción. La historia que sigue cuestiona esta visión del entorno tropical, explo­ rando las interacciones entre grupos humanos diversos y a menudo dividi­ dos, las plantas de banano no-tan-diversas, y los patógenos persistentes que formaron y reformaron los paisajes y los sustentos en las zonas bananeras. Es decir que la idea es poner las prácticas agrícolas en el centro de la his­ toria de la industria bananera, para prestar una atención crítica a las ideas tecnocientíficas sobre los paisajes tropicales y los procesos de producción que absorbieron tanto tiempo y energía de los trabajadores del campo. Para lograr esto aprovechamos los conceptos de la agroecología, un campo de investigación que estudia las interacciones entre los sistemas de cultivo y sus ecologías circundantes. Los agroecosistemas son creados y transformados por procesos dinámicos y, por lo tanto, poseen historias variables y futuros inciertos arraigados en un reino ecosocial de posibilidades. Acentuar la histo-

State and Capital', Forster, “Reforging Nacional Revolution”; Bourgois, Etbnicity a t Work', y Chomsky, Westlndian Workers and the United Fruit Company. Un viejo estudio inédito que presta atención a los finqueros independientes en Honduras es el de Brand, “The Background o f Capitalistic Underdevelopment” .

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ricidad de los sistemas agroecológicos no es decir que las interacciones entre culturas humanas y ecosistemas ocurren en un m undo sin reglas donde se vale todo. Las diferencias cualitativas entre un monocultivo de banano y un bosque tropical-húmedo no pueden ser negadas; de hecho, sus cualidades dispares son centrales para la tesis de este libro. Por ejemplo, la reducción severa de la biodiversidad no distingue la finca de banano de un bosque o de una milpa. N o obstante, el monocultivo, igual que el bosque, sigue siendo un espacio híbrido formado por procesos socioecológicos.6 El banano, como la mayoría de los cultivos, es al mismo tiempo un organismo biológico y un artefacto cultural — producto de contingencias evolutivas y de la agencia humana— . En sus inicios, los agricultores en Asia sur-oriental fueron los primeros en domesticar el banano, hace varios miles de años. Docenas de variedades se difundieron posteriormente a través de Asia del Sur, el Pacífico y África. Cóm o y cuándo los cultivos del banano llegaron a las Américas, siguen siendo preguntas sujetas a discusión, pero en todo caso se han cultivado extensamente en el hemisferio por lo menos durante 400 años.7 Entre 1500 y 1850, su consumo cotidiano estuvo con­ finado en gran parte a las zonas tropicales; en las regiones de caña de azúcar de Brasil y de El Caribe se encontraron bananos y plátanos en los conucos o parcelas, cultivados por esclavos. El hecho de que se propagasen por sí mismas y fuesen plantas herbáceas de alto rendimiento hizo que se adaptaran para resolver las necesidades de los esclavos, en vista de requerir poco trabajo para su cultivo y para transformarlas en alimento. Además, el banano, de crecimiento rápido, alto y frondoso, les proporcionó sombra a los demás cultivos.8 C om o veremos en el primer capítulo, el banano de exportación es una herencia agridulce de las sociedades esclavistas de El Caribe. En la Sobre las dificultades de separar paisajes culturales y naturaleza, véanse los ensayos de Cronon, ed., Uncommon Ground. Sobre agroecología, véase Carroll, Vandermeer y Rosset, eds., Agroecology. El geógrafo Cari Sauer argumentó que grupos indígenas cultivaban el banano antes de con­ tactar con europeos y africanos. En contraste, Norm an W! Simmonds sostuvo que el primer banano llegó a las Islas Canarias vía el religioso español Tomás de Berlanga. Para una evalua­ ción de la evidencia, véase Langdon, “The Banana as a Key to Early American and Polynesian History” . Véanse los ensayos de Marshall y Tomich en Cultivation and Culture. También véase la co­ lección de fuentes primarias sobre la esclavitud brasileña, compilada por Conrad, Children ofG ods Fire.

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lucha por encontrar un sustento digno, los afrocaribeños estarían entre los primeros en iniciar la venta de banano a los capitanes norteamericanos de goletas itinerantes, a mediados del siglo xix. El comercio del banano de exportación se formó alrededor de una sola variedad: el Gros Michel.-Al parecer esta variedad no alcanzó las Américas sino hasta inicios del siglo xix. En 1837, Jean Pouyat, un agricultor de café en Jamaica, introdujo un rizoma de Gros Michel que él había adquirido en Martinica. La variedad pronto prosperó en Jam aica y se difundió después a través de Centroamérica. Aunque esta genealogía puede ser apócrifa, sugiere que la base genética de la variedad era m uy restringida; condición que determinará la producción para la exportación de manera crucial. En la medida en que pequeños y grandes monocultivos de Gros Michel sus­ tituyeron los bosques de las tierras bajas y humedales, un agroecosistema distinto tomó forma, creando las condiciones para que se “desarrollaran las epidemias de enfermedades, debido a las altas densidades de huéspedes genéticos uniformes” .9 Además, los ferrocarriles y las líneas de buques de vapor que unían las zonas de producción facilitaron el movimiento transregional de patógenos. D os hongos patogénicos — conocidos popularmente como el m al de Panamá y la Sigatoka— desempeñaron importantes papeles en la historia de la industria bananera en Latinoamérica y El Caribe. El significado de las dos enfermedades varió en el espacio y el tiempo. A inicios del siglo xx, las compañías fruteras respondieron a la enfermedad de Panamá, un patógeno que vivía en el suelo, practicando “roza y quema” a gran escala, abandonando primero fincas y luego divisiones completas en donde se habían infectado los suelos, y trasladándose a regiones en donde no estaba presente la enfer­ medad. Cuando la Sigatoka apareció, en los años treinta, los productores de banano no tuvieron tiempo para huir del patógeno transmitido por el aire. En su lugar, los científicos de la United Fruit C om pany en Honduras inventaron un sistema de control químico a base del fungicida llamado caldo bordelés (sulfato de cobre), cuyos costos forzaron a muchos pequeños

Gilbert y Hubbell, “Plant Diseases and the Conservation ofTropical Forests” , 104. Obsérve­ se que la relación entre la incidencia de la enfermedad y el monocultivo no está ligada a los niveles de biodiversidad en sí, sino a la densidad del huésped (Mundt, “Disease Dynamics in Agroecosystems”) .

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agricultores a abandonar el comercio de banano. Para los trabajadores de las fincas y otros residentes de las zonas bananeras, los esfuerzos de las empresas fruteras por controlar las dos epidemias repercutieron de manera im portan­ te y duradera en sus formas de vida. Aunque enfermedades humanas, tales como la malaria, han recibido más atención por parte de los estudiosos, los hongos patógenos que invadieron los monocultivos del banano Gros Michel han desempeñado un papel muy importante, aunque no obstante indirecto, en la vida cotidiana en las zonas bananeras de El Caribe y Latinoamérica. La importancia del mal de Panamá y de la Sigatoka no se puede expli­ car totalmente en términos de las complejas interacciones entre el patóge­ no, el huésped y los agroecosistemas regionales. Otro elemento clave es el mercado de masas para el banano en los Estados Unidos. Los historiadores económicos han escrito extensamente sobre los ciclos de auge y decadencia que caracterizaron las economías exportadoras latinoamericanas durante los últimos 150 años, pero han dedicado muy poca atención a entender cómo los mercados de masas afectaron los recursos agroecológicos sobre los cuales se basaron las economías de exportación.10 Describo la formación y la evolución de los mercados norteamericanos del banano en términos socioeconómicos y culturales para identificar quién podía comer banano y las razones por las cuales eligieron comerlos. Dicho de otro modo, este libro examina la transformación de una planta tropical en una materia alimenti­ cia. Realizar una excursión por la cocina del banano es agradable, y por m o­ mentos divertido, pero la razón primaria para prestarle una atención crítica a los mercados masivos y a la cultura del consumidor tiene como finalidad explicar la transformación de los agroecosistemas en las zonas bananeras.11 Si bien este estudio aspira a desarrollarse a nivel trasnacional, también intenta enfocarse en la historia de una región específica: la Costa Norte de Honduras. Al acercarse a la región por el M ar Caribe, un viajero del siglo x ix primero se encontraba con kilómetros de playas arenosas, pantanos de m an­

10

Véanse los importantes trabajos de Bulmer-Thomas, ThePolitical Economy o f CentralAmerica Since 1920; y Wells y Topik, The Second Conquest o f America.

11

Entre los primeros investigadores que notaron la conexión entre la enfermedad de Panamá y la preferencia por los bananos Gros Michel en los mercados de los e e . u u . está Kepner, Social Aspects ofthe Banana Industry, pp. 19-21 y 89-91. Tres trabajos más recientes también tienen cierta vinculación: Chomsky, West Indian Workers, p. 66; Marquardt, “ Green Havoc”, pp. 52-58; y Las transnacionales del banano en Centroamerica, pp. 77-99.

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gle y cultivos de palmeras de coco, sobre todo de la Garífuna, que habitaba la línea costera desde el último decenio del siglo x v i i i . M ás allá de la zona litoral iniciaba un estrecho llano que rápidamente se convertía en colinas y en una cordillera cuyo pico más alto sobrepasa los 2.500 metros. Los indios xicaque y los ganaderos mestizos habitaban las tierras bajas, escasamente po­ bladas. Los ríos numerosos descendían de las montañas y serpenteaban hacia el mar. Los valles aluviales formados por los ríos más grandes — el Aguán y el Ulúa— eran sitios de asentamientos pre-colombinos. La región parece haber sido una línea que dividía a los grupos indígenas mayas y xicaques. Las cosechas importantes incluían cacao, yuca y otros tubérculos, y cosechas de semillas tales como el maíz y los frijoles. El drástico declive demográfico entre las poblaciones indígenas, después del sostenido contacto con europeos y africanos, contribuyó a que se extendiera la cubierta del bosque en las áreas de tierra baja. Hacia finales de 1800 lo que quedaba de los asentamientos precolombinos de la región eran los artefactos de cerámica que los agricultores del banano de exportación con frecuencia descubrían al plantar en sus fincas.12 Desafortunadamente se han publicado muy pocas historias académicas sobre esta región.13 C om o consecuencia, nuestro entendimiento de la in­ dustria bananera, la que ocupó “la dulce cintura de América” en las palabras de Neruda, se ha formulado con un limitado conocimiento de la región que exportó más fruta entre 1870 y 1950 que cualquier otra región de las Américas. Por ejemplo, en 1929, las exportaciones de Honduras excedieron por mucho las exportaciones combinadas de Costa Rica, Guatemala, N ica­ ragua y Panamá. Honduras dom inó la industria bananera centroamericana hasta 1970.14

12

Sobre la historia precolombina de la región, véase Newson, The Cost ofConquest.

13

Euraque, ReinterpretingtheBanana Republic, Véanse también los artículos del dossier editado por Euraque en la revista Mesoamérica 42 (diciembre de 2001); Echeverri-Gent, “Forgotten Workers” ; O ’Brien, The Revolutionary Mission; Langleyy Schoonover, The Banana Men\ Karnes, Tropical Enterprise', Argueta, Bananos y política\ Barahona, E l silencio quedó atrás; García Buchard, Poder político, interés bananero, e identidad nacional en Centroamérica\ y Frasinetti, Enclave y sociedad en Honduras.

14

Los datos sobre las exportaciones de banano no son ni concluyentes ni enteramente confia­ bles, en términos del rango temporal cubierto por este estudio. Las fuentes tienden a variar en relación con las cifras específicas, pero hay cierto consenso en términos de las tendencias mayores: Jam aica era el exportador principal para inicios del siglo hasta que la producción en Honduras superó la de la isla durante la década de 1920. A partir de los años cincuenta hasta

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Mapa de H onduras.

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Pero la importancia de la Costa Norte de Honduras se extiende más allá del volumen inmenso de bananos que salió de sus puertos; la historia de la región ilumina una cantidad de factores centrales que permiten entender la trayectoria del comercio del banano. Por ejemplo, muchos estudios citan la formación de la United Fruit Com pany en 1899, con el principio de la producción “moderna” del banano de exportación. Esta periodización pasa por alto el hecho de que un grupo heterogéneo de agricultores, a lo largo de la costa caribeña centroamericana y de El Caribe, comenzó a vender bananos de exportación a más tardar a inicios de 1870. Estos agricultores iniciales, raramente reconocidos, ayudaron a establecer el comercio de ex­ portación del banano unos veinticinco años antes de la incorporación de la United Fruit Company. D e hecho, la United Fruit Com pany no consiguió su primera concesión del ferrocarril en Honduras sino en 1913, aproxima­ damente cuarenta años después de que agricultores del Caribe hondureño comenzaran a cultivar bananos para los mercados de los e e . u u . Los relatos del comercio del banano a finales del siglo x ix retratan generalmente este período, bien como la “edad de oro” para los agricultores, o bien como un período “caótico” caracterizado por sencillas prácticas de producción y de transporte. Ambas opiniones simplifican un complejo dinámico entre los agricultores, exportadores y el Estado hondureño. También minimizan las continuidades del comercio entre el siglo x ix y x x . Aunque la expansión de la United Fruit en los inicios del siglo xx aumentó en forma dramática el volumen de la producción, las prácticas de cultivo, inclusive la preferencia por el banano Gros Michel, no cambiaron mucho durante el primer medio siglo de comercio. Los investigadores tam bién han subestim ado la persistencia de los productores independientes del banano. Conocidos en Honduras como poquiteros (minifundistas) o finqueros independientes (latifundistas), esos agricultores lucharon para sostenerse durante los años en que las empresas comenzaron a integrarse verticalmente. Para los escritores que han enfatiza­ do en los avances procurados por el capital norteamericano en los ámbitos de la agricultura, la medicina, la educación y la organización económica,

el presente, Ecuador ha sido el principal exportador de bananos. Véanse Kepner y Soothill, The Banana Empire\ Ellis, Las trasnacionales del banano en Centroamérica>pp. 53-55 y 400; y Bucheli, “United Fruit Com pany in Latin America” , p. 92.

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los agricultores de pequeña escala y sus métodos agrícolas han simbolizado a menudo al “primitivo” frente al cual se contrastan las virtudes de los pro­ yectos modernizantes de las empresas bananeras.15 Por otra parte, muchas críticas marxistas, esforzándose por insertar la historia de la industria del banano en modelos de proletarización, se han centrado en la aparición de una clase del proletariado, dispuesta en la organización de huelgas, sindica­ to s y movimientos comunistas.16Am bos abordajes generalmente no logran explicar la presencia dinámica de los agricultores de pequeña y mediana escala, cuya iniciativa, persistencia y condición imprevisible socava tanto las visiones liberales como las marxistas sobre la modernidad. A veces la extensión de los ferrocarriles de las compañías fruteras esti­ muló la producción en pequeña escala, al brindar a los agricultores nexos vitales hacia los puertos. Los agricultores independientes continuaron pro­ duciendo y vendiendo cantidades significativas de banano en los años trein­ ta. El alcance y la persistencia de la producción independiente en la Costa Norte ponen en tela de juicio las distinciones esbozadas a menudo entre Honduras y las zonas del banano de exportación en Colom bia, Costa Rica y Jamaica, en donde la presencia de los agricultores independientes ha sido reconocida. Por ejemplo, las exportaciones de banano en Honduras y Costa Rica estaban en igual escala alrededor de 1900. H acia los años treinta, la producción, fuera de las compañías en Costa Rica, explicó una proporción mucho más grande de las exportaciones del banano en esa nación (75 %) que las exportaciones fuera de las compañías explicadas en Honduras (30% ), pero la cantidad de banano vendido por los bananeros independientes en Honduras excedió la cantidad vendida por sus contrapartes en Costa Rica. El punto no es restarles importancia a los agricultores nacionales en Costa Rica, sino sugerir que los investigadores que trabajaban dentro de los marcos teóricos nacionales han hecho hincapié en casos “excepcionales” al asumir

15

Véanse Karnes, Tropical Enterprise; y García Buchard, Poder político, interés bananero e iden­ tidad nacional en Centroamérica. H ay excepciones a esta tendencia. Euraque (“Modernity, Economic Power and the Foreign Companies in Honduras”) descubrió que 28 de 35 alcaldes de San Pedro Sula, entre 1884 y 1920, cultivaron banano. También véanse Kepner y Soothill, The Banana Empiret pp. 95-100 y 256-285; y Brand, “The Background o f Capitalistic Underdevelopment” , pp. 157-167.

16

Sobre este género, véanse Meza y Laínez, “El enclave bananero en la historia de Honduras”, pp. 115-156; y Frassinetti, Enclave y sociedad.

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que en algún lugar (y a menudo Honduras es ese sitio) existió un arquetipo del enclave, el cual consistía en unas plantaciones y un proletariado con­ trolado por las compañías. D e hecho, no una sino tres importantes compañías fruteras (la United, la Standard y la Cuyamel) funcionaron en Honduras entre 1900 y 1930. Por un lado, este hecho se puede utilizar para apoyar la tesis según la cual esta nación es paradigmáticamente la “república bananera” . Por otra parte, sugiere que la United Fruit Com pany no era capaz de establecer un m ono­ polio absoluto en Honduras, tal como el que gozaba en Guatemala y Costa Rica durante la primera m itad del siglo xx. D e hecho, la evidencia sugiere que las elites de la Costa Norte pudieron nivelar el poder poniendo a unas compañías en contra de las otras. Esta situación disminuyó considerable­ mente una vez que la United Fruit compró la Cuyamel Fruit Com pany de Samuel Zemurray, en 1929. Sin embargo, Zemurray le quitó el control a la United Fruit en 1933, usando su enorme cantidad de acciones para forzar a la junta directiva a reconocerlo como director ejecutivo de facto. Zemurray seguía siendo una figura de gran alcance en la compañía hasta que dim i­ tió de la junta en 1957. Si los hombres del banano en C osta Rica (Mínor Keith) y Jam aica (Lorenzo Dow Baker) desempeñaron papeles principales en la fundación de la United Fruit, Zem urray— quién construyó su fortuna sobre todo en Honduras— presidió la restauración del poder económico de la compañía después de la Gran D epresión.17 Las tres compañías fruteras de los e e . u u . que funcionaban en H on­ duras hicieron importantes innovaciones en los procesos de producción y de comercialización, las cuales transformaron la industria del banano de exportación por completo. Entre 1930 y 1984, la United Fruit mantuvo el departamento de investigación tropical en Honduras, el cual, junto con programas de investigación británicos en Jam aica y Trinidad, fijó la agenda para la investigación del banano. Entre las innovaciones más significativas hechas por los científicos de la United Fruit estaba el sistema de control de la Sigatoka. El sistema se difundió rápidamente a través de las zonas del banano de exportación en El Caribe y Latinoamérica, estableciendo un importante precedente para el uso a am plia escala de químicos fungicidas

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40

Sobre Zemurray, véanse Argueta, Bananos y política\ y Langley y Schoonover, The Banana M en,pp. 115-166.

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en la agricultura tropical. Aunque la Standard Fruit Company, basada en Nueva Orleans, no estableció un departamento de investigación en H on­ duras sino hasta comienzos de los años cincuenta, la compañía inició uno de ios cambios más importantes del comercio del siglo x x cuando comenzó a enviar bananos Cavendish resistentes a la enfermedad de Panamá en cajas de cartón en 1957. En un plazo de diez años, virtualmente todos los bana­ nos exportados a los Estados Unidos viajaban en cajas; una innovación que alteraría la producción y la comercialización de la fruta. La Costa Norte fue también el sitio de numerosos desafíos al poder de las empresas fruteras. La gente que vivía en las zonas bananeras luchó por establecer y mantener sus formas de vida a través de asociaciones de agricultores, desafiando las demandas sobre los recursos de la región por parte de las compañías, y “votando con sus pies”, cuando las condiciones de trabajo de las plantaciones se volvían intolerables. En los años veinte, una extensión dramática de las exportaciones del banano coincidió con una alta militancia de los trabajadores: docenas de huelgas ocurrieron sobre una amplia gama de temas, incluyendo salarios y empleo de trabajadores de El Caribe dentro de las compañías. En 1932, los trabajadores de las compañías bananeras hicieron una huelga en respuesta a los recortes de salario. En el caso de la Truxillo Railroad Com pany (una subsidiaria de la United Fruit), una huelga de dos meses que implicó a unos 3.000 trabajadores no terminó sino hasta que el gobierno y los funcionarios de la compañía cooperaron en la detención y eliminación temporal de los líderes de la huelga.18 El mismo año fue elegido presidente el candidato del Partido Nacional, Tiburcio C a­ rias Andino, quien inició dieciséis años de mandato autoritario. Cuando Carias finalmente dejó el poder, en 1948, las organizaciones de trabajadores perdieron poco tiem po, antes de iniciar la puja por las reformas. Luego, en 1954, los trabajadores de la United Fruit iniciaron un paro masivo. La huelga se difundió rápidamente dentro de las operaciones de la Standard Fruit y eventualmente en otros sectores de la economía hondureña. La Gran Huelga de 1954 dio lugar a movimientos sindicales y campesinos de gran alcance, los cuales, en alianza con los comerciantes liberales de la C os­ ta Norte, lograron reformar el C ódigo del Trabajo de Honduras, las leyes

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Véanse Meza, Historia del movimiento obrero hondureno, pp. 49-53; y Argueta, Historia de los sin historia, pp. 91-98.

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agrarias, la seguridad social y las estructuras de im puestos.19 Las compañías fruteras respondieron a la formación de sindicatos eliminando miles de puestos de trabajo. Cerraron fincas, mecanizaron el control de la Sigatoka, intensificaron la producción mediante insumos de agroquímicos, y esta­ blecieron programas de “agricultores asociados” con el fin de subcontratar los procesos de producción que exigían alta mano de obra. Estos cambios se extendieron a casi toda la industria bananera latinoamericana.20 En su­ ma, muchas de las transformaciones ambientales y sociales que ocurrieron en Honduras afectaron la trayectoria del comercio entero del banano de exportación durante el siglo xx. Finalmente, Honduras es importante debido a sus cercanos lazos his­ tóricos con los Estados Unidos. Aunque se le ha dado mayor atención a la presencia de los Estados Unidos en otras partes de Centroamérica, la Costa Norte fue el escenario de por lo menos siete intervenciones militares a inicios del siglo x x .21 En 1928, el presidente electo de los e e . u u . , Herbert Hoover, visitó Amapala, Honduras, en donde dio un discurso en el que hacía un llamado a la cooperación y al entendimiento entre las naciones del hemis­ ferio occidental. El gobierno de los e e . u u . , bajo el mandato del presidente Franklin Delano Roosevelt, apoyó al presidente hondureño Tiburcio Carias Andino durante la Segunda Guerra Mundial, menos por su compromiso con la democracia que por su capacidad de mantener la “estabilidad” durante un período en que los Estados Unidos intentaban crear una alianza hemisférica de “buenos vecinos” contra la Alemania nazi. Después de 1945, la derrota de los gobiernos fascistas, combinada con el miedo al levantamiento y la extensión del comunismo, condujo a los Estados Unidos a jugar un papel mucho más activo en Centroamérica y El Caribe. Este tomó muchas formas en Honduras, las cuales comprendían desde seminarios para líderes sindica­ les sobre cómo construir movimientos de trabajadores anticomunistas hasta

19

Sobre la huelga de 1954 y sus consecuencias, véanse Argueta, L a gran huelga bananera; Barahona, E l silencio quedó atrás; Posas, Lucha ideológica y organización sindical en Honduras. Sobre elpapel de los trabajadores organizados en la política hondurena; Euraque, Reinterpreting the Banana Republic, MacCameron, Bananas, Labor and Politics in Honduras', y EcheverriGent, “Labor, Class and Political Representation”.

20

Sobre el uso de agricultores contratados en la industria bananera en El Caribe, véase Grossman, The PoliticalEcology o f Bananas-, en Ecuador, véase Striffler, In the Shadows State and Capital.

21

John H . Coatsworth, Central America an d the United States, pp. 34-35.

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actividades secretas como la “Operation

pb

Success” — el derrocamiento

del gobierno de Jacobo Arbenz en Guatemala, planeado por la c í a — , en la cual se usó a Honduras como base de operaciones. En los años ochenta, el Departamento de Estado de los e e . u u . presionó a los líderes hondureños para obtener asistencia en sus operaciones disimuladas contra el gobierno sandinista en Nicaragua y las guerrillas del f m l n en El Salvador.22 Pero, ¿las interacciones entre los Estados Unidos y la C osta N orte de Honduras se limitaron a los diplomáticos y a los funcionarios militares? Este libro revela algo sobre los encuentros diarios entre la gente de Honduras y los Estados Unidos, los cuales fueron el resultado de la producción masiva y del consumo masivo de un producto agrícola. Esta rutina — incluso los intercambios m undanos— fue raramente tan dramática como un golpe de Estado financiado por la c í a ; sin embargo, cambió la vida dentro de las zonas bananeras de forma duradera. Antes de exponer la organización del libro, ofrezco algunas observacio­ nes finales sobre los actores históricos poco convencionales que esperan al lector. Los líderes políticos, a quienes normalmente se asignan los papeles principales en el drama histórico, son situados aquí en el fondo de la escena, privilegiando a las plantas de banano, los patógenos y la gente trabajadora. Mi decisión de desplazar la política no es negar su importancia en la historia de la producción del banano de exportación. Com o muchos académicos han demostrado, los beneficios que obtuvieron las compañías fruteras que funcionaban en Honduras resultaron en gran parte en su capacidad de ase­ gurarse abundantes concesiones, que les proporcionaron los privilegios del monopolio con base en redes regionales de transporte, el acceso a subven­ ciones sobre recursos como el suelo y el agua, y la capacidad de importar trabajadores. Sin embargo, las imágenes de los “hombres del banano” nego­ ciando pactos con políticos corruptos oscurecen el hecho de que los bana­ nos crecen en el suelo, no en el papel; las concesiones proporcionaron a las compañías bananeras ventajas cruciales sobre sus competidores potenciales, pero no hicieron de la producción del banano un faitaccompli. Los recursos biofísicos necesarios para hacer crecer los bananos no eran materias primas infinitamente maleables, sino componentes de agroecosistemas dinámicos.

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Sobre las relaciones entre e e . u u . y Honduras, véanse Coatsworth, Central America an d the United States\ y Barahona, La hegemonía de los Estados Unidos en Honduras.

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En última instancia, fue más fácil para las compañías fruteras manipular a los políticos que controlar a las personas, las plantas y los patógenos, cuyas interacciones transformaron los paisajes y los sustentos en la Costa Norte. El cultivo y el proceso de plantas ha constituido un esfuerzo central de las sociedades humanas durante milenios. Incluso hoy, cuando una m a­ yoría de la población del m undo tiene formas de vida no-agrarias, la m a­ nipulación de lás plantas — ya sea a nivel celular o del paisaje— continúa ocupando un lugar central en los reinos materiales y simbólicos de la vida cotidiana. Este libro llama la atención sobre la importancia de la agricultura en la edad postmoderna. M i intención es restaurar el dinam ismo agrícola y recuperar la forma de vida del trabajador/agricultor en las zonas del bana­ no de exportación, sin romantizar su trabajo, a m enudo arduo e incierto, simplificar su vida o inscribirlo en tendencias políticas. Finalmente, intento identificar a los agentes humanos que crearon colectivamente las “estruc­ turas” del mercado masivo, las cuales desempeñaron un papel central en conformar la producción. Estas no son siempre tareas fáciles, aunque no dejan de ser importantes para los historiadores (y otras personas) que inten­ tan interrumpir los discursos sobre el desarrollo que se refieren al progreso con crecientes índices de consumo e innovación tecnológica, mientras que muestran poca preocupación por aquellos que soportan gran parte de los riesgos que acompañan los cambios socioambientales. La historia poco convencional que sigue está organizada de una manera bastante convencional: los capítulos emanan aproximadamente en orden cronológico, comenzando en el siglo x ix y terminando a finales del siglo xx. Al obrar así, me propongo no solo captar a los lectores sino también poner énfasis en el poder explicativo de la narrativa histórica. Espero ofrecer una nueva perspectiva de los cambios que suceden a lo largo del tiempo en una zona bananera. Dicho esto, este proyecto no tiene ninguna intención de darles la espalda a los importantes intercambios que han ocurrido entre la historia y otros campos de estudio, incluyendo la antropología, los estudios literarios y la geografía cultural, los cuales han acentuado la complejidad y la naturaleza disputada de las memorias y los significados históricos. H e procurado dibujar a mano una historia en la cual la explicación y el signi­ ficado coexisten en una tensión creativa. El primer capítulo procura establecer una línea de base agroecológica para la Costa Norte, alrededor de 1875, a partir de la cual insertar los cam ­ 44

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bios en los procesos de producción a través del tiempo. Las interacciones de los agricultores de banano, de los exportadores, de los consumidores y del Estado durante esta era previa a la United Fruit conformaron la trayectoria del comercio de manera importante, así como sus características; entre ellas, la preferencia por los bananos Gros Michel. La ampliación de mercados le dio la oportunidad a un grupo heterogéneo de agricultores de acumular capital, pero las luchas incesantes entre los agricultores y las formas de en­ vío de los exportadores, los precios de compra y las definiciones excesivas sobre la calidad, minaron la imagen de una era concebida como la “edad de oro”. El capítulo también se refiere a la política del Estado de Honduras. Paradójicamente, el gobierno nacional, con sus recursos limitados, intentó alcanzar la hegemonía (y el crecimiento económico) dando concesiones a no-nacionales, cuyos proyectos eran más cercanos a las visiones liberales de fomento que a las formas de vida de los residentes de la Costa Norte. Las compañías bananeras de los e e . u u . no modernizaron Honduras sin ayuda; la modernidad — como un conjunto de ideas sobre la agricultura, el comercio y el nacionalismo— precedió su llegada. El segundo capítulo exam ina las transform aciones agroecológicas profundas que ocurrieron entre 1910 y 1940, un período en el que inmi­ grantes diversos, los bananos Gros Michel y los patógenos, “invadieron” la Costa Norte. Al m ism o tiempo, los bananos Gros Michel “invadieron” los Estados Unidos en una escala sin precedentes, provocando discusiones en el Congreso sobre los impuestos, inspirando bailes y manías, y alimentan­ do a decenas de millones de familias con ingresos humildes. Vinculo estas invasiones simultáneas, examinando los esfuerzos iniciales por encontrar un banano de exportación resistente a la enfermedad de Panamá: una meta que frustraría a toda una generación de agricultores y científicos, quienes le hicieron frente a las restricciones de impuestos por la biología del banano, la organización de la producción, y la estructura y estética de los merca­ dos masivos. Poco dispuestas a exportar un banano que no se asemejara al Gros Michel, las compañías fruteras abandonaron las fincas enfermas y se reubicaron en suelos libres de patógenos. Para sostener esta estrategia de roza y quema a gran escala, las empresas tuvieron que asegurarse el acceso a grandes cantidades de tierra; una necesidad que las pondría en conflicto entre ellas, mientras intentaban ganar concesiones adicionales de parte del gobierno de Honduras. 45

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El tercer capítulo explora los efectos y los significados de los cambios agroecológicos provocados por la extensión de la industria bananera, des­ de las perspectivas de los agricultores independientes y los residentes de comunidades dentro de las zonas bananeras. Después de documentar la persistencia de los poquiteros y finqueros independientes, y las condiciones variables bajo las cuales intentaron vender su fruta durante los años veinte e inicios de los treinta, describo las luchas por los recursos que tuvieron lugar en cuatro localidades de la Costa Norte: Cuyamel, Cortés; Mezapa, Atlántida; Sonaguera, Colón; y La Paz, Colón. Estas no se pueden tomar como representativas de la región entera, pero sus historias interrelacionadas revelan los efectos transversales de la estrategia de las empresas bananeras de abandonar terrenos. La práctica tenía un impacto económico devasta­ dor en las economías locales. Pero lo que significaba una pérdida para una comunidad era favorable para otra: la extensión de los ferrocarriles hacia lugares en donde nunca antes habían sido vistos creaba oportunidades para nuevos sustentos.23 Los residentes de la C osta N orte rechazaron de varias maneras el control de las compañías fruteras sobre los recursos loca­ les, efectuando protestas públicas y peticiones esbozadas por individuos o pequeños grupos de ocupantes ilegales. La gente trabajadora articulaba a menudo sus demandas de recursos en términos de nacionalismo y justicia social, invocando discursos de una ciudadanía restringida, que excluía a los inmigrantes afrocaribeños de las demandas por recursos en la C osta Norte. El cuarto capítulo se centra en la tecnociencia y en el trabajo de control de la Sigatoka. M enos de un año después del brote inicial de Sigatoka en el valle Sula, en 1935, el científico Vining Dunlap de la United Fruit ideó un sistema de control químico, mediante el uso del caldo bordelés. Se atribuyó a la innovación de D unlap el hecho de haber salvado la industria bananera en Centroamérica, pero el sistema exigía cantidades de capital y mano de obra fuera del alcance de la gran mayoría de los agricultores independientes, cuya producción colapso a finales de los años treinta. Los que continuaron cultivando bananos de exportación perdieron virtualmente toda su auto­ nomía frente a las compañías fruteras, a cambio de préstamos y asistencia técnica. El control de la Sigatoka también cambió el trabajo cotidiano para

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Un proceso similar ocurrió en la costa Atlántica de Costa Rica. Véase Chomsky, West Iridian Workers, pp. 64-68.

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los trabajadores agrícolas, creando centenares de puestos de trabajo con salarios relativamente altos. Por otro lado, la evidencia indirecta sugiere fuertemente que la exposición prolongada al caldo bordelés podía provocar problemas respiratorios. El control de la Sigatoka, por lo tanto, anticipó la tendencia de la agricultura del siglo x x hacia una mayor confianza en los compuestos químicos para controlar los procesos agroecológicos, los cuales disminuyeron la calidad de la fruta de exportación. El quinto capítulo recorre las plantaciones retratadas en la novela Prisión Verde, del hondureño Ram ón Amaya Amador, escritor y líder del Partido Comunista. Publicada inicialmente en 1950, la novela relata la vida de la clase obrera en la Costa Norte durante el régimen deTiburcio Carias Andino (1932-1948), un período marcado por la severa represión de los partidos políticos de oposición y los líderes sindicales.24 D e hecho, las historias sindi­ cales de Honduras tienden a saltar de las manifestaciones de los trabajadores en 1932 a la Gran Huelga de 1954, porque las organizaciones formales de trabajadores fueron prácticamente inexistentes durante el Cariato. Por lo tanto, aproveché fuentes históricas orales, tanto como documentales, para poder aproximarme a la vida cotidiana de los “campeños” (trabajadores de los campos bananeros). Ocasionalmente, las historias orales que me contaron los antiguos em­ pleados de las compañías fruteras resuenan tan poderosamente frente a la descripción de Amaya Am ador sobre la vida de la plantación que no dejo de preguntarme en qué medida los caracteres y acontecimientos de la novela han interpenetrado las memorias individuales y colectivas sobre el pasado. Pero los recuerdos de los antiguos trabajadores del campo también diferían de la historia de Amaya A m ador de forma importante. Los trabajadores encontraban maneras de sobrevivir a las condiciones de vida, a menudo severas, de la plantación, aprovechando las estructuras administrativas des­ centralizadas y los lugares de trabajo aislados para negociar y evitar el poder de los jefes. Sin embargo, en lugar de ser un catálogo de “las armas de los

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Amaya Amador, Prisión verde. Amaya Amador no fue el único autor de mediados de siglo que ubicó su novela en la Cosca Norte. Véanse también Paca Navas de Miralda, Barro (1951); Ar­ gentina Díaz Lozano, Peregrinaje (1944); y Marcos Carias Reyes, Trópico (1948). Una novela que se ubica en las zonas bananeras de Costa Rica es M am ita Yunai (1941), de Carlos Luis Fallas.

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débiles” , el capítulo intenta retratar los sustentos del campeño, com o una constante lucha en contra de las mismas estructuras de desigualdad que circunscribieron las libertades de los trabajadores. También destaco el tra­ bajo rutinario con plantas, suelos y muías, el cual absorbía, tanto la energía como el tiempo de los campeños. El capítulo incorpora un puñado de voces de mujeres para aproximarnos alas experiencias suyas. La evidencia sugiere que las cocineras, las lavanderas, las vendedoras y las prostitutas forjaron sustentos que generaron rentas significativas para las mujeres y sus familias, una forma de articulación económica poco considerada por los historiadores de la industria bananera.25 El sexto capítulo examina el nacimiento y las vidas múltiples de la srta. Chiquita, el icono de mercadeo de la United Fruit, que llegó a ser una de las marcas más reconocibles del siglo xx. “Nacida” en 1944, la srta. Chiquita perdió color en la escena pública de los años cincuenta, antes de volver a la luz en los años sesenta, como una marca de bananos Cavendish, empacados por la United Fruit. Entre el debut y el renacimiento de la srta. Chiquita m edia un período marcado por cambios importantes en la producción y comercialización del banano. En Honduras, la rápida extensión de la enfermedad de Panamá, la Gran Huelga de 1954 y los cambios políticos obligaron a las Compañías fruteras a sustituir las plantas de Gros Michel por variedades más resistentes. Este cambio, iniciado por la Standard Fruit Company, acabó con la era de roza y quema a gran escala y también con la práctica de exportar racimos de bananos sin procesar. Las compañías cons­ truyeron las plantas de empaque, en donde la fruta Cavendish era cortada del vástago, lavada, seleccionada y empacada en cajas de cartón antes de ser transportada. La decisión de empacar los bananos resultó de la necesidad de proteger la delicada cáscara de las variedades Cavendish, pero también reflejó la popularidad de los supermercados con autoservicio después de la Segunda Guerra Mundial en los Estados Unidos. Al transportar los bananos repartidos en unidades, listos para vender al por menor, y sellados desde las zonas de producción, las compañías fruteras se pusieron a tono con las tendencias de comercialización del siglo xx. En Honduras, el renacimiento de la srta. Chiquita como marca de primera calidad alteró las vidas de las

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Sobre las mujeres que vivían en las afueras de las plantaciones, véase Putnam, The Company They Kept.

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mujeres centroamericanas, creando miles de empleos temporales como em­ pacadoras. El cambio al banano Cavendish ayudó a estabilizar la producción del banano, pero no eliminó el problema del patógeno. El capítulo séptimo se enfoca en los cambios en los procesos de pro­ ducción y sus efectos en los trabajadores, aproximadamente entre 1945 y 1975, período en que las compañías fruteras aumentaron el uso de agroquí­ micos, tanto para reducir el costo de la mano de obra como para controlar las enfermedades y plagas que se percibían como factores que disminuían la producción de una fruta de alta calidad. A los obreros del campo, el tra­ bajo diario de la plantación los puso en contacto con una amplia gam a de agroquímicos capaces de producir problemas de salud agudos y/o cróni­ cos. La historia del N em agón

(d b c p ),

un pesticida que produjo aumentos

dramáticos en la producción de la fruta Cavendish, así como problemas de salud reproductiva en centenares de hombres y mujeres centroamericanos, revela claramente la prom esa y los peligros del uso de pesticidas. Al ubicar el uso del d b c p y de otros agroquímicos en el contexto de la dinám ica de la producción y el consumo, se revelan las raíces históricas y agroecológicas de las prácticas que continúan conformando el entorno de los trabajadores agrícolas. El capítulo final pone en perspectiva comparada la historia de la in­ dustria bananera con otras materias agrícolas de exportación, incluidos el café, el azúcar y los cítricos de California. Una visión comparativa revela la diversidad de experiencias históricas producidas por la dinámica entre la producción y el consumo de productos alimenticios, así como los temas comunes sobre los cuales ocurren las variaciones. Confrontar la paradoja de la variación regional en un momento de “mundialización” es central en la formulación de nuevos modelos explicativos capaces de brindar información para propiciar discusiones sobre la agricultura, los alimentos y el cambio ambiental — discusiones en las cuales considero que los historiadores deben luchar para hacer que se escuchen sus voces— .

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C a p ít u l o 1

EL NACIMIENTO TRASNACIONAL DE LA CULTURA DEL BANANO

George Bush, sobrecargo del S.S. Chase, fu e arrestado por un oficial que actuó como Comandante, en respuesta a una disputa con algunos negros respecto al pago de cierta fruta rechazada. E l Consulado depositó la cantidad en disputa para sacar a Bush de la prisión. William Burchard, Cónsul de los EE.UU. 15 de julio de 1881

A mediados de la década de 1840, Thomas Young, superintendente asistente de la British Central American Land Company, viajó a lo largo del Río N e­ gro, uno de los muchos ríos que atraviesan la estrecha planicie costera que se extiende a través de la costa caribeña de Honduras. Remando a contraco­ rriente con un grupo de indígenas M isquitos, Young observó que “miles de plantas de banano crecían espontáneamente; su fruta es m uy apreciada por los nativos, quienes vienen desde distintas partes del Río Negro para recolec­ tarlas” . N otó la facilidad con que la planta podía ser cultivada y agregó que [...] la fruta madura es muy estimada, aunque los europeos podrían estar en desacuerdo, al comerla poco antes o después de haber ingerido bebi­ das alcohólicas. La fruta verde es cortada en rebanadas por los españoles, 51

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y expuesta al sol; cuando se amasa forma un tipo de harina que es muy apreciada.1 Cuando Young visitó la región del Río Negro, el banano era un artículo novedoso en Europa y Estados Unidos, y la agricultura de exportación en los valles del Caribe de Honduras era limitada. La mayoría de las expor­ taciones de la región durante el siglo x ix — incluyendo caoba, fustete (un tipo de madera de color), pieles de venado, zarzaparrilla y hule— se extraía de ecosistemas boscosos y de humedales. Incluso para 1859, un viajero que cruzaba en canoa desde O m oa hasta Puerto Cortés describió los bosques que se extendían desde las laderas de las montañas hasta el borde de las estrechas playas de arena, a lo largo de la costa. U na gran laguna cerca de Puerto Cor­ tés revelaba una cantidad “increíble” de ortigas marinas y “amplios bancos” de peces.2 La mayoría de los indígenas de la región forjaban su medio de vida a partir del bosque, la pesca, el forraje, la caza, la cría de animales y la producción de maíz, frijoles y yuca a pequeña escala.3 La agricultura en la región podría describirse dentro de los monocultivos y policultivos de pequeña escala. Las plantaciones extensivas de banano, plátano y caña de azúcar y las tierras de pastoreo eran pocas y geográficamente dispersas. Esta situación empezó a cambiar en la década de 1870, cuando las go­ letas de los puertos de los e e . u u . comenzaron a llegar más frecuentemente para comprar bananos y coco. Para entonces, el gobierno nacional de H on­ duras comenzó a incorporar modelos de desarrollo económico orientados a la exportación. La institucionalización del liberalismo del siglo x ix se llevó a cabo durante la presidencia de M arco Aurelio Soto (1876-1883). El pre­ sidente Soto imaginó un horizonte nacional repleto de ciudadanos produc­ tivos, que transformaban la naturaleza tropical en riqueza: “Aprovechemos lo que tan prodigiosamente nos ha dado la naturaleza. Hagam os que la luz

1

Young, Narrative o fa Residence on the Mosquito Shore,

p. 95.

2

Froebel, Seven Years’ Travel, pp. 183-188.

3

Para descripciones sobre la economía regional durante el siglo xix, véanse Guevara Escudero, “Nineteenth Century Honduras”, 35-62; Naylor, Penny Ante Imperialismo Dawson, “William Pitt’s Settlement”, 677-706; Davidson, Historical Geography ofthe Bay Islands o f Honduras', y el informe de William M cKee sobre la Fibre Com pany de Nueva York y Honduras, anexo en William Burchard a Porter, 10 sep. 1886, U .S. Departamento de Estado, Despachos de los Cónsules de e e . u u . en O m oa, Trujillo y Roatán 1831-1893 (mf. T -477), rollo 4.

52

C A PÍTU LO I : E L N A C IM IE N TO TR ASNACIO NAL D E LA C ULTU RA D E L BANANO

de la civilización penetre hasta en nuestras montañas desiertas, y que el tra­ bajo, el santo trabajo, las fecunde para que todos los hondureños gocen de los beneficios del progreso universal”.4 El gobierno de Soto convirtió esta visión en política de Estado a través de la Ley Agraria de 1877, la cual se relacionaba con impuestos y otros incentivos financieros, con el propósito de que los agricultores cultivaran cosechas para los mercados internacionales. Sorprendentemente, la legislación no hacía ninguna referencia específica a la producción de banano, actividad que ya habían iniciado los pequeños agricultores en las Islas de la Bahía, un pequeño archipiélago ubicado al norte de la costa caribeña de Honduras. La abolición de la esclavitud en Jam aica y en otras partes del Caribe Británico condujo a los antiguos propietarios de esclavos, así como a los esclavos mismos, a emigrar a las Islas de la Bahía. En 1861, Gran Bretaña transfirió la soberanía sobre las islas a Honduras. Poco después comenzaron a llegar las goletas de Nueva Orleans a Roatán y Utila, las dos principales islas en las cuales los pequeños agricultores cultivaban bananos y cocos.5 “Una gran mayoría” de los aproximadamente 6.000 habitantes de Roatán eran “criollos” angloparlantes, y las transacciones comerciales y otras actividades sociales se llevaban a cabo predominantemente en inglés. Los residentes de la Islas importaban de los Estados Unidos casi todas sus provisiones, materiales de construcción y mercancías en general.6 Sus vínculos con los hispanos de tierra firme eran pocos y débiles. Cuando el gobierno hondureño declaró que la isla de Roatán sería el único puerto oficial de entrada, en 1879, los disgustados residentes de Utila y Guanaja apelaron al gobierno británico. Los británicos respondieron al deseo de sus antiguas colonias enviando un buque de guerra a Roatán para que el asunto pudiera ser “discutido” con los funcionarios oficiales hondureños.7 Tres años más tarde, como medida dirigida básicamente a la población angloparlante de las Islas de la Bahía, 4

Marco A. Soto, citado en Frassinetti, Enclave y sociedad en Honduras, 21.

5

Véanse anexos en R. H . Rousseau al Secretario de Estado William Seward, 12 sep. 1866; y Seward a Rousseau, 10 oct. 1866, Foreign Relations ofthe United States 1866, parte 2, 536-537.

6

William C. Burchard a William Hunter, 4 dic. 1884, Despachos de los Cónsules de en Om oa, Trujillo y Roatán, rollo 5.

7

William C . Burchard a William Hunter, 1 ago. 1 8 7 9 ;y 2 7 sep. 1879, Despachos de los C ón ­ sules de EE.U U . en O m oa, Trujillo y Roatán, rollo 4.

EE.U U .

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C ULTU RAS BA N A N ERA S: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y T R A N SFO R M A C IO N E S SO C IO A M BIEN TA LES

el Congreso hondureño declaró el español como el idiom a oficial del país. Los isleños siguieron desafiando su ciudadanía hondureña, incluso hasta 1902.8 Las políticas comerciales para la exportación del banano adquirie­ ron, entonces, una dimensión internacional, debido a la presencia de los viejos poderes imperiales (Gran Bretaña) y de los nuevos (Estados Unidos), y debido a los lazos históricos que vinculaban a los residentes de las Islas de la Bahía con la cultura anglocaribeña. Para mediados de la década de 1870, el comercio de la fruta de las Islas de la Bahía era “vigoroso y en constante crecimiento” .9 En 1877, la Oteri and Brothers Com pany inició el servicio de vapores entre su sede en Nueva Orleans y las Islas de la Bahía. D os años m ás tarde, otras cinco compañías estadounidenses de vapores llevaban regularmente bananos de las Islas a los puertos de los e e . u u . 10 En el mes de noviembre de 1880, tres navios y dos vapores partieron desde Roatán cargados de bananos y cocos.11 Para 1881, el gobierno de Honduras promovió el tráfico de vapores, reduciendo los cargos de entrada de esas embarcaciones: una política que afectó a los capitanes de los navios que no disfrutaban de las mismas exenciones.12 Un funcionario local justificaba la política, señalando que los vapores eran más grandes y veloces que los navios impulsados por el viento y, por lo tanto, eran capaces de mover mayores volúmenes de fruta. Pronto la demanda de banano comenzó a sobrepasar la oferta en las Islas de la Bahía, lo que con­ dujo a un aumento en los precios y a un estímulo en el incremento de la producción. Un funcionario del gobierno hondureño en Roatán no pudo contener su satisfacción al observar el impulso de la economía: “Ya no es solamente un sueño [...] gracias a la abundancia de los soles peruanos y de los pesos mexicanos todos están para arriba y para abajo, con el machete en

8

Cevallos, Reseña histórica de las Islas de la Bahía, 76-83.

9

FrankE. Fryeal Secretarlo deEstado, 1 0 mar. 1875, Departamento del Estado, Despachos de los Cónsules de e e . u u . en O m oa, Trujillo y Roacán, 1831-1893, rollo 4.

10

William C. Burchard a William Hunter, 18 nov. 1880, U .S. Departamento del Estado, Des­ pachos de los Cónsules de e e . u u . en Om oa, Trujillo y Roatán, 1831-1893, rollo 4.

11

J . Hernández al Ministro de Gobernación, 30 nov. 1880, Archivo Nacional de Honduras (en adelante, a n h ) , leg. 1881/19.

12

Hernández a Hacienda, Roatán, 1 mar. 1881,

54

anh,

leg. 1881/21.

C A PÍTU LO i : E L N A C IM IE N T O TR A SN A C IO N A L D E LA C ULTU RA D E L BAN ANO

m an o, listos para trabajar” .13 Los informes de los agentes consulares de los

establecidos en las Islas de la Bahía, también indicaban que el culti­ vo del banano en la década de 1880 podría ser bastante lucrativo para los pequeños agricultores con capital y mano de obra limitados. Según William Burchard, una hacienda de 4 hectáreas de banano (3.000 plantas) costaba e e .u u

.

cerca de $250 en 1880, y proporcionaba “bajo circunstancias favorables” $1.500 de ganancia el primer año y una cantidad entre $3.000 y $5.000 en los años subsiguientes. El comparaba favorablemente el banano con el coco, otro cultivo de exportación, haciendo notar que el coco requería de una inversión inicial significativamente más grande y de mucho más tiempo para generar tales ganancias.14 Cultivar bananos de exportación a finales del siglo x ix no requería gran­ des contribuciones en m ano de obra. La limpieza de los terrenos se llevaba a cabo por quema durante la época de sequía (enero-abril). La siembra se hacía utilizando “estacas puntiagudas de madera”, en mayo, cuando empe­ zaban las lluvias. Lim piar el monte con machetes era la única tarea llevada a cabo entre los diez y doce meses que había entre la siembra y la cosecha. Los agricultores cosechaban el banano cuando los racimos de fruta estaban verdes. Los racimos, que pesaban entre 18 y 36 kilos, eran acarreados por bestias hasta la costa, donde eran cargados en pequeñas embarcaciones que llevaban la fruta a las goletas. Después de la cosecha, el tallo era cortado cerca de su base, de manera que dejara lugar a los retoños que reproducirían el ciclo de producción de la fruta.15 A los ojos del Cónsul Burchard de los e e . u u . , las técnicas de cultivo de los isleños eran bastante “rudas y primitivas” .16 H acía énfasis en las grandes cantidades de fruta que se pudrían en los almacenes durante la época de demanda limitada, notando que “los agricultores del norte utilizarían ese excedente para criar cerdos para el mercado cubano, negocio que podría re­ 13

F. Hernández a Hacienda, Roatán, 28 mar. 1881,

anh,

leg. 1881/21.

14 Burchard a Hunter, 18 nov. 1880. 15 Burchard a Hunter, 18nov. 1880; y Frank E. Frye a William Hunter, 30 sep. 1875, Departa­ mento de Estado, Despachos de los Cónsules de e e . u u . en Om oa, Trujillo y Roatán, rollo 4. Estas dos descripciones son notablemente similares a aquellas elaboradas por los funcionarios consulares de e e . u u . en Jamaica, a finales del siglo xxx. Hoskinson, “A Report on the Fruit Trade ofth e Island ofjam aica”, 24 jul. 1884, U.S. Consular Papers, v. 28, 7. 16 Burchard a Hunter, 18 nov. 1880.

55

CULTU RAS BAN AN ERAS: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y TR A N SF O R M A C IO N E S SO C IO A M BIEN TA L ES

sultar lucrativo. Si se le sugiriese esta idea al isleño, se encogería de hombros y te diría que es m ucho trabajo: ‘no me quiere molestar con eso señor’ ” . El desdén con que el norteamericano Burchard miraba las prácticas agrícolas de los caribeños no es para sorprenderse. Irónicamente, la m ínim a cantidad de mano de obra requerida para su siembra, cultivo y cosecha era lo que hacía que el banano para exportación fuera un sustento atractivo. El uso del fuego y de las estacas de madera puntiagudas reducía tanto los requeri­ mientos de mano de obra como la necesidad de herramientas e implementos importados. Además de esto, la capacidad del banano de propagarse sin semillas significaba que la replantación anual no era necesaria. La biología del banano, por lo tanto, hacía posible — pero no garantizaba-—- una rápi­ da recuperación de capitales y trabajo. Por supuesto, esta m ism a biología también presentaba algunos desafíos: la estatura de la planta Gros Michel (aproximadamente 5 metros) la volvía susceptible al daño del viento, par­ ticularmente cuando las plantas tenían racimos pesados de fruta.

L O S BA N A N ERO S D E LA C O ST A N O R T E

H asta 1874, las principales mercancías exportadas a través del puerto de O m oa provenían del bosque, e incluían la madera tropical.17 Sin embargo, con la aprobación de la Ley Agraria de 1877, la visión del presidente Soto se convirtió en una realidad, bajo la forma de fincas bananeras ubicadas a lo largo de la estrecha franja costera entre el río M otagua — que formaba la frontera con Guatemala— y el río Negro. Por ejemplo, cuando el Margaret, buque de vapor de Nueva Orleans, fondeó en Roatán en 1881, el capitán divulgó que intentaba comprar “fruta verde [banano] y cocos”, tanto en las islas como en los alrededores de los puertos de Trujillo y O m oa en el continente.18 En 1884, Guillermo M elhado de Trujillo escribió que las experiencias con las plantaciones de bananos de exportación habían dado “resultados m uy buenos en esta costa”, y él predijo que se convertirían en el

17

C. R. Follin al Secretario de Estado de e e . u u . , 11 ene. 1845 y 17 sep. 1853; Departamento de Estado, Despachos de los Cónsules de e e . u u . en Omoa, Trujillo y Roatán, 1831-1893

18

F. Hernández al Ministro de Hacienda, 18 mar. 1881.

(m fT-477), rollo 1.

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C A PÍTU LO i : E L N A C IM IE N T O TRAS N ACION AL D E LA C ULTU RA D E L BAN ANO

principal producto de exportación.19 Cinco años más tarde, en un intento por consolidar las exportaciones de banano, el gobierno nacional eximió de los deberes portuarios a los buques de vapor que servían Puerto Cortés.20 21 A principios de la década de 1880, el creciente número de barcos que bordeaba la costa en busca de plátanos estimuló el cultivo a lo largo de la estrecha planicie costera que se extendía desde el río M otagua en el oeste hasta el río Negro en el este. H acia finales de la misma década de 1880, los bananos eran el principal producto de O m oa y los informes indicaban un fuerte aumento de la demanda de la fruta en La Ceiba.22 El agente consular de los e e . u u . , Guillermo Burchard, al parecer persuadido de los beneficios potenciales de la exportación de banano, fundó la Burchard-Honduras Fruit Company, cerca de la boca del río Sangrelaya, en 1891.23 Antes de 1899, la producción de banano alcanzó una escala suficiente­ mente significativa como para impulsar al gobierno hondureño a autorizar un estudio de las fincas existentes, con el propósito de “hacer conocer una de las grandes fuentes de riqueza de nuestra costa Atlántica” .24 El equipo de investigadores documentó 1.032 fincas de banano, las cuales cubrían unas 10.300 hectáreas de tierra en siete municipios. Cinco de estos m uni­ cipios estaban situados a lo largo de la costa, donde los agricultores tenían acceso, tanto a los suelos planos y fértiles como a los barcos para expedir

19 “Carca del señor D on Guillermo Melhado Trujillo”, Honduras Industrial> 1 jul. 1884, 85. 20 En 1883, 16 de los 51 navios que llegaron a Roatán eran barcos de vapor. Burchard a Hunter, 4 dic. 1884, Departamento de Estado, Despachos de los Cónsules de e e .u u . en Omoa, Trujillo y Roatán, 1831-1893, rollo 5. 21

L a Gaceta no. 582 (9 sep. 1889).

22 “Return o f trade with the U .S. Statement showing declared exports between Puerto Cortés and the U .S. for fiscal year ending 30 June 1887”. Archivo Nacional de los e e . u u . , Consular Post Records (RG 84), v. 1. Para La Ceiba, véase “Comunicaciones oficiales” , La Gaceta no. 587 (28 sep. 1889). 23

William Burchard a Alvey A. Adee, 23 ago. 1892, Departamento de Estado, Despachos de los Cónsules de e e . u u . en Om oa, Trujillo y Roatán, 1831-1893, rollo 6.

24

El censo cubrió cuatro municipios en el departamento de Cortés (Puerto Cortés, Omoa, San Pedro Sula y El Paraíso [ hoy en día Choloma]), y tres en el departamento de Colón (El Porvenir, La Ceiba y San Luis [actualmente Balfate]). El área total sembrada con bananos de exportación debe haber sido mayor que la cantidad registrada por la investigación, ya que por lo menos un municipio bananero importante (Tela) fue excluido. Honduras, Junta Registra­ dora, “Datos relativos a las fincas de bananos”, julio 1899, a n h , manuscritos no catalogados. Cuento con copia del manuscrito.

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CULTU RAS BAN ANERAS! P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y TR A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

los productos por las aguas costeras. Las excepciones de este patrón — los municipios de San Pedro Sula y Villanueva— se encontraban, a lo largo de la nunca-terminada línea del Ferrocarril Interoceánico que funcionaba desde Puerto Cortés hasta un punto a varios kilómetros al sur de San Pedro Sula. La mayoría de las fincas bananeras exportadoras registradas en 1899 eran pequeñas: casi un 70% (716 de 1.032) tenía un tamaño de menos de 7 hectáreas, y el 85% (880 de 1.032) no excedía las 14 hectáreas. Sin embar­ go, el tamaño medio de las fincas bananeras variaba entre municipios. Por ejemplo, en San Luis, el 98% de los agricultores tenía menos de 14 hectáreas de bananos, y las plantaciones más grandes tenían solamente 21 hectáreas. En Puerto Cortés, donde casi el 50% de las fincas bananeras tenían menos de 4 hectáreas, solo el 11% excedía las 14 hectáreas; la finca bananera más grande tenía alrededor de 40 hectáreas. Las fincas bananeras de El Porve­ nir, La Ceiba y San Pedro Sula estaban en el otro extremo del espectro: solamente el 25% de los finqueros de La Ceiba y el 33% de El Porvenir y San Pedro Sula tenían menos de 4 hectáreas de banano. Las tenencias más grandes (alrededor de 70 hectáreas y más) estaban concentradas en los m u­ nicipios vecinos de El Porvenir y La Ceiba.25 Las veintiocho plantaciones más grandes de banano enumeradas en el estudio de 1899 — menos del 3% del número total de las fincas de bananos— ocupaban casi 1.700 hectáreas, cerca del 28% del área total sembrada con bananos. Estos datos indican el grado de estratificación que tuvo lugar a finales del siglo xix. Por otra parte, la evidencia indica que las fincas grandes todavía no predominaban en la producción, tal como sí lo harían en el siglo xx. N o abundan descripciones sobre las prácticas del cultivo en la Costa Norte durante la década de 1890, pero hay poca razón para creer que sus procesos de producción variaran mucho de los descritos para las Islas de la Bahía. En cuanto a la productividad potencial, los datos recopilados en 1899 indican que la densidad sembrada variaba de un promedio de 380 matas/hectárea en La Ceiba a un promedio de 880 matas/hectárea en San Luis, municipio en donde la mayoría de productores tenían menos de una hectárea de tierra sembrada con densidades mayores a 1.200 matas/hectárea. La Ceiba y El Porvenir solían tener fincas con un tamaño m edio conside­

25

58

La Ceiba (26% ), El Porvenir (21% ) y San Pedro Sula (19% ), también tenían los porcentajes más altos de plantaciones, con más de 14 hectáreas de la producción de banano.

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rablemente más grande, lo que ayuda a explicar por qué sus densidades de plantación eran más bajas. Los rendimientos mensuales también fluctuaban ampliamente, de 23 racimos/mes a 74 racimos/mes. Dicho esto, las 1.000 fincas, con todo y sus particularidades, podían producir aproximadamente 272.500 racimos por mes o, sea, más de 3,3 millones de racimos para el año 1899, un nivel de producción comparable al de Costa Rica.26 La cantidad de beneficios generados para el agricultor por las ventas de banano es difícil de establecer con precisión. Los poquiteros de San Luis reportaron ventas mensuales potenciales de entre 10 y 450 dólares, con un promedio alrededor de 70 dólares mensuales. En El Porvenir, cinco de los finqueros más grandes pudieron haber ganado en total más de 1.000 dólares al mes por la venta de su fruta. Quince vecinos con fincas menos grandes pudieron haber recibido ingresos de entre 250 y 750 dólares al mes. Estas cifras sirven para dar una idea de la magnitud del capital que potencialmente circulaba en las zonas bananeras, pero dicen m uy poco sobre la capacidad de los agricultores para acumular capital. La más convincente evidencia circunstancial de que el comercio del banano era percibido como lucrativo fixe el aumento del número de productores a finales del siglo xix. Desafortunadamente, el estudio de 1899 no registró información sobre la tenencia de la tierra. A lo m ejor la mayor parte de las fincas se encontra­ ban en ejidos, tierras municipales arrendadas a residentes. Los municipios promovieron el cultivo del banano por medio de reglamentos sobre el m o­ vimiento del ganado, que destruía los cultivos. Por ejemplo, en Tela, una ordenanza de 1887 estableció una “zona agrícola” en la cual no se permitía vagar al ganado. La regla, que estableció multas monetarias para los viola­ dores, fue redactada enérgicamente:

26

El informe de 1899 proporcionó una estimación de la cosecha mensual de cada municipio. Calculé una cifra de 3,3 millones, sumando las cosechas mensuales promedio. El número de racimos exportados de estas plantaciones podría haber sido más pequeño, debido a las pérdidas causadas por los daños provocados por el viento y por los racimos rechazados por los despachadores. Por otro lado, autores anónimos de la investigación estimaron que se debe agregar un 10% a Jas cifras de producción para compensar Ja subestimación en Jos informes por parte de los finqueros que temían a los impuestos. Una estimación de 2,5 a 3,0 millones de exportaciones para 1899 cae dentro de este rango (2,0 a 4 ,7 millones), proporcionado por otros autores para las exportaciones totales de Honduras para 1900. Véanse Kepner y Soothill, Banana Empire, 37; y Eliis, Las transnacionales del banano en Centroamérica, 53.

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Mapa 1.1. Garta topográfica de la Costa Norte de Honduras.

Topografía

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Declarado zona agrícola este litoral por el lado de la costa desde la aldea de U lúa y Barra de Cuero, en donde se desarrolla la agricultura, se prohí­ be la tenencia de ganado mayor y menor suelto. Que para evitar el daño que hacen los ganados, se necesita imponer medidas y penas serias, por la experiencia y los casos que han sido difíciles de remediar por la rebeldía de ciertas personas que no respetan la ley ni la propiedad; por tanto, el que contravenga será multado por primera vez con cinco pesos de multa hasta la tercera reincidencia, y si aun así el dueño del animal insiste, este se entregara al Juez de Paz para que lo ponga en subasta pública, la mitad de su valor a beneficio del fondo municipal y la mitad para su dueño, sin perjuicio de pagar los daños que haya ocasionado el animal y los gastos de su captura.27

Las Actas M unicipales de Tela que tuvieron lugar durante los años si­ guientes proporcionan pocas pistas para conocer qué tanto fue puesto en vigor el Código en Tela, pero las minutas de una sesión del Consejo de 1895 sugieren que los agricultores locales continuaron pujando para recibir tierras adicionales para sus cosechas.28 Los ganaderos también perdieron tierras en El Progreso, Trujillo y San Pedro Sula.29 Esta política — que puede ser pensada como fruto de las expresiones locales de las doctrinas económicas liberales— ayudaba a asegurar que la tierra estuviese disponible para el cultivo del banano. A finales del siglo x ix la m ano de obra pudo haber sido más difícil de conseguir que la tierra. En 1882, una carta del cónsul e inversionista es­ tadounidense, Guillermo Burchard, describe cuatro clases de trabajadores étnicos: garífunas, dos grupos indígenas de la M osquitia hondureña y “el mozo común o peón del interior” , descrito como el “más numeroso” entre los trabajadores. Burchard indicó que los madereros de caoba utilizaban formas de enganche, con resultados mixtos. También observó que las leyes sobre la vagancia obligaban a “vagabundos y ociosos” a trabajar en tiempos de escasez de m ano de obra. Cinco años después, Burchard divulgó que “la

27

Actas Municipales de Tela, v. 3 (31 ene. 1887).

28

Actas Municipales de Tela, v. 12 (1 ago. 1895).

25

Darío Euraque, “ San Pedro Sula, actual capital industrial de Honduras”, Mesoamérica 26 (dic. 1993): 228-229; y Actas Municipales de El Progreso, v. 1 (17 sep. 1894), 90-92.

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falta de trabajadores confiables es inconveniente” para el desarrollo de la agricultura. Desafortunadamente, sus informes no hacen ninguna referencia a las fincas bananeras; tam poco queda claro si la producción del banano de exportación se detenía por la ausencia del trabajo, o si más bien el comer­ cio del banano contribuía a la escasez de mano de obra al generar ingresos lucrativos para los pequeños agricultores.30 Además, los conflictos armados frecuentes interrumpían el trabajo, haciendo que los hombres huyeran de las ciudades y las fincas para evitar problemas. Las preocupaciones por la escasez de m ano de obra en la Costa Norte persistían a inicios del siglo xx. Por ejemplo, en 1902, un ciudadano de los e e . u u . , llamado Howard Reed, se quejó de la escasez de mano de obra, atribuyéndola al desgano que sen­ tían los hondureños que vivían en tierra alta para ir a trabajar a la costa. El gobierno hondureño aprobó su petición de introducir hasta mil trabaja­ dores “convenientes para el trabajo agrícola en las zonas tropicales, excepto chinos, negros y coolíes”.31 Aunque los hombres dom inaban el trabajo en las fincas bananeras durante el siglo xx, hay cierta evidencia de que las mujeres participaron al inicio en su comercio. U na descripción de un viajero de 1890 sobre las m u­ jeres garífunas que vendían bananos, las presenta como expertas navegantes de pequeñas embarcaciones y buenas negociantes.32 La participación de las mujeres garífunas no debe sorprender, debido a las numerosas comunidades garífunas ubicadas a lo largo de la costa caribeña de Honduras y del papel tradicional de las mujeres com o encargadas de las huertas caseras plantadas con yuca, ñames, plátanos y bananos. Además, una pequeña cantidad de mujeres de habla hispana eran fundadoras de asociaciones de agricultores a finales del siglo xix. Se desconoce hasta qué punto estas mujeres participaban en el trabajo cotidiano de la finca; no obstante, el gran número de fincas de pequeña escala y la cantidad relativamente pequeña de oferta de mano

30

Véase W illiam C . Burchard ajam es Porter, 4 ago. 1886; y Burchard a Porter, 10 sep. 1886, Despachos de los Cónsules de e e . u u . en O m oa, Trujillo y Roatán 1831-1893, rollo 6.

31

Howard Reed al M inistro de Fomento, Tegucigalpa, 9 sep. 1901, a n h , leg. 1889-90/3. Para evidencias adicionales sobre la escasez de mano de obra, véase Gobernador Político al Minis­ tro de Gobernación, Roatán, 23 feb. 1892, a n h , leg. 1892/18; y C . C. Padilla al Ministro de Gobernación, “Anexo N ”, 12 oct. 1903, a n h , documento suelto.

32

Charles, Honduras, 114-120. También véanse Lombard, The New Honduras, 24; y Euraque, “The Threat o f Blackness” ;, 229-249.

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de obra para entonces, hace sospechar que se incluyeran a m enudo en las faenas a múltiples miembros de la familia, incluso a los niños.33 A finales del siglo xix, el auge bananero en la Costa Norte parece haber ocurrido a expensas de los agricultores de las Islas de la Bahía. En 1890, un funcionario hondureño divulgó que “el banano de esta isla [Roatán] pare­ ce ser poco buscado por los compradores, quienes prefieren casi siempre el que se cultiva en la Costa N orte” .34 El funcionario opinó que los suelos de las Islas estaban agotados, y que el éxito del cultivo del banano en el futuro dependería de insumos de fertilizantes. Cuatro años después, más de dos­ cientos residentes de Roatán solicitaron que el gobierno nacional declarara su isla puerto libre, o zona franca, con el fin de estimular una economía moribunda. Los autores atribuyeron la cercana muerte del comercio a su inhabilidad para competir con las ferocísimas tierras encontradas en la tie­ rra firme, sugiriendo que rendimientos reducidos contribuían al declive del comercio en las Islas de la Bahía.35 En 1905, un agente consular de los e e . u u . declaró que “la principal amenaza a la prosperidad de la isla es el empobrecimiento del suelo, cultivado por medio siglo, el cual se deteriora en calidad y reduce la cantidad de bananos y plátanos” .36 Algunas limitadas evidencias indican que la mayoría de los mejores suelos de la isla Roatán ya estaban siendo cultivados desde antes de 1880. Las plantas de banano requieren grandes cantidades de nitrógeno para que la planta produzca un racimo pesado, pero no hay evidencia de que los agri­ cultores de la isla utilizaran fertilizantes o esquemas de rotación de cosecha. Por lo tanto, hay una alta probabilidad de que la producción en las Islas de la Bahía estuviera en declive hacia 1890, después de diez, veinte, o inclu­

33

Desafortunadamente, el papel de las estructuras familiares en la configuración inicial del cultivo del banano aún debe investigarse. Para un relato histórico de las mujeres trabajadoras del banano en Jamaica, véase Chalmers, “The Romance ofthe Banana”, 20-27. Sobre mujeres contemporáneas que cultivan en El Caribe, véase Grossman, The Political Ecology o f Bananas.

34

‘Comunicaciones oficiales”, L a Gaceta no. 621 (31 ene. 1890). Véase también Rose, Utilla, 106-112.

35

La petición firmada por 200 residentes de Roatán solicitaba que el gobierno nacional esta­ bleciera un puerto libre de impuestos en la isla, 30 nov. 1894, a n h Carpeta Docum entos de 1893.

^

John Richardson a Francis B, Loomis, 14 feb. 1905, Departamento de Estado, Despachos de los Cónsules de e e . u u . en Utila, 1899-1906 (m fT -701), rollo 1.

63

CULTU RAS BA N A N ERA S: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y TR A N SF O R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

sive treinta años de producción continua. Observadores contemporáneos, en varias oportunidades asociaron la fertilidad del suelo y las condiciones económicas. El cultivo del banano durante años en áreas relativamente pe­ queñas condujo necesariamente al agotamiento de los elementos del suelo, y consecuentemente a la baja en el peso de la fruta. Lo anterior provocó que los cargadores compraran la fruta a los agricultores de la Costa Norte, pues sus fincas jóvenes producían una fruta de mayor peso. El empobrecimien­ to del suelo no imposibilitó la producción agrícola en las Islas de la Bahía, sino que redujo la viabilidad económica del cultivo del banano, a la luz de la expansión de la producción en la Costa N orte.37 C on el cambio de siglo, las exportaciones de banano de Roatán habían cesado casi por completo; un observador de 1903 constató que las “plantaciones de plátano y banano están cediendo el terreno al sotobosque” .38 Menos de veinte años después de su auge, la producción bananera de las Islas de la Bahía se había acabado. Es poco probable que los agricultores del continente hondureño se de­ tuviesen brevemente a considerar las implicaciones potenciales del declive de las Islas de la Bahía, pues el comercio del banano continuó ampliándose después del cambio de siglo. Un informe de 1901 anticipó la creación de nuevas fincas bananeras en el valle de Sula y en el plano costero de Leán, en donde “existen todavía inmensos terrenos vírgenes, propios para la siembra del banano” .39 Al año siguiente, casi 17.250 hectáreas de banano produjeron unos 3,2 millones de racimos.40 La mayor extensión (8.600 hectáreas) estaba en el departamento de Cortés. En el recientemente creado departamento de Atlántida, los agricultores tenían 5.520 hectáreas en producción, y las nuevas fincas “se formaban constantemente” alrededor de Tela, convirtién­ dose rápidamente en el puerto bananero más importante de la región. Las exportaciones de La Ceiba remataron en 1903 con 2 millones de racimos; un

37

Sobre la competencia con los bananeros de tierra firme, véanse Rose, Utilla, 109; y Davidson, Historical Geography ofthe Bay Islands o f Honduras, 93-97.

38

Las exportaciones de banano para los años 1901 y 1902 no excedieron los 15.0Ü0 racimos. John Richardson a David Hill, Utila, 17 feb. 1903, Departamento de Estado, Despachos de los Cónsules de e e . u u . en Utila, 1899-1906, rollo 1.

39

Ministerio de Fomento, “Memoria de fomento, informe de agricultura”, L a Gaceta, no. 1994 (25 ene. 1901).

40

Francisco Altschul, “Memoria de fomento y obras públicas”, L a Gaceta no. 2254 (30 ene. 1903).

64

C A PÍTU LO

i

: E L N A C IM IE N T O TR A SN A C IO N A L D E LA C ULTU RA D E L BANANO

oficial del gobierno local indicó que el comercio del banano era la “principal fuente de riqueza” .41 En 1905, las exportaciones de Honduras sumaban 4,4 millones de racimos, una cifra que continuó creciendo en los años subse­ cuentes.42 Antes de 1912 (el año en que la United Fruit Com pany adquirió sus primeras concesiones en Honduras), el gobernador de Cortés estimaba que los bananos ocupaban más de 24.000 hectáreas de tierra solamente en ese departamento. Aunque la estimación probablemente estaba inflada, no cabe duda de que la producción del banano de exportación se amplió perceptiblemente entre 1899 y 1911.43 La magnitud de la actividad humana en la Costa Norte a finales del siglo no debe exagerarse. En conjunto, el total de la población de los depar­ tamentos de Cortés y de Colón era de alrededor de 30.000 personas, más “una población flotante considerable”.44 El Ferrocarril Nacional, el cual se extendía cien kilómetros hacia el interior, desde Puerto Cortés hasta la ciudad de Potrerillos (al sur de San Pedro Sula), era el único ferrocarril im ­ portante en la región. Los agricultores de banano confiaban sobre todo en las redes fluviales de transporte para llevar su fruta a los puntos de embar­ que a lo largo de la costa. Los caminos estaban mal cuidados, y a menudo eran infranqueables durante la estación de lluvias. Por lo tanto, las zonas de producción se concentraban cerca de los puertos, de los canales navega­ bles y del ferrocarril nacional. Estas primeras zonas bananeras emergieron sobre todo a causa de los esfuerzos de los pequeños y medianos agriculto­ res con recursos y capital limitados. En Honduras se representa a menudo la era pre-United Fruit Com pany como la “edad de oro”, durante la cual los bananeros caminaban por las calles con sus sombreros volteados hacia arriba, desbordando dinero. Esta imagen es problemática en parte porque es excesivamente teleológica y contrasta implícitamente con la de finales del siglo xix, frente a la cual en ese entonces el siglo x x suponía un futuro

41

C. Córdoba, “Anexo 1: Informe de Atlántida”, 19 oct. 1903,

42

Ministro de Fomento

43

Un informe de 1911 registró unas 6.100 hectáreas en Cortés, pero los datos no incluyeron a San Pedro Sula. Véanse General Andrés Leiva, “Departamento de Cortés: sus terrenos, indus­ trias, producciones, e t c Boletín de Fomento, 1 (ago.-dic. 1911): 132-135; y Gobernador de Cortés al Ministro de Fomento, San Pedro Sula, 16 oct. 1912, a n h , leg. 1912.

44

Honduras, Junta Registradora, “Datos relativos a las fincas de bananos”, 1899.

y

anh ,

documento suelto.

Obras Públicas, “Memoria” , 1905-1906, a n h , documento suelto.

65

CULTURAS BAN ANERAS: P R O D U C C IO N , C O N SU M O Y TR A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

desconocido. Si bien la ampliación de mercados y la competencia entre los exportadores del siglo x ix sirvieron para aumentar los precios pagados a los agricultores por sus bananos, los conflictos entre los agricultores y los exportadores emergieron virtualmente desde el inicio de este comercio tan riesgoso como lucrativo por causa de la fragilidad intrínseca del banano. La dinámica entre estos actores que ocurría en los espacios “entremedios” en la cadena del valor desempeñaría un papel crucial en la conformación del paisaje y el sustento en las zonas bananeras.

E n t r e f in c a y m e r c a d o

En la noche del 24 de abril de 1891, Eugenio Muenier abordó una nave para Nueva Orleans, cuando, temiendo ser perseguido por asaltantes, sacó un revólver y disparó un tiro en la oscuridad. La bala acertó y mató a un soldado llamado Juan Escobar. Después del incidente, Muenier, ciudadano francés que trabajaba como agente para la Laffite Fruit Com pany en La Cei­ ba, huyó antes de que los funcionarios pudieran aprehenderlo. En agosto del mismo año, un grupo de hombres de negocios, banqueros y exportadores prominentes le pidió al presidente de Honduras, Luis Bográn, el perdón para Muenier, de m odo que este pudiera volver al trabajo en Honduras. Describiendo el tiro como un “accidente trágico”, la súplica escrita observaba que la Laffite Fruit Com pany “había sufrido pérdidas enormes” debido a la ausencia de su agente, incitando a la compañía a suspender sus operaciones en La Ceiba. Los defensores de Muenier pensaban que si Bográn publicaba su perdón, la compañía “inmediatamente restauraría sus rutas de envío” a La Ceiba.45 Dos meses después, el presidente Bográn concedió el perdón, recalcando la conducta observante de la ley por parte de Muenier antes del incidente, su sólida reputación en La Ceiba, y los “importantes servicios” que había efectuado en el comercio de la fruta; servicios que continuaría proporcionando en el futuro.46 El perdón de Muenier fue el resultado de

45

Los signatarios eran Salvador Oteri, E. M . Stella, Phil R. Rice, J. B. Camors, E. J. Hart, Jean Laffite, Alfredo B oesch y J.T . Glynn. Solicitud al Presidente Luis Bográn, 13 ago. 1891, a n h , leg. 1880/10.

46

“Estado en el despacho de justicia”, 25 oct. 1891, a n h , leg. 1880/10.

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C A PÍTU LO i : E L N A C IM IE N T O TR A SN A C IO N A L DE LA C ULTU RA D E L BAN ANO

una red internacional de hombres que ocupaban puestos importantes en el comercio y en la política local. N o era ni el primero ni el último consig­ natario de banano que se encontraba en el centro de una controversia; los conflictos entre los agricultores y los exportadores entraban a m enudo en erupción por causa de los precios, la calidad y el rechazo de la fruta. El proceso de transporte del banano a los mercados comenzaba cuando los exportadores les notificaban a los agricultores la oportunidad para ven­ der su producto. Por ejemplo, un aviso distribuido el 13 de junio de 1881 anunciaba (en inglés y en español) que el tren para recoger la cosecha de la fruta para el barco Etta E. Sylvester saldría de San Pedro Sula cuatro días más tarde.47 El aviso les pedía a los agricultores poner su fruta a lo largo de la línea del ferrocarril hacia el m ediodía del jueves. Los pagos de la fruta serían hechos una vez que hubiera sido recibida por un consignatario en Puerto Cortés. Los consignatarios eran los responsables de contar y calificar la fruta. Los lugares en donde se localizaban las ventas del banano eran a menudo campos de luchas de poder entre los agricultores y los exportadores. No es de asombrar que los agricultores protestaran, a menudo, cuando los compradores rechazaban la fruta por juzgarla golpeada, demasiado madura o quemada por el sol.48 Determinar la calidad de la fruta era una práctica estrechamente vinculada a las fluctuaciones de la demanda del mercado; la fruta aceptada en un período de alta demanda podía ser rechazada durante una temporada de calma en los mercados de los e e . u u . Los exportadores tenían la ventaja al negociar la compra de la fruta porque los agricultores tenían que venderla antes de que estuviese demasiado madura. En 1889, en una carta publicada en La Gaceta, Jesús Quirós comentó que el comercio del banano, que “producía ventajas inmensas” para los re­ sidentes de Tela, era también una fuente de sufrimiento debido a las mane­ ras engañosas de los capitanes de los vapores, los cuales se aprovechaban a menudo de la vulnerabilidad del agricultor.49 Las actas municipales de Tela

47

Henry R. Campbell, “Aviso”, 13 jun. 1881, a n h carpeta, 1881.

48

Para un caso inicial sobre las Islas de la Bahía, véase cónsul de los e e . u u . al Gobernador Tiburcio Hernández, 2 jul. 1881, Departamento de Estado, Despachos de los Cónsules de e e . u u . en O m oa, Trujillo y Roatán, rollo 5.

49

Honduras, ‘'Comunicaciones oficiales”, La Gaceta no. 615 (9 ene. 1890). Quejas similares se registraron en Jamaica. Véase Soluri, “Development as Ideology” .

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CULTU RAS BA N A N ERA S: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y T R A N SFO R M A C IO N E S SO C IO A M BIEN TA LES

indican que el mal servicio de los buques de vapor obstaculizó el comercio local del banano a inicios de 1890.50 En 1893, docenas de residentes de Tela pidieron al presidente hondureño, el General Leiva, “su apoyo no solo moral sino material” , con el fin de resolver la “terrible crisis” que afectaba al puerto.51 Específicamente se solicitaba ayuda para normalizar el horario de los buques de vapor y asegurar la venta de la fruta, con el fin de eliminar “los abusos a que estamos siendo sometidos por las líneas establecidas en la actualidad”. Los teleños impulsaron al gobierno a realizar una contabilidad directa de las ventas de la fruta. En octubre de ese mismo año, los agricultores de banano vieron muchas de sus peticiones transformadas en ley. En la primera legislación nacional aprobada que regulaba la industria del banano, el Decreto 30, se estableció un sistema de inspección y de impuestos para la fruta.52 La ley restringía las ventas de la fruta a los puntos señalados en el litoral; cualquier persona que vendiera fruta en los puntos no señalados haría frente a multas. El Decreto 30 también establecía la necesidad de inspectores del gobierno para registrar cada venta de fruta. Los sueldos de los inspectores debían ser financiados por los impuestos y las multas que ellos mismos recogieran. U na porción de los ingresos fiscales fue destinada a subvencionar el transporte, con la esperanza de normalizar el horario de los buques de vapor. Irónicamente, la puesta en práctica de la ley generó discordia en Tela, donde muchos agricultores de la fruta se negaron a pagar los impuestos, cuestionando la exactitud de las cuentas de los inspectores.53 El Consejo Municipal acalló los alegatos y ordenó a los agricultores ceñirse a la ley, pagando la cantidad que indicaban las listas de los inspectores. El Decreto 30 no tuvo éxito in­ mediatamente para atraer a más comerciantes de la fruta a Tela. En agosto de 1894, el puerto continuó encontrándose en una “situación precaria” debido a la falta de tráfico de vapores.54 Sus consecuencias económicas funestas fueron relatadas en términos claros por el gobierno municipal de

50

Actas Municipales de Tela, v. 12 (15 oct. 1892).

51

Actas Municipales de Tela, v. 12 (5 feb. 1893).

52

L a Gaceta (17 oct. 1893).

53

Actas Municipales de Tela, v. 12 (1 jun. 1894).

54

Actas Municipales de Tela, v. 12 (5 ago. 1894).

68

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Tela: sin una salida para los bananos, no habría circulación de capital para importar mercancías y comestibles. Los agricultores de banano también se quejaron por la falta de confor­ midad con las regulaciones del Decreto 30. En 1896, el municipio de San Pedro Sula le pedía enérgicamente al Ministro de Fomento castigar a quienes entregaran su fruta a bordo de las naves de vapor.55 Cinco años más adelan­ te, el mismo ministerio recibió una larga carta redactada por el alcalde de Omoa, José Ruiz, quien se quejaba de que “las más altas autoridades” habían suspendido periódicamente la aplicación del Decreto 30 de 1893.56 Según Ruiz, algunos comerciantes de la fruta gozaban “de una licencia autorizada” para hacer examinar su fruta a bordo de la nave. Preguntó de form a retó­ rica si la ley todavía estaba en vigor, evidenciando la urgente necesidad de hacer cumplir la norma, y aclarando que la inspección de la fruta debía ser terrestre, según el mandato. La carta del alcalde reflejaba el grado en el cual el nacionalismo hondureño de las zonas bananeras se redefinía en oposición al cada vez más dominante papel de las compañías navieras norteamericanas: Los fruteros [...] están resueltos a perder su fruta si, por la no vigencia de esa ley se viesen obligados a que les reciban sus bananos a bordo, por la poderosa razón de que ante sus reclamos en derecho los empleados ame­ ricanos se creen inmunes a la sombra de su pabellón.57 En el contexto de la expansión militar y económica de los e e . u u . en El Caribe y Centroamérica, las luchas por la soberanía nacional podían m ani­ festarse en la distancia entre una playa y la cubierta de un barco. Sin embargo, la relación entre identidad nacional, clase social y poder político era compleja, y no se reducía a los gringos arrogantes ni a los po­ quiteros hondureños indignados. En sus memorias, En las selvas hondure­ nas, Francisco Cruz Cáceres describe una tarde de dom ingo pasada en una cantina en Nueva Armenia, un pueblo bananero que surgió a comienzos del

55

Nolasco L. al Ministro de Fomento, 3 jun. 1896, a n h , leg. Notas varias del departamento de Cortés.

56

José Ruiz al Ministro de Fomento, 8 ene. 1901, varias, años 1894-1912.

57

Ruiz al Ministro de Fomento, 8 ene. 1901.

anh,

leg. Departamento de Cortés, Notas

69

CULTURAS BAN ANERAS: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y TR A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

siglo xx. La cantina se había llenado de finqueros, quienes apenas recibían el pago por su fruta se ponían “a gritar, cantar, discutir y sacudir el dinero a diestra y siniestra con desenfado” . La juerga fue interrumpida por la llegada de un hombre conocido como “El coronel”: Él era indio, de pequeña estatura y de tez oscura, con algunas mechas de pelo colgando fuera de su sombrero de Stetson. Usaba una pistola y una correa de cartuchos sobre su impermeable. [Tenía] una colilla de cigarro en una mano y un habano entero sin encender aún entre sus dientes.58

El hombre les ordenó a los peones del campo que se fueran, antes de dar la vuelta y dirigirse a la docena de finqueros que estaban reunidos allí. Le contó al grupo acerca de su viaje reciente a La Ceiba, en donde se le acer­ caron varios exportadores, los cuales sabían que había expirado el contrato que El coronel había firmado con la empresa transportista Oteri: [...] “Cemori” [Zemurray], don Vicente y Carmelo D ’Antoni [Standard Fruit], el General Pizzati [Oteri], el Dr. Reynolds [United Fruit], ese pe­ queño cubano que habla como una máquina, y Peralta, estaban todos allí. Cada uno intentó hablar conmigo en privado para ofrecerme un contrato con sus compañías, excepto Reynolds [...] ordenaron para mí copas de champaña, el coñac más fino, ron, vinos españoles y bebida tras bebida de licores finos, pero no sabían que yo ya le tenía prometido a Reynolds que firmaría con el Trust [United Fruit]. ¿Y cómo podía negarle a ese gringo todo lo que él me pidió, cuando él curó a mi negra de la fiebre tifoidea y a mí mismo de andada de ciempiés?59

El coronel agregó que había tom ado medidas para que otros finqueros locales les vendieran a Zemurray y a D ’Antoni bajo nuevos contratos que establecían precios más elevados para la fruta. Las compañías incluso com­ praban la fruta “inferior” de los poquiteros. Todos los exportadores, acotó El coronel con satisfacción, pagaban bien cuando los agricultores entrega­ ban el racimo de ocho manos (en ese entonces, los bananos no se vendían 58

Cruz Cáceres, En las selvas hondurenas, 69.

59

Ibid., 70.

70

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por peso; una “mano” era un conjunto de bananos, o “dedos”, unidos al vastago de la fruta). Según lo retratado en este bosquejo, la relación entre los exportadores y los agricultores no era enteramente unilateral, ni era puramente comercial. El coronel — quien decía ser el agricultor más grande de Nueva Armenia— firmó con la United Fruit no por carecer de otras opciones sino debido a la naturaleza de su relación particular con el representante de esa compañía. Además, las relaciones amistosas de El coronel con los otros exportadores de la elite lo incitaban a prometer fruta a sus vecinos — acto magnánimo que subrayaba la posición favorable en la cual se percibía— . El retrato de Cruz Cáceres sobre El coronel y su optim ism o está marcado por una sutil ironía. El whisky de marca Cañada Club, los vinos españoles, los puros cu­ banos y los dólares de los e e . u u . eran símbolos de la prominente posición social de El coronel. N o obstante, su consumo ostentoso de importaciones hacía recordar que las privilegiadas posiciones de las elites locales estaban conectadas a una transformación económica más grande, sobre la cual te­ nían poco control. Incluso el optim ism o de El coronel sobre el comercio del banano hace alusión a la estructura del mercado — expresada en térmi­ nos de calidad de la fruta— , la cual podía desestabilizar el sustento de los agricultores, particularmente de los pequeños. N o todos los pequeños agricultores eran capaces o querían poner sus destinos en manos de un patrón, como El coronel de Cruz Cáceres. En 1894, ochenta y cinco agricultores de San Pedro Sula fundaron la Sociedad Bananera, con el objetivo general de “impulsar el desarrollo de la industria bananera, procurando salvar los obstáculos que actualmente se oponen a la vida y progreso de dicha industria en este litoral”.60 Para ser parte de la sociedad una persona necesitaba tener una manzana (0,69 hectáreas) de bananos “en buen estado de producción”, un requisito modesto que sugiere que la asociación intentaba incluir a productores en pequeña escala. El aco­ plamiento de registro con el estudio de 1899 confirma que una proporción importante de los miembros fundadores de la sociedad (el 50% ) cultivaba siete o menos hectáreas de bananos.61 Según un informe oficial de 1900, la

60

Estatutos de la Sociedad Bananera: Tegucigalpa, 27 dic. 1894, También véase La Gaceta no. 1 (6 mar. 1894), 145.

61

La investigación de 1899 registró las acciones de 39 miembros fundadores de la asociación.

anh,

documento suelto.

71

CU LTU RA S BA N A N E R A S: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y T R A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

Sociedad Bananera intentó favorecer al “pequeño agricultor que casi siempre es y ha sido víctim a de malos manejos por parte de algunos productores en gran escala” .62 U no de los medios a través de los cuales la sociedad procuró mejorar su posición de negociación fue prohibiendo a sus miembros com­ prar o vender la fruta producida por otros agricultores. La sociedad sobre­ vivió cinco años antes de disolverse en 1899, mientras intentaba negociar un contrato de compraventa. El mismo informe de 1900 atribuyó el fracaso de la sociedad a empresas extranjeras de exportación empeñadas en minar la asociación, pero no proporcionaba detalles específicos. Sin embargo, en las memorias de Catarino Rivas Chacón, finquero de San Pedro Sula, se recordaba que durante la época de precios altos, a menudo, tanto los agricultores de bananos como los exportadores especulaban y rompían los contratos. Esto explica potencialmente el colapso de la Sociedad Bananera durante un período de expansión del mercado.63 Por supuesto, la estructura del mercado no era el único factor que afectaba a los agricultores del banano. Los “pequeños” productores muchas veces tenían que pedir préstamos con “tasas de interés m uy altas” . Las ganancias de la venta del banano apenas cubrían los pagos de interés y “lo m ínim o esencial” .64 En 1895, más de 150 personas, incluyendo por lo menos a 17 muje­ res, crearon la Sociedad Bananera Gremio Agrario de Om oa, con el fin de “proteger los intereses de los agricultores de la fruta” .65 Los estatutos de la carta de cinco años presentaban estructuras administrativas y requisitos de membresía similares a los de la asociación de San Pedro Sula.66 La asocia­ ción de agricultores de O m oa aparentemente sobrevivió a su carta inicial. Un aviso del 1,° de enero de 1901 anunciaba que la sociedad aún no había firmado un contrato para vender su fruta, e impulsaba a enviar a un repre­

El tamaño de las fincas iba de las 1,4 a las 84 hectáreas; más de la mitad no excedía las 7 hec­ táreas, y solo 4 de los 39 miembros registraron en 1899 haber cultivado más de 30 hectáreas de banano, sugiriendo que los agricultores de gran escala no dominaron la organización. 62

“Informe del departamento de Cortés al Ministro de Fomento”, 17 oct. 1900, a n h , leg. Notas varias, 1894-1912.

63

Brand, “The Background to Capitalist Underdevelopment”, 161-162.

64

“Informe del departamento de Cortés al Ministro de Fomento” , 17 oct. 1900.

65

La Gacetano. 1187 (31 mayo 1895).

66

Los miembros acordaron cosechar por lo menos 25 racimos de fruta cada quince días; una cifra bastante posible para una finca pequeña, de apenas 2 hectáreas.

72

C A PÍTU LO I : E L N A C IM IE N T O TR A SN A C IO N A L D E LA CULTU RA D E L BANANO

sentante para discutir los términos del mismo.67 La comunicación declaraba

que la asociación anticipaba una cosecha más grande como resultado de la ampliación de las plantaciones, y exaltaba la calidad del banano de Om oa. “La fruta que ha obtenido mejores precios en los mercados extranjeros y que este año obtendrá mejores en la Exposición de Buffalo, n y u s a , es la fruta de buena calidad, esmerada, sin estropeo y no asoleada. Cualidades a prueba de nuestra fruta” .68 La circular revela una conexión clara entre la producción y la comercialización: el volumen era importante, pero lo era también la calidad; los estándares eran determinados no solo por los em­ barcaderos a lo largo de la costa hondureña, sino también en las salas de exposiciones de los Estados Unidos. El mero hecho de haber sido escrita en 1901 hace significativa la cir­ cular de la asociación de O m oa, porque sugiere que los agricultores en Honduras continuaban beneficiándose de la presencia de múltiples firmas compradoras que aparecieron después de la formación de la United Fruit en 1899. En 1902, el Consejo de Desarrollo de Atlántida pidió que el go­ bierno pusiera fin a las subvenciones de embarque, aseverando que ya no eran necesarias. Otras fuentes indican que varias líneas de buques de vapor sirvieron los puertos dominantes inclusive hasta 1906, año en el cual los agricultores hondureños tuvieron éxito en la negociación de precios favo­ rables para su fruta.69 A pesar de la fuerza de los agricultores, la organización del comercio de banano en la C osta Norte cambiaría mucho al entrar el siglo xx. En 1902, el estadounidense Guillermo Streich recibió una concesión para construir y manejar un ferrocarril en el municipio de Om oa. Los términos de la con­ cesión también daban a Streich el derecho de arrendar las zonas aledañas al ferrocarril para que se establecieran fincas de bananos. En 1905, la concesión pasó a un tal Samuel Zemurray, que, con el fondo financiero de la United Fruit Company, compró la Cuyamel Com pany de Streich. Un año antes de la llegada de Zemurray a Honduras, la Vaccaro Brothers and Company,

67

José L. Ruíz, “Circular a las compañías fruteras”, 1.° ene. 1901, departamento de Cortés.

68

Ruíz, “Circular a las compañías fruteras”, 1 ° ene. 1901.

w

anh,

Félix J. J. Johnson al Asistente del Secretario de Estado, 30 abr. 1906,

leg. N otas varias del

u sn a ,

Consular Post

Records, Puerto Cortés, v. 12, 429; y Cruz Cáceres, En las selvas hondurenas, 68.

73

CULTURAS BAN A N ERA S: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y TR A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

con sede en Nueva Orleans, recibió una concesión para construir un ferro­ carril en el departamento de Atlántida.70 Al igual que Streich, la Vaccaro construyó su línea con el propósito de acarrear bananos. La Vaccaro recibió concesiones adicionales en 1906 y 1910 para ampliar su ferrocarril y para construir un embarcadero capaz de manejar los grandes buques de vapor.71 Estos proyectos del ferrocarril iniciaron una tendencia que eventualmente concentraría el control de la producción, el transporte y la distribución del banano de exportación en apenas dos compañías. El proceso de integración vertical no ocurrió en una noche; en 1910 el gobierno hondureño afirmaba que el país era el único en el que las compa­ ñías norteamericanas no podían establecer sus monopolios: Los agricultores hace mucho dejaron de cumplir con la ley [Decreto 30 de 1893] bajo la presión de los compradores de la fruta, quienes, desacreditan­ do la fruta hondurefia en los Estados Unidos, han reducido la posibilidad de atraer a nuevos comerciantes, quienes son necesarios para aumentar la competencia. En los puertos norteamericanos, la fruta de Honduras se divide con base en la calidad. La fruta de alta calidad se envía a los merca­ dos con el nombre de bananos de Limón [Costa Rica], Jamaica o Bocas del Toro [Panamá]; la fruta restante — golpeada y putrefacta— se vende como fruta hondureña. La razón de esta hostilidad es que Honduras es el único mercado libre para los bananos, el único que no se encuentra bajo el control de hierro de los distribuidores americanos.72

N o está claro si la venta de bananos de Honduras sufría o no por la conspiración de las empresas bananeras, pero el informe del gobierno refleja un alto conocimiento de la importancia de los estándares de calidad fijados por los exportadores, los distribuidores y los minoristas en los mercados

70

“Texto del contrato celebrado entre el gobierno de Honduras y Vaccaro-D’Antoni” (Decreto 45 1904), reproducido en Sánchez, “En el prisma de la historia”, 6. Esta compañía, más tarde incorporada como Standard Fruit and Steamship Company, operó con una serie de subsidia­ rias en Honduras, incluyendo la Com pañía del Valle de Aguán, la cual acaparó la mayoría de los terrenos en los cuales estableció sus plantaciones.

71

Honduras, La nueva política bananera, de Honduras, 43-50.

72

Ministro de Fomento, “Memoria de fomento”, L a Gaceta no. 3471 (25 ene. 1910).

74

C A PÍTU LO i : E L N A C IM IE N T O TR A SN A C IO N A L D E LA C ULTU RA D E L BANANO

distantes. Com o el banano pasó de ser una novedad a ser una fruta “típica”, la definición de la calidad fue cada vez más importante.

La c u l t u r a n o r t e a m e r i c a n a d e c o n s u m o Mucho antes de que los bananos llegaran a ser corrientes en la dieta de los estadounidenses, se incorporaron en la cultura popular como un símbolo de lo tropical. Los viajes de Alexander von Hum boldt y de Aimé Bonpland, a inicios del siglo xix, generaron las primeras descripciones de los bananos y los plátanos que circularon extensamente en los Estados Unidos. Los dos viajeros se sintieron particularmente impresionados por la productividad de los plátanos, estimando que un acre de ellos producía casi veinte veces más alimento que un área igual del trigo. H um boldt y Bonpland pintaron un fuerte contraste entre los “extensos espacios” cubiertos con cultivos de granos en Europa y los paisajes agrícolas de la “zona tórrida”, en donde “un pequeño espacio de tierra cultivada es suficiente para cubrir las necesidades de varias familias” . H um boldt creyó que los diversos paisajes agrarios pro­ ducían distintas sociedades: Estas consideraciones de la agricultura en la zona tórrida recuerdan in­ voluntariamente la conexión íntima que existe entre el grado de tierra despejado, y el progreso de la sociedad. La riqueza del suelo [tropical], y el vigor de la vida orgánica, al multiplicar los medios de subsistencia, retrasan el progreso de las naciones en las trayectorias de la civilización.73

Es decir que la fecundidad percibida en los suelos tropicales permitía a los residentes subsistir en pequeñas parcelas de tierra, lo cual fomentaba el aislamiento social y el estancamiento cultural. Los escritos de H um boldt y de Bonpland distinguían el banano del plátano, pero las fuentes populares no lo hacían, a medida que se acentuaba la asociación entre bananos y barbarismo. Por ejemplo, un artículo de 1832 de The Penny M agazine, “El banano o el plátano”, reproduce la estimación

73

Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland, PersonalNarratives, 206.

75

CULTU RAS BAN A N ERAS: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y T R A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

de H um boldt sobre la productividad de los bananos y sus consecuencias sociológicas: “la facilidad con la cual el banano puede ser cultivado ha con­ tribuido, sin duda alguna, a demorar el progreso en las regiones tropicales” .74 Un dibujo representa una figura humana de piel oscura y peluda parada cerca de una vivienda cubierta con paja, en un pequeño claro sombreado por plantas de banano y árboles de coco, sirviendo para reforzar la imagen “del indio pobre” , que, contento con “recoger la fruta de su pequeña parcela de bananos” es elevado apenas por sobre el nivel de un “animal inferior” .75 Entretejer ideas sobre raza, nación y civilización hacía parte del humor norteamericano del siglo xix. En 1875, Alfred Sedgwick publicó una co­ media musical, “The Big Banana”, en la que Hans, inmigrante alemán en la ciudad de Nueva York, considera ir a C uba buscando la “bonanza” de la explotación minera del oro. Sin embargo, el limitado manejo del inglés por parte de H ans resulta en un malaprop cuando canta: “¡Me voy pa la Gran Banana! /¡Voy rumbo a la Gran Banana!/¡Navegaré por la Gran Banana!/ Trabajaré como negrito/y cuando crezca mi fortuna/cortaré otra cantidad,/y la haré ein schurne schierí'7CAna, la mujer a la que H ans está cortejando, corrige su uso de las palabras antes de responder airadamente a su deseo de viajar en busca de fortuna: “M ejor vaya a comerse un gran banano/que está mucho más en su línea” .77 Ella rechaza la idea de ir a La H abana (“donde matan a americanos libres sin juez o jurado”), y prefiere quedarse y ganarse la vida. Al final, Hans decide permanecer con Ana; la vida para los inmi­ grantes pobres en los Estados Unidos era difícil, pero seguramente menos difícil que en la tropical Latinoamérica. El juego de palabras de Sedgwick entre “La Habana” y “banana” evocaba las imágenes tropicales de Cuba, uno de los primeros lugares desde donde se exportaron bananos hacia los Estados Unidos. Su visión de la isla como un lugar donde los “americanos”

74

“The Banana, or Plantairí”, The Penny Magazine (29 sep. 1832), 253. Se debe notar que la descripción de H um boldt de los plátanos vinculaba su cultivo con las culturas “mestiza” y “castellana” .

75

Ibid.

76

‘T m off to the Big Banana!/I’m bound for the Big Bananal/I’ll sail for the Big Bananal/Fll work like any nigger,/And when my pile gets bigger/I’ll cut another figure,/And make ein schurne schien”. Sedgwick, “The Big Banana” (New York: H appyH ouse Co., 1875), Harvard University, Lamont Library, microficha w 2652.

77

“Better go and eat a big banana,/That s much more in your line”. Ibid.

76

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son asesinados y trabajan “como negros” asociaba los bananos a las culturas inferiores latinoamericanas y negras. El género es también significativo; la comedia de Sedgwick es un temprano ejemplo de lo que se convirtió en una larga línea de comedias que giran en torno al banano. La tendencia norteamericana a relacionar los bananos con culturas perezosas y atrasadas se extendía más allá de las fuentes populares. Descri­ biendo los resultados de una investigación en Honduras emprendida en 1897, el arqueólogo George Byron Gordon, de la universidad de Harvard, hace poco esfuerzo por ocultar su desprecio por “el Caribe, el Xicaque y el español” que habita los bancos del río Ulúa: D e La Pimienta a la boca del río hay 20 o 30 de estas aldeas cuyo tamaño varía de media docena a 50 o 60 chozas, las cuales a menudo están total­ mente ocultas entre los árboles y raramente están acompañadas de un claro o campo cultivado. Generalmente la ocupación de los habitantes es no hacer nada. H ay una abundancia de peces en el río y el bosque está Heno de piezas de caza, pero raramente se dan a la tarea de procurarse cualquier animal, prefiriendo subsistir de plátanos verdes.78

Gordon, cuyo informe contradice sus propias palabras al proveer una descripción muy larga del “método indio” de pesca, usando un veneno ex­ traído de una planta local, interpretó mal el paisaje al combinar los “claros” y los “campos de cultivo” .79 El trabajo de mantener un ecosistema agrícola basado en las hierbas perennes, tales como los plátanos y las permanentes cosechas de los árboles frutales, no constituía una legítima forma de sustento a los ojos del arqueólogo norteamericano. Los yanquis no fueron los únicos que asociaron el banano a la inferio­ ridad cultural. En Jam aica, los agricultores blancos descartaron la idea de sembrar bananos por considerarlos “comida de negros” .80 Las elites libera­ les en Centroamérica también tendieron a ver la producción de bananos y plátanos con ambivalencia. Juan Narváez, quien viajó a la M osquitia

78

Gordon, “Researches in the Ulua Valley, Honduras”, 8.

75

Ibid., 17.

80

Bartlett, “Lorenzo D . Baker and the Development o f the Banana Trade” .

77

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hondureña el m ismo año en que Gordon visitó el valle de Sula, informó al Ministro de Fomento: [...] habiendo visitado las aldeas, me quedó ciara la condición atrasada — podríamos decir salvaje— en la que viven [los indios misquitos]. Si el honorable Ministro las visitara, se convencería de que la luz del siglo xix aún no brilla en la selvas en donde estos hombres viven, selvas que mañana podrían ser útiles para su país y familia.81

Agregó que el indígena estaba “poco inclinado” a trabajar, sobrevi­ viendo durante la temporada seca gracias a los pescados, la caza, y un atol de guineo hecho de un banano “que es prácticamente silvestre” . Cien años después del viaje de Hum boldt, viajeros de las zonas tropicales aún vincu­ laban los bananos con el atraso cultural. Esta forma de ver el banano y su paisaje cultural sería apropiada, tanto por los liberales de Honduras como por los empresarios de los e e . u u ., impacientes por demostrar la necesidad de la ingeniosidad del yanqui (y de su capital) para aprovechar el potencial de las zonas tropicales. Es irónico, pues la ambivalencia expresada por los escritores del siglo x ix estaba arraigada en el mismo aspecto del banano — alto rendimiento por poco trabajo— que hizo de este un cultivo im por­ tante para los poquiteros que poseían poco o nada de capital. El significado cultural del banano cambió poco en el curso del siglo xix; pero no puede decirse lo mismo de su im portancia económica. El primer racimo de bananos registrado en la ciudad de Nueva York llegó en 1804, a bordo de una embarcación de Cuba.82 Durante la primera mitad del siglo xix, pequeñas cantidades de bananos, sobre todo de una variedad conocida como Cuban reds, entraron en los puertos mayores estadouniden­ ses durante los meses de la primavera.83 En 1840, un solo banano Cuban red se vendió por veinticinco centavos, lo cual indica que la fruta era un lujo exótico. Cuando el obispo católico irlandés, Jam es Donnelly, viajó a los Estados Unidos, entre 1850 y 1853, probó un banano, y lo consideró

81

Juan B. Narváez al Ministro de Fomento, 19 may. 1897, a n h , documento suelto.

82

Rodríguez, “Bananas”, 25.

83

Alejandro García, Profesor de Historia, Universidad de la H abana, Cuba, comunicación personal, nov. 1999.

78

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una experiencia tan impresionante como para registrarla en su diario.84 La fruta guardaba su aspecto exótico aun en 1876, cuando una m ultitud de visitantes de la exposición centenaria de Filadelfia pudo apreciar un ejemplo vivo de una planta de banano. Las descripciones populares del banano se referían a la planta alta como un “árbol” y distinguían raramente entre los bananos para el postre y los plátanos para cocinar.85 En 1880, el cocinero del famoso restaurante Delm onico, de Nueva York, preparó un mousse de banano, como uno de los varios postres preparados en una elegante cena para el general Winfield Scott Hancock; una indicación de que el banano conservaba algo de su ‘sabor’ exótico. Cuatro años más tarde, el gobierno de los e e . u u . les asignó impuestos a las importaciones de bananos y los funcionarios comenzaron a incluir los “bananos” como categoría estadís­ tica por primera vez. En 1892, más de 12 millones de racimos de bananos entraron a los e e . u u ., principalmente por los puertos de Nueva Orleans y Nueva York. Dos años después, un observador contemporáneo declaró que el banano, como la manzana, se había convertido en un alimento básico de la dieta norteamericana.86 El aumento del consum o de bananos y de otras frutas en los e e . u u . coincidió con la difusión de los buques de vapor y las locomotoras, capaces de transportar materias voluminosas y delicadas a través de grandes dis­ tancias, a velocidades inalcanzables. La difusión de los ferrocarriles y los furgones enfriados permitió que las frutas llegaran a mercados distantes en buenas condiciones p arala venta. En 1893, ciertas fuentes observaron que el servicio de ferrocarril entre Nueva Orleans y Chicago era tan eficiente que a menudo la venta de bananos se hacía a precios más bajos en Chicago que en Nueva York.87 Por lo tanto, la transformación del banano de ser una novedad a un artículo de consum o masivo fue un resultado de la era del combustible fósil. Pero las innovaciones de las tecnologías del transporte no explican por completo la enorme alza de las importaciones del banano en los e e . u u .

84

David Miller, Profesor de Historia, Carnegie Mellon University, sonal, feb. 1999.

85

Véase ] enkins, Bananas: An American History.

86

Humphrey, “Where Bananas Grow”, 487-488.

87

“The Banana Supply o f New York”, 422.

e e .u u

.

comunicación per­

79

CULTURAS BAN A N ERA S: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y T R A N SFO R M A C IO N E S SO C IO A M BIEN TA LES

Cuando los bananos comenzaron a entrar a los puertos norteamerica­ nos, los patrones de consumo de fruta estaban marcados por la tempora­ da. Manzanas, melocotones, fresas y melones gozaban de gran renombre, pero dichas frutas eran escasas en invierno y en los primeros meses de la primavera. El consumo norteamericano de banano también tendió a variar según la época: la demanda tenía su mayor alcance entre marzo y julio, e iniciaba su caída a finales del verano. Este patrón reflejaba tanto la estación de producción de otras frutas de los

e e .u u

.

— el consumo del banano ba­

jaba cuando las manzanas, los melocotones y los melones frescos estaban disponibles— como el hecho de que muchos distribuidores de banano que carecían de instalaciones de almacenamiento dejaban de transportar bana­ nos durante el invierno. Sin embargo, el hecho de que los bananos fuesen cosechados durante todo el año hizo que se convirtiera en la primera fruta popular sin temporada definida. Así llegó a haber bananos a la venta todo el año en los Estados Unidos. Lo que es más, los bananos tenían un precio cóm odo, al alcance de la clase obrera. Una fuente indicó que a partir de 1893 los “italianos y otros ex­ tranjeros” en regiones mineras dependían fuertemente de los bananos, pues eran “más baratos que el pan” .88 En 1875, la comedia de Alfred Sedgwick también sugiere que los bananos no eran desconocidos para los inmigrantes de la clase obrera. A lo mejor la delicadeza de los bananos coadyuvó a poner­ los al alcance económico de las clases obreras, dando lugar a un mercado de descuento para los de calidad inferior. Conocidos como ship ripes (maduros del barco) o dock fr u it (fruta del muelle), los bananos sobremaduros y/o de otra manera de baja calidad se vendían con descuento a los minoristas, quienes luego los venderían en las calles de los barrios humildes. Los bananos también se incorporaron en la dieta de las clases medias, durante una era en la que los autores de los libros de cocina y los manuales de economía doméstica promovían el consumo de frutas y verduras. Por ejemplo, M aría Parola decía a sus lectores en 1882 que las frutas frescas eran “muy necesarias para mejorar la salud”, y recomendaba manzanas, higos, dátiles y bananos.89 En otro manual para amas de casa de 1890, Fruits and How to Use Them, la autora, Hester M . Poole, elogia las frutas en una época 88

Ibid.

89

Jenkins, Bananas: An American History, 80.

80

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i

: E L N A C IM IE N T O TR A SN A C IO N A L D E LA C ULTU RA D E L BANANO

en la cual “una concentración grande amenaza a la sociedad — ya sea esta en la vida social, en la riqueza o en el alimento— ”.90 Al citar datos científicos relacionándolos con valores nutritivos, Poole observaba que una dieta de frutas y de granos era superior a una basada en proteínas y grasas animales. Ella también criticaba la costumbre de bañar la fruta en azúcar y crema, como práctica poco saludable; en su lugar instaba a apreciar los “sabores naturales compuestos hábilmente por la gran química elaborada en el propio laboratorio de la naturaleza” . Según Poole, el banano era “la más importante de todas las frutas” . Antes de proporcionar una docena de recetas elaboradas con banano, Poole elogiaba la productividad de la planta y el razonable precio al por menor de la fruta, su facilidad de preparación, y su disponibilidad a lo largo de todo el año. La mayoría de las recetas mostraba el banano como un artículo para el desayuno, o en algún postre azucarado, tal como buñuelos de banano, bananos al hom o, pudín de banano o pastel de banano. N o obstante la preocupación de la autora por las comidas calóricas, la mayor parte de las recetas también incluye productos lácteos cargados de grasas, tales como crema y mantequilla. Otras recetas publicadas en ese mismo período, com ­ binaban azúcar, huevos y/o productos lácteos.91 M aria J. Lincoln, directora de la Escuela de Cocina de Boston, publicó recetas para hacer helado de banano, ensalada de frutas de banano, banano Charlotte y Nieve tropical, un postre que llevaba naranjas, coco, jerez, jugo de limón, azúcar pulveri­ zada y bananos rojos. Pero la manera más popular de comer bananos — como fruta fresca sin elaboración— aparecía raramente en los libros de cocina. De hecho, algunas publicaciones de finales del siglo x ix advertían que era mejor no comer los bananos crudos: “En los países de donde proviene el banano, solo las va­ riedades más delicadas se comen crudas; los bananos que son traídos hasta nuestros mercados no pueden ser comidos con toda seguridad sino hasta que hayan sido cocinados” .92 Muchos nutricionistas y médicos expresaron

90

Poole, Fruits andH ow to Use Them, 10.

91

Para recetas, véanse The Boston Cooking School Magazine (jun.-jul. 1897): 47-48; Lincoln, Boston Cookbook, 391; Moritz y Kahn, The Twentieth Century Cookbook-, lOth ed.; y Berry, Fruit Recipes, 250-259.

92

The Boston School o f Cooking Magazine 2, no. 5 (feb.-mar. 1898): 299.

81

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su preocupación por incluir los bananos en la alimentación de los bebés. Una fuente recomendó que a los niños les dieran bananos picados o en puré para facilitar la digestión; otros recomendaban cocinar los bananos para los niños, a menos de que la fruta estuviese muy madura y con la piel negra. En el siglo xx, las preocupaciones por la digestibilidad del banano seguían siendo suficientemente importantes como para incitar a la United Fruit Com pany a imprimir libretos de instrucciones explicando cómo determinar la madurez de los bananos. Aunque los nutricionistas comparaban a menudo el banano con la papa en términos de contenidos nutricionales, la noción de cocinar bananos o plátanos verdes no se consolidó en los Estados Unidos. En con­ traste con lo que ocurría en muchas de las cocinas de El Caribe, el banano entró en las dietas de los e e . u u . como una “fruta suavemente dulce”.93 El alza p er capita del consumo de banano en los Estados Unidos coin­ cidió con el declive en los tipos de bananos importados. Por lo menos cua­ tro variedades alcanzaron los mercados de Nueva York y de Filadelfia en la década de 1880. Un artículo de cocina de 1885 explicaba a sus lectores que muchas de las mejores variedades de bananos no llegaban a Nueva York porque “las personas perezosas e ignorantes que viven donde se cultivan los bananos no piensan en cultivar las mejores variedades para hacer buen negocio” .94 Un anuncio de café de Arbuckles de 1889 indicaba que “hay dos clases [de bananos], el amarillo y el rojo. El último se considera el mejor, y su temporada es a partir de septiembre; la estación para los amarillos es a mediados de octubre” .95 La receta del postre denominada “Nieve tropical” incluía bananos rojos, una indicación de que estaban disponibles para la compra y eran altamente valorados por los epicúreos. Inclusive en 1905, en Portland, un comerciante radicado en Maine llevaba regularmente bananos rojos y los vendía al doble del precio de los bananos amarillos.96 Sin embargo, hacia la década de 1890, la gra,n mayoría de bananos que se importaron a los e e . u u . eran “de la variedad amarilla”, es decir, Gros 93 Véase “The Banana Supply o f New York”, 422. 94 The Cook: A Weekly H andbook o f Domestic Culinary Are for All Housekeepers (8 jun. 1885), citado enjenkins, Bananas: An American History, 14. 95 “Subjects on Cooking, no. 26”, 1889, National M useum o f American History ( n m a h ), E E .U U . Warshaw Collection, Food, box 1, folder “Arbuckles coffee”. 96 Hannaford Bros. (Portland, Maine), Price Sheets, Food, box 8, folder “Hannaford Bros. C o” .

82

1903-1905,

nmah

,

Warshaw Collection,

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Michel.97 Los consumidores de bananos gozaban del sabor, de la variedad, del aroma y del color de la piel de los bananos, pero las referencias a otras variedades encontradas en los recetarios y revistas populares sugieren que no solamente los valores estéticos explican el renombre del Gros M ichel en los mercados de exportación. Los intereses y los deseos de los exportadores y distribuidores de la fruta desempeñaron un papel importante en la deter­ minación de la preeminencia del Gros Michel. Los exportadores elogiaban el Gros Michel por su piel gruesa, que resiste los golpes, y porque sus racimos simétricos y apretados facilitan el embalaje eficiente en las naves (antes de 1960 se exportaban los racimos enteros del banano con el acolchado m íni­ mo). La fruta Gros Michel posee un período largo de maduración, suficiente como para aumentar la probabilidad de que llegue a su destino en buen estado. Los exportadores también valoraban los racimos grandes de bana­ nos: cuanto mayor era el número de “manos” en un racimo, más alta era su categoría y, por lo tanto, su precio en el mercado. A finales de la década de 1880, un racimo con siete o más manos era considerado de primera calidad. Hacia la década de 1890, las mayores empresas importadoras, entre ellas la Boston Fruit Company, cambiaron las categorías de calidad; ahora, el racimo de primera calidad debía poseer ocho o nueve manos. El énfasis en el tamaño del racimo favoreció la variedad Gros Michel, que tendía a pro­ ducir racimos grandes. La correspondencia enviada por el ejecutivo Andrew Preston, de la Boston Fruit Company, a sus agentes en Jam aica durante la década de 1890, revela gran interés en definir y estandarizar la calidad de la fruta. En una carta de Preston de 1891 insistía en el tema de la calidad de la fruta: “Ya pasó el tiempo en que los importadores podían beneficiarse de la fruta delgada y ordinaria [...] y confío en que nuestra gente de Jam aica lo tendrá presente siempre” .98 Un año después, Preston reconoció que su énfasis en la calidad causaba tensión dentro de la compañía, pero rechazó bajar sus estándares:

97

Véanse Higgins, “Mhe Banana in Hawaii” , 42; Fawcett, “La industria bananera en Jamaica” ; y “H ie Banana Supply o f New York” , 423.

98

Andrew Preston a Loren Baker 19 dic. 1891, Lorenzo D ow Baker Papers, box VI, folder “AW Preston, 1891” , W. B. Nickerson Memorial Room, Cape C od Com m unity College, Barnstable, Massachusetts, e e . u u .

83

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Presumo que su gente [en Jamaica] piensa que somos nosotros quienes criticamos su selección [de fruta], mas nos manda la fuerza de la compe­ tencia — naturalmente de nuestros mejores clientes— , que nos conduce a desear la mejor fruta, asegurando que será difícil mantenerlos con una fruta de una calidad inferior que la ofrecida por nuestros competidores. Está claro que la compañía exitosa del futuro es la que controle el cultivo de su propia fru ta."

Preston creía que por medio de la integración de la producción, el transporte y la comercialización la compañía podía mejorar el control de la cantidad y calidad de la fruta que llegaba a los mercados de los e e . u u ., y de tal m odo disminuir los riesgos financieros de negociar con una mercancía delicada. En 1899, Preston desempeñó un papel central al hacer realidad su visión, ayudando a crear la United Fruit Company. Durante los próximos sesenta años, la fortuna de la United Fruit estaría unida a la Gros Michel, la variedad alrededor de la cual los mercados de consumidores norteameri­ canos formarían su concepto sobre lo que era un “banano” .

99

Andrew Preston a Loren Baker, 3 jun. 1892, Lorenzo D ow Baker Papers, box V I, folder “AW Preston, 1892-1898” .

C a p ít u l o 2

INVASORES DEL ESPACIO

Pero llegó el día en que, debido al agotamiento del suelo o a otra razón, una enfermedad invadió las fincas destruyéndolas casi totalmente, trayendo la ruina a los pequeños productores y convirtiendo a muchas comunidades en pueblos fantasmas que poco a poco dejaban sus habitantes. G o b ern ad or de A tlándda, 1929

¡Sí, no tenemos ningún banano! No tenemos ningún banano hoy Tenemos ejotes y cebollas, repollos y cebollina Y todas las clases de fruta y ¡a Tenemos el tomate de antañoy la papa de Long Island Pero sí, no tenemos ningún banano No tenemos ningún banano el día de hoy.1 F ran k Silver and Irving Cohn, 1923

En el original: “Yes, we have no Bananas!/ We have no bananas today/ WeVe string beans and honions, cabbahges and scallions/ And all kinds o f fruit and say j We have an oíd fashioned tomahto, Long Island potahto/ But yes we have no Bananas/ We have no bananas today”. N . de laT.

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En una noche fría de diciembre de 1910 en Nueva Orleans, Manuel Bonilla, el presidente depuesto de Honduras, se escabulló a bordo del yate privado de Samuel Zemurray, el cual estaba amarrado en el lago Pontchartrain.2 El yate llevó al expresidente a través del lago hasta el M ississippi Sound, en donde se había dado cita con un segundo barco que Bonilla había com­ prado con el dinero prestado por Zemurray. Acom pañado por un grupo de mercenarios armados, que incluían al General Lee Christmas y a Guy “ametralladora” Maloney,3 Bonilla se dirigió a la Costa Norte de Honduras. Un par de semanas después, la pequeña milicia de Bonilla llegó a la isla de Roatán. Desde allí lanzaron un ataque contra Trujillo, tom ando el control del puerto después de una resistencia mínima de los revestimientos. Poco después de eso los partidarios de Bonilla ocuparon el puerto de La Ceiba. La invasión ocurrió durante un período de inestabilidad política en H on­ duras: apenas tres años antes, las fuerzas nicaragüenses habían invadido Tegucigalpa y expulsado a Bonilla. Miguel Dávila asumió la presidencia, con la consecuencia de perder la mayor parte de sus colaboradores políticos cuando su gobierno firmó un tratado con los Estados Unidos, otorgándoles el derecho de supervisar los recibos de aduana hondureños.4 Zemurray se opuso al tratado por temor a que fuese el final de las exenciones de impuestos otorgadas a su compañía frutera. Además, la administración de Dávila le había arrendado el Ferrocarril Nacional — una vía dominante de transpor­ te para los exportadores de banano— a un rival de Zemurray. En cambio, cuando Bonilla era presidente, este le autorizó concesiones importantes de tierra y ferrocarril a Zemurray. N o es de extrañar, entonces, que él estuviese dispuesto a financiar la “invasión” de Bonilla.3 Con los rebeldes ocupando La Ceiba, Roatán y Trujillo, el presidente Dávila pidió ayuda a los Estados Unidos. Un buque de guerra de los e e . u u . entró en las aguas hondureñas e im pidió el avance de la fuerza dé Bonilla,

2

En el original: Sam “Banana Man” Zemurray. N . de la T.

3

En el original: Guy “Machina G urí’ Maloney. N . de laT.

4

El tratado representó parte del intento de Dávila por asegurarse un gran préstamo del grupo banquero internacional dirigido por J. P. Morgan.

5

La Vacarro Brothers and Com pany recibió cinco concesiones durante el primer período pre­ sidencial de Manuel Bonilla (1903-1907). Taracena Arrióla, “Liberalismo y poder político”, 209-210.

86

C A PÍTU LO 2 : IN VASO RES D E L ESPACIO

mientras simultáneamente mantuvo las fuerzas del gobierno a raya. Dávila ofreció su renuncia con la condición de que los Estados Unidos arbitraran un acuerdo entre las facciones políticas. Las negociaciones, realizadas a bordo del U.S.S. Tacoma, culminaron con el nombramiento de Francisco Bertrand como presidente interino. El nombramiento de Bertrand era una victoria para los opositores de Dávila y facilitó el triunfo de Bonilla en las elecciones presidenciales celebradas en noviembre de 1911.6 Ese mismo año, la United Fruit vendió sus intereses sobre la Cuyamel Fruit, y Zemurray incorporó a su compañía con un capital inicial de cinco millones de dólares. Estas maniobras legales en Honduras y los Estados Unidos prepararon el camino para una verdadera bonanza de concesiones aprobadas por Bonilla durante su primer año en el gobierno. Zemurray aseguró dos concesiones en marcha, que incluyeron un arriendo de 10.000 hectáreas de tierra más los derechos a desarrollar las instalaciones portuarias de Omoa. En abril de 1912, Bonilla aprobó una concesión del ferrocarril a nombre del ejecutivo Hillyer V. Rolston, de la Cuyamel Fruit Company. Dos meses después, Rolston transfirió la concesión a Zemurray, quien en 1913 pasó la concesión a la Tela Railroad Company, una subsidiaria de la United Fruit Company. La transferencia representó la recompensa por el apoyo financiero que la United Fruit le había dado a Zemurray cuando entró la primera vez en Honduras. La United Fruit adquirió una segunda concesión del ferrocarril en 1913, a través de J. B. Cam ors, quien un año antes había asumido el control concedido originalmente al sindicato de Fairbanks, un grupo de inversionistas estadounidenses liderado por un hermano del anterior vicepresidente, Charles W. Fairbanks. Después de intentar consolidarse como empresa transnacional por más de una década, la United Fruit obtuvo dos concesiones importantes gracias a las maniobras políticas de M anuel Bonilla y Samuel Zemurray.7 Las concesiones del ferrocarril proporcionaron los medios legales a tra­ vés de los cuales las compañías fruteras de los e e . u u . establecieron su control 6

Para un recuento de las maniobras políticas que condujeron a Bonilla a la presidencia, véase Argueta, Bananos y política, 24-37. Sobre la presencia militar y diplomática de los e e . u u . en la región, véanse Coatsworth, Central America and the United States, 33-41; y Barahona, La hegemonía de los Estados Unidos en Honduras.

7

Dosal, Doing Business with the Dictators, 75-94; 116.

y

Kepner

y

Soothill, Banana Empire, 107-

87

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sobre extensas cantidades de recursos. La mayor parte de las concesiones otorgadas por los gobiernos hondureños de principios del siglo x x siguie­ ron una fórmula similar: a cambio de construir y poner en funcionamiento los embarcaderos, los ferrocarriles y las líneas de telégrafo, los concesiona­ rios recibían los derechos sobre la tierra, la madera, el agua y los recursos minerales, además de obtener exenciones sobre los impuestos y la renta.8 Por ejemplo, la Tela Railroad Com pany recibió 6.000 hectáreas de tierras nacionales (incluyendo los derechos sobre la explotación de la madera) por cada 12 kilómetros de ferrocarril construidos.9 En un vano esfuerzo por pre­ venir el m onopolio de la tierra por parte de las compañías, las concesiones repartieron las tierras nacionales en lotes alternos a lo largo de la línea del ferrocarril, de forma tal que el gobierno nacional conservara una propiedad entre cada porción (como si fuera un tablero de ajedrez). La concesión tam ­ bién le cedió a la Tela Railroad Com pany el m onopolio regional del trans­ porte, prohibiendo la construcción de líneas que entraran en competencia. Además de otorgarle generosas exenciones sobre el impuesto y la renta, en los materiales y el equipo de construcción importados, la concesión le dio a la compañía el derecho de emplear a trabajadores extranjeros. A cambio, la concesión obligaba a la compañía a construir y operar un ferrocarril desde el puerto de Tela hasta El Progreso, Yoro. El concesionario acordó transportar gratis a los empleados del gobierno hondureño y el correo. La duración del contrato era indefinida, pero el gobierno se reservó el derecho de comprar la infraestructura después de sesenta años.10 Si bien es cierto que la aprobación de las concesiones de Bonilla en 1912 representó una recompensa para Zemurray y sus amigos, también reflejó una práctica típica de los gobiernos hondureños durante muchos años, arraigada en las políticas económicas liberales de finales del siglo xix, las cuales crearon el marco para atraer a los inversionistas internacionales con abundantes concesiones. Para las elites hondureñas, los ferrocarriles

8

Véase, por ejemplo, el contrato de 1906 entre Bonilla y la Vacarro Brothers, Decreto 121 en L a Gaceta no. 2 (9 mayo 1906), 697.

9

Honduras, Congreso Nacional, Decreto No. 113 en L a Gaceta no. 3 (29 jul. 1912), 998.

10

Sobre las concesiones del ferrocarril, véanse Argueta, Bananos y política-, Flores Valeriano, La explotación bananera en Honduras; Karnes, Tropical Enterprise; y Kepner y Soothill, The Banana Empire.

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eran los lazos que atarían el Estado-nación, conectando la Costa Norte con el interior y generando el rédito para otros proyectos estatales. La concesión 1910 a la compañía Vaccaro Brothers estipuló que una línea de ferrocarril sería construida entre La Ceiba y la ciudad de Yoro; la concesión adquirida en 1912 por la Truxillo Railroad Com pany (otra subsidiaria de la United Fruit en Honduras) estableció que la compañía pondría en funcionamiento un ferrocarril desde el puerto de Trujillo hasta Juticalpa, Olancho. Desde allí, el gobierno esperaba poder extender la línea hasta Tegucigalpa. Expli­ cando su apoyo a la concesión de 1912, el Congreso Nacional declaró que “cuantos más ferrocarriles existan, más cultivaremos y exportaremos, dando esto lugar a la sana competencia” .11 N o todo el m undo estaba emocionado con las concesiones del ferro­ carril; así es como emergieron conflictos, acerca del derecho sobre la tierra, entre el Estado, las compañías fruteras, los especuladores de la tierra y los pequeños agricultores, muchos de los cuales carecían de títulos jurídicos sobre sus fincas. En febrero de 1905, Guillermo Streich, jefe de la Cuyamel Fruit, se quejó frente a los oficiales del gobierno en Tegucigalpa de que él tenía un “gran apuro” en seleccionar y examinar las tierras de acuerdo con los términos de su concesión. Agregaba: “no puedo esperar más para que el gobierno resuelva los títulos de propiedad pues debo comenzar a establecer fincas y la línea ferroviaria porque se agota la paciencia de los socios” .12 N o está claro si los partidos competentes resolvieron sus demandas ni cómo lo hicieron. Conflictos similares se presentaron como resultado de la concesión de 1912 otorgada a la Tela Railroad Company. A menos de tres semanas de que el texto del contrato apareciera en el expediente público, el M inistro de Agricultura de Honduras envió un telegrama a Héctor Medina, funcionario en La Ceiba, solicitando que suspendiera el proceso de catorce solicitudes de títulos pendientes. Ocho de los títulos se referían a tierras en el municipio de Tela, las cuales, al parecer, también habían sido demandadas por la Tela Railroad Company. La respuesta de M edina expresaba su preocupación por el error del gobierno al examinar y no titular adecuadamente las de­

11

Honduras, Procuraduría General de la República, Truxillo conX, 166.

12 William Streich, 6 feb. 1905, a n h , Gobernadores Políticos, Folio 40, leg. Notas, año 1905, departamento de Colón.

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CULTURAS BAN ANERAS: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y T R A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

mandas sobre la tierra hechas en la región.13 A M edina le preocupaba que los “campesinos pobres” fueran despojados de sus tierras, e incitaba a que el gobierno enviara a un topógrafo que midiera y publicara los títulos para quienes no podían emplear a un topógrafo privado. Reconociendo la nece­ sidad de ubicar las tierras concedidas a las empresas ferrocarrileras, Medina le recordaba a su superior, con mucha diplomacia, que las propiedades en cuestión habían sido cedidas de antemano ya hacía algún tiempo. Por lo tanto, impulsaba el proceso para continuar titulando. Las dudas de Medina sobre la capacidad de los campesinos pobres para titular sus tierras fueron reiteradas por Ulises Meza Cálix en 1918. En un te­ legrama enviado al Ministro de Fomento, Cálix explicaba que se le acercaban con frecuencia pequeños agricultores, quienes desde hacía mucho tiempo querían titular sus tierras sin poder lograrlo, debido a los altos costos de los trámites (la titulación se tenía que hacer en la remota Tegucigalpa).14 Cálix recomendaba al gobierno central que permitiera que las oficinas regionales titularan las propiedades que no excediesen las 25 hectáreas. Un telegrama enviado al Ministro de Fomento ese mismo año confirmaba las preocupa­ ciones de Cálix. Escribiendo desde San Francisco, Atlántida, Jesús A. Ballestrosa contaba que representaba a setenta familias, que por ocho años habían ocupado tierras nacionales. Las familias cultivaban más de 400 hectáreas de bananos y otras cosechas, que incluían maíz, frijoles y arroz. Sin embargo, la Vaccaro (Standard Fruit) intentaba desalojarlos de estas tierras, una ac­ ción que Ballestrosa consideraba “ineficaz e injusta, puesto que la tierra no se incluye en sus títulos, y además nosotros hemos estado pagando alquiler durante el tiempo que hemos ocupado estas tierras”.15 El telegrama no ex­ plícita la personería jurídica de la tierra, pero el uso de las palabras ocupantes y ocupación sugiere que las familias no poseían arriendos o títulos escritos. Los conflictos y la confusión sobre los títulos de la tierra persistieron durante el siglo xx. En 1923, el Congreso Nacional pasó una medida tem­ poral que prohibía la transferencia de tierras nacionales a terceros. Según el 13

Héctor Medina al Ministro de Fomento, General M . B. Rosales, 17 ago. 1912,

anh

,

leg.

Ministerio de Gobernación, 1886-1915. 14

Ulises Meza Cálix al Ministro de Fomento, 11 feb. 1918, a n h , leg. Correspondencia telegrá­ fica, 1918.

15

Jesús A. Ballestrosa al Ministro de Fomento, 7 mar. 1918, gráfica, Atlántida, 1918.

90

anh

,

leg. Correspondencia tele­

C A PÍTU LO 2 : IN VASO RES D E L ESPACIO

cónsul de los e e . u u ,, Roberto L. Keiser, el acto era una respuesta a la pro­ testa popular sobre la transferencia de tierras a los “intereses extranjeros” . Agregó que el efecto inmediato de la legislación sería poner fin a “una serie de actividades indeseables por parte de varias personas influyentes en el partido político dominante, en cuanto a la obtención de concesiones que inmediatamente se ponían a la disposición de los intereses extranjeros con beneficios desorbitados” .16 D os años después, la legislación separaría las tierras nacionales para parcelas familiares (lotes de familia), respondiendo a las numerosas demandas de los ocupantes ilegales. El 10 de septiembre de 1925, un funcionario del Ministerio de Gobierno radicado en La Cei­ ba, Melecio Zelaya, se quejaba de que los esfuerzos de las empresas “para evitar que los trabajadores hondureños ocuparan propiedades, daba lugar a dificultades y quejas entre unos y otros, pues todos alegaban derechos, lo cual ocasiona trabajo y da lugar a interpretaciones torcidas”.17 Pidió la creación de una comisión de gobierno dirigida por un “ingeniero de reco­ nocida honradez”, para realizar una inspección sobre la tenencia de la tierra y para saber “verdaderamente” cuáles tierras pertenecían a la nación y “sobre todo” cuáles estaban en posesión de “las compañías extranjeras” de forma realmente legal. En el m ismo mes, Zelaya recibió quejas de la Tela Railroad Company de que “muchos individuos” ocupaban sus tierras cerca de Tela.18 Én Yoro, un agente de la Cuyam el Fruit Com pany prohibió a residentes establecer sus milpas en un lugar conocido como La Laguneta.19 El alcalde de El Negrito, Vicente Nolasco, explicó que los campesinos de La Laguneta habían trabajado la tierra por más de veinte años, y solicitaban el apoyo del gobierno nacional para recuperar “nuestros derechos”. En este caso, verificar las líneas divisorias de las propiedades era complicado, por el hecho de que los registros se habían quemado en un incendio.20 16

Robert L. Keiser al Departamento de Estado, 26 feb. 1923, U .S. State Department, Internal Affairs o f Honduras, 1910-1929 microfilm rollo 41, 815.52/10.

17

Melecio Zelaya al Ministro de Fomento, 10 sep. 1925, tenía carátula).

18

Melecio Zelaya al Ministro de Gobernación, 27 sep. 1925, a n h , leg. Telegramas de Atlántida, jul.-sep. 1925.

19

Sabiro Tinoco al Ministro de Fomento, 6 abr. 1925, de Yoro 1925.

anh

,

leg. Correspondencia telegráfica

20

Sabiro Tinoco al Ministro de Fomento, 11 abr. 1925, de Yoro 1925.

anh

,

leg. Correspondencia telegráfica

anh

,

leg. Telegramas (este legajo no

91

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Después de seis meses de viajes a través de la Costa Norte, en 1930, Ra­ fael Barahona concluyó que la necesidad de examinar las tierras nacionales en la región era una cuestión de “importancia trascendental”.21 Y sugirió que se pidiera a “todas las compañías de banano” colocar marcadores de límites estables y visibles a una distancia de 100 metros, para indicar las extensio­ nes de sus propiedades. Entonces “una comisión honorable y competente” debía ser establecida para verificar los marcadores de estas sociedades. La medida, agregaba Barahona, beneficiaría al tesoro nacional y a los peque­ ños agricultores, pues proporcionaría una base clara para determinar los impuestos territoriales y los honorarios de alquiler. Las concesiones del ferrocarril, por lo tanto, provocaron un número considerable de conflictos entre los pequeños agricultores y las compañías fruteras. La incapacidad y/o el desgano del gobierno nacional para condu­ cir las inspecciones sobre la tenencia de la tierra sirvieron solamente para exacerbar las tensiones y dejar a los funcionarios locales y regionales en la torpe posición de suspender los procedimientos de titulación que involu­ craban las porciones demandadas por las compañías fruteras, gracias a los términos de sus concesiones. Por supuesto, el hecho de que las compañías contrataran abogados en Tegucigalpa para representar sus intereses aseguraba que se llevaran la victoria en la mayoría de los conflictos de tierras con los agricultores radicados en las zonas bananeras. Dicho esto, los conflictos de tierras resultaron, en parte porque los ferrocarriles agregaron valor a los lu­ gares por donde pasaban, conectando áreas de producción con los mercados potenciales. Entre los generosos términos de las concesiones del gobierno y los especuladores de tierra que buscaban beneficios a corto plazo, había poca necesidad de que las compañías fruteras recurriesen a la intimidación para asegurarse los recursos naturales necesarios para ampliar su producción. Después de un año de adquirir su concesión ferrocarrilera, la Tela Rail­ road Com pany contrató a quinientos trabajadores e importó los materiales de construcción al puerto de Tela.22 Antes de 1915, la mano de obra de la compañía había puesto más de 75 kilómetros de vías principales y secun­

21

Rafael Barahona M . al Ministro de Fomento, Agricultura, Obras Públicas y Trabajó, 9 feb. 1930, a n h , leg. N otas varias, correspondencia del departamento de Atlántida.

22

Gobernador Político de Atlántida, “Informe del año económico del departamento de Atlán­ tida 1913”, 17 oct. 1913, 6 , a n h , leg. Informes al Ministro de Gobernación, 1913.

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darias, y había sembrado 725 hectáreas de tierra con bananos.23 Ese año, las cuadrillas de descombro talaron unos 20 kilómetros de bosque. A] extender la línea principal hacia el suroeste, en dirección al río Ulúa, los trabajadores encontraron un mosaico de bosques (incluyendo maderas duras, palmas de manaca y bambú), tierras pantanosas y fincas de bananos de particulares.24 Una línea secundaria funcionó al este de Tela, hacia el valle del río Leán, donde los trabajadores crearon fincas en las propiedades que los topógrafos de la compañía habían descrito como bosque “frondoso”, “virgen”, y con “grandes árboles y bambú” .25 La transformación del bosque en fincas de banano comenzaba cuando los agrimensores seleccionaban y demarcaban un área para sembrar. Los trabajadores por contrato cortaban el m onte bajo y los arbustos pequeños con machetes, mientras que otros trabajadores cavaban zanjas de drenaje. Los suelos bien drenados eran considerados esenciales para la producción del banano de exportación, particularmente en el pesado suelo de arcilla, común en la C osta Norte. En la década del veinte, la United Fruit C om ­ pany utilizaba palas mecánicas para excavar los canales, pero las zanjas de irrigación y de drenaje instaladas a través de las fincas fueron cavadas a mano por paleros. Después de esto, la finca se estacaba y sembraba con rizomas de 1 a 2 kilos de peso, seleccionados de muestras vigorosas de Gros Michel que crecían en otras fincas. A continuación, trabajadores con hachas y sierras comenzaban el pe­ ligroso trabajo de talar los árboles grandes que hasta ese punto quedaban. Parados en un barbichú, una plataforma elevada erigida en la base de un árbol, los trabajadores cortaban los troncos donde se ponían más delgados. Los equipos de tala cortaban el árbol hasta que comenzaba a ceder, momento

23

Gobernador Político de Atlántida, “Informe del año económico, 1914-15”, sep. 1915, 8-10, , le g . 1914.

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24

La descripción del paisaje se basa en datos pertenecientes a 26 plantaciones incluidas en un estudio de suelos de la United Fruit. Prescott, “Report on the Examination ofTropical Soils”, 342-411. La biblioteca Robert H . Stover de la f h i a (La Lima, Honduras) tiene copia de este informe no publicado. También véanse los siguientes mapas, archivados en la U .S. Library o f Congress M ap and Geography División (Washington, D C ). Zanonni, 1935; Tela Rail­ road Company, “General División M ap”, 17 mar. 1948; y Tela Railroad Company, “M ap o f Railroad Lines: Tela y Cortés Divisions”, 10 ago. 1950.

25

Prescott, “Report on the Examination ofTropical Soils”, 354-378.

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en el que saltaban de la plataforma para evadir el tronco que caía;26 Mientras el árbol caía a tierra, este tiraba de las lianas o bejucos tejidos a través de la corona del bosque. Estás lianas tiradas a menudo halaban hacia abajo las ramas adicionales e incluso árboles enteros, que podían caer bruscamente sobre un trabajador. Los troncos permanecían en medio de la finca, en donde se deterioraban rápidamente por el ambiente húmedo y caliente. A veces las compañías fruteras exportaban maderas preciosas a los Estados Unidos, mientras los trabajadores apreciaban los troncos de guanacaste para la fabricación de canoas.27

Foto 2.1. Desescombrando un bosque en Costa Rica (años veinte). United Fruit Company Photograph Collection. Baker Library, Harvard Business School.

26

Este era ei proceso utilizado por los trabajadores de la Tela Railroad Com pany durante las décadas de 1940 y 1950, como lo describen José María Lara y José Almendares, entrevistas, ago.-sep. 1995. Para evidencia fotográfica de los años veinte, véasela United Fruit Company Photograph Collection, Harvard University, Baker Library, Historical Collections ( e e . u u .)

27

La Standard Fruit embarcó más de 4.400 trozos de caoba a Nueva Orleans en 1925 y 1926. James B. Stewart, 16 mar. 1927, United States National Archives at College Park, Maryland, e e . u u . ( u s n a ) , Archivos del Foreign Agricultural Service (Record Group 166), “Forestry Reports” , folder Consular Reports-Honduras.

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C A PÍTU LO 21 INVASO RES D E L ESPACIO

La extensión de los ferrocarriles de la Tela Railroad Com pany coincidió con la creciente producción de banano en el área: entre 1915 y 1920, las ex­ portaciones de Tela aumentaron de 1,2 millones de racimos a 4,6 millones.28 En 1921, la compañía manejó cincuenta fincas (cerca de 18.600 hectáreas de banano) unidas por más de 300 kilómetros de ferrocarril. Ese año, un agente consular de los e e . u u . llamó al puerto de Tela el “puerto bananero más grande de Honduras, y uno de los más grandes del m undo” .29 Para fi­ nales de la década, la línea principal de la Tela Railroad Com pany se amplió 64 kilómetros a lo largo de la ribera este del río U lúa.30 La tierra cubierta de “madera pesada y caña brava” , cerca de la ciudad de El Progreso, se con­ virtió en millares de hectáreas de fincas de banano y pastizales.31 Además, se excavaron 27.000 metros de canales de drenaje y se construyeron más de 13.000 metros de diques para proteger las fincas contra las inundaciones. En 1928, el departamento de El Progreso producía 8,5 millones de racimos de bananos.32 Cuando el botánico norteamericano Paul Standley visitó la región de Tela, entre noviembre de 1927 y marzo de 1928, describió un paisaje radi­ calmente transformado por la industria bananera: Prácticamente toda la tierra dentro de esta área que sirve para ese propósito está cubierta con plantas de banano, que, siendo hermosas al estar planta­ das de una en una o en cantidades moderadas, llegan a ser excesivamente monótonas cuando forman plantaciones que alcanzan muchas millas.33

28

S. L. Wilkinson, “Banana Industry and General ReviewofTela District”, 5 jun. 1921, u s n a , Foreign Agricultural Service, “Narrative Reports, 1904-1939”, box 343, folder Fruits.

29 Wilkinson, “Banana Industry and General Review ofTela District” . 30 J. B. Castro Banegas, "Informe del año económico, 1927-8”, 18 sep. 1928, Apéndice 1, a n h , leg. Ferrocarril Nacional, jul. 1928-ago. 1929. 31

La compañía tuvo más de 14.000 hectáreas sembradas de banano junto con 3.000 hectáreas de pasto. Ministro de Fomento, Memoria de Fomento, Apéndice, “Report o f the Tela Railroad Company” (15 ago. 1930), 55. Un informe de 1928 detalló que las tierras de la Tela Railroad Company en el departamento de Yoro ascendían a 19.878 hectáreas. Véase José B. Macedón, “Cuadro que demuestra el número de agricultores y ganaderos matriculados 1927 a 1928”, 31 jul. 1928, a n h , leg. Ferrocarril Nacional, jul. 1928-ago. 1929. Véase también “Informe de la Tela Railroad Company” en Ministro de Fomento, Memoria de Fomento, Obras Públicas, Agricultura y Trabajo 1927-1928, 111-119.

32 J. B. Castro Banegas, “Informe del año económico, 1927-1928”. 33 Standley, “The Flora o f Lancetilla”, 8-49.

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Fig. 2.2. Una finca de banano Gros Michel, valle de Sula, Honduras (años veinte). United Fruit Company Photograph Collection. Baker Library, Harvard Business School.

También observó varios pastizales extensos, en donde el ganado, los ca­ ballos y las muías pastaban en hierba de Guinea; así como muchos guamiles, tierras abandonadas en donde crecían especies del bosque joven: “Casi por todas partes a lo largo de la línea del ferrocarril de Tela, a menos de pasar por pantanos o por bosques que crecen en terrenos pantanosos, uno no ve nada sino bosque secundario en crecimiento y plantas de banano”.34 Standley puso en contraste la rica diversidad biológica encontrada en las tierras inclinadas de Lancetilla, el jardín experimental de la United Fruit, con la reducción radical de la diversidad de plantas en las fincas bananeras: “don­ de crecen los bananos no hay otra vegetación de interés para el botánico” . Visto con los ojos del botánico, los grupos de plantas más interesantes se encontraban precisamente donde no cultivaban bananos: Entre las plantaciones de banano están las grandes áreas inadecuadas para su cultivo. Estas consisten, cerca de la costa, en anchos humedales y densos

34

96

Ibid., 18. El bosque secundario eran plantas herbáceas “agresivas” no encontradas en bosques maduros. Las plantas boscosas incluían la garuma pálida (Cecropia), balsa (Ochroma) y zarzahueca (Byttneria).

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bosques de terreno pantanoso [...]. La más espectacular de estas inusitadas áreas es el gran pantano deToloa, al cual lo cruza el ferrocarril mientras se va de Tela al río Ulúa. Es, como muchos otros pantanos de Centroamérica, un lago bajo con una abundancia de plantas acuáticas y tal profusión de pájaros como se ven solamente en las zonas tropicales.35

Las observaciones de Standley, aunque no son enteramente sorpren­ dentes para un biólogo de cam po con una fascinación demostrada por las plantas tropicales, representa una visión de las zonas tropicales que contrasta con las ofrecidas por los escritores populares, los funcionarios de la salud pública y las compañías bananeras, quienes subrayaban la insalubridad in­ herente de los ambientes tropicales de las tierras bajas. Desde la perspectiva de Standley, los humedales eran ricos depósitos de diversas formas de vida, no “pantanos pestilentes” que necesitaban drenaje. Cuando el ornitólogo Jam es Peters visitó la misma área algunos meses después, los trabajadores de la Tela Railroad Com pany ya habían comen­ zado a excavar un canal para drenar una porción importante del pantano de Toloa, el m ismo que había cautivado a Standley.36 Peters describió así el cambio ecológico a corto plazo que él observó en el área: [M] ucha de la vegetación ya ha muerto y las inundaciones han depositado grandes cantidades de sedimento, dando por resultado una amplia exten­ sión de planos de fango entremezclados con piscinas de agua estancada. En tales situaciones las aves acuáticas de todas las clases abundan. Nunca en mi experiencia había visto tal cantidad de garzas o ibises, como los reunidos en ese lugar para su alimentación. Pero esto no puede durar más

35

En áreas pantanosas-boscosas, el Pterocarpus belizensis predomina entre los árboles. Bactris minor, una palmera espinosa, formaba “matorrales impenetrables”. La espinosa zarzaparrilla (.Smilax ornato) también era común. En los espacios donde el sol entraba, la Montricbarida o Heliconia M ariae crecía. Los árboles de pantano incluían grandes cantidades de Erythrina glauca, Licania hypoleuca y L. platypus\ en zonas pantanosas con musgo, la vegetación acuática incluía totora ( Typha), el arroz silvestre (Oryza latifolid), Panicumgrande, y cañas (Phragmites). Juncos similares al papiro (Cyperusgiganteus), hibiscos y “colonias extensas” de talía también se presentaban en los pantanos. Plantas flotantes incluían la lechuga de agua (Pistia), salvinía, azolla, lenteja de agua (Lemna y spirodela) y litios de agua (Nymphaeá). Las palmeras cohune estaban “por todas partes”. Standley, “The Flora o f Lancetilla”, 12.

36

Peters, “An Ornithological Survey in the Caribbean Lowlands o f Honduras”, 397-399.

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q u e a co rto p lazo, p u es even tu alm en te estos p la n o s y áreas h ú m e d a s serán d re n ad o s y se m b ra d o s to talm e n te co n b an an o s.37

Irónicamente las operaciones de drenaje proporcionaban un efímero refugio para las aves acuáticas, aunque el producto final de la transformación — una plantación de banano— no fuera el mejor hábitat para la mayoría de las formas de vida aviar.38 El ornitólogo también visitó la laguna de Toloa, en donde vio pájaros milanos caracoleros que habitaban en un paisaje de hierbas de pantano que se alternaba con áreas abiertas cubiertas de agua. Con el tiempo, m ucha de esta zona también sería drenada por la empresa bananera.39 La extensión de las fincas bananeras de exportación, por lo tanto, alteraba los bosques y los sistemas hidrológicos locales. Los cambios ambientales que ocurrieron en el valle de Ulúa no fue­ ron los únicos. En 1915, la United Fruit inició una segunda e importante operación de construcción del ferrocarril en el departamento de Colón. En contraste con otras partes de las tierras bajas de El Caribe, Colón no había sido un centro de producción bananera en el siglo xix. Su actividad agrícola, antes de la década de 1910, consistía en la producción en pequeña escala de cocos, caucho, plátanos, yuca, tubérculos y granos. Un puñado de terratenientes prósperos cerca de Trujillo mantenía varios cientos de hectáreas de pasto para ganado. Aunque los cortadores de caoba trabajaron en la región por más de un siglo antes de la llegada de la United Fruit, su actividad se restringía a las riberas del río Aguán. U na investigación del go­ 37

Ibid., 398-399.

38

La expansión de las plantaciones bananeras cerca de Limón, Costa Rica, provocó comentarios similares por parte de los naturalistas: “M uy pocas aves del bosque frecuentan las plantaciones de bananos, y con la destrucción del bosque se repliegan o incluso desaparecen del todo”. Véase Biología Centrali-Americana, 38.

39

Mapas que datan de mediados de la década de 1920 y de 1933 delinean a la Laguna de Toloa con casi la mitad del tamaño de la cercana Laguna de los Micos, pero considerablemente más grande que la Laguna Tinta (localizada al este de la desembocadura del Ulúa). Sin embargo, un mapa de la compañía de 1948 muestra una mucho más reducida Laguna de Toloa, la cual ocupa aproximadamente un cuarto del área tomada por la Laguna Tinta. El canal Tinto-Martínez se muestra como si conectara la Laguna Toloa con el mar. Los mapas contemporáneos de Atlántida y Yoro ya no delinean la Laguna Toloa. Véanse Anón, “Honduras”; Instituto Panamericano de Geografía e Historia, “Honduras” 1933; Tela Railroad Company, “General División M ap”, 17mar. 1 9 4 8 y “M ap ofRailroad Lines: Tela and Cortés Divisions” , lOago. 1950; e Instituto Geográfico Nacional, “Departamento de Atlántida” y “Departamento de Yoro”, 1985.

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bierno en 1911 sobre el valle Aguán describió “grandes bosques” llenos de “maderas preciosas y de plantas medicinales” .40 O tra fuente del gobierno describió bosques de “gran fertilidad”, atravesados por ríos y corrientes de “aguas claras cristalinas” .41 Los primeros cálculos hechos por los topógrafos de la United Fruit predijeron que las extensas zonas de la región de “suelo virgen” rendirían hasta 20 millones de racimos de bananos anualmente.42 Hacia 1920, los trabajadores habían puesto 86 kilómetros de la línea principal del ferrocarril que se extendía de Puerto Castilla (cerca deTrujillo) hasta un campo pequeño de trabajo situado en el bajo Aguán.43 Las fincas bananeras de la compañía cubrían más de 2.000 hectáreas. Ocho años des­ pués, los monocultivos de Gros M ichel ocupaban casi 13.000 hectáreas, y el pasto 3.500 hectáreas adicionales.44 Un periodista describió el paisaje desde el tren de la compañía en 1927 como “una plantación inmensa” .45 Los sistemas de irrigación proveían cerca de un tercio de las fincas con agua de los ríos Aguán, Bonito, Cuaca, M am é y San Pedro.46 Entre 1922 y 1928, las exportaciones del banano subieron de 1,1 a 7,6 millones de racimos. Durante esta fase de expansión, la Truxillo Railroad Com pany descombró la cantidad de madera suficiente como para que sus empleados especularan acerca del nexo que había entre la extensa tala de árboles y una serie de se­ veras sequías que golpearon la región del valle del Aguán.47

40

Salvador Crespo, “Departamento de Colón: Importante reseña del Señor Gobernador Polí­ tico”, Boletín de Fomento 1, no. 2 (ene. 1912): 317.

41 Gobernador Político de Colón, “ Informe del año económico”, 20 sep. 1915, a n h , leg. 1914. Winfield H . Scott, 11 sep. 1926, 1904-1939, folder Fruits.

u sn a ,

Foreign Agricultural Service, Narrative Reports,

43

Ramales conectaron a Puerto Castilla con Trujillo y la aldea de Aguán. Gregorio Aguilar, “In­ forme”, 15 oct. 1920, a n h , leg. Informes délos gobernadores políticos, varios departamentos, 1919-1920.

44

E. Evans, 27 ago. 1925, u s n a , Foreign Agricultural Service, Narrative Reports, 1904-1939, Honduras, folder Fruits.

45 Diario del Norte, 13 oct. 1927, 6. 46 Winfield H . Scott, “The Use and Methods o f Irrigation in the Puerto Castilla Consular District”, 26 jul. 1926, u s n a , Foreign Agricultural Service, Narrative Reports, 1904-1939, Honduras, folder Land. 47

Winfield H . Scott, “Review o f Commerce and Industries”, 11 oct. 1926, u s n a , Foreign Agri­ cultural Service, Narrative Reports, 1904-1939, Honduras, folder Fruits. Un geógrafo que estudió la región en la década de 1950 escribió que las empresas bananeras cortaron “bosques

99

CULTU RAS BA N A N ERA S: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y T R A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

La compañía también se extendió hacia el valle del río Negro, donde unas 10.000 hectáreas de “tierra virgen” fueron destinadas al cultivo en 1927.48 A inicios de los años treinta, la compañía tenía veintitrés fincas bor­ deando el río Negro, además de cuarenta propiedades ubicadas a lo largo del banco sur oriental del río Aguán.49 En total, la Truxillo Railroad Company controlaba casi 70.000 hectáreas de tierra en C olón.50 Las actividades de los dos principales competidores de la United Fruit en H onduras resultaron en transformaciones ambientales similares. El paisaje por el cual atravesó el ferrocarril de la Cuyamel Fruit Com pany era similar al encontrado alrededor de Tela. Saliendo del puerto de Om oa, el ferrocarril cruzó por muchos humedales y manglares, donde la planta her­ bácea gamolita, la caña de azúcar, el bam bú y los plátanos se mezclaban con variedades de plantas de banano.51 En los suelos aluviales mejor drenados había “numerosos árboles grandes” y “muchos bosques de bambú” .52 En 1913, la compañía realizó la construcción de 27 kilómetros de ferrocarril y puso otros 23 en construcción.53 En 1920, había 6.900 hectáreas de banano

inmensos” , tanto con propósitos de agricultura, como para obtener derivados de la madera. Véase Helbig, Areas y paisajes del noreste de Honduras, 84. 48

Winfield H. Scott, “Review o f Commerce and Industries for the calendar year 1926”, 14 mar. 1927 ,1 6 , u s n a , Foreign Agricultural Service, Narrative Reports, 1904-1939, Honduras, folder Fruits.

49

La cifra se deriva de un mapa de 1933 que no indica en cuántas de estas plantaciones cultiva­ ban banano en ese tiempo. Véase “Honduras: North Coast, Truxillo Railroad 42 Inch Gauge” . El mapa fue calcado por la U .S. Marine Corps, 9 oct. 1933. U .S. Library o f Congress, Geography and M ap División.

50

Este total incluye aproximadamente 43.000 hectáreas adquiridas a través de los términos de las concesiones del ferrocarril de 1912, y unas 26.500 hectáreas adicionales que fueron compradas a propietarios privados. Honduras, Truxillo conX, 63, 69.

51

M arbut y Bennett, “Informe de los terrenos” .

52

Las maderas preciosas incluían Santa María, tamarindo, naranjo, higüero, guayabo, chichipote, San Juan, jocote de mico, chino, palma manaca, guaruma y ceiba. Los bosques mostraban una densa vegetación en los bordes del río, la cual incluía epifitas y lianas como bejuco de agua, bejuco colorado y barbasco, además de variedades de zarzaparrilla. M arbut y Bennett, “Informe de los terrenos”, 156.

53

United States Military Intelligence División, Geographic Section 1928, “Sketch ofTerritory Showing Clashing Interests o f the United and Cuyamel Fruit Com panies, GuatemalaHonduras”, u s n a Cartography División, War Department M ap Collection, 91 Guatemala; y Gobernador Político de Cortés, “Informe del año económico”, 14 oct. 1913, A n h , leg. Informes al Ministro de Gobernación, 1913.

100

CA PÍTU LO 2 : INVASO RES D E L ESPACIO

en Omoa; un funcionario hondureño divulgó que tanto la compañía C u ­ yamel como los productores particulares habían limpiado “grandes áreas” de bosque para establecer sus fincas.54 En esa misma época, Sam Zemurray obtuvo una concesión m uy polé­ mica para administrar el Ferrocarril Nacional, que funcionaba desde Puerto Cortés hasta un punto al sur de San Pedro Sula.55 Poco después, dirigía la construcción de los ramales que unían varias zonas bananeras en el valle de Sula.56 Entre 1920 y 1925, las exportaciones de banano de Puerto Cortés aumentaron constantemente, pasando de 2,3 millones a 5,1 millones de racimos.57 Un observador atribuyó el auge, tanto al hecho de “plantar en tierras vírgenes recién descombradas” como a la conversión en fincas de banano de antiguas tierras agrícolas.58 En 1927, la Cuyamel Fruit C om ­ pany obtuvo el derecho de construir sistemas de irrigación a condición de no interrumpir el transporte fluvial, y de que los canales volvieran a sus “cursos naturales” . El uso del agua superficial fue gravado al índice anual de un dólar por hectárea; el agua subterránea estaba exenta de impuestos. En 1930, la compañía y sus subsidiarios regaron casi 6.300 hectáreas de tierra. Las compañías de Zemurray también construyeron sistemas de canales con

54

Luis Caballero, “Ram o de Agricultura: Cuadro numérico que demuestra las manzanas culti­ vadas en el departamento de Cortés, de las plantas que se expresan en las casillas siguientes”, 5 nov. 1920, a n h , leg. Informes de las gobernaciones políticas, varios departamentos, 19191920.

55

El contrato para manejar el Ferrocarril Nacional fue inicialmente otorgado a la Com pañía Agrícola de Sula y después transferido a la Cortés Development Company. Samuel Zemurray controlaba las dos compañías; varios empresarios de San Pedro Sula tuvieron acciones en estas empresas. Véanse Euraque, Reinterpreting the Banana Republic, 25-26; Argueta, Bananos y política: Samuel Zemurray y la Cuyamel Fruit Commpany en Hondurasy 43-45 y 103-116; y Kepner y Soothill, The Banana Empire> 123-130.

56

Albert H . Gerberich, “New Sugar Industry in Honduras”, 25 mayo 1920, u s n a , Foreign Agricultural Service, Narrative Reports, 1904-1939, Honduras, folder Sugar; y F. C . Zalazar y P. H . Meyers, “Plano general del Ferrocarril Nacional y M ata de Guineo y los subramales de Santiago, Travesía y Búfalo” (1:80,000), 1923, a n h , mapa suelto.

57

Raym ondFox, “Review o f Commerce and Industries for the Year and Quarter ending 1925”, 10 feb. 1926, u s n a , Foreign Agricultural Service, Narrative Reports, 1904-1939, box 343, folder Fruits.

58

Raymond Fox, “Excerpt from Commerce and Industries for Quarter ended 3-31-26”, 16 abr. 1926, u s n a , Foreign Agricultural Service, Narrative Reports, 1904-1939, Honduras, folder Fruits.

101

CULTU RAS BAN ANERAS: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y TR A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

el fin “de favorecer los desbordamientos” en los humedales para acumular capas de cieno que formaran suelos arables.59 En el departamento de Atlántida, la Vaccaro Brothers (Standard Fruit) supervisó la construcción de 155 kilómetros de ferrocarril entre 1910 y 1915.60 La línea principal de la compañía procedía del oeste de La Ceiba, a través de la estrecha llanura costera, hasta el valle del río Leán. Un observador describió el paisaje a través del cual el ferrocarril pasaba como “espléndidos bosques bien adaptados al cultivo de bananos y otros cultivos” .61 La exten­ sión del ferrocarril condujo a una subida concomitante de las exportaciones, de 2,7 millones de racimos en 1913 a 5,5 millones en 1919.62 H acia finales de los años veinte, los subsidiarios de la Standard Fruit controlaban unas 23.000 hectáreas de tierra en Atlántida.63 Además de bananos, la compañía cultivaba pasto, cítricos, cocos y caña de azúcar. Hacia finales de los años veinte, la producción del banano dominaba los principales valles de la Costa Norte. En 1929, un récord de 29 millones de racimos salió de los puertos hondureños, un volumen que excedía las ex­ portaciones combinadas de Colombia, Costa Rica, Guatemala y Panamá.64 Unos 1.500 kilómetros de ferrocarril, desde la frontera guatemalteca hasta el río Negro en La Mosquitia, unían las fincas bananeras a los principales puertos de la región, incluyendo Puerto Cortés, Tela, La Ceiba y Puerto Castilla. Los subsidiarios de la United Fruit poseían más de 160.000 hectá­ reas de tierra, incluyendo unas 30.000 hectáreas de banano y 6.000 hectá­

59

Véase “Agreement o f 29 jul. 1927 between the Government o f Honduras and the Cuyamel Fruit Company”, Tegucigalpa, a n h , leg. N otas varias, 1920-1930; “Informe de la Cuyamel Fruit Com pany y Cortés Development Company, 1930”, en Ministro de Fomento, Memoria 1930, 77-78; y Raymond Fox, “Report on Commerce and Industries”, 13 oct. 1927, u s n a , Foreign Agricultural Service, Narrative Reports, 1904-1939, Honduras, folder Fruits.

60

Gobernador de Atlántida, “Informe del año económico del departamento de Atlántida, 1913”, 6; e “Informe del año económico 1914-15” .

61

Gobernador Político de Atlántida, “Informe del año económico del departamento de Atlán­ tida, 1913”, 6.

62

“Annual Report on the Commerce and Industries o fth e Ceiba Consular District”, 4 abr. 1919, u s n a , Foreign Agricultural Service, Narrative Reports, 1904-1939, Honduras, folder Fruits.

63

Gobernador Ramón Rosa Figueroa y Abelardo R. Fortín, “Cuadro de agricultores del depar­ tamento de Atlántida durante el año de 1928”, jun. 1928, a n h , leg. 1922-1933.

64

Kepner y Soothill, The Banana Empire, 37.

102

C A PÍTU LO 2 : IN VASO RES D E L ESPACIO

reas de pasto. La Cuyamel Fruit Com pany tenía 55.000 hectáreas de tierra que incluían 22.000 hectáreas de banano, azúcar y coco. Los subsidiarios hondureños de la Standard Fruit poseían o arrendaban 23.000 hectáreas en el departamento de Atlántida, además de varias miles de hectáreas en Colón.65 Además de esto, las fincas de banano que no eran de las compañías ocupaban entre 10.000 y 12.000 hectáreas de tierra.

Fig. 2.3. Pastizales de la United Fruit Company, Tela, Honduras (años veinte). United Fruit Company Photograph Collection. Baker Library, Harvard Business School.

La rápida extensión de monocultivos de banano Gros Michel entre 1912 y 1930 transformó el paisaje de la C osta Norte. Las enormes exten­ siones de bosques húmedos-bajos dejaron lugar a los ferrocarriles, las plan­ taciones de banano, los pastizales y los asentamientos humanos (entre 1910 y 1935, la población hum ana de la región se triplicó, pasando de 65.048 a 198.836 personas).66 Los extensos sistemas de zanjas, drenajes, sistemas de riego, diques y canales de irrigación reformaron la hidrología de la región. 65

United Fruit Company, Annual Reports (1912-1930); “Informe de la Cuyamel Fruit Company y Cortés Development Company 1930”, 77-78; y Figueroay Fortín, “Cuadro de agricultores”.

66

Esta es la sum a del crecimiento poblacional para los departamentos de Atlántida, Colón, Cortés y Yoro. Para el mismo período, la población de Honduras casi se duplicó, pasando de

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La invasión del espacio por la industria bananera redujo indiscutiblemente la diversidad biológica. N o obstante, la imagen de un “mar de bananos” no debe ser tam poco llevada al extremo. Muchas zonas ecológicas, inclu­ yendo los pantanos, los manglares, las laderas y los cerros no se volcaron a la producción bananera. Extensas áreas de tierra se dedicaron a siembras de coco, pasto, caña de azúcar, maíz, frijoles y otras cosechas destinadas a la subsistencia y a los mercados locales. A inicios de los años treinta, por lo tanto, los principales valles aluviales de la Costa Norte consistían en millares de hectáreas de monocultivos de Gros Michel entremezclados con parcelas de mayor diversidad biológica. Los seres humanos no fueron los únicos organismos atraídos por la C osta Norte durante este período de rápido cambio. En algún momento, entre 1910 y 1915, los agricultores de banano comenzaron a notar hojas amarillas y marchitas en algunas de sus plantas de Gros Michel. Al cortar el tallo de la planta con un machete, los agricultores encontraron finos tejidos vasculares de un color entre púrpura y marrón, los cuales emitían un fuerte olor. Lo más importante era que las plantas enfermas producían generalmente una fruta de muy baja calidad, en caso de producirla.67 En 1916, agrimensores de la United Fruit Com pany detectaron la enfermedad en por lo menos dos fincas en su división de Tela.68 Tres años más tarde, un funcionario de los e e . u u . en La Ceiba reportó el “surgimiento de una enfermedad en la planta, que ha hecho destrozos, atacando algunas de las mejores plantaciones” .69 En 1922, los empleados de laTruxillo Railroad Com pany detectaron la enfermedad en Colón.70 A ese punto la noticia debió haberse difundido rápidamente a lo largo de la C osta Norte: la mata muerta o m al de Panamá, invadía las zonas bananeras. La enfermedad tom aba su nombre del lugar en donde por primera vez fue ampliamente observada: los agricultores de banano de la costa Atlántica

553.446 a 962.000. Dirección General de Estadísticas y Censos, Honduras en.cifras 1964. Tegucigalpa: Tipografía Nacional, 1965. 67

McKenney, “The Central American Banana Blight”, 750.

68

Prescott, “Report on the Examination ofTropical Soils”, 380-385.

69

“Annual report on the Commerce and Industries o f the Ceiba consular district, 1919”.

70

B. Nitkiowicz, “ Observations on Panama Disease Conditions in Cultivated Areas, Truxillo, Honduras”, United Fruit Company Research Bulletin 3 8 (ago. 1931).

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de Panamá divulgaron síntomas de que se estaban marchitando las plantas desde la década de 1890.71 U na década después, la enfermedad comenzó a causar serios problemas en la costa Atlántica de Costa Rica.72 En el momento en que los agricultores notaron por primera vez la enfermedad de Panamá en Honduras, brotes importantes ya habían ocurrido en Surinam (1906), Cuba (1908), Trinidad (1909), Puerto Rico (1910) yjam aica (1 9 1 1).73 En 1910, el investigador de los e e . u u ., Erwin F. Smith, aisló un hongo en teji­ dos finos enfermos del banano de Cuba, al cual llamó Fusarium cúbense,74 Sin embargo, ese mismo año, un científico del Ministerio de Agricultura de los e e . u u . en Panamá sugirió que el patógeno era una bacteria.75 Los científicos no se pusieron de acuerdo sobre la identidad del patógeno hasta 1919, cuando E. W. Brandes demostró que el hongo Fusarium oxysporum f. cúbense podía producir todos los síntomas característicos de la enfermedad bajo condiciones controladas. D os años después, los investigadores de la United Fruit en Panamá replicaron con éxito el experimento de Brandes, usando las plantas de banano Gros Michel.76 El origen geográfico del F. oxysporum es incierto, pero no hay duda que la actividad hum ana desempeñó un papel importante en la difusión del patógeno.77 El hongo fue introducido a los suelos de El Caribe y Centroamérica probablemente mucho antes del auge del banano de exporta­ ción. Observadores en Guyana británica, C uba y Surinam divulgaron que las variedades manzano y banano de seda — introducidas en las Indias del oeste antes de 1750— mostraban síntomas de la enfermedad de Panamá

71

Los nombres populares de la enfermedad incluían, en inglés: “banana blight” , “banana wilt”, “droop” , y “tired bananas”; en español: enfermedad delplátano, enfermedady mal de Panamá. Brandes, “Banana Wilt” .

72 Ashby, “Banana Diseases in Jamaica”; Claude Wardlaw, Diseases ofthe Banana, 15. 73 Stover, Fusarial Wilt, 3. 74 Erwin F. Smith, “A Cuban Banana Disease”, 755. 75

McKenney, “The Central American Banana Blight”, 750.

76

Prescott, “Diseases ofthe Banana”. Sobre la importancia de la investigación de Brandes, véanse Stover, FusarialW ilt, 12; y Wardlaw, Diseases ofthe Banana, 16-17. Sobre los experimentos de la United Fruit véase Mark Alfred Carleton. “N ote on the Fusarium Wilt Disease o f Bananas” , 663-664.

77 El primer relato publicado sobre la enfermedad proviene de Australia en1876. Ploetz y Pegg, “ Fungal Diseases o f the Root, Corm , and Pseudostem”, 143-158.

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antes de la extensión de los monocultivos de Gros Michel.78 La enfermedad también afectó a otras variedades de bananos que los agricultores en Pana­ má cultivaban históricamente como alimento y para som bra.79 Además de bananos, algunas plantas nativas, incluyendo la Heliconia, pudieron haber servido como huésped para la F. oxysporum en ambientes boscosos.80 Sin embargo, antes del incremento del comercio del banano de exportación, las epidemias fueron raras porque las “plantaciones eran pequeñas y dispersas”.81 Los mosaicos del paisaje conformados por pequeñas fincas y bloques de tierra libres de sembradíos de banano inhibieron el movimiento del pató­ geno y, por lo tanto, las poblaciones infectadas permanecieron aisladas.82 También, para los agricultores que sembraban bananos para obtener sombra y/o para el consumo casero, un par de plantas marchitas no podía generar mucha preocupación porque su sustento no dependía de maximizar la pro­ ducción de una sola variedad de banano. Pero cuando miles de personas despejaron los bosques y cultivaron el banano Gros M ichel para la expor­ tación, el significado de la planta y el del patógeno cambiaron de manera recíproca. La extensión de las fincas de banano de exportación transformó los ecosistemas, caracterizados por una alta diversidad de plantas y bajas den­ sidades de especies individuales en un agroecosistema de monocultivos de diversidad m uy limitada. Dentro de la finca, las altas densidades de clones de Gros Michel favorecieron la dispersión de la enfermedad de Panamá de planta en planta.83 A nivel regional, la deforestación de extensas tierras bajas, la instalación de canales de drenaje e irrigación, y la construcción del ferrocarril que llevaba consigo trabajadores, herramientas, animales y materiales, todo ello facilitó el movimiento del patógeno de una finca o otra. Finalmente, el tráfico constante de buques de vapor entre los puertos

78

Stover, FusarialWilt, 8-9.

79

Ashby, “Banana Diseases in Jamaica” , 107.

80

Stover, Fusarial Wilt, 11, 40.

81

Philip R. White, “A Disease and Evolution”, ScientificMonthly 31 (oct. 1930), 307.

82

Stover, Fusarial Wilt, 42.

83

Las enfermedades de hongos capaces de múltiples ciclos de infección en una única temporada de cosecha a menudo revelan una relación positiva entre la densidad de la planta y la incidencia de la enfermedad. Véase Mundt, “Disease Dynamics in Agroecosystems”, 277.

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bananeros de El Caribe facilitó el movimiento del patógeno a través de las fronteras nacionales. En suma, se puede ver el hongo patógeno como un invasor secundario vinculado a los cambios socioambientales provocados por la expansión de la industria bananera. Los agricultores y los gobiernos respondieron inicialmente a la epide­ mia, estableciendo cuarentenas y destruyendo las plantas enfermas.84 En Honduras, los jefes de la United Fruit ordenaron a sus trabajadores de cam ­ po aplicar un desinfectante a sus zapatos y herramientas.85 Irónicamente, uno de los problemas prácticos que enfrentaron los agricultores fue cómo eliminar eficientemente las plantas infectadas. La intensiva labor incluía sacar hacia fuera los rizomas y las raíces, machetear la planta en pedazos pequeños, y quemarla con grandes cantidades de combustible.86 A pesar de estas medidas, las compañías no pudieron prevenir que sus trabajadores no introdujesen por accidente los materiales infectados a las nuevas fincas. Es más, poco se podía hacer para evitar que las aguas de las inundaciones no difundieran el patógeno, lejos y de par en par. En 1916, la United Fruit contrató a Samuel Prescott, investigador del Instituto de Tecnología de Massachussets, para realizar una investigación de las fincas de la compañía en Colom bia, C osta Rica, Guatemala, Honduras y Jamaica, para determinar la relación entre la incidencia de la enfermedad y las condiciones del suelo. D os años después, Prescott divulgó los resulta­ dos de su investigación, según los cuales no se identificaron “correlaciones llamativas” entre las características químicas del suelo y la extensión del patógeno.87 Prescott y otros investigadores de la United Fruit probaron compuestos químicos y tratamientos para el suelo (incluyendo mantillo y fertilizantes), por su capacidad de “desinfectar” los suelos, pero estos es­

84

Los funcionarios británicos decretaron una cuarentena en Jam aica alrededor de 1912. Véanse Ashby, “Banana Diseases in Jamaica”, 111; y Stover, Fusarial Wilt, 86-87.

85

Johnston, Mosaic Disease ofSugar Cañe in 1923] Diseases and Pests ofthe Banana* l4;yStover, FusarialW ilt, 88.

86

Winfield Scott, 10 sep. 1926, U .S. State Department, Internal Aifairs o f Honduras, 19101929, National Archives Microfilm 647, rollo 42.

87

El estudio registró el tipo del suelo, la textura, la materia orgánica, el nitrógeno total, la po­ tasa (K20), el ácido fosfórico (P205), la cal (CaO ), el magnesio (M gO ), el hierro (Fe2.03), el aluminio (AL203), y la silicona (SI02); Prescott, “Report on the Examination ofTropical Soils”.

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fuerzos fueron inútiles.88 En 1923, el científico Juan Johnston de la United Fruit observó que unos veinte años de estudios y de tratamientos “basados en los m étodos usualmente acostumbrados en la práctica del control de la enfermedad” no pudieron rendir una solución al problema de la enfermedad de Panamá.89 Frustrados en sus esfuerzos iniciales por suprimir y/o prevenir la extensión del patógeno, la United Fruit Com pany y el gobierno colonial británico crearon programas de investigación con el objetivo de erradicar la enfermedad de Panamá. En 1910 — antes de que la comunidad científica conviniera en que el F. oxysporum era un patógeno— , un investigador del Departamento de Agricultura de los e e . u u . aseveró que la solución a largo plazo para la enfer­ m edad de Panamá consistía en cultivar una variedad de banano resistente a la misma, tal como el “banano chino” (es decir, un tipo Cavendish), que se cultivaba en Asia, Hawai y las Canarias.90 En el mismo año, la United Fruit proveyó al gobierno holandés en Surinam con una variedad de bana­ no conocida como “Congo” (un tipo Cavendish). Sin embargo, solamente pequeñas cantidades de la variedad alcanzaron los mercados de los e e . u u . para cuando la United Fruit informó a los funcionarios holandeses que la fruta Congo no era viable debido a su corta vida comercial y a su tendencia a madurar irregularmente.91 La United Fruit y los investigadores británicos iniciaron programas de mejoramiento durante los años veinte, con la me­ ta compartida de desarrollar variedades resistentes a la enfermedad.92 Los investigadores de la United Fruit intentaron inicialmente criar las plantas de Gros M ichel encontradas en suelos enfermos que parecían resistentes; 88

Los experimentos de desinfección de suelos fueron hechos en maceteras. Prescott, United Fruit Company Research Bulletin 2 :2 0 .

89

Johnston, Mosaic Disease o f Sugar Cañe in 1923, 9, 16-17 y 26. Sobre otras gestiones de con­ trol, véanse N . J. Volk, “Progress Report: The Apparent Relation o f Active Calcium and Magnesium on the Activity o f Panama Disease o f Gros Michel Bananas”, United Fruit Company Research Department Bulletin no. 30 (oct. .1930): 1; y “Preliminar/ Summary: The Relation o f Various Soil Characteristics to the Activity o f Panama Disease”, United Fruit Company Research Bulletin no. 27 (ago. 1930): 1.

90

McKenney, “The Central American Banana Blight”, 750.

91

Fawcett, The Banana, 230-234.

92

En 1922, los británicos fundaron el West Indian Agricultural College (más tarde renombrado Imperial College ofTropical Agriculture) en Trinidad. Ellos establecieron un segundo centro de investigación en Jamaica, en 1924.

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pero incluso las sobrevivientes evidentes de la epidemia sucumbieron even­ al patógeno. La compañía intentó después crear una variedad híbrida resistente a la enfermedad. La primera generación de científicos tu a lm e n te

que se dedicó a mejorar el banano emprendió sus experimentos con un co­ n o c im ie n to m uy limitado sobre la citología, la genética y la taxonomía del género M u sa P Sin embargo, se enteraron de un rasgo crítico compartido por el Gros Michel y la mayoría de los otros cultivares del banano: las plantas eran partenocárpicas, lo que significa que no tenían que ser fertilizadas por el polen para producir la fruta. E n consecuencia, la fruta de Gros Michel tendió a germinar sin semillas, característica por la cual los agricultores la seleccionaron a lo largo de milenios. El partenocarpio presentó un desafío importante para los criadores del banano, quienes lucharon por obtener semillas y polen del altamente estéril Gros Michel. D e hecho, los cruces con Gros Michel eran posibles solamente porque las plantas podían ser inducidas a formar un pequeño número de semillas cuando eran polinizadas con banano “salvaje” (es decir, el que produce fruta con semillas). Pero las tazas de fertilidad fueron ex­ tremadamente bajas. En un experimento conducido por los investigadores británicos en Trinidad durante los años veinte, los ensayos de polinización fueron realizados con seis variedades de bananos, incluyendo Gros Michel. Cerca de 20.000 flores polinizadas rindieron menos de doscientas semillas, cincuenta de las cuales estaban vacías. Las semillas restantes eran de apenas dos variedades: Gros Michel y Seda; todos habían sido polinizados por una de las variedades “salvajes” . Solamente diecisiete semillas germinaron, y solo cinco sobrevivieron hasta la etapa de la fruta. El tamaño de las plantas del banano hacía que los ensayos fuesen un esfuerzo costoso — 20.000 rizomas de plantas de banano en las densidades convencionales hubiesen necesita­ do de unas 25 a 30 hectáreas de tierra— ,94 Además, las incursiones de la enfermedad de Panamá hicieron m uy difíciles de encontrar las plantas de Gros Michel sanas para criar. El trabajo de mejorar el banano, por lo tanto, era tedioso, incierto, y planteaba cierto número de problemas logísticos. El director de la investigación de la United Fruit, el Dr. O tto A. Reinking, entendió que un programa acertado de mejoramiento requería de ,3

Shepherd, “ Banana Research

94

Wardlaw, Diseases o f the Banana, 116.

at ic ta ”,

TropicalAgriculture 51 (1974): 482.

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una amplia gam a de plasma del germen (es decir, de diversidad genética); en este sentido reunió una colección de 150 M usa de Asia, Cuba y Centro­ américa.95 Entre 1925 y 1928, los científicos de la United Fruit en Changuinola, Panamá, cruzaron variedades de banano, con distintas cantidades de cromosomas, en el supuesto de que alguno de los descendientes poseería el mismo número de cromosomas que los cultivos comerciales. Los ensayos rindieron catorce híbridos estériles con pulpa comestible, sin semillas en la fruta, pero J. H . Permar, de la United Fruit, observó que tenían poco valor económico, puesto que “de ningún m odo su calidad es igual a las frutas que son reconocidas generalmente por el público como bananos” .96

Fig. 2.4. “El banano chino” (una variedad de Cavendish) en una finca experimental, Honduras (años veinte). United Fruit Company Photograph Collection. Baker Library, Harvard Business School.

95

Rowe y Richardson, “Breeding Bananas for Disease Resistance, Fruit Quality, and Yield”. La Lima, Honduras: Tropical Agriculture Research Services, 1975, 7,-8.

96

Permar, “Banana Breeding” , United Fruit Company Research Department Bidletin'lX (l4 o c t. 1929): 2-13.

110

CA PÍTU LO 2 : INVASO RES D E L ESPACIO

En 1930, la United Fruit terminó con sus experimentos de crianza de bananos en Panamá y se trasladó la colección de 130 variedades de M usa a Lancetilla, el jardín experimental de la compañía en las cercanías de Tela, en donde quedaron en el olvido durante los siguientes veinticinco años.97 El fracaso inicial en desarrollar un híbrido comercial no se puede atribuir enteramente a la biología del banano. Para ser un éxito comercial, los hí­ bridos tenían que poseer tanto resistencia al F. oxysporum como una fuerte semejanza a la fruta de Gros Michel, la variedad alrededor de la cual los mercados de los e e . u u . se habían formado.

M e r c a d o s d e m a s a s , c u l t u r a s d e c o n s u m o y c a l id a d

Mientras los monocultivos de Gros M ichel se ampliaban en El Caribe y Centroamérica, los bananos se deslizaron en la vida diaria en los Estados Unidos. H acia los años veinte, el consumo simbólico del banano había al­ canzado una escala total. Com o había sido el caso desde mediados del siglo xrx, los bananos servían como fuente de humor. En 1923, un par de jóvenes músicos de la ciudad de Nueva York convencieron al Skidmore Music C om ­ pany de que sacara al aire su canción “¡Sí, no tenemos ningún banano!”.98 El título y las líricas de la canción fueron inspirados según se informa por un inmigrante que era vendedor ambulante de frutas y verduras, quien tenía un uso limitado del inglés — una curiosa continuidad con respecto a la comedia de Sedgwick de 1875, que im plicaba bananos— . La canción se convirtió en una sensación. Se vendieron más de diez mil copias de la partitura de la música, y las bandas de salón tocaban la melodía en todos los e e . u u . y Europa. Uno de los compositores de la canción, Frank Silver, organizó la “orquesta del banano” con diez miembros que viajaron por los e e . u u . con un escenario que incluía racimos de bananos y un toldo con una imagen de una plantación de bananos.99 Alrededor de esas mismas fechas, los éxitos de George Gershwin “Let’s cali the whole thing ofp’ y “But not for me” producían sonrisas al jugar con las cualidades fonéticas de la palabra 97

Rowe y Richardson, “Breeding Bananas for Disease Resistance, Fruit Quallity, and Yield”, 7.

58

En el original: “Yes, We Have N o Bananas!”. N . de laT.

;9

Wilson, Empire in Green and Gold. New York: Henry H olt y Company, 1947, 184.

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“banano” . Otros actores, incluyendo músicos folk-blues como Happiness Boys y Bo Cárter, incorporaron el banano como un símbolo fálico en sus respectivas composiciones, “I’ve never seen a straight banana” (“N unca he visto un banano recto” , 1926) y “Banana in your fruit basket” (“Un banano en tu cesta de frutas”, 1931). Las películas mudas y algunos cortos parlantes tempranos mostraron caídas con cáscaras de banano. Las cruzadas urbanas de saneamiento incorporaban las cáscaras de banano en las canciones de niños con mensajes para poner la basura en su lugar. Finalmente, la palabra “banano” entró en el léxico popular vía términos del argot tales como “top banana” (el jefecito); “banana boat” (postre de helado); “banana oil” (una estafa); “to go bananas” (volverse loco;) y, por supuesto, la célebre “banana republic” (república bananera).100

Fig. 2.5- Kiosco con racimos de banano a la venta en el Estado de Alabama, (años treinta) Library of Congress.

e e .u u .

100 Las películas mudas incluyen Banana Skins (1908) y ThePassingofa Grouch (1910). Para un listado de otras películas, canciones y expresiones de la cultura popular relacionadas con el banano, véase Jenkins, Bananas: An American History, 142-171.

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No todos los norteamericanos tenían una actitud despreocupada hacia el consumo del banano. En 1904, mientras viajaba por la parte occidental de Massachussets, junto con Henry James, Edith W harton se encontró inesperadamente con la necesidad de pasar la noche en un albergue de ve­ rano en Petersham, a causa de unos problemas con el coche. En una carta a un amigo, W harton hace una crítica sobre la vida de los burgueses en los Estados Unidos: ¡He pasado mi primera noche en un ‘hotel de verano’ norteamericano y qué desesperación por la república! ¡Es tal la monotonía, las pálidas mujeres quejándose, la ausencia completa de amenidades, la comida de mal gusto, los modales de mal gusto, el paisaje de mal gusto! Y era un hotel nuevo y de moda. Qué horror que el país se esté desarrollando sin sentido de la belleza y comiendo bananos en el desayuno.101

El “horror” de W harton en relación con el consumo de bananos pro­ viene del hecho de que el acto de comérselos no invocaba ninguna de las tradiciones aristocráticas europeas asociadas al consumo de otros productos tropicales, tales como el té, el café y el chocolate.102 En su lugar, el banano estaba vinculado a la cultura popular de los Estados Unidos, conformada por una m asa de consumidores e ideales democráticos. D e hecho, lo que parece haber incom odado a W harton — quien se refirió una vez a ella y a James como a “unos exóticos desdichados fabricados en una casa de cristal europea”— era la idea de que un artículo de consumo popular pudiese en­ contrarse en la mesa de los ricos. M ás de veinte años después de que W harton escribiera su carta, el poeta Wallace Stevens afirmó que el banano, por ser menos que noble, era

101 Edith Wharton a Sara N orton, 19 ago. 1904, in The Letters o f Edith Wharton, ed. R. W. B. Lewis y Nancy Lewis. New York: Charles Scribner’s Sons, 1988, 92-93. En el original: “I have been spending my first night in an American ‘Summer hotel’ and I despair o f the Republic! Such dreariness, such whining sallow women, such utter absence o f the amenities, such crass food, crass manners, crass landscapeü And, mind you, it is a new and fashionable hotel. W hat a horror it is for a whole nation to be developing without the sense o f beauty and eating bananas for breakfast”. N . de la T. 102 Sobre los significados de tomar café, véase Jiménez, “From Plantation to Cup” ; sobre el azúcar, véase Mintz, Sweetness an d Power.

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impropio para la elite angloamericana. En “Decoración floral para bananos” (1927), Stevens yuxtapone la severa elegancia de los ciruelos servidos en un exquisito plato con la rudeza de los bananos (de exportación): Usted hubiera podido comer ciruelos esta noche, En un plato del siglo xvm , Y brotes de abogadil. Para las mujeres de prímula y de puntilla, Cada una con sus decentes rizos. ¡Dios santo! ¡Qué luz tan preciosa! Pero los bananos de un golpe se encorvaron. La mesa fue puesta por un ogro Su ojo en una penumbra externa Y en un lugar rígido y nocivo. Apiló los bananos en tablones. Las mujeres serán todas cabos de montaje Y brazaletes y ojos de tablones. Y engalanan los bananos con hojas Cortadas de los árboles del Caribe, Fibrosas y colgando hacia abajo. Exudando la irritable goma, Fuera de sus vasos púrpuras. Lanzando fuera de sus buches púrpuras, Sus hormigueantes lengüetas de almizcle.103

103 Wallace Stevens, “Floral Decoration for Bananas”. The Palm at the End o f the Mind, editado por Holly Stevens. New York: Vintage Books, 1972, 81-82. En el original: “You should have had plums tonight,/ In an eighteenth-century dish,/ And pettifogging buds./ For the w omen o f primrose and purl,/ Each one in her decent curl./ Good God! What a precious light! // But bananas hacked and hunched./ The table was set by an ogre/ HIs eye on an outdoor gloom/ And a stifif and noxious place./ Pile the bananas on planks./ The women will be all shanks/ And bangles and slatted eyes.// And deck the bananas in leaves/ Plucked from the Carib trees,/ Fibrous and danglíng down./ Oozing cantankerous gum ,/ O ut o f their purple maws./ Darting out o f their purple craws,/ Their musky and tingling tongues”. N . de la T.

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Stevens refractó los bananos a través de una lente primitivista para crear las sensuales imágenes que tanto repetían los discursos del siglo x ix sobre el barbarismo tropical, tal como lo anticipaban las posteriores asociaciones de los bananos con las mujeres tropicales “calientes”, incluyendo a Carm en Miranda y a la srta. Chiquita. El poem a pudo haber inspirado más tarde a la bailarina de jazz afroamericana Josephine Baker, cuyas tempranas pre­ sentaciones en París elevaron la fascinación europea por la energía sexual tropical de las mujeres negras. En 1925, Baker, con sus 19 años, presentó en La Revue Negre, un repertorio que incluía la “Danse Sauvage” , un nú­ mero que se ambientaba en una selva africana. El año siguiente, durante una función en el Folies Bergére, bailó el charleston utilizando una tanga adornada con bananos, un traje con el cual identificarían a Baker a lo largo del tiempo, incluso después de que ella luchara por superar los papeles que los productores blancos generalmente les asignaron a las mujeres negras que actuaron en Europa y los Estados U nidos.104 Otros escritores de inicios del siglo x x utilizaron los bananos como sím­ bolo de las transformaciones sociales que ocurrían en los Estados Unidos. En 1929, William Faulkner publicó A s I lay dying (Mientras agonizó), una novela que se centraba alrededor del doloroso viaje de la familia Bundren desde su hogar rural sureño hasta Jefferson, la mítica ciudad del Sur de Faulkner, en donde la difunta señora Bundren debía ser enterrada. La escena de cierre de la novela representa a los niños Bundren comiendo bananos, mientras esperan a su padre en la carreta familiar tirada por muías. Cuando Vardaman, el miembro más joven de la familia, intenta conducir a su her­ mana mayor hasta una vitrina que ofrece un modelo de un tren eléctrico, ella responde: “¿no sería mejor que te comieras un banano?” .105 La inserción inesperada de los bananos en la escena de cierre de la novela de Faulkner refleja la ubicuidad de la fruta en los años veinte y la ambivalencia del autor hacia los cambios sociales y económicos que ocurrían en el “nuevo sur” . La visita a la ciudad expone a los niños Bundren a las maravillas del mundo del consumo de masa: trenes eléctricos de juguete, teléfonos y bananos. Si Vardaman debía contentarse solo con fantasear poseer un tren eléctrico, sí podía ocasionalmente saborear una fruta tropical que se convertía rápi­ 104 Dudziak, “Josephine Baker, Racial Protest, and the Coid War” , 545-570. 105 Faulkner, A s i Lay Dying, 240, 249.

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damente en un “gusto norteamericano”, como el pastel de manzana o de melocotón. El uso simbólico del banano en Faulkner, por lo tanto, reflejó menos su preocupación por la erosión de la cultura de elite que su inquietud sobre el consumo de masas como remedio para el dolor y las dislocaciones asociadas a las profundas transiciones individuales, familiares y sociales.106 Los poetas, los novelistas y los músicos no fueron los únicos que expe­ rimentaron con el valor simbólico del banano; las mismas compañías de frutas construyeron imágenes de los bananos y de las zonas tropicales, con campañas masivas de comercialización. Las cartillas pródigamente ilustra­ das, dirigidas a m enudo a los niños, ofrecían una visión de los procesos de producción y de distribución del banano que enfatizaba las ventajas que su comercio traía a los consumidores norteamericanos y a los productores latinoamericanos.107 Además, los escritores vinculados a la United Fruit Com pany publicaron cierto número de artículos y de libros, a inicios del siglo xx, en los cuales la m odernidad llegaba a los paisajes de la “selva” a través de la gran flota blanca de la United Fruit. Un artículo de 1932, de la revista Economic Geography, describía los paisajes de El Caribe del siglo x ix como “bosques oscuros enredados en las tierras bajas de los pantanos”, habitados por “serpientes venenosas, animales feroces, miríadas de insectos y temibles enfermedades” . Luego, el autor hacía notar, dramáticamente, el cambio que ocurría: En la víspera del nacimiento de este siglo fue lanzada en Boston una em­ presa que se ha convertido en una de las más significativas del mundo — la industria moderna del banano— . Ahora, las personas de Nueva Inglaterra están poniendo su dinero en el exitoso negocio de la producción y dis­ tribución del banano. Los ingenieros norteamericanos están invadiendo las selvas con maquinarias de vapor. Se están drenando los pantanos y las sierras suenan en la arboleda. Las plantaciones fruteras de banano están apareciendo como por arte de magia.108

106 Wiliis, “Learning from the Banana” , 587-592. ]07 United Fruit Com pany “The Story o f the Banana” [5th ed.] (Boston: 1929) y "About Bana­ nas” (Boston: 1931). Para un ejemplo interesante sobre cómo la literatura infantil romantizó el comercio del banano, véase Lee, Children o f Banana Lands. 108 Palmer, “The Banana in Caribbean Trade”, 271.

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El autor, hijo del abogado Bradley Palmer, de la U nited Fruit, enfatiza­ ba el papel transformador desempeñado por los inversionistas e ingenieros de los e e . u u . , mientras marginaba los esfuerzos de los antiguos agriculto­ res tropicales y las contribuciones contemporáneas de los trabajadores del campo en la ejecución de esas hazañas de “magia” . Palmer no fue de nin­ guna manera el único; los escritores populares y estudiantes de ese tiempo enfatizaban constantemente en la necesidad de “domesticar” los paisajes tropicales e iluminar a sus habitantes. En esas fábulas de la modernización, el banano de exportación simbolizaba la transformación de la naturaleza tropical en espacios agrícolas productivos bajo la guía del capital y de la tecnología de los E E .U U . 109 La gente en los Estados Unidos le dio al banano una amplia gama de significados, pero las ideas populares e intelectuales reproducían a menudo las opiniones etnocéntricas sobre los lugares tropicales y sus habitantes. El tono despectivo con el que hablan del hecho de comer bananos, expresado por escritores tales como W harton y Stevens, así como las asociaciones po­ pulares del banano con el hum or y la sexualidad, compartían raíces histó­ ricas con visiones anteriores sobre las zonas tropicales según las cuales eran oscuras, peligrosamente fecundas y profundamente diferentes a la América anglosajona. Al mismo tiempo, algunos escritores vinculaban el comercio del banano con el progreso, creando imágenes de sanos habitantes tropi­ cales, como trabajadores que gozaban de las ventajas de la civilización, del comercio internacional y de la aplicación del conocimiento tecno-científico. Estos discursos, combinados con una cultura floreciente del consumo de masas, dejaban muy poco espacio para las discusiones públicas sobre la de­ gradación ambiental, más allá de las voces aisladas de los naturalistas, como Paul Standley y Jam es Peters, quienes se expresaban con ambivalencia sobre los cambios que veían en las zonas bananeras de Honduras. Las empresas bananeras no generaban beneficios negociando con me­ táforas, ni tam poco la mayoría de los consumidores se sentía atraída por los bananos por su valor simbólico. Los bananos eran sobre todo un alimento barato, que a inicios del siglo x x había dejado de ser una novedad para la

109 Para ejemplos sobre este género, véanseAdams, Conquest ofthe Tropics\ Crowther, TheRomance andRise ofthe American Tropics\ Thompson, Rainbow Republics o f Central America-, y Cutcer, “ Caribbean Tropics in CommercialTransition” , 494-507.

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mayoría de Jos consumidores norteamericanos. En 1910, alrededor de 40 millones de racimos de bananos ingresaron en los puertos de la nación; en 1914, las importaciones rompían la marca con 50 millones de racimos, y el consumo p er capita se acercaba a los 10 kilos.110 La United Fruit prestó la mayor parte de su flota al gobierno de los e e . u u . y sus aliados durante la P rim era Guerra Mundial, lo que condujo a un descenso en las im porta­ ciones del banano entre 1 9 l 4 y l 9 1 8 . L a tasa de consumo aumentó en los años veinte, cuando cantidades sin precedentes de bananos hondureños entraron en los Estados U nidos.111 Aunque el valor en dólares de las im por­ taciones de bananos en los e e . u u . palideció con respecto al del café, la fruta se había convertido indiscutiblemente en una de las materias agrícolas más importantes de las Américas, constituyendo un 3,3% de las importaciones totales de los e e . u u ., y más de un 50% de las importaciones de los e e . u u . provenientes de Centroamérica en 1929.112 Ese mismo año, los resultados de una encuesta sobre la comercialización, conducida para la United Fruit, mostraron que más de la m itad de los 8.500 entrevistados compraba bana­ nos “con frecuencia”, y el porcentaje era todavía más alto en las casas con niños. Solamente el 9% de los entrevistados dijo que “nunca” compraba bananos.113 Los bananos llegaron a los consumidores de inicios del siglo x x a través de una cadena de comercio compuesta por exportadores, mayoristas (jobbers), especuladores y minoristas. En 1900, los ejecutivos de la United Fruit establecieron el Fruit Dispatch Company, una subsidiaria responsable de la distribución del banano en los Estados Unidos y Canadá. La Fruit D is­ patch estableció oficinas en los principales puertos y centros del ferrocarril, 110 El consumo del banano creció también en Europa, pero el volumen de las importaciones decreció en comparación con el de los Estados Unidos: Inglaterra, el mayor mercado europeo para el banano en 1914, importó cerca de 6 millones de racimos. Wilhelm Bitter, “Al margen de la industria bananera” , 650-656. 111 United States Department o f Agriculture, Bureau o f Agricultural Economics, Consumption ofF ood in the United States, 1909-1952. Washington D .C .: 1957, 16; Harvard University Gradúate School o f Business Administration, Exhibits presented for the Harvard Advercising Awards, v. 8, pt. 1, “Report and Recommendations on Field Survey for the Fruit Dispatch Company” [En adelante, “Field Survey for Fruit Disspatch”], Harvard University, Baker Historical Collections ( e e . u u . ) , Ms. Div. s p g d H 339a. 112 Palmer, “The Banana in Caribbean Trade” , 266. 113 Field Survey for Fruit Dispatch, v. 8, pt. 1, 15.

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incluyendo Boston, Chicago, Kansas City, Nueva Orleans, Nueva York, Pittsburgh y Richmond. H acia 1925, la compañía tenía representantes en más de cincuenta ciudades norteamericanas. Los empleados de la Fruit Dispatch viajaban en el ferrocarril con los envíos de banano para garantizar que las condiciones de almacenaje fueran apropiadas y para arreglar las ventas de “rollers”, o vagones de fruta, a lo largo de la ruta. La compañía también divulgaba numerosos folletos dirigidos a los minoristas, proporcionándo­ les instrucciones acerca de cómo cuidar y exhibir los bananos. A finales de los años veinte, la Fruit Dispatch controlaba casi el 53% del comercio del banano de los e e . u u ., mucho más que sus principales competidores, la Standard Fruit (15% ) y la subsidiaria de la Cuyamel Fruit, la Banana Sales (13% ). Com binadas, estas tres compañías controlaban el 81% del comer­ cio del banano. A nivel regional, las compañías gozaban de los monopolios virtuales. Por ejemplo, la Fruit Dispatch era el único im portador en la ciu­ dad de Boston (oficina principal de la United Fruit) y, según informaba, la compañía dom inaba el lucrativo mercado del noreste del país, incluido el de la ciudad de Nueva York.114 En 1925, la Fruit Dispatch Com pany convocó a una conferencia en Chicago que reunió a empleados de todas las fases de producción y comer­ cialización, incluyendo a los encargados de las divisiones centroamericanas de la United Fruit. El punto saliente de la agenda era cómo encontrar mer­ cados nuevos después de la Gran Guerra.115 La conferencia incluía presen­ taciones por parte de los ejecutivos de la compañía y de los intermediarios regionales que se enfocaban en el nivel de competencia y en oportunidades para ampliar los mercados. Los ejecutivos de la United Fruit utilizaron la ocasión para anunciar la creación de un departamento de publicidad, que sería responsable de hacer que el banano fuese “más popular de lo que ha sido en el pasado” .116 La compañía lanzó una campaña publicitaria que incluía manuales con información sobre el valor alimenticio del banano, recetas, 114 Para la cuota de mercado, véase Dosal, DoingBusiness with the Dictators, 155. Sobre los mo­ nopolios regionales, véase Field Survey for Fruit Dispatch, “Summary o f Jobbers’ Reports for Fruit Dispatch Com pany”, v. 8, pt. 2, 14-15. Sobre el papel de la Fruit Dispatch Company en la fijación de precios, véase Kepner, Social Aspects ofthe Banana Industry> 42-44. 115 Fruit Dispatch Company, “Conference Report”, Chicago, 11-12 nov. 1925, Library. 116 Fruit Dispatch Company, “Conference Report” , 4.

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f h ia ,

Stover

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una revista popular llamada Unifruitco y exhibiciones nacionales de carte­ lera. La dirección del departamento prometía encontrar nuevos mercados para la fruta, trabajando con los minoristas para mostrar los bananos en los exhibidores de los almacenes. El énfasis de la conferencia en el propósito de encontrar nuevos puntos de venta para los bananos reflejaba una disyuntiva entre los procesos agroecológicos y la dinámica del mercado masivo: era difícil notar los efectos regio­ nales de la enfermedad de Panamá en el mercado, debido a la continuada extensión geográfica de la producción. Cuando el vicepresidente de la United Fruit, George Chittenden, se pronunció sobre el declive de la producción en la costa caribeña de Panamá, no hizo ninguna referencia a la enfermedad de Panamá, sino que las dos opciones que presentó — abandonar el área o “sem­ brar algo distinto pero que aún sea un banano”— indicaban claramente que se refería a la enfermedad. Esperando salvar la inversión de seis millones de dólares de la compañía en la región, el ejecutivo lanzó su propia promoción: Todos sabemos del banano de Cavendish (que cultivan en las Canarias

y en Hawai). N o es realmente un éxito [...]. Hay, sin embargo, un ba­ nano llamado Lacatan, que puede engañar a la mayoría de la gente [...] podemos poner bananos Lacatan dentro de una carga de Gros Michel, y las posibilidades de que nadie se dé cuenta son casi de cuatro sobre cinco. Los racimos [de Lacatan] no son muy grandes. Los nueve [racimos] son ocasionales. La etapa intermedia entre verde y bien maduro no es muy atractiva. En vez de ser de un hermoso verde, es de un verde gris algo embotado. N o importa si ustedes son expertos en bananos o qué tan desarrollado tengan el gusto, no podrán decir cuál es uno y cuál el otro cuando lo coman. Podemos sembrar más plantas Lacatan por unidad de área de lo que podemos hacer actualmente con el banano en el comercio. Si podemos obtener un tercio más de bananos por hectárea, les daremos un margen con el cual podrán muy fácilmente vender el banano Lacatan. Esperamos que piensen en esto.117

Las palabras de Chittenden revelan el grado en el cual la sensibilidad estética de los distribuidores y comerciantes de la fruta influenciaba los es­ 117 Fruit Dispatch Company, “Conference Report”, 130.

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fuerzos de la compañía por encontrar un reemplazo del Gros Michel que fuese resistente a la enfermedad. Se desconoce cómo respondió la audiencia de la conferencia a la propuesta de Chittenden, pero engañaron a muy pocos intermediarios cuando la United Fruit intentó exportar bananos Lacatan. En septiembre de 1928, la división del sur de la Fruit Dispatch Com ­ pany (basada en Nueva Orleans) divulgó que había recibido el envío más grande de Lacatan hasta la fecha: 15.000 racimos (la división manejaba normalmente 250.000 racimos de Gros Michel por semana). Poco después de eso, el encargado de la división cuestionó los méritos de este modesto envío de fruta Lacatan: Incluso las firmas (mayoristas) que están al corriente del cuidado y la ma­ duración del Lacatan no favorecen esta variedad. El público consumidor, a fin de cuentas, es quien tiene la última palabra sobre qué fruta desea, incluso en lo que se refiere a la textura del Lacatan, pues cuando la cáscara está amarilla el banano no es realmente tan suave ni digerible como el Gros Michel, a menos de que la cáscara se haya puesto prácticamente negra; y en esa condición, la fruta es poco atractiva y por lo tanto difícil de vender. Hay que preguntarse si nos estamos desempeñando correctamente en este negocio al intentar forzar el mercado. Esta semana vamos a tener cerca de 2.960 racimos de Lacatan, y es mi intención dejar los vagones no vendidos aquí, y hacer que los hombres del Sr. Rowe visiten a los intermediarios que los compraron ‘f.o.b.’ [libre a bordo], con el propósito de educarlos en el manejo y la maduración de la fruta y asistirlos de todas las maneras posibles.118

Esta descripción de la fruta Lacatan contradice la descripción entusiasta de Chittenden acerca de la variedad. Tanto el sabor como el comportamien­ to de maduración del Lacatan eran perceptiblemente diferentes del Gros Michel. La declaración sobre “forzar” la variedad en el mercado indica que los compradores no aceptaban comprar los bananos Lacatan cuando había Gros Michel disponible a un precio comparable.

118 "Analysis o f Weekly Market Reports”, 24 sep. 1928, u s n a , General Records o f the Department o f Justice, 60-166-56 (United States v. United Fruit Company), Binder: Analysis ofWeekly Market Reports, Fruit Dispatch Company, 1927-1934 [en adelante, d o j File 60-166-56],

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La Cuyamel Fruit y la Standard Fruit también pusieron los bananos Lacatan a prueba durante los años veinte. Los compradores se quejaban de que la fruta no m aduraba de manera satisfactoria. Además, la variedad era susceptible a un hongo que provocaba la putrefacción del tallo, por lo cual los intermediarios y minoristas suspendían los bananos para propó­ sitos de maduración y de exhibición. Aunque los experimentos indicaban que la calidad de maduración del Lacatan mejoraba al exponer la fruta al gas etileno, los jobbers se opusieron a comprar una variedad que requería alteraciones significativas en los procedimientos de maduración. Am bas compañías divulgaron que las ventas de Lacatan caían cuando la fruta Gros Michel estaba disponible.119 Los resultados de una encuesta de 1929 sobre la comercialización rea­ lizada por la United Fruit revelan cómo las estructuras del mercado y las sensibilidades estéticas trabajaban para impedir la introducción de nuevas variedades de banano. El estudio se enfocaba en las mujeres, en el supuesto de que “el am a de casa es la autoridad en lo que se refiere a la compra y a los hábitos alimenticios de la familia” .120 Por lo general las entrevistadas no pu­ dieron explicar lo que las llevaba a sentir el “impulso” por comprar bananos: aproximadamente un tercio indicó que era una “cuestión de hábito”, y cerca de un sexto dio crédito a una “exhibición atractiva” . Las preguntas dirigidas a los consumidores sobre la calidad de la fruta estaban limitadas al tamaño y a la etapa de maduración; no se hicieron preguntas sobre el sabor, la textura, o la manera preferida de comer la fruta. M ás de la mitad de los entrevistados preferían comprar bananos “maduros-amarillos”; cerca de un 40% favore­ cieron al banano “bien maduro”; y solamente un 6% seleccionaron bananos “con las puntitas verdes”. Los bananos “grandes” fueron significativamente favorecidos por la mayoría (75%) a expensas de la fruta “mediana” y “peque­

119 Sobre los problemas de la Standard Fruit relacionados con el mercadeo de Lacatan, véase Revista del archivo y de la biblioteca nacional de Honduras 12 (jun. 1931): 434; y Federico Ordóñez P. al Sub-secretario de Fomento, Obras Públicas, Agricultura y Trabajo, 3 jul. 1926, Archivo de la Gobernación de Atlántida, Libro copiador de cartas 1926; y Hord, “The Conversión o f Standard Fruit Com pany Banana Plantations” , 269-275. Sobre la Cuyamel Fruit, véase Fox, “Report on Com merce and Industry for the year and quarter ended December, 1925” . 120 Los investigadores entrevistaron a 8.500 consumidores en Georgia, Iowa, Massachussets, Ohio y Tennessee. El estudio también incorporó las opiniones de más de 1.700 minoristas y casi 100 comerciantes o fru it jobbers. Field Survey for Fruit Dispatch, v. 1.

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ña” , pero esta preferencia variaba por región y renta. El estudio encontró que seis de cada diez consumidores no eran conscientes de que hubiera alguna época para los bananos, y los compraban todo el año. Finalmente, el 75% de la gente entrevistada “nunca” tenía dificultad para encontrar una fruta de calidad aceptable, conduciendo a los autores a concluir que el juicio del consumidor no era “tan refinado como el de los que saben sobre la calidad del banano”, es decir, los jobbers y los minoristas de la fruta.121

Fig. 2 .6 . Interm ediarios arreglando racim os de banano G ros M ichel en una sala de m aduración (banana ripening moni),

E E .U U .

(años treinta).

U n ited F ruit C om p an y “A bou t Bananas” (Boston: 1931).

D e hecho, todos los jobbers entrevistados opinaron sobre la calidad de la fruta. Los bananos de primera eran grandes, sin manchas, y maduraban uniformemente. Por ejemplo, un distribuidor de Worcester, Massachussets, conocido com o N ick “el bananero” explicó que las “ventas al por menor son mejores si la fruta es realmente ‘bonita: una fruta limpia con dedos bien gordos”, una opinión con la cual pocos mayoristas hubieran estado en desacuerdo.122 Utilizaron términos tales como “con manchas” o “cicatrices”

121 Ibid. 122 Ibid., pt. 3 ,4 9 .

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para describir la fruta que no era m uy buena. Al igual que en el caso de los consumidores, al parecer los mayoristas no le daban mucho valor al sabor, a la dulzura o a la textura en el momento de describir la calidad de la fruta. £n su lugar, identificaban los bananos con base en el aspecto visual de la fruta y, hasta cierto punto, según su puerto de origen. Reflejando la tendencia que comenzó a finales del siglo xlx, los racimos He banano con nueve manos ganaron los precios más elevados en los años veinte. Por ejemplo, los Tsones Brothers — competidores de N ick en Worcester— indicaron que ellos solamente negociaban con racimos de nueve manos. También compraban la “fruta seleccionada empaquetada en las zonas tropicales”, que Ies costaba más pero que era “fruta buena, limpia” .123 Un mayorista, cuyos clientes incluían una cadena de almacenes de Lawrence, Massachussets, también prefería los racimos de nueve manos porque a los clientes les gustaba la “fruta grande” .124 En cambio, los distribuidores, que mantenían almacenes con una clientela de clase obrera, preferían racimos pequeños. Por ejemplo, José Fielding, un distribuidor durante muchos años de bananos en Lowell, Massachussets, una ciudad que sufría un proceso de desindustrialización en los años veinte, dijo que compraba “sietes” porque no podía obtener “un penique más” por los racimos más grandes.125 Otro distri­ buidor de banano basado en Lawrence, George Lampros, estaba de acuerdo con Fielding: los almacenes que vendían los bananos por libra, compraban los racimos de siete y ocho manos al mismo precio. N o obstante, Lam pros compraba sobre todo los de ocho manos porque “parecían de mejor calidad” y porque la “gente no compra los de siete” . En Atlanta, Georgia — “la zona del dum ping de bananos”, en las palabras de un comerciante— , los m ino­ ristas buscaban la fruta barata, la pequeña, que podían vender por docena. Por lo tanto, las compañías enviaban los racimos pequeños (de cinco; seis y siete manos) para Atlanta. Así, aunque los racimos de fruta de nueve ma­ nos con los dedos “gordos” fijaban el estándar de calidad en los mercados estadounidenses, los mercados variaban por clase social y región.126 123 Ibid., 52. 124 Ibid., 21. 125 Ibid., 18. 126 Los minoristas reportaron sus preferencias sobre el tamaño de los racimos de banano durante una conferencia de la Fruit Dispatch C om pany en 1925. Véase Fruit Dispatch Company, “Conference Report” , 5-26.

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La encuesta de 1929 sobre la comercialización del banano reveló que los mayoristas percibían estar en un negocio altamente competitivo. Todos se quejaron de los intermediarios que compraban fruta sobremadura o de una calidad inferior para venderla a los minoristas durante las épocas de alta demanda. Tales distribuidores invertían raramente en instalaciones de almacenaje a lo largo de todo el año y tendían a dejar el comercio cuando la demanda disminuía. Nick, quien afirmó comprar “sobre todo los de nueve” de la United Fruit, expresó su frustración frente a los “pequeños interme­ diarios”, quienes compraban la fruta “de baja calidad” y la vendían a precios menores que los suyos. Los Tsones Brothers observaron que la práctica de la United Fruit de vender la fruta sobremadura a precios bajos permitía que los intermediarios se socavaran los unos a los otros — y señalaban a Nick como ejemplo: “El compra fruta sobremadura, Jamaicas, y de siete manos. N unca compra fruta de primera calidad”— ,127 A pesar de los comentarios de los mayoristas del área de Worcester, la encuesta de comercialización de 1929 indicaba que los vendedores ocasio­ nales de fruta, tales como el vendedor ambulante inmortalizado en la exitosa canción “¡Sí, no tenemos ningún banano!”, no eran la principal amenaza para el sustento de los comerciantes del banano. En su lugar, la proliferación de los almacenes de cadena, como A & P y Krogers, en la consolidación de los mercados de alimentos al por menor, fue la que debilitó potencialmente la posición de los intermediarios de la fruta. Tanto las cadenas de mercados al por menor, como las empresas bananeras, dependían de las ventas de grandes cantidades con márgenes de beneficio bajos: una estrategia de negocio com­ partida, que reforzaban mutuamente. A finales de los años veinte, Krogers, la cadena de tiendas en el Midwest, comenzó a comprar bananos directamente de las compañías de importación. El A & P informó que sus almacenes usa­ ban el banano como artículo cebo, vendiéndolo al costo, para ganarse los clientes de sus competidores. Sin embargo, el dominio de los almacenes de cadena no era de ninguna manera total en el año de 1929: cerca del 40% de los encuestados “generalmente” compraban los bananos en las cadenas, pero más del 50% de ellos los compraban a minoristas independientes, incluyendo los vendedores de la calle, que continuaban desempeñando un

127 Fieíd Survey for Fruit Dispatch, pt. 3, 54.

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papel importante en las vecindades pobres y de inmigrantes.128 Los inter­ mediarios grandes y pequeños siguieron conformando un eslabón crucial en la cadena del comercio del banano durante la primera m itad del siglo xx. Si bien es cierto que la mayoría de las ventas de banano al por menor eran realizadas a través de las manos de “las amas de casa”, los estándares de calidad de la fruta eran fijados sobre todo por los jobbers (en su mayoría hombres), que ocupaban el espacio entre la producción y el consumo. Tan­ to los estándares de calidad como las técnicas de almacenaje y transporte se desarrollaron alrededor de la fruta Gros Michel. El silencio total de la encuesta de 1929 sobre otras variedades sugiere fuertemente que las m u­ chas clases de bananos cultivados en las zonas tropicales no existían — por lo menos no como mercancías— en las mentes de la mayoría de los inter­ mediarios o consumidores. Por lo tanto, los esfuerzos por introducir una “nueva” variedad, tal como la Lacatan, hicieron frente a una difícil batalla, pues la mayoría de los comerciantes tenía poco interés en un banano que producía raramente racimos de nueve manos, requería de instalaciones de almacenaje especiales para madurar, y tenía la tendencia a caer y estrellarse en el piso de la tienda. Por supuesto, el hecho de que tres compañías controlaran el 75% del mercado nacional dejaba a los mayoristas pocas opciones de comprar ba­ nanos en cualquier lugar. Probablemente las compañías de fruta hubieran podido obligar a los comerciantes a aceptar el Lacatan (así como cualquier otra variedad resistente a la enfermedad). Sin embargo, los considerables beneficios gozados por las compañías durante los años veinte deben haber satisfecho a la mayoría de los inversionistas. Las reservas de efectivo de la United Fruit Com pany aumentaron de $11,2 millones en 1899 a más de $50 millones en 1918. Los beneficios netos se elevaron a más de $33 m illo­ nes en 1920; un aumento que sextuplicó las ganancias de 1913.129 Entre 1926 y 1928, la United Fruit alcanzó una notable tasa anual de rentabilidad del 10% de la inversión. Al mismo tiempo, se formó una intensa rivalidad entre la United Fruit y la Cuyamel Fruit durante los años veinte. La primera dom inaba el mercado, pero muchos comerciantes entre­

128 Ibid., pt. 1, 34. Sobre la persistencia de los tenderos independientes en Chicago durante la década de 1920, véase Cohén, “Encountering Mass Culture at the Grassroots”, 6-33. 129 Bitter, “Al margen de la industria bananera”, 651.

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C ULTU RAS B A N A N E R A S: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y TR A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

vistados en 1929 pensaban que los bananos de la Cuyamel eran los mejores; Ese mismo año, funcionarios de la Fruit Dispatch Com pany se preocuparon porque la Cuyam el Fruit estaba vertiendo grandes cantidades de racimos de nueve manos en el mercado de Nueva Orleans.130 Bajo tales condiciones de mercado, había pocos incentivos para introducir un nuevo banano en los mercados de los

e e .u u

.

En su lugar, las compañías fruteras confiaban

en su poder económico y político para asegurarse el acceso a los recursos necesarios para producir racimos de nueve manos de la fruta Gros Michel — “el banano superior” para el mercado norteamericano— .

F in c a s f u g a c e s :

el m al de Panam á y

la a g r ic u ltu r a

P A SA JE R A

Incapaces de encontrar un substituto para el Gros Michel, las compañías fruteras adoptaron una estrategia que consistió en una agricultura transi­ toria: abandonaron las fincas gravemente enfermas, redireccionaron los ferrocarriles y crearon nuevas plantaciones en bosques y humedales. Esta práctica perm itió a las compañías mantener e incluso aumentar sus niveles de producción, pero, tal como lo notó un observador de la época en La Cei­ ba, esto no condujo a contrarrestar la epidemia de la enfermedad de Panamá: “La enfermedad todavía continúa, particularmente en las plantaciones más viejas, y solamente sembrando nuevas áreas de banano la producción en esta región se mantendrá o aumentará” .131 Por supuesto, la agricultura transitoria a gran escala dependía necesariamente del acceso continuo a los recursos del suelo y del agua. Para asegurar tal acceso, las compañías renegociaron y/o violaron los términos de sus concesiones originales del ferrocarril. Por ejemplo, durante la década de. 1910, la construcción del ferrocarril de la Standard Fruit había procedido hacia el suroeste en dirección de La Ceiba hacia el valle del río Leán, según lo estipulado en la concesión de la compañía de 1910. En 1919, la Standard Fruit renegoció los términos de

130 Analysis ofW eekly Market Reports, 6 M ay 1929 y 20 M ay 1929,

u sn a , d o j

File 60-166-56.

131 Nelson R. Park, “Review o f Commerce and Industries, La Ceiba, for Quarter Ending Dec. 31, 1928” . u s n a , Foreign Agricultural Service, Narrative Reports 1904-1939, Honduras, folder Fruits.

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CA PÍTU LO z : IN VASO RES D E L ESPACIO

la concesión para recibir el permiso de construir una línea de ferrocarril al este de La Ceiba, hacia el departamento de C olón .132 A finales de los años veinte, la compañía tenía 6.500 hectáreas de plantaciones y de pasto en el municipio de Jutiapa, además de 24 fincas en Sonaguera, Colón. Las exportaciones de bananos de La Ceiba reflejaron la explotación de nuevos Suelos: después de caer de 4,3 millones a 1,9 millones de racimos entre 1922 y 1926, las exportaciones subieron a 6,5 millones de racimos en 1931.133 Para entonces, la compañía había abandonado casi totalmente sus fincas al oeste de La Ceiba.134 En 1932, durante un período de tres meses de máxi­ ma demanda, solamente el 13% de las exportaciones de la Standard Fruit (1,5 millones de racimos) provenía de las fincas situadas en Atlántida.135 Tres años después, el gobernador del departamento divulgó que la Standard no había emprendido ningún nuevo proyecto en su jurisdicción debido a la “imposibilidad” de combatir lá enfermedad de Panamá.136 Alrededor de esa época, la Standard Fruit acordó devolver unas 25.000 hectáreas de tierra abandonada en Atlántida al gobierno nacional.137

132 Honduras, Congreso Nacional, Decreto 117 (28 mar. 1919), copia mimeografiada. Tulane University, Howard-Tilton Memorial Library ( e e . u u .), Standard Fruit and Steamship C om ­ pany Papers (en adelante,

sfsc

Papers), box 7, folder

6.

133 E. E. Evans, “Review o f Commerce and Industries for Quarter ending June 30, 1926”, 16 ago. 1926, u s n a , Foreign Agricultural Service, Narrative reports 1904-1939, Honduras, fol­ der Fruits; y Aguan Valley Company, “Honduras División”, 5 mar. 1941, s f s c Papers, box 8, folder 12. 134 Algunas plantaciones al este de La Ceiba también habían sido abandonadas. Revista delArchivo Nacional no. 12 (jun. 1930): 433; ‘‘Cuadro de agricultores del departamento de Atlántida durante el año de 1928”, a n h , leg. 1922-1933; y Archivo de la Gobernación de Atlántida, Libro de matrícula de agricultores y ganaderos (1928-1935), 29-33, 49-52,57,72, 80-82, 87, 109, 138, 149 y 164-166. 135 “Conocimiento: fruta embarcada por la Standard Fruit Company, marzo, abril, mayo 1932”, Archivo de la Gobernación de Atlántida (La Ceiba), documento suelto. 136 “ Informe emitido por el Gobernador Político de Atlántida, año económico 1935-6”, a n h , leg. 1936. Informes departamentales de los gobernadores políticos. 137 El texto del acuerdo de 1932 se refería a la “enfermedad del banano que ha afectado am­ pliamente sus [de la Standard Fruit] plantaciones” . La compañía aceptó pagar una multa de 50.000 dólares y cedió los derechos sobre las 4.000 hectáreas de tierra. En 1935, la Standard Fruit devolvió 34 propiedades, por un total de 21.396 hectáreas de tierra. Véase Congreso Nacional, Decreto 77 (1932) y Decreto 83 (1935); y Camilo Gómez al Gobernador de Atlán­ tida, 23 nov. 1936, a n h , leg. Gobernación 1936.

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Un proceso similar tuvo lugar en otros sitios a lo largo de la Costa Norte. Hacia 1930, al menos catorce fincas que pertenecían a la Tela Railroad Com pany habían sido o pronto serían abandonadas. D os años más adelante, la compañía cesó la producción en el valle de Leán.138 En Colón, la Truxillo Railroad Com pany abandonó casi 10.000 hectáreas en los años

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veinte.139 En 1928, un funcionario de Honduras divulgó que la enfermedad de Panamá fue perjudicial para “la mayoría de las fincas, pero sobre todo para las situadas a lo largo de La M osquitia” .140 En 1937, solamente diez años después de que la producción comenzara en el valle del río Black, el • Congreso Nacional de Honduras, observando “el intenso desarrollo de al­ gunas enfermedades que han causado la completa ruina de los bananos de la compañía”, aprobó un decreto que le daba a la compañía el derecho de abandonar la región.141 Com o parte del acuerdo, la compañía le devolvió por lo menos 17.000 hectáreas de tierra al Estado. En 1940, las actividades de la Truxillo Railroad Com pany en Colón habían cesado; los observado- ' res notaron que las especies tolerantes al sol rápidamente llenaban los es­ pacios que habían sido ocupados alguna vez por las plantas del banano.142 Finalmente, en Puerto Cortés, un informe consular de los e e . u u . de 1927 indicaba que “la enfermedad del banano” continuaba atacando las nuevas plantaciones de Gros Michel, reduciendo la producción de los cultivos de la Cuyamel Fruit Com pany a “una cantidad casi insignificante”.143 Después de su inspección de la región de Om oa-Cuyam el en 1931, el oficial hon-

138 Gobernador de Atlántida, Libro de matrícula de agricultores y ganaderos (1933), 109139 J. H. Wilson, “Informe de la Truxillo Railroad Company”, 29 sep. 1928, en Ministro de Fomento, Memoria del Fomento, 1927-1928, Apéndices, 98-99; y Volk, “The Apparent Relation ofActive Calcium and Magnesium on the Activity o f Panama Disease o f Gros Michel Bananas”, 8-9. 140 Gobernador de Colón, “Informe del año económico, 1927-8” , 16 nov. 1928, a n h , leg. Fe­ rrocarril Nacional, jul. 1928-ago. 1929. 141 Procuraduría General de la República, Truxillo conXy7\~12. 142 Un observador describía la vegetación secundaria de la siguiente manera: “ [...] tierra llena de matorrales, madera virgen, enredaderas que cubren hasta grupos de árboles, caña de azúcar silvestre y zacate mucho más alto que un caballo” . Helbig, Areas y paisaje del noreste de Hon­ duras, 87. 143 Raymond Fox, “Excerpt from review o f commerce and industry for the year 1926”, 9 feb. 1927, u s n a , Foreign Agricultural Service, Narrative Reports, 1904-1939, Honduras, folder Fruits.

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CA PÍTU LO 2 t INVASO RES D E L ESPACIO

Alonzo Valenzuela, contrastaba sus recuerdos de los valles cubier­ de banano con el paisaje contemporáneo, dominado por el guamil, y o b s e r v a b a que los bananos “se encontraban raramente”.144 Hacia 1930, los s u b s id ia r io s de Zemurray habían abandonado más de 10.000 hectáreas.145 Mientras el auge de la exportación llegaba a su fin, “cementerios” de Gros Michel quedaban en desorden en la Costa Norte, desde la frontera guate­ d u re fio , to s

malteca hasta L a Mosquitia. La inestabilidad geográfica de la producción del banano de exportación no se puede atribuir exclusivamente a la propagación de la enfermedad de Panam á. Los observadores contemporáneos tendieron a atribuir los aban­ donos a diversas causas, incluyendo una decreciente fertilidad del suelo. D espués de su viaje, en 1927, a las zonas bananeras centroamericanas, el

investigador británico, Claude Wardlaw, caracterizaba las prácticas de cul­ tivo observadas como “la explotación de la fertilidad del suelo virgen con manejo mínimo” . Aseveraba que los estudios del suelo inadecuados dieron lugar al establecimiento de fincas bananeras en suelos pobres, que fueron abandonados rápidamente, conduciendo a la tala de “bosques gigantes”, cuya presencia no aseguraba suelos buenos para el banano: “Los bosques prosperan usualmente en suelos que, juzgados desde un punto de vista agrí­ cola, tienen un m uy bajo estándar de eficacia, particularmente en lo que concierne a los puntos de vista físicos y químicos” .146 Incluso en el caso de los llanos aluviales, suelos generalmente considerados ideales para los cul­ tivos de banano, Wardlaw advirtió que no tenían uniformidad de textura ni fertilidad, y que a m enudo se consideraron suelos pobres que tendie­ ron a retardar el crecimiento del banano, lo que les daba la oportunidad a otras especies de hierbas de competir por los alimentos con las plantas del banano. El consiguiente aumento en los insumos de trabajo (sobre todo para escardar) incrementaba el costo de la producción, que aunado al bajo rendimiento y a las lentas tasas de crecimiento, disminuía los márgenes de beneficio e incitaba a abandonar la tierra.147

144 Alonzo Valenzuela, “Informe de la inspección de O m oa y Cuyamel”, 29 jul. 1933, a n h , leg. Ministro de Fomento, informes a varias secciones y departamentos jdel ministerio, 1931-1932. 145 “Informe de la Cuyamel Fruit Com pany y Cortés Development Company 1930” , 77-78. Mo Wardlaw, “Virgin Soil Deterioration” , 244. 147 Ibid.

131

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Por otra parte, Wardlaw argumentaba que la decisión de abandonar una finca de banano de exportación no se debía solo a una cuestión de “completa infertilidad”, sino que estaba vinculada también “a un estándar de productividad que no era lo suficientemente remunerativo” . Es decir que las empresas podían abandonar una finca a pesar de la capacidad de rendir “un número considerable de racimos por hectárea” .148 La evidencia prove­ niente de las operaciones de la Standard Fruit en Honduras confirma que las decisiones de abandonar las fincas no eran sencillas. Por ejemplo, durante una reunión semanal del personal en 1924, un empleado de la Standard Fruit recomendaba el abandono de aproximadamente 1.000 hectáreas de “tierras improductivas” , pues anualmente no rendían más que “60 [racimos] buenos” por manzana (0,69 hectáreas) y por lo tanto no se recuperarían los costos de limpieza”.149 Sin embargo, un comentario colocado en el margen de la minuta de la reunión pedía obtener más detalles; mientras tanto las fincas no serían abandonadas, porque los encargados de la compañía creían que se podía “necesitar esa fruta” . Este fragmento sugiere que la decisión de abandonar las fincas implicaba más que una aplicación de fórmulas de costo-beneficio por finca. Otras variables, incluyendo la demanda antici­ pada del mercado y la capacidad colectiva de las fincas de la compañía para resolver la demanda, también afectaban esa decisión. La práctica agrícola de abandonar fincas, por lo tanto, era una dinámica de producción-consumo derivada de la biología peculiar del banano, la ex­ tensión de agroecosistemas monovarietales interconectados, y la estructura del mercado masivo que, habiéndose formado alrededor de los bananos Gros Michel, obstaculizaba la introducción de las variedades resistentes a la enfermedad de Panamá. Por supuesto, si las compañías fruteras no se hubiesen asegurado las concesiones de los gobiernos centroamericanos, las cuales les cedían el acceso a los suelos, los bosques y las aguas, la estrategia de producción pasajera habría perdido su viabilidad. En mayo de 1928, en N ueva Orleans, los funcionarios portuarios confiscaron armas por un valor de $50.000, mientras estas eran cargadas a bordo de un buque de vapor de la Cuyamel Fruit Steamship que se dirigía

148 Ibid., 247. M5 Standard Fruit Company o f Honduras, “StaffMeeting Proceedings” , 8 nov. 1924, s f s c Papers, box 7, folder 17.

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CA PÍTU LO 2 : INVASO RES D E L ESPACIO

hacia Honduras. Casi veinte años después de proporcionar ayuda logística para la rebelión de Manuel Bonilla, Sam Zemurray se encontraba de nuevo en medio de un escándalo político. El intento frustrado de enviar armas ocurrió durante un año de elecciones en Honduras. Aunque no se logró probar la complicidad de la Cuyamel Fruit en el tráfico de armas, los oficia­ les del gobierno de los e e . u u . en Honduras sospecharon que la compañía ayudaba a canalizar armas para los partidarios del Partido Liberal, con el fin de anticipar una sublevación posterior a las elecciones. Zemurray temía que su capacidad de cabildeo frente al gobierno nacional fuera m ermada si Tiburcio Carias Andino, el candidato del Partido Nacional que apoyaba la United Fruit, ganaba la elección. Le interesaba particularmente el acceso que tenía a la zona de producción a lo largo de la frontera disputada entre Honduras y Guatemala. La lucha por dominar la región fronteriza comenzó en 1915, cuando la Cuyamel Fruit — de acuerdo con una concesión hecha por Honduras— amplió su ferrocarril hacia el río M otagua, en donde la United Fruit había establecido sus fincas en el lado guatemalteco del río. Temiendo que el ferro­ carril de la Cuyamel rompiera su m onopolio de transporte en la región, la United Fruit presionó al gobierno guatemalteco para que protestara por las actividades de la Cuyamel en el territorio disputado. En 1918, el gobierno de los Estados Unidos medió en el conflicto, y ambos países aceptaron la creación de una “zona neutral” hasta que la conferencia sobre los límites dic­ taminara al respecto. Las compañías fruteras al parecer intentaron repartirse entre ellas las tierras, y durante seis años Zemurray cesó las operaciones en el territorio disputado. Sin embargo, hacia mediados de los años veinte, la combinación de la enfermedad de Panamá y la disminución de la fertilidad del suelo im pulsaba a Zemurray a asegurarse un acceso adicional a la tierra. En 1927, el gobierno de Chacón en Guatemala enmendó la concesión de la U nited Fruit, ciándole a la compañía la autoridad legal para funcionar en el territorio disputado. Zemurray respondió reiniciando el trabajo sobre el ferrocarril inacabado, renovando así las tensiones que chispeaban entre los dos países.150 Con tropas establecidas a ambos lados de la frontera disputada, los di­ plomáticos de los e e . u u . intervinieron de nuevo. Para entonces, Zemurray 150 Sobre la “batalla por Motagua”, véase Dosal, Doing Business ivith the Dictators, 75-94.

133

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comenzaba a apoyar al candidato presidencial Vicente Colíndres Mejía, del Partido Liberal. Los liberales ganaron la elección presidencial de 1928, pero el Partido Nacional mantuvo el control del congreso hondureño. En vista de las pocas alternativas, y bajo la presión del departamento de Estado de los de resolver el asunto, Zemurray viajó a Boston en 1929 para negociar un acuerdo. La United Fruit acordó comprar los activos de la Cuyamel Fruit

e e .u u .

Com pany de Zemurray por 300.000 acciones de la United Fruit. La United Fruit adquirió casi 22.000 hectáreas de fincas de bananos, caña de azúcar y cocos; 23.000 hectáreas de bosque y humedales; 13 buques de vapor; y el control sobre un 13% adicional del mercado de los e e . u u .151 Zemurray, ya en posesión de las acciones de la United Fruit, valorizadas en 32 millones de dólares, se retiró a una gran propiedad cerca de Nueva Orleans.152 Tanto el conflicto limítrofe entre Honduras y Guatem ala como la ri­ validad entre la United Fruit y la Cuyamel Fruit habían nacido antes de la invasión de la enfermedad de Panamá en Honduras. Sin embargo, la respuesta de las empresas fruteras a la epidemia — la producción transito­ ria— aumentaba la importancia de recursos como el suelo y el agua en la Costa Norte. D e hecho, la posesión de los recursos de la región por parte de las compañías fruteras se enfrentaría a repetidos desafíos provenientes de los ocupantes ilegales, los trabajadores y los oficiales del gobierno local, que luchaban por mantener (y reinventar) sustentos dignos en los paisajes alterados.

151

“Informe de la Cuyamel Fruit Com pany y Cortés Development Company, 1930”, 77-78.

152 Dosal, DoingBusiness with the Dictators, 141-159.

C a p ítu lo 3

PAISAJES Y PASAJEROS

E l último tren de la Truxillo funcionó el 5 de abril de 1942, y la última compra de fruta se efectuó en marzo. A partir de esa fecha no hubo por lo tanto transporte para los pequeños agricultores en esa sección. Roberto Whedbee, 18 de abril de 1942

“Creo, Señor Ministro, que los verdaderos hijos de Honduras no deben estorbarnos cuando queramos trabajar en nuestros propios terrenos”, es­ cribió frustrado Víctor M edina Romero, el 8 de octubre de 1932, en una carta dirigida al M inistro de Fomento de H onduras.1 M edina, quien nació y creció en el interior de Honduras, había emigrado a la Costa Norte en los años veinte. Allí encontró trabajo por día (jornaleando) con las compañías fruteras. M ás adelante dejó la Costa Norte, para regresar en 1932 con la esperanza de establecer una finca cerca de la aldea de Corralitos, Atlántida. En la carta, M edina explicaba que puesto que no había montañas vírgenes en el área, él había pedido permiso para cultivar un guam il que pertenecía a la Standard Fruit. Cuando un oficial de la compañía le informó que la tierra estaría disponible mediante arriendo para el año siguiente, M edi­ na, decepcionado, se dirigió al gobierno nacional, solicitando el acceso

Víctor Medina Romero al Ministro de Fomento, 8 oct. 1932,

135

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,

leg. N otas varias, 1932.

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a la tierra: “necesito hacer mi vida propia porque en las compañías solo quieren esclavitud; porque nada le queda al trabajador después de los ali­ mentos”. Concluía su carta recordándole al M inistro las dificultades de la ocupación ilegal: “si estas compañías no dan el consentimiento para tra­ bajar en dichos terrenos abandonados no quieren recibir la fruta que uno cosecha”. La petición de Víctor Medina, breve pero evocadora, aclara la dinámica interacción entre la agroecología y el sustento de aquellos que se aventuraron en la Costa Norte a inicios del siglo xx, con la esperanza de beneficiarse del “oro verde” de la región. Sin embargo, su autodescripción como “verdadero hijo” de Honduras oscurece el hecho de que las mujeres también emigraron hacia las zonas bananeras. Por ejemplo, en algún momento alrededor de 1927, la madre de Angela Coto-M oreno decidió dejar su hogar en la zona central de Honduras y dirigirse hacia la Costa N orte, con la esperanza de encontrar a alguno de sus niños. Acom pañada solamente por su hija Ange­ la, de siete años, emprendió el difícil viaje a través de la m ontañosa región central de Honduras, antes de alcanzar el valle de Sula, donde encontró a sus niños y un trabajo como cocinera en el campo. Angela se casó y even­ tualmente dejó el campo bananero para establecer una pequeña finca con su marido.2 Las experiencias de Víctor y de Angela no fueron las únicas: miles de hombres y mujeres emigraron a la Costa Norte durante la primera mitad del siglo xx. Venían de todas partes de Honduras, además de El Salvador, Jamaica, Guatemala, Nicaragua, Belice y México. La vida inmigrante en las zonas bananeras era altamente dinámica: la gente se movía de finca en finca y de trabajo en trabajo, borrando los límites entre campesino/a y obrero/a. Centenares de poquiteros producían bananos Gros Michel y/o cultivaban una variedad de granos, frutas y vegetales para los mercados locales. Aun­ que cultivar daba libertades inasequibles a los trabajadores de la plantación, también conllevaba muchos riesgos ligados al clima, los mercados volátiles y el poder monopólico de las compañías sobre los ferrocarriles y el transporte marítimo. El mal de Panamá agregaba otro elemento de desestabilización a la vida diaria: la práctica de las empresas bananeras de abandonar las fincas con alta presencia del patógeno enfrentaba a los residentes de las comuni­ 2

136

Ángela Coto-Moreno, entrevista del autor, El Progreso, ago. 1995.

CA PÍTU LO 3 : PAISAJES Y PASAJEROS

dades abandonadas a la tarea onerosa de buscar nuevos sustentos en paisajes transformados. Para los ocupantes ilegales, su situación ya delicada se volvía aún más problemática por la amenaza del desalojo, o, como quedó dicho en la observación de M edina, por la pérdida del mercado. En las luchas por el control de los recursos, la gente trabajadora se apropiaba los discursos de la elite sobre la construcción de la nación según sus propias necesidades. Las visiones de la clase obrera de la C osta Norte tendían a ser tan contradictorias como el proceso mediante el cual el Estado hondureno procuraba incorporar la región en una imaginada comunidad mestiza. Inmigrantes hispanoparlantes, tales como Víctor M edina y Án­ gela Coto-M oreno, forjaron sus identidades colectivas en oposición a la hegemonía de las compañías fruteras y a la presencia del “negro” y de los trabajadores “extranjeros”. La Costa Norte era una zona de contacto dis­ putada, la cual daba lugar a campañas contra los inmigrantes y a proyectos utópicos de colonización de la tierra en los lugares que estaban más allá de las sombras de las plantaciones del banano.

La s o m b r a d e l a p l a n t a c i ó n Al contrario de lo que se ha asumido comúnmente, la extensión e integra­ ción vertical de las compañías bananeras en Honduras no precipitó un rá­ pido declive en el número de los pequeños agricultores del banano. Muchos centros de producción en pequeña y mediana escala de finales del siglo xix, incluyendo los del valle de Sula y el llano costero en Atlántida, persistieron hasta los años treinta del siglo xx. Si se puede confiar en los datos brindados a los funcionarios consulares de los e e . u u . por los gerentes de la compañía, la Tela Railroad Com pany compraba anualmente entre el 24 y el 41 % de la fruta que se exportaba de Honduras entre 1921 y 1935.3 Las compras de

Los datos sobre la producción anual provienen de cifras proporcionadas por la Tela Railroad Company, según informes de Robert E. Whedbee, “A Brief, Basic Banana Industry Report”, 1941, U .S. Diplom ado Post Records 1930-1945, Honduras, microfilm rollo 28. También véase T. Monroe Fisher, “Review o f Commerce and Industries for Quarter Ending 30 sept. 1930, Tela, Honduras”, 19 dic. 1930, u s n a , Foreign Agricultural Service, Narrative Reports, 1904-1939, H onduras, folder Fruits. Se debe notar que Kepner y Soothill ( The Banana Empire, 273) proporcionó una cifra mucho menor (19%) para el porcentaje de la fruta com-

137

CULTU RA S BAN ANERAS: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y TR A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

la compañía subieron de 2,1 millones de racimos en 1922 a 4,9 millones de racimos en 1928. Entre 1929 y 1933, las compras de la fruta cayeron en un 30% , de 4,3 millones de racimos a 3,0 millones.4 Sin embargo, este declive estuvo precedido por un claro aumento en las exportaciones de agri­ cultores independientes a finales de los años veinte, de tal forma que la Tela Railroad Com pany compró realmente más bananos a inicios de los años treinta que a inicios de los años veinte. En 1935, la compañía les compró a los productores independientes 3,7 millones de racimos. Los datos para la otra subsidiaria hondureña de la United Fruit, la Truxillo Railroad Com ­ pany, son mucho menos completos, pero sugieren que las contribuciones de los agricultores independientes a las exportaciones totales fueron menos significativas de lo que fueron las del valle de Sula.5 Los documentos de la Standard Fruit Com pany revelan que el Aguán Valley Com pany compró la mayoría de la fruta que exportó durante la primera mitad de los años veinte, incluyendo un impresionante 76% (3,4 millones de racimos) en 1920. La proporción de las exportaciones de la compañía provistas por los agriculto­ res independientes declinó constantemente durante la segunda mitad de la década, bajando a un 13% (0,5 millones de racimos) en 1930.6 Los bananos que no habían sido producidos por la compañía representaban menos del 5% de los envíos de la Standard Fruit desde La Ceiba durante los meses de

prada por la Tela Railroad Company en 1929. Sobre los problemas con los datos históricos de las exportaciones de banano, véase Ellis, L¿is transnacionales del banano en Centroamérica, 373-382. 4

Durante la Gran Depresión, el total de importaciones de banano a los Estados Unidos cayó casi en un 40% , de 65,1 millones de racimos a 39,6 millones de racimos. Kepner, Social As­ p eas ofthe Banana Jndustry, 69.

5

La producción de banano por independientes en Colón era mucho menos importante que en Cortés. Entre 1929 y 1933, la compra de fruta representaba menos del 11% de las expor­ taciones totales de la compañía. Véase Ministro de Fomento a R. Barrientos, 14 dic. 1931; y Truxillo Railroad Company al Ministro de Fomento, 9 ene. 1929, a n h , leg. Truxillo Railroad Company, Correspondencia, 1920. También véanse Ministro de Fomento a Truxillo Rail­ road C o., 15 dic. 1931, a n h , leg. Secretaria de Fomento: Libro copiador de correspondencia oficial, dic. 1931; Gobernador de Colón, “Informe de Colón para el año económico 19356 ”, 13, a n h , leg. Informes departamentales de las Gobernaciones Políticas, 1936; y “Datos estadísticos del departamento de Colón, año de 1926”, a n h , documento suelto.

6

Aguán Valley Company, “D etailof Fruit Shipments forYears 1920 to 1930 Inclusive”, 5 mar. 1941, SF SC Papers, box 8, folder 12.

138

C A PÍTU LO 3 ¡ PAISAJES Y PASAJEROS

máxima demanda (marzo-mayo) en 1932.7 Sin embargo, las compras de la compañía aumentaron significantemente a inicios de los años treinta, y su propia producción cayó agudamente; en 1934, los productores inde­ pendientes proveyeron un 33% de las exportaciones de la Standard Fruit.8 Cuadro 3.1. Fuente de las exportaciones de banano de Tela Railroad Company, 1921-1935 Total defruta exportada

Fruta comprada

Año

En millones de racimos

En millones de racimos

1921 1922

6,7 8,1

2,4

35

2,1 2,2

25 32

Porcentaje total de exportación (%)

1923

7,0

1924

8,5 10,4

2,2

26

2,7

26

8,2

33

13,3

2,7 3,6

15,5 17,1

4,9 4,3

15,9 16,1

4,3 3,9

27 24

13,2

3,3 3,0

25 24

3,6

28 41

1925 1926 1927 1928 1929 1930 1931 1932 1933 1934 1935

12,3 12,9 9,0

3,7

27 31 25

Fuente: Roberto E. W hedbee, “R eporte breve y básico de la industria del banano” , 1941, U .S. D iplo m atic Post Records 19301945 H on duras, rollo 28.

Un informe del gobierno hondureño documentó 955 fincas de ba­ nano que funcionaban en la C osta N orte en 1914. Aproxim adam ente un 61% de estas fincas tenía menos de 14 hectáreas de bananos; y el 10% tenía 70 o m ás hectáreas de bananos.9 En el departamento de Cortés, los

“Conocimiento: fruta embarcada por la Standard Fruit Company, marzo, abril y mayo", Archivo de la Gobernación de Atlántida (La Ceiba), documento suelto. Aguán Valley Company, “Detail o f Fruit Shipments forYears 1920 to 1930 Inclusive”; 5 mar. 1941. García Buchard, Poder político, interés bananero e identidad nacional en Centroamérica, 152-153.

139

CULTU RAS BA N A N ERA S: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y T R A N SFO R M A C IO N E S SO C IO A M BIEN TA L ES

poquiteros representaban la gran mayoría de los agricultores del banano de exportación en 1926.10 D e los 179 agricultores registrados en 1926 en una investigación incompleta, apenas la m itad poseía 5 o menos hectáreas de bananos y más del 75% sembraba 10 o menos hectáreas de fruta. En San Pedro Sula la tendencia de la mayoría de los agricultores era la de cultivar más de 20 hectáreas, y algunos individuos plantaban más de 50 hectáreas de fruta. D os finqueros de San Pedro Sula, D om ingo Galván (350 hectá­ reas) y Henry E Panting (180 hectáreas), cultivaban grandes extensiones de banano. Muchos de los agricultores registrados en el estudio de 1926 cultivaban exclusivamente bananos, pero una gran cantidad tenía una o más cosechas adicionales, incluyendo hierbas de forraje, plátanos, caña de azúcar, maíz y cocos. Los poquiteros, quienes cultivaban de una a tres hectáreas, tendían a cultivar solo bananos. Los agricultores con un poco más de tierra tendieron a diversificarse. Por ejemplo, Cecilio M achado produjo ese año 7 hectáreas de bananos, maíz, arroz y caña de azúcar en Puerto Cortés; su vecino, Pe­ tronilo Aguirre, cultivó bananos, maíz y “otros” en 7 hectáreas. Inés García de O m oa sembró bananos, plátanos y zacate, en un terreno de 5 hectáreas. La mayor parte de los ricos finqueros independientes en San Pedro Sula cultivaban extensas áreas de zacate y caña de azúcar, además de bananos. En los tres municipios con las más altas concentraciones de productores de bananos — Puerto Cortés, O m oa y El Paraíso— 98 de los 150 agricultores registrados tenían uno o más cultivos, además de bananos. La tendencia a sembrar por lo menos dos o tres cultivos, además de bananos, también prevaleció en el departamento de C olón .11

10

Los datos que siguen provienen de un censo agrícola incompleto para el departamento de Cortés. Aparecen en el documento un total de 368 agricultores y hacendados, una cifra cu­ riosamente pequeña, que excluía tanto a la Tela Railroad Com pany como a la Cuyamel Fruit Company. “Datos estadísticos del departamento de Cortés, año de 1926” , a n h , documento suelto.

11

140

‘'Datos estadísticos del departamento de Colón, año de 1926” .

C A PÍTU LO 3 : PAISAJES Y PASAJERO S

Cuadro 3.2. Fuente de las exportaciones del banano de la Aguan Valley Company, 1920-1934 Total defruta exportada

Fruta comprada

Año

En millones de racimos

En millones de racimos

1920

4,5 4,3

3,4

76

3,1

72

4,3 3,2

2,9 2,0

67

2,7 2,7

1,5 1,2

1,9

0,7

1927

1,9

1928

3,3 3,4

0,5 0,6

1921 1922 1923 1924 1925 1926

1929 1930 1931 1932 1933 1934

4,0 6,5 5,2

Porcentaje total de exportación (%)

0,5 0,5 0,8 1,0

63 56 44 37 26 18 15 13 12

3,8

0,9

19 24

3,3

1,1

33

Fuence: A guan Valley C om pan y, “D etalle de los envíos de fruta para los años 1920 a 1930 incluido” , 5 de marzo 1941, Papeles de la Standard Fruit y Sceamship C om pan y, C aja 8, C arpeta 12.

Por un lado, la evidencia presentada aquí refleja el grado en el cual la organización de la producción bananera en la Costa Norte cambió: los pequeños agricultores, que antes de 1910 proveían la mayoría de los ba­ nanos de exportación a los puertos de Honduras, proporcionaron no más del 30% de la fruta exportada durante los años treinta. Por otra parte, el hecho de que centenares de agricultores independientes vendieran unos 4,7 millones de racimos en 1934 sugiere la necesidad de revisar las narrativas históricas que acentúan la ruptura entre las eras previas y posteriores a la United Fruit en H onduras.12 Las municipalidades en los departamentos de Cortés y Atlántida, que eran centros de producción bananera a finales del siglo xix, continuaron siendo en el siglo x x importantes zonas de fincas de productores independientes: en 1914, los dos departamentos contaban con 12

Un periódico de 1931 declaraba que existían 800 agricultores de banano en el valle de Sula. Véase ElPueblo (San Pedro Sula), 26 oct. 1931. En 1933, un cónsul de los e e . u u . informaba que “varios cientos de agricultores venden banano a la compañía”. Kenneth S. Stout, “Review ofCom m erce and Industry for Calendar Year 1932”, 17 ene. 1933, u s n a , Foreign Agricultural Service, Narrative Reports 1904-1939, Honduras, folder Fruits.

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CULTU RAS BAN AN ERAS: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y TR A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

el 90% de las 955 fincas de banano que funcionaban en la Costa Norte. Asimismo, la diferencia significativa en el porcentaje de la fruta comprada entre las dos subsidiarias hondureñas de la United Fruit es constante en las distintas historias del siglo x ix en los valles de Sula y del Aguán, en los cuales las compañías funcionaron; esto sirve como recordatorio de que los contextos regionales fueron importantes en la conformación de las prácticas de las empresas bananeras. Pero si los productores independientes persistían en la Costa Norte en el siglo xx, también existieron tensiones entre ellos y las compañías fruteras. El control de las empresas, tanto sobre los ferrocarriles como sobre los buques de vapor, dejaba a los agricultores en una posición precaria, m inada más a fondo después de la compra de la Cuyamel Fruit por la United Fruit en 1929, una fusión que disolvió cualquier competencia que existiera en el valle de Sula, donde se encontraba la mayor parte de los agricultores indepen­ dientes. En febrero de 1931, un artículo en un periódico de la Costa Norte acusaba a los inspectores de fruta de la Tela Railroad Com pany de rechazar “casi toda” la fruta cortada por los “agricultores nacionales” .13 Un año más tarde, un editorial de un periódico regional distinto detallaba cómo la fruta rechazada redujo las ganancias de Luis Caballero, un agricultor del valle de Sula que cultivaba aproximadamente 35 hectáreas de bananos.14 Caballero no había sufrido al parecer muchos rechazos de 1925 a 1929, época en que vendió fruta por U S$ 4 .6 6 7 y U S$4.978, respectivamente. Sin embargo, durante un período de nueve meses, en 1930, Caballero tuvo 807 rechazos; ese mismo año, la compañía bajó los precios que solía pagar a los agricul­ tores para todos los tamaños de racim os.15 En solo ocho meses, en 1931, la compañía rechazó la com pra de 2.285 racimos. El alza en la cantidad de racimos rechazados coincidía con una dramática disminución en el número

13

ElAtlánticOi 21 feb. 1931.

14 Alejandro Irías, “El día del banano”, E l Pueblo, 8 feb. 1932. El nombre de Luis Caballero apareció en una lista de 1920 entre los “agricultores registrados” en el departamento de Cortés, como propietario de una finca de 35 hectáreas en la municipalidad de Villanueva (hoy en día Cholom a). 15 En septiembre, la United Fruit pagaba cincuenta centavos de dólar por un racimo de nueve manos; treinta y siete centavos por un racimo de ocho manos; veinticinco centavos por uno de siete manos; y doce centavos por un racimo de seis manos. Dos meses más tarde los precios habían caído a U S$0,44, 0,33, 0,21 y 0,09, respectivamente.

142

CA PÍTU LO 3 : PAISAJES Y PASAJEROS

de racimos de seis manos que Caballero vendió a la compañía. En 1925, la Tela Railroad Com pany compró casi 2.400 racimos de seis manos (más del 18% de los racimos comprados a Caballero). En 1929, la compañía compró solamente 379 racimos de seis manos; dos años más tarde, paró de comprar racimos de seis manos. El caso de Luis Caballero ilustra la conexión entre la demanda en el mercado norteamericano y el cambio en los estándares de calidad: los inspectores de la fruta tendían a ser menos discriminatorios sobre la calidad del banano en los años de “auge”, tales como 1925, que durante los años del “desplome”, a inicios de los años treinta. El rechazo de la fruta fue el tema de conflicto entre una gran cantidad de agricultores de banano del valle de Sula y la Tela Railroad Company, en cuanto a los términos de los contratos de compras de 1931.16 Las primeras tres cláusulas del contrato definían los estándares de calidad en términos de variedad, condición de la cáscara y tamaño del racimo. La fruta cose­ chada tenía que ser banano Gros M ichel “fresco, limpio, sin manchas” . La compañía no aceptaría fruta “golpeada, dañada, sucia o asoleada”, ni com ­ prarían los racimos que no estuviesen en la etapa de madurez solicitada, o que tuvieran bananos pequeños (dedos cortos) . Finalmente, la compañía tenía la obligación de aceptar solamente los racimos de siete o más manos. El contrato también estipulaba que la com pañía frutera podía publicar avisos, cualquier día, “sin excepción”. Los agricultores contratados tendrían garantizado un período de por lo menos 12 horas para cortar y entregar su fruta en los puntos de carga señalados.17 Los individuos que firmaron el contrato consintieron en cortar la mala hierba y podar sus fincas con cuidado (1bien limpias y deshijadas) y tratar las enfermedades de la planta según los procedimientos adoptados por la compañía. También acordaron vender su fruta exclusivamente a la Tela Railroad Company. A cambio, la compañía se comprometía a comprar la fruta Gros Michel a los agricultores firman­ tes del contrato, por lo menos una vez a la semana, por un equivalente de 50 centavos de los

e e .u u

.

para los racimos de nueve manos, 37,5 centavos

16

El texto del contrato apareció en ediciones consecutivas de E l Pueblo (21-22 sep. 1931), un periódico de vínculos cercanos con el Partido Liberal.

17

Los agricultores asumieron todos los costos asociados con la carga de la fruta en los vagones del tren.

143

CULTURAS BAN ANERAS: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y TR A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

para los racimos de ocho manos, y 25 centavos para los de siete m anos.18 Al realizar la entrega, el contratista recibiría un cheque o recibo por medio del cual obtendría su pago en efectivo en las oficinas de la compañía. El contrato delineaba un procedimiento en caso de agravio, el cual consistía en un panel de arbitraje compuesto por miembros que debían ser nombrados por la compañía y el cultivador firmante del contrato, pero los desacuerdos relacionados con la “variedad, clasificación, madurez y calidad de la fruta” serían resueltos por la com pañía “sin lugar a apelación” . M uchos agricultores de la fruta encontraron los términos del contrato inaceptables; un crítico predecía abiertamente que el contrato conduciría a muchos más rechazos de fruta que en el pasado.19 U na semana después de que un periódico de la C osta Norte publicara el contrato, el M inistro de Fomento se reunió con un grupo de agricultores de banano en San Pedro Sula. Durante la reunión, los agricultores eligieron un comité para elaborar una contrapropuesta.20 Sin embargo, al concluir el año de 1931 unos 800 agricultores rechazaron firmar el contrato.21 En una carta abierta en la que defendía a sus compañeros agricultores de banano, Francisco Bográn, pre­ sidente de la Unión Frutera de Cortés, indicaba que su organización ago­ taría todos los “medios pacíficos y civilizados” para resolver sus diferencias con la compañía. Poco después de eso, otro cultivador explicaba que había rechazado el contrato porque la “soberanía individual de sus tierras y los jueces de fruta son el cordón umbilical de los finqueros independientes” .22 Por lo menos algunos agricultores creían que tener cierto control sobre los estándares de calidad era absolutamente crucial. A principios de enero de 1932, la compañía bajó a 30 centavos su pre­ cio de compra para los racimos de nueve manos. La respuesta de muchos

18

La United Fruit no se obligaba a sí misma a comprar fruta cuando no podía exportarla debi­ do a “epidemias, cuarentenas, guerras, revoluciones, disturbios, huelgas, peligros en el mar o restricción en la movilidad de los barcos debido a tiempos de guerra” .

19

E i Pueblo, 12sep. 1931 y 21 oct. 1931.

20

ElPueblo, 28 sep. 1931.

21

El periódico afirmó que la mayoría de aquellosque firmaron el contrato eran empleados de la Cuyamel Fruit Com pany o personas quecultivaban en tierras arrendadas. E l Pueblo, 26 oct. 1931.

22

E l Pueblo, 14 dic. 1931.

144

CA PÍTU LO 3 : PAISAJES Y PASAJEROS

agricultores fue oponerse a cortar su fruta.23 El tono combativo de Eduardo da Costa Gómez, el portavoz de la Unión Frutera de Cortés, aumentó las tensiones entre la compañía y los agricultores firmantes del contrato: “Ayer por la noche, manos piadosas destruyeron la fruta que la compañía tenía lista [para transportar]. Estam os comenzando a recibir aguinaldos”.24 Al mismo tiempo, los trabajadores del muelle y del ferrocarril de la Tela Rail­ road Com pany se pusieron en huelga, en protesta por los despidos excesivos y los dramáticos cortes de salario. El gobierno de M ejía Colindres declaró la Ley M arcial para terminar con la huelga, enviando tropas para forzar a los huelguistas a volver de nuevo al trabajo. La huelga terminó una semana después, cuando la compañía acordó proporcionar alimento y abrigo a los trabajadores despedidos.25 Los cortes de salario no fueron rescindidos. A los agricultores firmantes del contrato — muchos de los cuales eran miembros influyentes del Partido Liberal del presidente Mejía Colindres— les fue un poco mejor. A mediados de enero, E l Pueblo divulgó que Bográn y da Costa Gómez se habían reunido con el jefe de la Tela Railroad Com pany en La Lima.26 Los agricultores solicitaban el restablecimiento de los viejos precios por un período de sesenta días, pero la compañía argumentaba que esto era imposible debido a una recesión del mercado. En su lugar, los funcionarios de la compañía acordaron aumentar el precio “inmediatamente”, una vez que la situación económica mejorara, así como nombrar inspectores de la fruta para que hicieran “recibos justos” . Insatisfechos con estas promesas, los representantes de los agricultores viajaron a Tegucigalpa para tener una reunión con oficiales del gobierno. Poco después de eso, el gobierno accedió a poner tarifas de carga más bajas en el Ferrocarril Nacional, a condición de que la Tela Railroad Com pany (que de conformidad con el contrato era responsable de los costes de envío) subiera proporcionalmente el precio pagado por la fruta que no era de la compañía. Poco después de que los agricultores de banano del valle de Sula cerraran el trato con el gobierno nacional y la United Fruit, D a Costa Gómez divulgó 23 E l Pueblo, 2 ene. 1932. En 1932, la United Fruitbajó su precio de compra en Costa Rica también. Véase Walter W HofFman. 16 jul. 1932, u s n a .Foreign Agricultural Service, Narrative Reports 1920-1941, Costa Rica, folder Fruits 1929-1941. 24 E l Pueblo, 2 ene. 1932. 25 Kepner y Soothill. The Banana Empire, 137-138. 26 E l Pueblo, 13 ene. 1932.

145

CULTURAS BAN AN ERAS: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y TR A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

que su asociación había entrado en negociaciones con Russell English, de Mobile, Alabama.27 Bajo los términos propuestos, los agricultores venderían todo su banano Gros Michel de primera calidad a English.28 Los precios de compra propuestos (racimos de nueve manos: U S$0,35; racimos de ocho manos: U S$0,25; y racimos de siete manos: U S$0,15 centavos) fueron con­ siderablemente más bajos que los propuestos en el contrato de 1931 por la Tela Railroad Company, pero más altos que los U S$0,30 centavos ofrecidos por esta compañía en 1932.29 La contrapropuesta de los agricultores pedía que English aumentara los precios en un 50% cuando el precio del mercado para la fruta alcanzara U S$2,50 las 100 libras (45 kilos) y/o cuando el peso de la fruta excediera los 27, 23, y 14 kilos para los racimos de nueve, ocho y siete manos respectivamente.30 Para verificar los precios del mercado, los agricultores pedían el derecho de enviar a un representante a los Estados Unidos, cuyo costo cubriría la compañía. La contrapropuesta también es­ tipulaba que se pusieran avisos cada ocho días, cuyos efectos serían válidos durante 36 horas. Por su parte, los agricultores y el gobierno acordaban entregar la fruta cosechada en Puerto Cortés y no alzar las tarifas de envío a través del Ferrocarril Nacional mientras durara el contrato. Las negociaciones entre English y los agricultores continuaron en abril.31 A principios de mayo, una carta publicada en E l Pueblo precisaba que el contrato propuesto por English ofrecía a los agricultores “grandes ventajas” y una garantía de U S$25.000.32 Sin embargo, algunos agricultores insistían en un depósito de-US$ 100.000, y al parecer no pudieron cerrar el trato. Sin embargo, las negociaciones entre English y la asociación de agri­ cultores revelaban las preocupaciones de muchos de los agricultores que se

27

E l Pueblo, 19 abr. 1932.

28

“Contrapropuesta a la contrata de Mr. English”, San Pedro Sula, 17 abr. 1932, Correspondencia del departamento de Cortés, 1932.

29

La United Fruit pagó incluso precios más bajos a los poquiteros que no firmaron contratos. Por lo tanto, para los agricultores incapaces u opuestos a la firma de contratos con una de las subsidiarias de la United, los precios establecidos en la contrapropuesta podrían haber sido competitivos. Véase J. Antonio Reyes al Ministro de Fomento, 16 oct. 1931. a n h , leg. Correspondencia del departamento de Cortés, 1931.

30

“Contrapropuesta a la contrata de Mr. English”, San Pedro Sula, 17 abr. 1932, Correspondencia del departamento de Cortés, 1932.

31

E l Pueblo, 26 abr. 1932.

32

Ibid., 2 mayo 1932.

146

anh

anh

,

,

leg.

leg.

C A PÍTU LO 3 : PAISAJES Y PASAJERO S

dedicaban al banano. Entre otras, se trataba de asegurar que los precios de compra reflejaran realmente el valor comercial del banano en los e e . u u . y de crear un mecanismo para verificar los cambios en los mismos. El sistema de tasación propuesto también reflejaba los deseos de los agricultores de ser recompensados por producir racimos de fruta pesados y de tener más tiempo entre los avisos de cosecha y los plazos de entrega. El tema de los inspectores de la fruta estaba ausente de la contrapropuesta, una omisión sorprendente dada la importancia histórica de este tema. Finalmente, la estipulación del contrato, que restringía las exportaciones exclusivamente a bananos Gros Michel, era un recordatorio de que la perspectiva de una nueva línea de envío no era necesariamente una oportunidad para exportar otras variedades de banano, distintas de Gros Michel. Al mismo tiempo que los agricultores del valle de Sula buscaban los medios para luchar contra el dom inio de la United Fruit en términos de los envíos, se enredaron en una controversia sobre el agua de irrigación. En febrero de 1932, un miembro del Congreso de Honduras propuso reducir de 10 dólares por hectárea a 3 dólares por hectárea el impuesto sobre el agua de irrigación aplicada a las fincas bananeras. Mientras el Congreso discutía la medida, los agricultores independientes expresaron su oposición a la re­ forma. Un cultivador anónimo escribió: “si dan la concesión del agua nos arruinarán; los hondureños no deseamos la irrigación” .33 D a C osta Góm ez afirmó que la concesión del impuesto daría lugar al desplazamiento “per­ manente” de los agricultores nacionales: Nunca podremos ofrecer una fruta igual a la producida por la compañía y tendrán razón de no aceptarla. La producción de la compañía será sufi­ ciente para arruinarnos y comprar nuestras tierras, pues ya no podremos cultivar debido a los altos costos de mano de obra.34 Un cultivador de Puerto Cortés agregaba que la medida de la reforma “dañaría a los agricultores nacionales, quienes no podrán competir con la fruta irrigada; y por lo tanto una mayor cantidad será rechazada” .35 33

Ibid., 12 feb. 1932.

34

Ibid., 19 feb. 1932.

35

Ibid., 17 feb. 1932.

147

C ULTU RAS BAN A N ERA S: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y T R A N SFO R M A C IO N E S SO C IO A M BIEN TA LES

La preocupación de los agricultores, quienes se autodefinían como “nacionales”, acerca del impuesto de irrigación, se arraigaba en la creencia de que la rebaja del impuesto permitiría a las compañías aumentar el uso del agua de irrigación, y de tal m odo producir mayores cantidades de fruta pesada.36 Los finqueros independientes, de por sí ya preocupados por los rechazos de la fruta, temían que el abaratamiento de las aguas de irrigación condujera a mayores índices de rechazos. Sin embargo, la evidencia sugiere que los agricultores no vieron inmediatamente realizadas la mayoría de estas calamitosas predicciones, pues una parte del total de los bananos de expor­ tación, consistente en el porcentaje de fruta comprada, aumentó durante los tres años siguientes a la reducción del impuesto. Además, la discusión del Congreso sobre la enmienda reveló que el artículo que establecía US$10 como impuesto de irrigación por hectárea no se había hecho cumplir a pe­ sar de que las compañías habían emprendido proyectos de irrigación desde 1923. D a C osta Góm ez divulgó que la compañía tenía al menos cinco bombas funcionando en sus fincas, y E l Pueblo publicó fotos de una estación de bombeo situada en el U lúa.37 D e hecho, correspondencia confidencial del Departamento de Estado de los e e . u u . reportaba que la Tela Railroad Com pany tenía más de 10.000 hectáreas bajo irrigación en el momento de la controversia.38 Es decir que la evidencia indica que los finqueros habían estado compitiendo contra la fruta irrigada por casi una década, pero los impuestos sobre el agua de irrigación no habían sido recolectados.39 Sin embargo, las preocupaciones de los agricultores independientes respecto a

36

Aunque los esfuerzos por cuantificar los beneficios de la irrigación del banano no se llevaron a cabo sino hasta más tarde, los observadores, para finales de la década de 1920, relacionaban la irrigación con el banano de mayor calidad. Véase, por ejemplo, Archer Woodford, “Review o f Commerce and Industries for Quarter Ended Sept. 3 0 ,1 9 2 9 ”, 22 oct. 1929, u s n a , Foreign Agricultural Service, Narrative Reports, 1904-1939, Honduras, folder Fruits.

37

E l Pueblo, 19 feb. 1932, 1 mar. 1932 y 14 mar. 1932.

38

Fred K. Salter, “Irrigation Projects in Honduras” , 2 sep. 1938, Confidential U .S. Diplomatic

39

En 1932, el Congreso Nacional aprobó un contrato para el uso de aguas de irrigación por parte de la Tela Railroad Company. El contrato estipulaba que un pago retroactivo de US$4.300 debía ser pagado por las aguas de irrigación utilizadas entre 1927 y 1930, indicando que la compañía estaba retrasada en sus pagos. Decreto No. 115 (12 mar. 1932) en “ Contratos de las compañías, en Honduras: Colección de contratos y acuerdos de la Tela R R C o”. (1936), fotocopia, Universidad Nacional Autónoma de Honduras, Colección hondureña.

Post Records, 1930-1945, rol! 17.

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CA PÍTU LO 3 : PAISAJES Y PASAJEROS

su inhabilidad para adoptar m étodos de producción costosos no eran irra­ cionales, en vista que la compañía estipulaba que sus contratistas debían hacer funcionar sus fincas conforme a sus mismas prácticas de cultivo. En la medida en que los encargados de las compañías fruteras de las zonas tro­ picales adoptaban nuevos m étodos para aumentar la producción de frutas de alta calidad y que el consum o per capita de bananos en los e e . u u . se nivelaba, los agricultores independientes se enfrentaban cada vez más a los desafíos de los cambiantes estándares de producción. N o obstante la fruta rechazada y los precios variables, las empresas ba­ naneras compraron millones de racimos de bananos a los agricultores inde­ pendientes durante el primer tercio del siglo xx. Para un número pequeño de agricultores, el comercio del banano contribuyó a la acumulación de grandes cantidades de capital. Los productores de fruta con fincas de tamaño medio, como Luis Caballero, recibían anualmente miles de dólares estadounidenses por la venta de bananos. Para los poquiteros — sin un contrato de compra— , las ganancias fueron probablemente escasas.40 El conflicto sobre el contrato de 1931 reveló cómo el m onopolio del transporte de la United Fruit, jun­ to con su capacidad de fijar estándares de calidad, permitió a la compañía ejercer un control considerable tanto sobre los poquiteros como sobre los llamados finqueros independientes. Las extensas protestas efectuadas por los agricultores de banano entre 1931 y 1932 tuvieron éxito al obtener un subsidio temporal del gobierno, pero poco hicieron para consolidar la posi­ ción de los agricultores por contrato en relación con las compañías fruteras.

L O S E F E C T O S C O N T R A D IC T O R IO S D E LA A G R IC U LT U R A T R A N SIT O R IA

Paradójicamente, los poquiteros y finqueros sintieron más intensamente los límites de su autonomía cuando las compañías fruteras los abandonaron. En mayo de 1931, en medio de los rumores de que la United Fruit Com pany iba a suspender sus operaciones en O m oa, el alcalde Samuel García le envió

40

Un informe consular de los e e .u u ., de 1932, de Costa Rica, reportó que tanto los costos de producción como los ingresos de los bananeros de pequeña escala eran pocos. Walter W. Hoffman, Puerto Limón, 16 jul. 1932.

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CULTU RAS BAN AN ERAS: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y TR A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

un telegrama a la compañía con el fin de descubrir la verdad. El alcalde reci­ bió una respuesta concisa de un funcionario de alto nivel de la compañía: “Le estoy notificando que he recibido órdenes para suspender indefinidamente la compra y la producción de fruta” . García también recibió un telegrama enviado por Guillermo Turnbull, de la United Fruit, que explicaba que las “actuales condiciones del negocio no permiten que continuemos absorbien­ do las enormes pérdidas que hemos aguantado por varios años en Cuyamel, una situación que nos parece que no ha sido tom ada en cuenta”. El alcalde García respondió a las severas noticias convocando a una reunión abierta durante la cual unos 90 residentes de O m oa y las comunidades circundantes firmaron una petición dirigida al presidente de Honduras, Mejía Colindres, expresando su agravio debido a la decisión de la compañía: Hay más de 500 trabajadores que pierden diariamente su trabajo, y junto con este su capacidad de obtener el sustento para sus familias. Muchos años de lucha, paciente trabajo, perseverancia y cooperación con la com­ pañía van a parar en la nada, simplemente debido a una orden, como si el trabajo de una comunidad entera no fuera digno de la más mínima consideración.41

Apelaron al presidente para que interviniera y evitara la “muerte de la única actividad que proporciona un sustento para la gente” . García precisó que una paralización de las actividades en la producción del banano pondría probablemente fin al tránsito local del ferrocarril, dejando a la comunidad en el aislamiento. Los solicitantes admitieron que la región ya no producía “tanto como en el pasado”, pero defendieron sus bananos por ser tan buenos como los cultivados en otras partes del departamento de Cortés.42 Un año después, los temores del alcalde García se convirtieron en rea­ lidad, pues la compañía comenzó a quitar las líneas del ferrocarril situadas entre Cuyamel y O m oa.43 Los agricultores del banano hicieron públicas

41

Alcalde Samuel E. García et al. al Dr. Colindres Mejía, 31 may. 1931, dencia del departamento de Cortés.

42

Ibid.

43

S. Orellano Rodríguez al Ministro de Fomento, 2 jun. 1932, a n h , leg. Notas varias, 1932; y E l Pueblo, 7 may. 1932.

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anh

,

leg. Correspon-

CA PÍTU LO 3 : PAISAJES Y PASAJERO S

sus súplicas para obtener ayuda y encontrar una manera de transportar su producto.44 En una carta de 1932 dirigida al Ministro de Fomento, Orellajjo Rodríguez explicó que él — al igual que otros 25 agricultores— estaba a punto de perder las inversiones que había hecho en las nuevas fincas de banano situadas a lo largo de la línea del ferrocarril de Cuyamel.45 La res­ puesta del M inistro brindaba poco consuelo: le informó a Rodríguez que la compañía “tiene el derecho de abandonar esa sección del ferrocarril; el gobierno ha negociado con los representantes de la compañía para que la línea sea mantenida, pero no tenemos el derecho de forzarlos”.46 Las mismas cóncesiones que dieron a las compañías fruteras el acceso a los recursos de la región también les otorgaron la libertad para quitar su infraestructura ^—incluyendo las líneas del ferrocarril— cuando los recursos transformados dejaran de responder a sus necesidades. Después de su inspección a la región de Om oa-Cuyam el, en 1933, el oficial hondureño Alonso Valenzuela describió el fuerte contraste entre los años de auge del pasado y el actual derrumbamiento económico: Con lástima comparamos lo que vimos en 1916 y hoy; entonces todos los valles estaban cultivados de bananos y había una actividad y movimiento asombrosos; hoy todo está desolado, muerto, y los valles están cubiertos de guamiles, siendo muy difícil encontrar algunas matas de banano. La agricultura del banano en estos lugares desapareció completamente debido a la enfermedad.47

En Cuyamel, Valenzuela observó que la “mayor parte” de los habitantes seguía en el área. Algunos residentes se enrolaron en el trabajo agridulce de desmontar las líneas del ferrocarril y los edificios de la compañía. Otros se pusieron a cultivar granos y/o a criar animales, incluyendo cerdos, pollos y 44 E l Pueblo, 2 may. 1932 y 7 may. 1932. 45 Rodríguez era un agricultor mediano. En 1926 cultivaba más de 28 hectáreas de tierra con banano y pasto. Rodríguez al Ministro de Fomento, 2 jun. 1932; y “Censo de agricultores, Departamento de Cortés, 1926” , a n h , manuscrito. 46 Rodríguez al Ministro de Fomento, 2 jun. 1932. 47 Alonso Valenzuela, “Informe de la inspección de O m oa y Cuyamel”, 29 jul. 1933, a n h , leg. Ministro de Fomento, Informes de varias secciones y departamentos de Ministerio, 19311932.

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ganado. A lo largo de una sección del ferrocarril que funcionaba cerca del mar, una pequeña cantidad de agricultores continuó cultivando bananos de exportación, que transportaban a los vapores a través de pequeños barcos y canoas. Sin embargo, hacia mediados de los años treinta, las exportaciones de banano de la región de Cuyam el-Om oa prácticamente habían cesado. En el m om ento en que Valenzuela y su compañero inspector, Pascual Torres, llegaron a O m oa, el ferrocarril de la compañía ya había comenzado a deteriorarse por desuso. Valenzuela y Torres reportaron que para reparar el ferrocarril se requeriría de una inversión significativa por parte del gobierno nacional. Aún más problemática, según los inspectores, era la carencia de un tráfico potencial, capaz de generar la cantidad de rédito necesario para resolver los gastos de operación del ferrocarril. La gente local reportó que utilizaba generalmente canoas y muías, como medios principales de trans­ porte, porque eran más convenientes y menos costosos que los trenes para la fruta (cuya frecuencia había disminuido desde hacía varios años). De hecho, algunos residentes declararon que “ni los hemos usado con la necesidad que se pretende hoy día” .48 Torres reportó que el retiro de un puente de hierro sobre el río Cuyamel no interrumpiría las formas locales de ganarse la vida, puesto que el puente había servido para los vagones del ferrocarril exclusi­ vamente. Indicó que los vecinos en Cuyamel estarían “contentos” de que el gobierno les proporcionara un vehículo capaz de cruzar el río durante la estación seca y un puente de madera para facilitar el cruce durante la estación de lluvias. Los dos inspectores pudieron haber minimizado la importancia del ferrocarril, con el fin de ayudar al gobierno a justificar alternativas me­ nos onerosas;49 o, también, sus informes pudieron haber reflejado el grado en el cual el ferrocarril de la Cuyamel Fruit servía sobre todo a los intereses de la industria bananera. Si bien los residentes de O m oa-Cuyam el se encontraban ambivalen­ tes acerca del destino del ferrocarril, no lo fueron en lo que se refería a la infraestructura y la tierra abandonadas de la compañía frutera. En algunos 48

Pascual Torres a Abraham Williams, 24 jul. 1933, a n h , leg. Correspondencia de las gober­ naciones políticas de la república (julio, agosto y septiembre, 1933).

49

Valenzuela estimó que renovar el servicio de ferrocarril entre O m oa y Cuyamel costaría más de cien mil dólares. Com o alternativa, propuso un sistema de transporte menos costoso a base de canoas, líneas de tranvía y carreteras. Alonso Valenzuela al Ministro de Fomento, 29 jul. 1933.

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CA PÍTU LO 3 : PAISAJES Y PASAJEROS

casos, la gente local ya estaba anteriormente establecida en fincas banane­ ras cuando la compañía anunció su inminente salida. En una propiedad conocida como “Cuyam el”, varias familias cultivaban cosechas anuales de

árboles frutales, plátanos, piñas y caña de azúcar. Comenzaron a arrendar la tierra de la Cuyamel Fruit Com pany en cierto momento durante los años veinte, y continuaron alquilándosela a la United Fruit después de su adquisición de la propiedad en 1929.50 También rentaban y ocupaban las casas construidas por la compañía.51 Cuando circuló la noticia, en 1933, de que el gobierno nacional pensaba retomar las propiedades, la Junta de Fomento de Cuyamel le solicitó al presidente de Honduras, Tiburcio C a­ rias, reconocer la presencia de las personas que habían rentado y ocupado la tierra “por años” .52 Un año después, el gobierno nacional aprobó los es­ tatutos de una Junta de Fomento, apoderando a la entidad con la autoridad de administrar la propiedad.53 Sin embargo, la junta pronto se convirtió en el blanco de la crítica ofi­ cial. En 1937, el gobernador Castañeda de Cortés enumeraba varios ejem­ plos de lo que él caracterizaba como la ineficacia y corrupción del comité: Los edificios que dejó la Cuyamel Fruit Co., salvo unos pocos de cuidado particular, están deteriorándose [...] y los terrenos son motivo de expo­ liaciones en favor de los miembros de la Junta, que unas veces conceden a determinado individuo y otras le revocan la concesión para darla a otro diferente, sin que en ningún caso extiendan certificación de la cesión.54

so El alquiler era de U S$2 por 10 hectáreas de tierra. Cruz Cálix ai Presidente Tiburcio Carias, 24 jul. 1933, a n h , leg. Secretaría de Fomento, Agricultura y Trabajo, correspondencia de juntas de fomento. 51 La Tela Railroad Com pany también adoptó una política para alquilar sus tierras. En 1935, el gobernador político de Atlántida informó que familias hondureñas estaban cultivando arroz (con semillas proporcionadas por la compañía), maíz, frijoles, vegetales, plátanos y otras cosechas en tierras de la compañía. Cornelio Mejía, Informe del Gobernador Político del departamento de Atlántida, 1934-1935, 29, a n h , manuscrito suelto. 52 Cruz Cálix al Presidente Tiburcio Carias, 24 jul. 1933. 53 Manuel Panlagua al Ministro de Fomento, 10 dic. 1934, 1934.

anh

,

leg. Alcaldías municipales,

54 Gustavo Castañeda al Ministro de Gobernación, Justicia y Bienestar, 20 sep. 1937, a n h , leg. Correspondencia de las gobernaciones políticas de la república, septiembre y octubre 1937.

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También acusaba al comité de evasión fiscal y fraude. Además, los fun­ cionarios locales de policía divulgaron que un grupo de “no hondureños” que vivía en Cuyamel desmontaba casas que anteriormente pertenecían a la compañía y vendían la madera para construcción y muebles.55 A los ojos del gobernador Castañeda, el fracaso de la Junta de Fomento en prevenir las acciones ilegales era una prueba adicional de su incapacidad para admi­ nistrar la propiedad de Cuyamel, por lo que impulsaba a sus superiores a disolver el comité. En el caso de la región de Omoa-Cuyamel, la salida de la compañía frutera puso en severos apremios las economías locales, dejando a centenares de trabajadores desempleados y a docenas de agricultores de banano sin el acceso a los mercados de exportación. Los ferrocarriles y la producción del banano de exportación en la Costa Norte se desarrollaron paralelamente durante el siglo xx; la pérdida de uno tendía a dictar el final del otro. Pero si las empresas bananeras podían quitar puentes y líneas del ferrocarril, no podían llevarse muy lejos la tierra. En algunos casos, antiguos trabajadores invadieron las fincas y las casas abandonadas, lo que les permitió cultivar productos para los mercados locales y regionales. Sin embargo, los cultivos que substituyeron al banano raramente generaban la renta que la expor­ tación de estos había producido durante los años de auge, conduciendo a mucha gente a emigrar a las zonas en donde el cultivo seguía activo. Además, unos vecinos aprovechaban del final del comercio del banano de exportación por medio de su control de las estructuras administrativas aparentemente creadas para facilitar el control local sobre los recursos y la infraestructura abandonados. Aunque O m oa no se puede tomar como un caso típico de abandono, patrones similares se desarrollaron en muchas comunidades de la Costa Norte al cesar la producción bananera. En agosto de 1931, los residentes de M ezapa (Santa Rosa del Norte), una pequeña aldea en el municipio de Tela, comenzaron “a poner dificultades” a los trabajadores que procuraban quitar una línea de ferrocarril operada por la Tela Railroad Company.56 Poco 55

Véase la correspondencia entre Castañeda y el Ministro de Gobernación, 15 oct. 1937 y 16 nov. 1937, a n h , leg. Correspondencia de las gobernaciones políticas de la república, septiem­ bre y octubre 1937.

56

154

Esta no fue la primera vez que los vecinos de Mezapa confrontaron a la Tela Railroad Company. En 1928, los mezapanos contrataron un abogado para representarlos en un juicio relacionado

CAPÍTU LO 3 : PAISAJES Y PASAJEROS

después, el alcalde de Tela, el Coronel M odesto Orellano, y el gobernador de Atlántida, Adolfo M iralda, viajaron a la aldea en donde se encontraron con casi 80 residentes para resolver el asunto. El gobernador M iralda leyó una declaración oficial del M inistro de Gobernación, reafirmando tanto el derecho de la Tela Railroad Com pany a quitar las líneas de ferrocarril, co­ mo la resolución del gobierno “de proteger los derechos de la compañía” .57 Después se reconoció la importancia del ferrocarril para la comunidad, pero se explicó que no se podía obligar a la compañía a dejar la línea intacta. Los aldeanos no disputaron el derecho de la compañía a quitar la línea. En su lugar, solicitaron que dejaran los puentes sobre el río Naranjo y varios riachuelos para facilitar el movimiento de la gente y los animales durante la estación de lluvias. También hicieron un llamado para la reconstrucción de un puente sobre el río Naranjo, el cual había sido dañado por inundaciones causadas por los torrentes. Los residentes de M ezapa declararon que antes de la llegada de la compañía, el río N aranjo “era seco y no ofrecía ninguna dificultad ni peligro para pasarlo” . Sin embargo, la Tela Railroad Com pany había canalizado el río y creado una red de zanjas de drenaje que combinaron los flujos de varios otros afluentes del río Naranjo. Consecuentemente, los vecinos describieron el río en 1931 como “m uy hondo y m uy peligroso”, particularmente durante la estación de lluvias, pues la comente crecía arras­ trando árboles y otros desechos río abajo. Finalmente, observando que la compañía instalaba tubos de agua potable del río Mezapa para los campos de trabajo cercanos, los residentes solicitaron que, como un “acto de justi­ cia”, cuatro llaves de agua fuesen instaladas para el uso de la comunidad. El día siguiente, el alcalde Orellano divulgó que el asunto había sido resuelto a la satisfacción de todos.58 Los residentes de Mezapa acordaron permitir el retiro de las líneas del ferrocarril por la promesa del gobernador de que permanecerían los puentes intactos. El gobernador y el alcalde también prometieron tener en cuenta las llaves de agua y el puente del río Naranjo al informar a los funcionarios de la Tela Railroad Company. con la usurpación de las tierras del ejido de la comunidad y la destrucción de cosechas. Julio Guerra, 15 jul. 1928, Santa Rosa del Norte (Mezapa), a n h , leg. 1923 Notas varias. 57

A menos que se haga notar de otra forma, el relato de los acontecimientos de Mezapa proviene de Adolfo Miralda, “Certificación: Asunto de Mezapa-Tela Railroad Co”, 30 ago. 1931, a n h , leg. Correspondencia de la Gobernación de Atlántida, 1931.

58

Modesto Orellano, 24 ago. 1931,

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,

leg. Correspondencia telegráfica, Atlántida, 1931.

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Sin embargo, menos de una semana después de la reunión, el alcalde auxiliar de Mezapa, Ciriaco Torres, informaba al gobernador Miralda que había ordenado a los trabajadores parar la desinstalación de los rieles por­ que la Tela Railroad Com pany no había cumplido con “la construcción del puente para atravesar el río N aranjo” . La respuesta del gobernador aTorrés fue firme: la aldea no podría insistir en que la compañía construyera un puente nuevo porque ya había uno.59 Pero el contenido y el tono de la carta que envió al Ministro de Gobernación fue muy diferente. M iralda explicaba que muchos de los 400 habitantes de Mezapa se ganaban la vida vendiendo alimentos y otros productos a los trabajadores de la plantación en el vecino municipio de El Progreso. Entre M ezapa y estos mercados se encontraba el río Naranjo y otros numerosos afluentes que durante la estación de lluvias se podían cruzar solamente a través de los puentes. M iralda incitaba a sus superiores en Tegucigalpa a ejercer presión sobre la compañía para que reconstruyeran el puente, tanto por los cambios ambientales causados por las operaciones de la compañía como por el potencial de resistencia adicional de la gente de Mezapa: Repito que toda la justicia la tienen aquellos vecinos porque el mal ha provenido de las canalizaciones que la compañía ha hecho en los terrenos de aquella jurisdicción: y tengo el criterio de que es la compañía a quien más le conviene por razones de cálculo complacer el justo deseo de los vecinos de Mezapa. Pues las represiones que el gobierno pudiese emplear para someterlos a la pasividad no evitarían que ellos tomasen el desquite con la compañía.60

Desafortunadamente, el expediente histórico no indica si el puente fue reconstruido, o si los aldeanos buscaron su “venganza” . Sin embargo, los acontecimientos en M ezapa revelan las conexiones históricas entre los pai­ sajes alterados y los sustentos transformados. La llegada de la Tela Railroad Com pany a la región creó nuevas alternativas para ganarse la vida mientras

59

Ciríaco Torres al Gobernador de Adántida, 28 ago. 1931, transcrito en Adolfo Miralda al Ministerio de Gobernación, La Ceiba, 30 ago. 1931, a n h , leg. Correspondencia recibida de las gobernaciones políticas de la república, 1931.

60

Miralda al Ministerio de Gobernación, 30 ago. 1931.

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C A PÍTU LO 3 : PAISAJES Y PASAJERO S

que alteraba el paisaje. Cuando la enfermedad de Panamá alcanzó el área de fvíezapa y redujo los beneficios de las plantaciones de banano, la compañía r e tr o c e d ió , retirando la infraestructura que había puesto allí. Sin embargo, él río Naranjo y sus tributarios quedaron alterados, incitando a los aldeanos a impedir el retiro de las líneas del ferrocarril para asegurarse que la com ­ pañía dejara una serie de puentes locales esenciales para la economía local doblemente transformada. El puente sobre el río Naranjo, por lo tanto, puede verse como un sím ­ bolo de los beneficios materiales que la ingeniería de la United Fruit trajo a los residentes de Mezapa. Sin embargo, las prácticas de producción de la compañía también cambiaron los recursos del agua y del suelo de la región en dos vías distintas, pero ligadas históricamente: las inundaciones estacio­ nales del río N aranjo y el declive de la producción del banano, debido a la enfermedad de Panamá. Estas nuevas dinámicas, a su vez, accionaron otra serie de procesos sociales que incluyeron el abandono del área por parte de la compañía, los esfuerzos de los residentes de Mezapa por mantener sus formas de ganarse el sustento y, posteriormente, nuevos significados históricos para la infraestructura construida por la compañía. Visto en este contexto, el puente representa la inestabilidad de los complejos agroecosis­ temas, formados por procesos dinámicos que operan en los niveles locales e internacionales. D os años después de la protesta de Mezapa, los residentes de San Fran­ cisco, una pequeña aldea al oeste de La Ceiba, protestaron por el retiro de una línea del ferrocarril por parte de la Standard Fruit. Haciendo eco de las preocupaciones surgidas por parte de sus contrapartes en Mezapa, el al­ calde de San Francisco, Sebastián Figueroa, declaró que el retiro de la línea sería un “golpe mortal” para su comunidad, pues era el único medio de transporté posible a través del pantanoso terreno en el cual la aldea estaba situada. Agregó que la línea del ferrocarril en cuestión cruzaba por lo menos 26 puentes. El Ministro de Fomento y el M inistro de Gobernación contac­ taron conjuntamente a la Standard Fruit para solicitar una suspensión del trabajo hasta que el asunto pudiese ser discutido. El director general de la Standard Fruit, A. J. Chute, respondió explicando que la línea en cuestión había servido a las fincas que la compañía abandonó debido a la enfermedad de Panamá antes de 1929, y que los trenes de la compañía habían dejado ya de pasar por ese ramal. Sin embargo, pensaba que con solamente algunas 157

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reparaciones menores la línea se podía convertir en un camino conveniente para peatones y caballos. Chute agregaba que a petición de los empleados y los residentes locales de San Francisco la compañía había decidido dejar dos puentes en el lugar.61 La respuesta de Chute indicaba que San Francisco había atravesado por un extenso período de relativo aislamiento antes de que se retirara la línea del ferrocarril. Además, un informe del gobierno escrito cuatro años antes del incidente, describía a San Francisco y sus aldeas vecinas como “emporios de la abundancia que hoy apenas sobreviven” .62 Esto sugiere que el retiro de la línea del ferrocarril era menos el principio de una transición precipitada para los residentes de San Francisco que la culminación de un declive de la actividad económica local. Si bien no queda claro si el alcalde Figueroa quedó satisfecho con la promesa de la Standard Fruit de dejar dos puentes en el lugar, su interés en impedir el retiro de la infraestructura del transporte de las empresas fruteras era coherente con las respuestas de las comunidades frente a los abandonos en otras partes de la Costa Norte. Los oficiales de los gobiernos locales y regionales no fueron los úni­ cos que iniciaron negociaciones con las compañías fruteras acerca de los recursos: muchos antiguos trabajadores de las plantaciones tomaron una acción directa, ocupando ilegalmente las propiedades de la compañía, en un esfuerzo por crear nuevas formas de ganarse la vida. En 1927, más de cien personas que ocupaban fincas enguamiladas de la Standard Fruit cerca de La Masica, solicitaron al presidente hondureño, Miguel Paz Barahona, el derecho a trabajar “ independientemente” parcelas de 7 hectáreas de tierra. Cuando la Standard Fruit se opuso a la presencia de los ocupantes ilegales, Jacobo P. M unguía defendió sus acciones explicando que los ocupantes solicitaron el permiso de plantar modestas cantidades de bananos Lacatan: “Estos hombres dicen que ellos quieren cosechar ese banano resistente y que si la compañía le encuentra un mercado, ellos le venderán con gusto su producción” .63 Adm itió que las tierras pertenecían a la Standard Fruit, 61 62

Salvador Aguirre al Señor Representante de la Standard Fruit Company, 5 jui. 1933, leg. Ministro de Fomento, Copias de correspondencia oficial, julio-ago. 1933. Gobernador Político, 7 mar. 1929,

anh

,

anh,

leg. Correspondencia recibida de los gobernadores

políticos, enero a junio 1929. 63

158

Jacobo P. Munguía al Presidente Miguel Paz Barahona, 16 may. 1927, a n h , leg. Correspon­ dencia particular, 1921.

C A PÍTU LO 3 : PAISAJES V PASAJERO S

pero subrayó que la compañía se daría cuenta de que los ocupantes ilegales serían colaboradores razonables, no adversarios. Desafortunadamente para los supuestos agricultores de banano, los mercados de exportación para la fruta Lacatan no se materializaron durante los años veinte. El inicio de la enfermedad de Panamá mostró la limitada libertad que poseían los produc­ tores que no eran de la compañía, ya fuesen grandes o pequeños. Incluso aquellos que quisieron arriesgarse con el Lacatan se vieron forzados a aban­ donar el comercio, excluidos en última instancia de las redes de transporte y comercialización.64 El mismo año, los miembros de la Unión Ferrocarrilera de Honduras y un grupo dé campesinos comenzaron a trabajar “tierras alrededor de un campo abandonado” de la Standard Fruit Company, situado al oeste de Sonaguera.65 El líder de los trabajadores, Zoroastro M ontes de Oca, soli­ citaba ayuda al gobierno para asegurarse de que las compañías fruteras no intentaran desalojar de la tierra a los trabajadores, pues al parecer ya había sucedido en otras partes del área. Este expuso las actividades de un trabajador del ferrocarril llamado Luis García como ejemplo de la industriosidad de los ocupantes ilegales: en unas siete hectáreas de tierra, García plantaba maíz junto con cantidades más pequeñas de caña de azúcar, plátanos, bananos (para los animales), malanga y café. Según M ontes de Oca, García había encontrado sin querer “la llave para alcanzar la libertad” que le permitiría dejar su trabajo en el ferrocarril de la compañía para poder cultivar. Ade­ más prometía que, con el apoyo del gobierno, los trabajadores-campesinos pronto formarían una “gran propiedad o cooperativa” de tierra. En 1931, una organización de trabajadores de La Ceiba pedía al go­ bierno nacional concederles “el libre uso de las tierras abandonadas por las compañías bananeras de la zona norte de la república” .66 Unas 200 firmas fueron añadidas a la petición que aseguraba que por lo menos 5.000 traba­

M

Sobre los problemas con el mercadeo del Lacatan, véase Revista del Archivo y de la Biblioteca Nacional de Honduras 12 (jun. 1931): 434; y Ordóñez P. al Ministro de Fomento y Obras Públicas, Agricultura y Trabajo, 3 jul. 1926, Archivo de la Gobernación de Atlántida, Libro copiador de cartas, 1926.

65

Zoroastro Montes de Oca al Ministro de Fomento, Obras Públicas, Agricultura y Trabajo, 1 sep. 1927, a n h , leg. N otas varias, 1927.

66

Urbano Rodríguez et al. ai Presidente Vicente Mejía Colindres, 19 ene. 1931, Correspondencia del departamento de Atlántida, 1931.

anh

,

leg.

159

CULTU RAS BA N A N ERA S: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y T R A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

jadores estaban desempleados y que las tierras eran escasas “por estar estas ocupadas por las diferentes compañías ferroviarias y bananeras radicadas en el país en las partes viables del terreno para su fácil exportación a los pueblos de consumo y centros” . El año siguiente, el gobernador de Atlán­ tida, observando la “constante” corriente de agricultores que solicitaban la protección de sus derechos sobre las tierras ejidales (controladas por los gobiernos municipales) o sobre aquellas abandonadas por las compañías bananeras, autorizó a los jefes municipales de la policía para que asistieran a los agricultores sin títulos para establecer límites de las propiedades.67 Los esfuerzos por resolver los conflictos de la tierra procedieron a menudo lentamente, en parte debido a la incapacidad de los gobiernos municipales de cubrir los costos asociados al proceso de titulación que un funcionario local describía como “prolongado y costoso” .68 Frustradas por la dificultad de obtener tierra en las zonas bananeras, las organizaciones de trabajadores hondureños dirigieron la mirada hacia La M osquitia — una gran región entre el departamento de Colón y la frontera con Nicaragua, habitada sobre todo por poblaciones indígenas, vistas por mucho tiempo como primitivas por las elites de habla hispana de las tierras altas— . Los líderes trabajadores hondureños se proponían primero colo­ nizar La M osquitia en 1911.69 Durante los años veinte, las organizaciones de trabajadores de la Costa Norte demostraron un interés renovado en la región. En julio de 1926, la Sociedad Lucha Obrera escribió al Ministro de Fomento declarando su intención de adquirir una concesión de tierra en la región de La M osquitia, “un lugar codiciado por elementos extranjeros y el único lugar que queda disponible para nosotros en la Costa Norte”.70 Un par de meses después, una carta del gremio de los artesanos de La Ceiba instaba al gobierno nacional a aprobar una concesión de 50.000 hectáreas de tierra “conveniente para la agricultura” cerca del río Patuca en La M osquitia.71 67

Acuerdo de 1 jul. 1932, Archivo de la Gobernación de Atlántida, Libro de acuerdos del Go­ bernador Político, 1 9 2 7 -1 9 3 3 ,151.

68

Camilo Gómez al Gobernador de Atlántida, 23 nov. 1936, a n h , leg.Gobernación,1936.

69

Meza, Historia del movimiento obrero hondureño, 11.

70

Axlington Francisco y Elias Pacheco, Sociedad Lucha Obrera al Ministro de Fomento, 13 jul. 1926, a n h , leg. Correspondencia particular, año 1921.

71

Eduardo Boves, Sociedad de Artesanos El Progreso al Ministro de Fomento, 5 sep. a n h , leg. Correspondencia particular, año 1921.

160

1926;

C A PÍTU LO 3 : PAISAJES Y PASAJEROS

En 1927, los miembros del gremio donaron su trabajo del dom ingo para c o n s t r u ir una embarcación, con el propósito de hacer una expedición pre­ liminar a La M osquitia. Acontecimientos culturales, patrocinados también por la organización, incluían teatro y desfiles en día de fiesta para recolectar fondos para el proyecto/2 En 1927, en un discurso pronunciado en La Ceiba, Zoroastro M ontes de Oca, secretario de la Unión de Trabajadores del Ferrocarril de Honduras, exhortaba a sus camaradas a apoyar el proyecto de La M osquitia: ¿Qué cantidad de familias podemos llevar a Mosquitia sin la ayuda del Esta­ do? Esa pregunta debe hacerse a todas las sociedades obreras de la república, que son hoy defensoras del ideal de controlar todos los terrenos mosqui­ tos para bien de la comunidad y salud de la República. Esos terrenos son Patria, como la entendemos hoy los obreros. “Salud y revolución social”73

Según la opinión de M ontes de Oca, las demandas de los trabajadores sobre los recursos de La M osquitia se basaban en las ideas de justicia social y en los derechos y las responsabilidades de la ciudadanía liberal. Si los tra­ bajadores leales al Estado-nación hondureño no actuaban, La M osquitia podría fácilmente quedar bajo el control de un interés extranjero, ya fuera la vecina Nicaragua o una corporación de los e e . u u . En agosto de 1928, un grupo de dieciséis trabajadores navegaron en una embarcación hacia el este de La Ceiba hasta la desembocadura del río Patuca. Procedieron contra la corriente, en piraguas, con la intención de establecer un cam po de explotación forestal. Sin embargo, a principios de noviembre, según se informa, más de la m itad de los trabajadores se había devuelto debido a las provisiones inadecuadas y a los enjambres de m osqui­ tos que hacían el sueño imposible. Los miembros restantes de la expedición abandonaron el campo en diciembre y regresaron río abajo, contrariados y con un poco de caoba para demostrar sus esfuerzos.74 Tres meses después, la Federación de Obreros Hondureños ( f o h ) llegó a un acuerdo con el M inis­

72 Diario del Norte, 11 jul. 1927 y 31 dic. 1927. 73 Zoroastro Montes de Oca, 24 feb. 1927,

anh

leg. Notas varias, 1927.

74 J. Amado Flores a Encarnación Martínez, 31 ene. 1929, a n h , leg. Truxillo Railroad Company, Correspondencia 1920.

161

CULTU RAS BAN ANERAS: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y TR A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

tro de Fomento, quien cedió al f o h el derecho de colonizar 40.000 hectáreas de tierra a lo largo del río Patuca.75 Un periódico de Olancho expresaba su entusiasmo por el proyecto en un editorial titulado “La colonización de La M osquitia por y para los hondureños es una necesidad frustrada”. Descri­ biendo la región como “pampas majestuosas de una exuberancia colosal; selvas frondosísimas e inaccesibles que aún no ha hollado la planta humana, son todavía desconocidas para los seres humanos”, los redactores declaraban que “es una exigencia imperiosa que se cultiven, toda vez que hay nativos pobres, carentes de recursos y de industrias en un campo, en una tierra de frondosidad en la que la próvida Naturaleza ha derramado su cuerno de dones prolíficos” .76 Pero no todos eran tan optimistas. En enero de 1929, J. Am ado Flo­ res, un maderero que se describía a sí mismo como partidario de las causas de los trabajadores, escribía una carta muy larga al f o h en la cual elogiaba los esfuerzos de la organización “por liberar a la patria de los extranjeros voraces”, pero advertía sobre “la ceguera de perseguir Utopías” .77 Amado sugería que el proyecto de colonización de La M osquitia estaba basado en una comprensión muy pobre de los recursos de la región. Los árboles de caoba, explicaba, crecían en pequeños grupos, bastante dispersos, signifi­ cando que las operaciones para aserrar requerirían un trabajo intensivo. En lo que concernía a la agricultura, la porción más baja del río Patuca estaba flanqueada por suelos finos y anegados. Los altos salarios y los mercados distantes restringirían la agricultura a las cosechas de alto valor efectivo.78 Estim aba que la población local a lo largo del río Patuca no excedía las sesenta personas, debido a los mosquitos y al clima hostil. A pesar de este retrato melancólico, Am ado insistía en que la “presencia hondurena” en La M osquitia era vital, a la luz de las “incursiones nicaragüenses” en la región. Impulsaba al f o h para achicar drásticamente el proyecto y ofrecía su propia ayuda: “Siendo un hondureño orgulloso, intentaré [...] poner estas exten­

75

Amado Flores a Martínez, 31 ene. 1929.

76

E l Oíanchano (Juticalpa), 26 ene. 1929.

77

Amado Flores a Martínez, 31 ene. 1929.

78

Según Amado Flores, el salario en la región era de “dos pesos más comida por día”, un pago que habría igualado o excedido los salarios que prevalecían para los jornaleros de las planta­ ciones de banano.

162

CA PÍTU LO 3 : PAISAJES Y PASAJERO S

sas regiones en las manos de los que podrían convertirlas en lugares sanos, poblados y productivos”. Las organizaciones de trabajadores parecen haber abandonado el pro­ yecto de colonización de La M osquitia a cambio de ubicarse en las tierras abandonadas por las compañías fruteras. Sin embargo, el establecimiento fallido representaba una tentativa ambiciosa y coordinada por parte de las or­ ganizaciones de artesanos y trabajadores que tenían el propósito de crear una forma de ganarse el sustento, independiente de la industria del banano. El proyecto también vierte luz sobre los significados que por lo menos algunos líderes de los trabajadores inscribieron en los recursos de la C osta Norte. El mensaje propugnado por M ontes de O ca era claro: las poderosas compañías extranjeras controlaban ya las mejores tierras a lo largo de la Costa Norte; los trabajadores leales debían asegurarse de que La Mosquitia permaneciera bajo la soberanía hondureña. Él y otros líderes de los trabajadores demandaban una parte de un territorio que nunca habían visto, con base en su estatus de hijos de la patria. Para hacerlo, se apropiaban de las visiones de la elite, que proclamaban una nación de mestizos descendientes exclusivamente de la gente india e hispánica, en un esfuerzo por borrar la heterogeneidad cultural encontrada dentro de las fronteras de la nación y particularmente en la Costa Norte, donde los hombres y las mujeres hispano-hondureños se mezclaron con garífunas, jam aiquinos, palestinos y gringos de los Estados Unidos.79 La M osquitia se vislumbraba como una tierra salvaje sin historia humana — un lugar para crear una sociedad rural mestiza, liderada por el varón, libre de las injusticias sociales y de la diversidad cultural encontrada en la Costa Norte— . La visión utópica subyacente en el proyecto de La M osquitia fue, probablemente, más bien la excepción que la regla entre los trabajadoresagricultores, pues en su mayor parte lograron su sustento emigrando hacia y alrededor de las zonas bananeras. Com o las compañías fruteras dirigieron sus ferrocarriles hacia las tierras libres de la enfermedad, dejaron muchas comunidades frente a la crisis económica, mientras que simultáneamente estimulaban la actividad económica en otras partes, inyectando capital y estableciendo medios de transporte para los mercados regionales e interna­ cionales. La historia de Sonaguera, Colón, ilustra los efectos transversales de 79

Sobre mestizaje e identidad nacional hondureña, véase Euraque, “The Threat o f Blackness” .

163

CULTU RA S BAN A N ERAS: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y T R A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

la política de las empresas para enfrentar el mal de Panamá. Separada del mar Caribe por las montañas de Nom bre de D ios, Sonaguera no participó del auge del banano que a finales del siglo x ix tuvo lugar alrededor de las ciudades portuarias de El Caribe. El municipio seguía desconectado de gran parte del comercio del banano durante las primeras dos décadas del siglo xx, situación reflej ada en la respuesta entusiasta de los líderes de la comunidad á una oferta por parte de inversionistas de los e e . u u . en 1907, para construir un ferrocarril de Trujillo a Sonaguera: [El ferrocarril] es nuestra única salvación, pues dicha empresa poblaría nuevamente los inmensos terrenos que a la hora se encuentran incultos y desiertos en la vega del río Aguán, y pondría término a la emigración constante de nuestros hijos hacia la Costa Norte, donde florece el cultivo del banano.80

Fig. 3.1. Tren de la Standard Fruit Company transportando troncos de caoba, La Ceiba, Honduras (años veinte).

80

164

Libros délas Actas de la Municipalidad de Sonaguera [en adelante, l a m s ] , 30 jun. 1907, vol. ene. 1907-jul. 1910, Municipio de Sonaguera (Sonaguera, Colón).

CA PÍTU LO 3 : PAISAJES Y PASAJERO S

El sustento principal de Sonaguera a inicios del siglo x x era la ganade­ ría en pequeña escala. En 1918, 66 residentes dijeron poseer entre una y 40 cabezas de ganado.81 En 1920, los funcionarios locales aprobaron una concesión de madera para Luis M asnada, hombre de negocios de La Ceiba, que mantenía lazos con la Standard Fruit. El contrato de cinco años acor­ daba venderle a M asnada “5.000 árboles de caoba y de cedro” que tenían en promedio 8 pies de diámetro.82 El rédito de la venta de madera era para financiar varios proyectos de obras públicas, incluyendo un nuevo centro comunitario y escuelas. El trato sugería fuertemente que por lo menos una parte del municipio tenía bosques extensos, y que las operaciones existentes de ganadería y agricultura no generaban mucho rédito. Un año después, el alcalde de Sonaguera convocaba a una reunión especial, en donde aseveraba que “los bosques ejidales los están agotando ciertos vecinos capacitados en el cultivo de zacateras, exponiendo así a la clase menesterosa a una crisis inmediata por falta de terrenos en qué hacer el cultivo de sus plantaciones” . Los oficiales de Sonaguera acordaron dividir el ejido en una zona ganadera y una zona m ixta.83 Este esfuerzo inicial por limitar la extensión de la ga­ nadería era un augurio del futuro, pero el cambio hacia una base agrícola solamente comenzaba; en 1923, ganado, caballos y otros animales continua­ ban deambulando libremente a través de las tierras municipales, y la carga financiera de erigir las cercas para proteger las cosechas estaba recargada sobre los hombros de los agricultores.84 La vida en Sonaguera comenzó a cambiar rápidamente cúando dos ferrocarriles de las compañías se acercaron al municipio en direcciones opuestas. En 1924, cientos de residentes conducidos por Inés Lanza pre­ sentaron una petición al consejo municipal en la cual se hacía un llamado para que Sonaguera delimitara los ejidos para la agricultura, anticipando la llegada “de las compañías extranjeras” .85 Los solicitantes se quejaban de que la presencia de “toda clase” de ganado vagando impedía el desarrollo agrícola. El consejo de Sonaguera, quizás esperando evitar una decisión

81

la m s,

2 3 ju n . 1918, vol. 1917-1921, 69.

82

l a m s,

13 jul. 1920, vol. 1917-1921, 150.

83

l a m s,

28

84

LAMS,

15 mar. 1923, vol. abr. 1921-dic. 1923, 162.

85

la m s,

15 nov. 1924, vol. 1924-1925, 42.

o c t.

1921, vol. abr. 1921-dic. 1923, 29.

165

CULTU RAS BAN AN ERAS: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y TR A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

sobre un asunto delicado, acordó unánimemente solicitar la opinión de autoridades superiores. El año siguiente, el alcalde Martínez divulgó que había recibido múltiples quejas por parte de la Standard Fruit Com pany por los daños ocasionados por el ganado en sus nuevas plantaciones.86 Esta vez el consejo municipal se puso en acción, estableciendo una zona agrícola en “la extensión del terreno perteneciente a esta jurisdicción”, la cual rodeaba el ejido m unicipal.87 Se les daba a los ganaderos tres meses para poner en terreno cercado todo el ganado y reubicarlo en las tierras del ejido en donde seguía siendo permitido pastar libremente. Al parecer esta m edida hizo poco para resolver los conflictos entre los ganaderos y los agricultores. En marzo de 1926, Nicolás Robles, Adolfo Sarrés, Rosalio Escobar, Enrique B. O cam po y otros cuarenta ganaderos de Sonaguera solicitaron permiso al municipio para construir, asumiendo ellos los costos, una cerca de alambre de púas para evitar dañar las plantaciones de las “compañías extranjeras” que circundaban el ejido.88 Los funcionarios locales aprobaron la petición de los ganaderos — cuyo poder disminuía— , quienes ahora asumirían la carga de prevenir los daños en los campos agríco­ las. Menos de un año más tarde, Robles, Petrona O cam po, Tom asa Ramos y otros veinte residentes de Sonaguera enviaron una carta al Ministro de Fomento, quejándose por las “severas multas” que recibieron a causa del ga­ nado, el cual había entrado en las fincas bananeras de las compañías Truxillo Railroad y Standard Fruit.89 Describiéndose como “pequeños agricultores y ganaderos”, los firmantes decían carecer de los recursos financieros para cercar sus pastos y pedían al gobierno nacional obligar a las compañías a cercar sus plantaciones. La respuesta ambigua del M inistro probablemente les dio poca satisfacción: alentaba a los solicitantes a respetar las regulacio­ nes existentes, las cuales obligaban a “cada propietario de ganado y campos agrícolas” a cercar sus campos, pero no hacía ninguna referencia específica a las compañías fruteras.90 86

LAMS,

21 sep. 1925,

87

LAMS,

21 sep. 1925, vol. 1924-1925, 133.

88

LAMS,

1 mar. 1926, vol. 1926-1927, 38-41.

89

Nicolás M. Robles, Petrona Ocam po, et al. al Ministro de Fomento, 15 feb. 1927, a n h , leg. 1927, Notas varias.

50

Ministro de Fomento a Robles, Ocampo, Ramos y otros, 17 feb. 1927, a n h , leg. 1927, Notas varias.

166

v o l.

1924-1925, 132.

C A PÍTU LO y . TA ISA JES Y PASAJERO S

A finales de los años veinte la producción del banano de exportación en Sonaguera había aumentado dramáticamente. La mayoría provenía de fincas de las subsidiarias de la Standard Fruit y la United Fruit, pero los pequeños agricultores también contribuyeron con una parte. A inicios de 1925, un número creciente de personas solicitó tierra para actividades agrícolas. En­ tre los muchos que buscaban parcelas en 1928 estaban Porfirio Guerrero y Eladio Zelaya, cada uno de los cuales solicitó 35 hectáreas para plantar bananos de exportación. El mismo año, Alberto Ortiz, Esteban Bardales, Octavio Robles, Juan Bardales Ortiz y Eugenio Orellano solicitaron cada uno 7 hectáreas “forestadas” en las cuales se proponían plantar bananos.91 En febrero de 1930, cierto número de residentes pedía que los ejidos fueran asignados para el uso agrícola.92 Reconocían la importancia de la ganadería en el pasado, pero observaban que había disminuido considerablemente la cantidad de ganado en esos últimos años, mientras que los residentes optaban cada vez más por el cultivo del banano en “los fértiles suelos de los ejidos” . El consejo municipal convino en designar nuevamente el ejido como región agrícola, y pidió que las cercas fuesen erigidas alrededor de los pastos existentes dentro de un período de seis semanas. Un mes después, el gobernador de Colón aprobó la medida. Evocando una visión contrastante del paisaje local, unos ochenta ga­ naderos de Sonaguera se levantaron ante el consejo para defender su for­ ma de ganarse el sustento: “Es público y notorio en este vecindario que la mayor parte de las tierras que constituyen los ejidos en este pueblo no son adecuados para la agricultura” .93 Criticaron la proliferación de las fincas de banano, una forma de sustento que según el punto de vista de los ganaderos no ofrecía “porvenir alguno”, puesto que después de la segunda cosecha los suelos estarían “completamente agotados ’ y las cosechas no podrían cubrir los costos de producción. El ganado, por otra parte, había sostenido la re­ gión desde “tiempos inmemoriales”. Los solicitantes declararon que “no es justo ni conveniente para los intereses generales del municipio, ahogar una fuente de riqueza conocida y habida por otra desconocida”. Pero los

51

91.

LAMS,

1

o c t.

1928,

v o l.

1928-1929, 130; 1

1928,

v o l.

92

LAMS,

1 feb. 1930, vol. 1930, 18.

93

l a m s,

1 mar. 1930, vol. 1930, 36.

d ic .

1928,

v o l.

1928-1929, 160;

y

15

d ic .

1928-1929, 167.

167

C ULTU RA S BA N A N ERA S; P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y TR A N SF O R M A C IO N E S SO C IO A M BIEN TA LES

argumentos de los ganaderos — los cuales eran razonables a la luz de la dis­ cusión del abandono de las fincas de banano en otras partes— tenían pocas probabilidades de convencer a los funcionarios locales; Sonaguera ya era el centro más importante de producción de banano de la Standard Fruit, y cantidades de ingresos sin precedentes fluían en las cajas municipales.94 No sorprende que el Consejo M unicipal denegara la petición de los ganaderos y les aconsejara cumplir con la nueva ordenanza. Menos de diez años después de reafirmar los derechos de los ganaderos a pastar sus animales en las tierras del ejido, el Consejo M unicipal de So­ naguera cambiaba su política de uso de la tierra: un reflejo de la economía local cambiante y del creciente poder político de los agricultores de bana­ no. Los agricultores en pequeña escala habían tenido poco éxito al desafiar los privilegios de los ganaderos hasta que el caprichoso ganado comenzó a encontrar la manera de entrar en las plantaciones recién establecidas por las compañías fruteras de los

e e .u u

.

La llegada de las compañías, en ese

entonces, brindaba a los agricultores oportunidades económicas, así como aliados políticos necesarios para competir por un mayor control sobre los recursos locales. Lo que en retrospectiva aparece como un ejemplo claro de la dominación de las empresas bananeras pudo haber parecido mucho más ambiguo para la gente que vivió esa experiencia. La participación de Sonaguera en el comercio del banano de exporta­ ción se constituyó por la condición inusual de tener, durante un período corto de tiempo, dos importantes compañías de banano operando dentro de sus límites. En al menos una ocasión, un grupo de poquiteros pudo to­ mar ventaja de la influencia de las compañías. En julio de 1929, cuarenta y cinco personas escribieron al M inistro de Fomento de Honduras, Salvador Corleto, solicitando títulos para las fincas que trabajaban en un área que se encontraba al este de los ejidos de Sonaguera, identificada como “Lote 19”.95

94

En 1930, la producción bananera de Sonaguera representó casi el 70% de las exportaciones de la Standard Fruit. El año siguiente, los funcionarios locales anticiparon unos US$68.500 dólares de ingresos municipales, de los cuales los impuestos de exportación generarían casi un 50% ; un gran incremento en comparación con años anteriores, l a m s , 15 ene. 1931, vol. 1930-1931,225.

95

Las superficies de las fincas de banano de los solicitantes variaban jde 1 a 35 hectáreas; el total del área llegó hasta 175 hectáreas de tierra cultivada. Véase Residentes del pueblo de La Paz al Ministro de Fomento, 20 jul. 1929, a n h , leg. Correspondencia particular, jun-dic.1929.

168

C A PÍTU LO 3 : PAISAJES Y PASAJEROS

Los agricultores afirmaban que habían estado cultivando la tierra en cuestión durante diez años, y que habían firmado recientemente un contrato de cinco años para venderle bananos a la Standard Fruit Company. Sin embargo, la Truxillo Railroad Com pany les ordenaba detener sus actividades en el área, alegando que había comprado la propiedad varios años antes a un terrate­ niente local. Citando los mapas de la Standard Fruit del Lote 19 como evi­ dencia, los poquiteros alegaban ocupar tierras nacionales, y solicitaban que el gobierno asignara a sus miembros lotes de familia según lo estipulado por la Ley Agraria de 1925. Dos semanas después, el representante del grupo, el coronel Jesús J. Zelaya, escribió una segunda carta al M inistro Corleto, “en nombre de la aldea de La Paz”, en la cual indicaba que los poquiteros habían rechazado una oferta de compra hecha por la Truxillo Railroad Com pany porque “deseamos ampliar nuestras fincas, no venderlas”.96 En noviembre de 1929, la oficina del M inistro Corleto informó a Ro­ mualdo López, finquero de la zona disputada, que el Lote 19 pertenecía a la Truxillo Railroad Company.97 Sin embargo, este “hecho” no puso fin a la materia. En enero de 1930, una orden ejecutiva cedió a los agricultores 2.500 hectáreas del Lote 19, en las cuales se establecieron lotes de familia.98 Cuando el director general de la Truxillo Railroad Company, E. E. Tho­ mas recibió la orden de suspender todas las actividades de la compañía en el área disputada, este envió una carta m uy larga de protesta al gobernador de Colón, en la cual afirmaba que antes de 1928 nadie vivía en la localidad donde la aldea “imaginaria” de La Paz decía estar establecida.99 Según Tho­ mas, La Paz tuvo su génesis cuando un grupo de trabajadores despedidos por la Standard Fruit Company, asumiendo que los bosques en el Lote 19 eran nacionales, comenzaron a cortar madera y plantar cultivos.100 Poco 96

J. J. Zelaya al Ministro de Fomento, 2 ago. 1929, a n h , leg. Correspondencia particular, jun.dic. 1929.

97

Ministro de Fomento a Romualdo López, 27 nov. 1929, a n h , leg. Correspondencia particular, jun.-dic. 1929.

98

E. E. Thomas al Gobernador de Colón, 25 jul. 1930,

anh

,

leg. Asuntos de la C osta Norte,

1927. 59

Aparentemente, la administración de la Truxillo Railroad Company no recibió notificación del acuerdo sino hasta julio de 1930. El Acuerdo 1191 (24 ene. 1930) no había sido publicado en L a Gaceta para julio de 1930. Véase Thomas al Gobernador de Colón, 25 jul. 1930.

100 La Standard Fruit Com pany tuvo acceso a la tierra a través de un acuerdo legal (contrato de permuta) con la Truxillo Railroad Company.

169

C ULTU RAS BAN A N ERA S: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y TR A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

después de eso, los guardabosques de la Truxillo Railroad Com pany llegaron al lugar de la escena y prohibieron a los trabajadores seguir descombrando. Luego, explicaba la carta de Thomas, Jesús Zelaya, un “rico terrateniente de Balfate” , convenció a los trabajadores para que renovaran sus actividades a pesar de las protestas de la compañía frutera. Zelaya mismo estableció una “pequeña plantación” en el área antes de viajar a Tegucigalpa — con fondos proveídos por los ex trabajadores— en donde publicó el aviso de la forma­ ción de la aldea de La Paz e hizo los arreglos para que el gobierno parcelara lotes de fam ilia.101 Según Thomas, Zelaya incluso había visto el título de propiedad de la compañía y había “aceptado” los “derechos innegables” de la compañía sobre la tierra disputada. El director general de la compañía concluía solicitando a la oficina del presidente que se revocara la decisión de ceder la tierra a los poquiteros, levantara la orden de paro de operaciones de la compañía en el área, y protegiera la propiedad contra otros actos de infracción.102 La carta, respetuosa pero firme, acompañada de varios documentos adjuntos que apoyaban la posición de la compañía, pudo haber convencido al gobierno nacional, pero no disuadió a los residentes de La Paz. En 1931, el alcalde de Sonaguera divulgó al Consejo Municipal que La Paz era una “aldea progresista de residentes que cultivan bananos a gran escala” .103 Pidió a la M unicipalidad su apoyo para la creación de una escuela en La Paz, una oferta que obviaba la protesta formal de la Truxillo Railroad Company. Los residentes de La Paz mantuvieron su posición con respecto a la tierra por tres años más. D e hecho, la aldea parece haber crecido a pesar del conflicto legal en curso y los bajos precios de los bananos en los mercados internacionales. En 1934, La Paz tenía 172 casas, 431 familias, y una escuela a la que asistían 53 estudiantes. Los residentes cultivaban aproximadamente 1.200 hectáreas de bananos, además de cantidades más pequeñas de plátano macho, zacate, maíz y frijoles.104 Un año antes, aproximadamente 150 aldeanos habían asistido a una sesión del Consejo en Sonaguera para incorporar la ayuda oficial a sus esfuerzos y convencer a la Standard Fruit de que construyera una 101

Thomas al Gobernador de Colón, 25 jul. 1930.

102 Ibid. 103

LAMS,

1 sep. 1931, 25; y 1 oct. 1931, 35.

104

la m s,

2 abr. 1934 (1931-1934), 419.

170

CA PÍTU LO 3 : PAISAJES Y PASAJEROS

línea de ferrocarril hacia La Paz.105 El municipio acordó hacer una petición oficial a la compañía referente a la línea. Durante la misma sesión, el m u­ nicipio también autorizó un cementerio para la aldea. Sus orígenes pueden haber sido míticos, pero La Paz se convirtió rápidamente en una realidad tangible. En marzo de 1934, una comisión del gobierno constituida por el gober­ nador Romero, el general Sanabria y un funcionario de laTruxillo Railroad Com pany fueron a La Paz a discutir las condiciones mediante las cuales po­ dría tener lugar “una honorable transacción de la fruta” .106 Una declaración sometida por la compañía ante el gobernador de Colón reiteraba muchos de los puntos de la carta de Thomas en 1930, pero también contenía algunos cambios importantes en la posición de la com pañía.107 Los funcionarios de laTruxillo Railroad Com pany expresaban poca indulgencia hacia los poqui­ teros, a quienes describían como individuos “de diversos orígenes, los cuales violaron la propiedad privada”, se establecieron y plantaron bananos en un lugar llamado “La Isleta” . La versión de 1934 de la compañía substituyó la compleja y moralmente ambigua versión de los acontecimientos de la carta de Thomas de 1930 por una en la cual las actividades de los agricultores ha­ bían sido actos criminales premeditados. La carta se refería al área disputada como “La Isleta”, y no reconocía la formación de La Paz. Sin embargo, después de declarar sus derechos inalienables sobre la propiedad, el funcionario de la compañía ofrecía llegar a un arreglo: La compañía está dispuesta a consentir la presencia de los intrusos, con la condición de que sigan circunscritos al área donde están establecidos actualmente y con la condición terminante de que vendan sus bananos

105 Los agricultores de La Paz se quejaban de que tenían que acarrear su fruta tres o cuatro kilom e t r o s , p o r c a r r e t e r a s q u e e r a n i m p e n e t r a b l e s d u r a n t e la t e m p o r a d a d e llu v ia s , l a m s , 1 m a r.

1933. 106 Un topógrafo los acompañó para demarcar la línea entre los lotes 18 y 19. Gobernador R. Romero al Ministro de Gobernación, 15 mar. 1934, a n h , leg. Correspondencia telegráfica, Colón 1934; y Gobernador R. Romero al Ministro de Gobernación, 22 mar. 1934, a n h , leg. Gobernadores Políticos, ene.-abr. 1934. 107 Romero recopiló la declaración de Myrick en una comunicación enviada al Ministro de G o ­ bernación. G . A. Myrick al Gobernador de Colón, 21 mar. 1934, a n h , leg. Gobernadores Políticos, ene.-abr. 1934.

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C ULTU RAS

b a n a n e r a s: p r o d u c c ió n

,

c o n s u m o y t r a n s f o r m a c io n e s s o c io a m b ie n t a l e s

a la compañía bajo los mismos términos que lo hacen otros agricultores independientes que cultivan sus propias tierras.108

La Truxillo ofreció facilitar el transporte de la fruta que cultivaban en La Paz, construyendo una línea del ferrocarril que traería la fruta al banco del río Aguán, punto en que la fruta sería llevada a través del río gracias a un tranvía aéreo hasta el ferrocarril principal de la compañía. La compañía acentuó que no compraría a los agricultores que no aceptaran estos términos. Pero los poquiteros no estaban dispuestos a abandonar sus campos, ni a vender su fruta a la compañía. El 2 de abril de 1934, alrededor de 100 indi­ viduos sometieron ante el Consejo M unicipal un documento firmado en el que solicitaban que la personería jurídica de su asentamiento fuese cambiada de caserío a aldea.109 En consideración de la petición, el Consejo Municipal reconoció la demanda sobre la tierra de la Truxillo Railroad Company, pero señaló la existencia de una escuela con 53 estudiantes como evidencia de la legitimidad de la comunidad (olvidando convenientemente que el mismo consejo había autorizado la creación de la escuela). Los miembros del con­ sejo acordaron unánimemente señalar a La Paz como aldea, con un área de un kilómetro cuadrado. Las palabras de este acto manifestaban apoyo: “en el momento en que la Truxillo Railroad Com pany o cualquier otra entidad intente imponer una demanda legal, el municipio, sin importar el título pre­ sentado, pedirá la expropiación de la tierra en nombre del interés público, de acuerdo con el artículo 27 de la Ley Agraria” . Diez días más tarde, el alcalde de Sonaguera telegrafió al Ministro de Gobernación, abogando por su ayuda en la prevención del desalojo de los 129 poquiteros, además de unos 500 individuos que prestaban su mano de obra en el Lote 19: “Si esto sucede, ¿qué harán más de mil trabajadores hondureños sin empleo ni techo?” .110 El 23 de abril, el gobernador Romero volvió, a la propiedad disputada para tener otra reunión con los poquiteros; lo que dio lugar a la firma de un acta que presentaba dos opciones para el futuro de La Paz: los colonos

108 Ibid. 109 Esto apoya la tesis de la compañía de que el “pueblo” de La Paz no existía en un sentido legal antes de este tiempo. Véase l a m s , 2 abr. 1934. 110 N .M ontiel al Ministro de Gobernación, 12abr. 1 9 3 4 Colón 1934.

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, ,leg. Correspondencia telegráfica, a n h

C A PÍTU LO y . PAISAJES Y PASAJEROS

vendían sus fincas a la compañía frutera por “una tarifa justamente calcula­ da”, o la compañía vendería la tierra a los colonos por el mismo precio que había pagado originalmente.111 El 3 de mayo, el topógrafo del gobierno, Camilo Góm ez, informó que la aldea de La Paz estaba situada en tierras que habían sido propiedad de la Truxillo Railroad Com pany.112 Agregó que la compañía todavía tenía en firme su oferta de comprar bananos a los agricultores e instalar la infraestructura necesaria para transportar la fruta hasta su ferrocarril. Sin embargo, según Gómez, los poquiteros rechazaban bajo cualquier condición vender su fruta a la compañía, prefiriendo la venta o la compra de la tierra. Los habitantes de La Paz continuaron presentando evidencias que apo­ yaban su derecho a ocupar la tierra, durante varias reuniones con los repre­ sentantes del gobierno y de la compañía, a principios de m ayo.113 Luego, el 1 de junio de 1934, tras lo que el gobernador Romero describió como “intensas deliberaciones” , las partes optaron por un acuerdo según el cual los agricultores venderían sus fincas a la com pañía.114 El acuerdo concedió a los poquiteros un período de ciiatro meses para reubicarse y el permiso de continuar vendiendo sus bananos a la Standard Fruit hasta que la Truxillo Railroad Com pany pudiese construir un sistema de transporte. Cóm o y dónde se reubicaron los residentes de la aldea de La Paz es confuso, pero, para noviembre de 1935 los observadores refirieron la zona como “fincas de La Paz de la Truxillo Railroad Com pany”, sugiriendo que la compañía había asumido el control sobre la tierra según lo convenido.115 La historia de la lucha por controlar los recursos del suelo en el Lote 19 no se adapta fácilmente a las imágenes de las compañías fruteras omnipoten­

111 R. Romero al Ministro de Gobernación, 23 abr. 1934, a n h , leg. Correspondencia telegráfica, Colón, 1934. 112 Camilo Gómez al Ministro de Gobernación, 3 may. 1934,

anh

,

leg. Correspondencia tele­

gráfica, Colón, 1934. 113 R. Romero al Ministro de Gobernación, 3 may. 1934, a n h , leg. Correspondencia telegráfica, Colón, 1934. 114 R. Romero al Ministro de Gobernación, 1 jun. 1934, a n h , leg. Correspondencia telegráfica, Colón, 1934. 115 En una correspondencia no relacionada con el conflicto, un funcionario municipal se refería al área como “las fincas de La Paz de Truxillo”. Véase Ramón R. Gálvez al Ministro de Fomento, 18 nov. 1935, a n h , leg. Alcaldías municipales, 1934-1937.

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CULTURAS BAN ANERAS: PR O D U C C IÓ N » C O N SU M O Y T R A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

tes que usurpaban las tierras de los pequeños y desafortunados propietarios. La obstinada ocupación de los poquiteros y sus astutas alianzas alcanzaron el éxito al mantener al margen a laTruxillo Railroad Com pany por lo menos durante cinco años. Los agricultores de La Paz se ganaron la ayuda de las autoridades locales y regionales a pesar de la evidencia que indicaba que la propiedad había sido transferida a la compañía frutera. La fuerte declaración de ayuda publicada por el Consejo Municipal de Sonaguera en 1934 sugiere que si el apoyo inicial de la elite local a los poquiteros era motivado por un poco más que oportunismo, se convirtió en una expresión del nacionalismo hondureño. Los funcionarios locales no cuestionaban la santidad de la pro­ piedad privada, sino que creían en el derecho de los “hondureños” a tener acceso a los recursos necesarios para tener sustentos dignos. Es notable que los residentes de La Paz recibieran el apoyo político local durante los años iniciales del período de dieciséis años del presidente Carias Andino, un período en la historia política hondureña conocido por su autoritarismo y por la influencia de gran envergadura de la United Fruit. Por supuesto, el socio “sin voz” de los aldeanos de La Paz, a lo largo del conflicto, era la Standard Fruit Company, cuyo deseo de comprar fruta a los poquiteros les daba acceso a los mercados de exportación. El hecho de que la Standard Fruit se abstuviera de construir una línea de ferrocarril en La Paz pudo haber reflejado la decisión de la compañía de no oponerse abiertamente a su competidor. Por otra parte, al hacer negocios con los poquiteros m inaba los esfuerzos de la Truxillo Railroad Com pany por desalojar a los agricultores. Aunque eventualmente la compañía reclamó la tierra, su esfuerzo por pintar a los poquiteros como si fueran criminales falló. La persistencia de La Paz, por lo tanto, se puede atribuir sobre todo a su localización geográfica: en contraste con las fincas abandonadas ocu­ padas por los ocupantes ilegales a lo largo de la costa de Atlántida, el esta­ blecimiento de La Paz se extendió sobre las zonas activas de la producción de dos compañías fruteras. Sin embargo, esta condición estaba lejos de ser permanente. La rápida extensión de la enfermedad de Panamá obligó a la Truxillo Railroad Com pany a abandonar docenas de fincas en los bajos del valle del Agüán. En 1942, la compañía hizo su última compra de fruta antes de cerrar el servicio de ferrocarril de una vez por todas.

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C A PÍTU LO 3 : PAISAJES Y PASAJEROS

Mapa 3.1. Desplazamiento de los centros de producción de las empresas Standard Fruit y Truxillo Railroad (subsidiaria de la United Fruit) entre los años treinta y cincuenta.

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CU LTU RA S BA N A N ERA S: P R O D U C C IO N , C O N SU M O Y T R A N SFO R M A C IO N E S SO C IO A M BIEN TA LES

Los retratos fragmentarios de la gente y las comunidades de la Costa Norte ofrecidos en este capítulo revelan los efectos transversales de la agri­ cultura de la “roza y quem a industrializada” de las compañías bananeras. La mayor parte de las economías locales se derrumbaron debido a los despidos masivos, las migraciones, el agotamiento de los ingresos fiscales del gobier­ no y la disminución de la actividad comercial. Las compañías hicieron, además, que lloviese sobre m ojado, al retirar las líneas del ferrocarril. En lugares como M ezapa y San Francisco, los residentes desafiaron el poder de las compañías fruteras con protestas colectivas y directas contra el retiro de la infraestructura de transporte. Pero no todo fue pérdida en el ciclo de la producción que cambiaba de terreno. A medida que las comunidades a lo largo del litoral de El Caribe entraban en un período de crisis económica y migración aguda, las del interior, situadas en los principales valles ribereños de la región, experimentaron una extensión de la producción agrícola y de la inmigración. La respuesta de las compañías fruteras al mal de Panamá contribuyó a un proceso de “desarrollo desigual” a lo largo de la Costa Nor­ te, que no causó la extinción de los finqueros independientes y poquiteros, pero sí expuso los límites de su autonomía. El poder que tenían las compa­ ñías fruteras sobre los poquiteros y finqueros fue más evidente cuando un segundo hongo patógeno apareció sin avisar en la C osta Norte.

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C a p ít u l o 4

SIGATOKA, TECNOCIENCIA Y CONTROL

Los métodos científicos utilizados para combatir la epidemia de Sigatoka requieren de la intervención de expertos en patologías de las plantas, expertos que realizan su trabajo con inmenso cuidado y minuciosidad. D iario C om ercial, San P edro Sula, 1938

A medida que métodos más científicos para el cultivo del banano, incluyendo la protección contra la enfermedad, han pasado a formar parte de la moda general, el pequeño productor se encuentra en una creciente desventaja. La adopción de la irrigación, la fumigación, y de otros métodos modernos para el cultivo del banano por parte del agricultor independiente es inadmisible debido a su carencia de grandes recursos financieros. A ntonio C ertosim o, Tegucigalpa, 1941

E l Spray. E l efecto que el spray le dio en esa época me dio miedo. No me gustó. Era el trabajo más pésimo. Feliciano N úñez, E l Progreso, 1995

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CULTU RAS BAN ANERAS: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y TR A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

A finales de octubre de 1935, una fuerte tormenta golpeó el valle de Sula. Después de tres días consecutivos de vientos y de lluvias torrenciales, los ríos Ulúa y Chamelecón desbordaron sus cauces destruyendo las cosechas, ahogando el ganado y llevándose aldeas, campos de trabajo y puentes. Se interrumpieron los servicios de agua y electricidad en áreas urbanas tales como San Pedro Sulay El Progreso. Un residente de un campo bananero de la Tela Railroad Com pany reportó que las aguas se llevaron los barracones de los trabajadores como si fuesen “cajas del fósforos”, dejando a más de 150 familias damnificadas. Com o parte de los esfuerzos ante la emergencia, la compañía evacuó a los trabajadores de las plantaciones inundadas, instaló cocinas de emergencia y proporcionó agua potable para la gente que quedó sin casa. Para José Almendares, residente por muchos años de El Progreso, la tormenta fue un acontecimiento memorable, que trajo consigo más que inundación y desolación: “Después de 1935, cuando ocurrió una gran inundación, las fincas se enfermaron. Vino la Sigatoka”.1 Que la tormenta y la Sigatoka estuvieran, y sigan estando, interconectadas en los recuerdos de los residentes de la región, no debe sorprender. Los efectos de la Sigatoka, como los de la inundación, fueron dramáticos y de gran envergadura.2 Los empleados de la Tela Railroad Com pany habían observado casos aislados de Sigatoka un par de meses antes de la inundación de octubre.3 Sin embargo, la enfermedad brotó en proporciones epidémicas como con­ secuencia de la tormenta. A inicios de diciembre, más de 4.400 hectáreas de las fincas de la compañía tenían “cierto grado de la infección”. Seis meses más tarde, la cifra se había duplicado a 8.900 hectáreas, de las cuales 1.340 hec­ táreas mostraban una reducción marcada en su rendimiento.4 La epidemia José Almendares, entrevista del autor, El Progreso, Yoro, ago. 1995- También véase G. OuryJackson al Secretario de Estado, 29 nov. 1935, u s n a , Foreign Agricultural Service, Narrative Reports, Honduras, folder Diseases-Plant, 1935-1937. Un residente de largo plazo del valle de Sula me dijo que algunos de los “agricultores indepen­ dientes” creían que la Sigatoka había sido traída por el huracán. Pancho Urbina, entrevista del autor, El Progreso, ago. 1995. Otros individuos que relacionaron el huracán con la Sigatoga fueron Angela Coto-Moreno, José Almendares, y Víctor Reyes. Entrevistas del autor, El Pro­ greso, Yoro, ago.-sept., 1995. Lewis Knudson, “Report on the Cercospora Disease o f Banana in Honduras with Special Reference to Soil as a Factor”, mecanografiado (17 ago. 1936), informe inédito [en adelante, “Report on the Cercospora Disease”] . Vining Dunlap, “Reports on Investigation o f Sigatoka Disease Control in the Tela and Cortés Divisions, Nov. 1935-Nov. 1936”, 1-2 [en adelante, “Investigation o f Sigatoka control”].

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C A PÍTU LO 4 : SIGATOKA, T E C N O C IE N C IA Y C O N T R O L

se intensificó durante la segunda m itad de 1936, cuando los funcionarios de la compañía divulgaron que más de 2.800 hectáreas quedaron fuera de producción. Entre 1936 y 1937, la producción de banano de la Tela Railroad Company cayó de 5,8 a 3,7 millones de racimos.5 Describiendo su visita a la Costa Norte, en mayo de 1937, un diplomático estadounidense apuntó: [...] los estragos [de la Sigatoka] en las fincas de la United Fruit Company han creado un estado de pánico entre el personal de esa organización, y los esfuerzos realizados por la compañía pata combatir la enfermedad son prácticamente los únicos asuntos discutidos en las conversaciones llevadas a cabo por los funcionarios de la United Fruit Company.6

La Sigatoka también afectó a los productores independientes, fueran finqueros o poquiteros. En octubre de 1936, Roberto Fasquelle, un pro­ minente finquero independiente de San Pedro Sula, alertaba al gobernador de Cortés, J. Antonio Milla, anunciando que si las autoridades del gobier­ no no lograban llegar a un acuerdo respecto a los medios para controlar la enfermedad, los bananeros nacionales “desaparecerían” .7 Y proporcionaba una minuciosa evaluación sobre las condiciones dentro de las comunidades que cultivaban banano situadas a lo largo del ferrocarril nacional. En Potrerillos, la producción semanal había caído de cuarenta vagones a apenas cuatro vagones. Las exportaciones habían caído en dos tercios en el vecino municipio de La Pimienta. Las condiciones eran aún peores en el distrito de Chamelecón, donde “ni siquiera una” de las más de 1.000 hectáreas de banano había quedado libre de Sigatoka y la producción “se veía condenada a desaparecer” .8 Fasquelle describía los municipios de Cholom a y de San

5

Julián L. Nugent, “The Banana industry in the Puerto Cortés Consular District”, 1 jun. 1942, Confidential U .S. Diplomatic Post Records, 1930-1945, Honduras, microfilm rollo 28.

6

Gerald A. Drew al Secretario de Estado, Tegucigalpa, “Banana Blight in N orth Coast o f Honduras, e tc ”, 22 may. 1937, Confidential U .S. Diplom atic Post Records, 1930-1945, Honduras, microfilm rollo 17.

7

Roberto Fasquelle al Gobernador de Cortés, 9 oct. 1936, a n h , leg. Correspondencia recibida de las gobernaciones, 1936 (Tomo II); y G . Oury-Jackson al Secretario de Estado, 16 jul. 1936, u s n a , Foreign Agricultural Service Narrative Reports 1920-1941, Honduras, folder Diseases-Plant, 1935-1937.

8

En agosto de 1936, un científico contratado por la United Fruit para estudiar el patógeno

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C ULTU RAS BAN A N ERA S: P R O D U C C IO N , C O N SU M O Y TR A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

Pedro Sula como menos afectados que los otros, pero el patógeno estaba presente en varias fincas, incluyendo las suyas propias. Finalmente, los ba~ ' nanales situados justo a lo largo de la sección sur del ferrocarril de Puerto • Cortés, aunque libres de Sigatoka, se mostraban “seriamente infectados” con el mal de Panamá. Los funcionarios de la Tela Railroad Com pany con-r firmaron la evaluación de Fasquelle, divulgando que rechazaron casi toda la fruta ofrecida para la venta por parte de los productores particulares.5 Al terminar el año, solo cuatro de once municipios en el departamento de ; Cortés seguían exportando bananos.10 Entre 1935 y 1937, las exportacio­ nes de los finqueros nacionales ubicados en el valle de Sula cayeron de 3,6 a 1,7 millones de racimos. Algunos meses después de recibir la carta de Fasquelle, el gobernador Milla advertía a los funcionarios en Tegucigalpa que “sin el banano, no habrá dinero en la C osta N orte para importar mercancías; las casas distribuidoras perderán ingresos, al igual que los municipios, que dependen ampliamente de los impuestos del banano”.11 Además agregaba que el Ferrocarril Nacio­ nal iba a perder su fuente primaria de ingresos. Finalmente, el gobernador observaba que la Sigatoka amenazaba la producción de plátano, “el pan de los pobres” . A principios de 1937, el cónsul estadounidense en Puerto Cortés divulgó que la reducción en las nóminas de pago, tanto de las com­ pañías norteamericanas como de los productores nacionales, conduciría a la “reducción del dinero en circulación” .12 El impacto de la epidemia en la producción de banano y en la economía de la Costa Norte, por lo tanto, fue severo y rápido. Sin embargo, los líderes políticos en Tegucigalpa reac­ cionaron con lentitud ante la crisis, incitando a las compañías fruteras, a los productores particulares y a los funcionarios regionales del gobierno a iniciar esfuerzos del control. describió las plantaciones a lo largo del río Chamelecón como “fuertemente afectadas por la enfermedad”. Knudson, “Report on the Cercospora Disease”. 9

]. A. Milla al Ministro de Gobernación, 7 dic. 1936,

10

Milla al Ministro de Gobernación, 7 dic. 1936.

11

J. A. Milla al Ministro de Gobernación, lOfeb. 1937, a n h , leg. Apuntes de 1934, Goberna­ ción Política, v. 1.

12

Myron Schraud, “ Cercospora Musae: A Plant Disease Aífecting the Banana Industry o f Hon­ duras”, 17 abr. 1937, u s n a , Foreign Agricultural Service Narrative Reports 1920-1941, Honduras, folder Diseases-Plant, 1937-1941.

180

anh

,

leg. Gobernación, 1936.

C A PÍTU LO 4 : SIGATOKA, T E C N O C IE N C IA Y C O N T R O L

Cuando la Sigatoka golpeó el valle de Sula, el departamento de investi­ de la Tela Railroad Com pany había sido reducido a tres científicos, después de la tom a de control de la compañía por parte de Zemurray.13 Al parecer Zemurray consideraba poco a los científicos profesionales, una opi­ nión que algunos científicos de la compañía atribuían a su creencia de que g a c ió n

la enfermedad de Panamá le había dado una ventaja a la United Fruit sobre Sus competidores, cuyas reservas de tierra no igualaban a las de la U nited.14 Pero la velocidad con la cual la Sigatoka bajó los niveles de la producción evitó que la empresa “huyera” del problema y obligó al equipo reducido de personal de investigación, bajo la dirección del Dr. Vining Dunlap, a buscar maneras de controlar la epidemia. Afortunadamente para Dunlap y sus colegas, la Sigatoka había sido descrita en artículos científicos antes de 1935. La primera incidencia docum entada de la enfermedad ocurrió en Java en 1902. Diez años más tarde, un brote extenso ocurrió en el distrito de Sigatoka en la isla de Vitu Levu, Fidji — un acontecimiento que dio ori­ gen al nombre popular de la enfermedad— . Otras epidemias posteriores causaron importantes daños en las plantaciones de banano en Australia (1924) y Ceilán (1928). Los primeros informes sobre la Sigatoka en las Américas provenían de Surinam y Trinidad en 1 9 3 3 .Entre 19 3 4 y 1938,1a Sigatoka llamó la atención de observadores en Colombia, Costa Rica, Cuba, Guadalupe, Guatemala, Jam aica, M éxico, Panamá y las islas W indward.15 Se han propuesto dos teorías para explicar la extensión intercontinental de la Sigatoka. En 1962, Robert Stover especuló que las corrientes de aire eran capaces de transportar las esporas del hongo a larga distancia. M uy pro­ bablemente un segundo medio a través del cual la Sigatoka atravesó el globo fue por la introducción de ejemplares de M usa utilizados en los programas de mejoramiento iniciados en los años veinte por el gobierno británico y la United Fruit Company, los cuales recibieron plantas de Asia y del Pacífico. También se podría asumir que otros especímenes de Musa alcanzaron las 13

En 1932, después de ver el desplome del valor de las acciones de k United Fruit (y de su fortuna personal), Zemurray volvió de su jubilación para convertirse en “director general a cargo de operaciones” de la United Fruit. Dosal, DoingBusiness with the Dictators, 183-184.

14

Jesse E. H obson, “Research in the United Fruit Company”, typescript, 4 nov. 1959.

15

La monografía de 1935 de Claude Wardlaw Diseases ofthe Banana and ofthe M anila Hemp Plant incluye una breve discusión sobre la enfermedad de las hojas manchadas. Sobre el m o­ vimiento del patógeno, véase Meredith, Banana L e af Spot Disease, 22-23.

181

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Américas vía esfuerzos no institucionales. Además de los barcos de banano, la cantidad cada vez mayor de tráfico de la marina mercantil a través del Canal de Panamá aumentó probablemente el número de introducciones intencionales y no intencionales de plantas exóticas.16 El patógeno asociado a la Sigatoka, el Musicola de Mycosphaerella de Leach, era un hongo aerotransportado, que infectaba las hojas tiernas de las plantas del banano.17 El tejido fino infectado de la hoja desarrollaba rayas amarillas, que posteriormente se convertían en puntos negros. Las hojas infectadas eventualmente dejaban de funcionar y se inclinaban. La pérdida de hojas afectaba el desarrollo de la fruta: los racimos producidos por plan­ tas enfermas eran de bajo-peso.18 Las plantas moderadamente infectadas tendían a producir racimos de fruta que a primera vista eran indistinguibles de los de las plantas sanas. Sin embargo, tras ser cosechados, los bananos se magullaban y se ponían amarillos rápidamente, volviéndose inútiles para la exportación. Tal fruta era conocida como “maduros de barco”, o “fruta de Cercospora” . Los fitopatólogos consideran al M . musicola de Leach como un patóge­ no suave, que es afectado en gran medida por las condiciones ambientales, incluso por la temperatura y la humedad. En Honduras, unos observadores esperaban inicialmente que un cambio en la temperatura o en la presión atmosférica impidiera la extensión del patógeno.19 N o convencido de que solo el cambio de temperatura controlaría la Sigatoka en los monocultivos extensos de la compañía, Vining Dunlap comenzó a ensayar fungicidas durante las semanas de brote de la epidemia. Desde 1914, los investigado­ res en Fidji habían recomendado aplicar mezclas de sulfatos de cobre y cal para controlar la M musicola en las plantaciones del banano.20 Durante los

16

Sobre la circulación mundial d éla Sigatoka, véanse Jones, “Sigatoka”, 79-81; y Stover, “Intercontinental Spread o f Banana Leaf Spot”, 327-338.

17

El nombre Mycosphaerella musicola de Leach data de 1941. Antes de ese año, las publicaciones científicas identificaban al hongo como Cercospora musae. Véase Leach, “Banana Leaf Spot”, 91-95.

18

Una planta de banano de exportación se consideraba sana si contaba con seis o más hojas funcionales cuando el racimo de la fruta florecía.

19

Gobernador Milla al Ministro de Gobernación, 28 jul. 1936, telegráfica, Cortés, 1936 (tomo II).

20

Las propiedades del fungicida eran bien conocidas antes de la epidemia de Sigatoka; el caldo

182

anh

,

leg. Correspondencia

C A PÍTU LO 4 : SIG ATO KA, T E C N O C IE N C IA Y C O N T R O L

años veinte, N orm an Sim monds experimentó con una variedad de técnicas de control, incluyendo el polvo de cobre-cal, en plantaciones de banano enfermas en Australia.21 La eficacia general de las mezclas de cobre-cal y de sulfuro-cal para controlar el hongo era conocida, por lo tanto, en 1935, pero su utilidad bajo las condiciones ambientales encontradas en las zonas bananeras de Centroamérica era incierta. Antes de que finalizara 1936, D u n lap divulgó que la mezcla de Bordeaux (sulfato de cobre, cal y agua) aplicada en ciclos de siete a catorce días había proporcionado un control adecuado, particularmente durante los meses lluviosos en que muchos otros compuestos fungicidas fallaron.22 Tras lo anterior, se concentró en desarrollar los medios rentables para aplicar el fungicida a gran escala. D unlap experimentó con una variedad de tecnologías, incluyendo los rociadores de mochila, equipos aéreos de riego y aeroplanos, antes de resolverse por un sistema fijo, parecido al utilizado en las huertas norteamericanas. El sistema consistía en una estación central de mezcla/bombeo donde el sulfato de cobre, la cal y el agua se combinaban en tanques de 7.500 litros. Las bombas a diesel distribuían la solución a través de una red de tuberías colocadas a través de las fincas. Trabajando en parejas, los hombres unían las mangueras a las válvulas encontradas en los intervalos, a lo largo de las tuberías. Los trabajadores se movían de planta en planta, cubriendo los racimos de banano con una fina capa del espray de Bordeaux aplicada con una boquilla de alta presión. Al finalizar dos líneas de banano, la manguera se unía a una válvula más lejana, por debajo de la línea, y el proceso se repetía. Aunque el sistema era costoso de instalar (cos­ taba más del doble que la fumigación por aeroplano) y dependía de mucha mano de obra, Dunlap creía que su capacidad superior para controlar la Sigatoka compensaría su alto costo.23 Después de invertir dos años y un millón de dólares en ensayos intensi­ vos, los jefes de la United Fruit autorizaron la instalación del sistema para sus bórdeles tomó su nombre de la región de Bordeaux, en Francia, donde lo inventaron en 1885 para su uso en los viñedos. 21

Meredith, Banana L e af Spot Disease, 87-88.

22

La mezcla del Bordeaux era de 5:5:50 de sulfato de cobre, cal y solución acuosa. Dunlap, “Investigation o f Sigatoka Control”, 5.

23

El rocío proporcionaba una mejor cobertura y adherencia del fungicida a la hoja que el polvo. u f c o . División ofTropical Research, AnnualReport (1937), 2-6.

183

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operaciones en Honduras. En 1937, los sistemas de fumigación se incremen­ taron de 500 hectáreas a 8.900 hectáreas.24 D os años después, la compañía había instalado el equipo en 14.500 hectáreas en Honduras, y la aplicación del caldo bordelés era considerada com o parte de la “rutina ordinaria de la plantaciones” .25 La com pañía introdujo el sistema de fumigación en todas sus operaciones en Centroamérica, incluidas sus nuevas divisiones en la costa del Pacífico de C osta Rica.26 La com pañía im portaba las tuberías, las bombas de alta presión, los tanques de almacenaje, los productos químicos y el resto del equipo de Alem ania y Estados Unidos. El consumo de sulfato de cobre (en miles de toneladas por año), por parte de la compañía, excedió rápidamente la fuente disponible en los mercados internacionales, incitando a la gerencia de la United Fruit a enviar ingenieros de minería a Honduras, con la esperanza de encontrar una fuente local de materias primas.27 Ade­ más de esto, el sistema de control quím ico obligó a la compañía a invertir en mano de obra, necesaria para lavar los racimos de fruta cosechados, los cuales llevaban residuos del spray. El proceso tedioso de lavar los racimos ocupaba a dos trabajadores, quienes sumergían cada racimo varias veces en una solución ácida, para después lavarlo con agua pura. En total, el control de la Sigatoka aumentó los costos de producción en un 4 0 % .28 Menos de cinco años después de que la epidemia de Sigatoka golpeara el valle de Sula, la fumigación con el caldo bordelés permitió que las exportacio­ nes de banano de Honduras recuperaran los volúmenes que prevalecían antes de 1935. El investigador británico, Claude Wardlaw— quien en otra ocasión había hecho una crítica fuerte respecto al cultivo del banano en Centroamé­ rica— consideraba el sistema de control improvisado por Dunlap como uno de los logros más grandes de la historia de la fitopatología.29 Pero esta hazaña

24

u fc o .

División ofTropical Research, A nnualReport(1937),

1.

25

u fco .

División ofTropical Research, AnnualReport (1939),

3.

26

Sobre el control de la Sigatoka y los trabajadores en Costa Rica, véase Marquardt, “Pesticidi Parakeets, and Unions”, 3-36.

27

Gerald A. Drew al Secretario del Departmento de Estado, 22 may. 1937, Confidential D i| plomatic Post Records, H onduras 1930-1945, rollo 17-

28

G. Oury-Jackson, “Cooperation o f American Fruit Com pany with Independent Planten i 18 m ay 1938, u s n a Foreign Agricultural Service Narrative Reports 1920-1941, Honduras^

29

Wardlaw, Banana Diseases.

folder Diseases-Plant, 1937-1941.

184

CA PÍTU LO 4 : SIGATOKA, T E C N O C IE N C IA Y C O N T R O L

significaba poco para los poquiteros, tales como el hermano de Ángela CotoMoreno, quien incapaz de comprar los químicos necesarios para controlar la Sigatoka, substituyó sus bananos por cultivos alimenticios para los mercados locales.30 Es difícil determinar con precisión cuántos agricultores de peque­ ña escala sufrieron transiciones similares, pero a lo mejor el número llegó a centenares ya que los costos del sistema de fumigación estaban fuera del alcance económico de la mayoría de los poquiteros en la región. Después de realizar una gira a lado del río Ulúa en 1937, el diplomático estadounidense John Erwin divulgaba que “era m uy evidente en algunos lugares a lo largo del recorrido, en donde los productores independientes de banano no habían utilizado ninguno de los métodos de control contra la enfermedad, que las plantaciones se vieran destruidas a una distancia considerable”.31 Las cifras de las exportaciones confirmaron el efecto devastador del patógeno en los agricultores particulares: entre 1937 y 1939 sus exportaciones se desploma­ ron de 1,7 millones de racimos a solo 122.000 racimos.32 Los funcionarios de la United Fruit al parecer aconsejaron a los pro­ ductores a que aguardaran el resultado de sus pruebas con el fungicida para evitarles invertir recursos financieros en técnicas de control no comprobadas. Algunos productores, incluyendo a Roberto Fasquelle, consideraron esto como una estrategia pragmática. Sin embargo, no todos estaban contentos con esperar pasivamente mientras sus fincas sucumbían a la Sigatoka.33 Al carecer de los recursos financieros para importar el equipo de control, los agricultores en Cholom a podaron las hojas infectadas y las colocaron cui­ dadosamente al revés sobre la tierra para evitar que las esporas infectaran a otras plantas. Esta medida “provisional” retardaba la extensión del hongo y permitía, según se informa, que un mayor porcentaje de la fruta fuera cosechado.34 En 1937, W illiam T. Colem an, un productor adinerado de

j j p . 0 Ángela Coto-Moreno, entrevista del autor. El Progreso, Yoro, sep. 1995. John Erwin al Secretario de Estado, 17dic. 1937, u s n a Foreign Agricultural Service Narrative Reports 1920-1941, Honduras, folder Fruits 1937-1941. fulian L. Nugent, “The Banana Industry in the Puerto Cortés Consular District” , 1 jun. 1942, ^ Confidential U .S. Diplom atic Post Records, Honduras, 1930-1945, rollo 28. . 3'

Schraud, “ CercosporaMusae”, 2-3. Gobernador J. Antonio Milla al M inistro de Gobernación, sin fecha (1936?), a n h , leg. Correspondencia recibida de las gobernaciones, vol. 2 (1936). Quitar las hojas era una tarea

185

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Cholom a, con una granja de 900 hectáreas, improvisó un rociador de fungicida jalado por un camión, que funcionaba con eficacia sin importar las condiciones atmosféricas.35 El grado de desinfección era “total”, según el gobernador Milla, quien divulgó que el tratamiento mató “a todas las clases de insectos, y a otros parásitos y animales tales como las ardillas”.36 Sin embargo, aun para los agricultores adinerados como Colem an, el uso de tecnologías importadas no ofrecía ninguna garantía para controlar la Sigatoka en sus fincas a largo plazo, ya que las esporas del hongo podrían ser transportadas hasta un kilómetro o más.37 Es decir, un agricultor parti­ cular tenía que preocuparse no solo de las plantas infectadas en su propia finca, sino también de aquellas de sus vecinos, puesto que el patógeno no respetaba los límites de las propiedades. Desde 1936, el gobernador M illa instaba al gobierno de Tiburcio Ca­ rias a apoyar a los “productores nacionales” comprando un aeroplano y los materiales necesarios para hacer el caldo bordelés, señalando que la Tela Railroad Com pany gozaba de exenciones en los aranceles.38 Inicialmente la administración de Carias no consideró la amenaza planteada por la Si­ gatoka con la gravedad suficiente como para autorizar la intervención del gobierno. El sucesor del gobernador Milla, Gustavo A. Castañeda, continuó presionando a Tegucigalpa para que les ayudara a los finqueros. En 1938, Castañeda solicitó, en nombre de varios prominentes productores, que se retiraran los gravámenes a las importaciones del sulfato de cobre, la cal, las bombas y otros materiales necesarios para controlar la Sigatoka.39 La administración de Carias negó la petición, una decisión que reflejó menos su ignorancia de la severidad de la Sigatoka que su interés político en no cooperar con los finqueros de la Costa Norte, muchos de los cuales eran

intensiva, que funcionaba mejor como control donde las fincas estaban dispersas. Véase Me­ redith, Banana Leaf Spot Disease, 80. 35

Milla al Ministro de Gobernación, 10 feb. 1937.

36

Milla al Ministro de Gobernación, 10 feb. 1937. Div. ofTropical Research, AnnualReport (1937), 2.

37

u fco .

38

Gobernador J. Antonio Milla al Ministro de Gobernación, 8 oct. 1936, pondencia recibida de las gobernaciones, vol. 2 (1936).

39

G. A. Castañeda al Ministro de Gobernación, 1 mar. 1938, bida de los gobernadores, 1938.

186

anh

,

anh

,

leg. Corres­

leg. Correspondencia reci­

C A PÍTU LO 4 : SIGATO KA, T E C N O C IE N C IA Y C O N T R O L

miembros prominentes del partido Liberal, la oposición mayor al partido Nacional de Carias.40 En abril de 1938, la United Fruit divulgó los rasgos generales de un plan para ayudar a los agricultores independientes en E l Comercio, el perió­ dico que funcionaba como órgano de la compañía. El artículo comenzaba contando el “colapso” de la producción bananera debido a la Sigatoka, se­ ñalando que las fincas “totalmente improductivas” a lo largo del Ferrocarril Nacional mostraban ese fracaso.41 La compañía esbozó entonces su oferta de instalar sistemas de fumigación de caldo bordelés a un costo de U S$865 por hectárea. Además, préstamos de U S$145 por hectárea serían propor­ cionados a los productores con “buenas tierras” . La compañía prometía pagarles a los agricultores que participaran 25 centavos por los racimos de nueve manos. Según el artículo, el programa brindaría a los participantes beneficios económicos, y la oportunidad “de aprender m étodos modernos de cultivo y de obtener conocimiento práctico que de ser aplicado cuida­ dosamente aumentaría la producción” . Los funcionarios de la compañía insistían en que actuaban de buena fe, observando que así sería menos costoso controlar la Sigatoka en sus plantaciones en lugar de resucitar la producción de los independientes. Enfatizaron en que el plan impulsaría la economía m oribunda de la Costa Norte. Al concluir, la compañía prometía restaurar el comercio del banano “a las condiciones que prevalecían antes de la aparición de la Sigatoka” .42 Pero el tono entusiasta y seguro del artículo encubría el hecho de que proporcionaba pocos detalles sobre los términos del préstamo, y apenas mencionaba quién podría ser idóneo para recibirlo. El cónsul estadouni­ dense Oury-Jackson aseveró que la falta de detalles era intencional: 40

Para finales de 1937, el diplomático estadounidense John Erwin viajó con Antonio C. Ri­ vera, presidente del Congreso de Honduras, y Juan Manuel Gálvez, Ministro de Defensa, a la Costa Norte. Erwin alegó que el viaje era una evidencia del reconocimiento del gobierno sobre la gravedad de la Sigatoka. Sobre las tensiones entre Carias y los liberales en San Pedro Sula, véase Euraque, Reinterpreting the Banana Republic, 42-75-

41

G . Oury-Jackson, “Cooperation o f American Fruit Com pany with Independent Banana Planters”, 18 may. 1938, “Enclosure N o 1: La Com pañía Frutera proyecta curar las fincas de los agricultores que poseen buenas tierras” , u s n a Foreign Agricultural Service Narrative Reports 1920-1941, Honduras, folder Diseases-Plant, 1937-1941.

42

Oury-Jackson, “Cooperation o f American Fruit Com pany with Independent Banana Plan­ ters” , 18 may. 1938.

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Se ha informado esta oficina de que el plan según lo detallado [...] no es exacto y que la información se proporciona de una manera ambigua para asegurar el interés de los pequeños productores de banano y para moti­ varlos a hacer observaciones y comentarios con la finalidad de modificar en efecto el plan.43

Después de conversar con un funcionario de alto nivel de la compañía, Oury-Jackson relató las intenciones de la compañía: El plan hace un llamado para que las tierras sean cultivadas por sus dueños, mientras que el riego y la rociadura contra la enfermedad serán realizadas por la empresa frutera. Esta última colocará todas las líneas de tubería, instalará el resto del equipo necesario para la irrigación, al igual que para el spray, y realizará realmente estas operaciones, además de proporcionar todo el equipo necesario bajo contrato.44

Según lo descrito por Oury-Jackson, la oferta representaba apenas el retorno a las condiciones previas a la Sigatoka. La decisión de ofrecer el contrato solamente a los productores “con buenas tierras” excluiría a una gran cantidad de agricultores. Para quienes firmaran el plan, el precio re­ cibido por su fruta — 25 centavos por racimos menos los 5 centavos para cubrir los pagos del préstamo— representaba un declive fuerte comparado con los 45 centavos pagados previamente por un racimo de nueve manos.45 Finalmente, el hecho de que la com pañía mantuviera el control del equi­ po de riego y fumigación reduciría a los finqueros “independientes” solo a llamarse de ese modo. Contando con pocas opciones, muchos agricultores del valle de Sula firmaron contratos con la compañía. En 1939, la United Fruit inició la instalación de infraestructura de tubería y bom bas para regar el caldo bor43

Ibid.

44

Ibid. La descripción de Oury-Jackson del plan era diferente del publicado en E l Comercio en cuanto al costo de la instalación del sistema de fumigación. Oury-Jackson mencionó una cifra de U S$865 dólares por hectárea (U S$741 para materiales y U S$124 por mano de obra), la cual era exactamente la mitad de la cifra de U S$ 1.730 dólares que apareció en E l Comercio.

45

El préstamo en efectivo se haría al 6% de interés. Los “pagos” se efectuarían descontando el 20% del valor de venta de la fruta.

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C A PÍTU LO 4 : SIGATOKA, T E C N O C IE N C IA Y C O N T R O L

deles en las fincas de particulares. Durante ese año, la compañía compró solo 122.000 racimos;46 tres años después, la compañía registró compras que superaban el millón de racimos. En 1942, las fincas de los productores contratados cubrían 1.900 hectáreas.47 Sin embargo, un diplomático esta­ dounidense observó cambios importantes en la organización de la industria: Durante estos años los agricultores locales se volvieron cada vez más de­ pendientes de las compañías americanas, tanto para la salida al mercado como para el acceso a insumos cada vez más especiales, a tal grado que actualmente la Tela Railroad Com pany pone los sistemas de riego y de fumigación en las fincas independientes y supervisa sus métodos de traba­ jo y producción, etc. Hoy en día el supuesto agricultor “independiente”, en efecto, recoge simplemente el alquiler para su tierra a un costo de 25 centavos por racimo de bananos producidos sobre ella.48

En realidad, el llamado programa de cooperación de la Tela Railroad Company servía sobre todo para asegurarse de que la compañía pudiera aprovechar los mejores suelos sin comprarlos o alquilarlos. La empresa, controlando el acceso a los mercados, los procesos claves de producción, y el financiamiento, dom inó la producción bananera en Honduras a un gra­ do sin precedentes. Los productores de pequeña a gran escala, cuyos suelos no daban los altos rendimientos de bananos necesarios en la época de la Sigatoka para sacar beneficios, cambiaron a otras cosechas o a actividades ganaderas. La Standard Fruit Com pany también inició programas de control de Sigatoka a mediados de los años treinta. Los gerentes de la compañía viajaron con frecuencia al valle de Sula para observar los procedimientos de control adoptados por la United Fruit. La Standard Fruit, que en aquel entonces no contaba con un departamento de investigación, instaló un equipo de 46

En 1939 el gobierno municipal de San Pedro Sula, cicando las pérdidas sufridas por los “agricultores nacionales” debido a la Sigatoka, redujo los impuestos municipales de 2 centavos por racimo a 1 centavo por racimo. Gustavo A. Castañeda al Ministro de Gobernación, 17 jul. 1939, a n h , leg. Correspondencia recibida de los gobernadores, 1938.

47

Julián L. Nugent, 1 jun. 1942, Confidential U .S. Diplomatic Post Records, 1930-1945, Honduras, microfilme rollo 28.

48

Nugent, 1 jun. 1942.

189

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fumigación de caldo bordelés similar al desarrollado por su más grande competidor. Cuando la epidemia de Sigatoka llegó a sus fincas, la Standard Fruit estaba en vías de cambiar sus operaciones a la parte superior del valle de Aguán, en el departamento de Yoro. Esa región recibía menos lluvia de la que caía típicamente sobre el llano costero en Atlántida. El clima compa­ rativamente árido ayudaba a limitar la severidad de los brotes de Sigatoka, pero también obligaba a que la compañía irrigara constantemente, lo cual requería inversiones significativas de capital y m ano de obra.49 Entre 1938 y 1942, el área promedio rociado por los trabajadores de la Standard Fruit aumentó de 730 hectáreas a más de 3.100 hectáreas. Durante este período, el consumo anual de sulfato de cobre por parte de la compañía pasó de 525 toneladas a casi 1.900 toneladas.50 En un proceso bastante similar al que tuvo lugar en el valle de Sula, la adopción del sistema de control de la Sigatoka funcionaba para marginar a los productores de banano en pequeña escala sin desposeerlos de sus tie­ rras. Com o lo hizo notar un cónsul de los e e . u u . emplazado en La Ceiba en 1942, “la compañía ha podido trasladarse, irrigar, rociar [el caldo bordelés] y apoyar las plantas [contra el viento], pero los pequeños productores no lo han logrado. Se apegan a la línea del ferrocarril a lo largo de la lluviosa costa, solucionando solamente el problema del transporte, y su rendimiento es mínim o” .51 El informe consular estimaba que 1.000poquiteros dispersos por la línea de ferrocarril de la com pañía vendían anualmente 500.000 racimos de fruta a la compañía. Tanto los bajos niveles de producción percapita como el porcentaje cada vez menor de las exportaciones totales por las cuales se representaban sus bananos (17% en 1942) reflejaban el papel marginal de los poquiteros durante la era de la Sigatoka.

49

La Standard mantuvo 1.755 hectáreas de tierras irrigadas en 1938. Véase Fred K. Salter, “Irrigation Projects in Honduras” , 2 sep. 1938, Confidential U .S. Diplomatic Post Records, 1930-1945, Honduras, microfilme rollo 17.

50

Los índices de aplicación de sulfato de cobre entre 1938 y 1942 oscilaban entre 449 kilos hasta 662 kilos por hectárea. A. J. Chute a John Erwin, 19 mayo 1943 [copia], Enclosure 3, en John Faust a l Secretario de Estado, 21 mayo 1943, u s n a Foreign Agricultural Service Narrative Reports 1941-1945, Honduras, folder Fruits-marketing poíicies.

51

Wymberíey DerCoerr, “Basic Report on Banana Industry”, 7 mayo 1942; DerCoerr, 31 mar. 1942 y 30 jun. 1942, Confidential U .S. Diplom atic Post Records, 1930-1945, microfilme rollo 28.

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Según el cónsul estadounidense, Wymberley Der Coerr, “ciertos fun­ cionarios [de la Standard Fruit] ” eran de la opinión de que se debía dejar de comprar fruta que no fuese de la compañía, pues a menudo era rechazada antes del envío aunque la compañía hubiera pagado por ella.52 Los funcio­ narios con frecuencia describían la fruta del poquitero como “inferior” en calidad, en comparación con la de las fincas de la Standard. Sin embargo, algunos encargados de la compañía abogaban por comprar toda la produc­ ción independiente, en consideración del “bienestar local” y las relaciones políticas “de largo plazo” . Durante cuarenta años, la compañía había com ­ prado bananos a los productores independientes; a lo mejor algunos emplea­ dos veteranos se rehusaban a finiquitar esas antiguas relaciones. Además, las restricciones de envío causadas por la Segunda Guerra M undial resultaron en graves pérdidas económicas para los agricultores de la región.53 En un momento en que el gobierno de los e e . u u . promovía la política del “buen vecino”54 en Latinoamérica, los funcionarios de la Standard debían evitar controversias. Sin embargo, el informe de Der Coerr confirma que la pro­ ducción del poquitero declinó, debido a que la producción bananera requería costosas inversiones para adaptarse a los agroecosistemas dinámicos y a los estándares de calidad. Estas inversiones incluían el conocimiento generado por los científicos profesionales, que desempeñarían un papel cada vez más importante en la definición y el control de las enfermedades del banano.

L a T E C N O C IE N C IA D E L C O N T R O L D E LA SlG A T O K A

Aunque lograron controlar la Sigatoka, los científicos de la United Fruit en Honduras no encontraron “ninguna indicación” de que el patógeno pudiese ser suprim ido.55 Por lo tanto, enfocaron su atención en mejorar la eficacia económica de la aplicación del fungicida. Sus esfuerzos inicialmente demos­ traron signos de éxito: entre 1937 y 1939, el costo anual de la fumigación

52

Der Coerr, "Basic Report on Banana Industry;’ 30 jun. 1942.

53

Por ejemplo, entre mayo y junio de 1942, los agricultores que vendían su fruta a la Standard Fruit perdieron el 36% de su producción debido a los horarios irregulares del vapor.

54

En el original “G ood Neighbor Policy”. N . de laT.

55 United Fruit, División ofTropical Research, A nnual Report (1940), 3.

191

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cayó en un 36% . Esta aguda rebaja en los costos era consecuencia de u jfP l reducción en la frecuencia de aplicaciones del fungicida.56 Pero la tendencia 38, a n h , leg. Informes de los Gobernadores Políticos, 1938-1939; y Byron E. Blankinship al Secretario de Estado, 21 abr. 1950, u s n a Foreign Agricultural Service Narrative Reports 1950-1954, Honduras, folder Labor-Legislation. Blankinship al Secretario de Estado, 21 abr. 1950.

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c a p í t u l o 5: r e t o r n o a l a p r is ió n v erd e

En la Honduras del siglo xx, los hombres excedían casi siempre en número a las mujeres en las zonas bananeras; una situación que prevalecía en las demás zonas bananeras centroamericanas.8 Los hombres empleados por las compañías fruteras tenían diversas identidades étnicas, nacionales y raciales. Por ejemplo, en 1929, los empleados de laTruxillo Railroad C om ­ pany eran hondureños (el 59% ), antillanos (el 11% ), centroamericanos (el 10%), caribes hondureños “garífunas” (el 9% ), norteamericanos (3,9% ), e isleños de la bahía (3,2% ). El 4% restante incluía europeos, suramericanos, mexicanos y asiáticos.9 N o cabe duda que la Costa Norte era la región más cosmopolita de Honduras. Sin embargo, las campañas contra los negros y los inmigrantes emprendidas por las organizaciones de trabajadores du­ rante los años veinte y treinta, junto con la aprobación de una legislación para restringir la inmigración de no-blancos, parece haber tenido éxito en disminuir la migración antillana a la región.10 O tro factor que condujo a un declive en el número de trabajadores negros fue la terminación de las actividades de laTruxillo Railroad Com pany en Colón, donde la proporción de trabajadores negros inmigrantes parece haber sido mayor que en el valle de Sula, donde los salvadoreños eran el grupo inmigrante más grande. Los antillanos y los garífunas trabajaban en los muelles, ferrocarriles y talleres de las empresas en los años treinta, pero su presencia en las fincas dism i­ nuyó drásticamente. En 1938, la Tela Railroad Com pany divulgó que los hondureños (8.300) y los salvadoreños (3.665) formaban la mayor parte de su mano de obra; los antillanos y los beliceños representaban menos del 3% de la planilla de la com pañía.11 M uchos individuos buscaban trabajar en las zonas bananeras desde jóvenes. Por ejemplo, Pastor Martínez se fue de su lugar de nacimiento en Olancho hacia las fincas de la Standard Fruit a la tierna edad de 13

8

Sobre el caso de Guatemala, ver Forster, “Reforging National Revolution” , 196-226.

9

Truxillo Railroad Company al Ministro de Fomento, 16 abr. 1929, a n h , leg. Truxillo Railroad Company, Correspondencia 1920.

10

H ay un debate en la historiografía sobre la escala y el significado de la migración de antillanos hacia la C osta Norte. Véase Euraque, “The Threat o f Blackness”.

11

La compañía frutera proporcionaba cifras probablemente subestimadas sobre la cantidad de personas negras debido a la presión del gobierno que pedía darles preferencia a los “hon­ dureños” no negros. Mejía, “Informe rendido por el Gobernador Político de Atlántida, año económico 1938-9” , 38.

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años.12 Bricio Fajardo también comenzó a trabajar a los 13 años, después de la muerte de su padre. El salvadoreño Manuel Canales consiguió una chamba moliendo maíz para un contratista a la edad de 15 años. A los 16 años Francisco Portillo trabajaba como “yardcro” (asistente) para un su­ pervisor.13 Las trabajadoras de cocina también iniciaban sus labores como preadolescentes, comúnmente junto a sus madres, aunque no siempre.14Los datos de los censos confirman que la población de la Costa Norte durante la primera m itad del siglo x x era joven. En 1935, el 38% de los habitantes del departamento de Cortés tenía menos de 15 años y el 84% (63.026 de 75.000) de la población no había cumplido los 40 años. En el departamen­ to vecino de Atlántida, las personas por debajo de los 15 años constituían el 39% de la población, y la gente menor de 40 años conformaba el 82% (35.850 de 43.862) de la población en 1940.15 Sin importar la edad, generalmente las personas que buscaban empleo en las fincas de las compañías fruteras lo hacían por medio de un contratis­ ta. La Standard Fruit y la U nited Fruit dependían de los contratistas para conseguir trabajadores de cam po durante la primera m itad del siglo xx.16 Las compañías comenzaron a emplear trabajadores agrícolas directamente a mediados de los años cuarenta, pero el proceso seguía altamente descen­ tralizado: los capataces contrataban y despedían a los trabajadores según sil discreción. Incluso en 1950, la Tela Railroad Com pany no mantenía archi­ vos centralizados del personal y reclutaba a sus trabajadores por un proceso

12 Pastor Martínez, entrevista del autor, Coyoles Central, Yoro, 1995. 13 Francisco Portillo, entrevista del autor, La Lima, Cortés, 199514 Angela Coto-Moreno, entrevista del autor; y Gladys Nieves, entrevista del autor, Campamento Tacamiche, Cortés, 1995. 15 Población de Cortés: niños por debajo délos 5 años, 12.116; niños entre 5 y 14 años, 16.276; jóvenes entre I 5 y 2 4 años, 16.217; y personas entre 2 5 y 4 0 años, 18.417. En Atlántida, la estructura poblacional era parecida: por debajo de los 5 años, 6.207; entre 5 y 14 años, 10.949; entre 15 y 24 años, 8.726; y entre 25 y 40 años, 9.969. Véase, respectivamente, “ Resumen del censo general de población, departamento de Cortés levantado el 30 de junio de 1935”, a n h , leg. Informe del año económico de gobernadores y alcaldes municipales de Cortés, 19331934; y “Resumen del censo general de población del departamento de Atlántida, levantado el 30 de junio de 1940”, a n h , leg. Correspondencia recibida de las gobernaciones políticas, ago.-nov. 1940. 16 Las compañías empleaban a la mayoría de los trabajadores que no se dedicaban a tareas agrí­ colas, incluyendo a los trabajadores del ferrocarril, talleres, oficinas y hospitales.

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c a p í t u l o 5: r e t o r n o a l a p r i s i ó n v e rd e

“semi-contractual” .17 Los contratistas enlistaban trabajadores por plazos que variaban de días a semanas, dependiendo de la tarea. A inicios de los años treinta, los salarios estaban entre 1,5 7 2,0 dólares por día.18 Con el fin de in­ corporarlos a sus equipos, unos contratistas les ofrecían a los recién llegados ropas, zapatos o machetes.19También empleaban a cocineros para preparar las comidas de los trabajadores, a los cuales les pagaban U S$0,50 al día. El abastecimiento de comidas satisfacía una necesidad práctica, puesto que las fincas bananeras estaban a menudo lejos de los almacenes y los mercados, pero la práctica pudo haber contenido un elemento de coerción. Muchos ex trabajadores recordaban que los contratistas los obligaban a comer ex­ clusivamente en sus cocinas, amenazando con despedir a los que comieran en otra cocina. Sin embargo, las mujeres que trabajaron en las cocinas de los contratistas no confirmaron esta práctica. A lo mejor, los contratistas variaban al respecto, pero no cabe duda de que jugaron, para bien o para mal, un papel crucial en la vida cotidiana de los campeños. Los inmigrantes recién llegados a las zonas bananeras dependían de personas con quienes tenían lazos de parentesco, amigos y de la información de boca en boca para encontrar trabajo. Por ejemplo, después de la muerte repentina de su padre, en 1942, Bricio Fajardo consiguió empleo en una finca de la Standard Fruit, merced a los amigos de la familia, quienes con­ vencieron a “los jefes” para que le dieran una chamba colocando varas.20 En 1946, Víctor Reyes viajó de Santa Cruz de Yojoa hacia El Progreso, donde encontró un trabajo con la Tela Railroad Com pany “a través de un amigo” . Según Reyes, conseguir empleo en la finca implicaba en ese entonces muy pocos procedimientos formales: “Si yo llegaba al medio día de un campo, y usted me conocía a mí, que me vine de otro campo porque ya no me gus­ taba, ganaba poco o no había mucho trabajo, entonces me decía: ‘ándate a tal parte, allá, en la finca’ [a trabajar]”.21

17 Blankinship al Secretario de Estado, 21 abr. 1950. 18 Sobre escalas salariales, ver Warren C. Stewart al Departamento de Estado, 1 nov. 1931, Confidential U .S. Diplomatic Post Records, Honduras, 1930-1945, microfilme rollo 3. 15 Francisco Portillo, entrevista del autor, La Lima, Cortés, 1995. 20 Bricio Fajardo, entrevista del autor, Olanchito, Yoro, 1995. 21 Víctor Reyes, entrevista del autor, El Progreso, Yoro, 1995.

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Las experiencias del olanchano Juan Gavilán confirman que los con­ tactos personales eran importantes, pero no esenciales, para obtener em­ pleo. Gavilán adquirió su primer trabajo — chapeando22 en una finca de la Tela Railroad Gom pany— al acercarse a un contratista que no conocía. Posteriormente, Juan viajó al valle de Aguán adonde trabajó en el chapeo y el riego del veneno para la Standard Fruit. Sin embargo, consideró que era “demasiado trabajo” por el sueldo que recibía. Afortunadamente, un cuñado le encontró un puesto en el departamento de irrigación de la compañía. En el caso de Gavilán, por lo tanto, un pariente le ayudó a dejar un trabajo que no le gustaba por uno más favorable.23 Las mujeres solteras confiaban en las redes sociales para encontrar traba­ jo, más o menos de la m isma manera que sus contrapartes masculinas. Por ejemplo, Gladys Nieves creció en una finca bananera, en donde trabajaba en la cocina con su madre, quien “se cuidaba” de los trabajadores.24 Cuan­ do aún era una niña, Gladys dejó el campo para vivir en el departamento de Comayagua, antes de volver a la Costa Norte a la edad de 18 años. Una amiga le ayudó a encontrar trabajo con su patrona (la mujer del contratista), cocinando y lavando ropa para alrededor de 20 hombres. Gladys continuó cocinando para los trabajadores después de que ella se casó con un obrero del campo. Ángela Coto-M oreno también se incorporó en la cocina del campo a temprana edad. C on su madre soltera llegó al campo de la Tela Railroad Company, cerca de El Progreso, cuando tenía 7 años. A la edad de 10 años “trabajaba duro” moliendo maíz y llevando agua para su madre, quien cuida­ ba a unos treinta o cuarenta hombres. Angela salió de las cocinas del campo, después de casarse con un hombre, con quien cultivaban una pequeña finca en la periferia de las fincas bananeras.25 Las mujeres que se casaron con los contratistas a menudo m ontaban cocinas para proporcionarle comida al equipo de trabajo de sus maridos. A veces los contratistas mantenían “ca­ sas” en las que se daba de comer a unos veinte o treinta trabajadores. Isabel

22

Chapear, limpiar la tierra de malezas y hierbas con el machete. N . del E.

23

Juan Gavilán, entrevista del autor, Coyoles Central, Yoro, 1995.

2/1

Esto ocurrió probablemente a finales de la década de 1920 e inicios de la década de 1930. Gladys Nieves, entrevista del autor, Campamento Tacamiche, Cortés, 1995.

25

Angela Coto-Moreno, entrevista del autor.

222

c a p í t u l o 5: r e t o r n o A l a p r i s i ó n v e rd e

Mangandí de Duarte consideraba que cocinar para los trabajadores de su marido era menos una obligación que una necesidad, puesto que el lugar de trabajo quedaba lejos de poblaciones con tiendas o comedores. Ofrecer una buena comida era una fuente de satisfacción para Isabel, quien recor­ daba que no se beneficiaban mucho al proporcionar las comidas debido a los costos de las porciones “extras”, inclusive el pan, la avena, el pescado y los huevos.26 José M aría Lara confirmó que la calidad de la com ida era un punto de consideración cuando los trabajadores masculinos evaluaban los méritos de los contratistas. Si obtener una chamba en las fincas no era muy difícil, mantenerla era casi imposible porque la mayoría del trabajo agrícola se contrataba a corto plazo. Com o Charles Kepner escribió, en 1936, “el trabajo en las zonas bananeras es intermitente. La fruta no se corta diariamente, los estibadores solamente se necesitan cuando las naves están en puerto, los trabajadores encargados de una tarea están ocupados solo mientras dura esa tarea” .27 En 1950, las observaciones de un diplomático norteamericano indicaban que el empleo a corto plazo seguía siendo lo normal: C ada una de las cincuenta fincas en la división hondurena de la compañía [de la United Fruit] ha empleado y ha despedido a los trabajadores según la necesidad. C om o resultado, los trabajadores despedidos de una finca, por cualquier razón, se iban a otras fincas en donde conseguían trabajo si había necesidad.28

Esta inestabilidad resultaba en gran parte de las variaciones de los ciclos anuales de producción y consumo. Por ejemplo, el trabajo era abundante durante la primera m itad del año, cuando las exportaciones a los e e . u u . estaban al máximo. El uso de contratistas para la mayoría de las tareas de la finca, les permitía a las compañías fruteras ajustar su nóm ina de pagos según la temporada. Tal como lo recordó un antiguo trabajador de la Stan­ dard Fruit Company, cuando se terminaba una tarea “se despedía al 75%

26

Isabel M angandí de Duarte, entrevista del autor, La Ceiba, Atlántida, ago. 1995.

27

Kepner, Social Aspects ofthe Banana Industry, 128.

28

Blankinship al Secretario de Estado, 21 abr. 1950.

223

C ULTU RAS BAN A N ERA S: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y T R A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

de los empleados” .29 Estos despidos estructurales duraban semanas. Otro ex trabajador recordó que los campeños eran despedidos a discreción de los supervisores: “Si [los jefes] le veían rendir un poco menos, decían: “no se preocupe por venir mañana” , y usted no iba al día siguiente porque no le darían trabajo” .30 En ausencia de cualquier recurso jurídico, los despedidos a menudo solicitaban trabajo en otra finca. La migración entre las fincas también proporcionaba los medios de es­ capar a los conflictos con los jefes. Por ejemplo, cuando el capataz no hizo caso de las quejas de Juan Gavilán sobre la dificultad para aplicar el caldo bordelés con una manguera pesada, Juan y su compañero protestaron con sus pies, dirigiéndose a otra finca. En otra ocasión, después de que lo des­ pidieran por beber en el trabajo, Gavilán logró encontrar chamba en otra finca.31 Ocasionalmente, los trabajadores aprovechaban la descentraliza­ ción de los sistemas de contratación para dejar sus trabajos y/o cambiar de finca, como una afirmación de su autonom ía personal. Tal como lo expli­ caba Cantalisio Andino: “Si a usted no le convenía trabajar en una finca, solo buscaba a otro capataz y se pasaba a otra finca pues no había número personal, no había nada. Por eso uno pasaba de una finca a otra y no había problema”.32 Aunque Cantalisio pudo haber exagerado la facilidad con la que se encontraba un puesto deseable en una nueva finca, sus recuerdos junto con los de otros antiguos campeños confirman que los trabajadores agrícolas se desplazaban con frecuencia. En un lapso de veinte años, Manuel Canales trabajó como chapeador, deshijero,33 juntero,34 cortero,35 y esco­ petero para la Tela Railroad Company. Generalmente estuvo por lo menos un mes en cada puesto, al cabo del cual, si no se sentía satisfecho, se trasla­ daba a otra finca. Al llegar a una finca, Manuel aceptaba trabajo temporal 29

Pastor Martínez, entrevista del autor.

30

Neche Martínez, entrevista del autor, El Ocote, Yoro, 1995.

31

Juan Gavilán, entrevista del autor.

32

Cantalisio Andino, entrevista del autor, aldea de Calpules, Olanchito, 1995.

33

Deshijero'. el que quita los retoños a las plantas de banano. N . del E.

34

Juntero: trabajador de las fincas bananeras que recoge los racimos de banano en el lugar en donde son cortados, y los lleva sobre sus espaldas hasta el punto en donde los reúnen para ser transportados. N . del E.

35

Cortero: trabajador de las fincas bananeras encargado de cortar los racimos de banano. N. del E.

224

c a p í t u l o y. r e t o r n o A l a p r is ió n v erd e

al principio, “pero ya con los días, ya te conocían los jefes, y te daban tiem­ po completo".36 Pastor M artínez tam bién recordó la facilidad con la cual se podía cambiar de trabajo: “yo fui juntero, apoyador,37 torero,38 manguerero, es­ copetero, trabajé en el riego también; bueno, en todos los trabajos, casi el 99% lo he trabajado”. Agregó que era “inusual” encontrar á una persona que hubiera tenido un solo trabajo. Esta flexibilidad le permitía a Martínez escapar del tedio del trabajo manual: Com o no era estable el trabajo, había veces cuando, [por ejemplo] si yo tra­ bajaba seis meses como juntero, entonces me decía: “ya no quiero trabajar en este trabajo. Voy a trabajar en el riego”. Entonces, pues, iba a trabajar en otra cosa — la chapéa— cuando me cansaba de la chapéa, iba a buscarme una cuadrilla de deshije. En todos los trabajos, así era.

La historia del empleo de José M aría Lara indica un patrón similar de inestabilidad. N acido en el departamento de Ocotepeque, Lara empezó a trabajar para la United Fruit en Guatemala, cuando era un niño. Después de contraer malaria, volvió a Ocotepeque para recuperarse. Entre 1937 y 1940 cortó bananos e instaló sistemas de irrigación en las fincas de la Tela Railroad Company. Luego trabajó brevemente como escopetero de caldo bordelés antes de dedicarse al “trabajo de palo” . Lara excavó zanjas en di­ versas fincas. A inicios de los años cuarenta, la compañía eliminó los con­ tratistas para los proyectos de drenaje y comenzó a contratar directamente a individuos paleros. En 1944, Lara se fue a Guatemala, en donde se unió a un pequeño grupo guerrillero de hondureños que intentaba deponer al gobierno de Carias. Luego de esa “aventura” volvió al valle de Sula, en 1950, dos años después de que Carias dejara el poder. Consiguió trabajo en una finca de la compañía, gracias al marido de una sobrina de Lara, quien era un capataz del spray bordelés. M ás adelante, Lara volvió a hacer zanjas.39

36

Manuel Canales, entrevista del autor, La Lima, Cortés, 1995.

37

Apoyador. el que trabaja poniendo estacas en hoyos y amarrando a estas la planta de banano para “protegerla” contra los vientos fuertes.

38

Torero: el que realiza el riego.

39

José María Lara, entrevista del autor, La Lima, Cortés, ago. 1995.

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Se supone que pocos trabajadores imitaron la carrera de José María Lara; no obstante, muchos salieron con frecuencia de las fincas bananeras para dedicarse a otro sustento. Por ejemplo, Cantalisio Andino creció en una pequeña aldea cerca de Olanchito, en donde los vecinos se dedicaban a la agricultura y la ganadería. Com enzó a trabajar para la Standard Fruit durante los años cuarenta, cuando la compañía extendía sus operaciones por el valle superior de Aguán. Cantalisio entró en el departamento de inge­ niería, “trabajando la cadena” (la medida de las fincas), antes de que optara por una cuadrilla de spray. Renunció o fue despedido más de una vez. En tales ocasiones Cantalisio volvía a su aldea, donde “siempre trabajaba uno”, aunque mal pagado (por menos de la m itad de los salarios que prevalecían en las fincas de banano). Al comenzar los años cincuenta dejó la compañía y se estableció nuevamente en su aldea, en donde crió ganado, cerdos y cul­ tivó una milpa.40 Para Cantalisio, entonces, trabajar en una finca bananera significaba la oportunidad de ganar salarios más altos sin cortar los lazos con su aldea de nacimiento. Cruzar los límites eco-sociales que separaban la zona bananera de las aldeas vecinas no era inusual en el valle de Aguán, donde muchos de los trabajadores de la Standard Fruit vivían en comuni­ dades ubicadas en las áridas laderas ubicadas sobre las fértiles vegas donde la compañía había establecido sus fincas. La vida de la aldea no ofrecía mu­ chas oportunidades para la acumulación de capital, pero proporcionaba un escape a los rigores y al tedio de la vida de los campos bananeros. Además de enfrentar los despidos cíclicos ligados al calendario de la producción, los trabajadores también perdían sus trabajos en masa, debido a las recesiones económicas internacionales, las restricciones de los envíos en tiempos de guerra y la extensión de las enfermedades del banano. D u­ rante los años treinta, la coyuntura de la Gran Depresión y la extensión del mal de Panamá y de la Sigatoka provocó una crisis económica en Colón. En 1934, el gobernador del departamento divulgó que al menos 600 tra­ bajadores desocupados estaban en Puerto Castilla y que llegarían más en el transcurso del día.41 La decisión de la United Fruit Com pany de salirse de Colón y de disolver la Truxillo Railroad Com pany precipitó una ola

40

Cantalisio Andino, entrevista del autor.

41

R. Romero al Ministro de Gobernación, 14 feb. 1934, a n h , leg. Correspondencia telegráfica de Colón, vol. 1 (ene.-abr. 1934).

226

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¿e migración a finales de los años treinta. Entre los migrantes se incluía u n a joven pareja, Feliciano Núñez y Margarita González. Feliciano Núñez había emigrado a la Costa Norte a finales de los años veinte, época en la que trabajó brevemente como cortero para un agricultor independiente en el valle del Ulúa, antes de volver a su lugar de nacimiento, una región montañosa al sur de Tegucigalpa.42 Alrededor de 1931, Feliciano volvió a la Costa Norte (tras un viaje de diez días a pie), en donde obtuvo chambas breves con la Standard Fruit y la Truxillo Railroad Company. Posteriormente pasó a cultivar una pequeña parcela. Esta iniciativa fracasó y Feliciano se encontró de nuevo cosechando y acarreando bananos, esta vez para los po­ quiteros del valle de Aguán. En diciembre de 1938, el cierre inminente de las fincas de la Truxillo Railroad Com pany y el concomitante declive en el servicio del ferrocarril incitaron a Feliciano y Margarita, con sus dos niños, a salirse de la zona. Viajando a bordo del tren y el vapor de la compañía frutera, la familia se unió a centenares de desempleados en busca de nuevos sustentos. En Puerto Cortés, Feliciano y M argarita recibieron el apoyo de una madrina, cuyo marido norteamericano era capataz en la Tela Railroad C om ­ pany. Sin embargo, el trabajo era escaso y la madrina solo pudo arreglárselas para que Feliciano trabajara un día a la semana en el consulado estadouni­ dense. En la víspera de Navidad, la familia subió a un tren de la compañía con rumbo hacia El Progreso. Feliciano recordaba así la grave situación de las fincas: “ [...] llegué a la finca 10 [...] no había nada de trabajo; nada. Toda la gente que había allá se dedicaba a jugar naipes en todos los barracones”.43 La suerte de la pareja cambió cuando se encontraron con unos amigos que le ofrecieron a M argarita un puesto de cocinera. Eso le permitió a Margari­ ta alimentar a sus dos hijos, pero Feliciano se vio forzado a sobrevivir de la caridad. Trabajó de forma esporádica hasta los inicios de los años cuarenta, cuando obtuvo un trabajo como cabo comisario responsable de velar por la paz en las fincas de la compañía. Trabajó para la compañía hasta 1955. En un período de veinticinco años, Feliciano emigró con frecuencia y se ganó la vida de una gran variedad de maneras. Sobrevivió a la disolución de la

42

Feliciano Núñez, entrevista del autor, E l Progreso, Yoro, 1995.

43

Ibid.

227

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Truxillo Railroad Com pany gracias al apoyo de la familia extendida, de los amigos y de su esposa.44

Fig 5.3. Cocina típica, en una finca bananera guatemalteca (años veinte). United Fruit Company Photograph Collection. Baker Library, Harvard Business School.

Las compañías fruteras despidieron a millares de trabajadores durante la Segunda Guerra Mundial, cuando las restricciones en el transporte marítimo condujeron a un agudo declive en la exportación de bananos. Por ejemplo, entre abril y junio de 1942 — históricamente un período de alta demanda en el mercado— la Standard Fruit recortó su planilla de unos 7.000 a 4.400 empleados.45 Muchos de los despedidos regresaron a fincas familiares; se informó que aquellos sin tierra se la pasaban “holgazaneando” alrededor

44

El relato ofrece principalmente la perspectiva de Feliciano; Margarita se negó a ser entrevis­ tada.

45

E. V. Siracusa, “Annual Economic Review”, 21 feb. 1944, 5-6, u s n a , Foreign Agricultural Service, Narrative Reporcs 1942-1945, Honduras, folder Fruit-Marketing policies.

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de los campos de la compañía. Los funcionarios de la Standard Fruit per­ mitieron que algunos de los despedidos permanecieran en los barracones, pero los comisarios les negaron crédito a los sin sueldo.46 Los afortunados que conservaron sus trabajos aguantaron severas reducciones salariales.47 En 1943, “grandes cantidades” de trabajadores emigraron al sur de H on­ duras para trabajar en la construcción de la carretera panamericana. Otros encontraron trabajo en proyectos de obras públicas o cultivando cosechas para los mercados regionales.48 Las fluctuaciones temporales y espaciales que caracterizaban la industria bananera durante la primera m itad del siglo xx, por lo tanto, obligaban a los trabajadores de las fincas a soportar períodos frecuentes de desempleo. A menudo respondían migrando dentro y más allá de las zonas bananeras. La migración les permitía a los campeños evitar los despidos cíclicos, los jefes ásperos o el tedio, pero esta estrategia era menos viable durante los episodios prolongados y extensos de producción en declive. Por supuesto, la movili­ dad geográfica no debe ser confundida con el ascenso socioeconómico; la carencia de empleo estable, junto con salarios reales estancados, o incluso en declive, hacía difícil la acumulación de capital. Evaluando el estado del “trabajador típico” de la Costa N orte en los años cuarenta, un oficial esta­ dounidense radicado en La Ceiba pintaba un cuadro mixto: “Generalmente, se podría decir que [el trabajador] está posiblemente en la mejor condición ahora [1944], que en cualquier otro momento de los últimos diez años, pero en el m ejor de los casos su condición no es de envidiar” .49 Por supuesto, los salarios solamente revelan poco sobre las experiencias históricas de los tra­ bajadores en las fincas bananeras. La vida cotidiana en los campos implicaba realizar tareas que requerían destreza, resistencia y conocimiento sobre el cultivo del banano. También significaba vivir y trabajar en ambientes que planteaban peligros para la salud a corto y largo plazo.

46

Robert E. Whedbee, “Monthly Economic Report, oct. 1942” , Service Narrative Reports 1942-1945, H onduras, folder Labor.

47

Ibid.

48

Siracusa, “Annuaí Economic Review”, 21 feb. 1944.

49

Ibid.

u sn a

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El e n to r n o d e l tr a b a jo El “día” de trabajo en los campos bananeros comenzaba cuando todavía era de noche. Tal como lo recordaba un trabajador jubilado, “alrededor de las tres de la mañana comenzaban a gritarle al cocinero para que se levantara e hiciera el desayuno” . Aparte de interrumpir su sueño, el hecho de que los cocineros se levantaran antes del alba los exponía a una de las amenazas más insidiosas para la salud humana que se encontraba en las zonas bananeras: el mosquito anofeles que transmite la malaria. Angela Coto-M oreno recordó haber contraído malaria cuando era una niña, en la época en que ayudaba a su madre a preparar el alimento en una cocina al aire libre: Los campos eran zancudales [...]. N o había tela metálica en las cocinas [...] ¡ah! paludismo. A mí me pegó un paludismo Un día me dio una calentura. ¡Qué frío, qué frío! Temblaba. Y de allí me entró la calentura — una fiebre que quemaba [...]— . Me cortaron ese paludismo con una pastilla.50

Durante los años veinte, los hospitales de las compañías fruteras trata­ ban millares de casos de malaria por año. En 1926, la tasa de admisión de empleados con malaria en los hospitales de la United Fruit Com pany era de 254/1.000; es decir que uno de cada cuatro empleados que buscaban un tratamiento médico lo hacía por causa de la malaria.51 En 1926, la United Fruit implemento un programa multifacédco de control de la malaria, que combinaba la reducción de los criaderos del mosquito por medio del uso de insecticidas, el tratamiento obligatorio de los empleados enfermos, y la quimioterapia (quinina y plasm oquinina). Los informes médicos de la United Fruit indican que las tasas de mortalidad y de morbilidad para la malaria bajaron perceptiblemente en 1931, el último año en el cual se pu­ blicaron informes.52 Sin embargo, la malaria seguía siendo la “enfermedad predominante” entre los trabajadores de la Tela Railroad Com pany durante

50

Estas memorias datan aproximadamente de 1930. Ángela Coto-Moreno, entrevista del autor.

51

Chomsky, West IndianWorkers, 96-104; y Kepner, SocialAspects ofthe Banana Industry, 109123.

52

Chomsky, West IndianWorkers, 101-104.

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los años treinta.53 En 1935, el número de casos tratados entre los empleados de la Standard Fruit excedía los 7.0 0 0 .54 Un año después, el departamen­ to médico de la Truxillo Railroad Com pany atendió unos 4.600 casos de malaria. La compañía puso en ejecución un programa de prevención de la malaria, que incluyó el uso semanal del petróleo crudo y de los insecticidas “en todos los cam pos” y a lo largo de los bancos de los ríos, de las quebra­ das y de las áreas pantanosas.55 Además, la compañía distribuyó decenas de miles de tabletas de quinina y plasmoquinina. Los anuarios del departamento médico de la United Fruit indican que el trabajo más asociado a la malaria durante los años veinte era descombrar, un patrón que tenía menos que ver con la naturaleza “pestilente” de los bosques que con la naturaleza provisional de los barracones de los trabajadores.56 En un artículo publicado en 1926, Guillermo Deeks, médico importante de la United Fruit Company, concluía que su investigación en Honduras indicaba que “la vivienda era un factor de importancia primaria en la adquisición y extensión de la malaria” .57 Este conocimiento afectó poco a los trabajado­ res contratados para despojar la tierra, que se veían forzados a dormir en estructuras construidas apresuradamente con techos de manaca (cubiertos con palma). Feliciano Núñez habló de los enjambres de mosquitos que ro­ deaban su hamaca cuando él trabajaba para un contratista descombrando el bosque en el valle de Aguán, a principios de los años treinta. N o es de asombrar que se enfermara de malaria. En los años cuarenta, los equipos de descombro aún no tenían protección adecuada contra los m osquitos.58 Así como las compañías fruteras emprendieron campañas multifacéticas

53

Gobernador Político de Atlántida, “Informe emitido por el gobernador político de Atlántida, año económico, 1935-6”, a n h leg. 1936 Informes departamentales de la gobernación política, 30.

54 Ibid. y 19. 55

R. K. Tilomas al Ministro de Fomento, 31 ago. 1936, a n h leg. Informes departamentales de la gobernación política, 1936.

56 Chomsky, West Iridian Workers, 114-121. 57 Deeks, “Som e Aspects o f Malaria Control”, 185. 58 Algunos trabajadores inventaron sus propios métodos para el control de los mosquitos; los repelentes popularmente utilizados, antes de contar con la disponibilidad del d d t , incluían el humo de la quema de palmas cohunes y de los nidos de termitas. Gavilán, entrevista del autor.

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para poner la m alaria bajo control, la práctica de reubicar la producción en nuevos lugares, en respuesta al m al de Panamá, puso a los trabajadores en ambientes riesgosos. Por lo tanto, la agricultura transitoria dependía no solo de la disponibilidad de la tierra sino también de los hombres y las mujeres que estuvieran dispuestos a trabajar en lugares en los que aumentaban las posibilidades de contraer la malaria. Además de los m osquitos, ningún otro habitante no hum ano de las fincas bananeras inspiraba tanto pavor entre los trabajadores del campo como la barba amarilla (Atrox de Bothrops), una serpiente venenosa con una barbilla amarilla brillante y una reputación entre los campeños de ser una serpiente agresiva. La m ordedura de la barba amarilla podía producir ceguera, sangrado, parálisis y, si no se trataba, la muerte. A mediados de los años veinte, las mordeduras de serpientes preocupaban a la United Fruit, motivando la realización de estudios sobre la barba amarilla, en colabora­ ción con el Antivenin Institute o f America y el M useum o f Comparative Zoology de la Universidad de Harvard.59 La compañía ayudó a establecer un serpentario cerca de Tela, en donde las serpientes podían ser estudiadas y criadas, con el propósito de extraerles el veneno necesario para producir el antídoto. El predominio de las mordeduras de serpientes entre los tra­ bajadores agrícolas es confuso; el departamento médico de la United Fruit divulgaba cada año un puñado de casos peligrosos, pero los médicos de la compañía observaban que muchos trabajadores buscaban tratamiento con curanderos. En 1928, el conservador del serpentario, Douglas March, reportó que la agresividad de la barba amarilla era “un tanto exagerada” por la gente.60 Tanto March como Raym ond Ditm ars, guardián del parque zoológico de Nueva York, atribuían el encuentro frecuente entre los trabajadores de las fincas y la barba amarilla a los cambios ecológicos asociados a la producción del banano de exportación: las fincas dieron lugar a hábitats en los cuales las presas de las serpientes — incluyendo ratas y zarigüeyas— prosperaban. Por lo tanto, en las áreas de producción del banano que estaban en expansión, las barba amarilla tendían a abandonar los bosques en favor de las planta­

59 60

Amaral, “The Snake-bite Problem”, 31. March, “Field Notes on Barba Amarilla” , 92-97; y Ditmars, “A Reptile Reconaissance in Honduras” , 25-29.

232

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ciones. El hecho de que las serpientes fueran cazadores nocturnos disminuía la frecuencia de las mordeduras de serpientes, puesto que la mayoría del trabajo de la plantación era realizado de día. Sin embargo, los trabajadores del cam po raramente desaprovechaban la ocasión de matar cualquier ser­ piente que estuviese al alcance de sus machetes, para gran consternación de los herpetólogos, que alentaban a los obreros del campo a capturar — no a matar— a las serpientes encontradas en el curso de su trabajo. A juzgar por los datos publicados en el diario del Antivenin Institute, el número de mordeduras de serpientes era pequeño y ciertamente palidecía con respecto al número de trabajadores que contraían malaria. Por otra parte, la inversión de la United Fruit en el serpentario, junto con la prominencia de la barba amarilla en las historias populares sobre la vida en las fincas bananeras, in­ dicaban que el encuentro con las serpientes venenosas era corriente.

F ig 5.4. Trabajadores de una finca bananera con los brazos cruzados después de una torm enta (1925). U nited Fruit C om p an y Photograph Collection. Baker Library, H arvard Business School.

Las serpientes venenosas y el paludism o inculcaron un extenso miedo entre los campeños, pero otros elementos mundanos de los agroecosistemas del banano de exportación — inclusive el viento, la lluvia, los suelos, las 233

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malezas, las muías y la planta Gros Michel en sí misma— también condi­ cionaban las experiencias diarias y las ganancias de los trabajadores. Uno de los momentos más melancólicos de la novela Prisión verde relata un invierno duro que dejó a “centenares de trabajadores con los brazos cruzados” . En los campos, [...] todos los desempleados quedaban sin recibir salario, viendo pasar las horas y los días con ojos de pesadumbre, maldiciendo el chubasco, sopor­ tando las noches tediosas y terribles, sin abrigo, ateridos por las heladas, en aquellos cuartos sin más calefacción que la producida por sus cuerpos.61

Los ex trabajadores recordaban que en días lluviosos “no ganaban casi nada” porque paraban muchos trabajos, como cavar zanjas o rociar el caldo bordelés.62 Las tormentas de viento, o blowdowns, también incitaban a las compañías fruteras a despedir trabajadores. Por ejemplo, las nóminas de pago de marzo y de junio de 1949 en la Standard Fruit pasaron de 13.600 a 10.800, “principalmente” en vista de haber bajado la producción a causa de una precipitación inadecuada y a causa de las blowdowns.63 Las frecuentes referencias al viento en los informes del departamento de investigación de la United Fruit durante la primera m itad del siglo xx proporcionan evidencia indirecta acerca de la susceptibilidad de las plantas altas de Gros Michel a los fuertes vientos, la cual tenía un impacto significativo en la forma de ganarse la vida de los trabajadores. Las micro-variaciones en las condiciones del suelo también afectaban las ganancias de los trabajadores por contrato. Hacia finales de los años veinte, las compañías fruteras utilizaban palas mecánicas para excavar canales pri­ marios de drenaje, pero las zanjas las excavaban a mano. Los paleros eran remunerados a través de un sistema de pago por obra.64 Las condiciones del 61

Amaya Amador, Prisión verde, 143.

62

En las entrevistas del autor a José María Lara y Francisco Portillo ambos recordaron los “tiem­ pos difíciles” para los trabajadores debido a las temporadas de fuertes lluvias.

63

Francis S. Newton al Departamento de Estado, 26 ago. 1949, 3; Service Narrative Reports 1946-1949, Honduras, folder Fruits.

64

La mayoría de los ex trabajadores de las fincas indicaron que había un salario mínimo, que en general era de 2,25 lempiras ($US 1,10) por día. Sin embargo, muchos ex trabajadores, incluidos los cosechadores y los paleros, recordaban su salario en términos de salario por un¡-

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Foreign Agricultural

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suelo afectaban perceptiblemente sus ganancias: los suelos arenosos se po­ dían excavar con mucho menos esfuerzo (y, por lo tanto, más rápidamente) que los suelos de arcilla. Los paleros recibían un pago adicional por quitar los troncos de los árboles y otros obstáculos superficiales, pero el salario no variaba en función de las condiciones generales del suelo. Según José Almendares, a los individuos que se quejaban por tener que cavar los sue­ los de arcilla se les decía “andáte” .65 José M aría Lara recordó que un palero avezado podía ganar hasta 6 lempiras (tres dólares) por día, mucho más que en los trabajos de chapear y podar.66 Pero el trabajo arduo no les convenía a todos: un joven supervisor norteamericano que intentó hacerlo confesó: “los músculos de mi espalda no están desarrollados lo suficientemente para lanzar una palada de tierra m ojada hacia fuera y lejos de la zanja” .67 Poco sorprende, entonces, que los paleros idearan estrategias para trabajar menos por su paga. Por ejemplo, cuando estaba ausente el capataz, los trabajadores cortaban pequeñas longitudes a las estacas que habían sido colocadas por los ingenieros de la compañía para indicar la profundidad de la zanja. Este engaño daba el aspecto de que la zanja había sido cavada a la profundidad apropiada, cuando en realidad era menos profunda de lo ordenado. Otra técnica usada por algunos trabajadores para hacer menos esfuerzo cuando se realizaba la construcción de diques y muros de contención junto a las zanjas de irrigación era cortar tallos de las viejas plantas de banano y colocarlas en una línea a lo largo del borde del canal. La tierra se traspalaba encima de los tallos. Este truco les permitía a los paleros mover menos tierra, pero esos muros de banano a menudo se derrumbaban cuando el agua entraba en la zanja.68

dad. Sobre escalas salariales para finales de la década de 1920, véase Kepner, SocialAspects o f the Banana Industry, 124-142. 65

José Almendares Ortiz, entrevista del autor.

66

En una entrevista del autor, José Almendares Ortiz declaró que un palero podía excavar una sección de 30 “yardas” (9 metros) en dos días. También véanse E l Combate, 19 feb. 1932; y J. B. Canales, J. F. Aycock, “Tabla especial para el aumento de salarios de los trabajadores del departamento de agricultura”, 11 may. 1954, en “Aspectos fundamentales de la mediación en el conflicto laboral de la Tela R R Company” , San Pedro Sula, 1954, Universidad Nacional Autónom a de Honduras, Colección hondureña.

67

Hutchings, “Luck and Itching Feet”, 62.

68

José M aría Lara, entrevista del autor.

235

CULTU RAS BA N A N ERA S: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y T R A N SF O R M A C IO N E S SO C IO A M B IEN T A L ES

Fig. 5.5. Cortero y juntero cosechando un racimo de banano Gros Michel en Guatemala (1925). Obsérvese la altura de las plantas Gros Michel. United Fruit Company Photograph Collection. Baker Library, Harvard Business School.

Si bien los capataces no podían medir la profundidad de cada zanja, tam poco sabían hasta qué punto los chapiadores habían hecho trabajar sus machetes. La chapea se caracterizó por ser una tarea de baja paga y tediosa: inclusive en 1954, los chapiadores de las fincas de la Tela Railroad Com pany ganaban dos lempiras (un dólar) por acre (0,4 hectárea), una m edida que se podía limpiar, aunque no siempre, en un día.69 La cantidad de tiempo ne­

69

236

Neche Martínez y Cantalisio Andino, entrevistas del autor; y Canales et al. al Aycock, “Tabla especial para el aumento de salarios de los trabajadores del departamento de agricultura”.

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cesario para limpiar un acre reflejaba la densidad de las malezas y el cuidado con el cual era hecho el trabajo. Un ex empleado explicó que al chapear “bien bajito” las secciones cerca de las rutas más utilizadas, las áreas atravesadas con menos frecuencia por los capataces podían ser trabajadas superficialmente. Por supuesto, los trabajadores no eran los únicos en manipular el sistema de pago por obra a su favor: Jay Soothill, un ex empleado de confianza de la United Fruit, escribía que los supervisores de la compañía podían reducir los gastos de mano de obra, alargando el tiempo entre los ciclos de chapeo.70 En contraste con el aislamiento y el tedio asociados al trabajo de chapear y zanjar, el trabajo de cortar o cosechar los racimos de fruta — “el día más importante en la vida de las fincas bananeras”— tenía un ritmo acelerado y estaba organizado en equipos.71 Cuando los encargados de la finca auto­ rizaban un corte, desencadenaban un frenesí de actividades — con lluvia o con sol— que duraban entre 24 y 48 horas. Los equipos de corte consistían generalmente en nueve miembros, que incluían muleros,72 corteros y junteros. Según un empleado norteamericano que trabajó mucho tiempo en una finca, el cortero era “un hombre experto en la mayoría de las operaciones de la finca”, quien tom aba decisiones importantes sobre cómo seleccionar la fruta a cosechar en cada corte.73 En los años cuarenta, en gran parte se calificaban los racimos a ojo’: los supervisores les mostraban racimos repre­ sentativos a los corteros para darles una idea sobre lo que debían cosechar. Este no era de ninguna manera un asunto trivial, puesto que los racimos con dedos delgados o con fruta pasada serían rechazados por los inspectores. Los corteros también proporcionaban información crucial sobre el volumen de fruta que estaría disponible para los futuros cortes. Cosechar los grandes racimos de fruta de las altas plantas de Gros Michel requería de cierta coordinación entre los trabajadores. Usando un

Kepner y Soothill {The Banana Empire, 317) reportaron un pago más alto para el chapeo en Costa Rica ($1,40-$ 1,60). 70

Este ejemplo proviene de Costa Rica, pero Soothill afirmó que hubo prácticas similares en las demás divisiones de la United Fruit en Centroamérica. Ver Kepner y Soothill, The Banana Empire, 318.

71

Hutchings, “Luck and Itching Feet”, 71.

72

Muleros', encargados de transportar en muías el banano al ferrocarril, así como de ensillar y cuidar las muías.

73

Ibid, 7 1.

237

CULTURAS BAN AN ERAS: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y TR A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

cuchillo unido al extremo de un palo largo (de dos o tres metros), el cortero hacía una incisión en el tallo de la planta, de m odo que el peso del racimo de fruta (de entre 18 y 36 kilos) hiciera que la planta se doblara de forma tal que el racimo se reclinara sobre el hombro acolchado del juntero que lo esperaba. A pesar del acolchado, los pesados racimos se rompían a menudo cuando hacían contacto con el hombro del juntero, lo que indica que las espaldas de los trabajadores soportaban un esfuerzo considerable al cosechar centenares de racimos. Luego el juntero llevaba el racimo hasta el mulero, que lo cargaba en los lomos de las muías, las cuales los llevarían posterior­ mente a la bacadía o vía del ferrocarril.74

Fig. 5.6. Trabajadores bajo el ojo atento de un capataz, cargando racimos de la finca (V. 1925). United Fruit Company Photograph Collection. Baker Library, Harvard Business School.

Antes de la introducción de los tractores, a mediados de los años cin­ cuenta, las muías desempeñaban un papel crítico en el transporte de la 74

238

Graham S. Quate, “Agricultural Program o f the Tela Railroad Company”, 17 sep. 1947, u s n a Foreign Agricultural Service Narrative Reports 1946-1949, Honduras, folder AgricultureCofFee.

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fruta. La Tela Railroad Com pany mantenía más de 6.300 muías de carga, que requerían extensos pastos y alimentación importada. Los muleros no se tomaban estos animales a la ligera; algunas muías no cooperaban y po­ dían dejar caer o inclusive comerse su carga. Las muías nuevas les daban patadas a los trabajadores, y a m enudo eran domadas con pesadas bolsas de arena en sus lom os.75 El día de la cosecha, los muleros se dirigían al co­ rral a tempranas horas de la mañana para encontrarse con sus equipos. El mulero que llegaba tarde al corral corría el riesgo de que un compañero de trabajo intercambiara una m uía rebelde por una confiable. Para evitar las contusiones durante el viaje, una lona acolchada se ponía entre la muía y la fruta. Sin embargo, tal como lo hacía notar un ex trabajador de la Standard Fruit, la combinación entre las pesadas lluvias y los caminos sin pavimentar no hacían sino asegurar que la fruta se estropeara y cayera en el trayecto a la bacadía: “todo era lodo. Entonces sufrían mucho la fruta y el trabajador. Se golpeaba bastante” .76 Según Bricio Fajardo, los muleros acarreaban co­ múnmente entre 2 00 y 300 racimos al día, durante doce o más horas: “nos levantábamos a las dos de la m añana para arreglar las muías en un corral y no las regresábamos hasta tal vez las seis o siete de la noche [...] una barba­ ridad estábamos todos enlodados” .77 Cam inar trabajosamente a través de la lluvia y el lodo “hasta las rodillas” era un recuerdo compartido por muchos antiguos trabajadores.78 Los equipos de cosecha se ideaban las maneras de aumentar sus ganan­ cias bajo el sistema del salario por unidad. Algunos contratistas eliminaban el puesto del juntero. Feliciano N úñez recordó que las seis personas de su equipo, “trabajando como locos” , podían cosechar y transportar más de 1.000 racimos en un período de dieciocho horas. Para asegurarse que los trabajadores no sacrificaran la calidad por la cantidad, los capataces supervi­ saban de cerca los equipos de cosecha, llamándoles la atención si empacaban incorrectamente la fruta y/o si sobrecargaban las muías. Por supuesto, los

75

Francisco Portillo, entrevista del autor.

76

Pastor Martínez, entrevista del autor.

77

Bricio Fajardo, entrevista del autor.

78

Francisco Portillo y José Almendares, entrevistas del autor. Para finales de los años cuarenta, la Tela Railroad Com pany había construido cientos de kilómetros de caminos pavimentados a través de sus fincas pata facilitar el transporte en muías. Quate, 17 sep. 1 9 47,11.

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C U LTU RA S BA N A N E R A S: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y TR A N SF O R M A C IO N E S SO C IO A M BIEN TA L ES

m ismos factores ambientales que hacían desgraciado el trabajo de los cor­ teros hacía difícil y desagradable la vigilancia de cerca.79 En fin, los bananos debían ser cortados y transportados con velocidad y cuidado, pero la lluvia, el lodo y la oscuridad, combinados con las iniciativas de los trabajadores para aumentar sus ganancias, bajaban las probabilidades de que las dos metas fuesen constantemente logradas. Los trabajos de cavar zanjas, chapear y cortar fruta compartían un siste­ m a de salario por unidad, que procuraba aumentar el ritmo al cual trabaja­ ban los campeños, mientras que simultáneamente imponía a los trabajadores la carga que resultaba de las variaciones agroecológicas, sutiles pero impor­ tantes. M ás o menos de la m ism a manera en que los paleros encontraban una gam a de condiciones en el suelo, los corteros se enfrentaban con muías volubles, condiciones climáticas inclementes y distancias que variaban.80 Los trabajadores también tenían la responsabilidad de asegurarse de que la fruta cosechada estuviera conforme a los estándares de grado y calidad de los mercados de exportación. Extraer ganancias adicionales fuera del sistema de salario por obra exigía una creatividad y astucia considerables. Algunos individuos intentaban ganar más haciendo trampa; otros buscaban traba­ jar menos a través de algún otro engaño. Cualquiera que fuese la tarea, los trabajadores tenían cuidado de no enojar a su capataz, de quien dependían para poder conservar el empleo. Los capataces ocupaban un peldaño inter­ medio en la jerarquía de la finca, siendo a menudo responsables de traducir (a m enudo literalmente) las órdenes de los supervisores a los contratistas y sus equipos. Consecuentemente, desempeñaban un papel crucial en las experiencias cotidianas de los campeños.

C a m peñ o s y capataces

Indiscutiblemente, el personaje más despreciable dentro de Prisión verde es un capataz hondureño, conocido como “capitán Benítez” . En la novela

79 Hutchinson, “Luck and Itching Feet”, 66-67. 80

240

Entre las demandas planteadas por los trabajadores en huelga de la Standard Fruit en 1932 estaba la creación de un doble escalón salarial para los cosechadores, lo cual tendría en con­ sideración la distancia a la cual llevaban los racimos. Ver E l Combate, 19 feb. 1932, 1.

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se presenta en varias ocasiones engañando a los trabajadores para servir los intereses de la Standard Fruit. En los cam pos bananeros, espiaba “tratando de sorprender a los trabajadores en descanso o escucharles las conversaciones por si acaso hablaban de él o de los jefes gringos” .81 M ás adelante, durante una huelga, él y otros capataces les regalaron ron a los trabajadores para que les dijesen los nombres de los organizadores de la huelga. Finalmente, al terminar la novela, los lectores se dan cuenta de que Benítez era cómplice del asesinato de un trabajador conocido. Amaya Amador simboliza incluso la traición de las raíces hondureñas de Benítez, haciéndolo hablar en un dislocado “espanglish”. Com o explica uno de los personajes de Prisión verde, “ [s] ucede que este señor, antes de codearse con los gringos, hablaba español; pero ahora se ha agringado tanto, que no habla ni español ni inglés: masca gringo, como mascar chicle”.82 Lo indigno de hacer cumplir la voluntad de la com pa­ ñía, parece sugerir Amaya Amador, despojaba a los capataces de su misma identidad. Sin embargo, el retrato de Benítez está debilitado por su excesivo funcionalismo. Sus acciones inequívocamente viles dan la impresión de que la línea que separaba a los trabajadores (oprimidos) de los jefes (represivos) era firme e irrevocable. Al final, Benítez es reducido a un títere sin autono­ mía ninguna. Consecuentemente, la ironía de su “agringamiento” se pierde en gran parte. La decisión de Amaya A m ador de utilizar el personaje de un capataz hondureño para personificar la injusticia de la “prisión verde” no sorpren­ de, dada la posición importante que los capataces ocupaban en la jerarquía de las empresas. Las compañías fruteras administraban sus operaciones de manera altamente descentralizada. C ada una de las fincas de la Tela Railroad Com pany la manejaba un mandador, asistido por un time-keeper (respon­ sable de manejar la planilla), un jefe de fumigación {spray superintendeni) y varios capataces. Las responsabilidades de los capataces incluían contratar y despedir a los trabajadores, además de supervisar el trabajo semanal de los equipos. También guardaban las listas del personal y las hojas de cuentas que determinaban las nóminas de pago mensuales. Tal como un antiguo

81

Amaya Amador, Prisión verde, 62-63.

82

Ibid., 63.

241

CULTU RAS BAN ANERAS: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y TR A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

superintendente de la finca recordó, los capataces eran quienes “realmente hacían funcionar el negocio” .83 Durante 1910 y 1920 los migrantes antillanos eran a menudo jefes de campo, junto con mexicanos, nicaragüenses, hondureños y algunos norteamericanos. A mediados de los años treinta, el español era la lengua materna de la mayoría de los capataces de las fincas.84 Unos ex trabajadores del campo recordaban a los capataces hondureños con una amargura similar a la de Amaya Amador, pero otros también indicaban que los capataces que se conocían los pormenores del cultivo del banano se ganaban el respeto dé los demás. Por otra parte, al jefe que carecía de conocimiento de la finca lo ponían en ridículo los trabajadores. Una anécdota popular relata el primer día de un jefe gringo en una finca bananera: al observar a un trabajador cortando el tallo de una planta de la que ya se había cosechado el racimo, el nuevo supervisor acusó airadamente al trabajador de atentar contra el patrimonio de la compañía. El jefe no se calmó hasta que le explicaron de­ tenidamente que los “árboles” del banano daban fruta solamente una vez. Aunque tales cuentos generalmente eran una forma de reírse de la ignoran­ cia de los jefes norteamericanos, los campeños manifestaban un desprecio parecido hacia los jefes hondureños que conocían el cultivo del banano a través de los libros, no por manejar el machete.85 Una pequeña cantidad de ex campeños tuvo la oportunidad de ascender a capataces, una rara oportunidad de movilidad social.86 En Prisión verde, cuando un trabajador nuevo le pregunta a uno experimentado cómo hacer para llegar a ser capataz, el último le explica que hay varios caminos pero que la ruta más rápida era tener un padrino bien conectado. Este pudo ha­ ber sido el caso de Ram ón Vallecillo, quien llegó al valle de Aguán con una carta de recomendación que le presentó al superintendente de irrigación de la Standard Fruit. Después de un breve entrenamiento sobre cómo irrigar y rociar el caldo bordelés, el olanchano de veintidós años se convirtió en

83

Hutchinson, “Luck y Itching Feet” , 37.

84

José María Lara, entrevista del autor. También ver Hutchinson, “Luck and Itching Feet”, 37-40.

85Amaya Amador, Prisión verde, 101-102,112. 86

242

A José M aría Lara, Francisco Portillo, Pastor Martínez, Neche Martínez y Ramón Vallecillo les ofrecieron cargos de capataces. Entrevistas del autor.

c a p í t u l o 5 : r e t o r n o A LA p r i s i ó n v e r d e

capataz de cuadrillas de caldo bordelés. Trabajó unos meses en ese puesto antes de que la compañía lo cambiara a otra finca para ocupar un puesto en irrigación. Vallecillo pasó cuatro años como capataz trabajando en el de­ partamento de irrigación de la Standard Fruit, rotando turnos, trabajando doce horas al día. Cada semana estaba obligado a hacer un tum o doble, o sea, a trabajar veinticuatro horas. M ontado en muía, se cercioraba de que los equipos manejaran correctamente el sistema de irrigación. En el turno de la noche trabajaba con la luz de una linterna. Vallecillo no recordaba haber tenido dificultades para manejar su equipo, pero admitía que care­ cía de confianza en este: “Tenía que supervisarlos siempre”.87 A pesar del turno largo, se consideraba m uy afortunado: “A mí siempre me pedían que fuera a dirigir una cuadrilla. Yo poco trabajaba, casi solo gritaba a la gente” . Atribuía su buena fortuna al hecho de haber entrado con recomendación.88 La oportunidad de José M aría Lara de subir un peldaño en la escalera social le llegó por una combinación de suerte y talento. Su primera oportu­ nidad de supervisar sucedió un día en 1952, cuando un capataz borracho no pudo trabajar. Pusieron a Lara como substituto, a cargo de veinte hom ­ bres, que resembraron una finca. Luego, un m andador le pidió a Lara que reparara una tubería de irrigación que estaba dañada. Al terminar con éxito la tarea asignada, promovieron a Lara a capataz. Su sueldo inicial era de 60 dólares por mes (la compañía deducía el 2% para asistencia médica). La compañía también le proveyó una pequeña casa. Lara no consideraba que el pago inicial fuese un incentivo importante (“lo único que había cambia­ do era el trabajo”), pero la combinación de prestigio, una vivienda mejor y la liberación del trabajo pesado hacía difícil no aceptar.89 Es interesante, pues la prom oción de Lara le llegó después de un hiato m uy largo en el que estuvo con la guerrilla en Guatemala, una experiencia sabática que no era favorecida por los jefes norteamericanos de la United Fruit. Tal como lo indican las reminiscencias de Ram ón Vallecillo, los capata­ ces tenían la responsabilidad de reprender a los trabajadores que no hacían su trabajo o no seguían los procedimientos de la compañía. M uchos ex trabajadores recordaban que les llamaban la atención en relación con una 87

Ramón Vallecillo, entrevista del autor, El Ocote, 1995.

88

Ibid.

89

José M aría Lara, entrevista del autor.

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CULTU RAS BAN A N ERA S: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y TR A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

variedad de infracciones, tales como sobrecargar Jas muías, no proteger co­ rrectamente la fruta o aplicar mal el caldo bordelés. José M aría Lara recordó que enfrentar a los holgazanes podría ser riesgoso: Cuando hacían zanjas [■■•] un topógrafo venía a poner toda la estaca, y marcaba cuánto cortaba en esta estaca, cuánto en esta. Entonces estos paleros eran tan listos que sacaban la estaca y le quitaban 25 centímetros. [Tuve que revisar] todas las estacas [...]. Decía a fulano: “Vení por acá ¿Por qué me subiste esta estaca?” Era un poco divertido y a veces un poco ries­ goso porque muchos quedaban enojados, y querían pelear. Pero siempre se arreglaba.90

La mezcla de humor y miedo reflejaba la tensión bajo la superficie que marcaba las relaciones diarias entre los trabajadores del cam po y sus jefes inmediatos. Estas tensiones resultaban no solamente de la posición social de capataces como Lara, quien a veces era autoritario con sus antiguos compañeros de trabajo, sino también de la organización del espacio de la finca. El control que se mantuviera sobre un equipo de trabajo era uri asunto delicado en las fincas extensas, en donde el respaldo no siempre es­ taba a m ano.51 Los mandadores norteamericanos, capataces, contratistas y muchos trabajadores portaban pistolas. Com praban pequeños puñales en los almacenes de la compañía, junto con el omnipresente machete. Aunque no existe evidencia de que las agresiones de los trabajadores a los capataces fuesen comunes, el potencial de violencia motivaba a los jefes a actuar con más tacto que el exhibido por el personaje de Benítez. Los supervisores que humillaban a los trabajadores podían encontrarse en apuros.92 El conflicto era solamente uno de los resultados posibles del contacto diario entre los capataces y los trabajadores. Aunque los antiguos obreros del campo se quejaban de ser acosados por los capataces y/o ser despedidos,

90

Ibid.

91

Juan Gavilán y José M aría Lara, entrevistas del autor; Hutchings, "Luck y Itching Feet”, 38.

92

Un par de fuentes orales relataron una historia sobre un mandador que fue asesinado en una finca de laTruxillo Railroad Com pany en el bajo Aguán, pero no encontré evidencias de que los capataces enfrentaran a trabajadores violentos con frecuencia. Juan Gavilán, entrevista del autor; y Woodrow Wilson Patterson, entrevista del autor, Sonaguera, Colón, 1995.

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también hablaban de relaciones amistosas con capataces que les hacían fa­ vores, tales como otorgarles permisos médicos o concederles tiempo para hacer encargos particulares. Según un empleado jubilado, “muchos” capa­ taces colaboraban con los trabajadores para extorsionar a las compañías.93 Los capataces, que eran responsables de someter las hojas diarias de trabajo a los timekeepers, podían manipular el número de horas trabajadas o agregar tareas que no habían sido terminadas. O tro engaño simple y difícilmente detectable era aprobar un trabajo precipitado. Por ejemplo, un capataz podía aceptar una zanja que no había sido cavada a la profundidad requerida a cambio de un pequeño pago en efectivo del palero responsable de terminar la tarea. Esta forma de acuerdo les permitía a los capataces complementar sus sueldos, mientras que acortaba el día laboral para los obreros del campo. Por supuesto, el hecho de que un capataz pudiera despedir a una persona que rechazara estafar a la compañía significaba que había una línea delgada entre la colusión y la extorsión.

Fig. 5.7. La sala de “segunda clase” del hospital de la United Fruit Company, Tela, Honduras (1923). United Fruit Company Photograph Collection. Baker Library, Harvard Business School.

93

José María Lara, entrevista del autor.

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La frecuencia con la cual los supervisores y los trabajadores de la finca estafaron a sus patrones es difícil de determinar. Al relatar una conversación celebrada con Guillermo Turnbull, el director general de La Tela Railroad Com pany en 1950, un diplomático norteamericano concluía que el poder de la gerencia central sobre el personal de la finca tenía sus límites: Por más adelantada y progresista que sea la política de la United Fruit Com­ pany dirigida por Boston y las jefaturas en La Lima, los mandadores, los

timekeepers y demás funcionarios en las áreas más alejadas son obviamente arbitrarios y desconsiderados con sus trabajadores.94

Atribuyendo el maltrato de los trabajadores a “actos arbitrarios” por parte de “pequeños funcionarios”, el diplomático — y probablemente Turn-* bull— procuraba desviar la atención de los procesos de producción y de las estructuras salariales creadas por la gerencia central de la compañía. En este sentido, la declaración de Turnbull se puede interpretar como un argumento a favor del cuadro presentado por Amaya Amador, en el que los capataces hondureños realizaban el trabajo sucio para las compañías fruteras. Sin embargo, visto desde otra perspectiva, la observación indica las dificultades enfrentadas por los ejecutivos de la compañía frutera al intentar supervisar las acciones de los encargados, sumamente dispersos en las fincas. Si bien la autonom ía concedida a los supervisores y los capataces les permitía a los ejecutivos desviar las críticas sobre las políticas de la com­ pañía, también les daba a los encargados de las fincas la oportunidad de desafiar las reglas de los encargados centrales, quienes estaban aislados en gran parte de los trabajadores del campo. Durante los años cincuenta, cada año, la Tela Railroad Com pany rotaba a los jefes de las fincas, con el fin de desalentar el nepotismo.95 La autoridad que los capataces poseían, junto con su libertad de trabajo físico, y los beneficios complementarios de los que gozaban, los separaban de los obreros del campo, sin que por ello se constituyeran en “hombres de la compañía” . M uchos capataces entraron; a las compañías como campeños y compartían las mismas costumbres y la m isma lengua con las personas a las que supervisaban. En fin, las memorias 94 Blankinship al Secretario de Estado, 21 abr. 1950. 95 José María Lara, entrevista del autor.

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de los antiguos campeños pintaban la finca como sitio de confrontación, colusión e inquieta coexistencia.

El ento rn o d e lo s cam pos

La distancia física que separaba los lugares habitados por los ejecutivos de la compañía frutera, tales como Guillermo Turnbull, y los capataces y campeños, no era accidental. Los empleados norteamericanos de confianza y sus familias residían dentro de las zonas americanas, barrios cercados de otras vecindades. La arquitectura y la organización del espacio — que incluía cam­ pos de golf y piscinas de natación— reflejaban las sensibilidades estéticas y las prácticas culturales de los blancos norteamericanos. Los capataces y los campeños vivían en un mundo aparte, comiendo, descansando y durmiendo en los cam pos ubicados m uy cerca de las fincas. Durante la primera m itad del siglo xx, las subsidiarias hondureñas de la United Fruit alojaban a los trabajadores en barracones de madera de seis habitaciones; las cocinas se ubicaban detrás de los cuartos de dormir. Las estructuras carecían de plomería interior y electricidad. En 1925, un fun­ cionario de Trujillo reportó haberse reunido con la gerencia de la Truxillo Railroad Com pany para discutir sobre las condiciones de alojamiento de los trabajadores, las cuales “no cumplen con los estándares necesarios de higiene [...] la mayoría de los trabajadores son víctimas de una terrible pla­ ga de m osquitos” .96 El mismo año, Guillermo Deeks, médico de la United Fruit Company, publicó un folleto sobre la malaria, en el que insistía sobre la necesidad de construir viviendas “a prueba de mosquitos” para prevenir la enfermedad. Pero el departamento médico de la empresa reportó que esto era imposible pues los trabajadores no sabían utilizar los mosquiteros correctamente. Un antiguo trabajador convino en que los mosquiteros redu­ cían, pero no eliminaban, la exposición a los mosquitos: “Las cuadras tenían una puerta, con malla metálica, pero resultaba que como dormían muchos trabajadores en las cuadras, y había bastantes borrachos, a veces dejaban la

56

Miguel Antonio Fiallos al Comisionado de Sanidad, 27 ago. 1925, 6, dencia de la Dirección General de Sanidad, vol. 2 (jun.-dic. 1925).

anh

,

leg. Correspon-

247

C ULTU RAS BAN ANERAS: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y TR A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

puerta abierta y se metían los zancudos”.97 Com o Charles Kepner precisaba ‘ en su estudio de 1936, aunque las mallas metálicas fuesen instaladas corree*: tamente y utilizadas, los m osquitos podían introducirse fácilmente en las viviendas de los trabajadores debido a la ausencia de techos adecuados y a las aberturas entre las paredes y el piso. . j¡¿ Los apretados y mal ventilados barracones que se encontraban en los campos bananeros, junto con las migraciones constantes de finca en finca; contribuían a mantener los altos índices de enfermedades respiratorias eiw tre los trabajadores. D e hecho, entre 1914 y 1931 murieron muchos más empleados de la United Fruit de enfermedades respiratorias que de malaria; En Honduras, la pulmonía causó muchas más muertes (602) que la malaria (234) entre 1923 y 1926. La tuberculosis era también responsable de mu-í chas muertes.98 En contraste con su agresiva campaña contra la malaria, las compañías fruteras hicieron poco para tratar las condiciones de vivienda que contribuían a mantener los altos índices de enfermedades respiratorias. Según un funcionario estadounidense, a los trabajadores de la Tela Railroad Com pany que contraían tuberculosis en 1950 “normalmente se les daban 100 lempiras [...] y un boleto por tierra de regreso a sus hogares”.99 Un an­ tiguo empleado del departamento de relaciones laborales de la compañía confirmó que muchos trabajadores del campo que eran diagnosticados con tuberculosis recibían una pequeña remuneración antes de volver a sus pue­ blos natales “para morir” .100 La Standard Fruit también intentaba que sus “empleados nativos” que sufrían de tuberculosis “se fueran de las fincas lo más rápidamente posible, y regresaran al lugar de donde eran originarios”.101 Lo mismo ocurría en otras zonas bananeras centroamericanas; las compañías fruteras demostraron mucho menos interés en curar a los trabajadores que sufrían de enfermedades respiratorias que en prevenir la extensión de estas enfermedades a otros trabajadores. Además, las compañías reconocían rara-1

97

José María Lara, entrevista del autor.

98

Chomsky, Westlndian Workers, 96-100; y 130-137. Para datos sobre Honduras, véase “Uni­ ted Fruit Company Consolidated Tabíe I”, Harvard Medical School, Countway Library of Medicine, Rare Books Department, Papers o f Dr. Richard Pearson Strong (1911-1945).

99

Blankinship al Secretario de Estado, 21 abr.

1950.

100 Lourdes Mejía, entrevista del autor. 101 Blankinship al Secretario de Estado, 21 abr.

248

1950.

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fuente el grado en el cual los entornos de trabajo y alojamiento contribuían ala extensión de los patógenos, ya fuese a los seres humanos o a las plantas. Los angostos espacios habitados por los trabajadores del campo procu­ raban m uy poca privacidad. Un trabajador recordaba que los contratistas dormían en los barracones en pequeños cuartos privados; los trabajadores, por su parte, colgaban las hamacas en el largo pasillo.102 Francisco Portillo no tenía gratas memorias de la vida en los barracones: Vivíamos en las cuadras, colgados como gallinas. La gente — por falta de cultura— ni se lavaba los pies [...] como venían de la finca se acostaban en la hamaca, casi con los pies en la nariz de otros [...]. Había gente que mas­ ticaba puro. Escupían a las paredes y todo. Uno vivía como un animal.103

Otros antiguos trabajadores confirmaron la falta de higiene que ca­ racterizaba muchos de los campos de trabajo. José M aría Lara recordó los campos sin inodoros o duchas. La gente tenía que hacer sus necesidades en el campo. Bañarse era posible en uno de los muchos canales y zanjas que cruzaban las fincas, pero después de 1936 estos estaban contaminados con el caldo bordelés. Los trabajadores se bañaban en los ríos y las lagunas. Muchos campos tenían pozos que proveían agua para bañarse y cocinar, pero los pozos eran poco profundos y el agua no siempre potable. Las con­ diciones sanitarias no se diferenciaban apreciablemente en los campos de la Standard Fruit. Bricio Fajardo recordaba que las letrinas se desbordaban durante las fuertes lluvias; las almas desafortunadas que no prestaban aten­ ción al caminar cerca de los retretes se iban con los zapatos — Bricio explicó cortésmente— “embarrados de pupu”.104 Después de la Segunda Guerra M undial, la United Fruit Com pany comenzó un reajuste de los cam pos bananeros. En 1945, los ingenieros de la compañía desarrollaron un prototipo de vivienda que mejoraba las condiciones sanitarias mientras que preservaba al mismo tiempo una segre­ gación social absoluta.105 En un extremo del cam po estaba la residencia del 102 José M aría Lara, entrevista del autor. 103 Francisco Portillo, entrevista del autor. 104 Bricio Fajardo, entrevista del autor. 105 Blankinship al Secretario de Estado, 21 abr. 1950.

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mandador, una casa grande de estilo bungalow, rodeada por un patio que incluía los cuartos de los sirvientes, un gallinero y una huerta. Un antiguo trabajador contó que las residencias de los mandadores estaban rodeadas por cercos de piquetes que representaban menos una barrera física que social: “Aquí no podía entrar el trabajador, llegaba hasta la puerta del cerco y allí decía lo que quería [...] además los hijos de estos señores antes venían a un club con los padres a La Lim a; no se relacionaban con los hijos de los tra­ bajadores. Y eso por ejemplo formaba un choque social”.106 Adyacentes ala residencia del mandador se encontraban las casas del time-keeper y del spraymaster. Los espacios interiores, los patios y los jardines eran más pequeños que los asignados al mandador, y tenían los mismos cuartos de sirvientes y gallinero. U na caballeriza quedaba cerca. Separando las casas de los tres encargados del campo de los trabajadores había una huerta, compartida por los capataces y el dispensario médico.107 Los capataces vivían en modestas casas con pequeños patios que ocu­ paban literalmente la tierra entre la gerencia y los trabajadores. Las unida­ des para los trabajadores con familia consistían en un cuadrado de 12 pies por 24 pies (4 metros por 6 metros), espacio dividido en dos cuartos sin amueblar, generalmente a una altura de ocho pies (2,5 metros) de la tierra. Los patios de concreto debajo de las estructuras proporcionaban espacio adicional para vivir. Cocinas cerradas estaban situadas detrás de cada casa. Los campos también tenían “barracones de solteros”, divididos en seis cuar­ tos. Las viviendas de los trabajadores carecían en su interior de plomería y electricidad; los residentes de los campos compartían grifos de agua potable, inodoros y duchas. Las viviendas se presentaban en filas rectas alrededor de un campo de fútbol, lo que reflejaba que los campos bananeros seguían siendo espacios en gran parte masculinos. El plan no asignaba espacio de huerta para los trabajadores porque, según un funcionario de los e e . u u ., eso “exigiría el uso excesivo de valiosas tierras” .108 Un comisariato, un dispen­ sario médico y un salón de recreo se encontraban próximos a las viviendas de los trabajadores.

106 José María Lara, entrevista del autor. 107 La mayoría de los campamentos contaban con dispensarios de medicinas. 108 Blankinship al Secretario de Estado, 21 abr. 1950.

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c a p ít u l o

5:

reto rno a

l a p risión verde

Fig. 5.8. Mujeres bombeando agua potable en una finca bananera de la United Fruit Company (1946). United Fruit Company Photograph Collection. Baker Library, Harvard Business School.

Pocos espacios sociales jugaban un papel tan central y polémico en la vida de los cam pos como los comisariatos, o almacenes de las compañías, en donde los trabajadores podían comprar una gran variedad de produc­ tos, incluyendo alimentos secos y enlatados, ropa de trabajo para hombres, y herramientas tales como machetes y hachas. Los comisariatos también vendían al por menor granos, frijoles y otros productos de los agricultores locales. Además de los almacenes que mantenían, la Tela Railroad Com pany traía carne fresca y leche por ferrocarril desde sus pastizales en Puerto Arturo (cerca de Tela) hasta las fincas de la compañía en el valle de Sula. Víctor Reyes recordaba que los vendedores ambulantes vendían artículos tales como carne y zapatos, pero que el almacén de la compañía ofrecía “todo” a precios bajos; opinión que era generalmente compartida por otros antiguos cam peños.109 En 1947, un informe consular estadounidense observaba que los alimentos básicos se vendían a los trabajadores a precio de costo o inclusive a menos del costo. La Tela Railroad Com pany ponía un margen comercial sobre la

109 Víctor Reyes, entrevista del autor.

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venta de lo “no-esencial” .110 Los funcionarios de la compañía divulgaron que para el año fiscal de 1946-1947, los comisariatos vendieron casi tres millones de dólares en mercancías, con una pérdida neta de diez mil dólares. Sin embargo, Thomas M cCann, ejecutivo de la United Fruit Company en Boston, afirmó que los contadores de la compañía cambiaban los costos de operación para encubrir los importantes beneficios que los comisariatos daban a inicio de los años cincuenta.111 Sin importar los niveles de bene­ ficio, los comisariatos les permitían a las compañías fruteras recobrar una porción importante de los salarios en efectivo que pagaban a los trabajado­ res agrícolas. Un antiguo empleado de la Standard Fruit recordaba que los funcionarios de la compañía recogían los recibos de los comisariatos para solventar las nóminas de pago m ensuales.112 Los comisariatos de la compañía gozaban de ventajas críticas sobre los otros comerciantes de la Costa Norte. La interpretación liberal de las cláusu­ las sobre las concesiones acordadas a las compañías les permitía importar sin impuestos muchos artículos para el consumidor. Además, los comisariatos quedaban adentro o m uy cerca de los campos de trabajo. Los trabajadores podían tenerlos al alcance, a pie, en contraste con muchas de las casas mer­ cantiles situadas en las ciudades, a muchos kilómetros de las fincas. Aunque los ferrocarriles unían las fincas y las ciudades, el horario del tren se fijaba pa­ ra el transporte del producto, así que no siempre se acomodaban a los viajes’ para realizar compras. Por ejemplo, para atravesar la distancia relativamente corta desde los campos de la Standard Fruit hasta Olanchito, una persona tenía que subirse al tren que iba a La Ceiba y que no volvía a los campos sino hasta el día siguiente. Esto significaba que los trabajadores tendrían que encontrar un lugar para pasar la noche en Olanchito y potencialmenté' perder el salario de un día. Sin embargo, los residentes del campo viajaban de vez en cuando por la carrilera, a pie, a los centros comerciales periféricos, incluyendo El Progreso, La Lim a y Olanchito para comprar artículos (tales como ropa de mujer), que no vendían los almacenes de las compañías. Los espacios habitados por los trabajadores, por lo tanto, estaban definidos en gran parte por el control que las compañías fruteras ejercían; 110 Quate, “Agricultural Program o f the Tela Railroad Company” . 111 McCann, An American Company, 40. 112 Pastor Martínez, entrevista del autor, Coyoles, Yoro, 1995.

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sobre el movimiento de personas, dinero y bienes de consumo. Dentro de los campos, la organización del espacio servía para reforzar las desigualda­ des que prevalecían. Separando las residencias privadas de los jefes de las viviendas de los trabajadores con cercas, huertas y cuartos para los capata­ ces, la arquitectura del campo prototipo establecía una distancia que era inmediatamente física y social entre los encargados y los trabajadores de la finca. Los campos de fútbol y los salones de recreo servían para canalizar el tiempo libre del trabajador en actividades sanas ante los ojos de la gerencia de las compañías. Lo que el plan arquitectónico no indicaba era el hecho de que la compañía poseía el complejo entero, y por lo tanto podía desalojar a cualquier trabajador despedido. Por supuesto, el prototipo de los campos de 1945 representaba un orden idealizado del espacio; en la práctica, los residentes del cam po se tom aban periódicamente los espacios sociales para sus propios fines. Esto era más que evidente en los días de pagos generales, cuando los campos de trabajo se convertían en ferias bulliciosas (y a menu­ do violentas), donde el consumo de alcohol y la juerga estaban a la orden del día (y de la noche). El pago general se hacía el último sábado de cada m es.113 Un vagón armado del ferrocarril viajaba de finca en finca para realizar los pagos a los trabajadores y a los contratistas. Los trabajadores se alineaban para cobrar según su marcador de tiempo — un proceso que se extendía hasta la tarde— . Atraídos por el flujo de dinero, vendedores ambulantes, prostitutas, e incluso recolectores de impuestos iban a los campos. Los vendedores ambulantes mostraban sus mercancías: desde artículos prácticos, tales como zapatos de trabajo hechos en Honduras (zapatos burros), hasta indulgentes im por­ taciones, que incluían puros cubanos, camisas de seda y cachemir inglés. Alimentados por el guaro, los trabajadores tocaban las guitarras y cantaban canciones populares, mientras que los fonógrafos tocaban rancheras mexica­ nas y tangos argentinos. Las prostitutas visitaban los barracones e instalaban chozas temporales en donde ofrecían sus servicios sexuales por una lempira. Si bien los días de pago les daba a los hombres la oportunidad de relajarse y consumir, para muchas mujeres era una ocasión de complementar sus ga-

1,3 Entre los días de pago, los trabajadores recibían avances cada diez o quince días. Por lo tanto, el pago general era equivalente a las ganancias de un mes, menos los avances recibidos en el transcurso del mismo.

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nancias del trabajo de la cocina con la preparación y venta de una varié de comidas especiales, incluyendo tamales, enchiladas y panes, junto i una variedad de bebidas — que incluían algunas ilícitas— . N o cabe duda de que entre los hombres era corriente beber en cam pos bananeros, particularmente los días de pago y los días de fiesta.] comisariatos vendían cerveza y whisky, pero no la bebida más popular ¿ guaro— , cuya venta estaba prohibida por la ley. Desde 1930, el presiden^ hondureño Mejía Colindres quiso acabar con la venta del licor en los canM pos bananeros en los días de pago. Cuando la Truxillo Railroad Com pany! fue criticada por la venta al por mayor de bebidas alcohólicas, los funciajS narios de la compañía se defendieron explicando que habían prohibido í i l venta de licor y de cerveza, pero que eso no había im pedido el acceso las bebidas, debido a las “numerosas personas que operan con impunidad! el comercio del contrabando” .114 Ángela Coto-M oreno contaba cómo s\íl madre distribuía guaro: “Ella tenía un barrilito pequeño con el cual llenaba,'» pachas [una medida] de guaro. Entonces ella se sentaba en el barril y así; todos los hombres sabían que ella estaba vendiendo” . Las visitas periódicas^ por parte de las autoridades requerían de una diestra diplomacia: “Negra”, le decía el jefe de los soldados, “dicen que vos vendes guaro” . “N o, yo noí vendo nada. Mira, aquí tengo la pacha, pero como vendo ponches, es paqyi echar la leche”, y preparaba el ponche y se lo regalaba al jefe. “M i mamá'! sabía cómo cuidarse”.115 M Se vendía guaro y otras bebidas alcohólicas también en muchas aldea$| periféricas a las fincas. Varios ex trabajadores recordaban los días de pago, • cuando “cada uno iba a las aldeas, a buscar muchachas, beber cerveza y ron,1' para jugar o para visitar burdeles”. 116 Sin embargo, para algunos trabajadores * las aldeas no eran simplemente un lugar para socializar el fin de mes, sino ¡ sus hogares. Por ejemplo, Neche M artínez nació y se crió en una pequeña : aldea en las cercanías de las fincas del valle de Aguán de la Standard Fruit.. Vivió allí durante sus años de empleo en la compañía, incluso rechazando

1H Truxillo Railroad Com pany al Ministro de Fomento, 8 sep. 1930, a n h , leg. Truxillo RailroaaJ Company, correspondencia, 1920; Corleta a la Truxillo Railroad Company, 13 ago. 1930^| a n h , leg. Copias de notas, 1930. 115 Angela Coto-Moreno, entrevista del autor. 116

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Bricio Fajardo, entrevista del autor.

c a p ítu lo

5: r e t o r n

o a la

p risió n verde

una promoción, porque requería mudarse con su esposa y los niños a un §¡ampo de la compañía. M artínez no consideraba la vida en los campos corno un ambiente sano en el cual criar una familia: “La vida en el campo ¿t trabajo no era igual a la vida de la ald ea... habían muchas p eleas... y Itam bién bastante libertad [...] para las muchachas y todo eso. N o era eso ¡ j0 que deseaba para mi familia” .117 C on toda probabilidad, la decisión de rechazar una prom oción era inusual, aunque el caso de Neche demuestra la ■'diversidad de experiencias, opiniones y valores de los trabajadores. Además de visitar las aldeas locales, algunos trabajadores pasaban sus horas libres pescando en los ríos y cazando en los fragmentos de bosques. Juan Gavilán cazaba venados que poblaban las tierras boscosas que se en­ contraban “m uy cerca” de las operaciones de la Standard Fruit en Coyoles, i ¿1 atribuía el declive de la población local de venados a la proliferación de armas de fuego entre los trabajadores, indicando que la caza era una activi­ dad popular. En el valle de Sula, Víctor Reyes cazaba ciervos, tepescuintles y chanchos de monte en una zona forestal cerca de El Progreso. Otros residentes del campo preferían la pesca. Bricio Fajardo pasaba las tardes libres pescando bagre, dormilón y tepemechín en el río Aguán. Cantalisio Andino también recordaba haber pescado un dormilón “grande” en el Aguán, cuang:do sus aguas corrían despacio durante la estación seca. En el valle de Sula, José María Lara usaba una canoa para recorrer y pescar en el río Ulúa. Para algunos trabajadores, entonces, los encuentros con el mundo no-humano |no siempre fue por medio de su trabajo. ;, Esperando despertar la conciencia de la clase obrera hondureña, Ramón Amaya Amador subrayaba las maneras en las cuales el sistema de producción capitalista y el imperialismo norteamericano erigieron las estructuras sociales ¡ opresivas que encarcelaban a los trabajadores bananeros en un mundo triste : del cual había poca esperanza de escape. Sin embargo, las narrativas de los antiguos trabajadores revelan que los campeños estaban limitados — pero no inmovilizados— por el peso de la jerarquía de las empresas. La mayoría de los trabajadores encontraron la manera de aguantar las dificultades y las incertidumbres que caracterizaban la vida de la zona bananera. En unos casos, los individuos “escapaban” a los límites de las fincas para dedicarse a

117 Neche Martínez, entrevista del autor.

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otro sustento. Otros trabajaron muchos años para las compañías, cambian® do de puesto de trabajo con frecuencia, y consiguiendo de vez en cuando'! alguna promoción. Casi siempre, los recuerdos indican la importancia d«§ las redes sociales, compuestas de amigos/as, parientes, esposas, o hasta jefijnj simpáticos. Jj| Si los trabajadores del cam po encontraron la forma de sobrevivir en la|{j zonas bananeras, m uy pocos lograron acumular mucho capital. Cerca del*! 25 al 50% del salario típico (2 a 3 dólares por día aproximadamente entre ;? 1930 y 1950) se iba en pagar las comidas preparadas. Las ropas de trabajo^ (camisas, pantalones y zapatos) costaban el equivalente de los salarios dé varios días. Algunos trabajadores ideaban estrategias para aumentar sus \ ganancias, pero cualquier ventaja que los individuos pudieran alcanzar po­ día igualmente desaparecer con rapidez a causa de los despidos periódicosi'í Finalmente, la mayoría de los trabajadores no estaban más inclinados al i ascetismo que sus jefes norteamericanos: los jóvenes y las mujeres se com-.. placían con cualquier cantidad de “vicios”, incluyendo la comida, la bebida,' el sexo y la moda. IBÉ La Segunda Guerra M undial y sus consecuencias trajeron cambiosimportantes a Honduras y a los Estados Unidos, los cuales afectarían los ’ paisajes y el trabajo en la C osta Norte. Los obreros de las compañías bana­ neras ayudaron a fomentar el cambio mediante una huelga masiva en 1954, la cual precipitó una ola de reformas sociales que serían analizadas de cerca, ’ tanto por los jefes de las compañías bananeras, los cuales se preocupaban por la disminución de sus beneficios, como por el gobierno norteamericano, enfocado en eliminar las “amenazas comunistas” en América Latina. Mien­ tras tanto, en los Estados Unidos la Segunda Guerra Mundial introdujo al pueblo norteamericano otra imagen seductora del exotismo tropical.

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C a p ítu lo 6

LA SEÑORITA CHIQUITA

[La] industria del banano ha dejado de ser una industria gitana que puede moverse hacia nuevos terrenos a medida que el mal de Panamá u otras plagas invaden las viejas plantaciones. Ahora debemos mantener la guardia en alto, y para hacerlo hemos tenido que realizar enormes inversiones en las tierras con barbecho inundado, en el control de la Sigatoka y en el control de insectos para recuperar la tierra y mantenerla en su máxima producción. L.G. Cox, Vicepresidente de Investigaciones, United Fruit, 1954

Soy Chiquita banana y vengo a decir Que los bananos maduran de cierta manera. Cuando se ponen dorados con motitas marrones, Los bananos saben mejor y son más nutritivos. [...] Pero a los bananos les gusta el clima del muy, muy tropical Ecuador. Usted nunca debe ponerlos en el refrigerador. La canción de Chiquita Banana, 1944

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La Srta. Chiquita nació en las ondas de 1944. Durante ese año, la United Fruit Com pany lanzó una campaña de radio a nivel nacional que utilizaba la voz de Patty Clayton, quien cantaba “la canción de Chiquita banana”. La música publicitaria, derivada de un ritmo calipso, se volvió un exitazo. Se la escuchaba por las emisoras, las rockolas y hasta en los conciertos de la Boston Pops.' Tanto las letras como el medio de distribución reflejaban los cambios que ocurrían en la cultura de consumo norteamericana. Escrita por una agencia de publicidad de la ciudad de Nueva York, la muy citada copla “Pero a los bananos les gusta el clima del muy, m uy tropical Ecuador / Así que nunca debe ponerlos en el refrigerador”, evocaba imágenes del sueño de la clase media — una casa equipada con electrodomésticos— . Esta visión de la vida doméstica contrastaba fuertemente con la escena del vendedor ambulante urbano del éxito pop de 1923: “ ¡Sí, ya no tenemos bananos!”. La era posterior a la Segunda Guerra M undial estuvo marcada por impor­ tantes cambios en los patrones de consumo de los Estados Unidos, pero el banano, “el lujo del pobre”, seguía siendo una comida básica en las cocinas de la cada vez más suburbanizada clase media. Las restricciones en el transporte marítimo durante la Segunda Guerra M undial redujeron agudamente las importaciones de banano y bajaron su consumo per capita a 3.7 kilos para 1943; pero los índices de consumo repuntaron rápidamente hacia finales de la guerra, llegando para 1948 a un estimado de 10 kilos por persona. Durante los siguientes diez años, los índices de consumo per capita bajaron de 7,7 a 8,5 kilos.2 Esta tendencia se mantuvo constante, con una disminución general en el consumo de la fruta fresca, que coincidía con la proliferación de alimentos procesados. Los bananos seguían siendo una de las frutas frescas más populares, pero con la excepción de una pequeña demanda para puré de banano para alimentos de bebé, no surgió ningún mercado importante para los productos procesad os del banano, como sí sucedió en el caso de las manzanas o las naranjas. La letra de la canción de la Chiquita banana, por lo tanto, reflejaba tanto el renombre que aún mantenía el banano como los cambios en los hábitos

“Miss Chiquita Returns”, Unibranco (June 1972): 1. United States Department o f Agriculture, Agricultural Marketing Service, Consumption of Food in the United States, 1909-1952. Washington D .C .: 1957, 16; y “Banana Giant That Has to Shrink”, Business Week, 15feb. 1958, 110.

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C A PÍTU LO 6 : LA SEÑ O R IT A C H IQ U IT A

alimenticios norteamericanos, que limitarían la capacidad de expansión del mercado del banano. El medio a través del cual la Srta. Chiquita llegaba a sus audiencias — la radio— también reflejaba los cambios que se llevaban a cabo en la publici­ dad y en los medios de comunicación. Antes de los años treinta, la publi­ cidad de la United Fruit tenía la forma de folletos informativos, rótulos de cartelera y la revista popular Unifruitco. Para los años treinta, los materiales promocionales de la United Fruit comenzaron a sustituir los folletos car­ gados de textos por propaganda con ilustraciones e imágenes fotográficas. Los libros de recetas de ese período incluían una caricatura de un banano con características masculinas que les enseñaba a los consumidores cómo evaluar la madurez de los bananos. Tras el exitoso debut de la canción de Chiquita banana, la caricatura que aparecía en los anuncios impresos de la compañía cambió de hombre-banano a la Srta. Chiquita. Ella tenía una llamativa figura, con su lisa piel libre de manchas [blemish], su falda larga floreada \flowin¿\, tacones y un sombrero adornado con frutas y flores tro­ picales. La decisión de la United Fruit de “transgenerizar” a su icono no debe sorprender, dada la inmensa popularidad de la que gozaba otra mujer asociada a los bananos durante los años cuarenta: Carmen Miranda. Apodada “la bom ba brasileña” por la prensa norteamericana, la oriun­ da de Portugal Carm en M iranda, conquistó Broadway y Hollywood a la velocidad de una tormenta durante la Segunda Guerra M undial.3 Los ba­ nanos, que a menudo dom inaban los escenarios de sus números musicales, proporcionaban una asociación visual entre sus ritmos “calientes” y un lu­ gar tropical y sensual nunca totalmente localizable. N ada mostraba esto de manera más explícita que el musical de Hollywood de Busby Berkeley, The Gang’s A llH ere (1943), en el que M iranda cantaba “La señora del sombrero Tutti-Frutti”, acom pañada por un coro de mujeres montadas en fresas y bananos gigantes. M iranda impregnaba sus presentaciones con un humor que cortaba la tensión sexual creada por sus actuaciones, y se aseguraba de que ni ella

La aproximación a la vida de Carmen Miranda y sus significaciones culturales está documen­ tada por las siguientes fuentes: Enloe, Bananas, Beaches, and Bases, cap. 6; Shari Roberts, “The Lady in the Tutti-Frutti H at”, 3-23; y Carmen M iranda: Bananas Is my Business, documental escrito y producido por Helena Solberg y David Meyer (International Cinema Inc., 1994).

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ni el banano amenazarían la moralidad de la época. Además, Miranda, de piel clara, traía consigo una forma no amenazante de exotismo tropical a través de sus modas (incluyendo los adornos de su cabeza, cuyos diseños derivaban del estilo bahiana), su música (ritmos de la sam ba tocados por un conjunto brasilero) y su divertida (y calculada) mezcla de portugués e inglés. Tanto Carm en M iranda como el banano se convirtieron en iconos culturales de lo sexy y de lo cómico, una combinación que aporta mucho para explicar su amplio renombre. El éxito comercial logrado por Carm en M iranda también se vinculaba a los cambios en la política de los e e . u u . hacia Latinoamérica. Intentando neutralizar la influencia alemana en la región, y asegurar el acceso a las mate­ rias primas estratégicas, el presidente Franklin Delano Roosevelt promovió la política del “buen vecino” hacia Latinoamérica. El gobierno estadouni­ dense prometía acabar con las intervenciones militares y fortalecer los lazos económicos y culturales con el hemisferio. Com o parte de su campaña dé propaganda de la Segunda Guerra Mundial, la administración de Roosei velt contactó prominentes estudios de Hollywood para producir películas que representaran a las personas de las Américas unidas en la lucha contra las fuerzas del Eje.4 Las películas de Carmen M iranda, The Gangs AllHere, Down Argentine Way, Weekend in H avana y That N ight in Rio servían para mostrar cómo imaginaba Hollywood las armoniosas relaciones del hemis­ ferio. En la escena de la abertura de The Gangs A ll Here, M iranda aparece junto a una nave, el S.S. Brazil, cantando el “tío Sam-ba”, mientras los estibadores descargan productos agrícolas de exportación quintaesencíales de Latinoamérica: café, fruta y azúcar.5 Es difícil decir cómo recibían las audiencias en los Estados Unidos tales mensajes torpes, pero las muy po­ pulares películas de M iranda (el estreno de Weekend in H avana vendió más entradas que Citizen Kané) intentaron representar a Latinoamérica como un “buen vecino” sensual.6 4

Shari Roberts, “The Lady in the Tutti-Frutti H at”, 5.

5

Ibid.

6

Esto no indica que M iranda fuera un peón de los productores de Hollywood o del Depar­ tamento de Estado de ios e e . u u . Al trabajar dentro de los límites impuestos a las mujeres latinoamericanas por los estudios de cine de Hollywood, Miranda se convirtió en una de las estrellas de cine más ricas de su época, mientras guardaba cierto control artístico sobre las producciones en las cuales aparecía {CarmenMiranda: BananasIs my Business). Sin embargo,

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C A PÍTU LO

6:

LA SEÑ O RITA C H IQ U ITA

Fig 6.1. Recetario Chiquita, United Fruit Company: New York, 1956.

Este era el contexto cultural y geopolítico en el cual la United Fruit creó “Chiquita banana” como marca registrada en 1947. Poco después de eso, algunos comerciantes de los e e . u u . intentaron capitalizar la notoriedad del logo, colocando cintas de colores con el nombre “ Chiquita” alrededor de bananos a la venta en supermercados.7 Los funcionarios de la United Fruit

Miranda evitaba hacer comentarios públicos sobre asuntos políticos. Aquí, el contraste entre M iranda y Josephine Baker es ilustrativo. Tras escapar de la ocupación nazi en Francia, Baker se convirtió en portavoz crítica del racismo de los e e . u u . y en defensora de los derechos hu­ manos. Eventualmente volvió para presentarse en ios Estados Unidos, donde permaneció muchos años bajo el escrutinio del gobierno. Dudziak, “Josephine Baker, Racial Protest, and the Coid "War”, 545-570. Al parecer los jobbers debían cumplir con cierto criterio antes de que se les permitiera utilizar la marca Chiquita, w c o ., Annual Report (1951), 26; y Annual Report (1954), 16.

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reconocían que las cintas funcionaban bien en los supermercados con au­ toservicio; no obstante la gerencia de la empresa se demoraba en explotar el valor potencial de “Chiquita” como marca. En su mayor parte, las campañas publicitarias de la United Fruit durante los años cincuenta renovaban temas viejos que motivaban a los consumidores a comer más bananos, o llamaban la atención sobre la contribución de la compañía en el logro de una mayor prosperidad para las Américas. La estrategia de marketing de la United Fruit experimentaría una transición cuando un conjunto de dinámicas políticas, económicas y agroecológicas dejaron a la compañía con los ingresos más bajos en su historia, a finales de los años cincuenta. N o es de asombrar que, en el barullo de reinventar la imagen de la compañía, los ejecutivos de la United Fruit recurrieran a la Srta. Chiquita para que les ayudara. Mientras que la canción “Chiquita banana” salía por las ondas nor­ teamericanas, la enfermedad de Panamá continuaba su invasión silenciosa a las fincas bananeras en Honduras. Entre 1939 y 1948, la United Fruit perdió más de 6.700 hectáreas de banano. El índice de abandono se acele­ ró durante el período 1949-1953, cuando la compañía dejó más de 9.600 hectáreas de la producción.8 La situación se complicó debido a la escasez de suelos adecuados para el cultivo del banano. En 1946, la empresa po­ seía nueve fincas que ocupaban cerca de 3.200 hectáreas “de tierra de selva recién talada que no había sido cultivada” y estaba en desarrollo.9 Aunque importantes, las fincas nuevas no podrían compensar los terrenos que ha­ bían sido abandonados por la compañía en Honduras, y la posibilidad de obtener tierras adicionales era casi nula. Por tanto, la compañía volcó cada vez más su atención hacia suelos marginales, incluyendo los extensos hu­ medales ubicados en las porciones más bajas de los ríos U lú ay Chamelcón. Utilizando una extensa serie de diques y canales para desviar las aguas de las inundaciones hacia los pantanos, los ingenieros de la United llevaron a cabo proyectos de sedimentación con la idea de formar una capa de suelo en el cual sembrar los bananos Gros M ichel.10

8 9

ufco.j

División ofTropical Research, Annual Reports (1939-1953).

Quate, “Agricultural Program o f the Tela Railroad Company”, 6.

10

262

Los ingenieros de la United Fruit comenzaron a experimentar con el drenaje de los pantanos y el control de inundaciones desde 1925. uvco., Annual Report (1949), 20.

C A PÍTU LO

6:

LA SEÑ O R IT A C H IQ U ITA

Honduras, Costa Norte, c.1930

-H -

Líneas de ferrocarril Líneas de ferrocarril abandonadas Límites departamentales

11

Zonas bananeras

Honduras, Costa Norte, c.1950

m

Plano aluvial

Mapa 6.1. El desplazamiento de los centros de producción de las empresas Cuyamel Fruit y Tela Railroad (subsidiaria de la United Fruit) entre los años treinta y cincuenta.

263

C ULTU RAS BAN ANERAS: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y T R A N SF O R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

Fig 6.2. Foto aérea de canales de drenaje en el valle de Su la (1949). U nited Fruit C om pan y P hotograph C ollection. Baker Library, H arvard Business School.

Uno de los proyectos más grandes emprendidos por la compañía fue el apropiadamente llam ado “El Pantano” , de 4.500 hectáreas. Los trabajado­ res erigieron diques — el m ás largo de los cuales tenía casi 8 kilómetros— capaces de sostener el agua a una profundidad de 3,6 metros. En 1947, los trabajadores drenaron la tierra con la ayuda de bom bas accionadas por turbinas que además de remover el agua estancada, aseguraba que el agua subterránea no se elevara más allá de los niveles aceptables (esta no era una tarea fácil en una zona baja, situada entre dos ríos y sujeta a lluvias fuertes durante el invierno).11 El proyecto de “El Pantano” , junto con otros de la misma índole, demostraban la impresionante capacidad del departamen­ to de ingeniería de la U nited Fruit pero también el aumento en los costos asociados al cultivo del banano Gros M ichel en H onduras para mediados de siglo.

11

264

Quate, “Agricultural Program o f the Tela Railroad Com pany”, 6-8.

C A PÍTU LO

6:

LA SEÑ O R IT A C H IQ U ITA

Por supuesto, tales proyectos solo eran realizables por empresas con cantidades fuertes de capital a su disposición; un diplomático estadouni­ dense reportaba, para 1949, que cada vez más las fincas de los bananeros independientes eran abandonadas y/o convertidas en otras cosechas debido a las enfermedades del banano.12 Los proyectos de sedimentación aportaron una ventaja inesperada: los científicos de la compañía observaron que los suelos infectados con el mal de Panamá produjeron fruta de “primera clase” después de acumular limo por varios años. Esta observación inspiró al Vining Dunlap a comenzar una serie de experimentos en 1939, que trataban de recuperar los suelos infectados con el hongo.13 El proceso involucraba la inundación de suelos con la idea de “ahogar” las poblaciones del hongo patógeno.

Fig. 6.3. Foto aérea de u n a finca bananera inundada (floodfallow ) con el propósito de controlar el m al de Panam á (1949). U nited Fruit C om pan y P hotograph C ollection. Baker Library, H arvard Business School.

12

Francis S. Newton, “Bananas-Honduras”, 11 mar. 1949.

13

ufco.,

División ofTropical Research, Annual Report (1939), 2.

265

C U LTU RA S BA N A N E R A S: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y TR A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

Después de un período de entre tres y dieciocho meses, los trabajadores drenaban y resembraban la tierra con rizomas de Gros Michel libres delpatógeno. En 1942, D unlap divulgó que su técnica de “barbecho-inundado" -■ denotaba “cierto éxito” .14 Cinco años más adelante, la compañía tenía más de 4.000 hectáreas bajo inundación. El éxito inicial de los experimentos * combinado con la acelerada extensión del mal de Panamá, hizo aún “más ur- j gente” la necesidad de llevar a cabo “extensas operaciones de inundación’’.'^ Para 1953, los trabajadores de la United inundaron y resembraron cerca de ® 5.700 hectáreas de tierra en Honduras. ,4 Los ejecutivos de la Standard Fruit Com pany también enfrentaban el ’* 'í dilema de la disminución de los recursos del suelo en Honduras. En 1941, la compañía contaba con cerca de 25.000 hectáreas de tierras abandonadas.16 Para este período, la Standard Fruit ya estaba en vías de trasladar su centro de producción al alto valle de Aguán, donde establecería sus oficinas, talleres : y viviendas en Coyoles, a una corta distancia de Olanchito. Reflexionando sobre los futuros proyectos de siembra, en 1941, el director general de la Standard, A. J. Chute, escribió: “no existe suficiente tierra buena en Olanchito como para dejar pasar cualquier oportunidad” . La compañía comenzó a comprar pequeños y grandes terrenos contiguos para crear bloques de suelos ' para el cultivo del banano. Entre 1935 y 1945, los trabajadores de la Stan­ dard sembraron casi 4.900 hectáreas de banano en el área, pero la compañía abandonó casi 1.300 hectáreas por causa del mal de Panamá.17 El veterano empleado de la compañía, John Miceli, inició prolongadas negociaciones con los terratenientes locales para adquirir “todo lo que fuese fértil al sur del río Aguán” .18 A finales de octubre de 1945, Miceli reportó su triunfo: L e d ije q u e c o n seg u iría las tierras al su r del río A g u á n y las co n segu í. H u ­ b iera p o d id o co n seg u irlas m u c h o an tes si h u b iese p a g a d o el p recio qu e p e d ía n y [h ab ía sid o] a u to rizad o p a ra p ag a rlo p ero n o lo h ice. T al co m o

14

UFCo.,

15

u f c o

.,

División o f Tropical Research, Annual Report (1942), 9. División ofTropical Research, Annual Report ( 1949), 1.

16 Charles Leftwich a Salvador D ’Antoni, 20 feb. 1942, SF SC Papers, box 8, folder 13. 17 P. C. Rose a Carmelo D ’Antoni, 25 feb. 1946; P. C. Rose al C. D ’Antoni, 7 mar. 1946; y P. C. Rose al R. C. Lally, 5 feb. 1947, SF SC Papers, box 8, folders 19, 20, y 27, respectivamente. 18

266

John Miceli a C. D ’Antoni, 29 sep. 1945,

s fs c

Papers, box 8, folder 17.

CA PÍTU LO

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LA SEÑ O R IT A C H IQ U ITA

es, a pesar del precio que pidieron al principio, no creo que toda esta tie­ rra le haya costado a la compañía más de 25 dólares por acre [U S$61,75 por hectárea].19

Vliceli logró unir varias parcelas en un bloque de 2.200 hectáreas de terreno al sur del río Aguan, anticipando que cubriría las necesidades de la compañía por cinco años. Las condiciones climáticas locales complicaron los esfuerzos de la Stan­ dard por ampliarse rápidamente. Ya que la parte superior del Aguán se en­ cuentra en una som bra pluviométrica creada por las montañas de Nom bre de Dios, la localidad cuenta con una estación seca m uy pronunciada. Las producciones bananeras, por lo tanto, requerían de un sistema de irrigación que presionaba los recursos acuíferos del valle y que elevaba los costos de producción.20 Por ejemplo, en 1946, un funcionario de la Standard Fruit divulgó que un bloque de 800 hectáreas de terreno no podría ser plantado debido a la “escasez de agua”; las fincas existentes utilizaban ya toda el agua disponible del río Aguán.21 Los informes de la compañía a partir de ese año indican que el costo de la instalación y el funcionamiento de un sistema de riego representaba más del 40% del gasto total asociado con la creación de una finca de banano en la región.22 Además de sacar agua del río Aguán para el riego, la Standard Fruit tam ­ bién explotaba los bosques de la región. Para inicios de los años cuarenta, la compañía intentó reducir las pérdidas relacionadas con los vientos amarrando las plantas Gros Michel con varas. La compañía conseguía la materia prima para las varas mediante contratistas madereros que cortaban maderas, inclu­ yendo roble, caoba y guaruma, de los cerros que rodeaban las plantaciones de Coyoles de la Standard Fruit.23 Una vara generalmente duraba de cuatro a cinco cosechas antes de ser substituida, siempre que no fuese robada por los trabajadores para usarla como leña. El antiguo investigador de la Stan­ dard Fruit, Henry Muery, recordó que la compañía había experimentado

19

John Miceli a Salvador D ’Antoni, 20 oct. 1945,

20

Chute a Rose, 21 feb. 1941.

21

P. C. Rose a Carmelo D ’Antoni, 14 junio 1946,

22

Rose a D ’Antoni, l4 ju n . 1946.

23

Woodrow Wilson Patterson, entrevista del autor.

sfsc

sfsc

Papers, box 8, folder 18.

Papers, box 8, folder 21.

267

C U LTU RA S BAN A N ERA S: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y T R A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

con soportes de bam bú desde 1951, pero continuaron utilizando maderas, incluso la madera Tiki de los pantanos de la isla de Utila, durante los años setenta.24 La Standard también estableció plantaciones de eucalipto cerca de Coyoles. En cambio, la United Fruit utilizaba el bam bú como soporte. Un informe consular de 1949 decía que la empresa utilizaba un promedio de 79 varas por hectárea. El número de varas utilizados por la industria bananera fácilmente llegaba a los millares por año, lo cual constituía un impacto sig­ nificativo de la producción bananera en los ecosistemas de la Costa Norte.25 La compra de terrenos, la expansión del riego y el uso de varas podrían haber ayudado a incrementar la producción, pero hacían poco para impedir la expansión del mal de Panamá. Consecuentemente, la Standard Fruit experimentó con la técnica del barbecho inundado de la Tela Railroad Company. En enero de 1947, los ejecutivos de la Standard Fruit acordaron unánimemente arrendar cerca de 7.500 hectáreas de tierras nacionales en el valle de Aguán.26 Se consideraba que las propiedades previamente cultiva­ das y abandonadas por la United Fruit, estaban ubicadas en el único lugar en el valle con agua suficiente para hacer inundaciones a gran escala. El director general de la Standard Fruit, A. J. Chute, creía que la culminación del proyecto era “imperativa” .27 Sin embargo, cuando la prensa en Tegu­ cigalpa publicó las noticias sobre el proyecto de adquisición, el Presidente Carias recibió un sinnúmero de telegramas y peticiones de los residentes de la región, protestando sobre el proyecto. Al ocurrir en un año electoral¡ en el cual por primera vez se estaba formando una formidable oposición de más de una década, Carias suspendió las negociaciones con la compañía. Los alarmados funcionarios de la Standard Fruit enviaron a un repre­ sentante a una reunión con el presidente, con la esperanza de que la razón del retraso no fuese “política” y que “con dinero [...] pudiera ser arreglada”.2, Según un documento interno, la compañía estaba preparada a pagar has­ 24

Muery, “History o f Standard Research”.

25

La Tela Railroad Com pany utilizaba un promedio de 80 varas por hectárea. Quate, “Agricul^ tural Program ofTela Railroad Com pany” .

26

Standard Fruit Company, “M emorándum o f Conference held in the board room on the al|j ternoon o f January 3, 1947, for discussion ofvarious matters concerning our Honduras an ||

27

August P. Miceíi a Salvador D ’Antoni, 16 dic. 1947, S F S C Papers, box 8, folder 33.

28

Miceli a D ’Antoni, 16 dic. 1947.

Nicaragua Divisions” , s f s c Papers, box

268

8,

folder 26.

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LA SEÑ O R IT A C H IQ U ITA

ta cien mil dólares [en sobornos] para asegurar los terrenos. Durante una reunión de una hora de duración con el presidente Carias, el portavoz de la Standard Fruit hizo hincapié en que el mal de Panamá infectaba rápidamen­ te las fincas de la compañía en Olanchito y que la compañía estaba preparada para invertir medio millón de dólares para recuperar las tierras previamente abandonadas. También hizo notar que la región estaba repleta de pueblos muertos que se verían revitalizados si las fincas de banano y el ferrocarril volvían. La presión de la compañía al parecer dio resultado, ya que dos años más tarde, un consular estadounidense informó que la Standard Fruit iba a gastar más de cinco millones de dólares para construir los diques nece­ sarios para llevar a cabo proyectos de inundación.29 Se había programado que las operaciones iniciarían a partir de 1950. Sin embargo, Fíenry Muery, contratado por el departamento de investigación de la Standard Fruit en 1951 para trabajar con experimentos de inundación, relató en su memoria inédita que la compañía detuvo el proyecto debido a los altos costos en los que había incurrido tras haber construido apenas algunos lagos.30 Las pérdidas económicas de la Standard Fruit en los proyectos de inundación ilustran cómo los cambios agroecológicos limitaban su poder: la compañía logró obtener las concesiones de los terrenos del gobierno nacional, pero el capital necesario para rehabilitar los suelos afectados con la enfermedad de Panamá im pidió que la compañía transformara su influencia política en beneficios económicos. Los cambios políticos en Honduras complicaron aún más las cosas pa­ ra las compañías fruteras. Tras la derrota de los regímenes fascistas durante la Segunda Guerra M undial, los gobiernos autoritarios en Centroamérica sufrieron presiones internas y externas para que democratizaran sus insti­ tuciones políticas. En 1948, enfrentando una oposición cada vez mayor, encabezada por estudiantes universitarios y facciones radicales del partido Liberal, el presidente Carias dejó el poder después de haber gobernado a Honduras durante dieciséis años, abriendo el camino para que su vicepre­ sidente, el antiguo abogado de la United Fruit Company, Juan Manuel Gálvez, asumiera la presidencia.31 Al año siguiente, los estudiantes universi­ 29

Francis S. Newton al Departamento de Estado, 26 ago. 1949.

30

Muery, “History o f Standard Research”, 1.

31

Euraque, Reinterpreting the Banana Republic, 41-43.

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tarios y otros ciudadanos protestaban abiertamente por los términos de u n ü concesión solicitada por la United Fruit, una señal de que la influencia d e ] ¿ ¡ compañías fruteras disminuía en Tegucigalpa. En 1950, el presidente G á lv ^ firmó una ley que establecía un impuesto sobre la renta del 15% sobie laxganancias nacionales de las compañías bananeras. Cinco años más tarde, á l gobierno nacional elevó dicho impuesto a un 30% . Al mismo t ie m p o , el estado hondureño comenzó a promover la diversificación de la economía nacional a través de las exportaciones de café, carne de res y algodón.32 La administración de Gálvez también inició reformas laborales en un momento en que tanto el Departamento de Estado de los e e . u u . como la Federación Americana del Trabajo (a f l , por sus siglas en inglés) ejercían presión sobre los gobiernos centroamericanos para que promovieran la formación de sindicatos anticomunistas. En 1950, Gálvez firmó un pliego de la Organización de los Estados Americanos, que prometía defender el derecho de los trabajadores a asociarse. En 1952, el Congreso de Honduras creó la Oficina Laboral y de Asistencia Social para implementar medidas de reforma que incluían la reducción de la jornada laboral y la restricción del uso del trabajo infantil, y que creaba medidas de compensación para los t re­ bajadores. El antiguo campeño Francisco Portillo recordó la alegría con que los trabajadores recibieron la creación de la jornada laboral de ocho horas: Yo andaba regando agua en un campo en Montevista; salíamos tardísimo; esa vez para nosotros fue una alegría que hubiera más gente. ¿Qué pasaba? Era el relevo de nosotros. Ellos iban a quedarse y nosotros salimos a las dos de la tarde. Todos gritamos en la finca: “¡Viva Juan Manuel Gálvez!”. Empezó a dar la ley de trabajo. Contentos salimos.33

Según el historiador hondureño Darío Euraque, ese era exactamente el tipo de reacción que el gobierno esperaba obtener. Gálvez no preveía sus reformas como peldaños que conducirían a la form ación de sindicatos po­ derosos, “sino como parte del aparato de Estado que serviría para mediar conflictos de trabajo” .34 32

I b i d 142-143.

33 34

Francisco Portillo, entrevista del autor. Euraque, Reinterpreting the Banana Republic, 92-93.

270

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Sin embargo, los organizadores comunistas (incluyendo al escritor Ramón Amaya Am ador), los miembros radicales del partido Liberal y los trabajadores activistas tenían sus propias ideas. El Com ité Coordinador Obrero (cco ) se formó en 1950 con la intención de organizar a los traba­ jadores hondurefios de la minería, la fábrica y la agricultura. El c c o y el Partido Dem ocrático Revolucionario Hondureno ( p d r h ) comenzaron a publicar periódicos clandestinos que circularon extensamente en la Costa Norte.35 En abril de 1954, los trabajadores del muelle de la United Fruit entraron en huelga después que la compañía rechazara pagarles horas ex­ tras por trabajar el dom ingo de la Sem ana Santa (según lo estipulado en la reforma legislativa de Gálvez). Poco después de eso, las enfermeras y otros empleados del hospital de la compañía en Tela le presentaron a la gerencia una lista de demandas que se resolvieron rápidamente. Algunos días más tarde, los trabajadores del muelle, los maquinistas y otros empleados de la compañía entraron en huelga en Puerto Cortés. Cuando las autoridades policiales detuvieron a un par de líderes de la huelga, una protesta masiva de trabajadores logró liberar a los detenidos sin condiciones. Las conme­ moraciones del primero de mayo en El Progreso y La Lim a contaron con varios miles de personas que expresaron su solidaridad a los trabajadores del muelle en huelga. El 3 de mayo, los trabajadores de la división de El Progre­ so, de la United Fruit, entraron en huelga. Pronto se les sumaron millares de compañeros de trabajo en La Lima, Puerto Cortés y Tela. En el marco de una semana, unos 15.000 trabajadores de la Standard Fruit Com pany también entraron en huelga. Por primera vez, desde 1932, una huelga ge­ neral paralizó la industria bananera en la Costa N orte.36 Los trabajadores en huelga de la United Fruit exigían aumentos salaria­ les, un mejoramiento en la asistencia médica, vacaciones pagadas, vivienda para todos los trabajadores, educación gratuita para los niños de los em­ pleados y ropa de trabajo protectora, entre otras cosas. Los trabajadores de la Standard Fruit pidieron el despido inmediato de tres administradores de la compañía, un 50% de incremento salarial, vacaciones pagadas y otros beneficios. El mediador designado por el gobierno logró llevar la huelga de

35

La c c o publicó la Voz Obrera; el órgano del rahona, E l silencio quedó atrás, 55-62.

36

Barahona, E l silencio quedó atrás, 55-118; y Argueta, L a gran huelga bananera, 65-108.

pd h r

fue Vanguardia Revolucionaria. Véase Ba-

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CULTU RAS BAN A N ERA S: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y TR A N SFO R M A C IO N E S SO C IO A M BIEN TA LES

la Standard Fruit a una conclusión relativamente rápida en el momento en que la compañía accedió a hacer modestos aumentos salariales y a sustituir a los tres administradores nom brados en la petición de los huelguistas. Sin embargo, algunos trabajadores rechazaron el acuerdo y continuaron en huelga hasta que el gobierno intervino. En contraste, la huelga de la United Fruit duró 69 días, antes de que las dos partes llegaran a un acuerdo tras la intervención del presidente Gálvez, el desarrollo de divisiones importantes entre los líderes de los huelguistas, y la detención de los líderes de la huel­ ga vinculados a las organizaciones comunistas o al p d r h . Los trabajadores lograron modestos aumentos salariales y algunos beneficios. Aún más importante, la compañía accedió a la formación de sindicatos. Poco tiempo después de eso, se estableció el sindicato de trabajadores de la Tela Railroad Com pany ( s i t r a t e r c o ). Tanto el Presidente Gálvez como el gobierno norteamericano insinúaron que el gobierno guatemalteco, encabezado por Jacobo Arbenz, había ayudado a fomentar la huelga, pero los trabajadores recibieron mucha más ayuda de los comerciantes de San Pedro Sula que de gobiernos extranjeros. D e hecho, los acontecimientos de 1954, a pesar del derrocamiento del go­ bierno de Arbenz orquestado por la c í a , sirvieron en última instancia para debilitar el poder de la United Fruit. En los Estados Unidos, el Departamen­ to de Justicia abrió una investigación antimonopolio sobre las prácticas de comercialización de la compañía. En Honduras, el candidato del renaciente Partido Liberal, Ram ón Villeda Morales, ganó la pluralidad — pero no la mayoría— de los votos en la elección que se dio posteriormente a la huelgai En ausencia de una clara mayoría, Julio Lozano Díaz, vicepresidente bajo el gobierno de Gálvez, asumió el poder dictatorial. El gobierno de Lozano Díaz promulgó una Ley de Derechos Laborales que garantizaba a los tra­ bajadores el derecho a los convenios colectivos, legalizó aproximadamente cincuenta sindicatos y reconoció el derecho a la huelga.37 Transcurridos apenas siete años después del final del Cariato, la nueva legislación marcaba el poder emergente de los líderes pro-obreros del Par­ tido Liberal y el renuente reconocimiento, por parte de algunos líderes del

37

Sobre los eventos en Guatemala, véanse Dosal, Doing Business with the Dictators; Immerman, The CIA in Guatemala; y Gleijeses, Shattered Hope. Sobre la política de Honduras durante este período, véase Euraque, Reinterpreting the Banana Republic, 71-72.

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Partido Nacional, en el contexto geopolítico de la Guerra Fría, de que el go­ bierno norteamericano trataba de promover la formación de sindicatos nocomunistas. Villeda Morales finalmente asumió Ja presidencia en 1957, tras el derrocamiento de Lozano Díaz en 1956, por parte del Coronel Oswaldo López Arellano. Los motivos de las Fuerzas Armadas para realizar el golpe fueron múltiples, pero al forzar al desacreditado Lozano Díaz a que dejara el poder, los líderes del golpe crearon una apertura para que el partido Liberal llegara al poder. Durante la presidencia de Villeda Morales (1957-1963) las voces de los trabajadores y campesinos se hicieron oír en voz alta, ampliando los límites del discurso político en la sociedad hondureña y dándoles una nueva forma a los programas estatales de desarrollo. Por ejemplo, en 1959, la administración de Villeda Morales creó el Instituto de Seguridad Social y promulgó un nuevo Código Laboral. En 1962, el gobierno hondureño aprobó la Ley de Reforma Agraria. Las compañías bananeras no se quedaron de brazos cruzados ante los profundos cambios que ocurrieron entre el final de la Segunda Guerra Mundial e inicios de los años sesenta. En Honduras, las compañías reac­ cionaron, ante la formación de sindicatos, buscando maneras para reducir sus fuerzas laborales. D e conform idad con los acuerdos establecidos en la huelga, las empresas se comprometieron a no tomar represalias contra los líderes de la huelga, pero se guardaron el derecho de transferir y/o de despedir a los trabajadores debido a “razones económicas generales, fuerza mayor o acontecimientos imprevistos” .38 Los ejecutivos de la United Fruit debían haber rezado mucho, porque dos meses después de que concluyera la huelga, fuertes inundaciones acabaron con miles de hectáreas de banano en el valle de Sula. La compañía respondió despidiendo aproximadamente a 3.000 trabajadores en noviembre de 1954, debilitando el recién establecido sindicato s i t r a t e r c o . Los funcionarios de s i t r a t e r c o divulgaron ante la prensa que habían convencido a la gerencia de la compañía para que no despidiera a 7.000 empleados adicionales, pero una declaración publicada por la compañía solamente reconocía que la gerencia había acordado mantener el número de despidos lo “más bajo posible” .39 Un funcionario de la Em bajada norteame­ 38

Meza, Historia del movimiento obrero hondureno, 96-97.

39

Norm an E. Warner al Departamento de Estado, 26 nov. 1954,

u sn a ,

Foreign Agricultural

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ricana reportó que la m asa de trabajadores estaba descontenta debido a 1 incapacidad de los líderes sindicales para evitar los despidos. La compañfjí les dio pequeñas indemnizaciones a los despedidos y les permitió que culti/ varan las tierras que la com pañía no usaba. Adicionalmente, el gobierno de" H onduras solicitó fondos a los Estados Unidos y organizó un programa d é : obras públicas de emergencia que proporcionó trabajos en la construcción para los obreros despedidos. Sin embargo, un funcionario del gobierno ñor? ■ teamericano advirtió que cualquier solución a largo plazo al problema del desempleo seguiría pendiente hasta que la com pañía “resolviese la cuestión básica de si las operaciones volverían a sus niveles ‘normales’ o pre-inundación, o si se m antendrían de manera permanente en niveles más bajos”.40». La respuesta llegó dos años m ás tarde, cuando la com pañía organizó una visita a sus operaciones renovadas para los representantes de los secto­ res bancarios, comerciales, industriales, y para la prensa nacional. Los fun­ cionarios de la com pañía explicaron que la extensión del m al de Panamá, com binada con la dem anda del mercado por fruta de “alta calidad”, había reducido la viabilidad de recuperación de las “tierras marginales” . Por lo tanto, el área de producción nunca más se igualaría a los niveles previos a 1954, ni la compañía “mantendría a tantos empleados como en el pasado”.4) Esta declaración se quedó corta: entre 1953 y 1957, la empresa redujo su nóm ina de pago casi a la m itad (de cerca de 26.000 a apenas unos 13.000 trabajadores), mientras que las tierras activamente cultivadas con banano se redujeron de unas 16.000 hectáreas a 11.300 hectáreas, entre 1953 y ' 1959.42 El número de los trabajadores empleados por la United Fruit cayó hasta 8.800 personas en 1961. La respuesta de la Standard Fruit a la huelga de 1954 fue igualmente dramática: redujo su planilla de 13.000 a 9.000 trabajadores entre 1954 y 1955. En los años sesenta, la com pañía contaba

Service Narrative Reports 1Q50-1954, Honduras, folder Fruits-Insects; Barahona, E l silencio quedó atrás, 362. 40

Warner al Departamento de Estado, 26 nov. 1954, 3.

41

Tela Railroad Company, “Un recorrido aéreo y por tren para conocer parte del programa de rehabilitación iniciado por la Tela R R Com pany después del desastre de septiembre de 1954”, 18 mar. 1956 (mimeografía), f h i a , Stover Lib rary.

42

Para cifras sobre empleos, véase Correo del Norte-, 28 mayo 1958,8-9. Para datos sobre tierras, United Fruit Com pany Annual Reports (1953) y (1959).

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con menos de 5 . 8 0 0 personas empleadas.43 La nóm ina de pago de la Stan­ dard continuó disminuyendo hasta 1967, cuando llegó a estar por debajo de los 5.000 trabajadores. Las compañías fruteras aprovecharon contratistas y tecnologías para re­ ducir sus fuerzas laborales. El uso de contratistas ya había aumentado antes de la huelga de 1954, estimulado por las reformas laborales de la administra­ ción de Gálvez. En 1952, la United estableció un programa de “productores

asociados”, que proporcionaba a cientos de antiguos empleados de confianza veinte hectáreas de tierra a cada uno en El Higüerito, una finca al sur de La Lima en el valle de Sula. Los productores asociados, quienes se encargaban de las tareas intensivas de sembrar, chapear y cortar, tenían que vender sus bananos a la United Fruit a los precios fijados exclusivamente por esta últi­ ma. D e conform idad con el contrato, la compañía se comprometía a insta­ larles el drenaje, la irrigación y la infraestructura vial; a operar los sistemas de irrigación y control de la Sigatoka; y a coordinar las actividades diarias de cultivo a través de su centro administrativo en La Lima. La compañía prometía transferir los títulos de propiedad a los agricultores individuales en la medida que recuperara su inversión.44 El antiguo Superintendente de Distrito de la United, Cam ilo Rivera Girón, recordó que la prensa nacional se opuso al proyecto de El Higüerito, ya que proveía a la compañía los medios para “quitarse la responsabilidad [respecto a los trabajadores]” .45 Com o parte de una campaña de publicidad, Rivera Girón condujo a los periodistas en un viaje por El Higüerito para demostrarles los méritos del proyecto. Pero los directores de los periódicos no eran los únicos que albergaban dudas respecto a los productores asocia­ dos. Los dirigentes de s i t r a t e r c o argumentaron que el programa haría que los salarios bajaran. En octubre de 1957, un grupo de regadores de caldo bordelés y otros trabajadores de El Higüerito se unieron a s i t r a t e r c o para defenderse contra lo que el periódico del sindicato llamaba despidos “masi­ vos y caprichosos” .46 Cuatro meses más tarde, un dirigente de s i t r a t e r c o ,

43

Ellis, “The Banana Export Activity in Central America”, 321.

44

Correo del Norte, 31 may. 1 9 5 8 y 9 ju l. 1958; Cam ilo Rivera Girón, entrevista del autor, San Pedro Suia, 1995; y Ellis, “The Banana Export Activity in Central América’1, 102.

45

Camilo Rivera Girón, entrevista del autor.

46

E l Sindicalista, 16 may. 1959,4.

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Pastor Zúniga Ramírez se quejó de que la compañía despidió injustamente a los trabajadores en El Higüerito. La gerencia de la com pañía negó tal acu­ sación, indicando que los despedidos eran empleados de los productores asociados. Sin embargo, los productores de El Higüerito aseveraron que solamente contrataban cuadrillas para los cortes y las chapeas. En 1958, s i t r a t e r c o declaró que la com pañía “contrataba directamente” empleados que trabajaban en la irrigación, el control de la Sigatoka y el uso de fertilizan­ tes en las fincas de los productores asociados. En los días de pago, el sindicato afirmaba, “estos trabajadores presentan boletos de pago confeccionados en la oficina de la United, para que les sean pagados por el arrendatario’, quien, la mayoría de las veces, solo entonces tiene contacto con ellos”.47 La oposición del sindicato no pudo detener la expansión de los progra­ mas de productores asociados. En mayo de 1958, cuatro antiguos capataces firmaron contratos con la United Fruit por lotes de 120 hectáreas en el valle de Sula.48 Los términos de los contratos eran muy similares a aquellos de los contratos de El Higüerito: la com pañía acordaba instalar la infraestructura de la finca a cambio de los derechos exclusivos para comprar la fruta de alta calidad cosechada por los arrendatarios. Los agricultores de San Manuel asumían la responsabilidad de todos los aspectos de la producción, con la notable excepción del control de la Sigatoka, que seguiría estando en manos de la compañía. En 1960, la United Fruit inició dos proyectos adicionales,' con la participación de ocho exempleados hondureños de confianza, entre los cuales repartieron más de 800 hectáreas de tierra en el valle de Sula.49 Ese m ismo año, Thomas Sunderland, el nuevo alto ejecutivo de la United Fruit, dijo a los accionistas de la compañía que el futuro dependía de los programas de productores asociados.50 En 1961, la compañía gastó aproximadamente un millón de dólares en el control de plagas, irrigación y fertilizantes en más' de cien fincas de productores asociados hondureños, los cuales le vendieron más de dos millones de racimos de bananos a la compañía.51

47

Ibid., 17 abr. 1958, 8.

48

Correo del Norte, 31 may. 1958, 15.

49

Ib id ; y Tela Railroad Company, “Daros de 1962”, 2,

50

u fco

51

C ada una de estas fincas excedía las 100 hectáreas. Teía Raiíroad Company, “Datos
1-10; sobre el del café, Steven Topik, “The In­ tegraron o f the World CofFee Market” . El café no fue el único estimulante cuyo consumo se incrementó. Las importaciones de frutos de cacao (cocoa) se incrementaron quince veces entre 1885 y 1914. Las importaciones de hoja de coca también surgieron durante este perío­ do, impulsadas tanto por los usos medicinales de la cocaína como por la popularidad de la Coca-Cola. Véanse, respectivamente, Clarence-Smith, Cocoa and Chocolate; y Gootenberg, “Between C oca and Cocaine”, 126. Steinberg, Down to Earth, 181. La discusión sobre los cítricos de California se basó en gran medida en una versión manuscrita de Sackman, Orange Empire. Strasser, Satisfaction Guaranteed.

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C ULTU RAS BAN A N ERA S: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y T R A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

integración vertical necesaria para incrementar la productividad, bajar los costos de producción y hacer respetar estándares de calidad.10 N o cabe duda que el aumento en el consumo de alimentos coincidió con una serie de cambios demográficos, económicos, legales y tecnológicos interrelacionados. Entre las décadas de 1870 y 1920 la población de los Es­ tados Unidos creció de a 38,5 millones de personas a más de 100 millones de habitantes. Durante ese período, las migraciones domésticas e interna­ cionales (entre ellos los más de 23 millones provenientes de Europa) au­ mentaron la población de las ciudades industriales, dando lugar a mercados masivos y densos. La adopción de medidas enfocadas en la salud pública, como vacunas y sistemas de alcantarillado, disminuyó la tasa de mortali­ dad. El sobrante de los trabajadores también aumentó, permitiendo incre­ mentos en el consumo per capita de comidas y otros bienes. En la minería, manufactura, transporte y otras industrias, proliferaron las corporaciones capaces de producir y vender mercancías a escalas previamente inalcanzables (la United Fruit no era única). Para poder ampliarse, estas corporaciones invertían en tecnologías de procesamiento y transporte que les permitían acelerar el ritmo de producción, distribución y venta de mercancías, mien­ tras reducían gastos salariales. Los combustibles fósiles (principalmente el carbón) formaron la base energética de las economías de consumo masivo. Tener en cuenta los procesos anteriores es fundamental para entender lo que posibilitó el consumo masivo en general, pero no sirve para explicar la popularidad de los productos específicos. Explicar el deseo masivo de unas cosas y no de otras requiere una consideración de los contextos cultu­ rales. Por ejemplo, Sidney M intz ha demostrado el poder del dulce como conductor de las dinámicas de producción y consumo de caña de azúcar. Al parecer el dulce ha ocupado un lugar central en diversas culturas, pero M intz y otros estudiosos han ubicado la preferencia por la sucarosa (azúcar blanca refinada) en la Europa del siglo x v i.11 En los Estados Unidos del

10

Mintz, Sweetness and Power, Jiménez, “ From Plantation to Cup” ; McNeill, Something New Under the Sun; y Chandíer, Scale andScope\ y The Visible Hand. Sobre los cambios tecnológicos en el procesamiento, véase Hounshell, From the American System to Mass Production. Sobre las decisiones jurídicas que ampliaron el poder de las corporaciones, véase Strasser, Satisfaction

11

Mintz, Sweetness an d Power, 74-150; Ga lloway, The Silgar Cañe Industry, 5-8; Ayala, American Sugar Kingdom.

Guaranteed, 25-26.

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CA PÍTU LO 8 : C ULTU RAS D E L BAN AN O EN PERSPECTIV A COMPARATIVA

siglo xix, el consum o de productos panificados que llevaban azúcar, junto con las bebidas calientes endulzadas (por ejemplo, el café o el té) connota­ ban un cosmopolitismo europeo. El consumo cotidiano de los productos tropicales, que anteriormente eran exóticos y caros, se convirtió en símbolo de la hegemonía norteamericana en las zonas tropicales de las Américas. La amplia disponibilidad del azúcar contribuyó al consumo de otras mercancías. Por ejemplo, los aficionados al café echaban cucharadas de azú­ car en sus tazas para endulzar su “dosis” cotidiana de cafeína.12 Al mismo tiempo, las propiedades psicoactivas del café pueden haber incrementado simultáneamente la demanda de azúcar refinada, a través de una especie de sinergia. Además de esto, el azúcar y los extractos de coca eran ingredientes en la Coca-Cola que, junto con otras gaseosas, eventualmente suplantarían al café como las bebidas de más amplio consumo en los Estados Unidos. La popularidad del café probablemente contribuyó al declive en el consumo de chocolate en forma de bebida, pero la abundancia de azúcar barato ayudó a estimular el consum o de golosinas de chocolate, un cambio en los gustos que M ilton Hershey promovió mediante la producción masiva de barras de chocolate en leche, y también de golosinas como el “Hershey’s Kiss” . Para poder asegurar un suministro constante de azúcar, Hershey compró 26.000 hectáreas de tierra y financió la construcción de un ingenio en C u ba.13 Los alimentos tropicales de sabor amargo no eran los únicos cuyo consumo se vinculó al azúcar en los Estados Unidos: fábricas de conservas de California usaron azúcar como preservativo para uvas, melocotones y otras frutas que se enlataron como jarabe dulce. Es más, los cultivadores de cítricos preferían variedades de naranjas — un quinto de las cuales estaba destinado a la producción de jugo en los años treinta— con alto contenido de azúcar.14 Finalmente, es importante recordar que el banano entró en la dieta norteamericana como una fruta de “postre”; su uso popular en la cocina se limitaba a panes dulces, pasteles y postres helados. En contraste, las variedades de plátanos no ganaron un mercado masivo en el siglo x x a

12

John Arbuckle, uno de los primeros comerciantes de café embolsado, incorporó una capa de azúcar al tostar los granos de café; Ayala, American Sugar Kingdom, 42-44.

13

Brenner, The Emperors o f Chocolate. La Charles Hire Com pany (famosa por la gaseosa root beer) también compró ingenios azucareros en Cuba. Galloway, The Sugar Cañe Industry, 168.

14

Sackman, Orange Empire, cap. 3.

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CULTU RAS BAN ANERAS: P R O D U C C IÓ N , C O N SU M O Y TR A N SFO R M A C IO N E S SO CIO A M BIEN TA LES

pesar de su popularidad en las regiones tropicales. En fin, el dulce fue el denominador común en esta mezcla de alimentos y bebidas alrededor de los cuales se formaron mercados masivos y culturas populares. Otro denominador común era la publicidad masiva. Desde una pers­ pectiva comparada, la decisión de las compañías bananeras de establecer marcas registradas, en conjunción con la conversión a los bananos Cavendish en los años cincuenta, fue tardía. En 1865, los hermanos Arbuckle vendían café empacado bajo la marca “Ariosa”. Los empacadores de fruta de California comenzaron a embarcar sus productos en cajones de made­ ra con etiquetas llamativas a finales del siglo xix. En 1908, la cooperativa mayor de fruteros californianos adoptó la marca Sunkist. Posteriormente, envolvía naranjas en papel sellado con la marca Sunkist. La marca de pasas Sun-M aid nació en 1912. Para entonces, los consumidores norteamerica­ nos podían encontrar azúcar D om inó, avena Quaker, galletitas Nabisco, y cereales procesados Kellogg’s. D e acuerdo con la historiadora Susan Strasser, los fabricantes esperaban crear lealtad en los consumidores, y disminuir la capacidad de los comerciantes de orientar a los consumidores hacia los productos de la competencia.15 Las marcas representaron solo una forma de publicidad. Exhibiciones (como las ferias mundiales), panfletos, libros de recetas, carteleras y propa­ ganda en periódicos y revistas eran otros medios utilizados para promover productos a principios del siglo xx. Eventualmente, la radio y la televisión se convertirían en medios clave. L a United Fruit y sus subsidiarias aprovecha­ ron todos estos medios, redactando panfletos informativos en la década de 1910, pasando a carteleras, libros de recetas y estudios de mercadeo en los años veinte, antes de lanzar “Chiquita banana” por el radio durante los años cuarenta. Los fruteros de California, los tostadores de café y las refinerías de azúcar, todos adoptaron estrategias de mercado parecidas.16 Sin embargo, la expansión de los departamentos de publicidad a principios del siglo x x no . debe ser tom ada como evidencia de que los hábitos de consumo norteame­ ricanos resultaron de un engaño masivo perpetrado por publicistas.17 Para 15

Strasser, Satisfaction Guaranteed, 29-57-

16

La publicidad de Sunkist utilizaba tropos de la naturaleza, la ciencia, la salud y la sexualidad, similares a los de las compañías bananeras. Sackman, Orange Empire, capítulo 3.

17

Sobre las agencias publicitarias en los años veinte, véase Marchand, Advertising the American Dream.

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CA PÍTU LO 8 : CULTU RAS D E L BAN ANO EN PER SPEC TIV A COMPARATIVA

las mercancías aquí examinadas, el mayor aumento de consumo per capita se dio en la segunda m itad del siglo xix, antes de la creación de campañas masivas de publicidad dirigidas a los consumidores finales. D e hecho, la publicidad de masa no se disparó sino hasta que los índices de consumo comenzaron a estabilizarse durante los primeros años veinte. Com o ha no­ tado el historiador Steven Stoll, para el caso de las cooperativas de fruteros californianos las campañas de marketing buscaron redefinir una condición de “sobreproducción” como una de “bajo consum o”.18 Si las agencias de publicidad no pueden llevarse el crédito de la creación de la demanda en sí, no cabe duda de que ellas eran bastante adeptas a iden­ tificar — de manera selectiva y con considerables distorsiones— la evolución de los contextos sociales y culturales de consumo. Por ejemplo, la publici­ dad de la United Fruit cambió los relatos de los procesos de producción y transporte por imágenes que reflejaban los deseos de los consumidores, bien sea de salud, sexo, humor o sabores gratificantes. La publicidad del siglo xx, de acuerdo con el historiador cultural Jackson Lears, inventó e hizo circular “fábulas de abundancia” en las que la eficiencia industrial garantizaba una cornucopia de placeres. Las imágenes de las mercancías divulgadas por las agencias de publicidad reflejaban la visión selectiva de sus creadores: las conexiones entre naturaleza, trabajadores y consumo masivo eran apenas discernibles. En 1932, el redactor del Printer’s Ink, una importante revista profesional para publicitarios, propuso reemplazar el “cubo de cena” (una imagen asociada con el obrero industrial) por el “plato hondo de cereales”, como imagen icónica para una generación nueva de “consumidores com ­ pletos” . H ay que preguntarse si el redactor imaginaba tajadas de banano con el cereal que iba a ser símbolo de “el futuro de América”.19 El optim ism o del editor — aun durante la Gran Depresión— no ca­ recía totalmente de razón: la producción masiva de comestibles permitió a

18

Stoll, TheFruits o f N atural Advantage, 81-88; y Jiménez, “From Plantation to Cup” , 48-52. Topik (“The Integration o f the World’s Coffee Market”, 38-39) no toca el tema de la publi­ cidad pero hace notar que a medida que el estatus lujoso del café cambiaba a inicios del siglo xx, los consumidores alteraban sus hábitos de compra en respuesta a los cambios de precio menos que, como se supone, a la publicidad. Otro autor sí atribuye el aumento en el consumo del café durante los años veinte a la publicidad masiva (Pendergrast, Uncommon Grounds, 155-158).

19

Citado en Marchand, Advertising the American Dream, 162-163.

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personas de la clase media y aun de la clase baja comer y beber lo que antes había estado restringido a las mesas de la elite. D e hecho, el cereal procesado con tajadas de banano era la comida urbana-industrial clásica que reflejaba grandes transformaciones en cómo y cuándo las personas preparaban y to­ maban sus comidas.20 La vida cotidiana estadounidense se movía cada vez más al ritmo sincronizado del m undo industrial. Com er se volvió un acto más apresurado, como se evidencia por el ritual de refrigerios, incluido el cojfee break de los oficinistas, y la aparente popularidad de las comidas alta­ mente procesadas, tal como los cereales. Los publicistas reconocieron también que las mujeres se encargaban de la elaboración de la comida en la mayoría de los hogares, y muchas ve­ ces aprovecharon los ideales de la vida doméstica cuando se referían a los consumidores como “esposas” o “amas de casa” . Sin embargo, el funciona­ miento de estas campañas dependía de las expectativas de un grupo en ex­ pansión de mujeres de la clase media que equilibraba sus responsabilidades domésticas con el trabajo fuera de casa. A medida que las mujeres creaban nuevos espacios sociales para sí mismas, tenían que crear también el tiempo para ocuparlos (ya que la mayoría de los hombres no se sentían inclinados a encargarse de la cocina). Las comidas altamente procesadas ayudaban a reducir la cantidad de tiempo necesario para preparar comidas. Es decir, los nuevos roles sociales de las mujeres — que muchas veces minaban los ideales de la domesticidad representados en la publicidad— pueden haber sido un contexto importante en el cual los alimentos de fácil preparación ganaron un mercado. Aquí la conexión entre producción y consumo se confunde: los procesadores industriales de comida a menudo empleaban a mujeres para hacer lo que en esencia eran trabajos de la cocina, tales como lavar, cortar, pelar y procesar alimentos en una escala masiva. La m isma lata de melocotones comprada por una oficinista en Chicago significaba empleo en fábricas y oportunidades para nuevas formas de relaciones sociales (incluida la participación en sindicatos) para las mujeres inmigrantes en las plantas empacadoras de California.21

20

Mintz, TastingFood, TastingFreedom.

21

Sobre las mujeres en las plantas de empaque en California, véase Ruiz, Cannery Women, Cannery Lives', y Sackman, “N atures Workshop”, 27-53.

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C A PÍTU LO 8 : CULTU RAS D E L BANANO EN PERSPECTIV A COMPARATIVA

El consumo de alimentos en el siglo x x también estaba ligado estre­ chamente a ideas populares sobre salud y moralidad. Por ejemplo, para combatir la noción de que los bananos eran difíciles de digerir, unos de los primeros panfletos de la United Fruit enfatizaban tanto el valor nutricional de los bananos como la importancia de dejarlos madurar. Los productores de café también trabajaban con el apoyo de profesionales de la salud para disipar preocupaciones sobre los efectos fisiológicos de su producto. Un grupo industrial cafetalero enlistó al microbiólogo industrial Samuel C. Prescott, del Instituto de Tecnología de Massachusetts — el mismo que rea­ lizó el estudio de suelos para la United Fruit— , para ofrecer confirmación “científica” de los beneficios para la salud que se derivaban del café.22 Pero si había quien miraba el consumo del café como un hábito poco sano, para muchos reformadores sociales el café era una alternativa para el alcohol, pues su consumo no lo asociaban con el desempleo ni el comportamiento inmoral. Esta no era una consideración menor, en una época de campañas exitosas para prohibir la venta de bebidas alcohólicas. La prohibición no duraría, pero la importancia de las inclinaciones morales en el consumo se refleja claramente en la historia de la cocaína, cuyo estatus cambio de tónico medicinal a droga “diabólica” , a principios de los años veinte.23 La expansión económica, el crecimiento poblacional y una cultura de consumo que ayudó a unir a una nación de otra forma dividida aseguraron que los Estados Unidos se mantuvieran como el mercado más grande para el café, el banano, el azúcar y las frutas frescas durante el siglo xx. Sin em­ bargo, las tendencias en el consum o per capita variaban considerablemente según la mercancía.24 La eliminación de las restricciones de embarque, al final de la Segunda Guerra Mundial, permitió al consumo del banano re­

22 Jiménez, “From Plantation to Cup”, 50-51. 23 Las campañas en contra de los usos no-medicinales de los narcóticos y el alcohol contribu­ yeron a la criminalización del consumo de la cocaína. Para 1922, tanto los gobiernos locales como el federal habían establecido controles estrictos para la importación y el consumo de la coca y la cocaína, Gootenberg, “Between C oca and Cocaine”, 128-129. Sobre las campañas anti-café, véase Pendergrast, Uncommon Grounds, 95-112. 24 A menos que se indique de otra forma, los datos sobre el consumo per capita provienen de United States Department o f Agriculture, Agricultural Marketing Service, Consumption o f Foodin the United States, 1909-1952 (Washington D C : 1957), 16; y Putnam y Allshouse, Food Consumption, Prices, andExpenditures, 1970-1997.

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gresar a los niveles preguerra hacia 1947. El consum o per capita de banano se redujo ligeramente en los años cincuenta y no cambió durante los años sesenta. A finales del siglo x x el consum o de banano aumentó, superando los 12 kilos por persona en 1997. El consum o de frutas de California siguió una trayectoria bien diferente: el consum o de cítricos frescos, incluyendo naranjas y moras, declinó de su tope de más de 27 kilos per capita a mediados de los cuarenta a menos de 13 kilos por persona a principios de los setenta. Desde entonces, el consumo de cítricos frescos se ha mantenido estable. Sin embargo, entre 1970 y 1997, algunos individuos en los Estados Uni­ dos consumían una cantidad adicional de cítricos, de 40 a 45 kilos anuales en forma de jugos procesados. El consum o de otras frutas de California, incluyendo uvas, melocotones y peras, declinó o se mantuvo sin cambios importantes en la segunda m itad del siglo xx, pero, como en el caso de los cítricos, el consumo de estas frutas en formas procesadas tendió a au­ mentar.25 Com parando el banano con otras frutas, es de subrayar el nicho estrecho ocupado por el banano en el gusto norteamericano: casi nunca se lo comía en formas procesadas. El consumo de café subió de manera constante entre 1935 y 1945. A partir de los años sesenta, el café era la bebida más popular en los Estados Unidos. Pero el consumo de café cayó un 26% entre 1965 y 1987, un declive que continuaría durante los años noventa frente a la popularidad de jugos, gaseosas y bebidas alcohólicas.26 A pesar de la popularidad de las bebidas endulzadas, el consumo p er capita de azúcar declinó, pasando de más de 45 kilos en 1970 a apenas 30 libras en 1997. Esta tendencia contra-intuitiva se explica por una expansión de sustitutos del azúcar de caña, sobre todo del jarabe de maíz de alta fructosa. Sin embargo, las sinergias del mercado entre el café y la caña de azúcar no desaparecieron por completo. El nacer de un mercado dinámico para el café arábigo de alta calidad (specialty cof-

25

Algunas frutas, como las uvas, también eran consumidas en formas procesadas. Véanse Charlee y Rastegaria Henneberry, “A Profile o f Food Market Trends”; y Pillsbury, No Foreign Food, 187-208.

26

Charlet y Rastegaria Henneberry, “A Profile o f Food Market Trends”. El aumento de las cadenas especializadas (como Starbucks) y los tostadores de pequeña escala en los años noventa pusieron fin aJ declive en el consumo per capita del café en los e e . u u . Aún, un puñado de tostadores/comerciantes, incluyendo Nestle y Procter & Gamble, dominaban la industria. Véase Dicum y Luttinger, The Coffee Book.

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fees) a finales del siglo x x estuvo acompañado por la aparición del azúcar semi-refinado, el cual era prom ocionado como un producto “natural” o “artesanal” .27 Esta comparación de tendencias a largo plazo entre mercancías co­ mestibles indica que el final del siglo x ix fue un momento clave, cuando el consumo per capita de azúcar, café, chocolate y frutas subió a alturas sin precedentes. Los niveles de consumo fluctuaron notablemente en el siglo xx, pero en general se estabilizaron en los años cincuenta, motivando un cambio en las estrategias de marketing. En la segunda m itad del siglo xx se reemplazaron las fábulas de la abundancia por los discursos de calidad.

G u s t o s f in o s : l a e v o l u c ió n d e l o s e st á n d a r e s D E C A LID A D

H asta la década de 1880 ninguno de los sectores de bienes considerados aquí había sufrido una integración significante: agricultores, transportistas, procesadores, comerciantes mayoristas y almacenes eran entidades diferentes aunque para nada independientes. Todo cambió dramáticamente a lo largo del siglo xx. Ya por la década de 1910, tres compañías de banano habían logrado un alto grado de integración vertical, controlando la producción, embarcación y mercadeo de su producto. Los productores de frutas de California también integraron sus operaciones a principios de siglo, pero no ganaron el control sobre el transporte ferrocarrilero. Algunas com pa­ ñías azucareras, incluida la United Fruit, tenían operaciones que integra­ ban procesos de cultivo, molido y refinamiento. La industria del café se mantuvo fragmentada durante la primera m itad del siglo. Tras la Segunda Guerra Mundial, los tostadores de café en los Estados Unidos comenzaron a consolidarse, pero aun entonces no eran a m enudo los dueños de las fin­ cas o beneficios de café en Latinoamérica. Por lo general la consolidación ocurrió primero en los puntos intermediarios de las cadenas de mercancías: los embarcadores, procesadores y distribuidores se integraron antes que los productores o los comerciantes al por menor.

27

Véase el sitio web de la Cumberland Packing Corporacion (http://www.sugarintheraw.com) de Brooklyn, New York.

343

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La formación de mercados masivos dependía de un transporte masivo: a finales del siglo xix, los barcos de vapor y las locomotoras, junto con muías y canoas, llevaban volúmenes sin precedentes de carga, a velocidades nunca antes realizadas. Bananos, café y azúcar, así como las frutas de California, todas requerían procesamiento y /o transporte rápido para asegurar que el producto llegara a su destino en condiciones de venta. La importancia del transporte y el procesamiento se refleja en la tendencia entre distintos sectores de productos a aumentar el capital y el poder de concentración precisamente en los sitios intermediarios entre la finca y la cocina. Por ejemplo, fueron los dueños de beneficios, los comerciantes y los tostadores quienes “dirigieron y se enriquecieron de la economía del café más que los cultivadores” .28 U na tendencia similar prevaleció en la industria azucarera, en donde el poder y la riqueza se concentraron mayormente en las manos de familias y corporaciones que eran dueñas de las centrales, los ferrocarriles y las refinerías. Los “hombres bananeros” de mayor fama, como Lorenzo Dow Baker, M inor Keith, los hermanos Vacarro y Samuel Zemurray, empezaron todos como embarcadores, constructores de ferrocarriles o vendedores al por mayor; ninguno entró en el comercio del banano como finquero. En California los empacadores de frutas se volvieron mediadores clave entre agricultores y vendedores al por mayor. En casi todas las Américas, el crecimiento de las agroexportaciones iba de la mano con la construcción de ferrocarriles. Por ejemplo, entre 1834 y 1837, los hacendados en las zonas azucareras cubanas financiaron la cons­ trucción del primer ferrocarril de Latinoamérica (el séptimo construido en el m undo).29 En C osta Rica y Guatemala, intereses cafetaleros financiaron la construcción de ferrocarriles que a su vez estimularon la producción ba­ nanera a lo largo de la costa caribeña de esas dos naciones. Las primeras dos subsidiarias de la United Fruit en Honduras, justamente, llevaban la palabra railroad (ferrocarril) y no la palabra banana en sus nombres. Finalmente, la construcción del ferrocarril transcontinental en Estados Unidos permitió el transporte terrestre rápido de productos agrícolas desde California hasta los mercados de Chicago y Nueva York.

28

Topik, “Coffee Anyone?” , 245. H abía mucha variación en los porcentajes de ganancias obtenidas por los productores de café. Véase Gudm undson, “O n Paths N otTaken” .

29

Dye, Cuban Sugar in the Age ofM ass Production, 72.

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C A PÍTU LO

8:

C U L T U R A S D E L BAN AN O E N PERSPECTIV A COMPARATIVA

Para todos los productos en cuestión, el procesamiento era crucial para transformar plantas en mercancías. Sin embargo, había diferencias importantes. En el caso del café, la parte más valiosa de la planta es la se­ milla (el grano de café). La pulpa de la fruta se quita mediante procesos que históricamente se han desarrollado en proxim idad a las fincas de café. Una vez despulpado, el café “verde” puede ser almacenado por un tiempo relativamente largo. Además, los tostadores tenían la costumbre de mezclar cafés de diferentes regiones. En el caso de la caña de azúcar, los ferrocarriles servían para transportar la caña cortada a molinos grandes donde se extraía el jugo de caña tan pronto como fuera posible, con el fin de maximizar el contenido de sucarosa. En tal forma era embarcado a los Estados Unidos, donde se refinaba en azúcar blanca y granular. En suma, tanto el café como el azúcar son, históricamente, altamente procesados en formas que cambian completamente su apariencia y sabor. En contraste, el banano y las naranjas recibían un mínimo procesamien­ to previo al ser embarcados. D e hecho, entre menos fueran manipuladas las frutas en su viaje de la finca a las tiendas, mejor. El transporte, por lo tanto, tenía que ser rápido, suave y con temperaturas controladas para poder en­ tregar una fruta “fresca” a lo largo del año en climas templados. D e manera significativa, la Armour Packing Company, innovadora en la embarcación de carnes congeladas, fue una de las primeras empresas en establecer plan­ tas empacadoras de frutas en California para llenar vagones refrigerados en su viaje de regreso a los frigoríficos de Chicago. Pero la refrigeración y los ferrocarriles no eran suficientes para superar la intrínseca corta vida de la fruta fresca. Harris Weinstock, comerciante de Londres y G. Harold Powell, un experto en horticultura de Nueva York, impulsaron a los agricultores de California a la estandarización de sus productos por medio de lo que el historiador Steven Stoll ha llamado “cooperativas corporativas” (corporate cooperatives).30 En un proceso que anticipaba el futuro de la industria ba­ nanera, Powell concibió técnicas de empaque con base en la vigilancia de los cosechadores y empacadores para asegurar la calidad de la fruta. En los años cuarenta, las cooperativas de California incorporaron baños químicos en el proceso de empaque para prevenir el crecimiento de moho durante el

30

Stoll, The Fruits o f N atural Advantage, 63-78.

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transporte de los cítricos.31 Com o sería el caso del banano, los objetivos de minimizar el deterioro y estandarizar la calidad estimularon la reorganiza­ ción del comercio de fruta de California. Los embarcadores y procesadores de productos agrícolas no solo trans­ formaron los procesos de producción; también desarrollaron discursos y técnicas para medir la “calidad” como parte del esfuerzo por estandarizar. La estandarización era central para lograr y mantener las economías de escala que permitían a las corporaciones obtener ganancias. Por ejemplo, el historiador César Ayala sostiene que la familia Havemeyer dominó “el cartel del azúcar” que se formó en Estados Unidos en 1887, principalmente porque su refinería era capaz de producir azúcar de alta calidad, igual que de menor grado. Los Havemeyers y otras refinerías de azúcar se aseguraron beneficios controlando los precios del azúcar “crudo” y “refinado” . Presio­ naron al gobierno estadounidense por tarifas que favorecían la importación del azúcar no refinado, conocido como muscovados.32 Las tarifas eran el resultado del poder político de la industria azucarera y del poder que el gobierno norteamericano ejercía sobre Cuba durante los años de la reforma Platt (1901-1934). Las tarifas también reflejaban el apre­ cio que los consumidores tenían por el azúcar blanco. En algún momento del siglo x v i i i , las refinerías de azúcar empezaron a calificar su producto basado en el color y la apariencia, de acuerdo con el sistema conocido como “el estándar holandés”. Utilizaron este sistema de evaluación hasta finales del siglo xix, cuando las refinerías introdujeron los polariscopios, instrumentos que medían la refracción de la luz a través de los cristales de azúcar, una técnica que permitía una precisión en la evaluación previamente imposible. La difusión de los polariscopios, más las máquinas centrífugas capaces de separar la sucarosa de la melaza con gran rapidez, condujeron a cambios en los estándares de calidad. Para 1890, las revistas profesionales citaban precios para dos clases de azúcar crudo basados en medidas del polariscopio. Unas de las refinerías continuaba refiriéndose al menor de los dos tipos como “muscovados”, aunque el producto era más bien distinto a los azúcares que llevaban ese nombre en el siglo xix. El historiador Alan Dye observa que la habilidad para determinar grados con precisión permitió a los refinadores 31

Sackman, “N atures Workshop”, 27-53.

32

Ayala, American Sugar Kingdom, 33.

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comprar azúcar crudo sin hacer inspecciones directas. Los centros de comer­ cio cambiaron de La H abana a la ciudad de Nueva York, donde los compra­ dores crearon un mercado futuro para el azúcar. Dye también nota que el uso de las máquinas de centrifugado disminuía el contenido de humedad del azúcar crudo; de ese modo reducía las pérdidas y los costos de transporte.33 Sin embargo, los muscovados, que llevan cantidades variables de melaza, la cual afecta el color, sabor y textura del endulzante, han sido y siguen siendo consumidos por poblaciones en regiones cañeras de Latinoamérica, donde son conocidas como raspadura (Brasil), panela o azúcar morena (en m u­ chos de los países hispanoparlantes de Latinoamérica).34 La evolución de los estándares de calidad para el azúcar, entonces, fue el resultado de inno­ vaciones tecnológicas, intereses económicos de embarcadores y refinadores, y costumbres culturales que asociaban la blancura con la “pureza” . Los importadores de café también presionaron por la estandarización del café verde (el estado semi-procesado en que se lo exportaba). A principios de la década de 1880, los comerciantes de café de Nueva York fundaron una bolsa de café. Poco tiempo después, entidades similares se formaron en los centros europeos de comercio de café. Estas organizaciones, que efectiva­ mente crearon un mercado futuro para el café, también establecieron están­ dares de calidad. El desarrollo de un mercado futuro para el café implicaba que los compradores ya no inspeccionaran una cosecha, más bien a menudo compraban café que aún no se había cosechado. N o obstante, la determi­ nación de la calidad como los orígenes de los cargamentos de café siguió siendo un problema para compradores y tostadores. Al aprobarse la ley Puré Food and D rug Act de 1907, el gobierno estadounidense estableció regu­ laciones para una amplia gam a de comestibles. En respuesta a los informes que decían que algunos tostadores de café adulteraban sus productos con tintes cargados de metales pesados, la ley incluyó regulaciones para el café. Poco después, los tostadores de café de e e . u u . formaron una organiza­ ción nacional para regular la calidad del café como parte de un esfuerzo por capturar una porción del mercado de los almacenes pequeños que vendían café (verde o tostado) en las localidades. D e hecho, el movimiento por los

33

Dye, Cuban Sugar in the Age ofM ass Production, 78-84.

34

Sobre los tipos de azúcar, incluyendo aquellos para los mercados domésticos, véase Galloway, The Sugar Cañe Industry.

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estándares nacionales de las comidas y drogas procesadas tuvo el apoyo de los grandes fabricantes, para quienes era más factible cumplir con las regulaciones nacionales que para los negocios pequeños.35 En 1928, tras muchos años marcados por tensiones entre las casas comerciales de Nueva York y los tostadores de la región central, los dos grupos establecieron la Asociación Nacional del Café (nca , por sus siglas en inglés), una organi­ zación dedicada a actividades de mercadeo y cabildeo. Los socios de nca participaron en las negociaciones internacionales que resultaron en la firma del Tratado Interamericano del Café (1940-1948) y el Acuerdo Interna­ cional del Café (1962-1989). Esos acuerdos, motivados en gran parte por las preocupaciones geopolíticas del gobierno estadounidense durante la Segunda Guerra M undial y la guerra fría, intentaron estabilizar los precios y estandarizar la calidad a través de sistemas de cuota. En fin, la integración del comercio del café fue menos completa que las consolidaciones de las industrias del banano y el azúcar, e involucró intervenciones estatales muy importantes.36 En California, los fruteros se enfrentaban a un dilema similar al de los bananeros, en cuanto a que tenían que lidiar con los compradores. Esto no es sorprendente si consideramos que los cítricos, igual que los bananos, eran mercancías que perdían la mayor parte de su valor comercial en cuestión de días. Para poder ganar ventaja sobre los distantes compradores y comercian­ tes, los finqueros de California organizaron grandes cooperativas que, entre otras cosas, promulgaron estándares y grados para sus productos. En 1917, la California Fruit Growers’ Exchange cabildeó con éxito en la legislatura del Estado de California para que se aprobara una ley de estandarización de frutas, nueces y verduras. Poco después, el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos estableció estándares para las frutas y verduras para resolver las disputas entre vendedores y compradores. Com o sería el caso del banano, el tamaño y la apariencia tendían a ser características clave para las frutas. Las naranjas Sunkist eran lavadas, secadas, enceradas y pulidas antes de ser divididas en categorías como “extra fina”, “fina” y “seleccionada”.37

35

Sobre la regulación de alimentos en los Estados Unidos, véase Strasser, 252-285.

36

Topik, “The Integration o f the World Coffee Market”, 21-49; Jiménez, “From Plantación ai Cup” , 45-48; Tucker, InsatiableAppetite, 188-195; y Pendergrast, Uncommon Grounds.

37

Sackman, “Nature’s Workshop” , 39-44.

348

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Los historiadores apenas empiezan a considerar la importancia de la estandarización para la historia de estos productos. Sin embargo, una com ­ paración entre el banano, el café, el azúcar y las frutas de California permite la formulación de algunas propuestas preliminares. Quizá el énfasis más importante que hay que hacer, para los lectores que viven en un momento en que las instituciones del mercado y sus discursos reinan supremos, es que el concepto de “calidad”, como ha observado un estudioso del café, es una “cosa curiosa” .38 La evidencia que he analizado de cuatro importantes pro­ ductos alimenticios indica que la “calidad” es un adjetivo flotante, sujeto a cambio: no hay ninguna medida de calidad universal para el café, el banano, el cítrico o el azúcar. Esto no es negar la posibilidad de que grupos sociales que viven en lugares y épocas particulares formen gustos colectivos para los bienes. Sin embargo, esta tendencia tiene menos que ver con criterios obje­ tivos que con significados subjetivos que los bienes y su consumo adquieren. Aún más, parece existir una conexión entre calidad y cantidad: a medida que los mercados masivos se saturan (es decir, que el consumo per capita comienza a nivelarse), las nociones de calidad se vuelven más importantes.39 La evidencia indica que los intermediarios del mercado (tostadores, refina­ dores, vendedores al por mayor y embarcadores) han funcionado como los árbitros definitivos del gusto y la calidad, así que un escrutinio cuidadoso debería estar dirigido hacia las prácticas, los intereses económicos y las sensibilidades estéticas de los intermediarios que trabajan en los espacios casi invisibles entre las fincas y las cocinas.40 Las campañas publicitarias, dirigidas tanto a los negocios como al consumidor particular, pueden haber tenido su mayor impacto al darle forma a los discursos de calidad relativos

38

Samper / ‘The Historical Constructíon o f Quality and Competitiveness”.

39

Esca tendencia no se limita de ninguna manera a las plantas; para una discusión fascinante en relación con las preferencias de ganado bovino en Brasil en el siglo xx, véase Wilcox, “Zebú s Elbows” .

40

La disminución después de los años cincuenta de la cantidad de mayoristas y jobbers en la distribución de alimentos merece una investigación para comprender su impacto sobre los conceptos de la calidad. En un mundo dominado por un puñado de productores, distribui­ dores y comerciantes al por menor, la publicidad masiva podría llegar a ser más importante. Sin embargo, los intermediarios en las cadenas de comercio aún continúan siendo importantes en las industrias de agroexportación “no tradicionales” de El Caribe y Centroamérica. Murray, Cultivating Crisis.

349

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al gusto, la apariencia o el aroma de un producto.41 Esto no implica que las masas consumidoras no hayan sido actores importantes en las dinámicas de producción y consumo del siglo xx. La cultura popular debe ser tenida en consideración para entender cambios fundamentales como la manera como el café dominó al té o por qué el banano superó por mucho en po­ pularidad al plátano. Finalmente, es importante evitar aproximarse a los mercados de expor­ tación como a estructuras monolíticas. La estandarización paradójicamente contribuyó a la segmentación de mercados, al permitir a los compradores informarse sobre las características de las mercancías consideradas impor­ tantes. Por ejemplo, históricamente, muchos comerciantes europeos de café han pagado precios superiores al promedio por granos de café arábigo cul­ tivados en tierras altas. En contraste, los mercados norteamericanos de café se volvieron el destino primario para el café arábigo de Brasil, cultivado en tierras bajas. En la década de 1950 surgió en e e . u u . un mercado para el café instantáneo, un producto que a menudo incluía mezclas de granos arábigos y robustos. En los años setenta, aficionados al café adquirieron gusto por el café arábigo. Posteriormente, tanto la popularidad de la cadena Starbucks como el nacimiento paralelo de un sector de tiendas de café independientes dieron lugar a un mercado de café m uy segmentado. Las historias de los mercados europeos y norteamericanos para el bana­ no también difieren de manera significativa. En El Caribe y Centroamérica, los trabajadores cosechaban los bananos Gros Michel destinados a Europa, a una edad ligeramente más joven que los destinados a los Estados Unidos, para compensar las distancias mayores de los puertos europeos. Com o re­ sultado, los europeos se acostumbraron a comer bananos que, en prome­ dio, eran más pequeños que aquellos disponibles en los Estados Unidos. Además, los mercados europeos importaban bananos Cavendish desde las Canarias, mucho antes de que los mercados norteamericanos los aceptaran. En Jamaica, los productores de banano reorientaron su producción hacia Inglaterra en la década de 1930, tras una decisión del Imperio británico de subvencionar la producción de banano en los territorios coloniales. En 1947

41

350

Hay que notar que la investigación de Marchand (AdvertisingtheAmerican Dream, introducción y capítulo 3) no se refería a las campañas de mercadeo dirigidas a los negocios sino a los consumidores.

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el gobierno británico aprobó la importación del banano Lacatan. Los pro­ ductores jam aiquinos respondieron remplazando la variedad Gros Michel por la variedad Lacatan, resistente a la enfermedad de Panamá, más de diez años antes de que los Cavendish reemplazaran a los bananos Gros Michel en los Estados Unidos.42 Las historias divergentes de la industria bananera en la “zona del dólar” (efectivamente los países centroamericanos, Colom bia y Ecuador) y en la de El Caribe es un m uy buen ejemplo de cómo la política de los países importadores puede influir la organización de la producción. La historia del consumo de banano indica que los estándares de calidad pueden funcionar para segmentar mercados por clase y región. Por ejem­ plo, a principios del siglo xx, los comerciantes de bananos que atendían a clientes adinerados compraban y vendían bananos de alta calidad, mientras aquellos que operaban en comunidades humildes manejaban fruta de menor calidad. Es más, al menos algunos comerciantes al por mayor distinguían mercados por región (recuérdese la referencia a la ciudad sureña de Atlanta como un “botadero” de bananos de menor calidad). En contraste con los mercados de consumidores de café, los de banano no se segmentaron por la variedad o el país de origen. C om o hemos visto, hubo una sola varie­ dad, la Gros Michel, durante muchos años, el cual llegaba a toda clase de consumidores. En fin, la formación de estándares de calidad representa un esfuerzo por superar, o al menos controlar, los procesos socioambientales. La variabilidad de estos procesos aseguraba que la uniformidad del producto fuese más una fábula que una realidad: incluso los bananos de exportación, cultivados en monocultivos marcados por un alto grado de uniformidad genética, m os­ traban variaciones. Los discursos de estandarización se transformaron en acciones por el uso de trabajadores disciplinados e insumos tecnológicos. A fin de cuentas, los mercados, no im porta qué tan grandes o podero­ sos fueran, se vieron enredados en una relación dinámica de procesos de producción.

42

Sobre los impactos de las políticas británicas en los productores de banano, véase Grossman, The Political Ecology o f Bananas. El gobierno francés adoptó políticas similares en sus colonias de El Caribe. Raynoíds, “The Global Banana Trade”. Sobre ios programas británicos de fitomejoramiento, véase Soluri, “Bananas, Biodiversity, and the Paradox o f Commodification” .

351

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C a m p o s d e p o d e r : p r o d u c c ió n y p r o c e s o a m b ie n t a l

La conexión más básica entre mercados de masas y producción masiva era geográfica: la abundancia de tierra en California, El Caribe y Latinoamé­ rica en el siglo x ix facilitó el consumo de masas, al permitir el cultivo de enormes cantidades de productos agrícolas.43 Esta abundancia no era un regalo fortuito de la naturaleza en lo que a veces se refiere como la “lotería de bienes” (commodity lottery). La calidad y cantidad de tierra disponible en el m om ento del auge de la exportación eran el resultado de las rupturas históricas y desajustes ecológicos iniciados en 1492, que dieron lugar a lo que puede ser considerado como “la naturaleza de la m odernidad” . Los viajes de Colón y sus acompañantes marcaron el inicio del intercambio co­ lumbino, un intercambio intercontinental de biota, cuyo alcance y escala no tenía precedentes históricos.44 La introducción de patógenos humanos desde Europa y Africa resultó en oleadas de epidemias durante los siglos x v i y x v i i que, combinados con guerras, esclavitud y crisis políticas, preci­ pitaron un colapso demográfico en las Américas. Los efectos del intercam­ bio colombino no se distribuyeron uniformemente, pero hacia mediados del siglo x v i i i pocas regiones de las Américas seguían sin modificaciones socioambientales importantes. Un resultado de la precipitada caída de la población humana fue la expansión general de los bosques.45 Estos nuevos bosques brindaron a los plantadores de los siglos x ix y x x una “renta fores­ tal”: la riqueza generada por la deforestación y posterior explotación de los suelos, agua y madera, los cuales daban buenos beneficios sobre el corto

43

Sobre la Importancia de las rentas forestales del café brasileño, véanse Brannstrom, “ CofFee Labor Regimes y Deforescation on a Brazilian Frontier” ; Topik, “CofFee”; Dean, With Broadax and Firebrand', y Stein, Vassouras. En el caso de la producción cubana de azúcar, véanse Funes Monzote, “Deforestation and Sugar in Cubas Centre-East”; Mark Smith, “The Political Economy o f Sugar Production and the Environment o f Eastern Cuba”; y Galloway, The Sugar Cañe Industry, 162-64.

44

El trabajo clásico es Crosby, The Columbian Exchange.

45

Para un resumen de los debates y las evidencias, véanse Whitmore y Turner, CultivatedLandscapes ofMiddleAmerica on the Eve ofConquestr, y Denevan, “The Pristine Myth: The Landscape o f the Américas in 1492”. Por lo menos uno de los científicos de la United Fruit era consciente de la historia de los asentamientos precolombinos de la región y sus implicaciones en el área forestal. Véase Raup, “Notes on Reforestation in Tropical America III”, manuscrito inédito (abr. 1951), f h i a , Stover Library.

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plazo, con inversiones mínimas de labor y capital. Com o la historia de la industria bananera lo revela, las rentas forestales generaron riqueza no solo para los campesinos “premodernos” o hacendados “feudales” , sino también para las empresas “modernas” . La abundancia de tierra no debe ser entendida exclusivamente en tér­ minos de procesos ambientales. Com o lo notaron hace mucho los teóricos de la dependencia, las economías exportadoras de Latinoamérica depen­ dían de una clase emergente de elites nacionales que confiaba en el capital y los mercados foráneos para hacer riqueza y modernizar sus sociedades. Funcionarios del gobierno y escritores latinoamericanos se referían a las regiones en las que se expandía la exportación agrícola como “fronteras”, “desiertos” o “tierras salvajes”, términos que nos dicen mucho más sobre las parcialidades de los escritores que sobre los lugares en sí. La visión de las elites letradas sobre los bosques se entrelazaba con sus percepciones sobre los indígenas, los esclavos fugados y los colonos mestizos que habitaban estas zonas, a quienes consideraban “primitivos” o incluso “salvajes” .46 Los códigos legales de los Estados liberales pocas veces reconocían — y a menudo buscaban disminuir— los derechos territoriales de los grupos sociales, cuyas ideas sobre sustento, estructuras familiares y propiedad privada chocaban con las de las elites letradas de las ciudades, cuya mirada se fijaba en Londres o París como modelos de modernidad. Los latinoamericanos tenían, pues, sus propias “fábulas de abundancia”, las cuales se arraigaban en procesos ambientales de largo plazo y en el ejercicio del poder de elites que buscaban crear sociedades “neo europeas” . A lo largo de Latinoamérica, esas fantasías durarían mucho más que sus bosques.47

46

La literatura sobre raza, etnicidad y nación en Latinoamérica es extensa. Un aporte sintético es Appelbaum, Macpherson y Rosemblatt, eds., Race andN ation in Modern Latin America. Para ejemplos de expropiaciones territoriales vinculadas con la producción de mercancías de exportación agrícolas, véanse Gallini, “A Maya-Mam Agroecosystem in Guatemalas Coffee Revolution: Costa Cuca, 1830s-1880s”; y Clarence-Smith, Cocoa and Chocolate, 150-151.

47

Mires, E l discurso de la naturaleza\ y Crosby, EcologicalImperialism. Para un ejemplo fascinante (y molesto) de la tala del bosque en contra de toda lógica económica, véase Fernando Ram í­ rez Morales, “La guerra contra los “montes” y la extracción de los “palos”: una aproximación histórico-ecológica a los procesos de degradación de los bosques nativos del sur de Chile”, ponencia presentada en el I Simposio de Historia Ambiental Americana, Santiago, Chile, 14-18 jul. 2003.

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Se necesita mucha más investigación para calificar estas observaciones generalizadas sobre la relación entre el intercambio columbino, la expansión de los bosques, los imaginarios de fomento nacional de las elites y la forma­ ción de las economías agroexportadoras en El Caribe y Latinoamérica. En algunas regiones, incluyendo las islas caribeñas y gran parte de México y Perú, la agricultura de la era colonial, la minería o la ganadería provocaron cambios ambientales importantes mucho antes del auge de las economías exportadoras de la segunda m itad del siglo xix. En otras regiones (por ejemplo, en las pampas argentinas y en el valle central de California) los climas áridos limitaban la formación de bosques. Finalmente, los mismos bosques variaban considerablemente en términos de suelos, composición de las especies y el grado de modificación humana; y por tanto no todas las zonas forestales tenían la m isma capacidad para generar rentas a corto plazo. Los bosques y llanos extensos de las Américas del siglo xix, entonces, no garantizaban ni predisponían a las regiones a la agroexportación; más bien, proveían a muchos cultivadores de una ventaja comparativa temporal. Paradójicamente, ni los mercados masivos ni los proyectos nacionales de Estados liberales resultaron en una homogenización de los sistemas de producción. Estudiosos de las sociedades cafetaleras de Latinoamérica han mostrado que la producción del café dio lugar a “experiencias radicalmente distintas” entre diferentes lugares y tiempos.48 Aunque la falta de integración de la industria del café durante su auge fue única, estudios históricos de otras agroexportaciones indican que había bastante diversidad dentro de la agroindustria, en cuanto a escalas y procesos de producción. Por ejemplo, empresas transnacionales dominaron la producción bananera en Centro América durante la mayor parte del siglo xx; pero la importancia de los pequeños y medianos productores a finales del siglo xix, cuando surgieron los mercados masivos para el banano, no puede ser negada. Además, culti­ vadores a pequeña y mediana escala dominaron la producción bananera de Ecuador en los años cincuenta, y la del Caribe francés y británico a finales

48

354

Roseberry, “Introduction”, en Coffee, Society, an d Power in Latín America, 30. Para una eva­ luación sobre las escalas de producción del café, véase Topik, “ Coffee Anyone?”, 242-244. Estudios regionales que destacan la variación en los sistemas del café incluyen a Charlip, Cul­ tiva ting Coffee; Lauria-Santiago, An Agrarian Republic; David McCreery, Rural Guatemala, 1760-1940; y Gudmundson, “Peasant, Farmer, Proleetarian”, 136-138.

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del siglo xx.49 En el caso del azúcar, la entrada de capital norteamericano a Cuba y Puerto Rico dio lugar a la creación de centrales enormes, que a su vez estimularon la proliferación de colonos, sembradores a pequeña escala que vendían su caña bajo contrato a las centrales. Según César Ayala, los colonos fueron cruciales en un período de producción masiva caracterizado por la subcontratación, la producción flexible y la entrega de productos “justo a tiempo” .50 Finalmente, en la California anterior a la Gran Depresión, miles de viñedos y huertas de pequeña escala funcionaban al lado de las más co­ nocidas “fábricas en los campos” .51 En suma, el único aspecto notable de las escalas de producción variables en la agricultura de exportación parece ser la continua sorpresa de los académicos cuando redescubren su existencia.52 Pero si los patrones de tenencia de tierra variaban considerablemente, las variedades de plantas que los cultivadores sembraron para exportación eran m uy pocas. Hem os visto que el comercio de banano se fundamentó en una sola variedad y esto no era inusual. Las industrias de café, cítricos, uvas y caña de azúcar dependieron de un número m uy limitado de variedades, las cuales llegaron a las Américas traídas por colonizadores europeos y esclavos africanos a lo largo de los siglos.53 Todos estos cultivos tuvieron largas his­ torias antes de convertirse en productos internacionales de comercio. Inclu­ yeron un amplio rango de plantas; entre ellas están las herbáceas (banano y caña de azúcar) del sudeste asiático, las viñas (uvas) del mediterráneo y los árboles (café) de África. Algunas de las plantas (banano y caña de azúcar)

49

Sobre la participación histórica y contemporánea de los productores de banano a pequeña escaía fuera de Honduras, véanse Marquardc, “Green Havoc”; Putnam, The Company They Kept, 35-75; Chomsky, WestIndian Workers, 28-32; LeGrand, “Living in Macondo”; Striffler, In the Shadows o f State and Capital; y Grossman, The Political Ecology o f Bananas.

50

Ayala, American Sugar Kingdom, 121-147; Galloway, The Sugar Cañe Industry, 162-182; y Scott, Slave Emancipation in Cuba.

51

Stoll, The Fruits o f N atural Advantage, 162-173.

52

Otras mercancías para las cuales los productores a pequeña escala han sido cruciales son el cacao y la coca (respectivamente, Clarence-Smith, Cocoa an d Chocolate, 146-152; y Gootenberg, “ Between C oca and Cocaine”).

53

Cultivos comerciales nativos incluyen cacao, henequén, caucho {Hevea brasiliensis) y chin­ chona (quinina). Todos estos, con excepción del henequén, se convertían en importantes mercancías de exportación en Africa y Asia. Sobre el henequén, véase Topik y Wells, The Second Conquest ofLatin America; sobre la chinchona, véase Brockway, Science an d Colonial Expansiom sobre el caucho, véase Dean, Brazil and the Strugglefo r Rubber.

355

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eran originarias de tierras bajas húmedas, mientras otras, como los cítricos y uvas, venían de climas a nivel del m ar con temporadas secas. Solo uno, el café, se daba en regiones altas. Independientemente de su origen, todas estas plantas evolucionaron junto con otros organismos, como bacterias, hongos, insectos y virus. El intercambio intencional de plantas permitió la transferencia accidental de otros organismos, patógenos y herbívoros, que creaban problemas de severidad variable para los agricultores. Por ejemplo, el cultivo de la caña de azúcar en las Américas, que inició en el siglo xvi, se basaba en una sola variedad, que no tuvo otro nombre sino “caña de azúcar” hasta el siglo

x v t ii,

cuando la introducción de varie­

dades más productivas, conocidas como cañas de Bourbon u Otaheite (5. Officinarum), motivó a los plantadores a distinguir la antigua variedad con el nombre de “caña criolla”.54 A inicios del siglo xix, las cañas de Otaheite se convirtieron en la variedad más im portante en las Américas, debido a su alta productividad. Otra ventaja de la variedad Otaheite fue que las cañas, después de estar molidas, podían servir como combustible (bagazo) en los molinos, una cualidad cada vez más importante para Cuba, donde la defo­ restación era considerable en el siglo x ix .55 La propagación de enfermedades en la segunda m itad del siglo xix condujo a los productores de caña de El Caribe a cambiar a variedades introducidas desde Java. C om o ocurrió con el banano, el intercambio de variedades de caña produjo de manera inadvertida la introducción de pa­ tógenos, ya que las plantas tolerantes a enfermedades raramente exhibían síntomas de estar infectadas por estas, haciendo difícil establecer cuarentenas efectivas. Los primeros esfuerzos para criar variedades de caña resistentes a esas enfermedades fueron entorpecidos por el fracaso de las variedades más populares en producir semilla bajo condiciones de campo; una condición curiosamente parecida a la del banano Gros Michel. Pero los productores de caña empezaron a establecer cam pos experimentales a finales del siglo xix, siguiendo el descubrimiento de que algunas variedades podían ser induci­ das a generar semillas. El geógrafo Galloway considera la posterior creación de los híbridos de caña como un factor que les permitió a los productores

54

Galloway, ¡he Sugar C'ane Industry, 11-12.

55

M cCook, States ofNature, 79-81; y Galloway, The Sugar Cañe Industry, 96-99-

356

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caribeños competir con la industria europea de remolacha azucarera.56 Sin embargo, las nuevas variedades de caña a menudo enfrentaron la oposición de los mismos sembradores y trabajadores de campo. Por ejemplo, cuando la enfermedad del M osaico llegó a C uba a principios del siglo xx, amenazó la variedad más popular, Crystalina, altamente susceptible al patógeno. Los colonos y los dueños de ingenios dudaron de plantar híbridos resistentes porque el contenido de sucarosa de las nuevas variedades difería del de la Crystalina. Para solucionar el problema, los colonos y dueños de ingenios establecieron nuevos contratos con base en la productividad de sucarosa de la Crystalina. La adopción del nuevo estándar obligó a los ingenios a con­ tratar expertos químicos para determinar el contenido de sucarosa de los cargamentos de caña comprados a los colonos. Los híbridos resistentes tam­ bién engendraron la oposición de los trabajadores en Jam aica y Haití, pues no les gustaba cortarlos porque sus cañas espinosas lastimaban sus manos. Se necesita más investigación para entender cómo las dinámicas históricas entre los dueños de ingenios, colonos y trabajadores de campo afectaron las decisiones sobre las variedades de caña en C uba y más allá, pero el ejemplo sirve para m ostrar Ja im portancia de las variedades de cultivos y el sistema de monocultivos sobre las vidas de los pueblos rurales.57 La producción de café en Latinoamérica ha dependido de cultivares de dos especies: CoffeaArabica y Cojfea Canephora (conocida como “robusta”), ambos de orígenes africanos. Las variedades arábicas llegaron a las Américas a principios del siglo x v i i i , y fueron la base para la producción de las colonias francesas en Santo Dom ingo (Haití) y Martinica. El colapso de las exporta­ ciones en Santo Dom ingo, que siguió a la revolución haitiana, contribuyó a un incremento en las exportaciones de café brasileño a principios del siglo x i x . La posición dominante de Brasil en el mercado mundial fue también el resultado de brotes de plagas como la Roya Hemelia vastatrix en fincas de café arabigo en la India y Ceilán en la década de 1860. Unos cultivadores en Asia abandonaron el cultivo del café por completo mientras que otros resembraron con variedades resistentes de robusta.

56

Galloway, The Sugar Cañe Industry, 142.

57

La historia fue diferente en Puerto Rico, en donde los productores de caña no dudaron en adoptar variedades resistentes a la enfermedad. M cCook, States ofNature, 90-104.

357

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Sin embargo, las casas comerciales de la ciudad de Nueva York prohibieron la importación del café robusta como parte de su esfuerzo por estan­ darizar la calidad del café. En consecuencia, la mayoría de productores de café en las Américas cultivaron variedades de arábigo, que eran susceptibles a la enfermedad, durante la primera m itad del siglo x x .58 Por ejemplo, so­ lo dos variedades de arábigo dominaron en C osta Rica desde 1850 hasta 1930.59 Curiosamente, la Roya no generó alarmas en Latinoamérica sino hasta 1970, y aun entonces los brotes en Brasil (1970) y Nicaragua (1976) no crearon problemas con la m isma escala e intensidad con que lo habían hecho en Asia.60 N o obstante, la mera amenaza de la Roya, junto con el levantamiento de la prohibición sobre la importación de café robusto en 1960, impulsaron a muchos cafetaleros latinoamericanos a sembrar nuevas variedades a finales del siglo xx.61 El uso mayor de insumos agroquímicos acompañó la introducción de nuevas variedades. A pesar de todo esto, el café arábigo aún constituye un 75 u 80% de la producción m undial.62 La industria cafetalera, entonces, comparte la tendencia, con el banano y la caña de azúcar, de cultivar un número m uy limitado de variedades; pero en el caso del café los patógenos han sido menos importantes en la alteración de las dinámicas de producción/consumo del café. En California, los cultivadores introdujeron miles de árboles y viñas entre 1860 y 1920, con la esperanza de que se aclimatarían a su nuevo am­ biente.63 N o obstante, el impulso hacia la estandarización también llevó a los productores californianos de fruta a apostar su fortuna a un puñado de

58

Los granos de robusta han tenido popularidad en Francia y en Italia, un recordatorio del grado en el que el gusto se construye. Véase Pendergrast, Uncommon Grounds.

59

Samper, “The Histórica! Construction o f Quality and Competitiveness”, 136-142.

60

Existe la tentación de atribuir la ausencia histórica de epidemias de Roya del café en zonas de Centroamérica y Suramérica a la prevalencia de sistemas de café fragmentados a pequeña escala, pero esta explicación se ve debilitada por la ausencia histórica de epidemias en el sur de Brasil, donde las plantaciones de café se asemejan a la agricultura transitoria a gran escala de las zonas bananeras. Sobre la enfermedad en Brasil, véase Wrigley, Coffee, 316-317. Sobre las intrincadas relaciones ecológicas entre la Roya y la sombra, véase Soto-Pinto, Perfecto y Caballero-Nieto, “Shade over Coffee” .

61

Perfecto, Rice, Greenberg y Van der Voort, “Shade Coffee” .

62

Coffee Research Institute website, www.coffeeresearch.org

63

Sobre la historia de la aclimatación de las plantas en California, véase Tyrell, True Gardens o f the Gods.

358

C A PÍTU LO 8 : C ULTU RAS

d el banano en

PER SPEC TIV A COMPARATIVA

variedades. Por ejemplo, para los años veinte, el 80 o 90% de las cosechas de pera de California eran de la variedad Bartlett, favorecida debido a su apariencia, cosecha temprana y capacidad para aguantar el transporte a través de largas distancias. Solo dos variedades de naranjas (Washington Navel y Valencia) dominaron las huertas de los productores que pertenecían al California Fruit Growers Exchange.64 Lo árido del valle central redujo la presencia de hongos patógenos en los monocultivos, pero los insectos herbívoros fueron otra historia. Para 1880, había reportes frecuentes sobre plagas, como la de Phylloxera Vastatrix, un insecto diminuto que dañaba las raíces de los viñedos. En 1886, un investigador de la Universidad de C a­ lifornia logró injertar viñas europeas susceptibles a las raíces de variedades resistentes de la región noreste de los Estados Unidos. Esta técnica controló los daños económicos causados por la Phylloxera, pero obligó a los produc­ tores a gastar mucho dinero en la resiembra de sus huertas. A partir de este episodio, el gobierno de California asumió un rol más activo en el control de la introducción de plantas a California, y financió investigaciones enfo­ cadas al control de plagas de cosechas.65 Aunque muchos m étodos de control de plagas, como la introducción de plantas resistentes e insectos beneficiosos, lograron algunos éxitos espec­ taculares en California, la mayoría de los productores optaron por el uso de agroquímicos para el control de pestes a principios del siglo xx. Steven Stoll indica que la preferencia histórica por el control químico se relacionaba con el rápido y amplio efecto letal: los controles biológicos, tal como la mariquilla, podían ser efectivos para controlar uno o dos tipos de herbívoros, pero el control químico eliminaba — por un rato— una amplia gam a de insectos. Dirigidas por investigadores de la Universidad de California, las empresas químicas y los fruteros usaron arseniato de plom o y otros com ­ puestos químicos para el control de plagas, casi treinta años antes de que la United Fruit iniciara la aplicación de sulfato de cobre para controlar la Sigatoka. Un puñado de estudios realizados a inicios del siglo x x manifestaban su preocupación por la acumulación de arsénicos solubles en los suelos de las huertas, pero tales inquietudes no detuvieron una industria en plena ex­ 64

Sackman, “N atures Workshop”.

65

Stoll, The Fruits o f N atural Advantage, 99-102.

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pansión, de la m isma manera en que el éxito económico de la United Fruit marginaba a los críticos de sus prácticas de producción.65 La rápida expansión de monocultivos, combinada con un incremento en la circulación de flora, dio como resultado epidemias y brotes de herbí­ voros y parásitos en muchos de los sectores de exportación aquí examina­ dos, como el banano, los cítricos, las uvas y el azúcar.67 Las enfermedades y plagas parecen haber sido menos importantes en la producción cafeta­ lera de Latinoamérica, cuya historia nos hace ser cautelosos con la idea de adoptar modelos explicativos que asuman una relación directa entre los monocultivos y las epidemias de fitopatógenos. Gobiernos, asociaciones de productores y empresas respondieron a las amenazas de los patógenos y pestes de maneras bastante similares, que incluían financiar investigación científica enfocada en la reducción de las pérdidas económicas. Aunque se ha prestado mucha atención al desarrollo y el uso de pesticidas químicos, la crianza y distribución de variedades de plantas también ha jugado un papel clave en la historia de los productos aquí examinados. D ados los debates contemporáneos sobre la bioprospección en el tró­ pico, se vuelve importante investigar cómo diferentes actores históricos evaluaban el germoplasma (semillas) de cultivos comerciales. En su estudio de historia ambiental de la producción de caucho en Brasil, Warren Dean demuestra el tremendo valor estratégico que brasileños y británicos pusieron en controlar el movimiento de Hevea Brasiliense; pero la historia del caucho, llena de intriga diplomática, puede ser más una excepción que una regla. Los brasileños aparentemente no protestaron por la extracción de cultivares de cítricos y bananos Cavendish mutantes que generarían grandes beneficios a los agricultores de California y Centroamérica. La investigación de Stuart M cC ook indicó que los hacendados del siglo x ix en Asia y El Caribe inter­ cambiaban variedades de caña de azúcar. La historia del banano es menos clara: a principios del siglo xx, los botánicos financiados por los británicos y la United Fruit adquirieron especímenes de M usa, mediante compra, intercambio y regalos. Sin embargo, para 1960, los intercambios entre los

66

Ibid., 102-123.

67

Las epidemias de enfermedades de las plantas también afectaron a las industrias del caucho y el cacao en Brasil y Ecuador. Véanse, respectivamente, Dean, Brazil and the Struggle for Rubber; y M cCook, “The Flight o f the Wicches Broom”.

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criadores británicos y la United Fruit parecían haber disminuido. Es intere­ sante que el dinamismo de las mismas plantas haya complicado los intentos por establecer derechos de propiedad: en todas las industrias consideradas aquí, variedades importantes han resultado de mutaciones de campo. La política de los gobiernos, asociaciones de productores e instituciones cien­ tíficas en Latinoamérica para controlar el movimiento de especímenes de plantas es otro tema importante que merece una investigación adicional.68 Los monocultivos crearon problemas que van más allá de los patógenos y las plagas de herbívoros. Ya que las cosechas constantes privaban al suelo de sus nutrientes, los agricultores tuvieron que invertir capital y/o mano de obra para mantener los niveles de productividad o aumentarlos. Los pro­ ductores de banano y azúcar en Centroamérica y Cuba respondieron a este problema por medio de una producción transitoria, la cual aprovechaba la renta de los suelos forestales. En algunas regiones cafetaleras del Brasil del siglo xix, los fazendeiros adoptaron una estrategia parecida, no dudando en cortar bosques ante el declive de sus rendimientos. Sin embargo, en las zonas cafetaleras dominadas por pequeños productores, el abandono de tierras no era siempre una opción viable. Es más, el intervalo largo que hay entre la siembra del café y las primeras cosechas remunerables puede haber desani­ m ado el abandono de tierras. A lo mejor, una dinámica parecida prevalecía en California, en donde las grandes inversiones requeridas para establecer huertas y viñedos, así como la dependencia de la irrigación, presentaba obs­ táculos severos a la agricultura transitoria. Pero las generalizaciones sobre los rendimientos y la vida productiva de las fincas son muy difíciles de hacer, justamente porque las condiciones agroecológicas y las prácticas agrícolas son m uy variables y rara vez son registradas con precisión por los censos frecuentemente consultados por los historiadores.69

68

Escribir la historia de un cultivar comercial enfrenta el problema de que las fuentes y archivos sobre el movimiento de las plantas son raros. Además, interpretar la evidencia existente se complica debido a la dificultad de reconciliar los nombres históricos populares con aquellos utilizados por los taxonomistas contemporáneos; las especies de plantas poseen historias particulares y futuros inciertos. Sobre el fomento de la investigación agrícola por parte de los Estados latinoamericanos, véanse Dean, Brazit an d the Struggle fo r Rubber, M cCook, States ofNature; y Eakin, “The Origins o f Modern Science in Costa Rica” .

69

Estudios minuciosos sobre fincas de café de sombra contemporáneas revelan una variación agroecológica significativa. Véase Soto Pinto, Perfecto, Castillo-Hernández y Caballero-Nieto, “Shade Effect on Coffee Production”.

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En la segunda mitad del siglo xx, los agricultores a toda escala dependie­ ron cada vez más de los fertilizantes sintéticos para mejorar su productividad. Aunque las tecnologías de la revolución verde se asocian popularmente a la producción de granos básicos, el mejoramiento de plantas y los fertili­ zantes sintéticos llegaron a ser técnicas dominantes en todos los sectores de exportación durante los años cincuenta y sesenta. Aunque los programas de fitomejoramiento del banano no lograron desarrollar una variedad comer­ cial resistente a los patógenos, tuvieron éxito en reducir la forma física de las plantas Cavendish. Esto permitió densidades de siembra muy altas, que junto con insumos grandes de fertilizantes y una reducción de blow dourns (plantas desarraigadas por el viento) dieron como resultado rendimientos de cosechas sin precedentes. Variedades enanas de café arábica empezaron a ser favorecidas entre los cafetaleros latinoamericanos en los años sesenta, y para 1980 dominaban la producción de café en C osta Rica, donde los productores aprovecharon también los fertilizantes subvencionados por el Estado, y las variedades nuevas de café que se sembraban sin sombra.70 El uso de fertilizantes y variedades de alta productividad bajaron los costos de producción por unidad, pero la mayor productividad coincidió con un período de poco crecimiento, o incluso declive de los índices de consumo del banano, el café y el azúcar en los Estados Unidos. Agricultores que poseían suficiente capital a menudo respondieron con precios bajos, buscando mejorar la productividad, pero agravando la situación general de sobreoferta. En Costa Rica, Gudm undson encontró que el uso de fer­ tilizantes sintéticos fortaleció la posición de los agricultores con reservas de capital.71 El enfoque singular en la mayor productividad representa un contexto agroecológico poco reconocido, en el cual se desarrollaron los conflictos de finales del siglo x x sobre el acceso a mercados, incluidas las llamadas “guerras del banano” entre las empresas estadounidenses y las de la Unión Europea. Finalmente, si la intensificación de la producción agrí­ cola reducía la cantidad de tierra dedicada a los cultivos de exportación,

70

El enfoque en. maximizar los rendimientos en ios años sesenta y setenta resultó de la difusión de nuevas tecnologías y de una oleada de movimientos para la reforma agraria, la sindicalización de trabajadores agrícolas y la expansión de cooperativas, que condujeron al uso mayor de fertilizantes y otros insumos.

71

Gudmundson, “Peasant, Farmer, Proletarian”, 136-138.

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aumentaba el uso de agroquímicos (particularmente de herbicidas), y creaba nuevos riesgos de salud para los trabajadores del campo y también para las poblaciones que vivían cerca de las fincas.72 Además, los fertilizantes y pes­ ticidas son fuentes primarias de polución del agua en las regiones agrícolas del mundo. La intensificación se presenta como “modernización”, pero ya hay un cuerpo de evidencias que indican cómo los procesos de producción orientados a aumentar la productividad constantemente cobran enormes costos ambientales, económicos y sociales.73 Las dinámicas de producción masiva y consumo masivo, entonces, re­ sultaron en una reducción drástica de la diversidad de variedades comerciales de plantas. Sin embargo, estas no siempre dieron lugar a paisajes agrarios homogéneos a nivel local. Por ejemplo, algunos cultivos de exportación, como notablemente el café, históricamente han sido sembrados con árboles de som bra (en regiones de Centroamérica, Colom bia y Venezuela) y/o con siembras de cosechas para consumo local (en regiones de Brasil y C olom ­ bia) . Estos policultivos se dieron en parte por las oportunidades y por las limitaciones de la m isma planta de café. Muchas variedades de café se ven favorecidas por la fuerte sombra — un claro contraste con la caña de azúcar, la mayoría del banano y las frutas— . Productores a pequeña escala y traba­ jadores por contrato a menudo sembraron árboles y/o variedades de banano o plátano, que creaban un ambiente favorable para el café, mientras brinda­ ban simultáneamente comida y leña. Los sistemas de policultivos también ofrecían ventajas para los dueños de la tierra que podían compensar a sus trabajadores con tierras en lugar de salarios, durante el intervalo entre el sem­ brado y la primera cosecha, cuando las fincas no generaran ganancias.74Los policultivos fueron mucho menos comunes en regiones dedicadas al cultivo de caña de azúcar, banano o huertas, pues los suelos no buenos para estos cultivos a menudo se dedicaban a otros usos, incluyendo pastos, comidas y leña. Adicionalmente, como hemos visto, grupos de personas sin tierras 72

El uso de herbicidas en casi todo el sector de la agricultura comercial despegó a finales del siglo xx. Véanse Murray, Cultivating Crisis; y Roberts y Thanos, Trouble in Paradise, 65-93.

73

Sobre la pérdida de biodiversidad vinculada a los sistemas de café, véase Perfecto y Armbrecht, “The Coffee Agroecosystem in the Neotropics”.

74

Sobre los policultivos y la flexibilidad salarial en el contexto del Brasil, véanse Stolcke, “The Labors o f Coffee in Latin America”; y Brannstrom, “Coffee Labor Regimes and Deforestation” .

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rápidamente ocupaban las tierras abandonadas por las empresas bananeras en Costa Rica y Honduras durante la primera mitad del siglo xx; se supone que una dinámica parecida existía en otros lugares, incluyendo las regiones cafeteras de Río de Janeiro y Sao Paulo.75 Una cadena de comercio, por lo tanto, puede ser mejor entendida como una “telaraña de intercambios” para contar la existencia de entrelazamientos socioambientales. Com parar los contextos ambientales en los que ocurre la producción presenta nuevos actores y ofrece una nueva manera de apreciar las comple­ jidades de los viejos. Las diferentes formas y ciclos de vida de las plantas hacen nacer diferentes prácticas de cultivo y ritmos de trabajo: el corte de la caña implicaba machetear todo el día; “el corte” de bananos significaba cargar racimos pesados durante horas; cosechar los cítricos obligaba a los trabajadores a subir a los árboles en escaleras; y la cosecha del café exigía dedos rápidos y ligeros. El elemento común en todos estos procesos laborales era, por supuesto, el trabajador humano; durante el siglo pasado, la meca­ nización solo tuvo impactos mínim os en las operaciones de cosecha de los cultivos en cuestión. Esto ha implicado que los dueños o gerentes movilicen fuerzas laborales con base en las temporadas. Por ejemplo, a principios del siglo xx, en las huertas frutales de California, las operaciones de cosecha requerían diez veces la cantidad de trabajo que se necesitaba durante el resto de la temporada. H ubo saltos parecidos en la demanda de mano de obra en las fincas cafetaleras del siglo xx. En las regiones cañeras del Caribe, la variación extrema en las necesidades de trabajo fue capturada por la expre­ sión “tiempo muerto”, que hace referencia a los meses entre las cosechas. Incluso la industria bananera se caracterizaba por la variación temporal en las demandas de obreros, como resultado de los esfuerzos de los finqueros por optimizar las cosechas en conjunción con la época de alta demanda en el mercado norteamericano.76 Un resultado histórico de las variaciones temporales en la demanda de trabajo ha sido una extensa y perdurable dependencia de los trabajadores m i­ 75

Sobre el movimiento de colonos en las zonas cafeteras brasileñas, véase Topik, “Coffee”, 50.

76 . Sobre la mano de obra en las huertas en California y en las fincas de café en Costa Rica, véan­ se, respectivamente, Stoll, The Fruits o f N atural Advantage, 126-133; y Gudmundson, “Class Formation in a Smallholder Coffee Economy”, 135-136. Sobre trabajadores emigrantes en las regiones azucareras cubanas, véase Carr, ‘“ Omnipotent and Omnipresent’?” . Para un retrato clásico de la vida de un trabajador puertorriqueño de la caña, véase Mintz, Worker in the Cañe.

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grantes. La producción del café y la caña de azúcar en las sociedades brasilera y caribeñas después de la esclavitud, las fincas bananeras centroamericanas y los fruteros de California, todos dependieron de desplazamientos regionales y trasnacionales de trabajadores, a lo largo del siglo xx. En la segunda mitad del siglo, incluso los pequeños productores de café aprovechaban la mano de obra migratoria para realizar la cosecha. El predominio de migrantes es aún más sorprendente dada la xenofobia y hasta el racismo que los emigrantes enfrentaban, por lo general. Las condiciones socioeconómicas de la mayoría de los trabajadores del campo mejoraron significativamente durante el siglo pasado, cuando los movimientos obreros tuvieron éxito en sindicalizar algu­ nos sectores agroexportadores. Es más, en muchos países latinoamericanos, los trabajadores y campesinos ganaron el derecho al voto y mayor acceso a servicios estatales. Pero al terminar el siglo xx, la membrecía en sindica­ tos y el poder político de los trabajadores del campo se fue reduciendo en muchas partes de las Américas. Las operaciones de cosecha no dejaron de depender en buena m edida de trabajadores emigrantes que no tenían todos los derechos de los ciudadanos y, por lo tanto, rara vez gozaban del acceso a instituciones médicas, educativas y financieras. La marginalización política de los trabajadores agrícolas no puede ser explicada— mucho menos justifi­ cada— por los ciclos de cosecha. En su lugar, una mayor conciencia de los procesos de producción ilumina las formas particulares en que los finqueros y los negocios agrícolas han superado obstáculos para su acumulación de ca­ pital, cargando los riesgos que resultan de los procesos agroecológicos sobre las espaldas de los trabajadores del campo. U na investigación más profunda es necesaria para entender cómo los trabajadores históricos comprendieron y respondieron a estos riesgos. Una mayor sensibilidad al contexto socioambiental sirve a los histo­ riadores para darles contenido a las vidas de las personas categorizadas en los censos como “jornaleros”, “colonos” o “esposas”. Siguiendo los movi­ mientos de un actor a través del espacio y el tiempo, podríamos apreciar las oportunidades y obstáculos presentados por los entornos biofísicos. Por ejemplo, un “jornalero” agrícola podía pasar unos meses cosechando caña o café, mientras intermitentemente cultivaba una huerta casera, además de cazar, pescar o recolectar leña. Si buscamos las temporadas y los lugares intersticiales habitados por los trabajadores agrícolas, abrimos nuevas posi­ bilidades para entender tanto la cultura material popular como los proyectos 365

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políticos de los actores marginalizados.77 M i investigación en los archivos municipales de la Costa Norte encontró ejemplos de personas que crearon identidades basadas en su vecindario o pueblo. Estas afinidades locales eran, hasta cierto punto, paradójicas, dado el casi constante flujo de emigrantes en la región; pero la m isma existencia delicada que vivían puede explicar el deseo de unas personas de identificarse con, y reclamar como propios, los sitios locales y regionales. Sea como fuera, encontré poca evidencia de que la conservación de recursos en sí fuera una preocupación fundamental de la gente que buscaba su sustento en las zonas bananeras. Esto no pretende implicar que la pobreza de los campeños y poquiteros de la Costa Norte no permitía la formación de una conciencia conservacionista, sino que las personas percibían los cambios socioambientales más que todo por el tra­ bajo. Los historiadores ambientales en Latinoamérica (y más allá), por lo tanto, deberían prestar atención a los sitios de trabajo, no solo porque allí es donde está el esfuerzo humano que transforma la naturaleza en bienes, sino porque la producción, al final, no puede ser aislada del consumo, ni tampoco el trabajo puede ser separado del placer.78 Durante su distinguida carrera, el antropólogo William Roseberry pidió que los estudios sobre los trabajadores y campesinos fueran más allá de las tipologías de las ciencias sociales. Los historiadores ambientales de Latino­ américa deberían, también, dedicarse a escribir las historias agroecológicas de la agroexportación que transmiten la heterogeneidad y el dinamismo histórico de organismos y procesos biofísicos que a menudo se ven reduci­ dos, por los discursos políticos, a “recursos” , “tierra” o “territorio” . Al darles vida a estas y otras categorías, podem os evitar la trampa del determinismo ambiental, mientras demostramos la relación dinámica entre economías y ecologías, paisajes y sustentos, culturas y biodiversidad. Habiendo dicho eso, pediría que no enfocáramos los análisis en buscar resultados particulares al costo de comparar dinámicas similares. A pesar de las profundas diferen-

77

En este contexto, el lema de Emiliano Zapata “tierra, bosques y agua” toma nuevos significa­ dos. Sobre las transformaciones medioambientales en el México de Porfirio, véase Tortolero Villaseñor, “Transforming the Central Mexican Waterscape”. Sobre la importancia de los ambientes “marginales” en las regiones de caña de azúcar, véanse Gould, To Lead as Equals; y Friedrich,Agrarian Revolt in a Mexican Village.

78

Sobre la integración de la historia social y la historia ambiental, véanse White, “Are You an Environmentalist or D o You Work for a Living?”; y Taylor, “Unnatural Inequalities”.

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cias entre, por ejemplo, los cortadores de caña chinos en la C uba del siglo xix, los antillanos que cultivaban banano a pequeña escala en Costa Rica a principios del siglo xx, y los cosechadores de café mayas en Guatemala a finales del siglo pasado, sus vidas estuvieron similarmente enredadas en redes socioambientales, tejidas por procesos múltiples que a su vez dieron lugar a dinámicas parecidas de producción/consumo. La historia del comercio del banano es única en muchas formas im ­ portantes, entre ellas por el grado de integración vertical de las compañías fruteras estadounidenses a principios del siglo xx, por la importancia a largo plazo de los hongos patogénicos, y por el perdurable aunque cerra­ do gusto norteamericano por la fruta. Al mismo tiempo, las dinámicas de producción/consum o del banano son similares a las del café, los cítricos, las uvas y el azúcar, aunque en un primer momento puedan parecer muy distintas las unas de las otras. En todos los casos, los procesos de producción cambiaban en respuesta a las tensiones entre las fuerzas de los mercados masivos que favorecían la estandarización y la variabilidad intrínseca de los procesos ambientales. Estas tensiones se materializaban en la form a de las mismas plantas de cultivo, y en el trabajo de cultivarlas. Inversionistas, ejecutivos de empresas y finqueros hicieron grandes esfuerzos para manejar los componentes humanos y no-humanos de los agroecosistemas. A lo largo del siglo xx, todas estas industrias dependían de científicos universitarios y otros expertos en la identificación, control y manipulación de organismos y procesos ambientales. La industria bananera, al igual que la producción fru­ tera de California, estaba estructurada alrededor de productos perecederos de corta vida comercial. Los actores intermediaros a lo largo de las cadenas del comercio les daban mucha más importancia a los aspectos estéticos de las frutas frescas, como una “preferencia del mercado”, lo cual motivó a los productores a usar mayores cantidades de insecticidas, fungicidas y nematocidas, que los de la industria del café o la del azúcar, cuyos productos eran procesados antes de llegar al consumidor final. D e manera significativa, todas estas industrias incorporaron fertilizantes y plantas híbridas a partir de mediados del siglo x x para mejorar su productividad y/o minimizar las pérdidas causadas por las fuerzas ambientales. Finalmente, aunque el surgimiento de las agroexportaciones en el siglo x ix les dio oportunidades a los productores de pequeña y mediana escala en Latinoamérica y El Caribe para forjarse sustentos respetables, tanto la 367

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consolidación del capital como las transformaciones ambientales durante el siglo x x minaron su existencia. D e hecho, las historias de esas industrias nos ofrecen pocas evidencias de que las agroexportaciones reduzcan la pobreza general a largo plazo. Esto puede ser explicado, en parte, por la tendencia del poder y el capital a consolidarse en los sitios intermediarios, en donde generan mucho valor agregado: los transportistas, procesadores y distribui­ dores eran actores importantes en cuanto al establecimiento de los estándares de calidad, los cuales se volvieron más importantes todavía cuando las tasas de consumo per capita estadounidense se nivelaron a mediados del siglo x x y los mercados empezaron a segmentarse. Determinar hasta qué punto los intermediarios impusieron los estándares de calidad a los consumido­ res requiere más investigación, pero por el momento lo importante es que los conceptos sobre la calidad emergen y cambian en contextos específicos condicionados por la cultura, la política y el poder. La producción agrícola tendió a volverse geográficamente más estable en el transcurso del siglo xx, pero las personas, plantas y patógenos que habitaban las fincas no dejaron de viajar. D e hecho, identificar quiénes o cuáles eran “locales o nacionales” en las zonas de agroexportación ha sido, y sigue siendo, m uy complicado. La importancia de todo este movimiento en el sistema no es solo entender cómo las fuerzas de mundialización le dan forma a lo “local” , sino cómo los mismos movimientos han condicionado las dinámicas de producción/consumo. Este es un planteamiento persuasi­ vo para no limitar los estudios de las mercancías a enfoques nacionalistas. También existe la necesidad de experimentar con nuevos cuadros de periodización. Los estudios históricos de los productos de Latinoamérica y El Caribe muchas veces se encuadran por los años del “boom”, entre 1870 y 1930, una periodización derivada en su mayor parte de marcos teóricos que privilegian el capital, el intercambio y el trabajo como los motores de la his­ toria, mientras dependen del Estado-nacional como su unidad primaria de análisis.79 Aunque no niego la importancia de las instituciones económicas

79

368

Fernando Coronil ha criticado las teorías sociales liberales y marxistas porque desestiman la importancia de la “tierra” (es decir, la naturaleza) en favor de la dialéctica del capital-mano de obra. Inspirado en las ideas de Henry Lefebvre, Coronil sostiene que la división internacio­ nal del trabajo es simultáneamente una “división global” de la naturaleza. Su modelo de una triada interactiva entre capital-trabajo-naturaleza es una intervención bienvenida en la teoría social, pero el concepto de una división global de la naturaleza potencialmente refuerza la

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y estatales, la evidencia indica claramente que los procesos socioambientales a corto y a largo plazo han sido de igual importancia en la transformación de los paisajes y sustentos rurales de Latinoamérica. Sin embargo, debido a que los procesos ambientales raramente se mueven en sintonía con los ciclos económicos o los movimientos políticos, los historiadores harían bien en reconsiderar las periodizaciones preponderantes. La motivación para investigar y escribir este libro no se ha limitado a un interés académico. Entender el pasado del comercio del banano es im­ portante para imaginar su rol futuro en los agroecosistemas tropicales alre­ dedor del mundo. La relación dinámica entre plantas, personas y patógenos continúa vigente: la Sigatoka Negra se ha extendido a la mayoría de las zo­ nas de banano y plátano en el mundo. Aunque la “antigua” enfermedad de Panamá no es un factor actual en la producción bananera de Latinoamérica y El Caribe, tipos de fusaria, capaces de infectar variedades comerciales de Cavendish, se han propagado en otras partes del mundo. La historia indica que el patógeno llegará a las Américas en un futuro cercano. Desafortunada­ mente, muchas fuentes académicas y populares que tratan de los riesgos del regreso del mal de Panamá no toman en cuenta las dimensiones históricas de las interacciones entre las plantas de banano y los hongos patogénicos. Los medios populares estadounidenses han reiterado que “el banano” (quiere decir, el Cavendish comercializado) está al borde de la extinción debido a las epidemias, entendidas implícitamente como elementos de la naturaleza y no de los agroecosistemas hum anos.80 Estas advertencias sobre el futuro precario del banano son problemáticas porque no sitúan a los patógenos en su contexto histórico y, sin intentarlo, preparan el camino para futuros dilemas del “desarrollo contra la conser­ vación”, en los cuales los conservacionistas ricos/urbanos luchan contra los intereses de personas humildes/rurales. Sin embargo, al tratar las epidemias de las plantas comerciales como resultado de dinámicas de producción/consumo, podem os imaginar un futuro menos triste, aunque complejo, basado problemática dicotomía “Norte-Sur”, pues ignora hasta qué punto la modernidad ha estado acompañada del revoltijo planetario de personas y biota. Véase Coronil, The M agical State, 21- 66. Para un ejemplo de una revista popular, véase “Last Days o f the Banana”; la misma tenden­ cia se puede ver en artículos científicos, como el de Gilbert y Hubbell, “Plant Diseases y the Conservation o f Tropical Forests” .

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en las posibilidades de reformar tanto la agricultura como los mercados de bienes para que valoren la agrobiodiversidad y el trabajo humano, de los que ha dependido la producción agrícola. Entrando al siglo xxi, hay razones para ser optimistas. En muchas so­ ciedades industriales y postindustriales, nuevos movimientos sociales han llamado la atención sobre las relaciones entre la producción de alimentos, la salud humana y la sustentabilidad ambiental. La liberalización del comercio ha estado acompañada por variadas y a veces creativas críticas a la “globalización”, que han mostrado las limitaciones e injusticias de los sistemas de producción que se basan en empresas gigantes, fuertes insumos de químicos, irrigación y subvenciones estatales. En Latinoamérica, nuevos movimientos rurales han surgido para cuestionar el control sobre los recursos socioam­ bientales de las instituciones del Estado, los inversionistas y las empresas transnacionales. En fin, oportunidades para el debate, la confrontación y experimentación existen en ámbitos locales e internacionales. El reto es asegurar que los modelos alternativos de producción agrícola se den cuenta de las conexiones dinámicas que existen entre los sitios de producción y el consumo, y entre las transformaciones sociales y ambientales.

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